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Spanish Pages 369 Year 2009
David Le Breton EL
SABOR DEL MUNDO
COLECCIÓN CULTURA Y SOCIEDAD
David Le Breton
EL SABOR DEL MUNDO Una antropología de los sentidos
Ediciones Nueva Visión Buenos Aires
Le Breton, David El sabor del mundo. Una antropología - Buenos Aires: Nueva Visión, 2009.
368 p., 23x15
cm
de los sentidos - 1 ª ed.
-
1 ªreimpresión
(Cultura y Sociedad)
Traducido por Heber Cardoso l.S.B.N. 978-950-602-555-7 1. Antropología l. Cardoso, Heber, trad. 11. Título
CDD 301
Título del original en francés:
La sa.veur du Monde. Une antthropologie des sens © Éditions Métailié, Paris, 2006
ISBN 978-950-602-555-7
Traducción de Heber Cardoso
Toda reproducción total o parci a l de esta obrn por cualq u i e r s i stem a -incluyendo e l fotocopiado- q u e n o haya s i d o expre samente a utorizada por el editor constituye u na infracción a l os derechos del autor y será r e pr i m id a con pen a s de h asta seis años de prisión (art. 62 de la ley 11.72:3 y art. 172 del Código Pen al).
©
2007
por Ediciones Nueva Visión SAIC, Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires,
República Argentina. Queda hecho el depósi t o q ue ma rca la ley 11.72:3. Imp reso en la
A rgentina/ Printed in Argentina
Para Armand Touatt: que conocía el sabor de vivir y pensar el m undo y que ahora ha partido, solo, a explorar ese otro sabor del que Boris Vtan habla en un texto famoso, aunque esta vez no podrá compartirlo cnn sus amigos. En reconoci miento a la deuda de una amistad imborrable. Ypara Hnina, pues el sabor del m undo necesita un rostro.
Cuando, al abandonar la iglesia, me arrodillé ante el altar de pronto sentí, al incorporarme, escapar de los espinillos un olor amargo y dulce a almendras, y advertí entonces en las flores pequeñas manchas más ocres, bajo las que me figuraba debía estar oculto aquel olor, como lo estaba, bajo las partes gratinadas, el sabor del pastel de almendras o, bajo los manchones de rubor, el de las mejillas de Mlle. Vinteuil. Marcel Proust, Du coté de chez Swa1111
INTRODUCCIÓN Me gusta que el saber haga vivir, que cultive, me gusta convertirlo en carne y en hogar, q uc ayude a beber y a comer, a caminar lentamente, a amar, a morir, a veces a renacer, me gusta dormir entre sus sábanas, que no sea exterior a mí. Michel Serres,
Les Cinq Sem;
Antropología de los sentidos
Para el hombre no existen otros medios de experimentar el mundo sino ser atravesado y permanentemente cambiado por él . El mundo es la emanación de un cuerpo que lo penetra . Entre la sensación de las cos as y la sensación de sí mismo se instaura un vaivén. Antes del pensamien to, están los sentidos . Decir, con Descartes, "Pienso, luego existo" sig nifica omitir la inmersión sensori al del hombre en el seno del mundo. "Siento, luego existo" es otra manera de plantear que l a condición hu mana no es por completo espiritual, sino ante todo corporal . La antro pología de los sentidos implica dej arse sumergir en el mundo, estar dentro de él, no ante él, sin desistir de una sensualidad que alimenta la escritura y el análisi s . El cuerpo es proliferación de lo sensible. Está incluido en el movimiento de las cosas y se mezcla con ellas con todos sus sentidos. Entre l a carne del hombre y la carne del mundo no existe ninguna ruptura, sino una continuidad sensorial siempre presente . El individuo sólo toma conciencia de sí a través del sentir, experimenta su exi stencia mediante las resonancias sensoriales y perceptivas que no dej an de atravesarlo. La breve incidencia de l a sensación rompe la rutina de l a sensibilidad de sí mismo; Los sentidos son una materia destinada a producir sentido; sobre el inagotable trasfondo de un mundo que no cesa de escurrirse, configuran las concreciones que lo vuelven inteligible . Uno se detiene ante una sensación que tiene más sentido que las demás y abre los arcanos del recuerdo o del presente; pero una infinidad de estímulo8 nos atraviesa a cada momento y se desliza en la indiferencia . Un sonido , un sabor, un rostro, un paisaj e, un perfume, un contacto corporal desplie gan la sensación de la presencia y avivan una conciencia de sí mismo algo adormecida al cabo del día , a menos que se viva incesantemente
atento a los datos del entorno. El mundo en el que nos movemos existe mediante la carne que va a su encuentro. La percepción no es coi ncidencia con las cosas, sino interpretación. Todo hombre cami na en un universo sensorial vinculado a lo que s u historia personal hizo con su educación. Al recorrer un mismo bosque, individ uos diferentes no son sensibles a los mismos datos . Está el bosque del buscador de hongos, del paseante, del fugitivo, el del indígena, el bosque del ca zador, del guardamonte o del cazador furtivo, el de los enamorados, el de los que se han extraviado en él, el de los ornitólogos, también está el bosque de los animales o de los árboles, el bosque du rante el día y durante la noche. Mil bosques en uno solo, mil verdades de un mismo misterio que se escabulle y que sólo se entrega fragmen ta ri amente. No existe verdad del bosque, sino una multitud de percepcio nes sobre el mismo, según los ángulos de enfoque, las expectativas, las pertenencias sociales y culturales. El antropólogo es el explorador de esas diferentes capas de realidad que encajan entre sí. Al final él también propone s u propia i nterpreta ción del bosque, pero procura ampliar su mirada, sus sentidos, para comprender ese hoj aldre de realidades. A diferenci a de los demás, no desconoce lo dicho a medias. Pero su trabajo consiste en el deslinde de esas diferentes sedimentaciones. Dado que recuerda a Breton, sabe que el mundo es un "bosque de indicios" donde se disimula lo real, cuya búsque da lo alimenta . El investigador es un hombre del laberinto a la bús queda de un improbable centro. La experiencia sensible reside nnte todo en los significados con los que se vive el mundo, pues éste no se entrega bajo otros aus picios . W. Thomas decía que a partir de que los hombres consideran las cosas como reales, éstas son reales en sus con-secuencias. Nuestras percepciones sensoriales, encastradas a significados, dibu j an los fluctuantes límites del entorno en el que vivimos y expresan su amplitud y sabor. El mundo del hombre es un mundo de la carne, u na construcción nacida de su sensorialidad y pasada por el cedazo de su con dición social y cultural, de su historia personal, de l a atención al medio que lo rodea. Levantado entre el cielo y la tierra, matri z de la identidad, el cuerpo es el filtro mediante el cual el hombre se apropia de la sustanci a del mundo y la hace suya por intermedio de los sistemas simbólicos que comparte con los miembros de s u comunidad (Le Breton, 1 990, 2004 ) . El cuerpo es la condición humana del mundo, el l ugar donde el incesante fluj o de l as'cosas se detiene en significados precisos o en ambientes, se metamorfosea en imágenes, en sonidos, en olores, en tex turas, en colores, en paisajes, etc. El hombre participa en el l azo social no solo mediante su s agacidad y sus pal abras, sus empresas, sino también mediante una serie de gestos , de mímicas que concurren a la comunicación , a través de la inmersión en el seno de los innumerables rituales que pautan el trascurrir de lo cotidiano. Todas las acciones que 12
conforman la trama de la existencia, incluso las más imperceptibles, comprometen la interfase del cuerpo. El cuerpo no es un artefacto que aloj a un hombre obligado a llevar adelante su existencia a pesar de ese obstáculo. A la i nversa, siempre en estrecha relación con el mundo, traza su camino y vuelve hospitalaria su recepción. "Así, lo que descubrimos al superar el prej uicio del mundo objetivo no es un mundo interior te nebroso" (Merleau-Ponty, 1945, 71 ) . Es un mundo de significados y valores, un mundo de connivencia y comunicación entre los hombres e n presencia del medio que l o s alberga. Cada sociedad dibuja así una "organización sensorial" propia (On g, 197 1, 1 1 ). Frente a la infinidad de sensaciones posibles en cada momen to, una sociedad define maneras particulares para establecer seleccio nes planteando entre ella y el mundo el tamizado de los significados, de los valores, procurando de cada uno de ellos las orientaciones para existir en el mundo y comunicarse con el entorno. Lo que no significa que las diferencias no deslinden a los individuos entre sí, incluso dentro de un grupo social de u n mismo rango. Los significados que se adosan a las percepciones son huellas de la subjetividad: encontrar dulce un café o el agua para el baño más bien fría, por ejemplo, a veces suscita un debate que demuestra que las sensibilidades de unos y otros no resultan exactamente homologables sin matices, pese a que la cultura sea com p artida por los actores . La antropología de los sentidos se apoya en la idea de que las percepciones sensoriales no surgen solo de una fisiología, sino ante todo de una orientación cultural que dej a un margen a la sensibilidad in dividual . Las percepciones sensoriales forman u n prisma de significa dos sobre el m undo, son model adas por la educación y se ponen en juego según la historia personal . En una misma comunidad varían de un i ndividuo a otro, pero prácticamente concuerdan sobre lo esenci al . Más allá de los significados personales insertos en una pertenencia social, se desprenden significados más amplios, lógicas de humanidad (antropo lógicas ) que reúnen a hombres de sociedades diferentes en su sensibili dad frente al mundo. La antropología de los sentidos es una de las innumerables vías de la antropología, evoca las relaciones que los hom bres de las múltiples sociedades humanas mantienen con el hecho de ver, de oler, de tocar, de escuchar o de gustar.1 Aunque el mapa no sea el territorio donde viven los hombres, nos i nforma sobre ellos, recuerda 1 Si nos remitimos a la sola existencia de los cinco sentidos, ciertas sociedades humanas distinguen menos o más. "No existen más sentidos que los cinco ya estudia dos", dice Aristóteles (1989, 1) de una vez para siempre en la tradición occidental. Sin duda que también se pueden identificar otros sentidos, a menudo vinculados con el tacto: la presión, la temperatura (lo caliente, lo frío), el dolor, la kinestesia, la propiocepción que nos informa acerca de la posición y los movimientos del cuerpo en el
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las líneas de fuerza y levanta un espejo deformado que incita al lector a ver mej or lo que lo alej a y lo que lo acerca al otro, y así, de recoveco en recoveco, le enseña a conocerse mejor. El mundo no es el escenario donde se desarrol lan sus acciones, sino su medio de evidenci a: estamos inmersos en un entorno que no es más que lo que percibimos . Las percepciones sensoriales son ante todo la proyección de significados sobre el mundo. Siempre son actos de sope sar, una operación que delimita fronteras, un pensamiento en acción sobre el ininterrumpido fluj o sensorial que baña al hombre . Los sentidos no son "ventanas" abiertas al mundo, "espej os" que se ofrecen para el registro de cosas en completa indiferencia de las culturas o de las sen sibilidades; s on filtros que solo retienen en su cedazo lo que el individuo ha aprendido a poner en ellos o lo que procura j ustamente identificar mediante l a movilización de sus recursos . Las cos as no existen en sí; siempre son i nvestidas por una mirada, por un valor que las hace dignas de ser percibidas. La configuración y el límite de despliegue de los sentidos pertenecen al trazado de la simbólica social . Experimentar el mundo no es estar con él en una rel ación errónea o justa; es pe rcib irlo con su estilo propio en el seno de una experiencia cultural. "La cosa nunca puede ser separada de alguien que la perciba, nunca puede ser efe ctiv amente en sí porque sus articulaciones son las mismas que las de nuestra existencia, ya sea que se plantee al cabo de una mirada o al término de una exploración sensorial que le confiera humanidad. En esa medida, toda percepción es una comunicación o una comunión, un retomar o un concluir por nueatra pa rte de una intención extraña o, a la inversa, el cumplimiento desde fuera de nuestras ca pacidades perceptivas, algo así como un acopl am iento de nuestro cuerpo con las cosas" ( M e rle au - Ponty, 1945, 370). En todo momento las activi dades perceptivas decodifican el mundo circundante y lo transforman en un tejido familiar, coherente, incluso cuando a veces asombra con los toques más inesperados. El hombre ve, escucha, huele, gusta, toca, experimenta la temperatura ambiente, percibe el rumor interior de su cuerpo, y al hacerlo hace del mundo una medida de s u experiencia, lo vuelve comunicable para los demás, inmersos, como él, en el seno del mismo sistema de referencias sociales y culturales . E l empleo corriente de l a noción de visión del m undo para designar u n sistema de representación (también una metáfora visual) o un sistema simbólico adecuado a una sociedad traduce la hegemonía de la vista en n uestras sociedades occidentales, su valorización, que determina que no haya mundo que no sea el que se ve. "Esencialmente -escribe W. Ong-, espacio y procura una sensación de sí mismo que favorece un equilibrio y, por lo tanto, un emple o propicio del espacio para el individuo, unos y otros vinculados al tacto, en nuestras sociedades, pero que poseen su especificidad.
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cuando el hombre tecnológico moderno piensa en el universo fisico, pien sa en algo susceptible de ser visualizado, en términos de mediqas o de representaciones visuales . El universo es para nosotros algo de lo que esencialmente se puede construir una imagen" (Ong, 1969, 636). En nuestras sociedades, la vista ejerce un ascendiente sobre los demás sentidos; es la primera referencia . Pero otras sociedades, más que de "visión" del mundo, hablarían de "gustación", de "tactilidad", de "audi ción" o de "olfacción" del mundo para dar cuenta de su m anera de pensar o de sentir su rel ación con los otros y con el entorno. Una cultura de termina un campo de posibilidad de lo visible y de lo invisible, de lo táctil y de lo no táctil, de lo olfativo y de lo i nodoro, del sabor y de lo i n-sí pido, de lo puro y de lo s ucio, etc . Dibuj a un universo sensori al particular; los mundos sensibles no se recortan, pues son también mundos de signifi cados y valores. Cada sociedad elabora así un "modelo sensori al" (Classen, 1997} particulari zado, por supuesto, por las pertenencias de clase, de grupo, de generación, de sexo y, sobre todo, por l a historia personal de cada individuo, por su sensibilidad particular. Venir al mundo es adquirir un estilo de visión, de tacto, de oído, de gusto, de olfacción propio de la comunidad de pertenencia. Los hombres habitan universos sensoriales diferentes. La tradición cristiana conserva asimismo l a doctrina de los sentidos espirituales formulada por Orígenes (Rahner, 1932), retomada por Gre gario de Nisa, evocada por San Agustín y desarrollada por B uenaventu ra. Los sentidos espirituales están asociados al alma, se inscriben en la
metafisica abierta por una fe profunda que llevaba a percibir con órganos espirituales la impresión de la presencia de Dios, de cuya sen sorialidad profana era incapaz de dar cuenta . Los sentidos espirituales no habitan en forma permanente al fiel ; a veces intervienen mediante i ntuiciones fulgurantes que dan acceso a una realidad sobrenatural marcada por la presencia de Dios . Conforman un sentir del alma ade cuado para penetrar universos sin común medida con la dimensión corporal de los demás sentidos . "Una vista para contemplar los obj etos supracorporales, como es manifiestamente el caso de los querubines o dP los serafines ; un oído capaz de distinguir voces que no resuenan en el aire; un gusto para saborear el pan vivo descendido del cielo a los efectos de dar vida al mundo" (Job, 6-33}; asimismo, un olfato que perciba las realidades que llevaron a Pablo a decir: "Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden" (2 Corintios 2-15}; un tacto que poseía Juan cuando nos dice que palpó con sus manos el Verbo divino. Salomón ya sabía "que hay en nosotros dos clases de sentidos: uno, mortal, corruptible, humano; el otro, in mortal, espiritual, divino" (Rahner, 1932, 1 1 5). Numerosos trabaj os, en especial en América, han intentado acercar de manera precisa y sistemática esa profusión sensorial a los efectos de 15
ver cómo l as sociedades le dan un sentido particular: Howes ( 199 1, 2003 , 2005 ), Classen (1993a, 1993b, 1998, 2005 ), Classen, Howes, Synnott ( 1994), Ong ( 1997), Stoller, 1 989, 1997), o de historiadores como Corbin ( 1982, 1 988, 1 99 1 , 1994), Dias ( 2004), Gutton, (2000), Illich (2004), etc. La lista de investigadores, o la de aquellos dedicados a algún aspecto particular de la rel ación de lo sensible con el mundo, sería intermin able. D. Howes señala una dirección posible: "La antropología de los sentidos procura ante todo determinar cómo la estructura de la experiencia sen sorial varía de una cultura a otra según el significado y la importancia relativa que se otorga a cada uno de los sentidos . También i ntenta establecer la influencia de esas variaciones sobre las formas de organi zación social, las concepciones del yo y del cosmos, sobre la regulación de las emociones y sobre otros campos de expresión corporal" ( Howes , 199 1 , 4). El antropólogo deconstruye la evidencia social de sus propios sentidos y se abre a otras culturas sensoriales, a otras maneras de sentir el mun do. La experiencia del etnólogo o del viajero a menudo es la del ex trañamiento de sus sentidos, resulta enfrentado a sabores i nesperados , a olores, músicas, ritmos, sonidos, contactos, a empleos de la mirada que trastornan sus antiguas rutinas y le enseñan a sentir de otra manera su relación con el mundo y con los demás . Los valores atribuidos a l os sentidos no son los de su sociedad . "Desde el comienzo, África tomó por asalto mis sentidos", dice P. Stoller, quien evoca la necesidad de ese des centramiento sensorial para acceder a la realidad viva de los modos de vivir de los songhay: "El gusto, el olfato, el oído y l a vista i ngresan en un marco nigeriano. Ahora dejo que las visiones, los sonidos, los olores y los gustos de Níger penetren en mí. Esa ley fundamental de una epistemo logía humilde me enseñó que, para los songhay, el gusto, el olfato y l a audición a menudo son mucho más importantes que l a vista, e l sentido privilegiado de Occidente" (Stoller, 1989, 5). La experiencia antropológica es una manera de desprenderse de las familiaridades perceptivas para volver a asir otras modalidades de acer camiento, para sentir la multitud de mundos que se sostienen en el mundo. Entonces, es un rodeo para aprender a ver, da forma a "lo no visto" ( Marion, 1992, 5 1 ) que esperaba una actualización. Inventa de un modo inédito el gusto, la escucha, el tacto, el olfato. Rompe las rutinas de pensamiento sobre el mundo, apela a despoj arse de los antiguos esquemas de inteligibilidad para inaugurar una ampliación de la mi rada. Es una invitación a la gran amplitud de los sentidos y del sentido, pues sentir nunca se da sin que se pongan en juego significados . Es un recuerdo a todos los vientos del mundo de que cualquier sociali zación es una restricción de la sensorialidad posible. La antropología hace volar en pedazos lo común de las cosas. "El que elige tan solo saber, por 16
supuesto que habrá ganado la unidad de la síntesis y la evidencia de la simple razón ; pero perderá lo real del objeto en l a clausura simbólica del discurso que rei nventa el obj eto a su propia imagen o, más bien; según su propia representación. Por el contrario, quien desee ver o, más bien, mirar perderá la unidad de un mundo cerrado para reencontrarse en la inconfortable apertura de un universo flotante, entregado a todos los vientos del sentido" (Didi-Huberman, 1990, 172). Esbocé este trabajo hace quince años, en l a Antropología del cuerpoy modernidad ( 1990), s ugiriendo l a importancia de una antropología de los sentidos, al analizar en particular la importancia occidental de l a vista. Cargué con este libro durante todo ese tiempo, trabaj ando e n é l sin descanso, pero de manera tranquila, con l a sensación de tener ante mí un océano que debía atravesar. Acumulé materiales, encuestas, obser vaciones, lecturas, viaj es, escribía en cada ocasión algunas líneas o al gunas páginas. En los intersticios que me concedía el trabaj o para otra obra, a veces durante un año trataba de explorar de manera sistemática un sentido, luego otro . El tiempo transcurría, las páginas se sumaban . A veces publicaba un artículo específico acerca de las modalidades culturales de uno u otro sentido. Escribir sobre una antropología de los sentidos suscita, en efecto, la cuestión de la escritura: ¿qué intriga seguir de una punta a l a otra? ¿Cómo elegir entre la infinidad de datos para dar carne a dicha i ntención sin extravi ar al lector en la profusión y la acumulación? A veces trabaj é d urante semanas o meses sobre l o s aspectos sociales de percepciones sensoriales que finalmente no conservé en la obra por falta de coheren cia con el conj unto. A menudo tuve la impresión de que lo esencial del trabaj o consistía en podar, en tener que suprimir dolorosamente distin tos caminos para mantener un rumbo, una coherencia en la escritura y en el pensamiento . Por eso, cuando lo pienso, me da la impresión de haber empleado quince años en escribir esta obra y en superar uno a uno los arrepentimientos hasta decidirme finalmente a enviarla a Anne Marie Métailié, que la esperaba desde comienzos de la década de 1990. De nuevo le debo un profundo reconocimiento por concebir su oficio como un acompañamiento del trabajo de los autores mediante la notoria confianza que les prodiga. Sin ella, quizá no me habría lanzado a un proyecto tan ambicioso. Debo reiterar que mi deuda es también conside rable para con Hnina, quien leyó y releyó los diferentes capítulos de l a obra .
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l.
UNA ANTROPOLOGIA DE LOS SENTIDOS Todo conocimiento se encamina en nosotros mediante los sentidos; son nuestros maestros [ . 1 La ci enci a comienza por ellos y se resuelve en ellos . Después d e todo, no sabríamos más q u e u n a piedra si no supiéra mos que tiene su olor, luz, sabor, medid a , peso, cons is tencia, dureza, aspereza, color, bruñido, ancho, pro fund i dad [ ) Cualquiera puede impulsarme a con tradecir los sentidos; basta con que me tom e del cuello y, haciéndome retroceder, me arri ncone . Los senti dos son el comienzo y el fin del conocimiento humano. .
.
. . .
Mon taigne,
Apologie de Ratinond Sehond
Solo ezi.ste el mundo de los sentidos y del sentido
El mundo perceptivo de los esquimales, en medio del singular entorno del Gran Norte, difiere ampliamente del de los occidentales . La vista, sobre todo, adopta una tonalidad propia. Para una mir�d_ a no acostum brada, el paisaje que ofrecen los bancos de hieío parece infinitamente monótono, sin perspectiva posible, sin contornos donde fij ar la mirada y situarla, en especial durante el período invernal . Si se levanta el viento o si cae la nieve, la confusión del espacio aumenta produciendo una escasa visibilidad. Para E. Carpenter, no por ello los aiviliks dejan de saber cómo j alonar s u camino ni cómo reconocer dónd e se hall an; sin embargo, dice que nunca escuchó a ninguno de ellos hablarle del espacio en términos de visualidad. Caminan sin perderse, incluso cuando l a visibilidad se halla reducida a cero. Carpenter relata u n a serie de ex periencias. Por ejemplo, un día de intensa bruma, "escuchaban las olas, y los gritos de los páj aros que anidaban en los promontorios ; sentían l a ribera y l a s ol as; sentían e l viento y e l rocío del m a r sobre e l rostro, leían 1 a sus espaldas las estructuras creadas por los movimientos del viento¡ y los olore s . La pérdid a de l a vista no s ignificaba en absol uto u n a( carencia . Cuando empleaban l a mirada, lo hacían con u n a agudeza¡ que me asombraba . Pero no se hal l aban perdidos s in ella" (Carpen-· ter, 1 973, 36).
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, Los aiviliks recurren a una sensorialidad múltiple en el transcurso de sus desplazamientos; nunca se pierden, pese a las transformaciones, a veces rápidas, de las condiciones atmosféricas. El ruido, los olores, la dirección y la intensidad del viento les proporcionan valiosas informa� ciones. Establecen su camino mediante diversos elementos de orienta ción. "Esas referencias no están constituidas por objetos o lugares con cretos, sino por relaciones; relaciones entre, por ejemplo, contornos, la calidad de la nieve y del viento, el tenor de sal en el aire, el tamaño de las resquebrajaduras en el hielo. Puedo aclarar aun más este aspecto con una ilustración. Me encontraba con dos cazadores que seguían una pista que yo no podía ver, incluso si me inclinaba hasta muy cerca del suelo para tratar de discernirla. Ellos no se arrodillaban para verla, sino que, de pie, la examinaban a distancia" (21). Una pista está hecha de olores difusos, puede sentirse su gusto, su tacto, escuchársela; llama la atención con señales discretas que no solo advierte la vista. Los aiviliks disponen de un vocabulario que contiene una docena de términos para designar los distintos modos en que sopla el viento o la contextura que tiene la nieve. Y desarrollan un vocabulario amplio en materia de audición y de olfacción. Para ellos, la vista es un sentido secundario en términos de orientación. "Un hombre de Anaktuvuk Pass, a quien le preguntaba qué hacía cuando se encontraba en un sitio nuevo, me respondió: "Escucho. Eso es todo". "Escucho" queria decir "escucho lo que ese lugar me dice. Lo recorro con todos mis sentidos al acecho pará apreciarlo, mucho antes de p r on unc iar una sola palabra" (Lúpez, 1987, 344 ). En su cosmología, el mundo fue creado por el sonido. Allí donde un occidental diría: "Veamos qué es lo que hemos escuchado", ellos dicen "escuchemos lo que vemos" (Carpenter, 1973, 33). Su concepto del es pacio es móvil y diferente de la geografía cerrada y visual de los occidentales; se presta a los cambios radicales que introducen las estaciones y la longitud de la noche o del día, los largos períodos de nieve y hielo que vuelven caduca cualquier referencia visual. El conocimiento del espacio es sinestésico y constantemente mezcla el conjunto de la _sensorialidad. En la tradición de los inuits, los hombres y los animales habfaban la misma lengua, y los cazadores de antaño, antes de que aparecieran las armas de fuego, debían demostrar una paciencia infini ta para acercarse a los animales y saber identificar sus huellas sonoras para llegar a ellos sin hacer ruido. Una "conversación" sutil se anudaba entre el cazador y su presa en una trama simbólica donde ambos se encontraban relacionados entre sí. Otras comunidades del Gran Norte colocan asimismo al sonido en el cen� �ro de sus cosmogonía�, apelando a la evocación de la audición del mun do antes que a la visión del mundo. Los saami, por ejemplo, poseen la tradición de1JotR (Beach, 1 988), una descripción cantada de la tierra y de sus habitantes. Son evocaciones de los animales, de los pájaros, del 20
viento o del paisaje. Pero no son solo cánticos; son celebraciones del estrecho vínculo que une a los hombres con el mundo bajo todas sus formas. ElJot� no es en absoluto una palabra encerrada en la repetición de los orígenes, sino un entorno abierto, donde aparecen nuevas formas según las circunstancias y son mimadas a través de un puñado de pa labras o, a veces, simplemente de sonidos. Para los saami, el mundo no solo se da a través de la vista, sino también mediante los sonidos. Los sentidos como pensamiento del mundo ---1>
La condición humana es corporal. El mundo sólo se da bajo la forma de lo sensible. En el espíritu no existe nada que antes no haya estado en los sentidos. "Mi cuerpo tiene la misma carne que la del mundo", dice Mer leau-Ponty (1964, 153 ) . Las percepciones sensoriales arrojan físicamen te al hombre al mundo y, de ese modo, al seno de un mundo de significados; no lo limitan, lo suscitan. En un pasaje de Aurora, Nietzs che imagina que "ciertos órganos podrían ser transformados de tal modo que percibieran sistemas solares enteros, contraídos y conglomerados en sí mismos, como una célula única; y, para los seres conformados de manera inversa, una célula del cuerpo humano podría presentarse como un sistema solar, con su movimiento, su estructura, su armonía". Más adel ante, observa que el hombre mantiene con su cuerpo una rel ación
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comparable a la de la araña con su tela. "Mi ojo -escribe-, ya sea agudo o pobre, no ve más allá de un cierto espacio y en ese espacio veo y actúo, esa línea de horizonte es mi destino más cercano, sea grande o pequeño, · al que no puedo escapar. En torno a cada ser se extiende así un círculo concéntrico que tiene un centro que le es propio. Del mismo modo, el oído . nos encierra en un pequeño espacio. Lo mismo sucede con el tacto. Según esos horizontes donde nuestros sentidos nos encierran a cada uno de· nosotros como dentro de los muros de una prisión, decimos que esto está cercano y aquello lejano, que esto es grande y aquello pequeño, que esto es duro y aquello blando".1 Nietzsche describe el encierro del hombre en el seno de los límites de su cuerpo y su dependencia con respecto al mismo en materia de conocimiento. Pero, de modo simultáneo, la carne es la vía de apertura al mundo. Al , experimentarse a sí mismo, el individuo también experimenta el acon, tecimiento del mundo. Sentir es a la vez desplegarse como sujeto y acoger la profusión del exterior. Pero la complexión física no es más que un elemento de funcionamiento de los sentidos. El primer límite es me nos la carne en sí misma que lo que la cultura hace con ella. No es tanto .r
1 F. Nietzsche, A111vre, Gall i mard. París , 1970, págs. 128-129 [Aurora:pensamie11tos sobre los prejuicios morales, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000).
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,el cuerpo el que se interpone entre el hombre y el mundo, sino un , úniverso simbólico. La biología se borra ante lo que la cultura le ; presta como aptitud. Si el cuerpo y los sentidos son los mediadores ¡de nuestra relación con el mundo, solo lo son a través de lo simbólico . que los atraviesa. :: una cierta complejidad de los sentidos, una manera de sentir el mundo ) que cada uno matiza con su estilo personal. Nuestras sociedades occidentales valorizan desde hace mucho el oído y la vista, pero otorgándoles un valor a veces diferente y dotando poco a poco a la vista de una superioridad que estalla en el mundo contemporáneo. Las tradiciones judía y cristiana confieren a la audición una eminen cia que marcará los siglos de la historia occidental, aunque sin por ello denigrar la vista, que permanece en el mismo nivel de valor (Chalier, 1995) . En el judaísmo, la plegaria cotidiana Ch ema Israel traduce esa p os�ur� que acompaña la existencia entera, puesto que el deseo de un Judío piadoso consiste en morir pronunciando esas palabras por última vez. "Escucha Israel: Yavé, nuestro Dios, es el único Yavé. Amarás a Yavé, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma y con toda tu fuerza. Que estas palabras que te dicto hoy permanezcan en tu corazón. Las repetirás a tus hijos, se las dirás tanto sentado en tu casa como caminando por el camino, tanto acostado como de pie" (Deuteron omio, 6 , 4-9).
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También la educación consiste en una escuch�. "Cuando u n sabio del Talmud quiere atraer la atención sobre una reflexión o incluso destacar una dificultad, dice: «E scucha a partir de ahí» (clzema mina), y cuando el discípulo no comprende, responde: «No escuché»" ( Chalier, 1995, 1 1 ) . Incluso l a l u z no es más que un medio para alcanzar u na realidad que se dirige ante todo al oído atento del hombre . La creación del mundo es u n acto de palabras, y l a existencia j udía es una escucha de la pal abra revelada. Dios habla y su palabra no dej a de estar viva p ara quienes creen en ella. Ll ama a los elementos y a los vivos a l a existencia. Y se revel a esenci almente mediante s u pal abra. Delega en el hombre el pri vilegio de d arles nombre a los animales. Agu zar el oíd o es una n eces i d a d
de la fe y del diálogo con Dios . �1 sonido es siempre u n camino de la interioridad, puesto que hace ingresar en sí una enseñanza proveniente de afuera y pone fuera de sí los estados mentales experi mentados . " ¡ Escuchad !", ordena Dios por i ntermedio de los profetas. Todo a lo l argo de la Biblia se desgranan relatos edificantes, observaciones , prohibicio nes, alabanzas, plegarias, una pal abra que hace s u camino desde Dios hasta el hombre , a Salomón , demandando la sensatez, que busca su oído . El Nuevo Testamento acentúa a u n m á s l a pal abra de Dios como ense fi.anza, prestándole l a voz de Jesús, cuyos hechos y gestos , las más ínfimas palabras, son retranscri ptas por los discípulos . Fides ex auditu, "la fe viene a través de la escucha", dice Pablo (Romanos, 1 0 - 1 7 ) . Por el camino de Damas , al escuchar la p alabra de Dios , Pablo resulta fu lminado y pierde la vista. La metamorfosis toca su propio ser; ya no verá el mundo de l a misma manera . También la vista res ulta esencial desde el comienzo. Al crear l a l u z , Dios la entroni za como otra relación privilegiada con e l mundo. ''Y l a envuelve, la s ustenta, l a cuida como a l a niña de s u s oj os", dice el Deuteronom io (XXX I I , 1 0 ) . Vari as pal abras inaugurales de Dios a Abraham solicitan la vista: "Al za tus oj os y mira desde el lugar donde estás haci a el norte y el mediodía, el oriente y el poniente . Pues bien , toda l a tierra que ves te l a d aré a ti y a tu descendenci a por siempre ( Génes1:c;, 1 3 - 1 4 ) . Abrir los ojos significa nacer al mundo. Platón hace de la vista el sentido noble por excelencia . E n el Timeo, escribe notoriamen te que "la vista ha sido creada para ser, en nuestro beneficio, la mayor causa de utilidad ; en efecto, entre los discursos que formulamos sobre el universo, ninguno de ellos habría podido ser pronunciado si no hu biéramos visto ni los astros , ni el sol , ni el cielo . Pero en el estado actual de las cosas, es la visión del día, de l a noche, de los meses y de l a sucesión regular de los años , es el espectáculo de los equinoccios y de los solsticios quienes han llevado a la invención del número, son los que han proporcionado el conocimiento del tiempo y han permitido emprender i nvestigaciones sobre la naturaleza del universo. De ahí hemos extraído la práctica de la filosofía, el beneficio más i mportante que j amás haya 32
sido ofrecido y que nunca será ofrecido a la raza mortal , u n beneficio que proviene de los dioses ( Pl atón, 1 996, 143 ) . E n L a Repúhlt'ca, e l distanciamiento d e l filósofo de l a sensorialidad ordinaria y su ascenso al mundo de las Ideas se realiza baj o la égida de lo visual y no de la audición . El filósofo "ve y contempla" al sol . La vista es más propici a que el oído para traducir l a eternidad de la verdad . El oído se halla demasiado envuelto por la perduración como para tener validez, mientras que la vista metaforiza la contemplación , el tiempo suspendido. Para Aristóteles, más cercano de lo sensible de la vida cotidiana, la vista es igualmente el sentido privilegiado: "Todos los hom bres desean naturalmente saber; lo que lo muestra es el placer causado por las sensaciones, pues , fuera incluso de su utilidad, ellas nos gustan por sí mismas, y más que cualesquiera otras , las sensaciones vis uales . E n efecto, no solo para actuar, sino incluso cuando no nos proponemos acción alguna, preferimos, por así decirlo, la vista a todo lo demás . La causa radica en que l a vista es , entre todos nuestros sentidos , l a que nos hace adquirir el mayor de los conocimientos y nos descubre una multitud de diferencias" (Aristóteles, 1 986, 2). E l privilegio de l a vista prosigue su camino al cabo d e los siglos, pero afecta más bien a los clérigos que a los hombres o a las muj eres comunes, inmersos en u n mundo rural donde el oído (y el rumor) resulta esencial . Los historiadores L . Febvre ( 1 96 8 ) y R. Mandrou ( 1 9 74) establece n , para e l siglo xv 1 , u n a cartografía d e la cultura sensorial d e la época de Rabelais . Aquellos hombres del Renacimiento mantenían una rel ación estrecha con el mundo, al que apresaban con la totalidad de sus sentidos , sin privilegiar la mirada. "Somos seres de invernadero -dice L. Febvre-; ellos eran de aire libre . Hombres cercanos a la tierra y a la vida rura l . Hombres q u e , en s u s propi a s ci udades, reencontraban el campo, sus animales, sus pl antas , s u s olores , sus ruidos. Hombres de aire libre , que miraban , pero que sobre todo olía n , ol fateaban , escuchaban , palpaba n , aspiraban la naturaleza mediante todos sus sentidos" ( 1 968, 394 ) . Para Mandrou o para Febvre , la vista no se encontraba despegada de los demás senti dos como un ej e privilegiado de la rel ación con el mundo. Resultaba secundari a . La audición estaba primero . Eran seres auditi vos . Sobre todo a causa del es tatuto de la pal abra de D ios , autori dad suprem a a l a que se la escuchaba. La música desempeüaba un rol soci a l importante. Seüala Febvre que, e n Le Tiers Livre, Rabelais describe una tem pestad con intensidad, con palabras sugestivas que j uegan con su sonoridad , pero sin el menor detalle de color. R. Mandrou, alumno de L. Febvre , compru eba a su vez que los es cri tores del siglo no evocan a los personaj es tal como se ofrecen a la mirad a , sino a través de lo que se decía en las anécdotas o los rumores que sobre ellos circulaban . La poesía , la literatura , testi monian abun dantemente los aspectos salientes de los sonidos , los olores, los gustos , 33
del contacto y de la vista. "El gusto, el tacto , el oj o, la orej a , la nariz/ sin los cuales el nuestro sería un cuerpo de mármol", escribe Ronsard . Ninguna excl usividad destaca a la vista . La belleza no es aún el sitio de una contemplación que reclamará exclusivamente a la mirada , sino una celebración sensorial en la que el olfato y el oído son los primeros hués pedes. Así, Ronsard : "A menudo siento en la boca/susurrar el suspiro de su aliento [ . . . l Haciendo resonar el alma que se mece/ En los labios donde ella te espera/ Boca plena de amomo/Que me engendra con su háli to/Un prado florido en cada lugar/Donde se esparce tu fragante perfume". Febvre y Mandrou multiplican los ejemplos de una sensorialidad que se ha vuelto aj ena al hombre contemporáneo. Paracelso le reclama a la medicina que se someta a los rigores de la observación, pero son metáforas olfativas o acústicas las que surgen de su pluma y le reclama al médico que "discierna el olor del objeto estudiado" ( 1968, 398). Febvre o Mandrou ceden sin duda ante un j uicio de valor al señalar un retraso de la vista en el siglo XVI sin percibir las si ngularidades de l as acciones de la vida corriente, al hacer de la mirada moderna el patrón de las visiones del mundo. Sin saberlo, L. Febvre opera un etnocentris mo al desconocer l as m�dalidades y los significados particulares de la !!lirada del siglo xv1 1 y al conceder legitimidad solo a una mirada que poco ·a poco se va im pregnando con valores científicos y racionales más tar díos. Existen múlti ples empleos de los sentidos y de las configuraciones sensoriales según las sociedades : "Pues bien , la cultura europea no esperó al siglo xv 1 1 para acordar un lugar central a la mirada -escribe C . Havelange-; s e encuentra allí, sin ninguna duda, una de las constantes .-de l a civi lización occidental . La difusión de la imprenta a partir del siglo XVI, los descubrimientos ópticos a comienzos del siglo XVII o incluso el advenimiento de los modernos procedimientos de observación científica, por ej emplo, inducen e indican al mismo tiempo, mucho más que una simple valorización de la mirada, una transformación de las maneras de ver y pensar l a mirada" (Havelange, 1 998, 1 1 ) . Durante mucho tiempo e l modelo visual d e los tiempos modernos fu e e l que s e puso a punto en e l quattrocento mediante la pers pectiva, una manera de captar lo real a través de un dispositivo de simulación que parece duplicarlo. La perspectiva representa el espacio en tres dimen siones de lo real sobre una superficie de dos dimensiones y exige un modelo geométrico. La tela es percibida como una ventana al mundo o como un espej o plano. El cuadro en perspectiva no reprod uce la imagen reti niana suscitada por el objeto; es una institución del espacio y no de l a vis la ( Edgerton, 1 99 1 ) . De hecho, es una puesta en escena. El obj eto es traducido en términos geométricos . La racionalidad cartesi ana le agregará más adel ante su legitimidad, puesto que para Descartes las imágenes reti nianas se encuentran necesariamente en el es píritu, lo que aj usta con l a idea de una "naturaleza" de la visión que Brunelleschi 34
había puesto en marcha y que Alberti había teorizado . Lógica de la mirada antes que del golpe de vista, que suspende el tiempo y desencar na a los hombres (Bryson, 1983 ) . Un s uj eto soberano se acoda a la ven tana y fij a el mundo segú n su punto de vista. "En el teatro del mundo (la escenografia d�sempeña su rol en la invención ), el hombre le arrebata el primer lugar a Dios [ . . . ] . Esa subj etivación de la mirada también tiene, incuestionablemente, su precio: la reducción de lo real a lo percibido" (Debray, 1 99 2 , 324). Se trata también de la suspensión del deseo y del encuentro -agrega M. Jay- en un diagrama de la mirada que pone a distanci a la desnudez de la mujer o del hombre mientras la reifica. "Es preciso aguardar los desnudos provocadores de D l o s 5c n t i dos. n i a las orej as, n i a l a n a ri z . 1 1 1 a l a h m . : a . s i n o a l s e n t i d o a m e n a za d o ; c i t� r rn los oj o s , a p rl' ta n d o con fu e r za l o :o; parpndo:-;, q u e de pronto l o
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Este cambio de importanci a de la vista, su creciente repercusión social y el refl uj o de los otros sentidos, como el del olfato, el tacto y en parte del oídq, no solo traduce l a transforma.ción de l a relación con lo visible a través de l a inquietud de la observación ; acompaña asimismo la transformación del estatuto del sujeto en sociedades donde el indivi dualismo se encuentra en estado naciente . La preocupación por el re trato surge lentamente a partir del quattroc ento y alimenta una inquie tud por el parecido y por l a celebración de los notables que rompe con los siglos anteriores, dedicados a no disti nguir entre los personajes, sino atentos a su sola existencia en la historia santa o en la de la Iglesia. En l a segu nda edición de sus Vt'te dei piit eccelenti pittori, scultori e architettori ( 1 5 6 8 ), Vasari abre cada una de las biografías con un re trato, preferentemente con un autorretrato. Y en el prefacio expresa su inquietud por la exactitud de los grabados con los rasgos de los hombres reales. La individualidad del hombre -en el sentido moderno del término- emerge lentamente . El parecido del retrato con el modelo es contemporáneo con una metamorfosis de l a mirada y del progresivo auge de un individualismo aún balbuceante en la época. Los retratistas manifiestan la inquietud por captar la singularidad de los hombres o l as muj eres que pintan y esta vol untad implica que el rostro haga de ellos individuos tributarios de un nombre y de una histori a únicas ( Le Breton, 2003, 32 y ss . ) . El "nosotros , los demás'', particularmente en los medios sociales privilegiados , len tamente se convierte en u n "yo" . Al convertirse a partir de entonces m ás bien en un sentido de la distanci a, la vista cobra importancia en detrimento de los sentidos de la proximidad, como el olor, el tacto o el oído. E l progresivo alej amiento del otro a través del nue vo estatuto del suj eto como individuo modifica asimismo el estatuto de los sentidos . Resulta, pues, difícil hablar de una "pos tergación de la vista" en el caso de los contemporáneos de Rabelais sin manifestar u n j uicio arbi tra rio. ¿Postergación en relación con qué patrón de medida? Ya se trate de la imprenta, de la perspectiva, de la investigación an atómica, médica, óptica, "los oj os todo lo conducen", dice Rabelais en el Tiers Livre. E n el Dioptrique, Descartes planteaba la autoridad de la vista con res pecto a los de más sentidos : "Toda la conducta de nuestra vida depende de nues tros sen tidos , entre los cuales el de l a vista es el más universal y el más no ble . No existe duda alguna de que los inventos que sirven para aum e ntar su poder están entre los más útiles que puedan existir". El mi crosco pio, el telescopio le dan la razón al ampliar hasta el infi nito el regi stro de lo visual y al conferir a la vista una soberanía que ampli arán
dev u elven a otro lado; sin sentirse lo suficientemente tranquili zado, posa sobre e l l os una
Y otra mano, a modo de protección contra lo que l o inqu ieta" ( pág. 88 ) .
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aun más, al cabo del tiempo, la fotografia, los rayos X y las imágenes médicas que les seguirán, el cine, la televisión, la pantalla i nformática, etc . Para Kant, "el SE;!ntido de la vista, aunque no sea más importante que el del oído, es sin embargo el más noble: pues, en todos los sentidos, es el que más se alej a del tacto, que consti tuye la condición más limitada de las percepciones" ( Kant, 1993, 90). En su Estética, Hegel recha � a el tacto, el olfato o el gusto como inaptos para basar una obra de arte. Esta, al existir del lado de lo espiritual , de la contemplación , se alej a de los sentidos más animales del hombre para apuntar a la vista y al oído. Valorizada en el plano filosófico, cada vez más en el centro de las activi dades sociales e intelectuales , la vista experi menta u n a ampl i a ción creciente de su poder. En el siglo XIX, su pri macía sobre los demás sentidos en términos de civilización y de conoci miento es un lugar común de la antropología fisica de la época, así como de l a filosofia o de otras cienci as. La medici na, por ej emplo, más all á de la clínica, de la que, como se s abe, confiere una legi timidad fu ndamental a lo visible a través de la apertura de los cuerpos y del examen comparado de las patologías , se exalta por impulsar cada vez más lejos el imperio de lo que se ve. En el artículo "Observación" del Dictionnaire usuel des sc ienc es médica/es, Dechambre se exalta: "No existe diagnóstico exacto de las enfermedades de la lari nge sin el laringoscopio, de las enfermedades profundas de la vista sin el oftalmoscopio, de las enfermedades del pecho sin el estetos copio, de las enfermedades del ú tero sin el espéculum, de las vari aciones del pulso sin el tensiómetro y de las variaciones de la temperatura del cuerpo sin el trazado de curvas y sin el termómetro" (en Dias, 2004, 1 70 ) . Esta ampliación d e las capacidades sensori ales del médico e s sobre todo visual , pese a que algunas sean más bien auditivas (est e toscopio). El microscopio revol uciona la investigación al hacer accesible lo infinita mente pequeño a la vista. A fines de siglo, los rayos X penetran l a pantalla d e la piel y al cabo del siglo xx e l arsenal de imágenes médicas hurgará por todos los ri ncones del cuerpo, de modo de hacerlos accesi bles a la vista. El estudio cada vez más afinado del cuerpo desemboca al cabo del tiempo en las técnicas contemporáneas de los diagnósticos médicos por imágenes. Poco a p o c o la medicina fue desprendiéndose de la antigu a práctica de l a olfacción de las emanaciones del enfermo o de experimen tar el sabor de s u orina. Tomar el pulso pierde su importancia . La elaboración del diagnóstico se establece a partir de entonces sobre el zócalo de lo visual , en el rel ativo olvido de los demás sentidos . Pero no se trata de cualquier mirada la que ha sido así refinada por la tecnología ; es una mirada estandari zada, racionalizada, calibrada para una bús queda de indicios a través, j ustamente, de una "visión del mundo" muy precisa. "La vista no basta, pero sin ella no es posible ninguna técnica [. . . 1 . La vista del hombre compromete la técnica [ . . . 1 . C ualquier técnica está 38
basada en l a visualización e implica a l a visuali zación" (Ellul, 198 1 , 1 5 ) . El domi nio d e l mundo que implica la técnica solicita previamente u n dominio d e l mundo mediante l a mirada . La preponderancia de l a vista con respecto a los demás sentidos no solo impregna a la técnica, .sino asimismo a las relaciones sociales . Ya a comienzos de siglo, G. Simmel señalaba que "los modernos medios de comunicación le ofrecen sólo al sentido de la vista l a mayor parte de to das las relaciones sensoriales que se producen de hombre a hombre, y esto en proporción siempre creciente, lo que debe cambiar por completo la base de las sensaciones sociológicas generales" ( Simmel , 230). La ciudad es una dis posición de lo visual y u n a proli feración de lo visible. E n ella, l a mirada es un sentido hegemónico para cualquier desplaza miento . La penetración de la vista no dej a de irse acentuando. El estatuto actual de la imagen lo revela . J. Ellul recuerda que hasta la década de 1 960 era la simple ilustración de un texto, el discurso era lo dominante y la imagen se limitaba a servirlo ( 1 98 1 , 1 3 0 ) . En la década de 1960 germin a la idea de que "una imagen vale por mil pal abras". "La era de la i nformación se encarna en la vista", dice l . Illich ( 2004, 196). Vemos menos al mundo con nuestros propios ojos que mediante las innumera bles imágenes que dan cuenta de él a través de las pantallas de toda clase: televi sión, cine, computadora o fotocopias . Las sociedades occi dentales reducen el mundo a imágenes , haciendo de los medios masivos de comu nicación el pri ncipal vector de la vida cotidi ana. "Allí donde el mundo real se trastrueca en simples i mágenes, las simples i mágenes se convierten en seres reales y en l as motivaciones eficientes para u n com portamiento hi pnótico. El espectáculo, como tendenci a a hacer ver por diferentes mediaciones especializadas el mundo que ya no es directa mente asible, encuentra normalmente en l a vista al sentido humano privilegi ado que en otras épocas fue el tacto; el sentido más abstracto, y el más mistificable, corresponde a la abstracción generalizada de l a sociedad actual" ( Debord, 1 992 , 9 ) . Las imágenes avanzan sobre lo real y suscitan la temible cuestión de lo origi n al . Incl uso si son manipuladas incesantemente para servir a fines interesados . Manipulación de imágenes, ángulos de l a toma o del disparo, epígrafes que las acompa ñan o técnicas múltiples que desembocan en u n producto final . Las imágenes n o son más que versiones d e l o real , pero l a creencia en su verdad intrínseca es tal que las guerras o los acontecimientos po líticos se realizan a partir de ahora a fuerza de imágenes que orientan fácil mente a una opinión a engañarse, incluso a la más "despierta". El scamzing y el zapping son los dos procedimientos de la mirada en el mundo de las imágenes . Estas dos operaciones ya eran inherentes a la mirada; hoy en día son procedimientos indispens ables para no empan tanarse en el sofocamiento de lo que se ve. E l espectáculo que perm anen39
temente nos rodea y que orienta nuestra mirada no s atrapa con la fasci nación de la mercadería. "Para no enceguecernos [ . . . ) , para liberar se de la pantanosa tiranía de lo visible -dice J. L. Marion-, hay que orar, hay que ir a l avarse a l a fuente de Siloé . A l a fuente del enviado, que solo fue enviado para eso, para entregarnos la vista de lo visible" ( Marion, 1 99 1 , 64) . Solo lo visible otorga la legitimidad de existir en nuestras sociedades , lo visible revisado y corregido baj o l a forma del look, de la imagen de sí mismo. Las imágenes remiten unas a otras, economizando el mundo y remitiéndolo a su desuso. La copia sobresale con respecto al ori ginal , que solo tiene el valor que le otorga la copi a . "A partir de ahora , el mapa precede al territorio -d ice Jean Baudrill ard ( 1 98 1 , 1 0 )-, pre cesión de simul acros". Lo real es una prod ucción de imágenes, "no es m á s q u e operacional . De hecho, y a no existe lo real , pues ningún imagin ario lo envuelve. Existe lo hiperreal , prod ucto de síntesis, que i rradia modelos combinatorios a un hiperespacio sin atmósfera" ( 1 1 ) . La copia es l a j ustificación del origen . Las técnicas de vigilancia mediante cámaras entran en los detalles de la imagen expuesta, instauran una vista su perlativa que excede la simple mirada gracias a una serie de dispositivos tecnológicos que permiten acercar o ampliar el ángulo de la toma. En la actualidad esas cámaras se encuentran por todas partes, no solo en los satélites, sino en los aeropuertos , en los puntos estratégicos de las ciudades , en los co mercios, en las estaciones, en las ru tas, en los cruces viales, en los si -tios
de servicios , en los bancos , etc . Los teléfonos cel ulares contienen aparatos fotográficos o cámaras , las webcams, o, en otro plano, las emisiones de la telerrealidad asestan sus cámaras sobre acontecimien tos de l a vida cotidiana. "Nuestra sociedad no es la del espectáculo, sino la de l a vigilancia -dice Fouca ult- [ . . . ] . No estamos ni en la tribuna ni en el escenario, sino en l a máquina panóptica" ( Foucault, 1 9 7 5 , 2 1 8-9 ) . Espectáculo y vigil anci a no s o n contradictorios , tal como Foucault pa rece s ugerirlo en cierta reflexión que data de l a década del '70; en el mundo contemporáneo en particular, uno y otra conj ugan sus efectos para producir una mirada permanente , un formidable desplazamiento de lo privado hacia lo público . Nuestras sociedades conocen una hiper trofia de la m irada. El privilegi o acord ado a l a vista en detrimento de los demás sentidos a veces induce a una interpretación errónea de la cultura de los demás o bien a la desviación de las intenciones ori ginales. Así, las pinturas de arena de los indios navajos, que remiten en lo esencial a elementos del tacto y del movimiento del mundo, son percibidas por los occidentales como un universo fij o y visual . Suscitan interés por s u belleza formal y son coleccionadas o fotografiadas por ese motivo . Sin embargo, para los navajos esas pinturas están destinadas a ser transportadas sobre el cuerpo de los pacientes y no para ser eternizadas en la contemplación . 40
Son efím eras y están destinadas sobre todo a su percepción tácti l , son u n m edio de com unicación entre e l mundo y l o s hombres ( Howes, Classen, 199 1 , 264-5 ) . Una terapéutica multi sensorial queda así concentrada en el solo regis tro de la vista . En efecto, en la tradición de los navajos un enfermo es alguien que ha perdido la armonía del mundo, el hozho, cuya traducción i mplica si multá nea mente l a salud y la belleza. El enfermo se ha apartado del cami no de orden y belleza que condiciona la vida de los n avajos. La cura es la recon quista de un lugar fel i z en el universo, una puesta de acuerdo con el mun do, de reencuentro con el hozho. El enfermo debe recu perar la paz i nterior . Cuando una persona pierde su l ugar en su universo, se enc uentra desorientada o físicamente mal y solicita u n di agnosticador que indi que la ceremonia necesaria para su res tablecimiento. Se elige una vía según l a naturaleza de las perturbaciones : sufrimientos perso nales, conflictos familiares o de grupos , etc. Por otra parte , algunas de ellas solo se deben a afecciones orgánicas; miembros rotos , parálisi s , visión o audición defectuosas , etc. Cada u n a de ellas tiene a su "especia lista", el que por lo general conoce sólo sobre la suya , pues la misma exige una intensa memori zación para su ej ecución: melopeas, oraciones , pin turas, etc. La ceremonia tiene l ugar en u n hogan , una cabaña construida con postes de madera . Asisten los más cercanos al enfermo, que se sientan en el suelo, y también ellos logran algún beneficio de la ceremonia . La misma dura varios días . Antes de comenzar, el curandero consagra los lugares aplicando sobre las vigas del techo pizcas de polen de maíz, blanco para el hombre, amarillo si se trata de una muj er. Varios mo mentos pautan el decurso de la ceremonia: la purificación consiste en la apli cación de manojos de hierbas o de pl umas en diferentes partes del cuerpo, se le hace beber al paciente infusiones que lo llevan a vomitar copiosamente, es sometido a baños de vapor en una choza cercana al hogan . Se le aplican u ngüentos . Inhala el humo proveniente de hierbas a rroj adas sobre un fogón. El curandero y los asistentes entonan melo pea s . Es preciso limpiar el cuerpo de sus suciedades , prepararlo p ara el re nacimie nto. Una vez lavado, el enfermo es masajeado con los maderos que sirv en para la oración, sobre todo en las zonas del cuerpo que fla que an. Es faj ado con ramas de yuca. Los cantos sagrados se orientan a atra er a los dioses . Hataali, cantor, es el nombre que los navajos dan a sus curan deros tradicionales. Los cánticos que ellos conocen, asociados a una vía, entrañan un poder, no un comentario sobre los acontecimientos : so n aco nte cimientos en sí mismos y agregan su impacto al conj unto de la ceremo nia. E n bastonci tos de cañas se ofrecen regalos destinados a los dio s es y se los sella con polen . . Lu ego llega el momento del restablecimiento, cuando intervienen las Pi n tur as con arena (o a veces con harina de maíz, carbones y pétalos de 41
flores dispuestos sobre una piel de gamo (Dandner, 1996, 88)) reali zadas por los curanderos y los asistentes a la ceremoni a con polvos vegetales de color, que surgen de la cosmología de los navajos. Representan escenas coloreadas, con una serie de personajes, segú n el ritmo cuater nario con que los navajos ven el mundo: las cuatro orientaciones car dinales, los cuatro momentos del día, los cuatro colores ( blanco, azul, ocre , negro) , las cuatro montañas sagradas que delimitan el territorio, las cuatro plantas sagradas ( maíz, habichuela, calabaza, tabaco). C ad a obj eto posee su lugar en u n a cosmología donde todo está vincul ado. Esas pinturas se realizan sobre una alfombra de arena blanca extendida sobre el piso del hogan . "El conj u nto es azul , halaga l a mirada, lo que es el pri mer objetivo de dicha pintura: seducir, atraer a esos Seres aun lej anos, seducirlos lo suficiente como para que tengan ganas de acercar se al pueblo de la tierra , al mundo de los hombres, para que "baj en" al hogan . Más que nada, resultan sensibles a la fi nura, a la elegancia, a la coloración de la obra, puesto que ellos mismos la han i niciado" (Cross man, Barou , 2005, 1 76 ) . Antes de que salga el sol , el enfermo, desnudo hasta la cintura, s e sienta en el centro de la pintura . El curandero hunde l a s manos en un reci piente lleno con una poción de hierba-medicina. É stas son distintas de las hierbas medicinales: se las recoge con particulares precauciones, con oraciones i nteriores; no son solo plantas , sino palancas simbólicas para actuar sobre el mundo. El curandero aplica las manos sobre las figuras dibuj adas con los polvos coloreados sobre la arena, sus huellas se le adhieren y entonces las lleva a la piel del enfermo. Transfiere el poder de la pintura al ser del enfermo. É ste lo toma de la mano y recupera la serenidad de su camino en el hozho. Esas pinturas efimeras , y l o s personajes q u e en ellas se mueven , s o n los sitios de contacto c o n los dioses . Si estos últimos quedan satisfechos con las pinturas, adoptan la forma de asistentes del hombre-medicina, cubiertos con su máscara específica. Cada ceremonia requiere una decena de pinturas. Las mismas están destinadas a desaparecer, están consagradas a cuidar a un enfermo, restableciéndole el gustn por vivir y la belleza del mundo. No deben permanecer sobre el piso del hogan después de la puesta del sol . J. Faris escribe al respecto que la ceremonia "consiste en apelar a réplicas mi nuciosas -a copias- de ese orden y de esa belleza en forma de cánticos , de oraciones, de pinturas sobre la arena, sin nunca apartarse de u n espíritu de profunda piedad . El menor error, la menor falta a e s e rigor comprometerá la curación [ . . . ) . Res ulta i ncorrecto decir que l as pinturas sobre la arena son "destruidas" al cabo de la j ornada que asistió a su realización . Son aplicadas y consumidas, su belleza y su orden son absorbidos por los cuerpos y las almas de quienes buscan la curación"!; i ; J . Fari s , "La santé navajo aux mains de I'Occident", en Crossman, Ba.rou ( 1996 ). Me 42
Luego el enfermo queda aisl ado durante cuatro días, con la arena de las pinturas esparcida sobre sus mocasines . Medita para reencontrar su lugar en el equilibrio del mundo. La belleza de los dibujos suscitó en los observadores el deseo de conservarlos y exponerlos , desconociendo la trama simbólica de los ritos de curación y volcándose solo hacia la mirada de pinturas desti nadas inicialmente a lo táctil , pero también animados por los cánticos sagra dos que acompañan la ceremonia . En 1995, los curanderos tradicionales navajos se rebel aron contra esas pretensiones que desfiguraban su saber. Visitaron los museos norteameri canos de su región para exi gir el retiro de las pinturas de curación de las salas de exposición y su restitución al pueblo navajo, así como los enseres de los antiguos cu randeros . Los navajos no soportaban ya ver sus pinturas sagradas en las p aredes de los museos . Sin embargo, en su tiempo, dos curanderos de renombre, Hosteen Klah, a comienzos del siglo xx, y Fred Stevens , más adelante, habían transformado las pinturas efímeras en vastos tapices , desplazando un edifico ético en u n motivo estético. Franc J. Newcomb, una estadouni dense cuyo marido era un comerciante instalado en l a reserva, llegaría a apasionarse con esos motivos y a reproducirlos a su vez sobre papeles de embalaje, luego a l a acuarel a, como una especie de memoria de las ceremonias . Por s u parte, F . Stevens había encontrado una técnica de fij ación de modo que las pinturas se adhirieran a un soporte. En 1946 esa opción provenía de la necesidad que experimentaba de preservar la me moria navaj o de los ritos de curación , ya que temía que desaparecieran por falta de curanderos . Pero l as obras elaboradas por Hosteen Klah o Fred Stevens no eran por completo pinturas de las ceremonias. É stas no podían reali zarse sin razón, sin que un enfermo estuviera presente; de lo contrario, el poder puesto en movimiento giraba en el vacío. Mediante errores ínfimos, transformaciones en los colores , desplazamientos de obj etos o de perso najes, su poder era deliberadamente desafectado , de modo que solo tuvieran sentido para su composición estética. Por lo tanto, los dioses no podían engañarse; se trataba más bien de educar a los profanos . Nin guna pintura estaba bendecida con el polen, como era usual en los ritos de curación. La neutralización de su fuerza simbólica era el precio que se p agaba por su ingreso a un mundo de pura contemplación que, a j uicio de los navajos, ya no tenía por entero el mismo sentido. Esas obras eran de alguna manera falsas, pese a que su belleza maravillara a l os estadounidense. Se trataba de un formidable malentendido que oponía a poyé asimismo en los diferentes textos que integran ese volumen , en tre ellos los de S. C rossman y J . - P . Barou. Véase asimismo sobre esa ceremonia: Newcomb ( 1 992), Sand n er ( 1996), C rossma n , Barou ( 200 5).
una visión occidental del mundo a lo que sería preciso denomi nar l a sensorialidad d e l mundo navaj o . C o n otro malentendido, e l q u e hacía ingres ar a lo inm utable un arte provi sorio, que valía como remedio para la restitución de un enfermo al mundo. Pero toda museografía es ins talar en la mirada lo que responde la mayor parte del tiempo al poder de un obj eto, j amás reductible a su sola aparienci a y a la sola visión. Por su propi o dispositivo, es reducción a la vista a través de la licencia que se otorga a su dimensión simbólica, necesariamente viva e inscripta en una experienci a com ú n . Sinestesia
En la vida corriente no sumamos nuestras percepciones en una especie de síntesis permanente; estamos en la experiencia sensible del mundo. A cada momento la existencia solicita la unidad de los sentidos . Las percepciones sensoriales impregnan al individuo manifiestamente; no se asombra al sentir el viento sobre el rostro, al mismo tiempo que ve cómo los árboles se doblegan a su paso. Se baña en el río que tiene ante la vista y siente la frescura luego del calor de lajornada, aspira el perfume de las flores antes de tenderse en el suelo para dormir, mientras que a lo lej os las campanas de una iglesia indican el comienzo de la tarde. Los sentidos concurren en conjunto para hacer que el mundo resulte coherente y habitable. No son ellos quienes descifran al mundo, sino el i ndividuo a través de su sensibilidad y su educación. Las percepciones sensoriales lo ponen en el mundo, pero él es el maestro de la obra. No son sus ojos los que ven, sus orejas las que escuchan o sus manos las que tocan; él está por entero en su presencia en el mundo y los sentidos se mezclan a cada momento en la sensación de existir que experimenta. No se pueden aislar los sentidos para examinarlos uno tras otro a través de una operación de desmantelamiento del sabor del mundo. Los sentidos siempre están presentes en su totalidad . En su Lettre sur les
sourds et les muets a l'usage de ceux qui entendent et quiparlent (Ca1ta sobre los sordosy los mudospara los que oyen y hablan}, Diderot i nventa
una fábula al respecto: "A mi j uicio sería una agradable sociedad l a de cinco personas, cada una de las cuales solo tuvi era uno de los sentidos ; no hay d uda de que todas esas personas se tratarían como si fueran insensatos ; y os dej o que penséis con qué fundamento lo harían [ . . . ] . Por lo demás, hay una observación singular para formular sobre esa socie dad de cinco personas , cada una de las cuales solo es poseedora de uno de los sentid os; es que por la facultad que tendrían para abstraer, todos ellos podrían ser geómetras, entenderse de maravill as, y solo enten derse a través de la geometría" ( Diderot, 1984, 2 3 7 ) . El mundo solo se da a través de l a conj ugación de los sentidos ; al aislar a uno u otro se llega, 44
en efecto, a h acer geometría, aunque no refiriéndonos a la vida corriente . Las percepciones no son una adición de i nformaciones identificables con órganos de los sentidos encerradas rígidamente en sus frontera s . No existen aparatos olfativo, visual, auditivo , táctil o gustativo que prodi guen por separado sus datos , si n o una convergencia entre los sentidos , un encastramiento que solicita su acción com ú n . L a carne e s siempre u n a trama sensorial e n resonanci a. Los estím u los se mezclan y se responden , rebotan los unos en los otros en una corriente sin fin. Lo táctil y lo vi sual , por ej emplo, se alían para la de terminación de los objetos. Lo gustativo no es concebible sin lo vi su a l , lo ol fativo, lo t:ictil y a veces incluso lo auditivo. La u n idad perceptiva del mundo se cristaliza en el cuerpo por entero. "La form a ele los objetos no es el contorno geométrico: mantiene una cierta rel a c i ó n con su propi a naturaleza y habl a a todos nuestros sentidos al mismo tiempo que a l a vista. La forma d el pliegue de un tejido de l i no o algodón nos permite ver la flexibilidad o la sequedad de la fibra, la frialdad o la calidez del tej ido [ . . . ) . Puede verse el peso de un bloque de hierro que se hunde en la arena, l a fluidez del agua , la viscosidad del j arabe [ . . ) . Se ve la rigidez y l a fragilidad d e l vidrio y cuando se rompe con un sonido cri stalino, el sonido es trans portado por el vidrio visible [ . . . ] . Puede verse la el astici dad del acero, l a ductilidad del acero al roj o vivo" (Merleau-Ponty, 1 9 4 5 , 265-266 ) . Incluso cuando la mirada se desvanece , los gri tos del niño que se alej a de la casa lo mantienen visible. Merleau-Ponty subordina el conj unto de la sensori alidad a la vista . Otros lo establecen bajo el reino de lo táctil . La piel es, en efecto, el territorio sensible que reúne en su perímetro el conj u nto de lo s órganos sensori ales sobre e l trasfondo d e una tactilidad que a menudo ha s id o presentada como la desembocadura de los demás sentidos: la vista sería entonces un tacto de la mirada, el gusto una manera para los s abores de tocar las papilas, los olores u n contacto olfativo y e l sonido un tacto d e l oído. L a piel vi ncul a , es un teflón de fondo que reú ne la unidad del individuo. Nuestras experiencias sensori ales son los afluentes que se arroj a n al mismo río que es la sensibilidad de un i ndividuo singular, nunca en reposo, siempre solicitado por la incandescencia del mundo que lo rodea. Si se siente a l a distancia el perfume de un a madreselva que puede verse, si se vibra con una música que nos emociona, es porque el cuerpo no es una sucesión de indicadores sensoria l es bien delimitados , sino una sinergia donde todo se mezcl a . "Cezanne -escribe también Merleau Ponty- decía que un cuadro contiene en sí mismo hasta el olor del paisaj e . Quería decir que la disposición del color sobre la cos a 1 . . . 1 sig nifica por sí misma todas las respuestas que daría a la interrogación de los demás sentidos, que una cosa no tendría ese color si no t uviera esa forma, esas propiedades táctiles, esa sonoridad, ese olor . . . " 0 945, 368 ) . El cuerpo no es un obj eto entre otros en l a i ndiferencia de l a s cosas ; e s .
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el eje que h ace posible al mundo a través de la educación de un hombre i nconcebible sin la carne que forma su existenci a. E stá comprometido en el funcionamiento de cada sentido. El ojo no es una simple proyección visual ni el oído un simple receptor acústico. Los sentidos se corrigen , se relevan, se mezclan, remiten a una memoria, a una experiencia que tom a al hombre en su integridad para dar consistencia al mundo. Aris tóteles evoca así un sensus commwu:r; que opera una especie de síntesis de las informaciones proporcionadas por los otros sentidos . "La percep ción sinestésica es la regla", escribe Merleau-Ponty ( 1 945, 2 6 5 ) . La percepción no es una suma de datos , sino una aprehensión global del mundo que reclama a cada instante al conj unto de los sentidos .
El límite de los sentidos
Las percepciones son difusas , efímeras, inciertas o a veces falsas , pro porcionan una orientación muy relativa sobre las cosas allí donde un saber más metódico exige rigor e n detrimento de las vacilaciones del sentido a las que el mundo está acostumbrado. La ciencia no es el co nocimiento del objeto que toco, veo, huelo, gusto u oigo; la ciencia es purita na, rechaza el cuerpo y mira l as cosas con fri aldad y espíritu geométrico. El conocimiento humano carece, por cierto, de universali dad y rigor, pero sirve humildemente al des arrollo de la vida cotidiana y al sabor del mundo. Les resulta indispensable. No es conocimiento de laboratorio, sino el generado al aire libre . Sin embargo, en la experiencia común, las percepciones sensoriales no son las únicas matrices de la relación con el mundo. E l razonamiento, no el científico sino el de l a ex perienci a , corrige permanentemente las il usiones, que existen más en los escritos de los filósofos orie n tados a estigmatizar lo sensible que en la vida corriente de los hombres. Por otra parte, la razón ha dejado de ser un i nstrumento de l a verdad, no es i nfalible. El aj uste con el mundo implica entonces aunar la percepción con el razonamiento. Existir significa afinar permanentemente los sentidos , desmentirlos a veces, para acercarse l o más posible a la ambigua realidad del mundo. La tarea de los sentidos en l a vida corriente siempre implica u n trabaj o d e l sentido. "Los ojos y l a s orej as de l o s hombres solo s o n falsos testigos si el alma de los hombres no sabe escuchar su lenguaje", ya decía Heráclito. Demócrito opone "el oscuro conocimiento de los sentidos" al "luminoso", surgido del razonamiento. Pl atón inaugura una l arga tradi ción de desprecio de los sentidos y del cuerpo, pálidas pantallas ante l a esencia d e l a s cosas. En el Fedón , dice: " E l alma razona con mayor perfección cuando no la perturban la audición ni la visión, ni dolor ni placer alguno; cuando, por el contrario, se concentra lo más posible en sí misma y manda, alegremente, a pasear al cuerpo". El conocimiento
sensible es fluctuante; nunca sigue siendo el mismo, a la inversa del alma, que "se l anza hacia lo que es puro, lo que es inmortal y siempre parecido a ella misma". 7 A través de los ojos del alma y del pensamiento, el hombre penetra en los arcanos de lo sensible, aparta los colgajos que condenan la realidad del mundo y accede a una inteligencia purificada de lo sensible. Aristóteles se opone a Platón y, al denunciar el carácter abstracto de ese proceso en contra de los sentidos , escribe: "Debemos sostener que to do lo que aparece no es verdadero . Ante todo, admitiendo incluso que la sensación no nos engaña, al menos sobre su propio objeto, sin embargo no se puede identificar la i m agen con la sensación . Luego, nos asi ste e l derecho a sorprendernos con dificultades tales como las magnitudes y los colores, ¿son realmente tales como aparecen desde lejos o tal como aparecen desde cerca? ¿Son realmente tales como se les presentan a los enfermos o como se les aparecen a los hombres que gozan de buena salud? ¿El peso es aquello que parece pesado a los débiles o a los fuertes? ¿La verdad es lo que vemos mientras dormimos o en el estado de vigilia? En efecto, sobre todos estos puntos resulta claro que nuestros adversa rios no creen en lo que dicen. Por lo menos, no existe persona algu n a que, al sofíar una noche que se encuentra en Atenas, mientras se halla en Libia, se ponga en marcha hacia el Odeón" (Aristóteles, 1 99 1 , 2 2 8 ) . Aristóteles se burl a de Platón y d e s u s émulos q u e estigmati zan e l cuerpo y l o s sentidos. Recuerda con razón q u e l a s informaciones propor cionadas por los sentidos dependen de las circunstancias y que éstas no contienen ninguna verdad inmutable. El proceso a los sentidos es , pues, un absurdo, una abstracción , que -destaca Aristóteles con malicia- no les impide vivir l a vida cotidiana sin demasiadas preocupaciones . No hay que confiar en los sentidos sin antes haber sopesado las in formaciones . Si veo un leño roto sobre el agua, no necesari amente lo tomo por tal , y si el sol me parece cercano no trato de extender la mano para tomarlo. Descartes es escéptico con respecto al conocimiento sen sible, al que niega l a facultad de alimentar l a reflexión científica. Comienza de esta manera la Tercera meditación : "Ahora cerraré los ojos , me taparé las orejas, me apartaré de todos mis sentidos, incluso borraré de mi pensamiento todas las imágenes de las cosas corpóreas o, al me nos, porque esto es muy difícil de lograr, las consideraré como vanas y falsas". La parábol a del trozo de cera recuerda la no permanencia de las cosas. E n la vida corriente , la cera adopta varias formas que no molestan a quienes la utilizan; posee una sucesión de verdades según las circuns ta nci as. No es siempre el mismo objeto para los sentidos . Sólo el en te ndimiento -concluye Descartes- enseña la verdad de la cera.8 7 Platón. Phédon , Garnier-Fl a mmarion , París , 1 9 9 1 , págs. 215 y 242 . A Descartes, Méditaticms métaphysiques ( presentadas por Fran�oise Khodoss ), PUF, P a rís , 1970, págs. 4 5 y ss. [Meditaciones ml'ta/lsicas, México, Porrúa, 1 979] . 47
Rechaza el testimonio de los sentidos que hace ver redondeadas a torres alej adas que en realidad son cu adrangulares . Incl uso lo que denomin a "sentidos interiores" engafi.an -dice Descartes e n la Sexta meditación-, a l tomar, desdichadamente, e l ej emplo d e l dolor q u e sienten en un miem bro mutilado las personas que han perdido un brazo o una pierna . Se trata de un error de l a imaginación, sostiene Descartes al concluir que incluso no puede estar seguro "de que me duela alguno de mis miembros, aunque sienta dolor en él". Al ignorar la realidad del dolor en el miembro fantasma, Descartes llega a dudar de los dolores que siente, como si en efecto el cuerpo se equivocara perpetuamente , pese a imponer s u mo lesta presencia al alma . Otra fuente de error es e l ambiguo reparto de sensaciones de la vida real con las que provienen de los sueños que, sin embargo, le dan a quien duerme l a convicción de que son muy reales . "Puesto que la naturaleza parece llevarme a muchas cosas de las que la razón me aparta, no creo que deba confiar mucho en enseñanzas de esa índole", concluye. Descar tes confiere al conocimiento sensible un estatuto subalterno con respec to al entendimiento, pero lo concibe como necesario para la existencia a causa de su utilidad práctica y, pese a todo, también para la fuente de la cienci a , aunque de inmedi ato sea sometido a prueb a . "Pero , ¿cómo podría negar que estas manos y este cuerpo sean míos? Si l o hiciera , q u i z á s me comp arara con esos i n s e n s atos , cuyo cerebro se encu e n tra tan perturbado y ofuscado por los negros va pores d e l a bilis que cons tantemente aseguran que son reyes cuando en reali d ad son muy pobre s , que están vestidos con oro y p ú rpura cuando en real i d a d s e e n c u e n tran d e s n u d o s , o imagi n a n s e r cán taros o t e n e r u n c uerpo d e vidri o . ¿Pero cómo? Son locos , y y o no s ería m e n o s extravagante si siguiera s u s ej emplos" ( 2 7- 2 8 ) . De esta manera, Descartes distingue dos regímenes diferentes de la se nsori alidad que n o se j untan n u n c a : "Pero, s i n embargo, e s preciso prestar atención a l a diferencia q u e existe entre l as acciones de la vida y la búsqueda de l a verdad, l a que t a n tas veces he i nculcado; pues, cuando s e trata d e l a conducta d e l a vi d a , sería algo ridículo no remitirse a l o s sentidos" ( 2 2 7 ) . L a unión del c uerpo y del alma impone a la mediación de los s e n tidos para acceder a l o real y llama al alma a l a correcci ó n . Sólo de ella provi enen tod a s l a s certe z a s . Si b i e n Des cartes expresa s u desprecio p o r los sentidos a los efectos de l a elaboración de un sistema científico digno de ese nombre, olvida otra dimensión del conocimiento sensible, la que alimenta el trabaj o de los artesanos o de los artistas de todo tipo. Nietzsche resume el ra zonami ento que desemboca en la descalificación de los sentidos . "Los sentidos nos engaüa n , la razón corrige sus errores ; por lo tanto, se concl uye que la razón es la vía que lleva a lo permanente; las ideas menos concretas deben ser las más cercanas al "verdadero mundo". La mayoría 48
de las catástrofes provienen de los sentidos, ya que son en gañadores, impostores, destru ctores".!1 De hecho, las percepciones sensoriales no son ni verd aderas ni falsas; nos entre gan el mundo con sus propios medios, dej ando que el individuo las rectifique según sus conocimientos . Trazan una orientación sensi ble, u n mapa que no es en absoluto el territorio, salvo para quien acepte permanentemente confundir Roma con Santiago . En principio, cada uno sabe cómo manej arse en las situaciones de ambigüedad y actuar en consecuencia , desplazándose para ver con mayor claridad, acercándose para aguzar el oído ante un grito casi inaudible, o para extraer del arroyo la rama que parecía quebrada, pero que no lo estab a .
9 F . Nietzsche, La Vo/011/é ele puissa11ce, t.
2, Gallimard , París, 1947 , p ág.
10. 49
2.
DE VER A SABER
Mi entras e s t a b a en l a v e n t a n a e s t a tard e , l o s h a lc o n e s v o l a b a n e n c í rc u l o c e r c a d e m i t e r r e n o rotu r ad o ; l a fa n fa r r i a d e l a s p a l o m a s s i l v e stres , v o l a n d o d e a d o s o t r e s a través d e l c a m po q u e t e n í a ante m i vista, o posándose con l a s alas agitad as en l as ra m a s d e l o s p i n o s d e l norte , d e trás d e m i c a s a , l e d a b a u n a voz a l aire ; u n águ i l a p e s c a d o r a e s t r í a l a l í m p i d a s u p e r fi c i e del e s ta n q u e y extrae u n p e z ; un v i s ó n s e e s c a bu l l e fuera del p a n ta n o , frente a m i
pu erta , y atrapa u n a r a n a cerca d e l b o rd e ; l o s gl a d i o l o s s e i n c l inan b aj o e l p e s o d e l o s p áj aros q u e
revolotean aquí y allá . H . D . Thore a u ,
Walden ou la vie dans les bois
La luz del mundo
Estamos inmersos en l a ilimitada profusión de la vist a. La vista es el sentido más constantemente solicitado en nuestra rel ación con el m �n do. Basta con abrir los oj os . Las relaciones con los demás , los desplaza mientos , la organización de l a vida individual y soci al , todas las ac tividades implican a la vista como una instancia mayor que hace de l a ceguera una anomalía y una fuente d e angusti a ( infra). E n nuestras sociedades , la ceguera se asimila a una catástrofe, a la peor de las i nvalideces . Según una representación común, tanto ayer como hoy, si se trata del ciego, "toda su actividad e incluso su pensamiento, organi zados en torno a impresiones visuales, se le escapan, todas sus faculta des envueltas e n tinieblas quedan como baldadas y fij as ; parece sobre todo que el ciego permaneciera aplas tado por el fardo que lo agobia, que las propias fuen t es de l a personalidad las tuviese envenenadas (Villey, 1914, 3 ) . Perder l a vis ta es perder el uso de l a vida, quedarse al marge n . Naturalmente se evoca e l mundo "oscuro", "monótono" , "tri ste" d e l cie go, su "encierro", s u "soledad", su "vulnerabilidad" ante las circunstan cias , s u "incapacidad" para vivir sin asistencia . A falta de vista, l a humanidad en general corrientemente se le niega al ciego . P. Henri señaló en una serie de lenguas el carácter peyorativo de la p alabra ciego o de sus derivados metafóricos . La ceguera es una oclusión a cualquier lucidez que lleva al i ndividuo a su pérdida. Le falta 51
l a capacidad de discernimiento. Ver significa comprender, sopesar los acontecimientos . Ponerse anteoj eras o "taparse los oj os" es dar testimo nio de ceguera ante las circunstancias. "En todas l as lenguas [ . . . ] , ciego alude a aquel cuyo j uicio se encuentra perturbado, al que le falta la l u z , l a razón [ . . ] , que n o permite l a reflexión, e l examen; quien actúa s i n discernimiento carece de prudencia; inconsciente, ignorante; pretexto, falsa apariencia" (Henri , 1 958, 1 1 ) . Se entiende por qué e l ciego e s una personalidad estigmatizada y angustiante. Sus ojos carecen de expresión , no tienen luz, a menudo su rostro permanece inerte, sus gestos resultan inapropiados, su lentitud entra en contradicción con los flujos urbanos o los ritmos habituales. Los prej ui cios caen en cascada sobre un mundo considerado como el de las "tinieblas", de l a "noche", etc . El ciego se siente en falso con los demás. E n l a vida corriente, l a existencia es "princi pal y esencialmente visu al; no se haría un mundo con perfumes o sonidos'', escribe Merleau-Ponty ( 1 964b, 1 1 5 ) . Para los ciegos por cierto que el mundo se trama en un universo de olores, de sonidos o de contactos con las cosas, pero para quienes ven , la apertura al mundo se opera ante todo a través de los oj os y no imaginan siquiera otra modalidad . Ver es inagotable pues las maneras de mirar el objeto son infinitas incluso si , en l a vida cotidiana, una percepción más funcional basta para guiar los desplazamientos o para basar las acciones . Las perspectivas se agregan a las variaciones de l a luz para espesar las múlti ples capas de significados . La vista es sin duda el más económico de los sentidos, despliega el mundo en profundidad allí donde los otros deben estar próximos a sus obj etos . Colma la distancia y busca bastante lejos sus percepciones. A diferencia del oído, aprisionado en el sonido , l a vista es activa, móvil, selectiva, exploradora del paisaje visual , se despliega a voluntad para ir a lo lejos en busca de un detalle o volver a l a cercanía . La vista proyecta al hombre al mundo, pero es el sentido de l a sola superficie. Solo se ven las cosas que se muestran o bien es preciso inventar maneras de soslayarlas, de acercarse o de alej arse de ell¡:i.s para ponerlas finalmente bajo un ángulo favorable. Lo que escapa a la vista a menudo es lo visible diferido. Se levanta la bruma o amanece , un desplazamiento cualquiera modifica el ángulo visual y ofrece una nueva perspectiva. La agudeza de l a mira tiene límites . No todo se da a ver; lo i nfinitesimal o lo lej ano escapan , a menos que se posean los instrumen tos apropiados p ara percibirlos. A veces las cosas están demasiado le j anas o demasiado cercanas , son vagas , imprecisas, cambiantes. La vista es un sentido ingenuo, pues está aprisionada en las aparienci as, al contrario del olfato o del oído que desenmascaran lo real baj o los ropaj es que lo disimulan. Platón rechaza l a imagen como una falsedad que arrebata la esencia de lo real: el hombre sólo percibe sombras que toma por l a realidad, sigue .
siendo prisionero de un simul acro. Es preciso ver más allá de u n mundo que no es el de la vida corriente, sino un universo de Ideas. El ojo ve las cosas al pie de l a letra, sin retroceder. Las metáforas evocan a menudo su enceguecimiento. Confunde Roma con Santi ago , distingue u n grano de arena en el ojo del vecino pero no ve l a viga en el suyo. La vista trans forma al mundo en imágenes y, por lo tanto, fácilmente en espej ismos . Sin embargo, comparte con el tacto el privilegio de evaluar la realidad de las cosas. Ver es el camino necesario del reconocimiento. Un vocabulario visual ordena las modalidades del pensamiento en diversas lenguas europeas . Ver es creer, tal como lo recuerdan las fór mulas corrientes. "Hay que ver para creer" . "Lo creeré cuando lo haya visto", etc . " ¡Ah, mi orej a había escuchado hablar de ti -di ce Job-, pero ahora mi oj o te ha visto" . La vista está asociada al conocimiento. "Veo" es sinónimo de "comprendo". Ver "con los propios ojos" es un argumento sin a:pelación . Lo que "salta a la vista", lo que es "evidente", no se discute. E n l a vida corriente, para ser percibida como verdadera, una cosa debe ante todo ser accesible a l a vista. "Tomar conocimiento -dice Sartre- es comer con los ojos". Ver viene del latín vtdere, surgido del indoeuropeo veda: "sé", de donde derivan términos como evidencia (lo que es visible), providencia ( prever según las inclinaciones de Dios). La leona es la contemplación, una razón que se aparta de lo sensible, aunque tome de allí s u primer impulso. E s pecular viene de s peculari, ver . Una serie de metáforas visuales califican el pensamiento en especial a través del recurso de la noción de claridad, de luz, de perspectiva, de punto de vista, de visión de las cosas , de visión del espíritu, de intuición, de reflexión, de contempl ación , de representació n , etc. A la i nversa , la ignoranc i a recl ama metáforas q u e traduzcan l a desaparición de l a vista : l a os curidad , e l enceguecimiento, l a ceguera , la noch e , l a bruma, l o bo rroso , etc. "El origen común atribuido al griego tuphlos, "ciego", a l alemán daufy al inglés deaf, "sordo", al i nglés dumb, "mudo", al alemán dumpf, "mudo, estúpido", resulta notable, vuelve a señalar P. Henri . D a l a impresión de que todo hubiera ocurrido como si l as invalideces sensoria les, concebidas como si oscurecieran el conocimiento, perturbaran el espíritu, encubrieran la realidad externa , hubiesen sido llevadas a confundirse y a ser designadas por palabras que traduj eran los hechos materiales : cerrado, oscuro, perturbado [ . . . ] . ¿Cómo concebir que se pueda, sin la vista, sacar partido de las excitaciones auditivas , olfativas, gustativas, táctiles, organizar en percepciones , representarse una silla tan solo rozando el resp aldo, reconocer un alimento por el gusto, sin verlo, etc . " ( Henri , 1958, 38). Si l as tinieblas son el contraste, l a luz es la aspiración de muchos ciegos que rechazan su ceguera "y procuran realizar su 'nuevo n acimiento' poniéndola baj o la égida del acceso a una luz por lo menos espiritual" ( pág. 253).
. La vista no es la proyección de una especie de rayo visual que viene a barrer el mundo con su haz, no se desarroll a en una línea única, a menos que se trate de una atención particular; constantemente abraza una multitud de elementos de una manera difusa . De pronto extrae del desfile visual una escena insólita, u n rostro familiar, un signo que re cuerda una tarea a realizar, un color que impresiona la mirada . En l a vida corriente, e l mundo visual se desarroll a como u n hilo ininterrum pido, con una especie de indiferencia tranquila. A menos que s urj a un rasgo de singul aridad que lleve a prestar más atención. Lo visual es el mundo que se da sin pensar, sin alteridad suficiente como para suscitar la mirad a . Hay una especie de actividad del olvido, una economía sen sorial que li bera a la conci encia de una vigilancia que a la l arga se v uelve insoportable . Ruti na que lleva a las cosas conocidas y descifradas de i nmediato o bien i ndiferentes y que no motivan ningún esfuerzo de la atención . La mirada se desliza sobre lo familiar sin encontrar asidero allí. E l gol p e de vista es e l u s o de la mirada que mej or corresponde a e s e régimen visual . Efímero , despreocupado, superficial , mariposea a la búsqueda de un obj eto para captar. A la inversa, l a mirada es suspensión sobre un acontecimiento . Incluye l a duración y l a voluntad de comprender . Ex plora los detalles, se opone a lo visual por su atención más sostenid a , m á s apoyada, por su breve penetración . Se focaliza sobre l o s dato s . Despega las situaciones de la tela de fondo visual q u e b a ñ a l o s días . E s poiesis, confrontación con e l sentido, intento d e ver mej or, de compren der, l uego de un asombro, un terror, una belleza, una singularidad cual quiera que apela a una atención . La mirada es una alteración de la experiencia sensible, una manera de poner baj o s u guarda, de hacer suyo lo visual arrancándolo a su infinito desfilar. Toca a la distanci a con sus medios como si fueran oj os. La mirada cercana a veces se convierte en casi tácti l , "háptica", diría Riegl ; se posa en la densidad de las cosas como si fuera una especie de palpación que hacen los oj os. Tocar no con la mano, sino con los oj os; procura más bien el contacto y ej erce una especie de carici a . El oj o óptico preserva la distancia, hace del obj eto un espectáculo y va dando saltitos de un lugar a otro; el oj o háptico habita su obj eto. Se trata de dos mo dalidades posi bles de la mirada. Se toca con los oj os del mismo modo que los ciegos ven con las manos. Para J. Brousse, por ej emplo, l a contem plación de una estatua en un museo abreva ante todo en una tactilidad de la vista que camina en torno a ella, la pal pa, conj ura simbólicamente la distancia moral que impone no tocarla con las manos . "Dicho de otra manera, solo gozamos con ella en la medida en que nuestra mirada, a causa del guardia, de los carteles y de la costumbre reempl aza al tacto y ejerce el oficio de éste" ( 1 965, 1 2 1 ). Sin duda, se trata del regreso a las fuentes para una obra nacida en las manos de un artista que la modeló 54
tall ándol a , trabaj ándola, dándole forma a la materia. Per ó esa mirada que toca las cosas es corriente en su voluntad de sentir a flor de piel un obj eto de interrogación o de codicia. La relación amoros a conoce esa mirada maravillada que ya es en sí una carici a . Goethe cuenta así s u s noches j unto a u n a j oven : " E l amor durante l a s n oches me impone otras ocup aciones : ¿gano al estar sólo a medias i n s truido e n ell a s , aunque doblemente fe l i z ? ¿Acas o instruirme no significa seguir el contorno d e s u s caderas? Solo entonces comprendo los m ármol e s : reflexiono y comparo. Los ojos . . . palpo con l a mano s u s relieves, veo sus forn1as". 1 La vista requiere los otros sentidos, sobre todo al tacto, para ej ercer su p i enitud . Una mirada p rivada de sus recursos es una existencia paralizad a . La vista es siempre una palpación mediante la mirada , una evaluación de lo posible; apela al movimiento y en particular al tacto . Prosigue su exploración táctil llevada por la mano o por los dedos ; allí donde la mirada se limita a la superfi cie de las cosas, la mano contornea los obj etos , va a su encuentro, los dispone favorablemente . "Es preciso acostumbrarnos a pensar que todo lo visible está tall ado en lo tangibl e , todo s e r táctil promete de alguna manera a la visibilidad, aunque haya intrr.i sión, encabalgamiento, no solo entre el tacto y quien toca, sino tam bién entre lo tangible y lo visible que está i ncrustado en él" (Merl eau Ponty, 1 964, 1 7 7 ) . Tocar y ver se alimentan mutuamente en la percep ción del espacio ( H atwel l , 1 9 8 8 ) . "Las manos quieren ver, los oj os quie ren acariciar", escribe Goethe. El oj o es más flexible que la mano, dispone de una latitud más amplia en l a exploración del espacio, accede desde el comienzo a un conj u nto que la segunda solo aprehende lenta y sucesivamente . Sin las manos , la vista queda mutilada, del mismo modo que sin los oj os las manos están destinadas al tanteo. Ver es aprehender lo real con todos los sentidos . "La vista nos ofrece siempre más de lo que podemos asir y el tacto sigue siendo el aprendizaj e de la mediación y del intervalo de lo que nos separa de aquello que nos rodea" (Brun, 1 986, 157). La mano procura resolver las fallas de la mirada, trata de superar esa separación . La vista es una condición de la acción, prodiga l a captación de un mundo coherente formado por obj etos distintos en diferentes puntos del espacio. Ver es moverse en l a trama de lo cotidiano con suficiente seguridad, establecer de entrada un discernimiento entre lo posible y lo inaccesible. "Mi movimiento no es una decisión espiritual, una acción absoluta que decretaría, desde el fondo del retiro subj etivo, algún cam bio de l ugar milagrosamente ej ecutado en el espacio. Es l a consecuencia natural y la maduración de una visión" (Merleau-Ponty, 1 964a, 1 8 ). El hombre es un ordenador visual , un centro permanente del mundo. De pronto ciego o en la noche, no sabe leer la oscuridad con una sensoria1
Goe lh e ,
Elegies romai11es,
Aubier-Montaigne, París , 1955, pág. 3 5 .
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lidad más amplia, está sumergido en un abismo de significado y reducido a la i m potencia . Todas las famili aridades de su relación con el mundo desaparecen . Entonces se vuelve dependiente de sentidos que antes aprendió poco a utilizar, como el tacto, el oído o el olfato . Pero la vista es limitada, la distancia disipa los objetos , exige la l u z . E n l a v i d a habitual , l a vista asegura l a perennidad d e l entorno, s u i nmovilidad, por lo menos aparente. Para conocer la fugacidad d e l i n s tante es preciso dej ar de contemplar el río y adentrarse en él, mezcl arse con su corriente y escuchar, gustar, palpar, sentir. Para el hombre contemporáneo, l a mirada establece distanci a . E n primera i nstancia no se encuentra e n posición de estrechar al mundo. Mirar de lejos es man tenerse resguan.lado , n o s e r i m p l i c a d o . La tradi ción fil osófica o c ci d e n tal hace de la vista un sentido de la distancia, olvidando que durante l argo tiempo las sociedades europeas medievales y renacenti stas no conce bían ninguna separación entre el hombre y el mundo, que ver era ya un compromiso. A menudo la mirada es culturalmente u n poder suscepti ble de reducir el mundo a su merced; existe una fuerza de impacto benéfica o maléfica . La creencia en el mal de oj o, por ej emplo, es ampliamente compartida por numerosas culturas. E n diversas socieda des , y nuestras tradiciones occidentales no están exentas de ello, la mirada mantiene en j aque al mundo, lo petrifica para asegurarse su control . Es un poder ambiguo, ya que libera simbólicamente a quien es su objeto , i ncluso si lo ignora . Es manifestación de poder pues colma l a distanci a y captura, es inmateri al , pero sin embargo actú a, sale a l u z . C o n l a mirada se palpa, l o s oj os palpan los objetos sobre l o s q u e posan l a mirada. Mirar a alguien es una manera de atraparlo para que no se escape . Pero, también se palpa el oj o de alguien, es posible regodearse con la mirada, etc . E l voyeur se conforma con saciar su deseo tan solo con la mirada, abrazando con los ojos, aunque el otro lo ignore . La distanci a queda abolida puesto que él ve. "Devorar con l a mirada" no es tan solo una metáfora . Algunas creencias l a toman al pie de la letra . Ver es una puerta abierta al deseo, una especie de rayo asestado sobre el cuerpo del otro , según la antigua teoría de la visión , un acto que no dej a i ndemne ni al suj eto ni al objeto del deseo. La codicia de las miradas
Si bien Freud admite que el tacto resulta esencial para l a sexualidad, no por ello dej a de reprod ucir su j erarquía personal (y cultural ) de los sentidos privilegiando l a vista en el contacto amoroso. "La impresión visual es la que más a menudo despierta l a libido [ . . . ] . El oj o , l a zona erógen a más alej ada del obj eto sexu al, desempeña u n rol p articular mente importante en l as condiciones en las que se reali zará la conquista 56
de dicho obj eto, trasmitiendo l a cualidad especial de excitación que nos entrega l a sensación de l a bel leza" ( Freud, 1 96 1 , 42 y 1 1 5 ) . E l amor enceguece dice el adagio popular, destacando q u e el amante solo tiene oj os para la que ama. El deseo vuelve deslumbrante el aspecto del otro , lo adorna con cualidades ante las que los demás no son en absoluto sensibles. "Se l e reprocha al deseo que deforme y reformule, a los efectos de desear mej or. El amante, Don Juan para el caso, se en gañaría mientras que s u confidente, Sganarelle, vería con cl aridad: h ay que volver a l a tierra, ver las cosas de frente y no tomar al deseo por la realidad; en suma, sería preciso salir de la reducción erótica. Pero, ¿con qué d�recho Sgan arell e pretende ver mej or que Don Juan lo que por sí mismo no habría notado ni visto si el amante, Don Juan, no hubiera comen zado por señalárselo? ¿Con qué derecho, en toda buena fe, se atreve a razonar con el amante, si no puede, por definición, compartir su visión ni la iniciativa?" (Marion, 2003, 1 3 1 ) . Los oj os del profano nunca son los del amante . Para nuestras sociedades , la belleza, en particular cuando se trata de la femenina, es una virtud cardinal ; im pone criterios de sed ucción a menudo vinculados con un momento del ambi ente soci a l . Se encierra tiránicamente sobre sí misma según una definición restrictiva . Un pro verbio árabe formula, con toda i nocencia, una tendencia de fondo qu e v a l e igualmente para l a construcción social de lo femenino y lo mascu lino en nuestras sociedades : " La belleza del hombre se encuentra en su inteligencia ; l a inteligenci a de l a muj er se encuentra en s u belleza" ( Che bel , 1 995, 1 1 0 ) . La mujer es cuerpo, y vale lo que vale por su cuerpo en el comercio de l a seducción, mientras que el hombre vale por su sola cualidad de hombre, sea cual fuere su edad ( Le Breton , 1 990 > . Los criterios de belleza son, por cierto, cambiantes según las épocas ( Vi gare llo, 2005 ) o l as culturas, pero s ubordinan la muj er a la mirada del hom bre. La bel leza está hecha, sobre todo, con la vista. "Muéstrame tu rostro, pues es hermoso -le dice el amante a la s ula mita ( 2 - 1 4 )- . ¡ Qué hermosa eres, mi bienamada, qué hermos a eres! Tus oj os son palomas/tras tu velo/tus cabellos parecen un rebali.o de cabras/ que ondulan sobre las laderas del monte Galaad [ . . . ] Tus senos son dos cervatillos , mellizos de una gacela , que pacen entre los lirios". La bienamada no le va en zaga: "Mi bienamado es fresco y sanguíneo/se lo reconoce entre diez mil: su cabeza es dorada, de oro puro/sus bucles son palmas/negras como el cuervo". La muj er, sobre todo en las sociedades occidentales, está asignada a l a belleza, a estrechos cri teri os de sed uc ción , mientras que el hombre es más bien el que compara y evalú a, e l que juzga a menudo de manera expeditiva s u calidad sexual por l a vara de s u apariencia o de s u j uventud , sin sentirse nunca concernido cultural m ente por la hipótesis de estar é l mismo baj o el peso de una m i rad a feme ni na para expresar l a calidad de s u viri l i d a d . "La m uj er -escribe 57
B audel aire- está en todo su derecho, e incluso cumple con una especie de deber al aplicarse a p arecer mágica y sobrenatural ; es preciso que asombre, que encante; en tanto ídolo, debe adorarse para ser adorada. Debe tomar, pues, de todas las artes los medios para elevarse por encima de l a naturaleza". i Baudelaire no habla de los hombres, lo que no tendría ningún sentido; solo la mujer surge del registro de la evaluación visual en términos de belleza o fealdad . Un hombre j amás es feo si posee algu n a autoridad. Colocar l a mirada sobre el otro nunca es un acontecimiento anodi no; en efecto, l a mirada s e aferra, se apodera d e a l go p a r a bi e n o p a r a m a l , es inmaterial sin duda, pero actúa simbólicamente . E n ciertas condicio nes oculta un temible poder de metamorfosi s . No carece de incidenci a física para quien de pronto se ve ca utivo de u n a mirada insistente, que lo modifica físicamente: se acelera l a respiración, el corazón late con más velocidad , l a tensión arterial se eleva, sube l a tensión psicológica . Se prod uce una inmersión en lo s oj os de l a persona am ad a como si se tra tara del mar, de otra dimensión de lo real . La mirada es un contacto : toca al otro y l a tactilidad que revi ste está lej os de pasar desapercibida en el imagin ario social . El lenguaj e corrien te lo documenta a discreción : se acarici a, se come, se fusila , se escudriña con l a mirada , se fuerza l a mirada de los demás ; se posee u n a mirada penetrante, aguda, cortante, que atraviesa, que dej a clavado en el l ugar, oj os que hiela n, que asustan , etc . Diversas expresiones traducen la ten sión del cara a cara que expone la mutua desnudez de los rostros : mirarse como perros de riñ a, de reojo, con buenos oj os, con m alos oj os, con el rabillo, etc. Del mismo modo, los amantes se miran con dulzura, se comen con l a mirada, se devoran con los oj os, etc. Una mirada es dura, acerada, agobi ante, melos a , dulce , vincul ante, cruel , etc. Sería l arga la enumeración de los calificativos que l e otorgan a l a mirada una tactilidad q ue hace de e l l a, según las circunstancias, u n arma o una carici a q u e apunta al hombre en lo m á s íntimo y en lo m á s vulnerable de sí mismo ( Le Breton, 2 0 0 4 ) . A veces , "desde la primera mirada" ( según los términos del mito) se establece un encuentro amoro so o amistoso. El imperativo de "la desatención educada" no consigue contener la emoción ; el ri to tolera un suplemento. La connotación sexual de l a mirada actúa sin encontrar obstáculos . Las miradas se encuentran y el encanto opera . Se efectúa un reconocimiento mutuo . La apertura del rostro a l a mirada señalaba ya , baj o una forma metonímica, el encuentro que seguiría ( Rousset, 1 98 1 ) . La mirada toma en consideración el rostro del partenaire y lo confirma así simbólicamente en su identidad. E n la relación con el otro, l a mirada se h a ll a fuertemente i nvestida como experiencia emocional . Es sentida como una marca de reconocimiento � Q a u d c l a i rc , " f.
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Infancia del tacto La piel es ante todo, d urante todo el período de la existencia, el primer órgano de la comunicación . En la historia individual , el tacto es el se ntido más antiguo, el más anclado, ya presente in u/ero después del segundo mes de gestación, y luego de manera privilegiada en los primeros años de vida. Envuelto en la matriz, el feto experimenta una culminación del contacto corporal que el niño reencontrará en los mo mentos de acercam iento fisico a su madre. "Así �scribe M. Serres-, antes de ver la l uz, pasamos el tiempo en el vientre de una mujer, entrecruzan do uncll-i sobre otros nuestros tej idos en la oscuridad: el desarrollo del embri un, como suele decirse por antífrasis, debería denominarse envol vimiento ( . . . ] . La panadera amasa la masa del pan con sus manos como la mujer grávida masajea sin quererlo la masa viviente prenatal" ( Serres, 1987, 330 ) . Mucho antes de que el feto disponga de l a vista , de l a audición o de l a ol facción , su piel ya siente l as vi braci ones del m u ndo, pese a que sean di ferentes a las que sentirá más adel ante. In u/ero, registra una multitud de mensaj es organi zados según el ri tmo de vida de l a m adre , sus ocios, sus actividades, sus desplazamientos , sus comid as, etc . Poco a poco las paredes uterinas se aprietan en torno al feto. Las contracciones en el momento del parto constituyen una etapa esencial para el ingreso del recién nacido a la vida, activan los sistemas respira torio, circulatorio, digestivo, de excreción , endocrino y nervioso. "Mien tras la madre, al sentirse masajeadora y expulsiva, y el niño, que se siente masajeado y expulsado, establecen una estrecha comunicación de los cuerpos , llevan a cabo esa experiencia común y complementaria para ambos que prepara el acceso a una nueva realidad para cada uno de ellos" < Bouchard-Godard, 198 1 , 265 ). En los casos de nacimiento prema turos o por cesárea, los ni ños presentan durante el primer año de vida un índice sensiblemente más elevado de afecciones rinofaríngeas , res piratorias, gastroi ntestinales y genito urinarias. Montagu ( 1979, 49-5 0 ) sostiene incluso q u e la mortalidad de niños nacidos mediante cesáreas es más elevado que en el caso de otros niños . Los prematuros son menos vivaces, más enfermizos, frágiles . Lloran más que otros niños . Esas perturbaciones, según Montagu , provienen de las carencias en materia de estimulaciones tácti les y también de la ausencia de masajes realizados por las contracciones uterinas. Si deben ser puestos en i ncubadora, esto los aleja de la madre y genera paralela mente una asepsia en las relaciones físicas. Los lactantes que se be nefician con un intercambio de sensaciones con sus madres o nodri zas se desarrollan mejor que los que permanecen en el entorno de la in cubadora, con contactos más distantes impuestos por los cuidados que requieren . Sus defensas inmunitarias son mejores , son más tranquilos, 155
d istendi dos, adquieren peso con mayor rapidez. El contacto afectiv a mente fuerte conj u ra en parte el efecto de carencia qu e n ace del medi o agresivo y aséptico i m puesto por los cuidados especiales . Por sup uesto, la ulterior maternali zación de esos ni ños es susceptible de encau zar esas d i fi cultades y llevarlos a un desarrollo armónico . 1 1 1 La incompletitud fisiológica y moral del niño, su i ncapacidad para asegurar su homeostasis i n terna y su ingreso a la vida lo vuelve n dependiente de su entorno social , esencialmente de su madre o de quienes ocupan su lugar. Librado a sí mismo, sin cuidado, sin afecto, el lactante va a la m uerte al no poder al imentarse o protegerse del medio que lo rodea . Para A. Montagu , la estimulación táctil resulta necesari a para su completo desarrol l o y para su apertura al mu ndo. Dura n te los primeros meses de existenci a, en contacto con una madre amante y atenta, el niño se encuentra en un contacto corporal que envuelve s u piel por com pleto. El sentido del tacto resulta entonces primord i a l . Las sen saciones experimentadas en el contacto con el seno, o con el bi berón, mezcl an en l a modalidad del placer y de la satisfacción de l as necesida des biológicas, lo audible, lo táctil , lo olfativo, lo gustativo. Labios , boca , lengua, piel experimentan una tranquila efervescencia que participa ya en l a cons trucción de sí mismo. Cualquier esti m u l ación de los l abios del l actan te s uscita una rotación de la cabeza hacia el obj eto de la esti mula ción y el movimiento de chupar. E n el niño ali mentado con el seno de l a madre , l a res puesta manifiesta la búsqueda d e l pezón . E l m u ndo del lactante se da ante todo por la boca, movilizando la tactilidad, el gusto, el ol fato, lo caliente, lo frío. "Para el recién nacido, las sensaciones simultáneas de los cuatro órga nos sensoriales < la ca vidad ora l , la mano, el l aberi nto del oído y el estómago) son una experienci a propioceptiva total . Para él , los cuatro se hallan mediati za dos por la percepción del contacto" C S pitz, 1 968, 57). D u m nte la lactan cia o l os cuid ados maternos, la mano del niño, eminen temente activa. se aprieta contra el seno, lo aferra , lo acaricia, lo gol petea . E l lactante siente el ol or de su m adre, escucha las palabras o los cantos que le diri ge n , l o acunan, se encuentra en una i ntensa relación piel a piel con el la. Durante la lactancia , le bebé no mi ra el seno, sino el rostro de l a madre. Incluso s i pierde el pezón y lo busca, no quita l a vista de sus ojos . Si el tacto es el corazón de su universo, su madre lo proyecta ya fuera de sí mismo, rumbo al encuentro del m u ndo exterior. ' " Si q u i e n e s a l i end. Para M . Mead, las m ujeres norteamericanas tienen más contactos corporales con s us h ij as que con sus hijos. La rel ación con e l niño varón parece de entrada sexu ada y esa sensación la hace contener su caricia. Para Montagu , esa diferencia de tactilidad recibida por el hombre y la mujer en su i nfancia determin a luego su sensi bilidad. Los hombres son menos incli nados a acariciar o a ser acariciados que las m ujeres , acos tumbradas a esas actitudes . Un hombre (o una mujer ) q ue no se ha beneficiado en absol uto con l a ternura presenta dificul tades para ma nifestarl a m á s adel a n te. Las torpezas y los modos rudos de los hombres durante los preámbulos amorosos a menudo están vinculados con esa fa lta de soci ali zación afectuosa que los l l eva a refugiarse en l a "vi ri l idad" h echa de una sexualidad reducida a l a genitalidad si n tern ura, si n 159
reconocimiento del otro. E n n uestras sociedades, las caricias son clara mente un patrimonio femenino . Así, a menudo las muj eres se besan al saludarse cu ando se conocen , contrari amente a los hombres, quienes prefieren estrechar l a mano o u n gol pe con l as palmas de las manos que mantenga la distancia con el otro, incluso las grandes palmadas "viriles" en la espalda ( Le Breton, 2004 ) . "El niño que no se ha desarrollado táctilmente , al crecer se convierte en un i ndividuo algo zafio, no solo físicamente en sus relaciones con los demás, sino también psicológica mente. Esta clase de personas carecerán probablemente de 'tacto', de ese sentido que el diccionario defi ne como 'delicadeza espontánea' " ( Mon tagu, 1979, 1 64 l . Los j uegos in fantiles se encuentran sexualmente orientados . Si bien l a niña pequeña mima a su muñeca, el varón pronto se disuade de tener semej ante comportamiento y es llevado a la razón en virtud del miedo de parecer un "mariquita" o un "mujercita". Los padres norteamericanos tienen tendencia a j ugar más con sus hijos varones , a i m plicarlos en j u egos "vi riles" de contacto, en tanto manifiestan haci a las hijas m uj eres una acti tud dulce y protectora . La soci ali zación diferenciada de varone s y niñas confirma las opciones de las sociedades e imprime s u sensibili dad sensorial, en especial su actitud frente a los contactos corporales . La piel es siempre la apuesta i nconsciente de la relación con el otro. E n un cierto n úmero de sociedades humanas, el niño se encuentra en perm anente contacto corporal con la madre , en sus brazos , colgado sus espaldas, sobre las caderas o sostenido media nte un tejido junto al cuerpo. Acom paña sus movimientos , comparte sus actividades , se aco pla a su ritmo. De múlti ples maneras es una prolongación del cuerpo de la madre, i ncl uso cuando ésta trabaj a . E l niño duerme cuando ella muele el mij o o e l arroz, descansa a su l ado cuando ella dormita. La madre nunca resulta estorbada por su presencia; desarrolla una técnica corpo ral que no merma en nada sus actividades habituales y que le permite no dej arlo solo en ningún momento. Si se ausenta por u n momento, el niño queda a l cuidado, de la misma manera que cuando la madre se haya presente, de las niñas de la familia o de la aldea . La piel de l a madre es el filtro semántico y sensori al de s u rel ación con el mundo. E n el Ártico canadiense, por ej emplo, los netsiliks asocia n estrecha mente el cuerpo del niño al de la madre. É sta, tranquila, serena, jamás rezonga al hijo; le dej a total li bertad de movimientos . Colgado mediante un paño a sus espal das , el niño se encuentra en contacto cutáneo por el vientre, muy protegido del frío i ntenso por las pieles que l l eva l a madre. Si tiene hambre , rasca la piel de la madre, quien de inmediato le da el pecho. La acompaña durante las actividades diarias. ínti mamente ape gado a ella. La evacuación i ntestinal se hace sobre la espalda de l a madre, en pequeños pañales d e caribú. En esos momentos , l a madre l o toma e ntre las m anos para cambi arlo. Ese contacto piel a piel s e realiza 160
per m anentemente en u n cli ma de d u l z u ra y tranquilidad, en u n a trama famil i ar en sí misma capaz de generar distensió n . S em ej ante entorno desarrolla en el niño una sensación de con fianza hacia el m undo y haci a sus propios recursos ; está im pregnado por la serenidad , i ncluso en los momen tos de adversidad que debe enfrentar < Montagu, 1979, 1 7 1 ) . M . Mead describe cómo e n Bali el niño crece e n u n contacto corporal in cesante con s u m adre o con s u entorno, no solo el constituido por la familia, sino por el conj u nto de hombres o m uj eres de las cercanías , por los otros niños . Se encuentra permanentemente inmerso en un baflo de esti m u laci ó n táctil < Bateson , Mead, 1 942 l . E n Maghreb, e l niño se halla enormemente e n con tacto c o n l a m a d re , con las tías , l a s hermanas, las abuelas o las demás muj eres del p u eblo o del barrio. Experimenta una relación de proxim i da d cutánea hasta los dos o tres mi.os, o hasta un nuevo embarazo de la madre . Alime ntado con leche materna, es amam antado según dem anda, c u ando lo pide. S i l l o ra , la reacción de l a madre e s la de ofrecerle e l pecho. Por otra parte , los niños raramente se ch upan el pu lgar ( Zerdoumi , 1 98 2 , 95 ) , ya que tiene menos necesidad de autoesti mulaciones que los niños occiden tales . Durante la jorna d a , cu ando se encuentra atareada realizando las tareas domésticas, o sale de la casa. l leva al niño a sus es paldas, o lo coloca sobre las rodillas s i se sienta. Si debe trasladarse haci a otra p arte, dej a al nili.o en manos de otra muj er de la fami lia o del ban-i o, o lo confia a sus hermanas. Siem pre h ay alguien disponible para tenerlo, para j ugar con él , para acarici arl o, etc . Si la madre se alej a por algú n tiempo demasi ado prolongado , a su r eg reso, deseosa de recu perarlo, l o abra za, le habla, lo acaricia prolongad amente y a veces le da el pecho d u rante una hora
(Zerdoumi , 1 982, 93 ) . Dura nte mucho tiem po. l os hijos acompañan a l a madre a los "baúos moros" , donde vive una e s t re c ha com plicidad táctil y a fect iv a con la madre y l as demás muj eres , y donde todos los contactos están pe rm i ti
dos sin que lleguen a prod ucir i ncomodidad . Cuando n ace un hermano o una herman a, el niúo es desplazado a la periferi a del cuerpo m aterno.
Pierde el privilegio del seno y del contacto estrecho con la madre, pero a menudo las hermanas o los demás i n t eg ran t e s de la famil i a tom an el relevo y siguen j u g a ndo con él , vigilándolo, l l evándolo en brazos . El padre tiene un contacto más reservado con los hijos, a pesar de la palabra del profeta, quien lo exhorta a exteriori zar s us sentimientos hacia ellos, tomándolos en brazos , acari ci ándolos , etc. De manera ge nera l , en Maghrl'b el niño se encuentra, en los medios tradicionales, in merso en un rico universo sen s o ri a l y goza de u n a t a ctil i d a cl plena d e amor . E n n u merosas soci eda d e s africanas , el n i ri.o se hal l a en una gra n proximidad física con l a madre ( Rabain, 1 9 7 9 ). Al evoca r a los yakas, R . Devish traduce bien e s a com unidad táctil de la familia african a : " D e 161
manera casi continua, el niño permanece en un contacto epidérmico con l a madre , el padre , los herm a nos y hermanas o con los p a ri e n tes , c o n l as coes posas del p ad r e. Muy raramente se crean vacíos de cont a c to , q u e el niño aprende a llenar gr a ci as a un objeto transicional propio" ( Dev i sh , 1 99 0 , 5 6 ; 1 993 ) . A la inversa, otras sociedades combaten la tendencia del niüo a aferrarse al cuerpo de la madre. Los procedimient os de faj a r al ni ü o , pro pi o s de las sociedades europeas tradicionales , durante m u cho tiempo con t uv i e ron sus movimientos . Privado de la libertad de moverse , era dej a d o en l a c un a o cerca del campo, donde los adultos tra baj aban y l o vigi l ab a n m i en t ra s cum p l ía n con sus tareas . E n n uestras sociedades , l a misma s i t u ac i ón perdura , pero cl aramente menos q ue en la mayoría de las sociedades tradicionales. Cuando aprende a caminar, ex p e r i men ta l a culminación de los contactos corporales con los demás, resulta más tocado y mimado en ese momento que durante s u primera i nfancia, cuando había quedado e n l a cuna, solo tomado en brazos de l a madre en los momentos d e las comidas o de la higiene ( es decir, u n contacto episódico ). A diferencia de varias otras sociedades donde el niño habita de alguna manera en el cuerpo de la madre o de otras personas, en nuestra s sociedades el contacto comienza esencialmente a demanda del niño ( menos, sin duda, en las sociedades l atinas ) . Las madres occidentales no gozan de la m i s ma d i s po n ibilidad que sus homólogas africanas o asi á ticas , e incluso el l as mismas, durante sus respectivas infancias, nunca fueron enfrentadas a s emej a n te actitud . Poco a poco los contactos disminuyen y a menudo se vuelven escasos en el momento del ingreso a l a pube rtad para de s ap a recer durante l a adolescenci a . Asi mismo, los niños, cuando son chi cos , se tocan permanentemente e n t re sí al j u g a r o en los p a t i os . durante los recreos escolares . Se t oman de la m a n o , se acarician, se em p uj an , juegan a explorar sus cu erpos , etc. Pero sus mutuos contactos se van atenuando en l a escuela p rim a ria para de s a p a r e cer lu e g o . Cada gru po social desarroll a una manera propia de educar y de sensibil i zar a sus i ntegrantes con d i ferentes formas d e contacto y de esti m u l aciones táctiles, en fu nción de l a soci abilidad que desarrolle y del entorno donde se inserte. Tareas particul are s , competenci as ad quiri d a s , a veces llevan i g ualmen t e a una ed ucación m á s a fi nad a del tacto y de la sensibilidad táctil . Las carencias del tacto
Una piel com ú n v i nc u l a al niño con s u m a d re y, más al l á , lo i n tegra al s e n o d e l m u n do. siem pre que d i cha p i e l no se encu e n t r e desgarra d a . fragmen tad a , a u s e n te ; i n c l u s o si s u s d e m á s necesi d ades fi s i o l ógicas son sati sfechas. el niüo carente de e s t i m u l a c i one s se n sori a l es y de ternura 162
no dis pone de las mismas bazas en la existencia que u n niño amado y c olm ado . Los trabajos de Spitz sobre el hospitalismo bri ndan u n testi m on io sobrecogedor. La ausenci a de una madre o de una nodriza atenta, p or causa de enfermedad o muerte, y l a hospitalización del lactante o su in te rnación e n una i n stitución lo priva de los cuidados maternos y de los contactos cutáneos que necesita para su desarrollo físico y psicológico . Los daños que experimenta se encuentran en estrecha rel ación con la d ur ación del alej amiento de la figura materna y de las carencias de quienes están a cargo de colmar sus aspiraciones a ser mimado, aca ri ciado, etc. En un estudio sobre 123 l actantes de una institución de Nueva York, Spitz demuestra que los niños que ven regularmente a sus madres no presentan ninguna dificultad en el crecimiento o de rel ación con el m undo. Sin embargo, después de los seis meses , muchos de ellos caen en comportamientos caracterizados por lloriqueos , e n contraste con su anterior actitud jovial y extrovertida. Si la ausenci a de la mad re se prolonga, e l ll anto da l ugar al repliegue en sí mismo, permanecen acostados boca abaj o en la cuna, volviendo la cabeza cuando son lla mados y llorando si el llam ado se torna i n si stente. Pierden peso, sufren de i nsomnio, de afecciones en las vías respiratorias. El repliegu e sobre sí mismo se acentúa y el llanto da l ugar a una especie de rigidez en l a expresión . Colocados en e l piso o e n l a cuna, permanecen indiferentes , con el rostro s i n l a menor ani mación . 1 1 La "depresión anaclíti ca" ( Spitz, 1965, 206 y ss. ) afecta a los nh ios q u e h a n cortado e l contacto c o n la madre a causa d e conti ngenci as adminis trativas entre el 6º y el 8º mes de vida . E ntregados a cuid ados eficaces , pero s i n i mplicación afectiva , si n posibilidad de j ugar en contacto con el cuerpo de un adulto, ingresan a un marasmo del cual las madres luego tendrán dificultades para sacarlos. Según S pitz, si la separación su pera los cinco m e s e s , y si durante ese tiempo el niño no es m aternalizado, acariciado, mimado, estimulado por una figura de reemplazo, los daños físicos y psicológicos corren el riesgo de convertirse en i rreversibles. Por el contrario, si las relaciones anteriores con sus madres eran malas ( m a dres i ndiferentes o a l as que les molestaba el contacto con el bebé ), las incidencias psíquicas o morales por causa de ausenci a serán claramente menos graves . Otro estudio de Spitz arroj a una cruda luz sobre las consecuencias de la ausencia de contacto corporal entre el niño y la madre (o l a nodri za ) . Para ello, describe los síntomas de hospitalismo que se producen en u n a institución para niños abandonados . Allí l o s niños se encu entran perfec tamen te c uidados, alimentados , atendidos . La higiene no admite repa" Las teorías d e l a pego afectivo, como l a s dl' S p i t z , H a rl ow
o
B ow l by . ret o m a n
t rnbaj os m á s a n ti bruos ele Herm a n n ( H J 7:1 ) , los que i n s i s t í a n e n esos i m pl' nt t i vos d e con tacto y d e tern ura en l a relación c o n el n i rio . A :s u j u i c i o , éstos eran t a n i m portantes
para l'I desarrol l o y e l gusto d e v i v i r ci d n i ño como los c u i d a d os
o
la a l i m e n ta c i ti n .
163
ros , pero la falta de personal i m pone cuidados fragmentados y mecáni cos , s i n ternura, s i n que el niño tenga ti emp o de apegarse a algun a de l as personas que lo atienden . Una misma enfermera se ocu pa de una docen a de bebés . Sus ta reas no le permiten j ugar con ellos, cantarles , acariciarlos, tenerlos e n brazos, establecer u n a relación auditiva , tácti l , olfativa, etc. Los niflos se hallan prá c ti camente privados d e ternura y d e contactos cutáneos . S i bien l a s primeras semanas de l a s e parac ió n l a s madres s uelen venir a alimen t arl os , pro nto quedan totalmente l ibrados al personal de la insti tución . El deterioro físico y p s ic o l ó gi co se produce en pocos meses : marasmo, pasividad , i ncapacidad p ara j ugar, para ponerse boca abajo o sentarse, rostro sin expresi ó n , deficiente coord i n a ción o cular, mi rada perdida, retra so en el desarrol lo, a p a rición d e tics , de movimientos compulsivos, de aut.omutilaciones , etc . E l índice de mortalidad es enorme. C u atro mi.os después, los que h an sobrevivido tienen dificultades para sentarse, para mantenerse de pie, para cami n ar, para hablar. La carencia afectiva, la ausencia de estimulación, han destruido s u capacidad de desatTol lo s i mból i co y físi c o . Frustrados e n una relación de l a que esperaban amor, se repliegan sobre s í mismos , volviéndose v uln e rabl e s a las enfermedades y a los retrasos en el cre cimiento.
En 1938, e n Nueva York , J . B runne m an , qu i en dirigía un servicio de ped i a t r ía, decidió que cada nili.o hos pitalizado debía ser tenido en brazos , maternalizado, mimado, etc . Este nuevo régi men de cui dados di s m i n uyó l a mortalidad i nfantil en su servicio de 30-35% a l O'h . E l niño no solo tiene n ec es id a d de al i m ent ació n y de cuidados, sino tambi é n de ser amado y de entrar en un d i álogo corporal con algui e n que se i n terese e n él . T. Field cuenta la histori a de Tara, una nifüta criada en u n orfelin ato rumano. Pasaba la parte esencial d e su t i e m po e n la cama, teniendo solo con tactos funcionales con el person al . A los siete aflos, acusaba retraso de desarrollo cognitivo y de crecimiento. Pesaba la mitad que una niña de su edad y apenas se sostenía sobre sus piernas . Un tera peuta especi ali sta en masaj es comenzó a encargarse de el la j unto a otros nÍli.os . Después de algunos meses de tratamiento, de sentir una presencia c á l i da a su lado, recuperó una vi t al i dad y una renovada fuerza f field, 200 1 , 1 3- 1 4 ). 1 :.i Los ni ños que reciben m asaj es experimen tan , con respeto a otros , un aumento en el crecimiento, en l a distensión , en el apetito, etc. Los prematuros permanecen hospital izados menos tiempo y son más " d e sp i e rto s " , están más aten tos a su egreso. La pri vación de contactos físicos y a fe cti v os altera el sis t ema inmunitario, e l : e N o " º l o l o s n i i1 os req u i c rt•n c o n t a c tos y d reco n oc i m i e n to
de
lo q m� son . Las
persona.s d e edad t a m b i ú n l o n�c l a m a n e no r m e n w n t C ' , no solo l' n las i n st i tu c i o nes d o n d e
i;on i n ll• nr n d a s . s i n o as i m i s m o en
consentida, por
s u p ue s t o , a u n q u e
su
d o m i c i l i o . L a prüct i c a regu l a r d e m a saj es. s i
sea
fís ico y. sohre tod o , s u s ganas de v i v i r .
1 64
modesta,
mej ora
es
c o n s i d e r a b l e m e n te su estad o
creci miento , el desarroll o cognitivo y, sobre todo, las ganas de vivir del niñ o . Las l agu n as de l a madre ( o de l a nodri z a ) en la provisión de- u n a a fectiva en torno a l a p i e l d e l niño provocan perturbaciones voltura en m ás o menos serias en su rel ación con el mundo. Si l a membrana cutánea d el n iño es lo suficien temente sólida como para enfrentar las turbulen ci as del entorno, l a falta de estimulación le impide sentirse simbólica mente contenido. E l hecho de considerarlo como u n socio del intercam bio, de tenerlo, de acariciarlo, de cuidarlo, modela s u confianza e n el mundo y le permite situarse dentro del lazo social , de saber qué puede esperar de los demás y qué esperan los demás de él, en un sistema de mutuo i ntercambio de reconocimiento. Como consecuencia de la falta de desarrollo de una seguridad ontoló gica que favorezca la confianza activa en su entorno, el niño choca con él a través de sus l lantos , sus gri tos , s u agitación . E s "insoportable", nunca está satisfecho, no tiene límites en las relaciones con los demás . De no ser contenido, pasa a ser i nvasor. Con falta de seguridad , de pronto, o de manera habitual , privado de sus débiles referencias , el niño se vuelve pegaj oso, busca permanentemente relacionarse con sus cerca nos . Esa carenci a de contacto de piel en un clima de confi anza y de ternura suscita más adelante, en el adulto, una patología de los límites . A falta de límite de sentido, se efectúa una búsqueda de frontalidad con el mundo. Son los hombres y muj eres que viven de manera caótica, que se sienten vacíos , insignificantes, que no experimentan su existenci a . Carecen de l o s límites soci al y psicológicamente necesarios entre ellos y el mundo. E l yo-piel (Anzi e u , 1 985 ) es perforado por todas partes como consecuenci a de no haber sido apuntal ado por una afectividad feliz y coherente durante la primera infancia. La carencia de amor, l a falta de estimulaciones cutáneas en l a infanci a , llevan a q u e l o s i ndividuos desarrollen pruritos y a tratar d e alivi ar l a comezón rascándose . Para l a psicosomática de l a piel , nume ros as afecciones cutáneas son enfermedades provenientes de l a falta de contacto, la expresión de carencias en materi a de estimulaciones tácti les. Son, además, socialmente difíciles de soportar, i nvalidantes incluso p or las molestias que ocasionan, por el j uicio o el rechazo que s uscitan en los demás ( Consol i , 2004, 68 y ss . ) . Frenan el estableci miento de u n a relación amorosa p o r temor a provocar la retracción o el rechazo. Al interrogar y observar a madres de niños afectados por eczema , M. Ro se nthal comprueba que son poco pródigas en contactos cutáneos ( Mon tagu , 1 979, 155). La enfermedad viene a rellenar las lagunas de contacto piel a piel . El propio niño asume su envoltura cutánea, pero de manera ambigua; traduce al mismo tiempo su falta en ser y satisface l a s estimulaciones que le faltan . De modo ambivalente , trad uce su vol untad de cambiar de pi e l : sus síntomas son un l l amado simbólico diri gido a la
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madre para suscitar su atención y provocar su afecto, y s i m u ltáneamen t e un reproche p o r su abandono al volverse "rechazable". "Da l a i m pre sión de que las madres d e niños con eczema n o se absti enen de contactos corporales con el niño; pero los contactos que propone n , i ni ciados por ellas o en res puesta a l a i ncitación del niño, nunca llegan a ser a pacibles y llenos de confian za. A partir del hecho de la angusti a , que por razones divers as s u scitan en la m adre, esos contactos corporales parecen des tinados a un exceso de estimul ación , de origen tanto amoroso como agresivo" ( B ouchart-God ard , 1 98 1 , 269 ) . 1 =1 La calidad del contacto con la madre y con sus allegados d u rante l a infancia condiciona l a calidad de l a eroti zación de l a piel del hombre o de la mujer e n el futuro . L a piel es u n a memoria viva d e l a s carenci as d e l a i nfanci a . É stas contin ú an resonando mucho después , i ncluso a pesar de que a veces ate n ú en su efecto m ed iante remedios o encuentros que se establece n , y que avivan o alivian esas l l agas . Inquietudes crónicas o circunstancia les a veces producen una reacción epidérmica: ronch a s , en sentido real o figurado, crisis de eczema, de soriasis o de urticari a , manchas roj as . La alergi a no solo tiene origen en plantas o animales; e l térmi no s e aplica tambié n a l a s personas que suscitan emociones penosas . L a irritación interior resuena en l a pantal la cután e a , el cuerpo semantiza el contacto perturbado. E ntonces se l ee a flor de piel , a l a m a n era de u n sismógrafo personal m uy sensible, el estado moral del i ndivi d u o . Si bien l a piel n o es más que u n a superficie, también res ulta l a profundidad figurada de u n o mismo: encarna la i nteri ori d a d . Al tocar la piel , se toca al s ujeto en sentido propio y en sentido fi gurado. La piel es doblemente el órgano del contacto : tanto condiciona la tactilidad como también mide la calidad de la relación con l os otros. A menudo se habla de bu enos o de malos contactos . Se está bien o mal en l a propia piel . La rel ación con el m undo de todo hombre es una cuestión de piel < An zieu, 1985; Le Breton, 2003 ) . A comienzos d e siglo, e l psiqui atra Clérambault i nterrogaba a m uj e res cuyo único obj eto de sensualidad y de deseo era l a sed a . Decepcio nadas por el con tacto sexual con hombres, encontraban en l a palpación de telas el j úbilo erótico que les faltaba. La tela "no entregaba un eventual partenaire deseable: l o reemplazaba. Y esa rel ación adoptaba l a forma de una pasión y de u n orgasmo, es decir, de una relación amorosa com pleta [ . . J . La tel a ya no era p ara ellas u n p artenati"f! pasivo. E n u n a reci procidad que confesaban haber esperado en vano en s u vida amorosa, l a tel a res pondía a sus carici as, oponía su sonido sedoso o su ri gid e z a l as manipu laciones , 'rechinaba' e i ncluso 'gritaba'. Y, para .
1 " S . Co n so l i describe , en C!I otro polo d e l a exi sten c i a , "pru ritos seni les" en las
perso n a s a n ci a n a s , care n tes de tern u ra y de contactos con l os demás ( Consol i . 2004 , 202 ) . A esa e d a d , la sensac ión de abandono a men udo ali menta los de l i ri o s de i n fección cutánea, la sensación de ser de v o ra d o por parásitos sucios, etc . < pág. 8 5 ) .
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termi nar, se declaraban 'tomadas por la tela', cuando en realidad ellas eran quienes l a manchaban" ( Tisseron , 1987, 1 3 ) . Segú n Clérambault, es a a tracció n se alimentaba en los primeros años de vida, con u n a madre a us ente o avara en contactos personales . El fortuito descubri miento del cont acto con una tela en la cuna o durante un j uego con la ropa o con u n a m u ñ eca cri stal i z a alguna v e z un placer susceptible de s e r reavivado en cu alquier momento, si n dependencia de los demás . C arentes de amor, es as muj eres robaban simbólicamente el obj eto, se apoderaban de la sed a , l a pal paban y gozaban tanto con los estremecimientos del tej i d o como del contacto de éste sobre la p i e l de ell as : " Excita , u n a se siente moj ada; para mí, ningún goce sexua l se le equi para", decía u n a de ellas . A veces l a sexualidad se convi erte en el pretexto para ser tocado, acariciado, rodeado por personas a la búsqueda de ternura y contactos perdidos ( Montagu , 1 979, 1 26- 1 2 7 ) . Un estudio norteamericano reali zado sobre 39 muj eres entre 1 8 y 25 años i n ternadas en u n hospital psiquiátrico de Pennsylvania por depresió n , dem ues tra que más d e l a m itad de ellas utili zaba l a sexualidad no tanto por placer, que a menudo no experimentaban, sino para ser abrazadas , conteni d a s . Vari as de ellas reconocían que l a s relaciones sexuales, i n cluso dentro de esa pobreza afectiva, eran el precio que había que pagar por s u i n s aciable hambre de contactos físicos . U n a de ell as decí a : "Simplemente qui ero que alguien me tenga y así me parece que las cosas fu ncionan bie n . Si voy a la cama con alguien , por un momento me tiene contra sí" (McAnarney, 1 990, 5 0 9 ) . A vece s , aun frígidas , esas muj e res solo experi m entaban asco ante l a sexualidad, pero su deseo consi stía en estar por un i nstante entre los brazos de alguien ( Thayer, 1982, 2 9 1 ) . Era el hambre de una tern ura n u nca recibida, ni en l a infancia ni l uego de ell a , la conj u ra de la soledad . El contacto corporal les daba la sen sación de ser amadas, protegidas, reconfortadas y, sobre todo , conteni das dentro de los límites simból i cos cuya ausencia mortifica l a exi sten ci a . Su condición de muj eres y su sed de contactos las llevaban a no poder disociar sexualidad e i ntimidad física, puesto que para l os hombres que las deseaban solo importaba la sexualidad .
El tacto del ciego
El tacto en el hombre es en potenci a un sentido de u n a cierta agudeza, pese a que los filósofos a menudo lo coloquen en u n rango secundari o . Los ciegos , por ej emplo, sugieren u n rod eo para pensar el tacto en otro re gi stro, cuando se convierte en una modalidad esencial de l a rel ación co n el mundo. Carentes de l a vista, lqs ciegos se orientan medi a n te el oí do y , sobre todo, por el contacto físico con las cosas. Todo s u cuerpo les sirve para tocar, no solo los dedos . C uando Diderot le pregu nta al ciego 167
de Puiseaux su definición sobre el oj o, éste le responde, provocando l a admiración del filósofo : "Un órgano sobre el cual el aire hace el mismo efecto que el bastón en mi mano". Su definición del espej o queda por completo subordinada al tacto: "Una máquina [ . . . ] que pone las cosas en relieve , lej os de donde están emplazadas , si las mismas se encuentra n convenientemente colocadas en relación con ella. Es como mi mano: no es preciso que la ponga j unto a un obj eto para sentirlo" 1 4 ( Diderot, 1 984 , 145 ). ¿Sería feliz si pudiera ver? El hombre responde que le gustaría "mucho más tener brazos largos: me parece que mis manos me i nstrui rían m ej or acerca de lo que pasa en la luna q ue vuestros oj os e vuestros telescopios; y además los oj os más bien dej an de ver antes que las manos de tocar. Por lo tanto, valdría más que se perfeccionara en mí el órgano que tengo, antes de ocuparse del que me falta". E n las Additüms, Diderot evoca el caso de un herrero operado con éxito por Daviel , quien le había devuelto la vista, pero que sin embargo continuaba utilizando las manos . Del matemático i nglés ciego Saunder son, Diderot escribe que "veía por la piel" ( pág. 1 76 ) . Diderot concluye que "si un filósofo, ciego y sordo de n acimiento , hace un hombre a imitación del de Descartes, me atrevo a aseguraros , señora , que le colocará el alma en la punta de los dedos" ( pág. 158). Mucho tiempo después, Helen Keller escribe a su vez: "Si yo h u biera hecho un hombre, por cierto que le habría colocado el cerebro y el alma en la punta de los dedos" ( 1 9 1 4 , 70 ) . 15 La historia de Helen Keller resulta emblemática. Nacida en 1 880 en Al abama, se desarrollaba normalmente cuando a los 1 8 meses una enfermedad l a privó de la vista y del oído. E ntonces se encierra en sí misma, convirtiéndose en una niña difícil . Una institutriz fuera de lo común, Ann Sullivan , l a devolverá al mundo mediante su pacienci a e ingenio. Para H . Keller, el mundo se entrega bajo los auspicios del tacto (y del olfato); a través de sus manos conserva aún el contacto con sus allegados y su entorno. Antes de la regresión intelectual provocada por l a enfermedad, se encontraba en vísperas de adquirir el lenguaj e y pronunciaba sus primeras palabras . Más adelante, al pasar los dedos por el rostro de la madre, siente los movimientos de sus rasgos, de los labios , las vibraciones de las cuerdas vocales y se esfuerza en vano, al 11 El sistema de Louis Braille, ex alumno de Valentin Haüy, consiste en i nscri b i r los sonidos bajo la forma de un relieve reconocible med iante la sensibil idad dibri tal. Los 63 caracteres del alfabeto brai lle se imprimen mediante incisiones y se leen en reli eve, baj o l a forma d e u n a percepción háptica. tá Aunque cons idera a la vista como el "más universal" y el "más noble" de los sentidos, Descartes, en su Dioptriquc, no deja de invocar l a imagen del ciego y de su bastón para explicar cómo la luz toca al ojo: "aquellos que habiendo nacido ciegos lo h a n utili zado durante toda su vida, y j uzgareis que de manera tan perfocta y tan exacta , que casi se podría deci r que ven con l as manos o que su bastón es el órgano del algún sexto sentido que les h a sido dado a falta de l a vista".
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i mit arl a , por producir sonidos que le permitan participar en esos i n terca mbios de los que está excluida. Ann Sullivan le enseña el alfabeto manual trazando letras con los ded os sobre su mano. Pero Helen no consigue hacer aún el vínculo con el l en guaj e. Entre sus primeras palabras, recuerda una, water (agua), la q ue reencuentra más adelante, en un momento de iluminación que fun da su regreso a l a comunicación y al mundo. H. Keller estaba j unto 8 una fuente , con la mano en el agua: "Mientras disfrutaba la sensación del agua fresca, Miss Sullivan trazó en mi otra mano la palabra "agua", primero lentamente, luego más rápido. Me quedé i nmóvil , con toda la atención concentrada en el movimiento de sus dedos . De pronto tuve un recuerdo impreciso, como de algo olvidado desde hacía mucho y de golpe el misterio del lenguaje me fue revelado. Ahora sabía que a-g-u -a de signaba ese algo fresco que corría entre mis manos" ( Keller, 199 1 , 4 0 ) . A los diez años, al encontrar a u n o de l o s profesores de Laura Bridgman, otra j oven sorda y ciega, pero que había conseguido acceder al lenguaj e articulado, comienza otro aprendizaje q u e la llevará a hablar. Su pro fesor le tomaba la mano "que ella pasaba ligeramente sobre su rostro, haciéndome sentir las posiciones de su lengua y de sus l abios mientras ella profería un sonido. Ponía el mayor empeño en cada uno de sus movimientos [ . . . ). Para leer los labios de la maestra, no tenía más medios de observación que mis dedos . Solo el tacto debía instruirme acerca de las vibraciones de la garganta , de los movimientos de la boca, de las expresiones del rostro" (86-88 ). En l a obra que redacta a los veinte años , H. Keller escribe los dos modos de comunicación que la vinculan con los demás y con el mundo. Con el alfabeto manual, su interlocutor, al que no ve ni escucha, traza rápidamente sobre su palma las letras del alfabeto correspondientes a las pal abras que desea trasmitir. Helen percibe el movimiento de sen tido de manera continua, como en la lectura. La velocidad de la comunicación depende de la familiaridad de su interlocutor con ese medio de contacto . Esa manera de deletrear rápidamente cada letra permite una conversación común ; incluso puede seguir una conferencia si el orador no tiene un ritmo demasiado rápido . Otra forma que exige una familiaridad con sus interlocutores consiste para ella en llevar l a mano a s u s órganos vocálicos. Helen coloca e l pulgar sobre l a laringe, el índice sobre los l abios y así puede entablar una discusión con alguien cercano. "De esta manera, capta el sentido de esas frases inconclusas que completamos inconscientemente, según el tono de la voz o el par p adeo de los ojos" (306 ). La agudeza táctil de Helen Keller se manifiesta en todo momento. Si bien no desarrolla l a sutileza de una Laura Bridgman, capaz de sentir ínfimas diferencias en el espesor de un hilo, puede identificar los rasgos de carácter de sus amigos . De Mark Twain escribe que percibe "el gui ño 169
cuando le estrecha la mano" ( 1 9 1 ) . w Del mismo modo que otros recuer dan el rostro de l a gente con la que se han cruzado, ella conserva la memori a de l a presión de las m anos estrechadas y de todas las contrac ciones que distinguen a los i ndividuos entre sí. E l l a s iente e n la su perficie de la piel las vibraciones de las calles de las grandes metró pol i s y prefiere cami nar por el campo y no por la ciudad pues "el sordo y conti n u o rezongo de la ciudad mientras trabaj a agita mis nervios . Siento el caminar sin fi n de u n a multitud i nvisible y ese tumulto sin armonía me e nerv a . El chi rrido de los pes ados vehículos sobre el pa vimento i rregular y el silbido híper agudo de l as máquinas me torturan" ( 1 7 0 ) . Dice "recordar en sus dedos" muchas de s u s discusiones con Ann Sullivan o con sus otros amigos . "Cuando un pasaj e de s u s li bros le interesa, o cuando desea fij arlo en la memori a , lo repite rápidamente pasando los dedos de la mano derecha sobre él ; a veces ese j uego con los dedos es i nconsciente y se habla a sí misma e n el al fabeto m a n u a l . A menudo, cuando se pasea por el hall o l a baranda, pueden verse s u s m a n o s entregadas a una mímica desenfrenada y l o s movimientos rá pidos de sus dedos forman como u n m últiple aleteo de páj aros" (Vi l l ey,
1 9 1 4 , 80 ) . A propósito de ese tacto particular que guía al ciego en s u s cami natas diari a s , Révesz ( 1950) sugiere el empleo del térm i no háptico para de
signar las modalidades del contacto que van más allá del tacto y d e la ki nestesia, pese a estar sutilmente ligados con ellos . U n ciego emplea su sensibilidad cutánea para identificar las cualidades del espacio. Una vez que conoce una sil l a , la identifica de entrada, sin tener que recons truirl a : "No es un desfil e , i ncluso rápido, de representaciones , en el cual las diferentes partes se agregarían u nas a otras en el mismo orden que la sensación inici al , sino con u n a velocidad cien o mil veces m ayor. E s u n surgimiento. L a silla surge d e u n bloque e n l a concienci a . S u s diversos elementos coexi sten allí con una perfecta limpieza. Se alza con una real com plejidad. No sabría decir ya en qué orden las diversas partes fu eron percibidas, aunque me resulte fácil detallarlas en un orden difere n te" (Villey, 1 9 1 4 , 1 6 1 ) . El ciego construye su sentido del espacio a través de la tactilidad y del oírlo. Si para quien ve normalmente l a memori a es esencialmente visual , en el ciego es olfativa o tácti l . Un simple contacto con u n obj eto conocido restaura de i nmediato su estructura . U n ciego en s u medio familiar 1 " N . Vaschide h a c e referencia
a
to, cuya sensi bi l idad tüc t i l destaca
l\Iarie H e u rt i n , u n a joven sorda y ciega d e nacimien
as i m i s m o :
'"A veces i n c l mm le b a s t a co n tocar el p u i 'w
de su hermana Marguerite y de sentir el desplazamiento ele s u s m ú s c u l o s para i n
terpre t a r s u pen s a m i e n to, semej a n t e a un mús i c o que j uzgara sobre u n a melodía s i n escuc h a rl a . por l a s sol as vi brac iones d e l as c uerdas colocadas baj o s u s dedos" ( Vasch i d e ,
1909 . 208). E n el fi l m de Chapl i n , Luces de la ciudad, l a heroína, que h a recuperado l a vista , reconoce el sabor mediante el tacto .
1 70
s ie nte l os obj etos , los muebles, la atmósfera que lo rodea. Identi fica el a mbien te de los diferentes obj etos de s u habi tación o de otros l ugares a través de un reconocimiento táctil difícil de precisar. Sin hacer de él un sentido i nfal i ble, pues también res ulta i ncierto, a veces los ciegos pre sienten a distancia obstáculos colocados en s u camino. "Localizan, por lo general en la fren te o en las sienes , esas sensaciones y sol amente, o casi solamente, son percibidos los obj etos que se encuentran a l a al tura del ros tro . Un ciego dotado de esa facultad, que se encuentra con un árbol en su cami no, en vez de chocar contra él , se detendrá a uno o dos m etros de distanci a , a veces más, lo rodeará y luego prosegu irá su camino con seguri dad" (Vi l l ey, 1 9 1 4 , 8 4 ) . Esas i mpresiones difusas están asociadas de m anera muy sutil con la tactilidad , con l a temperatura, con el oído . En quienes v e n normalmente, e l sentido de los obstáculos pasa por inform aciones vis u ales, pero se lo reencuentra a veces d urante cami na tas nocturnas , de tanteo en la oscuridad . Por el contrari o , de manera general, el régimen de conocimiento i nducido por el tacto difiere del que surge de l a vista. Para el ciego , el tacto proporciona elementos de saber de m anera s ucesiva, c u a ndo la vista los ofrece de u n solo gol pe. El tacto es una experiencia disconti n u a , un tanteo q u e conduce a la el aboración de un conocimiento . É ste re sultara tanto más rápido en la medida en que los elementos tocados sean en parte ya conocidos . Pero si bien la vista es pródiga en i nformaciones , la mano avanza siempre austeramente . Descubre las cosas poco a poco, según el modo en que se disponen en s u cami no. Las corrientes de aire, los obj etos que i rradian calor o frío duplican l as i n formaciones auditivas y entregan i n dicaciones valiosas a lo largo del recorri do de una habita ción o de una calle. "Mientras el sol brilla -escribe Rousseau- tenemos ventaj a con respecto a ellos ; en las ti nieblas, son ellos quienes nos guía n . Somos ciegos la mitad d e l a v i d a , con la diferencia d e que los verdaderos ciegos saben siempre manej arse, mientras nosotros no nos a-trevemos a d ar un paso en medio de l a noche" . 1 7 La agudeza del tacto desarrollado por muchos ciegos se encuentra en contradicción con el estatuto del cuerpo en los ritos de interacción d e la vida corriente . La prohibición de tocar es fuerte en n uestras sociedades Y du plica las dificultades para la orientación . Para reconocerse en u n ambiente, si bien tocan los obj etos , no s i n disgusto para quienes ven normal mente, les resulta i mposible tocar a sus interlocutores. Y sus eventuales torpezas en medio de la m ultitud , si chocan contra otra persona , no siempre son vividas simplemente. Si los ciegos, más que otros , son "tocadores" en su vid a con-iente, entre ellos se tocan poco, temerosos de los ·mis mos equívocos ( Le Breton , 1 990, 2004 ) . E s a calidad del tacto o del oído en e l ci ego resulta puramente 17 J . -.J . Rousscau, Emile oa de• l' éducatio11, Flammarion, París , 1 966, pág. 1 68 Madrid, Alianza, 1990 ] .
o de In rd11rnrió11 ,
[Emilio, 171
accidental : nace de la necesidad. También le es posi ble a quien ve nor malmente si hace el correspondiente aprendizaje y si se vuelve ciego. En quien ve, la vista reemplaza permanentemente al tacto. El ciego no tiene esa opción. Pero, no obstante, conviene estimular su aprendizaje en el niño ciego de nacimiento, por accidente o enfermedad , desde los pri me ros años de existencia. Tocar afinadamente se aprende de la misma manera que una técnica del cuerpo que se va refinando al cabo del tiempo . Con la colaboración del sonido, el recorrido del hombre común es un asunto visual . El ciego llevado a vivir en un mundo de personas vi den tes apela, a la i nversa, a las referencias táctiles y muscul ares: declives en el t ra yec to sensaciones plantares acerca de la consistencia del suelo o de la acera t arena, pavimento, piedras, barro, etc. ), reconocimiento de las bocas de las alcantarillas , del borde de la acera , consistencia de los árboles , de las paredes o del mobiliario urbano, presentimiento de la presencia de obstáculos, sensaciones de calor, de frío, de humedad , vibraciones de puertas que se cierran o se abren, transeúntes, vehículos, etc. El oído no "compensa" la vistá , aunque multiplique sus adverten cias . El tacto, por su parte, exige la inmediatez del contacto, pero la facilidad de la vista para recorrer el espacio no es la del brazo, y el ciego no accede a la información táctil sino en el momento en que se establece el lazo. El oído es otra línea de orientación a través de la intensidad y la dirección de los sonidos : ruidos de vehículos, del tránsito; sonoridades particulares de ciertos lugares: cafés, comercios, talleres , arroyos, ríos, fuentes, etc. Pero el ciego disminuye su capacidad de orientación si las informaciones sonoras afluyen en profusión, si confunden s u identifica ción a causa de la l l uvia , cerca de un boulevard tumultuoso o si el entorno enmudece o emite sonidos amortiguados, por ejemplo cuando cae la nieve. "Un fuerte viento le produce al ciego el mismo efecto que la niebla a qu ienes ven con normalidad . Entonces se siente desorientado, perdido. Los ruidos violentos , que unen sus respectivas corrientes , le llegan desde todas partes; él no sabe entonces dónde se encuentra". 1 " Una m u l ti tud de datos silenciosos se interpone entre el ciego y el mundo, sin procurarle ninguna referencia. Pero también muchas balizas olfativas acom pañan sus desplazamientos, pese a que en sus orígenes sean más imprecisas. A veces resultan duraderas: la pres.e ncia de una panadería, de u n a pescadería, de un florista, de u n especiero; otras veces son pro visorias al estar vinculadas con l as estaciones y con el florecimiento de las plantas . Las trayectorias del ciego se oponen a la hi pertrofia de la vista de l a mayoría d e l o s transeúntes, recordando también ellas en qué medida, s i n o resultan ú ti les , m uchas indicaciones sensoriales caen e n l a rutina y ,
1 " E . Canet t i . lt· 1i·rritoire dt• /'lwmmr, Al b i n l\H ch el . París, 1 97 8 , p:i g .
1 72
1 38.
dej a n dt> ser perci bidas. El goce del mu ndo se a rraiga en él en otra d i m ensió n de lo real di ferente a la del que ve con n or m ali d a d . Si la n o c ió n "henuoso d ía" es más bien u n a noción visual , p a ra el c i ego pose otra ton alidad sensorial, olfativa o tácti l , por ej e m p l o . "Para m í , el viento ocupa el l ugar del sol y un hermoso día es aquel en el que siento una d u lce brisa sobre l a piel . E lla hace entrar en m i vida u n a m u l t i t u d de soni dos . Las hoj as susmTan , los trozos de pa pel se deslizan por el pav i m e n to l as paredes o las esquinas resuenan dulcemente con el im pacto del viento que siento en los cabel los, en el rostro o en la ropa". Un día en que solo hace calor es u n hermoso día, pero la tormenta l o v u e l v e más exci t a n te , pues de pronto me da un sentido del e s p a c i o y d e la d i sta n c i a" ( H u l l , 1 990, 1 2 ) . Borges confesaba que antes le gustaba menos viaj a r : "Ahora que soy ciego, me gusta m ucho; siento más las cosas". .
La temperatura de los acontecimientos Si u n j orai se pierde en la selva tropical y deb e buscar su camino pese a la desaparición del sol , pal p a l a corteza de los árboles de manera de identificar la cara más cálida, la que fu e calentada durante m á s tiempo por el sol , y de esa manera deduce l a ruta a seguir ( Koechli n , 1 99 1 , 1 7 1 ) . Las necesidades ecológicas i nducen i m pe rat iv os culturales, hrico/a..lfes sociales que sorprenden a nuestras sociedades, pero esa suti leza del tacto no tendría ocasión de ser empleada allí. El sen tido térm i co es una "forma de tacto exterior, afectiva y temporal" ( Lave lle, 2 1 3 > , pero menos mat e ri a l , más fluctuante, sol idaria con los movimientos de la afectivi dad personal y de las condiciones ambientales . Su objeto es atmosférico -como di ría Tellenbach- y remite a una conj u nción difusa de d atos internos del individuo y de datos externos, que se le escapan, y de los que se protege , quitando o a g re gand o ropa, o med i an te u n modo de calefac ción adecuado. El tacto nunca es independiente del sentido térmico . La piel es una i nstancia de regulación de la temperatura corporal . Los receptores térmicos protegen de eventuales daños causados por el frío o el calor. Señalan el peligro antes de que sobrevenga el dolor, dando tiempo a prevenirse. De m an e ra pa si va o activa, el i n d ivi d uo experimenta permanente mente la tempera tu r a de los obj etos o de los cuerpos en contacto con él . Las c o nd i ci o n es de calor o de frío del mundo c irc u ndante rebotan en la piel y según s u s disposiciones personales, l as capacidades de regu lación determinan su sensibi l idad térmica . El aire e n v u e l v e a la piel a la manera de un ropaje i n vis i bl e , cálido o frío según las circunstancias. Las temperaturas medias no se sienten : se deslizan sobre la piel sin in cidencia. El sentido térmico se ejerce solo durante los excesos de temperatura exterior o l as modificaciones del medio interno del propi o 1 73
hombre. Las variaci ones experimentadas traducen las cambiantes mo dal i dades de su i nserción en la trama de los acontecimientos. La sensación de la temperatura exterior está determinada por el grado de calor del cuerpo, él mismo largo tiempo vinculado con la afectividad. Si tiene fiebre a causa de una enfermedad, tiembla y, a veces, no consigue recu perar calor pese a la ropa, pero también puede tembl ar al enterarse de una noticia que lo dej a helado. La emoción se manifiesta en el i ndividuo mediante un afl uj o de sangre y un aumento del calor corporal. Según las circunstancias y s u propia sensibilidad, el individuo experimenta variaciones térmicas a veces perceptibles a simple vista ( si enrojece ) o al tacto. El sen tido térm ico es un indicador d� la "temperatura" que rein a en una relación. De esta manera, hablamos de un recibimiento gl acial o caluroso, de la frialdad o de la cal idez de una persona, de un discurso inflamado o de una multitud que arde, de noticias que caen como duchas frías o que calientan el corazón, de una mirada fría o de fuego, etc. El calor que sube a l as mejillas o a las manos, el s udor frío, demuestran que ciertas si tuaciones particulares modifican la tem peratura corporal. Reconfortar se en el contacto con alguien o que un frío le recorra la espalda a uno a causa del miedo son expresiones corrientes que testi monian la encarna ción de la lengua. La carne de las palabras remite a la resonancia cor poral de los acontecimientos y a su "atmósfera". La l engua i n glesa ti e n e las mismas referencias : evoca a cold stnre ( una mirada fría ), n heated argument ( u·na discusión encendida ), he hented 11p to me ( sus sensaciones se encend ieron con respecto a mí). To he hot 1mder the ("(}/nr, por ejemplo, remite a la incomodidad q ue se experimenta luego de cometer una torpeza ( Hall, 1 9 7 1 , 8 1 > . D . Anzieu analiza la sensación de calor o de frío ante el contacto con otra persona como una movilización del yo -piel formado por u n yo corporal vuelto hacia el exterior y de un yo psíquico volcado hacia la interioridad del suj eto, y orientado a crear o a recrear " un a envoltura protectora más hermética, más encerrada en sí misma, más narcisísticamente protec tora, una para-excitación que mantenga a distancia a los demás" (Anzieu, 1985, 1 76 ) . Según las circunstanci as de la educación, el i ndividuo tolera más o menos el frío externo. Un niño criado en un cl ima de sobreprotección, poco acostumbrado a soportar variaciones de temperatura, l leva toda su vida según criterios de apreciación vi nculados con su i nfancia. O tro ni ño que haya crecido en u n contexto más laxo al respecto adquiere u n a resistencia al frío o al calor. Las condiciones d e la infancia determinan en profundidad la tolerancia personal a la tem peratura ambiente. Sen tado con sus compañeros helados en torno a un brasero con los habitan tes de Tierra del Fuego, Darwin observaba con sorpresa que aquellos hombres desn udos se mantenían alejados del fuego. 1 74
Asimismo, la mano se encuentra culturalmente orientada a manifes r ta una tolerancia o no a la temperatura de los objetos. Entre los bukas, una población amerindia, el antropólogo Blackwood se asombraba al verlos "poner las manos en el agua que acababa de hervir y de retirar de ella un .. taro" tan caliente que cuando me pasaban mi parte i nvariable mente la dej aba caer ( . . . l . Asimismo, introducen la mano en una ma r mita llena de caracoles apenas la retiran del fuego" ( Klineberg, 1 96 7 , 24 1 ). N o se trata d e que esos hombres tengan u n a naturaleza particular, si no de la simple puesta en práctica de una cultura que moviliza en sus integrantes una sensibilidad particular. Los recursos humanos en m ateria de resistencia al frío o al calor son considerables . La experienci a de los niños denom inados "salvajes" es rica al respecto < Le Breton, 2004 ). Cuando Víctor es descubierto a fi nes del siglo xvm en l as montañas del Aveyron , el niño vivía totalmente desnudo. a pesar de los inviernos rigurosos que se sucedían en el lugar. Su cuerpo no daba muestras de ninguna secuela del frío. Al contrario, J� lt ard, el pedagogo que se encargó de él , observaba a su vez, en los jardines del I nstituto, la capacidad poco común de Víctor para disponer del frío con una sorprendente avidez. "Varias veces en el transcurso del invierno lo vi en el jardín de los sordomudos, semidesnudo, acuclillado sobre un suelo húmedo, quedarse así durante horas enteras expuesto a un viento frío y ll uvioso. No solo con respecto al frío, sino también a nte el calor, el órgano de su piel y del tacto no daban muestras de sensibi lidad algu n a ( M alson , 1 964, 1 43 ). E n pleno i nvierno, ltard lo sorpren día casi desnudo, rodando feliz por la nieve. Las temperaturas heladas se deslizaban por su piel sin producirle daño alguno. Curiosamente, Itard queda impresionado por la resistencia térmica del niño, por su j úbi lo ante el rigor de los elementos, que le recuerda su antigua libertad . En vez de juzgarla como una oportunidad, la considera como una deficiencia y no dej a de obligarlo para que sienta la tempera tura ambiente según criterios que él considera como más "naturales", sin d uda, pero que eran los de una comunidad social en particular. Itard somete entonces al nü\o a una serie de acciones enérgicas que se orien tan a hacerle perder las percepciones térmicas forj adas en las soledades de las mesetas del Aveyron. Cuenta en su diario con qué rigor le infligía cotidianamente baños de varias horas en agua caliente. Mediante un lento trabajo de erosión, de fragilización del cuerpo del niño, después de meses de un tratamiento riguroso, el pedagogo consigue quebrar las percepciones i niciales de Víctor. É ste se vuelve entonces sensible a la diferencia de tem peraturas. Comienza a temerle al frío y usa ropa, a imagen de I tard y el resto de su entorno. Pero esta asimilación no queda sin contraparte. Víctor pierde sus antiguas defensas contra la enfermedad. Se vuelve vulnerable a las variaciones de temperatura de su entorno, cuando antes gozaba de una "
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salud de hierro. Itard pasa por alto esa consecuenci a y se fel icita en su di ario por los resul tados obteni dos . El pedagogo cuenta que el niño, sentado j unto al fuego, recogía los carbones encendidos que caían fuera del hogar y l os devolvía , sin pris a , a s u l ugar. E n l a coci n a , extraía l a s papas d e l agua hirviendo donde s e cocinaban para c�mérselas s i n mayor demora . " Y puedo asegu raros -es cribe Itard- que en aquel tiempo tenía una epidermis fin a y aterciope l ada" (.1\falson, 1 9 6 4 , 1 4 4 ) . Muy lej a n a de la de sus contemporáneos pari si nos , la experiencia corporal de Víctor manifiesta su adaptación a las condiciones de su entorno. ¿Con qué d i fi cultades, en cuántos aüos, sobre q u é bases anteriores? Esas pregu ntas permanecen sin respuesta. Pero en esos n i iios prematuramente aisl ados de s u comu nidad origi n al , l a primera condición para s u s u pervivenci a descansa e n e l comienzo de sociali zación ya integrado , incluso si este poco a poco se va borrando para modul arse en fu nción de las precisas dificul tades que enfrentan en su entorno. La piel de Víctor se había vuelto congruente con l a s condiciones ecológicas que se le im ponían ; probablemente surgido d e u n medi o pobre y h abiendo vivido varios años e n ese contexto antes d e perderse o d e ser abandonado, e l esfuerzo no había debido s e r excep cion a l . Se encuentra l a misma indiferenci a a la temperatu ra exteri or en Am a l a y Kamal a , l as dos niñas-lobos descubiertas en l a India en 1 9 2 3 : " L a percepción del calor y d e l frío l e s era ajena -escribe e l pastor Singh, quien las había tomado a s u cargo-. Para .protegerl as de los ri gores del invierno, les hacíamos ponerse ropa abrigada, pero no la soportaban y por lo general se l a quitaban apenas volvíamos la espal d a . Tratábamos de cubrirlos con frazadas durante la noche, pero l as rechazaban y si i n s i s tíamos , las quitaba n . No eran en absolu to sensibles al frío y sentían placer en no llevar nada sobre e l cuerpo, a u n durante el tiempo más frío . Nunca se las v i o temblar en l o s momentos m á s fríos n i transpirar durante los días o las noches más calurosos ( Singh , Zi ngg, 1980, 5 0 ) . E s as dos niiias o Víctor. entre otros ej emplos, habían desarrollado con vigor una capacidad de regulación térmica que el uso de ropa reempla za ba artificialmente, sin que el organismo tuviera necesidad de movilizar s u s recursos natu ral es. Esa defensa es hoy ampliamente reprimida p o r el hombre de las sociedades occi dentales a partir del hecho del amplio aban i co de ropas del que dispone, de la climati zación o de l a calefacción de los l ugares o de los medios de transporte . El cuerpo pierde así la facultad de medirse con los elementos . En n umerosas sociedades humanas, en forma privada o colectiv a , los baños calientes son una tradición, ya que le procuran al cuerpo una sensación de aplacamiento, de purificación , de entregarse al tiempo y a menudo también de al ivio del dolor o del can sancio. La experiencia del baño es esenci almente tácti l : remite al individuo a su piel afectada por
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l a tem peratura del agua o del ·aire ambiente . E l calor baña el c uerpo si n que marlo, lo distiende , alivia el cansanci o , favorece l a ensoñ ación. El a gu a envuelve la piel y remi te al i ndividuo a su densidad corporal, a la se n sación feli z de los límites . Ind udablemente también evoca el recuer do p erdido de la matri z . Los ni ños j uegan en el agu a , salpican , ríen , no quieren salir. En nuestras salas de baño se desarro l l a una li turgia que da libre curso a l a estimul ación cutánea. El baño caliente a menudo está a sociado a l a sexualidad o al menos a estimulaciones agradables que el in divi duo se dispensa ( Pow pow, hammam ) . El baño frío (o la duch a ) e s m á s estimul ante , provoca modificaciones res piratori as que i nci tan a recobrar el aliento y energizan el cuerpo, tonifica al sujeto . Thoreau, en Wa/de11 , expresa la felicidad de esos baiios cotidianos que "l avaban a las personas del polvo del trabaj o , o borraban la última arruga producida por el estudio". rn Todas las mañanas -es cribe- "me levantaba temprano y me bañaba en el estanque; era un ej er cicio religioso, y una de las mej ores cosas que hice. Se dice que en los ba9os del rey Tchi ng-thang h abía una inscripción·grabad a al respecto: 'Renuévate por completo todos los días; y otra vez; y otra vez, por siem pre'. La entiendo muy bien" ( 8 8 ) .
1 9 H . D . Thorca u .
Wa/de11, o b . c i t . , pág.
167. 177
&. EL TACTO DEL OTRO El
otro
otro no es a q u í u n objeto que se o q m• Sl' l'l lll \' icrt a en n osotros ; contrario, se reti ra h ac i a s u misterio. en tanto
convierta en n u estro
por
el
E m m anucl Lev i n a s ,
Le Temps r t l'A 11tre
Del sentido del contacto a las relaciones con los demú La piel se halla cubierta de significados . E l tacto no es sólo físico; es simultáneamente semántico. E l vocabulario del tacto metafori za de manera privilegiada la percepción y la calidad del contacto con los demás, desborda la sola referencia táctil para expresar el sentido de l a interacción. La piel -ya l o hemos vistcr significa metafóricamente a l sujeto c u a n d o éste a ú n confia e n su piel . Compnmder remite a empren der con el otro a los efectos de llevar adelante una empresa com ú n . Se le tiende la mano a alguien que se encuentra en dificultades o se lo dc:ia caer. Se establece 1111a corriente• o no entre dos personas . El hecho de sentir remite simultáneamente a la percepción t á ctil y a la esfera de los sentimientos. Tener tacto o consiste en rozarcon el otro temas delicados con modos j ustos y discretos que preservan la reserva sin mantenerlo pese a todo al margen de una información esencial . Esa delicadeza revela una i ntuición de la distancia a mantener con alguien cuyo temperamento importa manej ar. Una fórmula pega justo, alcanza la cuerda sensible. Se tiene el se11t1do del tacto, se sienten hien las cosa.:Úll/! ottr slá11 o de gel u11d,_.,. our ski11•.;. � Léonard d u ra n tc s i �lus, los homhn•s t>ra n . en c foclo. u m p l i a m c n ll• idc n t 1 1ica h l Ps po r l os olo rt>s \'i nc u l ados con e l ejl·rc i c i o de sus oficios . El l'm p l t•o 1 l t · tw1-ra m 1 1• nt a s " < i l· lll aterial1•11 pa rt i c u l ares. la cerca n i a con ml i m alcs, etc . . l os e x p o n í a n d u ra n t c • t oci u el d ia n cman acimw11 ol liltivus especificas .
225
la n a ri z , se equivoc a , pues se tran sportan por sí mis m os . E n m í p a r ticul armente, los bigot e s , que los tengo bien espesos , me s i rv e n . Si l es acerco los guantes o el paü ue lo , s u olor se ma n t e n d r á dura nte todo u n día . Delatan el l ug ar de donde provengo. Los a p as i o n a d o s besos de l a j uventu d , s a brosos , g lo to n es y pegajosos se les p e gaba n en otra época y p er m a n e c ía n e n e llo s d u rante varias horas" ( M ontai gn e , 1 969, l , 374 ) . U n a habitación cons erv a a veces l a presencia i nvisible de l a person a que acaba d e retirarse: su olor perm a n e c e e n el lugar: un perfume, u n olor a tabaco, a j abón, a sudor, a angusti a , etc. Esa memori a alusiva resu lta para l os po l i c ías un i n dicio v a l i oso, pese a que sea impal p able, por que es un a cto de a c u sa c ió n en el l u gar del cri m e n q u e s e ñ a l a la presen ci a e n el l u gar de u n i n d ivi d u o d eterm i n ad o . E l perfume de l a dama v e sti d a de n egro no admite equívocos . I n v e stiga c io n es realizadas e n niüos d e mu e stran su fa cil i dad para i d e n tific ar el olor de l a m a d r e . E nfrentados al olor del seno materno, los l a c t a n te s v uelven la cabeza hacia él y a veces ad o p tan l a postura típica de mamar: el brazo doblado sobre el pecho y l a s manos cerradas ( Schaal , 1995 ) . N iños de e n tre 2 7 y 36 m eses en si t u aci ó n de elegir e ntre dos pre n da s de la misma fo r m a y c olor, u n a de ellas usada por la m a d re y la otra no, re co n oc í a n a la primera en si et e de cada d i e z casos . Si se l e hace ol er esa pre n d a a u n niño en u n a gu ard e rí a i n fa n t i l , se observa un c o m po r tamie n t o de atención y aplacam iento: si el niño estaba a d i s g u sto o se mostraba agresiv o , se tra n qu i l i z aba, a veces se acostaba sobre la prenda, la apretaba contra sí, se la llevaba a la boca . Si se n egaba a comer, rec u peraba el a pe tito . O bj e to tra n si ci onal , la p re nd a , por el olor que con serva, es un l ugar de m anteni m ie n t o simbólico de la presencia de la madre, un motivo de a p ac i gu a m ie n to . El niño le dice es pontá ne amen te a la e s pe c i a lis t a en pue r i cul t u ra que se la pre se n ta : "Huele bien , hu el e a ma m á " . Obligadas a elegir repetidamente entre tres batitas de bebé, u n a de las cuales ha s i do usada por su hijo de u n os diez días de vida, las madres nunca se eq u i v oc a n . Pero las modalidades de contactos anteriores resultan determinantes: si las madres han establecido con el bebé una relación de pro x i m ida d afectiva, no se equivocan prácticamente nunca, a diferencia de las mad re s que mantienen a sus h ijos a mayor distancia. La al t e rac i ó n ol fativa del n i ño como consecuencia del p rolo n ga d o paso por los b ra z os de otra persona ( nodri za, familiar, etc . ) molesta a ciertas madres , que se apli c a n a lavarlos , perfumarlos, les cambian la ro pa , aumentan su tern ura para c o n é l , re ge n e ra n do el olor p e r d i d o ( Scha al , 2003, füJ ) . E l olor e s u n m arc ador d e la c a l i d ad de la relación , u n goce com partido, u n a referen ci a , pero si el con t ac t o no s e ha i n s ta u ra d o , se p rod uce el d i s ta nciami e n to , que hace decir a a l g u i e n " No lo si e n to" c u a n d o se tienen dificultades para establ ecer la rel ación . De esa ma ne ra , l as m adres c uyo a pego a l os hijos es menor tienen di ficul tades para i d e n t i fi car su olor. Por otra part e , l as emanaciones desagradables de un 226
l a ct a n te como
consecuencia de
rec hazo de l a m adre .
u n a e n fe rmedad a veces inducen
La asi m i l a c i ó n del suj eto a u n a
el
huella olfativa alcanza su ápice entorno, experimentan el
cu a n d o ciertos pa c ie nte s , en ruptura con s u
rechazo, real o .imaginado, de los demá s , su pérdida de valor personal,
ceden a u n del irio del olor propio y se convencen de que exhalan efluvios na useabundos . E quivocadamente o con razón, perciben movimientos de mol estia en su entorno, e incluso si la discreción párece retener a sus vecinos , están convencidos de que no se trata de que éstos no huelan la hediondez , sino que no se atreven a decírselo por mi edo a herirlos . El d e l irio de l as emanaciones fütidas qu e emanan de uno mi sm o confu nde la relación con el mundo, le da un contenido imagin ario a una vergü e n z a más o menos l ú cid a , a la pérdida de la capacidad de proyectarse en el futuro a causa de una sensación despreciativa de sí mismo ( Brill , 1 93 2 ; Tell enbach , 1 9 8 3 , 1 0 6 y s s . ) . Olores del erotismo
En la relación amorosa , el intercambio de olores participa del i n terc a m bio d e cuerpos . Mezcla los cuerpos sin l a pro t e c c ión de los ritos de interacci ó n , que m a n ti e n e n la di stancia e implica una fel i z resonanci a d � los mutuos ol ores d e l a parej a . L a molesti a ante e l olor d e l otro e s u n a traba radical a la tern ura, a l a entrega. H. Ell i s cita v a ri a s pági n a s de Casanova donde éste expresa su delectación ante el olor de las muj eres que ha conocido: "En cuanto a las muj eres , s i e m pre m e ha parecido suave el ol or de l as que h e amado l . . . J . Hay algo en e l dormitori o femenino que uno a m a , algo tan íntimo, tan perfumado, emanaciones tan voluptuosas que un enamorado no cavil aría un solo momento si tuviera que elegir entre el cielo y ese del icioso l u gar" < E lli s , 1934, 132 ) . 1 ·1 El olor p e r son al es u n ingrediente d e l deseo en cuanto causa r e p ul si ón o atrae. E n La guerra y la paz, el conde Ped ro decide casarse con la 11
A l re feri rse a los i m agi n a rios o l fativos del s i g l o x 1 x . A . Corb i n s e il a l a e n q u é m e d i d a el "m ode l o d e l c e l o a n i m a l obsed c ; l os módicos n o pueden l i b ra rse d e é l ; s i g u e n con ve nc idos d e q ue l a seducción le d e be m uc h o a l o l or d e l a s menstruacio nes [ . . . l. En la óptica de M o n tpe l l ier, e n ese momento del ciclo, l a m ujer m a n i fiesta l a v i t a l i d ad de l a na
tu ra l e za , v u e l c a los prod uctos de una fuerte a n i m a l izac i ó n ; e m i te un l l a m a d o a l a fecu n daci ó n , d ispersa e fl uvios d e sed ucc i ó n " . De ahí l a m i to l ogía e n torno a l a s m uj e res Pl! l i rroj a s , s i e m prc o l orosa s y con cl as pl!Clo ele ser rea l zadas por u n a s e n s u a l i d a d Pe.rm a n e n tc . Pe ro si l a s "me n s t ruac i o n e s a t i z a n l a sed ucción de l a j ove n púbe r . la s nus m a s rec uerd a n s u m i s i ó n gen é s i c a , pe ro s o l o les co n li e rn n u n o l or d i scon l i n u o : l o q m• l e p rocu ra a la m uj e r u n verdadero sel l o ol falivo es el e s J > c r m a m a sc u l i no . asi como la
Prl'on n a , 1 9:19 ) . Por ot ra pa rte, l\lo n taigne escri be : "Se h a d i c ho d e algu nos . c o m o Alej a n d ro u n o . Pc.•ro el olor e ra i nd i s i m ulablc. Pod ía oler a los norvietnamitas an tes d e o í rlos o verlos . S u olor no es como el n ues tro o e l de l os filipi nos o d e l os s u dviet n a m i t a s . S i volviera a ol erlos, los reconocería" ( G i bbons, 1 986, 34 8 ) . E l otro es de u n a n aturaleza fís i ca al marge n d e l a humani dad norm a l y sus ema n aciont?s l o siguen si mbó l icamente, a l a m a n era del t u fo d e> un a n i mal . Tnynbec rec u e rda el desagrado que experi m e n taban a veces l os j a poneses vegetarianos al oler "el olor fé t i d o y ra ncio de los puebl os carn ívoros de Occiden te" . � ' Shu saka E ndo h a b l a del "olor corporal sofoca n t e , ese olor a queso, parti c u l a r de los extra nj eros ". Los térm i n os bata l..·11s(li 1 literalmen t e "hedor a manteca" ) denom i n a n a esas exhala ciones desagrad ables de los euro peos ( B orel l i , 1 98 7 ) . A veces basta con poseer u n a parti c u lari d ad física o mora l para merecer u n a atenci ó n o l fativa. E l i m aginario pop u l a r sos pecha q u e los pel i rroj os poseen u n a
v i t a l i d a d sex u a l d esbord a n te ; según Vi rey , exhal arían " u n olor amonia cal viri l , q u e afecta sobre todo a l a s m uj e res. cuya con textura n erv i osa es m uy sensible, y q u e l l ega a cau sarles a fecci ones hi st al g u s t o d u ra nte la época del celo: prod uce n á u seas'' . :t 1 La j era rquía soci a l está d u pl i cada por u n a jerarq u ía o l fativa . E l prej u icio de clase se a l i men t a con l a p res u n c i ón del m a l olor d e l otro , del � ' A . To�· n h cl' . A ,.,'t11r�1 · 11/llistm:1" t . l . Oxforcl U n i \'crs i ty Press. r n:l5 . p á g . i:n . 1 1 .J . - B . V i n•y , ll1sl11m · 11almd/1 · d11 g1•11 n• l1 t1111fli11 , Bruse l as , 1 �2. En El i11tr11so, Faulkner ofrece una terrible il ustración de ese tema racista en la mirad a de u n joven blanco que ha ingresado a la casa de u n negro viejo: se encon traba entonces "totalmente encerrado en ese innegable olor de los negros [ . . . ], n o el de una raza, ni siquiera positivamente el de la pobreza, sino quizás el de una condición: la idea, la creencia, la aceptar. ll u lfo n , ob. cit . . t . : 1 , págs . :mB y 306. Bosq u ej o aq u i en algunos trazos u n lema i n agula h l t · . ,,; J . - B . \ ' i rey. oh. c i t . . t . 2 . P•Í g' . 1 1 0 . �� L . 1-'i g u i er. o h . c i t . . p á g . 5!>:! . �" A . H ov e l acq u c , ¡,, .,�· Négnw d1 · l'A/i'iq111• s11béquatorin/1', París, 1889, püg. 2 4 8 .
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ci ón pasiva por parte de ellos ch? la idea de que, por el hecho de ser negros , n o eran considerados capaces de tener el gusto de l avarse conveniente· me nte ni a menudo, ni de bañarse con frecuencia, i ncluso que no tenían la p osibilidad de hacerlo y que, en realidad, tam poco debía i mportar que lo hicieran [ . . . ] . N i siquiera podía imaginar una existencia en la que el olor estuviera a usente, donde no volviera nunca. Siempre lo había olido, lo olería siempre; formaba parte de su i nevitable pasado; era una parte pre ponderante de su herencia como hombre del sur".w Con humor incisivo, en 1 9 1 2 M. Weber denuncia ese i m aginario olfativo. Había leído en l a pluma de los raciólogos alemanes que los " insti n tos raci ales" de los norteamericanos b lancos se manifestaban e n especi a l por e l hecho d e q u e no podían soportar e l "olor d e l o s n e gros , que era desagradable: "Puedo referirme a mi propio ol fato: no he com· probado nada semejante, a pesar de los muy estrechos contactos que mantuve. Tengo la i m presión de que el negro, cuando olvida l avarse, huele exactamente como el blanco en l a misma situación y viceversa. También puedo dar fe del espectáculo corriente en los Estados del S ur de una lady sentada en su cabriolet, con las riendas en la mano, al lado de u n negro; es evidente que su nariz no experimentaba molestia algu na. Hasta donde sé, el olor del negro es una invención reciente de los Estados del Norte, desti n a d a a expl icar su reciente 'distanci a m i e n to' de los negros" ( 1974, 120). J. Dollard confirma a su vez la observación de Weber. Pese a sus esfuerzos , confiesa no haber logrado p e rcibir u n olor particular en los negros que l os disti nga del de los blancos . Piensa q ue "la amplitud de ese prej uicio debe i nducir una sensibi l idad exacerbada hacia el olor co r po ra l de los negros, que no se manifiesta tratándose de los blancos" ( 1 95 7 , 38 1 ). E l hedor del otro, objeto de resentimiento, es un hecho consumado. E l racista habi tual recuerda tranquilamente e l olor "árabe" q u e comienza a p e rcibir apenas franquea una línea simbólica que divide una ci udad, una cal le, u n barri o. El foetorjudaicus es u n leitmotiv del discurso an· tisemita desde la Edad Media hasta n uestros días y ha d ado l ugar a una abundante literatura . Algunos ejemplos paradigmáticos : u n tratado de medici na del siglo x 1 v retoma el l ugar común cristiano de la época : "Ese hedor y las inmu ndicias en los que están sumergidos todos los días en sus casas, como los cerdos en sus chiqueros , es lo que los hace presa de anginas, escrófulas, hemorragi as y otras enfermedades indignas q ue hacen que siempre bajen la cabeza" ( i n Fabre·Vassas, 1 994, 120). Para Bérillon , "el /0etorj1.1daic11s es muy evidente en l as grandes aglomera· ciones de j u díos, como l as que se encuentran en Polonia y Holanda". En l a época del Frente Popul ar, la prensa antisemita se encarnizaba contra Léon B l u m y lo comparaba con "un montón de inmundicias", con "un paquete de podredum bre". M aurras lo trataba de "detri tus humano". Se "
"
"
""' W. Fa ul kn�r. L '111/rus, Fol io,
París, 197:J ,
págs. 1 9 y 2 0 .
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lo comparaba con un "camello hediondo": "transpira esa especi e de vapor oriental que exhalan todos sus congéneres, esa grasa lanosa tan carac terística" ( Phil ippe, 1 979, 2 1 6-2 1 8 ) . La misma raíz latina enlaza odor y odium . De manera mani fiesta, nada escapa a la depreciación olfativa cuando se llega a ocupar esa posición poco confortable. De ahí el aspecto extrañamente reversible del "mal" olor si el otro, en ciertas circu nstancias, acepta someterse. En la Edad Media, el j udío no tenía "olor a santidad" a j uicio de la Iglesi a: los rumores le asignaban un olor nauseabundo. Pero éste tenía la particu laridad de desparecer luego de la con v er s i ó n y del bautismo en la fe cristiana. La bromiclrosia
según Bérillon
fétida d e l a raza alemana
El médico Bérillon proporciona u n sabroso ejemplo de los imaginarios susci tados por la categori zación olfativa del otro. Inventor de una cien cia dudosa, la etnoquímica, proponía estudiar comparativamente lo que denominaba las "razas humanas" desde el punto de vi sta de la compo sición de s u orga nismo: "La continuidad de la person alidad química se perpetúa, por transmisión hereditaria [ . . . J , en los i ndividuos de l a mis ma raza con l a misma fij eza y l a misma reg ularid a d que l a de la personalidad anatómica. Ahora b i e n , lo s caracteres químicos presen tan, por su especificidad y estabilidad, la doble ventaj a de ser medibles y permiti r establecer, mediante fórmulas precisas, las i nnegables e i ndiscutibles características de la disparidad de las razas. Por otra parte, las divergencias en las constituciones químicas de las razas se revel an por la especifi cidad de sus res pectivos olores t . f . Se sabe q ue el olor de ciertas razas es tan fuerte que i mpregna ampliamente los locales donde los representantes de esas razas permanecen durante algunas horas . Es el caso de l a mayor parte de las ra z a s negras, de los chinos y asimismo de los alemanes del norte" ! Bérillon, 1 920, 7 ) . El mismo autor redactaba en 1 9 1 8 un opúsculo acerca de una enfermedad particular y el e ctiva : la hmmidrosis fétida de In raza alemana . Esas páginas son u n modelo del género. Bérillon adopta la postura del científico neutro y condescendiente para señalar, lamentán dola, u n a anomalía física propia de ciertas poblaciones. Así cree notar el considerable l ugar de los remedios y receta s en l as farmacopeas doctas y populares alemanas contra los malos olores, cuando sus equivalentes franceses no los mencionan. Por suerte, en el caso de los franceses la fisiología ignora los malos olores y no tienen por qu é combatirlos . De entrada , Bérillon afirma, con l a tranquila objetividad del sabio henchido de rigor, que la bromidrosis ( de las raíces griegas . .
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hed o r y sudor ) fétida es una de las "afecciones más difundidas en Alemania" ( pág. 1 ) . "Afección en sus orígenes prusiana", a fecta seve ramente Brandeburgo, Mecklemburgo, Pomerania y Prusia oriental . La afirm a c i ó n se sustenta en sí misma, ya que n ing u n a estadística la res p a lda . Se consideraba que la familia reinante le había rendido todo el tiempo un pesa do tributo a dicha afección y en es p ec i al "el actual jefe de esa dina stía " , quien no consigue "sustraerse a la percepción olfa tiva , p arti cu l a rm ente indiscreta, de su s familiares" (pág. 2 ) . Médicos france ses qu e "tienen que cuidar a los heridos alemanes han reconocido espon táneamente que un olor e s pec ia l , m uy característico, emanaba de los heridos . Todos concuerdan en afirmar que ese olor, por su fetidez, afecta penosamente al olfato. Un solo alemán herido en l a Gran G ue rra bastaba para la pro p agaci ó n tenaz de dicho olor por todas partes donde el desdichado había permanecido. Bérillon recuerda varias veces que sus pro pi as encuestas al res pecto lo llevaban a la co m p robaci ón de que ese olor era simultáneamente "fétido, nauseabundo, de m u cha impreg nación y pe rsistente " ( p ág . 3 ) . Por supuesto, Bérillon no s e queda allí: su i m agin ac ió n olfativa l o lleva lej os. Los heridos alemanes olían desdichadamente mal , pero también los alemanes que go z a ban de buena sal ud olían mal . Era l a "raza" lo q u e d e sp rendí a aquel olor i nfecto. Y a s í Bérillon se apresu raba a i nvocar testi monios de ofici ales franceses que habían tenido la misión de conducir prisioneros , situ ación que los obl igaba a volver l a cabeza incesantemente para evitar las incomodidades que les causa ba e l olor. Billetes bancarios encontrados en los bo lsi l los de aquellos prisioneros contradecían el adagio que postula que el dinero no tiene olor, pues -se-gún Bérillon-, era preciso desinfectarlos antes de poder uti liza rl os, lo q ue también ocurría con los dem á s papeles que se encontraban en su pos es i ó n . O bien eran los barracones donde se a l oj a b a n las tropas alemanas , l as que continuaban hediendo años después de que las hubieran abandonado, a pesar de los innumerables intentos de l i mpi eza . También le habían asegurado que los empleados de casas alemanas que trabaj aban en Francia tenían el defecto d e una "tran spiraci ón fétida en los p i e s " (pág. 5 ). Hoteleros franceses de pre guerra ya se quej aban de que tenían que desinfectar, con pobres resultados, las habitaciones ocupadas por clientes alemanes luego de que las abandonaban. Ese tris te tufo que persiste como hierba mala afortunadamente había per mitido identificar "algunas semanas antes de la guerra a u n empleado alemán que, simulando ser un habitante de Alsacia-Lorena, había co ns e g ui d o infiltrarse en el Establecimiento médico-pedagógico de
Créteil" ( pág. 7 ). Ese olor pestilente no perdona ni al espacio aéreo. "Diversos aviadores me han confiado que cuando sobrevuelan por en cima de las escuadras alemanas, son advertidos de su presencia por un 245
olor que afecta sus n ari n a s , i ncluso cuando sobrevuelan a gra n al tu ra . . . " ( pá g . 3 1 . Por s u p uesto, los fra n ceses no p a d ece n semej an te desventaj a . Por el contrari o , " u n pr e fe c to que había t ra baj a d o e n los Consej os d e Recl utami e n to e n los m á s d i v e r so s d l� p a rt a m c n tos de Francia me decía que, a pesar del ri gor de aquel l a s e l i m i n atorias, solo aparecía u n caso de exención en c uatro o ci n co m i l conscri ptos . P o r o t r a parte , recordaba que l a fi sonomía d e l os recha zados se acercaba al ti po q u e actu a l mente se d e s i g n a con e l nombre de tip o 'alemán"' ! pág. 4 ) . Béri l lon a fi n a s u diagnóstico: " E l alemán , que n o h a desarro l l ado el con trol d e s u s i m p u l sos i nsti n ti vos , tam poco ha c u l t iv a d o e l do m i n i o de s u s re a c c i one s v a s omotrice s . D e e s e m o d o , s e acerca ría a esas e s p e cie s ani males en las que el miedo o l a cólera tienen por efecto provocar la actividad exagerada de l as glánd u las de secreción odorífera" ( págs. 5-6 ) . U n a "transformación hereditari a de s u q uímica orgá nica" d i s tingue a los alemanes de otras "razas". Por otra parte -nos explic a Béri l l on-, su eliminación de materias fecales es i n com parablemente s u perior en vol umen a la d e otros pueblos . Asimismo, l a orina al emana posee u n a particul aridad fisiológica que expl ica s u olor nauseab u ndo. " Los tratados es peciales sobre la cuestión i ndican que la proporción de ni trógeno no ureico se eleva al 20'h: en Alemania, mientras que en Franci a solo llega al 15% l . . . ] . El coeficiente urotóxico es, pues, por lo menos u n a c u a r t a parte m á s elevada entre los alemanes que entre los franceses" ( pág. 7 ) . A s u función renal " sobr e carga d a e i m potente para eliminar los elemento ureicos" se agrega la particu l a ridad de su "suda ción p l a n t a r " . Esa concepción -precisa fi nalmente Béri l l on- pu e d e expresarse dici endo que el alemán orina por los pies" ( p ág. 1 1 ) . E l ale mán es , cl aramente, una criatura "hedionda". El razonamiento deliran te de Béril lon c on c l u ye en la animali zación y en el rebajamiento del otro por su asi m ila c i ó n excrementicia . E n l a m i s m a época, escri tores de renom bre entraban en l a misma lógica i m aginari a . Maurice Genevoix, por ejemplo. S u gru po toma posesión en plena noche de una granj a que los alemanes acababan de abandonar en un p ueblo de la Meuse. "La p u erta se abre con un prolongado ch i r rid o . ¡ Puar. . . . ¡Qué olor! Olía a s uero d e leche, a rata, a t ra nspi r ación de las málas. Era agrio y desagradable hasta l a náusea. ¿Qué era lo que podía heder hasta ese extremo? De pronto u n viejo recuerdo surgió en mí, un recuerdo que ese olor despertaba : volvía a ver l a habitación del "asisten te" alemán en el l i ceo Lakanal . Yo concurrí a allí por una media hora para flexibi l i z ar mi alemán escolar. Era un tórrido verano; él se sacaba el saco y se ponía cómodo. Cuando yo em p uj aba l a pµerta , ese mismo hedor me l lenaba la nari z , me oprimía la garga n ta . E l sonreía, con la m i t a d de s u rostro abotagado tras los a nteoj os con armazón de carey . . . Ahí estaba . . . sería preciso que d urmie246
ra en ese olor a alemanes" . : 10 Genevoix no piensa ni por u n momento en que las condiciones de higiene desastrosas del lado alemán o francés era n las mismas . S u i magi nario lo remite por el más corto cami no a l a pendiente racista . C uando Bérillon ofrece el ejemplo radical de una descalificación del tr o o medi ante el recurso a u n imagi nario olfativo, prosigue una lógica racista elemental . Por supuesto que al otro lado del Ri n se encontraba, entre ciertos soldados o ideólogos, la misma estigmati zación olfativa de los franceses < Bri ll, 1 93 2 , 34 ). E l grado de odio haci a u n grupo o i ndividuo determi na la cantidad de hedor que exhala. El olor del otro es una metáfora de su alma, design a un valor social . El hedor físico no es m á s q u e l a consecuencia de l a convicción del hedor moral, una licencia entregada al desprecio. El cálculo del mal olor del otro, de su proxi midad simbólica con el animal , permite obtener u n argu mento para j ustificar el rechazo, posee l a ven taj a de confirmar situaciones de desigualdad social , mostrando l a necesidad de mantenerlo apartado, fuera de las i nteracciones sociales habitu ales . Si el otro huele mal , que se quede con los suyos y que no venga a contami narnos con sus penosos efluvios . De ahí el tema racista , especial mente en los Estados Unidos, frente a los negros < Dollard , 1 9 5 7 , 380), d e l rechazo de l a cohabitación y de la necesidad de mantener espacios separados para unos y otros .:11 Por cierto -ya lo hemos visto con M. Weber-, el caso de los criados negros es de la misma clase que el de los j udíos en la Edad Media, que dej aban d e oler mal l uego de su conversión al cristianismo: su empleo subalterno les restituye mágica mente una virgi nidad olfativa.
Olores de la enfermedad El olor corporal vi ncul ado con el metabolismo no es el mismo según los momentos del día y el estado de salud del individuo. El hombre enfermo no percibe su olor de la manera habitua1 .:1:.1 Cada afección posee sin d uda su olor propio, que se mezcla íntimamente con el del enfermo para mo... M. Ge n e v o i x , llw.r de 14. F l a m m arion, París, 1 950, pág. 66. :n La i n t eri o ri z a ción de l a violencia simb1ilica de l j u icio desprecia tivo del otro l leva a ci ertos negros a rec u rri r al perfu me , lo que s i g n i fica tomar i nge nua mente al pie de la letra la idea de su d esagrad ab l e o l o r co rpo ra l : " Ese perfume es un med i o para escapar al mal olor estigmati zado : el negro sabe que es una de l a s quejas de l os blancos con respecto a el l o s < Do l l a rd , 1 95 7 . :J H l l. ·•� I n c l u so puede Wncr el sentido ol fativo a l terado por la enfermed a d . La cacos m i a es u n a pertu rbación q u l� l l eva a perc i b i r un olor i n focto q ue se despre nde ciertos a l i men tos . Ciertos a lcohóli cos l a padecen y evitan comer por desLtgrado, con el riesgo de m al a alimentaciti n . La a nus m i a es la incapacidad de perci bi r l os o l ores \ y , por lo tan to , l os gustos ) . 247
dificar sutil mente su tenor. C u ando u no no se "siente'"1 1 bien , uno está enfermo . F. Dolto decía reconocer por el olor a un paciente s u mi do en una crisis de angusti a . Ciertos psiqui atras destaca n el olor particular de los esqui zofrénicos , que aumenta o dismin uye según su estado moral C Wi nter, 1 978, 1 2 3 ) . Para D. Anzieu, la envoltura olfativa, l a emanació n sensorial del yo- piel , se modifica en ciertas circunstancias y m a n i fiesta en un lenguaje de olor los estados psi cológicos del paciente. Movi mientos complejos lo animan inconscientemente d ura nte l as diferentes fases de l a cura o de su exi stenci a . "Ese yo-piel -escribe-, principalmente ol fativo, constituye una envoltura que no es conti n u a ni firm e . Está atravesada por u na multitud de aguj eros , que corres ponden a los poros de la piel y que están desprovistos de esfín teres con trol ables ; esos agu j eros dej a n s u purar el exceso de agresividad i nterior mediante u na descarga automática reflej a , que no da l u gar para l a i n tervención al pensamiento; se trata, pues, de un yo-piel colador" (Anzieu, 1 98 5 , 185 ) . La frecuentación regular de l a enfermera o d e l médico d e enfermos que padece n afecciones particulares s uscita el desarrollo de u n a compe tencia olfativa o de una fuerte i ntuición acerca del estado de salud de sus pacientes. A veces , infecciones de l a piel des prenden olor a podredum bre de los tej idos . El al iento azucarado de una persona en estado de coma sugiere diabetes . "Los profesionales competen tes distinguen muy bien el olor que emana de l as úlceras com plicadas con gangrena -escribía Kirwan en 1 808-. Cada olor es particular: el de los tísicos , el de las personas afectadas de disentería, de fiebres pútridas, malignas ; y ese olor a ratón que perten ece a l as fiebres hospi talarias o de las cárceles" (en Corbi n , 1982, 4 8 ) . El personaj e de Lars Gustafsson , en Mu erte de un apicultor, afectado por un cáncer en fase terminal, ve cómo el perro con el que tenía una afectuosa relación de larga data l lega a huir de él : "Como s i tuvi era miedo, vaya saber Dios por qué. Me comporto con él exactamente como me he comportado en estos once años . Parecería como que ya no me reconociera . O , más exactamente, me reconoce , pero de cerca, de muy cerca, cuando lo obligo a mirarme y a escucharme en vez de dej arlo segu ir tan solo mi olor 1 . . 1 . Será que de gol pe mi olor ha cambiado de manera tan sutil que solo el perro puede darse cuenta" .;•4 De la misma manera, Freud, afectado por u n cáncer a la mandíb u l a , sufre al ver que s u perro se aparta de él a causa del olor que exhala su carne es tropead a . Durante m ucho tiempo, la medicina basó u n a parte de sus diagnós ticos en los ol ores del enfermo o , particularmente , e n el de su ori n a o de sus excrementos , los que entregaban una i ndicación valiosa acerca de su estado físico. Avi cenas, por ej emplo, aconsej aba al médico que usara el .
En fra ncé:-:. st '11 lir t i e n e e l doble sign i ficado de s1•11/ir y olt•r [N. d e l T. ) . L. c ; u s t a fs:-:o n . Alorl d im apic11/tr11r, Presses de l a R e n a issance, París. 1 98:J . :rn y S S . ;; i ·1 1
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olfato. Según él, el olor de la orina de un enfermo revelaba su patología . Describió distintos tipos, vinculándolos con enfermedades específicas. Pero el olfato solo era un elemento que servía para el diagnóstico, pues también era preciso observar y escuchar al enfermo. A. Corbin cita a numerosos autores que establecen catálogos de semiología olfativa en el transcurso del siglo XV I I I ( 1 982, 48 ) . Para H . Cloquet, en 182 1 , el clínico debía ser capaz d e identificar, a l entrar a la habitación d e u n a parturienta, según el olor agrio o amonia cal del ambiente, si la secreción de leche estaba en buen camino o si se aveci naba una fiebre puerperal. "Toda enfermedad es hedor" -escribía el biólogo alemán G. Jaeger, por otra parte convencido de que el olor se encontraba en el origen de la noción de alma- ( Kern, 1 9 7 5 , 50). En 1 885, el médico E . ].\fonin publicaba en París Les Odeurs du corps humai11, donde establecía un i nventario de las emanaciones olfativas vinculadas con las enfermedades, según las diferentes partes del cuerpo. Pero en el transcurso del siglo XIX se multiplican las observaciones más o menos fantasmáticas sobre los olores propios de l as "razas" (infra), o también en las diferentes edades, desde el lactante hasta el anciano, a través de un 1tinerario olfativo i neluctable para el olfato de ciertos especialistas < C orbin, 1 98 2 , 4 5 ) . A fi nes del siglo x 1 x , el diagnóstico olfativo pierde su ascendencia, pero ni las llagas ni las enfermedades pierden sus olores. El doble filo del olor
Según una antigua tradición pitagórica, la volatilidad del olor no lo vuelve menos material en sus efectos . Dotado de un poder de penetra ción, posee la facultad de suscitar o curar la enfermedad según su fórmula o sus usos . Los perfumes, las fu migaciones, los olores a hierbas aromáticas o los aromas específicos participan, según su fórmula cul tural propia , en la farmacopea corriente de numerosas sociedades . Hi pócrates hacía uso de ellos para sanear el aire viciado. Desde la Antigüedad, y en diversas sociedades humanas, la medicina de los olores se difundió ampliamente. Comenzando por los leñadores que cortaban maderas odoríferas para ahuyentar las miasmas deletéreas. "Toda la ciudad está llena de vapores de incienso y de peanos mezclados con lamentos", dice Edipo al entrar a Tebas asolada por la peste, mien tras se dirige al sacerdote. Numerosas plantas medicinales son aromáticas : no solo sirven como condimentos o afrodisíacos . Su olor es intuitiva o directamente percibi do como eficaz acompañamiento de la medicación, lo que les agrega un valor adicional. De esa manera, en Egipto, para las perturbaciones que se consideraban vi nculadas con los movimientos del útero, los médicos i ntentaban simultáneamente llevar la matriz hacia abajo, sometiendo 249
las partes sexuales de la m ujer a fumigaciones perfumadas, y l as h acían ingeri r o respirar olores n a useabundos : se pensaba que así se em puj a ba el órgano hacia abajo y se lo colocaba en su l ugar ! Veith, 1 97:3, 1 3 y ss . ) . Todavía en el siglo XV I , Ambroise Paré i ntroducía u n pesario en l a vagi na de l a enferma, a pl icaba una ventosa en el bajo vientre y procedía a rea l i zar fumigaciones para una "cura por sofocación de l a matriz" ( pág. 1 1 9 ) . Para el mismo Paré, l as exhalaciones de los remedios actuaban al ingresar a los pulmones : de ahí su rechazo a los antídotos que no tenían olor ni aromas , como los que i m plicaban el oro, las piedras preciosas o el cuerno del unicornio ( Le Guérer, 1 998, 8 9 ) . E l olor da la sensación de i nvadir e l cuerpo, dej ando al i n dividuo s i n defensas, s i n posibili dades de mantenerse al margen de su i m p regn a ción . Para las representaciones soci ales, su fuerza de fractura no era menor que la de las medicaciones que se deben absorber ora l mente. La asociación de los malos olores con una sensación penosa, i ncl uso con u n m alestar orgán ico, o d e los buenos olores con lo agradable o l a disten sión , otorga a los imaginarios sociales una ilustración s imple de la capacidad de acción del olor. "Los médicos podrían, segú n creo, extraer más util idad de los olores de la que consiguen ; pues a menudo he percibido que los mismos me cambian y actúan en mi espíri tu segú n lo que sean", escribía Montaigne, con lucidez acerca de s u eventu al eficacia simbólica en l a prod ucción de u n ambiente o de un estado de espíritu ( 1 969 , l , 374 ) . Pa ra l a medici na, hasta el siglo X I X , según s u composición, los olores podían volver saludable el aire o actuar sobre los cuerpos para restaurar u n a salud q uebrantada . Olores poderosos y adecuados recha zaban l as miasmas portadoras de enfermedades . Asimismo, la medici na árabe recurría a las virtudes sedantes, fortificantes, térm icas de los olores, ya que se i n spiraba en la medicin a de los h u mores surgi d a con Hi pócrates . Los olores regu l a n los movimientos i n teriores del cuerpo y concu rrían para que se recobrara la sal ud. E l bá lsamo que perfuma en especi al el cri s ma cri s tiano d uran te m ucho tiem po fue empleado como medici n a con u n a eficacia que el discurso soc i a l acreditó en el lenguaj e corriente: " E s u n bálsamo contra . . . " . La fórmu l a fi gu ra ya en tre l as costum bres del l e n g u aj e desde fi n es del siglo x v 1 , como lo demuestra Prosper A l p i n e n u n a o b r a a l respecto: " Leemos que l a planta d e l b á l s a m o h a sido t a n e l ogi ada p o r los médicos a n t i guos y modernos q u e s u aceite o j u go fu e considerado o celebrado en tod a l a tierra como u n a ayu d a divi n a. I n c l u s o e l v u l go tiene l a cos t u mbre de l l amar b á l s amo a c u a l q u ier cosa q u e sea muy a pta para devolver l a s a l u d " < Al bert, 1 99 0 , 1 09 ) . Las a rom áticas, a parti r del hecho d e su c a l i dad sens i b l e , d u ra n te m u cho t i em po son o p u estas a los fen ómenos de p u trefacción o d e he dor de l os cu erpos . E m p leadas para detener la corr u p c i ó n de los ca d áveres desde l a A n t i güedad e n Egi pto, en Grec i a o e n t re los se2fi0
m i ta s . se les atri buyen l a s mismas vi rtu d e s para c onj u r a r las afecciones d e los seres vivos·1.-. o para celebrar a los dioses . E ntre los s i gl o s X I V y xv 1 1 1, los cuencos de ol o res er an re cipientes a m en u do realizados con materiales preciosos . Se t rat a ba de p i e z a s de orfebrería que contenían perfumes a propi a d os para sanear la atmósfera viciada o para conferir a los l ugares un ambiente a gradable a los s e n tidos. Exhalaban olor a a l m i zc l e o a ámbar. Durante la Edad Media se convir t i eron e n u n sobe ra n o repe l e nte de la peste, al mismo tiempo que en una herramienta para la tonificación del cuerpo. Si la enfermedad se expandía a través de l o s olores , un medio para combati rlos consistía en uti l i zar otros ol ores que l os neutralizara n . Ciertos olo res eran percib i dos como co n t ra v e n e n os eficaces y servían asimismo para la protección de los médicos . En la habitación, que se había vuelto más salubre por las fu m igac ione s o por los braseros , comenzaba la consulta: "Manteniendo en la boca algo de vuestro massapa ( pasta perfumada ) , y teniendo una mano cerca de la nari z con los tales olores, y teniendo en la otra la mencionada pieza de enebro encendido, miraréis desde alguna distancia a vuestro p a ci ente y lo interrogaréis sobre s u en fermedad y sobre s u s ac cidentes, y si tiene dolor, o algún tumor e n alg u n a p a r te. Luego os acercaréis, y v o lv i é nd o l o de espaldas, e n tre garé i s v uestra pieza a alg uien que la mantenga frente a vu es tr a cara. Y c o n vuestra mano vuelta h aci a atrás tocaréis el pulso del enfermo, y la frente y l a re gi ó n del cora zón , te n i e n do siem pre a l gú n olor cerca de vuestra nari z " < en Le Q uerer, 1998, 90 ). Pero la tarea no h a bí a concluido; q ueda ba el examen de la o ri n a y de las materias fecales. P o r as pers i ó n y fu m i gac i ón, !Os olores agradables p u rifi can la atmós fera, a u mentan la res i st en c i a del or g a n is m o , protegen a los médicos. Para prev e n i rs e de las miasmas nocivas, los médicos, o aquellos que quieren que la suerte esté de su lado, res p i ran una esponj a bailada en vi n agre y una mezcla de agua de rosas, de vinagre rosado, de vin o de Malv oi s i e , de r a íz de c ed o a ri a, o d e cáscara de limón . Se i mpregnaban los p a ñ ue l o s con buenos olores : i n cie nso , mirra, violetas, menta, estora que, sándalo, melisa, etc. ; bolsitas perfumadas colocadas sobre el co razón lo fortificaban . Se llevaban consigo ramos de flores o de hi er bas a ro m á t ic as : r uda , m e l is a, mejo ra na, menta, romero, etc. Se c olg a ba alrededor del cuello una bola que contenía una mezcla de aromáticas . Se cambiaba a men udo la ropa y se perfumaba a los efectos de li m p i ar las miasmas . La casa debía estar l i mpia, ventilada, saneada mediante el vi n agre y el e m p l eo de buenos olores difundidos por los quemadores de perfu mes o las caji tas aromáticas ( enebro, pi no , laurel , m i r to . ro"· No abord a ré la también i n me n s a c ues tión de l a s fu m i �a c i oncs dest i n adas a h a cl' I" propicias las rl' laciones cnln• los hombres y los d i oses a través de u n sac r i ficio odo n li.•ro regu lar; a l re11pecto, véa nse e n l!s pec i n l A l be r t ( HIHO J . I>ctil· n m• r 1 9 7 ::! l. Lt• G u t• r i e r 1 1 998 1 .
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mero . . . ) . Fumigaciones de estoraque, de láudano, de benj uí, de braseros con maderas aromáti cas, emanaciones de esenci as, exposición de coccio nes, etc. La purificación olfativa de las casas no ofrecía descanso en épocas de epidemias. Se evitaba salir para no colocarse en posición de oler las emanaciones mortíferas. El confinamiento en l ugares tradicionalmente cerrados y dados a la promiscuidad, como los barcos, las celdas, los hospitales, resultaba temible a causa de las miasmas que allí prolife raban . Los agentes mórbidos o benéficos son llevados por los ol ores dotados de un poder de penetración particular. A. Le G uerer 0 998 ) dem uestra en qué medida la peste, aunque también la disentería o las fiebres malignas, estaban asociadas con los olores nauseabundos, insinuantes y cargados de amenazas para quien los oliera . Las aguas pútridas, las alcantarillas, la corrupción de las carnes bajo el sol , l os ex crementos eran los lugares de maduración de la peste. La creencia de que las exhalaciones de los apestados transmitían la enfermedad fue u n hilo rojo en l a histori a de la peste desde la Antigüedad hasta el siglo x1x. Durante las epidemias, el aire "apestaba". "Todo languidecía; en los bosques, en los campos, en l os caminos había horribles cadáveres que infectaban el aire con su olor. Resultaba extraordinario que ni los perros ni las aves de presa, ni los lobos los tocaban; se convertían en polvo, por la simple descomposición y exhalaban miasmas funestas que llevaban lejos el contagio", escribía ya Ovidio en Las metamorj(Jsis (en Le Guerer, 1 998, 9 1 ) . E l olor a la peste era una envoltura mortuori a que empezaba por separar al enfermo de sus allegados, al llevar l a amenaza a su ambiente más íntimo, pero también merodeaba por la tierra al proyectar más lejos sus gérmenes destructores . Durante los tiempos de epidemia, la olfacción se convertía en la vía de ingreso de la peste al fuero íntimo, sin defensa posible, puesto que no se podía dejar respirar e inhalar un aire corrompido por las miasmas. La distancia con el otro era obligato ria, so pena de oler sus eventuales pestilencias y vehiculizarlas en sí mismo j unto con la enfermedad . Los enfermos resultaban abandonados a s u suerte o eran visitados a distancia por los médicos . Antes de entrar a las casas de los enfermos, se abrían las puertas y ventanas, y se saneaba el l ugar mediante fumigaciones. E n el siglo xv1 , la preocupación profiláctica de limpiar la ciudad de sus pesti lencias concluye en Gap, por ejemplo, en 1 565, con medidas draconianas. Se prohíbía abandonar en la calle cadáveres de animales, estiércol , excre mentos, orinas, aguas sen;das, etc. Las putas Oatín putida, hed iondas ) debían abandonar la ciudad. "Una vez tomada esa medida simbólica , las autoridades se aplican a fetideces más reales: los obreros que trabaj an el cuero, las pieles, las lanas, a ca usa de sus actividades na useabundas, seráh enviados a la periferia y deberán mantenerse allí si quieren evitar 252
las m u l ta s y la confi scación de sus m erca d e rí a s . Intolerancia olfativa y re pu gn a n c ia social van de la m a no " ( Le Guerer, 1 998, 42). E n Nimes, en 1 649, se re ú n e y e n c ierra a la gen te del pueblo en el anfiteatro para esperar el fin de la epi d e m i a . Si bien los olores ti e n e n u n aspecto nocivo y favorecen la propagación d e l a en fer m ed a d, también tienen otro propicio, que sirve para desacti varla. Hierbas aromáticas, perfumes, pero también los olores nausea b u n d os son l o s i nstrumentos de lucha contra la enfermedad. El recurso a l os olores a grad abl e s de las aromáticas a veces era duplicado por otra estrategia olfativa. En el s i g l o xvm, l os médi cos las co n sideraban de m a s i a do s u aves como p a r a oponerse con eficacia a las temibles m i a s m a s p ú tri da s . La e p i d e m i a era "una infección t a n m alig n a y vehemente que ya no p u e d e i.er doblegad a con el aroma de rosas , violetas, flor de n a r a nj o , de l iri os , estoraque, sándalo, cinamomo, almizcle, ámbar, cihou/ette u otros productos odoríferos . . . ( no se controlaba ) 'la fuerza del le ó n con la de un cordero' (o la fuerza) del gran veneno del arsénico con e l azúcar cande", dice A. Sala en 1 6 1 7 (en Le Guérer, 1998, 9 2 ) . Los
olores suaves tienen poco peso frente a las pestilencias; era preciso una mayor dureza frente a la fetidez . El poder de acción de los olores pútridos e ra superior al que emanaban los delicados perfumes . Las aromáticas comienzan entonces una lenta declinación terapéutica. La l ucha odorífera contra las pestilencias empleaba l as mismas armas de rechazo. La preocupación consistía en atraer y neutralizar los olores peligro so s a u na especie de trampa olfativa donde se dil uirían. La ciud ad, asediada por la peste, se llena de hogueras y fum igaciones . El fuego eliminaba los olores infectos de azufre, antimonio, salitre, a osa me n t a s , a carc a sa s de animales, a excrementos, a calzado viejo, etc. Las p est i l e n c i a s eran c om b atida s con otros olores que incomodaban a los habitantes, pero que poseían virtudes protectoras. Era preciso sacrifi car u n a parte del confort olfativo para conservar la vida. I ncluso se disparaban cañona zos, ya que se consideraba que el olor acre de la pú l v o ra tenía la virtud de puri fi car el aire malsano y quebraba el estancam iento de las miasmas . "Los productos 'f uertes' o 'violentos' imp l i c ab a gr a n d e s cantidades de elementos cáusticos, acres , hedion dos . Se los e m p l e a ba sobre todo para matar las miasmas que viciaban la atmósfera de l as habitaciones donde habían muerto los enfermos . Los prod uc t os 'comunes' o 'mediocres' eran fabricados con menor cantidad de componentes corrosivos y m ayor cantidad de materias aromáticas. Se los empleaba en lo esencial para el tratamiento de los adultos con buena sal ud, la ropa de cama, las telas, las car t as . E n c uan to a los productos 'suaves', únicamente c om p ue s tos por sustancias odoríferas, e s t a b n n desti n ados al saneamiento fi na l de los ambientes de la casa y para 'perfumar' a los niñ os y las personas débiles" ( Le Guérer, 1 99 8 , 96 ).
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En el transcurso del siglo
XV I I I
aparece la obse s i ó n por las a tmósfera s
cerradas , capaces de contener miasmas estancada s , fétidas, peli g rosas para el homb re. G. Vigarello rec u e rda un hecho m u y conocido en la
época . E n Saulieu. Borgmi.a , un día de j u nio de 1 7 7 4 un conj u nto de niños se reú nen en l a iglesia para celebrar su primera comunión . "Una 'exha lación mali g na ' se levanta de pronto desde una tumba excavada aquel mismo día baj o el piso de l a iglesia". El efluvio se di fu nde y provoca una catástrofe : "El cura, el vicario, 40 niños y 200 feligreses que entonces i ngresaban murieron " ( V igare llo , 1 985, 1 5 7 ) . A partir de entonces, la corrupción que re i naba en esos lugares cerrados, sin movi miento del aire, comen zó a preocu par. Las acumu laciones de i n m u ndicias cm l as calles, las agu as corrompidas, los mataderos , los cementerios , l os hos pitales pasan a ser sospechosos de propagar gérmenes de enfermedades y de muerte. Los barrios pobres son particularmente sospechados y comienzan a sugerir l a idea de una nueva di sposición de l a estructura urban a . Otras patologías q u e se consi deraba q u e exhalaban olores, en parti cular l a de las víctimas del cólera, llevaron a los médicos i n glese s de la segunda parte del siglo XIX a ventil ar mej or l os hospitales, las fábricas , las escuelas o las casas para disipar las miasm a s . E n el tra nscurso del siglo x1x , las sustancias aromáticas dej a n de ser consideradas como efi caces en el tratamiento y la prevenci ón de la peste . Los descubrimien tos de Pasteur las llevan a caer en desuso. Prosiguen su carrera en la medicina popular, especialmente a través del entusiasmo por el alcanfor y el áloe, considerados como capaces de curar las más di s pare s afeccio nes l a nginas , anemi as, catarros, hemor ragias, i ndigestiones, etc. ( Le Guérer, 1 998, 1 1 1 ) . Se los pone entre las baldos as de los pisos , en los colchones , en los armarios . . . El alcohol alcanforado sobre la piel revitali za el cuerpo; los polvos de alcanfor, consi derados como interru p t or e s de los a rdo res sexuales del hombre, eran abundantemente empleados en los colegios , donde eran derram ados , e s pecialmente entre las sábanas . Desodorizar para civilizar
Durante m ucho tiempo, los olores que i mpregnaban las cas a s , las gran jas, l as calles o los campos no i ncomodaron en absoluto a quienes vivían a llí . A veces se denunci aban emanaciones desagradables, la de los excrementos , por ej emplo , pero la morali zación de los olores cotidianos no e st a ba en el orden del día . En las casas cam pe s in a s , las familias aprovechaban d urante el invierno el calor de los animales, los que apenas s e hallaban separados de las habitaciones reservadas a los humanos . Pero entre los siglos xv 1 1 1 y X I X , la sensibi l idad olfativa se modifica, el hedor de la ciudad se vuelve insoportable y motiva u n a 254
m ovili zación de los s abios para estudi arlo y resolverlo. A. Corbi n h a re levado l o s episod ios d e e s a "hi perestes ia" q u e modificó profu ndamen te la sensibilidad olfativa de nuestras sociedades y dio comienzo a un proceso que no ha dej ado de acentuarse. La corrupción del aire provoca ba preocupación, pues to que amenazaba con el contagio, mientras el mal olor se volvía insoportable: los vapores se alzaban de las ciénagas o de los barros urbanos, en la ciudad se coexistía con l os animales, desde los cementerios emanaba el olor de los cadáveres, el estiércol proli feraba, las basuras se abandonaban en las calles o se amontonaban en los suburbios , las alcantarillas corrían al aire libre frente a las casas , abundaba n las osamentas de animales en descomposición, los arroyos o los ríos se convertían en cloacas i nfames que alimentaban la fermen tación y l a putrefacción, en las i glesias el incienso se mezclaba con los olores de los cuerpos descompuestos en las sepulturas . A ell o se le agregaban las infecci ones en las cárceles, en l os hospitales, en ciertas industrias, donde se conj ugaban mil olores pútridos . Los excrementos y la ori na se encontraban por todas partes en las calles, en una época donde las letrinas aún eran escasas. Durante un siglo, los químicos se esforzaron por encontrar el modo de desodori zar los excrementos ( C or bin, 1982, 1 4 5 ) . Los poceros apestaban las calles. Se consideraba que las clases popul ares desprendían olores fétidos . Las épocas de calor res ultaban intolerables , provocaban una atmós fera insalubre y un estancado olor nauseabundo al que nadie podía escapar. De pronto, la ci udad comenzó a asustar a los higienistas , que trataban de reformarla . Mercier suscita cuestiones que valen para diversas ciudades de la época: "Si se me preguntara cómo se puede permanecer [ . . . J en medio de un aire envenenado por mil vapores pútridos , entre los mataderos, los cementerios, los hospitales, las al cantarillas, los arroyos de orina, los montones de excrementos , los comercios de los tintoreros, de los curtidores, de los zurradores; en medio del humo conti nuo de esa increíble cantidad de madera y de vapores de todo ese carbón; en medio de los va pores de arsénico, sulfurosos , bi tumi nosos que exhalan i ncesantemente los talleres donde se trabaj a el cobre y los metales; s i se me preguntara cómo se vive en ese abismo, donde el aire pesado y fétido es tan denso que su atmósfera se percibe Y se huele a más de tres leguas a la redonda, aire q ue no puede circular y que no hace más que girar en medio de ese dédalo de casa s : cómo, en suma, el hombre s e corrompe vol untari amente en esas cárceles, mien tras que, si soltara a los animales que h a uncido a su yugo, los vería , guiados solo por su i nstinto, huir preci pitad amente para buscar el aire en los campos , el verde , el sol abierto, arom atizado por el perfu me de ias flores: res pondería que l a costumbre familiariza a los parisinos con las brumas h úmedas, los vapores maléficos y la ciénaga infecta" ( en Corbi n, 1 982, 63-64 ) . 255
P. Camporesi seüala en la península itálica una situación del mismo orden 1 1 995 l . La atención a lo pútrido, a lo mefítico, a las miasmas movili za a partir de entonces a los higienistas, quienes entre 1 760 y 1840 -según A. Corbin-. se encumbran al rango de héroes en la lucha contra l as asquero sidades. Y la olfacción j uega un papel esencial en la definición de lo sano y de lo malsano hasta los descubrimientos de Pasteur, que licencian a las miasmas y remi ten los malos olores a la esfera de la incomodidad, y ya no al temor de que fueran los causantes de las enfermedades. De manera ejemplar, G. Heller encuentra en Lausana propaganda a favor de la limpieza y l a higiene organizada en el período de entresiglo por l a burguesía bien pensante y dirigida a los medios populares . No solo se trataba de estar "limpio", sino también de ser "puro", de acceder a la dimensión moral de la limpieza. "Prenda de salud física, es también una prenda de salud moral. La limpi eza del cuerpo convoca l a limpieza de alma [ . . . ]. La limpieza es una guardiana de la sal ud, la salvaguardia de la moralidad, el fundamento de tcxla bel leza" (en Heller, 1 979, 22 1 ) . La salud, la prevención de las enfennedades son las coartadas de otra búsqueda, la de conjurar l a amenaza de las clases populares haciéndolas ingresar en el orden visual y olfativo. Por cierto. ('Sas poblaciones pagaban un pesado tributo a la enfermedad a partir de sus condiciones de existencia : vivían en barrios estragados que eran la morada de la i n fección . La política higiénica es un combate con dos rostros: si bien por un lado se aplicaba a neutralizar la s uciedad, los malos olores, la insalub1idad , a constru ir i nfraestructuras más adaptadas para la vida en com ú n , simu l tüneamente también se orien taba a reducir, a suprimir una zona social de caos ( a s u j uicio ) en nombre del Progreso. La limpieza se erige entonces en forma de salvación social , proporciona la garantía de pureza, de tranquilo ordenamiento en el tejido del sentido. Clen11/i11ess 1:�· 11ext to ¡.:rxi1ill'ss da l i m pieza se encuentra cercana a la piedad ), dice el purita nismo anglosajón . La vol untad consiste en evacuar la i nm undicia, sanear las clases po pulares, ventilar el espacio con j ardines pú bl icos, en instaurar u n adecuado sistema cloacal , o por lo menos u na mejor higiene de la ciudad. La desodorización y la limpieza de los ambientes populares son un i ntento simbólico de encuadramiento, una moralización mediante la higiene. La imputación de mal olor es un motivo de desprecio y de exclusión, de desinfección de l a ciudad y de los barrios pobres a los efectos de volverlos olfativamente transparentes. Dejar de oler sería una vía de integración fisica y moral. Desatorar las viviendas, ventilar, desodorizar, enseüar a los niños la limpieza y la higiene: ésas eran las consignas. A comienzos del siglo xx, la obsesión ante el excremento que durante tanto tiempo había ator mentado a los espíritus en materia de olores nefastos cede ante el horro r de la contaminación. La industria hace que los excrementos queden relegados. y a partir de entonces ali menta u n a nueva sensibilidad biológica < Corbin , 1982, 266 ).
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EL ALIMENTO ES UN OBJETO SENSORIAL TOTAL 7.
Q u ien come u n d u razno resu l ta ante todo i m p r e sio n ado agradablemente p o r el o lor que d esprende; lo l l eva a l a boca y experi m enta una sensación d e frescu ra y acidez que lo invita a proseguir; pero solo en el momento en que l o ingiere, cu ando el bocado pasa baj o la fosa n a s a l , l e es re v ela d o e l perfu m e , lo que com pleta la sensación que debe causar un d u razno. En s u m a , solo cu ando lo ha i n gerido, al j u zgar l o que acaba de probar, se d i c e a sí m i s m o : ' ¡ Vaya , q u é delicioso ! '
Brillat-Savari n ,
Physiologie du gmit
El alimento como constelación sensorial La cocina es el arte de desplegar gustos agradables para el comensal : produce l a degustación . Pero in frecuentemente se conforma solo con los
sabores, sin que i n tervengan asimismo el modo en que el plato es visualmente y los aromas se presenten de determinada manera. Unos y otros anticipan la satisfacción. Cualquier descuido al respecto corta el apetito o provoca desagrado. De manera simultánea o sucesiva en la evaluación del alimento, la boca conj uga diversas moda lidades sensoriales: gustativa, táctil, olfativa, propiocetiva, térmica . La prueba de verdad consiste en la confrontación del aspecto exterior del alimento con su interioridad, que desaparece en la boca y engendra el sabor. En un proceso indisociable, la boca saborea los alimentos mientras la na ri z los huele. El aroma de los alimentos es percibido por vía retrona sal. La olfacción acompaña permanentemente el gusto. Kant decía que era el "gusto preliminar". Los anglosajones denominan /lm·our ( del antiguo francés flaveur) a esa necesaria alianza de los sentidos . La nariz tapada hace que los alimen tos res ulten i n s í p i d o s . Con semejante afección, el som melier t i e n e d i fic ultades para identificar los vinos . Tiene la sensación de estar bebiendo u n agua azucarada. El mejor de los vinos solo se decl ina en los cu atro sabores tradicionales, una vez disueltos todos los matices . Una persona anósmica, es decir, privada del dispuesto
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olfato, queda simul táneamente sin capacidad de apreciar los gustos y tiene la i mpresión de comer algodón . La anosmia es una discapacidad terrible que transforma los alimentos en cosas indiferentes . En efecto, el olor le da su relace al gusto: le da su valor. El desacuerdo entre los platos y los olores susci ta la sospecha o el rechazo. Asimismo, los eflu vios agradables de un j abón no instan a consumirlo. El buen olor de una sustancia se debe referir al hecho de que esté incluida en el registro social de lo comestible. Un toque bucal identifica la temperatura de los alimentos y participa a su manera en la modul ación del gusto. La sensibilidad térmica se despliega en la boca y entrega uno de los criterios de apreciación del gusto. Una bebida o un plato se aprecian a ci erta tem peratura : más allá o más acá de dicha temperatura, el sabor se degrada. El helado no se toma ni caliente ni tibio, u n bistec frío o una cerveza caliente solo suscitan moderadamente el apetito. La boca acusa asimismo sensi bili dad al dolor. Un alimento quema o hiela o hiere por alguna particula ridad de su composición . Las consistencias modelan la calidad de la gustación, los alimentos son bl andos o firmes , viscosos o crocantes, se disuelven, son untuosos, líquidos, granulosos, aterciopelados, picantes , astringentes , suaves, etc. "En líneas generales -escribe Leroi-Gourhan-, el gusto gastronó mico se apega a los sabores y a las consistenci as, a veces más a las segu ndas que a los primeros . Ciertos pueblos desarrollan tanto una como otra de las tenencias y esto puede l l ev ar n formas muy singulares de la gula" CLeroi-Gourhan, 1973, 1 7 1 ) . Entre los gbaya'bodoe, al oeste de la República Centroafricana, tam , saborear, remite simultáneamente a un toque bucal para el que existen trece términos distintos . Solo para la consistencia blanda, P. Roulon-Doko enumera doce términos de aprehensión táctil y trece gustativos ( 1 996 ) . E ntre los dogons, dos verbos signi fican "comer": uno concierne al consumo de alimento de consistencia blanda, en especial cereales hervidos , u n alimento básico, y el otro se asimila a "masticar", y se aplica a la ingestión de alimentos que exigen una masticación ( Calame-Griaule, 1 966, 84 ) . En la vida corriente, la textura de los alimentos es un dato esenci al para su apreciación. A veces se elige un fruto palpándolo. La propia sonoridad no se encuentra ausente , cuando un alim ento vale por su calidad crocante: ensalada, tostada, gal leta, cracker, etc., o cuando se elige un pan a través de la eval uación de su cocción, merced a una presión con la mano o con gol pecitos en la corteza . La presentación visual de los alimentos tampoco resulta indiferente. Un alimento es apetitoso a la vista o repulsivo, incita a la desconfi an za o disipa cualq uier reticenci a. Un pollo rosado o un salmón bl an co preocupan a los consumidores. Un agua turbia no i ncita a bebe rl a . Personas i nvi tadas a comer platos coloreados de ma nera infrecue n te se 258
quejan d urante la comida por la dificultad que experimentan para identificar un determinado gusto, pese a que los ingredientes de l a preparación n o hayan sido alterados e n absoluto. Al día siguiente, algunos declararán haber tenido una mala digestión y haberse sentido enfermos. Del mismo modo, el gusto de una bebida o de un helado coloreado de manera arbitraria se vuelve dificil de identificar. Los umbrales gustativos de los sabores básicos resultan alterados si su color habitual se modifica. El color verde aumenta la sensibilidad al azúcar; el amarillo y el verde disminuyen la sensibilidad a lo ácido, el ·rojo, a lo amargo, y la ausencia de color, a la sal (Moskowitz , 1978, 163). El vínculo necesario entre apariencia y apetencia alimenta una vasta industria de colorantes . Los j ugos de frutas, por ejemplo, se colorean según la apariencia de las frutas de los que provienen . Por el contrario, l as manzanas, peras , duraznos, etc. dispuestos en los escaparates de las verdulerías a menudo resultan tan magníficos como i nsípidos . Saborear es un goce de la mirada, un momento de suspensión en el que, con l a sonrisa en los labios, los i nvitados comentan l a presentación de los platos, apreciándolor ya con la mirada. Una comida sabrosa en un plato de plástico o un buen vino servido en un vaso pierden una parte de su atractivo. Los festine ; de la Edad Media presentaban entremeses preparados para alimentar las miradas de los i nvitados : bandadas de páj aros surgían de los patés cuando se los destapaba. Los cisnes o los pavos reales se presentaban con su plumaje. Se les quitaba cuidadosa mente l a piel antes de asarlos y a ntes de llevarlo8 a la mesa se la volvían a colocar. Los "entremeses pictóricos" presentaban escenas conocidas, tal como San Jorge matando al dragón, etc. (Flandri n , 1 999, 278). "Al igual que la página de un manuscrito iluminado de la misma época" (Wheaton, 1 984, 2 9 ) , el festín medieval era un espectáculo al mismo tiempo que una comida. Para la nobleza, l a dimensión ostentosa de los alimentos era tan esencial como su sabor. A través de la acumulación de productos sobre la mesa, la primera delectación era visual y se orientaba a la profusión, sustentaba a la mirada con corzos, ciervos, j abalíes asados, servidos enteros y rodeados por un decorado de gansos, faisanes, codornices, tórtolas, perdices, etc. El color de los platos importaba tanto como los ingredientes que los componían. Ciertas especias favorecían los matices de color según su dosificación , como el azafrán o también el tornasol, la orcaneta, el cedro rojo, etc . ; también las hierbas, como el perejil, la acedera . . O también colorantes sobre los cuales Flandri n se interroga acerca de la i ncidencia q ue tenían en la comestibilidad de las comidas que los contenían: polvos de l apislázuli , hojas de oro, de plata, cte. (Flandri n , 1 999, 282 ). En la cocina burguesa, la preocu pación por la presentación se hallaba igual mente presente. La recopilación del Mé11agier de Pan: