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Spanish; Castilian Pages [339] Year 2012
BAR S2323 2012 LÓPEZ AMBITE EL POBLAMIENTO EN LA PERIFERIA DE LA CUENCA DEL DUERO
B A R
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero El nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Fernando López Ambite
BAR International Series 2323 2012
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero El nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Fernando López Ambite
BAR International Series 2323 2012
ISBN 9781407309064 paperback ISBN 9781407338873 e-format DOI https://doi.org/10.30861/9781407309064 A catalogue record for this book is available from the British Library
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Índice General Introducción 1.- Marco Teórico del estudio de poblamiento 2.- Metodología de la prospección 2.1.- Introducción 2.2.- Descripción de la metodología empleada en este trabajo de prospección Planteamientos de una prospección arqueológica Condicionantes de la prospección 2.3.- Delimitación de las áreas de prospección 2.4.- Ficha técnica 2.5.- Trabajos de campo Modelos de prospección Modelo de prospección de la campaña de 1990 Modelo de prospección de 1991 Criterios de definición de los hallazgos Recogida de materiales Documentación de los yacimientos y hallazgos aislados 2.6.- Fase de laboratorio 2.7.- Valoración de los trabajos de prospección Superficie Días y horas trabajadas Rendimiento superficie-tiempo Equipo de trabajo Sitios arqueológicos Densidad de sitios arqueológicos Conjuntos arqueológicos Determinación de los conjuntos arqueológicos Conocimiento de los sitios arqueológicos Adscripción cronología Valoración final de los resultados y revisiones sobre la prospección 3.- El poblamiento de la etapa de Cogotas I en la zona de prospección 3.1.- Introducción a Cogotas I 3.2.- Características del poblamiento Dispersión Densidad de yacimientos Relación con las comarcas vecinas Localización de los yacimientos Núcleos de población Extensión de los yacimientos Altitud Proximidad a fuentes de agua Vías de comunicación Análisis de captación de recursos Tipos de yacimientos 3.3.- Estudio del Poblamiento Coetaneidad o diacronía de los asentamientos ¿Jerarquización del hábitat? La continuidad de la población en el tiempo: el Calcolítico La continuidad de la población en el tiempo: el final de Cogotas I 4- Poblamiento de la etapa Protoceltibérica en la zona de prospección: el periodo de transición entre Cogotas I y la Edad del Hierro 4.1.- Introducción: el periodo Protoceltibérico 4.2.- Características del poblamiento Dispersión de los yacimientos Densidad de yacimientos Localización de los yacimientos Altitud y visibilidad Localización en zona de potencial agrícola Extensión de los yacimientos y características de los mismos
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Proximidad a fuentes de agua y vías de comunicación Análisis de captación de recursos Cambio con respecto a Cogotas I 4.3.- Estudio del poblamiento Relación con las comarcas vecinas Transición al periodo Celtibérico Antiguo 5- Poblamiento del periodo Celtibérico Antiguo en la zona de prospección 5.1.- Introducción al periodo Celtibérico Antiguo 5.2.- Características del poblamiento Poblamiento Densidad Núcleo de Montejo de la Vega: El castro de La Antipared I (nº 41) Núcleo de Montejo de la Vega: la necrópolis de la Antipared II (nº 42) Núcleo de Ayllón: El Cerro del Castillo o La Martina (nº 5) Núcleo de Ayllón: la necrópolis de La Dehesa (nº 7) Emplazamiento y características de los poblados principales Características de los castros de la zona de prospección Poblados menores Superficie Altitud Intervisibilidad Vías de comunicación Recursos hídricos Análisis de captación del territorio: el núcleo de Montejo de La Vega Análisis de captación del territorio: el núcleo de Ayllón Estudio del análisis de captación 5.3.- Estudio del poblamiento Adscripción cultural de la zona de prospección durante la Primera y Segunda Edad del Hierro Fronteras durante la Primera y Segunda Edad del Hierro Jerarquización y concentración del hábitat 6.- Poblamiento del periodo Celtibérico Pleno y Tardío en la zona de prospección 6.1.- Introducción al Periodo Celtibérico Pleno y Tardío 6.2.- Características del poblamiento Poblamiento Densidad Núcleo de Ayllón: El Cerro del Castillo y La Dehesa (Ayll-6 y Ayll-13) Núcleo de Montejo y Carabias Emplazamiento y altitud Intervisibilidad Vías de comunicación Recursos hídricos Superficie Análisis de captación: Núcleos de Carabias y Montejo Análisis de captación: Núcleo de Ayllón Estudio del análisis de captación 6.3- Modelos de poblamiento de época celtibérica Modelo de poblamiento del Alto Duero Modelo de Poblamiento del Alto Tajo Modelo de Poblamiento del valle del Ebro Modelo de poblamiento del Duero Medio 6.4.- Modelo de poblamiento en la comarca del Riaza Medio y de la Serrezuela
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Núcleo de Carabias y Montejo Núcleo de Ayllón 6.5.- Los pueblos prerromanos en la zona nordeste de la provincia de Segovia y sus aledaños Relación entre arévacos y vacceos desde el punto de vista teórico Relación entre arévacos y vacceos en el ámbito del nordeste segoviano 6.6.- Origen ciudad Definición de la ciudad Causas del surgimiento de la ciudad Surgimiento de la ciudad Las ciudades en la comarca Aguisejo-Riaza Medio 6.7.- Evolución del poblamiento durante los siglos II y I a.C. La ciudad y las guerras celtibéricas y del siglo I a.C. La identificación de las ciudades en el valle del Aguisejo y Riaza Medio Repercusiones de las guerras contra los romanos en el poblamiento Siglo II, principios del I a.C. Siglo I a.C. 7- Poblamiento durante la etapa alto imperial romana 7.1. Introducción histórica: la romanización 7.2.- Características del poblamiento Distribución del poblamiento Relación de los asentamientos rurales romanos con los poblados prerromanos Vecino más próximo Densidad de yacimientos Distribución de yacimientos en la mitad oriental de la provincia de Segovia Localización de los yacimientos Altitud de los yacimientos Entorno de los yacimientos Tipos de yacimientos Superficie de los yacimientos Relación con los cursos fluviales Vías de comunicación y relación con los yacimientos Vías de comunicación Relación de las vías con los asentamientos Puente sobre el Riaza e inscripción rupestre (El Vallejo del Charco) 7.3.- El modelo de Poblamiento: evolución y su relación con las ciudades vecinas La evolución hasta época de Augusto La época alto imperial La ciudad El territorio Los restos epigráficos de Saldaña de Ayllón
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8.- Poblamiento durante la etapa bajo imperial romana 8.1. Introducción histórica: El siglo III d.C. y el Bajo Imperio 8.2.- Características del poblamiento Distribución del poblamiento Relación de los asentamientos rurales con los poblados alto imperiales Vecino más próximo Densidad de yacimientos Distribución de yacimientos en la mitad oriental de la provincia de Segovia Localización de los yacimientos Altitud de los yacimientos Entorno de los yacimientos Tipos de yacimientos Superficie de los yacimientos Relación con los cursos fluviales Vías de comunicación y relación con los yacimientos 8.3.- Evolución del poblamiento bajo imperial en la zona de prospección La ciudad Las ciudades del entorno: Termes El territorio: las villae Evolución de los asentamientos rurales en la zona de prospección 9.- Conclusiones 9.1.- Metodología 9.2.- Evolución del poblamiento en la zona de prospección: características del modelo de poblamiento Edad del Bronce: Cogotas I Etapa protoceltibérica El periodo Celtibérico Antiguo El periodo Celtibérico Pleno-Tardío Periodo Alto Imperial Romano Periodo Bajo Imperial Romano 9.3.- Evolución del poblamiento en la zona de prospección: interpretación del modelo de poblamiento Edad del Bronce: Cogotas I Etapa protoceltibérica El periodo Celtibérico Antiguo El periodo Celtibérico Pleno-Tardío Periodo Alto Imperial Romano Periodo Bajo Imperial Romano 9.4.- A modo de recapitulación 9.5.- Abstract 10.- Anexos Anexo 1: Listado de los sitios arqueológicos de la zona de prospección Anexo 2: Listado de los sitios arqueológicos de la zona de prospección que se han incluido en el presente estudio Anexo 1 y 2: claves 10.- Bibliografía
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un estudio sobre el poblamiento de tan diferentes fases cronológicas, con un conocimiento suficiente de las mismas, sino porque ello hubiera supuesto una desmesurada extensión de esta investigación. Por ello, desde el principio se planteó que el estudio abarcaría desde la etapa de Cogotas I hasta el época romana, haciendo mayor hincapié en la Edad del Hierro, que a priori era la que podía aportar mayor información. Es verdad que se puede plantear que el comienzo del estudio sería algo arbitrario, máxime si tenemos en cuenta que mientras que asistimos a una continuidad entre el Calcolítico y Cogotas I en la zona de trabajo, por el contrario, entre la última y la Edad del Hierro, se documenta un hiato que abarcaría el Bronce Final. Sin embargo, antes de comenzar el trabajo esta discontinuidad no era tan clara, al documentarse materiales decorados con técnicas de boquique y excisión, que podrían estar indicando una continuación de Cogotas I en el Bronce Final. Por ello, se partía de Cogotas I, como posible precedente remoto de la Edad del Hierro, mientras que el que no se incluyera el periodo Calcolítico, se debía a que suponía una extensión del trabajo que hubiera excedido los límites del estudio. Respecto al final del trabajo, el periodo bajo imperial romano, aunque con ciertas discontinuidades que señalamos en el texto, se podría haber continuado el estudio en la etapa alto medieval; el que no se hiciera así, se debe a las mismas razones que he apuntado para la etapa calcolítica.
Introducción El presente trabajo se basa en las prospecciones que se realizaron dentro del Inventario Arqueológico Provincial de Segovia, subvencionado por la Junta de Castilla y León, España, en concreto las correspondientes a las campañas de 1990 y 1991, en las que participé, junto con otros compañeros, como director técnico. En estas campañas se prospectó, en un caso de forma total y en otro de forma selectiva, una zona de unos 416 km²; ésta coincidía con una franja de terreno en la parte más nororiental de la provincia, a lo largo de la frontera con la provincia de Soria y parte de la de Burgos; esta franja en sí misma comprendía la mayor parte de las unidades morfoestructurales, así como los paisajes vegetales, de la provincia de Segovia; a saber, desde los altos de la sierra, su piedemonte, las llanuras aluviales y el macizo de la Serrezuela, en definitiva y teniendo en cuenta el marco regional de la Cuenca del Duero, dentro de la Península Ibérica, la zona de transición entre el Sistema Central y la propia cuenca sedimentaria. En las dos campañas de prospección se documentaron una serie de sitios arqueológicos que comprendían las etapas que van desde el Paleolítico a la Edad Moderna; en un porcentaje muy elevado se trataba de hallazgos totalmente inéditos, al tratarse de una zona periférica a la capital provincial, lo que implica normalmente un insuficiente conocimiento arqueológico, máxime en una provincia con escaso desarrollo de este tipo de investigaciones.
Entrando ya de lleno en el estudio realizado, el presente trabajo se ha estructurado de la siguiente manera. En el capítulo segundo se describe básicamente la metodología; no se ha pretendido hacer una reflexión metodológica sobre los trabajos de prospección, su concepción teórica, discusiones, limitaciones, etc., sino explicitar la metodología seguida en los trabajos de campo, así como señalar brevemente el marco teórico del que se partía y su comparación con otros trabajos similares con el fin de poder contextualizar el rendimiento y los resultados obtenidos. A partir del capítulo tercero comienza el estudio del poblamiento en la zona de prospección; se estructura de la siguiente manera: una breve introducción histórica de la etapa correspondiente; el análisis de las características del poblamiento y la interpretación del mismo. Se termina con las conclusiones generales que se han destacado en los diferentes capítulos, así como un estudio comparativo de los elementos que se han analizado a lo largo de los capítulos concretos.
Estos trabajos de prospección fueron objeto de estudio, más tarde, en mi tesis doctoral: “El poblamiento prehistórico y romano en la cuenca del Riaza Medio y el Aguisejo (Segovia)”, dirigida por D. Alberto Lorrio Alvarado, profesor de la Universidad de Alicante; la tesis fue defendida el 18 de mayo de 2006 en la Universidad de Educación a Distancia, obteniendo la calificación de Sobresaliente cum laude, ante el tribunal presidido por D. Martín Almagro Gorbea (Universidad Complutense de Madrid), y formado por Dª Concepción Blasco Bosqued (Universidad Autónoma de Madrid), D. Gonzalo Ruiz Zapatero (Universidad Complutense de Madrid), D. Luis Berrocal Rángel (Universidad Autónoma de Madrid) y D. Francisco Javier Muñoz Ibáñez (Universidad Nacional de Educación a Distancia). En este trabajo se planteó una reducción del ámbito cronológico, no solo por la dificultad que supone
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) la multiplicidad de puntos de vista desde la que se aborda, incluso a veces con disparidad de criterios; esta multiplicidad en ocasiones se considera positiva por el enriquecimiento que supone, y así se habla de la globalidad del término paisaje; pero en ocasiones se suele considerar negativamente, por la falta de rigor que supone su ambigüedad (Orejas 1995: 106-107; Alcázar Hernández 1998: 83).
1.- Marco Teórico del estudio de poblamiento El presente estudio partía desde el punto de vista de la Ecología Cultural y la Arqueología Espacial, cuya formulación teórica entroncaría con el funcionalismo positivista de la Nueva Arqueología anglosajona de los años 60-70, cargado de contenidos economicistas y ecologicistas al concepto de espacio; esta perspectiva pretendía aplicar los conceptos de rentabilidad y optimización de recursos humanos propios de las sociedades capitalistas actuales, lo que implicaba una perspectiva reduccionista de las sociedades prehistóricas; igualmente en la misma predominaba un método deductivo que en ocasiones impedía transcender de las propias variables espaciales (Criado 1990: 63; Nocete 1990: 120).
En todo caso, podemos definir la nueva Arqueología del Paisaje como un “conjunto de enfoques arqueológicos que tienen como rasgo común la pretensión consciente de tomar como objetivo de su investigación a la articulación de las sociedades del pasado con su entorno, considerada como una totalidad” (Vicent 1998: 165). En cuanto al paisaje, éste se considera “como un espacio social y socializado, en evolución y en tensión (visible o invisible)”; en él “es posible reconocer una compleja red de relaciones multidireccionales y dinámicas; por eso la Arqueología del Paisaje es una perspectiva metodológica adecuada para el estudio de las sociedades…” (Orejas 1998: 14). Se trata, por tanto, de un concepto geográfico al articular la sociedad con la naturaleza, de ahí que el paisaje sea considerado como una creación social, resultado de la trasformación a la que ha sido sometido el medio natural por la acción del hombre, que ahora, desde la arqueología, cobra una dimensión histórica; aparte, supone un intento de realizar un estudio global de todas las manifestaciones del hombre en el pasado; además, esa realidad histórica es arqueológicamente abordable desde un punto de vista científico. Esto ha supuesto la superación de la concepción de lo espacial como marco geográfico o como contexto cuantificable, neutro o determinista y la construcción de un concepto de espacio que considera éste como realidad socialmente condicionada; “no existe una Arqueología del Territorio, sino una Arqueología para explicar la Formación Social” (Criado y González Méndez 1994: 59-60; Orejas 1995: 114-115; Orejas 1998: 14; Vicent 1998: 165; Sastre Prats 1998: 324).
Esta corriente se fue configurando como el paradigma predominante entre los jóvenes arqueólogos en los años 80 y proporcionó una gran cantidad de bibliografía en la que se incluía este término de Arqueología Espacial, que daría lugar a numerosas publicaciones e incluso congresos (Mederos 1997: 305 y ss.). A partir de ahora, aparecía una nueva lectura del territorio basada en un funcionalismo ecológico, que trataba de explicar la diversidad de los mismos en relación con las adaptaciones al entorno ante los desequilibrios entre población y recursos disponibles, lo que daba lugar a una nueva consideración de la cultura como una adaptación extrasomática (Orejas 1995: 48). Más adelante, comenzaron a concretarse una serie de críticas a esta Arqueología Espacial, no tanto en cuanto a sus avances metodológicos, como por sus defectos teóricos, en especial el reduccionismo ambiental y la superficialidad en cuanto a la aplicación de las nuevas técnicas (Orejas 1995: 90). Así, una serie de corrientes denominadas post-procesualistas planteaban, quizá de una forma complementaria, el análisis de los aspectos ideológicos de las sociedades del pasado, a la vez que postulaban que estos mismos podrían ser igualmente motores de los cambios acaecidos en el pasado y no solo los económicos.
Pasando a los aspectos más concretos de la Arqueología del Paisaje, según lo anteriormente expuesto, los estudios de paisaje deberían ir más allá de la mera reconstrucción de una imagen; deberían proceder por niveles de aproximación desde la detección de elementos morfológicos, en los que normalmente se quedaba la Arqueología Espacial, hasta la interpretación más compleja de los mismos. Así, en un primer momento, que coincide con el de la prospección, se debería realizar un primer análisis estrictamente morfológico, destinado en primer lugar no solo a la detección de tales elementos, es decir, al estudio de la distribución de los asentamientos, las distancias, la relación con los recursos, las vías de comunicación, el agua, así como su relación jerárquica; en definitiva, en él se aplicarían una serie de técnicas donde, siguiendo la estela de la Arqueología Espacial, cobraría especial relevancia el análisis del espacio y el medioambiente. Una vez detectados estos elementos aislados,
Sin embargo, desde hace ya una década la antigua Arqueología Espacial funcionalista se ha visto sustituida por un nuevo paradigma al cual se han sumado la mayor parte de los investigadores que realizan estudios de poblamiento, a base de prospecciones o no. Este nuevo paradigma ha convertido el paisaje no solo en un espacio neutro que el hombre utiliza y explota con fines sociales y económicos, o como naturaleza opuesta a cultura, como ocurría en la anterior Arqueología Espacial, sino que ahora se considera una nueva unidad de comprensión de los datos procedentes del registro arqueológico tradicional; ahora se trata de un espacio estrechamente vinculado a las relaciones sociales de cada momento (Orejas 1995: 114; Ruiz Zapatero 1996: 8; Soler 2007: 51). Esta trayectoria es la que ha motivado una de las características de la Arqueología del Paisaje, que es la de
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2.- Metodología de la prospección
arqueología de gestión, sin tener en cuenta la elaboración de hipótesis previas que fueran o no confirmadas en la posterior prospección, podía implicar uno de los defectos de la Arqueología Espacial y de la perspectiva funcionalista, es decir, la utilización de una metodología deductiva. Para ello, hemos intentado, desde el conocimiento detallado del terreno, utilizar un enfoque metodológico inductivo que permitiese el planteamiento de hipótesis que, lejos de centrarse en el ambiente más localista de la zona de trabajo, pudiera servir como elemento explicativo de los diferentes cambios producidos en la Prehistoria reciente y en la época romana en un ámbito regional.
enmascarados o desaparecidos, hay que darles sentido, trascendiendo de la forma para buscar sus articulaciones, dentro de las cuales cada uno de los datos espaciales cobra un significado preciso (Alcázar Hernández 1998: 83). Éste ha sido el objetivo principal de nuestro trabajo, para no caer en el reduccionismo al que se veía reducida la Arqueología Espacial; si lo hemos conseguido, se verá en los siguientes capítulos. En todo caso, también se está reivindicando determinados aspectos de la anterior arqueología procesual, en especial su capacidad de aprehender el pasado mediante el uso del método científico (Domínguez-Rodrigo, 2008: 203). De todas formas, el que se partiera de unos datos previos registrados a partir de parámetros de la
2.- Metodología de la prospección 2.1.- Introducción1
asegurar que son imprescindibles para entender determinadas cuestiones como pueden ser los patrones de poblamiento en cada sociedad del pasado, la evolución del mismo, etc., que pueden independizarse perfectamente de la consabida excavación.
Se ha señalado en múltiples ocasiones cómo la prospección arqueológica en el sentido de método de recogida de materiales arqueológicos o de descubrimiento de yacimientos ha sido uno de los objetivos de los trabajos de investigación arqueológica desde el comienzo de esta actividad, cuando se recogían los hallazgos casuales o se realizaban los viajes exploratorios (Ruiz Zapatero 1983a: 7-8); sin embargo, como tarea ha estado postergada por las intervenciones referidas a la excavación; de ahí que la elaboración de una metodología propia ha tardado tanto en ver la luz (Ruiz Zapatero 1990: 34; San Miguel 1992: 36).
En todo caso, hoy en día se puede considerar a la prospección arqueológica como la técnica más eficaz para la detección de yacimientos; además, su desarrollo en los últimos decenios ha permitido que disponga de un cuerpo teórico-metodológico propio. Su crecimiento en estas décadas se debe en parte, y desde un punto de vista práctico, a que ha sido capaz de proporcionar los datos precisos para la catalogación y posterior protección de los yacimientos; y desde un punto de vista teórico, a la formulación de cuestiones sobre los patrones de asentamiento, evolución del poblamiento o aspectos de organización económica, social y política, que han exigido la recogida de datos a escalas que varían desde el yacimiento a la región (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 87).
La revalorización de estos trabajos está relacionada con la Nueva Arqueología de los años 60, fundamentalmente referida al ámbito anglosajón, debido en parte a una serie de circunstancias, como la de disponer de un conocimiento lo más amplio posible de una zona determinada para poder elegir un yacimiento más idóneo para excavar; o la de obtener información mucho más asequible debido a que el coste de los trabajos de excavación era muy elevados (Ruiz Zapatero 1983a: 7-8; íd. 1990: 34-35; Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 87; Ruiz Zapatero 1996: 7 y ss.; García Sanjuán 2005: 61-62).
Dentro de los diferentes trabajos de prospección arqueológica, destaca la confección de las cartas arqueológicas, dentro de las cuales se englobaría nuestro trabajo de campo de principios de los años 90 en el nordeste de la provincia de Segovia. Este tipo de inventarios de sitios arqueológicos continúa manteniendo su importancia no solo para la protección del patrimonio cultural, objetivo primordial para la Administración, sino también para la realización de estudios acerca de las formas de vida en las sociedades del pasado (García Sanjuán 2005: 102), como ocurre en el presente trabajo.
Quizá estas dos premisas hoy hayan quedado un poco sobrepasadas, ya que en definitiva partían de la base de que la prospección podría ser un buen complemento del trabajo característico del arqueólogo, que en última instancia era el de excavador. Hoy los trabajos de prospección tienen la suficiente entidad como para
En general se considera que las actuales cartas arqueológicas parten, o partían, de unas premisas diferentes de las antiguas cartas2, algunas de las cuales se consideran muy meritorias teniendo en cuenta los medios
1 Una parte de este capítulo de Metodología se basa en los informes que presentamos a la Junta de Castilla y León correspondientes a las dos campañas de trabajo; son los siguientes: Barrio Álvarez, Y. del y López Ambite, F. [1991]: Informe del Inventario Arqueológico Provincial. Segovia 1990; y Barrio Álvarez, Y. del, Fernández, S., López Ambite, F. y Reviejo, J. [1992]: Informe del Inventario Arqueológico Provincial de Segovia, 1991.
2 Para una historia de esta cartas arqueológicas, vid. García Sanjuán 2005: 162-166).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) de la época de su realización3. Hoy en día se trata de trabajos metódicos y sistemáticos que aúnan elementos de las antiguas (Olmos et alii 1993: 45 y ss.), como es la recopilación documental o las referencias orales a través de encuestas, con el análisis geográfico, geológico y topográfico, la utilización de la fotografía área, y la propia prospección sistemática e intensiva, allí donde se puede, o la de tipo selectivo cuando no se puede abarcar toda el área (Romero y Romero 1993: 20).
Además y lo que es más grave, esta despreocupación por el rigor en la ejecución del Inventario, aparte del puramente rutinario que venimos comentando, ha conllevado que determinados yacimientos de la zona de prospección se hayan destruido total o parcialmente, sin que se hayan tomado las medidas pertinentes para evitarlo, cuando en principio ese era uno de los objetivos del conocimiento de los yacimientos del Inventario Arqueológico Provincial. Son los casos de Mingómez I (nº 44), destruido por una gravera a pesar de recogerse este hecho en el informe pertinente; los pequeños yacimientos en llano en torno al oppidum de Los Quemados I en Carabias (nº 8), sepultados por las obras de infraestructura de la Autovía Nacional I; la propia destrucción de buena parte de la muralla de este poblado celtibérico; sin contar el deterioro normal producido por la erosión (muy significativa en El Prado, nº 1), o por las labores agrícolas.
De todas formas, incluso en estos trabajos más recientes, tampoco queda siempre explicitada la metodología y, en algunos casos, se ha comprobado una sospechosa relación en el trabajo final entre yacimientos y núcleos urbanos o carreteras, que podrían estar indicando un tipo de prospección guiada por informantes locales, más que realizada a base de una inspección directa y sistemática del terreno. En todo caso, estos trabajos de las nuevas cartas arqueológicas no tenían que ver con los objetivos de las prospecciones arqueológicas en el sentido anglosajón del término, al tratarse de catálogos de yacimientos con una evolución diacrónica del poblamiento (Ruiz Zapatero 1990: 36 y 42).
2.2.- Descripción de la metodología empleada en este trabajo de prospección Volviendo a la descripción de la metodología empleada a lo largo del trabajo de campo, en este apartado queremos hacer explícita la metodología que se utilizó durante las campañas de prospección en las comarcas del nordeste de la provincia de Segovia. En general una de las críticas que se ha hecho a este tipo de trabajos de campo, como el que aquí estamos exponiendo, es esta falta de explicitación que impide evaluar con rigor los resultados de prospección (Ruiz Zapatero 1983a: 10; Benito 1995-96: 153); éste será por tanto el objetivo de parte del presente capítulo. Así, solo se debería considerar como válida una prospección, cuando se apoyara en una metodología científica conocida que permitiese comprobar su grado de fiabilidad y de eficacia; sin ella no se pueden conocer la validez de los resultados científicos y tampoco se puede valorar con acierto los resultados obtenidos, pudiendo llegar al caso en que las tareas de prospección se convierten en rutinas administrativas. (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 309); una circunstancia que hemos señalado en el primer capítulo.
Sin embargo, y a tenor de lo que nosotros conocemos personalmente de la Carta Arqueológica de Segovia, todavía sin publicar, creemos que en parte adolece de una falta de calidad en su elaboración, debido a los diferentes grados de intensidad aplicados en los trabajos de campo, así como a una falta de control por parte de las autoridades correspondientes a la hora de valorar estos resultados. En este sentido, se viene proponiendo por parte de algunos investigadores la posibilidad de realizar controles de calidad de los resultados para paliar estos problemas (Almagro-Gorbea et alii 1996: 253-254 y 260; íd. 1997: 238-240). Esta falta de rigor y de calidad, y sobre todo de homogeneidad y método explícito de los trabajos nos hace pensar que el gran desarrollo de los proyectos y estudios basados en la prospección arqueológica, y que están propiciados desde las propias administraciones públicas, en ocasiones pueden haber derivado hacia una pura rutina administrativa, olvidando el objetivo último de conocer rigurosamente o fielmente el Patrimonio Arqueológico, tanto para su posible estudio, como sobre todo para, desde un punto de vista administrativo, su posterior conservación. Esta rutina es la que ha permitido una falta de control que ha llevado a que, desde nuestro punto de vista y a tenor de algunos resultados obtenidos en la provincia de Segovia, consideremos que determinados términos se hallen deficientemente prospectados, pero no así para la administración que de esta manera contaba con una serie de porcentajes provinciales supuestamente analizados, sin llegar a preocuparse por la calidad de los mismos.
Esta es una de las razones por las que a la hora de buscar paralelos en cuanto a la aplicación de la metodología hemos hecho especial incidencia en los trabajos de investigación que tuvieron como objetivo el estudio de las campiñas del valle del Tajuña en la provincia de Madrid4; de esta manera, en diferentes trabajos se dio a conocer la metodología seguida, así como los problemas que llevaba aparejada, sus resultados, etc., ya que uno de los objetivos, aparte de conocer la evolución del poblamiento en una zona escasamente investigada desde el punto de vista arqueológico, era el de desarrollar una metodología fiable para el conocimiento de los patrones de población en el
3 Caso de la de Taracena, que en parte hemos utilizado en la investigación de nuestro estudio (íd. 1941).
4 En este sentido quiero agradecer al Dr. Benito su colaboración al proporcionarnos los trabajos en los que había participado.
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2.- Metodología de la prospección
Figura 1; Mapas de situación de la provincia de Segovia y de la zona de prospección.
pasado (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 297; íd. 1994: 100; Benito 1995-96:154). Igualmente y por las mismas razones hemos tenido en cuenta otro trabajo más cercano geográficamente a nuestra zona de trabajo, aunque en cuanto al objeto de estudio éste sea más específico: nos referimos al estudio del poblamiento vacceo en el centro de la Cuenca del Duero (San Miguel 1992: 37), que en una ocasión ha sido comparada con los datos del valle del Tajuña, aunque de una forma a nuestro juicio poco integrada (Benito y San Miguel 1993: 141).
Esto no significa que se trate de la única metodología válida, porque estamos de acuerdo con Ruiz Zapatero de que no existe un tipo ideal de prospección, debido a la multitud de factores que condicionan este tipo de trabajos, empezando por la propia Administración, que organizó estos trabajos y que cambió esta condiciones en las dos campañas llevadas a cabo; ahora bien, sí que existen unas estrategias que permiten evaluar este tipo de trabajos y son las que vamos a referir en este capítulo (Ruiz Zapatero 1983a: 11).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Planteamientos de una prospección arqueológica
Condicionantes de la prospección
Queremos en primer lugar referirnos al tipo de trabajo de campo que se llevó a cabo en las dos campañas reiteradamente citadas y a la metodología empleada. En general se admite que hay dos formas de plantear una prospección: en primer lugar, estaría la que trata de responder a la resolución de una hipótesis previa planteada por un equipo de investigación durante el curso de la misma y que puede referirse a los patrones de poblamiento y a cualquier otra cuestión relacionada con los mismos. El trabajo de campo se realizaría sobre una zona elegida por el equipo de investigación y sus resultados vendrían a confirmar o rechazar la mencionada hipótesis. En segundo lugar, existe otro tipo de prospección que es la que responde a criterios administrativos, en relación con la Ley 16/85 de Patrimonio Histórico. En este caso, no existe posibilidad de elegir la zona de trabajo por parte del equipo de investigación, el cual debe construir a posteriori el modelo de trabajo, lo que limita el adecuado tratamiento de los hallazgos a la valoración de presencia-ausencia de los mismos y su importancia (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 91).
Entrando ya en lo que se refiere al trabajo de prospección objeto de este estudio, su origen estaría en dos campañas de prospección, la de 1990 y la de 1991, organizadas por el Servicio Territorial de Arqueología de Segovia, dependiente de la Consejería de Cultura y Bienestar Social de la Junta de Castilla y León, con motivo de la realización del Inventario Arqueológico Provincial, y en las que este autor formó parte activamente en la dirección técnica. Aunque ambas campañas se sucedieron en el tiempo y con parte del mismo equipo, los objetivos formulados por la Consejería de Cultura fueron diferentes en cada año, de ahí que la metodología aplicada tuviera que cambiar de una a otra campaña, ya que se pasó de una prospección de cobertura total a otra parcial. En todo caso, fue la propia Consejería la que comenzó el proceso de catalogación de yacimientos que en este trabajo concluye con el estudio y difusión de los resultados; tan solo faltaría que tras la posterior crítica externa, ya que la interna la realizamos en este mismo trabajo, se volviese a replantear tanto la teoría como la metodología de la que se parte, según un esquema similar al presentado para la Carta Arqueológica de Aragón (Burillo et alii 1993: 103). En nuestro caso será la propia Junta de Castilla y León o los investigadores que lean el presente trabajo, los que deban realizar estos oportunos ajustes.
Aunque en general se prefiere el primer modelo, sin embargo, no hay que subestimar la validez de la prospección que responde a los criterios administrativos, ya que permite conocer zonas que constituían vacíos de investigación como era la zona nordeste de la provincia de Segovia (Ruiz Zapatero 1990: 36; íd. 1996: 14). Este sería por ejemplo el caso de la prospección del valle del Tajuña en Madrid, también realizado desde presupuestos puramente administrativos, pero que debido al desconocimiento de buena parte de la Meseta, en este caso de la Submeseta Sur, permite un mejor conocimiento de los modelos de poblamiento en esta región (AlmagroGorbea y Benito 1993a: 297).
En general, para cualquier prospección de superficie que se vaya a realizar habrá que tener en cuenta tres factores esenciales: en primer lugar, los objetivos del proyecto; en segundo, lugar, el tamaño del área de trabajo; y por último, la disponibilidad de recursos económicos y humanos (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 90). En nuestro caso, los tres puntos venían condicionados en buena medida por el encargo por parte de la Consejería de Educación y Bienestar Social, que pretendía una revisión de un territorio perfectamente delimitado; esta inspección debería de ser lo más exhaustiva posible, de acuerdo a los recursos aportados por esta misma Consejería, con el hallazgo del mayor número de sitios arqueológicos posibles, sin que hubiera ninguna preferencia por ninguna etapa cronológica concreta o por algún tipo de yacimiento especial.
Quizá el mayor problema en este tipo de trabajos de tipo administrativo sea la dificultad de abarcar los diferentes patrones de poblamiento, desde los primeros asentamientos humanos hasta la actualidad. En este sentido, tanto por formación, como por interés personal, los equipos que participamos en los trabajos de campo en el nordeste de Segovia teníamos un mayor conocimiento de las etapas de Protohistoria y época romana que del resto, lo que ha podido determinar el tipo de prospección, más centrada en los valles fluviales que en las zonas más elevadas y en las parameras, donde sí eran frecuentes los yacimientos paleolíticos y los que presentaban restos líticos de más difícil determinación; igualmente esta formación e interés puede haber mediatizado también los hallazgos de época medieval. En todo caso, la elección del planteamiento de la prospección quedaba enteramente en manos de la Administración, que era la entidad encargada de planear las zonas de trabajo y sus condiciones a las que se tenían que adaptar los equipos que optaban a estos trabajos.
Ahora bien, una vez establecido el encargo de la Consejería de Cultura y con las premisas que ésta presentaba, se establecieron los diferentes objetivos para cada campaña, que debido a los cambios en el pliego de condiciones, variaron de un año a otro. Así, en la campaña de 1990 se prospectó la zona que se corresponde con la parte nororiental del Macizo de la Serrezuela de Pradales y una pequeña parte de las campiñas sedimentarias que se extienden al sur del citado macizo, en este caso en la parte meridional del término municipal
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Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
Provincia de Burgos
Río
Río Riaza
Langa de D.
S. Esteban de G.
Due ro
Montejo de la Vega Valdevacas Honrubia Villaverde
Provincia de Soria
Villalbilla
Maderuelo Aldealengua Ri ag ua s
Pradales Carabias
Mazagatos
Santa María
Rí o
Ciruelos
Languilla
Saldaña
Encinas
Ri
az
a
Valvieja
Río
Du
Ser ran o Duratón SepúlvedaRí o
Escala
Ligos Francos
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Ped ro Estebanvela A Tiermes Ag ui se jo Santibáñez
Río
Provincia de Segovia
Ayllón
Río Villacortilla
Riaza
Grado del Pico
ra
Provincia de Guadalajara
0 1 2 3 4 5 km.
tó n
Zona de prospección
Pueblos
Figura 2; Zona de prospección con los diferentes núcleos urbanos.
de Encinas. Se trataba de una parte de una unidad geográfica coherente, delimitada a partir de los términos municipales de Honrubia de la Cuesta, Villaverde de Montejo, Valdevacas de Montejo, Pradales y Encinas, con los correspondientes núcleos anexos (fig. 1 y 2).
delimitaciones municipales, por lo que la zona de prospección presentaría algunas anomalías desde un punto de vista de la configuración de una zona natural (fig. 1 y 2).
Esta circunstancia cambió, como hemos referido anteriormente, en el caso de la campaña de 1991; ahora el territorio sobre el que habría que actuar se correspondía básicamente con el valle fluvial del río Aguisejo y su continuación aguas abajo por el tramo medio del río Riaza, desde la confluencia de éste con el Aguisejo, en el término de Languilla, en su discurrir hasta el límite de la provincia de Segovia. Ahora bien, el estudio de este valle fluvial extendido por toda la frontera nordeste de la provincia de Segovia se basó de nuevo en las
2.3.- Delimitación de las áreas de prospección En general, lo que se aprecia por parte de la Administración autonómica es una delimitación de la zona basada en los términos municipales (fig. 2). Sin embargo, este tipo de delimitaciones territoriales en principio no se consideran las más adecuadas para el estudio de los patrones de poblamiento (Ruiz Zapatero 1983a: 10), debido a lo artificial de su establecimiento y la escasa entidad geográfica y cultural que cabe esperar
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) tipo de delimitación a base de las fronteras municipales aparezca reiteradamente en otros estudios sobre prospecciones. Así, por ejemplo, en el valle del Tajuña, en Madrid, se ha considerado como válido el trabajo sobre determinados términos municipales, en concreto en el caso de Perales de Tajuña; en este sentido, se ha aducido a su favor la amplitud del término que permitiría conocer un entorno coherente, o porque forma parte de ese valle fluvial y en él aparecen todos los estratos ecológicos de dicho valle, o bien porque correspondería a la primera fase de un trabajo mucho más amplio (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 299; íd. 1994: 100; Benito 1995-96: 156).
de estas áreas, con unas motivaciones que hacen referencia a una situación diferente de la que pudiera haberse dado en la Prehistoria y en la época romana.
Tabla 1: Densidad de yacimientos por km² en los términos municipales próximos a la zona de prospección Número de Yacimien‐tos Municipios yacimien‐tos por km² Cilleruelo de San Mamés 4 0,40 Bercimuel 4 0,32 Cedillo de la Torre 7 0,29 Campo de San Pedro 7 0,23 Sequera de Fresno 2 0,14 Grajera 2 0,12 Pajarejos 1 0,12 Corral de Ayllón 2 0,11 Fresno de la Fuente 2 0,11 Moral de Hornuez 3 0,09 Alconada de Maderuelo 1 0,08 5 Riaguas de S. Bartolomé 1 0,08 Fresno de Cantaespino 2 0,03 Ribota 0 0
Incluso en algún caso se ha señalado que la propia elección de una zona de trabajo respecto a otra, basándose en criterios normalmente administrativos, se podría considerar en sí mismo un muestreo respecto a la globalidad del territorio para los arqueólogos que se acercan a su estudio y por tanto, ser perfectamente válido su resultado (Fernández Martínez 1985: 9-10). Siguiendo con la idea de la importancia de las áreas formadas por los términos municipales, parece que en determinadas regiones, como en el Sistema Ibérico, se produce una coincidencia entre los pueblos actuales y, por tanto, de sus respectivos términos, con poblados de tipo castro de la Primera Edad del Hierro (AlmagroGorbea 1995: 433 y 437-438, fig. 5 y 6), lo que también podría indicar una coherencia de estos territorios con los del pasado. Una circunstancia que podría compararse, aunque de una forma menos clara con la anteriormente descrita, es la coincidencia en parte de los núcleos de poblamiento de Cogotas I (López Ambite 2003: 136), con los núcleos herederos de la repoblación medieval, como más adelante veremos, algo que también se ha destacado para la provincia de Soria; aquí se señalan ciertas similitudes entre la Edad del Bronce y algunas características del hábitat de época medieval (Asenjo y Galán 2001).
Por el contrario, en los trabajos de prospección que hemos consultado se insiste en obviar las artificiales fronteras administrativas de la actualidad, para trabajar sobre regiones o comarcas naturales, que tienen más sentido y cuyos resultados tendrán una mayor coherencia por la homogeneidad de la superficie de trabajo (Ruiz Zapatero 1983a: 10-11). Incluso se piensa que mejor que estas regiones naturales, tendría más coherencia si se tratase de regiones culturales, ya que la delimitación de un área con una fuerte entidad cultural garantiza unos resultados altamente eficaces; sin embargo, también es necesaria una cierta información sobre la zona, por lo que no se puede aplicar a zonas vacías, como la de nuestro estudio (Ruiz Zapatero 1983a: 12; Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 88).
Por todo ello, estaríamos de acuerdo con la idea de que si los límites naturales o culturales deberían ser los más aconsejables desde el punto de vista de la investigación para el establecimientos de áreas de trabajo, parece ser que en la práctica sería preferible una combinación de ésta delimitación con la de tipo arbitraria, como los términos municipales, que permite una mayor concreción en este establecimiento de fronteras de trabajo.
Sin embargo, otros autores no solo no desdeñan este método basado en los términos municipales, sino que, por el contrario, lo valoran muy positivamente; así, señalan estos autores que se trata de unidades de hábitat y administrativas, con un marco de trabajo abarcable, con límites claros a la hora de planificar zonas de investigación dentro de un marco geográfico más amplio, mientras que las comarcas naturales, al ser más amplias en general, impiden o ralentizan un estudio más exhaustivo de la zona (Burillo et alii 1984: 188; García Sanjuán 2005: 64).
Teniendo en cuenta lo anteriormente descrito, es decir una combinación de área natural y delimitación municipal, podemos afirmar que las dos áreas de prospección podrían englobarse dentro de estas características (fig. 2). Así, en el caso de la campaña de 1990, el área delimitada era una parte de la comarca de la Serrezuela, aunque sin poderse completar esta comarca natural, por lo que podemos considerar que se trataba de al menos una zona geográficamente coherente, como la parte oriental de la Serrezuela de Pradales.
Estas circunstancias son las que determinan, aparte de los condicionantes administrativos, que este 5
De Riaguas de San Bartolomé y Ribota no se tienen datos del Inventario Arqueológico Provincial, no sabemos si porque no los hay, aunque nos consta la existencia de una importante villa romana en Riaguas de San Bartolomé, o porque su información se haya agregado a otro municipio de una forma global.
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Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
Densidad de los municipios próximos 0.9 0.8 0.7 0.6 0.5 0.4 0.3 0.2 0.1 Media global
Media 1991
Media 1990
Ribota
Fresno de C.
Alconada de M.
Moral de H.
Fresno de la F.
Riaguas de S. B.
Municipios
Corral de Ayllón
Pajarejos
Grajera
Sequera de F.
Campo de S. P.
Cedillo de la T.
Bercimuel
Cilleruelo de S. M.
Sitios/km2
0
Figura 3; Densidad de sitios arqueológicos por km² en los términos municipales próximos a la zona de prospección y media de la densidad obtenida durante las campañas de 1990, 1991 y global.
Por el contrario, no se quiso incluir los términos municipales que aparecían entre ambas zonas de trabajo, básicamente las campiñas que se extienden alrededor de la Serrezuela y en torno a la vega del Alto Riaza y sus afluentes, como el Riaguas, porque no se tenía constancia de que los trabajos de prospección se hubiesen llevado a cabo con la suficiente intensidad con la que sí se habían realizado las campañas de 1990 y 19916.
Si pasamos a la zona de trabajo de 1991, en este caso la delimitación sí atendería más a completar una comarca natural, de nuevo a base de las fronteras municipales, lo que provocará ciertas anomalías que más adelante comentaremos; además, hay que destacar que aunque este valle fluvial está ocupado por dos ríos, el Aguisejo y el Riaza Medio, ambos forman una misma cuenca geográfica unitaria, mientras que, por el contrario, el tramo del Alto Riaza pertenecería a un ámbito diferente al anterior. Por todo ello, estaríamos ante un valle fluvial como el objeto de estudio, es decir un área geográfica completa, no parcial como en la de 1990, la cual se considera como un elemento propicio para la investigación de los patrones de asentamiento, ya que permite una visión interpretativa del conjunto, mejor que en delimitaciones administrativas o parciales. Una situación análoga a la de la zona nordeste de Segovia la observamos en el caso del valle del río Tajuña, en Madrid, donde la región natural, en este caso el citado valle fluvial, se ha delimitado a base de las fronteras municipales (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 298).
Así por ejemplo, los términos que se podrían haber incluido en nuestro caso para conectar mejor las campañas de 1990 y 1991, serían los correspondientes con la tabla 1 y la figura 3. Lo que no se aportan son los términos municipales más meridionales a esta zona, es decir, los que llegarían hasta la sierra, porque se alejaban considerablemente de la parte central del área de trabajo seleccionados por nosotros y porque incluso presentan una menor proporción de yacimientos, que los referidos en el cuadro.
Con estos datos, a la hora de plantear el estudio de poblamiento en la zona nordeste de la provincia de Segovia, se tenía claro que la campaña de 1991 era la que podía ofrecer datos más coherentes por sus características naturales. Sin embargo se prefirió incluir también la campaña de 1990, ya que ampliaba el área de estudio en un espacio natural diferente de los valles fluviales. Además se trataba de un área prospectada por nuestro equipo y de la que conocíamos tanto la metodología como los resultados.
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Incluso de los que fueron objeto de prospección en la campaña de 1988-89, como el caso de Ayllón y Languilla, se optó por el Servicio Territorial de Arqueología de Segovia que se volviesen a inspeccionar por nuestro equipo, debido a la falta de fiabilidad de los resultados presentados. En esa misma campaña de 1988-89 tan poco fructífera desde el punto de vista arqueológico, se supone que también se revisaron los términos de Riaguas de San Bartolomé, Corral de Ayllón y Campo de San Pedro, cuyos datos se acompañan en la tabla correspondiente y que son lo suficientemente elocuentes. Si el Servicio Territorial planteaba dudas sobre la calidad de los resultados de Ayllón y Languilla y prefirió repetir la prospección, creemos que esta desconfianza debería hacerse extensible a estos otros términos.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) datos de 1991 son similares solo a los de Bercimuel, Cedillo de la Torre y Cilleruelo de San Mamés, mientras que el resto se encuentra muy alejado de los 0,39 sitios por km².
Pasando a los datos de rendimiento de sitios arqueológicos en nuestro trabajo de prospección, éstos quedarían reflejados en la tabla 2, fig. 4 y fig. 5. Como se aprecia, para la campaña de 1990 habría 0,83 sitios por km² y para los trabajos de 1991 habría 0,39 sitios por km², siendo la media global de 0,507. Respecto a la primera campaña, ninguno de los términos vecinos a la zona de prospección se acerca a esta cifra, y eso que potencialmente la zona de prospección de 1990 partía de la base de un terreno menos apto para el asentamiento humano en determinadas épocas del pasado, que la de los términos anteriormente referidos. Así, en todos estos términos municipales inspeccionados por equipos diferentes del nuestro, no hay más que un yacimiento de Cogotas I; mientras que de época Protoceltibérica o del Celtibérico Antiguo no hay hallazgos; y, por último, apenas hay elementos alto imperiales romanos; por el contrario, abundan los hallazgos de época medieval y moderna, cuya localización no supone que haya que realizar una labor de prospección sistemática; además, otros de los lugares localizados eran suficientemente conocidos en publicaciones anteriores.
En general, se aprecia como nuestros datos más bajos se corresponden con la campaña de 1991, en la que, como hemos comentado, se realizó una prospección selectiva, algo que afectó más a unos pueblos que a otros. Esta situación no se repite en los trabajo de 1990, pues aunque se trataba a priori de una zona de menor densidad de hallazgos, por la elevada superficie de pastizales y monte, debido al tipo de trabajo de prospección de cobertura total, más o menos intensiva según las zonas, como luego veremos, se pudo inspeccionar todo el terreno. En todo caso, 10 de los 16 términos de este trabajo se encontrarían por encima del más elevado de los pueblos no prospectados por nosotros; 4 presentarían una media similar a los de estos pueblos; y solo dos, Valvieja y Grado del Pico estarían entre los de menor densidad de sitios. En estos dos casos, pero también en Santibáñez, una explicación de esta baja densidad estaría en que la superficie prospectada fue muy baja debido a su ubicación de las estribaciones de la Sierra de Ayllón; en el caso de Maderuelo, también se prospectó un porcentaje menor, por la amplia superficie de páramo, así como de monte que no fue inspeccionado.
Tabla 2: Densidad de sitios arqueológicos por km² en los términos municipales de la zona de prospección (ver fig. 5 con los datos totales de yacimientos y hallazgos aislados por término municipal o de pedanía) Yacimientos por Términos municipales o de pedanía km² *Pradales (Ciruelos y Carabias) 1,42 *Valdevacas de Montejo 1,03 Montejo de la Vega 0,85 Aldealengua de Santa María 0,70 *Villaverde de Montejo (Villalbilla) 0,64 Estebanvela 0,63 *Encinas 0,56 Ayllón (núcleo sin sus anexos) 0,49 Languilla (Mazagatos) 0,45 *Honrubia de la Cuesta 0,42 Santibáñez de Ayllón 0,36 Santa María de Riaza 0,35 Maderuelo 0,25 Saldaña de Ayllón 0,23 Valvieja 0,07 Grado del Pico 0,05 *Media de 1990 0,83 Media de 1991 0,39 (0,94) Media Total 0,50 (0,89)
Todo ello nos hace pensar que en los términos municipales a los que nos hemos referido y que no se incluyen en este trabajo, se realizó un tipo de prospección basada en la recopilación de datos bibliográficos y de informantes locales, que enlaza más con la metodología de antes del desarrollo de la Arqueología Espacial (Ruiz Zapatero 1983a: 8-10), que con la que ya en aquellos momentos se estaba llevando a cabo en numerosos trabajos de campo. En conclusión, debido a la intensidad de la prospección llevada cabo en 1990 y 1991, el número de yacimientos registrado en dichas campañas, la fiabilidad de la metodología utilizada, que expondremos a continuación, y la existencia de un área coherente, el valle de los ríos Aguisejo y Riaza Medio, a la que hemos añadido una zona de la Serrezuela para completar en cierta medida la comprensión de los patrones de poblamiento, hemos optado por incluir en el presente estudio las dos campañas de prospección correspondientes a los años 1990 y 1991, dejando de lado otros estudios en las que no intervinimos y de los que desconocemos la metodología aplicada y, por tanto, la calidad de los resultados.
En el caso de la campaña de 1991, queremos resaltar que las cifras aportadas son inferiores a las del trabajo de 1990 debido a que se trató de una prospección selectiva en la que solo se inspeccionó el 41,8% del territorio. Si las comparamos con los términos municipales arriba señalados, veremos que los
Ficha técnica 7
En ambos casos se contabiliza la superficie total, aunque en la campaña de 1991 la proporción con respecto a la zona realmente prospectada es de 0,94 sitios por km²; el que ofrezcamos la cifra anterior con respecto a la superficie total se debe a que de esta manera se puede comparar mejor con los datos aportados por el Inventario Arqueológico Provincial.
En la primera campaña, la de 1990, los trabajos de campo se llevaron a cabo entre las fechas del 30 de diciembre de 1990 y el 31 de marzo de 1991, prolongándose las de estudio hasta el 30 de junio de este
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Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
Densidad de sitios arqueológicos 1.6 1.4
Sitios/km2
1.2 1 0.8 0.6 0.4 0.2
Densidad global
Densidad 1991
Densidad 1990
Grado del Pico
Valvieja
Saldaña
Maderuelo
Santa María
Santibáñez
Honrubia
Languilla-Mazagatos
Ayllón (núcleo)
Encinas
Estebanvela
Villaverde-Villalbilla
Aldealengua
Montejo
Valdevacas
Pradales-CiruelosCarabias
0
Términos municipales
Figura 4; Densidad de yacimientos por km² de los términos municipales prospectados, así como de la media por campañas y la media global.
Durante esta fase del proceso de documentación se recopilaron los diferentes estudios a los que pudimos tener acceso, tanto los de ámbito local, para conocer los diferentes yacimientos de los que ya se tenían noticias en las dos comarcas comprendidas en las diferentes campañas, como los de las zonas limítrofes (Ruiz Zapatero 1983a: 22), tanto de la provincia de Segovia, como también de la de Soria, de la que se tenían más datos, la de Burgos o Guadalajara. Igualmente, como lo que se pretendía era conocer la dispersión de los yacimientos y los lugares preferentes de ubicación, se consultaron estudios regionales o de comarcas algo más alejadas para saber qué tipo de yacimientos podrían aparecer en la zona de estudio.
año. La extensión de la campaña de prospección se debe a que el trabajo se realizaba durante los fines de semana Por el contrario, en la de 1991 el trabajo se extendió entre los días 23 de diciembre de 1991 y el 23 de Mayo de 1992, mientras que la inspección sobre el terreno se hizo de forma continuada entre el 7 de enero y el 27 de febrero (fig. 1 y 2). Los datos de la superficie de los diferentes términos prospectados, atendiendo a las dos campañas de trabajo, aparecen en la tabla 3. Allí vemos cómo en la campaña de 1990 se inspeccionaron un total de 107,86 km², mientras que en 1991 fueron 308,45 km². Resumiendo, ambas campañas de prospección supusieron un total de 416,31 km², que se corresponden con un 6% de los 6.948,9 km² que comprende la superficie provincial de Segovia (tabla 3, fig. 1 y 6).
Para el caso de la campaña de 1991 fue de suma importancia el conocimiento adquirido por parte del equipo prospector en los trabajos de 1990, si bien el ámbito de trabajo era sensiblemente diferente. Igualmente en esta fase previa de documentación se revisaron diversos tipos de mapas regionales y comarcales, estudios topográficos y geológicos, se consultó la toponimia a partir de los mapas anteriores, así como los planos de Concentración Parcelaria, o la fotografía aérea (Ruiz Zapatero 1983a: 22; García Sanjuán 2005: 107 y ss.).
Una vez obtenidos los correspondientes permisos por parte de la Consejería de Cultura y Bienestar Social de la Junta de Castilla y León, se pasó a la planificación de la campaña, en la que se estableció la teoría y metodología de la que se partía; así como los objetivos que se pretendían y el calendario, que fue diferente en cada campaña; todo ello teniendo en cuenta los recursos humanos y materiales; a continuación, tras la fase de documentación previa, se llevó a cabo el propio trabajo de campo (Burillo et alii 1993: 103).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Hallazgos por localidades 30 Yacimientos
25
Aislados 20
15
10
5
Campaña de 1990
Valvieja
Santa María
Santibáñez
Saldaña
Montejo
Mazagatos
Maderuelo
Languilla
Grado
Francos
Estebanvela
Ayllón
Aldealengua
Villaverde
Villalbilla
Valdevacas
Pradales
Honrubia
Encinas
Ciruelos
Carabias
0
Campaña de 1991 Pueblos
Figura 5; Número de hallazgos por términos municipales en la zona de prospección.
antiguo (Cueva de Solana de la Angostura, Encinas). Esta situación no es la que parece que se daba en el valle del Tajuña, donde se señala la existencia de una serie de aficionados que pudieron ofrecer una gran cantidad de información para la posterior localización de yacimientos; éste parece haber sido el caso concreto de Perales de Tajuña (Almagro-Gorbea y Benito 1994: 103; Benito 1995-96: 155).
Otra fuente de información para la localización concreta de yacimientos y también para la elaboración de los patrones de asentamiento, fue la propia información aportada por parte del Servicio de Arqueología Territorial de Segovia, procedente tanto de trabajos anteriores en zonas cercanas al área de prospección, de hallazgos fortuitos, de intervenciones de urgencia, así como la revisión de los fondos del Museo Provincial de Bellas Artes. Todas estas actividades han quedado explicitadas en otros trabajos de campo como los que hemos consultado procedentes de la Comunidad de Madrid, de Aragón o Andalucía (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 299; Burillo et alii 1993: 103; Almagro-Gorbea y Benito 1994: 103; Benito 1995-96: 153; García Sanjuán 2005: 67).
Por último, se realizó una primera aproximación al terreno de prospección para disponer de una visión global previa al trabajo de campo propiamente dicho, que permitiera establecer las estrategias necesarias para la consecución de los objetivos planteados, una aproximación al tipo de relieve y a las dificultades que podría plantear, a los problemas de logística, etc., así como para dividir el terreno en unidades de prospección (Ruiz Zapatero 1983a: 22.
Respecto a la recopilación de informaciones orales, que en otros estudios se ha tenido en cuenta de forma sistemática y como parte importante en el proceso previo a la investigación (Ruiz Zapatero 1983a: 22), por ejemplo en el término de Perales de Tajuña, Madrid (Almagro-Gorbea y Benito 1994: 103; Benito 1995-96: 155), en nuestro caso solo se ha utilizado en casos concretos. Ello se debe a que suponía un gasto de tiempo muy importante en cuanto a las entrevistas, mientras que por el contrario los resultados eran muy pobres, ya que la mayoría de los entrevistados desconocían la existencia de yacimientos, salvo que tuvieran restos bien visibles, como ermitas, despoblados, etc. (Valdeperal, Castroboda ambos en Maderuelo), o fuesen yacimientos conocidos de
Trabajos de campo Una vez recopilada toda la información que se consideraba pertinente para el posterior desarrollo de los trabajos de prospección, se pasó a la siguiente fase del trabajo, es decir, la propiamente referida a la inspección visual del terreno (Ruiz Zapatero 1983a: 23). Una de las premisas que había que tener en cuenta a la hora de planificar este tipo de trabajos era la accesibilidad del terreno y los recursos humanos con los que se contaba.
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Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
que la cobertura real, con independencia del tipo de terreno en el que se esté, es de unos 5 m, es decir, 2,5 a cada lado de la trayectoria del prospector, según sea la separación entre los miembros del equipo, se podrá considerar que la inspección será más o menos intensa. Así, se considera como una intensidad muy alta la que presenta un intervalo de entre 10 y 5 m.; por el contrario, con 100 o más, se considera que la intensidad es baja. En general, un intervalo de entre 25 y 30 sería algo muy corriente; de todas formas, no parece que existan reglas concretas, por lo que se considera que en cada caso el contexto y la flexibilidad de los arqueólogos deben ser los que guíen la toma de decisiones (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 90; García Sanjuán 2005: 71).
Respecto a la primera, ésta se ha definido como “la variabilidad en tiempo y esfuerzo de un observador o prospector que alcanza un determinado punto del área”. Las variables que afectan a este observador serían el clima, la topografía, la vegetación, las vías de comunicación... de ahí que a mayor accesibilidad a la zona de trabajo, esta área pueda ampliarse, mientras que ha de reducirse en consonancia con una peor accesibilidad (Ruiz Zapatero 1983a: 12). En nuestro caso, tanto en una campaña como en otra, nos encontrábamos ante la zona más alejada de la capital de provincia, con una difícil accesibilidad por carretera debido a la existencia de una red secundaria en malas condiciones; del mismo modo, la comunicación interna dentro de las áreas de trabajo era complicada por la escasa red de carreteras locales, predominando los caminos terreros no siempre accesibles por medio de automóvil, lo que ralentizaba la distribución de los observadores que en ocasiones tenían que hacer largas distancia a pie hasta los lugares de trabajo. Además, la topografía accidentada, en especial en la campaña de 1990, así como en la zona más al norte y más al sur de la de 1991, incrementaba esta dificultad, lo mismo que la abundante vegetación de monte maderable y, sobre todo, de monte bajo en regeneración. Por último, el que las campañas se llevaran a cabo en invierno, debido a las mejores condiciones del terreno para ser inspeccionado, determinaba unas jornadas cortas y en las que a veces las inclemencias del tiempo impedían una buena observación.
Tabla 3: Superficie de los términos municipales por campañas Pueblos Superficie en km² Encinas 17,97 Honrubia de la Cuesta 21,38 Pradales (Ciruelos y Carabias) 26,06 Valdevacas de Montejo 17,44 Villaverde de Montejo (Villalbilla) 25,01 Total de la campaña de 1990 107,86 Aldealengua de Santa María 20,02 Languilla (Mazagatos) 26,83 Maderuelo 103,03 Montejo de la Vega 30,61 8 Término de Ayllón 127,97 Total de la campaña de 1991 308,45 Total de las campañas de 1990 y 1991 416,31 Datos desglosados del término de Ayllón Ayllón 30,49 Santa María de Riaza 11,27 Saldaña de Ayllón 8,88 Valvieja 14,02 Estebanvela 22,26 Santibáñez de Ayllón 19,44 Grado del Pico 21,60
Respecto a la otra variable que hemos señalado, la referida a los recursos humanos, estos eran suficientes para llevar a cabo el trabajo encargado por la Conserjería de Cultura, aunque la forma de organizar el trabajo varió en las dos campañas, de forma significativa. En la de 1990, los trabajos se realizaban los fines de semana, lo que suponía un incremento del gasto de recursos y sobre todo de tiempo por parte del equipo de trabajo, así como el problema de la continuidad en la inspección en áreas contiguas. Estos problemas se solucionaron en la siguiente campaña de trabajo, con un tipo de prospección continuada en el tiempo, en la que el equipo residía en la zona de trabajo, ahorrando tiempo en los desplazamientos y permitiendo una mayor continuidad en los trabajos.
En la práctica resulta muy difícil una prospección completa y real de la superficie por los impedimentos que existen, de ahí que esto se deba tener como un objetivo último. De todas formas, hoy se prefiere la cobertura total por sus ventajas sobre la de muestreo; así, es la única que genera datos globales sobre los patrones de poblamiento y la evolución demográfica de una región; además, no corre el riesgo de pasar por alto la información menos común; tampoco presenta los inconvenientes estadísticos que tiene la de muestreo; y, por último, no supone un incremento en el gasto económico, o al menos eso se afirma en algún caso. De todas forma, es este aspecto económico el que ha hecho que buena parte de las prospecciones en España sean dirigidas en la arqueología de gestión, frente a las de cobertura total, más frecuente en los estudios de
Modelos de prospección A la hora de llevar a cabo el trabajo de campo nos encontramos ante dos modelos de prospección: el de cobertura total y los diferentes tipos de muestreo que se han descrito. En el primero se procede a la inspección sistemática de todo terreno de la zona elegida, mientras que las estrategias de muestreo se seleccionan unas partes del área, dejando el resto sin inspeccionar. En ambos casos la técnica de prospección consiste en disponer a los observadores a intervalos regulares y avanzar en líneas paralelas batiendo el terreno. Según sea este intervalo, se puede medir la intensidad de la prospección. Debido a
8 Superficie del término municipal de Ayllón; a continuación, en cursiva, damos los datos de los anexos de este municipio y del propio núcleo de Ayllón.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) valle de los ríos principales, sus laderas y el borde de páramo que lo enmarca. Esta circunstancia podría hacer que este modelo se considerase como un muestreo optimizado (dirigido-estratificado arqueológicamente), que pudiera parecerse al que se podría haber utilizado en Perales del Tajuña en lugar del de cobertura total que supuso un importante esfuerzo en este mismo término; según esta propuesta de los arqueólogos madrileños, se podría haber identificado una alta proporción de sitios arqueológicos, en torno al 73% con una confianza mayor o igual al 80%, pero prospectando solo el 44%, en lugar del 87%, que es lo que se llevó a cabo (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 308).
investigación, que suelen tener un alcance territorial más limitado; en todo caso, lo que sí se señala es que ambas deben convivir y complementarse (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 91). Dentro de las prospecciones por muestro se pueden adoptar distintas modalidades; así, en primer lugar se puede realizar un muestreo dirigido, que consiste en inspeccionar únicamente cierto tipo de medio natural donde suelen estar los yacimientos. Este método presenta las ventajas de que exige el análisis de zonas en general muy limitadas (por lo que son más baratos) y lo que es más importante, dan a las ideas preconcebidas del investigador el cien por cien del diseño de la estrategia de muestreo. Ahora bien estos resultados pueden resultar sesgados por esa misma elección (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 91-92; García Sanjuán 2005: 72).
Superficie total del área de trabajo 1990; superficie total; 107,9
1991: superficie prospecta da; 128,7
En cuanto al muestreo estadístico su clave es la representatividad de la muestra, es decir, aquellas partes que se escogen para ser inspeccionadas deben contener la información lo más parecida posible a la que obtendríamos si investigáramos toda la zona; para ello hay que dar igual oportunidad a todas la zonas, es decir, escogiendo al azar; pero solo resulta eficaz donde hay una distribución homogénea. También está el muestreo sistemático, con distribución regular de las áreas de prospección o el estratificado que permiten introducir en el diseño algunos elementos de conocimiento previo de la zona; se divide el área de acuerdo con sus características ecológicas en la hipótesis de que éstas han sido determinantes en la actividad y en los asentamientos humanos del pasado; se definen los estratos y luego se muestrea dentro de cada uno de ellos, bien eligiendo un área proporcional a su extensión, o bien en mayor o menor proporción de acuerdo con su importancia relativa para la actividad humana (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 91-92; García Sanjuán 2005: 72).
1991: sup. sin prospecta r; 179,6
En general para estos tipos de muestreo, se señala que deberían realizarse preferentemente en áreas de trabajo de más de 50 km²; en estas amplias regiones, como la nuestra, se indica que el muestreo debe ser lo suficientemente amplio para proporcionar datos de interés y no tan extensa que sea excesiva; los porcentajes mínimos deben oscilar entre el 10 y el 25% inspeccionado, de ahí en adelante se comprueba como hay una relación directa entre el tamaño de la fracción de muestreo y la eficacia de la prospección; por último, se afirma que un porcentaje válido estaría en el 50% (Ruiz Zapatero 1983a: 13).
Figura 6; Superficie de los términos municipales prospectados durante la campaña de 1991 (cifras en km² y porcentaje sobre el total).
Una vez establecido el modelo de prospección, bien sea de cobertura total o por muestreo, hay que adoptar el tipo de delimitación de zonas de trabajo; en general se suele adoptar las delimitaciones a base de cuadrículas o el más utilizado de rectángulos o transects, en general de 1 por 0,5 km; así, por ejemplo en el valle del Tajuña (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 300; íd. 1994: 102-103; Benito 1995-96: 155). En nuestro trabajo se prefirió un modelo más sencillo y, por tanto, creemos que también más rentable; a saber, el de acotar el terreno en áreas que no supusieran ninguna duda a la hora de delimitarlas; para ello se utilizaron ríos, arroyos, carreteras o caminos, tablillas de término municipal u otros hitos destacables. Se trata de un modelo de
En nuestro caso se adoptaron dos modelos de acuerdo con las condiciones planteadas por la Administración: para la campaña de 1990 se utilizó un modelo de cobertura total, donde la intensidad de la prospección no siempre era igual en todas las zonas; y para la campaña de 1991 se utilizó un muestreo dirigido hacia la zona que ecológicamente presentaba más posibilidades de haberse ocupado en el pasado, a saber, el
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2.- Metodología de la prospección
documentar los yacimientos grandes y medianos, para luego en una segunda fase realizar un trabajo denominado más fino o de mayor intensidad (Fernández Martínez 1985: 14). Este tipo de trabajo podría tener como ejemplo el caso del centro de la Cuenca del Duero, aunque en él se afirme que se trate de un muestreo realizado con acuerdo a criterios estratigráficos, dividiendo la zona conforme a pautas topográficas y ecológicas que se articulan siempre en función de la red fluvial (San Miguel 1992: 39).
delimitación que no es la primera vez que se explicita (Fernández Martínez 1985: 14-15). Estas delimitaciones permitían realizar la prospección con total claridad sin apenas significar un gasto de tiempo excesivo en la concreción de los transects como creemos que debió ocurrirles a los prospectores del valle del Tajuña; además al elegir áreas más grandes, el trabajo no se ralentizaba con la constante comprobación de las lindes de los diferentes transects; otro problema añadido es que durante la inspección del terreno, es difícil mantener la dirección de forma continua con el sistema de transect (Fernández Martínez 1985: 1415). Por todo ello creemos que se trata de un método mucho más rentable desde el punto de vista de la prospección, quizá también con un criterio mucho más extensivo que el aplicado en el Tajuña; en todo caso, los análisis posteriores de sus investigadores señalan un excesivo gasto de tiempo y, por tanto, de recursos para la obtención de unos resultados que no habrían variado tanto con un sistema mucho más dinámico (AlmagroGorbea y Benito 1993a: 306-308).
En nuestro caso se optó por un modelo flexible en cuanto a la distribución regular de los prospectores, que no siempre realizaban trayectos rectilíneos, sino que de una forma flexible iban comprobando distintos sitios susceptibles de aportar materiales arqueológicos, ello debido en parte al mayor intervalo de separación entre prospectores (de una forma parecida al modelo B de la figura 26 de García Sanjuán 2005). En la campaña de 1990 éste era de entre 30 m, para las zonas más intensamente prospectadas, y 100 m para las revisadas de forma más extensiva. En cuento a la de 1991, los intervalos no llegarían a los 50 m en el modelo más intensivo, siendo mayores a esta cifra las inspecciones más extensivas. Esta flexibilidad también es la que se hubiera preferido en la prospección del centro del Valle del Duero; sin embargo, parece que en esta región no se consiguió por la falta de experiencia del equipo que no se solía salir de la trayectoria prefijada, de ahí que el 86,94% de los hallazgos de realizaran en esa trayectoria, y que no se inspeccionasen lugares apropiados fuera de la misma (San Miguel 1992: 42).
El siguiente problema sería el de la mayor intensidad o no de la prospección. Se ha definido la intensidad de la prospección como “la cantidad de esfuerzo dedicado a la inspección del área de estudio” o “el grado de detalle con que se inspecciona la superficie del área prospectada”, que depende de los recursos económicos y de la naturaleza del relieve (Ruiz Zapatero 1983a: 17). Esta variable se puede medir directamente con el intervalo entre prospectores, e indirectamente por el número de personas por día necesitados en cada unidad de prospección. Ya hemos descrito en los apartados del modelo de prospección el grado de intensidad de la misma, que, en cualquier caso, y si la comparamos con los trabajos el valle del Tajuña, sería menor a la que en ese valle madrileño realizaron los investigadores de la Universidad Complutense. En esta zona los intervalos entre prospectores variaban entre los 8-10 m y los 15-20 m dependiendo del factor de visibilidad, siendo más intensiva en la zona de peor visibilidad que en las zonas de arado (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 300; íd. 1994: 103; Benito 1995-96: 156).
Por todo ello, nuestra prospección se trataría de un trabajo menos ortodoxo y de menor intensidad que el que se plantea en estudios como el del valle del Tajuña (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 300; íd. 1994: fig. 5: Benito 1995-96: 158); en todo caso, podemos concluir que nuestros trabajos de inspección se pueden catalogar como de intensivos, según la definición anteriormente expuesta (Ruiz Zapatero 1983a: 11 y 17). Es cierto que nuestro sistema puede adolecer de una cierta tendenciosidad, es decir, que revele yacimientos suficientemente conocidos, por ejemplo en cerro, o loma, junto a cauces de agua, y por el contrario, obviar yacimientos en ladera u otros menos frecuentes dentro de los propios patrones de poblamiento de cada etapa (Fernández Martínez 1985: 9-10). De todas formas, en el estudio previo, comprobamos que el patrón de asentamiento sí que presentaba una concentración de hallazgos en localizaciones como las anteriormente mencionadas, que en general se adaptaba a las diferentes etapas cronológicas, al menos desde el Neolítico, mientras que los yacimientos paleolíticos presentarían otras peculiaridades que pudieran dar lugar a una cierta infrarrepresentación con respecto a otras etapas.
En otras zonas, como en el centro de la Cuenca del Duero, el intervalo era mucho mayor, de unos 100 m (San Miguel 1992: 39). En trabajos teóricos, se señalan separaciones de unos 20 m (Fernández Martínez 1985: 14), o entre 10 y 75 m (Fernández Martínez 1985: 14). Para otros, intervalos mayores a 100 m significarían una baja intensidad, mientras que por debajo de esta cifra ya se puede hablar de una intensidad alta; en todo caso, lo más normal serían separaciones de entre 25 y 75 m (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 90). Esta menor intensidad de la prospección tampoco tiene por qué ser un impedimento para conocer el patrón de poblamiento de una región. Así, en ocasiones se señala que una primera aproximación al terreno puede ser un tipo de prospección de baja intensidad para poder
Estas diferencias de modelo aún se incrementaron más en el caso de la variación de las diferentes intensidades entre prospectores; así, ya hemos comentado que en nuestro caso se prefirió con vistas a
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) terreno sobre el que había que realizar el trabajo de campo: una inspección más extensiva en las zonas presumiblemente de menor densidad de yacimientos y una más intensiva en aquellas otras potencialmente más aptas para el asentamientos de poblaciones antiguas; en todo caso, bien de una forma o de otra, se realizó una prospección de cobertura total en los diferentes municipios asignados.
optimizar el tiempo y teniendo en cuenta los patrones de poblamiento conocidos, además de una cierta preferencia implícita por las etapas más modernas de la Prehistoria y posteriores, una prospección mucho más extensiva en las zonas de baja visibilidad. Esta circunstancia sería diametralmente opuesta a la que llevaron a cabo los investigadores del valle del Tajuña, que precisamente aplicaron una prospección mucho más intensiva para esta zona de difícil visibilidad (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 300; íd. 1994: 102-103; Benito 1995-96: 158). En cuanto a esta variable, se ha definido este factor de visibilidad como “la variabilidad que ofrece el medio físico de cara a la localización de los yacimientos arqueológicos”, variando desde 0 en depósitos aluviales a 1 en zonas desérticas (Ruiz Zapatero 83a: 18; Ruiz Zapatero y Burillo 1988: 51).
Más detalladamente, podemos decir que se siguió un modelo de prospección más extensiva en las zonas de páramo y monte bajo, que eran abundantes en esta zona de la Serrezuela de Pradales, así como en los lugares donde afloraba el roquedo (por ejemplo, en la zona del zócalo cuarcítico de Honrubia de la Cuesta). Esta prospección más extensiva en zonas de difícil visibilidad se basaba en la posibilidad de la presencia de construcciones megalíticas en otros municipios de la misma Serrezuela (por ejemplo, en los municipios de Urueñas o de Castroserracín, cercanos a nuestra zona de trabajo); por eso se prestó especial atención a las cotas más altas de este tipo de terreno, donde se suelen ubicar dichos monumentos, según los estudios consultados, aunque los resultados no fueron positivos en este sentido. No se realizó una prospección más intensiva en estas áreas, debido a que en principio no se registraban otro tipo yacimientos, según la bibliografía y las noticias consultadas. Lo que sí se pudo apreciar era la presencia de yacimientos de época paleolítica con gran abundancia de materiales, que eran fácilmente discernibles a pesar de la vegetación de monte bajo, en relación con el grado de perceptibilidad que ya hemos comentado.
Esta visibilidad puede presentar fluctuaciones periódicas que pueden incidir negativamente, como los diferentes grados del crecimiento de la vegetación, las precipitaciones, los usos agrarios; así, se postula que para una visibilidad baja habría que intensificar la inspección del terreno, aunque no en toda su superficie, sino concentrándose en aquellos lugares susceptibles de presentar mejores resultados, como caminos, puntos de erosión... (Ruiz Zapatero 1983b: 18), una circunstancia que es la que adoptamos en nuestros trabajos en zonas de monte o pastizales. Otro factor unido al de la visibilidad, que oscila a lo largo del año, es el de la perceptibilidad, que se ha definido como “...la probabilidad de que determinados conjuntos de materiales arqueológicos puedan ser detectados por una técnica arqueológica correcta” (Ruiz Zapatero y Burillo 1988: 51). Esta perceptibilidad depende de una serie de condiciones inherentes al registro arqueológico (tamaño, potencia de estratos), o características de la superficie del terreno (García Sanjuán 2005: 77-79). Así, los yacimientos en general suelen ser más perceptibles que los hallazgos aislados, los materiales de sílex mejor que las cerámicas a mano; se inspecciona mejor los terrenos en cultivo que los abandonados o dedicados a pastos, algo que también ocurre en los recién roturados, antes de que se asiente el terreno. En definitiva, estos dos factores se han considerado como no controlables por parte del equipo de arqueólogos que prospecta una zona concreta (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 89; Benito 199596: 166) y también los hemos constatado en la zona objeto de estudio.
En cuanto a las superficies de pinares densamente repoblados y otras de monte bajo en fase de regeneración, en especial las referidas a los robledales, se optó por una inspección de aquellos puntos susceptibles de ser revisados, como los cortafuegos, los taludes de los caminos y la enorme cicatriz dejada por el gasoducto Madrid-País Vasco, en aquellos momentos de reciente construcción, dada la nula visibilidad de estas zonas. Junto a este modelo extensivo, se ha utilizado también uno más intensivo en aquellas zonas donde se presuponía la existencia de yacimientos teniendo en cuenta los patrones de poblamiento que habíamos descubierto en el análisis de la documentación previa; así, se revisaron de una forma más concienzuda los cursos de agua y sus zonas adyacentes, tanto las zonas abiertas como los cortados de los páramos calizos, lugares con presencia de abrigos y cuevas, en especial en el término de Valdevacas de Montejo.
Modelo de prospección de la campaña de 1990 El modelo de prospección propuesto por la Junta de Castilla y León para el área de trabajo de la campaña de 1990 era de tipo extensivo y de cobertura total del terreno, lo que estaba en consonancia con el tamaño de la superficie que había que prospectar. Teniendo en cuenta estas premisas se optó por un sistema adecuado al tipo de
Modelo de prospección de 1991 Hasta la campaña de prospección del Inventario Arqueológico Provincial de Segovia de 1990, que acabamos de reseñar, el modelo de prospección propuesto por la Junta de Castilla y León era de tipo extensivo y de
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2.- Metodología de la prospección
Hora del descubrimiento de los yacimientos 1991 30 25
Total
20 15 10 5 0 9:00 10:00 11:00 12:00 13:00 14:00 15:00 16:00 17:00 18:00 19:00 20:00 Horas
Sin hora
Figura 7; Horas en las que se produjeron los hallazgos solo de los yacimientos en la campaña de 1991.
En general, se entiende por prospección selectiva la revisión de una serie de tramos elegidos dentro de cada unidad geográfica, mediante muestreo dirigido basado en la valoración de dichas zonas, teniendo en cuenta los modelos de poblamiento más habituales en la misma según la bibliografía. En nuestro caso, una vez decidido el modelo de prospección selectiva optamos por un muestro dirigido en el que se dividía la zona de prospección en diferentes estratos: la vega de los ríos, las laderas del valle principal y de sus afluentes en la cabecera, los vallejos secundarios, el borde de páramo y el propio páramo. Una vez establecida esta división de una forma flexible, se decidió que el muestro fuera total en las unidades de vega, laderas del valle principal y borde de páramo, mientras que en el caso del páramo y de los vallejos secundarios, se eligieron determinados puntos para inspeccionar. Es decir, se optó por un muestreo dirigido que incidía en aquellos estratos ecológicos que a priori tenían más posibilidades de presentar yacimientos, debido a que se pretendía documentar el máximo número de hallazgos arqueológicos.
cobertura total del terreno. Mediante dicho modelo se obtenía una visión completa de la evolución del poblamiento en la zona; sin embargo, la progresión en el conocimiento y localización de los diferentes yacimientos era lenta para los parámetros de la Administración, porque suponía una inversión de tiempo que no satisfacía las expectativas previstas en la planificación del Inventario (demasiado tiempo para la protección de los lugares de interés. El nuevo modelo propuesto por la Junta de Castilla y León en el pliego de condiciones técnicas para la ejecución del Inventario Arqueológico Provincial de 1991 pretendía resolver este problema planteado por la metodología anterior, proponiendo bien una prospección muy extensiva o bien otra de tipo más selectivo, para acelerar el proceso de catalogación de restos arqueológicos con vistas a su inmediato conocimiento y para plantear la política pertinente en función de sus necesidades. En principio no existía diferencia teórica entre el modelo de prospección de la propuesta de la campaña de 1990 y la de 1991. Ahora bien, al haberse multiplicado casi por tres la superficie de terreno que había que prospectar (de 107,86 km² en 1990 a 308,45 km² en 1991) y teniendo en cuenta los factores económico y temporal, resultaba muy difícil realizar una prospección extensiva de cobertura total con un mínimo de garantías, teniendo en cuenta los recursos asignados. De ahí, que el equipo de trabajo se planteó desde el principio la adopción de un modelo de prospección selectivo e intensivo, una alternativa que también estaba contemplada en el pliego de condiciones. Por ello y teniendo en cuenta la documentación bibliográfica consultada, así como las características del terreno sobre el que se iba a trabajar, el cual ofrecía un amplio abanico de paisajes geográficos, se decidió por una estrategia de prospección selectiva con respecto al conjunto de unidades e intensiva en la prospección de las zonas seleccionadas
El que no se optara por un muestreo aleatorio, sistemático o estratigráfico en el sentido correcto del término (Fernández Martínez 1985: 8-9), sino un muestreo dirigido claramente hacia un tipo de estrato obviando otros ecosistemas, o no dándoles la misma preferencia que al anterior, se debe en parte a que este tipo de prospección por muestreo en el sentido estricto impide el estudio de correlación entre yacimientos (Burillo et alii 1984: 191) y a que el objetivo de la Administración era el de detectar el mayor número de yacimientos; este hecho, por la experiencia en años anteriores, así como por los datos recopilados, no parece que pudiera darse fundamentalmente en la zona de páramo. En todo caso, en nuestro trabajo de 1991 se prospectó una extensa zona de unos 128,74 km² que suponía el 41,8% de toda la superficie objeto de inspección, superficie que se puede considerar suficientemente representativa (Ruiz Zapatero 1983a: 13).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) comprobados por el resto del equipo, lo que permitía una mejor delimitación y valoración de su superficie, en la que se tenía en cuenta que la dispersión de materiales fuera significativa, así como una mayor recogida de los mismos, siempre fuertemente seleccionados. Tan solo en contadas ocasiones se volvían a revisar los yacimientos, siempre y cuando a la hora de realizar las fichas correspondientes hubiese surgido alguna duda que con la premura del trabajo de campo en ocasiones no había quedado suficientemente explicitada. Esta segunda revisión sí que parece haber sido una fase sistemáticamente realizada en el caso de la prospección del valle del Tajuña, en especial en el caso de Perales de Tajuña, momento en el que según sus investigadores se llevaba a cabo delimitación, a base de varias pasadas con diferente metodología, así como su identificación en los mapas de 1:50.000 y 1:5.000 (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 300; Almagro-Gorbea y Benito 1994: 103)
Una vez seleccionadas las áreas de prospección con los criterios arriba señalados, se ha optado por aplicar un modelo de prospección intensiva, aunque sin la intensidad que se desprende de otros trabajos de prospección (Ruiz Zapatero 1983a: 11), consistente en la separación entre prospectores (entre 3 y 5) no superior a los 50 m, en los cauces fluviales ya citados y en los puntos concretos seleccionados a través de topónimos y referencias orales; mientras que en las zonas de páramo, en la Sierra de Ayllón y su piedemonte o en las estribaciones del Macizo de Sepúlveda, se ha aplicado una estrategia extensiva, estableciéndose una separación entre prospectores superior a 50 m, al tratarse de lugares poco aptos para el asentamiento humano, en general, según los datos bibliográficos con los que se contaba. Esta revisión extensiva se ha realizado fundamentalmente debido a que, en el trabajo previo de documentación se había observado la existencia de yacimientos paleolíticos, constatados en la campaña de 1990, así como megalíticos en las zonas colindantes, no detectados en la citada campaña, y ciertos despoblados de época medieval.
Respecto a la definición de los hallazgos arqueológicos partimos de la existencia de los denominados sitios arqueológicos, que se han definido en ocasiones como “el lugar de un territorio, donde se localizan restos de cultura material (principalmente materiales arqueológicos), hechos o utilizados por el hombre, bien en época prehistórica, o bien en época histórica”. Debido a que los yacimientos no llegan a nosotros en su forma original, sino transformados por procesos destructivos que ocasionan cambios profundos tanto en la morfología como en la distribución espacial de sus restos, se ha utilizado para su definición un criterio fundamentalmente cualitativo, la existencia de materiales y estructuras, así como cuantitativo, en este caso para considerarlos como yacimientos o como hallazgos aislados (Benito 1995-96: 161).
Se han excluido de la prospección, dentro de las unidades seleccionadas, las superficies de pinares, algunas de monte bajo en fase de regeneración y los pastizales y plantaciones forestales de vega; de ahí que los núcleos de Santibáñez y Grado el Pico hayan sido los más afectados en este sentido. Al tratarse en este caso de una prospección más selectiva que la de 1990, no se hicieron las comprobaciones que si realizamos en aquella, a saber, la comprobación en estas áreas de escasa visibilidad de cortafuegos, taludes de caminos y cualquier otro elemento que rompiese la densa cobertura que ofrecía el suelo en estas zonas.
En nuestro caso definíamos un lugar como yacimiento a una agrupación de restos materiales coherentes entre sí, así como de estructuras de habitación, localizados en un lugar válido o apropiado para el desarrollo de la actividad y que presentan unos límites. No obstante, hay que tener en cuenta, dada la existencia de yacimientos paleolíticos hallados sobre todo en la campaña de 1990, que algunos de ellos se encuentran en posición secundaria y el lugar donde se asientan se halla muy alterado; en este último caso, solo se tiene en cuenta la agrupación de materiales. Estamos de acuerdo con Benito y otros autores en que la definición de un yacimiento se debe más que a un acto de observación, a un acto de interpretación (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 93; Benito 1995-96: 1629).
Criterios de definición de los hallazgos El método aplicado cuando alguno de los prospectores encontraba algún hallazgo era, en líneas generales, el siguiente: se reunían los diferentes, prospectores para entre todos delimitar mejor el yacimiento a base de batidas en las diferentes direcciones, así como para recoger el mayor volumen de material significativo posible; este sistema permitía también una mejor descripción de las características del mismo, al igual que una localización también más segura en los mapas 1:50.000 o en la fotografía aérea 1:30.000. Cuando contábamos con ello, también se localizaban en los mapas de concentración parcelaria, con escalas de 1:2.000, 1:5.000 y 1:6.000. Se trata de una metodología similar a la descrita para el valle del Tajuña (Almagro-Gorbea y Benito 1993a. 300; íd. 1994: 103). De todas formas, en ocasiones cuando la distancia era muy distante entre prospectores, por ejemplo en las áreas anteriormente aludidas, o por cualquier otro motivo, el descubridor del hallazgo los señalaba en el mapa y en la foto aérea, para posteriormente volverse a revisar con el resto del equipo. De esta forma la mayor parte de los hallazgos eran
Por el contrario, no se han considerado yacimientos arqueológicos los afloramientos de sílex, valorándose su presencia como yacimientos susceptibles de ser utilizados por el hombre a lo largo de la Prehistoria y hasta los usos tradicionales relacionados con la obtención de piedras de trillo. Tampoco se han 9 Para consultar la diferente bibliografía sobre este asunto, vid. Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 93 y Benito 1995-96: 161-162.
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2.- Metodología de la prospección
Siguiendo con este tipo de hallazgos, se han desestimado todos los casos que por sus características no sean susceptibles de aportar ningún dato (fragmentos aislados de cerámicas a torno medievales o modernas, en ocasiones relacionadas con el abonado de las tierras; piezas de cuarcita y lascas de sílex con dudosas extracciones antrópicas...), recogiéndose solo aquellos que presentan una cierta entidad cultural.
catalogado como yacimientos los restos de cerámica medieval o moderna junto a los núcleos urbanos, por su relación con dichos núcleos, a excepción de algunos, como pueda ser el caso de Ayllón 7, por su mayor entidad. Se ha desestimado como yacimientos arqueológicos los restos o estructuras abandonadas en época relativamente reciente, normalmente reflejadas en el Mapa Topográfico Nacional 1:50.000, por considerarlos como restos etnológicos; en este sentido, se han definido muy pocos yacimientos como modernos. Sin embargo, un caso aparte serían los yacimientos de Ayllón 11 y Maderuelo 20, correspondientes con los núcleos urbanos de Ayllón y Maderuelo, considerados como yacimientos por la entidad que ambos presentan desde el punto de vista histórico, por su susceptibilidad de intervención arqueológica, además del interés de preservación; así, Ayllón o Ayll-11 se encuentra declarado Conjunto Histórico Artístico en el BOE 140, 12-6-73, lo mismo que Maderuelo o Ma-20, en este caso en el BOE 110, 9-6-90.
Por otro lado, hay que señalar que no todos los hallazgos aislados tienen el mismo valor desde el punto de vista arqueológico: solo algunas piezas son identificables con respecto a su atribución cultural, el resto de hallazgos aislados son de difícil clasificación, pero se ha preferido documentarlos valorando, en estos casos, únicamente su presencia. Por ejemplo, se han recogido fragmentos de galbo de cerámica a mano o lascas de sílex y cuarcita, difíciles de encuadrar en un período cultural concreto, pero que ofrecen información válida que si por el momento es poco significativa, al menos constata algún tipo de actividad en estas zonas por las poblaciones prehistóricas anteriores a la Segunda Edad del Hierro. De hecho, yacimientos sin adscripción clara durante la campaña de prospección, pudieron ser concretados en una revisión posterior que se realizó con vistas al presente trabajo.
Otra categoría definida en ocasiones durante los trabajos de prospección es la de los no-yacimientos (nonsite) o áreas de actividad limitada caracterizados como una ocupación corta y de baja concentración de materiales (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 93). En nuestro caso, este tipo de yacimientos de difícil caracterización quedarían desde un punto de vista práctico englobados en la siguiente categoría. Ésta se refiere a los hallazgos aislados; en general se señala que el “concepto de hallazgo aislado debe restringirse a un objeto o un conjunto de objetos estrechamente relacionados dentro de un contexto no-cultural [...]. El carácter “aislado” de este tipo de hallazgos, en principio, no presenta problemas pero lo que sí resulta más difícil es determinar el proceso deposicional que lo originó, para lo cual el contexto del hallazgo y la posible significación del mismo –ritual, votivo, etc.- constituyen las únicas pistas para su interpretación” (Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 93).
Siguiendo con los problemas más importantes en cuanto a la definición de los hallazgos y yacimientos arqueológicos, estos son similares a los que se dan también en otras prospecciones (por ejemplo, Burillo et alii 1984: 192; Ruiz Zapatero y Burillo 1988: 52; Benito 1995-96: 163); éstos han sido los siguientes: - Diferenciar en algunos casos los yacimientos in situ de los que están en posición secundaria, como Ma-17; así se dan ejemplos de yacimientos desmantelados por la erosión y otros camuflados por la sedimentación fluvial, como MVS-23. También este es el caso de algunos de los yacimientos paleolíticos hallados en la campaña de 1990.
En nuestro caso hemos considerado los hallazgos aislados a los restos localizados fuera de un contexto arqueológico claro o dentro del mismo, aunque en este caso, con escaso material; posiblemente algunos de ellos podrían corresponder a yacimientos desmantelados o cubiertos por la erosión, como se ha aludido anteriormente; ésta puede ser la razón por la que en la localidad de Pradales, sin apenas actividad agrícola actual, no se haya documentado ningún yacimiento a pesar de la existencia de zonas potencialmente válidas. Así, en general en la campaña de 1990 se registraron mayor número de hallazgos aislados que de yacimientos, una situación diferente a la de los trabajos de 1991; esto se debe en parte a la existencia en el terreno de importantes áreas de baja o nula visibilidad (pastizales, montes, pinares), que hacía muy difícil la detección de los materiales, por lo que los hallazgos que se producían eran de baja intensidad y más frecuentes de piedra que de cerámica; todo ello podría indicar un cierto enmascaramiento de yacimientos.
- Determinar la función o tipo de yacimiento a partir de la ubicación y características de los restos materiales: así, la mayor parte, se han considerado como lugares de habitación indeterminados, ya que en general era difícil determinar una funcionalidad más concreta. - Establecer los límites originales del yacimiento, muy alterados hoy en día tanto por la erosión como por las labores agrícolas, por lo que los datos que se aportan en este sentido son meramente aproximativos y vinculados a la actual dispersión, que además puede variar según las estaciones y la evolución de los cultivos a lo largo del año (barbecho, laboreo reciente...); la complicación es todavía mayor en los casos en que aparecen varios momentos de ocupación en un mismo punto; en este sentido, no siempre se ha podido identificar las distintas zonas de ocupación de los yacimientos, a excepción de algunos casos, como por ejemplo, El Cerro del Castillo (nº 5) y no en todas sus fases, Valdeserracín (nº 29), MVS-8 y Las Hoces (nº 53).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) - Por último, en cuanto al problema de la atribución cultural, ésta es muy difícil de determinar en los casos en que los materiales no son significativos; este problema se complica a la hora de considerar la coetaneidad de los yacimientos de una misma fase cultural, lo que hace muy difícil en ocasiones la interpretación territorial; en la ficha modelo para el catálogo de yacimientos proporcionada por la Junta de Castilla y León no se estimaba la posibilidad de incluir hallazgos de atribución indeterminada, algo que sí diferenciamos en el trabajo de prospección con la denominación de Mano (cerámica a mano indeterminada) y Lítico (hallazgo lítico indeterminado), como se aprecia en el correspondiente anexo.
Documentación de los yacimientos y hallazgos aislados Una de las bases para el estudio de los patrones de asentamientos es la recogida de datos del entorno medioambiental y de todo tipo de información que pueda necesitarse posteriormente en el ulterior análisis (Ruiz Zapatero 1983a: 18); así se tomaron nota del entorno de todos los yacimientos y hallazgos aislados, su altitud absoluta y relativa, su relación con las vías de comunicación, el acceso al agua, los recursos y otras variables que pudieron condicionar en el pasado su localización. Además, se trataba de una de las condiciones requeridas por la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León. Esta documentación se incluyó bien en la ficha técnica de cada yacimiento o bien en los informes finales que se entregaban a dicha Consejería.
Recogida de materiales Esta documentación se realizó sobre el Mapa Militar de España, escala 1:50.000 ya que se consideraba mucho más claro que el Mapa Topográfico Nacional recomendado en estos trabajos. En su momento, no estaban disponibles las hojas del Mapa Topográfico Nacional 1:25.000, que sí hemos utilizado para el presente estudio; también se usaron otras escalas para la distribución general del poblamiento por etapas, sin que se hayan utilizado los Sistemas de Información Arqueológica. Igualmente se manejaron los planos parcelarios, realizados para la concentración parcelaria, como complemento del Mapa Militar para una localización más concreta de los hallazgos. Se han utilizado los diferentes ejemplares de los que se disponía en el entonces IRYDA, predominantemente los denominados de amojonamiento debido a que, en ellos, aparecen representadas las antiguas parcelas y la nueva planificación o concentración en algunos casos ya realizada y en otros en fase de proyecto.
Los criterios de recogida de materiales venían prescritos por el pliego de condiciones de la Junta de Castilla y León para este tipo de trabajos y han sido definidos en otros trabajos como una muestra significativa y amplia del material del yacimiento en cuestión. Actualmente se tiende a adoptar diferentes modelos de recogida de material: bien la recolección exhaustiva (con el problema de la ocultación yacimientos), bien la selección de los más significativos, o bien su estudio in situ, lo que permite la permanencia de los restos en el yacimiento (Ruiz Zapatero 1983a: 19; Fernández Martínez 1985: 24-25). Volviendo a nuestro caso, en un primer momento se optó por recoger todo tipo de materiales con vistas a obtener una muestra representativa. Una vez descritas las producciones cerámicas y los elementos líticos, se decidió inventariar únicamente algunos de los materiales más significativos, en general, los que aportasen forma o algún tipo de decoración, devolviendo el resto a sus yacimientos correspondientes, por lo que de algunos yacimientos no se han inventariado materiales o éstos son muy escasos. Se han recogido materiales procedentes de 163 sitios arqueológicos, lo que supone un 77 % de los mismos10.
El problema de este tipo de planos es, en primer lugar, que no incluían todos los términos prospectados, y en segundo lugar, que cuando lo hacían, solo se referían a las tierras de labor concentradas, por lo que amplias superficies quedaban sin reflejar; éstas son las que se denominaban como terreno excluido de la concentración; este es el caso del antiguo término municipal de Linares del Arroyo, pueblo inundado por el embalse de Maderuelo, a cuyo término pertenece, y que hoy depende de la Confederación Hidrográfica del Duero, por lo que carece de esta documentación; también es el caso de muchas zonas de monte y pasto en especial las pertenecientes a la campaña de 1990, o en la zona sur de la de 1991.
Los materiales arqueológicos recogidos se han siglado atendiendo a las localidades, no a los municipios, porque el Museo Provincial de Segovia así lo tiene establecido. Esta es la razón de la nomenclatura que hemos llevado a cabo; posteriormente y con motivo del presente trabajo de investigación, se prefirió elegir los topónimos sobre los que se localizaban los yacimientos o los más próximos a los mismos. Esta tarea solo la hemos realizado para los yacimientos de las cronologías aquí estudiadas, a saber, desde Cogotas I hasta los yacimientos romanos.
Otro problema, sobre todo en las superficies de laboreo agrícola de gran extensión, es que al carecer algunos de los mapas de curvas de nivel, se volvían algo imprecisos. También está el desfase cronológico que reflejaba una estructura de la propiedad agraria en el momento en que se llevó a cabo y, por tanto, no estimaba la concentración actual de tierras en manos de unos pocos arrendatarios; es decir, la propiedad no coincide con la explotación observable; de ahí la dificultad, a veces, de
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En estos datos ya están reflejados los elementos recogidos posteriormente por el autor de este estudio con vistas a la realización de la presente investigación. Esta revisión de la prospección de 1990 y 1991 se debió a la necesidad de determinar una serie de hallazgos que no se habían podido concretar en dichos trabajos.
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Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
Tabla 4: Rendimiento del trabajo de campo Superficie total Superficie real % de la superficie real Días Horas de campo Horas de logística Media de horas de campo por día Media de horas de logística por día Relación horas de logística /campo Km² por día real Km² por horas Jornadas Km² por jornada Equipo de trabajo Sitios % de sitios Yacimientos % de yacimientos Aislados % de aislados Relación aislados/yacimientos Sitios por km² Yacimientos por km² Aislados por km² Sitios determinados Porcentaje de sitios determinados Sitios indeterminados % de sitos indeterminados Conjuntos culturales % Conjuntos culturales Conjuntos culturales: yacimientos % Conjuntos culturales: yacimientos Conjuntos culturales: aislados % Conjuntos culturales: aislados Conjuntos culturales determinados % Conjuntos culturales determinados
Total 416,17 236,6 51,9 50 282:00 114:30 5:42 2:17 0,40 (24’) 4,73 0,83 209 1,13 4,18 211 100 143 67,8 68 32,21 0,47 0,89 0,60 0,29 173 82 38 18 258 100 169 100 89 100 220 85,3
1990 107,86 107,86 100 19 106:35 63:30 5:46 3:20 0,58 (35’) 5,67 0,98 85 1,27 4,47 90 42,6 35 38,9 55 61,1 0,63 0,83 0,32 0,51 80 88,9 10 11,1 100 38,8 36 21,3 64 71,9 90 90
1991 308,31 128,74 41,8 31 176:00 51:00 5:40 1:38 0,28 (17’) 4,15 0,73 124 1,04 4 121 57,3 108 89,3 13 10,7 0,12 0,94 0,84 0,10 93 76,8 28 23,1 158 61,2 133 78,7 25 28,1 130 82,3
determinar el emplazamiento correcto de los hallazgos en las parcelas. Este problema se apreciaba claramente en los casos de Montejo de la Vega y Maderuelo, donde se había llevado a cabo la concentración en dos fases muy distanciadas temporalmente, no siendo muy útil la documentación de la primera de ellas. Por último, en aquellos momentos se estaba concentrando los términos de Valdevacas de Montejo y Villaverde de Montejo, con la colaboración de la entonces CEE, por lo que el resultado de la misma daría al traste con la visión de las parcelas que nosotros describimos en su momento.
También se tuvieron en cuenta las fotos aéreas del Servicio Geográfico del Ejército, tanto las del vuelo de 1956, con escala 1:30.000 aproximadamente, como las del vuelo de CEFTA de septiembre de 1963, con escala 1:23.000 aproximadamente; a partir de ellas se pudo concretar mejor la localización de los sitios arqueológicos y en ocasiones realizar diferentes croquis explicativos. Posteriormente y para el estudio de determinados poblados jerarquizadores se obtuvieron fotos aéreas de fechas más recientes, fotos que aparecen en el presente trabajo.
De todas maneras y a pesar de estos problemas, cuando se tenían estos mapas, solían ser unos recursos de gran utilidad; además, entre las exigencias que suponían los trabajos de prospección, una de ellas era la identificación de la parcela o parcelas donde se localizase el yacimiento o hallazgo aislado correspondiente, así como los titulares de las mismas, siendo ésta una de las tareas más tediosas a la hora de realizar las fichas correspondientes a los hallazgos, aparte de que la información catastral no estaba en absoluto actualizada y las referencias nos remitían a los propietarios de la época de la concentración parcelaria.
Por último, también se realizó un diario de prospección, en el que se reflejaba los límites de las zonas prospectadas cada día, la toponimia de las mismas, las características del terreno, la intensidad de la prospección y el número de prospectores, los hallazgos, la climatología, el tiempo de ejecución en el campo y los recorridos kilométricos en vehículo con el objetivo de valorar posteriormente el rendimiento, circunstancia que describiremos al final de este capítulo. El diario se completaba con planos realizados a partir del mapa 1:50.000, donde se reflejaban las áreas prospectadas cada día.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Tajuña de dicha provincia. Debido a que se van a ir señalando los diferentes factores de comparación a lo largo del siguiente apartado y a que sería muy prolija la repetición constante de las referencias bibliográficas, no se van a repetir en cada aspecto concreto, salvo cuando se crea conveniente, sino que se señalan en la siguiente nota11; también queremos anotar cómo algunas variables no aparecen en estos estudios, pero cuyos datos sí se pueden deducir a partir de las cifras globales que presentan sus autores.
2.6.- Fase de laboratorio Dicha fase del trabajo de investigación consistía en el lavado de los materiales, en su siglado e inventario. A continuación se completaba la ficha proporcionada por la Administración autonómica, con la localización, descripción, materiales, estado de conservación, titulares de la propiedad (tras una consulta en el catastro) a la que se añadían los mapas solicitados, croquis, fotos, etc. Este trabajo se realizó durante la campaña de prospección aprovechando la horas de en que no se podía trabajar en el campo (las dos campañas básicamente se desarrollaron en invierno) o los días que por inclemencias climáticas no se podía salir al campo. Todo este trabajo se hacía en los lugares habilitados durante la campaña de prospección y que servían de alojamiento para el equipo
Horas de logística Horas de campo Total
Posteriormente, en una siguiente fase, se completaba el trabajo con la interpretación científica y la valoración cultural de los hallazgos, la búsqueda de paralelos de los materiales encontrados en las bibliotecas especializadas, etc. Por último se realizaba el informe científico, que era preceptivo, para la Consejería de Cultura, el cual hemos tomado como base para buena parte de este capítulo (Barrio y López Ambite [1991]; Barrio et alii [1992]), con lo que se daba por concluido el trabajo de prospección.
1991
1990
Estas tareas descritas difieren poco de las que se realizaron en otros trabajos de campo, como por ejemplo en el caso ya mencionado del valle del Tajuña (AlmagroGorbea y Benito 1993a: 300; íd. 1994: 104; Benito 199596: 160 y ss.). La única diferencia con respecto a este estudio es que en nuestro caso no se planteaban una última fase que ellos denominan de gabinete y que suponía la interpretación y valoración de todos los datos para poder determinar los patrones de poblamiento que sirvieran para el estudio de los cambios en los mismos en la Meseta Sur (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 300; íd. 1994: 104), algo que en nuestro caso quedaba en manos de la citada Consejería. Sin embargo, el presente estudio sí viene a paliar esta última etapa de investigación, en especial con la publicación de alguno de sus resultados (López Ambite 2002; 2003; 2006-7, 2007, 2008, 2009 y 2010).
00:00
01:12
02:24
03:36 Horas
04:48
06:00
07:12
Figura 8; Media de la cantidad de horas dedicadas a los trabajos de campo y a la logística durante las dos campañas de prospección, con el resultado global.
Superficie Resumiendo los datos de la prospección en la zona nordeste de Segovia, se ha trabajado sobre una superficie de 416,17 km², que supone el 6% del territorio provincial (tabla 4). De esta cifra, el área realmente prospectada ha sido de 236,6 km², lo que corresponde con un 51,9% del total, porcentaje que se puede considerar como una muestra significativa de lo que sería el poblamiento antiguo real en esta zona (Ruiz Zapatero 1983a: 13).
2.7.- Valoración de los trabajos de prospección
Se trata de una superficie superior a la correspondiente con los trabajos del valle del Tajuña, con 216,1 km², cuya delimitación también se llevo a cabo siguiendo los términos municipales, aunque globalmente, como ocurre en nuestra zona de 1991, el área abarcada sí que se puede considerar, más o menos, como un área natural. Las diferencias comienzan en cuanto que esta
En este apartado se valorará en primer lugar la metodología que se aplicó en ambas campañas de prospección, teniendo en cuenta otros trabajos similares a los aquí presentados. En segundo lugar se presentarán los resultados, haciendo especial incidencia en el rendimiento del trabajo de campo y en los resultados obtenidos. Para ello tomaremos como ejemplo completo en cuanto a la explicitación de la metodología, alta intensidad de la prospección y considerable número de hallazgos localizados, los trabajos realizados por la Universidad Complutense de Madrid en el valle del río
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Las citas bibliográficas hacen referencia a los trabajos de AlmagroGorbea y Rosa 1991: 137-178; Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 297350; Almagro-Gorbea y Benito 1993b: 151-158; Benito y San Miguel 1993: 141-150; Almagro-Gorbea y Benito 1994: 99-109; AlmagroGorbea et alii 1994: 17-38; Benito 1995-1996: 153-168.
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Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
Esta proporción entre horas de campo y horas de logística también se documenta en el caso de la media de horas por días trabajados, que en nuestro caso fue mucho más elevada que en el del Tajuña; mientras que por término medio la jornada en la prospección segoviana supuso una media de 5:42 horas de campo y 2:17 horas de logística por cada día trabajado, en el término de Perales de Tajuña fue de 3:40 y 2:30 respectivamente, siendo en todo el valle madrileño de 3:52 y 2:40 respectivamente (tabla 4, fig. 8).
cifra representa el 87,75% de la superficie total, que supone 189,62 km², por lo que nos encontramos ante una prospección de cobertura total, frente a la nuestra con una campaña de características similares a la del Tajuña y la siguiente con muestreo dirigido. Días y horas trabajadas Los días trabajados en la comarca segoviana han sido en total 50, con tiempo predominantemente soleado y frío, una cantidad mucho menor que los dedicados al término de Perales de Tajuña, que supusieron un total de 69 días, siendo 180 días el total para toda la zona del Tajuña. Solo estas cifras ponen de manifiesto una de las principales diferencias entre nuestro trabajo y el de la Universidad Complutense y es el de la intensidad de su inspección con respecto a la nuestra, circunstancia que a partir de este momento veremos reiteradamente confirmada en todos los datos que iremos aportando a lo largo de este apartado (tabla 4).
Rendimiento Km2/ jorna da
Total 1991 1990
Km2/ hora
Esta cantidad de días tiene su reflejo en el número de horas invertidas, que en nuestro caso fueron de 282 horas de campo y 114:30 de horas de logística (tabla 4). Si comparamos estas cifras con las del valle del Tajuña, de nuevo comprobaremos la intensidad de sus trabajos, ya que se dedicaron un total de 698:06 horas. Ahora bien, se aprecia en su trabajo una disminución en la dedicación de tiempo por km², ya que solo en el caso de Perales, con un 21% de la superficie se dedicaron un total de 252:35 horas, lo que significa el 36% de todo el tiempo; esta concentración pude deberse a una menor intensidad en el caso de Morata de Tajuña, realizado en una fase anterior, y a que, según señalan en diversos trabajos, la inversión de tiempo pudo ser excesiva, de ahí que quizá en fases posteriores pudieron disminuir esta intensidad (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 307-308).
Km2/ día
0
2
4
6
Figura 9; Rendimiento por unidad de superficie y tiempo.
Creemos que estas cifras suponen una mayor rentabilidad en términos de tiempo y, por tanto, de economía, ya que con una dedicación a horas de logística similar en ambas provincias, la media de horas de inspección directa sobre el terreno estaría entre las 3:52 y las 3:40 horas, cuando en la comarca del Aguisejo-Riaza era de 5:42 horas, es decir, casi dos horas más (fig. 8). En contra de este argumento se podría aducir que, a mayor número de horas trabajadas en el campo, el rendimiento de los prospectores sería menor, fundamentalmente por la acumulación del cansancio. Esta circunstancia también la hemos documentado nosotros en el número de yacimientos encontrados por horas, que es menor a partir del descanso de la comida que por la mañana (Benito 1995-96: 159, fig. 5).
La relación entre ambas variables es en nuestro caso de 1:0,40 (o 24 minutos) horas de campo por horas de logística, mientras que en el Tajuña la proporción de tiempo dedicado a logística es mucho mayor, de 1:0,68 (o 41 minutos), por las características que acabamos de mencionar. Esto significa, como acabamos de comentar, que para inspeccionar el terreno durante una hora se necesitaban 41 minutos de promedio, casi el doble que en nuestro caso, lo que hacía menos rentable su trabajo desde un punto de vista económico. La explicación de esta diferencia estriba en que en los trabajos del valle del Tajuña se tomaba como punto de partida la ciudad de Madrid, lo que implicaba una pérdida de tiempo diaria en el desplazamiento. Esta situación también se dio durante nuestros trabajos en 1990, de ahí que la proporción entonces no fuera tan favorable (1:58 ó 35 minutos de logística por cada hora de campo, es decir una situación parecida a la de Madrid), situación que se corrigió en la más extensa campaña de 1991, con el traslado del centro de trabajo a la zona de prospección, en concreto a Maderuelo (17 minutos de logística por hora de campo, lo que en el computo general hizo disminuir la media).
Rendimiento superficie-tiempo Una vez vistas estas dos cifras globales, si pasamos a la relación entre la superficie y el tiempo dedicado a su inspección, como no podía ser menos cierto, tendremos unos resultados similares. Mientras que en nuestro caso la proporción de km² por día real es de 4,73, en el Tajuña es de 1,05 y en Perales aún la inspección fue de mayor intensidad, de 0,66; en todo caso, se aprecia de nuevo esta mayor dedicación en los trabajos del valle madrileño que en los nuestros. También hay que añadir que esta cifra, en todo caso, sería algo menos relevante que las siguientes, debido a que si bien
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Una situación análoga a la del Tajuña es la que parece haberse dado en los trabajos de prospección de la provincia de Valladolid, donde en un equipo de 5 personas, 3 ó 4 carecían de experiencia. En este mismo trabajo se señala que la progresiva adquisición de práctica por parte de los integrantes del equipo, no contribuyó a la agilización de los trabajos, de ahí que los yacimientos encontrados con o sin experiencia sean de un 50% respectivamente; en este sentido, los que carecían de experiencia localizaron un número de yacimientos más perceptibles, sobre todo de cronología romana o medieval y un menor número de hallazgos aislados, solo el 33,3%, frente al 66,6 restante (San Miguel 1992: 42).
su trabajo ocupó un gran número de días, estos fueron casi dos horas más cortos que los nuestros (tabla 4, fig. 9). Por ello, es más significativo la proporción entre km² y horas trabajadas que la referida a los días; en este caso las diferencias son menos apreciables, aunque siguen siendo importantes; así en Segovia se prospectaría una media de 0,83 km² por hora frente a los 0,27 del Tajuña y sobre todo los 0,18 de Perales. Dejando de lado este término, en toda la comarca fluvial la proporción sería 3 veces más intensa que la llevada a cabo por nosotros. Sin embargo, esta cifra se vuelve a disparar sin comparamos los km² por jornada, en las que aparte de los días y las horas, se tiene en cuenta la participación del equipo de trabajo. Si en Segovia esta proporción era de 1,13 km² por jornada, en el Tajuña sería de 0,18, es decir, 6,3 veces más, mientras que en Perales sería de 0,12; en este caso se aprecia una mayor intensidad, más alejada de la segoviana que en la referida a los km² por hora.
Equipo de trabajo
Total
1991
Equipo de trabajo
1990
El equipo de trabajo estuvo compuesto por una media de 4,18 personas por día, algo menos que la media del Tajuña, que era de 5,74. Esta menor proporción también incide en la intensidad de la prospección, lo que en parte se ha comprobado en el caso de los km² por jornada. Ahora bien, en nuestro caso el primer año de trabajo los cinco integrantes del equipo tenían experiencia arqueológica y tres de ellos la tenían en los trabajos de prospección. Una situación análoga se dio en la siguiente campaña de 1991, con la particularidad de que se mantenían dos de los miembros del equipo anterior, con suficiente experiencia en el campo de la prospección. Esta experiencia es un factor importante con respecto a la inspección sobre el terreno, en cuento a la observación, hallazgos aislados, delimitación de yacimientos, identificación de fases... (tabla 4, fig. 10) y se viene insistiendo en que la tasa de identificación puede variar sustancialmente entre diferentes equipos (García Sanjuán 2005: 75).
3.6
3.8
4
4.2
4.4
4.6
Miembros del equipo Figura 10; Media de los integrantes del equipo de trabajo por día de prospección.
Sitios arqueológicos Después de tratar los rendimientos en cuanto a unidades de superficie y de tiempo, pasaremos a comprobar los resultados en cuanto a la detección de hallazgos arqueológicos, una de las formas de poder evaluar los rendimientos de los trabajos de prospección (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: nota 18). Así, en la zona nordeste de Segovia, el total de sitios arqueológicos asciende a 211, de los que 143 son yacimientos (67,8%) y 68 hallazgos aislados (32,2%). Aunque no se deberían comparar comarcas diferentes, como son el nordeste de Segovia con el valle del Tajuña, con características geográficas y ecológicas muy diferentes, además de una diferente evolución cultural, vemos como con una superficie real prospectada algo menor que en la zona segoviana, los hallazgos significan una cantidad de 528 sitios arqueológicos, de los que 129 pertenecen a Perales; de los primeros, 254 (49%) serían yacimientos, frente a los 269 (51%) hallazgos aislados (tabla 4, fig. 11).
En el caso de los trabajos del valle del Tajuña una de las características que se destaca es la poca experiencia del equipo de prospección, ya que el 93,3% de los 75 participantes en estos trabajos carecían de ella al tratarse fundamentalmente de estudiantes, que se enfrentaban a su primera experiencia arqueológica (Benito 1995-96: 157), lo que debería implicar una pérdida de tiempo a la hora de preparar el trabajo, así como de realizar las labores propias de la prospección. Otro dato es que los prospectores iban rotando, lo que impedía que la adquisición creciente de experiencia de los mismos pudiera revertir en los trabajos de campo, circunstancia que no ocurría en el caso de Segovia, donde en las dos campañas el equipo solo estuvo compuesto por cinco personas durante todo el tiempo.
Estas cifras implican unas diferentes proporciones entre ambas categorías de hallazgos arqueológicos; así, en el caso segoviano la relación estaría en 0,47 hallazgos aislados por yacimiento (tabla 4), cifra baja en relación con los aislados, si los comparamos con los ejemplos madrileños; en este último
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Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
aportan sus prospectores, encontramos que se trata de un número considerable, ya que de 269 aislados, 186 correspondería a esta categoría excluida de nuestra prospección (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: fig.8), lo que significa la no desdeñable cifra de un 69,1%.
caso, la relación estaría en 1,06 aislados por yacimiento en todo el valle y 1,04 para Perales. Estos datos de la provincia de Madrid significan un equilibrio entre los dos tipos de hallazgos definidos, con una leve superioridad de los aislados. En el caso segoviano, una proporción más parecida la podríamos encontrar en la campaña de 1990, aunque aquí los aislados predominan de una forma más notoria (1,57 por yacimiento); sin embargo, la campaña de 1991 se aleja diametralmente de esta abundancia de hallazgos aislados. Respecto a esta circunstancia, creemos que, aparte de posibles circunstancias culturales de la utilización del territorio por las poblaciones del pasado, puede deberse a diversas consideraciones: en primer lugar, a que se prospectó predominantemente el valle de los ríos, dejando buena parte de la paramera y de las zonas altas sin inspeccionar, terrenos donde en la campaña de 1990 habían arrojado gran cantidad de este tipo de hallazgos aislados, fundamentalmente de cronología paleolítica y otros denominados líticos sin determinar; una circunstancia análoga parece que se da en las alejadas parameras que enmarcan el valle del Tajuña (AlmagroGorbea y Benito 1993a: 301; Benito 1995-96: 165). En segundo lugar, el tipo de terreno más extendido en la comarca de la Serrezuela de Pradales era el de pastos y monte que hacía muy difícil la inspección del terreno, por lo que la visibilidad no era la adecuada, de ahí que pudiera detectarse más difícilmente los posibles yacimientos.
Por último, aparte de estas consideraciones que acabamos de exponer y que pueden condicionar la proporción anteriormente señalada, otra explicación en este sentido sería la menor intensidad en los trabajos de prospección en la comarca segoviana frente a la madrileña, lo que implicaría una menor detección de fundamentalmente los hallazgos aislados. En este sentido, el tipo de prospección llevada a cabo con intervalos mayores que los del Tajuña, como hemos destacado anteriormente, no suponía una trayectoria totalmente rectilínea, sino que ésta se podían modificar sobre la marcha para inspeccionar cualquier punto del recorrido que fuera susceptible de haber tenido algún tipo de restos del pasado, sobre todo teniendo en cuenta la mayor experiencia en este tipo de trabajos de campo por parte del equipo de Segovia. Esta inspección permitía que la detección de yacimientos fuera alta, pero que al estar los miembros del equipo más separados, pudieran pasarse por alto un mayor número de hallazgos aislados. En conclusión sobre este asunto, aunque pudiera haber diferencias culturales que determinasen la diferente proporción entre yacimientos y hallazgos aislados, probablemente las causas que la ocasionaron pudieran estar en la metodología de la prospección, a saber: la elección de la zona del valle con menos restos aislados que las zonas altas; la no inclusión de los hallazgos aislados de época medieval y moderna en el cómputo de sitios arqueológicos; y por último, la mayor separación entre prospectores.
Total de Sitios Arqueológicos 1990, 90, 43%
Densidad de sitios arqueológicos Si pasamos a los rendimientos arqueológicos tendremos unas cifras que en nuestro caso significan 0,89 sitios por km² (0,60 yacimientos y 0,29 aislados por km²), una cifra inferior a los 2,78 sitios por km² del Tajuña (1,36 yacimientos y 1,42 aislados por km²) y sobre todo a la del municipio de Perales, con 3,05 sitios por km² (1,49 yacimientos y 1,56 aislados por km²). Por el contrario, dentro de esa misma la densidad en Morata de Tajuña, prospectada con una metodología de menor intensidad (Almagro-Gorbea y Benito 1993b: 154-155; Benito y San Miguel 1993: 142), la proporción es mucho menor, aunque todavía superior en casi el doble a la nuestra: 1,68 sitios por km²; sin embargo, la densidad de yacimientos es mucho menor que la nuestra, de 0,37, siendo elevadísima la de hallazgos aislados (tabla 4, fig. 12).
1991, 121, 57%
Figura 11; Total y porcentaje de sitios arqueológicos por campañas.
Otra causa que podría explicar esta menor proporción en la campaña de 1991, es que los hallazgos aislados de época medieval y moderna que aparecía en las tierras de labor no se contabilizaron como tales, debido a que suponíamos que procederían del abonado de las tierras en fechas recientes, como en algunos casos concretos pudimos confirmar. Esta circunstancia se encuentra también bien constatada en el caso del Tajuña; sin embargo, en este caso sí que fueron incluidos en el inventario de yacimientos (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 305). Si los contabilizamos según los datos que
Estos datos sobre densidad vuelven a reflejar la intensidad de la prospección en el caso del Tajuña. Ahora bien, los resultados de Morata, con unas características diferentes respecto al resto en cuanto a intensidad, pero aún así elevados con respecto a los de Segovia en el
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) datos que este mismo autor aporta sobre el Inventario Arqueológico de la provincia de Valladolid son diametralmente diferentes: una media relativamente uniforme de 9,05 hallazgos por km², salvo la comarca de los valles del Duero y del Pisuerga con 5,2 y 7,26 respectivamente, y la Campiña de Villalar, con 13,02 hallazgos por km²; se trata de unos elevados cocientes que superan incluso la intensísima prospección del Tajuña, cuando apenas si hay hallazgos aislados (9, frente a 897 yacimientos) (Benito y San Miguel 1993: 145, fig. 6). Al no conocer la superficie sobre la que realiza la relación, no podemos comprobar la autenticidad de este dato.
computo global, no en el de yacimientos, podrían estar indicando una mayor densidad de poblamiento en las diferentes etapas pasadas en esta parte de la Meseta Sur que en la zona nordeste de Segovia, incluso contando los sitios de época medieval y moderna que nosotros no hemos registrado. Si bien las densidades del valle del Tajuña son elevadas, aún más los son las del término de Mora de Rubielos (Teruel), donde en 469 Ha se han localizado 22 yacimientos (no se especifica la existencia de hallazgos aislados), algunos con diferentes etapas pero sin especificar el total (Burillo et alii 1984: 192); esto arrojaría una densidad elevada de 4,68 yacimientos por km². Este rendimiento tan elevado se consiguió a consta de una alta inversión en tiempo y esfuerzo, aunque no se menciona esa cantidad; por último, se concluye destacando la necesidad de reducir el tiempo empleado sin ampliar el presupuesto, por lo que habría que disminuir rendimientos si se quería prospectar amplias zonas en un tiempo razonable con unos resultados igualmente aceptable (Burillo et alii 1993: 102). Para el resto de Aragón, las densidades son mucho menores; así para una prospección intensiva los índices se elevarían a 0,1 en zonas de secano y a 0,16 en las de regadío; mientras que para las prospecciones extensivas el índice sería mucho menor, de 0,01812 (Burillo et alii 1993: 109110, fig. 10, cuadro IV y V).
Conjuntos arqueológicos Conjuntos Sitios
Aislados
Yacimientos
Total
0
100
200
300
Densidad de sitios arqueológicos Figura 13; Total de sitios arqueológicos registrados durante el proceso de prospección y conjuntos arqueológicos que forman; también se desglosan por hallazgos aislados y yacimientos.
Total 1991 1990
Aislados/km2
Conjuntos arqueológicos
Yactos./km2
En general hemos localizado 211 sitios arqueológicos que suponen 258 conjuntos arqueológicos (tabla 4, fig. 13); si desglosamos este dato, tendremos 143 yacimientos que equivalen a 169 conjuntos y 68 hallazgos aislados, que suponen 89 conjuntos aislados (los hallazgos aislados de los yacimientos se computan entre los aislados). Este incremento con respecto al número de sitios es de 47 conjuntos arqueológicos más, lo que significa en porcentaje un 22,3% de aumento. En general, la mayor parte de los sitios arqueológicos presentan solo una fase de ocupación, o eso es los que hemos definido, con el consiguiente peligro de haber obviado fases con materiales menos representativos o con menor densidad de materiales; esto supone que el 76,9% de los conjuntos (110) presenta solo una fase, lo mismo que el 95,6% de los hallazgos aislados (65) (tabla 5, fig. 14).
Sitios/km2
0
0.2
0.4
0.6
0.8
1
Figura 12; Densidad de sitios arqueológicos; datos globales y desglosados por yacimientos y hallazgos aislados.
Sin embargo, en el caso del centro de la Cuenca del Duero, los resultados son inferiores a los de Segovia, con 38 sitios arqueológicos (32 yacimientos y 6 aislados) que significan 0,69 hallazgos por km² de promedio; sin embargo, no todas las zonas presentaban esa densidad, variando entre la máxima de 0,93 y los 0,05 en Tordesillas (San Miguel 1992: 45). Por el contrario, los
En el caso de los trabajos del valle del Tajuña, el número de conjuntos culturales es de 647, cuando los sitios son solo 528, con lo que habría un incremento de 119 conjuntos o un 22,5%, un aumento similar al nuestro.
12
Los datos que se aportan están todos multiplicados por 100 para evitar los decimales (Burillo et alii 1993: 102), circunstancia que no hemos reflejado en nuestro trabajo.
28
Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
por lo que ésta se podía adelantar o retrasar en función de la planificación diaria.
Para el municipio de Perales tenemos 168 conjuntos en 139 sitios, lo que equivale a un incremento de un 20,1% (29), un resultado de nuevo muy parecido al anterior. Estas similitudes se deben probablemente a que hayan encontrado las mismas dificultades que hemos comentado nosotros en cuento a la identificación de fases. Un dato que sí se tuvo en cuenta durante la campaña de trabajo de 1991 fue la hora en la que se localizaron los yacimientos, aunque esta circunstancia no se tuvo en cuenta para los hallazgos aislados.
Conjuntos determinados
Porcentaje
Conjuntos
Porcentaje
40 30 20 10 4 Fases y aislado
3 Fases
2 Fases
0 1 Fase y aislados
1991
Las circunstancias en cuanto a la hora de la localización de los hallazgos se han descrito en otros lugares con parecidos resultados respecto a los horarios de invierno, a excepción de las salvedades que la propia organización del trabajo pueda haber aportado en cada caso concreto. Así, en cuanto a las campañas de prospección llevadas a cabo en el valle del Tajuña y en el centro de la provincia de Valladolid, buena parte de sus conclusiones son similares a las aquí descritas, es decir,un mayor rendimiento en las primeras horas de la mañana, excepto la primera hora, y rendimiento decreciente desde media mañana en el caso de Perales, y por la tarde, como en el trabajo de Segovia, en la zona vallisoletana (San Miguel 1992: 42; Benito y San Miguel 1993: 147; Benito 1995-96: 159, tabla 4, fig. 5).
50
1 Fase
1990
Figura 15; Porcentaje de los conjuntos arqueológicos cuya adscripción cronológica ha podido ser determinada durante las campañas de prospección o en la revisión posterior.
80
Fases
60
0
90
Aislados
80
20
100
60
Total
40
Fases en los sitios arqueológicos
Yacimientos
Aislados
100
En general se aprecia que las horas de mayor rendimientos correspondieron con las de media mañana y mediodía, entre las 11,00 y las 14,00 horas, cuando la humedad y sobre todo la luz se encuentran en su óptimo para la distinción de los materiales arqueológicos, en especial las cerámicas y máxime si son a mano; se trata además de un periodo en la que el cansancio aún no ha hecho mella en el equipo de trabajo. A continuación estaría el periodo de las 10,00 de la mañana y el que va entre las 16,00 y 18,00 horas; en este caso sí se observa un menor rendimiento en el equipo, en parte debido al cansancio, pero también motivado porque algunas tardes se dedicaron a trabajo de gabinete en el centro de residencia (fig. 7).
70
Yacimientos
120
Figura 14; Diferentes fases detectadas en los sitios arqueológicos durante el proceso de prospección y de estudio posterior.
Determinación de los conjuntos arqueológicos Estos conjuntos no siempre se han podido determinar debido a la escasez de los materiales arqueológicos o en ocasiones a su poca significación. De los 258 conjuntos, el 85,3% se habría podido determinar con alguna precisión (220), frente al 14,7% (38). En buena medida los trabajos que podemos denominar de reprospección tuvieron como objetivo el intento de clarificar algunos sitios que carecían de adscripción o ésta era muy dudosa, circunstancia que sí se pudo establecer en diversas ocasiones. Si pasamos a los conjuntos por yacimientos volvemos a repetir unas cifras similares: el 85,8% determinados (145) frente al 14,2% de indeterminados (24); en los aislados tampoco hay una
Destaca el periodo de las 9,00 y de las 15,00 por su escaso rendimiento. En el primer caso, el de las 9,00, la explicación se debe a que en general no se comenzaba hasta avanzada la mañana a trabajar. Sin embargo, otra circunstancia era que, sobre todo por tratarse de un horario de invierno, las primeras horas presentaban una luz rasante que dificultaba la detección de los materiales arqueológicos, circunstancia que a veces se agravaba por las heladas y escarchas que todavía a esa hora se mantenían en los campos. El caso de las 15,00 horas se debe a que era la hora de descanso, no siempre respetada
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Tabla 5: Diferentes fases en los sitios arqueológicos Yacimientos Hallazgos aislados Número % Número % 1 Fase 110 76,9 65 95,6 1 Fase y aislados (1 ó 2) 13 9,1 (14) 2 Fases, (+ aislado: 1 caso) 15 10,5 2 + (1) 2,9 3 Fases 4 2,8 4 Fases y aislados 1 0,7 1 + (1) 1,5 Total de sitios 143 68 Total de conjuntos arq. 169 (+ 16 aisl.) 73 + 16= 89
Tabla 6: Procedencia de los sitios arqueológicos Prospec‐ Biblio‐ Ref. tado % grafía % Oral % Total Total Sitios 176 83,4 22 10,4 13 6,2 211 Yacimientos 111 77,6 20 14 12 8,4 143 Aislados 65 96 2 2,4 1 1,5 68 1990 Sitios 86 95,6 2 2,2 2 2,2 90 Yacimientos 31 86,6 2 5,7 2 5,7 35 Aislados 55 100 55 1991 Sitios 90 74,4 20 16,5 11 9,1 121 Yacimientos 80 74,1 18 16,5 10 9,3 108 Aislados 10 76,9 2 15,4 1 7,7 13
el porcentaje de sitios nuevos es del 74,4%. En segundo lugar, que de nuevo se demuestra la importancia de los trabajos de prospección con criterios administrativos, ya que permiten conocer zonas vacías o prácticamente desconocidas (Ruiz Zapatero 1983a: 36; Ruiz Zapatero y Fernández Martínez 1993: 91), siempre y cuando la metodología sea apropiada (tabla 6, fig. 16 y 17).
diferencia significativa, con .un .84,2% .de .determinados (75) frente a un 15,7% de indeterminados (14). En definitiva, se trata de una cifra bastante alta, aunque en ocasiones la adscripción que se sugiere no se hace de forma totalmente segura (tabla 4, fig. 15). Estos porcentajes que acabamos de ver se corresponden bastante bien con los del Tajuña, donde los determinados serían un 84,1%, cifra que en el caso de Perales se elevaría hasta el 87,5%, frente a un 15,9 y un 12,5 respectivamente de conjuntos que no se pudieron adscribir con seguridad a ninguna fase cronológica.
En cuanto a los sitios arqueológicos conocidos previamente a partir de la bibliografía (tabla 6, fig. 18), el 68,2% son de época medieval o moderna (15), o al menos alguna de sus fases pertenecen al medievo; uno es del Hierro; otro es de época romana (a éstos hay que añadir otros dos de estas dos etapas que también presentan un fase medieval y, por ello, los hemos contabilizado anteriormente); dos del Calcolítico-Bronce Antiguo y uno Paleolítico. En definitiva, se trata fundamentalmente de yacimientos bien visibles ya sea por presentar estructuras reconocibles (etapas del Hierro, romana, medieval y moderna), así como materiales en general fácilmente perceptibles (en especial, las cerámicas a torno); en ocasiones estos yacimientos también presentan otras etapas mucho menos perceptibles, como el caso de Cogotas I en El Cerro del Castillo, Ayllón (nº 5).
Conocimiento de los sitios arqueológicos Estos sitios arqueológicos han sido documentados fundamentalmente a partir de la prospección arqueológica (tabla 6, fig. 16 y 17). Así, el 83,4 de los mismos (176) proceden de esta inspección directa sobre el terreno, el 10,4% (22) de información bibliográfica y el 6,2% (13) de referencias orales. Si desglosamos estos datos, tendremos que inéditos serían el 77,6% de los yacimientos y el 96% de los aislados; conocidos por referencias bibliográficas, 14 y 2,4% respectivamente; y por referencias orales el 8,4 y el 1,5%, según categorías.
Una situación similar la encontramos en los 13 yacimientos de los que en su momento teníamos referencias orales, aunque como hemos comentamos, no se llevó a cabo una recapitulación sistemática de este tipo de informaciones (tabla 6, fig. 18). Así, el porcentaje de yacimientos con alguna etapa medieval o moderna vuelve a ser el 61,5% (8 casos); además dos eran de época romana, otro era del Hierro (el oppidum de Carabias; nº 8) y uno último con material a mano sin determinar (una cueva en parte colmatada). De nuevo nos encontramos
Por tanto, la primera conclusión que se puede destacar es que se trataba de una región en la que apenas se habían realizado trabajos de investigación arqueológica, más en el caso de la Serrezuela, donde el 95,6 de los sitios proceden de la inspección directa del terreno. Mientras que en el valle del Aguisejo y Riaza Medio habría habido un conocimiento algo mayor, ya que
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Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
ante fases más modernas y yacimientos más perceptibles, incluido el de la cueva. Para terminar, los hallazgos aislados, dos por referencia bibliográfica y otro por referencia oral, eran todos de época medieval. Si comparamos estos datos con los de Perales del Tajuña, tendremos unas cifras comparables a las de la campaña de 1991 en cuanto a los hallazgos inéditos; así el 76,26 de los sitios proceden de la prospección sistemática. Los que varía sustancialmente entre ambos trabajos son los datos procedentes de las referencias orales, con un 17,99%, y los que proceden de la bibliografía, con un 5,75%. Estas cifras se alteran si las desglosamos por yacimientos o por hallazgos aislados; así, en el primer caso, el número de yacimientos nuevos sería de un 60% frente al 92,56% de los aislados.
Procedencia de los hallazgos arqueológicos
Bibliografía
Total
1990
Aislados
Yactos.
Sitios
Aislados
Yactos.
Sitios
Aislados
Yactos.
Prospección
1991
Figura 17; Causa de la localización de los diferentes sitios arqueológicos: porcentajes pormenorizados tanto por campañas como por yacimientos y hallazgos aislados.
Forma de localización de los sitios arqueológicos
13, 6%
También en el centro del valle del Duero los datos procedentes de la bibliografía, sin incluir los de época contemporánea y moderna, se decantan mayoritariamente por los yacimientos medievales (37,69%), los romanos (29,7) y los indeterminados prehistóricos (9,65%). Esta proporción también se explica por la concepción de las prospecciones antiguas, claramente selectivas, con un predominio de yacimientos fácilmente perceptibles debido a una prospección posiblemente guiada por las referencias de los habitantes de la localidad (San Miguel 1992: 43 y 45; Benito y San Miguel 1993: 143-144, fig. 4).
22, 11%
Prospectado
Adscripción cronología
Bibliografía Oral
Oral
Sitios
Porcentaje
100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20% 10% 0%
En este apartado queremos referirnos a las diferentes fases cronológicas que hemos destacado y los hallazgos que pertenecían a cada una de ellas. También queremos hacer un breve análisis de lo que supuso esta etapa, aunque de una forma somera (tabla 7, fig. 19). Así, la primera etapa documentada podría englobarse en el Paleolítico Inferior; se trata de una de las fases mejor representadas dentro del área de prospección con un 7,1% de yacimientos (12) y un 22,7% de hallazgos aislados (20), a los que se podría sumar un 4,5% de hallazgos de atribución dudosa (4) entre esta etapa y el Paleolítico Medio. En el Paleolítico Medio disminuyen los yacimientos, que solo alcanzan el 1,2% (2), mientras que los hallazgos aislados continúan con un elevado porcentaje, del 18% (16), a los que se podría añadir los que aparecen dudosos entre esta etapa y la anterior (4,5% o 4 casos) y que ya hemos mencionado en la etapa anterior. Esta disminución queda más patente en el caso del Paleolítico Superior-Mesolítico, con solo un yacimiento en cueva (0,6% del total) que ha aportado elementos de arte mueble encuadrables entre el Magdaleniense Superior y el Aziliense (Ripoll et alii 1997: 61).
176, 83%
Figura 16; Forma de la localización de los diferentes sitios arqueológicos: datos globales.
Las razones que se aducen para explicar estas cifras serían varias: entre ellas, la existencia de investigaciones antiguas que no tenían una metodología sistemática, sino más bien se trataba de viajes exploratorios de escaso rigor científico que buscaban yacimientos de cierta entidad, sin llegar a descubrir los de menor tamaño o con restos menos visibles. La otra razón que explicaría el mayor número de hallazgos a través de referencias orales que bibliográficas, sería la preparación de encuestas sistemáticas, así como la existencia de una extendida afición a la arqueología entre los habitantes de los pueblos. Estos informantes locales, que tampoco utilizaban una metodología rigurosa, solían referirse a los yacimientos más visibles (Benito y San Miguel 1993: 142; Benito 1995-96: 160).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) características, aunque en este caso el mayor número se corresponde con los líticos, con un 13,5% (12), frente a los de a mano, con un 2,2% (2). Creemos que se trataría de materiales encuadrables en las etapas que van desde el Neolítico hasta el Hierro I, aunque debido al tipo de acabados de la Edad del Hierro, así como la frecuencia de decoraciones específicas de Cogotas I, creemos que la mayor parte de estos yacimientos indeterminados se corresponderían con las etapas anteriormente mencionadas
Sitios conocidos por referencias bibliográficas u orales 12 10
Sitios por referencia bibliográfica
8
Sitios por referencia oral
6
A continuación aparece el periodo cronológico de Cogotas I, una fase bien representada en la zona de prospección, con un 10,7% de yacimientos (17) y un 2,2% de hallazgos aislados (2). La distribución de los mismos se extiende fundamentalmente a los valles del Aguisejo y Riaza, más que en la de la Serrezuela, donde solo se ha descubierto un único yacimiento.
4 2
Total
0
Frente a lo que suele ser habitual en los trabajos de la Edad del Hierro, en nuestro caso hemos podido definir la etapa denominada protoceltibérica, poco representada por las razones que posteriormente se comentarán, pero que en todo caso supone un 4,1% de los yacimientos (7), alguno de ellos algo dudoso. Mucho mejor representada estaría la etapa de plenitud de la Primera Edad del Hierro, también denominado Celtibérico Antiguo, con el 8,9% de los yacimientos (15), entre los que destacarían al menos dos grandes castros; estaría seguida de la Segunda Edad del Hierro con un 7,1%, que aunque aparentemente suponga una cierta reducción (12), esto no debió ocurrir en lo referente a la población, porque ahora vamos a contar con dos grandes oppida en Carabias y Ayllón. También se han registrado un 5,6% de hallazgos aislados (5).
Figura 18; Adscripción cronológica de los sitios arqueológicos conocidos a través de la bibliografía o por referencias orales.
Durante el Neolítico se aprecia un mayor número de sitios, con un 2,9% de yacimientos (5), a los que se podría añadir otro 1,2 de asentamientos dudosos (2), y 1,1 de hallazgos aislados (1). Habrá que esperar a la etapa denominada Calcolítico-Bronce Antiguo para encontrar una muestra arqueológica más amplia, con un 5,9% de yacimientos (10), al que se podría añadir el 1,2% de los yacimientos dudosos entre esta etapa y la neolítica, y un 3,4% de hallazgos aislados (3). Dentro de esta etapa, aunque se trata de una fase bien diferenciada, también se podrían incluir los 4 yacimientos campaniformes que suponen un 2,4% del total.
La etapa romana supone una disminución en el número de yacimientos, incluso se produce en la zona una despoblación durante el siglo I a.C., y sobre todo de centros. importantes o rectores, que ahora serán inexistentes, por lo que la zona de prospección gravitará en torno a las grandes ciudades romanas del entorno. Así, para la etapa alto imperial, el porcentaje de yacimientos, todos ellos de tipo rural, sería de un 3,5% (6), al que se puede añadir un 3,4% de hallazgos aislados (3). Esta baja densidad quedaría compensada en parte en la siguiente etapa, la bajo imperial,
A estas cifras todavía escasas se podrían incorporar un mayor número de yacimientos que no se han podido determinar, la mayoría con cerámica a mano sin formas características ni decoraciones identificables, que suponen el 13,6% de los yacimientos (23) y un yacimiento con materiales líticos también indeterminados (0,6%); también se han registrado hallazgos aislados con estas
32
1 9 2
8 1 1 8
1 6 2
5 1 1 4 1
Moderno
15
9 3
Medieval
7
6 3
Altomediev.
16 1
12 5 8 3 4 2
¿Visigodo‐ Altomediev?
15
Visigodo
3
7
Bajo Imperial
1
17 2 1
Alto Imperial
1
4
Hierro 2
1
10 3 6 3 4
Hierro 1
2
Cogotas I
Neolítico‐ Calcolítico
Lítico
Neolítico 5 1 4 1 1
Protoceltibérico
1
23 1 2 12 1 1 8 22 1 1 4
Campaniforme
1
A mano
Superior
Medio
2 4 16 2 4 16
Intederminado
Total Yact. 12 Aisl. 20 1990 Yact. 9 Aisl. 18 1991 Yact. 3 Aisl. 2
¿Inferior‐ Medio?
Inferior
Tabla 7: Datos absolutos sobre la adscripción cronológica de los diferente sitios arqueológicos, desglosados por yacimientos y hallazgos aislados Indeter‐ minado
2 21 7 169 4 12 89 258 2 36 1 6 64 100 2 19 7 133 3 6 25 158
Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
en la que aparte de una evidente continuidad de yacimientos, habría un incremento hasta el 5,3% (9) y un 3,4 de aislados (3).
Paleolítico Superior y la repoblación de la Meseta a partir del Calcolítico-Bronce Antiguo, implican unas circunstancias locales que las hace poco comparables por la lejanía; tan solo destacamos el elevado número de sitios arqueológicos de época medieval-moderna y de indeterminados (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: fig. 8; íd 1993b: 154-155).
Pasando al periodo medieval, nos encontramos con un porcentaje poco elevado de sitios arqueológicos atribuibles a la etapa visigoda, con el 2,9% de yacimientos (5) y el 1,1% de aislados (1), a los que se podría añadir los que ofrecen una adscripción dudosa entre este etapa y la alto medieval, con un 4,7% de yacimientos (8) y un 1,1% de aislados (1). La etapa plenamente alto medieval, aparte de los sitios dudosos que podrían ir en alguna de las dos fases sucesivas que estamos tratando, suponen una fuerte reducción, con un 1,2% de yacimientos (2) y un 4,5% de aislados (4). De todas maneras se trata de los que presentan una cronología únicamente alto medieval, porque los de la siguiente categoría, los medievales en general, significan una amplia perduración en el tiempo desde esta etapa alto medieval hasta la bajo medieval, de ahí que no se trate de una cifra representativa, sin la suma de la siguiente.
Por el contrario, sí que queremos mencionar la relación con los resultados de la más cercana zona de la provincia de Valladolid; en ella se vuelve a destacar, al igual que en nuestro caso y en el del Tajuña, el elevado número de yacimientos prehistóricos indeterminados, con un 20,05%, y medievales, con otro 20,58%; les siguen los de la etapa moderna (14,7%) y contemporánea (10,3%); los romanos (8,82%), tardorromanos (7,35%), de la Edad de Bronce (5,88%), siendo mucho menores los de época visigoda (2,94%), de la Primera Edad del Hierro (2,94%), celtibéricos (2,94%) y prehistóricos sin cerámica (2,94%) (San Miguel 1992: 43 y 45; Benito y San Miguel 1993: 143-144, fig. 4).
Ya pasando a esta categoría de medieval13 en general, lo primero que queremos mencionar, aunque ya lo hemos hecho anteriormente en este capítulo sobre la metodología, es que no se tuvieron en cuenta los elementos de época medieval, así como los de la moderna, con perduración hasta el presente y que aparecen recogidos en los mapas topográficos; este es el caso de los núcleos de población actuales, todos ellos se origen medieval, las ermitas, iglesias, puentes de probable datación en esta época, estructuras tradicionales, etc. Tampoco se tuvieron en cuenta los restos de materiales de esta época o de la moderna que aparecían diseminados por los campos de labor, ya que se consideraban como elementos procedentes del abonado de las tierras. Esta circunstancia que sí se tuvo en cuenta en el caso del Tajuña, arrojaba una cifra de este tipo de sitios muy elevada, con un 69,1% de los hallazgos aislados en el caso de toda la comarca y un 52,1% en el municipio de Perales (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 305, fig.8; Almagro-Gorbea y Benito 1994: 105, fig. 7). Una vez señaladas estas salvedades, tenemos registrados un 12,4% de yacimientos (21) y un 13,5% de aislados (12).
Valoración final de los resultados y revisiones sobre la prospección Para concluir, consideramos que la metodología empleada, los rendimientos obtenidos, así como los resultados en cuanto a hallazgos arqueológicos, fundamentalmente inéditos, nos hace suponer que se trata de un trabajo que ha permitido conocer una región prácticamente inédita para los estudios de arqueología. Ahora bien, si la comparamos con los parámetros aportados por los investigadores de la comarca del Tajuña, tendremos una menor intensidad en todo los aspectos, desde la inspección de la superficie por unidad de tiempo, por miembros del equipo... hasta el porcentaje de sitios arqueológicos por km², con la salvedad que hacíamos nosotros sobre los hallazgos aislados procedentes del abonado de las tierras y que llegaban al 69,1% del total, lo que suponía un aumento considerable de sitios arqueológicos en relación con nuestros datos. En todo caso, no cabe la menor duda de que se trataba de un inspección de una intensidad mucho mayor que la nuestra. Ahora bien, creemos que con nuestro trabajo, en donde se ha prospectado un porcentaje del 51,9% de la superficie total, se ofrecen unos datos representativos de lo que sería el poblamiento antiguo real en esta zona (Ruiz Zapatero 1983a: 13). Por el contrario, los investigadores del valle del Tajuña en ocasiones señalan que quizá con un menor grado de intensidad en sus trabajos, también podrían haber conseguido unos resultados igualmente significativos, y por tanto, con un costo de tiempo y medios menor en relación con los resultados. Para ellos, es posible prospectar con un alto grado de confianza superior al 80% “zonas óptimas” predeterminadas que suponen en tamaño el 40% del territorio, y no el 87,75% que fue la superficie inspeccionada, pero que concentran más del 66% de los sitios; todo ello reduciría el esfuerzo dedicado. Sin una pérdida sensible en los resultados
Por último, de la etapa moderna no vamos a repetir los que acabamos de señalar; estas circunstancias hicieron que el número de yacimientos de esta etapa fuese muy reducido, ya que aparte de alguna ruina moderna, como el convento de San Francisco de Ayllón, se consideraron como tales determinados conjuntos histórico-artísticos, por su significación, dejando de lado todos los restos que podríamos considerar de tipo tradicional o etnológico. En este apartado no vamos a establecer la relación con el valle del Tajuña, ya que consideramos que la evolución cronológica del poblamiento, aunque presente concomitancias en cuanto al despoblamiento del 13 De uno de los yacimientos medievales, un panel rupestre con grabados del siglo XV d.C. se realizó un trabajo posterior (Fernández et alii 1996).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Adscripción cronológica de los sitios arqueológicos 25 20
Total yacimientos Total aislados
15 10 5
Paleolítico
Intederminado
Calcolítico-Bronce
Hierro
Romano
Moderno
Medieval
Altomedieval
Visigodo-Altomedieval?
Visigodo
Bajoimperial
Altoimperial
Hierro 2
Hierro 1
Protoceltibérico
Cogotas I
Campaniforme
Calcolítico-Bronce Antiguo
Neolítico-Calcolítico?
Neolítico
Lítico
A mano
Superior
Medio
Inferior-Medio?
Porcentaje
Inferior
0
Medieval
Figura 19; Porcentaje de los diferentes sitios arqueológicos, desglosados por yacimientos y hallazgos aislados en cuanto a su adscripción cronológica.
Por todo ello, consideramos que la metodología aplicada en nuestro trabajo de campo es suficientemente válida, con un porcentaje de la superficie inspeccionada suficiente, de casi un 52%, igualmente con una intensidad suficiente, aunque menor que otros trabajos de prospección y con un rendimiento importante que permite conocer los rasgos generales del poblamiento pasado en el área de trabajo. Esto no significa que el modelo de poblamiento quede absolutamente cerrado, pero al menos se puede considerar como un avance bien fundamentado que posteriores trabajos de revisión podrán ir completando o matizando.
(Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 306). Así, presentan el ejemplo de Perales de Tajuña, donde los hallazgos se concentraban en una banda geográfica que comprendía la vega con sus laderas, por lo que en lugar de una prospección de cobertura total con la intensidad de inspección a la que nos hemos referido, se podría haber realizado el denominado por ellos como un muestreo optimizado (dirigido-estratificado arqueológicamente) para identificar una alta proporción de sitios en torno al 73% con una confianza de mayor o igual al 80%, pero prospectando solo el 44%, lo que supondría la mitad más o menos del área inspeccionada (Almagro-Gorbea y Benito 1993a: 308).
En este sentido queremos destacar la posibilidad de realizar trabajos de control de calidad de la prospección por un equipo diferente del que realizó el primer análisis, con el objetivo de conocer el grado de eficacia, circunstancia que ya se había planteado en trabajos teóricos (Ruiz Zapatero 1983a: 21). Parece ser que este trabajo fue realizado a instancias de la Junta de Castilla y León, pero con unos resultados decepcionantes. Así, la tarea de este equipo de control fue básicamente la de poner nombre a los yacimientos (durante la campaña de les asignaba un número por núcleo rural) y unificar determinados yacimientos sin ningún criterio científico, simplemente como una especie de señal de que se había hecho algo para así poder justificar la subvención recibida. De hecho, no se cambió ninguna de las adscripciones que se habían planteado, ni en el caso de las dudosas, algo que sí realizamos posteriormente en nuestro trabajo de revisión con vistas al presente estudio.
Otro lugar donde la intensidad y los rendimientos fueron muy elevado es el término de Mora de Rubielos en Teruel; al igual que ocurría en el caso del Tajuña, también aquí se destacaba cómo esta intensidad era excesiva y suponía un gasto de tiempo y esfuerzo que hacía que esta metodología seguida fuera inviable para el desarrollo de la prospección arqueológica en zonas más extensas; de ahí que se proponía reducir la inversión de esfuerzo para rentabilizar estos trabajos (Burillo et alii 1984: 192; Burillo et alii 1993: 102). Por el contrario, en la menos intensiva prospección del centro del valle del Duero, también se apreciaba una tendencia a la concentración de asentamientos en las zonas de valle (42,11%) y de ladera del mismo (38,84%), así como en los interfluvios (21,05%) (San Miguel 1992: 49; Benito y San Miguel 1993: 144, fig. 5).
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Fernando López Ambite
2.- Metodología de la prospección
de ubicación del yacimiento en la ficha, como puede ser el caso de Maderuelo 17, al tratarse de una amplia ladera del Cerro Fruto Benito, nada significativa en el mapa 1:50.000; o por arrasamiento del yacimiento, como parece ser el caso del muy erosionado cerro donde se asienta el yacimiento La Cibaza (nº 3) o Montejo de la Vega 5, de similares características; esta cifra supone el 6,8 % de los sitios inspeccionados. Para terminar, en un caso, Francos 3, que ya en la prospección de 1991 se daba como dudoso, se ha desestimado como yacimiento arqueológico, porque las evidencias son muy pobres.
Por el contrario, este tipo trabajos de revisión sí se han llevado a cabo en la bien estudiada comarca del Tajuña. En sus trabajos se señala la necesidad de este control en los resultados, para conocer la calidad de una determinada prospección por medio de una metodología adecuada. Si no, como afirman sus autores, las tareas de prospección e inventario se puedan convertir en meras rutinas administrativas. Para llevarlo a cabo realizaron un muestro ciego dirigido por un equipo ajeno a prospección, pero con experiencia; se trataba de una inspección exhaustiva con intervalos regulares de entre 15 y 25 m, según la visibilidad, y en el que se realizaban varias pasadas (Almagro-Gorbea et alii 1996: 253-254 y 260).
En cuanto al grado de conservación de los yacimientos visitados, hemos constatado la destrucción del lienzo sur y parte del este de la muralla del poblado de Los Quemados I de Carabias (nº 8) en el año 2000 (algo que volvió a ocurrir en mayo de 2008) y el yacimiento de fondos de cabañas de Mingómez II (nº 45), que el año 1991 presentaba problemas de conservación por la existencia de una gravera, que ha terminado por hacer desaparecer este yacimiento.
Este control de calidad demostró que no se había prospectado con la misma calidad en todos los términos, con resultados muy variables por etapas y por el tipo de yacimientos, siendo en general los resultados malos para yacimientos de antes de la Edad del Bronce; todo ello induce a pensar en que esta circunstancias pudieron depender de la calidad de los equipos, de su formación y especialización, que pudieron introducir cierto sesgo en su trabajo (Almagro-Gorbea et alii 1997: 238-240).
Para concluir, se han visitado 44 sitios arqueológicos, casi todos yacimientos, algunos en varias ocasiones, lo que supone un 20,8% del total; de ellos, dos son nuevos (Alto de la Semilla II o nº 34 y Maderuelo 24, ambos incluidos ya en las cifras generales que se aportan en este estudio); se ha recogido material en 20 yacimientos (45,5%) y se han definido mejor las atribuciones culturales en 19 casos (43,2%); en dos de los yacimientos se han detectado destrozos parciales (Los Quemados I o nº 8) o totales (Mingómez II o nº 45). En definitiva, este trabajo de revisión nos indica que todo incremento en la intensidad del trabajo, supone una mejora del conocimiento del poblamiento pasado. Incluso, aunque solo se trataba de una comprobación, se pudieron detectar dos nuevos yacimientos, bien es verdad que en una zona no prospectada, en la que solo se había inspeccionado un lugar concreto debido a la información de un lugareño de Maderuelo. Igualmente el que solo en tres casos no se haya podido detectar material arqueológico, nos indica, aparte de defectos en la localización por la utilización del demasiado amplio mapa con escala 1:50.000 o cierto enmascaramiento por la erosión, que globalmente el resto de sitios arqueológicos se encontraría bien documentado; así solo hemos encontrado dificultades en algo menos de un 7% de los casos inspeccionados.
En el presente caso no podemos hablar estrictamente de control de calidad, pero sí al menos de una revisión en profundidad de los datos registrados en las dos campañas de prospección. Esta revisión se llevó a cabo en los años 1999 y 2000 mediante el correspondiente permiso solicitado a la Junta de Castilla y León. Se revisaron una serie de sitios arqueológicos que presentaban dudas de adscripción cronológica, normalmente porque el material recogido durante las campañas anteriores era poco significativo o, porque se quería identificar mejor una fase. Los yacimientos en los que no se recogió material, o bien se encontraban en malas condiciones de visibilidad, bien porque fueran zona de pastos, como Maderuelo 15, o porque estaban en barbecho en su momento, como en Peña Arpada (nº 48) y Montejo de la Vega 22; o bien porque, aunque hubiese abundante material, éste no era nada significativo, como en Maderuelo nº 6. Los yacimientos encuadrados como paleolíticos, visigodos o medievales no se revisaron, salvo en los casos de que tuvieran otras adscripciones culturales que pudieran interesar para el presente estudio. Solo en tres ejemplos no se han encontrado restos materiales, no pudiendo afirmarse si por problemas
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) nández-Posse 1986: 476-479; íd. 1986-87: 231; Delibes y Fernández Miranda 1986-87: 2 y 20-22; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 1241; Romero y Jimeno 1993: 181 y 183; Fernández Moreno y Jimeno 1992: 224).
3.- El poblamiento de la etapa de Cogotas I en la zona de prospección1 3.1.- Introducción a Cogotas I Se trata de una cultura bien definida desde los años 20, tras su primera adscripción al período Campaniforme (Morán 1924: 15 y 165; Morán 1935: 29), con la excavación por parte de Cabré del yacimiento epónimo, en donde estableció dos fases: Las Cogotas Antiguas, fechada en la segunda Edad del Bronce y Las Cogotas Recientes, de la Edad del Hierro (Cabré 1929: 210 y ss.; Cabré 1930: 42 y ss.). Ya desde ese momento fueron las cerámicas las que definieron esta cultura, sobre todo por su característica cerámica a mano, donde el boquique, cuya denominación procede de la cueva del mismo nombre en la provincia de Cáceres (Bosch Gimpera 1915: 513 y ss.; en Maluquer 1956: 179-180 y 188 y ss.) y la decoración excisa fueron el fósil director durante mucho tiempo, así como las incrustaciones de pasta.
Sin embargo, la revisión de las fechas de C-14 de la Edad del Bronce, siguiendo el método Pearson y Stuiver (Pearson y Stuiver 1986, en González Marcén et alii 1992: 86-99; Castro et alii 1995: 51 y ss.; y Castro et alii 1996: 22 y ss.), ha envejecido aún más estas dataciones (siglo XVII cal A.C.), mientras que las fechas finales habría que llevarlas a antes de finales del segundo milenio (siglo-XI cal A.C.,), lo que explicaría el arcaísmo de ciertos elementos metálicos, renovación que ya está asumida por la historiografía reciente (Delibes et alii 1995a: 58-59; Rosa 1995: 198-200; Castro et alii 1995: 74 y ss.; Ruiz-Gálvez 1995a: 79-83; Castro et alii 1996: 161; Fábregas 2001; Barroso 2002). Por otro lado, Delibes ha calibrado las dataciones de diferentes yacimientos del interior peninsular con el resultado de un lapso de tiempo entre el siglo XVI y el IX cal. A.C., es decir, algo más recientes que las anteriores, en todo caso coincidentes las últimas con las primeras de El Soto (Delibes et alii 1999: 195, fig. 1), mientras que una revisión por parte de Abarquero implica unas fechas de 1750-950 cal A.C. (íd. 2005: 65).
Frente a esta adscripción cronológica, Pérez Barradas, en la publicación de los yacimientos de los areneros del Manzanares, propondrá una filiación de esta cultura con las invasiones centroeuropeas de la Primera Edad del Hierro (Pérez Barradas 1936: 76 y ss.), tesis asumida por Almagro Basch, quien veía un precedente de la cerámica excisa en la cultura de los Túmulos (Almagro Basch 1939: 138-145). Ésta será la tesis que se mantendrá en la historiografía española hasta los años 70, aunque ya Maluquer planteó la existencia de una doble tradición para explicar las cerámicas de Cogotas I: una centroeuropea y otra indígena, manteniendo la cronología de la Edad del Hierro por esta filiación centroeuropea y además, por la aparición de elementos de Hierro asociados a Cogotas I en El Berrueco y en Los Castillejos de Sanchorreja (Maluquer 1956: 188 y 196; íd. 1958a: 69; íd. 1958b: 43-47; íd. 1960: 141).
Por lo que respecta al origen de Cogotas I, hoy en día parece claro que sería una cultura autóctona, y que más concretamente enlazaría con el mundo de Ciempozuelos, substrato unificador en el interior peninsular (Harrison 1977: 60 y ss.; íd. 1980: 146), por las costumbres funerarias y la coincidencia básica de sus territorios, el tipo de asentamiento, el utillaje metálico y sobre todo por las cerámicas, con decoraciones incisas, espigas metopadas y zonas punteadas, el uso de las incrustaciones de pasta blanca o la propia técnica del boquique (Delibes y Fernández Manzano 1981: 65; Fernández-Posse 1982: 139-141 y 147148Jimeno 1984a: 119 y 125; Fernández-Posse 1986-87: 231; Delibes y Fernández Miranda 1986-87: 17). Por otro lado, este panorama del final del Campaniforme I se viene enriqueciendo con una serie de horizontes como el de Parpantique de Balluncar o Los Torojones de Morcuera, en al Alto Duero (Jimeno 1988: 116; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 118; íd. 1992a: 88-89; Fernández Moreno y Jimeno 1992: 224-225); el de la fase del Castillo de Cardeñosa, en Ávila (Ruiz Zapatero 1984: 172; Naranjo 1984: 75-76 y 78-80; Delibes 1995: 65-68); en el yacimiento de El Lomo de Cogolludo, en Guadalajara (Valiente 1987: 159-166; Bueno et alii 1995: 83-85); en El Tejar del Sastre, en Madrid; o en la primera fase de la cultura de Las Motillas (Delibes 1995: 68); todos ellos plantearían un paso gradual y lento desde el Calcolítico al Bronce Medio, en el que predominaría la continuidad del sustrato (Delibes 1995: 64; Ruiz-Gálvez 1998: 230).
Habrá que esperar hasta los años 70 para que Molina y Arteaga relacionen las excisas más antiguas, de Cogotas I, con las pseudoexcisas de Ciempozuelos, cultura de la que iban a hacer derivar ahora a Cogotas I (Molina y Arteaga 1976: 176). Por último, serán las dataciones de los años 70 en los yacimientos del sudeste peninsular y de la Meseta, así como la asociación de Cogotas I con una serie de elementos metálicos y óseos significativos del tránsito del Bronce Antiguo al Medio las que eleven definitivamente la cronología, que en general iría desde los siglos XVI-XV al IX- VIII a.C.2, por tanto, a lo largo de la Edad del Bronce Medio y Final; igualmente se ha podido determinar mejor el origen autóctono de esta cultura (Arribas et alii 1974: 142-148; Molina y Pareja 1975: 55-56; Molina y Arteaga 1976: 187; Molina 1978: 205 y 217; Fernández-Posse 1979: 71; Schubart y Arteaga 1980: 271-272; Fernández-Posse 1982: 159; Aubet et alii 1983: 57-61; Jimeno 1984a: 175-177 y 180-181; Fer-
Respecto a las excisas de Cogotas I, aunque en principio se adscribieron a orígenes nordpirenaicos, en relación con el labrado de recipientes de madera (Pérez Barradas 1936: 37 y ss.; Almagro Basch 1939: 138-145), hoy parecen de origen local relacionadas con el Campaniforme de la Meseta, mientras que las del Hierro lo
1
Vid. López Ambite 2003. Las fechas de C-14 no calibradas aparecen como a.C. y las calibradas como cal. A.C. 2
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Fernando López Ambite
3.- Cogotas I 21-, Las Viñas –nº 27-, La Zarzona II –nº 28-3, Vega del Salcejo –nº 37-, San Cristóbal II –nº 39-, La Hocecilla – nº 46-, El Mirabueno –nº 51- y Valdeladehesa –nº 57-); uno (6%) con decoración de boquique poco evolucionado, también con formas de la primera fase de Cogotas I (Las Huertas –nº 17-); tres (17%) con decoración de espiguillas, boquique y, de nuevo, formas de la misma primera fase (Peña del Gato –nº 6-, El Calvario –nº 26- y Huerta de la Cueva –nº 58-); y un último yacimiento (6%), que es muy dudoso (Cantos Labrados –nº 32-), ya que la cerámica recogida no es muy significativa y, por lo tanto, podría corresponder a otro momento cultural diferente (fig. 29, 30, 31y 33).
harían para algunos autores con tradiciones transpirenaicas (Fernández-Posse 1982: 141-144; Jimeno 1984a: 125-129; Ruiz Zapatero 1985: 775-780) o para otros con Cogotas I (Molina y Arteaga 1976: 197; Jimeno 1984a: 129; Pellicer 1985: 347 y ss.; Delibes y Fernández Miranda 1986-87: 27; Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo 1987: 26 y 28-30; Álvarez Gracia 1990: 109; Ruiz Zapatero 1995: 28, fig. 2; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 180). A pesar de este indigenismo de la cultura de Cogotas I, también se viene señalando su relación con una serie de estilos cerámicos que surgen en el paso del Bronce Medio al Final en la Europa occidental, en los que parece que se está imitando el labrado en madera (Delibes et alii 1995a: 50) o diferentes tipos de tejidos (Jimeno 2001: 169), lo que supondría un cierto conocimiento mutuo, con contactos e intercambios de bienes de prestigio, quizá con relación a la existencia de elites, como ocurriera durante la fase campaniforme.
Junto a estos diecisiete yacimientos, se han documentado dos hallazgos aislados, uno muy dudoso y otro con cerámica decorada con boquique: ambos podrían estar asociados con yacimientos cercanos, en especial el hallazgo aislado Aldealengua A4 (nº 4), que está tan solo a 300 m de El Prado (nº 1), mientras que el hallazgo dudoso Maderuelo A2 (nº 35) se encuentra a 330 m del también yacimiento dudoso Cantos Labrados (nº 32) (fig. 31).
Los límites de la cultura de Cogotas I para su primera fase corresponderían con la Cuenca del Duero, incluidos los rebordes montañosos, y la cuenca media del Tajo, en especial la margen derecha, excluyendo La Mancha; esta amplia zona, en especial la Cuenca del Duero, presenta las mayores concentraciones de yacimientos de esta cultura, así como las dataciones más antiguas, y que básicamente coincide con la cultura de Ciempozuelos, antepasado directo de Cogotas I, de ahí que se la considere como su área nuclear. En toda esta región se aprecia una uniformidad en la característica cerámica de Cogotas I (Fernández-Posse 1982: 156-157; íd.. 1986-87: 231; Castro el alii 1995: 92). Posteriormente, se extenderá por otras regiones, como Andalucía occidental (Aubet et alii 1983: 48-69; Martín de la Cruz y Montes Zugadi 1986; Contreras et alii 1989) y oriental (Molina 1978; Delibes y Fernández Miranda 1986-87: 20; Castro et alii 1995: 61-62), Valle del Ebro (Ruiz Zapatero 1984: 175; Fernández-Posse 1986: 483; Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo 1987: 14-15; Ruiz Zapatero 1995: 27, fig. 4 y 28; Picazo y Rodanés 1997: 175), zona levantina y en Portugal (Delibes y Abarquero 1997: 130-131). Esta expansión podría deberse más que al dinamismo de estas poblaciones, como anteriormente se creía, a la expansión de su cerámica, en relación con el intercambio de regalos entre las elites, el intercambio de mujeres, o la difusión de nuevos hábitos alimenticios, como el banquete de carne (Delibes et alii 1995a: 56; Delibes y Abarquero 1997: 131; Abarquero 1997: 90; íd. 2005: 16).
Teniendo en cuenta la cerámica, que hoy por hoy sigue siendo el elemento de cultura material más característico de este periodo y el fundamental para establecer las fases en las que se puede dividir Cogotas I, podríamos adscribir todos los yacimientos a la primera fase de Cogotas I; por otro lado, también se vienen planteando dudas sobre esta periodización, ya que el resto de las manifestaciones culturales, como el tipo de yacimientos, el hábitat, los enterramientos, etc., sugieren una continuidad en Cogotas I que solo al final parece romperse con cambios destacables (Fernández-Posse 1998: 95-96). En todo caso, creemos que los yacimientos documentados en el proceso de prospección se englobarían en esta primera fase de Cogotas I, a la que otros prefieren denominar como Precogotas o Protocogotas I o Cogeces, que en principio se databa entre los siglos XV y XIV a.C. (Delibes y Fernández Manzano 1981: 5168; Fernández-Posse 1982: 159; Jimeno 1984a: 38-39 y 41; 213; Fernández-Posse 1986: 476-479; íd. 1986-87: 231; Delibes y Fernández Miranda 1986-87: 23-24; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 119-120; Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 91). Sin embargo, la revisión de las fechas de C-14 de la Edad del Bronce, siguiendo el método Pearson y Stuiver (Pearson y Stuiver 1986, en González Marcén et alii 1992: 86-99; Castro et alii 1995: 51 y ss.; y Castro et alii 1996: 22 y ss.), ha envejecido estas dataciones, llevando las fechas de esta primera fase hasta 1.700-1.550 a.C. cal., fechas que revisadas por Abarquero serían de 1750 a 1500/1450 cal A.C. (íd. 2005: 65).
3.2.- Características del poblamiento Dispersión En el área de prospección se han documentado 17 yacimientos y dos hallazgos aislados pertenecientes a Cogotas I. Según el estudio del material, 12 de ellos, el 59%, presentan cerámicas con decoración incisa, en especial con motivos decorativos de espiguillas o afines, así como formas de la primera fase de Cogotas I (El Prado –nº 1-, La Cibaza –nº 3-, El Cerro del Castillo o La Martina –nº 5-, Villacortilla I –nº19-, Valdelagorda –nº
Durante esta fase, parece ser que Cogotas I se extendería por la zona oriental de la cuenca del Duero y sus relieves marginales, llegando incluso a penetrar en el valle 3 Se trata de un yacimiento dudoso por la existencia de materiales de la fase Cogotas I y protoceltibérica.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos
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Provincia de Soria
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Provincia de Guadalajara
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Cogotas I
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Provincia de Segovia
21
Yacimiento
Zona de prospección
H. Aislado
Figura 20; Distribución de los yacimientos de Cogotas I: El Prado (1), La Cibaza (3), Aldealengua A‐4 (4), El Cerro del Castillo (5), Peña del Gato (6), Las Huertas (7), VillacortiIla II (19), Valdelagorda (21) El Calvario (26), Las Viñas (27), La Zarzona II (28), Cantos Labrados (32), MaderueloA‐2 (35), Vega del Salcedo (37), San Cristóbal II (39), La Hocecilla (46), El Mirabueno (51), Valdeladehesa (57) y Huerta de la Cueva (58).
del Tajo. Es en esta fase donde se aprecia mejor la influencia de elementos de tradiciones anteriores, es decir, una cierta diversidad heredada de los substratos de cada zona (Fernández-Posse 1986-87: 232), como se constata en Los Tolmos de Caracena (Jimeno y Fernández Moreno 1991: 124), o El Balconcillo del Río Lobos (Rosa 1991: 7880; íd. 1995: 200), ambos en Soria; o en Arevalillo de Cega, Segovia (Fernández-Posse 1979: 81-83; íd. 1981: 72-73). Será igualmente durante esta época cuando se van a fijar las características de su cerámica, a base de decoración incisa sobre cuencos y las fuentes o cazuelas con carena alta (Fernández-Posse 1982: 156-158; íd. 1986: 481; íd. 1986-87: 231-232). Esta región se considera como el área nuclear de Cogotas I, es decir, aquella donde sus manifestaciones
culturales, dentro de su heterogeneidad regional, se muestra en estado puro, es decir, con las características habituales que definen al grupo, con la mayoría de los hallazgos y que abarcan todas las fases de desarrollo de Cogotas I, frente al área de expansión (Abarquero 2005: 68). Sin embargo, otros autores prefieren incluirla en un Bronce Medio diferente de la fase de plenitud, y al que igualmente prefieren denominar Precogotas o Protocogotas I o Cogeces (Delibes y Fernández Manzano 1981: 51-68; Jimeno 1984b: 38-39 y 41; Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 91-95; Delibes et alii 1995a: 51), aunque sin llegar a cuestionar la continuidad entre ambas fases (Delibes y Fernández Miranda 1986-87: 26). En todo caso, supone
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3.- Cogotas I concentrándose en el tramo final del río Aguisejo y su continuación en esta parte por el río Riaza (términos de Aldealengua, Languilla, Mazagatos y Ayllón; fig. 2 y 20), conjunto que se va difuminando según nos alejamos Riaza abajo (hacia el noroeste) con el dudoso yacimiento Cantos Labrados (nº 32) y también el hallazgo aislado Maderuelo A2 (nº 35); o Aguisejo arriba (hacia el sudeste), con los dos yacimientos de Estebanvela y los dos más alejados de Santibáñez de Ayllón, aunque en este último caso, posiblemente nos encontremos ante un ejemplo muy temprano de Cogotas I, en un contexto diferente al del resto de los yacimientos (cueva posiblemente sepulcral asociada a un yacimiento en alto – lám. 3 y 4-). También en la laguna de La Nava, Palencia, uno de los pocos lugares prospectados sistemáticamente, se aprecia una distribución irregular, con dos núcleos principales que agrupan la mayor parte de los poblados, que a su vez tienden a concentrarse junto a los puntos de agua (Rojo Guerra 1987: 410-411, fig. 3,3).
diferenciar una fase de gestación del resto de etapas, que no parece acertada para otros autores (Fernández-Posse 1998: 95-96).
Es interesante la comparación que realizan Rodríguez Marcos y Abarquero entre las cerámicas de tres yacimientos vallisoletanos; a saber, Cogeces del Monte (Delibes y Fernández Manzano 1981), el Cementerio-El Prado de Quintanilla de Onésimo (Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: nota 12), un yacimiento denominado por ellos como Protocogotas avanzado, de finales XIV hasta finales del XIII a.C., en relación con las fechas de C-14 sin calibrar de El Teso del Cuerno de Forfoleda, Salamanca, y Fuente de Boecillo, Valladolid (Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 54) y San Román de Hornija (Delibes et alii 1990: 77); la conclusión a la que llegan es la constatación de un paulatino descenso de los motivos en espiga, hasta casi desaparecer en San Román, frente a incremento contante de las retículas y las series de trazos, apenas presentes en Cogeces (Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 52-54). A continuación se sucederían la segunda fase, o de plenitud a partir de finales del siglo XIV y sobre todo durante los siglos XIII-X a.C., o los siglos XVI-XIV cal. A.C., que para otros comprendería el periodo de 1500/1450 a 1150/1100 cal A.C., momento de máxima expansión de esta cultura o más bien de su cerámica y de una mayor homogeneidad frente a la etapa anterior, con ejemplos de cerámica de Cogotas I en el valle del Ebro, Levante y Andalucía, en donde el boquique va a ser la técnica decorativa predominante (Fernández-Posse 1982: 158-159; íd. 1986: 481-484; Delibes y Fernández Miranda 1986-87: 26; Ruiz Zapatero 1995: 26-28; Castro et alii 1995: 89; Abarquero 2005: 65).
Densidad de yacimientos La proporción de yacimientos en toda el área prospectada, que, como recordamos, comprende 416,31 km², es de tan solo 0,04 yacimientos por km², lo que supone una densidad muy baja. Sin embargo, este dato está enmascarando una realidad muy diversa. Así, en el tramo comprendido por los términos de Aldealengua, Languilla, Mazagatos y Ayllón (fig. 2 y 20), sin sus anexos, con 76,9 km², y que se corresponde como el conjunto más densamente poblado durante el Bronce Medio, la concentración de asentamientos de Cogotas I, con nueve en total (53%), es superior a la media general, con 0,11 yacimientos por km² (fig. 20, 21 y 86). Si en este conjunto de yacimientos incluimos el término de Estebanvela, a unos 6.300 m, la superficie total ascendería en este caso a 99,16 km² y el número de yacimientos lo haría a 11, es decir, un 65 % del total; a pesar de ello, la proporción se mantendría igual, en 0,11 yacimientos por km². Habría que incluir también el núcleo de Santibáñez de Ayllón, a 6.100 m de Valdelagorda (nº 21), para que la proporción bajase una centésima, esto es, a 0,10, al aumentar la superficie hasta los 118,6 km² y el número de yacimientos hasta 13 o lo que es lo mismo, hasta el 76% de toda la muestra.
En la tercera fase, a partir del X o principios del IX a.C., y desde 1.350 a 1.000 o incluso 900 cal A.C. (Castro et alii 1995: 95-96; Delibes et alii 1999: 195, fig. 1), se apreciaría una evolución independiente en los estilos cerámicos, mientras que en cuanto a la decoración, es el momento de mayor barroquismo, con la combinación de varias técnicas, predominando las zonas punteadas y la excisión (Fernández-Posse 1982: 159; íd. 1986-87: 235). Este final parece que ya no presenta los hiatos que anteriormente se destacaban con los grupos que van a sustituirlos. Este es el caso para El Soto, pero que también se extiende a otras regiones como el Alto Tajo en donde Pico Buitre podría haber convivido con Cogotas I en sus momentos finales, aunque otros autores postulan fechas mucho más tempranas. Igualmente apreciamos esta fragmentación de Cogotas I en la ubicación de los yacimientos y en las actividades económicas, por ejemplo, de la zona sudoeste de la Meseta, en donde ya se advierten unas peculiaridades culturales que se podrían relacionar con la aparición de un substrato de los pueblos históricos (Álvarez-Sanchís 1999: 59). Es en este momento cuando la cerámica de Cogotas I deja de estar presente de forma amplia en las regiones periféricas del área nuclear (Abarqueo 2005: 67).
Esta densidad de 0,10 ó 0,11 yacimientos por kilómetro cuadrado es muy similar a la que encontramos en los otros dos núcleos de Cogotas I que se aprecian en la mitad oriental de la provincia de Segovia4; a saber: el núcleo de Sepúlveda y el de Arevalillo de Cega5. En el primer caso, se han documentado 23 yacimientos del Bronce Medio-Bronce Final, dos del Bronce Medio y tres del Bronce Final, lo que da una proporción de 0,10 4 Los datos aquí expuestos pertenecen al Inventario Arqueológico Provincial de Segovia; no han sido contrastados con la revisión del material recogido y ofrecen dudas respecto a la utilización de los términos Bronce Medio-Final y Bronce Final a los que se han adscrito. 5 Hemos elegido estos nombres por tratarse de los dos municipios con mayor número de yacimientos de su núcleo y porque se tratan de localidades suficientemente conocidas.
En general se aprecia que la dispersión de estos yacimientos no es regular por todo el territorio (fig. 20),
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) yacimientos/ km² (si solo contabilizamos los términos de Sepúlveda, Sebúlcor y Carrascal del Río, con mayor proporción de yacimientos, la densidad subiría hasta 0,13 yacimientos/ km²); en segundo lugar, en el núcleo de Arevalillo de Cega se han documentado tres yacimientos del Bronce Medio, tres del Bronce Medio y Final y 17 del Bronce Final, lo que daría una densidad global de 0,09 yacimientos/ km², algo menor que el núcleo de Sepúlveda y el del Aguisejo-Riaza (fig. 22).
dentro de Cogotas I, en las que se registran ya algunas decoraciones de boquique y de excisas (Fernández-Posse 1979: 83; íd. 1981: 156). Igualmente la recalibración que propone Abarquero podría indirectamente confirmar esta hipótesis; así para él habría una anomalía al coincidir la primera y la segunda fase en los siglos XVI-XIV cal A.C., lo que él atribuye a un cierto grado de error tanto en la identificación tipológica como en la aplicación de la cronología absoluta, así como en la posibilidad de que hubiera diferencias regionales que haría que la frontera entre Protocogotas I y la fase Plena fuese más difusa (Abarquero 2005: 65); creemos que en estas anomalía se está reflejando la existencia de yacimientos de la primera fase que por sus decoraciones se están atribuyendo a la segunda.
Creemos que, aunque pueda haber lagunas en la información arqueológica, debido fundamentalmente a deficiencias en los trabajos de prospección, parece que existirían una serie de grupos más densamente poblados respecto a otras zonas escasamente habitadas en, al menos, esta parte del reborde montañoso de la cuenca del Duero6. Por todo ello, hemos preferido hacer las comparaciones de densidades entre estos grandes grupos de población. Si tomamos, por el contrario, la superficie total del la mitad oriental de la provincia de Segovia, que comprende unos 3.051 km² y que aparece reflejada en la figura 22, la densidad resultante de todos los yacimientos de Cogotas I, sin atender a sus fases, por lo que a continuación se verá, sería de 0,026 yacimientos por km², donde la media global está enmascarando las agrupaciones reales que existieron durante la Edad del Bronce (fig. 21).
Si esta hipótesis de la antigüedad de las citadas decoraciones fuera cierta, los núcleos de Sepúlveda y de Arevalillo, entonces coetáneos, convivirían con el de la zona central de los ríos Aguisejo-Riaza, conectándose entre sí por determinados corredores, como más adelante se tratará. Estos núcleos entrarían en declive al final de la primera fase de Cogotas I, dentro de un contexto de despoblación del reborde oriental de la Meseta Norte, y cuya explicación, hoy por hoy, ofrece muchas dudas. Por el contrario, si la hipótesis de la antigüedad del boquique y la excisión no fuera cierta, tal y como defienden Delibes y otros, por ejemplo, nos encontraríamos con dos núcleos antiguos, Sepúlveda y Aguisejo-Riaza, que apenas perviven en la fase de plenitud de Cogotas I, y un nuevo núcleo, el de Arevalillo, mucho más moderno, y que podría suponer un cambio de población desde el de Sepúlveda. El punto débil de esta hipótesis es que, como hemos dicho, cuando se ha excavado un yacimiento de este núcleo, en concreto la Cueva de Arevalillo, el contexto es mucho más temprano que el del considerado como de Bronce Final.
Si los yacimiento adscritos al Bronce Medio no ofrecen dudas en cuanto a su pertenencia a la primera fase de Cogotas I, los catalogados como del Bronce Final sí que las ofrecen, ya que no sabemos si se refieren a materiales propios de la fase de plenitud y final de Cogotas I, o a materiales de la primera fase, pero con algunas producciones decoradas con boquique y excisión, que, como más adelante comentaremos, para algunos autores podrían pertenecer a las fases más avanzadas de Cogotas I (Delibes y Fernández Manzano 1981: 51-71 y 85; Delibes et alii 1990: 85; Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 51-54 y nota 13), mientras que para otros, al menos en el reborde montañoso de la Cuenca del Duero, en el que se incluiría la mayor parte de la provincia de Segovia, podrían corresponder también a la primera fase de Cogotas I (Fernández-Posse 1979: 83; íd. 1981: 156; Jimeno 1984: 38; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 119-120).
En cuanto a la explicación de la dispersión de la población en grandes núcleos, esta se podría relacionar con el modelo de intensificación de la ganadería de Harrison. En este modelo el crecimiento demográfico se resuelve dividiéndose las poblaciones y creando nuevos asentamientos alejados del poblado original (íd. 1993: 298). Quizá este mecanismo de crecimiento de la población podría explicar el poblamiento que hemos detectado no solo en la zona de estudio, sino también en la mitad oriental de la provincia de Segovia, posiblemente en el sudoeste de la de Soria y quizá en el centro de la cuenca del Duero.
En este trabajo nos decantamos por la segunda hipótesis y creemos que los datos aportados por el Inventario Provincial se refieren a esta primera fase, ya que de los seis yacimientos de Arevalillo de Cega, dos aparecen como del Bronce Medio-Bronce Final y cuatro casos como del Bronce Final. Sin embargo, las excavaciones de la Cueva de Arevalillo depararon un contexto muy temprano
Pero volviendo al caso segoviano, en su parte oriental, que es el que mejor conocemos, los poblados de Cogotas I parecen distribuirse en tres grandes grupos, con espacios prácticamente vacíos entre sí (fig. 22). Si tenemos en cuenta la hipótesis anteriormente comentada, la explicación de estas zonas más densamente pobladas frente a los vacíos demográficos, podría hacer referencia al modelo de crecimiento de población, posiblemente a partir de las poblaciones calcolíticas, al menos constatadas en el nordeste de la provincia de Segovia y
6 En un estudio posterior sobre el poblamiento durante el Bronce Final y la Edad del Hierro en la provincia de Segovia de J.I. Gallego Revilla, realizado a partir de la consulta del Inventario Arqueológico Provincial, se destaca también la existencia de concentraciones de población, como las que nosotros hemos definido; allí se apunta que su origen estaría en relación con los patrones de movilidad de un conjunto de poblaciones en un entorno especialmente amplio (Gallego Revilla [2000]: 219).
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3.- Cogotas I
Cogotas I: Densidades de algunas zonas cercanas 0.12 0.1 0.08 0.06 0.04 0.02
Tajo Sup.
Manzanares
Alto Arlanza
Zamora
Valdera.-P.
Duero-P.
Valladolid 3
Valladolid 1
Valladolid 2
Segovia
La Nava
Arevalillo
Sepúlveda
Sup. 2
Sup. 1
0
Figura 21; Densidades de algunas zonas durante la etapa de Cogotas I; Sup. 1 se refiere a la densidad de la zona de prospección; Sup 2, a la densidad de la zona de prospección en la zona central del río Aguisejo y Riaza; Sepúlveda y Arevalillo, a estos núcleos según el Inventario Arqueológico Provincial, al igual que Segovia, presenta la media general de la parte oriental de esta provincia; La Nava, hace referencia a esta comarca palentina, según Rojo 1987; Valladolid 1, 2 y 3, a las fases de Cogotas I en esta provincia según Quintana y Cruz 1996; Duero‐P. comprende la zona entre el Duero y Pisuerga según Abarquero 2005: 69; Valdera‐P, zona de Valderaduey‐Pisuerga; Zamora, su parte centro‐oriental; Alto Arlanza; Manzanares, a la zona de este río junto a la del Jarama, Henares y Tajo Medio, todas ellas según Abarquero; por último, Tajo Sup., recoge los datos de Barroso 2002 de esta región que comprende las provincias de Madrid y Guadalajara, sin la comarca tributaria del río Ebro.
con las que parece que hay una continuidad clara en esta zona, mediante segmentación de las poblaciones existentes y asentamiento de los nuevos grupos en las áreas circundantes y, por tanto, conocidas por los miembros de estas comunidades.
una realidad posiblemente menos uniforme, con zonas que posiblemente estuvieron más pobladas frente a otras deshabitadas, como se desprende del análisis de la distribución de yacimientos de la mitad oriental de la provincia de Segovia y que se ha constatado en otras regiones. Así en la revisión que propone Abarquero ofrece unas densidades de 0,021 en la confluencia del Duero-Pisuerga, similar a la de la mitad oriental de la provincia de Segovia, un 0,014 de Valderaduey-Pisuerga, un 0,011 en la zona centro-oriental de Zamora, y un 0,009 en el Alto Arlanza; estas densidades se refieren a todos los yacimientos de Cogotas I (Abarquero 2005: 69).
Si volvemos a los datos de densidades de yacimientos, que como vemos parecen muy homogéneos en la mitad oriental de la provincia de Segovia, y los comparamos con el área de prospección con otras regiones, encontraremos densidades equiparables en el caso de la comarca de La Nava y otras muy alejadas en el caso de la provincia de Valladolid, al menos con los datos hasta ahora manejados, cuando se suele suponer una mayor densidad de yacimientos para esta región (Jimeno y Fernández Moreno 1991: 124). Por ejemplo, en la provincia de Valladolid7 habría una densidad de 0,0062 yacimientos por kilómetro cuadrado para la primera fase de Cogotas I; proporción que asciende a 0,014 para la etapa de plenitud y que desciende bruscamente hasta el 0,002 para la etapa final; estos datos están enmascarando
La otra comarca bien conocida es la de la laguna de La Nava, en Palencia, con una densidad para Cogotas I, sin especificar la fase a la que se corresponde, de 0,045 yacimientos por km² (Rojo Guerra 1987: 411)8, lo que supone la existencia de una yacimiento cada 22,222 km², muy próxima a la de nuestra área de prospección, de un yacimiento cada 25 km². Esta similitud podría verse alterada si supiéramos a qué fase concreta dentro de Cogotas I se corresponden los yacimientos de La Nava,
7 En este trabajo no se da información sobre la densidad por km², por lo que la hemos hallado a partir de los datos expuestos: se afirma que se ha prospectado el 64% de la provincia de Valladolid, que tiene una superficie de 8.202 km² en total, y que se han encontrado 33 yacimientos de la primera fase de Cogotas I (Quintana y Cruz 1996: 10 y 16).
8
En este caso tampoco se daban datos sobre la densidad de yacimientos, por lo que hemos tenido que hallar la superficie a partir del plano de la figura 1; el dato así obtenido, 621 km², puede no ser del todo exacto, pero ello no implica un cambio de la cifra de densidad de yacimientos por km² que hemos hallado (Rojo Guerra 1987: fig. 1).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
174 108 13 37 89
14
99229
130 121
115
215
132 39 5 202 9 143bis 161 109 91 55 52 168 144 47 Núcleo del 51 183 71 Aguisejo-Riaza 80 87 61 15429 83 143 56 44 48 24 97 196 79 218 210 92bis 140 171 170bis 16bis 32 Núcleo de 25 Sepúlveda 88 C.M.S.R. 195 170bis 46 193 170 198 40 6 60 21 172 70 53 54 184 36 13 49 186 6 222 163 165 125 221 224 191 136 21 220 150 208 45 213 19 162 205 156 34 62 20 Cogotas I 188 123 Bronce Medio 157 93 Bronce Medio-Final 59 139 7
Núcleo de Arevalillo 199
Bronce Final Área de Prospección Área del mapa
206
Figura 22; Distribución de los asentamiento de Cogotas I por términos municipales en la zona oriental de la provincia de Segovia a partir del Inventario Arqueológico Provincial: 5, Alconada de Maderuelo; 8, Aldealengua de Sepúlveda; 16, Aldeonte; 19, Arahuetes; 20, Arcones; 21, Arevalillo de Cega; 24, Ayllón; 29, Bercimuel; 36, Cabezuela; 39, Campo de San Pedro; 44, Carrascal del Río; 45, Casla; 48, Castrojimeno; 51, Castroserracín; 53, Cerezo de Abajo; 54, Cerezo de Arriba; 55, Cilleruelo de San Mamés; 56, Cobos de Fuentidueña; 71, Encinas; 109, Languilla; 115, Maderuelo; 130, Montejo de la Vega; 136, Muñoveros; 142, Navares de Arriba; 157, Pelayos del Arroyo; 163, Puebla de Pedraza; 183, San Miguel de Bernuy; 191, Santo Tomé del Puerto; 193, Sebúlcor; 195, Sepúlveda; 205, Torreiglesias y 222, Veganzones.
por toda la provincia de Valladolid, sino que, como parece constatarse en el nordeste de la provincia de Segovia, en concreto en la margen izquierda de los ríos Aguisejo y, sobre todo, Riaza o la Serrezuela, haya grandes espacios en el centro de la cuenca (los páramos, por ejemplo) sin poblamiento del Bronce Medio.
ya que creemos que seguramente se están incluyendo todos los yacimientos de las tres fases, cuando parece que la fase de plenitud está mucho mejor representada en el centro de la cuenca del Duero que el resto (Quintana y Cruz 1996: 16). A ello hay que unir el que el 0,04 yacimientos por km² de nuestra área de prospección está englobando la despoblada margen izquierda y la zona de la Serrezuela, ya que la zona más densamente poblada, el tramo central de los ríos Aguisejo-Riaza, presenta una densidad de 0,11 yacimientos por km², es decir, un yacimiento cada 9 km², por lo tanto, una densidad mucho más elevada que la de la comarca de La Nava.
Un último elemento de comparación es el de los datos del área nuclear en la submeseta sur; así, en las cuencas del Manzanares, Jarama, Henares y Tajo Medio la densidad es de 0,021 (Abarquero 2005: 65), mientras para las provincias de Madrid y Guadalajara en la fase final de Cogotas I la densidad aproximada es de 0,001 yacimientos por km², lo cual se aleja de las cifras aquí aportadas (Barroso 2002: 85, fig. 15)9.
Por todo ello, creemos que los datos de densidad de Palencia y Valladolid están muy alejados de los nuestros, como se comprueba en la figura 21, probablemente porque nuestra área de prospección parece ser una zona densamente poblada y, seguramente, porque el poblamiento de Cogotas I no se reparta uniformemente
9 Los datos de la provincia de Guadalajara solo se refieren a la superficie de la cuenca del Tajo, la mayoritaria; nosotros hemos utilizado la extensión total, de 12.214 km², al no haber podido deslindar la parte correspondiente a la cuenca del Ebro, que en todo caso es un
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3.- Cogotas I
En todo caso, estos datos, por muy problemáticos que parezcan, podrían hacer cambiar la imagen de un centro de la cuenca del Duero más poblado que los rebordes de la misma. Ésta es la visión incluso en un trabajo tan reciente como en el de Abarquero, donde se afirma que en un hipotético diámetro de unos 75 km desde la confluencia de los ríos Duero y Pisuerga se encontrarían el 67% de los yacimientos del área nuclear (273 yacimientos en la Meseta Norte y 46 en el norte de la Meseta Sur) y si se amplia el radio a los 100 km se englobaría el 85% de los asentamientos; sin embargo para el caso de la provincia de Segovia solo se registran 14 yacimientos lo que supone el 5,1% de la Cuenca del Duero siendo los de Soria el 4% (Abarquero 2005: 69 y 93.94).
Quizá esta hipótesis de la influencia del reborde montañoso sobre el centro de la cuenca del Duero, sería más creíble si el lugar de origen de estas tradiciones, es decir, este reborde montañoso, estuviera más densamente poblado y, por tanto, pudiera ejercer un impacto mayor; algo que resultaba más difícil de creer que hubiera podido ocurrir a partir de los aislados yacimientos de la zona serrana conocidos hasta el momento por la investigación, de ahí que a veces se pusiera en duda la cronología antigua de estas decoraciones (Delibes et alii 1990: 85; Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 51-54)10. Si seguimos con la dispersión de los yacimientos en nuestra área de prospección, el tramo final del río Riaza, desde Aldealengua en adelante (río abajo), y la zona de la Serrezuela presentan escaso o nulo poblamiento, cuando en la etapa anterior, el Calcolítico, esta última zona tenía una densidad de poblados mayor que la de la zona central del Aguisejo-Riaza (fig. 20). Así, en la zona de Maderuelo, la construcción del embalse de Linares podría haber condicionado la muestra recogida durante la campaña de prospección. Sin embargo, el que solo se hayan registrado un yacimiento (a 3.750 m del poblado más cercano del núcleo de Aldealengua) y un hallazgo aislado en este término municipal, por otra parte ambos muy dudosos, en el interior de la paramera, mientras que en la parte no anegada por el embalse, ni en el borde de páramo, se ha podido documentar yacimiento alguno, nos induce a pensar que, aunque es posible que hubiera algún yacimiento no detectado por el agua o el barro, esta circunstancia no debe de ser normal; por todo ello, creemos que la anterior afirmación de que la mayor concentración de yacimientos de Cogotas I termina por el nordeste en el término de Aldealengua, al sudeste del de Maderuelo, es correcta.
Por el contrario el exhaustivo trabajo de prospección en la comarca nororiental de la provincia de Segovia demuestra, al menos en nuestro caso, la existencia de un poblamiento denso en este reborde no constatado hasta ahora por la falta de investigaciones. Además, esta conclusión estaría en contradicción con la visión de una progresiva disminución de los yacimientos desde el Calcolítico, sobre todo en el reborde oriental (Jimeno 2001: 160). Por todo ello, y sin que podamos ofrecer datos cuantificados, esta mayor concentración de población podría relacionarse con lo que ocurre en el reborde sudoccidental de la Meseta, con densidades comparables a las del resto de la cuenca del Duero (Álvarez-Sanchís 1999: fig. 9). Una de las teorías que más predicamento tiene entre los investigadores del Bronce Medio es la que defiende el argumento de que para la formación de Cogotas I intervendrían diferentes grupos con distintas tradiciones que irían convergiendo hasta formar esta cultura (Fernández-Posse 1982: 148-149; íd. 1986: 477; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 122-123; Delibes y Romero 1992: 234; Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 52-54). Este argumento se basa, entre otras razones, en el estudio de la cerámica, donde se aprecian tradiciones diferentes, como ocurre con la decoración de boquique y la excisión que parecen característicos de los momentos tempranos de Cogotas I en la zona del Sistema Central, y que posteriormente influirían en los asentamientos del centro de la cuenca del Duero, con otra tradición cerámica distinta.
Aparte de la zona de Maderuelo, en toda esta área noroeste solo se registran dos yacimientos en la zona de Montejo de la Vega, ambos con decoraciones incisas y formas de la primera fase de Cogotas I, separados entre sí por 11 km y con una distancia con respecto al núcleo más cercano de Maderuelo de unos 12 km, que pasan a 15 km si lo medimos mejor con respecto al seguro núcleo de yacimientos de Aldealengua de Sta. María. Esta escasa presencia, que da lugar a una densidad de 0,06 yacimientos por km² en esta zona, quizá pudiera explicarse debido a la menor extensión de terreno cultivable en el término de Montejo de la Vega que en la zona central del Aguisejo-Riaza, como más adelante se comprobará al analizar los mapas de captación de recursos, lo que implicaría el aumento de las distancias entre yacimientos11.
Igualmente, en estudios posteriores se está destacando una serie de particularismos como los que se aprecian en el reborde oriental de la Meseta y que también se documentan en nuestra zona de trabajo; así, la presencia de zigzag esgrafiados de trazos continuos, los propios zigzag en mayor porcentaje que las espigas, los ángulos rellenos de paralelas, las series enlazadas de forma irregular, la abundancia de cordones con digitaciones...todos ellos evidenciarían unos particularismos que posiblemente hagan referencia al substrato anterior (Abarquero 2005: 31 y 94).
10 En relación con esta visión un tanto periférica de este reborde montañoso, estamos de acuerdo con el comentario de Burillo sobre la división un tanto artificial en dos vertientes del Sistema Ibérico, haciendo depender el lado oriental del occidental, cuando a lo mejor formarían un único conjunto; en todo caso, ambas regiones están un poco olvidadas por los grandes centros de investigación, debido a su alejamiento de los mismos (Burillo 1995a: 518-519). 11 La parte oriental del término de Montejo era Reserva de Aves Rapaces desde 1975 (hoy Parque Natural de las Hoces del Riaza, con 6.470 ha.), por lo que durante el proceso de prospección no se pudo
porcentaje muy pequeño, por eso decimos que se trata de una cifra aproximada.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) año. En esta zona, ya serrana, solo se documentan dos yacimientos, probablemente asociados como poblado y cueva (quizá también con función de necrópolis), en este caso en un contexto muy temprano dentro de Cogotas I. De nuevo aquí la menor densidad de yacimientos coincide, como en el caso de Montejo de la Vega, con extensiones de terrenos aptos para la agricultura inferiores a la media del resto de yacimientos de toda la zona de prospección.
Relación con las comarcas vecinas Siguiendo con la zona de Montejo de la Vega, la dispersión que hemos comentado también nos indicaría una menor conexión con el valle medio del Duero12, más que una falta de la misma a través del río Riaza; así, el yacimiento más cercano de cronología temprana dentro de Cogotas I ya en la cuenca del Duero Medio, que nosotros conozcamos, en este caso, en el tramo final del río Riaza, sería el de Las Empedradas, Fuentecén, Burgos (Palomino Lázaro y Rodríguez Marcos 1994: 59), a unos 20 km de distancia del núcleo más oriental de Montejo de la Vega (El Mirabueno –nº 51-); se trata de un yacimiento que presenta paralelos en cuanto a su ubicación y restos de cultura material. Si comparamos esta dispersión con el mapa de yacimientos de la provincia de Segovia, comprobaremos que los diferentes núcleos de poblamiento (Sepúlveda, Arevalillo y Aguisejo-Riaza) aparecen conectados por una serie de yacimientos que se ordenan en ejes de comunicación que transcurren entre terrenos prácticamente despoblados. En este sentido, los yacimientos de Montejo podrían constatar uno de estos ejes, en este caso entre el núcleo del nordeste de Segovia y los yacimientos del Duero Medio de la provincia de Burgos.
Por otro lado, en las comarcas del Alto TajoAlto Jalón y, más concretamente, el Alto Henares y Alto Jarama el panorama que se descubre es el de la escasa implantación de Cogotas I (García Huerta 1990: 934; Barroso 1993: 34-35; Balbín y Valiente 1995: 19, fig. 5 y 11; Arenas 1999a: 168 y 170; íd. 1999b: 196), sobre todo en sus momentos más avanzados, donde las evidencias arqueológicas son muy pobres; así en un reciente trabajo, se señala la existencia de 23 yacimientos en las provincias de Madrid y Guadalajara (ésta sin los de la cuenca del Ebro), de los que solo cinco corresponden a esta última provincia, todos ellos concentrados en el Alto Henares (Barroso 2002: 71-78, 86-87, fig. 15). Una situación similar se repite al otro lado de la sierra en la provincia de Soria, como luego comentaremos. Respecto a la relación con otras comarcas de la provincia de Segovia (fig. 20), comprobamos un despoblamiento en la orilla izquierda del río Aguisejo, con tan solo un yacimiento (Villacortilla I –nº 19-), y ninguno en ambas orillas del río Riaza antes de enlazar con el río Aguisejo, para a continuación seguir sin poblamiento en la orilla izquierda a lo largo de todo su recorrido por la provincia de Segovia. Esta circunstancia nos induce a pensar que podría haber una cierta desconexión de nuestra área de prospección con el resto de la provincia. Quizá esto sea cierto en la zona de la Serrezuela, así como en la llanura sedimentaria al oeste y sur del Riaza, aunque no creemos que esta desconexión sea real en el piedemonte de la sierra, ya que parece evidente una relación de Huerta de la Cueva (nº 58) con, por ejemplo en Segovia, la cueva de la Vaquera (Zamora 1976) o, sobre todo, la cueva de Arevalillo de Cega, en donde se aprecian ciertas pervivencias de decoraciones campaniformes (Fernández-Posse 1979: 81-85; íd. 1981: 72-73), así como en Soria, con Los Tolmos de Caracena (Jimeno y Fernández Moreno 1991: 124) o El Balconcillo del Río Lobos (Rosa 1991: 78-80; íd. 1995: 200), donde existen las mismas perduraciones, lo que implicaría un ambiente común en todas estas regiones, como ya han señalado anteriormente otros autores (Jimeno y Fernández Moreno 1991: 122-123). En relación con esta uniformidad, habría que señalar la existencia de una serie de representaciones artísticas en toda esta región, en especial en lo referente a grabados rupestres, que en algunos casos sí que parece que podrían alcanzar el Bronce Medio (Gómez-Barrera 1992: 54; Lucas y Castelo 1992: 287-288)13.
En todo caso, aunque la distancia de los asentamientos de Montejo de la Vega es muy grande con respecto al conjunto de Aldealengua, Languilla y Ayllón, las características de su ubicación, así como el que no se documenten yacimientos de época más avanzada o de plenitud dentro de Cogotas I, lo cual sí se da en el centro del valle del Duero, nos están indicando una mayor relación con el conjunto de yacimientos de AldealenguaLanguilla-Mazagatos-Ayllón, que con los del centro de la Cuenca del Duero. En este sentido, en el centro de la Cuenca del Duero sí se registran las siguientes fases de Cogotas I, documentándose un aumento en el número de poblados en las mismas; así, en la denominada fase de plenitud de Cogotas I, existe un porcentaje de yacimientos superior al de la primera etapa; en concreto, un 85% frente a un 38 %, respectivamente (Quintana y Cruz 1996: 16). Con la que no parece haber una clara conexión es con la Meseta Sur, a pesar de que no existen impedimentos físicos, puesto que los pasos que se localizan en la zona de Grado del Pico (Collado de las Cabras y el collado de El Tornillarón, por donde discurre la actual carretera C-114, Ayllón-Alcolea del Pinar), no ofrecen ninguna dificultad de transito la mayor parte del realizar el trabajo libremente, viéndonos limitados por las directrices del conservador, lo que implicó que algunas zonas no se pudiesen registrar debidamente. 12 En todo caso, los yacimientos del centro de la cuenca del Duero presentan indudables similitudes en cuanto a su ubicación, construcciones, etc. con los del nordeste segoviano, salvo en el caso de la pretendida jerarquización del hábitat, como más adelante se comentará; lo mismo que con los restos de cultura material, en especial las cerámicas ofrecen paralelos muy cercanos, excepto para el caso de las decoraciones de boquique y excisión en los momentos iniciales de Cogotas I.
13 Aunque durante los trabajos de prospección no se hayan documentado restos de pinturas o grabados en abrigos, existen referencias sin
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3.- Cogotas I
Si observamos la dispersión de yacimientos de la mitad oriental de la provincia de Segovia, comprobaremos, aparte de la existencia de tres núcleos más densamente poblados, el de Sepúlveda, el de Arevalillo y el del área de prospección, que aparecen una serie de yacimientos dispersos entre los diferentes núcleos, como los que hemos comentado en Montejo de la Vega, que supondría la existencia de contactos entre estos núcleos. Uno de estos ejes conectaría el núcleo de Sepúlveda con el del Aguisejo-Riaza, rodeando el macizo de la Serrezuela, a través de los yacimientos de Navares de Enmedio, Las Huertas (nº 17) (que de esta forma no se encontraría descontextualizado), Bercimuel, Cilleruelo de San Mamés o Valdevarnés (en Campo de San Pedro), éste a solo unos 7 km del núcleo de Aldelengua de Santa María. Este posible camino natural a través del río Riaguas será utilizado en época romana para conectar la ciudad de Duratón con las ciudades del oeste de la provincia de Soria.
43; Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 93, 95-96 y fig. 9; íd. 1992b: 244; Romero y Jimeno 1993: 184 y 200; Romero y Misiego 1995a: 60-6114). Esta despoblación no se ha explicado con claridad y para algunos investigadores debió producirse posiblemente por causas climáticas, ocurridas al final del subboreal, o a fenómenos relacionados con ellas y las posibles alteraciones sedimentarias, así como por los cambios económicos que harían más hincapié en la agricultura y que provocaría que las poblaciones de Cogotas I avanzado buscasen otros territorios mejor preparados para dicha actividad que las frías tierras sorianas (Jimeno 1984a: 42; Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 96). Sin embargo, para otros autores se trataría de un fenómeno que habría que generalizar para las comarcas del Ebro y Alto Duero a partir del siglo XIII (1.500 cal. A.C.); esta época estaría caracterizada por una crisis demográfica en la región producida por una mayor intensificación de la producción y la existencia de una competencia por la tierra, en la que también podrían haber influido factores climáticos, y que daría como resultado que desapareciese la incipiente estructura jerárquica de los poblados que se había gestado desde el Bronce Antiguo, en relación con el modelo de poblamiento circunmediterráneo diferente del de la Meseta (Burillo 1995: 518-519; Burillo y Picazo 1997: 47 y 50-51; Burillo y Ortega 1999: 128-129).
El núcleo de Arevalillo de Cega, conectaría perfectamente con el de Sepúlveda por la cercanía entre ambos grupos de yacimientos; no así con el núcleo del nordeste de Segovia, donde se puede vislumbrar un posible eje de comunicaciones, en el que, desgraciadamente aparecen demasiados huecos para afirmar su existencia. Aún así, como más adelante se verá al tratar el asunto de las vías de comunicación, creemos que existiría este eje hoy por hoy mal documentado.
En todo caso el poblamiento de esta zona del Alto Duero sería necesario para poder conectar la zona considerada como nuclear de Cogotas I con el Valle del Ebro, donde es frecuente que aparezcan yacimientos con elementos intrusivos de Cogotas I, dentro de un Bronce pleno poco definido, en especial en el Alto Ebro (Ruiz Zapatero 1984: 175; Fernández-Posse 1986: 483; Álvarez Clavijo y Pérez Arrondo 1987: 14-15; Burillo 1992: 206; Ruiz Zapatero 1995: 27, fig. 4 y 28; Picazo y Rodanés 1997: 175). También se aprecia una diferencia sustancial entre el Alto Ebro, con presencia abundante de Cogotas I y con características similares a la zona del Duero-Tajo, aunque con fechas algo más modernas, a partir de 1.600 cal. A.C., y el Medio y Bajo Ebro, con escasez de restos de este tipo (Castro et alii 1995: 63 y 91-92; Burillo y Picazo 1997: 55; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 169-170).
Por último, para terminar con los posibles contactos entre el área nordeste de Segovia con las regiones limítrofes, creemos que la zona de prospección del valle del Aguisejo-Riaza Medio tendría una mayor vinculación con el sudoeste soriano, no solo por la continuidad en el espacio, sino porque comparte con el sudoeste soriano, además, el problema de la continuidad del poblamiento durante el Bronce Final. Además, existe una contigüidad en una serie de yacimientos cercanos, como Los Tolmos de Caracena a unos 16 km de Valdeladehesa y Huerta de la Cueva (nº 57 y 58); los restos de una cabaña y silos en la necrópolis celtibérica de Carratiermes (Bescós Corral 2001: 260), a algo menos de 10 km también de Santibáñez; el posible yacimiento de Corral de Ayllón (Ortego Frías 1960: 129; Jimeno y Fernández Moreno 1992b: 241, fig. 5) a unos 6 km de El Cerro del Castillo (nº 5) y del núcleo de Santibáñez, a solo 4,5 km de Valdelagorda (nº 21). Por lo demás, estas últimas distancias son similares a las que parece que separan los núcleos del valle del Aguisejo-Riaza, como más adelante comprobaremos.
Ante esta escasa implantación de Cogotas I, se ha venido insistiendo en la posibilidad de una facies local del Bronce Final en toda esta zona, que Ruiz Zapatero identifica con unas cerámicas con decoración epicampaniforme junto a motivos de dientes de lobo, como las procedentes de Covarrubias de Ciria y otros lugares del Valle del Ebro (Ruiz Zapatero 1984: 175-177, fig. 2) y que para Fernández-Posse corresponderían con un Bronce Medio Local, superpuesto al Campaniforme y que enlazaría primero con Cogotas I y luego con las excisas del Valle del Ebro (Fernández-Posse 1982: 76-78; íd. 1986: 483). Para Esparza sería una facies cultural, la denominada por él Cueva Lóbrega/Berbeia, que junto con
Así, en el Alto Duero, región con la que comparte nuestra zona de prospección algunas características en cuanto a ubicación de los yacimientos, Cogotas I encuentra escasa implantación, sobre todo en sus fases más recientes, algo que ya fue constatado por Taracena (íd. 1941: 11-12) y que, en líneas generales, se mantiene hoy a tenor de las prospecciones realizadas en esta región (Jimeno 1984a: 41-
14 En las prospecciones realizadas en esta provincia, no se han registrado yacimientos en el Campo de Gómara y en la Tierra de Almazán; solo cuatro en la zona centro de Soria y uno en la altiplanicie soriana (Borobio 1985: 180; Revilla 1985: 328; Pascual 1991: 259; Morales 1995: 293).
contrastar de su existencia en Mazagatos (Juberías 1952: 180) o en Grado del Pico (íd. 1952: 247).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) 35), que también se puede relacionar con Cantos Labrados (n º32).
la facies Cogeces y Los Tolmos de Caracena formarían un único horizonte Proto-Cogotas I (Esparza 1990a: 119121).
En definitiva, parece que se dan los dos tipos de asentamientos propios de Cogotas I (Delibes et alii 1995a: 53), los que suponen un mayor control del territorio y los que presumiblemente tendrían una mayor actividad agraria por su ubicación junto a los terrenos llanos y más aptos para el cultivo y que han dado lugar a diferentes interpretaciones sobre las relaciones que establecerían entre ellos, como más adelante comprobaremos. Parece que el precedente de este modelo de poblados en alto y en llano ya existe en la etapa campaniforme, donde los poblados en altura parece que son mayoritarios, aunque este dato pueda ser discutible15; lo que si que parece constatarse, al menos en la región madrileña, es una cierta complementariedad entre yacimientos en alto y en llano (Garrido Pena 2000: 199). En un estudio general sobre Cogotas I se destaca que solo el 23% de los yacimientos se localizaron en lugares destacados frente al 70% en llano y solo el 7% en cueva (Abarquero 2005: 40), cifras que se alejan de las que hemos documentado nosotros.
Volviendo a nuestra zona, la mayoría de los yacimientos del área de prospección se encuentran localizados bien en el valle de los ríos Aguisejo y Riaza, o en algún afluente (Villacortilla I –nº 19), bien en el borde de páramo que enmarca esta unidad natural, lo que supone un 88%. Tan solo Cantos Labrados (nº 32) se aleja del valle internándose en la paramera, aunque también en un borde de la misma que da sobre un arroyo, por lo que estrictamente no se trata de un yacimiento sobre el páramo; en todo caso, si la atribución a Cogotas I de este yacimiento fuera cierta, se trataría de un asentamiento fuera de los dos ámbitos anteriormente señalados. Bien es verdad que la paramera no fue objeto de prospección, salvo puntos concretos, pero aun así creemos que no debió ser un lugar favorable para el asentamiento de la población de Cogotas I, algo que ya se ha constatado en otras ocasiones, como por ejemplo en la provincia de Valladolid (Quintana y Cruz 1996: 113). Para terminar este apartado, y ya fuera de contexto del río Riaza, se encontró el último yacimiento atribuible a Cogotas I, en este caso en el término de Encinas, al sur de la Serrezuela, con cerámica de boquique antiguo y formas de la primera fase de Cogotas I. Este yacimiento aparece totalmente desconectado del resto de los núcleos confirmados a lo largo de los ríos Aguisejo y Riaza; se encuentra a 20 km de El Mirabueno (nº 51), a 17 km de Cantos Labrados (nº 32) y a 18 km del núcleo de Aldealengua; pero si comprobamos el mapa de dispersión de los yacimientos de la provincia de Segovia, veremos que supondría un jalón en la posible vía de comunicación entre el núcleo de Sepúlveda y el del nordeste de Segovia, posiblemente a través del río Riaguas.
Todos estos yacimientos, salvo el de Las Huertas (nº 17), alejado de la zona, y Villacortilla I (nº 19), se encuentran en la margen derecha de los ríos Aguisejo y Riaza, aprovechando la existencia de relieves que alejan a los yacimientos, y a la vía natural que les une, de posibles inundaciones o simplemente encharcamientos de los cauces fluviales. Además, esto supone elegir una orientación oeste-sudoeste para los yacimientos que parece ser la más apropiada para climas fríos como el de la Meseta16, y que igualmente se repite en la laguna palentina de La Nava, por lo que este esquema parcialmente alterado en la Edad del Hierro, también en La Nava (Rojo Guerra 1987: 414), se volverá a repetir en los posteriores núcleos medievales. Sin embargo, en la vega del Manzanares, en Madrid, con una apreciable disimetría en sus valles, los yacimientos de Cogotas I prefieren a la margen izquierda, más abrupta y, por tanto, similar a la del Aguisejo-Riaza, la margen derecha, mucho más suave, aunque en este caso se señala la existencia de terrazas (Barroso 2002: 50), lo que no ocurre en la margen izquierda o baja del Aguisejo-Riaza.
Localización de los yacimientos Respecto a la ubicación de los yacimientos en los diferentes tipos de relieve propios del valle del Aguisejo-Riaza Medio, predominan los asentamientos en loma, con siete yacimientos (41%), normalmente sobre terrazas de la orilla derecha de ambos ríos. A estos hay que unir los dos asentamientos en plena vega, aunque uno de ellos corresponda con la cueva de Huerta de la Cueva (nº 58), lo que condiciona su ubicación en la vega del río Aguisejo; también uno de los hallazgos aislados se ubica en vega, aunque podría asociarse al otro asentamiento ribereño por su cercanía, a unos 330 m (El Prado –nº 1- y Aldealengua A4 –nº 4-). Junto a estos 9 yacimientos que se puede considerar que se sitúan en llano (53%), se documentan cuatro en el borde del páramo y cuatro en cerros elevados (en total un 47%), normalmente localizados en lugares privilegiados para el control del territorio, sobre elevaciones que no son siempre las más altas de los terrenos circundantes. A estos yacimientos habría que unir el hallazgo aislado de Maderuelo A2 (nº
En todo caso parece que una de las características de Cogotas I es la concentración de sus asentamientos en los valles fluviales, sobre todo en las regiones alejadas del centro de la cuenca del Duero, salvo en el caso de la provincia de Soria, lo que implicaría que la red fluvial sería el referente geográfico de estas poblaciones (Abarquero 2005: 93). 15
Un 24,5% se asientan en llano, un 36% sobre cerros importantes, un 31% en suaves lomas y terrazas, que se consideran como de amplio control visual, y un 4,5% en cueva (Garrido Pena 2000: 47). 16 Una de las razones que explica la disimetría del valle, con relieve más abruptos en la orilla derecha que en la izquierda, se debe a que ésta normalmente sería más fría que la derecha, lo que daría lugar, durante el Pleistoceno, a fenómenos de solifluxión y gelifluxión que suavizarían los relieves de la parte izquierda (Tejero de la Cuesta 1988: 65).
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3.- Cogotas I
Figura 23; Núcleos de yacimientos de Cogotas I, distancia entre los mismos e intervisibilidad.
m; en relación con éstos, se podrían incluir los asentimientos de Mazagatos.
Núcleos de poblamiento En esta última zona, que consideramos central durante el Bronce Medio, podemos distinguir una serie de núcleos que agruparían a varios yacimientos, atendiendo a la densidad de asentamientos, a las distancias entre ellos y a la intervisibilidad entre los mismos (fig. 23):
Los siguientes núcleos serían el de Estebanvela, a unos 6.300 m, sin conexión visual con Ayllón, y, por último, el de Santibáñez, también a unos 6.100 km de Estebanvela, de nuevo sin conexión visual (lám. 3 y 4). Llama la atención la existencia de una distancia regular entre núcleos, que no se ven entre sí, salvo los de Languilla y Ayllón, con separaciones entre 4.600 y 6.300 m que parecen estar indicando distancias en torno a la hora de marcha desde el punto de salida (fig. 23).
- El primero o de Aldealengua consta de La Cibaza (nº 3), en cerro, desde el que se observa tanto El Prado (nº 1), en vega, como Aldealengua A4 (nº 4), también en vega; estos dos también se encuentran conectados visualmente; este núcleo carece de conexión visual con el poco seguro núcleo de Maderuelo, a 3.750 m, y con el de Languilla, del que le separa una distancia que oscila entre 4.600 y 4.300 m (lám. 1 y 2).
En relación con esta regularidad, habría que señalar la curiosidad de cómo cada núcleo identificado se corresponde, en esta zona de mayor densidad de asentamientos, con términos municipales que están remitiéndonos a una época, la medieval, en que se generalizan al sur del río Duero, en las zonas de campiñas, distancias similares para permitir una adecuada explotación del territorio; de ahí que cada núcleo de Cogotas I se corresponda con un posterior núcleo medieval (Barrios y Martín Expósito 1983; Barrios 198517). Lo que no coincide es con la densidad de población, con 0,075 yacimientos por km² en el arciprestazgo de Maderuelo y 0,057 en el de Montejo, debido a la mayor intensidad y antigüedad de la colonización altomedieval en esta zona (Barrios y Martín Expósito 1983: 132 y 139), superiores al 0,04 de toda el
El siguiente núcleo es el de Languilla, en torno a Las Viñas (nº 27), en el borde de páramo, desde el que se observan tanto El Calvario (nº 26) como La Zarzona II (nº 28), ambos en loma; estos dos asentamientos carecen de conexión visual entre sí; este núcleo se encuentra a unos 4.750 m del núcleo de Ayllón, en este caso conectando visualmente con El Cerro del Castillo (nº 5) y Peña del Gato (nº 6), aunque con una distancia en torno a 5.000 m (lám 5 y 13). - Dos yacimientos en alto componen el núcleo de Ayllón (ambos sobre borde de páramo) conectados visualmente y a una distancia de 750
17 No es el nuestro el primer trabajo donde se señalan ciertas similitudes entre la Edad del Bronce y algunas características del hábitat de época medieval; así, ver Asenjo y Galán 2001.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) los nueve núcleos (fig. 23), es decir, en un 55 % de los núcleos; este esquema no se cumple en el caso del yacimiento aislado de Las Huertas (nº 17), en el dudoso Cantos Labrados (nº 32) y en los dos yacimientos y a su vez núcleos de Montejo de la Vega. De todas formas, como ya se ha señalado anteriormente, esta ubicación en alto y en llano respectivamente de La Hocecilla (nº 46) y El Mirabueno (nº 51), podría estar indicando esa misma correlación de poblados en alto asociados a poblados en llano, que en este caso, no se han detectado durante el proceso de prospección, por los problemas ya comentados en paginas anteriores sobre la prospección en un área natural protegida; si esto fuera cierto, el número de núcleos que podrían cumplir esta correlación subiría de 5 a 7, es decir, al 78 % de los núcleos, o lo que es lo mismo, todos menos los de Encinas y Maderuelo.
área de prospección, pero inferiores al 0,11 de la zona central de Cogotas I. - El caso de Maderuelo merece un comentario aparte, al distanciarse de La Cibaza (nº 3) unos 3.750 m, por lo que en principio no seguiría el patrón de dispersión que se aprecia en el resto de los núcleos. En primer lugar, hay que volver a señalar que se trata de un yacimiento cuya adscripción a Cogotas I es poco segura; en segundo lugar, que esta distancia, algo menor que el resto, se trata de una medida en línea recta con el núcleo más cercano, como se ha hecho en el resto de los yacimientos, pero con la salvedad de que si en los otros núcleos esta distancia en línea recta poco puede diferir de la que seguirían los caminos prehistóricos, ya que estos coincidirían con el camino natural que forma el valle de los ríos Riaza y Aguisejo, en el caso de Cantos Labrados (nº 32) se trata de un yacimiento que se adentra en el páramo, a unos 2.500 m del valle del Riaza y, por tanto, del camino natural que uniría los diferentes asentamientos de Cogotas I. Por todo ello, la distancia real probablemente sería mayor, cerca de 5 km si seguimos los caminos terreros que se adentran en la paramera desde Aldealengua hacia el norte hasta esta zona, y aún mayor si medimos la distancia siguiendo el camino natural del valle del río.
Esta hipótesis de la existencia de una serie de núcleos de poblamiento parece reforzarse si comprobamos la intervisibilidad entre los diferentes núcleos de la zona de estudio y las distancias que los separan. Así, se aprecia la falta de conexión visual entre los diferentes grupos de yacimientos, es decir, entre Encinas, los dos asentamientos y núcleos de Montejo (realmente estos yacimientos de Montejo deben actuar como núcleos independiente, ya que no se divisan entre sí, por su alejamiento y, sobre todo, por el encajonamiento del río Riaza en este tramo), Maderuelo, Aldealengua, Languilla, Mazagatos-Ayllón (estos dos últimos núcleos son los únicos que se divisan entre sí), Estebanvela y Santibáñez de Ayllón; a esta característica hay que unir la existencia de un patrón regular en la separación de los núcleos en la parte central del área de estudio, entre 4,5 y 6 km, que se extiende al menos por la comarca limítrofe de la provincia de Soria (Cuevas de Ayllón) y, en algún caso, con los yacimientos de la margen izquierda que unirían nuestro núcleo con el de Sepúlveda (unos 6-7 km con el yacimiento de Valdevarnés en Campo de San Pedro y unos 5 con el de Alconada de Maderuelo).
- Otro grupo de yacimientos que merecen un comentario aparte, son los del núcleo de Mazagatos, con dos yacimientos en loma (Vega del Salcejo –nº 37- y San Cristóbal II –nº 39-), que se divisan entre sí y desde Las Viñas (nº 27), El Cerro del Castillo (nº 5) y Peña del Gato (nº 6), estos tres últimos en alto, sobre el borde de páramo. Si comprobamos las distancias, los yacimientos de Mazagatos se separan de Las Viñas (nº 27) por una distancia de entre 2.400 y 3.000 m, mientras que de El Cerro del Castillo (nº 5) distan entre 2.300 y 2.800 m y de Peña del Gato (nº 6), entre 1.800 y 2.400 m respectivamente. Esta mayor cercanía con respecto a Ayllón, así como la falta de poblados en llano en este núcleo, mientras que por otro lado, encontramos el núcleo de Languilla con el esquema de poblado en alto y poblados en llano, nos induce a pensar, en principio, que el grupo de Mazagatos podría vincularse más a los poblados en alto de Ayllón que al núcleo de Languilla. Por tanto, solo el caso de los dos yacimientos de Mazagatos, a medio camino entre el núcleo de Languilla y los poblados en alto de Ayllón, rompe el esquema de una distancia entre núcleos próxima a los 5 km.
Otro argumento en la línea mantenida, es la medición de la distancia del vecino más próximo (Hodder y Orton 1990: 51-58). Si tomamos como dato el primer vecino, el resultado es de 0,96 o un patrón aleatorio, aunque también es indicativo de la existencia de los diferentes núcleos de poblamiento, el que 9 yacimientos, es decir, el 53%, tengan a su vecino más próximo a menos de 1.000 m, siendo la media de 2.403 m (vid. más adelante fig. 88 y 89). Sin embargo, si hacemos referencia a los tres vecinos más próximos, lo cual es una medida mucho más ajustada a la realidad que la primera, ya que puede precisar agrupaciones o regularidades menos claras, el resultado es de 1,96, es decir, un patrón uniforme, lo que parece evidente al contemplar el mapa de dispersión y las distancias entre los diferentes núcleos, como venimos comentando, aunque solo referido a la parte central del poblamiento18.
Esta correlación entre yacimientos en llano controlados visualmente por otro en alto (solo en el caso de Ayllón se dan dos núcleos en alto), se da en cinco de
18 Distancia al primer vecino: distancia real, 2,4; distancia teórica, 2,55; aleatoriedad, 0,96. Distancia a los tres primeros vecinos: distancia real, 5; distancia teórica, 2,55; aleatoriedad, 1,96.
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3.- Cogotas I pretenda controlar un territorio mayor, como podría ocurrir en otras épocas.
Tabla 8: Superficie controlada visualmente por los asentamientos de Cogotas I. Yacimientos Superficie en km² El Prado (nº 1), LLANO 9,7 La Cibaza (nº 3), ALTO 22 El Cerro del Castillo (nº 5), ALTO 31 Peña del Gato (nº 6), ALTO 11 Las Huertas (nº 17), LLANO 7,1 Villacortilla I (nº 19), LLANO 4,6 Valdelagorda (nº 21), ALTO 10 El Calvario (nº 26), LLANO 7,2 Las Viñas (nº 27,) ALTO 37 La Zarzona II (nº 28), LLANO 7,2 Cantos Labrados (nº 32), ALTO 3,2 Vega del Salcejo (nº 37), LLANO 2 S.Cristobal II (nº 39), LLANO 5 La Hocecilla (nº 46), ALTO 3,4 El Mirabueno (nº 51), LLANO 1,7 Valdeladehesa (nº 57), ALTO 1,3 Huerta de la Cueva (nº 58), LLANO 0 Media de los yacimientos en ALTO 14,9 Media de los yacimientos en LLANO 4,6 Media total 9,4
Extensión de los yacimientos Si relacionamos esta diferente ubicación con la extensión de los yacimientos, no se aprecia un patrón uniforme, aunque ello puede ser debido a la dificultad de determinar la extensión en muchos casos, ya que la erosión de los yacimientos en alto, la dispersión del material por las labores agrícolas, o la extensión de pastos o monte bajo en otros casos, dificultan en gran medida esta determinación, de ahí que las cifras que se presentan son solamente aproximativas (fig. 20, 24, 25 y 91). En el núcleo de Aldealengua el yacimiento en llano ocupa unos 12.000 m², con gran densidad de hallazgos, mientras que el yacimiento en alto, La Cibaza (nº 3), presenta unos 3.000 m², con poca densidad de materiales debido a la intensa erosión que ha sufrido el cerro sobre el que se asienta, de componente muy arenoso. Esta correlación yacimiento en llano de mayor extensión, junto a yacimiento en alto más pequeño no se da en el siguiente núcleo, el de Languilla, con yacimientos en llano entre 2.000 y 1.500 m² (El Calvario –nº 26- y La Zarzona II –nº 28-) y un yacimiento en alto de 10.000 m² (Las Viñas –nº 27-), pero con muy poca densidad de material, lo cual es frecuente en los bordes del páramo, frente a los yacimientos en llano de Languilla, con abundancia de cerámica. El siguiente núcleo presenta otra relación, con poblados en llano medianos, de unos 4.000 m² (Vega del Salcejo –nº 37- y San Cristóbal II –nº 39-), y con yacimientos en alto también medianos, de unos 5.000 m² (Peña del Gato –nº 6-; en El Cerro del Castillo –nº 5- el poblado de Cogotas I está totalmente enmascarado por el poblado del Hierro y la posterior fortificación medieval –Zamora 1993-, por lo que no hemos podido determinar la superficie, apareciendo la cerámica de Cogotas I muy dispersa y en escaso número). Todos estos yacimientos, salvo El Cerro del Castillo (nº 5), por las razones ya expuestas, presentaban una densidad de materiales alta.
Respecto al control del territorio teórico desde los diferentes asentamientos, se comprueba una clara diferencia entre yacimientos en llano y en alto, como era de esperar, siendo la media de ambos de 9,4 km² (tabla 8, fig. 90). Así, los yacimientos en llano controlan una superficie desde menos de un kilómetro en Huerta de la Cueva (nº 58), hasta los 9,7 km² de El Prado (nº 1), siendo la media de estos asentamientos de unos 4,7 km². Más interesante es conocer la superficie que puede ser observada desde los poblados en alto; en este caso, esta superficie oscila entre 1,3 en Valdeladehesa (nº 57) y 37 km² en Las Viñas (nº 27), con una media de unos 15 km². El que los yacimientos en alto controlen una amplia superficie del territorio circundante no deja de ser algo lógico, ya que solo la incomodidad de asentarse en estos lugares se compensa con la posibilidad de ejercer funciones de control. Ahora bien, llama la atención el que haya una serie de yacimientos en alto que controlan un territorio de tamaño reducido, como el ya señalado de Valdeladehesa (nº 57), Cantos Labrados (nº 32) con 3,2 km² o La Hocecilla (nº 46), con 3,4 km². Tan solo en este último parece claro que tendría una explicación por el control del camino del Riaza que en este tramo se ve obligado a subir hasta este cerro para sortear las hoces del río y los profundos cortados que han formado.
En Estebanvela de nuevo el poblado en llano es mayor (aunque la ocupación posterior alto medieval enmascare la verdadera extensión del asentamiento, de ahí que su superficie sea muy aproximada), que el poblado en alto (éste quizá no merezca el apelativo de poblado, sino más bien el de cabaña aislada, por la escasa superficie ocupada, en este caso muy bien delimitada), con 1.500 m² el primero y solo 500 m², o menos, el segundo; ambos yacimientos presentan poca densidad de material.
Por otro lado, tampoco se aprecian superficies de control muy elevadas en el resto de los yacimientos en alto, salvo en los casos de La Cibaza (nº 3), Las Viñas (nº 27) y El Cerro del Castillo (nº 5), en los tres casos por encima de los 20 km². Aparte de la propia articulación del valle del Aguisejo-Riaza, creemos que este menor control, salvo en tres de los siete asentamientos en alto, se debe a que la preocupación por el control visual no iría más allá del tramo de valle del entorno, sin que se
Aparte estarían los siguientes yacimientos: Las Huertas (nº 17), con unas 3 ha, aunque con una densidad de material muy baja, por lo que probablemente estemos ante un yacimiento muy alterado por las labores agrícolas, posiblemente con una superficie menor que la reconocida; La Hocecilla (nº 46), con 5.000 m² y El Mirabueno (nº 51), con una hectárea, ambos con mayor
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Superficie de los yacimietos de Cogotas I 35000 30000 25000
m2
20000 15000 10000 5000
5
21
58
57
28
Media
Yacimientos
19
26
3
37
39
32
46
6
51
27
1
7
0
Figura 26; Superficie de los yacimientos de Cogotas I: la de El Cerro del Castillo (5) es desconocida para esta etapa cronológica: Las Huertas (7), El Prado (1), Las Viñas (27), El Mirabueno (51), Peña del Gato (6), La Hocecilla (46), Cantos Labrados (32), San Cristóbal II (39), Vega del Salcedo (37), La Cibaza (3), El Calvario (26), VillacortiIla II (19), La Zarzona II (28), Valdeladehesa (57), Huerta de la Cueva (58), Valdelagorda (21) y La Martina o El Cerro del Castillo (5).
densidad de material19.
Así, sin querer ser sistemáticos, tenemos yacimientos de 700 m², similares a Valdelagorda (nº 21), en la laguna de La Nava, en Palencia (Rojo Guerra 1987: 413) o en El Cementerio-El Prado, Quintanilla de Onésimo, Valladolid (Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 33); de 900 m², como Huerta de la Cueva (nº 57), en Porrago de Bolaños, Valladolid (Fernández Manzano y Palomino Lázaro 1991: 63), aunque este pertenece a la etapa de plenitud de Cogotas I; de 5.000 m², como los de Ayllón o Mazagatos, en El Carrizal de Cogeces del Monte, Valladolid (Rodríguez Marcos 1993: 62); de 3 ha, como Las Huertas (nº 17) (aunque como hemos dicho la densidad de materiales no parece suficiente y la percepción de la superficie podría estar alterada por las labores agrícolas) en El Cogote, La Torre, Ávila (Arribas et alii 1993: 93) o en La Aceña, Huerta, Salamanca (Sanz García et alii 1994: 73), en este caso también de la fase de plenitud de Cogotas I; de 4 ha en La Venta, Alar del Rey, Palencia (Pérez Rodríguez y Fernández Giménez 1993: 41); de 5 ha o más no encontramos ninguno en nuestra área de prospección, aunque existen yacimientos como el de Perales del Río, Getafe, Madrid (Blasco Bosqued et alii 1991: 64), el castro de La Plaza de Cogeces del Monte, Valladolid, con 17 Ha (Delibes y Fernández Manzano 1981: 54), o yacimientos mucho mayores, como La Huelga, Dueñas, Palencia (Pérez Rodríguez et alii 1994: 11).
Lo que sí que queda claro es que los yacimientos de la zona nordeste de la provincia de Segovia, cuya superficie media es de 6.441 m², a pesar de los problemas que plantean las mismas, presentan una superficie que no desentona con la de otros asentamientos de esta primera fase de Cogotas I, con la única salvedad de que no se han documentado yacimientos de gran extensión, como parece ocurrir en otros puntos de la Meseta Norte. Estos yacimientos muy extensos se habrían formado por una reocupación del territorio por un mismo grupo a lo largo de un dilatado período de tiempo, lo que daría lugar a una estratigrafía horizontal, como parece que se puede establecer en algunos asentamientos (Delibes et alii 1995a: 52).
19 Entendemos que la valoración de densidad alta, media o baja se refiere a una apreciación puramente intuitiva que en ningún caso se llegó a determinar cuantitativamente (por ejemplo, comprobando el número de fragmentos por superficie, como se ha realizado en otros trabajos de campo) durante los trabajos de prospección, ya que no era ese el objetivo del trabajo planteado por la Junta de Castilla y León, por lo que queda como un dato difícilmente contrastable por parte de otros investigadores. Como apunte meramente orientativo, un yacimiento con densidad de material alta sería aquél que presenta, en líneas generales, un fragmento, por metro cuadrado; mientras que, por el contrario, un yacimiento con densidad de material baja es aquél que puede presentar un fragmento o menos por cada diez metros cuadrados (en cuanto a la definición de fragmentos de material nos referirnos a cualquier resto de cerámica o piedra trabajada que se encuentran en superficie, aunque posteriormente no se hayan recogido, porque no presenten una forma significativa). En todo caso, en otros estudios sobre la Edad del Bronce, la documentación detallada de los materiales recogidos en superficie no parece que haya reflejado información relevante sobre la disposición de los poblados (Díaz-Andreu 1991: 100-101).
Altitud La altitud absoluta en la que se ubican los yacimientos de Cogotas I depende de la configuración
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3.- Cogotas I
Provincia de Burgos
Río Riaza
Rí o
51 46
Due
ro
Provincia de Soria
Rí
o
Ri
ag
ua
s
32
3 128 27 39 6 26 37 ?5 21
Ri a
za
17 ran
-1000
Cogotas I
ro
Ag ui se jo
Río Villacortilla
Provincia de Guadalajara
0 1 2 3 4 5 km.
1400
Ped
58
o
1200
o
57
Escala
n tó ra Du
Rí o
Ser
o
Río
Provincia de Segovia Río
19
Rí
Rí
1600
1800
< 5.000 m.
2000
Zona de prospección
> 5.000 y < 10.000 m.
>10.000 m.
Figura 25; Distribución de los yacimientos de Cogotas I por superficie: El Prado (1), La Cibaza (3), El Cerro del Castillo (5), Peña del Gato (6), Las Huertas (7), VillacortiIla II (19), Valdelagorda (21) El Calvario (26), Las Viñas (27), La Zarzona II (28), Cantos Labrados (32), Vega del Salcedo (37), San Cristóbal II (39), La Hocecilla (46), El Mirabueno (51), Valdeladehesa (57) y Huerta de la Cueva (58).
Mirabueno (nº 51), siendo las alturas más representadas las que oscilan entre 1.040 y 930 m (todos los yacimientos menos 4, es decir, el 76%, de los que uno está por debajo y tres por encima de esta altitud); y que viene a coincidir, en general, con las alturas correspondientes con el conjunto de yacimientos de Aldealengua-Languilla-Mazagatos-Ayllón (vid. más adelante fig. 92).
general del terreno, en la que los rellenos sedimentarios han sido tajados de forma desigual por la red fluvial, resultando un tipo de relieve donde alternan los altos relieves en cuesta que concluyen en la paramera y las llanuras aluviales más o menos onduladas. Además el levantamiento del Sistema Central originó una elevación general de los terrenos aledaños que hace que se observe un descenso en la altura desde las cumbres de la Sierra de Ayllón y sus proximidades, hasta la zona más baja de Montejo de la Vega (Tejero de la Cuesta 1988: 27-32).
La consecuencia más importante de la ubicación sobre estas alturas en torno a los 1.000 m (la media es de 1.006 m) es la de una mayor oscilación térmica y una mayor frialdad del clima, de ahí que una de las razones que se buscan a la hora del asentamiento de los poblados
Así, las alturas absolutas sobre las que se asientan los yacimientos, oscilan entre los 1.200-1.160 m en Santibáñez, al pie de la sierra, hasta los 860 m de El
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) lagunas, que en este caso es aún menor (Rojo Guerra 1987: 410-411). Posiblemente el menor nivel freático de la actualidad haya desecado arroyos y manantiales que pudieran existir durante la Edad del Bronce, lo que haría que algunas distancias extremas tendrían que ser menores que las aquí señaladas. Esta cercanía de los poblados a los cauces de agua regular sería, por tanto, otro de los elementos que habría que tener en cuenta a la hora de establecer el hábitat.
es la orientación oeste-sudoeste, que aprovecha más la insolación (Tejero de la Cuesta 1988: 65). Sin embargo, más que la altura absoluta, interesa averiguar la altura relativa de los yacimientos de Cogotas I con respecto al terreno circundante. En general, los yacimientos en vega se encuentran en torno a los tres metros de altura o menos; los que se asientan sobre lomas, oscilan entre 5 y 15 m, siendo la media de los mismos de unos 12 m; los que aparecen en cerros oscilan entre 20 y 70 m, siendo la media de 47 m; por último, los que se ubican en el borde del páramo oscilan entre 50 y 70 m, siendo la media de 60 m, sin alcanzar los desniveles de entre 80 y 100 m como los del castro de La Plaza de Cogeces del Monte, Valladolid (Delibes y Fernández Manzano 1981: 52-53). En total, la media es algo elevada, de unos 31 m debido a los yacimientos en alto (fig. 92).
Por último, también habría que señalar la importancia de la existencia de cursos de agua en relación con una serie de ritos vinculados a los mismos que quizá estarían suplantando la existencia de enterramientos más tradicionales (Ruiz-Gálvez 1995b: 134 y 153), de ahí la escasez de los mismo tanto en Cogotas I como en la Edad del Bronce en general (Esparza 1990a: 126-137; Delibes 1995 et alii: 56-57).
Proximidad a fuentes de agua
Vías de comunicación
La distancia con respecto del agua nos indica la importancia que tuvo que tener la presencia de la misma para ubicar el asentamiento. No siempre es fácil determinar los puntos de agua, por lo que hemos elegido siempre los ríos o los arroyos más importantes, a pesar de que estos últimos aparecen secos en los meses de verano. Según los estudios de paleoambiente, posiblemente los cauces de ríos y arroyos sufrieran una sequía menor en el tiempo y de menor cuantía durante la Edad del Bronce, debido a que parece que las condiciones climáticas sería más húmedas que las actuales, con un terreno menos deforestado y un régimen pluvial mayor, como se ha constatado para la Edad del Bronce (Díaz-Andreu 1991: 595; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 101; Bellido 1996: 84; Burillo y Picazo 1997: 47; Ruiz-Gálvez 1998: 104-105 y 194-195), o para épocas posteriores (Delibes et alii 1995c: 564-565; Blanco 1999: 83-85).
En cuanto a las vías de comunicación, su recreación en época prehistórica es muy complicada (Ruiz-Gálvez 1998: 96), por lo que se ha seguido para ello la determinación de las principales vías de comunicación naturales y la situación con respecto a éstas de los yacimientos, que, lógicamente, se conectarían a través de las mismas. Estos caminos seguirían fundamentalmente los valles de los ríos, lo cual parece ser una característica propia de Cogotas I (Abarquero 2005: 409, fig. 96), por lo que creemos que la principal vía de comunicación natural en la región nordeste de Segovia tuvo que ser el corredor formado por el río Aguisejo y su prolongación, aguas abajo, por el curso medio del Riaza; este camino discurriría en ambos casos por la margen derecha, ya que apenas se documentan yacimientos en la margen izquierda y porque por este lado desembocan una serie de ríos, como el mismo Riaza, que supondría un obstáculo insalvable en determinadas épocas del año (vía nº 1, fig. 55).
Así, los asentamientos en vega se encuentran junto al agua, a una distancia de entre 5 y 3 m; los poblados en loma, salvo uno que está a unos 300 m, se localizan a menos de 100 m, con una distancia media de 105 m; los que se encuentran sobre cerros, salvo uno que está a 900 m, aparecen a menos de 500 m, con una distancia media de 400 m; por último, lógicamente, los asentamientos en borde de páramo se hallan a una distancia mayor, pero que en todo caso no parece insalvable, con distancias entre 600 y 200 m, lo que hace una media de 417 m; en definitiva, el 88% de los yacimientos se encuentran a menos de 550 m de fuentes de aprovisionamiento de agua, siendo la media global de 237 m con respecto a estas fuentes (fig. 93). Esta situación no es nueva para Cogotas I, ya que en general se comprueba que los cursos fluviales serían el referente geográfico de estas gentes (Abarquero 2005: 93).
Esta situación posiblemente pueda explicarse por la configuración del terreno, con una llanura aluvial mal drenada que daría lugar a un terreno si no pantanoso todo el año, sí con niveles de humedad que impedirían el aprovechamiento del terreno para cereales de secano y, por tanto, el asentamiento de la población, así como también dificultaría el tránsito por estos terrenos, una situación que nos parece que puede ser análoga a la que se describe para la llanura del Ampurdán (Pons i Brun 1984: 32). Esta configuración del terreno es la que ha determinado la escasez de poblamiento en esta orilla izquierda del Aguisejo y del Riaza y el que los caminos discurran por la orilla derecha a lo largo de toda la época histórica. Por el contrario, la ribera derecha presenta una configuración algo más elevada debido a la forma de erosión durante el Pleistoceno, con una serie de terrazas y relieves que impedirían no solo las inundaciones, sino también la existencia de encharcamientos en los meses húmedos.
En el estudio de la comarca palentina de laguna de La Nava también se comprueba esta cercanía a los lugares de aprovisionamiento de agua, bien sean cauces o
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3.- Cogotas I
El Calvario, Las Viñas y La Zarzona II (nº 26, 27 y 28) Cantos Labrados (nº 32) Vega del Salcejo y San Cristobal II (nº 37 y 39) La Hocecilla (nº 46) El Mirabueno (nº 51) Valdeladehesa y Huerta de la Cueva (nº 57 y 58) Media
Improduc.
Valdelagorda (nº 21)
Pasto
Villacortilla I (nº 19)
Monte
El Cerro del Castillo y Peña del Gato (nº 5 y 6) Las Huertas (nº 17)
Cereal
El Prado y La Cibaza (nº 1 y 3)
Radio Km
Tabla 9: Análisis de captación de recursos de los yacimientos de Cogotas I
1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5
80 73 88 76 86 84 80 69 99 73 87 70 50 73 61 73 31 43 24 39 3 19 64,4 63,1
20 19 7 17 ‐ 4 ‐ 24 1 19 12 20 50 22 18 16 54 53 34 54 61 65 22,8 27,6
‐ 7 5 7 14 12 20 6 ‐ 6 1 10 ‐ 1 21 11 ‐ 1 27 4 36 16 7,3 8,3
‐ 1 ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ 1 ‐ 1 ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ 15 3 13 3 ‐ ‐ 1,6 0,6
Porcentaje no contabilizado
10% de prov. Soria
5% de prov. Soria 33% de prov. Soria 9% de prov. Soria 5% de prov. Soria 2% de prov. Soria 15% de prov. Burgos 32% de prov. Burgos 26% de prov. Soria 11% de otras prov.
posible camino transversal; el tercero, el inseguro Cantos Labrados (nº 32), se sitúa a 2.500 m de esta vía, aunque en sus cercanías discurre uno de los ramales de la Cañada Real Soriana Occidental, el que procede de Valdanzo; y el cuarto corresponde al aislado núcleo de Encinas, fuera del ámbito de la vía que discurre por el valle del Aguisejo-Riaza, pero a 1.500 m de la Cañada Real Segoviana y a algo menos de uno de los cordeles de la misma; este camino estaría en relación con una serie de yacimientos que, bordeando el macizo de la Serrezuela, conectarían el núcleo de Sepúlveda con nuestra área de prospección (fig. 94). También podría relacionarse con la vía natural del río Riaguas, que parece probable, por ejemplo, para la época romana.
Los yacimientos que se registran fuera del eje de comunicación pudieron estar en relación con una serie de ramales secundarios que conectarían la zona central de poblamiento con otras zonas próximas. Así, estos caminos conectarían la vía principal con los asentamientos más alejados del valle del río, en la zona de la paramera, como por ejemplo con Cantos Labrados (nº 32), que, como vimos, se encontraba a unos 2.500 m del valle del Riaza. En épocas posteriores, algunos de estos caminos se han convertido en cañadas, como por ejemplo la que pasa cerca de Encinas (Cañada Real Segoviana, vía nº 4 de la figura 55), Maderuelo y Mazagatos (dos ramales de la Cañada Real Soriana Occidental: la de Mazagatos es la vía nº 5 de la figura 55) o la que lo hace por Estebanvela (una cañada secundaria o cordel, dependiente de la Cañada Real Soriana Occidental, también conocida como Vía Serrana; vía nº 3 de la figura 55), lo cual no quiere decir que estos caminos medievales, que están conectando centros ganaderos medievales con los lejanos apostaderos meridionales, tengan por qué estar fosilizando siempre caminos anteriores.
Sin embargo, en ocasiones sí que puede haber una cierta coincidencia, como parece ocurrir en algunos de los caminos de nuestra área de prospección o como parece demostrarse, ya en época muy posterior, para los poblados vacceos del centro de la Cuenca del Duero (Sierra Vigil y San Miguel Maté 1995: 396-398). De todas formas, el que existan coincidencias entre estos hipotéticos caminos prehistóricos y las cañadas medievales, cuando las razones de la existencia de unos y otras serían tan diferentes, así como los intereses de sus respectivas poblaciones, no deja de plantear interrogantes.
En general la mayoría de los yacimientos se encuentran a menos de 500 m del camino que sigue la margen derecha del río Aguisejo-Riaza, lo que por sí solo refuerza la idea de que es esta vía de comunicación principal durante la Edad del Bronce. Esto ocurre con los dos yacimientos en vega; 5 de los 7 en loma; 3 de los 4 en cerro; y 3 de los 4 en páramo. De los cuatro yacimientos que no cumplen esta premisa, hay dos en Estebanvela, aunque estos dos podrían estar relacionados con un
Quizá esta coincidencia en recorridos que podrían ser alternativos, como por ejemplo en el caso de las vías transversales al camino natural del AguisejoRiaza, sea tal porque los vados de los ríos las hagan
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Creemos que más que falta de yacimientos real, nos encontramos ante la falta de investigación: así, de algunos términos municipales que coincidirían con el posible eje de comunicación, carecemos de información, como por ejemplo en Ribota o Riofrío de Riaza (números 171 y 172 del mapa); pero es que de Riaza, con algo más de 15.000 Ha, solo se han documentado nueve yacimientos, siete de época medieval y moderna (en general ruinas bien conocidas o despoblados) y dos yacimientos bajo imperiales que curiosamente ya aparecían recogidos por bibliografía, en algunos casos bastante anterior. Si a esto añadimos la comunidad de Montes de Sepúlveda y Riaza (C.M.R.S. en el mapa de la figura 22), sin datos, comprenderemos la existencia de este vacío.20
coincidir a lo largo del tiempo. Así, la vía transversal de nuestra área de prospección, que a continuación definiremos, lo sería durante la Edad del Bronce, y posiblemente durante la Edad del Hierro; posteriormente creemos que se convertiría en la calzada romana que uniría Termes y Segovia. Aunque Cantos Labrados (nº 32) y Las Huertas (nº 17) puedan relacionarse con estas cañadas, creemos que donde se puede constatar la existencia de un vía transversal al camino del río es la que discurriría al pie de la sierra en el término de Estebanvela. En este núcleo, ya en una zona de mayor altitud y mejor drenada que las tierras de la margen izquierda del tramo final del Aguisejo y del Riaza hasta la confluencia de ambos, es decir, en los términos de Ayllón, Mazagatos, Languilla y Aldealengua, se aprecia que junto a un yacimiento en alto, Valdelagorda (nº 21), el otro yacimiento, Villacortilla I (nº 19), aparece en la margen izquierda de un afluente del Aguisejo, el río Villacortilla, es decir, en una zona en la que en toda la superficie de prospección de esta área central de poblamiento de Cogotas I, aparece como despoblado.
Por todo ello, todas estas circunstancias nos podrían estar indicando la existencia de este camino o eje de comunicación, que tuvo que discurrir por el piedemonte de la sierra, ya que el despoblamiento de la vega del Riaza medio, en especial su margen izquierda, unido a las condiciones de encharcamiento de parte de estos terrenos, parecen indicar que sería muy difícil la existencia de una vía por esta parte, y que conectaría los núcleos de Cogotas I del sudoeste soriano y el nordeste segoviano, con el resto de la provincia de Segovia, en especial, con el núcleo de Arevalillo.
Esta anomalía en la distribución de los asentamientos coincide con la existencia de una cañada de época medieval y moderna que recorre el piedemonte de la sierra y que, al menos, conectaría la zona al pie de la sierra de la provincia de Soria, es decir, la comarca de Tiermes, en cuyas inmediaciones se encuentran los yacimientos de Los Tolmos de Caracena, Cuevas de Ayllón o el de Carratiermes, y el piedemonte segoviano. Hay que recordar que se trata de una comarca con la que los yacimientos de Cogotas I de la provincia de Segovia presentan una serie de paralelos que se han interpretado por tratarse de un ámbito común (Jimeno y Fernández Moreno 1991: 122-123), que, por tanto, debería tener una comunicación todo lo fluida que podría serlo en la Edad de Bronce (vía 3, fig. 55).
En cuanto a Encinas, aparte de encontrarse junto a uno de los ramales transversales de la Cañada Real Segoviana, su pertenencia a un posible eje de comunicación, aunque de una forma menos segura que en el del camino del piedemonte serrano, podría colegirse del hecho de que aparecen una serie de asentamientos de Cogotas I entre el núcleo de Sepúlveda y el del nordeste de Segovia, como ya hemos apuntado anteriormente. En todo caso, esta proximidad de los núcleos de poblamiento con respecto a la vía principal del valle del río o de este camino secundario del piedemonte nos informa de otro aspecto del poblamiento durante la Edad del Bronce Medio, a saber, el que el asentamiento de los yacimientos estaría condicionado por las vías de comunicación, aparte de los otros condicionantes ya referidos; así la media global de las distancias con respecto a las diferente vías de comunicación es de 304 m.
Si medimos la distancia de estos dos yacimientos de Estebanvela en relación con esta cañada o vía transversal, para el presente caso, comprobaremos que las distancias que anteriormente presentaban y que eran algo mayores que las usuales en los otros núcleos de Cogotas I (750 m en Valdelagorda –nº 21- y 1.250 m en Villacortilla I –nº 19- con respecto al camino del valle del río), se quedan a unas distancias mucho más reducidas si los medimos con respecto a esta posible vía transversal, posteriormente transformada en vía pecuaria; a saber, 200 m en Valdelagorda (nº 21) y en la misma vía o junto a ella en Villacortilla I (nº 19).
20
El caso de Riaza, quizá más llamativo por el número de hectáreas que abarca, no es un hecho aislado, ya que en el inventario encontramos demasiados ejemplos, a nuestro modo de ver, de términos municipales con pocos yacimientos donde predominan las ermitas, los despoblados medievales, perfectamente conocidos gracias al libro de Martínez Díaz (íd. 1983), puentes o molinos y que cuando recogen yacimientos prehistóricos y antiguos, ya eran conocidos con anterioridad. Como ejemplo de lo aquí expuesto estarían los términos de Fresno de Cantespino (nº 79 del mapa), con un extensión de 6.427 ha. y solo dos yacimientos visigodos recogidos ya en la bibliografía; o el de Corral de Ayllón (nº 61 del mapa), con un yacimiento romano y otro medieval, que de nuevo encontramos en trabajos anteriores; ambos yacimientos colindantes con nuestra zona de prospección y de gran importancia, por tanto, para comprender las relaciones que establecerían los yacimientos aquí estudiados.
Además, y como apuntábamos al principio de este trabajo, creemos que se puede vislumbrar un eje de comunicación entre el núcleo de Arevalillo y el del nordeste de Segovia. Si observamos el mapa de dispersión de yacimientos de la mitad oriental de Segovia, comprobaremos que en el piedemonte de la sierra hay una serie de yacimientos de Cogotas I entre ambos núcleos, pero sin conectar con ninguno de ellos.
54
Fernando López Ambite
3.- Cogotas I
Análisis de Captación: radio de 1 km
Cereal
100
Monte
90
Pasto
80
Improductivo
Pocentaje
70 60 50 40 30 20 10
Yacimientos
Media
57 y 58
51
46
37 y 39
32
26, 27 y 28
21
19
7
5y6
1y3
0
Figura 26; Análisis de captación de los yacimientos de Cogotas I en un radio de un kilómetro: El Prado (1) y La Cibaza (3), El Cerro del Castillo (5) y Peña del Gato (6), Las Huertas (7), VillacortiIla II (19), Valdelagorda (21), El Calvario (26), Las Viñas (27) y La Zarzona II (28), Cantos Labrados (32), Vega del Salcedo (37) y San Cristóbal II (39), La Hocecilla (46), El Mirabueno (51), Valdeladehesa (57) y Huerta de la Cueva (58).
Análisis de captación: radio de 5 km. 90 80 70
Porcentaje
60 50 40 30 20 10
Yacimientos
Media
57 y 58
51
46
37 y 39
32
26, 27 y 28
21
19
7
5y6
1y3
0
Figura 27; Análisis de captación de los yacimientos de Cogotas I en un radio de cinco kilómetros. El Prado (1) y La Cibaza (3), El Cerro del Castillo (5) y Peña del Gato (6), Las Huertas (7), VillacortiIla II (19), Valdelagorda (21), El Calvario (26), Las Viñas (27) y La Zarzona II (28), Cantos Labrados (32), Vega del Salcedo (37) y San Cristóbal II (39), La Hocecilla (46), El Mirabueno (51), Valdeladehesa (57) y Huerta de la Cueva (58).
55
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) terreno dedicado al cultivo es de un 64 %, que coincide casi exactamente con la de un radio de 5 km (63%). En casi todos los núcleos o subnúcleos21 el porcentaje de terreno agrícola es superior al 50 %, salvo en los dos núcleos de Montejo y en el de Santibáñez, documentándose porcentajes superiores o iguales al 80 % en Encinas, Aldealengua, Languilla, Ayllón y los dos yacimientos de Estebanvela (tabla 9, fig. 26, 28 y 95). Este menor porcentaje de terreno agrícola coincide con las zonas de menor densidad de yacimientos y su mayor separación entre ellos, como ocurre en el caso de Montejo, por lo que indirectamente podría redundar en la importancia que debió tener la existencia de terrenos apropiados para su cultivo a la hora de establecer los asentamientos. En el caso de Santibáñez, en un ambiente ya muy serrano, deberíamos pensar en un poblado con una mayor dedicación pastoril y, al igual que ocurre en Los Tolmos de Caracena, quizá con un emplazamiento temporal (Jimeno y Fernández Moreno 1991: 123).
Lo que es más difícil de determinar es la causa de la existencia de estas vías de comunicación entre los diferentes grupos, que en principio practicarían una economía muy autosuficiente, y los resultados de las mismas, es decir, la generalización de una serie de características culturales por amplias regiones de las dos mesetas que avalaría esta comunicación entre grupos. Para algunos autores la explicación tendría que ver con el intercambio de regalos entre las elites en una sociedad que para ellos parece claramente de jefaturas (Delibes et alii 1995a: 56) o con el intercambio de mujeres (Delibes y Abarquero 1997: 131; Abarquero 1997: 90), dentro de una relaciones exogámicas de los diferentes grupos, explicaciones que no todos consideran válidas (FernándezPosse 1998: 102-104). Quizá sean éstas hipótesis las que permitan explicar el por qué de las vías de comunicación entre los diferentes grupos del Bronce Medio y la consiguiente uniformidad cultural de amplias regiones, algo que ya venía ocurriendo desde etapas anteriores, especialmente desde el Campaniforme (Garrido Pena 2000: 201-202).
Si lo que comprobamos es la superficie con un radio de 5 km, vemos cómo los yacimientos que en el anterior apartado tenían una superficie agraria muy elevada, descienden ahora, mientras que suben los que anteriormente tenían menor cantidad de tierras cultivables. Así, solo Encinas supera el 80% y 8 núcleos o subnúcleos superan el 60%; los dos de Montejo estarían ahora en torno al 40% y Santibáñez no llegaría al 20% (tabla 9, fig. 27, 38 y 96).
Igualmente, para la etapa campaniforme se ha postulado que estas redes no habría que entenderlas en el sentido moderno de las vías de comunicación, es decir, como vías regulares de comercio, cuyo objetivo es la consecución de un beneficio; más bien habría que verlas como lugares por los que en determinadas circunstancias se trasladaría parte de la población, con motivos más cercanos a lo social que a lo económico, buscando el establecimiento de vínculos sociales, o la obtención de determinados elementos materiales cuyo valor más que utilitario estaría en su carácter simbólico o único del que lo poseyera, lo que revalidaría la incipiente jerarquización social que se les supone (Garrido Pena 2000: 32).
Por todo ello, podemos concluir que la hipótesis de una mayor dedicación a la agricultura por parte de las poblaciones de Cogotas I, tanto en las llanuras sedimentarias de la cuenca del Duero, como en los valles periféricos a la misma y ya en ambientes muy próximos a la sierra, parece comprobarse tras el análisis de captación de recursos de los yacimientos de la cuenca del AguisejoRiaza. Es más, hemos cuantificado el porcentaje de hectáreas cultivadas en los diferentes términos municipales que componen el valle desde Montejo hasta Santibáñez de Ayllón con datos del Ministerio de Agricultura de 1999, y el porcentaje de superficie cultivable es de un 58%22, por lo que el porcentaje de los análisis de captación supera ligeramente esta media del territorio, lo que creemos que implica una ubicación de
En todo caso, para Cogotas I también se ha planteado la posibilidad de que hubiera una cierta actividad comercial; ésta se reconocería por indicios, como podría ser la existencia de talleres de fundición de bronce alejados de los veneros (Fernández Manzano 1986: 138-142; Delibes y Romero 1992: 238-240) o el hallazgo de bloques de granito lejos de sus yacimientos naturales, por ejemplo, en Carricastro, Tordesillas; por la existencia de los objetos suntuarios que bien pudieron venir como regalos entre las elites; o por la propia exportación de las cerámicas de Cogotas I, bien como elementos de prestigio por sí mismos o bien como contenedores de algo todavía desconocido (Delibes et alii 1995a: 55-56).
21 Se ha realizado el análisis de captación en relación con los núcleos identificados debido a la cercanía entre los yacimientos de los distintos núcleos; tan solo en el caso de Ayllón, se ha separado el subnúcleo de Mazagatos del propiamente de Ayllón, ya que la distancia entre ambos subnúcleos era de unos 2 km, lo mismo que en el de Estebanvela, donde los dos yacimientos que lo componen se encuentran separados por una distancia de 2,2 km. En cuanto a los datos, difieren en parte con respecto a López Ambite 2003: 143 y ss., ya que allí las medias se realizaron solo respecto a los núcleos y ahora se hacen respecto a los yacimientos totales, al igual que se hace en el resto de etapas estudiadas en el presente trabajo. 22 Los datos de los términos municipales de la zona de prospección que afectan a la cuenca de los ríos Aguisejo y Riaza son los siguientes: 58% de terreno de secano, 10% de pastos (aquí hemos incluido la superficie de regadío, un 1%, por tratarse generalmente de terrenos ribereños con cultivos herbáceos que posiblemente estuvieron anegados en la en la Prehistoria), 13 % de monte, 13% de erial (en el pasado presumiblemente se trataría de monte, hoy muy degradado) y 5% de improductivo; vid. nuestra tabla 10.
Análisis de captación de recursos El análisis de captación de recursos, con todas las posibles modificaciones que puedan haber tenido lugar desde la Prehistoria hasta nuestros días, nos indica una preferencia de los yacimientos de Cogotas I por ubicarse cerca de los terrenos de labor, que tradicionalmente y hasta ahora se han dedicado al cultivo de los cereales (fig. 28). Si comprobamos la superficie de un radio de un kilómetro veremos como la media de
56
Fernando López Ambite
3.- Cogotas I
los yacimientos condicionada por la existencia de amplios terrenos potencialmente aptos para el cultivo.
encharcamiento, lo que implicaría una superficie de los mismos mayor que la actual, que sí que parece que determinan la ubicación de algunos yacimientos, al encontrarse en un radio de 1 km, por ejemplo en El Mirabueno (nº 51), en Las Huertas (nº 17), Vega del Salcejo (37), San Cristóbal II (nº 39), Villacortilla I (nº 19), Valdeladehesa (nº 57) y Huerta de la Cueva (nº 58).
En líneas generales, se mantiene por parte de muchos investigadores que la economía de las poblaciones durante la Edad del Bronce Medio continuarían con las pautas características desde el Calcolítico, es decir, con una agricultura y ganadería itinerantes23, por tanto, una forma de explotación del territorio extensiva, con la ocupación de los diferentes paisajes que conforman el entorno (se puede pensar en un recorrido cíclico por determinados territorios), que determinan un tipo de hábitat temporal, de estructura simples, como ya se ha comentado (Romero y Jimeno 1993: 176; Fernández-Posse 1998: 117 y 119). Tanto los análisis polínicos (Jimeno 1984a: 214: Jimeno y Fernández Moreno 1991: 123-124; López Sáez y Rodríguez Marcos 2006-07: 83), como los dientes de hoz, los molinos de manos, o los silos, nos remiten a una actividad agraria cada vez más importante (Romero y Jimeno 1993: 179; Delibes et alii 1995a: 54-55; Barroso 2002: 129), actividad que debió ser de tipo itinerante por la dificultad de mantener la fertilidad de los suelos (Martínez, Navarrete 1988: 124; Ruiz-Gálvez 1998: 184-185). A esta economía mixta habría que añadir, según los análisis de yacimientos como el de Perales de Tajuña en Madrid la posibilidad de cultivos de huerta (Blasco Bosqued 1993: 156).
Así, si comparamos los Mapas Topográficos Nacionales actuales con los de antes de la mecanización de la agricultura (en concreto, la edición de 1935 de la hoja de Ayllón, que hemos podido consultar), comprobamos una mayor extensión de humedales que en la actualidad, y eso que esta escala enmascara la existencia de pequeños bodones, charcas... que en épocas anteriores tuvieron que tener un papel superior al de sus reducidas dimensiones. De hecho, en un reciente trabajo se insiste en la relación entre los yacimientos de Cogotas I, en especial los de la primera fase o Protocogotas I, y las zonas con riesgo de inundaciones (Jimeno 2001: 146, fig. 6,2). Todo ello nos induce a pensar que si bien el análisis de captación indicaría una preferencia agrícola de estas poblaciones, no habría que desdeñar el aporte de la ganadería, quizá infrarrepresentado por el tipo de agricultura actual que reflejan los mapas. El tipo de pastizales podría mantener una ganadería que demandase estos pastos de calidad, como la vacuna, con un 26% en el Castillo de Rábano, en el bajo Duratón (López Sáez y Rodríguez Marcos 2006-07: 86, fig. 7).
Sin embargo, esta agricultura itinerante también se pone en cuestión por algunos autores que plantean la existencia de unas estrategias basadas en producir y almacenar a largo plazo, como demuestran los silos con gran capacidad de almacenamiento durante largos periodos de tiempo (Delibes et alii 1995: 55; Barroso 2002: 129); esto estaría en contradicción con la visión itinerante de estos grupos, mientras que otros investigadores señalan paralelos etnográficos de poblaciones mucho más estables con economías similares (Bellido 1996: 90-92); quizá esta hipótesis de la itinerancia deriva, según estos autores, de una visión evolucionista de la Prehistoria (Burillo y Ortega 1999: 124-125).
Hoy en día ya no se acepta la tesis de una economía totalmente ganadera como los hallazgos de los años 50 en los rebordes montañosos parecían concluir (Maluquer 1956: 196-198; Delibes 1995: 81), pero sí el que la actividad ganadera tendría una cierta importancia, de ahí que esté bien documentada en los yacimientos, como en Ecce Homo (Almagro-Gorbea y Fernández Galiano 1980: 117-120) o Los Tolmos (Jimeno 1984a: 213-214: Jimeno y Fernández Moreno 1991: 123-124); por otro lado, parece que los análisis de fauna de los yacimientos de Cogotas I muestran ahora un predominio de las especies domésticas frente a las cazadas (Romero y Jimeno 1993: 179; López Sáez y Rodríguez Marcos 2006-07: 86, fig. 7). Así, para los yacimientos del Tajo Superior (Madrid y Guadalajara) la caza no supone más que el 15-20% de los individuos identificados, salvo en el caso de El Negralejo, Madrid, con más de un 50% (Barroso 2002: 120).
Respecto a la existencia de pastos, pastizales, humedales y otros terrenos más adecuados para el sostenimiento de una cabaña ganadera, los porcentajes que arroja el análisis de captación son mucho menores, con una media del 7% en un radio de 1 km y de tan solo un 8% en un radio de 5 km (tabla 9; fig. 26, 27, 28, 97 y 98). Esta menor proporción podría corregirse teniendo en cuenta el posible pastoreo del monte (23% en 1 km y 28% en 5 km) y, sobre todo, el que el tipo de agricultura que practicarían dejaría la mayor parte del terreno agrícola en barbecho, por lo que podría ser aprovechado principalmente por la cabaña ovina.
Ahora bien, para algunos autores, a pesar de la existencia de una complementariedad de actividades económicas, lo característico de las poblaciones de Cogotas I sería, aparte de la base agrícola, una intensificación de las actividades ganaderas, en la línea de la denominada revolución de los productos secundarios (Sherratt 1981, en Harrison 1993: 293-294). Para ellos, la ganadería estaría integrada dentro de la economía agrícola, sin que tenga por qué diferenciarse; dentro de la misma, cada grupo podría especializarse en algunas especies en función del aprovechamiento de los productos secundarios, elemento que se considera esencial para la intensificación anteriormente citada (Harrison y Moreno 1985: 79-80). Se trataría de una ganadería de ovicápridos, aunque por
Estos terrenos apropiados para una ganadería extensiva, se complementarían con una serie de pastizales, muchos de ellos en las orillas de unos ríos más caudalosos y a la vez con mayores zonas de 23 Aunque este hecho también comienza a ser cuestionado recientemente, proponiéndose una mayor sedentarización para las mismas (Garrido Pena 2000: 198).
57
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos
51
46
32
N 3
1
28
27 26 39 37
6 Provincia de Soria
5
17
21 19 57 58
Cogotas I Aprovechamiento agrario: Labor
Pastos
Monte
Improductivo
Provincia de Guadalajara
Escala: radio de aprovechamiento de 5 km.
Figura 28: Superficie de aprovechamiento agrario durante la etapa de Cogotas I: El Prado (1) y La Cibaza (3), El Cerro del Castillo (5) y Peña del Gato (6), Las Huertas (7), VillacortiIla II (19), Valdelagorda (21), El Calvario (26), Las Viñas (27) y La Zarzona II (28), Cantos Labrados (32), Vega del Salcedo (37) y San Cristóbal II (39), La Hocecilla (46), El Mirabueno (51), Valdeladehesa (57) y Huerta de la Cueva (58).
que determinados yacimientos se dediquen a la agricultura o ganadería (Fernández-Posse 1998: 117).
volumen tendría mayor importancia el vacuno; el cerdo estaría escasamente representado24, igual que el caballo o perro (Abarquero 2005: 50).
Esta complementariedad de la producción económica condiciona una cierta homogeneidad cultural entre las diferentes regiones que componen el área que ocupó esta cultura a lo largo del Bronce Medio y Final, ya que una dedicación exclusiva habría permitido la aparición de hechos diferenciales entre grupos que explotan unidades ecológicas diferentes y complementarias y el establecimiento de relaciones de competencia entre ellos (Fernández-Posse 1998: 118). Lo que no queda tan claro es cómo se pudo mantener este equilibrio entre población y recursos que permitió mantener a Cogotas I su modelo de explotación y, por tanto, sus características a lo largo de varios siglos sin
En todo caso, en sociedades con economía de subsistencia, como la de Cogotas I, parece que no es rentable una dedicación exclusiva a alguna de los dos actividades económicas productivas, sino, por el contrario, su complementariedad, desarrollándose más una de las dos según el espacio ecológico donde se asentara la comunidad en cuestión, por lo que es preferible hablar de tendencias económicas más que de
24
No así en el Castillo de Rábano (López Sáez y Rodríguez Marcos 2006-07: fig. 7)
58
Fernando López Ambite
3.- Cogotas I
Tabla 10: Aprovechamiento agrario por términos municipales en el área de prospección: campaña de 1990 y 1991, respectivamente; según los informes de Superficies Ocupadas por los Cultivos Agrícolas, realizados por la Secretaría General Técnica del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación para el año agrícola 1999. Impro‐ Total Término Secano Regadío Prados Monte Erial ductivo has. Superficie Ha % Ha % Ha % Ha % Ha % Ha % Aldealengua
1073
54
6
70
2
341
17
38
2
455
23
1973
Ayllón
6398
50
148
1
2362
19
1784
14
318
2
1675
13
12686
Languilla
1666
62
92
3
288
11
238
9
89
3
295
11
2688
Maderuelo
6998
74
5
1200
13
614
7
595
6
9412
Montejo
1152
41
119
4
12
287
10
386
14
821
30
2777
Subtotal
17287
58
365
1
2737
9
3850
13
1445
5
3831
13
29536
Honrubia
141
7
625
30
386
18
195
9
726
35
2073
Villaverde
200
8
2
608
24
615
25
75
3
984
40
2484
Valdevacas
294
17
353
20
744
42
44
3
316
18
1751
Pradales
250
10
612
24
522
20
166
6
1203
46
2587
Encinas
612
35
80
5
983
56
56
3
24
1
1755
Subtotal
1497
14
2
2278
21
3250
30
536
5
3253
30
10650
Total
18784
47
367
1
5015
12
7100
18
1981
5
7084
18
40186
desplazamientos cortos, para complementar diferentes economías (Jimeno y Fernández Moreno 1991: 123; Romero y Jimeno 1993: 176; Fernández-Posse 1998: 119; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 182), que de todas formas debería suponer la existencia de una fuerte jerarquización social (Almagro-Gorbea et alii 1994: 28), una situación que a tenor de los datos ofrecidos por el análisis de captación del territorio, podrían haberse dado en el núcleo de Santibáñez, que es el que ofrece menor porcentaje de terreno cultivable.
apenas cambios (Fernández-Posse 1998: 120). Sin embargo, más adelante intentaremos plantear una explicación en relación con este problema. Uno de los aspectos que se han suscitado al estudiar la ganadería de Cogotas I es la existencia de un pastoreo trashumante o transterminante, que en otros momentos se utilizó para explicar la expansión de Cogotas I fuera de su territorio nuclear (Molina 1978: 169). Hoy en día parece que ni la expansión de Cogotas I ni la tesis de la trashumancia goza de amplia aceptación al constatarse que para este tipo de desplazamientos a larga distancia se necesitaba una organización estatal muy alejada de la Edad del Bronce (Bellido 1996: 80-81); también se están poniendo en duda la pretendida expansión de Cogotas I a partir de esta trashumancia, en la que más que el dinamismo de los pueblos de la Meseta, estaríamos ante una región receptora del influjo de las regiones periféricas (Jimeno 2001: 150); o que este dinamismo tuviera más que ver con la expansión de su cerámica, en relación con el intercambio de regalos entre las elites, el intercambio de mujeres, o la difusión de nuevos hábitos alimenticios, como el banquete de carne (Delibes et alii 1995a: 56; Delibes y Abarquero 1997: 131; Abarquero 1997: 90), hipótesis recientemente ampliada (Abarquero 2005: 16). En esta línea se encuentran los autores que han revalorizado la ganadería estante, mucho mejor adaptada al estío y las heladas del clima de interior (Abarquero 2005: 433-434). En todo caso, tampoco se puede desdeñar lo que sí que pudo darse y parece constatado en Los Tolmos, a saber, una transterminancia de primavera-verano con
Tipos de yacimientos Aunque no siempre se ha podido documentar claramente, creemos que en general debe corresponder al denominado de hoyos, fondos de cabaña o silos, habiéndose registrado claramente, por erosión del terreno, en El Prado (nº 1), hoyos de sección ultrasemicircular y otros de sección acampanada (lám. 1 y 2), con suficientes paralelos en los abundantes yacimientos ya excavados de Cogotas I (Bellido 1996: 29); un ejemplo de yacimiento que presenta las dos secciones recogidas en El Prado es, por ejemplo, el de El Teso de la Macarroña, en Valladolid, datado en la primera fase de Cogotas I y en la fase de plenitud (Arranz Mínguez et alii 1993: 76). Se trata de un tipo de estructura bien conocido en muchos yacimientos, tanto de la Edad del Bronce como en épocas anteriores y posteriores. Existe abundante bibliografía sobre la finalidad de estos hoyos (Martínez Navarrete 1988: 883-910; Bellido 1996: 21 y
59
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Figura 29; Materiales de los yacimientos de Cogotas I: El Prado (ASM‐2), Peña del Gato (Ayll‐8), Villacortilla I (Ebv‐2), El Calvario (Ln‐2), La Hocecilla (MVS‐11) y Valdelagorda (Ebv‐7).
60
Fernando López Ambite
3.- Cogotas I
ss.); en general, frente a los que en algún momento se ha pretendido, no parece que se realizaran con una función de basureros (Bellido 1996: 18), aunque normalmente se encuentren colmatados de todo tipo de desperdicios, como en el caso de El Prado, debido al esfuerzo que supone su excavación, sobre todo cuando en algunos casos se han realizado sobre terrenos firmes (Delibes et alii 1995a: 52). Y además, porque nada impediría a sus habitantes deshacerse de los desechos arrojándolos fuera de los poblados, como se ha venido realizando hasta el siglo XX en todos nuestros pueblos.
ser un tratamiento adecuado para preparar espacios destinados a almacén, aunque no es imprescindible este tipo de recubrimientos para preparar un silo (Martínez Navarrete 1988: 889; Bellido 1996: 31-32 y 38-39); en otros casos estos silos contendrían vasijas de almacenamiento (Martín Benito y Jiménez González 1989: 267; Rodríguez Marcos 1993: 66; Pérez Rodríguez et alii 1994: 12; Palomino Lázaro et alii 1999: 24); también pueden haberse construido para utilizarlos como hornos de cerámica (Pérez Rodríguez y Fernández Giménez 1993: 55); depósitos rituales (Bellido 1996: 4647; González-Tablas y Fano 1994: 102) o como lugares de enterramiento (Esparza 1990a: 130; Bellido 1996: 4445); e incluso algunos, por su tamaño, podrían tratarse de verdaderos fondos de cabaña, como, por ejemplo, puede ser alguno de los hoyos de La Huelga, en Palencia (Pérez Rodríguez et alii 1994: 12); de La Horra, en Burgos (Palomino Lázaro et alii 1999: 25); o del más próximo yacimiento de Cuevas de Ayllón, en Soria, con una cabaña de 2,40 m de ancho y restos de un posible hogar (Ortego 1960: 129). Por el contrario, otros autores señalan una funcionalidad funeraria, con rituales sin presencia física del cadáver (para ellos las inhumaciones serían una excepción en Cogotas I) al no poder establecer una clara relación entre estas subestructuras de habitación y las auténticas cabañas en las que morarían sus pobladores, salvo excepciones (González-Tablas y Fano 1994: 99-102).
En algunos casos sí que parece que se aprecia que el proceso de colmatación tuvo que ser una acción rápida y premeditada por parte de sus pobladores, quizá por el peligro que entrañaban para sus moradores o bien para desembarazarse de basuras molestas (Rodríguez Marcos 1993: 66; Bellido 1996: 26); algo que, sin embargo, en otros yacimientos no parece constarse, sino que, por el contrario, se puede apreciar una colmatación lenta y discontinua de los hoyos (Arranz Mínguez et alii 1993: 77; Bellido 1996: 24, fig. 2). También se ha llegado a sugerir que el posterior relleno podría deberse a la propia avenida de los ríos, sobre todo en los poblados en vega (Sanz García et alii 1994: 76-77). En cualquier caso, el problema es determinar cuál pudo ser la causa que llevó a su excavación y ante esta incógnita se han sugerido diferentes hipótesis.
Lo que sí que parece claro para la mayoría de los investigadores es que estos hoyos solo serían una parte de las construcciones de los poblados de Cogotas I, faltando en general las cabañas de los pobladores, definidas normalmente como endebles, realizadas a base de entramado vegetal y barro, y que debido a esta
En la mayoría de los casos parece que se trataría de silos de alimentos, pudiendo almacenar hasta una tonelada o más de cereal (Bellido 1996: 28-30 y 38), bien porque aparezcan recubiertos con un manteado de barro o porque presenten señales de rubefacción, lo cual parece
Lámina 1: El Prado, en la terraza superior (Aldealengua de Santa María)
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) ocupación más característica del mismo, como el caso de El Cerro del Castillo (nº 5), definido como castro o poblado de la Edad del Hierro, o La Hocecilla (nº 46), definido como despoblado medieval. Por tanto, creemos que todos estos asentamientos de Cogotas I deberían relacionarse con los denominados hoyos, salvo el caso diferente de Huerta de la Cueva (nº 58), cuya ubicación en cueva le aleja de este modelo de población, aunque sin llegar a ser algo excepcional, como lo demuestran, por ejemplo, los yacimientos de Arevalillo de Cega (Fernández Posse 1979: 82) o La Vaquera (Zamora 1976: 11), ambos en Segovia, así como los yacimientos funerarios de Cogotas I (Esparza 1990a: 131-132), con los que creemos que podría estar más ligado por los restos de superficie encontrados o algunos asentamientos ligados a abrigos en la zona del Alto Manzanares y el Alto Henares (Barroso 2002: 90). Igualmente, el yacimiento dudoso de Valdeladehesa (nº 57), aunque también pudiera contar con cabañas, por su ubicación podría haber aprovechado los abrigos rocosos junto a los que se encuentra.
precariedad de construcción, unido a la no permanencia en el tiempo de este tipo de poblaciones, implicaría un depósito de materiales escaso, y haría que se conservasen solo en contadas ocasiones restos de las mismas; en este sentido, algunos autores señalan que tras la anárquica distribución de los hoyos se pueden vislumbrar ciertas líneas semicirculares o incluso circulares que podrían hacer pensar en los perímetros de cabañas con diámetro cercano a los 10 m, sin que se pueda establecer si se trataría de cabañas comunales o familiares (Blasco Bosqued 1993: 149). En todo caso, también se han conservado restos de viviendas, como las que podemos observar en los cercanos yacimientos sorianos de Carratiermes, con parte de una cabaña ovalada muy alterada por la posterior necrópolis celtibérica (Bescós 2001: 257, fig. 91) y, sobre todo, en Los Tolmos de Caracena, con otra vivienda que presenta unas dimensiones de 6 por 2,5 m o 3,5 por 1,5 m (Jimeno 1984a: 189; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 17-18, fig. 7); más alejada de nuestra zona de estudio, también encontramos estas estructuras elíptico-ovaladas en El Teso del Cuerno, Salamanca, con unas dimensiones de al menos 9 por 4 m (Martín Benito y Jiménez González 1989: 266-267), así como en las cercanas provincias de Madrid y Guadalajara, con evidencias de postes perimetrales y centrales, suelos y hogares (Barroso 2002: 91-92).
3.3.- Estudio del Poblamiento Coetaneidad o diacronía de los asentamientos Respecto a la coetaneidad o diacronía de los yacimientos, al tratarse de materiales recogidos en prospección, es poco lo que se puede decir. Como ya hemos mencionado anteriormente, en este trabajo nos inclinamos por la hipótesis de que la presencia de la técnica de boquique no debería significar necesariamente un momento algo más avanzado dentro de la secuencia de Cogotas I. En este sentido, la aparición de cerámicas con decoración de boquique coincide casi siempre con otras con la decoración incisa, como por ejemplo en El Calvario (nº 26), Peña del Gato (nº 6) y Huerta de la Cueva (nº 58); solo en el caso del aislado Aldealengua A4, que, por otro lado, debe estar relacionado con El Prado (nº 1), claramente de la primera fase de Cogotas, y el asentamiento de Las Huertas (nº 17), fuera del ámbito del valle Aguisejo-Riaza y con muy poco material, encontramos la decoración de boquique sola sin acompañamiento de cerámicas incisas. Por otro lado las formas cerámicas sí se adscriben perfectamente, cuando los fragmentos son significativos, con la primera fase de Cogotas I.
En general parece que las plantas de las cabañas durante la Edad del Bronce serían rectangulares y ovaladas, con dimensiones muy variadas (Bellido 1996: 53 y 56, Gráf. 2). Por otra parte, algunos autores creen poder establecer, dentro de la aparente distribución anárquica de estos hoyos, la existencia de ciertas agrupaciones, que, piensan ellos, habría que explicar como testimonio de una ocupación familiar del espacio dentro de estas poblaciones o como indicio de una ocupación secuencial del poblado por un clan, en una estratigrafía horizontal (Pérez Rodríguez et alii 1994: 12-13). También se ha destacado la posibilidad de actividades colectivas llevadas a cabo en lugares especialmente destinados a este fin, como pudiera ser la molienda, frente a actividades con un carácter más familiar (queseras, panificación) (Blasco Bosqued 1993: 158). Otros investigadores creen que debió haber una división del espacio habitado: así por ejemplo, en Los Tolmos de Caracena o en El Teso del Cuerno, al igual que en otros ejemplos que estos autores señalan fuera de la Meseta, se puede apreciar la existencia de un espacio destinado a los consabidos hoyos y otro, apartado del anterior, destinado a las endebles cabañas de Cogotas I (Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 40; Bellido 1996: 71-73).
Todo ello nos hace pensar en una homogeneidad del material que nos indicaría que los yacimientos del área de prospección se adscribirían a esta primera fase de Cogotas I. Además, no se aprecia una dispersión especial de los asentamiento con restos de boquique, salvo una mayor preferencia por los asentamientos en llano (Las Huertas –nº 17-, Aldealengua A4 -nº 4-, El Calvario –nº 26- y Huerta de la Cueva –nº 58-) que por los que se encuentran en alto (Peña del Gato –nº 6-), que creemos que es puramente aleatoria y que no obedece a ninguna secuencia cronológica concreta.
En el registro de la prospección hemos consignado en ocasiones otra denominación para designar el tipo de yacimiento atribuible a Cogotas I; ello se debe a que se está definiendo el tipo de yacimiento con la
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Figura 30; Materiales de los yacimientos de Cogotas I: Las Huertas (E‐1), Huerta de la Cueva (Stb‐2), San Cristóbal II (Mzg‐5), Las Viñas (Ln‐4) y Vega del Salcejo (Mzg‐2).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) un momento temprano dentro de esta primera fase), y la continuidad en el hábitat desde época calcolítica, es lo que nos induce a pensar en una cierta sincronía de los asentamientos de Cogotas I. Esto no significa que todos los asentamientos tengan que ser estrictamente coetáneos, pero sí creemos que los núcleos lo serían, pudiendo haber un cierto cambio dentro de cada núcleo, o lo que es lo mismo, que los núcleos serían sincrónicos, pero los asentamientos de cada núcleo no tendrían por qué serlo. Incluso si aceptamos la hipótesis de una diferencia cronológica entre yacimientos sin boquique y con boquique, como ya hemos comentado, este tipo de decoración aparece en cuatro de los seis núcleos de la zona central del valle del río Aguisejo-Riaza, lo que indicaría una sincronía en la continuidad del poblamiento de los núcleos, salvo en el caso de Maderuelo (dudoso) y el de Estebanvela.
Sin embargo, si la hipótesis aquí propuesta, de no significación cronológica del boquique no fuera cierta, lo que podría indicar la existencia de yacimientos con boquique sería una segunda fase de ocupación que se constataría en cuatro de los nueve núcleos, tres de ellos en la zona central de Cogotas I y que afectaría fundamentalmente a los poblados en llano, pero no a los asentamientos en alto, salvo el caso de Peña del Gato (nº 6), y que entonces retrasaría las fechas de la despoblación en esta zona a una etapa más avanzada dentro de la primera fase de Cogotas I, es decir, un ambiente similar al encontrado y definido como tal en el yacimiento de El Cementerio-El Prado, Quintanilla de Onésimo, en Valladolid (Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 51-54). También significaría que la despoblación, que luego veremos, en primer lugar, afectaría a la zona de Montejo y Maderuelo, en la que no se han hallado decoraciones de boquique, mientras que la zona central del AguisejoRiaza, permanecería poblada más tiempo, lo cual parece lógico al tratarse de la zona más densamente poblada dentro del área de prospección. En cualquier caso y como ya hemos comentado anteriormente, nosotros nos decantamos más por la primera hipótesis, es decir, por la no significación cronológica del boquique como veremos a continuación.
Si esta hipótesis fuera cierta, estaríamos ante un indicio de nucleación25 o de cierta estabilización de la población durante el Bronce Medio, frente a su pretendida itinerancia defendida por la mayor parte de los investigadores, que, sin determinar todavía la existencia de un único poblado que controlase el territorio de explotación y centralizase las actividades de subsistencia, como ya ocurre en el ámbito circummediterráneo desde el Calcolítico, aunque no parece en el caso de la Meseta salvo algunas excepciones (Burillo y Picazo 1997: 51; Garrido Pena 2000: 208), determinaría un reparto de la vega de los valles entre diferentes grupos de población, en donde el núcleo en altura se convertiría en un punto de control de su territorio y, también, en un hito de referencia visual para sus habitantes. Dentro de este territorio sí que podría darse una cierta itinerancia, aunque ésta no es imprescindible para la supervivencia, según apuntan algunos paralelos etnográficos (Bellido 1996: 90-92), sobre todo si el número de habitantes es reducido.
Esta inexistencia de cerámicas excisas y boquique en yacimientos tempranos del centro del Valle del Duero, como en Cogeces del Monte (Delibes y Fernández Manzano 1981: 51-71; Delibes et alii 1990: 85; Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 51-54 y nota 13) o al sur del mismo en otras regiones (Fabián 1995: 199), frente a la presencia de las mismas, aunque exigua, en el reborde oriental de la Meseta, en yacimientos considerados antiguos dentro de Cogotas I, como sería el caso de Los Tolmos de Caracena (Jimeno 1984: 38; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 119-120), El Balconcillo del Río Lobos (Rosa 1991: 74) o Arevalillo de Cega (Fernández-Posse 1979: 83; Fernández-Posse 1981: 156) se ha interpretado por la existencia de diferentes grupos con diferente actividad económica o tradición cultural, que irían convergiendo hasta formar la cultura de Cogotas I avanzada o plena (Delibes et alii 1990: 85; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 122-123; Delibes y Romero 1992: 234; Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 52-54) o que aquéllas pertenezcan a fases más modernas del yacimiento y por tanto tengan un sentido cronológico (Delibes et alii 1990: 85; Rodríguez Marcos y Abarquero 1994: 51-54 y nota 13).
En este sentido, hay que señalar que también parece detectarse ya durante el Calcolítico, en especial en la Meseta centro-occidental y en la región madrileña, al igual que durante el Bronce Antiguo, en este caso ya con nuevos asentamientos en alto que parecen ejercer un control sobre pastos y vías de comunicación en el reborde oriental de la misma, una cierta estabilización de la población, que sería el precedente de la que aquí estamos comentando, sin llegar a la clara territorialidad de otras regiones (Garrido Pena 2000: 47-48; Jimeno 2001: 156158).
En conclusión, la existencia de un patrón de poblamiento regular que parece abarcar la zona central de la cuenca Aguisejo-Riaza, con núcleos poblados cada 4-6 km, o lo que es lo mismo, con separaciones en torno a la hora de viaje, posiblemente extendida hacia el sudoeste de la provincia de Soria; la propia ubicación en alto de algunos asentamientos que parece indicar un interés por controlar una parte del valle; la uniformidad de la cerámica, que en todo momento nos remite a la primera fase de Cogotas I (salvo en el caso de Huerta de la Cueva -nº 58- y quizá Valdeladehesa -nº 57-, que nos remite a
Además, esta nucleación supondría disponer de menor superficie de terreno de labor para los grupos asentados, en torno a los 4 ó 5 km de radio, como hemos 25 Si en un primer trabajo utilizamos de forma insegura el término nuclearización (López Ambite 2003: 152 y ss.); a instancias del Dr. Berrocal, hemos preferido sustituir este término que equivaldría a “la sustitución de energías tradicionales por la nuclear” por el de nucleación, que en termodinámica significa “la formación de un núcleo de estructura y composición definidas de gérmenes que constituyen una nueva estructura física”.
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Figura 31; Materiales de los yacimientos de Cogotas I: La Cibaza (ASM‐8), Hallazgo Aislado de Aldealengua de Santa María (ASM‐A4), Hallazgo Aislado de Maderuelo (Ma‐A2), El Cerro del Castillo (Ayll‐8), Cantos Labrados (Ma‐10), El Calvario (Ln‐2), El Mirabueno (MVS‐18) y Valdeladehesa (Stb‐1).
visto, de ahí que se necesitase ampliar la economía a todos los ecosistemas del valle, lo que posiblemente revalorizase el páramo como lugar de explotación. Por tanto, la ocupación de poblados en altura no solo significaría un mayor control visual del terreno circundante, sino también una ampliación de los recursos aprovechables. En este sentido, hay que recordar que la paramera de la zona de Ayllón, en líneas generales, permite su aprovechamiento agrario por presentar unos suelos profundos, aunque siempre con menor productividad que las tierras del valle.
Sin embargo, aparte de la funcionalidad más económica de los diferentes tipos de yacimientos que hemos comentado, hay que tener en cuenta la propia transformación del paisaje por los grupos humanos en aras de establecer elementos de señalización de sus respectivos territorios dentro de un contexto de apropiación del territorio, en relación con la pretendida nucleación de la población por la que aquí abogamos. Esta señalización, que en otros lugares se realiza mediante una serie de señales funerarias y/o artísticas, podrían ser sustituidas por los poblados en altura, que si bien estarían bastante mimetizados con el entorno, como ha ocurrido con nuestro pueblos hasta hace bien poco, la existencia de los hogares y los humos consiguientes, formarían señales claramente perceptibles por todos los habitantes del valle.
Igualmente, esta cercanía de poblaciones que en general resultan ser muy homogéneas, incluso entre largas distancias, potenciaría los vínculos entre las mismas, máxime teniendo en cuenta los vacíos que las separan de otros conjuntos de población, como el de Arevalillo o Sepúlveda. Todo ello redundando en un tipo de vínculos estrechos, que podrían calificarse de cuasi tribales, que a su vez podrían determinar la existencia de una cierta exogamia como se ha mantenido en otras ocasiones (Delibes y Abarquero 1997: 131; Abarquero 1997: 90).
Respecto al número de habitantes, su estimación es muy difícil sin excavaciones de por medio y aunque el total no debió ser muy importante, la existencia de un patrón de poblamiento en vías de nucleación indican que la población comenzaba a ser los suficientemente grande como para que la parte central del valle fuese ocupada de
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) poblamiento podría dar pie a una explicación que supondría la existencia de una jerarquización del hábitat, como ya se ha venido proponiendo por otros investigadores de Cogotas I. Así, para el centro de la Cuenca del Duero se ha pensado ya que en la primera fase de Cogotas I, o Protocogotas I, como estos autores prefieren denominar, habría un cierto control por parte de los poblados en alto sobre los que están en el llano que serían poblados menos extensos y probablemente con mayor movilidad; los primeros serían pocos en número y se localizan sobre lugares destacados y tenemos indicios de que tendrían una ocupación más estable, como podría dar a entender la muralla de el castro de La Plaza de Cogeces del Monte, Valladolid (Delibes y Fernández Manzano 1981: 53), pero que no sería el único ejemplo (Abarquero 2005: 40), como se señala en la Ribera del Duero vallisoletana, donde tres yacimientos en alto articularían la organización del territorio (López Sáez y Rodríguez Marcos 2006-07: 79). En este sentido, ya anteriormente se había señalado la intención defensiva de este tipo de emplazamientos, como ocurre en el caso del Ecce Homo, aunque de una época más avanzada de Cogotas I (Almagro-Gorbea y Fernández Galiano 1980: 116). Igualmente, para el sudoeste de la Meseta, más en concreto la zona de Béjar, Salamanca, se señala la existencia en la etapa inicial y plena de una serie de poblados en alto que a su vez están fortificados; para su investigador la razón de ello estribaría en una situación de inestabilidad creciente a partir del Calcolítico (Fabián 1995: 196 y 203).
forma sistemática. En algún estudio se ha planteado, teniendo en cuenta ejemplos diferentes, que la población oscilaría entre 30-50 habitantes y que en algunas ocasiones de podría llegar a los 200 (Blasco Bosqued 1993: 147). Sin embargo, en contra de esta hipótesis de la sincronía de núcleos, podría aducirse el argumento de la escasa entidad de muchos yacimientos que sí que podría corresponder a un hábitat más inestable (Delibes et alii 1995a: 53), si es que no se trata de yacimientos desmantelados por la erosión, en especial los que se localizan en alto, o por las labores agrícolas, en los que se encuentran en llano, como ya se ha venido comentando anteriormente. En relación con esta hipótesis de la movilidad de estas poblaciones, se ha aducido la escasez de enterramientos y desde luego que no existan necrópolis, a lo que habría que añadir que posiblemente todos los integrantes de las comunidades de Cogotas I no tendrían quizá acceso a ser enterrados o se practicarían rituales diferentes al de la inhumación relacionados con los hoyos (Esparza 1990a: 126-136; González-Tablas y Fano 1994: 99-102; Delibes et alii 1995a: 56-57; Ruiz Zapatero y Lorrio 1995: 225-226; Castro et alii 1995: 6972; Palomino et alii 1999: 37). Además, se viene insistiendo en que en la Europa atlántica hay una rarificación de los enterramientos desde el Bronce Medio hasta la Edad del Hierro, mientras que por otro lado aumentan los depósitos de metales, lo que podría implicar un cambio en el modelo de enterramiento tradicional (Ruiz-Gálvez 1995b: 134 y 153).
Este esquema claramente jerarquizado permite pensar que debió haber una cierta complementariedad entre estos yacimientos, lo que reflejaría una organización más compleja y jerarquizada que la que se les suponía hasta ahora (Rodríguez Marcos 1993: 69; Delibes 1995: 80; Delibes et alii 1995a: 53; López Sáez y Rodríguez Marcos 2006-07: 79), al menos en la zona occidental de la Meseta, no siendo esto tan claro en la oriental (Jimeno 2001: 163). Para otros autores esta jerarquización sería tan intensa que daría lugar a situaciones incluso de explotación económica y de redistribución de los excedentes por parte del poblado en alto (Cruz 1997: 270; López Sáez y Rodríguez Marcos 2006-07: 115-116). Por último, para otros esta jerarquización del hábitat sí que parece que se ha confirmado desde finales del segundo milenio a.C. al menos en la zona sudoccidental de la Meseta, en este caso, debido a la influencia de la reactivación de los intercambios tanto en el mundo atlántico-centroeuropeo como mediterráneo (Álvarez-Sanchís 1999: 51 y 61).
Por otro lado, también existe la explicación de que esta falta de enterramientos, más que deberse a esta pretendida itinerancia de sus habitantes, formaría parte de un proceso que se generalizaría a lo largo de la Edad del Bronce y parte de la Edad del Hierro en la Europa atlántica, donde las inhumaciones parece que son sustituidos por otras formas de sepultura, que se podrían relacionar con los depósitos de metales (Ruiz-Gálvez 1995b: 134-153). Además, la tesis de una agricultura itinerante también se está poniendo en cuestión al constatarse la existencia de estrategias basadas en la producción y en el almacenamiento a largo plazo de productos agrícolas, ya que quizá se esté confundiendo dispersión de población con inestabilidad (Burillo y Ortega 1999: 124-125). Por otro lado, una serie de paralelos etnográficos indican la posibilidad de que las poblaciones agrícolas pudieran permanecer largos períodos de tiempo en un mismo lugar, sin tener necesidad de trasladarse a otros puntos del entorno; igualmente señalan que el tipo de viviendas de Cogotas I, a pesar de su precariedad, puede durar varias generaciones con pequeños retoques (Bellido 1996: 90-92 y 85, respectivamente).
Esta hipótesis de la jerarquización del hábitat unida a la existencia de elementos de prestigio claramente importados, a través de los cuales las elites proclamarían su poder, al control de los yacimientos metálicos por las mismas (Fernández Manzano 1986: 138-142; Delibes y Romero 1992: 238-240; Cruz 1997: 270), a la posibilidad de que se diesen traslados de ganados a media distancia (Almagro-Gorbea et alii 1994: 28) o la conservación de silos no domésticos que podría detentar una elite, incluso
¿Jerarquización del hábitat? La otra consecuencia del modelo de poblamiento de la zona nordeste de Segovia es que este esquema de
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ya en el Calcolítico (Garrido Peña 2000: 198), suponen una serie de indicios que esgrimen estos autores para considerar que la estructura social de Cogotas I tuvo que ser ya de jefaturas, con fuerte jerarquización social, aunque sin alcanzar el grado de complejidad de los yacimientos centralizadores del sur y este peninsular (Esparza 1990a: 132-134; Delibes et alii 1995a: 53 y 57-58); esta jerarquización social incluso se postula ya para el Campaniforme en la Meseta, aunque en casi ningún caso se trataría de jerarquización de hábitat (Garrido Pena 2000: 2632 y 208).
reafirmar su posición frente al resto de la comunidad en un momento de compleja transición entre las sociedades igualitarias y las jerarquizadas (Garrido Pena 2000: 26, 31 y 198). Por el contrario, para otros autores más que una fuerte jerarquía dentro de la sociedad de Cogotas I, lo que habría sería un cierto liderazgo, o lo que es lo mismo, una jefatura en grado mínimo; esta hipótesis estaría avalada por la existencia de un modelo de explotación económico extensivo que implicaría la existencia de una territorialidad y la necesidad de un liderazgo para coordinar acciones colectivas, pero que no implicaría una fuerte jerarquización, ni una institucionalización del poder, ni su perpetuación, es decir, un modelo más propio de sociedades cuasiigualitarias que, por otro lado, suele permanecer sin cambios durante largos periodos de tiempo como ocurre con Cogotas I (Fernández-Posse 1998: 121-122); además algunos indicios que se argumentaban como indicios para la existencia de jerarquización social, se pueden esgrimir para defender la existencia de actividades comunales, como el caso de los silos y otras (Blasco Bosqued 1993: 158).
Lo que no explican estos autores es cuál sería la causa del surgimiento de esta fuerte jerarquización social y del hábitat, que, en todo caso, no parece muy compatible con el tipo de agricultura de rozas que a su vez suponen para Cogotas I; existen explicaciones para este tipo de situaciones en el ámbito mediterráneo e incluso para la Meseta Sur, que hacen hincapié en la necesidad de prever riesgos y que por un método, en parte difusionista, trasladarían desde la costa a los territorios del interior tanto la sedentarización de las poblaciones como su estratificación social (Díaz-Andreu 1991: 38). Para el Campaniforme se insiste en los cambios económicos producidos por la denominada revolución de los productos derivados, ya desde un Neolítico avanzado, que posibilitarían la existencia de excedentes que podrían ser controlados por unas incipientes jerarquías, así como transformaciones demográficas y sociales que posibilitaron la existencia de diferencias dentro de los grupos campaniformes, en donde los líderes de estas comunidades utilizarían los conocidos ajuares para
Igualmente, para otros estos líderes solo serían capaces de canalizar sus prerrogativas en beneficio de la comunidad, sin que se diese un dominio opresivo sobre la misma; por otro lado, tampoco se aprecien grandes contrastes familiares dentro de los asentamientos de estos grupos (Abarquero 2005: 53). En este sentido, el modelo de intensificación económica que propone Harrison para la Edad del Bronce, donde la ganadería permitiría un aumento de la producción y de la movilidad, supondría una elección
Lámina 2: El Prado, detalle de hoyo (Aldealengua de Santa María).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) 179; Barroso 2002: 120), seguiría teniendo una cierta importancia, sobre todo en momentos de crisis.
cultural, como él denomina, que implicaría una cierta independencia de los grupos que la llevasen a cabo, por lo que la coerción de determinadas familias, en la línea de la creciente estratificación social que se advierte en otras regiones peninsulares, como el sudeste, sería muy difícil de realizar (Harrison 1993: 298).
Sin embargo, esta mayor demanda de tierras estaría en contradicción con la baja densidad de población que se constata, y eso que se han contabilizado todos los yacimientos, cuando probablemente no todos fueran coetáneos, aunque sí los núcleos, como ya hemos comentado. Una posible explicación para esta circunstancia, que parece que se podría generalizar para amplias regiones del interior peninsular, es el proceso de intensificación económica en relación con la revolución de los productos secundarios (Sherratt 1981); en este proceso "se aumenta la producción de bienes y alimentos para adquirir excedentes disponibles con fines políticos y sociales; [...] es una realidad más vinculada al ejercicio de una opción, para manipular el orden social a largo plazo, que a los cambios económicos" (Harrison 1993: 294).
Tampoco están de acuerdo otros autores que, en un intento de generalizar y establecer afinidades y diferencias entre los distintos grupos culturales de la Edad del Bronce, destacan la existencia de un conjunto denominado circummediterráneo, en el sentido lato de la expresión, caracterizado por una clara jerarquización social, con poblamiento aglomerado en altura, opuesto al conjunto de Cogotas I, donde no se aprecian estos rasgos (Burillo y Picazo 1997: 51). Además, insisten en señalar que las diferencias de riqueza no tienen por qué implicar siempre estratificación social o situaciones de dependencia social (Burillo y Ortega 1999: 126), como proponían los investigadores de la tesis de la fuerte jerarquización social. En este trabajo estaríamos más de acuerdo con la segunda hipótesis, ya que los poblados en alto no presentan una densidad de material tal que no hiciera pensar en grandes centros poblados durante largos períodos de tiempo. Ni son siempre de mayor tamaño que los poblados en llano, como por ejemplo ocurre en el núcleo de Aldealengua, en el de Ayllón y en el de Estebanvela; aunque sí en el caso del núcleo de Languilla.
Este modelo de intensificación económica indica cómo se superan las limitaciones regionales con dos estrategias diferentes a lo largo de un amplio periodo de tiempo. Respecto a la Edad del Bronce se mantiene la base agrícola, que nosotros consideramos que en la zona de prospección se debe incrementar al trasladarse las poblaciones calcolíticas desde los ambientes serranos y ganaderos de la Serrezuela a las campiñas más agrarias de los valles del Aguisejo y Riaza; pero a esta base se añade ahora un componente ganadero, posiblemente más variado que durante el Calcolítico y que además proporcionaría una mayor movilidad a las poblaciones. De nuevo las parameras y las rastrojeras de los campos de labor unidos a los humedales nos indican la posibilidad de una ganadería diversificada en los valles del Aguisejo y Riaza. Es decir, durante el Bronce Medio se optó por una intensificación de la producción a base de desarrollar una ganadería más diversa y de mayor movilidad, debido a la dificultad de intensificar la producción sobre una agricultura de secano con los cultígenos y técnicas que se les supone a estas poblaciones. Esta intensificación ganadera se ha constatado, por ejemplo, en el desarrollo de las dehesas, que parecen reflejar los análisis polínicos de diferentes yacimientos (Harrison 1993: 294 y 297).
El esquema que parece desprenderse del estudio de la zona nordeste de la provincia de Segovia, más que apuntar hacia un esquema de fuerte jerarquización social, lo que parece que indica es una creciente nucleación del valle que supone una mayor explotación del territorio, por tanto, y diversificación de su economía seguramente a causa de esta menor disponibilidad de tierras, de ahí la necesidad de controlar los dos ámbitos geográficos del valle del Aguisejo-Riaza Medio, es decir, la vega, con su aprovechamiento para cultivo de cereales y los pastos permanentes junto a las encharcadas márgenes de los ríos, que hoy todavía subsisten a pesar de las canalizaciones y drenajes realizados, y que en época prehistórica se puede aceptar como más extensas por el mayor caudal de los ríos y la existencia de una cobertura vegetal más amplia y más densa (Ruiz-Gálvez 1998: 123 y 194-195; Delibes et alii 1995b: 564-565); y la paramera que permitiría el aprovechamiento de pastos y de productos de los montes, cuya producción ha debido ser muy importante para las poblaciones prehistóricas hasta incluso la Edad del Hierro (Ruiz-Gálvez 1998: 191) y en la que no puede olvidarse la actual dedicación a tierras de labor al no ser estructuralmente una paramera y tener, por tanto, suelos profundos.
En el caso de la zona nordeste de Segovia, tendríamos una agricultura como base de subsistencia, según se desprende del análisis de captación, que conllevaría una cierta fijación de las poblaciones a la tierra, pero a la que hay que añadir una ganadería, que posiblemente se concentrara en los humedales que ya hemos mencionado, sin que ello signifique que no se aprovechasen otros pastos de peor calidad; ambas actividades determinarían la nucleación que hemos comentado, ya que para poblaciones escasas, como la de los asentamientos de Cogotas I, habría suficiente terreno, como ya hemos señalado, a pesar de que se postula unos medios de aprovechamiento del terreno que conllevarían el agotamiento del mismo. Será por tanto el auge de esta ganadería la que determinaría en última instancia esta
Entre estos usos estaría la caza, que si bien ya no parece ser una actividad primordial, puesto que ahora parece que hay un predominio, por otro lado, de las especies domésticas sobre las cazadas (Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 95; Romero y Jimeno 1993:
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nucleación a partir de una ganadería estante, suficiente para las pequeñas comunidades de Cogotas I, que como volvemos a recordar, coincide con el patrón de poblamiento medieval.
aportar excedentes en forma de tributos, una situación análoga se podría haber dado en la menos densamente población de la Edad del Bronce. Estos ganados estantes y, por lo que afirma Harrison, más diversificados encontrarían en el entorno de los núcleos ya descritos, suficiente terreno para mantenerse y suministrar productos de gran valor para las comunidades prehistóricas; además, proporcionan un buen sistema de almacenamiento de alimentos en forma de animales vivos, aparte de permitir una mayor movilidad en caso de necesidad, lo podría arrojar algo de luz sobre la despoblación de buena parte del Alto Duero durante el Bronce Final. Por último, los recursos ganaderos engendrarían una cierta independencia del grupo, por lo que la coerción sería más difícil sobre estas poblaciones más móviles, de ahí que este modelo pueda ser una opción institucional que frene el dominio de algunas familias sobre las demás, en la línea de la estratificación social que se viene apreciando, por ejemplo, en determinadas regiones circunmediterráneas (Harrison 1993: 297-298).
Esta coincidencia de patrones creemos que está señalando los espacios necesarios para que pequeñas comunidades con una tecnología arcaica pudieran subsistir, sin que ello signifique que aquí propongamos unas densidades de población equiparables. Así, si consideramos la densidad máxima de 0,1 yacimientos por km² para el área central de Cogotas I contabilizando todos los yacimientos, para el siglo XIII se registra una densidad de 0,5 poblados por km² en general y de 0,7 corregido, descartando la semidesierta área serrana (Barrios y Martín 1993: 116). Pero volviendo al argumento anterior, la coincidencia en la dispersión de Cogotas I y la época plenomedieval indicaría unos recursos agropecuarios más que suficientes para las poblaciones de la Edad del Bronce, tanto en terrenos de labor como, sobre todo, en pastos, de ahí la citada coincidencia de patrones de asentamiento. En este sentido, hay que recordar que la economía de las pequeñas comunidades medievales sería mixta, posiblemente como las de Cogotas I, viviendo de lo que producía su entorno, tanto de las tierras de labor como de sus ganados; y además, que éstos no estarían sujetos a los desplazamientos a larga distancia, que solo los llevarían a cabo los de la nobleza, Iglesia o grandes concejos. Por todo ello, si estas poblaciones medievales pudieron autoabastecerse de productos agrarios y ganaderos con lo que producía su entorno e incluso
En definitiva, estaríamos ante un tipo de economía de amplio espectro, que no descarta ningún ecosistema para la mejor supervivencia de sus pobladores (Fernández-Posse 1998: 117), al tener una economía de subsistencia muy precaria, como ha ocurrido en épocas posteriores hasta la revolución de la agricultura a partir del siglo XIX, a pesar de una serie de adelantos e innovaciones que se han venido sumando desde la Prehistoria reciente y la Antigüedad en adelante. Esta misma amplitud del espectro de subsistencia unido a la posibilidad de exportar
Lámina 3: Valdeladehesa (Santibáñez de Ayllón)
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) lo largo de este período de varios siglos de duración, por lo que se extraen informaciones de diferentes regiones o de diferentes épocas como si Cogotas I hubiese sido un todo coherente a lo largo de esos siglos y en todas las regiones en la que se extendió (Fernández-Posse 1998: 120), cuando, por el contrario, creemos que se pueden apreciar una serie de diferencias, no solo de cultura material, sino sobre todo de hábitat. Así, para demostrar esta jerarquización ya desde las primeras fases de Cogotas I en estos tres yacimientos citados, se traen a colación estos yacimientos (por ejemplo en Delibes et alii 1995a: 56), cuya cronología no siempre está clara. En el caso de Carricastro, se señala la documentación de cerámica incisa, junto a decoraciones de boquique y excisas (Martín Valls y Delibes de Castro 1976: 9), lo mismo que ocurre en la Mesa del Carpio, con una cronología desde la primera fase de Cogotas I, “hasta el final de Cogotas I en la transición al Hierro 1”, según se señala textualmente (Cruz 1997: 265).
el excedente de población a las zonas limítrofes de los grandes conjuntos de población permitiría el mantenimiento de una sociedad sin clara estratificación social, de ahí que sea difícil la existencia de los grandes castros jerarquizadores, como pretenden otros autores. Además, el borde de la paramera permitiría el control visual sobre la parte del valle que no tendría por qué significar explotación de los poblados en llano, sino solo control de esos recursos que hemos señalado o incluso un control visual del territorio circundante con respecto a otros núcleos coetáneos, que parece que se reparten regularmente el valle, lo mismo que un referente visual para la totalidad del grupo. Ahora bien, no se observa que los poblados de mayor tamaño correspondan con los yacimientos en alto, lo que podría indicar algún tipo de jerarquización del hábitat tal y como hemos señalado que suponen otros investigadores. Y redundando en este argumento, el que el porcentaje de poblados en alto, un 47 %, sea muy similar al de los poblados en llano, un 53%, no parecerían avalar esta hipótesis de la jerarquización del hábitat, que, como se ha señalado en otras ocasiones, presenta un gran núcleo en alto circundado por otros más pequeños, a veces denominados alquerías por la investigación, como en el caso de Ecce Homo, Madrid (Almagro-Gorbea y Fernández Galiano 1980: 116), de La Plaza de Cogeces del Monte, Valladolid (Rodríguez Marcos 1993: 69), o La Mesa de Carpio, Salamanca (Cruz 1997: 270); sin embargo, estos porcentajes no coinciden con los generales de Cogotas I para toda el área nuclear (Abarquero 2005: 40). Tampoco se ven diferencias notables en cuanto a la extensión de los yacimientos (fig. 24), donde el único que destaca es Las Huertas (nº 17), con escasa densidad de material y posiblemente muy alterado por las labores agrícolas, pero que en todo caso, se encuentra aislado sin otros asentamientos a su alrededor.
Por todo ello, la existencia de esta jerarquización del hábitat podrían hacer referencia a un momento mucho más avanzado de Cogotas I que el de su primera fase, lo que sí que parece constatarse, por ejemplo en el sudoeste de la Meseta en esta época, debido a la influencia de la reactivación de los intercambios tanto en el mundo atlántico como mediterráneo, donde ya parece documentarse una cierta organización del espacio, aunque todavía no esté estrictamente parcelado (Álvarez-Sanchís 1999: 51 y 59-61) o en el Tajo Superior donde se advierte un progresivo encastillamiento (Valiente 2000: 205). Por todo ello resulta paradójico que para insistir ahora en una mayor coincidencia entre Cogotas I y El Soto, se consideren que estas murallas serían más del Bronce Medio que del Final (Romero y Ramírez 2001: 55). Tan solo quedaría como caso insólito el castro de La Plaza de Cogeces del Monte, que se adscribe sin problemas a la primera fase de Cogotas I, aunque el tipo de muralla que se describe recuerda a la de los castros de la Edad del Hierro26, elaborada en bloques irregulares de piedra, que alcanzaban antes de su desmantelamiento una altura de cuatro metros y una anchura del derrumbe de unos veinte metros (Delibes y Fernández Manzano 1981: 54), ya que la existencia de murallas no parece algo común ni durante el Calcolítico ni durante el Bronce Medio en la Meseta Norte (Bellido 1996: 64). Por ello, y mientras no aparezcan otros ejemplos similares en cuanto a estructura y cronología, creemos que habría que poner en duda la existencia de un amurallamiento tan temprano, así como las implicaciones socioeconómicas que ello lleva aparejado.
Por otro lado, tampoco se observa la existencia de actividades exclusivas de los poblados en alto (en el área de prospección, la verdad es que no hemos detectado ningún tipo de actividad exclusiva aparte de las agropecuarias que se supone deberían tener), como parece que ocurre en La Mesa del Carpio, donde se une la circunstancia de un poblado en alto, con una superficie de 8 ha, una ocupación prolongada en el tiempo y una importante industria macrolítica (Cruz 1997: 270-271); o también en el asentamiento de Carricastro, Tordesillas, Valladolid, con restos de bloques de granito trabajado y sin trabajar, en un lugar muy alejado de las posibles canteras, y con elementos que parecen asegurar la existencia de algún taller de fundición, cuando los yacimientos cupríferos tampoco se encuentran en sus inmediaciones (Delibes et alii 1995a: 53 y 55-56). Ni por otro lado se han detectado estructuras que denotarían una mayor permanencia en el tiempo, como puede ser el caso de una posible muralla en el castro de La Plaza de Cogeces del Monte (Delibes y Fernández Manzano 1981: 53-54; Rodríguez Marcos 1993: 69).
Por el contrario, lo que sí que parece constatarse es la existencia de murallas de Cogotas I en el sudoeste de la Meseta, por ejemplo en Sanchorreja (González-Tablas y Domínguez 2002: 226) y en otra serie de yacimientos tardíos, que podrían permitir la generalización de este 26
En este sentido los propios autores recuerdan que este yacimiento en alguna ocasión fue catalogado como de la Edad del Hierro (Delibes y Fernández Manzano 1981: 51), relacionándolo en algún caso con las campañas de Tito Didio de principios del siglo I a.C. (Wattenberg 1959: 40).
En este sentido creemos que se está tratando todo el período de Cogotas I, o al menos en su primera fase y en la de plenitud, como si no se hubieran producido cambios a
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Lámina 4: Huerta de la Cueva (Santibáñez de Ayllón).
que otras; en este sentido, la jerarquización que se propugnaba para el centro y oeste de la cuenca del Duero podría suponer un elemento de continuidad, frente al tipo de sociedad, menos jerarquizada del Alto Duero y de nuestra zona de prospección, que ante los mencionados cambios climáticos, no sabrían responder de forma adecuada.
fenómeno al menos en los que por su disposición estratégica controlan las vías naturales de comunicación (Álvarez-Sanchís 1999: 51-53; Fabián 1999: 179). Tan solo en esta región se podría pensar en una serie de poblados en alto fortificados desde los comienzos de Cogotas I, a tenor de los datos aportados (Fabián 1995: 196 y 203). Por otro lado, si esta jerarquización del hábitat se pudiera llevar hasta esta primera fase de Cogotas I, algo con lo que no estamos de acuerdo en este trabajo, de nuevo nos indicaría la existencia de discrepancias dentro de la pretendida homogénea cultura de Cogotas I27, es decir, que habría variaciones regionales como ya se vienen apreciando para algunos elementos de esta cultura (Castro et alii 1995: 72-73; Palomino Lázaro et alii 1999: 35; Abarquero 2005: 31). Estas diferencias apreciables quizá podrían explicar la falta de jerarquización del hábitat que de todas formas creemos extensible a otras regiones, o el extraño comportamiento de Cogotas I en la región del Alto Duero y posiblemente en otras zonas de la provincia de Segovia, donde tras una primera fase mejor representada, sobre todo en nuestra zona de prospección, desaparece de forma difícil de explicar. Quizá los cambios climáticos, como ya se ha señalado, solo sean el factor que desencadene un proceso por el cual determinadas agrupaciones fueran menos viables
La continuidad de la población en el tiempo: el Calcolítico Si para el final de Cogotas I todavía se mantienen tesis rupturistas por buena parte de la investigación, no ocurre lo mismo para la conexión de la Edad del Bronce con el Calcolítico, como también constatamos en nuestra área de prospección. Si observamos la dispersión de los yacimientos catalogados como calcolíticos o campaniformes, comprobamos que existe una mayor concentración de poblados de esta época en la Serrezuela y aledaños (términos de Villaverde, Valdevacas, Carabias de Pradales y Encinas), que precisamente se trata de la zona en la cual durante el Bronce Medio apenas si encontramos el asentamiento de Encinas y otros pocos ya fuera del ámbito de estudio, y éstos en una zona periférica al macizo de la Serrezuela, entre un gran vacío de población. Junto a esta concentración, existe otra de menor densidad que se corresponde a grandes rasgos con la posterior área central de Cogotas I en el valle del Aguisejo-Riaza, y que coincide con los núcleos de Maderuelo,
27 En este sentido, conviene recordar que la pretendida uniformidad de la cultura de Cogotas se basa fundamentalmente en la cerámica, y esto, además, sin que se hayan hecho estudios generales sobre la misma; mientras que, por el contrario, otras manifestaciones culturales, como vemos en el caso de la dispersión del hábitat o los diferentes tipos de enterramiento, muestran una mayor heterogeneidad (Jimeno 2001: 146).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Aldealengua, Languilla y Ayllón, aunque en estos dos términos municipales los yacimientos calcolíticos sean algo dudosos por el momento; también se registran en Santibáñez de Ayllón. (fig. 2)
de las actividades de los pobladores del Bronce Medio y, en especial, a la distribución de la población, coincidente como en nuestro caso (Fernández-Posse 1982: 139-141; Jimeno 1984: 119 y 125; Delibes y Fernández Miranda 1986-87: 17; Delibes 1995: 64; Ruiz-Gálvez 1998: 230).
Esta diferente dispersión supone un cambio de estrategia entre los pobladores de una época y otra, ya que la zona de la Serrezuela es eminentemente ganadera, por el predominio de pastos y monte. Así los datos generales de los municipios de la zona de prospección que pertenecen a esta comarca son los siguientes: 14% de terrenos agrícolas, 21 % de pastos, 30% de monte, 29% de erial y 5% de improductivo (datos a partir de la tabla 10). Se trata de unos porcentajes muy alejados de los de la zona ribereña de los ríos Aguisejo y Riaza, con un 58% de terrenos agrícolas, 10% de pastos, 13% de monte, 13% de erial y 5% de improductivo, es decir, con mayor superficie aprovechable para usos agrarios, lo cual parece estar en consonancia con el tipo de economía mixta, donde la agricultura tendría un mayor peso. Lo que desde luego que no se aprecia es la reducción del número de yacimientos desde al Calcolítico hasta la Edad del Bronce, un fenómeno que parece que se acentúa en el reborde oriental de la Meseta (Jimeno 2001: 160)28, pero también en otras regiones al sur del Duero (Fabián 1995: 196).
Además, existe una cierta relación de proximidad entre yacimientos de Cogotas I y yacimientos calcolíticos en el área de prospección; así, tres asentimientos calcolíticos (33%) y un hallazgo aislado se encuentran a menos de 500 m de los posteriores de Cogotas I; otros 4 (44%), entre 500 y 1000 m; y, por último, solo dos (22%) por encima de los 1.000 m (a 2 y 2,5 km); en ambos casos uno de los dos yacimientos que forman esta relación CalcolíticoCogotas I es dudoso, Cantos Labrados (nº 32) entre los de Cogotas I y Cerro Campo (ASM-10) entre los calcolíticos. Esta correlación también se ha comprobado en el caso de la laguna de La Nava, Palencia, donde se constata una continuidad en los mismos yacimientos (Rojo Guerra 1987: 416) o en la zona más cercana del cañón del Río Lobos (Moral y Navazo 2006-07: 58) y en el cercano valle del Duratón, en su tramo vallisoletano, donde se aprecia un aumento considerable de los yacimientos de Cogotas I con respeto a la época del Bronce Antiguo-calcolítico (López Sáez y Rodríguez Marcos 2006-07: 77).
Aparte de esta transferencia de población en relación con el cambio en el tipo de actividad económica, entre una época y otra, observamos que este cambio en los asentamientos no supuso la colonización de un espacio virgen, ya que la cuenca del Aguisejo-Riaza, aunque en menor medida, también se encontraba poblada en época calcolítica, con o sin restos de vaso campaniforme, de ahí que se pueda afirmar que existe un mantenimiento de población, al menos desde el Calcolítico, en la cuenca de los ríos, en especial, en la cuenca alta del Aguisejo, con una continuidad del núcleo de Santibáñez, en el área central de tramo final de este río y su prolongación ya en el Riaza, y aguas abajo del mismo en la zona de Montejo de la Vega.
Por todo ello, creemos que también en el nordeste de la provincia de Segovia se puede hablar de una continuidad entre el Calcolítico y Cogotas I, con la salvedad de que la mayor dedicación a las actividades agrícolas obligaría a ciertos cambios de población que afectarían a la Serrezuela, que ahora se despoblaría, y que permitiría que zonas cercanas a este macizo presentasen un volumen de población mayor que el presentado hasta este momento. La continuidad de la población en el tiempo: el final de Cogotas I Respecto al final de Cogotas I, ya hemos comentado cómo en toda la zona de prospección no se documenta su fase de plenitud ni la etapa final de la misma o lo que para algunos autores sería la fase de disolución de Cogotas I (Fernández-Posse 1986: 484485; Ruiz Zapatero y Lorrio 1988: 258; Delibes y Romero 1992: 236; Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 95-96; Romero y Jimeno 1993: 185-186; Romero y Misiego 1995a: 64; Delibes et alii 1995a: 84; Castro et alii 1995: 102; Ruiz-Gálvez 1995a: 8283). Desde luego lo que aquí constatamos es la no coincidencia en general entre los yacimientos de Cogotas I con los que se pueden adscribir con la denominada fase Protoceltibérica, cuya cronología todavía ofrece bastantes dudas, sobre todo en cuanto a su comienzo (Lorrio 1997: 260-261; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 24; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173 y 183; Arenas Esteban 1999a: 174). Así de los nueve
Esta continuidad se constataría en la cabecera alta del Aguisejo, donde un yacimiento campaniforme en cueva, de carácter funerario, Molino de las Harinas Stb-6- (Municio 1984: 320-322), se continúa a unos 600 m en otro yacimiento también en cueva, donde se aprecia un momento temprano de Cogotas I, con decoraciones todavía muy emparentadas con el Campaniforme; esta continuidad entre Cogotas I y el Calcolítico, sobre todo el mundo campaniforme, es una de las teorías que se ha ido asentando entre la historiografía reciente, que si en principio hacía emparentar solo las cerámicas, hoy se extiende al resto 28
Bien es verdad que en la zona de prospección hay que señalar la existencia de un número alto de yacimientos con cerámica a mano sin determinar su adscripción cronológica, por falta de formas claras y, sobre todo, decoraciones, y que bien podrían corresponder al Calcolítico.
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Lámina 5: Las Viñas (Languilla).
núcleos definidos de Cogotas I, solo tres presentan yacimientos protoceltibéricos en sus cercanías (el núcleo de El Mirabueno –nº 51-, el de Languilla y el de Mazagatos-Ayllón), es decir el 33%, mientras que aparecen dos nuevos núcleos protoceltibéricos (en Maderuelo y Santa María de Riaza) en áreas no pobladas durante el Bronce Medio, es decir, la orilla izquierda del río Riaza29.
Las explicaciones que se han dado sobre esta despoblación hacen referencia en algunos casos a cambios climáticos (Jimeno 1984: 42; Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 96). Quizá estos cambios climáticos fueron un factor que desencadenó un proceso por el cual determinadas poblaciones fueron menos viables que otras, como las del piedemonte de la sierra, y donde la pretendida jerarquización del hábitat del centro de la Cuenca del Duero, si es que se dio, lo que dudamos en este trabajo, pudiera suponer alguna ventaja, frente al tipo de sociedad, menos jerarquizada del Alto Duero y de nuestra zona de prospección, que ante los mencionados cambios climáticos, no sabrían responder de forma adecuada. Sin embargo, no parece que haya habido cambios drásticos en el clima de la
Esta evidencia arqueológica permite admitir esta despoblación del valle del Aguisejo-Riaza durante el Bronce Final, como se ha constatado anteriormente en la provincia de Soria (Jimeno 1984a: 41-43; Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 93, 95-96 y fig. 9; Romero y Jimeno 1993: 184 y 200; Romero y Misiego 1995a: 60-61) o en la cercana provincia de Guadalajara (García Huerta 1990: 934; Balbín y Valiente 1995: 19; Arenas 1999a: 168), de la que se ha llegado a decir en un reciente trabajo que su población presenta un lento declinar a partir del Bronce Medio, por las escasas evidencias y, algunas de ellas, poco claras de asentamientos del Bronce Final (Barroso 2002: 87)30.
datos que demostrarían la continuidad entre ambas etapas, algo que no defendemos en el presente trabajo. Según este autor, un total de 16 yacimientos de Cogotas I perdurarían hasta la Edad del Hierro, lo que supone un 16% de los yacimientos del Bronce y el 27% de los de la Edad del Hierro. Esta proporción aumentaría de forma significativa, si se tiene en cuenta que hay yacimientos ex novo del Hierro junto a antiguos poblados de Cogotas I, lo que haría que la proporción de lugares con esta perduración fuera del 58% (Gallego Revilla [2000]: 219-222, fig. 105 y 109). Creemos que estos datos deben tomarse con mucha precaución por dos circunstancias que ya hemos señalado: en primer lugar, la identificación del Bronce Final con el boquique y la excisión, que no siempre tiene por qué haber ocurrido, sobre todo cuando solo se documenta este tipo de decoración y no las formas características de la última etapa, de lo cual ya hemos dado cumplida cuenta en apartados anteriores; y en segundo lugar, cuando se refiere a la relación de estos yacimientos del Bronce con otros de la Edad del Hierro, no se concreta si se refiere a la etapa Protoceltibérica o al Celtibérico Antiguo. En este sentido, en el Inventario Provincial no se identifica nada más que la categoría Hierro I, en el que quedarían ambas etapas englobadas. Por todo ello, mantenemos la propuesta de despoblación durante el Bronce Final y la falta de conexión, al menos en la zona nordeste de la provincia de Segovia.
29 En el momento de hacer el estudio, los yacimientos de la Edad del Hierro se encontraban en estudio y algunos presentan pocos materiales, por lo que en principio se incluyeron en un Hierro I general. Posteriormente, la revisión de los yacimientos de esta etapa, con la recogida de nuevos materiales ha permitido precisar mejor alguno de estos lugares; en este sentido, uno de los que han sufrido una variación es el de La Zarzona II o nº 28 (López Ambite 2003: 126 y 159 y ss.), dentro de una fase temprana de Cogotas I, aunque con ciertas dudas, y con presencia igualmente de otra etapa protoceltibérica que a tenor de los materiales hoy parece más clara. 30 En un estudio posterior sobre el poblamiento durante el Bronce Final y la Edad del Hierro en la provincia de Segovia, realizado a partir de la consulta del Inventario Arqueológico Provincial, se aportan una serie de
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) de productos perecederos en las cerámicas exportadas, la movilidad del artesanado o el intercambio de mujeres (Molina 1978: 204; Almagro-Gorbea y Fernández-Galiano 1980: 116; Delibes y Romero 1992: 244; Ruiz Zapatero 1995: 27). En ningún caso se aceptaban movimientos masivos de población, como en algunos momentos se pretendió para explicar la presencia de elementos de Cogotas I fuera de su ámbito (por ejemplo, en Molina 1978: 169).
Meseta ni en el Sistema Ibérico en el segundo milenio (Díaz-Andreu 1991: 595; Jimeno y Fernández Moreno 1991: 101; Bellido 1996: 84; Burillo y Picazo 1997: 47; Ruiz-Gálvez 1998: 104-105), aunque una serie de malos años pudieron incidir muy negativamente en unas poblaciones que vivían muy cercanas a la supervivencia, como se ha constatado en épocas históricas. También se ha propuesto otra hipótesis para explicar esta despoblación; ésta se basa en la existencia de un fenómeno generalizado de despoblación en amplias regiones del Sistema Ibérico y sus inmediaciones. La causa de este vacío se debería a una mayor intensificación de la producción y la existencia de una competencia por la tierra, que provocaría una conflictividad generalizada que, no se explica muy bien por qué, determinaría esta despoblación (Burillo y Ortega 1999: 128-129). Esta hipótesis implicaría que el modelo de explotación económica de Cogotas I, del que se aseguraba que no experimentaría demasiados cambios hasta su última etapa, por el aparente equilibrio entre recursos y población, que se intensificarían, y población, que podría segmentarse (Fernández-Posse 1998: 120), no fuera tal en algunas regiones periféricas y que algunos cambios provocarían un desequilibrio entre estas poblaciones y sus recursos.
Este temor a la existencia de traslados de población quizá esté obviando estos movimientos que pudieron deberse a razones diversas. Así, en la parte nordeste de Segovia hemos comprobado cómo durante el Calcolítico la zona de la Serrezuela estaría más densamente poblada que la ribera derecha de los ríos Aguisejo y Riaza. Por el contrario, durante el Bronce Medio aquella región aparece totalmente despoblada (los pocos yacimientos documentados, entre ellos Las Huertas (nº 17), se ubican en la llanura periférica que circunda este relieve), concentrándose la población en la que hemos denominado área central de Cogotas I, una zona mucho menos poblada en época calcolítica. En este caso ha debido haber un traslado de población que posiblemente obedece a razones de tipo económico, en donde una economía posiblemente más ganadera del Calcolítico (Ruiz-Gálvez 1998: 186-187) es sustituida por otra, la de Cogotas I, con mayor peso agrario, como parece mayoritariamente aceptado y ya hemos señalado, de ahí que se produzca un abandono de los pastos y montes de la Serrezuela por las campiñas de los mencionados ríos, pero en la que la ganadería seguiría teniendo un papel importante (Harrison 1993: 293-294).
En relación con esta hipótesis, aunque se podría aducir que la sistemática ocupación de las campiñas de los valles del Aguisejo y Riaza pudiera dar pie a una explicación similar a la que se supone que se pudo dar en el Sistema Ibérico, el que no se documente una explotación de la orilla izquierda de estos ríos o del curso inferior del Riaza, con amplias zonas de aprovechamiento agrícola, y el que no aparezcan restos de construcciones más duraderas ni, por supuesto, indicios de murallas (solo el establecimiento en lugares en alto podría apuntar a unas ciertas necesidades defensivas de sociedades en conflicto, que también se pueden explicar simplemente por razones de control visual, como aquí proponemos), nos alejarían de esta hipótesis tan sugerente para esta despoblación del Sistema Ibérico.
Este cambio de población a partir del Calcolítico por razones económicas pudiera estar en la base del nuevo cambio de población durante la primera fase de Cogotas I. Quizá un cambio climático, que podría ser de ciclo corto, unido a un posible agotamiento de las tierras explotadas de una forma poco regeneradora, que podría haber dado lugar a una mayor competencia y, por tanto, cierta conflictividad entre grupos, al igual que la mayor necesidad de pastos, así como una cada vez mayor dependencia de la agricultura que de la ganadería y caza-recolección por parte de estas poblaciones, impulsase a un nuevo traslado hacia regiones con un óptimo agrario mayor que el de los valles del Aguisejo y Riaza, con mayor superficie agraria y temperaturas menos rigurosas, como puedan ser las campiñas del Duero Medio. Así, en los estudios paleoclimáticos sobre la Edad del Hierro, se señala que los periodos climáticos fríos supondrían un empeoramiento en las condiciones agrícolas de las zonas altas al tratarse de territorios próximos a los umbrales de tolerancia (Ibáñez 1999: 38).
Ahora bien, si la intensificación se hubiera producido en la ganadería, como propone Harrison en su modelo económico (Harrison 1993: 293-294), esta proporcionaría una movilidad mayor, así como el almacenamiento de unos recursos de alto valor y fácilmente transportables, lo que entroncaría con la siguiente explicación. Ésta podría relacionarse con la existencia de movimientos masivos de población, por las razones anteriormente expuestas u otras que por el momento se nos escapan, hipótesis que hoy en día no tiene muy buena prensa, fundamentalmente por los excesos en su aplicación para explicar cualquier tipo de cambios en la Prehistoria durante buena parte del siglo pasado. En su lugar se aceptan los traslados de grupos de población pequeños, en relación con el pastoreo trashumante o transterminante, a lo que habría que añadir las posibles relaciones exógenas de frontera en las que cabría la circulación
En este sentido, una posible prueba de este traslado lo encontraríamos en la difusión de unas técnicas decorativas (boquique y excisión), que se convertirán ahora en una novedad en el centro de la Cuenca y que derivan, como ya se ha comentado, del acervo cultural de las poblaciones serranas. También esta mayor competencia por la tierra en el centro de la cuenca del Duero, ahora con
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3.- Cogotas I
nuevos aportes de población, podría ser la causante de los indicios de jerarquización del hábitat, que parecerían más propios de la fase de plenitud, que de la primera fase de Cogotas I.
mantuvieron aprovechando los espacios abandonados o no optaron por explotar las superficies agrarias más cercanas que ya hemos señalado. De hecho, se viene aceptando la existencia de migraciones de pequeños grupos ante situaciones de saturación de la población o de malas cosechas, pero que no implicarían un traslado total de todo el grupo humano (Abarquero 2005: 419).
En todo caso esta hipótesis deja el interrogante de por qué al descender la presión sobre las tierras con el traslado de ciertas poblaciones, otros grupos no se
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Lorrio (Cerdeño 1999: 72). En el caso de la periodización de la comarca de Molina de Aragón, en Guadalajara, la etapa de transición se corresponde igualmente con el Bronce Final, subdividido en dos etapas, quedando la facies Riosalido como un periodo intermedio anterior al periodo Celtibérico (Arenas 1999a: 176 y ss.; Martínez Naranjo 1997: 164). Por último, para Lorrio todo el periodo a partir del siglo IX a.C. y hasta el VII a.C. correspondería con su Protoceltibérico, etapa previa a la formación de la cultura celtibérica (Lorrio 1997: 258-261, nota 1), periodización asumida por otros investigadores (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173).
4.- Poblamiento de la etapa protoceltibérica en la zona de prospección: el periodo de transición entre Cogotas I y la Edad del Hierro 1 4.1.- Introducción: el periodo Protoceltibérico El final de Cogotas I parece que comenzaría en el siglo IX a.C., cuando se convierte en una cultura en recesión2. El problema hasta hace unos años era que entre esta fecha del final de Cogotas I y el comienzo de la Edad del Hierro, a finales del VIII, principios del VII a.C., definido como tal por la llegada de las primeras influencias de los Campos de Urnas del Valle del Ebro a la Meseta, existía una cierta desconexión, un hiato, sobre todo en la Meseta Oriental, más que en la Occidental (Ruiz Zapatero 1984: 179; Fernández-Posse 1986-87: 235-236; Romero y Ruiz Zapatero 1992: 108), constatado incluso en yacimientos con cierta continuidad, como Las Cogotas (Delibes y Romero 1992: 230).
En cualquier caso, para el paso del Bronce Final, identificado en buena parte de la Meseta con Cogotas I, al Hierro I se plantean dos hipótesis contrapuestas y que hacen referencia a la existencia de una cierta continuidad desde Cogotas I, lo que le llevaría a convertirla en el sustrato del Hierro, y los que plantean tesis rupturistas, vinculando el surgimiento de las culturas de la Edad del Hierro con las regiones más alejadas del valle del Ebro. También se aprecia una cierta división entre la zona oriental de la Meseta, o lo que es lo mismo, el Sistema Ibérico y sus estribaciones, por un lado, y el centro u oeste de la Meseta Norte, con extensiones hacia la Meseta Sur, por otro, que aun teniendo elementos comunes, presentan diferencias en cuanto al substrato, la cronología de los cambios, la procedencia de los mismos o sus diferentes respuestas, como más adelante veremos.
La calibración de las fechas de C-14 ha adelantado estas dataciones, documentándose pocas fechas por debajo del siglo X cal. A.C., con perduraciones posteriores, sobre todo cerámicas, donde la variabilidad de las mismas nos están indicando la desarticulación de los esquemas de esta cerámica y la propia disolución de esta cultura (Delibes et alii 1995a: 84; Ruiz-Gálvez 1995a: 82-83; Castro et alii 1995: 95 y 102; Delibes et alii 1999: 195, fig. 1). En todo caso, son dataciones poco homogéneas que implican amplias regiones en las que el final de Cogotas no tuvo por qué ser un fenómeno homogéneo (Delibes et alii 1995a: 55; Álvarez-Sanchís 1999: 42).
No está de más recordar que tradicionalmente se defendía la tesis de que una serie de invasiones serían la causa de la configuración de la cultura de la Edad del Hierro en la Meseta. Será Bosch Gimpera el que establezca esta teoría y su relación con los Campos de Urnas del nordeste (Bosch Gimpera 1932; íd. 1944), seguido posteriormente por Almagro Basch, para quien solo cabría pensar en una única invasión (Almagro Basch 1935; íd. 1952), o más tardíamente por Schüle (íd. 1969). Los argumentos para explicar la existencia de una serie de invasiones se explican por los cambios radicales en la cultura material de la Meseta y por un conocimiento muy restringido de las culturas del Hierro, en donde estos autores apreciaban la existencia de una serie de elementos con paralelos nordpirenaicos; sin embargo, no se podía identificar el lugar de origen de esta cultura, ni el camino de llegada a la Península; quizá, por último, este tipo de teorías invasionistas explicaba con relativa facilidad cualquier cambio en la Prehistoria acudiendo a la sustitución de unas culturas por otras, sin tener que recurrir a fenómenos de formación compleja, como los que hoy se postulan por parte de la investigación.
Así, por ejemplo, parece que en la zona del Duero Medio y, sobre todo, el sudoeste de la Meseta Norte, Cogotas I podría alcanzar la fecha del 900-800 cal A.C., siendo algo anterior el final de esta cultura en el Tajo Medio y Alto Ebro (900 cal. A.C.), mientras que en el Sistema Ibérico se asiste desde antes del cambio de milenio a una serie de facies culturales diferentes de Cogotas I (Castro et alii 1995: 96-98; íd. 1996: 166-167; Álvarez-Sanchís 1999: 42; Jimeno y Martínez Naranjo 1999; 171), mientras que otros consideran exageradamente altas estas fechas (Ruiz Zapatero y Lorrio 1988: 258-259). Este periodo de transición ha sido definido por los autores que se han acercado a él con diferente terminología, a veces ciertamente algo confusa. En algunos casos se identifica con el Bronce Final, como en el caso de Cerdeño y otros, para los que el Protoceltibérico, sin embargo, habría que identificarlo con la facies Riosalido (Cerdeño et alii 1995: 160-161), aunque en una propuesta posterior, cambiarán esta terminología por otra más cercana a la de
El problema de la aparición de la Primera Edad del Hierro, que para algunos autores se identifica con el de la celtización del interior peninsular, se ha desvinculado de la penetración de los Campos de Urnas del nordeste a partir de los trabajos de Almagro-Gorbea, al considerar que éstos serían poblaciones protoíberas, cuya influencia en la Meseta Oriental y, sobre todo, en el centro de la Cuenca del Duero,
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Vid. López Ambite 2006-07. Ver Fernández-Posse 1982: 159; Ruiz Zapatero 1984: 177; FernándezPosse 1986: 484-485; íd. 1986-87: 236; Delibes y Fernández Miranda 1986-87: 23-24; Almagro 1988: 171; Ruiz Zapatero y Lorrio 1988: 258; Delibes y Romero 1992: 236; Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 9596; íd. 1992b: 244; Almagro y Ruiz Zapatero 1992: 491; Romero y Jimeno 1993: 185-186; Romero y Misiego 1995a: 64; Delibes et alii 1995a: 84. 2
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4.- Periodo Protoceltibérico
fue mucho menor de lo que en principio se había pensado3. Para este autor tuvo que haber, por tanto, un substrato protocéltico anterior en la Meseta, que cree que se puede identificar con Cogotas I y cuyo origen debería buscarse en la difusión del vaso campaniforme durante el IV milenio y la sociedad guerrera que lo difundía; a partir de este momento se iniciaría un largo proceso durante la Edad del Bronce que cristalizaría en los pueblos célticos de buena parte de Europa; este origen remoto explicaría su amplia dispersión y su variabilidad interna (Almagro-Gorbea 2005: 30).
poblaciones que hasta entonces habían practicado formas de vida itinerante; esta movilidad de las poblaciones del Bronce Final habría posibilitado el contacto con otros grupos culturales diferentes de los que habrían asimilado componentes ideológicos y materiales de los mismos, aunque la base del proceso de estabilización estaría en los cambios originados por el comercio protocolonial a principios del primer milenio a.C. y cuyo objetivo sería la obtención de metales; posteriormente, la continuación de los contactos coloniales podría también haber estimulado el origen del horizonte Riosalido (Arenas 1999a: 210-211 y 248-249; íd. 1999b: 196-197). Para él, habría continuidad entre el horizonte Locón, o Bronce Final B, y el horizonte Riosalido, éste ya en el origen del Celtibérico Antiguo, a pesar de que él considera que este cambio es muy brusco; la explicación de esta brusquedad y rapidez en las transformaciones obedecería a la intensificación de las actividades agrarias que provocaría un aumento de población y, además, la cristalización de un nuevo orden socioeconómico que se venía fraguando desde el siglo X a.C. debido al comercio atlántico y que a partir del siglo VII se vería acentuado por el comercio colonial en el área levantina (Arenas 1999a: 248-249).
En relación con esta hipótesis aduce ciertos elementos lingüísticos (teónimos, topónimos, etc.), de cultura material (altares rupestres, saunas castreñas, ofrendas de armas, la ausencia de incineración) o ideológicos (ritos de iniciación de guerreros), que posteriormente quedarían arrinconados en la zona occidental de la Península con la expansión de la cultura celtibérica. La clave de esta expansión estaría en la eficacia de la nueva organización gentilicia que se impondría sobre un sistema social anterior, protocelta, procedente de la Edad del Bronce. Por tanto, se plantea una evolución in situ desde la Edad del Bronce, o incluso antes, aunque sin negar que pudiera haber algunos aportes de población que incluso pudieran formar parte de la nueva elite rectora (AlmagroGorbea 1986-87: 38-43; íd. 1993a: 129 y ss.; íd. 1994: 2021 y 44-48; íd. 1999b: 26 y ss.; íd. 2005: 32). Este sustrato será el que vaya incorporando elementos de diferentes procedencias en un proceso de formación compleja alejado de las anteriores tesis invasionistas, tanto de los Campos de Urnas, como, sobre todo, del Mediterráneo ibérico, de ahí la singularidad de la cultura celtibérica, frente a las de allende de los Pirineos, y la propia explicación de las fuentes clásicas sobre el origen céltico e ibérico de la misma (Almagro-Gorbea 1993a: 150-152; íd. 1999b: 22; íd. 2005: 33).
En definitiva, se trata de una hipótesis paralela a la que determinados autores proponen para los mismos cambios que se están produciendo en el occidente peninsular desde el Bronce Final y, en especial, en la transición entre este período y la Edad del Hierro, en torno a los siglos IX-VII a.C. (Ruiz-Gálvez 1992: 231; íd. 1995a: 82; íd. 1995b: 145 y ss.; íd. 1998: 185 y ss.; ÁlvarezSanchís 1999: 64 y 69). Por su parte, Ruiz Zapatero y Lorrio proponen la existencia de una influencia innegable de Campos de Urnas en el mundo celtibérico, al igual que otros autores (Cerdeño 1999: 79; Cerdeño et alii 2002: 136), en cuanto a ritual funerario, tradición cerámica, metalurgia, cierto urbanismo o algunos elementos ideológicos; dicho influjo procedería de la infiltración de pequeños grupos, que traerían consigo un nuevo modelo socioeconómico que sería más determinante que la propia gente portadora del mismo (Ruiz Zapatero 1995: 36-39; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 34; Lorrio 2005a: 59).
El principal problema de esta hipótesis es, según algunos autores, la constatación de una falta de continuidad entre el Bronce Final y la Primera Edad del Hierro (Lorrio 1997: 319), así como la falta de explicación de la génesis de este sustrato y de los elementos precélticos que lo configuran (Burillo 1998: 106-110 y 120; Belén et alii 1995: 163; Fernández-Posse 1998: 172), que daría lugar a una cultura por agregación en vez de un complejo estructurado de rasgos bien definidos (Sacristán 1997: 54). Para Arenas hay demasiadas similitudes entre los denominados por él celtas históricos y los del resto de Europa como para admitir que ambos procedan de un sustrato común tan remoto; tampoco está de acuerdo con que Cogotas I jugase un papel importante como sustrato en el Sistema Ibérico, debido a la debilidad de su poblamiento en esta época (Arenas 1999a: 168; íd. 1999b: 195-196).
En este sentido, si hasta hace poco se pensaba en una cronología más reciente para este tipo de influencias o de pequeños grupos colonizadores, los estudios de la zona de Molina de Aragón han deparado unas serie de yacimientos interesantes a este respecto, como Fuente Estaca (Martínez Sastre 1992: 77-78; Arenas 1999a: 172) o el más reciente de la necrópolis de La Herrería, del que se desprende la llegada de grupos de Campos de Urnas, y no solo sus influencias, que alcanzarían el reborde oriental de la Meseta, donde se establecerán e iniciarían una ocupación permanente de este territorio (Cerdeño et alii 2002: 145; Cerdeño 2005: 106-107).
Este mismo autor propone un proceso formativo consistente en una estabilización y concentración de
En este contexto, el papel del sustrato indígena tuvo que ser importante según Ruiz Zapatero y Lorrio, por ejemplo, en la existencia de tradiciones cerámicas mixtas,
3 Posteriormente ha vuelto a insistir en su influencia a partir del valle del Ebro (Almagro-Gorbea 2005: 33).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos
R ío R i a z a
44
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Río
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Núcleo de Montejo
Provincia de Soria
Serrezuela
28 34
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Núcleo de Maderuelo
Núcleo de Ayllón
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56 Rí
Provincia de Segovia R ío
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Provincia de Guadalajara
0 1 2 3 4 5 km.
1200
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P ed
Río Villacortilla
o Escala
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1600
1800
Protoceltibérico
2000
Zona de prospección
Yacimiento
Figura 32: Distribución de los yacimientos protoceltibéricos: La Zarzona II (28), Valderromán (30), Alto de la Semilla II (34), Mazagatos (38), Mingómez I (44), Mingómez II (45) y Santo Domingo (56).
patrones de asentamientos, etc. (Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 34; Lorrio 2005a: 59). Aquellas poblaciones aportarían la lengua protoceltibérica, que sería alguna variante del indoeuropeo que deberían hablar las gentes de Campos de Urnas. La principal crítica a este modelo estriba en que si bien explica los resultados de la adopción del nuevo modelo económico, no identifica las causas de su expansión (Burillo y Ortega 1999: 132), algo de lo que son conscientes estos autores (Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 34).
la discontinuidad entre etapas (Palol y Wattenberg 1974: 32-37 y 181-195; Sacristán 1986a: 48-49; Delibes y Romero 1992: 243-249; Romero y Jimeno 1993: 199-200; Delibes et alii 1995a: 80-82; Sacristán et alii 1995: 354357; Sacristán 1997: 54), frente a los que recientemente prefieren insistir en una continuidad con Cogotas I (Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero 1992: 491; Ruiz-Gálvez 1995a: 82; Quintana y Cruz 1996: 34 y 52-54; Burillo y Ortega 1999: 120-130) y a la que se vienen sumando antiguos rupturista (Romero y Ramírez 2001: 49).
En esta línea estaría las explicaciones que se han dado para el surgimiento de la cultura de El Soto en la cuenca del Duero, que suelen hacer hincapié sobre todo en
Para Jimeno y Martínez Naranjo existe una clara continuidad entre Cogotas I y la Primera Edad del Hierro en el Alto y Medio Ebro, como lo atestiguarían la continuidad
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4.- Periodo Protoceltibérico
de las cerámicas excisas. En este contexto es donde aparecen elementos de Campos de Urnas y del Mediterráneo a partir del siglo XII-XI a.C., que producen un proceso de aculturación, quizá complementado con la llegada de pequeños grupos con una nueva tecnología agraria. Para estos autores, las regiones del Alto Duero-Alto Tajo se encontrarían escasamente pobladas al final de Cogotas I, probablemente por las condiciones ambientales del periodo subboreal, y por el alejamiento de los poblados más estables en el Duero Medio y Ebro Medio, que aprovecharían los pastos de sus rebordes montañosos, dentro del tipo de economía ganadera que proponen de tipo transterminante, sin tener que alejarse hasta los pastos del Sistema Ibérico (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 180184).
4.2.- Características del poblamiento Dispersión de los yacimientos En la cuenca de los ríos Aguisejo y Riaza Medio encontramos dos yacimientos en la zona de Montejo de la Vega, Mingómez I (nº 44) y Mingómez II (nº 45), este último dudoso; dos en la de Maderuelo: Valderromán (nº 31) y El Alto de la Semilla II (nº 34); y, por último, otros tres en la zona de Ayllón (fig. 32): Mazagatos (nº 38), La Zarzona II (nº 28) y Santo Domingo (nº 56). La definición de estos yacimientos se ha realizado teniendo en cuenta una serie de formas o decoraciones características de esta fase, pero que tampoco tienen por qué ser exclusivas de la misma, ya que en otros contextos pueden haber perdurado más en el tiempo (fig. 33). De hecho, no es la primera vez que se señala un cierto abuso en la identificación de esta etapa a partir de unas formas carenadas resaltadas (Barroso 2002: 149). Por otro lado, la pobreza de material ha impedido determinar con mayor claridad una serie de yacimientos, cuya adscripción a un Hierro I general no se puede concretar más, u otros que simplemente se han considerados como yacimientos con cerámica a mano. Esta misma dificultad se ha señalado para definir el carácter de El Soto formativo en otras regiones (Sacristán 1997: 48-49).
De nuevo sería el cambio climático, a partir del periodo subatlántico, el que posibilita la existencia de pastos todo el año en la cabecera de estos ríos, lo que ahora propiciaría la ocupación del Alto Duero-Alto Tajo a partir del Alto y Medio Ebro por las nuevas poblaciones; estos grupos se asientan en la cabecera del Duero y en el interfluvio Jalón-Mesa y pueden asociarse a la facies Pico Buitre; también aparecerían algunos grupos procedentes del Bajo Aragón, como en Fuente Estaca (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 180-184).
Estos tres núcleos de poblamiento, con dos o tres yacimientos cada uno, tendrán una continuidad en el tiempo durante el Celtibérico Antiguo y de ellos solo Ayllón y Montejo continuarán como tales en el Celtibérico Pleno, no así Maderuelo. Respecto a la continuidad con Cogotas I, ya hemos comentado la falta de conexión temporal y, en muchos casos, de conexión espacial entre los yacimientos protoceltibéricos y los de la Edad del Bronce, algo que parece común para la región del Alto Duero. Tan solo en el caso de La Zarzona II contamos con dos fases cronológicas diferentes que se corresponden con la etapa aquí estudiada, y otra, más dudosa de Cogotas I; en cualquier caso, no estaríamos ante la fase final de Cogotas I, ni siquiera la denominada de plenitud o segunda, con la que en principio podría haber habido este contacto, sino con la primera o Protocogotas I, por lo que se podría seguir manteniendo esta desconexión (lám. 13).
Burillo y Ortega plantean que la crisis generalizada a partir del siglo XIII a.C. (ca. 1.500 cal. A.C.) daría lugar a dos formas de superación de la misma: una en la Cuenca del Duero, que tras la intensificación del mundo de Cogotas I desembocaría en el siglo IX en El Soto, fenómeno que se generalizaría en unos dos siglos por buena parte de la Meseta Norte incluyendo el Alto Duero (Burillo y Ortega 1999: 129-130); y otra en el valle del Ebro, donde se desarrolla el modelo de poblado de calle central y casa rectangular que implican un modelo social diferente del de la Meseta. Este modelo se va a expandir, aunque no se explica bien sus causas, a partir del siglo XI, llegando al Sistema Ibérico en los siglos VII-VI, mientras que en el Alto y Medio Duero parece que se impone en fechas más tardías (Burillo y Ortega 1999: 131-132). Para Barroso y en relación con la zona del Tajo Superior, ambas hipótesis, la continuista y la rupturista, deben considerarse hoy por hoy como válidas, porque en general se apoyan en evidencias descontextualizadas y no en auténticas conexiones culturales. Sin embargo, en un apartado posterior esta misma autora parece que se decanta por una postura ecléctica señalando que en el ámbito del Manzanares y del Henares convivirían yacimientos de Transición al Hierro junto a otros de Cogotas I que parece que están asimilando las innovaciones aportadas por aquellos. Para ella, habría una continuidad poblacional aunque no se pueda trazar una secuencia unilineal. También señala que esta persistencia de Cogotas I en determinados ámbitos, como en su caso, en la cuenca del Manzanares, explicaría la diferencia entre la zona occidental y oriental del Tajo Superior, que a la hora de desembocar en la Edad del Hierro presentarían tradiciones diferentes (Barroso 2002: 167-168, 223-225).
A pesar de contar con un número reducido de yacimientos, los siete ejemplos aparecen en todo el territorio de la cuenca del Aguisejo y Riaza, algo que no ocurre en la zona de la Serrezuela, concretándose en tres núcleos separados entre sí por distancias de unos 14 km entre el núcleo de Montejo y el de Maderuelo (unos 18 km si en vez de la línea recta seguimos el curso del arroyo Valderromán hasta su confluencia con el Riaza y desde ahí hasta Montejo), y unos 10 km desde Maderuelo hasta el núcleo de Ayllón. La distribución de los yacimientos da la impresión de que se trata de un poblamiento que presenta una cierta regularidad, ya que los núcleos de yacimientos se encuentran cada 14/10 km aproximadamente, aunque el desconocer los yacimientos de los alrededores del valle Aguisejo-Riaza nos impide
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Figura 33: Materiales procedentes de yacimientos protoceltibéricos: Valderromán (Ma‐3), Alto de la Semilla II (Ma‐23), Mazagatos (Mzg‐3), La Zarzona II (Ln‐6), Mingómez I (MVS‐6) Mingómez II (MVS‐7) y de Santo Domingo (SMR‐3); La Zarzona también tiene posibles elementos de Cogotas I.
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4.- Periodo Protoceltibérico
determinar si se trataría de una casualidad en esta comarca o, por el contrario, es un fenómeno más generalizado. Si medimos la distancia al vecino más próximo, la media es de 1.675 m, inferior tanto a los 2.403 de Cogotas I y a los 2.204 m del Celtibérico Antiguo (fig. 88).
de la Serrezuela, donde no se ha documentado ningún yacimiento de este periodo y que si se incluyera para realizar la densidad del territorio, rarificaría aún más esta densidad (0,017). Se trata de una densidad muy inferior a la del Celtibérico Antiguo, con 0,042 yacimientos por km² (0,031 la densidad total), lo que puede explicarse, aparte de por los problemas de la adscripción de un número elevado de yacimientos, que en algunos casos pudieran corresponder a esta etapa, por tratarse de una colonización de un territorio deshabitado desde la primera fase de Cogotas I, como ocurre con buena parte de la región del Alto Duero y Alto Tajo durante el Bronce Final (Jimeno 1984: 41-43; García Huerta 1990: 934; Jimeno y Fernández Moreno 1992a: 93, 95-96 y fig. 9; Romero y Jimeno 1993: 184 y 200; Barroso 1993: 34-35; Romero y Misiego 1995a: 60-61; Balbín y Valiente 1995: 19, fig. 5 y 11; Arenas 1999a: 168 y 170; íd. 1999b: 196).
Si igualmente comprobamos la distancia del vecino más próximo (Hodder y Orton 1990: 51-58), el resultado es, tomando las medidas a los tres vecinos más cercanos, de una distribución con tendencia a una cierta uniformidad, sobre todo si descontamos la zona de la Serrezuela, lo que también se constata con la mera comprobación del mapa de dispersión de yacimientos, sobre todo en la comarca de los valles fluviales (fig. 89)4. Por el contrario, si comprobamos los mapas de distribución de yacimientos en la zona del Alto Duero y Alto Jalón, veremos que la distribución es mucho más irregular; solo en el caso del Alto Mesa, sí que parece constatarse una distribución más regular, similar a la de la zona nordeste de Segovia, con yacimientos a lo largo del valle de este río; por el contrario, en el Alto Duero hay una ocupación del territorio más extendida y, en general, alejada en muchos casos de los valles de los ríos (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 176). Esta distribución regular no se registra en la comarca de Molina durante el Bronce Final A, al contrario, se aprecia una concentración del poblamiento en la zona nordeste; por el contrario, durante el Bronce Final B, u horizonte Locón, si aparece una dispersión del hábitat más regular y un aumento del número de asentamientos (Arenas 1999a: 171-172, fig. 119 y 120).
Si comparamos esos datos con los de la etapa precedente (fig. 86), la densidad de yacimientos de Cogotas I es de 0,04 yacimientos por km², lo que supone una densidad mucho más alta que la de los yacimientos protoceltibéricos y algo inferior a la de los del Celtibérico Antiguo (0,042), lo que refuerza la idea de que durante la etapa protoceltibérica se están sentando las bases de la posterior población de la Primera Edad del Hierro. De todas formas en el estudio que hemos hecho sobre el poblamiento del Bronce Medio, señalábamos que esta densidad, referida a los algo más de 416 km², enmascaraba una realidad muy diversa, debido a que existía en el tramo central de los ríos Riaza y Aguisejo una mayor concentración de población, en torno al 0,11 ó 0,10 yacimientos por km², equiparable a los núcleos de poblamiento de Sepúlveda y de Arevalillo de Cega, con 0,10 y 0,09. yacimientos/ km², respectivamente también durante el Bronce Medio.
Además estos yacimientos se distribuyen por las zonas potencialmente más aptas para la agricultura, salvo en el caso de Montejo, cuya vega se encuentra demasiado encajonada por los farallones rocosos de las estribaciones del macizo de Sepúlveda y donde un peor drenaje del río Riaza, que parece ser un fenómeno generalizado en las cuencas fluviales de la Meseta durante la Edad del Hierro (Delibes et alii 1995c: 564-565), determinaría una mayor extensión de pastizales y zonas encharcadas, que las actuales; así, en el radio de 1 km, la media de los dos yacimientos de Montejo de la Vega es de un 33% de terrenos actuales dedicados a pastizales o choperas, algo que tuvo que ser mayor en la Antigüedad.
Si a continuación comprobamos la densidad de otras regiones durante la etapa protoceltibérica (fig. 34), veremos que ésta normalmente es baja. Por ejemplo, en la comarca de Molina de Aragón, la densidad de yacimientos es de 0,002 para la facies Bronce Final B u Horizonte Locón (6 yacimientos), mientras que si incluimos toda la secuencia del Bronce Final, es decir, también el horizonte Fuente Estaca (4 yacimientos), la densidad total se incrementa hasta el 0,003 yacimientos por km² (Arenas 1999a: 172-174). Una densidad similar la encontramos en la vecina comarca que comprende el interfluvio Alto Jalón-Mesa, donde los dos yacimientos suponen una densidad de 0,003 asentamientos por km² (Martínez Naranjo 1997: 162, fig. 5).
Densidad de yacimientos Esta escasez de yacimientos registrados, incluyendo los que ofrecen dudas, determina una densidad de 0,023 yacimientos por km² en la comarca del Aguisejo-Riaza (fig. 34), es decir, sin contabilizar la zona
Otro hecho que se suele destacar referido a este periodo es el fuerte incremento de población con respecto a la siguiente etapa, el Celtibérico Antiguo; así ocurre en el Alto Duero-Alto Tajo, con solo 13 yacimientos protoceltibéricos de los 174 totales para esta región, y estos 13 muy distanciados entre sí (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173 y fig. de p. 176) o en la más alejada cuenca media del Tajo (Muñoz 1999: 224). Tan solo en la zona sudeste de Valladolid, que parece que se prolongaría
4 Distancia real, 6,44; Distancia teórica, 4,16; Aleatoriedad, 1,54. Si tomamos como referencia tan solo el curso fluvial, es decir, un área de 308,45 km², los resultados se acentúan hacia una mayor uniformización en la distribución del poblamiento, así: Distancia teórica, 3,58; Aleatoriedad, 1,79, siendo 2 propio de una distribución uniforme.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Etapa protoceltibérica: densidades en regiones cercanas Densidades 0.025 0.02 0.015 0.01 0.005 0 Superficie 1
Superficie 2
Molina BF B
Molina BF
Alto JalónMesa
Figura 34: Densidades de algunas zonas durante el periodo protoceltibérico; Superficie 1 se refiere a la densidad de la zona de prospección; Superficie 2, a la densidad de la zona de prospección en la zona central del río Aguisejo y Riaza; Molina BF B, al Bronce Final B u horizonte Locón de la comarca de Molina de Aragón; Molina BF, al conjunto del Bronce Final de la comarca de Molina de Aragón, es decir con las fases Fuente Estaca y Locon II incluidas; Alto Jalón‐Mesa, a los datos sobre esta región.
aprovechamiento, por tanto, de una tierras que hoy sí que son aptas para la agricultura de secano. Una posible explicación para la ubicación de los asentamientos de Maderuelo fuera del valle del Riaza sería la de alejarse del fondo de este valle, en la que serían más frecuentes y más intensos los fenómenos de inversión térmica, en una época de mayor enfriamiento (Ibáñez 1999: 24-24 y 40), siempre y cuando no estén señalando vías de comunicación secundarias al camino principal de los ríos Aguisejo y Riaza, como la que posteriormente habría comunicado determinados yacimientos romanos. En todo caso, yacimientos similares a éstos se localizan en la región del Tajo Superior también en cursos fluviales secundarios (Barroso 2002: 132).
por la parte colindante de la provincia de Segovia, se aprecian unas densidades mayores, aunque no haya datos cuantificados para poder comparar con la zona de prospección (Quintana y Cruz 1996: 50, fig. 8). En general, parece que habría una mayor población de esta época al sur del Duero que al norte del mismo (Sacristán 1997: 48-49). Localización de los yacimientos Los yacimientos de los núcleos de Montejo y Ayllón se localizan junto a las orillas de los ríos Riaza (Mingómez I –nº 44-, Mingómez II –nº 45- y Santo Domingo –nº 56-) y Aguisejo (Mazagatos –nº 38-), mientras que los dos del núcleo de Maderuelo (Valderromán –nº 30- y El Alto de la Semilla –nº 34-) lo hacen en las orillas del arroyo Valderromán, que vierte en la margen izquierda del río Riaza, a unos 3,5 y 3 km respectivamente. Esta localización en la margen izquierda de los ríos Riaza y Aguisejo, así como el alejamiento de los poblados con respecto al río en el núcleo de Maderuelo, suponen un cambio con respecto al poblamiento de Cogotas I en esta zona (fig. 87), que siempre elegía la margen derecha y emplazamientos dentro del valle fluvial.
Altitud y visibilidad Todos los yacimientos se ubican sobre lomas poco destacadas respecto al terreno circundante, en ningún caso en emplazamientos estratégicos, junto a cauces de agua permanente, bien sean ríos, arroyos o bien el caso de manantiales todavía vigentes como en el caso del Alto de la Semilla II, en Maderuelo (fig. 79). La altitud absoluta oscila entre 860 y 970 m, siendo la media de 931 m, menor que la de los yacimientos del Celtibérico Antiguo, que presentan una media de 981 m, lo cual es coherente por su ubicación en las vegas de los ríos, y nunca en cerros o páramos, como sí ocurre en los yacimientos del Celtibérico Antiguo. Esto determina que la altitud relativa media sea de unos 11,4 m, oscilando entre 15 y 10 m, lo que refuerza la idea de yacimientos emplazados en zonas bajas, frente a los 50 m de altitud relativa media del Celtibérico Antiguo (fig. 84).
Si esta preferencia por la más elevada y mejor drenada orilla derecha del río la explicábamos en relación con una situación que podría ser similar en la llanura del Ampurdán en la que la falta de población parece obedecer a un mal drenaje de esta llanura (Pons i Brun 1984: 32), el que ahora sí se ocupen ambas regiones podría indicar una mejora en el drenaje por parte de la red fluvial y el
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4.- Periodo Protoceltibérico
Esta ubicación en lugares poco destacados implica una superficie controlada visualmente reducida, con una media global de 4,3 km² en un radio de 5 km² 5, siendo algo inferior a ésta la de los dos asentamientos de Montejo, de 3,5 km², y algo mayor la de los yacimientos de Maderuelo y Ayllón, de 4,6 km²; en especial destacan los tres yacimientos de Ayllón, La Zarzona II (nº 28), Mazagatos (nº 38) y Santo Domingo (56) con superficies de control entre 7,2 y 5,1 km², lo que implica una cierto interés en ubicarse en lomas con mejores posibilidades de control del entorno inmediato, pero sin llegar al interés estratégico de yacimientos de épocas posteriores (tabla 11, fig. 90). Sin embargo, esta mayor visibilidad del territorio de Ayllón no implica que se puedan ver estos yacimientos, como sí ocurre entre los dos de Montejo y los dos de Maderuelo, lo que podría implicar un interés por la existencia de esta intervisibilidad en el caso de que fuesen coetáneos.
Localización en zonas de potencial agrícola Este tipo de localización, en los valles de los ríos o arroyos, nos indica una preferencia económica por los lugares donde el potencial agrícola es mayor, pero también donde los pastizales, hoy todavía presentes en muchos tramos de la ribera de estos ríos y arroyos, a pesar del descenso del nivel freático y de la intensa mecanización del campo que los ha roturado recientemente, pueden suponer una complementariedad en la economía de estas poblaciones; de hecho, recientemente se viene insistiendo en la ubicación de los yacimientos, en especial de la zona junto Numancia, en zonas de inundación, lo que implicaría la existencia de abundantes pastizales (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173). Este carácter mixto de la economía, en la que a veces se hace hincapié en su parte agrícola, por la presencia de molinos barquiformes y recipientes de almacenamiento y cuya dedicación sería la agricultura extensiva de secano, unido al hecho de carecer de interés defensivo alguno, parece común en amplias regiones del Sistema Ibérico y sus estribaciones, bien en el Alto Henares (Barroso 1993: 23), en Fuente Estaca (Martínez Sastre 1992: 70-73), en el Alto Jalón-Alto Mesa (Martínez Naranjo 1997: 165), o en la comarca de Molina. En esta región se ha querido ver una cierta diferenciación económica por etapas, aunque sin que se pueda hablar de ruptura, todo lo contrario; así en la etapa Fuente Estaca habría una mayor inclinación por la agricultura mientras que el Horizonte Locón existiría una economía más diversificada, en la que podría comenzar a ser importante el comercio de metal (Arenas 1999a: 209211). Ya fuera del Sistema Ibérico, también se ha señalado este tipo de economía mixta en la Cuenca del Duero (Quintana y Cruz 1996: 52).
Tabla 11: Superficie controlada visualmente por los asentamientos protoceltibéricos. Yacimientos Superficie en km² Míngómez I (nº 44) 3,7 Míngómez II (nº 45) 3,3 Media del núcleo de Montejo 3,5 Valderromán (nº 30) 2,5 Alto de la Semilla II (nº 34) 2,2 La Zarzona II (nº 28) 7,2 Mazagatos (nº 38) 5,1 Santo Domingo (nº 56) 5,9 Media del núcleo de Maderuelo y Ayllón 4,6 Media total 4,3
Otra cuestión es que en un proceso de colonización de un territorio nuevo parece más probable que hubiese unas distancias mayores entre los diferentes asentamientos de cada núcleo, que están muy próximos entre sí, cuando los diferentes núcleos se encuentran a unos 10/14 km unos de otros; por todo ello, creemos que podemos estar ante un desplazamiento de la misma población de uno a otro emplazamiento, buscando un rendimiento que por el tipo de economía que se supone que practicarían, agotaría el terreno rápidamente y necesitaría de nuevos lugares de explotación (Quintana y Cruz 1996: 52; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173)
Extensión de los yacimientos y características de los mismos El tamaño de los yacimientos, muy condicionado en casi todos los casos por encontrarse sobre terrenos de labor (excepto Mingómez II –nº 45-, que se encuentra arrasado por una gravera), en general es inferior a una hectárea, salvo Mingómez I (nº 44), cuya superficie alcanza las 1,5 Ha; sin embargo, creemos que la poca densidad del material está indicando una dispersión más debida a las labores agrícolas que a la existencia de un poblado de grandes dimensiones para esta época. El resto de yacimientos oscila entre los 6.000 y los 1.500 m², siendo la media total, incluyendo la dudosa superficie de Mingómez I, de 5.786 m², una media muy inferior al Celtibérico Antiguo, pero en consonancia con Cogotas I, incluso no muy alejada de la de los asentamientos rurales alto imperiales (fig. 35 y 91).
En este caso, al tratarse de poblaciones muy reducidas, como veremos a continuación, y de una bajísima densidad de población, el cambio podría hacerse hacia aéreas cercanas, suficientemente conocidas y, por tanto, valoradas. Si esto fuera cierto, nos encontraríamos ante una cierta estabilidad de los grupos población que, aun cambiando de localización, permanecen en la misma zona, lo que podría ser un indicio de cierta nucleación de esta población. Esta estabilidad de la población se mantiene en el Celtibérico Antiguo, con yacimientos de esta fase junto a lo protoceltibéricos.
5
Se trataría, por tanto, de pequeñas poblaciones con unas cuantas cabañas (dos en el caso de Mazagatos, a tenor por las manchas cenicientas registradas claramente
En un radio de 5 km. el total sería de unos 78,5 km².
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Superficie de los yacimientos protoceltibéricos 16000 14000 12000 10000 8000 6000 4000 2000 m2
0 44
34
30
38 56 Yacimientos
45
28
Media
Figura 35: Superficie de los yacimientos protoceltibéricos: Mingómez I (44), Alto de la Semilla II (34), Valderromán (30), Mazagatos (38), Santo Domingo (56), Mingómez II (45) y La Zarzona II (28).
detectado estructuras defensivas, lo cual está en consonancia con los lugares de hábitat elegidos como emplazamientos; en todo caso, tampoco se descarta la existencia de posibles empalizadas de adobe o troncos en otros ámbitos (Martínez Naranjo 1997: 165), como el registrado en Benavente, Zamora (Celis 1993: 131). Por último, junto a las plantas de forma oval, también se han registrado indicios de una tendencia a las más rectangulares en la zona del Tajo Superior (Barroso 2002: 137).
sobre el terreno) acorde con lo que ocurre en otras regiones, como veremos a continuación. En el caso de los yacimientos del Tajo Superior también parece que no llegarían a ocupar la hectárea de extensión (Barroso 2002: 136). El tipo de yacimiento no se ha podido determinar salvo en el caso de Mingómez II (nº 45), donde una gravera puso en evidencia que se trataba de hoyos de diferente diámetro, siendo los dos más claros de 7 y 2 metros de ancho. Este tipo de estructuras, continuadoras de las características del hábitat de Cogotas I (Martínez Navarrete 1988: 883-910; Delibes et alii 1995a: 52 y ss.; Bellido 1996: 21 y ss.) y que implican una cierta estacionalidad en los emplazamientos (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173), parece que en estos momentos perdería un cierto protagonismo que había tenido en épocas anteriores, sobre todo durante Cogotas I, lo que se ha puesto en relación con cambios en los cultígenos o en su almacenamiento (Barroso 2002: 139).
En definitiva, este tipo de hábitat parece que presenta múltiples paralelos en ambientes similares, además de suponer una continuidad con las formas de habitación de la Edad del Bronce, como ya hemos comentado. Esta continuidad en el hábitat es una característica, entre otros argumentos, que destacan algunos autores para hablar de una continuación entre el final de Cogotas I y la etapa protoceltibérica en otras regiones (Quintana y Cruz 1996: 34), algo que no ocurre en el nordeste de Segovia. Sin embargo, otros autores creen ver en este tipo de yacimientos una mayor estabilidad de los mismos, teniendo en cuenta la existencia de ciertos tratamientos del espacio interior de las cabañas, los zócalos de piedra y las zonas excavadas (Barroso 2002: 136).
Junto a este tipo yacimientos, también se ha registrado la existencia de estructuras que podrían corresponder con cabañas de planta más o menos ovalada, como en el caso de Mazagatos (nº 38), ya que en este yacimiento se apreciaban claramente dos grandes manchas de forma oval de unos 15-20 m de diámetro. Así, en Pico Buitre se registraron unas manchas cenicientas similares, aunque con dimensiones algo menores, con un diámetro algo superior a 12 m de longitud máxima (Crespo Cano 1992: 46), lo mismo que en Fuente Estaca (Martínez Sastre 1992: 71).
Paralelos similares los encontramos en el Alto Tajo-Alto Jalón, en Fuente Estaca, con cabañas ovales de unos 14 ó 16 m por unos 4,5 ó 4 m pavimentadas con tierra apisonada y delimitada por una doble hilera de postes (Martínez Sastre 1992: 71-73), en el interfluvio Alto Jalón-Mesa (Martínez Naranjo 1997: 165); ya en Alto Duero, en la cabaña de Fuentesaúco (Delibes y Romero 1992: 248; Romero y Misiego 1992: 312-313; íd. 1995b: 130-132, fig. 2); en los yacimientos del entorno de Numancia, asimilados a la facies Pico Buitre
Por tanto, parece que se trataría de cabañas de planta oval construidas con materiales endebles, sin ninguna ordenación aparente, a las que acompañan una serie de hoyos o silos, y sin que por el momento de hayan
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4.- Periodo Protoceltibérico
Análisis de captación de los yacimientos protoceltibéricos: radio de 1 km 100
Cereal Monte Pasto Improductivo
90 80 70 Porcentaje
60 50 40 30 20 10 0 44
45
30
34 28 Yacimientos
38
56
Media total
Figura 36: Análisis de captación de los yacimientos protoceltibéricos en un radio de un kilómetro: Mingómez I (44), Mingómez II (45), Valderromán (30), Alto de la Semilla II (34), La Zarzona II (28), Mazagatos (38) y Santo Domingo (56).
través del arroyo Valderromán con los terrenos agrícolas de la comarca oeste de la zona de prospección (fig. 51).
(Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173); o en El Soto Formativo del centro de la cuenca del Duero (Delibes et alii 1995a: 86).
La distancia media de los yacimientos con respecto al camino natural del valle Aguisejo-Riaza es de 1.029 m (fig. 86), aunque si descontamos los yacimientos de Maderuelo (Alto de la Semilla II –nº 31- y Valderromán –nº 30-), a 3.750 y 3.000 m respectivamente del río, la media de los yacimientos del núcleo de Montejo y de Ayllón solo es de 75 m, estando dos yacimientos junto al propio camino (Mingómez I –nº 44y Mingómez II –nº 45-).
Proximidad a fuentes de agua y vías de comunicación La distancia con respecto de las fuentes de agua oscila entre los 50 m y los 300 m, siendo la media de 150 m (fig. 85). En todos los casos la distancia se está midiendo con respecto a los ríos de la comarca y, en un caso, a un manantial todavía en uso; solo Valderromán (nº 30), presenta su distancia con respecto al arroyo del mismo nombre, con agua la mayor parte del año. Esta cercanía a fuentes de agua aparece bien atestiguada tanto en el Alto Duero como en el Alto Tajo-Alto Jalón (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173); así mismo, en la región del Tajo Superior se ha señalado cómo los yacimientos se encontrarían controlando vías, pasos o vados, en relación con la llegada de elementos de cultura material foráneas, presentes en esta etapa (Barroso 2002: 171).
De hecho se trata de la distancia media mayor de cuantas etapas hemos analizado en este trabajo en las diferentes etapas cronológicas, lo que podría estar enmascarando la existencia de una vía que discurriese por el arroyo Valderromán; en este caso, se trataría de una vía que pasaría desapercibida por la baja densidad de poblamiento en esta etapa y por las deficiencias de prospección que hemos señalado en el Inventario Arqueológico Provincial, pero que en el caso del periodo protoceltibérico son aún más destacables al no haberse documentado ningún yacimiento de este periodo.
En cuanto a la relación con las vías de comunicación, hemos tomado como referente el camino natural que discurre a lo largo del valle de los ríos Aguisejo y Riaza y que creemos que se puede constatar desde el Bronce Medio en adelante. Este camino se complementaría con otros que serían transversales al mismo y que también se aprecian tanto durante la primera fase de Cogotas I como durante la Edad del Hierro, pero que debido a la escasez de yacimientos no podemos evidenciar por el momento para la fase protoceltibérica, salvo el que conectaría el valle del Aguisejo-Riaza a
Análisis de Captación En la etapa protoceltibérica se aprecia una diferencia clara entre los yacimientos de Montejo, por un lado, y los de Maderuelo y Ayllón, por otro. Así, la media de todos los asentamientos en el radio de 1 km es de un 61% de superficie agraria; sin embargo, en el caso de Montejo, esta media se reduce a solo un 11%, mientras
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Cereal
Monte
Pasto
Improduc‐ tivo
Míngómez I (nº 44) Míngómez II (nº 45) Media del núcleo de Montejo Valderromán (nº 30) Alto de la Semilla II (nº 34) La Zarzona II (nº 28) Mazagatos (nº 38) Santo Domingo (nº 56) Media del núcleo de Maderuelo y Ayllón Media total
Radio Km.
Tabla 12: Análisis de captación de recursos de los yacimientos protoceltibéricos Porcentaje no contabilizado 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5
11 35 11 35 11 35 92 73 100 73 87 70 57 72 69 75 81 73 61 62
43 58 43 58 43 58 ‐ 7 ‐ 5 12 20 15 15 ‐ 6 5 11 16 24
33 4 33 4 33 4 8 16 ‐ 18 1 10 27 13 31 19 13 15 19 12
12 3 12 3 12 3 ‐ 4 ‐ 3 ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ 1 3 2
43% de prov. Burgos 43% de prov. Burgos
9% de prov. Soria 2% de prov. Soria
La media total de la superficie de monte es de un 16%, pero de nuevo hay una distinta extensión entre el 58% de Montejo y solo el 11 % (oscila entre 20 y 5%) de Maderuelo-Ayllón; en ambos núcleos aumenta esta superficie con respecto a la superficie de 1 km, pero lo más destacable es la diferencia entre ambos núcleos.
que por el contrario en el grupo Maderuelo-Ayllón el porcentaje es de un 81%, lo que supone una diferente dedicación económica entre ambos grupos (tabla 12,fig. 36, 38 y 95). Esta diferencia en el caso de la superficie agraria implica también una distinta extensión de la superficie de monte, que en el núcleo de Montejo se extiende hasta el 43%, mientras que resulta inapreciable en los otros dos núcleos (solo dos yacimientos alcanzan el 15-12%: Mazagatos –nº 38- y La Zarzona II –nº 28-; el resto carece de monte); la media global es de un 16%. Por último, en el caso de los pastizales sí que hay una cierta coincidencia, con una media global de un 19%, que oscila entre el 33% de Montejo y el 13% de Maderuelo-Ayllón (oscilando en este caso los yacimientos entre 31 y 8%) (fig. 36, 38 y 97).
Por último, el porcentaje de superficie de pastos desciende con respecto a la superficie de radio igual a 1 km; ahora la media global es de un 12%, con un 4% en Montejo y un 15 % en Maderuelo-Ayllón (fig. 37, 38 y 98); en estos núcleos el porcentaje es mayor al de 1 km, mientras que el de Montejo se reduce del 33 al 4%; es decir, como si lo que primara aquí fuera la existencia de pastos en un corto radio de acción, no siendo necesario la existencia de pastizales más allá de las inmediaciones de los asentamientos; por todo ello, creemos que este tipo de ganadería podría corresponder más que con una extensiva, con otra más estable y con pastos de mayor calidad; es decir, más acorde con las características de la ganadería vacuna que de la ovina, como parece comprobarse en otros casos (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 178).
Estos datos referidos a la superficie de 1 km de radio cambian algo si ampliamos el radio hasta los 5 km (tabla 12, fig. 37, 38 y 96). En este caso, la media de la superficie dedicada a cereal de secano es de un 62%, inferior a la anterior; sin embargo, de nuevo esta media global enmascara una realidad diferente, a saber: que el núcleo de Montejo tiene una superficie agraria de un 35%, es decir, una superficie mayor que la del radio de 1 km. De todas formas, sigue siendo una superficie pequeña si la comparamos con el núcleo de Maderuelo y Ayllón, que en este caso solo presenta un 73% de superficie agraria, algo menor que el radio de 1 km, pero que, en todo caso, significa una elección de un terreno donde deberían predominar dichas actividades.
Por tanto, tenemos que el núcleo de Montejo de la Vega tendría una mayor preferencia por un terreno más acorde con la ganadería, que en el caso de Maderuelo o Ayllón, mejor adaptado a la agricultura; esta mayor preferencia ganadera se podría relacionar más con el Alto Duero-Alto Jalón, donde se insiste más en la existencia de amplios humedales dedicados a la
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4.- Periodo Protoceltibérico
80 70
Análisis de captación de los yacimientos protoceltibéricos: radio de 5 km. Cereal Monte Pasto Improductivo
Porcentaje
60 50 40 30 20 10 0 44
47
30
34
28
Yacimientos
30
56
Media total
Figura 37: Análisis de captación de los yacimientos protoceltibéricos en un radio de cinco kilómetros: Mingómez I (44), Mingómez II (45), Valderromán (30), Alto de la Semilla II (34), La Zarzona II (28), Mazagatos (38) y Santo Domingo (56).
clima no deben haber sido muy importantes con respecto a las del pasado (Delibes et alii 1995c: 564-565) sin embargo, sí se han podido detectar una serie de oscilaciones térmicas que pudieron haber provocado algunos cambios sustanciales en la potencialidad agroclimática. En este sentido, parece que durante el siglo VIII a.C. habría un fuerte enfriamiento, en el tránsito del periodo Subboreal al Subatlántico, que cambiaría de signo a partir del siglo VII (Ibáñez 1999: 21-25). Este descenso de las temperaturas incidiría en los rendimientos agrícolas sobre todo en las zonas altas, como el área de estudio, con una altitud media de los yacimientos de 931 m. Sin embargo, aunque parece que esta bajada de temperaturas no afectase en su conjunto a los cereales, sí que favorecería el desarrollo de pastos de mayor calidad, es decir, los de transición mediterráneo-montaña y los de montaña, cuyas cotas bajarían considerablemente en las épocas frías (Ibáñez 1999: 24-25 y 44-45).
ganadería que sería complementada por la agricultura (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173 y 183), mientras que para otras regiones se suele identificar a estos grupos con una economía mixta. Así, por ejemplo, los poblados de tipo Pico Buitre o de Ribera suelen ubicarse sobre terrazas, aunque Pico Buitre lo haga sobre una ladera, junto a los ríos pero a resguardo de las posibles avenidas; este ambiente se ha relacionado con una economía de tipo mixto, en donde la agricultura tendría un mayor peso, a tenor de la existencia de dientes de hoz, molinos, azuelas... que se complementaría con una ganadería de porcino y vacuno (Crespo 1992: 63-64). Igualmente, este tipo de economía mixta parece constatarse en el Duero Medio (Quintana y Cruz 1996: 52); en el Tajo Superior (Barroso 2002: 169); o en el Tajo Medio, donde se buscan las confluencias fluviales (Muñoz López 1999: 224). Por el contrarío, en Fuente Estaca se ha destacado una preponderancia de las actividades agrícolas (Martínez Sastre 1992: 78).
En definitiva, estamos ante grupos no homogéneos dado su tipo de economía mixta, ya que no es creíble una especialización en una economía de subsistencia como sería ésta, en la que se está colonizando un territorio deshabitado; según las características del paisaje y también del grupo humano tendrían una mayor dedicación ganadería los localizados en la zona de Montejo, y una dedicación más agrícola, los de Maderuelo y Ayllón, aunque el enfriamiento detectado en esta época favorecería la dedicación ganadera por la existencia de buenos pastizales.
Si cuantificamos el porcentaje de hectáreas cultivadas en los diferentes términos municipales que componen el valle de los ríos Riaza y Aguisejo desde Montejo de la Vega hasta Santibáñez de Ayllón con los datos del Ministerio de Agricultura de 1999, el porcentaje de superficie cultivable es de un 58% en toda la zona, mientras que el de pastos es de un 10%, frente a la media de 62 y 12 % respectivamente en un radio de 5 km (tabla 10). Por tanto se trata de datos muy similares, lo que implica una mayor dedicación agraria en general, incluso algo superior a la media de la comarca, sin obviar el aprovechamiento limitado de los pastizales, mucho más reducidos en la actualidad. Estos datos están referidos a los cultivos actuales, aunque se señala que las transformaciones en el
De todas formas, esta mayor extensión agraria en estos dos núcleos habría que matizarla, ya que en los últimos 40 años ha habido una desecación de los humedales, lagunas, drenaje de cauces... que si bien en extensión no suponen una gran superficie, sobre todo si lo comparamos con los terrenos dedicados a tierras de labor o a monte, desde el punto de vista económico presentan
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos
44 45
N 34 28
38
38 56
Provincia de Soria
Protoceltibérico Aprovechamiento agrario: Labor
Pastos
Monte
Improductivo
Provincia de Guadalajara
Escala: radio de aprovechamiento de 5 km.
Figura 38: Superficie de aprovechamiento agrario durante la etapa protoceltibérica: La Zarzona II (28), Valderromán (30), Alto de la Semilla II (34), Mazagatos (38), Mingómez I (44), Mingómez II (45) y Santo Domingo (56).
altos rendimientos en pastos, incluso durante el estío, lo que permitiría la existencia de una cabaña ganadera suficiente para grupos que, por la extensión de su hábitat, como hemos visto, no debieron ser muy numerosos. Creemos que estas transformaciones podrían corregir un tanto la aparente dedicación agrícola de los núcleos de Maderuelo y Ayllón, y acercarlos más a un tipo de economía mixta. A esto hay que añadir el hecho de que en el radio de 1 km el porcentaje de superficie de pastos sea mayor que en el radio de 5 km, cuando posiblemente al tratarse de hábitat muy reducidos, serían determinantes las condiciones del terreno inmediato. En todo caso, sí que habría en estos núcleos una preferencia agrícola, igual que en Montejo ésta sería ganadera.
Cambio con respecto a Cogotas I El análisis de captación de recursos de los yacimientos de Cogotas I nos indica una preferencia de estos yacimientos por ubicarse cerca de los terrenos de labor, principalmente dedicados al cultivo de los cereales. Si comprobamos la superficie de un radio de un kilómetro veremos como la media de terreno dedicado al cultivo es de un 64 %, que coincide casi exactamente con la de un radio de 5 km (63%). En casi todos los núcleos tanto en el radio de 1 km como en el de 5 km, el porcentaje de terreno agrícola es superior al 50%. Por todo ello, podemos concluir que la hipótesis de una dedicación similar a la agricultura por parte de las poblaciones de
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4.- Periodo Protoceltibérico pesar de las evidentes transformaciones que se documentan, se aprecia una cierta continuidad con los poblados de Cogotas I (Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero 1992: 491; Ruiz-Gálvez 1995a: 82; Burillo y Ortega 1999: 120-130; Álvarez-Sanchís 1999: 63-69), sobre todo en el centro de la Cuenca del Duero (Quintana y Cruz 1996: 34).
Cogotas I y protoceltibéricas, con un porcentaje ligeramente elevado de las segundas (fig. 95 y 96). En general, se insiste en esta dedicación agraria para Cogotas I en las llanuras sedimentarias de la cuenca del Duero, situación que desde nuestro punto de vista debería extenderse también a los valles periféricos de esta cuenca y ya en ambientes muy próximos a la sierra, según se desprende de los análisis de captación de recursos de los yacimientos de la cuenca del Aguisejo-Riaza, como hemos visto. Esta hipótesis parece que es comúnmente aceptada por la mayor parte de los investigadores de este periodo (Jimeno 1984: 214: Jimeno y Fernández Moreno 1991: 123-124; Romero y Jimeno 1993: 179; Delibes et alii 1995a: 54-55).
Además, para esta región se vienen proponiendo la existencia de migraciones en el tránsito de El Soto formativo al pleno, que habrían extendido este tipo de poblados fuera de sus tradicionales zonas del centro del Duero y, sobre todo, del sur de este río (Sacristán 1997: 48-49), a regiones que no parecen pobladas anteriormente (Quintana y Cruz 1996: 50 y 61). Otro lugar que también presenta población desde época protoceltibérica es el Alto Duero-Alto Jalón, con el que posteriormente, durante el Celtibérico Antiguo, estará estrechamente unida la zona nordeste de Segovia; en aquellas regiones, igualmente despobladas durante el Bronce Final, se produciría una ocupación del territorio a partir del Alto y Medio Ebro, en la que sí que podría postularse una continuidad entre Cogotas I y el Hierro I, dando lugar a una cultura material en las zonas colonizadas que se puede asociar a la facies Pico Buitre, o en otros casos, a la facies Fuente Estaca, relacionada con el Bajo Aragón (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 180-184). La propia dispersión de los yacimientos en torno a dos focos, la zona de Numancia y el interfluvio Alto Jalón-Mesa, aparte de los avatares de las diferentes prospecciones y la identificación de esta fase, nos están indicando la existencia de una ocupación pionera (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173; Arenas 1999a: 247).
En cuanto al porcentaje de pastos y pastizales, sí se aprecia una diferencia apreciable entre los yacimientos de Cogotas I (fig. 89 y 90), con una media del 7,3% en un radio de 1 km, similar a los 8,3% del radio de 5 km, frente a 19% y 12% respectivamente para los asentamientos protoceltibéricos, a pesar de que se viene insistiendo en la relación entre los yacimientos de Cogotas I, en especial los de la primera fase o Protocogotas I, y las zonas con riesgo de inundaciones, cuya explotación tradicional, en general, ha sido para pastos (Jimeno 2001: 146, fig. 6,2). En definitiva, nos encontramos ante unas cifras similares en cuanto al aprovechamiento agrícola, mientras que podría haber una mayor dedicación ganadera en el caso de las poblaciones protoceltibéricas. Estos datos generales, si realmente se correspondieran con el tipo de economía practicado por los pobladores prehistóricos, implicarían que durante el Bronce Medio el tipo de economía podría ser más agrícola, que en época protoceltibérica, con una economía donde la ganadería tendría mayor peso relativo.
En definitiva, tenemos dos posibles focos de donde procederían los nuevos pobladores: de un lado el Duero Medio, muy cercano y con facilidad para remontar el Riaza, en un proceso similar al documentado en el valle del Huecha, Zaragoza, donde se produjo una colonización desde el curso inferior, a partir del siglo VII a.C., hasta el superior (Aguilera 1995: 220). Los yacimientos protoceltibéricos del Duero Medio parece que se concentran en primer lugar al este del río Pisuerga, en su margen derecha; en segundo lugar, en los ríos Adaja y Eresma en la izquierda; y en tercer lugar, en la zona de Íscar-Olmedo, en las inmediaciones de la provincia de Segovia (más concretamente en la zona de Coca).
4.3.- Estudio del poblamiento Relación con las comarcas vecinas La despoblación durante el Bronce Final, que también nosotros hemos constatado en el área de prospección, determinaría que la dirección de la colonización de esta zona deshabitada debería proceder de regiones con poblamiento desde el Bronce Final. Una de estas regiones podría ser el centro del Valle del Duero, donde está constatada la existencia de un poblamiento temprano desde el siglo IX a.C., lo que se ha denominado desde Sacristán como Soto Formativo (Sacristán et alii 1986a: 49-51; Delibes et alii 1995a: 86), que ha venido a enriquecer la tradicional división entre El Soto I y II (Palol y Wattenberg 1974: 187). Esta fase formativa para algunos supondría una ruptura respecto al poblamiento de Cogotas I (Sacristán 1986a: 47-49; Esparza 1986: 389-388; Delibes y Romero 1992: 243-249; Romero y Jimeno 1993: 198200; Delibes et alii 1995a: 80-82; Sacristán et alii 1995: 354-357; Sacristán 1997: 50), mientras que para otros, a
La distancia de los yacimientos de la zona Aguisejo-Riaza, en concreto los de Montejo, con respecto del primer grupo, en la zona de Tudela de Duero, siguiendo el Duero primero y después el Riaza, es de unos 88 km (unos 78 en línea recta), aunque desde la zona de Pesquera de Duero, que sería el yacimiento más oriental con presencia de Soto Formativo, solo habría una distancia de unos 57 km (unos 43 en línea recta). Por otro lado, la distancia entre la zona de Íscar y Montejo de la Vega sería de unos 77 km en línea recta y de unos 111 hasta Ayllón remontando el río Cega y el piedemonte serrano. El problema de esta relación es que se
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) los que relacionan el nordeste segoviano con la zona del Sistema Ibérico y, por tanto, con el valle del Ebro, a pesar de suponer una distancia mucho mayor, que la referida al centro del valle del Duero. En este sentido, la propia continuidad del esta zona segoviana durante el Celtibérico Antiguo, podría suponer una evidencia más, aparte de confirmar la existencia de una frontera cultural desde una etapa tan antigua como el periodo protoceltibérico.
desconocen los asentamientos intermedios que pueden conectar el nordeste segoviano con la zona sudeste de Valladolid-noroeste de Segovia, sobre todo en el corredor del Duero- Bajo Riaza6, que previsiblemente sería el camino más fácil de esta conexión. A esta cercanía geográfica hay que añadir que la existencia de las características vasijas carenadas con borde exvasado recto de cerámica fina recubiertas con un engobe rojizo, a modo de almagra, acercarían al menos los yacimientos de Montejo de la Vega, donde se ha documentado este tratamiento de la superficie, a los poblados de El Soto formativo de Valladolid, con esta misma característica (Quintana y Cruz 1996: 35 y 38).
Lo que sí que está claro es la existencia de un proceso de colonización a partir de otras regiones en un ambiente de despoblación desde el Bronce Final, como ya se ha indicado. Tampoco parece claro cómo sería este modelo de colonización, aunque pudo ser similar a los propuestos en otras ocasiones para circunstancias similares, por ejemplo en el valle del Ebro (Ruiz Zapatero 1983b: 147 y ss.; íd. 1995: 33-36).
El segundo foco de procedencia de los asentamientos protoceltibéricos se encontraría en los poblados del Alto Duero y Alto Tajo-Alto Jalón, dependientes en este caso del Medio Ebro, por lo que podría pensarse en una excesiva distancia con la zona nordeste de Segovia. Sin embargo, tenemos que en el Celtibérico Antiguo se documentan murallas de piedra y necrópolis de incineración en esta zona segoviana, lo que relacionaría a estas poblaciones con el ámbito ya celtibérico del Alto Duero y Alto Tajo-Alto Jalón y podría ser un indicador, por tanto, de una cierta continuidad desde el comienzo de la ocupación de este territorio a partir del Celtibérico Antiguo. Otro elemento a favor de esta hipótesis de la continuidad desde el Protoceltibérico es que se mantienen los tres núcleos protoceltibéricos al menos hasta el Celtibérico Antiguo. Por último, la distancia con respecto al Alto Duero es de 93 km y con respecto al Alto Mesa de unos 111 km, aunque ésta sería mucha más con respecto al Ebro Medio del que partirían en última instancia esta serie de impulsos colonizadores.
Transición al periodo Celtibérico Antiguo Entre el periodo Protoceltibérico, en buena medida continuador de las tradiciones del Bronce Final del conjunto del Sistema Ibérico y de la Meseta Norte, y el Celtibérico Antiguo A, se asiste a una serie de transformaciones relevantes: en cuanto al hábitat (poblados en altura fortificados), vivienda (urbanismo más organizado, viviendas rectangulares realizadas con materiales permanentes), necrópolis, metalurgia de hierro, nueva organización social... y una cultura material donde desaparece la decoración incisa, excisa y acanalada a cambio de la pintada de postcocción y la grafitada, así como las fuentes y cuencos carenados de boca ancha y los perfiles bicónicos carenados emparentados con los de los Campos de Urnas, (Martínez Naranjo 1997: 175-176; Arenas 1999a: 176).
Otro argumento a favor de esta zona es la presencia de cerámicas excisas, en concreto en Valderromán muy similares a las que se consideran características del valle del Ebro Medio y sobre todo las del grupo El Redal, extendidas por buena parte del Sistema Ibérico (Ruiz Zapatero 1984: 177 y ss.; Ruiz Zapatero 1985: 788; Ruiz Zapatero y Lorrio 1988: 258 y 261; Romero y Ruiz Zapatero 1992: 108; Lorrio 1997: 260; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 172; Arenas 1999a: 174, fig. 63, fig. 82).
Respecto al hábitat, en otras comarcas se ha constatado que junto a los poblados en llano, como los que aquí hemos documentado, aparecen a menos de 200 m una serie de poblados en altura que se corresponden ya con la siguiente fase de la Edad del Hierro; así ocurre, por ejemplo, en el Alto Jalón (Martínez Naranjo 1997: 165) o en la comarca de Molina de Aragón (Arenas 1999a: 176); también se viene destacando la continuidad en algunos ámbitos a lo largo de incluso un milenio, como parece que se ha documentado en la necrópolis de La Herrería (Cerdeño y García Huerta 2005: 239).
Vistos estos argumentos, es complicado determinar el lugar de procedencia de la colonización del valle del Aguisejo y Riaza hasta que no conozcamos los vacíos de población, como por ejemplo el tramo del valle del Duero entre la zona vallisoletana y la zona de Numancia; en todo caso tenemos una serie de paralelos que nos acercan a ambas zonas, siendo mucho más claros
En nuestro caso, las distancias entre los yacimientos protoceltibéricos y los del periodo Celtibérico Antiguo oscilan entre 1,5 y 4 km en el núcleo de Ayllón y de unos 1,5 km en los yacimientos de Montejo de la Vega, por tanto, unas distancias mucho más elevadas que las de las regiones anteriores (fig. 39). Por el contrario, en el caso del núcleo de Maderuelo, la distancia es de unos 200 m, lo que está más acorde con lo señalado en la comarca del Alto Tajo-Mesa y Molina. Sin embargo, será en este núcleo donde la continuidad a lo
6
Parece ser que por el momento no se han documentado yacimientos de El Soto Formativo en el tramo burgalés del río Duero, según comunicación personal del Dr. Sacristán de Lama. En algunos casos aparecen formas características de El Soto I en El Soto II de Roa, Burgos (Sacristán 1986a: 66, lám. X,6), pero no de El Soto formativo.
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4.- Periodo Protoceltibérico
largo de la Edad del Hierro quede interrumpida en el Celtibérico Antiguo A, todo lo contrario que en los otros dos núcleos, Montejo y Ayllón. Quizá esta falta de contigüidad, suponga igualmente una falta de continuidad temporal, idea que por el momento no se puede concretar, en parte, por la cierta indefinición temporal que la etapa protoceltibérica todavía presenta (Lorrio 1997: 260-261; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 26; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173 y 183; Arenas 1999a: 172-173).
la causa del cambio sería la rápida intensificación de las actividades agropecuarias lo que determinaría un aumento demográfico; también sugiere que otra posibilidad podría ser la cristalización de un nuevo orden socioeconómico en la zona que se habría ido fraguando desde el siglo X sobre la base del comercio atlántico (Arenas 1999a: 248). Creemos que en este caso de nuevo estamos ante la disyuntiva de poner el acento más en las diferencias que en las semejanzas.
Ahora bien, aunque no haya una relación tan estrecha como en el Alto Jalón, no parece que ocurra en este caso como en la región central de la cuenca del Duero, donde se documenta un cambio en la dispersión de los asentamientos. Aquí no se advierte la continuidad entre los yacimientos de El Soto Formativo y Pleno, aunque haya excepciones, como en Benavente, Zamora (Celis 1993: 130-131). Esta escasa continuidad se aprecia fundamentalmente en la provincia de Valladolid, donde hay zonas bien pobladas como el centro y sudeste de la provincia o la Tierra de Pinares, frente a la zona despoblada del sudoeste o a la poco habitada del este durante El Soto formativo; poblamiento que cambia en El Soto pleno. Esta diferencia se ha explicado por la existencia de mecanismos de migración, cuyo origen estaría en la intensificación de la producción debido a la aplicación de innovaciones agropecuarias y la creciente tendencia a la sedentarización, lo que provocaría un aumento demográfico, que a su vez supondría que creciera la presión humana sobre el medio, y en algunos casos se diesen situaciones de inseguridad; esto determinaría que las óptimas condiciones del entorno de los bodones, lugar preferido por los pobladores de El Soto formativo y frecuentes al sur del Duero, serían ahora insuficientes, de ahí la necesidad de colonizar nuevos espacios más fértiles que las campiñas arenosas donde se localizaban estos bodones (Quintana y Cruz 1996: 50 y 61).
En cuanto al nordeste segoviano, comprobamos que existe un aumento cuantitativo entre los 7 yacimientos del Protoceltibérico y los 13, más dos necrópolis, del Celtibérico Antiguo, a pesar de ser difícil la determinación de algunos de estos yacimientos; esto no significa, en todo caso, un cambio espectacular como en otras regiones. Además, en nuestra zona de prospección se aprecia una población protoceltibérica en todo el valle, dejando vacía solamente la zona de la Serrezuela que tampoco será poblada hasta el Celtibérico Pleno, un modelo por tanto que difiere del definido en el Alto Jalón-Mesa. La propia transformación gradual del hábitat en llano en hábitat en alto, la relación espacial entre estos yacimientos de diferentes fases, que comprobamos en los tres núcleos del área de prospección, así como en las relaciones anteriormente descritas, la continuación en los comienzos del Celtibérico Antiguo de cabañas de planta circular realizadas con materiales deleznables, así como los restos de cultura material, en especial en cuanto a las formas y decoraciones de la cerámica, que también señalan una evolución (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 184-185), nos inducen a pensar en un proceso gradual, con momentos de mayor aceleración en el proceso de cambios, donde la única ruptura estaría en el momento de aparición de los poblados protoceltibéricos, en un ambiente que por lo datos hasta ahora manejados sería de despoblación. Esta cierta continuidad, también parece desprenderse de los trabajos de Lorrio (íd. 1997: 258) o en la continuidad en la necrópolis de La Herrería (Cerdeño y García Huerta 2005: 139).
Por otro lado y siguiendo con el poblamiento, la radical diferencia entre el número de poblados protoceltibéricos y del Celtibérico Antiguo se explica en el interfluvio Alto Jalón-Mesa por la llegada de poblaciones procedentes de un saturado valle del Ebro y, por tanto, por una ruptura en la continuación del hábitat (Martínez Naranjo 1997: 170 y 178), que también explicaría las transformaciones a las que hemos hecho referencia al principio de este apartado, situación que no documentamos en la zona de prospección.
Esta continuidad a lo largo de toda la Edad del Hierro mantendrá la zona nordeste de la provincia de Segovia dentro del ámbito celtibérico desde una fase tan inicial como el periodo protoceltibérico, donde determinadas cerámicas permiten suponer esa relación con otra serie de yacimientos del Sistema Ibérico que se vinculan a los influjos surgidos del valle del Ebro o del Bajo Aragón (Ruiz Zapatero 1985: 788; Romero y Ruiz Zapatero 1992: 108; Ruiz Zapatero 1995: 38-39; Lorrio 1997: 258-261; Martínez Naranjo 1997: 164; Arenas 1999a: 176 y ss.; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 172173; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 24).
Esta misma ruptura se ha constatado en la lindante comarca de Molina, donde el Horizonte Locón, o Bronce Final B parece que sufre un fin brusco para a continuación surgir el horizonte Riosalido, aunque Arenas estaría más en la línea de la continuidad por evolución interna desde el siglo VIII en adelante; para él
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) después de analizar el origen de tres componentes culturales, el etnónimo, la lengua y la cultura material, permiten constatar una continuidad en esta cultura a lo largo de la Edad del Hierro (Lorrio 1997: 258-261; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 24; Lorrio 2005a: 52), una vez desechada la anterior división bipartita, en lo que se viene considerando como Celtiberia2, es decir, buena parte del Sistema Ibérico y sus estribaciones, y que parece que es seguida por otros investigadores con matizaciones (Martínez Naranjo 1997: 164; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173; Arenas 1999a: 176 y ss.). Dentro de esta región habría varios grupos definidos: el de los castros de la serranía y el de los poblados y necrópolis del Alto Duero y Alto Tajo-Jalón.
5.- Poblamiento del periodo Celtibérico Antiguo en la zona de prospección1 5.1.- Introducción al periodo Celtibérico Antiguo La zona nordeste de la provincia de Segovia se encontraría localizada durante la Edad del Hierro entre el ámbito cultural del Alto Duero, es decir, el mundo celtibérico, y la Cuenca Media del mismo río, dentro del círculo de El Soto. Frente a lo que había ocurrido durante la Edad del Bronce, en la que la cultura de Cogotas I parece que uniformiza toda esta región, ahora encontramos una serie de grupos culturales vecinos, como el de los castros en la serranía norte de la provincia de Soria y su prolongación burgalesa; el de los poblados y necrópolis en las campiñas del Alto Duero, en relación con el Alto Tajo-Alto Jalón; y la cultura de El Soto en la cuenca del Duero.
Este primer grupo de los castros de la serranía soriana ya fue definido como tal por Taracena en los años veinte del siglo XX, identificándolo con la etnia de los pelendones (íd. 1929: 3-27; íd. 1941: 13-14). Su estudio ha sido posteriormente retomado por una serie de autores (Romero 1984a: 64-68; íd. 1984b; Bachiller 1986a: 349-355; íd. 86b: 274; Romero 1991; Romero y Jimeno 1993: 202-206; Romero y Misiego 1995a: 69-76; Romero 2005: 89 y ss.).
Existe una discrepancia entre la posible unidad cultural de la Meseta o la existencia de grupos culturales autónomos durante la Primera Edad del Hierro. Para algunos, a pesar de poderse constatar una posible dualidad entre el centro de la Cuenca y su periferia montañosa, habría que insistir en los elementos más comunes, como el hábitat protourbano y la consiguiente estabilidad de la población, la generalización de las viviendas de planta circular, una economía sedentaria y más intensiva y algunos elementos de cultura material (Esparza 1986: 387; íd. 1990b: 103-104; Delibes y Romero 1992: 245 y 255; García-Soto y Rosa 1995: 8990).
Se desarrolla a lo largo de los siglos VI y V a.C., como lo constatan la mayoría de las fechas de C-14, siendo abandonados la mayor parte de sus poblados en el siglo IV, salvo excepciones como El Royo, mientras que otros presentan ocupaciones de época celtibérica plena (Bachiller 1986b: 286; Romero 1991: 363-365 y 370; Romero y Jimeno 1993: 206; Romero y Misiego 1995a: 71-72; Romero 1999: 157), pudiendo haberse dado una transición violenta que terminaría con la arevaquización del territorio (Lorrio 2000a: 146-147).
Aún más allá van Quintana y Cruz, que creen que se puede hablar de una uniformidad que incluiría también parte de la Meseta Sur (Quintana y Cruz 1996: 40-41). Otros prefieren destacar las diferencias entre los distintos grupos (González-Tablas 1986-87: 53; Romero y Jimeno 1993: 187; Álvarez-Sanchís 1999: 98) y en ocasiones señalan la existencia de diferencias derivadas de unos Bronces Finales locales diversos, a los que hay que añadir su posterior relación con otros grupos vecinos y la variedad de paisajes en los que se asentaron (Fernández-Posse 1998: 146-147 y 153-154)
El segundo grupo, el de los poblados y necrópolis del Alto Duero y Alto Tajo Jalón, se desarrolló desde finales del VII hasta el siglo V a.C. (Revilla y Jimeno 1986-87: 100; Romero y Jimeno 1993: 200-201), grupo que ya desde esta etapa temprana se puede considerar como celtibérico, aunque en su fase formativa, debido a la continuidad de los cementerios, de las ocupaciones de los poblados y a la estructura socioeconómica (Lorrio 1997: 261; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 24; Almagro-Gorbea 2005: 34).
En definitiva, no parece que exista unanimidad sobre esta posible uniformidad o diferencia de los grupos que poblaron la Meseta Norte en la primera Edad del Hierro; así, según se ponga el acento en lo común o en lo diferente, tendremos distintas visiones. Quizá haya que pensar en rasgos comunes pero muy generales, como la estabilidad de la población, que acercan a estos grupos, pero que, por otro lado, presentan diferencias en cuanto a patrones de asentamientos, estrategias económicas, estructuración social o concepción ideológica respecto a la muerte.
El comienzo de la Edad del Hierro en esta región podría corresponder con la facies Riosalido, o SotodososRiosalido, extendida por Guadalajara, en especial en la comarca del Alto Henares y la zona de Molina de Aragón, partes de Cuenca, Madrid y Zaragoza, y que formaría una provincia cultural con al menos el sur de Soria y comarcas cercanas (Martínez Naranjo 1997: 171; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 184; Valiente 1999: 83; Arenas 1999a: 177).
En este trabajo, se ha seguido la propuesta de periodización de Lorrio para la Edad del Hierro que 1
2
Para las diferentes interpretaciones del término celtíbero, término confuso y creado desde fuera, pero posteriormente asumido, Celtiberia y cultura o época celtibérica, vid. Burillo 1998: 34-37 y 63-64, Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 21-23 y 26, Sacristán 1997: 58, Lorrio 2000a: 113-114 y 127 Burillo 2005: 61-62; íd. 2007: 39 y ss.
Vid. López Ambite 2002 y 2007.
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5.- Celtibérico Antiguo
Provincia de Burgos
49
Río Riaza
Río
Núcleo de Montejo
50
Due
53 de Montejo Núcleo
47 43
41
ro
Provincia de Soria
42
Ri ag ua s
Núcleo de Maderuelo Núcleo de Carabias 31
40 Núcleo de Ayllón
36
5
Rí o
Núcleo de Ayllón
7
24
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Celtibérico
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Provincia de Guadalajara
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Río Villacortilla
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Provincia de Segovia
Rí o
1600
1800
Antiguo
2000
Zona de prospección
Vías
Antiguo y Pleno
Figura 39: Distribución de los yacimientos del Celtibérico Antiguo: Distribución de los yacimientos del Celtibérico Antiguo: Núcleo de Ayllón: Cerro del Castillo (5), La Dehesa de Ayllón (7), El Cuervo (18) y Los Cerrillos (24); Núcleo de Maderuelo: Alto de La Semilla II (31); Núcleo de Montejo: La Cañada (36), Peñarrosa (40), La Antipared I (41), La Antipared II (42), Valdepardebueyes (43), Las Torres (47), Fruto Benito (49), Cuesta Chica (50), Las Hoces (53) y Prado Barrio (59).
depender del Valle del Ebro y, además, por la variabilidad de las dataciones radiocarbónicas de aquel yacimiento (Cerdeño y García Huerta 1992: 97-98); para Lorrio, lo mismo que para otros autores, la mayor parte de esta facies habría que adscribirla al inicio de la cultura celtibérica (Ruiz Zapatero 1985: 765; Ruiz Zapatero y Lorrio 1988: 258-259; Romero y Misiego 1995a: 66; Lorrio 1997: 265266; Martínez Naranjo 1997: 178; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173; Arenas 1999a: 177; íd. 1999b: 142, 198, fig. 1 y 2; Barroso 2002: 193).
Se ha datado esta facies en la transición entre el Bronce Final y el Hierro I, con fechas del siglo IX a.C. a partir de unas dataciones de C-14 del Castro de La Coronilla y de las fechas de las cerámicas grafitadas que aparecen con las pintadas de postcocción en formas derivadas del Bronce Final, hasta el siglo VII a.C. (Cerdeño 1986-87: 113-117; Valiente y Velasco 1988: 84 y 103-117; García Huerta 1990: 345-346; Cerdeño y García Huerta 1992: 97-98; Valiente 1992: 40-41; íd. 1999: 91; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173; Martínez Naranjo 2005: 99), fechas que calibradas se envejecen hasta el 1.100 cal. A.C. (Castro et alii 1996: 224) y que parecen excesivamente antiguas.
Esta fase estaría en el origen inmediato del período Celtibérico Antiguo con el que comparte muchas de sus características. Ahora se abandonan los poblados en llano por los lugares estratégicos en donde se documentan las estructuras de habitación rectangulares con zócalos de
Por el contrario, otros autores rebajan la cronología de este yacimiento hasta el siglo VII a.C. en relación con estas mismas cerámicas a las que hoy se hace
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) 1974: 181-195). Este autor ya estableció dos fases: Soto I y II, denominado también como Soto Céltico, para diferenciarlo del Soto III o Celtibérico, ya de la Segunda Edad del Hierro. El origen de esta división estaría en un nivel de incendio que, en todo caso, no supuso ningún tipo de ruptura en la evolución local (Palol y Wattenberg 1974: 187) y que no parece apreciarse en excavaciones posteriores (Delibes et alii 1995b: 169-176).
piedras; igualmente todavía no se ha generalizado la metalurgia del hierro, debido a la escasez de hallazgos de este metal, por ejemplo en el castro de La Coronilla; además, y en relación con la primera fase la necrópolis de Molina de Aragón, a partir del siglo VII a.C. se relaciona con urnas que recuerdan la tradición de los Campos de Urnas Tardíos, que ofrece, por otro lado, una serie de problemas de remociones recientes y de su propia perduración hasta época más avanzada (Cerdeño y García Huerta 1990: 78-79; García Huerta 1990: 891 y 933-937; Cerdeño et alii 1995: 160-161; Arenas 1999a: 176-178). Sin embargo, para algunos autores quizá la caracterización de esta facies se deba al propio yacimiento excepcional de Riosalido y que si se eliminara este conjunto, el resto de yacimientos presentan un repertorio más similar a lo registrado en Soria o en El Soto (Barroso 2002: 216).
Hoy se prefiere hablar, dentro del continuo que supone el desarrollo de El Soto, de una fase formativa y otra de madurez, no coincidentes con las de Palol y Wattenberg (Sacristán 1986a: 49-51). La fase formativa iría desde finales del siglo IX a.C. hasta finales del VIII, o a partir del X cal. A.C. (Delibes et alii 1995a: 84; ídem 1999: 195, fig. 1Ruiz-Gálvez 1995a: 82-83; Castro et alii 1995: 95 y 102) y se caracterizaría por la existencia de cabañas de postes y materiales perecederos, quizá en relación con el grado de inestabilidad propio de un primer contacto con unas nuevas formas de vida (Delibes et alii 1995a: 86; Romero y Ramírez 2001: 56-57), donde la intensificación agraria implicó más que la presencia de asentamientos estables, el aumento de población, como así parece constatarse tras los trabajos de prospección en algunas zonas (Álvarez-Sanchís 1999: 68).
Siguiendo con las características de este periodo Celtibérico Antiguo, uno de los elementos característicos del mismo sería la existencia de hábitat en altura, los castros, en especial en la región del Alto Tajo-Alto Jalón (Valiente y Velasco 1988: 110; García Huerta 1990: 850852, 859 y 868; Martínez Naranjo 1997: 198; Valiente 1999: 83; Arenas 1999a: 176-181; íd. 1999b: 198; Barroso 2002: 170; Martínez Naranjo 2005: 100-101), mientras que en el Alto Duero parece que sus habitantes no tuvieron las mismas preocupaciones defensivas (Romero y Jimeno 1993: 206; Jimeno y Arlegui 1995: 103-105) salvo los del sur de Soria (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 177-178).
Sin embargo, para algunos autores la propia inestabilidad de los poblados no ha podido ser probada convincentemente y, además, este tipo de construcción endeble también aparece en momentos modernos (Fernández-Posse 1998: 151-152). Por último, la cultura material se caracterizaría por las cerámicas lisas, cuyos paralelos estaría tanto en el sur peninsular cono en el Ebro, mientras que la metalurgia se adscribiría al Bronce Final IIIb, siendo improbable el conocimiento del hierro, por lo que se trataría de una fase intermedia entre el Bronce Final y el Hierro I (Delibes et alii 1995a: 86; Quintana y Cruz 1996: 9).
Igualmente hay que destacar entre los rasgos definitorios de estos pueblos la presencia de necrópolis de incineración (Lorrio 1997: 261 y ss.; Cerdeño et alii 2001: 164-169) concentradas en el Alto Jalón, prolongándose por las estribaciones de la Sierra de Pela y disminuyendo hacia el norte de Soria (Romero y Jimeno 1993: 208-209; Romero y Misiego 1995a: 73; Lorrio 1997: 268; Lorrio 1997: 261 y ss.; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 180; Martínez Naranjo 2005: 101), con las que habría que relacionar las de la provincia de Burgos, como Lara de los Infantes (Lorrio 2000a: 139). Son las que ya Taracena calificó como posthallstáticas (íd. 1941: 12-16), en relación con el término acuñado por Bosch Gimpera para la Segunda Edad del Hierro (Bosch Gimpera 1921: 18). Otro elemento que definiría esta cultura y que en parte se deriva del conocimiento de sus cementerios, sería la presencia de una fuerte jerarquización social desde las primera fases, con una aristocracia guerrera de tipo gentilicio y posiblemente grupos especializados de artesanos; posiblemente el rito de la incineración se asociaran con creencias sobre la heroización de sus antepasados (Lorrio 1997: 144 y 314315; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28; Almagro-Gorbea 1999b: 37; íd. 2005: 34; Lorrio 2005b: 273).
A esta fase formativa le seguiría otra de madurez (El Soto I y II de Palol) o de estabilidad, alcanzada por el grupo soteño tras el éxito conseguido en la explotación de las llanuras aluviales del centro de la cuenca, a partir del 700 a.C.; es en este momento cuando se generalizan las viviendas de adobe de planta circular; también las cerámicas pintadas, aparecen las cerámicas peinadas y las primeras importaciones de cerámicas torneadas decoradas con pintura vinosa, dentro de un panorama de continuidad entre las cerámicas a mano de la primera etapa, salvo excepciones; la metalurgia sigue siendo de bronce, aunque comienzan a aparecer también modelos meridionales, como las fíbulas de doble resorte (Delibes et alii 1995a: 86-87). Y es a esta fase de madurez, a la que hay que adscribir las características generales de la cultura de El Soto tal y como se ha venido entendiendo por la historiografía, diferente de El Soto Formativo, mucho más entroncado con Cogotas I (Quintana y Cruz 1996: 61-62). Este mundo de Soto se desarrollaría a lo largo de varios siglos, hasta la profunda crisis de mediados del VI-primera mitad el V a.C. (Romero y Jimeno 1993: 200; Delibes et alii 1995a: 31 y 87-88).
Fuera del Sistema Ibérico y dentro de la Cuenca del Duero, pero en todo caso cercano a la zona objeto de estudio, se encontraría el grupo de El Soto de Medinilla. Este ha tomado el nombre del yacimiento que excavó Palol en los años cincuenta y sesenta (Palol y Wattenberg
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5.- Celtibérico Antiguo
La Antipared I La Antipared II Muralla Valdepardebueyes
Lámina 6: Foto aérea de la zona de Montejo de la Vega: La Antipared I (nº 41), La Antipared II (nº 42) y Valdepardebueyes (nº 43).
desarrollaría básicamente en el siglo VI a.C. (Lorrio 1997: 156, 261 y ss.), pudiendo extenderse por la primera mitad del V a.C. Este período se ha podido subdividir en dos fase, el Celtibérico Antiguo A y B, en el área del Alto Tajo-Alto Jalón, a partir de una serie de excavaciones como la de La Torre de Codes (Martínez Naranjo 1997: 164; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173; Arenas
5.2.- Características del poblamiento El Celtibérico Antiguo caracterizado por el modelo de población basado en castros enclavados en alturas dominantes, con fortificaciones, urbanismo de espacio central, viviendas de plantas rectangulares, necrópolis de incineración, metalurgia de hierro... se
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) lado, y Mazagatos, por otro), mientras que la separación entre los dos yacimientos principales es de unos 28 km de distancia, una medida algo mayor que lo que se considera que sería como de jornada de trashumancia, que estaría entre 18 y 25 km (Sierra y San Miguel 1995: 396), lo que determinaría la existencia de zonas deshabitadas entre los dos núcleos jerarquizadores de la Primera Edad del Hierro en la zona nordeste de Segovia.
1999a: 176 y ss.), así como por las diferencias de hábitat o los elementos de cultura material registrados, algo que intentaremos realizar en nuestra área de prospección, a pesar de las exiguas muestras de material recogidas en muchos de los yacimientos. Nosotros hemos seguido esta subdivisión, no tanto por lo que a cronología absoluta se refiere, sino por la constatación de una fase de cerámicas a mano y otra de las mismas cerámicas ya con importaciones de productos a torno, que no tuvieron por qué presentar la misma cronología absoluta que en las comarcas del Alto TajoAlto Jalón (Arenas 1999d: 302-304), aunque para la zona al sur del Duero sí se vienen señalando fechas relativamente tempranas (Seco y Treceño 1993: 169-170; Barrio 1993: 191-195; Seco y Treceño 1995: 224; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 328-330), frente a las fechas del Alto Duero, algo más modernas (Delibes y Romero 1992: 255; Jimeno y Arlegui 1995: 105-109; Lorrio 1997: 286 y 306).
Respecto a esta separación entre asentamientos, durante el Celtibérico Antiguo y tomando como referencia o bien poblados de más de 3 Ha o bien poblados amurallados (fig. 58 y 59), aunque sean de menor superficie, la distancia media con respecto a los cinco yacimientos más cercanos del poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón es de unos 18 km, oscilando entre los casi 5 km de La Pedriza de Ligos (Ortego 1960: 108 y ss.) y los 23 de Peña Cea (Heras 2000: 212); algo mayor es la separación entre La Antipared I y los cinco asentamientos de los alrededores, de 26 km, variando las distancias entre 15 con respecto a Adrada de Haza, Burgos (Molinero 1971: lám. CXXXV, fig.1; Sacristán 1986a: 43-44), y 30 km con respecto a San Miguel de Bernuy, Segovia (Barrio 1999a: 87).
Poblamiento La primera distinción con respeto a la etapa anterior, el periodo Protoceltibérico, es la continuidad de dos de los núcleos (fig. 32 y 39), el de Montejo de la Vega y el de Ayllón, desde esta etapa llegando en el caso de Ayllón hasta el Celtibérico Pleno, mientras que desaparece esta continuidad en la zona de Maderuelo, donde solo se documenta un único yacimiento, El Alto de la Semilla I (nº 31). Se trata de un yacimiento en llano que se encuentra a unos 200 m de El Alto de la Semilla II (nº 34), adscrito a la etapa Protoceltibérica, lo que podría suponer una cierta continuidad en el hábitat como ocurre en otras zonas (Martínez Naranjo 1997: 165; Arenas 1999a: 176). Esta ubicación en llano, así como la inexistencia de cerámicas a torno, podría incluirlo en el Celtibérico Antiguo A, aunque sus materiales no son muy significativos e incluso algo dudosos.
El que la media de Ayllón sea inferior a la de Montejo se debe a dos razones: en primer lugar, el que se encuentra a algo menos de 5 km del castro de La Pedriza de Ligos (Ortego 1960: 108 y ss.), lo cual determina una media inferior a la de La Antipared I; y en segundo lugar, el que como se aprecia en el mapa la densidad de yacimientos grandes o amurallados es mayor en la parte occidental de la provincia de Soria que en la mitad oriental de la de Segovia o en el sudeste de la de Burgos. En todo caso, la relación entre El Cerro del Castillo y La Pedriza de Ligos no parece anormal, salvo quizá la escasa distancia entre ambos poblados, porque esta cercanía entre dos poblados grandes o amurallados la observamos también en otros casos: así en la provincia de Soria, Tiermes a 9 km de Peñalba, Uxama a unos 8 km de Peña Cea o 10 km de Las Veletas de San Esteban3; y en la provincia de Segovia, El Cerro de la Sota de Torreiglesias (Barrio 1999a: 120-121) a 10 de Muñoveros y a 13 de Torreval de San Pedro4. Por último, esta misma circunstancia se aprecia en el valle del Huecha, Zaragoza, con dos yacimientos jerarquizadores separados por solo 3,8 km (Aguilera 1995: 219).
De ser correcta nuestra apreciación, nos encontraríamos ante un núcleo, el de Maderuelo, que ya a comienzos de la Edad de Hierro desaparece como tal, posiblemente absorbido por los núcleos cercanos, especialmente creemos que por el de Ayllón. Para ello nos basamos en que se encuentra a unos 11,5 km del yacimiento de Mazagatos (nº 36); ésta es una distancia algo menor que con respecto a Las Hoces (nº 53), a 12,5 km en línea recta, en el núcleo de Montejo, pero que aumentaría bastante si siguiésemos las riberas del arroyo Valderromán primero y del río Riaza después, de ahí que prefiramos relacionarlo con el núcleo de Ayllón más que con el de Montejo. Además, en el núcleo de Montejo el poblamiento está más concentrado, mientras que en el de Ayllón, se encuentra más disperso por las riberas de los ríos.
Si medimos la distancia al vecino más próximo de todos los yacimientos que aparecen en el mapa de la figura 59, la distancia media a este primer vecino es de 11,5 km, distancia que aumentará a 16 km en el Celtibérico Pleno y Tardío, por lo que parece normal esta cercanía entre dos yacimientos cercanos, a veces tres, uno o dos de los cuáles no alcanzará el Celtibérico Pleno. Por otro lado, en el Celtibérico Antiguo sigue sin
Con este abandono del núcleo de Maderuelo, el vacío entre los núcleos de Ayllón y Montejo supondría una distancia de unos 21 km (entre Las Hoces, por un
3 Para Peñalba de Hoz de Abajo, Peña Cea de Olmillos, Veletas de San Esteban de Gormaz, vid. Heras 2000: 212. 4 Según el Inventario Arqueológico Provincial de Segovia.
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5.- Celtibérico Antiguo
Densidades de población 0.05
Yact./km2
0.04 0.03 0.02 0.01 0
Zonas Figura 40: Densidades de algunas zonas durante el periodo Celtibérico Antiguo; Superficie A se refiere a la densidad de la zona de prospección; Superficie B, a la densidad de la zona de prospección en la zona del río Aguisejo y Riaza; Segovia, Inventario provincial de Segovia; Gómara, Campo de Gómara, Soria; Almazán, Tierra de Almazán, Soria; Sudoeste, zona sudoeste de la provincia de Soria; Centro, zona centro de la provincia de Soria; Altiplanicie, Altiplanicie soriana; Soria, Inventario de la provincia de Soria; A. Jalón-Mesa, interfluvio Alto Jalón-Mesa; Molina A, Celtibérico Antiguo A de la comarca de Molina; Molina B, Celtibérico Antiguo B de la comarca de Molina; T. de Campos, Tierra de Campos, Valladolid; Torozos, Montes Torozos, Valladolid; Valles, comarca de los valles del Pisuerga y el Duero, Valladolid (este dato se aleja del resto, por lo que no aparece reflejado gráficamente).
estudio del poblamiento de la provincia de Segovia impide conocer el patrón de poblamiento, que, en algún caso, como ocurre para los valles del Duratón y el Eresma, sí que podría haber sido lineal (Barrio 1999a: 168).
habitarse la zona de la Serrezuela, o al menos carecemos de pruebas en este sentido (fig. 39). Por todo ello, no podemos hablar de una ocupación sistemática del territorio, al quedar grandes zonas sin poblamiento, como la misma Serrezuela y el tramo del río Riaza entre Las Hoces (nº 53) y Alto de la Semilla I (nº 31), con unos 12 km y éste y Mazagatos (nº 36), con unos 11 km, y en general toda la vega inmediata entre Las Hoces y Mazagatos, con unos 23 km, ya que el yacimiento de Maderuelo se encuentra a unos 3,5 km del río.
A favor del patrón lineal, estaría la continuación del poblamiento de castros similares al de La Antipared I en el Bajo Riaza, como el caso de Adrada de Haza, ya en la provincia de Burgos (Sacristán 1986a: 43-44). Además de esta constatación en los aledaños de la zona de prospección, este tipo de patrón lineal también se ha comprobado en otras regiones bien prospectadas, como en el caso de la comarca de Molina de Aragón. Allí el patrón lineal obedece a la accidentada orografía, aunque a veces este patrón surja de una deliberada selección de emplazamientos por razones socioeconómicas, como el acceso a determinados recursos naturales o por la intención de instalarse al borde de vías de comunicación transcomarcales (Arenas 1999a: 217).
En todo caso podríamos decir que el patrón de poblamiento sería lineal, a lo largo del valle fluvial Aguisejo-Riaza, aunque el que se haya prospectado básicamente este valle y los aledaños de la Serrezuela y el desconocimiento de las comarcas limítrofes, pudiera estar sesgando nuestra visión de la zona nordeste de la provincia de Segovia. En contra de este patrón lineal estarían los cercanos, aunque escasos, yacimientos del sudoeste soriano (Heras 2000: 212-213) y el propio castro de La Pedriza de Ligos (Ortego 1960: 108), que parecen determinar un patrón también lineal, pero diferente al nuestro, con una serie de yacimientos paralelos al río Duero y otros paralelos a la Sierra de Pela, en este caso, sin que esta linealidad tenga que ver con la existencia de valles fluviales, como en el caso de los del Duero (Heras 2000: 216).
Esta descripción de una dispersión del poblamiento carente de regularidad queda reflejada si medimos la distancia del vecino más próximo (Hodder y Orton 1990: 51-58); según esto, el resultado es, tomando las medidas a los tres vecinos más cercanos, de una distribución aleatoria o poco regular, lo que también se constata con la mera comprobación del mapa de dispersión de yacimientos (fig. 89)5.
En definitiva, creemos que la baja densidad de yacimientos, posiblemente por el tipo de prospección realizado, que creemos que ha sido muy extensivo, impiden formarnos una idea clara de los posibles patrones de poblamiento de esta comarca soriana. Igualmente, el
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Distancia real, 3,59; Distancia teórica, 2,94; Aleatoriedad, 1,22.
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) En cuanto a la zona sudoeste de la provincia de Soria, la más cercana por la parte oriental, y con la que como veremos se establecerán vínculos a partir del Celtibérico Tardío y durante la época romana, se ha documentado una densidad mucho menor, de 0,004 yacimientos por km²; esta cifra de nuevo vuelve a cuestionar la metodología de ese trabajo, con un patrón de poblamiento en el que se destaca su dispersión, en este sentido, similar al nuestro, pero alineado con la ribera del Duero y los rebordes montañosos meridionales (Heras 2000: 216 y 217).
Densidad Respecto a la densidad de yacimientos en el área de prospección, la densidad total sería de 0,031 yacimientos por km² si tomamos toda el área de prospección (416,31 km²); aunque creemos que sería mucho más ajustada la de 0,042, que es la densidad de los yacimientos sin contar el área de la Serrezuela (es decir, con respecto a 308,45 km²) que durante el Celtibérico Antiguo no presenta poblamiento, algo que cambiará sustancialmente en el Celtibérico Pleno (fig. 40 y 86). Si a continuación tomamos como punto de referencia de una poblamiento más asentado y generalizado los datos del obispado de Segovia de mediados del siglo XIII, tendremos que para esta época la densidad de esta diócesis sería de 0,05 asentamientos por km²; se trata de un dato que se considera bajo en comparación con otras diócesis de Castilla y que se debe a la escasa población de la sierra segoviana, dónde solo aparecen el 5% de los pueblos de dicha diócesis; así, si se eliminan los datos de la sierra, tendremos una densidad de 0,07 asentamientos por km², más acorde con la de otras regiones (Barrios y Martín 1983: 116). En definitiva, comprobamos que tanto la densidad general de la zona de prospección como la densidad corregida serían más bajas que la densidad general de época pleno medieval.
Si nos alejamos de la zona de trabajo, pero continuando en la Celtiberia, en el interfluvio Alto JalónMesa se han documentado 15 asentamientos, con una densidad de 0,02 yacimientos por km² en el Celtibérico Antiguo A (Martínez Naranjo 1997: 169, fig. 5 y 7), mientras que en la vecina comarca de Molina de Aragón, la densidad en el Celtibérico Antiguo A supone un 0,003, y la del Celtibérico Antiguo B es de un 0,01 (Arenas 1999a: 178, fig. 122)8. En cuanto a los datos aportados por el Inventario Provincial de Segovia, para su mitad oriental, unos 3.051 km², la densidad también sería menor, de un 0,009 yacimientos por km², en este caso creemos que posiblemente por la falta de identificación de los pequeños asentamientos en llano, apenas representados, frente a los castros, y que arroja un mayor número de yacimientos de la Segunda Edad del Hierro (fig. 61).
En todo caso, los datos de la zona de prospección corresponden a una densidad mucho mayor que la registrada para la etapa Protoceltibérica, que era de 0,017 yacimientos por km² (0,023 si la restringimos a los valles de los ríos), lo que reflejaría un aumento de población durante la Primera Edad del Hierro, algo que sí que parece constado en otras regiones.
Respecto a los poblados de El Soto de la zona occidental de la provincia de Valladolid, las densidades conocidas no son uniformes: para la comarca de la Tierra de Campos sería de 0,012; para la de los Montes Torozos de 0,01 y para la de los valles del Pisuerga y Duero de 0,27 yacimientos por km² (San Miguel 1993: 24), por tanto unas densidades bajas en las dos primeras comarcas con respecto al valle del Aguisejo-Riaza y acordes con las de la mitad oriental de la provincia de Segovia y mucho más altas en la comarca Pisuerga-Duero, cuya densidad pueda estar haciendo referencia a un poblamiento desde antiguo o la existencia de las mejores tierras de aluvión en esta zona (Quintana y Cruz 1996: 41 y ss., fig. 8).
Si pasamos a comprobar la densidad de yacimientos en otras zonas, tendremos en primer lugar los datos aportados por los estudios de la provincia de Soria. En esta provincia la media global es de 0,0066, mientras que las densidades por comarcas irían desde el 0,001 en el Campo de Gómara (Borobio 1985: 209-210); el 0,008 de la Tierra de Almazán (Revilla 1985: 365-366); el 0,014 de la Zona Centro (Pascual 1991: 287-288); o el 0,03 de la Altiplanicie soriana (Morales 1995: 309 y 319231) 7. En definitiva, unos datos mucho más variados que la media general anterior, pero igualmente inferiores a los de nuestra zona de trabajo, en líneas generales, tanto si tomamos la densidad total de la zona de prospección, como la corregida; la única comarca discordante con esta inferioridad comentada sería la Altiplanicie soriana, en torno a Numancia. Estas cifras podrían estar evidenciando problemas en cuanto a los trabajos de prospección, como a la existencia de situaciones diversas dentro de la denominada Celtiberia Ulterior.
No parece que esta situación de un poblamiento no sistemático como la atestiguada en el nordeste de la provincia de Segovia sea lo corriente en otras regiones más o menos cercana, donde incluso con condiciones adversas para el asentamiento humano, como pueda ser la serraría norte soriana, se ocupa sistemáticamente a lo largo de los siglos VI y V a.C. (Romero 1991: 363-365 y 370; Romero y Misiego 1995a: 71-72). Esto mismo también se ha documentado en el Alto Tajo-Alto Jalón, donde es frecuente una separación entre los asentamientos de 4 ó 5 km (Cerdeño 1999: 74), mientras que para toda la zona de la Hispania Céltica estas distancias de separación entre castros estarían entre 5 y
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Datos a partir de Jimeno y Arlegui 1995: 104, fig. 2a. La superficie total de cada comarca se ha hallado a partir de los mapas presentados por los diferentes investigadores; esto hace que la superficie no sea exacta, aunque una variación de esta superficie no afecta al resultado global de forma significativa. 7
8 Densidades a partir de los datos ofrecidos por los investigadores, sin que en ningún caso hayamos contabilizado sus necrópolis.
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5.- Celtibérico Antiguo
Lámina 7: Sección de la muralla del castro de La Antipared I (Montejo de la Vega).
10 km (Almagro-Gorbea 1994: 16).
necrópolis con niveles antiguos y 148 corresponderían al Celtibérico Antiguo; de estos últimos, 27 corresponderían al Celtibérico Antiguo A (38%) y 31 al Celtibérico Antiguo B (45%), lo que significa también un crecimiento enorme desde la etapa Protoceltibérica en adelante, y una mayor estabilidad entre las dos fases del Celtibérico Antiguo; sin embargo, la gran mayoría de asentamientos quedan sin poderse identificarse con claridad dentro de estas dos etapas, por la indefinición de muchos de los materiales de estas etapas, máxime si proceden de trabajos de prospección, como también ocurre en nuestro caso (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173 y 184).
Fuera del ámbito celtibérico, en la laguna de La Nava, Palencia, parece que la separación de los poblados de la llanura oscila entre de entre 4 y 7 km y de entre 9 y 10 en los de páramo (Rojo 1987: 415), mientras que en los poblados de El Soto de la provincia de Valladolid la media es de 4,23 km aumentando posteriormente a lo largo de la Segunda Edad del Hierro (San Miguel 1993: 56-58, fig. 15). Algo similar ocurre en el Valle del Ebro, donde rara vez los yacimientos se encuentran a más de 5 km de distancia (Burillo et alii 1995: 251). En nuestro caso, la distancia media al vecino más próximo, sea cual sea su categoría de poblado, sería de 2.204 m, aunque con diferencias entre el núcleo de Montejo, con 800 m de media, y el de Ayllón-Maderuelo, con 3.407 m; hay que recordar que se trata de distancias con respecto al yacimiento más próximo, porque si lo que medimos es la separación entre castros, esta sería de unos 28 km, documentándose dos grandes núcleos, sobre todo en la zona de Montejo de la Vega, en torno al castro de La Antipared I (nº 41), y otro algo más disperso en torno al castro de El Cerro del Castillo de Ayllón, como luego veremos, aparte de los vacíos ya comentados (fig. 88).
Si pasamos a la comarca del Alto Jalón-Mesa se pasa de dos yacimientos protoceltibéricos a 15 en el Celtibérico Antiguo (Martínez Naranjo 1997: 169, fig. 5 y 7) y en la zona de Molina se pasa de 6 protoceltibéricos (dos del Bronce Final A y 4 del Bronce Final B) a 10 en el Celtibérico Antiguo A y 31 en el Celtibérico Antiguo B, además de 4 necrópolis (Arenas 1999a: 171, 173 y 178). En el caso de la zona nordeste de Segovia, este salto no es tan grande, ya que pasamos de 7 yacimientos protoceltibéricos (recuérdese que alguno de ellos es dudoso), que suponen un 27%, a 13 del Celtibérico Antiguo (59%) y dos necrópolis (9%), reduciéndose drásticamente en el Celtibérico Antiguo B, ya que de estos últimos 15 yacimientos, solo tenemos constancia de que alcancen la fase B los dos castros, las dos necrópolis y el yacimiento de Las Torres (nº 47), es decir un 33% de todos los del periodo Antiguo.
Si pasamos ahora a ver los cambios en el poblamiento en relación con la etapa precedente o Protoceltibérica, lo que se constata en otras regiones es el aumento de población en el paso de esta fase a la Primera Edad del Hierro y a lo largo de la misma. Así, en la región del Alto Duero y Alto Jalón de los 174 yacimientos localizados, 13 sería protoceltibéricos, 13
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Figura 41: Plano de los yacimientos de La Antipared I (nº 41), La Antipared II (nº 42) y Valdepardebueyes (nº 43)
Esta mayor representación de la zona nordeste de Segovia respecto al resto de la mitad oriental de la provincia, es mucho más intensa en la etapa protoceltibérica, con el 100% de los yacimientos de esta mitad, el 63 de los yacimientos de la Primera Edad del Hierro y el 68% de los de la Segunda, y solo en el caso de los yacimientos que presentan las dos fases de la Edad del Hierro, suponen un 30%. Igualmente, se trata de un número de yacimientos mucho más elevado que el que se tuvo en cuenta para el estudio del poblamiento de Segovia en la Edad del Hierro (Barrio 1999a: 73 y ss.).
Si observamos ahora la distribución de los yacimientos con respecto a las dos épocas en la que generalmente se divide la Edad del Hierro (fig. 61), en la mitad oriental de la provincia de Segovia se han registrado hasta el momento 19 yacimientos del Hierro I, de ellos 12 en la zona de prospección (a los que habría que añadir los 7 protoceltibéricos no desglosados como tales en el Inventario Arqueológico Provincial); 10 del Hierro I y II, de ellos 3 en nuestra zona; y 22 del Hierro II, de ellos 9 también en la zona nordeste; si la superficie del área de prospección es de un 13,6% (416,31 km²) respecto a la mitad oriental de la provincia de Segovia (3.051 km²), el que el 47% de los yacimientos estén en la zona de trabajo, demuestran lo exhaustiva que fueron las labores de prospección teniendo en cuenta que de todos esos yacimientos, solo 4 (un 16%) aparecían en la bibliografía.
Ahora bien, estos datos de la zona oriental de la provincia de Segovia se apartan de los globales para toda la provincia. Así, tenemos: 60 yacimientos para la Primera Edad del Hierro y 35 para la Segunda; solo perdurarían 17 de la Primera (un 28% de los de la
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5.- Celtibérico Antiguo
Lámina 8: Muralla de La Antipared I y posible rampa de acceso (Montejo de la Vega).
sudoeste de la comarca de Daroca (Ruiz Zapatero 1995: 39, fig. 10).
Primera Edad del Hierro, que corresponden con el 49% de los de la Segunda); esta drástica reducción de los poblados es más acentuada en la zona noroeste de la provincia de Segovia, donde se pasa de 22 yacimientos en la Primera Edad del Hierro a solo 6 (dos de ellos ex novo), que en el resto de la provincia, donde el descenso está más matizado y donde el crecimiento de poblados de nueva planta es mayor (un 55%) (Gallego Revilla [2000]: 245, fig. 125).
Por el contrario, la reducción que observamos en la zona de prospección, y en general en la provincia de Segovia, a tenor de los datos del Inventario Arqueológico Provincial, sin que esto signifique que descendería el volumen de población, todo lo contrario, se documenta igualmente en el valle del Cidacos (Ruiz Zapatero 1995: 38, fig. 10); en la zona del Moncayo (Aguilera 1995: 219; Burillo 1998: 223, fig. 60) y el Valle Medio del Ebro (Burillo 1992: fig. 2 y 3); y, en especial dada mayor cercanía con respecto de nuestra zona de estudio, en la cuenca del Duero, donde se asiste a un proceso de concentración de núcleos urbanos a lo largo de toda la Edad del Hierro (San Miguel 1993: 24; Sacristán et alii 1995: 338, tabla 5). Por último, en la comarca de la Altiplanicie soriana hay una presencia similar de yacimientos: 23 tanto de la Primera como de la Segunda Edad del Hierro (Morales 1995: 299 y 304).
En todo caso, encontramos paralelos para ambas situaciones, es decir, para un mayor número de yacimientos durante la Primera Edad del Hierro o durante la Segunda. Así, el que haya una mayor representación de poblados de la Segunda Edad del Hierro, que de la Primera, en algunos casos, con un aumento significativo en los siglo II y I a.C., acercaría esta mitad oriental de la provincia de Segovia a regiones como el Alto Duero9 (Jimeno y Arlegui 1995: 105 y 109), sobre todo en la comarca de Almazán, donde se pasa de 6 a 19 yacimientos (Revilla 1985: 377) y en la Zona Centro soriana, donde se pasa de 6 a 17 (más 3 necrópolis de incineración) (Pascual 1991: 267); el aún más cercano sudoeste soriano (Heras 2000: 212-214); el área del Bajo Jalón, donde sus investigadores se refieren a una auténtica explosión de asentamientos; y por último, el
En conclusión, parecería que la zona de prospección, a pesar de su vinculación con el Alto Duero y el mundo celtibérico, como luego veremos, presenta un modelo de poblamiento, donde la concentración de la población en grandes poblados lo acercaría más al modelo vacceo, algo que ya se ha venido señalando para ciertas zona también limítrofes entre ambos pueblos (Sacristán et alii 1995: 363 y 365), pero que también presenta paralelos en otras comarcas de la Celtiberia, aunque alejadas del nordeste de la provincia de Segovia, como acabamos de ver.
9 Tampoco parece un crecimiento tan significativo, porque los mapas presentados por estos autores señalan 65 yacimientos para la Primera Edad del Hierro, 71 para los siglos IV y III y 69 para los siglos II y I a.C. (hemos contabilizado las necrópolis cuando se encuentran alejadas de asentamientos conocidos) (Jimeno y Arlegui 1995: fig. 2A, fig. 3 y fig. 9).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Al sur-sudoeste, tras salvar una pequeña vaguada que individualiza el lugar del yacimiento, el terreno asciende hasta una serie de cumbres, en torno a los 1.1001.000 m, que dominan el castro. En esta zona, se encontraron fragmentos de cerámica a mano muy dispersos en la prospección de 1991 (Barrio et alii [1991]: 40) y se señaló ya la posibilidad de que se tratase de la necrópolis del poblado, aunque la maleza que recubría esta ladera, así como el raquítico pinar repoblado y su barrujo impedía documentar mejor este yacimiento. Será en 1999 cuando se documente con seguridad la función funeraria de este espacio, que se denominará La Antipared II (nº 42), al encontrarse los restos de una tumba que debió quedar al descubierto durante las labores de repoblación forestal que se llevaron a cabo a principios de los años 80 (López Ambite 2002). Sus características las trataremos en el siguiente apartado (fig. 47).
Núcleo de Montejo de la Vega: El castro de La Antipared I (nº 41, lám. 6 a 9) El castro de La Antipared I10 se asienta en las estribaciones del macizo calcáreo de Sepúlveda, dentro del afloramiento de Pradales, que en esta parte del río Riaza ha perdido ya altura (presenta una altitud media de unos 1.000 m), y que desaparece en la zona de Maderuelo; estas estribaciones han sido modeladas por la red fluvial, que forma profundos cañones que, a su vez, delimitan una serie de lenguas cortadas que dominan el valle del Riaza (Tejero de la Cuesta 1988: 37-38 y 62-63; Bodoque y Chicharro 1999: 5-6). El yacimiento, una de estas lenguas amesetadas apta para un asentamiento humano, se encuentra limitado al norte por el río Riaza (a unos 150 m), al oeste por el Barranco de Valdepardebueyes (a unos 100 m) y al este por otro barranco también de dirección sudoeste-nordeste (a unos 30 m), como el anterior, formando todos ellos fuertes laderas en cuya parte superior aflora la roca caliza, dando lugar a cortados que suponen una defensa infranqueable (fig. 41).
Núcleo de Ayllón: El Cerro del Castillo o La Martina de Ayllón11 (nº 5; lám. 15 a 16) El yacimiento de El Cerro del Castillo se encuentra en el borde de páramo que domina la vega del río Aguisejo, en su margen derecha, y que, a partir de los arroyos que ha erosionado este relieve, permiten un fácil acceso con esta paramera. Se trata de un terreno que morfológicamente se asemeja a los páramos, de ahí su estructura amesetada (presentes en la zona más oriental del término de Ayllón, en la frontera con la provincia de Soria), pero que realmente está formado por conglomerados miocénicos de gran resistencia, lo que da lugar a superficies horizontales semejantes a los páramos (Tejero de la Cuesta 1988: 41 y 69).
Por tanto, se puede considerar al castro de La Antipared I como un yacimiento en escarpe, aunque también participa de las características de yacimiento en espigón fluvial, porque han sido el Riaza y sus dos afluentes los que han tajado la roca individualizando el yacimiento (Romero 1991: 192-193). Esta ubicación en espigón y escarpe es similar a la del cercano yacimiento de Adrada de Haza, que también parece que estuvo amurallado (Sacristán y Ruiz Vélez 1985: 188). Si por el norte, este y oeste el castro estaba suficientemente defendido por los cortados de la roca, lo que demuestra un carácter defensivo propio de los castros de la primera Edad del Hierro (Almagro-Gorbea 1994: 15; Lorrio 1997: 71), por el sur o sudoeste solo lo separa de las alturas colindantes una pequeña vaguada. Es en este punto donde se levantó una muralla que cerraba un único recinto. La muralla tiene una dirección noroestesudeste y una longitud de unos 120 m; la altura máxima conservada es de 3-3,50 m, mientras que la anchura del derrumbe oscila entre los 4 y 5 m Respecto al urbanismo del castro, la observación de la foto aérea no permite deducir su configuración por la remoción del yacimientos y zonas aledañas para realizar labores de repoblación forestal. Su estudio lo trataremos en el apartado de las características de los poblados principales.
La erosión de esta plataforma determina la configuración de la topografía del espacio donde se asienta, que podría corresponder al de escarpe (Romero 1991: 192-193), con una superficie interior amesetada adecuada para la habitabilidad de la misma, en la que destacan una serie de oteros en torno a una vaguada. Su altitud corresponde con la cota de 1.030-1.000 m y la altura relativa con respecto a la mencionada vega es de 60 m. Por todo ello presenta un relieve que permite el control de la vega circundante, y de la vía de comunicación que sería la orilla derecha del río Aguisejo, así como una defensa del hábitat en sus lados norte, sur y oeste, siendo fácil su acceso únicamente por el lado este, de ahí que se ha ya supuesto la existencia de una muralla al menos en esta parte, sin ninguna evidencia en este sentido (Barrio 1999a: 128), salvo la que creemos haber identificado en la ampliación oriental del Celtibérico Pleno (fig. 42 y 43).
Núcleo de Montejo de la Vega: La necrópolis de La Antipared II (nº 42)
La distancia con respecto a las fuentes de agua, el río Aguisejo, es de unos 320 m en la parte más occidental del yacimiento, aunque se conoce la existencia de una serie de manantiales en el propio escarpe donde se asienta el poblado (Zamora 1993: 19; Barrio 1999a: 128),
10 En la bibliografía también aparece el término Altipared (Sacristán 1986a: 44; Barrio 1999a: 148); nosotros preferimos utilizar el que aparece en el M.T.N. 1:25.000 y que fue recogido en el Inventario Arqueológico Provincial de Segovia; además posteriormente encontramos una cita bibliográfica de este yacimiento con el mismo nombre que el del M.T.N. (Juberías y Molinero 1952: 194).
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Vid. Zamora 1993: 5.
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5.- Celtibérico Antiguo
Figura 42: Esquema del yacimiento de Ayllón y de sus recintos medievales (Zamora 1993: fig. 0000).
poblado (Zamora 1987: 41; Zamora 1993; Barrio 1999b), como en la necrópolis (Barrio 1990) y cuya síntesis publicó Barrio (íd. 1999a).
que acortarían considerablemente esta separación. A una distancia de unos 1.250 m se localiza la necrópolis de este poblado, en la vega del Aguisejo, en su margen izquierda. Se encuentra sobre una altitud de 1.020-1.010 m y con una altitud relativa de tan solo 20 m, mientras que la distancia con respecto del agua sería de 1.100 m.
Estos estudios destacan la existencia de una muralla prerromana, que para Barrio podría servir de cimiento de la muralla medieval, algo similar ocurriría con el foso medieval, con un antecedente celtibérico (Barrio 1999a: 128), pero que a la vista de la extensión de los restos de cerámica, no parece pertinente. Así, una revisión del yacimiento de El Cerro del Castillo de Ayllón nos ha permitido comprobar cómo se ha identificado normalmente la fortificación medieval con el poblado celtibérico, mientras que por el contrario la comprobación sobre el terreno permite descubrir que el poblado se extiende hacia el norte y este, es decir, hacia la parte más alta, más allá del foso medieval. De
Se trata de uno de los pocos yacimientos de la zona de prospección que era conocido desde al menos principios de siglo (Artigas 1913: 255-256; Lafuente 1913: 256 y ss. y sobre todo Mélida 1913: 261 y ss.; Artigas 1932, en Zamora 1993: 27-28; Molinero 1950: 641; Molinero 1971: lám. CXIX, fig. 2; Barrio 1999a: 127) y del que incluso se habían realizado diversas intervenciones arqueológicas y estudios, tanto en el
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Figura 43: Plano del yacimiento de El Cerro del Castillo de Ayllón (Zamora 1993: Fig. 000); solo comprende el recinto amurallado medieval.
especial la concentración de material a mano en los confines orientales del yacimiento, en la zona que, como más adelante comentaremos, podría estar la muralla y que denotaría la existencia de barrios junto al yacimiento, pero separados físicamente del mismo. Todo ello, si añadiésemos estas concentraciones de material, ampliarían el poblado de El Cerro del Castillo más allá de las 3,75 Ha.
ahí que creemos que la superficie sería de 18,75 Ha para el Celtibérico Pleno, mientras que para otros autores sería solo de 8 Ha (Zamora 1993: 34; Barrio 1999a: 128). En cuanto a la extensión de la población del Celtibérico Antiguo, la dispersión de la cerámica a mano, en la zona central del poblado, es decir, en parte del antiguo recinto amurallado medieval y en la zona inmediatamente al este del mismo, puede alcanzar las 3,75 Ha, aunque las remociones posteriores tanto las de época medieval, como por las obras y excavaciones clandestinas previas a los trabajos de excavación, y éstos mismos, han alterado buena parte de la superficie del yacimiento en su parte oeste (Zamora 1993: 5 y 33). Esta superficie, que debería tomarse como aproximada por estas remociones comentadas, no comprende diversas zonas del posterior yacimiento de la etapa plena, en
En cualquier caso, nos encontraríamos ante un poblado del Celtibérico Antiguo mucho mayor que el de La Antipared I, lo que implicaría a su vez una población superior y, por tanto, un peso político más relevante que el del castro de La Antipared I. Esta mayor potencialidad implicaría un control del un territorio superior que el otro núcleo o la concentración de mayor cantidad de pequeños asentamientos.
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5.- Celtibérico Antiguo
Figura 44: Ábside de la iglesia de San Martín: niveles celtibéricos (Id y Ia, o roca) y medievales (Zamora 1993: fig. 119).
fragmento de cerámica a mano pintada de postcocción procedente del niveles de revuelto (Zamora 1993: 46-47; fig. 11,252; vid. nuestra fig. 50). Se trata por tanto de materiales de la Primera Edad del Hierro (Zamora 1993: 38; Barrio 1999a: 128), que en algún caso se han considerado afines al grupo El Soto (Escudero y Sanz Mínguez 1999: 328), lo mismo que ocurre con los yacimientos del Riaza Medio (Sacristán 1986a: 43-44).
Respecto a la arquitectura doméstica, las viviendas tendrían un zócalo de piedra para a continuación levantarse el resto de la pared en adobe, de los que han quedado abundantes improntas, así como de los revocos pintados en rojo y blanco; partes de estas viviendas se habrían excavado en la roca (Zamora 1993: 43). Por el contrario, del urbanismo carecemos de datos, aunque podríamos pensar que sería similar al del castro de La Pedriza de Ligos (Ortego 1960: 330) (vid. fig. 52).
La segunda fase, que se corresponde con los niveles de la excavación Ic, formado por un derrumbe y muros, y Id, con restos de suelo rojo y derrumbe, se hallan separados del Ib por un nivel de maderos quemados; en ambos continúan las producciones a mano, con cuencos hemisféricos o troncocónicos, vasos bitroncocónicos y globulares... pero ya aparecen las cerámicas a torno, con perfiles en "S", los platos, las urnas de orejetas perforadas... y las decoraciones con pintura de color rojo vinoso formando bandas y círculos concéntricos, que se dieron como celtibéricas (Zamora 1993: 45, fig. 4 y fig. 6; vid. nuestra fig. 49), pero que sería mejor adscribir a las primeras importaciones del ámbito ibérico en la Meseta (Barrio 1999a: 128). El conjunto de cerámicas de este tipo presenta una
La estratigrafía publicada señala la existencia de cerámicas de la primera fase de Cogotas I o Protocogotas I (Zamora 1993: fig. 48,277), algo que hemos constatado durante el proceso de prospección. Pero son los niveles correspondientes a la Edad del Hierro, los que han ofrecido una estratigrafía fiable (vid. fig. 49-50), aunque la separación de los diferentes estratos es problemática (Zamora 1993: 36). Ésta se compone del nivel Ib, el más antiguo, que formaría el relleno del sótano de la vivienda, con cerámica a mano, de perfiles bicónicos, bordes rectos con decoración de ungulaciones en estos bordes, pies altos, cuencos troncocónicos, mamelones, orejetas perforadas (Zamora 1993: 37-40, fig. 14 y fig. 33; vid. nuestra fig. 49); a este nivel podría corresponder un
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Figura 45: Materiales de La Antipared I (MVS‐1), Peñarrosa (Mzg‐6), El Cerro del Castillo (Ayll‐6), Valdepardebueyes (MVS‐4), La Cañada (Mzg‐1) y Fruto Benito (MVS‐16).
diversidad formal mayor de lo que es habitual en otros yacimientos y otras regiones, o al menos de lo que se conoce hasta ahora, pero con una característica común
con el resto de yacimientos, y es el predominio de los vasos de gran capacidad con perfiles ovoides o bitrococónicos y bordes cefálicos con uñada
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5.- Celtibérico Antiguo
Figura 46: Materiales de El Cuervo (Ebv‐1), Los Cerrillos (Fr‐4), Cuesta Chica (MVS‐17), Prado Barrio (Stb‐3), Alto de la Semilla I (Ma‐7) y Peñarrosa (Mzg‐6).
(Escudero y Sanz Mínguez 1999: 328).
está también de acuerdo Barrio, aunque señala a continuación que le parece un poco extraño que el poblado se abandonase entre el siglo III y II a.C. (Barrio 1999a: 142). Para ello se basa en parte en dos fechas de C-14 no calibradas, procedentes del suelo del nivel Id,
Para su excavador esta fase terminaría en una fecha posterior al 300 a.C., cuando se generaliza la cerámica a torno (Zamora 1993: 41), fecha con la que
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) 234 y 237, fig. 58); a continuación las puntas de lanza, de forma estrecha y alargada, con el nervio central de sección circular, y que se corresponden con los modelos más antiguos, lo cual también se ha constatado en Carratiermes, donde la lanza que aparece en la figura 91 de Barrio, se corresponde con el tipo 3 de Carratiermes y el regatón de la misma figura con el tipo B.a, siendo la lanza de cronología antigua en el cementerio soriano (Argente et alii 2001: 68, fig. 38). También se han documentado dos cinceles de hierro, que junto con el de bronce, permite señalar el desarrollo de una actividad metalúrgica local en una zona con yacimientos de hierro (Barrio 1999a: 129-130).
fechada en el 2.250 ± 50 BP y que correspondería con el 300 a.C.; y otra del suelo del nivel Ic, del 2.590 ± 50 BP o del 640 a.C. (Zamora 1993: 44).Pasando a la interpretación de la estratigrafía que da su excavador, se trataría de una vivienda de dos alturas, separadas por dos niveles de vigas de madera (Zamora 1993: 36), que para otros autores habría que interpretar como la superposición de dos estructuras diferentes (Escudero y Sanz 1999: 325). Fuera de la estratigrafía se recogieron restos de cerámica celtibérica clásica (Zamora 1993: 45 y 185, fig. 11,69, 73, 74, fig. 15,90-93 y fig. 22,123; vid. nuestra fig. 50), algo que también documentó Barrio en su estudio del yacimiento, sin que hasta ahora se haya registrado cerámica tardoceltibérica en superficie (Barrio 1999a: 243).
Respecto a los objetos de bronce, aparte de brazaletes, anillos o el referido cincel de bronce, destacan la fíbulas, con un total de 28 unidades de los 40 objetos de bronce; predominan las de doble resorte del Modelo 3a y 3b de Argente (Barrio 1990: 273-278; Argente 1994: 51 y 59), las de pie vuelto y las anulares del tipo 6C y 6B (Argente 1994: 68 y 75; Barrio 1999a: 132-134), con una cronología de finales del VII hasta mediados del V a.C. para las de doble resorte y de una cronología del siglo V hasta mediados del IV a.C., aunque el resto de materiales exhumados en la necrópolis no parezcan tan recientes. También encontramos estas fíbulas en la necrópolis de Carratiermes, de nuevo con cronología antigua (Argente et alii 2001: 92-95, fig. 43-45).
Por último, también se registraron en la excavación, aunque fuera de contexto, restos tsht, en concreto una forma 37 tardía (Zamora 1993: 45), que en todo caso parece ser un hallazgo aislado, por lo que hasta la etapa alto medieval, no parece que el cerro de El Cerro del Castillo o La Martina se volviera a ocupar desde el Celtibérico Pleno (Zamora 1993: 35 y 51 y ss.). En relación con esta etapa, se ha aportado recientemente la presencia de una posible estela romana fechada en los siglos II-III d.C. en una de las iglesias del actual núcleo urbano de Ayllón (Curchin 1999: 198-199).
Estos datos, unidos a los de la estratigrafía del poblado, nos indican unas fechas del siglo VI y V a.C. (Zamora 1993: 49; Barrio 1999a: 134; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 330), que posteriormente se han matizado en relación con la cronología de Lorrio, abarcando los periodos Celtibérico A y B y comienzos del Pleno (Barrio 2006: 108). En definitiva, tanto los datos de la estratigrafía del poblado, como los de la necrópolis, nos informan de la existencia de ambos yacimientos desde el Celtibérico Antiguo, que en ambos casos sería la etapa mejor representada, aunque los restos que se esparcen por las laderas del poblado, en algún caso publicados, nos informan de que este poblado continuaría durante el Celtibérico Pleno y Tardío, no registrándose, por el momento, ningún resto que pudiera adscribirse a la etapa definida por Sacristán como tardoceltibérica, ya en el siglo I a.C. (Sacristán 1986-87: 181-182; íd. 1986a: 225229).
Núcleo de Ayllón: La necrópolis de La Dehesa (nº 7) En 1975 se excavó parte de la necrópolis del asentamiento. Los avatares de esta excavación y el posterior estudio de sus materiales, han sido suficientemente descritos por Barrio en diversas comunicaciones (íd. 1990; íd. 1999a: 129; íd. 2006: 106 y ss.). Para Lorrio habría que incluir este yacimiento en su primera etapa, en el siglo VI a.C. (íd. 1997: 262, fig. 111), mientras que para otros autores se considera su ubicación marginal dentro de las necrópolis del Alto Duero (García-Soto 1990: 16). Se trata de una necrópolis de incineración en la que se debieron excavar unas 68 tumbas, aunque las remociones previas a la excavación, arrojaron otras 13 urnas más (Barrio 1999a: 129; íd. 2006: 13-14). El lote más importante lo componen los elementos de cerámica, en donde el 91% de los recipientes estarían fabricados a mano y el resto a torno y que se puede paralelizar con los datos recogidos en la estratigrafía del poblado (Zamora 1993: 47-48; Barrio 1999a: 134; vid. nuestra fig. 51).
Emplazamiento y características de los poblados principales: los castros En esta época encontramos en el área de prospección varios núcleos de poblamiento que engloban cada uno una serie de yacimientos. En primer lugar, el núcleo en torno al castro de La Antipared I (nº 41), en Montejo de la Vega, en el Riaza Medio; y en segundo lugar, el núcleo en torno al posible castro y posterior oppidum de El Cerro del Castillo de Ayllón, en el Aguisejo, también denominado como La Martina (nº 5) en los trabajos de prospección.
Entre los elementos de metal, sin poder adscribirse a las tumbas concretas, el 45 % sería objetos de Hierro y el resto de bronce (48 piezas) (Zamora 1993: 48-49). Entre los primeros, destacan los cuchillos de hoja curva, que suponen un 60% de los objetos de hierro y que son frecuentes tanto en la etapa antigua como plena en la cercana necrópolis de Carratiermes (Argente et alii 2001:
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5.- Celtibérico Antiguo
Lámina 9: Valle del río Riaza desde La Antipared I; se señala Las Torres a la izquierda y El Mirabueno a la derecha (Montejo de la Vega).
Entendemos que esta forma de poblamiento durante el Celtibérico Antiguo debe considerarse como castro, al menos en el caso de los dos poblados principales, según la definición que propone AlmagroGorbea, para el que castro tendría “una acepción compleja, no meramente urbanística, pues constituye un elemento esencial de un sistema cultural cuyos elementos económicos, sociales e ideológicos cristalizan en este tipo de poblados. Entendido de este modo, puede considerarse que castro es un poblado situado en lugar de fácil defensa reforzado con murallas, muros externos cerrados y/o accidentes naturales, que defienden en su interior una pluralidad de viviendas de tipo familiar y que controla una unidad elemental de territorio, con una organización social escasamente compleja y jerarquizada” (Almagro-Gorbea 1994: 15).
Esta forma de asentamiento es característica de la Edad del Hierro en el cuadrante noroccidental de la Meseta en sentido amplio y viene a coincidir con la Hispania Céltica, pudiendo rastrearse su origen ya en el Bronce Final según Almagro-Gorbea; el final del mismo depende de la disolución del sistema cultural que le vio nacer, ante la aparición de estructuras más complejas, como resultado de un proceso de urbanismo que llega hasta la romanización y que comenzaría en el sur de la península Ibérica en época tan antigua como el siglo VII a.C.; para la transformación del mismo en la Meseta habrá que esperar hasta el siglo III a.C., aunque el tipo castro pueda haber seguido funcionando como poblado subordinado o como aldea fortificada en determinados contextos (Almagro-Gorbea 1994: 18).
El que El Cerro del Castillo de Ayllón carezca de amurallamiento (al menos en época Antigua, ya que creemos que para la Plena sí que se podrían confirmar) no impide que se le considere como castro, porque son las preocupaciones defensivas las que llevaron a sus pobladores a asentarse en él y las que definen un yacimiento como castro, no únicamente la existencia o no de murallas, que no siempre se han conservado (Cerdeño et alii 1995: 170). Por lo demás, el concepto anteriormente definido diferenciaría al castro de otro tipo de asentamientos fortificados, como las atalayas o turres, y de poblados más complejos, como los posteriores oppida, aunque la transición de castro a oppidum debe considerarse gradual, tanto en el sentido del tamaño como en el tipológico y cultural (Almagro-Gorbea 1994: 15).
Características de los castros de la zona de prospección En ambos núcleos el yacimiento principal, La Antipared I y El Cerro del Castillo de Ayllón, se encuentra sobre el borde de páramo (aunque estructuralmente no lo sean en ambos ejemplos, uno está sobre una plataforma de caliza del Mesozoico y el otro sobre una superficie de conglomerados miocénicos, sí lo son desde el punto de vista de la configuración del relieve -Tejero de la Cuesta 1988: 37 y ss.-); ambos dominan la campiña de los ríos Riaza y Aguisejo respectivamente, y con unas inmejorables condiciones defensivas, sobre todo en La Antipared I, rodeada de cortados de casi 100 metros de altura y desniveles de unos 60 m en El Cerro
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Figura 47: Materiales de Las Hoces (MVS‐25): MVS‐25 1 y 15 neolítico; y de La Antipared II (MVS‐4): posible tumba.
del Castillo, aunque en este caso mucho menos abruptos que en la Antipared I, lo que demuestra un carácter defensivo propio de los castros de la primera Edad del Hierro (Almagro-Gorbea 1994: 15; Cerdeño et alii 1995: 164; Lorrio 1997: 71).
Esta configuración del terreno acercaría estos emplazamientos al tipo de espolón o escarpe, quizá más claramente en La Antipared I que en El Cerro del Castillo de Ayllón, respecto al primer tipo (Romero 1991: 192193; Almagro-Gorbea 1994: 16; Sacristán et alii 1995:
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5.- Celtibérico Antiguo encuentra a 22 km de Termes), ya que aquí es más frecuente la ubicación sobre cerros aislados o en llano, que en el borde del páramo; donde este tipo de relieve sí parece escogido para la ubicación de los poblados es en la más alejada zona sudeste de Soria (Jimeno y Arlegui 1995: 104).
344); de hecho, La Antipared I presenta un tipo de asentamiento similar al de alguno de los castros de la serranía soriana (Romero 1991: 192-193), aunque la adaptación de estos asentamientos a la topografía del terreno implica una gran heterogeneidad de plantas (Arenas 1999a: 213). Esta ubicación en borde de páramo también es frecuente en otros yacimientos de la misma época en la provincia de Segovia, aunque aquí predominen los de espigón fluvial (Barrio 1999a: 165); también por ejemplo en el Alto Tajo-Alto Jalón (Cerdeño et alii 1995: 163); en el Alto Jalón-Mesa (Martínez Naranjo 1997: 169); o en algunos poblados de El Soto (Sacristán et alii 1995: 344), sobre todo en la zona de los Montes Torozos, aunque el tipo de emplazamiento más común sea el de cerro o colina (San Miguel 1993: 26); y en los poblados en alto de la comarca de La Nava en Palencia (Rojo 1987: 416).
La existencia de murallas refuerza el carácter defensivo del propio emplazamiento de los castros celtibéricos (Almagro-Gorbea 1994: 15; Lorrio 1997: 71), aunque también se ha señalado que aparte de proteger y aislar a su pobladores del exterior, las defensas significarían también un código de comunicación no verbal que harían alusión al rango del poblado, a su capacidad de construcción y de movilizar mano de obra (Arenas 1999a: 216); en todo caso, probablemente se convirtió en un factor de cohesión social, pudiendo además ser un distintivo más de su cultura, un elemento identitario que reforzara su sentido étnico (Romero 2005: 94).
La altitud del yacimiento de La Antipared I se sitúa entre las cotas de 940 y 950 m, mientras que la de El Cerro del Castillo es algo superior, entre 1.030-1.000 m. Se trata de unas altitudes algo inferiores a las de los castros sorianos (Romero 1991: 190); similares a la de poblados del centro-sur del Alto Duero (Revilla y Jimeno 1986-87: 87-88; Heras 2000: 212-213) y a los de la zona oriental de la provincia de Burgos (Abásolo y García Rozas 1980: 11-12; Sacristán y Ruiz Vélez 1985: 188); y superior a los de El Soto de la zona de determinado por la configuración general del relieve.
Normalmente la muralla constituye la defensa principal y en ocasiones la única identificada del los poblados (Abásolo y García Rozas 1980: 11-12; Romero 1991: 200; Lorrio 1997: 71), que en el caso de los poblados celtibéricos estarían realizadas en piedra a base de mampostería en seco (Lorrio 1997: 71). Solo se han constatado dentro de la zona de prospección en el castro de La Antipared I (fig. 41), en este caso en su lado sursudoeste, donde se levantó una muralla que cerraba un único recinto, algo que es frecuente en el Alto Duero, en especial en la serranía norte, donde las murallas suelen completar las propias defensas naturales de los emplazamientos, levantando muros solo allí donde es estrictamente necesario, formando un único recinto adaptado al relieve, como por ejemplo en el castro del Zarranzano, con un esquema muy parecido al de La Antipared I (Romero 1991: 199-201, fig. 12); algo similar encontramos en los castros burgaleses (López Monteverde 1958: 191-193; Abásolo y García Rozas 1980:11-12) y en el cercano castro de La Pedriza de Ligos, cuya muralla, también denominada Corral Mayor (fig. 52), tiene un mayor desarrollo que el de La Antipared I, configurando un perímetro trapezoidal (Ortego 1960: 108).
La altura relativa de La Antipared I con respecto al río Riaza es de 90-100 m, mientras que la de El Cerro del Castillo de Ayllón con respecto al Aguisejo es de 60 m en su parte oeste. En el primer caso se trata de un desnivel frecuente en los castros sorianos, pero menos frecuente entre los poblados celtibéricos o en los poblados de El Soto de borde de páramo, que estarían más acorde con la altitud relativa de El Cerro del Castillo (Romero 1991: 190; San Miguel 1993: 26-27; Lorrio 1997: 66). En todo caso ambos estarían dentro de los poblados con elevados índices de pendientes, característicos del Celtibérico Antiguo y Pleno de Molina (Arenas 1999a: 201). Otra característica común de ambos emplazamientos es la disposición sobre un lugar elevado y estratégico, pero dominado por elevaciones superiores; esta característica de nuevo la volvemos a observar tanto en los castros sorianos (Romero 1991: 197), en los burgaleses (Abásolo y García Rozas 1980: 11-12; Sacristán y Ruiz Vélez 1985: 188), como en algunos casos en los poblados del centro y sur de Soria, cuando no se asientan sobre cerros aislados (Borobio 1985: 329330; Pascual 1991: 262, fig. 145).
Por el contrario, en los castros de la Meseta sudoccidental sería más común la existencia de varios recintos (Romero 1991: 201; Lorrio 1997: 71), aunque parece que estos esquemas podrían ser más modernos de lo que se pensaba anteriormente, a partir del siglo IV a.C., con algún ejemplo algo más antiguo (ÁlvarezSanchís 1999: 160 y 164). En todo caso, parece confirmado que este esquema de fortificación de La Antipared I sería algo posterior y, por tanto, más evolucionado que el esquema de una muralla formada por los muros traseros de las casas, que no hemos documentado en el nordeste segoviano, pero que es muy frecuente tanto en el valle del Ebro, como en el Alto Tajo-Alto Jalón y que sería el origen del poblado de tipo castro (Almagro-Gorbea 1994: 16).
En definitiva, las características del emplazamiento de ambos castros, aunque con paralelos generales en las comarcas vecinas, no coinciden con los poblados de la Zona Centro y sur de la provincia de Soria, con la que en principio tendrían una relación al menos espacial (El Cerro del Castillo de Ayllón se
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Lámina 10: Alto de la Semilla I en primer término; en segundo (con flecha), Alto de la Semilla II (Maderuelo).
La muralla del castro de La Antipared I se construyó a base de piedras calizas de la zona, de pequeño tamaño y sin trabajar, formando dos paramentos rectos, como en los castros de El Royo o Zarranzano, de hiladas discontinuas y un interior a base de piedras y tierra, por lo que podría corresponder con el tipo C de Burillo (Burillo 1980: 184), sin que se haya detectado en La Antipared I refuerzos internos en el muro o paramentos de refuerzo (Abásolo y García Rozas 1980:11-12; Romero 1991: 203). La muralla tiene una dirección noroeste-sudeste y una longitud de unos 120 m; la altura máxima conservada es de 3-3,50 m, mientras que la anchura del derrumbe oscila entre los 4 y 5 m Las murallas de los castros sorianos tienen un grosor a lo largo de su recorrido de entre 2,5 y 6,5 m, con alturas conservadas entre 2,5 y 3 m y que Romero calcula que debieron tener entre 3,5 y 5 m (Romero 1991: 204-205); una anchura similar tienen los castros burgaleses (Abásolo y García Rozas 1980: 11-12).
profundidad y talla poco cuidada (Burillo 1980: 180, fig. 156). En todo caso, el posible foso no tendría por qué tener esta entidad o la que presentan los de la Segunda Edad del Hierro (Lorrio 1997: 88), sino que podría tener las características de los fosos de los castros sorianos, que no parece que sean muy profundos, consistiendo la mayoría de las veces en un rebajamiento del suelo (Romero 1991: 209). Respecto a los paralelos más cercanos de fosos de la primera Edad del Hierro los encontramos en la cercana zona sudoeste de la provincia de Soria, más en concreto en Peñalba (Heras 2000: 216) En cuanto a la existencia de piedras hincadas, también resulta difícil determinar si los numerosos amontonamientos de piedra delante de la muralla de La Antipared I no se deben a las remociones modernas. Un dato a favor de considerar su existencia, si se confirmase el foso, es la asociación en los castros sorianos de fosos siempre con piedras hincadas (Romero 1991: 200 y 209 y ss.). Sin embargo, se trata de un elemento defensivo mucho menos claro que el posible foso, como ya hemos comentado.
Respecto a la existencia de otros elementos defensivos, no se ha constatado la presencia de fosos, aunque la falta de afloramientos calizos, que son frecuentes en toda la zona debido a la intensa erosión, justo delante de la muralla y en paralelo a la misma, en una zona rehundida, se podría relacionar con la posible existencia de un foso, aunque sin poderse determinar con absoluta certeza. La disposición del terreno acercaría a este hipotético foso al tipo 1 de Burillo o foso recto en yacimiento de espolón, que en el Ebro Medio suelen tener sección en "U" a veces con lados abiertos, es decir, con tendencia trapezoidal; ninguno de más de 7 m de
La puerta probablemente sería una interrupción en el lienzo, lo que daría lugar a una puerta simple en su parte oriental (Romero 1991: 208; Lorrio 1997: 84); sin embargo, más al este aparece una especie de entrada en esviaje, como en Valdeprado (Burillo 1980: 180: fig. 180, fig. 56; Romero 1991: 208), con una posible rampa de acceso, en el lugar donde la ladera que acaba en cortado
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5.- Celtibérico Antiguo cercanía con ellos. Sin embargo, en estos poblados no se han constatado las mismas preocupaciones defensivas que en los castros del norte (Revilla y Jimeno 1986-87: 87-88; Romero y Jimeno 1993: 206; Romero y Misiego 1995a: 72; Jimeno y Arlegui 1995: 103-105), como por ejemplo El Castillejo de Fuensaúco (Romero y Misiego 1995b: 128). En esta línea podría incluirse el poblado de El Cerro del Castillo, sin murallas conservadas, a pesar de que la existencia de fortificaciones alto medievales en adobe y tapial haya inducido a postular un tipo de amurallamiento similar para la Edad del Hierro a algunos investigadores, pero sin ninguna base para estas afirmaciones (Barrio 1999a: 128).
comienza a empinarse, lo que aumentaría las posibilidades defensivas de la misma, una circunstancia similar a la que por ejemplo observamos en Cabrejas del Pinar o El Royo (Romero 1991: 208-209) y que parece que sería el punto fundamental para su apertura en los castros de la serranía (Romero 2005: 91); de todas formas, no se puede determinar con claridad, porque en esta zona también se produjeron remociones por la maquinaría de reforestación y resulta extraño que la muralla contase con estos dos tipos de acceso en su zona oriental. Desde luego, en el caso de La Pedriza de Ligos también nos encontramos ante una puerta simple de 3,25 m de ancho (Ortego 1960: 108), por lo que creemos que esta debió ser la solución más normal, siendo la otra hipótesis consecuencia de las remociones modernas más que otra cosa (fig. 52).
Todo ello ha inducido a plantear una serie de hipótesis para explicar estas diferencias en grupos que para algunos autores son muy afines (García-Soto 1990: 30; Romero y Ruiz Zapatero 1992: 113; Romero y Jimeno 1993: 208; Romero y Misiego 1995a: 73; GarcíaSoto y Rosa: 1995: 84), mientras que otros destacan más sus diferencias (Revilla y Jimeno 1986-87: 100-101). En general se admite que serían los motivos económicos los que determinarían su construcción en los poblados de la serranía (Romero y Ruiz Zapatero 1992: 113; Romero y Jimeno 1993: 208; García-Soto y Rosa 1995: 91); para Lorrio, sin embargo, podrían estar en relación con la ausencia de murallas en los poblados del centro y sur de la provincia, a los que se debe asociar la primera fase de las necrópolis celtibéricas, en donde lo característico es la rica panoplia guerrera, propia de una sociedad también guerrera, que presumiblemente sería la responsable de los pillajes de la zona norte, de ahí que allí levantaran murallas; todo ello implica un carácter unidireccional de las incursiones (Lorrio 1997: 269).
Otro elemento de difícil constatación en las derrumbadas murallas de la Primera Edad del Hierro es la existencia de torres a partir de ensanchamientos de la muralla; éstas también pueden deberse a posibles derrumbes, aunque parece que hay constancia de torres en castros de la serranía soriana como el de Cabrejas del Pinar y en El Royo (Romero 1991: 205-206), que otros autores consideran más modernos (Jimeno y Arlegui 1995: 105), y sobre todo, en Valdeavellano de Tera (Romero 1991: 205-206). Donde sí que parecen claramente constatadas desde el Celtibérico Antiguo es en la comarca molinesa, más en concreto en El Turmielo (Arenas 1999a: 216). También en Montejo de la Vega, en su parte oriental, hay alguno de estos ensanchamientos de difícil interpretación. En todo caso es a partir del siglo V a.C. cuando se hacen más frecuentes los torreones en los poblados celtibéricos, ya de planta rectangular, así como otros elementos defensivos (Lorrio 1997: 274), fecha en la que parece que se abandonó el castro.
En todo caso, también aparecen murallas y a veces fosos en el centro y sur de Soria, por ejemplo Alepud (Revilla 1985: 204 y 329); en el sudoeste, con yacimientos como Peñalba y Peña Cea (Heras 2000: 212213), o en La Pedriza de Ligos (Ortego 1960: 108); en el sur de la provincia en yacimientos de entre 0,3 y 1 Ha, en este caso se apunta a la posibilidad de que su amurallamiento podría estar en relación con los del norte de Guadalajara; y también en esta zona aparecen en la segunda mitad del siglo VI a.C. unos yacimientos pequeños y amurallados que se han identificado como posibles torres (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 177178).
En definitiva, vemos como la muralla del castro de La Antipared I se relacionaría tanto con los de los castros sorianos de la serranía, a pesar de su distancia geográfica, con los cercanos castros burgaleses y, en algún caso, con los más próximos yacimientos del sudoeste soriano. Se considera que este tipo de arquitectura defensiva, surge en torno a los siglos VI y V en las serranías del norte de Soria (Lorrio 1997: 71), aunque también se ha podido comprobar una expansión de esos castros sorianos hacia el centro de la provincia (Borobio 1985: 180-181; Pascual 1991: 262-263) y es una de las características que mejor definen este grupo serrano, junto a los emplazamientos en altura (Romero 1991: 363-365; Romero y Jimeno 1993: 206; Romero y Misiego 1995a: 71-72). Algo similar ocurre con los castros de la serranía burgalesa, o castros de altura, que también se extienden hacia la cuenca sedimentaria, en torno al río Duero (Abásolo y García Rozas 1980: 11-12; Sacristán y Ruiz Vélez 1985: 188) y con los que muestra grandes paralelos el yacimiento de Montejo de la Vega.
Por todo ello, quizá la falta de murallas en toda esta zona sur de la provincia de Soria, en donde podríamos incluir el yacimiento de El Cerro del Castillo de Ayllón, tenga que ver con la pérdida de información, bien porque se trataría de murallas hechas en materiales menos duraderos (adobe, madera), bien por tratarse de yacimientos accesibles desde la llanura, lo que ha permitido el aprovechamiento de la piedra para construcciones posteriores. Hay que recordar cómo muchos de estos yacimientos, aparte de encontrarse cerca de poblados actuales, se cultivan en la actualidad como El Cerro del Castillo, por lo que es posible que haya tenido
Por otro lado, la altitud sobre la que se asienta La Antipared I y, sobre todo, su extensión, lo acercaría a los poblados del centro y sur de Soria, así como la
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Figura 48: Materiales de La Antipared I (Barrio 1999a: fig. 115, 116, 120 y 121).
lugar un desmantelamiento de las murallas o su enmascaramiento por las labores agrícolas, o las dos cosas (Revilla 1985: 329-330; Revilla y Jimeno 1986-87: 87).
contar con algún tipo de fortificación, máxime si se tiene en cuenta que La Pedriza de Ligos no pasará del Celtibérico Antiguo B (Ortego 1960: 112, fig. 3,1), mientras que El Cerro del Castillo continuará su hábitat a lo largo del Celtibérico Pleno y parte del Tardío. También en esta línea tendríamos la casi confirmación de una muralla del Celtibérico Pleno o Tardío en este yacimiento, que podría ser la continuación de la del periodo Antiguo.
En el caso de El Cerro del Castillo, la distancia de algo menos de 5 km con respecto al castro de la Pedriza de Ligos, ya en la provincia de Soria, con una potente muralla, nos induce a pensar que Ayllón debió
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5.- Celtibérico Antiguo las campiñas del Duero Medio, con menor preocupación defensiva12, grupo que cuando se fortifica, lo hace con murallas de adobe.
Esta misma hipótesis se ha señalado para los castros de las comarcas sedimentarias burgalesas, que no siempre conservan sus murallas, pero sí se tienen indicios para suponer que existieron (Abásolo y García Rozas 1980: 12) y para algunos yacimientos del Ebro Medio (Burillo 1980: 182). En todo caso, la mayoría de los autores que han estudiado los yacimientos sorianos están de acuerdo en que se trata de yacimientos con un fuerte carácter defensivo, tengan o no murallas (Revilla 1985: 329; Revilla y Jimeno 1986: 87-88; Pascual 1991: 262; Romero y Jimeno 1993: 206; Morales 1995: 287; Romero y Misiego 1995a: 72; Jimeno y Arlegui 1995: 103-105), a lo que hay que sumar la información sobre una sociedad guerrera que ofrecen las necrópolis de incineración; por todo ello extraña esta falta de defensas en estos poblados (García-Soto 1990: 24-25; Lorrio 1993: 296 y 308; Lorrio 1997: 280), que nosotros creemos que se debe más a factores circunstanciales de conservación, que a su inexistencia.
Respecto al urbanismo, la posterior alteración del yacimiento de La Antipared I con motivo de la repoblación forestal o el asentamiento medieval en Ayllón han enmascarado los posibles restos de la estructura del poblado que pudieran apreciarse a través de la foto aérea; en todo caso, para los poblados celtibéricos se viene postulando la existencia de una falta de urbanismo en una primera fase en la que se han documentado viviendas de planta circular, que parece que perviven en castros como el de Zarranzano, lo que implica una compleja transición de unas formas a otras de viviendas en la Meseta (Almagro-Gorbea 1994: 16-18). A continuación se registraría una segunda fase donde se aprecia un urbanismo de espacio central que evoluciona hasta convertir este espacio central (AlmagroGorbea 1994: 22-23), como por ejemplo en El Castellar de Arévalo de la Sierra, en una calle central enmarcada por viviendas rectangulares, calle que en los ejemplos más elaborados se irá multiplicando dando lugar a estructuras urbanas más complejas y evolucionadas, como se aprecia en algunos ejemplos molineses (Arenas 1999a: 214), ya en transición hacia los auténticos oppida (Almagro-Gorbea 1994: 16-18; Lorrio 1997: 103), aunque por el momento se desconozca en el ámbito de la provincia de Soria, como en el caso de Fuensaúco (Romero y Misiego 1995a: 70).
Fuera de la Celtiberia, también se ha podido constatar recientemente, a través de trabajos de prospección y de estudio de fotografía aérea, la existencia de murallas en algunos yacimientos de El Soto en el centro de la Cuenca del Duero, lo que ha venido a corroborar que el ejemplar bien conocido de la muralla de El Soto I,2, que cerraba un poblado de dos hectáreas, no era un caso aislado (San Miguel 1993: 29; Delibes et alii 1995a: 63). En todo caso, no parece que se trate de un fenómeno generalizado en esta región, ya que solo seis de los yacimientos parecen que sí tuvieron defensas de adobe de la Primera Edad del Hierro, pudiendo tener el resto una explicación diferente: bien anomalías naturales del terreno, o bien construcciones de la Segunda Edad del Hierro o incluso medievales (San Miguel 1993: 29, nota 4 y fig. 2; Delibes et alii 1995a: 63).
Sin embargo, el cercano poblado de La Pedriza de Ligos, que parece haber pasado inadvertido para buena parte de la investigación actual, presenta una calle de unos 4 m de anchura con viviendas de planta rectangular a base de gruesa mampostería; las dimensiones de tres de las viviendas exhumadas oscilarían entre los 12-10 por los 3,70-2,80 metros, y parece que estaban divididas en dos ámbitos (Ortego 1960: 112) (vid. fig. 52); esta calle, por la disposición topográfica de la misma y de la propia superficie del poblado, no sería una calle central del poblado, por lo que nos encontraríamos ante un urbanismo más complejo, (Almagro-Gorbea 1994: 16). Por todo ello, el cercano ejemplo de Ligos creemos que nos permite reconstruir el urbanismo del cercano yacimiento de El Cerro del Castillo de Ayllón y, por extensión, el de toda esta comarca, o al menos el de los poblados centralizadores y en una fase más avanzada del Celtibérico Antiguo. En todo caso, el urbanismo de espacio o calle central parece que en algunas comarcas, como en la de Molina, pervivirá incluso hasta época romana (Arenas 1999a: 214). .
En conclusión, creemos que la muralla del castro de La Antipared I, con claros paralelos con el alejado grupo castreño soriano, y con el mucho más cercano grupo burgalés y del sur o sudoeste de Soria, no debería ser un caso aislado, sino que estaría dentro de un contexto común de amurallamientos de la Primera Edad del Hierro en todo el Alto y, quizá, Medio Duero, muy mal conservados en su mitad sur, salvo en la zona burgalesa y segoviana, y que la falta de excavaciones impide descubrir; si a ello unimos la información de las necrópolis, tendríamos unas sociedades inmersas en una fuerte conflictividad, cuyo origen, aparte del control de determinados recursos, podría estar en la concentración de la población en unos núcleos concretos y el control de un amplio territorio de aprovechamiento exclusivo (Almagro-Gorbea 1994: 21; Cerdeño et alii 1995: 165; Collado 1995: 422; Lorrio 1997: 144 y 313-315; Almagro-Gorbea 1999b: 36-36).
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Por ejemplo, en la cercana Roa no se han constatado murallas ni de la Primera ni de la Segunda Edad del Hierro (Sacristán 1986a: 145); parece que el vecino castro de Adrada de Haza, a unos 15 km de La Antipared I, estaba amurallado, aunque presenta una cultura material similar a la de La Antipared, con el que estaría estrechamente relacionado, por lo que posiblemente pertenecerían al mismo grupo cultural que éste (Sacristán y Ruiz Vélez 1985: 188; Sacristán 1986a: 44-45; íd. 1986b: fig. 1 y 2).
En el caso de que no se confirmase esta hipótesis, quizá la potente muralla levantada junto al Riaza esté señalando un yacimiento de frontera, al igual que ocurre en otros castros burgaleses, enfrentado a otro grupo cultural diferente, como es el grupo de El Soto de
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Barrio 1999a: fig. 90 Zamora 1993: fig. 2
Zamora 1993: fig. 8
Zamora 1993: fig. 10
Figura 49: Poblado de Ayllón: materiales de superficie (Barrio 1999a: fig. 90); y materiales de la excavación: nivel Ic-d y escombrera (Zamora 1993: fig. 2, 8 y 10).
En los dos yacimientos principales se ha podido documentar la existencia de sendas necrópolis de incineración características de este grupo cultural (Lorrio 1997: 261 y ss.; Cerdeño y García Huerta 2001: 164169). La necrópolis de La Antipared I, La Antipared II (nº 42), se ubica al sur del yacimiento, a unos 150 m sobre la ladera de una elevación que domina el castro,
desde el que es perfectamente visible el cementerio. Por el contrario, la necrópolis de La Dehesa de Ayllón (nº 13) se encuentra en la vega, al otro lado del río Aguisejo y a 1.250 m del poblado, desde el que se puede controlar también el cementerio (Barrio 1999a: 129 y 140; íd. 2006: 106), en una disposición similar a la de Tiermes con respecto a Carratiermes (Argente 1990: 51, fig. 1).
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Fernando López Ambite
5.- Celtibérico Antiguo
Zamora 1993: fig. 7
Zamora 1993: fig. 11
Zamora 1993: fig. 6
Zamora 1993: fig. 34
Figura 50: Poblado de Ayllón: materiales de la excavación: nivel Ic-d y escombrera o superficie (Zamora 1993: fig. 7, 11, 6 y 34).
Este control por parte del poblado parece normal en las necrópolis celtibéricas, situadas a menos de 1,5 km de sus poblados y sobre todo entre 150 y 300 m (GarcíaSoto 1990: 19; Lorrio 1997: 111).
1997: 111), como el caso de la vecina La Dehesa de Ayllón (Barrio 1990: 273 y ss.; íd. 1999a: 129 y 140; Zamora 1993: 47-51; Barrio 2006: 106-107); aunque también existen necrópolis en lugares escarpados, como el caso de La Picota, en Sepúlveda (Conte y Fernández 1993: 105-106; Barrio 1999a: 89), o en el posible cementerio del castro de La Pedriza de Ligos, a tan solo unos 30-40 m del poblado (Ortego 1960: 116).
La ubicación la necrópolis de La Antipared II en la ladera de un relieve elevado no es el más frecuente, ya que se prefieren las vegas (García-Soto 1990: 19; Lorrio
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Primera Edad del Hierro y la cerámica a torno de importación decorada con pintura de color vinoso, nos indicarían una cronología del siglo VI-V a.C., al menos en la parte excavada, ya que en el poblado está constatada la fase Plena y parte de la Tardía (Barrio 1999a: 134; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 330; Barrio 2006: 108).
Lorrio destaca también el que suelen estar cerca de fuentes de agua, lo que podría implicar una serie de rituales de tránsito en los que el agua jugaría un papel fundamental (Lorrio 1997: 111; Cerdeño 1999: 73); en nuestro caso, La Antipared II se encuentra a 700 m de estas fuentes, distancia que en realidad sería mayor por lo abrupto del terreno, y La Dehesa de Ayllón a 1.100 m, por lo que en ambos cementerios no parece tan clara esta relación; quizá una explicación más sencilla a la proximidad a fuentes de agua sería la de una preferencia por terrenos sedimentarios cercanos a los poblados, por su cercanía, su control visual y la facilidad para realizar el enterramiento de las cenizas, terrenos que al ser de vega presentan un drenaje natural que hace que siempre haya un curso fluvial en sus cercanías. Así por ejemplo, las cercanas necrópolis de La Dehesa de Ayllón o Carratiermes, cercanas a cursos de agua, en ningún caso se hallan contiguas a sus respectivos ríos (Barrio 1999a: fig. 88; Argente 1994: 287).
La existencia de este tipo de cementerios de cremación en las fases más antiguas es una de las características que determinan la adscripción de sus habitantes a la Celtiberia (Lorrio 1997: 261), ya que faltan en el ámbito de la serranía soriana, donde por el momento no existen indicios, excepto unas posibles incineraciones en El Royo, habiendo sido infructuosos los sondeos en una serie de posibles túmulos cercanos a estos poblados (Eiroa 1984-85: 201; Romero y Jimeno 1993: 205; Romero y Misiego 1995a: 71); en este sentido, esta falta de enterramientos podría relacionarse con otras prácticas funerarias documentadas por las fuentes clásicas (Lorrio 1997: 345 y ss.; Lorrio 2000a: 146).
En el caso de La Antipared II, toda la zona presenta multitud de lajas de caliza de diferentes tamaños, levantados por la maquinaria de reforestación; algunas sí pudieron corresponder a estelas funerarias, similares a las que aparecen en algunos cementerios celtibéricos, por ejemplo en Carratiermes o Ucero (Argente y García-Soto 1994: 88), pero en todo caso, esta característica no se ha podido determinar todavía. Tampoco se han podido detectar túmulos, lo que parece ser una característica de las necrópolis burgalesas, como parece ser el caso de la cercana Adrada de Haza (Sacristán y Ruiz Vélez 1985: 196 y 20413). Para la necrópolis de La Dehesa de Ayllón apenas si hay datos (Barrio 1999a: 129 y ss.; íd. 2006: 13-14).
También faltan del ámbito de El Soto, aunque se han valorado algunos indicios, como la posible necrópolis de Almenara de Adaja (Delibes y Romero 1992: 249). Lo único que se conoce es la existencia de inhumaciones infantiles bajo las viviendas (Delibes et alii 1995a: 78), ya que las primeras necrópolis ya vacceas parecen de finales del V o principios del IV a.C. (Delibes et alii 1995a: 88 y 91). Por el contrario, estas necrópolis son características del centro y sur de la provincia de Soria (Romero y Jimeno 1993: 208-209; Romero y Misiego 1995a: 73; Lorrio 1997: 268), del este de la provincia de Burgos (López Monteverde 1958: 194-199; Moreda y Nuño 1990: 176-178), al igual que del Alto Tajo-Alto Jalón (Cerdeño y García Huerta 1990: 78 y ss.). En general, parece que se concentran fundamentalmente en el Alto Jalón, prolongándose por las estribaciones de la Sierra de Pela y disminuyendo hacia el norte de Soria (Lorrio 1997: 261 y ss.; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 180).
Respecto a la fecha de la necrópolis de La Antipared II (López Ambite 2002: 95-96), si tenemos en cuenta la cronología relativamente antigua del broche de escotaduras, que coincide con la de la fíbula de doble resorte, podríamos fechar esta tumba a finales del VI y a lo largo del V a.C., lo cual no implica que el asentamiento castreño sea algo anterior, ya que si este yacimiento estuviera relacionado con los poblados del centro y sur del Alto Duero, como así parece indicar los paralelos de la ubicación del castro, la muralla y la necrópolis, podría haber surgido desde finales del siglo VII a.C. en adelante (Revilla y Jimeno 1986-87: 100; Romero y Jimeno 1993: 206; Romero y Misiego 1995a: 72). En todo caso el que no aparezcan cerámicas a torno celtibéricas y sí de decoración de bandas de color vinoso en el poblado, confirmaría la cronología de finales del VI y sobre todo del siglo V a.C. (Delibes et alii 1995a: 69; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 333-334).
Poblados menores La otra característica que distingue a los dos núcleos de Montejo de la Vega y de Ayllón respecto a la etapa anterior es la distribución de una serie de asentamientos menores de diferentes características según los núcleos a los que correspondan (fig. 39, lám. 9 a 14). Sea cual sea la hipótesis sobre la relación entre estos yacimientos menores y los principales, que más adelante intentaremos explicar de manera satisfactoria, lo que sí que pueden demostrar es el grado de extensión del territorio de estos grandes núcleos, que controlarían o habrían aglutinado a estos poblados. Así, si medimos las distancias desde el asentamiento principal hasta los más alejados yacimientos que forman su núcleo,
Para la cronología de la necrópolis de La Dehesa de Ayllón las lanzas de tipología antigua, en algún caso los cuchillos de hoja curva, las fíbulas de doble resorte (Barrio 1990: 276-278), las de pie vuelto, las anulares hispánicas, la cerámica a mano con características de la 13
Muchas de las necrópolis que citan son dudosas.
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5.- Celtibérico Antiguo
Figura 51: Figuras 91, 92, 95 y 97 de la necrópolis de La Dehesa de Ayllón (Barrio 1999a).
comprobaremos que en el caso de la zona de La Antipared, el control sobre su vega abarcaría menos de 6 km, encontrándose los yacimientos más extremos a unos 2,5 km hacia el norte (Fruto Benito –nº 49-) y a unos 3 km hacia el este (Las Hoces –nº 53-).
Se trata, por tanto, de una superficie controlada de menor tamaño, si lo comparamos con el siguiente núcleo de Ayllón, debido no solo a la menor superficie controlada en términos absolutos, sino también en términos relativos, ya que se trata de una zona donde el
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) pudiera tratarse de un castro; en este sentido, hay que destacar, que se trata del emplazamiento más estratégico de esta parte del valle, mucho mejor que el propio asentamiento de El Cerro del Castillo de Ayllón que ve interrumpido su control visual por el espigón que forman los ríos Aguisejo y Riaza en el punto concreto en que hoy está el también estratégico pueblo de Santa María de Riaza, que, como veremos en la fase Plena, se ha señalado que pudiera presentar restos celtibéricos (Molinero 1971: lám. CXXXV, fig. 1; Barrio 1999a: 142); sin embargo, en un radio de 5 km que es la distancia que hemos manejado para hallar la superficie más efectivamente controlada, estas superficies son similares, con 33,5 km² de Peñarrosa y 31 km² de El Cerro del Castillo.
río va encajado y, por tanto, la cantidad de superficie útil para la agricultura o para pastizales, es mucho menor que la de la amplia campiña del Aguisejo y tramo medio de Riaza del siguiente núcleo, teniendo en cuenta el tipo de economía que se supone para estos poblados. Una explicación podría ser la mayor dedicación a la ganadería extensiva en el núcleo de Montejo, que explotaría las parameras de la zona, frente a una preferencia agrícola en el de Ayllón, como veremos al tratar el análisis de captación; otra, que no tendría por qué ser excluyente respecto a la anterior hipótesis, es la diferencia en el tamaño de los dos yacimientos nucleadores, es decir, La Antipared I (nº 41) y El Cerro del Castillo de Ayllón (nº 5), cuyas evidencias indican que el primero tendría una superficie de 3,25 Ha, mientras que el segundo parece que alcanzaría las 3,75 Ha como mínimo.
En definitiva, salvo este caso concreto, es difícil determinar las características de los pequeños poblados. En todo caso, si añadimos los dos poblados centrales, en alto, pero no las dos necrópolis, tenemos que en el núcleo de Montejo hay un 83 % de yacimientos en alto y en el núcleo de Ayllón un 50 %, es decir, unos datos muy diferentes, máxime si tenemos en cuenta que los poblados en alto de la zona de Montejo, se encuentran en una parte del valle relativamente reducida, de algo menos de 6 km lineales; por todo ello, no habría que pensar en principio en una coetaneidad de los mismos. En un reciente estudio sobre el poblamiento en la provincia de Segovia, a partir de los datos del Inventario Arqueológico Provincial, se registra que un 37% de los yacimientos de la Primera Edad del Hierro se encontrarían en posición defensiva; este dato global se incrementa hasta un 51% si solo observamos la zona este y sudoeste de la provincia, adscrita al mundo celtibérico, mientras que en la zona noroeste, asimilable al conjunto de El Soto, solo un 18% presentaría estas características14 (Gallego Revilla [2000]: 224 y 227-228, fig. 111 y 113), porcentaje que se podría considerar bajo si lo comparamos con los datos de la provincia de Valladolid (San Miguel 1993: 26). Por tanto, los datos del núcleo de Ayllón podrían estar entre los parámetros de la Segovia celtibérica durante la Primera Edad del Hierro, mientras que los del núcleo de Montejo, quizá por razones fronterizas o la propia configuración del terreno, superarían esta media con mucha amplitud; en todo caso se alejarían del vecino modelo de poblamiento de El Soto.
En cuanto al núcleo de Ayllón, éste presenta una dispersión de yacimientos secundarios de unos 4 km río abajo hacia el noroeste (yacimientos de Mazagatos), o 14 km, si incluimos el único y algo aislado yacimiento de Maderuelo, El Alto de la Semilla I (nº 31), y de unos 11 km río arriba hacia el sudeste (Prado Barrio –nº 59-), lo que implica un control de unos 15 ó 25 km de ribera. Teniendo en cuenta esto, la diferencia que hay entre el espacio controlado río abajo, 14 km, y río arriba, 11, km es muy similar, aunque la condiciones geográficas son muy diferentes, con una amplia campiña aguas abajo de Ayllón y un tramo superior del río Aguisejo mucho más serrano, sobre todo a partir de Santibáñez de Ayllón. Una duda con respecto a los yacimientos de este tramo superior es la posibilidad de que pudieran incluirse en radio de acción del cercano yacimiento de La Pedriza de Ligos, en Soria (Ortego 1960) y que se encuentra a 4,5 km de El Cerro del Castillo. No creemos que esto pueda ocurrir, por dos razones: la primera por pertenecer a cuencas fluviales diferentes (la de Ligos pertenece al río Pedro), con lo que a igualdad de distancia con los poblados secundarios la comunicación más fácil sería a través del camino natural del río Aguisejo con Ayllón; y la segunda, porque Ligos no traspasará el Celtibérico Antiguo B, al constatar su excavador importaciones de cerámicas a torno decoradas con bandas de color vinoso, pero no las cerámicas celtibéricas (Ortego 1960: 112, fig. 3), posiblemente por absorción del vecino poblado y posterior oppidum de El Cerro del Castillo, que sí alcanzará el periodo Celtibérico Pleno. Esta distancia tan corta entre dos castros llama la atención en esta zona, pero como vimos en el apartado del poblamiento hay otros ejemplos en la provincia de Segovia, Soria y Zaragoza.
En la comarca de Molina, la existencia de marcadas diferencias entre alguno de estos pequeños asentamientos y el poblado central, hacen pensar que se podría estar ante lo que se denomina una auténtica parcelación funcional del hábitat, con alguno de éstos dedicados a actividades agropecuarias, a la alfarería o a la minería, o al control estratégico, bien en los límites del territorio, bien en el interior del mismo para controlar determinados recursos; pero más que una jerarquización
En cuanto a las características de estos poblados menores, lo primero que queremos señalar es que se trata de un hábitat indeterminado, de los que cuatro se asientan en cerro, dos en borde de páramo y cinco en loma. Tan solo Peñarrosa (nº 40), donde se documentó una pequeña acumulación de piedras de poca altura en la unión del yacimiento de borde de páramo y la propia paramera,
14 Esta diferencia quedaría aún más patente si se consideran los yacimientos ubicados en colina como emplazamientos algo defensivos; así, los de la zona celtibérica subirían hasta el 92% y los de la zona noroeste solo alcanzarían el 54%, remarcando de nuevo esta diferencia.
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5.- Celtibérico Antiguo
Figura 52: Castro de La Pedriza, Ligos, Soria (Ortego 1960): foto aérea orientada al norte; plano del recinto, orientado al sur; urbanismo del yacimiento (detalle de la zona sudeste del mismo); y vivienda excavada.
solo 4 yacimientos en llano frente a unos 30 en alto (Aguilera 1995: 218).
entre los diferentes poblados, se defiende una complementariedad entre los mismos (Arenas 1999a: 217-219). En el caso que aquí nos ocupa, el de la comarca nordeste de Segovia, no hemos podido documentar esta serie de actividades diversas, salvo las supuestamente agropecuarias.
Esta preferencia por el hábitat en alto no significa que no se localicen algunos, aunque en menor medida, en llano, tanto en el ámbito celtibérico (Jimeno y Arlegui 1995: 103; Cerdeño et alii 1995: 163; Martínez Naranjo 1997: 198; Arenas 1999a: 176-181; Heras 2000: 216), en la Sierra de Albarracín, con un 26 % de los asentamientos en llano (Collado 1995: 422), como el grupo de El Soto (Sacristán et alii 1995: 344) o en la provincia de Segovia (Barrio 1999a: 166; Gallego Revilla [2000]: 224 y ss.).
En general, se considera que es durante el periodo Celtibérico Antiguo, en especial en su fase A, cuando se generaliza el hábitat en altura, siendo uno de los rasgos definitorios del poblamiento celtibérico en diversas regiones como en el Alto Duero (Jimeno y Arlegui 1995: 103), el sudoeste soriano (Heras 2000: 216), el Alto Tajo-Alto Jalón (Martínez Naranjo 1997: 169; Cerdeño et alii 1995: 164- 165; Lorrio 1997: 66; Arenas 1999a: 196, fig. 132), en la propia provincia de Segovia (Barrio 1999a: 166; Gallego Revilla [2000]: 224 y ss.), o en la Sierra de Albarracín, con un 73% de yacimientos en alto y con posición estratégica (Collado 1995: 422). También lo constatamos en el valle medio de Ebro, en especial en su afluente, el Jiloca, donde se observa el deseo de un control estratégico de los caminos naturales principales (Burillo et alii 1995: 251); y también en el valle del Huecha, donde por ejemplo, hay
De todas formas, el que en nuestra zona de prospección haya un número más o menos equilibrado entre yacimientos en alto y en llano (fig. 87), pudiera ser una característica propia de esta zona o que en otros lugares haya habido una prospección selectiva. También destaca el que los yacimientos en alto carezcan de restos de murallas, salvo el poco probable caso de Peñarrosa, lo que en otros lugares, como el Alto Jalón-Mesa se explica por tratarse de una fase algo anterior, todavía con arquitecturas endebles, que ya ha abandonado el llano,
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Montejo; Alto de la Semilla I (nº 31) en el de Maderuelo, de ahí que consideremos que a partir del Celtibérico Antiguo A quedaría deshabitada esta zona; La Cañada (nº 36) y Los Cerrillos (nº 24) en el núcleo de Ayllón. El resto de yacimientos en alto podrían corresponder con el tipo II del Celtibérico Antiguo A o con el tipo I del Celtibérico Antiguo B (Valdepardebueyes –nº 43-, Fruto Benito –nº 49-, Las Hoces –nº 53-, Peñarrosa –nº 40-, El Cuervo –nº 18- y Prado Barrio –nº 59-). Solo en el caso de Peñarrosa podríamos estar ante un poblado de tipo castro. Además, también la falta de cerámicas torneadas de influencia ibérica determinaría su adscripción al Celtibérico Antiguo A (el que no se hayan documentado las cerámicas a torno antiguas, creemos que permite determinar la inclusión de estos yacimientos en esta fase, ya que se trata de una producción muy visible en prospección y que no pasa desapercibida).
pero que todavía no ha llegado a las estructuras de la Edad del Hierro, aunque en la fase plena domina el tipo de castro amurallado (Martínez Naranjo 1997: 169; Arenas 1999b: 198). Como veremos más adelante, creemos que en el nordeste segoviano podría haberse producido una situación similar. Uno de los problemas con los que nos enfrentamos ante estos yacimientos conocidos a través de la prospección es que los materiales recogidos no son siempre significativos para establecer diferentes fases dentro de la secuencia general de la Edad del Hierro, ello en parte porque los trabajos de prospección se realizaron para el Inventario Arqueológico Provincial, cuyo objetivo era el de localizar yacimientos para su posterior conservación, más que el de establecer una secuencia de poblamiento como aquí se pretende realizar.
Tan solo el propio castro de La Antipared I, el asentamiento de Las Torres, donde parece que predominan estas cerámicas sobre la de factura a mano, y el poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón podemos incluirlos con seguridad en el Celtibérico Antiguo B, por la existencia de cerámicas a torno con decoración pintada de color vinoso, tanto en el propio castro de La Antipared I (López Ambite 2002: 94; Barrio 1999a: 149, fig. 120 a 122), en Las Torres (Barrio 1999a: 145), como en El Cerro del Castillo (Zamora 1993: fig. 4 a 18; Barrio 1999a: 128), en especial en su necrópolis (Barrio 1999a: 139, fig. 105), cuya procedencia mediterránea supone el inicio de una serie de influencias que determinará la transformación de las poblaciones de la Edad del Hierro (Martínez Naranjo 1997: 175-176; Arenas 1999a: 237 y 239; íd. 1999d: 302). En nuestro caso, las evidencias de este periodo solo se dan en los poblados mayores y en Las Torres, por lo que podemos pensar en una concentración de la población a los largo de la primera fase del Celtibérico Antiguo, que culminaría en esta segunda fase.
Para poder identificar las dos fases en las que recientemente se viene dividiendo el Celtibérico Antiguo, tendremos que atenernos sobre todo a la presencia o ausencia de determinadas producciones, en especial las cerámicas a torno con decoración pintada de bandas vinosas, ya que no se han registrado cerámicas grafitadas, ni, salvo en un dudoso caso en Peñarrosa, cerámica a mano con pintura de postcocción; y, en segundo lugar, al tipo de emplazamiento y de estructuras que parecen claramente definidas tanto para el Alto Duero, como, sobre todo, para el Alto Tajo-Alto Jalón, como hemos visto. Así, si tomamos como referencia la región del Alto Jalón-Mesa, comprobaremos que allí se han registrado dos modelos de poblamiento, uno en loma, pero ya con una cierta preocupación defensiva, en algún caso con murallas, con superficies mayores a una hectárea, donde el tipo de vivienda debe seguir siendo el de cabañas de estructuras endebles y que pueden considerarse como un tipo de poblamiento de transición entre el del periodo Protoceltibérico y el posterior del Celtibérico Antiguo A. El otro modelo aparece en cerros aislados, no del todo inaccesibles, con superficies en torno a la media hectárea y generalmente amurallados y ya con viviendas de planta rectangular (Martínez Naranjo 1997: 169, tabla I). Durante el Celtibérico Antiguo B se aprecia una continuidad del hábitat anterior en muchos núcleos, ahora todo ellos en alto y amurallados, aunque en lugares menos elevados que el segundo tipo del celtibérico Antiguo A, lo que les relacionaría con un mayor peso de las actividades agrarias, distinguiéndose los poblados, entre 0,3 y 1 Ha, y las torres, mucho menores; se trata de poblados con un urbanismo de espacio o calle central y viviendas rectangulares adosadas a la muralla (Martínez Naranjo 1997: 173-174, tabla III).
En cuanto a estas cerámicas torneadas de pasta oxidante, cuya circulación ya no se considera como algo excepcional, parece que las primeras importaciones meridionales aparecen en el centro de la Cuenca del Duero a partir del siglo VI a.C., estando más representadas al sur de este río como en La Mota (Seco y Treceño 1993: 169-170; íd. 1995: 224), Cuéllar (Barrio 1993: 191-195), los poblados del Riaza (Sacristán 1986a: 127) o el propio Ayllón (Barrio 1999a: 128 y 139; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 328-330), a los que se irían añadiendo las cerámicas grises también de importación. Por el contrario, los productos locales deberían fecharse a finales del V e inicios del IV a.C., en proceso de paulatino aumento de sus producciones sin rupturas (Delibes y Romero 1992: 255; Romero y Jimeno 1993: 194-195; Delibes et alii 1995a: 69; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 332-334), frente a las fechas más modernas que se barajaba anteriormente (Sacristán 1986a: 92; García Huerta 1990: 938; Martín Valls y Esparza 1992: 261; Delibes y Romero 1992: 255; Jimeno y Arlegui 1995: 105-109; Lorrio 1997: 286 y 306); fechas
Por tanto, si seguimos este esquema de poblamiento como modelo, con el objetivo de intentar delimitar ambas fases dentro del área de prospección y tenemos en cuenta los pobres materiales recogidos, la existencia de yacimientos en llano de la fase A podrían corresponder con Cuesta Chica (nº 50) en el núcleo de
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5.- Celtibérico Antiguo
Superficie de yacimientos 40000 35000 30000
m2
25000 20000 15000 10000 5000
Prado Barrio
El Cuervo
La Cañada
Peñarrosa
Alto de la Semilla I
Los Cerrillos
Cerro del Castillo
La Hoces
Cuesta Chica
Las Torres
Valdepardebueyes
Fruto Benito
La Antipared I
0
Figura 53: Superficie de los yacimientos del Celtibérico Antiguo ordenados por núcleos de población; la cifra de Las Torres es una estimación.
que teniendo en cuenta las del Alto Tajo-Jalón (Arenas 1999d: 302-304), no deberían diferenciarse mucho de las del Alto Duero, que hoy por hoy parecen ser algo posteriores; en todo caso, parece que se trata de una región con una concentración significativa de este tipo de producciones que en parte podrían ser autóctonas Alto Duero los influjos provendrían del valle del Ebro (Arenas 1999d: 302; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 336 y 339).
(Escudero y Sanz Mínguez 1999: 331, 335 y 339). Para la zona del Alto Tajo-Alto Jalón se viene aceptando que la procedencia de estos envases provendrían de la costa levantina, más en concreto de la parte de Castellón, mientras que para el centro del Duero se proponen relaciones con el sur peninsular y para el A, cuando podrían también pertenecer al B, o haberse desarrollado en ambas fases. Sí la inexistencia hasta el momento de cerámica a torno antigua es la prueba que aducimos para su adscripción, la existencia de una clara jerarquización al menos desde la fase B podría determinar que estos poblados dependientes del centro principal no participasen de determinados bienes, como las importaciones, que podrían detentar ciertos grupos más privilegiados de estos poblados, como el análisis de los cementerios permite comprobar (García Soto 1990: 25; Lorrio 1993: 306 y 308; Lorrio 1997: 261); en este caso estaríamos ante poblados coetáneos de la fase B, pero sin accesos a los elementos de prestigio.
Hasta hace poco no se conocían los productos que pudieron exportarse a cambio de las producciones anteriores, posiblemente recipientes de otros productos exóticos de lo que habría una demanda en el interior. Hoy se plantea la posibilidad de que se exportasen excedentes ganaderos y/o metales a través de los denominados puertos intermedios o comunidades de paso que actuarían como receptores y productores de los elementos de intercambio; junto a estos productos tangibles, también circularían ideas e, incluso, personas (Arenas 1999a: 237239; íd. 1999d: 302; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 337-338).
Superficie La superficie que presentan los yacimientos, salvo en el caso de La Antipared I, con un perímetro bien delimitado por los cortados y la muralla, es aproximada, teniendo en cuenta los avatares que han podido sufrir por la acción de la erosión natural o la directa intervención del hombre, pero en todo caso, constituye un criterio esencial de clasificación de los núcleos de poblamiento y nos informan de la posible existencia de una jerarquización de los mismos (Lorrio 1997: 67). Así, aparece Ayllón como el de mayor superficie, 3,75; a continuación vendría el castro de La Antipared I, con,
Ahora bien, un problema está en determinar si los dos poblados centrales surgen ya en el Celtibérico Antiguo A, ya que las evidencias claras son de la segunda fase; en este sentido una prueba de ello, aparte del material cerámico, es la continuidad en ambas fases que se da en buena parte de los poblados del Alto Jalón-Mesa (Martínez Naranjo 1997: 173-174) y el propio carácter estratégico del poblado jerarquizador. El segundo problema es el de considerar a los yacimientos en alto como propios del Celtibérico Antiguo
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Superficie del núcleo de Ayllón
Porcentaje de superficie del núcleo de Montejo
La El Cañada Cuervo Peñarrosa
La Hoces Cuesta Chica Las Torres Valdepar debueyes
Alto de la Semilla I
La Antipared I
Prado Barrio
Cerro del Castillo
Los Cerrillos
Fruto Benito
Figura 54: Superficie de los yacimientos del Celtibérico Antiguo: núcleo de Montejo y de Ayllón.
3,25 Ha con una forma subtriangular y unas dimensiones máximas de 300 m de largo por 150 m de ancho (fig. 53).
los yacimientos, a pesar de la distorsión que supone la existencia de poblados de más de 3 Ha y de otros de menos de 5.000 m², es de 11.375 m², por encima de los 5.786 del periodo Protoceltibérico y muy por debajo de los 35.055 m² del Celtibérico Pleno y Tardío.
Mayor de una hectárea, aparte de los yacimientos centralizadores, sería Fruto Benito (nº 49), cuya superficie se encuentra muy erosionada y a la vez con mala visibilidad por la existencia de matorral bajo lo que hace que se trate de una extensión poco fiable. En todo caso, si comprobamos el gráfico, veremos cómo se trata de un caso aislado entre los yacimientos en torno a una hectárea o algo menos y los poblados centralizadores.
La superficie de los dos yacimientos jerarquizadores, El Cerro del Castillo de Ayllón y La Antipared I, es acorde con lo que conocemos para el resto de la provincia de Segovia, en especial con el grupo de entre 1,5 y 4 Ha (Barrio 1999a: 167). En un estudio posterior y más completo se señala que los yacimientos de 5 a 1,5 Ha de la provincia de Segovia supondrían un 27%, frente a los de más de 5 Ha con un 40% (Gallego Revilla [2000]: 229). También se asemeja a la de los poblados del Alto Duero en general (Jimeno y Arlegui 1995: 104; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 177); con los poblados del sudoeste de Soria, con superficies de 3,2 y 8 Ha junto a otros más pequeños (Heras 2000: 212-213 y 216) y en especial con el cercano yacimiento de La Pedriza de Ligos, con una extensión de 3,4 Ha (Ortego 1960: 108); igualmente con los de la comarca de Almazán, con yacimientos de 2 y 5-6 Ha, o con los del sudeste de la provincia de Soria con 3, 6 y 10 Ha, también junto a otros más pequeños (Jimeno y Arlegui 1995: 103-104).
El siguiente grupo de yacimientos sería el de los que están en torno a la hectárea; entre ellos destaca Valdepardebueyes (nº 43), con abundantes restos de material, pero con una configuración del terreno muy abrupta y en pendiente muy fuerte que determinaría una superficie aprovechable mucho menor que la aquí reseñada; Los Cerrillos (nº 24), con escaso material y muy esparcido por una amplia superficie debido a las labores agrícolas; Peñarrosa (nº 40) y El Alto de la Semilla I (nº 31): el primero en borde de páramo con abundante material y bastante bien definido, posiblemente podría haber sido un castro; y el segundo sobre loma, con escaso material y los problemas ya comentados, de ahí que sus dimensiones podrían ser menores.
Ya en el valle del Ebro nos encontramos con una mayoría de yacimientos con menos de una hectárea, entre los que destacan algunos con superficies mayores a 5 Ha, que son considerados como centros jerarquizadores del territorio (Lorrio 1997: 67). También podrían relacionarse con los poblados jerarquizadores del valle del Huecha, Zaragoza, donde se documentan dos grandes yacimientos con más de tres hectáreas y otros que no llegan a la hectárea (Aguilera 1995: 219) y, por último, con los poblados de El Soto del centro de Valladolid, con superficies entre 1 y 5 Ha, excepto tres que superan las 10 has, aunque éstos no están exentos de problemas de interpretación (San Miguel 1993: 30). En definitiva, la
El último grupo de yacimientos no alcanzarían los 5.000 m², tres en el núcleo de Ayllón (Prado Barrio – nº 58-, La Cañada –nº 36- y El Cuervo –nº 18-) y dos en el de Montejo (Cuesta Chica –nº 50- y Las Hoces –nº 53). Por último, desconocemos la superficie del poblado de Las Torres (nº 47) para el Celtibérico Antiguo, cuya extensión es muy controvertida, como se comentará al estudiar el Celtibérico Pleno15. La media total de todos 15
En cuanto a Las Torres, desconocemos la extensión durante la etapa antigua, por lo que hemos realizado un promedio entre los diferentes yacimientos del núcleo de Montejo, de ahí que los 9.000 m² que se presentan para establecer otro tipo de cálculos solo sean una estimación.
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Fernando López Ambite
5.- Celtibérico Antiguo Si sumamos a la extensión de los pequeños asentamientos el del centro principal, obtendremos un total de 77.500 m² en el núcleo de Montejo, de los cuáles el 42% corresponde con la superficie de La Antipared I. Si hacemos lo mismo para el caso de Ayllón, la superficie total obtenida es de 68.000 m², de los que el 55 % se corresponde con el núcleo centralizador.
superficie de los poblados jerarquizadores del nordeste segoviano, como vemos con estos paralelos señalados, presentarían unas dimensiones medias entre los que estarían entre 1 ó 2 Ha y los de más de 5 Ha. Por el contrario, los poblados de la serranía soriana y los del Alto Tajo-Alto Jalón, presentan unas superficies mucho menores, no documentándose yacimientos de extensión parecida a los castros del Aguisejo-Riaza, sino como mucho yacimientos algo superiores a los de una hectárea, por ejemplo Castilfrío de la Sierra en la serranía soriana, y, sobre todo, menores a la misma (García Huerta 1990: 149 y ss.; Romero 1991: 198; Romero y Jimeno 1993: 202; Cerdeño et alii 1995: 164); por tanto, serían similares a algunos de los pequeños poblados del nordeste segoviano. Se trata de superficies con las que también concordarían los pequeños yacimientos de la provincia de Segovia, tanto los ubicados en llano y considerados como caseríos, como los que se asientan en alto y se identifican con torres según su autor (Barrio 1999a: 166-167), que parece que para toda la provincia de Segovia alcanzaría un total del 40% (Gallego Revilla [2000]: 229); éstos también parecen confirmarse en el sudoeste soriano donde el 80% de los yacimientos es menor a una Ha (Heras 2000: 216). Igualmente en la más alejada Sierra de Albarracín encontramos que la mayor parte de los yacimientos presentan entre 0,1 y 0,2 Ha (Collado 1995: 419). En el caso de Molina de Aragón, la media de yacimientos es de 4.152 m², pero con cambios a lo largo de la Edad del Hierro, con una media mayor en Celtibérico Antiguo (0,5 Ha) que en el resto de etapas (Arenas 1999a: 196, fig. 133).
Por tanto, las diferencias con el castro de La Antipared I son notorias en cuanto a la superficie de sus poblados, en este caso menores en número pero mayores en extensión que en relación con el núcleo de Ayllón; y en cuanto al peso del poblado central, sería menos importante en el caso de Montejo que en Ayllón. Si los poblados fueran sincrónicos, cosa que no creemos, la explicación a esta diferencia podría estribar en un menor peso demográfico y económico del poblado jerarquizador, que no aglutinaría suficientemente la población de su entorno, dejando importantes centros secundarios en su territorio, alguno de ellos como Las Torres que pervivirían incluso en el Celtibérico Pleno, algo que el potente centro de El Cerro del Castillo, que terminará absorbiendo incluso castros importantes como el de Ligos sí debió conseguir. En otros lugares, como la Sierra de Albarracín, se aprecia que aunque los poblados pequeños sean muy numerosos, sus superficies sumadas no llegan a ser tan importantes como las de los yacimientos jerarquizadores. Así los yacimientos menores de una hectárea que son un 86% del total, solo suponen alrededor del 39% de la superficie, mientras que los yacimientos de más de una hectárea serían un 13% y su superficie abarcaría un 60% (Collado 1995: 419). Si seguimos estas pautas, tendremos en nuestro caso que el 62% de los yacimientos (8), de menos de una hectárea, ocupa una superficie de un 24%, mientras que el 38% de los asentamientos de una hectárea o más (5), ocupan una extensión de un 76%; igualmente, queremos indicar que los dos grandes yacimientos o castros, en total un 15% de los asentamientos, suponen un 48% de la superficie total.
Si sumamos las superficies por núcleos, sin contar con los poblados centrales, La Antipared I y El Cerro del Castillo de Ayllón, y damos al yacimiento de Las Torres una superficie acorde con la media de los poblados del núcleo de Montejo (unos 9.000 m²), a pesar de que hemos comentado que la superficie estimada es muy relativa, el total para el núcleo de Montejo es de 45.000 m², mientras que para el núcleo de Ayllón es algo menor, de 30.500 m², a pesar de contar con dos yacimientos más (fig. 54).
Lo que no pretendemos es intentar deducir el número de habitantes, ya que si esto es problemático en yacimientos con superficies excavadas relevantes (Cerdeño et alii 1995: 167, nota 29 y 31), con superficies documentados solo a partir de los trabajos de prospección nos parece muy aventurado.
Si las cifras fuesen correctas y los poblados sincrónicos, algo que no tuvo por qué ocurrir, comprobaríamos que la media de superficie de los poblados de Montejo sería mayor, de unos 9.000 m², que la de los de Ayllón, de 5.083 m², es decir, cerca del doble, a pesar de que la superficie controlada directamente por estos poblados es mucho menor que la de Ayllón, como ya comprobamos. Quizá la explicación a esta diferencia sea, aparte de las dificultades a la hora concretar las extensiones de los yacimientos o las deficiencias en el propio registro arqueológico de los mismos, el que el propio asentamiento de El Cerro del Castillo de Ayllón fuera mucho mayor que los centros jerarquizadores comarcales de La Antipared I y La Pedriza de Ligos, de ahí que mientras que Ayllón continúa en el Celtibérico Pleno, no ocurre lo mismo con estos dos centros (fig. 54).
Altitud La altura absoluta de los emplazamientos tiene una media de 981 m (fig. 92), oscilando entre los 1.040 y los 890 m, concentrándose los yacimientos, en general, en las cotas por debajo de los 1.000 m, en un 60% (9 yacimientos); estando el resto, un 40 % (6 yacimientos), por encima de esta cota; estos seis casos pertenecen lógicamente al núcleo de Ayllón, debido a la configuración general del relieve de la zona, en progresivo descenso desde las cumbres de la Sierra de
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Ayllón hasta las campiñas del Duero (con la salvedad del Macizo de la Serrezuela).
Intervisibilidad La superficie de terreno controlado visualmente por los diferentes yacimientos es otra variable que tuvieron que tener en cuenta sus pobladores (Lorrio 1997: 66) y en este caso es superior a la de la etapa protoceltibérica, como no podía ser de otro modo, al ocuparse ahora cerros o el propio borde del páramo. Así, si la media en la etapa anterior era de 4,3 km², ahora va a ser de 8,7 km². Si ya también en la etapa protoceltibérica apreciábamos una diferencia en cuanto a la superficie controlada, ahora esta diferencias aumentan, con una media de 5,6 km² en el caso de Montejo (oscilando entre 7,9 y 1,8 km²) y de 11,5 km² en Maderuelo-Ayllón, con oscilaciones más acusadas entre 33,3 km² de Peñarrosa (nº 40), 31 de El Cerro del Castillo de Ayllón (nº 5) y los 1,1 km² de El Cuervo (nº 18) (vid. tabla 13).
En todo caso, no son las altitudes mayores de la zona, sino que lo que predomina es la combinación de una altitud relativa suficiente para determinar el control del territorio y las vías de comunicación, y la defensa del poblado; también se tiene en cuenta la localización junto a zonas en llano óptimas para la agricultura, salvo en el caso de La Antipared I, algo similar a otras comarcas cercanas, como la de los castros sorianos (Romero 1991: 197), la de los castros burgaleses (Abásolo y García Rozas 1980: 11-12; Sacristán y Ruiz Vélez 1985: 188), la del Alto Duero (Jimeno y Arlegui 1995: 101), cuando no se asientan sobre cerros aislados (Borobio 1985: 329-330; Pascual 1991: 262, fig. 145), la del sudoeste de Soria (Heras 2000: 216) y la del Alto Tajo-Alto Jalón (Cerdeño et alii 1995: 164-165).
La media de 8,7 km² parece algo baja con respecto a otros yacimientos similares, como es el caso de la comarca de Molina; en esta zona el Territorio Real Controlado (TRC) en un radio 2 km², es decir, mucho menos que en nuestro estudio donde abarcamos un radio de 5 km², es de 7,2 km² (el 57,25% de TRC), aunque para el periodo Celtibérico Antiguo sería algo menor, en torno al 50%; el que la intervisibilidad sea menor en el Celtibérico Antiguo que en el Tardío se interpreta por tratarse de poblados autosuficientes (Arenas 1999a: 199200)
Esta elevada altitud está en consonancia con la de otros territorios, como el centro y sur de la provincia de Soria (Revilla y Jimeno 1986-87: 87-88; Heras 2000: 212-213); los poblados del Alto Tajo-Alto (Cerdeño et alii 1995: 164), aunque en el caso de la comarca de Molina de Aragón parecen más elevados, con una altitud media de 1.150 m, oscilando entre 800 y 1.900 m, aunque menos que en su fase plena (Arenas 1999a: 197, fig. 135); los del Alto Jalón-Mesa (Martínez Naranjo 1997: 169); los de la zona oriental de la provincia de Burgos (Abásolo y García Rozas 1980: 11-12; Sacristán y Ruiz Vélez 1985: 188); encontrándose por debajo de la de los castros sorianos (Romero 1991: 190) y siendo superior a los de El Soto de la zona de Valladolid (San Miguel 1993: 25, fig. 2), todo lo cual viene determinado por la configuración general del relieve.
Tabla 13: Superficie controlada visualmente por los 16 asentamientos del Celtibérico Antiguo Yacimientos Superficie en km² La Antipared I (nº 41) 5,2 La Antipared II (nº 42) 8,6 Valdepardebueyes (nº 43) 4,4 Fruto Benito (nº 49) 7,9 Cuesta Chica (nº 50) 4,5 Las Hoces (nº 53) 1,8 Las Torres (nº 47) 6,8 Media de núcleo de Montejo 5,6 Alto de la Semilla I (nº 31) 2,7 La Cañada (nº 39) 8,3 Peñarrosa (nº 40) 33,3 Los Cerrillos (nº 24) 5,3 El Cuervo (nº 18) 1,1 Prado Barrio (n1 59) 1,9 El Cerro del Castillo (nº 5) 31 Necrópolis de La Dehesa (nº 7) 8,3 Media del núcleo de Maderuelo y 11,5 Ayllón Media total 8,7
La altura relativa nos indica mejor la ubicación en lugares estratégicos, tanto para la defensa, como para el control del territorio. La media de todos los yacimientos es de 50,1 m de altura (fig. 92), aunque los yacimientos en borde de páramo presentan una altitud relativa que oscila entre los 100 m de La Antipared I y los 60 de El Cerro del Castillo, con una media de 86 m, lo que estaría cerca de la media de Segovia, entre los 70 y los 80 metros (Barrio 1999a: 166); los asentamientos que se ubican en cerro oscilan entre 60 y 30 m, siendo la media de 44 m; por último, los yacimientos que documentamos sobre loma y vega, oscilan entre 40 y 10 m, siendo la media de 22,5 m. La altitud máxima está en consonancia con la de los castros sorianos, con desniveles muy acusados (Romero 1991: 190), mientras que la de El Cerro del Castillo y otros poblados en borde de páramo o cerro con altitudes menores se acercan a los ejemplos de los poblados celtibéricos de la provincia de Soria o a la de los poblados de El Soto de borde de páramo (San Miguel 1993: 26-27; Lorrio 1997: 66). En la comarca de Molina, la altura relativa media es de 38,5 m, predominando las alturas entre 0 y 50 m (tipo II) al encontrase los yacimientos en cerros testigo o espolones (Arenas 1999a: 199).
Dentro de esta superficie, en el caso de Montejo, casi todos los yacimientos se ven entre sí, excepto La Hoces (nº 53), que por la configuración del encajado 16 No se han contabilizado dentro de las medias las dos necrópolis: La Antipared II (nº 42) y Necrópolis de La Dehesa de Ayllón (nº 7).
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5.- Celtibérico Antiguo
valle del Riaza no tiene conexión visual con ningún otro yacimiento de su núcleo; esta relación visual implicaría un control mayor que en el siguiente núcleo de Ayllón. Por el contrario, en el caso de Maderuelo-Ayllón no ocurre lo mismo: El Alto de la Semilla I (nº 31), Los Cerrillos (nº 24) y Prado Barrio (nº 59) están totalmente desconectados del resto; los demás oscilan entre ver tres yacimientos (La Cañada –nº 36- y la necrópolis de La Dehesa de Ayllón –nº 7-), o cinco (Peñarrosa –nº 40- y El Cerro del Castillo de Ayllón –nº 5-); por tanto se trata de un núcleo donde el control visual a partir del poblado principal no sería determinante, sino el control de un amplio territorio a partir de una serie de yacimientos diseminados por el valle del río.
Arlegui 1995: 104; Lorrio 1997: 66; Barrio 1999a: 166; Arenas 1999a: 207) y en el interfluvio Alto Jalón-Mesa (Martínez Naranjo 1997: 169). Pero sobre la existencia de estas vías apenas se conocen algunas menciones en las fuentes latinas para época tardía (Lorrio 1997: 310).
Este hecho de poder observar desde un poblado otros vecinos no parece darse en todas partes, en especial en aquellos que se asentaron en las cabeceras o tramos altos de pequeños ríos y arroyos, que a su vez serían pasos naturales para acceder al páramo, donde tendrían un reducido control visual del territorio (Martínez Naranjo 1997: 169; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 177). Sin embargo, encontramos una situación diferente en el poblamiento de El Soto, donde el 87% de los yacimientos estarían intercontectados visualmente, formando grupos de entre 2 y 6 yacimientos situados dentro de la misma unidad y separados por distancias menores a 8 km, participando, por tanto, de un medio geográfico similar (San Miguel 1993: 27 y 29).
Para la identificación de las vías hemos seguido la propuesta de Burillo que valora la importancia del medio físico por la existencia de pasos y barreras naturales, la propia distribución de yacimientos y la perduración de caminos posteriores (íd. 1980: 267). Así, la primera vía, constatada desde la Edad del Bronce, sería el camino natural de los ríos Riaza y Aguisejo (vía 1, fig. 55), que comunica el Valle del Duero, cerca de Roa, con el piedemonte de la Sierra, con yacimientos como Ayllón o, algo más alejado, Termes (Sacristán et alii 1995: 365; Barrio 1999a: 51 y 61-63; fig. 6 y 8).
Lo que sí parece claro es la estrecha relación entre yacimientos y vías pecuarias, como por ejemplo en los yacimientos de Segovia (Barrio 1999a: 63), en los poblados de El Soto de la provincia de Valladolid (San Miguel 1993: 26; Sierra y San Miguel 1995: 396-398) y en la Tajo Medio, donde el 60% de los yacimientos se localizan junto a estas vías (Muñoz López 1999: 230 y nota 4).
Junto a esta vía natural existiría otra que enlazaría los núcleos al noreste de Montejo (Castillejo de Robledo, La Vid, Segontia Lanka en Soria y, más alejado, Clunia en Burgos), el castro de La Antipared I y su núcleo de poblamiento, con los del sur (Los Quemados I de Carabias de Pradales y Sepúlveda en Segovia) (Jimeno y Arlegui 1995: fig. 1B; Lorrio 1997: 41; Burillo 1998: 187-190 y 203; fig. 57; Barrio 1999a: fig. 8; Heras 2000: 212-213, 217 y 224). Este camino probablemente coincidiría con la posterior vía romana que unía Clunia con Segovia (vía 2, fig. 55) y de la que quedan restos de los tajamares de un puente romano a unos 5 km río arriba del castro de La Antipared I, así como restos romanos a lo largo de esta vía; este camino conectaría con el de Rauda-Segovia probablemente a través de los términos municipales de Milagros, Hontangas y Adrada de Haza, todos ellos en la provincia de Burgos (Abásolo 1975: vid. plano; íd. 1978: 47-48 y 50-51; Conte y Fernández 1993: 144, fig. 45; Barrio 1999a: 61-62; Fernández Esteban et alii 2000: 182-183). Posteriormente por este camino discurriría alguno de los ramales conocidos de la Cañada Real Segoviana (vía 4, fig. 55), que al norte de Carabias de Pradales se dividiría en varias vías (Descripción... 1856: 3) y que pondría en relación este camino con la Cañada Real Soriana Occidental, en especial con la zona de Maderuelo y de Valdanzo (Cañada... 1856: 49).
Esta característica también se ha comprobado en los poblados de la zona noroeste de la provincia de Segovia, en el ámbito de El Soto; allí solo dos yacimientos (que suponen el 5% de la muestra) aparecen aislados, lo que significa un 29% de los núcleos frente a los núcleos de más de tres que son un 46% (que a su vez suponen el 68% de los yacimientos: 15 en total). Esta circunstancia propia de la región soteña de Segovia no se repite en el resto de la provincia, dentro del área celtibérica; aquí, un único asentamiento por núcleo de poblamiento supone un 63% de los núcleos y un 32% de todos los yacimientos; por el contrario, el 11% de los núcleos con más de tres yacimientos supone el 32% de los mismos; aquí destaca el núcleo de Montejo igual que hemos señalado nosotros. Todo ello demuestra una concentración diferencial de la población más acusada en el noroeste (Gallego Revilla [2000]: 230-231, fig. 116 y 117). Vías de comunicación La ubicación de los yacimientos principales en emplazamientos estratégicos, nos dan información sobre las posibles vías de comunicación, a pesar de que su recreación en época prehistórica es muy complicada (Ruiz-Gálvez 1998: 96). En general se piensa que la ubicación de los yacimientos en determinados lugares obedecía al deseo de control de las vías naturales de comunicación que suponían los cauces fluviales, como ocurre por ejemplo en los poblados celtibéricos (Jimeno y
Por lo que respecta a El Cerro del Castillo, además de la vía del Aguisejo-Riaza, que ya hemos comentado, el asentamiento se encontraría en el camino del piedemonte de la sierra, que como en otro trabajo apuntábamos también podría haberse utilizado desde la Edad del Bronce y que conectaría Ayllón a través de La Pedriza de Ligos con Termes y los núcleos del Alto
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos
Río Riaza
4
Río
2
1
Langa de D.
S. Esteban de G.
Due ro
Montejo de la Vega
Valdevacas Honrubia Villaverde
Provincia de Soria
Villalbilla
Maderuelo
5
Aldealengua Ri ag ua s
Pradales Carabias Ciruelos
2
Mazagatos
Santa María
Rí o
4
Languilla
Ayllón
Saldaña
Encinas
Ri
az
a
Valvieja
Río
3Río
Ped ro Rí Estebanvela A Tiermes o A gu is ej o Santibáñez
Río Villacortilla
Riaza
Du
Ser ran o Duratón SepúlvedaRí o Escala
Francos
Río
Provincia de Segovia
Ligos
Grado del Pico
1
ra
Provincia de Guadalajara
0 1 2 3 4 5 km.
n tó
2000
Zona de prospección
Figura 55: Mapa de las vías de comunicación principales en la zona de prospección y localización de los actuales núcleos urbanos: 1.‐ Vía natural de los ríos Aguisejo y Riaza; 2.‐ Calzada Clunia‐Segovia; 3.‐ Vía Serrana; 4.‐ Cañada Segoviana; 5.‐ Cañada Soriana Occidental.
Segovia, cuyo recorrido se puede reconstruir a partir de la propia dirección de la calzada romana a la salida de Termes (Gutiérrez Dohijo 1993: 11 y 27) que salva el valle del arroyo de Montejo, lo que implica que transcurra por su orilla izquierda, en el interfluvio entre este arroyo y el río Pedro (no creemos que salve también este valle, porque su orilla izquierda presenta un relieve mucho más abrupto), una zona cuya cumbre es apta para el tránsito de ganados y personas; a partir de aquí continuaría hasta Estebanvela y Saldaña de Ayllón, donde se han encontrado una serie de yacimientos romanos que avalaría la existencia de este recorrido al menos para estos términos; también la existencia de un puente moderno en Estebanvela podría indicar la presencia de un vado en el río Aguisejo.
Duero y, por un lado, con el resto de núcleos de la provincia de Segovia, como Sepúlveda y la propia Segovia. Este camino en esta parte del valle del Aguisejo sería más o menos paralelo a la Cañada Soriana Occidental, que en época medieval se alejó unos kilómetros de la villa de Ayllón, quizá para aprovechar baldíos y pastizales de la zona de Mazagatos, así como un posible vado ocupado actualmente por un puente (vía 5, fig. 55). Igualmente y en relación con esta vía, también podría haber discurrido un camino paralelo a la misma por el ríos Riaguas, como sí que parece que pudo ocurrir en la etapa de Cogotas I, en la protoceltibérica y, en especial, en época romana. En relación con la anterior vía del piedemonte, las únicas evidencias al respecto serían de época posterior a la que aquí estamos tratando, en la línea de lo comentado por Burillo (Burillo 1980: 267). En primer lugar estaría la propia calzada romana entre Termes y
Otra evidencia, aunque todavía más reciente en el tiempo, es la existencia de una cañada medieval; en este caso se trata de la Cañada Real Soriana Occidental,
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5.- Celtibérico Antiguo En el caso de los poblados de El Soto de la región central de la cuenca del Duero, la mayor parte de los asentamientos tienen cañadas dentro de sus territorios de captación y el mayor porcentaje de las mismas se concentra en el primer kilómetro, disminuyendo progresivamente desde el segundo en adelante y siendo irrelevantes en el quinto. En cuanto a la distancia respecto a las mismas, la media es de un 0,76 km (San Miguel 1993: 46; Sierra y San Miguel 1995: 396-398), por lo que a tenor de los datos anteriormente expuestos sobre la zona nordeste de Segovia, con una media de 506 m, la distancia de estos yacimientos sería mucho menor que la de los soteños.
que en esta parte se denomina Cañada de la Vera de la Sierra y cuyo tránsito no ofrece grandes dificultades (Descripción... 1856: 4; Cañada... 1856: 46-50; Barrio 1999a: 54-55). Por último y según algunos autores, en ocasiones existe una clara coincidencia entre los caminos prehistóricos y las cañadas medievales, como parece ocurrir, en el centro de la Cuenca del Duero al menos durante la Segunda Edad del Hierro (Sierra y San Miguel 1995: 396-398), algo que se puede dar en nuestra zona de trabajo en cuanto a las vías 3 y 4 de nuestra figura 55, pero que no queda tan claro para la nº 5 o Cañada Soriana Occidental. Además de estas evidencias posteriores, las únicas pruebas que podemos aportar sobre la existencia de este camino del piedemonte serrano, serían la presencia de una serie de yacimientos del la Edad del Hierro a lo largo de este hipotético camino, como los yacimientos de El Cerro del Castillo de Ayllón (nº 5), el problemático de Santa María de Riaza, Cerezo de Arriba, Riofrío de Riaza, quizá Pedraza (hasta ahora solo se ha constatado una cronología del Primer Hierro) y el impreciso de Cerezo de Arriba (Molinero 1971: lám. CXXXV, fig. 2 y lám. CXXXV, fig. 1; Barrio 1999a: 73 y ss.), ambos coincidentes con las proximidades del paso de Somosierra, o el más alejado castro de Torreval de San Pedro, según el Inventario Arqueológico Provincial, todos ellos en la provincia de Segovia.
Recursos hídricos La distancia con respecto al agua debió ser otra de las variables importantes a la hora de ubicar los poblados durante la Edad del Hierro (Lorrio 1997: 64). En general, salvo un asentamiento (Cuesta Chica –nº 50-; se encuentra más cerca de un arroyo que hoy va la mayor parte del año seco), todos los demás aparecen a un distancia con respecto a cursos de agua menor a 1.000 m. En cuanto a la distancia media ésta es de unos 406 m, siendo inferior la de los poblados del núcleo de Montejo, con 364 m, y superior la de los de Ayllón, con 443 m. Estas distancias se refieren a ríos, manantiales o arroyos con agua casi todo el año en la actualidad (fig. 93).
Para terminar, faltaría por poder determinar si hubo un camino entre Ayllón y el núcleo de poblamiento de Sepúlveda (fig. 51); hasta ahora se había destacado que con los materiales conocidos de esta localidad, las evidencias cronológicas no deberían ir más allá del siglo IV a.C. (Barrio 1999a: 78), aunque la existencia de una serie de yacimientos de la Primera Edad del Hierro en su entorno, algunos de ellos con fuerte carácter defensivo, podría indicar una hipotética ocupación de la Primera Edad del Hierro de Sepúlveda. Posteriormente se ha confirmado una etapa de la Primera Edad del Hierro para esta localidad (Municio 1999: 292). De momento no existen evidencias de este posible camino confirmado a partir de yacimientos, ya que el asentamiento de Barbolla, aparte de problemático, parece que sería de la Segunda Edad del Hierro (Barrio 1999a: 93-94); en todo caso, utilizaría o bien el menos seguro camino del Alto Riaza o el más probable camino del Riaguas, como ya se ha apuntado.
Sin embargo, los estudios sobre el clima durante la primera Edad del Hierro parecen constatar un clima similar al actual o algo más frío en el siglo VI y primera mitad del V a.C., pero con mayor cobertura vegetal, salvo en los entornos de los yacimientos, un mayor caudal de los ríos y mayores alturas en los niveles de agua, lo que implicaría un mayor afloramiento del mismo a base de lagunas, bodones...; es decir un paisaje diferente al actual a pesar de que no haya habido cambios importantes con respecto al clima actual, fundamentalmente debido a una mayor presión antrópica (Delibes et alii 1995c: 564-565; Romero y Ramírez 1999: 455-456 y 461; Ibáñez 1999: 26-28). Esta mayor cantidad de humedad permitiría la existencia de más manantiales que en la actualidad, lugares de abastecimientos más apropiados que los alejados cauces, como ocurre en otros yacimientos segovianos (Blanco 1999: 83-85).
En cuanto a la distancia entre los yacimientos y las diferentes vías de comunicación descritas, la media es de 536 m, siendo menor a la misma las distancias medias en el núcleo de Montejo, con 168 m y mucho mayor en las de Ayllón, con 859 m; tan solo tres se encuentran a más de 500 m: El Alto de la Semilla I (nº 31), Peñarrosa (nº 40) y la necrópolis de La Dehesa (nº 7), todos ellos en el núcleo de Ayllón. En todo caso, son distancias que demuestran la importancia de localizarse los asentamientos junto a estos caminos y el ejercer un control sobre el tránsito de todo tipo que discurriría por ellas (fig. 94).
Los datos aportados por los yacimientos segovianos presentan unas distancia similares a los de otros en comarcas cercanas; así, son similares a los que se registran en el Alto Tajo-Alto Jalón (Cerdeño et alii 1995: 165); o en los castros sorianos, donde el acceso al agua no debió ser demasiado complicado para sus pobladores (Romero 1991: 197); aunque son superiores a los de la comarca de Molina que presentan una media de 244 m (Arenas 1999a: 199). Por el contrario, en los poblados de El Soto de la provincia de Valladolid hay una preferencia por asentarse más que junto a cursos de
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Cereal
Monte
Pasto
Improduc‐tivo
La Antipared I (nº 41) La Antipared II (nº 42) Las Torres (nº 47) Valdepardebueyes (nº 43) Fruto Benito (nº 49) Cuesta Chica (nº 50) Las Hoces (nº 53) Media de núcleo de Montejo Alto de la Semilla I (nº 31) La Cañada (nº 39) Peñarrosa (nº 40) Los Cerrillos (nº 24) El Cuervo (nº 18) Prado Barrio (nº 59) El Cerro del Castillo (nº 5) La Dehesa (nº 7) Media del núcleo de Maderuelo y Ayllón Media de total del Celtibérico Antiguo
Radio Km.
1 Tabla 14: Análisis de captación de recursos de los yacimientos del Celtibérico Antiguo Porcentaje no contabilizado
1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5 1 5
6 34 6 34 5 38 18 31 41 37 52 37 25 41 25 36 100 73 57 72 56 70 96 78 71 70 27 59 88 76 88 80 71 71 50 55
84 61 84 61 59 56 75 63 47 54 41 55 63 53 62 57 ‐ 5 15 15 43 17 ‐ 15 29 17 73 35 7 17 6 13 24 17 41 36
2 3 2 3 21 4 2 3 5 5 2 4 ‐ 3 5 4 ‐ 18 27 13 1 11 4 6 ‐ 11 ‐ 6 5 7 6 7 5 10 5 7
8 2 8 2 15 3 5 3 7 4 4 3 11 4 8 3 ‐ 3 ‐ ‐ ‐ 3 ‐ 1 ‐ 3 ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ 1 4 2
25% de prov. Burgos 25% de prov. Burgos 33% de prov. Burgos 30% de prov. Burgos 53% de prov. Burgos 36% de prov. Burgos 4% de prov. Burgos 45% de prov. Burgos 16% de prov. Burgos
2% de prov. Soria 12% de prov. Soria 28% de prov. Soria 12% de prov. Soria 29% de prov. Soria 10% de prov. Soria 13% de prov. Soria
tanto, con una accesibilidad mayor que con la vega del río (tabla 14, fig. 56 y 95).
agua, en zonas húmedas (San Miguel 1993: 26), mientras que en la comarca de La Nava no aparecen necesariamente junto al agua (Rojo 1987: 415).
Esta baja superficie agrícola supone, por otro lado, la existencia de un alto porcentaje de monte, con un 63%, oscilando entre 84 y 41%. Por el contrario, la superficie de pastos es muy baja, solo del 5%, oscilando entre 21 y 0%; esta casi ausencia, a pesar de la cercanía de la vega del Riaza, de nuevo nos está indicando la reducción que este tipo de superficies de los últimos 40 años, ya que unos ríos con mayor caudal y mayores alturas en los niveles de agua (Delibes et alii 1995c: 564565) en un terreno tan encajonado como el de la vega del Riaza determinaría la existencia de amplias zonas de inundación o encharcamiento, poco apropiadas para las labores agrícolas.
Análisis de captación del territorio: el núcleo Montejo de La Vega Durante este periodo, el núcleo de Montejo, con seis yacimientos (no se ha contabilizado en este caso La Antipared II –nº 42- por tratarse de una necrópolis), presenta una media de superficie potencialmente agrícola en un radio de 1 km de un 25%, oscilando entre un 52 y un 5%, lo que supone la existencia de contrastes muy acusados y posiblemente una cierta especialización económica de los poblados. Entre los que tendrían un porcentaje bajo estaría el propio castro de La Antipared I (nº 41), probablemente porque su ubicación en un lugar tan escarpado tuviera como objetivo el controlar la vega del Riaza y el aprovechamiento de los pastos de la paramera, con la que está unido topográficamente y, por
Si ampliamos el radio de acción hasta los 5 km, el porcentaje de cereal aumenta algo más, hasta un 36% (oscila entre 41 y 31%), pero sigue siendo bajo, sobre
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Fernando López Ambite
5.- Celtibérico Antiguo 5%); y la que sube algo más es la de prado, con un 10% (entre 18 y 6%; vid. tabla 14, fig. 57, 61, 97 y 98).
todo si lo comparamos con el grupo de Ayllón, como veremos a continuación. Por el contrario, la superficie de monte desciende ligeramente hasta el 57 % (oscila entre 63 y 53%); los pastizales bajan algo hasta alcanzar el 4%, pero sigue sin ser una superficie importante, como ya hemos comentado anteriormente (tabla 14, fig. 57, 60 y 96).
En cuanto a los datos globales de toda la zona de prospección, al tratarse de núcleos con características tan dispares, enmascaran la realidad anteriormente aludida. En todo caso, con vistas a posibles comparaciones con otras zonas de estudio, ofrecen los siguientes resultados: un terreno con dedicación agraria de un 50% en el radio de 1 km, que pasa a un 55% en el radio de 5 km; un 41% o 36% respectivamente de superficie de terreno forestal; y un 5 y 7% respectivamente de pastizales (tabla 14, fig. 56, 57, 60, 95 a 98).
En definitiva, nos encontramos ante un núcleo que se asienta en un terreno con unas condiciones más proclives a una ganadería de tipo extensivo, que a las propias de un ambiente agrícola o de ganadería intensiva, ya que no se aprecian importantes pastizales, al menos hoy en día, excepto en el entorno de Las Torres; además, sin comparamos los datos de los yacimientos con las referencias a los tipos de cultivos del municipio de Montejo en el año 1999, comprobamos que el porcentaje de terreno agrícola de este municipio es de un 41 %, es decir, algo mayor que la media de los yacimientos del Celtibérico Antiguo, lo que nos indica que podría haber una cierta preferencia por los terrenos más ganaderos que por los agrícolas en este núcleo.
Estudio del análisis de captación Este predominio del aprovechamiento ganadero en el núcleo de Montejo de la Vega es una referencia constante en buena parte de la Meseta, donde se considera que uno de los elementos característicos de estas sociedades sería la extensión de una ganadería ovina de tipo trashumante, que pretendería evitar la aridez estival de las llanuras de la Meseta y la dureza invernal de las sierras; esta necesidad de pastos alejados unido a un crecimiento demográfico desde las primeras etapas, implicaría una creciente inestabilidad y una serie de tensiones entre grupos por dominar los pastos de verano (Almagro-Gorbea 1994: 21; íd. 1999b: 36-37).
Análisis de captación del territorio: el núcleo de Ayllón Durante el Celtibérico Antiguo encontramos 7 yacimientos en la zona de Maderuelo y Ayllón, sin contar con la necrópolis de La Dehesa de Ayllón (nº 7). Si observamos en primer lugar la superficie en un radio de 1 km, que posiblemente sea la determinante para la ubicación de los yacimientos pequeños, es decir, la mayor parte excepto El Cerro del Castillo de Ayllón (nº 5), comprobamos una diferencia notable con respecto de la zona de Montejo de la Vega y que ya se apreciaba durante el periodo Protoceltibérico: el tipo de aprovechamiento de la superficie en torno a los yacimientos.
Así, se considera que la ganadería sería una de las actividades económicas predominantes en la vecina provincia de Soria durante la Primera Edad del Hierro y, en general, en los poblados celtibéricos; en esta provincia la media de la superficie susceptible de este aprovechamiento en todos los poblados es de un 70% (Jimeno y Arlegui 1995: 103; Lorrio 1997: 297-298), es decir, mayor incluso que la de los yacimientos de la zona de Montejo de la Vega. Ahora bien, este dato de los yacimientos sorianos está enmascarando realidades muy diversas, como es la existencia, en primer lugar, de los castros de la serranía norte, con una clara vocación ganadera sobre todo por el tipo de emplazamiento elegido por estos poblados, aunque la aparición de molinos barquiformes y otros elementos líticos asociados con la recolección del cereal, indica también alguna actividad agrícola (Romero 1991: 302 y ss.; Bachiller 1992: 16; Romero y Jimeno 1993: 205). Y en segundo lugar, los poblados celtibéricos, en los que a pesar de que para la Primera Edad del Hierro se viene insistiendo en su dedicación ganadera, no es menos cierto que también se señala que su ubicación parece más acorde con la explotación de las campiñas de cereales (Jimeno y Arlegui 1995: 108), en las que parece que desde el Celtibérico Antiguo se utilizaría el arado, la rotación de cultivos, así como nuevos cultígenos (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 184). Además, el entorno agrícola en el que se asientan, muchos de los yacimientos permite identificarlos con esta actividad económica (Pascual 1991: 262), aunque los de
Si analizamos la superficie, vemos que la media de la superficie aprovechable para la agricultura es de un 71%, oscilando los casos entre 100 y el 27% (este porcentaje se refiere a Prado Barrio –nº 59-, ya en la cuenca alta del Aguisejo, en un ambiente casi serrano y más apropiado para actividades ganaderas o incluso mineras que para agrícolas y que parece una excepción); el porcentaje de monte es de un 24%, oscilando entre el 73% del excepcional Prado Barrio y el 0% en Alto de la Semilla I (nº 31) y Los Cerrillos (nº 24), mientras que el de prado desciende hasta el 5%, oscilando entre 27 y 0% (tres yacimientos no tienen un porcentaje apreciable; vid. tabla 14, fig. 56, 95 y 97). Si pasamos a comprobar la superficie en torno a los 5 km, que para el caso de los yacimientos grandes podría ser más significativo que en el caso de los yacimientos pequeños, es decir, todos menos El Cerro del Castillo de Ayllón (nº 5), la superficie potencialmente agrícola es muy similar, de un 71%, oscilando entre 76 y 59%; la de monte es algo más baja, de un 17% (entre 35 y
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Analísis de Captación: radio de 1 km 80
Porcentaje
70
Montejo
60
Ayllón
50
Media Total
40 30 20 10 0 Cereal
Monte
Pasto
Improductivo
Figura 56: Análisis de captación de los yacimientos del Celtibérico Antiguo en un radio de un kilómetro.
ovicápridos adultos para utilizar su leche y lana más que su carne, sin olvidar el complemento agrícola que tuvo que tener (Cerdeño et alii 1995: 166); en el Alto JalónMesa como por ejemplo en el Turmielo, donde se eligen como lugares de asentamiento los páramos, con un claro predominio del paisaje de matorral y con apenas terreno agrícola, lo que implicaría una mayor dedicación ganadera (Cerdeño et alii 1995: 166; Martínez Naranjo 1997: 169); o en la zona de Molina, donde se ha registrado un menor interés por ocupar los terrenos más apropiados para la agricultura que los ganaderos, aunque también se constate la existencia de cereal almacenado en los poblados (Arenas 1999a: 220), algo que hemos comprobado en el núcleo de La Antipared, con un porcentaje de superficie agraria inferior a la del propio municipio de Montejo, lo que indicaría una preferencia más ganadera de sus pobladores que las propias que ofrece el entorno.
la Tierra de Almazán debieron tener una vocación más ganadera (Revilla y Jimeno 1986-87: 101), como señalan también los estudios faunísticos de Fuensaúco (Romero y Jimeno 1993: 208; Romero y Misiego 1995a: 72). En relación con la dedicación económica de esta región y de otras que luego veremos, hay que destacar que las condiciones climáticas imperantes en el siglo VII a.C. y sobre todo en los siglos VI y primera mitad del V a.C. supondrían un paulatino calentamiento climático, pero con unas temperaturas más bajas que las actuales. Parece que estos cambios se dejaron sentir algo más en las cotas altas que delimitan el valle medio del Ebro y del Alto Duero (Ibáñez 1999: 26-28). Estos cambios pudieron tener en las actividades económicas una importante incidencia, con todas las salvedades que su autor hace, como la de mejorar los rendimientos de los cultivos de cereal sobre todo en las más zonas frescas o de mayor altitud, como la comarca aquí objeto de estudio. Por el contrario, un calentamiento que no fuera acompañado de un aumento de la humedad para compensar la evatranspiración supondría un empobrecimiento de los pastos (Ibáñez 1999: 42-44 y 46). Estos cambios climáticos, por tanto, podrían suponer en líneas generales una potenciación de la agricultura frente a la ganadería, en la línea de lo que hemos apuntado anteriormente sobre la localización de muchos asentamientos celtibéricos.
En esta comarca de Molina también se ha comprobado como desde fechas tempranas la importancia de la ganadería rebasaría la pura subsistencia de las poblaciones indígenas para llegar a crear un excedente para el intercambio exterior, como lo demuestra la reserva de carne de El Palomar (Arenas 1999a: 221), algo que no hemos podido documentar, pero que podría haber ocurrido con al menos el cercano yacimiento de El Cerro del Castillo de Ayllón, con una dedicación más agrícola y minera que ganadera y a una distancia de La Antipared I (28 km), que haría viable este intercambio de excedentes.
Siguiendo con los paralelos referidos a las actividades ganaderas, también se ha destacado esta importancia pecuaria en los yacimientos del Alto Duero y Alto Jalón, con una ganadería basada en los bóvidos, ovicápridos y suidos (Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 184); en el sudoeste de Soria (Heras 2000: 216); en el Alto Tajo-Alto Jalón, como por ejemplo en La Coronilla, Guadalajara, donde se han documentado ganadería de
En general, los datos conocidos y resumidos por Lorrio presentan una cabaña variada, en la que destacan los ovicápridos, seguidos a continuación por los bóvidos, suidos y équidos (Lorrio 1997: 297-298, fig. 119), de ahí la importancia tradicional que se le ha dado a los ovicápridos (Almagro-Gorbea 1994: 21; íd. 1999b: 36-
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5.- Celtibérico Antiguo
Análisis de Captación: radio de 5 km 80 70
Montejo Ayllón Media Total
Porcentaje
60 50 40 30 20 10 0 Cereal
Monte
Pasto
Improductivo
Figura 57: Análisis de captación de los yacimientos del Celtibérico Antiguo en un radio de cinco kilómetros.
37). Estos datos han sido posteriormente avalados por los diferentes estudios de fauna que confirman en primer lugar el predominio de la ganadería sobre la caza en el norte de la Península Ibérica, con una importancia de la primera nunca por debajo del 82%, llegando a veces hasta el 90% en el número mínimo de individuos; por eso se ha planteado que el control de los animales debió ser lo suficientemente desarrollado y complejo como para convertirse en la principal vía de subsistencia en lo que a recursos animales se refiere (Blasco Sancho 1999: 152 y 154). Otros análisis señalan que, dentro de las especies cazadas, el ciervo no supera el 5% del peso total de la muestra (Liesau y Blasco Sancho 1999: 143).
veremos a continuación, pero no parece posible en la comarca de Montejo, pobre en yacimientos metálicos.
Sin embargo, si atendemos al peso, sería el ganado vacuno el primer proveedor de carne en la mayoría de los poblados, seguido de los ovicápridos, que serían una fuente de aprovisionamiento secundario y, en un lugar menos importante, los suidos. Parece ser que el vacuno tendría unas condiciones muy favorables en general en el norte de la Meseta y en especial en la cuenca del Duero frente a los yacimientos del este y centro de la Península (Lorrio 1997; 298; Liesau y Blasco 1999: 140-143, fig. 6 y fig. 7; Blasco Sancho 1999: 154, fig. 1).
Si tuviéramos que señalar un modelo más parecido para el núcleo de Ayllón, habría que descender a las campiñas del centro de la Cuenca del Duero, cuyas fértiles tierras de aluvión se han asociado a la agricultura de gramíneas, en especial al cultivo de trigo y cebada, como se ha constado en vasijas de provisiones o graneros, así como los molinos barquiformes, los hornos domésticos, como en El Soto de Medinilla, o las hoces metálicas. Lo que no se sabe es si eran agricultores especializados o no, o si utilizaban agricultura extensiva o no (Sacristán 1986a: 53; Romero y Jimeno 1993: 197; Delibes et alii 1995a: 73-75). En ocasiones se ha señalado la posibilidad de que se realizase una agricultura itinerante, lo que explicaría los sucesivos revoques de las viviendas (Palol y Wattenberg 1974: 30-32 y 188-189).
Por el contrario, los datos que ofrece el núcleo de Ayllón se alejan de los del núcleo de Montejo, que en principio presentaría un predominio ganadero, mientras que Ayllón tendría un potencial agrícola mayor, como ha quedado atestiguado en las excavaciones del propio yacimiento, donde se encontraron restos considerables de trigo, molinos barquiformes y lo que se han descrito como dientes de hoz en los estratos Ic e Id (Zamora 1993: 50; Barrio 1999a: 195) y que solo sirven para constatar su existencia.
Junto a esta vinculación ganadera, también se ha señalado la relación de muchos de estos asentamientos con los yacimientos metálicos, tanto en el Alto Duero, como en el Alto Tajo-Alto Jalón (Cerdeño et alii 1995: 166; Martínez Naranjo 1997: 169; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 177), o en la zona de Molina y el río Mesa; en este caso la relación no solo es con yacimientos metálicos, sino con otros de sal, cuyos yacimientos aparecen en terrenos similares a algunos de los de la zona de Ayllón (Arenas 1999a: 222-226; Arenas y Martínez Naranjo 1999: 209-210); esta situación pudiera darse posiblemente también en la zona de Ayllón, como
Fuera del ámbito de la Meseta, también tendríamos los análisis en el valle del Huecha, Zaragoza, donde se detecta una preferencia por la localización de los yacimientos en las zonas baja y media del valle, es decir, donde mayor es la superficie de terreno útil para la agricultura, siendo infrecuente, por el contrario, la ubicación en el tramo superior del mismo, más adaptado para la explotación ganadera (Aguilera 1995: 218).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) También se ha señalado la existencia de poblados especializados, como Valdeclares, dependientes de otros mayores, como El Cabezo de Miranchel, o el de El Turmielo respecto a El Palomar (Arenas et alii 1995: 181-182), algo similar que con los poblados de explotación de sal (Arenas y Martínez Naranjo 1999: 211); también para esta zona se propugna la importancia económica que pudo suponer la extracción del mineral y su posterior elaboración, que pudo ser uno de los motores que permitieran el surgimiento y evolución de la cultura celtibérica en esta zona considerada nuclear de la misma, al convertirse en un producto intercambiable por otros de procedencia más alejada (Martínez Naranjo y Arenas 1999: 206-207, fig. 3).
También en el valle medio de Ebro, en especial el su afluente, el Jiloca, los yacimientos se encuentran junto a los terrenos de mayor aprovechamiento agrario desde la Primera Edad del Hierro (Burillo et alii 1995: 251). De todas formas, no habría que buscar paralelos fuera de la Celtiberia, porque estudios recientes nos permiten conocer cómo desde el Celtibérico Antiguo la agricultura tuvo que ser la actividad económica fundamental, también en la región celtibérica, con utilización de diferentes tipos de cereal de los que se pueden intuir los posibles rendimientos a partir de los datos de la agricultura tradicional del siglo XIX (Cubero 1999: 56-58). Además, durante este periodo, como ya hemos comentado, el calentamiento del clima propiciaría un mayor rendimiento de los cultivos de cereal, en especial en las regiones de mayor altitud, como hemos visto que ocurre en toda la zona de prospección, pero especialmente en la comarca de Ayllón.
En definitiva, estaríamos ante dos modelos de explotación económica que se adaptaría a los diferentes ecosistemas de la zona, con un predominio ganadero en el caso de La Antipared I y su núcleo, mientras que habría un mayor peso de la actividades agrarias en el caso de Ayllón; desde luego esto no implica una superespecialización en ambos sectores económicos y como los propios paralelos aducidos señalan estaríamos ante economías mixtas, que en ningún caso pretenden desaprovechar ninguna posible fuente de supervivencia, máxime por tratarse de economías que viven al borde de la subsistencia.
Pero volviendo a los paralelos del centro de la cuenca del Duero, esta actividad agraria se completaría con la ganadería, como lo atestiguan los numerosos restos óseos hallados en las excavaciones, por ejemplo en Roa (Sacristán 1986a: 68-69). En general se aprecia, al igual que ocurría en el Alto Duero, una preponderancia de la ganadería sobre la caza, con un 74% de individuos y un 81% de peso respecto a la primera (Romero y Ramírez 1999: 457). Se trataría de un cabaña sobre todo de ovicápridos y bóvidos (Delibes et alii 1995a: 75), aunque si se contabiliza el peso, la cabaña bovina de nuevo sería más importante, entre el 60 y el 40%, mientras que los ovicápridos estarían entre el 32 y el 12% y el porcino entre 6 y 5%, salvo en Roa con un 17%; el caballo cobra importancia en algunos yacimientos como El Soto, Roa o Montealegre, con más de un 19% de biomasa (Romero y Ramírez 1999: 458-459). De estos datos se deduce que la agricultura no fue la única actividad económica de las gentes de El Soto, de ahí que se prefiera hablar de una economía mixta agroganadera (Delibes et alii 1995a: 7577; íd. 1995c: 564 y ss.; Romero y Ramírez 1999: 458459).
Esta economía mixta podría atenuar las variaciones y fluctuaciones propias de una producción básicamente sujeta a la incertidumbre, de ahí la importancia de que no haya especialización, sino, todo lo contrario, diversificación al máximo de las prácticas productivas, para así asegurarse la autosuficiencia y, por tanto, la autonomía del grupo; también habría que criticar el que las estrategias productivas de estas comunidades tuvieron un carácter específicamente económico, y que estas estrategias estuviese determinadas por el cálculo de costes/beneficios, como si de una sociedad capitalista se tratara (Ortega 1999: 419-420). Así, una mayor dedicación ganadera en el núcleo de La Antipared o agrícola en el de Ayllón no significa una especialización total en estas actividades, pero si la existencia de unos excedentes que posibilitarían los intercambios a corta distancia entre los mismos (recordemos que las distancias entre los dos yacimientos son de unos 28 km, lo que equivale a una jornada de trashumancia algo larga) o entre poblados vacceos y celtíberos vecinos (también en torno a los 20 ó 30 km), como hemos mencionado anteriormente.
Otro complemento importante de la economía del núcleo de Ayllón, que lo relacionaría más con la zona del Alto Tajo-Alto Jalón, como hemos visto anteriormente, es su posible actividad minera, de la que, de todas formas, no hay evidencias directas. Como se ha destacado, el poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón se encuentra a tan solo 10 km de mineralizaciones de hierro en la cabecera del río Aguisejo y Riaza (Barrio 1999b: 185-187), en una zona de importantes recursos minerales, aparte del hierro, como es el Sistema Central (Lorrio et alii 1999: 161-162). Estos afloramientos de metal no tuvieron que ser muy importantes, ni hay que verlos con los criterios de productividad actuales, como se ha destacado para el Alto Mesa; más bien se trataría de pequeñas explotaciones al aire libre que aprovecharían estas menas superficiales (Lorrio et alii 1999: 169; Martínez Naranjo y Arenas 1999: 203-204), lo que bien pudo ocurrir también en la zona de Ayllón.
5.3.- Estudio del poblamiento Adscripción cultural de la zona de prospección durante la Primera y Segunda Edad del Hierro El término celtíbero se viene considerando como perteneciente a un grupo étnico, porque incorpora otras entidades étnicas de menor categoría, al igual que ocurre
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5.- Celtibérico Antiguo restringida que la visión ofrecida por las fuentes clásicas y la propia lingüística, que posiblemente estén reflejando el final de un proceso cultural complejo (Lorrio 1997: 257; íd. 2000a: 108 y 123 y ss.).
con el término galos o íberos, aunque el grupo étnico celtíbero tendría menor amplitud que el de éstos últimos; a esto hay que añadir que esta incorporación de otras entidades menores no implica la existencia de un poder centralizado ni de una unidad política, salvo ocasionalmente durante las guerras del siglo II a.C.; estas etnias podrían dividirse en aquellas de menor amplitud y cuya existencia solo se constata en la fuentes por noticias aisladas; y aquellas de mayor amplitud, que agruparían a varias ciudades independientes políticamente y que ocasionalmente darían lugar a nombres de regiones concretas (Burillo 1992: 196; íd. 2005: 62; íd. 2007: 17 y ss.).
A estos conceptos habría que añadir además el de cultura celtibérica, como aquella extendida por un extenso sector del territorio ocupado por los pueblos célticos peninsulares, no solo los correspondientes con la Celtiberia estricta, pero que tampoco alcanza a toda la España céltica, donde se va a consolidar un complejo cultural de rasgos reconocible arqueológicamente, en algunos casos procedentes del área ibérica, como el desarrollo urbano, la organización social de carácter poliado unida a él, la mejora de las técnica y de la productividad, basada probablemente en la generalización de la industria del hierro, y una cultura material característica, con cerámicas torneadas con decoración pictórica en la que predominan los temas geométricos (Sacristán 1997: 57).
Por otro lado, parece claro que el término celtíbero o Celtiberia no sería indígena, sino romano y que designaría una situación de mezcla o de grupo mixto de celtas e íberos, en el que para algunos autores prevalecería el componente celta, como por otro lado confirman las evidencias lingüísticas y onomásticas (Lorrio 1997: 37; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 21; Burillo 2005a: 61-62; Almagro-Gorbea 2005: 29). Al mismo tiempo, se cree que también tuvo que tener un contenido geográfico además del puramente étnico y que ambos contenidos pudieron cambiar a lo largo del proceso de conquista, de ahí el que ofrezca frecuentes contradicciones en su uso por las fuentes clásicas (Burillo 1992: 196; Lorrio 1997: 37; Ruiz Zapatero y Lorrio 1997: 22; íd. 2000a: 101 y 113-114; Burillo 2005a: 61-62).
Otro concepto sería el de la celtiberización, proceso por el que se conforma y cristaliza el complejo de la cultura celtibérica. En cuanto a las explicaciones sobre este proceso, variarían entre las que confieren al término una carga especulativa superior, como expresión del éxito de un conjunto de rasgos desde la Celtiberia histórica (Martín Valls 1986-87: 78: 125-126; Martín Valls y Esparza 1992: 259 y 270). Dentro de la misma, según Sacristán, habría una versión suave que supondría una iberización de estos territorios a través de la Celtiberia, en la línea que propugnaba el propio Sacristán, y una versión fuerte, donde el complejo cultural celtibérico se configura a partir de un modelo procedente de una Celtiberia nuclear y genuina, comprendiendo la lengua celtibérica y otros elementos culturales célticos sobre una base protocéltica (Almagro-Gorbea 1993a: 129 y ss., en Sacristán 1997: 58; Almagro-Gorbea 2005: 29).
Respecto al contenido geográfico, éste pudo tener en principio un sentido muy amplio que incluso en algún momento pudo designar el interior peninsular o toda la Meseta (Gómez Fraile 1999b: 64-65), y otro mucho más restringido referido a la zona de la Meseta Oriental y el valle Medio del Ebro, aunque con límites no estables; todo ello nos permite entrever la complejidad de una Celtiberia cuyo territorio y composición étnica resulta difícil de definir y que se mostraría cambiante a lo largo de la segunda mitad del primer milenio antes de Cristo. Aparte de esta dificultad a la hora de delimitarla, tampoco hay un acuerdo unánime sobre la composición de los populi o etnias que se integrarían en la misma; para algunos autores, más que errores o desconocimientos de la fuentes, estaríamos en muchos casos ante fluctuaciones territoriales de estos pueblos en la Antigüedad (Lorrio 1997: 41; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 22, fig. 1; Burillo 1999: 547-549; Lorrio 2000a: 101; Burillo 2007: 117118).
Si pasamos ahora a intentar identificar el pueblo al que pertenecieron los habitantes de la comarca del Aguisejo-Riaza, nos enfrentamos ante uno de los problemas más complejos en el ámbito de la protohistoria peninsular; nos referimos a la identificación de estos pueblos prerromanos a los que se refieren las fuentes escritas y las diferentes culturas arqueológicas que existen en el ámbito de la Meseta Norte, así como su delimitación geográfica (Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero 1992: 472-475; Delibes y Romero 1992: 233); este problema aún es más complicado si nos referimos a la Primera Edad del Hierro en vez de a la Segunda, máxime si tenemos en cuenta la movilidad y el expansionismo que caracteriza al grupo celtibérico (Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 22 y 28, fig. 23), al que, como veremos pertenecería la cuenca del Aguisejo y Riaza Medio.
Las características del hábitat, las necrópolis de incineración y la propia cultura material de esta región de la Celtiberia, la individualizarían con respecto a las regiones cercanas a lo largo de la mayor parte del primer milenio y habría que localizarla en las tierras altas de la Meseta Oriental y el Sistema Ibérico en torno a las cabeceras del Alto Duero, el Alto Tajo, en especial las cuencas altas del Henares y el Tajuña, y el Alto Jalón. Se trataría por tanto de una amplia región que a su vez se podría dividir en la zona del Alto Duero y la del Alto Tajo-Alto Jalón; por tanto, una región que sería más
En todo caso, muchos de los argumentos que vamos a señalar se corresponderían con la Segunda Edad del Hierro, pero consideramos que en esta región hubo una continuidad de poblamiento desde el Celtibérico
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Lámina 11: En primer plano, en la tierra arada (flecha del medio), La Zarzona II (Languilla); la flecha de la derecha señala Languilla nº 5 y la de la izquierda Peñarrosa (Mazagatos).
periodo y el Celtibérico Pleno y Tardío, lo mismo que en el ámbito soteño-vacceo; en este sentido, el que se observe una expansión del modelo de poblamiento vacceo hacia el oeste de la Celtiberia, algo que también ocurre en parte del nordeste segoviano, sobre todo en el caso del Cerro del Castillo de Ayllón, no implica una incorporación de esta zona fronteriza al territorio vacceo como señalan claramente las fuentes18 (Sacristán et alii 1995: 258-259 y 363). En todo caso, más que una expansión de este modelo habría que pensar en unas causas comunes que llevarían a estos pueblos de la Celtiberia Occidental a una mayor concentración de la población, que la ocurrida en la zona más oriental de esta misma región.
Antiguo en adelante, e incluso desde el periodo protoceltibérico, algo que por el momento no se puede corroborar para la zona de Segovia capital, pero sí para la de Sepúlveda (Municio 1999: 292). En este sentido, una de las fronteras más difusas es la que separa el grupo vacceo del celtíbero, más concretamente arévaco, por la existencia de un amplio territorio de difícil adscripción entre la Rauda vaccea, también con poblamiento de El Soto, por un lado (Sacristán 1986a: 249-258), y Clunia a 50 km aproximadamente en línea recta, Segontia Lanka a 45 km, El Cerro del Castillo de Ayllón a 55 km o Termes a 75 km (Sacristán 1989: 81; Barrio 1990: 273 y ss.; Argente et alii 1992a: 538-539; Zamora 1993: 50-51 y 195-196; Sacristán 1994: 144; Jimeno y Arlegui 1995: 112; Lorrio 1997: 41; Burillo 1998: 187-190 y 203; fig. 57; Barrio 1999a: 127-128; íd. 1999b: 182-183; Heras 2000: 212213 y 220-221), todos estos yacimientos con poblamiento desde la Primera Edad del Hierro, salvo quizá Segontia Lanka y Clunia17.
En cuanto a la concreción de esta frontera en la zona nordeste de Segovia, Sacristán no cree que el territorio vacceo llegase al Sistema Central y sus estribaciones, como son la Sierra de Ayllón y la Serrezuela de Pradales, ya que se trata de un terreno geográficamente diferente al de las llanuras sedimentarias del centro de la cuenca del Duero, propio de El Soto y el mundo vacceo; por todo ello, la frontera entre Rauda y Segontia Lanka iría, más o menos, por la zona de Aranda de Duero, quedando la zona nordeste de la provincia de Segovia, al igual que su piedemonte, como territorio incierto, aunque posiblemente arévaco (Sacristán 1986a: 105-106, fig. 7; Sacristán et alii 1995: 365). Igualmente este autor considera que al sur del Duero parece que habría otro límite para la cultura de El Soto, en especial
Parece que esta frontera de la Segunda Edad del Hierro podría existir desde el Celtibérico Antiguo, si no antes, ya que hay una evidente continuidad entre este 17
Existen indicios de ocupación del Primer Hierro en Clunia, en el cercano cerro de El Alto del Cuerno (Abásolo y García Rozas 1980: 7981), aunque para otros autores estos datos son muy escasos y hay que tomarlos con cierta reserva (Sacristán 1994: 141 y 144). En todo caso hay en esta zona una serie de yacimientos de la Primera Edad del Hierro bien atestiguados, como Solarana o Pinilla de Trasmonte, éste con una necrópolis sin armas (Sacristán 1994: 145; Moreda y Nuño 1990: 176), como de momento la de La Antipared II (MVS-3).
18
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Clunia Celtiberae finis (Plinio, Nat. His., III, 27).
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5.- Celtibérico Antiguo
en la comarca del río Riaza, donde castros como los de Adrada de Haza en Burgos o el de La Antipared I en Montejo de la Vega, aun con relaciones con El Soto, parecen corresponder a otro ambiente cultural diferente del soteño (Sacristán 1986a: 43-44).
Por tanto, según la mayoría de estas propuestas, la zona de prospección, que comprende los poblados de La Antipared I y, sobre todo, El Cerro del Castillo, quedaría dentro de la zona arévaca. A las hipótesis anteriormente descritas hay que añadir la existencia de dos necrópolis que confirmaría la adscripción al grupo celtibérico de toda esta región nordeste, debido a que la existencia de este tipo de cementerios de cremación en las fases más antiguas es una de las características que determinan la adscripción de sus habitantes a la Celtiberia (Lorrio 1997: 261), así como su continuidad en el tiempo, siendo posteriores las del ámbito vacceo y, en este caso, se consideran dependientes en cuanto al origen de las del Alto Duero (Delibes et alii 1995a: 88 y 91).
Sin embargo, para Barrio la frontera seguiría el curso del Duratón, como ya había señalado Wattenberg (íd. 1959: 57-58, fig. 7), pero, en contra de éste, para aquél llegaría hasta la cumbre de la sierra basándose en los hipotéticos territorios de captación de los yacimientos (Barrio 1999a: 43-44, fig. 5; íd. 2010:33 y ss.). Por nuestra parte, quizá la separación habría que buscarla más en algunos de los interfluvios que separan los ríos segovianos, al igual que ocurre en el mundo vacceo (Sacristán 1989: 84-86), que en la propia línea del Duratón. En este sentido, la existencia de una serie de yacimientos en el valle del Duratón, entre ellos una necrópolis celtibérica en Sepúlveda de finales del IV o principios del III a.C. y quizá otra en Los Sampedros, de similar cronología (Barrio 1999a: 73-79, 88-89 y 190), podría indicar un límite entre el Duratón arévaco y el Eresma vacceo, o al menos en su tramo inferior, con yacimientos como El Tormejón o Cauca, no siendo unánime la atribución de Segovia capital a vacceos o celtíberos19; y entre Sepúlveda y Cuéllar (Barrio 1999a: 42, fig. 5; Blanco 1999: 81 y ss.; Conte y Fernández 1993: 100-108), en este caso separadas por los arenales de la Tierra de Pinares, con escasos núcleos de población incluso hoy en día; en toda esta amplia región, apenas existen indicios de asentamientos de la Edad del Hierro en Torreiglesias, en el valle del río Pirón (Barrio 1999a: 120-123). Aunque, por otro lado, este vacío de poblamiento podría deberse a razones puramente arqueológicas.
Por último y en relación con la adscripción de La Antipared I con el grupo celtibérico, la existencia de elementos emparentados con El Soto, que en algún momento extrañaban a Sacristán al identificar a La Antipared I con una cultura afín a la de El Soto, pero con diferencias difíciles de explicar con respecto al cercano yacimiento de Roa (Sacristán 1986a: 44-45), podría estar indicando unos ciertos rasgos individualizadores de esta comarca occidental de la Celtiberia, que iría desde el centro-este de Burgos hasta el norte de Segovia, y cuyos componentes fronterizos podrían ser ese fuerte amurallamiento, en un lugar casi inexpugnable, el parentesco con la cerámica de El Soto (Sacristán 1986a: 43-44) y, como veremos después, la existencia de un modelo de poblamiento muy concentrado en toda esta región occidental de la Celtiberia (Sacristán et alii 1995: 363 y 365), que la individualizan del resto del Alto Duero, con un poblamiento más jerarquizado (Jimeno y Arlegui 1995: 104; Lorrio 1997: 67-68). Para terminar, queremos volver a referirnos a la vinculación de toda esta región, con dudas razonables por la falta de evidencias más seguras, con la zona celtibérica desde el periodo protoceltibérico. Para ello nos hemos basado, en primer lugar, en algunas cerámicas que se vincularían con las excisas del Sistema Ibérico, emparentadas con el grupo El Redal (Ruiz Zapatero 1985: 788; Romero y Ruiz Zapatero 1992: 108; Lorrio 1997: 258-261; Martínez Naranjo 1997: 164; Arenas 1999a: 176 y ss.; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 173; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 24). También nos hemos basado en la aparente continuidad entre esta etapa y el Celtibérico Antiguo (Lorrio 1997: 258), constatada en el poblamiento de otras regiones como la comarca del Alto Jalón (Martínez Naranjo 1997: 165) o la comarca de Molina de Aragón (Arenas 1999a: 176); sin embargo, sus investigadores han puesto el acento en la ruptura que supone el periodo Celtibérico Antiguo explicada por la llegada de nuevos pobladores del valle del Ebro (Martínez Naranjo 1997: 170 y 178), o por la rápida intensificación de las actividades agropecuarias, que determinaría un aumento demográfico y a su vez la cristalización de un nuevo orden socioeconómico en la zona (Arenas 1999a: 248). Esta ruptura aún sería más patente en el ámbito diferente del centro del valle del Duero (Quintana y Cruz 1996: 50 y 61).
También Lorrio incluye el sector nordeste de la provincia de Segovia en la Celtiberia, refiriéndose a Ayllón como necrópolis celtibérica, desde el Celtibérico Antiguo, en el siglo VI a.C. (Lorrio 1997: 54 y 262, fig. 111; íd. 2000a: 130), aunque para otros autores se considera su ubicación marginal dentro de las necrópolis del Alto Duero (García-Soto 1990: 16). En cuanto a los límites, Lorrio sigue a Sacristán (Lorrio 1997: 287), lo mismo que hace Burillo (Burillo 1998: fig. 57; Lorrio 2000a: 129). Respecto a la necrópolis de Sepúlveda parece que muestra una clara relación con el grupo del Alto Duero al menos desde el Celtibérico Pleno (Lorrio 2000a: 140).
19
No está clara la adscripción de Segovia capital dentro de uno de los dos pueblos prerromanos. Para algunos autores, pertenecería a los vacceos (Schulten 1914: 134; Taracena 1954: 200; Wattenberg 1959: 53) basándose en un texto de Livio (Frag. XCI) discordante con otros de Plinio (Nat. His., III, 27) y Ptolomeo (II, 6, 55), que sigue teniendo vigencia en la actualidad (Sacristán 1986a: 105-106; Barrio 1999a: 4344). Sin embargo, para otros, desde Bosch Gimpera, la cita de Livio es demasiado general (Bosch Gimpera 1932: 553-555) y aducen a favor de una adscripción arévaca, aparte de las citas clásicas anteriores de Plinio y Ptolomeo, por ejemplo, la acuñación de moneda, que aunque tardía, resultaría en principio algo anómalo en el mundo vacceo (Burillo 1995b: 167; Lorrio 2000a: 112 y 140-143).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
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Evolución del poblamiento durante la Edad del Hierro Oppidum
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Figura 58: Esquema de la evolución del poblamiento en la zona de prospección y en sus alrededores: A, Termes; B, Uxama; C, La Pedriza de Ligos; D, Solana de la Vega (Castillejo de Robledo); E, La Poza (Langa de Duero); F, Altillo de la Casa (Miño de San Esteban); G, Las Veletas (San Esteban de Gormaz); H, Llano la Poza Arenal II (Miño de San Esteban); I, Peña Cea (Olmillos); J, La Cordillera (Liceras); K, Peñalba (Hoz de Abajo); 5, Cerro del Castillo de Ayllón y 41, La Antipared I.
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5.- Celtibérico Antiguo de El Soto de las campiñas del Duero Medio. Además, este grupo podría haber tenido una menor preocupación defensiva20, aunque cuando levanta murallas lo hace con adobe en vez de con piedra. De todas formas, las excepciones en el amurallamiento de estos poblados nos permiten deducir que, a lo peor, la falta de documentación de las mismas se deba más a problemas de conservación de las mismas que a su inexistencia, como hemos comentado en el apartado correspondiente al yacimiento.
Fronteras durante la Primera y Segunda Edad del Hierro Esta existencia de fronteras en la Edad del Hierro no hay que entenderla con el significado actual de límites concretos entre diferentes entidades, sino más bien como zonas de transición entre dos entidades políticas, que al menos para la etapa Plena y Tardía se puede corresponder con la forma de organización del estado, a través de las cuales se realizan las relaciones entre estas entidades; tampoco deben ser entendidas como algo estático, tal y como las visualizamos en los mapas, sino como algo dinámico en el tiempo (Castro y González Marcén 1989: 9-10), en especial en el caso de los celtíberos (Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 22, fig. 1).
En otros lugares sí que parece que se ha podido distinguir una frontera clara entre dos grupos culturales. Así, por ejemplo, una de estas fronteras culturales podría estar entre los castros de la serranía soriana y los poblados del centro y sur de esta provincia, ya que en los primeros se advierte una línea de centros espaciados entre sí diferente a lo que suele documentarse en el interior de la serranía y que se ha puesto en relación con la existencia de un límite territorial y de control frente a la presión del grupo más al sur del mismo (Jimeno y Arlegui 1995: 120); aunque por otro lado, a nuestro modo de ver, esto significaría un principio de coordinación poco acorde con el tipo de organización que se supone para estas poblaciones castreñas, basada en pequeñas comunidades parentales de carácter autónomo (Lorrio 1997: 276).
Estas fronteras entre diferentes entidades de población no solo se dan entre los diversos grupos culturales o étnicos, sino que también parece que se producirían entre los diferentes poblados pertenecientes a un mismo grupo cultural, como se desprende, por ejemplo, de las distancias entre La Antipared I y El Cerro del Castillo de Ayllón, y que se agudizarán a partir del Celtibérico Antiguo A. De hecho, se aprecian grandes diferencias entre las distancias de los yacimientos pertenecientes al grupo celtibérico y al grupo El Soto, al menos en su parte oriental, con una densidad de yacimientos muchos menor (vid. fig. 59 y el mapa de Sacristán et alii 1995: fig. 2), aunque quizá esta diferencia sea menos marcada en el propio valle del Riaza, con yacimientos como Adrada de Haza o La Antipared I.
Otro pueblo en el que también se ha estudiado el problema de las fronteras es el vacceo, ya en la Segunda Edad del Hierro, que en nuestro caso cobra una mayor importancia por el carácter fronterizo que la comarca del Aguisejo-Riaza debió tener con este pueblo. Sacristán cree que no habría un reparto de la totalidad del territorio vacceo entre los diversos estados, por lo que tampoco habría fronteras comunes con otros pueblos. Para ello argumenta que en ocasiones el Territorio de Producción de los poblados está por encima de los 500 km², lo que parece desbordar la capacidad productiva o de captación de recursos de cada asentamiento; esto determina que en el ámbito vacceo el territorio controlado por los poblados estaría limitado a una serie de corredores más o menos amplios de asentamientos y zonas de explotación económica y dominio político; en cuanto a las consecuencias de este modelo para la existencia o no de fronteras culturales, esto implicaría que no habría una auténtica divisoria con otros pueblos a lo largo de la periferia vaccea (Sacristán 1989: 85-87).
Además de esta circunstancia, también se aprecia, como hemos comprobado al estudiar el tipo de amurallamiento de los poblados, en especial el de La Antipared I, una falta de este tipo de fortificaciones en los poblados del sur y centro de la provincia de Soria (Romero y Jimeno 1993: 206; Romero y Misiego 1995a: 72; Jimeno y Arlegui 1995: 103-105), aunque hay ejemplos, algunos muy recientes, que contradicen esta generalización (Ortego 1960: 112; Revilla 1985: 204; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 177-178; Heras 2000: 212-213). Esta diferencia dentro del mismo grupo cultural podría estar señalando la existencia de un yacimiento de frontera frente a otro pueblo en la Antipared I, ubicado en un lugar estratégico e inexpugnable por casi todo su perímetro, mientras que, por el contrario, Las Torres sería un yacimiento más acorde con el tipo de poblamiento celtibérico en cerro aislado, no excesivamente elevado y junto a una campiña potencialmente explotable (Romero y Misiego 1995a: 72; Jimeno y Arlegui 1995: 103-104; Lorrio 1997: 297-298).
Sin embargo, por otro lado sí considera que habría algún control de los territorios más alejados, posiblemente utilizados como pastos para la importante cabaña ganadera ovina, como otros autores han puesto de 20
Por ejemplo, en la cercana Roa no se han constatado murallas ni de la Primera ni de la Segunda Edad del Hierro (Sacristán 1986a: 145); parece que el cercano castro de Adrada de Haza, a unos 15 km de La Antipared, estaba amurallado y presentaba una cultura material similar a este último, por lo que posiblemente pertenecerían al mismo grupo cultural (Sacristán y Ruiz Vélez 1985: 188; Sacristán 1986a: 44-45; íd. 1986b: fig. 1 y 2), con lo que, en este caso, la frontera estaría entre Adrada de Haza y Roa.
Por todo ello, pensamos que esta posición estratégica e inexpugnable, que también parece se da en alguno de los otros castros burgaleses, podría explicarse por tratarse de poblados vecinos y, quizá, enfrentados a otro grupo cultural y étnico diferente, como es el grupo
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Edad del Hierro Figura 59: Dispersión de los yacimientos de la Edad del Hierro en la zona de prospección y en las colindantes; área entre el río Duero y el Sistema Central; 1.‐ Roa; 2, Adrada de Haza; 3.‐ San Miguel de Bernuy; 4, Sepúlveda; 5, Solarana; 6, Pinilla de Trasmonte; 7, La Antipared I; 8, Los Quemados I; 9, Clunia‐Alto del Cuerno; 10, Langa del Duero; 11, Altillo de la Casa; 12, Castro de Valdanzo; 13, El Cerro del Castillo; 14, La Pedriza de Ligos; 15, Las Veletas; 16, Uxama; 17, Peña Cea; 18, Peñalba; 19, Termes.
el que tengan menor porcentaje de tierra de laboreo, su emplazamiento netamente defensivo, la presencia de zonas vacías de 14 a 25 km, algo que no es normal al menos en la Tierra de Campos, lo confirmarían para este autor (San Miguel 1989: 101-105; íd. 1993: 59). También se ha señalado, por otro lado, una cierta despoblación entre los asentamientos vacceos y arévacos en el límite oriental y en los arenales al sur del Duero (Sacristán et alii 1995: 354).
manifiesto (San Miguel 1993: 62) y que recientes análisis parecen alterar (Romero y Ramírez 1999: 458-459), por lo que entonces quedaría invalidada su anterior afirmación de un territorio poco compacto. Un planteamiento diferente es el que propone San Miguel, para quien pese a la escasa densidad de población de yacimientos y las enormes distancias entre ellos, el modo de distribución y las características de los asentamientos parecen indicar que el espacio se encontraba repartido, controlado y explotado en su totalidad; en todos los casos parece que el territorio político englobaría nichos ecológicos diferentes para complementar las actividades económicas; también que habría una relación entre el tamaño de los yacimientos, el del territorio y número de oppida dependientes, aunque es difícil una delimitación concreta de este territorio (San Miguel 1989: 95-96, mapa 1).
Por todo ello, creemos que se puede plantear la existencia de fronteras, en el sentido de espacios de transición, en donde el control de los poblados cercanos se iría diluyendo de forma imprecisa. Si volvemos al mapa que comentamos en el apartado de poblamiento (fig. 59) y lo completamos con el de Sacristán (Sacristán et alii 1995: fig. 29), veremos que la distancia media de los yacimientos de la zona nordeste de Segovia, sudeste de Burgos y sudoeste de Soria, es decir, la zona de estudio y sus vecinas, sería durante la Primera Edad del hierro 11,5 km, mientras que esta distancia aumentaría a 16 km en el Celtibérico Pleno y Tardío.
En cuanto a que hubiera o no fronteras exteriores o colectivas, la existencia de yacimientos con características comunes en esta hipotética divisoria, como
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5.- Celtibérico Antiguo
Esta distancia media al primer vecino enmascara una realidad que es la existencia de yacimientos muy cercanos entre sí, siendo el caso extremo el de El Cerro del Castillo de Ayllón y La Pedriza de Ligos. Por el contrario, si nos atenemos a las distancias de los yacimientos de la zona de prospección, tendremos que la distancia media con respecto a los cinco yacimientos más cercanos del poblado de El Cerro del Castillo es de unos 18 km, mientras que la separación entre La Antipared I y los cinco asentamientos de los alrededores es de 26 km, diferencia que ya hemos comentado anteriormente. Estos datos nos reflejan mejor esta separación media entre asentamientos principales, que viene a coincidir con lo que se considera una jornada de trashumancia (Sierra y San Miguel 1995: 396) y que podría considerarse por tanto como un patrón uniforme de expansión de un asentamiento, en el que, por supuesto, existirían excepciones.
Jerarquización y concentración del hábitat Una vez descritas las características del poblamiento de la comarca del Riaza Medio, Aguisejo y Serrezuela Oriental, pasaremos a intentar explicar la evolución del mismo a lo largo del periodo Celtibérico Antiguo, teniendo en cuenta los paralelos que hemos encontrado en otras regiones de la Meseta Norte, el Sistema Ibérico y el valle del Ebro. El primer problema al que nos enfrentamos es el de presentar la dispersión de los yacimientos como si de una foto fija se tratara, cuando es evidente que los distintos mapas que aportamos serían la consecuencia de un proceso de gran complejidad y que no siempre es fácilmente comprensible. Además, a este problema se añade la complicación que supone el estudio del poblamiento a partir de una serie de yacimientos con materiales que no tienen una secuencia muy clara, al menos en la zona de prospección, lo cual nos pude inducir a explicar resultados más que procesos.
Este vacío entre Roa y los poblados celtibéricos es mucho menos apreciable en el caso del valle medio del Riaza, donde yacimientos como Adrada de Haza o La Antipared I permiten una mayor cercanía entre ambos grupos, algo que no se aprecia ni en el Duratón, donde San Miguel de Bernuy se encuentra a 30 km de Padilla de Duero y a 31 de Cuéllar, ya en el cuenca del río Cega, ni mucho menos en el propio valle del Duero y en las campiñas al norte del mismo. De hecho, recientemente se viene insistiendo en la existencia de una zona caracterizada por una fuerte despoblación en el área que va desde los poblados del noroeste de la provincia de Segovia, en relación con El Soto, hasta los del resto de la provincia, en el ámbito celtibérico. Esta parte corresponde con la denominada Tierra de Pinares, con suelos arenosos muy pobres que servirían de frontera entre ambos grupos (Gallego Revilla [2000]: 224).
Así, si observamos este mapa de la distribución de los yacimientos (fig. 39), veremos unos asentamientos con únicamente cerámica a mano, que en general coinciden con pequeños poblados, bien en alto, bien en llano, y otros que presentan cerámicas a mano e importaciones a torno, los tres en alto. Los primeros podrían adscribirse a la primera fase del Celtibérico Antiguo y los otros a la segunda fase, aunque posiblemente se podría pensar que estuvieron ya habitados desde la fase anterior. Sin embargo, como veremos, la situación es algo más compleja que lo expuesto hasta ahora. En otras regiones cercanas a la nuestra, como la del Alto Jalón-Mesa, que igualmente se pueden englobar en la Celtiberia de la Primera Edad del Hierro, se ha señalado una posible fase de transición entre los poblados en llano y sin preocupaciones defensivas de la etapa Protoceltibérica, y los poblados en alto, con elementos defensivos, viviendas de planta rectangular... ya propios del Celtibérico Antiguo A. Esta fase intermedia se caracterizaría por una serie de asentamientos con superficies mayores a la hectárea sobre lomas no muy elevadas, pero ya con una cierta preocupación defensiva, en algún caso con murallas, todavía con arquitecturas endebles, en la que ya se aprecia algún que otro yacimiento de tipo castro amurallado, sobre cerros aislados y con una superficie menor (Martínez Naranjo 1997: 169, tabla I; Arenas 1999b: 198). Para algunos autores se trataría de una fase en parte asimilable al horizonte Riosalido, y que debería considerarse como la verdadera fase Protoceltibérica, más que la anterior del Bronce Final, con una cronología aproximada del siglo VII a.C. y que se ha podido concretar claramente en el yacimiento de El Turmielo II (Arenas 1999a: 178).
Esta mayor conexión en el valle del Riaza permitiría una mayor relación entre estos grupos, no exenta de problemas, de ahí el fuerte amurallamiento, relación que no perduraría en el Celtibérico Pleno. En esta época ambos asentamientos intermedios, al igual que otros en comarcas vecinas, desaparecen absorbidos por poblados de nueva planta que aparecen en la los terrenos que ciñen las campiñas del Duero, como se aprecia en el mapa (fig. 59 y 60). Esta circunstancia permite que aumente la distancia entre los poblados celtibéricos y la Rauda vaccea que ahora va a oscilar entre los 35 km de Carabias y los 49 km de Clunia, lo que estarían en la línea de la propuesta de la existencia de fronteras culturales entre distintos grupos, fronteras que se realizarían a base de crear grandes espacios, como los aquí apuntados, entre los diferentes poblados y que tienen que ver con el proceso de concentración de la población que veremos en el siguiente apartado. Este alejamiento de los dos grupos culturales estaría en contradicción con la aparente estrecha relación que recogen las fuentes clásicas (por ejemplo, Apiano, Iber., 87) para la época tardía de los enfrentamientos con Roma.
Creemos que esta etapa de transición sería la mejor representada en la zona de prospección por los pequeños yacimientos, donde, como ya hemos
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Lámina 12 En primer plano, Vega del Salcejo (flecha de la izquierda); al fondo el yacimientos de Mazagatos (a la derecha del pueblo; flecha del centro) y Peñarrosa (la flecha de la derecha), todos ellos en el núcleo de Mazagatos.
comentado, predominan los yacimientos de superficies menores a una hectárea (excepto tres), bien en alto (borde de páramo y cerro: siete), bien en llano (sobre todo en loma: cinco), en los que no se han documentado murallas, salvo quizá en Peñarrosa (nº 40), que como hemos indicado, es el que mejor se asemeja al tipo de castro del Celtibérico Antiguo A.
poblamiento desde la etapa Protoceltibérica, fundamentalmente el Alto Tajo-Alto Jalón, sí que presentan una continuidad del hábitat desde estas etapas iniciales (Martínez Naranjo 1997: 173-174, tabla III; Arenas 1999a: 170, fig. 118; Jimeno y Martínez Naranjo 1999: 177). En el caso del poblado de El Cerro del Castillo, la documentación de cerámica a mano decorada con pintura (Zamora 1993: fig. 11,252) podría indicar esta continuidad, aunque como evidencia de esta mayor antigüedad parece muy exigua; por el contrario, no podemos observar ni siquiera evidencias tan débiles en el caso de La Antipared I y de La Torres. En este último yacimiento, incluso, el que el mayor porcentaje de cerámicas recogidas por Barrio pertenezca a las cerámicas torneadas de importación (Barrio 1999a: 145), aparte de problemas de selección, podría estar indicando una menor antigüedad y el que se pueda adscribir solo al Celtibérico Antiguo B. Respecto a La Antipared I, este mismo autor señala que un cuarto de la cerámica sería a torno, lo que por tanto podría suponer también una mayor modernidad (Barrio 1999a: 148-159); sin embargo, esta proporción no fue observada durante el trabajo de prospección, siendo abrumadamente mayoritaria la cerámica a mano en este yacimiento.
Esta dualidad en el asentamiento, aparte de consideraciones sobre la diacronía o sincronía de los mismos, que con los exiguos materiales no podemos determinar, podrían estar indicando desde una etapa muy antigua, es decir, en la transición entre la etapa Protoceltibérica y el Celtibérico Antiguo, una incipiente especialización en la explotación de los recursos del valle, que bien pudiera suponer ya una cierta jerarquización del hábitat o al menos estar en este camino. Por el contrario, esta parcelación funcional del hábitat, como se ha constatado en la comarca de Molina de Aragón, se define en esta región como de complementariedad entre los diferentes poblados, más que de jerarquización, al menos para esta etapa antigua (Arenas 1999a: 217-219). Un problema también de difícil resolución sería el considerar si los poblados plenamente atestiguados durante el Celtibérico Antiguo B, es decir, ya con las cerámicas torneadas de importación, pudieran haber comenzado su andadura en esta etapa tan temprana. A favor de su temprana constatación podríamos aducir como en otras regiones en las que los estudios han permitido conocer detalladamente el proceso de
Además, hemos comentado ya que quizá el elevado número de yacimientos en alto en la zona de Montejo en un tramo corto del valle del Riaza, podría estar indicando una diacronía de los mismos. Así, habría que descartar Las Torres por las razones ya aducidas y
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5.- Celtibérico Antiguo Antipared y de Ayllón con los poblados celtibéricos de la provincia de Soria y de la zona oriental de Burgos (Sacristán 1994: 144-145; Jimeno y Arlegui 1995: 104; Lorrio 1997: 67-68). En cuanto al estudio del poblamiento en la provincia de Segovia, hay cierta confusión y solo se mantiene la existencia de jerarquización en el caso de los yacimientos más grandes con respecto a los más pequeños, siempre que se encuentren a distancias muy cortas (Barrio 1999a: 169171), aparte de que se engloban en un mismo saco los yacimientos de la Primera y Segunda Edad del Hierro (fig. 61).
también La Antipared I, por falta de otras evidencias y porque se encuentra junto a Valdepardebueyes (nº 43), a unos 200 m y solo separado por un barranco del mismo nombre que el asentamiento; este mismo yacimiento, ya se encuentra en una posición estratégica, aunque no hay evidencias de que pudiera estar amurallado. Por tanto, si eliminamos La Antipared I y Valdepardebueyes, de la fase de transición, solo nos quedarían tres yacimientos en alto en el citado tramo de al menos 6 km entre los asentamientos más alejados y siguiendo el río, no en línea recta. Por todo ello, creemos que en esta fase de transición entre el periodo Protoceltibérico y el Celtibérico Antiguo, que quizá habría que llevarlo al siglo VII a.C., según lo que se señala para el caso de Molina de Aragón, pertenecerían la mayor parte de los poblados que hemos denominado como secundarios, todavía lejos del modelo característico de castro, salvó quizá Peñarrosa y el posterior castro de El Cerro del Castillo de Ayllón; mientras que el castro de La Antipared I probablemente todavía en esta fase no hubiese iniciado su andadura, localizándose la población en el vecino asentamiento de Valdepardebueyes (fig. 58).
Respecto al Alto Tajo-Alto Jalón, también parece clara la existencia ya desde el Celtibérico Antiguo A de un patrón de poblamiento estructurado, estable y jerarquizado, donde hay una intención de control del territorio, las vías de comunicación y la explotaciones de las materias primas, como parece ser que ocurre en El Turmielo; en este caso quizá en relación con el control minero, con una distancia con respecto al yacimiento jerarquizador, El Palomar, de 2,7 km (Arenas et alii 1995: 181-182) y que no se había dado antes en el periodo Protoceltibérico; sin embargo, se defiende más que una situación de dependencia entre asentamientos, una complementariedad de los mismos (Arenas 1999a: 219). También, en el interfluvio Alto Jalón-Mesa se aprecia un esquema en el que los poblados amurallados de menor tamaño, están rodeados por una serie de grandes poblados sin amurallar (Martínez Naranjo 1997: 178). Otra región donde apreciamos una clara jerarquización es en la Sierra de Albarracín, con dos grandes poblados, uno de ellos de la Primera y Segunda Edad del Hierro, de más de tres Ha y el otro solo de la Segunda, que controlarían el resto de asentamientos de menos de una hectárea (Collado 1995: 419 y 423).
Tras esta fase que creemos haber definido, al menos desde el punto de vista hipotético, encontramos ya dos grandes núcleos, de más de 3 Ha, con necrópolis de incineración, en un caso con amurallamiento y que se caracteriza por la existencia de cerámicas de importación. Aparte de los dos castros, solo aparecen este tipo de cerámicas en el poblado de Las Torres, estratégicamente dependiente de La Antipared I y a escasa distancia del mismo, unos 750 m en línea recta. El problema es explicar el proceso que iría desde la fase de transición con una serie de pequeños poblados que salvo quizá en Peñarrosa, no habían alcanzado la categoría de castro, hasta la consolidación, que no aparición, de los dos poblados principales de más de tres Ha. Este proceso tuvo que ocurrir a lo largo del Celtibérico Antiguo A, es decir, a lo largo del siglo VI a.C., porque casi ninguno de los poblados en altura desembocó en el modelo de castros, ni tampoco ninguno alcanzó la difusión de las cerámicas torneadas (fig. 58).
También lo observamos en el valle del Huecha, Zaragoza, donde se documentan dos grandes yacimientos con más de tres hectáreas y otros que no llegan a la hectárea; además, los dos poblados grandes solo se encuentran a una distancia de 3,8 km (Aguilera 1995: 219), lo cual está en desacuerdo con lo registrado en nuestra área de prospección, pero no en la región comprendida entre el sudeste de Burgos y el este de Soria.
Posiblemente, previa a la concentración de la población que parece clara en el Celtibérico Antiguo, que veremos a continuación, existiría una jerarquización entre un poblado que, por diversas razones, iría adquiriendo protagonismo y que jerarquizaría los pequeños poblados en alto o en llano de su entorno, con un control del territorio mucho mayor en el caso de Ayllón, entre 15 y 25 km de valle, que en el de Montejo, algo menos de 6 km, lo que posiblemente está prefigurando ya la importancia de ambos núcleos en época posterior, como más adelante explicaremos.
Por el contrario, esta característica jerarquización se alejaría de los poblados pertenecientes a la cultura castreña soriana, caracterizados por la homogeneidad del poblamiento, que se ha querido explicar con relación al tipo de sociedad compuesto por pequeñas comunidades parentales de carácter autónomo (Jimeno y Arlegui 1995: 103; Lorrio 1997: 276). Una situación similar se postula para el área molinesa durante el Celtibérico Antiguo, donde a pasar de los ejemplos como los que hemos señalado anteriormente, se insiste en la existencia de pequeñas comunidades de carácter autónomo que podrían haber tenido un vínculo de tipo parental, de ahí que el patrón de poblamiento sea homogéneo; esta situación parece que comenzará a
El que haya una jerarquización del hábitat durante el Celtibérico Antiguo es un hecho constatado en numerosas regiones y acercaría los núcleos de La
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) capaces de poner en peligro la autonomía del resto; tan solo la ciudad será capaz de romper esto (íd. 1999: 422424).
cambiar en relación con la crisis del Celtibérico Antiguo y las profundas transformaciones que generará la consolidación del mundo colonial (Arenas 1999a: 249251). Para Arenas, los ricos ajuares funerarios suponen una estratificación social, pero no necesariamente la existencia de elites guerrera dentro de un sistema fuertemente jerarquizado, como en las comarcas limítrofes, donde sí que se admite una situación análoga a la que estamos comentado; para ello aduce que es difícil aceptar esta existencia de una elite guerrera desarrollada a partir del control de recursos críticos como los agropecuarios o mineros, abundantes y uniformemente repartidos por la zona; además el comercio colonial no parece favorecer la concentración de riqueza en determinados segmentos de población; y por último, no se aprecian diferencias sociales en el hábitat (Arenas 1999a: 239).
Esta idea del techo o límite, supone un superación de la tradicional visión en que el tamaño limitado, que podría corresponderse con una población de unos 100 habitantes, vendría determinado por la capacidad de sustentación de un territorio; el problema es que en otros asentamientos el territorio estaría infrautilizado y también se mantiene el mismo tamaño de poblados, de ahí que Ortega postule un factor corrector de la población diferente del de esta dependencia de la potencialidad agropecuaria. Será la muralla el elemento que materialice el techo demográfico para que el sistema no se vea alterado (ibídem 1999: 426). Sin embargo a lo largo de los siglos V hasta finales del III se asiste a un aumento demográfico, porque aumenta el número de castros; por tanto ante un aumento de la población la solución no parece que fuera la de ampliar el territorio, sino segmentar el grupo y reduplicar constantemente el sistema en zonas vacías, lo que ha denominado como segmentación espacial, algo que no implica dependencia política (ibídem 1999: 433-436; íd. 2005: 86-87). Ahora bien, este mecanismo de expansión del modelo de castros no explicaría tan bien la expansión del mismo por amplias regiones y desde una etapa muy temprana, como el Celtibérico Antiguo.
Creemos que existe una cierta contradicción entre esta homogeneidad y las situaciones que en esta misma zona se describen de dependencia, aunque posteriormente se insista en la complementariedad más que en la dependencia de la relaciones entre poblados grandes y pequeños y/o específicos (Arenas 1999a: 219). En relación con esta aparente homogeneidad de los castros de la Primera Edad del Hierro en general, y no solo los de la serranía, se ha propuesto recientemente que sean considerados como unidades sociales básicas de producción, ampliamente difundidas por diversas regiones, sin muchas diferencias sociales tanto en el interior de los poblados como en relación con otros castros (Ortega 1999: 422-424), aunque esta hipótesis no podría generalizarse a otra serie de castros, cuyos cementerios denotan una creciente jerarquización social (Lorrio 1997: 144 y 314-315).
La aparición de la ciudad supone la negación del sistema de castros, porque la concentración de la población en la ciudad no tiene límites, de ahí la adición de barrios, nuevos circuitos amurallados, como el de Fosos de Bayona, Cuenca, con 45 Ha y tres recintos fortificados con fosos excavados en la roca (Mena 1985: 31); y también supone la segregación espacial de diferentes barrios, como las acrópolis (Ortega 1999: 441442).
Para Ortega, lo característico de este poblamiento sería la difusión del castro como una unidad básica de producción, que se caracterizaría por la estabilidad, debido a su perduración en el tiempo y a su extensión en el espacio, por su homogeneidad, al presentar superficies menores de una hectárea y donde hay una ausencia de jerarquización, por lo que falta asentamientos intermedios entre el castro y la ciudad. Este techo que no rebasan los castros se relaciona con la existencia de un factor social que impide la formación de comunidades campesinas dependientes unas de otras o el desarrollo de unas comunidades capaces de intervenir en la producción y en la toma de decisiones de otras comunidades campesinas. Esta disciplina social o este bloqueo social es para Ortega la clave del sistema de castros; la disciplina de la igualdad o la coacción de la misma es el recurso que el sistema social se impone para evitar la formación de diferencias sociales en el seno de la red de castros. La existencia de una autonomía productiva entre castros parece indicar que se trataría de un sistema en el que se impediría la formación de asentamientos de rango intermedio entre el castro y la ciudad, capaces de desequilibrar la coherencia y homogeneidad del sistema a favor de unos pocos castros
Otra zona donde se ha planteado igualmente esta falta de jerarquización en el hábitat, es la que parece que se registra entre los asentamientos de El Soto, según algunos autores (Sacristán 1989: 83; íd. 1995: 372), aunque quizá la fuerte concentración de la población a partir del siglo V o del IV a.C., por tanto, en un momento posterior al que aquí estamos tratando (San Miguel 1993: 59; Sacristán et alii 1995: 358; Delibes et alii 1995a: 89; Sanz Mínguez 1997: 505), esté indicando unas relaciones más estrechas entre diferentes yacimientos que no tienen por qué ser igualitarias, máxime si tenemos en cuenta la disparidad de tamaños, con algunos poblados en el centro de la cuenca que superan las 10 Ha, y las concentraciones de pequeños grupos de yacimientos, como máximo 6, con intervisibilidad recíproca, la existencia de yacimientos con preocupaciones defensivas frente a otros que no las tienen, o la existencia de pequeños poblados en llano o ladera (San Miguel 1993: 27 y 30). Concluyendo en cuanto a los paralelos aportados, posiblemente esta disparidad de criterios
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5.- Celtibérico Antiguo
Lámina 13: En primer término, yacimiento de Mazagatos (el pueblo, Mazagatos, a la derecha).
referida a la jerarquización del hábitat estaría reflejando situaciones diversas a las que se enfrentaron los pueblos de la Meseta y que en nuestro caso, desembocaría en una fuerte concentración de la población desde las etapas más tempranas de la Edad del Hierro. Para algunos autores, la explicación de la presencia de pequeños hábitats y su dispersión en regiones como el Alto Tajo-Alto Jalón, la serranía soriana o la sierra de Albarracín, frente a otras como el Ebro o nuestra zona de trabajo en las que se aprecian yacimientos jerarquizadores de mayor tamaño, se debería a la existencia de vías de comunicación natural y la mayor potencialidad agrícola en estas últimas, que permitirían una mayor ventaja a los asentamientos en estas regiones que a los de las más pobres; esto permitiría el desarrollo de esquemas socioeconómicos más complejos que facilitarían la concentración de la población en grandes centros. También habría que tener en cuenta que a mayor altitud de los asentamientos estos tendrán menor tamaño, porque los grandes centros requería de buena accesibilidad al agua y a productos de consumo, mientras que los pequeños poblados presentarían una mayor especialización (Arenas 1999a: 213).
que a la imposibilidad de que los grupos dirigentes de los poblados centralizadores pudieran controlar efectivamente a los poblados secundarios o controlarlos de una forma mucho más intensa, a que este proceso de concentración de la población, al ser un fenómeno general, llevaría a situaciones de competencia entre diferentes centros rectores. Esto determinaría como mejor solución a la dispersión de la población, su incorporación dentro del recinto amurallado, para así impedir su captación por otro asentamiento vecino, pero también para incrementar la fuerza productiva del poblado aglutinador, lo que conllevaría un aumento de influencia política de cara a otros poblados que podrían estar realizando el mismo proceso (recuérdese el cercano castro de La Pedriza de Ligos unos 5 km de El Cerro del Castillo). Aparte de este proceso de competencia por los poblados dispersos, quizá la concentración sería la única solución en una sociedad que todavía no habría desarrollado los mecanismos propios del estado, como se verá a partir del Celtibérico Pleno y, sobre todo, Tardío, y que por tanto tendría difícil el control directo de las poblaciones dispersas y de la producción de sus excedentes.
En principio esta jeraquización del hábitat que hemos comprobado que existe en otras regiones, no tendría por qué conllevar a una situación de concentración de la población, como parece manifestarse en amplias zonas de la Meseta. Sin embargo, el que este fenómeno de sinecismo, que se ha atestiguada incluso en época tardía durante las guerras contra los romanos, sea un fenómeno general, como veremos a continuación, en diversas regiones, creemos que se debe posiblemente más
Este fenómeno de concentración de la población parece que se ha comprobado en otras comarcas del interior peninsular, fundamentalmente referido al Celtibérico Antiguo B, cuando se aprecia una escalada en el proceso de aglutinamiento, ahora ya no a base de los pequeños poblados, sino a base de absorber otra serie de poblados de mayor rango, como es, en el presente caso, el castro de La Antipared I, en el núcleo de Montejo, o del castro de Ligos, en las inmediaciones de Ayllón.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos
49 50 53 47 43 41 42
N 31 40 36 Provincia de Soria
5 7 24 18
59
Celtibérico Antiguo Aprovechamiento agrario: Labor
Pastos
Monte
Improductivo
Provincia de Guadalajara
Escala: radio de aprovechamiento de 5 km.
Figura 60: Superficie de aprovechamiento agrario durante el Celtibérico Antiguo: Cerro del Castillo (5), La Dehesa de Ayllón (7), El Cuervo (18), Los Cerrillos (24), Alto de La Semilla II (31), La Cañada (36), Peñarrosa (40), La Antipared I (41), La Antipared II (42), Valdepardebueyes (43), Las Torres (47), Fruto Benito (49), Cuesta Chica (50), Las Hoces (53) y Prado Barrio (59).
En todo caso, tuvo que ser un proceso de concentración de la población muy rápido, ya que si para el comienzo de esta etapa se señala el final del siglo VII a.C. y parte del VI con una serie de pequeños poblados, en el Celtibérico Antiguo B solo se mantienen los núcleos principales. Este proceso de concentración, a la vista de los paralelos que veremos tuvo que ser gradual y no sincrónico en todas las regiones cercanas a la nuestra; la primera fase de concentración se produciría durante el Celtibérico Antiguo A, y supondría la práctica desaparición de los pequeños poblados en la zona de Ayllón y en la de Montejo (salvo el caso de Las Torres – nº 47-).
Aparte de que el proceso de concentración de la población puede englobarse en un proceso general en amplias regiones, como estamos comentando, quizá otro factor que habría que tener en cuenta para la supervivencia de los centros es el del propio emplazamiento, en la línea de lo comentado anteriormente por Arenas (íd. 1999a: 213); así, La Antipared I y La Pedriza de Ligos son dos yacimientos muy elevados sobre sus respectivas vegas, a unos 100 y 90 m por encima de las mismas (Ortego 1960: 108; López Ambite 2002: 81-82) y, por tanto, con difícil accesibilidad al agua y otros recursos, por lo que también pudiera ser un elemento importante para su continuación en el tiempo, de ahí que ninguno pase del Celtibérico Antiguo B, frente al caso de El Cerro del Castillo de Ayllón, con un emplazamiento más accesible.
La segunda fase tendría lugar entre el Celtibérico Antiguo B y el Pleno, como veremos más adelante, donde
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5.- Celtibérico Antiguo
los núcleos resultantes de la anterior concentración se reducirán aún más en el caso de Ayllón, teniendo en cuenta la desaparición del asentamiento de La Pedriza de Ligos, y sobre todo en el de Montejo donde se puede intuir incluso un cambio de población al cercano yacimiento de Carabias, permaneciendo solo el poblado de Las Torres, probablemente dependiente del anterior, como luego comentaremos (fig. 58).
de El Soto, que en el resto de la provincia, en la parte celtibérica; en aquella de los 22 yacimientos del Primer Hierro, solo cuatro continúan (un 18%, que suponen el 66% de los de la siguiente etapa); por el contrario, en el resto de la provincia hay en esta etapa un 55% de nuevos poblados y un menor descenso en el número de yacimientos de la Primera Edad del Hierro (Gallego Revilla [2000]: 245, fig. 125).
Este abandono de una serie de poblados no parece que sea algo excepcional tanto en el Alto Duero como en el cercano grupo de El Soto. Por ejemplo, parece que en el siglo IV, sobre todo en su primera mitad, fecha que habría que corregir según lo que hemos visto para las cerámicas torneadas (Delibes et alii 1995a: 69; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 333-335 y 339), se abandonan muchos castros la serranía soriana, quizá salvo excepciones, como en el caso de El Royo, mientras que otros presentan ocupaciones de época celtibérica plena (Romero 1991: 363-365 y 370; Romero y Jimeno 1993: 206; Romero y Misiego 1995a: 71-72; Romero 1999: 157), pudiendo haberse dado una transición violenta que terminaría con la arevaquización de este territorio serrano (Lorrio 2000a: 146-147) o una asimilación pacífica tras un período de influencia y contacto (Jimeno y Arlegui 1995: 120).
Esta situación de abandono de poblados creemos que también se constata claramente en La Antipared I y en el cercano yacimiento de La Pedriza de Ligos. Igualmente se produjeron cambios fundamentales para la configuración de la cultura celtibérica que daría como resultado la existencia de poblados destruidos, que avalarían la inestabilidad propia de los primeros estadios de esta cultura en el Alto Jalón-Mesa (Martínez Naranjo 1997: 178-179), algo que también se ha constatado en la comarca de Molina a finales del VI o principios del V (Arenas 1999a: 181); destrucciones que hay que poner en relación con la crisis del Ibérico Antiguo (Burillo 1992: 214; íd. 1998: 204). Estos cambios en el poblamiento dieron lugar a que se llegara a definir un horizonte protoarévaco, paralelo al denominado protovacceo, es decir, una fase de transición entre la Primera y la Segunda Edad del Hierro (Martín Valls 1986-87: 60-63; Martín Valls y Esparza 1992: 260), que posteriormente fue desechado por otros autores (Sacristán 1986a: 73 y 83; Delibes y Romero 1992: 252-253; Romero y Jimeno 1993: 212).
En cuanto a los poblados de la zona centro y sur, también en el siglo IV a.C., si no se trata más bien del siglo V a.C., se aprecian una serie de abandonos (un 30% de todos los poblados de la provincia de Soria no presentan cerámica celtibérica), mientras que por otro lado surgen otros nuevos, como lo han destacado las diferentes prospecciones: un 43% de los asentamientos de la provincia de Soria son de nueva creación, lo cual coincide con la aparición de innovaciones en la arquitectura defensiva, aunque éstas suelen ser más propias del siglo II a.C.
Este mismo proceso de concentración se observa también en el centro de la cuenca del Duero, entre los poblados de El Soto, cuyo desarrollo concluiría en la profunda crisis de mediados del VI, primera mitad el V a.C. Desde esta época comenzaría un proceso de celtización del centro y oeste de la Meseta a partir del núcleo originario de la Celtiberia en el Sistema Ibérico, de forma escalonada y hacia el oeste de la Meseta, en el que se difundiría la nueva sociedad gentilicia y guerrera de los celtíberos (Almagro-Gorbea 1993a: 154-156). Entre estos cambios nos interesa destacar el abandono de poblados, el aumento del tamaño de los que persisten, la existencia de murallas irregulares y la aparición de las primeras necrópolis desde finales del V o principios del IV, sin que ello suponga una ruptura entre El Soto pleno y el mundo vacceo (Delibes et alii 1995a: 88-89 y 91; Sanz Mínguez 1997: 271, 505 y 507).
Algo parecido se ha podido constatar en la región sudoeste de Soria, donde de 10 yacimientos en la Primera Edad del Hierro, solo dos continúan en la Segunda (Heras 2000: 216). Así mismo, se aprecia una creciente jerarquización de los núcleos de población, dentro de un proceso general de abandono de los rebordes montañosos por las llanuras del centro de la provincia, un hecho que además parece darse en un momento posterior a la aparición de las cerámicas torneadas con decoración de bandas vinosas de influencia ibérica (Revilla 1985: 343; Borobio 1985: 181; Pascual 1991: 267; Romero 1991: 369-371; Morales 1995: 300; Jimeno y Arlegui 1995: 105-109; Lorrio 1997: 285).
También se aprecia en esta región una ruptura con el mediodía peninsular, de donde procedían buena parte de las influencias de esta cultura, implicaría una serie de transformaciones radicales y una mayor conexión con la zona oriental de la Meseta en detrimento del sur (Romero y Jimeno 1993: 200). Sin embargo, aunque se aprecian ciertos cambios a lo largo del siglo VI a.C., no parece que se pueda paralelizar lo ocurrido en el área ibérica con la evolución en El Soto (Delibes et alii 1995a: 87-88).
Para la provincia de Segovia se señala también un fuerte abandono de poblados de la Primera Edad del Hierro, ya que de los 60 yacimientos que había, solo perduran 17 (un 28% de los de la Primera Edad del Hierro, que suponen un 49% de los de la Segunda). También se ha destacado que esta considera drástica reducción fue más acentuada en la zona noroccidental o
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
174 108 13 37 89 87
215 91 183
99229
14
202 9 143bis 161 144 47 51 71
56 44 48 218 92bis 140 83
143 210
130 121
115
132 39 52 55
5
109 168
80 15429 97 196 79
61
24
171 170bis 16bis 32 25 88 C.M.S.R. 195 170bis 46 193 170 198 40 6 60 172 70 53 54 184 36 186 49 222 163 165 125 221 224 191 136 21 220 150 208 45 213 Edad del Hierro 19 162 205 156 34 62 20 188 Protoceltibérico 157
59 139 7 199 206
Hierro I Hierro I y II Hierro II Área de Prospección Área del mapa
123 93
Figura 61: Distribución de los asentamiento de La Edad del Hierro por términos municipales en la zona oriental de la provincia de Segovia a partir de los datos del Inventario Arqueológico Provincial: 24, Ayllón; 25, Barbolla; 40, Cantalejo; 44, Carrascal del Río; 53, Cerezo de Abajo; 56, Cobos de Fuentidueña; 109, Languilla; 115, Maderuelo; 130, Montejo de la Vega; 136, Muñoveros; 156, Pedraza; 161, Pradales; 165, Rebollo; 172, Riofrío de Riaza; 183, San Miguel de Bernuy; 191, Santo Tomé del Puerto; 193, Sebúlcor; 195, Sepúlveda; 205, Torreiglesias y 206, Torre Val de San Pedro.
movimientos de pueblos hacia el Mediterráneo; también en este ámbito se aprecian grandes cambios en las relaciones entre griegos, fenopúnicos, etruscos y romanos, que en última instancia provocarían el fin de Tartessos, así como cambios en toda el área ibérica; las hechos más palpables de esta crisis en la Península Ibérica se manifiestan por las destrucciones y abandonos de poblados y una nueva reestructuración del territorio que se plasma en algunas regiones en la concentración de la población y el amurallamiento de los asentamientos, así como el surgimiento de otros de nueva planta. El que tantos cambios coincidan en el tiempo permite sugerir una explicación común, que probablemente haya que relacionar con la existencia de contactos e intercambios con el área mediterránea, de ahí que las alteraciones del Mediterráneo Occidental provocarían cambios significativos en el sistema de relaciones establecido, repercusiones que serán diferentes en cada región, de acuerdo con el grado de relación con el Mediterráneo (Burillo 1986: 230; íd. 1992: 214; íd. 1998: 204).
Igualmente, en la transición del siglo VI al V a.C. y, sobre todo, a principios de este siglo se han detectado niveles de incendios generalizados en el Valle del Ebro que coinciden con esta etapa de cambios bruscos y reajustes que hemos comentado (Tramullas y Alfranca 1995: 277-278), como por ejemplo se aprecia en el valle del Huecha, Zaragoza en la primera mitad del siglo V a.C. (Aguilera 1995: 220). En definitiva, parece que estaríamos ante un fenómeno generalizado de abandono de poblados en la Meseta central y oriental, en el valle del Ebro y en otras zonas de la Península Ibérico entre los siglos VI y V a.C., que en el Alto Duero pudiera alcanzar el IV a.C., con las salvedades ya reiteradas; en todo caso se trataría de un proceso gradual que no tendría por qué ser sincrónico en todas estas regiones. Además este fenómeno general en la Meseta y el Sistema Ibérico coincide con grandes transformaciones en buena parte de Europa y el Mediterráneo. Así, en la Europa Occidental y Central se asiste a cambios trascendentales, como el final de la cultura de Hallstatt y el comienzo de la Tène, que provocaría importantes
En todo caso, esta serie de abandonos no implicaría un descenso demográfico; por el contrario se puede inferir un aumento demográfico en esta región, lo
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5.- Celtibérico Antiguo Hasta ahora se han barajado diferentes hipótesis que explican los cambios que ocurrieron a lo largo de la Primera Edad del Hierro en la Meseta central y oriental. Para algunos autores tendría que ver con la “tendencia natural” a la aglomeración de la población para conseguir una explotación más eficaz de los recursos y la elaboración y circulación de productos, algo que en el territorio del centro de la cuenca del Duero estaría relacionado con la celtiberización; en todo caso, las nuevas aglomeraciones tendrían que encontrar un punto de equilibrio entre los beneficios de esta situación y los costes de la misma, de ahí la necesidad de generar recursos que garanticen el sistema de la población y unas formas de organización y coordinación social eficaces (San Miguel 1993: 60 y 64-65).
que debió implicar, por otro lado, una serie de cambios sociales, observables en las ricas panoplias de sus cementerios, posiblemente símbolos exteriores de prestigio social y que diferencia este grupo del resto de regiones (García-Soto 1990: 25; Lorrio 1993: 306 y 308; íd. 1997: 261). Llegado a este punto, habría que preguntar cuál pudo se la causa de que comenzase este proceso de concentración del hábitat. Ya hemos comentado que en sociedades que no han alcanzado todavía la forma de organización del Estado, el dominio sobre determinadas poblaciones dispersas en su territorio sería complicado, por lo que debería concentrar a estos habitantes para ejercer un control mucho mayor sobre la producción de los mismos; la otra explicación podría tener que ver con el proceso de concentración que llevaría a una mayor competencia entre núcleos para adquirir una categoría que les impidiese ser absorbidos por los otros centros vecinos. En todo caso, el resultado es que asistimos a un proceso de concentración de la población que comienza tempranamente y no parece haber terminado en el momento del enfrentamiento con Roma.
Para otros autores la ciudad surge en el marco de la sociedad compleja con división de trabajo, con la presencia de no productores y la existencia de excedentes; además, la ciudad se puede identificar como un centro de categoría y tamaño mayor que los asentamientos dependientes. Con estas premisas, para Burillo el surgimiento de la ciudad habría que retrotraerlo hasta finales del V o primeros del IV a.C., frente a las tesis tradicionales que señalaban fechas muy posteriores, aunque más que ciudades, este mismo autor propone la existencia de centros más pujantes que otros (Burillo 1998: 204, 211 y 218-221). Nosotros creemos que el comienzo de este proceso habría que verlo incluso en una época anterior, lo que no significa que ya desde el principio del Celtibérico Antiguo A pueda hablarse de ciudades, pero sí de inicio del proceso de concentración de la población, por la que unos poblados determinados van a entrar en competencia con otros y a la postre algunos van a desaparecer a costa de otros.
El problema es por qué se inicia este proceso. Según la tesis de Ortega, el sistema de castros conllevaba el control de la aparición de poblados de mayor tamaño que los pequeños castros, o lo que denomina como poblados intermedios entre el castro y la ciudad. Por otro lado, se habla de la aparición de la ciudad en una etapa posterior, pero da la sensación de que aparecería de una forma espontánea y rápida. Nosotros aquí planteamos que este proceso de concentración de la población, que sería paralelo al del surgimiento de la ciudad, y teniendo en cuenta lo que hemos documentado e interpretado con los resultados no siempre todo lo reveladores que nos gustará que fuesen, tendría que ser más temprano de lo que se piensa, ya en el Celtibérico Antiguo, cuando se detectan poblaciones intermedias entre el castro y la posterior ciudad, en contra de lo que propone Ortega (íd. 1999: 422-424).
En esta línea estarían otros autores que proponen que la ciudad surgiría por la necesidad de incrementar y ejercer un mayor control sobre los excedentes procedentes de los asentamientos más pequeños; este proceso de control generaría tensiones entre los diferentes centros, provocando el aglutinamiento de poblados en determinados centros (Jimeno y Arlegui 1995: 121). Este fenómeno de concentración de la población iría unido al surgimiento de los grandes oppida en otras regiones peninsulares (Burillo y Ortega 1999: 135). Quizá se trate de un fenómeno que surgió a la vez que la forma de poblamiento en castros, en donde la competencia por el territorio, el control de determinados productos y vías de comunicación desencadenó un tipo de sociedad guerrera con una arquitectura militar importante, que desde el principio está aglutinando comunidades dispersas; dicho proceso parece acelerarse a lo largo del siglo V a.C. por diferentes razones.
Respecto a que este proceso de concentración se produzca en algunas regiones y en otras no, en las que sería válida la propuesta de Ortega, se han planteado algunas hipótesis, que parten de la configuración del territorio, sus características físicas o sus vías de comunicación que posibilitaría el desarrollo de centros mayores en las zonas mejor dotadas de estas características, frente a otras regiones más pobres o peor comunicadas (Arenas 1999a: 213). Nos parece que en este tipo de argumentos prevalece una cierta visión determinista de la geografía de ciertas regiones consideradas como tradicionalmente pobres. En este sentido, no creemos que haya grandes diferencias en cuanto a recursos o vías de comunicación entre la zona de Molina de Aragón y el nordeste segoviano. Por todo ello, consideramos que la explicación hay que buscarla en otras circunstancias diferentes de los condicionamientos geográficos, que son eso, condicionamientos, pero nada más.
El conocimiento que tenemos en especial de los cementerios, más que de los poblados, nos informa de la existencia de una sociedad desigual, cuyo precedente podría estar incluso en la etapa del Bronce Final (Almagro-Gorbea 1994: 21), y en la que destacaría un grupo guerrero que posiblemente recibiría los bienes de
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Lámina 14: Peñarrosa (Mazagatos).
prestigio del citado comercio colonial (Lorrio 1997: 144, 314-315; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28), y de la cual son evidencias las cerámicas torneadas, así como de la importante industria metalúrgica producida en sus poblados, quizá ya con grupos especializados de artesanos.
importante para la explotación sobre todo de hierro y de otros metales en menor proporción. Por el contrario, La Antipared I, más que centralizar recursos potencialmente atractivos para el mercado colonial, lo que sí realizaba era controlar una vía de comunicación, que al menos desde un punto de vista regional, sería importante, en la conexión entre el piedemonte de la Sierra y la cuenca del Duero, regiones cuyo diferencial de producción podría determinar la existencia de intercambios de excedentes. Aparte de esta localización estratégica, La Antipared I ejercería un control sobre los importantes pastos de la Serrezuela y su situación de enclave fronterizo entre dos grupos de población diferentes, como ya hemos comentado.
Es posible que este deseo de un mayor control de excedentes llevase a una política agresiva hacia otros pueblos, en la línea de lo expuesto por Almagro-Gorbea para la generalización de los castros en relación con el control de los pastos para la ganadería ovina (AlmagroGorbea 1994: 21; íd. 1999b: 36-37; íd. 2005: 34), como parece que se plantea para el caso de los castros sorianos (Lorrio 1997: 269; íd. 2000a: 146-147), pero que pudo empezar dentro de su propio territorio dirigiéndose hacia las poblaciones dispersas.
En nuestro caso, aunque no se puede hablar todavía de los fenómenos de concentración de la población en época temprana, en los que el resultado final sería el surgimiento de la ciudad, algo que veremos en el siguiente capítulo que se refiere al Celtibérico Pleno y Tardío, sí creemos que estaríamos ante el comienzo de este proceso de concentración, en un momento, por tanto, muy antiguo dentro del desarrollo de la cultura celtibérica. Este proceso coincide y, posiblemente, depende de la creciente jerarquización social, apreciable más que en las diferencias de hábitat, en los abundantes ajuares funerarios. Esta nueva clase dominante iría incrementado su poder no solo sobre el resto de su conciudadanos, sino, y lo que creemos que se puede detectar en nuestra zona de trabajo, sobre las poblaciones dispersas, a las que obligaría a afincarse en los poblados centrales, como modo de poder controlarlos a ellos y a sus excedentes.
Otros investigadores piensan que la causa de esta concentración sería el desarrollo del comercio colonial, que demandaría materias primas del interior, en especial minerales, pero también productos agropecuarios (Arenas 1999a: 239 y 249-251; íd. 1999b: 199-201; íd. 1999c: 86-88; Cerdeño et alii 1999: 307). Según esto, la existencia de una sociedad desigual, ya desde los primeros momentos de la configuración de la cultura celtibérica, determinaría que las clases dirigentes, en su deseo de controlar los recursos con los que intercambiar por productos coloniales, buscarían el control de una serie de poblaciones dispersas. En este sentido, recordamos como El Cerro del Castillo se encontraría en una zona potencialmente
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5.- Celtibérico Antiguo
Como veremos más detenidamente en el siguiente apartado, este proceso de concentración generaría tensiones entre los diferentes poblados principales, que a continuación entrarían en conflicto entre sí, desapareciendo muchos de ellos en el tránsito del Celtibérico Antiguo B y el Celtibérico Pleno. Si lo que en principio solo suponía controlar los excedentes de estas poblaciones dispersas, más adelante, la situación de conflictividad generada en este contexto de apropiación
de estas poblaciones desembocaría en una sociedad aún más guerrera, que a su vez generaría nuevas situaciones de conflictividad ya fuera de su entorno, en una espiral en la que los poblados que no alcanzaran un determinado techo podrían ser absorbidos por los más dinámicos y/o combativos. Este proceso, con antecedentes tan tempranos continuaría hasta la época tardía, momento en el que las fuentes clásicas todavía constatarán estos procesos de aglutinamiento o sinecismo.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Los poblados mantuvieron las características generales del período anterior hasta finales del siglo V a.C.; a partir del IV se abandonan muchos lugares, tanto castros de la serranía, como del centro de la provincia de Soria, mientras que por otro lado surgen otros nuevos; también se aprecia una creciente jerarquización de los núcleos de población (Romero 1991: 369-371; Jimeno y Arlegui 1995: 105-109; Lorrio 1997: 285; Heras 2000: 267; Lorrio 2005a: 54). Tampoco se aprecian cambios en el Alto Tajo-Alto Jalón; en esta época parece que en el Alto Tajo-Alto Jalón continúan los patrones de asentamiento anteriores caracterizados por la presencia de poblados de tipo castro, en donde ya se va conformando una cierta jerarquización del hábitat, pero sin que se pueda evidenciar un fuerte desarrollo urbano (Cerdeño y García Huerta 1990: 84-85; Lorrio 1997: 275 y 284).
6. Poblamiento del periodo Celtibérico Pleno y Tardío en la zona de prospección1 6.1.- Introducción al Periodo Celtibérico Pleno y Tardío Continuando en el tiempo, el proceso de etnogénesis de los pueblos de la Segunda Edad del Hierro, que habría comenzado ya en la etapa anterior, se mantiene durante el Celtibérico Pleno en las comarcas del Sistema Ibérico. Atendiendo a los ajuares de las necrópolis, cuya panoplia militar estaría plenamente configurada desde principios del Celtibérico Pleno (Lorrio et alii 1999: 166), se pueden diferenciar regiones geográfico-culturales de gran personalidad: una de ellas sería la del Alto Tajo-Alto Jalón (Cerdeño y García Huerta 1990: 78-82), que hoy por hoy no se puede adscribir claramente a una etnia celtibérica concreta (Burillo 1998: 200-201; Lorrio 2000a: 135-136), y otra sería la del Alto Duero que se correspondería con el pueblo de los arévacos (Lorrio 1997: 275).
También se generaliza ahora el urbanismo de calle central con casas de planta rectangular, realizadas con mampostería trabada con barro, al menos en el zócalo, que a veces está excavado en la roca, como ocurre en Termes (Romero 1991: 175; Argente y Díaz 1994: 230-231), con medianerías comunes y muros traseros cerrados a modo de muralla y los torreones cuadrangulares en murallas, así como otros elementos defensivos (García Huerta 1990: 877-879; Martín Valls y Esparza 1992: 269-270; Jimeno y Arlegui 1995: 109; Lorrio 1997: 274 y 286; Cerdeño 1999: 74-77). Parece que el tipo de viviendas seguiría un modelo estandarizado que se repite en todos los yacimientos, donde en los niveles del siglo VI aparecen con viviendas bipartitas y tripartitas, para a continuación pasar a viviendas de 18 ó 19 m², que albergarían a familias nucleares que serían de tipo igualitario, sin división de clases según algunos autores (Ortega 1999: 422), lo cual estaría en contradicción con lo que se viene afirmando para las necrópolis, según otros (Lorrio 1997: 275).
En general, se aprecia una creciente diferenciación social en ambas áreas, en donde aparecen ajuares funerarios excepcionalmente ricos, así como un aumento del número de cementerios que indicaría un incremento de población y, por tanto, una ocupación más sistemática del territorio; la importante concentración de ajuares de prestigio reflejaría la existencia de una aristocracia guerrera cuyo momento de esplendor habría que remontarlo al siglo V a.C. (Lorrio 1997: 275; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28; Lorrio 2005a: 54; íd. 2005b: 273-275). En el Alto Duero parece que asistimos, durante los siglos V-III a.C., a un desplazamiento de los centros regidores de la Celtiberia hacia esta región, en relación con uno de los pueblos con mayor empuje, los arévacos, quizá en relación con el control de determinadas materias primas (la sal o el hierro) y de las rutas de comunicación (Jimeno y Arlegui 1995: 100-101; Lorrio 1997: 275 y 280; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28; íd. 2005a: 54). Esta sociedad debió tener un fuerte componente militar, como lo atestiguan los ajuares militares de las necrópolis, algo que diferencia el grupo del Alto Duero del resto de los pueblos de la Meseta (por ejemplo, las necrópolis vettonas -Álvarez-Sanchís 1999: 175-), y que parece que en esta fase se generalizarán más entre la población, frente a lo que pasaba en la etapa anterior (García-Soto 1990: 24-25; Lorrio 1993: 296 y 308; íd. 1997: 280; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28; Lorrio 2005a: 54; íd. 2005b: 277).Por el contrario, en determinadas regiones del Alto Tajo-Alto Jalón, especialmente en el Alto Tajuña o en la comarca de Molina, asistimos desde finales el siglo IV a.C. y sobre todo en la tercera centuria a un empobrecimiento de los ajuares, que conlleva a la práctica desaparición de las armas (Cerdeño y García Huerta 1990: 80-82; García Huerta 1990: 940; Lorrio 1997: 289 y 315-316; íd. 2000a: 134-136). 1
En cuanto a la cultura material, durante este período Celtibérico Pleno hay un gran desarrollo de la cerámica a torno, denominada generalmente celtibérica, con unas formas y una decoración característica, y que se va a generalizar por amplias zonas de la Meseta (García Huerta 1990: 938; Lorrio 1997: 274); por ello, se tomó como punto de partida de un fenómeno primero de invasión y después de aculturación que unificaría culturalmente todos esos grupos diferentes surgidos en la transición del Hierro I al II en la Meseta (Martín Valls 1986-87: 78-79; Martín Valls y Esparza 1992: 259 y 275276), circunstancia que hoy se pone en duda para el centro de la cuenca del Duero, en donde se prefiere insistir en las diferencias entre vacceos y arévacos (Delibes et alii 1995a: 96; Burillo 1993: 233-234; íd. 1998: 202-203). También es el momento en que se asiste a un gran desarrollo de la metalurgia de hierro y bronce, sobre todo en la zona comprendida por el Alto Henares, Alto Tajuña, Alto Jalón y la zona sur de la provincia de Soria, con nuevos tipos de armas y adornos, bien documentadas entre los ajuares de las necrópolis, que demuestran la
Vid. López Ambite 2008.
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío escalonado del mismo yacimiento, que pudo ser un posible comitium, o la Puerta del Oeste (García Huerta 1990: 948-949; Jimeno y Arlegui 1995: 113-115; Almagro-Gorbea 1999a: 38-39; Martínez Caballero y Mangas 2005: 172-173; Almagro-Gorbea 2005: 35; Jimeno 2005: 123), con una cronología de la segunda mitad del siglo I a.C. hasta mediados del I d.C. o incluso hasta principios del II d.C. (Argente y Díaz 1980a: 184; Argente 1984: 262).
pericia alcanzada por los artesanos de esta región (García-Soto 1990: 26; García Huerta 1990: 939; Martín Valls y Esparza 1992: 261-262; Jimeno y Arlegui 1995: 120; Lorrio 1997: 274; Lorrio et alii 1999: 166 y 172; Lorrio 2005a: 54). La siguiente fase correspondería con la Celtiberia histórica o el período denominado Celtibérico Tardío. En esta época, que comienza a partir de finales del siglo III a.C. para Lorrio (íd. 1997: 286, fig. 110; íd. 2000a: 100) o algo más tarde, a partir de mediados del siglo II, para Arenas (id. 1999a: 177 y 190-191), la Celtiberia se enfrentará al imperialismo de Roma, que acabará dominando su territorio, aunque ya desde mediados del siglo III a.C. la intervención de los Bárquidas y en especial la presencia de Aníbal en la Meseta Norte, tuvo que producir una profunda convulsión sociocultural, con destrucciones y movimientos de gentes, acentuada con la participación masiva de mercenarios en la Segunda Guerra Púnica (AlmagroGorbea 1999a: 36), de cuya cultura aparecen una serie de indicios en los poblados y necrópolis (Martín Valls y Esparza 1992: 272-273).
Igualmente se van a adoptar dos de los elementos más característicos de la vida urbana: a finales del siglo III a.C., la escritura en alfabeto ibérico primero y latino después (Hoz 1995: 12-24), utilizada en multitud de documentos, en especial para consignar leyes escritas en bronce, así como la existencia de archivos (AlmagroGorbea 1999a: 41; Lorrio 1997: 286; Burillo 1998: 260; Almagro-Gorbea 2005: 35); y en segundo lugar, la acuñación de moneda a partir del siglo II, con tipos y metrología derivados de la moneda ibérica, moneda que se usaría para el pago de tasas y tributos, lo que implica la existencia de tesoros o una administración pública controlada por las elites ecuestres, al menos en el valle del Ebro, que a su vez impondrían sus tipos en dichas emisiones (Villaronga 1979: 195 y ss.; id. 1994; Burillo 1998: 237-238; Almagro-Gorbea: 2005: 35).
A partir de ahora, además del registro arqueológico, contamos con los testimonios de las fuentes clásicas que enriquecen la visión que tenemos de los celtíberos, aunque a veces también producen confusiones difíciles de resolver (Burillo 1998: 14 y ss.; Lorrio 2000a: 101). También es el momento de mayor desarrollo de su cultura, culminando el proceso de asimilación de elementos mediterráneos, en especial ibéricos, que se aprecia desde la configuración compleja de esta cultura de carácter urbano (Sacristán 1986a: 94-95; García-Soto 1990: 38; Almagro-Gorbea 1993a: 150; Lorrio 1997: 286-287; Almagro-Gorbea 1999a: 51; íd. 1999b: 42-44; íd. 2005: 35), aunque para otros autores la asimilación de elementos ibéricos, que supondría una cierta homogeneización de la cultura de los pueblos prerromanos, tendría que ver más con el proceso de romanización tras la conquista romana (Arenas 1999a: 190).
Otra característica es la proliferación de productos artesanales de gran originalidad, como en el caso de la cerámica pintada, la metalurgia, para la que incluso se ha señalado una cierta estandarización, la orfebrería, etc. (Martín Valls y Esparza 1992: 261; Lorrio 1997: 286-287; Lorrio et alii 1999: 167, 173 y 179-180; Lorrio 2000a: 100). La organización política en estos momentos, según se desprende del análisis arqueológico y las fuentes históricas, se estructuraría a partir de pequeños estados organizados en torno a ciudades fortificadas (Salinas 1996: 10 y 16-17; Almagro-Gorbea 1994: 31; íd. 2005: 35), que se acercan al concepto de polis clásica, es decir, un estado que comprende un núcleo urbano y un territorio cada vez más amplio, con diferentes asentamientos rurales dependientes, en algunos casos del tipo castro (Burillo et alii 1995: 232; Burillo 2005b: 117), como confirma la numismática (Burillo 1998: 244), que controlarían un territorio, y donde no parece que la etnia suponga algo más que una entidad superestructural que en determinados momentos de crisis puede aglutinar a varias ciudades (Burillo 1998: 145). Parece ser que esta estructura socioeconómica y organización territorial podría haber perdurado en el tiempo y encontrarse fosilizada en determinadas regiones de montaña, como en la Sierra de Albarracín, según estudios de etnoarqueología realizados en la misma por AlmagroGorbea (íd. 1994: 48-60).
Para Lorrio (íd. 1997: 286-287; íd. 2000a: 100), las características fundamentales de la cultura celtibérica en este período son: el surgimiento de los oppida y otra serie de asentamientos (un 73% los de nueva planta en la provincia de Soria), que implica, a su vez, una ocupación intensiva del territorio y que suponen la existencia de una jerarquización de hábitat, en relación con la aparición de unas elites guerreras de tipo gentilicio (Almagro-Gorbea 1994: 31-33; Jimeno y Arlegui 1995: 109-110; Lorrio 1997: 286-287; Almagro-Gorbea 1999a: 36; Lorrio 2005b: 278); un urbanismo mal conocido, pero que parece depender del de los castros de los Campos de Urnas (Almagro-Gorbea 1994: 26-28; íd. 1999a: 38; íd. 1999b: 44; Jimeno 2005: 122-123); o la construcción de murallas más complejas, que podrían considerarse como verdaderas arquitecturas de prestigio o monumentales, así como auténticos monumentos, como por ejemplo el templo poliádico en la acrópolis de Termes, o el edificio
Estas ciudades-estado serán controladas por unas elites guerreras a partir del siglo III a.C., que se dotarán de una organización política más compleja, con senado, magistrado dirigidos por pretores, tal vez un tesoro e
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) (Delibes et alii 1995: 89; Sanz Mínguez 1997: 505), pero que no todos los autores corroboran (Sacristán 1986a: 52; íd. 1997: 56).
incluso tabularium (Lorrio 1997: 289 y 291; AlmagroGorbea 1994: 33; íd. 1999a: 41; Lorrio 2000a: 100; íd. 2005b: 278), aunque Burillo cree que tiene que ser anterior, sobre todo para el caso de las ciudades del Ebro (Burillo 1998: 220). Este proceso tuvo que darse después de la crisis del siglo V a.C., en el IV, cuando se aprecia ya el proceso de concentración de la población (Burillo 1998: 349).
Esta aculturación de las gentes de El Soto debió contar con influencias procedentes de diferentes zonas, siendo fundamental el sur peninsular hasta mediados del siglo VI a.C. en que la desaparición de Tartessos pudo afectar drásticamente a las regiones del interior, lo que implicaría un desarrollo más autárquico y aceleraría el proceso de transformación del grupo soteño (Burillo 1992: 214; Romero y Jimeno 1993: 200; Burillo 1998: 204). Por el contrario, otros investigadores prefieren pensar en una continuidad de los influjos meridionales, que no tendrían por qué ser igual en todas las regiones (Delibes et alii 1995a: 89; Sanz Mínguez 1997: 505). De hecho existen dos visiones respecto a este asunto: la que sugiere una discontinuidad entre los primeros influjos meridionales, una especie de prólogo de los posteriores y más importantes procedentes del Valle del Ebro (Sacristán 1986a: 127; Barrio 1993: 203) y los que no aprecian esta discontinuidad, manteniendo los dos focos de influencia a lo largo de todo el período (Delibes et alii 1995a: 95; Sanz Mínguez 1997: 510).
El proceso romanizador, iniciado con las Guerras Celtibéricas, y que supuso un cambio fundamental en la economía de la Meseta (Salinas 1996: 10), se irá evidenciando a partir de la caída de Numantia, en el 133 a.C., sobre todo en el Valle del Ebro (Burillo 1998: 225), pero también en otras partes del Sistema Ibérico (Arenas 1999a: 190), culminando en el siglo I d.C., cuando los oppida celtibéricos se conviertan en ciudades romanas, algunas con rango de municipium (Lorrio 1997: 287; íd. 2000a: 100; Jimeno 2005: 126127), aunque hasta este momento perduraría el uso de las necrópolis como en el caso de Carratiermes (García-Soto 1990: 35-37; Martínez y Hernández 1992: 806). Las necrópolis de este período presentan un cierto empobrecimiento de los ajuares en cuanto a armas y joyas (García-Soto 1990: 34), que desaparecen en los cementerios del Alto Tajo-Alto Jalón (Cerdeño y García Huerta 1990: 80-82; García Huerta 1990: 940), que puede deberse a un cambio en el orden social, en relación con el surgimiento de una sociedad urbana, que implicaría una modificación en el ritual funerario o a la extensión de relaciones de dependencia con el surgimiento de los oppida (Ruiz-Gálvez 1990: 343; Lorrio 1993: 296-297; íd. 1997: 289 y 315-316; íd. 2000a: 134-136).
En todo caso, se viene postulando la existencia de un período de crisis desde finales del siglo V a principios del IV a.C. en el Duero, Extremadura y sudoeste peninsular del que surgiría el modelo de poblamiento basado en el oppidum de un forma menos gradual y tranquila de lo que piensan los autores anteriormente citados, sino todo lo contrario, es decir, mediante un proceso de concentración de la población de forma forzada (Burillo y Ortega 1999: 135).
Por último y para comprender la articulación de esta fase, Sacristán define en su Tardoceltibérico un período que arrancaría en época de Sertorio y que terminaría en el cambio de era. Este período se caracterizaría por una serie de transformaciones en la cerámica y en su decoración pintada debido al influjo de la vajilla romana, al mismo tiempo que se aprecian unas serie de cambios en el hábitat de la Meseta Oriental y Central (Sacristán 1986a: 225-229).
Por otro lado, hay que tener en cuenta el proceso de celtización de la Meseta a partir de el núcleo originario de la Celtiberia en el Sistema Ibérico, de forma escalonada y hacia el oeste de la Meseta, en el que se difundiría la nueva sociedad gentilicia y guerrera de los celtíberos (Almagro-Gorbea 1993a: 154-156). Esta celtización del mundo soteño debió producirse a finales del V o principios del IV a.C. e indicios de ello sería el aumento del tamaño de los poblados, constatado en épocas posteriores, pero que debió comenzar en este momento, y la existencia de murallas irregulares que podrían corresponder a esta época (Sanz Mínguez 1997: 507).
Si dejamos el Sistema Central y nos acercamos al centro de la cuenca del Duero, es decir al ámbito vacceo, se aprecia que durante el siglo V a.C. se va a dar una serie de cambios fundamentales en el grupo soteño, como son el aumento del tamaño de los núcleos y su distribución en el espacio, la aparición de las primeras necrópolis, ciertas transformaciones sociales (en la línea de una jerarquización social con el surgimiento de elites guerreras), intensificación de los intercambios, difusión de la metalurgia del hierro, utilización de la cerámica a torno, etc. Cambios trascendentales, pero que en todo caso no suponen una ruptura entre El Soto pleno y el mundo vacceo, de ahí que se prefiera ver una continuidad poblacional, por una serie de rasgos que perduran desde El Soto pleno, tanto de emplazamiento como de cultura material, frente a las anteriores tesis invasionistas
En definitiva, se postula una continuidad gradual o brusca, desde el grupo de El Soto hasta el mundo vacceo, al que ya se refieren las fuentes clásicas desde fechas tan tardías como finales del siglo III a.C., ofreciendo una información muy breve de los mismos. El problema estriba en la identificación de estos pueblos prerromanos a los que se refieren las fuentes y las diferentes culturas arqueológicas que existen en el ámbito de la Meseta Norte, problemas a los que ya se han referido otros autores (Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero 1992: 472-475; Delibes y Romero 1992: 233; Burillo 1993: 228).
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
Provincia de Burgos
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Provincia de Guadalajara
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Provincia de Segovia
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1400
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1800
Celtibérico Antiguo
2000
y Pleno Pleno-Tardío
Zona de prospección
Aislado P/T
Figura 62: Distribución de los yacimientos del Celtibérico Pleno y Tardío: Cerro del Castillo (5), La Dehesa de Ayllón (7), Los Quemados I (8), yacimientos de la zona de Carabias (9‐15), Carabias A‐6 (16), Valdeserracín (29), Las Torres (47), Peña Arpada (48), Santo Domingo (56), Valdevacas A‐ 1 (60) y Villalvilla A‐5 (62).
se aprecia el impacto romano y donde es preferible hablar más que del celtiberismo tardío, de tradición celtibérica, al menos en la cuenca medio-oriental del Duero (Sacristán 1986a: 221-222).
A lo largo del desarrollo de esta cultura se aprecian dos fases, según las cerámicas pintadas; una, que Sacristán denomina Celtibérico clásico, a lo largo de los siglos III y principios del I a.C., y que como se ha visto habría que adelantar al siglo IV, y otra tardía, a partir de las guerras sertorianas y que alcanza hasta la introducción de la tsh; este cambio parece que fue muy rápido en Rauda, estando conformado este celtiberismo tardío a mediados del siglo I a.C. y perdurando hasta el siglo II d.C. (Sacristán 1986a: 131-132 y 225). Este desarrollo del celtiberismo pleno coincide con la conquista romana, sin que parezca que ningún elemento romano perturbe aparentemente el desarrollo indígena hasta al menos el I d.C. (Sacristán 1986a: 133-134). A partir del siglo I d.C.
6.2.- Características del poblamiento En este apartado, por tanto, nos vamos a referir de forma conjunta a los periodos Celtibérico Pleno y Tardío. En primer lugar, durante el Celtibérico Pleno, que abarca desde el siglo V, sobre todo su segunda mitad, hasta el III a.C., parece que asistimos, a un desplazamiento de la Celtiberia hacia la región del Alto
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) En el núcleo de Montejo-Carabias continúa el poblamiento de Las Torres (nº 47), ahora asociado al yacimiento en llano de Peña Arpada (nº 48) y el del propio oppidum de Los Quemados I de Carabias I (nº 8), junto a los pequeños yacimientos en llano: Los Quemados II (nº 9), Carracarabias I (nº 10), Arroyo de la Hoz (nº 11), Carrapradal (nº 12), La Dehesa (nº 13), Hoyo Mandrinas (nº 14), Carracarabias II (nº 15), y el hallazgo aislado de Carabias A6 (nº 16). Además, encontramos otros dos hallazgos aislados en Valdevacas A1 (nº 60) y en Villalvilla A-5 (nº 62), éste más dudoso.
Duero, en relación con uno de los pueblos con mayor empuje, los arévacos, posiblemente debido al control de determinadas materias primas, como la sal o el hierro, y de las rutas de comunicación (Jimeno y Arlegui 1995: 100-101; Lorrio 1997: 275 y 280; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28). A continuación vendría el Celtibérico Tardío que comienza a partir de finales del siglo III a.C. para Lorrio (Lorrio 1997: 286, fig. 110; íd. 2000a: 100) o a partir de mediados del siglo II para Arenas (Arenas 1999a: 177 y 190-191), época en la que la Celtiberia se enfrentará al imperialismo de Roma. Desde este momento, además de las fuentes arqueológicas, contamos con los testimonios de las fuentes clásicas que enriquecen la visión que tenemos de los celtíberos, aunque a veces también producen confusiones difíciles de resolver (Burillo 1998: 14 y ss.; Lorrio 2000a: 101). Se considera a este periodo el de mayor desarrollo de su cultura, culminando el proceso de asimilación de elementos mediterráneos, en especial ibéricos, que se aprecia desde la configuración compleja de esta cultura de carácter urbano (Sacristán 1986a: 94-95; García-Soto 1990: 38; Almagro-Gorbea 1993a: 150; Lorrio 1997: 286-287; Almagro-Gorbea 1999a: 51; íd. 1999b: 42-44).
El cambio más significativo es que ahora el núcleo de Montejo pasa a ser dependiente de otro poblado, ya que el castro de La Antipared I se despuebla, sin llegar a alcanzar las producciones celtibéricas plenas, mientras que el poblado de Las Torres (nº 47), que ya considerábamos dependiente del castro, por proximidad geográfica (750 m) y por control estratégico, perdura durante el Celtibérico Pleno y Tardío, con unas dimensiones, que como comentaremos en el apartado correspondiente, serían de unas dos o tres Ha. A esta situación se añade la cercanía con respecto al oppidum de Los Quemados I, a unos 12 km, poblado de reciente creación y que podría suponer un traslado de población desde La Antipared I, quizá en relación con el aprovechamiento y control de los importantes pastos de la Serrezuela.
Poblamiento
Esta novedad lo es además, porque si comparamos con el poblamiento en la provincia de Segovia, veremos que no aparecen grandes asentamientos en los interfluvios (Barrio 1999a: 168), como en el caso de Los Quemados I. Esta circunstancia también se registra en el centro de la cuenca del Duero, donde los yacimientos se acomodan a la red fluvial mayor, desestimándose los afluentes que cortan el páramo, a veces con vegas nada desdeñables desde el punto de vista agrícola; sin embargo, en la Tierra de Campos y en los núcleos arévacos de la provincia de Burgos y Soria sí que aparecen asentamientos alejados de esta red fluvial mayor (Sacristán et alii 1995: 353).
En nuestra zona de estudio se mantienen los dos núcleos de poblamiento en la zona oriental de la provincia de Segovia del periodo Celtibérico Antiguo, pero con cambios importantes en cuanto al modelo de poblamiento, en la línea de lo anteriormente expuesto sobre la concentración de la población (fig. 62). A los dos núcleos anteriores, Montejo y Ayllón (ya hemos comentado cómo el núcleo de Maderuelo no alcanza el Celtibérico Antiguo B), ahora se añade el de Los Quemados I de Carabias, es decir, en la zona de la Serrezuela, más en concreto en las estribaciones del macizo que le da nombre, en su parte oriental, donde antes carecíamos de datos para hablar de población en esta comarca.
La concentración de la población que ocurre en el paso del Celtibérico Antiguo B al Celtibérico Pleno, va a determinar el aumento de las distancias entre asentamientos. Así, la distancia al asentamiento más próximo de categoría superior (oppidum), que en el Celtibérico Antiguo era de 11,5 km (referida a los castros), ahora aumenta hasta los 16 km. Se trata de una distancia media superior a la que se ha establecido para el noroeste de la provincia de Segovia, en el área vaccea, que da una media de 11,25 sin contabilizar los pequeños asentimientos, que están en los alrededores de los grandes, por lo que no jugarían un papel estratégico de conexión (Gallego Revilla [2000]: 267-268).
En el núcleo de Ayllón se han registrado los yacimientos de El Cerro del Castillo o La Martina (nº 5) y la necrópolis de La Dehesa (nº 7), que aunque no presenta evidencias posteriores, es decir de las etapas Plena o Tardía, se manifiesta por parte de uno de sus investigadores la existencia de las mismas (Barrio 1999a: 139). Además, encontraríamos los hallazgos aislados de Santo Domingo (nº 56), con una fíbula de La Tène del tipo 8 A-I (Argente 1994: 93, 95 y 107-108) y el también hallazgo aislado de Valdeserracín (nº 29), un yacimiento que junto a cerámica a torno tosca y algún fragmento a mano sin identificar, aportó un fragmento de tsh y una moneda de la ceca de Celsa con una fecha de finales del II, primera mitad del siglo I a.C. (Álvarez Burgos 1982: 102, nº 501), lo que haría referencia a esta época, si es que no se trata de una perduración; en todo caso se trataría de un hallazgo aislado.
Para el resto de la provincia, en el ámbito celtibérico, la distancia media a todo tipo de poblados, grandes o pequeños, es de 2,9 km, muy similar a la de nuestra zona de trabajo, de 2,5 km, mientras que si se
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío Si comparamos nuestros datos con los de cuenca del Duero, veremos que la distancia teórica que separa a los poblados vacceos es de 20 km, similar a la de los poblados del nordeste de Segovia, lo que determina una escasa densidad de población en la zona central de la cuenca del Duero; sin embargo, en la práctica la distancia media entre yacimientos vecinos es menor, de unos 12 km, por la relativa concentración de yacimientos en algunos sectores. De todas formas, hay unas distancias reales amplias entre vecinos a lo largo de importantes líneas de población; en la posterior vía autrigona la distancia media es de 20 km, en el Arlanza-Pisuerga oscila entre 13 y 35 km (Sacristán et alii 1995: 352 y 361).
toman en cuenta los grandes y medianos poblados, esta distancia aumenta hasta los 9,7 km; en este sentido, se señala que en esta zona celtibérica los poblados medianos, de entre 3 y 5 ha sí jugarían un papel estratégico; por último, si se toma en cuenta los grandes, la distancia sería de 21,7 km, mayor a nuestros 16 km, pero similar a nuestra distancia media en este caso referida a los cinco vecinos más próximos, que sería de 23 km (Gallego Revilla [2000]: 267-268). Estos datos son mucho mayores que los de la provincia de Valladolid, por ejemplo, donde la media de la distancia al vecino más próximo, sea la categoría que fuera, es de 7,53 km en el Vacceo Inicial y 9,77 en el Vacceo Clásico, con una tendencia a que las distancias oscilen en torno a 10 km; en todo caso, aunque las distancias son menores que con respecto a nuestra zona de prospección, en parte por tratarse en nuestro caso de medidas entre oppida, lo que también se aprecia en estos poblados vacceos es un aumento con respecto a los poblados de El Soto, que presentaba una media de 4,23 km, lo que significa un aumento a lo largo de toda la Edad del Hierro en el centro de la cuenca del Duero (San Miguel 1993: 56-58, fig. 15).
Estas diferencias también las encontramos siguiendo las posteriores cañadas pecuarias, que para otros autores formarían una densa red en la cuenca del Duero, así, en una distancia de entre 18 y 25 km, lo que más o menos se corresponde con una jornada de trashumancia, se encuentra el 100% de los casos en los que el intervalo de distancias separa a dos yacimientos celtibéricos o a dos yacimientos del Hierro I uno de los cuales posteriormente se celtiberiza (Sierra y San Miguel 1995: 396).
Pero si nos fijamos en la distancia a los cinco vecinos más próximos con el rango de oppidum, o al menos poblados de cierta importancia, en el caso de El Cerro del Castillo de Ayllón la distancia media sería de 23 km, oscilando entre los 21 con respecto a Termes y los 32 con Uxama, y en el de Los Quemados I de 24 km, oscilando entre los 18 con respecto a Sepúlveda y los 30 con Segontia Lanka, mientras que Las Torres, que en este caso creemos que se trataría de un poblado dependiente posiblemente de Los Quemados I (por lo que no lo hemos contabilizado en las medias anteriores), la distancia es de 23 km, oscilando entre los 12 de Los Quemados I y los 29 de Sepúlveda. Se trata por tanto, de unas distancias más o menos acordes con las mismas referidas a poblados grandes o fortificados del Celtibérico Antiguo, como hemos anteriormente, en el caso de La Antipared I, con 26 km, y mucho mayores que los 16 de El Cerro del Castillo de Ayllón, en este caso, como ya comentábamos, por la escasa separación entre este poblado y el castro de La Pedriza de Ligos.
Respecto al patrón de poblamiento, la dispersión de los yacimientos por los valles de los ríos Aguisejo y Riaza presentaba una disposición lineal con paralelos en otras comarcas para el Celtibérico Antiguo (fig. 62). Ahora bien, durante la etapa Plena y Tardía, la enorme concentración de población, permite contemplar una serie de núcleos dispersos y alejados entre sí, que a su vez también se mantienen separados de los restantes núcleos de las provincias de Segovia, Burgos y Soria, que impiden considerar este patrón como lineal en relación con los cursos fluviales, máxime si el núcleo de Carabias aparece alejado de cualquier río importante de la región, ubicándose en una zona de las estribaciones del macizo de la Serrezuela. Por el contrario, un patrón más o menos lineal es el que se ha definido para el centro de la cuenca del Duero, más concretamente el denominado agrupadolineal-discontinuo propio de los valles fluviales, y que no parece adentrarse en los páramos, interfluvios o las campiñas occidentales de la provincia de Valladolid (San Miguel 1993: 54).
Estas distancias estarían en consonancia con lo que se aprecia entre los yacimientos de la Segunda Edad del Hierro, en un sentido excesivamente amplio, en la provincia de Segovia, oscilando las distancias que separan los pequeños asentamientos de los grandes entre 0 y 20 km, y que en nuestra zona de prospección coinciden fundamentalmente con Las Torres, mientras que los pequeños poblados del entorno de Los Quemados I deberían corresponder al entorno del propio oppidum; y las que separan grandes yacimientos de entre 20 y 40 km que formarían microrregiones (Barrio 1999a: 168; íd. 2010: 26), distancias que en este caso se acercarían más a nuestros datos referidos a las separaciones entre oppida o poblados centrales
En la provincia de Segovia se han determinado dos tipos de patrones de poblamiento para la Segunda Edad del Hierro: en la zona noroeste o vaccea se aprecia un poblamiento en retícula, con yacimientos aislados entre sí, mientras que en el resto de la provincia, en la zona celtibérica, se aprecian esquemas más heterogéneos: poblamiento agrupado en los valles del Eresma y Duratón frente a núcleos aislados en el resto, similar al que nosotros hemos descrito para la zona nordeste de la provincia. Este aislamiento es el que ha hecho pensar en que los poblados de dimensiones intermedias tuvieron
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
0.035
Densidades en las comarcas vecinas
0.03
yact./km2
0.025 0.02 0.015 0.01 0.005 0
Figura 59: Densidades de algunas zonas durante el periodo Celtibérico Pleno y Tardío; Superficie se refiere a la densidad de la zona de prospección; Segovia, Inventario provincial de Segovia; Centro, zona centro de la provincia de Soria; Altiplanicie, Altiplanicie soriana; Almazán, Tierra de Almazán, Soria; Gómara, Campo de Gómara, Soria; Sudoeste, zona sudoeste de la provincia de Soria; Soria Pleno, Inventario de la provincia de Soria en esta etapa; Soria Tardío, Inventario de la provincia de Soria en esta etapa; Molina Pleno, Celtibérico Pleno de la comarca de Molina; Molina Tardío, Celtibérico Tardío de la comarca de Molina; Cidacos, valle del Cidacos, Rioja; Vacceos, centro de la Cuenca del Duero.
Si comparamos esta densidad con otras regiones, comprobaremos que en general se encuentran por encima de las que conocemos para otras comarcas, bien de zonas que podrían integrarse en la Celtiberia, bien en regiones cercanas. Así, en el caso de la provincia de Soria contamos con una densidad de 0,007 para los siglos IV y III y de 0,006 para los siglos II y I a.C.2 Sin embargo, si pasamos ahora a ver las cifras concretas en las comarcas en las que se han llevado a cabo estudios pormenorizados, los resultados serían los siguientes3: 0,03 en la Zona Centro (Pascual 1991: 287-288), 0,03 en la Altiplanicie soriana (Morales 1995: 309 y 319-231), 0,018 en la Tierra de Almazán (Revilla 1985: 365-366), 0,014 en el Campo de Gómara (Borobio 1985: 209-210) y 0,013 en el Sudoeste de Soria (Heras 2000: 224). Se trata por tanto de unas densidades superiores a las de toda la provincia de Soria, aunque ello puede deberse a que no están desglosadas por etapas, como si ocurre en los datos generales; así, si hiciésemos la media general, tal y como aparece en los estudios concretos, nos encontraríamos con cifras similares a las de los tres últimos ejemplos.
que jugar un papel importante en el engranaje del modelo de poblamiento arévaco (Gallego Revilla [2000]: 267268). Por último, también en Ebro Medio se aprecia en esta etapa un patrón irregular, en este caso explicado porque existen factores que influyen en la situación de los asentamientos, como son la distribución irregular de los recursos, los caminos naturales y los lugares aptos para la defensa (Burillo 1980: 309-310). Si analizamos este patrón de poblamiento tomando en cuenta el índice de vecindad (Hodder y Orton 1990: 51-58), el resultado es, tomando las medidas a los tres vecinos más cercanos, de una distribución aleatoria, similar a los datos ofrecidos durante el Celtibérico Antiguo, unos resultados que también se pueden constatar con la comprobación de la dispersión de los yacimientos en el mapa (fig. 89). Densidad La densidad de yacimientos en el área de prospección es de 0,029 yacimientos por km² tanto para el Celtibérico Pleno como para la primera parte del Tardío, es decir, una densidad inferior a la del Celtibérico Antiguo, tanto si contamos con la Serrezuela (en este caso de 0,031), como si prescindimos de esta comarca (un 0,042), debido al proceso de concentración de población que hemos descrito en esta etapa. Se trata de nuevo de una densidad mucho mayor que la que ofrece el Inventario Arqueológico Provincial, que para la mitad oriental de la provincia de Segovia, señala una densidad de 0,01 yacimientos por km² (fig. 63 y 86).
Siguiendo en la Celtiberia, en el caso de la comarca de Molina de Aragón, el total de 58 yacimientos (7 correspondientes al Celtibérico Pleno A y el resto al 2 Datos a partir de los mapas adjuntos por Jimeno y Arlegui 1995: 106 y 110, fig. 3 y 9; se han contabilizado en las dos etapas en las que se desglosa la Segunda Edad del Hierro los asentamientos y las necrópolis cuando aparecen aisladas, sin relación con algún poblado cercano; se trata en total de 71 y 69 yacimientos en cada etapa. 3 La superficie total de cada comarca se ha hallado a partir de los mapas presentados por los diferentes investigadores; estos hace que la superficie no sea exacta, aunque una variación de esta superficie no afecta al resultado global.
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
Celtibérico Pleno B), sin contar con las 7 necrópolis, ofrece una densidad de 0,017 yacimientos por km² (0,019 con las necrópolis), mientras que en el periodo Celtibérico Tardío este dato desciende ligeramente hasta los 0,015 (0,016 contando con las 5 necrópolis), que se corresponde con los 49 asentamientos documentados (Arenas 1999a: 178 y 184). En los límites del ámbito de la Celtiberia, concretamente en el valle del Cidacos, la densidad durante la Segunda Edad del Hierro es de 14 yacimientos en una extensión de 800 km², es decir, 0,0177 yacimientos por km², mientras que la media global de distancias al vecino más próximo es de 3,6 km, muy inferior a las que hemos comentado en el apartado anterior (García Heras y López Corral 1995: 330).
poblado se extiende ahora hacia el oeste y el norte, hasta alcanzar las vaguadas que lo enmarcan por el norte y oeste, terminando por el lado este en las lomas que se encuentran junto a la carretera que va a Tiermes, en donde pudiera pensarse que podría haberse levantado una muralla. El que no se hayan registrado otros poblados en su territorio de captación, nos indica que se trataría, pues, de un modelo de población muy concentrado, siguiendo la trayectoria general de todos los asentamientos de la Edad del Hierro en la Meseta y el Valle del Ebro (San Miguel 1993: 38-39; íd. 1995: 377-379; Burillo 1998: 349). A esta concentración de poblados pequeños que se extendían por la cuenca media del Riaza y del Aguisejo, se une ahora la desaparición del importante castro de La Pedriza de Ligos, lo que implica que si en una fase temprana la concentración se realiza a base de pequeños poblados, ahora los núcleos aglutinadores son tan potentes que comienzan a competir entre sí, absorbiéndose unos a otros y determinando, por tanto, la ampliación de sus territorios fuera en este caso de su valle; este proceso, por los que conocemos en otras regiones (Burillo 1998: 346-347) y creemos intuir para la nuestra, continuará hasta la romanización de esta región.
Ya en el ámbito vacceo se han registrado unos 79 yacimientos en una superficie de 10.470 km², lo que da una densidad de 0,0075 yacimientos por km². Sin embargo, a pesar de esta escasa densidad de población unida a las grandes distancias que hay entre asentamientos, el modo en que se distribuyen y las características de los mismos parecen indicar que el espacio se encontraba repartido, controlado y explotado en su totalidad (San Miguel 1989: 95-96, mapa 1; Sacristán et alii 1995: 352). En definitiva, encontraríamos unas densidades inferiores en lo ejemplos señalados respecto a la zona de prospección, sobre todo en la mitad oriental de la provincia de Segovia, en la provincia de Soria y, en especial y a gran distancia del resto, de la región vaccea. Tan en las comarcas sorianas de la Zona Centro y la Altiplanicie soriana, encontramos unos datos equiparables a nuestras cifras. Estos podrían estar en relación con la preponderancia de Numantia en esta comarca.
Barrio recoge la posible existencia de restos celtibéricos en el cercano pueblo de Santa María de Riaza, a 2 km de Ayllón, y sobre un espigón que forma el río Aguisejo, por un lado y el Riaza, por otro. Para ello se basa en unos materiales recogidos por Molinero que consisten en una bola de barro decorada con incisiones y restos de pintura mural de color rojo (Molinero 1971: lám. CXXXV,1) y de los que en algún caso duda si podrían corresponder a la etapa ya romana (Barrio 1999a: 142). Nosotros durante la prospección y a pesar de que el emplazamiento de Santa María de Riaza sería muy estratégico (de hecho controla un territorio mayor incluso que el de Ayllón), no encontramos evidencias en este sentido; bien es verdad, que todas las laderas del pueblo actual se encuentran en gran medida convertidas en vertederos y escombreras. Por todo ello, nosotros no incluimos Santa María de Riaza como asentamiento del Celtibérico Pleno.
Núcleo de Ayllón: El Cerro del Castillo y La Dehesa (nº 5 y 7, lám. 15) Respecto a la continuación del poblamiento, lo primero que queremos señalar es que se mantiene el poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón, con su necrópolis asociada, La Dehesa4, sin ningún otro poblado dependiente, como sí ocurría en la etapa anterior5. El
La única evidencia en este sentido, pero alejada del propio emplazamiento del pueblo de Santa María de Riaza, es la existencia de una fíbula de La Téne del tipo 8 A-I, con una cronología de finales del siglo V hasta mediados del III a.C. (Argente 1994: 93, 95 y 107-108) y que en la cercana necrópolis de Carratiermes aparece asociada ya a la cerámica a torno, fechándose en la misma a partir de mediados del siglo IV en adelante(Argente et alii 2001: 97-98). Igualmente, otra débil evidencia al respecto sería la moneda celtibérica de la Ceca de Celsa encontrada en el yacimiento de Valdeserracín (nº 29), con una fecha de finales del II,
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No está tan clara la continuación de la necrópolis de La Dehesa de Ayllón en las etapas Plena y Tardía, como mantiene Barrio, porque no se aporta material característico de estas etapas (Barrio 1999a: 139; íd. 2006: 108). En todo caso mantenemos su perduración teórica en relación con el poblado. 5 Durante los trabajos de prospección se señaló la existencia de un yacimiento denominado Rosa Blas (Ayll-3), a 1,5 km de Ayllón, de época pleno-medieval con algún material de cocina que en principio parecía que pudiera adscribirse a la Segunda Edad del Hierro por su perfil ligeramente zoomorfo. Una revisión del yacimiento dio como resultado el que no se documentase ningún elemento claramente celtibérico, ni por la forma, salvo el caso anteriormente comentado, que por otro lado también presenta paralelos medievales (López Ambite y Barrio 1995: 60: formas 3 y 4 de cerámica común medieval), ni por la decoración. En el informe correspondiente a la revisión de los trabajos de prospección de las campañas de 1990 y 1991, realizado en 2000, ya se señalaba una adscripción únicamente medieval, aunque esta
información no aparece recogida en un estudio Revilla [2000]: 105).
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reciente (Gallego
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
¿Muralla celtibérica?
Poblado celtibérico
Fortificación medieval y poblado celtibérico Recinto celtibérico
Ruinas medievales
Fortificación medieval Murallas de la Villa
Villa medieval
Lámina 15: Foto aérea del yacimiento de El Cerro del Castillo (Ayllón). En la parte inferior‐izquierda se aprecia la villa actual con su recinto defensivo medieval; a continuación, al norte del anterior, el recinto medieval del castillo, también poblado celtibérico; más arriba, hacia el norte y oeste, el resto del recinto celtibérico, con una serie de manchas longitudinales que podrían corresponder con la muralla de esta época. La estrella señala el mismo punto del mapa y la foto: la Torre Martina.
primera mitad del siglo I a.C. (Álvarez Burgos 1982: 102, nº 501).
330), aunque la continuidad en el poblamiento plantearía también una continuidad en el uso de su cementerio, lo cual parece ser una característica de estos espacios funerarios (Lorrio 1997: 261; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 24).
Otra circunstancia que tampoco hemos registrado, como sí ocurre, por ejemplo, en Los Quemados I o en los poblados vacceos (Sacristán et alii 1995: 245 y 349), es la existencia de otros elementos satélites, aparte de la necrópolis. De todas formas, la parte excavada de este cementerio haría referencia fundamentalmente al Celtibérico Antiguo (Zamora 1993: 49; Barrio 1999a: 134; Escudero y Sanz Mínguez 1999:
En todo caso, lo característico de las necrópolis celtibéricas en este periodo es que ahora se aprecia una creciente diferenciación social, sobre todo con la aparición de ajuares funerarios excepcionalmente ricos, así como un aumento del número de cementerios que
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indicaría un incremento de población y, por tanto, una ocupación más sistemática del territorio (Lorrio 1997: 275). Igualmente, nos informan de una sociedad que debió tener un fuerte componente militar, como lo atestiguan los ajuares militares, algo que diferencia el grupo del Alto Duero del resto de los pueblos de la Meseta (por ejemplo, las necrópolis vettonas, ÁlvarezSanchís 1999: 175), y que parece que en esta fase se generalizarán más entre la población, frente a lo que pasaba en la fase anterior (García-Soto 1990: 24-25; Lorrio 1993: 296 y 308; íd. 1997: 280; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28).
la etapa Plena en su extensión alcanza los taludes que delimitan el yacimiento por el norte y sur, por lo que por estos lados, así como por el oeste, en donde la propia pendiente hacia el Aguisejo hacen de esta parte una zona con inmejorables condiciones defensivas, no serían necesarias obras defensivas de envergadura. Además, en este lado norte y noroeste, fuera de lo que sería el recinto del poblado, es decir, al otro lado de la vaguada que lo delimita, se han encontrado restos de cerámicas celtibéricas sobre dos promontorios que, debido a lo escarpado de su acceso, podrían estar indicado puntos de defensa del asentamiento.
Será durante el Celtibérico Tardío, cuando, las necrópolis presentan un cierto empobrecimiento de los ajuares en cuanto a armas y joyas (García-Soto 1990: 34), que llegan a desaparecer en algunos casos (Cerdeño y García Huerta 1990: 80-82; García Huerta 1990: 940), pero no en todos (Lorrio 1997: 288-289); este hecho se ha venido relacionando con un cambio en el orden social, en relación con el surgimiento de una sociedad urbana, que implicaría una modificación en el ritual funerario (Lorrio 1993: 296-297; íd. 1997: 289 y 315-316; íd. 2000a: 134135).
Por el contrario, por el lado este, en la zona de la paramera, tan unos suaves relieves alomados delimitan el yacimiento junto a la carretera que se dirige a Tiermes. Sin embargo, en una visita posterior, cuando apenas si había despuntado el cereal, pudimos comprobar la existencia de una acumulación de piedras y adobes formando una alineación que recorría toda la línea de cumbre, y que se aprecia en la foto aérea, mientras que en el resto de la zona del yacimiento, fuera del asentamiento medieval, apenas, sí aparece este tipo de material constructivo.
Volviendo al poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón, esta continuidad en el tiempo, que no se ha documentado en la necrópolis de La Dehesa, tampoco está representada en la estratigrafía publicada, pero existen elementos en la propia excavación que avalan la existencia de materiales que se pueden adscribir a la etapa Plena y parte de la Tardía (Zamora 1993: 45 y 185, fig. 11,69, 73, 74, fig. 15,90-93 y fig. 22,123), fuera de la confusión de atribuir las cerámica torneadas con decoración pintada de color vinoso a la etapa Celtibérica Plena (Zamora 1993: 45), que otros autores han subsanado (Barrio 1999a: 128; Escudero y Sanz Mínguez 1999: 328).
Por tanto, esta coincidencia entre la cumbre que delimita el yacimiento por el lado este, el que esta alineación sea rectilínea, algo que veremos que es característico de esta etapa en la fortificaciones celtibéricas, como se puede apreciar en el caso de Los Quemados I, y que en esta alienación aparezcan abundantes piedras y adobes, cuando esto no ocurre en el resto del yacimiento (salvo en la parte alterada correspondiente al recinto medieval) son las evidencias que creemos que nos están indicando la existencia de este tipo de murallas. Núcleo de Montejo y Carabias
Así, se han constado restos de materiales de época Plena recogidos por otros investigadores (Barrio 1999a: 243), que también hemos confirmado nosotros durante la prospección. Estos datos han llevado a algún autor a plantear el abandono del asentamiento en los siglos III-II a.C. (Barrio 1999a: 142) o antes (Zamora 1993: 41); vid. nuestra fig. 49 y 50; sin embargo, la poca claridad de los materiales y la falta de los conjuntos tardoceltibéricos (Sacristán 1986-87: 181-182; íd. 1986a: 225-229), unido a la existencia de transformaciones políticas relevante en la zona en relación con las campañas de Tito Didio, nos llevan a nosotros a plantear las fechas de principios del siglo I a.C., para la despoblación de El Cerro del Castillo de Ayllón.
El otro núcleo presenta cambios importantes, lo cual parece una constante en diversas regiones de la Meseta Norte, como ya hemos comentado anteriormente. Para empezar no creemos que se pueda hablar de una continuidad sin grandes transformaciones en el hábitat en la zona de Montejo de la Vega, a pesar de las afirmaciones de algún autor (Barrio 1999a: 145). Creemos que el yacimiento de Las Torres (nº 47), que podría considerarse como el continuador del núcleo de La Antipared, por la escasa densidad de materiales, por su ubicación estratégica en un cerro que controla el camino del Riaza, así como posiblemente el vado que existiría en la zona del actual pueblo de Montejo, debería considerarse como un castellum o poblado defensivo, que dependería de alguno de los yacimientos importantes que se sitúan en las cercanía, siendo probablemente su núcleo central el oppidum de Los Quemados I, por la distancia ( 12 km, frente a los
En cuanto a la existencia de murallas, aparte de las conjeturas que se han realizado en relación con la continuidad entre el hábitat celtibérico y el de la Alta Edad Media (Barrio 1999a: 128), y que no ofrecen ninguna fiabilidad, queremos indicar cómo el poblado de
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Lámina 16: Ábside de la iglesia de San Martín de El Cerro del Castillo: niveles celtibéricos (Id y Ia, o roca) y medievales (Zamora 1993: fig. 124).
29 de Rauda, ya en el ámbito vacceo, o los 28 de El Cerro del Castillo de Ayllón).
realmente que este autor está señalando la superficie total del cerro, con condiciones muy aceptable para el asentamiento de una población importante por su configuración amesetada y de suave pendiente hacia el río; sin embargo, la escasez de materiales le hace corregir las 5 Ha hasta dejarlas en tres, que nosotros consideramos todavía algo elevadas, pudiendo acercase más a las dos hectáreas o menos, ya que buena parte de ese cerro carece de restos celtibéricos.
Nosotros no hemos podido confirmar las 5 ó 3 Ha que asigna Barrio para este yacimiento, aunque el mismo señala las dificultades de aceptar esta afirmación por las alteraciones que posteriormente ha sufrido la zona debido a la posterior fortificación medieval y los propios procesos de erosión (Barrio 1999a: 145). Creemos
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En todo caso, esta superficie unida al carácter defensivo6 nos haría incluirla en el grupo de las grandes aldeas sobre cerros o, si destacamos su carácter estratégico y la configuración del relieve en el que se asienta, de un castellum, cuyas dimensiones suelen oscilar entre 1 y 3 Ha (Jimeno y Arlegui 1995: 112; Lorrio 1997: 67); en cualquier caso, unas características coincidentes con la segunda propuesta de Barrio y con la nuestra. Lo que sí que parece claro es que este tipo de núcleos serían complementarios de las ciudades, dentro de una estrategia de conjunto (Jimeno y Arlegui 1995: 113), lo que queda avalado por las distancias entre yacimientos que ya hemos comentado, frente a Barrio que no lo tiene en cuenta y que parece señalar la independencia de este tipo de núcleos (íd. 1999a: 167 y 171).
hectáreas según Barrio (íd. 1999a: 145), pero cuyas dimensiones, así como las distancias con los otras poblados cercanos, nos seguirían indicando alguna forma de dependencia con alguno de los oppida de las inmediaciones. Junto a estos dos yacimientos, Barrio señala la existencia de otros dos identificados por él como El Mirador y Valugar, y de los que no presenta material aduciendo que se trata de cerámica a torno muy rodada; incluso del segundo duda el propio Barrio sobre su adscripción a la Segunda Edad del Hierro (íd. 1999a: 149-150; íd. 2010: fig. 1). Revisados por nosotros durante la prospección, no creemos que éstos se puedan considerar yacimientos celtibéricos, ya que se recogió cerámica visigoda y plenomedieval en los dos, junto a cerámica de Cogotas I en el primero, y a mano sin determinar en el segundo, pero en ningún caso cerámica celtibérica. Por todo ello, creemos que mientras no aparezcan evidencias en otro sentido, no los podemos considerar como asentamientos celtibéricos de la etapa Plena.
Igualmente en el ámbito vacceo se han documentado poblados de dimensiones similares y que se consideran núcleos dependientes de otros poblados mayores (Sacristán et alii 1995: 345). Con los que no parece que pueda paralelizarse es con las turres del Alto Tajo-Alto Jalón que, además de que se desarrollan en una época más tardía, son de superficie reducida por haber elegido emplazamientos donde prima el control visual del territorio sobre la habitabilidad (Cerdeño et alii 1995: 168), lo cual no ocurriría en el caso de Las Torres. Tampoco parece que se pueda relacionar con los pequeños poblados de posición estratégica de la zona de Molina, cuyo objetivo es el de controlar los límites del territorio del poblado central del que dependen, o alguno de los recursos fundamentales dentro de ese mismo territorio, característicos del Celtibérico Pleno de esta región (Arenas 1999a: 219).
A 12 km de distancia de Las Torres, como hemos apuntado, en la zona del macizo de la Serrezuela de Pradales, que durante el Celtibérico Antiguo no estuvo habitada, o al menos no se han hallado evidencias de poblamiento, se registra ahora un oppidum de 14 Ha, alrededor del cual se establecieron una serie de yacimientos en llano, siete en total, en ningún caso a más de 800 metros del poblado principal (fig. 62). El poblado de Carabias7, o Los Quemados I 8(nº 8), como ha sido designado (fig. 64-69, lám. 17 a 21), se
Dependiente del yacimiento de Las Torres, estaría Peña Arpada (nº 48) en la vega inmediata a aquél, junto al Riaza, posiblemente un hábitat de explotación agrícola, controlado por el yacimiento en alto, si es que no se trata de la necrópolis de Las Torres, aunque no tenemos ninguna evidencia al respecto. Por todo ello, pensamos que ni Las Torres, ni el yacimiento dependiente de Peña Arpada, en plena vega del Riaza, pueden suponer la continuidad respecto a la jerarquización del hábitat que se registraba en la Primera Edad del Hierro con el anterior núcleo de La Antipared.
7 El término de Carabias, que anteriormente aparecía como Caravias, podría relacionarse con el topónimo celtibérico Caravis que a su vez se identifica con la ceca de Carauez o Karaues, perteneciente a los lusones y habría dado lugar al topónimo Caravi o Carabi situado entre Tarazona y Zaragoza (Vilaronga 1979: 204; Aguilera 1995: 224; Burillo 1998: 166). Existe otro yacimiento, en este caso una necrópolis en Carabias, en la paramera de Sigüenza, con la misma denominación (Requejo 1978: 49 y ss.; Fernández-Galiano 1979: 17-18). Parece ser que su raíz, carav (referido a piedra), es frecuente en antropónimos y topónimos, citándose lugares en Oviedo, León, Salamanca y Segovia (Menéndez Pidal 1952: 91-92 y nota 44); clasificándolo algunos dentro del indoeuropeo meridional ibero-pirenaico (Villar 2000: 423). Otro elemento significativo es la existencia de un antropónimo en la cercana ciudad de Termes, grabado sobre las trullae de plata de época imperial: Gn Carvici (Santos Yanguas y Vallejo Ruiz e.p.). Este nombre de un termestino pudiera estar recordando a unos habitantes cuyo origen pudiera proceder de esta ciudad con estrechas relaciones con Termes, por proximidad y por la posibilidad de que esta ciudad actuase como núcleo jerarquizador de esta región, como más adelante comentaremos. En todo caso, si como parece la zona pudo quedar despoblada en época tardoceltibérica y romana, la pervivencia del topónimo sería problemática, pudiendo proceder entonces de la repoblación de esta comarca por parte de gente del noroeste (Barrios 1985: 70); en este sentido, en Asturias y más concretamente en las cercanías de Oviedo, se han registrado los siguientes topónimos: Caraue, Caraves, Caravis o Carabes (Madoz 1846: 511 y ss.). 8 Resulta sorprendente que el trabajo de Barrio no señale la existencia de este yacimiento amurallado de 14 Ha y visible desde la Nacional I (Barrio 1999a) y del que si no información directa del mismo, sí había indicios de su posible existencia por una figurilla de terracota de la colección Rotondo conservada y publicada (Gil Farrés 1951: 217 y ss.) o que se dude de su importancia en el estudio realizado a partir del
Si nuestra hipótesis sobre la existencia de un núcleo de funcionalidad puramente defensivo dependiente de otro no fuera la acertada, en todo caso nos encontraríamos ante un poblado mayor, de tres o cinco 6
Este carácter estratégico continuaría en la Alta Edad Media, cuando se construyó en la parte más elevada del yacimiento una de las tres fortificaciones que controlaban el valle del Riaza, poblamiento que a tenor de los antropónimos conservados, debería ser antigua, es decir, de antes del 1085 (Barrios 1985: 54); así se considera que la primera repoblación tuvo que ser paralela a la de Aza, en el 912, y muy rápida, ya que en el 939 esta comarca fue atacada por Abderramán III antes de su derrota en Castrobón y Atienza; sin embargo, las campañas de Almanzor desmantelaron las fortificaciones de la zona, siendo definitivamente repoblada en el 1011 por el conde Sancho (Martínez Díez 1983: 301-302).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) encuentra en un cerro de forma cuadrangular, tajado por vaguadas en sus lados norte, oeste y sur y amurallado por todos sus lados excepto por el oeste, de fuertes pendientes. Los poblados dependientes (Los Quemados II – nº 9-, Carracarabias I – nº 10-, Arroyo de la Hoz -nº 11-, Carrapradal – nº 12-, La Dehesa – nº 13-, Hoyo Mandrina – nº 14- y Carracarabias II – nº 15-, al que hay que añadir el hallazgo aislado de Ca-A6 –nº 16- en sus inmediaciones) se encuentran todos en llano, bien en loma (todos menos uno) o en ladera; en este caso se trata de Los Quemados II, posiblemente una escombrera en las inmediaciones del poblado, algo frecuente en otros poblados como los vacceos; estas escombreras no suelen estar muy alejadas de los poblados y presentan superficies de una hectárea o más, como ocurre en el caso de Carabias; lo que no se han documentado es la existencia de barrios artesanales diferenciados como ocurre en algunos poblados vacceos (Martín Valls y Esparza 1992: 267; Sacristán et alii 1995: 345 y 349).
La superficie de Los Quemados I es de unas 14 Ha, inferior por tanto a la de El Cerro del Castillo de Ayllón y a los grandes poblados vacceos (Sacristán et alii 1995: 344-345), mientras que la de los pequeños asentamientos oscila entre los 1.000 y los 5.000 m², lo cual coincide para los poblados menores del resto de la Celtiberia Ulterior (Jimeno y Arlegui 1995: 112); estos pequeños poblados ocupan unos 18.100 m², por lo que la media estaría en los de 2.586 m² por yacimiento (fig. 91). Volviendo al poblado principal, éste se encuentra en una posición estratégica respecto a un corto radio de acción, ya que se encuentra dominado por las alturas cercanas, lo que determina que la superficie controlada a partir de él es de unos de 5,4 km², frente a los 31 km² de El Cerro del Castillo de Ayllón (tabla 15, fig. 90). Lo que sí que parece que pudo vigilar era, por un lado, el paso del valle del Duero hasta Somosierra, que posteriormente se convertiría en la Cañada Real Segoviana, a unos 200 m del yacimiento; y por otro, la existencia de abundantes pastizales en el entorno (el 90% de la superficie del yacimiento en el radio de 1 km tendría actualmente esta dedicación), así como los pocos campos susceptibles de ser cultivables de la zona. Esta búsqueda de lugares estratégicos es una constante a lo largo de este periodo tanto en el Alto Duero, como en las campiñas de la cuenca del mismo río (Jimeno y Arlegui 1995: 108; Sacristán et alii 1995: 258-259).
Este tipo de escombreras parece que se formaron con cierta rapidez, lo que podría corresponder con labores de descombro que rebasan las propias de las reformas domésticas; por ello se han relacionado con labores de reorganización urbana del interior de los oppida que tendrían que ver con el proceso de concentración de la población que se aprecia a lo largo de la Edad del Hierro (San Miguel 1993: 38-39). Del resto de los pequeños asentamientos, en el caso de Carracarabias II (nº 15), se han podido constatar la existencia de estructuras por los desmontes producidos por el camino de concentración parcelaria, mientras que en La Dehesa de Carabias (nº 13) y en Hoyo Mandrina (nº 14; vid. fig. 63), la presencia de lajas dispersas por los yacimientos, ambos sobre tierras de labor, podrían indicar la presencia de estructuras. En todo caso, al igual que se ha podido determinar en la comarca de Molina de Aragón, su razón de ser podría explicarse como centros de actividades económicas específicas, al encontrase en llano, frente a las de control estratégico, ubicadas en alto, mientras que los poblados mayores serían los centros de residencia (Arenas 1999a: 217-218), en este caso el oppidum de Los Quemados I de Carabias.
A esta localización estratégica hay que añadir la existencia de murallas, características del ámbito celtibérico desde la etapa anterior, que a partir de este momento, y sobre todo en el periodo Celtibérico Tardío se harán más complejas, pudiéndose considerar como verdaderas arquitecturas monumentales o de prestigio (Jimeno y Arlegui 1995: 113-115; Lorrio 1997: 74; Almagro-Gorbea 1999a: 38-39). En el caso de la provincia de Segovia, se tiene constancia de que el 29,4% de los yacimientos de la Segunda Edad del Hierro presentarían alguna evidencia de fortificaciones (10 casos), el mismo porcentaje que los que carecen de ella; por el contrario, del 41%, es decir, 14 ejemplos, no se específica esta característica. Si se desglosan estos datos por las dos regiones culturales en las que se divide la provincia, tendremos que el 40% de los yacimientos de noroeste presentan murallas, frente al 20% que carecen de ellas, o el 40% sin datos al efecto; estas cifras se apartan del resto de la provincia, a saber, el área celtibérica, con un 27,6% de poblados amurallados, un 31% sin defensa y de nuevo un 41,4% sin datos (Gallego Revilla [2000]: 270-271, fig. 151).
También entendemos que alguno de los pequeños yacimientos pudiera haber tenido la función de necrópolis del poblado principal, quizá los anteriormente citados por sus lajas, aunque no hemos encontrado evidencias positivas en este sentido, ya que es frecuente la localización de las mismas junto al oppidum en terrenos cultivables sobre vegas, a menos de 1,5 km de sus poblados y sobre todo entre 150 y 300 m (GarcíaSoto 1990: 19; Lorrio 1997: 111), como el caso de la vecina Ayllón (Barrio 1990: 273 y ss.; Zamora 1993: 4751; Barrio 1999a: 129 y 140), características que cumplen todos los yacimientos del entorno del oppidum.
El tipo de amurallamiento que se impone ahora se aparta del que se adaptaba a las curvas de nivel, como por ejemplo ocurría en los castros del Celtibérico Antiguo, en concreto en La Antipared I; es decir, se tiende a regularizar las murallas en la línea de lo observado para el oppidum de Los Quemados I, que tiene una clara forma cuadrangular, con los bordes redondeados y con extensos lienzos regulares que no se adaptan al terreno; la muralla está realizada a base de
Inventario Arqueológico Provincial (Gallego Revilla [2000]), porque no estaba recogido en la tradicional obra de Molinero (íd. 1971).
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Fernando López Ambite
6.- Celtibérico Pleno y Tardío
Carabias pueblo Carracarabias I Carracarabias II Carabias 7
Los Quemados II
Arroyo de la Hoz Los Quemados I
Nacional I
Lámina 17: Foto aérea del yacimiento de Los Quemados I y su recinto fortificado, en todos los lados a excepción del este. Se señalan los yacimientos de Los Quemados II, Carracarabias I, Arroyo de la Hoz, Carracarabias II y el de época calcolítica denominado Carabias 7. Hoy la N‐I es A‐ I, con lo que ello supuso para algunos yacimientos en llano.
piedras calizas apenas desbastadas, aunque en el lado norte se aprecia un cimiento de sillares muy toscos. El anterior tipo de aparejo se asemeja más al del periodo Celtibérico Antiguo, como el ejemplo de La Antipared I, que al del Celtibérico Pleno, cuando una de las innovaciones introducidas es la utilización de aparejos más cuidados, que llegan a convertirse en sillarejos, como
sí ocurre en una pequeña parte de la cimentación de la muralla norte de Los Quemados I. El grosor de la murallas es de unos 2 m en la parte más estrecha, llegando el derrumbe hasta los 11 m en algunos puntos, lo que viene a coincidir con las murallas celtibéricas, como la de Numantia, entre 3,40 y 4 m, y que en algunos casos llegaría a los 7-10 m de ancho, siendo lo normal un
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) ancho de entre 2 y 6 metros; se calcula que su altura sería de unos 5 m (Jimeno y Arlegui 1995: 113-115; Lorrio 1997: 74).
más imperfectas que el A, pero también considerado como una construcción bien trabada y sólida (Burillo 1980: 184).
El aparejo es de dos paramentos a base de piedras grandes de caliza, a hueso, y un relleno de piedras pequeñas, cascajo y tierra, lo que le aleja del tipo A de Burillo, murallas realizadas a base de hiladas continuas y técnica cuidada, y lo acerca más al tipo B, con hiladas más expuesta, se construyera algún tipo de refuerzo, lo cual parece que también es algo común en época tardía, debido al enorme amontonamiento de piedras fuera de la línea de la muralla, con una superficie de unos 20 metros de diámetro, y que podría corresponder con algún ensanchamiento de la muralla o incluso algún tipo de torre maciza; esta estructura defensiva mal conservada también podría permitir la existencia de una puerta acodada, aunque la posterior apertura de un camino de concentración parcelaria ha destruido toda evidencia positiva.
El tipo de puertas de los poblados celtibéricos puede ser acodado, de refuerzo de doble muralla o antemuro, como en Numantia, excavadas en la roca, como en Termes o, más raramente, puertas sencillas. Posiblemente en el lado noroeste del poblado, su zona construcción cuadrangular de 2,70 m (N-S) y 2,20 (E-W), sin rellenar, lo cual parece que también se ha podido confirmar en otras ocasiones y que podría corresponder a otra estructura defensiva, de nuevo en una zona estratégica, al corresponder con otro ángulo de la muralla (Burillo 1980: 158). Respecto al último elemento defensivo que pudiera existir, se aprecia en el lado este de la muralla una franja de terreno paralelo al muro limpia de piedras y sin lapiaz, que cubre el resto de la zona, lo que podría significar la existencia de un foso, algo que creemos que podía intuirse también en el castro de La Antipared I, durante el Celtibérico Antiguo, y que se trata de un elemento característico de las fortificaciones de la etapa Plena y Tardía (Lorrio 1997: 88).
Tabla 15: Superficie controlada visualmente por los 9 asentamientos del Celtibérico Pleno‐Tardío Yacimientos Las Torres (nº 47) Peña Arpada (nº 48) Los Quemados I (nº 8) Los Quemados II, Carracarabias, Arroyo de la Hoz, Carrapradal, La Dehesa, Hoyo Mandrina y Carracarabias II (nº 9, 10, 11, 12, 13, 14 y 15) Media Montejo y Carabias El Cerro del Castillo (nº 5) Necrópolis (nº 7) Media total Media incluyendo Las Torres, Los Quemados I y El Cerro del Castillo
Superficie en km² 6,8 1,9 5,4
Aparte de los paralelos procedentes de la Celtiberia, tampoco se puede olvidar la existencia de murallas en el cercano mundo vacceo, como parece ocurrir en la cercana Rauda (Sacristán 1986a: 145), cuyos sistemas defensivos serían más sencillos que los celtibéricos, tan con fosos o murallas, pero sin torres u otros elementos defensivos (San Miguel 1993: 36). Dentro de estas murallas se desarrollaría un urbanismo todavía mal conocido, pero que parece depender del de los castros de los Campos de Urnas y que podría considerarse como un urbanismo denso (Almagro-Gorbea y Dávila 1995: 221; Lorrio 1997: 105; Almagro-Gorbea 1999a: 38; íd. 1999b: 44). Y que en nuestra zona se puede constatar ya desde el periodo Celtibérico Antiguo al menos en La Pedriza de Ligos (Ortego 1960: 110).
0,9 2,1 31 8,3 5 14,4
Además, esta posible torre, aparte de defender la entrada, se ubicaría sobre la zona más elevada del cerro, lo que posibilitaría aumentar el control visual del territorio inmediato, que ya hemos visto que comparativamente con otros yacimientos era reducida; en todo caso se trata de una hipótesis a partir del engrosamiento excesivo del derrumbe de la muralla, no porque existan evidencias de la planta de esta torre, aunque este tipo de engrosamientos excesivos también se ha utilizado en los castros sorianos de la etapa anterior para intuir la presencia de este elemento defensivo (Romero 1991: 205-206), previo a la aparición de las torres propiamente dichas que en todo caso parecen más tardías, del siglo III a.C. en adelante (Jimeno y Arlegui 1995: 113-115; Lorrio 1997: 74, 79 y 82). También en el ángulo sudeste, junto a una zona en que la muralla parece estar mejor conservada, aparece adosada una
Emplazamiento y altitud
9
Las dos necrópolis, La Antipared II (MVS‐3) y Necrópolis de Ayllón (Ayll‐13), no se han contabilizado dentro de las medias; lo mismo ocurre con Los Quemados II (Ca‐3), posiblemente una escombrera.
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Como ya hemos comentado, el poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón, continuador del asentamiento del Celtibérico Antiguo, se ubica en el borde de páramo que domina tanto el valle del Aguisejo, aunque geológicamente no se corresponda con esta unidad de relieve, como el acceso a la paramera que conectaría esta zona con el sudoeste soriano, con yacimientos como Segontia Lanka a 23 km, Uxama, a 32 km o Termes a 22 km. Por el contrario la necrópolis de localiza en la vega, en la otra margen del río, en un lugar visible desde el poblado y a una distancia de unos 1.500 m. La altitud del primero oscila entre los 1.100 y 1.030 m, mientras que la necrópolis lo hace entre 1.010 y 1.020 m. En cuanto a la altitud relativa del poblado ésta es de unos 60 m, mientras que la de la necrópolis es de unos 20 m en relación con el río Aguisejo.
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
El yacimiento de Las Torres se encuentra sobre un cerro amesetado, rodeado por un meandro del río Riaza, circunstancia que se aprecia en algunos poblados vacceos (San Miguel 1993: 41-42), con una altitud de 910-890 m, mientras que Peña Arpada está a unos 860 m; la altitud relativa del primero es de unos 60 m en su parte más elevada, mientras que el segundo es de tan unos 5 metros, al encontrarse en plena vega. Por último, el poblado de Los Quemados I se asienta sobre un cerro individualizado de los relieves que le rodean, en una altitud de 1.150-1.120 m, mientras que los poblados en llano lo hacen entre los 1.120 y 1.100 m, siendo la altitud relativa del primero de unos 50 m, mientras que los segundos oscilan entre 10 y 5 m, siendo la media de unos 8 m.
ámbitos geográficos diversos (a pesar de cierta especialización en Carabias), frente a la especialización que se apreciaba en la etapa anterior en el caso de La Antipared I o en los poblados de El Soto; en éstos últimos se considera que ya en la etapa vaccea disminuyen los poblados de funciones más específicos por los que presentan esa mayor versatilidad (San Miguel 1993: 4142), lo que posiblemente les haría más competitivos dentro del ambiente de concentración de la población que más adelante analizaremos. En cuanto a la altitud absoluta, cuya media total sería de 1.070 m., parece que está en consonancia con lo que conocemos para la comarca de Molina de Aragón, donde los poblados se asientan sobre unas altitudes medias de 1.150 m, oscilando entre 800 y 1.900 m, unas medidas que parecen homogéneas en el Celtibérico Antiguo y Pleno, pero que subirán en el periodo Tardío por primar en esta etapa el control estratégico sobre el territorio (Arenas 1999a: 197, fig. 135). Siguiendo en esta región, la altura relativa también parece equiparable, con una media de 38,5 m en la zona de Molina, con más poblados en llano (tipo I) que en el Celtibérico Antiguo y predominio de alturas entre 0 y 50 m, bien en cerros testigo o en espolones (tipo II) (Arenas 1999a: 199), mientras que en nuestra caso, esta media sería de 20,8 m, inferior por el predominio de poblados en llano, en especial en el núcleo de Carabias. Por el contrario, en el sudoeste soriano, las altitudes absolutas oscilan entre 755 y 1.271 m, aunque el 75% de los asentimientos se encuentran a menos de 1.000 m, frente a lo que ocurría en esa misma comarca en la Primera Edad del Hierro (Heras 2000: 219-220).
En definitiva, los tres poblados en alto, El Cerro del Castillo de Ayllón, en el borde de páramo, Las Torres, en cerro enmarcado por un meandro encajado, y Los Quemados I, sobre un cerro, presentan una situación estratégica similar a la de los poblados celtibéricos de esta etapa (Jimeno y Arlegui 1995: 108); por ejemplo, en Almazán (Revilla 1985: 377), en el sudoeste soriano, el 45% se asienta en alto, frente a un 40 % en llano (Heras 2000: 220); o en los vacceos (Sacristán et alii 1995: 258259 y 261), en los que la preocupación defensiva no supone el sacrificio de la accesibilidad, por lo que no se ocupan los puntos en exceso escarpados (como sí ocurría en La Antipared en el Celtibérico Antiguo; fig. 87). En el caso de Segovia se advierte que en el noroeste de la provincia, dentro del ámbito vacceo, los cuatro yacimientos que perduran de la primera Edad del Hierro se encontrarían protegidos de forma natural (un 66%), mientras que los únicos dos que surgen ahora se localizan en el llano; por el contrario, en el resto de la provincia, correspondiente con el poblamiento celtibérico, se presenta una situación más heterogénea en cuanto a poblados protegidos o no, aunque se advierte que en el paso de la Primera a la Segunda Edad del Hierro, aumentarían los asentamientos protegidos del 51% al 62% (Gallego Revilla [2000]: 251).
En los poblados vacceos la altura absoluta media es mucho menor, con una media de 768 m, lo que supone una altura superior a la de la etapa anterior (San Miguel 1993: 42). En cuanto a la altura relativa, la media de los poblados es de 21 m, alturas mucho menores que las de la zona de prospección, aunque la de los yacimientos asentados sobre el páramo es algo mayor, de unos 48 m; en general, se considera que todos los asentamientos vacceos buscaron lugares accesibles (San Miguel 1993: 44), como demuestran estos datos.
Esta posición estratégica también la encontramos en la sierra de Albarracín donde el 73% de los yacimientos10 se localizan en zonas altas y en posición estratégico-defensiva (Collado 1995: 422), algo que también observamos en la comarca de Molina, donde hay un predominio de poblados en altura frente a los de llano, mientras que en el Celtibérico Tardío aumentan los de llano hasta un 26% (Arenas 1999a: 196, fig. 132). Algo similar se registra en el Ebro Medio, con 42 yacimientos en alto frente a unos pocos en llano o loma (Burillo 1980: 263).
Intervisibilidad La superficie controlada visualmente durante esta etapa es inferior a la del Celtibérico Antiguo: si entonces la media era de 8,7 km², llegando en el caso del núcleo de Maderuelo-Ayllón hasta los 11 km², ahora la media global es de tan 5 km², con 4,5 km² en el caso de Montejo; 1,5 km² en el de Los Quemados I, aunque aquí la media es muy baja por la existencia de los pequeños poblados, mientras que el oppidum controla una superficie de 5,4 km², siendo la media de todo este núcleo de Montejo-Carabias de 2,1. Por el contrario, el poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón controla una superficie mucho mayor, de unos 31 km², aunque ésta podría ser mayor si no fuera por la existencia de los relieves del
Igualmente, podemos considerar que todos ellos presentan una cierta versatilidad de funciones, tanto defensivas, estratégicas sobre el territorio (excepto Los Quemados I) y sobre las vías de comunicación, control de 10
Los datos referidos por el autor no distinguen las diferentes etapas.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) interfluvio Riaza-Aguisejo, en la zona de Santa María de Riaza11 (tabla 15, fig. 90). Como ya hemos comentado en otro apartado, este impedimento podría haberse subsanado con algún tipo de establecimiento en el actual pueblo de Santa María de Riaza, como pretende Barrio, aunque las pruebas que aporta no son concluyentes y durante el proceso de prospección no encontramos evidencias al respecto (Barrio 1999a: 142).
intercomunicación, aunque sin llegar a formar líneas de comunicación (Burillo 1980: 265). En nuestro caso, los tres poblados en alto carecen de intervisibilidad entre sí y cuando la tienen es con respecto a los poblados dependientes (Las Torres y Peña Arpada en Montejo y Los Quemados I y sus poblados satélites). Vías de comunicación
Si tomamos en cuenta los poblados en alto, es decir, Las Torres (nº 47), Los Quemados I de Carabias (nº 8) y El Cerro del Castillo de Ayllón (nº 5), la media asciende hasta los 14,4 km². En todo caso, salvo El Cerro del Castillo de Ayllón que abarca unos 31 km², el resto no parece que tuviera entre sus prioridades el control de un amplio territorio, sino solo el de una parte pequeña pero fundamental de su entorno; así, en el caso de Las Torres se vigilaría el camino natural del Riaza que comunica con el valle medio del Duero; y en Los Quemados I, la posterior Cañada Real Segoviana, es decir, el camino de unión del valle del Duero con los pastos de la Serrezuela, en primer lugar, y en segundo lugar, con los pastos y el puerto de Somosierra. Por el contrario, parece que los poblados vacceos del centro de la cuenca del Duero sí que controlarían una buena parte de su territorio de captación, en torno a un 40% del mismo (San Miguel 1993: fig. 9).
Las anteriores vías de comunicación, que ya se han comentado para el periodo Celtibérico Antiguo (fig. 55), no creemos que fuesen radicalmente trasformadas posteriormente, fundamentalmente debido a la continuidad de los núcleos de poblamiento. A éstas habría que añadir ahora las que debieron conectar el nuevo núcleo de Carabias con sus vecinos. En primera lugar, la que provendría desde el Duero Medio por el este de la Serrezuela hasta el puerto de Somosierra y que coincide con la posterior Cañada Real Segoviana y hoy Nacional I, que pasa junto al poblado de Los Quemados I, importante nudo de convergencia y enlace con otros cordeles, como el que discurre por los Páramos hasta Cuéllar (Barrio 1999a: 51 y 55). Antes de este asentamiento la cañada presenta varios ramales, alguno de los cuales conecta directamente con Maderuelo y otro con Montejo de la Vega-Las Torres (Descripción... 1856: 3). Este camino que conectaría con la zona de Maderuelo por un lado y con la de Sepúlveda por otro, podría coincidir con la posterior calzada entre Clunia y Segovia, o el posterior Cordel de los Sorianos (Abásolo 1975: vid. plano; íd. 1978: 47-48 y 50-51; Conte y Fernández 1993: 144, fig. 45; Barrio 1999a: 55 y 61-62; Fernández et alii 2000: 182-183).
Respecto a la existencia o no de intervisibilidad entre asentamientos, para el caso de la provincia de Segovia esta circunstancia no se comprueba para la zona noroeste, donde el poblamiento, en relación con el modelo vacceo, presentaría núcleos aislados; sin embargo, en el resto de de la provincia, dentro del ámbito celtibérico, sí se aprecia esta intervisibilidad cuando aparecen agrupamientos de yacimientos (Gallego Revilla [2000]: 268.
Para la relación Los Quemados I- El Cerro del Castillo de Ayllón, aparte de que esta vía podría transcurrir por diversos trayectos, lo más fácil es que discurriese por el Riaza hasta tomar alguno de los afluentes de este río (más en concreto, El Arroyo de la Hoz-Arroyo de la Dehesa de la Vega-Río Riaguas) por su margen izquierda y que llevan por valles accesibles hasta el pie de la Serrezuela, donde nacen, y donde también se encuentra el oppidum de Carabias. En definitiva, nos encontramos ante una serie de pasillos que aprovecharían los valles fluviales y que a su vez controlarían estas rutas, como también se ha documentado en otras comarcas (Jimeno y Arlegui 1995: 104; Lorrio 1997: 66; Barrio 1999a: 166; Arenas 1999a: 207; Barrio 2010: 29-30).
Si nos alejamos de las comarcas vecinas, en la Tierra de Molina durante el Celtibérico Antiguo y Pleno no se aprecia esta circunstancia, debido a la organización autosuficiente de los poblados, algo que va a cambiar durante el Celtibérico Tardío, en este caso, por la inestabilidad provocada por las Guerras Celtibéricas, que conlleva el que aparezca este mecanismo de defensa (Arenas 1999a: 205, fig. 145). Tampoco se aprecia en los grandes poblados vacceos, que aunque presentan un elevado territorio controlado, esto se ve compensado por las grandes distancias que los separan, así como por la propia configuración del borde de páramo (Sacristán et alii 1995: 354). Por el contrario, se ha constatado en el centro de la cuenca del Duero que en el 55% de los casos sí que existe esta intercomunicación, aunque ésta es de todas formas inferior a la que ocurría en la Primera Edad del Hierro (San Miguel 1993: 45). También en los poblados del valle medio del Ebro se aprecia esta
El poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón se encuentra a unos 100 m del camino natural del valle del Aguisejo y a una distancia similar del camino que subiendo a la paramera uniría Ayllón con los diferentes poblados del sudoeste soriano, aunque el camino hacia Termes también podría aprovechar otra vaguada al sur del yacimiento que también permite un fácil acceso de la vega del río a la paramera; igualmente la parte norte del poblado se encuentra a unos 50 metros de la carretera actual que une Ayllón con Termes, en una zona llana en donde la existencia de caminos no ofrece ninguna
11 Los datos se han tomado en un radio de 5 km, por lo que la superficie total en ese radio podría ser de unos 78,5 km²; así, el porcentaje de superficie de Ayllón es de un 39,4% de la posible superficie total, es decir, bajo en comparación con otros ejemplos.
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
Figura 64: Materiales de Los Quemados I (Ca‐2).
dificultad. La necrópolis se encontraría más alejada de estos caminos que hemos descrito y a unos 1.300 m de la vía natural del río Aguisejo, caminos que ya hemos referido al tratar las vías durante el periodo anterior, el Celtibérico Antiguo.
Los poblados de Las Torres y Peña Arpada también presentan una distancia de unos 100 m con respecto al camino natural de la vega del Riaza; ahora bien, en este punto, el camino ofrece dos posibilidades, o bien asciende al cerro donde se localiza Las Torres para
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) el paso en zonas que no lo son, poniendo en contacto zonas de establecimiento con otras de pasto, constituyendo una red formada por múltiples tramos reaprovechados históricamente, cuyos elementos fundamentales responden a la función principal de la misma: mantenimiento y traslado de semovientes” (Sierra y San Miguel 1995: 391).
salvar el meandro encajonado del Riaza y evitar este rodeo, o bien sigue la vega rodeando este cerro; en ambos casos, los dos yacimientos se encuentran a una distancia muy reducida de estos caminos posibles, que debieron utilizarse conjuntamente al igual que hoy en día. Por último, el poblado de Los Quemados I de Carabias tampoco se aleja mucho de la posible vía de comunicación, de la que se distancia tan unos 200 m en línea recta, mientras que los pequeños poblados asentados en el llano oscilan entre los 500 y los 10 m de la misma, siendo la media de 176 m; estas medidas se refieren al eje de la antigua Cañada Real Segoviana, que en gran medida se encuentra suplantada por la actual Nacional I, siempre que la consideremos como camino prehistórico; a ésta habría que añadir los otros caminos que convertirían Carabias en un eje de comunicaciones regional, tal y como fue por ejemplo durante la Edad Media y Moderna, algo que ya hemos comentado más arriba.
Para estos autores, en la región vaccea habría una densa red de cañadas, cordeles o veredas, según la terminología tradicional; para constatar este hecho dan una serie de argumentos y datos históricos procedentes de las fuentes clásicas, así como otros referidos a la época romana y, sobre todo, visigoda y alto medieval (Sierra y San Miguel 1995: 392-394). Aparte de estas referencias históricas, señalan que habría una clara relación entre asentamientos y cañadas; así, si la distancia media que se recorre en una jornada de trashumancia es de 18 a 25 km, ésta se corresponde con el 100% de los casos en los que el intervalo de distancias separa a dos yacimientos celtibéricos o a dos yacimientos del Hierro I uno de los cuales posteriormente se celtiberiza, distancias que también hemos constatado en nuestra área de estudio, como ya hemos visto. Igualmente aprecian una notable relación entre asentimientos y la red de caminos, ya que en el 100% de los casos hay evidencias de vías ganaderas dentro de su territorios de captación, concentrándose aquellas en las zonas próximas a los hábitats, desde el que se ejerce un notable control visual de estos caminos que discurren por su territorio (Sierra y San Miguel 1995: 396), circunstancia que también hemos comprobado nosotros en la zona de prospección con similar porcentaje.
Esta estrecha relación entre poblados y vías de comunicación parece común a la mayoría de los oppida de la Meseta y zonas vecinas (Almagro-Gorbea 1994: 34). Lo que no encontramos en esta zona, y creemos que tampoco en las limítrofes, es la existencia de redes de comunicación elaboradas, como las de tipo reticular que parece que se aprecian en el valle del Ebro Medio (Burillo 1980: 267, fig. 97). Creemos que el tipo de red sería el radial, donde los diferentes asentimientos buscan los caminos naturales más idóneos para conectar con sus vecinos, aunque la falta de yacimientos menores repartidos a lo largo de estos caminos impide conocer su exacto trayecto, de ahí que tengamos que recurrir a las conjeturas y a las evidencia de época posterior, como las calzadas romanas, no siempre bien conocidas, y las cañadas pecuarias medievales y modernas. Esta red de caminos y cañadas utilizadas para el desplazamiento estacional de los ganados, que en ocasiones se ha pretendido que pudieran haber sido de largo recorrido, y que podrían haberse favorecido con las tesserae y tabulae hospitalis, serían tan importantes que en ocasiones se ha llegado a pretender que las expediciones de los lusitanos, en sus guerras contra los romanos, tenían como objetivo el control de sus cañadas (Salinas 1999: 285-286 y 288, fig. 4).
Entre los diferentes caminos pecuarios, las cañadas son las que mayor relación parecen guardar con los asentamientos prehistóricos (según estos autores, los tramos principales son los que menos variación deben haber experimentado a lo largo del tiempo, al coincidir con pasos naturales); por eso la mayor parte de los asentamientos tienen cañadas dentro de sus territorios de captación y el mayor porcentaje de las mismas se concentra en el primer kilómetro de este territorio, disminuyendo progresivamente desde el segundo en adelante y siendo irrelevantes en el quinto. La distancia media a la cañada más próxima es de 760 m; el 75% de los asentamientos controla más del 50% de los tramos existentes en sus territorios de explotación, mientras que el 59% controla el 100%. Esta relación directa con las cañadas aún es superior para los poblados de la Segunda Edad del Hierro que para los de la Primera, con una distancia media a una cañada de 560 m; y con el 100% de las cañadas en los dos primeros kilómetros de sus territorios de explotación. Por último, hay que destacar la existencia de importantes superficies de terreno junto a los poblados susceptibles de ser aprovechados como pastos, algo aún más claro en el caso de las civitates en su primer km (San Miguel 1993: 46; Sierra y San Miguel 1995: 396-398).
Volviendo a la cuestión de la relación entre yacimientos y cañadas, quizá donde se ha estudiado mejor y más pormenorizadamente esta relación sea en el ámbito vacceo. En general se parte del hecho de que habría una estrecha relación y un comercio habitual entre los poblados vacceos y los arévacos (Wattenberg 1959: 39); esta relación implicaría que hubiera una red de comunicación densa y permanente, además de un sistema de coordinación política que garantizase el paso franco y el mantenimiento de caminos; éstos no tuvieron por qué ser como las posteriores vías romanas, sino que más que estar realizados en función del comercio, aprovecharían las rutas de los ganados, de ahí sus coincidencia con las vías fluviales. Estas rutas son las tradicionales cañadas, definidas “como vías que aprovechan pasillos aptos para
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío 14,4, documentándose también 2 mayores de 25 Ha y 6 de menos de 10 Ha (Almagro-Gorbea 1994: 34 y 61-63; Almagro-Gorbea y Dávila 1995: 218-221, tabla 2; Jimeno y Arlegui 1995: 112). Así, tenemos ejemplos de poblados similares a los de Los Quemados I y El Cerro del Castillo de Ayllón en Pinilla de Trasmonte, con 18 Ha, Solarana, con 13-11 Ha, Clunia, con 18, las tres en Burgos, y Numantia con 12 Ha12; a éstas se pueden añadir en el valle del Ebro: Segeda, con 15, y Contrebia Leukade con 13,5 y La Caridad con 12,5 Ha (Lorrio 1997: 68, fig. 15). Por el contrario, la superficie de los dos poblados mayores es superior a algunas ciudades del Alto TajoAlto Jalón, donde la mayor sería La Cerca de Aguilar de Anguita, con 12 Ha (Sánchez-Lafuente 1995: 191 y 199200), aunque para otros se trate de una fundación romana (Lorrio 1997: 68)13.
Si comparamos esta distancia media con la que ofrecen los asentamientos de la zona de prospección, ésta es de 156 m (fig. 94), es decir, mucho menor que la de los poblados vacceos, debido a que prácticamente los yacimientos se caracterizan por encontrase junto a las vías de comunicación natural, por lo que tanto en el Celtibérico Antiguo, como en el Pleno y Tardío, la distancia media es inferior a la de la cuenca del Duero. Recursos hídricos En cuanto a la distancia con respecto a los lugares de aprovisionamiento de agua, la media de los yacimientos del Celtibérico Pleno es de 161 m (fig. 93), oscilando entre los 1.100 de la necrópolis de la Dehesa, los 320 m de El Cerro del Castillo de Ayllón (la configuración del terreno sobre el que se asienta es muy propicia para que, como hoy en día ocurre, surjan manantiales en sus laderas que acortarían esta distancia (como se constata en Zamora 1993: 19 y Barrio 1999a: 128), los 150 de Las Torres y Peña Arpada, los 100 en Los Quemados I y entre 75 y apenas 10 m en los poblados cercanos a Los Quemados I. Por tanto, todos los yacimientos salvo los dos de Ayllón, el oppidum y la necrópolis, están a menos de 200 m de puntos de agua. Se trata pues de una distancia media inferior a los 406 m que había en el periodo Celtibérico Antiguo.
También es similar a la de los grandes poblados vacceos, donde se conocen unos 32 núcleos de más de 5 Ha, 13 entre 5 y 10, y 19 con más de 10, llegando en algunos casos hasta las 34 ó 49 Ha, lo que no significa que estas grandes poblaciones estuvieran densamente pobladas en toda su superficie, por lo que sus dimensiones estarían relacionadas con la adaptación del poblado al terreno; también hay yacimientos con menos de 5 Ha (8 casos), pero o bien se debe a que se asientan sobre pequeños cerros testigo, o bien porque serían centros dependientes de otros mayores (Sacristán et alii 1995: 344-345). En el estudio más pormenorizado de las ciudades vacceas de la provincia de Valladolid, de los 19 poblados registrados y cuya media es de 14,5 Ha, 7 estarían entre 0 y 5 Ha, 5 entre 5 y 10 Ha, y 7 presentarían más de 10 Ha (San Miguel 1993: 33).
Esta característica también se aprecia en los yacimientos sorianos de los siglos IV y III a.C., donde un 53% se encuentra a menos de 200 m del agua y el 42% entre 500 y 1.500 m, mientras que en los siglos II y I a.C. el 63% de los yacimientos se localizan a menos de 200 m del agua (Jimeno y Arlegui 1995: 108-109). En cuanto a la comarca de Molina la media es de 244 m para toda la Edad del Hierro (Arenas 1999a: 199). Por último, lo poblados vacceos del centro de la cuenca del Duero suelen ubicarse a distancia menores de 500 m, salvo algún caso, como El Castillo de Tordehumos (San Miguel 1993: 44).
En general, se considera que las superficies de los poblados vacceos, en los que se insiste en que no tendrían una densidad de habitación importante, al menos en los grandes poblados, presenta una media de 20 Ha, comparable a la de los poblados carpetanos, y muy superiores a la de los celtibéricos (Almagro-Gorbea 1994: 61 y ss.; Almagro-Gorbea y Dávila 1995: 221). Por eso se insiste en que los grandes poblados del interior no son comparables con los ibéricos que, aunque de menor tamaño, ofrecen un entramado de viviendas más denso, por lo que los grandes oppida de la Meseta estarían más cercanos al modelo centroeuropeo; también se comenta que es posible que grandes oppida como Numantia estuvieran habitados parcialmente o en caso de peligro (Almagro-Gorbea 1994: 34). Así, se calcula que las 8 Ha de época celtibérica podrían albergar a unos 1.500-2.000 habitantes, que en los momentos de peligro podrían incrementarse, lo que permitiría confirmar los cálculos de 8.000 a 4.000 guerreros con sus respectivas familias (Revilla et alii 2005: 162).
Superficie La superficie de los dos oppida es de unas 18,75 Ha en El Cerro del Castillo de Ayllón (nº 5) y unas 14 Ha en Los Quemados I (nº 8), dimensiones que parecen perfectamente equiparables a otros oppida medianos de la Meseta, a lo que habría que añadir otra característica de los oppida, como es el control de un amplio territorio, que incluye poblados menores al menos en el caso del núcleo de Carabias, o la existencia de murallas también en Los Quemados I y quizá en Ayllón. En el estudio de las superficies de los oppida prerromanos parece que predominan los que presentan unas dimensiones de entre 25 y 10 Ha, aunque también se constatan los que se encuentran entre 10 y 5 Ha, siendo estos más frecuentes en la zona de la serranía de Soria, Albarracín o Zamora; en el caso concreto de la Celtiberia, predominan las ciudades de 25 a 10 Ha, con una media de
12 Recientemente se proponen unas dimensiones de 8 has para la Numantia celtibérica, 9 para la del siglo I a.C. y 11 para la romana, a la que habría que añadir 5 más de los asentamientos artesanales de la ladera este (Revilla et alii 2005: 162). 13 Posteriormente, Burillo plantea unas dimensiones para los oppida del norte peninsular menores, de entre 4,5 y 19 Ha, con su correlación con el número de habitantes (Burillo 2007: 290-292).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) yacimientos pequeños, de menos de 3,5 Ha (el 75%), los yacimientos grandes son 4 y presentan más de 20 Ha, Segontia Lanka, Uxama, Termes y Castro de Valdanzo, según sus dimensiones (Heras 2000: 219), lo que indica una magnitudes normales dentro de la Celtiberia, pero algo mayores que los del nordeste segoviano.
Algo similar pudo ocurrir en el caso de El Cerro del Castillo de Ayllón, donde hemos documentado que la zona central del yacimiento, en vaguada, presenta mucho menos material que las partes elevadas, lo que podría indicar la existencia de terreno sin edificación densa o incluso vacía. En cuanto a la explicación de este fenómeno, en ocasiones se ha sugerido la existencia de una planificación previsora del crecimiento de la población, como parece señalarse para el modelo vacceo, o bien porque el perímetro de los poblados se haría en función de las necesidades defensivas, de ahí la extensión por el lado este-nordeste en El Cerro del Castillo de Ayllón hasta alcanzar la línea de cumbres que enmarca la citada vaguada, lo que permitiría una mejor defensa. Creemos que esta sería una hipótesis más razonable, ya que nada impedía a un poblado aumentar el perímetro murado, como se desprende de los relatos de las guerras celtibéricas, así en el caso de Segeda, lo que sería más fácil que mantener con escasa población perímetros excesivamente alargados.
En cuanto a las dimensiones de los otros yacimientos de la zona de trabajo, Las Torres (nº 47), como ya hemos indicado al tratar su controvertida superficie, podría alcanzar unas 2 Ha, lo mismo que el yacimiento asociado al mismo, Peña Arpada (nº 48); ambos suponen un 18% de los yacimientos de la zona de trabajo. El resto de poblados del entorno de Los Quemados I (un 63%) oscila entre 1.000 y 3.000 m, siendo su media de 2.586 m. Estos datos se apartan de los generales de la provincia de Segovia, sobre todo de los referidos a la zona noroeste o vaccea. Así, para esta zona noroeste de la provincia un 33% de los yacimientos presentan una superficie igual o menor a 5 Ha y un 33% de menos de 2-3 Ha; para el resto de la provincia los datos son los siguientes: un 24% tienen menos de 1 Ha, un 24% de 1 a 3 Ha y un 28%, de 3 a 5 Ha (Gallego Revilla [2000]: 251-253).
Para otros autores el que no haya condicionantes naturales que inhabiliten espacios dentro de los poblados vacceos, determinarían que las dimensiones de los asentamientos son equivalentes a las de su espacio habitado y que, por tanto, el tamaño de los hábitats y las diferencias que existen entre ellos estarían en relación directa con el volumen y las actividades de la población que los ocupó, aunque haya ejemplos como los cenizales de Melgar de Abajo o el suelo sin edificar de Las Quintanas que señalan que no toda la superficie tuvo que estar ocupada por hábitat (San Miguel 1993: 33-35). Esta existencia de espacios sin edificar lo que sí indicaría sería la existencia de una planificación urbanística ciertamente avanzada, que preveía la expansión demográfica del oppidum. De todas formas, no se puede utilizar el factor dimensiones para detectar los yacimientos jerarquizadores del poblamiento de la zona, ya que si ello fuera cierto dos de las tres civitates de la zona centro pasarían desapercibidas al no tener más que 14 y 7 Ha respectivamente (ibídem 1993: 35-36).
Estas dimensiones les alejaría de lo que se viene definiendo como oppidum, que aparte de lugar centralizador de un territorio, debería tener al menos una superficie de 5 Ha (Almagro-Gorbea 1994: 16), algo que no alcanza ni Las Torres, aunque le diéramos las 3 Ha que propone Barrio (íd. 1999a: 145), por lo que entrarían en la categoría de poblados dependientes, ni los del oppidum de Los Quemados I. Su existencia, salvo en el caso de El Cerro del Castillo de Ayllón en donde no se han registrado, es algo normal; así, por ejemplo, en la provincia de Soria durante los siglos IV-III a.C., aunque aumentan algo los poblados de más de una Ha, en torno al 18% los de 1 a 4 Ha y un 7% los de más de 4 Ha, siguen dominando los de menos de 1 Ha, en torno al 75%; mientras que en los siglos II-I a.C. aumentarán los núcleos de 4 a más de 10 Ha, en torno al 28%, y disminuirán los de menos de 4 Ha, con un 8% y los de menos de 1 Ha, con unos 62%, que de todas formas siguen predominando (Jimeno y Arlegui 1995: 108, fig. 7). Si comparamos estos datos con los nuestros, con dos grandes poblados, en nuestro caso de unas 14-15 Ha, es decir un 18%; dos poblados medianos, otro 18%; y 7 pequeños, un 63%, observaremos que en nuestro caso habría más proporción de yacimientos mayores, sería similar la de asentamientos intermedios y algo inferior la de los más pequeños.
En el caso de la provincia de Segovia, se considera que habría un proceso de sinecismo en el sector noroeste de la provincia, correspondiente al ámbito vacceo, en el paso de la Primera a la Segunda Edad del Hierro al aumentar el tamaño de los yacimientos (un 66% de los yacimientos presentan una superficie mayor de 5 Ha), llegando a superar en algún caso las 10 Ha; por el contrario, en el área celtibérica de la provincia, no se aprecia este proceso y tampoco se señala la existencia de grandes asentamientos (un 20% son superiores a 5 Ha, pero 3 de los núcleos se consideran dudosos) (Gallego Revilla [2000]: 251-253). Esta última cifra es la que se asemeja más al 18% de grandes poblados de la zona de trabajo, muy alejada, por tanto del ámbito vacceo de la provincia.
Por el contrario, los datos del sudoeste soriano, con datos posteriores a los generales de Jimeno y Arlegui, señalan que el 45% de los yacimientos sería de menos de 1,5 Ha, el 30% de entre 1,5 y 3,5 Ha y el 12% de más de 20 Ha (Heras 2000: 219)14, se alejarían de los nuestros,
Si observamos la zona sudoeste de Soria, cercana a nuestra área de trabajo y prospectada recientemente, comprobaremos, que aparte de los
14 Los datos globales que ofrece esta investigadora no concuerdan con su listado; así, de los 34 yacimientos, 5 carecen de extensión, 12 son
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
sobre todo en cuanto a los poblados medianos y pequeños. En cuanto al valle del Ebro, el 62% de los yacimientos serían de menos de 0,5 Ha, el 11% de entre 0,5 y 1,6 Ha y el 7% se más de 4 Ha (Burillo 1980: 299).
del terreno y la cercanía de ambos yacimientos, lo que pudiera dar lugar a la existencia de una relación de dependencia del núcleo de Montejo de la Vega respecto a Carabias, como ya hemos indicado anteriormente.
Si pasamos del número de asentamientos a su extensión, los datos que ofrece el nordeste segoviano son los siguientes: dos poblados grandes con unos 327.500 m² (el 18% de los yacimientos suponen el 85% de la superficie total), dos poblados medianos con unos 40.000 m² (el 18% de yacimientos supone el 11% de la superficie), y siete poblados pequeños con 18.100 m² (el 63% de los yacimientos supone el 5% de la superficie total acumulada). Por tanto el total de la zona nordeste de la provincia de Segovia sería de 385.600 m², siendo la media de 35.055 m². En la comarca de Molina la media es de unos 4.152 m² para toda la Edad del Hierro, pero con cambios a lo largo de esta etapa, con una media mayor en el Celtibérico Pleno (5.500 Ha m²) que en el Tardío (2.500 m²) o romano (Arenas 1999a: 196, fig. 133).
Así, en ambos núcleos la media de la superficie potencialmente cultivable en el radio de 1 km es de un 16%, mientras que la de monte es de un 24% y la de pastos es de un 56%. Esta escasa superficie agraria se reduce aún más si observamos los dos poblados en alto: Las Torres (nº 47) tiene un 5 % y Los Quemados I de Carabias (nº 8) un 9%. Por el contrario, llama la atención que aumente espectacularmente la superficie de pastos, algo que no ocurría durante el Celtibérico Antiguo y que podría indicar una especialización ganadera, que quizá sea el origen del cambio en cuanto a la distribución de la población en la zona de Montejo-La Serrezuela; según esta hipótesis, el crecimiento del núcleo de Carabias en detrimento del de Montejo quizá podría explicarse por el traslado de la propia población de un punto a otro por motivos económicos, sin que por ello se puedan descartar otras razones, como la existencia del poblado de Roa en el bajo Riaza y la formación de una frontera entre ambos grupos culturales, algo que hemos comentado al tratar el asunto de las fronteras (tabla 16, fig. 65, 95 y 97).
Esta disparidad entre el número de yacimientos y su extensión también la encontramos en la zona noroeste de la Sierra de Albarracín, donde el poblado de 7 Ha supone el 57% de la superficie de todos los poblados, en total 21, de dimensiones similares a los segovianos (Almagro-Gorbea 1994: 16). De la misma región, suponemos que con datos más pormenorizados, se nos informa que aunque los poblados pequeños sean muy numerosos, sus superficies sumadas no llegan a ser tan importantes como las de los yacimientos jerarquizadores. Así, los yacimientos menores de una hectárea, que son un 86% del total, suponen alrededor del 39% de la superficie, mientras que los yacimientos de más de una hectárea serían un 13% y su superficie abarcaría un 60% (Collado 1995: 419).
Si ampliamos el radio hasta los 5 km, el terreno agrícola se mantiene en un 17 %, con porcentajes mayores en Montejo (38 y 36%) que en Carabias (13 y 11%), mientras que aumenta el monte, con un 66% en detrimento de los pastos que baja hasta el 16% (algo más en Carabias que en Montejo), lo que refuerza la idea de que la ubicación de los yacimientos de la zona de Carabias se localizaban teniendo en cuenta el control cercano de una serie de pastizales de alto rendimiento que han pervivido hasta la actualidad, a pesar de su radical disminución en otros ambientes, como ocurre en las vegas de los ríos Aguisejo y Riaza. En relación con esto, hay que recordar que el poblado de Los Quemados I se encuentra en las estribaciones orientales de la Serrezuela de Pradales, cuyo nombre es bastante indicativo del uso tradicional de este relieve, sierra que culmina en las alturas de Peñacuerno, de 1.377 metros de altitud, lo que permite la existencia de pastos la mayor parte del año, y a tan unos cinco km del oppidum (tabla 16, fig. 66, 70, 96 y 98).
En definitiva, nos encontramos ante un modelo de poblamiento en el nordeste de la provincia de Segovia en el que predomina la concentración de la población en grandes núcleos (fig. 91), que ocupan la mayor parte de la superficie habitada (o supuestamente habitada) y en el caso del núcleo Carabias-Montejo, una serie de poblados medianos y pequeños que apenas alcanzan el 18% de toda la superficie total en esta comarca. Estos grandes núcleos se separan entre sí por una media de 24-23 km oscilando las distancia reales entre 32 y 18 km. Además, como hemos visto al tratar las fronteras, estas distancias son más amplias cuando se refieren a las que existen entre núcleos arévacos y vacceos, con una separación entre 49 y 35 km.
Análisis de captación: Núcleo de Ayllón Aunque en los núcleos anteriores hay diferencias en cuanto a las características del terreno, coinciden en cuanto al menor porcentaje de superficie potencialmente agraria y los alejan del modelo propio de Ayllón, con un 88% de terreno dedicado hoy en día a la agricultura en el radio de 1 km, porcentaje que baja hasta el 76% en el radio de 5 km, frente al 5 y 7% de pastos, y 7 y 17% en monte (datos referidos a los radios de 1 y 5 km); todo ello implica la existencia de un tipo de potencialidad económica totalmente diferente al de la zona más
Análisis de captación: Núcleos de Carabias y Montejo Hemos tratado conjuntamente los núcleos de Carabias y Montejo debido a las similares características menores de 1,5 Ha (el 35%), 13 entre 1,5 y 3,5 Ha (el 38%) y 4 mayores a 20 ha (el 12%).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Análisis de Captación: radio de 1 km 100 90
Cereal Monte Pasto Improductivo
80 Porcentaje
70 60 50 40 30 20 10 0 Ayllón
Media Montejo y Carabias
Media total del Celtibérico Pleno
Media incluyendo sólo Las Torres, Los Quemados I y La Martina
Figura 65: Análisis de captación de los yacimientos del Celtibérico Pleno y Tardío en un radio de un kilómetro.
casos con análisis de captación incluidos, como la información que ofrecen las fuentes clásicas, que estaría en la ganadería ovicaprina, siendo la agricultura una actividad menos importante, de ahí la tradicional dependencia del cereal vacceo a lo largo de las diferentes guerras contra los romanos (Jimeno y Arlegui 1995: 101; Lorrio 1997: 247-298; Liseau y Blasco 1999: 129-130). Igualmente, las fuentes clásicas nos indican la importancia que tenían los tributos consistentes en productos procedentes de la ganadería y la importancia de la caballería celtibérica en la guerra de conquista (Lorrio 1997: 300; Liesau y Blanco 1999: 124-126). A esto hay que añadir las evidencias etnográficas, la existencia de restos arquitectónicos relacionados con la ganadería, utensilios arqueológicos o la industria ósea (Liesau y Blanco 1999: 126-137).
ganadera de Montejo y, especialmente, de Carabias (tabla 16, fig. 63, 95 y 98). Siguiendo con la zona de Ayllón, y por lo que se conoce para los poblados vacceos, tampoco hay que desdeñar los recursos del páramo; en todo caso, el control de los poblados se ejerce sobre la campiña, no sobre la paramera, por eso el interés fundamental de controlar esta campiña como los poblados vacceos (Sacristán et alii 1995: 350-352). Además, en el caso del valle del Aguisejo el páramo presenta suelos profundos, del tipo raña, sin los estratos calcáreos del páramo del centro de la cuenca del Duero, por lo que puede ser fácilmente cultivable. Estudio del análisis de captación
La mayor superficie dedicada a pastos permanentes, sobre todo en Carabias, podría permitir la cría de ganadería bovina que, aunque menores en número de individuos, según se constata en otros yacimientos, tendrían un mayor aporte cárnico en la dieta y que parece bien representado en los poblados prerromanos de Segovia, como por ejemplo en el caso de Cuéllar (Barrio 1999a: 196). Además se trata de un animal muy reproducido en el arte junto con el caballo, frente a la infrarrepresentada ganadería ovina (Lorrio 1997: 298300; Liesau y Blanco 1999: 124-126). Por el contrario, en la comarca de Molina, parece que durante el Celtibérico Pleno aumentaría la importancia de los ovicápridos frente a los bóvidos (Arenas 1999a: 221).
El estudio del análisis de captación de toda la comarca de los valles del Aguisejo, el Riaza y la propia comarca de la Serrezuela nos remite de nuevo a lo que describimos para el periodo Celtibérico Antiguo (vid. capítulo anterior), donde había un núcleo predominantemente agrícola, el de Ayllón, y otro predominantemente ganadero, el de Montejo, al que hay que añadir ahora el de Carabias, también ganadero. Las características de los dos núcleos que hemos apuntado nos acercan a una serie de paralelos en las comarcas aledañas. Así, el modelo de Los Quemados ILas Torres, es decir, Carabias y Montejo, se relaciona con los poblados celtibéricos, en general, y los de la provincia de Soria en particular, donde el peso de la economía se ha supuesto, teniendo en cuenta tanto los terrenos circundantes de los yacimientos, en algunos
De todas formas, esta mayor relevancia otorgada a la ganadería quizá habría que matizarla en la línea que
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío primer lugar estarían los ovicápridos, a continuación los bóvidos y después los suidos, siendo el resto de animales mucho menos frecuentes; sin embargo, si nos atenemos a su peso, los bóvidos ocuparían el primer lugar, lo que podría entenderse como animales dedicados fundamentalmente como fuente de carne, mientras que los ovicápridos se utilizarían más para productos secundarios. Este modelo parece que se daría más en el valle del Duero, Alto Ebro y Alto Tajo, frente a los yacimientos de la parte oriental de la Península y el centro de la submeseta sur, ambas regiones fuera de la Celtiberia, y donde se aprecia una mayor preferencia por la cabaña ovina (Liseau y Blasco 1999: 140 y 154, fig. 6 y 7). Este modelo parece confirmarse con los análisis de los yacimientos del valle del Duero (Romero y Ramírez 1999: 458-459).
ya hicimos para el Celtibérico Antiguo, en especial para la etapa Plena y Tardía, ya que a la hora de analizar los cambios en el poblamiento durante los siglo IV y III a.C., se señala que el 58% de los poblados en alto aparecen en cerros junto a amplias llanuras aptas para la agricultura (Jimeno y Arlegui 1995: 108), lo cual implicaría una dedicación algo más agraria de lo que tradicionalmente se ha supuesto para estos pueblos. Esta tendencia a ocupar zonas de aprovechamiento agrícola aumentará todavía más en los siglo II y I a.C., donde un 74 % de los yacimientos se encuentran en zonas de aprovechamiento agrario (Jimeno y Arlegui 1995: 109 y 121). Este hecho se ha señalado al estudiar la ubicación de los oppida junto a llanuras sedimentarias, donde el potencial agrícola es fundamental, lo que parece que se intensificaría a partir de la fase más avanzada de la cultura celtibérica (Almagro-Gorbea 1994: 34; Lorrio 1997: 295-297). Incluso en el especializado asentamiento de Los Quemados I, a tenor de los datos ofrecidos por el análisis de captación, observamos que este poblado se localiza junto a una de las pocas zonas con potencialidades agrícolas, que si bien no es de gran extensión, permitiría una cierta complementariedad en su economía.
Otro elemento que hay que tener en cuenta es la amplitud de la masa forestal que presenta un porcentaje de un 66%, lo cual estaría en consonancia con la importancia que las masas forestales y su consiguiente aprovechamiento, debieron tener en la Antigüedad, como han constatado las fuentes, y que implicaría una mayor importancia relativa de la caza y la recolección (Lorrio 1997: 294-301), aunque los datos hasta el momento tienden a minimizar estas actividades, como veremos a continuación (Arenas 1999a: 221). Así, por ejemplo, algunos estudios señalan que esta actividad supondría entre el 31 y el 13% del número mínimo de individuos (Liseau y Blasco 1999: 134). Por el contrario, la recolección de frutos silvestres, en especial de frutos secos, reiteradamente constatada en las fuentes clásicas, por ejemplo en Estrabón (Geo., III, 3,7) o Plinio (His.Nat., XVI, 15), se ha podido determinar tanto por el estudio de los restos conservados en los molinos, como en los estudios óseos de la necrópolis, ambos procedentes del yacimientos de Numantia (Jimeno et alii 1996: 51; Checa et alii 1999: 68).
Hoy en día existen posturas contrarias a la tesis de la importancia dada a la ganadería, basada en las informaciones de las fuentes clásicas, teniendo en cuenta que parece que el patrón de asentamiento tiende a elegir puntos que combinan la mayor variedad de espacios productivos, minimizando así los costes de desplazamiento, como forma de atenuar las fluctuaciones propias de una producción básicamente sujeta a la incertidumbre; esta lógica más ecológica que económica, propicia el que no haya una especialización, sino todo lo contrario una diversificación al máximo de la producción, para así asegurar la autosuficiencia y por tanto la autonomía del grupo; también se critica el que se pretenda que las estrategias productivas de esta comunidades posean un carácter casi capitalista determinado por el cálculo de costes y beneficios a la hora de localizar los asentamientos (Ortega 1999: 419420).
En relación con la ganadería, en ocasiones se ha señalado la existencia de una auténtica trashumancia de largo recorrido, que podría constatarse con las tesserae y tabulae hospitalis (Salinas 1999: 285-286 y 288, fig. 4); sin embargo, hoy se trata de una hipótesis descartada por buena parte de la investigación, no así las transterminancia (Liseau y Blasco 1999: 130; Blasco Sancho 1999: 157-159). De hecho, la propia ubicación de Los Quemados I al pie de la Serrezuela de Pradales, en una zona que había estado deshabitada en el Celtibérico Antiguo, podría estar indicando la existencia de estos desplazamientos a distancias medias.
Así, los estudios de dieta de los restos de la necrópolis de Numantia señalan que dos tercios de la dieta serían proteínas de origen vegetal y un tercio animal; igualmente el análisis del territorio de captación de dicho yacimiento señala un ambiente mixto, con zonas de pastos y de cultivos de cereal, junto a bosques mediterráneo (Tabernero et alii 1999: 486-487; Checa et alii 1999: 68). Por el contrario, en el caso de Termes se ha destacado, junto con una deforestación creciente, el que habría una escasez de cereales en los alrededores (Martínez Caballero y Mangas 2005: 172).
Respecto a los cambios en el poblamiento en la zona de Montejo-Carabias, un aspecto que ayudaría a explicar el surgimiento del poblado de Los Quemados I, podría estar en relación con los cambios climáticos ocurridos a partir de mediados del primer milenio antes de Cristo. Así, a partir del siglo VI a.C. y al menos hasta mediados del siglo IV a.C. habría aun paulatino calentamiento climático, aunque esta recuperación térmica no alcanzaría los niveles de temperatura actuales.
Respecto a los estudios sobre fauna en la zona celtibérica, a veces entendida en un sentido muy amplio o que incluso excede la zona comprendida, se ha señalado que analizando el número mínimo de individuos, en
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Análisis de Captación: radio de 5 km 80
Cereal
70
Monte Pasto
Porcentaje
60
Improductivo
50 40 30 20 10 0 Ayllón
Media Montejo y Carabias
Media total del Media incluyendo Celtibérico Pleno sólo Las Torres, Los Quemados I y La Martina
Figura 66: Análisis de captación de los yacimientos del Celtibérico Pleno y Tardío en un radio de cinco kilómetros.
más ganaderos de la zona de Montejo y Carabias y que habría que relacionar con la intensificación de las actividades agrarias a partir de la fase más avanzada de la cultura celtibérica, al ubicarse los oppida junto a llanuras sedimentarias donde el potencial agrícola es fundamental (Almagro-Gorbea 1994: 34), aportando Lorrio una serie de datos procedentes de las fuentes escritas y arqueológicas en este sentido (íd. 1997: 295-297). Esta mayor importancia de la agricultura ha quedado constatada por los estudios óseos de la necrópolis de Numacia, como hemos comentado (Checa et alii 1999: 68; Tabernero et alii 1999: 486-487). Pero volviendo al grupo vacceo, se ha señalado que en el centro de la cuenca del Duero, 16 asentamientos de los 19 registrados se sitúan en las proximidades de las tierras con más alto rendimiento agrícola, aunque con diferencias entre las comarcas de los Valles, la Campiña y los Páramos; en todo caso, estos 16 yacimientos presentan tierras especialmente rentables dentro de sus territorios de captación, la mayor parte de las cuales es visible desde el hábitat (San Miguel 1993: 44 y 48, fig. 11). Incluso se ha postulado la existencia de terrenos de regadío, lo que se ha puesto en relación con el desarrollo económico de los vacceos y el crecimiento de los oppida, debido a que las tierras potencialmente regables siempre aparece en los primeros kilómetros de los territorios de captación de los asentamiento; éstas tierras suponen un 11% de la superficie (ibídem 1993: 50-52, fig. 12).
La consecuencia que se deriva de este calentamiento, sin tener en cuenta otros factores, especialmente los referidos a mayor o menor humedad ambiente, determinaría un empobrecimiento de los pastos y una mejora en las condiciones agrícolas de las zonas elevadas, como es la que aquí nos ocupa (Ibáñez 1999: 26-29, 42-44 y 46). Esta circunstancia podría determinar que la población del núcleo de Montejo de la Vega, con una economía más vinculada a las actividades ganaderas, optase por un cambio de emplazamiento, acercándose a los importantes pastizales de la Serrezuela de Pradales; estos terrenos ahora cobrarían especial relevancia, al coincidir con las transformaciones económicas que parecen advertirse en los oppida vacceos, en la línea de una mayor dedicación a la ganadería ovina, lo que determinaría la necesidad de buscar pastizales que complementase los de la cuenca del Duero en los meses de verano (San Miguel 1993: 62-64). Por el contrario, el núcleo de Ayllón tendría un tipo de economía más cercana al grupo vacceo, que presenta un claro interés por controlar las mejores tierras cultivables (Sacristán et alii 1995: 350-351 y 361; Romero y Ramírez 1999: 458-459), donde los campos de cereal tendrían una mayor importancia que en los poblados celtibéricos, más centrados en una supuesta economía ganadera extensiva (Jimeno y Arlegui 1995: 101). De hecho, para Segovia provincia, sin distinguir entre la zona vaccea o la celtíbera, se postula una economía basada en la agricultura de cereal (Barrio 1999a: 199), con rendimientos importantes, a tenor de los estudios realizados, y cambios con respecto a los cultígenos de la Primera Edad del Hierro (Cubero 1999: 56-57 y 59-60).
A esta preponderancia de la agricultura hay que añadir la importancia de una ganadería básicamente bovina, desde la Primera Edad del Hierro y que ahora parece acentuar su importancia, con un 81% del peso total, mientras que la caza tan sería testimonial. Esta cabaña ganadera se caracteriza, atendiendo al peso, por la preponderancia de la ganadería bovina, superior al 64% y
De todas maneras no hay que olvidar los comentarios que hemos referido al tratar los poblados
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío podido constatar la existencia de actividades metalúrgicas, como en la zona de Bilbilis (Polo Cutando 1999: 200). Aparte del hierro, se han encontrado en comarcas cercanas, en especial en la sierra de Guadarrama, yacimientos de cobre, estaño y pleno en la zona de El Muyo y Madriguera, ambos en el Alto Riaza (Lorrio et alii 1999: 165).
que aumenta con respecto a la Primera Edad del Hierro, donde predominaban los individuos adultos, lo que implicaría su utilización para carne, productos secundarios y animales de tiro; un descenso en el porcentaje de ovicápridos, que no supera el 18% salvo en Montealegre; el mantenimiento del porcino entre 6 y 5%; un descenso del equino con respecto a más de un 19% de biomasa en la Primera Edad del Hierro, aunque en algunos yacimientos no aparece (Romero y Ramírez 1999: 458-459). Este modelo más agrario también se ha descrito para los valles del Huecha y del Jiloca, en el Medio Ebro, donde los yacimientos se localizan preferentemente en la zona de aprovechamiento agrícola (Aguilera 1995: 218; Burillo et alii 1995: 251).
El estudio pormenorizado de Barrio sobre la minería prerromana en la provincia de Segovia, arroja una serie de referencias históricas sobre yacimientos de plata cobre, oro, grafito, amianto y sobre todo hierro, que posiblemente haya sido el único mineral económicamente rentable, en lugares cercanos o en nuestra área de prospección como puedan ser Honrubia, Riaza, Villalvilla, Villacorta (hasta hace poco se conservaba un Molino de la Ferrería) y sobre todo la sierra de Ayllón (íd. 1999a: 27-29; íd. 1999b: 185-187), aunque parece que el foco más activo estaría al otro lado de la sierra, ya en la comarca de Ocejón, Guadalajara. Lo que no se ha constatado en la zona de Ayllón, frente a lo que ocurre en otras regiones, es la expansión de poblados mineros en época tardía en relación con el control por parte de la ciudad de estos establecimientos de extracción (Burillo 1998: 222-224; Arenas 1999a: 192; Polo Cutando 1999: 200-201), aunque ello puede deberse a la despoblación del valle en época tardía celtibérica.
Quizá un ejemplo más cercano a la diferente especialización de los poblados del Aguisejo y Riaza Medio podríamos hallarlo en el valle del Cidacos (provincias de Soria y La Rioja), donde encontramos un diferente aprovechamiento entre la Hoya de Arnedo, claramente centrada en actividades agrícolas, la Cubeta de Enciso, con preferencia de terrenos de pastos, y la Cubeta de Villar de Maya, con una diferente dedicación agraria o ganadera según los yacimientos (García Heras y López Corral 1995: 332-335, gráf. 1, 2 y 3). Si volvemos otra vez a las oscilaciones térmicas ocurridas en la primera mitad del primer milenio, en este caso con especial referencia a las incidencias sobre la agricultura, tendremos un calentamiento progresivo desde el siglo VI a.C., interrumpido por un enfriamiento en la segunda mitad del siglo IV a.C., para volver la recuperación térmica durante los siglos III al I a.C. (Ibáñez 1999: 26-38). Estos cambios mejorarían los rendimientos de los cultivos, en especial en las zonas altas y más frescas, como las que comprenden la zona de prospección (Ibáñez 1999: 42-44). En todo caso, junto a esta explotación predominantemente agrícola, el núcleo de Ayllón podría haber complementado su economía con la las actividades ganaderas, de ahí ese 5 y 7% de superficie posiblemente destinada a pastizales. Además, en el caso de Ayllón, aparte de las actividades agropecuarias, pudo haber una importante actividad minera, al igual que también se ha registrado en otros ejemplos de la provincia de Soria (Jimeno y Arlegui 1995: 101).
En definitiva, estamos ante dos núcleos con modelos económicos diferenciados, por lo que podría haber habido una cierta complementariedad de sus economías, como ya veíamos durante el Celtibérico Antiguo; para hacer esta afirmación nos basamos tanto en la distancia que los separa, unos 26 km; la pertenencia a una misma etnia, la celtibérica y más concretamente la arévaca, en el sentido que ya hemos comentado al principio; y a que este tipo de relaciones entre economías diferentes, como en líneas generales serían las de los vacceos y los celtíberos, aunque con la complejidad que por ejemplo se aprecia en nuestra zona de estudio, son definidas tanto por la fuentes latinas como por la investigación actual como de complementariedad (Jimeno y Arlegui 1995: 101). 6.3.- Modelos de poblamiento de época celtibérica
De hecho, frente a la hipótesis tradicional de la existencia de un foco minero-metalúrgico en torno al Moncayo (Maluquer 1960: 143), la dispersión de útiles metálicos por amplias regiones, unido a la existencia de abundantes afloramientos férricos, invalidarían esta hipótesis; así, cerca de nuestra zona hay mineralizaciones de hierro, en las cabeceras del Duratón y Eresma y sobre todo al sur de Ayllón y el alto Riaza (Martín Valls y Esparza 1992: 261-262; Lorrio 1997: 64 y 333, fig. 12; Lorrio et alii 1999: 162), de ahí que haya que contar con otros núcleos para el aprovisionamiento de hierro, uno de los cuales pudo ser el de Ayllón. En todo caso, tampoco es imprescindible la existencia de mineralizaciones, ya que en otras regiones que carecen de yacimientos se ha
Modelo de poblamiento del Alto Duero El modelo jerarquizador está perfectamente documentado en la provincia de Soria, durante el Celtibérico Pleno y, sobre todo, durante el Celtibérico Tardío, cuando aparecen los grandes oppida15, considerados como núcleos de población aglutinadores del resto de grandes y pequeños poblados, de ahí que se hable para el poblamiento de un “patrón diversificado” (Jimeno y Arlegui 1995: 108-109; Jimeno 2005: 124126) 15 Más adelante trataremos el problema del origen de la ciudad, en el que se encuadraría el modelo de concentración de la población de la comarca del río Aguisejo y Riaza Medio.
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Radio km
Cereal
Monte
Pasto
Improduc.
Tabla 16: Análisis de captación de recursos de los yacimientos del Celtibérico Pleno y Tardío (Datos en tantos por cien. La Necrópolis de Ayllón (Ayll‐13) no se han contabilizado dentro de las medias; lo mismo ocurre con Los Quemados II (Ca‐3), posiblemente una escombrera) Porcentaje no contabilizado
1 5 1 5 1 5 1 5
5 38 22 36 9 13 20 11
59 56 61 58 1 68 19 68
21 4 9 4 90 19 60 20
15 3 8 2 ‐ 1 ‐ 1
1 5 El Cerro del Castillo 1 (nº 5) 5 Necrópolis 1 (nº 7) 5 Media total del Celtibérico Pleno 1 5 Media incluyendo Las Torres, Los 1 Quemados I y El Cerro del Castillo 5
16 17 88 76 88 80 23 23 34 42
24 66 7 17 6 13 22 61 22 47
56 16 5 7 6 7 51 15 39 10
3 1 ‐ ‐ ‐ ‐ 3 1 5 1
Las Torres (nº 47) Peña Arpada (nº 48) Los Quemados I, II y Carracarabias (nº 8, 9 y 10) Arroyo de la Hoz, Carrapradal, La Dehesa, Hoyo Mandrina y Carracarabias II (nº 11, 12, 13, 14 y 15) Media Montejo y Carabias
33% prov. Burgos 41% prov. Burgos
10% de prov. Soria 13% de prov. Soria
abandonan muchos lugares a tenor de las dataciones algo tardías de las cerámicas torneadas de importación, como hemos comentado en otra ocasión, tanto castros de la serranía (un 36%), como del centro de la provincia de Soria, una situación similar a lo ocurrido en la zona de Montejo de la Vega, mientras que por otro lado surgen otros nuevos como lo han destacado las diferentes prospecciones: un 43% de los asentamientos de la provincia de Soria son de nueva creación, igual que ocurre en Los Quemados I; también se aprecia una creciente jerarquización de los núcleos de población (Revilla 1985: 343; Borobio 1985: 181; Pascual 1991: 267; Morales 1995: 300; Romero 1991: 369-371; Jimeno y Arlegui 1995: 105-109; Lorrio 1997: 285; Heras 2000: 267). En el caso concreto del sudoeste soriano se pasa de 8 yacimientos en la Primera Edad del Hierro a 34, siendo dos los que continúan desde la primera etapa (Heras 2000: 219), por lo que en esta comarca el relevo es casi total.
En el Alto Duero hay una tendencia a abandonar los rebordes montañosos y concentrar la población en la zona central de la cuenca, un hecho además que parece darse en un momento posterior a la aparición de las cerámicas torneadas con decoración de bandas vinosas de influencia ibérica (Jimeno y Arlegui 1995: 105). Esta misma circunstancia se observa, más en concreto, en la zona sudoccidental de la provincia de Soria, la que más nos interesa desde el punto de vista de nuestra zona de prospección, donde, aunque aumenta el número de yacimientos en la zona serrana, en las proximidades de Termes, su número sigue siendo escaso y desde luego muy inferior a los yacimientos de la vega y cercanías del río Duero, cuando en la Primera Edad del Hierro se apreciaba un cierto equilibrio (Heras 2000: 219 y 224). Esta tendencia al abandono de las zonas serranas por las campiñas del Duero y zonas aledañas que parece constatarse en el Alto Duero, no parece darse en la zona nordeste de la provincia de Segovia, al continuar el poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón y crearse uno nuevo en una zona serrana como es la Serrezuela de Pradales a costa probablemente del desaparecido castro de La Antipared I. En lo que sí que podría haber coincidencia es en una mayor presencia de poblados en la zona norte, más cercana a las campiñas del Duero, sin que lleguen a formar parte de las mismas, que en la zona sur, con el solitario poblado de Ayllón.
Esta etapa también coincide con la aparición de innovaciones en la arquitectura defensiva, aunque éstas suelen ser más propias del siglo II a.C., con las que podría estar en relación las murallas de Los Quemados I, con características más modernas que las de la muralla de La Antipared I: regularización de lienzos que se imponen a la propia topografía del terreno, torres, sobre todo a modo de saliente en los puntos débiles, fosos... (Jimeno y Arlegui 1995: 109 y 113; Jimeno 2005: 122).
Parece ser que los poblados en el Alto Duero mantuvieron las características generales del período anterior hasta finales del siglo V a.C.; a partir del IV se
Estos cambios, y en especial el abandono de la periferia montañosa por el centro agrícola, se ha intentado
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío En la zona concreta del sudoeste de Soria, se ha destacado la existencia de una jerarquización de hábitat en torno a Langa de Duero, que comprende 10 yacimientos en un radio de menos de 3 km; algo similar ocurriría en torno a San Esteban de Gormaz y Uxama, mientras que no parece ser el caso de Termes (Heras 2000: 220), que por ello estaría más cercano al modelo descrito para Ayllón; es decir, grandes núcleos sin poblados menores ni en su inmediato entorno ni en su territorio. Estos pequeños poblados dependientes de los centros anteriormente citados se asentarían en llano y presentarían unas dimensiones inferiores a 1,5 Ha (Heras 2000: 223).
explicar debido a la existencia de un desequilibrio entre la población y los recursos, que se vería acentuado por el enfriamiento del clima que afectaría más a las áreas serranas que a las campiñas; a esta hipótesis habría que añadir la puesta en explotación de nuevas zonas agrícolas en otras partes de la provincia que debilitaría a aquellos grupos, como los del norte, más especializados que se irían quedando al margen de la cadena regional de intercambio, provocado una progresiva descapitalización y la consiguiente pérdida de población; la intensificación de la explotación agraria acompañada de la introducción de mejoras tecnológicas (arado, policultivo, rotación, abonado) supondría un aumento de los recursos y, por tanto, de la población, lo que conllevaría que hacia finales del siglo III o principios del II a.C. aumente el número de poblados, sus dimensiones, su estabilidad, lo que dará origen a los oppida conocidos durante las guerras celtibéricas (Jimeno y Arlegui 1995: 120). Esta hipótesis, que creemos que en general podría ser válida para la mayor parte de las tierras del Alto Duero, parece que chocaría con el caso de Carabias, donde lo que predomina es una ocupación de una zona rica en pastos, frente a los nuevos poblados más cercanos a las campiñas cerealistas.
Para terminar y aunque la zona exceda de lo que es el Alto Duero propiamente dicho, veremos los resultados globales para la provincia de Segovia. En un estudio basado en los datos conocidos de antiguo, se señalaba la existencia de dos modelos de poblamiento diferente en la provincia: uno mononuclear y otro jerarquizado. El primero se correspondería con el denominado modelo de ciudades-estado vacceas, con grandes poblados separados por distancias elevadas y donde la jerarquización se realizaría sobre torres o pequeños poblados; el segundo, llamado modelo jerarquizador, es en el que un oppidum controla otros asentamientos de mayor tamaño, pero donde se insiste que se trataría de una jerarquización de colaboración donde el poblado principal sería un primus inter pares (Barrio 1999a 171; íd. 2010: 17 y ss.).
Para otros autores, este cambio en el patrón de asentamientos a partir del siglo IV a.C., con la extensión de asentamientos en zonas cerealistas, se ha puesto en relación con la extensión de relaciones de dependencia entre los grupos urbanos privilegiados y una serie de comunidades campesinas, que si anteriormente habían preservado su autonomía, ahora pasarán a vincularse a estos grupos que los orientarán a la obtención de excedentes (Ortega 1999: 449).
Otra propuesta para esta misma provincia, en este caso realizada a partir del Inventario Arqueológico Provincial, llega a conclusiones similares. Así, se afirma que en la zona noroeste o vaccea habría un proceso de sinecismo en el paso de la Primera a la Segunda Edad del Hierro debido a que hay una clara y significativa reducción de asentamientos desde la Primera Edad del Hierro y porque aparecen 2 asentamiento nuevos (33%) frente a los 4 que perduran (67%); en el resto esto no se aprecia esta circunstancia, sino que aparecen nuevos poblados y no se documenta este sinecismo, sino una situación más heterogénea: el número de nuevos asentamientos asciende a un 55% frente a un 45% que continúan desde la etapa anterior (Gallego Revilla [2000]: 254).
A lo largo de los siglos II y I a.C. aparecen nuevos asentamientos (un 73%), entre ellos los oppida, uno de los elementos característicos del periodo Celtibérico Tardío que nosotros creemos que debería ser anterior; este desarrollo de nuevos núcleos y el crecimiento de otros supone un aumento de la población, polarizados entre los que se asientan en llano, como los de Carabias, y los que lo hacen en alto; esto también supone una ocupación intensiva del territorio y la existencia de una jerarquización de hábitat, que se ha puesta en relación la aparición de unas elites guerreras de tipo gentilicio (Almagro-Gorbea 1994: 26 y ss.; Jimeno y Arlegui 1995: 109-110; Lorrio 1997: 286-287; AlmagroGorbea 1999: 36).
Modelo de Poblamiento del Alto Tajo
Si pasamos ahora a las comarcas concretas de la provincia de Soria, aunque en este caso los yacimientos no se diferencian por etapas dentro de la Segunda Edad del Hierro, en la comarca de Almazán se aprecia un incremento de los 6 yacimientos de la Primera Edad de Hierro a los 19 celtibéricos (Revilla 1985: 229 y 337), en el Campo de Gómara, de 1 a 2 (Borobio 1985: 209), en la Altiplanicie soriana, se mantiene el mismo número de 23 asentamientos (Morales 1995: 299 y 304) y en la Zona Centro se pasa de 6 a 17 y 3 necrópolis (Pascual 1991: 287-288).
Tampoco se aprecian cambios entre los poblados de la Primera y Segunda Edad del Hierro en el Alto TajoAlto Jalón, donde se ha podido determinar para la última fase de ocupación de La Coronilla una población de 40 personas (García Huerta 1990: 855; Cerdeño 1999: 76),aunque ahora se generalizan las murallas (Cerdeño 1999: 77). En la zona de Guadalajara parecen continuar los patrones de asentamiento anteriores, es decir, de poblamiento en llano o en lugares escasamente elevados
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Figura 67: Materiales de Los Quemados I (Ca‐2); estatuilla de terracota encontrada en Los Quemados I (Gil Farrés 1951: 217 y ss.); Carracarabias I (Ca‐4), Los Quemados II (Ca‐3) y Carracarabias II (Ca‐10).
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío posiciones estratégicas, que habría que identificar con torres (Burillo et alii 1995: 260; Burillo 2005b: 117).
(Cerdeño y García Huerta 1990: 84-85; Lorrio 1997: 275 y 284). Para época tardía tenemos más información; así, en la depresión Tortuera-La Yunta, junto con torres hay pequeños poblados en llano dependientes de los poblados en altura fortificados y cuya función sería agropecuaria o artesanal (Cerdeño et alii 1995: 170).
Otro lugar donde se manifiesta esta clara jerarquización es en la Sierra de Albarracín, en donde se han documentado dos grandes poblados, uno de ellos de la Primera y Segunda Edad del Hierro y el otro de la Segunda, que controlarían el resto de asentamientos de menos de una hectárea (Collado 1995: 419 y 423). Ahora bien, en esta región no parece tan clara la concentración de población, quizá en relación con la pervivencia de tradiciones en lo que Almagro-Gorbea ha llamado el modo de vida serrano con antecedentes desde la Edad de Hierro o incluso el Bronce Final; para él muchos elementos culturales se han conservado desde entonces, al depender en gran medida del medio ambiente, por ser el resultado de una larga y eficaz adaptación cultural; así, para él la paleoetnología enriquece la información de estos pueblos, ya que nos permite ayudar a comprender las formas de vida del pasado a partir del presente. Hay una correlación entre pueblos actuales y castros celtibéricos, que también parece darse de ciertas zonas de Soria, basada en necesidad de aprovechamiento del medio en una zona de escasez. Se trata de un modo de organizarse propio de las zonas serranas, debido a la profunda interacción y adaptación del hombre al medio natural, lo que da su fuerte personalidad cultural (Almagro-Gorbea 1995: 433 y 437-438, fig. 5 y 6; íd. 2005: 37).
En la comarca de Molina, también se aprecia una clara jerarquización entre los poblados de menos de 0,25 Ha y una serie de núcleos mayores en torno a los cuales se articularía la red de asentamientos de dimensiones menores; esta jerarquización continúa en el Celtibérico Tardío, donde se aprecia una atomización del poblamiento, con un gran número de núcleos en torno a unos pocos centros de mediano y gran tamaño. Será en esta época cuando se consolide el fenómeno urbano, apareciendo una auténtica infraestructura de explotación y control del territorio basada en la especificidad funcional de algunos asentimientos, lo que desemboca en un sistema jerarquizado basado en la producción diferenciada y gestionado desde determinados núcleos urbanos que controlan los excedentes con los que desarrollan sistemas de redistribución interna y establecen contactos con el exterior (Arenas 1999a: 196 y 219). Por el contrario y con respecto al Alto Duero y nuestra zona de prospección, en la comarca de Molina no se observa la existencia de este tipo de centros rectores, de ahí que se considere que esta zona se convertiría en parte del territorio de alguna de las grandes ciudades que se desarrollan ahora en las comarcas limítrofes y en ningún caso en su interior, lo cual también se ha puesto en relación con las posibles situaciones de dependencia o clientela que algunos autores vislumbraron en la aparición en esta zona de necrópolis sin armas (RuizGálvez 1990: 343; Arenas 1999a: 344-345; Arenas y Tabernero 1999: 531-533).
Modelo de poblamiento del Duero Medio
También se aprecia una jerarquización de ciudades en el valle del Ebro Medio entre las que superan las 9 Ha y las que no llegan a 2 (Burillo et alii 1995: 232), así como una clara jerarquización entre asentamientos, en los que dominan dos núcleos de más de 3 Ha, situados cerca uno del otro, en la zona de mayor productividad (Aguilera 1995: 231; Burillo 1998: 222224).
En el ámbito del Duero Medio durante el siglo V a.C. se van a dar una serie de cambios fundamentales en el grupo soteño, como son el aumento del tamaño de los núcleos y su distribución en el espacio, la aparición de las primeras necrópolis, ciertas transformaciones sociales (en la línea de una jerarquización social con el surgimiento de elites guerreras), intensificación de los intercambios, difusión de la metalurgia del hierro, utilización de la cerámica a torno, etc. Cambios trascendentales, que, en todo caso, no suponen una ruptura entre El Soto pleno y el mundo vacceo, de ahí que se prefiera ver una continuidad poblacional, por una serie de rasgos que perduran desde El Soto pleno, tanto de emplazamiento como de cultura material, frente a las anteriores tesis invasionistas (Delibes et alii 1995: 89; Sanz Mínguez 1997: 505), que no todos los autores corroboran (Sacristán 1986a: 52).
Algo similar encontramos en el valle del Cidacos, donde de los 14 yacimientos de la Segunda Edad del Hierro uno presenta más de 1 Ha y otro de más de 3 Ha (García Heras y López Corral 1995: 331-335). Además, en época tardoceltibérica aparecen asentamientos rurales de pequeño tamaño (menores a una hectárea) con urbanismo que recuerda a los de la Primera Edad del Hierro, pero sin sistemas defensivos; también se documentan otros más pequeños y de forma triangular en
En este sentido, hay una evidente continuidad entre los poblados de la Primera Edad del Hierro y la Segunda en el ámbito vacceo, aunque con algunos cambios: tan aparecen ocho poblados de nueva planta, frente al resto que presentan una continuidad con la etapa anterior; en la zona oeste del Pisuerga hay una fuerte reducción de yacimientos (en una proporción de 3 a 1), lo que implica una mayor concentración de los poblados a costa de los pequeños, mientras que la zona este del
Modelo de Poblamiento del valle del Ebro
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Pisuerga hay una mayor continuidad, con pocos poblados nuevos (Sacristán et alii 1995: 358-359).
de la falta de jerarquización (Sacristán et alii 1995: 361363).
Este esquema dura hasta entrado el siglo I a.C., por lo que no parece afectado por la conquista romana hasta la inflexión tardoceltibérica. En este momento van a desaparecer núcleos posiblemente por las guerras sertorianas, en las que se involucraron las poblaciones indígenas; de esta crisis sobrevivirán 20 de unos 50-53 yacimientos; también hay desplazamientos de algunos poblados, sobre todo al llano. Por lo demás, en este siglo, y a pesar de episodios de rebeldía, se afianza el dominio romano en la zona (Sacristán et alii 1995: 358-359).
En cuanto a los límites de modelo de poblamiento vacceo, parece ser que en su parte oriental incluiría a los poblados considerados como arévacos de Pinilla, Solarana, Arauzo de la Torre, Langa de Duero y Alto del Cuerno-Clunia, en algunos casos desde la Primera Edad del Hierro, en los que no se aprecia la jerarquización de hábitat; al sur del Duero, la característica sería la existencia de escasos núcleos de cierta entidad en los cursos bajos de los ríos, como Coca o Cuéllar, mientras que los interfluvios quedarían deshabitados (Sacristán 1989: 84; Sacristán et alii 1995: 363-365). Nosotros creemos que este modelo también podría extenderse a la comarca de Ayllón, incluso a la de Termes, pero no así al poblamiento de Carabias, por lo que ya hemos comentado. Lo que no nos parece es que se defienda lo mismo para Segontia Lanka16, cuando se señala a la vez que jerarquizaría unos 10 yacimientos de menos de 1,5 Ha en un radio de menos de 3 km (Heras 2000: 220 y 223).
Esta continuidad entre la Primera y Segunda Edad del Hierro también se ha registrado en los exhaustivos estudios del centro de la cuenca del Duero; así, en la Tierra de Campos se pasa de 29 yacimientos de El Soto a 10 en el periodo inicial vacceo y 8 en el periodo clásico; en los valles del Duero y Pisuerga se pasa de 12 a 6 y luego 5; y en los Montes Torozos, de 11 a 5 en la fase inicial y plena; además, se aprecia que desaparecen los yacimientos considerados como peculiares, perdurando más los versátiles (San Miguel 1993: 41)
Frente a la explicación del modelo de poblamiento que ofrece Sacristán, para el mismo grupo cultural San Miguel señala otra explicación. Para este autor, el modelo vacceo es menos homogéneo de lo que afirmaba Sacristán, ya que se aprecian elementos que no se salen de las características reseñadas. Así, por ejemplo: las notables diferencias entre tamaños de los poblados, el que no todos se encuentre a grandes distancias entre sí y, en tercer lugar, el que otros tengan una funcionalidad diferente de la de economía mixta de la mayoría y, por tanto, que tendrían una cierta especialización. A estos elementos hay que añadir el que las fuentes clásicas hablan de diferentes categorías de núcleos de población, por lo que tuvo que haber una cierta jerarquización; o el que la existencia de ciudades en época romana hace pensar que su categoría provenga más que de una decisión romana, de la propia organización del territorio anterior de la conquista (San Miguel 1989: 92-93; íd. 1993: 52-53; íd. 1995: 377).
Estos cambios darán lugar a un modelo de poblamiento muy concentrado, característico del centro de la cuenca del Duero. La explicación que se ha dado para este fenómeno de aglutinamiento del hábitat a lo largo del primer milenio y en especial en la etapa vaccea es la que va en la línea de que concentración de la población implica una explotación eficaz de los recursos, unido a la elaboración y circulación de determinados productos; a ello se puede llegar desde abajo arriba, por evolución de la sociedad que alcanza un nivel económico con generación de excedentes que comienzan a ser acaparados y gestionados por algunos núcleos de residencia; o de arriba abajo, cuando los núcleos existentes por crecimiento demográfico o mayor capacidad de aprovechamiento de los recursos crean nuevos puntos de población en su entorno dependientes de ellos (Sacristán et alii 1995: 361-363). En cuanto a la existencia o no de un modelo de poblamiento jerarquizado Sacristán cree que no hay jerarquización en el Duero y los pequeños núcleos diferenciados en Palencia o Padilla no son ejemplos de jerarquización, sino como partes físicamente separada de los poblados (como debe ocurrir en Carabias con los poblados pequeños). Por tanto, para él apenas si hay evidencias que avalen una jerarquización mínimamente consolidada, aun reconociendo el mayor desarrollo de algunos núcleos y que la mayor densidad de yacimientos del Bajo Pisuerga y bordes de La Tierra de Campos pudieran indicar cierta jerarquización, ya que se trata de una zona con cierta singularidad dentro del modelo vacceo. Pero en general, lo que se observa, para este autor, es la falta de yacimientos menores, de 1 ó 2 Ha y, por tanto, dependientes de otros mayores, además de que desde la Primera Edad del Hierro se aprecia una homogeneidad de elementos muebles que irían en la línea
San Miguel propone un modelo de hábitat disperso en el que la ciudad se manifiesta como el único centro político, pero con relaciones de jerarquización, es decir, un modelo peculiar pero no tan diferente del celtibérico (íd. 1989: 93). Para definir las ciudades, aparte del emplazamiento en borde de páramo, incluye peculiaridades en sus territorios de captación, como es que el potencial de recursos del entorno no fuese la preocupación fundamental ni condicionase el volumen de población; además, este patrón muestra una pauta de distribución absolutamente regular y jerarquizada del
16 La cronología que se viene proponiendo para el yacimientos de La Cuesta del Moro, en Langa de Duero, del siglo I a.C., quizá tuviera que adelantarse; en relación con este yacimiento estaría el cercano Castro de Valdanzo, a 4,5 km, de una 21 Ha, y que parece que sí que tendría una cronología más tardía (Heras 2000: 222-223; Tabernero et alii 2005: 202).
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
Figura 68: Materiales de Arroyo de la Hoz (Ca‐5), Carrapradal (Ca‐6), La Dehesa (Ca‐8) y Peña Arpada (MVS‐14).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) manufacturas (San Miguel 1993: 65). Este modelo debería mantener unos rendimientos suficientes que posibilitaría la existencia de excedentes cuyo comercio sería el responsable de la llegada a este territorio de una importante cantidad de metales preciosos (ibídem 1993: 61).
conjunto de oppida de su territorio (ibídem 1993: 52-53, fig. 13). La explicación de la causa del acusado cambio entre la Primera y Segunda Edad del Hierro no se debe a la existencia de una entidad regional superior o a una amenaza militar, ya que no existe una preocupación defensiva acusada en estos poblados; ello hace que haya que buscar esta explicación no en causas políticomilitares, sino en el conjunto de transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales que acompañaron a la celtiberización del territorio. “La tendencia a la aglomeración de actividades humanas para conseguir una mayor eficacia y minimizar el gasto de energía depende directamente de la difícil posibilidad de encontrar un punto de equilibrio en la relación costesbeneficios que opone la necesidad de recursos que garanticen el sustento (el territorio en un grupo de economía agraria) y de unas fórmulas de organización y coordinación social eficaces, a las ventajas económicas relacionadas con los avances técnicos y el proceso de concentración” (San Miguel 1993: 60; íd. 1995: 377).
En cuanto a las nuevas formas de organización y coordinación social de carácter urbano más eficaces, éstas podrían hacer referencia a la existencia de servidumbre. Para este autor la constatación de la presencia de una fuerte jerarquización social queda evidenciada en las necrópolis vacceas, en especial la de Las Ruedas, en Padilla de Duero, Valladolid (Sanz Mínguez 1997: 512), en donde las clases dirigentes se apropiarían del excedente económico lo que determinaría que hubiese relaciones de subordinación que en algunos casos podrían llegar a la servidumbre (San Miguel 1993: 61). Para este autor este fenómeno se produciría por aculturación a partir del siglo IV a.C., cuando se produjeron una serie de cambios generalizados seguramente por la existencia de un fluido sistema de comunicación que propició la generalización del proceso en toda la región y que continuó en la etapa clásica (ibídem 1993: 60).
Este punto de equilibrio fue alcanzado al aumentar la producción y garantizar los rendimientos de una forma sostenible y eso se consiguió aprovechando los productos secundarios procedentes de la ganadería ovina y de la agricultura de regadío, aparte de las ventajas de la incorporación y generalización del hierro a los aperos de labranza, a la incorporación de otras innovaciones (rueda, horno de tiro variable...) y el aumento del terrazgo; estos último elementos por sí solos no hubieran permitido el crecimiento de la población y su aglomeración, así como el desarrollo de las actividades artesanales y comerciales directamente relacionados con estas producciones sin ese aprovechamiento de los productos secundario y del regadío (San Miguel 1993: 60; íd. 1995: 378-379).
En cuanto a la jerarquización de hábitat, se detecta un grupo de asentamientos con rasgos comunes que les individualizan del resto de los oppida y que podrían corresponder con asentamientos de un rango especial, el de civitates: son los más extensos, siempre en borde de páramo o en sus proximidades; tienen unos territorios de captación con un reducido porcentaje de tierras de laboreo sistemático (incluso el porcentaje de terreno inculto es alto), lo que induce a pensar que el potencial de recursos del entorno no fue la preocupación fundamental a la hora de escoger el lugar de emplazamiento ni condicionó el número de habitantes; también tiene una pauta de distribución muy regular y jerarquizan el conjunto de oppida del territorio; y por último se mantuvieron en época romana (San Miguel 1995: 374-375).
Ahora bien, si el desarrollo de la ganadería ofrece evidencias, aunque quizá más que una ganadería ovina se tratase de otra más centrada en los bóvidos (Romero y Ramírez 1999: 458-459), lo que no parece tan claro son las evidencias que apunta para la existencia de una agricultura de regadío en los poblados vacceos (San Miguel 1993: 62-65).
6.4.- Modelo de poblamiento en la comarca del Riaza Medio y de la Serrezuela Núcleo de Carabias-Montejo
Junto a esta secundarización de la producción, como así la ha denominado este autor, el otro elemento dinamizador de su economía, y que en parte se ha señalado ya, sería el desarrollo de actividades manufactureras y de comercio directamente relacionado con estas producciones. Ahora bien, en cuanto a las evidencias que confirmen estas hipótesis, son muy escasas como: el sistema de producción familiar coordinado por fórmulas de organización y reparto del trabajo colectivista; la existencia de servidumbre posiblemente en oppida asentados en las cercanías de la civitas; o la necesidad de infraestructuras no complejas para la existencia de regadío, la ganadería ovina o las
Por tanto, a tenor de lo observado encontraríamos un modelo de poblamiento claramente jerarquizado, o un patrón diversificado, en el que los diferentes oppida controlarían otro tipo de poblados secundarios en la región del Alto Duero (Jimeno y Arlegui 1995: 108-109; Heras 2000: 220), Alto Tajo-Alto Jalón (Arenas 1999a: 196 y 219), en este caso sin grandes centros rectores (Arenas 1999a: 344-345; Arenas y Tabernero 1999: 531-533) y Ebro Medio (Burillo et alii 1995: 232; Collado 1995: 419 y 423; Aguilera 1995: 231; Burillo 1998: 222-224), coincidente en buena medida con parte de la Celtiberia histórica, y en alguna interpretación del Duero Medio (San Miguel 1989: 92-93; íd. 1993: 52-
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío momento algo tardío y pudiera adelantarse al pleno siglo V, según como se fechen las primeras cerámicas a torno con bandas de color vinoso (Escudero y Sanz Mínguez 1999: 328-330), y que suponen un cierto abandono de los ambientes más serranos por otros en los que se prefieren las llanuras sedimentarias, con una vinculación más cerealista, en la línea ya superada de dar una mayor importancia a las actividades agrícolas que a las tradicionalmente preponderantes actividades ganaderas (Jimeno y Arlegui 1995: 105; Heras 2000: 219 y 224).
53; íd. 1995: 377), frente a otros que tienen una la opinión contraria (Sacristán et alii 1995: 361-363). Este es el modelo que nosotros proponemos para el caso de Carabias-Montejo, por la presencia de los asentamientos que creemos que deberían ser dependientes del anterior y que se ubicarían en la vega del Riaza Medio (Las Torres y Peña Arpada); esta relación la establecemos por la distancia que les separa, de unos 12 km, y por lo que creemos que sería una continuación en el hábitat desde el Celtibérico Antiguo, con el castro de La Antipared I (fig. 58). Por otro lado, en el yacimiento de Los Quemados I se comprueba la existencia de una serie de yacimientos secundarios, repartidos por las únicas tierras susceptibles de ser aprovechadas para labores agrícolas, que dependerían del oppidum y que podrían considerarse como extensiones del mismo poblado central, ya que las distancias con respecto al poblado central no exceden en ningún caso los 500 m.
En la zona de prospección el único cambio observable es el abandono del castro de La Antipared I, después del Celtibérico Antiguo B, en parte quizá influido por su emplazamiento de difícil acceso (fig. 58). Ahora bien, creemos que más que los problemas derivados de un emplazamiento encastillado, el cambio de población se originaría por razones económicas. Así, un cambio por razones de emplazamiento podría haber supuesto la consolidación del cercano yacimiento de Las Torres, con una localización en cerro, rodeado en parte por un meandro que a la vez protege la zona más accesible del yacimiento, siendo la parte más abrupta la que carece de la defensa del río; a esta condición defensiva y estratégica, en el camino natural del río Riaza, se le une el que el citado cerro presenta una configuración del relieve amesetada, que le hace idóneo para el asentamiento humano; además, está a una distancia de 750 m del castro. Sin embargo, y a pesar de las propuestas de Barrio (íd. 1999a: 145), hemos documentado una extensión que claramente es insuficiente para considerarlo heredero directo del papel centralizador que tuvo el castro de La Antipared I en el Celtibérico Antiguo; así, la superficie para la etapa Plena sería de unas 2 Ha, inferior a las más de tres de La Antipared I en la etapa Antigua.
En cuanto a estos poblados en llano en torno a Carabias, existen problemas a la hora de concretar su relación con el oppidum que el estudio de la cerámica registrada no parece dilucidar; así, el estudio de la cerámica encontrada en estos yacimientos no supone una diferencia fundamental con la del poblado mayor, por lo que podría pensarse en una cierta sincronía entre ambos, que se explicaría por la explotación de los recursos inmediatos de los mismos, es decir, los únicos campos de cereal de la zona, sobre los que se asientan, así como los también cercanos pastizales. Sin embargo, la distancia con respecto al oppidum, nunca superior a 500 m del mismo, no los haría realmente muy necesarios. Otra hipótesis menos plausible y de momento de difícil contrastación con el material de prospección analizado, es que se trate de poblados asentados después de la conquista romana, a principios del siglo I a.C., dentro de la política romana de alejamiento de la población de los lugares en alto, como se conoce para el caso de Termes (Burillo 1998: 256). En todo caso esto supondría un predominio de materiales más tardíos que los que realmente ofrecen en sus registros. Así, para los poblados en llano en la comarca de la Tierra de Almazán, en Soria, se piensa que éstos al tener unos materiales más modernos podrían relacionarse con la nueva organización económica a partir del dominio romano (Revilla 1985: 337). Lo mismo se ha destacado para la Zona Centro (Pascual 1991: 268) y para la Altiplanicie soriana (Morales 1995: 299-304). En todo caso, estos poblados de Carabias no pasarían de las guerras sertorianas, porque no se han registrado materiales del periodo tardoceltibérico. También hay que tener en cuenta que alguno o varios de los yacimientos podrían corresponder a la o las necrópolis, cuyas evidencias no han podido ser documentadas.
Estos cambios en la distribución del poblamiento de la zona nordeste de la provincia de Segovia se deberían, como hemos indicado anteriormente, a la existencia de un proceso de concentración de la población, que iniciado durante el Celtibérico Antiguo, continúa ahora, al menos en el núcleo de MontejoCarabias. A la vez tenemos que en la zona de la Serrezuela, deshabitada durante el Celtibérico Antiguo, surge ahora un oppidum con una extensión de tipo medio, unas 14 Ha (Almagro-Gorbea 1994: 34 y 61-63; Almagro-Gorbea y Dávila 1995: 218-221, tabla 2; Jimeno y Arlegui 1995: 112), a una distancia de 12 km, lo que puede sugerir un cambio en el emplazamiento de la población de esta zona en la línea de lo que parece que ocurre en el Alto Duero. La única diferencia en este sentido sería la de que en el oppidum de Los Quemados I lo que se busca no son tierras aptas para el cultivo (Jimeno y Arlegui 1995: 105-109; Lorrio 1997: 285; Heras 2000: 267), sino el control de los importantes pastizales de la Serrezuela de Pradales unido a un posible camino estratégico, como es el que posteriormente se convierta en Cañada Real Segoviana (Barrio 1999a: 51 y 55), cuya importancia radica en la conexión más directa que permite entre el valle del Duero Medio, con
El otro aspecto que queremos resaltar, teniendo en cuenta el modelo señalado especialmente para el Alto Duero, es la existencia de cambios de población a partir de finales del siglo V y IV a.C., que quizá sea un
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Figura 69: Materiales de Hoyo Mandrinas (Ca.‐9), Las Torres (MVS‐12) y Las Torres según Barrio 1999a: fig. 112.
yacimientos como la Rauda vaccea (Sacristán 1986a: 131 y ss.), el piedemonte de la sierra y, sobre todo, el paso de Somosierra a la Meseta Sur.
interés por trasladar la población con el objetivo de controlar los pastizales permanentes de la Serrezuela de Pradales, más en un momento en el que el calentamiento de la atmósfera, al favorecer las actividades agrícolas en las zonas altas, como es ésta que aquí estamos tratando, supondría un empeoramiento en estos pastizales (Ibáñez 1999: 26-29, 42-44 y 46); de ahí que quizá, en relación con esta información climática, cobrasen ahora mayor interés los lugares más elevados y con mejores pastos, como puede ser la propia Serrezuela. Por cierto, que esta continuación en la dedicación a una economía
Esta especialización en actividades ganaderas ya la veíamos en el núcleo de La Antipared I en el Celtibérico Antiguo, con un modelo de explotación económica radicalmente diferente al de El Cerro del Castillo de Ayllón, este último más centrado en las actividades agrícolas y mineras. Una dedicación tan exclusiva del primero podría haber condicionado un
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
básicamente ganadera también es una razón para pensar en la continuidad entre el castro de La Antipared I y el oppidum de Los Quemados I.
determinados elementos que podrían referirse a una jerarquización del hábitat paralela a la documentada en la Celtiberia (San Miguel 1989: 92-93; íd. 1993: 52-53; íd. 1995: 377).
Núcleo de Ayllón
Quizá esta discusión más que reflejar dos visiones contrapuestas ante los mismos datos, como tantas veces ocurre en la interpretación arqueológica, lo que esté señalando es la existencia de dos modelos dentro del ámbito vacceo. Así, el propio Sacristán admite que en las comarcas del Bajo Pisuerga y los bordes de La Tierra de Campos, donde se aprecian ciertas peculiaridades del poblamiento, pudieran darse una cierta jerarquización entre poblados (Sacristán et alii 1995: 363), algo que podría también constatarse en otras comarcas, como el centro de la provincia de Valladolid, en relación con la tesis de San Miguel (íd. 1993: 52-53).
Este modelo en el que un poblado grande, un oppidum, jerarquiza una serie de poblados menores en llano, incluso con la posible existencia de uno de tipo castellum (Jimeno y Arlegui 1995: 112; Lorrio 1997: 71) en Las Torres, sería diametralmente diferente del modelo de Ayllón, que habría concentrado buena parte de los pequeños yacimientos durante el Celtibérico Antiguo A, continuando la absorción de poblados mayores, en este caso del castro soriano de La Pedriza de Ligos, a partir del Celtibérico Antiguo B, y que presenta un modelo de un único yacimiento, sin poblados secundarios, hasta su desaparición en algún momento anterior a las transformaciones producidas por las guerras sertorianas. Ambos modelos presenta abundantes ejemplos en las regiones limítrofes (fig. 58).
De hecho, una de las características del modelo vacceo, en su versión mononuclear, es su expansión entre otros pueblos, como pueda ser en el caso turmogo (Sacristán et alii 1995: 364) o la franja occidental de la Celtiberia, con poblados como Pinilla de Trasmonte, Solarana, Arauzo de la Torre, Clunia, en Burgos, y el más dudoso de Langa de Duero, en Soria (Sacristán 1989: 84; Sacristán et alii 1995: 363-365). A éstos habría que añadir, como se ha constatado en este trabajo, el temprano proceso de concentración de población en la zona de Ayllón, que tras absorber los poblados secundarios durante el Celtibérico Antiguo A, al menos incorporaría el vecino castro de La Pedriza de Ligos, a partir del Celtibérico Antiguo B; además, y por lo que se refiere a la zona sudoeste de la provincia de Soria, a tenor de los datos proporcionados por las prospecciones, a pesar de que en algunos casos creemos que no siempre son fiables, este modelo mononuclear podría también haberse repetido en el caso de Termes (Heras 2000: 220 y 225).
Este esquema se relaciona más con el modelo desarrollado por los vacceos en el centro de la cuenca del Duero, en el que lo que predomina es la existencia de grandes núcleos, mayores en general que los de la Celtiberia y desde luego que los ibéricos, y comparables con los también grandes poblados carpetanos de la Meseta Sur (Almagro-Gorbea 1994: 34 y 61-63; Almagro-Gorbea y Dávila 1995: 218-221, tabla 2; Sacristán et alii 1995: 344-345), que en todo caso no tuvieron por qué estar densamente poblados, como parece haberse detectado en algunos poblado de la zona vallisoletana (San Miguel 1993: 33-35). Creemos que esta circunstancia también se pudo dar en el caso de El Cerro del Castillo de Ayllón, donde se aprecia que en la parte central del yacimiento, que presenta una disposición en vaguada, registra mucho menos material que las partes elevadas, lo que podría indicar la existencia de terreno sin edificación densa.
Quizá, más que hablar de una expansión de este modelo mononuclear, habría que señalar que ante unas condiciones similares en el territorio habitado por los vacceos y los celtíberos, en concreto en su frontera occidental, se produciría un patrón similar; en este sentido y sin intentar profundizar en este asunto, el origen del modelo podría relacionarse con el proceso de concentración de la población durante el Celtibérico Antiguo, que en estas regiones sería más intenso o en el cual las elites locales ante la fuerte competencia establecida entre poblados jerarquizadores optarían por la absorción del resto de poblaciones dependientes ante el temor de ser absorbidas por otros centros; este proceso concluiría con la desaparición no de los asentamientos menores, sino también de los de carácter intermedio, como podría haber sido el caso de el castro de La Pedriza de Ligos. La diferencia de patrones entre El Cerro del Castillo de Ayllón y Los Quemados I de Carabias, ambos perteneciendo al mismo ámbito cultural celtibérico, podría obedecer al diferente carácter económico de ambos centros o a la circunstancia de ser un poblado de nueva creación en Los Quemados I, posiblemente con
La siguiente característica de este modelo, es la distancia que separa estos núcleos, cuya media es de 12 km, lo que no sería mucho, pero que aumenta hasta los 20 km de media en algunos ejes de comunicación (Sacristán et alii 1995: 352 y 361); medidas también constatadas en zonas más concretas de la misma región (Sierra y San Miguel 1995: 396), de ahí que la densidad de población, como hemos destacado en el apartado correspondiente, sea mucho menor que para la región celtibérica y, en concreto, para la comarca Aguisejo-Riaza Medio (fig. 59). Por último, respecto a la existencia o no de jerarquización de la población, tradicionalmente se ha venido considerando su inexistencia, en relación con un modelo mononuclear, cuyo origen se ha querido ver ya en algunos indicios de la Primera Edad del Hierro (Sacristán et alii 1995: 361-363). Sin embargo, hoy en día se ha postulado otra propuesta en la que se señalan
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) En lo que no hay unanimidad entre los investigadores de este periodo es en la relación que habría entre ambos pueblos a partir de esta época, es decir, en la etapa Plena y Tardía. Así, para algunos, el dinamismo de los pueblos de la Meseta oriental daría lugar a una cultura expansiva, la arévaca, que se extendería por la Meseta occidental, siendo el fósil guía de esta cultura expansiva la propia cerámica a torno con decoración pintada y algunos elementos metálicos (Martín Valls 1986-87: 78: 125-126; Martín Valls y Esparza 1992: 259 y 270). Posteriormente, estos mismos autores han preferido hablar de una aculturación de las poblaciones del centro de la Cuenca del Duero en relación con los pueblos de la zona oriental de la Meseta (Esparza 1990b:119-120). Esto daría lugar a una cultura común en toda la Meseta frente a la del Valle del Ebro (Martín Valls y Esparza 1992: 275276)
traslado de población, pero donde se mantendría la importancia del control del valle del Riaza Medio y de sus recursos. Por último, la existencia de dos modelos de poblamiento diferente, el jerarquizado y el mononuclear, parece que es la tónica en la provincia de Segovia, donde se ha documentado el denominado modelo de ciudadesestado vacceas, con grandes poblados separados por distancias elevadas y donde la jerarquización se realizaría sobre torres o pequeños poblados; y el llamado modelo jerarquizador, donde un oppidum controla otros hábitat de mayor tamaño, pero donde se insiste que se trataría de una jerarquización de colaboración, donde el poblado principal sería un primus inter pares (Barrio 1999a 171). En todo caso, esta ambivalencia de modelos tiene cumplida explicación para la provincia de Segovia en su conjunto, por tratarse de un territorio dividido entre vacceos y arévacos en la Antigüedad, pero que parece extraño para el caso de los dos oppida de la cuenca Aguisejo-Riaza.
Esta opinión no la comparten los que defienden una Celtiberia en torno al Sistema Ibérico (Burillo 1998: 37 y 106). Para estos autores, por el contrario, lo que habría sería una autonomía cultural de la cuenca del Duero, por lo que los elemento comunes deberían ser explicados gracias al intercambio comercial a gran escala desde momentos anteriores al siglo III a.C., mientras que también se insiste en los elementos diferenciadores, como por ejemplo el propio patrón de poblamiento (Delibes y Romero 1992: 255; Burillo 1993: 233-234; Delibes et alii 1995: 96-97; Sanz Mínguez 1997: 510-511; Burillo 1998: 186 y 202-203).
6.5.- Los pueblos prerromanos en la zona nordeste de la provincia de Segovia y sus aledaños Relación entre arévacos y vacceos desde el punto de vista teórico Si para el Celtibérico Antiguo hemos comprobado por una serie de características que la zona nordeste de Segovia debería adscribirse a la Celtiberia, consideramos que esta adscripción debe mantenerse por varias razones. En primer lugar, por la evidente continuidad en la frontera entre celtíberos y vacceos durante toda la Edad del Hierro, con ciudades claramente adscritas a uno y otro pueblo por las fuentes clásicas, como hemos señalado en la delimitación de fronteras en un apartado anterior. Esta continuidad de fronteras podría estar en disonancia con la conocida expansión del grupo celtibérico (Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 22 y 28, fig. 23), aunque en este sentido parece que dicha expansión se dirigiría más hacia otras latitudes que hacia su frontera occidental, de ahí que Roa, con poblamiento desde El Soto II siga considerándose por las fuentes como ciudad vaccea, frente a las vecinas Clunia, Segontia Lanka o Termes (fig. 59).
Además, desde este punto de vista más autónomo, también habría que señalar los elementos que desde el ámbito vacceo se extenderían por las tierras de la Celtiberia, en este caso que aquí nos interesa, la expansión de su modelo de poblamiento por la zona occidental celtibérica, tanto en la provincia de Burgos (Sacristán et alii 1995: 353), como en la presenta zona de trabajo de la provincia de Segovia, lo que implica un modelo expansivo impropio de un pueblo tan receptor de influencias. En definitiva, tomando como referencia el punto de partida de una mayor influencia de la zona oriental de la Meseta Norte o una mayor autonomía de la zona central de la misma, lo que sí que parece claro, en general, es la existencia de una fuerte relación entre ambas regiones que se evidencia en los intercambios que en cierta manera homogeneizarían buena parte de sus culturas.
Esta estabilidad en las fronteras a lo largo de todo este periodo no tendría por qué implicar una separación de ambos pueblos, aunque sí que hemos constatado un aumento de las distancias de separación entre ciudades desde el Celtibérico Antiguo al Pleno; por el contrario, se ha señalado para los momentos más antiguos la existencia de una fuerte relación entre ambas etnias, que tendría que ver con el proceso de celtización de la Meseta a partir de el núcleo originario de la Celtiberia en el Sistema Ibérico (Almagro-Gorbea 1993a: 154-156), lo cual debió producirse para algunos autores a finales del V o principios del IV a.C. (Sanz Mínguez 1997: 507).
Ahora bien, esta fuerte relación interétnica no supone la suplantación de un pueblo por otro, todo lo contrario; como hemos descrito al tratar las fronteras, lo que se destaca desde el Celtibérico Antiguo es la continuidad de éstas hasta el Celtibérico Tardío. Así, para esta etapa tenemos ya conocimientos de las fuentes sobre la existencia de determinadas ciudades; en este sentido aparecen repetidamente las ciudades de Termes, Clunia, Segontia Lanka o Rauda a lo largo de los dos siglos antes de nuestra era.
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío distancia que separan el mundo vacceo del arévaco, con distancias entre 30 y 49 km y además, el que se traslade la población del Riaza Medio (La Antipared I y Adrada de Haza), en una zona además más expuesta a los conflictos con la cercana Rauda, a las estribaciones orientales de la Serrezuela17.
Relación entre arévacos y vacceos en el ámbito del nordeste segoviano Dejando por un momento los asentamientos celtibéricos, uno de los elementos característicos del desarrollo de la cultura vaccea, y que en parte pueden explicar el modelo de poblamiento concentrado de este pueblo, es la revolución de los productos secundarios, entre los que tendría un papel destacado la lana y otros derivados de la ganadería (San Miguel 1993: 60; íd. 1995: 378-379). Ahora bien, en una situación de calentamiento climático y en una zona de baja altitud como la cuenca del Duero (Ibáñez 1999; 26-29, 42-44 y 46), esta circunstancia determinaría una sequía estival difícil de paliar, no para pequeños rebaños, sino para los que debería sostener los grandes poblados vacceos. Estos rebaños de ovejas, pero también de bóvidos, necesitarían de agostaderos en el semiárido centro de la Cuenca del Duero y los más cercanos estarían en parte en el reborde montañoso de la cuenca del Duero, en nuestro caso, en el Sistema Central, pero aún más cerca en la Serrezuela de Pradales.
Esta situación de conflictividad entre ambos grupos y posiblemente entre los diferentes asentamientos dentro de una misma etnia, de ahí el proceso de concentración que ya hemos expuesto desde el Celtibérico Antiguo A en adelante, parece que cambiaría durante la etapa de las guerras de conquista romanas, donde lo que señalan las fuentes es una estrecha relación económica entre vacceos y celtíberos, que no se rompería a lo largo de las diferentes enfrentamientos con los romanos; en esta relación siempre se señala la importancia del cereal vacceo en el Alto Duero, pero por otro lado no aparece recogida cuál sería la contraprestación de los arévacos. Quizá, teniendo en cuenta la importancia que tuvieron los rebaños de ganado ovino y bovino entre los vacceos y el problema de la aridez estival de sus pastizales, la conclusión sería la posibilidad del traslado de estos ganados a la periferia montañosa, dominada por los celtíberos a cambio, a tenor de los que dicen las fuentes, de cereal.
El estudio del clima en el centro de la cuenca del Duero ofrece datos de la existencia de más humedales debido a que el nivel de los ríos sería mucho menor que el actual, lo que supondría una menor jerarquización fluvial y un mayor nivel freático, lo que daría lugar a frecuentes encharcamientos y a la existencia de importantes pastizales para la creciente cabaña ganadera que señala San Miguel (íd. 1993: 60; Delibes et alii 1995c: 564-565). Ahora bien, posiblemente estos pastizales se redujeran mucho durante el estío, empeorando los pastos como parece apreciarse en las abrasiones de dientes en vacuno de esta región (Calonge 1995: 531-532).
En todo caso, más que una vinculación entre etnias desde un punto de vista general, lo que habría sería una relación entre las ciudades de los diferentes pueblos que buscaban una cierta complementariedad de sus actividades, en la que, como estamos señalando, los pastizales jugarían un papel fundamental. A este motivo habría que añadir quizá la exportación de metales desde al arco montañoso de la Celtiberia, donde aparte de abundante hierro, también se dan otros minerales, frente al centro de la cuenca del Duero (Martín Valls y Esparza 1992: 262; Delibes et alii 1995a: 123; Lorrio 1997: 64 y 333, fig. 12). Por otro lado, las contraprestaciones podrían hacer referencia a una cierta exportación de excedentes de cereal por parte de las ciudades vacceas a sus vecinas arévacas, lo cual es una constante en las fuentes (por ejemplo, en Apiano, Iber., 87) y posiblemente la de artefactos manufacturados, que si en un momento se pensó en un origen casi siempre de la Meseta Oriental, no siempre tuvo que ser así (Delibes et alii 1995a: 93).
Esta reducción estacional de pastos podría ser paliada con el traslado de los mismos a otras regiones, más que a largas distancias, al modo de la trashumancia medieval y moderna, a cortas distancias. Este traslado de ganados podría confirmarse con algunas tesserae y tabulae hospitalis, que en algún caso se ha relacionado con la existencia de una auténtica trashumancia de largo recorrido (Salinas 1999: 285-286 y 288, fig. 4), como la que establece una relación entre Coca y Montealegre de Campos, en los Montes Torozos (Calonge 1995: 538), hipótesis que hoy se encuentra descartada por buena parte de la investigación, no así la transterminancia que se ve mucho más aceptable (Liseau y Blasco 1999: 130; Blasco Sancho 1999: 157-159).
Tampoco conviene olvidar, que a partir de la Segunda Edad del Hierro se asiste a una cierta homogeneidad cultural entre los habitantes del Alto Duero y del Medio Duero (Martín Valls 1986-87: 78;125126; Martín Valls y Esparza 1992: 259 y 270; AlmagroGorbea 1993a: 154-156), a pesar de las reservas que los
Ya se ha señalado anteriormente que esta necesidad de pastos estivales generaría una fuerte conflictividad entre poblados, lo que podría estar en el origen del proceso de concentración de población que aquí estamos tratando, en especial en el mundo celtibérico (Almagro-Gorbea 1994: 21; íd. 1999b: 36-37). Un dato que podría avalar esta conflictividad es que, como ya hemos analizado, en el paso del Celtibérico Antiguo al Pleno se aprecia un aumento entre las
17 Hay que recordar que en las estribaciones occidentales de la Serrezuela también se encuentra un poblado celtibérico, el de Los Sampedros en San Miguel de Bernuy, en este caso desde la Primera Edad del Hierro en adelante, con muralla de piedra y foso, además de una necrópolis desde la Primera Edad del Hierro; la superficie que se da es de unas 7 Ha, aunque para la etapa Plena se señala una extensión del poblado fuera de ese recinto (Barrio 1999a: 87-89).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos 48 47
N
9-15 8
5
Provincia de Soria
7
Celtibérico Pleno y Tardío Aprovechamiento agrario: Labor
Pastos
Monte
Improductivo
Provincia de Guadalajara
Escala: radio de aprovechamiento de 5 km.
Figura 70: Superficie de aprovechamiento agrario durante el Celtibérico Pleno y Tardío: Cerro del Castillo (5), La Dehesa de Ayllón (7), Los Quemados I (8), yacimientos de la zona de Carabias (9‐15), Carabias A‐6 (16), Valdeserracín (29), Las Torres (47), Peña Arpada (48), Santo Domingo (56), Valdevacas A‐1 (60) y Villalvilla A‐5 (62).
investigadores del grupo vacceo ponen al comprobar una idiosincrasia propia de este pueblo (Delibes y Romero 1992: 255; Delibes et alii 1995: 96; Sanz Mínguez 1997: 510; Burillo 1998: 106), que para otros autores también es incuestionable, pero a la que hay que añadir unas influencias claras desde el Alto Duero (Sacristán 1997: 60-63). Esta mayor homogeneidad podría estar indicando una fuerte relación entre vacceos y arévacos posiblemente por estas razones de tipo económico que estamos sugiriendo, en la que los intercambios de productos, ideas y personas pudieron ser más fluidos de lo que pudiéramos pensar.
Por último, y en relación con esta hipótesis de una mayor relación entre ambos pueblos, quizá esta dependencia de los pastos celtibéricos sería una de las razones para explicar las posteriores incursiones de los vacceos, que buscarían mantener los tradicionales agostaderos para sus ganados en las estribaciones montañosas del sur y este de la cuenca del Duero; pastos, que tras las campañas de principios del siglo I a.C. ya estarían dominadas por Roma. Estas incursiones alcanzarán un momento tan avanzado como los años 50 o la época de las guerras cántabras, que comienzan con una incursión de una serie de pueblos, entre ellos los vacceos
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
Definición de la ciudad
económico, su papel político y administrativo, su autonomía con respecto a otras ciudades y el control de un territorio extenso con poblaciones dependientes; por último, también hay que tener en cuenta el carácter ideológico del mismo (Burillo 1992: 210; AlmagroGorbea 1994: 28; Burillo 1998: 211; Ortega 1999: 444449).
En primer lugar, hay que señalar que el origen de la ciudad estaría en relación con la hipótesis de la creciente jerarquización en los modelos de poblamiento que hemos descrito. Respecto a la definición de lo que el concepto de ciudad significa entre los celtíberos, hay que recordar que conocemos esta realidad indígena a través de la interpretación romana; en concreto, ésta se refiere a urbs, oppidum, polis, siendo el segundo término el más utilizado para definir la ciudad (Burillo 1998: 211). En esta organización no parece que la etnia suponga algo más que una entidad superestructural, que en determinados momentos de crisis puede aglutinar a varias ciudades (ibídem 1998: 145).
Dentro de estas ciudades-estado con relaciones de explotación en la misma comunidad y entre el poblado centralizador y los núcleos dependientes, serán las elites guerreras, fundamentalmente a partir del siglo III a.C., las que detentarán el poder y las que se dotarán de una organización política mucho más compleja y que ha sido descrita en otros lugares (Lorrio 1997: 289 y 291; Almagro-Gorbea 1999a: 41); sin embargo, como veremos, para otros autores esta fecha podría ser algo más temprana o al menos en para el caso de las ciudades del Ebro este fenómeno pudo producirse con anterioridad, quizá después de la crisis del siglo V a.C. (Burillo 1998: 220 y 349).
en el año 29 a.C. (Dión Casio, 39, 54; Wattenberg 1959: 43; Salinas 1996: 37). 6.6.- Origen de la ciudad
La organización política en época Plena y, sobre todo, Tardía, según se desprende del análisis arqueológico y las fuentes históricas, se estructuraría a partir de pequeños estados, organizados en torno a ciudades-estado, que comprenderían un núcleo central urbano y un territorio más o menos extenso, con diferentes asentamientos rurales dependientes del poblado central, entre los que podría haber también asentamientos de tipo castro (Almagro-Gorbea 1994: 26; Burillo et alii 1995: 232; Salinas 1996: 15 y 17; Burillo 1998: 213-244; Jimeno 2005: 124-126; Burillo 2005b: 117). En este sentido, las fuentes son explícitas a la hora de describir la existencia de este territorio dependiente de ciudad: así, Complega en el 179 a.C. se somete con su comarca y en el caso de las destrucciones de Numantia en el 133 y Colenda en el 98 a.C., su caída supone el reparto del territorio entre las comunidades vecinas (Apiano, Iber., 43, 91 y 99 respectivamente). En relación con Numantia, se ha calculado que la población de todo su territorio podría haber oscilado entre 32.000 y 16.000 personas (Revilla et alii 2005: 162); en el caso de Uxama se calcula un territorio de explotación de 120 km² para los siglos III y II, territorio que aumentaría en la primera centuria (García Merino 2005: 178).
Causas del surgimiento de la ciudad En cuanto al surgimiento de ciudad, la postura tradicional vincula éste con la iberización del valle del Ebro y de la Meseta; así, la ciudad sería la culminación de los cambios socioeconómicos que se producirían en este proceso de aculturación, por lo que no provendría por evolución autóctona (Burillo 1998: 217). Además, hay una creencia generalizada entre muchos investigadores de que existe una tendencia natural a la concentración de la población y creación de ciudades como consecuencia de una racionalidad económica ahistórica que tiende universalmente a una mayor eficacia y a minimizar el gasto de energía para encontrar un equilibrio entre costes y beneficios; en esta línea también se considera que se trataría de un proceso gradual (Ortega 1999: 443-444). Por otro lado, otros investigadores relacionan el surgimiento de las ciudades indígenas con la necesidad de incrementar y de ejercer un mayor control sobre los excedentes, lo que desembocó en la creación de la estructura urbana que posibilita el desarrollo del artesanado y de servicios que marcan la diferencia entre el campo y la ciudad y que reflejan a su vez la jerarquía social. Estos centros mayores se nutren de otros núcleos a los que están vinculados social y económicamente; este proceso genera tensiones entre grupos, lo que provoca una mayor competencia por la adquisición de riqueza y generará una serie de conflictos y tensiones entre los celtíberos, como el bandolerismo generalizado o la presencia de masas de desheredados, que provocan a su vez la existencia del mercenariado; estos conflicto, por tanto, estarían producidos por el desequilibrio social y económico en relación con la evolución de las formas de producción de la tierra y el paso de una sociedad ganadera a otra agrícola, con la consiguiente jerarquización (Jimeno y Arlegui 1995: 121).
Para Almagro-Gorbea, este tipo de centro rector, el oppidum, se podría definir como un “poblado fortificado, por ello situado generalmente en alto, de tamaño relativamente grande, aunque puede ser inferior a 10 Ha en algunos casos, pero siempre destacando sobre los demás de su entorno, pues lo esencial es que controla un territorio amplio y jerarquizado, del cual es el centro político y administrativo” (íd. 1994: 26). También hace referencia a la presencia de un espacio fortificado de gran tamaño en el que se valora su carácter complejo, de auténticos centros urbanos. Junto a estas características más urbanas, también se ha insistido en sus características sociopolíticas, es decir, la presencia de actividades diferenciadas propias de un centro
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) llevaría a los fenómenos de sinecismo señalados; en época más tardía este proceso debió verse favorecido por la creciente presión militar, primero de los Bárquidas y después de los romanos (Almagro-Gorbea 1994: 31). Este es el modelo que creemos que puede verse en la comarca del Aguisejo-Riaza.
Surgimiento de la ciudad Estas ciudades parece que ya existirían al comienzo de la conquista romana; por ello, su origen tuvo que ser en un momento tardío y ligeramente anterior al comienzo de esta conquista, en la primera mitad del siglo II a.C. o, como mucho, a finales del siglo III a.C., aunque otras, como puede ser el caso de Segontia Lanka surgieron ya bajo control romano (Jimeno y Arlegui 1995: 112 y 122; Almagro-Gorbea 1994: 26; Lorrio 1997: 285; Burillo et alii 1995: 258; Tabernero et alii 2005: 202). Posiblemente, como consecuencia de las guerras contra los romanos se incorporarían mayor número de contingentes para la defensa y para cubrir las necesidades de estas ciudades; es posible que aprovechasen este enfrentamiento para aumentar el prestigio e imponer su hegemonía en el entorno de ahí la existencia de una jerarquía entre ciudades como lo demuestra, por ejemplo, la acuñación de bronce y plata en el valle del Ebro (Burillo et alii 1995: 258). A esto hay que añadir una nueva organización para controlar y explotar el territorio a base de castillos y aldeas, y otras denominaciones recogidas por las fuentes clásicas (Jimeno y Arlegui 1995: 122; Lorrio 1997: 292), como podrían ser en nuestro caso el yacimiento de Las Torres o los poblados del entorno de Los Quemados I.
Posiblemente esta hipótesis sea la más común, por lo que los oppida de desarrollarían a partir de estos castros de creciente tamaño y complejidad en la estructura interna, que pasarían de una red viaria simple, normalmente longitudinal, a otra de calles enlazadas, con trazados de tendencia hipodámica, barrios especializados, con casas aristocráticas, pobres y talleres, con plazas frente a las puertas y sistemas defensivos más complejos; también comprenderían edificios públicos como el altar y sauna de Ulaca, el templo, comitium y termas de Termes, edificios que en los poblados más iberizados, como ocurre en Contrebia Belaisca, ofrecen ya una mayor monumentalidad. Esta estructura evolucionará y ya en siglo II a.C. dará lugar a estructuras claramente hipodámicas, con grandes villae helenístico-romanas, como el ejemplo de La Caridad de Caminreal. En esta evolución, también las fortificaciones se irían volviendo más complejas (Almagro-Gorbea 1994: 33-34). Sin embargo, para otros autores, las fechas tardías para el surgimiento de ciudad se deben a que este fenómeno se ha vinculado al proceso de iberización del valle del Ebro y de la Meseta, de ahí esta cronología (Burillo 1998: 217; íd. 2007: 266). Sin embargo, esta hipótesis se ha cambiado con el estudio de ciudades vacceas, que parecen claramente consolidadas hacia el 220 a.C., coincidiendo con las campañas de Aníbal. Posiblemente el inicio del cambio que daría lugar a su formación habría que retraerlo a un momento impreciso entre finales del V o principios del IV a.C., cuando se aprecia una ruptura en los patrones de asentamiento y parece observarse un proceso de sinecismo, lo que hace pensar a Burillo en un proceso de surgimiento de la ciudad anterior al tradicionalmente supuesto; esto no significa que las ciudades aparezcan en esta época, pero sí que desde esta fecha una serie de poblados irán cobrando mayor pujanza hasta alcanzar la categoría de ciudad en un momento indeterminado (Burillo 1998: 218221; íd. 2007: 264-266). Nosotros también consideramos que ya en el tránsito entre el Celtibérico Antiguo y Pleno asistimos a un proceso de concentración en la comarca del Aguisejo-Riaza, en el que estaría gestándose el origen de las ciudades posteriores aquí representadas.
En cuanto al origen concreto de cada ciudad, éste puede deberse a circunstancias diferentes. En algunas ocasiones el surgimiento de la ciudad podría deberse a una auténtica colonización céltica, cuyo interés por poblar determinadas comarcas es señalado por fuentes clásicas, algo que podría haber ocurrido en el caso de Contrebia Carbica, o Tamusia (Apiano, Iber., 59-60, 100), y que parece que había sido prohibido por el tratado de T. Sempronio Graco en el 179 a.C. (Apiano, Iber., 44; Diodoro 31, 39; Burillo 1998: 244). En otros casos este fenómeno se debería a procesos de sinecismo, como en los casos de Complega o Segeda, realizados de forma consciente más que por crecimiento natural (Lorrio 1997: 289). De hecho, en este último caso hay una evidencia de que nos hallamos ante una polis, o ciudad-estado, porque es descrita como centro jerarquizador de un espacio geográfico que ella misma remodela y donde concentra la población, lo que demostraría cómo la voluntad indígena estaría en el desarrollo urbano de algunas ciudades (Burillo 1998: 244; íd. 2007: 266). En todo caso, estas colonizaciones o procesos de sinecismo ocurridos en épocas avanzadas seguramente se apoyarían en los oppida más importantes, ya con una organización plenamente estatal, capaces de planificar y dirigir tales empresas, por los cuantiosos recursos humanos que habría que movilizar (Almagro-Gorbea 1994: 31).
Este momento de transformación coincide en el valle del Ebro con la denominada crisis del Ibérico Antiguo, una de cuyas consecuencias es la nueva estructura socioeconómica de las que surgen las primeras ciudades, como por ejemplo en el valle del Huecha; así encontramos en esta zona en el siglo VI a.C. una gran densidad de población, con distancias medias de 3,4 km entre yacimientos, lo que supone una explotación intensiva del territorio; también se aprecia una clara jerarquización entre asentamientos, en los que dominan
Sin embargo, creemos que se trataría de ejemplos concretos diferentes al resto de ciudades, cuyo origen estaría en el crecimiento de determinados castros y por la capacidad de algunos de éstos de centralizar un territorio cada vez más amplio y jerarquizado, lo que
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
Lámina 18: Los Quemados I: vistas desde el norte (Carabias).
dos núcleos de más de 3 Ha, situados cerca uno del otro, en la zona de mayor productividad. De los 21 núcleos registrados en el siglo VI a.C., 15 desaparecen por incendio y 2 por abandono, quedando únicamente 4; además, las tres ciudades que aparecen en época tardía tienen estratos del VI, pero sin continuidad temporal hasta la época tardía; la explicación más razonable de este hiato es que los escasos yacimientos con niveles del VI suponen, al menos en algunos de ellos, la continuidad del hábitat y a donde acudirá la gente de los poblados destruidos; serán el núcleo o germen de las ciudades celtibéricas del Ebro Medio en la segunda mitad del V a.C., momento que coincide con el desarrollo de la tecnología del hierro que dará lugar a la potenciación de las explotaciones agrícolas y de la aparición de poblados mineros (Aguilera 1995: 231; Burillo 1998: 222-224).
cuenca del Duero, Extremadura y Sudoeste peninsular y de esta crisis surgirá el modelo de poblamiento basado en el oppidum de un forma menos gradual y tranquila de lo que piensan los autores anteriormente citados, sino todo lo contrario, es decir, mediante un proceso de concentración de la población de forma forzada (Burillo y Ortega 1999: 135), lo que supondría una auténtica ruptura social, cuando se pasó de una organización social donde no existe la figura institucionalizada del no productor, a una sociedad de clases (Ortega 1999: 443-444). En todo caso, este proceso no tuvo por qué ser coherente ni homogéneo en todas las regiones, variando según la correlación de fuerzas entre las denominadas comunidades campesinas y los grupos privilegiados de las ciudades. La aparición de la ciudad-estado se considera que es un fenómeno posterior al del sistema de comunidades campesinas propio de la Primera Edad del Hierro, en el que producirá alteraciones de enorme importancia en el sistema social de estas pequeñas comunidades, sobre todo en lo referente a su autonomía. "La tensión existente entre la ciudad-estado y las comunidades rurales se saldó evidentemente con la victoria de la ciudad-estado y de los sectores sociales que detentaban el control de sus instituciones políticas"; ello motivará que se desarrollen relaciones de servidumbre y clientela (Burillo et alii 1999: 77-78).
La sociedad jerarquizada de la fase anterior acentuará las desigualdades sociales y comenzará el estado centralizado en las nuevas ciudades. La ciudad supone un nuevo orden socioeconómico que incide más allá del territorio inmediato de explotación que rodea su propio asentamiento; domina un amplio espacio en el que pueden coexistir yacimientos de menor categoría y que se hallan vinculados a ciudades (Burillo 1998: 224). Por último, esta crisis se ha puesto en relación con la crisis del Mediterráneo occidental y crisis de Europa central con la desaparición de las aristocracias hallstáticas y el comienzo de pequeñas unidades políticas de La Tène y el origen de los movimientos de los pueblos celtas hacia el 475 a.C. (Burillo 1992: 216). En la Península Ibérica parece que afectaría a buena parte de la
Este proceso se puede observar en colonización agrícola de la laguna de Gallocanta; allí, aparición de yacimientos en llano, sustituyendo antiguos asentamientos o yuxtaponiéndose, se debe cambio en las relaciones sociales introducidas por
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) captación de los excedentes campesinos de las ciudadesestado y cada vez con mayor capacidad de intervención en sus entornos rurales. Respecto a los mecanismos de control urbano de estas comunidades se plantean dos hipótesis, que aunque divergen, podrían estar señalando situaciones diversas o sucesivas en el tiempo. En primer lugar, los asentamientos agrícolas se caracterizan no solamente por una marcada jerarquización social y una neta división del trabajo, sino por materializar en su seno unas relaciones de explotación económica en un modelo que podría ser denominado de villa fortificada indígena. Sin embargo, en segundo lugar, no habría que pensar en relaciones de explotación duras, aunque tampoco quepa hablar de igualitarismo (Burillo et alii 1999: 79). En definitiva, para estos autores "sinecismo, control de las comunidades campesinas y establecimiento de formas de dependencia colectiva forman parte del mismo hecho violento que exige la formación de la ciudad-estado" (Ortega 1999: 451).
Las ciudades en la comarca Aguisejo-Riaza Medio Una vez descritos los paralelos queremos matizar alguna de las ideas sobre el origen de la ciudad en el área celtibérica. En general, hemos visto que la mayoría de los investigadores proponen una fechas para el surgimiento de la ciudad inmediatamente anterior a la llegada de los romanos al valle del Ebro y a la Meseta Norte, oscilando entre finales del siglo III y principios del siglo II a.C., proceso que podría haberse potenciado durante esta etapa de conflictos (Almagro-Gorbea 1994: 26; Jimeno y Arlegui 1995: 112 y 122; Burillo et alii 1995: 258; Lorrio 1997: 285). Quizá esta visión hace referencia a las ciudades ya plenamente formadas que se enfrentaron a los romanos y que incluso durante estos conflictos continuarían el proceso de crecimiento o de sinecismo, como en algún caso atestiguan las fuentes escritas y de las que se beneficiarían algunos centros (Lorrio 1997: 289; Burillo 1998: 244). Ahora bien, el estudio del modelo de poblamiento en el valle del Duero parece constatar que el crecimiento de estos grandes núcleos es bastante anterior en el tiempo, de una época que podría ir desde finales del V o principios del IV a.C., cuando se advierte el fuerte aumento en la extensión de los poblados (San Miguel 1993: 60; íd.1995: 377; Sacristán 1995: 371-372). Estos cambios han hecho adelantar también las fechas de la aparición del fenómeno urbanizador para el valle del Ebro y, por extensión, para el resto de la Meseta Norte (Burillo 1998: 218-221).
Con respecto al Duero Medio, que en parte ha permitido adelantar la cronología del comienzo de las ciudades en buena parte de la Meseta Norte y el valle del Ebro, el modelo de poblamiento se basaría, según los estudios de poblamiento y los datos que presentan las fuentes clásicas, en la existencia de una serie de civitates o unidades administrativas autónomas a modo de pequeños estados; serían civitates mononucleares cuyo origen ya se encontraría en las peculiaridades del poblamiento desde la Primera Edad del Hierro, con núcleos relativamente extensos y distantes entre sí, que suelen trascender hasta la Segunda Edad del Hierro (Sacristán 1995: 371-372).
En esta línea estarían los datos aportados por el presente estudio, donde se aprecia el comienzo del proceso de concentración de la población en los primeros estadios del desarrollo de la cultura celtibérica, cuando una serie de pequeños poblados van a desaparecer posiblemente a costa de otros que ahora aumentan su tamaño, hasta más de tres hectáreas, como La Antipared I, El Cerro del Castillo de Ayllón o La Pedriza de Ligos. Esto no quiere decir que ya se pueda hablar de organizaciones políticas y sociales complejas para este momento tan temprano en el desarrollo de la cultura celtibérica, pero sí que ya se está en camino de la formación de una estructura compleja, en la que determinados grupos con una posición jerárquica por encima de sus conciudadanos (Lorrio 1997: 144 y 314315; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28; Almagro-Gorbea 1999b: 37; Ortega 1999: 443-444) van a ir convirtiéndose en una elite detentadora de las instituciones y magistraturas que posteriormente quedarán reflejadas en las fuentes clásicas (Lorrio 1997: 289 y 291; AlmagroGorbea 1999a: 41). Lo que sí que parece claro es que el origen de las ciudades estaría en determinados castros, en nuestro caso El Cerro del Castillo y La Antipared I, en el Celtibérico Antiguo, que irían jerarquizando su territorio hasta alcanzar en momentos posteriores el rango de oppidum (Almagro-Gorbea 1994: 33-34).
Lo que no se explica de forma convincente es el por qué de este modelo, salvo unas vagas referencias al condicionante económico-ambiental de la zona, al carácter estratégico y sobre todo a ciertas peculiaridades de la organización social que tampoco se especifican, pero que ya estarían presentes desde la Primera Edad del Hierro (Sacristán 1995: 371-372). También se señala que una de las causas que posibilitarían este incremento en la extensión y población de los yacimientos, en paralelo con la celtiberización, habría que relacionarlo con el de la generalización de la metalurgia del hierro, que debió incidir en el crecimiento de la producción, una mayor eficacia en la explotación del medio gracias a las nuevas herramientas (como la reja del arado), lo que permitiría una mayor concentración de la población (Sacristán 1997: 63-66). En el modelo de poblamiento jerarquizado propuesto por San Miguel, se destaca la existencia de un grupo de asentamientos con rasgos comunes que les individualizan del resto de los oppida y que este autor identifica con las civitates: son los más extensos; están en borde de páramo; presentan un reducido porcentaje de tierras de laboreo sistemático; muestran una pauta de distribución muy regular; jerarquizan el conjunto de oppida del territorio; y por último, continuarán en época romana (íd. 1995: 374-375).
Si, como se ha señalado, una de las condiciones sine qua non para el surgimiento de la ciudad es la
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío encontrarían inmersos en el momento del encuentro con la política expansionista romana.
existencia del estado, en la que hay un reparto de funciones entre los miembros de la sociedad, en donde una elites controlan los excedentes (Jimeno y Arlegui 1995: 121; Burillo 1998: 211; Ortega 1999: 444-449), un indicio de que este estado se está constituyendo desde época temprana sería la propia concentración de la población. Así, de esta forma, las clases rectoras de los grandes poblados jerarquizadores podrían controlar a las antiguas poblaciones dispersas de la única manera que el incipiente desarrollo de sus instituciones les permitiría, que sería el de obligar a estos pobladores dispersos por el territorio a convivir en el poblado central, para de esta manera poder apropiarse más fácilmente sus excedente. Este proceso, que ya se ha descrito en otros trabajos (Ortega 1999: 451; Burillo y Ortega 1999: 135; Burillo et alii 1999: 77-78), quedaba sin definir en cuanto a las fechas de su comienzo; nosotros proponemos que tuvo que ocurrir ya durante el Celtibérico Antiguo y que se incrementaría en el paso de este periodo al Celtibérico Pleno.
En ocasiones se ha pensado que el mayor dinamismo de los arévacos a partir del Celtibérico Pleno habría que relacionarlo posiblemente con el control de determinadas materias primas, como la sal o el hierro, y de las rutas de comunicación (Jimeno y Arlegui 1995: 100-101; Lorrio 1997: 275 y 280; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28), lo cual posiblemente sea cierto. En este trabajo consideramos que este dinamismo, en ocasiones dirigido hacia otros pueblos (Lorrio 2000a: 146-147), comenzaría contra sus vecinos, de ahí la configuración de una cultura guerrera, como la celtibérica, de carácter expansivo desde sus inicios y fuertemente jerarquizada, como se comprueba en el análisis de los cementerios (García-Soto 1990: 24-25; Lorrio 1993: 296 y 308; íd. 1997: 128-132 y 280; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 28). 6.7.- Evolución del poblamiento durante los siglos II y I a.C.
Como consecuencia de este proceso de aglutinamiento de la población, la formación de núcleos rectores se espaciaría en el territorio, como hemos apreciado en el modelo de poblamiento, debido a la propia competencia entre estos centros. Así, después de la primera fase de concentración de los pequeños poblados del valle del Aguisejo, El Cerro del Castillo de Ayllón entraría en colisión con el poblado de La Pedriza de Ligos, a menos de 5 km y, por tanto, a una distancia insuficiente desde el punto de vista de este modelo de poblamiento que hemos observado. Esta competencia daría al traste con la continuidad de La Pedriza de Ligos, que no llegaría a alcanzar la etapa Plena; un proceso que podría haber sido general en toda la zona, ya que el resultado es un poblamiento en el que los grandes núcleos aparecen muy dispersos entre sí, en torno a los 20 ó 30 km.
La ciudad y las guerras celtibéricas y del siglo I a.C. Nuestra zona de estudio comienza a cobrar importancia, desde el punto de vista de la historiografía clásica, durante la Tercera Guerra Celtibérica (143-133 a.C.)18, conocida como "guerra de los vacceos y numantinos" (Apiano, Iber., 76), cuando algunos autores señalan que ya hay por primera vez entre los romanos una voluntad de sometimiento de estas poblaciones que no se había dado hasta entonces; anteriormente lo que se había llevado a cabo era una política de contención ante el expansionismo de estos pueblos (Abásolo 1985a: 297). Sin embargo, el proceso de conquista se va a caracterizar por una carencia de planificación a largo plazo, lo que va a implicar un avance lento y gradual, debido a que en este avance convergían múltiples factores, como las decisiones de un senado vacilante entre las diferentes facciones que repartían el poder en Roma; la absorbente política oriental, siempre en primer plano con respecto a otros frentes; las propias actuaciones particulares de los magistrados provinciales, ávidos de botín y gloria, lo que podía conllevar actuaciones diferentes de las directrices senatoriales; y la propia respuesta indígena, pocas veces coordinada y más bien tendente a la atomización de esfuerzos (Martínez Caballero 2010a: 40-41).
En cuanto a las causas de este proceso, en algunas ocasiones se ha presentado como algo inevitable, debido a la supuesta mayor racionalidad económica y todo ello en relación con el proceso de iberización; en otras, parece que obedecería al control de los pastos (Almagro-Gorbea 1994: 21; íd. 1999b: 36-37), mientras que otros se refieren al deseo de control de estos excedentes de la población dispersa en un momento en el que, además, la potenciación de la relaciones comerciales con el mundo colonial (Arenas 1999b: 199-200; íd. 1999c: 86 y 88) harían aún más atractivo el disponer de estos excedentes. Este control de los excedentes desembocaría en un proceso de competencia entre núcleos que llevaría a los diferentes centros rectores a una situación de conflictividad generalizada, como recogen los escritores grecolatinos en época tardía. En este proceso de competencia el deseo de controlar más poblaciones, y por tanto excedentes, y/o el temor de ser absorbidos por otros poblados vecinos más dinámicos o poderosos, llevaría a continuar un proceso iniciado en el Celtibérico Antiguo que aumentaría la distancia entre asentamientos y su escala o tamaño, y en el que se
Es posible que ya en etapas anteriores la provincia de Segovia, en su parte más occidental, fuera escenario de las campañas romanas, más como zona de tránsito que como lugar de enfrentamientos; así, por ejemplo la expedición del pretor C.L. Postumio Albino en 18
Existe cierta discrepancia a la hora de numerar las guerras celtibéricas, ampliamente tratadas por autores como Schulten 1935; íd. 1937, Blázquez et alii 1978, Roldán 1981, Salinas 1995, íd. 1996, Salinas 2005. En nuestro caso hemos optado por esta numeración, diferente de la de Burillo de 1998, que él mismo corrige posteriormente (íd. 2007: 301 y 306). Con esta numeración, se viene identificando como Cuarta Guerra Celtibérica a la de los años 104-92 (Martínez Caballero 2010: 42, nota. 6).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) dirigidos por el cónsul Tito Didio19, se centran en torno a Termes y su comarca entre las que posiblemente estaría Colenda y una ciudad vecina a la misma (Apiano, Iber., 99), posiblemente con la excusa de proteger las tierras recién dominadas en el Alto Duero. En relación con esta campaña, se ha destacado una nueva política romana aplicada en Termes y es que una vez conquistada ésta, se obliga a sus habitantes a descender al llano, es decir, se destruye las fortificaciones y el peligro consiguiente, pero no se traslada la población de su entorno. Por el contrario, donde va a continuar la táctica anterior de destrucción de las poblaciones opuestas a Roma y su traslado de población es en la cercana Colenda y en la ciudad vecina sin nombre (Salinas 1995: 77-81; Burillo 1998: 256; Martínez Caballero 2010a: 56-57).
tierras vacceas en el 180 a.C. y en especial la del cónsul L. Licinio Lúculo del 154 contra Cauca (Martínez Caballero 2010a: 42-49) o una incursión de Viriato sobre Segovia según una interpretación diferente de la comúnmente aceptada y que implicaría que esta ciudad tuviera algún pacto con los romanos (íd. 2010a: 50-51) . En la campaña del 143-142 Cecilio Metelo se dirige a la periferia arévaca; más adelante, en el 141-139, repite Quinto Pompeyo, cónsul en el 141, su ataque contra las ciudades del Alto Duero, destacando en esta campaña las ciudades de Malia y Lagni. Parece ser que tras un ataque infructuoso contra Numantia se dirigiría a Termes, donde sufriría una emboscada que le haría desistir de un ataque directo contra esta última ciudad. Ante sus repetidos fracasos llegaría a un acuerdo (deditio in fidem) con los habitantes de estas dos ciudades en el que intentaría transformar su incapacidad militar con un éxito diplomático; éste era tan desventajoso para los intereses de Roma que sufriría un proceso y posteriormente el senado lo invalidaría; la guerra continuaría al mando ahora del cónsul Pompilio Lenas; para Martínez Caballero, el que Termes deje de aparecer en las crónicas romanas podría suponer una aceptación de la hegemonía romana por esta ciudad. En el 137 Mancino ataca y fracasa ante Numantia. A continuación, en los años 137-134 los enfrentamientos se circunscriben a la zona vaccea en su ámbito oriental, en especial contra Pallantia más con el objetivo de obtener botín que de control militar de la zona, posiblemente motivado por los conflictos internacionales a los que estaba sometida la República (Salinas 1996: 34; Burillo 1998: 247-251; Martínez Caballero 2010a: 53)
De nuevo, hacia el 93 a.C. habría otra sublevación en la Celtiberia, sin que las fuentes que la recogen lleguen a especificar si estos acontecimientos se encuentran dentro de la campaña de consolidación del territorio recientemente sometido del Alto Duero o responde a un levantamiento de celtíberos de otro ámbito, como en Belgeda (Burillo 1998: 256). Es posible que el sustituto de Tito Didio, M. Valerio Flacco continuara la pacificación del territorio celtibérico recién sometido entre el 93 y el 92 a.C. (Martínez Caballero 2010a: 62). Sin embargo, habrá que esperar hasta la siguiente crisis política general, para que de nuevo aparezca en primer térmico la Celtiberia y, desde luego la zona próxima a Termes: se trata de las guerras sertorianas (Burillo 1998: 315). Sertorio llega a Hispania en el 83 a.C., siendo su momento de mayor apogeo el año 76 a.C., momento en el que aparece citada por primera vez la ciudad de Segovia como arévaca, a pesar de las diferentes controversias que a cuenta de su identidad étnica se han formulado (Burillo 1998: 315). Posiblemente la situación tras la última guerra celtibérica, con el sometimiento de los poblados indígenas, su integración en el mundo romano desde un punto de vista de la explotación económica de estos territorios y sus gentes (civitates stipendiariae), la pérdida de población, así como la desestructuración de sus antiguos territorios, llevaría a una situación de malestar que en parte explicarían su opción por el bando sertoriano (Martínez Caballero 2010: 63 y ss.; Mangas 2010: 123-125).
Pero es ya en la campaña del 134 cuando Escipión, después de su infructuoso ataque de nuevo a Pallantia, se dirige a Numantia atravesando el país de los caucenses. Al año siguiente, en el 133, caerá Numantia, dando fin a la Tercera Guerra Celtibérica. Sin embargo, el sector sudoccidental de los arévacos, cuya ciudad más importante, a tenor de las campañas y las menciones de las fuentes, sería Termes, seguirá independiente; también quedarían los vacceos por someterse, de ahí que más adelante se conviertan en los protagonistas de diferentes campañas posteriores a esta fecha (Burillo 1998: 250251). Habrá que esperar hasta principios del I a.C. para que la región vuelva a cobrar importancia en cuanto a la política exterior romana, una vez resueltos los problemas que habían complicado la política exterior, pero también interior, de la República.
19 Tito Didio o Deidio, de origen itálico, sabélico o sammita, cónsul en el 98 a.C., marchó a Hispania donde permaneció como procónsul cinco años más; sus acciones se han relacionado con la política de los denominados gobernadores malos (Salinas 1995: 77-78) y con la de los novi homines que querían alcanzar el prestigio que los equiparara a los nobiles, aún con este tipo de acciones. Por sus campañas recibiría su segundo triunfo (el primero lo obtuvo por su campaña contra los escordiscos del Danubio), mencionado en los Fasti Triumphalis Capitolinos (XXXIV): “T Didius T. f Sex N. II proco(n)s(ule), ex Hispania a. DCLX de Celtibereis IIII idus Iun” trascrito como: “Tito Didio, hijo de Tito, nieto de Sexto, celebró su segundo triunfo sobre los celtíberos de Hispania durante el proconsulado, cuatro días antes de los idus de junio del año 661 de la fundación de Roma” (en Martínez Caballero 2010: 62; Martínez Caballero y Mangas e.p.).
Para algunos autores a partir del 104 comenzaría otra guerra celtibérica, la cuarta, también con implicaciones en la Lusitania, que no podrá ser resuelta de forma satisfactoria hasta que Roma resuelva de nuevo otros conflictos exteriores; se trataría de una campaña bien planificada que buscaba como frontera el río Duero. Si en el 133 a.C. el avance de esta potencia se había quedado limitado en el Alto Duero, ahora los enfrentamientos,
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
Lámina 19: Los Quemados I: muralla este desde el interior del poblado; se aprecia el corte realizado para el camino de concentración parcelaria (Carabias).
En el año 75 a.C. Sertorio se va a retirar a la zona del Duero, llegando en el invierno del 75 al 74 a.C. la guerra a la zona de Termes, cuando el legado Titurio ocupa los campos de los termestinos para aprovechase del trigo de éstos (Livio, Per., 92 y Salustio, Hist., 2, 94-95). En relación con esta campaña destacan las ciudades cercanas de Mutudurum y [...]eores, que aparecen como neutrales, y la localidad próxima de Meo[...], donde la juventud se enfrenta a los ancianos que habían optado por Pompeyo frente a Sertorio (Salustio, Hist., 2, 93; Burillo 1998: 316; Martínez Caballero 2010: 71-72).
ciudad del cerco que había impuesto Q. Metelo Nepote; al año siguiente estas revueltas serán sofocadas por Afranio, legado de Pompeyo (Dión Casio, 39, 54; Burillo 1998: 318; Martínez Caballero 2010: 71-72). También se ha señalado que tras su victoria, Pompeyo permanecería un tiempo en el que atraerá a la aristocracia indígena, que así entraría a formar parte de su clientela; así, alguno de los individuos que conocemos de Termes de época imperial poseen el nomen Pompeius, que aunque podría tener otros orígenes, uno de los más probables procedería probablemente de estas clientelas (Martínez Caballero 2010: 72; íd. e.p.a).
Ya en el año 74 a.C. la guerra se centra en el Duero Medio; en concreto, Pompeyo sitia Pallantia, toma Cauca y combate cerca de Segobriga, en este caso identificada con la ceca Sekobiricez en esta región (Burillo 1998: 316). Los estudios de numismática parecen señalar que la ubicación de la misma estaría en la zona comprendida entre el Alto Duero y el río Pisuerga, cerca de Clunia (García Bellido 1994: 258); más concretamente en el poblado arévaco de Pinilla de Trasmonte (Sacristán 1994: 145).
En el año 49 a.C. se desarrollará en Hispania la guerra civil entre Cesar y Pompeyo; posteriormente la arqueología ha detectado destrucciones originadas por conflictos cuyas causas no conocemos, como el caso de Bursao en el Ebro Medio (Burillo 1998: 318). La identificación de las ciudades en el valle del Aguisejo y Riaza Medio
En el año 73 a.C. Pompeyo Magno invade las ciudades de Sertorio, quien, en el 72 a.C., será asesinado. Entre las ciudades sometidas del bando sertoriano que nombra Floro estarían las arévacas Termes, Clunia y Uxama (Floro, Epit., 2, 10, 9), lo que va a suponer la pacificación del Alto Duero; sin embargo, no ocurriría los mismo en el Duero Medio, ya que según Dión Casio en el año 57-56 a.C. los vacceos se sublevarán y ayudarán a Clunia contra los romanos, en concreto liberarán esta
Entre las ciudades mencionadas por las fuentes, encontraríamos en primer lugar las que aparecen citadas durante las campañas de Tito Didio a principios del siglo I a.C., ya que las anteriores campañas se mantendrían alejadas de la zona nordeste segoviana o no tuvieron una incidencia especial entre los escritores clásicos. Así, en la Tercera Guerra Celtibérica (143-133 a.C.) hay una mención a las ciudades de Malia y Lagni, en la campaña del 141-139 a.C. llevada a cabo por Quinto Pompeyo en
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) A continuación se sometería la ciudad de Colenda (Burillo 1998: 256). Esta ciudad podría localizarse en la zona entre Segovia y Soria, sin que tengamos en el caso de Colenda la adscripción a ningún pueblo concreto (Apiano, Iber. 98, 100), aunque en ocasiones se ha identificado con Sepúlveda, con Los Mercados en Duratón y, sobre todo, con Cuéllar, las tres en la provincia de Segovia, a pesar de la lejanía con Termes20
Alto Duero; en todo caso, parece que ambas ciudades estarían en las proximidades de Numantia, más que en las cercanías de Termes, sobre todo en el caso de Malia, donde sabemos que habría una guarnición de numantinos, lo que, además, implica la existencia de ese proceso de jerarquización de ciudades (Burillo 1998: 248, fig. 68). La siguiente campaña de Mancino, en el 137 a.C., parece que se centra en torno a Numantia y, en todo caso, no cita nuevas ciudades arévacas; la que sí que podría haber afectado a la provincia de Segovia es la serie sucesiva de campañas en los años 137-134 a.C. que tuvo como escenario la región vaccea, más en concreto en su ámbito oriental y en especial la comarca de Pallantia; así, en el 134 a.C. Escipión, después de un ataque infructuoso contra esa ciudad, atraviesa el país de los caucenses en dirección a Numantia (Burillo 1998: 248-250, fig. 68). La dirección que pudo tomar desde Cauca podría haber sido la de buscar el Duero y remontarlo hasta Numantia, o que se adentrase por la provincia de Segovia, por cualquiera de las rutas este-oeste que la atraviesan, bien sea el camino Cuéllar-Sepúlveda-Ayllón, bien el del piedemonte de la Sierra; en ese caso no debería haber pasado por la importante ciudad de Termes, ya que un hecho de esa significación habría quedado reflejado en las fuentes. Por tanto, esta campaña sería el preludio de la del 133 a.C. que terminaría con la conquista de Numantia y el fin de la Tercera Guerra Celtibérica, pero no supondría el sometimiento de Termes y, probablemente, del área sudoeste de la Celtiberia (ibídem 1998: 250, fig. 68).
Existía una ciudad próxima a Colenda, habitada por tribus mezcladas de los celtíberos, a quienes Marco Mario había asentado allí hacía cinco años con la aprobación del senado, por haber combatido como aliados suyos contra los lusitanos. Pero éstos a causa de su pobreza se dedicaron al bandidaje. Didio, tras tomar la decisión de destruirlos, con el beneplácito de los diez legados todavía presentes, comunicó a los notables que quería repartirles el territorio de Colenda en razón de su pobreza. Cuando los vio alegres, les ordenó que comunicaran al pueblo esta decisión y acudieran con sus mujeres y niños a la repartición del terreno. Después que llegaron, ordenó a sus soldados que evacuaran el campamento y, a los que iban a recibir el nuevo asentamiento, que penetraran en su interior so pretexto de inscribir en un registro a la totalidad de ellos, en una lista los hombres y en otra las mujeres y niños para conocer qué cantidad de tierra era necesario repartirles. Cuando hubieron penetrado en el interior de la zanja y la empalizada, Didio, rodeándoles con el ejército, les dio muerte a todos. Y por estos hechos también celebró su triunfo Didio [...] (Apiano, Iber., 100).
A principios del I a.C. se va a reanudar el avance romano que había quedado en Alto Duero después de la conquista de Numantia. [...] Después de la expulsión de los cimbrios, llegó Tito Didio y dio muerte hasta veinte mil arévacos. A Termeso, una ciudad grande y siempre insubordinada contra los romanos, la trasladó desde la posición sólida que ocupaba a la llanura y ordenó que sus habitantes vivieran sin murallas. Después de poner sitio a Colenda, la tomó a los ocho meses de asedio por rendición voluntaria y vendió a todos sus habitantes con los niños y las mujeres. (Apiano, Iber., 99) Ahora la campaña irá dirigida contra la principal ciudad de esta región más occidental de la Celtiberia, una ciudad grande y siempre insubordinada contra los romanos, es decir, contra Termes, en el año 98 a.C. Se ha señalado que el traslado de la población al llano, aparte del sentido estratégico de controlar a la población recién sometida, supondría un fuerte impacto emocional para sus gentes al alejarlos de la zona monumental del oppidum, en la parte oeste de la ciudad en donde se encuentran la Puerta del Oeste y el templo sobre la acrópolis (Martínez Caballero e.p.a). En todo caso, el que haya quedado constatada la ocupación de las terrazas medias del yacimiento invalidarían este argumento o el traslado se podría referir a la terraza alta (Martínez Caballero y Mangas 2005: 178).
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En esta misma campaña conocemos la existencia de una nueva ciudad de la que desconocemos su nombre, cerca de Colenda (Apiano, Iber., 100) y surgida hacia 102 al asentar Marco Mario a los aliados indígenas de Roma21; sin embargo, no parece del todo plausible esta hipótesis, ya que en esa época habían pasado 20 años desde el final de las guerras lusitanas, en las que parece que habrían participado; en todo caso, se señala la pobreza de la zona en que estaba ubicada lo que determinaba la dedicación al bandidaje por parte de esta población (Burillo 1998: 257); por último, también su consideración de población mezclada, lo que podría aludir a su condición fronteriza. En relación con esta supuesta dedicación al bandidaje, para algunos autores esta visión de una sociedad depredadora, sin producción y donde el ejercicio de la fuerza es transformado en una actividad económica productora de botín, no es sostenible, debido a que no se puede basar la riqueza de un grupo social y, por tanto, su poder en el azar de las contingencias bélicas (Ortega 1999: 419). Por eso mismo, habría que pensar en la existencia de un asentamientos dedicado a actividades 20
Vid. las diferentes hipótesis en Barrio 1999a: 57. En algún caso se ha paralelizado el final de esta supuesta fundación romana con el destino similar de la colonia de Fregellae, en Italia (Mangas 1996: 39). 21
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío conocidos para la comarca del Aguisejo-Riaza, que otras citas. En el primer caso, referido a la ciudad de Colenda, se trata de un hecho posterior al del sometimiento de Termes, por lo que debería encontrase en sus cercanías y no a una distancia tan alejada como la que presenta Cuéllar. En este sentido, la cercanía de El Cerro del Castillo22, a unos 22 km de Termes, es decir, a una distancia no excesiva de esta ciudad, que podría equivaler a una jornada de viaje, podría identificar esta ciudad con Colenda, aunque, como hemos visto, en el texto no se aprecia ninguna referencia de proximidad o contigüidad. Además, se trataría de una ciudad importante, que pudo resistir el asedio de Tito Didio unos ocho meses, lo que estaría en consonancia con las más de 18 Ha de este yacimiento.
económicas poco atractivas para los romanos, de ahí que las viesen como pobres desde su suspicacia colonial (Estrabón, III, 3, 4-8); esta situación nos podría llevar a pensar que la principal actividad no sería la agricultura ni la minería, por lo que en esta región de la Meseta habría que pensar en una preponderancia de la ganadería, algo que, como veremos a continuación cuadra perfectamente los el análisis de captación de Los Quemados I. Además, la circunstancia que se señala sobre la mezcla de población podría hacer referencia a su condición fronteriza, algo que también ocurre en el caso de Carabias, lindante con el vecino oppidum de Rauda, ya definido como vacceo. Respecto a la política llevada a cabo por el cónsul Tito Didio, se englobaría en la política basada en el uso exclusivo de la fuerza, con una represión feroz e indiscriminada de cualquier movimiento que manifestase disidencia o resistencia frente al poder romano, distinta de la que, sin excluir el uso de la fuerza, buscaba la solución de los enfrentamientos mediante un tratado con los indígenas. Estas dos formas se han asociado por una buena parte de la historiografía con la consideración de malos y buenos gobernadores; entre los primeros, aparte de Tito Didio, se encontrarían Licinio Lúculo, Sulpicio Galba, Serviliano y Servilio Cepión; mientras que entre los segundo destacarían Sempronio Graco, Atilio Serrano, Claudio Marcelo y Hostilio Mancino. Estos últimos parece que buscarían acuerdos que incluyesen la entrega o reparto de tierras entre los indígenas y, probablemente, su consideración de amici del pueblo romano (Salinas 1995: 77-78).
Si esta hipótesis fuera cierta, la otra ciudad cercana a Colenda-Ayllón, que se describe cercana a la primera, ya que el trato entre el cónsul y sus habitantes es repartirse las tierras de Colenda, podría tratarse de Los Quemados I, ya que ambas ciudades se encuentran a 26 km. El topónimo de Carabias o Caravias, como aparece en los mapas antiguos, es claramente celtibérico como vimos al describir el yacimiento; otra cosa es que proceda del antiguo poblado celtibérico o haya adoptado ese nombre a partir del proceso de repoblación en la Alta Edad Media23. Junto a estas dos posibilidades, tampoco debemos descartar otros asentamientos de cierta relevancia, como el caso de Sepúlveda, aunque ya a unos 55 km de Termes. Se trata de un asentamiento posiblemente con una superficie entre 8/7 Ha y 5 Ha (Blanco 1998: 143), mientras que para Barrio sería de 4 ó 3 Ha (íd. 1999a: 74), por lo que su importancia relativa sería mucho menor que Los Quemados I, con 14 Ha o El Cerro del Castillo con más. Además, en Sepúlveda se ha documentado material del Hierro I (Municio 1999: 292) y hay presencia de cerámicas torneadas con bandas vinosas; sin embargo, presenta un predominio de materiales del siglo IV y III a.C. (Blanco 1998: 144, 147 y 165, fig. 2) o del III-II (Barrio 1999a: 74). Parece ser que este yacimiento entraría en decadencia a partir II a.C., pero no sin que se pueda consignar un final brusco, ya que se han recogido materiales hasta el siglo I a.C. e incluso tardoceltibéricos (Barrio 1999a: 74). Esta decadencia no se ha relacionado con el desarrollo de Los Mercados24 a unos 8 km, ya que su origen prerromano parece muy dudoso. En todo caso, se señala como motivo de esta
Si se tiene en cuenta la cronología de los gobernadores mencionados en las distintas categorías, vemos que el cambio de una política a otra por parte del senado, que había de refrendar los acuerdos de los generales, puede situarse en la década de 150-140 y quizá la expresión más clara en este cambio de tendencia es la violación del tratado con Viriato (ibídem 1995: 79-80). Además, el análisis de la prosopografía de los gobernadores del 155-133 sí parece indicar que había relaciones de afinidad política entre los partidarios de una línea u otra, aunque no quepa ver en ello un programa definido y determinado, y que el triunfo de la tendencia más dura coincide con el apogeo de la influencia de Escipión Emiliano y su grupo en el Senado. La conclusión que parece desprenderse es que, superada la pérdida de influencia política que siguió a la muerte del Africano, los Cornelios Escipiones recuperaron no su hegemonía dentro del senado por obra sobre todo de Escipión Emiliano, sino también una fuerte influencia sobre los asuntos de Hispania, donde impusieron un cambio de política mediante la asignación de estas provincias a individuos de su círculo. Esta influencia se quebró con los acontecimientos de las guerras civiles y las crisis de la República (Salinas 1995: 80-81).
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Parece que el topónimo Ayllón, aunque pudiera relacionarse con alguna palabra celtibérica, tendría un origen más probable en la etapa de dominación árabe, quizá en relación con las fuentes o manaderos que surgen del mismo cerro (Zamora 1993: 23-24). 23 Volvemos a traer a colación la presencia del antropónimo Gn Carvici en la cercana ciudad de Termes (Santos Yanguas y Vallejo Ruiz e.p.), que ya hemos comentado que podría hacer referencia a un termestino procedente de Carabias, población que podría haber tenido algún vínculo de dependencia con Termes. 24 Quizá el yacimiento de Los Mercado de Duratón deba ser relacionado con el municipio de Comfloenta, según Martínez Caballero, que estaría en territorio arévaco, y cuya identificación también se ha barajado para los mismos lugares anteriormente citados para Colenda (Barrio 1999a: 43; Martínez Caballero e.p.d).
Pero volviendo a las dos referencias de las fuentes clásicas, éstas podrían casar mejor con los datos
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) decadencia la escasez de terrenos agrícolas por parte de Sepúlveda (Blanco 1998: 167 y 170). También Martínez Caballero descarta Sepúlveda y Duratón como las ciudades de Apiano (íd. 2010a: 59).
Ahora bien, lo que no concuerda con las palabras de Apiano es la reciente creación de la ciudad, en el 102 a.C., ya que Sepúlveda presenta una continuidad desde la Primera Edad del Hierro (Blanco 1998: 143-144; Barrio 1999a: 74 y 78; Municio 1999: 292) y Los Quemados I, aunque carece de una etapa antigua, por los materiales estaría formada en la etapa Plena, y no a finales del siglo II a.C. Tampoco parece normal la creación de una ciudad indígena por parte de los romanos en un área no sometido por ellos antes del año 98 a.C., como podría ser la Celtiberia sudoccidental en esta fecha, ni que ésta sea para asentar aliados indígenas, ni que esto ocurra 20 años después de finalizadas las guerras lusitanas. Igualmente no parece oportuno que ante las demandas de tierras por determinadas comunidades se les ubicase en un ambiente tan serrano y tan poco apropiado para el tipo de economía agrícola potenciada por los romanos.
Otro yacimiento más cercano a Termes, al que se podría referir las fuentes, podría ser el de Segontia Lanka, que aunque fue fechado en el siglo I a.C. (Taracena 1929: 89-91), pudiera haber comenzado su andadura con anterioridad (García Merino 1975: 300; Tabernero et alii 2005: 202); en todo caso, parece que la identificación con el topónimo prerromano parece clara. Finalmente estaría el Castro de Valdanzo, de una 21 Ha y a unos 33 km de Termes, pero con una comunicación mucho más complicada que con el cercano Cerro del Castillo de Ayllón; en todo caso, parece que tendría una cronología más tardía que la propia Segontia Lanka, a la que podría haber sustituido como centro jerarquizador, lo que lo invalidaría para esta adscripción que estamos comentado, o algunos de los otros yacimientos de su entorno (Heras 2000: 223).
En definitiva, no creemos que estemos ante una fundación romana, por lo que no podemos explicar la cita de Apiano satisfactoriamente, si no es por una confusión del autor clasico, que, por otra parte, no deja de ser un argumento recurrente por parte de los investigadores cuando algún dato no les cuadra, como en el presente caso. Lo que sí que podría avalar esta hipótesis de una fundación romana, que de todas formas consideramos en este trabajo como la menos probable, sería la propia configuración del yacimiento en forma más o menos cuadrangular con esquinas redondeadas, que recuerda a las fundaciones de campamentos militares, como por ejemplo los del cercano caso de Uxama (García Merino 1996: 269).
Es posible que ambos yacimientos fueran el mismo y al igual que se ha documentado en otras ciudades, cambiara el emplazamiento en relación con la reorganización del territorio romano a partir de su conquista (Tabernero et alii 2005: 202). Para Martínez Caballero, Castro de Valdanzo sería el oppidum indígena identificado con la Segortía Lanka de las fuentes (ceca de Secotiaz Lacaz o Segontia Lanka I de Martínez Caballero), centro que sería sustituido por el yacimiento de Las Quintanas-La Cuesta del Moro (Segontia Lanka II), dentro del proceso de reorganización del territorio promovido por Roma tras la conquista a finales del siglo II o primeros del I a.C.; este traslado no implicó la desaparición del poblamiento en el propio Castro del Valdanzo, que mantendrá el hábitat en época alto imperial (Segontia Lanka III), pudiendo recuperar la capitalidad del territorio una vez desaparezca el poblamiento de Las Quintanas-La Cuesta del Moro antes de la aparición de la tsh; si no fuera este el centro jerárquico continuador de la ciudad tardorrepublicana, los extensos poblados de La Fernosa, en Langa de Duero, y de Cabeceras de Vivero, en Miño de San Esteban, situados en las proximidades del Castro de Valdanzo, podrían haber ejercido este papel (Martínez Caballero e.p.a; íd. e.p.b).
Recientemente se ha propuesto otra identificación de las ciudades citadas por Apiano. La hipótesis de Martínez Caballero se basa en una hipotética campaña de Mario en apoyo del desconocido gobernador de la Citerior y que habría provocado esta fundación del 102. Esta fundación habría que buscarla en la provincia de Ávila, probablemente en la misma ciudad, identificándose Colenda con alguno de los grandes oppida del entorno. Este territorio pertenecería a la Provincia Ulterior, ámbito de jurisdicción de Mario y posiblemente ya pacificado en esta época, lo que sería más coherente que una fundación tan alejada de su provincia como la que nosotros proponemos (íd. 2010a: 58-60).
Todo ello nos permite proponer como hipótesis de partida esta identificación entre Colenda y El Cerro del Castillo, por lo que la ciudad sin nombre podría corresponder con Los Quemados I, ya que se encuentra mucho más cerca de Ayllón, a 26 km, que Sepúlveda, a 33 km, lo que podría inclinarnos por esta hipótesis. En lo que también coincide Los Quemados I, siempre en el caso de la identificación Colenda-Ayllón, es en su pobreza desde un punto de vista agrícola, que posiblemente es la visión que nos están trasmitiendo las fuentes romanas al referirse a la pobreza de esta ciudad y en la existencia de población mezclada, por su situación fronteriza respecto a los vacceos.
Para ello Martínez Caballero minimiza las distancias con respecto de Termes, algo que para nosotros es fundamental, y aduce que Tito Didio podría haber recorrido un espacio tan dilatado porque las poblaciones indígenas se someterían al cónsul sin combatir, de ahí que sus nombres no aparecerían recogidos por las fuentes. Sin embargo, en ese caso, creemos que estas mismas fuentes recogerían el enorme avance y la sustancial ocupación de territorio indígena. Tampoco creemos que Tito Didio tuviera que alejarse tanto de su provincia, pero Martínez Caballero aduce la indefinición de fronteras entre provincias en esta zona y en esta época (íd. 2010a: 5860).
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
Lámina 20: Los Quemados I: rotura de la muralla este por el camino de concentración parcelaria.
En definitiva, su propuesta concordaría en parte con los datos de Apiano, pero su punto débil sería la lejanía de Termes e incluso de la propia Celtiberia. En el texto de Apiano se da la impresión de que en todo momento nos encontramos en esta región, siendo la ciudad sin nombre la más fronteriza, pero en todo caso formada por celtíberos. Todo ello nos hace dudar de la identificación de las ciudades de Apiano con las de la provincia de Ávila, si bien el punto débil de nuestra argumentación es la dificultad de asumir la fundación de Mario de esta ciudad sin nombre. Si al final nuestra propuesta no fuera correcta, seguimos pensando que el momento de abandono de las ciudades del RiazaAguisejo coincidiría con la campaña del cónsul Tito Didio, en donde los veinte mil muertos registrados, exageraciones aparte, podrían estar indicando el duro castigo a la Celtiberia sudoccidental y, posiblemente, a los centros más o menos vinculados a Termes, tengan los nombres citados u otros desconocidos. El final de la campaña y la sustitución de Tito Didio por M. Valerio Flaco supondría, en todo caso, el control de los territorios entre el Sistema Central y el Duero (Martínez Caballero 2010a: 62).
en la que el legado Tiburio ocupa en la Celtiberia los campos de los termestinos para aprovechase del trigo (Livio, Per., 92 y Salustio, Hist, 2, 94-95); es decir, nos encontramos ante un teatro de operaciones en el que estarían muy próximas las ciudades del Aguisejo-Riaza, si es que todavía se mantenían como núcleos de población, algo que no ocurrirían si la anterior identificación con las ciudades ocupadas por Tito Didio fuera correcta. En todo caso, si esto no fuera así, ahora contamos, en relación con esta campaña del invierno del 75-74 a.C., con la cita de dos ciudades cercanas a Termes: Mutudurum y ...eores, que aparecen como neutrales, y la localidad próxima a Meo... donde habría un conflicto civil (Salustio, Hist., 2, 93; Burillo 1998: 314-317, fig. 90). Esta neutralidad las alejaría quizá de las represalias romanas, por lo que podrían continuar su existencia en el tiempo, algo que no casa con los datos de los oppida de Los Quemados I y El Cerro del Castillo de Ayllón, cuyo final, teniendo en cuenta la cerámica encontrada, debió ocurrir en el primer tercio del siglo I a.C., ya que no se han registrado cerámicas tardoceltibéricas (Sacristán 1986-87: 181-182; íd. 1986a: 225-229). Por eso, nos inclinamos más por la hipótesis de la despoblación de esta comarca en relación con las campañas de Tito Didio.
Los siguientes episodios que van a volver a centrar el interés de los escritores romanos serán los ocasionados por las guerras sertorianas. Así en el año 76 a.C. aparece citada por primera vez Segovia como arévaca (Livio, Frag. lib., 91), cuya adscripción ha dado lugar a una controversia, que ya hemos tratado anteriormente. Pero más interesante es la campaña del 75 a.C., donde Pompeyo ataca a Sertorio en Clunia, nombrada por primera vez, y la del invierno del 75 al 74,
El otro momento en que los conflictos se desarrollarían en la comarca de Termes sería en el año 73 a.C., cuando Pompeyo va a tomar las ciudades sertorianas, entre éstas, la de Termes; sin embargo, en esta campaña se mencionan las ciudades importantes del Alto Duero, por lo que el resto o no existirían o no serían
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) problemas. Serán las emisiones de monedas en el periodo que va a partir de Tiberio Graco las que permitan percibir esta progresiva jerarquización entre ciudades, clave para entender la estructuración económica y política de la zona de estudio (Burillo 1998: 244 y 292).
relevantes. Por último, no parece que durante la sublevación de los vacceos en el año 57-56 a.C., que también afectará a la ciudad de Clunia, cercada por Q. Cecilio Nepote y liberada temporalmente por los vacceos, se vea involucrada Termes, a pesar de la cercanía (Dión Casio 39, 54; Burillo 1998: 316-317).
Además de las fuentes numismáticas, las propias fuentes escritas nos informan de que había ciudades a las que se les atribuye más importancia que a otras, lo que, en principio, podría indicar una categoría superior. Por ejemplo, las ciudades de Contrebia Belaisca y Salduie podrían indicar la existencia de centros jerarquizadores, en el primer caso, como centro judicial y, en el segundo, como centro de reclutamiento; en esta ocasión ambos centros coinciden en el mismo territorio. Esta situación se ha querido explicar por el carácter ocasional de alguna de estas funciones o bien de la ausencia de una centralización en ciudades específicas de todas las funciones jerarquizadoras que Roma respalda, hecho que sí encontraremos cuando a partir de César se integre totalmente este territorio en la estructura administrativa romana (Burillo 1998: 294).
En conclusión, aunque es verdad que los materiales conocidos impiden determinar el momento de abandono de las ciudades del nordeste de Segovia, El Cerro del Castillo y Los Quemados I, en todo caso, serían anteriores a la aparición de los materiales denominados tardoceltibéricos, a partir de las guerras sertorianas, por lo que podría haber ocurrido a lo largo del primer tercio del siglo I a.C. o incluso a finales del II a.C. Dentro de estas fechas, los acontecimientos narrados durante las campañas del cónsul Tito Didio a partir del año 99 a.C., parece que serían los que mejor podrían cuadrar con la situación de las ciudades el Aguisejo y Riaza y su posterior despoblamiento. Repercusiones de las guerras contra los romanos en el poblamiento
La existencia o no de esta jerarquía debería quedar reflejada en el cumplimiento de la teoría del lugar central, limitada a centros de mayor categoría que quedan definidos por tener servicios más especializados, lo que implica que el número de centros se reduzca a la par que aumenta su distancia en el espacio con respecto a la que entre sí tienen los de categoría menor. Los criterios de acuñación de monedas son los que cumplen mejor estos postulados y demuestran la jerarquización; así, hay un número pequeño de cecas de plata y una equidistancia regular de unos 50 km; esta circunstancia podría demostrar la jerarquización entre ciudades, porque las acuñaciones se centralizan en ciertas puntos que tienden a ser equidistantes en el territorio, con una funciones selectivas que no aparecen en el resto. Aunque se defiende que la fiscalidad romana es la razón de estas cecas, la repercusión será la de jerarquizar aquellas ciudades indígenas que no emiten denarios y convertirse de esta manera en centros del territorio. Además, las cecas de plata no se verán obligadas a cubrir un cupo impuesto por los romanos con los aportes provenientes de su potencialidad económica, sino que contribuirían a estos aportes el resto de ciudades, de ahí que se diese un flujo interno de carácter fiscal entre las ciudades. Estas cecas que emiten denarios a veces coinciden con la capitalidad de determinados pueblos, como en el caso de los belos (Burillo 1998: 296-297).
Siglos II, principios del I a.C. Parece ser que el fenómeno de la aparición de las ciudades se consolidará durante las guerras con los romanos, a pesar de las destrucciones que en algunos casos se llevarían a efecto, como ocurre en nuestra comarca; así, una de las respuestas indígenas a esta agresión es la concentración de la población en grandes núcleos: es el caso de la Complega indígena y de la Gracurris romana, en este caso para consolidar el territorio conquistado (Burillo 1998: 226). Además, el final de la Tercera Guerra Celtibérica provocará profundos cambios sociales y económicos, así como el desarrollo urbano que no tendrá un cambio de tendencia hasta las Guerras Civiles del siglo I a.C. Éste consiste en que continúa el proceso de concentración de la población, visible a partir de las acuñaciones de moneda y de las propias fuentes escritas (ibídem 1998: 255 y 296-297). Ahora aparecen ciudades de nueva planta en el llano en zonas de explotación agrícola, en un fenómeno similar al del resto del nordeste de la Península Ibérica, ciudades acompañadas de una serie de asentamientos rurales o granjas que permiten intensificar la producción, así como poblados dedicados a la explotación minera; este modelo de hábitat disperso supone una ocupación intensiva el territorio (Aguilera 1995: 222; Burillo 1998: 262-263 y 277).
Otro problema es la relación entre las etnias y las ciudades que las integraron; parece haber un acuerdo en que las etnias nunca adquirieron el rango de estado centralizado, del que dependieran las ciudades a ella pertenecientes; pero aunque esto no ocurrió, sí que habría vínculos étnicos que supondrían una realidad vivida por sus habitantes y, por lo tanto, capaz de incidir en momentos determinados. Ahora bien, existe una gran dificultad para definir esa incidencia; una evidencia en este sentido podría ser que las ciudades del Ebro
En el caso del valle del Ebro continuará el proceso de concentración de la población y de jerarquización de las mismas durante esta etapa de enfrentamiento con los romanos; esta jerarquización que se postula no tiene que ver con las dimensiones de los diferentes yacimientos conocidos, ya que se piensa que no se pueden traducir de forma directa esta extensión al número de habitantes, debido a que esto ofrece múltiples
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío que parece confirmada más o menos por las recientes excavaciones (Martínez Caballero y Mangas 2005: 169; Martínez Caballero y Hoces e.p.).
decidieran unificar sus tipos monetales (hay que recordar que la moneda es el símbolo máximo de la ciudad, su emblema parlante), lo que pudiera considerarse como una prueba de que entre ciudades subyace una relación basada en la afinidad étnica, aunque desconozcamos el carácter real de estos lazos, sus implicaciones y obligaciones (Burillo 1998: 297-298).
Por último, para concluir con este apartado, podríamos añadir las inscripciones de un habitante de la Termes imperial, Gn Carvici, que, como hemos señalado anteriormente, podría hacer referencia a un origen en la población de Carabias (Santos Yanguas y Vallejo Ruiz e.p.) y una inscripción de Saldaña de Ayllón del siglo I d.C., donde aparece un ciudadano, Pompeyo Plácido de los Meducénicos (Gómez-Pantoja 2005: 264; Santos Yanguas et alii 2005: 128-129), que podría relacionarse con otro también de la ciudad de Termes y que se ha destacado como elemento para configurar la extensión del territorio de esta ciudad, también en época imperial (Martínez Caballero y Hoces e.p.).
Ahora bien, si pasamos al ámbito del Alto Duero la situación es diferente, porque la evidencia que proporcionan las cecas en el valle del Ebro no se producen allí. Para empezar, las emisiones de plata son más tardías y se relacionan con otras circunstancias históricas, como son las que se derivan de las guerras sertorianas (ibídem 1998: 255 y 297). Esta jerarquización entre ciudades también se ha propuesto para los vacceos por parte de algunos investigadores distinguiendo entre civitates y oppida, éstos últimos dependientes de las primeras (San Miguel 1993: 65).
En todo caso, se trata de evidencias poco seguras, pero que podrían estar indicando un diferente rango entre ciudades, en la línea de los que creemos haber podido demostrar para la comarca nordeste de Segovia desde el Celtibérico Antiguo. Si desde esta etapa hemos señalado el proceso de concentración de núcleos de población, es posible que este fenómeno continuará ahora entre los diferentes oppida, siendo el centro rector de esta región la ciudad de Termes, ya que se trata del núcleo más citado por las fuentes en esta región y al que el propio Apiano denomina una ciudad grande y siempre insubordinada contra los romanos (Apiano, Iber., 99). Ahora bien, en cuanto a cuál sería el tipo de relación entre este centro rector y los centros secundarios, no lo sabemos, pero seguramente habría algún tipo de dependencia o de control por parte del primero.
En este sentido, hay que recurrir a las fuentes escritas romanas, las cuales nos informan de que había ciudades a las que se les atribuye una mayor relevancia que a otras, lo que, en principio, podría indicar una categoría superior o la existencia de una jerarquización en el hábitat; por ejemplo, son los casos referidos de las ciudades de Numantia y Termes, reiteradamente aludidas en relación con los diferentes acontecimientos de las guerras celtibéricas, siendo atacadas en diferentes oportunidades, mientras que otras, como el caso de Colenda o su vecina sin nombre, aparecen de forma circunstancial, cuando los hechos inciden directamente sobre ellas y ya no se vuelve a hablar de ellas. Así, en el primer caso, incluso contamos con noticias sobre la presencia de una guarnición numantina de la ciudad de Malia, lo que supondría un claro elemento jerarquizador de aquella ciudad (Martín Valls y Esparza 1992: 267; Salinas 1996: 15; Burillo 1998: 294). En este sentido, se ha señalado que estos enfrentamientos podrían haberse aprovechado por parte de determinados núcleos urbanos para aumentar su prestigio e imponer una cierta hegemonía entre el resto de ciudades vecinas (Burillo et alii 1995: 258).
Si esto fuera cierto, su destrucción y despoblamiento a raíz de las campañas de Tito Didio podrían haber servido de escarmiento y de debilitamiento del núcleo de Termes, ya que si es verdad que la política romana a partir del 154 es de un total sometimiento (Salinas 1995: 80-81), no se entiende que la irreductible ciudad de Termes fuera castigada destruyendo sus murallas y asentando a sus habitantes en el llano, mientras que las desconocidas ciudades segovianas, estén donde estén, fueran literalmente barridas del mapa. Y esto es así, tanto si aceptamos nuestra propuesta de identificación con las ciudades destruidas por Tito Didio, como si se trata de las consecuencias de algún otro episodio de las diferentes revueltas posteriores o de las acciones derivadas de las guerras sertorianas.
Otro elemento en este sentido serían las noticias sobre la constitución del bando sertoriano tras su llegada a Hispania en el 83 a.C.; éstos nos informan, aparte de la independencia de las ciudades, también de las desigualdades que había entre ellas en razón de su riqueza a la hora de colaborar con Sertorio (Burillo 1998: 313), desigualdad que podría estar enmascarando situaciones de cierta jerarquización entre las mismas.
Siglo I a.C. Igualmente la superficie del yacimiento podría ser indicativa de la importancia de los diferentes asentamientos, aunque esta medida no tiene por qué ser un elemento determinante en cuanto a la jerarquización, sí lo es cuando aparece unido a otras características en este sentido. Así, para Tiermes se ha señalado una superficie de en torno a 20 Ha (Jimeno y Arlegui 1995: 112, fig. 17A; Lorrio 1997: 68, fig. 15; Heras 2000: 213),
Tras las guerras del siglo II y principios del I a.C. continua el proceso de concentración de la población tanto en el valle del Ebro como en el Alto Duero, en especial tras las guerras sertorianas, en las que se reducen las cecas en un 50% en el valle del Ebro, pero se sigue manteniendo la equidistancia entre cecas y permanece la trama regular con una mayor jerarquización del territorio.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Lámina 21: Los Quemados I: muralla sur desde el exterior después del destrozo detectado en enero de 2000 (Carabias).
Es ahora cuando aparecen cecas de plata en el Alto Duero: Sekobiricez, Segontiaz Lacaz y Colounioco en la frontera con los vacceos, lejos de los filones de plata y por tanto en relación con su situación fronteriza, como se ha sugerido25. En cuanto a los profundos cambios sociales y económicos y el desarrollo urbano que se van a producir, parece que no sería igual en el las diferentes regiones de la Celtiberia; así, en el valle Duero no se detecta una intensidad de los cambios similares a las transformaciones socioeconómicas que se aprecian en el valle del Ebro. Sin embargo, esta dualidad territorial no se debería a las diferencias étnicas ni al potencial económico de cada región, como en algún caso se ha propuesto, sino por la distinta integración temporal de las ciudades indígenas en la nueva estructura socioeconómica aportada por los romanos (Burillo 1998: 255).
algunos ocurriría sobre todo a partir de las guerras sertorianas (Romero 1992: 707). También se observa una crisis urbana al registrarse que un gran número de asentamientos urbanos fueron abandonados en el siglo I a.C. en el Ebro Medio antes de Augusto, por lo que se mantendría el proceso de concentración de la población, a la vez que se extienden los asentamientos agrícolas, lo que conlleva una mayor ruralización de la sociedad (Burillo 1980: 315-317, fig. 107; íd. 1998: 320 y 346-347). Esta desaparición de ciudades estaría provocado por la guerra civil entre Pompeyo y Cesar según Beltrán, pero para Burillo habría que pensar en los conflictos sertorianos (Beltrán 1984; íd. 1986, en Burillo 1998: 322). Este fenómeno no parece privativo del Ebro Medio, también se documentan destrucciones de ciudades en otras zonas del Ebro, en Alto Duero, por ejemplo en el Alto del Cuerno, junto a Clunia (Sacristán 2005: 188189), o en Segontia Lanka, que desaparecerá antes de la aparición de la tsh (Tabernero et alii 2005: 202); y en el sur del Sistema Ibérico (casos de Contrebia Carbica y Segobriga y quizá en Ercavica, de fecha tardorrepublicana, con un yacimiento indígena aguas arriba del río Guadiela); a esta desaparición de determinados núcleos les sigue en algunos casos el surgimiento de otras ciudades nuevas a distancias entre 8 y 2 km, por lo que se puede hablar de continuidad en el control del territorio; estos nuevos asentamientos presentan ahora una topografía elevada con fuertes pendientes (por ejemplo: Bilbilis Italica, Segobriga, Leónica, Ercavica), cuya explicación cuadra mal con la
En todo caso, para la mayoría de los autores sería durante este siglo, frente a los que prefieren significar los momentos después de la segunda guerra celtibérica (Martín Valls y Esparza 1992: 92; Salinas 1996: 10), cuando comiencen a apreciarse una serie de transformaciones en la sociedad celtibérica (Sacristán 1986a: 237; Delibes et alii 1995a: 130-131; Sacristán et alii 1995: 358-359; Jimeno y Arlegui 1995: 123; Burillo 1998: 255), época en la que también se pueden englobar los cambios en la actual provincia de Segovia (Martínez Caballero 2000: 19; íd. 2010: 65 y ss.), algo que para
25 Recientemente se viene postulando la posibilidad de una ceca de ases de bronce en Termes (Martínez Caballero y Mangas 2005: 169).
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6.- Celtibérico Pleno y Tardío
ortodoxia romana en cuanto a nuevo urbanismo. Si está claro su origen como plazas fuertes de gran visibilidad, lo que no se comprende actualmente es que una vez terminados los enfrentamientos se consoliden como ciudades. Burillo plantea la posibilidad de que se trate de ciudades pompeyanas que controlan el territorio sertoriano. En todo caso hay un desfase entre destrucciones sertorianas y ocupaciones cesarianas o augusteas, por ejemplo, en Segobriga; este hiato podría cuestionar la hipótesis del abandono total en época sertoriana. En todo caso no todas las ciudades sufren estos cambios, sino que otras, tanto del Ebro como del Alto Duero, mantienen su poblamiento; así, Uxama, Termes y Numantia (Burillo 1998: 223 y 327-328; para Ercavica, vid. Lorrio 2001: 115-116).
romanos, como en los casos de Uxama, o Termes, estas consecuencias no debieron ser tan catastróficas, ya que posteriormente se asiste a un despegue de las mismas; esto ha llevado a pensar que estos años supusieron un fuerte estímulo para las fuerzas sociales y la estructura económica indígena que facilitaría la posterior integración en el sistema romano (Espinosa 1984: 198199; Romero 1992: 709; García Merino 2005: 180). En todo caso, no se debe minusvalorar el efecto negativo de las diferentes guerras de conquista en cuanto a destrucciones generalizadas, descenso demográfico, alteración de las relaciones económicas entre poblaciones indígenas, imposición de fuertes tributos, posterior el reparto del ager publicus o la propia implantación del sistema esclavista (Martínez Caballero 2010: 68-69).
Un ejemplo de este desplazamiento de un núcleo de poblamiento indígena hacia otro nuevo parece que también se puede constatar en el cercano yacimiento de Los Mercados de Duratón, en Segovia, en algún caso identificado como la ciudad de Comfloenta-Confluentia de Ptolomeo (Martínez Caballero e.p.b). Este asentamiento comenzaría a cobrar importancia a principios del siglo I a.C. al mismo tiempo que el cercano poblado celtibérico de Sepúlveda (a 7 km) entraría en decadencia. En este caso se ha señalado la posibilidad de que existiera algún tipo de traslado de población planificado por las autoridades romanas en relación con las campañas del cónsul Tito Didio (Martínez Caballero e.p.a), aunque al no observarse cortes bruscos en ambos yacimientos, este traslado pudo ocurrir en época algo posterior y coincidir, por tanto, con un fenómeno más generalizado y ocurrido a partir de las guerras sertorianas, como el que acabamos de ver.
Una situación análoga parece descubrirse en el Duero Medio, por lo podríamos considerarlo como un fenómeno generalizado en buena parte del interior peninsular. Así, en esta región faltan los materiales más tardíos debido al abandono repentino de determinados poblados posiblemente por la inestabilidad política del momento; por ejemplo, en la zona central de la cuenca del Duero se van a mantener las tres civitates identificadas en ese territorio. Para San Miguel estos cambios estarían íntimamente vinculados a las transformaciones del sistema económico que habían sustentado el modelo de poblamiento vacceo; por ello, la desarticulación del modelo de poblamiento provocaría también la destrucción de las fórmulas económicas que lo sustentaban (íd. 1993: 65). Estos cambios también parece que se hacen patentes en la cerámica, tanto en la región vaccea (Sacristán 1986a: 225-229; íd. 1986-87: 181-182), como en el Alto Duero (Romero 1992: 709).
Para algunos autores esta reestructuración parece que dependería de una política romana intencionada y dotada de una cierta planificación, en especial en el cuadrante nororiental de la Península Ibérica. Para los mismos, da la impresión de que Roma elegía una serie de poblaciones indígenas por su importancia estratégica y económica y las convertía en centros comarcales; por eso habría una continuidad en los topónimos prerromanos. Esta remodelación de ciudades del Ebro y la Meseta tuvo que ocurrir durante el gobierno triunviral o a principios de Augusto, por lo que la impresión que produce es que esta planificación se realizaría en un territorio que tras cien años de dominación se debió considerar que ya estaba preparado para dar ese salto cualitativo (Pina Polo 1993: 90-92). Así, para la provincia de Segovia asistimos a una reducción del número de centros jerarquizadores hasta un número de tres, Segovia, Cauca y Duratón, además de las ciudades fronterizas que pudieron jerarquizar algunos territorios limítrofes, sobre todo en la zona oriental de la provincia, como Termes, Segontia Lanka o Rauda (Martínez Caballero 2010: 63 y ss.).
Para Sacristán son tan patentes estos cambios que los ha definido como la inflexión tardoceltibérica. En este momento van a desaparecer núcleos posiblemente por las guerras sertorianas en las que se involucraron las poblaciones indígenas; de esta crisis sobrevivirán 20 de unos 50-53 yacimientos; también hay desplazamientos de algunos poblados, como se ha constatado en el valle del Ebro, sobre todo al llano. Por lo demás, en este siglo y a pesar de episodios de rebeldía, se afianza el dominio romano en la zona (Sacristán et alii 1995: 358-359). Para la zona nordeste de Segovia, lo que tenemos es una región totalmente despoblada, ya que no hay constancia de materiales tardoceltibéricos, y habrá que esperar hasta la época imperial para comenzar a apreciar una serie de pequeños yacimientos diseminada por los valles, con una ubicación en llano, relacionados con las explotación de los terrenos agrícolas y que trataremos en el capítulo correspondiente a la romanización. Por tanto, hasta ese momento, la zona quedará como terreno baldío, posiblemente en la esfera de influencia de la ciudad de Termes, debido a la cercanía de esta ciudad y a la posibilidad, ya mencionada, de que las poblaciones celtibéricas del Aguisejo y Riaza estuviesen vinculadas de alguna forma a aquella ciudad arévaca. El resto de ciudades romanizadas aparecen a
En este sentido y con respecto a alguna de estas ciudades mencionadas, se considera que aunque las guerras sertorianas produjeron consecuencias negativas derivadas de la propia conquista por los ejércitos
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) distancias mucho mayores, aunque no se pueda descartar que parte del territorio aquí analizado, pudiera haber quedado adscrito a Rauda o a la ciudad romana de Duratón, quizá identificable, como hemos apuntado, con la Confluentia de Ptolomeo (íd., Geog. II, 6, 55) (Martínez Caballero e.p.a).
esa etnia sometida más tardíamente, con sublevaciones en el 61 a.C. y sobre todo en el 56 a.C. (Dión Casio, 39, 54; Wattenberg 1959: 43) que de hecho causará problemas hasta antes de las guerras cántabras, por lo que se ha considerado que la Celtiberia, fundamentalmente en su parte occidental, sería zona de frontera hasta la terminación de las guerras contra cántabros y astures, en el año 19 a.C. (Salinas 1996: 37).
Al mismo tiempo, esta despoblación y su falta de recuperación hasta época imperial extraña, cuando parece que lo más significativo del periodo comprendido en el siglo I a.C., en especial en el valle del Ebro, es la extensión de asentamientos dedicados a la explotación agrícola o minera, dependientes de las ciudades (Burillo 1980: 315-317; Burillo 1998: 320 y 346-347); situación que también se produce en el Alto Duero (Burillo 1998: 223 y 327-328). Quizá esta circunstancia esté indicando que tanto las campañas de Tito Didio, con el arrasamiento de Colenda y la ciudad vecina, aparte de la muerte de veinte mil celtíberos que menciona Apiano, supondrían un grave quebranto no para la zona aquí objeto de estudio, sino para la propia Termes, que podría haber ejercido un papel hegemónico entre los celtíberos de la zona sudoccidental. Esta situación se habría agravado durante las guerras sertorianas, con una incidencia especial en Termes, y, quizá, en alguna de las actuaciones posteriores, que al menos afectaron a la cercana Clunia26 y a las ciudades vacceas. Por tanto, se trataría de una región, en este caso el nordeste segoviano, y una ciudad, Termes, tan castigada por estas guerras, que tardarían en recuperarse de estos quebrantos en su población y, posiblemente, en su economía; esto explicaría el aparente abandono de las campiñas del Aguisejo-Riaza hasta la época imperial, cuando en otras regiones el sometimiento a Roma supone un incremento en el número de asentamientos dependientes, tanto en el resto de la provincia de Soria (Romero 1992: 708; Heras 2000: 228229), en el valle del Ebro (Burillo 1998: 262-263 y 277), o en la comarca de Molina (Arenas 1999a: 191-192, fig. 130), por poner algunos ejemplos.
Por tanto, bien sea por alguna de estas dos explicaciones, o bien por una conjunción de ambas, el resultado es la despoblación de esta región hasta la época alto imperial, para convertirse en zona dependiente del territorio de las ciudades limítrofes, en especial Termes. El que desaparezcan ciudades no es algo inusual a lo largo del siglo largo que va desde las guerras celtibéricas hasta el final de las guerras civiles, tanto si desaparecen definitivamente, como si se trasladan a un emplazamiento de sus cercanías, como hemos visto en el Alto Duero y Ebro Medio. Lo inusual es esta total despoblación de un territorio, aunque parece que habría otras comarcas en el Alto Duero que sufrirían similar suerte (Jimeno y Arlegui 1995: 123) al igual que buena parte de la zona oriental de la provincia de Segovia (Martínez Caballero 2000: 2728). Esta pérdida de centros rectores en la zona nordeste de Segovia, acercaría su situación a lo que parece que debió ocurrir en la comarca de Molina de Aragón, que durante la etapa tardía, en especial a partir de las guerras sertorianas, quedaría sin centros de primera magnitud, convirtiéndose en territorio dependiente de las ciudades que aparecen en las comarcas vecinas; por ello, los investigadores de esta comarca indican la existencia de una jerarquización de población a nivel macrorregional, dentro de la que se verifican relaciones de dependencia y reciprocidad a distintos niveles (Arenas 1999a: 344-345y 535; Arenas y Tabernero 1999: 531533). Otra comarca que parece que no contó con centros rectores es la del Campo de Gómara, en la que aparecen asentamientos en llano de reducido tamaño, 11 en total (Borobio 1985: 182).
Otra explicación a la despoblación, al tratarse de una zona fronteriza con los vacceos, es el establecimiento de una zona despoblada como espacio de seguridad hacia
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Recientemente se postula un cambio de emplazamiento del Alto del Cuerno a la zona occidental del Alto del Castro en relación con los sucesos sertorianos (Sacristán 2005: 188-189).
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Fernando López Ambite
7.- Etapa Alto Imperial romana
7.- Poblamiento durante la etapa alto imperial romana1
una lex provinciae, organización que debió persistir hasta las guerras contra los cántabros y astures (Martín Valls y Esparza 1992: 272; Salinas 1996: 37). Sin embargo, para otros autores el objetivo de esta comisión sería el de mantener sumisos a los pueblos conquistados, que, por otro lado, no vieron alterada su forma de vida (Abásolo 1985a: 299). En todo caso, este proceso parece más evidente en el Valle del Ebro, donde se aprecia el desarrollo de las viejas ciudades y la aparición de otras nuevas, con la presencia ya de modelos itálicos en las mismas; igualmente se registra una intensificación económica, en especial en el regadío y en las explotaciones mineras, lo que provocará un flujo comercial que explicaría la existencia de materiales importados en cantidades relevantes (Burillo 1998: 255; Asensio 2003: 173-174).
7.1.- Introducción histórica: la romanización La romanización hay que entenderla "como un proceso de aculturación, es decir, de metamorfosis cultural, producida por intercambio o relación asimétrica entre un grupo principalmente transformador y otro específicamente receptivo y transformado. Supone una asimilación de elementos externos e internos -en este caso romanos- que tiende a asemejar al sujeto paciente al grupo dominante" (Abásolo 1985a: 293); se trataría de un fenómeno dinámico que no habría que ver como un trasplante de patrones culturales foráneos que suprimieron todo lo anterior, sino más bien como un fluido intercambio de peculiaridades, en tanto en cuanto la romanización no es el resultado únicamente de una conquista, como se proponía anteriormente, ni tampoco del grado de penetración de formas culturales e ideológicas consideradas romanas, sino el resultado de una dialéctica, en la que cada región de Hispania tuvo sus peculiaridades; de ahí que la idea de que la romanización que experimentó la Meseta Norte fuese menos intensa que otras regiones (Salinas 1996: 169) es una idea falsa para algunos autores, porque lo que experimentó fue otra romanización (Abásolo 1998: 29), y en ella, al igual que en zonas consideradas tradicionalmente como más romanizadas, por ejemplo en el valle del Ebro, sería fundamental la influencia prerromana (Gómez Santa Cruz 1993: 14; Beltrán 2003: 187-188). Por último y para el caso del Alto Duero no se podría de hablar de etapas claramente definidas como en otras regiones (Romero 1992: 704-705), región en la que quedaría en buena parte englobada nuestra zona de trabajo, de ahí que la dediquemos una especial atención.
Por el contrario, para la Meseta Norte este proceso sería más costoso, debido a que no se aprecia esta intensificación económica que acabamos de comentar para el valle del Ebro, ni importantes elementos de cultura material importados (Martín Valls y Esparza 1992: 272); para algunos autores esta diferenciación regional en cuanto a desarrollo económico y cultural entre la Meseta Norte y el Valle del Ebro no tiene ninguna base étnica, en tanto que buena parte de estos dos ámbitos geográficos formarían parte de la Celtiberia, sino que se debe a la distinta integración temporal que sufrieron ambas regiones (Burillo 1998: 255). Tampoco debió ser importante el final de la guerra en el ámbito vacceo al no quedar su territorio absorbido por los romanos, por lo que su organización pudo continuar sin cambios profundos (Delibes et alii 1995a: 130). Sin embargo, otros autores si defienden que el final de la guerra y el establecimiento de una nueva frontera en la Celtiberia debieron facilitar los procesos de aculturación de las poblaciones en este periodo de entreguerras (Martínez Caballero 2010a: 56 y 66 y ss.).
Para la mayoría de los autores la causa fundamental de la romanización sería la conquista del territorio celtibérico por los ejércitos romanos en sucesivas campañas a lo largo de los siglo II y I a.C., y el contacto entre los indígenas y los romanos, que en un principio sería básicamente de tipo militar. Sin esta ocupación del territorio probablemente nada de los sucedido hubiera llegado a ocurrir y cuantas causas se barajan para el fenómeno de la romanización, realmente son consecuencias de este hecho capital según algunos autores (Salinas 1996: 28). En todo caso, esta parte ya la hemos tratado en el apartado sobre el periodo Celtibérico Tardío, así como la relación de la zona objeto de estudio con las distintas fases de la conquista de la Meseta Norte por los romanos.
Frente a la hipótesis de unas transformaciones tempranas, o de la segunda centuria antes de la era, para otros autores los cambios serían más evidentes ya en el siglo I a.C. que en la etapa precedente, cuando se aprecia una política de mayor control y de sometimiento sistemático de las ciudades de la zona, sobre todo a partir de las campañas de Tito Didio (98-93 a.C.), que implicaría un afianzamiento de unos núcleos frente a otros, lo que va a llevar a una reducción del número de centros jerarquizadores; así se va a pasar de una hegemonía romana sobre las ciudades indígenas a la anexión de las mismas sobre todo a principios del siglo I a.C. (Jimeno y Arlegui 1995: 123; Burillo 1998: 255; Martínez Caballero 2000: 18; íd. 2010a: 64).
Este proceso romanizador, que para algunos se iniciaría ya durante las guerras celtibéricas, se evidenciaría para estos autores a partir de la caída de Numantia, en el 133 a.C., con el envío de una comisión senatorial para organizar el estado de los pueblos del interior, atendiendo al diverso estatus de cada pueblo, ya que no consta que con motivo de esta comisión se votase 1
En esta línea estaría, por un lado, la destrucción de Colenda, de otra ciudad vecina de nombre desconocido y la reorganización del territorio ahora ocupado; y por otro, el traslado de la población de Termes al llano, como nos informa Apiano y han documentado las excavaciones recientes en el Conjunto Rupestre Sur (Argente et alii 1994: 14); sin embargo, esto tampoco
Vid. López Ambite 2009 y 2010.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) piensa que habría un mantenimiento de las estructuras tradicionales.
implica el abandono total del cerro, sobre todo en la terraza intermedia, como también señalan las intervenciones en el área del Foro, en especial al oeste del Castellum Aquae, con viviendas del siglo I a.C. (Argente et alii 1995: 35-36), o debajo de la calle que flanquea la parte trasera del Foro (campaña de 2002), con materiales incluso anteriores a esta fecha (Martínez Caballero y Mangas e.p.).
Además, se sabe que tras la incorporación territorial a la dominación romana, en un primer momento, se mantendría la situación preexistente en la diferentes ciudades que se significaron en la lucha contra Roma; en este sentido, incluso se cuestiona el aparente abandono de Numantia hasta la época augustea, como tradicionalmente se había afirmado (Martín Valls y Esparza 1992: 274; Romero 1992: 707; Revilla et alii 2005: 163 y 167). Así, por ejemplo, hasta el siglo I d.C., cuando los oppida celtibéricos se conviertan en ciudades romanas, perduraría el uso de las necrópolis como en el caso de Carratiermes (García-Soto 1990: 35-37; Martínez y Hernández 1992: 806; Argente et alii 2001: 239), lo que refuerza esta idea de continuidad del mundo celtibérico hasta el cambio de era, en la línea de lo mantenido por Taracena una décadas antes (íd. 1941: 20). Por todo ello no se puede hablar en estos momentos de romanización, ni para celtíberos ni para vacceos, por lo que no sería correctos referirse a esta poblaciones como romanos de provincia, sino como indígenas sometidos (Abásolo 1985a: 297). Otro elemento de perduración de estas sociedades prerromanas sería la continuación de la onomástica indígena en la epigrafía celtibérica a lo largo del siglo I a.C., para a partir de este momento producirse una progresiva introducción de la cultura romana (Santos Yanguas y Vallejo Ruiz e.p.; Martínez Caballero y Hoces e.p.). Sin embargo, recientemente se ha destacado en determinadas ciudades segovianas y alguna soriana la existencia de individuos con el nomen Valerius, lo que se ha relacionado con la política de concesión de ciudadanía por C. Valerio Flaco, el magistrado que sustituyó a Tito Didio entre el 93-92 en esta zona recién conquistada, una concesión a favor de indígenas colaboracionistas con los romanos Martínez Caballero 2010a: 70; 2010b: 186).
Una situación análoga, y también en relación con estas campañas, se ha documentado en el desplazamiento de la población desde el cercano poblado celtibérico de Sepúlveda, sobre una posición claramente estratégica, hasta el cercano yacimiento de Los Mercados de Duratón (a 7 km), en Segovia, en algún caso identificado como la ciudad de Confluentia-ConfluentaKomfloenta de Ptolomeo y que corresponde con un yacimiento en llano junto a una extensa campiña. Los materiales aportados por las últimas excavaciones señalan el comienzo del asentamiento en época tardorrepublicana, posiblemente en relación con las campañas del cónsul Tito Didio, y las características del mismo se relacionan con la organización del territorio de época romana, con el objetivo de afirmar el dominio y control romano sobre la zona, integrar a la nueva comunidad en el sistema de organización romano y crea una retaguardia sólida en una zona todavía fronteriza; además, se trata de un asentamiento en llano, por lo que sería fácilmente urbanizable según el esquema romano, en una zona de gran potencial agrícola y bien comunicada con las comarcas vecinas. Si fuera cierta su identificación con Confluentia, se trataría de un término que haría referencia igualmente a la confluencia del río Duratón y del Serrano, lo que podría reforzar la idea de una fundación de origen romano de esta población posiblemente a partir de Sepúlveda y de otros poblados que se despoblarían ahora, como en el caso de nuestra zona de trabajo, Los Quemados I, dentro de la política romana reubicación de ciudades (Martínez Caballero 2000: 19-20; íd. 2010a: 67; íd. 2010b; 185-186; íd. e.p.b). En relación con estos cambios, también se podría traer a colación el caso de Cauca, donde el Castro de la Cuesta del Mercado, de una 3 Ha y a escasa distancia del núcleo caucense, parece que se despoblaría hacia mediados del siglo I d.C., para incrementar con su población a aquel núcleo vecino de mayor tamaño (Blanco 1997: 378; íd. 2010: 225).
Sin embargo, este ambiente de continuidad que venimos describiendo en estas líneas, debió comenzar a experimentar transformaciones importantes ya en el siglo I a.C., aunque no sepamos bien cuales fueron; el hecho de que en el siglo I d.C. los cambios sean tan notorios, implica que estos debieron haber empezado en la centuria anterior; posiblemente consistirían en una estructuración del territorio a partir de nuevos ejes viarios y en la proliferación de nuevos asentamientos agrícolas en llano, que serían el foco de atracción de los indígenas, que en muchos casos abandonarían sus antiguos enclaves más estratégicos; estos nuevos asentamientos en llano, de superficies reducidas, parecen constatarse en la zona de Almazán (Revilla 1985: 337-338), mientras que no están tan claros los abandonos de los anteriores poblados celtibéricos, como en el caso de Izana, que parece terminar su hábitat en un momento avanzado del siglo I a.C. (Romero 1992: 708; Martínez Caballero 2010a: 64).
Para Romero Carnicero, aunque la época republicana sería un momento oscuro, en ella debieron comenzar estos cambios en el mundo celtibérico, transformaciones que serían ya patentes en el siglo I d.C., siglo mucho mejor conocido que los anteriores y posteriores. Ahora bien, se desconocen cómo fueron estas transformaciones, aparte de los desplazamientos de poblaciones ya comentados (Romero 1992: 707). Lo que sí se ha documentado de esta etapa, es la falta de elementos de cultura material característicos de la influencia romana, que sí se descubren en los yacimientos del valle del Ebro o en el Alto Tajo (Burillo 1998: 255; Cerdeño et alii 1999: 274-275 y 283), por lo que se
También se considera que en esta época se va a llevar a cabo una reorganización de las ciudades indígenas según el modelo romano y se van a establecer
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región, como por ejemplo, la destrucción de Uxama o la propia conquista de Termes y todo lo que ello conllevaba de destrucciones y nuevas exacciones; sin embargo, para estos autores las consecuencias no debieron ser a la postre tan catastróficas. De hecho, se piensa que estos años supusieron un fuerte estímulo para las fuerzas sociales y la estructura económica indígena que facilitarían su posterior integración (Espinosa 1984: 198-199; Romero 1992: 707 y 709; Martínez Caballero 2010a: 72). Desde luego, lo que se ha constatado en esta época es una serie de transformaciones en el poblamiento, en especial en la zona del Ebro, pero también en la Meseta Norte (Burillo 1980: 315-316; Sacristán 1986a: 226; Delibes et alii 1995a: 131; Burillo 1998: 320, 323, 327-328). Sin embargo, estudios recientes inciden en la recuperación económica de ciudades como Termes, lo que llevaría aparejada una intensa remodelación urbana a partir de los años 60 a.C.; el castigo de las elites sertorianas provocaría el favorecimiento de la oligarquía más colaboracionista, siempre presente incluso durante la conquista, como lo atestiguan las disputas civiles dentro de ciudades celtibéricas (por ejemplo en Lutia durante el cerco de Numantia); oligarquía que pudo beneficiarse no solo de tierras, sino también de la concesión de ciudadanía por Cn. Pompeyo Magno, como de la extensión del nomen Pompeius entre ciudadanos termestino se puede deducir. Esta recuperación temprana podría explicar que Termes accediera a la categoría de municipio ya en época de Tiberio (Martínez Caballero 2010: 72; Martínez Caballero y Mangas e.p.).
tratados de alianza con ciudades o tribus locales que implicaban cooperación militar. Se considera que fueron los generales más capacitados, quienes se dieron cuenta de que la causa fundamental de la inestabilidad política de Celtiberia era el reparto desigual de la propiedad de la tierra; así, estas reorganizaciones implicaban redistribuciones de tierras, como por ejemplo el caso de Graco en Complega o el reparto de las tierras de las comunidades vencidas, como Numantia o Colenda. Además de garantizar la paz, introducían progresivamente las formas económicas romanas, contribuyendo al desarrollo de la propiedad privada y por tanto a la debilidad del régimen económico colectivo de la sociedad gentilicia, según algunos autores (Salinas 1996: 41). Para asegurar el dominio y la administración de los territorios conquistados, Roma utilizó distintos métodos. En primer lugar, el establecimiento de guarniciones romanas en las ciudades y el estacionamiento de tropas en campamentos en la región, algunos de los cuales se conocen en la vecina provincia de Soria, en especial los de Numantia, que podrían alcanzar la cifra de once (Morales 1995: 303), pero también Uxama (García Merino 1996: 269); sin embargo, parece que se han registrado menos campamentos en esta zona que en el sur peninsular (Romero 1992: 705-706; Salinas 1996: 38-41). Esta permanencia del ejército entre los pueblos celtibéricos se ha destacado reiteradamente como un elemento romanizador por diversos investigadores, sobre todo en los primeros siglos de enfrentamientos (Mariné 1995: 298; Salinas 1996: 38 y 43).
Algo similar debió ocurrir en el ámbito vacceo, a la que se adscribiría la vecina ciudad de Rauda, donde a pesar de los contactos mantenidos por este pueblo con los romanos, y que al igual que en la zona celtibérica no son muy numerosos, no parece que se llegara a un sometimiento hasta el conflicto sertoriano; así, en esta época se han detectado destrucciones de poblados, ocultación de tesorillos, cambios en la cerámica...; de todas formas este pueblo conservaría su identidad mucho más tiempo, como lo avalan las sublevaciones del 56 y el 29 a.C., de ahí que los materiales propiamente romanos sean una rareza en estos asentamientos (Abásolo 1985a: 299-300; Sacristán 1986a: 237; Delibes et alii 1995a: 131).
Además de la influencia del ejército propiamente romano o itálico, también va a ser importante la inclusión de celtíberos en este ejército, normalmente en virtud de pactos o foedera concertados con Roma y los pueblos sometidos, como parece que ya se recogería en los acuerdos de Graco; allí aparecía recogida esta prestación de auxiliares en el ejército romano por parte de determinadas ciudades. Esta participación de los auxiliares iría aumentando progresivamente, siendo menos importantes en el siglo II que en el I a.C. De hecho, la entrada masiva de celtíberos en el ejército romano coincide con el periodo en que sus líderes luchan entre sí apoyados en la extraordinaria fuerza de sus respectivas clientelas militares, como puedan ser los casos de Sertorio, Pompeyo o César (Salinas 1996: 4244). Esta es una de las razones por la que el nomen Pompeius o el de Iulius serán frecuentes en ciudades como ejemplo en Termes en época imperial (Martínez Caballero e.p.a; Martínez Caballero y Hoces e.p.; Santos Yanguas y Vallejo e.p.).
También es en estos años cuando alguna de las transformaciones que apuntábamos anteriormente, comenzarían a ejercer una mayor influencia, como la incorporación masiva de auxiliares celtibéricos en ejército romano, que se produciría paralelamente a las transformaciones de la estructura social en el mismo sentido. El apoyo celtibérico a los pompeyanos proviene de las relaciones de dependencia personal y los vínculos de clientela establecidos con la familia de Pompeyo, en un contexto que se acerca más a las instituciones indígenas que a las romanas y que posteriormente, ya en época imperial, aparecerán estos vínculos reflejados en la onomástica de la ciudad de Termes, por ejemplo (Santos Yanguas y Vallejo Ruiz e.p.; Martínez Caballero e.p.a). El proceso de integración culminaría en época imperial;
En relación con las transformaciones que se irían produciendo a lo largo del siglo I a.C. y que hemos comentado, las guerras sertorianas supondrían para algunos autores un punto de inflexión importante en la romanización del Alto y Medio Duero, aunque en principio traerían consecuencias muy negativas para la
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos
Río Riaza
Río
52
Due ro
Provincia de Soria
61 25
Ri ag ua s
29 2
Rí
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5 23 Rí o
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55
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Ser ran o
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Provincia de Guadalajara
0 1 2 3 4 5 km.
n tó
-1000
1200
1400
Alto Imperio
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Río Villacortilla
Escala
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Rí o
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Ped ro
20
Río
Provincia de Segovia
Rí o
1600
1800
2000
Zona de prospección
Aislado Yact. Alto Yact. Alto y Bajo
Figura 71: Distribución de los yacimientos alto imperiales: La Cruz (2), Cerro del Castillo (5), Los Morenales (20), Matagente (23), El Redondo (25), Valdeserracín (29), Vallejo del Charco (52), Las Viñuelas (55) y Valdevacas A‐9 (61).
plenamente conformados a mediados del siglo I a.C., en un momento en que todavía apenas aparecen los materiales propiamente romanos, y cuya vitalidad les permitirá continuar hasta el siglo II d.C.; estos nuevos materiales definirían para él una nueva etapa: la tardoceltibérica (Sacristán 1986a: 225), diferente del Celtibérico Tardío de Lorrio (íd. 1997: 286).
así, ya con César los auxiliares hispanos se encuadran plenamente dentro del ejército romano como fuerzas profesionales uniformadas no destinadas a una campaña, proceso continuado con Augusto, cuando ya conocemos las unidades hispanas más antiguas (Salinas 1996: 47-48). En cuanto a la cultura material, en especial en lo referente a la cerámica, a partir de mediados del I a.C., o algo antes, se aprecia también un cambio en relación con un mayor gusto por lo figurativo y por la policromía, que podría ser paralelo a los cambios que también se aprecian en la cerámica vaccea (Romero 1992: 709; San Miguel 1993: 65; Sacristán et alii 1995: 358-359). Para Sacristán después de las guerras sertorianas hay un cambio rápido en los conjuntos vasculares celtibéricos, que estarían
Por todo ello, se considera que la etapa de las guerras sertorianas sería una época de transformaciones, aunque no bien definida, en la que se reorganizaría el territorio, lo que se puede intuir en ciertos cambios de población y, sobre todo, en la que aparecerían formas innovadoras en el hábitat rural, fruto de una nueva concepción de la explotación y distribución del suelo. Sin
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en general, donde existen pocos indicios en este sentido. Así, se ha pensado que la labor de Augusto en el Alto Duero fructificaría con sus sucesores (Romero 1992: 711). Por el contrario, las ciudades del valle del Ebro o de la Meseta Sur tendrían una promoción municipal augustea que sería paralela al proceso de monumentalización que cambia radicalmente la fisonomía de las mismas, por ejemplo en Ercavica, Valeria o Segobriga; todo ello dará lugar a una diferenciación entre ciudades en función de su estatus jurídico (Burillo 1998: 340).
embargo, se desconocen qué circunstancias políticas propiciaron este proceso y cuándo comenzó a fructificar. En relación con estos cambios, para algunos autores podría traerse a colación la idea de frontera defendida para la emisión de monedas que aparecen en esta época en el Alto Duero, por lo que la finalización de las mismas supondría la plena organización del territorio por parte de los romanos (Knapp 1979: 471, en Romero 1992: 710). Tras la victoria de César sobre Pompeyo en Hispania, estas provincias se tendrán en cuenta para poner remedio a los problemas sociales de la metrópoli, donde habría un incremento de la población desfavorecida y una necesidad de reparto de tierras por parte del estado en Italia y fuera de ella. A esta circunstancia general, hay que añadir que la pacificación del territorio peninsular motivará el licenciamiento del ejército, que cada vez se ve como un fenómeno más importante de los que antes se creía (Abásolo 1998: 30); licenciamiento impulsado sobre todo con Augusto al final de las guerras cántabras, que favorecerá una política de colonización. Lo que sí está claro es que los emigrantes itálicos se asentarán en los territorios pacificados de antiguo y más integrados en el sistema socioeconómico romano, es decir, más en la Ulterior que en la Citerior, y en ésta, predominantemente en la costa y en el Ebro, más que en la Meseta.
Sin embargo, otros autores consideran que será en época de Augusto, cuando se fomente la romanización de Celtiberia, como una retaguardia sólida en el enfrentamiento con los pueblos del norte peninsular; es en este momento cuando se asiste a una ordenación del territorio celtibérico en relación con el incremento de la explotación agraria y con la centralización del territorio en torno a los núcleos urbanos; así como el afianzamiento y difusión de la vida urbana mediante la creación de municipios y la reorganización de ciudades indígenas (Jimeno y Arlegui 1995: 116). Además, sería a principios del Imperio cuando habría un impulso importante en la concesión de la ciudadanía en Meseta; en este caso se trataría de concesiones viritanas de la ciudadanía hechas por César o Augusto a los soldados indígenas que había participado en sus campañas (Salinas 1995: 166; íd. 1996: 23 y 169). De todas formas, todas estas transformaciones no repercutieron en una integración jurídica de sus habitantes con César o Augusto, a pesar de que en otras zonas de la Península Ibérica sí que hubo un cambio transcendental, sobre todo en el valle del Ebro (Espinosa 1984: 307); en todo caso, este mismo autor cree que la acción política de Augusto fue decisiva, porque establecería las premisas de la posterior integración (Espinosa 1984: 308).
Desde César se extiende a las provincias no itálicas la ciudadanía romana que ya se había implantado en toda Italia y que se va a manifestar en las nuevas fundaciones coloniales, y en la elevación a rango municipal de ciertas ciudades ya existentes; pero la promoción municipal de las ciudades indígenas es mínima y en su selección se combina tanto su apoyo contra Pompeyo como el grado previo de integración. Esta política será truncada por la muerte del dictador, pero posteriormente será continuada por sus sucesores, en especial por Augusto (Burillo 1998: 340).
Algo similar parece que debió ocurrir en el territorio vacceo, donde la política de Augusto supuso un cambio en profundidad, con la creación de una efectiva administración romana presente en la zona, como el establecimiento de campamentos romanos con motivo de las guerras del norte y la posterior consolidación de enclaves urbanos; sin embargo, como se ha atestiguado, todo ello no se traduce en la aparición de conjuntos materiales romanos; por lo que se mantienen las características de los denominados conjuntos tardoceltibéricos de época preaugustea (Sacristán 1986a: 237).
En la Celtiberia este proceso de colonización y municipalización es lento, o al menos así lo creen algunos autores, y sigue un modelo parecido al de la propia conquista del territorio, pues los núcleos privilegiados comienzan por la costa para ir adentrándose primero por el valle del Ebro y después por el Alto Duero, lo cual a su vez está reflejando el grado de integración del territorio en la órbita romana (Burillo 1998: 242). Este proceso aculturizador parece eclosionar en sus aspectos urbanos y de promoción municipal y social, explotación de recursos mineros y agrícolas, acumulación monetaria, mejora de la red viaria y obras públicas, difusión de creencias e ideología grecolatina; todo ello impregnado de la tradición prerromana hasta llegar a constituir una realidad sincrética (Gómez Santa Cruz 1993: 14).
En todo caso, a lo largo de esta época se advierte un incremento mayor en el desarrollo urbano, a la vez que desaparecen algunos núcleos de control anteriores, mientras que los que quedan aumentan de dimensiones, algo que nosotros creemos haber comentado para nuestra zona de trabajo, en relación con la desaparición de las ciudades del Aguisejo-Riaza, como hemos visto en otros apartados; esto va a significar la creación de vacíos de población, claros en nuestra zona. Igualmente se introduce un nuevo modelo agrícola romano que supone
Esta lentitud en el proceso romanizador es la que hace que determinados estudiosos que se han centrado en la Meseta consideran que la política augustea, por un lado bien visible en el valle del Ebro o en la Meseta Sur, no esté tan clara en el caso del Alto Duero y la Meseta Norte
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) bien documentados también al sur del Duero, en la actual provincia de Segovia (Martínez Caballero 2000: 19-20; íd. 2010a: 64-65).
una nueva concepción de los usos del suelo y de los procesos de comercialización de estos productos (Jimeno y Arlegui 1995: 123). Además, la ciudad romana continúa con ampliaciones planificadas al modo romano o con desplazamientos al llano, como en el caso de Termes con matizaciones (Jimeno y Arlegui 1995: 117; Martínez Caballero e.p.a); sin embargo, para otros autores esta política de desplazamientos del hábitat no parece tan clara para la Meseta Norte en general, aunque quizá sí en el caso de las provincias de Ávila y Zamora (Martín Valls y Esparza 1992: 274 y 275).
Por último, en tercer lugar, la constatación de una explotación más individualizada e intensiva del suelo, lo que conlleva el aumento del número de asentamientos rurales, que parece que estarían localizados más en función de las vías de comunicación que de los valles de los ríos, aunque éstos también jugaron un papel de atracción secundario. Igualmente, los núcleos urbanos estimularon la presencia de asentamientos rurales en sus proximidades desde época temprana, por ejemplo, en los casos de Numantia, con una serie de villas suburbanas, 10 en total, y rústicas, unas 14, a partir del siglo I d.C. (Morales 1995: 305); de Uxama (García Merino 1971: 111; García Merino 1975: 376-377); de Termes (Romero 1992: 719; Heras 2000: 228) o de la provincia de Segovia (Martínez Caballero y Santiago 2010: 86-87).
Otro posible elemento de cambios podría estar en el tipo de vivienda que se ha podido documentar en algunos yacimientos; así, esta dejaría de ser una vivienda de planta rectangular, sencilla, para pasar a otra de planta más compleja y extensa, es decir, las viviendas de espacio único se convierten ahora en un conglomerado de habitaciones, lo que responde a una organización doméstica diferente y más especializada; en todo caso, parece que en Termes continúa el esquema tradicional de vivienda hasta momentos posteriores (Argente et alii 1993: 35-36; Argente et alii 1997: 39; Martínez Caballero y Mangas e.p.). Lo que no queda claro para algunos autores es si este nuevo modelo nace de la influencia romana o de la propia evolución interna dentro de la organización celtibérica tardía (Martín Valls y Esparza 1992: 275; Jimeno y Arlegui 1995: 117-118, fig. 17).
7.2.- Características del poblamiento alto imperial romano Distribución del poblamiento Aunque Roma presente como máxima expresión política y cultural la organización ciudadana, la civitas, no se debería falsear la realidad planteando su estudio desde la perspectiva de la civilización exclusivamente urbana, pues la mayor parte de esas civitas son ante todo centros político-administrativos enclavados en un medio tradicionalmente rural; a esto hay que añadir que la base económica de la Antigüedad sigue estando en los sectores primarios, en especial en los agropecuarios, de ahí la importancia de los asentamientos rurales como veremos a continuación (Gómez Santa Cruz 1993: 163). Por todo ello y aunque sean los restos urbanos los más llamativos y los que han suscitado mayor atención por parte de los investigadores, hay que hablar de un predominio del asentamiento rural sobre el urbano (García Merino 1975: 375), algo que en nuestra zona de prospección sería la nota característica, lo mismo que en otras comarcas también rurales, como parece ser el caso de la zona de Molina de Aragón en Guadalajara (Arenas 1999a: 344345y 535; Arenas y Tabernero 1999: 531-533), o en la más cercana del Campo de Gómara (Borobio 1985: 182). Igualmente estos asentamientos rurales, que encuentran precisamente en la ocupación del agro uno de los fundamentos de la misma, son una de las pruebas de la romanización de la Meseta, además de que por encima de su diversidad estructural espacial y temporal, constituyen formas concretas de ocupación del suelo y por tanto unidades de reproducción de los elementos económicos, sociales y políticos del sistema dominante romano (Gómez Santa Cruz 1992: 948).
Junto a estos cambios, ahora se potencian dos vías de comunicación que comunican el Ebro con la Meseta, mientras que el resto del territorio se articula en torno a ciudades, siendo Termes la que articule el sudoeste soriano (Jimeno y Arlegui 1995: 124). En la región segoviana se asiste a un fenómeno similar, por la que junto a la potenciación de tres grandes centros, Cauca, Segovia y Duratón, se establecen los dos grandes ejes de comunicación de su territorio: el corredor del Eresma y el camino del piedemonte de la sierra (Martínez Caballero 2000: 20), que enlazaría las dos últimas ciudades con Termes. Pasando a la organización del territorio durante el Alto Imperio, el panorama que tenemos en la región del Alto Duero y que se puede extender a la provincia de Segovia, se manifiesta en tres aspectos, íntimamente relacionados entre sí y que debieron irse gestando a lo largo del I a.C., en un momento más bien avanzado, para asentarse en la centuria siguiente. En primer lugar, estaría el papel de la capitalidad de unos núcleos urbanos que lo ejercían sobre un territorio. En segundo lugar, la existencia de una red de comunicaciones, que serían el eje organizador de los asentimientos rurales, al condicionar su ubicación, por lo que puede considerarse como un indicio para verificar la existencia de caminos, posiblemente antiguos caminos naturales revitalizados y cuyo entramado estaría configurado ya en el siglo I d.C. (Romero 1992: 713-718; Gómez Santa Cruz 1993: 14). Ambos elementos parecen
Solo se han encontrado seis yacimientos que se puedan adscribir a esta etapa y tres hallazgos aislados. Se
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trata de El Vallejo del Charco (nº 52), Valdeserracín (nº 29), La Cruz (nº 2), Las Viñuelas (nº 55), Matagente (nº 23) y Los Morenales (nº 20); en el caso de estos dos últimos la presencia de restos alto imperiales es escasa en comparación con las de época tardía; aparte, se han encontrado restos aislados en la zona de Valdevacas (nº 61) que pudieran coincidir con una inscripción conocida de antemano (Abásolo 1985b: 159; vid. nuestra figura 78), una posible estela funeraria en Ayllón (Curchin 1999: 198-199) y algún hallazgo aislado en un extenso yacimiento calcolítico, El Redondo (nº 25) (vid. fig. 71).
prospección, o con los generales aportados por Gómez Santa Cruz, se contradicen con los de la Altiplanicie soriana, donde se registran 10 villas suburbanas y 14 villas rústicas alto imperiales, frente a solo 15 de época tardía, es decir un 61% y un 39% respectivamente (Morales 1995: 309); por otro lado, si descontamos las villas suburbanas relacionadas con la ciudad de Numantia, tendríamos unos datos más equilibrados. Una proporción aún más alejada se detecta en el caso de los datos aportados por el Campo de Gómara, con 18 yacimientos de los primeros siglos frente a solo 7 de época tardía, es decir, 72 y 28% (Borobio 1985: 182-184, 209-210), por tanto lo contrario de la proporción que venimos comentando.
Para su adscripción hemos tenido en cuenta fundamentalmente la terra sigillata, por tratarse de una cerámica que permite una mayor precisión cronológica que el resto de producciones (Mezquíriz 1961; Palol y Cortés 1974; Mayet 1984; Romero 1985; López Rodríguez 1985; Paz Peralta 1991: 57-58), pero también los estudios de cerámica común (Vegas 1973; Fernández Martínez y González Uceda 1984; Sánchez 1992; López Ambite y Del Barrio 1995; Luezas 2002)2. De todas formas, las etapas que pudo tener el proceso de romanización son muy poco nítidas en la zona del Alto Duero (Romero 1992: 704705), por lo que aunque en algunos casos podamos hacer algunas precisiones, en general hablaremos únicamente de dos etapas, la alto imperial y la bajo imperial.
En el caso de la mitad oriental de la provincia de Segovia, los datos que hemos recogido a partir del Inventario Provincial Arqueológico Provincial son los siguientes (fig. 74): 23 yacimientos alto imperiales, 24 que se mantiene a lo largo de estas dos etapas y 43 bajo imperiales; esto daría un total de 47 de la primera etapa y 67 de la segunda, es decir, en la línea de los que veíamos para nuestra zona de prospección y para la Tierra de Almazán y la Zona Centro soriana; a saber, un 41% y un 59% respectivamente. Lo mismo se señala para la provincia de Segovia en general (Martínez Caballero 2010b: 219). Esta situación estaría en la línea de los que debió ocurrir en toda la región al sur del Duero, donde se aprecia una menor densidad de población en comparación con la etapa tardía, por lo que se ha propuesto la existencia de amplios latifundios desde la época alto imperial para provincias como Ávila, situación que podría se extensiva de lo ocurrido en las campiñas meridionales del río Duero (Barraca 1997: 354-355). En todo caso, otra explicación, que podría arrojar luz sobre estas disparidades en el poblamiento, podría hacer referencia a que no todos los yacimientos bajo imperiales habrían perdurado a lo largo de esta etapa de casi tres centurias; así, dentro de los mismos estarían tanto los asentamientos rurales en llano, que podrían haber dejado de funcionar a lo largo del siglo V, y los nuevos asentamientos en alto de fecha más tardía, como más adelante veremos.
En cuanto a la cantidad de sitios arqueológicos, se trata de un número inferior al de asentamientos bajo imperiales; si descartamos El Vallejo del Charco, por no corresponder con un asentamiento, tendríamos cinco yacimientos alto imperiales (un 38%) y ocho bajo imperiales (un 62%). Esta diferencia a favor de la etapa más moderna parece que sería un fenómeno general en el Alto Duero, donde, sin tener en cuenta las villae urbanae, se han documentado un 43% de los primeros y un 58% de los segundos (Gómez Santa Cruz 1992: 942). En todo caso, veremos como para la última etapa posiblemente tres de los yacimientos pertenezcan a una etapa más tardía que el resto y que, por tanto, no abarque toda esta etapa de la baja romanidad. Si pasamos a concretar este porcentaje por comarcas, tendremos que en la Tierra de Almazán se han registrado 11 yacimientos alto imperiales y 16 bajo imperiales, es decir, un 41% frente a un 59% (Revilla 1985: 346); proporción aún más descompensada en el caso de la Zona Centro soriana, con tan solo 4 alto imperiales y 12 bajo imperiales, es decir, un 25% y un 75% respectivamente (Pascual 91: 270). Sin embargo, estos datos concordantes con los de nuestra zona de
Si descartamos de nuevo El Vallejo del Charco, una inscripción junto a un puente (fig. 78 y lám. 22), así como los hallazgos aislados de la zona de Valdevacas, la distribución de estos yacimientos se circunscribe a la mitad sur de la zona de prospección, faltando el poblamiento en toda la vega media del Riaza y en la comarca de la Serrezuela y sus estribaciones (fig. 71). Esta mitad sur se corresponde con la parte en la que la campiña de amplía encontrándose abundantes terrenos aptos para la explotación agrícola, frente a su menor extensión en la mitad norte, es decir a partir del término de Maderuelo. Sin embargo, aguas abajo de dicho río, sí se conocen asentamientos romanos, como en el caso del pueblo de Hontangas, Burgos (Abásolo 1978: 50-51), a unos 12 km del pueblo de Montejo de la Vega. Por lo que respecta a la vega media del río Riaza, el anegamiento de la rica vega de
2 En general, los materiales en ocasiones son poco precisos, debido a que durante el proceso de prospección se optó por la determinación de las dos grandes fases generales en las que se suele dividir la etapa romana en la Meseta Norte, a saber: la etapa alto y bajo imperial. De ahí que con la documentación de tsh de estas fases, aunque no se tratase de formas significativas en algunos casos, se dejase de buscar materiales más relevantes en dichos trabajos. Posteriormente, en el presente estudio del poblamiento, no se precisó hacer una prospección de control, que sí se hizo para otras etapas, donde los materiales eran menos significativos.
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Figura 72: Materiales romanos, tanto alto como bajo imperiales de La Cruz (ASM‐3), Los Morenales (Ebv‐4), El Lomo (Fr‐1), Matagente (Fr‐2), Valdeserracín (Ma‐1) y hallazgo aislado en El Redondo (Ln‐1).
Maderuelo por la construcción del embalse de Linares, que, por ejemplo, ha dificultado enormemente la identificación del yacimiento de Valdeserracín, a pesar de encontrarse situado en la cola del mismo, podría estar ocultando otros asentamientos que aprovechasen este valle y alterando, por tanto, la visión del poblamiento de esta zona.
viajeros, sí que presentaría una cronología alto imperial, entre finales del siglo I d.C. y principios del II d.C. (Santos Yanguas et alii 2005: 123; Martínez Caballero y Santiago 2010: 108, fig. 3), de ahí que posiblemente ésta sea la fecha también del puente, aunque la propia fábrica del puente podría ser posterior (fig. 78, lám. 22).
Pasando ahora a comentar los diferentes sitios arqueológicos y su cronología, comenzaremos con el puente de El Vallejo del Charco; en este caso la cronología no queda tan clara; así, la inscripción asociada al mismo, que evidenciaría un culto vinculado a la protección de los
El caso de Valdeserracín (nº 29) es también algo problemático3, ya que junto a cerámica a torno tosca y 3 El que el yacimiento se encuentre en la cola del embalse de Linares, con el consiguiente depósito de limos, dificultó la prospección de este lugar; así, en sucesivas visitas posteriores, no se han vuelto a registrar
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algún fragmento a mano sin identificar, apareció un fragmento de tsh (fig. 72) y una moneda de la ceca de Celsa, con una fecha de finales del II, primera mitad del siglo I a.C. (Álvarez Burgos 1982: 102, nº 501). Por todo ello podríamos estar ante un yacimiento temprano que no tendría continuación en el tiempo, no solo en la etapa bajo imperial, tampoco en el pleno Alto Imperio. Este asentamiento supondría el 20% de los poblados alto imperiales, una cifra similar al 18% de los yacimientos tempranos de la provincia de Soria4; sin embargo, al tratarse de una muestra tan reducida en nuestro caso, con tan solo un único yacimiento temprano, los porcentajes hay que tomarlos con cautela. En todo caso este asentamiento podría estar relacionado con los poblados del sudoeste de la provincia de Soria, que no parece que sufrieran una situación análoga a la que hemos descrito para el valle del Aguisejo-Riaza, a saber, una despoblación de aquella zona. En cuanto al núcleo principal del que podría depender, éste podría corresponder a alguno de los siguientes: Segontia Lanka, La Fernosa, Castro de Valdanzo, Miño de San Esteban, de los que estaría a unas distancias de entre 20 y 12 km. (Heras 2000: 214 y 229; Martínez Caballero y Santiago 2010: 101-104, fig. 11; Martínez Caballero 2010b: 206-207). Una situación análoga respecto a la cronología podría darse para el caso de La Cruz, como veremos más adelante.
Bartolomé, fuera de la zona de trabajo, pero a menos de 4 km. de La Cruz, con materiales desde época alto imperial en esta villa (Molinero 1971: 230, lám. CXXXIX, fig. 1). Dejando a un lado los yacimientos, el hallazgo aislado de Valdevacas (nº 61) podría relacionarse con una inscripción procedente de este mismo término municipal o quizá del de Montejo de la Vega, correspondiente a un fragmento de la cabecera de una estela funeraria con dedicación a los dioses manes en el interior de un arco rebajado con tres discos solares5 (Abásolo 1985b: 159, fig. 1). Por el contrario, respecto al hallazgo aislado de El Redondo (nº 25), poco más se puede decir, salvo su constatación. Otro hallazgo aislado es el referido al yacimiento de El Cerro del Castillo de Ayllón, cuyas evidencias de poblamiento romano son muy pobres, a pesar de nuestras prospecciones o de los más intensos trabajos de excavación (Zamora 1993: 45); sin embargo recientemente se ha publicado un estudio sobre una estela romana empotrada en la iglesia de Santa María la Mayor, en esa misma localidad (fig. 85). En ella, sobre un soporte casi cuadrado, pero roto en la parte superior, aparece un relieve de una posible figura femenina en posición frontal y de pie bajo un arco de medio punto; se encuentra la figura mirando a la izquierda de la estela; lleva túnica larga que se extiende hasta los tobillos; las manos aparecen cruzadas delante de la cintura y los pies se separan ampliamente. La existencia de figuras humanas bajo arcos es común en la Meseta y posiblemente se corresponderían con una estela funeraria romana, en la que faltaría la dedicatoria. La fecha, a tenor de los paralelos que se aportan provenientes de la Meseta Norte, podría incluirla en los siglos II o III d.C. (Curchin 1999: 198-199, fig. 1). Sin embargo, la verdad es que la figura es muy poco expresiva en el sentido de una atribución romana clara; en todo caso, la aparición de esta posible estela no sería un argumento a favor del poblamiento romano de Ayllón, a falta de otros restos, ya que se podría haber traído de los más o menos cercanos yacimientos conocidos; estos argumentos son los que nos han llevado a no incluir la etapa alto imperial entre los hallazgos aislados de El Cerro del Castillo de Ayllón, dejando tan solo representada la bajo imperial, por la presencia exigua de tsht en el poblado y la propia estela, que también se puede incluir en la tercera centuria.
Respecto a los yacimientos de Matagente (nº 23) y Los Morenales (nº 20) se han incluido en el apartado alto imperial (fig. 72), a pesar de la escasez de restos de esta época, fundamentalmente porque durante el proceso de prospección el objetivo fundamental era la identificación de yacimientos y su adscripción cultural, por lo que tampoco se consideraba prioritario el clarificar todas sus fases de forma bien representativa. Por ello y porque es muy frecuente que los asentamientos bajo imperiales presenten en numerosas ocasiones una etapa alto imperial, los hemos incluido en esta etapa a pesar, como decimos, de los escasos restos al respecto; pero que en todo caso quedaron registrados. En el caso de Los Morenales el estado de conservación de los restos constructivos y de la cerámica es pésimo. Para terminar en este sentido, La Cruz (nº 2) y Las Viñuelas (nº 55) presentan una clara cronología alto imperial (fig. 72 y 85), en especial el segundo yacimiento, con restos documentados ya anteriormente (Juberías y Molinero 1952: 230; Molinero 1971: 230, lám. CXXXIX, fig. 2) e incluso unas posibles inscripciones del siglo I y II d.C. (Gómez-Pantoja 2005: 264; Santos Yanguas et alii 2005: 127-130). El problema es que en el primero no se han encontrado restos de material de construcción, lo que no es normal en este tipo de asentamientos, como en el caso de los otros documentados en la zona de prospección, tanto alto como bajo imperial. Para la etapa bajo imperial, consideramos que este asentamiento podría depender de la villa, en el sentido propio del término, de Riaguas de San
Relación de los asentamientos rurales romanos con los poblados prerromanos Si pasamos a la distribución de los yacimientos, llama la atención la falta de relación directa de los asentamientos rurales romanos con los poblados prerromanos, lo cual no deja de ser normal atendiendo a la despoblación de esta región a principios del siglo I a.C., como hemos referido en el apartado de la etapa correspondiente (fig. 62 y 71). Así, en las inmediaciones de
materiales significativos, como los ya documentados en la campaña de 1991, que fue un año muy seco. 4 Porcentaje tomado a partir de los datos de Gómez Santa Cruz 1992: 942.
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D MA, D(is) MA(nibus).
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) estudios recientes de la provincia de Segovia en general (Martínez Caballero y Santiago 2010: 80 y ss.). Ya veremos más adelante que consideramos que la zona nordeste de Segovia estaría deficientemente poblada por la despoblación que debió sufrir a principios del siglo I a.C. y los trastornos que padecerá Termes en los diferentes conflictos que se van a suceder en el Alto Duero en la primera mitad de esta centuria. Sin embargo encontramos paralelos para ambas situaciones en las cercanas comarcas del Alto Duero; así y en relación con el nordeste segoviano, en la Tierra de Almazán parece que el número de yacimientos alto imperiales es menor, 11, que los de época celtibérica, con 19 en total (Revilla 1985: 346 y 350); en la Zona Centro soriana ocurre lo mismo, se pasa de 17 asentamientos y 3 necrópolis celtibéricos a solo 4 alto imperiales (Pascual 1991: 270); en la Altiplanicie soriana encontramos 23 hallazgos celtibéricos (y 11 campamentos romanos) frente a 10 villas suburbanas y 14 villas rústicas, lo que supondría un cierto equilibrio, aunque el caso de las villas urbanas sería diferente al de los asentamientos rurales (Morales 1995: 303-304 y 309), por lo que habría menor número de asentamientos rurales romanos.
Carabias o Los Quemados I (nº 8), no se han encontrado yacimientos y solo hay un hallazgo aislado en Valdevacas (nº 61) a unos 10 km, aparte de la posible inscripción funeraria a la que nos hemos referido (Abásolo 1985b: 159); tampoco aparecen poblados en las cercanías de Las Torres (nº 47) o Peña Arpada (nº 48), tan solo El Vallejo del Charco, que no es un asentamiento propiamente dicho, lo está a unos 10 km. Por último, en el núcleo de Ayllón los yacimientos romanos más cercanos, Las Viñuelas (nº 55) y Los Morenales (nº 20), se encontrarían a unos 5-6 km, Matagente (nº 23) a unos 8 km, mientras que La Cruz (nº 2) o Valdeserracín (nº 29) se alejarían aún más, hasta los 11 y 13 km respectivamente; en todo caso, para el núcleo de Ayllón sí se aprecia una mayor relación que en los otros núcleos prerromanos. Algo similar se señala para la provincia de Segovia en general, en especial en el territorio de Duratón (Martínez Caballero 2010b: 187). Esa circunstancia no es lo que parece documentarse en la región del Alto Duero6, donde en un 32% de los yacimientos existe esta relación con los asentamientos prerromanos, lo que se ha valorado como una continuidad del los antiguos hábitats prerromanos, así como el mantenimiento de la tradicional ocupación de los terrenos agrícolas y ganaderos posteriormente explotados por los romanos (Gómez Santa Cruz 1992: 944; íd. 1993: 204-205). En cuanto a la comarca de Aguilar de Campos, Valladolid, aunque la mayoría de los asentamientos romanos parecen levantarse ex novo, en general aparecen emplazados cerca de las poblaciones indígenas preexistentes (Santiago 2002: 66-67 y 71). En nuestro caso, en un radio de menos de 5 km no hay ningún asentamiento celtibérico y en un radio de 10 km se localizan el 60% de los yacimientos alto imperiales, aunque todos ellos en el entorno del antiguo oppidum de El Cerro del Castillo de Ayllón, no en Las Torres o en Los Quemados I de Carabias. Para Gómez Santa Cruz esta continuidad indica no solo la tradicional ocupación de los terrenos agrícolas y ganaderos, sino también la raigambre de este hábitat celtibérico, absorbido en los primeros siglos del Imperio por la órbita romana (un 32%), correspondiendo el resto (77%) a nuevas colonizaciones impulsadas por la política agraria romana (Gómez Santa Cruz 1992: 944; íd. 1993: 204-205). Lo que no cabe duda es que la mayor parte de la población sería indígena romanizada (García Merino 1975: 388).
Por el contrario y en relación con la mitad oriental de la provincia de Segovia, en el Campo de Gómara sí que se aprecia un crecimiento en el número de yacimientos, ya que se pasa de 11 celtibéricos a 18 alto imperiales (Borobio 1985: 1182-184, 209-210); esta situación también se repite en el sudoeste soriano, con 34 yacimientos de la Segunda Edad del Hierro y 47 alto imperiales (Heras 2000: 213-215) y más concretamente en el territorio de Termes, donde se pasa de 5 a 16 yacimientos (Martínez Caballero e.p.a). Para terminar, los datos globales del Alto Duero, en concreto de la provincia de Soria, arrojan un equilibrio entre ambas etapas con unos 69 yacimientos celtibéricos de época tardía (Jimeno y Arlegui 1995: 110, fig. 9) y 71 romanos (Gómez Santa Cruz 1992: 949). Vecino más próximo En cuanto a la dispersión de los yacimientos, no se aprecia una regularidad entre los mismos, con distancias que oscilan entre los 1.875 m y los 5.500 m al vecino más próximo, siendo la media de 2.610 m7, es decir, superior incluso a los 2.543 de la etapa celtibérica Plena y Tardía (fig. 88), a pesar de que entonces señalábamos la importante concentración de la población registrada en este periodo. Esta irregularidad está en consonancia con la falta de una ocupación sistemática, como ocurre en otros puntos; así en la comarca de Aguilar de Campos, Valladolid, esta ocupación sistemática de los cursos fluviales arroja una distancia entre asentamientos entre 1 ó 2 km (Santiago 2002: 69).
Respecto a si se incrementan o no los asentamientos con la romanización, en el nordeste de la provincia se Segovia los que se aprecia es un descenso en su número pasando de 12 yacimientos en el Celtibérico Pleno y Tardío (bien es verdad que dos se corresponden con oppida) a 6 yacimientos romanos, todo lo contrario que ocurre si ampliamos la zona a la mitad oriental de la provincia de Segovia, donde según los datos del Inventario Arqueológico Provincial, se pasa de 32 yacimientos del Hierro II a 47 romanos de los primeros siglos de la era, lo que está en consonancia con los
Si a continuación comparamos la distancia media
6 Por otro lado, tampoco se establecieron distancias y no sabemos a qué se refieren con esta relación.
7 La media referida a los tres vecinos más próximos es mucho mayor, de 8.620 m.
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Fernando López Ambite
7.- Etapa Alto Imperial romana
Densidades en zonas cercanas 0.06 0.05
yact./km2
0.04 0.03 0.02 0.01
Molina
Soria
Centro
Almazán
Sudoeste
Gómara
Altiplanicie
Segovia
Superficie B
Superficie A
0
Figura 73: Densidades de algunas zonas durante la etapa alto imperial romana; Superficie A se refiere a la densidad de la zona de prospección; Superficie B, a la densidad corregida de la zona de prospección; Segovia, Inventario Provincial de Segovia; Altiplanicie, Altiplanicie soriana; Gómara, Campo de Gómara, Soria; Sudoeste, zona sudoeste de la provincia de Soria; Almazán, Tierra de Almazán, Soria; Centro, zona centro de la provincia de Soria; Soria, Inventario de la Provincia de Soria; Molina, comarca de Molina.
I d.C., y el segundo a una etapa alto imperial plena, a partir de mediados o finales de dicha centuria y, sobre todo, del siglo II, cuando parece que se desarrollaría con más fuerza la colonización rural en la Meseta Norte (Gómez Santa Cruz 1993: 199-200).
de los yacimientos segovianos con otros datos referidos al ámbito romano, los 2.610 m serían una distancia media mucho más reducida que la que se puede apreciar en zonas del Alto Duero, donde la separación media es de 5.200 m, señalándose que la explotación media de estos asentamientos sería de unas 2.100 Ha, oscilando entre 2.500 y 1.000 Ha; en esta media no se incluyen los asentamientos del entorno de Numantia (Borobio y Morales 1985: 46-48).
En el siguiente caso, Matagente y Los Morenales, ya hemos señalado una presencia muy débil de materiales alto imperiales, frente a los bajo imperiales; cerámicas que no permiten mayores precisiones cronológicas, por lo que no podemos saber si ambos asentamientos serían coetáneos o no. A favor de la primera hipótesis estaría el que ambos perduran en época bajo imperial, por lo que eso mismo podría haber ocurrido en la etapa anterior. Sin embargo, a favor de la segunda hipótesis, tendríamos el que se trata de una distancia demasiada corta para lo que se conoce en otras regiones (Borobio y Morales 1985: 46-48).
Se trata de una distancia y una extensión media de explotación similar se ha señalado también para el sudoeste soriano, con separaciones de unos 4 km en la zona del Duero y de unos 5 km en las estribaciones de la Sierra de Pela, por tanto, en la zona colindante en parte con nuestra zona de trabajo (Heras 2000: 229). Para el caso concreto de la ciudad de Termes, se ha propuesto recientemente una media de 3.400 m lo que supondría una superficie teórica de los yacimientos de unas 1.000 a 1.300 Ha (Martínez Caballero e.p.a).
En lo que respecta a la regularidad de esta distribución, comprobamos que la distancia del vecino más próximo (Hodder y Orton 1990: 51-58), tomando las medidas a los tres vecinos más cercanos, es de una distribución algo regular8 (fig. 89).
Sin embargo, salvo el caso de Las Viñuelas (nº 55), más aislado del resto y acorde con la distancia anteriormente expuesta (aparece a unos 6-7 km de Matagente y Los Morenales), los otros yacimientos se encuentran en torno a algo menos de 2 km, tanto Valdeserracín (nº 29) con respecto de La Cruz (nº 2), como Matagente (nº 23) con respecto a Los Morenales (nº 20). En el caso Valdeserracín y La Cruz, esta cercanía pudiera deberse a que se trataría de dos yacimientos en dos etapas diferentes, el primero de una época alto imperial temprana, que incluso podría corresponder a la primera mitad del siglo
Densidad de yacimientos La densidad de yacimientos en toda el área de prospección es de 0,012 yacimientos por km², una densidad 8
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Distancia real: 8,62; Distancia teórica: 5,1; Aleatoriedad: 1,69.
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Es decir, que los resultados oscilan entre 0,05 y 0,012, siendo mucho más elevados que el total provincial posiblemente porque en estas comarcas se han llevado a cabo estudios exhaustivos que arrojan un mayor número de yacimientos localizados. Así, nuestros datos sin corregir serían mayores a la Zona Centro y similares a la Tierra de Almazán; si descartásemos la zona despoblada de la Serrezuela y del Riaza Medio, serían similares a las del Campo de Gómara, pero en ningún caso se acercarían a los datos de la Altiplanicie soriana, en donde recordemos la presencia de una 10 villas suburbanas (Morales 1995: 309), que estarían distorsionando la densidad en relación con los territorios más rurales, como el de la zona nordeste de Segovia.
muy baja sobre todo si tenemos en cuenta la densidad en época celtibérica, con 0,031 en el Celtibérico Antiguo (0,042 si se desestimaba la zona de la Serrezuela despoblada en este periodo) y 0,029 en el Celtibérico Pleno y Tardío; con la que estaría más acorde sería con la de 0,017 de la etapa Protoceltibérica. Esta es una de la razones que nos inclina a pensar en una no solo deficiente colonización de este ámbito de los valles del Aguisejo y Riaza, sino también en que se trataría de una circunstancia tardía, ya de época alto imperial, sin precedentes republicanos que hayamos podido constatar (fig. 73 y 86). Ahora bien, si descartamos el vacío de población al norte del término de Maderuelo, es decir, la última parte del río Riaza en su trayectoria por Segovia y la comarca de la Serrezuela, la densidad, sobre una superficie de 277,85 km² se elevaría a casi el doble, 0,025 yacimientos por km².
En el caso de la mitad oriental de la provincia de Segovia, con una superficie de 3.051 km², se han contabilizado tras la realización del Inventario Provincial un total de 23 yacimientos alto imperiales y 24 con materiales tanto alto como bajo imperiales, lo que da un total de 47 yacimientos y una densidad de 0,015 km²; por tanto, una densidad similar a la de toda nuestra zona de prospección e inferior a la corregida por nosotros. De todas maneras ya hemos comentado en capítulos anteriores nuestra duda ante la efectividad de los trabajos de campo en bastantes municipios; en algunos se siguen señalando los mismos restos que ya estaban recogidos por las publicaciones, en algunos casos, de hace ya varios decenios, o se trata de despoblados medievales o restos arquitectónicos de la Edad Media o Moderna.
Esta existencia de vacíos de población, como la de la zona de prospección, ha quedado patente en el Alto Duero en general (García Merino 1975: 376-377; Gómez Santa Cruz 1992: 944; íd. 1993: 204-205; Jimeno y Arlegui 1995: 123), así como en zonas concretas de dicha región, como en el caso de la zona sudoeste de la provincia de Soria (Heras 2000: 228), la comarca de Almazán (Revilla 1985: 351), en el Campo de Gómara (Borobio 1985: 183), la Zona Centro (Pascual 1991: 274) o la Altiplanicie soriana (Morales 1995: 306); en ellas se destaca un abandono de los terrenos más agrestes y de bosque, por los de llano y de dedicación cerealista. Igualmente los volvemos a observar en la provincia de Segovia (García Merino 1975: 292), en especial en su zona oriental (Martínez Caballero 2000: 27-28; íd. 2010a:86-87; íd. 2010b: 206-207), como hemos atestiguado en su franja más nordeste, a la que se refiere nuestro trabajo, así como en general en la región al sur del Duero (Barraca 1997: 354355).
En cuanto a la vecina región sudoccidental de la provincia de Soria11, los datos aproximados que hemos podido extraer, nos indican una densidad de 0,018 yacimientos por km², algo más elevados que nuestros 0,012 de densidad, pero menos que los 0,025 de la corregida, pero de nuevo en la línea de lo arriba apuntado. Para el caso concreto del territorio de Termes, que formaría parte de toda esta región sudoccidental de la provincia de Soria, la densidad sería más elevada, de 0,035 (0,05 sin los páramos, el piedemonte y la zona occidental deshabitada (Martínez Caballero e.p.a). Otra comarca de la que también se conocen datos procedentes de prospección es la de Molina de Aragón, en Guadalajara, con 19 yacimientos documentados, lo que supondría una media de 0,006 yacimientos por km² (Arenas 1999a: 191, fig. 130), es decir, de nueva una densidad muy baja en comparación con la del nordeste de Segovia. Por tanto, si a primera vista los datos de la zona de prospección presentarían una densidad escasa, solo comparable con la de la etapa protoceltibérica, si la comparamos con otros datos del entorno más o menos cercano, vemos que en la mayoría de los casos o son inferiores o similares, y solo en dos casos concretos son superiores.
Tanto si tomamos la primera cifra, de 0,012, o la corregida, de 0,025, ambas serían superiores a la que se registra en la provincia de Soria en cuanto al poblamiento rural, es decir, sin tener en cuenta las ciudades y las villae urbanae; así, en esta provincia9 se alcanzarían los 0,007 yacimientos por km². Si pasamos a las diferentes regiones en las que se han realizado estudios de prospección completos, tendremos los siguientes datos10: en la Altiplanicie soriana, 0,05 yacimientos por km² (Morales 1995: 305-309), en el Campo de Gómara, 0,024 (Borobio 1985: 182-184), en la Tierra de Almazán 0,012 (Revilla 1985: 346-348) y en la Zona Centro 0,007 (Pascual 1991: 272-273).
9 Densidad a partir de los datos tomados de Gómez Santa Cruz 1992: 942. 10 Las densidades se han tomado calculando la superficie a partir de los planos aportados en los diferentes estudios, por lo que el total sería aproximado, aunque una variación en ese total no implicaría un cambio importante en la densidad de yacimientos por superficie señalada. En algunos casos tampoco queda claro el total de yacimientos por etapa, en los que deliberadamente no hemos incluido los diferentes campamentos romanos, al considerarlos como establecimientos coyunturales, sin continuidad en el tiempo.
11 En este caso la superficie total calculada debe considerarse como más aproximada que las anteriores, ya que no se presentan unos límites precisos; para ello hemos tomado el mapa de la página 217, que carece de escala, al igual que el resto de la planimetría, y se ha tomado éste como referencia, salvo una franja oriental en la que sistemáticamente no se presentan yacimientos (vid. Heras 2000).
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7.- Etapa Alto Imperial romana
Distribución de yacimientos en la mitad oriental de la provincia de Segovia
En todo caso, como más adelante comentaremos, creemos que la zona de prospección, tanto por distancias a las ciudades como por la inscripción de Saldaña de Ayllón, deberían adscribirse al territorio de Termes, a pesar de los diferentes vacíos registrados. Recientemente, a la hora de delimitar las fronteras de la ciudad de Confluentia y sus vecinas, se ha avalado nuestra propuesta, con los yacimientos de Valdeserracín y La Cruz en la zona de influencia de Segontia Lanka y el resto en la órbita de Termes, proponiendo la zona de Fresno de Cantespino como frontera (Martínez Caballero y Santiago 2010: 101104, fig. 11; Martínez Caballero 2010b: 206-207).
El mapa resultante de la distribución de yacimientos en la mitad oriental de la provincia de Segovia presenta una dispersión un tanto extraña (fig. 74; una visión más clara en Martínez Caballero y Santiago 2010: fig. 3 y 11), si partimos de la siguiente hipótesis, constatada para las ciudades del Alto Duero, en especial en Uxama (García Merino 1971: 111; íd. 1975: 376-377), pero también para la ciudad de Cauca, ya en la provincia de Segovia (Blanco 1997: 386; íd. 2010: 239); e incluso la propia ciudad de Segovia o Duratón (Martínez Caballero y Santiago 2010: 83-84); a saber, la existencia de aureolas de asentamientos rurales, que serían la mayoría de los aquí cartografiados, en radios de hasta 20 km (aquí no se documentaría la aureola suburbana compuesta por pequeños núcleos de población y algunas villas rústicas que abastecerían a la ciudad, en general con una cronología alto imperial).
La otra conclusión que se destaca de la dispersión de yacimientos que venimos comentado, es la distribución irregular por esta parte oriental de la provincia de Segovia, con vacíos generales en la zona norte y, sobre todo, en la sur, aparte de otros despoblados más concretos entre las comarcas pobladas, algo que parece común en el Alto Duero (García Merino 1975: 376-377; Gómez Santa Cruz 1992: 944; íd. 1993: 204-205; Jimeno y Arlegui 1995: 123), en la zona sudoeste de la provincia de Soria (Heras 2000: 228), y que ya se había señalado para esta parte oriental de la provincia de Segovia (Martínez Caballero 2000: 27-28; Martínez Caballero y Santiago 2010: 86-87) o para la cercana provincia de Ávila (Mariné 1995: 300) y que destacan en los entornos de ciudades como la propia Confluentia o Termes, algo que no ocurre, por ejemplo, en la otras ciudades segovianas de Segovia y Cauca (Martínez Caballero 2010b: 202).
Sin embargo, esta dispersión no presenta a la ciudad de Duratón en una posición central, sino que aparecería al sur de la concentración de yacimientos alto imperiales en esta mitad oriental de la provincia de Segovia, mientras que los yacimientos rurales se extenderían en dos grandes grupos, uno al noroeste y otro al noreste de la ciudad. Posiblemente esta dispersión pudiera estar indicando una expansión por las campiñas más aptas para el cultivo de cereales, en especial la del grupo del noreste, en municipios como Bercimuel, Boceguillas o Sequera de Fresno (número 29, 32 y 196 del mapa de la figura 74), por referirnos a términos con dos o más yacimientos; no así, el grupo del noroeste, extendido por los términos de Carrascal del Río o Sepúlveda (número 44 y 195 del mismo mapa), con terrenos también agrícolas, por ejemplo, en el entorno del propio Duratón, pero de menor extensión que el anterior grupo. En todo caso se dejaría sin poblar, en principio, la zona sur, más serrana y, por tanto, con menor potencial agrícola (Martínez Caballero 2000: 38; íd. 2010b: 202 y ss.).
Ahora bien, será la comparación con los yacimientos de la etapa tardía la que nos indica mucho mejor esta irregularidad en la distribución de los asentamientos, al presentar esta etapa una dispersión más homogénea, también con vacíos de población, pero menos extensos, lo cual también parece que se trata de una característica propia del periodo bajo imperial (Gómez Santa Cruz 1992: 948).
Siguiendo con este grupo del noroeste, que es el que aquí más nos interesa para poder delimitar posteriormente el posible territorio de la ciudad de Duratón, observamos una cierta continuidad hasta nuestra zona de prospección, aunque con un vacío en la zona de Fresno de Cantespino. Esta discontinuidad, si fuera real, podría estar indicando una frontera entre territorios de las distintas ciudades que se repartirían esta región. También apreciamos otra discontinuidad entre la zona de prospección, en la provincia de Segovia, y los yacimientos de la zona sudoeste de la provincia de Soria; éstos se han registrado en torno a la ciudad de Termes, sin que se hayan encontrado asentamientos rurales que permitan esta continuidad con los de la provincia de Segovia (Heras 2000: 228-229; Martínez Caballero e.p.a). Esta discontinuidad nos hace dudar de si nos encontramos ante una frontera formada por un vacío de población o estamos ante un vacío de información por el tradicional abandono por parte de las investigaciones de los términos municipales fronterizos con otras provincias.
Localización de los yacimientos Todos los yacimientos se ubican sobre lomas poco destacadas respecto al terreno circundante junto a cauces de agua permanente, en ningún caso en emplazamientos estratégicos (fig. 87). Así, los asentamientos de la mitad sur se localizan junto a las orillas de los ríos Riaza (Valdeserracín –nº 29-, La Cruz – nº 2- y Las Viñuelas –nº 55-), Aguisejo (El Lomo –nº 22) y Villacortilla (Matagente –nº 23- y Los Morenales –nº 20-). Esta localización en llano de los cinco yacimientos solo encuentra parangón en nuestra zona de prospección en la etapa Protoceltibérica, también con todos los yacimientos en llano, aunque en este caso, los había en loma y en vega, frente al predominio de la vega en los alto imperiales. Esta situación es totalmente diferente de lo que se atestigua para las diferentes etapas celtibéricas, con
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
174 108 13 37 89
14
99229
130 121
115
215
132 39 5 202 9 143bis 161 109 52 55 168 144 47 51 183 71 80 15429 87 61 48 83 143 56 44 24 97 196 79 218 210 92bis 140 171 170bis 16bis 32 25 88 C.M.S.R. 195 170bis 46 193 170 198 40 6 60 172 70 53 54 184 36 186 49 222 163 165 125 221 224 191 136 21 220 150 208 45 213 19 162 205 156 34 62 Romanización 20 188 91
157
59 139 7 199 206
Alto Imperial Alto y Bajo Imperial Bajo Imperial
123 93
Área de Prospección Área del mapa
Figura 74; Distribución de los asentamiento de época romana por términos municipales en la zona oriental de la provincia de Segovia: 5, Alconada de Maderuelo; 8, Aldealengua de Sepúlveda; 14, Aldehorno; 24, Ayllón; 25, Barbolla; 29, Bercimuel; 32, Boceguillas; 36, Cabezuela; 39, Campo de San Pedro; 40, Cantalejo; 44, Carrascal del Río; 46, Castillejo de Mesleón; 47, Castro de Fuentidueña; 49, Castroserna de Arriba; 52, Cedillo de la Torre; 55, Cilleruelo de San Mamés; 56, Cobos de Fuentidueña; 60, Condado de Castilnovo; 83, Fuentelolmo; 88, Fuenterrebollo; 92, Fuentidueña; 97, Grajera; 108, Laguna de Contreras; 115, Maderuelo; 123, Matabuena; 130, Montejo de la Vega; 136, Muñoveros; 140, Navalilla; 142, Navares de Arriba; 150, Orejana; 161, Pradales; 162, Prádena; 163, Puebla de Pedraza; 170, Riaza; 174, Sacramenia; 183, San Miguel de Bernuy; 184, San Pedro de Gaíllos; 186, Sta Mª del Cerro; 188; Santiuste de San Juan B.; 191, Santo Tomé del Puerto; 193, Sebúlcor; 195, Sepúlveda; 196, Sequera de Fresno; 204, Torrecilla del P.; 205, Torreiglesias; 208, Torreiglesias; 210, Urueñas; 215, Valtiendas y 222, Veganzones.
Pedro, lugares con pequeñas campiñas propias de las comarcas montañosas como es ésta, pero también en la paramera y el piedemonte (Heras 2000: 226; Martínez Caballero e.p.a). Por último, en la también comarca celtibérica de Molina de Aragón, Guadalajara, encontramos un 68 % de asentamientos en llano (Arenas 1999a: 192 y 196, fig. 132), de nueva una proporción mayoritariamente en llano, aunque sin la unanimidad que en nuestra zona de trabajo.
mayor porcentaje de yacimientos en alto en la etapa Antigua, y menor, pero de todas formas significativo, en las etapas Plena y Tardía. Fuera de nuestra zona de trabajo, esta ubicación de los asentamientos en llano es la tónica general en la provincia de Soria (Revilla 1985: 340; Borobio 1985: 182; Pascual 1991: 272; Romero 1992: 708; Morales 1995: 305; Jimeno y Arlegui 1995: 117). En el caso concreto de la zona sudoeste de esta misma provincia se señala que los yacimientos en zonas llanas o en vega suponen un 58%, y el de lomas y laderas, un 28%; mientras que los que aparecen en alto solo son un 10% y suelen corresponder con yacimientos que perviven desde la etapa celtibérica, como el caso de Termes; en general, se asientan en zonas abiertas de los cursos altos de los ríos Tiermes, Caracena, Retortillo y
Altitud de los yacimientos La altitud absoluta de los yacimientos oscila entre 1.040 y 880 m, siendo la media de 975 m (fig. 92), inferior a la de los yacimientos del Celtibérico Pleno y Tardío, con 1.070 m, y similar a la del Antiguo, con 981
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7.- Etapa Alto Imperial romana
m. Esta elevada altitud media en el caso de la etapa alto imperial, se debe sobre todo a que solo se han encontrado yacimientos en la mitad sur de la zona de prospección, es decir, la que presenta mayores altitudes por encontrarse junto a la sierra, a pesar de que las localizaciones de los yacimientos se corresponda a las vegas de los ríos; por el contrario, en los asentamientos celtibéricos la elevada altitud se debe además a la existencia de asentamientos en alto, por el interés estratégico que buena parte de los mismos mostraba, en especial los centros jerarquizadores.
Cruz y un 66% de Valdeserracín, por lo que no habría en este caso grandes diferencias como en la anterior categoría (tabla 18, fig. 76, 77 y 96).
Tabla 17: Superficie controlada visualmente por los asentamientos romanos alto imperiales Superficie en m²
Además de esta elevada altitud media, dos de los yacimientos romanos se encontraban a más de 1.000 m de altitud. En general, se trata de unas altitudes elevadas si las comparamos con las de la vecina comarca del sudoeste soriano, donde éstas oscilan entre 1.262 y 731 m, aunque casi la mitad esté entre 900-700 m, el 20%, lo hacen entre 1.000 y 900 y el resto a más de 1.000 m, con una media de 1.187 m (Heras 2000: 226; Martínez Caballero e.p.a). Si lo que observamos es la altitud relativa, al tratarse de yacimientos en vega la media es muy baja, de unos 7 m (fig. 92), oscilando entre 10 y 5 m. Se trata de una altura relativa mucho más baja que la de las dos etapas celtibéricas, 50 y 21 m en el Celtibérico Antiguo y en el Pleno-Tardío respectivamente, que solo se asemeja a los 11 m de media para la etapa Protoceltibérica.
2.991
Los Morenales (nº 20)
7.194
Matagente (nº 23)
3.146
Las Viñuelas (nº 55)
12.993
La Cruz (nº 2)
3.088
Media yacimientos alto imperiales
5.882
La proporción de terrenos aptos para ser dedicados a pastizales es de un 17% en el radio de un kilómetro; en este caso hay una fuerte oscilación entre un 35 % en Matagente y un 1% de Valdeserracín. Esta superficie se reduce notablemente si pasamos a un radio de 5 km, con una media de un 8%, y diferencias entre un 12 % de Las Viñuelas y un 6% de Matagente y de La Cruz (tabla 18, fig. 75, 76, 77, 97 y 98).
Entorno de los yacimientos
En cuanto a los terrenos dedicados en la actualidad a monte, la media en el radio de un kilómetro es de 16%, con diferencias entre el 48% de Valdeserracín y su inexistencia en Los Morenales y Las Viñuelas. Esta media es muy similar a la del radio de 5 km, con un 17% de estos terrenos y una diferencia entre los yacimientos de 19% en Valdeserracín, Los Morenales y Matagente y los 11% de Las Viñuelas.
Esta ubicación en lugares poco destacados implica una superficie controlada visualmente reducida, con una media global de 5,88 km² en un radio de 5 km (tabla 17, fig. 90)12, oscilando entre 2,9 y el excepcional 12,9 km² de Las Viñuelas. Se trata de una superficie media similar a la media de época Celtibérica Plena y Tardía, con 5 km², aunque en este periodo la superficie para los poblados jerarquizadores era de 14,4 km², por tanto mucho mayor que la aquí representada.
Del análisis de estos datos podemos inferir que nos encontraríamos ante una serie de asentamientos que buscaron lugares donde el potencial agrícola fuera alto, con un porcentaje de terreno agrícola de un 60% en el radio de 1 km y de un 72% en el de 5 km, y donde al menos en un corto radio de acción hubiese una serie de pastizales naturales que complementasen una actividad centrada en la agricultura probablemente de secano. Estos datos concuerdan con los aportados por el poblamiento rural del Alto Duero, donde el 60% del total de asentamientos se ubican en terrenos predominantemente agrícolas, otro 20% en terrenos con dedicación mixta, es decir, agraria y ganadera a la vez, un 13% en terrenos ganaderos y solo un 7% en terrenos de huerta y pastizal (Gómez Santa Cruz 1992: 943; íd. 1993: 204-205).
Este tipo de localización, en los valles de los ríos o arroyos, nos indica una preferencia económica por los lugares donde el potencial agrícola es mayor, pero también donde los pastizales, hoy todavía presentes en muchos tramos de la ribera de estos ríos y arroyos, a pesar del descenso del nivel freático y de la intensa mecanización del campo que los ha roturado recientemente, pueden suponer una complementariedad en la economía de estas poblaciones. Así, para una distancia con un radio de 1 km la media es de 60% de terreno apto para la agricultura, oscilando entre el 83% de Los Morenales y el 22% de Valdeserracín; todos menos este último yacimiento se encuentran por encima del 50%, por lo que resulta un tanto anómalo respecto a los demás (tabla 18, fig. 75 y 95). Si pasamos a una distancia de 5 km de radio, la superficie agraria se incrementa hasta una media de un 72%, oscilando entre un 75% de La 12
Valdeserracín (nº 29)
Siguiendo en esta provincia, pero en su sector sudoeste, se advierte por un lado que el 51% de los yacimientos presentan un aprovechamiento agrario total, mientras que el 49% tendría un aprovechamiento mixto, no documentándose ninguno de tipo ganadero u otros
En un radio de 5 km el total sería de unos 78,5 km².
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Análisis de Captación: radio de 1 km Cereal Monte Pasto Improductivo
90 80
Porcentaje
70 60 50 40 30 20 10
Media yacimientos alto imperiales
La Cruz
Las Viñuelas
Matagente
Los Morenales
Valdeserracín
0
Figura 75: Análisis de captación de los yacimientos de la etapa alto imperial romana en un radio de un kilómetro.
Pasto
Improductivo
1 5 Los Morenales (nº 20) 1 5 Matagente (nº 23) 1 5 Las Viñuelas (nº 55) 1 5 La Cruz (nº 2) 1 5 Media yacimientos 1 alto imperiales 5
Monte
Valdeserracín (nº 29)
Cereal
Radio Km.
Tabla 18: Análisis de captación de recursos de los yacimientos romanos alto imperiales
22 66 83 73 55 74 76 74 66 75 60 72
48 19 ‐ 19 10 19 ‐ 11 21 16 16 17
1 8 17 7 35 6 20 12 13 6 17 8
30 7 ‐ 1 ‐ 1 4 2 ‐ 3 7 3
Porcentaje no contabilizado
1% de prov. Soria 10% de prov. Soria
116; Martínez Caballero 2000: 19-20; Martínez Caballero y Santiago 2010: 83).
(Heras 2000: 227). De todas formas, se trata de las zonas con mayor potencial agrario de la comarca, con pequeñas campiñas aptas sobre todo para el cultivo del cereal, presencia de vegas aptas para cultivos hortifrutícolas y un fácil acceso a los pastizales de los piedemontes serranos del sur y de las parameras del norte y este (Martínez Caballero e.p.a). Por tanto unos datos acordes con los de la zona de prospección, en este caso algo inferiores, y que todos juntos confirman el impulso de las actividades agrarias con la romanización en buena parte de la Meseta o la importancia que tuvieron las elites ciudadanas en este impulso (Romero 1992: 708; Gómez Santa Cruz 1992: 948; íd. 1993: 163 y 199-200; Jimeno y Arlegui 1995:
Entre los yacimientos del área no se ha encontrado ninguno con evidencias diferentes de las actividades agropecuarias, como sí se señala en el caso de Fuente Grado, en Gormaz, Soria, dedicado a tareas alfareras (Romero 1992: 720). Tampoco hemos documentado yacimientos dedicados a la obtención de los abundantes minerales de la Sierra de Ayllón, como hemos comentado anteriormente, y que son frecuentes en otras zonas mineras, como en el caso de la comarca de Molina de Aragón (Arenas 1999a: 192) o en el valle del Ebro
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Fernando López Ambite
7.- Etapa Alto Imperial romana
Análisis de Captación: radio de 5 km 80 70
Porcentaje
60
Cereal Monte Pasto Improductivo
50 40 30 20 10
Media yacimientos alto imperiales
La Cruz
Las Viñuelas
Matagente
Los Morenales
Valdeserracín
0
Figura 76: Análisis de captación de los yacimientos de la etapa alto imperial romana en un radio de cinco kilómetros.
continuaría ahora. Así, se ha explicado alguno de los vacíos de población de la ciudad de Confluentia en relación con la existencia de amplios pastizales; igualmente, el edificio de Los Mercados se ha identificado como un posible foro pecuario (Martínez Caballero 2010b: 209-210, fig. 1).
(Burillo 1998: 222-224; Polo Cutando 1999: 200-201) e incluso en otras zonas de la provincia de Segovia (Martínez Caballero 2010a: 69; Martínez Caballero y Santiago 2010: 84). Hay que recordar que durante la Antigüedad la principal actividad económica era la agropecuaria, que si bien podía realizarse desde la propia ciudad, el establecimiento de asentamientos rurales permitiría una mayor explotación del territorio, de ahí que frente a un panorama de ciudades suprarrepresentado, por la mayor incidencia de las investigaciones arqueológicas, es preferible señalar el predominio de los asentamientos rurales sobre los urbanos (García Merino 1975: 375; Gómez Santa Cruz 1992: 163).
Tipos de yacimientos Si pasamos al tipo de yacimiento, en nuestro estudio se ha preferido la categoría más general de asentamientos rurales dedicados a labores agropecuarias, que el de villa, ya que, como hemos visto, ninguno de los documentados parece que pudiera tener otra actividad que la anteriormente mencionada, aunque se hayan encontrado algunos con una función diferente, como el dedicado a tareas alfareras de Fuente Grado, en Gormaz, Soria (Gorges 1979: 34; Romero 1992: 720). En todo caso, esta definición parece la más común por parte de los investigadores (Gómez Santa Cruz 1992: 942), aunque en algunos casos se prefiera usar el término villa rústica, como sinónimo de asentamiento rural (Gómez Santa Cruz 1993: 203).
Esta pretendida dedicación a estas actividades agropecuarias, aparte de que esta actividad sería la principal durante la Antigüedad (Gómez Santa Cruz 1993: 163), también se relaciona con una de las causas de la expansión del poblamiento rural; esta explotación de las tierras cerealistas de la Meseta, se debería en parte a la especialización de otras regiones costeras, por ejemplo, la Bética, en cultivos comerciales, sobre todo a partir de las disposiciones proteccionistas para el cultivo del trigo dictadas por Domiciano y la creciente demanda de este producto, entre otras, por parte de la annona romana (Gómez Santa Cruz 1993: 199-200 y 203).
Es verdad que en ocasiones se ha utilizado el término villa como equivalente al unidades de explotación económica dedicadas a actividades agropecuarias, en las que puede haber una residencia ocasional o habitual de los dueños; asentamiento que en ocasiones sería el embrión de las futuras villas bajo imperiales, caracterizadas por la existencia de un edificio suntuoso y un gran fundus, pero que en todo caso se desarrollaron a partir de una coyuntura económica distinta (Gómez Santa Cruz 1993: 203). Sin embargo, restos de escultura de mármol, vasos de cerámica y
Por último, los análisis de captación que hemos descrito anteriormente también señalarían esta dedicación agropecuaria de nuestra zona, que entraría dentro de este contexto de revalorización de las tierras de secano dedicadas a la producción de cereales. Todo ello sin olvidar la actividad ganadera, tan importante en la etapa celtibérica, como hemos señalado, y que posiblemente
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos 52
N
29 2
Provincia de Soria
55
23 20
Alto Imperial Aprovechamiento agrario: Labor
Pastos
Monte
Improductivo
Provincia de Guadalajara
Escala: radio de aprovechamiento de 5 km. Figura 77: Superficie de aprovechamiento agrario durante la etapa alto imperial romana: La Cruz (2), Los Morenales (20), Matagente (23), Valdeserracín (29), Vallejo del Charco (52) y Las Viñuelas (55).
arquitectónicos, que sí que se conocen en otras villas, como por ejemplo en la cercana de Riaguas de San Bartolomé, conocida de antiguo (Molinero 1971: 230, lám. CXXXIX, fig. 1), en la que se han destacado mosaicos, columnas y un capitel (Martínez Caballero 2000: 39; Regueras 2010: 303); de esta misma recientemente se ha publicado un ara con una inscripción dedicada a Júpiter Capitolino de finales del siglo II o principios del III d.C., así como algunas referencias sobre nuevos restos suntuarios: mosaicos, columnas... (Santos Yanguas y Hoces 1999: 373; Santos Yanguas et alii 2005: 123-124).
parece preferible el utilizar un término menos concreto en lugar de los distintos tipos de estructuras de ocupación romanas conocidos: villae, vici, castros romanizados..., como el de asentamiento rural y ello debido a que es difícil la tipificación de los asentamientos recogidos, por falta de criterios de definición y de nomenclaturas uniformes (Gómez Santa Cruz 1992: 942). Desde luego para los yacimientos alto imperiales no se ha podido determinar la existencia de arquitecturas lujosas, como mosaicos, pinturas murales o elementos
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Fernando López Ambite
7.- Etapa Alto Imperial romana
También parece ser el caso de Corral del Ayllón, con tuberías de plomo (Juberías 1952: 22313; Regueras 2010: 305) y en Estebanvela, con restos de mosaico en Las Casillas (Juberías 1952: 224); este último yacimiento no fue encontrado durante los trabajos de prospección y como las referencias eran muy vagas no se tuvo en cuenta. En ningún caso se ha documentado este tipo de materiales entre los yacimientos de la zona de trabajo.
existencia de grandes latifundios que podrían haber prefigurado los fundi tardíos (Barraca 1997: 355). Pero volviendo a los protagonistas de esta extensión de los nuevos centros de explotación agropecuaria, parece ser que se trataría de la oligarquía ciudadana, que tiende a ocupar las tierras de mayor aprovechamiento agrario, en especial las tierras dedicadas a cereales, tanto para el avituallamiento de las ciudades como para el sostenimiento de la administración central y de los asentamientos militares, en cuanto que serían productos annonarios (Gómez Santa Cruz 1993: 208209).
De estos asentamientos se tienen pocos datos sobre la explotación de la tierra; algo más sabemos sobre las técnicas desarrolladas en ellos, ya que fueron recogidas por los tratadistas romanos; sin embargo, carecemos de información sobre el régimen de propiedad de la tierra. Parece ser que coexistiría un sector denominado indígena, de autoabastecimiento, con escasa rentabilidad y excedentes, que se encontraría en franco en retroceso (Gómez Santa Cruz 1993: 200), aunque otros autores señalan para el centro de la cuenca del Duero, que los vici situados en las zonas de control de pasos y cruces de caminos tendrían una buena relación con las villas del entorno y además esta aldeas se convertirían en pequeños centros que resolverían determinados intercambios, puesto que es impensable una organización exclusiva de villas autónomas, sin más intermediarios que las ciudades (Hernández y Sagredo 1998: 154).
En este sentido, creemos haber demostrado en el capítulo de la Edad del Hierro que nos encontraríamos ante una despoblación del valle del Aguisejo y Riaza Medio, con la desaparición de sus poblados jerarquizadores y de los posibles lugares dependientes. Otra prueba en la línea argumental referida sería la posible vinculación de Las Viñuelas con un ciudadano romano de Termes durante el siglo I d.C. (Gómez-Pantoja 2005: 264; Santos Yanguas et alii 2005: 127-129; Martínez Caballero y Hoces e.p.), como más adelante comentaremos de forma más pormenorizada. En nuestro caso, creemos que la propiedad de estos asentamientos debería depender de las oligarquías urbanas, más que tratarse de aldeas independientes, ya que este tipo de poblaciones parece que se vinculan con la existencia de grupos indígenas que mantendrían su independencia económica al menos durante la etapa alto imperial (Abascal y Espinosa 1989: 182), aunque en constante retroceso (Gómez Santa Cruz 1993: 200-201), algo que no se produciría en el despoblado nordeste de la provincia de Segovia
Junto a este poblamiento de raigambre indígena, en retroceso o no, habría un sector romano propiamente dicho, en progresión a lo largo de toda la época alto imperial, que orientaría sus explotaciones al abastecimiento de los mercados ciudadanos, que acapararía los terrenos más fértiles y cuya rentabilidad le permitiría ampliar progresivamente la propiedad a costa del otro sector, el indígena, convertido ahora en fuente de trabajo de las nuevas propiedades, con los que establecería unas relaciones laborales que podrían ir desde el asalariado, el colono o el esclavo, como se demuestra en los textos de Apuleyo. En este sentido, se cree que para la Meseta más que una mano de obra esclava habría unas relaciones laborales cercanas al colonato (Gómez Santa Cruz 1993: 200-201; Hernández y Sagredo 1998: 154). Por el contrario, otros autores sí consideran la difusión del esclavismo como una pieza fundamental en la estructura socioeconómica romana en la Meseta durante el Alto Imperio y uno de los elementos clave de la romanización en el aspecto económico, testimoniado a través de las inscripciones que mencionan esclavos o libertos (Salinas 1996: 187).
Superficie de los yacimientos En general, los asentamientos presentan unas superficies muy reducidas, aunque el tipo de ubicación sobre terrenos de labor y la propia visualización de los restos fundamentalmente cerámicos, junto a otros de carácter constructivo, podría suponer tan solo una aproximación a lo que pudo ser su superficie real. En todo caso, los datos obtenidos durante el proceso de prospección señalan una media de 8.600 m² de superficie, y unas medidas que oscilan entre los 15.000 m² de Los Morenales (nº 20) y los 2.000 m² de La Cruz (nº 3). Por tanto, no encontramos en nuestra zona de trabajo centros de mayores dimensiones que podrían haber articulado el territorio de una forma más compleja que el de ciudadaldea, como sí aparece en el resto del territorio termestino (Martínez Caballero e.p.a).
En cuanto al tamaño de las explotaciones, también parece que predominaría la pequeña y mediana propiedad, aunque en el siglo II d.C. se aprecia un paulatino proceso de concentración de la propiedad, constatado ya en el siglo III, por parte tanto de la familia imperial como de la oligarquía municipal (Gómez Santa Cruz 1993: 200-201). Para la región al sur del Duero y en concreto para la provincia de Ávila, se destaca que la escasa densidad de asentamientos daría lugar a la 13
Esta media es inferior a la que presentaban los yacimientos de la zona de trabajo para el Celtibérico Antiguo, con 10.500 m², y, sobre todo, para el Celtibérico Pleno y Tardío, con 35.055 m², acercándose más a la superficie de los pequeños poblados del periodo
Sus restos desaparecieron durante la Guerra Civil.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) consiguiente explotación sistemática de los valles, no encontraremos esta circunstancia en nuestra zona de trabajo, ni en los cursos de los ríos Villacortilla, Aguisejo y Riaza Medio, lo mismo que, como más adelante veremos, tampoco aparece clara una vinculación de los asentamientos rurales con las ciudades vecinas, que estarían muy alejadas de la zona de trabajo, ni con las propias vías de comunicación, como ocurre en las comarcas limítrofes.
Protoceltibérico (6.333 m²) y de Cogotas I (6.441 m²). Esto se debe fundamentalmente al tipo de poblamiento de la zona, en la que no se encuentra en época romana ningún asentamiento jerarquizador de grandes dimensiones, como sí ocurría durante la Edad del Hierro (fig. 91). Respecto a los yacimientos alto imperiales, los de la zona sudoeste de la provincia de Soria presentan unas medidas que oscilan entre las 30 Ha atribuidas a Uxama y las 0,2 Ha de La Poza de Miño; pero en lo que a nosotros nos interesa, es decir, los pequeños asentamientos rurales, dejando de lado las ciudades o núcleos mayores, es que el 70% de los yacimientos alto imperiales de esta región tienen menos de 3 Ha y 22 de los mismos, que suponen la mitad de la muestra registrada, presentan extensiones entre las 1,5 Ha de Los Morenales y los 2.000 m. de La Cruz (Heras 2000: 214215), con una media de 2,45 (Martínez Caballero e.p.b), lo que confirma la existencia de estos asentamientos de reducido tamaño en nuestra zona de trabajo.
Así, en otras regiones sí se aprecia esta vinculación de los pequeños poblados de explotación agropecuaria con sus respectivos cursos fluviales, al distribuirse los yacimientos sistemáticamente junto a las orillas de los ríos; este es el caso concreto de la comarca de Aguilar de Campos, en Valladolid, con yacimientos cada uno o dos kilómetros a lo largo de estos cursos (Santiago 2002: 69-70) o en Navarra (Ona 1985: 92, fig. 5); se trata de uno de los rasgos del poblamiento rural romano en la Meseta Norte (Romero 1992: 719; Gómez Santa Cruz 1993: 14). En nuestro caso, aunque hay una relación con los cursos fluviales, no se aprecia una colonización sistemática de estos los valles, como en los ejemplos arriba señalados, de ahí que las distancia al vecino más próximo sean muy irregulares.
Si nos alejamos de la zona de nordeste segoviano y sudoeste soriano, comprobamos que en El Campo de Gómara las dimensiones aún son más reducidas, con unas superficies de entre 2.500 y 1.000 m² (Borobio 1985: 183), algo parecido a lo que se documenta en la comarca de Molina de Aragón, en la que predominarían los yacimientos menores a 0,25 Ha (Arenas 1999a: 196). Por el contrario, en la comarca de Aguilar de Campos, en el norte de la provincia de Valladolid, los asentamientos más pequeños, entre una y media hectárea, no son considerados como lugares de hábitat, sino instalaciones dependientes de otros mayores, normalmente con una extensión de entre 2 y 3 Ha (Santiago 2002: 70). Para terminar, en la comarca de Termes se aprecia una jerarquización del hábitat más compleja, con yacimientos intermedios entre las ciudades y los pequeños asentamientos rurales, algo que parece aún más claro en la etapa bajo imperial (Martínez Caballero e.p.a).
Vías de comunicación y relación con los yacimientos Se trata de otro de los elementos que mejor definen los cambios que se van a producir en la Meseta, al convertirse en los ejes que organizan los asentamientos rurales. Con la presencia romana en esta región del interior los ejes de comunicación preexistentes conocen una mejora y una prolongación hasta conformar una red viaria que permita tanto la comunicación interna como la integración con el imperio y que van a favorecer el desarrollo económico y el establecimiento de relaciones comerciales de las zonas del interior con otros puntos de Hispania y de fuera de ella (Romero 1992: 713-718; Gómez Santa Cruz 1993: 14). Este proceso se perfila a lo largo de conquista y posterior desarrollo imperial con motivaciones bien distintas; durante República el avance de la red viaria responde a criterios fundamentalmente militares; por el contrario, en época imperial hay que buscar, aparte de las razones de seguridad, el estímulo administrativo y, sobre todo, económico. Buena prueba del constante desarrollo de la red viaria hispana es la comparación de los datos de Estrabón, que nos informa de la existencia de unos 2.000 km de caminos y el Itinerario de Antonino, que recoge a finales de la época alto imperial 34 vías perfectamente definidas con unos 10.300 km, lo que implica un desarrollo muy importante (Gómez Santa Cruz 1993: 217).
Relación con los cursos fluviales Otra de las circunstancias que se ha señalado como elemento fundamental en el modelo de poblamiento rural tanto alto como bajo imperial, es la ubicación de este tipo de yacimientos junto a cursos de agua (Romero 1992: 719; Heras 2000: 227). En nuestro caso, esta circunstancia es clara, con los cinco poblados (no contamos de nuevo El Vallejo del Charco –nº 52-) a menos de 250 m de alguno de los ríos: Valdeserracín (nº 29), La Cruz (nº 2) y Las Viñuelas (nº 55) junto al Riaza; Matagente (nº 23) y Los Morenales (nº 20) junto al Villacortilla. La distancia media es de 115 m, inferior a la del Celtibérico Pleno y Tardío, de unos 161 m en estos casos (fig. 93).
Se trataba de un sistema radial a escala imperial destinado a asegurar una rápida comunicación de todas las provincias con la Urbs para su abastecimiento y
Ahora bien, si lo que buscamos es una estrecha relación entre yacimientos y cursos fluviales, con la
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Fernando López Ambite
7.- Etapa Alto Imperial romana
vehículo de unidad militar, administrativa, económica e ideológica, del que saldría una extensa red de divertícula o caminos secundarios (Gómez Santa Cruz 1993: 218), que sería la que habría en nuestra zona de trabajo.
la época republicana hasta la alto imperial, permitirán una mayor integración de las diferentes regiones y un mayor desarrollo económico (Romero 1992: 713-718; Gómez Santa Cruz 1993: 14). Los caminos que hemos constatado en la zona de trabajo, que en ningún momento aparecen como vías principales de la comunicación peninsular, son por tanto de difícil delimitación, al haber presentado en origen una serie de infraestructuras de menor relevancia que las grandes calzadas, por lo que salvo en el caso del puente de El Vallejo del Charco (nº 52), no conservamos estas evidencias, de ahí que haya que partir de unas conjeturas que no siempre tienen por qué coincidir con lo que realmente sucedió
Para una época temprana se ha señalado que en la provincia de Segovia, con el objetivo de un mayor control de la región para mejorar la recaudación de impuestos y la obtención de auxiliares para ejército, presentaría dos ejes de comunicación importante: el primero que conectaría el valle del Duero con la Meseta Sur fundamentalmente a través del valle del Eresma y el puerto de la Fuenfría, atravesando los núcleos urbanos de Cauca y Segovia; y el segundo, que continuaría el viejo camino del piedemonte de la sierra y que desde Termes iría a conectar la ciudad de Segovia, pasando por Duratón, y desde ahí llegar hasta Ávila (Martínez Caballero 2000: 20; López Ambite 2003: 141; Martínez Caballero y Santiago 2010: 107; Martínez Caballero e.p.b).
Pero no solo es complicado reconstruir su trazado, tampoco es fácil su datación y aunque los presentemos en la etapa alto imperial, esto se debe a que en esta época y, sobre todo, en la segunda centuria habría un gran desarrollo de las comunicaciones en la Meseta Norte; esto ha quedado atestiguado en algunos trabajos, que señalan un gran desarrollo de la construcción de calzadas, a partir de los miliarios conservado, en la primera mitad del siglo II d.C. (Mañanes y Solana 1985: 188; Gómez Santa Cruz 1993: 217); sin embargo, eso no implica que alguno de los caminos pudiera haberse desarrollado en época bajo imperial, momento de un mayor desarrollo de los asentimientos rurales. Así, para algunos autores, esta mayor densidad de asentamientos traería aparejada una mayor densidad de la red de comunicaciones, al menos de la red secundaria, fenómeno desarrollado a partir del siglo IV (Barraca 1997: 357).
Parece que este sistema se desarrollaría sobre todo a partir del siglo II d.C., en relación con la nueva concepción antonina de un espacio imperial unificado y centralizado en un contexto de paz y eficacia administrativa. Esta nueva política se aprecia claramente en la red viaria de la Meseta: de los 59 miliarios en esta zona sobre un total de 250 en Hispania, el 40% (22 ó 26 hitos) corresponden al siglo II d.C., lo que implica una intensísima política edilicia viaria de mejora de las comunicaciones; en esta labor sobresale Trajano seguido por Adriano, siendo menos relevantes la de los otros emperadores; también se trata de una actividad edilicia centrada en los tramos de mayor importancia estratégica de este momento para la apertura al exterior e integración de la Meseta en el nuevo orden perfilado por los antoninos; así, en nuestra zona los tramos potenciados serían los de Augustobriga-Numantia de la vía 27 y los de su ramal Clunia-Norte (Gómez Santa Cruz 1993: 222223).
En general, sí que creemos que se trataría de vías alto imperiales, porque tienden a conectar ciudades cuyo momento de esplendor estaría ahora, frente a un menor desarrollo, si no decadencia, a partir del siglo III d.C., aunque con las matizaciones (por ejemplo, para Termes, vid. Argente et alii 1984a: 210-213; para Rauda vid. Sacristán 1986a: 237-238; para Duratón vid. Martínez Caballero 2010b: 188-189; íd. e.p.b; por citar las ciudades cercanas).
También se considera que recibiría una especial atención la vía 25, que discurriría por el Alto Jalón y que debería haber otra que desde la 27, en el Duero, transcurriría de norte a sur para articular la región sudoeste soriana, que quedaría organizada en torno a la ciudad de Termes (Jimeno y Arlegui 1995: 124)14.
En cuanto a la identificación de los posibles caminos de esta época hemos seguido en primer lugar las referencias sobre calzadas o vías romanas de las que se tiene noticia, a las que hemos añadido, igualmente que para época prehistórica, otros caminos sin referencias que debieron existir, valorando para ello la importancia del medio físico, la existencia de pasos y barreras naturales, la propia distribución de yacimientos y la perduración de estos caminos en época medieval (Burillo 1980: 267).
Vías de comunicación Es un hecho que la existencia de las nuevas vías de comunicación reflejan uno de los cambios fundamentales en la reorganización del territorio llevada a cabo por los romanos, que con diversos objetivos, desde
Las referencias más claras son las que se refieren al camino que pasaría por Montejo de la Vega procedente de Clunia, la capital conventual, y que posiblemente llegaría pasando por Duratón hasta Segovia (Martínez Caballero y Santiago 2010: 108; Martínez Caballero e.p.b) (vid. vía 2, fig. 55). La prueba más evidente de su recorrido se corresponde con el yacimiento de El Vallejo del Charco (nº 52), en donde se conservan aún restos de los tajamares de un puente romano, así como otros restos
14 Otros autores señalan unas cifras similares: así para ellos habría un 22,8% de miliarios del siglo primero, en especial en época de Tiberio y Nerón; un 38,5% del siglo segundo, fundamentalmente de Trajano y Adriano; y un 21% del siglo tercero, sobre todo de Maximino y Decio; por último, los del primer cuarto del siglo IV suponen un 17,5% (Mañanes y Solana 1985: 188).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Lámina 22: Restos de uno de los tajamares del puente del Vallejo del Charco (52).
A partir de aquí, y ya sin evidencias al respecto, continuaría hasta Estebanvela y Saldaña de Ayllón, donde se encuentran una serie de yacimientos alto y bajo imperiales que avalarían la existencia de este recorrido al menos para estos términos, ya que es frecuente que las vías supongan un elemento vertebrador del poblamiento en época romana, sin que esto signifique que las villas se dispusieran a lo largo de las calzadas; al contrario, parece que se preferiría un cierto alejamiento de las mismas (Romero 1992: 719; Gómez Santa Cruz 1992: 944; íd. 1993: 204-205). Este mismo alejamiento nos impediría precisar el trayecto concreto de la vía, pero sí la zona por la que discurriría.
romanos a lo largo de esta vía, en especial en la provincia de Burgos (lám. 22). Posiblemente este camino conectaría con el de Rauda-Segovia a través de los términos municipales de Milagros, Hontangas y Adrada de Haza, todos ellos en la provincia de Burgos (Abásolo 1975: vid. plano; íd. 1978: 47-48 y 50-51; Conte y Fernández 1993: 144, fig. 45; Barrio 1999a: 61-62; Fernández et alii 2000: 182-183; Martínez Caballero y Santiago 2010: 108, fig. 3). Posteriormente por esta calzada discurriría alguno de los ramales conocidos de la Cañada Real Segoviana, que al norte de Carabias se dividiría en varias vías (Descripción... 1856: 3) y que pondría en relación este camino con la Cañada Real Soriana Occidental, en especial con la zona de Maderuelo y de Valdanzo (Cañada... 1856: 49).
Otra evidencia, aunque todavía más reciente en el tiempo, es la existencia de una cañada medieval; en este caso se trata de la Cañada Real Soriana Occidental, que en esta parte se denomina Cañada de la Vera de la Sierra y cuyo tránsito no ofrece grandes dificultades (Descripción... 1856: 4; Cañada... 1856: 46-50; Barrio 1999a: 54-55). Por último, la existencia de un puente moderno en Estebanvela y el propio asentamiento medieval en este punto del río, con antecedentes visigodos (Juberías y Molinero 1952: 236) y alguno referido a restos romanos no encontrados durante los trabajos de prospección (Juberías 1952: 224), podría indicar la presencia de un vado en el río Aguisejo y, por tanto, una posible coincidencia de caminos de diferentes épocas.
La otra calzada de la que se tiene noticia sería la que iría desde Termes a Segovia y que podría coincidir en parte con el posterior camino del piedemonte de la sierra (Martínez Caballero 2000: 20; Martínez Caballero y Santiago 2010: 107-108, fig. 3), que como en otro capítulo apuntábamos, también podría haberse utilizado desde la Edad del Bronce y del Hierro (López Ambite 2003: 141) (vid. vía 3, fig. 55). Las únicas evidencias que tenemos al respecto serían el primer tramo de dicha calzada en las cercanías de Termes (Gutiérrez Dohijo 1993: 11 y 27), en el lugar donde salva el valle del arroyo de Montejo, lo que implica que transcurra por su orilla izquierda, en el interfluvio entre este arroyo y el río Pedro (no creemos que salve también este valle, porque su orilla izquierda presenta un relieve mucho más abrupto), una zona cuya cumbre es apta para el tránsito de ganados y personas.
Otra vía sería el camino natural que seguiría el valle de los ríos Riaza y Aguisejo (vid. vía 1, fig. 55), que comunica el valle del Duero, cerca de Rauda, con el
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piedemonte de la Sierra, en donde se localiza el núcleo de Termes que creemos constatado a lo largo de la Edad del Bronce y del Hierro (Sacristán et alii 1995: 365; Barrio 1999a: 51 y 61-63; fig. 6 y 8; López Ambite 2003: 141). Este camino podría estar avalado por la existencia de los yacimientos de Valdeserracín (nº 29) y La Cruz (nº 2), alejados de la posible vía del piedemonte de la sierra. En todo caso el que a partir de Valdeserracín no se hayan encontrado evidencias de poblamiento, podría indicar que se trataría de un camino apenas local, en esta época sin conexión directa con el Duero Medio en Rauda.
provincia de Soria, parece que aún así el 40% de los yacimientos se encontrarían junto a alguna calzada romana, en especial en el trazado Segovia-TermesSegontia (Heras 2000: 227 y 231)16. En un estudio posterior y más pormenorizado, pero en el que solo se recoge la zona de influencia de la ciudad de Termes, no toda lo zona sudoeste de la provincia de Soria, se señala que el porcentaje junto a calzadas sería de un 31%, y un 43,7 estaría junto a caminos locales (Martínez Caballero e.p.a). Parece ser que esta relación entre asentimientos rurales y vías de comunicación se acentuaría en la periferia de las ciudades, como parece poner de manifiesto el caso de la vía 27, importante arteria de la Meseta Oriental, con una serie de miliarios algunos desde comienzos del Imperio (Gómez Santa Cruz 1992: 944). Las propias ciudades sería un foco de desarrollo de estos asentamientos agropecuarios, en torno a un radio de hasta 20 km (García Merino 1971: 111; íd. 1975: 376-377). Esta circunstancia no se ha podido determinar en nuestro caso, al ubicarse las ciudades romanas a una distancia mayor a aquella o, en el caso de Termes, en torno a esta cifra.
Para terminar con las vías de comunicación de esta comarca, creemos que habría que añadir un camino natural que uniría la ciudad de Confluentia-Duratón con los asentamientos rurales de su entorno su parte noreste y que continuaría por el río Riaguas hasta el Riaza, en donde se encontrarían los yacimientos que acabamos de mencionar de Valdeserracín y La Cruz; desde allí, salvando la paramera continuaría por el arroyo Valdanzo hasta Segontia Lanka. De esta manera los yacimientos citados no quedarían tan aislados como así parecía desde el punto de vista de la vía natural del Aguisejo-Riaza. En todo caso, desde el principio se pensó que dependerían probablemente de Segontia Lanka más que de Termes (Martínez Caballero y Santiago 2010: 108, fig. 3).
Por todo ello, desechado el que la red fluvial articule el poblamiento, como hemos mencionado en el apartado anterior, y habiendo constatado el alejamiento de las ciudades vecinas con respecto a nuestra zona de prospección, creemos que sería la existencia de caminos lo que vertebrarían la dispersión de los asentamientos rurales. Ahora bien, su escasa densidad haría que esta articulación no fuera tan visible como en otros ejemplos citados en la provincia de Soria y en otras cercanas, posiblemente debido a su alejamiento de las ciudades del entorno: Rauda, Segontia Lanka, Confluentia y Termes.
Relación de las vías con los asentamientos Teniendo en cuenta estas precisiones, la distancia media de los asentamientos respecto a alguna de las vías de comunicación sería de 775 m (fig. 95), oscilando entre los 1.750 m de Las Viñuelas (nº 55)15, y los 1.000 m de Matagente (nº 23). Esta coincidencia espacial entre el poblamiento rural y la red viaria es otra de las características del poblamiento rural del Alto Duero; así en esta región, se ha señalado esta relación, que parece que se acentuaría en las calzadas principales, como por ejemplo a lo largo de la vía 27 del Itinerario de Antonino, pero, y es lo que aquí más nos interesa, también se registra en la red secundaria que enlazaba, por ejemplo, Numantia con el norte y, sobre todo, con Bilbilis; igualmente se aprecia en la línea del Duero.
Puente sobre el Riaza e inscripción rupestre (El Vallejo del Charco) En relación con la articulación viaria de la zona, los únicos restos materiales que se han documentado son los de un puente situado en el extremo oeste de la garganta del río Riaza, en la actual margen izquierda. Del mismo se conservan dos pilas rematadas por tajamares triangulares dobles, sin que se aprecien restos de los arcos; una está actualmente en tierra y la otra parcialmente sumergida por el río. La longitud de la primera es de unos 6,50 de largo por 3,20 m. de ancho y se encuentra a unos 7,10 m de la otra (lám. 22).
Por el contrario, esta coincidencia entre asentamientos rurales y calzadas no se observa en el caso de la vía 24 a su paso por el valle del Jalón ni, en general, en las vías y núcleos meridionales, donde se advierte un cierto vacío rural (García Merino 1975: 376-377; Gómez Santa Cruz 1992: 944; íd. 1993: 204-205), que quizá se deba a defectos en la investigación del territorio. En el caso de la menos comunicada región sudoccidental de la
Esta característica constructiva de poseer tajamares triangulares dobles no es muy frecuente, aunque sí se ha constatado en otras zonas del Imperio (Durán 2004: 64); así, encontramos paralelos en el puente de Chiuri, sobre el Ebro (Liz Guiral 1985: 57-60); o en otro situado en las proximidades de Coruña del Conde, que se ha relacionado con una posible vía en dirección a Termes, en
15 La distancia de este poblado con respecto a la Cañada Real Soriana Occidental es de tan 1.750 m. El problema es que para la etapa romana no tenemos tan claro que la calzada sí coincida con la posterior cañada, como sí ocurría para la Edad del Hierro por la ocupación de Ayllón; así, el camino Termes-Segovia que debería discurrir por esta comarca podría haberlo hecho coincidiendo con la posterior cañada o por un trayecto más o menos paralelo, ya que en esta parte no existen impedimento físicos que impidan un trazado alternativo en varios kilómetros a la redonda, al tratarse de un terreno suavemente ondulado.
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De nuevo carecemos de datos para conocer las distancias.
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) en un ara votiva dedicada por dos clunienses a Hércules, inscripción que hoy se encuentra en Alcalá de Henares (Vives 1971: 29-31; Abásolo 1985b: 160). También aparece en San Esteban de Gormaz, en tres ocasiones, con cronología del siglo II, III y sin fecha, respectivamente, y un devoto de Hércules en Tardesillas, sin fechar, todas ellas en la provincia de Soria (Jimeno 1980a: 42-45; Abásolo 1985b: 160). A éstas hay que añadir la de Trévago, en la misma provincia (Santos Yanguas et alii 2005: 123).
donde solo uno de los tres tajamares presenta esta particularidad (Abásolo 1975: 48; íd. 1978: 28-29). En principio estos tajamares triangulares parecen más modernos que los de planta semicircular, pero tampoco ofrecen una cronología segura para algunos autores (Liz Guiral 1985: 33), evolución que rechazan otros (Durán 2004: 64). Como hemos comentado, este puente sería una evidencia de una vía romana de carácter secundario, que desde Clunia iría a conectar con Sepúlveda, o más bien Duratón (Martínez Caballero e.p.b), y, posteriormente, con Segovia. Parece que el trazado en su parte segoviana comenzaría al sur del paraje denominado La Calera, para continuar su recorrido por un vallejo, hasta entrar en la garganta del río Riaza por el puente antes descrito. A continuación, se dirigiría por otro vallejo afluente del Riaza hasta subir a la paramera y buscar la dirección hacia Sepúlveda-Duratón. Una evidencia de esta parte del recorrido es que del cercano monasterio de El Casuar se conserva un documento del siglo X d.C. en el que se menciona una viam maiore junto a este cenobio (Abásolo 1975: vid. plano; íd. 1978: 47-48). En relación con la presencia del puente y a escasa distancia del mismo, a unos 100 m., hay que destacar dos hornacinas labradas en la roca caliza, posiblemente correspondientes a un delubrum o lugar para depositar ofrendas; bajo las mismas aparecen dos inscripciones, la de la izquierda bien conservada y de la que hay suficientes referencias (por ejemplo, Abásolo 1985b: 159-160, fig. 2; vid. nuestra fig. 78), y la derecha peor conservada y de la que no había constancia de su existencia hasta un estudio reciente (Santos Yanguas et alii 2005: 121-123). La inscripción de la izquierda se transcribe Hercu[li] Sacrum (Abásolo 1985: 159), o Hercu[li] / sacrum / C[aius] / Iuli[us]---], transcrito como: Consagrado a Hércules. Gayo Julio... (Santos Yanguas et alii 2005: 122). En cuanto a la inscripción de la derecha, apenas si se distinguen unas letras de difícil interpretación (Santos Yanguas et alii 2005: 122).
Figura 78: inscripción de Montejo de la Vega (Abásolo 1985b), junto al yacimiento de El Vallejo del Charco.
Se trata por tanto de uno de los pocos ejemplos de inscripción dedicada a Hércules y la única de carácter rupestre, que conozcamos. Su ubicación, junto a una vía y a un río, "recuerda el delubrum de Diana en Segóbriga y evidencia un culto que vincula la protección de caminantes con la naturaleza"; la cronología de la misma estaría entre finales del siglo I d.C. y principios del II d.C. (Santos Yanguas et alii 2005: 123). Parece ser que aunque el culto a Hércules en el interior peninsular adquirió una cierta relevancia, por el contrario, éste no ha quedado bien representado en la epigrafía, frente a lo que ocurre en la numismática y la musivaria, donde sí son frecuentes ejemplos en este sentido (Vázquez 1981: 170-171).
Por último, también se ha documentado en el mismo lugar la existencia de cruces, calvarios y nombres, todos ellos posiblemente de carácter moderno o, en algún caso, medieval y que no aparecen recogidos en la bibliografía. 7.3.- El modelo de Poblamiento: evolución y su relación con las ciudades vecinas. La evolución hasta época de Augusto Si para una serie de autores habría que comenzar la etapa romana a lo largo del siglo II a.C. (Martín Valls y Esparza 1992: 272; Salinas 1996: 10 y 37) y de la siguiente centuria para otros (Sacristán 1986a: 226; Romero 1992: 707; Jimeno y Arlegui 1995: 123; Delibes
Con esta misma fórmula, Herculi Sacrum, se han encontrado inscripciones de tipo votivo en Rosino de Vidriales, Zamora, en Torquemada, Cáceres, Jerez, Málaga
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equívoco y poder pertenecer ya a la forma Dressel 1, también del siglo II a.C. (Beltrán 1970: 301).
et alii 1995a: 130; Burillo 1998: 255; Martínez Caballero 2000: 18; íd. 2010a: 64-66), nosotros creemos haber aportado pruebas para señalar una despoblación, que podría haber sido total en toda la comarca objeto de estudio hasta pleno siglo I d.C., salvo quizá el ejemplo dudoso de Valdeserracín (nº 29); esta despoblación la hemos puesto en relación con las campañas de principios del siglo I a.C. llevadas a cabo por el cónsul Tito Didio, que supondrían una reorganización del territorio termestino y aledaños (Apiano, Iber., 98-100; Jimeno y Arlegui 1995: 123; Burillo 1998: 250 y 256, fig. 68), pero también del espacio centralizado por el núcleo de Sepúlveda-Duratón (Martínez Caballero 2010b: 183 y ss.; íd. e.p.b).
Esta escasez de evidencias de materiales romanos, documentadas en otras partes de la Meseta, como en la provincia de Segovia (Martínez Caballero 2000: 21; íd. 2010a: 66 y ss. Martínez Caballero y Santiago 2010: 80-81), o en el caso concreto de la cercana Termes, donde las cerámicas campanienses son muy escasas (Argente et alii 1996: 24; Martínez Caballero y Mangas e.p.), difiere de lo que encontramos en el Ebro o en el Alto Tajo (Burillo 1998: 255; Cerdeño et alii 1999: 274-275 y 283); situación que se acentúa más en nuestra zona debido a esta despoblación a partir de principios del siglo I a.C., momento en el que, sin ser todavía abundantes estas importaciones, sí que se registra algo más de material de este tipo en los lugares señalados.
Posteriormente las guerras sertorianas tendrían una incidencia también negativa en el caso de la comarca termestina (Livio, Per., 92 y Salustio, Hist, 2, 94-95), que sería de nuevo conquistada, aunque algunos autores piensan que la recuperación de las ciudades involucradas sería rápida y se produciría un fuerte estímulo para las fuerzas sociales y la estructura económica indígena que facilitarían su posterior integración (Espinosa 1984: 198199; Romero 1992: 707 y 709; Martínez Caballero 2010a: 72; Martínez Caballero y Hoces e.p.).
En cuanto a los cambios surgidos a raíz de la conquista, bien a partir del final de las guerras celtibéricas o sobre todo a partir de las campañas de principios del siglo I a.C., éstos podrían consistir en una estructuración del territorio a partir de nuevos ejes viarios y en la proliferación de nuevos asentamientos agrícolas en llano, que serían el foco de atracción de los indígenas (Romero 1992: 708; Martínez Caballero 2010a: 72; íd. e.p.a). Esta proliferación de los primeros asentamientos rurales sería anterior en el tiempo, de época republicana, en las regiones primeramente pacificadas (sur, este y Ebro), mientras que será a partir de Augusto y a lo largo el primer tercio del I cuando se comenzará a dar este fenómeno en el interior peninsular (Gorges 1979: 23-34; Gómez Santa Cruz 1993: 199-200).
No es la primera vez que se señala la existencia de territorios despoblados en la Meseta, así estos parecen constatarse en la Alto Duero (Jimeno y Arlegui 1995: 123) o en la parte oriental de la provincia de Segovia (Martínez Caballero 2000: 27-28; íd. 2010b: 184 y 206207); también para la cercana provincia de Ávila se ha indicado que sería muy escasa la población sobre todo en los tres primeros siglos de la era (Mariné 1995: 300). Sin embargo, en otras regiones, como por ejemplo la comarca de Molina de Aragón, la reorganización política y administrativa del territorio se concreta en la destrucción de los lugares de hábitat en alto y la creación de nuevos asentamientos en llano, en este caso dedicados a actividades minero-metalúrgica, lo que provocó profundos cambios en los patrones de poblamiento (Arenas 1999a: 192), circunstancia que no se aprecia en los valles de los ríos Aguisejo y Riaza. Todo esto nos lleva a postular una romanización del territorio, en este caso, entendida no como las transformaciones de las poblaciones indígenas, o en todo caso, no en las de la comarca, sino como la colonización de un territorio despoblado durante el siglo I a.C., que debería fecharse en época alto imperial, sin poderse precisar más, posiblemente desde finales del siglo I d.C., salvo en el caso del temprano yacimiento de Valdeserracín.
En algunos casos se ha constatado el aumento en el número de yacimientos con el comienzo de la romanización, respecto a la Segunda Edad del Hierro, como en el Campo de Gómara (Borobio 1985: 1182-184, 209-210), en el sudoeste soriano (Heras 2000: 213-215) o en la mitad oriental de la provincia de Segovia (datos del Inventario Arqueológico Provincial). Esta situación, por el contrario, no se registra en otras comarcas del Alto Duero, donde en general se apreciaría un número similar de yacimientos, como tuvimos ocasión de comprobar anteriormente (Jimeno y Arlegui 1995: 110, fig. 9; Gómez Santa Cruz 1992: 949); algo parecido a lo que ocurre en la Altiplanicie soriana (Morales 1995: 303-304 y 309); mientras que en la Tierra de Almazán y en la Zona Centro soriana lo que se aprecia es una reducción en el número de yacimientos (Revilla 1985: 346 y 350; Pascual 91: 270).
En general, no hay evidencias de materiales romanos republicanos, salvo en un caso en Peña Arpada (nº 48), un yacimiento del Celtibérico Pleno-Tardío con restos de un ánfora que podría corresponder a las formas de transición entre los tipos grecoitálicos y las Dressel 1a, en especial el tipo 3, con una cronología de la segunda mitad del siglo II a.C. (Sanmartí 1985: 134, fig. 21), aunque el desconocimiento del resto de la forma y la amplia variabilidad de las ánforas podría resultar
Estos yacimientos sorianos se relacionan con los poblados prerromanos preexistentes (Gómez Santa Cruz 1992: 944; íd. 1993: 204-205), algo que en general no ocurre en la zona de prospección, salvo en parte en el caso de Ayllón, aunque con asentamientos romanos algo alejados del antiguo oppidum celtibérico de El Cerro del Castillo. Esta desconexión entre los poblados de ambas etapas sería una prueba más de la despoblación de los valles de los ríos segovianos en su parte noreste, que
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) valle del Ebro o la Meseta Sur, con un proceso de transformaciones que se evidencia, por ejemplo, en la monumentalización de las ciudades. En la Meseta Superior estas innovaciones serían un fenómeno más tardío (Espinosa 1984: 308; Romero 1992: 711), por lo que estas diferencias estarían reflejando, en parte, el distinto grado de integración de cada territorio en el orbis romanus (Burillo 1998: 242 y 340).
también encontramos en otras partes de la provincia (Martínez Caballero 2010b: 187). Otra consecuencia de esta conquista romana sería el traslado de las poblaciones encastilladas al llano, como en el cercano oppidum de Termes (Jimeno y Arlegui 1995: 117) o la desaparición de una serie de poblados de su entorno (Martínez Caballero 2010a: 67). En todo caso, no parece que habría una despoblación total del cerro, en especial en su terraza intermedia que pasará a ser el referente visual de sus habitantes, frente a la zona más elevada y al oeste del cerro, como había sido ésta en época celtibérica (Martínez Caballero y Mangas 2005: 169; íd. e.p.; Martínez Caballero y Hoces e.p.).
Respecto a estas evidencias de cambios tan tempranos, en el área de prospección no se han podido constatar, salvo que retrotraigamos el yacimiento temprano de Valdeserracín (nº 29) hasta esta época; sin embargo, en todo caso solo sería un tímido inicio de este proceso de explotación agraria que sí que parece mejor constatado en otras regiones del Alto Duero y que en todo caso, por lo que hemos apuntado, tendría más que ver con la ciudad de Segontia Lanka. En cuanto al aspecto de mayor centralización del territorio, por lo que se primaría una serie de núcleos, en lo que aquí nos atañe, el antiguo oppidum de Termes, frente a otros, creemos que en nuestra zona de trabajo este fenómeno derivaría más del proceso de conquista, en concreto, de comienzos del siglo I a.C., que de la propia reorganización pacífica de periodos posteriores.
Aparte de estos cambios en el poblamiento, también se ha pretendido ver signos de cambio cultural en la cerámica celtibérica, en la que a partir de mediados del I a.C. se aprecia una serie de transformaciones, paralelas a las de la cerámica vaccea (Sacristán 1986a: 225; Romero 1992: 709; San Miguel 1993: 65; Sacristán et alii 1995: 358-359). Estos materiales denominados en algunos casos como tardoceltibéricos no se han registrado en ningún caso durante la prospección, ni en las excavaciones del asentamiento de El Cerro del Castillo de Ayllón (Zamora 1993: 41). Ésta es una de las razones, entre otras, para que se afirme que no parece que la Meseta Norte, ni siquiera su parte más oriental, sufra cambios importantes hasta el siglo I d.C., de ahí que la hipótesis más comúnmente aceptada sea la continuidad de las formas de vida celtibéricas hasta dicha centuria (Romero 1992: 708).
Si estuviésemos errados en nuestra propuesta y la reorganización del territorio no correspondiese con las campañas del cónsul Tito Didio, tendría que haber sucedido durante las guerras sertorianas, al no haberse registrado en ningún momento materiales tardoceltibéricos; en ambos casos, supondría por tanto una reorganización relacionada con el enfrentamiento bélico entre romanos y celtíberos, no debido a esta nueva planificación territorial de época de Augusto, al menos en la zona nordeste de Segovia.
En cuanto a la etapa cesariana y augustea, se piensa que, sobre todo para la segunda, comenzarían los cambios en esta región de la Meseta Norte, en la línea de un incremento de la explotación agraria y una mayor centralización del territorio en torno a los núcleos urbanos, posiblemente con el objetivo de crear una retaguardia segura ante el comienzo de las hostilidades en el norte peninsular (Jimeno y Arlegui 1995: 116; Salinas 1996: 23 y 169).
Ahora bien, el que en la comarca de los valles Riaza y Aguisejo no se registren cambios en este sentido, no significa que no se vayan produciendo en los oppida restantes, como en el caso de Termes, donde ya durante el Principado de Augusto se irían consolidando los modos de vida romanos como se puede atisbar por algunos indicios, algo que se acepta en general para el Alto Duero (Espinosa 1984: 308; Romero 1992: 711). Así por ejemplo, en el caso de Termes sí se observa un importante desarrollo urbano desde mediados del siglo I a.C.; se afirma que este desarrollo comenzaría ya en época tardorrepublicana y que sería durante el principado cuando se intensificaría, según se deduce de la primera monumentalización de lo que luego será el foro (Martínez Caballero e.p.a; Martínez Caballero y Mangas e.p.). También habría que tener en cuenta el cambio de la onomástica indígena por una plenamente romana desde la primera centuria de la era, mientras que todavía en el siglo anterior ésta sigue siendo indígena (Santos Yanguas y Vallejo Ruiz e.p.; Martínez Caballero y Hoces e.p.); una situación análoga la encontramos en Uxama (García Merino 2005: 181).
Junto a estos cambios, otro elemento que avalaría esta transformación temprana es la potenciación de las diferentes vías de comunicación; por ejemplo, las que comunican el Ebro con la Meseta, o las que articulan el resto de los territorios en torno a sus ciudades, como el caso de Termes en cuanto al sudoeste soriano (Jimeno y Arlegui 1995: 124). En la región segoviana se asiste a un fenómeno similar, por el que junto a la potenciación de tres grandes centros, Cauca, Segovia y Duratón, se establecen los dos grandes ejes de comunicación de su territorio: el corredor del Eresma y el camino del piedemonte de la sierra, junto a otras vías (Martínez Caballero 2000: 20; Martínez Caballero y Santiago 2010: 105 y ss.).
Lo que ocurre es que el territorio aquí objeto de estudio presentaría una despoblación que impediría detectar estos cambios; despoblación que no parece ser
Desde luego, lo que no se aprecia en la Meseta Norte es una serie de cambios, como se advierte en el
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un hecho aislado, sino algo común en otras regiones del Alto Duero (Jimeno y Arlegui 1995: 123) o en general en la parte oriental de la provincia de Segovia (Martínez Caballero 2000: 27-28; íd. 2010b: 184 y 206-207; Martínez Caballero y Santiago 2010: 86-87). Sin embargo, el mencionado desarrollo temprano de la ciudad de Termes, debería implicar una intensificación del espacio agrario a través de una serie de asentamiento controlados por la oligarquía ciudadana (Martínez Caballero e.p.a; Martínez Caballero y Mangas e.p.), que probablemente comenzaría en su zona central para después hacer lo mismo en las campiñas más alejadas; una situación análoga quizá con lo que ocurriría presumiblemente con las ciudades vecinas, de ahí el vacío de nuestra zona, más alejada de las ciudades vecinas que otras comarcas.
menos clara y el situado junto al Conjunto Rupestre del Sur (Argente et alii 1990: 42; Argente y Díaz 1996: 101 y 143). Parece ser que la construcción del foro sobre la terraza intermedia del cerro, en la parte que mira hacia el sur y sudeste, supondría la desintegración total del simbolismo de la estructura urbana indígena anterior a la llegada de los romanos, con las campañas de Tito Didio del principio del siglo I a.C.; por el contrario, aquella ciudad estaba centrada en la parte alta y oeste del cerro, siendo sus referencias visuales la Puerta del Oeste, el templo en la cota culminante del cerro y posiblemente el monte Bordega, al que estaría orientado dicho templo. Tras las reformas tiberianas y de mediados del siglo I d.C., la referencia visual de la ciudad serán los edificios del foro en la terraza intermedia, entre los que sobresaldría el templo dinástico, circunstancia que se relacionaría con el proceso de afirmación y asentamiento definitivo de la cultura romana en esta parte de la Celtiberia (Martínez Caballero y Mangas e.p.)
En definitiva, los cambios producidos en época augustea o se cuestionan o son poco evidentes, todo lo contrario de los que sí se registran ya en la primera centuria de la era para el Alto Duero y la provincia de Segovia en particular y la Meseta Norte en general, cuando los núcleos urbanos jerarquizadores acceden a la categoría de municipios, se desarrollan las vías de comunicación y se extiende el sistema de explotaciones agrarias (Romero 1992: 713-719; Gómez Santa Cruz 1993: 14; Martínez Caballero 2000: 19-20). En todo caso deben de ser necesarios para las transformaciones de la primera centuria después de Cristo.
Sin embargo, estas transformaciones de época tiberiana cuadrarían mal con la muerte del legado imperial Lucio Calpurnio Pisón por un ciudadano termestino en el 25 d.C., que, ante la tortura, solo hablaría sermone patrio, en la misma época de Tiberio que estamos comentando (Tácito, Annales, IV, 45,1); por ello se ha señalado que este hecho podría estar indicando una fuerte conservación de la identidad indígena todavía en esta época avanzada. Sin embargo, ya en la segunda mitad del I d.C. muchos particulares optaron por dedicar estelas funerarias con formulario y lengua latinas, aunque sus nombres sigan siendo indígenas (Romero 1992: 725). Esto ha hecho que se haya explicado este suceso en relación más que con la política interna de una ciudad en una remota provincia, como resultado de los problemas de política interna entre el emperador y determinadas familias senatoriales y los métodos expeditivos del primero (Martínez Caballero y Mangas e.p.). En todo caso, el periodo julio-claudio supondría para la ciudad la intensificación de sus actividades económicas urbanas y, desde luego, la explotación de las campiñas cercanas (ibídem).
La época alto imperial La ciudad Pasando ya a la época imperial, parece ser que Termes accedería a la categoría de municipio en época de Tiberio o de Calígula17, aunque sin la seguridad que ofrecen otras ciudades (Espinosa 1984: 309-310; Romero 1992: 711; Salinas 1996: 20-21; Martínez Caballero y Mangas e.p.). Paralelo a este cambio jurídico y posiblemente como consecuencia del mismo, se transformaría la realidad urbana de la ciudad. En primer lugar estaría la construcción del foro con un templo de cronología tiberiana (Izquierdo 1992: 789 y 791; íd. 1994: 12-13) y una ampliación de mediados del siglo I d.C. en la zona del Castellum Aquae y al oeste del mismo (Argente et alii 1983: 349; íd. 1996: 38-40; íd. 1997: 38-39, fig. 30; Martínez Caballero y Mangas 2005: 169; Martínez Caballero y Hoces e.p.), en parte sobre una zona de viviendas rupestres tardoceltibéricas (Argente et alii 1983: 35-36; Martínez Caballero y Mangas 2005: 173; íd. e.p.); el propio Castellum Aquae que podría haber estado en uso, por los materiales del emissarium hasta finales del II o principios del III, pero que también presenta material bajo imperial, lo que quizá podría retrasar este abandono (Argente et alii 1984b: 281-282). También aparecen dos conjuntos termales, el del foro con una funcionalidad
Desde luego en época flavia se puede hablar de una consolidación de las transformaciones socioeconómicas, debido a la creación del convento cluniense (García Merino 1975: 35-37), la extensión del ius latii en época de Vespasiano y la municipalización de la mayor parte de esta región (Espinosa 1984: 316-317; García Merino 1975: 35-37; Romero 1992: 712-713; Salinas 1996: 21; Mangas 1996: 59; íd. 2010: 126 y ss.), como podría haber ocurrido en los cercanos enclaves de Alcubilla de Avellaneda y San Esteban de Gormaz, en Soria (Espinosa 1984: 312-313; Salinas 1996: 21), si es que son núcleos urbanos (Romero 1992: 714-715; Heras 2000: 214), así como de los núcleos urbanos de la provincia de Segovia (Alföldy 1992: 246-247, Salinas 1996: 20-22; Mangas 2010: 126 y ss.; Martínez Caballero e.p.b).
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En cuanto a la organización del municipio termestino, vid. Martínez Caballero e.p.a.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) abandonos o amortizaciones de espacios, como en una parte sobre la que luego se erigirá la muralla bajo imperial (Fernández Martínez y González Uceda 1984: 210; Argente 1984: 273-274) o en el propio Canal Norte del Acueducto (Argente et alii 1997: 39).
Para el caso de Termes, se ha señalado, aparte de la remodelación el foro de época del emperador Claudio (Martínez Caballero y Mangas e.p.), una serie de transformaciones urbanísticas que presentarían una cronología avanzada dentro del siglo I d.C., pero sin poder precisarse más concretamente, que en algún caso podrían haber ocurrido a mediados del siglo I d.C. y en otro ya en época flavia. Así, y en relación con el Castellum Aquae que formaría parte de la remodelación del foro, habría que mencionar el abastecimiento de agua, con una cronología para su construcción poco segura (Argente y Díaz 1980b: 231; Argente 1984: 262), aunque se ha propuesto que fuera coetáneo al acceso a la municipalización sin argumentos concretos (Romero 1992: 721-723).
En la segunda centuria, la característica fundamental sería la continuidad de los centros urbanos, en los que se mantiene una situación de prosperidad, constatada por los abundantes materiales exhumados; lo mismo ocurre con los asentimientos rurales, que globalmente hemos tratado en el apartado anterior, y en lo referente a las vías de comunicación, los tres pilares en los que descansa la radical transformación que produjo la romanización en la Meseta. Pero en este siglo, la iniciativa en cuanto a la construcción parece recaer, más que en el sector público, como en el pasado, en la iniciativa privada. En relación con el sector público, estaría la reparación de calzadas y alguna actuación en los centros monumentales de Uxama y Termes, como pueda ser la obra del Tambor en el primer caso, o la de las termas en ambas ciudades; sin embargo, en este sentido se piensa que los conjuntos monumentales parece ser que estarían plenamente configurados en esta centuria y que, por tanto, no se plantearían ahora obras de envergadura, señalándose que se viviría más de las rentas que de nuevas construcciones (Romero 1992: 726).
Pasando del ámbito público al privado, hay que mencionar la edificación de una mansión organizada en torno a un atrio-peristilo, con una superficie de más de 1.800 m² y 35 habitaciones, como la Casa del Acueducto, edificada a mediados del I d.C. y con importantes restos de pintura mural (Argente y Mostalac 1982: 156-158; Argente y Díaz 1994: 66 y 235). Otro modelo diferente sería el de los edificios situados junto a la Casa del Acueducto, denominados en algún caso como Casa del Acueducto II, y cuya funcionalidad sería de tipo artesanal, pero sin poder determinar su actividad concreta (Argente y Díaz 1988: 116-119); algo similar ocurre con los restos exhumados en el Conjunto Rupestre, con un modelo constructivo a base de habitaciones en dos pisos a las que se sumaría un patio exterior; edificios, con una funcionalidad de nuevo económica, pero sin aclarar (Argente et alii 1996: 12-13, fig. 12).
Así, para el caso de Termes no se han registrado en las áreas más extensamente excavadas fases de construcción perteneciente a la segunda centuria, aunque sí estratos y materiales correspondientes a la misma. Por ejemplo, en el Conjunto Rupestre del Sur la remodelación correspondería al primer siglo de la era y no vuelve a alterarse su urbanismo hasta la construcción de la muralla del siglo III (Argente et alii 1995: 21-22); en la zona del Canal Norte del Acueducto ocurre algo similar, con varias fases constructivas correspondiente a las etapas tardoceltibérica y alto imperial, pero después de la gran remodelación de mediados del siglo I d.C., con la erección del Castellum Aquae y otra serie de edificios anexos, no se documentan nuevos edificios, hasta el siglo IV d.C. (Argente et alii 1995: 39; Argente et alii 1997: 38-39). Por el contrario, lo que si se ha detectado en este yacimientos es una serie de amortizaciones de espacios, como en el que posteriormente se levantará la muralla bajo imperial (Fernández Martínez y González Uceda 1984: 210; Argente 1984: 273-274) o en el propio Canal Norte del Acueducto (Argente et alii 1997: 39).
Siguiendo con las actividades artesanales, también se ha registrado en diferentes memorias de excavación una serie de moldes de terra sigillata decorada, que demostrarían la existencia de un alfar en Termes, con modelos dependientes de Tritium, taller posiblemente ubicado en la zona comprendida entre la ermita, en su parte norte, y la muralla bajo imperial (Fernández Martínez y González Uceda 1984: 267-272; Terés 1994: 40). Todo lo cual evidenciaría las transformaciones de la cultura material en la esfera privada (Romero 1992: 725), una situación que hemos descrito en el estudio de la estratigrafía de la Santísima Trinidad, en Segovia, donde se aprecia como el impacto de las cerámicas romanas, primero de las de lujo y posteriormente también de las comunes, va reduciendo el porcentaje de las producciones pintadas de tradición indígena (López Ambite y Barrio 1995: 54 y 57-59).
Por lo que se refiere a la iniciativa privada, ésta va a adornar ahora los conjuntos públicos con monumentos y epígrafes votivos, así como continuará el desarrollo de mansiones urbanas, que como en el caso de la de Termes, podría haberse embellecido ahora con pinturas murales (Argente y Mostalac 1982: 156-158; Argente y Díaz 1994: 235).
Si estos elementos demuestran la continuidad en el desarrollo de la ciudad, por el contrario no se registran nuevas fases constructivas hasta el momento en las áreas excavadas. Al contrario, aparte de la pervivencia de la mayoría de los conjuntos fechados en la primera centuria, por ejemplo el Conjunto Rupestre del Sur (Argente et alii 1995: 21-22) y el Canal Norte del Acueducto (Argente et alii 1995: 39; íd. 97: 38-39), se han detectado algunos
En cuanto a la ciudad de Segovia, según el yacimiento de la Santísima Trinidad, ya hemos
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7.- Etapa Alto Imperial romana
correlación de fuerzas plasmada en la política sucesoria antonina... como alguna de las claves de un siglo II menos desarrollado de lo que se pensaba (Gómez Santa Cruz 1993: 17).
comentado como posiblemente la romanización sería un hecho tardío, al menos si lo comparamos con las ciudades del Alto Duero, pero que ya a finales del siglo I d.C., y, sobre todo, en la siguiente centuria estaría plenamente integrada dentro de los modos de vida romanos. Esta conclusión deriva de la existencia de una reducción significativa de las cerámicas pintadas, en competencia con las producciones de sigillata, quizá con alfares locales, así como la introducción de tipos romanos dentro del menaje de cerámica común, aún con formas tradicionales. Otra circunstancia que se señala es que la paulatina reducción de las cerámicas de cocina podría estar indicando un cierto progreso económico, acorde con lo ocurrido en otros ámbitos en el siglo II desde un punto de vista general, pero que quizá en este aspecto concreto podría estar señalando este claro progreso personal de una parte importante de la población común de la ciudad de Segovia, que ahora podría acceder a un menaje de mayor calidad (López Ambite y Barrio 1995: 54 y 5759).
El territorio Será a lo largo del siglo primero después de Cristo, en especial en su última etapa, cuanto en la Meseta Superior se documenten los asentamientos rurales, que si bien es cierto que la mayoría presentan materiales del siglo I d.C., se piensa que tuvieron que responder a un plan de organización del territorio, que probablemente se habría iniciado en época tardorrepublicana; bien es verdad que su impulso definitivo vendría en el primer siglo de la era con la adecuación de las vías de comunicación y la potenciación de ciertos núcleos urbanos de los que dependerían. En ocasiones, se ha recordado como en época flavia la escasez de cereales dio lugar a la Lex Mancia, por la que cualquier persona podría poner en explotación tierras incultas para paliar esta escasez, lo que habría motivado un amplio desarrollo de este poblamiento rural a partir de esta época (Hernández y Sagredo 1998: 156).
Posteriormente, se ha planteado que la ciudad accediese al rango de municipio en época tiberiana, lo que implicaría que los cambios en la ciudad y en su desarrollo económico deberían haber dejado huella con anterioridad, lo que no se aprecia en la excavación de la Stma. Trinidad. Sin embargo, parece que la propuesta más extendida sería la de una municipalización flavia y un reordenamiento urbano de esta época (Santiago y Martínez Caballero 2010: 164-165; Mangas 2010: 126128). Igualmente, para la también ciudad segoviana de Cauca se ha planteado una romanización tardía (Blanco 2010: 226).
Así, para el territorio de Termes se apunta que el inicio de la colonización de su territorio comenzaría a partir de mediados de esa primera centuria, pero que posiblemente ya en el siglo anterior se deberían sentar las bases de esta explotación de sus campiñas. Serán los territorios centrales los que se exploten primero, a partir de las vías de comunicación, para posteriormente poner en cultivo las campiñas más alejadas, como la que centra nuestro estudio. Esta colonización se considera tan extensa que afectaría, según cálculos de sus investigadores, a la mitad de la población de todo el territorio termestino; también se destaca que en la propia ciudad entre el 10 y el 20% se dedicaría a actividades agropecuarias (Martínez Caballero e.p.a).
Sin embargo, a finales del II d.C., se observa un cambio en el proceso de urbanización en estas ciudades debido a la disminución de construcciones edilicias, la contracción del perímetro urbano y el desbordamiento de la población hacia la periferia rural, los menores índices de capitalización monetaria o la general disminución de los elementos de cultura material; todos estos fenómenos anuncian el principio del fin del proceso de urbanización de la Meseta, declive que se constata por ejemplo, en ciudades como Clunia, Termes, Rauda, Uxama, o Numantia, pero sin que tengamos datos suficientes para valorar su intensidad y sin que ello implique la ruina inmediata de estos centros (Gómez Santa Cruz 1993: 181-182). Así, por ejemplo, en el cercano caso de Termes, esta ciudad ve constreñido su perímetro urbano en la zona que más tarde ocuparán las murallas (Argente 1984: 273-274, Fernández Martínez y González Uceda 1984: 210; Romero 1992: 727).
Sin embargo, otros autores ponen el acento en la segunda centuria para hacer arrancar el despegue en el desarrollo del poblamiento rural, cuando se proceda a la ocupación rural sistemática del Duero y sus afluentes mediante unidades de explotación agrícolas de tipo romano, proceso que sería paralelo a la consolidación y auge de los centros urbanos (Mariné 1992: 759; Gómez Santa Cruz 1993: 199-200; Barraca 1997: 354). Para Gómez Santa Cruz, este proceso se enmarca en la coyuntura económica de la segunda centuria, que tendería a favorecer la agricultura de las provincias frente a la de Italia. Así, en Hispania la especialización bética en cultivos comerciales, como el olivo, propició el crecimiento de la región cerealista de la Meseta, máxime desde las disposiciones proteccionistas para el cultivo del trigo por parte de Domiciano y la creciente demanda, entre otras, de la annona romana. Por ello, la mayoría de las villas más significativas presentan una ocupación al menos desde el siglo II d.C. (Gómez Santa Cruz 1993: 199-200 y 203).
De todas formas, frente a las anteriores tesis de que el siglo II d.C. sería de paz y bienestar, así como de dinamismo económico, ahora se viene valorando la existencia de una crisis de la sociedad esclavista y la aparición de nuevas formas socioeconómicas, la oposición del campo/ciudad, el intervencionismo estatal, la crisis de Italia y el desarrollo de las provincias y de sus aristocracias dirigentes, la dinámica monárquica y la
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) siglo I d.C. y que esta se produciría fundamentalmente en las zonas llanas del sur de la provincia, posiblemente organizándose estos asentamientos en torno a las ciudades formando orlas de poblamiento al modo de las del Alto Duero (Abásolo 1985a: 302).
En todo caso, se puede hablar de una ocupación intensa y rápida del ámbito rural de la zona sudoriental del Conventus Cluniensis a impulsos de la nueva política agraria romana, enmarcada dentro de un sistema económico de mercado; se va a extender por el campo una serie de explotaciones dedicados al monocultivo cerealista, articulados a través de las civitates, auténticos centros económicos de la periferia rural, en donde la red viaria funcionaría como vehículo comercial. La nueva oligarquía municipal será uno de los motores de este cambio, mediante la adquisición y puesta en cultivo de nuevas tierras bajo la cobertura jurídica y técnica del sistema romano. Entre las comarcas del Alto Duero donde se produzcan estos fenómenos de una forma más acusada estarían, el Campo de Gómara, la Tierra de Almazán, así como las márgenes del Duero, que ahora conocerán un desarrollo de la economía agraria y con ella el aumento de su nivel de vida y de la romanización de la población indígena (Gómez Santa Cruz 1992: 948).
Ya en la segunda centuria parece que el poblamiento rural continúa con la vitalidad del siglo primero y es ahora cuando tenemos los vestigios más antiguos de las principales villas sorianas, por ejemplo, aunque no se pueda determinar si ya presentaban un carácter suntuario en esta segunda centuria, pudiendo darse esta circunstancia en algún caso (Romero 1992: 727). Para algunos autores sería este siglo el de máximo desarrollo del poblamiento rural alto imperial, más que el primer siglo, como hemos señalado anteriormente (Gómez Santa Cruz 1993: 199-200). Se ha pensado que avanzado el siglo II, ciertos establecimientos rurales habrían adoptado el carácter de residencias acomodadas de campo o, mejor, habrían incorporado esta función a sus instalaciones. Lo que tampoco se sabe es si este cambio supondría también una alteración en la propiedad agrícola o simplemente un cambio en la mentalidad y en las formas de vida de sus poseedores. Tampoco conocemos si serían el origen de los futuros fundi bajo imperiales (Romero 1992: 728)
En un estudio posterior de este mismo autor se señalaba que en la segunda centuria de la era se ha podido comprobar cómo las características que definían el modelo de poblamiento rural anterior propio del Alto Duero, se podría extrapolar al resto de la Meseta en buena medida. Así, el estudio de los asentamientos rurales en la Meseta Norte ha permitido conocer que a lo largo del siglo II d.C. van a surgir en unos casos y se va a consolidar en otros un alto número de asentamientos en el ámbito rural (Gómez Santa Cruz 1993: 203).
Otra importante alteración socioeconómica de ésta época es la que afecta al sistema de producción esclavista: ahora parece disminuir el número de esclavos en determinados sectores económicos (campo, artesanía, minería) y parece mejorar su trato. Lejos de actitudes humanistas o del influjo estoico antonino, asistimos en realidad a los primeros síntomas del agotamiento del sistema esclavista desde ahora obstáculo del desarrollo de las fuentes productivas inherentes a procesos económicos más amplios y de mayor inversión técnica (Gómez Santa Cruz 1993: 233).
En cuanto al estudio de los asentamientos rurales de la provincia de Segovia, hasta hace bien poco solo teníamos vagas referencias generales del mismo. Recientemente se ha propuesto a partir del Inventario Arqueológico Provincial una ocupación del territorio en los siglos I y II d.C., ocupación que probablemente debería tener antecedentes previos mal registrados en el inventario; en todo caso, el comienzo de estos establecimientos rurales estaría en el siglo I d.C., alcanzando su mayor desarrollo en el siglo II, antes de su etapa de esplendor en ya en el Bajo Imperio. Se trata de un poblamiento más denso que el de época celtibérica, pero de una forma desigual y desequilibrada, que tuvo como punto de partida las ciudades romanas de la provincia y de las limítrofes; una colonización del agro dirigida por la oligarquía urbana, detentadora del poder político y económico de la ciudad. Igualmente y como se ha constatado en otras zonas del interior, la dedicación mayoritaria de estos yacimientos sería la de explotaciones agropecuarias con una especial incidencia en la agricultura de cereal, de ahí su expansión por los terrenos más idóneos para este tipo de cultivo (Martínez Caballero 2000: 27-28; íd. 2020b: 202; Martínez Caballero y Santiago 2010: 81-84; Santiago y Martínez Caballero 2010: 166; Blanco 2010: 239).
Para salvar este bloqueo del desarrollo económico se acudió a estímulos dentro del propio sistema mediante la manumisión y la incorporación de mano de obra libre; en un imparable proceso de equiparación que desembocaría en la nueva organización de humilliores y honestiores, acelerado ya en la tercera centuria. Ahora libres, libertos y esclavos aparecen en un creciente proceso de homogeneización social, centrados en las explotaciones mineras del noroeste y en las campiñas meseteñas, apareciendo el estamento de los libertos como el más dinámico (Gómez Santa Cruz 1993: 233). Pasando a nuestra zona concreta de nuestro estudio en la provincia de Segovia, creemos que el comienzo de la reocupación de las campiñas de los ríos Aguisejo y Riaza se encontraría en un momento difícil de concretar desde el punto de vista cronológico, aunque posiblemente tardío dentro de la etapa alto imperial (siglo II; quizá ya finales del siglo I d.C.), campiñas con grandes
Para la provincia de Burgos, también cercana a nuestra zona de prospección, se señala que el comienzo de la colonización rural sería a partir de mediados del
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7.- Etapa Alto Imperial romana
posibilidades agropecuarias y, como vimos en el apartado de la Edad del Hierro, de explotación de recursos mineros (Lorrio et alii 1999: 165; Barrio 1999a: 27-29; íd. 1999b: 185-187). Esta época de finales del siglo I d.C. parece que es la que supone el arranque la mayoría de asentamientos alto imperiales, que se desarrollarán sobre todo en la siguiente centuria en el Alto Duero (Romero 1992: 720), en la provincia de Segovia (Martínez Caballero 2000: 27-28; Martínez Caballero y Santiago 2010: 83), en la cuenca media del Duero (Sacristán et alii 1995: 360-361) y en la Meseta Norte en general (Gómez Santa Cruz 1993: 199-200 y 203).
señalado una fecha del siglo I a.C. (Taracena 1929: 8991; Jimeno y Arlegui 1995: 112 y 122), aunque para otros autores posiblemente sea de fecha anterior (García Merino 1975: 300; Heras 2000: 222-223; Tabernero et alii 2005: 202), pero que en todo caso no llegaría a la época imperial. Sí se documenta un yacimiento de unas 16 Ha en La Fernosa, a varios kilómetros al norte del solar de la antigua Segontia Lanka (Heras 2000: 226). Este yacimiento se encuentra a unos 25 km de El Cerro del Castillo de Ayllón. Para el Castro de Valdanzo se propone una cronología tardía dentro del mundo celtibérico que alcanzaría la etapa alto imperial (Heras 2000: 213-214 y 229). También en su cercanía se destaca otro gran poblado en Miño de San Esteban. Ambos yacimientos se encuentras a una distancia de El Cerro del Castillo de Ayllón de entre 15 y 18 km, respectivamente.
Esta colonización de un territorio vacío creemos que partiría en su mayor parte de la ciudad de Termes, ciudad que, como ya hemos apuntado para el Celtibérico Tardío, pudo haber centralizado en cierta manera la región sudoccidental de la Celtiberia, o una parte de ella (Jimeno y Arlegui 1995: 124) y que presentaría un extenso territorio en esta región que posiblemente se continuaría por la Meseta Sur, por tierras de Guadalajara18 (Martínez Caballero 2010a: 66-67; íd. e.p.a), en la línea de los que se viene apuntando de una jerarquización entre las diferentes ciudades de esta región (Burillo 1998: 348-349).
Tabla 19: Distancias entre los diferentes núcleos celtibéricos del área de prospección y las posteriores ciudades romanas Yacimientos Cerro del Los Quemados Montejo de jerarquizadores Castillo I la Vega Rauda 56 36 28 Duratón 31 16 28 Termes 21 46 49
También creemos que esta dependencia de la ciudad de Termes, ciudad que podría haber quedado muy afectada durante los diferentes conflictos del siglo I a.C., en especial las campañas de Tito Didio y el final de las guerras sertorianas, podría ser la explicación de esta tardía ocupación del territorio, frente a otras regiones donde desde la etapa republicana se asiste a este tipo de asentamientos rurales; sin embargo, parece que a partir de los años 60 antes de la era habría una espectacular recuperación que podría explicar en parte la temprana municipalización de esta ciudad, posiblemente de época de Tiberio (Martínez Caballero 2010a: 72; íd. e.p.a). De esta forma, la colonización de los valles Riaza y Aguisejo, en nuestra zona de estudio, al ser más tardía, podría relacionarse con este estatuto recién adquirido, cuando además ya habría ocupado y estructurado su territorio central (Martínez Caballero y Santiago 2010: 81).
Para los casos de San Esteban de Gormaz y Alcubilla de Avellaneda no queda tan claro que sean centros urbanos (vid. las diferentes hipótesis en Romero 1992: 714-715) y de hecho el poblado alto imperial que se ha documentado en la zona, La Media, presenta una extensión de tan solo 6 Ha (Heras 2000: 214). En definitiva todos estos centros o se encuentran a distancias mayores a Termes, o se cuestiona su existencia, o presentan unas dimensiones que les alejaría del modelo jerarquizador que sí ejercerían las tres ciudades que hemos mencionado al principio, aunque ello no impide que hubiesen sido los centros de referencia, en especial Segontia Lanka, de La Cruz o Valdeserracín, los yacimientos situados más al noroeste, en la vega del río Riaza.
Si comprobamos las distancias en línea recta entre los posibles yacimientos jerarquizadores y los tres grandes núcleos en los que se puede dividir el área de prospección tendremos los resultados de la tabla 19.
Pero volviendo a las ciudades, en el caso del despoblado núcleo de Carabias, las ciudades más cercanas para Montejo de la Vega, con el yacimiento El Vallejo del Charco (inscripción y puente) y un hallazgo aislado en el término de Valdevacas, podrían ser Duratón o la propia Rauda, ésta en el mismo cauce fluvial que Montejo, lo que a igualdad de distancia podría suponer una conexión más directa por el valle del río Riaza. En este caso se trata de un núcleo despoblado en época romana.
No se ha tenido en cuenta otra serie de grandes núcleos que se encontrarían en las proximidades como los casos de Segontia Lanka19, en Langa de Duero, San Esteban de Gormaz, Alcubilla de Avellaneda o Castro de Valdanzo, todos ellos en Soria. Para Segontia Lanka se ha
Por último, el área que aquí más nos interesa, porque concentra la mayor parte de los asentamientos rurales documentados en la zona de prospección, sería la de la campiña del Aguisejo, centralizada en torno a El Cerro del Castillo de Ayllón en época celtibérica; en este caso, la distancia más cercana respecto a una ciudad sería la de Termes, a 21 km, seguida por la de Duratón a unos 31 km,
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Una posible perduración de esta situación la encontramos en la extensión del territorio del poblado que posteriormente, a lo largo de la Edad Media, jerarquizaría esta comarca: nos referimos a la Comunidad de Tierra y Villa de Ayllón, con una amplia extensión por la provincia de Guadalajara hasta la creación de las actuales provincias a principios del siglo XIX. 19 Para una revisión de las diferentes hipótesis, vid Martínez Caballero e.p.a.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
? a t s u g u A a v o N o s a i r u T a g i r b o t s u g u A a i t n a m u N
a d u a R
? e c u l o V
u a s r u B
7 2 a í V
a g i r b o t r e N
a m a x U
s e l a p i c n i r p s a í V
o i d u t s e e d a n o Z s i l i b l i B
4 2 a í V
s e m r e T
n ó t a r u D
s a i r a d n u c e s s a í V
a i v o g e S A a i t n o g e S
o i d u t s e e d a n o Z
m k 0 5
0
Figura 79: Distancias entre los diferentes núcleos celtibéricos del área de prospección y las posteriores ciudades romanas
datos referidos al oppidum de El Cerro del Castillo de Ayllón, no a los asentamientos rurales.
Por el contrario, en el caso de Termes ubicada en una zona mucho más montañosa, como son las estribaciones de la Sierra de Pela y la complicada orografía de la zona sudoeste de la provincia de Soria, una región de páramos que desde el norte, junto al Duero, asciende hasta esta sierra, pudiera ser más necesario el desarrollo de explotaciones agropecuarias en terrenos más alejados de la ciudad, como la campiña del Aguisejo, con las que mantendría unas buenas comunicaciones a partir de la calzada con Segovia. Esto no significaría que desdeñase los valles paralelos a la Sierra de Pela, hoy todavía aptos para la agricultura de cereal, aunque se trata de valles mucho más estrechos que la zona del Aguisejo, de ahí que se advierta una serie de yacimientos rurales en las inmediaciones de la ciudad (Heras 2000: 228), sino que este entorno más serrano no le permitiría un nivel de explotación agrario satisfactorio para las demanda de la ciudad, tanto para su consumo como para su exportación. Así los últimos análisis polínicos, aparte de documentar la deforestación creciente, que se ha relacionado con el combustible para la población y las importantes actividades artesanales, nos indican que habría una escasez de cereales (Martínez Caballero y Mangas 2005: 172; íd. e.p.).
El que nos inclinemos más por la primera opción no solo se debe a la menor distancia con respecto a Termes, distancia que incluso sería más reducida debido a que la estamos midiendo con respecto a El Cerro del Castillo de Ayllón, cuando los asentamientos alto imperiales romanos se encuentran al noroeste, sur o sudeste de esta localidad, acercándolos aún más a Termes en detrimento de Duratón en algunos casos (así, por ejemplo, Los Morenales –nº 20-, se encontraría solo a unos 16 km de Termes). También tenemos en cuenta que por esta zona, al sur de Ayllón, discurriría la calzada Termes-Segovia (Gutiérrez Dohijo 1993: 11 y 27; Martínez Caballero 2000: 20; López Ambite 2003: 141-142; Martínez Caballero y Santiago 2010: 107-108) que podría ser la vía para poner en explotación estas tierras; en todo caso esta calzada tuvo también alguna conexión con la que desde Clunia llegarían a Duratón, posiblemente con otro ramal procedente de Rauda, para continuar hasta Segovia (Abásolo 1975: vid. plano; íd. 1978: 47-48 y 50-51; Conte y Fernández 1993: 144, fig. 45; Barrio 1999a: 61-62; Fernández et alii 2000: 182-183).
Lo que no avala nuestra hipótesis de adscripción de la zona de prospección con el territorio de la ciudad de Termes es la presencia de un vacío en la parte más sudoccidental de la provincia de Soria que desconectaría el núcleo de poblamiento en torno a esta ciudad con el del valle del Aguisejo y Riaza (Heras 2000: 228-229). Ahora bien, posiblemente nos encontremos ante un vacío de
Otra circunstancia que hay que tener en cuenta es que Duratón y sobre todo Rauda disfrutarían de unas campiñas extensas en las inmediaciones de estas ciudades20. 20
Vid. Mapa de cultivos y aprovechamientos de la provincia de Segovia (1984).
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7.- Etapa Alto Imperial romana
investigación más que de población, algo que suele darse en lo límites fronterizos entre provincias; por todo ello, seguimos manteniendo la relación de los yacimientos del sur de la zona de prospección con la ciudad de Termes, por la menor distancia; la posible relación durante la Segunda Edad del Hierro en la que Termes pudo ejercer algún papel jerarquizador; la necesidad de una campiña más extensa que la del entorno de la antigua ciudad arévaca; la presencia de la calzada Termes-Segovia, que posiblemente articule el poblamiento de esta zona; y por último, la inscripción de Saldaña de Ayllón, que vincularía este asentamiento con un ciudadano de Termes, elemento que vamos a desarrollar en el siguiente apartado.
IIII vir, T. Pompeius Rarus IIII vir); en los ciudadanos L. Pompeius Placidus Gal. Agilio, así como en su padre: Pompeius Cantaber; y en [Po]mpeius [---]umus; también lo encontramos como cognomen en Gneus Iulius Pomp[eianus] (Santos Yanguas y Vallejo Ruiz e.p.; Martínez Caballero y Hoces e.p.). Pero lo que aquí más nos interesa es la posible relación entre el nombre de la inscripción encontrada en Saldaña de Ayllón, en el yacimiento de Las Viñuelas o en otro muy cercano, Pompeius Placidus Meducenicum y el de la inscripción funeraria de Carrascosa de Arriba, posiblemente procedente de la propia Termes o de alguna de sus necrópolis, L. Pompeius Placidus Gal. Agilio dedicado por sus padres Pompeius Cantaber y Aemilia Nape (Jimeno 1980a: 50), cuya proximidad geográfica se ha destacado para señalar el área de desarrollo de las actividades económicas de individuos relacionados onomásticamente con la sociedad termestina. Se trataría de la misma familia, los Pompeii Placidii; aunque existe la hipótesis que también los alejaría de la zona, vinculándoles con la ciudad de Uxama (Martínez Caballero e.p.a; Martínez Caballero y Hoces e.p.).
Restos epigráficos de Saldaña de Ayllón En relación con lo que acabamos de comentar y para terminar, la prueba más palpable de la vinculación de estas tierras segovianas con la ciudad de Termes sería el hallazgo de unas inscripciones que aparecieron en Saldaña de Ayllón, probablemente en el yacimiento que nosotros hemos denominado de Las Viñuelas (nº 55), aunque no tenemos una prueba fehaciente de ello21. En esta localidad se encontró una inscripción que durante mucho tiempo se dio como de procedencia guadalajareña, pero que recientemente se ha podido demostrar su origen segoviano (Gómez-Pantoja 2005: 264). Se trata de un ara de arco en piedra caliza grisácea con algún desperfecto que repercute en el campo epigráfico y cuya transcripción sería:
En general, este nomen se ha relacionado con la labor de pacificación que Pompeyo Magno realizó en la Celtiberia durante las guerras contra Sertorio, en especial en su última fase; así, para esta última etapa de la contienda, conocemos por Floro que aquel general rindió una serie de ciudades, entre ellas Termes, en la que debió permanecer durante el año 72 a.C. (Floro, Epit., II, 10, 9); posteriormente volvería a aparecer en esta región durante su actuación en la guerra civil contra César (Santos Yanguas et alii 2005: 129; Martínez Caballero e.p.a; Martínez Caballero y Hoces e.p.). Aunque la hipótesis del origen de este nomen sea la más plausible, también se ha destacado que pudiera corresponder a otros periodos en que hubo generales con ese nombre en esta región; así, Quinto Pompeyo, que tras infructuosos ataques contra Numantia y Termes, realizó un pacto con los celtíberos en el 140 a.C., tratado que no sería ratificado por el Senado al perjudicar gravemente los intereses de Roma; por eso se reanudaría la guerra con el cónsul que le sucedió en Hispania, M. Popilio Lenas (Martínez Caballero e.p.a; Martínez Caballero y Hoces e.p.).
Arconi / Pompeius / Placidus / Meduceni/cum v(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito). La traducción sería: A Arcón, Pompeyo Plácido de los Meducénicos cumplió un voto de buen grado y merecidamente; y su cronología sería del siglo I d.C. (Santos Yanguas et alii 2005: 128). No nos vamos a detener en el teónimo Arco, una divinidad hispana de la que es difícil conocer sus atribuciones, pero relacionada con otras divinidades de la Europa céltica (Santos Yanguas et alii 2005: 128), sino en el nomen Pompeius. Para algunos autores, se considera que el nomen Pompeius es menos frecuente en los conventos del norte (Santos Yanguas et alii 2005: 129); por el contrario, otros destacan que sí aparece reiteradamente en la ciudad de Termes y en las provincias de Soria, Segovia, Burgos y Guadalajara; de hecho, es el más frecuente para el caso de Termes junto al de Iulius, éste último más extendido por las provincias hispanas (Martínez Caballero e.p.a; Martínez Caballero y Hoces e.p.).
Recientemente se ha señalado la posibilidad de que estemos ante un santuario de época romana dedicado a Arco, relacionado con las noticias de Juberías y Molinero sobre un posible templo romano (íd. 1952); sin embargo y a pesar de las noticias citadas, lo más probable es que fuera un centro de culto rural, quizá un santuario al aire libre (tipo nemeton), posiblemente heredero de otro celtibérico previo a la conquista romana, dedicado a Arco, una divinidad silvícola y pastoril, que se relaciona con la protección de los ganados y su tránsito, así como de las actividades económicas de paso, como el comercio. Este tipo de santuarios se localizaría junto a caminos locales, pero también cerca de la vía Termes–Duratón y también se relaciona con posibles vías pecuarias (cerca de la Cañada Sudoccidental Soriana), y en ellos además de
Así, este nomen aparece en los quattorviros de la Tabula de Peralejo de los Escuderos (L. Pompeius Vitulus 21 La otra inscripción la dedica L.Pompeius Paternu[s]. Respecto a las noticias del hallazgo y sus vicisitudes posteriores hasta la actual identificación, vid. Gómez Pantoja 2004 y más recientemente Martínez Caballero e.p.a; Juberías y Molinero citan que en 1916 se recuperaron cinco estelas funerarias en un cerro al sur de Saldaña y que posteriormente se enviaron al Marqués de Cerralbo; también señalan que se encontraron “grandes columnas cilíndricas, procedentes de un templo, así como otros restos” (Juberías y Molinero 1952; Molinero 1971: 81, lám. CXXXIX,2, CXXXIX,1).
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) otros dos que incluso habrían alcanzado el ordo equester; igualmente también se han documentado habitantes con condición servil (Martínez Caballero y Hoces e.p.).
lugares de encuentro y de celebración religiosa, se realizarían actividades socioeconómicas (Santos Yanguas et alii 2005: 129; Mangas y Martínez Caballero 2010: 355-356; Martínez Caballero e.p.a).
Si atendemos a los paralelos conocidos en la Meseta Norte, no se cree que el tamaño de las explotaciones fuese muy grande, ya que lo que parece que predomina en esta época es la pequeña y mediana propiedad, salvo quizá en ciertas regiones, como en el caso de Ávila, donde la escasa densidad de población permitiría la existencia de grandes latifundios desde época alto imperial (Barraca 1997: 355).
En cuanto a los propietarios de estas explotaciones, posiblemente tendrían que ver con la clase dirigente de las ciudades, la nueva oligarquía dirigente, como podría ser el caso del propietario de Las Viñuelas, relacionado con los ciudadanos romanos privilegiados de Termes (Martínez Caballero y Hoces e.p.); se trataría de los herederos de la antigua aristocracia celtibérica, de ahí el gentilicio Meducenicum, que a lo largo de los siglos I a.C. y I d.C. iría cambiando su onomástica desde los nombres indígenas, pasando por los mixtos, hasta llegar a los plenamente romanos, que los identifican como ciudadanos de pleno derecho (Martínez Caballero y Hoces e.p.).
En todo caso, lo que sí que parece claro desde un punto de vista general es que habría una cierta tendencia a lo largo de la segunda centuria hacia la concentración de la propiedad, algo que parece más claro ya en el siglo III (Gómez Santa Cruz 1993: 200-201). Un aspecto que podría avalar esta situación en el caso concreto de la zona de explotación es la cercanía de algunos yacimientos, como en el caso de Valdeserracín y La Cruz por un lado, y Los Morenales y Matagente, por otro.
Esta hipótesis se basa en los paralelos que se conocen, así como en la propia epigrafía conservada. En cuanto a los primeros, parece que la municipalización de las ciudades, en este caso de Termes, conllevaba entre otras consecuencias la de generar una capa social diferenciada por su vinculación al gobierno de la ciudad del que va a acaparar los diferentes poderes municipales y de la que se señala que detentaría el poder económico, siendo los máximos beneficiarios de los nuevos sistemas de explotación y de la comercialización de los excedentes agrarios (Espinosa 1984: 315-316; Gómez Santa Cruz 1993: 232). Para el caso de esta ciudad, se ha señalado que entre los ciudadanos privilegiados, aparte de los pertenecientes al ordo decurionum, siete en total, habría
Por último, no creemos que se trate de asentamientos de tipo vicus, con pequeños propietarios asentados en estas tierras, debido a que esta forma de poblamiento se vincula a la existencia de población indígena (Gómez Santa Cruz 1993: 200-201), lo que no parece que pudiera ocurrir en el despoblado valle del río Aguisejo y Riaza Medio, aparte de la evidencia de la inscripción que estamos comentando, que señala a un ciudadano romano de Termes.
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8.- Etapa Bajo Imperial romana
de estas incursiones sería el establecimiento de tropas fundamentalmente en el valle del Duero (Caballero 1984: 436), algo que posteriormente se ha puesto en duda.
8.- Poblamiento durante la etapa bajo imperial romana 8.1.- Introducción histórica: El siglo III d.C. y el Bajo Imperio
Por el contrario, el análisis marxista considera que la decadencia de la vida urbana estaría motivada por la progresiva desaparición del sistema esclavista, motor de la economía antigua. Por último, el análisis antropológico enfoca el tema desde el punto de vista de la diversidad regional, marcada por el diferente grado de romanización. Para Cepas estas aproximaciones no se excluyen, sino que se complementan e intentan explicar la complejidad de este periodo. Aunque parten de presupuestos distintos, las dos últimas coinciden en que una de las principales consecuencias es el declive de lo que hasta ese momento había sido el eje político y social de la vida romana: la ciudad; proceso que, según la mayoría de los investigadores, parece tener sus comienzos en el siglo III y que se mantiene a lo largo del Bajo Imperio y los siglos siguientes (Cepas 1997: 19-27).
Esta etapa comienza con un siglo problemático en cuanto a su definición, como es el III d.C., posiblemente porque, aparte de la fuentes clásicas, los datos arqueológicos documentados desde el punto de vista de la arquitectura o de los restos de cultura material han estado durante mucho tiempo sin clarificar, de ahí que a veces se señalase un cierto hiato entre la etapa alto y bajo imperial debido a este desconocimiento de sus materiales más característicos (Romero 1992: 731; Cepas 1997: 225); algo que también se ha destacado para la etapa plenamente bajo imperial, aunque en menor grado (Fuentes 1999: 25); en todo caso se trata de una situación que poco a poco se va subsanando (Paz Peralta 1991: 227-228). Esta indefinición ha hecho que en ocasiones se haya hablado de una época oscura referida a este siglo, aunque en lo que tradicionalmente se ha estado de acuerdo es que coincidiría con un periodo de crisis generalizada y profunda que modificó no solo buena parte de su estructura institucional y política, sino también su propia estructura económica y social, con una economía que tendió cada vez más a ser de tipo natural y con unas nuevas relaciones sociales en las que se irá extendiendo el trabajo semilibre adscrito a la tierra, a la vez que se configura una clase social cada vez más fuerte; la de los grandes propietarios rurales (Blázquez 1978: 461 y ss.; Palol 1987: 345 y 349; Salinas 1996: 199-200).
Esta evolución de la ciudad se ha convertido en una de las cuestiones clave de la historia del siglo III, y en general de la romanidad tardía. A pesar de las limitaciones de la arqueología, derivadas de la deficiente datación de la cerámica, es posible esbozar algunas líneas generales sobre la evolución urbana y matizar algunos presupuestos tradicionalmente admitidos sobre la ciudad del III, descubriendo una marcada diversidad en la arqueología urbana del periodo (Cepas 1997: 19-27), algo que ya se había propuesto anteriormente para la misma situación en el siglo IV (Arce 1982: 85). Para este declive urbano, o transformación de la ciudad de origen alto imperial o anterior, se han señalado varios factores, algunos habría que remontarlos hasta finales del siglo II d.C. En primer lugar, se destaca el empobrecimiento de los municipios y de las clases dominantes de los mismos a consecuencia de la creciente presión fiscal del Estado romano y de las exigencias y necesidades de una plebe urbana en crecimiento (Arce 1982: 86 y 134; Salinas 1996: 199).
El resultado de la misma sería la liquidación del modelo de sociedad que había caracterizado el mundo antiguo y que había encontrado su máxima expresión en la vida urbana tal y como se había dado en Roma durante la República y el Alto Imperio. Esta crisis no fue un fenómeno circunstancial, sino profundo a consecuencia del cual se crearon nuevas relaciones y modos de organización social en los territorios comprendidos en el Imperio en época tardía (Salinas 1996: 199).
En este sentido, desde finales del II se aprecia un cambio en la situación general de las curias que llevará a su decadencia. En este momento aparecen los primeros síntomas de la crisis económica que se irá agravando en la siguiente centuria; el estado no vio otro recurso de allegar los medios económicos y financieros que necesitaba para paliar tanto el agarrotamiento producido en el interior por las convulsiones socioeconómicas y políticas, como en el exterior por las presiones de los pueblos bárbaros, que presionar a su vez sobre las ciudades, las cuales castigadas también por esta crisis general vieron derrumbarse los presupuestos que habían hecho posible el desarrollo del régimen municipal. El primitivo sistema político-social autónomo de las ciudades se transformó en un estado de excepción, obligado e impuesto, que convirtió los antiguos honores, decurionato y magistraturas, en onera, es decir, cargas irrenunciables (Abascal y Espinosa 1989: 228-230; Roldán 1998: 49).
En cuanto a las causas de la crisis de esta centuria hay diferentes interpretaciones: para la escuela tradicional, el detonante de la crisis radica en la debilidad del poder central, en las guerras y en las invasiones de los pueblos bárbaros (Blázquez 1978: 482-483; vid. esta visión en Cepas 1997: 20-23). En concreto para el caso de Hispania se trataría de la incursión de los francos hacia el 260 d.C., que tras su infructuoso ataque a Tarraco, se extenderían por el resto de la Península utilizando para ello las vías de comunicación; al interior peninsular llegarían hacia el último cuarto de esta centuria, ahora reforzados por los alamanes y los bagaudas, aunque bien podrían ser una creación de la investigación arqueológica que necesitaría de una segunda oleada de razzias para explicar determinados niveles de destrucción o abandono. Estas incursiones serían catastróficas por los asaltos a ciudades y sobre todo a las villas. Uno de los resultados
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Pero incluso algunos autores señalan que no se puede hablar tampoco del declive del ordo decurionum; así, este grupo en época tardía admitiría con frecuencia individuos de las clases inferiores con méritos y prosperidad económica, e internamente se fraccionaría para dar lugar a un grupo menos homogéneo que en siglos pasados. Son los equivalentes a los personajes de la aristocracia gala, bien conocida a partir de miembros como Paulino o Ausonio, cuya dedicación a la administración o al ejército les otorgará una preeminencia dentro de las estructuras de gobierno y poder del Imperio. Un ejemplo hispano de estas aristocracias urbanas parece ser el que se constituye en la ciudad de Complutum, a partir de la segunda mitad del siglo IV d.C. (Rascón 1997:657).
Ahora bien, frente a esta hipótesis tradicional referida al hundimiento político y económico de las oligarquía municipales, el ordo decurionum, se ha señalado igualmente para los últimos siglos de la etapa imperial y los primeros alto medievales la continuidad del gran comercio de alimentos y, en este sentido cobra especial relevancia, de cerámicas de lujo en el Mediterráneo que desmentirían en parte este hecho (García Moreno 1999: 7). Incluso para una zona mucho peor comunicada como la Meseta, se ha constatado la continuidad en las vías de comunicaciones a través de sus miliarios (a pesar de su carácter propagandístico) y cómo la riqueza que se aprecia en la villas debería proceder de la comercialización de los excedentes, lo que implica una mayor conexión con el exterior (Jimeno et alii 1988-89: 446).
El segundo factor que explicaría el declive urbano sería, por otro lado, la formación creciente de grandes unidades de explotación agrarias, las villae, unidades autosuficientes trabajadas fundamentalmente por individuos en régimen de colonato, que van a competir ventajosamente con la producción de los núcleos urbanos y que además escapaban al control fiscal de los mismos. Sus propietarios pertenecían a la clase senatorial, al ordo equester, al ordo decurionum, o bien al mismo emperador. No solo escapaban a los impuestos de los municipios, mediante el recurso de la fuerza si era necesario, contando con sus efectivos humanos, sino que además ampliaban sus posesiones a consta de las tierras municipales, el ager publicus, con lo que contribuían a mermar aún más los ingresos de las ciudades (García Castro 1994: 11; Salinas 1996: 199).
Todo ello podría estar indicando, más que una ruina generalizada de las clases altas ciudadanas, un cambio en la mentalidad que supondría la reducción del evergetismo público de estas elites; igualmente se ha señalado que este cambio de mentalidad también afectaría al concepto de ciudadanía y al entendimiento distinto de los vínculos entre ciudadano y ciudad (Arce 1982: 18 y 86). En todo caso, ante esta pauperización, general o no, las burguesías municipales intentaron con desesperados esfuerzos sustraerse al nombramiento de curiales, es decir, de los componentes de la nueva clase dirigente cerrada de las ciudades, mientras que los grandes aristócratas consiguieron escapar de la ciudad retirándose a sus dominios en el campo. Estas graves dificultades ciudadanas y las presiones de los cada vez más numerosos agentes imperiales obligaron a la creación de nuevos funcionarios, como los curatores rei publicae, cuya misión era velar por los intereses financieros de la ciudad. Pero la centralización creciente del poder repercutió negativamente en el libre desarrollo municipal; así, a comienzos del siglo IV Diocleciano dio más libertad a los gobernadores provinciales para inmiscuirse en los asuntos de la ciudad en su reforma provincial, lo que llevó a que estos curatores perdieran poder, proceso que llevaría a una creciente burocratización de la administración junto a la pérdida de autonomía de las ciudades (Roldán 1998: 50-51).
A estos dos factores, se sumaron otros como la inflación de precios y la devaluación de la moneda; la retracción del comercio ante la creciente inseguridad política y las invasiones bárbaras, fundamentalmente en época del emperador Galieno (260-268), que aprovecharon la debilidad del estado, dadas las continuas luchas de poder, y que ha sido la causa fundamental para explicar la crisis para la escuela tradicional (Salinas 1996: 199; Cepas 1997: 19-23). Son estas referencias a la política interior y su repercusión en el exterior las que las fuentes literarias recogen como pruebas de la existencia de esta crisis general en el siglo III d.C. Según algunos autores, serían las culpables, en parte, de transmitir la idea de crisis que ha condicionando la interpretación histórica de cualquier otra fuente documental. Ahora bien, estas fuentes escritas se refieren básicamente a una información referida a la historia política, en concreto a las guerras civiles y usurpaciones, o las invasiones bárbaras, y que hace hincapié en las circunstancias negativas de esta centuria, sobre todo entre el acceso al trono de Maximino, en el 235, y la muerte de Caro, en el 284 (época de la Anarquía militar); en contraposición, se señala una situación mucho más positivas en la centuria anterior, lo que ya en su momento definió Dión Casio (72, 36, 3) como el paso de la edad de oro a la de hierro (Cepas 1997: 11 y 18).
Igualmente, para algunos autores no está tan claro que se diese un abandono de las ciudades por las clases altas. Así, parece que en los últimos momentos del Imperio y en la etapa siguiente habría una aristocratización de la ciudad, por residir en las ciudades amuralladas la nobleza fundiaria, que va a monopolizar los cargos urbanos. Junto a este fenómeno, también se afianzará el poder del clero urbano encabezado por el obispo. Frente a esta aristocracia laica y religiosa, el resto de componentes sociales pierde importancia, sin que la escasa actividad comercial o artesanal permita una clase intermedia como en épocas anteriores (García Moreno 1999: 11-12).
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8.- Etapa Bajo Imperial romana
en que comienzan a configurarse los nuevos elementos sociales y económicos que caracterizarán a la siguiente etapa. En este siglo se puede observar, a través de las inscripciones, las frecuentes donaciones de trigo y dinero a los municipios a expensas de algunos destacados particulares; igualmente se conocen también casos de donaciones de dinero para pagar las deudas de las ciudades; y por último, de esta época data la institución de los curatores rei publicae, lo que indicaría que ya desde ahora los municipios empezaban a tener dificultades (Salinas 1996: 200). En este sentido, podría englobarse la inscripción hallada en Termes sobre la constitución de una fundación de tipo alimentario, de pleno siglo II d.C., al estilo de las propugnadas por Trajano (Martínez Caballero y Mangas e.p.).
Tampoco son muchas las referencias de las fuentes contemporáneas a los siglos posteriores, y cuando aparece la Península Ibérica lo hace en función de los intereses estratégicos y políticos de algunos emperadores; en todo caso, la conclusión que se puede extraer de estas menciones, es la existencia de un periodo de estabilidad, paz e incluso de prosperidad (Arce 1982: 18 y 29; Palol 1987: 345). Otros autores prefieren insistir, más que de una crisis generalizada, en que se trataría de un periodo de contraste y de diversidad, porque junto a ciudades o regiones en declive, encontraríamos al mismo tiempo una situación de aparente continuidad, sin apenas cambios dignos de mención tanto en Hispania como en otras partes del Imperio. De hecho, la ciudad sigue siendo el centro de la vida económica, religiosa y social, al mismo tiempo que continúan las estructuras anteriores; habrá que esperar por tanto a los siglos IV y V para comprobar las características de la sociedad tardía. Además, si bien es verdad que algunas regiones o ciudades presentan una situación de decadencia, transformación o desaparición, este hecho no se exclusivo de la tercera centuria; por ejemplo, se constata a lo largo del II, cuando desaparecen algunas ciudades y otras empiezan a padecer los primeros síntomas de declive; fenómeno que continuará a lo largo del siglo IV (Cepas 1997: 135), que por otro lado, se ha considerado de recuperación y cierta prosperidad, la cual llegaría hasta principios del siglo V (Blázquez 1978: 482483; Arce 1982: 17).
Sin embargo, otros autores, aún aceptando la fuerte crisis demográfica en ciudades y campo durante esta centuria, destacan que esta no supondría la extinción de la vida urbana; además, tras este bache, durante el siglo IV asistiríamos a una cierta recuperación en esta misma región (García Merino 1975: 377; Abásolo 1985a: 358; Palol 1987: 345), en la línea de lo ocurrido desde un punto de vista más general (Blázquez 1978: 482-483; Arce 1982: 17). Por último, otros investigadores prefieren señalar que serían las nuevas condiciones políticas, económicas y sociales las que provocaron estos cambios que repercutirían en la forma del poblamiento. Así, según éstos, la ocupación del territorio en época celtibérica se había concretado en unos núcleos urbanos grandes, de gran autonomía política y con una jurisdicción sobre su territorio, por lo que no estarían de acuerdo con la anterior afirmación de una deficiente urbanización de este territorio, que ya habría comenzado durante la Segunda Edad del Hierro; núcleos que respondían a los criterios de defensa de esa población y de ocupación de las tierras aluviales del entorno. Al cambiar las circunstancias políticas que propiciaron esas formas de organización y jurisdicción, los núcleos de poblamiento tradicionales se resintieron. A la vez fueron prosperando una serie de asentamientos menores que respondían a las nuevos modos de ocupación del espacio y nuevas formas de relación, que eran las villas y que convivirían con los viejos núcleos urbanos, ya con funciones diferentes de las de la época alto imperial (Sacristán 1986a: 237-238).
En el caso concreto de la Meseta o más bien de la antigua Celtiberia, para la escuela más tradicional la consecuencia principal de la crisis fue la extinción de la vida urbana, agravada por la inestabilidad política del Imperio; también se señala que ello fue debido en parte a la escasa romanización y urbanización de la misma, o que esta hubiera sido muy superficial, lo que permitió que al debilitarse el poder político romano y al modificarse las estructuras de organización del Imperio, las ciudades entrasen en decadencia rápida (Salinas 1996: 199-200 y 207). Por ello, algunos autores pretenden que la verdadera romanización de las zonas del interior se produciría en la época tardía (Palol 1987: 349). En este sentido, se destaca que las nuevas formas económicas pudieron extenderse con mayor facilidad en aquellos territorios donde la organización gentilicia se conservaba vigente y donde la vida urbana no había modificado sustancialmente una sociedad eminentemente rural, de ahí el arraigo que tendría este fenómeno en la cuenca del Duero (Salinas 1996: 204). En todo caso, el resultado sería un fuerte declive urbano y un trasvase de esta población al campo, de ahí que se acentuase la ruralización de la sociedad tardía (García Merino 1975: 377; García Castro 1994: 11).
Otros autores defienden que estaríamos ante una época de cambio, debido a que en los primeros decenios de la centuria se aprecia un agotamiento de la situación surgida en el I d.C. y que de alguna manera debió deteriorarse en el II, un proceso en el que las ciudades debieron llevar la peor parte que los asentamientos rurales. Pero ya antes de fines del III parece que se han buscado los resortes para un acomodo a las nuevas circunstancias, lo que serán las bases para el desarrollo del Bajo Imperio (Romero 1992: 729 y 732).
Al igual que señalábamos en los factores que explicaban la crisis general que éstos se retrotraían al siglo II, también habría que remontar a esta centuria los primeros indicios de la crisis urbana en la Meseta, época
El pretendido colapso de la vida urbana en la Celtiberia, según algunos investigadores, se vio agravado
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) romano. El siglo V comienza con una serie de acontecimientos políticos y militares (Arce 1982: 151 y ss.) de tal trascendencia que debieron influir en la vida de las ciudades, ya en algunos casos muy precaria: se ha señalado la crisis demográfica de los países mediterráneos como consecuencia de las guerras continuas, debido a que los invasores atacarían con especial dureza las ciudades, principales núcleos defensivos del Imperio y centros de acumulación de riqueza; estos embates contra las ciudades a su vez conllevarían un aumento en las dificultades en las relaciones comerciales entre las mismas, condiciones que en el caso ibérico pudieron continuar en la primera mitad del VI. Otros problemas añadidos a los ya citados serían la falta de alimentos, debido al quebranto de los mecanismos tradicionales de abastecimiento alimenticio y, sobre todo, a las malas cosechas cíclicas, algo propio de las regiones mediterráneas. Esta población debilitada por hambrunas sufrirá de una forma más intensa las epidemias que afectaron a la cuenca mediterránea, y que se ha relacionado para una etapa posterior a la bajo imperial con la despoblación de la Meseta (García Moreno 1999: 7-9).
por la inestabilidad política del Imperio que afectaría incluso a una zona de retaguardia como era la Península Ibérica (Salinas 1996: 204). Sin embargo, no todos los autores conceden la misma importancia a los sucesos políticos en las diferentes provincias, en especial en una como Hispania, situada a la retaguardia (Cepas 1997: 18 y 249). En todo caso, el suceso político más destacado en Hispania sería la invasión franco-alamana ocurrida durante el reinado de Galieno (260-268), hacia el 260 (Cepas 1997: 16). Esta invasión se dejó sentir especialmente en el este, donde asediarían Tarraco, y en el sur peninsular, aunque su alcance y consecuencias son difíciles de evaluar, y desde esta parte estas bandas pasarían a África. Respecto a las posibles repercusiones en la Meseta, en general, se ha relacionado esta invasión con los niveles de incendio en las villas celtibéricas, aunque parece que estas repercusiones en el interior peninsular son más bien dudosas (Salinas 1996: 204; Cepas 1997: 16-18 y 249). Por otro lado, se ha propuesto que las destrucciones e incendios documentados en ciudades como Clunia o Bilbilis en el siglo III se pudieran deber a revueltas campesinas similares a los bagaudae del V, más que a las invasiones anteriormente referidas. Éstos se integraban por campesinos y esclavos huidos quienes en ocasiones hacían causa común con los invasores bárbaros, dado que su enemigo era el mismo: la clase que gobernaba el estado romano. La importancia adquirida por las correrías de los bagaudae durante el siglo V hace suponer que debieron contar con precedentes, lo cual se ha traído a colación para explicar estos niveles de destrucciones de algunas ciudades en la tercera centuria. Un precedente podría haberse dado ya, a finales del siglo II, durante el reinado de Cómodo, cuando se produjo en Occidente la revuelta de Materno; éste contó con importantes apoyos entre la población de Galia, Hispania e Italia, es decir, en el territorio donde después se dieron los bagaudas y donde el malestar social era ya evidente.
Sin embargo, esta visión del declive urbano acentuado a partir del siglo V no habría que generalizarla para todo el occidente europeo; en primer lugar se matiza con el hecho de que las invasiones del siglo V sean el inicio del repliegue de la vida urbana, porque la mayor parte de las ciudades subsistieron, incluso las del Rin. Además, los germanos, una minoría, se van a asentar en las ciudades, por ser donde se podía vivir a la romana y por estar defendidas por las murallas bajo imperiales. Todo ello hará que la ciudad persista, aunque con una profunda mutación urbanística, que se considera como la conclusión de una serie de cambios lentos que habían ocurrido desde mediados del II y de la que nacerá la ciudad medieval, diferente de la antigua. Igualmente la ciudad sigue siendo el núcleo de ordenación del territorio, aunque ello no impidió que con frecuencia tuviesen lugar transformaciones en el estatuto administrativo, que surgieran nuevas cabezas de distrito o hubiera transferencias de capitalidad, como atestiguan las nuevas sedes episcopales, por ejemplo (García Moreno 1999: 9 y 13). Una situación análoga también de ha planteado para las ciudades hispanas después del 409, en donde se cuestiona el panorama apocalíptico de la crónica de Hydacio (Arce 1982: 104-105 y 164).
En el 285 Diocleciano envió a Maximiano, su colega, a occidente para sofocar las revueltas de bagaudae, dirigidos por Eliano y Amando, que devastaban las Galias; Maximiano hubo de luchar, sin embargo, también contra sublevados en Hispania, cuyo carácter las fuentes no determinan, aunque es muy probable que se tratase de un movimiento semejante; esta suposición parece confirmarse por una constitución de Constantino de 332 dirigida al gobernador de Hispania en la que se hace referencia a esclavos fugitivos. Dada la coincidencia entre la fecha de la actuación de Máximo en Hispania y la destrucción de Clunia puede suponerse con bastante probabilidad que la de ésta y la de Bilbilis, acaecida también en el III, fuesen debidas a las revueltas campesinas de carácter bagáudico (Salinas 1996: 205).
Así, para el caso de la Meseta parece ser que los fenómenos políticos de inseguridad debieron de afectar bastante poco a las ciudades, ya que no hay ciudades que desaparezcan, salvo quizá el caso de Valeria, ni se encuentran situaciones de destrucción generalizada. Habrá que esperar más tiempo, hasta el siglo VI, para ver los cambios en la organización de las ciudades. Lo que sí que parece constatarse ahora es una proliferación de los amurallamientos y una reparación de los mismos, por lo que ahora sí que primaría más la función defensiva que la simbólica del IV. Otro rasgo destacable, es que también a
Siguiendo con el devenir histórico y según las nuevas corrientes historiográficas, habrá que esperar hasta el siglo V, y sobre todo en el VI, para constatar más claramente el declive urbano debido a la crisis del sistema
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8.- Etapa Bajo Imperial romana
partir de esta centuria es cuando los conjuntos públicos, en decadencia desde la centuria anterior, pierden cualquier vestigio de lo que les hizo primordiales en el funcionamiento de las ciudades antiguas, en especial por la desaparición del poder romano y el afianzamiento del cristianismo; de ahí que los foros y los edificios de espectáculos desaparezcan definitivamente ahora (Fuentes 1997: 490; íd. 1999: 39-41).
Mayet 1984; Romero 1985; López Rodríguez 1985; Paz Peralta 1991: 57-58), así como la cerámica común (Vegas 1973). Dejando aparte el caso de El Vallejo del Charco, en la zona de Montejo de la Vega, es decir, en el tramo del Riaza Medio, ahora sí se documentan asentamientos, frente a lo que ocurría en la etapa alto imperial (fig. 71 y 81); son los casos de La Hocecilla (nº 46), el menos seguro de Valdecasuar (nº 54) y Castroboda (nº 33; vid. fig. 85); a estos hay que añadir el hallazgo aislado de La Antipared I (nº 41) y el hallazgo aislado de Valdevacas (nº 61)3. Los tres yacimientos presentan la misma característica de encontrase en alto, en lugares de muy difícil acceso, especialmente Castroboda4, lo mismo que ocurre con el hallazgo aislado de La Antipared I. Tanto en la Hocecilla como en Castroboda aparecía abundante material a mano (Cogotas I en el caso de La Hocecilla), tardorromano, altomedieval (posiblemente también visigodo en Castroboda), así como restos constructivos de viviendas y, en Castroboda, además una ermita arruinada y una cerca posiblemente defensiva.
Siguiendo con la fisonomía de las nuevas ciudades, también se ha señalado que en ocasiones la ciudad aparece desmembrada y desvertebrada, alternando zonas habitadas y otras vacías de hábitat o de necrópolis. También comienza ahora a vislumbrarse su cristianización, a partir de la asunción de la fe cristiana como credo oficial del Imperio desde Teodosio; así, aparecen ahora conjuntos religiosos extra e intramuros, que en parte van a heredar el carácter de centro público ideológico que tuvieron los foros antiguos; o el que las necrópolis se introduzcan en la ciudad. En definitiva, nos encontraríamos según Fuentes en una nueva concepción de la ciudad más cercana a los modelos medievales que a los previos a la romanización, por lo que según este autor no se podría hablar de una involución, que sería el retorno a un orden anterior (Fuentes 1997: 492; íd. 1999: 43-44).
Pasando a los yacimientos, ya hemos comentado en la etapa anterior cómo El Vallejo del Charco (nº 52) se corresponde con un puente, o sus restos, al que se asocia una inscripción, fechada en época alto imperial (Santos Yanguas et alii 2005: 121-123). En todo caso, no creemos que la funcionalidad del mismo no continuaría en el tiempo, de ahí que le hayamos otorgado una adscripción alto y bajo imperial al citado puente en este trabajo. De todas formas, tampoco se ha contabilizado con los asentamientos humanos y sus características, quedando aparte del resto de yacimientos.
Para terminar, junto a estos cambios en la fisonomía urbana, también habría que destacar los cambios sociales; ahora desaparecen las curias y el ordo decurionum de las ciudades, en un proceso que se había iniciado con claridad ya en el siglo IV; a partir de ahora habrá una serie de patronos que tutelarán la ciudad, entre los que parece que los obispos tuvieron un papel destacado (Fuentes 1997: 494; íd. 1999: 46).
Si pasamos a los yacimientos de la zona sur del área de prospección, se trata en la mayor parte de los casos de yacimientos que perduran desde la etapa anterior, por lo que no vamos a hacer referencia a los mismos. Solo queremos destacar que en los casos de Matagente y Los Morenales, que tenían pocos materiales alto imperiales, sí que presentan mayor número de restos cerámicos bajo imperiales, así como materiales de construcción. Para terminar, el único yacimiento nuevo en esta zona es el de El Lomo (nº 22) (fig. 72), muy cercano al de Matagente (nº 23). Todos estos restos constructivos son de difícil catalogación, salvo los resto de la ermita medieval, aunque posiblemente debería corresponder a esta etapa, por ser la más moderna. En lo que respecta a Valdecasuar, su dedicación a pastos hizo muy difícil la documentación de materiales significativos, por lo que no se llegaron a recoger muestras; en todo caso, éste es uno de los pocos
8.2.- Características del poblamiento bajo imperial romano Distribución del poblamiento De época bajo imperial se han registrado hasta el momento 9 yacimientos (fig. 80): El Vallejo del Charco (nº 52), La Hocecilla (nº 46), Valdecasuar (nº 54), Castroboda (nº 33), La Cruz (nº 2), Las Viñuelas (nº 55), El Lomo (nº 22), Matagente (nº 23) y Los Morenales (nº 20) (vid. fig. 72 y 85); aparte, han aparecido restos aislados en la zona de Valdevacas (nº 61)1, a los que igualmente nos hemos referido en el apartado del poblamiento alto imperial, en un poblado del Celtibérico Antiguo, Peñarrosa (nº 40), en el castro de la Edad del Hierro de La Antipared I (nº 41) y en el también castro y posterior oppidum de El Cerro del Castillo de Ayllón (nº 5) (vid. Zamora 1993: 45 y Curchin 1999: 198-199, fig. 12). Para la adscripción de estos yacimientos a la etapa bajo imperial, hemos tenido en cuenta fundamentalmente la terra sigillata (Mezquíriz 1961; Palol y Cortés 1974;
3 La presencia de restos muy aislados de materiales tanto alto como bajo imperiales podría estar indicando la existencia de quizá un asentamiento rural que permaneciese a lo largo de toda la etapa imperial, pero que en su momento no se valoró de esta forma, por la dispersión, escasez y falta de consistencia de estos hallazgos. 4 Después de los trabajos de prospección hemos encontrado una cita referida a este yacimiento en la que se califica al mismo de “lugar interesante” (Molinero 1948: 16, fig. 2) o que presenta restos arqueológicos sin determinar (Juberías 1952: 247).
1
Vid. Abásolo 1985b: 159, fig. 1. Debido a la poca claridad de la estela presentada, así como a la inconcreción de las fechas, hemos optado por no incluirla entre los hallazgos aislados alto imperiales, aunque sí se señale su existencia. 2
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos
Río Riaza
46
Río
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Provincia de Soria
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Bajo Imperio
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Río Villacortilla
Escala
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Río
Provincia de Segovia
Rí o
1600
1800
2000
Zona de prospección
Aislado Yact. Bajo Yact. Alto y Bajo
Figura 80: Distribución de los yacimientos bajo imperiales: La Cruz (2), Cerro del Castillo (5), Los Morenales (20), El Lomo (22), Matagente (23), Castroboda (33), La Antipared I (41), La Hocecilla (46), Vallejo del Charco (52), Valdecasuar (54), Las Viñuelas (55) y Valdevacas A‐9 (61).
Relación de los asentamientos rurales con los poblados alto imperiales
Esta diferencia a favor de la etapa más moderna parece que sería un fenómeno general en el Alto Duero, donde, sin tener en cuenta las villae urbanae, se han documentado un 43% de los primeros y un 58% de los segundos (Gómez Santa Cruz 1992: 942), aunque los datos del nordeste de Segovia tendrían un mayor desequilibrio a favor de los asentamientos tardíos.
Como indicábamos en el apartado de la etapa alto imperial, se trata de un número algo superior al de los yacimientos de aquella etapa; así, descartando El Vallejo del Charco en ambas etapas, por no corresponder con un asentamiento, tendríamos cinco yacimientos alto imperiales (un 38%) y ocho bajo imperiales (un 62%).
También, como vimos en el apartado anterior, esta situación parece observarse en comarcas concretas como la Tierra de Almazán (Revilla 1985: 346), en la zona este de la provincia de Segovia y aún de forma más exagerada en la Zona Centro soriana (Pascual 91: 270), mientras que una situación diametralmente opuesta la
yacimientos de los que se tenía bibliografía y una adscripción cronológica a la etapa bajo imperial (Abásolo 1978: 47-48).
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8.- Etapa Bajo Imperial romana
con un aumento de un 42%5, lo que concordaría con la afirmación de que en la región al sur del Duero habría un poblamiento elevado en esta época mayor que el de los primeros siglos de la era (Barraca 1997: 354).
observamos en la Altiplanicie soriana (Morales 1995: 309) y en el Campo de Gómara (Borobio 1985: 182-184, 209-210). Por lo que respecta a la región comprendida al sur del río Duero, frente a la hipótesis tradicional que la veía como un espacio poco poblado en comparación con otros lugares, debido a su deficiente estudio, hoy las nuevas prospecciones señalan, por el contrario, la existencia de un alto índice de poblamiento para la etapa tardía; un poblamiento mayor que el de la etapa alto imperial (Barraca 1997: 353-354), algo que también nosotros hemos constatado en nuestro trabajo.
Si pasamos al Alto Duero, tenemos que en la Tierra de Almazán habría un incremento de un 45% (Revilla 1985: 346); en la Zona Centro soriana, un aumento espectacular de un 200% (Pascual 91: 270); mientras que en Altiplanicie soriana se aprecia una fuerte reducción, de un 48% (Morales 1995: 309), aunque si descontásemos las villas suburbanas relacionadas con la ciudad de Numantia, que no se consideran estrictamente como asentamientos rurales, habría que hablar de un número similar en ambas etapas; el descenso es aún mayor en el Campo de Gómara, con un 61% (Borobio 1985: 182-184, 209-210).
Los cambios que apuntábamos, por tanto, más que en esta mitad sur habría que buscarlos en la mitad norte (fig. 80). Si en la etapa alto imperial, solo se registraba El Vallejo del Charco y el hallazgo aislado de Valdevacas, ahora tenemos, aparte de la continuidad de estos dos, la presencia de yacimientos como La Hocecilla (nº 46), Valdecasuar (nº 54) y Castroboda (nº 33), además del hallazgo aislado en La Antipared I (nº 41), con unas características muy similares de los cuatro que los alejan de los asentamientos de la mitad sur del área de prospección. Además, como luego destacaremos, esta ubicación en alto podría estar indicando una ocupación tardía dentro de la etapa bajo imperial.
En otras circunstancias esta situación podría estar indicando un estancamiento de la ciudad de la que dependerían, que, como hemos señalado para la etapa anterior, sería probablemente la ciudad de Termes. Ahora bien, en un contexto bajo imperial, es decir, donde en parte la explicación del declive urbano se vincula a la creación o, mejor dicho, potenciación de las explotaciones rurales (García Merino 1975: 377; García Castro 1994: 11), en una ciudad, que parece que sufriría importantes problemas, como Termes, se podría observar mejor este aumento de núcleos rurales.
Por tanto, pasamos de 5 yacimientos alto imperiales a 8 bajo imperiales, lo que supondría, en líneas generales un incremento del 60%, es decir, una cifra importante; ahora bien, si pensamos que los yacimientos en alto suponen una fase muy tardía dentro de la etapa bajo imperial, y se refieren a una condiciones políticas y socioeconómicas diferentes a la de los asentamientos en llano de la mitad sur, yacimientos que para la etapa más tardía podrían haber incluso desaparecido, este crecimiento tan elevado, teniendo en cuenta las cifras globales sería mucho menor, por lo que podríamos hablar de continuidad en el número de asentamientos.
Otra hipótesis sobre este estancamiento de población podría hacer referencia a que se considerara suficientemente explotado este territorio de las campiñas del río Aguisejo y Riaza Medio; así la media de las distancias entre yacimientos es de 3,58 km respecto al primer vecino y 5,54 km, con respecto a los tres primeros vecinos. Las distancias mayores se refieren al yacimiento de La Cruz, que sería el más alejado de los de la zona sur, por lo que la distancia más grande es la que hay entre éste y Las Viñuelas, con unos 10 km de separación. Si descartamos La Cruz, el resto de yacimientos oscila entre los 650 m y los 6,6 km.
Así, si solo tomamos los datos de la mitad sur de la zona de trabajo, mucho más homogéneos, tendremos que, a pesar de ciertos cambios que hemos señalado, se mantiene el número de 5 yacimientos en ambas etapas romanas. Este mantenimiento en la cifra de asentamientos rurales no se explica bien en un contexto de crecimiento de las explotaciones rurales en las regiones cercanas y que parece un fenómeno general no ya solo de la Península Ibérica, sino de buena parte de las provincias integrantes del Imperio Romano, sobre todo en su parte occidental.
Posiblemente la explicación a esta situación sea la que consideraría que esta zona no solo estuviese suficientemente explotada, lo que no significa una total ocupación del territorio, como era la situación hasta mediados del siglo XX, sino a que la constitución de amplios fundi en esta etapa haría gravitar estos pequeños asentamientos no autónomos respecto de uno principal y que impediría el aumento de los mismos siempre y cuando su territorio estuviese suficientemente explotado, como podría ser aquí el caso, según hemos apuntado.
Si comparamos los datos generales, es decir, sin tener en cuenta la posible existencia de estos yacimientos en alto más tardíos y su probable diacronía con los poblados en llano, con los de otras zonas, en los que también se suelen englobar los yacimientos bajo imperiales de una forma global, tendremos que ese incremento global que hemos señalado también se aprecia en el caso de la mitad oriental de la provincia de Segovia,
En este sentido, quizá toda esta comarca del sur del área de prospección gravitase en torno a la importante villa de Riaguas de San Bartolomé, único yacimiento de la zona que por el momento se puede considerar como villa en el sentido bajo imperial del término, al haberse 5
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Datos a partir del Inventario Arqueológico Provincial de Segovia.
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) la quinta centuria. Será ahora con el hundimiento del sistema romano cuando los pequeños núcleos dependientes de los grandes fundi puedan independizarse, repercutiendo gravemente en las propias ciudades que dejarán de convertirse en los núcleos jerarquizadores de estos asentamientos (Fuentes 1997: 491; íd. 1999: 42-43).
recuperado importantes restos arquitectónicos, algo que no hemos podido documentar nosotros en ninguno de los asentamientos que hemos encontrado (Martínez Caballero 2000: 39; Santos Yanguas y Hoces 1999: 373; Santos Yanguas et alii 2005:123-125) y que era conocida de antiguo, con materiales alto imperiales (Molinero 1971: 232, lám. XXXIX, fig. 1).
En el caso del Alto Duero parece que este fenómeno estaría acompañado de la dispersión de la población en pequeños asentamientos ubicados en los rebordes montañosos (Pascual 1991: 273; Morales 1995: 308); serían grupos de población reducida que buscarían áreas de supervivencia en un mundo rural falto de toda orientación centralizada, por lo que se van a instalar en lugares de orografía complicada, donde retornan a modos económicos de tipo natural, ya sin relaciones de dependencia con los terratenientes, con una economía básicamente ganadera (Jimeno et alii 1988-89: 446; Gómez Santa Cruz 1992: 947-948).
Si para la etapa anterior comprobábamos que había una escasa relación entre asentamientos alto imperiales y celtibéricos, ahora, como no podía ser de otra forma, vemos una clara continuidad con los bajo imperiales, aunque con matizaciones (fig. 71 y 80). Así, en la mitad sur de la zona de trabajo, cuatro de los yacimientos antiguos continúan su existencia en esta etapa: La Cruz, Las Viñuelas, Matagente y Los Morenales; desaparece Valdeserracín, del que ya apuntábamos que incluso podría tener una cronología temprana dentro de la etapa alto imperial y aparece El Lomo (nº 22) a escasa distancia de Matagente (nº 23). En definitiva, podríamos considerar que en esta zona hay una estabilidad en cuanto al número de yacimientos.
Esto no quiere decir que se abandonaran todas las antiguas villas bajo imperiales, al menos por el momento, lo que sí que va a perder es su carácter urbano, según parece destacarse (Pérez Rodríguez 1992: 964); en este sentido, en el caso algo más alejado del valle del Ebro se considera que las villas debieron perdurar hasta mediados o el tercer cuarto del siglo V (Paz Peralta 1991: 235), mientras que alcanzarían el final de la centuria las de la provincia de Palencia (Palol 1987: 351)..
Por eso no vamos a señalar aquí el aparente hiato entre ambas etapas que se ha destacado en ocasiones (Romero 1992: 731), a veces para justificar la crisis del siglo III (Salinas 1996: 199-299) y que parece que obedece fundamentalmente a una falta en el conocimiento de los materiales de este centuria (Cepas 1997: 225) algo que paulatinamente se va resolviendo (Paz Peralta 1991: 227-228). Así, por ejemplo, para la Casa del Acueducto de Termes, para la que se propone una cronología desde el siglo I al V, se señala que no se aprecian materiales del siglo III (Argente y Díaz 1984: 175). Desde luego lo que ofrece la zona de prospección es una continuidad en los asentamientos de la zona sur, de los que solo uno alto imperial no continúa (Valdeserracín), aunque probablemente su abandono tenga lugar a lo largo de esta misma etapa, de ahí que no se pueda relacionar con la mencionada crisis del siglo III; la otra novedad es que ahora se documenta un nuevo yacimiento, El Lomo (nº 22), en las proximidades de Los Morenales y, sobre todo, de Matagente.
Pero volviendo al estudio referido al Alto Duero, donde se destaca la existencia de estos yacimientos tardíos (Gómez Santa Cruz 1992: 952-955), los datos aportados serían los siguientes: 71 yacimientos alto imperiales, 95 bajo imperiales y 56 tardorromanos y de comienzos de la etapa visigoda (de éstos últimos solo serían unos 39 tardorromanos). Esto supondría un incremento de un 33% en la etapa bajo imperial, y un descenso de un 41% para la etapa más tardía. Si trasladamos nuestros datos en este caso ya pormenorizados y no globalmente, como habíamos hecho para compararlos con los de las zonas anteriores que no se especificaban, tendremos que en el nordeste segoviano se mantendría el número de yacimientos, 5 en ambas etapas alto y bajo imperial, para pasar a 3 en la etapa más tardía, sin que podamos confirmar el abandono de los asentamientos en llano, lo que supondría una reducción de un 40%. Es decir, no se constata el incremento bajo imperial, pero sí la reducción de finales del Imperio, algo mayor que la conocida para el Alto Duero.
En definitiva nada que pueda demostrar la existencia de un periodo de crisis generalizada y profunda como en ocasiones se ha destacado, que se explicaba en función de las invasiones franco-alamanas de finales de esta centuria y una serie de supuestos niveles de incendio en las villas celtibéricas (Salinas 1996: 199-200 y 204) o bien que fuese debida a supuestas revueltas campesinas de carácter bagáudico en fecha tan temprana (Salinas 1996: 205).
Ahora bien, aquí nos encontramos ante un problema no resuelto durante los trabajos de prospección y es el de la perduración o no de estos asentamientos de la mitad sur durante el siglo V y que podrían dar al traste con estas cifras. En contra de esta perduración, estarían los datos aportados anteriormente y que haría muy atractiva la hipótesis de la ruina de estas explotaciones agrarias bien por la destrucción llevada a cabo durante el convulso siglo V, bien por la desaparición de los grandes
Continuando con el asunto de los yacimientos de la zona norte, con características diferentes en cuanto a localización y dedicación económica respecto a los asentamientos de la mitad sur, se trata de un fenómeno constatado en otras regiones cercanas a la nuestra, y que se relaciona con la crisis del sistema romano, a partir de
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8.- Etapa Bajo Imperial romana
Castroboda (nº 33), no hay coincidencia en un mismo yacimiento de materiales visigodos y bajo imperiales, tampoco con otros de las fases más recientes de época romana; igualmente, la misma distribución de estos asentamientos posteriores en la mitad sur presenta una mayor concentración entre los actuales términos municipales de Mazagatos y Francos, es decir, con centro en Ayllón, cuando los de época bajo imperial se concentraban en una zona algo más al sur.
fundi que los jerarquizarían y que permitirían a sus pobladores huir de una situación de servidumbre (Jimeno et alii 1988-89: 446; Gómez Santa Cruz 1992: 947-948; Pérez Rodríguez 1992: 964; Fuentes 1997: 491; íd. 1999: 42-43), o bien por ambas hipótesis. Esta ruina de los poblados de la zona sur implicaría el incremento de población en los rebordes montañosos frecuentes en toda la parte noreste de Segovia y en la provincia de Soria (Pascual 1991: 273; Gómez Santa Cruz 1992: 947-948; Morales 1995: 308), que nosotros solo hemos podido registrar en las estribaciones del Macizo de la Serrezuela, en los términos de Montejo de la Vega y al norte del de Maderuelo.
Todo ello nos lleva a pensar que la hipótesis anteriormente sugerida y avalada por los paralelos en el Alto Duero, de una interrupción en el poblamiento debida a la desarticulación del sistema de grandes fundi bajo imperiales a raíz de la crisis de principios del siglo V d.C., se podría mantener en líneas generales. Esta despoblación de las campiñas podría haber sido coyuntural mientras que durase la situación de inseguridad reinante, refugiándose la población en las zonas más agrestes, como hemos constatado nosotros en la zona norte del área de trabajo, y que también son frecuentes en el Alto Duero.
Sin embargo, a favor de la perduración de los poblados estaría la permanencia de ciertos asentamientos, bien es verdad que con la categoría de villas hasta la época visigoda en la provincia de Soria (Pérez Rodríguez 1992: 964) o en la de Ávila (Barraca 1997: 357). Esta circunstancia no la hemos podido constatar nosotros en los yacimientos del nordeste segoviano, pero bien es verdad que los materiales de época visigoda en general son poco significativos y podrían confundirse en muchos casos con las producciones comunes tardorromanas, de ahí que sea la terra sigillata la que permite una más clara diferenciación de etapas. Ahora bien, si los materiales visigodos aparecen junto a los tardorromanos, no siempre es fácil su identificación y pueden pasar fácilmente como romanos en un contexto de prospección y, por tanto, con restos casi siempre poco significativos.
Esta búsqueda de lugares en los que la población pudiera pasar más desapercibida haría que se revalorizasen los entornos montañosos, como las estribaciones de la Serrezuela, donde la abundancia de pastos, recuérdese el nombre de Serrezuela de Pradales, permitiría una actividad económica de tipo ganadero, constatada en otras situaciones análogas a las aquí comentadas, y que hemos descrito en el estudio del poblamiento de la Edad del Hierro.
Por tanto no podemos confirmar la perduración de los asentamientos en llano de la mitad sur de la zona de trabajo. Lo que sí que podemos constatar es la presencia en esta zona de una serie de yacimientos que se han podido catalogar, en algún caso con dificultad, como perteneciente a la etapa visigoda. En este sentido, esta constatación podría indicar que no se habría producido esta despoblación de las campiñas del Aguisejo y Riaza Medio.
Ahora bien, tampoco se buscarían auténticos desiertos, al menos en la comarca que hemos estudiado; así, los tres yacimientos aparecen a escasa distancia de la vía Clunia-Duratón-Segovia, relacionada con la calzada Rauda-Segovia, como vimos para la etapa alto imperial (Abásolo 1975: vid. plano; íd. 1978: 47-48 y 50-51; Conte y Fernández 1993: 144, fig. 45; Barrio 1999a: 6162; Fernández et alii 2000: 182-183; Martínez Caballero y Santiago 2010: 108; Martínez Caballero y Santiago 2010: 108;Martínez Caballero e.p.b).
Así, y aunque no se han incluido los yacimientos de época visigoda en el presente estudio, podemos señalar que en toda la zona de trabajo se han registrado 15 yacimientos visigodos, de los cuales 6 serían dudosos por la indefinición de los materiales entre esta etapa y la altomedieval siguiente (Larrén 1989: 54; Bohigas y Ruiz 1989: 50; Juan y Tovar 1997: 207), además de los problemas que ya hemos comentado con respecto a los materiales romanos. De todos ellos, 5 aparecen en la mitad norte (uno de los cuales es dudoso) y 10 en la mitad sur (de éstos, 5 dudosos), junto con un hallazgo aislado (una placa de pizarra con motivos geométricos e inscripción de difícil lectura, en la zona sur). Entre estos últimos destaca la conocida la necrópolis de Estebanvela (Juberías y Molinero 1952: 236).
Serían lugares estratégicos, aunque no parece que buscaran el control de un amplio territorio, al menos en grandes distancias, y que podrían ser fácilmente defendibles, aunque debido a que se trataría de grupos en principio reducidos no parece que esa pudiera ser una circunstancia prioritaria; creemos, por tanto, que más bien lo que buscarían es un lugar oculto, de difícil identificación y que pasara desapercibido, en lugares donde se pudiera realizar una actividad ganadera suficiente, pero que no estuvieran demasiado alejados de los caminos y, por tanto, de la relación con otras grupos de población. Esta vinculación con las vías de comunicación, quizá para mantener la relación con otras poblaciones, es la que nos mueve a pensar que la ocupación de estos enclaves en alto pudiera haberse considerado como coyuntural, pero que la posterior continuación de la
Esta continuidad en el poblamiento podría ser un indicio de que no se habría producido esa despoblación de las campiñas a la que nos hemos referido con anterioridad. Sin embargo, bien es verdad que salvo en
249
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) distribución algo regular, aunque algo inferior a la de la etapa anterior alto imperial6.
inestabilidad política reinante llegara a hacer permanente o al menos se dilatase en el tiempo más de lo previsto. Así, cuando por fin comiencen a reocuparse las campiñas al cabo del tiempo, este lapso habría sido tan grande, quizá un siglo, que las antiguas explotaciones tardorromanas ahora en ruina no harían atractiva su reocupación, por lo que se prefiriera instalar las nuevas poblaciones en otros lugares, de ahí esa no coincidencia espacial exacta entre esta etapa y la propiamente visigoda.
Densidad de yacimientos La densidad de yacimientos en el área de prospección sería de 0,019 yacimientos por km² (0,026 sin la comarca de la Serrezuela), una densidad mayor que los 0,012 yacimientos por km² de época alto imperial (0,025 en la media corregida), pero que sigue siendo baja con respecto al Celtibérico Pleno-Tardío y sobre todo al Celtibérico Antiguo (fig. 81 y 86). Pero posiblemente esta densidad sea mucho menor sin, como creemos, los yacimientos en alto de la zona norte serían de un momento mucho más tardío que los de la zona sur, que no tuvieron por qué perdurar hasta este momento.
Por último, queremos destacar que de los 15 yacimientos visigodos, sin entrar en si son de adscripción dudosa o no, solo tres de ellos están en alto y el resto aparecen o bien sobre lomas poco destacadas o en plena vega; esta situación vuelve al esquema de poblamiento romano y, por tanto, también al de su explotación económica del territorio, lo que denotaría una situación de estabilidad y cierta prosperidad, una vez pasados los momentos de crisis propios de la quinta centuria.
Así, en el caso de la mitad oriental de esta provincia, con una superficie de 3.051 km², se han contabilizado tras la realización del Inventario Provincial un total 67 yacimientos bajo imperiales, lo que supone una densidad de 0,022 km². Por tanto, la densidad de la zona de prospección de 0,019 sería equiparable a esta última, y a las más elevadas de la provincia de Soria, alejándose de las más reducidas de las comarcas de Almazán y Gómara, así como de la general de la provincia de Soria. Estos datos habría que ponerlos en relación con una mayor población al sur del Duero en época tardía de la que se pensaba hasta hace poco (Barraca 1997: 354).
Vecino más próximo Siguiendo con el asunto de la dispersión de los yacimientos y pasando ahora a contemplar los datos globales, observamos que las distancias respecto al vecino más próximo oscilan entre 375 m y 10 km, siendo la media de 2,88 km, inferior por tanto a la media que solo contaba con los yacimientos de la mitad sur (fig. 88); esta diferencia se debe fundamentalmente a que los yacimientos de la zona norte se encuentran muy próximos entre sí, sobre todo La Hocecilla y Valdecasuar. Si tomamos los 3 vecinos más próximos, la media es de 5,61 km, muy parecida a la que solo tenía en cuenta estos yacimientos meridionales, que era de 5,54 km.
Si pasamos a relacionar estos datos con los de regiones cercanas, tenemos el siguiente panorama7: 0,02 en la Zona Centro (Pascual 1991: 272-273); 0,02 en la Altiplanicie soriana (Morales 1995: 305-309); 0,008 en la Tierra de Almazán (Revilla 1985: 346-348) y 0,009 en el Campo de Gómara (Borobio 1985: 184). Los datos de las dos últimas regiones estarían de acuerdo con la densidad de toda la provincia de Soria8, que tendría 0,009 yacimientos por km², no así los de la Zona Centro y la Altiplanicie, mucho más elevados y comparables, como veremos a continuación, con los de la provincia de Segovia.
Los datos referidos al primer vecino son algo superiores a los 2,61 km de la etapa alto imperial, ya que en esta etapa no había yacimientos tan aislados como ahora lo está La Cruz, a 10 km del vecino más próximo (fig. 88); para la etapa bajo imperial sería de 2,88 km. Esta cifra estaría en consonancia con la que se señala para algunas comarcas del Alto Duero, en donde se contempla la distancia de 3 km, siendo la superficie explotable de 2.100 a 700 Ha (Borobio y Morales 1985: 50), lo que ha dado pie a que se destaque que se pasaría de una agricultura extensiva a otra más intensiva y diversificada (Jimeno et alii 1988-89: 444). Sin embargo, si tomamos en cuenta los tres vecinos más próximos, la media es de 5,54 km, mucho menor que la de la etapa alto imperial que era de 8,62; en este caso, el mayor número de yacimientos corregiría las distancias que contando con tres vecinos se disparaba en la etapa alto imperial (fig. 89).
Distribución de yacimientos en la mitad oriental de la provincia de Segovia Como hemos visto existe una diferencia entre la densidad de la etapa alto imperial, con 0,015 km² y la de la etapa tardía, con 0,022 km², que obedece a un incremento en el número de asentamientos rurales, situación que también ha quedado constatada para el Alto
En lo que respecta a la regularidad de esta distribución, comprobamos que la distancia del vecino más próximo (Hodder y Orton 1990: 51-58), tomando las medidas a los tres vecinos más cercanos, es de una
6 Distancia a los tres primeros vecinos: Distancia real: 5,61; Distancia teórica: 3,8; Aleatoriedad: 1,45. 7 Sobre las superficies de estas comarcas ver la nota en el apartado de la etapa alto imperial. 8 Densidad a partir de los datos tomados de Gómez Santa Cruz 1992: 942.
250
Fernando López Ambite
8.- Etapa Bajo Imperial romana
Densidades de las comarcas vecinas
Yacts./km2
0.03 0.025 0.02 0.015 0.01 0.005
Soria
Almazán
Gómara
Centro
Altiplanicie
Segovia
Superficie B
Superficie A
0
Figura 81: Densidades de algunas zonas durante la etapa bajo imperial romana; Superficie A se refiere a la densidad de la zona de prospección; Superficie B, a la densidad corregida; Segovia, Inventario provincial de Segovia; Altiplanicie, Altiplanicie soriana; Centro, zona centro de la provincia de Soria; Gómara, Campo de Gómara, Soria; Almazán, Tierra de Almazán, Soria; Soria, Inventario de la provincia de Soria.
frente a importantes extensiones de monte y los pastizales. Este cambio tendría que ver con la hipótesis apuntada para el Alto Duero de una economía más diversificada que la alto imperial, donde la ganadería jugaría un papel importante (Jimeno et alii 1988-89: 444; Gómez Santa Cruz 1992: 948; Hernández Sagrado 1998: 155),
Duero (Gómez Santa Cruz 1992: 942). Si observamos el mapa de distribución, se aprecia la continuidad de los dos grandes núcleos de poblamiento al nordeste y noroeste de la ciudad de Duratón y el que se mantenga e incluso se incremente el distanciamiento entre ellos. Esta falta de asentamientos en el entorno de la ciudad de Duratón, que ya hemos comentado en el capítulo de el etapa alto imperial, resulta desde luego bastante extraña (fig. 74), aunque aparte de Duratón, también se observa en Termes (Martínez Caballero 2010b: 202).
Respecto a la delimitación de los territorios de las diferentes ciudades, el vacío en la parte central del mapa, mucho mayor que en la etapa alto imperial, podría estar indicando esta frontera entre los territorio de Termes y Duratón; en todo caso, no se entiende bien este vacío en una zona potencialmente agrícola como la que ocupan los términos de Barbolla, Boceguillas, Sotillo, Castillejo de Mesleón..., con importantes campiñas agrícolas y situados a escasos kilómetros de Duratón.
Si pasamos al primer grupo de población, el que se sitúa al nordeste de la ciudad de Duratón, se aprecia cómo habría una menor cantidad de asentamientos que para la etapa alto imperial, algo que en la zona de prospección no registramos, si bien el incremento descrito es pequeño y con la salvedad que hemos hecho para los yacimientos más tardíos en altura.
A continuación habría una serie de asentamientos y de nuevo una zona vacía entre éstos y los del área de prospección, que sí que podrían cuadrar mejor con esta delimitación de territorios. Pero de nuevo se trata de términos como el de Fresno de Cantaespino, Ribota o Riaza con escasos yacimientos conocidos y de ellos muchos lo son de antiguo, o son medievales, bien despoblados, bien restos arquitectónicos destacados. Por todo ello, carecemos de datos para interpretar las fronteras entre ciudades en esta región; además, la existencia de fronteras en época imperial no tiene que implicar una situación de despoblación, al estilo de los límites durante la Segunda Edad del Hierro (Sacristán 1989: 85-87; San Miguel 1989: 101-105; íd. 1993: 59; Jimeno y Arlegui 1995: 120), ya que en un contexto de pacificación general, la explotación de un territorio obedecería más a la iniciativa de las elites urbanas que
En cuanto al núcleo de poblamiento del noroeste, encontramos una serie de cambios más significativos que en el grupo anterior. En primer lugar, es que su dispersión ahora va alcanzar el límite norte de la provincia, algo que no se registraba para la etapa alto imperial; y en segundo lugar, y es donde apreciamos el cambio más radical, es que este grupo de población se va a extender fundamentalmente hacia el sur, a la zona de sierra y sobre todo de la presierra, una comarca anteriormente escasamente poblada. Si la extensión hacia la parte norte sería comprensible dentro de la hipótesis de la ocupación de las llanuras cerealistas de Sacramenia, Fuentidueña y municipios cercanos, la expansión hacia el sur, hacia la sierra y presierra nos indica, según el Mapa de Cultivos de Segovia, la existencia de un ambiente mixto con terrenos de labor generalmente minoritarios
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) considerábamos altos para la etapa alto imperial, en comparación con los de la vecina comarca del sudoeste soriano (Heras 2000: 226).
ante un contexto de demanda de cereales, pondrían en explotación los terrenos de los que pudieran disponer en cualquier parte del territorio de su ciudad o incluso de fuera de ella, dependiendo de su disponibilidad, rendimiento y existencia de caminos que permitiesen la salida de esos excedentes.
Si a continuación pasamos a comprobar la altitud relativa de los diferentes poblados, esta aumenta considerablemente con respecto a la etapa precedente; así, en aquella, la media era de unos 7 m, mientras que ahora la media sube hasta los 36,25 m (fig. 92). Si desglosamos esta media por sectores, en el sector sur la media sería de unos 6 m, por tanto una media similar a la de la etapa alto imperial; sin embargo, los tres yacimientos en alto oscilan entre los 120 y los 70, de ahí que su media sea de 87 m. Se trata en los tres casos del sector norte de una altura relativa muy similar a la de los poblados en alto que vimos para el periodo Celtibérico Antiguo, que era de 86 m, de los que ya hemos comentado su interés por un cierto encastillamiento de los mismos.
Por todo ello, consideramos que aunque por las razones que ya hemos aducido para la etapa alto imperial los yacimientos de la zona sur del área de trabajo pertenecerían a la ciudad de Termes, la delimitación de una frontera con respecto a la ciudad de Duratón todavía es difícil de establecer con claridad. Localización de los yacimientos Si pasamos ahora a la localización de los yacimientos, tenemos que hay una variación fundamental con respecto a la etapa alto imperial; allí teníamos un 100% de asentamientos en llano, normalmente sobre lomas poco destacadas respecto al terreno circundante y junto a cauces de agua permanente; por tanto se trataba de emplazamientos que en ningún caso se podían catalogar como de estratégicos, aunque alguno de ellos pudiera controlar una zona amplia de las campiñas circundantes.
Tabla 20: Superficie controlada visualmente por los asentamientos romanos bajo imperiales Los Morenales (nº 20) 7.194
Ahora bien, para la etapa bajo imperial, y como ya se ha aludido brevemente con anterioridad, tenemos que este tipo de poblamiento sigue manteniéndose claramente en la zona sur, mientras que en la norte aparece un asentamiento diametralmente opuesto, por ubicarse en lugares altos, estratégicos y fácilmente defendibles. Así, el cómputo global arroja un total de cinco yacimiento en llano, un 62%, todo ellos en vega, frente a tres en alto, un 37%, uno en borde de páramo y dos en cerro, siempre y cuando los consideremos como diacrónicos, lo cual, como ya hemos comentado, bien pudiera no haber ocurrido y pertenecer cada grupo a diferentes fases dentro de la misma etapa bajo imperial (fig. 87).
Matagente (nº 23)
3.146
Las Viñuelas (nº 55)
12.993
La Cruz (nº 2)
3.088
El Lomo (nº 22)
6.052
Castroboda (nº 33)
2.448
La Hocecilla (nº 46)
2.171
Valdecasuar (nº 54)
6.749
Media yacimientos bajo imperiales
5.480
Altitud de los yacimientos Entorno de los yacimientos
La altitud absoluta donde se ubican los asentamientos oscila entre 1.040 y 921 m, siendo la media de 985 m, solo ligeramente superior a la de los yacimientos de la etapa alto imperial, con 975 m (fig. 92). Este incremento ligero con respecto a esta última etapa, a pesar de contar ahora con tres nuevos yacimientos en alto, se debe a que la zona en la que se localizan estos poblados, en la mitad norte de la zona de prospección, hay un descenso de altitud absoluta con respecto a la más elevada mitad sur, al pie de la Sierra de Ayllón. En todo caso, se trata de una altitud elevada, no solo en cuanto a la media, sino que también individualmente, debido a que 4 yacimientos están por encima de los 1.000 m, dos en la zona norte y uno en la sur. Estos datos ya los
Dependiente de la altitud tanto absoluta como relativa estaría otra variable que hemos tenido en cuenta para el presente estudio y es la de la superficie controlada visualmente. La media global de todos los yacimientos sería de 5,48 km² en un radio de 5 km9, similar por tanto a la de los poblados alto imperiales, con 5,88 km² y oscilarían entre los 12,9 de Las Viñuelas, por su asentamiento en un valle muy despejado y que permite una visión superior al de otros yacimientos, y los 2,1 de La Hocecilla, en un lugar mucho más encajonado en las Hoces del río Riaza (tabla 20, fig. 90). 9
252
En un radio de 5 km el total sería de unos 78,5 km².
Fernando López Ambite
8.- Etapa Bajo Imperial romana
agricultura en el radio de 1 km sería de un 49%, cifra que aumenta si nos referimos a los 5 km de radio hasta el 63%; por el contrario, los datos de monte apenas fluctúan entre ambas distancias con un 28% y un 27% en los radios de 1 y 5 km respectivamente. En el caso de los pastos de nuevo tenemos una variación significativa, al pasar de un 18% en el radio de 1 km a un 8% en el de 5 km. Si comparamos estos resultados con los de la etapa precedente, tendremos una variación fundamental en el menor porcentaje de terreno agrario en ambos radios, en la mayor presencia de monte, mientras que en el porcentaje de pastos no hay diferencias notables.
Si volvemos a especificar los datos por sectores, el sector norte presentaría una superficie controlado más reducida a pesar de asentarse los yacimientos sobre terrenos elevados, como cerros o el propio borde del páramo; ello es debido a que esta mayor altura quedaría compensada por el encajonamiento que el río Riaza presenta en el transcurso de su recorrido por los términos municipales del norte de Maderuelo y, sobre todo, de Montejo de la Vega. En todo caso esta media sería de solo 3,7 km², oscilando entre 6,7 y 2,1 km² (tabla 20). Por el contrario, los poblados en vega de la mitad sur, a pesar de que en principio este tipo de ubicación iría en detrimento de la visibilidad sobre el territorio, presentan un control sobre unos 6,4 km², oscilando las cifras entre 12,9 y 3 km².
Dejando de lado estos datos generales y pasando a los referidos por sectores geográficos, comenzaremos por la parte sur, que mantendría una continuidad con respecto a la etapa alto imperial. Así, en el radio de 1 km tenemos que el porcentaje de terreno aprovechable para la agricultura sería de un 67%, presentando todos los asentamientos superficies por encima del 50%, por lo que habría una ligera tendencia con respecto a la etapa precedente a incrementar esta dedicación más agraria. A continuación vendría el terreno apto para pastizales, con un 24%, mayor que el de la etapa alto imperial; por el contrario, la dedicación a monte es poco significativa, con un 8%, menor que el de la etapa precedente (tabla 21, fig. 82, 95 y 97).
Una vez descrita la localización, la altitud absoluta y relativa sobre la que se asientan e incluso la superficie controlada visualmente, podemos hacernos una idea de la zona sobre la que van a ejercer su actividad económica estos poblados. Aunque hemos extraído los datos globales que expondremos a continuación, hemos preferido apuntar también los que se refieren a cada uno de los sectores en los que se divide el área de trabajo. Así, globalmente, tenemos que el porcentaje de terreno apto para la
10
Pasto
Improduc‐ tivo
1 5 Matagente (nº 23) 1 5 Las Viñuelas (nº 55) 1 5 La Cruz (nº 2) 1 5 El Lomo (nº 22) 1 5 Castroboda (nº 33) 1 5 La Hocecilla (nº 46) 1 5 Valdecasuar (nº 54) 1 5 Media yacimientos de la 1 zona sur 5 Media yacimientos de la 1 zona norte 5 Media yacimientos bajo 1 imperiales 5
Monte
Los Morenales (nº 20)
Cereal
Radio km
Tabla 21: Análisis de captación de recursos de los yacimientos romanos bajo 10 imperiales Porcentaje no contabilizado 83 73 55 74 76 74 66 75 56 62 6 34 31 43 22 66 67 72 20 44 49 63
‐ 19 10 19 ‐ 11 21 16 8 15 80 61 54 53 48 19 8 16 70 44 28 27
17 7 35 6 20 12 13 6 36 21 ‐ ‐ ‐ 1 1 8 24 10 0 3 15 8
‐ 1 ‐ 1 4 2 ‐ 3 ‐ 1 14 5 14 3 30 7 1 2 19 5 8 3
1% de prov. Soria 10% de prov. Soria
8% de prov. Soria 3% de prov. Burgos 15% de prov. Burgos
No se contabiliza Vallejo el Charco (MVS-20) por no tratarse de un lugar de habitación
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Análisis de Captación: radio de 1 km Cereal Monte Pasto Improductivo
90 80 Porcentaje
70 60 50 40 30 20 10 0
Figura 82: Análisis de captación de los yacimientos de la etapa bajo imperial romana en un radio de un kilómetro.
encontramos en el sector norte, donde el elemento predominante sería el monte, hoy todavía bien conservado en buena parte, con un 70% en el radio de 1 km (oscila entre un 80% y un 58%), seguido de un 20% de terreno apto para la agricultura (oscila entre 31% y 6% en Castroboda), sin que se pueda destacar la existencia de pastizales en superficie apreciable. Estos datos son los que mejor concordarían con el tipo de grupos de población que se postulan para este tipo de asentamientos tardíos, cuya economía sería fundamentalmente ganadera (Jimeno et alii 1988-89: 446; Gómez Santa Cruz 1992: 947-948).
Si pasamos a detallar las cifras que tienen en cuenta el radio de 5 km, el porcentaje de terreno agrícola asciende hasta un 72%, descendiendo el de pastizales hasta un 10% y ascendiendo el de monte hasta un 16%; se trata de unas cifras muy semejantes a las de la etapa alto imperial y que vienen a avalar una dedicación preferentemente agrícola de los terrenos que circundaban a los poblados, que en un pequeño radio de acción debieron tener en cuenta la existencia de pastizales que pudieran permitir una cabaña ganadera complementaria de la actividad económica fundamental, que estaría volcada a la agricultura de secano, posiblemente, al igual que hoy en día, dedicada a la obtención de cereales (tabla 21, fig. 76, 77, 88 y 90).
Ahora bien, si el emplazamiento más que estratégico solo intentase pasar desapercibido, de ahí lo agreste de la localización, bien pudieran haber aprovechado terrenos algo más alejados de su lugar de habitación. En este caso, el radio de 5 km nos informa de que a esta distancia sí que se podría advertir una mayor posibilidad de dedicación agrícola, ya que el porcentaje de este tipo de terrenos es igual al de monte, un 44% (el agrícola oscila entre el 66 de Valdecasuar y el 34 de Castroboda; el de monte entre 61% de Castroboda y 19% de Valdecasuar), siguiendo inapreciable el de pastizales (un 3%). Además, como se puede apreciar, habría unos yacimientos en los que la producción agrícola podría haber tenido una mayor relevancia, como Valdecasuar, frente a otros más ganaderos, como Castroboda.
Hay que recordar que en esta zona los pastizales suelen encontrarse junto a los cauces de agua, lugares igualmente escogidos para el asentamiento de estas pequeñas explotaciones rurales tanto alto como bajo imperiales. Esta dedicación a pastizales de un porcentaje de terreno en el radio de 1 km, es la única diferencia notable con respecto a la etapa precedente, que podría avalar una cierta diversificación de la producción, como sostienen algunos autores (Jimeno et alii 1988-89: 444; Gómez Santa Cruz 1992: 948; Hernández Sagrado 1998: 155), además de un incremento en importancia de la ganadería (Jimeno et alii 1988-89: 444; Gómez Santa Cruz 1992: 948). Esta mayor diversificación no tendría por qué suponer una economía más autosuficiente como suponen algunos autores (Mariné 1992: 759), todo lo contrario, parece que nos encontraríamos ante un incremento en la comercialización de los excedentes (Jimeno et alii 1988-89: 444).
Respecto a otros tipo de actividades económicas, como las que en el capítulo correspondiente aportamos para la Edad del Hierro, en este caso, al igual que ocurría para la etapa alto imperial, no se han detectado indicios de una dedicación diferente a la supuestamente agropecuaria que deberían tener todos estos asentamientos; en este sentido, estarían en la línea de lo
Este panorama agrario, con un significativo elemento ganadero, es diametralmente opuesto al que
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Fernando López Ambite
8.- Etapa Bajo Imperial romana
Análisis de Captación: radio de 5 km 80 70
Porcentaje
60 50 40
Cereal Monte Pasto Improductivo
30 20 10 0
Figura 83: Análisis de captación de los yacimientos de la etapa bajo imperial romana en un radio de cinco kilómetros.
encontramos registrados una inscripción, restos de mosaicos, columnas y un capitel (Santos Yanguas y Hoces 1999: 373; Martínez Caballero 2000: 39; Santos Yanguas et alii 2005: 123-125). También hay referencias poco claras en el cercano Corral de Ayllón (Juberías 1952: 223) o en Estebanvela (Juberías 1952: 224); situación que no hemos podido documentar en ninguno de los asentamientos de la zona de trabajo, incluido el término de Estebanvela. En otras ocasiones, se identifican las posibles villas a base de elementos que tampoco hemos registrado nosotros en le proceso de prospección, como restos de pintura mural, bessales, o determinados topónimos (Mariné 1992: 759).
que conocemos de otros yacimientos similares de la misma época (Gómez Santa Cruz 1993: 163). Tipos de yacimientos En cuanto al tipo de yacimiento, continuamos con el término general de asentamientos rurales dedicados a labores agropecuarias, que hemos empleado para la etapa anterior. Esta definición parece la más común por parte de los investigadores, cuando se quiere englobar a todos los yacimientos del ámbito rural o diferentes de los de ámbito periurbano (Gorges 1979: 86-87); estos últimos se identifican únicamente como residencias de lujo, sin dedicación económica (Gómez Santa Cruz 1992: 942); sin embargo, en algunos casos se prefiere usar el término villa rústica, como sinónimo de asentamiento rural, sin otro tipo de connotaciones (Gómez Santa Cruz 1993: 203), olvidando otros términos romanos, como vici (Hernández y Sagredo 1998: 57).
Por tanto, como hemos mencionado anteriormente, los yacimientos estudiados en este trabajo harían referencia a una serie de explotaciones agrícolas, fundadas sobre todo en época alto imperial, dedicada presumiblemente a actividades agropecuarias, ya que no hemos encontrado otro tipo de explotación económica razonable en su entorno, que para esta primera etapa dependería presumiblemente de las aristocracias urbanas, como queda atestiguado para el caso de Las Viñuelas (nº 55) con respecto a un ciudadano identificado con otro de la ciudad de Termes (Santos Yanguas y Vallejo Ruiz e.p.; Martínez Caballero y Hoces e.p.).
En este trabajo hemos optado por el primer término, mucho más general, porque entendemos que para suponer la existencia de una villa, habría que haber documentado durante el proceso de prospección materiales que denotarían edificaciones más lujosas, propias de las residencias de la clase opulenta, aparte de la zona dedicada a explotación agropecuaria, que este tipo de asentamientos debería tener (Mariné 1992: 759; Hernández y Sagredo 1998: 60).
En cuanto a otros tipos de propiedad atestiguados en la Meseta Norte, que en ocasiones podrían hacer referencia a otra forma de poblamiento a base de pequeños propietarios normalmente de origen indígena, identificada normalmente con la acepción que se tiene del término vicus (Gómez Santa Cruz 1993: 200), no creemos que pueda ser el caso, ya que la despoblación de los valles del Aguisejo y Riaza Medio en la primera centuria antes de la era vaciaría de población esta comarca; además, tenemos las referencias epigráficas en el caso de Las Viñuelas de etapa alto
Este tipo de restos, especialmente arquitectónicos, fácilmente detectables en superficie por el desmantelamiento que producen los arados, sí se describen en el caso concreto de la villa de Riaguas de San Bartolomé, a escasos kilómetros de los asentamientos de la zona sur del área de trabajo: así, en ella
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) relaciones sociales, más que en el carácter estratégico que en su día se les supusieron, relacionándolos con situaciones de frontera (Jimeno et alii 1988-89: 446; Gómez Santa Cruz 1992: 947-948),
imperial, como acabamos de reseñar; estas referencias indicarían al menos en ese caso la existencia de una relación de este asentamiento con algunos de los ciudadanos privilegiados de la ciudad que posiblemente jerarquizaría el territorio.
En relación con este tipo de hábitat estarían las cuevas, aunque no se hayan registrado en el área de trabajo, sí se encuentran a pocos kilómetros, más concretamente en La Pedriza de Ligos, Soria, en los cantiles que forman parte de un castro del periodo Celtibérico Antiguo B, en un yacimiento denominado como El Roto (Ortego 1960: 108 y ss.; Gómez Santa Cruz 1992: 955). Parece que sería un tipo de yacimiento relacionado con los anteriormente descritos y con el tipo de economía ganadera que se les supone a todos ellos (García Merino 1975: 319-320; Pérez Rodríguez 1992: 960); en todo caso no supone un tipo de ocupación muy generalizado, porque en la provincia de Soria solo se conocen cuatro casos (Jimeno et alii 1988-89: 466; Pérez Rodríguez 1992: 960) y ninguno en nuestra zona de trabajo.
Esta situación de dependencia de los asentamientos prospectados en la vega del Aguisejo-Riaza, creemos que se continuaría durante la etapa tardía, bien manteniéndose la dependencia con respecto a las aristocracias urbanas, que no parece que abandonen los núcleo urbanos de forma generalizada (García Moreno 1999: 11-12), a pesar de la tesis tradicional (Arce 1982: 86 y 134; Gómez Santa Cruz 1992: 948; Salinas 1996: 199; Roldán 1998: 49); bien pasando a formar parte de los fundi que a partir de ahora se extenderán por la mayor parte del Imperio (Salinas 1996: 199), también en las tierras del interior de la Meseta, donde podrían llegar a haber englobado diferentes explotaciones en una sola de gran riqueza (Hernández y Sagredo 1998: 155), ahora en manos de una clase senatorial absentista o de la antigua oligarquía urbana (Gómez Santa Cruz 1992: 948). Un ejemplo cercano al aquí propuesto podría ser el del territorio de Cauca, donde los modestos asentamientos rurales se alternan con auténticas villas lujosas, de los que presumiblemente dependerían (Blanco 1997: 386).
Superficie de los yacimientos Volviendo a los asentamiento rurales, este tipo de yacimientos, aparte del nombre que se les quiera dar, presentan unas superficies muy reducidas, al igual que ocurría en la etapa anterior, aunque, como ya señalábamos en aquella, la localización de los yacimientos del sector sur sobre terrenos de labor, y su constante laboreo, dificultan conocer una superficie fiable para este tipo de asentamientos. Por todo ello, los datos que se ofrecen serían solamente una aproximación a la realidad.
Este tipo de asentamientos en llano sería el único documentado para la etapa bajo imperial (y también para la alto imperial) hasta posiblemente su final en el que se señala la aparición de otra forma de asentamientos radicalmente diferente: los castros o castella. Estos poblados en altura parece que se extienden por buena parte de la Península Ibérica, con especial incidencia en el caso de la Meseta, y suponen una novedad con respecto a los primeros siglos de la era (García Merino 1975: 378; Jimeno et alii 1988-89: 444; Pérez Rodríguez 1992: 960; Domínguez Bolaños y Nuño 1997: 446; Abásolo 1999: 94-95), frente a la continuidad que proponen otros autores desde la Edad del Hierro (Espinosa 1992: 902 y 906907), y que anteriormente estaban asociados a un supuesto limes (Taracena 1941: 156-157; Arce 1982: 69 y ss., 165-168; Caballero 1984: 441-442; Arce 1998: 187189).
Así, la media de la extensión de los asentamientos sería de 11.875 m², mayor que los 8.600 m² de la etapa precedente, pero en todo caso inferior a la de la Edad del Hierro, por carecer la zona de poblados jerarquizadores de mayor relevancia y solo documentarse los pequeños asentamientos rurales (fig. 91). De nuevo se aprecian diferencias en los dos sectores de la zona de trabajo: en la zona sur la media es de 9.000 m², coincidente con la alto imperial, oscilando entre los 15.000 m² de Los Morenales y los escasos 2.000 m² de La Cruz; mientras que los poblados de la zona sur presentan una media de 16,667 m², oscilando entre las 2 Ha de Castroboda y La Hocecilla11 y la hectárea de Valdecasuar, ésta de difícil determinación por la dedicación a pastos.
En nuestro caso, aparte de la novedad de su documentación en nuestra zona al igual que en otras regiones, suponen también una novedad en cuanto a su localización, ya que los tres que encontramos ahora lo hacen en la parte norte del área de trabajo, es decir, la que aparentemente se encontraría despoblada a lo largo de toda la etapa romana hasta sus momento finales. Es a partir del siglo V cuando el debilitamiento del sistema de villas, con unas relaciones de dependencia entre los colonos y el dominus, dé paso a una serie de explotaciones ganaderas, de pequeño tamaño, compuestos por pequeños grupos familiares que tratan de obtener un mínimo de aprovechamiento con la menor o nula inversión de capital. Esta explicación incide por tanto en la desarticulación del sistema económico y de sus
Relación con los cursos fluviales Siguiendo con las variables que hemos analizado a la hora de estudiar el poblamiento en la zona nordeste de la provincia de Segovia, pasaremos a relacionar el establecimiento de la población con los cursos de agua, circunstancia reiteradamente observable a lo largo de las 11 Esta superficie es mayor que la que señalábamos para el yacimiento de Cogotas I, de 5.000 m².
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diferentes épocas que hemos analizado en esta área de trabajo y en los estudios referidos a otras zonas como por ejemplo el Alto Duero (Romero 1992: 719) o la propia provincia de Segovia (Martínez Caballero y Santiago 2010: 96, fig. 8).
señalado esta coincidencia, en especial para la vía 27 entre Augustobriga, Numantia y Uxama, para la vía 24 y para los caminos de la zona sudeste y norte de la provincia de Soria (Gómez Santa Cruz 1992: 946; Pérez Rodríguez 1992: 960-961); Lo mismo se puede decir para Segovia provincia (Martínez Caballero y Santiago 2010: 96, fig. 8).
En general la separación media a estos cursos estaría en torno a los 138 m, por tanto un poco superior a los de la época alto imperial, oscilando entre los 300 m de Castroboda y los 50 escasos metros de Matagente (fig. 93). En esta variable no se aprecia diferencias notables entre ambos sectores, salvo que en general los del sur presentarían distancias más cercanas, que los del norte, aunque también allí había yacimientos con distancias similares. La única diferencia observable es que, al tratarse de medidas en línea recta, las de los yacimientos del sur serían similares a las reales, mientras que las del norte, debido a los fuertes desniveles de los emplazamientos donde se ubicaron, deberían incrementar esta distancia en línea recta, imposible de realizar sin grandes esfuerzos.
Aparte de la relación con la red viaria, también se ha destacado la existencia de una cierta coincidencia espacial entre el poblamiento rural y los núcleos urbanos, algo que nosotros no podemos señalar para nuestra zona de trabajo; estos últimos tendrían funciones de puntos centrales de áreas periféricas radiales de hasta 20 km (García Merino 1975: 376-377), bien identificadas especialmente en el caso de Uxama, con dos aureolas periféricas, que para la etapa bajo imperial se compondría de villas de recreo y explotaciones agrícolas (García Merino 1971: 111). Esta misma situación se ha señalado para Numancia, donde sí parece que se puede hablar de un fenómeno de suburbanidad similar al de Uxama (Pérez Rodríguez 1992: 960-961), y las ciudades de la provincia de Segovia, sobre todo en el caso de Cauca; en esta ciudad se ha destacado un anillo interno de asentamientos en torno a los 8 km que ya estaría constituido desde etapa alto imperial, y un anillo externo en el que alternarían las villas propiamente dichas con otro tipo de asentamientos más modestos, del tipo vici o pagi (Blanco 1997: 386; Martínez Caballero 2000: 38).
Vías de comunicación y relación con los yacimientos Para terminar con las variables que afectan a la localización de los asentamientos, nos quedaría referirnos a las vías de comunicación, no ya a su trazado que hemos descrito en la etapa alto imperial, y que no tenemos datos como para suponer una profunda alteración en su configuración alto imperial, sino su la relación con los diferentes asentamientos (fig. 55). Respecto a una posible alteración de las mismas, en ocasiones se ha señalado como en época tardía y con el incremento de los asentamientos rurales habría un desarrollo paralelo de las vías de comunicación, en especial las de tipo secundario o incluso menor, que daría lugar a una red mucho más densa a partir del siglo IV que la de las etapas precedentes (Barraca 1997: 357).
8.3.- Evolución del poblamiento bajo imperial en la zona de prospección La ciudad Si pasamos a observar la evolución de las ciudades veremos como parece que la decadencia urbana en la Meseta es patente en algunos ejemplos, aunque no todos los autores estarían de acuerdo en cuanto a la evolución de las diferentes ciudades de la Meseta. Así, para algunos, en contraste con las lujosas villas, las ciudades celtibéricas no lograron rehacerse de las destrucciones, como Clunia o Bilbilis, o aquellas que no las sufrieron, como Uxama, Termes o Numantia fueron arruinándose y decayendo progresivamente; en cualquier caso, para estos autores la decadencia es evidente a través de cualquier tipo de fuentes, por ejemplo, a través de la correspondencia entre Ausonio y Paulino de Nola, de finales del siglo IV (Salinas 1996: 207).
En general, la media de los yacimientos, con respecto a una de estas vías que hemos definido con anterioridad en la etapa alto imperial, es de 797 m, una cifra algo más elevada que la de la etapa precedente, oscilando las distancias entre 1.759 m de Las Viñuelas12, y La Hocecilla, junto a la vía correspondiente (fig. 94). De hecho este último yacimiento creemos que estaría en función del control del camino que discurre por el Riaza Medio y que en este punto de su recorrido, debido la encajonamiento que provocan las profundas hoces del río Riaza, el camino abandona la vega para subir hasta este cerro y evitar los meandros del río, que impiden su circulación por su ribera, y sus inevitables crecidas.
Sin embargo, para otros autores estas cartas más que reflejar la situación real de las ciudades hispanas, supondrían un ejercicio de retórica; pero incluso desde esta óptica, estos escritos tampoco implican una situación de "desolación y decadencia de las civitates hispánicas del siglo IV" (Arce 1982: 88-89 y 99). Por el contrario, la visión de otros investigadores es menos catastrofista a medio plazo; así, para éstos, las zonas monumentales
Esta coincidencia espacial entre el poblamiento rural y la red viaria es otra de las características del poblamiento rural del Alto Duero, tanto para la etapa alto como para la bajo imperial; así en esta región, se ha 12 Ya hemos comentado la problemática distancia de este poblado con respecto a la Cañada Real Soriana Occidental y que para la etapa romana no ofrece del todo seguridad.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Provincia de Burgos
46 52 54
33
N 2
Provincia de Soria
55
22 23 20
Bajo Imperial Aprovechamiento agrario: Labor
Pastos
Monte
Improductivo
Provincia de Guadalajara
Escala: radio de aprovechamiento de 5 km.
Figura 84: Superficie de aprovechamiento agrario durante la etapa bajo imperial romana: La Cruz (2), Los Morenales (20), El Lomo (22), Matagente (23), Castroboda (33), La Hocecilla (46), Vallejo del Charco (52), Valdecasuar (54) y Las Viñuelas (55).
Tampoco hemos encontrado materiales del siglo III, ni de época bajo imperial en el yacimiento de la Santísima Trinidad, en Segovia, lo que podría estar indicando también una remodelación urbana con el abandono de determinados barrios (López Ambite y Barrio 1995: 56), más que de toda la ciudad, debido a las evidencias de ocupación tardía en otros puntos de la ciudad (Fernández Esteban et alii 1998: 150 y 167-168; Zamora 2000: 63). Sin embargo, en la vecina Cauca, parece que habría un paulatino incremento de población desde la etapa alto imperial que culminaría en los siglos IV y V, paralela a la intensificación en la ocupación de su territorio; igualmente, el estudio de la moneda indica una abundancia en el siglo IV lo que se ha tomado como indicio de un importante dinamismo económico que
de Ercavica, Segobriga y Valeria dejan de funcionar como tales a partir de finales del siglo III y en el IV son ocupadas por viviendas privadas; en este sentido, se destaca que posiblemente sea el último tercio de esta tercera centuria la etapa más problemática, algo que pudo darse con anterioridad en ciudades como Termes o Numantia, en estos casos ya a finales del II, con abandonos de determinados barrios (Romero 1992: 727; Morales 1995: 307). Por otro lado, se han documentado niveles de destrucción en Clunia, que separan los periodos alto y bajo imperiales. Otras continúan como Complutum y de otras desconocemos su evolución, como Bilbilis (Cepas 1997: 135), Rauda (Sacristán 1986a: 237238) o Duratón (Molinero 1948: 135-136, nota 67; Juberías y Molinero 1952: 236).
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8.- Etapa Bajo Imperial romana
norte peninsular, por ejemplo, otras saldrán del proceso más perjudicadas, como es el caso de Carthago Nova, Castulo, Ampurias, Italica, Carteia… (Fuentes 1997: 479-480; íd. 1999: 27-30; Carrobles 1999: 199).
estaría ligado al patrimonio de la familia de Teodosio (Blanco 1997: 378 y 384). Frente a esta tesis tradicional de una ciudad en decadencia a partir del III, otros autores creen ver una continuidad en la vida urbana e incluso un cierto florecimiento urbano en época bajo imperial, que si bien no afectaría a todos los núcleos urbanos, en todo caso no permitiría hablar de crisis generalizada para la Meseta, sino de diferentes situaciones de prosperidad y decadencia. El mayor problema en Meseta es la escasez de fuentes, aunque las pocas que hay informan de que las ciudades del interior debieron jugar un papel nada desdeñable en la aparición de la fe cristiana; el problema mayor es el panorama arqueológico. En resumen, para Abásolo la palabra que mejor define esta situación es la de pervivencia más que el renacimiento (íd. 1999: 87-88 y 93).
Siguiendo con la interpretación tradicional del declive de la vida urbana, se han señalado otros elementos que se han asociado con esta decadencia y que supusieron una profunda alteración del urbanismo de la ciudad como quedó establecida en el I d.C., y cuyo modelo las hacía semejantes a pequeñas Romas; estos cambios van a dar lugar a un urbanismo bajo imperial diferente del alto imperial, en donde destacan en primer lugar, la construcción de recintos amurallados y, en segundo, la desaparición de determinados edificios públicos (Fuentes 1997: 478; íd. 1999: 27). En primer lugar, respecto a la construcción de murallas que va a reducir el perímetro urbano, dejando determinados barrios a extramuros, tradicionalmente se ha relacionado con las invasiones o con la situación de inseguridad imperante que ocurriría a partir de un momento, fechado de forma indeterminado, entre la última década del III y la primera mitad del IV (Cepas 1997: 253); inseguridad a la que también se podrían añadir motivos de prestigio para su construcción (Abásolo 1999: 92). Para otros autores, sin embargo, si bien el comienzo del amurallamiento bajo imperial podría haber comenzado a partir del 260 d.C., se extendería hasta finales del siglo IV, sin que se pueda determinar si responde a un único momento, como anteriormente se pensaba, o a varios (García Marcos et alli 1997: 529).
Esta situación diversa es la que permite comprender la diversas situaciones por las que van a atravesar las grandes poblaciones a partir de la tercera centuria; así, tenemos la desaparición de ciudades como Numantia (Romero 1985: 398; Morales 1995: 307) o quizá Rauda (Sacristán 1986a: 237-238) o el estancamiento de ciudades como de Termes (opinión con la que no estamos de acuerdo totalmente, como veremos más adelante, y que avalan recientes estudios - Martínez Caballero y Mangas e.p.-), Ercavica o Valeria; hay otras, como Uxama, Clunia, o Segobriga, donde lo que se advierte es una cierta actividad constructiva (García Merino 1971: 117; Abásolo 1985a: 358; Romero 1992: 729; Cepas 1997: 135 y 230); es también el caso de Ávila, que será sede episcopal ya a fines IV, por lo que debió contar con alguna relevancia que no había tenido en las anteriores centurias (Barraca 1999: 185); el de Complutum, ciudad que verá mejorar su estatus y lo mantendrá hasta finales de la etapa visigoda (Rascón 1997: 660); y sobre todo el de Toledo, único núcleo urbano de la zona centro de la Meseta que mantendría una importancia poblacional, social y económica, en contraste con otros municipios en crisis (Carrobles 1999: 199).
En esta línea estarían los investigadores que asocian este fenómeno de fortificación tardío a las consecuencias de una nueva administración militar que indujo a su erección en las ciudades bajo su esfera de influencia, como por ejemplo pudo ocurrir en las ciudades del norte peninsular. Esto determina que su cronología no tenga por qué ser de la segunda mitad del III, como ya señalaba también Cepas, y de que su función no tenga por qué ser estrictamente la defensiva ante una situación de inseguridad, en especial aquellas del IV, momento en el que el Imperio había conjurado el peligro; al contrario, las de esta fecha más moderna probarían la creciente militarización de la sociedad romana que impone nuevos modelos sociales e ideológicos, que en el caso del urbanismo necesitan de nuevos hitos urbanísticos diferentes de los alto imperiales. Ahora la imagen del Imperio que se imita es la de una epidermis protectora securitas temporum-, de la que la muralla, como los Límites, son su membrana más visible (Fuentes 1997: 482-483; íd. 1999: 32-34). Por último, parece que el proceso de amurallamiento, iniciado a principios del Bajo Imperio, se completaría a partir del siglo V (García Moreno 1999: 10).
En definitiva, se viene admitiendo que lo que habría en los últimos siglos del Imperio sería un proceso de cambios profundos, que en ocasiones se ha paralelizado con lo ocurrido a lo largo de los siglo I a.C. y I d.C. Estas transformaciones supondrían un proceso de reacomodación del mapa de las ciudades, o un fenómeno de isostasia, por las que unas poblaciones se verían beneficiadas, en ocasiones por razones políticoadministrativas, en parte, por los cambios introducidos por Diocleciano, como la creación de nuevas sedes administrativas de un modelo de vertebración del Imperio diferente del modelo alto imperial, o por razones económicas; así, frente a ciudades que prosperan y amplían su territorio absorbiendo en este proceso a otros antiguos municipios que desde ahora dejarán de ser sedes administrativas y que cambiarán su aspecto urbano, como sería el caso de Mérida o las ciudades costeras del
En segundo lugar, en relación con las transformaciones urbanísticas estaría la desaparición de determinados edificios públicos, como foros, teatros o anfiteatros, o su transformación en espacios con un uso
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) caso de Termes, la famosa diatreta de procedencia renana (Pérez Rodríguez 1992: 961); o determinadas importaciones halladas en la misma provincia de Segovia (Martínez Caballero 2000: 40-41).
distinto del primitivo, parte de cuyos materiales servirían para el levantamiento de los muros anteriormente citados. Ahora bien, no parece tan claro que estos fenómenos arranquen siempre en la tercera centuria, ya que en muchos casos están constatados en los siglos siguientes, en especial a partir del siglo IV, como en el caso de Ercavica, Valeria o Segobriga (Cepas 1997: 135 y 252253). Tampoco está claro para otros autores el que los foros pierdan ahora su funcionalidad originaria; de hecho, parece que las ciudades beneficiadas en este siglo mantendrán los foros con sus funciones originales (Fuentes 1997: 485-486; íd. 1999: 34-35). Sin embargo, no parece que en la Meseta estos espacios se revaloricen ahora, como ocurre en otras regiones, sobre todo en cuanto a la implantación religiosa (Abásolo 1999: 92). Es posible que los asuntos que antes se ventilasen en los foros ahora se resuelvan en las lujosas salas de recepción de las villas rústicas o urbanas (Pérez Rodríguez 1992: 961).
Las ciudades del entorno: Termes Aunque en la zona de prospección no se han documentado núcleos de población con la categoría de ciudades, haremos un breve repaso de la evolución de las ciudades que circundan este territorio y que, en mayor o menor medida, se repartirían el territorio del área de prospección. Éstas serían: Rauda, para la zona norte, y Termes y Duratón para la sur (fig. 79), especialmente esta primera por la trayectoria que hemos comentado desde la Edad del Hierro, pero también por distancias respecto a los asentamientos rurales y por las inscripciones de Saldaña de Ayllón que hacía a referencias a ciudadanos romanos de aquella localidad (Santos Yanguas et alii 2005: 127-129; Martínez Caballero y Hoces e.p.). A lo largo de este apartado haremos especial hincapié en el caso de la ciudad de Termes, debido a las razones aducidas y además porque se trata del núcleo urbano que mejor conocemos por las excavaciones llevadas a cabo en los últimos años13.
En lo que sí se está de acuerdo en general, es en la decadencia de los edificios de espectáculos, y, en especial, de los teatros, aunque también se señala la existencia de excepciones, sobre todo, en las capitales en las que hay pruebas de su perduración en algunos casos (Fuentes 1997: 485; íd. 1999: 35), perduración que en todo caso no pasaría de la romanidad tardía a partir del siglo V (García Moreno 1999: 10).
Respecto a otros núcleos que podrían haber ejercido como núcleos jerarquizadores, en especial los localizados en la zona sudoeste de la provincia de Soria, ya hemos descrito que los yacimientos Segontia Lanka, La Fernosa, Castro de Valdanzo, Miño de San Esteban, Alcubilla de Avellaneda y San Esteban de Gormaz, o no llegan a la etapa alto imperial, o aparecen a distancias superiores a los de Termes, o presentan superficies que indicarían que se trataría de poblados intermedios o simplemente se cuestiona su existencia (Taracena 1929: 89-91; García Merino 1975: 300; Espinosa 1984: 312313; Romero 1992: 714-715; Jimeno y Arlegui 1995: 112 y 122; Salinas 1996: 21; Heras 2000: 213-214, 222-223 y 22914).
Junto a las anteriores transformaciones urbanísticas de las ciudades bajo imperiales, también se han señalado cambios viviendas privadas en la línea de una mayor monumentalización, que si ya se apreciaba anteriormente, ahora está mucho más generalizada en las ciudades y, sobre todo, en las villas; también se ha destacado la amortización de espacios públicos por ciudadanos de alto nivel o de nivel muy bajo (Fuentes 1997: 486-487; íd. 1999: 37); igualmente se destaca, que frente a la discontinuidad en determinados edificios públicos, esto no parece afectar a las viviendas privadas, como en el caso de Termes donde los espacios privados sí muestran una cierta continuidad, como en la Casa del Acueducto (Argente y Díaz 1994: 235-236; Abásolo 1999: 92); por el contrario, en Uxama las viviendas conocidas como Casa de los Plintos y Casa de Sectile no parecen pasar del siglo III (Romero 1992: 729).
En primer lugar, se ha podido constatar una de las consecuencias de la crisis del siglo III, como es la decadencia de la vida urbana, sea cual sea el origen de la misma, como tuvimos ocasión de referirnos en el apartado de la evolución general del poblamiento; ésta parece tener sus comienzos en el siglo III y se mantendría a lo largo del Bajo Imperio y los siglos siguientes, aunque no se pueda hablar de un fenómeno generalizado como anteriormente se señalaba (Arce 1982: 85; Cepas 1997: 19-27).
Igualmente, el debilitamiento económico de las ciudades va a conllevar una disminución de los servicios tan esenciales que anteriormente se prestaban, como es el caso del abastecimiento hidráulico, cuyo ejemplo cercano lo encontramos en Termes (Fuentes 1997: 487; íd. 1999: 38), y cuyo final habría que llevarlo al siglo IV d.C. (Argente 1984: 262; Argente y Díaz 1984b: 231), para posteriormente convertirse, al menos en una zona, en necrópolis tardía (Argente y Alonso 1984: 427).
Así, las tres ciudades mencionadas presentan una 13 En este sentido, aunque las memorias de excavaciones dirigidas por D. J.L. Argente no siempre se refieren a esta etapa cronológica, los informes de las mismas, publicados anualmente bien en la revista Celtiberia o bien como publicaciones aparte, presentan avances e hipótesis que sí aportan datos muy relevantes. 14 Para una descripción pormenorizada de estos yacimientos, ver el apartado de los asentamientos de época alto imperial.
Por el contrario, muestras de cierta revitalización económica son los ejemplos de productos de lujo procedentes de regiones apartadas, como pueda ser, en el
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8.- Etapa Bajo Imperial romana
autores creen ver una continuidad en la vida urbana e incluso un cierto florecimiento urbano en época bajo imperial, poco conocido por la falta de intervenciones arqueológicas y por la falta de fuentes escritas; de ahí que para algunos autores sea preferible hablar más que decadencia o de renacimiento, de pervivencia de las mismas y su transformación en una realidad diferente de la alto imperial (Abásolo 1999: 87-88 y 93). En esta línea, más que en la de la decadencia, nos encontramos nosotros; además, según avanzan las excavaciones, se ha podido comprobar una mayor presencia de elementos tardíos en esta ciudad que anteriormente habían pasado desapercibidos. Por ello, creemos que este desconocimiento de las etapas tardías puede deberse más a la falta de excavaciones que a un declive generalizado que supondría el final de la vida urbana en la Meseta, como en ocasiones se ha pretendido (Salinas 1996: 199200).
situación de crisis a partir de la tercera centuria. En el caso de Rauda, posiblemente la que menos influencia tendría sobre el territorio objeto de estudio, por la falta de poblamiento rural en la zona norte hasta los momentos finales del Bajo Imperio, las diferentes excavaciones registran que ya desde finales del II o principios del III d.C. habría un vacío arqueológico, a pesar de que debería haber una cierta perduración de la misma, de la que del topónimo podría ser un indicador, no muy fiable, de la permanencia de la población hasta el 912, fecha oficial de la repoblación cristiana (Sacristán 1986a: 237-238). Respecto a su área de influencia, parece que habría asentamientos tardíos en Haza, con una villa romana en el término de San Pedro, a unos 15 km de Montejo de la Vega; en Hontangas, con restos romanos debajo del actual pueblo, a 13 km; o en la más cercana, desde el punto de vista de la zona de prospección, villa romana bajo imperial de Milagros, a 5 km; todas ellas en la provincia de Burgos (Abásolo 1978: 50-51; Pascual y San Miguel 1996: 293).
Así, los cambios en el urbanismo de la ciudad tardía, que anteriormente se presentaba como ejemplos concretos de su decadencia, hoy se ponen en relación con una nueva concepción de la ciudad bajo imperial, diferente de la alto imperial; es el caso de la construcción de murallas y la consiguiente reducción del perímetro urbano (Fuentes 1997: 482-483; íd. 1999: 32-34) o el de la desaparición de determinados edificios públicos, como foros, teatros o anfiteatros, aunque no siempre se ha destacado que llegaran a desaparecer (Fuentes 1997: 485486; íd. 1999: 34-35); además, también se ha contemplado, que cuando lo hacen, como en algunos casos está constatado, puede deberse más a los cambios sociales que harían que determinados asuntos anteriormente resueltos en los edificios públicos del los foros pasasen a tratarse en las lujosas salas de recepción de las villas rústicas o urbanas (Pérez Rodríguez 1992: 961).
A continuación vendría la ciudad de Duratón, identificada con la Confluentia de Ptolomeo (Ptolomeo, Geog., II, 6, 56N; Martínez Caballero 2010b: 185-186; íd. e.p.b) y cuyas recientes excavaciones a partir de 2001 señalan la importancia de la ocupación alto imperial, mientras que los restos a partir de la tercera centuria son menos evidentes; de todas formas, el que exista una continuidad en época visigoda, como atestigua su importante necrópolis (Juberías y Molinero 1952: 236), con materiales desde el siglo V hasta el VII (Martínez Caballero 2000: 51-52; íd. 2010b: 214), avalarían una cierta continuidad de la que hoy por hoy carecemos de datos. Otro elemento que confirmaría esta hipótesis sería el de las monedas encontradas en la excavación de la necrópolis visigoda, que mayoritariamente se adscribirían a la etapa bajo imperial (Molinero 1948: 135-136, nota 67).
Si pasamos al caso de Termes, sus investigadores actuales sostienen que continuaría como un centro pujante, pero eso sí, con una nueva configuración del espacio urbano; así, a partir de la tercera centuria habría una pérdida de importancia de los edificios públicos, como por ejemplo los del foro flavio que ahora se van a dedicar a otros usos tanto públicos como privados; también se documentan nuevas intervenciones edilicias que acreditan el desarrollo de la ciudad en función de una nueva estructura socioeconómica de época tardorromana (Martínez Caballero y Santiago 2010: 92; Martínez Caballero y Mangas e.p.).
Antes de pasar a Termes, queremos hacer referencia a la cercana villa de el Cerro de San Pedro en Valdanzo, Soria, con restos de mosaicos geométricos fechados en el siglo IV d.C. (Romero 1992: 754), y que podría haber ejercito algún tipo de influencia en la zona norte y centro del área de prospección. Si pasamos al caso de Termes, se ha señalado para esta ciudad que a partir del siglo tercero se iría arruinando y decayendo progresivamente, al igual que el resto de ciudades de la Meseta (Salinas 1996: 207), declive que para otros autores pudo darse con anterioridad, en este caso ya a finales del II, pero que no habría que generalizar a todas estas ciudades del interior (Cepas 1997: 135); también se destaca que esta ciudad no parece que saliera de la crisis en el siglo IV (Romero 1992: 729), cuando se aprecia una cierta recuperación en otras partes (García Merino 1975: 377; Arce 1982: 17; Abásolo 1985a: 358; Romero 1992: 729 y 732).
Pasando a los diferentes edificios conservado, comprobamos que en el caso de la muralla ésta se realizaría a base de materiales reaprovechados de otros edificios, con tramos peor realizados, en la zona este (Fernández Martínez y González Uceda 1984: 210), que otros, en la zona nordeste (Argente et alii 1983: 355-356), incluso con una falta de homogeneidad en buena parte de su trazado, alternando los tramos con torres semicirculares, con otras que no las levantan y que
En relación con esta ciudad, y frente a esta tesis tradicional de la decadencia urbana en la Meseta, otros
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) espacio, situado al mediodía, refugiado de los vientos y junto a la llanura termestina, se vuelve a utilizar ya a finales del siglo III, no solo en el caso de las habitaciones, sino también en el de los patios anteriormente abandonados, incluso se levantan edificios artesanales, como un taller de talla de hueso o un horno (Argente et alii 1995: 11 y 16).
reaprovechan los diferentes aterrazamientos del cerro, como la parte exhumada en las campañas de 1991-1992, en la zona noroeste (Argente et alii 1991: 43; íd. 1992d: 84), o que cortan las diferentes habitaciones alto imperiales (Argente et alii 1992b: 20). La datación de su construcción parece que sería de la segunda mitad del siglo III y se ha relacionado con las invasiones (Fernández Martínez y González Uceda 1984: 210), y supondría el consiguiente abandono de amplias zonas urbanas en la parte norte, este y sur de la ciudad; estos datos se han traído a colación como ejemplo de una ciudad en crisis, incluso desde la segunda mitad del siglo II (Romero 1992: 729-730; Salinas 1996: 207; Cepas 1997: 135), cuando se abandona el espacio público (una calzada) y privado (un sótano) de la parte infrayacente a la muralla (Argente 1984: 273-274; Fernández Martínez y González Uceda 1984: 210); este abandono de viviendas alto imperiales y de la amortización de grandes edificios, quizá públicos, se ha podido constatar en la zona norte (Argente et alii 1984: 292-293, fig. 5); también en el Conjunto Sur, se descubre como los espacios de viviendas y quizá de edificios con dedicación económica por el momento desconocida, quedan amortizados por esta muralla, también en fechas de la segunda mitad del siglo III, como se constata en las habitaciones 1 y 6 de este conjunto (Argente et alii 1992b: 20 y 34).
Por último, sobre el abandono de la muralla bajo imperial, su nivel de derrumbe presenta una fecha post quem del siglo V (Argente et alii 1993: 16), que no tiene por qué suponer su abandono en este mismo siglo. Así, veremos como ha quedado suficientemente atestiguada la presencia de una población visigoda hasta al menos el siglo VIII (Casa y Terés 1984: 399; Gutiérrez Dohijo 1996: 36). Si pasamos ahora al foro termestino, objeto de importantes excavaciones y que incluso ya presenta una reconstrucción del mismo (Mangas y Martínez Caballero 2004: 87), no parece que se haya documentado estratos bajo imperiales en gran parte del mismo. Esta falta se constata claramente en su sector este, como en el sondeo de la campaña de 1990 (Argente et alii 1990: 34) o en el Castellum Aquae (Díaz y Argente 1984: 32), aunque por otro lado, en la zona del emissarium si que aparecen estos materiales (Argente et alii 1984: 279-278 y 281). Ahora bien, en el área al oeste y noroeste del Castellum Aquae sí se han documentado restos de construcciones tardías, en general mal documentadas, entre las que destaca la existencia de un edificio importante, con restos de mosaicos (Argente et alii 1995: 32-33; íd. 1997: fig. 30).
En todo caso, cuando las excavaciones han ampliado los pequeños límites de las catas que se hicieron entonces, se ha descubierto una perduración del poblamiento en esta terraza intermedia durante toda la etapa alto imperial, e incluso en la bajo imperial, como veremos más adelante. Por eso habría que tomar con mucha cautela el abandono de esta zona a finales del II, por tratarse de un área pequeña dentro de una cata reducida, y porque en otras partes, por ejemplo en el Conjunto Rupestre del Sur, con una excavación en extensión, no se aprecia esta interrupción en el poblamiento.
Respecto a otros edificios públicos, se han realizado excavaciones en el denominado Graderío Rupestre, identificado con un edificio celtibérico, quizá un comitium (Almagro-Gorbea 1999a: 38-39); en cualquier caso, no parece que se utilizara a partir la segunda centuria (Argente y Díaz 1980a: 184; Argente 1984: 262). En este sentido, se considera que los edificios públicos de espectáculos en general y con salvedades serían abandonados a partir de este momento (Fuentes 1997: 485); íd. 1999: 35; García Moreno 1999: 10), lo que no significa que este edificio lo sea.
Respecto al abandono de la zona este de la muralla, como acabamos de ver, se ha traído a colación como ejemplo de crisis temprana en esta ciudad, es decir, de la segunda centuria, cuando se trata de una superficie excavada muy pequeña y que podría hacer referencia tan solo a una remodelación parcial de esta zona; sin embargo los mismos autores obvian el que ya en la terraza media del cerro, se hable de abandono de este barrio mucho más central a partir de finales del siglo I d.C. (Jimeno 1980b: 78); quizá este olvido de un dato tan significativo se deba a que la información no cuadra con el presupuesto que se asume de un periodo de esplendor en este siglo en las antiguas ciudades celtibéricas.
Para el acueducto, se han fijado fechas de finales del siglo IV o principios del V para su abandono (Argente 1984: 262; Argente y Díaz 1984b: 231), momento a partir del que se amortizaría como necrópolis (Argente y Alonso 1984: 427). De nuevo el que se documente esta continuidad en determinados servicios públicos hasta fechas tardías, se ha considerado como una prueba más de la pervivencia de las ciudades, ya que el gasto de su mantenimiento permite suponer una cierta prosperidad en la ciudad (Fuentes 1997: 487; íd. 1999: 38).
Ahora bien, si en general esta reducción del perímetro urbano como consecuencia de la erección de la muralla es una constante en la ciudad de Termes, en el caso del Conjunto Rupestre del Sur, parece que este
Por tanto tenemos la importante construcción de la muralla en Termes, que supone una reducción del perímetro en algunas zonas, pero no en aquellas que presentaban ventajas para el poblamiento en donde
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Figura 85: Materiales de Castroboda (Ma‐19) y Las Viñuelas (SAy‐1); y posible estela funeraria de Ayllón (Curchin 1999: 199).
incluso se levantan edificios con funciones artesanales. Además la propia construcción de la fortificación termestina implica, por otro lado, una cierta prosperidad. Se constata la continuidad al menos durante el siglo IV del acueducto y del emissarium del Castellum Aquae; también tenemos un abandono parcial del foro, pero que no impide que se levanten edificios todavía lujosos en su misma área.
m², los materiales lujosos que la adornaban, como columnas, basas, un conjunto importante de pinturas murales (Argente y Mostalach 1982: 156-158) y la existencia de una parte noble y otra de servicio; a pesar de que los materiales han aparecido descontextualizados, parece ser que la fecha de su abandono, que no destrucción, podría llegar hasta el siglo V habiendo sido remodelada en parte en época tardía, en la zona del impluvium B (Argente y Díaz 1994: 235-236). En algún momento sus excavadores han afirmado, sin presentar datos estadísticos, que los materiales tardíos serían más frecuentes que los alto imperiales (Argente y Díaz 1984: 175-176).
Por último, hay una continuidad en las viviendas lujosas de la ciudad, como la denominada Casa del Acueducto, que debió pertenecer a una persona importante de la ciudad, por sus dimensiones, unos 1.800
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) principios de este siglo y que afectará duramente a las ciudades de la Meseta (Arce 1982: 151 y ss.; García Moreno 1999: 7-9). Esta situación tan drástica no parece que pudiera darse en Termes, aunque el que se afirme que es en esta centuria cuando determinados edificios se abandonan definitivamente, sea un indicador de la paulatina reducción de su importancia como ciudad, incluso de su aspecto urbano.
La pervivencia de estas mansiones urbanas parece ser un fenómeno corriente en otras ciudades (Fuentes 1997: 486-487; íd. 1999: 37; Abásolo 1999: 92). En relación con estas viviendas lujosas de ciudadanos acomodados, se ha puesto de relieve que determinados individuos seguirían demandando productos de lujo, como en el caso de Termes podría ocurrir con la diatreta conservada en el Museo Nacional de Arqueología, cuya procedencia parece renana (Pérez Rodríguez 1992: 961; Jimeno et alii 1988-89: 444).
Ahora bien, lo que no parece oportuno es hablar del abandono de la ciudad, todo lo reducida que se quiera, porque son frecuentes los elementos de época visigoda que aparecen en su solar, como se han recogido en un trabajo (Gutiérrez Dohijo 1996: 33), y que registran una serie de enterramientos, en la zona del foro (Argente et alii 1993: 29-30), en la zona del acueducto (Argente y Alonso 1984: 426-427), en la de la ermita y, sobre todo, elementos constructivos que han aparecido reaprovechados en la necrópolis altomedieval y en sus alrededores (Casa y Terés 1984: 399) y que harían referencia a una construcción de índole religiosa que aglutinaría a la población de la Termes visigoda, lo cual se trata de una situación frecuente a partir de estos momentos (Fuentes 1999: 39-44). Algo similar debió ocurrir en las ciudades segovianas de Segovia, Cauca y Duratón (Martínez Caballero y Santiago 2010: 99-100).
El último elemento que podemos traer a colación en relación con la pervivencia de Termes, sería el miliario de época de Decio15, que documenta la vía TermesUxama a mediados del III (Borobio et alii 1987: 246247), lo que ha dado pie a que, junto a otro en la proximidades de San Esteban de Gormaz, se señale que durante la tercera centuria se potenciaría la vía UxamaTermes (Romero 1992: 731). Ahora bien, también se ha destacado que durante este siglo se registran un elevado número de miliarios y de inscripciones honoríficas dedicadas a los diferentes emperadores, que en demasiados casos se suceden rápidamente, lo que serían un fiel reflejo de la inestabilidad política del momento, de ahí que no se pueda saber si los miliarios se refieren a reparaciones o simplemente sean actos de propaganda (Cepas 1997: 76-79 y 251).
Esta pervivencia de las ciudades que resistirían la crisis del siglo V se basa en la perduración de la mayoría de los núcleos urbanos en buena parte del occidente romano, incluso en zonas tan aparentemente golpeadas como en la Germania romana; en que los germanos, en todo caso una minoría de población, se van a asentar en estas ciudades donde pueden vivir a la romana y defenderse gracias a sus murallas; y en que sigue siendo el núcleo de ordenación del territorio Pero pervivencia no implica el que no haya trasformaciones profundas; de hecho, a partir de ahora se va configurando la que podemos denominar ciudad medieval (García Moreno 1999: 9 y 13; Fuentes 1997: 492; íd. 1999: 4344). Será más bien a partir de de la sexta centuria, cuando se pueda apreciar cambios en la organización de las ciudades (Fuentes 1997: 490; íd. 1999: 39-41), lo cual se sale de nuestro estudio. En esta nueva etapa es cuando se vería una parcelación de los antiguos territorios de las ciudades romanas segovianas y de Termes, con la aparición de pequeños centros socioeconómicos independientes y una población más dispersa (Martínez Caballero y Santiago 2010: 99).
En cuanto al territorio, la ciudad siguió constituyendo el eje central de organización y administración del mismo; ahora asistimos a una mayor densidad de asentamientos rurales y a una distribución más equilibrada de los mismos, como parece ser la tónica general de amplias regiones del interior peninsular y de la Meseta Norte en particular (Martínez Caballero y Santiago 2010: 93). En definitiva, vistos los resultados de las intensas excavaciones realizadas en el solar de la antigua Termes, no queda tan claro su pretendida decadencia urbana, sino más bien su pervivencia como núcleo urbano; esta circunstancia, obviada por parte de los investigadores, podría estar indicando que la falta de trabajos intensos en Duratón podría estar enmascarando una situación mucho menos dramática que la que se ha venido señalando para esta ciudad cercana, como señalaba el importante porcentaje de numerario bajo imperial en la necrópolis visigoda (Molinero 1948: 135136, nota 67); no así para el caso de Rauda suficientemente excavada, que podría paralelizarse con lo ocurrido en Numantia o Bilbilis (Romero 1985: 307; Romero 1992: 730; Salinas 1996: 207).
El territorio: las villae Si abandonamos la ciudad y nos acercamos a su territorio, como el que nos ocupa en esta zona de estudio, nos encontramos ante el comienzo de una nueva fase en la que la ciudad de la Meseta dejaría de ser el centro romanizador y cedería a la villa el papel de centro económico; así, ahora nos encontraríamos ante un proceso de reestructuración de la distribución de la
Respecto al siglo V d.C., ya hemos visto como para esta centuria sí se señala el abandono de edificios que habían perdurado durante la etapa tardía, lo que podría relacionarse con la crisis que comienza a 15 En general, se aprecia en la Meseta que en los miliarios del siglo III, un 23% del total, predominan los de Maximino y Decio (Mañanes y Solana 1985: 188).
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Sin embargo, al lado de estas interrupciones o nuevas explotaciones, hay un cúmulo de ejemplos que continúan desde al Alto hasta el Bajo Imperio, en la línea de los que nosotros hemos registrado en el nordeste segoviano, por lo que no parece que sea una fenómeno generalizado, sino que, como se ha señalado en ocasiones, bien podría derivar del desconocimiento de los materiales característicos del siglo III (Mariné 1992: 759; Romero 1992: 731). Incluso se ha señalado cómo habría un poblamiento mucho más equilibrado en esta región que en época alto imperial, lo que hay que relacionarlo más con una reestructuración de la ocupación y de la explotación del medio rural, que a la acción depredadora de agentes exteriores (Gómez Santa Cruz 1992: 948).
población y de la explotación del medio rural (Gómez Santa Cruz 1993: 208-209; Cepas 1997: 231). Se ha venido destacando que numerosísimos restos de villae que hoy se documentan, tendrían, en general, un origen que se puede remontar en su mayor parte al siglo II d.C., en especial las del Alto Duero (Mariné 1992: 759; Gómez Santa Cruz 1993: 199-200), es decir, al momento en que paralelamente observamos los primeros signos de la crisis en las ciudades, o incluso antes, tanto en el Alto Duero (Romero 1992: 720), como en el centro de la cuenca de este río; así, se ha destacado como en época flavia la escasez de cereales dio lugar a la Lex Mancia, por la que cualquier persona podría poner en explotación tierras incultas para paliar esta escasez (Hernández y Sagredo 1998: 156).
Por eso, se ha destacado, que lo que sí sería posible es que a partir de esa crisis la tendencia a la ruralización se acentuase, apareciendo un sistema económico basado en este tipo de explotación, en el que habría una tendencia a formación de latifundios que fueron centros de producción agrícola y artesanal autosuficientes. Así, en la provincia de Palencia se ha sugerido que habría una concentración de propiedades en manos de los potentiores, de ahí que haya grupos de villas alto imperiales, destruidas o decaídas, que llegarían a formar muchas veces una sola explotación de gran tamaño, como podría demostrar la riqueza de villas como la de Pedrosa de la Vega, en esta provincia (García Merino 1975: 377; Gorges 1979: 51; Hernández y Sagredo 1998: 155).
En cuanto a su momento de mayor esplendor, tradicionalmente éste se ha encuadrado entre los siglos III y IV d.C. (Gorges 1979: 51; Salinas 1996: 200), momentos no solo de auge, sino también de conversión en latifundios autosuficientes (Mariné 1992: 759); también sería la época en la que, frente al predominio en el cultivo de cereal en época alto imperial, en especial del trigo, comenzase una tendencia a una mayor diversificación agropecuaria (Hernández y Sagredo 1998: 155). A finales del III el poblamiento rural experimenta procesos contrapuestos de desaparición y continuidad, según se ha registrado para el Alto Duero, que tradicionalmente se han relacionado con las invasiones del siglo III, que provocarían una crisis social y económica que, a su vez, trasformaría la organización espacial (García Merino 1975: 377; Gorges 1979: 42-43; Blázquez 1978: 461-463; Revilla 1985: 351); así el paso del Alto al Bajo Imperio coincide con la desaparición de más de la mitad (el 53%) de los asentamientos surgidos en las primeras centurias del Imperio (Gómez Santa Cruz 1992: 945).
Estos latifundios tendieron a convertirse en grandes unidades de explotación autosuficientes que competirían con las ciudades, pero no en núcleos cerrados; en ellas se puede encontrar un alto nivel artístico que contrasta con el empobrecimiento general de las ciudades; por otra parte, podemos observar que los propietarios se hallaban hasta cierto punto familiarizados con la cultura clásica y participaban del gusto de la misma, como se constata por las alusiones mitológicas en los mosaicos encontrados. En cuanto a su identidad, se trataría de individuos senatoriales con posesiones en otras provincias y, sobre todo, la vieja oligarquía urbana, antigua inversora en monocultivos de cereal durante la etapa alto imperial, que comenzarían a establecerse en estas posesiones para eludir la presión fiscal (Palol 1987: 352; Gómez Santa Cruz 1992: 948; Salinas 1996: 203). Sin embargo, para otros autores no queda tan claro que la antigua aristocracia urbana abandone la ciudad para refugiarse en sus villas y que éstas se conviertan en núcleos totalmente autosuficientes, sino todo lo contrario, ya que parte de sus intereses seguirían estando en la ciudad, así como su control (Pérez Rodríguez 1992: 962; Abásolo 1999: 94-95).
Ahora bien, hoy en día se encuentra en revisión la crisis del siglo III d.C., según hemos expuesto anteriormente. Por eso mismo, se resta trascendencia a la destrucción de villas en la zona del Duero, por ejemplo, en el Alto Duero en el caso de las de Santervás o Rioseco, Soria, que anteriormente se ligaban con el ambiente de inseguridad propiciado por las invasiones de época del emperador Galieno; algo similar se postula para el centro de la cuenca del Duero (García Merino 1975: 377; Hernández y Sagredo 1998: 155). En general se ha señalado cómo algunas villas van a desaparecer definitivamente, otras de las destruidas ya a finales de la tercera centuria se reconstruirían con modificaciones y reparación de mosaicos, mientras que, por el contrario, también surgen otras nuevas; estas circunstancias son las que han dado pie a que haya sugerido la existencia de una interrupción general en el hábitat a lo largo del siglo III d.C., fecha que se ha tomado para diferenciar la ocupación alto y bajo imperial (García Merino 1975: 377).
Parece ser que en época bajo imperial, frente la anterior dedicación predominantemente de cereal, se buscará una mayor diversificación de las producciones agrícolas (policultivo) y una reactivación de las economías ganaderas y forestales, cuyo destino serían los circuitos comerciales, único medio de rentabilizar las
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) implantación consciente de un modelo de villa, sino a la aplicación de teorías de los tratadistas romanos de urbanismo y agricultura al resto de las provincias (Mariné 1992: 748). Así, la tipología de las tres villas del Alto Duero con planta conocida coincide y se podrían relacionar con el grupo de las villas áulicas de Gorges, por desarrollarse alrededor de un patio o peristilo y tener elementos lujosos, tanto en decoración como en planta; para Fernández Castro las tres son señoriales, a tenor de su clasificación por funciones, y de persitilo-jardín por su estructura (Gorges 1979; Fernández Castro 1982: 274; en Mariné 1992: 759).
inversiones agrícolas y los gastos onerosos de las nuevas construcciones suntuarias (Jimeno et alii 1988-89: 444; Gómez Santa Cruz 1992: 948). Respecto al término villa en latín, éste significa casa de campo en contraposición a núcleo de población, aunque posteriormente en las lenguas romances pase a significar lo contrario (Mariné 1992: 759); para algunos autores habría una cierta imprecisión terminológica ya en la Antigüedad en relación a la función de residencia y de explotación agropecuaria (Fernández Castro 1982: 2324). Para Hernández y Sagredo, siguiendo a los tratadistas latinos Columela y Varrón, para definir una villa habría que tener en cuenta, en primer lugar, la presencia de elementos arquitectónicos lujosos correspondientes con la residencia del dominus (pars urbana), la residencia del villicus (pars rustica) y las diversas dependencias dedicadas a actividades agropecuarias (pars fructuaria). En segundo lugar, la existencia de tierras de labor o fundus, dentro de las puede haber vici habitados por campesinos dependientes de la villa. Y en tercer lugar, el estatus social del propietario, cuyo poder económico deriva del mismo y que se refleja en la mayor o menor suntuosidad de la villa. En conclusión, "entendemos el término villa no solo al conjunto de construcciones con pavimento de mosaico en torno a un peristilo, en su vertiente arquitectónica, en oposición al de una ciudad, aedeficium, sino también a todas las edificaciones rústicas, destinadas a soportar la actividad agrícola, que configuran la vertiente funcional del establecimiento, así como las edificaciones que buscan servir de lugar de esparcimiento y de recreo (otium) para sus propietarios, pasando por una amplia gama de situaciones intermedias" (Hernández y Sagredo 1998: 60) .
Ahora bien, esta definición no siempre se ha aplicado rigurosamente, ya que a veces se ha definido como villa a cualquier asentamiento en llano destinado a la explotación agrícola y ganadera, con residencia habitual u ocasional de sus dueños, olvidándose que existen otras formas de poblamiento romano, como por ejemplo los vici o asentamientos rurales en llanura, originados, en ocasiones, como consecuencia de la política romana de hacer bajar al llano a la población indígena encastillada (Hernández y Sagredo 1998: 57). En cuanto a la identificación de una villa, desde el punto de vista de la prospección arqueológica, en ocasiones se han definido como tales cuando se han registrado elementos significativos como mosaicos, pintura mural, bessales, que harían referencia al aspecto lujoso de una casa de campo; también cuanto aparecen otras características algo menos concretas, como la ubicación en terrenos de labor junto a ríos o arroyos, restos de terra sigillata, tegulae, o de toponimia del tipo Villar, Villares, o los derivados de teja, así como los que plasman la cercanía con el agua: Fuente, Dehesa, Huerta, Molino... (Mariné 1992: 759).
Esta función de casa de campo, que supondría una vivienda más o menos lujosa utilizada como alternativa a vida urbana, dentro de la idealización que tenían los romanos, como habitantes urbanos, de la vida del campo, unida a la de una dedicación agropecuaria, que sería su verdadera razón de ser y donde parece que los cereales serían sus principales cultivos, parece estar comúnmente aceptada (Mariné 1992: 759; Hernández y Sagredo 1998: 60). Según los diferentes autores que se han dedicado a su estudio, se pueden identificar dos tipos de villas: las cercanas a los núcleos de población y que son frecuentes en torno a algunas ciudades de la Meseta, aunque esta circunstancia estaría en contradicción con las propuestas de Varrón; y las villas rústicas, con dedicación económica y junto a los ríos, como señala Catón, o manantiales, como dice Varrón (Hernández y Sagredo 1998: 61 y 68).
Evolución de los asentamientos rurales en la zona de prospección Tradicionalmente se ha considerado como uno de los elementos de la romanidad tardía la preponderancia que a partir del siglo III, y sobre todo en el IV, van a adquirir los establecimientos rurales (Gómez Santa Cruz 1993: 208-209; Cepas 1997: 231); asentamientos que, como ocurre en cuatro de los cinco casos de la zona sur en el área de prospección, tienen su origen en época alto imperial, lo cual es una constante en este tipo de poblamiento (Mariné 1992: 759; Gómez Santa Cruz 1993: 199-200), pero cuyo momento de esplendor sería la etapa tardía (Salinas 1996: 200), circunstancia que nosotros no podemos constatar. Por todo ello, en nuestro caso no podemos documentar lo que se ha señalado para el Alto Duero, es decir, que junto a una cierta continuidad, como la que aquí se ha documentado, se aprecia también la desaparición de un número importante de yacimientos, algo que tradicionalmente se vinculaba a las invasiones
Por tanto, se trata de un térmico amplio, que engloba todas las dependencias de la explotación agrícola y las de residencia. En cuanto a la semejanza de las estructuras descubiertas esto no se debe a una
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tradicionalmente se había defendido (Gómez Santa Cruz 1992: 945). Este fenómeno es el que se ha vinculado con una creciente ruralización de la sociedad bajo imperial a partir del siglo III, momento de la creación de los grandes fundi tardorromanos (García Merino 1975: 377; Gómez Santa Cruz 1992: 948; Salinas 1996: 203; Hernández y Sagredo 1998: 155). Sin embargo, este incremento de los asentamientos rurales no tiene por qué basarse en el desmantelamiento urbano como en muchos casos se propone (García Castro 1994: 11; Jimeno et alii 1988-89: 445), e incluso para algunos autores este incremento no sería tan elevado, sino solo de un 16% (Jimeno et alii 1988-89: 444).
del siglo III (García Merino 1975: 377; Revilla 1985: 350-351; Blázquez 1978: 461-463; Gorges 1979: 42-43) y que llegaba a suponer algo más de la mitad de los asentamientos que había ido surgiendo en las primeras centurias del Imperio, en concreto un 53% de los mismos (Gómez Santa Cruz 1992: 945). Esta situación descrita para estas regiones, no la hemos documentado en la zona objeto de estudio; así, solo uno de los yacimientos fechados en época alto imperial desaparece, aunque posiblemente ya durante esta misma etapa, sin que parezca que alcance ni el siglo II, por lo que mucho menos el inevitable siglo III; esta reducción en todo caso solo supondría un 20% de todos los yacimientos de esta etapa. En el lado contrario, es decir, el de los nuevos asentamientos, solo hemos registrado la aparición de un nuevo yacimiento en la zona sur, lo que mantendría el equilibrio de poblamiento entre ambas etapas (cinco en ambas); tan solo en la zona norte se puede contemplar una situación de cambio evidente, que pasa de la despoblación alto imperial a la presencia de tres nuevos yacimientos con unas características diametralmente opuestas a los asentamientos en llano con clara dedicación agraria de la mitad sur; estos poblados recientes corresponderían a una nueva situación política, pero también de relaciones sociales, propiciada a partir del siglo V d.C. (Arce 1982: 151 y ss.; García Moreno 1999: 7-9; Fuentes 1997: 490; íd. 1999: 39-41).
Volviendo a la relación entre las ciudades y el territorio que centralizarían, tradicionalmente se ha establecido una relación entre el declive urbano y el desarrollo de las grandes unidades de explotación agraria, por la huida de las aristocracias locales para eludir la presión fiscal y las cargas que suponían las magistraturas (Arce 1982: 86 y 134; Salinas 1996: 199 y 204; Roldán 1998: 49), o porque la situación política que desde época celtibérica había propiciado la formación de grandes núcleos de población, formados en función de la defensa y de la explotación de las tierras de aluvión del entorno, con una gran autonomía política y jurisdicción sobre su territorio, ahora habría cambiado (Sacristán 1986a: 237238). Por todo ello, al encontrarse la zona de prospección en el territorio de influencia de estas tres importantes ciudades de época alto imperial, en las que se ha insistido que debieron sufrir un declive claro a partir del siglo III, lo que no creemos que podría asegurarse de una forma tan tajante para Termes, y probablemente tampoco para Duratón, se podría inferir un mayor desarrollo de la explotaciones agrarias y/o una mayor suntuosidad en los materiales de construcción. Por el contrario, como hemos visto, en la zona norte se mantiene la despoblación hasta un momento final, que en otros lugares se viene relacionando con la inseguridad reinante a partir del siglo V (Arce 1982: 151 y ss.; García Moreno 1999: 7-9), mientras que en la zona sur habría una continuidad en el hábitat, con cinco yacimientos, los mismos que en la etapa alto imperial, cuatro de los cuales perduran. En definitiva, no se aprecia un cambio significativo que pudiera vincularse con el declive de las ciudades limítrofes; es verdad, que desde un punto de vista general, sí que se podría señalar en el mapa que aportamos de los yacimientos bajo imperiales de la mitad oriental de la provincia de Segovia, un incremento de yacimientos, especialmente en lo que debería haber sido el territorio de Duratón, pero no desde luego en el área de trabajo (fig. 74).
En todo caso y volviendo a los cambios que tradicionalmente se vinculan con la tercera centuria, la crisis del siglo III d.C. se encuentra en revisión y la propia falta de información en buena medida se achaca al desconocimiento de los materiales característicos de esta centuria, lo que ha podido provocar una sensación de discontinuidad en muchos casos (Mariné 1992: 759; Romero 1992: 731). Si dejamos la tercera centuria y pasamos al siglo IV, parece que lo que se destaca en el Alto Duero, tanto en líneas generales como en algunas comarcas concretas, al igual que en la mitad oriental de la provincia de Segovia, es el incremento de los núcleos de población, e incluso en el Alto Duero, se señala que se trataría de un poblamiento mucho más equilibrado que el que se apreciaba en esta región para la etapa alto imperial, dentro de un proceso de incremento de la población rural y de dispersión de la misma por todo el territorio soriano, así como por otras regiones (Gómez Santa Cruz 1992: 948; Barraca 1997: 354). Si observamos el mapa de la dispersión de los yacimientos alto y bajo imperiales en esta mitad este de la provincia segoviana, observamos una situación análoga a la descrita para la provincia de Soria, a saber, una distribución más regular de los asentamientos urbanos, a pesar de algunos vacíos difíciles de comprender (fig. 74).
Siguiendo con la zona de trabajo, los asentamientos registrados, tal y como hemos descrito anteriormente, no parecen que puedan identificarse con las villas propiamente dichas (Mariné 1992: 759; Hernández y Sagredo 1998: 60), debido a que no presentan restos de materiales nobles que indicaría la
Este mayor equilibrio en el poblamiento en el Alto Duero se ha relacionado con una reestructuración de la ocupación y de la explotación del medio rural, más que con la acción depredadora de agentes exteriores como
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) existencia de una parte palacial dentro del complejo de explotación agraria (Mariné 1992: 759). Por tanto estaríamos ante poblados dependientes posiblemente de auténticas villas, de una forma similar a lo que ocurre en el caso de Cauca, en cuyo anillo exterior de poblamiento se alternan villas lujosas con asentamientos más modestos denominados vici o pagi (Blanco 1997: 386). Todo ello va a hacer más complejo el modelo de poblamiento romano, con la existencia de centros jerarquizadores intermedios entre las ciudades y las aldeas (Martínez Caballero y Santiago 2010: 96).
Esta situación de estabilidad e incluso prosperidad en la vida rural de la zona del Alto Duero y en general en la Meseta propia de la cuarta centuria, parece truncarse en el siglo V y sobre todo en el VI con la crisis del sistema romano. En general se acepta que será a partir de ahora cuando los asentamientos rurales satélites del antiguo territorium de las ciudades se van a independizar de éstas; esta situación es la que supondría la disolución de la ciudad como entidad territorial y administrativa tal y como se había constituido en época romana (Fuentes 1997: 491; íd. 1999: 42-43).
Solo en un caso y fuera del área de trabajo se ha podido señalar la existencia de una importante villa con materiales suntuarios, como mosaicos, columnas, un capitel corintio, una inscripción (en este caso alto imperial) en Riaguas de San Bartolomé (Martínez Caballero 2000: 39; Santos Yanguas y Hoces 1999: 373; Santos Yanguas et alii 2005: 123-125), que de alguna manera podría haberse convertido en la villa que jerarquizara el resto de pequeños asentamientos de esta zona16, ya que se encuentra a solo 4 km de La Cruz y a 7 de Las Viñuelas y a 15 de Los Morenales, el asentamiento más alejado, formando un importante fundus, en la línea de la concentración de las explotaciones que parece que tuvo lugar a lo largo del Bajo Imperio (García Merino 1975: 377; Gorges 1979: 51; Hernández y Sagredo 1998: 155).
Entre los cambios que experimenta el territorium, aparte de la extensión las villae y de otros asentamientos rurales, hay que señalar la revitalización de los poblados en altura, los antiguos castros, que aunque no sea un fenómeno privativo de la Meseta Norte, sí que parece que tendría una notable incidencia en ella. Respecto a este tipo de hábitat se han considerado dos tipos: los castella o poblados amurallados, que en algún momento se asociaron el supuesto limes del valle del Duero17; y los castillos roqueros, auténticas atalayas que ejercían labores de vigilancia y defensa en la penetración a las tierras llanas del sur, y en especial, en el umbral montañosos de la cordillera cantábrica. En ambos casos se destaca que no se trataría de castros romanizados, es decir, que no habría una continuidad desde época celtibérica, sino de lugares estratégicos reocupados en el Bajo Imperio (García Merino 1975: 378; Jimeno et alii 1988-89: 444; Pérez Rodríguez 1992: 960; Abásolo 1999: 94-95); por el contrario, otros autores refiriéndose a uno de los grupos más característicos, el ubicado en la serranía norte de la provincia de Soria y en el sur de la de La Rioja, creen que podemos estar ante la continuidad de hábitats típicamente prerromanos hasta la baja romanidad y la Edad Media (Espinosa 1992: 902 y 906-907).
Sus propietarios, en estas zonas del interior más que a la clase senatorial o ecuestre, procederían del ordo decurionum, como parece atestiguar la inscripción de Saldaña de Ayllón para la etapa alto imperial, clase que tradicionalmente se pensaba que abandonaría las ciudades para escapar a la creciente tributación (Arce 1982: 86 y 134; Salinas 1996: 199; Roldán 1998: 49), pero que hoy no parece que se crea que dejase de tener importantes intereses en estas ciudades (García Moreno 1999: 7 y 1112; Abásolo 1999: 94-95).
En cualquier caso, sea perduración o, como parece la propuesta más generalizada, reocupación bajo imperial, lo que supone sería una revalorización de los rebordes montañosos vinculada a una mayor actividad ganadera. La explicación de esta revalorización se ha puesto en relación con los momentos finales del Imperio (Gómez Santa Cruz 1992: 947-948), cuando el debilitamiento del sistema de villas basado en las relaciones de dependencia entre colonos y dominus dé paso a las explotaciones de pequeños grupos familiares que tratan de obtener un mínimo de aprovechamiento con la menor o nula inversión de capital; en este sentido el tipo de economía que mejor se adaptaba a estas necesidades era el de la ganadería de pequeños rebaños con trashumancia local o estacional. Todo ello explica mejor esta reocupación de espacios anteriormente deshabitados por el tipo de economía, más centrada en una agricultura de exportación, que el supuesto carácter estratégico que en ocasiones se les ha atribuido (Jimeno et alii 1988-89: 446). El que presenten cerámicas sigillatas tardías, aunque en pequeña proporción a pesar
También en las cercanías se mencionan otros yacimientos, aunque desconocemos las características de los mismos, por lo que no sabemos si se refieren a villas propiamente dichas o tan solo a asentamientos rurales; son los casos de La Pedriza y Cueva del Soto, en Ligos y Cuevas de Ayllón, ambos municipios ya en la provincia de Soria y a solo unos 4-5 km de Estebanvela (Martínez Caballero 2000: 28; Blanco 1997: 386). Por otro lado en el estudio del poblamiento de la provincia de Soria no aparecen como tales estos yacimientos, y el de la Pedriza, más en concreto la Cueva del Roto, se adscribe a los momentos más tardíos del final de la etapa imperial (Ortego 1960: 108 y ss.; Gómez Santa Cruz 1992: 952). La que sí que se trataría de una villa importante, en parte excavada en los años 80, cuando se exhumaron mosaicos geométricos fechados en el siglo IV, es la villa del Cerro de San Pedro en Valdanzo, Soria (Romero 1992: 754), en todo caso mucho más alejados de nuestra zona de trabajo. 16
17 Por ejemplo, el cercano Cerro del castillo de Bernardos, Segovia (Martínez Caballero y Santiago 2010: 98; Gonzalo González 2007).
Igualmente podría incluirse el incierto hallazgo de Corral del Ayllón o el de Estebanvela (Juberías 1952: 244).
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8.- Etapa Bajo Imperial romana
y las nuevas formas de romanidad tardía que estaban apareciendo (Fuentes 1992: 1001). En todo caso, solo en el Alto Duero se han documentado unos 15 cementerios de este tipo (Pérez Rodríguez 1992: 960.
de lo tardío de su utilización, según lo que acabamos de ver, se debe a que parece que las sigillatas tardías podrían llegar hasta finales del V, principios del VI (Paz Peralta 1991: 230) o incluso hasta mediados del siglo VI (López Rodríguez 1985: 246).
Respecto al problema del limes, solo aparece alguna mención en la Notitia Dignitatum Occidentis, XLII, así como en la crónica de Hydacio, sin que haya más documentos ni pruebas; por el contrario, existen numerosos textos en contra de la existencia de este ejército regular encargado de defender una línea fronteriza ante cántabros y vascones que en ningún caso parece que fueran un peligro para la estabilidad romana. A todo esto, hay que añadir la existencia de pruebas de la presencia romana en la región cántabra y vascona (Arce 1982: 69 y ss., 165-168; íd. 1998: 187-189).
Otra propuesta que en parte viene a enriquecer el panorama del poblamiento tardío es el que sin asociarlos al supuesto limes del Duero, vuelve a retomar la idea de poblados defensivos, que estarían controlando las vías de comunicación, al menos en la zona occidental de la Meseta; estos autores no estarían de acuerdo con la hipótesis de que serían refugios para pequeños grupos que huirían de una situación de extrema inestabilidad. La cronología de los que se documentan en el valle del Esla, en Zamora, podrían pertenecer a la mitad del V, lo que estaría en consonancia con una supuesta frontera suevovisigoda en este río, aunque por otro lado, también existen indicios de que hubieran surgido con anterioridad, por lo que su motivación, entonces, estaría en el control de las vías de comunicación (Domínguez Bolaños y Nuño 1997: 444 y 446); en todo caso, este ejemplo concreto hace referencia a una comarca alejada de nuestra zona de prospección.
En el Alto Duero parece que se ha documentado una tendencia a abandonar los grandes fundi y en general a que haya una mayor dispersión de la población, con la reocupación de las zonas montañosas hasta entonces poco atractivas para el modelo de explotación romano (Pascual 1991: 273; Morales 1995: 308); se trata ahora de pequeños grupos de población, que buscan áreas de supervivencia en un mundo rural falto de toda orientación centralizada, por lo que se van a instalar en lugares de orografía complicada, donde retornan a modos económicos de tipo natural, con predominio de la ganadería de trashumancia corta (Gómez Santa Cruz 1992: 947-948); igualmente se han vinculado con el final de las relaciones de dependencia entre propietarios y campesinos y la constitución de pequeños grupos independientes, que sobreviven practicando una ganadería a pequeña escala que necesitaba escasa inversión (Jimeno et alii 1988-89: 446). Por último, se trata de un fenómeno que se considera contrario al de la romanización de asentamientos prerromanos que se veía al inicio del Imperio, porque ahora se reocupan los antiguos hábitats de la Edad del Bronce o del Primer Hierro, cuya morfología y ubicación impide el desarrollo de unidades de explotación agrícolas de tipo romano (Gómez Santa Cruz 1992: 947).
Otro tipo de hábitat que ahora vuelve a ocuparse es el de las cuevas; quizá, más que un hábitat estable habría que hablar de una frecuentación de las mismas, posiblemente en relación con una extensión del pastoreo de época tardía o por utilizarlas como lugares de refugio ocasional en momentos diferentes; en total se han registrado 4 cuevas con materiales tardíos en el Alto Duero, lo que tampoco supone una ocupación muy generalizada (García Merino 1975: 319-320; Pérez Rodríguez 1992: 960). Por último, una serie de necrópolis, asociadas a villas o a otros tipos de hábitat, con unas características de ajuar muy definidas, con elementos militares, pero también civiles, dieron lugar a que se hablase de un grupo diferenciado relacionado con poblaciones germánicas (Taracena 1941: 156-157; Palol 1966a: 12; Palol 1970: 209-236), o de una subcultura del Duero (Caballero 1984: 441-442). Estos cementerios se vinculaban con el supuesto limes frente a los pueblos del norte, que defenderían los grandes latifundios; pero posteriormente se ha señalado que no se desprende de la Notitia Dignitatum la existencia de estas tropas de limitanei, por lo que podría tratarse de las tropas de los latifundistas e incluso de los mismos terratenientes que se enterrarían con insignias de su poder militar. Hoy se señala que este tipo de necrópolis también aparecen en la Meseta Sur (Fuentes 1992: 999) e incluso algún autor las relaciona con una facies cultural mucho más amplia, que abarcaría el interior y norte peninsular, coincidente con la difusión de las tsht, frente al ámbito mediterráneo y meridional más relacionado con las ts clara (Pérez Rodríguez 1992: 962-964). En todo caso solo habría que verlas como la expresión de una peculiaridad con que se manifiesta lo funerario de la sociedad tardorromana en la Meseta a mediados del siglo V, con elementos de tradición romana
Ahora bien, aunque esta hipótesis es muy sugerente, quizá esté enmascarando una realidad mucho más compleja; así, para los poblados amurallados de la vega del Esla, en Zamora, pero cuyas conclusiones se extienden a este fenómeno de los castros en buena parte de la Meseta; su existencia se ha vinculado con el control de las vías de comunicación en un etapa de inestabilidad. Esta etapa parece bien constatada a mediados del siglo V, por lo que los castros del Esla podrían estar en relación con una frontera entre los reinos suevo y visigodo; sin embargo, por otro lado, existen indicios para suponer que arrancarían en una etapa ya anterior (Domínguez Bolaños y Nuño 1997: 444 y 446). En cuanto a nuestros poblados, éstos no presentan amurallamientos similares a los de los poblados anteriores, aunque sí están algunos junto a las vías de comunicación o no muy alejados de las mismas y desde
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) mecanismos en la ocupación del espacio rural (Gómez Santa Cruz 1992: 947).
luego su localización es bastante encastillada, sobre todo Castroboda. Por ello también podrían haber tenido una función de control de la vía del Riaza en un momento de gran inseguridad, como pudo ser la primera mitad del siglo V, cuando estos asentamientos se suelen fechar.
Esta coincidencia entre el poblamiento tardío y el visigodo lo hemos constatado, en parte, en la zona de prospección, si bien no en los mismos yacimientos, aunque los problemas de definición de los materiales, constatados en otros lugares (Larrén 1989: 54; Bohigas y Ruiz 1989: 50; Juan y Tovar 1997: 207), podrían estar enmascarando esta continuidad; en especial en torno a la localidad de Ayllón. Esta situación creemos que podría explicarse por una despoblación coyuntural de las campiñas de los valles de los ríos Aguisejo y Riaza, posiblemente coincidente con la inestabilidad registrada durante el siglo V d.C. (Arce 1982: 151 y ss.), y una posterior reocupación de las mismas, con un tipo de explotación agropecuaria que seguiría el modelo económico que habían llevado a cabo los romanos. Por eso, la mayor parte de los yacimientos de época visigoda se localizan de nuevo en la llanura, sin preocupaciones defensivas, lo que se puede identificar con una situación de estabilidad y cierta prosperidad, como podría también estar indicando la riqueza de la necrópolis de Estebanvela (Juberías y Molinero 1952: 236). Esta no coincidencia entre los fundi romanos y los visigodos también se constata en otras regiones, como en Palencia (Palol 1987: 358-359).
En cualquier caso, sean poblados de control o bien refugio de pequeños grupos que huyen de la inseguridad creciente, el caso es que suponen una revalorización de los espacios que habían estado abandonados durante la mayor parte de la época imperial. Este fenómeno es el que hemos documentado en la zona norte del área de prospección, una parte mucho más accidentada, y con predominio de monte, zona que durante la etapa alto imperial no había suscitado interés para el poblamiento romano, a pesar de encontrarse en las cercanías una serie de ciudades como Rauda, algunos poblados intermedios en la zona soriana, Uxama e incluso la propia capital conventual, Clunia; además esta zona norte presentaría el aliciente de contar con una reconocida vía de comunicación, con la calzada procedente de Clunia que posiblemente continuaría hasta Segovia pasando por Duratón (Martínez Caballero e.p.b). Igualmente, este camino podría haber tenido conexión con el de Rauda-Segovia, también en sus inmediaciones (Abásolo 1975: vid. plano; íd. 1978: 47-48 y 50-51; Conte y Fernández 1993: 144, fig. 45; Barrio 1999a: 6162; Fernández et alii 2000: 182-183). Esta es la misma circunstancia que se describe para los castros del Esla, aunque con la diferencia de que éstos estarían fuertemente amurallados (Domínguez Bolaños y Nuño 1997: 444).
En relación con esta aparente ruptura con el sistema económico romano, también se ha sugerido recientemente para el caso de la cuenca sedimentaria del Duero que el análisis de los conjuntos cerámicos de los yacimientos analizados, algunos en la propia provincia de Segovia, como los yacimientos de Coca u Hontoria, indicaría una pobreza de estos asentamientos, aunque sin que se postule una situación de mera subsistencia (Larrén et alii 2003: 304).
Por lo que respecta a las villas propiamente dichas, y posiblemente también el resto de pequeños asentamientos rurales, es posible que algunas, por ejemplo en el caso soriano, permanezcan, aunque solo como lugares de explotación agrícola, ya sin su carácter urbano; esta hipótesis deriva de las reutilizaciones que se aprecian en algunas de ellas o la conversión de otras en cementerios, lo que indicaría la permanencia de la población (Pérez Rodríguez 1992: 964). Sin embargo, en otras regiones, por ejemplo para el valle del Ebro, se considera que el final de las villas estaría entre mediados o el tercer cuarto del siglo V (Paz Peralta 1991: 235), llegando al final de la centuria las villas palentinas (Palol 1987: 351).
Esta ocupación del territorio, más intensa incluso que la de época romana, podría relacionarse con una implantación de la población visigoda de clase humilde en las regiones cercanas a Segovia y Guadalajara, ya que las clases dirigentes lo harían en las ciudades o en las zonas más conflictivas; dicho asentamiento comenzaría a finales del siglo V según la Chronica Casaraugustana o, según otros autores, a principios del siglo VI después de la batalla de Vouillé (Pérez Rodríguez 1992: 964-965), lo cual cuadraría mejor para la hipótesis planteada en nuestro estudio. Así, para el sudoeste de la provincia de Soria, se ha señalado que habría un cierto auge constructivo en los siglos VII y VIII, en comparación con otras regiones (Gutiérrez Dohijo 1996: 36), circunstancia que podría extenderse a la zona nordeste segoviana, que quizá, igual que en época romana, sería dependiente de los núcleos del sudoeste soriano, de ahí la falta de restos arquitectónicos en la parte segoviana, bien documentados en la soriana.
Para terminar con este apartado, y ya enlazándolo con la siguiente etapa plenamente altomedieval, los inicios de la presencia visigoda en el Alto Duero permiten perfilar una distribución de su poblamiento en torno a las vías de penetración en la Meseta Oriental. En algunas localidades se aprecia un cierto paralelismo en la ocupación del espacio rural entre los asentamientos tardíos y los nuevos indicios visigodos. En todo caso, se trata de fenómenos que preludian nuevos
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9.- Conclusiones
circunstancia podría hacer que este modelo se considerase como un muestreo optimizado (dirigido-estratificado arqueológicamente).
9.- Conclusiones 9.1.- Metodología
En total se trabajó durante 50 días, con 280 horas de inspección directa sobre el terreno y unas 114 de horas dedicadas a logística, lo que hacía una media de 5:42 de horas de campo por día, es decir, una media muy elevada; y 2:17 de horas de logística por día, en este caso, una media baja; así, la relación horas de logística /campo fue de 24 minutos por hora de campo, lo que implica una alta rentabilidad del trabajo de campo. Sin embargo, esta rentabilidad queda mejor expresada si comparamos estas cifras con las de superficie; así, la proporción de km² por día real es de 4,73, aunque sería más relevante la relación de km² por horas, que en este caso es de 0,83. También es interesante la cifra referida a las jornadas, ya que en ella queda englobado el equipo de trabajo: en total fueron 209 jornadas, con una media del equipo de trabajo de 4,18 personas; todo ello supuso la realización de un 1,13 km² por jornada.
Se trata de un trabajo que comenzó teniendo como base o marco teórico las premisas propias de Arqueología Espacial, paradigma mayoritario en el momento en que se llevaron a cabo los trabajos de prospección dentro de lo que se denominaba la Arqueología de Gestión; posteriormente y a la vista de la reformulación promovida por la Arqueología del Paisaje, se ha intentado incorporar alguna de sus propuestas. En primer lugar, hemos querido explicitar la metodología del trabajo de prospección, para que de esta forma se puedan evaluar con rigor científico los resultados que hemos presentado. Así, lo primero que hemos señalado es que se trató de una prospección que respondía a criterios administrativos, en concreto, estuvo organizada por el Servicio Territorial de Arqueología de Segovia, dependiente de la Consejería de Cultura y Bienestar Social de la Junta de Castilla y León, con motivo de la realización del Inventario Arqueológico Provincial; ello condiciona los resultados y el tipo de trabajo, frente a los estudios que parten del planteamiento de hipótesis previas.
Si pasamos ahora a detallar los resultados de todo este trabajo de inspección del terreno, en primer lugar señalaremos que se registraron un total de 211 sitios arqueológicos, de los que 143 son yacimientos (67,8%) y 68 hallazgos aislados (32,2%); estos datos implican una proporción de 0,47 hallazgos aislados por yacimiento, la cual se puede considerar como una cifra algo baja en relación con los hallazgos aislados. En cuanto a los rendimientos arqueológicos, los datos que hemos registrado suponen la existencia de 0,89 sitios por km² sobre el terreno realmente inspeccionado (0,60 yacimientos y 0,29 aislados por km²) y 0,5 sitios por km² sobre la superficie total, una proporción a priori inferior a la de otras zonas prospectadas debido a la menor intensidad de nuestro trabajo y a la mayor restricción a la hora de registrar sitios arqueológicos modernos o contemporáneos.
Los trabajos se realizaron en dos campañas de prospección (1990 y 1991), sobre una superficie delimitada por términos municipales, con las ventajas y desventajas que esto supone, pero que a su vez comprendían una comarca natural, el valle de los ríos Aguisejo y su continuación por el Riaza Medio, y parte de otra, la zona oriental de la Serrezuela, que en buena parte se podría relacionar con este tramo del Riaza; ambas zonas estaban contiguas, pero no totalmente conectadas entre sí; toda esta área se corresponde con una franja de terreno que partiendo del Sistema Central alcanza la cuenca sedimentaria del río Duero. Posteriormente, se realizaron trabajos de comprobación para la realización del presente estudio en el 21% de los sitios arqueológicos; de esta forma se pudo determinar mejor un 43% de los lugares inspeccionados.
Los 211 sitios arqueológicos documentados en el área de trabajo han supuesto un total de 258 conjuntos arqueológicos; así, los 143 yacimientos equivalen a 169 conjuntos y los 68 hallazgos aislados, a 89 conjuntos aislados. Es decir, hay un incremento con respecto al número de sitios de 47 conjuntos arqueológicos más (un 22,3%). En general, la mayor parte de los sitios arqueológicos presentan una fase de ocupación; esto supone que el 76,9% de los conjuntos (110) presenta una fase, lo mismo que el 95,6% de los hallazgos aislados (65).
Una vez realizados los trabajo previos a la inspección del terreno, se llevaron a cabo las tareas propias de prospección en una zona de trabajo que comprendía 416,17 km², es decir, un 6% del territorio provincial; de esta superficie se inspeccionaron 234,6 km², es decir, un 52% del total, porcentaje que se considera significativo para conocer el poblamiento antiguo en esta comarca. Para ello se siguieron dos modelos diferentes de acuerdo con las condiciones planteadas por la Administración: para la campaña de 1990 se utilizó un modelo de cobertura total, donde la intensidad de la prospección no siempre era igual en todas las zonas; y para la campaña de 1991 se utilizó un muestreo dirigido hacia la zona que ecológicamente presentaba más posibilidades de haberse ocupado en el pasado, a saber, el valle de los ríos principales, sus laderas y el borde de páramo que lo enmarca. Esta
En cuanto a la determinación cronológica de los conjuntos, ésta no siempre se ha podido realizar adecuadamente. De los 258 conjuntos, el 85,3% se ha determinado con alguna precisión (220); en concreto, un 85,8% de los yacimientos (145) y un 84,2% de los hallazgos aislados (75). Todo ello permite concluir que se trata de una cifra bastante alta, aunque en ocasiones la adscripción que se sugiere no se hace de forma totalmente segura.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Estos sitios arqueológicos han sido documentados fundamentalmente a partir de la prospección arqueológica en las campañas de 1990 y 1991, es decir, el 83,4 de los mismos (176), mientras el 10,4% (22) proceden de información bibliográfica y el 6,2% (13) de referencias orales, lo que confirma la importancia de este tipo de prospecciones de gestión para el conocimiento de amplias regiones con escasos estudios. Si desglosamos estos datos, tendremos que inéditos serían el 77,6% de los yacimientos y el 96% de los aislados; conocidos por referencias bibliográficas, 14 y 2,4% respectivamente; y por referencias orales el 8,4 y el 1,5%, según categorías. Además, de los sitios arqueológicos conocidos previamente a partir de la bibliografía, el 68,2% son de época medieval o moderna (15), o al menos alguna de sus fases pertenecen al medievo, uno es del Hierro, otro es de época romana, dos del Calcolítico-Bronce Antiguo, uno Paleolítico; todo ello nos lleva a concluir que la mayoría se trataba de yacimientos bien visibles sobre el terreno.
Edad del Bronce: Cogotas I El poblamiento en esta etapa de extiende por una zona concreta dentro del área de prospección. Todos los sitios arqueológicos se han atribuido a la Primera Fase de Cogotas I o Protocogotas I, a pesar de que entre los hallazgos se documentaron restos de decoraciones de boquique y excisión, que normalmente se suelen atribuir a las etapas más avanzadas de Cogotas I, lo cual no parece que sea lo propio para el reborde montañoso de la Cuenca del Duero, al menos en la región del Alto Duero. La dispersión de estos yacimientos no es regular por todo el territorio, por el contrario, los asentamientos se concentran en el tramo final del río Aguisejo y su continuación por el río Riaza en parte de su curso medio (fig. 20); a continuación, este conjunto se va difuminando según nos alejamos Riaza abajo (hacia el noroeste) o Aguisejo arriba (hacia el sudeste). No se trata de un número importante de yacimientos, 17 en total y 2 hallazgos aislados, por lo que su densidad es baja, de tan 0,04 yacimientos por km²; de todas formas, es una de las densidades más altas a lo largo de las etapas estudiadas en este trabajo, ya que en el Celtibérico Antiguo y PlenoTardío, se acercan a esta cifra (fig. 86).
Algo parecido ocurre con los que conocíamos a través de las referencias orales; así, el porcentaje de yacimientos con alguna etapa medieval o moderna vuelve a ser el 61,5%; dos eran de época romana, otro era del Hierro y por último había una cueva con material a mano sin determinar. De nuevo nos encontramos ante fases más modernas y yacimientos más perceptibles, incluido el de la cueva. Por último, nos queda referirnos a los hallazgos aislados, dos conocidos por referencias bibliográficas y otro por referencias orales; en todo caso, los tres pertenecen a la etapa medieval.
Sin embargo, creemos que esta densidad estaría enmascarando una realidad muy diversa. Así, en el tramo del valle fluvial comprendido por los términos de Aldealengua, Languilla, Mazagatos y Ayllón (sin sus anexos), y Estebanvela, que abarca 99,16 km² y un total de 11 yacimientos (es decir, un 65 % del total), la densidad sería mucho más elevada, de 0,11 yacimientos por km²; este dato sí se alejaría del resto de medias de las etapas aquí analizadas, debido a la fuerte concentración de yacimientos en un escaso espacio de territorio. Con la que sí concordaría, sin embargo, sería con la densidad de los núcleos de poblamiento de Cogotas I en la provincia de Segovia, al menos en su mitad oriental, donde las concentraciones de Sepúlveda y Arevalillo presentan cifras equiparables.
Para concluir, consideramos que la metodología empleada, el terreno inspeccionado directamente, los rendimientos obtenidos, así como los resultados en cuanto a hallazgos arqueológicos, fundamentalmente inéditos, nos hace suponer que se trata de un trabajo que ha permitido conocer una región prácticamente inédita para los estudios de arqueología, así como aportar los rasgos generales de su poblamiento en el pasado.
La mayoría de los yacimientos se encuentran localizados en los valles de los ríos Aguisejo y Riaza, o en sus afluentes, en los que hemos incluido el borde de la paramera: en total un 88%; por el contrario, solo hay dos casos, uno dudoso, que se alejen del valle internándose uno en la paramera (Cantos Labrados) y otro en las llanuras del interfluvio (Las Huertas); por todo ello pensamos que la paramera en su parte interior, no el borde que se abre al valle, debió ser un lugar poco favorable para el asentamiento de la población de Cogotas I, algo que ya se ha constatado en otras regiones; lo mismo ocurre con la llanura sedimentaria al oeste del río Riaza, que presenta un poblamiento esporádico en función de los posibles ejes de comunicación entre las concentraciones de asentamientos en la mitad oriental de la provincia de Segovia.
9.2.- Evolución del poblamiento en la zona de prospección: características del modelo de poblamiento Este apartado lo dedicaremos a hacer una resumen de la evolución del modelo de poblamiento a lo largo de las diferentes etapas prehistóricas e históricas en las que se han registrado hallazgos arqueológicos en la zona de prospección y que son la razón del presente trabajo; nos centraremos fundamentalmente en los parámetros que caracterizan la evolución del poblamiento y su distribución a lo largo de las diferentes etapas analizadas. Para ello nos hemos basado en el análisis del 29% de los sitios arqueológicos documentados durante el proceso de prospección, que suponen el 41% de todos los conjuntos arqueológicos.
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9.- Conclusiones
Densidades de yacimientos 0.12 Superficie adaptada Superficie total
Yacimientos por km2
0.1 0.08 0.06 0.04 0.02 0 Cogotas Etapas
Protoceltibéric
Celtib.Antig.
Celtib.Pleno
Alto Imp.
Bajo Imp.
Figura 86: Evolución de las densidades de poblamiento por etapas cronológicas. La superficie se refiere en el caso de Cogotas I al área central de los ríos Aguisejo y Riaza (99,16 km2); a la zona sur para la etapa alto imperial (275,85); y a la superficie sin contar con la Serrezuela (308,45 km2) para el resto de etapas.
podría incrementarse hasta el 78% (7 núcleos) si incluimos los dos ejemplos de Montejo de la Vega. Estos núcleos, al menos los de la zona central del poblamiento de Cogotas I, se separan por distancias regulares de entre 4,5 y 6 km, es decir, una distancia que viene a coincidir aproximadamente con una hora de marcha desde los poblados.
En general, estos yacimientos se asientan en loma (41%), normalmente sobre las terrazas de la orilla derecha de ambos ríos y, en menor medida, en vega (12%); todos ellos se pueden considerar como asentamientos en llano (53%). Por el contrario, los que lo hacen en alto suponen un 47%, con un 23% en cerro y la misma cifra en borde de páramo; en este caso se trata de cotas que no son siempre las más altas de los terrenos circundantes. Este relativo equilibrio entre yacimientos en alto y en llano, que se opondría a la tesis de una cierta dependencia de unos respecto de otros, es algo único en la historia del poblamiento de la región ya que, en las siguientes etapas, o bien predomina un tipo de localización, o bien lo hace la otra, con casos extremos como durante el periodo protoceltibérico o el alto imperial romano (fig. 87). Otra circunstancia común es que todos excepto dos (Las Huertas y Villacortilla I) se encuentran en la margen derecha de los ríos Aguisejo y Riaza, aprovechando la existencia de relieves que alejan a los yacimientos, y a la vía natural que les une, de posibles inundaciones o simplemente encharcamientos de los cauces fluviales. Además, esto supone elegir una orientación oeste-sudoeste para los yacimientos, que parece ser la más apropiada para climas fríos como el de la Meseta.
La existencia de estos núcleos parece confirmarse cuando se comprueba que los yacimientos que los integran suelen estar conectados visualmente: siempre entre los yacimientos en alto y en llano, aunque los que están en el llano no siempre tienen por qué verse entre sí. Así mismo, los núcleos definidos suelen carecer de esta conexión visual con los otros núcleos vecinos, algo lógico en los yacimientos separados por distancias muy grandes, pero que también se comprueba en los que aparecen en la zona más densamente poblada. Así, ninguno de los nueve núcleos se divisa entre sí, salvo los de Languilla y Ayllón. Por lo que respecta al análisis de la distancia al vecino más próximo, ésta nos ofrece una media de 2.403 m, muy similar a la de las otras etapas analizadas (fig. 88); mientras que el de los tres vecinos más próximos nos ofrece una aleatoriedad de 1,96, lo que supone un patrón de poblamiento uniforme o regular (fig. 89).
Por último, la otra característica que hemos podido definir en el poblamiento de la zona nordeste de Segovia es la existencia de una serie de concentraciones o pequeños núcleos de poblamiento que agruparían a varios yacimientos, definidos por la densidad de asentamientos, las distancias entre estos núcleos (entre 4,5 y 6 km) y su intervisibilidad: Aldealengua, Languilla, Ayllón, Estebanvela, Santibáñez, Maderuelo, Mazagatos y los dos de Montejo de la Vega. En general estos núcleos presentan yacimientos en alto y en llano en 5 de los nueve núcleos definidos, es decir, en un 55%, porcentaje que
La superficie de terreno controlada desde los yacimientos es una de las más elevadas a lo largo de las etapas analizadas, tan comparable con la del periodo Celtibérico Antiguo, etapa caracterizada por un mayor encastillamiento de determinados yacimientos y, por tanto, un mayor control visual del territorio. La media de este territorio sobre el que se ejerce control es de unos 9,4 km², aunque con una gran disparidad según se trate de asentamientos en alto, con unos 15 km² de control, o en llano, con unos 4,7 km². Respecto a los primeros, hay que
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) general, el 88% de los poblados, es decir, todos menos dos, se asentarían a menos de 550 m de estas fuentes de aprovisionamiento de agua. Esta distancia sería la máxima posible, ya que probablemente durante la Edad del Bronce habría mayor cantidad de agua por la presencia de niveles freáticos más superficiales y porque los ríos tendrían un caudal mayor. En general la distancia media a estos puntos de agua sería de 237 m, una cifra elevada con respecto a otras etapas, posiblemente por el alejamiento de los asentamientos en alto; tan durante el Celtibérico Antiguo, la distancia media será mayor que la de Cogotas I (fig. 93).
señalar que no todos los emplazados en lugares elevados presentan superficies de control elevadas, en general por la propia configuración del terreno en algunos puntos del valle fluvial que presenta algunos encajonamientos, como en la zona de Montejo de la Vega. Sin embargo, creemos que el que no siempre se busquen aquellos emplazamientos más controladores puede deberse a que la preocupación por el control visual no iría más allá del tramo de valle del entorno, sin que se pretenda controlar un territorio mayor; es decir, se buscaría tan el control inmediato del territorio, no de grandes extensiones de terreno, como pudiera ocurrir posteriormente en el Celtibérico Antiguo, con estructuras políticas más complejas que las del la Edad del Bronce, a pesar de algunas hipótesis que en este sentido se han sugerido (fig. 90).
Si el agua parece importante para establecer los poblados, también lo debería ser la existencia de vías de comunicación, que a pesar de la dificultad que entraña su constatación para época prehistórica, deberían existir para comunicar los diferentes poblados. Estas vías seguirían los caminos o corredores naturales existentes, por lo que creemos que la principal vía sería el propio valle del Aguisejo y del Riaza, en su margen derecha. En general la mayoría de los yacimientos se encuentran a menos de 500 m del camino que sigue la margen derecha del río Aguisejo-Riaza, lo que por sí solo refuerza la idea de que sería la vía de comunicación principal durante la Edad del Bronce; el resto estarían localizados en función de otros caminos también definidos, como el camino del piedemonte. En todo caso, esta proximidad de los núcleos de poblamiento con respecto a la vía principal del valle del río o del camino del piedemonte nos informa de otro aspecto del poblamiento durante la Edad del Bronce Medio, a saber, el que la localización de los yacimientos estaría condicionado por las vías de comunicación, aparte de otros condicionantes a los que ya nos hemos referido; así la media global de las distancias con respecto a las diferente vías de comunicación es de 304 m. Se trata de una de las cifras más bajas de todas las etapas analizadas, tan superadas en cercanía por los yacimientos del Celtibérico Antiguo (fig. 94). Estas vías, aparte de conectar los yacimientos de la zona de prospección, creemos que podrían estar relacionando las diferentes concentraciones de población de Cogotas I, de ahí la existencia de una fuerte homogeneidad de este grupo del Bronce Medio; se ha destacado que estas relaciones tendrían más que ver con el establecimiento de vínculos sociales, que económicos.
Tampoco las dimensiones de los yacimientos ofrecen un patrón regular, una circunstancia que en parte puede deberse a las posibles alteraciones de los yacimientos o la dificultad a la hora de delimitarlos durante el proceso de prospección. Así tenemos yacimientos de diverso tamaño, pero no los considerados como grandes en otras regiones de la Meseta Norte; lo que no se observa es que un determinado tamaño se corresponda con una localización en alto o en llano. La media de los asentamientos es de 6.441 m² de superficie, una extensión muy baja en relación con los asentamientos de otras etapas cronológicas y comparable, e incluso algo superior, con el periodo protoceltibérico (fig. 91). En cuanto al tipo de yacimiento, éste sería el de hoyos, al menos en el único asentamiento que se ha podido documentar, en El Prado; se trata de un tipo de yacimiento característico de esta etapa y cuya funcionalidad presenta diversas interpretaciones. La altitud absoluta de la mayoría de los yacimientos, en este caso un 76%, se encuentra entre los 1.040 y 930 m de altitud, lo que determina la existencia de unas temperaturas extremas que condicionarían la vida económica de estas gentes; incluso la media global es elevada, con 1.006 m de altitud. Se trata de una media similar al del resto de etapas analizadas, lo cual no deja de ser coherente con la configuración general del terreno (fig. 92). Esta coincidencia se da mucho menos en la altura relativa, que depende de la ubicación de los yacimientos dentro del valle, y que presenta una media de unos 31 metros, la cual es algo elevada con respecto a otras etapas cronológicas, por la existencia de los yacimientos localizados en alto. Esta cifra difiere si se trata de yacimientos en llano, loma, cerro o borde de páramo (fig. 92).
El último elemento que hemos tenido en cuenta para definir los patrones de asentamiento en las diferentes etapa cronológicas aquí analizadas, es el del análisis de captación de recursos. En general, los datos aportados en este estudio nos confirman la dedicación predominantemente agrícola que hoy se postula, en general, para los grupos de Cogotas I. Así, la media de terreno dedicado al cultivo tanto en un radio de uno como de cinco kilómetros es de un 64/63%, con cinco que superan el 80% (radio de un km) y nueve núcleos o subnúcleos que superan el 60% (radio de cinco km). Por el contrario los datos referidos a los pastos son mucho
La distancia con respecto a las fuentes de agua sería otra característica que se tuvo que tener en cuenta para la localización de los asentamientos prehistóricos. Así, aunque encontramos una menor distancia con respecto al agua en los poblados de vega o loma que los que están en cerro o borde de páramo (lo cual es lógico por la configuración general del paisaje de valle), en
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9.- Conclusiones
Emplazamiento
Porcentaje
100 90
En Alto
80
En llano
70 60 50 40 30 20 10 0
Etapas
Cogotas
Protoceltibéric Celtib.Antig Celtib.Pleno
Altoimp.
Bajoimp.
Figura 87: Evolución del tipo de emplazamiento por etapas cronológicas.
otra, ya que la zona de la Serrezuela es eminentemente ganadera, por el predominio de pastos y monte, frente a los de la zona ribereña de los ríos Aguisejo y Riaza, con mayor superficie aprovechable para usos agrarios, lo cual parece estar en consonancia con el tipo de economía mixta, donde la agricultura tendría un mayor peso. Lo que desde luego no se aprecia es la reducción del número de yacimientos desde al Calcolítico hasta la Edad del Bronce, un fenómeno que parece que se acentúa en el reborde oriental de la Meseta, pero también en otras regiones al sur del Duero.
menores, con una media del 7-8% en un radio de 1 y 5 km. Sin embargo, creemos que esta menor proporción podría corregirse teniendo en cuenta la mayor extensión de prados los hasta los años 60 del siglo XX, el posible pastoreo del monte y, sobre todo, el aprovechamiento de los barbechos y los terrenos no cultivados (fig. 95, 96, 97 y 98). En general, los datos aquí aportados con un porcentaje muy alto de aprovechamiento para cultivo de cereal serían comparables con el periodo protoceltibérico y con la etapa alto imperial romana (radio de 1 km) y con las dos etapas romanas (radio de 5 km), con superficies incluso mayores que las de Cogotas I. Por el contrario, si observamos los porcentajes de terreno dedicado a pastizales en otras etapas, tendremos una proporción mucho menor, siendo en general una de las más bajas en relación con las otras etapas analizadas.
Aparte de esta transferencia de población en relación con el cambio en el tipo de actividad económica, entre una época y otra, observamos que este cambio en los asentamientos no supuso la colonización de un espacio virgen, ya que la cuenca del Aguisejo-Riaza, aunque en menor medida, también se encontraba poblada en época calcolítica, con o sin restos de vaso campaniforme, de ahí que se pueda afirmar que existe una continuidad de población, al menos desde el Calcolítico, en la cuenca de los ríos. Esta continuidad entre ambas etapa se constataría de forma más evidente en la cabecera alta del Aguisejo, donde una yacimiento campaniforme en cueva (Molino de las Harinas), se continúa a unos 600 m en otro yacimiento también en cueva, donde se aprecia un momento muy temprano de Cogotas I. De todas formas, no es la única relación de proximidad entre yacimientos de Cogotas I y yacimientos calcolíticos en el área de prospección, aunque sí probablemente la más cercana.
Para terminar con este resumen, y en relación con la etapa precedente, aunque no se ha realizado el estudio del poblamiento de época anterior a la Edad del Bronce Medio, sí que hemos analizado de una forma somera sus características. Así, en primer lugar, observamos que la dispersión de estos yacimientos es más densa en la zona de la Serrezuela y aledaños, zona que posteriormente durante Cogotas I estuvo prácticamente deshabitada. Un segundo foco de poblamiento menos importante lo encontramos en la zona central de los ríos Aguisejo y Riaza, zona de mayor concentración de hábitat durante el Bronce Medio. También hemos destacado en el modelo de poblamiento la existencia de una cierta relación de proximidad entre yacimientos de Cogotas I y yacimientos calcolíticos, circunstancia que se ha documentado en otros yacimientos cercanos. Pero en cuanto a la diferente dispersión entre el Calcolítico y Cogotas I, ésta supone un cambio de estrategia entre los pobladores de una época y
Etapa protoceltibérica Ya hemos comentado anteriormente que, frente a la etapa precedente, la etapa protoceltibérica presenta problemas de definición y de delimitación cronológica, en la que los investigadores no se ponen de acuerdo, en
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) en especial, en las cercanas del Alto Duero y Alto Jalón (fig. 89).
especial a la hora de incluir las diferentes facies que se desarrollarían en esta etapa. Nosotros hemos seguido la definición de Lorrio para este momento de un periodo anterior a la formación de la cultura celtibérica y a la aparición de sus características principales, como puede ser la existencia de las necrópolis de incineración, el asentamiento en castros y su urbanismo característico (Lorrio 1997).
Estos escasos asentamientos se localizan sobre lomas poco destacadas respecto al terreno circundante, en ningún caso en emplazamientos estratégicos, y junto a cauces de agua permanente; en concreto, en las orillas de los ríos Riaza y Aguisejo, o del arroyo Valderromán en el núcleo de Maderuelo. La localización en algunos casos en la margen izquierda de los ríos Riaza y Aguisejo, así como el alejamiento de los poblados con respecto al río en el núcleo de Maderuelo, suponen un cambio con respecto al poblamiento de Cogotas I en esta zona, que siempre elegía la margen derecha y emplazamientos dentro del valle fluvial (fig. 87). Este tipo de localización, en los valles de los ríos o arroyos, nos indica una preferencia económica por los lugares donde el potencial agrícola es mayor, pero también donde los pastizales, hoy todavía presentes en muchos tramos de la ribera de estos ríos y arroyos, pueden suponer una complementariedad en la economía de estas poblaciones. Todo ello ha influido en que, para esta etapa, se insista en el carácter mixto de la economía, aunque a veces se hace más hincapié en su parte agrícola.
Se han documentado siete yacimientos en toda el área de prospección, fundamentalmente en la cuenca de los ríos Aguisejo y Riaza Medio, o en sus afluentes, no así en la comarca de la Serrezuela. En general se han definido a tenor de algunos materiales encontrados y que se consideran característicos de esta etapa, a pesar que en ocasiones se pone en duda esta adscripción tan directa; en todo caso, tampoco esta definición es tan clara en un caso, que hemos dejado como dudoso. Esta dispersión a lo largo del territorio de la cuenca del Aguisejo y Riaza se concreta en tres núcleos separados entre sí por distancias de unos 14-10 km, lo que denota una cierta regularidad (fig. 32). En todo caso, se trata de un poblamiento poco denso, posiblemente en parte por tratarse de la colonización de un territorio despoblado desde finales del Bronce Medio. Así, la densidad es de 0,017 yacimientos por km² en toda la zona de prospección, mientras que si contabilizamos la comarca del Aguisejo-Riaza, es decir, sin contabilizar la despoblada zona de la Serrezuela, la densidad sería de 0,023 yacimientos por km². La densidad normal sería una de las más bajas de todas las etapas estudiadas, comparable y superada por las de época romana; mientras que la densidad corregida sería la más baja de todas las etapas, cifra a la que se acercarían de nuevo las de época romana.
Teniendo en cuenta, la ubicación anterior sobre lugares poco destacados, la superficie controlada visualmente es reducida, con una media global de 4,3 km² en un radio de 5 km, siendo algo inferior a ésta la de los dos asentamientos de Montejo (de 3,5 km²), y algo mayor la de los yacimientos de Maderuelo y Ayllón (de 4,6 km²); se trata de la superficie controlada más reducida de todas las etapas estudiadas, pero que en todo caso permite en dos de los tres núcleos la existencia de intervisibilidad entre los yacimientos que los componen (fig. 90). Esta misma localización condiciona el que la altitud absoluta presente una media de 931 m, menor que la de los yacimientos del Celtibérico Antiguo y la más baja de todas las etapas estudiadas, todo ello en consonancia con el tipo de relieve elegido para asentar sus poblados. Esta misma ubicación determina una de las altitudes relativas más bajas de las diferentes etapas, con una media de 11,4 m (fig. 92).
Sin embargo, si comparamos nuestros datos con los de otras regiones que presentan este tipo de poblamiento protoceltibérico, observamos unas densidades superiores, en nuestro caso, a la de aquellas otras regiones comparadas (fig. 86). Otro rasgo destacable respecto a la dispersión es la existencia de núcleos de poblados, en los que los yacimientos aparecen agrupados a corta distancia unos de otros, aunque luego los núcleos aparezcan separados por distancias mayores, de entre 14 y 10 km. Así, la distancia media al vecino más próximo es de 1.675 m, la más baja de todas las etapas estudiadas por esta estrecha relación que estamos comentando, inferior tanto a los 2.403 de Cogotas I y a los 2.204 m del Celtibérico Antiguo (fig. 88).
Al igual que en Cogotas I nos encontramos ante yacimientos emplazados en terrenos de labor, lo que condiciona la extensión observable de los mismos; así, la media de los yacimientos es de 5.786 m², por lo que estaríamos ante pequeñas poblaciones con unas cuantas cabañas (creemos que dos en el caso de Mazagatos), en un ambiente similar al de otras regiones. De nuevo estaríamos ante la superficie media más reducida de todas las etapas aquí analizadas (fig. 91). en dos casos se ha podido determinar el tipo de yacimiento, que sería el de hoyos (Mingómez II), por un lado, y el de cabañas de planta más o menos circular u oval, a tenor de las manchas cenicientas de Mazagatos, por otro, una forma de hábitat que presenta múltiples paralelos en ambientes similares, además de suponer una continuidad con las formas de habitación de la Edad del Bronce.
Si comprobamos la distancia a los tres vecinos más próximos, el resultado es de una distribución con tendencia a una cierta uniformidad, sobre todo si descontamos la zona de la Serrezuela, lo que también se constata con la mera comprobación del mapa de dispersión de yacimientos, sobre todo en la comarca de los valles fluviales. Esta regularidad no parece ser la tónica en otras regiones cercanas que hemos consultado,
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9.- Conclusiones
Distancia al vecino más próximo 25.500
5000 4500
Montejo-Carabias
4000
Ayllón.Maderuelo
Metros
3500
Media global
3000 2500 2000 1500 1000 500 0
Cogotas Etapas
Protoceltib.
Celtib.Antig
Celtib.Pleno
Altoimp
Bajoimp
Figura 88: Evolución de la distancia al vecino más próximo por etapas cronológicas.
Ahora bien, también hay que destacar que las cifras medias esconden realidades muy diversas, como es la presencia mayor de terrenos agrícolas en la zona de Maderuelo o de Ayllón (por encima del 70% en los dos análisis de captación), mientras que las de Montejo de la Vega son muy inferiores; en el caso de los pastos la variación es diferente, con un mayor porcentaje en el caso de Montejo en el radio de 1 km, pero mucho mayor en los núcleos de Maderuelo y Ayllón en el radio de 5 km; también hay que señalar que en estos dos núcleos los porcentajes de uno y cinco kilómetros, son muy similares, mientras que la disparidad entre las dos cifras de Montejo es abrumadora.
La distancia con respecto de las fuentes de agua presenta una media de 150 m, una cifra similar a los poblados del Celtibérico Pleno y Tardío, y a las etapas romanas, por tanto inferior a la de Cogotas I y, sobre todo, a la del Celtibérico Antiguo (fig. 93). En cuanto a la distancia a las vías de comunicación y tomando como referentes los diferentes caminos naturales que creemos que discurrirían a lo largo del territorio objeto de estudio, ésta sería de 1.029 m, es decir, la más elevada de las etapas analizadas; ello se debe a la existencia del núcleo de Maderuelo, a más 3.000 m del camino natural del río; debido a la baja densidad de población, no hemos establecido otras vías naturales, aunque éstas debieron existir, ya que no es normal que en este periodo protoceltibérico se alejen los yacimientos tanto de los caminos naturales, algo que es comparable con los asentamientos rurales de las etapas romanas, en las que sí se constata un alejamiento consciente de las calzadas (fig. 94).
El último aspecto que queremos tratar es la relación del modelo de poblamiento con la etapa anterior, es decir, con Cogotas I. La primera característica que hay que destacar es la existencia de un vacío de población entre ambas etapas y que corresponde en parte con el Bronce Final, de ahí que haya una cierta desconexión entre los yacimientos: los núcleos de Cogotas I no coinciden siempre con los protoceltibéricos, además de que ahora se documentan asentamientos en la orilla izquierda de los valles fluviales, algo que no ocurría en la etapa anterior. Este hiato ha determinado que hablemos de una colonización de un territorio deshabitado durante parte del Bronce Final, lo que implica que presente una densidad de habitación inferior a la de Cogotas I y una de las más bajas de los periodos analizados. También la distancia al vecino más próximo es inferior a la de la etapa precedente, por la estrecha relación entre asentamientos del mismo núcleo de poblamiento en la etapa protoceltibérica. Ahora los asentamientos se localizan en el llano, sin que se registren en lugares estratégicos, frente a la dicotomía anterior; esto determina una superficie de control del territorio menor que en el Bronce Medio y una de las más bajas de toda la muestra, así como una altitud absoluta inferior y sobre todo una altura relativa muy reducida.
Si pasamos al análisis de captación de recursos, tendremos que los asentamientos del periodo protoceltibérico presentan una clara vinculación con los ambientes propicios para la agricultura de secano; así, la media global con respecto a una distancia de uno y cinco kilómetros es de un 61% y 62% respectivamente, una de las cifras más elevadas de las etapas analizadas. Este porcentaje tan abultado, supone que el resto de categorías de terreno sea muy bajo; así, en lo que respecta a pastos, tenemos un 19% y un 12% según se trate de una distancia de 1 o de 5 km (fig. 95, 96, 97 y 98). Estas cifras que en principio parecen algo bajas, no lo son tanto si las comparamos con las de otras etapas analizadas en este estudio; así, la media de 1 km es una de las más elevadas de todas las etapas y la de 5 km es la segunda más alta; todo ello nos indica que aunque la preferencia agrícola sería evidente, se trataría de una economía algo más mixta que en otros periodos, como parece confirmarse a tenor de los estudios en otras regiones.
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) en torno a una calle central, estaríamos ante un tipo de urbanismo más complejo, cercano al de los oppida. Ambos castros contarían con sendas necrópolis bien documentadas, en especial en el caso de la Dehesa de Ayllón, donde ya se practicaría el rito de incineración, lo que, junto con otros rasgos que hemos definido, vincularía esta zona con la Celtiberia. La ubicación de ambas es diferente; en cerro, la de La Antipared II y en vega, la de La Dehesa de Ayllón.
En lo que sí hay coincidencia es en las dimensiones de los asentamientos, al igual que en el tipo de yacimiento, que en ambos, en la medida en que se ha podido determinar, es de hoyos. Sin embargo, el alejamiento del borde de páramo permitirá que haya una mayor cercanía a las fuentes del agua ahora; por el contrario, el que haya yacimientos alejados del camino natural de los ríos va a determinar una mayor distancia a las vías de comunicación; en este sentido, no debemos descartar la existencia de ramales secundarios que haría descender esta distancia media. Respecto al terreno en el que se asientan por yacimientos, hay una coincidencia en cuanto a la importancia de la superficie potencialmente agrícola, pero una diferencia en cuanto a que durante el periodo protoceltibérico cobran más importancia los pastizales, tanto en el radio de uno como de cinco kilómetros, lo que determinaría un tipo de economía más mixta que la de Cogotas I, algo que se ha constatado ya en otras regiones.
Aparte de estos cuatro yacimientos, en los trabajos de prospección se localizaron otros 11 yacimientos de menor tamaño. Su distribución permite suponer la extensión de los centros jerarquizadores, es decir, los castros, a pesar de que como hemos visto no nos queda clara la relación con ellos, especialmente la diacrónica, aunque hayamos postulado una hipótesis en relación con la evolución del poblamiento analizada en otras regiones. Así, el castro de La Antipared I ejercería un control sobre su vega, de entorno a los 6 km; se trata, por tanto, de una superficie controlada de menor tamaño en comparación con el núcleo de Ayllón, que presenta una dispersión de yacimientos secundarios de unos 4 km río abajo hacia el noroeste (14 km si incluimos el yacimiento de Maderuelo) y de unos 11 km río arriba hacia el sudeste, lo que implica un control de unos 15 ó 25 km de ribera.
El periodo Celtibérico Antiguo En cuanto a la dispersión del poblamiento se han documentado 15 yacimientos de diferente categoría, alguno de ellos dudoso. En general, no podemos hablar de una ocupación sistemática del territorio, al quedar grandes zonas sin yacimientos, como la misma Serrezuela o determinados tramos del río Riaza. Lo que sí se puede señalar es que el patrón de poblamiento podría considerarse lineal, a lo largo del valle fluvial AguisejoRiaza, con todas las precauciones que ya hemos descrito en el apartado correspondiente (fig. 39). Esto determina que la densidad de yacimientos en el área de prospección sea de 0,031 yacimientos por km² si tomamos toda el área de prospección, mientras que la densidad corregida, es decir, sin contar con el área de la Serrezuela que durante este periodo no presenta poblamiento, sería de 0,042. En ambos casos, se trata de la segunda densidad en comparación con el resto de etapas cronológicas, superada en ambos casos por las medias de Cogotas I y desde luego superior a la etapa precedente o protoceltibérica, lo que no deja de ser una rasgo característico del poblamiento en otras regiones cercanas y que se relaciona con el aumento de población entre ambas etapas (fig. 86).
Las características de estos poblados secundarios son la indeterminación en el hábitat; tan Peñarrosa podría incluirse como un posible castro de pequeño tamaño. Se trata de poblados que se reparten en los diferentes ámbitos topográficos que hemos señalado, seis en alto frente a cinco en loma, lo que unido al resto de asentamientos, resultan unas cifras de un 67% de lugares en alto, frente un 33 en llano, con un porcentaje superior en el caso del núcleo de Montejo que en el de Ayllón (fig. 87). La distancia media al vecino más próximo, sea cual sea su categoría de poblado, sería de 2.204 m, aunque con diferencias entre el núcleo de Montejo, con 800 m de media, y el de Ayllón-Maderuelo, con 3.407 m; se trata de uno de los datos más bajos en relación con otras etapas analizadas, superior al del periodo protoceltibérico. Si la medida que tomamos es la que hay entre los dos poblados jerarquizadores, la distancia entre estos castros en de unos 28 km, una distancia elevada, ya que si medimos esta misma distancia entre los poblados de más de 3 Ha o los que presentan murallas en toda la zona comprendida entre las provincias de Soria y Segovia, la distancia al primer vecino más próximo de todos los yacimientos que hemos recogido es mucho menor, de unos 11,5 km. Si hacemos esta misma operación con los cinco vecinos de importancia, las cifras serían para el caso de El Cerro del Castillo de Ayllón, de unos 18 km, y para el de La Antipared I, de 26 km (fig. 88). Esta descripción de una dispersión del poblamiento carente de regularidad queda reflejada si medimos la distancia del vecino más próximo; según esto, el
Pasando a la localización, en la que también haremos referencia al tipo de yacimientos, tenemos dos grandes castros en borde de páramo o en un relieve morfológicamente similar, rodeados parcialmente por escarpes de elevada altitud (por encima de los 60 m) y a los en que en el caso de La Antipared I se les ha dotado de importantes obras defensivas, no habiendo evidencias para El Cerro del Castillo de Ayllón; esta circunstancia les permite controlar el terreno circundante, aunque de forma diferente en los dos ejemplos. De su urbanismo, podemos señalar que la proximidad con el castro de La Pedriza de Ligos, en Soria, podría indicar un tipo de urbanismo similar, en el que más que una estructuración
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9.- Conclusiones
Distancia a los tres vecinos más próximos 10 9
Distancia
8
Aleatoriedad
7 6 5 4 3 2 1 0 Cogotas
Protoceltib
Celtib.Antig
Celtib.Pleno
Alto Imp
Bajo Imp
Etapas
Figura 89: Evolución de la distancia a los tres vecinos más próximos y la aleatoriedad en la distribución del poblamiento por etapas cronológicas.
importante en el caso de La Antipared I que en El Cerro del Castillo de Ayllón.
resultado es, tomando las distancias a los tres vecinos más cercanos, de una distribución aleatoria o poco regular, lo que también se constata con la mera comprobación del mapa de dispersión de yacimientos (fig. 89).
La altura absoluta de los emplazamientos presenta una media de 981 m, que es la más elevada de todas las etapas analizadas; esto se debe al predominio de los yacimientos en alto en el Celtibérico Antiguo y al encastillamiento de los mismos. Pero esta ubicación estratégica quizá se refleje mejor atendiendo a la altura relativa: ésta es de unos 50 m de altura, de nuevo la cifra más elevada de todas las etapas cronológicas analizadas en el presente trabajo (fig. 92).
La superficie de terreno controlado visualmente es de 8,7 km², algo inferior a la de Cogotas I, pero superior al del resto de etapas cronológicas, como por ejemplo con respecto a la etapa precedente, que alcanzaba los 4,3 km². En todo caso, se aprecia una diferencia entre el núcleo de Montejo, con una media de 5,6 km² y el de Maderuelo-Ayllón, con 11,5 km²; en este caso con oscilaciones más acusadas. Otra diferencia es que en el núcleo de Montejo existe intervisibilidad entre casi todos los yacimientos, mientras que esta circunstancia se da en menor medida en el caso de Ayllón (fig. 90).
La distancia media a los puntos de aprovisionamiento de agua es de unos 406 m, siendo inferior la de los poblados del núcleo de Montejo, con 364 m, y superior la de los de Ayllón, con 443 m. Se trata de la distancia media más elevada de todas las etapas aquí analizadas, muy por encima de la etapa precedente y de la posterior, e incluso de Cogotas I, la segunda más elevada en el nordeste de Segovia (fig. 93).
La superficie de todos los yacimientos, a pesar de la distorsión que supone la existencia de poblados de más de 3 Ha y de otros de menos de 5.000 m², es de 11.375 m², por encima de los 5.786 del periodo Protoceltibérico y muy por debajo de los 35.055 m² del Celtibérico Pleno y Tardío. Se trata, por tanto, de la segunda media más elevada y ello por la existencia de los dos poblados jerarquizadores, de más de 3 hectáreas cada uno. Ambos castros suponen un porcentaje muy elevado de toda la extensión de los asentamientos en esta etapa; así, en el caso de La Antipared I, sus dimensiones significan el 42% de la suma de superficies de su núcleo y el caso de El Cerro del Castillo de Ayllón supone el 55 % (fig. 91). Por tanto, las diferencias entre ambos castros y su núcleo de poblamiento son notorias en cuanto a la superficie de sus poblados, menores en número pero mayores en extensión en el caso de La Antipared I, en relación con el núcleo de Ayllón; y en cuanto al peso del poblado central respecto a su núcleo, sería menos
Para esta etapa hemos definido diferentes vías de comunicación, alguna de las cuales ya lo había sido en las etapas anteriores; éstas serían las siguientes: el camino natural de los ríos Riaza y Aguisejo; el que enlazaría el castro de La Antipared I con los poblados al noreste de Montejo, que posiblemente se convertirá en la posterior calzada romana de Clunia a Segovia; y el camino del piedemonte de la sierra, que coincidirá también con la posterior calzada romana entre Termes y Segovia. La distancia media entre los yacimientos y estas posibles vías de comunicación descritas sería de 536 m, siendo menores a la misma las distancias medias en el núcleo de Montejo, con 168 m y mucho mayor en las de Ayllón, con 859 m; de todos los asentamientos, tres se encuentran a más de 500 m. Se trata de una media baja con respecto al resto de etapas analizadas, en especial si
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) la comparamos con la referida a la etapa precedente, aunque en este caso ya señalábamos que podría haber un error en la cifra (fig. 94).
mundo celtibérico antiguo; y otro más agrícola, similar al que encontramos en la campiñas del centro de la cuenca del Duero asociado al grupo del El Soto.
Para terminar, el análisis de captación de recursos nos ofrece unos resultados muy dispares, por lo que hemos preferido referirnos en primer lugar a las características de los dos núcleos de poblamiento y posteriormente dar los datos globales para el periodo Celtibérico Antiguo (fig. 95, 96, 97 y 98). Así, el núcleo de Montejo presenta una media de superficie potencialmente agrícola en un radio de 1 km de un 25%, un alto porcentaje de monte, con un 63%, y una superficie de pastos muy baja, del 5%. Si ampliamos el radio de acción hasta los 5 km, el porcentaje de terreno dedicado hoy en día al cultivo de cereal aumenta algo más, hasta un 36%, mientras que por el contrario, la superficie de monte desciende ligeramente hasta el 57 % y los pastizales bajan algo hasta alcanzar el 4%, por lo que sigue sin ser una superficie importante. En definitiva, nos encontramos ante un núcleo que se asienta en un terreno con unas condiciones más proclives a una ganadería de tipo extensivo, que a las propias de un ambiente agrícola o de ganadería intensiva, ya que no se aprecian importantes pastizales.
Respecto a la relación con la etapa anterior, hemos establecido una continuidad entre ambas, aunque los cambios a partir del Celtibérico Antiguo sean tan profundos, que no todos los investigadores están de acuerdo con esta perduración y busquen las razones del cambio en nuevos aportes de población. En el presente caso, la primera característica que queremos destacar es la continuidad de los tres núcleos de poblamiento anteriores y la cercanía entre asentamientos de ambas etapas, sobre todo en el caso de Maderuelo, cercanía que parece repetirse en el Alto Jalón, aunque no en el centro de la cuenca del Duero. En lo que sí se aprecian novedades es en el aumento del número de yacimientos y, por tanto, en una mayor densidad ahora; en todo caso, permanece la Serrezuela despoblada como en la etapa anterior. También comprobamos una mayor distribución por los valles de los ríos y una menor cercanía entre asentamientos, lo que hace que aumente la distancia al vecino más próximo, distancia que es mucho mayor si nos referimos a los poblados jerarquizadores. Ahora los yacimientos en alto predominan sobre los otros, algo impensable en la etapa precedente. Esto determina que aumente la superficie controlada de forma significativa, al igual que la altitud absoluta y sobre todo la altura relativa, en especial por la posición encastillada de algunos yacimientos, frente a los poblados sin preocupación defensiva del Protoceltibérico. Por todo ello, encontramos un alejamiento de algunos asentamientos del valle de los ríos y por tanto de las fuentes de agua, con la distancia media mayor de todas las etapas presentes en este estudio. Por el contrario, mejora la que se refiere a las vías de comunicación, al encontrarse la mayoría de yacimientos cerca del camino natural del río.
En el núcleo de Ayllón-Maderuelo observamos que en un radio de 1 km habría una diferencia notable con respecto de Montejo de la Vega, algo que ya se apreciaba durante el periodo Protoceltibérico: la media de la superficie aprovechable para la agricultura es de un 71%, el porcentaje de monte es de un 24% mientras que el de pastizales desciende hasta el 5%. En el caso de la superficie en torno a los 5 km, que para el caso de los yacimientos grandes podría ser más significativo que en el caso de los yacimientos pequeños, la superficie potencialmente agrícola es muy similar, de un 71%; la de monte es algo más baja, de un 17%; y la que sube algo más es la de pasto, con un 10% (entre 18 y 6%). Por tanto estaríamos ante un ambiente mucho más centrado en una agricultura de cereal, posiblemente complementada con la ganadería y con actividades mineras, a tenor de los afloramientos mineralógicos de la comarca de Ayllón.
Otra de las magnitudes que ahora difieren respecto al periodo anterior es la de la superficie de los yacimientos; no aumenta la media general, sino que por primera vez aparecen poblados grandes (los de tamaño superior de Cogotas I presentaban poca densidad de material, por lo que su superficie podría estar alterada), que van a ejercer como centros jerarquizadores, ya con estructuras permanente, algunas tan visibles como las murallas, e incluso con necrópolis de incineración. Sin embargo, no ha sido posible determinar el tipo de yacimientos de los poblados menores.
En cuanto a los datos globales de toda la zona de prospección, al tratarse de núcleos con características tan dispares, enmascaran la realidad anteriormente aludida. En todo caso y para poder comparar éstos con otras zonas de estudio señalamos que el terreno con dedicación agraria alcanzaría la cifra de un 50% en el radio de 1 km y de 55% en el radio de 5 km, lo que supone unos porcentajes bajos con respecto a otras etapas, aunque no los menores; un 41% o 36% respectivamente de superficie de terreno forestal; y un 5 y 7% respectivamente de pastizales, que sí estarían entre los más bajos de todas las etapas analizadas (fig. 95, 96, 97 y 98). En definitiva, nos encontraríamos ante dos modelos económicos que tradicionalmente se han vinculado a los diferentes pueblos prerromanos: uno más ganadero en Montejo de la Vega, que se relacionaría mejor con el
Por último, otro cambio apreciable a primera vista con respecto al periodo protoceltibérico es el de la reducción de terrenos aptos para la agricultura en las inmediaciones de los yacimientos, así como el de pastizales, fundamentalmente por el alejamiento del centro del valle fluvial y el asentamiento de los mismos en el borde del páramo. De todas formas las medias generales enmascaran una dicotomía que va a ser
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9.- Conclusiones
Superficie controlada 31% 14
Media Montejo Ayllón-Maderuelo Carabias
12
Porcentaje
10 8 6 4 2 0 Etapas Cogotas
Protoceltib. Celtib.Antig. Celtib.Pleno
Altoimp.
Bajoimp.
Figura 90: Evolución de la superficie controlada de los yacimientos por etapas cronológicas.
Respecto al patrón de poblamiento durante el Celtibérico Antiguo, la dispersión de los yacimientos por los valles de los ríos Aguisejo y Riaza presentaba una disposición lineal con paralelos en otras comarcas. Ahora bien, durante la etapa Plena y Tardía, la enorme concentración de población, permite contemplar una serie de núcleos dispersos y alejados entre sí, que a su vez también se mantienen separados de los restantes núcleos de las provincias de Segovia, Burgos y Soria, que impiden considerar este patrón como lineal en relación con los cursos fluviales, máxime si el núcleo de Carabias aparece alejado de cualquier río importante de la región, ubicándose en una zona de las estribaciones del macizo de la Serrezuela. La densidad de yacimientos en el área de prospección es de 0,029 yacimientos por km², es decir, una densidad inferior a la del Celtibérico Antiguo, debido al proceso de concentración de población que hemos descrito en esta etapa. Sin embargo, se trata de una de las densidades más elevadas en comparación con otras regiones analizadas en el presente estudio (fig. 86).
constante a partir de ahora y es la de un núcleo más ganadero en Montejo, que aprovecharía fundamentalmente el monte, y otro más agrario entorno de Ayllón. El periodo Celtibérico Pleno-Tardío En cuanto a la distribución del poblamiento en esta etapa, los dos grandes núcleos de poblamiento de la etapa precedente se mantienen en la zona oriental de la provincia de Segovia, pero con cambios importantes en cuanto al modelo de poblamiento con respecto de la etapa anterior. A los dos núcleos anteriores, el de Montejo y el de Ayllón, ahora se añade el de Carabias, en la zona de la Serrezuela, donde antes carecíamos de datos para hablar de población en esta comarca (fig. 62). En el núcleo de Ayllón, se han registrado los yacimientos de El Cerro del Castillo y la necrópolis de La Dehesa de Ayllón; en el núcleo de Montejo-Carabias continúa el poblamiento de Las Torres, ahora asociado a un yacimiento en llano y aparece un nuevo centro jerarquizador: el oppidum de Los Quemados I, alrededor del cual se diseminan una serie de pequeños asentamientos en llano, dependientes del poblado principal.
En cuanto a la localización y al tipo asentamientos, tenemos en el núcleo de Ayllón un oppidum sobre borde de páramo, continuador del castro del Celtibérico Antiguo, ahora muy ampliado en extensión; junto a él se mantendría la necrópolis, en plena vega, aunque las evidencias para esta etapa son menos claras que para la precedente. Aparte se han encontrado restos aislados en Maderuelo y en Santa María de Riaza, pero que, en todo caso, permiten suponer la existencia de un poblamiento muy concentrado en este núcleo de poblamiento que incluso habría absorbido el importante castro de La Pedriza que, por ello, no habría pasado del Celtibérico Antiguo B. Por último, a tenor de las evidencias que hemos expuesto, podemos suponer la existencia de una posible muralla, al menos en la zona oeste del yacimiento.
El cambio más significativo en la distribución del poblamiento es que ahora el núcleo de Montejo pasa a ser dependiente de otro, ya que el castro de La Antipared I se despuebla, sin llegar a alcanzar las producciones celtibéricas plenas, mientras que el poblado de Las Torres, que ya para el Celtibérico Antiguo considerábamos dependiente del castro, de La Antipared I perdura durante el Celtibérico Pleno y Tardío. A esta situación se añade la cercanía con respecto al oppidum de Los Quemados I, a unos 12 km, poblado de reciente creación y que podría suponer un traslado de población desde La Antipared I, quizá en relación con el aprovechamiento y control de los importantes pastos de la Serrezuela.
El núcleo de Montejo-Carabias nos ofrece otro gran poblado jerarquizador de tipo oppidum en Los
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) tuviera entre sus prioridades el control de un amplio territorio, sino el de una parte pequeña pero fundamental de su entorno que podría referirse a las vías de comunicación, como parece claro en Los Quemados I y en Las Torres (fig. 90). Por último, en cuanto a la posibilidad de que los poblados se vean entre sí, esto no ocurre en los tres poblados en alto por su distanciamiento, pero sí en cuanto a sus poblados dependientes de Los Quemados I y de Las Torres.
Quemados I, amurallado y ubicado sobre un estratégico cerro que controlaría la ruta que, desde la cuenca del Duero, iría hasta el puerto de Somosierra, posterior Cañada Real Segoviana y hoy Nacional I, en el único paso posible en esta parte de la Serrezuela; una serie de pequeños yacimientos en sus alrededores, todos ellos en llano, alguno de los cuales podría corresponder con la o las necrópolis; y un poblado estratégico sobre un cerro controlando la vía del Riaza, pero que, por su tamaño, entraría a formar parte de la categoría de castellum (Las Torres); sería dependiente del anterior y estaría asociado a otro yacimiento en llano, que podría corresponder a su necrópolis o no (Peña Arpada). En definitiva, los tres poblados principales ubicados en alto presentan una situación estratégica similar a la de los poblados celtibéricos de esta etapa. Esta ubicación no es la más común en esta etapa, ya que el 25% lo hacen en alto, mientras que el 75% lo hacen en llano, una proporción casi diametralmente opuesta a la que se daba en el caso del Celtibérico Antiguo (fig. 87).
La superficie de los dos oppida es de unas 18,75 Ha en El Cerro del Castillo y unas 14 Ha en Los Quemados I, dimensiones similares a otros oppida medianos de la Meseta. En cuanto a las dimensiones de los otros yacimientos, Las Torres podría alcanzar unas 2 Ha, lo mismo que el yacimiento asociado al mismo, Peña Arpada. El resto de los pequeños poblados del entorno de Carabias presenta una media de 2.586 m. En definitiva, los dos poblados grandes suponen unos 327.500 m² (el 18% de los yacimientos suponen el 85% de la superficie total), los dos poblados medianos con unos 40.000 m² (el 18% de yacimientos supone el 11% de la superficie), y siete poblados pequeños con 18.100 m² (el 63% de los yacimientos supone el 5% de la superficie total acumulada). Por tanto el total de la zona nordeste de la provincia de Segovia sería de 385.600 m², siendo la media de 35.055 m², lógicamente la media más elevada de todas las etapas al encontrase en la zona de prospección dos grandes centros jerarquizadores de gran tamaño que alteran la media (fig. 91).
La concentración de la población que ocurre en el paso del Celtibérico Antiguo B al Celtibérico Pleno, va a determinar el aumento de las distancias entre asentamientos. Así, la distancia al asentamiento más próximo de categoría superior (oppidum), que en el Celtibérico Antiguo era de unos 11,5 km (referida a los castros o poblados grandes), ahora aumenta hasta los 16 km (fig. 88). Pero si nos fijamos en la distancia a los cinco vecinos más próximos con el rango de oppidum en la zona comprendida entre las provincias de Soria, Burgos y Segovia, en el caso de El Cerro del Castillo la distancia media sería de 23 km y en el de Los Quemados I de 24 km, mientras que Las Torres la distancia es de 23 km, similar a la de Ayllón en el Celtibérico Antiguo (26 km), pero mayor a la de La Antipared I (18 km). Si analizamos el patrón de poblamiento tomando en cuenta el índice de vecindad, el resultado es, teniendo en cuenta las medidas a los tres vecinos más cercanos, de una distribución aleatoria, similar a los datos ofrecidos durante el Celtibérico Antiguo, unos resultados que también se pueden constatar con la comprobación de la dispersión de los yacimientos en el mapa (fig. 89).
En cuanto a la altitud absoluta, la media total sería de 1070 m, la más elevada de todas las etapas, mientras que la altitud relativa es de 21 metros, muy por debajo de la etapa precedente; esta menor altura se debe al número de los yacimientos en llano, que atenúa la de los yacimientos en alto (fig. 92). La distancia con respecto a los lugares de aprovisionamiento de agua es de 161 m, en donde todos los yacimientos salvo los dos de Ayllón, el oppidum y la necrópolis, están a menos de 200 m de puntos de agua. Se trata pues de una distancia media inferior a los 406 m que había en el periodo Celtibérico Antiguo y también una de las más bajas de las diferentes etapas (fig. 93).
La superficie controlada visualmente durante esta etapa es inferior a la del Celtibérico Antiguo: si entonces la media era de 8,7 km², algo superior en el caso de Maderuelo-Ayllón (11 km²), ahora la media global es de tan 5 km², con 4,5 km² en el caso de Montejo; y 1,5 km² en el de Carabias, aunque aquí la media es muy baja por la existencia de los pequeños poblados, mientras que el oppidum controla una superficie de 5,4 km². Por el contrario, el poblado de El Cerro del Castillo de Ayllón controla una superficie mucho mayor, de unos 31 km², aunque ésta podría ser mayor si no fuera por la existencia de los relieves del interfluvio Riaza-Aguisejo, en la zona de Santa María de Riaza. Si tomamos en cuenta los poblados en alto, es decir, Las Torres, Los Quemados I y El Cerro del Castillo, la media asciende hasta los 14,4 km². En todo caso, salvo Ayllón, el resto no parece que
Las anteriores vías de comunicación del periodo Celtibérico Antiguo permanecerían en esta etapa, ya que no creemos que fuesen radicalmente trasformadas posteriormente, fundamentalmente debido a la continuidad de los núcleos de poblamiento. A éstas habría que añadir ahora las que debieron conectar el nuevo núcleo de Carabias con sus vecinos y que corresponderían con la que discurriría desde el Duero Medio por el este de la Serrezuela hasta el puerto de Somosierra y que coincide con la posterior Cañada Real Segoviana y hoy Nacional I, que pasa junto al poblado de Los Quemados I. Antes de este asentamiento la cañada presenta varios ramales, alguno de los cuales conecta directamente con Maderuelo y otro con Montejo de la
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9.- Conclusiones
Superficie de los yacimientos 40000 35000
Metros 2
30000 25000 20000 15000 10000 5000 0 Cogotas
Protoceltib.
Celtib.Antig.
Celtib.Pleno
Altoimp.
Bajoimp.
Etapas
Figura 91: Evolución de la superficie de los yacimientos por etapas cronológicas.
Si pasamos al análisis de captación del núcleo de Ayllón, veremos un modelo diametralmente opuesto, con un 88% de terreno dedicado hoy en día a la agricultura en el radio de 1 km, porcentaje que baja hasta el 76% en el radio de 5 km, frente al 5 y 7% de pastos, y 7 y 17% en monte (datos referidos a los radios de 1 y 5 km); todo ello implica la existencia de un tipo de potencialidad económica totalmente diferente al de la zona más ganadera de Montejo y, especialmente, de Carabias.
Vega-Las Torres. Este camino, que conectaría con la zona de Maderuelo por un lado y con la de Sepúlveda por otro, podría coincidir con la posterior calzada entre Clunia y Segovia, o el posterior Cordel de los Sorianos. La otra sería la que relacionaría Los Quemados I con El Cerro del Castillo a partir de los arroyos al este del primer núcleo que desembocan en el Riaza y desde ahí, por esta vía natural, hasta Ayllón. En relación con estos caminos, la distancia media de los diferentes yacimientos con estas vías, sea cual sea su categoría, sería de 156 m, es decir la más baja de todas las etapas estudiadas. Ello pondría en evidencia la importancia que habría alcanzado el control de las vías de comunicación por los poblados jerarquizadores y sus anexos, de ahí que el control del territorio fuese una circunstancia menos importante que el control de los caminos (fig. 94).
Si hacemos caso a la media total, para poder comparar mejor el periodo del Celtibérico Pleno-Tardío con el resto de etapas cronológicas, tendremos los siguiente datos: la media más baja en cuanto a terreno agrícola, con un 23% en las dos distancias analizadas; por el contrario, en el caso de los terrenos susceptibles de aprovecharse para pastos, en el radio de 1 km nos encontramos ante uno de los porcentajes más elevados, con un 51 %, cifra que desciende en los 5 km hasta el 15%, que también sigue siendo la media más elevada de las etapas objeto de estudio (fig. 95, 96, 97 y 98).
Al igual que ocurría en la etapa anterior, hemos tratado el análisis de captación de recursos de forma separada atendiendo a cada núcleo. En el caso del núcleo Montejo-Carabias la media de la superficie potencialmente cultivable en el radio de 1 km es de un 16%, mientras que la de monte es de un 24% y la de pastos es de un 56%. Esta escasa superficie agraria se reduce aún más si solo observamos los dos poblados en alto. Por el contrario, llama la atención que aumente espectacularmente la superficie de pastos, con respecto al periodo Celtibérico Antiguo, lo que podría indicar una especialización ganadera mayor. Pero si ampliamos el radio hasta los 5 km, el terreno agrícola se mantiene en un 17 %, mientras que aumenta el monte (con un 66%) en detrimento de los pastos que baja hasta el 16%, lo que refuerza la idea de que la ubicación de los yacimientos de la zona de Carabias viene determinado por el interés por el control de una serie de pastizales de alto rendimiento que han pervivido hasta la actualidad y desde luego lo han sido en época medieval y moderna.
Las características de los dos núcleos que hemos apuntado nos acercan a una serie de paralelos en las comarcas aledañas. Así, el modelo de Los Quemados I Las Torres se relaciona con los poblados celtibéricos, en general, y los de la provincia de Soria en particular, donde teniendo en cuenta los análisis de captación, como la información que ofrecen las fuentes clásicas, el peso de la economía se ha supuesto estaría en la ganadería ovicaprina, siendo la agricultura una actividad menos importante, de ahí la tradicional dependencia del cereal vacceo a lo largo de las diferentes guerras contra los romanos. Por el contrario, el núcleo de Ayllón tendría un tipo de economía más cercana al grupo vacceo, que presenta un claro interés por controlar las mejores tierras cultivables, aparte de la dedicación minera propia de esta comarca. Esta diferencia en los modelos económicos podría haber permitido una cierta complementariedad de
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) fuentes de agua, con una distancia media similar a la del Protoceltibérico y por tanto muy alejada de la de la etapa precedente; lo mismo ocurre con respecto a la distancia a las vías de comunicación.
sus economías, debido la distancia que los separa, unos 26 km y la pertenencia a una misma etnia, la celtibérica y, más concretamente, la arévaca. En definitiva, nos encontramos ante un modelo de poblamiento en el nordeste de Segovia en el que predomina la concentración de la población en grandes núcleos, que ocupan la mayor parte de la superficie habitada (o supuestamente habitada) y en el caso de Carabias-Montejo, una serie de poblados medianos y pequeños que apenas alcanzan el 18% de toda la superficie total en esta comarca. Estos grandes núcleos se separan entre sí por una media de 24-23 km, oscilando las distancia reales entre 32 y 18 km. Además, como hemos visto al tratar las fronteras, estas distancias son más amplias cuando se refieren a las que existen entre núcleos arévacos y vacceos, con una separación entre 49 y 35 km.
Para terminar, si observamos el análisis de captación de recursos, comprobamos un descenso del terreno potencialmente susceptible de dedicarse a labores agrícolas, compensado por el aumento importante de los pastizales, los mayores de las etapas analizadas en este estudio; ello se debe de nuevo a los asentamientos en el ámbito serrano de la Serrezuela, porque Ayllón sigue manteniendo individualmente un importante terreno agrícola en su entorno. En definitiva, se mantiene el esquema de dos modelos económicos diferenciados: el de Carabias–Montejo, especializado en actividades ganaderas, lo que podría haber incluso condicionado su ubicación en la propia Serrezuela; y el más agrícola del núcleo de Ayllón, quizá con un complemento minero; todo ello podría haber determinado una cierta complementariedad de actividades económicas entre ambos poblados jerarquizadores.
Durante el Celtibérico Pleno y Tardío hay una continuidad con respecto a la etapa precedente, el Celtibérico Antiguo, como ha quedado atestiguada en otras comarcas cercanas. Así, van a permanecer los núcleos de Ayllón y Montejo, este de una forma probablemente dependiente, y aparece uno nuevo en la reiteradamente despoblada Serrezuela: Los Quemados I de Carabias. La concentración de población desde el Celtibérico Antiguo y en el tránsito de éste al Pleno, va a determinar una menor densidad de asentamientos, que en el caso de Ayllón queda reducido al oppidum y a la necrópolis. Consecuencia de ello será el aumento de la distancia media al vecino más cercano, sobre todo si se toman como referencia los poblados jerarquizadores.
Periodo Alto Imperial Romano Se han documentado seis yacimientos que se puedan adscribir a esta etapa y tres hallazgos aislados. Todos ellos se distribuyen por la parte sur de la zona de prospección, no habiéndose encontrado yacimientos en la parte norte del valle del río Riaza, ni en la comarca de la Serrezuela. Si comparamos la distribución del poblamiento con la etapa anterior, veremos que no hay relación de los asentamientos rurales romanos con los poblados prerromanos, lo cual no deja de ser normal atendiendo a la despoblación de esta región a principios del siglo I a.C., como hemos referido en el apartado de la etapa correspondiente. En nuestro caso, en un radio de menos de 5 km no hay ningún asentamiento celtibérico y en un radio de 10 km se localizan el 60% de los yacimientos alto imperiales, aunque todos ellos en el entorno del antiguo oppidum de El Cerro del Castillo de Ayllón, no en Las Torres o en Los Quemados I (fig. 71).
Continúa la dualidad de poblados en alto y en llano del periodo anterior, ahora con un mayor peso de los segundos, debido a los pequeños asentamientos en llano del entorno de Carabias; en todo caso los dos oppida y Las Torres se encontrarían en posición claramente estratégica. Este predominio de los poblados en llano en Carabias y Montejo va a determinar que la superficie controlada desde los yacimientos sea inferior a la de la etapa precedente; una circunstancia que individualmente no se aprecia en el caso de Ayllón. También va a aumentar la superficie de los asentamientos al registrarse en esta etapa dos grandes poblados jerarquizadores con la categoría de oppida, por lo que aunque se haya reducido el número de yacimientos desde el Celtibérico Antiguo, ello se debe más a la propia concentración de la población que a una reducción de la misma, ya que ahora los grandes poblados superan con creces las dimensiones del conjunto de todos los asentamientos anteriores.
La densidad de yacimientos en toda el área de prospección es de 0,012 yacimientos por km², la densidad más baja de todas las etapas analizadas, debido a la falta de población en extensas áreas de la comarca analizada; además en este caso, es inferior claramente a la de las etapas precedentes. Por tanto, en el caso segoviano la romanización no va a implicar un aumento de poblados como en otras regiones analizadas. Esta es una de las razones que confirmarían la hipótesis del despoblamiento de la zona durante el siglo I a.C. En cuanto a la densidad corregida, es decir, sin la Serrezuela, ésta es de 0,025 yacimientos por km², una cifra todavía baja, pero ya no la inferior de todas las etapas. Ambas cifras estarían en la media de las densidades descritas en el apartado correspondiente, referidas fundamentalmente al Alto Duero y a la provincia de Segovia (fig. 86). Además, si
Otro de los cambios se refiere a que ahora va a aumentar la altura absoluta de los poblados, fundamentalmente por la proliferación de asentamientos en la zona de la Serrezuela, en Carabias y su entorno; sin embargo, éstos también van a condicionar una menor altitud relativa, menor que la del Celtibérico Antiguo. Igualmente, se aprecia un mayor acercamiento a las
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9.- Conclusiones
Altitud de los yacimientos 1200
100 80
800
Altitud absoluta
600
Altitud relativa
70 60 50
Altitud relativa
Altitud absoluta
90 1000
40 400
30 20
200
10 0
0 Cogotas Etapas
Protoceltib.
Celtib.Antig.
Celtib.Pleno
Altoimp.
Bajoimp.
Figura 92: Evolución de la altitud absoluta y relativa de los yacimientos por etapas cronológicas.
periodo se registraban yacimientos en alto; esta similitud, aparte de las características propias de la etapa celtibérica, se deben a que a pesar de que en época alto imperial las poblaciones se asentaron en llano, la visibilidad del entorno no era mala (fig. 90). Esta circunstancia determina que la altitud absoluta presenta una media de 975 m, una de las más bajas de las etapas aquí estudiadas, desde luego inferior al periodo precedente, el Celtibérico Pleno y Tardío, con 1.070 m. Esta elevada altitud media en el caso de la etapa alto imperial, se debe sobre todo a que se han encontrado yacimientos en la mitad sur de la zona de prospección, es decir, la que presenta mayores altitudes por encontrarse junto a la sierra, a pesar de que las localizaciones de los yacimientos se corresponda a las vegas de los ríos (fig. 92). Si lo que observamos es la altitud relativa, al tratarse de yacimientos en vega la media es muy baja, de unos 7 m. Se trata de una altura relativa más baja de todas las etapas analizadas, inferior incluso a la del periodo protoceltibérico (fig. 92).
observamos la dispersión del poblamiento en la región comprendida en la mitad oriental de la provincia de Segovia y su continuación en la provincia de Soria, comprobaremos que la distribución del poblamiento es muy irregular, con vacíos generales en la zona norte y, sobre todo, en la sur, aparte de otros despoblados más concretos entre las comarcas pobladas, algo que parece común en el Alto Duero. Esta irregularidad en la dispersión de los asentamientos rurales se atenuará en época tardía. En cuanto a la dispersión de los yacimientos, no se aprecia una regularidad entre los mismos, con una distancia media al primer vecino de 2.610 m, es decir, superior incluso a los 2.543 de la etapa celtibérica Plena y Tardía, a pesar de que entonces señalábamos la importante concentración de la población registrada en este periodo; si tomamos los datos de los tres vecinos más cercanos, ésta es aún mucho mayor, de 8,62 km. Esta irregularidad está en consonancia con la falta de una ocupación sistemática del territorio durante esta etapa romana (fig. 88). Respecto a la regularidad de esta distribución, comprobamos que la distancia del vecino más próximo, tomando las medidas a los tres vecinos más cercanos, es de una distribución algo regular, con un 1,69 de aleatoriedad (fig. 89).
Todos los yacimientos adscritos a la etapa alto imperial habría que catalogarlos como asentamientos rurales dedicados a labores agropecuarias, en algún caso con algunas dudas por la falta de evidencias arquitectónicas, sin que podamos considerarlos como villas; así, no se ha podido determinar la existencia de arquitecturas lujosas, como mosaicos, pinturas murales o elementos arquitectónicos, que sí que se conocen en otras villas, como por ejemplo en la cercana de Riaguas de San Bartolomé. En general, presentan unas superficies muy reducidas, aunque el tipo de ubicación sobre terrenos de labor y la propia visualización de los restos fundamentalmente cerámicos, junto a otros de carácter constructivo, podría suponer tan una aproximación a lo que pudo ser su superficie real. En todo caso, los datos obtenidos durante el proceso de prospección señalan una media de 8.600 m² de superficie, unas dimensiones reducidas superiores a las de Cogotas I o a los
Todos los yacimientos se localizan sobre lomas poco destacadas respecto al terreno circundante y junto a cauces de agua permanente, en ningún caso en emplazamientos estratégicos. Esta localización en llano de los cinco yacimientos encuentra parangón en nuestra zona de prospección en la etapa protoceltibérica, mientras que en el resto de etapas analizadas, siempre hay un porcentaje mayor o menor de asentamientos en alto (fig. 87). Esta ubicación en lugares poco destacados implica una superficie controlada visualmente reducida, con una media global de 5,8 km² en un radio de 5 km. Se trata de una superficie media baja, aunque no la menor, en comparación con el resto de etapas analizadas, incluso comparable con el Celtibérico Antiguo, cuando en este
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) porque en algunos casos, en especial el camino del piedemonte de la sierra, presenta en algunas zonas varias posibilidades de trayecto, en especial en la zona llana de la margen izquierda del río Riaza; en segundo lugar, porque la densidad de yacimientos es baja, sin que se pueda constatar una ocupación sistemática del territorio; y en tercer lugar porque una característica del poblamiento rural romano es que estos asentamientos lo hagan en relación con las vías de comunicación, pero algo alejados de las mismas. Por eso, es difícil determinar la importancia que tuvieron las vías en el desarrollo de estos poblados (fig. 94). Sin embargo, si desechamos el que sean los cursos fluviales los que organicen el poblamiento, como ocurre en otras regiones, o que lo sean las ciudades, por el alejamiento de la zona con respecto a las urbes más cercanas, Termes o Duratón, tendremos que la concentración de yacimientos en la parte sur de nuestra zona de trabajo tuvo que estar relacionada con la existencia de la vía Termes-Segovia, desde la que se colonizaría esta comarca, aunque de una forma poco densa.
asentamientos protoceltibéricos. Esta media tan baja estaría en relación con la inexistencia de asentamientos jerarquizadores de grandes dimensiones, como sí ocurría durante la Edad del Hierro; ahora bien, esta superficie media se asemeja a la de los asentamientos rurales de la provincia de Soria (fig. 91). Una de las circunstancias que se ha señalado como elemento fundamental en el modelo de poblamiento rural tanto alto como bajo imperial, es la ubicación de este tipo de yacimientos junto a cursos de agua, circunstancia que se repite en nuestra zona de trabajo, ya que los cinco poblados se encuentran a menos de 250 m de algún curso fluvial, siendo la media más baja de las registradas en las diferentes etapas cronológicas analizadas. Ahora bien, lo que no encontraremos es una estrecha relación entre yacimientos y cursos fluviales, con la consiguiente explotación sistemática de los valles, por lo que estos asentamientos parecen estructurarse de una forma menos visible que en otras partes, en torno a las vías de comunicación, más que respecto a estos valles fluviales (fig. 93). En cuanto a la relación de los yacimientos con las vías de comunicación, en primer lugar hemos intentado identificar las diferentes calzadas o caminos que pudieran discurrir por el territorio objeto de nuestro estudio. En parte se mantienen algunas de las vías de comunicación naturales que creemos identificadas durante la Edad del Bronce y del Hierro. En este caso, hemos identificado para toda la etapa imperial romana las siguientes: el camino que pasaría por Montejo de la Vega procedente de Clunia, la capital conventual, y que posiblemente llegaría pasando por Duratón hasta Segovia, camino al que pertenecería el puente de El Vallejo del Charco; posiblemente este camino conectaría con el de Rauda-Segovia; el camino del piedemonte de la sierra que conectaría Termes con Segovia; y por último, de nuevo el camino natural que seguiría el valle de los ríos Riaza y Aguisejo, que comunica el valle del Duero, cerca de Rauda, con el piedemonte de la Sierra, en donde se localiza el núcleo de Termes que creemos constatado a lo largo de la Edad del Bronce y del Hierro. Muchos de estos caminos romanos posteriormente se convertirían en vías pecuarias, algunas con la categoría de cañada real, en la Edad Media y Moderna. En cuanto a la difícil datación de estas vías, al conectar ciudades alto imperiales, deberían fecharse a partir de estos momentos, continuando en la siguiente etapa, cuando se ha constatado una intensificación de las mismas.
La localización de los asentamientos en los valles de los ríos o arroyos nos indica una preferencia económica por los lugares donde el potencial agrícola es mayor, pero también donde los pastizales, hoy todavía presentes en muchos tramos de la ribera de estos ríos y arroyos, a pesar del descenso del nivel freático y de la intensa mecanización del campo que los ha roturado recientemente, pueden suponer una complementariedad en la economía de estas poblaciones. Así, para una distancia con un radio de 1 km el análisis de captación de recursos ofrece una media es de un 60% de terreno apto para la agricultura, media que en una distancia de 5 km de radio se incrementa hasta una media de un 72%; ambas medias estarían entre las más elevadas de todas las etapas analizadas (fig. 95 y 96). La proporción de terrenos aptos para ser dedicados a pastizales es de un 17% en el radio de un kilómetro; esta superficie se reduce notablemente si pasamos a un radio de 5 km, con una media de un 8%; la primera estaría entre las medias más elevadas, no así la correspondiente al radio de 5 km (fig. 97 y 98). En cuanto a los terrenos dedicados en la actualidad a monte, la media en el radio de un kilómetro es de 16%, prácticamente la misma que en el radio de 5 km, con un 17%. Del análisis de estos datos podemos inferir que nos encontraríamos ante una serie de asentamientos que buscaron lugares donde el potencial agrícola fuera alto, lo que estaría en relación con el impulso de estas actividades en época romana, en especial en la Meseta, y donde al menos en un corto radio de acción hubiese una serie de pastizales naturales que complementasen una actividad centrada en la agricultura probablemente de secano.
Una vez establecidos los posibles caminos romanos podremos determinar que la distancia media de los asentamientos respecto a alguna de las vías de comunicación sería de 775 m., una distancia algo elevada respecto a otras etapas. En todo caso, la coincidencia espacial entre el poblamiento rural y la red viaria es otra de las características del poblamiento rural del Alto Duero y en otras regiones. En nuestro caso, la constatación es menos clara que en otras fundamentalmente por varias razones: en primer lugar,
Para terminar con este apartado, nos vamos a referir a los cambios con respecto a la etapa precedente. Ya nos hemos referido de un hiato entre ambas etapas, el Celtibérico Tardío y el periodo alto imperial, basándonos en la despoblación de la zona tras las campañas de
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9.- Conclusiones
Distancia de los yacimientos al agua 450 400 350 Metros
300 250 200 150 100 50 0 Cogotas
Protoceltib.
Celtib.Antig.
Celtib.Pleno
Altoimp.
Bajoimp.
Etapas
Figura 93: Evolución de la distancia de los yacimientos a las fuentes de agua por etapas cronológicas.
despejadas que les permite una amplia visión de su entorno.
principios del siglo I a.C. Esta circunstancia va a determinar un cambio drástico en cuanto al poblamiento romano, que va a comenzar un proceso de colonización, posiblemente a partir de las vías de comunicación que enlazarían las ciudades supervivientes a las campañas de conquista. Por ello no hay una relación directa entre el poblamiento alto imperial y los grandes núcleos celtibéricos, sobre todo en los casos de Los Quemados I y Las Torres, mientras que en El Cerro del Castillo los asentamientos rurales romanos se documentan a más de cinco kilómetros del oppidum arévaco.
La ubicación en llano determina un descenso de la altitud absoluta y, sobre todo, de la altura relativa, la más baja de todas las etapas analizadas; igualmente, esta localización en los valles fluviales condiciona una distancia a las fuentes de agua, de ahí que la distancia media a las mismas sea inferior al Celtibérico Tardío y la más baja de todas las etapas. Por el contrario, esta cercanía no se aprecia en el caso de las vías de comunicación, lo cual es una característica del poblamiento rural romano en amplias regiones de la Meseta; es decir, los asentamientos se encuentran cerca de las calzadas, pero no junto a las mismas.
Esta colonización de un territorio vacío determinará que la densidad corregida sea inferior a la de la Edad del Hierro y que el poblamiento se distribuya por la mitad sur de la zona de trabajo (a excepción del puente sobre el Riaza y algunos hallazgos aislados); igualmente la distancia media al vecino más cercano aumenta ligeramente respecto a la etapa precedente. También, al desaparecer la existencia de yacimientos jerarquizadores, en contra de lo que ocurría en el Celtibérico PlenoTardío, desciende de forma drástica la extensión de los yacimientos, hasta niveles cercanos a los de la etapa protoceltibérica o del Celtibérico Antiguo. Ello se debe a que el tipo de poblamiento, asentamientos rurales dedicados a labores agropecuarias, no presenta grandes superficies.
Siguiendo con esta localización en los valles de los ríos, esta ubicación determina un aumento de la superficie agraria hasta niveles similares a Cogotas I o protoceltibéricos; incluso en la media de cinco kilómetros, es la más elevada de las aquí analizadas. En todo caso, se aprecia un cambio respecto a la etapa precedente por el porcentaje bajo de Carabias-Montejo, no por el de Ayllón, al que no llega. Por el contrario, desciende radicalmente el porcentaje de pastizales, muy elevado en el periodo anterior por la especialización de la zona de Carabias.
Por otro lado, nos encontramos ante en un cambio en cuanto a la localización de los asentamientos, al no haber ningún poblado en alto, una circunstancia que lo asemeja al periodo protoceltibérico, pero no al resto de las etapas de la Edad del Hierro. Sin embargo, la superficie controlada es incluso superior al periodo anterior, a pesar de la localización en llano; ello se debe a la baja media anterior, por los poblados de la zona de Carabias y a que los yacimientos romanos, aunque en llano, presentan una ubicación en loma sobre vegas muy
Periodo Bajo Imperial romano De época bajo imperial se han registrado hasta el momento 9 yacimientos y 4 hallazgos aislados. La novedad ahora es que junto a los yacimientos de la parte sur de la zona de trabajo, que en su mayoría perduran, zona que, en todo caso, no ve alterado su número (5 en las dos etapas imperiales), se documentan tres asentamientos en el tramo del Riaza Medio, es decir, en la parte norte, y El
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) La superficie controlada visualmente presenta una media de 5,48 km² en un radio de 5 km, algo inferior a la de los poblados alto imperiales y similar al de las otras etapas con menor visibilidad. El que descienda ligeramente la visibilidad a pesar de contar ahora con poblados en alto se debe a que esto se encuentran en el encajado valle del río Riaza; así, por zonas, la norte presentaría una superficie controlada más reducida de 3,7 km²; mientras que la zona sur sería de unos 6,4 km ² (fig. 90). Esta ubicación de los yacimientos determina una altitud absoluta con una elevada media de 985 m, ligeramente superior a la de los yacimientos de la etapa alto imperial y similar al resto de etapas. Más elevada aún con respecto a la etapa precedente es la altitud relativa con un 36,25 m, es decir, una de las más elevadas de las etapas analizadas, inferior a la del Celtibérico Antiguo (fig. 92).
Vallejo del Charco, es decir, el puente con la inscripción (fig. 80). Otra novedad con respecto a la etapa precedente es que aumenta el número de los yacimientos; así, descartando El Vallejo del Charco en ambas etapas, por no corresponder con un asentamiento de población, tendríamos cinco yacimientos alto imperiales (un 38%) y ocho bajo imperiales (un 62%), lo que supone un incremento del 60%; esta diferencia a favor de la etapa más moderna parece que sería un fenómeno general en el Alto Duero. Lo que no tenemos tan claro es que todos estos yacimientos bajo imperiales sean coetáneos; por el contrario, los del área norte podrían corresponder a la etapa más tardía de esta época, cuando las condiciones políticas y socioeconómicas serían muy diferentes a las del siglo III o IV d.C.; incluso, a tenor de algunos paralelos, es posible que en la etapa más tardía, a partir del siglo V, los asentamientos en llano de la mitad sur podrían haber incluso desaparecido. Si esto fuera cierto, no habría habido incremento de la etapa alto a la bajo imperial, sino simplemente un equilibrio; y dentro de la bajo imperial, habría habido incluso un descenso de 5 a 3, lo que supondría una reducción de un 40% en la última centuria.
Estos asentamiento rurales presentan unas superficies muy reducidas, al igual que ocurría en la etapa anterior; así, la media de la extensión de los asentamientos sería de 11.875 m², mayor que los 8.600 m² de la etapa precedente, pero en todo caso inferior a la de la Edad del Hierro, por carecer la zona de poblados jerarquizadores de mayor relevancia y documentarse los pequeños asentamientos rurales. De nuevo se aprecian diferencias en los dos sectores de la zona de trabajo: en la zona sur la media es de 9.000 m², coincidente con la alto imperial, mientras que los poblados de la zona norte presentan una media de 16,667 m² (fig. 91).
La densidad de yacimientos en el área de prospección sería de 0,019 yacimientos por km² (0,026 sin la comarca de la Serrezuela), una densidad mayor que los 0,012 yacimientos por km² de época alto imperial (0,023 en la media corregida), pero que sigue siendo baja con respecto al resto de etapas analizadas. Esta densidad podría ser mucho menor si los yacimientos en alto de la zona norte fuesen de un momento mucho más tardío que los de la zona sur, que, además, no tuvieron por qué perdurar hasta este momento. En todo caso se trata de unas densidades comparables a las más altas de las que hemos descrito, que presentan datos globales (fig. 86). Las distancias respecto al vecino más próximo presentan una media de 2,88 km, la media más elevada de todas las etapas analizadas, debido a la existencia de yacimientos aislados del resto; si tomamos los 3 vecinos más próximos, la media es de 5,61 km (fig. 88). En lo que respecta a la regularidad de esta distribución, comprobamos que la distancia del vecino más próximo, tomando las medidas a los tres vecinos más cercanos, es de una distribución algo regular (fig. 89).
En cuanto al tipo de yacimiento, continuamos con el término general de asentamientos rurales dedicados a labores agropecuarias para los correspondiente a la mitad sur de la zona de trabajo, que ya habíamos utilizado en la etapa precedente, sin que se pueda considerar que alguno de los asentamientos pudiera haber alcanzado la categoría de villa, como sí ocurre en algún ejemplo cercano a la zona de prospección (Riaguas de San Bartolomé). Junto a este tipo de yacimientos, los documentados en la zona norte podrían incluirse entre los denominados como castros o castella, es decir, poblados en altura.
La distancia media a los diferentes cursos de agua estaría en torno a los 138 m, un poco superiores a los de la época alto imperial y en general entre las bajas con respecto a otros periodos. En esta variable no se aprecian diferencias notables entre ambos sectores, salvo que en general los del sur presentarían distancias más cercanas, que los del norte, aunque también allí había yacimientos con distancias similares (fig. 93).
En la localización de los yacimientos apreciamos otro cambio con respecto a la etapa precedente en donde se registraba un 100% de asentamientos en llano, normalmente sobre lomas poco destacadas respecto al terreno circundante, por tanto emplazamientos que en ningún caso se podían catalogar como de estratégicos. Por el contrario en la etapa bajo imperial, junto a esta localización en la parte sur de la zona de trabajo, tenemos en la parte la norte una forma de asentamiento diferente, ubicado en lugares altos, estratégicos y fácilmente defendibles. Así, el cómputo global arroja un total de un 62%, todo ellos en vega, frente a un 37% en alto, siempre y cuando los consideremos como sincrónicos (fig. 87).
Respecto a las vías de comunicación, no vamos a repetir aquí su trazado ya descrito en la etapa alto imperial, debido a que no tenemos datos para suponer una profunda alteración en su configuración alto imperial, que en todo caso supondría un mayor desarrollo, en especial las de tipo secundario o incluso menor, que daría lugar a una red mucho más densa a partir del siglo IV que la de las etapas precedentes. En general, la media de los yacimientos, con
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9.- Conclusiones
Distancia a las vías de comunicación 1200
Metros
1000 800 600 400 200 0 Cogotas Etapas
Protoceltibérico Celtib.Antiguo Celtib. Pleno
Altoimperial
Bajoimperial
Figura 94: Evolución de la distancia de los yacimientos a las vías de comunicación por etapas cronológicas.
alto imperial, en especial en la mitad sur de la zona de prospección, en la que la mayoría de los yacimientos continúan y desde luego lo hace su número total, con lo que en esta área los cambios son mínimos. Pero si tomamos toda la zona de trabajo, se registra un incremento en el número de yacimientos, a pesar de que como hemos manifestado, parte de los mismos podrían corresponder con una etapa más tardía dentro del periodo bajo imperial.
respecto a una de estas vías que hemos definido con anterioridad, es de 797 m, algo más elevada que la de la etapa precedente y en general entre las más distantes del resto de etapas analizadas. Al igual que apuntábamos para la etapa alto imperial, en ésta creemos que sería de nuevo la vinculación a las vías de comunicación, en este caso, no solo la de Termes-Segovia, sino también la de CluniaSegovia, la que estructurara el poblamiento rural, más que los propios cursos fluviales o las alejadas ciudades del entorno (fig. 94).
Una de las novedades ahora es la ocupación de la zona norte del área de trabajo, es decir, la de Montejo de la Vega, también con un tipo de poblamiento diferente. En todo caso habría un ligero incremento de los yacimientos respecto a la etapa anterior, pero la densidad sigue siendo baja con respecto a otras etapas (siempre y cuando todos sean coetáneos). En donde se aprecia un cambio radical es en que ahora aumenta el número de asentamientos en alto, frente al modelo alto imperial. Bien es verdad que esto ocurre en la zona norte, por lo que en la sur se podría afirmar la continuidad en la localización. Igualmente, aumenta la distancia media al vecino más próximo, al haberse extendido los yacimientos por una mayor área que en la etapa alto imperial, salvo la parte de la Serrezuela; se trata de una distancia media más elevada de todas las etapas analizadas. Sin embargo, el que aparezcan asentamientos en alto no va a mejorar la superficie controlada desde ellos, al tratarse de emplazamientos en lugares encajonados, como los de las hoces del río Riaza; incluso hay una leve reducción con respecto a la visibilidad de los yacimientos alto imperiales.
El análisis de captación de recursos ofrece los siguientes datos globales: un porcentaje de terreno apto para la agricultura en el radio de 1 km de un 49%, cifra que aumenta en el de 5 km de radio hasta el 63%; por el contrario, los datos de monte apenas fluctúan entre ambas distancias, con un 28% y un 27% respectivamente; sin embargo, en el caso de los pastos tenemos una variación significativa, al pasar de un 18% en el radio de 1 km a un 8% en el de 5 km (fig. 95, 88, 89 y 90). Es decir, nos encontramos ante unos datos globales de superficie agraria elevados, en especial en los 5 km, aunque inferiores a los de la etapa precedente; por el contrario en pastos estaríamos en una media elevada en el radio de 1 km y baja en el de 5 km. Por sectores, podemos destacar que la zona sur presentaría un panorama agrario con un significativo elemento ganadero, acorde con el tipo de explotación agraria romana desde el alto imperio; por el contrario, en el sector norte predominaría el monte, seguido de un porcentaje de terreno apto para la agricultura mucho menor en el radio de 1 km y similar en el de 5 km, y la escasez de pastizales en superficie apreciable, lo que concuerda con el tipo de economía de ganadería extensiva de la etapa más tardía del periodo bajo imperial. Respecto a la relación con la etapa precedente, se asiste a una continuación del modelo de poblamiento
En cuanto al tipo de yacimiento, continúa siendo el de asentamientos rurales, sin que se haya podido documentar en la zona de prospección, aunque sí en los términos colindantes, la existencia de auténticas villas señoriales, como la de Riaguas de San Bartolomé. Por lo que se refiere a los poblados en alto, podrían
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) extensión hacia la vecina provincia de Soria, separadas de otras agrupaciones coetáneas (son los conjuntos que hemos denominado como de Sepúlveda y de Arevalillo) por un territorio casi desierto; en estas zonas se pueden apreciar algunos pasillos de comunicación, lo que implicaría un cierto tránsito entre comunidades, que en ningún caso sería de gran intensidad y que obedecería más a razones sociales que a las económicas; una de las consecuencias de los mismos sería la de permitir que se mantuviera la característica homogeneidad cultural de Cogotas I durante un largo periodo de tiempo.
corresponder con los castros o castella bajo imperiales. En todo caso, los yacimientos en alto presentan una mayor extensión, lo que hace que la superficie media sea mayor que la del periodo anterior. Sin embargo, al no contar la comarca con centros jerarquizadores, como en el modelo alto imperial, no se alcanzan las superficies del Celtibérico Tardío. El aumento de población en altura apenas altera la altitud absoluta, al encontrarse la zona norte alejada de las cimas de la sierra, con una configuración general del terreno más baja. Sin embargo, este cambio de localización sí que va a alterar la altitud relativa, lo que hace que en esta etapa se alcance la segunda más elevada, después de los encastillados yacimientos del Celtibérico Antiguo, y desde luego muy superior a la de los alto imperiales. Igualmente, el encastillamiento de la zona norte condiciona un ligero aumento de la distancia con respecto a las fuentes de agua, algo similar a lo que ocurre con respeto a las vías de comunicación.
Otra de las consecuencias que se desprende del análisis del poblamiento en la comarca del AguisejoRiaza sería su elevada densidad de asentamientos, en especial si la comparamos con los datos que tenemos del centro de la cuenca del Duero. Bien es verdad que en esta región contamos tan con datos globales que podrían estar enmascarando tanto los conjuntos de asentamientos, como sus vacíos, ocultando un esquema por tanto similar al que hemos descrito para la provincia de Segovia en su parte oriental.
Para terminar, si pasamos al análisis de captación, esta ubicación de los yacimientos en la zona norte en lugares con un porcentaje importante de monte, reduce la media general de superficie agraria con respecto a la etapa anterior de una forma significativa. Sin embargo, este cambio, apenas altera la proporción en el caso de los pastizales.
Esta circunstancia permitiría poner en relación esta situación con una de las teorías más difundidas sobre la formación de Cogotas I; en la misma se afirma que en su formación intervendrían diferentes grupos con distintas tradiciones que irían convergiendo hasta formar esta cultura (Protocogotas I). Este argumento se basa, entre otras razones, en el estudio de la cerámica, donde se aprecian tradiciones diferentes (boquique y la excisión). Esta hipótesis sería más creíble si el lugar de origen de estas tradiciones cerámicas, es decir, este reborde montañoso, estuviera más densamente poblado en especial durante la primera fase de Cogotas I y, por tanto, pudiera ejercer un impacto mayor sobre la citada cuenca.
9.3.- Evolución del poblamiento en la zona de prospección: interpretación del modelo de poblamiento Edad del Bronce: Cogotas I Creemos que los datos aportados por el estudio de la Edad del Bronce arrojan una serie de conclusiones de gran interés, en especial la evidente continuidad del periodo Calcolítico; así, hemos comprobado que existe una relación de continuidad en la zona de trabajo, con fuerte población calcolítica en la zona de la Serrezuela y aledaños, que posteriormente durante el Bronce Medio apenas estará poblada, y menor presencia en la posterior área central de Cogotas I en el valle del Aguisejo-Riaza. Este cambio en el patrón de poblamiento podría relacionarse con el cambio de estrategias durante el Bronce Medio, época en la que la agricultura cobraría una importancia mayor, aunque ya hemos comentado que la ganadería podría haber mantenido un peso importante.
Por último, la distribución regular del poblamiento correspondiente a la primera fase de Cogotas I, debido a que en este trabajo nos hemos inclinado por la hipótesis de que la presencia de la técnica de boquique y de excisión no debería significar necesariamente un momento algo más avanzado dentro de la secuencia de Cogotas I, podría suponer un indicio de nucleación o de cierta estabilización de la población durante el Bronce Medio; así, comprobamos que una serie de núcleos de poblamiento, que comprenden normalmente un poblado en alto y varios en llano, aparecen regularmente distribuidos a lo largo del valle con distancias entre 4 y 6 km; esta circunstancia supone una mayor explotación del territorio, por tanto, y diversificación de su economía seguramente a causa de esta menor disponibilidad de tierras ante la parcelación del valle, lo que implicaría una revalorización del páramo, de ahí que la ocupación de poblados en altura no significaría un mayor control visual del terreno circundante, sino también una ampliación de los recursos aprovechables. En todo caso, esta hipótesis estaría en contradicción con la pretendida itinerancia de estos grupos, en relación con la agricultura
A partir de este momento, y exclusivamente durante la primara etapa de Cogotas I, ya que no hay evidencias de un poblamiento posterior, se aprecia un aumento del número de asentamientos con respecto a la etapa anterior. En este sentido, uno de los aspectos destacables de este trabajo es la constatación de una serie de grandes concentraciones de asentamientos, una de las cuales se correspondería con la zona central de los valles de los ríos Aguisejo y Riaza Medio, probablemente con
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9.- Conclusiones
Análisis de captación: superficie agraria (1km) 100
Ayllón-Maderuelo
90
Montejo
80
Media
Porcentaje
70 60 50 40 30 20 10 0 Etapas
Cogotas
Protoceltib.
Celtib.Antig. Celtib.Pleno
Altoimp.
Bajoimp.
Figura 95: Evolución del análisis de captación en un radio de 1 km por etapas cronológicas: superficie agrícola
coincidencia de poblados en alto y superficies mayores, similar porcentaje de poblados en alto y llano, no actividades exclusivas, no murallas), no confirmarían esta tesis. A lo sumo, estos datos supondrían la existencia de una parcelación del valle con poblados en altura que controlarían este territorio y supondrían un referente visual, en relación con la existencia de una nucleación del territorio
de rozas y que sería heredera del periodo precedente, defendida por la mayor parte de los investigadores, pero que también ha recibido críticas. Lo que sí que podría dar dentro del núcleo de poblamiento sería una cierta itinerancia, aunque ésta no es imprescindible para la supervivencia. Siguiendo con la hipótesis de una mayor densidad de población en el valle del Aguisejo-Riaza, esta cercanía de poblaciones que en general resultan ser muy homogéneas, incluso entre largas distancias, potenciaría los vínculos entre las mismas, máxime teniendo en cuenta los vacíos que las separan de otros conjuntos de población, como el de Arevalillo o Sepúlveda. Todo ello redundando en un tipo de vínculos estrechos, que podrían calificarse de cuasi tribales, que a su vez podrían determinar la existencia de una cierta exogamia como se ha mantenido en otras ocasiones.
En cuanto a la hipótesis de la fuerte estratificación social en estas sociedades, en parte dependiente de la jerarquización del hábitat, creemos que los datos aportados en este trabajo unidos a la hipótesis del modelo de intensificación económica basado en la revolución de los productos secundarios (Harrison 1993) no avalarían su existencia al menos en el reborde montañoso de la Meseta. Así, en el caso de la zona nordeste de Segovia, tendríamos una agricultura como base de subsistencia, según se desprende del análisis de captación, que conllevaría una cierta fijación de las poblaciones a la tierra, pero a la que hay que añadir una ganadería, que posiblemente se concentrara en los humedales; ambas actividades determinarían la nucleación que hemos comentado, ya que para poblaciones escasas, como la de los asentamientos de Cogotas I, habría suficiente terreno agrícola, a pesar de que se postulan unos medios de aprovechamiento del terreno que conllevarían el agotamiento del mismo. Será por tanto el auge de esta ganadería la que determinaría en última instancia esta nucleación a partir de una ganadería estante, suficiente para las pequeñas comunidades de Cogotas I.
Esta nucleación podría relacionarse con una posible jerarquización del hábitat, común en el ámbito circummediterráneo desde el Calcolítico, la cual es defendida por determinados autores para la cuenca del Duero desde la primera etapa de Cogotas I; esta jerarquización unida a la presencia de elementos de prestigio, el control de los yacimientos metálicos, el traslado de ganados o los silos no domésticos, a su vez reflejarían una mayor estratificación social. Sin embargo, lo que no queda claro es cuál sería la causa del surgimiento de esta fuerte jerarquización social y del hábitat, que, por lo demás, no parece muy compatible con el tipo de agricultura de rozas que a su vez suponen para Cogotas I. Por el contrario, para otros autores, más que una fuerte jerarquía dentro de la sociedad de Cogotas I, lo que habría sería un cierto liderazgo, o lo que es lo mismo, una jefatura en grado mínimo.
Estos ganados estantes y más diversificados encontrarían en el entorno de los núcleos suficiente terreno para mantenerse y suministrar productos de gran valor para las comunidades prehistóricas; además, proporcionan un buen sistema de almacenamiento de alimentos en forma de animales vivos, aparte de permitir
Respecto a la hipótesis de la jerarquización del hábitat, los datos procedentes del nordeste segoviano (no
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) una mayor movilidad en caso de necesidad, lo que podría arrojar algo de luz sobre la despoblación de buena parte del Alto Duero durante el Bronce Final. Por último, los recursos ganaderos engendrarían una cierta independencia del grupo, por lo que la coerción sería más difícil sobre estas poblaciones en la línea de la creciente estratificación social que se aprecia en otras regiones. Es por ello que esta amplitud del espectro de subsistencia unido a la posibilidad de exportar el excedente de población a las zonas limítrofes de los grandes conjuntos de población permitiría el mantenimiento de una sociedad sin clara estratificación social, de ahí que sea difícil la existencia de los grandes castros jerarquizadores, como pretenden otros autores.
Etapa protoceltibérica En este trabajo hemos seguido a Lorrio al considerar este periodo como la etapa inmediatamente anterior a la formación de la cultura celtibérica y a la aparición de sus características principales. Una de las novedades del presente trabajo es que se trataba de una fase inédita en la provincia de Segovia. Igualmente queremos destacar la dispersión de los pequeños asentamientos localizados en llano de una forma regular por todo el valle, no así en la Serrezuela, pudiendo formar núcleos cada 10-14 km; esta dispersión presenta una de las densidades más reducidas de todo el periodo aquí analizado, pero que es de las más elevadas sin la comparamos con otras regiones.
Por último, el que en este trabajo estemos en contra de la jerarquización social y del hábitat en una parte del reborde montañoso de la Meseta, no implica que esta situación no se haya dado en otros momentos de Cogotas I, en especial creemos que en los más avanzados, como ha demostrado Álvarez–Sanchís para la Meseta sudoccidental (íd. 1999), incluso es posible que nuestra apreciación para lo ocurrido en el centro de la cuenca del Duero sea errónea; en este sentido, esto supondría una menor homogeneidad en Cogotas I de lo que se ha supuesto.
En el apartado anterior hemos comentado que no se registran evidencias de poblamiento en la zona de prospección durante el Bronce Final, de ahí también la falta de coincidencia entre los modelos de poblamiento de Cogotas I y la etapa ahora analizada, una circunstancia que se extiende por la región del Alto Duero. Por ello, habría que buscar el origen de la colonización de estos territorios vacíos a partir de las regiones con poblamiento desde el Bronce Final. En este sentido tenemos dos posibilidades: una sería el El Soto Formativo del centro del Valle del Duero; otra posibilidad sería el Alto DueroAlto Jalón, una región igualmente despoblada durante el Bronce Final, pero que sería ocupada a partir del Alto y Medio Ebro, con focos de población importante en la zona de Numancia y el interfluvio Alto Jalón-Mesa.
Para terminar, también hemos constatado la despoblación de la zona de trabajo, al igual que ocurre en el resto del reborde montañoso de la Meseta en toda esta región, durante las etapas más avanzadas de Cogotas I; este vacío poblacional condicionará el posterior poblamiento protoceltibérico, que se extenderá sobre un territorio despoblado, una situación que parece repetirse en las cercanas provincias de Soria y de Guadalajara.
La continuidad en el poblamiento ProtoceltibéricoCeltibérico Antiguo en la zona de trabajo, al igual que ocurre en otras regiones; su posterior inclusión clara en el ámbito celtibérico; la distancia con respecto a la zona de Numancia o al Alto Mesa; o la presencia de cerámicas excisas similares a otras del Sistema Ibérico nos inducen a pensar en la vinculación con el Alto Duero-Alto Jalón, lo que permitiría plantear la hipótesis de una auténtica frontera cultural ya desde este periodo protoceltibérico, que va a continuar con mayor evidencia durante toda la Edad del Hierro.
Normalmente esta situación se explica atendiendo a las hipótesis que hacer referencia a ciertas variaciones climáticas que, por otro lado, no parecen tan evidentes, o por un proceso de conflictividad generalizada en amplias regiones del Sistema Ibérico, que creemos que, al menos, debería descartarse para la provincia de Segovia, mientras no se tengan otras evidencias al respecto. En nuestro caso creemos que el propio proceso de intensificación económica, apoyado posiblemente en la ganadería, permitiría una mayor movilidad de las poblaciones, que ante circunstancias adversas de cualquier tipo, y que podrían tener que ver con las hipótesis anteriormente citadas de cambios climáticos, podrían trasladarse a regiones con un óptimo agropecuario mayor, como ya había ocurrido al final del Calcolítico en esta misma comarca. Así, ante este tipo de situaciones pudo darse un traslado de poblaciones serranas al centro de la cuenca del Duero; un indicio de este traslado de población podría ser la aparición de los tipos decorativos propios de la fase antigua de Cogotas I en el reborde montañoso, boquique y excisión, ahora en las fases más recientes del centro del valle del Duero, lo que ha dado lugar a diversas puntos de vista sobre la cronología de la primera fase de Cogotas I
En cuanto a la continuidad de las poblaciones protoceltibéricas, una de las características de la transición de este periodo al Celtibérico Antiguo es la radical transformación de las pautas de poblamiento, así como de otros elementos de cultura material, para algunos debido a una aceleración en los cambios y para otros por nuevos aportes de población del valle del Ebro. Estos cambios también se documentan en nuestra zona; así, el aumento cuantitativo de los asentamientos, la continuidad de los núcleos de poblamiento, o la evolución de la cultura material; en este sentido, también estaríamos de acuerdo con Lorrio en la afirmación de que estos cambios habría que entenderlos como un proceso gradual, con momentos de mayor aceleración, en el que la única ruptura estaría en el momento de aparición de los poblados protoceltibéricos, en un ambiente que sería de despoblación (íd. 1997).
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9.- Conclusiones
Análisis de Captación: Superficie agrícola (5 km) Montejo-Carabias Ayllón-Maderuelo Media
90 80 70
Porcentaje
60 50 40 30 20 10 0 Etapas
Cogotas
Protoceltib. Celtib.Antig. Celtib.Pleno
Alto Imp.
Bajo Imp.
Figura 96: Evolución del análisis de captación en un radio de 5 km por etapas cronológicas: superficie agrícola
18 km Ayllón; 26 La Antipared). En todo caso, el vacío entre Roa y los poblados celtibéricos es mucho menos apreciable en el valle medio del Riaza que en otras zonas, gracia a yacimientos como Adrada de Haza o La Antipared I. Por el contrario, durante el Celtibérico Pleno la continuación del proceso de concentración haría que aumentara la distancia entre los poblados celtibéricos y la Rauda vaccea (entre 35 y 49 km), lo que estaría en la línea de la propuesta de la existencia de fronteras culturales entre distintos grupos, fronteras que se realizarían a base de crear grandes espacios vacíos entre los diferentes poblados.
El periodo Celtibérico Antiguo En el periodo Celtibérico Antiguo se aprecia la continuidad de los núcleos de poblamiento protoceltibéricos, aunque la ocupación del territorio no es sistemática, con un incremento importante de los asentamientos, lo que supone una de las mayores densidades de las etapas analizadas, y desde luego superior al de otras regiones. Otro elemento novedoso es que a partir de ahora se constata la existencia de centros jerarquizadores, uno de ellos amurallado, con sendas necrópolis de incineración, junto a una serie de pequeños asentamientos en llano o en alto.
Otro de los aspectos importantes de este estudio es la existencia de una jerarquización y concentración del hábitat desde etapas muy tempranas. Si obviamos las dificultades procedentes del registro arqueológico, tendremos una visión del poblamiento diacrónica siguiendo el modelo de poblamiento del Alto Jalón-Mesa (Martínez Naranjo 1997).
Serán estas características, entre otras, las que permitan adscribir la zona nordeste de Segovia dentro del ámbito celtibérico, a pesar de las dificultades que supone este tipo de adscripción para la Primera Edad del Hierro, sobre todo si tenemos en cuenta la movilidad y el expansionismo que caracteriza al grupo celtibérico en diversas regiones, aunque no a costa del territorio vacceo. Además, consideramos que una serie de rasgos podrían individualizar esta comarca fronteriza, que se extendería desde el centro-este de Burgos hasta el norte de Segovia; entre las mismas, el cierto encastillamiento de sus castros, podría indicar una relación conflictiva entre ambos grupos culturales, al igual que el distanciamiento entre los poblados de El Soto y los celtibéricos, o la presencia de determinados materiales afines a El Soto.
Siguiendo este modelo, la fase intermedia entre el Protoceltibérico y el Celtibérico Antiguo A (denominada en ocasiones como Riosalido o primera fase de Celtibérico Antiguo A) se correspondería con la existencia de los pequeños yacimientos ubicados en alto o en llano; respecto a los castros posteriores, existen débiles argumentos para considerar que El Cerro del Castillo de Ayllón hubiera comenzado en esta fase, pero no así para La Antipared I. Ya en esta etapa intermedia podría haber una cierta jerarquización, una de cuyas evidencias podría ser esta dualidad de los asentamientos secundarios lo que podría suponer una cierta especialización en la explotación de los recursos del valle; también la propia dispersión de los asentamientos podrían indicar la mayor o menor importancia relativa del posterior centro jerarquizador (15-25 km en El Cerro del Castillo de Ayllón; 6 km en La Antipared I).
Pero mientras que en otras regiones, por ejemplo en el grupo castreño soriano, se puede llegar a pensar en una frontera colectiva frente a los poblados celtibéricos, también en alguna de las propuestas para El Soto (San Miguel 1989 y 1993), en toda la zona correspondiente con nuestro mapa de la figura 59, parece que el distanciamiento entre poblados es general, incluso entre los pertenecientes a una misma etnia (cinco yacimientos:
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) lo que conllevaría un aumento de influencia política frente a otros poblados que podrían estar realizando el mismo proceso.
Será en una segunda fase dentro todavía del Celtibérico Antiguo A, cuando se formen los dos centros jerarquizadores a base de la concentración del resto de asentamientos, salvo Las Torres, aunque previamente debería haber una jerarquización del hábitat, dando lugar a los castros del Celtibérico Antiguo B, ya con cerámicas torneadas importadas. Una vez comenzado este proceso de concentración, éste se mantendrá en el tiempo, y durante el paso del Celtibérico Antiguo B y al Pleno, la reducción de núcleos ahora afectará a los grandes poblados jerarquizadores, momento en el que desaparece La Pedriza de Ligos, probablemente en beneficio de El Cerro del Castillo de Ayllón, y La Antipared I, en donde se puede intuir incluso un cambio de población al cercano yacimiento de Los Quemados I de Carabias, permaneciendo el poblado de Las Torres, probablemente dependiente del anterior. En todo caso, de nuevo estamos ante cambios que se documentan en otras regiones cercanas o no, llegándose a plantear la existencia de un fenómeno generalizado de abandono de poblados en buena parte de la Península Ibérica entre los siglos VI y V a.C., e incluso fuera del ámbito peninsular.
Por último, esta situación de competencia y conflictividad entre los diferentes poblados principales provocaría la desaparición de algunos de ellos en el tránsito del Celtibérico Antiguo B y al Celtibérico Pleno, fenómeno que parece también generalizado en amplias regiones de la Meseta y de fuera de ella. Si lo que en principio suponía controlar los excedentes de estas poblaciones dispersas, más adelante, la situación de conflictividad generada en este contexto de apropiación de estas poblaciones y sus excedentes desembocaría en una sociedad aún más guerrera, que a su vez generaría nuevas situaciones de conflictividad, ya fuera de su entorno, en una espiral en la que los poblados que no alcanzaran un determinado techo podrían ser absorbidos por los más dinámicos y/o combativos. Este proceso, con antecedentes tan tempranos, continuaría hasta la época tardía, momento en el que las fuentes clásicas todavía constatarán estos procesos de aglutinamiento o sinecismo forzoso.
Ahora bien, en cuanto a cuál sería la razón por la que se iniciara este proceso, ésta se podría relacionar con la existencia de una jerarquización del hábitat, fenómeno general en amplias zonas del interior y que se suele relacionar con la creciente jerarquización social, apreciable más que en las diferencias dentro de los poblados, en los abundantes ajuares funerarios desde el principio de la configuración de la cultura celtibérica, en donde destaca un grupo guerrero (en ocasiones presente desde el Bronce Final). Esta nueva clase dominante iría incrementado su poder no sobre el resto de sus conciudadanos, sino sobre las poblaciones dispersas. El problema es explicar por qué esta jerarquización del hábitat dio lugar a un proceso de concentración de la población en determinados poblados (Antipared, Ayllón, Ligos), proceso que también parece ampliamente difundido. Probablemente la explicación de esta situación obedeciese a la imposibilidad de que los grupos dirigentes de los poblados centralizadores pudieran controlar efectivamente a los poblados secundarios, sus excedentes agropecuarios o mineros, los pastizales o las propias vías de comunicación en un momento de desarrollo del comercio colonial, al carecer de los mecanismo de coerción propios de un estado desarrollado.
El periodo Celtibérico Pleno-Tardío El modelo de poblamiento durante estas dos etapas, que hemos tratado de forma conjunta, va a diferir dentro de la zona de prospección. Para el caso del núcleo de Los Quemados I de Carabias podemos aceptar un modelo de poblamiento claramente jerarquizado, similar al documentado en otras regiones cercanas, como en el Alto Duero o en el Alto Tajo-Alto Jalón, pero con la diferencia de que los cambios de población irían en una dirección contraria a las de las regiones aludidas; es decir, en Carabias primaría el control de una zona eminentemente serrana en donde presumiblemente habría una mayor especialización ganadera, en un momento de empeoramiento de los pastizales de altitudes medias. Por el contrario, el núcleo de El Cerro del Castillo de Ayllón presentaría un modelo diferente, más próximo al poblamiento vacceo, ya que desde el Celtibérico Antiguo B no se documentarían asentamientos menores en torno al oppidum, además de presentar una potencialidad económica más agrícola, aparte de minera. Otro de los aspectos novedosos del presente trabajo es poder determinar que la superficie de El Cerro del Castillo de Ayllón sea mucho mayor de lo que se venía conjeturando hasta ahora sin comprobar el terreno (casi 19 Ha). También hemos destacado cómo este modelo similar al vacceo supondría más que una cierta exportación del mismo a parte de la frontera occidental de la Celtiberia, como en ocasiones se ha afirmado, una cierta coincidencia entre ambos que podría atribuirse a unas características socioeconómicas similares en esta zona fronteriza.
Además, otro fenómeno que podría haber influido en este proceso de concentración tendría que ver con la propia generalización el proceso; así, al ser un fenómeno general en amplias regiones, llevaría a situaciones de competencia entre diferentes centros rectores, lo que provocaría una conflictividad generalizada; esta segunda circunstancia implicaría como mejor solución ante la dispersión de la población, su incorporación dentro del recinto amurallado, para así impedir su captación por otro asentamiento vecino; igualmente, de esta forma se podría incrementar la fuerza productiva del poblado aglutinador,
Una de las consecuencias del estudio que hemos realizado sería la de intentar explicar las estrechas relaciones entre celtíberos y vacceos que van a
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9.- Conclusiones
ganados en las estribaciones montañosas del sur y este de la cuenca del Duero, que tras las campañas de principios del siglo I a.C. ya estarían dominadas por Roma.
documentar las fuentes clásicas y que no se rompería a lo largo de los diferentes enfrentamientos con los romanos; en esta relación siempre se señala la importancia del cereal vacceo en el Alto Duero, sin que aparezcan recogidas las contraprestaciones de los arévacos. Por otro lado, se viene destacando como uno de los elementos característicos del desarrollo de la cultura vaccea, y que puede justificar parcialmente el modelo de poblamiento concentrado de este pueblo, la revolución de los productos secundarios, entre los que tendría un papel destacado la lana y otros derivados de la ganadería, además de los cultivos de regadío y la elaboración de productos manufacturados.
También nos hemos detenido en el aspecto referido al origen de la ciudad, o más en concreto de la ciudad-estado, el cual estaría estrechamente relacionado con la hipótesis de la creciente jerarquización del poblamiento y su posible concentración, como ya hemos comentado. En general, la mayoría de los investigadores proponen para el surgimiento de la ciudad unas fechas inmediatamente anteriores a la llegada de los romanos al valle del Ebro y a la Meseta Norte. Creemos que esta visión hace referencia a las ciudades ya plenamente formadas que se enfrentaron a los romanos y que incluso durante estos conflictos continuarían el proceso de crecimiento o de sinecismo. No obstante, el estudio del modelo de poblamiento en el valle del Duero parece constatar que el crecimiento de estos grandes núcleos es bastante anterior en el tiempo, de una época que podría ir desde finales del V a principios del IV a.C., si no antes, cuando se advierte un fuerte aumento en la extensión de los poblados, los que en ocasiones se han denominado como centros pujantes.
Ahora bien, en una situación de calentamiento climático como se ha demostrado para esta época y en una zona de baja altitud relativa como la cuenca del Duero, esta circunstancia determinaría una sequía estival difícil de paliar para grandes rebaños, tanto de ovicápridos, como de vacuno, los cuales últimamente se vienen considerando como más relevantes. Para resolver esta situación se necesitarían agostaderos alejados del semiárido centro de la Cuenca del Duero y los más cercanos se encuentran, en parte, en el reborde montañoso de la cuenca del Duero, en nuestro caso, en el Sistema Central, pero aún más cerca en la Serrezuela de Pradales. En este sentido, este traslado de ganados podría confirmarse con algunas tesserae y tabulae hospitales que podrían documentar estas relaciones, como se ha propuesto en ocasiones.
En nuestro caso, nosotros también estaríamos en esa línea, ya que advertimos que en el paso del Celtibérico Antiguo B al Pleno hay una reducción en el número de castros jerarquizadores, cuyo precedente podría estar en el propio proceso de concentración que habría tenido lugar durante el Celtibérico Antiguo A, a costa de los poblados menores. Esto no quiere decir que ya se pueda hablar de organizaciones políticas y sociales complejas para este momento tan temprano, pero sí que ya se está en camino de la formación de una estructura de poblamiento compleja, en la que determinados grupos con una posición jerárquica por encima de sus conciudadanos van a ir convirtiéndose en una elite detentadora de las instituciones y magistraturas locales. Lo que sí que parece claro en nuestro caso es que el origen de las ciudades estaría en determinados castros que irían jerarquizando su territorio hasta alcanzar en momentos posteriores el rango de oppidum.
En todo caso, más que una vinculación entre etnias desde un punto de vista general, lo que creemos más factible es que habría una relación entre las ciudades de los diferentes pueblos que buscaban una cierta complementariedad de sus actividades, en la que, como estamos señalando, los pastizales jugarían un papel fundamental, junto con la exportación de metales desde al arco montañoso de la Celtiberia. Otro elemento que podría acompañar al cereal vacceo podría haber sido la exportación de determinados artefactos manufacturados, que anteriormente se consideraban propios de la Meseta Oriental. En este sentido, hay que recordar que a partir de la Segunda Edad del Hierro se asiste a una cierta homogeneidad cultural entre los habitantes del Alto Duero y del Medio Duero, con algunas reservas por parte de determinados investigadores (celtización, aculturación). Esta mayor homogeneidad podría estar indicando una fuerte relación entre vacceos y arévacos posiblemente por estas razones de tipo económico que estamos sugiriendo, en la que los intercambios de productos, ideas y personas pudieron ser más fluidos de lo que pudiéramos pensar.
Como consecuencia de este proceso de aglutinamiento, la formación de núcleos rectores se espaciaría progresivamente en el territorio, como hemos apreciado en el modelo de poblamiento del nordeste de Segovia, debido a la propia competencia entre estos centros. Este proceso tuvo que haber sido general en toda la zona, ya que el resultado es un poblamiento en el que los grandes núcleos aparecen muy dispersos entre sí, en torno a los 24-23 km (los 5 vecinos importantes oscilan entre 32 y 18; con respecto a la Rauda vaccea, entre 4935 km).
Por último y para terminar con el asunto de la complementariedad de actividades económicas, quizá esta dependencia de los pastos celtibéricos sería una de las razones para explicar las tardías incursiones de los vacceos a mediados del siglo I a.C. o inmediatamente antes de las guerras cántabras (29 a.C.), los cuales buscarían mantener los tradicionales agostaderos para sus
En cuanto a las causas de este proceso, en algunas ocasiones se ha presentado como algo inevitable, debido a la supuesta mayor racionalidad económica y todo ello en relación con el proceso de iberización; en otras, parece que obedecería al control de los pastos, mientras que
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Análisis de Captación: Superficie de pastos (1 km) 60
Montejo 50
Ayllón-Maderuelo Media
Porcentaje
40 30 20 10 0 Etapas
Cogotas
Protoceltib. Celtib.Antig. Celtib.Pleno
Altoimp.
Bajoimp.
Figura 97: Evolución del análisis de captación en un radio de 1 km por etapas cronológicas: pastizales
otros autores se refieren al deseo de control de excedentes de la población dispersa en un momento en el que, además, la potenciación de la relaciones comerciales con el mundo colonial harían aún más atractivo el disponer de los mismos. Sería este control de los excedentes, que ya vimos en el Celtibérico Antiguo, el que desembocaría en un proceso de competencia entre núcleos que llevaría a los diferentes centros rectores a una situación de conflictividad generalizada. En esta situación de competencia el deseo de controlar más poblaciones, y por tanto excedentes, y/o el temor de ser absorbidos por otros poblados vecinos más dinámicos o poderosos, llevaría a continuar un proceso iniciado en el Celtibérico Antiguo e incrementado en el paso al Celtibérico Pleno, que aumentaría la distancia entre asentamientos y su escala o tamaño, y en el que se encontrarían inmersos en el momento del encuentro con la política expansionista romana.
gobernadores, política potenciada por Escipión Emiliano y su grupo en el Senado. En esta campaña de la Celtiberia sudoccidental junto a la ciudad de Termes las fuentes mencionan por primera vez Colenda y otra sin nombre recogido; ambas ciudades, por las razones ya expuestas, podrían relacionarse con las poblaciones de la comarca del Aguisejo-Riaza, es decir con El Cerro del Castillo de Ayllón y Los Quemados I de Carabias, a pesar de las dudas que pueda plantear la fundación de ésta última por Mario, según las fuentes. En todo caso, sea cierta o no la identificación que nosotros proponemos, no se conservan restos de materiales tardoceltibéricos; de ahí que la despoblación, bien a raíz de estas campañas, ya que no parece que los enfrentamientos de la segunda guerra celtibérica tuvieran gran incidencia en nuestra región, o debido al conflicto sertoriano en este caso mucho menos probable, se produciría en un momento a lo largo del primer tercio del siglo I a.C. o, como mucho, a finales de la segunda centuria.
Una vez expuestos los resultados sobre el origen de la ciudad en la zona de trabajo, nos vamos a centrar en la evolución de la misma en la fase tardía. El tipo de materiales documentados indicarían una continuidad del hábitat hasta finales del siglo II o principios del I a.C. Ello nos llevaría a interrogarnos sobre las circunstancias de este abandono total. Una vez analizadas las diferentes campañas de conquista de los romanos y siempre teniendo en cuenta que la desaparición de las ciudades segovianas tendrían que ver con las mismas y no obedecer a conflictos internos indígenas de los que no tenemos noticias, pero que no se pueden descartar, creemos que podrían estar relacionadas con las campañas del cónsul Tito Didio, entre el 98 y 93 a.C.
En relación con la situación política de la región sudoccidental de la Celtiberia, se podría pensar en la posibilidad de que en esta comarca se diese un fenómeno de jerarquía de ciudades en época tardía, como se ha demostrado fundamentalmente para el valle del Ebro, pero que parece difícil constatar en el Alto Duero o en el ámbito vacceo. Sin embargo, existe una serie de indicios que podrían indicar esta posibilidad, en la línea de lo que creemos haber podido demostrar para la comarca nordeste de Segovia desde el Celtibérico Antiguo. Si desde esta etapa hemos señalado el proceso de concentración de núcleos de población, es posible que este fenómeno continuase ahora entre los diferentes oppida, siendo el centro rector de esta región la ciudad de Termes, ya que se trata del núcleo más citado por las fuentes en toda esta región y al que el propio Apiano denomina una ciudad grande y siempre insubordinada contra los romanos; igualmente serían indicios de esta relación la superficie de los yacimientos, las referencias a
Así, a principios del I a.C., cuando se reanude el avance romano que había quedado en el Alto Duero, después de la conquista de Numantia, el objetivo será la Celtiberia sudoccidental, dentro de la política basada en el uso exclusivo de la fuerza o de los llamados malos
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9.- Conclusiones
las ciudades reiteradas o no de la fuentes romanas, algunos topónimos de época romana o la vinculación del asentamiento de Saldaña con la oligarquía termestina, también de época alto imperial. Ahora bien, cuál sería el tipo de relación entre este centro rector y los centros secundarios, no lo sabemos, pero seguramente podría haber habido algún tipo de dependencia o de control por parte del primero.
Las primeras evidencias de cambios tempranos en el área de prospección se podrían constatar en un único yacimiento, Valdeserracín; sin embargo, en todo caso sería un tímido inicio de este proceso de explotación agraria que sí que parece mejor constatado en otras regiones del Alto Duero. Ahora bien, el que en la comarca de los valles Riaza y Aguisejo no se registren cambios en este sentido, no significa que no se vayan produciendo en las poblaciones restantes, como en el caso de Termes, donde ya durante el principado de Augusto se irían consolidando los modos de vida romanos, como se puede atisbar por algunos indicios, algo que se acepta en general para el Alto Duero.
Si esto fuera cierto, la destrucción y despoblamiento de los poblados anteriormente citados a raíz de las campañas de Tito Didio podrían haber servido de escarmiento y de debilitamiento del núcleo de Termes, ya que si es verdad que la política romana a partir de mediados del siglo II a.C. es de un total sometimiento, no se entiende que la irreductible ciudad de Termes fuera castigada destruyendo sus murallas y asentando a sus habitantes en el llano, mientras que las desconocidas ciudades probablemente segovianas, estén donde estén, fueran literalmente barridas del mapa.
Sin embargo, hay que esperar a la etapa alto imperial, para comenzar a atestiguar los cambios más relevantes, entre los que podría estar el que Termes accediera a la categoría de municipio, con las consiguientes transformaciones urbanísticas que esta nueva categoría llevaba aparejada. Una circunstancia poco clara, como la muerte del cónsul Lucio Calpurnio Pisón, más que hacer referencia a una conservación de la identidad indígena todavía en época avanzada, podría explicarse como un episodio de los conflictos entre el emperador y determinadas familias. Será sobre todo a partir de época flavia cuando se pueda hablar de una consolidación de las transformaciones, debido a la creación del convento cluniense, la extensión del ius latii en época de Vespasiano y la municipalización de la mayor parte de esta región; buen ejemplo de ello los tendríamos en la propia ciudad de Termes, a pesar de que no se registran nuevas fases constructivas; incluso se han detectado algunos abandonos o amortizaciones de espacios.
En todo caso las campañas de Tito Didio, las guerras sertorianas, con una incidencia especial en Termes, y algún otro hecho posterior, habrían repercutido de tal manera en la zona nordeste de Segovia y en la comarca de Termes, que esta ciudad tardaría en recuperarse de estos quebrantos en su población y, posiblemente, en su economía; esto explicaría el aparente abandono de las campiñas del Aguisejo-Riaza hasta la época imperial, cuando en otras regiones el sometimiento a Roma supone, por el contrario, un incremento en el número de asentamientos dependientes. Por último, otra explicación que se puede aducir a esta despoblación, en especial para el núcleo de Carabias, es que al tratarse de una zona fronteriza con los vacceos, se mantendría esta zona despoblada como espacio de seguridad hacia esa etnia, sometida más tardíamente (hay que recordar las sublevaciones en el 61 a.C., sobre todo en el 56 y en el 29 a.C.)
En un momento difícil de concretar desde el punto de vista cronológico, aunque posiblemente tardío desde el punto de vista alto imperial, finales del siglo I y sobre todo la segunda centuria, se constata una reocupación de las campiñas de los valles del los ríos Aguisejo y Riaza, con grandes posibilidades agropecuarias y de explotación de recursos mineros. Esta colonización creemos que partiría de la ciudad de Termes, ciudad que, como ya se ha apuntado para el Celtibérico Tardío, pudo haber centralizado en cierta manera la región sudoccidental de la Celtiberia, o una parte de ella. También hay que destacar que esta dependencia de la ciudad de Termes, ciudad que podría haber quedado muy afectada durante los diferentes conflictos del siglo I a.C., podría ser la explicación de esta tardía ocupación del territorio, frente a otras regiones donde desde la etapa republicana se asiste a la proliferación de este tipo de asentamientos rurales.
Periodo Alto Imperial Romano Como acabamos de referir, la situación de la última centuria antes de la era sería la de una comarca despoblada a partir de las campañas del cónsul Tito Didio. Esta circunstancia va a determinar que la romanización del territorio se corresponda, más que con la transformación de las poblaciones indígenas como en otras regiones, con la colonización de un territorio despoblado, posiblemente desde finales del siglo I d.C.; de ahí que no se tengan evidencias de las transformaciones propias de la centuria anterior, es decir, la estructuración del territorio a partir de nuevos ejes viarios, la proliferación de nuevos asentamientos agrícolas en llano, o los cambios en la cultura material; además, apenas si hay hallazgos de materiales republicanos. Tampoco va a haber una relación directa entre los nuevos asentamientos romanos alto imperiales y los celtibéricos, como sí se documentan en otras zonas del Alto Duero.
Un argumento más respecto a esta vinculación con la ciudad soriana sería el de la distancia de los asentamientos objeto de este estudio y las principales ciudades del entorno, de las que hemos desechado todas por diversas razones, excepto Rauda, Duratón y Termes. Será esta ciudad la más cercana a los asentamientos
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
Análisis de Captación: Superficie de pastos (1 km) 60
Montejo
Porcentaje
50
Ayllón-Maderuelo Media
40 30 20 10 0
Etapas
Cogotas
Protoceltib.
Celtib.Antig. Celtib.Pleno
Altoimp.
Bajoimp.
Figura 98: Evolución del análisis de captación en un radio de 1 km por etapas cronológicas: pastizales
ciudad, todo lo reducida que se quiera, porque son frecuentes los elementos de época visigoda que aparecen en su solar.
rurales de las campiñas de los ríos Aguisejo y Riaza,lugar por donde discurriría la calzada Termes-Segovia que podría ser la vía para poner en explotación estas tierras. Otra circunstancia que hay que tener en cuenta es que Duratón y sobre todo Rauda disfrutarían de unas campiñas extensas en las inmediaciones de estas ciudades, todo lo contrario que Termes. Por último, la inscripción de Saldaña de Ayllón vincularía este asentamiento con un ciudadano de Termes, cuya proximidad geográfica se ha destacado para señalar el área de desarrollo de las actividades económicas de individuos relacionados onomásticamente con la sociedad termestina. Ciudadano que se relacionaría con la clase dirigente de las ciudades, la nueva oligarquía dirigente y privilegiada, posiblemente heredera de la antigua aristocracia celtibérica, de ahí el gentilicio Meducenicum.
Si dejamos la ciudad, a fin de cuentas fuera de nuestro ámbito de estudio, y nos acercamos a su ámbito de influencia territorial, tendremos una serie de asentamientos rurales que en época tardía van a cobrar una especial preponderancia, aunque en general suelen proceder de la etapa alto imperial, como es en nuestro caso. En general, continúan los asentamientos en llano de la mitad sur y la novedad de este periodo se refiere a que ahora aparecen poblados en altura en la parte norte o más montañosa; todo ello supondría un aumento absoluto en la zona de prospección, como ocurre en el Alto Duero o en la mitad oriental de la provincia de Segovia, así como una dispersión más equilibrada por todo el territorio. Esta situación en ocasiones se ha relacionado con una reestructuración de la ocupación y de la explotación del medio rural, más que con la acción depredadora de grupos tradicionalmente vinculado a las invasiones del siglo III.
Periodo Bajo Imperial Romano Antes de comentar la situación de los asentamientos agropecuarios de la zona de prospección, nos vamos a referir a la situación centro jerarquizador de toda esta región, que, como acabamos de expresar en el apartado correspondiente a la etapa anterior, probablemente sería la ciudad de Termes; así, una vez analizados los datos aportados por las últimas excavaciones, creemos que no se puede hablar de una situación de crisis generalizada, como sí podrían haber sufrido las vecinas Rauda y Duratón, sino más bien hay evidencias para incluirla dentro de las ciudades que tendrían una cierta continuidad de la vida urbana en época tardía, si es que no conocieron un cierto florecimiento urbano en época bajo imperial. Será en el siglo V d.C. cuando se aprecien mayores signos abandono, lo que podría relacionarse con la crisis que comienza a principios de este siglo y que afectará duramente a las ciudades de la Meseta. Sin embargo, lo que no parece oportuno es hablar del abandono de la
Por otro lado, estos fenómenos se vinculan con una creciente ruralización de la sociedad bajo imperial a partir del siglo III, momento de la creación de los grandes fundi tardorromanos, aunque este incremento de los asentamientos rurales no tiene por qué basarse en el desmantelamiento urbano, como en muchos casos se sugiere. Así, al encontrarse la zona de prospección en el territorio de influencia de importantes ciudades (Rauda, Termes y Duratón), ciudades que tradicionalmente se consideran en clara decadencia a partir del siglo III, situación que no creemos que podría asegurarse para Termes, se podría inferir un mayor desarrollo de la explotaciones agrarias y/o una mayor suntuosidad en los materiales de construcción, algo que no se documenta en la zona de trabajo. Por el contrario, como hemos visto, en la zona norte del área de trabajo se mantiene la
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9.- Conclusiones
regiones sus habitantes van a retornar a los modos económicos de tipo natural, con predominio de la ganadería de trashumancia corta.
despoblación hasta un momento final, mientras que en la zona sur habría una continuidad en el hábitat. En definitiva, no se aprecia un cambio significativo que pudiera vincularse con el declive de las ciudades limítrofes.
Por último y enlazándolo con la siguiente etapa plenamente alto medieval, los inicios de la presencia visigoda en el Alto Duero permiten perfilar una distribución de su poblamiento en torno a las vías de penetración en la Meseta Oriental, habiéndose documentado en algunas localidades una continuidad entre los asentamientos tardíos y los nuevos indicios visigodos. Esta coincidencia también la hemos constatado en parte en la zona de prospección, si bien no en los mismos yacimientos, en especial en torno a la localidad de Ayllón.
Todos los yacimientos de la zona sur han sido definidos como asentamientos rurales, sin que tampoco se haya constatado, como en la etapa anterior, yacimientos de tipo villa, como la que se localiza en Riaguas o en Valdanzo, que posiblemente hubiesen formado ahora importantes fundi, en la línea de la concentración de las explotaciones que parece que tuvo lugar a lo largo del Bajo Imperio. En general se considera que sus propietarios procederían posiblemente del ordo decurionum, como parece atestiguar la inscripción de Saldaña de Ayllón para la etapa alto imperial, clase que tradicionalmente se pensaba que abandonaría las ciudades para escapar a la creciente tributación, hipótesis que hoy también se cuestiona abiertamente. Muy diferentes serían los yacimientos de la zona norte, relacionados con los castros tardíos y que obedecen a una coyuntura política y económica diametralmente opuesta a la de los asentamientos en llano.
Para terminar y ya fuera del ámbito del presente estudio, la etapa visigoda enlazaría con la etapa medieval en la zona norte, posiblemente por tratarse de un poblamiento cristiano antiguo y asentado en lugares escarpados, lugares que posteriormente, en época pleno medieval serán abandonados al desaparecer el peligro de la frontera. Por el contrario, en el núcleo de Ayllón se mantienen los asentamientos en llano, lo que va a perjudicar su continuidad, en especial si lo relacionamos con las campañas de Almanzor, de ahí que en esta zona no se aprecie esta continuidad. A partir del siglo XI la frontera se aleja de la zona segoviana, por lo que el poblamiento se va a afianzar de forma rápida, como queda constatado en las listas que realizó el obispado de Segovia a mediados del siglo XIII.
Así, los modelos de poblamiento en la zona de prospección obedecen a razones muy diferentes que a su vez se corresponden con a etapas distintas y posiblemente no coincidentes: - los de la zona sur, asentamientos rurales en llano (no villas), en principio no tendrían por qué perdurar durante el siglo V, según algunos paralelos - los del norte, en posición estratégica, quizá con una función de control de la vía del Riaza en un momento de gran inseguridad, como pudo ser la primera mitad del siglo V.
9.4.- A modo de recapitulación En definitiva en este trabajo de investigación, centrado en la comarca nordeste de la provincia de Segovia, un área de transición entre las sierras del Sistema Central y la cuenca sedimentaria del río Duero, ha permitido dar a conocer para la investigación arqueológica una zona prácticamente desconocida (el 83% de los sitios arqueológicos lo eran) gracias a las dos campañas de prospección organizadas por la Junta de Castilla y León con vistas a la realización del Inventario Arqueológico Provincial de Segovia y que han supuesto la revisión de un territorio que equivale al 6% de la superficie provincial (416 km²). Esta inspección sobre el terreno ha presentado un grado de intensidad suficiente, con un promedio de 0,89 sitios arqueológicos por km².
A favor de la tesis de un abandono coyuntural de las campiñas de los ríos por zonas montañosas, se podría argumentar que el posterior poblamiento visigodo, que de nuevo recupera las campiñas, no coincide exactamente con el poblamiento bajo imperial en llano de la zona sur. Esta circunstancia se podría identificar con una situación de estabilidad y cierta prosperidad, como podría también estar indicando la riqueza de la necrópolis visigoda de Estebanvela. Por todo ello, será a partir del siglo V cuando se puede hablar de la disolución de la ciudad como entidad territorial y administrativa tal y como se había constituido en época romana, debido a que en este momento los asentamientos rurales satélites del antiguo territorium de las ciudades se van a independizar de éstas, o incluso van a desaparecer, como creemos que podría ocurrir en el nordeste de Segovia; igualmente se produce la reocupación de las zonas montañosas, hasta entonces poco atractivas para el modelo de explotación romano, por parte de pequeños grupos de población; estos grupos buscarían áreas de supervivencia en un mundo rural, donde los antiguos vínculos de dependencia entre propietarios y campesinos habrían desaparecido; en estas
A continuación se realizó el estudio de las diferentes etapas que van desde la Edad del Bronce, que podría ser la base de la Edad del Hierro, pasando por esta etapa mejor representada, para concluir con el periodo romano. Respecto a las épocas anteriores, la prospección registró bien las etapas del Paleolítico Inferior y, en menor medida, Medio; y un fuerte despoblamiento durante el Superior, a pesar de yacimientos tan importantes como el de Estebanvela, también con evidencia de ocupación postpaleolítica. Algo mejor representado queda el Neolítico, con hábitat en abrigo y
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) Pasando al periodo protoceltibérico, creemos poder afirmar una desconexión con el poblamiento de Cogotas I, por la despoblación anteriormente aludida. Así, el proceso de colonización de este territorio aparentemente vacío, procedería de los focos que sí mantuvieron una población importante durante el Bronce Final; en nuestro caso nos decantamos porque los impulsos repobladores procedieran del Alto Duero-Alto Jalón, a su vez núcleo subsidiario del valle del Ebro; en todo caso, la cercanía con el ámbito del Soto Formativo, podría determinar una zona de contacto entre ambos grupos, situación fronteriza que se va a mantener durante el resto de la Edad del Hierro.
al aire libre en zonas de la Serrezuela, por tanto en ámbitos más serranos que los de la campiña; circunstancia que se mantiene durante el Calcolítico, aunque ahora también aparecen, aunque en menor medida, asentamientos en las campiñas de los ríos, además de en el Serrezuela. Creemos que los datos aportados por el estudio de la Edad del Bronce arrojan una serie de conclusiones de gran interés, en especial la evidente continuidad del periodo Calcolítico, con un traslado de población desde la Serrezuela hasta las campiñas de los ríos Aguisejo y Riaza, lo que implica a su vez un cambio de estrategia con respecto a las actividades económicas anteriores. A partir de este momento, y exclusivamente durante la etapa del Bronce Medio, ya que no hay evidencias de un poblamiento en el Bronce Final, se aprecia un aumento del número de asentamientos, con una elevada densidad impropia hasta ahora de una región del reborde montañoso de la Meseta.
A pesar de que el paso al periodo Celtibérico Antiguo supone un cambio trascendental en diversos aspectos del poblamiento y de la cultura material, por paralelismo de otras regiones suficientemente conocidas, se podría pensar en una continuidad, más que en nuevos aportes de población. En primer lugar hemos incluido esta comarca dentro del ámbito celtibérico claramente desde el Celtibérico Antiguo en adelante, posiblemente con una serie de rasgos individualizadotes, por su situación fronteriza primero con el mundo de El Soto y después con el pueblo vacceo; situación que provocaría enfrentamientos, de ahí el distanciamiento de los poblados a los largo de la Edad del Hierro, pero también un mayor contacto, frente a otras regiones con grandes vacíos entre ambos pueblos.
Este poblamiento formaría grandes agrupamientos de asentamientos con distribución regular, separados de otras agrupaciones por un territorio casi desierto, en donde se pueden apreciar algunos pasillos de comunicación, con yacimientos, que permitirían mantener la característica homogeneidad cultural de Cogotas I. Otro aspecto destacable es la existencia de una nucleación de la población, frente a la pretendida itinerancia de sus gentes, y un mayor aprovechamiento de todos los recursos que el valle podría ofrecer a sus moradores; esta nucleación podría relacionarse el proceso de intensificación económica basado en la revolución de los productos secundarios con el objetivo de producir excedentes, en especial los relacionados con la ganadería. Lo que no parece oportuno es que esta nuclearización conllevara una jerarquización del hábitat, como se ha propuesto en otras investigaciones, o cierta estratificación social.
Pero volviendo al poblamiento, lo más destacable de este trabajo es constatar la creciente jerarquización de los asentamientos, unidos a la concentración de la población desde época muy temprana, posiblemente como única opción para someter a grupos de habitantes por parte de las elites detentadores del poder en los grandes poblados; así se observa la progresiva desaparición de los asentamientos menores en beneficio de los que se van a convertir en grandes castros, para posteriormente, desaparecer alguno de ellos en el momento de la configuración de los oppida. Esta situación de competencia por las poblaciones más dispersas, como la de los pequeños asentamientos, podría haber iniciado un proceso de competencia entre centros jerarquizadores, que podría explicar la militarización de esta sociedad celtibérica antigua, en especial en lo referente a los grupos dirigentes; en todo caso sería un proceso muy rápido, a lo largo del siglo VI, y que al final del mismo implicaría ahora a los castros resultantes de la anterior concentración. Estaríamos por tanto ante el comienzo de un proceso de concentración, que en los siglos siguientes desembocará en la aparición de ciudades como las que quedan documentadas en nuestro ámbito de estudio y que mantendría la situación de conflictividad hasta la llegada de los romanos.
Para terminar, también hemos constatado la despoblación de la zona, al igual que el resto del reborde montañoso de la Meseta en toda esta región, durante las etapas más avanzadas de Cogotas I; normalmente esta situación se explica atendiendo a ciertas variaciones climáticas o por un proceso de conflictividad generalizada en amplias regiones del Sistema Ibérico; ésta última hipótesis podría descartarse para la provincia de Segovia. En nuestro caso creemos que el propio proceso de intensificación económica, apoyado en la ganadería, permitiría una mayor movilidad de poblaciones, que ante circunstancias adversas de cualquier tipo, podría trasladarse a regiones con un óptimo agropecuario mayor, como ya había ocurrido al final del Calcolítico en esta misma comarca. Así pudo darse un traslado al centro de la cuenca del Duero; un indicio de ello podrías ser la aparición de tipos decorativos propios de la fase antigua de Cogotas I en el reborde montañoso, ahora en las fases más recientes del centro del valle del Duero.
Será por tanto en el periodo siguiente, el Celtibérico Pleno y Tardío, cuando podamos registrar dos importantes oppida en nuestra zona de trabajo, ambos con modelos de poblamiento diferente: Carabias con un
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9.- Conclusiones
a la tardía recuperación de la ciudad de Termes, con la que parece más clara su vinculación frente a Duratón o Rauda; aquella ciudad tardaría en explotar un territorio que en todo caso estaría algo alejado de su entorno. Se trataría de una colonización poco sistemática basada en la vía Termes-Segovia.
modelo jerarquizado, propio del ámbito celtibérico y con traslado de población en relación con el control de los pastos de la Serrezuela; y Ayllón, con un modelo mononuclear cercano al vacceo. En relación con la revalorización de los pastizales de Carabias, hemos propuesto una explicación para la aparente alianza entre vacceos y celtíberos a los largo de las campañas de conquista romana: la necesidad de pastos de verano para los ahora grandes rebaños del centro de la cuenca, debido a la revolución de productos secundarios que se constata en los poblados vacceos. Estos pastos se localizan en el reborde montañoso, dominado por los celtíberos, que a cambio recibirían el conocido cereal vacceo, además de productos artesanales que son propios del pueblo vecino y cada vez revaloriza más la investigación; otro objeto de intercambio podría haber sido el mineral celtíbero. En definitiva, el desarrollo de los grandes oppida durante el Celtibérico Pleno y Tardío permitiría una complementariedad de actividades entre ambos pueblos que a su vez redundaría en una alianza frente a un enemigo exterior.
En el periodo bajo imperial, aparte de los apuntes que hemos descrito sobre la evolución de la ciudad que sería el centro jerarquizador de la comarca nordeste de Segovia, es decir, de nuevo Termes, lo más destacado sería la propia evolución del poblamiento, con al menos dos fases de ocupación que se corresponderían con dos momentos diferentes. Nos referimos a la continuación de la ocupación de las campiñas en la parte sur de la zona de trabajo, con asentamientos en llano continuadores de los de la etapa alto imperial, sin que se pueda determinar ningún hiato en la tercera centuria, y con una cronología que alcanzaría hasta el siglo V d.C.; se trata de asentamientos que en ningún caso se pueden considerar como villas rústicas, por el contrario habría que englobarlas dentro de los más modestos asentamientos rurales de menor entidad. Por otro lado, a partir del siglo V es posible que desaparezcan los asentamientos en la campiña, mientras que aparecen los hábitats en altura en la parte más montañosa de la zona de trabajo. Esta situación cambiaría a partir de la época visigoda, con la continuación del poblamiento tanto en altura, como en las campiñas de los ríos, aunque sin que haya coincidencia con los anteriores asentamientos del siglo IV, lo que avalaría el anterior abandono de los valles durante las épocas más convulsas de la quinta centuria.
Otro aspecto relevante del trabajo sería el de concretar el origen de la ciudad en esta comarca segoviana. Pensamos que el precedente estaría en los grandes castros (La Antipared I, El Cerro del Castillo de Ayllón) que habría jerarquizado un territorio e incluso habrían concentrado su población para así mejor controlar los excedentes que pudieran producir. Este proceso comenzaría incluyendo en un primer momento estos pequeños asentamientos secundarios, para en un momento avanzado, antes del Celtibérico Pleno, repercutir también sobre alguno de los antiguos castros que ahora van a desaparecer (La Antipared I, La Pedriza de Ligos) en beneficio de otros poblados con una rango ahora superior (Los Quemados I de Carabias, El Cerro del Castillo de Ayllón). Incluso es posible que este proceso continúe en el Celtibérico Tardío, ahora como jerarquización del territorio, con una posible vinculación de las ciudades segovianas con Termes, ciudad que podría haber tenido un papel preponderante en toda la región.
9.5.- Abstract This work has focused on the region northeast of the province of Segovia, a transition area between the hills of the Sistema Central and the sedimentary basin of the Douro river, and has documented a virtually unknown area from the archaeological point of view. The origin of the work would be in two prospection campaigns organized by the Junta de Castilla y León with a view to achieving the Segovia Provincial Archaeological Inventory and have led to a revision of an area equivalent to 6% of provincial area (416 km²). This field inspection has presented a sufficient degree of intensity, with an average of 0.89 archaeological sites per km2.
Para terminar con este periodo, creemos poder identificar alguna de las ciudades que registran las fuentes clásicas con los oppida del nordeste segoviano; así, El Cerro del Castillo de Ayllón con Colenda y Los Quemados I de Carabias con la ciudad sin nombre vecina de Colenda, las cuales conocemos por las campañas de Tito Didio a principios del silo I a.C. Sea o no cierta esta identificación, lo importante sería que a raíz de esta campaña o de otra cercana en el tiempo, toda la región quedará despoblada hasta época alto imperial.
Evidence from the study of Bronze Age (Cogotas I) shows a series of conclusions, especially the apparent continuity of the Chalcolithic period, with a transfer of population from the Serrezuela to the countryside of the rivers Aguisejo and Riaza, which in turn implies a change of strategy with respect to the previous economic activities. From this moment, and only during the Middle Bronze period, since there is no evidence of a settlement in the Late Bronze Age, has been an increase in the number of settlements, with a high
El último periodo que hemos desarrollado en nuestro trabajo se refiere a la época romana. Pensamos que los primeros indicios romanos ya serían del siglo I d.C. (Valdeserracín), aunque apenas si sería un tímido inicio, por lo que posiblemente la colonización plena, aunque nunca sistemática, se habría producido a finales del I d.C. o, mejor, principios del II. Creemos que esta tardía colonización de las campiñas segovianas se debería
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El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) would lead to confrontation and hence the distance of the villages along the Iron Age, but also more contact with other regions compared with large gaps between the two peoples.
density improper so far from a mountain ridge region of the Meseta. This settlement formed large clusters of settlements with regular distribution, separate from other groups for almost deserted territory, where you can see some corridors that would maintain the property's cultural homogeneity Cogotas I during the Bronze Age. Another remarkable aspect is the existence of a nucleation of the population compared to the proposed roaming of its people, and better use of all resources that could offer the valley to his dwellers; this nucleation could be related to the process of economic intensification based in the secondary products revolution in order to produce surpluses, especially those related to livestock. What does not seem appropriate is that this entails any hierarchically nuclearization habitat, as proposed in other researches, or some social stratification.
But back to the settlement, most significantly is to note the increasing hierarchical settlement with the concentration of the population from a very early time, possibly as the only option to subjugate the people by the elites in power in large villages; so we can see the gradual disappearance of smaller settlements for the benefit of those who are going to make great forts, that later, some of them disappear at the time of the configuration of the oppida. This competition by most dispersed populations, such as small settlements could have started a process of competition between the nuclei in a hierarchy, which could explain the militarization of the celtiberic old society, especially in regard to the leadership group; in any case is a very quick process, during the sixth century, and finally would imply the forts result of the previous concentration. Therefore, we would be before the start of a process of concentration that, in the following centuries, would lead to the emergence of cities as they are documented in our field of study and would keep the situation of conflict until the arrival of the Romans.
In conclusion, we have also found a depopulation of the area, as happens in the rest of the mountain ridge across the Meseta region during the later stages of Cogotas I; normally this situation is explained on the basis of certain climatic variations or through a process of widespread unrest in many parts of the Sistema Ibérico; the latter hypothesis could be ruled for the province of Segovia. In our case, we believe that the very process of economic intensification, supported on livestock, would allow greater mobility of populations, that in adverse circumstances of any kind, might move to regions with higher agricultural optimal, as had occurred at the end of Chalcolithic in this same region. Thus, could have occurred a move to the center of the basin of the Duero; an indication of this might be the appearance of decorative types typical of the old stage Cogotas I in mountain ridge, now in the latest phase of the center of the Douro Valley. Referring to Protoceltiberian period, we can say a disconnect with the population of Cogotas I alluded to above by depopulation during the Late Bronze. Thus, the process of colonization of this area, apparently empty, would come from the spotlight that it remained an important population during the Late Bronze Age; in our case we decided that the settlers impulses proceed from Douro-Alto Jalón turn core subsidiary Ebro Valley; in any case, the proximity to the field of Formative Soto could determine a contact zone between the two groups, the border situation to be maintained for the rest of the Iron Age.
It will therefore be in the next period, the Plenary and Late Celtiberian when we can document two important oppida in our work area, both with different settlement patterns: Los Quemados I in Carabias with hierarchical, similar to the celtiberian one, and population removals associated with the Serrezuela's pasture control; and El Cerro del Castillo de Ayllón, a model similar to mononuclear vaccean. In connection with the revaluation of Los Quemados I grasslands, we have proposed an explanation for the apparent alliance between vaccean and celtiberian people along the Roman conquest campaigns: the need for summer grazing for large herds now the center of the basin, due to the secondary products revolution, can be observed in the vaccean villages. These pastures are located on the crest of the mountains, dominated by the Celtiberians, which in turn receives the known vaccean cereal, apart from the crafts that are characteristic of the neighboring village and research increasingly revalued; another object of change may have been the the Celtiberian minerals. In short, the development of large oppida during the plenary and Late Celtiberian period would allow for complementarity of activities between the two peoples which, in turn, would result in an alliance against an external enemy.
Although the switch to Old Celtiberian period is a major change in various aspects of settlement and material culture, as parallels in other regions sufficiently known, one could think of continuity rather than new contributions of the population. First we have included this region within the Celtiberian clearly from the Old Celtiberian on, possibly with a number of features individualizing its first border situation with the world of The Soto and then with the vaccean people; situation
Another aspect that we have discussed is the origin of the city in this region of Segovia. We believe that the precedent would be in the great forts (La Antipared I, El Cerro del Castillo de Ayllón) that would have nested a territory and even have concentrated their population in order to better control the surpluses that they generate. This process begins to include in a first time these small settlements side and later, before the Plenary Celtiberian also have an impact on some of the
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9.- Conclusiones
plains of Segovia is due to the delayed recovery of the city of Termes, in that their relationship seems clearer than that of Confloentia-Duratón or Rauda; that city would soon operate a territory that in any case, would rather be away from their environment. It would be a partial colonization based on the way Termes-Segovia.
old forts which now go away (La Antipared I, La Pedriza de Ligos) for the benefit of other towns with a range far superior (Los Quemados I Carabias, El Cerro del Castillo de Ayllón). It is even possible that this process continues in the latest Celtiberian now only occupied the territory, with a possible link between the cities of the Northeast of Segovia with Termes, a city that could have had a leadership role throughout the region.
In the late roman period, the highlight would be the evolution of the settlement, with at least two phases of occupation over time. One phase corresponds to the continuation of the occupation of the plains in the southern part of the work area, with settlements in plain, with plain settlements continue to stage the High Roman Empire, without being able to identify any gap in the third century, and reached a chronology until the V century AD; they are settlements that in no case could be considered rustic villas; on the contrary should be included under the more modest, smaller rural settlements. The other phase from the V century, when they may disappear settlements in the countryside, while the habitats appear high in the most mountainous part of the work area. This situation changed from the Visigoth period, with continued settlement in height, as in the countryside, but without any previous settlement agreement with the IV century, which would support the previous abandonment of the valleys.
To end this period, we believe we can identify some of the cities cited by the classical sources with the oppida of northeastern Segovia; so, the Cerro del Castillo de Ayllón with Colenda and Los Quemados I of Carabias with the nameless neighbour city near Colenda which we know by Tito Didio campaigns in the early first century BC. Whether true or not this identification, the important thing is that as a result of this campaign or in a close in time, the whole area was deserted in the High Roman Empire. The last period we have developed in our work refers to the Roman era. We believe that the first signs Romans, would be the first century after Christ (Valdeserracín), but only as a timid start, so perhaps the full settlement, but never systematically, would have occurred at the end of AD or rather, early of the second century. We believe that this late colonization of the
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YACIMIENTO
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 A1 A2 A3 A4 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11
LOCALIDAD
Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Aldealengua Ayllón Ayllón Ayllón Ayllón Ayllón Ayllón Ayllón Ayllón Ayllón Ayllón Ayllón
NOMBRE DEL YACIMIENTO
Cerro del Castillo Peña del Gato I Peña del Gato II
Rosa Blas
Cerro Campo
La Cibaza
Matahombres El Prado La Cruz
PALEOLÍTICO I
INTETERMIN A-DO (L) (L) (L)
M
M M M M
NEOLÍTICO CALCC
C
M
COGOTAS I 304
EB
E
(B)
E
E
12
HIERRO
Anexo1: Listado de todos los sitios arqueológicos de la zona de prospección.
ROMANO (B)
AB
TOTAL
MEDIEVAL 1 1 2 1 1 1 1 1 1 1 A1 A1 A1 A1 M 1 1 M 1 V 1 VA? 1 M 4+A1 1 1 MO 1 MO 1 MO 1
TIPO DE YACIMIENTO Indeterminado Hoyos Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Act. economic Indeterminado Aislado Aislado Aislado Aislado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Oppidum... Indeterminado Indeterminado Despoblado Convento Núcleo urbano
Sí Sí Sí No No No No Sí Sí Si Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí No Sí Sí Sí No No No
MATERIALES
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
P P P P P P P P P P P P P P P P P P P B P P B B B
TIPO DE PROSPECCIÓ
YACIMIENTO
12 13 A1 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 A1 A2 A3 A4 A5 A6 A7 A8 A9 A10 A11 A12 1 2
LOCALIDAD
Ayllón Ayllón Ayllón Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Carabias Ciruelos Ciruelos
Fernando López Ambite
NOMBRE DEL YACIMIENTO
Los Quemados I Los Quemados II Carracarabias I Arroyo de la Hoz Carrapradal Detrás de la Cuesta La Dehesa Hoyo Mandrinas Carracarabias II
La Dehesa
PALEOLÍTICO (M) (M) I M
(I) (IM?) (M)
(I) (I)
(I) (I)
I
I?
INTETERMIN A-DO (L)
NEOLÍTICO CALC(C)
C
COGOTAS I 305
HIERRO (2)
2 2 2
2 2 2 2 2
12
MEDIEVAL (M)
(M)
(M) (M)
(M)
TOTAL 1 2 A1 1 1+A1 1+A1 1 1+A1 1 1 1 1 1+A11 A1 A1 A1 A1 A1 A1 A1 A1 A1 A1 A1 A1 1 1
TIPO DE YACIMIENTO Indeterminado Necrópolis Aislado Indeterminado Oppidum Escombrera? Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Indeterminado Indeterminado
MATERIALES Sí No No Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí
B B B P O P P P P P P P P P P P P P P P P P P P P P P
TIPO DE PROSPECCIÓ
ROMANO
11.- Anexos
YACIMIENTO
3 4 5 6 7 A1 A2 A3 A4 A5 1 2 3 4 A1 A2 A3 A4 A5 A6 1 2 3 4 5 6 7
LOCALIDAD
Ciruelos Ciruelos Ciruelos Ciruelos Ciruelos Ciruelos Ciruelos Ciruelos Ciruelos Ciruelos Encinas Encinas Encinas Encinas Encinas Encinas Encinas Encinas Encinas Encinas Estebanvela Estebanvela Estebanvela Estebanvela Estebanvela Estebanvela Estebanvela
NOMBRE DEL YACIMIENTO
Los Morenales Villacortilla II La Francesa Valdelagorda
El Cuervo Villacortilla I
Las Huertas El Cotarro Cerro de la Ballesta Solana de la Angos.
PALEOLÍTICO S
(I) (I) (I) (M) (I)
I I M I I (I) (I) (M) (M) (I)
INTETERMIN A-DO M
(M)
NEOLÍTICO CALCC
M
COGOTAS I 306
E?
E
B
HIERRO 1
ROMANO AB
TOTAL
MEDIEVAL 1 1 1 1 1 A1 A1 A1 A1 A2 1 1 1 1 A1 A1 A1 A1 A1 (A) A1 (M) 1+A1 VA? 2 1 2 M? 1 V? 1 (M) 1+A1
TIPO DE YACIMIENTO Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Indeterminado Indeterminado Cueva Indeterminado Indeterminado Necrópolis Indeterminado
Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí No Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí No Sí
MATERIALES
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
P P P P P P P P P P P P P B P P P P P P P P P P P P P
TIPO DE PROSPECCIÓ
1
A1 A2 A3 1 2 41 A1 1 1 A1 A2 A3 A4 A5 A6 A7 A8 1 2 3 4 5 6 1 2 3
LOCALIDAD
Estebanvela Estebanvela Estebanvela Francos Francos Francos Francos Grado del Pico Honrubia Honrubia Honrubia Honrubia Honrubia Honrubia Honrubia Honrubia Honrubia Languilla Languilla Languilla Languilla Languilla Languilla Maderuelo Maderuelo Maderuelo
Francos 3 se desechó como yacimiento.
YACIMIENTO
Fernando López Ambite
NOMBRE DEL YACIMIENTO
Valderromán
Las Viñas La Zarzona I La Zarzona II Valdeserracín
El Redondo El Calvario
Los Llanos
El Lomo Matagente Los Cerrillos
PALEOLÍTICO (I) (IM?) (I) (I) (M) (M)
(I?)
INTETERMIN A-DO M
M
(L) (L)
M
(L)
NEOLÍTICO CALCC
COGOTAS I 307
E?
E
EB
HIERRO P?
P (2)
1
ROMANO A
(A)
B AB
TOTAL
MEDIEVAL A1 (A) A1 (V) A1 A 2 2 1 A1 1 V 1 A1 A1 A1 A1 A1 A1 A1 A1 1+A1 1 1 1 VA? 1 2 2+A1 A 1 1
TIPO DE YACIMIENTO Aislado Aislado Aislado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Aislado Abrigo-cueva Indeterminado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Despoblado Indeterminado
MATERIALES Sí No Sí Sí Sí Sí Sí No Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí No Sí
P O P P O P P P P P P P P P P P P P P P P P P P P P
TIPO DE PROSPECCIÓ
11.- Anexos
YACIMIENTO
4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 A1 A2 1 2 3 4
LOCALIDAD
Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Maderuelo Mazagatos Mazagatos Mazagatos Mazagatos
NOMBRE DEL YACIMIENTO
La Cañada Vega del Salcejo Mazagatos San Cristóbal I
Alto de la Semilla II Villamayor
Castroboda Maderuelo NªSªde las Descalz.
La Rivilla
Las Hazas Cantos Labrados Valdeperal Albergadero Valdeconejos
Alto de la Semilla I
PALEOLÍTICO I?
INTETERMIN A-DO (M)
M
M M M M
M M M
NEOLÍTICO CALCM?
COGOTAS I E
308
(C?)
C?
HIERRO P
1
P
1
ROMANO B
MEDIEVAL V
(M)
M
MO VA MO MO M
M
M M M
V
TOTAL 1 1 1 2 1 1 1 1 1 1 1 2 1 1 1 3 1 1 1 1 1 A1 A1 1 1+A1 1 1
TIPO DE YACIMIENTO Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Despoblado Despoblado Despoblado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Despoblado Despoblado Núcleo urbano Ermita Grabado rupes Indeterminado Despoblado Aislado Aislado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado
Sí No Sí Sí Sí Sí Sí No No No No Sí No No No Sí No No No Sí No Sí Sí Sí Sí Sí Sí
MATERIALES
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
P P P O P P P B P B P P P P B O B O P P O P P P P P P
TIPO DE PROSPECCIÓ
YACIMIENTO
5 6 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
LOCALIDAD
Mazagatos Mazagatos Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega Montejo Vega
Fernando López Ambite
NOMBRE DEL YACIMIENTO
INTETERMIN A-DO
La Hoces
Fruto Benito Cuesta Chica El Mirabueno El Casuar Vallejo del Charco
Peña Arpada
M M M
M
E
309
1 1
1 1
N
E
1
1? 1
2
12
PALEOLÍTICO
La Hocecilla Las Torres C
NEOLÍTICO CALC-
P P?
M
M
COGOTAS I E
HIERRO
Mingómez I Mingómez II
La Antipared II Valdepardebueyes
San Cristóbal II Peñarrosa La Antipared I
TOTAL
ROMANO 1+A1 (B) 1+A1 (B) (A) 1+A2 1 1 1 1 1 1 M 1 VA 1 M 1 B M 3 M 3 1 2 VA? 1 1 1 1 M 1 AB? M 3 VA 1 1 1 1 2
MEDIEVAL (M)
TIPO DE YACIMIENTO Indeterminado Indeterminado Castro Cueva Necrópolis Indeterminado Indeterminado Indeterminado Hoyos Despoblado Indeterminado Fortificación Despoblado Fortificación Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Monasterio Puente-inscrip. Fortifi-Indetet. Indeterminado Hoyos Indeterminado Indeterminado
MATERIALES Sí Sí Sí No Sí Sí No Sí Sí No Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí No No No No No No Sí
P P P O P P P P P P P O O B P P P P P P B B P P P P P
TIPO DE PROSPECCIÓ
11.- Anexos
YACIMIENTO
26 A1 A2 A3 1 2 1 2 3 4 5 6 A1 1 2 3 A1 1 2 3 4 5 6 7 8 A1 A2
LOCALIDAD
Montejo Vega Pradales Pradales Pradales Saldaña Saldaña Santibáñez Santibáñez Santibáñez Santibáñez Santibáñez Santibáñez Santibáñez Sta.Mª Riaza Sta.Mª Riaza Sta.Mª Riaza Sta.Mª Riaza Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas
NOMBRE DEL YACIMIENTO
Santo Domingo
Molino de Harinas
Las Viñuelas El Pandero Valdeladehesa Huerta de la Cueva Prado Barrio
Valdecasuar
PALEOLÍTICO (M)
I
(I?)
(M)
(M)
INTETERMIN A-DO L
(L)
COGOTAS I
NEOLÍTICO CALCC C? N NC? C N N
M
310
NC? E? EB
HIERRO (2)
P(2
1
ROMANO AB
B?
TOTAL
MEDIEVAL 1 A1 A1 A1 2 1 2 (M) 1+A1 1 M 1 MO 1 1 (A) A1 VA? 1 1+A1 M 1 A1 1 2 1 1 1 1 1 M? 1 (M) A2 A1
TIPO DE YACIMIENTO Indeterminado Aislado Aislado Aislado Villa Indeterminado Abrigo-indet. Abrigo-cueva Indeterminado Despoblado Culto Cueva Estelas Indeterminado Indeterminado Despoblado Aislado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Indeterminado Aislado Aislado
No Sí Sí Sí Sí No Sí Sí Sí No No No No No Sí No No Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí No Sí Sí
MATERIALES
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
B P P P B P P P P B O B B P P B P P P P P P P P O P P
TIPO DE PROSPECCIÓ
A3 A4 A5 A6 A7 A8 A9 A10 1 El Carrascal 1 2 A1 A2 A3 A4 A5 1 2 3 A1 A2 A3 A4 A5 A6
LOCALIDAD
Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valdevacas Valvieja Villalvilla Villalvilla Villalvilla Villalvilla Villalvilla Villalvilla Villalvilla Villaverde Villaverde Villaverde Villaverde Villaverde Villaverde Villaverde Villaverde Villaverde
NOMBRE DEL YACIMIENTO
YACIMIENTO
Fernando López Ambite
PALEOLÍTICO (I) (I) (IM? (IM?
I
(M) (I)
I
(M)
(M) (M) (M)
INTETERMIN A-DO (L)
(L) (L)
(L)
NEOLÍTICO CALC(N) (C)
C
N
(C?)
COGOTAS I 311
HIERRO (2)
TOTAL
MEDIEVAL
ROMANO A1 A1 A1 A1 A1 A1 (AB (M) A4 A1 M 1 1 M 1 A1 A1 A1 (VA A1 A1 1 1 1 A1 A1 A1 A1 A1 A1
TIPO DE YACIMIENTO Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado
Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado Despoblado Indeterminado Indeterminado Aislado Aislado Aislado Aislado Aislado
MATERIALES Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí No Sí No Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí Sí
P P P P P P P P B P B P P P P P P P P P P P P P P
TIPO DE PROSPECCIÓ
11.- Anexos
LOCALIDAD
Aldealengua
Aldealengua
Aldealengua
Aldealengua
Ayllón
Ayllón
Ayllón
Carabias
Carabias
Carabias
Carabias
Carabias
Carabias
Carabias
Carabias
Nº Estudio
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
YACIMIENTO
Peña del Gato II
Ayllón/La Martina
La Cibaza
La Cruz
El Prado
NOMBRE DEL YACIMIENTO
Hoyo Mandrinas
La Dehesa
Carrapradal
Arroyo de la Hoz
Carracarabias I
Los Quemados II
Los Quemados I
10 Carracarabias II
9
8
6
5
4
3
2
13 La Dehesa
8
6
A4
8
3
2
COGOTAS I EB
E
(B)
E
E
HIERRO 2
2
2
2
2
2
2
2
12
12
ROMANO (B)
AB
MEDIEVAL (M)
(M)
(M)
(M)
M
TOTAL 1+A1
1
1
1
1+A1
1
1+A1
1+A1
2
1
4+A1
A1
1
2
1
TIPO DE YACIMIENTO
312
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Escombrera?
Oppidum
Necrópolis
Indeterminado
Oppidum
Aislado
Indeterminado
Indeterminado
Hoyos
LUGAR DEL YACIMIENTO Loma
Loma
Loma
Loma
Loma
Loma
Vaguada
Cerro
Vega
Páramo
Páramo
Vega
Cerro
Vega
Vega
ALTURA ABSOLUTA 1120
1120
1120
1120
1100
1120
1120
1150-1120
1020-1010
1020
1030-1000
920
970-980
920
930
5
AGUA 10
50
20 10 75
5
10 75
10 10
5
5
10 75
50 100
20 1100
50 600
60 320
10 200
20 500
10 250
3
ALTURA RELATI.
NEO-CALCO-BRO
INDETERMINADO
Anexo 2: Listado de los sitios arqueológicos que se han incluido en el presente estudio (con información sobre las características de su localización).
VÍAS 300
500
300
300
100
10
20
200
1300
325
100
500
100
625
40
TAMAÑO 1600
3000
2500
1000
3000
2000
5000
140000
?
5000
187500
3000
2000
12000
P
B
P
P
P
P
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
P
P
P
P
P
P
P
O
No B
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
MATERIAL
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
TIPO PROSPECC.
LOCALIDAD
Carabias
Encinas
Estebanvela
Estebanvela
Estebanvela
Estebanvela
Francos
Francos
Francos
Languilla
Languilla
Languilla
Languilla
Maderuelo
Maderuelo
Maderuelo
Maderuelo
Maderuelo
Nº Estudio
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
YACIMIENTO
Alto de la Semilla I
Valderromán
Valdeserracín
La Zarzona II
Las Viñas
El Calvario
El Redondo
Los Cerrillos
Matagente
El Lomo
Valdelagorda
Los Morenales
Villacortilla I
El Cuervo
Las Huertas
NOMBRE DEL YACIMIENTO
19 Castroboda
10 Cantos Labrados
7
3
1
6
4
2
1
4
2
1
7
4
2
1
1
A6
INDETERMINADO
M
M
NEO-CALCO-BRO C
COGOTAS I C?
E?
E
EB
E?
E
B
HIERRO 1
P?
(2)
P
1
1
(2)
ROMANO B
A
(A)
AB
B
AB
MEDIEVAL VA
V
A
(M)
VA?
(M)
TOTAL 3
1
2
1
2+A1
2
1
1
1+A1
1
2
2
1+A1
2
2
1+A1
1
A1
TIPO DE YACIMIENTO
313
Despoblado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Aislado
LUGAR DEL YACIMIENTO Páramo
Páramo
Loma
Loma
Vega
Loma
Páramo
Loma
Vega
Loma
Vega
Vega
Cerro
Vega
Loma
Cerro
Loma
Ladera
ALTURA ABSOLUTA 1020-1010
1020-1010
970
940
920-910
960
1020
960
950-940
1040-1030
1020
1020
1110
1040-1020
1040
1090
990
1100
AGUA
ALTURA RELATI. 125
50
50
120 300
60 200
10 75
10 50
10 75
15 75
70 550
15 100
15 550
20 25
5
5
60 900
5
10 10
40 300
10 75
10 10
500
2500
3800
3000
0
50
500
25
175
500
1000
1625
200
500
300
?
200
VÍAS
11.- Anexos
20000
4000
8000
5000
6000
1500
10000
2000
150000
10000
10000
8000
500
15000
1500
1000
30000
TAMAÑO
Fernando López Ambite
MATERIAL Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
O
P
O
P
P
P
P
P
P
P
O
P
P
P
P
P
P
P
TIPO PROSPECC.
LOCALIDAD
Maderuelo
Maderuelo
Mazagatos
Mazagatos
Mazagatos
Mazagatos
Mazagatos
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Nº Estudio
34
35
36
37
38
39
40
41
42
43
44
45
46
47
48
49
50
51
NOMBRE DEL YACIMIENTO
YACIMIENTO
Mingómez II
Mingómez I
Valdepardebueyes
La Antipared II
La Antipared I
Peñarrosa
San Cristóbal II
Mazagatos
Vega del Salcejo
La Cañada
18 El Mirabueno
17 Cuesta Chica
16 Fruto Benito
14 Peña Arpada
12 Las Torres
11 La Hocecilla
7
6
4
3
1
6
5
3
2
1
A2
23 Alto de la Semilla II
INDETERMINADO
M
COGOTAS I E
E
E
E
(C?)
HIERRO 1
1?
2
12
P?
P
1
1
1
1
P
1
P
ROMANO B
(B)
(B)
MEDIEVAL M
M
(A)
(M)
(M)
TOTAL 1
1
1
2
3
3
1
1
1
1
1+A2
1+A1
1+A1
1
1+A1
1
A1
1
TIPO DE YACIMIENTO
314
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Fortificación
Despoblado
Hoyos
Indeterminado
Indeterminado
Necrópolis
Castro
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Indeterminado
Aislado
Indeterminado
LUGAR DEL YACIMIENTO Loma
Loma
Páramo
Vega
Cerro
Cerro
Loma
Loma
Cerro
Páramo
Páramo
Páramo
Loma
Loma
Loma
Loma
Páramo
Loma
ALTURA ABSOLUTA 860
920-900
910
960
910-890
940-930
860
860
910
970
950-940
1040
980
970
950
970-960
1010
970
AGUA
ALTURA RELATI. 100
150
10 75
40 1000
60 400
5
60 150
70 150
10 100
10 200
50 100
140 700
100 150
70 800
20 300
15 250
5
20 500
40 200
10 75
VÍAS 25
75
400
100
100
350
100
600
125
100
20
200
2500
3750
TAMAÑO 10000
4000
20000
20000
20000
20000
2000
15000
10000
?
32500
8000
4000
5000
4000
2500
6000
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
MATERIAL
NEO-CALCO-BRO
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.)
P
P
P
P
B
O
P
P
P
P
B
P
P
P
P
P
P
P
TIPO PROSPECC.
LOCALIDAD
Montejo Vega
Montejo Vega
Montejo Vega
Saldaña
Sta.Mª Riaza
Santibáñez
Santibáñez
Santibáñez
Valdevacas
Valdevacas
Villalvilla
Nº Estudio
52
53
54
55
56
57
58
59
60
61
62
NOMBRE DEL YACIMIENTO
YACIMIENTO
A5
A9
A1
3
2
1
2
1
Prado Barrio
Huerta de la Cueva
Valdeladehesa
Santo Domingo
Las Viñuelas
26 Valdecasuar
25 La Hoces
20 Vallejo del Charco
NEO-CALCO-BRO (C?)
NC?
N
COGOTAS I EB
E?
HIERRO (2)
1
P(2)
1
ROMANO (M)
(M)
M
MEDIEVAL
(AB) (M)
AB
B?
AB?
TOTAL 1
A4
A2
1
1+A1
2
1+A1
2
1
2
3
TIPO DE YACIMIENTO
315
Indeterminado
Aislado
Aislado
Indeterminado
Abrigo-cueva
Abrigo-indet.
Indeterminado
Villa
Indeterminado
Indeterminado
Puente-inscrip.
LUGAR DEL YACIMIENTO Loma
Ladera
Cerro
Vega
Cerro
Loma
Vega
Cerro
Cerro
Vega
ALTURA ABSOLUTA 1200-1180
1160-1140
980-960
1130
1160
1200-1160
960
990
950
910-900
900-880
AGUA
ALTURA RELATI. 75
15
20
10 75
40 100
3
40 50
10 300
5
70 100
30 50
?
75
350
100
300
1750
50
VÍAS
11.- Anexos
1000
1000
10000
5000
10000
10000
2000
TAMAÑO
Fernando López Ambite
MATERIAL
P
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
Sí
P
P
P
P
P
P
P
B
No B
Sí
No B
TIPO PROSPECC.
INDETERMINADO
El poblamiento en la periferia de la cuenca del Duero: el nordeste de la provincia de Segovia, España (XVII cal.A.C.-V d.C.) - TIPO DE YACIMIENTO: determina la funcionalidad o tipo del yacimiento según las posibilidades que ofrecía la ficha del inventario, a la que se añadieron algunas matizaciones; así tenemos: Indeterminado, Abrigo, Cueva, Hoyos, Aislado, Castro, Oppidum, Necrópolis, Escombrera, Puente, Villa, Despoblado, Culto, Monasterio, Convento, Fortificación ...
Anexos 1 y 2: Claves del listado En su momento, para la presentación del correspondiente informe de los trabajos de prospección, se elaboró una base de datos para el registro sistemático de los hallazgos, teniendo en cuenta las siguientes variables. Estas claves no aparecen siempre en los dos listados: - Nº Estudio: número correlativo que se ha dado para facilitar la localización de los sitios arqueológicos en el inventario de yacimientos, las figuras y en el estudio posterior(anexo 2).
- LUGAR DE YACIMIENTO: determina las unidades morfológicas del terreno donde se localiza el yacimiento. Se ha preferido simplificar al máximo estas unidades para facilitar la clasificación (anexo 2): - Páramo: yacimientos ubicados en esta unidad morfológica, aunque normalmente se hallan al borde del mismo. - Cerro: elevación claramente individualizada y notable del terreno. - Loma: pequeña elevación del terreno o vertiente, no siempre individualizable. - Vega: vega fluvial. - Vaguada: zona en ladera con la presencia de algún regato. - Ladera: zona en pendiente.
- LOCALIDAD: se refiere al núcleo de población y no al municipio, por la existencia de diferentes pedanías incorporadas a estos centros más grandes debido al proceso de despoblación que ha sufrido esta región. - YACIMIENTO: número del sitio arqueológico en cada localidad; los hallazgos aislados aparecen con la letra “A”. - NOMBRE DEL YACIMIENTO: nombre que posteriormente se asignó dependiendo de la toponimia (anexo 2).
- ALTURA ABSOLUTA: hace referencia a la altitud absoluta del terreno sobre el que se ubica el yacimiento, altitud determinada por las curvas de nivel superior e inferior según el Mapa Militar de España 1:25.000 ó 1:50.000 (MME) (anexo 2).
- Las atribuciones se han dividido en varias columnas; los hallazgos aislados aparecen entre paréntesis (…): - PALEOLÍTICO: I, Paleolítico Inferior; M, Paleolítico Medio; IM, Paleolítico Inferior o Medio; S, Paleolítico Superior (anexo 1). - INDETERMINADO: sitios sin determinar; M, cerámica a mano sin determinar; L, industria lítica sin determinar. - NEO-CAL-BRO, yacimientos neolíticos, calcolíticos y de Bronce Antiguo; N, neolíticos; L, calcolíticos; M, campaniformes. - COGOTAS I: en ellos hemos diferenciado los que presentan decoración con espiguilla o E, de los que presentan decoración de boquique o B; así como C o Cogotas I sin estas características y casi siempre con la interrogación de dudosos. - HIERRO: P, protoceltibéricos; 1, Primera Edad del Hierro; 2, Segunda Edad del Hierro. - ROMANO: A, alto imperial; B, bajo imperial. - MEDIEVAL: V, visigodo; VA, visigodo-alto medieval; A, alto medieval; M, medieval; MO, moderno. - TOTAL: se refiere al total de conjuntos arqueológicos en cada sitio; los hallazgos aislados aparecen precedidos de la letra “A” (anexo 2)
- ALTURA RELATI.: hace referencia a la altitud relativa con respecto al curso fluvial cercano más importante, también según el MME (anexo 2). - AGUA: se refiere a la distancia más corta del yacimiento a un curso fluvial, tanto ríos como arroyos, según el MME (anexo 2). - VIAS: distancia a la vías de comunicación, bien sean caminos naturales o cañadas (anexo 2). - TAMAÑO: se refleja la extensión del yacimiento estimada durante los trabajos de prospección. - MATERIAL: hace referencia a la recogida o no de material de prospección. - TIPO PROSPECC.: en este apartado se alude a la forma en que se conoció el hallazgo: "P", prospección sistemática; "O", referencia oral; "B", información bibliográfica.
316
Fernando López Ambite
10.- Bibliografía - (1939): "La cerámica excisa de la Primera Edad del Hierro de la Península Ibérica", Ampurias, I, Barcelona, pp.138-158. - (1952): "La invasión céltica en España", en Menéndez Pidal, R. (dir.), Historia de España, I, 2, Madrid, pp. 1-278. ALMAGRO-GORBEA, M. (1986-87): "Los Campos de Urnas en la Meseta", Coloquio Internacional sobre la Edad del Hierro en la Meseta Norte (Salamanca, 1984), (Zephyrus, XXXIX-XL), Salamanca, pp. 3147. - (1988): "Las culturas de la Edad del Bronce y del Hierro en Castilla-La Mancha", en AAVV., I Congreso de Historia de Castilla-La Mancha. Pueblos y Culturas Prehistóricas, II (Ciudad Real, 1985), Toledo, pp. 163-186. - (1989): “Arqueología e Historia Antigua: El proceso Protoorientalizante y el inicio de los contactos de Tartessos con el Levante mediterráneo”, Gerión. Anejos, II, Estudios sobre la Antigüedad en Homenaje al profesor Santiago Montero Díaz, Madrid, pp. 277-294. - (1993a): "Los celtas en la Península Ibérica: origen y personalidad cultural", en Almagro-Gorbea, M. y Ruiz Zapatero, G. (eds.), Los Celtas. Hispania y Europa, Madrid, pp. 121-174. - (1993b): “La introducción del Hierro en la Península Ibérica. Contactos precoloniales en el período protorientalizante”, Complutum, 4, Madrid, pp. 8194. - (1994): "Urbanismo en la España ‘céltica’: castros y oppida en el Centro y Occidente de la Península Ibérica, en Almagro-Gorbea, M. y Martín, A.M. (eds.), Castros y oppida en Extremadura (Complutum Extra, 4), Madrid, pp. 13-75. - (1995): “Aproximación paleoetnológica a la Celtiberia meridional: las serranías de Albarracín y Cuenca", en Burillo Mozota, F. (coord.), III Simposio sobre los Celtíberos. Poblamiento Celtibérico (Daroca, 1991), Zaragoza, pp. 433-446. - (1996): Ideología y poder en Tartessos y el mundo ibérico, Real Academia de la Historia (Discurso leído el día 17 de noviembre de 1996), Madrid. - (1997): "La Edad del Bronce en la Península Ibérica: periodización y cronología", Saguntum, 30, Valencia, pp. 217-229. - (1999a): “Estructura socio-ideológica de los oppida celtibéricos”, en Villar, F. y Beltrán, F. (eds.), Pueblos, Lenguas y Escrituras en la Hispania Prerromana. VII Coloquio sobre Lenguas y Culturas Paleohispánicas (Zaragoza, 1998), Salamanca, pp. 35-56. - (1999b): “Los pueblos célticos peninsulares”, en M. Almagro-Gorbea et alii, Las Guerras Cántabras (Historias y Documentos, 1), Santander, pp. 17-64. - (2005): “Los celtas en la Península Ibérica”, en A. Jimeno (ed.), Celtíberos. Tras la estela de Numancia, Soria, pp. 29-38. ALMAGRO-GORBEA, M., ALONSO, P., BENITO LÓPEZ, J.E., MARTÍN BRAVO, A.M. y VALENCIA, J.L. (1997): “Técnica estadística para el control de calidad en prospección arqueológica”,
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Fernando López Ambite
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