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Spanish Pages [416] Year 1981
(An a todas las culturas, la Utopía nace en Occidente como una planta híbrida, generada en el cruce de la creencia paradisíaca y ultramundana de la religión judeocristiana con el mito helépico de una ciudad ideal en la tierra. La imposición de nombre se produce en el siglo XV, en la perspectiva . de una cristiandad helenizada. ;
Frank E. Manvel « Fritzie E Manuel
El pensamiento utópico en el mundo occidental HI
La utopía revolucionaria y el crepúsculo de las utopías
(sielo XIX-XX) taurus
FRANK E. MANUEL Y
FRITZIE P. MANUEL
EL PENSAMIENTO UTÓPICO EN EL MUNDO OCCIDENTAL I11 Versión castellana de BERNARDO MORENO CARRILLO
"
taurus
Título original: Utopian Thought in the Western World O 1979 by Frank E. MANUEL «e Fritzie P. MANUEL Editor: The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Mass. (U.S.A) ISBN: 0-674-93186-6
O 1981, TAURUS EDICIONES, S. A. Príncipe de Vergara, 81, 1.” - MADRID-6 ISBN: 84-306-1243-2 (tomo III) ISBN: 84-306-9962-7 (obra completa) Depósito Legal: M. 4.814-1984 PRINTED IN SPAIN
PARTE V
UN DIPTICO REVOLUCIONARIO
Nic. Fd, RESTIE Fós-EBME. Foto va 0
1-85.
Restif de la Bretonne
Grabado de Berthet según Binet para Le Drame de la Vie, 1973
22 LAS NUEVAS FACETAS DEL AMOR
La utopía del siglo Xvti culmina con dos obras de los años 1795-96, que no se suelen yuxtaponer por regla general. Babeuf publicó un AfaniJiesto de los iguales y amenazó con establecer su utopía agraria comunista mediante un golpe de Estado; la Filosophie dans le boudoir de Sade con su declaración de libertad respecto de todo tipo de represiones y sus exigencias de excitaciones sexuales ilimitadas, como única meta digna de una república francesa, se publicó con bastante sigilo. Pero ni Babeuf ni Sade se encontraban aislados: Sade tiene su paralelo en Restif de la Bretonne; y Babeuf, por su parte, tiene un compañero utópico revotucionario en Sain-Junst, quien le precedió en la guillotina. Hay dos santos en cada repisa con la diosa de la Libertad reinando sobre ellos. Cada pareja tiene Su particular atributo en su martirio: una, el amor; y la otra, la igualdad. Merecen asimismo que se les preste una atención aparte. LA SEXUALIDAD EN EL PENSAMIENTO ILUSTRADO
Aparte de las concepciones radicales de la política y las relaciones de propiedad, la novela utópica del dieciocho introdujo una notoria innovación que logró hacerse universal: la exploración de loda una serie de pautas y modelos sexuales para un nuevo régimen doméstico que habria sido visto sin duda con malos ojos por el orden familiar monógamo, patriarcal y sacramental de la católica Francia. A medida que se fue desdibujando el sello cristiano de la utopía del siglo xvi, la fantasía se aventuró a plasmar por escrito toda una gama de posibilidades sexuales. Sobre todo tras el descubrimiento de las Islas Afortunadas de los mares del Sur y de la publicación de los relatos de viaje, muchos compuestos en celdas parisinas, Europa se vio inundada de un mar de utopías que pintaban formas de matrimonio y de relación sexual bastante exóticas. Como muchas de las nuevas utopías estaban situadas en zonas climáticas donde existía una
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gran exuberancia de la naturaleza y se necesitaba trabajar muy poco, las disposiciones laborales, ya sin demasiado sentido, dieron paso a planes de gratificación sexual. Las disposiciones institucionales se subordinaron a la plena satisfacción de la pasión erótica; en los mares del sur de los sueños eróticos del siglo xvin había poco que hacer que no fuera el amor. Inspiradas por descubrimientos como el de Tahití y por la simultánea descristianización de Europa, estas utopías se proponian como principal ideal una mayor libertad sexual, o cuanto menos una suavización de las normas legales vigentes, con sus crueles castigos reservados al adulterio y a la homosexualidad. La monogamia cristiana, que no se basaba en la naturaleza, fue tratada de hipócrita y de provocadora de discordias. Una sexualidad más libre, se argúia, no conduciría al desmoronamiento del orden social y a la exacerbación de las emociones hostiles entre los hombres, sino que, por el
contrario, contribuiría a unas relaciones más pacíficas y amigables. Las
prácticas sexuales descritas por Diderot en el Supplément au voyage de Buugainville, aunque son muy placenteras, son a la vez inocentes, no desenfrenadas y sin consecuencias negativas para el carácter moral y el orden de la sociedad de Tahiti. En una confrontación de las costumbres indigenas con la hipocresía europea, encarnada por el infausto capellán de la nave de Bougainville, las saludables consecuencias humanistas de la libertad sexual aparecen sobradamente demostradas: las mujeres son tratadas como sujetos, no como objetos, y la felicidad está extendida por todas partes, a la vez que nadie tiene necesidad de ocultar nada a los demás. La comunidad de mujeres y de hijos, aunque estrictamente supervisada, ya se habia propuesto antes en muchas utopías de los mundos antiguo y renacentista, con propósitos eugenésicos y para el bien del Estado; pero las ideas audaces y escandalosas proclamadas durante la Ilustración, aun cuando no pretendían que se las tomara demasiado al pie de la letra, reflejaban un cambio de actitud fundamental con relación a la realización
sexual del individuo. Más aún, estas ideas no se limitaban al ámbito de la
clase aristocrática, sino que tuvieron una amplia resonancia en la exuberante literatura de la época. Algunas novelas no pretendian más que servir de entretenimiento: bordeaban lo erótico con el único propósito de chocar o de excitar un poco. Otras, igualmente disfrazadas de entretenimiento, formulaban preguntas radicales sobre la moral occidental, basada en la ley religiosa. Dos de los escritores más notorios, Restif de la Bretonne y el marqués de Sade, avanzaron soluciones muy originales al problema de la necesidad de amor y de placer sexual, soluciones que se han perpetuado en la historia posterior del pensamiento utópico. El corpus de la narrativa utópica presenta alternativas sexuales que van de lo convencional, con alguna ligera modificación, hasta lo realmente extravagante. La obra de Rustaing de Saint-Jory titulada Les Femmes militaires: Relation historique d'une isle nouvellemente découverte (Amsterdam, 1736) reivindica la igualdad total en los derechos y privile-
gios entre los sexos, en la educación, en la guerra, en el amor y en el go-
bierno, con igual acceso a todas las dignidades y cargos existentes, tras la 10
erradicación de las diferencias en las pautas de conducta de los sexos. Los
varones y las hembras se alternan asi en el trono. Un noble orgullo se refleja en las caras de las muchachas y una encantadora modestia distingue a los hombres. Todos actúan con extraordinaria naturalidad y especial gracia porque, como descubrirá muy pronto el atónito visitante al reino de Manghalour, todos son ambidestros —la igualdad ha hecho desaparecer también el predominio de la derecha-. El ideal del unisex había adoptado una forma un tanto extraña en una obra anterior, Les Avantures de Jacgues Sadeur, de Gabriel de Foigny, situada en la terra incognita australis y publicada por vez primera a finales del xvn. Foigny describía una isla de hermafroditas que, contrariamente al modo adámico, procreaban por el muslo. Pero esta uniformidad fisiológica era demasiado absoluta para un Saint-Jory, que quería la igualdad entre los sexos en cuanto a las capacidades, las competencias y los derechos en el plano moral, pero en ningún momento intentaba abolir los modos tradicionales de reproducción. Había otro grupo de utopías, que se rebelaban contra los modos ruines del petit maítre y que se movían en dirección contraria, acentuando las diferencias en vez de las semejanzas en los roles del macho y la hembra, a la vez que sometían a ambos a un nuevo orden riguroso que rompía con la tradicional monogamia y presentaba todos los años un nuevo reparto ritualizado de parejas. En el Dédale francais de Restif, los megapatagonios cambian de mujer cada año, con periodos intermedios de castidad obligatoria para estimular más el deseo. También hay otras utopías, como las de Sade y la evocación que hace de Laclos, de la mujer primitiva en un estado de naturaleza, que suprimen todos los remanentes lazos sentimentales y legales -el amor es el gran lazo-, dejando que las relaciones sexuales sean completamente promiscuas, aunque con una preferencia por la necesidad de soltar toda la agresividad que lleva dentro cada individuo, En L'Education des femmes de Laclos (1785), la mujer natural es la contrapartida o la caricatura del hombre natural tratado por Rousseau en el Discurso sobre la desigualdad. Ella se apodera de un macho que le gusta, copula y acto seguido lo abandona. Se ocupa de sus bebés, pero, cuando llega el destete, se separa de ellos olvidando su existencia. Es tan fuerte que, si abrazara a un petit maítre de la época, lo estrujaría sin duda. El sexo sin amor es la relación perfecta, completando el retrato del amor fríamente manipulado con los aristócratas ahitos que aparecen en su otra obra Les liaison dangereuses. Hay muchos ejemplos de poligamia regulada y, bajo ciertas condiciones, de poliandria. En la Histoire d'un peuple nouveau dans l'isle de la raison de Tompson (1757), que pretende ser una traducción de una obra inglesa escrita por el capitán del navio Boston, recién regresado de China, ocho hombres y cuatro mujeres que viven juntos sin ningún tipo de celos forman la verdadera unidad marital natural y racional porque, como dice el autor, «la mujer ha recibido de la naturaleza una aptitud y una tendencia mayores hacia la pluralidad»!. 1 David TomPson, Histoire d'un peuple nouveau (Londres, 1757), parte 2, p. 134.
Abundan las novelas en que la moraleja habla de la injusticia de la subordinación de la mujer a los caprichos del hombre y al orden legal que éste ha impuesto. Es general en todos estos casos la exigencia de la igualdad, aunque la mayoría de los autores reconocen la poca probabilidad que hay de que estos cambios se produzcan de hecho. Los artículos médicos sobre el matrimonio que aparecían en la Encyclopédie ya habian hecho hincapié en las consecuencias perniciosas de una sexualidad severamente reprimida. «Todos los entendidos en la materia -escribe un colaborador- convienen en que los diferentes síntomas de vapores o de aflicciones histéricas que atacan a las jóvenes y a las viudas son consecuencia de su no disfrute del matrimonio. Es en efecto observable que las mujeres, especialmente las que llevan una vida feliz de casadas, están por lo general libres de tales cosas, y que tales enfermedades son muy comunes en los grandes establecimientos donde viven juntas numerosas jóvenes que están obligadas por el deber y por su estado a mantener su virginidad.» En otro artículo se llega a aprobar la masturbación de una paciente que sufre de una «furia uterina»?. La relación entre la histeria femenina y la privación sexual, reconocida en el siglo XVI y tratada en una obra de tanta difusión como la Encyclopédie, sería «redescubierta» por los clínicos germanos a finales del siglo xix. Pero, en las utopías del xv111, existe también una tendencia diametralmente opuesta hacia la sexualidad «amaestrada». El amor aparece con toda su carga sentimental en «El embarque para Citeres» cn medio de una beatitud placentera, como una fantasía sobre un eterno coqueteo. El escenario de estas fétes galantes es un paraiso en la tierra. Watteau, el melancólico tuberculoso que murió a la edad de treinta y siete años, es el pintor de esta utopia del amor etéreo. Algunos pasan el tiempo dulcemente empujando a la amada que se columpia, trabajo terriblemente duro; otros rasgan las cuerdas de una guitarra. El Naufrage des ¡les flottantes, ou Basiliade du célébre Pilpai: Poéme héroique, traduit a U'Indien (1753) de Morelly, es el relato de un ataque zoroástrico por las fuerzas del mal a una isla en calmosa y perfecta felicidad, a cuyo estado vuelve tras una especie de truco geológico. El amor sensual aparece completamente encubierto por el sentimentalismo, aunque en ciertos momentos no se logra ocultar la pornografía, cuando resuenan melifluos y extáticos «ahs». La consumación del amor entre los jóvenes de la isla tropical de Morelly es una ocasión comunal festiva con los adornos apropiados: guirnaldas, danzas, cantos, risas gozosas. Todo esto se presenta como algo natural, lo contrario de los excesos y desenfrenos de los aristócratas de la época. En la isla reina la total igualdad; por igualdad entiende Pilpai que todos disponen de medios seguros y agradables para procurarse todas las delicias de la vida, «chacun selon son goút»3. 2 Encyelopédie, XXI, 97,
3 MorgtLY, Naufrage des ¡les flottantes (Messina París, 1753), 11, 296n.
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Se pueden descubrir a veces en las utopias seculares como L'An 2440 de Mercier unas tendencias radicalmente opuestas al alegato de la liberación de las mujeres, una exigencia de que se reinstaure la más completa autoridad del marido sobre su mujer. Mercier es partidario de que la ley prohiba las dotes, con lo que se escogerá a las mujeres por sus encantos naturales y no por su dinero; pero, para compensar esta pérdida financiera, propone que se otorgue al marido el derecho a divorciarse de su mujer sin tener que pasar por trámites religiosos ni procedimientos legales de ningún tipo si es que su mujer deja de gustarle efectivamente. La ley ma-
rital romana es el modelo perfecto para Mercier. La obligación de agra-
dar al esposo recortaría los vicios de las féminas, aseguraría la tranquilidad doméstica y acentuaría las diferencias en vez de las semejanzas entre los sexos. Esto se aproximaba bastante al espiritu del amigo de Mercier, Restif -ninguno de los dos filósofos fue aceptado nunca por la élite intelectual-. Restif y Mercier expresaron las ansiedades del pequeño burgués ascendente con problemas con sus respectivas mujeres, las cuales habian empezado a adoptar los hábitos derrochadores de las clases altas y a imitar su vida licenciosa. La solución de Mercier se inspiraba en la imagen de la virtud de la Roma republicana con sus nobles y castas matronas, inferiores a sus maridos por la ley pero iguales en la virtud. La Iglesia, naturalmente, se daba perfecta cuenta de los problemas de las relaciones familiares y de lo que se creía que era la extensión de la promiscuidad. Para cortar de raiz lo que pensó que era una oleada creciente del vicio venéreo, la iglesia lanzó una contraofensiva en la forma del culte de la rosiére, una celebración de la virtud en las aldeas durante la cual la jovencita juzgada más casta era ceremoniosamente coronada en presencia del clero, el cacique local y la asamblea de campesinos. A su modo, esto era
tan utópico como las proposiciones literarias más idealizadas, dada la in-
divisibilidad de la virginidad y lo que sabemos sobre la realidad de la conducta sexual bajo el antiguo régimen. Aunque en muchas de las utopías del siglo xvi se había puesto al amor en el centro del escenario, no existe ninguna cara exclusiva del amor. El tono dominante es más bien suave; la turbulencia y la tensión, por su parte, son bastante raras. Pero, en el fondo, los dos utópicos prohibidos, Restify Sade, crearon una nueva sensibilidad literaria y ofrecieron un nuevo ideal diabólico. El amor, como dominio y poder, halló una generosa expresión en sus escritos, aunque hasta el final del siglo no le prestó la gente demasiada atención en este sentido, poseída como estaba por el ideal apolíneo. Ocupados en jugar a la gallinica ciega, en un paraiso propio de Watteau, la mayoría de los utópicos no conocieron, o fingieron no conocer, los ideales que se estaban manufacturando durante el período revolucionario en las cámaras de tortura de Sade. A pesar de su frecuente verborrea, el divino marqués y el campesino pervertido irrumpieron en la calmosa felicidad de la ancestral tradición utópica con toda su violencia. Aunque son incontables las utopias exóticas, las utopías del despotismo ilustrado y todo tipo de robinsonadas que han caído actual-
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mente en el olvido, Sade y Restif, al igual que Fourier, se han visto rehabilitados en el siglo xx. Como exploradores utópicos de la sexualidad, abrieron un camino totalmente nuevo. RIVALES EN DESVELAR
Sade y Restif han estado considerados durante mucho tiempo como simples pornógrafos, aunque cada uno por su parte se creyera el único moralista auténtico y sin tapujos de la época. Que sepamos, nunca se conocieron de vista, aunque Restif aborrecía a Sade y escribió una Anti-Justina contra él; por su parte, Sade escribió en términos despreciativos sobre Restif. Ambos fueron polimorfamente perversos, al menos en sus imaginaciones, aunque Sade manifestó una marcada preferencia por la flagelación y Restif fue un terrible fetichista del calzado. En julio de 1789, el marqués de Sade y Restif estuvieron quizá más cerca el uno del otro que nunca. Mientras el marqués, uno de los cinco prisioneros que quedaron en la Bastilla, incitaba al pueblo de París a que se rebelara mediante un tubo hecho con un barrote de la ventana de su celda, Restif, el hijo de campesino, merodeaba por los alrededores receloso de la canalla, pero demasiado curioso para mantenerse encerrado. Se debió estremecer sobremanera al ver las vísceras de Launay, director de la Bastilla, colgando del mango del hacha del verdugo. Tras un período de aprendizaje como impresor en Auxerre, Restif se asentó en París y no salió prácticamente para nada de la isla del Sena, donde nació la ciudad. Durante muchos años se dedicó a recorrerse la isla por la noche, haciendo «pintadas» en paredes y fortificaciones, casi siempre con inscripciones en latin conmemorando aniversarios sexuales. Durante la Revolución, aunque se vio intimidado a menudo por pandillas de jóvenes matones que lo consideraban «sospechoso», siguió efectuando sus rondas nocturnas, observando, escuchando y recogiendo material para su obra Les Nuits de Paris, ou Le Spectateur nocturne, sin duda la descripción más gráfica que se conoce de la capital revolucionaria —al menos para nuestro gusto actual-. Ningún otro testigo de la Revolución ha captado la violencia y crueldad de la gente con más fuerza que este hijo de campesino convertido en aprendiz de literato. De naturaleza tímida y cobarde, Restif, que firmaba con el nombre de hibou, se vio empujado por una fuerza interior a realizar sus aventuras nocturnas; era como un constante reto a sí mismo. A pesar de las numerosas acusaciones que le lanzaron, siempre se las apañó para no entrar en prisión; ferviente cazador de jovenzuelas, conoció toda clase de enfermedades venéreas hasta acabar vencido por la impotencia. Bajo el imperio, ejerció de policía secreta y de funcionario subalterno, con lo que tuvo derecho a un decente funeral. Sus utopías más elaboradas, la obra en cinco volúmenes Idées singuliéres y el Dédale frangais, fueron escritas antes de la Revolución, aunque 14
volvió después a esta actividad narrando ocasionales aventuras utópi-
cas entre los artesanos franceses. Restif y Sade fueron escritores prolificos, con garra, y, si se les juzga según los cánones más literarios, ambos fueron unos grandes fracasados. Muchos de los relatos compuestos por Restif son bastante aburridos, y los procedimientos reguladores de que se sirve en sus utopias resultan interminables e insoportables. Las repetitivas escenas de tortura de de Sade resultan igualmente difíciles de tragar. Ambos son escritores irregulares, como se podrían esperar de unos grandes neuróticos. Sin embargo, a pesar de su ampulosidad. las obras de de Sade contienen unos juicios epigramáticos de gran valor sobre la naturaleza humana; por su parte, las descripciones que hace Restif de los acontecimientos más importantes de la Revolución las han empleado a menudo los historiadores para prestar más color local a sus encuadres de la época. De Sade y Restif son utópicos, tal vez menos respetables que los demás, pero miembros con pleno derecho de esta profesión. Aunque Martin Buber no los incluyó en su famosa obra, es innegable que también ellos nos han trazado unos senderos hacia la utopia. A un determinado nivel de conciencia, la dicha de Restif se cifró tal vez en un zapato bonito, y la de Sade en un látigo; pero sus obras utópicas transcendieron sus propias obsesiones y trazaron vias posibles para una sociedad futura, vías que se pueden considerar como una culminación apropiada de la tradición utópica sensacionalista del dieciocho. Cuando excéntricos geniales como Jean-Jacques Rousseau, Restif, Sade y Fourier generalizan sus fantasías más profundas, les acontece convertirse en utópicos a pesar de ellos. De cualquier modo, son personas que difícilmente pueden quedarse encerradas en su rinconcito narcisista. Restif se compromete más con su utopía que Sade, quien, en La Philosphie dans le boudoir, da la impresión por momentos de que sólo le interesa tomar el pelo a sus contemporáneos jacobinos, tan cargados de razón. Ninguna de las obras de estos autores entran bien en las categorias de utopia edénica o prometeica; a veces parecen más bien caricaturas de ellas. Restif construyó una sociedad super-racionalista en la que la tranquilidad social quedaba asegurada por un enorme montón de ordenanzas; Sade inventó héroes libertinos que se lanzaban a la acción tan pronto como veian la minima ocasión. Bajo de Gaulle, Francia pareció verse amenazada por Sade hasta el punto de que prohibió la difusión de sus anticuados escritos, que tuvieron bastante poco que ver con la vida o la muerte de la primera república, y todavia menos con la quinta. El reciente resurgir del interés por sus obras tiene sin duda mucho que ver con la difusión masiva de la pornografía a través de los media. Pero Sade fascinó también a intelectuales como Simone de Beauvoir y Albert Camus, que han llevado hasta el extremo las implicaciones filosóficas de las ideas del marqués. De Sade se ha convertido en el símbolo de la corrupta y moribunda aristocracia del ancien régimen; pero esta imagen no sirve cuando Restif, el «campesino pervertido», hijo de un respetado agricultor jansenista de 15
la Borgoña, se nos aparece en éxtasis arrodillado al pie de su amada. Restif es en diversos respectos una figura mucho más dificil de comprender. Publicó más de doscientos volúmenes, entre los que destaca Le Cerur dévoilé, que sirve de tipo general por el que se rigen muchos otros; durante la vida de Sade se imprimieron muy pocas obras suyas, y muchos de sus escritos, sobre todo decenas de cuadernos de apuntes sobre La Nature dévoilée, fueron quemados durante la Restauración por su hijo puritano, que persiguió a su padre después de su muerte con la misma saña que lo hiciera su madre en vida de aquél. El estilo de Restif carece de la elegancia y el tono uniforme que consiguieran los filósofos; pero sus narraciones traslucen a veces una sencillez desnuda, llena de imitaciones del lenguaje popular, que recuerda bastante a algunos escritores actuales. Sus obras tuvieron una buena aceptación por parte del público, y a él se le llamó con el nombre de Rousseau des ruisseaux, «el Rousseau de los arroyos»; pero también tuvo lectores en las altas esferas, entre la nobleza francesa y los literatos al margen del circulo oficial de los filósofos. Su amigo Sébastien Mercier lo consideró el más grande innovador de la época, y entre sus admiradores figuran Grimm, Julie de Espinasse, Benjamin Constant, Stendhal y Gérard de Nerval. Como todo lo que tuvo una fuerza especial en la literatura del siglo xvi —pensamos en seguida en Rousseau y Diderot-, su obra fue particularmente apreciada por los alemanes, ganándose elogios por parte de conocedores de hombres de la categoría de un von Humboldt, un Schiller o un Goethe. Pero, en cierto modo, nunca alcanzó la cota de notoriedad ni la aclamación de que gozara Sade, y sus celos no conocieron límites a este respecto. La Anti-Justine de Restif, por una lógica perversa, supera a Sade en el escaparate que presenta de experiencias sexuales, pero con el sano propósito de curar a la humanidad de la proclividad a la perversión —nos recuerda a aquel seguidor de Gandhi que, cuando se le criticó por sus gustos disolutos, aseguró a sus críticos que los retratos salvajemente eróticos que tanto gustaba de pintar no eran sino muestras didácticas de lo que los hombres tenían que evitar. Restif fue un pecador utópico autoritario con fijaciones particulares y con la manía de persecución del autoritario. Se ocultó en rincones oscuros. Fue presa de una gran envidia hacia Sade, ese aristócrata desdeñoso que rechazaba la virtud y hacía alarde de las perversiones ante las que Restif vacilaba a menudo, contentándose lo mejor que podía con su fetiche protector, su dulce piececito. Restif elogió la vida ordenada de su austero padre, adoró la monarquía, la república, el Directorio, a Napoleón, y en general a cualquier tipo de autoridad, que consideraba representación directa de la divinidad. Sade arremetió contra Dios como el enemigo número uno del hombre con una violencia que no había mostrado ningún miembro del círculo de Holbach. Sade y Restif fueron rivales en el arte de desvelar, arrancando las máscaras primero de sus propios rostros y luego de todos los que cogian por medio. Cuando un orden social agoniza, algunos de sus miembros desnudan su cuerpo antes de que
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esté completamente frio, Realizan autopsias mientras el cuerpo tiene todavía un hilo de vida. Si Sade y Restif aparecen como hermanos en la fraternidad de los utópicos, resulta más difícil hallar un nicho apropiado para el divino marqués que para el campesino pervertido. El humor negro que impregna todas sus manifestaciones proféticas empaña bastante la imagen del Sade utópico. Restif se acerca más al tipo del reformador-del-mundo-con-un-sistema que tanto abunda en la primera mitad del siglo x1X. EL DIVINO MARQUÉS El marqués Donatien-Alphonse-Frangois de Sade había nacido en París el 2 de junio de 1740 en el seno de una vieja familia provenzal emparentada por el lado materno con la rama más joven de la casa de Borbón. Su tío materno, el abate de Sade d'Embreuil, un sólido erudito, dirigió su primera educación. A los diez años se enroló en el colegio de los jesuitas de d'Harcourt, y a los quince tomó parte en la Guerra de los siete años como oficial de caballería. En 1763 se casó con Renée-Pélagie Cordier de Launay de Montreuil que le dio dos hijos y una hija. A los cinco meses de matrimonio comenzó su batalla privada, que duró medio siglo, con la religión de la virtud personificada por el poder estatal. Las personificaciones de la autoridad cambiaron de una monarquía absoluta borbónica a la dictadura napoleónica, pasando por el gobierno revolucionario; pero, fuera cual fuese el ropaje que adoptara la religión de la virtud, Sade estuvo constantemente en jaque por parte del Estado. Le fueron mejor las cosas durante los primeros años de la Revolución y bajo el Directorio, cuando cuatro de sus novelas y un buen número de sus panfletos políticos consiguieron ver la luz pública. Durante el ancien régime se le arrestó frecuentemente, acusado de homosexualidad, sodomía y asesinato, pero siempre logró escapar, hasta que por fin fue objeto de una lettre de cachet. Según un catálogo, que elaboró después de diez años ininterrumpidos de prisión, hacia octubre de 1788 ya habían tomado forma sus obras más importantes: el Dialogue entre un prétre et un moribond, Les 120 Journées de Sodome. Aline et Valcour, la primera Justine, y la mayor parte de sus cuentos breves. Tras la liberación de Sade de las prisiones reales en abril de 1790 (se le había trasladado de la Bastilla a otra mazmorra, donde permaneció nueve meses), llevó una carrera revolucionaria ejemplar como secretario de las Section des Piques, y desplegó una gran actividad en la reorganización de los hospitales de París. Vuelto a arrestar en el verano de 1793, esta vez como pariente de aristócratas emigrados, fue pasando de cárcel en cárcel hasta que se acabó perdiendo su pista, razón ésta por la que se libró de la guillotina. A un raro intervalo de libertad, del 13 de octubre de 1794 al 6 de marzo de 1801, le sucedió otro arresto, no por la comisión de un acto sino por unas palabras —n realidad, por ser el autor de la
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escandalosa obra en diez volúmenes titulada La Nouvelle Justine, ou Les Malheurs de la vertu, suivie de l'Histoire de Juliette sa seur (1797)4, Nuestro prisionero peripatético empezó de nuevo su paseo por todo tipo de cárceles, hasta que por fin se le confinó en un manicomio de Charenton tras conversaciones con sus familiares, que se comprometieron a pagar su pensión. Este antiguo convento de monjas de Picpus estaba dirigido por un tal Belhomme y atendido por el gran alienista Pinel. La amiga de Sade, Mme. Quesnet, le acompañó en este periodo de reclusión, y hasta 1808 se le permitió dirigir representaciones teatrales que atrajeron la atención de los buscadores de novedades parisinos. (No está muy claro que participaran en sus obras personas dementes internadas en el centro). Su muerte tuvo lugar el 2 de diciembre de 1814 a la edad de setenta y cuatro años, tras un total de treinta y cuatro pasados en reclusión. La obra de Sade Les 120 Journées de Sodome, ou Ecole de libertinage, escrita en 1785 y publicada por primera vez por Eugen Diihreim en Berlín en 1904, es una utopia meticulosamente reglamentada y de indole mecánica. Reanuda con la tradición de Les Hermaphrodites (1605),
de Thomas Artus. Los héroes y las víctimas de ambos sexos se encuen-
tran encerradas en el Cháteau de Stilling, del que no hay escapatoria posible; cualquier intento de huida está severamente castigado con la muerte inmediata. En la sociedad secreta del castillo, una historienne se encar-
ga de programar los ciento veinte días de desenfreno. Las víctimas, al
igual que los señores, están sujetas a normas inflexibles, con objeto de maximizar los placeres de los activos protagonistas. En cl Renacimiento, filósofos platónicos como Patrizi de Cherso habian compuesto utopias aristocráticas en las que todo el orden de la cittá felice servía como fin principal a permitir que una élite noble pudiera dedicarse a la contemplación de por vida. Sade creó una aristocracia de libertinos, que, dentro de los confines de los muros de su castillo, regentaban un tipo distinto de sociedad perfecta, la encarnación del mal, mediante un mecanismo que les permitia alcanzar las cimas del placer carnal a las que aspiraba la naturaleza corporal limitada del hombre. No se puede admitir un tipo en el canon utópico y desechar otro. Todas son formas ideales, cuya consecución es imposible. El elemento racionalista y mecánico de la mayoría de las utopías es algo en que se ha reparado frecuentemente a lo largo de este libro. La
utopía de Sade de los 120 días de Sodoma está programada con la pre-
cisión de un reloj. Su falta de sentimiento puede aburrir o escandalizar; no se permite nada accidental ni se tolera ninguna idiosincrasia individual ya que se necesita una reglamentación cronométrica para llevar la empresa sexual hasta sus últimas cotas de perfección. El director de la jornada, la mencionada historiadora, se encarga de preparar el guión. Curiosamente nuestros «guiones» actuales, que se han convertido en parte integrante del vocabulario de proyectos planificados que implican guerra 4 La primera Justine se publicó en 1791 en dos volúmenes.
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y paz, o la vida y la muerte del planeta, pueden servir muy bien para describir una utopía de Sade por lo perfectamente que logran combinar am-
bas realidades, Como los ejercicios diarios que describe Sade, nuestras sa-
las donde se cuece la guerra tienen sus historiadores y observadoresparticipantes de ambos sexos. De Sade concibe toda sexualidad como dominio. Sus sociedades, compuestas de numerosas personas, están divididas en dos sectores: por una parte, los que comparten el mando, por la otra. ilotas que cumplen a rajatabla las voluntades de los primeros. Estas microsociedades de señores y esclavos tienen en común con la utopia de Moro su carácter autárquico. Y, como están destinadas primordialmente a la completa satisfacción de los deseos sexuales, no son realmente extrañas al genio utópico que fue Fourier, aunque éste extiende algunas de las libertades del marqués a todos los miembros del falansterio en vez de limitarlas a unos cuantos privilegiados. Fourier es un «sádico» democratizado y sublimado. La utopia de Sade llevó a sus últimas consecuencias la exigencia de libertad respecto de la represión. Las orgías de sus cuatro héroes no conocen limite alguno; secuestran a cohortes de criaturas humanas para que den satisfacción a cada uno de sus variables caprichos. Los libertinos son superhombres con una enorme capacidad para la comida, la bebida y la excitación sexual, tres apetitos que han de ser controlados y manipulados para lograr la máxima satisfacción, ya que los héroes del placer están sometidos a los mismos peligros de empacho que acechan al resto de los hombres y tienen que recuperarse para volver a empezar con fuerzas renovadas. Como la república de Platón, la utopia de Sade es exclusiva y aristocrática, con unos héroes del placer que sustituyen a los guardianeshéroes de la continencia platónica. El verdadero mal de la utopía de Sade está en la incapacidad del hombre para existir autónomamente al nivel de los sentidos y su frecuente necesidad de introducir elementos morales en su entorno inmediato con el fin de poder saborear mejor el sacrilegio, el matricidio y otros exquisitos placeres por el estilo. Su utopia ensalza las excelencias de una corrupción moral que necesita de la inocencia para despedazarla acto seguido, y la inocencia es difícil de manufacturar. Tiene que haber alguien que crea en Dios para dar sentido a la celebración de una misa negra. Las primeras utopías de Sade que aparecieron a la luz pública fueron las digresiones de la Carta XXXV de A/line e: Valcour, ou Le Roman philosophique, obra publicada en ocho volúmenes en 1793. En esta novela, un tal Sainville parte en busca de su mujer Léonore, que ha sido raptada por un noble libertino veneciano. En el relato que hace de sus viajes por Europa, Africa y la India, diserta con detalles pormenorizados sobre las instituciones, las costumbres y la vida cotidiana de las dos sociedades que ha encontrado, una llamada Butua, regida por un principe antropófago que es todo mal, y la otra asentada en la isla mágica de Tamoé, la perfección de la bondad. En estas dos excursiones, no se aleja mucho Sade de la fórmula al uso en el siglo xvi de las sociedades utópicas des19
critas por un europeo. La igualitaria Tamoé aparece con rasgos estereotipados y por eso es una utopia menos interesante, ya que no pasa de ser la archisabida isla afortunada del siglo xvi. Las costumbres son idénticas, las fortunas están igualadas y las pasiones están contenidas gracias a la represión del lujo; las leyes son escasas porque los vicios escasean igualmente. En Tamoé nadie controla las acciones de los demás, y las mujeres con los pechos al aire disminuyen, en vez de espolear, el deseo. Butua es todo lo contrario de Tamoé. A medida que Sainville. nuestro viajero europeo, se va aproximando a Butua, comprueba que se está despedazando, materialmente hablando, a un prisionero atado a un árbol. Acabamos de penetrar en el universo negro de Sade. Ben Máacoro, rey de los butuanos canibales que son vecinos del belicoso Jagas, tiene un consejero portugués llamado Sarmiento, un antiguo administrador que ha huido de su patria por no poder seguir ocultando sus fechorias en el cargo. La utopia de Butua se revela en un diálogo entre Sainville y Sarmiento, ambos filósofos aunque con visiones muy distintas acerca de la relatividad moral y de los placeres sádicos. Al mismo tiempo que devora un miembro de un Jaga, el ex-europeo asegura al virtuoso Sainville que no hay gusto que no se pueda adquirir mediante el hábito y que todo lo que hay en el mundo sirve y
aprovecha a la naturaleza5. En el reino de Butua los jefes ejercen un poder abierto y absoluto sobre sus sufridos sujetos. Aquí los héroes sádicos
se hallan instalados en la cima del Estado, y no se parecen a la banda secreta de los cuatro de Los 120 días de Sodoma. La contrautopia de Sade es la sociedad europea propiamente dicha, donde la virtud exige sus terribles castigos «contra naturam» a través del poder estatal sin escrúpulos y autosuficiente. Como es el respetable europeo Sainville el que cuenta la historia, el tono del narrador es de clara indignación para con los butuanos, el pueblo más cruel y disoluto de la tierra. Pero, a un nivel más profundo, Sade descubre en los perversos butuanos a una gente libre de hipocresias y naturalmente buena en sus consecuencias. La dialéctica se halla asi invertida: Sainville, un representante de la mala sociedad de la virtud, da testimonio de la existencia
de una sociedad sádica del mal puro, pero justo en contraste con la sociedad no natural de los europeos, que cometen crueldades en nombre de la virtud. La conversación entre Sarmiento y Sainville versa sobre las cuestiones morales más importantes de la Ilustración. La confrontación es sumamente crítica. Si la amoralidad de Sarmiento quedara victoriosa, toda la estructura del pensamiento de la Ilustración se vendria abajo, una destrucción que Sade pregustó a medida que iba colocando sobre las sienes del antifilósofo desencantado toda una sucesión de coronas de laurel. $ El marqués Donatien-Alphonse-Frangois DE Sane; Aline er Valcour. ou Le Roman philosophique (1793; Paris, 1956), 11, 73, 80-81. Sobre el marqués de Sade, cf. Oeuvres complétes, 15 vols. (Paris, 1965), y Sade: Etudes sur sa vie et sur son oeuvre (París, 1967); Simone DE Beauvoir, Faut-il brúler de Sade?. coll. 11/18 (Gallimard. 1955), Pierre FAVRE, Sade. utopiste: Sexualité, pouvoir et état dans le roman Aline et Valcour (París, 1967); Roberta J. Hacket, De Sade's Quantitative Moral Universe: Of Irony. Rhetoric. and Boredom (La Haya, 1976).
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Sainville queda bastante mal parado. No tiene más éxito que el capellán del Supllément au voyage de Bougainville o el filósofo de Le Neveu de Rameau. El pueblo de Butua y sus vecinos los Jagas están en guerra permanente, lo que da ocasión a conquistas y rituales de destrucción sensual. Los butuanos están libres de los sentimientos de piedad y del miedo a la muerte. En las carnicerías públicas se puede encontrar carne humana a la venta. Existe una especie de comercio entre estos vecinos: los objetos del intercambio son los esclavos, las mujeres y los niños, que sirven para el trabajo y el placer. Los butuanos tienen muchas ventajas comparados con los insatisfechos europeos, se nos dice en un pasaje que parece entresacado de los escritos de Rousseau. Sin preocuparse por el mañana, gozan del presente lo mejor que pueden, y nunca se dedican a preparar el futuro. No poseen historia escrita ni recuerdan nada del pasado, ni siquiera la edad que tienen. Su única religión se limita al temor que les infunde la diosa-serpiente, cuyo idolo untan regularmente con sangre. Los jefes practican la crueldad a capricho, quemando o masacrando aldeas enteras con la sola intención de distraerse. La argumentación utópica de Sade es ambigua. ¿Es ésta verdaderamente la utopia del mal sádico, o se trata más bien de la descripción del despotismo europeo en la guerra y en la paz, a cuyo lado los placeres sádicos parecen inocentes? Nietzsche sostendría después que dar un castigo era primordialmente un acto del fuerte que imponía su voluntad sobre las victimas, y que la transgresión del delincuente no era más que un pretexto para el disfrute de este placer. Los butuanos de Sade anticipan e ilustran este principio nietzscheano. El castigo no era más que una excusa para organizar cacerías en las que cayeran supuestos infieles y saborear las delicias de su ejecución. Solamente en una obra se alejó Sade del marco exclusivamente aristocrático de sus novelas escatológicas y «sádicas», anales y orales, y a veces genitales y eróticas; nos referimos a La Philosphie dans le boudoir, publicada en el libertino París de 1795. Los participantes en una orgía, sacados de varias clases sociales, están tomando un descanso tras una de sus colosales y polifacéticas sesiones sexuales en las que se requiere una fuerza prodigiosa y un cronometraje preciso, ya que se trata de que cinco personas, varones y hembras, consigan orgasmos simultáneos. El al parecer más famoso corruptor de la época, que dirige y coordina la sesión, distrae a sus compañeros con el artículo de un periódico en el que se proclama una nueva ley constitucional para la república francesa, digna de ciudadanos verdaderamente libres. En este documento la utopía sádica normalmente elitista se extiende por igual a todos los miembros de la sociedad. Se basa en el principio de que nadie puede negar a un ciudadano la satisfacción de ninguno de sus deseos eróticos. Nunca se había imaginado nada tan universal desde La asamblea de las mujeres de Aristófanes, aunque, en la antigua distopía, las viejas estaban en situación privilegiada y los más jóvenes tenían que adaptarse a las disposiciones de la asamblea
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ateniense, constituida por mujeres disfrazadas. A veces la larga discusión sobre las leyes sociales perfectas para la república francesa da la impresión de ser pura farsa. Es dificil en efecto saber en qué medida está hablando Sade en serio en cada una de sus proposiciones constitucionales. Los esfuerzos de algunos estudiosos por ver la huella de Tomás Moro en algunas de sus afirmaciones caprichosas no ofrecen resultados muy satisfactorios.
Sade se vistió con el vestido de la república igualitaria francesa,
estilo jacobino, al llevar hasta sus últimas conclusiones muchas de las preconcepciones que subyacian a los eslóganes revolucionarios. Si todos los ciudadanos debían de ser realmente «enfants de la patrie», en la plenitud del significado tal y como aparece en «La marsellesa», entonces no se podía por menos de deducir, deducción un tanto platónica, que tenía que ser abolida la familia con todas sus lealtades rivales. Más aún, siguiendo el espiritu de los antiguos, se debía permitir que los niños vivieran o murieran según las necesidades e intereses de la patria. A los que nacieran debiluchos habia que matarlos inmediatamente sin la mínima piedad, sentimiento éste que él despreció por considerarlo propio de mujerzuelas blandengues. Una vez desterrado Dios, Sade basó su orden en la naturaleza y en el principio de placer. Ocasionalmente se da la tarea de convencer a un principiante en el desenfreno que hay que soportar una cierta dosis de dolor, como en la Sudomía, con el fin de conseguir un mayor grado de placer, ya que tal es el funcionamiento normal de la naturaleza. Pero, aunque el placer iba precedido del dolor, el intervalo entre ambas cosas nunca debía de ser demasiado largo. Con el principio del placer como guía, pasó sin más a tratar de las costumbres que debían regir el placer soberano en la república ideal, el sexo. Sus reglas son bastante simples: el Estado deberia crear establecimientos donde cada cual, varón o hembra, pueda ordenar a cualquier otra persona que cumpla una tarea determinada, estando obligada a someterse completamente a todos los deseos, fantasias y caprichos de la otra persona, varón o hembra, por muy desagradables que puedan resultarle. Esta ley es la consecuencia lógica del dictado supremo del principio del placer. Además, cumple a la vez otra finalidad: el Estado se afianza cada vez más porque la naturaleza despótica del hombre, que busca la expresión sin trabas de su libre y arbitraria libertad, queda de este modo apaciguada en casas bien reguladas y se ahuyentan los impulsos agresivos que, bajo otras constituciones menos afortunadas, están dirigidos contra el Estado y su orden establecido. Sade no disponía del aparato estadístico de los modernos eruditos, que han demostrado con tanta previsión la correlación entre frustración sexual y talante revolucionario en política; sin embargo, defendió la misma tesis. En defensa de su opinión de que las leyes deben fomentar la práctica de la sodomia, aventuró la idea de que estas inclinaciones estaban ampliamente extendidas y que negarlas constituiría un serio y peligroso atentado contra la libertad. 22
En La Philosophie dans le boudoir, Sade aboga claramente por la igualdad de la mujer. Sostiene que las mujeres están en clara desventaja respecto de las leyes y costumbres en vigor; en efecto, aunque sus deseos profundos son más tiránicos y exigentes que los de los hombres —opinión muy extendida en Francia desde el Renacimiento—, sólo los hombres llevaban una vida sexual relativamente libre. Si la crueldad de las mujeres pudiera apaciguarse en el transcurso de la actividad sexual, seguramente no tendría que buscar salidas a su impulsos en las agresiones verbales. Los derechos de la mitad de la especie humana aparecen defendidos con el fervor de un saint-simoniano en potencia. La teoría de que las pasiones frustradas buscaban medios de satisfacción alternativa halló un eco en Charles Fourier, quien cita las obras de Sade —