El otro que no existe y sus comités de ética
 9789501288568, 9501288560

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El Otro que no existe y sus comités de ética T e x t o e s t a b l e c id o p o r G r a c ie l a B r o d s k y

PAIDÓS Buenos Aires ° Barcelona o México

Miller, Jacques-Alain El Otro que no existe y sus comités de ética, / con colaboración de: Eric Laurent - la ed. - Buenos Aires : Paidós, 2005. 480 p .; 22x16 cm. (Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Allain Miller) Traducido por: Nora González ISBN 950-12-8856-0 1. Psicoanálisis I. Laurent, Éric, colab. II. Nora González, trad. III. Título CDD 150.195.

Traducción y transcripción: Nora González Cubierta: Roberto García Balza y Marcela González

Ia edición, 2005 Quedan riguroamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejempla­ res mediante alquiler o préstamos públicos.

© 2005 de todas las ediciones en castellano Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos Aires E-mail: [email protected] www.editorialpaidos.com.ar

Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en la Argentina. Printed in. Argentina Impreso en Primera Clase California 1231, Ciudad de Buenos Aires, en julio de 2005. Tirada: 2.500 ejemplares. ISBN 950-12-8856-0

s

Indice

I. II. III. IV. V. VI. VIL VIII. IX. X. XI. XII. Xffl. XTV. XV. XVI. XVE. XVIII. XIX. XX. XXI. XXH.

United Sym ptom s.......................................................................... La conversación de los débiles................................................ Las tribulaciones de laopinión p ú b lic a .............................. Las mujeres y el O tro ................................................................ Lo real y el sentido...................................................................... Lo público y lo privado............................................................. La excepción del sín to m a ........................................................ La desigualdad entre los sexos................................................ El realismo del p a s e .................................................................... La era de D o lly ............................................................................. ¿El psicoanálisis es p o sib le?.................................................... El lenguaje y lo r e a l.................................................................... La teoría del partenaire............................................................. La partida de psicoanálisis...................................................... La secta y la globalización ...................................................... El culto de lo n u ev o .................................................................... El Uno que no e x is te ................................................................. El campo pulsional ................................................................... El espíritu del psicoanálisis .................................................... El partenaire síntom a................................................................. El modelo y la excepción........................................................... El sujeto embrollado .................................................................

9 31 59 81 99 125 143 163 189 215 231 249 265 287 303 325 345 369 391 413 429 447

Referencias bibliográficas de los textos cita d o s................................ 465

El Otro que no existe y sus comités de ética es un seminario que dieron en forma conjunta Éric Laurent y Jacques-Alain Miller en el espacio del curso anual La orientación lacaniana, que J.-A. M iller dicta desde 1981. G. B.

United Symptoms

J a cq u es -A la in M il l e r : Con el título El Otro que no existe y sus comi­ tés de ética1 comenzaremos un seminario que durará todo el año. Em­ pezaremos dictándolo dos personas, pero, de acuerdo con la noción de seminario, esperamos seguirlo de vez en cuando con otros, con varios, con el refuerzo que nos ofrecerán quienes eventualmente acepten in­ corporarse a esta elaboración. Existe tma relación entre el título con el cual situamos nuestro pun­ to de partida (el tema de la inexistencia del Otro y la ética elaborada en comités) y la modalidad del seminario, que es como pensamos traba­ jar y presentarles este trabajo a ustedes. Nosotros elegimos reunim os, fusionar los temas que habíamos es­ tablecido y anunciado cada uno por su lado; elegimos encontrarnos juntos en la tribuna y enseñar con la modalidad del seminario justa­ mente para mostrar, exhibir, incluso escenificar que el Otro no existe; quisimos evidenciar que renunciamos este año al monólogo docente, que, se quiera o no, conduce a creer en el Otro (el Otro singular, con mayúscula, único, el Otro de referencia). Teniendo en cuenta entonces el tema en cuestión, preferimos presentarles al Otro de la enseñanza en forma doble, desdoblada.

1. Esta primera dase del seminario de Éric Laurent y Jacques-Alain Miller, pronun­ ciada en el marco de la Sección Clínica del Departamento de Psicoanálisis de París VIII, fue editada por Catherine Bonningue y Béatrice Chahtoussi y publicada en La Causefretidienne N° 35, París, Navarin-Seuil, 1997, con la amable autorización de los autores.

Este tándem es así el esbozo de un plural. Si ya franqueamos la pri­ sión del uno, del uno Otro, para pasar al dos, es posible abrigar cual­ quier esperanza y quizá también cualquier desesperación. De acuerdo con nuestra tesis de partida, nos presentamos aquí de a dos para debilitar, hacer vacilar, socavar al Otro, para mostrarlo en su ruina y, al mismo tiempo, para constituir y representar el comité, para manifestar que la inexistencia del Otro inicia precisamente la época de los comités, en la que hay debate, controversia, polñogo, conflicto, es­ bozo de consenso, disensión, comunidad -confesable o inconfesable-, parcialidad, escepticismo sobre lo verdadero, lo bueno, lo bello, sobre el valor exacto de lo dicho, sobre las palabras y las cosas, sobre lo real. Y esto sin la seguridad de la Idea (con mayúscula), la tradición o -p or lo m en os- el sentido común. ¿Esto es lo que se proclamó con la famosa sentencia Dios ha muerto? Ciertamente no, porque ni la muerte de Dios ni la muerte del padre -q u e Freud escenifica en «Tótem y tabú »- terminan con su poder, sino que por el contrario lo eternizan y sirven de velo a la castración.

-La-épocaJ.acanianci„

La m uerte de Dios es contemporánea de lo que se estableció en el psicoanálisis como reino del Nombre del Padre, que en una primera aproximación podemos definir como el significante de que el Otro existe. El reino del Nombre del Padre corresponde en el psicoanálisis a la época freudiana. Si Lacan lo despejó, actualizó, formalizó, no fue por adhesión, para continuarlo, sino para ponerle fin, lo que se anun­ ció en su enseñanza con el materna S (A) (significante del Otro tacha­ do), y que estalló cuando presentó los nombres del padre, lechara que pluraliza el Nombre del Padre. La lectura de este materna no solo pluraliza el N ombre del Padre, sino que también lo pulveriza, lo socava desde el interior atacando m e­ diante el equívoco el lazo del significante con lo que se cree que es su si'pu'fi"c'ád'oTSe_trata_'deHamoso-eqiaívoeo-entre-/es-no7?JS-£Ítí-péjre_[los. nombres del padre] y les non-dupes errent [los desengañados se enga­ ñan], al que Lacan se vio lógicamenté conducido a partir de su semi­ nario Aun, que consagra la inexistencia del Otro y que comenté el año pasado en mi curso. La inexistencia del Otro inaugura verdaderamente lo que llamare­

mos la época lacaniana del psicoanálisis -q u e es la n uestra- la época de los desengañados, la época de la errancia.2 ¿De qué están desengañados estos norns-du3? Ciertamente, no se en­ gañan más -m ás o m enos- con el Nombre del Padre; incluso, no se en­ gañan más -m ás o m enos- con la existencia del Otro. Saben de m ane­ ra explícita o implícita, ignorándolo, inconscientemente, que el Otro es solo un semblante. Por eso, nuestra época ve inscribirse en su horizonte (mejor el hori­ zonte que el muro) la sentencia de que no hay más que semblante. En efecto, la época actual está atrapada en el movimiento en continua ace­ leración de ima desmaterialización vertiginosa que coronará de angus­ tia la cuestión de lo real. Se trata de una época en la que el ser, o más bien el sentido de lo real, se volvió un interrogante. Este año examinaremos trabajos de filosofía contemporáneos, actua­ les, donde se despliegan tanto el cuestionamiento como la defensa de lo real. Estos textos testimonian de manera ingenua o sofisticada el dolor de los desengañados con respecto al estatuto y la existencia de lo real. Si hay crisis hoy (no es seguro que la palabra sea apropiada), no se trata, como en la época de Descartes, de ima crisis del saber. Justam en­ te, Descartes pudo dar lugar a la solución de la crisis del saber con la promoción del saber científico. El resorte principal de la crisis de la época cartesiana fue el equívoco introducido en la lectura del signifi­ cante bíblico, debido a la irrupción de la Reforma. Luego del retorno a los textos de la sabiduría antigua grecorromana en el Renacimiento, una crisis de la interpretación del mensaje divino asoló Europa. Esta crisis del saber -q u e habría que describir con más detalle y m i­ nuciosidad-, de la interpretación, no afectaba a lo real, no tocaba la ins­ tancia de Dios como real, de «De Dios; que existe», que es el título que Descartes da a su Tercera Meditación, a la que me remití para presen­ tar el título El Otro que no existe... La mutación científica implica que Dios ya no es solamente el objeto del acto de fe, sino también el de ima demostración que sustenta en un real que no engaña la soledad asediada, precaria, del cogito. En esa épo­ ca, este real estaba en condiciones de proteger al sujeto de los semblan­ tes, los simulacros, esto es, las alucinaciones. Hoy, en cambio, si hay cri­

2. Juego de palabras: errer significa en francés tanto «errar», «vagar» como «equivo­ carse». [N. de la T.] 3. Noms-du (nombres del) es homófono de non-dupes (desengañados). [N. de la T.]

sis, es una crisis de lo real. Pero ¿es ima crisis? Tal vez se prefiera a esta la palabra malestar -y podría decirse que hay malestar respecto de lo real- pero este término freudiano está a punto de ser superado. En efecto, la inmersión del sujeto contemporáneo en los semblantes problematiza lo real de allí en más para todos. Y no es exagerado afir­ mar que esta problematización se esboza sobre un fondo de angustia. Hay en esto sin duda ima inversión paradójica. Fue el discurso de la ciencia el que, desde la edad clásica, fijó para nuestra civilización el sentido de lo real. Y -recordém oslo- a partir de la seguridad de esta f i ­ xion4’ científica de lo real, Freud descubrió el inconsciente e inventó el dispositivo secular que seguimos utilizando (aún funciona), la prácti­ ca que nos dedicamos a perpetuar con el nombre de psicoanálisis. Esta práctica se volvió posible por la fixion científica de lo real, que se sostenía en tiempos de Freud e incluso era objeto de ima valorización es­ pecial bajo la forma de la ideología cientificista (en la que Freud partici­ pó ampliamente). Ahora bien -y aquí me adelanto-, el mundo de los semblantes, salido exclusivamente del discurso de la ciencia, se dedicó en lo sucesivo (no es algo concluido hoy, pero está en curso) a- destruir la fixion de lo real, hasta tal punto que la pregunta ¿qué es lo real? solo tiene respuestas contradictorias, inconsistentes, en todos los casos, inciertas.

Una clínica de lo real De m odo que para ubicar el psicoanálisis en su justo lugar, debe­ mos desplazarlo a ese espacio de tensión, emoción y reflexión entre semblante y real. ¿Cómo entenderemos hoy la frase - o el Wzfz- de Lacan: podemos prescindir del Nombre del Padre con la condición de servirnos de él, que ha­ ce algún tiempo subrayó Éric Laurent? Quizá de este modo: podemos prescindir del Nombre del Padre como real con la condición de servirnos de él como semblante. El psicoanálisis mismo es eso, en la medida en que el psicoanalista entra en la operación que dirige en calidad de - o en el lugar d e - sem ­ blante y se ofrece como la causa del deseo del analizante para perm i­ tirle producir los significantes que organizaron sus identificaciones. En 4. Fixion: en francés, neologismo formado a partir de fixer (fijar) y ficlian (ficción). [N. de la T.]

todo caso, es un comentario del esquema que dio Lacan del discurso analítico. Pero, igualmente, el uso de los semblantes es vano, inoperan­ te, hasta profundamente nocivo si se omite lo real en juego. Hay real en la experiencia analítica. La inexistencia del Otro no es antinómica de lo real, sino correlativa. Pero este real (del que dije: hay real en la experiencia analítica) no es el del discurso de la ciencia, no es ese real gangrenado por los semblantes mismos salidos de él, y que no te­ nemos más remedio que abordar, como se hace desde siempre, por los números. Se trata, por el contrario, de lo real propio del inconsciente o por lo menos de ese real que, según Lacan, el inconsciente testimonia. A medida que se extiende el imperio de los semblantes, resulta ca­ da vez más importante mantener en el psicoanálisis la orientación ha­ cia lo real. Este es el sentido, el alcance de la última tentativa de Lacan, que consiste en m ostrar lo real propio del psicoanálisis, volviéndolo presente, visible, palpable, manipulable, en forma de nudos borromeos y demás. Concluyente o no, esta tentativa prueba que la orienta­ ción lacartiana es la orientación hacia lo real, porque el nudo, suscepti­ ble de manifestarse en las formas visibles más diversas, ese objeto por excelencia flexible, plural, que está allí y también se escurre, escapan­ do, como expresa Mallarmé, ese objeto inconstante, diverso, aparente, con innumerables facetas, no es un semblante. Pertenece, al igual que el número, al orden de lo real. Por eso Lacan habría querido volverlo el testimonio, la manifestación de lo real propio del psicoanálisis. Aun­ que se modifique, aunque tenga aspectos múltiples e inasequibles, no es tm semblante. El nudo entonces es, al igual que el número, del orden de lo real, pero posee respecto del número el privilegio de no estar cifrado y no tener sentido. La lección que puede extraerse es, si me permiten, que resulta importante en el psicoanálisis mantener el rumbo hacia lo real. Pero esto no solo es importante en el psicoanálisis... También impor­ ta en el malestar en la civilización, que dejamos en singular aunque exis­ tan las civilizaciones y que ya se anuncie, para el siglo XXI, que la histo­ ria se hará con el choque, la rivalidad, la guerra de las civilizaciones (po­ dríamos detenemos tm momento este año en esta tesis reciente y muy discutida de un profesor norteamericano). Pero también está, por su­ puesto, la civilización en singular, el hegemón (de hegemonía) científico y capitalista, cuya influencia totalitaria hoy se volvió patente, y que lla­ mamos aquí, en nuestra comarca, globalizadón. Esta globalización arrastra, atraviesa, agrieta y quizás incluso ya fusiona las civilizaciones.

En este malestar o vértigo global, el psicoanálisis tiene su lugar, ya que sufre los efectos cotidianos en su práctica. Pero además debe jugar una partida que no interesa solamente a su disciplina, que afecta a aquellos y aquellas que comparten con nosotros el malestar. Lacan escribía hace ima eternidad, en 1953, en su informe de Roma, que el psicoanálisis había desempeñado un papel en la dirección de la subjetividad moderna, y que no podría haberlo sostenido sin ordenar­ lo en relación con el movimiento que en la ciencia lo elucida. Aunque el contexto actual es muy diferente, sigue interesando saber qué papel puede sostener el psicoanálisis en lo que Lacan llamaba la dirección de la subjetividad moderna. Para nuestro comité, este año se tratará justamente de la dirección de la subjetividad contemporánea, moderna, incluso posmoderna (no podremos evitar la palabra), del papel que el psicoanálisis puede sos­ tener en ella, de las impasses crecientes de la civilización que el malestar freudiano anticipaba. Lacan pronosticaba que allí el psicoanálisis po­ dría faltar, entregar las armas. Ya referí lo. suficiente como para, indicar el camino en el que creemos comprometer nuestro esfuerzo. La subjetividad contemporánea (no sé si conservaremos esta expresión que resulta cómoda para lanzar el movi­ miento) está arrastrada, cautivada, envuelta en un movimiento casi irre­ sistible que la sumerge industrialmente en semblantes cuya producción siempre acelerada constituye, en lo sucesivo, un mundo que no deja a la idea de naturaleza más que ima función de nostalgia, -un futuro de con­ servatorio, de especie protegida, de zoológico, de museo. ¿Y lo simbólico? Pues bien, donde lo simbólico contemporáneo es­ tá vivo, es productivo, intenso, donde concierne al sujeto y sus afec­ tos, está dominado por lo imaginario o en continuidad con él. Este sim bólico no se encuentra en absoluto en condiciones de perforar, atravesar lo im aginario, como im plicaba el esquema L de Lacan, que comenté largam ente y presenté de distintas maneras en m i curso.'Este esquema se basa en ima x, y en él la flecha de lo simbólico atravie­ sa -a u n cuando pueda ser frenada, a veces detenida, dem orada- el eje de lo imaginario. S

I

Este es el esqueleto del esquema que Lacan consideraba fundamen­ tal al comienzo de su enseñanza. Una oposición franca, neta, de lo sim­ bólico y lo imaginario, y la noción de mi atravesamiento dialéctico del primero respecto del segundo. Lo simbólico contemporáneo ya no cumple este atravesamiento dialéctico que le permitía a Lacan ordenar la experiencia analítica. Se podría creer, por el contrario, que lo simbólico se consagra a la imagen, como cuando en nuestras computadoras se disimula como hardware tras la pantalla donde resplandece como semblante. En este paisaje apocalíptico -u n apocalipsis cómodo, al menos pa­ ra algunos-, el papel que el psicoanálisis debe sostener no permite am­ bigüedad: le toca recordar lo real, que es lo que Lacan indicó para terminar. Que la verdad tiene estructura de ficción es algo completamente cierto, pero de un tiempo a esta parte la estructura de ficción cubrió la verdad, la incluyó, la absorbió. Sin duda la verdad prospera en ella, se multiplica, se pluraliza, pero está casi muerta. Ante esta decadencia ficcional de la verdad, se impone recurrir a lo real como lo que no tie­ ne estructura de ficción. El privilegio del psicoanálisis (¡fue necesario que Lacan lo enseña­ ra!) es la relación unívoca que sostiene con lo real. Lacan planteaba en 1967 que lo real solo flota en los otros discursos, en los que no son el discurso analítico. El uso contemporáneo del término depresión, que evidentemente se utiliza para todo, constituye el síntoma de la rela­ ción con lo real cuando este se revela en la clínica como lo imposible de soportar. Si se lo engaña con semblantes, solo se consigue hacerlo fluctuar. La clínica psicoanalítica es el emplazamiento propio de lo real en cuestión. En la práctica se establece la relación con lo real. Y en la Sec­ ción Clínica, en el Departamento de Psicoanálisis, en las diversas sec­ ciones clínicas que existen en Francia y en otros sitios, desde hace años nos dedicamos a destacar lo real en su relieve, en su orografía. Este año solo se tratará para nosotros de relacionar de manera ex­ plícita este real con una civilización que ya dejó la edad del malestar para entrar decididamente en la época de la impasse (que es particular­ mente patente en el nivel de la ética). Se desterró la solución victoriana -a ú n preponderante en tiempos de Freud-, la de una ética capita­ lista de las virtudes, y si hoy reaparece, lo hace siempre en formas irri­ sorias e inconsistentes.

Se busca la nueva ética, pero no se la encuentra. Se la busca por el camino que subrayó Éric Laurent de los comités, que es una práctica de parloteo, como tal ensordecedora, y que, a diferencia de la charla analítica, no tiene la oportunidad de dar acceso a una relación con lo real que no fluctúe. Como predijo Lacan, el fracaso de lo humanitario se declara todos los días. ¿Cómo resistiría lo humanitario al cálculo universal de la plusvalía y el plus de gozar? Aunque no haremos del periódico la oración matinal del psicoana­ lista, este año leeremos los diarios. Y es que nos preguntamos cómo operar todos los días en la práctica sin inscribir el síntoma en el con­ texto actual del lazo social que lo determina en su forma -e n la medi­ da en que esto sea así-. Este año Éric Laurent y yo pretendemos m ostrar la dimensión so­ cial del síntoma. Y probar lo social en el síntoma, lo social del síntoma, no es contradictorio con la tesis de la inexistencia del Otro. Por el con­ trario, la inexistencia del Otro implica y explica la promoción del lazo social en el vacío que a b re .............................................. —................ — Al interesamos en lo que aislaremos como fenómenos de la civilización, no pretendemos alejarnos de una clínica de lo real, sino muy por el contrario adoptar la perspectiva necesaria (que implica tomar distancia) para circunscribir este real en su lugar.

La dim ensión social del síntom a Tomemos la identificación. Como sabe perfectamente la mayoría, mencioné que la producción de los significantes de la identificación por parte del analizante es lo que se espera de la operación analítica se­ gún la lectura más simple del esquema del discurso analítico de Lacan. Ahora bien, la identificación como tal establece precisamente un lazo social, es en sí misma lazo social. Por eso para construir su teoría de la identificación Freud se deslizó sin esfuerzo del análisis subjetivo a la psicología de las masas y viceversa. ¿QütéñpueHepensar porej emjfl.o queláld.®fificación~con~el~si'gni~ ficante se r una mujer quedó intacta tras la espectacular mutación que desde la proclamación revolucionaria de los Derechos del Hombre condujo a la emancipación jurídica y política de las mujeres, hasta de­ sembocar en la revuelta propiamente ética del feminismo, que incide

en todos los niveles del American way o flife (que se distingue por com ­ pleto de lo que había en tiempos del informe de Roma), desde el con­ trato de trabajo hasta el modo de relación sexual? ¿Qué permanece invariable de la homosexualidad y qué cambia cuando el Otro social la recibe de una manera completamente diferen­ te y cuando se está elaborando una norma nueva que confiere ima le­ gitimidad inédita y masiva al lazo homosexual? Y no es algo confina­ do a San Francisco. Cabe agregar que el año pasado vi formarse en Italia comités es­ pontáneos de ética -q u e antes de Éric Laurent se llamaban charlas de ca­ f é - , cuando (¡sorpresa!) una africana ganó la corona de Miss Italia. La soberbia que testimoniaba el ¿cómo se puede ser persa? se extingue hoy para dar lugar a ¿cómo se puede ser francés? Cómo se puede seguir siendo francés es una pregunta que atormenta a un pueblo -hasta, se­ gún se comenta, la depresión colectiva- cuyos ideales universalistas, establecidos sobre certezas identificatorias milenarias, desmiente la ac­ tual globalización. Este seminario no solo no podrá abstraerse de este contexto, sino que no sabría hacerlo. Por eso este año encontraremos nuestras referen­ cias electivas en los fenómenos de la civilización norteamericana. Para decirlo rápidamente, los síntomas de la civilización deben primero des­ cifrarse en los Estados Unidos; y no es en vano hacerlo desde Francia, que es en muchos sentidos el Otro de ese país. Universalismo frente a globalización: ese será nuestro capítulo US (léase United Symptoms). Al final del quinto capítulo de «El malestar en la cultura», Freud aclara que resiste la tentación de iniciar ima crítica del estado actual de la cultura en Norteamérica. Pues bien, nosotros tenemos la intención de no resistirnos a esta crítica que recae, por otra parte, sobre un pim­ to m uy preciso que él esboza: mientras que en Europa se practica más fácilmente la identificación vertical con el líder, que pone en acción la sublimación de una manera poderosa (y tiene su mérito haberlo dicho en ese momento, porque esa identificación condujo a sus contemporá­ neos a cierto número de problemas en la civilización), los Estados Uni­ dos la sacrifican en beneficio de lo que se puede llamar la identifica­ ción horizontal de los miembros de la sociedad entre ellos. No identi­ ficación con el más imo, sino identificación horizontal de los miembros de la sociedad entre sí. No es excesivo ver en esto el presentimiento del Otro que no existe y su reemplazo por la circulación de los comités de ética.

Mencioné la identificación para marcar la dimensión social de los conceptos fundamentales del psicoanálisis. ¿Y por qué no hablar de la pulsión? Cuando Freud necesita inventar un compañero para la pul­ sión, plantea el superyó, que no se refiere solo al Ich, al yo. Esta instan­ cia que le sirve para pensar la pulsión sobrepasa al sujeto y solo pue­ de situarla en el nivel de lo que llama la civilización. En ese nivel, por lo menos en esta obra, él piensa los avatares de la pulsión, tanto las re­ nuncias como las sublimaciones. Detengámonos en este punto: ¿qué es una civilización? Digamos que es un sistema de distribución del goce a partir de semblantes. En la perspectiva analítica, en la perspectiva del superyó (concepto que nosotros no podemos mejorar), tma civilización es tm modo de goce, incluso tm modo común de goce, una repartición sistematizada de los medios y las maneras de gozar. Será preciso decir más sobre la civili­ zación, aunque tenga que volver incluso a lo histórico de la palabra y oponerla a cultura, pero esto bastará por ahora. ¿Cómo podría ser indiferente la clínica psicoanalítica al régimen de la civilización en el que entramos ahora y en el que nos-precedieron los United Symptoms? ¿Cómo la clínica podría ser indiferente a esta vía que llamaríamos con el término freudiano Hilflosig keit (el Hilflosigkeit capitalista, el desamparo organizado frente a los fundamentos del impera­ tivo de rentabilidad)? Para abreviar, si la civilización antigua implica­ ba ocuparse del esclavo, la nuestra supone angustiar metódicamente al asalariado. Es preciso anticiparse a tma inquietud que nacería de suponer que introducimos en la clínica tm relativismo social. Opondría a esta in­ quietud la advertencia de Lacan en «Les complexes familiaux», de 1938, que encontrarán en Autres écrits: el Edipo no se funda fuera de la relatividad sociológica y la función del padre está ligada a la prevalencia de tma determinación social, la de la familia paternalista. En ese momento se refería expresamente a la investigación etnológica de Malinowski en la Melanesia, donde, como se sabe, el tío materno .repre­ senta la autoridad familiar. Luego, el padre no acumula sobre su per­ sona las funciones represivas y sublimatorias, sino que estas se eneu en tra iT T ep ^ fid a srertío ^ á tem o garmtiza^Ia^atitoridad^yia rep re^ sión, y el padre, amablemente, las actividades de sublimación. Según. Malinówski, se sigue de este dispositivo social distinto tm equilibrio diferente del psiquismo, en términos de Lacan, atestiguado por la au­ sencia de neurosis. De aqtú que el complejo de Edipo sea relativo a tma

estructura social, y que, lejos de ser el Paraíso, la separación entre re­ presión y sublimación tenga como consecuencia una estereotipia de las creaciones subjetivas en esa sociedad. Que después Lacan haya elaborado el mito freudiano hasta forma­ lizarlo según el modelo lingüístico de la m etáfora no significa que ig­ norara su relatividad. Incluso anunció su ocaso en 1938, cuando seña­ ló que las formas de neurosis dominantes al final del siglo XIX pare­ cían haber evolucionado en el sentido de un complejo caracterial don­ de se reconoce la gran neurosis contemporánea, determinada princi­ palmente en esa época por la carencia de padre, cuya personalidad es­ tá ausente, hum illada, dividida o es artificial. Se pensó equivocadamente que con el N ombre del Padre Lacan res­ tauraba el padre, pero se trata de algo distinto. Por su formalización misma, este concepto del retorno a Freud apunta a demostrar el sem­ blante y a dar lugar a su pluralización. ¿Podemos hablar hoy de una gran neurosis contemporánea? De ha­ cerlo, se diría que su determinación principal es la inexistencia del Otro, que condena al sujeto a la caza del plus de gozar. El superyó freudiano produjo cosas como lo prohibido, el deber, hasta la culpabilidad, que son términos que hacen existir al Otro, son los semblantes del Otro, suponen al Otro. El superyó lacarúano, que Lacan despejó en Aun, produce un imperativo distinto: ¡Goza! Este es el superyó de nuestra civilización. Concluyo para pasarle la palabra a Éric Laurent. Por supuesto, el superyó lacarúano da cuenta de los datos recogidos por Freud, es la verdad del superyó freudiano. Pero que esté hoy enunciado claramen­ te traduce el pasaje, es isócrono del nuevo régimen de la civilización contemporánea.

D ioses locales É ric L a u r e n t : No es casual que el térm ino comités de ética haya proliferado en el sector de las prácticas sociales ligadas a la vida y que se aborden con esta expresión, que conoció fortuna en el vocabulario contem poráneo, las dificultades para aplicar una m oral como guía de vida. El Otro de la civilización se confronta con una serie de atolladeros para diagnosticar, aplicar, reducir, los efectos de los mandatos univer­

sales o de los ideales que pretenden abrazar vastos dominios. Nos en­ frentamos con una pérdida de confianza en los significantes amo, una nostalgia por los grandes designios. Al seguir al Otro del imperativo, surgen problemas locales cada vez más numerosos que se rebelan y objetan su aplicación. La urgencia de nuestra modernidad no nos hace olvidar, por supuesto, que la dialéc­ tica del imperativo y la casuística fue un constante tormento. El imperativo puede contornear el obstáculo de diversas maneras: ya sea ritualizando, inventando un ritual local, ad hoc, que permita cir­ cunscribir la dificultad, ya, por el contrario, saliendo del apuro con al­ tura, creando un mandato más generalizado que sostenga de manera completamente inverosímil que no existe ninguna dificultad de aplica­ ción y que el honor es mayor si se logra aplicar el mandato donde no se puede. La casuística ritual de la ley puede identificarse con la ley misma: por ejemplo, el modo en el que en la common law inglesa se pasó al ré­ gimen moderno de la ley; o, por el contrario, sobre el modelo cristiano del mandamiento simple se puede querer un espacio aligerado, sin mucha ley, donde el imperativo saldría engrandecido. Este era el anhe­ lo de Saint-Just. Tuvimos derecho a todo después que el monoteísmo universal nos alejó del recurso a los dioses locales. Para cada problema había, no un imperativo, sino un dios. ¿Problema sexual? Templo de Venus por la mañana, templo de Venus por la tarde. Las dificultades en un sitio po­ dían superarse en otro. Se obtenía ciertamente un universo poblado de dioses -q u e no estaba plagado de im perativos-, poblado de goces lo­ cales, contradictorios, cuyas insignias y atributos o prescripciones arrojaban listas inconsistentes, enigmáticas, que dejaban la voluntad de los dioses en busca de algún intérprete (cualesquiera que fueran las listas que se multiplicaban). Por eso en la m ultiplicidad de las ciuda­ des griegas se daban cita en por lo menos tres lugares para ir en busca del oráculo, la solución que no enunciaba ni lo verdadero ni lo falso, pero indicaba dónde se alojaba el problema del goce culpable. - De este modo procederá Edipo, quien irá a Delfos a buscar el orá­ culo para encontrarse a sí mismo: Y sea cu al fuere la diversidad de dis­ cursos sobre los. dioses y sus dominios,.que varían según las ciudades y las épocas, se encuentra el suficiente aire familiar para que en Olim­ pia, Delfos y Délos algunos se encarguen de mantener el rumbo del discurso sobre lo divino.

El modo de proceder de las ciudades griegas respecto de lo divino es muy distinto evidentemente del de los Estados centralizados que, antes del monoteísmo universal, disponen de la escritura para clasifi­ car a los dioses. Los reyes reorganizaban regularmente los panteones y rehacían las listas de los dioses apoyándose en el saber de los sacerdo­ tes. El poder central decidía redibujar el mapa de santuarios y reestructarar la sociedad de los dioses. Marcel Détienne en sus trabajos cita el ejemplo del mundo hitita, donde cuando un rey asumía el poder, tres grupos (divinidad de la tor­ menta, divinidades de la fecundidad y potencia de la guerra) se reor­ ganizaban y recomponían una larga lista de nombres divinos. Se deter­ minaban por ley los administradores del nuevo panteón, que eran los encargados de ubicar los nuevos ídolos en templos de materiales resis­ tentes y de repartir prohibiciones y poder. Détienne destaca que en el Louvre hay sobre este mundo ima lista que data del segundo milenio, donde cuatrocientas setenta y tres divinidades están catalogadas, dis­ tribuidas en grandes familias, en torno de quince parejas. Gracias a la escritura, la exégesis teológica de los dioses busca el poder mediante la pluralidad de sus nombres. Pero con el monoteísmo los imperativos se reagrupan en loables esfuerzos de simplificación que terminan en el insuperable decálogo que aún falta saber adaptar al caso. Y bien sabe Dios que esta adaptación dio ese saber de la interpretación que Lacan destaca con el Midrash. El monoteísmo universal resguarda lo que Freud llama el más reciente de los mandamientos: Ama a tu prójimo co­ mo a ti mismo, que nos impone con su universal tma ruptura radical con la philia griega.

E l peso del Otro Los griegos limitaban el amor al Otro a aquel que podía ser digno de ocupar ese lugar, y la cuestión permitía excluir a bastante gente. Sin embargo, la philia no dejaba de asegurar la cohesión de la ciudad de los hombres libres. Los comités de ética se inscriben en tma civilización en la que co­ existen religiones, sabidurías, poderes de Estado, el culto de la razón, la ciencia, sin que unos prevalezcan sobre los otros, sin que tengan que hacerlo. En este mundo, las guerras de religión producen cada vez más estragos y, al mismo tiempo, podemos reunim os en rituales eclécticos

de lo más variados, donde por primera vez Oriente encuentra en O c­ cidente un público fiel a la referencia búdica. Todo esto debe ser consultado para enfrentar las medidas sobre el es­ tilo de existencia que adoptó el amo moderno, quien, por su acción m is­ ma, hizo de la vida, pensada como la salud, un objeto político. Durante mucho tiempo la salud dependió exclusivamente de la esfera privada. Solo dependía de la esfera pública la salud del rey (no el reintegro de sus enfermedades), que garantizaba la del reino por simpatías extrañas y ge­ neralizadas. El amo moderno alzó ima piedra que le cayó sobre los pies y que duele. Las metáforas que abordan el estado de la sociedad a tra­ vés de la salud y según el modelo médico terminaron realizándose y es­ ta se volvió el problema como tal de la sociedad civil en tiempos de paz. El comité de ética es una manera, más allá de este campo, de sopor­ tar el peso del Otro, por la práctica del parloteo que mencionaba Jacques-Alain Miller, la manera en la que llegaremos a soportar la rela­ ción con el Otro y la carga que este implica. ¿Cómo soportar al Otro? Esta es la pregimta que se plantea Freud en «El malestar en la -cultura» y en los- textos-contemporáneos,--y-se ocupa de distinguir el modo en el que los dos sexos lo soportan. Con ____jesp.ecto a los hombres, plantea la sublimación, que se presenta com o sublimación pulsional o como homosexualidad sublimada, reinterpretación de la philia griega. Las mujeres, en cambio, soportan al Otro por­ que se separan de él. En las páginas 124 y 125 de «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis», de 1933, Freud habla de estos intere­ ses sociales más endebles de las mujeres y los remite al «carácter disocial que es rasgo inequívoco de todos los vínculos sexuales. Los amantes se bastan uno al otro y aun la familia es reacia a su inclusión en asociacio­ nes más amplias». En esto Freud es muy hegeliano. Las mujeres sostie­ nen al Otro con su retirada. El Otro puede hablar; ellas se reservan el autoerotismo, el secreto de su goce. Esta sería la clave de la retirada en la que se mantienen y que las ayuda a sostener, en una posición que no es la del esclavo, al amo masculino. Nuestro momento histórico ya no puede contentarse con esta posi­ ción que enunciaba Freud en 1933 porque hubo im inmenso esfuerzo de civilizaFlFposiciorrfem eñiná^énla cT n 'fm ^n i5^l7q u e'q íii® ereaÍF sorberla por un contrato de trabajo no muy igualitario -h ay que decir­ lo -, pero que ofrece como nunca antes en la historia ese modo de so­ cialización a las mujeres, quienes, en cualquier otra parte, solo podían trabajar en áreas absolutamente prescriptas. Las mujeres en el trabajo

cuestionan lo que Freud llamaba su supuesta incapacidad para la su­ blimación. Por otra parte, es preciso releer desde esta perspectiva la di­ ficultad freudiana para reconocer el alcance sublima torio como tal del trabajo. La oposición del hombre sublimable y la mujer no sublimable se hereda incluso del final del siglo XIX. En M i corazón al desnudo, Baudelaire anuncia que: «La mujer es lo contrario del dandi, luego, debe causar horror. [...] La mujer es natu­ ral, es decir, abominable». Esta abominación designa para Baudelaire la retirada de la posición femenina del Otro, que Freud, más precisa­ mente, califica de enigma. Que las mujeres tengan un superyó débil es una proposición que debe examinarse a partir de la clínica, ya que evi­ dentemente ellas pueden sentirse culpables o deprimidas, e incluso más que los hombres. Hay que revisar la dificultad -d e la que siempre se quejaron los hom bres- para educar a las mujeres o incluso influir en sus deseos. La inserción masiva de las mujeres en el mundo del Otro mediante el trabajo desplaza, pues, el problema. Este hecho crucial, que no figura en «Función y campo de la pala­ bra y del lenguaje en psicoanálisis», de 1953, aparece explícitamente en «Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina», en 1958. Lacan no retoma la cuestión del límite de las capacidades sublimatorias de las mujeres, pero considera el límite de la reabsorción de la cuestión femenina en el orden del contrato. Por eso para nosotros es­ ta cuestión está desplazada y estamos listos para captar las capacida­ des sublimatorias de la posición femenina. Para ambos sexos existe la relación con el Otro y un goce asexuado, y por eso autoerótico. La di­ ficultad de la sublimación, que el psicoanálisis popularizó para el hombre, es generalizada en nuestra condición subjetiva, segiín demos­ tró Jacques-Alain Miller en la manera en la que Lacan lee a Freud y lo prolonga. Hoy tanto los hombres como las mujeres están determina­ dos por el aislamiento en su goce. Su retirada es allí ascenso al cénit so­ cial del objeto a y el comité de ética es síntoma de este ascenso. Este año seguiré las huellas en ima serie de síntomas de la subjeti­ vidad moderna en su relación con el Otro.

Una generación m oral Desde 1953, desde el límite de su enseñanza, Lacan propuso una lectura no sociológica sino clínica y ética de «El malestar en la cultu­

ra», inspirado en lo que Georges Bataille llamó el sentido moral de la so­ ciología, en un famoso artículo de 1946. De manera admirable sitúa en dicho texto un corte ético entre las culturas de los siglos XX y XIX, que termina antes de la Primera Guerra Mundial: La generación que alcanzó la madurez entre las dos guerras abordó el problema de la sociedad en condiciones que merecen ser destacadas. Obtuvo de sus mayores la herencia de una cultura humanista donde to­ do valor era referido al individuo. [...] No recuerdo que en años se ha­ yan defendido en mi presencia los derechos de la sociedad contra los del individuo. Solo se podía ambicionar la precipitación de su desmo­ ronamiento. Sin embargo, se encontraron dificultades en la práctica. Si se debía luchar para echar por tierra el edificio social, era preciso sacri­ ficar el deseo del individuo a las necesidades de la revolución, la que entonces se muestra como es, un movimiento de naturaleza colectiva que no puede exigir menos que el amo precedente, que debe incluso exigir más que el antiguo amo.5

Los intelectuales de esa generación se veían llevados en estas con­ diciones a hacer de la realidad colectiva y de su sentido ima experiencia inesperada, incluso bastante pesada. Bataille destaca la paradoja del intelectual que, al querer afirmar estos derechos del individuo, se encontraba teniendo que soportar un amo aún más ávido. Era preciso correlacionar esto -explica- con el agotamiento de las posibilidades de ima cultura individualista, el movimiento de la poesía que excedía con su ambición los límites del individuo cultivado, del burgués distinguido, rico o pobre, que se encontraba forzado al aisla­ miento y la distinción. El surrealismo fue ima determinación decisiva que hizo del texto poético la expresión de elementos comunes seméjantes a aquellos que revelan los versos.

Bataille muestra de este modo cómo en medio de ima crisis moral nació el interés de la generación del período anterior a la guerra por las creaciones colectivas, por el Otro colectivo introducido en los mitos y las actividades religiosas, que manifiestan de entrada el lazo social. In­ dica que paradójicamente a partir de ese momento, mucho tiempo des­

5. La traducción siempre es nuestra. [N. de la T.]

pués de la muerte de Durkheim, toda una generación de intelectuales, especialmente de jóvenes escritores salidos del surrealismo (Caillois, Leiris), comenzó a seguir las enseñanzas de Marcel Mauss, fascinados por su obra. Este texto de Bataille es notable porque precisa la importancia que el horizonte intelectual francés concede a la disciplina de la etnología y el lugar que ocupó el continuador y renovador de Durkheim, Claude Lévi-Strauss. Aunque no desarrollaré este punto hoy, destaco este texto del 46 de Bataille que nos instruye sobre las maneras en las que se sitúan las figuras de la subjetividad en el relevo del peso ético que el Otro de la civilización hace recaer sobre sujetos apresados en una respuesta común para dar. Vemos cómo esa generación del período anterior a la guerra respon­ de a la cuestión y cómo en la posguerra aparece otra figura, muy distin­ ta de esta subjetividad moderna, con la forma del alma bella, en la que desde varios puntos de vista se dibuja bien el retrato del sartreano. Los comités de ética generalizados son las figuras con las que la subjetividad de nuestra época intenta restaurar el sentido moral del Otro, mientras que nosotros somos contemporáneos de la fuga del sen­ tido, de la paradoja de la confusión de goces y de su segregación, su aislamiento, sin que aparezca claramente la instancia decidida a hacer­ se responsable de ella. Hoy solo presentaré ima de la serie de figuras contemporáneas: los neokantianos, que son quienes más gustosamente dan lecciones y quienes criticaron el estructuralismo porque, al anunciar la muerte del hombre, produjo ima generación sin espina dorsal, desorientada m o­ ralm ente, extraviada luego de la pérdida del frágil horizonte de la ideología política. Se lanzaron muchas críticas violentas sobre el es­ tructuralismo en Europa (Francia, Alemania, España) y en los Estados U nidos, donde la condición moral de los baby boomers, sus desviacio­ nes (como las del presidente Clinton), se consideran ima demostración de lo que son capaces. Los neokantianos están urgidos por restaurar el imperativo y sus normas, para que después del Otro de la política el Otro de la moral en­ cuentre su lugar. Y es preciso trabajar por cuatro para la instauración de una generación moral. El esfuerzo es grande porque se necesita, por un la­ do, restablecer ese buen sujeto kantiano y, por otro, encontrar el punto de vista desde donde puede proferirse que debo actuar de modo tal que m i acción sea válida en todos los casos. En efecto, según planteaba La-

can en la página 746 de «Kant con Sade», para que la máxima dicte la ley se necesita y basta «que ante la prueba de tal razón pueda retenerse co­ mo universal por derecho lógico». Restablecer el todo no es fácil porque se escurre y porque el relativismo cultural, el debilitamiento de las na­ ciones en general, del modelo europeo de desarrollo económico en par­ ticular y del consenso de la nación para terminar, no hacen sencilla la co­ sa. La dificultad reside en que el sujeto liberal, perfectamente democrá­ tico, no supone un todo previo. El todo, la comunidad, solo surge al fi­ nal del debate democrático y no antes, a priori. Ahora bien, el imperati­ vo categórico solo vincula al sujeto a través del todo. Lacan precisa la di­ ficultad en «Kant con Sade»: solo es posible aplicar el universal de la má­ xima kantiana en democracia porque el hecho de que sea válido como universal no significa que se imponga a todos. Pero la restauración del neokantiano, y la manera más o menos sutil con la que opera, encuentra un tope en el relativismo cultural, otro nombre de la confusión de goces; y está el problema de lo real en este imperativo. Deberemos examinar los distintos modos en los que se intenta constituir comunidades sufi­ cientemente estables-para enfrentar el goce del sujeto.

La cuestión fem en in a J a c q u e s -A la in M il l e r : No m e esperaba tu desarrollo sobre el poli­ teísmo, la formidable solución politeísta: a cada problema su dios. Un universo poblado de dioses y de goces locales, y no de im perativos... Esto introduce el Otro no existe, que presentaba hace muchísimo tiem­ po como nuestro momento habitual, vivo, urticante y también propul­ sor. El monoteísmo hace existir al Otro, ya que, si hay el N om bre del Padre, como indica Lacan en algún lado, es según la tradición. Si hoy al­ go del Otro falta, cabe recordar los cultos de la Gran Madre y de la multiplicidad de los dioses. Los militantes del monoteísmo dijeron bastante sobre el m al de lo poli. Pienso en san Agustín y sus listas de La ciudad de Dios, donde enumera los dioses múltiples para cada oca­ sión de la vida: Lo quieres, lo tienes, como se ofrecen hoy los productos d e la industria. Falta agregar que los tres lugares de encuentro que recuerdas siempre estuvieron ligados a una organización jerárquica. É r ic L a u r e n t : El politeísmo para m í no es una modalidad del Otro que no existe. Esta modalidad centralizada, que necesita intérpretes

para avanzar, supone sin embargo la existencia del gran Pan. Y esto implica que cuando se difunde la novedad: El gran Pan ha muerto, deja de existir. Podemos no obstante retomar en la perspectiva del Otro que no existe las preguntas clásicas: ¿existían los dioses de Epicuro?, ¿qué era ese diálogo en el que se convocaba al dios y se llegaba a conversar con él?, ¿creían en él o no? Se necesita una creencia fundamental. La cuestión misma estaba limitada a esos círculos, esas bases de operación, que eran las sociedades filosóficas. J a c q u es -A lain M il l e r : Otro punto. Tu introducción muestra que la gran diferencia entre la llamada subjetividad moderna que menciona La­ can en 1953 y el sujeto contemporáneo es la cuestión femenina. Lacan puede perfectamente abordar en esa fecha la actualidad de la subjetivi­ dad moderna, presentarla, situar el psicoanálisis en el contexto y no de­ cir ima palabra sobre la posición especial de la mujer. Entre la subjetivi­ dad moderna y el sujeto contemporáneo estalla la cuestión femenina. A menudo hablamos - o por lo menos yo lo hago- despectivamente del fe­ minismo. .. Estos esfuerzos por elaborar identificaciones nuevas se hun­ dieron en la paradoja o demostraron cierta inconsistencia. Pero esta vez lo mencioné al pasar, respetuosamente. En esto se diferencia la época contemporánea. Sería preciso saber si, como hipótesis, se pueden orde­ nar cierto número de síntomas de la civilización contemporánea en rela­ ción con este hecho central y su manera de difundirse. ¿Llamas neokantianos a los filósofos restauradores de lo universal? É r ic L a u r en t : L o s restauradores, si se quiere, del deber imperativo y de lo universal como única salida a la crisis moral. J a c q u e s -A la in M il l e r : Restaurar, hallar los buenos imperativos o

las buenas fórmulas del im perativo... ¿Habermas es neokantiano? De hecho, es una búsqueda vana restaurar lo universal por la conversa­ ción. Si el Otro no existe, ¿qué nos queda? Nos queda conversar, como hacem os aquí, debatir y ponernos de acuerdo. Ahora bien, para poner­ se de acuerdo en un debate, primero hay que llegar a un acuerdo so­ bre sus reglas, y debatir las reglas del debate es un debate. De aquí re­ gresión al infinito. ¿Cómo escapar cuando uno querría proscribir todo significante amo, lo que es muy im portante para Habermas, heredero de la gran tradición democrática alemana? Tan pronto como siente que en alguna parte se recurre al significante amo, exclama: ¡Cuidado, esto

puede conducir a cosas terribles! Se considera heredero de la tradición universalista alemana y, al mismo tiempo, es el más norteamericano -e s decir, el más horizontal- de los alemanes. Los norteamericanos empezaron a conversar con Habermas, lo to­ man en serio y discuten con él la posibilidad del consenso, cuestión esencial, atolladero de la cultura norteamericana: todas las identifica­ ciones compiten. Luego, el alemán llega y dice: Todos discutirán con to­ dos. Y los norteamericanos responden: Pues bien, en nuestro país, no todo el mundo quiere discutir con todo el mundo. ¿Qué hacemos? ¿Los obligamos? De allí, un diálogo. No sé si se lo puede calificar de neokantiano. É ric L a u r e n t : No desde esa óptica. No me refería a esa generación de pensadores que mantienen su esfuerzo desde los años sesenta, sino más bien a los que defendieron la opinión contraria de todo lo que anunciaba el estructuralismo, de la serie Foucault, Derrida, y los que se dedicaron a eso en esa perspectiva. Lo sorprendente es que con respecto a Habermas durante años los norteamericanos (Putnam, Rorty, etcétera) fueron prudentes porque -no teman-una-filosofía-de-las ..cienciasjm iy jd a ra ._N_o_.se sabía.muy .bien dónde ubicaba él el real científico. Pero hoy se reencontraron en el de­ bate para ubicar la cuestión del real de la ciencia, que ya no es un tor­ mento. El gran tormento en la civilización es poder reunirse en el esta­ do actual del Otro, muy rasgado, mientras que en los Estados Unidos están de acuerdo sobre el punto en el que se encuentra el real científi­ co. Hay -un gran consenso al respecto, pero, en las identificaciones, un gran retroceso... J a c q u e s -A l a in M il l e r : Nuestro problema local, en Francia, no pa­

rece aún del todo atrapado en esa tormenta. La gran pregunta es si si­ gue funcionando la asimilación francesa. ¿Acaso la escuela y la univer­ sidad fabrican el francés estándar? Cuando aparecen en alguna parte muchachas con un velo sobre el rostro, a todo el mundo le da un patatús. La cuestión de la identificación social sigue aún casi intacta en Francia si vemos su desencadenamiento en los Estados Unidos. É ric L a u r e n t : Incluso en Inglaterra, sorprendentemente, el modo de tratamiento es muy distinto.

J a c q u es -A la in M il l e r : Es distinto porque allí es estrictamente co­ munitario. Los ingleses que forman tribu, si me permiten, aceptan de buen grado tratar con los vecinos de otras tribus. Pero no es la referen­ cia francesa. Piensen en esa señora llamada Gertrude Himmelfarb, que hizo una bonita carrera: primero comunista, muy trotskista, muy de iz­ quierda, es hoy tma antorcha del neoconservadurismo norteam erica­ no. Dedicó un gran estudio a la solución victoriana y piensa que esta es la ética apropiada para el capitalismo. La gente debería estar lim­ pia, trabajar m ucho, no beber, ahorrar, ir a la Iglesia, etcétera, pero, por descuido, se perdió esta ética. Propone entonces restaurarla sin te­ ner demasiado en cuenta que el mercado capitalista mismo es por ex­ celencia el que hizo tabla rasa de ella. Himmelfarb es la m ujer de Irving Kristol, la madre de W illiam Kristol. Por otra parte, leí un repor­ taje en el que ambos dicen básicamente: De hecho, hay un solo hombre en la fam ilia: mamá, Gertrude.

20 de noviembre de 1996

La conversación de los débiles

J a c q u es -A la in M il l e r : Y o haré la introducción. Estoy atento a los comentarios que se deslizan después de tma conferencia, tm curso, un seminario. Este se asume distintas formas, atractivas, bruscas, contin­ gentes, pero siempre hay tma o dos bocas dispuestas a lanzar tm dar­ do. Este se, que Heidegger destacó en El Ser y el Tiempo, el se de la inautenticidad, es sin duda tma figura plural del Otro que no existe. Estos comentarios entonces tienen a veces para m í (no sé qué pien­ sa Éric Laurent) un valor oracular. Como saben, entre los antiguos ha­ bía tm modo de adivinación que consistía en echarse a la calle, pescar la primera frase que escuchaban, que no les estaba dirigida (eran sig­ nificantes atrapados al azar), y considerarla un oráculo para descifrar. Las palabras a las que me refiero son algo parecido, y la de la semana pasada fue para m í... No sé si tú ... [dirigiéndose a Éric Laurent] tienes otra. En fin, hubo una frase que hubiera podido ser oracular pero que no posee las cualidades requeridas. La frase decía simplemente: Era pe­ sado, lo cual hace pensar, resuena, supone que lo ligero sería tm valor. Y evidentemente no fue dicho en el sentido de que lo pesado tiene pe­ so, su valor semántico estaba más bien del lado de lo indigesto. Creo que quizá depende de la extensión de la cosa: hablar dos horas de a dos puede en efecto indisponer, es en verdad un menú doble, y creo que debemos aprender a tenerlo en cuenta. Pero no fue esa la frase que me marcó. La frase que funcionó de al­ gún modo como un oráculo y que escuché de distintas formas es más inquietante: ¡Esto prom ete! Esta frase resonó en m í porque en francés suele decírsela cuando al­

go promete lo peor.6 Cuando se dice esto promete, se anticipa de alguna manera que irá de mal en peor. Pero también puede querer decir -y es tal vez lo más pesado, si me permiten-: Lo prometieron y ahora, queridos míos, tendrán que mantener sus promesas. Es cierto que en nuestros discur­ sos quizás algo ampulosos del primer encuentro apuntamos bastante al­ to y ahora habrá que ver si tenemos fondos para los cheques extendidos. Entiendo que hay una dificultad que radica en que para esta expo­ sición nos apoyamos en fenómenos en curso que predominan en los Estados Unidos que tengo la sensación -com partida con Éric Laurentde que no les son forzosamente familiares y que pueden parecerles ciencia ficción, algo en lo que no creen del todo; son historias sobre una forma de vida muy distinta de la nuestra. De modo que debemos ele­ gir entre intentar volvérselos más familiares a partir de lo que conoce­ mos o acentuar este aspecto de ciencia ficción, no retroceder ante la extrañeza que provoca ima forma de vida que sin dejar de pertenecer a la «cultura occidental» (entre comillas) está encuadrada por coordena­ das bastante distintas, como se apreciará a lo largo del seminario.

R elativism o Este año decidimos abordar como siempre nuestra clínica y sus conceptos, pero lo haremos por un sesgo especial, que es el del relati­ vismo. Las estructuras de la clínica dependen de lo prehistórico, como indicaba Freud, de lo inmemorial (para nosotros son de orden estruc­ tural y por eso trastemporales), pero también - y es el aspecto que este año decidimos privilegiar- nuestras categorías son relativas a la histo­ ria, la sociología, el estado de la civilización. Evidentemente este aspecto no tiene mucho sentido, como m e se­ ñalaba hace poco uno de nuestros eminentes colegas, cuando se im a­ gina el inconsciente como propio, de cada uno y sumamente interior, que es la idea que suele tenerse. Pero el inconsciente es algo de afuera, para decirlo con una oposi­ ción simple, algo externo. De hecho, Lacan lo definía como el discurso

6. La expresión fa prometí (¡esto, promete!) se utiliza en francés para referirse a algo que empieza bien y proporciona grandes esperanzas y también para lo que anuncia lo peor, en el sentido de ¡lo que nos espera! [N. de la T.]

del Otro para que no se pensara que era algo de adentro y muy de uno mismo. Nunca se está bien calentito en el inconsciente. No es lióme sweet home, sino más bien ima casa encantada, lo que Freud llamaba lo ominoso. Lacan también era de la idea de poner en el horizonte de la expe­ riencia analítica lo que llamaba, de ima manera muy hegeliana y kojéveana, el discurso Universal, cuando quizás en los años cincuenta era más fácil pensar el discurso del Otro y el discurso Universal unifica­ dos, como cierta totalización, aunque solo fuera potencial. De la mis­ ma manera que en aquellos años se podía hablar más fácilmente de la estructura de lenguaje, que tal como intentamos construirla a partir de lo que fue la lingüística estructural merece el singular. Sin embargo, cuando se apunta a la lengua, se está en el plural y sin duda es más di­ fícil de totalizar. En los años cincuenta el discurso Universal estallaba en contradic­ ciones y la fisonomía política del universo, por ejemplo, se presentaba en formas seriamente contrastadas, mucho más que hoy. Solía decirse: Está el campo socialista, está Occidente y después están en el medio o en otra parte los no alineados. Pero aim así, ese mundo aparentemente estallado, tripolar, hasta cuatripolar (también está el Cuarto M im do), se prestaba más fácilmen­ te para hacer creíble ima referencia a los discursos del Otro y Univer­ sal. Tenemos aquí términos que hoy son -paradójicam ente, debido a cierta «globalización» (entre com illas)- más discutibles, como si el en­ frentamiento binario o tripolar mantuviera ima unidad y el hecho de que no haya más adversario político asignable produjera un senti­ miento de fragmentación discursiva. Por lo cual, de la misma manera que se dice que la universalidad de los años cincuenta era muy relativa, nuestra fragmentación no impide cierto número de referencias o encuentros, para hablar como Détienne retomado por Éric Laurent: Olimpia, Delfos, Délos... Finalmente, gra­ cias a esto, tenemos las fechas, el calendario... Evidentemente hay mu­ chos calendarios, pero son todos transformables en otros. Tenemos ca­ si una lengua universal, el Basic English, que ya no es más el inglés. En realidad, es el inglés como lengua franca, que hace que desaparezcanlos profesores de literatura inglesa, es el inglés de todos. Y luego hay cierto número de instituciones con vocación universal que sirven tam­ bién de referencias, aunque estén amenazadas. Se ubica en primera fi­ la la institución privada CNN, que pone las imágenes de lo que llama-

mos grandes acontecimientos a disposición de cada uno sobre casi la totalidad de la Tierra (hay sin duda sectores pobres en África que aún no tienen CNN, pero poco a poco les irá llegando). Nos preguntamos entonces por el estatuto de los discursos del Otro y Universal -referencia esencial de Lacan en su renovación del psicoa­ n álisis- teniendo en cuenta datos de hoy. De aquí en más no hallamos en Lacan un solo estatuto del Otro si­ no dos: hay en el Lacan más clásico, si me permiten, tm estatuto del Otro unitario y consistente indicado con la letra A mayúscula, y luego tm estatuto inconsistente del Otro, marcado con la letra A, pero afecta­ da por tma barra (/.), que señala que este Otro está en déficit, en extin­ ción, que es eventualmente -la s lecturas son m últiples- deseante, que está aquejado por tma falta o incluso que carece de existencia, hasta tal punto que solo queda su significante, el famoso significante del Otro tachado: S ($.). ¿Recuerdan el gato de Cheshire de Lewis Caroll, que desaparece y del que no queda más que su sonrisa? El significante del Otro tachado es algo de este orden, es lo que queda cuando el Otro de­ saparece. Luego, ya tenemos en el Lacan clásico este doble estatuto que nos sirve de referencia.

La identificación contem poránea Después de la introducción de nuestro prim er encuentro, nos pu­ sim os de acuerdo para abordar hoy nuestro trabajo por las patologías contem poráneas de la identificación, donde es m ayor la incidencia del estatuto del Otro. Nos preguntam os entonces qué pasa con la identificación si el Otro no existe. Lacan había tomado (y después de todo es una elección, tm acento, tma puntuación que hace sobre Freud) la identificación como referencia en la clínica. Atmque nos acostum bram os a esta distinción, destacar la identificación como él lo hizo es una operación m uy específica. Y esto obedece a m i enten­ der a que la identificación como tal, volví a recordarlo la últim a vez, es una noción que, a diferencia de m uchos otros conceptos freudianos (los del «Proyecto de psicología», por ejemplo), evidencia la rela­ ción con el Otro. La identificación solo es pensable sobre el fondo de la relación de objeto, lo que explica que Lacan la privilegie y tam bién que cuando después de la guerra-escribe «Acerca de la causalidad psíquica» la dis­

tinga com o el resorte de dicha causalidad, destacando que lo esencial es el m odo de relación con el Otro.

Dejando de lado las referencias psicológicas, Lacan fue construyen­ do su estadio del espejo a partir de «Introducción del narcisismo», de la teoría de la identificación freudiana como identificación imaginaria y, finalmente, de «Psicología de las m asas...». El paso siguiente, que dará con su noveno seminario, consiste en distinguir de la identificación imaginaria la identificación simbólica. Después de haber aislado en £/ seminario S el objeto agalmático de la transferencia, se desliza al otro extremo y, con su seminario sobre la identificación, expone la teoría del ideal simbólico. Este es un ejemplo de la lógica que anima el conjunto del trabajo de seminario de Lacan, quien pasa a lo sim bólico categorías primero atribuidas a la dimensión imaginaria. Si la transferencia empieza siendo para él un fenómeno que debe si­ tuarse íntegramente en el registro imaginario, el recorrido de su semi­ nario lo conduce a desviarla sobre el eje simbólico con la teoría del su­ jeto supuesto saber. De la misma manera despeja el valor simbólico de la identificación, que es primero para él un fenómeno por excelencia imaginario, pensado incluso en referencia a la etología, al comporta­ miento animal. También la libido, freudiana, primeramente considera­ da como fenómeno im aginario, se ve luego traducida en el eje simbó­ lico como deseo. H ay aquí tma lógica de conjunto, que solo señalo al pasar, pese a que sería interesante demorarse en ella. Al abordar hoy el tema de la identificación contemporánea inten­ tando sin duda igualm ente anticiparla, recuerdo el materna de la iden­ tificación simbólica de Lacan: I (A), donde se escribe que se opera una extracción significante del Otro, que hay que distinguir de y articular con la extracción operada sobre el cuerpo del sujeto, al que también es posible reconocer la cualidad adjetiva de Otro. Y hay razones para distinguir estas dos escrituras: a pWtir de «Psi­ cología de las m asas...», Lacan refiere la identificación simbólica al ideal del yo en su función esencialmente pacificante de las relaciones del sujeto con el Otro. En cambio, la que tiene ima falta, urndeseo, esa A eventualmente glotona, es una función mucho más inquietante, en absoluto pacífica, en la que quizá se encontraría ima transcripción del superyó freudiano. Lo indico como referencia para convergir Freud en Lacan, si me permiten.

S(¿)

I (A)

superyó freudiano

ideal del yo

Agrego al comentario de este materna que, en la concepción clásica de Lacan, su lugar y su función se ubican en referencia al sujeto como sujeto tachado, un sujeto que tiene una falta o que es una falta, que es en sí mismo inexistente y que encuentra su complemento significante en el significante de la identificación. De este modo Lacan puede escribir que la marca que el sujeto reci­ be del lenguaje (esto remite a la barra) se colma con el trazo primero del ideal del yo. Luego, se trata de im relleno significante y Lacan ado­ sa a esta $ la identificación freudiana, la identificación con el rasgo imario. Pero existe un segundo modo de colmarlo. En la concepción clásica de Lacan, se puede colmar al sujeto tachado de maneras distin­ tas: una significante, por la identificación, y la otra por el objeto. El Nombre del Padre es la misma clase de concepto que I y A. Y para distinguir, nombrar estos dos- colmamientos diferentes, diría que uno pertenece a la serie de metáforas subjetivas que Lacan propo­ ne (hay distintos tipos de significantes capaces de sustituir al sujeto ta­ chado) y una segunda vía complementaria, distinta de la prim era, es la.del fantasma y la conexión fantasmática. El sujeto que no es m ás que su propia miseria, el sujeto tachado, solo encuentra un equilibrio y un apoyo en una metáfora subjetiva, por un lado, y en una conexión fan­ tasmática, por el otro. I metáfora subjetiva a conexión fantasmática

Constatamos que la referencia I (A), el significante tomado del Otro como tal, del Otro que existe, tiende a desaparecer en la enseñánza de Lacan y encontramos su nueva versión en lo que llama el significante amo, Si. Pero nos preguntamos a qué obedece esta nueva versión. Al hablar de significante amo más bien que de ideal del yo, de significan­ te de la identificación con el Otro, lo primero que desaparece es la re­

ferencia al Otro. Solo se mantiene en ima forma más simple, como refe­ rencia al Otro significante: Si, S 2. Esta es otra diferencia que veo y planteo independientemente de nuestra reflexión contemporánea. I (A) era en Lacan ima identificación primera. Por un lado estaban las identificaciones imaginarias, que en un sujeto no forman nunca im conjunto coherente, sino más bien un caos, ima miscelánea más o menos organizada de identificaciones imagina­ rias. A merced de los encuentros, de las fluctuaciones de la libido, el su­ jeto toma eventualmente tal rasgo o tal aspecto de un semejante. Y aquí ubicaríamos lo que sería la mujer según Sachs, Hanns Sachs, esa que to­ ma las opiniones del hombre con el que vive; según el amante que tie­ ne, ella es de izquierda, de derecha, ama la novela, solo le gusta la poe­ sía, etcétera. Se trata de im tipo clínico circunscripto, que existe, y que nos da una idea incluso divertida de la mezcolanza de identificaciones imaginarias. Ahora bien, la identificación simbólica es de im registro completamente distinto, es verdaderamente el Uno de la identificación, la identificación primordial e inconsciente, que colmó el déficit del suje­ to de ima manera primaria y en el fondo imborrable. Luego, se introduce la identificación simbólica con este carácter de primordialidad. Este es el valor que doy a lo que encuentran en la pá­ gina 787 de los Escritos, donde Lacan menciona I (A) como un signo de la omnipotencia del Otro. Allí, para colmar la marca invisible que el sujeto tiene por el significante.(es la barra de la S), el rasgo imario -re ­ ferencia freudiana- aliena a ese sujeto en la identificación primera que forma el ideal del yo. El punto esencial es el carácter primordial asig­ nado a este ideal.

La sociedad deliberante Con Si aparece otra cosa en el horizonte: si bien se conserva cierto valor de carácter primario en el índice de este significante, al mismo tiempo está abierto a un relativismo histórico, ya que encuentra su lu­ gar en un discurso del amo cuya presencia histórica debe calibrarse. Por otra parte, a Lacan a veces le gusta leer este Si como enjambre,7 le gusta pluralizarlo, incluso construirlo a partir de un lugar donde pue­

7. Si es en francés homófono de essaim (enjambre). [N. de la T.]

den sucederse términos de estructura muy diferente, que desempeñan la misma función que este significante amo. Se ve que un término que no es en absoluto significante, como el objeto a, puede ocupar el lugar y desempeñar en un discurso el papel de un significante amo. De ma­ nera que el pasaje del materna de I (A) a Si traduce tma pluralización del significante identifica torio y la miscelánea, que antes era privilegio de lo imaginario, se observa también en lo simbólico. Así, el significan­ te amo puede calificar todo significante en nombre del cual yo hablo y, como solo hablo en nombre del padre, este parecía el significante amo por excelencia. La sustitución de Si anuncia que el Nombre del Padre no es más que un significante amo entre otros, y por eso Lacan termi­ nará pluralizándolo y hablando de los nombres del padre. Este Si de Lacan es más bien equivalente a un I (A), a lo que qtieda del ideal cuando desapareció todo, el ideal sin el resto, sin el sistema, desparejado. Mientras que, como recuerda Lacan, el Nombre del Padre es el significante amo según la tradición -aunque no forzosamente se­ gún todas las tradiciones-, el Si siempre tiene un carácter arbitrario o, en todo caso, de semblante: En cam bio;no nos damos cuenta de qtie el Nombre del Padre es semblante, es algo que durante mucho tiempo no sepereibió Jl-Si-esTa-versión-de J a ver tiente identifica toria,. cuando se sabe que carece de valor y sin embargo funciona. Quizás arbitrario no sea el término justo, sería mejor: queda abierto a la discusión, como expresan los autores de los que podemos hablar, que dan vueltas en tom o al significante amo e indican que, en efecto, está abier­ to ... -¿Q uiere golpearlo? ¡Qué interesante! Hablemos de eso. / -Incendiamos las iglesias negras del sur de los Estados Unidos... / - E s un punto de vista, pe­ ro ¿era compatible o no con el orden deliberativo general que debe regimos? Luego, el Si es I mayúscula en épocas de desamparo, si me permi­ ten, en tiempos de discusión, en tiempos de la sociedad deliberante. Por eso Lacan proponía escribir como significante amo del discurso ca­ pitalista al sujeto barrado mismo. Proponía para dicho discurso que, de hecho, no había más significante amo que la propia vacuidad del sujeto, su propio culto de su propia autenticidad, su propio desarrollo, su propia expansión, su autorreferencia, y con el correspondiente de­ ber de vivir y de gozar. El deber de vivir se mantiene con una fuerza coercitiva tan extraor­ dinaria que hace que poco a poco vaya desapareciendo en las socieda­ des avanzadas el derecho a matarse, por ejemplo, con el cigarrillo, el tabaco. El fenómeno puede seguirse de año en año: desde hace diez

años que se fuma cada vez menos en las reuniones, incluso en las nues­ tras. Ayer, en una reunión de dirección en la Escuela de la Causa Freu­ diana, creo que yo era el único que fumaba, lo que me preocupa mu­ cho... ¡por los demás! Quiero decir que poco a poco ese derecho, esa obligación de vivir... ¡Y no hablemos del deber de gozar, que se im po­ ne con especial ferocidad! Evidentem ente nos hace falta estudiar el estatuto contem poráneo de las identificaciones. Suponiendo que el verdadero valor de Si sea I (A), ¿cómo se presenta, cómo vacila el significante amo cuando no es­ tá adosado al Otro consistente? ¿Cómo se sostiene un significante amo en tiempos en los que el Otro no existe? La pregunta importa porque este significante de la identificación es el encargado de insertar al suje­ to en el engranaje del discurso del Otro, y sería muy distinto encon­ trarlo flotando respecto de dicho discurso. Se trata de saber en qué medida la sociedad deliberativa, que gana en todas p artes..., aunque se creyera que con su vieja tradición monár­ quica, jacobina, cortadora de cabezas, sacrificadora, la República Fran­ cesa estaba al abrigo de disolverse en ella. En fin, se terminó o acaba­ rá mañana. No hay frase de un candidato norteamericano a la presi­ dencia de los Estados Unidos que no esté programada por los institu­ tos de sondeos y por sus propios sondeadores para saber lo que la gen­ te dice; es algo calibrado milimétricamente. Ciertamente nosotros aún no llegamos a eso, pero avanzamos hacia allí un poco más cada día; a saber, empezamos a sumergirnos en una sociedad deliberativa cuya verdad es que quizá sea ima sociedad de debilidad. No sé si será muy popular lanzar esto: después de ¡a sociedad de consumo, la sociedad de debi­ lidad. Y es que en este caso no solo el sujeto flota en el discurso del Otro, sino que el propio discurso del Otro aparece fluctuante, pulveri­ zado, fragm entario. Tal vez podría estudiarse una suerte de debilidad generalizada en la época del Otro que no existe. Los comités de ética son, en definitiva, la conversación de los débi­ les - e n sentido propio, no en el sentido común, vulgar-, la conversa­ ción de los desconectados del discurso del Otro. Como ya no hay dis­ curso del Otro, en su lugar estamos obligados a conversar, discutir, evaluar, deliberar y charlar. El inconsciente que Lacan creó para nosotros se refería a la estruc­ tura del lenguaje y al discurso del Otro, y el inconsciente que remite a los equívocos de cada lengua es sensiblemente distinto. Después de esta introducción, paso la palabra a Éric Laurent.

«Un silencio quebrado» É ric L a u r en t : Antes de arrancar con la charla, quería compartir con ustedes una lectura que hice recientemente -ayer en realidad- de ima conversación de Jacques-Alain Miller (porque aquí él no hace más que hablar conmigo, con ustedes, pero también habla con otros, en conver­ saciones sobre la identificación en el psicoanálisis) con otro psicoana­ lista, presidente en ejercicio de la Asociación Internacional de Psicoa­ nálisis, el señor Horacio Etchegoyen, su amigo Horacio Etchegoyen. Como recordaba Miller, ellos se conocen desde hace quince añ os... J a cq u es -A la in M il l e r : No sé si todos entendieron que la Interna­ tional Psychoanalytic Association es la IPA... É r ic L a u r e n t : La conversación se mantuvo en Buenos Aires el ve­ rano pasado, casi al mismo tiempo que se desarrollaba el Encuentro In­ ternacional. Su texto, que pronto circulará entre todos, contribuye por su propia existencia y su carácter de conversación a ... J a c q u es -A laim M il l e r : ¿La debilidad? É ric L a u r en t : Quizá no a la debilidad, al carácter fluctuante, pero seguro contribuirá a reforzar la idea de que será necesario hacer exis­ tir algunos comités de ética para seguir esta discusión, para que justa­ mente responda a su título, que es: «Un silencio quebrado». Circulará como folleto accesible para todos... J a c q u e s -A la in M il l e r : .. .en el plazo más corto posible. En Buenos ' Aires ya circula desde hace dos días. . É ric L a u r en t : Desde hace dos días está en Buenos Aires, que es una ciudad que vibra, así que supongo que no se difundirá en silencio. H ay en la conversación cosas magníficas, que todo el mundo podrá descu­ brir, como por ejemplo cuando Jacques-Alain Miller plantea que en de­ terminado m omento él^aliña d é l^ ira a M lB is^ b á M o n o ^ lírlP A ry ^ e h presidente de la institución responde que es un punto de vista que él puede comprender, que no comparte, pero cuyo valor no niega en ab­ soluto, lo que perm ite continuar discutiendo con el corazón en la m a­ no. El juicio de Horacio Etchegoyen sobre los análisis de la EPA y la ma-

ñera en la que distingue corrientes, identificaciones, diferencias, es ex­ tremadamente interesante, al igual que los juicios de Miller sobre esas corrientes de la IPA, que no carecen de interés. Se hallará ima perlita en la simplicidad con la que Jacques-Alain Miller resume los grandes debates que ocuparon muchas páginas so­ bre la relación del psicoanálisis con las neurociencias. Según él, en el diálogo entre la psiquiatría y las neurociencias, cuando la psiquiatría dice a las neurociencias: Te amo, estas responden: ¡Revienta! Esta expre­ sión fuerte explica que el médico se volvió el distribuidor de produc­ tos inventados por las distintas industrias químicas y su juicio clínico ya no es una brújula. Por otra parte, cuando se intenta saber cuál puede ser la imagen del Edipo en el cerebro o en el estado funcional del cerebro, recordamos que también se buscó durante siglos cuál era exactamente la imagen de todo acontecimiento del mimdo en el espíritu de Dios y que esto no hizo avanzar mucho la cuestión. Este tipo de acercamientos, que no son frecuentes en estas discusio­ nes, permiten encaminarse hacia esta conclusión decisiva: el futuro de­ penderá de la manera en la que cada uno de nosotros interprete sus síntomas. Y esto nos conduce a nuestra charla, ya que la identificación es ima manera de nombrar la interpretación que cada uno realiza de sus sín­ tomas. Está la identificación en sus relaciones con el síntoma, que Freud aborda especialmente en el capítulo VII de «Psicología de las masas y análisis del y o » ..., donde distingue tres tipos de identifica­ ción: en prim er lugar, la identificación con el padre; en segimdo lugar, la identificación con el síntoma; y en la página 101 indica de la tercera: «Hay un tercer caso de formación de síntoma, particularmente fre­ cuente e importante, en que la identificación prescinde por completo de la relación de objeto con la persona copiada». Y refiere el siguiente ejemplo: Por ejemplo, si una muchacha recibió en el pensionado una carta de su amado secreto, la carta despertó sus celos y ella reaccionó con un ataque histérico, algunas de sus amigas, que saben del asunto, pesca­ rán este ataque, como suele decirse, por la vía de la infección psíquica. El mecanismo es el de la identificación sobre la base de poder o querer ponerse en la misma situación. [...] Sería erróneo afirmar que se apro­ pian del síntoma por empatia. Al contrario, la empatia nace sólo de la identificación, y la prueba de ello es que tal infección o imitación se es-

tablece también en circunstancias en que cabe suponer entre las dos personas una simpatía preexistente todavía menor que la habitual en­ tre amigas de pensionado.

La identificación por el síntoma se vuelve el índice de un lugar de recubrimiento de dos yo, que debe mantenerse reprimido. Freud plan­ teaba así un modo de la hermandad femenina. ¿Cómo sería hoy un dormitorio compartido en un internado de señoritas? Prim ero... J a c q u es -A lain M ill er : Habría que informarse.

Epidem ias É r ic L a u r en t : Habría que informarse pero tenemos algunos indi­

cios. En primer lugar, existen cada vez menos los dormitorios compar­ tidos. En los internados, sobre todo en los de la enseñanza secundaria, ya no hay prácticamente más por restricción de crédito. Todavía exis­ ten ciudades universitarias, pero, debido a cambios de hábitos, rara­ mente están~dedicad:as solo-a-Tas-muchachasr-La-eonstrucc-ión-de d u -dades universitarias cedió el paso a la elección de la habitación indivi­ dual en casas de gente de la cmdad, alquiladas con subvenciones del Estado, lo cual no contribuye a la epidemia, que necesita identificacio­ nes fuertes. Piensen en los muchachos, ¿cómo eran sus internados cuando Freud escribe sobre los de las jovencitas? Hay una referencia sublime en la literatura que es el texto de Musil Las tribulaciones del estudiante Torless, quien ante la fuerte identificación de la banda de muchachos, el banding masculino, especialmente feroz, es conducido a un estado de desamparo, cae fuera de la identificación. Es­ ta Hilflosigkeit lo dejará - y se sabe que es la experiencia del propio Musil- en un estado que le permitirá escribir la primera parte de El hombre sin atributos. Desde este lugar liberado de cualquier identificación, capta la cacofonía de lo que llama además Cacania, del charloteo del imperio ~austrohúngaro,„que estaba perdiendo todas sus identidades. Hoy existen algunos internados que resisten febrilmente, como por ejemplo los colleges ingleses, que son mixtos. En Oxford y Cambridge la identificación aún se mantiene. Quien no escuchó el oficio de víspe­ ras, evensong, en el Christ Church (donde todos los días se oye Purcell y toda la serie de la música coral inglesa), con cierto número de jóve-

nes ocupando los puestos, no entiende por qué la generación esteta de la preguerra inglesa, identificada con T. S. Eliot y su cristianismo de desesperación, pudo perecer bajo el cielo de la Inglaterra de 1940 mos­ trando a los alemanes cómo sabían morir los dandis, ya que ellos no se conducían con dureza. Seguían la palabra identíficatoria de un aristó­ crata profundamente identificado con la aristocracia inglesa: Winston Churchill, quien no nació eii tm internado... ¡Tendrían que ver dónde nació! En el Palacio de Blenheim, que, según la guía de Inglaterra, construyó el rey de dicho país para el vencedor de los ejércitos de Luis XIV, que amenazaban ocupar el continente. En su parque, que el pro­ pio Churchill describió a su mujer como la vista más bella de toda In­ glaterra, está la columna donde se ve al duque de Marlborough como triunfador romano poseedor de la victoria. Evidentemente, tmo piensa: ¡Este es alguien! Y cómo no escuchar en la retórica shakespeareana de Churchill esta formidable identificación aristocrática que no se ahorra y que obstaculiza la igualdad, la unifor­ midad democrática, y contra la cual se levantaba. Existen además otros internados, otros colegios, por ejemplo en los Estados Unidos, donde el multiculturalismo hace que después de tma década de lucha contra lo políticamente correcto (en Francia se cree que es contemporáneo pero hace diez años que en dicho país hay tma batalla encarnizada contra la tendencia al lenguaje único), en los cam­ pus universitarios, en los dormitorios compartidos y en los lugares donde se reúnen los estudiantes, se presenten identificaciones extre­ madamente difíciles, con coordenadas múltiples. Cabe aclarar que nadie duda de que las identificaciones fuertes de estos internados tengan un aspecto sexual, pero cuando se desmoro­ nan nos permiten entrever qué sería tma epidemia histérica. En efecto, en lugar del Si se tiene el enjambre, pluralizado, que zumba y testimo­ nia simplemente la presencia de algo que allí se siente. El m ejor lugar para examinar qué es tma epidemia histérica con­ temporánea es por supuesto los Estados Unidos, porque existen en di­ cho país y a gran escala y porque son estudiadas como tales. JeanClaude Maleval presentó una de estas epidemias en el coloqtúo de Angers de la Sección Clínica, la cual gira en torno de personas que decla­ ran haber sido raptadas por extraterrestres. Esta epidemia es posible en los Estados Unidos porque los nortea­ mericanos son por definición extraterrestres, ya que fueron arrancados de hecho o de derecho de porciones de tierras dispersas para reencon­

trarse en la tierra de la libertad. Y la célebre prosopopeya «Dejen venir a mí sus cansados pobres, sus multitudes hacinadas...» deja abierta la definición del Otro como la tierra entera, a veces persecutor. Hay un norteamericano qiie se interesa en las tradiciones identificatorias de los Estados Unidos, el señor Robert Bellah, autor contemporáneo, quien se fijó especialmente en la tradición puritana del leaving home, que desde los padres fundadores admite como gran ritual de pasaje el joven que deja la casa y busca solitario el camino de Dios. Una vez que se unifica la civilización, el extraterrestre se vuelve por definición el Otro de los Estados Unidos. El mundo globalizado los torna vulnerables a las ideas de Orson Welles y su famosa em isión so­ bre la invasión de Marte, o a las películas Encuentros cercanos del tercer tipo (donde Truffaut desempeña ion papel formidable), ET o incluso Día de la independencia, que también batió todos los récords. Y no es solamente porque el Otro es el extraterrestre. En el estudio de la formación de los Estados Unidos, Tocqueville ubicó el lugar de la creencia, contrapoder necesario ante la dispersión de la sociedad civil, que permitía'un punto de identificación, de unificación en esta multi­ plicidad de asociaciones voluntarias. No hay incredulidad en lo s Estados Unidos, donde v a le más la New Age que Voltaire. Hallamos en el vasto repertorio de dicho país epidemias histéricas más localizadas, que perm iten por otra parte definir zonas culturales. La m ejor zona cultural está allí donde cierta epidemia histérica puede desplegarse o una creencia... Dejo de lado la discusión sobre si se trata de creencia paranoica o de epidem ia histérica. Por ejemplo, el Bible B elt... Como saben, en los Estados Unidos se habla de cinturón porque los monocultivos perm itieron distinguir cinturones según los climas, y luego por generalización se habla de la zona donde los predicadores evangelistas se refugiaron a lo largo de la historia de dicho país. Luego, el Bible Belt, el cinturón bíblico, una región donde los predicadores solo se autorizan a sí m ism os en un sentido m uy específico, o bien la N ew Age Belt, la California lle­ na de creencias de lo más variadas. Hay en esa región una epidem ia muy bien estudiada que se desplegó éñ el país desdé la era de Reagan y que ocupó The New York Review ofB ooks en num erosas y lar­ gas ocasiones. Se trata de una epidemia de autodenuncias de accio­ nes incestuosas de parte de familias m uy perturbadas sin duda y en las que los acontecim ientos referidos parecían muy im probables, so­

bre todo cuando ponían en escena confesiones que convocaban al diablo y sus acólitos como si hubieran desempeñado un papel deci­ sivo en la operación. Cierto número de psicólogos se dedicó al retorno de los recuerdos de seducción reprimidos y hubo una cantidad considerable de proce­ sos en familias en las que el padre era denunciado por las hijas, o a la inversa, que exigían a las compañías de seguro las más variadas in­ demnizaciones. El fenómeno empezó a desarrollarse en 1980, 1982, y en 1994 encontramos una serie de publicaciones sobre el tema: Elizabeth Loftus y Katherine Ketcham publican The Myth o f Repressed M e­ mory, sobre falsos recuerdos y alegatos de abusos sexuales; hay una obra de Laurence Wright, Remembering Satnn, y otra, de Ofshe y Watters, que se llama M aking Monsters: False Memories, Psychotherapy, and Sexual Hysteria. Este movimiento desencadenó un gran debate tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, que incluyó a conocidas perso­ nalidades. En Inglaterra, por ejemplo, Peter Lomas respondió en el Ti­ mes Literary Supplement, y en los Estados Unidos un grupo de personas de institutos de psicoanálisis de la IPA se vieron obligadas a contestar en The Neto York Revieiv ofB ooks, lo que no es poca cosa, a ataques ex­ tremadamente sólidos, malévolos de un tal Frederick Crews, que sos­ tenía que en el fondo todas las epidemias descansan en la idea, a su en­ tender absurda, de que hay recuerdos reprimidos, y señalaba como gran culpable a Freud. Para él, estas epidemias demostraban simple­ mente la sugestión sin límite que podía ejercerse. Pero en vez de dedu­ cir de esto que no era adecuado cargar las tintas sobre Satán y compa­ ñía, atacaba a Freud por el daño que habría provocado su idea de que existió una seducción efectiva en los casos de histeria, aunque luego abandonó esa teoría. También alguien en Inglaterra, Anthony Storr, un psiquiatra que es­ cribió un libro sobre Churchill donde indica que este era m aníacodepresivo (lo que no es cierto, aunque tuvo episodios difíciles), pone en su justo lugar todo el mal que provocó el psicoanálisis con su teoría y las grandes epidemias causadas. Recuerda, sin embargo, que había epidemias histéricas antes del psicoanálisis, lo que es un alivio, pero que evoca en todo caso la vivacidad del fenóm eno... J a cq u es -A la in M il l e r : Aceptemos todos los hechos, pero resulta algo molesto para nuestra tesis de que son epidemias contemporáneas al estilo de las del siglo XIX.

Por eso no hay que generalizar. Cuando nos disponemos a hablar de los Estados Unidos como sociedad «New Age» o «deliberativa» (en­ tre comillas), debemos observar que hay sectores y que esto no vale pa­ ra el conjunto de la sociedad. Este es exactamente el concepto que pre­ sentó Freud entre los años 1920 y 1930. Son fenómenos que pondría­ mos gustosos en relación, no sé si con Saint Médard, pero es el m ode­ lo de la epidemia histérica clásica.

Sectas y religiones É r ic L a u r en t : Precisamente, en las tentativas New Age -o digamos Oíd A ge-, con Bible Belt, se nota un esfuerzo por hacer existir al padre, la creencia evangélica en el padre. J a c q u e s -A la in M il l e r : Pongámoslo en serie con las identificacio­ nes de sectas. Guayana, la m asacre voluntaria de novecientas perso­ nas por orden del líder, es un ejemplo de enclaves de una sociedad donde el Otro se borra. Son tentativas de reconstruir según el m odelo-sectario un-Q tr 0 -consistente-.-lo-q-ue-eruese„jnomeni:o terminó en desastre. También está el caso de WAACO, y hay otros fenómenos. Resulta bastante sorprendente la agudeza del debate sobre las sectas en Francia, donde hace m uy poco (¿esta semana?) los tribunales con­ denaron a la Iglesia de la Cientología, que es perfectam ente recibida en los Estados Unidos, donde posee edificios, periódicos y se la con­ sidera tma religión. Visiblemente los poderes públicos se esfuerzan para que no pueda implantarse en Francia, pese a la enorm e cam pa­ ña publicitaria de dicha iglesia, que compra en los periódicos nortea­ m ericanos internacionales como el International Herald Tribune pági­ nas enteras que recuerdan todo el bien que hizo a la humanidad. H ay entonces en este punto entre Francia y los Estados Unidos una dife­ rencia m uy grande, que llega incluso a extremos, puesto que esta iglesia se desarrolla legalm ente en Norteamérica (donde no sé si hay cientólogos en las altas esferas del Gobierno pero no es algo im posi­ ble) y en Francia se está cerca de la p r o h ib ic w ñ ^ l^ fr ir a ó ir d F s u s actividades por delictivas. Se trata de una gran diferencia en la relación con el Otro. El Otro re­ publicano se defiende, posee aún la defensa.

É ric L a u r en t : L o sorprendente en los Estados Unidos es que la má­ quina que crea religiones no se detuvo, cuando sí lo hizo en el viejo mundo, en Europa. De este modo debe leerse el comienzo de la secta mormona, que es hoy una religión, o bien de los adventistas, que están en las esferas del Gobierno. J a c q u es -A la in M il l e r : Tenemos reservas sobre los cientólogos, pe­

ro los m orm ones... É ric L a u r en t : Por supuesto que n o... Esta máquina de hacer reli­ giones se inicia en 1880, cuando alguien ve a un apóstol sobre ima pe­ queña colina, al sur de Salt Lake City; es algo equivalente al traslado de las reliquias de Santiago el Mayor, cuyo cuerpo inexplicablemente apareció, en el siglo IX, en un puerto perdido en el extremo de Occi­ dente, en Compostela y entonces se dice: A llí está. Este tipo de maqui­ naria tiene efectos, funda cosas, basta ir a ver a Santiago. Luego, en Salt Lake City, donde no había nada, se levantó una ciudad, lo que hace brotar creencias. Para alguien de nuestro mundo, sorprende ver hasta qué pimto esta máquina identificatoria está en marcha y construye en zonas aún inestables. Y la cientología es el ejemplo mismo de la zona inestable... ¿Lo lograrán? En todo caso, los mormones y los adventis­ tas están perfectamente instalados. Cuando se toca el significante amo y la comunidad se aleja de sus santos, se comprende la importancia del debate entre estas comunida­ des sustanciales, estas comunidades de creencia en las que hay identi­ ficación con un modo muy definido de goce -sin llegar hasta la secta imperativa, hasta las comunidades globales o globalizadas sin referen­ cias m aterializadas. De ahí la importancia del debate abierto por cierto número de au­ tores sobre la naturaleza de lo que debe o puede ser ima comunidad. Conservadores y liberales retoman esta necesidad de definir comuni­ dades cuando el lazo social se globaliza y se destruye en varios pun­ tos, cuando el multiculturalismo se vuelve la norma y el trabajo ya no es un valor identifica torio (por la inseguridad que reina en este punto, porque en el futuro el sujeto moderno en períodos frecuentes de su vi­ da se hallará sin trabajo, se enfrentará con la desocupación estructural del mundo o tendrá ocupaciones que no le darán identidad como tra­ bajador, como Arbeiter, en términos de Jiinger). Y los psicoanalistas norteamericanos lograron ubicarse de tal ma­ nera en el discurso estadounidense que se los considera absolutamen­

te excluidos de toda pertinencia en este registro. Charles Taylor señala en su obra Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna que to­ do lo que el psicoanálisis nos ofrece como sentido del yo es tma instan­ cia capaz de dirigir la acción del sujeto de manera estratégica y que in­ tenta obtener tm margen de maniobra ante las demandas imperiosas del superyó y la urgencia del ello. Según sus palabras, el ego idealmen­ te libre no es más que un calculador lúcido de lo que puede obtener e incluso de sus ganancias, o f papers. J a cq u es -A la in M il l e r : Ya es algo viejo. É ric L a u r en t : Es del 86. También está Rorty con su ensayo titulado «Freud and Moral Reflection», que piensa que Freud no contribuyó mucho a la cuestión moral. Ya se trate de la pregunta ateniense (¿la jus­ ticia es ventajosa?), ya de la pregunta californiana (¿qué parte de repre­ sión estoy obligado a soportar?), Freud no tiene respuesta porque su campo (la vida privada, la búsqueda de tma personalidad, los esfuer­ zos que hacen los individuos para reconciliarse con ellos mismos) es la porción de la moralidad que no puede identificarse con la cultura. Más allá de la identificación que desarrolle. Freud como mecanism o, para Taylor y Rorty el psicoanálisis es un asunto de vida privada, de aden­ tro, de reconciliación con las partes contradictorias de tmo mismo, que no cuenta cuando se quiere definir de manera clara tma concepción sustancial -q u e es tma ontología, tma evaluación fuerte, en términos de Taylor- de lo que es el bien, que permite que cierto número de su­ jetos vivan juntos, y lo que los mantiene así. Y esto resulta raro si, por el contrario, se parte de la identificación, que depende a la vez del sig­ nificante, del rasgo de identificación desmaterializado, pero también del objeto, que designa tm margen de goce. Para nosotros resulta extraña esta posición asignada al psicoanalis­ ta si seguimos lo que Jacques-Alain Miller llamó la posición de identi­ ficación del yo como modo de gozar, tal como se lee en Lacan cuando reestructura la cuestión de la identificación.

.......

¿Q ué hacer?

J a c q u es -A la in M il l e r : Solo con escuchar estas citas de filósofos norteamericanos me exaspero; la reconciliación con uno mismo es sin

duda una presentación estrecha del psicoanálisis. Pero ¿qué oponen ellos a esto? La urgencia sería la cuestión de qué hacer, para decirlo al estilo de Lenin, y ellos proponen discutir unos con otros. ¿Qué hacer? Discutir. Mientras que finalmente siempre hay algún otro que hace al­ g o ... De todos modos, los autores y el período que citas corresponden a la Norteamérica posterior a Vietnam. Y es que hubo un momento en que el qué hacer los agarraba del cogote y se trataba de saber si uno de­ sertaba o se quedaba; había un debate moral que tenía su grandeza. Entonces están en la fatiga ética del momento posterior a Vietnam, co­ mo si se tuviera mucho tiempo para discutir. É ric L a u r en t : E s el período del rearme moral después de Viet­

nam ... J a c q u es -A lain M il l e r : Hay muy pocos motines negros, las condi­ ciones de vida empeoran, la segregación aumenta, etcétera. La difu­ sión de drogas en las comunidades negras logra que ya no existan grandes estallidos, grandes levantamientos (estos duran tres o cuatro días, no tienen la misma energía que en otra época). Tampoco está la presión de Vietnam. Como se encuentran en un período de calma po­ lítica, tienen los filósofos de la discusión. ¿Qué hacer? El psicoanálisis no es interesante. ¿Qué hacer? Discutir; se toman el tiempo para discu­ tir entre ellos a fondo las cosas. No es la vida privada, porque Charles Taylor no se casó con Richard Rorty, sino: Discutamos sobre tal coloquio, en el otro coloquio, etcétera, e invitemos a los compañeros de otra parte para seguir discutiendo afondo. Están los que creen, como Habermas, que es preciso discutir para ponerse de acuerdo (son los más rurales, francos y honestos) y para resolver el problema de ponerse de acuerdo sobre las reglas para po­ nerse de acuerdo. Hay quienes piensan que es preciso discutir en gru­ po, no entre personas, sino entre grupos. Por ejemplo, es verdad que los habitantes de Quebec no respetan todas las libertades individua­ les de los anglohablantes y quieren obligarlos a llevar a sus hijos a es­ cuelas de habla francesa. Es un tema grave, ya que se usurpan los de­ rechos individuales de los anglohablantes, ¿pero no hay acaso dere­ chos colectivos de Quebec para sobrevivir como comunidad, como forma de vida? É ric L a u ren t : L os catalanes hacen lo m ism o...

J a cq u es - A lain M ill er : ¡Los catalanes! ¡Los quebequeses! Se arma lío en todo el m undo... Los catalanes lo hacen tan bien que presencia­ mos el renacimiento de la lengua catalana, la nación catalana, que se deslizará lentamente mañana en la ¡ONU! Entonces está la idea de discutir de grupo a grupo, que es más bien la posición de Charles Taylor, y luego la de discutir para ver quién ha­ blará mejor, donde se ubica Rorty. Discutamos para ver quién resulta­ rá más placentero para el otro o los otros, o discutamos para componer el más bello poema, sabiendo que es algo que nunca dura mucho tiem­ po, ya que uno se cansa. Hay, pues, tm esteticismo de lo escrito - y es­ to es muy serio-, un esteticismo de este discurso reducido profunda­ mente al semblante; a saber, es tma manera de decir, tm relato. Están la narración heideggeriana, la narración hegeliana, que son bellos relatos que arrullaron la infancia de varios de nosotros, quienes seguimos contando esas historias. Luego, finalmente, yo prefiero la vida priva­ da, pienso que hay más cosas en ella que en estos tres modos de discu­ sión. Simplemente reaccioné así no a tus palabras sino a tu relativa in­ dulgencia sobre estas palabras. En fin, volveremos sobre, esto m uy.se­ riamente, ya que tenemos casi tm año. É r ic L a u r e n t : No solo está esta concepción con la que Taylor recha­ za las dos grandes morales contemporáneas (los utilitaristas y los kan­ tianos) argumentando que ambas son insuficientes, que por distintas razones el cálculo de tmos y el imperativo de otros están vacíos, cuan­ do deben rehacerse comunidades con contenido. Taylor se opone ade­ más a la concepción de John Rawls, que inspira actualmente a la m a­ yoría de los partidos socialdemócratas. J a c q u e s -A la in M ill er : Escribiré su nombre en el pizarrón... É ric L a u r en t : Sí, aunque todo el mundo debe de conocerlo... Se opone a la teoría de la justicia de Rawls, quien quiere definir, una teo­ ría política de la justicia, no metafísica. No son objetos asignables, sim­ plemente en el debate político se podrá saber lo que es justo y lo que no7lo~que~es 'buervo'y"lo_quenbio-esrPara-él-debe--oponerse-lo-que--Ben­ jamín Constant y Locke llaman, la libertad de los modernos.(los dere­ chos de base de la persona y la propiedad) a Rousseau, que acentúa la libertad de los antiguos, esto es, la igualdad de las libertades políticas y los valores de la vida pública.

Tomar todo esto en el marco de la libertad de los modernos, la de Benjamin Constant, es algo que merece ser examinado. Son valores de discusión política, de equilibrio de fuerzas políticas, de los que Rawls deduce principios que permiten organizar la justicia de Estado. J a c q u es -A la in M il l e r : Simplifiquemos diciendo que la libertad de los modernos es el individualism o, es considerar que la sociedad no debe tener fines colectivos y que están los goces privados, donde ella no interviene; y la libertad de los antiguos acentúa la comunidad y los fines colectivos. Esta legitim ación de la comunidad puede implicar ciertos medios de coacción sobre los individuos. ¿Qué es lo absoluto? ¿El individuo moderno, sus derechos, su libertad de expresión? ¿O es­ te absoluto puede ser forzado por ima sociedad que afirma fines co­ lectivos fuertes, con el totalitarismo tanto antiguo como moderno en el horizonte? Y es verdad que la tradición de la república nos impide sentir la in­ tensidad de la controversia, que por el contrario se despliega en los Es­ tados Unidos. Nosotros tenemos un modo republicano de los Dere­ chos del Hombre que hace q u e... Hay un arreglo a la francesa sobre la tolerancia de cierto nivel de corrupción, por ejemplo, en las altas esfe­ ras del Estado. La intolerancia popular respecto de esta corrupción no está al mismo nivel que en los Estados Unidos. Que ahora se hagan se­ mejantes historias sobre cosas que todo el mundo conocía, que parecie­ ron casi anodinas durante mucho tiempo y qne formaban parte de los privilegios de Estado es un fenómeno muy reciente que participa ade­ más del deterioro de la República Francesa. Siempre tuvimos altos magistrados y dirigentes transgresores, con algunas excepciones dignas de admiración. Pero la intolerancia al mo­ do de exigencia moral puritana que se manifiesta en los Estados Uni­ dos (por ejemplo, las dificultades que le causó a su presidente haber perseguido un poco a ima dama) es algo que no se ve en Francia... ¿Cómo llegué a esto? É r ic L a u r en t : Según el modo que siempre se prefirió en Francia, más vale un buen Talleyrand que un ministro honesto. J a c q u es -A la in M il l e r : Exacto. Sobre el tema al que no somos del todo sensibles... Puede parecer ciencia ficción la dureza de la oposi­ ción entre los derechos del individuo y los fines colectivos de ima co­

munidad, porque tenemos una fórmula que se está deshaciendo, se es­ tá agotando y que nos impedía percibir este binario. Por eso es útil mi­ rar a los Estados Unidos para captar el binario que se está creando, ima oposición terrible entre el universalismo de los ideales, del significan­ te, marcado con la I -porque sigue tirando hacia ese lad o-, un llamado sublima torio y después, dialécticamente ligado a este, un anclaje en lo particular tanto más exigente. Y cuanto más se habla de un lado, cuan­ to más se habla de Europa, de instituciones europeas, más se ven afir­ marse a título nacional los particularismos regionales. En los Estados Unidos la desmaterialización y la homogeneización también explican la vivacidad de estas epidemias locales que testimonian un anclaje lo­ cal del goce, que es preciso estudiar como opuesto a los sistemas de los ideales.

¿Cuántos niños? É ric L a u r en t : Es lo-que-se-llama-comunidad,-y todo el comunitarismo debe leerse en esta perspectiva, como anclajes de goce locales. La.tensión con los-ideales.es muy fuerte, y aquí se sitúa el futuro de una reflexión global entre el tipo de comunidad que quieren los con­ servadores y la que desean los liberales en los Estados Unidos. Los conservadores quieren comunidades muy definidas localmen­ te, con un modo muy reglado de formas de goce locales, determinadas por virtudes duras; esto es, una comunidad se define porque se ocupa de sí m isma y se autovigila. En cambio, los liberales la definen por la virtud de la compasión: una comunidad es lo que permite ocuparse de los otros. Por eso la señora Clinton -q u e nunca dejó de ser teórica de la administración dem ócrata- propuso, por un lado, un proyecto nota­ ble de reforma del sistema de salud, que aunque se lo haya hecho fra­ casar, era una base importante de reconstrucción del conjunto, y por otra parte, su último libro, It Takes a Village (Se necesita una ciudad), nutrido por Taylor y cierto número de gente, es un debate para definir dónde el amo político puede detener el cursor entre la tensión de los ideales y la s comunidades ldcales y qué se necesita para educar a un niño. ¿Se necesita una familia bien unida, limpia, justa, y habría que prohibir los niños a todos los otros? Esto es lo que querrían los conser­ vadores, quienes plantean que solo deberían tener derecho a hijos los que son capaces de formar una familia correcta. Y si no se es capaz, na­

da de niños, porque si no después hará falta que todo el mundo se ocu­ pe de ellos. Una posición contraria sostiene que habría modos de tole­ rar todo tipo de familias, que necesitan una muy alta tecnología en tor­ no de instituciones intermediarias, de amparo, albergues, que rempla­ zan a los abuelos, que ya no existen y a los padres, que apenas existen, etcétera, y que todo esto debe mantenerse para permitir transmitir a las futuras generaciones cierto número de valores. J a c q u es -A la in M il l e r : De hecho, se precisa un Otro. Ella intenta determinar en el desastre actual qué tipo de Otro es necesario para educar a un sujeto, para permitirle cultivarse. ¿Es suficiente con el Otro familiar? ¿Qué entorno artificial puede montarse p ara...? Final­ mente, dijo la verdad durante la campaña demócrata: «Lo que se nece­ sita es un presidente como mi marido». É ric L a u r en t : Hay que revisar atentamente It Takes a Village, por­ que tiene tesoros ocultos. Flay que revisar con atención algunos resúmenes, que vienen por otra parte como anillo al dedo. En efecto, ella acentúa un.punto crucial con el que el amo en gene­ ral tropieza: ¿qué Otro se necesita para mantener una tasa de renova­ ción de la población suficientemente importante? ¿Cómo educar a las mujeres para que tengan suficientes niños? ¿Y en qué condiciones? El número de niños no basta, ya que es preciso que haya cierta canti­ dad. .. Y es que no es tma solución que haya, como en los Estados Uni­ dos, cuatrocientos m il niños en los orfelinatos. Este es un debate cru­ cial sobre las poblaciones. Son los m isterios que reserva la regulación de la natalidad y de las relaciones con la población, punto en el que los amos políticos y el psicoanálisis se encuentran. La existencia mis­ ma de la cuestión de la natalidad toca en el centro de lo íntimo del de­ seo, tanto más cuanto que desde hace cincuenta años se regulan los nacimientos y existe tma contracepción por la pildora que abrió algu­ nas perspectivas que antes, pasaban por otras vías (como el infantici­ dio, por ejemplo). No debe pensarse que la regulación de los nacimientos comenzó con la ciencia y la técnica, ya que antes hubo varias estrategias. Por otra parte, como recordaba tm profesor de medicina, la esterilidad masculina es tm invento moderno. En otros tiempos, cuando tm hom­ bre no podía tener hijos, la dama se las arreglaba para que el problema se solucionara sin necesidad de pasar por el conjunto de la ciencia, por

la convocatoria general de técnicas de una sofisticación inaudita. La aristocracia siempre supo encontrar la solución a este problema que, con la democratización, ahora pasa por la ciencia y ya no por linaje. Y es que para los aristócratas el honor se situaba de manera completa­ mente distinta que en el lado posesivo de la burguesía. Sobre el tema de la regulación de la población mundial tenemos la suerte de poseer estudios muy importantes que se realizan cada déca­ da. Cada diez años la ONU convoca a una conferencia sobre la evolu­ ción de la población mundial. La última se realizó en 1994, en El Cai­ ro, y a ella le siguió en 1995 la conferencia de las Naciones Unidas so­ bre las mujeres en Pekín. El encuentro de El Cairo dio lugar a la publi­ cación de informes absolutamente cruciales para abordar este tipo de cuestiones y las relaciones con el psicoanálisis. En primer lugar, por­ que en un relato decisivo el señor Chasteland, francés, estadista, direc­ tor de la División de Población de la ONU que hoy está en el Instituto Nacional de Estudios Demográficos en Francia, observó que a partir de 1994 el conjunto del planeta entró en el modelo de transición demo­ gráfica, mientras que hasta ese momento nos-preguntábamos si no se asistiría a fenómenos muy explosivos. Piensa que asistimos hoy a tma estabilización (la tasa_de^crecimiento_deJa^pobladón mundial es del 1,57%) y que nos dirigimos, ciertamente con distintos calendarios, ha­ cia una entrada en la transición demográfica general. Después de una fase en la que el equilibrio entre nacimientos y decesos se ve fuerte­ mente perturbado por la técnica, por la disminución de la mortalidad (sobre todo de la mortalidad infantil) y por el alargamiento de la vida, habrá tm restablecimiento por tma compensación que hará que el nú­ mero de niños realice la renovación. J a c q u e s -A la in M il l e r : ¿En el planeta?

Los derechos hum anos de las mujeres É r ic L a u r e n t : En el planeta. Según el m odelo de la transición de­ mocrática, fabricaron una transición ^daitogV aficarqué^pasó^W lm a si­ tuación explosiva, que iba derecho a la catástrofe, a situaciones en las que hay regulaciones que hacen que el amo pueda llegar m ás o me­ nos a m anejar el crecimiento económico y ciertos problem as como la educación.

Se considera entonces que la población mundial podría llegar a es­ tabilizarse en alrededor de 11,5 mil millones de habitantes en 2150. Es­ ta estabilización, que puede parecer elevada a espíritus poco avisados, es de hecho simplemente una evolución progresiva de la fecundidad hacia su tasa de sustitución, siempre que no haya modificaciones radi­ cales de los límites de la vida humana (es decir, que se invente algo que permita vivir hasta no sé cuándo, que se produzca una catástrofe, una guerra mundial en la que desaparezcan tres cuartos del planeta). De modo que esta estabilización marcaría el final de un episodio de creci­ miento único por su intensidad, pero muy breve en relación con la lar­ ga historia de la humanidad, según las palabras del señor Jean-Claude Chasteland. Y esta descripción expone una sabiduría femenina ex­ traordinaria: las mujeres son ciertamente ineducables, pero - o quizá por eso m ism o- llegan a regular el nacimiento de niños, el deseo de te­ ner un hijo, en límites que permiten un crecimiento que no sea comple­ tamente enloquecedor. Pensar que nos dirigíamos hacia tm desastre dio lugar a medidas de urgencia catastróficas, propuestas por extrañas utopías. Lina de ellas es la regulación, cuyo camino mostraron los chinos, que lograron controlar su demografía de manera notable, de un modo autoritario, no deliberativo. Hay una película china que se proyecta actualmente en París que describe en forma divertida el control de nacimientos, có­ mo por la división en manzanas supervisadas por tm policía se llegó a controlar muy estrictamente el no más de un niño y cómo tenerlo. Había utópicos, como por ejemplo tm cirujano de Cambridge, quien estuvo a punto de ganar tm Premio Nobel por su astucia en los trasplantes, que quería que en la Constitución hubiera tma ley a esca­ la planetaria que limitara a dos el número de niños que podría tener tma pareja. Proponía además tma suerte de contaminación por un vi­ rus con mecanismo de relojería para que solo se pudieran tener hijos después de los veinticinco años. Según argumentaba, no hay razones para que en tma sociedad.se considere que recién se puede conducir un auto después de los dieciocho años y, en cambio, sea posible tener chiquillos desde los catorce. Su método, que propuso en unas confe­ rencias que dio en El Cairo, sería muy simple, indoloro, bien calcula­ do. Como el hecho de ir hacia la estabiüzación suponía recurrir menos a utopías, el debate tuvo lugar entre diversos puntos de vista y sobre todo entre dos tesis de dos profesores de la Universidad de Harvard,

Amartya Sen, que además es consejero esencial de la señora Clinton, y Mary Ann Glendon, quien representa al Vaticano. Amartya Sen sostenía la tesis -q u e por otra parte defendió en Pekín la señora C linton- de que la única salida para que haya una regulación lo más rápido posible es confiar absolutamente en las mujeres, que es lo que se llamó ivoman empowerment. J a cq u es -A lain M ill er : Dar poder a las mujeres sobre este asunto. É ric L a u r en t : Sí, y que justamente no hace falta en absoluto que los

hombres quieran educarlas; basta darles el poder financiero, de con­ trol, y la cosa encontrará su límite. El Vaticano, en cambio, que hablaba por boca de Mary Ann Glen­ don, considera que eso es feminismo a la antigua... Es formidable la idea de que sea profesora de Harvard, que proponga un feminismo nuevo y que se apropie del significante nuevo. No se trata en absoluto de imponer el feminismo occidental con el sostén de grupos de interés para los cuales el bienestar de la mujer es secundario, en particular los partidarios del control de la población «que esperan - y aquí cito al vocero del Vaticano- lograr süs fines sin mucho esfuerzo, presionando a mujeres desheredadas para que recurran a los anticonceptivos horm o­ nales y al aborto, suprimiendo la ayuda a las familias sin recursos y ce­ rrando la puerta a los inmigrantes». Luego, ella es partidaria de un nuevo feminismo, que no recurra a la más mínima anticoncepción y que considere a las mujeres y los hombres compañeros y no rivales. Se opone al empowerment de las mujeres, que da como resultado rivales. Su lema es que hay que unir en vez de dividir, ser tolerante antes que dogmático. Este nuevo feminismo está representado por personalida­ des tan diferentes como el Papa Juan Pablo H y la presidenta de la Re­ pública de Irlanda... La lista se detiene allí... Por otra parte, como sa­ ben, Irlanda votó por la existencia del divorcio. A partir de esto se definieron en Pekín, el 12 de septiembre de 1995, hace algo más de un año, los derechos humanos de las mujeres (the human -rifffofe-o/^üflme?r).-expresión-que.no.se_.utilizaba hasta ese momento y cjue se usó en una negociación entre la señora Dunlop, representante de la corriente norteamericana, y los .portavoces del Vaticano, que no admitían el enunciado los derechos sexuales de las mujeres. También la administración Clinton -especialm ente el vicepresidente G o re- encon­ tró algo molesta la expresión. Había que hallar otra cosa y alguien di­

jo: los derechos humanos de las mujeres, que incluyen su derecho a contro­ lar y decidir libre y responsablemente sobre las materias relativas a su sexualidad, incluso su salud sexual y reproductiva, sin coerción, dis­ criminación ni violencia. Se trata de un texto hasta ese momento iné­ dito para la historia de la humanidad. J a c q u es -A lain M il l e r : Subrayemos que es absolutamente antico­ munitario: es la absolutización de los derechos del sujeto propietario de su cuerpo, que excluye estar al servicio de las ambiciones globales de tma colectividad. É ric L a u r en t : Y a este texto publicado en septiembre responde la encíclica Evangelium vitae, conocida por todos, que se hizo publica el 31 de marzo de 1995 y a la que el Papa dio el último toque, que afirma por el contrario el derecho de la comunidad antes que el del individuo y la norma moral objetiva antes que esta de libre elección no comunitaria. Podremos retomarlo en otro momento. . J a c q u es -A la in M il l e r : Retomaremos la libertad de los antiguos, la libertad de los modernos, el psicoanálisis de los antiguos, el psicoaná­ lisis de los modernos.

27 de noviembre de 1996

Las tribulaciones de la opinión pública

É ric L a u ren t : Continuaré desde donde me detuve la última vez de­ bido a la hora, pero también me gustaría comentar los ecos que recogí sobre lo que expuse, los comentarios que me llamaron la atención. Hubo dos que se repitieron de distintas formas: en primer lugar, va­ rios me pidieron si podía escribir los nombres en el pizarrón, lo que funciona como una señal de que hay quizá muchos nombres propios oscuros, cosa que tendré en cuenta; y en segtmdo lugar, me pregunta­ ron si podía retomar el comienzo de la demostración. Y es exactamen­ te lo que haré, retomaré el hilo de la demostración con la que sigo la tesis de que el Otro no existe, que enunció Jacques-Alain Miller. Entiendo que se perciba que hay muchos nombres propios porque partimos de un internado en la Viena de fines del siglo XIX para llegar a tma comunidad de mujeres fuera del internado, retiñida en Pekín, que enuncia una tesis universal.

La com unidad planetaria Partí de la tercera identificación que se distingue en «Psicología de las m asas...», que se establece con el síntoma tomado del otro indife­ rente, del otro como todos los otros, para subrayar que era necesaria tma identificación previa fuerte. El se del internado supone tm Otro que existe, ciertamente tm Otro en proceso de transformación (recuer­ den que es la Viena de fines del siglo XIX), pero que existe. Para subra­ yarlo no di el ejemplo del internado de señoritas sino de los internados

de muchachos ingleses, que en el período de preguerra, de la Segunda Guerra Mundial, formaron jóvenes individualistas pero que supieron responder de manera colectiva a un llamado para integrar muy rápido un cuerpo selecto, los pilotos de caza, reclutado esencialmente entre los diplomas de las universidades de Oxford y Cambridge, lo que les permitió a los ingleses recuperar su sangre fría. Subrayé a continuación que el multiculturalismo actual ya no permi­ te formar internados, comunidades del mismo orden que las que llegó a conocer Freud en el melting pot del imperio austrohúngaro. Me interesé luego en el internado generalizado, moderno, en las formas de estable­ cimientos universitarios donde el intento de lengua común del discurso universitario calificado de políticamente correcto enmascara la gran he­ terogeneidad de la comunidad. Me interesé en la naturaleza de estas identificaciones débiles, donde existe, en términos de Jacques-Alain Mi­ ller, un sentimiento de fragmentación discursiva. No se tiene el signifi­ cante del Nombre del Padre, que colectiviza, sino el significante amo pluralizado como el significante en nombre del cual hablo. La época de la debilidad deliberativa da una forma nueva a las epi­ demias histéricas. Si con el materna de Jacques-Alain Miller teníamos los dos modos de completamiento del sujeto (del lado del id e al y del lado del objeto), ahora que el ideal está siempre presente en su exigen­ cia pero deja el tratamiento del goce en manos del significante amo pluralizado, ya no observamos epidemias histéricas al estilo de las convulsionarias de Saint Médard, las poseídas de Loudun. Encontra­ mos, en cambio, una epidemia más fragmentada, de procesos judicia­ les en serie, que no se centraliza en un gran inquisidor, como en Lou­ dun, sino que se dispersa en ima jurisprudencia que moviliza expertos judiciales, psicológicos, cada vez más especializados en la perturba­ ción a la que apuntan y que, en el fondo, pone de manifiesto esta iden­ tificación fragmentada y pulveriza el contexto.

La tesis era que el internado moderno se parece mucho más a es­ tas epidemias histéricas fragmentadas centradas más bien en un m o­ do de vida en el que se reconoce al Otro. N o e s la identificación fuer-

te de secta lo que está en ju ego, sino la id en tificació n débil con la ep i­ dem ia de juicios.

Pero aunque es débil, define un modo de carácter social fragmenta­ do, una epidemia al lado de otra, que no se mezclan, no se compren­ den. Por eso, a los filósofos norteamericanos y alemanes, en la tradi­ ción democrática alemana, les preocupa cómo hablar al Otro y definir formas más amplias de comunidades, cómo determinar modos de vi­ da que permitan entenderse y hasta dónde desmaterializar estas co­ munidades para no transformarlas en un horizonte a partir del cual ya no se pueda pensar. Y el santo y seña es cómo hacer para vivir localmen­ te y al mismo tiempo pensar globalmente-, es el cómo pensar..., lo que no es forzosamente apasionante. Por un lado, se preguntan por la comunidad capaz de relacionar es­ tos dos niveles (¿cómo esta comunidad formada a partir del individua­ lismo puede ser más masiva?) y, por otro, quieren saber cuál es el Otro, qué aldea conviene a un sujeto definido por su malestar. En tercer lugar, revisé un estilo de vida y consideré cómo lo local del estilo de vida puede alcanzar lo global. Y lo hice sobre un test, si me permiten, puesto que se trata de la natalidad. El test permite constatar que si se siguen las consideraciones globales sobre la natalidad y si no hay catástrofe de por medio, a medida que la situación de las mujeres se desregule sobre el planeta, que se aparten de la tradición de los in­ ternados y del sujetamiento a la tiranía, las normas de los maridos o de los padres (que tienen cierta relación con la norme male,B la norma m a­ cho, como señala Lacan, pero no la agotan en absoluto), ofreciendo un estilo de vida inédito hasta entonces, podría obtenerse una suerte de equilibrio sobre una cuestión tan central como la reproducción, punto esencial para asegurar la estabilidad de las formas políticas de organi­ zación de nuestras sociedades. Desde que existe la economía, existe el punto de vista malthusiano, que considera crucial el control de la población, lo que tuvo de inm e­ diato sus detractores. ¿Se trata entonces simplemente del cumplimiento de la ley de los grandes números? Según el punto de vista físico, una vez que se tienen suficientes elementos, todo sistema termina por encontrar tm equili-

8. Norme mále (norma macho) produce en francés homofonía con normal (normal). [N. dé la T.]

brio. ¿Se trata de la divulgación generalizada del estándar, del amo po­ lítico, la familia norteamericana, nuclear, compuesta solamente por pa­ dres e hijos, difundida por la televisión lo suficiente como para provo­ car una epidemia? ¿Es un repliegue sobre el egoísmo, ima salida de la esclavitud reproductiva? Son preguntas abiertas respecto de la posición femenina a nivel glo­ bal. ¿Diríamos más bien que a medida que la posición femenina se aparta de la tradición, la reducción del número de hijos muestra por primera vez en la historia que esta posición no se satura con la posi­ ción materna? Ocurre que la tasa de reproducción es de dos niños y al­ go, el famoso 2,3 hijos, con el clásico chiste: En los Estados Unidos la mu­ jeres tienen 2,3 hijos, pero, sobre todo, cada niño tiene 2,3 fam ilias... Se obtiene así ima suerte de límite que no es ni el de los grandes nú­ meros, ni el del egoísmo, sino el de la división subjetiva. El psicoanáli­ sis permite pensar que el sujeto mantiene de manera diferente su divi­ sión del lado femenino y del lado masculino. Del lado femenino se tra­ tará menos de empoiuerment, de la toma de poder del sujeto egoísta, que de la afirmación de ima relación con el Otro de la división. Quizá se trate de este lado del ejercicio de la virtud de generosidad. . Llegué.hasta este punto después de haber pasado del internado a esta comunidad planetaria, de la crisis de histeria en un medio cerra­ do hasta la división estructural que mantiene el deseo en el sujeto fe­ menino como el verdadero principio de regulación de los nacimientos.

Las tribulaciones del estudiante Torless Volvamos al primer pensionado freudiano. Mencioné al pasar la obra maestra de Musil titulada Las tribulaciones del estudiante Torless, que presenta un internado de varones en una época en cierto sentido contemporánea de la escritura de Freud. Fue escrita en 1906 y es la pri­ mera novela de un joven de veintiséis años, ingeniero, como sabían serlo los austríacos (como Wittgenstein pero también como Hermann Broch), que encontraron una receta magnífica para fabricar no ingenie­ ros en sus éscüélás de ingeniería. No se qué le s enseñaban pero produ­ jeron tipos muy raros en la literatura,-la filosofía, las artes, y todo esto a partir del Gymnasium. El texto de Musil describe entonces im internado, es en realidad el reverso del internado de la época -y está verdaderamente descriptc

así-, es lo que pasa tras la fachada, en el desván, a puertas cerradas en­ tre tres muchachos que forman una pandilla. Los tres prisioneros, Tórless, Beineberg y Reiting, descubren que hay un muchacho que roba porque su madre es viuda... El hecho de que no haya padre es decisi­ vo (los otros tienen padre, raro pero tienen uno), ya que su madre no lo sostiene lo suficiente. Como él intenta desesperadamente ser hom­ bre, frecuenta el sitio de mala reputación del lugar y gasta dinero en tonterías y regiamente; visita a las prostitutas para hablar con ellas. Atrapan entonces a este muchacho que tiene un nombre cuya conso­ nancia rompe la serie: se llama Basini. Según se relata, Basini es torturado por sus compañeros. Tórless primero piensa recurrir a la justicia, luego se fascina por la crueldad de los otros y, admirado por esta zona a la que son arrastrados, participa a su manera -q u e es menos abyecta- hasta que encuentra una solu­ ción. Como señala Philippe Jaccottet en su posíacio, donde le reprocha a Musil utilizar demasiado la palabra escalofrío, la novela narra sin afecto, sin desborde, franca y nítidamente algo tan horrible, y al final muestra tm apaciguam iento... Ya veremos de qué se trata. Al comienzo es tma comunidad con identificaciones muy fuertes, que Tórless eligió porque él mismo se define como ambicioso. El internado que debe formar la elite de la nación se presenta como una comunidad pa­ ra todo la vida, puesto que les servirá como carta de presentación para to­ da su carrera: ex alumno de la escuela con privilegios y deberes especiales. El problema de la comunidad fascina a Tórless, quien decía consta­ tar con sus propios ojos lo que era tener el papel principal en un Esta­ do, puesto que cada clase en estas escuelas es tm pequeño Estado en sí, que fabrica la exclusión. En efecto, cuando pescan a uno de sus com­ pañeros en falta, los que encarnan esta posición de identificación con la pandilla piensan que este muchacho no es nada y que es posible sa­ crificarlo, no considerarlo humano. Beineberg refiere lo siguiente: Yo, en cambio, tengo, como tú, cierto sentimiento de que, en última instancia, Basini es también un ser humano. Frente a la crueldad, tam­ bién ima parte de mí se siente herida. Pero precisamente de eso se tra­ ta. ¡De ser una víctima! ¿Ves? También yo estoy tejido con dos hilos. Hay lino impreciso que, contrariando mis claras convicciones, me suje­ ta a una compasiva inacción. Pero también hay otro que corre a través de mi alma, a través de los conocimientos más íntimos, y me sujeta al cosmos. Poco antes te decía que hombres como Basini no significan na­ da, que son sólo una forma contingente, vacía.

Y agrega más adelante que, dado que no es nada, torturarlo es sim­ plemente del orden de la experiencia: Justamente, el hecho de que me sea difícil atormentar a Basini (quie­ ro decir, humillarlo, aplastarlo, alejarlo de mí) está bien. Se necesita una víctima que obre un efecto purificador. Tengo la obligación de aprender diariamente en él que el mero ser humano individual no significa na­ da, que es tan sólo una semejanza exterior, imitativa.

La exclusión atrapa inmediatamente a estos muchachos y los con­ duce a hablar del resto de la humanidad de la misma manera. Todo se vuelve experiencia y en particular para el que inflige el último tormen­ to: después de haber abusado de él de todas las maneras, lo entrega a la clase y dice simplemente: «Adoro los movimientos de masas: nadie piensa hacer gran cosa y las olas se elevan cada vez más alto para ter­ minar tragando a todo el mundo. Como verán, ninguno moverá un de­ do, y tendremos de todos modos un verdadero ciclón». De este modo describe el linchamiento que espera a Basini. Cómo no reconocer aquí el principio mismo de la identificación que Lacan explica en la última frase de «El tiempo lógico...»: «del aserto subjetivo anticipante, a saber como-sigue: IVUn-hom bre-sabe-lo-queno es un hombre; 2°. Los hombres se reconocen entre ellos por ser hombres; 3o. Yo afirmo ser tm hombre, por temor de que los hombres me convenzan de no ser un hombre». La novela de Tórless se sostiene en esta tensión subjetiva en tma forma novelesca muy poderosa nota­ blem ente construida por Musil. Se arma un movimiento por el cual Ba­ sini se encuentra excluido de la comunidad de los hombres y se descri­ be lo que soportará para reconocerse como tal. ¿Y por qué se mantiene todavía como un hombre? ¿Por qué no rompe con eso? Por temor a ser convencido de no serlo. Lacan concluía: «Movimiento que da la forma lógica de toda asimiliación "hum ana", en cuanto precisamente se plantea como asimilado­ ra de una barbarie, y que sin embargo reserva la determinación esen­ cial del "y o " ["je"]». Esta barbarie se presenta desde el comienzo. En esta comunidad de adolescentes circula amenazante la sexualidad, que es presencia de una naturaleza, algo feroz que se anuncia a Tórless co­ mo capaz de apresarlo, de lacerar sus ojos. Desde el comienzo Tórless se instala en tma suerte de tensión erótica con el Otro, con su camara­ da, y está la idea de que hay «algo» (entre comillas) entre él y su com­ pañero Beineberg, a quien en determinado momento desea ardiente-

m ente cubrir de insultos. C uando se avecina la sexu alid ad, esta sign i­ ficació n solo se aborda por la form a lím ite del lengu aje, la injuria, el in ­ su lto, la hum illación, el terror.

La sexualidad asume la forma del muro, metáfora que otros nove­ listas utilizaron y que será retomada. Él está fascinado por las piedras, como si estas escondieran ima presencia que busca las palabras para hablar a los hombres. Creo que esta metáfora de las piedras que hablan aparece en la Biblia, aunque no tuve tiempo de verificarlo. Esta metáfora entonces deja a Torless del otro lado de un muro que él relaciona en su soledad con dos recuerdos infantiles o, más exacta­ mente, un recuerdo infantil desdoblado (hay dos en la novela, uno es­ tá enlazado a la madre, y otro, al padre), del que refiere lo siguiente: Yo era muy pequeño y jugaba una vez en el bosque a esa hora. La muchacha que me cuidaba se había alejado. Yo no lo sabía y creía que la tenía cerca. De pronto algo me obligó a mirar en derredor. Sentí que estaba solo. Sobrevino de pronto un gran silencio, y cuando paseé la mirada, me pareció que me estaban contemplando los árboles, silencio­ samente, dispuestos en círculos. Rompí a llorar.

Y más adelante: «¿Qué es ese súbito silencio que parece ima voz que no oímos?». Este es el recuerdo sobre la madre, y está el segundo, que es sobre el padre: «Pensó que ima vez, hallándose con su padre frente a im pai­ saje, él había exclamado: "¡Oh, qué herm oso!" y se había turbado cuan­ do el padre se alegró de la exclamación; pues del mismo modo habría podido decir: "Es tremendamente triste"». Torless recordaba la escena, las palabras y más claramente aún la sen­ sación de mentir sin saber cómo, que es la mentira más patética, no la mentira deliberada, sino la sensación de que se mintió. En el primer re­ cuerdo se toca el abandono, la presencia inquietante; y en el recuerdo con el padre aparece el sentimiento inconsciente de culpabilidad.

La solución El camino de las aventuras de Torless con el goce continúa en el re­ lato de lo que sucede a Basini, y él mismo sigue su búsqueda que culmi­ nará en un sueño, que le dará ima solución. Además, él se presenta en el texto como el que ofrece la solución.

Desde lo lejos, allá en el borde, dos figuritas pequeñitas, vacilantes, trémulas, avanzaban al sesgo sobre el entablado. Eran evidentemente sus padres; pero tan pequeños que Tórless no podía sentir nada por ellos. Volvieron a desaparecer por el otro lado. Luego aparecieron otros dos. Pero, ¡vaya! un tercero avanzaba desde atrás, con pasos que eran el doble de largos que el cuerpo y... enseguida se hundió en el borde. ¿No había sido Beineberg? Y allí iban ahora los dos primeros; uno de ellos, no había duda, era el profesor de matemáticas, Tórless lo recono­ ció por el pañuelo que coquetamente le sobresalía del bolsillo. ¿Y ese otro que llevaba bajo el brazo un volumen grueso, muy grueso y tan al­ to como la mitad de él mismo? Tan grande que apenas podía cargar con él. A cada tres pasos se detenían y dejaban el libro en el suelo. Tórless oyó que la débil voz del profesor decía: «Si esto es así, encontraremos la explicación correcta en la página doce; pero la página doce nos remi­ te a la página cincuenta y dos, donde está expuesto, empero, lo que ya se hizo notar en la página treinta y uno. Y, apoyándose en este supues­ to...» [en resumen, lo arrastra en la metonimia] Entonces se inclinaban so­ bre el libro y con las manos movían presurosamente las páginas. Al ca­ bo de un rato volvían a levantarse y el hombrecillo acariciaba cinco o seis veces las mejillas del profesor [llega el sexo] Luego avanzaban unos pasos más y Tórless oía de nuevo su voz con tanta claridad como cuando se dedicaba a aclarar algún teorema-en-las-olases-de-matemáti­ cas [la significación fúlica después de «acariciar las mejillas» aparece como «aclarar algún teorema»] Y así continuaba la cosa, hasta que el otro vol­ vía a acariciar la mejilla del profesor. ¿Quién era ese otro? [...] ¡Oh... Tórless se despertó con la exclamación- Kant!

En efecto, justo antes del sueño Tórless había visitado a su profesor de matemáticas para consultarle sobre los números im aginarios, ya que el cálculo construido sobre una entidad no palpable lo perturbaba profundamente, y había visto sobre la mesa de luz del profesor un li­ bro de Kant. Luego, si me permiten, es «Kant con Sade», en Tórless: Kant llega como quien tiene la solución, el nudo del objeto se da en tor­ no de la voz que surge. Por otra parte, unas doce páginas, después en el libro (el sueño está en la página 137) Tórless refiere que estando de vacaciones con sus padres en una pequeña ciudad italiana, se alojaron en un hotel cercano ^ú irtéátró^ón d ^tod á^lM ^o'ch es^h ab ía'ú p eraT ^ Cada noche se sentaba en la ventana para escuchar y llegó a enam orar­ se de la voz de la cantante. Este sueño le proporciona ima solución para la integración del pun­ to de goce. Despertándolo, la angustia le permitirá salir de este estado

onírico fascinado, hipnotizado. Como se explica, «la angustia lo había introducido en el torbellino de lo real». Y entonces se vuelve com ple­ tamente lúcido sobre sus verdugos; refiere que a uno la cólera lo vol­ vía capaz de las peores bajezas y que el otro, Beineberg, se estremecía por un odio acumulado durante años mientras que se trataba de nada. Luego, encuentra la solución, que explica a su manera ante la asam­ blea: Basini debe denunciarse a sí mismo para salir de la pesadilla. Co­ mo indica el sueño, entre cada elemento del pensamiento -para noso­ tros, entre cada significante- el infinito hace surgir la sexualidad. Y para él se establece este paralelo entre sus preocupaciones «metafísicas» (en­ tre comillas) alimentadas por las matemáticas y la sexualidad: «Tú mis­ mo señalaste esa pequeña particularidad que tienen las matemáticas. Eso es un ejemplo de que nuestro pensar no tiene una base regularmen­ te fija, segura, sino que se mueve entre brechas».. Y más adelante: ¡El infinito! Tórless conocía la expresión por las clases de matemáti­ cas. Nunca se había representado nada preciso, al pronunciar aquella palabra. [...] Y ahora le penetraba como un puñal y esa palabra conte­ nía algo terriblemente inquietante. ¿Y Basini? Todo lo que ocurriera con él había dividido a Tórless. La idea que se hacía de ello era tan pronto razonable y cotidiana, tan pron­ to lúgubre, con ese silencio penetrado de imágenes, común a todas esas impresiones, que se escurría aquí y allá en todo lo que Tórless percibía, como algo real, vivo, que podía manejarse. Exactamente como le ocu­ rriera un poco antes con la idea del infinito.

En las últim as escenas del libro, Tórless es citado ante el consejo disciplinario del establecimiento, una asamblea de sabios descripta co­ mo ima banda de imbéciles que ya se había dejado convencer entera­ mente por los dos verdugos de Basini de que era m ejor terminar con todo esto y que prácticamente no había pasado nada. Cuando Tórless habla de su vértigo y su emoción, comienza ima demostración, que es­ tos interrumpen: «Sin duda' quiere usted decir que sentía un natural horror por la falta de su compañero y que el espectáculo del vicio en cierto m odo le hechizaba, así como la mirada de la serpiente atrae a su víctima». Pero él responde: No, a decir verdad, no era horror. Yo me decía: puesto que Basini ha cometido una falta, sería menester entregarlo a quienes corresponde que lo castiguen [...] y sin embargo otras veces me parecía tan extraño,

que no pensaba que tuviera que ser castigado. Lo veía todo desde un punto de vista diferente. Y cada vez se producía en mí como un salto cuando pensaba en el asunto....

Entonces interviene el profesor de matemáticas: «Para que se en­ tienda mejor esta oscura alusión, he de decir que una vez el alumno Torless fue a mi casa para pedirme una explicación de ciertos concep­ tos fundamentales de las matemáticas». Y esta es la solución que encuentra Torless entre, por un lado, la ra­ zón y, por el otro, lo contrario, el infinito, lo que se acerca al silencio in­ finito que no puede decirse: «Sé que las cosas son las cosas y que siem ­ pre seguirán siendo ellas mismas, y que yo las veré ora de una mane­ ra, ora de otra. Ora con los ojos del entendimiento, ora con los otros... Y ya no intentaré compararlas, cotejarlas...». La solución de Torless plantea que hay un reverso del mundo, que es inconmensurable. Si se quiere, es como el pimto de inflexión del pla­ no proyectivo, que siempre produce fisura, nos hace bascular de un la­ do o del otro, y de nada sirve la comparación. Esta solución es el rever­ so del psicoanálisis, es un olvido de sí, que construye la obra misma, la distancia que logró tomar Musil-respeeto de lo que atravesó. No es el camino psicoanalítico, pero es lo que encontró y que lo dejó con res­ pecto al lenguaje, con respecto al Otro, en ima posición de sátira que anuncia la primera parte de El hombre sin atributos. Después de pasar por el consejo disciplinario, su madre lo va a bus­ car; y el texto, que al principio se centraba en las preocupaciones sobre la homosexualidad, termina con una discreta feminización, puesto que el sujeto le dice: «Esta imposibilidad de encontrar las palabras halló una salida, como la certeza de la mujer embarazada que ya adivina el discreto estremecimiento, retortijón del futuro». De este modo se intro­ duce la castración, y puede entonces abordar a su madre, que en toda la novela es descripta como inaccesible, ideal, la mujer elegante, de mundo, en medio de sus encuentros con mujeres de mala vida y de la homosexualidad. La blasfemia de la madre es una obsesión constante y el libro concluye así: «Y .Torless absorbió el aroma ligeramente per­ fumado que exhalaba el corpino de su madre». En esta discreta irreve­ rencia que es considerar que su madre tiene un corpino aparece la idea de que hay una posibilidad de acceder a las mujeres. Torless describe la vía hacia la asunción de una sexualidad posible, el camino de la construcción de un fantasma una vez que abandonó los

ideales y que se encuentra con la sospecha de que está ante los signifi­ cantes amo, que no existen. Musil no piensa que hay un Otro que no existe, que es imitación y que es posible convivir con ello, y justamente, en El hombre sin atribu­ tos se referirá al tormento que esto implica.

El m ercado global J a c q u e s - A l a i n M i l l e r : Y o seguiré con el tema de la identificación que elegimos la última vez, cuando escribí la siguiente sigla: I ($.), que es ima variación del materna utilizado por Lacan para designar la identificación mayor con el ideal del yo. Esta identificación que recuer­ da el déficit significante del $ se resumiría en el grafo de Lacan por $, el punto de partida, y I (A ), el punto de llegada. A V

$

I(A)

Y se justificaría disponer estos dos términos según el modelo de una metáfora: I (A), que sustituye la falla de este sujeto tachado.

I (A) $ La identificación es ciertamente pensable como una metáfora (la metáfora de identificación), según la inscribe explícitamente Lacan en el esquema del discurso del amo, que propondrá más tarde. Pero ¿por qué agregar a este símbolo I la sigla del Otro con m ayús­ cula entre paréntesis? Ocurre que la identificación se refiere al Otro, depende del Otro, es de alguna manera una deducción significante del Otro. Y ya veremos en qué sentido puede afirmarse que existe es­ te Otro consistente cuya tarea es sostener la identificación. Las tribulaciones de Tórless en su internado son las de un sujeto que se enfrenta con un Otro consistente, donde se revela por contin­

gencia una falla debida al pecado, la infracción, la transgresión, de un personaje en relación con valores centrales de la institución. Esta institución está, como recordaba Éric Laurent, en continuidad con las más altas instituciones del Estado. Y en ese microcosmos del Estado hay tm sujeto sumergido en un Otro consistente, que revela la acción de tm goce que perturba. La ligera variación que introduje al escribir I (A) es el índice de tma pregunta: ¿en qué se transforma la identificación cuando hay inconsis­ tencia del Otro? ¿Cómo se cumple entonces la extracción significante de la que se trata? ¿Qué pasa cuando la inconsistencia desciende al ni­ vel de la identificación? Finalmente, pensaba en la broma que se sigue haciendo en los cursos de preparación m ilitar... Yo tomé estos cursos... No era exactamente un pensionado porque se iba tma vez al mes, o al­ go así. La preparación militar es un poderoso mecanismo de identifi­ cación viril y nacional, que actualmente estamos dejando de lado para reemplazarlo por lo que por ahora se llama el encuentro ciudadano, que constituye tm comité de ética. Se reemplazarán la formación y el año del servicio militar por tm comité de ética que les expücará qué es el ejército, la gran función que tiene, y luego les dirán adiós (por otra par­ te, es“casí lo que conocí en m i época). É r i c L a u r e n t : En el Estado de Texas, en los Estados Unidos, en las universidades, las mujeres pueden elegir como disciplina (da puntaje) las técnicas militares de supervivencia, fútbol, etcétera. Es m enos tm encuentro ciudadano que tm encuentro ciudadana...

Estamos tocando tm tema de actualidad, por lo menos en los Estados Unidos, donde se mantienen escuelas de elite de formación militar reservadas a los varones. Hoy se ven las m is­ mas escenas que en los años cincuenta, cuando los negros se presenta­ ban en las puertas de las universidades para ser admitidos y los m ili­ tares les cerraban el paso. M e acuerdo de tma jovencita negra ante las puertas de la universidad y el gobernador con los militares detrás di-cienda:-Ella.no.pasam , lo que llenó de indignación en aquel momento a Norteamérica y al mundo entero. Hoy se ven las mismas escenas ante las academias militares prepa­ ratorias exclusivamente masculinas: una fuerte joven blanca solicita el ingreso y gana su juicio -después de tma carrera de obstáculos lega­ les-, y luego entra en medio de cien tipos para, como ellos, conocer de Ja c q u e s -A la in M ille r :

qué se trata. En fin, este año las chicas empezaron a entrar en los últi­ mos bastiones reservados a los para todos muchachos. Para terminar con el tema, la broma que se hacía en aquella época sobre el m anual militar era: ¿Qué son los pies? El objeto de los cuidados atentos del soldado. Y lo traspaso a nuestra cuestión de la identificación: ¿Qué es la identificación? El objeto de una preocupación creciente de la opi­ nión. Notamos las tribulaciones, no del estudiante Tórless, sino de la opinión pública, sobre la cuestión de la identificación. El malestar en la cultura se manifiesta hoy en la preocupación por la identidad, lo que resulta evidente hasta el punto de ser inquietante, y no puede decirse que se trate de tma interpretación nuestra. Sospe­ chamos que si se la problema tiza así en la plaza pública, es porque de­ be de ser además tm velo de alguna otra cosa. Basta abrir el diario, co­ mo hice, para encontrarse con un coloquio que antmcia las incidencias de la mundialización sobre las identidades individuales y nacionales y las resistencias que estas ofrecen. También leí las reflexiones de tm co­ lega psicoanalista sobre las amenazas que los avances de la genética harían pesar sobre los procesos de identificación. Ayer leí el comienzo de tm debate entre etnopsiquiatras, alumnos de Georges Devereux, sobre la relación entre inconsciente y cultura. Uno de ellos consideraba que la mejor terapia para los sujetos inm i­ grantes que presentan cierta patología de orden psíqtúco, hasta físico a veces, es su inm ersión en su cultura en el país de recepción. En otras palabras, proponía organizar como terapia su segregación cultural y proteger dicha segregación en el país receptor. Pero otro le contestaba que veía en esta terapia un artificio vano, dado que esta segregación cultural es regresiva y además imposible de hacer efectiva. Para nosotros se verifica cada día la predicción de Lacan de 1967 de la «Proposición del 9 de octubre...» concerniente a la escuela de psi­ coanálisis, lo que puede ser cierta forma de segregación protectora también: nuestro futuro de mercados comtmes (él utiliza el plural) en­ contrará su balance en la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación. Para Lacan, la causalidad de este proceso son la cien­ cia y la invención tecnológica, que modifican los agrupamientos socia­ les introduciendo en ellos la universalización. En el fondo, lo que él llama agrupamiento social es una colectivi­ dad particular -e s decir, no universal- que puede plantearse como dis­ tinta de otras del mismo modelo. La tribu da el paradigma por el he­ cho de que desaparece. Las tribus se transforman en pueblos, se vuel­

ven la humanidad. Y Lacan anunciaba que, disuelta la particularidad en su lugar de alguna manera natural, en su lugar tribal natural, si me permiten, esta tendería infaliblemente a reconstituirse en el seno de lo universal mismo como segregación y segregaciones múltiples. ¿Por qué no evocar el pensamiento contrarrevolucionario de 1789, cuyo eco se encuentra además en algunas proposiciones que Éric Lau­ rent tomó de la novela de Musil, el pensamiento de Burke, Joseph de Maistre, Bonald, que ante la expresión los Derechos del Hombre, hacía decir a uno de ellos algo así como: Nunca me topé con hombres, me topé con un francés, un ruso, un inglés, pero no con un hombre... La frase subraya en qué sentido el Hombre es una ficción revolucio­ naria y perjudicial en cuanto apunta a disolver las particularidades. La tesis de los contrarrevolucionarios históricos es, si se quiere, el Hombre de la Declaración de los Derechos del Hombre no existe. Si Lacan sostuvo que la Crítica de la razón práctica de Kant tradu­ cía en la ética la incidencia del discurso de N ewton, ¿por qué no de­ cir que la Declaración de los Derechos del Hom bre es la consecuen­ cia del predom inio del discurso de la ciencia y traduce su poder unl­ versalizante? Pero hay dos aspectos, ya que la Declaración de los D e­ rechos del Hom bre -q u e se afirma en nombre de .una n atu raleza- es al mismo tiempo una defensa, el intento de levantar una barrera na­ tural contra el desencadenam iento del poder unlversalizante y disol­ vente. Al mismo tiempo que traduce la universalización la atempera obligándola a referirse a im a naturaleza del hombre, y sustrae a la transform ación im puesta por el discurso de la ciencia ima suerte de absoluto jurídico fundado en ima naturaleza. Por eso el humanismo de la edad de la ciencia es profundam ente distinto del que se encuen­ tra en el Renacimiento. El humanismo en la época de la ciencia es defensivo. El hombre es­ tá destinado a que el discurso de la ciencia se apodere de él, y esto es de alguna manera lo que traduce el $ de Lacan como sujeto de la cien­ cia. Pero además la dinámica del discurso científico se apodera del concepto de universo, lo que hace surgir la cuestión de lo real (este real no forma un universo sino que se presenta en jirones, por fragmentos), que hoy insiste y es tratada como tal en la reflexión filosófica. Volveré sobre este punto. '

Las cebollas de Tarragona $ expresaría la relatividad, la disolución de las identidades, como traduce además el término mismo identificación, que significa que ima identidad en cierto sentido es siempre semblante. La identificación es una identidad de semblante, lo que muestra a veces, como vimos, la actualidad de la sabiduría de Montaigne. Hoy nos referimos a M on­ taigne como alguien que ofrece ima solución, ima salida al desconcier­ to contemporáneo. Y es también el principio de la nostalgia romántica -cuya figura contemporánea es por ejemplo el activismo ecológico-, de tm mundo anterior al desencadenamiento de los efectos transfor­ madores del discurso de la ciencia. Encontramos repercusiones del tema en Lacan, quien, por ejemplo, al ser interrogado en «Televisión» sobre el futuro del racismo, recuer­ da el tiempo en que uno no se mezclaba, el tiempo del cada uno en su casa, que se refleja en los eslóganes del tipo Francia para los franceses, que vuelven periódicamente. El problema es que, justamente, el cada uno en su casa se volvió imposible. Y al mismo tiempo se observan las resistencias del en su casa contra los efectos de deslocalización, de dis­ locación que imponen su presencia. Hay hoy en el discurso universal, si mantenemos esta denominación para la cacofonía ambiente, una voz insistente en todo el planeta que ha­ ce escuchar la imposibilidad y la ilegitimidad del cada uno en su casa. Se trata de la voz del liberalismo económico, de esa voz seudouniversal, que habla por lo universal y que representa la doctrina del capitalismo. Lacan hablaba en 1967 de los mercados comunes, y hoy estamos en el singular del mercado global, donde la producción de objetos manufacturados se piensa a escala planetaria de una manera cada día más sorprendente. Si existe algo verdaderamente singular es el gusto, sus profundida­ des insondables, con todas sus particularidades locales. A veces encon­ tramos por casualidad tm plato completamente local... Durante el fin de semana, mientras m e encontraba en misión, si me permiten, en Bar­ celona, donde ya fui cierto número de veces, me invitaron a comer unas cebollas absolutamente especiales, cultivadas en Tarragona. Me conmovió no solamente lo exquisito de estas cebollas muy dulces, que hay que extraer de su envoltorio... (es verdaderamente el ágalrna de las cebollas), sino también haber desconocido hasta entonces ese sabor ab­ solutamente local... Podría decirse: Think global but eat local; y es que constatamos la plasticidad del gusto.

De hecho, sigue siendo para mí un misterio que, a costa de ciertas adaptaciones a los mercados locales, ni Coca-Cola ni M cDonald's h a­ yan encontrado hasta hoy ningún obstáculo. Escuché que en la India hay una variación en la salsa de la ham burguesa... Sin duda ellos de­ ben de estudiar la resistencia del gusto de tma manera muy fina y pre­ cisa. Se piensa a escala planetaria, y todas las producciones, todos los rasgos particulares, locales o nacionales tienden a la fusión, como ve­ mos todos los días o todas las semanas al leer Business Week. Así, el te­ ma del automóvil mundial que antes parecía utópico es cada vez más tm hecho. Hay entonces resistencias locales... Saludémoslas. Ayer en el diario Le M onde leí tm artículo sobre la cocina de Madrid, donde logran evitar la proliferación de los McDonald's gracias a tma vieja práctica gastronómica, española, las tapas, que no son golosinas sino pequeños sandwichitos y trocitos de distintas cosas que les sirven en su mesa no bien se sientan. Me parece genial encontrar en la tradi­ ción culinaria local con qué resistir la globalización, aunque sea a cos­ ta de adoptar y reforzar el estilo fast-food. La instancia, el modelo, el pa­ radigma de la comida rápida se está imponiendo en todo el planeta, lo que supone tma nueva articulación con el tiempo no solo de la alim en­ tación sino también de la-pulsión-oral-.Esto es hoy material y prácticamente vector de lo universal, pero no de lo universal a la antigua (por eso hablé de lo seudotmiversal). Se trata de tm imperialismo del mercado cuyas tablas de la ley se publi­ can todos los días en The Wall Street Journal (que no leo a diario). Y los Derechos del Hombre son sustituidos por los derechos del mercado, donde a m i entender se encuentra hoy el discurso revolucionario. Este quiere revolucionar el planeta y los Estados, y si leen cada tanto The Wall Street Journal o .el Business Week, verán en qué tono se exige la apertura de mercados nacionales (el fin de las barreras aduaneras y la extinción de la propiedad nacional de las empresas). El mayor valor parece entonces la libre circulación de las personas, los bienes (¿quién puede estar en contra?), los significantes y las signi­ ficaciones. Hollywood encarna este valor en el plano cultural haciendo desaparecer progresivam ente los cines nacionales, de tal suerte que en este contexto el proteccionismo cultural francés resulta cada día más ridículo a los ojos de este universalismo. Si se quieren ver las cosas de frente, esto es lo que mantiene el dis­ curso universalista enemigo de las particularidades, y explica el carác­ ter especialmente agudo de la dificultad francesa... Es que hay tm fan­

tasma, una ficción multisecular de una ecuación entre francés y uni­ versalismo. En la época clásica el francés fue la lengua universal de las elites, cosa que se percibe aún hoy en muchos países. Y en 1789 se re­ lanzó de una forma revolucionaria este universalismo. Pero hete aquí que este antiguo discurso universalista se encuentra en una posición reactiva, de defensa de la particularidad francesa respecto del discur­ so universalista «al estilo norteamericano» (entre comillas), el discurso universalista contemporáneo -q u e tiene relevos en todas partes-, que es de hecho revolucionario, conquistador. En otras palabras, el antiguo discurso francés universalista en un contexto que cambió se convirtió en discurso de la defensa de la particularidad francesa. Esto es algo evidente en el campo cultural de defensa de la lengua francesa, con las leyes desatinadas que intentan gobernar la lengua co­ mún, defender la edición, el cine, etcétera. Y por otro lado están los bu­ fones incapaces de arreglárselas en el espacio del mercado global, que cubren de ridículo los esfuerzos de defensa de la particularidad. Me parece que es algo especialmente vivo en Francia. De todos modos, cuando se esboza en algún lado que el nuevo discurso universalista se pone en movimiento, aparecen los mismos medios ridículos que los aplicados en nuestro país.

N uestro goce De repente, Francia proclama el derecho de cada uno de seguir sien­ do lo que es, asumiendo de hecho una posición conservadora, que ade­ más están dispuestos a dejamos: Muy bien, serán un museo. Esta semana leí las declaraciones de un periodista norteamericano del Middle West que decía: «Adoro París, es una ciudad maravillosa; habría que pagarles a los parisinos para que sean simplemente parisinos». Sus palabras tra­ ducían efectivamente este aspecto parque zoológico que se promete al proclamar el derecho de cada uno de seguir siendo lo que es. Sin embar­ go, al mismo tiempo, este discurso está interiormente corroído y discu­ tido por la particularidad de los otros, lo que explica la confusión fran­ cesa, que es para morirse de risa, sobre el foulard islámico. Constatamos a veces -algu ien me lo hizo notar esta sem ana- un crispamiento francés que calificaríamos de neomaurassiano. Pero ¿desde dónde se critica esta posición? A partir de un internacionalis­ mo a la antigua es difícil, porque el ser nacional está justamente me­

noscabado, pisoteado por el internacionalismo coiitemporáneo del mercado global. Señalemos entre paréntesis que los Estados Unidos, que son sin duda el agente mayor del mercado global, conocen asim is­ mo un efecto de retomo, ya que se dan cuenta de que va desaparecien­ do el país que conocieron. Y es que ellos también experimentan la nos­ talgia por los Estados Unidos de hace veinte o cien años. Por eso los discursos se esfuerzan por reconstituir valores a la antigua y los sindi­ catos piden la protección nacional. Este fenómeno explica reparticiones políticas completamente origi­ nales que muestran por ejemplo al Partido Republicano, elegido por el big business, amparando a los conservadores y los reaccionarios desde el punto de vista de los valores cristianos y la protección del mercado nacional, y a los demócratas, ligados fuertemente a los sindicatos mi­ litares por la apertura de los mercados. Sobre este espacio de ambigüe­ dad, donde Jano está en todos lados, reina el político más flexible, co­ mo se sabe, ese capaz de decir todo y lo contrario en la misma frase, de reaparecer y hacerse reelegir, ese político extraordinario desde este punto de vista que es el señor Clinton. ¿Todo esto nos aleja del psicoanálisis? De ningún modo, primero hay que percibir que esto no constituye vm.~vimvexso.^¿Unidas^Jvicia quéT3 El universo supondría que el Otro existe. Como sabemos, para poder aislar por un rasgo específico, un para todo x consistente, debe complementarse con la existencia de una excepción; y en esta disposi­ ción el Otro existe. 3%

Existe de dos formas: en prim er lugar, como todo unificante, uni­ ficado, que hoy se intenta reconstruir por un consenso (en el debate fi­ losófico se preguntan cómo hacer para que todos estén de acuerdo). La segunda forma es la del Uno exceptuado cuya posición de ex-sistencia, como escribe Lacan,d e fu e r a de, aparece claramente en este es­ quema que resume el de la sexuación masculina. Brevemente, el es­ 9. Unis-vers (unidos-hada) es homófono de tmivers (universo). [N. de la T.]

quema de la sexuación masculina es la estructura misma del grupo freudiano, de la psicología de las masas, donde el líder se encuentra en la posición de ex-sistir al grupo y se establece en un lugar jerárqui­ cam ente superior. El Otro no existe se refleja en estos dos niveles. En primer lugar, no hay todo universal, no se puede formar el espacio cerrado del para todo X, y en segundo lugar, tampoco hay la ex-sistencia del Uno; hay su ine­ xistencia. La estructura que Lacan llama no todo responde al Otro que no existe, y la universalización, lejos de inscribirse en el espacio del pa­ ra todo x (V%), es el no todo generalizado, no lo general sino el no todo en todas partes, que se manifiesta por la estructura de red. Desde esta perspectiva, cuando nos refiramos al fenómeno internet, será a partir de una estructura en la que no es posible form ar un conjunto cerrado. Freud se apoyó en su obra y en la práctica que inventó sobre la es­ tructura de «Psicología de las masas...». Al mismo tiempo, el psicoaná­ lisis nació en la capital del imperio austrohúngaro, profundamente multicultural, como recordaba Lacan en «Les complexes familiaux»: El sublime azar del genio no explica por sí solo que haya sido en Viena -entonces centro de un Estado que era el melting pot de las for­ mas familiares más diversas, desde las más arcaicas hasta las más evo­ lucionadas, desde los últimos agrupamientos agnáticos de los campesi­ nos eslavos hasta las formas más reducidas del hogar pequeño burgués y hasta las formas más decadentes del matrimonio inestable, pasando por los paternalismos feudales y mercantiles- donde un hijo del pa­ triarcado judío haya imaginado el complejo de Edipo.10

N oten cómo Lacan ya acentúa el carácter ficcional del complejo de Edipo con la palabra imaginado. Freud imaginó el complejo de Edipo; partiendo de lo múltiple, imaginó una reducción a ima estructura úni­ ca de referencia. Lacan opera con esto para m ostrar de qué modo el complejo de Edipo es formalmente homólogo a «Psicología de las m a­ sas...», que es lo que encarna «Tótem y tabú» como mito de prehisto­ ria. De modo que Freud elabora como mito lo que Lacan reelabora co­ mo estructura, distinguiendo en particular Edipo y castración. En el fondo, plantea de ima manera general que el goce está siempre some­ tido a la castración, independientemente del accidente o del semblan­ te que la vuelve efectiva. 10. La traducción es nuestra. [N. de la T.]

Como resultado, la estructura muestra que hay dos maneras de si­ tuar el goce: la primera -q u e Freud privilegió- consiste en el estableci­ miento del agente de la castración, y la segunda es la investidura del resto, del tapón de castración, de lo que Lacan llamó el plus de gozar. Se entiende entonces lo que expresa Lacan en «Televisión» cuando plantea que nuestro goce no se sitúa más que por el plus de gozar; es decir que lo que él llama nuestro goce, el goce contemporáneo, el goce del tiempo en que el Otro no existe, ya no se sitúa a partir del agente de la castración. Lacan indicó que la reducción freudiana de lo múltiple al complejo de Edipo era homologa a la «Psicología de las masas». Al desprender la estructura formal, se percibe que, en efecto, hay dos vectores, el del agente de la castración y el del plus de goce. Y la tesis de Lacan consis­ te en privilegiar el plus de goce cuando se trata de situar el goce contemporáneo.

El fin de los culpables Como efecto palpable tenemos hoy por ejemplo el fin de los culpa­ bles. Cuando se podía atacar al rey ... H e aquí ima instancia verdade­ ramente culpable que desapareció. Todo comenzó en Inglaterra y después empezó a expandirse, aunque se volvió más difícil desde que estamos en democracia. Y es que había que estar completamente chiflado como Ravachol para pensar que Sadi Carnot era responsable de algo y liquidarlo. Nos la pasamos un buen tiempo buscando culpa­ b les... Los anarquistas fueron esos locos que buscaban al culpable y ¡pun! sobre el zar, ¡pun! sobre el presidente de la república, ¡pim! sobre el rey de Serbia. Luego, obtuvimos algunas placas, algunas calles de la capital: se buscan culpables. Después fueron los ju d íos... ¿Y ahora qué significa ese tema «uni­ versal» (entre comillas) de la corrupción si no es que los culpables es­ tán en todas partes? Por eso se detuvieron un poquito en Italia, donde estaban descubriendo que todos eran culpables. El problema se presenta ante los tribunales, donde ya no se sabe bien quién corrompe y quién es corrompido, se vuelve algo, confuso. El tema de la corrupción es correlativo de la decadencia del tema revolucionario. Hoy el único revolucionario a la antigua que queda es Castro, quien se pasea por todas partes, todo el mundo lo recibe, has­

ta el Papa. Se encuentra en una suerte de pequeña reserva natural, lo que es muy doloroso para la gente que está con él, aunque en este ca­ so es su culpa y todo cambiará con su muerte. Quizá sea el único lugar del mundo donde se dice: todo cambiará con su muerte, porque en el res­ to del planeta no cambiará nada en absoluto. De modo que todavía hay un lugar donde el ex-siste x aparte de los otros tiene su valor. El tema interesa también a la práctica del psicoanálisis siempre que esta no se inspire en la política del avestruz. Lacan sostenía en 1953, en la página 282 de su informe de Roma, que encuentran en los Escritos: Pero nosotros tenemos que vérnoslas con esclavos que creen ser amos y que encuentran en un lenguaje de misión universal el sostén de su servidumbre con las ligas de su ambigüedad.

No tengo tiempo de comentarles esta frase, solo diré que él podía considerar al interlocutor del analista como alguien que se cree un amo y que está preocupado por la idea de misión universal, alguien que cree actuar en nombre de los significantes amo. En 1953 los ideales es­ taban aún activos, pero hoy, en 1996, la mayor identificación que se propone es con el consumidor, y hay ima misión universal paródica que es la de satisfacerlo. Existe incluso im imperativo: Debes satisfacer al consumidor. El productor debe satisfacer a los consumidores. Vemos que el goce no se sitúa a partir del significante amo, en la vertiente de su negativización, sino en la vertiente del plus de goce como tapón de la castración. Para quienes los profesan, los verdaderos Derechos del Hombre hoy son los derechos al plus de goce. Tienes derecho al plus de gozar aun cuando no te sirva para nada, lo que hace que se inten­ ten difundir teléfonos móviles en lugares donde no hay redes (Más tar­ de les servirán). Como sabemos, el arte de vender consiste primero en saber desarrollar el anhelo, incluso si es algo inútil, en producir la fal­ ta en tener. Lacan extrajo las consecuencias: la posición del analista, que empe­ zó ubicando respecto de la del Otro como amo del significante y de la verdad, terminó situada en relación con el objeto a como plus de goce. Se trata justam ente de un psicoanálisis coetáneo de la promoción del plus de goce, lo que nos exige ser un poco más contemporáneos de La­ can, sobre todo en la cuestión de la interpretación. Terminaré señalando que con el Otro no existe está en discusión la lógica misma del pimto de basta, que es justamente el Otro como ope­

rador capaz de superar la disyunción del significante y el significado, para establecer una relación entre el lenguaje y lo real. Si el Otro no existe, si el Otro como punto de basta no existe, ocupa su lugar el discurso como principio del lazo social, según explicó La­ can. En este punto desemboca también la reflexión filosófica cuando no encuentra más principio para que las palabras quieran decir algo que remitirse a las actividades de las comunidades, de la comunidad de las formas de vida -e n términos de W ittgenstein-, o sea, de las for­ mas de goce. Dejo aquí y quizá sea yo quien empiece la próxima vez, ya que me detuvo la hora. 4 de diciembre de 1996

IV Las mujeres y el Otro

J a c q u e s - A l a i n M i liI e r : La semana pasada destaqué dos proposicio­ nes. La primera, sobre lo que Lacan llama nuestro modo de goce, ya indi­ ca tm abordaje del goce desde lo colectivo, lo social y lo contemporá­ neo. Si consideramos seriamente esta expresión en el contexto donde se formula, que es el de «Televisión», observamos que no solo hay un abordaje particular del goce, que estaría limitado al sujeto, «indivi­ dual» (entre comillas), sino que a partir del psicoanálisis es posible re­ ferirse a él en tma dimensión distinta. Por otra parte, el término sujeto no supone tma individualidad, un individuo; su definición lo inscribe en tma dimensión transindividual, como subrayé el año pasado a pro­ pósito del Witz de Freud. Esta perspectiva concuerda con la que articula el análisis del Ich con la «Psicología de las m asas...». En cierto sentido, esta articulación es objeto del seminario de este año, que intenta actualizar los datos del texto freudiano, que, a diferencia de lo que nos permiten ver los datos contemporáneos, se centra en la identificación. La segunda proposición se refiere a nuestra relación con el signifi­ cante en tiempos en que el Otro no existe. Como recordarán, las dos proposiciones que menciono se enuncian así: en primer lugar, de aquí en más nuestro modo de goce solo se sitúa por el plus de gozar; en se­ gundo lugar, el Otro que no existe implica que el punto de basta se re­ constituye como lazo social. En estas dos proposiciones se observa un cambio histórico, de época, incluso, utilizando tm adjetivo que estuvo de moda en las traducciones de Heidegger, tm cam bio epocal. Retomaré brevemente la primera de estas proposiciones para desa­ rrollar luego la segunda. Como indiqué la última vez, la promoción del

plus de goce que señala Lacan cobra sentido a partir del eclipse del ideal, desde donde se suele explicar la crisis contemporánea de la iden­ tificación. Escribámoslo de este modo: a > I (en lo sucesivo, a predomi­ na sobre el ideal).

La m oral victoriana Cuando el modo transindividual de goce está ligado al ideal, se de­ duce, como efecto mayor sobre el goce, la castración, y con la promo­ ción de esta se evidencia su agente. En otras palabras, en los términos que utilizamos en nuestra comunidad de lenguaje, este modo de goce se sitúa a partir del - cp de la castración, que está en el origen de las mo­ rales de austeridad, abnegación, sacrificio, ya sean religiosas o laicas. Son discursos que anuncian como finalidad refrenar el goce y que de distintos modos sancionan las transgresiones. En cambio, la ética de los comités comienza cuando cae en desuso el sacrificio, el ideal que sostiene toda exhortación sacrificial. Si pensamos en el psicoanálisis, en su emergencia como fenómeno histórico, este se inscribió en el m o­ lim ie n to mism 0 -deeste,cambio-epacaLy. también lo aceleró,xontribuyó a arrasar el valor del ideal, cosa que algunos le reprocharon. Freud primero lo aigló como ima instancia de lo que llamaba Ich, luego seña­ ló su carácter ilusorio (así lo nombra en «El porvenir de una ilusión», obra de verdadera Aufklarung, de verdadero hombre de las Luces, sobre la religión y sus morales) y después, tras la ilusión del ideal, reveló la presencia de la libido. El psicoanálisis se inscribe en este cambio epocal más por el concepto de pulsión que por el de inconsciente, y justa­ mente por lo que distingue la pulsión del instinto y la necesidad. Como el instinto y la necesidad obedecen a ciclos cerrados, esta­ bles, llamados por eso naturales, lo que depende de la historia, la evo­ lución, la cultura, la civilización, pertenece a otra dimensión, de la que se trata de dar cuenta con otros conceptos y otros métodos. La pulsión freudiana es, por el contrario, esencialmente plástica, se transforma, se desplaza, es capaz de sustituciones inesperadas, de co­ nexiones inéditas, está sujeta a metáforas y metoninüasTy por eso se la puede descubrir presente, actuante, donde desde hace mucho tiempo los instintos y las necesidades están fuera de juego. Se la puede descu­ brir, precisamente - y es lo que hace Freud-, allí donde hay idealiza­ ción y sublimación, en el lugar mismo de valores tanto éticos como es-

téticos. Consiguientemente, con el concepto de pulsión el psicoanálisis entró en el campo reservado a la cultura, lo que justifica la doctrina freudiana sobre la civilización y su diagnóstico de un malestar. «El ma­ lestar en la cultura» es en cierto sentido un manifiesto contra las mora­ les de la castración de goce, las éticas de renuncia pulsional, según des­ tacó Lacan al hacer de la reina Victoria un antecedente necesario de Freud. El sitúa como condición de emergencia del psicoanálisis esta moral victoriana, que es una moral rigorista del trabajo, la frugalidad y la abstinencia sexual, en tma época en la que alcanzaba su apogeo la revolución industrial. Hay que reubicar esta moral que de hecho solo aparece como un re­ surgimiento precario de la ética de la castración en el curso de la his­ toria. Fue una barrera rápidamente derribada por una mutación de m ayor envergadura que se abrió paso en lo que Lacan llamó las profun­ didades del gusto. Sin duda el ideal Victoriano condicionaba lo que Freud consideraba la realidad exterior, que a su entender censuraba la realización de la libido. Muchos se detuvieron en esto y pensaron que la lección freudiana consistía en ocuparse de reformar la realidad exte­ rior para que sea más acogedora de las exigencias de la libido. Freud, por su parte, fue mucho más allá de culpabilizar por la neurosis al ideal Victoriano que estructuraba la realidad exterior de su época, puesto que bajo el veto externo aisló tma instancia propiamente psí­ quica que dice no. Constató lo que llamó la Versagung, que se tradujo por frustración y que es exactamente la pareja interna del veto externo. La Versagung es un decir que no interno, psíquico, que le permitió in­ terpretar la constancia de los accidentes que referían los neuróticos: la amenaza de castración, la observación del coito de los padres, el episo­ dio de seducción. No es tanto que haya puesto en duda su veracidad, sino que a partir de esto dedujo la existencia de otra realidad, que lla­ mó psíquica (en este caso, la de los fantasmas); remitió estos tres acci­ dentes al fantasma y estos tres fantasmas, a la matriz del Edipo, capaz de dar cuenta de la castración de goce. Modificó su tópica a partir de la pregunta: ¿qué dice que no a la pul­ sión?, que no es solamente el veto de la realidad exterior. Con esta pre­ gunta, y en la línea de lo que circunscribió como Versagung, inventó el superyó, instancia psíquica transindividual, y opuso a las ptúsiones de vida la pulsión de muerte. Después apareció Lacan e inscribió el superyó en el rango de los avatares ptilsionales, lo convirtió en una instancia pulsional, si se quie­

re, un disfraz metonímico de la pulsión con la máscara de la antipul­ sión. Finalmente, restituyó el enunciado fundamental de este superyó como un imperativo pulsional: ¡Goza!, que es freudiano en la medida en que para Freud la pulsión siempre se satisface, más allá de sus avatares, sus desplazamientos. Como la renuncia pulsional, en términos freudianos, disfraza aún una satisfacción, Freud habla de sublimación de la pulsión y nosotros, con Lacan, de ima superyoización de esta (el superyó es ima forma que asume la pulsión). De aquí que, por otra parte, la castración sea im modo, de goce y que esto tenga consecuen­ cias sobre el estatuto del síntoma. El síntoma es asimismo un modo de goce, ya que procede de la castración como renuncia a este.

La prom oción del objeto a Solo que allí donde Freud incluyó el Edipo, el Nombre del Padre y el superyó, Lacan ubicó únicamente la incidencia del lenguaje como tal. El lenguaje cumple la Versagung fundamental, es el Nombre-del Pa­ dre e incluso el superyó. Por eso, la construcción de lo que ocupa el lu­ gar de la metáfora paterna y de la acción imputada al superyó, cons­ trucción que antes resumí con la metáfora en la que el Otro sustituye un goce primario barrado. Cabe agregar que esta operación deja ese resto llamado a. A —

—>

a

X Hay un esfuerzo por articular a esta operación fundamental de sus­ titución, como una consecuencia necesaria, la aparición de ese resto que, en cierta lectura de Freud, puede dejarse librado a lo accidental o a la contingencia, a fallas del desarrollo de la libido. N o carece de fundamen­ tos en Freud esta lectura que solo aborda este a por el sesgo de fijaciones patológicas a estadios superados de la evolución de la libido, mientras que en Lacan el resto sé presenta TOmcTunaTcon^cúeneiaTtfecesariar Lacan lo sitúa como causa y no como objeto del deseo, lo que da lu­ gar a un vector del deseo que no tiene objeto propio. La promoción del objeto a como causa de un deseo sin objeto adecuado, sin objeto que lo colme, lo satisfaga, se abre paso desde hace tiempo en las profundida­

des del gusto, y sin duda lo velaron los ideales rigoristas de la moral victoriana. Yo doy solamente una idea general, pero aquí hay que es­ tar atentos a la historia del consumo. Se nos explicaron las condiciones éticas para realizar la producción industrial moderna, lo que se destaca incluso en relación con la figura magistral de la reina Victoria: había que producir. Pero también hacía falta vender... Según los historiadores del consum o, era preciso que al exceso de producción respondieran algunas convulsiones del lado del modo de consumo. Cuando nos referimos a la Revolución Industrial siempre destacamos la figura del amo moderno, que impone al traba­ jo una disciplina de hierro y encarna la castración actual. Sin embargo, todo esto es doblado por una revolución consumista más secreta. En efecto, acoplamos al trabajador despojado a las máquinas para produ­ cir delgadas telas de algodón, encajes, pero ¿quién llevará estas telas y estos encajes? ¿Quién los querría y, sobre todo, quién querría cambiar­ los a menudo? El deseo de renovar el objeto de consum o, de descartar­ lo cuando ya no está de moda, es algo tan esencial para esta revolución industrial como la disciplina de hierro del ideal. Para sostenerlo, hacía falta del otro lado ima convulsión del deseo. En otras palabras, bajo la ética del ideal -in clu s o del V ictoriano-, está presente ima nueva ética del consumo. Tres historiadores, airtores de una obra sobre el nacimiento de la so­ ciedad de consumo, hablan de ima revolución del lado de la demanda, cuyo comienzo sitúan en el siglo XVIII en, para sorpresa general, las clases m edias y comerciantes de la más alta tradición puritana. Un misterio rodea la conducta del consumidor moderno y las condiciones de surgimiento a escala masiva de algo qtie el sociólogo señala como apetito insaciable, a diferencia del instinto y la necesidad, que se defi­ nen por la saciedad programada que implican. ¿Cómo se volvió insaciable y siempre renovada la necesidad y se instiló en el sujeto ese gusto sorprendente por el objeto nuevo? Tene­ mos - y es también lo que designa Lacan con esta promoción del plus de gozar que sitúa nuestro modo de goce- una figura del consumidor moderno; hay tm hedonismo de tipo nuevo que se aceleró, triunfó so­ bre el ideal rigorista y constituye nuestra actualidad. En la «Psicología de las m asas...» el deseo en su carácter plástico, errático, se manifestó a escala masiva y dio lugar a todas las manipulaciones de la demanda. También se descubrieron las afinidades entre el goce y el semblante. Y hoy, a fines del siglo XX, este proceso histórico que comenzó hace dos

siglos parece finalizado por la promoción masiva del objeto a como causa del deseo y del deseo insaciable. El proceso que se inicia en el siglo XVIII coincide con la evapora­ ción del antiguo dios transmutado en una figura abstracta de bondad, sabiduría, dulzura y cálculo, convertido en el dios de los filósofos a partir del discurso de la ciencia, que solo necesita un dios que calcule, un dios de veracidad e incluso de buena voluntad, que no haga tram ­ pa. Correlativamente, en ese siglo se asistió a los primeros intentos de transmutación del lazo social, fundado -s e pensaba- en la tolerancia, valor que hoy triunfa. Evidentemente la Revolución Francesa produjo algún escándalo en esta historia, ya que el país que se distinguió a la vanguardia de sus elaboraciones cayó en lo que hay que llamar el terrorismo de Estado. Se habló de tolerancia durante un siglo para engendrar este terroris­ mo. Y en este punto el diagnóstico de Joseph de Maistre no es el más tonto: se olvidó el antiguo dios, se lo transformó en un buen hombre que hace sus cálculos, y finalmente llamó la atención de la humanidad con la forma de una divinidad obscena y feroz. Ya comenté en mi cur­ so su breve texto sorprendente llamado Éclaircissement sur les sacrifices, que recuerda-el-valoF de-la-é tica-deLsaerificioNada dice que este movimiento que va del olvido al recuerdo no se haya repetido o esté destinado a hacerlo. El discurso de la ciencia invita a esta figura bonachona de la divinidad y sus equivalentes, y no se excluye para Dios lo que Lacan llam aba el retorno de su pasado funesto. Me detengo en esta idea general de la atmósfera en tomo de esta promoción del objeto a, y vuelvo a la segunda proposición, que liga la inexistencia del Otro con la promoción del lazo social como nuevo punto de basta.

La prom oción del lazo social El pimto de basta es el operador apto para superar la disyunción entre el significante y el significado, que al presentar el significado co­ mo un efecto y el significante como ima causa, asegura la relación con lo real. El punto de basta, que Lacan representó dinámicamente, anu­ da entonces significante, significado y referencia.

En este lugar del Otro como punto de basta encontramos el lengua­ je, su estructura, el tesoro del significante, la consistencia del Otro. La intención de significación pasa por ahí, se refracta y somete a ese lugar del Otro, que vale como lugar de poder. Lacan ubicaba allí al analista como amo de la verdad en la sesión analítica. ¿Qué ocurre si el Otro no existe? En cierto momento de su enseñan­ za, Lacan puso en su lugar lo que llamó la estructura de discurso. Si quieren una referencia, consulten el tercer capítulo de su seminario Aun, donde él recuerda que debemos a la lingüística la disociación en­ tre significante y significado, pero para agregar que el significante fó­ nico, auditivo, no tiene con lo que significa ninguna relación. En reali­ dad, señala algo que va a contrapelo de lo que sostenía en «La instan­ cia de la letra...», donde subrayaba que el significante como tal no tie­ ne relación con su efecto de significado, lo que elimina al Otro como punto de basta de ambos. Lacan propone entonces que la relación con la referencia solo se establece a partir de lo que el discurso constituye como lazo. El lenguaje dice algo a partir de tm modo de funcionamien­ to del discurso, de su utilización como lazo entre los que hablan, y plantea que lo único serio es lo que se ordena como discurso. Y él llamó cuatro discursos a lo que ocupa el lugar del Otro que no existe, lo que lo reemplaza cuando se reconoció su ficción y que solo consiste en tm lazo entre los sujetos que hablan. Al formular esta solu­ ción para dar cuenta de que nos ponemos de acuerdo, Lacan encuen­ tra o elabora la dirección que el segundo Wittgenstein dio a su refle­ xión sobre el lenguaje, y sugirió, por otra parte, ubicar en la psicosis su posición subjetiva. En todo caso, es tm hecho que el segundo Wittgenstein se interrogó sobre la ausencia fundam ental de punto de basta y que sus investiga­ ciones se apoyan en lo que anudaría significante, significado y referen­ te. Él presenta el problema de manera aporética: ¿cómo se sabe que el rojo es rojo? ¿Cómo sabemos que lo que nosotros llamamos rojo el otro

también lo denomina así? La pregunta se plantea porque el otro pue­ de ser daltónico. Su recurso fundamental en lo que experimentaba co­ mo ausencia de punto de basta es la comunidad de utilizadores del lenguaje, una comunidad de los que hacen lo mismo. Cuando el Otro voló en pedazos, lo único que queda es la práctica común del lengua­ je en tma comunidad dada. Así, tma comunidad es tm conjunto de sujetos que se ponen de acuerdo sobre el valor de las palabras, lo que supone que comparten tma forma de vida -tm modo de goce, diremos nosotros- considerada en su dimensión transindividual, donde debe buscarse el fundamento de la práctica discursiva. La dirección que indicó el segundo Wittgenstein condiciona hoy especialmente en los Estados Unidos, pero también en Alemania e Inglaterra, las interrogaciones de la filosofía y de la teoría política. La pregunta recae sobre la multiplicación aquí implicada, por­ que, así entendida, comunidad solo hay tma. Se trata, pues, de una pre­ gunta sobre el pluralismo, el consenso y los grados del consenso. Y la duda recae sobre la existencia del discurso universal. ¿Existe un discurso universal, el discuxso universal? Algunos, como"los""filósofos alemanes Habermas o Apel, se esfuerzan por restablecerlo aunque sea en el horizonte, y oíros, por negarlo, por admitir lo incomunicable. Un filósofo norteamericano (o quizás inglés) algo antiguo, que había refle­ xionado sobre el cristianismo y el nacimiento de la comunidad, hablaba de tma comunidad de interpretación. Para él, tma comunidad es tm con­ junto que reúne sujetos animados por tma voluntad de interpretación, que intentan comprender lo que el otro quiere decir y se dedican a inter­ pretarse tmos a otros, lo que supone una buena voluntad interpretativa. La aceptación de lo incomunicable, la negación del discurso univer­ sal, encontró tm portavoz sutil en el filósofo Rorty, quien predica el rei­ no de la conversación. Rorty sostiene que solo hay conversaciones y, con un espíritu consecuente, no duda pese a la ciencia en negar lo real. Para él la ciencia es tma conversación, y no hay exigencias debidas a los objetos de la investigación científica. Las únicas exigencias que se imponen, que limitan la conversación, resultan de las indicaciones que les hacen sus compañeros, según explica en tm artículo llamado «; So­ lidaridad u objetividad?». Según Rorty, los hombres tienen/dos formas de dar sentido a sus vi­ das: cuentan que están en contacto con una realidad no humana, que trasciende su comunidad, o se contentan con relatar a tma comunidad lo que hicieron. Explica que, en el intento de dar tm sentido a la vida,

se presentan fundamentalmente dos deseos, el de objetividad y el de solidaridad. Y lamenta que seamos ante todo herederos de ima tradi­ ción objetivista, platónica, que piensa que es posible distinguir entre el saber (episteme) y la opinión (doxa), entre la apariencia y la realidad, que cree que hay que salir de las comunidades para encontrar lo verdade­ ro, fuera de la conversación, como lo ilustra el mito platónico de la ca­ verna. Dentro de la caverna charlamos en la apariencia y la opinión, y luego salimos para exponemos al sol de lo verdadero y, por ejemplo, practicar matemáticas, que no son tm asunto de conversación. En la práctica de las matemáticas se puede reconstituir ima verda­ dera solidaridad, pero es la de los buscadores de la verdad fundada en la objetividad. Rorty propone, por el contrario, reducir la objetividad a la solidaridad, lo que significa que no hay valor superior al consenso social. Por eso puede agrupar a Williams Jam es, Nietzsche y John Dewey, y asum ir que la verdad es lo que nos resulta bueno creer. Sigue confiriéndole entonces un sentido a la verdad pero no a lo real, lo que da lugar a un sorprendente relativismo pragmatista que destaca que solo hay semblante socialmente fundado. No hay, pues, real.

La chachara com unitaria Este esfuerzo consecuente para intentar reconstituir al Otro en for­ ma de comunidad, de para todo x, se acompaña de su pluralización. De allí las preguntas que dividen el debate filosófico: ¿cuáles son los bue­ nos límites de la comunidad? ¿La parroquia? ¿La nación? ¿La humani­ dad? La base consensual parece siempre contingente en la inexistencia del Otro y se percibe además que el para todo x se agota reconstituyen­ do al gran Otro. De hecho, uno se desplaza en el régimen del no todo, no se logra formar un para todo x equivalente al Otro. Dada la inexistencia del Otro, hay un esfuerzo por hacer existir la co­ munidad en el lugar incesantemente ocupado por saber el valor exacto de lo que se dice. Tomemos tm ejemplo actual (ya que decimos que abri­ mos el diario): tenemos un presidente de la república, una figura excep­ cional que toma como interlocutor a la nación y debe hablar en tm con­ texto en el que el Otro no existe... ¿Qué se aprende? Me arriesgo... Lo verificaremos m añana... Helo aquí... En fin, ¿helo aquí? El comité que lo rodea es el que hace eso, que piensa dar a esta alocución la apariencia de la conversación, que necesita interlocutores múltiples. Como recae

sobre este la ley del Otro que no existe, es preciso que instituya ima con­ versación; y se puede estimar aquí brevemente el proceso que se desa­ rrolló entre su augusto predecesor, De Gaulle, y él mismo. Se ve que el tema de la fractura social no hace más que reflejar en las condiciones del país la imposibilidad de sostener el para todos, la imposibilidad de obtener la comunidad como existente. Se trata del imperativo contemporáneo: Hay que discutirlo, frase que parece inocen­ te pero que resulta muy paradójica como imperativo absoluto. Y es que el lazo social solo se sostiene por el amo, el significante amo o lo que ocupe su lugar. El lazo social solo se sostiene porque no se discute. Existe un camino fundamentalista que intenta darse maña con la paradoja hay que discutirlo. Consiste en presentar a priori las condicio­ nes ideales mismas de la discusión, es decir, intentar deducir de esta lo que debe reglamentarla. Para que tengan ima idea de lo que proponen los investigadores que se orientan en esta vía, citaré el nuevo im pera­ tivo categórico inventado por el señor Karl Otto Apel en ima obra lla­ mada La réponse de Véthique de la discussion..., que es im esfuerzo por encontrar lo que puede regular la discusión a partir de las condiciones fundamentales de esta. Animciado así, no tiene un carácter de eviden­ cia absolutarEste-es'SU-imper-ativo-eategórieo-neokantiano-modificado„ por la ética de la discusión: Actúa solo en función de una máxima de la que puedas presuponer, teniendo como base una concertación real con los implicados, respecti­ vamente con su defensor, o, como sucedáneo, teniendo como base ima experiencia de pensamiento correspondiente, que todas las consecuen­ cias y efectos secundarios resultantes de manera previsible de su obser­ vación universal, envista de la satisfacción de los intereses de cada uno de los implicados tomados individualmente, puedan ser aceptados sin coacción en una discusión real por todos los implicados.11

Hay im a razón en cada una de estas cláusulas precisas, nuevas, que es la flor de la reflexión universalizante sobre la discusión. En la di­ mensión de la inexistencia del Otro, apelar a la comunidad por no poder obedecer a este nuevo imperativo categórico (que todos ustedes anotaron para ajustarse estrictamente a él) es, sin embargo, la institucionalización de la fluctuación y d.el síntoma de debilidad.

11. La traducción es nuestra. [N. de la T.]

Tuve un ejemplo de esto hace quince días cuando estaba en Barce­ lona y encendí la televisión... Lo que me molesta de nuestra investiga­ ción sobre la civilización actual, sobre la Massenpsychologie, es que no tengo televisión en París y tal vez haga falta que me consiga una. En fin, en el hotel de Barcelona había una, la encendí, puse el canal cata­ lán (que se entiende muy bien cuando se sabe francés y español) y asis­ tí a un debate sorprendente sobre el adulterio en el que brillaba por su ausencia toda autoridad consagrada, moral o religiosa. El debate reu­ ma a los primeros que llegaban; entre treinta y cuarenta catalanes -un os adúlteros, otros víctimas del adulterio- debatían a fuerza de ejemplos. Había además una señora que se defendía de haber destrui­ do la vida en com ún de una pareja argumentando que el señor y la da­ ma ya estaban separados en su corazón antes que ella interviniera. Era la televisión del comité de ética discutiendo sobre el bien y el mal, verdaderamente en la dimensión del Otro que no existe. Por el diario sé que estos debates se realizan de un modo u otro en distintos países, donde se convoca tma muestra de todos los que se presentan y luego se discute, entre las opiniones y las experiencias individuales, siempre de un modo no conclusivo. Se estira prodigiosam ente el tiem­ po para comprender y el momento de concluir es por lo general: Bue­ no, ahora una tanda publicitaria o La vez que viene trataremos un nuevo pro­ blema de la sociedad. La presencia de los comités de ética resulta completamente insis­ tente y es materia de espectáculo. Tenemos en todas partes la forma so­ berana de la charla comunitaria, el Massencharloteo, que es lo que que­ da del para todo x cuando ya no se cuenta con el apoyo de ese que dice no. En este lugar se inscribe el problema del disidente y de la elite que piensa y habla mejor, el problema de los grados de uniformidad de la creencia, etcétera. En la época de su teoría de los nudos, Lacan ya definía el análisis mismo como im a práctica de pura cháchara. Si percibimos la actuali­ dad social del parloteo, cobra verdaderamente sentido la definición del análisis que dio Lacan a fines de los setenta. Ya antes él lo había lla­ mado la palabra vacía, donde las significaciones aparecen flotantes, sin efecto de sentido. Estas palabras sin punto de basta lo llevan a pregun­ tarse cómo tienen no obstante efectos. El psicoanálisis transforma el Otro que no existe en sujeto supuesto saber. El Otro tiene solamente el estatuto de un señuelo que el analista permite que se constituya para un sujeto y tam bién se disipe, exhibiendo la falla del sujeto supuesto

saber. A falta del O tro que no existe, donde se inscribía su significad o aparece el sujeto supuesto saber com o efecto de significación en g en ­ drado por el d ispositivo analítico.

El concepto de sujeto supuesto saber traduce en la teoría la degra­ dación del Otro en significación. Si antes Lacan lo hacía existir como simbólico, si el Otro era incluso para él lo que de lo simbólico existe en lo real, el sujeto supuesto saber significa que solo existe como signifi­ cado, posee estructura de ficción y depende del lazo social analítico. Lacan necesitó buscar con renovado esfuerzo lo real porque el pro­ blema es si puede haberlo en estas condiciones. Por eso intentó situarlo en el nivel del objeto a, en el lugar de ima fijación de significante, si me permiten, una fijación de goce. Y atribuirlo al objeto a era retirarlo del Otro. Creo que al dar este seminario experimentamos cierta resistencia del auditorio, que es alentadora porque muestra dónde tenemos tma oportunidad de tocar lo crucial. La resistencia se debe a que nos esfor­ zamos por introducir el lazo social analítico en la sociedad, por resituarlo en la cháchara comunitaria de nuestro tiempo, mientras que el psicoanálisis, el blablá analítico, para tener efectos aparece como un es­ pacio reservado (en el sentido en que Freud definía el espacio fantasmático como una reserva o tm parque natural en la realidad psíquica). Asimismo Lacan hablaba de su Escuela como de tm refugio contra el . malestar en la cultura. M ás allá, se puede afirmar que el lazo social analítico es tm refugio contra dicho malestar. _Ahora bien, nuestro esfuerzo consiste en h acer que este malestar penetre la esfera resguardada de la sesión analítica. (Dirigimdose a Éric Laurent:) Ya/hablé mucho tiempo, te paso la pa­ labra y tal vez empieces tú la próxima vez.

El superyó según los sexos É r i c L a u r e n t : En la perspectiva del Otro que no existe, ¿cómo so­ portar este Otro que no cesa de insistir? ¿Con qué derecho se manifies­ ta junto a cada uno? Señalamos la actualidad del problema, y me de­ tuve en los derechos de la mujer tal como se definieron en Pekín. Me alegró constatar que ayer el presidente Clinton honró el Día Interna­ cional de los Derechos Humanos con un acento particular en los dere­ chos de la mujer, retomando las inquietudes que su esposa, la señora Clinton, había desplegado en Pekín hace un año. Fue la oportunidad de distribuir cinco millones de dólares para mejorar los derechos de la mujer especialmente en Ruanda, Zaire y en Bosnia Herzegovina. Esta manera específica de intervenir desplaza la cuestión simplemente hu­ manitaria; no es la distribución en las ONG, es intervenir en ese pun­ to con una gran contim iidad de acción. En otro marco se presenta el problema del derecho a contraer ma­ trimonio con el mismo sexo, same sex unión. Justamente, el jueves pa­ sado en el Estado de Hawai un juez casó a dos señoras, lo que consti­ tuye un franqueamiento que nos abre nuevos espacios de debate. Y quisiera retomar cómo Freud consideró imposible establecer «El ma­ lestar en la cultura» sin acompañarlo de textos que definían la diferen­ te reacción de los dos sexos con respecto a la cultura y al superyó. Cuando inicia su concepción de «El m alestar...», que es una conse­ cuencia de «Psicología de las m asas...», Freud puntualiza en dos tex­ tos consagrados explícitamente a este punto (imo de 1925 y otro de 1932) las distintas posiciones del estatuto del superyó según los sexos. La cosa aparece tarde en Freud puesto que necesitaba primero esta­ blecer la relación del complejo de castración con el complejo de Edipo y el destino del Edipo después del encuentro de las dos instancias. También hacía falta que fijara la metamorfosis subjetiva obtenida por la puesta a punto de un siiperyó tan impersonal como personal era el padre, con todos sus lazos con el padre de la realidad. En fin, la rela­ ción del m uchacho y la chica, del hombre y la mujer, con esta instancia del superyó debía estar específicamente fijada. Así, se encuentra una secuencia que se inicia con el texto de 1924, «El sepultamiento del complejo de Edipo», seguido, en 1925, por «Al­ gunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los se­ xos». (Si toman el índice de Strachey verán que él es el único que ubi­ ca esta repartición del superyó según los sexos.) Luego hay que agre­

gar el artículo sobre la feminidad que escribe en 1932 y se publica en 1933, en las «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis». Esta posición de Freud se distingue de la de las feministas de su época por la relación de las mujeres con el Otro. No olvidemos que en la época de Freud el feminismo era tan activo como en la nuestra y que si nosotros vimos la inclusión de la mujer en el contrato privado, su época conoció su inserción en el derecho al voto, que se dio progresiva­ mente en la mayoría de los países europeos. Les recuerdo que las mu­ jeres obtuvieron el derecho al voto primero en Escandinavia, en 1910; en Inglaterra fue al final de la Primera Guerra Mundial; en los Estados Unidos, en 1920; y Francia, con De Gaulle, se convirtió en el trigésimo sexto país del mundo en adoptar el sufragio femenino, en 1945. Después que las discusiones del 89 -donde las mujeres tenían dere­ cho a expresarse en los Estados generales- se detienen en el 93 por el voto de una ley que les prohibía formar parte de un club, la cosa se rea­ bre con los sansimonianos, que ya tienen en 1830 el conjunto del pro­ grama contemporáneo sobre la reabsorción de la posición femenina en el intercambio. En 1925, con Freud las mujeres se integran en «Psicología de las ma­ sas...», texto que le-permite-reordenar-4oda la-oposición de-1 comporta-miento de los dos sexos, empezando por lo que concierne a la castración. Cuando el niño percibe por primera vez el sexo de la niña, se muestra indeciso, poco interesado, no ve nada, niega su percepción, la atenúa y busca recursos extremos para ponerla en armonía con lo que espera en­ contrar. En la niña ocurre algo completamente distinto: al instante, su juicio se decide. Lo vio, sabe que no lo tiene, quiere tenerlo. Esta oposi­ ción marca para Freud el camino distinto que tomarán ambos. superyó padre del Edipo

La niña está segura, decidida, y este carácter de decisión contrasta con la indecisión masculina, que se marca enseguida en tantos caracteres. Freud examina esta decisión del lado de la mujer y sostiene de en­ trada que no es simplemente monolítica, si me permiten, sino que hay una bifurcación en la que surge el complejo de masculinidad de la mu­ jer. Interviene para ello un proceso que él llama renegación, que, según sus palabras, no es ni raro ni muy peligroso en la vida psíquica infantil,

pero que en el adulto induciría una psicosis. La niña se niega a aceptar su castración, se consolida en la convicción de que posee pese a todo un pene y se ve obligada a comportarse a continuación como un hombre. Freud formula explícitamente en este punto ima renegación parti­ cular llamada Verleugnung, que da el estilo de la locura femenina. La­ can recogerá de Freud la relación de la mujer con la psicosis, pero ha­ rá con ella otra cosa. Una vez ubicada la castración, Freud la articula al complejo de Edipo por tma ecuación simbólica (pene = niño) trazada por anticipado. A continuación, la niña abandona el deseo del pene para poner en su lu­ gar el deseo de un hijo y toma con esta intención al padre como objeto de amor. Como sabemos, Freud distribuye los dos sexos por el quiasmo de los complejos de Edipo y castración. El com plejo de castración hace caducar el com plejo de Edipo del ni­ ño y lo vuelve posible para la niña. En el niño dicho complejo no solo es reprimido, sino que vuela literalmente en pedazos ante la conmo­ ción por la amenaza de castración. Mientras que en la niña falta el mo­ tivo. Puesto que la castración ya produjo su efecto, el complejo de Edi­ po escapa en ella al destino que le está reservado en el niño; puede ser abandonado lentamente, puede ser liquidado por represión y despla­ zar sus efectos a distancia, a lo lejos, en lo que es la vida psíquica nor­ m al de la mujer. En el niño, en cambio, el superyó es enteramente he­ redero del Edipo, una transformación. Todo lo que era el padre del Edipo se reabsorbe en la metáfora, la sustitución superyoica. Con respecto a la niña, sostiene que no es posible desprenderse de la idea de que lo moralmente normal se toma ajeno para la mujer. El su­ peryó nunca se vuelve tan despiadado, tan impersonal, tan indepen­ diente de sus orígenes afectivos. En realidad, si con su idea de un impe­ rativo impersonal despegado de toda patología Kant no fue tma mujer, es porque las hijas siguen amando al padre -s e ve entonces el aspecto bueno de amar al padre- y los padres aman a sus hijas. Edipo y Antígona constituyen un apoyo seguro... Es distinto con los niños, con quienes siempre hay que dar pruebas de un talento de negociación com plejo... Ja c q u e s -A la in M ille r :

Hay que conversarles.

É r i c L a u r e n t : S í , ¡y ni hablar de arreglárselas de otro modo! En cambio, con las niñas se experimenta un tipo de incondicionalidad. Es­ te es el aspecto bueno... En fin, cuando se está del lado padre. El otro

aspecto -m enos bu en o- es que se ama al padre, pero en el fondo este es un hombre como los demás, cosa que quedó un poco de lado en la fascinación por Edipo y Antígona y que Lacan mostró a todo el mun­ do con sus fórmulas de la sexuación.

El padre no existe La consecuencia de lo que Freud plantea es que el padre ya no exis­ te. Observa a partir de 1925 que este, aún presente hacia 1880, ya no está en su teoría. Del lado femenino no se obtendrá nunca el superyó separado, impersonal, siempre se buscará: M e dice esto, de acuerdo. Pero ¿qué quiere de m í exactamente? Y la pregunta femenina consistirá en ve­ rificar de inmediato, como esa fórmula que un abogado ubicó en su práctica: No me digas cuál es la ley, dime quién es el juez. Luego se ve có­ mo uno se las puede arreglar con él. Freud retoma el tema cuando señala en el contexto de la época que aquellos rasgos de carácter que la crítica desde siempre reprochó a la mujer (como mostrar menos sentido de la justicia que el hombre y ima menor inclinación a someterse a las grandes necesidades de la vida y dejarse guiar a menudo en sus decisiones por sentimientos ya tiernos ya hostiles) encontrarían un fundamento suficiente en la modificación de la formación del superyó. Al leer este texto en El seminario 4, Lacan interviene en un contexto donde causó estragos esta proposición de Freud y donde los psicoana­ listas debatían sobre las relaciones de la fase preedípica con la madre y la postedípica con el padre. Para orientarse, porque se había vuelto una Babel imposible, Lacan realiza ima operación triple: primero agre­ ga a castración y frustración eí término privación (que ubica al comiéñzo la percepción de un genital por la niña). Los sexos están castrados en la subjetividad, pero privados en lo real, que en ese momento es al mismo tiempo realidad. La segunda operación consiste en situar como agentes de la castración a los padres imaginario y real, y reservar al padre simbólico para el complejo de Edipo. Sin embargo, introduce a la madre como agente de esta función de castración. . Como tercera operación, distingúe y ordena el falo en los diferen­ tes registros de objetos, lo que le permitirá definir la salida de la rela­ ción de la mujer con el superyó y su posición particular.

Freud continúa su ubicación en el texto de 1932 sobre la feminidad, que es compañero de Aun, seminario que comienza prácticamente igual que la conferencia freudiana, esto es, con la distinción entre el ca­ rácter sexual secundario y la identificación primaria de la mujer. N o­ sotros los examinaremos juntos, y aunque no los veremos hoy, les da­ ré la argumentación de lo que será la confrontación de los dos prime­ ros capítulos de Aun y del texto de 1932. Freud situaba la originalidad del goce femenino a partir de ima po­ sición pulsional original, la del extraño lazo que hace que a medida que la sociedad - o el O tro - prohíbe a la mujer la posición activa, a me­ dida que circula la prohibición paterna, la mujer lo sexualiza, y su m a­ soquismo es un goce que finalmente logra subvertir lo vedado. Pero Freud solo puede enunciar esta posición original ima vez que aseguró su teoría del malestar en la cultura, que muestra, como destacó Jac­ ques-Alain Miller, una suerte de superyoización de la pulsión en la mu­ jer. El masoquismo de la pulsión es su modo extraño de superyoización de esta, que al mismo tiempo la articula y separa del Otro. Donde Freud habla de amor residual al padre, Lacan ve el no hay ex­ cepción. Cabe recordar que las feministas de los setenta reivindicaban la abolición de la prohibición del incesto, sin duda para que se mani­ festara mejor el carácter trivial del padre. Lacan no anuda feminidad y psicosis en el nivel de la denegación de la castración sino en el del des­ tino del Edipo, después del encuentro con el complejo de castración. Y donde Freud acentúa el amor al padre, él investiga sobre la increduli­ dad en el goce producido por dicho amor, cuya consecuencia clínica es la gravedad de la histeria. Más profimdamente, mientras que los textos de Freud de 1925 y 1932 se leen en la perspectiva de ima instauración radical de este amor al padre - y resulta secundario el desplazamiento de objeto que prime­ ro marca el imperio de la madre y después el desplazamiento al pa­ d re-, se subestima que su novedad (que se observa especialmente en el segundo texto) es un largo desarrollo sobre el hecho de que el lazo con la madre desemboca en el odio, el cual puede ser un poderoso ins­ trumento de segregación. Desde esta perspectiva releeré el texto de Freud apoyándome en la página 110 de Aun, donde Lacan marca el aporte del psicoanálisis con el término odioamoramiento: «relieve que el psicoanálisis supo introducir para situar la zona de su experiencia. Fue de su parte testimonio de buena voluntad. Si al m enos hubiese sabido darle otro nombre y no el término, bastardo, de am bivalencia, tal vez

hubiera tenido mayor éxito en conmover el marco de la época en que se inserta». Nosotros desarrollaremos justamente este contexto. Este Otro que no existe hace que los goces se yuxtapongan, se mez­ clen y al mismo tiempo se segreguen. Nuestra brújula es que no se puede recurrir al amor al padre para orientarse, que es a mi entender lo que nos sugiere Lacan en la página mencionada de Aun. Desde esta perspectiva leeremos el texto de 1932 sobre la feminidad. 11 de diciembre de 1996

Lo real y el sentido

J a c q u e s - A l a i n M i l l e r : En este quinto encuentro del seminario, Éric Laurent continuará con lo que comenzó la última vez a propósito de un relevamiento en Freud. Pero antes de cederle la palabra como esta­ ba previsto, convinimos en que yo comentaría brevemente tm aconte­ cimiento actual que anuncié la vez pasada: la conversación presiden­ cial, luego de una evaluación que realicé sobre ciertas proposiciones enunciadas durante los primeros encuentros de este seminario. En primer lugar recogí la sensación de que habíamos elegido bien nuestro momento para dar este seminario sobre el tema del Otro que no existe; justo a tiempo, a decir verdad, para no llegar demasiado tar­ de. En efecto, me parece que pudimos ver y escuchar un comité de éti­ ca al estilo francés, que ponía m uy de m anifiesto esta inexistencia. Y es que no solo m ostraba que el Otro no existe sino que hasta disipaba el señuelo del sujeto supuesto saber, que es una forma atenuada, una re­ ducción semántica del Otro.

El sujeto al poder El mayor representante del Estado describía a sus compatriotas, sus fieles, sus administrados, como extraviados, asustados, crispados, y no solo no parecía ofrecerles una brújula, sino que él se mostraba a mi en­ tender tan perdido como ellos. Las palabras pronunciadas daban cuen­ ta de lo que se llama en buen francés la rouspétance [el rezongo] del po­ der. Ciertamente, es un dato bastante nuevo para ser tan público.

La rouspétance es un término del argot testificado desde comienzos de la Tercera República, que designa ima protesta contra la injusticia, que no se hace en forma legal, sublimada, sino como ima especie de charla malhumorada que implica ima dimensión de estancamiento e impotencia para resistir una fuerza superior que se impone. Cabe agre­ gar que el rezongón no es el sublevado. En este caso, curiosamente era el poder mismo por boca de su re­ presentante más autorizado el que rezongaba. ¡Sorpresa! Este espectá­ culo tan original, atrapante, evidenciaba la impotencia del poder -p re ­ cisamente, la impotencia del poder político-, como una suerte de dis­ curso del amo reducido a la charla. No se trata de una novedad, pero había cierto efecto de verdad al verlo manifestarse claramente. Porque la impotencia del poder se puede enmascarar con ima retórica de la competencia, la voluntad, y en este caso, pese a algunos intentos, que­ daba al desnudo. Entonces los tartufos lanzaron im solo grito: «¡Cúbrase ese seno, cu­ ya vista no puedo soportar!». Se le reprochaba a su autor haber m os­ trado lo que se suele disimular. Esconda al pueblo, vamos, que el Otro iiO existe, que el poder nada puede. Esta conversación es por el contrario un “signo de~la^época“('dé'BsteTnodo-escuché-la-eosa)rque haee-qiae-los-re= presentantes del poder, en la forma contemporánea del malestar en la cultura, sean conducidos a mostrarse como sujetos divididos. Así formulado, se percibe que ya se dijo esto de otras maneras con el predecesor del actual titular del cargo, quien apasionaba a las m ul­ titudes exhibiendo su alma, sobre la que todo el mundo se preguntaba si era blanca o negra. La muy reciente publicación -q u e no tuve tiempo de leer pero de la que vi extractos en la prensa- de ima confesión patética del segundo primer ministro confirma que existe hoy im a inclinación fuerte a que los representantes del poder se muestren como sujetos divididos, lo que no ocurría en absoluto en la época de Freud. La encontré ilustrada con gran justicia ayer por la tarde en la primera página de un conoci­ do periódico: se trata de la representación de ima sesión analítica. Ahora el poder se exhibe como sujeto dividido y ya no com o Otro consistente, lo que confirma la exactitud del materna que Lacan forjó una vez para el discurso del capitalismo, donde escribía $ én el lugar del significante amo. Cuando $ se descubre al frente de un Estado co­ mo el nuestro, que ocupa mucho lugar en este país, que es incluso un fundamento de la nación (y esto desde los cuatro reyes que hicieron

«Me dio de lleno en ln jeta, como diría ya no sé quién. Entonces me dan ganas de escribir un libro, como diría ya no sé quién.»

Francia, no es algo que date de la Tercera República), resulta perturba­ dor, hasta escandaloso, e invita a lanzarle encima el manto de Noé. No faltaron candidatos para esta función, antiguos presidentes, presiden­ tes imaginarios que se precipitaron diciendo: No se le habla de este modo a la gente. Para nosotros es precioso porque valida las categorías que podemos utilizar para captar la realidad social a partir de nuestra pro­ pia experiencia. Agregaría para terminar esta pequeña observación que el diagnós­ tico de conservadurismo que recae-sobre los franceses confirma las pa­ labras pronunciadas hace quince días en este lugar: la exigencia capita­ lista se muestra ahora com o revolucionaria y provoca por otra parte, re­ troactivamente, una singular confluencia de herederos de la revolución proletaria y de la contrarevolución en la denuncia del libre comercio. Tomemos este breve señalam iento como la indicación de que nues­ tro abordaje -aq u í, en todo ca so - nos permite intentar una lectura de los fenómenos contemporáneos.

Odioamoramiento É r i c L a u r e n t : Para llegar a un punto en la definición contemporá­ nea de la relación entre los hombres y las mujeres, volveré a partir de la lectura de las «Nuevas conferencias de introducción al psicoanáli­

sis», de Freud, más precisamente, de la trigésimo tercera, que data de 1932 y está dedicada a la feminidad. La releo desde la indicación que dio Lacan en la página 110 de Aun de que el psicoanálisis aportó un sa­ ber nuevo sobre tma pasión. Mucho dijeron sobre las pasiones los pen­ sadores racionalistas, pero el psicoanálisis agregó ima, el odioamoramiento, que arrasa la esperanza cristiana del mandamiento del amor al prójimo. El psicoanálisis plantea justamente que no hay amor sin odio, pero veremos qué significa esto exactamente y cuáles son sus conse­ cuencias en el lazo social. Para situar esta pasión del odioamoramiento, es preciso seguir el de­ curso del complejo de Edipo y del encuentro entre este y el complejo de castración en el hombre y, especialmente, en la mujer. Porque hay en ella, si seguimos a Freud, un resto particular, doble, de las operacio­ nes metafóricas en juego en el Edipo. Freud muestra al mundo esta gran novedad en 1932, en ima publicación por encargo. En 1930 las pu­ blicaciones psicoanalíticas vienesas estaban al borde de la ruina y lo único que podía salvarlas era encargarle a Freud un libro breve para el público en general. Este respondió perfectamente al pedido: en tres puntos explica lo que se volvieron para él el sueño, la angustia, la fem inidad-D a una~ver-sión-de-«Inhibición, síntoma~y-angustia» accesible, para todos, ima versión sobre el sueño que permite retomar la inter­ pretación después de la puesta a punto de la pulsión de muerte y la re­ sistencia a la interpretación, y una versión de la feminidad. Lo esencial de su aporte se distingue de lo que presentaba en 1925 y es este descubrimiento, como se lee en la página 111: Sabíamos, desde luego, que había existido un estadio previo de li­ gazón-madre, pero no sabíamos que pudiera poseer un contenido tan rico, durar tanto tiempo, dejar como secuela tantas ocasiones para fija­ ciones y predisposiciones. [...] Casi todo lo que más tarde hallamos en el vínculo con el padre preexistió en ella, y fue transferido de ahí al padre. En suma, llegamos al convencimiento de que no se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la ligazón-madre preedípica.

Luego ofrece referencias, hallazgos de detalles que dan las investi­ gaciones, presenta el hecho de qué las escenas de seducción, que evi­ dentemente se atribuyen siempre al padre, suelen im putarse a la m a­ dre en la prehistoria preedípica de las niñas. Clínicamente, sorprende encontrar en sujetos que están desde hace tiempo en análisis, que ex­

perimentaron el camino que les hizo atravesar el Edipo y la castración, la persistencia, como en ima pesadilla, de una escena de seducción en la que la niña tiene frente a sí a la madre marcada por la feminidad, el sexo femenino, como un modo de horror siempre presente que amena­ za con la absorción. Freud sitúa entonces en la fase preedípica la primera dificultad. To­ do lo que apunta a la madre deberá ser referido al padre, P M

pero no hay simplemente cambio de objeto: «El extrañamiento respecto de la madre se produce bajo el signo de la hostilidad, la ligazón-madre acaba en odio. Ese odio puede ser muy notable y perdurar toda la vida, puede ser cuidadosamente sobrecompensado más tarde; por lo común una parte de él se supera y otra permanece», señala en la página 113. La operación de sustitución tiene un resto que no se reabsorbe y que el sueño muestra. Esto ocurre antes que se ponga en ju ego el com­ plejo de castración, donde, excepto por ese resto, quedarán las equiva­ lencias fálicas que favorecerán, por el contrario, la operación. 1

J a c q u e s -A la in M il l e r : Me aventuro un poco, ya que no tengo todos los d atos... Hubo una época en la que este fenómeno hollywoodense ocurría en la vida misma de las estrellas. Recuerdo haberme cru­ zado en París en los sesenta, por ejemplo, con ima gran figura como Zsa Zsa Gabor, quien para esa época ya iba por su sexto o séptimo m a­ trimonio. También Elizabeth Taylor... Y tengo la sensación (lo que tú di­ jiste me dio la idea) de que hoy hay en Hollywood, en lo que queda de Hollywood, por el contrario, una tendencia a una suerte de fidelidad conyugal. Resulta bastante sorprendente en las estrellas que represen­ tan el equivalente de sus comedias costumbristas hoy, como por ejem­ plo Demi Moore. É ric L a u re n t:

Demi Moore, ¡vaya ejemplo de fidelidad!

J a c q u e s - A l a i n M i l l e r : Al mismo tiempo se dice que tuvo antes de casarse mía vida bastante agitada y que celebra todos los años: ¡Un año más con el mismo! Acaso no habría que situar esta fuerte tendencia... É r i c L a u r e n t : Y o veía como tendencia fuerte en este punto por un lado a los paladines de las películas de acción (Stallone, Schwarzenegger), que continúan estas posiciones masculinas, pero por otro lado a Tom C ruise... Ja c q u e s -A la in M ille r : ¿P o r q u é

Schwarzenegger?

É r i c L a u r e n t : Bueno, es algo reciente, según la prensa que leo re­ gularmente. La tendencia fuerte es que ya no importa si es el primero, segundo, tercero, porque se trata de continuar la conversación. Ja c q u e s -A la in M ille r :

Con la m ism a...

É ric L a u r en t : Y que todo el resto funcione. Como el comité de ética, que permite seguir la conversación, las películas continúan esta charla que se inscribe a partir de Adam's Rib, donde lo importante es que se mantenga a la vez la relación con el Otro barrado, que no existe, y con a. Entonces yo tomé como ejemplo lo que se publicó esta semana en el New Yorker, donde aparece una entrevista a Woody Alien. Woody Alien, quien fue vilipendiado, puesto en la picota, conside­ rado el peor de todos, presentó una concepción inteligente del psicoa­

nálisis. Mientras que en Nueva York no había autores que pudieran alinearse, él demostraba, como se dijo en los diarios cuando lo pesca­ ron con esa muchacha adoptada por la .que era su mujer, Mia Farrow, que un psicoanálisis seguido largo tiempo produce un debilitamiento del sentido moral. De ahí que fuera necesario que el psicoanálisis se in­ terrogara sobre la relación con la moral. Resulta que Woody Alien acaba de estrenar en los Estados Unidos una película musical en la que se canta en inglés, que es un gran éxito -incluso se cree que podría llegar a obtener un O scar- y que se centra justamente en el mito de la felicidad. Es una suerte de comedia de telé­ fono blanco, pero musical y con elementos de la modernidad. Luego, la misma persona que era vilipendiada es entrevistada en el New Yorker sobre el tema de si es un verdadero norteamericano, el mi­ to norteamericano, etcétera. Se trata de un artículo como los que hace el New Yorker, es decir que hay ima muy larga entrevista y luego el re­ lato de ima periodista alimentado con múltiples referencias. La entre­ vista concluye con algo que Diane Keaton cuenta de Woody Alien. Diane Keaton, como saben, es la actriz de M anhattan, de la última pe­ lícula que es tan buena, Misterioso asesinato en Manhattan, fue su mujer, -es u n a e x ltien e imas cuantas). C uando se le pregunta sí ella tiene algo para decir de Woody Alien, relata lo siguiente: «Hay algo que conser­ varé conmigo, su imagen mirando Gritos y susurros, de Bergman. ¿Se entiende lo que quiero decir? Verlo arrebatado, lo vi en su rostro, eso me conmovió y me hizo amarlo». Pienso que como puesta en abismo de la relación de un hom bre con ima mujer en el contexto del Otro que no existe no está mal. Lo que le interesa a Diane Keaton es ver a Woody Alien capturado, atra­ pado, separado de sí mismo, por una película que él no hizo sino que constituye su ideal, pero no en cuanto ideal. Ella quiere verlo como presencia del objeto a, quiere ver el objeto a arrancado, sustraído de él, testimonio del tipo fascinado ante el cine mismo. No se trata de Woody Alien como director, sino de Woody Alien pasivizado, testigo de la presencia del objeto a. Y lo' que ella ve es a él viendo. Lo ama por­ que captó el pasaje del objeto a en el pimto en que el Otro no existe, en su malx^Sñómd^y^iTlasTélacTórres^qi^Allenpuede tener^con lasmujeres, que a partir de allí se m antendrán siempre como conversa­ ción. Ya está.

El reconocim iento del analista J a c q u e s - A l a i n M i l l e r : Para terminar la presente serie de cinco en­ cuentros donde ponemos a prueba el estilo del seminario (estamos probando y cada vez lo haremos mejor), deberemos también intentar a continuación cruzar nuestros caminos. Por otra parte, compraré la obra de Stanley Cavell, de quien leí otros libros, y esto quizá me dé la oportunidad de inscribirme en el debate. Pensé intentar circunscribir tm poco más nuestra fórmula del Otro que no existe. Su primer valor, el más evidente, es que el Otro tiene tma estructura de ficción, para inscribirlo en la fórmula de Lacan, que que­ ría que la verdad misma tuviera tal estructura. Por eso sin duda nos vemos conducidos, tal vez necesariamente, a estas obras de ficción y a ilustrarlo con la película. La estructura ficcional del Otro está patente también en la invención de Lacan del sujeto supuesto saber -q u e es exactamente el Otro en tan­ to estructura de ficción- y en la reducción de mujer a dicha estructu­ ra, que ilustró Éric Laurent. En otras palabras, lo que está en juego en la inexistencia del Otro es su reducción al semblante. El Otro, del que de­ cimos que no existe (se habla tanto más de él cuanto que no existe), no es del orden de lo real. Quería subrayarlo y, si no demostrarlo, al menos conducir a este punto de basta ficcional al final de esta primera serie. Pero ¿de dónde procede el concepto de Otro que utilizamos? Parece imponerse que este concepto lacaniano procede de la intersubjetividad y, precisamente, de la dialéctica del reconocimiento que sitúa Hegel, aís­ la Kojéve -quien hizo de ella sin duda abusivamente la matriz de toda la fenomenología del espirita- e importa Lacan al psicoanálisis. Esta dialéctica, como a menudo comenté, está primero presente en el estadio del espejo, donde la doctrina que propone Lacan conjuga la observación psicológica de Darwin y Henri Wallon y la dialéctica de Kojéve. Pero en seguida esta dialéctica del reconocimiento se importó como estructura simbólica de la relación analítica después de «Función y campo de la palabra...» y hasta la teoría de los cuatro discursos de Lacan. La estructura que él atribuye a la relación analítica se constru­ ye sobre la matriz kojéveana del amo y el esclavo. El Otro procede de la dialéctica del reconocimiento en la medida en que el reconocimiento es tma intersubjetividad disimétrica. Como es él quien tiene las claves del reconocimiento, quien lo concede o rechaza, esta dialéctica da fundamentalmente el poder al Otro, aun cuandoha-

ya al comienzo mía simetría entre los individuos, que Hegel llama las conciencias. Hay sin embargo disimetría de funciones, porque la dia­ léctica del reconocimiento no implica en este nivel reciprocidad. Lacan asignó al analista la función del Otro con mayúscula, lo que conduce a desdoblar la pareja analítica entre una relación simétrica a-a', imagina­ ria, y una relación disimétrica, donde se inscribe la función del gran Otro como tal, que tiene las claves del reconocimiento del sujeto. Lue­ go, hay un nivel simétrico y un nivel disimétrico. a-a' S -A El reconocimiento en el psicoanálisis se realiza de entrada en bene­ ficio del analista y en la demanda de análisis, donde por definición el analista debe ser reconocido como tal. El reconocimiento del analista previo a la demanda de análisis es tma problemática cruel en el psicoanálisis. ¿Cómo se lo reconoce, aunque so­ lo sea para dirigirle la demanda de análisis, que no' hace más que repe­ tir el reconocimiento previo: til eres un analista? En este excursus ya podemos-eaptar-que este reconocimiento depende~deainJazo,saciaLenjm ichos niveles. Se verifica, por ejemplo, en la función del amigo del anali­ zante, que habla al futuro analizante de su analista, y entonces el sujeto, seguro por su amigo de que fulano es tm analista, va a verlo. Este modo frecuente de constitución de la demanda de análisis tiene esta estructu­ ra que muestra la dependencia del reconocimiento con respecto a tm la­ zo social como la amistad; es en este sentido una forma elemental de di­ cho lazo. En otro nivel, está la derivación, el analista que deriva a otro tma demanda que recibe e invita así al sujeto a reconocer a este otro co­ mo un analista. Esta es de alguna manera la función importante del ami­ go no del analizante sino del analista. Y más allá están los amigos del analista, o sus amigos enemigos; en este caso, el reconocimiento previo del analista se cumple en el seno de tma comunidad analítica. Como se ve, se trata de un proceso siempre sujeto a debate. H ay por otra parte al respecto... Supongo que no puedo dejar de ci­ tarlo... [dirigiéndose a Eric Laurent] Tú también tuviste conocimiento del ultimo artículo del doctor Kernb.erg, que está actualmente en inter­ net, de donde lo bajó nuestra colega Lucía D'Angelo, quien lo comen­ tó recientemente en Barcelona, en las conferencias de los miércoles por la noche, y me lo hizo llegar.

Debo decir que es un artículo sensacional, verdaderam ente... Me pregunto si alguna vez leí un artículo de la IPA que fuera tan gracioso, pero voluntariamente gracioso. Se llama «Thirty methods lo destroy the creativity of psychoanalytic candidates» [Treinta procedimientos para destruir la creatividad de los candidatos psicoanalíticos] y es el producto de su experiencia en todas las sociedades de la IPA (es un gran viajante, un perfecto conferencista). Kernberg recogió y clasificó treinta procedimientos con los que las bandas que dominan cada una de estas sociedades desalientan a los jóvenes, especialmente sobre lo que es el reconocimiento del analista. Habría que citarlo todo... Lo más divertido es que este señor es el futuro presidente de la IPA, asu­ mirá sus funciones en un año. Luego, el actual dialoga conmigo y el si­ guiente habla de la IPA como nos preocuparía hablar a nosotros mis­ mos por no conocer todos estos procedimientos. En fin, pienso que en los próximos años debería pasar algo en el interior de ima institución internacional encabezada por un señor que dice esto de ella. Los que conocen el texto de Lacan «Situación clel psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956» notarán que cuarenta años más tarde tenemos las consecuencias precisas de lo que él describió. Y no dichas por al­ guien excluido del movimiento psicoanalítico, como era Lacan en 1956, sino por su futuro presidente. Kernberg sostiene cosas formidables, indica por ejemplo en el se­ gundo procedimiento que: Los escritos de Freud se pueden usar para desalentar a los candida­ tos de pensar por sí mismos. Los instmctores deberían insistir en que to­ dos los candidatos lean cuidadosamente a Freud, en orden cronológico, completa y exhaustivamente, para asegurarse de que estos sepan cuál era su teoría en cualquier punto de la misma. [...] cualquier análisis crí­ tico de las conclusiones de Freud debe postergarse hasta haberlo leído completamente, y hasta que tener más experiencia. [...] Es fundamental que el instructor sepa que se deben enseñar y memorizar las conclusio­ nes a las que arribó Freud, y no el proceso de su pensamiento.13

El reconocimiento del analista es el punto veintinueve, ya al final de los procedimientos:

13. La traducción siempre es nuestra. [N. de la T.]

Sobre todo, mantener la discreción, el secreto, y la incertidumbre so­ bre lo que se necesita para ser mi analista didáctico, callar sobre cómo se toman estas decisiones, dónde y por quién, y qué clase d efeedback o mecanismo de reparación de agravios puede esperar quien tenia las implicaciones traumáticas de ser considerado para analista didáctico y rechazado

¡Esto es Norteamérica!: Cuanto más se mantenga aparte el cuerpo de analistas didácticos y se sostenga su cohesión como único detentor de la autoridad y del pres­ tigio, mayor será la influencia de los efectos inhibitorios del proceso de selección, sobre todo el procedimiento educativo. Este es el instrumen­ to más efectivo para mantener en línea no solo a los candidatos sino también a todo el cuerpo docente y a la sociedad analítica entera.

¡Presidente de la IPA! ¿Con qué procedimiento se corresponde en la escuela de Lacan? El pase, que es además lo.contrario de lo que aquí.se expone,^En otras pa­ labras, se sabe muy bien quién toma estas decisiones, y a continuación tenemos la oportunidad de escuchar el testimonio tanto de los que to­ m an decisiones como de quienes se beneficiaron con ellas. No es ñéaísario ser fariseo y sostener que todo está bien del lado lacaniano, pero se nota exactamente a qué críticas mordaces de Kernberg responde el pase, procedimiento que debemos a Lacan.

Lo sim bólico en lo real Después de este excursus sobre los meandros del reconocimiento previo del analista, volvamos, al Otro. Una vez despejada como tal su función, Lacan la transforma en lugar del Otro. Y el pasaje de función a lugar tiene el valor de que lo que se volvió un lugar no existe sola­ mente como algo encarnado sino quizá tam bién como estructura. La­ can ubica en este lugar del Otro tanto la estructura del lenguaje como significante como el discurso universal, que -definám oslo así- establece las significaciones correspondientes a la forma de vida contemporá­ nea. Lacan llama entonces Otro al lúgar donde se cumple la conjunción del significante y el significado y su. relación con el referente. Si lo leemos, como proponía, a partir del tercer capítulo de Aun, es­ to es, a partir de la disyunción fundamental del significante y el signi­

ficado, el lugar del Otro aparece esencialmente como espacio de urna sutura entre ambos y, por el sesgo de esta sutura, de correspondencia con el referente. Esta sutura puede realizarse también en un punto del diálogo como punto de basta. Pero desde entonces opera ima necesidad de desdoblar el Otro en el interior de sí mismo, en tanto estructura y punto de basta. Y -m e apresuro- fue lo que condujo a Lacan a distinguir en el Otro represen­ tado por este conjunto, en el Otro como lugar del significante, el Otro como lugar de la ley.

En su escrito sobre la psicosis, Lacan realiza esta valiosa distinción que permite reconocer en este Otro de la ley el significante del Nom­ bre del Padre, que constituye el punto de basta del Otro en el interior de sí mismo. El Otro de la ley es el Nombre del Padre como punto de basta interno al lenguaje. De allí la reflexión de Lacan sobre el segun­ do Otro, que llamó el Otro del Otro, garantía y punto de basta último del primero como estructura. El segundo Otro garantiza la intención de significación, garantiza que eso quiere decir algo (por eso lo tomo como equivalente del punto de basta), garantiza incluso la verdad que de este modo orienta la interpretación. De allí además, en tm segundo tiempo, el valor de plantear el que se refiere especialmente a este segundo Otro y que Lacan vuelve equiva­ lente a tm significante, S ($.), que ya escribió en el pizarrón Éric Laurent y que significa que el Otro' no existe. Solo existe su significante, al que Lacan casi exclusivamente atribuye la ex-sistencia. Cito la página 799 de los Escritos, donde este significante es calificado de no poder ser más que «un trazo que se traza de su círculo [con el círculo del conjunto] sin poder contarse en él». Se recuerda entonces la desaparición de la garantía de la verdad que esto implica, el rasgo sin fe de la verdad, que es el rasgo his­ térico del Otro. Agrega rápidamente que no vale dar esta respuesta y que la que propone se presenta en términos de goce.

En el punto en el que estamos, lo traduzco así: lo real no es el Otro, sino el goce. Me parece que a partir de aquí, en este paréntesis en el que puede tomarse el desarrollo de la enseñanza de Lacan, el Otro no existe como real; lo real es el goce. Por eso hablé la última vez en tér­ minos de desplazamiento de lo real, de que para Lacan al comienzo lo real era el Otro y después se desplazó al objeto a. A —^ ci Que el Otro no fuera al principio real franqueó a Lacan el camino ha­ cia el sujeto supuesto saber como simple efecto de significación. Y que lo real fuera el Otro completó la primera proposición, dio exactamente la doctrina del pase, que implica la experiencia de cierta desrealización del Otro. Después hay en su lugar un acceso a A, que la doctrina del pa­ se modifica en estos términos: no es un significante que haya que poner en S (A), cuya respuesta ya le parecía equívoca a Lacan, sino a ($.). Cuando la falla del sujeto supuesto saber se descubre en análisis, se produce en su lugar un acceso, una revelación del objeto a. t a doctri­ na del pase es, pues, la combinación de dos proposiciones: el Otro no es Téa/,_np es más-queyuna estructura de ficción como el sujeto-supuesto saber mismo, y lo real es este resto de goce llamado a. En este sentido se supone que el pase es la revelación misma de esta inconsistencia y del carácter no real del Otro, para dar lugar a lo que merece verdadera­ mente tal calificativo. En estas condiciones, ¿qué hay de simbólico en lo real? El Otro, se­ gún Lacan al comienzo. Y una respuesta posible es, por supuesto, na­ da, no hay nada simbólico en lo real. Sin embargo, se asiste en su ense­ ñanza al desarrollo de otra respuesta: hay saber en lo real, y este saber es el inconsciente mismo. Esta respuesta inspirada en la de la ciencia -q u e sitúa el saber, la ar­ ticulación matemática, en lo rea l- lo conduce a la teoría de los cuatro discursos, que implica que hay discurso en lo real, que hay fórmulas que el sujeto obedece sin saber, lo que a veces ilustra con el superyó freudiano. ¿Qué hay de simbólico entonces en lo real? No_es el..Otro, .pero hay fórmulas. Luego, Lacan. llamó discurso al saber en lo real pero sin su­ jetó y en particular sin el sujeto supuesto saber, hasta tal punto que se­ ñaló, cuando elaboraba su doctrina del pase, que el inconsciente logra abolir el postulado del sujeto supuesto saber.

Al considerarlo en esta articulación con el nombre de discurso, La­ can restablece el lugar del Otro, pero lo instaura como un lugar distin­ to de toda captura del sujeto. En cierto sentido, lo que él denominaba discurso es ima nueva edición del Otro como estructura en lo real. Du­ rante mucho tiempo me pregunté, considerando por ejemplo el discur­ so del amo, dónde estaba el gran Otro.y, de alguna m anera, el gran Otro como poder se concentra en el significante amo. Pero el gran Otro es también S 2, como lugar del saber, y $, que lo re­ presenta como sujeto supuesto saber, y finalmente está lo real del gran Otro, presente en a. El gran Otro se encuentra entonces en el nivel de la articulación del discurso mismo.

La estructura misma del discurso vale como lo que era el Otro en La­ can: asegura la conjunción del significante y el significado y la relación con el referente. Lacan lo desarrolla a su manera también en Aun, don­ de sostiene que en un discurso, que funda el lazo social, hay ima opor­ tunidad de saber el valor exacto de las palabras. Noten por otra parte que para él aquí el discurso funda el lazo social,, y no al revés. Lacan procede a la inversa de toda la investigación anglosajona y alemana so­ bre estos temas, que intenta fundar la estructura, el Otro, en el lazo so­ cial. Construyó lo que llama discurso, con_la identificación, el poder, el punto de basta, el objeto perdido. Aunque no puedo extenderm e... De manera general, percibimos que entre el significante y el signi­ fíc e lo siempre s e jn e c e s i t a a m .b t Q - c h e , que en la prim era época de la en­ señanza de Lacan era lo que él llamaba el gran Otro. Al segundo bro­ che lo..llamó.discurso y el ter.cercL_el más económico, es el que inventó como nudo borromeo, que mantenía juntas las tres dimensiones sin necesidad de un elemento suplementario. Este nudo es la desaparición del Otro o, mejor, el Otro es el nudo mismo, aunque deja de ser una instancia particular y aislable. Esta operación también supone la desaparición del esquema del punto de basta, lo que hace que en esta época Lacan defina el psicoaná-

lisis mismo como una práctica del blablablá. Lo determina, pues, por la palabra vacía más que por la palabra plena, al revés de su punto de par­ tida. Y definirlo por una palabra sin punto de basta lo llevó a la idea que enunció en 1977 de que era posible que el psicoanálisis fuera un fraude. Cuando desaparece el propio esquema mental, si me permiten, del punto de basta, ocupa su lugar, justamente, el equívoco. Aunque sue­ le hablarse de la interpretación como equívoco, falta aún percibir que este ocupa exactamente el lugar del punto de basta. Y hay aquí eviden­ temente un valor inverso: cuando la interpretación se guía por el es­ quema del punto de basta, indica qué significa algo y en cierto sentido aporta, aunque solo sea transitoriamente, tma certeza. En cambio,_la interpretación como equívoco supone que eso quiere .decir siempre otra cosa y ofrece entonces menos la certeza que la incertidumbre. Construir esta conexión entre el Otro que no existe y el nudo borromeo, la práctica del blablablá y el equívoco, se justifica precisamente con Lacan, en 1977, cuando menciona la estafa psicoanalítica y propo­ ne incluso cambiar el valor de lo que llamaba S 2, que era tma escritura posible del punto de basta. Señala que S 2 no es tanto el significante que viene después y da su sentido al prim ero,-queiija el sentido,.sino .que.-debería^cormatat.más,. bien el sentido doble, lo que significa inscribir el equívoco donde había que establecer el punto de basta para fijar el primero.

La m entira De allí la nueva definición que Lacan propone explícitamente de lo simbólico en lo real, que representamos con el conjunto de lo real que incluye lo simbólico:

Así, lo simbólico en lo real fue para Lacan el Otro como lugar de la verdad, el Otro de la ley, fue el discurso, el saber, pero casi al final de

su investigación sobre ios nudos percibe que es esencialmente la men­ tira. Y en ese momento encuentra la respuesta que había desechado en la página 799 de los Escritos, la respuesta del rasgo sin fe de la verdad. Pero ¿por qué lo simbólico en lo real es la mentira? Porque de lo real no se puede decir la verdad, porque su definición misma implica la exclusión de lo verdadero. Y esto solo deja, frente a la mentira, co­ rrelativamente esta vez como lo real en lo simbólico, la figura de la an­ gustia. Estos son los dos términos que se presentan: por un lado, la mentira y, por otro, la angustia.

mentira

0

angustia

Este es el binario que habría que estudiar en este recorrido. La an­ gustia es lo que no engaña y del otro lado está lo que siempre engaña, a saber, la palabra. En la elaboración de Lacan sobre el nudo, no hay palabra plena, no hay palabra con punto de basta, sino ima palabra que engaña siempre y que entonces pertenece fundamentalmente al semblante. En el horizonte del Otro que no existe surge que no hay verdad sobre lo real, cosa que Lacan formulaba como: lo real se desta­ ca excluyendo el sentido. A mi entender, el pimto culminante de la ela­ boración de Lacan sobre los nudos es esta antinomia entre lo real y el sentido, que es la cuestión crucial del lacanismo. Ciertamente, él a veces intenta pensar su conjunción, aunque sea jugando con el equívoco entre goce [jouissance] y sentido gozado [jouissens], Al intentar llevar el goce al sentido gozado, por el equívoco tra­ ta de pensar una conjunción de lo real y el sentido. Quizá pueda decir­ se -porque aquí estamos en la zona aporética de su enseñanza- que hay una excepción freudiana a la antinomia entre lo real y el sentido: el síntoma según Freud, que por un lado es real y, por otro, conserva un sentido. En este pimto, Lacan presenta formulaciones contradictorias: por un lado, el goce del síntoma es opaco porque excluye el sentido y, por

otro, el síntoma es quizá lo único verdaderamente real, conserva un sentido en lo real, lo que no haría más que fundar las afinidades entre el síntoma y la mentira. El síntoma es una mentira sobre lo real, espe­ cialmente sobre ese que sostiene que la relación sexual no existe. De modo que la relación con el Otro no existe, y por eso en el lugar de este Otro ponemos el síntoma. Sobre todo, ponemos el síntoma en el lugar del otro sexo: el hombre para la mujer es un síntoma y a veces también esta lo es para el hombre. Asimismo Lacan se preguntó si no haría falta agregar al nudo un cuarto redondel para mantener los tres primeros. Se percibe en este agregado hecho a medias por él que el único Otro que existe es el sín­ toma, al que dio quizá la función de broche. Este sería el último bro­ che, en cuyo caso El Otro que no existe... podría completarse con la pro­ posición según la cual lo que existe es el síntoma, lo que explica ade­ más por qué nos lanzamos al examen de los síntomas contemporá­ neos. Nos volveremos a ver el 8 de enero en esta aiila. 18 de diciembre de 1996

VI Lo público y lo privado

J a c q u e s - A l a in M il l e r : En la primera serie de cinco encuentros que terminamos en diciembre, preparamos el terreno de la empresa del año, que consiste en abordar los fenómenos culturales y el momento actual en la línea de lo que trazó Freud en «El malestar en la cultura» y que Lacan siguió a lo largo de su enseñanza con indicaciones disper­ sas en sus seminarios y escritos. Abordamos estos fenómenos culturales exclusivamente desde la mirada psicoanalítica, es decir que reunimos material para aclarar las condiciones de la práctica actual y que al hacerlo procedemos a partir del psicoanálisis. Como recordé, invocamos garantías, la de Freud y la de Lacan. Re­ tomamos el camino que ellos allanaron, aunque sabemos al mismo tiempo que siempre se liga a este tipo de empresa cierta sospecha de ilegitimidad, como expresa el refrán zapatero a tus zapatos. ¿En nombre de qué a partir del psicoanálisis, de su historia, su lite­ ratura, su práctica, estamos como practicantes en condiciones de im­ partir ima doctrina sobre la civilización, y especialmente sobre su esta­ do actual? Sean cuales fueren las garantías invocadas, nos queda un espado, una distancia, una brecha, que hay que llenar incesantemente. El psicoanálisis es una experiencia con su campo, que no es para nosotros un campo de ilusiones. De hecho, sigue siendo muy raro que se lo considere así, aun en la literatura contemporánea de reflexión de los Estados Unidos que recorremos. Ni siquiera en los lugares donde se hacen escuchar críticas, intentos de relativizar este ejercicio, este campo de práctica, se le llega a imputar, por lo general, ser solo un

campo de ilusiones. En todo caso, para nosotros no lo es, aunque se trata de tm campo, lo que significa que tiene sus límites (en el psicoa­ nálisis propiamente dicho, por lo menos, se procede uno por uno). Da­ do que el psicoanálisis no es tma esfera pública, como alguien señaló, puede parecer ilegítima su pretensión de abordar lo colectivo, el gru­ po, la masa, la cultura. Respuestas no faltan. En primer lugar, el psicoanálisis no es en ab­ soluto dual, el tercero está siempre presente y puede ser reconocido co­ mo el lenguaje, incluso como el discurso universal, que desde el comienzo Lacan se vio conducido a ubicar en el horizonte de este ejer­ cicio tan limitado en el número. La segunda respuesta es que el psicoanálisis constituye un lazo so­ cial con pleno derecho, según mostró Lacan en su mecánica de los dis­ cursos. Por reducido que esté cuantitativamente, este lazo tiene la pro­ piedad de desnudar la verdad de la relación intersubjetiva: esta es fun­ damentalmente lazo social, cosa que no surgió en Lacan de repente, si­ no que fue algo a lo que llegó. Como recordé la última vez, esta rela­ ción implica ttna disimetría esencial que es el poder mismo, que Freud captó en el concepto de identificación y Lacan volvió aún más mani—fiesto articulando-la relación intersubjetiva a p artir del amo, y el esclavo, lo que supone incluir categorías propiamente sociales, culturales, en la estructura del campo analítico. En tercer lugar, ¿quién negaría que el psicoanálisis mismo es un fe­ nómeno cultural? En todo caso, no estas críticas que tienden a reducir­ lo a esto. Y en la medida en que es un fenómeno cultural, no solo no le está prohibido, sino que se le recomienda reflexionar por sus propios medios sobre su lugar, su surgimiento, sus condiciones de posibilidad en la cultura. Se nos presentan muchas otras respuestas, que les ahorro para dar cuenta de la sensación en la que me apoyo: todas estas réplicas, estas justificaciones, palidecen cuando se las considera desde la experiencia analítica misma, que está irresistiblemente habitada por una perspec­ tiva transhistórica.

El síntom a sem ántico La experiencia analítica condujo a Freud fuera de la historia, a la prehistoria, a tma fábula originaria. Lacan reordenó los resultados

freudianos con el concepto de estructura y dio cuenta de lo prehistóri­ co en términos estructurales. A partir de la experiencia analítica, el mo­ vimiento de la historia, los cambios, las innovaciones, siempre se nos presentan como superficiales respecto de las invariables estructurales. Así, interesarse de cerca en la innovación siempre parece, pese a todas las justificaciones, mucho más acá de lo que se trata en un análisis. Sin embargo, Lacan mostró que las invariables estructurales no son antinómicas al movimiento, sino que precisamente lo estructuran. Se­ ñaló que estas son compatibles con una combinatoria e incluso la con­ dicionan. Por eso no dudó en tomar cierto número de datos históricos que ordenó en discurso, pero que conservan una dependencia eviden­ te con la historia. Piensen en los términos del amo y el esclavo, que es­ tán históricamente fechados y siguen siendo la verdad del lazo social. M uchas otras categorías se inscribieron a continuación en ese lugar: el discurso de la universidad no está desde siempre (surge en el siglo XII en im lugar preciso), el discurso del analista está evidentemente fecha­ do, y saben que Lacan ensayó un discurso del capitalista. Luego, las in­ variables estructurales dan lugar a tma combinatoria que acarrea ele­ mentos históricos. Pero hay tm más allá de esta combinatoria historizada por lo menos en parte, y la justificación completamente válida que yo mismo expon­ go no capta todo lo que está en ju ego. Rápidamente, Lacan señaló este m ás allá sin profundizar demasiado cuando planteó una antinomia en­ tre lo real y el sentido, que es precisamente el último hito que propuse al término de nuestra primera serie. De aquí que al preocuparnos por la civilización, incluso por las civilizaciones, solo tocaríamos efectos de superficie, espejismos, semblantes, y no morderíamos ese real al que da acceso el psicoanálisis. Ahora bien, la antinomia entre lo real y el sentido pone en tela de juicio el psicoanálisis mismo. Sostener, como Lacan tma vez, que lo real toma form a excluyendo el sentido es tma posi­ ción límite (no sé si produjo otra más allá) que nos lleva a preguntar­ nos si esta afirmación es necesaria, si es deducible del psicoanálisis. Lacan mismo lo dudaba a veces y llegó a preguntarse si esta noción de lo real que excluye el sentido no sería su propio síntoma. ¿Qué significa lo real que excluye el sentido? ¿Qué significa que lo real sería «semántico (la a es privativa)? Significa - y después de todo es la posición realista- que lo real estaría fuera de los efectos del lenguaje, que estarían por un lado nuestras m aneras de decir, hasta nuestras vi­ siones del mundo articuladas como discurso, y por otro lado, tan in­

tacto como el Himalaya, estaría lo real. Los remito al seminario de La­ can titulado El reverso del psicoanálisis, donde encontrarán la proposi­ ción constante de que la verdad es inseparable de los efectos de len­ guaje. Si lo real es asemántico, está fuera de los efectos de lenguaje, se distingue de la verdad. Pero decir que la verdad es inseparable de los efectos de lenguaje equivale a incluir allí el inconsciente. Y entonces el verdadero reverso del psicoanálisis se percibe gracias al punto de partida de Lacan, donde lo real -precisam ente, lo real del síntom a- es semántico. ¿Qué presupuesto de la práctica analítica es más importante que este que hace que al manipular los efectos de sen­ tido, por el poder de la interpretación, el analista esté en condiciones de alcanzar e incluso disolver lo real del síntoma? El presupuesto de la operación solo puede ser que lo real del síntoma es homogéneo al efec­ to de sentido por el cual se opera sobre él. La noción de un real asemántico interroga justamente este presu­ puesto fundamental de la operación analítica y permite sostener que Lacan rehace el camino de Freud, que radicaliza tanto el term inus ad cjiío como el term inus ad quem, ya que Freud fue de la omnipotencia de. la interpretación a la reacción terapéutica negativa, la pulsión de jmuerte,_e.tcé tera. Por otra parte, puede seguirse el propósito de este camino de m a­ nera condensada en sus «Conferencias de introducción al psicoanáli­ sis». Yo lo hice en un seminario en Barcelona, hace un mes, que no re­ tomaré. El propio Lacan establece una relación entre la conferencia die­ cisiete de Fretid, que se titula «El sentido de los síntomas», y la veinti­ trés, «Los caminos de la formación de síntoma». En el primer caso, se trata de conferencias dadas durante la Primera Guerra M undial a un público no iniciado; no son textos de investigación, sino de exposición, de divulgación si se quiere, cuyo efecto - y por eso a veces se los des­ cu id a- es el de encadenarse unos con otros, presentar conexiones, arti­ culaciones que, de otro modo, se encuentran entremezcladas. La con­ ferencia diecisiete, que es el verdadero comienzo del segundo ciclo de Freud, está impregnada de su optimismo interpretativo. Él resum e allí su primer ciclo de conferencias, donde demostró que cierto número de

7a^m éñ o F 3ep d o s^¡5elo slju erp M íál^d ce^ el acto fallido) tienen sentido, y muestra entonces que los síntomas fuertes también lo tienen. En la conferencia veintitrés, la formación del síntoma implica según él una regresión de la libido. La libido encuentra un no, un veto, que

es tanto el de la realidad exterior como el que plantea la instancia que entonces llama yo, que está relacionada con dicha realidad y que im­ pone leyes. Freud llama a este veto Versagung, que se tradujo por frus­ tración pero que es un verdadero decir que no. Este obstáculo hace retro­ ceder a la libido en dos tiempos, primero a la realidad psíquica del fan­ tasma y, más allá, a la fijación libidinal. Esta es en resumen la razón por la que es necesario pasar por Freud para dar cuenta de la formación del síntoma. Hay que pasar por estos rodeos que sigue la libido enfrentada con un no y que en dos tiempos re­ trocede al fantasma y a la fijación. Y no estamos en el registro del Sinn, del sentido; Freud mismo al comienzo de la conferencia veinticuatro lo inscribe en el registro de la Bedeutung, término difícil de traducir en las lenguas latinas puesto que equivale tanto a significación como a referen­ cia. Justamente, cuando Lacan señala la oposición, el lazo entre estas dos conferencias, aporta el término que permite superar esta dificultad de traducción: Bedeutung designa siempre tma relación con lo real.

Sin n und Bedeutung La pregunta es cómo se articulan en el síntoma su Sinn y su Bedeu­ tung de goce. En el texto de Freud se observa lo que llamé tma suerte de paralelismo de ambos, pero no hay, hablando con propiedad, tma ar­ ticulación entre Sinn y Bedeutung del síntoma. Puede decirse que la en­ señanza de Lacan se compone de las variaciones (por ejemplo, el falo, el deseo, el objeto a) de dicha articulación, que indican de qué modo el Sinn está presente en la Bedeutung misma, en la Bedeutung libidinal. En prim er lugar, el falo supone que la Bedeutung de goce es un sig­ nificante, pertenece al orden del lenguaje, a la dimensión de lo simbó­ lico. Y el falo, tal como lo presenta, con el título «La significación del falo», es la abreviación de los efectos de significado en su conjunto, el significante del poder semántico mismo y de sus efectos. En segundo lugar, Lacan articuló Sinn y Bedeutung del síntom a planteando que la libido, este elemento que se desplaza, se condensa, es capaz de m etá­ fora y metonimia, pertenece al orden del significado. Y llamó entonces deseo a la libido como significado, cosa que percibí hace ya algunos años, pero que aquí veo como solución a la articulación entre Sinn y Bedeutung, entre sentido y real. Porque el concepto mismo de deseo im­ plica en este contexto que lo real es semántico.

En tercer lugar, Lacan debió distinguir del deseo su causa para enun­ ciar que el verdadero real es esta causa, a, que, como plus de gozar, se li­ ga en su elaboración al lenguaje y sus efectos. En El reverso del psicoanáli­ sis se enuncia por un lado que el deseo es el sentido mismo (incluso se formula tm aforismo: solo hay sentido del deseo), pero por otro lado se con­ sidera este plus de gozar del lenguaje. Para Lacan, el plus de gozar es el resultado del uso del lenguaje, es lo que el efecto de lenguaje arranca al gozar, de manera que su objeto a sigue emparentado con el lenguaje y la verdad. Y si promovió como lo hizo en determinado momento este obje­ to a, fue precisamente como solución a la articulación entre Sinn y Bedeutung. Pero, en cuarto lugar, fue para reducir este objeto s a n o ser más que un semblante, es decir, todavía mucho más del lado del sentido que de lo real. El objeto a es tm compuesto de goce y sentido. Por eso Lacan habló del sentido gozado y presentó el término goce-sentido [jouis-seiis] que des­ taqué y que intenta condensar la solución del problema fundamental de retiñir la conferencia diecisiete con la veintitrés, de ligar el sentido de los síntomas con la libido que da cuenta, en sus avatares, de su formación. Y entonces nace la cuestión límite planteada por la noción de tm real asemántico respecto del cual el objeto a es algo vano-Dicho_objez. to es todavía tma especie de sentido. Se trata del esfuerzo por enfocar ya no el plus de gozar, que es la parte que el lenguaje arranca al goce, sino lo real del gozar como tal. El plus de gozar es tm goce que ya es­ tá corrompido por el sentido, que ya está semantizado. De hecho, La­ can se pregunta al final de su enseñanza si el psicoanálisis no sería una estafa que opera a partir de los efectos de sentido, sin poder hacer na­ da sobre lo real como asemántico. ¿O hay que concebir un efecto real de sentido? Si se excluye el sentido de lo real, ¿es preciso hacer una ex­ cepción con el síntoma? Lacan intentó por lo menos una vez en este contexto la excepción del síntoma, .que sería el único real semántico. El síntoma es real, aunque sea porque no es dócil a todo sentido. Resiste, pero en el registro de lo real conserva tm sentido. Esta es la orientación de Freud y lo que entraña el psicoanálisis. Simplemente, se percibe la paradoja de la sustancia misma del síntoma, del que Lacan sostenía que en este contexto sería lo único verdaderamente14 real. Éste

14.

Vraiement (verdaderamente): juego de palabras con vrai (verdad) y ment

(miente). [N. de la T.]

es el valor que debe darse al adverbio: el síntoma ime de manera sin­ gular la verdad y lo real, y no por la correspondencia entre ambos, por la exigencia de que la verdad corresponda a lo real como se pretendió tradicionalmente. Esta alianza entre la verdad y lo real que es el síntoma se establece de un modo especial que es justamente el de la mentira. Por eso destaqué la última vez que lo simbólico en lo real es la mentira, defini­ ción que este año trataremos de probar mediante los efectos de super­ ficie que nos presentan las innovaciones de la civilización. Se trata de poner a prueba que el síntoma está en el nudo de lo real y el semblan­ te, o sea, del sentido cuando se separó de lo real, y que el semblante se inscribe en lo real por el síntoma y no por el decir verdadero, la forma­ lización del dicho o la lógica. Por eso Lacan sostuvo de manera sorprendente en Aun que el dis­ curso analítico apunta al sentido -q u e muestra como sem blante- y añadió que este es siempre el sentido en que se vive, la forma de vida.

Entidades ficticias En definitiva, este año se tratará de poner a prueba que lo real se acorrala siempre a partir del semblante. Estas tesis radicales fueron sin embargo anunciadas: una vez fijadas las cosas de este modo, se perci­ be que Lacan las anticipó de todas las maneras posibles antes de ex­ traerlas e iluminarlas. Fíjense cómo aborda La ética del psicoanálisis, que es su relectura de «El malestar en la cultura»: para él esta ética debe profundizar en el psicoanálisis la noción de lo real. En los primeros seis seminarios, él ahonda la repartición que debe hacerse entre lo sim­ bólico y lo imaginario. Y luego ya no se ocupa de las leyes del Sinn, de la función estructural, hasta causal, de lo simbólico respecto de lo im a­ ginario, sino de la Bedeutung. Se ocupa, hablando con propiedad, de la libido, a partir de la cual vuelve a conceptualizar el superyó freudia­ no. Por otra parte, lo que Freud presentaba en su conferencia veintitrés como la Versagung opuesta a la libido por un yo que tiene leyes (Gesetzen) es el inicio de lo que para él será el superyó. En esta conferencia, donde se presenta la función que obliga al go­ ce libidinal al llm w eg, al rodeo, que lo obliga a pasar siempre por otra parte que por donde se necesitaría, se anuncia por qué Freud recurri­ rá en los años veinte a tma tripartición como la del yo, el ello v el su-„

peryó. Y en su seminario Aun, que es una reescritura de La ética del psi­ coanálisis, Lacan dirá que el goce es precisamente ese rodeo, que el Umxueg no es un accidente que sobreviene porque la realidad exterior se opondría, lo que le permite formular el imperativo del superyó como un imperativo de goce: ¡Goza! Si superponemos La ética del psicoanálisis al seminario Aun, vemos que se trata de lo mismo con algunos años de distancia y que en am ­ bos casos el punto de partida es Aristóteles. El placer dirige la realiza­ ción del hombre y, como señala Lacan en El seminario 7, eso es algo in­ discutible. Digamos brevemente que el placer en Aristóteles es lo real y que entre él y Freud Lacan ubica a Bentham, filósofo utilitarista de comienzos del siglo XIX opacado por la promoción del Marqués de Sade -lo que se verifica además por el lugar que ocupa en el seminario. Yo mismo elegí una ilustración sadeana para La ética del psicoanálisis, y cuando Lacan extrajo de allí un escrito, eligió uno que promueve a Sade como instrumento para leer a Kant. Sin embargo, como fenómeno cultural que condiciona el psicoaná­ lisis, Lacan aísla un filósofo de fines del siglo XVIII, comienzos del XIX, que sigue ordenando la reflexión anglosajona actual aun cuando esta lo ignore. La modificación utilitarista de Aristóteles que puntualiza-La=can como condición de posibilidad del psicoanálisis es que Bentham hizo intervenir la ficción, aunque no existe una obra suya propiamen­ te dicha sobre la teoría de las ficciones; se utiliza como referencia un texto de Ogden, de la célebre pareja Ogden y Richards, autores del li­ bro The M eaning ofM eaning, al que aludí hace poco. Esta obra armada con pedazos y piezas de Bentham intenta reconstruir su teoría de las ficciones, que sostiene que no solo están en juego las entidades reales, sino que también hay que distinguir entidades ficticias. La palabra entidad'evidentemente ya implica cierto modo de ser de lo ficticio, que este no es algo banal, aunque no sea lo real. Y esta no­ ción surge en Bentham a partir de una reflexión sobre el derecho -q u e es el punto del que Lacan parte en A un-, que solo se compone de en­ tidades ficticias. Hay muchos pasajes para leer... Según Bentham, los objetos que se llaman hombre, animal, sustancia son especies de entida­ des reales. Los objetos llamados derecho, poder, obligación (vocabulario jurídico) no son especies de ninguna' entidad real, y Ogden agrega que se trata de entidades ficticias, aunque no m enos operatorias, como muestra el ejemplo del derecho. De aquí en más, si seguimos a Lacan, el bien del hombre no puede situarse como el empuje hacia su realiza-

ción, solo se lo puede ubicar en la dialéctica de la relación entre el len­ guaje creador de estas entidades ficticias con lo real. Por eso plantea que el movimiento de báscula de la experiencia analítica está en el in­ terior de la oposición entre la ficción y lo real una vez operada su se­ paración. La ficción se distingue de la ilusión, el espejismo, el espejo; es un hecho de palabra, es el decir que hace ser, lo que Lacan llamó el ex-sistir. Algo ex-siste a partir de lo dicho, a partir del decir que lo cons­ tituye como siendo, como una entidad. Se plantea a partir del decir y, al mismo tiempo, subsistiendo fuera de este. Según Lacan, Freud no repite a Bentham, pero por lo que avanza en los fenómenos de la civilización, este le permite plantear que el placer del principio del placer (estamos en La ética del psicoanálisis, no­ sotros diríamos goce) no está del lado de lo real, sino de lo ficticio. Pa­ ra Lacan, la característica del placer como dimensión de lo que enca­ dena al hombre se encuentra entera de lado de lo ficticio. Interponien­ do la ficción, Bentham libera el espacio donde puede verse que el go­ ce está para el hombre (son los términos de Lacan en esa época) liga­ do al efecto de lo simbólico, que el principio de placer hace buscar al hombre el retom o de los signos. Tenemos tm eco muy directo de esto en El reverso del psicoanálisis, donde se distinguen dos tiempos del des­ cubrimiento freudiano: el primero es el descubrimiento del incons­ ciente y el sentido, y el segundo no lo sitúa en la época de los «Tres ensayos de teoría sexual», sino en la de «Más allá del principio de pla­ cer», donde se descubre la repetición como repetición de trazos que valen como tm elemento de escritura, en tanto que conmemoran tma irrupción de goce. De este modo se anudan el semblante y lo real. Y por eso Lacan re­ cuerda en su seminario Aun que partió de ficciones cuando habló de ética. La conexión que mantiene todo el edificio es este nudo del sem­ blante y lo real, que Lacan juega a cortar sosteniendo que quizá lo real excluya el sentido, salvo el que se produce en el síntoma. El síntoma funciona como único broche, palabra que usé la última vez, entre el semblante y lo real. En la rutina de las comunidades, en la arquitectu­ ra de las civilizaciones, todo se mantiene por el síntoma. Esto es lo que intentamos interrogar este año y a gran escala. Ahora me detendré para dar la palabra a Éric Laurent.

La promoción del sem blante É r ic L a u r e n t : Alguien me mandó ima carta para decirme que cuan­ do mencioné la importancia en la cultura de la declaración de Pekín so­ bre los derechos de la mujer, no tuve bastante en cuenta la castración. Era amable, y espero que esta persona haya asistido al curso siguiente, cuando justamente examiné desde la perspectiva de la castración las consecuencias de los Derechos del Hombre y su extensión a los derechos de la mujer formulados por primera vez como tales, de la ética de la dig­ nidad y de esta transición entre el espacio privado y el público. Se trata de captar como un síntoma de esta cultura el pasaje a la es­ fera pública de todo lo que durante ima época dependía de lo privado. Por eso, con la autoridad de una destacada historiadora llamada Michelle Perrault, fue posible concebir la historia de la vida privada co­ mo la extracción de esa zona hasta entonces olvidada de la historia y ponerla en la plaza pública, subrayando así que ya no hay ciudadanos de segundo orden, de segundo sexo. La castración no impide la bús­ queda de la igualdad de derechos y reconocimiento, lógica implacable instituida a partir de los Derechos del Hombre que... J a c q u e s - A l a in M il l e r : Convinimos en dar la imagen de un semi.nario, aunque quizá parezca que seguimos a veces caminos paralelos que no se cruzan. Me impresiona esta referencia sobre todo porque me detuve cuando quería recordar a los historiadores para apoyar nuestra perspectiva en lo que apareció en la historia como ima disciplina: los ensayos, e incluso cierto goce en el ejercicio del poder de los semblan­ tes. Esto fue lo que apasionó en la nueva historia, a la que Lacan alude al comienzo de «Función y campo de la palabra y del lenguaje...». Re­ fiere allí que hubo un efecto de verdad especial debido a los experi­ mentos de lo que se llamó en esa época la nueva historia; a saber, el darse cuenta de que se podía hacer variar como un acordeón la focalización del objeto, que si se tomaba ima muy larga duración como m ar­ co, se veían bruscamente surgir nuevos objetos históricos inesperados hasta entonces (el clima, por ej emplo, o las grandes constantes descui­ dadas en la historia de los acontecimientos), y después se podía tomar un enfoque más reducido, a mediano plazo. Finalmente, estaba la his­ toria a muy corto plazo, la historia de los acontecimientos. Este es el efecto de verdad que produjo la obra de Fernand Braudel La M éditerranée et le monde méditerranéen a l'époque de Philippe II, donde encontramos

tres libros (mío sobre la larga duración, sobre el Mediterráneo, otro a mediano plazo y después la historia de las batallas, los reyes, etcétera). Se trataba de experimentar con una especie de embriaguez los poderes del artificio del marco. Después de este enfoque se avanzó bruscamente en el sentido de inventar nuevos objetos históricos que nunca se pensó historizar: la ba­ sura, la limpieza, los olores, el matrimonio, el divorcio, que son aún instituciones. De aquí el prestigio de la escuela histórica francesa con­ temporánea. Luego, aparecieron ensayos de historia de la sexualidad, la intimidad (y esto se transmitió también a los historiadores anglosa­ jones), donde es patente la incidencia del psicoanálisis, que hizo surgir nuevos objetos en la disciplina histórica. Todos estos objetos, que están entramados en la tela del discurso analítico, solo pudieron ser abordados con la condición de tener mu­ cha libertad respecto de la determinación del objeto, es decir, de con­ cebir este marco como semblante. Consiguientemente, hoy existen en los Estados Unidos y en Ingla­ terra gran cantidad de libros históricos llamados La construcción de..., lo que significa que se captan los fenómenos históricos en su carácter de alguna manera arbitrario o artificial, se capta todo esto como sem­ blante. Como ya anunciaba Michel Foucault cultivando las disconti­ nuidades históricas, hay un momento en que se percibe que eso no tie­ ne fundamento en lo real, son montajes de semblantes. Luego, las ins­ tituciones evidentemente son semblantes. Como se llega muy lejos con este artificialismo, surge una inquietad que recorre parte de la filoso­ fía norteamericana: se perdió lo real, ¿dónde está lo real? Solo vemos maneras de decir y no estamos del todo seguros... Como son personas muy determinadas, hay cierto número que escandaliza a sus colegas sosteniendo: ¡No, no, no! No hay real; y hay otros que, por el contrario, intentan salvar lo real. Ya no se trata de salvar la verdad como la fór­ mula de Leibnitz que Lacan había retomado, sino de salvar lo real, con muchas dificultades. Creo que tendremos la oportunidad de hablar de esto un poco más tarde. Por otra parte, está el libro de este año de John Searle, que se lla­ ma La construcción de la realidad social y muestra que todo esto es sem­ blante, descubre el poder de la simbolización, redescubre las ficciones de Bentham (sin conocerlas aparentemente o por lo menos sin citarlo) y al final formula que pese a todo lo que se pueda decir, queda lo real, o sea, el Himalaya.

Hay asimismo otros que lanzan: Finalmente el sentido es la mentira. Y el viejo Quine (debe de tener noventa años) desde hace veinte años de­ fiende la tesis de que el sentido no sirve para nada, que son todas his­ torias, y construye una lógica que niega todo real y todo ser del senti­ do, que prescinde del sentido. En cambio, hay disidentes... Mientras que todo esto es dominado por el Círculo de Viena, que está incluso en el origen de la cuestión, es decir, Wittgenstein, Carnap, que se pasó a los Estados Unidos (No quiero ver una sola cabeza que sobresalga). Fue así durante un tiempo, y ahora hay disidentes como Nelson Goodman, el crítico de la inducción del que hablé hace dos o tres años que escanda­ lizó a la comunidad de lógicos bienpensantes tomando partido por el no hay real. Escribió un famoso artículo que se llama «Ways of Worldmaking» (las maneras de construir mundos) y en algunas de sus pági­ nas niega lo real. Entonces, esta cuestión que encontramos a la espera en Lacan permite ordenar bastante ampliamente el campo [dirigiéndo­ se a Éric Laurent]. El encuentro sobre la historia de la intimidad m e... É r ic L a u r en t : Para seguir en la intimidad, me impresionaba que para Goodman, por ejemplo, cuyo último libro (¡con su mujer!) es sobre-la-estética-.-Se-perribeláenque allí surge algo distinto... J a c q u e s -A l a in M il l e r : Sí, seguro que la promoción del semblante escandaliza. Tomaba la imagen de la tiranía cam apiana, y esto nos conducía a Viena, al estudiante Torless, etcétera... Ciertamente no son los únicos. Había también alguien que se mantenía en esta línea, que tenía una formación algo particular, ya que es originariamente físico, Putman. En efecto, en los últimos libros que leí de él, su referencia esencial, su apoyo en toda su investigación es la señora Putman. Y es­ ta observación me aclara otro punto: Searle, que hace diez años dedi­ ca sus libros a Dagmar (que es la señora Searle), la pone al comienzo de cada ima de sus obras, lo que se ligaría a la prom oción...

La plaza pública É r ic L a u r e n t : Hay un deslizamiento a la plaza pública de la rela­ ción con lo real. Freud antepone la Versagung de la relación con lo real, del decir que no. Y está el encuentro de este otro decir que halla su ca­ mino en la plaza pública, en la palabra elevada a la dignidad de un

Otro que representa la posición fem enina y la p osición m asculina, que se bu scan en un espacio de discurso distinto del psicoanálisis. J a c q u e s - A l a in M il l e r : M e parece que el problem a... Por ejemplo, cuando tomamos la conferencia veintitrés, por un lado, percibimos que es algo referido a la época de Freud, cuando la realidad exterior di­ ce que no a la libido. Y Freud finalmente dirá que el no es interno a la realidad psíquica. De todos modos, fue necesario Lacan para que nos diéramos cuenta, ya que durante mucho tiempo se pensó que el no a la libido provenía de los pronunciamientos de la realidad exterior. Clara­ mente, hoy no se podría escribir: la realidad exterior dice que no a... Si hoy percibimos que el no es interno y que el Umioeg, el rodeo, es de estructura, es porque tenemos más bien una realidad exterior que dice sí e incluso cualquier cosa, lo que hace que la relación entre los se­ xos busque establecerse a ciegas, y la desgracia norteamericana es que el recurso esencial lo constituye el derecho. Se busca entonces en reglas de derecho captar cómo tm hombre debe dirigirse a ima mujer y cómo ima mujer debe dirigirse a im hombre. Evidentemente, el problema norteamericano se resolvería por falta de com batientes, porque no se entiende cómo podrían entrar en relación en conformidad con dichas reglas. Luego, hay un esfuerzo para reemplazar, si me permiten, el in­ consciente por el derecho... É r ic L a u r e n t : Sí, es una fórmula fuerte, pero destinada a un futu­ ro. En efecto, lo esencial ahora de la plaza pública, la forma del univer­ so del discurso como plaza pública -para tomar la expresión del señor Charles Taylor construida según el modelo de La République des Lettres transformada por los medios masivos, por la existencia desmultiplica­ da de dicha república, que ya no se limita a la universidad, los salones, sino que se extiende a muchos otros relevos- es que escapa tanto al or­ den del amo como al religioso. Y contrariamente a las personas que reflexionan sobre esta disper­ sión de la plaza pública lamentándose con nostalgia por el tiempo en que la universidad distribuía esta república de las letras, por el exqui­ sito equilibrio alcanzado en determinado momento entre los salones y la universidad para la distribución de los valores... J a c q u e s - A l a in M

res en los salones!

il l e r :

¡Los hombres en la universidad y las muje­

É r ic L a u r e n t : A s í es. Taylor lo toma como u n hecho, no se lamenta de nada, constata que la plaza pública ahora es la desmultiplicación de todos esos centros (en realidad, esta ausencia de centro) y esta expe­ riencia hasta entonces desconocida, por lo menos en esta escala, de la comunidad de pura cháchara, que él llama metatópica, porque no se li­ mita más a u n lugar, u n topos, ya sea del discurso, ya de la geografía, que se desmaterializa. Será necesario precisar la relación de esta plaza pública como esfe­ ra de la discusión con la aletósfera, que Lacan introduce en El seminario 17 y que invade toda nuestra vida contemporánea. J a c q u e s -A la in M il l e r : La aletósfera es de alguna manera la condición tecnológica que posibilita lo que Charles Taylor llama la plaza pública. ¡Y en verdad existe! Durante las vacaciones me encontré en tma peque­ ña isla del Atlántico y al prender la televisión descubrí que la gran preo­ cupación del canal local era qué había pasado en un rincón de la Judea Samaría. Se puede ir muy lejos, pero si por desgracia se enciende la te­ levisión, no se escapa a la esfera pública. Y allá hay incluso internet... Luego, está en todas partes; la aletósfera es de alguna manera la condicióh-tecnológica-deTparioteo-tmiver-sal” Me-gusta-mucho~el-términometatópico porque desde el punto de vista de la esfera pública se puede ir adonde se quiera, mientras que la experiencia analítica ocurre en un lugar, con una persona posible... Sin duda continúa en los intervalos, pero es tma esfera hipertópica. Y evidentemente hay tina tensión entre lo metatópico de la esfera pública y lo hipertópico de la experiencia analí­ tica, que claramente tiene un valor de refugio respecto de la otra esfera. É r ic L a u r e n t : Justamente, me parecía que tm ejemplo clínico seña­ laba esta articulación entre el psicoanálisis y este lugar que parece su reverso, la plaza pública, la aletósfera. M e refirieron el caso de un suje­ to femenino que medita sobre tma cosa horrible que pasó, la muerte de un niño. L o que perturba tremendamente a este sujeto en la vida de vi­ gilia y antes de dormirse es pensar la relación entre una madre y su Jrijo.jm.uer.to, de cuya muerte pudo ser incluso ella la causa. Pues bien, ella sueña que sabe que tuvo una relación sexual con su madre. No se ve en el sueño, pero una serie de detalles muestran que este continúa la reflexión sobre el incidente que lo'desencadenó. L o que la trastorna es que tiene en e l sueño un orgasmo que alcanza mientras le cuenta al analista que sabe que tuvo una relación sexual con su madre.

El sueño también perturbó al analista que lo recogió: ¿por qué apa­ recía y cómo darle su justo valor a este fenómeno? Siguen las asocia­ ciones y el sujeto mismo acompañaba la perturbación del analista pre­ guntándose por qué con la madre y no con el padre hubo este horizon­ te incestuoso. Se presenta aquí algo que señalábamos la última vez, las indicaciones de Freud sobre el encuentro de la escena de seducción materna tras las escenas de seducción con el padre. En segundo lugar, se encuentra esta relación devastadora con la madre. ¿Sobre qué meditaba este sujeto? A pesar de estar segura del poder que tenía sobre su padre, ella se protegió de él buscando abrigo en la relación con la madre, que era de tensión agresiva. Y el sueño re­ tomó su reflexión de la vigilia: con la madre no hay paz alguna, la re­ lación con la madre incluye la muerte. Esto es lo que la perturbaba en el momento de dormirse: encuentra que en el seno de la relación con la madre no hay paz, porque si el niño está amenazado de muerte (el hijo era un niño), la niña encuentra allí el goce que determina la ausen­ cia de paz y de recursos. El único recurso es decírselo al analista. ¿Neurosis de transferencia o goce del blablablá? Sin duda ambos. La neurosis de transferencia lleva a este goce del parloteo, a tener que decir y articular el sentido y lo real, en la perspectiva de la reflexión sobre el broche, que está desarrollando Jacques-Alain Miller. El orgas­ mo marca el relajamiento de las tensiones, todo lo que era angustia acumulada encuentra en determ inado momento su punto de basta cuando ella puede hallar un lugar donde se conecta, se abrocha su lenguaje privado con el lenguaje público, que por lo m enos consiste en comenzar a decir al analista. Como indica Freud, el síntoma empie­ za de a dos. En las anomalías del discurso, en el acto fallido, en las fallas de lo que no se puede decir y que solo logra mostrarse por el acto sintomá­ tico, que es sin duda la manera analítica de mostrar, como señala Einstein, el psicoanálisis indica el lugar donde el goce se esconde y fija el límite o el horizonte del discurso público. Tal como la conciben cierto número de filósofos entre los que se en­ cuentra Taylor, la plaza pública tiene enemigos. No es todopoderosa siempre, sino que está amenazada por el tirano desde el exterior y, des­ de el interior, por la autodestrucción o la fragmentación. Como ejem ­ plo de la autodestrucción, se suele citar el mercado, ima plaza pública que se convirtió en modelo y que con su mano invisible fascinó por su mecanismo aparentemente autorregulador. Sin embargo, Taylor no es

inocente y tampoco los que reflexionan y señalan que el mercado nun­ ca pudo existir sin una regulación que lo enmarque, le dé sus reglas, incluso sus leyes, puesto que, de lo contrario, se autodestruye. El otro límite de esta plaza pública es la fragmentación. A fuerza de comunidades tópicas, la plaza pública se reduce a una comunidad de intereses sin comunicación entre sí; el interés fragmentario reduce fi­ nalmente esta movilización global. Y en este punto, en la autodestrucción o la fragmentación sobre un goce cerrado, Taylor ve surgir la pul­ sión de muerte, que el psicoanálisis coloca en el centro de la experien­ cia del lenguaje.

El hom bre com ún ¿Cómo constituyó Freud la comunidad a la que se dirigía? Freud se dirigía, por supuesto, a los psicoanalistas, a la comunidad que él inten­ taba constituir según las diferentes formas de su Internacional. En el co­ mienzo, en los años diez, se trataba de una modificación del m odelo de las sociedades científicas o filantrópicas adaptadas a las necesidades del psicoanálisis-de poder hablar. clmicamente„yiormar cierto número de analistas. Luego, sobre todo a partir de 1926, él hizo modificaciones equilibrando los comités secretos con otras instancias no compatibles con las sociedades científicas o filantrópicas, para producir una nueva investidura social, lo que es de un orden completamente distinto. Se puso en juego así lo que Lacan llamó lo real de la formación de los analistas. Y fue necesario adaptar a este real la sociedad científica para constituir finalmente el espacio de discurso que Lacan nos permi­ tió nombrar y que posibilita juzgar las diferentes formas de organiza­ ción entre analistas según estas convengan o no a este discurso. Asi­ mismo, están las sociedades de protección contra el discurso analítico (que es el reverso de la filantropía) y las Escuelas, que deberían funcio­ nar en el sentido del desencadenamiento del discurso analítico, regu­ lando su transmisión para considerar lo real en juego. Pero ¿a quién se dirigía Freud más allá de la comunidad analítica? Según m antiene cuando anuncia lil¡o ñ s B tü a .o i^ dad de analistas, en su texto «¿Pueden los legos ejercer el análisis?», se dirige a lo que llam a el interlocutor imparcial -q u e es una ficción kan­ tiana-, que no tiene intereses patológicos en la cuestión, que es el juez imparcial, y le presenta su comunidad, cuyo valor muestra. Y por otro

lado, Freud se dirige a la horda que presentó a partir de «Tótem y ta­ bú», esa horda prehistórica cuya efectividad ve en el mundo que se lla­ ma civilizado. Él encontró ima manera de hablarle a esta horda que considera pal­ pable, siempre presente, a través de «El malestar en la cultura» y más ra­ dicalmente, después de 1933, después de la toma del poder por el parti­ do nazi, con su «Moisés y la religión monoteísta». Este texto era un mo­ do de dirigirse a esta horda hablando, paradójicamente, del estatuto del judío y centrándose en el hombre común, en el hecho de que para vivir, la humanidad no necesita fiihrer, no necesita lo que él vio surgir y cir­ cunscribió en esta suerte de líder gozador, que goza de la privación de goce de los yo. En su «Moisés...» se entrega a una suerte de elogio del hombre común, destaca que Moisés no es un gran hombre, en cierto sen­ tido, sino un hombre común, como sostenía la Biblia de Philipson, que había leído. Al igual que Cristóbal Colón, demuestra que los hombres comunes pueden llevar a cabo grandes hazañas. Y continúa el proyecto que había anunciado al comienzo de «Psicopatología de la vida cotidia­ na» como traducir la metafísica en metapsicología, lo que significa sobre todo traducir la metafísica en términos de metapsicología de la vida co­ tidiana, en la que intervino Lutero por la experiencia religiosa. También Charles Taylor subraya que Lutero perturbó la vida coti­ diana al prohibir los monasterios; que el monje, valor supremo de la norma religiosa de la época del catolicismo unido, atrincherado, reti­ rado, fue suprimido y que en adelante ya no hubo necesidad de los que oraban comunitariamente. El hombre común se vuelve aquel que ora en su trabajo mismo, se vuelve plegaria. La comunidad de los que oran se vuelve cada uno y no todos. Como Freud es m uy consciente de que dirige su «Moisés...» a una humanidad que conoce el fascismo, lo quiere conservar primero en se­ creto. Habla de su libro como del libro secreto, y escribe a Amold Zweig, quien se había instalado en Palestina en septiembre de 1934, describiéndole la atmósfera austríaca: «Vivimos aquí en una atmósfe­ ra de rigorismo católico, la política del país está en manos de un hom­ bre de confianza del Papa, cierto padre Schmidt, un historiador de las religiones que odia el psicoanálisis» (los remito a la carta del 30 de sep­ tiembre de 1934, que encuentran en Correspondencia Freud-Ziueig). Freud teme por el psicoanálisis y no quiere publicar su libro, que solo editará, como saben, al llegar a Inglaterra. Con el humor que lo ca­ racteriza, refiere en aquella época a Zweig: «No es im buen momento

para un mártir». Al mismo tiempo, escribe «Una perturbación del re­ cuerdo en la Acrópolis», que dirige a Romain Rolland. La tesis de Freud es básicamente discursiva. En una carta también a Zweig inventará la fórmula que retoma en su libro: Moisés creó al judío, y que es una invención discursiva que lo fascina en este hombre común. En el muy interesante prólogo que hace a la edición de su libro, JeanBertrand Pontalis nota que Freud se entrega a tm despedazamiento del padre. Pero ¿es seguro? ¿Cuál fue el resultado del libro? Freud, que anunciaba su proyecto como mostrar que Dios padre tm día marchó so­ bre la Tierra en tma forma corporal, se transformaría en Moisés, en pa­ dre sacralizado por tm discurso que lo fijaría en la posición del padre muerto, según lo que indicaba este libro. Este es por lo menos el análisis que hace Lacan del estado del discurso analítico en los años cincuenta. Si esto no alcanza, es porque se trata de reintroducir el padre m uer­ to en el espacio de la conversación, no solo de la vida cotidiana, no so­ lo diciendo que vivió y que tuvo seguramente tma apariencia corporal, sino haciendo de él tm objeto de discurso y reintroduciéndolo en la consideración del discurso universal. ----Terminaré en este punto. Nos queda poco tiempo para una escan­ sión sobre_elhecho de^que_ayerjfue_el aniversario de la muerte del úl­ timo presidente. En tm libro que salió para la ocasión se recoge una confidencia de Mitterrand, que decía lo siguiente al señor Benhamou: De hecho, soy el último de los grandes presidentes, quiero decir, el último en el linaje de De Gaulle. Después de mí no habrá otro en Fran­ cia. Debido a Europa, debido a la mundialización, el presidente se vol­ verá una suerte de súper primer ministro, será frágil, estará obligado a convivir con tma asamblea que habrá acumulado rencores y rivalida­ des y que en todo momento podrá rebelarse.

Este aspecto, después de m í ya no habrá otro gran hombre, después de m í no habrá más espacio que el del discurso de los frágiles síiper primeros minis­ tros sobre la plaza pública, es curioso como perspectiva, ¡pero oculta algo! Me detengo aquí y retomaré la próxima vez. 8 de enero de 1997

VII La excepción del síntoma

É r ic L a u r e n t : La semana pasada nos detuvimos en la proposición sobre el futuro que enunció M itterrand, quien se veía como el último de un linaje, y en la línea de nuestra conversación nos preguntábamos qué quería decir con esto. Como me confiaba Jacques-Alain Miller en el pasillo -d on d e segui­ mos la interactividad intentada durante el curso-, ¿acaso se veía él mismo anunciando que el molde del padre muerto estaba roto, que se ha­ bían terminado las identificaciones fuertes y que solo quedaba el espa­ cio de la discusión, la plaza pública? La última vez Jacques-Alain M i­ ller intentó que no hablásem os paralelamente sino de manera cruzada, y yo trataré de hacer lo mismo. El hilo de estas preguntas consiste en interrogamos sobre el proyec­ to laico de Freud, sobre su voluntad mantenida hasta último momento de mostrar que Dios caminó sobre la Tierra con una forma corporal, y que es un tratamiento esencial que hay que operar para la humanidad. Había retomado el comentario de M arie M oscovici en su prólogo a «Moisés...», publicado en la colección de Jean-Bertrand Lefévre-Pontalis (en fin, ahora Pontalis), sobre el padre despedazado que, a su enten­ der, es sacralizado. No se trata de un acierto puesto que Freud anun­ ció en este texto mismo su destino: como fundador del discurso psicoanalítico, él se volvería su padre muerto, asesinado por lo qtte segui­ ría, el posfreudismo que aniquiló algunas de sus tesis. Aunque haría falta preguntarnos sobre todo por el estatuto femenino del relevo doc­ trinario después de la muerte de Freud en los campos del annafreudismo y de Melanie Klein.

El límite del proyecto freudiano es que después de su deceso Freud no se volvió Otro. Lacan subraya que el Otro, que ubicó en su enseñanza en los años sesenta, el Otro de la época de «La instancia de la letra...», era ima manera si no de laicizar, al menos de exorcizar al viejo dios. ¿Por qué elegir exorcizar? El exorcismo es una técnica, una práctica discursiva que consiste en nom brar de varias maneras (par­ tiendo de nombres conocidos, habitualmente localizables) a un demo­ nio presente en el cuerpo de un sujeto hasta que este responde m ani­ festándose. Y el valiente exorcizado se mueve testimoniando que su demonio interior ha sido nombrado, tocado, alcanzado. De modo que en el exorcismo se busca una pluralización de los nombres del dem o­ nio. Aplicar esto al viejo dios es evidentem ente un reverso, pero sin que el Otro tenga una manera de pluralizar los nombres de este dios. Lacan relee en Aun el lugar del Otro anunciando la pluralización de los Nombre del Padre, como mostró en otro m omento de su curso Jacques-Alain Miller. Este anuncio es un camino de la laicización, el camino que hizo que Lacan advirtiera en los años ochenta que se volvería finalmente Otro. Y esto nos permite situarnos para abordar el estatuto presente en nuestra civilizacióud e,estainstancia del padre m uerto. ;E1 «Moisés...» de Freud no es después de todo tm ensayo de multiculturalismo, ya que él considera que el monoteísmo egipcio le fue endosado a tma población estable con tma fuerte conciencia comunitaria que adoptó, mediante un alto funcionario capaz, la puesta a punto de un proyecto cultural? En «Moisés...» habría entonces tm ensayo de multiculturalismo, tma universalización y el inicio de una especie de pluralización m íni­ ma, si se quiere, del Nombre del Padre. H ay dos dioses como hay dos Moisés, el egipcio y el judío. Son dos modos que anuncian la relación indisoluble con ese dios, dos modos en los que se reconocen dos de sus figuras o modalidades: por tm lado, el dios de los filósofos y de los sa­ bios, el dios calculador, el dios sabio, el buen dios del monoteísmo egipcio de los sacerdotes y, por otro, el dios de Abraham y de Jacob, ese que, para Freud, Moisés hizo pasar a lo real. De aquí en más Freud considera que hay en tornó del padre un sín­ toma que solo puede desplazarse, pero no disolverse en las instancias de la civilización o la esfera pública. ’

El llam ado al sacrificio También se encuentran estas dos instancias, el dios calculador y el dios exigente, sintomático, en el análisis de los fundamentos del régi­ m en de civilización actual que intentan cierto número de autores. Ac­ tualmente nos centramos en Charles Taylor, filósofo canadiense que subraya que es imposible limitarse a una concepción del lazo social ar­ ticulado en torno del cálculo del interés común. Esta definición del in­ terés social, de los clásicos ingleses, tiene para él un reverso que es el pensamiento clásico, aristotélico, que traslada incluso al Renacimien­ to, a ciudades como Florencia, en torno de la cual gira el pensamiento de Maquiavelo. Una comunidad necesita identificaciones fuertes, un patriotismo republicano, que no es del orden del simple interés co­ mún. Se trata de un tipo de identificación más poderosa, distinta, que hace que el ciudadano se reconozca en las leyes de la ciudad como si estas fueran una extensión propia de él. Se distingue, pues, del lazo liberal, concebido sobre todo como li­ bertad negativa, que mantiene lejos las intrusiones de la ley sobre las libertades de cada individuo concebido como pequeño átomo. Taylor defiende la tesis republicana, que es también la que acaba de difundir especialmente en París esta semana Jürgen Habermas, invita­ do a dar urna serie de conferencias por el señor Poulain, director de Pa­ rís VIH Como sin duda habrán leído, Habermas expone en particular en las últimas obras que escribió (se jubiló hace dos años) que le pare­ ce decisivo actualmente mostrar cómo la vida política debe organizar­ se de tal manera que los destinatarios del derecho vigente puedan con­ siderarse al mismo tiempo los autores del derecho. Las leyes deben verse como extensión de sí y no como algo exterior que pesa sobre uno. Sin esta interacción, esta intersubjetividad con el Otro de la ley, las so­ ciedades modernas se hallan en peligro. Esta concepción de Taylor o Habermas, que ellos consideran sufi­ cientemente importante o urgente para volverla la medida de ima ac­ ción, consiste en subrayar el límite de la ética del derecho (mejor que del Bien) de las sociedades liberales, donde el Estado o la instancia re­ guladora debe simplemente arbitrar las exigencias rivales de los indi­ viduos. No se sabe cuál es la solución, lo único que se conoce es la rey gla de derecho que permite arbitrar. Para concebir un límite a este carácter procesal, esta simple regla de derecho que se aplica, debe pensarse la necesidad de ima instancia o

de máximas universales fuera de todo interés. No la regla para arbitrar los intereses, sino una regla más allá de todo interés patológico, en tér­ minos de Kant. Este tipo de instancia muy abstracta es una segunda manera de construir un límite. Esto es lo que hizo John Rawls en sus trabajos y lo que representa tma inspiración constante por ejemplo en los programas socialdemócratas del mundo entero. Él reflexiona sobre lo que, más allá del derecho, marca el principio de la justicia. El tercer punto que antepone Taylor es que ni estos cálculos de in­ tereses ni el principio abstracto kantiano permiten definir identifica­ ciones fuertes, y que se necesitan estas identificaciones republicanas. Contrariamente a sus colegas, él ve por ejemplo en la insurrección de los norteamericanos en la época del Watergate el signo de que había tma identificación suficientemente fuerte para que, más allá de los cál­ culos de interés, surgiera la noción de tm bien común que fue mancha­ do por las maniobras del presidente de la época. Ve además tma mar­ ca de identificación con la verdadera naturaleza del American way o f li­ je, que es cierto estilo particular de unión entre política y m oral en los Estados Unidos que provoca indignaciones masivas.................................. Por eso propone que para preservar este tipo de identificación ha­ ce falta sin duda-que el Estado no sea enteramente una potencia neu­ tra, y toma el modelo del lugar donde reside, que es Quebec. Como sa­ ben, en dicha ciudad obraron igual que en Cataluña, esto es, impusie­ ron la lengua francesa en las escuelas, incluso a los anglófonos, que protestaron porque consideraban que era tm límite a su libertad... Pe­ ro hete aquí que buscaron tma justificación legal que les permitiera ha­ cerlo. Y esta justificación legal - o en todo caso la filosofía del derecho en filosofía política para Taylor- consiste en sostener que el Estado en Quebec no puede ser una instancia neutra porque esto afectaría la identidad de la comunidad quebequesa y que es perfectamente com­ patible con tma sociedad liberal y democrática imponer tma identifica­ ción para preservar la comunidad. Vemos por su concepción centrada en la filosofía política, la con­ cepción anglosajona, que no es posible contentarse con la plaza públi­ ca y la discusión, sino que hay (quizá solamente en los Estados Unidos, que confundieron su ~ f^ to ria ^ iT ^ F p ro cé 3 m iM to lm sm c))7 e rrto 'd o '' caso, tm registro de las identidades que escapa a la regla del puro lím i­ te del Otro para afectar lo que es mi plan de vida, mi deseo, mi anhe­ lo, y que la discusión siempre debe dejar fuera esta esfera. La identidad que él descubre en la esfera pública es que siempre

hay identificaciones que dependen de una zona, de un orden que se distingue del reservado a la discusión. Hay una zona para proteger que toca las identificaciones más centrales. Freud realiza en la página 118 de su «Moisés...» el mismo abordaje: Para volver a la ética, diríam os a modo de conclusión: una parte de sus preceptos se justifican con arreglo a la ratio por la necesidad de deslin­ dar los derechos de la comunidad frente a los individuos, los derechos de estos últimos frente a la sociedad, y los de ellos entre sí.

Esta es la zona de discusión, de racionalidad abierta, la plaza públi­ ca, y también de libertad negativa (es un límite a lo que el otro puede exigir de mí). En cambio, lo que nos resulta grandioso, misterioso, evidente de una manera mística en la ética, debe sus características a sus conexio­ nes con la religión, a un origen que resulta del deseo del padre. Hay ima zona de identificación que no se presenta de modo racional sino místico. En esta zona de lo sagrado, lo más admirable y a la vez lo más horrible, fuera de las discusiones, se pueden pedir sacrificios. Y lo que siempre se excluye de estas discusiones sobre el simple interés común es qué instancia demanda sacrificios y dónde se sitúa.

La otra cara de D ios Esta instancia es tanto más exigente cuanto que aparentemente solo hay cálculo de la razón. La paradoja es que las sociedades benthamianas reservan toda ima zona oscura de invitación al sacrificio que queda fue­ ra de la plaza pública. ¿Podemos limitamos a decir que esta zona es, co­ mo indica Freud en «Moisés...», la zona religiosa, donde está enjuego el padre? Esta es la problemática que desarrolla Lacan en Aun. Esto es lo que cam bia cuando Freud empieza su proyecto de laici­ zación de Dios. Lacan constata en las páginas 92 y 93 de Aun que: «A fines del siglo pasado, en la época de Freud, había mucha gente, ho­ nesta por demás, en torno a Charcot y a otros, que buscaba afanosa­ mente reducir la mística a un asunto de puro joder. Pero todo bien mi­ rado, la cosa no es así». El proyecto contemporáneo es completamente distinto porque ya no estamos en un espacio de civilización donde el proyecto laico con­

sista en reconducir La mística a la función fálica. Más allá de lo que La­ can llamaba la parte de la moda que concierne a las relaciones entre los hombres y las mujeres, la liberación del discurso femenino y su inser­ ción en la plaza pública hacen que la esfera pública en el m undo ente­ ro difunda, infunda, haga escuchar ima palabra que hasta entonces no tenía su lugar (o lo tenía de otra manera, aislado, por ejemplo, en gé­ neros literarios como la novela desde el siglo XVII). El discurso de la mujeres hoy desborda toda esta plaza pública Nuestro fin de siglo es más bien ima esfera pública que difunde, no hace escuchar la identificación con el Uno del padre sino otro modo identificatorio, su doble, la obra cara del goce de Dios, que Lacan pre­ senta en Aun. En esta cara está la voz de im llamado a un dios fuera de la esfera de la razón, no el dios de los filósofos y de los sabios o del cál­ culo de la plaza pública, la zona del llamado al sacrificio. Y quizás aquí se escuche menos la voluntad del padre que la cuestión del goce, en cuanto escapa al goce fálico. Este régimen del goce se dirige a los hombres y las mujeres con ima voz que dice: Siempre puedes intentar alcanzar un goce nombrable, pero ni el goce del perverso polimorfo, del lado hombre, ni el que concuerda con este del lado femenino, te permiten encontrarte. Esta es una oposición central entre «Moisés y la religión monoteísta» y Aun de Lacan. La zona de identificación divina que se encuentra al final de «Moi­ sés...» es un modo de identificación que permite orientarse, hacer Uno. Charles Taylor lo considera la argamasa escondida, el Uno escondido que permite dirigirse a las comunidades, aunque se compongan, como en los Estados Unidos, de inmigrantes o sean poblaciones extremada­ mente móviles. La gran cuestión del goce femenino, otra cara de Dios que muestra Lacan en Aun, es que hay una experiencia del goce pero que no libra saber (ella lo experimenta pero no sabe nada al respecto), lo que impide orientarse. Hoy asistimos a tma esfera pública que, por el hincapié que hace en la fase benthamiana y de cálculo de la operación, de lo. que re­ gula el lazo entre seres humanos, termina destacando, indirectamente, el llamado a tm sacrificio en nombre de un goce en el que no se en­ cuentra el saber necesario para' identificarse. La cara positiva es la diversidad, el no enrolamiento, el encanto del uno por uno, y el reversó más terrible es que no permite saber cómo si­ tuarse ante el Otro y su llamado a un siempre más, un aún. ¿Acaso no es en este contexto de fracaso del intento macho perverso polim orfo de

responder a porfía al llamado de goce donde hay que situar la multi­ plicación, el uso reglado e irregular de sustancias tóxicas, que es uno de los problemas de nuestra civilización? Cabe subrayar por otra par­ te que el toxicómano no es un perverso clásico, tesis que Lacan posibi­ litó al mostrar cómo el adicto se libera de la relación con el falo, rom ­ pe el m atrimonio con el falo según el modelo de Juanito. ¿Acaso esta ruptura no es la tentativa del sujeto de responder al goce que se pre­ senta como inalcanzable del lado femenino? De esta manera Lacan presenta la importancia de Kierkegaard y el camino que él marcaba. Señala que este goce femenino que se experi­ menta y del que no se sabe nada nos pone en el camino de la existen­ cia. Pero ¿cómo? Presentado como el campeón del existencialismo con­ tra el universal hegeliano, contra el todo, el Otro total de Hegel, Kier­ kegaard defiende la particularidad y unicidad de su angustia ante es­ te Otro. Lacan se pregunta si en ese goce inalcanzable que Kierkegaard en­ trevio gracias a su breve carrera de seductor en su relación con Regina, este no percibió una existencia de la que estaba separado, que escapa­ ría siempre al todo. Y correlacionó la angustia lderkegaardiana, en la que cae el seductor, con la experiencia del encuentro con tm goce del que queda separado. Este goce imposible de alcanzar, que solo es identificable en este punto, no permite orientarse, solo permite constatar que se encuentra en el corazón mismo del Otro. La esfera pública actual contiene en su borde esa zona siempre pre­ sente, sagrada, de llamado al sacrificio, en cuyo nombre se supera la discusión, sin tener los medios de orientarse, luego de saberlo. Quizás el psicoanálisis pueda destacarla e insertarse en esta plaza pública pa­ ra hacer escuchar la manera en la que sitúa la paradoja. N o es temor y temblor, no es la angustia, sino el modo en el que el goce experimen­ tado sin saberlo cae en auxilio del sujeto, más allá de la angustia. Por hoy dejo en este punto.

Tres aforism os J a c q u e s - A l a in M il l e r : Hoy me prometí - y es una buena resolu­ c ió n - comentar esa obra reciente de John Searle a la que aludí la últi­ ma vez, que se titula La construcción de la realidad social y que apareció en 1995 en los Estados Unidos.

Tuve que hacer de tripas corazón porque considero que esta obra es un signo de los tiempos, pero para apreciarla quizás haya que conocer un poco el recorrido de este filósofo, que es difícil de describir aquí en detalle. Además creo que cuando se habla de estos autores (Searle, Taylor, Habermas o incluso otros) en este auditorio, es inevitable cier­ ta distensión respecto de lo que tratamos habitualmente y el estilo en el que lo hacemos. En efecto, cuando alguien se formó con Lacan, como lo hicieron us­ tedes, se encuentra más allá de las dificultades que animan a estos fi­ lósofos. Por ejemplo, este libro es un redescubrimiento de la sim boli­ zación, la conclusión desemboca en el enigma de lo que llama la capa­ cidad biológica del ser humano de hacer que algo se simbolice. Y es también un redescubrimiento paso a paso del ser de ficción, que él presenta co­ mo ima suerte de paradoja cuya presencia y carácter efectivo en la existencia humana hay sin embargo que reconocer. Demuestra en de­ terminado momento por algunos breves argumentos que, más allá de lo que se haga, debe considerarse que el lenguaje ya está ahí, que no se llega a deducirlo. Y también debe inventar de libro en libro cómo enri­ quecer su concepción con ima dimensión necesaria para pensar la con­ ciencia-misma, una dimensi0rude.lo.que.sin.llegar.aia conciencia, la es­ tructura. Él lo llama el background, el segundo plano, que es algo más fundado que el inconsciente freudiano. Si se lo lee a partir de Lacan, se tiene la sensación de poseer el plano del laberinto en el que él avanza y que intenta transformar en ima autopista. Hay cierta inocencia en este punto de vista, que se podría tachar de ingenuidad. Ciertamente hay ingenuidad en, por ejemplo, no m encio­ nar en lo más mínimo a Bentham, el autor que comenté la vez pasada. No vi su nombre al leerlo, no aparece en el índice. Pero supongo que surgirá en los comentarios que se hagan o que quizá ya se hicieron en las revistas norteamericanas e inglesas. Sin embargo, es ima falta fla­ grante, puesto que él mismo aborda el problema -d el que en definiti­ va debe dar el ejem plo- del derecho como más importante que lo que llam óJos hechos institucionales. Yo prefiero fa palabra inocencia, porque hay que reconocerle a Searle su intento de rigor, el esfuerzo por acomodar objetos nuevos de su reflexión en un marco conceptual -p ara utilizar su lenguaje o el de la filosofía norteamericana contem poránea-, por colocar en im esquema conceptual cuestiones que evidentem ente hacen vibrar di­

cho esquem a. Para n osotros él se lanza en un in ten to de elu cid ación lógica del sem blan te social y d esem boca en u na pregu n ta a p ro p ó si­ to de lo real.

Los dos últimos capítulos del libro se preguntan si existe un mun­ do real. Considero que esta pregunta que surge con esta forma que da lugar a un debate polémico contra otros filósofos contemporáneos es un signo de los tiempos, ima cuestión eminentemente contemporánea, que se sitúa entre semblante y real. Hay una actualidad de la cuestión de lo real que obedece precisamente a la promoción actual del sem­ blante, que hay que remitir, a mi entender, a la modificación acelerada de lo real por el discurso de la ciencia. De cierta manera, la ciencia m is­ ma y los objetos que enüega hoy con un ritmo vertiginoso, sobre todo en la dimensión electrónica (son triunfos incluso de la ciencia), hacen dudar de lo real. Y la cuestión vuelve sobre el psicoanálisis: ¿de qué modo este puede tocar lo real y cuál? Esta pregunta ya es la cumbre de lo que Lacan nos presentaba hace veinte años. Luego, hice de tripas corazón para intentar interesarlos en Searle, pero no pude evitar comenzar por Lacan, por resumir como aforismos consideraciones que les presenté la última vez. Son tres aforismos que no apuntan a determinar un dogma sino ima problemática, un conjunto de problemas que implican diferentes soluciones que Lacan exploró. El primero de ellos es: lo real, el sentido, son dos. ¿Qué intuición apoya este aforismo? Soy modesto, solo hablo de intuición. M e dirijo a nuestro sentimiento común, a nuestra doxa, que admite que el verdadero real permanece invariable, sigue siendo lo que es en sí, como se dice en la filosofía, permanece intacto a pesar de lo que se percibe y se dice de él, mientras que el sentido varía, y es­ tá m uy loco quien de él se fía. Segundo aforismo: lo real excluye el sentido. Como recordé la última vez, es la definición misma de lo real según Lacan, qiúen por otra par­ te no está seguro -lo dejo abierto- de que esta proposición sea enunciable como verdad. Lo real excluye el sentido confiere sentido a lo real tan pronto como enuncia la imposibilidad de hacerlo. Esta proposición ya es una especie de engaño, de yo miento, puesto que al enunciarse tiende a refutarse a sí misma. Y en tercer lugar: el sentido es semblante, que se presenta como una consecuencia de la oposición entre el sentido y lo real. Se le puede dar la forma de una implicación: si el sentido no corresponde a lo real, enton­ ces corresponde al semblante.

A partir de aquí enumero más o menos cuatro temas que circuns­ criben un campo de debates sin detenerme en nada definitivo. El pri­ mer tema para tratar es el estatuto mismo de estos aforismos: ¿son pa­ radójicos, son opuestos o están en conformidad con la doxal Se los po­ dría presentar de una y otra manera. Estos aforismos podrían ser con­ ducidos al estatuto de teorema o de seudoteorema. ¿Se los puede de­ mostrar? ¿Son demostrables o son principios, axiomas? Este es tm pri­ mer registro de cuestiones que habría o habrá que tratar.

El ser del sentido En segundo lugar, los tres aforismos dejan en suspenso el ser del sentido,, el estatuto que hay que reconocer al semblante, que aquí se opone a lo real. Y tenemos entonces, como mencioné la última vez, dos grandes vías de respuesta. La primera es que el sentido como semblan­ te no es más que una ilusión, y la segunda, que desmiente la primera, que el sem blanterio es ilusión sino ficción. La noción de que el sentido solo sería ilusión está en el fundamento del privilegio que se puede-acordar a la sintaxis sobre la semántica. Es­ ta idea condujo a Camap, heredero del primer Wittgenstein, heredero del Tractatus, a abordar el lenguaje por su sintaxis lógica. En tm segun­ do tiempo, intentó extender este abordaje a la semántica misma, y sobre ese punto precisamente rompe Quine, quien dominó la filosofía nortea­ mericana hasta la época reciente, hasta que los autores de los que habla­ mos se sacudieron su férula, se liberaron de él. La filosofía norteameri­ cana procede directamente de Wittgenstein, Camap, el Círculo de Viena y Quine. Apenas recibido, Quine se dirigió a Viena, en el período entre las dos guerras mundiales, trajo con él la doctrina (ayudado poderosa­ mente por los acontecimientos que tuvieron lugar en Europa) y dominó la filosofía norteamericana hasta hace diez años. Quine es heredero de Camap, pero se separa de este en un punto tan decisivo como la semán­ tica, en la posibilidad de tma lógica de la semántica. Desde entonces no hay principio de identidad en la dimensión del sentido, no se puede for­ mular una relación de equivalencia entre un sentido y otro; no hay cien­ cia “del sentido, si es¡ posible plantear las cosas de éste modo. Corresponde a esta perspectiva'de alguna manera el primer Lacan, que insiste en el privilegio del significante sobre el significado. Pero, en segundo lugar, la vía según la cual el semblante no es ilusión, sino

ficción, distingue un modo de ser sui géneris, un modo de ser especial, que no hay que confundir con lo real. Al leerlo, vemos que Searle sos­ tiene en determinado momento que hay que elaborar ima ontología es­ pecial para los hechos institucionales, distinta de la del objeto de la fí­ sica, distinta de las partículas de la física. Justamente, él percibe como una ontología especial la necesidad de admitir un modo de ser parti­ cular para la ficción. Y el solo hecho de decirlo -admitamos, en ciertas condiciones- hace existir entidades ficticias, que no se reducen a entidades físicas, que tie­ nen sin embargo un poder operatorio y estructuran la realidad, cosa que Lacan reconoció al enunciar que la verdad tiene estructura de ficción, que no es real. Tampoco es ima verdad correspondiente a un real. Estas son las dos vías princeps: la eliminación del sentido, por lo menos del discurso de la ciencia, y la teoría de las ficciones. Si se ad­ mite esta repartición sumaria, se lo ve a Lacan oscilar entre estas dos posiciones o intentar más bien anudarlas, articularlas ima con otra.

Lo real en el lenguaje Tercer orden de cuestiones: queda en suspenso, pese a estos tres aforismos, el estatuto del lenguaje y de lo simbólico. En la segunda vía se admite que el lenguaje es causa de ficción, creador de ficción, ¿pero él mismo es ficción? Centrémonos en la respuesta unívoca que dio La­ can; a saber, hay real en el lenguaje y este es el número, que califica de el ímico real primero reconocido en el lenguaje. Esta respuesta tiene en el contexto el valor de extraer el lenguaje del orden del semblante y ligarlo a lo real. Y se puede ir más lejos agregan­ do que hay real en el lenguaje más allá incluso del número. Después de manipular los números, nos interesamos en su estatuto real, lo que en cierto momento fue la filosofía espontánea de los matemáticos, el platonismo, que consiste precisamente en asignar el más alto real a la entidad matemática. Por supuesto, esto empezó a ser seriamente dis­ cutido en el siglo XX, de manera solidaria con el linginstic tnrn, el giro lingüístico de la filosofía. Se preguntaron si finalmente todo este ser del número y de las entidades matemáticas no eran simples asuntos de marquitas en el papel. Esta era la perspectiva formalista. Y luego se preguntaron también, con Bertrand Russell, si las entidades m atemáti­ cas no estaban subordinadas a la lógica.

En otras palabras, este real comenzó a vacilar con el debate y no simplemente entre los filósofos, también entre cierto número de prac­ ticantes de la cosa, durante el siglo XX. Y es impresionante leer que im científico como Putnam (cuando lo leí no daba crédito a lo que veían mis ojos) considera hoy ridículo incluso plantearse la cuestión en estos términos y señala que le resultó increíble ver salir el año pasado un li­ bro que se preguntaba si las entidades matemáticas son reales. Para él, se pierde completamente el tiempo planteándose ahora la cuestión de lo real de la entidad matemática. Pienso que apunta a im libro de Penélope Maddy que leí -porque yo sigo interesándome en el tem a- y que hubiera sido interesante comentar. Entonces -y este es el fulo de la interrogación sobre lo real- hay real en el lenguaje según Lacan más allá incluso del mimero, en la medida de los imposibles que se demuestran allí. Y esto siempre que se formali­ ce el lenguaje, que se evacúe de él el sentido. Este es el Lacan lógico. To­ man el lenguaje, y a medida que retiran el sentido están en condiciones de proceder a demostraciones de imposibilidad que entonces les entre­ gan a partir del lenguaje mismo lo real. Se trata de la tesis de Lacan se­ gún la cual lo real se inscribe siempre por un atolladero de la formalización, y es su singular definición-de la lógica-comoeiencia.délo-real._ Se comprueba de este modo que se cometió un completo error co­ locando a Lacan entre los relativistas, lo que no me enoja, pero m e de­ ja atónito. Se puede leer, hay polémicas secundarias sobre este punto en los Estados Unidos, que tienen un eco estos días en Francia, donde se ve el nombre de Lacan pasearse junto al de cierto número de filóso­ fos considerados relativistas, que piensan, en definitiva, que solo hay semblante.

E l privilegio de la ciencia Por otra parte, si se tacha a cierto número de filósofos contemporá­ neos de relativistas, es porque siguen animados por lo que se puede llamar, con tm título balzaciano, tma búsqueda de lo absoluto. Y en ge­ neral esta búsqueda contemporánea de lo absoluto, que es activa, va d éla mano de los valores morales. Él relativismo se considera peligro­ so, inconsecuente, nocivo, ante todo porque se busca lo absoluto del la­ do de los valores morales y porque algunos de filósofos claramente huérfanos de lo universal intentan restituirlo con los medios actuales.

No es algo nuevo afirmar que la filosofía de las Luces, que se des­ plegó durante el siglo XVIII, tuvo un efecto profundamente relativista. Todo comenzó con Montaigne, la utilización de la geografía con fines escépticos, y luego tuvo un nuevo impulso sensacional en el siglo XVIII con un interés en las verdades contradictorias de los sujetos se­ gún las comunidades, las tribus a las que pertenecían. Hubo ima suerte de fragmentación, de ruina de lo universal, que progresó durante ese siglo hasta que Kant logró con su imperativo ca­ tegórico la proeza extraordinaria de restablecer en el contexto de este relativismo escéptico moral un absoluto moral cuyo criterio era pura­ mente lógico, más el llamado a que cada imo lo lleve en su corazón. Pe­ ro la fórmula de este absoluto es únicamente lógica y no está fundada en la tradición. Los Diderot, los Voltaire lograron inocular el veneno y ya nad ie... En fin, ¡ya n ad ie...!, la humanidad pensante o la parte filo­ sófica de la humanidad, pudo sostener lo absoluto de ima tradición en­ tre otras. Y esta proeza entonces logró restablecer un absoluto formu­ lado en términos de pura lógica. En otras palabras, tomando como cri­ terio, si me permiten, el valor para todo x, para todo hombre, que ya en su formulación erradica la tradición, plantearlo de modo tal que no solo valga para todo hombre sino que valga como ley de un universo. Se toma co­ mo absoluto m oral lo que puede ser elevado no solamente al para todo x, de la humanidad, sino incluso al rango de ley universal de manera consistente, no contradictoria. Hoy algunos filósofos querrían reeditarlo, querrían encontrar la formulación de un absoluto no tradicional de alguna manera equiva­ lente al absoluto lógico de Kant. Para Lacan, ciertamente hay un absoluto que escapa al relativismo de los semblantes, y este es el sentido que dio al término real. Por eso no se lo debe poner en serie con los filósofos -m e abstendré bien de de­ cir relativistas- que no tienen como él la referencia esencial de la cien­ cia. Sin duda, la ciencia como discurso es para Lacan articulación de semblantes, pero que tocan lo real. Y después de Freud, el psicoanáli­ sis no cesó de referirse a este abordaje científico de lo real, cosa que ya lo aparta de esta agitación escéptica de la filosofía contemporánea y eventualmente le vale algunas críticas de parte de estos escépticos. En otras palabras, el privilegio de la ciencia sigue siendo para La­ can por lo menos una referencia, que da la sensación de disiparse en varios investigadores norteamericanos. De alguna manera ellos sufrie­ ron tanto durante años el pimto de vista estrecho sobre cierta cantidad

de cuestiones que Quine imponía en la universidad norteamericana, que dan la sensación de haber suprimido el objeto mismo de la preo­ cupación con las dificultades que entraña. Y sorprende el momento en que osaron franquear los límites impuestos por la filosofía llamada analítica al estilo de Quine, cosa que se ve en Taylor, en este libro mis­ mo, cuyo primer artículo, llamado «Overcoming Epistemology» (Su­ perar la epistemología), libera el espacio donde hablará de la escena pública, etcétera. Superar la epistemología significa ya no tomar el dis­ curso de la ciencia como referencia porque es incapaz de proporcionar­ nos hoy la base del acuerdo de la comunidad, del acuerdo social. Valdría la pena decir dos palabras sobre el texto de Taylor... Hay también un artículo muy divertido de Richard Rorty, que empezó por escupir sobre Quine y que describe la manera en la que, después de la guerra, esta ideología se apoderó de toda la universidad norteamerica­ na con un fuerte menosprecio hacia la filosofía continental (Hegel, un loco, Heidegger, un cabrón y un enfermo). Ayudados por la filosofía francesa de los años sesenta, osaron dar un paso en esta dirección y quemar de alguna manera lo que habían adorado. Rorty explica que fi­ nalmente los científicos son una especie de tribu, con su manera de hablar, y se tiene la sensación de un relativismo muy divertido, muy en­ tretenido. Pero no vemos en absoluto esa cuerda que vibra en Lacan. Lacan tiene tma relación mucho más directa y firme co n ... Está, en efecto, la cháchara, pero por muy armado de semblantes que esté el discurso de la ciencia, obtiene cierto número de resultados en lo real con los que se trata de medir el psicoanálisis. Y esto explica la cuestión cada vez más insistente en él de saber de qué modo el psicoanálisis to­ ca lo real, si lo real del que se trata es el mismo que el de la ciencia. El psicoanálisis no valdría la pena si no tocara lo real. Esta pregunta está completamente ausente de la reflexión de quienes colgaron los hábitos de la filosofía analítica, que una vez liberados de él, piensan que lo real ya no vendrá a molestarlos. Y es que creen que solo se trata de un real. Este es un nuevo arrebato de la filosofía norteamericana, respecto del cual Searle, de Oxford (Oxford desplazado a Berkeley), en plena Cali­ f o r n ia ,r ^ n tie n ^ p e ^ a ^ o d o jju e hay lo real. Solo que el real de Sear­ le, como se verá al final, nunca molestará a nadie: es un real mudo so­ bre el que no hay nada - o lo menos posible- que decir. Según el cuarto orden de cuestiones en este espacio problemático, el campo que abren estos tres aforismos deja en suspenso el estatuto del psicoanálisis. Si la lógica es la ciencia de lo real, si es preciso pasar

por la formalización del lenguaje para tocar lo real y hacer demostra­ ciones que permitan concluir esto es imposible -y así entreguen lo realhay que formalizar el psicoanálisis, y esta es precisamente una de las vías de solución que Lacan esbozó con el materna. Formalicemos el psicoanálisis de manera de estar bien seguros de tocar lo real. Sin em ­ bargo, esta form alización que concierne a la teoría psicoanalítica pasa por la escritura y no atañe, hablando con propiedad, a la operación analítica como tal, que procede por la palabra. Por eso, a veces, el es­ bozo en Lacan de ima suerte de form alización de la palabra misma, emulando a la ciencia, la tentativa de ima formalización de la inter­ pretación, que supondría evacuar el sentido para tocar lo real por el sinsentido. Anima todas estas tentativas el objetivo de incidir en lo real y afec­ tarlo con el sinsentido o, más bien -porqu e el sinsentido es ima espe­ cie de sentido-, de tocar en él con lo que Lacan llamaba ab-sens,15 la au­ sencia de sentido. Se trata de intentar realizar en la palabra misma la ausencia para poder tocar lo real fuera de sentido. Por eso además en el real del que se ocupa el psicoanálisis hay sa­ ber en el sentido de articulación sistemática de elementos de ab-sens, elementos cuyo sentido fue evacuado. Hay asimismo en este real como ima escritura formalizada, cosa que además condujo a Lacan a sus cua­ tro discursos. Y también lo llevó a considerar que el superyó era del or­ den de estas fórmulas formalizadas, escritas, que hacen del real del psicoanálisis el análogo del real de la ciencia, con la idea de que ambos reales excluyen el sentido y solo pueden alcanzarse por ima vía que lo trasciende.

El elefante de Lacan Evidentemente, como subrayé la última vez, hay otra perspectiva en Lacan según la cual el sentido sería ineliminable del real que interesa al psicoanálisis. Incluso, si lo real en su definición científica excluye el sen­ tido, para el psicoanálisis hay sentido en el real del que se ocupa. He aquí lo que funda la extraordinaria excepción del síntoma, si se admite

15. Ab (prefijo que indica separación)-se7is (sentido) es en francés homófono de nbsence (ausencia). [N. de la T.]

que este no es semblante sino real y que en tanto tal conserva su senti­ do freudiano, lo que se resume en la relación del goce y el sentido. Searle emprende entonces, sin saberlo, una reformulación de la teo­ ría de las ficciones de Bentham ... Y no es tan sorprendente que llegue a interesarse en la realidad social puesto que su pimto de partida... Él fue alumno de Austin, lo sucedió en la dinastía de los teóricos del speech act, de los actos de habla, que empezaron a conocerse en el con­ tinente hacia 1952. Hubo im coloquio en esa época (creo que MerleauPonty no debía de estar muy lejos), cuyo eco discreto encontramos en «Función y campo de la palabra...». No redefiniré los speech acts, ya que están los escritos de Austin al respecto, los artículos que fueron retomados en Cómo hacer cosas con pa­ labras. Se trata del teórico del performativo, y evidentemente hay en el speech act ima dimensión social: para que el sí que pronuncio tenga el valor de casarme con ima persona, es preciso que se cúmplan cierto número de condiciones sociales. Este s í me casa, este si" hace de m í ima mujer casada o un hombre casado, legalmente, siempre que haya un contexto social preciso" que rodee este'enunciado. El punto de vista de Searle se liga primero a la lingüística del speech act, y se lo ve ahora, cuarenta años_después,jnter.esarsejnás_en.eLcontexto social que rodea a dicho acto, e incluso en la dimensión social del acto de habla mismo. Y en efecto, estar casado, como él constata de otra manera, no existiría en el simple mundo -lo adorno un p oco - que tiene ima existencia pa­ ra Quine. El mimdo de Quine es físico, es un mundo de partículas en campos de fuerzas. Además él admite que hay organismos biológicos, etcétera, e intenta (lamento decirlo tan rápido porque es m uy divertido seguir­ lo en detalle) obtener la génesis del lenguaje considerando al ser hu­ mano como un sistema biológico. Hay cierto número de aberturas que permiten captar impresiones que vienen del exterior, sensores, y cómo a partir de allí deducir el lenguaje... Él llega a eso. Y resulta además conmovedor que arribe a eso al final de su vida. Cada vez se centra más en esta cuestión: ¿cómo pasar del individuo que recibe impresiones sensoriales que son todas de orden físico a la ciencia? Este es un capítulo de su gran libro donde Hizo a l'g iiñ ^ jü e rip ^ d e lo ^ c o 7 Y es que él se dedicó a la lógica muy. seriamente, a las formalizaciones, las axiomatizaciones de la teoría de conjuntos. Hasta alrededor de 1960 se lo conocía ante todo como un lógico practicante de lógica matemá­ tica. Después, en 1960, apareció un libro llamado Word and Object (La

palabra y el objeto), que intentaba reconstruir desde su punto de par­ tida el mundo de la cultura. Pero era todavía una obra variada, en de­ bate a veces con la lingüística. Después, en los años posteriores al se­ senta, fue ciñéndose cada vez más a la cuestión. Sacó cada dos años un libro, cada vez más corto, con las mismas frases pero corregidas, mejo­ radas según las objeciones que se le hacían. Luego escribió The Roots of Reference (Las raíces de la referencia), y cada dos años estrecha un po­ co más su concepción para llegar a hacer surgir de esta captura senso­ rial el lenguaje. El último se llama From Stimulus to Science (Del estímulo a la cien­ cia) y merecería un estudio detallado. Yo los leí todos, incluso las edi­ ciones revisadas cuando vuelven a salir, y son las mismas frases las que vuelven, pero a veces un poco antes, un poco después, desplaza un adjetivo, etcétera; es un estilista extremadamente fino. La sensación es que de este modo intenta atrapar una verdad (por otra parte, una de las versiones se llama Pursuit ofTruth [La búsqueda de la verdad]). Evidentemente ntmca llegó al casamiento, si me permiten, como hecho social. Es difícil dar cuenta de él. Por lo general, se contenta con el gran ejemplo de esto es un conejo y todas las ambigüedades que hay a propósito del conejo (si muestro todo el conejo, muestro acaso la ca­ beza del conejo, las orejas del conejo, otra cosa que el conejo). En reali­ dad, el conejo de Quine no se llama conejo, sino gavagai, término que pasó a la lengua común de la filosofía norteamericana. El salvaje dice gavagai señalando un conejo, y ustedes están al lado y se preguntan qué pudo decir. Luego, él no fue más allá de eso, no se refirió a esta es la elegida de mi corazón, mientras que Searle claramente sí. El punto de vista que Quine llevó muy lejos (si lo leí con tanta per­ severancia es porque hay algo de todos modos en él) se conoce en la jerga de la filosofía norteamericana como el fisicalismo, que supone que lo real es enteramente de orden físico. Searle, que nunca fue quineano, que estudió tranquilamente en Oxford con Austin, es más libre que los norteamericanos que escaparon de Quine, tiene un punto de vista claramente antifisicalista que se apoya en una objetividad de un orden distinto, que llama la realidad social. No solo está la física en el mundo, hay también un mundo objetivo donde existen cosas como (es el ejemplo que él da) el dinero, la propiedad, el matrimonio, gobiernos, partidos de fútbol, cocktail-parties, tribunales, etcétera. Lo divertido en Searle es que su costado no eliminatorista, para to­ m ar términos de jerga, lo hace admitir que hay cierto modo de ser de

los fenómenos mentales. Mientras que, aunque lo intenten, no conse­ guirán demostrárselo a Quine. Hay un libro de Searle llamado El redescubrimiento de la mente, que podríamos traer en algún momento para discutir justamente sobre mentalistas y antimentalistas en los Estados Unidos hoy. Entonces el punto de partida de su investigación (no lograré des­ graciadamente ir más allá), lo que según él lo intrigó, es que haya he­ chos objetivos que solo existen por el consentimiento de los hombres, por el human agreement. Hay cosas que solo existen porque creemos que existen. En efecto, tener tal fortuna, ser propietario, estar casado, etcétera, como señala, son hechos objetivos pero muy diferentes del hecho de que haya nieve en la cima del Everest o que el átomo de hi­ drógeno no tenga más que un electrón. Opone, pues, estos dos órdenes de hechos. En el primer caso, para decir algo de estos hechos es preciso el lenguaje, pero en el segundo, el Everest y el átomo de hidrógeno son independientes de nuestro dis­ curso. ¡Qué ingenuidad! Por supuesto, se puede admitir que haya he­ chos independientes de nuestro discurso/pero -no-es el caso del Eve­ rest... En prim er lugar, para escalarlo, conquistarlo, es preciso, si me permi ten,.creer en él, creer que existe e incluso .que_vale la.pena.subirlo. Por otra parte, leí tm artículo esta semana no recuerdo dónde de al­ guien que hizo mucho en el Himalaya, que se fascinó con este sistema montañoso porque estaba preso en un lugar desde donde se lo veía. Pues bien, se escapó de la cárcel y escaló el Himalaya. ¿Qué pasa cuando se conquista el Himalaya o cuando.se llega a la cima del Everest? Se instala un quiosco, se construye quizás un hotelito, también se necesita un tacho de basura... Hay desperdicios... N a­ die juraría hoy que la nieve está inmaculada en la cima del Everest. Él sostiene -e s prudente- que está la nieve de invierno, pero ¿acaso las estaciones son completamente independientes de nuestro discurso? No es seguro. Por otra parte, como se agujereó la capa de ozono, las es­ taciones ya no son lo que eran. El átomo de hidrógeno no tiene más que un electrón cuando se le antoja, pero si se lo pone a trabajar pue­ de liberar im a entidad, la bomba de hidrógeno, que por muy realidad institucional que sea, por m ucKo^^éTorm é^paffeliFlá construcción de la realidad social, no deja de incidir en lo real. Por eso, pese a los dos ejemplos conmovedores de Searle, nos vemos más bien conducidos al elefante de Lacan; a saber, que el hecho de que se pronim de la palabra elefante, que se sepa que hay elefantes y se crea

en ellos, no deja intacto del todo lo real del elefante, puesto que se ten­ dió a hacerlo desaparecer. El punto de partida de Searle, que es inocen­ te, da a quien frecuentó a Lacan la sensación de que no accede a repar­ tir bien las cosas. No se trata de que haya un real intacto, o una cima inalcanzable, sino de que siempre queda un resto. Y los ejemplos que buscará Searle son del orden del resto respecto de la realidad social. Quizá continúe yo al comienzo de la clase que viene e intente avan­ zar rápido desde el principio hasta el final. 15 de enero de 1997

VIII La desigualdad entre los sexos

Seguiré con mi comentario del libro recien­ te de John Searle La construcción de la realidad social, en cuyo título voy a detenerme. A decir verdad, hubiera podido basarme en otra cosa para dar lu­ gar al debate actual de los filósofos en los Estados Unidos, pero esta obra sirve en la m edida en que su autor toca los límites de su compe­ tencia inicial al interesarse en lo que son -e n nuestros términos pero que son casi los su y o s- el ser y el poder del símbolo, y al acercarlos. Testimonia además cierto vértigo (a sense ofgiddiness), como expresa en determinado momento. Para comentarlo, m e hubiera gustado admirar más este libro y qtie no me preocupe saber que con Lacan estamos más allá de muchas de las preguntas que se plantea y las soluciones que esboza. Se trata, pues, de un obstáculo para interesarse en la lectura. Sin embargo, pa­ ra aproximarse al texto de buena fe hay que ser sensible al interés que presenta una elaboración completamente contemporánea de alguien que no tiene nuestros prejuicios, para quien ciertos datos que nosotros conocemos se encuentran con dificultad y sorpresa. Y esto nos invita a volver sobre lo que para nosotros ya está decidido. J a c q u e s -A l a in M

il l e r :

La realidad social M e detengo entonces en el título, La construcción de la realidad social, que, como señalé, considero actual, emblemático de un estilo contem­

poráneo de investigación filosófica, histórica y sociológica. Se trata al mismo tiempo de una reformulación de la teoría de las ficciones de Bentham, cosa que curiosamente ignora - o no m enciona- el autor. Si descompongo el título, se ve que en primer lugar designa lo so­ cial, se interesa en lo social y se ocupa de esto como de una realidad, lo que sin duda constituye una novedad en un filósofo que se dice ana­ lítico y que procede, como señalé, de la escuela de Oxford, de Ryle, de Austin. Pero ¿qué significa ocuparse de lo social como de una realidad? Sig­ nifica que admite una objetividad social, que lo social no es tma ilusión subjetiva, que no se trata simplemente de tm tramado de posiciones, decisiones, ilusiones, individuales (Creo esto, creo que tú crees y tú igual­ mente crees y crees que creo). Al hablar de realidad social con pleno de­ recho, admite que es tma dimensión, tm orden de realidad, que existe y que, de manera implícita, contrariamente a la dirección en la que avanzaron con tenacidad Quine y sus alumnos, la realidad fisicoquí­ mica no es la única que vale. Luego, que tm filósofo analítico tome en serio la realidad social ya supone asumir una posición antifisicalista. Para interesarlos un poco más en este punto de partida, agrego que ~ño resulta indiferente ennuestro-campo reeonoeer-el-ser de-la-realidad social, una realidad que, si se la admite como tal y más allá de cómo se la defina, es de orden transindividual y se impone al sujeto. Para no­ sotros, este es el comienzo lacaniano de la sabiduría y en lo que quizá por otra parte se distinguen Freud y Lacan. ¿Sería excesivo sostener que el punto de partida de Freud, para hablar su lenguaje, es lo men­ tal y su referencia, la biología, y que Lacan parte de lo social y tiene a la sociología como referente? Ciertamente, en su recorrido Freud llegó al grupo, lo colectivo, lo social; es la «Psicología de las m asas...», el concepto de su segunda tó­ pica, el superyó, que ya está, aunque no en primerísimo plano, en su obra sobre el Witz. Sin embargo, para llegar a esto parte de la conside­ ración del aparato psíquico, con la idea de una psicología científica. Y si tomamos, por ejemplo, «Les complexes fam iliaux», vemos que _Lacan_p.arte de que las relaciones sociales constituyen tm orden original de realidades. Parte de la realidad social, de lo social como reali­ dad, y basa este principio en la sociología, en Dttrkheim. Desde este lugar reformula a Freud, insistiendo en que hay conceptos freudianos que parecen biológicos, que pueden ser leídos como biológicos o que él presenta de este modo, que solo logran ordenarse en esta dimen-

sicm original de realidad que es la realidad social. Por eso, sostiene que no hay que pensar a Freud a partir del instinto, sino a partir del complejo, que es un dato de orden cultural. Con la base de la sociolo­ gía durkheimiana, Lacan empezó a avanzar en la obra de Freud arma­ do con la noción de que en todos los casos, las instancias culturales domi­ nan las naturales. El título «Les complexes familiaux» remite a la institución de la fa­ milia, y justamente Searle se ocupa, a su manera, de hechos institucio­ nales, de la institución de la familia y de los complejos freudianos y lacanianos. Lacan modifica de tal modo los conceptos freudianos, que estos hunden sus raíces en la institución familiar y proceden de ella. Según lo entiende Lacan, el complejo es un resorte de la cultura y no de la naturaleza. Aunque no resulta tan claro, también su tesis de psiquiatría da lu­ gar a la dimensión social de la personalidad. Se trata de ima tesis muy freudiana, al final de la cual él se entregará al psicoanálisis. Pero la pri­ mera gran reformulación de la obra de Freud, que se produce a partir de la adhesión de Lacan al concepto durkheimiano de realidad social, es su texto «Les complexes familiaux». Y unos quince años después re­ tomará este movimiento adhiriendo a Lévi-Strauss en «Función y cam­ po de la palabra...». Habrá pasado así del pimto de partida de 1938 al punto de partida de 1953, habrá pasado de Durkheim a Lévi-Strauss, de lo social a lo simbólico, a la noción de que la realidad social está es­ tructurada según esquemas simbólicos y, si no exactamente como un lenguaje, por lo menos como ima sintaxis. Por eso, para entrar en la dimensión propia del campo freudiano, nos interesa, por qué no, el reconocimiento de la realidad social como tal. ¿Por qué no volverla una condición previa que permanece inscrip­ ta en Lacan en la relación inicial, fundamental entre el sujeto y el Otro, que se retoma en la célula elemental del grafo y que es para nosotros un esquema conceptual omnipresente? La relación del sujeto y el Otro transcribe primero ima relación de intersubjetividad, pero, en lugar del Otro, este esquema conceptual, inscribe muchas otras instancias. Y es que Lacan lo vuelve sucesivamente el lugar de la palabra, del len­ guaje, del discurso universal y de la realidad social, cultural e institu­ cional también.

A partir de esta relación él introduce su primera definición del in­ consciente como transindividual, como el discurso del Otro. Y en esta fórmula malograda que más tarde se transformará en la noción de que el lenguaje es la condición del inconsciente, ya se encuentra anunciado eso a lo que Lacan llegará más tarde: el psicoanálisis como práctica es de orden social, es un lazo social.

D em ocracia De allí lo que puede haber de afinidad, lo que súrge cuando se ad­ mite la realidad-social como tal. Y.es-verdad-quelajrelación-esjnucho^ más difícil cuando la filosofía no se dedica a la realidad social o inclu­ so la niega. Luego, respecto de la filosofía analítica, para la que la rea­ lidad social no está constituida como tal, no causa problemas, tenemos un sentimiento de extrañeza y tma dificultad para hacer conexiones. En cambio, con el reconocimiento mismo de la realidad social se plan­ tea (y es lo que conduce a Searle a forjar el concepto de background, de segundo plano) tma zona donde se reencuentran los términos mismos en los que pensamos; en particular, el de simbolización, que está en la cima de su elaboración. É rn c L a u r e n t : Como teoría social, la democracia para la filosofía analítica es un poco como la familia nuclear para el complejo de Edipo. En otras palabras, es la democracia en tanto parece engendrar una realidad social estrictamente a partir de individuos, que bastaría defi­ nir en la relación con un único real (físico, biológico, físico-biológico). Se engendra así tma teoría general, del .mismo modo que la familia nu­ clear puede hacer pensar que el complejo de Edipo es solo tma forma de reproducción animal, darviniana...

J a c q u e s - A l a in M il l e r : L o que dices quizá sea injusto con nuestros teóricos contemporáneos de la democracia, porque hay algunos que no adm iten... En primer lugar, lo formidable es que nunca se pensó tanto la democracia. Solo recuerdo la época del estructuralismo triunfante o incluso que hace diez o veinte años las bibliotecas crecían todos los días con: ¿Qué es la democracia? ¿Cómo es el demócrata? ¿La democracia? En la línea de la defensa de Occidente contra el comunismo surgía todo esto que hoy resulta obsoleto. M ientras tanto la democracia pro­ gresa, y Clinton en su discurso inaugural del limes pasado consiguió aplausos sobre el tema: parece que por primera vez en la historia del mundo hay más individuos (¡no sé cómo lo calculó!) que viven bajo re­ gímenes democráticos que individuos que viven bajo regímenes dicta­ toriales... ¡Bravo! Y si sigue habiendo tanta cantidad de literatura de reflexión sobre la democracia, creo que es justamente porque ya no está amenazada desde el exterior por el horrible campo socialista como se la presenta­ ba antes, sino desde el interior por sus paradojas lógicas. Está am ena­ zada, aunque sea amablemente, por obras como esta que tienden a destacar que todo es finalmente semblante. Por eso digo que Searle re­ toma la teoría de las ficciones. Pero ¿qué le provoca vértigo en determinado m omento, qué le da the sense o f giddiness? Explica que si miramos la física de im billete, la física de un dólar que se arruga entre la m anos, si vemos de qué está hecho a nivel físico-químico, nada nos dice que sea un dólar. ¿Por qué es un dólar? ¿En qué se funda que sea un dólar? Es un dólar en cuan­ to se cree en él. ¿Qué ocurriría si no se creyera en él? ¿Cómo una creen­ cia puede producir un ser real? La democracia está amenazada, de alguna manera, por la perspec­ tiva contemporánea sobre el semblante, que resultó m uy útil en la épo­ ca de las Luces: ¡No, no, no, la Iglesia, sus rituales, sus creencias, son sem ­ blantes! Al lado de ustedes hay gente que cree en cosas completamente distin­ tas, y también son hombres, e incluso más justos y más leales que ustedes. Y ese Suplemento al viaje de Bougainville, ese buen salvaje, que se acuesta con sus hijas y las comparte, ¡está muy bien! Ustedes tienen una regla, aquí hay otra, y todo esto es semblante. La reducción de la realidad social a semblantes, y sobre todo el acentuar lo arbitrario de estos, fue un arma de la democracia. H e aquí la ironía de Voltaire y el alma de esta semblantización del mimdo.

Uno por uno Pero la mala sorpresa es que la democracia misma, que intentamos fundar en una lógica, parece tejida de sem blantes... En efecto, algunos parten de: Estás tú, estoy yo, hablamos, nos ponemos de acuerdo y hacemos una democracia. Yo hablo, tú hablas, yo te interrumpo, tú me interrumpes, ¡y así nos entendemos! Por otra parte, es la única manera de entenderse, in­ terrumpiéndose un poquito. Aquí solo se reconoce el uno por uno, y los extremistas de la ética de la comunicación señalan: H ay que tomarlos uno por uno, todo el mun­ do es igual. Como expresa siempre Clinton en su discurso inaugural: Partimos en el siglo XVIII de que todos los hombres son iguales. Hay que aferrarse a esta identificación del uno por uno. Y a partir de este uno por uno, gracias a la discusión, nos pondremos de acuerdo. El problema lo encuentra el extremista, como Karl Otto Apel: ¿y aquellos que no quieren discutir?, ¿los que dicen: Ustedes me fastidian, yo no discuto? Apel desarrolla entonces que sostener no qiáero discutir es contradictorio, yiu ego suprime a ese que no quiere discutir de esa m a­ nera. Mientras que Habermas, por ejemplo, piensa que es necesario encontrar el modo de incluir en el diálogo a ese que no quiere discutir. Y después está Taylor, al que se lo ubica también en el registro de esta ética de la comunicación ampliada, quien sostiene: No es justo tomar a los sujetos solo uno por uno; hay concreciones, hay comunidades con intere­ ses legítimos para defender como comunidades, incluso si perjudican derechos individuales. Así, los quebequeses, cuyo interés común es defender la lengua francesa, en nombre de este interés perjudican el derecho individual de los anglófonos a expresarse en su lengua materna. Por eso Habermas explica que es necesario extender los derechos del uno por uno hasta tener en cuenta los estilos de vida de cada quien, y luego hace un liberalismo ampliado a los estilos de vida. Creo que la ética de la com unicación en su forma más pura es Apel. Se trata verdaderamente de la identificación con el sujeto del derecho, que se hace uno por uno, y en última instancia, es una m a­ nera -aunque no asuma esta forma én él-, dé libertarismo, como se di­ ce en los Estados Unidos; a saber. el-criterio de todo lo que es social, el único real, es lo que eso produce’ en el individuo, el resto es sem­ blante. Para él eso es lo que vale, pero hay sin embargo grados en es­ ta ética de comunicación.

É ric L a u r e n t : Estoy completamente de acuerdo. Para algunos juega esta función de hacer desaparecer la cuestión de la dimensión de la realidad social en una suerte de democracia pura, que ahogaría el problem a... J a c q u e s - A l a in M il l e r : É r ic L a u r e n t :

La democracia vista uno por uno.

Del u n o p o r u n o .

J a c q u e s - A l a in M il l e r : Y evidentemente los comunitaristas piensan a partir de la comunidad. Hay una tensión filosófica entre los comuni­ taristas.. . y a los otros se los podría llamar unitarios... Los comunitarios y los unitarios...

La crisis escéptica Segundo rasgo del título: la realidad social se construye. Y el valor exacto de esta afirmación en Searle supone oponerla a la realidad na­ tural física, que no lo es. La palabra construcción, que está en boga en los títulos de obras contemporáneas, ya señala el carácter de artificio y semblante de lo que está en juego. De aquí el encantamiento de las Luces y la ferocidad de su comba­ te para demostrar lo arbitrario de la realidad social, simplemente con el no es así en otras partes y de todos modos se puede vivir. Quizá se viva me­ jor construyendo otras form as de realidad social. Señalo al pasar, como glosa, que curiosamente no se tiene la sensa­ ción de que en la filosofía escolástica, en la Edad Media, haya habido tal percepción de la escisión entre realidad natural y realidad social. Searle no se interesa en eso, no hay una palabra de historia de las ideas en su libro, lo que quizá no sea un mérito. No hubo escisión entre rea­ lidad natural y realidad social, porque para la filosofía escolástica eran una misma cosa en el orden del mundo que procede de la divinidad. Y a partir del mismo principio se ordenan los cielos, la Tierra y la so­ ciedad, salvo si por aberración esta se aparta de su modelo natural. Se trata de una bella idea -reconozcám oslo- que encontró su expresión magistral en santo Tomás de Aquino, y que resulta de actualidad. En los Estados Unidos hay tma nueva moda tomista, que no llegó a los países latinos, que ya produjeron bastante en este sentido, pero siguió presente en Francia en ciertos m edios...

Recuerdo que cuando era estudiante había dos clases de filosofía y a mí me pusieron en la de un profesor tomista. Al final de las dos pri­ meras horas fui rápidamente a ver al subdirector para pedirle que me cambiaran de clase, y este aceptó pasarme a la otra. Luego, no estoy tan informado sobre santo Tomás como hubiera p odido... Ahora lo la­ m ento... Fui a la clase de un epistemólogo, lo que quizá determinó muchas cosas... No sé. Hay un modo tomista que vuelve y acabo de descubrir en la pren­ sa norteamericana cómo se llama: es el theocon (con es la abreviatura de conservador). Antes estaban los neocons, que eran más bien comunistas y trotskistas reciclados en el conservadurismo, de Kristol, Podhoretz, Gertrude Himmelfarb, en los que algunos se interesan e intentan en­ contrar la ortografía de su nombre desde que los mencioné. Pero aho­ ra están los theocons, es decir, los conservadores teólogos... Y parece que los neocons están furiosos desde hace seis meses porque dieron abrigo a la derecha cristiana, como se llama en los Estados Unidos, y con terror la ven emanciparse y lanzar francamente: Hay una sola ley que vale para las sociedades: santo Tomás de Aquino. Existe un grupo importante del catolicismo norteamericano actual que no solo pone bombas en las clínicas que practican el aborto, sino que sostiene una teoría general de la sociedad fundada en santo To­ más. Los neocons, que abandonaron el trotskismo, no renunciaron a una concepción laica de la sociedad y más bien tolerante. Además, los grandes nombres que citamos son de origen judío y no sienten sim pa­ tía inmediata por la idea de que se necesita en todas partes ima ley teo­ crática, inspirada en santo Tomás. Este es el feroz debate actual, y pa­ rece que los theocons realizaron un gran coloquio sobre esta base y se desencadenaron hostilidades con los neocons. É r ic L a u r e n t : L a d e m o c r a c ia c r is t ia n a n o s p r o p o r c io n ó p a r a la o r ­ g a n iz a c ió n d e E u r o p a e l p r in c ip io d e s u b s id ia r ie d a d , q u e p a r e c e h a b e r s id o t r a n s m it id o p o r u n to m is ta . Ta c o u e s - A l a in M il l e r :. Hay muchos conceptos m uy útiles en santo Tomás. Pienso que la escisión entre realidad natural y realidad social, que es para nosotros un lugar com ún/supone de todos modos una di­ visión producida por el discurso de la ciencia, que divide necesaria­ mente real y semblante. Con el apoyo de la física de Newton, la filoso­ fía de las Luces pudo, por contraste, destacar el carácter no real, el ca­

rácter de semblante de las instituciones sociales. Hizo falta entonces de alguna manera Montaigne y su anticipación, que lo condujo a un es­ cepticismo con tma salida cartesiana en dirección de la ciencia. Para simplificar, Descartes logró sacar el discurso de la ciencia de esta crisis escéptica e imponer su forma. En cambio, se acentuó más el semblante del orden social, según piensa cierto número de conservadores (theo o neo). Consideran que se está, especialmente en los Estados Unidos, en tma fase de crisis escép­ tica que recuerda la antigua, y cuya salida buscan en el registro de la ética. Aparentemente, la elaboración de tma ética permitiría escapar al escepticismo de lo que llam an el relativismo cultural. Las dificultades, las paradojas y la escasa incidencia sobre la opi­ nión pública de los debates filosóficos sobre la ética, traducen que no se logra salir de la crisis escéptica por este camino. Sigue sorprendiendo que el discurso de la ciencia ya no sea tma so­ lución. Se lo intentó, pero este discurso no solo no está en condiciones de proporcionar la salida de la crisis escéptica, sino que por el contra­ rio la nutre de tma manera completamente inédita. Y me parece que es­ to pasó en los últimos veinte años.

M oney

Iba a intentar ubicar las objeciones y las respuestas de ¿Qué se hizo de Pascal ? ¿ Qué se hizo de...?, pero lo dejo de lado por el momento para vol­ ver a Searle, quien tiene por objeto la elaboración de tma ontología espe­ cial para la realidad social. Y es divertido que al mismo tiempo que re­ conoce la dimensión propia, piense asimilarla a la ontología básica de la físico-química y de la biología, y mostrar que hay tma continuidad en­ tre la realidad de base física y la realidad social. En este punto, está muy lejos de ser demostrativo. Se ve que pretende avanzar en el terreno de los llamados posmodernos y al mismo tiempo limitar la expansión del todo semblante reservando tm lugar para lo real. El criterio es abandonar tma parte para no perderlo todo; en este caso, limitar el imperialismo del semblante preservando que tm real existe fuera de él. Para manifestar la objetividad de la realidad social, comienza con tma lista de objetos: auto, bañera, casa, restaurante, escuela y -a g re g a dinero. Se trata de ejemplificar que la realidad social es algo. Estas lis­ tas heteróclitas más o menos divertidas son recurrentes en el libro. Di

otra la semana pasada. Pero ¿por qué estas listas? ¿Por qué recurre a esta mezcolanza en un mundo de filosofía analítica que está siempre muy bien ordenado? Él introduce de este modo, en pedazos, la reali­ dad. Y si tomo la lista como un apólogo, en el sentido de Lacan, ¿cuál sería su valor? Pues bien, es tma manera de decir que ustedes conocen la realidad social, ¡viven dentro de ella! Están en ella sin saberlo, como el señor Jourdain hablaba en prosa. Precisamente, al estar en su auto, se encuentran en la realidad social; cuando están en su bañera, su ca­ sa, el restaurante, la escuela... Toma continentes en esta lista aparente­ mente aleatoria y señala: Noten que todo esto no existe en la naturaleza. Este es un resumen para indicar a quién se dirige y trata de conven­ cer Searle, quien además expresa: Residta tan agradable ir hoy a cualquier parte del mundo, poder hablar inglés y dar clases a gente que conoce la filoso­ fía analítica. Justamente, a esta gente que conoce la filosofía analítica es preciso recordarle que estar en su bañera es un hecho de realidad so­ cial. En el fondo, el punto en común es: están dentro y no se dan cuenta. Por eso, sostiene de manera sorprendente que la realidad social es invisible y sin peso, cosa que solo puede afirmarse ante un auditorio de filósofos analíticos. Lo que no impide que sea interesante... Des­ pués de-todo, también Lacan habla de su bañera en algún lugar de su seminario y exactamente con este fin, ya que dice: «Cuando están en su bañera, no necesariamente se dan cuenta de que del otro lado de la pared se están haciendo paquetes en la librería (que es lo que ocurre con el 5 rae de Lille, que no queda lejos de la librería)». El mismo ejem ­ plo, la misma palabra bañera viene unida justam ente a la demostra­ ción: no se dan cuenta de que está la realidad social. Pero ¿por qué los ejemplos de las bañeras de Searle y de Lacan? Y es que lavarse en la bañera (cosa que hoy se puede hacer de a muchos, pero se necesitan bañeras grandes) es un fenómeno de autoerotismo, incluso tm poco autista. Luego, hay una lógica para recordarle a quien está en su bañera gozando de su cuerpo: en ese momento mismo, está inserto en la realidad social. Ahora bien, hay un falso semblante en la lista de Searle... Parece esos juegos de los diarios en los que se les da tma lista y se les pregun­ ta cuál es el elemento de más, el que no va. Claramente, dinero fm oney) n o es completamente homogéneo con restaurante, escuela, auto, bañera y casa. Searle lo desliza, pero es evidente que la relación entre el objeto del que se trata y su valor es llevado al extremo en el dinero -salv o si se utiliza un billete para encender un cigarrillo, como ocurre en algu-

ñas comedias norteamericanas. El grado de utilidad material del obje­ to es completamente distinto-. Luego, en efecto, es una falsa lista, y finalmente en un recodo del li­ bro él destacará el ejemplo del dinero - y no el de la bañera- para com­ prender los hechos institucionales. Y es que el dinero muestra mejor lo que es el símbolo. De este modo, Searle parte de una lista mucho más larga para terminar centrándose en el símbolo, así como en su aparato conceptual parte de su concepto general de función para reducirlo exactamente a la función simbólica. Tiene, pues, un aparato conceptual de tres elementos para dar cuenta de la realidad social: función, inten­ cionalidad y regla -a cla ra - constituyente. Tomemos entonces la función, que es su punto de partida. Él dice cosas nada tontas como, por ejemplo, que ima función no existe en la naturaleza, que una función es un hecho de sentido -lo traduzco yo-. No es en absoluto un simple mecanismo constatable. Cuando se asig­ na o se reconoce ima función, se va más allá del hecho porque se sos­ tiene: Esto sirve para esto. Aunque se diga que la función del corazón es bombear la sangre, se supera la estricta descripción del hecho porque ya hay algo que se toma como medio y algo que se toma como fin. De manera que el grado uno del sentido ya está presente en toda asigna­ ción de función. Desde esta perspectiva, la función no es interna a la observación, sino relativa al observador y a valores. En otras palabras, desde que se dice esta x sirve para y, ya se ordenó la observación según valores (soy yo quien lo comenta así). Y Searle parte de la función por­ que esta es el grado mínimo de sentido introducido en lo real. Evidentemente, si se introduce demasiado sentido en lo real, se lle­ ga a la teleología, se llega a plantear, como en Bernardin de Saint-Pierre: ¿Por qué tenemos ima nariz? La nariz sirve para apoyar los anteojos, y por eso está bien hecha. Un grado más y está la providencia; es así por­ que sirve a un fin superior. Pero esto comienza, en efecto -n o se equivoca-, con la función, so­ lo que toma algo muy amplio. Él toma el esto sirve para algo, pero para llegar a x vale para y, x sirve para y, y finalmente x significa y. Debe co­ menzar por la función porque quiere llegar lo más cerca posible de lo real descriptivo y de lo real independiente de lo que se dice. Finalmen­ te, a partir de la función va hacia el símbolo, lo que hace que tengamos que esperar muchas páginas para que llegue a esta gran verdad por la que habría podido comenzar: no es lo mismo un destornillador que un billete de un dólar (es el ejemplo que él da), porque este posee propie­

dades físicas que permiten hacer cosas, no es puro símbolo. Si hubiera partido de esta gran verdad, el destornillador no es como un billete, habría hecho tma obra menos compleja. Sin embargo, él intenta mostrar una continuidad, y desprende la simbolización como creación de entidades que sirven para simbolizar, representar y valer para otra cosa (y, pues, digamos en general que quieren decir otra cosa), que no es del todo equivalente a la creación de herramientas. Resulta algo ilusorio su punto de partida en la naturaleza, donde la función surge además por la manera en que se describe y se asigna tm valor que no es natural. En todo caso, es claro que hay tma diferencia fundamental entre los objetos creados y los que no lo son; es decir, los objetos de la civilización -q u e no circunscribe del todo- se crean a par­ tir de la función que deben llenar.

Especies protegidas El mérito de Searle es situar la función y el sentido como entidades ineliminables, sostener que hay una objetividad del sentido y de la intencionalidad mental, que no se trata de algo ilusorio. De hecho, p ara nosotros la realidad es cada vez más la de los objetos de la civilización, la realidad del útil en el sentido de Heidegger. La ambición cartesiana de ser amo y poseedor de la naturaleza condujo a reemplazar la natu­ raleza por la cultura, para decirlo simplemente. De aquí el grito perdi­ do de salvar la naturaleza, que hoy está presente en las sociedades de­ sarrolladas. Incluso se la presenta de buena gana con esta significación y, por mucho que se la salve, nunca escapará a la función, al estatuto de especie protegida. Por otra parte, en el punto en el que estamos, la humanidad misma es una especie protegida y la finalidad esencial del comité de ética es saber cómo salvaguardarla. Pensamos en preservar pececitos raros, arbustos de los que hay muy pocos ejemplares, los ú l­ timos elefantes, etcétera y después (¡sorpresa!) resulta que el problema es cómo hacer de nosotros mismos una especie protegida, a la que ha­ brá que proteger de ella misma. En éste sé íffiü o lF ^ íijü fa '^ T ilc e 'c a r g o H e la ' ñ á f u r a l e z a 7 7 ^ e m a 5 7 Searle tampoco aborda el principio de la práctica artística que consis­ te en desviar el objeto manufacturado, el objeto de la civilización, de su función. Todo comenzó con el gesto de Duchamp, que abstrajo de su contexto utilitario un objeto con su función y lo ubicó en un espa­

d o donde no sirve para nada, demostrando que puede ser objeto de goce. Entonces, en primer lugar, una reflexión sobre la función. Y en se­ gundo lugar, la intencionalidad. Searle ya había escrito un libro sobre la intencionalidad de alguna manera individual, la intencionalidad de lo mental, donde aceptaba como datos característicos ineliminables de lo mental que las representaciones son a propósito de algo, apuntan a algo. Admitió el viejo principio brentaniano retomado por Husserl de la intencionalidad, y aquí es llevado a aceptar de buenas a primeras tma intencionalidad colectiva irreductible a toda intencionalidad indi­ vidual; a saber, un nosotros que soporta la realidad social, que no se re­ duce a combinaciones de intencionalidad individual. Se ve llevado a considerar este nosotros como un fenómeno primitivo de la vida men­ tal, y señala que no es posible llegar a este combinando yos y que hay algo irreductible en el sentimiento de desempeñar su papel en un con­ junto. Lejos de deducirse de los papeles que se juegan allí, el conjunto está primero. En ese m omento cada uno tiene su papel, como en un partido de fútbol. Incluso si no se coopera, primero está lo colectivo. En otras palabras, de manera bastante sorprendente sostiene que la realidad supone (él no habla de un se como Heidegger, sino de un no­ sotros) que todo hecho conlleva una intencionalidad colectiva. Piensa, por ejemplo, en el dinero, que no es deducible. Se necesita el presu­ puesto de que todos los otros creen en él para que yo también crea. Para avanzar rápido, con la función descubre, a su manera, el sím­ bolo. Y con la intencionalidad colectiva descubre finalmente la relación con el Otro -tam bién a su manera, por supuesto-, descubre qtte no es posible arreglárselas con el individuo si se admite la realidad social, pero que el sujeto individual se relaciona con el Otro, que él llama el nosotros. Y en tercer lugar, la regla constituyente, donde el adjetivo es lo más im portante, porque lo acerca a lo que Lacan mostró como el creacionismo del símbolo. Searle opone la simple regulación, cuando algo existe, y después las reglas que hacen existir eso de lo que se tra­ ta. Señala, por ejemplo, que las reglas del juego de ajedrez crean la po­ sibilidad de jugar al ajedrez. Resulta sencillo, pero tras la construcción se anuncia la creación, el símbolo permite crear lo que antes no existía. Está más acá porque no problematiza verdaderamente este ex nihilo del símbolo, aunque reco­ nozca que hay un uso de las reglas que consiste en crear la posibilidad de actividades y no solo reflejarlas u organizarías tma vez que están allí.

Se trata sin duda de un creacionismo tímido y por eso hay un adver­ bio que vuelve constantemente en su reflexión: partly (en parte), que qui­ zá sea la palabra más importante del libro. Y se entiende por qué es en parte: justamente para él es muy importante que no sea a partir de nada. Solo se crea el símbolo a partir de algo: piensa que es preciso que haya papel para que haya dinero -lo que es verdaderamente el colmo porque es algo de lo que se puede prescindir perfectamente. Llega incluso a pre­ tender en determinado momento que la estructura lógica (logical structure) de los hechos institucionales demuestra que siempre hay ima prio­ ridad del hecho bruto sobre el hecho institucional. Se necesita, pues, que haya siempre por lo menos ima base material para que pueda haber símbolo, y entonces eso puede continuar, símbolo de símbolo. Pero en la base siempre se necesita el hecho bruto, cosa que se vuelve a encontrar al final del texto (porque todo su libro apunta a probar esto). Finalmen­ te, aunque la realidad social sea semblante, aunque estemos inmersos en el semblante, en la base está lo real. Y el partly, que vuelve una y otra vez, hace a la timidez de su creacionismo, pero es fundamental porque elimi­ na el punto de vista radical del'ex nihilo: Nunca llegaré al final de Searle. En fin, no h o y ... ¿Y si te paso im poco la-palabra-para-cambiaE-dejiegistra..., ? É r ic L a u r e n t :

Como q u i e r a s ...

J a c q u e s -A l a in M

il l e r :

Sí, hace ima hora que yo despotrico. Puedo

cortar acá... É r ic L a u r e n t :

¿Puedes cortar? Yo empalmaba en parte sobre...

J a c q u e s - A l a in M É r ic L a u r e n t :

il l e r :

¡Sobre algo completamente distinto!

¡Oh! Completamente d istinto...

J a c q u e s - A l a in M

il l e r :

¿Dentro del tema?

La revancha de Bentham Sí, dentro del tema. Pero hay una parte que no es completamente distinta, sino partly y que se acentúa a medida que la É r ic L a u r e n t :

embestida actual de nuestras sociedades sobre la creencia, sobre lo cjue constituye el estar juntos, el nosotros, que Charles Taylor y otros aíslan, deja un resto que no puede reducirse a través de leyes que solo supo­ nen agentes sin identidad (se trata del agente absolutizado por Kant), leyes puras, que Kant logró arrancar de los individuos para introducir­ las en un espacio tan reducido como el de la ciencia, a un ser de pura ley. Considera que hay restos que constituyen unidades... J a c q u e s - A l a in M il l e r : Exacto. Hay una diferencia entre los seres de pura ley y los seres de puro gozo. Searle tampoco ve que cuando se simboliza el individuo, se abstraen todas estas propiedades para afir­ mar todos los hombres son iguales. Para decir que son todos semejantes hay que empezar por mirarlos, en primer lugar, porque hay hombres y m ujeres... Y él olvidó esto en el punto de partida. A Searle le falta la noción de que el símbolo es asesino de la cosa. Para él, el símbolo se apoya amablemente en la cosa y siempre se necesita la cosa para que haya símbolo. No ve el aspecto mortífero del símbolo, que es exaltado justam ente en estos seres de pura ley, que ya están muertos (todos iguales en la muerte) y pueden ser unlversalizados. Taylor es de esos que recuerdan que el goce es siempre local y que es mucho más com plicado... Se puede unlversalizar el derecho pero es mucho más complicado universalizar el goce. Surge así un debate con­ temporáneo que se describe bien en «Kant con Sade». É r ic L a u r e n t : En un curso anterior sostenías que era «Kant con Bentham» y que el retorno de estos pensadores es la revancha de Bentham sobre Kant. En otras palabras, ustedes no asegurarán la solidez, la coherencia de estos mundos, de estas sociedades que son sus propios enemigos internos, que están am enazadas de inconsistencia por algu­ nos fenómenos, no comprenderán' la amenaza si no sitúan este nivel donde hay comunidades de intereses, ciertamente ficticias por una es­ pecie de convención. Sin embargo, esta convención ficticia asegura la solidez mucho más que la moralidad desencarnada al estilo de Kant. Y hay una especie de revancha bentham iana, cierto tipo de recordatorio donde se deslizan las formulaciones del m alestar... J a c q u e s - A l a in M É r ic L a u r e n t :

il l e r :

¡Es mejor Bentham!

Bentham es mejor.

J a c q u e s - A la in M il l e r : Bentham es mucho m ejor que Searle porque piensa que todo esto son semblantes, ficciones. Pero ¿quién juzga las ficciones? Ocurre que su arreglo simbólico-ficticio produce el máximo de placer para el máximo de gente, y hay ima base material para todo esto. Mientras que Searle realiza toda su obra sobre la realidad social y no se encuentra en ella una sola palabra sobre el placer. Simplemente, constata que las personas creen cada vez menos en estos semblantes y observa que hay ima crisis de la creencia en los hechos institucionales. Lo divertido es que trata todo esto como semblantes pero él mismo pa­ rece bastante conservador. El problema es que hoy incluso los conser­ vadores son todos, si me permiten, semblantes con, todos están obliga­ dos a tenerlos en cuenta y se preguntan cómo, en este universo de sem­ blantes, de todos modos lograr que se crea en algo. Los theocons tienen una solución: hay que quemar a los otros... ¡Es un chiste! É r ic L a u r e n t : Esta revancha de Bentham es tma ironía respecto de la alianza que había forjado Kant con la ciencia. Nos volvemos a encontrar en tma coyuntura de conflicto de las facultades entre ciencias humanas y ciencias de la naturaleza. Las ciencias humanas pueden importunar a las dencias^deia^nattiraleza^hasta decir^Irt ciencia-escuna conversación en­ tre otras, es una manera de hablar. Esta es la posición de Rorty, el aspecto: todos aparentamos. Algo de la ciencia es alcanzado y esta ya no asegura la solidez de la moral universal como lo hizo Kant. De hecho/ la ciencia ha­ bía asegurado, como señalabas, la salida del escepticismo... J a c q u e s -A l a in M il l e r :

De Montaigne.

É r ic L a u r e n t : .. .hasta el siglo XVH o el Renacimiento. Ahora se to­ ca el Uno que fijó la ciencia porque esta se encuentra sumergida en la sociedad. Se puede hablar de la era de la técnica o de que la ciencia se volvió hoy, por la enormidad de presupuestos que administra, una cuestión social, que entró en la esfera pública. Pero se constata que la ciencia cambia las sociedades, fabrica nuevas epidemias, a medida que, p o r.ejemplo, permite la industrialización de la alimentación ani­ mal. Incluso produce cambios en las especies. Los biólogos recuerdan que no en vano se comenzaron a fabricar, gracias a harinas animales, vacas carnívoras. En este momento se producen fenómenos raros que cambian toda tma sociedad y pueden incluso echar por la borda una economía, hasta la de todo un mercado com ún...

J a c q u e s -A lain M ill er : ¿Hay vacas carnívoras? É r ic L a u r e n t : Vacas carnívoras... Es la historia de las harinas ani­ males, la epidemia de los priones. Se les dio de comer a las vacas, que hasta ese momento eran herbívoras, caparazones de animales muer­ tos. Y de este modo se fabricaron artificialmente vacas carnívoras. Lue­ go se franqueó... J a c q u e s - A l a in M

il l e r :

El gusto. ¡Se les dio el sabor de la carne!

É r ic L a u r e n t : Y darles el sabor de la carne tiene consecuencias cu­ yo alcance todavía no llegamos a medir, pero que están listas para ti­ rar abajo un mercado que no logró constituirse (ya hay deudas para reembolsar los daños, que abruman como nunca el funcionamiento). Este fenómeno de creencia se liga directamente a la acción de la cien­ cia, que es sorprendente. J a c q u e s - A l a in M il l e r : Después de todo, durante milenios se toma­ ron como marcas de lo real el movimiento de los planetas y las espe­ cies animales. Era una suerte de garantía: los hombres funcionan mal, no siguen, no se inscriben como es debido en el orden del mundo (hay que conducirlos en ese sentido), pero por lo menos las vacas se m ante­ nían tranquilas, se las dejaba tranquilas. Se ve entonces que falta este apoyo de lo real en el orden de las especies. Además se crean planetas, se contaminó el cielo...

Se crearon planetas con estos satélites que se m ulti­ plicarán. Tocamos estos puntos que son industrializaciones poderosas del mundo, que van en el sentido del reemplazo de la naturaleza por la cultura. Y esta industrialización provoca efectos nocivos muy medibles, que hacen que se invoque contra lo real producido por la ciencia, lo real de la ficción jurídica. Se lo considera el tínico rem edio... É r ic L a u r e n t :

J a c q u e s - A l a in M

il l e r :

...fabricar real con eso.

Paridad legal É r ic L a u r e n t : Resulta el único remedio, por ejemplo, para los da­ ños producidos por los problemas de transfusiones, de industrializa-

ción del control de sangre, de la alimentación animal. Se intenta restau­ rar una ficción biológica, ficciones jurídicas que afectan lo biológico, ficciones que permitirían fijar este real científico que, lejos de ser un horizonte con garantía, también se encuentra atrapado en la red de fic­ ciones jurídicas para redistribuir el o los efectos producidos. Cada vez es más difícil concebir ima ciencia capaz de cerrar los debates de la es­ fera pública asegurando la consistencia del universo del discurso. A rose is a rose es hoy reemplazado por A rose is a rose is a rose, lo que produce ima serie completamente distinta. Y sin adoptar métodos de la sociología de las ciencias, que exageran, imo se encuentra cada vez más con: Solo se trata de que un lenguaje triunfa en un momento, es un paradig­ ma, y después de todo, nada nos dice qué es esta dimensión de lo real si no con­ tamos con eso. Sin embargo, es cierto que la no clausura del universo del discurso está ahora en el primer plano del malestar en la cultura. Por eso es importante la observación que le hiciste a Etchegoyen, que se preocupaba tanto por asignar al inconsciente, al Otro, im refle­ jo en las ciencias de la naturaleza gracias a las neurociencias. Tú decías: «Sabe, hubo im momento en que se garantizaba la consistencia del in­ telecto asegurándose de que era una imagen del intelecto divino». Ahora se in tenta cerrar el universo del discurso sosteniendo que en úl­ tima instancia todo lo que se dice, partly, está en las neurociencias. Lo molesto es que el universo del discurso ya no está cerrado y nosotros no estaremos muy tranquilos sobre el sentido. La crisis en el nuevo conflicto de las facultades se liga a cierto efec­ to de crisis en las ciencias de la realidad social, en las ciencias humanas. En los años sesenta, cuando triunfaba el estructuralismo, había alguna esperanza de un pasaje a la matematizadón o la predicción, que casi iba a realizarse, por ejemplo, en economía. La economía de los años sesen­ ta, en su teoría, en el muy alto nivel de formalización matemática alcan­ zado, esperaba tener un poder de predicción cuasi comparable. Pero el estado actual de la economía mundial anula estos aspectos y en las teorías económicas contemporáneas se acentúa por el contra­ rio la imposible determinación del bien común, para retomar el título de un libro que salió. Los modelos matemáticos más complicados consideran l a imposibifidM dgdeteTmináreTbieffcomtínygracias aioTuaLhay-po— líticas que se pueden seguir y formalizar localmente. Entre ellas está la teoría de las esperas racionales, que es una de las teorías económicas más fecundas para explicar el fracaso de todas las políticas de acciones económicas para salir de estos fenómenos de crisis repetidas que tene-

mos. Se demostró por los modelos matemáticos mismos que había un aspecto de fracaso (self defeating) debido a la propia teoría, de toda ac­ ción en el mundo de la economía. Tan pronto como se toman medidas, todos los agentes de la econo­ mía anticipan sobre los efectos de estas de manera tal que los anulan. Se entiende entonces por qué excelentes políticas económicas elegidas por los mejores responsables tuvieron efectos contrarios a los espera­ dos. La teoría de las esperas racionales, que les valió un Premio Nobel a los tipos que la pusieron a punto este año, es un gran esfuerzo de pensamiento para captar este tipo de fenómenos que giran en torno de la imposibilidad de eliminar estos juegos de división del Otro e impi­ den reducirse al mismo tipo de predicción, de asignación que en las ciencias de la naturaleza. Surge, pues, el llamado al derecho o a la ficción en cuanto irreduc­ tible. Sostener que se trata de la revancha de Bentham respecto de Kant recae sobre la concepción de las medidas políticas más profundas que hay que tomar para evitar los desmoronamientos del tejido social y restaura esta dimensión que escapa a esta perspectiva. En efecto, no es­ tán por un lado estas cuestiones y por otro el hedonismo contemporá­ neo. Criticado por su egoísmo y por perjudicar el ideal, el hedonismo contemporáneo también obedece a las leyes benthamianas. Hay por cierto un autoerotismo, pero se asocia con la manera en la que tma épo­ ca vive la pulsión. Como formtilaba Lacan, hay un modo transindividual de sumarse. En la situación actual del malestar se hace escuchar esta introducción masiva del problema de la igualdad de derechos de las mujeres para que no se descuide nunca más que se olvida que al comienzo es tán los hom­ bres y las mujeres, que tino de los problemas que desaparecen en la óp­ tica de las especies animales aristotélicas, inmutables, es que el hombre y la mujer son la misma especie. Por desgracia, en la esfera pública no es completamente la misma especie, lo que explica la exigencia de paridad y de legalizar el problema, de encontrar tina ficción que tenga en cuen­ ta el surgimiento del problema, lo inconmensurable de los dos. J a c q u e s - A l a in M

il l e r :

M e p r e g u n t o s i D io s h a b r ía p o d id o c r e a r e l

m u n d o s i h u b ie r a te n id o q u e d is c u tir a n te s e n la e s f e r a p ú b li c a , s i d e e n t r a d a h u b ie r a d e c la r a d o s u s i n t e n c io n e s a lo s s e r e s d e p u r a le y : Ten­ go la intención de crear un mundo; pondré una especie humana, pero para que sea más interesante a algunos les daré esto y a otros aquello. N o e s t á p r o b a ­

do en absoluto que su argumento habría funcionado; luego, no habría creado el mundo y no estaríamos aquí para hablar de él. É r ic L a u r e n t : Debe hallarse un aspecto de esta búsqueda de ima ficción nueva para tener en cuenta lo inconmensurable de los dos se­ xos en la esfera pública, que no encuentra su ficción adecuada. Como se ve en distintos niveles, tenemos la búsqueda de la paridad legal, que es por ejemplo en política asegurarse de que se respete la paridad hom bre/m ujer. Hay países, como los del norte, donde esto y a se reali­ zó: en Suecia, por ejemplo, el 43 % de los miembros de la Asamblea Nacional son mujeres; en Dinamarca, el 34 %; casi la misma proporción en Finlandia; 29 % en los Países Bajos; 27 % en Alemania; 26 % en A us­ tria; y entre los países latinos, el primero es España, donde, pese a con­ tar con una democracia joven, el 22 % de los miembros del congreso de diputados son mujeres. En Francia, es el 5 % ... ¡Pequeño problema! Y uno se pregunta cómo colmar el retraso. Si los partidos lo qiúeren, el problema no se plantea. Nos pregimtamos incluso si no es preciso cambiar la Constitución, que es la solución que propone Giséle H alimi en el informe remitido al presidente Chirac. J a c q u e s - A l a in

m il l e r :

É r ic L a u r e n t : En

¿ b e lo d e b e t o m a r c o m o u n r e t r a s o s

todo caso, en este pimto seguramente. Pero ¿es un

retraso? J a c q u e s - A l a in M il l e r : ¿Por haber percibido que ese aspecto no era verdaderamente interesante? Es para discutir.

D isparidad sexual É r ic L a u r e n t : Se trata de algo para discutir. Justamente este es el punto. En todo caso, que el tema sea y haya sido motivo de debate des­ de hace mucho tiempo y que vire hacia tma solución testimonia que de todos modos se dará tm paso másf (por ejemploTtm gran partido francés lo eligió para mostrar su progresismo, el partido de enfrente tam ­ bién tiene su idea sobre la cuestión): El tema muestra simplemente la búsqueda de la ficción nueva que considere que se tocó algo entre los hombres y las mujeres.

También existen otros fenómenos, por ejemplo, en psicopatología. Desde el año pasado, toda una serie de publicaciones agrupadas cons­ tatan como algo muy sorprendente que hasta ahora se había evitado considerar el impacto de la diferencia de los sexos en la repartición de psicopatologías de manera verdaderamente científica para impedir, según los autores, que esta diferencia se utilice para justificar desigual­ dades. Sin embargo, ahora que se piensa que no hay más desigualdad entre los sexos en la esfera pública se puede tratar el tema, y conside­ ran que era muy ingenuo ver a la especie humana como la única des­ provista de diferencias sexuales en el nivel del cerebro. Hoy se piensa que el gran truco es que se logró aislar gracias a nue­ vas técnicas del tipo RMN (resonancia magnética nuclear) los fenóme­ nos que permiten dar cuenta del funcionamiento cerebral sin causar perjuicios intrusivos. Se percibe que los hombres y las mujeres no uti­ lizan su cerebro de la misma manera, y con este fundamento material los estudios epidemiológicos muestran claramente una variación se­ xual de la apetencia por los tóxicos, los trastornos ansiosos o ciertas perturbaciones de conductas alimentarias, pero no por los trastornos esquizofrénicos ni bipolares. Se realizan entonces experimentos algo inquietantes. Está por ejem­ plo el fundamento de una de las experiencias citadas por autores que quieren justificar así la traducción o la transducción del estrés. Se estu­ dia el efecto de la estimulación serotoninérgica sobre cangrejos de río, que son animales prácticos; y está también la cola de la raya, que es m uy utilizada. Sin embargo, aquí se trata de los cangrejos de río, en los que se observa ima repartición extremadamente simple entre domi­ nantes y dominados. Si tomamos estos cangrejos, y les inyectamos la serotonina, vemos que esta es capturada por las neuronas del animal dominante, que en cierto sentido, la reclutan, cosa que no ocurre con el subordinado. Y lo m ejor es que las diferencias son reversibles si un su­ bordinado triunfa sobre un dominante, lo que prueba de manera nota­ ble la plasticidad neuronal. Gracias a lo cual se utiliza de todos modos un aparato técnico fuerte para demostrar que sin duda el fundamento de la diferencia biológica del estrés entre hombre y mujer es el viejo par activo/pasivo, dom inante/dom inado, y que si las mujeres son más sensibles a este, es porque están en posición de dominadas. Pero basta que se encuentren en posición dominante p ara... J a c q u e s - A l a in M

il l e r :

¿En la experiencia con el cangrejo se consi­

dera que la polaridad dom inante/dom inado dará información sobre la polaridad hom bre/m ujer? É r ic L a u r e n t : Se apunta muy discretamente a eso porque la gente que publica los artículos sabe que los esperan en la esquina... Pero es­ to es lo que está detrás. De todos modos, para explicar que son fenó­ menos sociales, dom inante/dom inado, está la sociología de Wilson, la sociobiología...

J a c q u es - A lain M ill er : ¿Cuál es la vida sexual de los cangrejos? É r ic L a u r e n t : Responderé la vez que viene porque tengo que infor­ m arm e... Además se puede mostrar que en dos acercamientos tera­ péuticos a pacientes deprimidos, ya sea haciéndolos hablar, en terapias conductistas, ya introduciéndoles fluoxetina, se obtiene una modifica­ ción del metabolismo de la glucosa de estos pacientes. Luego, se les ha­ bla o se les mete la fluoxetina y se obtiene un efecto real. O bien hay gente que dice: Sí, de todas maneras se logra la modificación de las endorfinas; luego, es parecido, si se le habla y eso le hace bien, de todos modos se ne­ cesita' un mecanismo endorfínicoSe mide este tipo de problema para explicar cómo se obtiene tma traducción del estrés directamente sobre el metabolismo que puede ser distinta según los sexos. Y luego nos interesamos en tina tentativa de reconstrucción de la patología para explicar por qué las mujeres son menos sensibles a las estimulaciones, a la transducción biológica, lo que hace que por eso estén deprimidas. Todas las estadísticas prueban que las mujeres tienen tma tendencia depresiva al menos tm 20% más fuerte que el sexo masculino, más allá del factor que se quiera anular, incluso genético, metabólico, etcétera. Luego, se busca. Este es entonces tm intento de restablecer la paridad en la psicopatología y considerar que se la olvidó durante mucho tiempo. Ahora es preciso restituir la diferencia sexual concebida como un fenómeno científico, como nos aseguran el funcionamiento diferente del cerebro y de algtmos receptores. Tenemos por un lado la búsqueda de la ficción de la paridad, pe­ ro quizá más profundamente, y de manera más inquietante, haya en el llamado hedonism o de la civilización la búsqueda de una paridad de goces, lo que deja al hombre con las ganas, porque desde los grie­ gos se sabe, con Tiresias (quien conocía el lado hom bre y el lado mu­

jer), que las m u jeres su p eraban por lejos lo que los h om bres podían experim entar.

Se radicaliza la inquietad de que las mujeres gozan más, que atra­ viesa las civilizaciones. La paridad no es simplemente el aspecto, la buena compensación legal, estas ficciones benthamianas en la carrera de la maximalización de la felicidad. Sin duda hay detrás algo como un sexo codicia el otro. Cuando Dios garantizaba el mundo, el transexualismo era posible en relación con él, como subraya Lacan en Aun. En ese seminario sostiene que san Juan de la Cruz es un transexualismo lo­ grado, que experimenta cosas que normalmente solo las mujeres expe­ rimentarían y de este modo puede competir con santa Teresa. Él expe­ rimenta lo mismo, puede fundar tantos monasterios como ella y es ca­ paz de legislar con el mismo vigor. Ciertamente, él muere, se opera una consunción, pero hay un fondo de certeza completamente igual. Del lado hombre la existencia de Dios podía permitir tma suerte de perversión sublime: Lacan subraya en Aun que Angelus Silesius es el ojo de Dios, es querer igualarse al ojo de Dios. Y hubo tm momento en que no solo el intelecto tenía tma traducción en Dios, sino también el goce. Y san Juan de la Cruz o Silesius o los místicos tenían una traduc­ ción en Dios, que es lo que se busca también hoy con la traducción del estrés. No es ahora la mística de lo experimentado, pero se busca lo que las mujeres experimentan por cómo reaccionan ante el estrés. La traducción en Dios se reemplaza tma vez más por tma traduc­ ción en las neurociencias. Y la laicización en curso, el pasaje del goce a la esfera pública, da tm tipo de trayecto a la paridad que ofrece ade­ más otras dificultades a los comités de ética, distintas de las de la pa­ ridad política o psicopatológica. H ay ese tipo de paridad que hace que por ejemplo resulte difícil en los países anglosajones legislar so­ bre este tipo de preguntas: ¿Se pueden autorizar todas las operaciones transexuales? ¿Deben ser reembolsadas por la seguridad social? ¿Cómo? ¿En nombre de qué?

Quitapenas En relación con este tipo de preguntas que surgen sobre este tran­ sexualismo de la paridad, el punto de partida distinto de Freud y de Lacan se vuelve a encontrar en el abordaje de la cuestión del llamado al goce. El doctor Lacan en los años setenta subrayaba que los tóxicos

y el abuso de sustancias tóxicas eran una manera de liberarse de la ba­ rrera fálica, de romper con el significante fálico y lograr una suerte de goce lejano, infinito, que puede soñarse como tal. Y lo sitúa en esta perspectiva: romper con el significante para apoyarse en los límites re­ chazados del goce del cuerpo. Freud mantiene en su obra una idea que tuvo temprano. Sabemos que expresó su tesis desde las cartas a Fliess, donde en diciembre de 1897 señaló que la raíz de todas las costumbres, adicciones y toxicoma­ nías es la masturbación, el goce fálico repetido. Y retoma esta idea cuando en «Dostoievski y el parricidio», en 1928, aborda la pasión del juego. Observa ese curioso comportamiento del escritor que durante todo un período de su vida solo podía escribir después de haberse arruinado, después de jugar y perderlo todo. Una vez operado este va­ ciado, esta nada, podía crear. Se trataba de un raro ex nihilo en el cual se consumía y se arruinaba. Según Freud, el análisis nos enseña que hay allí un fantasma de de­ seo, del período de la pubertad, que permanece consciente en numero­ sas personas: la madre misma podría iniciar al muchacho en la vida se­ xual para preservarlo de los daños temidos del onanismo. . -Numerosas obrasiiterarias tratan de. la redención del mismo origen, donde el vicio del onanismo es reemplazado por la pasión del juego u otras adicciones. En una nota, Freud acentúa la actividad apasionada de las manos a propósito de la novela de Stephen Zweig Veinticuatro horas en la vida de una mujer. En el texto se describe a una mujer que está fasci­ nada por las manos de un jugador en un casino de Monaco; dice: [...] la p asió n d el ju eg o es u n equ iv alen te de la antigu a com p u lsió n al o n an ism o ; el carácter irresistible d e la tentación, la re solu ció n solem n e de n o em p ezar nunca m ás, siem p re d esm en tid a, el atu rd id or p lace r y la m ala con ciencia del hecho de que im o se d estru ye, todo esto p e rm a ­ n ece e n la sustitu ción.

Freud retoma asimismo el tema en «El malestar en la cultura», don­ de habla del quitapenas, del Sorgenbrecher, la acción de los estupefadentes que es hasta tal punto apreciada y reconocida como un beneficio en la lucha por asegurar la felicidad o alejar la miseria, que individuos e incluso pueblos enteros le reservaron un lugar permanente en la econo­ mía de su libido. Aquí no se aborda el aspecto de compulsión onanística de los tóxicos que conduce a la m ina por la repetición, sino su uso como una manera de hacer con, que lleva a que los pueblos los adopten.

Observa sin embargo, en la página 78, que: «No sólo se les debe la ga­ nancia inmediata de placer, sino una cuota de independencia, ardiente­ mente anhelada, respecto del mundo exterior». Luego, lo que permite refugiarse en un mundo propio. Freud considera que aquí las socieda­ des enfrentan un peligro puesto que esto deriva energías. Freud constata además en dicho texto que en esa época nadie cono­ cía el mecanismo por el cual las sustancias actúan sobre el cerebro (co­ sa que cambió profundamente, aún no se habían aislado los neurotransmisores) y señala algo de gran sentido común: Pero también dentro de nuestro quimismo propio deben de existir sustancias que provoquen parecidos efectos, pues conocemos al menos un estado patológico, el de la manía, en que se produce esa conducta como de alguien embriagado sin que se haya introducido el tóxico embriagador.

Si bien no se aísla el neurotransmisor, se sospecha claramente que hay sustancias en juego allí. Me detendré aquí y la próxima vez retomaré brevemente la histo­ ria de la relación de las culturas con los tóxicos, que es útil para ver que estamos en una nueva fase de dicha relación. En esta situación parti­ cular, los tóxicos amenazan los equilibrios de las ficciones que rigen el uso, y ya sea -lo verem os- en la vieja Europa, ya en el Nuevo Mundo, surgen debates absolutamente nuevos que muestran la dificultad de reglar el uso de estas sustancias. Además, los fenómenos de mundialización ponen en contacto a un ritmo nunca visto las sustancias de otra esfera cultural; y están también los tóxicos producidos por la industria química. Trataremos todo esto la próxima vez considerándolo como síntomas del malestar para encontrar la ficción que convendría a la pa­ ridad, en este caso, de los goces. J a c q u e s -A l a in M

il l e r :

Q u ie r o a c la r a r q tte la s e m a n a q u e v ie n e , y

s o lo p o r e s a v e z , s e a g r e g a r á a e s te s e m in a r io u n te r c e r p a r t ic ip a n t e , q u e v e n d r á e s p e c ia lm e n t e a h a b la r d e s u e x p e r ie n c ia s o b r e l o q u e l l a ­ m a m o s el pase.

22 de enero de 1997

IX El realismo del pase

J a c q u e s - A l a in M il l e r : Hoy tenemos en el seminario un invitado con el que hablaremos de ese momento de la experiencia analítica que a partir de Lacan se llama el pase. Aunque se haya acordado hace un año, antes que se fijaran la modalidad y el título de este seminario, es­ ta invitación viene bien porque el pase es precisamente el momento en que al sujeto le parece que el Otro no existe, o que por lo menos se en­ tabla otra relación entre él y la inexistencia del Otro. Como la mayoría de ustedes no conoce a este invitado, se los presentaré brevem ente em ­ pezando por el presente, por lo que es hoy. Actualmente es lo que se llama en la institución analítica de la orientación lacaniana un AE, un Analista de la Escuela, lo que signifi­ ca que su experiencia en el análisis como analizante recibió tma san­ ción colectiva que emana de la institución y que imparte tma comisión que tiene el poder de otorgar a alguien ese título. En este caso, el títu­ lo se lo otorgó la Escuela Europea de Psicoanálisis y lo validó o se re­ flejó en la Escuela Brasileña de Psicoanálisis, dado que nuestro invita­ do ejerce el psicoanálisis en San Salvador de Bahía, en el Brasil. Pero como la sanción de la que hablé concierne a tm recorrido analítico sub­ jetivo, no quiero dejar de decir dos palabras sobre este trayecto visto desde el exterior, dos palabras para presentárselos en pasado.

«Esa som bra espesa» Bem ardino Horne, puesto que se trata de él, es argentino, y su for­ mación como analizante, como analista, se desarrolló en Buenos Aires,

Londres y París. En Buenos Aires, en la Asociación Psicoanalítica Ar­ gentina, sociedad componente de la IPA, donde se analizó con un no­ torio analista, del cual se publicaron algunos libros en Francia, Ángel Garma, y controló con algunas luminarias de la época. Luego siguió con controles en Londres, en particular con Donald Meltzer, y final­ mente continuó su formación en París, desde donde demandó, como se dice, hacer el pase. Agregaré ima breve información para explicarles por qué este cole­ ga argentino es hoy analista en Bahía. Les recuerdo que al comienzo de los años setenta la Argentina conoció ima dictadura militar, y como nuestro colega estaba en aquella época comprometido en actividades consideradas subversivas del orden social (y hay que reconocer que de hecho lo eran), se vio obligado a exilarse. Por eso se fue al Brasil, don­ de se arraigó y permanece desde entonces. Cabe agregar que dado que este año hablamos del síntoma social, la dictadura fue (pongámoslo en pasado) un síntoma social latinoame­ ricano que marcó la historia, el destino de nuestro colega. Tengo el texto de su intervención, que creo que en cierto sentido us­ tedes escucharán fácilmente porque él forma parte de la misma com u­ nidad de discurso_queJ.os_que .siguen el seminario de este año; tiene el mismo vocabulario, las mismas referencias, y, aunque viene de otras lenguas, otras regiones, es la misma comunidad, transnacional. Al m is­ mo tiempo, quizá tengan un poco de dificultad -cosa que los forzará a aguzar el oíd o- con la lengua, porque el francés no es su lengua m a­ terna, aunque hace un esfuerzo especial para comunicarse en nuestro idioma, y quizá también con el estilo, ya que él utiliza a veces un esti­ lo evocador y elíptico, que le es propio. Por ejemplo, su intervención se llama «Esa sombra espesa». No dice más porque piensa que todos los que están aquí sabrán de inmediato de dónde proviene esa expre­ sión; es decir que se fía mucho de nosotros. Yo, al mencionar la sombra espesa, sentiría la necesidad de remitir a la página 24 de Scilicet N° 1, donde Lacan refiere esa sombra espesa que recubre -lo cito aproximada­ m ente- la relación del analizante con el psicoanalista. Se trata, pues, de tma elipsis, cuya referencia aclaré porque lo creo necesario aunque haya aquí muchos lectores^d¥Lacan7PoFotra pliñe7estalá^^tremacla^pre^ cisión de sus referencias. Verán que él cita mucho más de lo que sue­ len hacerlo los colegas del Campo Freudiano, y que tiene un conoci­ miento preciso de nuestra literatura, cosa que podemos tomar como modelo.

Agregaré incluso que respecto del pase la cuestión se planteó -lo digo para provocarlos- en los términos ¿hecho o ficción? ¿El pase es un hecho o una ficción? Ciertamente es una ficción, en la medida en que llamamos de este modo a lo que existe porque se habla. Todo el psicoa­ nálisis desde esta perspectiva puede ser colocado en el registro de la ficción, aunque -m ás bien, como consecuencia- la referencia a lo real de la experiencia es necesaria y constante en Lacan, y a partir de él ve­ mos que es constante en Freud. Desde esta perspectiva, digamos que Bernardino Horne presenta cierto realismo del pase, acentúa el realis­ mo del pase. Su intervención parte de alguna manera de la sombra ini­ cial (referencia a Lacan) para llegar al relámpago del momento del pa­ se, y el corazón de su exposición es un intento de caracterizar, analizar, descomponer la caída del objeto al final de la experiencia analítica. Él hace muchas precisiones, se refiere a esquemas y se basa en tres momentos. Cabe agregar que parte, como escucharán, del punto de vista que Freud llama económico; es decir que opone lo cuantitativo libidinal a la dimensión semántica. En el caso de este realismo del pase, Bernardino H om e da un gran lugar al concepto de fijación, que carac­ teriza como un placer en la inercia estática, y propone una distinción -lo subrayo porque lo hace rápidam ente- entre el estatuto móvil y el estatuto inmóvil del goce. Finalmente, plantea algo que llama el se­ gundo encuentro con la Cosa freudiana, el segundo encuentro con das Ding, y me parece que -quizá, no leí todo- es algo verdaderamente su­ yo caracterizar de este modo el fin del análisis. Ahora lo invito, si qiúere, a tomar su lugar en esta tribuna y leem os su intervención.

El fa c to r cuantitativo B e r n a r d in o H o r n e : Debo decir que m e causa mucho placer estar aquí entre ustedes. Agradezco a Jacques-Alain Miller y Éric Laurent por darme la oportunidad de hablarles de algunas de las consecuencias del pase desde este lugar donde se define, se articula, la orientación lacaniana del Campo Freudiano, a la que tanto debe mi punto de vista. Les presentaré algunas reflexiones sobre el problem a de lo cuanti­ tativo al final del análisis. Desde el «Proyecto de psicología» hasta «Análisis term inable e interminable» el punto de vista económico constituye uno de los ejes de la reflexión seguida por Freud. Sin em-

bargo, en su testamento, como Lacan llama a sus últimos textos, Freud lamenta no haberlo trabajado lo suficiente para darle el lugar que merece en la teoría. Retomé el tema a partir de consideraciones de «La interpretación de los sueños» sobre los mecanismos de condensación. En el trabajo que presenté en Buenos Aires titulado «El camino de la perplejidad», observaba que la primera interpretación del análisis consistía en indi­ car un elemento de un sueño como una condensación, lo que supone señalar una amalgama de goce y una convergencia de sentido. Esto significa también abrir una divergencia que contiene el nudo de sinsentido. Se trata de un elemento de fijación de goce que bloquea y fre­ na el deseo cuando prohíbe la metonimia y denuncia el goce como pla­ cer en la inercia, nirvana. Les recuerdo que el célebre chiste famillonarlo es una condensación de fam iliar y millonario. En la intención de trabajar el punto de vista cuantitativo existe el peligro de caer en un modelo de tipo hidráulico, como se comprendía antes el Proyecto... Freud siempre sostuvo la idea de un aparato que protege de las ex­ citaciones, encargado sobre todo de preservar al sujeto de la cantidad excesiva,-de alejar las-.excitaciones exteriores , siempre fuertes e imprevistas, y de liberar las interiores, que son mínimas, constantes y proce­ den por adición. El aparato de la lengua y los mecanismos de defensa procurarán abrir los caminos de derivación de las pulsiones. La sombra espesa es el último velo que protege al sujeto de la terrible visión del horror, es lo que cubre y oculta el momento en que el analizante se vuelve analista. El pase es el nombre que Lacan da a este instante en que el anudamien­ to es iluminado como por un relámpago y en el que se pueden percibir los trazos, las huellas, los higares, las imágenes en la sombra (Philippe La Sagna trató este tema desde la perspectiva de la luz negra). Quiero sostener la idea de que el pase implica un segundo encuen­ tro con la Cosa, que tiene como consecttencia la posibilidad de liberar las fijaciones de goce y abrir así el acceso a nuevos circuitos de saber. El atravesamiento del fantasma, el pase en este momento clínico, es una apertura al saber. A rp árffi^F m to ñ ce^l^jéto ^tiW e^tu rsab er^so ^ bre su goce y su fantasma como defensa fundamental, que escribimos así: sujeto = a. En cuanto no hay más sujeto del discurso analítico, hay presentificación del ser, y escribimos:

a -(p

Para atravesar el fantasma se necesita un análisis de los ideales con los que se identificó el sujeto, lo que implica un trabajo de construcción y reconstrucción fantasmática. Citaré un ejemplo clínico reciente: un sujeto tiene un sueño que lo hace hablar del temor al padre. En el sueño está su imagen con su pe­ queño pene achicado, pero el sujeto no toma este camino posible más que por la asociación con su contrario, con el mito familiar: todos tie­ nen un gran pene. Eligió así, en sus asociaciones, el camino del fantas­ ma como defensa, dejando de lado el camino de la castración. Asimis­ mo se ve en este ejemplo lo que es una fijación: siempre, ante esta al­ ternativa, hay un encadenamiento de significantes en el mismo senti­ do. Según señala Jacques-Alain Miller en su curso, la fijación puede encerrar un circuito complejo de significantes. El goce fantasmático es uno de los caminos que se deben recorrer en el análisis. Freud, en «Análisis terminable e interminable», afirma que pese a la imposibilidad de tma cura total -siem pre hay un resto-, el psicoanálisis permite afectar al ser en la medida en que puede tener una influencia sobre la fuerza de la pulsión. Les recuerdo que Freud considera tres factores preponderantes pa­ ra las modificaciones que puede producir el tratamiento analítico: el trauma, la fuerza de la ptilsión y las modificaciones del sujeto. Entre es­ tos tres factores, el económico es para él el más importante. El análisis afecta al ser por dos tipos de factores y ambos corrigen el factor cuanti­ tativo. Uno de ellos consiste en actuar de manera que el goce fantasmá­ tico se integre, forme parte o se articule con las tendencias del ser y no quede como tma forma de satisfacción independiente, tm goce autista articulado con la fantasmática masturbatoria. Tanto Freud, en «Contri­ buciones para tm debate sobre el onanismo», como Jacques-Alain Mi­ ller, en su curso «Del síntoma al fantasma», se ocupan del tema. El trabajo sobre la construcción fantasmática inaugura un período difícil del análisis. En el camino hacia el pase predominan el silencio, la transferencia negativa y la dificultad asociativa; y la tendencia al acting out aparece como tma de las formas que tiene el sujeto de evitar la proximidad del saber sobre la castración. En estas condiciones, el ana­ lista se mantiene solamente en su deseo, y nosotros podemos caracte­

rizar com o m anifestaciones del deseo del analista su entusiasm o, su si­ lencio y el corte de la sesión.

Fijación Volvamos a «Análisis terminable e interminable». Después de ha­ ber recordado que el primer esquema reorganiza y rearticula el goce fantasmático, Freud explica que la remisión de la represión originaria es el segundo y más importante de los esquemas. Subraya entonces lo siguiente en las páginas 229 y 230: ¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un es­ tado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado? Veamos en qué se basa ese título. Todas las represiones acontecen en la primera infancia; son imas medidas de de­ fensa primitivas del yo inmaduro, endeble. En años posteriores no se consuman represiones nuevas, pero son conservadas las antiguas, y el yo recurre en vasta medida a sus servicios para gobernar las pulsiones. [...] Y bien, el análisis hace que el yo madurado y fortalecido empren­ da una revisión de estas antiguas represiones. [...] La rectificación, con posterioridad |nachtraglich), del proceso represivo originario, la cual pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica.

Según Freud, es completamente posible tocar el goce de la repre­ sión originaria y lo único correcto es la antítesis entre proceso prim a­ rio y proceso secundario. Podemos leerlo comprendiendo que se trata de hacer pasar la libido fija, ligada, a la libido móvil. El goce de la libi­ do móvil es completamente distinto del de la libido fija, que implica una estática que revela el predominio de la pulsión de muerte. La ex­ periencia de aproximación a este punto de inercia total produce horror. La tendencia a alejarse es vital. La noción de fijación deriva de la idea de facilitación del «Proyecto...», de la que Lacan dirá que es lo contra­ río de ima facilitación, puesto que ya significa un encadenamiento fijo de un significante en la cadena. : ' - ........................... En la movilidad libidinal, donde predomina Eros, el significante evoca, asocia y abre vías de saber ante encadenamientos fijos. Esta li­ bertad significante produce ima alegría simbólica de conocer su propia

lógica y que va más allá de la interdicción de saber. Entiendo por liber­ tad que hay un cambio de vía, hay liberación de goce en el sentido de una apertura, una multiplicación de discursos posibles. ¿Cómo seguir a Freud en su idea de revisar la represión originaria? Esto implica un significante real, una marca de goce que define el tra­ bajo de interpretación del inconsciente mediante encadenamientos sig­ nificantes fijos, y supone la fijación de la libido (Fixientng) que satisfa­ ce a la pulsión de muerte. En Opgao lacaniana de marzo de 1994, PierreGilles Guéguen formula que el síntoma es el nombre que Lacan da a la fijación. En la represión primaria se opera una no inscripción plena de significantes. El significante reprimido es un significante marcado, res­ to de goce, un significante que no existe en la hiancia del gran Otro ta­ chado, pero que tiene su lugar. El goce, el quantum de afectos, según Freud, no sufre represión. Se trata de elementos a la deriva. El elem en­ to de goce deriva como tma constante que produce el retorno de lo re­ primido en el discurso analítico. Lo escribo así: R -» a -» Si Y agrego una cita de Scilicet, de «Radiophonie»: «La metonimia ha­ ce pasar el goce al inconsciente». También se vuelve evidente que la vía inversa, tal como la llama Jacques-Alain Miller, es una clínica de lo real que va de los significan­ tes ideales al objeto a y a lo real. Solo que esta marcha hasta el corazón del fantasma donde reina el silencio pulsional implica una lógica y ju s­ tifica en el analizante la disciplina de consentimiento a la verdad. La revelación de un saber es el único acceso posible a la Urverdrangung. En el camino inverso, tenemos la caída de un significante ideal (Si) que permite la caída del objeto a, es decir, la iluminación de la nada que es­ te objeto recubría. Esto es el relámpago. R —^ a —^ Si

v a En la conferencia al MTT del 2 de diciembre de 1975 en los Estados Unidos -q u e se encuentra en Scilicet N° 6/7-, Lacan señaló lo siguien­

te: «Síntoma e inconsciente: tornillo sin. fin, redondo. Y nunca se llega a que se libere todo. Uwerdrdngung: hay un agujero. Esto es porque hay un nudo y algo de real queda en el fondo».

La caída del objeto La caída del objeto se puede comprender en tres tiempos: en primer lugar, el momento del relámpago, el segundo encuentro con das Ding; en segundo lugar, el nombre de letra, un significante nuevo, el signifi­ cante del pase; en tercer lugar, la deducción lógica, el verdadero saber. El momento del relámpago ilumina el objeto en su carácter de satis­ facción pulsional (es un objeto de signo positivo a pesar de ser un resto), ilumina la verdad en su caída, desgarrando la pantalla fantasmática. Se produce entonces la revelación de un saber de estructura que implica ima lógica nueva y que escribimos, como señalé: sujeto El encuentro con das Ding tiene lugar en el fin del análisis, se pro­ duce en el tiempo real, cuando más y menos (+ y -) están presentes al mismo tiempo. Se puede escribir...

... lo que significa que en el mismo momento del relámpago, de la revelación de saber, se presenta a como objeto de signo positivo, la ple­ nitud, la alegría, la vida y a la vez -cp como falta d e plenitud, como la muerte súbita, lo que el caso articula con el sentimiento del horror. El fantasma fundamental en su carácter de defensa tiene una tona­ lidad maníaca, si m e permiten definir la defensa maníaca como una denegación de la verdad. Por no querer saber lo verdadero, ocultarlo de sím ism o y de los otros -retom ó la idea de Pierre N aveau- el fantas­ ma miente. En «Duelo y melancolía», Freud 'nos recuerda que en la melancolía el sujeto tiene acceso a una verdad insoportable y se pregunta por qué debe enfermarse para saber verdades que son tan evidentes. Con el análisis, el saber del relámpago ilumina estas verdades y no conduce

al sujeto a la melancolía sino a la gaya ciencia. El saber sobre la castra­ ción conduciría a: la castración es la alegría de los hombres. Éric Laurent en su artículo de La Lettre mensuelle N° 149, «Vers un affect nouveau», introduce un afecto nuevo remitiéndose al entusiasmo que se desprende de este plus de saber que implica el pase. Indica que el mundo adviene como mundo y la Cosa adviene como Cosa, y este es el relámpago. Hice este esquema pensando en el artículo de Éric Laurent y a par­ tir del capítulo VIII del seminario Aun, «El saber y la verdad», que Jac­ ques-Alain Miller trabajó en su curso sobre la naturaleza del semblan­ te. [Bernardino Horne escribe en el pizarrón uno de sus tres esquemas (a par­ tir del que está en la página 109 de Aun); Jacques-Alain M iller se desplaza también para escribir uno de los esquemas; pronto se incorpora Éric Laurent, quien dibuja asimismo otro.]

El primero es el esquema de Aun, que por supuesto conocen... Lue­ go, el primer esquema es de Lacan. En el segundo, durante el pase, el mundo está encuadrado por dos líneas; y la Cosa es todo esto. Y des­ pués del pase -e l tercer esquem a- la Cosa está incluida en esta peque­ ña forma, -cp, y el mundo es el resto. Hablaré del primer tiempo de la caída del objeto. El segundo mo­ mento, el segundo tiempo es nombrar el ser. El significante del pase, como lo llam a Jacques-Alain Miller, nombra el objeto de tal manera que el nombre dado incluye y vuelve evidente la castración. En este sentido, es como un chiste, incluye el sentido sexual, relanza lo sexual en el ser, lo que hace pasar del drama de H am let a la gaya ciencia. En Buenos Aires, M iquel Bassols en su trabajo titulado «La inter­ pretación como malentendido» lo llamó el significante del goce y agre­ gó que se trata de una interpretación fuera del Otro. Una manera de comprender esto es que no hay más sujeto analítico, no hay más Otro.

Además puede decirse que el ser nombra un elemento fuera del Otro, que no hay más consistencia que la de una ficción puramente lógica. Son los elementos que habitan la brecha del Otro tachado. Se trata de dar un nombre al significante real, a la marca del en­ cuentro con das Ding (me refiero a «RSI», curso del 21 de enero de 1975), al nuevo ser, no los restos sintomáticos, lo que queda como sín­ toma. El goce que es sin condición de objeto. El goce del ser está m ar­ cado por el significante urverdrangt. No hay acceso al significante reprimido, no existe sino tma revela­ ción de saber. Esta marca es la causa última del deseo de saber. Allí donde había goce masoquista, hay causa del deseo de saber y tm nue­ vo goce a partir de la posibilidad de saber, que tiene tm aspecto de sig­ nificante nuevo. Éric Laurent escribe sobre este afecto que Lacan no nombra: «Decir que la experiencia analítica culmina en un relámpago [...] es proponer­ nos no solo tm significante nuevo, sino una nueva relación con el signi­ ficante».16 El entusiasmo es un afecto que se presenta en esta nueva rela­ ción. El significante del pase constituye el nombre propio de la castración del ser, lo que constituye tm chiste porque es como nombrar la nada. Por”sti M seníra~en~eÍTelám pagoH a -eastr-adón-se muestra- en _eL nombre y esto permite la deducción lógica de la existencia. El signifi­ cante del pase solo cae como ideal cuando se instala a partir del signo positivo de goce, resto del encuentro con das Ding. Su aparición produ­ ce tm efecto cómico, de chiste, con tma liberación de la cantidad bajo la forma de reírse de eso. La revelación del inconsdente produce la risa y tm pasaje de la tra­ gedia, con predominanda de la pulsión de muerte, a la comedia, lo que es posible por la introducción de -cp en el nombre del ser. Después del nombre, se puede escribir: o. -

es al­ go que pasó a la esfera pública, en el intercambio de saberes y circula­ ciones, de otro modo-que_como él lo hacía. Asimismo es una forma de dar a la idea de la conversación universal la dimensión de alegría que le falta, y que en la perspectiva spmoziana supone también aumentar las potencialidades posibles de lo que puede decirse. ¿Hasta dónde en esta conversación, en estos circuitos del saber se pueden introducir los aspectos más oscuros? ¿No hay siempre, en efec­ to, otra manera? El poeta dice al final que queda ima dimensión de vi­ da eterna de la que es difícil desembarazarse. É r ic L a u r e n t : L a

Me parece que la siguiente frase indica en su exposición la dirección que subrayaba: «el pase puede hacer del nu­ do de la estructura RSI, salido del encuentro con das Ding, un nudo di­ ferente». Considero esencial razonar en términos de nudos diferentes, y casi al final de su exposición se indica así tal vez el más allá de los tres momentos, que están articulados en términos de franqueamiento. Pienso que más allá estalaTidea"deljueTrodcTésto ño se'rSuelve^en la^ disolución del nudo, sino, según lo qu.e indicó, por un nudo distinto. A saber, si esto significa que está anudado de otro modo o solamen­ te que se tiró de la cuerda de otra manera y entonces estas se ajustan dé forma un poco diferente. Y esta frase que usted dice m e parece que J a c q u e s - A l a in M il l e r :

indica el camino: hay un más allá del franqueamiento. Una vez efec­ tuado el franqueamiento, hay (para Platón se está siempre en la caver­ na) todo lo que no cambió. Los AE explicaron mucho todo lo que cam­ bió en el final del análisis, y lo que usted indica es igualmente intere­ sante, o sea, todo lo que no cambió en dicho final. Evidentemente, es un poco escaso para caracterizar este final, pero si se toma m uy en serio el franqueamiento, lo que no cambió se vuel­ ve tanto más interesante. Y lo que no cambió es finalmente lo que de la Cosa resiste a -cp. Por eso la iiiscripción de -

Y, que las palabras como tales -y sin per forma tivo que acu­ da en su auxilio- significan, representan, simbolizan algo bei/ond themselves (más allá de ellas mismas). Aquí no hay performativo asignable y este sería él mismo im hecho de lenguaje. De manera que hace del lenguaje ima categoría autoidentificante de los hechos institucionales. Debe admitir que el lenguaje vuelve simbólicas las cosas, pero que par­ tes del lenguaje son en sí mismas simbólicas. Y aclara que se trata de un resultado raro, con el cual no está cómodo, lo que debería anunciar ima reflexión ulterior sobre el lenguaje y lo que él intenta despejar de este, que es la sim bolización como tal. Consiguientemente, afirma que hay ima precondición del lenguaje y que esta es la simbolización. Tro­ pieza, pues, con el hecho de que el lenguaje es el vehículo del semblan­ te y que al mismo tiempo no es semblante, que es para nosotros lo real en la base del semblante. Pero se detiene antes de incluir este hecho pa­ radójico del lenguaje en su concepto de lo real. Se ve bien que el len­ guaje no logra inscribirse en la dicotomía, en la disyim ción que esta­ blece entre el semblante y lo real, sino que se lo encuentra en la base de los fenómenos de semblante, donde esta listo para reconocer un real, aunque su concepto de lo real no admite el lenguaje. Rápidamente, para pasar a otra cosa, su problemática respecto del mundo real excluye el lenguaje, hasta tal punto que se puede decir que lo real de Searle está forcluido del lenguaje, que es por excelencia un real mudo. Su realismo consiste en plantear que el mundo existe inde­ pendientemente de toda representación que uno pueda hacerse de él; luego, no depende de ninguna intencionalidad subjetiva.

Lo que no cesa de escribirse Entonces esto no permite elegir entre tal o cual descripción de lo real. El mundo real, según Searle, no dice cómo es preciso describirlo,

en qué términos. Se trata de un realismo en el límite, que jfio dice, se­ gún él, cómo son las cosas. Indica solamente que hay una manera en la que las cosas son y que no depende del modo en el que las describi­ mos, no depende del lenguaje (soy yo quien agrega esto, puesto que este término está ausente en su reflexión). Su realismo mínimo se liga a un relativismo conceptual. Todas las re­ presentaciones de la realidad son relativas a un conjunto de conceptos cuya selección es más o menos arbitraria. Y Seaile recurre a un ejemplo muy pertinente, muy divertido de Putnam, que representa un universo constituido por tres objetos: el objeto A, el objeto B y el objeto C. Nada impide, sin embargo, que se admita también en calidad de ob­ jeto la pareja AB por ejemplo, lo que dará un cuarto objeto, A y B ,u n quinto objeto, A y C, un sexto, B y C, hasta un séptimo, A-B-C. En fun­ ción de la ontología que se elija, un mismo universo se puede describir integrado por tres objetos o por siete; es decir que se admite como enti­ dad, la unión, la reunión de los objetos, y se alude a diferentes variacio­ nes posibles a partir de la teoría de las clases y la de los conjuntos. De este modo, se observa la distancia existente-entre la-realidad y el esquema conceptual según el cual se la describió. La insistencia de Searle sobre el hecho de qu e, hay real - q ue adquiere gran valor en el contexto del debate de la filosofía anglosajona progresivamente alcan­ zada por el relativismo semántico proveniente de los franceses- im pli­ ca al mismo tiempo que este real se burla de la manera en la que lo des­ cribimos, se burla del lenguaje: It doesn't core: the real zoorld doesn't care. Por lo tanto, en función de los esquemas conceptuales diferentes, se tienen descripciones distintas, inconsistentes entre ellas, de la misma realidad. Ahora bien, esto no afecta el hecho, que es independiente de todo lo que se pueda decir sobre él. Evidentemente esto toca lo que nos interesa de la práctica analítica, que supone qué lo que se dice mueve lo real, que el esquema concep­ tual no es indiferente a lo real. Nuestro real es speech dependent, depen­ de del lenguaje. De aquí que planteemos que el lenguaje no es sem ­ blante, qtie lo real no es para nosotros ajeno a lo que se diga de él. Y lo que Lacan inventó como el objeto a, que está de alguna manera en la intersección éntre el lenguaje y lo real, no intenta com tnxirlaTealidad sociál, sino lo que corresponde a lo real en la experiencia analítica. Dejaré de lado por hoy a quién se dirige Searle, que no es al psicoa­ nálisis, sino más bien al irrealismo de Nelson Goodman, en esa obra singular que se llama Maneras de hacer mundos. Goodman, a diferencia

de Searle, plantea que no tenemos ninguna idea de lo que es el mundo fuera de todb marco de referencia. Eliminando este residuo de real que Searle se desvela por sostener, Goodman afirma que nuestro universo consiste más bien en las maneras de describir y no en un mundo, y propone ese bonito axioma: no zoorld without words (no hay mundo sin palabras). Dejo esto de lado para volver de la manera más resumida posible a lo que para nosotros constituye la interferencia entre el semblante y lo real, donde encontramos la categoría clínica del síntoma. Si armamos una lista con lo que Lacan, desplazando el término Bildung, llama las formaciones del inconsciente -q u e Freud asignaba pre­ cisamente al síntom a-, si armamos ima lista en la que incluimos el lap­ sus, el chiste, el acto fallido, el síntoma y, por qué no, el sueño, pode­ mos preguntarnos si el síntoma está bien ubicado en este contexto. Re­ sulta evidente, siempre que ya se tenga la sospecha, que el síntoma se distingue entre las formaciones del inconsciente. En primer lugar, se diferencia en el nivel de intención de significa­ ción. El lapsus es evidentemente relativo a un querer decir, puesto que se lo aísla a partir de la intención de significación del sujeto y se lo ve como la interferencia de otro querer decir, con otra intención que hizo fracasar la primera. En el chiste, por supuesto, la intención de signifi­ cación triunfa hasta tal punto que otro se apodera de sus frutos, según se recordará por la lectura del Witz de Freud. El acto fallido es de algu­ na manera equivalente al lapsus en el nivel de la motricidad, y hay allí también una intención que juzga y aísla el acto fallido. Dejo de lado el sueño porque desde siempre se lo vio como testimonio de un querer decir (no se esperó a Freud para considerar que el fenómeno mismo era interpretable). Pero el síntoma como tal no parece relativo a una intención de sig­ nificación, y hasta tal punto que en estado salvaje pttede incluso pasar desapercibido para el sujeto, lo que es especialmente cierto en la neu­ rosis obsesiva, ya que parece más difícil que no se lo advierta en la his­ teria de conversión. Por eso Freud señala que el síntoma se formaliza en el análisis, donde adquiere su envoltura formal y puede admitir al Otro, esto es, constituirse como mensaje y ser objeto de la pregunta por lo que quiere decir. Pero como no hay evidencia interna de este querer decir, el paso siguiente consiste en pensar que el síntoma es capaz de decir cualquier cosa, que hay que descifrarlo. Por eso Lacan lo remite a un fenómeno de creencia; lo que constituye el síntoma -sostiene en

«RSI»- es que se cree en él. Aquí ciertamente la actitud subjetiva, para retomar los términos de Searle, es constitutiva del fenómeno. H ace fal­ ta creer en él como en una entidad que puede decir algo. A mi entender, el síntoma se distingue también de las otras formacio­ nes por otro rasgo, válido en el nivel de la fenomenología misma y que es una diferencia temporal. El lapsus, el chiste, el acto fallido, responden a una temporalidad instantánea, es decir que como tales no se repiten, fulguran, son del orden del relámpago. En su presentación del concep­ to de inconsciente, Lacan insiste en el rasgo de instantaneidad, que por otra parte da a estas formaciones una identidad singular, ptfesto que al repetirlas se las transforma. Solo se dicen una vez y sorpresivamente (no hay mejor manera de hacer fracasar el chiste que hacerlo repetir y expli­ car), mientras que lo esencial del síntoma es la duración, la permanen­ cia. Si un lapsus reaparece sistemáticamente tiende a volverse síntoma, si se falla de manera repetida, -un acto fallido pasará también a esta ca­ tegoría; incluso respecto del chiste, cuando el bromista no puede parar de hacer bromas, se tiende a considerar que es una manifestación sinto­ mática. Precisamente, esta variación que intento muestra que lo esencial del síntoma analítico es la repetición, puesto que cuando las formacio... nes del inconsciente se repiten se síntoma tizan. Como estamos en el registro de la clínica, daremos lugar a las ex­ cepciones. H ay fenómenos elementales cuya única aparición puede bastar para indicar un síntoma, si me permiten, estructural, pero pre­ cisamente a la espera de que se repita, en el suspenso de una repeti­ ción. Por eso Lacan destaca el etcétera del síntoma, que se encuentra en su estructura misma. En este sentido nos introducimos en la pers­ pectiva que asocia el síntoma con lo real (una hipótesis de Lacan es considerar el síntoma ante todo como real). Lo esencial no sería el sín­ toma como simbólico, como mensaje que se descifra, como m ensaje al Otro, como palabra, ni el síntoma como imaginario, sino el síntom a co­ mo real y, precisamente, como repetición. Por eso, en su doctrina de las modalidades, Lacan inscribe el síntoma analítico en el rango de lo que no cesa de escribirse.

La varité del síntom a Retengamos esto por el momento: lo que no cesa... Por otra parte, el extremo de esta hipótesis interroga la ciencia o, por lo m enos, el psi­

coanálisis en su relación con la ciencia. El síntoma es en cierto sentido en el análisis un saber que no cesa de escribirse, lo que lo volvería pa­ ra nosotros equivalente de lo que es para la ciencia un saber en lo real. Para Freud, el síntoma está por excelencia ligado a lo que no cesa, a la compulsión de repetición. Según leemos en el capítulo X de «Inhibi­ ción, síntoma y angustia», donde recapitula sus reflexiones, el síntoma implica ima fijación y el factor de esta fijación hay que encontrarlo en la com pulsión de repetición del ello inconsciente. Y cada vez que tiene que describir el síntoma en esta obra, Freud lo liga a la constancia de la pulsión, a la exigencia pulsional, que no cesa de ejercerse. ¿En qué sentido' el síntoma es saber en lo real? Piensen en la obser­ vación de Lacan sobre la creencia respecto del síntoma. Se necesita la creencia y "por eso el síntoma no es un puro saber. Evidentemente la re­ flexión de Lacan parte de la obra que lo acompañaba en esa época, en sus últimos años: Saber y creer, del lógico Hintikka. La creencia que de­ ber ser incluida en el síntoma analítico descansa, justam ente, en que este estaría animado por un querer decir. En otras palabras, el síntoma analítico no es exactamente para noso­ tros saber en lo real, sino más bien sentido en lo real. Y toda la reflexión de los últimos años de Lacan, toda su clínica borromea, gira en torno de esta compatibilidad, antinomia, interferencia, entre el sentido y lo real, que es la cuestión del síntoma. Mientras que por definición la noción de lo real debería excluir el sentido porque, incluso para que haya saber en lo real, saber matemático en lo real (luego, saber que no hay senti­ do, simplemente saber que es articulado), ya es preciso que haya Dios, por lo m enos el de los filósofos, es preciso que haya un sujeto supues­ to saber. Y el sentido en lo real es precisamente lo que la ciencia exclu­ yó; dejó de lado que la naturaleza responde a un gran plan divino ter­ minado. La ciencia puso el dios de los filósofos en el lugar del dios de Isaac, Abraham y Jacob. ¿Cómo el psicoanálisis implicaría el retorno del sentido a lo real cuando se prohíbe creer en lo real del sujeto supuesto saber, en lo real del Otro, dado que el Otro solo existe como espejismo, como significación ilusoria? Desde esta perspectiva se interroga el fimdamento mismo de la po­ sibilidad de la práctica analítica. ¿Hay sentido en lo real? ¿Cuando se opera sobre el sentido se puede mover lo real? Gracias al Sputnik -d el que hablaba L acan -, gracias a Dolly, se verifica que por el saber se lle­ ga a tocar lo real. ¿Y en el psicoanálisis se puede alcanzar lo real m e­ diante el sentido? ¿Qué debe ser lo real para que se lo pueda alcanzar

de este modo? ¿Cómo pensar la estructura de la repetición perm anen­ te del síntoma para que se la toque por el sentido? Una posibilidad que menciona Lacan es que la interpretación podría entregar un efecto de sentido en lo real (lo dice solo ima vez, porque es apenas la form ula­ ción del problema). Otra posibilidad, si el sentido y lo real están dis­ juntos, es que el psicoanálisis sea ima estafa, tema que insiste en la clí­ nica borromea de Lacan. ¿El psicoanálisis sería una estafa? Él lanzó, por otra parte, esta pre­ gunta en una forma afirmativa, en Bruselas, ante un pequeño círculo de alumnos. No son cosas para pregonar... Enseguida alguien llamó a Le Nouvel Observateur, y me acuerdo que fue la única vez en la que se des­ tacó verdaderamente lo dicho en ima conferencia de Lacan. La semana siguiente apareció: «Lacan dijo que el psicoanálisis es ima estafa». Justa­ mente, lo indicó explorando la disyunción entre el sentido y lo real, y en el esfuerzo de construir, si me permiten, la realidad sintomática. También puede pensarse que el analista solo trata con el dicho del paciente, que apunta sin duda al síntoma como referencia, pero que es­ tos dichos no se pueden tomar al pie de la letra y que en definitiva el análisis no tiene del síntoma más que el sentido. En este punto, Lacan habla de la varité18 del síntoma, delsíntom a como im a v erdad,variable que no es del mismo nivel que el saber en lo real. Incluso si nos referi­ mos a los cuatro lugares que Lacan distinguió en su esquema de los discursos, sin justificarlos demasiado porque no tengo tiempo, indica­ ría este lugar abajo a la derecha como el de lo real y diría que, en la ciencia, el saber producido se inscribe en lo real.

>f S2 real Mientras que en el psicoanálisis el saber del aue se trata solo se ins-

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18. Varité. neologismo que condensa los términos variété (variedad) y vérilé (verdad). [N. de la T.]

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verdadero

La ciencia pretende por sus producciones efectivas (del Sputnik a Dolly) que el saber producido es saber en lo real. En el psicoanálisis pensamos más bien que nuestro saber no se inscribe en lo real sino en lo verdadero. Nuestro saber no va al mismo lugar y, en este sentido, es siempre supuesto. En todo caso, lo que para nosotros se inscribe en el lugar de lo real no es el saber, sino solam ente un significante uno; por eso Lacan a ve­ ces define el síntoma como lo que del inconsciente se traduce por mía letra. Este Si en lo real es lo que Freud llamaba fijación, término que hace poco recordé. Es preciso considerar que lo más real del inconsciente es una fijación de goce, donde se realiza en el psicoanálisis la juntura en­ tre sentido y real. Pero Lacan avanzó hacia otras posibilidades. Sin duda que tomados de a dos el sentido y lo real están separados, pero quizá si tomamos tres términos (el saber, el sentido y lo real), se mantengan juntos, lo que explica su intento de nudo borromeo. Según otra variante, se necesitarían cuatro términos para que se mantengan unidos; se agrega entonces el síntoma. En la prim era parte intenté resumirles todo lo que había preparado hace un m es sobre Searle, y después con respecto al síntoma les di una idea general de lo que desarrollé más extensamente el domingo pasa­ do en un seminario en Madrid. Quizá pueda detenerme en este punto y pasar la palabra a Éric Laurent disculpándome por haberme excedi­ do un poco, aunque lo habíamos convenido y él recuperará el tiempo que tomé de su parte la próxima vez, en la que yo mismo intentaré continuar con estos temas.

Politoxicom anías É r ic L a u r e n t : Retom ando este término que Jacques-Alain Miller acaba de ubicar en su lugar, habíamos quedado en una fijación cig,go­

ce particular, la del estupefaciente en la cultura, que abordamos pre­ guntándonos si la importancia de la poli toxicomanía contemporánea es la cara oculta de la búsqueda ansiosa de ima paridad no de derechos sino del goce entre los sexos. Nos avalaba esta perspectiva la manera en la que Lacan sitúa el es­ tupefaciente, ante todo como ruptura con el falo, mientras que Freud le daba el lugar de una suerte de derivado de la masturbación, un go­ ce fálico mantenido, prolongado. De este modo, describe en «El m ales­ tar en la cultura» las producciones culturales como prolongaciones de órgano (el telescopio, por ejemplo, es una prolongación de los ojos). En ese mismo texto, Freud nota que el estupefaciente es apreciado y reconocido tanto por individuos, para asegurar la felicidad y alejar la miseria, como por pueblos enteros, que le reservaron un lugar per­ manente en la economía de su libido. Y hay que reconocer que todos los estupefacientes conocidos (desde los más poderosos derivados de los opiáceos hasta la lista de tabacos, alcohol, café, chocolate...) siguie­ ron el mismo recorrido: primero fueron sustancias que dependían de lo sagrado, luego se extendieron a la farmacopea, esencialmente la de los poderosos, los reyes, y a continuación pasaron a corporaciones de técnicos para después emanciparse. Todas las drogas conocidas empezaron como sustancias ligadas a prácticas rituales que aseguraban el éxtasis y posibilitaban, por ejemplo, la llegada de Dios. Asimismo, sustancias como el té y el café permitían meditar durante más tiempo y fueron rápidamente advertidas por los funcionarios de lo divino, los sacerdotes, para mantenerse despiertos. La adopción del tóxico como elección en ima cultura puede ser ele­ vada al rango de un mito fundador. M i amigo Claudio Ingerflom se­ ñalaba entre los mitos de fundación del Estado ruso de Kiev, una con­ versación entre el rey y dos representantes de los grandes Estados que lo rodeaban (por un lado, los musulmanes y por otro, los cristianos) y que dice: A mis súbditos les gusta tanto el alcohol que no quiero privarlos de esta dicha, por eso no me convertí al Islam, sino que convertí a todo el mun­ do a la religión de Bizancio. Al día siguiente a la mañana todos los súb­ ditos fueron convocados a orillas del río para ser bautizados, y así en­ tró el Estado de Kiev en la historia. Está entonces el mito.fundador e incluso se puede ir más lejos, a la astucia de la aduana veneciana en el’siglo X V ... En un texto del siglo X V m que descubrió Braudel, la aduana veneciana establece un impues­ to al café, el té, el chocolate, el helado y otras cosas semejantes ya inven­

tadas o por inventarse, lo que indica mía prudencia fundamental. Este impuesto inspira además una tendencia actual que busca redefinir un paradigma para estos tóxicos, con la creación de una especie de im­ puesto general sobre las drogas ilegales a partir de las sumas de dinero que circulan actualmente dentro de la corrupción. Por un lado, se las transforma en impuestos y por otro, en procesos jurídicos. Tienen el ejemplo del tabaco, que primero se incorporó por los impuestos y aho­ ra por los juicios que inician los fumadores a las tabacaleras para obte­ ner resarcimientos. Y lo mismo se anuncia con respecto a otras drogas: a partir del momento en que se las legalice haciéndoles pagar impues­ tos, habrá juicios por los daños que ocasionan. Son simplemente mane­ ras de considerar su lugar en nuestra cultura de mercado. Están las inscripciones, pero también el papel destructor que de­ sempeñó el tóxico en una cultura. Hay saltos tóxicos en la historia muy conocidos como, por ejemplo, el que surge cuando España lleva la des­ tilación a América latina y la introduce en México, elaborando el pul­ que, mescal, al destilar el alcohol obtenido de los cactus. Como resul­ tado, se logra un alcohol extremadamente poderoso que se difunde con resultados catastróficos, según prueba un texto donde el virrey de México ordena difundir el pulque entre los apaches de Nuevo México, que no reconocían su autoridad, aclarando que iban a crearles una nueva necesidad que los obligaría a admitir su dependencia forzada hacia los españoles. El texto data de 1786, no es algo de ayer. Este es el cinismo del poder, que se repitió cuando los ingleses obligaron a los chinos a consumir masivamente opio, o en la tolerancia de la policía norteamericana respecto de la introducción de la droga en los guetos negros, que denunciaron los activistas como una política deliberada cuyas consecuencias negativas se recogen hoy. Y no es el tóxico adop­ tado, domesticado, sino el que desbarata con esta parte de real la cons­ trucción social, releva al Otro en todas sus convenciones.

La garantía de goce Nada más delicado que la adopción de los tóxicos. Se precisó tiem­ po para que el alcohol, que es el menos destructor para el Otro social, se introdujera en Europa. Fue necesaria primero la cultura del vino, y luego, que Persia difundiera el alambique -a l principio para fabricar perfum e-, que alcanza en China un alto grado de tecnicismo y se

adopta rápidamente en Europa. A partir del siglo XVI se destila el al­ cohol como panacea, en el siglo XVII se desarrolla y en el XVIII alcan­ za el consumo masivo con la distribución a los soldados, que vuelven lo suficientemente intoxicados como para que su consumo se difunda plenamente. Si hoy la politoxicomarüa moderna escapa al reglamento qtie inten­ ta domesticarla, es porque hubo globalización de los tóxicos hasta en­ tonces repartidos en las diversas culturas. Y de la cocaína de Extremo Occidente al opio de Extremo Oriente, como formulará Lacan en «Te­ levisión», los goces se mezclan y su producto es la segregación de los distintos utilizadores de tóxicos, ellos mismos desbordados por la abundancia. ¿Por qué no dar algunas cifras? El observatorio geopolítico de las drogas constataba que en cada uno de los cinco grandes países euro­ peos existen quinientos mil consumidores de drogas pesadas com o la cocaína y la heroína. Y lo único que explica que en Europa haya un poco m enos que en los Estados Unidos es que la población del viejo continente envejece, lo que no es verdaderam ente tranquilizador... M ientras que esta consume alrededor de cien toneladas, por ejemplo, de cocaína^ha-y-trescientas-toneladas enlo.s Estados U nidos... La represión se queda con un cuarto, pero esto no es un problema, puesto que la producción mundial se estima en mil trescientas toneladas aproxi­ madamente. ■ La gran preocupación es que, pese a las incautaciones, los precios de las sustancias no varían, y que de hecho bajaron a veces a ,1a mitad respecto de los años ochenta. La búsqueda de un paradigma de control de este goce que puede poner en peligro al Otro se hace según los países con diferentes elec­ ciones. Y parece que las elecciones ideológicas, ya sea la pequeña gue­ rra total o la compra de droga para sí en lo del vecino, se ponen nue­ vamente en tela de juicio por los problemas de epidemias y de salud (transmisión de la epidemia del sida o ahora, de la hepatitis C). Se re­ visan entonces los resultados de estas políticas de elaboración de paradigmas legales y de domesticación de estas drogas. Asimismo, el aspecto, como decía Freud, de quitapenas/ la relación con el dolor, es inseparable de esta cuestión de la droga. D e aquí que en ciertos Estados del sur del país que actualmente declararon de manera oficial la guerra contra la droga, en California y Arizona, haya una pro­ puesta de legalizar la marihuana en nombre de la lucha contra el dolor.

Los médicos empiezan a considerar las drogas suaves ya no para el uso recreativo, como ocurría en los años sesenta, sino en nombre del dolor. Un estudio reciente de los ingleses -q u e probaron ser muy fuertes en el tema, con Dolly y con otras investigaciones- en el British M edical Journal señala que uno de los futuros de la medicina es la considera­ ción del dolor en las enfermedades de larga duración (cáncer, sida o síndromes postoperatorios) y concluye que en alrededor del 60% de los enfermos los médicos subestiman su padecimiento, lo atribuyen más bien al estrés o la ansiedad, y no lo tratan como se debe con m e­ dicamentos fuertemente antálgicos. Se prevé im cruce entre los trata­ mientos de sustitución de las drogas existentes, antiguas, conocidas y otras nuevas que se fabrican como poderosos antálgicos y que recuer­ dan sin cesar que los neurolépticos partieron de investigaciones sobre anestésicos y sobre voluntades de reducir el dolor. Toda esta casuística, toda esta elaboración de un paradigma sobre estas sustancias, que señala su sorprendente inserción en figuras m o­ dernas de nuestra subjetividad, muestra que finalmente se trata de en­ contrar i.ma paridad para los dos sexos que les permita acceder equita­ tivamente a un goce fuera del goce fálico. Como la subjetividad de nuestra época palpó que el Otro no existe, remite su búsqueda a la subjetividad del cuerpo. Nietzsche lo percibió cuando destacaba que había en la modernidad una búsqueda de la bestia. Él precisaba la bestia rubia como figura de la cretinización ab­ soluta. Subjetividad del cuerpo, es decir, de los impulsos y los afectos, de la voluntad de poder (así la llamaba), que ocupa el lugar de una vo­ luntad de gozar. Y para que esta voluntad de gozar no sea un todo, una respuesta, es necesario que haya un paradigma que m antenga juntos al hombre y la mujer. Lacan retom ó de otra manera la idea nietzscheana cuando sostuvo que el hombre moderno está dispuesto a todo para gozar, lo que designa ese estatuto o esa búsqueda de una garantía de goce que responde al de­ sarrollo de la subjetividad que encuentra al Otro que no existe. La garantía de goce es otra cosa qué el lugar del Otro de la buena fe; es lo que, con su llamado, responde al síntoma en una dimensión social. Podemos preguntarnos cómo designar esta dimensión de sínto­ ma social porque, después de todo, para Freud, desde «Tótem y tabú» pasando por «Psicología de las m asas...», la angustia tiene una dimen­ sión colectiva evidente (es epidemia, es contagiosa), desde el lazo de dos que instaura la pareja o el par analítico, hasta las multitudes más

vastas. La angustia no es asignable al Uno, señal en el yo, no es del yo, sino que constituye el signo de la presencia del Otro; es incluso el gran hecho que siempre obstaculiza las concepciones puramente liberales, individuales del Otro social. Y los que pusieron obstáculos -co m o Kierkegaard, en primer lu gar- señalaron que en la angustia hay surgi­ miento, presencia del Otro que irrumpe. Freud se inscribe en esta línea que liga decididamente angustia y presencia del Otro, develamiento mismo del Otro. La angustia es entonces un afecto decididamente social, y después de esta se introdujeron otros afectos que marcaron tal destino. Otros afectos como la espera o el aburrimiento encontraron su forma al de­ velar la presencia de este Otro. No es posible concebir el síntoma social sin tener en cuenta el m o­ mento en que las formas de la subjetividad, o las representaciones que pudieron formarse de esta, se conectan con la angustia. Desde aquí continuaré la próxima vez lo que comencé hoy 26 de febrero de 1997

¿El psicoanálisis es posible?

É r ic L a u r e n t : L o s trastornos en el goce, que abordamos a partir de la ruptura de la consistencia fálica, se consideran síntomas de una impo­ sible paridad, de una ficción imposible de encontrar. Siguiendo a Lacan, esta ruptura es la única buena manera de leer lo que Michel Foucault enunciaba como una broma: «la erección ya no está de moda». Son sín­ tomas, y yo me preguntaba, antes de escuchar como ustedes la construc­ ción y el discurso de Jacques-Alain Miller, por qué, para ubicar el sínto­ ma, Lacan se refiere en determinado momento a Marx, puesto que él mismo, como todo el mundo, comenzó haciendo de las formas del sín­ toma en la historia de la civilización una invención hegeliana. La construcción de Jacques-Alain Miller m e aclaró ciertas cosas e hizo que retomara un recorrido para responder yo mismo a este pro­ blem a e intentar avanzar un poco más.

El síntom a hegeliano En la enseñanza de Lacan, las formas del síntoma se presentan co­ mo hegelianas, y así aborda en primer lugar el malestar en la cultura, freudiano. Y es que para todo el mundo H egel es el inventor del historicismo, que nos condujo a considerar los objetos de pensamiento mar­ cados para siempre por el espíritu de la época, y especialmente las for­ m as históricas, sintom áticas, que puede asumir el yo. En esta perspectiva hegeliana, según leem os en la página 114 de «La agresividad en psicoanálisis», nuestra época se caracterizaba por

«la ausencia creciente de todas esas saturaciones del superyó y del ideal del yo que se realizan en toda clase de formas orgánicas de las socieda­ des tradicionales». Existe entonces una tensión entre «la anarquía "dem ocrática" de las pasiones y su nivelación desesperada por el "gran moscardón alado" de la tiranía narcisista», para decirlo en términos de Lacan. Y esta ten­ sión entre el ideal de ima comunidad cada vez mayor y el desencade­ namiento pasional, entre el ideal y la expresión, en cierta época, de la pulsión, permitía comprender el abordaje hegeliano del malestar en la cultura. Lacan atribuía a este abordaje la posibilidad de situar conve­ nientemente las formas más elevadas del estatuto de la persona en Oc­ cidente: el estoico, el cristiano, hasta el futuro ciudadano del Estado. Por otra parte, el término orgánicas es de Durkheim, y subraya aún más que de un lado hay esta ausencia de saturación del ideal y del otro, la presión del narcisismo del organismo y su tiranía. De este m o­ do se situaba Lacan en las críticas de la masa moderna, de su reduc­ ción a lo conforme, al hombre de una sola dimensión. La identificación en estos años se piensa en la trama hegeliana m is­ ma. Para presentar el concepto freudiano de pulsión del yo, Lacan se -refiere- aTa- negatividad dialéctica en la-que se midió-el genio de Freud al reconocerla con el nombre de instinto de muerte. Y la identificación, su poder, la tensión fecunda que introduce entre el sujeto y el Otro, se destaca principalmente en la psicosis; en el pasaje al acto el sujeto ata­ ca lo que se le aparece como el desorden y, de este modo, se castiga él mismo con el contragolpe social. La reversión identificatoria se presen­ ta allí en su punto máximo. Sin embargo, al destacar el abordaje hege­ liano del síntoma en su forma social, Lacan comienza ima suerte de reescritura de Hegel que se hará en cinco años, donde da un paso al costado respecto de la conciencia de sí hegeliana o los espejism os, la perspectiva del saber absoluto. Si por un lado tenemos esta reversión concerniente a la psicosis, el síntoma neurótico, que pone en tela de juicio el sostén imaginario del cuerpo, permite apoyarse en esta inscripción corporal. Lacan anuda -y creo que nadie lo había hecho antes que é l- la concepción hegeliana de la enfermedad orgánica como daño al ser vivo y la enfermedad mental tal como aparece en el delirio de presunción. Y aunque estas concepcio­ nes están muy alejadas en la obra de Hegel, él nota que a partir del m o­ mento en que el síntoma encuentra su sostén en las funciones orgánicas del sujeto, por poco que un espinazo se preste a ello, se inicia una bre­

cha entre el ideal, la reabsorción en el todos, la esencia, y el ser indivi­ dual. Lacan utiliza entonces esta observación de Hegel de la enferme­ dad como introducción del ser vivo en su existencia particular y enlaza el padecimiento con las figuras de la Fenomenología del espíritu. Las figuras hegelianas se presentan en su idealidad y también de manera tal que poseen la paradoja de introducirnos en la particulari­ dad de la existencia. Surge entonces ima lectura notable donde, para sorpresa general, el síntoma freudiano rectifica el idealismo hegeliano descentrándolo, conduciéndolo fuera de la unicidad del lugar de la conciencia. De este m odo, sostiene en la página 281 de los Escritos: Pero el descubrimiento freudiano fue demostrar que este proceso verificante [se refiere ni proceso hegeliano] no alcanza auténticamente al sujeto sino descentrándolo de la conciencia de s í .[...] [pnrn recentmrlo] en la coyuntura del momento particular que es el único que da cuerpo a lo universal y a falta del cual se disipa en generalidad.

Aquí el dar cuerpo, que obstaculiza el idealismo de la conciencia de sí, no se refiere a una suerte de materialismo simplista del organismo. El término momento es ima referencia a la lógica temporal en la que el sujeto ocupa ese lugar de superficie de inscripción del cuerpo y produ­ ce así lo particular de lo que está enjuego. Esta lectura mixta.de Hegel con Freud hace del síntoma en general, no solo orgánico, una inscrip­ ción en el cuerpo y im a modificación del ser vivo. Y en este sentido son equivalentes el mecanismo' ideal y el que opera en lo particular, aun­ que se produzcan en lugares distintos.

La dialéctica intersubjetiva De este modo Lacan relee las observaciones que Kojéve había he­ cho sobre la operación hegeliana: Pero si quedase algo de profético en la exigencia, en la que se mi­ de el genio de Hegel, de la identidad radical de lo particular [es decir, del síntoma] y lo universal [el ideal del yo], es sin duda el psicoanálisis el que le aporta su paradigma entregando la estructura donde esta iden­ tidad se realiza como desuniente [separándose] del sujeto, y sin recurrir a mañana.

Lacan puede al mismo tiempo confirmar el genio de Hegel, sobre todo explicando cómo se equivocó y cómo él mismo retrocedió ante lo que Freud así completaba. Con este Hegel suficientemente modificado para que lo particular y lo universal se conjuguen, Lacan inscribe in­ cluso las dos neurosis de transferencia en las figuras de la Fenomenolo­ gía del espíritu. Primero la locura encuentra su lugar en la causalidad psíquica, lue­ go la histeria se sitúa en el alma bella, que debe hallarse a sí misma allí donde no está, en las causas de su acción y su denuncia. El alma bella es una figura que produce Hegel, y para incluir la neurosis obsesiva, Lacan agrega otra que no estaba en Fenomenología... El obsesivo mani­ fiesta actitudes que Hegel no desarrolló en su dialéctica del amo y el esclavo, y que en cambio Lacan desarrolla. El esclavo se escabulle an­ te el riesgo de muerte, siendo que la oportunidad de dominio se le ofrecía en una lucha de puro prestigio. Sin embargo, como el esclavo sabe que es mortal, sabe también que el amo puede morir, y desde en­ tonces acepta trabajar para él y renunciar al goce. Pero así como el alma bella no se reconoce en su denuncia, el obse­ sivo no está en su trabajo, por fecundo que sea, puesto que, según La­ can, se halla en el momento anticipado de la muerte del amo. Y así el lugar deducido en lo universal de la relación con la muerte se distin­ gue del sitio donde está el sujeto, del momento anticipado de la muer­ te del Otro, de la muerte del amo. Esta inscripción de los síntomas de dos grandes neurosis sintomáti­ cas en las figuras de la Fenomenología... proporciona a Lacan en esa épo­ ca un instrumento muy poderoso de ataque contra las presentaciones en el movimiento psicoanalítico de las neurosis como fenómenos intrapsíquicos. Mientras el vocabulario psicoanalítico del momento hablaba de una mecánica metapsicológica entre el superyó, el yo, el ello, con sus distintos aspectos, esta perspectiva permite situar de entrada el síntoma en una relación con el Otro de la transferencia. Se sale así de las descrip­ ciones sobre la neurosis obsesiva en las que el yo quiere seducir al su­ peryó olvidando que se trata de un mecanismo transferencial que juega en la cura misma, luego, e n una dialéctica intersubjetiva------------------ ---En esos años el descentramiento freudiano del síntoma se lee como separación entre el lugar donde se ;éstablece la esencia, el ideal del yo, y la existencia. Nos encontramos con un Hegel bizarro, completado por Kierkegaard; a la vez el logos donde se inscribe ciertamente lo universal y, separada, en tensión, la existencia que está en juego. Lacan lo resume

con un juego de palabras, habla de la tauto-óntica [tauto-ontiqiie], lo tau­ tológico (el logos), pero sin olvidar lo óntico en cuestión, que es tma di­ visión fundamental planteada desde el comienzo. Lacan logra leer toda la Fenomenología... ubicando la división del alma bella, que se vuelve tm desorden primero en el ser, con la tensión entre esta esencia y la exis­ tencia, y ya no la lucha del amo y el esclavo. Desde esta perspectiva, puede leerse la Fenomenología... siempre que se rompa el espejismo del lazo entre la conciencia y el yo infatuado que erige su sentimiento co­ mo ley del corazón. Y Lacan hizo lo mismo con el estadio del espejo, que es utilizado como poderoso instrumento para conjugar el amo, el esclavo y el alma bella en un mismo aparato que permite plantear la re­ lación del yo y el cuerpo separándola de la conciencia. Más tarde, en «La cosa freudiana...», Lacan se desprenderá en cier­ to sentido de Hegel, quien se irá eclipsando a partir de aquí y especial­ mente tma vez que se reconsideren las relaciones entre el yo como ser legal y el goce tal como es situado en esa época. Lacan llegará a decir que es horroroso convertir ese ser legal que es el yo en el responsable del desorden del organismo. Define de esta forma lo que después se conocerá como estatuto ético del sujeto del inconsciente, que es el pun­ to en el que él renueva el idealismo hegeliano. Y así, en un movimien­ to que Jacques-Alain Miller llamó de Hegel a Jakobson y que fue publi­ cado en tm fascículo en España, vemos alejarse a Hegel en el semina­ rio sobre las psicosis, tma vez que la tensión entre esencia y existencia se sustituye por el abordaje jakobsoniano del shifter, y las leyes del len­ guaje reemplazan a la dialéctica.

La operación del síntom a Pero Hegel reaparecerá transformado desde «Subversión del suje­ to ...» y modificado a partir del momento en que se establece una es­ tricta relación entre el síntoma y el saber definitivamente separado de la perspectiva del saber absoluto. En la página 774 de ese texto, Lacan nos enseña a leer a Hegel de otra manera y no como él lo leyó: De donde, sépase aquí, la referencia totalmente didáctica que he­ mos tomado de Hegel para dar a entender para las finalidades de for­ mación que son las nuestras, lo que hay en cuanto a la cuestión del su­ jeto tal como el psicoanálisis la subvierte propiamente.

Y nota que lo que conviene retener de este uso propedéutico, didác­ tico, que hizo de Hegel, es que el saber hegeliano tiene la ventaja de un relevo, una Anfhebung lógica, y que está reducido a sus componentes lógicos. Luego, gracias a Lacan conducimos al sujeto a un desciframiento que ya supone en el inconsciente esta suerte de lógica donde se reco­ noce por ejemplo una voz interrogativa, incluso el progreso de una ar­ gumentación. Al escuchar como ustedes el aporte de Jacques-Alain Miller, pude ver de otro modo el montaje que hacía Lacan entre sínto­ ma y saber, el anudamiento diferentemente planteado entre verdad, saber y creencia. A partir de «Subversión del su jeto...» un saber se acopla a un suje­ to. Pero ¿cómo? Este escrito de Lacan introduce el sujeto de la ciencia o la identidad entre este y el sujeto del psicoanálisis, los considera de manera conjunta y propone diversas soluciones para mantener unidos el saber y el sujeto. Después, en «Posición del inconsciente», en 1964, Lacan mostrará dos usos del cogito: el de la ciencia y el que está en el registro del pen­ samiento. Los presenta de tal forma que no hay identidad completa entre el uso científico del cogito y su uso-en otro registro que-permite establecer el inconsciente no a partir de la conciencia sino a partir de una experiencia de pensamiento de la que el cogito es la m ayor haza­ ña (quizá terminal) por alcanzar una certeza de saber. Luego, nos en­ contramos con un saber acoplado a una actitud proposicional, una cer­ teza de saber. Lacan señala en el siguiente párrafo, en la página 810: Para la ciencia, el cogito marca por el contrario [por el contrario, es de­ cir, no es lo mismo] la ruptura con toda seguridad condicionada en la in­ tuición. Y la latencia buscada de ese momento fundador, como Selbstbemisstein, en la secuencia dialéctica de una fenomenología del espíritu por Hegel reposa sobre el presupuesto de un saber absoluto. La ciencia no necesita certeza de saber, sino ese momento que se ol­ vida. El corito es entonces el mismo pero con usos diferentes, por lo menos en el momento de «Posición del inconsciente». Y llegamos a un retorno a Hegel; un Hegel definitivamente libera­ do del saber absoluto, a través de Marx, que se opone a la concepción hegeliana del síntoma. En el texto «Del sujeto por fin cuestionado», de 1966, Lacan habla de la grandeza de Marx y le atribuye una localiza­

ción del síntoma anterior a la del psicoanálisis porque reconocía en es­ te el retorno de la verdad en la falla de un saber. Esta es una presenta­ ción m uy particular de la cuestión que requiere que se vea bien cómo se sitúa aquí la verdad. Antes de pasar a la plusvalía, notemos que no se trata de la verdad opuesta al saber en el problema clásico del error, un saber falso, sino de la marca de tma verdad subjetiva: Me equivoco, mi saber falta 1/ es, pues, la marca de u na verdad. Luego, cometo un acto fallido, mi saber, lo que me guía en el mundo no es impecable, puede ser tomado como error, equivoca­ ción... No se trata, pues, del problema clásico del error, sino de la m a­ nifestación concreta de tma verdad para apreciar clínicamente, de una referencia distinta que la que perturba el bello orden. No es el saber, si­ no la manifestación... ¿de qué? Para Lacan, en este punto Marx se opo­ ne a Hegel porque donde este tenía que vérselas con el progreso de las astucias de la razón, que son tma forma del saber, con Marx se trata del retorno de la cuestión de la verdad. Se trata por supuesto de un Marx rescrito por Freud, porque esta verdad retorna en las fallas del saber... Utilizaré el materna que Jacques-Alain Miller escribió en el pizarrón la otra vez:

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Este es un modo original de situar el significante como síntoma. So­ lo tenem os en cuenta este lugar para desarrollar el salto de la opera­ ción freudiana, que se distingue por articular claramente el estatuto del síntoma con el del psicoanálisis. Y es que esta es la operación del síntoma. ¿Por qué indicar que para M arx el síntoma es la irrupción de tma verdad? Se considera que para él la gran ventaja es que no se sabe, no se está seguro de que la historia vaya hacia ese saber absoluto ni que sepa adonde va. A quí la marca del surgimiento de la verdad en la fa­ lla de tm saber es la insurrección. Y es que en cada cambio de época, de modo de producción, está siempre presente ese derecho a la insu­ rrección que muestra tm saber como pasado. Esta es tma lectura de tm

Marx epistemólogo, o es el uso epistemológico que sitúa la necesidad de la insurrección, y que hace que Lacan tome el aporte marxista, co­ mo hará en «Radiofonía», sobre todo a p artir del estatuto dado al dis­ curso sobre la revolución. Lacan desplegará en tres textos el síntoma planteado de este modo: «Del sujeto por fin cuestionado», «Radiofonía» y la «Proposición del 9 de octubre sobre el psicoanalista de la Escuela», donde se sigue un hi­ lo sobre la relación del síntoma, el signo y el significante. Las pregun­ tas qtie se plantean en «Del sujeto...» se responden en «Radiofonía» o en la «Proposición...» y también al revés.

Gasto de goce La definición clásica del signo, planteada por la de la lógica búdica como: no hay humo sin fuego, sigue el mismo hilo. Por lo que sé, el desa­ rrollo clásico de la lógica búdica empieza con reflexiones sobre el fuego y el sacrificio que está enjuego. ¿A quién se dirige el fuego? ¿Cómo si­ tuarlo? A partir de aquí la lógica brahmánica, que reflexiona sobre la lo"güicaerón^deLsacrificio, sobre-la-reducción a-sus-elem entos^prfídujo,^. lado de la gramática que medita sobre el signo, una lógica de alto nivel. Lacan toma esta pregunta, separa el signo y el síntoma, y plantea que nuestro signo, lo que necesitamos para afirmar una presencia, tma existencia más allá del significante, es el síntoma. En este punto debe­ mos distinguir entre el registro de la interpretación y el registro de la presencia. En «Radiofonía», Lacan señala que, a diferencia del signo, que es una presencia, el síntoma solo se interpreta por el significante y responde a él, y en esta articulación reside su verdad. Pero como nos enseñó Jacques-Alain Miller, cuando se lee a Lacan y él dice: el síntoma conservaba hasta ese m om ento..., ¿a quién se dirige? Se dirige a sí mismo. Hasta entonces en la teoría de Lacan el síntoma representaba alguna irrupción de verdad. De hecho, por estar construi­ do de la misma madera que la verdad, materialistamente hablando, el síntoma es verdad, es lo que se instaura a partir de la cadena signifi­ cante. Como ven, vamos de la madera al fuego, de la materia ál signo que responde. No se trata de la madera con la que se hacen flautas si­ no de aquella con la que se hará el fuego. A partir de esta m ateria, la verdad y el síntoma son lo mismo. Pero ¿cómo articularlos? Retomemos el signo que es presencia de alguien.

¿De qué es presencia el síntoma? Encontramos un desarrollo extrema­ damente conciso y divertido en «Radiofonía», donde Lacan interroga el no hay humo sin fu eg o [pas de fiim ée scmsfeu], y aísla el pas defim iée, se­ gún un juego de palabras que a menudo utilizó, como el pas de sens [«paso de sentido» y «nada de sentido»] que es el pas [«paso» y partí­ cula negativa] como enlace, una suerte de shifter, y al mismo tiempo el negativo. Entonces, ¿de qué es signo el pas d efu m ée? ¿Del fumador? Él aclara, más bien, del productor de fuego, lo que será más materialista y dialéctico. Luego, una broma sobre la idea de que el Rimador (¡y bien sabe Dios que su estatuto es cuestionado en nuestras sociedades con­ temporáneas!) transporta en cierto sentido el síntoma y, consiguiente­ mente, precisa ser segregado. Todo esto solo conducirá al retorno del fumadero del siglo XIX. Pero aquí nuestro fumador se vuelve produc­ tor de fuego, es decir, arroja madera en la máquina para producir un signo de su goce. Entonces es mi saber que vuelve a un lugar donde hay otras cosas, otras materias, como la madera, que perm iten hacer signo del sujeto allí donde su goce está enju ego, porque esta es la ver­ dad que se inscribe en la falla del saber (falla escrita entre el verbo fa lloir [hacer falta] y la falla como entaille [hendidura]. El estatuto del sa­ ber es aquí el lugar de un retorno ético. En «Radiofonía», Lacan tiene una fórmula que nos m uestra cómo se unen este retom o ético y el goce, señalando que: Hace falta el goce fálico, la micción primitiva con la que el hombre, según el psicoanálisis, responde al fuego, para indicar que hay, Hora­ cio, en el cielo y sobre la tierra, otras materias para hacer un sujeto que los objetos que imagina tu conocimiento.

Luego, con los objetos de los que habla el psicoanálisis se tiene una materia que hace signo, hace síntoma de la posición de goce del suje­ to. Este saber solo se utiliza como materia para producir esta articula­ ción, este signo, y el goce al que contribuirá el sujeto quemando sus na­ ves, sus objetos, orinando, aportando todo lo que puede para abaste­ cer y responder al agujero profundo que introdujo el significante en el mundo. Entonces la estructura funciona, segtin Lacan, a expensas del goce, y esto es lo primario. Ya no se trata de lo primario para Hegel, de la división subjetiva, la división del alma bella entre existencia y esen­ cia, sino de una distinción entre aquello con lo que el sujeto hace sig­ no, y la necesidad cada vez más grande de plus de goce para que la máquina gire; el goce solo aparece aquí como agujero por colmar.

Este es el precio que debe pagarse para que sé ponga en marcha la máquina sintomática y, en adelante, se reinterrogue el estatuto que acordó Freud al síntoma en el malestar en la cultura, reinterpretado ahora como gasto de goce desde la perspectiva de un m arxism o... Una de las maneras de articular el saber con la verdad es en la falla donde este puede portar lo falso de ser. Tenemos un registro, que no es el de la ciencia, en el que lo falso está más cerca del imperativo ¡hace fa l­ ta!,19 donde el saber que en ese lugar se vuelve un imperativo de pro­ ducción es solo la marca de la verdad de la falla misma. Después de la lectura de Jacques-Alain Miller, que me aclaró estos párrafos, com ­ prendí que Lacan plantea en ese momento un .estatuto distinto del sín­ toma, entendí por qué hay un estatuto del saber definido en el registro de la ciencia o según el modelo del saber acumulado por esta, y, al m is­ mo tiempo, en una perspectiva completamente distinta, está el saber que aprendimos á reconocer a partir de la lengua y que solo se com ­ prende con el dispositivo analítico. En la falla, algo lleva al sujeto a producir este saber de la lengua que testimonia su división subjetiva, esta tensión entre el ideal y la existencia, entre este Otro y.eLOtro que no existe. Desde esta perspectiva, releeremos otro avatar de la lectura hege­ liana del síntoma en Lacan. Veremos entonces la manera en la que, en El seminario 17 y e n Aun, comenta un arréglense, ima suerte de relectu­ ra hegeliana del malestar aún más descentrado. Pero es algo que haré la próxima vez... (dirigiéndose a Jacques-Alain M iller), si te parece.

El extranjero J a c q u e s -A la in M il l e r : La disyunción entre el sentido y lo real m e orienta en la parte que me corresponde de este seminario. Esta disyun­ ción conduce a hacer d e l síntoma lo real que trata la experiencia analí­ tica, y esto plantea una dificultad con respecto a las exigencias .del dis­ curso científico porque no podemos no referir el síntoma freudiano al orden del sentido. Contravenimos entonces la disyunción entre el senfidcryloreal7~

19. Hay homofonía entre fmix (falso) y fmit, del verbo frtlloir (necesitar, hacer falta). [N. de la T.]

Esta dificultad se resume cuando Éric Laurent subraya en Lacan la proposición según la cual el síntoma solo responde al significante. El síntoma freudiano no se trata con la química, por ejemplo, ni con un comportamiento forzado impuesto al sujeto, sino en la medida en que responde al significante. Evidentemente, en esta fórmula misma hay un equívoco porque se define el significante por su diferencia con el significado. Podría parecer entonces que al tratar el síntoma por el sig­ nificante mío no se ocupa del sentido y procede conforme a la disyun­ ción del sentido y lo real. Es como si uno se adaptara a las exigencias del discurso científico. Y me parece que es posible seguir a Lacan más allá, hasta reconocer que el discurso del psicoanálisis está en infracción respecto del discurso de la ciencia, pese a todos los maquillajes que le prodiguemos. Este es el resumen de la orientación que sigo. Después de nuestro último encuentro, recibí - y creo que Éric Lau­ rent tam bién- un fax, entre otros, donde alguien se inquietaba porque mencioné el caso Dolly (del que se sigue hablando desde entonces) sin mencionar el problema de la inmigración, que la semana pasada estu­ vo en el centro del debate de la opinión pública y que hoy lo está un poco menos, porque la opinión pública es cambiante. ¿Por qué no mencioné el problema de la inmigración? Podría res­ ponder que ni Éric Laurent ni yo estamos obligados a mencionar todo lo que sacude en determinado momento a la opinión pública, pero, co­ mo sería una respuesta pobre, no la daré. Si no lo m encioné, fue sin du­ da porque esta cuestión es objeto de tal consenso en nuestro medio que me parecía inútil, redundante, hacerlo... Pero quizá confié demasiado en este medio. Me creía libre por haber refrendado el manifiesto de los docentes, profesores, que apareció a propósito del problema. Quizá no se incluyó mi firma, pero la envié de inmediato, y me creía liberado tanto más cuanto que no prodigo mi firma en los asuntos públicos. Pensando en síntomas sociales recientes, me alegró apoyar el movi­ miento homosexual en su reivindicación a escala europea de un reco­ nocimiento social del lazo homosexual, que me parece fundado en la teoría psicoanalítica (no tuve la oportunidad de desarrollarlo aquí pe­ ro pudimos hablar de ello con Éric Laurent en un seminario más res­ tringido sobre el inconsciente homosexual). Evidentemente, estoy -h ace falta que lo d ig a- del lado de los que desaprueban, impugnan la ca­ za al extranjero que se viene produciendo desde hace ya varios años con el pretexto de reprimir la inmigración llamada clandestina..., que hicimos clandestina, por supuesto. Me pareció algo evidente. Sin em­

bargo, no tomo a mal este recordatorio de la cuestión de la inmigración acoplado al de la clonación. Me da la oportunidad de subrayar que, si miramos con atención, la inmigración y la clonación son dos caras del mismo problema. Con respecto a la inmigración, ¿qué lugar se le da al extranjero? ¿Qué derechos se le reconocen? Y en esta misma línea: ¿qué derechos se atribuye uno respecto de los que estarían en su casa? ¿Cuá­ les son los derechos y los deberes de ima comunidad para con los que no pertenecen pero desean entrar en ella? ¿Qué es una comunidad? Esta es ima de las preguntas que em peza­ mos a abordar en este seminario por distintos caminos, ya que se vol­ vió completamente presente en este nuevo síntoma social que trata­ mos. Hay, en efecto, ima definición de la comunidad que pasa por la exclusión del Otro, es incluso su definición más sólida, aunque a veces sea invisible en sus consecuencias. En realidad, toda comunidad se de­ fine por su exclusión del Otro, incluso las comunidades más ecuméni­ cas, más democráticas. Lacan lo subrayó en la definición m isma de la democracia, levantó el velo para mostrarla como la democracia de los amos, en cuyo origen mismo está la exclusión de los esclavos.-Y esta fatalidad se repite hasta ser evidente cuando se nos reafirma nuestro .derecho a permanecer entre nosotros, a menos que se le haya dado permiso al Otro.

La clonación La clonación es la misma cuestión, pero vista ya no del lado del Otro sino de lado de lo mismo. Lo que inquieta en la clonación, pese a todas las denegaciones... No es algo nuevo, no produce nada; o incluso: Es confuso conceptualmente... ¡Importa un comino que sea conceptualmen­ te confuso! ¡Explíquenselo a Dolly! Ella dirá: ¡Beeee! Desde este punto de vista, lo real se burla del sentido. Lo inquietante de la clonación es que se anuncia la exclusión del Otro y se instala en el horizonte la re­ producción de lo mismo. En este caso, la clonación del mamífero adul­ to permite considerar para las especies animales -d on d e estam os no­ sotros- un más allá de la reproducción sexuadaTy consiguientemente un retorno a la reproducción propiamente bacteriana, no sexuada. ¡La bacteria es el futuro de la humanidad! La especie hum ana está intro­ duciendo de manera sensacional la reproducción no sexuada en el rei­ no animal y volviendo evidente la disyunción entre la sexualidad y la

reproducción, cosa que sabemos, por otra parte, por la experiencia analítica. Sin embargo, ver que se produce en lo real nos causa a todos cierta impresión. De hecho, desde hace mucho tiempo se clonan células, se sabe có­ mo reproducir células como bacterias en forma asexuada. Pero según señaló cierto número de científicos, hasta ahora no se sabía reconstituir un organismo entero, cosa que ya se hacía con las plantas y, si no re­ cuerdo mal, con las ranas. En los años cincuenta, se habló mucho del tema: si se atrapaban a tiempo (hasta los dos meses y medio o algo así, era un límite m uy preciso) las células de los embriones de las ranas, se lograba clonar estos animales. La condición era que las células no se hubieran diferenciado todavía, que no hubieran dado nacimiento a te­ jidos celulares diferenciados según las distintas partes del organismo. Además, se creía que si se tomaban células del músculo, se podían clo­ nar células del músculo, pero no del hígado; una célula muscular no daba nunca una célula hepática. Se pensaba que solo las células em ­ brionarias y m uy recientes poseían aún el carácter de indiferenciación que permitiría engendrar cualquier tejido biológico. Resulta entonces sensacional y auspicioso, más allá de lo que apa­ rece como un límite natural intangible, que para Dolly se haya toma­ do una célula mamaria, que, según lo que se pensaba inscripto en lo real, solo podía dar células mamarias. En este caso, el acontecimiento científico es la pérdida de la diferenciación de la célula del organismo adulto, hecho que me contento con referir (no lo verifiqué y probable­ m ente no lo verifique), pero que debe ser comprobado por otras expe­ riencias del mismo tipo. Después de todo, podría tratarse de tma bro­ ma escocesa. Asimismo haría falta comprobar cuidadosamente que no se trate de tma propiedad específica de las céltúas mamarias del cam e­ ro, en cuyo caso las consecuencias serían de todos modos limitadas. Pero todo hace pensar, sin garantía, que no es esto lo que ocurre. En ese caso, con respecto al carnero y otras especies animales como la nuestra (el tema nos remite a nuestra animalidad, ¡terror de los es­ piritualistas!), se podrán fabricar gemelos a discreción, esto es, criatu­ ras con un código genético idéntico al de tma original. Se trata de tm paso m ás en la industrialización de especies animales que está en mar­ cha desde hace bastante tiempo. En realidad, lo que se sabía desde ha­ ce m ucho, aunque solo fuera por tma jardinería inteligente, a propósi­ to de las especies vegetales, se extiende hoy a las especies animales. Se puede ejercer la voluntad del sujeto en el orden natural y producir, se-

leccionar entre las especies animales los tipos supuestamente aprove­ chables para la especie humana. Por eso, como se percibe bien que esto cambiará algo en la repro­ ducción humana, surge una vacilación que hizo que después del pre­ sidente Clinton el presidente Chirac apelara al comité de ética. El lla­ mado al comité de ética señala siempre que se toca lo real de una m a­ nera que inquieta. Luego, se recuerda del lado norteamericano que el ser hum ano es­ tá completamente aparte, que tocar su reproducción plantea cuestio­ nes no solo científicas sino propiamente morales y espirituales. Justa­ mente, se pone a prueba este aspecto aparte de la especie humana. Pe­ ro no olvidemos a los optimistas (The Economist, Business Week) que ya profetizan que se ganará dinero con esto, que el siglo XXI será tecnobiológico y que tienen el cinismo de sostener que nada detendrá, si me permiten, la avidez del businessman ante este nuevo recurso. Mi simpa­ tía intelectual iría en este sentido: creo que en este caso los cínicos di­ cen la verdad. Resultaría, pues, muy simpático por"otra parte que una pareja en la que el marido es estéril y que hasta ahora debía remitirse a im a célula espermática-pueda-obtener-un-retoño, por ejemplo,-a partirrie_ima cé-__ lula sanguínea, que es ima de las consecuencias posibles de este des­ cubrimiento. Y además la pareja homosexual, sobre la que se discutía hace poco la cuestión de la reproducción... Habrá que dejarlos tener ni­ ños. Piensen en una pareja de lesbianas: ¿cómo pueden reproducirse hoy? Pueden hacerlo simbólicamente por la adopción, por la insem i­ nación artificial de una de ellas (esto es, incluyendo en el juego un ter­ cero, anónimo, masculino), y ahora hay una tercera solución, que con­ siste en clonar a una de las dos. ¿Y en nombre de qué dirán que están de acuerdo con la primera o con la segunda solución pero no con la ter­ cera? La cuestión del lazo homosexual al final se cruzará con la de la clonación, y ya hay un lobby listo para ponerse en movimiento y recla­ mar que se experimente con la reproducción humana no sexuada. Después, evidentemente, las derivaciones m al dominadas de la duplicación ocupan los diarios. N o s preocupa el narcisismo de la especie humana y que haya quienes se aman tanto que estarían dispuestos a gastar fortunas para hacerse una copia, cosa que solo se imputa a m i­ llonarios locos simplemente porque'son quienes tendrían los medios. Sin embargo, es algo que se relaciona con ese conocido rasgo de narci­ sismo propio del sujeto.

También se cree que se podrían duplicar algunos genios del pasa­ do. Leí que bastaría hallar mi viejo hueso o sangre seca para contar en­ tre nosotros con dobles de Newton, Einstein, Freud. No sé si saben que ya existen en los Estados Unidos bancos de esperma de Premio No­ bel... En efecto, creo recordar que hay algunos Premio Nobel nortea­ mericanos muy a favor de la eugenesia, que piensan que ima humani­ dad capaz de duplicarlos sería ciertamente mejor que la actual. Si no recuerdo mal, ya que no tuve tiempo de verificarlo, es el caso de William Shockley, de ribetes fascistas, inventor del transistor, quien por el premio que se le dio conservó su esperma para que en un futuro sur­ jan de su sustancia otros inventores de gran mérito. En este sentido, nada impediría pensar que si por ejemplo aman (tomemos el lado m asculino) a una mujer y la cosa funciona, podrán tener la m isma más joven. M e detengo aquí ya que es evidente que se puede seguir im aginando, soñando despierto. El asunto tiene un cos­ tado indiscutiblem ente cómico debido sin duda a la inutilidad ridicu­ la a la que queda reducido el falo, que parece una suerte de apéndice excedente del que es perfectamente posible prescindir en la reproduc­ ción humana. La disyunción en lo real entre la sexualidad y la repro­ ducción animal refleja y evidencia aún más la ausencia de la pulsión reproductiva en el inconsciente.

Ficcionalism o Dolly m uestra profundamente que la ciencia, incluso m al conceptualizada, no es contem plación, sino una práctica que interviene en lo real y no siem pre con el aparato conceptual del que se rodea. Dolly nos indica qué valor debe darse a la fórmula del saber en lo real, que no in­ vita a una sim ple lectura -q u e sería solo una nueva forma de la con­ tem plación-, sino que permite intervenir, tocar lo real y ¡deformarlo!, como se ve en la producción de lo que es preciso llamar un monstruo. Dolly es un monstruo. Si se tiene enfrente a Dolly, resulta difícil no señalar la inadecuación de la distinción kantiana entre el fenómeno y el noúmeno. Kant distin­ guía el fenómeno como lo que está representado para el sujeto y dejaba fuera de toda representación, forcluido de todo acceso, el noúmeno. Nos condenaba de este modo a relacionamos solamente con el fenómeno. Respecto del noúmeno, todo lo que se sabía era que no se podía saber

nada. El noúmeno es una suerte de presentimiento de lo real lacaniano, como indicó al pasar Lacan por lo menos una vez, salvo que accedemos a él para transformarlo, para producir tanto monstruos como gadgets. Se entiende ahora más claramente lo inadecuado de la disyunción de John Searle entre la realidad social y el mundo real, que supone -e s su versión del realism o- que el mundo real se burla de lo que podemos decir de él. Esta concepción elimina en definitiva el saber en lo real y su incidencia. Su error es pensar que el saber no es más que una des­ cripción - y descripciones puede haber m uchas-, un asunto de socie­ dad, de realidad social, de quién está de acuerdo al respecto. Esta perspectiva tiene su valor, pero ignora que el saber permite ope­ rar sobre lo real, y que lo real no se burla tanto porque debe dar lugar a producciones completamente inéditas causadas justamente por nuestra descripción. Tanto Searle como sus adversarios no realistas intuyen que el saber solo es semblante/ como se ve en todas sus variaciones y en la dependencia de su elaboración respecto de las comunidades. Por otra parte, es lo que subraya en el título de su libro la palabra construcción, que da a entender que lo real no está constando. Pues bien, Ib real está cada vez más construido, esto es, cada vez más modificado y deshecho. Como^creo^haber-indicadorla-palabra-eonsíracezoH-floreee-eomo-unsíntoma social en todas las producciones recientes de epistemólogos e historiadores, que destacan el carácter de semblante del saber y las prácticas sociales. No sé si mencioné la obra de Steven Shapin, epistemólogo de gran mérito, que produjo el año pasado un texto llamado A Social History o f Tnith [Una historia social de la verdad], que está en consonancia con el título de Searle, La construcción de la realidad social. Se trata de un espe­ cialista de la ciencia experimental del siglo XVH que escribió anterior­ mente una obra importante, detallada, que mostraba el nacimiento de la Royal Society en Inglaterra. Shapin subraya justam ente el carácter relativo a una comunidad de la verdad de la experiencia científica y la ciencia experimental. Para resumir su tesis, explica que la ciencia solo podía surgir en un ambiente de caballeros, que todos los primeros científicos experimentales eran caballeros, es decir que confiaban en que unos y otros dirían la verdad y no retocarían sus resultados. Sabemos que hoy la ciencia ya no se hace entre caballeros y que pe­ riódicamente hay sospechas sobre la'veracidad de resultados experi­ mentales. A posteriori esto da a su tesis un valor. Vemos que radicali­ zando este acercamiento, se obtiene el escepticismo filosófico contem ­

poráneo, que ilustra en particular alguien que ya mencioné, Nelson Goodman, quien profesa que no hay real propiamente dicho, sino so­ lo formas de hablar de él, y que hace pues la ecuación zoorlds (mundos) y words (palabras). Los m undos son palabras. Esto es lo que hay que inscribir como síntoma social, como propuse, por lo menos en el regis­ tro del ficcionalismo contemporáneo, y que nos da ya el realismo resi­ dual de Searle, ya el irrealismo escéptico, al igual que lo que se suele llamar en los Estados Unidos el relativismo. ¿Y el psicoanálisis? El psicoanálisis nació en el terreno del cientifi­ cismo, que hoy se define como la creencia de que todas las descripcio­ nes de lo real no son equivalentes y que hay para cada región ontológica, para cada dominio del ser, ima descripción que es la buena. En re­ lación con Freud, Lacan introdujo en el psicoanálisis lo que yo llam a­ ba el ficcionalismo. Debe admitirse que desde que el Otro al que uno se remite, al que se destinan las formaciones del inconsciente -d esd e el lapsus hasta el síntom a- hace variar con su acogida lo que se le dirige, ya no hay una verdad. Cuando Lacan observa que la verdad tiene es­ tructura de ficción, ofrece la clave de este ficcionalismo generalizado, que es sin duda un síntoma social que da lugar a ciertas insurrecciones científicas que se niegan a aceptarlo. Piensen por otra parte que, como resultado, hoy Lacan se introdu­ ce en los Estados Unidos por la narratología, se reduce el psicoanálisis a una narratología. De modo que un psicoanálisis es contar su historia, y después narrarla de manera diferente durante la experiencia. Esta idea surgió al final de los setenta y gustó mucho primero en los depar­ tamentos de Letras, las universidades de Letras, y luego se implantó entre los mismos psicoanalistas: ¡Ah, por fin u m clave para el psicoanáli­ sis: se cuentan historias! Adm itieron por esta vía el a posteriori freudolacaniano: uno resignifica su historia. ¿Y de dónde proviene el alivio de esta solución? Ocurre que a partir del psicoanálisis inscripto en el ficcionalismo (¡alivio!), ya no hay real. Y aquí precisamente cobra sentido la orientación lacaniana como orientación hacia lo real. Lacan ubica toda su última enseñanza bajo este signo justam ente para contrarrestar este enorme ficcionalismo -q u e presintió, porque no estaba del todo desarrollado en su épocadonde se precipitan todas las teorías del saber contemporáneas. Pero ¿de qué real se trata? La dificultad para el psicoanálisis reside en que la ciencia (creo poder decir las cosas así) se instituyó separan­ do el sentido de lo real, y de este modo encontró como su Otro la reli­

gión. Y es que la creencia en la providencia, como subrayé la última vez, supone que hay sentido en lo real, hay ima finalidad semántica del mundo. El paso del discurso de la ciencia consistió en colocar en el lugar del sentido, el saber en lo real, un saber que no era mensaje. Y hay ima fórmula que Lacan recuerda regularmente como la fórmula de la gravedad: el saber no es un mensaje, no quiere decir nada a nadie. En este sentido, un saber en el discurso de la ciencia es simplemente lo que no cesa de escribirse en lo real, lo que se opone al querer decir. De allí la importancia predominante en la física contemporánea de la no­ ción de constante, que encarna lo que no se cesa de encontrar, se tome por donde se tom e, el fenómeno. Se buscan las constantes, esto es, lo que no cesa de escribirse. La dificultad del psicoanálisis reside en que, aunque com parta al­ go con la ciencia, im plica una infracción a la disyunción entre el sen­ tido y lo real, no puede eliminar de su práctica misma la suposición de que hay sentido en lo real. Pero ¿es posible? ¿El psicoanálisis m is­ mo es posible? Conviene conservar este "muy buen final para la semana que v ien e... -5 de mavzo-de .1992-

XII El lenguaje y lo real

J a c q u e s -A l a in M il l e r : Antes de pasarle la palabra a Éric Laurent, terminaré el movimiento que esbocé la última vez e interrumpí en un cierre significativo. Tal como la presenté la semana pasada, la ciencia (que entiendo de acuerdo con la concepción de Lacan, quien se apoya en Koyré para nombrar la ciencia matémática de la naturaleza, tal como se impuso a partir de Galileo y se planteó con Newton) sustituye el sentido por el saber, lo que se escribe como metáfora de este modo:

saber sentido

Se trata, hablando con propiedad, de la metáfora científica, cuyo efecto en la significación es el silencio, ese que Pascal concebía como una fuerza aterradora: «El silencio eterno de estos espacios infinitos m e horroriza». Ahora bien, como destacó Paul Valéry en su «Variación sobre un pensamiento», que hace tiempo comenté en mi curso, este silencio no es tan eterno, sino que está fechado: depende de la emergencia histó­ rica del discurso de la ciencia, depende de Copérnico, Kepler y Gali­ leo. En efecto, como recuerda muy juiciosam ente Valéry, para Pitágoras las matemáticas de ninguna manera hacían callar los cielos. Al contrario, los hacían cantar en tm concierto armonioso, un acorde sua­ ve y sublime. «Por lo que hace a los judíos, no hay cielos, para ellos,

cuya elocuencia no celebren.» Esto es lo que el mismo Jehová dice a Job: «Las estrellas de la mañana prorrumpían en cantos de alegría». En otras palabras, la naturaleza, sobre todo la naturaleza celeste, el universo, hablaba. Dejemos de lado el alecto de horror que criticó Valéry según la perspectiva de los cánones de su estética. Como para él el bien decir excluía la fuerza de la emoción en el escritor, sospechaba de la auten­ ticidad del afecto que Pascal intenta comunicarnos y solo veía en él un efecto propiamente literario. Dejemos, pues, de lado el afecto de horror y su eventual carácter literario para conservar el silencio, que no es allí un efecto literario, sino, hablando con propiedad, científico. Se trata del silencio que impone al sentido, al canto del sentido, el saber de la cien­ cia, que no canta, no habla, está mudo y se escribe. Como sabemos, la lengua posee el equívoco. En fin, aunque se grite, solo se escribe20 co­ mo silencio. De este modo definí la última vez lo que Lacan designa como el saber en lo real, que sería lo propio de lo que elabora el discur­ so científico: un saber que no cesa de escribirse, esto es, que no habla. Este saber no cesa de escribirse en silencio, se escribe en fórmulas que no qiúeren decir nada, no son mensajes, no son del registro de la comunicación, sino que imponen una variable perpetua, constante, calculable e inapelable. Para lo que elabora el discurso de la ciencia co­ mo saber en lo real no hay tribunal de apelaciones, tampoco de casa­ ción, no hay nadie para convencer ni disuadir; hay un es así, guste o no. Si el psicoanálisis comparte cosas con la ciencia, como se sostiene a partir de Fretid, resulta ineludible la cuestión del saber en lo real con la que trataría como disciplina.

La interpretación Pero empecemos por preguntarnos qué comparten el psicoanálisis y la ciencia. En primer lugar, tienen en común la asociación libre. El psicoanálisis suscita y acoge un material que se presenta com o aleatorio, producido al azar, contingente, y lo teoriza en su reflexión con le­ yes que pueden ponerse en fórmulas, pero en fórmulas propias dé cá-

20. Juego de palabras: en francés s'écrie (se grite) es homófono de s'écrit (se escribe). [N .delaT.]

da sujeto, puesto que nuestra práctica aborda la especie humana como hablante según el uno por uno. Para caracterizar su operación respec­ to del discurso de la ciencia, se reconoce que parte de la palabra -y en esta perspectiva, digamos como hipótesis-, de un real que habla, al que apunta a reducir al sinsentido de una fórmula, lo que solemos lla­ mar en nuestra jerga un materna. De este modo, la operación analítica cumple repitiéndola la m etá­ fora científica; es decir que uno por mío, y partiendo de una palabra que se desarrolla en forma de asociación libre, reduce el sentido al sa­ ber, esto es, al sinsentido de una fórmula que puede escribirse. Toda tma parte de la elaboración lacaniana del psicoanálisis se inscribe en esta línea. Sin embargo, en la ciencia el sentido está completa y radical­ mente separado del saber, y esto explica que la emergencia del discur­ so científico se haya topado con la objeción de la religión, que las au­ toridades religiosas hayan protestado con vehemencia en todas partes contra su instauración. Se llegaron a utilizar incluso los medios más violentos del poder, hasta que se aprendió, a la fuerza, a dar lugar al discurso científico de manera pacífica, a cohabitar con él y constituir en relación con sus avances tm comité de ética extremadamente pode­ roso que sin embargo admite esta fuerza en desarrollo. En cambio, no es tan sencillo afirmar que en el psicoanálisis el sen­ tido está radicalmente separado del saber. Resulta m ucho más dudo­ so, como demuestra precisamente la interpretación, que sostiene la operación analítica. Por donde se la tome, la interpretación se liga en parte al sentido. Por eso, Lacan al comienzo de su enseñanza, y que­ riendo hacer surgir el psicoanálisis como ciencia, cifraba sus esperan­ zas en la elaboración de tma ciencia del sentido. Él inscribía gustoso el psicoanálisis en la clase de las artes liberales, como se las llamaba en la Edad M edia, precisamente por su falta de formalización, y se prome­ tía cientifizarlo por la formalización científica de dichas artes. Pero a pesar del sueño de tma ciencia del sentido -q u e los progre­ sos de la lingüística estructural que Lacan desarrolló en «La instancia de la letra...» hacían nacer-, a pesar de la ilusión de una ciencia que habría podido aislar las fórmulas escritas, los maternas de la metáfora y la m etonimia para explicar la producción de sentido, pese a ese an­ helo, que no se puede desconocer, el psicoanálisis introdujo la nove­ dad de que, si este es algo distinto que tm sueño, tma ilusión, una im ­ postura, hay real anudado al sentido. Sin duda no es posible eliminar del psicoanálisis que hay sentido en lo real. De no ser así, no podría es­

perarse de la interpretación que modifique lo que para un sujeto vale como real, a saber, el síntoma. El psicoanálisis descubre que hay sentido en el síntoma como lo hay en el sueño -lo que desde siempre se supo-, el lapsus, el chiste, el acto fallido. Pero nuestra práctica no apunta a modificar el sueño, el lapsus, el chiste o el acto fallido, sino el síntoma. No se acude al analista para soñar de otro m od o..., a menos que se tengan pesadillas recurrentes... Pero precisamente entonces la pesadilla repetida vale como síntoma, implica, como recordaba hace.poco, el etcétera del síntoma. El psicoanálisis apunta a modificar esencialmente el síntoma y lo hace mediante la interpretación. Por eso se intenta saber si este es real o no. ¿El síntoma es lo real en el psicoanálisis? Dado que el síntoma es interpretable, ¿es real? Porque si es interpretable y real, esto significa que hay sentido en lo real, infringiendo lo que instaura el discurso de la ciencia.

Retórica .. La simple práctica d é l a interpretación acentúa, intensifica, vuelve acuciante saber en qué medida el lenguaje puede tocar lo real. Y hoy se puede decir retrospectivam ente que la relación del lenguaje con lo real es el tem a del pensam iento del siglo XX. Se supone que la promoción científica del saber en lo real puso necesariam ente en tela de juicio el lenguaje en su relación con lo real. Este movim iento se lla­ mó el linguistic turn, el giro lingüístico de la filosofía, qtte consiste exactamente en interrogar el lenguaje en dicha relación. La expresión linguistic turn, que surgió en la filosofía anglosajona, abraza el siglo, a veces incluye la m editación de H eidegger e instala el psicoanálisis en el centro de esta pregunta, aunque no lo sepan estos filósofos. El giro lingüístico, que caracteriza el movim iento propio de la reflexión filosófica en el siglo XX, es el efecto del discurso de la ciencia, porque hasta entonces se interrogaba el lenguaje pero en su relación con la verdad. Para tomar un ejemplo accesible al público que ustedes^coñsfitu1 yen, piensen que Lacan dio lugar en su primer seminario a una lectu­ ra de san Agustín respecto del lengtíaje. Retomen el texto y verán que es una interrogación del lenguaje en cuanto a su relación con la verdad y no en cuanto a lo real.

Lacan señala que cada vez que hablamos decimos la cosa a través del significado, lo que supone sin duda un señuelo que es estructural en el lenguaje humano. En lugar de interrogar el uso referencial del lenguaje, destaca la dialéctica de la verdad que implica la palabra. Respecto de la verdad el significante aparece en falta, los signos se definen recíprocamente y de este modo no aprendemos nada: o sabe­ mos la verdad o no la sabemos y no son los signos los que nos la ense­ ñarán. El privilegio acordado a la verdad introduce términos como el error, la equivocación, la ambigüedad. En definitiva, esta dialéctica de la verdad remite a la retórica. Antes de instaurarse el discurso de la ciencia, se interrogaba el lenguaje a partir de la retórica, a partir del modo eminentemente variable según el cual lo verdadero se impone, persuade al Otro, lo que supone un orden completamente distinto del de lo real. Y si hoy vuelve con fuerza la retórica en la consideración in­ telectual, filosófica y literaria, es porque lo real vacila. Y es que, según la esencia de la retórica, simplemente, todo asunto tiene por lo menos dos caras, como destaca la práctica judicial: todos tenemos.derecho a un abogado. Para poner el asunto en fórmulas y concluir, no se confía en el matemático. Para los asuntos de poca im ­ portancia uno se confía en los consejeros, en el hombre prudente, ex­ perimentado, que evalúa la cuestión. Pero parece esencial cuando se trata de condenar, castigar y comprobar un hecho, poder escuchar los pros y los contras, que se establecen sobre la convicción de que siem ­ pre se puede ver de un lado y del otro lo que es. Como señala Quintiliano, la referencia mayor en la historia de la re­ tórica, siempre es posible hablar in utramque parte, de un lado y.del otro. Esta es la esencia de la retórica, y lo que instala en este registro lo verdadero, separado de lo real. De hecho, Cicerón, en su De oratore, que fue la biblia del hum anismo, define al orador precisamente como aquel que es capaz de hablar in utramque parte. Sobre la virtud, el de­ ber, la justicia, el bien, la dignidad, el honor, la ignominia, la recom­ pensa, el castigo y demás, se puede decir -lo sim plifico- todo y todo lo contrario. Este fue durante siglos el uso mayor, sublime, del lenguaje. Por eso, inspirado por una lógica que evitaríamos aplicar a nuestros asuntos humanos, Zenón quedó en la Historia de Plutarco como el que profi­ rió ese principio totalitario en el orden político pero que es de la más pura inspiración científica: nunca hay que escuchar al segundo orador. O bien el primero logró demostrar el asunto o bien no logró demos­

trarlo. Si el primero fuera verdaderamente demostrativo, nunca habría necesidad de escuchar el otro pimto de vista. No lo digo por Éric Lau­ rent... porque, precisamente, nosotros tomamos distintos aspectos del tema, nosotros no defendemos los pros y los contras, sino los pros de dos maneras distintas. Hasta la emergencia del discurso de la ciencia, la referencia esen­ cial, eminente, del uso del lenguaje fue el juicio de un jurado. Y respec­ to del jurado, finalmente, siempre hay dos lados, como vemos incluso en el psicoanálisis, donde Lacan preveía para el procedimiento del pa­ se -q u e concluye ante un jurado que dice sí o n o - dos pasadores. En esta dualidad de pasadores que pensaba integrar en el jurado hay un eco del principio fundamenta] de la retórica; a saber, que el punto de vista cuenta. Y si después de todo el ñn del análisis fuera susceptible de una demostración matemática, no se entiende por qué se pasaría por esta dualidad; simplemente se esperaría que se haga el cálculo. También el término jurado, que Lacan utilizaba, tiene sus resonancias retóricas. Pero, en fin, la retórica se caracteriza en este sentido por burlárse de lo real e incluso eliminarlo. Qcupa su-lugar la convicción pro-., ducida en un auditorio. La retórica elimina lo real, ya que siempre supuso que el lenguaje prevalece sobre este, e incluso que lo real no existe o existe tan poco que es como si no existiera. Por eso, aunque tenga ima técnica, la retó­ rica no es una ciencia sino un arte de semblantes, del lenguaje, y es la disciplina m ayor del humanismo, que enseña la técnica de hacerse es­ cuchar, de hacer vibrar la opinión común, la doxa, a través del bien de­ cir. Por eso era anatema en Platón, quien solo veía en ella una manio­ bra operada desde el no saber. Aristóteles, en cambio, que consideraba la doxa, nos dejó el tratado fundamental de la retórica, que recorre to­ da la historia de las letras occidentales.

La referencia En este contexto, la interpretación analítica tal como la renueva La­ can en su retorno a FreüdTyen su. esfuerzo por hacer del psicoanálisis una ciencia, es una operación retórica. Lacan le devolvió su resonancia en el sujeto. Les recuerdo además que el término resonancia está en el centro del tercer capítulo de su informe de Roma, dedicado justam en­ te a esta renovación de la interpretación. Se tratará así de saber si el su­

puesto poder de la interpretación analítica anula lo real, lo reduce a lo verdadero, que persuade al sujeto, en el caso de renunciar al síntoma. Lo que se llama hoy en la filosofía anglosajona relativismo no es na­ da más ni nada menos que un retomo de la retórica. Y si esto inquieta a esta filosofía, si le produce escalofríos, es porque se trata de mi retor­ no de la retórica en la lógica misma. El buen Nelson Goodman, lógico impecable, que plantea que las palabras son mundos (zuords are worlds), reintroduce el punto de vista retórico en el corazón mismo de la elabo­ ración de la lógica matemática. Sin duda es completamente paradójico vivir a fines del siglo XX este fuerte retorno de la retórica en el corazón de la lógica, cuando estas abordan lo real de manera distinta y se opo­ nen desde la emergencia del discurso científico. Y es que no solo las au­ toridades religiosas se encolerizaron contra el discurso de la ciencia, también se manifestaron los humanistas, en nombre de la retórica, y contra el silencio que este saber en lo real supuestamente imponía. En su obra sobre las paradojas lógicas de los estoicos, Plutarco men­ ciona a Zenón. Desde los estoicos, la lógica apuntaba a un uso del len­ guaje distinto del retórico, apuntaba a hacer salir del lenguaje lo real, algo que no se pudiera negar, que no dependiera de cómo se lo refirie­ ra. Pretendía de entrada imponer un saber que no cesara de escribirse, sea cual fuere la charla, sea cual fuere la manera en la que se conside­ rase al auditorio. Si se oponen lógica y retórica, se percibe claramente que la prime­ ra apuntaba a lo real, lo que obliga a sofisticar el uso que Lacan hace del bien decir que consagra el éxito de la operación analítica. Ocurre que el bien decir es una definición retórica del fin del análisis. Siempre se opuso al uso retórico del lenguaje como arte de los sem­ blantes el uso lógico en cuanto ciencia de lo real. El tema del siglo XX fue lo real, en la medida en que el discurso de la ciencia se apoderó del lenguaje, se lo arrebató a la retórica, y comen­ zó a medirlo no con lo verdadero sino con lo real. Desde el comienzo del siglo, y como un vástago de la empresa de Frege, se anuncia la fa­ mosa teoría de las descripciones definidas de Bertrand Russell (1905), que conciernen al nombre propio y evalúan en qué medida este se re­ fiere o no a lo que es real. La reflexión filosófica que procede de esta tradición tiene en su cen­ tro la teoría de la referencia: ¿en qué medida el lenguaje puede tocar lo real? ¿Cómo se anudan el lenguaje y lo real cuando el primero es po­ tencia de semblante, tiene el poder de hacer existir ficciones? De allí la

idea de que quizás el lenguaje esté enfermo, precisamente, de la retó­ rica que contiene en potencia, y que habría que curarlo con una tera­ péutica apropiada para que se ajuste a lo real. W ittgenstein y sus here­ deros ambicionan realizar una terapéutica del lenguaje, y llegan a con­ siderar la filosofía misma como una enfermedad que testimonia la in­ fección que transporta el lenguaje como potencia ficcional. No se trata de resolver las preguntas filosóficas, sino de mostrar que estas no se plantean si uno se cura del lenguaje, si se lo fuerza a obedecer lo real. Lacan se vio llevado entonces a pasar del Nombre del Padre al pa­ dre del nombre, lo que no supone tma retórica vana. La nominación, dar nombre a las cosas -q u e es el sesgo por el cual Frege y Russell em ­ prendieron su cuestionamiento del lenguaje com ún-, no es la comuni­ cación, la conversación. La nominación es el problema de saber cómo la conversación puede anudarse a algo real. En nuestro propio vocabtúario, la función del padre permite dar tm nombre a las cosas, es decir, pasar de lo simbólico a lo real. Como seña­ ló tma vez Lacan y Éric Laurent lo subrayó, lo volvió de uso habitual, se puede prescindir del Nombre del Padre con la condición de servirse de él. Prescindir significa que el Nombre del Padre, derivado del concepto del Edipo, no es real, sino semblante, relativo. En efecto, se hace pasar por lo real, pero no es del orden de lo que no cesa de escribirse.

La contingencia Por eso, en el lugar del Nombre del Padre Lacan promovió el sínto­ ma como lo que en la dimensión propia del psicoanálisis no cesa de es­ cribirse, como el equivalente en el psicoanálisis de un saber en lo real. Y cuando encontramos el Nombre del Padre, es solo como una especie de síntoma. ¿El síntoma es tma ley? Si lo es, se trata de tma ley particular de tm sujeto. ¿En qué condiciones es pensable que haya síntoma para un su­ jeto? Si fuera un real, sería tm real muy particular, puesto que valdría para uno, no para el otro; sería lo real uno por uno. Consiguientemente, se pone en tela de juicio lo real para la especie humana. Si para ca­ da ser hablante hay tm síntoma, es porque a nivel de la especie que ha­ bla no está inscripto en lo real un sáber que concierne a la sexualidad. En este nivel no hay lo qué llamamos instinto, que conduce de m a­ nera invariable y típica en una especie hacia el partenaire. No pueden te­

ner lugar el deseo, porque es ima pregunta, es la perplejidad sobre la pregunta, ni la pulsión, que no da ninguna seguridad sobre este Otro en lo sexual. En otras palabras, en su referencia a la ciencia, la existencia del síntoma nos obliga a modificar nuestro concepto del saber en lo real. Si hay síntoma, no hay saber en lo real en lo que concierne a la se­ xualidad. Si hay síntoma como lo que no cesa de escribirse para un su­ jeto a diferencia de otros, correlativamente, hay un saber que no cesa de no escribirse. Este saber es especial y se distingue del saber en lo real en tanto que no cesa de escribirse. Si hay síntoma, debe de haber para la especie humana un saber que no cese de no escribirse, según intenta demostrar Lacan en la experiencia analítica. Si hay síntoma, no hay relación sexual, hay no relación sexual, es to es, una ausencia de sa­ ber en lo real en lo que hace a la sexualidad. Y es muy difícil demostrar, no el saber, sino ima ausencia de saber en lo real. ¿Qué nos sitúa en la experiencia analítica ante esta ausencia? Por el psicoanálisis, tenemos la experiencia de la función determinan­ te en cada caso, de un encuentro, ima suerte, un azar, cierto no estaba escrito. Es lo que encontramos regularmente en la experiencia analítica, y fue necesario que Lacan lo destacara para que se volviera evidente. Por ejemplo, esto se pone de manifiesto con ima pureza especial en el relato que un sujeto puede hacer de la génesis de su homosexuali­ dad a partir de un mal encuentro al que después atribuye su orienta­ ción sexual. Pero también percibimos en los casos de homosexualidad ciertas palabras que decidirán para un sujeto investiduras fundamen­ tales, que luego condicionarán el modo en el que se relacionará con la sexualidad. Y después, siempre, en todos los casos, el goce sexual se presenta en forma de trauma, precisamente, como no preparado por un saber, como no armónico respecto de lo que ya estaba allí. En otras palabras, la constancia propia en la experiencia analítica es la contingencia. Vemos como ima constancia esta variabilidad misma que indica que no hay en este sentido im saber preinscripto en lo real, y esta contingencia decide el modo de goce del sujeto. De esta manera, cuando se trata de la sexualidad y del goce, se m a­ nifiesta la ausencia de saber en lo real, se evidencia cierto no está escri­ to. Por eso lo que funciona como real de referencia no es im no cesa de escribirse, sino un no cesa de no escribirse, esto es, exactamente, la rela­ ción sexual como imposible. Entonces Lacan se preguntó, de un modo que me atrevo a llamar torturado, en qué medida es demostrable (recuerden que el real del

que se trata aquí es completamente distinto del de la ciencia) una au­ sencia de saber. Él se mantiene de buena gana alejado del térm ino de­ mostración, y por eso señala que la experiencia analítica confirm a, tes­ timonia un real, como si en nuestro campo la contingencia regular que encontramos en todos los casos corroborara lo imposible. De alguna manera es una demostración de lo imposible por la contingencia. Escribiré entonces -y por hoy terminaré en este pu n to- este triángu­ lo: a la izquierda, lo imposible, el no cesa de no escribirse, que es lo propio de la no relación sexual (que se abrevia NRS); a la derecha, lo necesario para cada uno, el no cesa de escribirse del síntoma (y si constatamos el sín­ toma en cada caso, este nos remite al NRS); y abajo lo contingente del ce­ sa de no escribirse, que aparece en dos formas esenciales, el encuentro con el goce y el encuentro con el Otro, que abreviamos con el término amor. necesario no cesa de escribirse

imposible no cesa de no escribirse NRS

£

contingente cesa de no escribirse -encuentro con el goce -amor

Desde esta perspectiva, el amor significa que la relación con el Otro, en este contexto, no se establece por instinto, no es directa/ sino que siempre está mediada por el síntoma. Por eso Lacan definía el amor co­ mo el encuentro en el partenaire de los síntomas, los afectos, todo lo que indica en él y en cada uno la huella de su exilio de la relación sexual. En esta dirección, que seguiré la vez que viene, se m anifiesta que el partenaire fundamental del sujeto no es en ningún caso el Otro, no es la otra persona, no es el Otro como lugar de la verdad, sino, como siempre se percibió en el psicoanálisis, algo de sí mismo, su imagen (piensen en la teoría del narcisismo- que retoma Lacan en su estadio del espejo), su objeto a, su plus de gozar y, profundamente, su síntoma. Seguiré con este tema la próxima vez.

Contrntmimmtismo É r ic L a u r e n t : Conectando con el punto en el que Jacques-Alain Mi­ ller dejó su recorrido, el síntoma supone un partenaire. Cuando recu­ pera en determinado momento de su enseñanza el lugar del síntoma en la cultura, Lacan se refiere a Marx y construye el síntoma como mía elipse con dos focos, Marx y el capitalista. No hay uno sin el otro, es­ tán juntos en la definición misma. Pero ¿por qué Lacan introduce a Marx donde estaba Hegel? ¿Y por qué no se contenta con el síntoma como signo de algo, en lugar de ha­ cerlo signo de la división subjetiva, de una división primera que había obtenido con su relectura de Hegel, instalando en el primer puesto ya no la lucha a muerte por el prestigio sino la división subjetiva del alma bella y su desorden? Al retomarlo de este modo, se agrega que la ins­ cripción en la estructura, en esta división de origen, solo se hace a cos­ ta propia. Hay tm costo que pagar, tm gasto de goce. Luego uno se ins­ cribe en la estructura del lenguaje habiendo pagado esa parte que des­ pués no se cesa de querer recuperar. Este es tm añadido al desorden de la posición fundamental del alma bella, lo que se inscribe con tm plus de gozar para que la máquina gire, para que el sujeto no deje de tener un agujero que colmar. Y Marx es saludado justamente por haber per­ cibido la plusvalía como fuga de sentido, tma fuga fundamental, tma modalidad de inscripción en la fuga del no cesa, necesario. Hegel no lo podía ver porque se detenía en el saber absoluto, que no considera Marx, por lo menos en la lectura que hace de él Lacan. Hay cuestiones sobre Marx y el fin de la historia que no son pertinentes aquí, que acentúan este síntoma: ya no saber absoluto, sino saber particular de la fuga y del abismo que se abre a partir del momento en que hay necesidad sin cesar de que se reabra la falla de lo insoportable. Una vez planteado, m e pregunté cómo retiñir o considerar juntos los dos párrafos centrales de «Radiofonía» y «El atolondradicho», que intentan restablecer la semiótica, la teoría del signo. Subrayo la página 24 de «Radiofonía», donde Lacan indica: «En primer lugar que, bajo pretexto de que definí el significante como nadie ha osado; ¡no se ima­ gina que el signo no sea m i asunto! Bien por el contrario es el primero, será también el último». Jacques-Alain Miller acaba de demostrar que Lacan después de abandonar las esperanzas que había cifrado en la ciencia del signo, en la ciencia del sentido, reintroduce el tema al definir de un modo dis tin­

to el síntoma, a partir de la necesaria fuga de sentido que implica el sig­ no cuando conlleva, según subraya en «Radiofonía», la marca de un go­ ce. A partir de entonces, renueva la antigua semiótica (en fin, anterior a él), ima semiótica implícita en la concepción de su época de la estructu­ ra, donde se haría escuchar im eco del saber, un eco del sentido prime­ ro que estaría atrapado en un sistema clasificatorio. El poco de sentido inicial, la pizquita, es al mismo tiempo un p n ed ep lo poco se inscribe en el poder, en la capacidad para encerrar en el signo la marca de un goce. Este poco de sentido inicial entonces es a la vez para nosotros un salto inscripto en la metonimia inaugural presente para cada uno, por ejem­ plo, en la primera inscripción del deseo, en el caviar que la Bella Carni­ cera transforma en objeto de deseo. Y Lacan generaliza este primer sal­ to que inscribe en un significante, un nombre, no hablando de salto si­ no más bien de asalto, encuentro traumático entre la estructura del len­ guaje y el saber de lo sexual. Es que justamente no habrá fórmula que permita definir lo sexual, solo estará la marca de un salto que inscribi­ rá esta pizca de sentido o de goce, la pérdida que allí se inscribió. La marca que queda de este salto o asalto permitirá al psicoanalis­ ta que interpreta introducir el significante. Su propio traumatismo o su eont-rat-miimatismo es que él-responde-a-esta_primera inscripción con la posibilidad de hacer im uso intrusivo del significante. Se habló de vio­ lencia de la interpretación cuando se retomaba, a partir de ciertos ele­ mentos de la enseñanza de Lacan, este uso que es siempre intrusivo. Pero Lacan se esfuerza para que los psicoanalistas no tomen el incons­ ciente, esas marcas de goce sobre las que intervienen, por algo o al­ guien, puesto que se trata de una falla. En efecto, ¿el sujeto del incons­ ciente es alguien? ¿Cómo situar su relación con lo viviente? ¿Está muerto? Estas preguntas animan las reflexiones de Lacan a partir de los años setenta cuando retoma una última vez la perspectiva de H e­ gel, qiúen situaba la muerte primero en el discurso del amo y después en el discurso universitario, que se instalaría sobre im saber muerto, «memoria eterna» (entre comillas) del saber. ¿Cómo responde el psicoanálisis con el inconsciente y el estatuto precario del sujeto que lo soporta a esta posición que instala la muerte en el corazón de los discursos que se mantienen? Lacan señala en «El atolondradicho» que el discurso d e Freud permite situar de una vez

21. Juego de palabras: peu (poco) es homófono de peut (puede). [N. de la T.]

por todas los otros discursos actuales, porque la muerte es el amor. ¿Por qué para el psicoanálisis la muerte es el amor? Ciertamente, Freud en «Duelo y melancolía» hace del amor una muerte, como lee­ mos en las páginas 249 y 250: «En las dos situaciones contrapuestas del enamoramiento más extremo y del suicidio, el yo, aunque por caminos enteramente diversos, es sojuzgado por el objeto». El amor es una de las formas del suicidio del yo. En otras palabras, la muerte es el amor para el psicoanálisis porque una de las maneras de entenderla es ligada a la libido, a la pulsión de muerte. Otra mane­ ra de entenderla es que esta muerte que antes del psicoanálisis marca­ ba la contingencia radical para el ser humano (piensen en los desarro­ llos de la meditación de Heidegger, como la llamaba Jacques-Alain M i­ ller) inscribía un descompletamiento, un endeudamiento o ima antici­ pación que estaba siempre allí, sea cual fuere la significación cerrada que el sujeto quisiera dar a su mundo.

Seguro de vida Para el psicoanálisis, lo que mantiene la apertura del mundo no es justamente la muerte sino el amor. De modo que si hay gente que prac­ tica el psicoanálisis, es porque hay quienes quieren ima verdad distin­ ta del amor que la que ya aseguran otros discursos. Como señala Lacan, la ciencia reduce la muerte al seguro de vida. Calculan su muerte y sacan un seguro con la tarifa que les correspon­ de según la categoría que les fue asignada. Toda persona que se inscri­ be en el mundo conoce este tipo de problemas después de cierta edad, ya que hay que calcular lo que uno vale para asegurarlo y evidente­ mente no restringirse. Y lo mismo ocurre con el amor: se quiere otra verdad. ¿Cómo se ensambla la verdad que se pretende alcanzar con lo real que debe reubicarse en la nueva semiótica? ¿Cuál es el real en juego en este discurso del psicoanálisis que in­ troduce o que desplazó la muerte de su lugar de prestigio para poner allí el amor? Se va de lo real a lo verdadero, como desarrolla JacquesAlain Miller, quien subraya que la verdad no es la palabra que convie­ ne a lo real. Lacan sostiene además, en la página 48 de «Radiofonía», que si se lo demostrara falso (falsus), se encontraría, como se indicó la última vez en el pizarrón, el sentido de la caída, lo falso-falta que cae de im discurso.

Con las páginas de «Radiofonía» y «El atolondradicho», logré en­ tender por qué Lacan entra en un debate sobre el lugar del realismo en psicoanálisis que lo conduce a poner en serie la reflexión sobre el fan­ tasma, el síntoma y el acto analítico. Entre estos textos se introduce otro que es una transcripción de una conferencia titulada «La equivocación del sujeto supuesto al saber», donde habla, en diciembre de 1967, muy poco tiempo después de ha­ ber introducido su Proposición de octubre, del esfuerzo realista que re­ clama su teoría del pase, y entiende realista en un sentido muy preciso. La primera línea del discurso psicoanalítico corresponde a una estruc­ tura paradójica donde el objeto es activo, donde a está en posición de agente, y el sujeto subvertido. a —» $ No es un sujeto que actúa, como quiso toda la tradición anterior a dicho discurso. La paradoja reside en que el objeto que suscita el acto analítico, el psicoanalista, sea el desecho; él cae. El objeto es activo, y como resultado, algo cae: el psicoanalista mismo. Se-trata de ima-producciónT-pero-lo-realista-es-examinarJa. manera, en la que el objeto cae, para medirlo con la teoría de la que es produc­ to. Y con este método, según Lacan, la teoría del inconsciente es res­ ponsable de lo que se revela de este hecho por una práctica. Esta suerte de método retroactivo le permitirá poner a punto el pa­ se como teoría del acto analítico. Es un feedback de resultados obteni­ dos por la práctica interpretativa sobre la concepción del psicoanálisis mismo. Según la concepción realista, se incluyen en todo lo que se di­ ce sobre el acto analítico las teorías que tienen sobre este los analistas mismos; se lo evalúa por el producto, por el objeto que cae, aunque sea el propio psicoanalista. El caso contrario es cuando los analistas pro­ ducidos por este dispositivo de retroacción se sorprenden o ya no com­ prenden su propia acción. No es el psicoanalista incluido en el discur­ so, sino el que se sorprende por ejemplo de que ya no se interprete como lo hacía la prim era generación de psicoanalistas después de Freud, lo que los desorienta y paraliza en su práctica misma. Luego, esta concepción de la interpretación no evoluciona y los deja con una escoria, un depósito de saber con el que ya no saben qué hacer. El método realista supone que la concepción que uno se forma del psi­ coanálisis, el inconsciente y el acto debe incluirse en lo que se dice de es­

ta experiencia. Esta vía es un tipo de realismo clínico donde la certeza del pasante que se presenta encuentra en su camino la nominación del cartel. Sin embargo, no hay que entender nominación simplemente co­ mo el otorgar el sí o el no, sino más bien como dar nombre, en el sentido fuerte del que hablé antes. Se trata de una nominación que permite cap­ tar los nombres, en plural, con los que se designa la cosa. El cartel no so­ lo enuncia sí o no, sino también, y sobre todo, la teoría con la cual justi­ fica su enunciación, es decir, los nombres con los que aborda la cosa. El acercamiento realista del pase no consiste en pensar que hay una suerte de clínica pura que se trata de develar, sino más bien en hacer evolucionar nuestras teorías en función de lo que leemos de la expe­ riencia. Luego, no hay nostalgia de una pureza o un más allá, sino siempre el anhelo de iluminar algo nuevo. Por eso Lacan sostiene en «La equivocación del sujeto supuesto al saber» que el método que él propone es lo contrario del idealismo, que supone una sustancia más allá de todo lo que puede decirse, atraparse o nombrarse. El idealismo nos recuerda que hubo en la tradición dos grandes formas de realismo, el realismo platónico de las ideas y el realismo aristotélico de las sus­ tancias. Lo opuesto del realismo platónico es el nominalismo, y del realismo aristotélico, el idealismo. La reflexión de Lacan sobre el tema se aloja en cierto tipo de quiasmo. Terminaré en este punto mencionando el debate y la manera en la que Lacan se introduce en dicho qtxiasmo. Todos recuerdan que desli­ za su significante amo, el S i, como enjambre de abejas. Y resulta una cuestión crucial para este realismo el tipo de real en juego en las abe­ jas. ¿En qué difieren entre ellas? Esta mañana salió una foto formida­ ble en el International Herald Tribune... Durante la discusión en el parla­ mento europeo por el proyecto que presentó Edith Cresson sobre la ne­ cesidad de tomar medidas para detener la clonación humana y velar por esto en el espacio de justicia europea, los verdes, los ecologistas, se pusieron una máscara blanca idéntica, que los mostraba a todos clona­ dos. De este modo, la foto presenta una especie de enjambre de verdes con su máscara blanca, todos idénticos, escuchando en un silencio re­ ligioso las medidas que deben tomarse para evitar la clonación. Con esta fotografía tan apropiada, los dejaré para retomar lo que pasa con el realismo y el idealismo la próxima vez.

XIII La teoría del partenaire

É r ic L a u r e n t : Estábamos tratando el realismo en psicoanálisis tal como lo formulaba Lacan, quien a partir de este consideraba el proce­ dimiento del pase. El método se define por ima voluntad de construir una teoría del inconsciente en la que nadie puede sentirse irresponsable de lo que re­ vela de hecho la práctica del psicoanálisis: el síntoma, nuestro signo, responde a la interpretación por el significante, siempre que la inter­ pretación no remita a un metalenguaje, sino a la falla que conlleva el lenguaje en el borde donde se anuda con el poco de sentido. Este pim to puede designarse de diversas maneras. En los términos de la m etáfora o la metonimia, el pimto de falla es asimismo donde el sujeto se anuda a la gavilla del ejemplo de la metáfora («Su gavilla no era ni avara ni odiosa»), o bien por la metonimia, cuando el caviar se vuelve el instrumento del deseo de caviar. En este punto de falla o de barra, el deseo, deseo/goce, se anuda con el lenguaje. Ya sea que se formule como metáfora o como metonimia, se sigue suponiendo el querer decir, el hay que decir, como lo que da lugar al problema, según señalaba en este recorrido Jacques-Alain Miller cuan­ do exponía el más allá de este hay que decir.22 El paso de sentido23 mien­

22. Faut dire (hay que decir) es homófono en francés de fatix dire (falso decir). [N. de la T.] 23. La expresión pns de sens es ambigua: significa «paso de sentido» y también «na­ da de sentido». [N. de la T.]

te sobre el sentido, lo que permite entender la advertencia de Lacan que encuentran en la página 224 de los Escritos: El síntoma conservaba ima borrosidad por representar alguna irrupción de verdad. De hecho es verdad, por estar hecho de la misma pasta de que está hecha ella, si asentamos materialistamente que la ver­ dad es lo que se instaura en la cadena significante.

Esta verdad se encuentra por entero en esta materia misma del len­ guaje aquí implicado. El realismo como método supone sostener la dimensión del sínto­ ma y del producto en la trama misma del lenguaje y la significancia. Esta trama de goce hace que el objeto del discurso no tenga más refe­ rencia que la falla misma, lo que no impide que se produzca un obje­ to. Y el analista mismo, objeto de investigación del método, orienta también para Lacan sobre lo que se aparta de este.

Lapsus del acto Tenemos dos ejemplos: uno en las teorías difundidas, en el movi­ miento psicoanalítico sobre la transferencia, que desembocan en el re­ torno a cero, en la salida del analista de la operación de transferencia que instauró. Para Lacan, los analistas son capaces de rehusar el peso de esta responsabilidad, de alejar de ellos la promesa de rechazo que se anuncia a medida que su voz surte efecto, de lavarse las m anos de la llamada transferencia. Las teorías que circulan en el movimiento psicoanalítico sobre la transferencia se apartan de la mirada realista, puesto que, lejos de implicar al analista como producción, apuntan al final del proceso a separarlo, a liberarlo, al lavado de manos. La otra manera es lo que Lacan designa como un extraño efecto en las producciones conceptuales de los analistas. Es que cada vez que un psicoanalista capaz de consistencia destaca un objeto en el acto analí­ tico, se ve obligado a declarar que el recorrido del analizante solo podrá contornearlo. Y el ejemplo que da del psicoanalista capaz de con­ sistencia es Winnicott, quien produce o inventa tm objeto, el falso seZ/, que a su entender no puede alcanzarse por la interpretación. Luego, está excluido de la maniobra psicoa'nalítica. Lacan llama a esto el lap­ sus del acto analítico. Esta es una manera de alejarse del método rea­ lista, es querer construir un real que el psicoanalista presenta como

descubrimiento de su método, de su acción, y que es tanto más real cuanto que escapa de hecho a la interpretación, que es su práctica. La­ can toma este ejemplo winnicottiano para designar un fenómeno gene­ ral, que no amplía más, pero del que da la fórmula constante. Luego, para que predomine un objeto en el acto se debe sobre todo escapar al parloteo del psicoanálisis y a la interpretación. Por lo general se muestra lo real por este modo de imitar la separa­ ción entre el abordaje del sentido y el abordaje por lo real del nombre. El realismo como método en psicoanálisis se distingue de este alejamiento, esta ausencia o esta voluntad de producir mi objeto solo, que no respon­ de. El realismo supone interrogar lo producido, a partir del momento en que cesa de responder a la interpretación, a la acción. Al final del proce­ so, el analista está excluido de allí, ya no logra hacer responder al sínto­ ma con su método, lo que interroga este ser que queda solo. Y se interro­ ga el Uno solo de manera distinta que en esta antinomia llamada lapsus del acto. A partir de allí Lacan toma la problemática realista ligada a es­ te ser del Uno solo, que combina en tma fórmula sorprendente el Uno, el Todo y el Solo,Zi tres términos que animaron todo el debate de la metafí­ sica en tom o de la querella de los universales. ¿Cómo se reconoce el Uno? ¿Cómo se reconoce el Todo? ¿Cómo se reconoce el Solo? ¿Por la percepción, el intelecto? Lacan revisa para nosotros el tema en Aun v se­ ñala que lo importante es saber para qué sirve todo esto, a qué goi_e re­ mite. Saluda al utilitarismo por haber renovado la cuestión y nota que este fue tm avance para desprenderse de las viejas historias de univer­ sales en las que estuvieron embarcados Platón y Aristóteles, que se arrastraron durante toda la Edad Media, y que seguían agobiando a Leibnitz, hasta tal punto que uno se pregunta cómo fue tan inteligente. Si qtúeren conocer cuán agobiante es esta antigua querella de los universales, tienen el excelente libro, el estudio reciente de Alain de Li­ bera, La querelle des universaux: de Platón a la fin du Moyen Áge, o los li­ bros de Étienne Gilson, que Lacan consultaba regularmente y que nos muestran cuánto talló para reconstruir los nuevos modos del Uno, el Todo y el Solo que aparecen en Aun. La querelle des universaux... es tm texto partenaire - o adversario- del esfuerzo de presentación'que se produce en El seminario 20.

24. En francés: l'un tout seul (literalmente, el uno todo solo), que se traduce como el tino solo o el uno completamente solo. [N. de la T.]

La querella de los universales Ahora me gustaría retomar en la perspectiva del método realista un malestar del psicoanálisis contemporáneo que insiste fuera y dentro de nuestro movimiento y que es im llamado a encontrar finalmente un lu­ gar para este real en la experiencia. Este llamado se hace aún m ás in­ sistente en los movimientos psicoanalíticos que desconocen la expe­ riencia del pase y la clínica realista que implica según el método que definió Lacan. Tomo como síntoma de este malestar un artículo ambicioso, pro­ gramático, del actual presidente de la IPA, Horacio Etchegoyen, que redactó cuando estaba a punto de convertirse en presidente de esa ins­ titución. Es el mismo Horacio Etchegoyen que se entrevistó con Jacques-Alain Miller hace poco... El texto, titulado «El psicoanálisis de la última década: la clínica y la teoría», muestra su manera de encarar el realismo, de localizar lo real en la experiencia psicoanalítíca. Él inter­ viene con este texto en un debate que comenzó en la IPA hace diez años, en 1987, en el congreso de Mo'ntreal, y continuó en Rom a, donde el presidente de la época, que se llamaba Wallerstein, respondía a Ko­ hut y-en-partiGialar-al-capítulo V I de su libro ¿Cómo cura, el análisis?, donde este opone la concepción kleiniana -especialm ente en su ver­ sión argentina- a su teoría del self. Él quería mostrar las diferentes maneras de formulár una interpretación, en lenguas distintas, ya en lengua kleiniana, ya en la lengua de la psicología del self. Wallerstein respondía a esta concepción de lenguas de interpreta­ ción con ima epistemología a la anglosajona sosteniendo que no se las debe considerar en términos de exactitud o inexactitud (giro que intro­ duce en el psicoanálisis el artículo de Glover de 1930), de profundidad o superficie, sino que debe aprehendérselas como metáfora. El señor Wallerstein conoce el papel de la metáfora en el psicoanálisis por un debate que tuvo lugar en la epistemología norteamericana e incluso en el psicoanálisis a partir de lecturas de Lacan hechas en los círculos in­ telectuales de la costa Este. El psicoanálisis era sensible a este debate, en particular en la revista The Psychoanálytic Quarterly de aquellos años, que reunía las preocupaciones epistemológicas relativistas por ejemplo de Rorty. Jacques-Alain Miller mostró sus bases, los trastor­ nos, en la epistemología norteamericana que se emancipaba de Quine. Frente a la concepción de lenguas de interpretación en términos de exactitud, Wallerstein sostiene que las lenguas interpretativas de cada

una de las corrientes de la babel psicoanalítica, recurren a teorías de al­ to nivel de abstracción, pero cuyo fondo común, cuya referencia, son teorías clínicas mínimas, de débil nivel de abstracción, pegadas al fe­ nómeno. Su idea es que hay una clínica, que se interpretan los hechos clínicos por series, construyendo así niveles de abstracción superiores, y que todas estas teorías son metáforas. Wallerstein se las arregla con este modelo epistemológico, que pro­ viene directamente de la querella de los universales. Este modelo de abstracción surge en im momento dado del montaje aristotélico-platónico en la Edad Media para explicar, justamente, las diferencias de los niveles de abstracción. Él no hace referencia a la teoría de los univer­ sales, para él es la cosa misma, no está acarreada por tm discurso. Aho­ ra bien, con este modelo epistemológico intentó unificar la IPA: Todos ustedes son diferentes, pero con la abstracción, el poder del Uno los meterá en nuestra bella institución. Metáfora significa que para él solo hay retraducciones en diferentes planos, que son todas hipótesis de nivel superior. Y hay mía base co­ m ún como hay sentido común, que sería la teoría clínica. Y a esto que tiene por lo menos la consistencia de una epistemolo­ gía conocida responderá Etchegoyen, quien considera peligrosa esta posición. Él quiere mantener en el psicoanálisis la idea de una interpre­ tación verdadera, que define como la que remitirá a un real. A su en­ tender, es preciso que esta dé cuenta de tma realidad psíquica que exis­ te en ese momento en el inconsciente del paciente. Se trata de mante­ ner una teoría de la verdad denotativa, del orden de: la frase p es ver­ dadera si y solo si p es verdadera. Etchegoyen sostiene esto y piensa que la interpretación es verdadera si y solo si describe exactamente lo que hay en la cabeza del sujeto cuando se interpreta. Veremos adonde lo conduce esta posición, y es el peligro de esta teo­ ría de la verdad, de correspondencia entre el yo, por inconsciente que sea, y la realidad psíquica. Se construye el yo como el lugar de lo que pa­ sa verdaderamente, lo que supone admitir el lugar donde alguien tiene algo en su cabeza, lo que ya es admitir mucho. Decir que la pulsión es acéfala significa que no se sabe qué tiene en la cabeza y que la cabeza no es lo más importante del circuito ptilsional. En efecto, es muy difícil en nuestro abordaje pensar tma realidad psíquica en tanto que existiría un lugar donde se podría saber lo que hay adentro. Una topología del aden­ tro/afuera con un límite estricto no es algo que esté en la perspectiva que Lacan quiso hacer escuchar.

State of m ind Etchegoyen justifica su abordaje en tres partes. Primero recuerda el debate y su apuesta, y, en ima segunda parte, marca su desacuerdo con Wallerstein, reformula el problema, explica su práctica o lo que habría hecho en esta. Y de manera muy sensata, en una tercera parte, presen­ ta una viñeta clínica suya, la interpretación que hizo y sitúa un final de la cura. La tercera parte no me parece del todo procedente, y me gus­ taría mostrar cortés y prudentemente cómo el método realista nos ale­ ja la perspectiva trazada. La parte muy sensata es la siguiente. En el capítulo VI de su libro, Kohut cuenta una secuencia que le presentó en control una analista su­ damericana de orientación kleiniana (probablemente una persona de la Argentina que había ido a verlo). Según cuenta esta analista, al final de una sesión informa a su paciente que se verá obligada a anularle una hora próxima. Al día siguiente la paciente permanece silenciosa y distante y no responde cuando la analista la invita a hablar, lo que la hace sostener a esta que el anuncio de la sesión anterior la había trans­ formado del pecho bueno en el pecho malo. Y agrega que la paciente, presa-de la rabia,, quiere destruir.•-eLpecho-malojnordiéndola,Jo_queprovoca una inhibición oral que le impide hablar. Tenemos, pues, un circuito pulsión oral/inhibición, donde reencontramos el principio de interpretación que había guiado a Melitta Schmideberg en el caso del Hombre de los Sesos Frescos, que, como lacanianos, conocen de m e­ moria. Solo los lacanianos conocemos este caso de memoria... Había una pulsión a comer (en su infancia robaba alimentos de la heladera) que luego se transformó en inhibición intelectual. Kohut piensa, sin duda porque la analista a continuación compar­ tió con él las dificultades que surgieron, que habría sido mejor plantear las cosas en términos de la psicología del self o ego psychology. En esta última no se va de inmediato al objeto, a la pulsión, sino que se pasa primero por el conflicto edípico. Se le dice a la paciente: Usted sintió mi anuncio de ayer como cuando su madre cerraba la puerta del dormitorio para acostarse con sil padre. Este es el conflicto edípico: la paciente enloquece cíe rabia de ver que su madre se interesa en algo que no ésTellaT O bien habría podido formularse en términos de la psicología del self, que se utiliza con los pacientes nardsistas, siempre difíciles de manio­ brar. Se empieza entonces citando el objeto y el conflicto, y -com o se lee en la página 128 del texto de Etchegoyen- se le dice a la paciente que:

[...] su autoestima había sido menoscabada por el anuncio del día ante­ rior, como en su infancia cuando esa cocinera cordial que le permitía ayudarla en sus quehaceres y alababa su labor fue bruscamente despe­ dida por su madre fría y distante.

Kohut, que relata la secuencia, observa que después de la interpre­ tación la paciente estaba más distendida, volvió a hablar más libre­ mente y se dio cuenta de que, en efecto, se había pasado toda la sesión anterior apretando los dientes. Y agrega que cualquiera que haya sido el efecto positivo de la interpretación, el problema es que el mensaje era correcto pero la teoría deficiente. Para ellos el mensaje esencial es: Usted está perturbada porque una de sus sesiones fu e anulada; tomo nota. He aqiií lo que habría que haber dicho. O por ejemplo: La molesté, eso es, form úlelo como quiera; es legítimo, tiene derecho. Esta teoría de Kohut es, hablando con propiedad, el fondo común de la práctica. Más allá de la interpretación, es la empatia: Usted tiene el derecho, el sí. Uno debe ser acogedor con el Otro, cosa que no se logra regañando al neurótico o al narcisista, lo que por otra parte es cierto, y permite en­ tender algo. Luego, hay que decir fundamentalmente: De acuerdo. Etchegoyen, sin embargo, considera que es al revés, que la teoría era adecuada (la del pecho bueno y el pecho malo), pero la formula­ ción no era correcta, y presenta lo que habría hecho falta decir. En pri­ mer lugar, no hay que decir que es legítimo, se trata simplemente de poner palabras al silencio, no hablar en términos de una actitud proposicional legitimada, sino indicar: Hay algo que lo trastorna y usted es incapaz de expresarlo. Para Etchegoyen, habría habido verificación [...] si frente a ella hubiera cedido la resistencia de la silenciosa analiza­ da respondiendo que no habla porque desde la sesión anterior tiene contraídos los músculos maseteros, agregando acto seguido algunas palabras mordaces sobre el analista. Estamos seguros de la presencia del objeto oral porque se ve afec­ tada su mandíbula. Y una vez que se logró el relajamiento muscular, puede decirse que la paciente «sintió el anuncio del día anterior como que le había retirado el pecho y reaccionaba con temor y deseos de morderlo apretando los dientes y con palabras que también muerden» (los remito a la página 130). Todo esto se expone como algo evidente, es un aristotelismo segu­ ro, donde está presente la abstracción. Primero hay que asegurarse de

la representación mental, que es la abstracción, y no una suerte de sub­ sistencia mental del objeto. Y cuando se logra esto, una vez que se ob­ tuvo la relajación, se alcanza la proposición en cuestión, directamente presente en la realidad psíquica, el pecho, que se muerde. Entonces observa en esa misma página: En caso de que la analizada hubiera dicho que mientras permane­ cía en silencio estaba pensando en un incidente desagradable que tuvo ayer a la noche con su nena de cinco años, que quería permanecer en la habitación de los padres en lugar de irse a dormir, hasta que ella se can­ só y la llevó de viva fuerza a su cama, agregando que ya se sentía ner­ viosa porque al salir de la sesión riñó con un taxista que no quería dar­ le cambio, no hubiera dudado en decirle que, a través de su enojo con la hija, ella me estaba informando de su propia reacción cuando ayer le anuncié que tendría que cancelarle una sesión. Primero se enojó con el taxista porque no quería darle algo (el cambio) y luego expresó a través de su hija su propia reacción infantil: sintió que yo era ima madre que la sacaba con violencia de su habitación para acostarse con papá.

Esta es una manera de recortar varias orientaciones en las lenguas de interpretaciones y sus consecuencias. Concluye de este modo: Debo señalar que estas tres hipotéticas interpretaciones [self, ego psychology y kleiniana] integran elementos de teorías de alto nivel (o metapsicológicas) pero no son metafóricas, ya que responden estricta­ mente al material de la supuesta sesión.

El problema no es entonces discutir la profundidad de las interpre­ taciones o su eficacia, sino saber una vez que fueron dichas, si se pien­ sa o no que remiten verdaderamente a algo, un estado de ánimo (state o f mind), que se formula en la realidad psíquica del paciente.

La significación isom orfa A continuación, en lo que constituye la tercera parte, dará un ejemplo de su propia clínica para mostrar lo que a su entender ocurre. Se trata de un paciente que se encuentra en el final de un largo análisis -aunque no es didáctico-, que sueña que está en una celda, en la cár­ cel, con una pared curva. El contexto es el siguiente: el paciente es un hombre de negocios en la Argentina. La idea de la prisión está ligada

al hecho de que, aunque una transacción comercial que debe realizar sea perfectamente legal, podría ser castigado. En efecto, si logra con­ cluir este negocio, se volverá más rico y ganará mucho más dinero que el analista, lo que lo hace sentir culpable. El tiene una idea de por qué sueña esto. De todos modos le sorprende este sueño, porque considera que ju s­ tamente es un signo de que el análisis se terminará, ya que pudo llevar adelante esta especulación financiera en un estado nervioso mucho más distendido que de costumbre (solía angustiarse mucho), y sin con­ siderarse el amo del mundo. Luego, el analista añade que experim en­ taba ima calma interior que le recordaba el poema de Rudyard Kipling Si... Observa a continuación que «días después apareció una gran an­ siedad ante la perspectiva de finalizar el análisis. Dudó de encontrar­ se bien, temió estar engañándose y engañándome, sintió que yo que­ ría darlo de alta apresuradamente, y soñó con un parto». Al final del análisis surge la pregunta de quién se desembaraza de quién, de qué y cómo: «Interpreté que la terminación del análisis era para él como que yo lo pariera, y él aceptó esta interpretación como una metáfora de la terminación, que por otra parte era el sentido con que se la había ofrecido», leemos en la página 132. Esta es una prim e­ ra interpretación: metáfora, en el sentido que utiliza el autor; la idea de alumbramiento remplazada por: es la terminación del análisis. Después de esta sesión el paciente no siente alivio, nuevam ente lo oprime una angustia aguda, se queja de tina opresión torácica y tiene dificultades para respirar. En ese momento se presenta la interpreta­ ción proftmda: «Le dije que, ante el temor de terminar el análisis, te­ nía la necesidad de m eterse dentro de m í para anular el temido parto; pero así quedaba prisionero y asfixiado». Aquí es auténtico: meterse dentro de m í (he had to get inside me). «Esta interpretación, obviamente, no se ofrecía ya como una metáfora sino como una explicación de lo que estaba pasando concretam ente en ese momento», señala en la pá­ gina 133. Explicación se utiliza aquí en el sentido epistemológico fuer­ te. Esta explicación opuesta al registro del sentido es del tipo ciencia de la naturaleza: Le expliqué lo que realmente pasaba. En el plano teórico descansa en la teoría de la identificación proyectiva de M elanie Klein de 1946. Luego, refiere: «No estaría en desacuerdo si se la explicara con otro esquema referencial (retorno al útero, trauma de nacimiento, fase de separación/individuación, etcétera)». Etchegoyen enumera otras len­

guas de interpretación en el movimiento psicoana'lítico: el retorno al útero es de tipo ferencziano, trauma de nacimiento es Rank, fase de in­ dividuación/separación es Margareth Malher... Todas estas teorías alcanzan a explicar el material, y habría que te­ ner más elementos clínicos para saber cuál de ellas es para el caso la más adecuada. Luego de mi interpretación, el analizado rió por un mo­ mento y en seguida, más serio, me preguntó sí yo me refería al sueño de la semana anterior en el que él estaba prisionero. No correspondía contestar directamente a su pregunta; que era más bien retórica [...]. Le respondí simplemente que su asociación con el sueño era muy atinada, ya que ofrecía una explicación convincente de sus temores de quedar aprisionado dentro en mí. Y el analizante objeta: «Pero aquel sueño no tenía nada que ver cor su cuerpo. Era una habitación, un calabozo, y me acuerdo precisamen­ te que era una celda muy especial porque tenía una pared curva, comc una mansarda». El analista responde entonces: «Como esta mansarda» y señala la pared frente al diván qué contempló durante su largo aná­ lisis. En efecto, se ven (recuerden que están en Buenos Aires) edificios del siglo XIX con piezas curvas, como algunos departamentos de edi ficios parisinos. El analizado quedó muy sorprendido -continúa-, dijo que no se ha­ bía dado cuenta en absoluto, y confirmó que la pared de su sueño era idéntica a la de mi consultorio, que había mirado tantas veces. Poco des­ pués comentó, muy tranquilo, que se le había ido la opresión del pedio. Y Etchegoyen concluye lo siguiente -e n las páginas 133 y 134Ejemplos como éste, frecuentes por cierto en la práctica de todos los analistas [es un analista modesto], son interesantes porque muestran có­ mo es posible alcanzar con nuestra técnica los planos profundos del in­ consciente, que retratan nuestras teorías de alto nivel o metapsicológicas [...]. Lo que me interesa señalar es que mi interpretación pretendía ser-algo^más que-ima-metáfora,yias^asj3ciadoneg^gl^nali.zado la jusüficaron. Nuestra tarea de analistas, pues, no consiste simplemente en ofrecer modelos heurísticos para qu,e el analizado pueda pensar sus problemas ni tampoco en aplicar al material las metáforas que más nos gustan. Es algo más que eso: es ayudar al analizado a vencer sus resis­ tencias para que llegue por fin a lo que realmente piensa.

Se trata de una operación de adecuación: se formula lo que piensa realmente y por eso funciona. Señala que el trabajo analítico «estable­ ce las condiciones de verdad en la realidad psíquica». Es sutil. Se tiene una realidad psíquica, la transferencia consiste en proveer una tabla de verdad, y el trabajo propiamente dicho del análisis es: «En ese m omen­ to, la interpretación deja de ser una figura de dicción para cargarse de un significado preciso, isomórfico con lo que pasa en la mente del que la recibe» (los remito a la página 134). E n esa frase todo está dado, las tablas de verdad se introducen en una realidad. Pero ¿cómo? En segundo lugar, se habla de significación isomorfa. Pero ¿cuál es la morfología del fenómeno? ¿Cómo se llega a transformar un fenómeno isomorfo según las tablas de verdad, lo que supone un lenguaje? Utilizando los términos isomorfo y condiciones de verdad, el autor salvaguarda una teoría demostrativa.

El engaño Ahora yo también jugaré a ponerme los anteojos oscuros de Dupin y diré lo que no funciona según mi opinión. No tengo en absoluto la sensación de que el análisis del paciente presentado esté en su final, aunque no sea un análisis didáctico. Para probarlo, aplicaré el método que utiliza el doctor Lacan en el seminario sobre la transferencia, que consiste en saber dónde el sujeto ríe, según la fórmula de Kojéve para el Banquete. Cuando Lacan quiso hacer hablar a Kojéve sobre el Banque­ te de Platón, se contentó con indicar que la clave del texto está en la ri­ sa de Aristófanes que se transforma en hipo. El paciente ríe, y se piensa que la risa es un efecto de liberación de la opresión. Hay en la risa, en buena teoría freudiana, un efecto de libera­ ción de las cadenas de significación que lo alivia de eso en lo que estaba encerrado. Y en este punto me permito diferir con el autor porque, a mi entender, está encerrado en algo que tiene que ver con la relación del pa­ ciente con su padre, en la medida en que él mismo se refiere al poema de Kipling Si..., que, en la esfera anglosajona, es el prototipo de la rela­ ción del padre con el hijo. El poema termina formulando algo así como: Si puedes hacer toda una serie de cosas (completamente inverosímiles en el catálogo que se presenta), finalmente serás un hombre, hijo mío. Es una lista en parte contradictoria, en parte imposible, en parte inconsistente, pero, en fin, se tiene todo esto detrás, y si se logra todo

esto, se es un hombre. En particular, en la lista que da Kipling es pre­ ciso poder ganar y perder, es un breviario para el hombre de nego­ cios... Se puede ganar y perder siendo perfectamente indiferente, lo que funcionaría para el casino, por otra parte. Hay un montón de gen­ te además que intenta encontrar un lazo con el padre o con Dios pro­ bándose a ellos mismos que la condición si y solo si (Si...) se realiza cuando pierden todo. Para Dostoievski, como vimos, funcionaba de este modo. De manera bastante demostrativa - y el paciente fue elegido por el analista porque tuvo una voluntad bastante dem ostrativa-, en esta his­ toria se quiere ser tm hijo y se intentan bosquejar las condiciones, el si y solo si, que hacen que se pueda deducir que entonces se es tm hijo. Y en esta perspectiva, me parece que están en juego el objeto oral pero también el anal. En este circuito pulsional, en esta prisión, hay tma no­ ta de retención anal, de algo atascado, a lo que remite sin duda la ex­ plicación del meterse dentro de mí. Tengo la sensación de que este paciente trata con un Otro feroz, del que espera el sí, que se transforma en esta lista de prohibiciones, pres­ cripciones y recomendaciones de Kipling. Él espera el oráculo: /Enton­ ces eres! El problema es que con este Otro tiene la sensación, que debe de ser un tormento, de que se la pasa engañándolo, lo que lo hace sen­ tir culpable. No me parece que se trate simplemente de que ganará más dinero que el psicoanalista; está esta nota anal, la suma suplemen­ taria, pero basta que el analista no parezca impresionado, que no lo in­ quiete demasiado que los pacientes sean más ricos que él, para que la cosa encuentre su lugar. Y en efecto el analista no se muestra m uy preocupado al respecto, simplemente nota que la culpabilidad subjeti­ va del paciente se engendra allí. La expresión meterse dentro de m í es literal, quería penetrarlo anal­ mente; este es el fantasma que autentificaba. Entonces estoy completa­ mente de acuerdo con el analista en que se trata de un fantasma, aun­ que quizá no por estar en su cuerpo y preso. Está angustiado, si nos permitimos formularlo así, porque está estafando al analista. Su rela­ ción con el Otro es engañarlo, lo está haciendo úna vez más, y se ator­ menta porque de nuevo la conclusión de su encuentro con el' Otro se­ ría: Si hago esto, te habré engañado una vez más, habré salido indemne, ten­ dré más que tú, y puedo irme tranquiló porque no te enteraste de nada. Por eso, a mi entender, se rió cuando el analista le dijo lo que estaba hacien­ do, y la opresión torácica se alivió considerablemente.

En un momento como este es muy distinto autentificar el fantasma que apuntar a la dimensión del malentendido de este engaño. El desa­ cuerdo recae en que con una teoría según la cual hay adecuación entre la interpretación y lo que realmente pasa no se puede pensar que el in­ consciente interpreta al lado, de través, nos engaña. Cuando se apun­ ta a la pulsión, se encuentran las aporías mismas que anunciaba Lacan en su comentario sobre el Hombre de los Sesos Frescos. Retomando a Lacan, hubiera sido necesario hacerle entender que robaba nada o, en la perspectiva que propongo, hacerle entender lo que pensaba tener de más respecto de su padre y haberlo engañado. En relación con este Otro con el que se las tiene que ver, eso no es nada. Y como no es na­ da, hay que pagarlo caro, quizás un poco más caro que esa nada que estaba robando en el análisis.

Lo que tenemos en la cabeza ¿Me hago el vivo porque vengo después? Sí, como decía el doctor La­ can, siempre hay alguien que puede atacarlos por detrás mientras miran el suelo. No conozco los pormenores de este análisis, enuncio el comen­ tario con el mismo espíritu escolástico con el que se comentó el caso de Kohut y las observaciones de Wallerstein. Y esto me autoriza a situar el interés epistemológico del caso, más allá de subir la apuesta: ¿qué se di­ ce cuando se apunta a lo que pasa en la realidad psíquica? ¿A qué llama­ mos realidad psíquica? ¿Por qué la frase meterse dentro de m í describe lina realidad psíquica según la teoría de la identificación proyectiva? Tal vez más que algo tengamos en la cabeza un modo de la nada, ima falla. En última instancia, en nuestra perspectiva las metáforas re­ m iten a un lugar simbóüco donde, como sostuvo Lacan al comienzo, el Nombre del Padre garantiza todas las metáforas posibles; o bien, más profundamente -segunda teoría-, remiten a un Otro inconsistente que se apoya en la no relación sextial, que nunca podrá inscribirse. No hay posibilidad de remitir a una denotación, eso no se inscribe. No se tie­ ne ninguna posibilidad de disponer de su uso, de constatar si sí o no. Y es preciso que aparezca una modalidad, la de lo imposible, que res­ ponda a esta inexistencia, este no hay. Lo que hay realmente en el espíritu es más bien nada, en el sentido de consistencia lógica del objeto isomorfo a la pulsión y no a la signifi­ cación. Por otra parte, existe un libro admirable que estudia lo que tene­

mos en la cabeza cuando nos ocupamos de cosas relativas al sexo, lo es­ cribió Laurence Steme y se llama Vida y opiniones de Tristam Shandy, caba­ llero. Jacques-Alain Miller me recomendó su lectura hace mucho tiempo. Este libro desopilante, quizás el más lindo que dio el siglo XVIII junto a Jacques el Fatalista, empieza así: Me hubiera gustado que mi padre o mi madre, o mejor ambos, ya que los dos estaban de igual modo empeñados e involucrados en ello, se hu­ bieran preocupado de lo que hacían cuando me engendraron; si hubie­ ran considerado debidamente lo mucho que estaba en juego entonces; -que no se trataba sólo de la producción de un ser racional, sino que po­ siblemente también dependía de ello la feliz formación y temperatura de su cuerpo, quizá también su genio y la propia configuración de su mente;-y de no poder demostrar lo contrario, incluso también la fortuna de su casa podía tomar un rumbo u otro a partir de los humores y disposi­ ciones que prevalecieran en esos momentos:—Si hubieran sopesado y considerado todo esto, y obrado en consecuencia,-estoy realmente con­ vencido de que la figura que hubiera hecho yo en este mundo habría si­ do muy distinta de la que el lector me verá hacer. -Creedme, buenas gen­ tes, la cosa no es tan desdeñable como muchos de vosotros pudierais pensar;-todos vosotros habéis oído sin duda hablar de los espíritus ani­ males, y de cóm ensarmentos-deJDescartesjm-serían_más_que las^produccicfe_ nes ilusorias que emite para confundir a este Otro. La partida parece primero necesariamente perdida, puesto que el sujeto le concede a este Otro la omnipotencia: Puedes hacer todo. Tiene el poder de engañarlo en todos sus pensamientos, incluso los que le parecen más seguros. La partida es, pues, radicalmente desigual. El Otro engañador que imaginó de entrada lo desvalija, limpia la mesa, recoge toda la apuesta, que son los pensamientos propios que el suje­ to cartesiano pone enjuego. ¿Qué valen? Todos los pensamientos pue­ den engañar, no valen nada, nadie lleva en sí mismo la marca de la ver­ dad. No le queda nada. Todo está perdido, menos el honor, agregó un rey de Francia. Lo fascinante del cuento cartesiano es que en esta derrota radical el sujeto encuentra el resorte de su triunfo. Precisamente, en la renuncia a tenerlo todo, en esta pobreza radical, despojado de todo por el Otro omnipotente, encuentra su ser en un puro pienso, no un pienso esto o aquello, sino un pienso separado de cualquier complemento de objeto, un pienso absoluto, en el sentido propio, etimológico, esto es, secciona­ do, cortado. Y milagrosamente en este punto coinciden el pensamien­ to y lo real.

Una vez a salvo del Otro que todo lo puede, esa nadita que le que­ da como residuo, todo está ganado. Se gana un nuevo imperio, ya que poco a poco el sujeto del cogito recupera su auténtico partenaire, el Otro que no engaña, y elimina la ficción del Otro engañador. Y es muy distinto seguir la partida con un Otro que no engaña, omnipotente, sin duda, pero veraz, porque la omnipotencia, según el axioma de Descar­ tes, se reduciría por la mentira (la mentira siempre testimoniaría un ser menor). Tendrá, pues, un partenaire omnipotente, luego, fiable. Y un partenaire fiable, aunque sea omnipotente, es impotente, lo que signi­ fica que los deja en paz. He aquí lo que conquista Descartes en sus M e­ ditaciones...: un Otro que lo deja perfectamente en paz.

El partenaire dios La ventaja del dios de Descartes - y nosotros seguimos viviendo con los intereses de lo que ganó entonces- es que no hay que inquietarse, nunca los tratará de manera desleal, no les hará travesuras, no les da­ rá sorpresas, no reclamará sacrificios. Lo maravilloso es que este Otro omnipotente se mantiene tranquilo. Se puede confiar en él y ocuparse entonces de cosas serias; no se nos molestará. Estas cosas serias consis­ ten, para Descartes, en volverse amo y poseedor de la naturaleza; y el Otro no tiene nada que decir al respecto. Por otra parte, ¡no hay nada para decir sobre nada! ¡Omnipotente! La vuelta extraordinaria que da Descartes es que el Otro es tan poderoso, puede tanto todo que no pue­ de mentir, porque se rebajaría; no es algo digno de él, no está en con­ formidad con su definición lógica. Es el silencio divino. Este silencio es divino. De modo que podemos desviarnos tranquilamente porque no se espera que nos rete. A sí pites, le debemos a Descartes el dios de los filósofos. Tuvo ayu­ da de la teología, que hizo mucho por amordazar a Dios, pero se lo de­ bem os a él. El dios para la ciencia, el dios deducido lógicamente, este partenai­ re dios, se distingue completamente del dios del texto, escrutado en el significante bíblico (en fin, salvo por el creacionismo, pero dejo esto de lado). El dios del texto bíblico es un dios atormentado e incluso men­ tiroso y atormentador, caprichoso y furibundo, irritado, que le juega m alas pasadas a la humanidad como inventar delegarle su hijo para ver lo que se hará con él y cómo él mismo aguantará.

Pascal o Kierkegaard se relacionaban con el dios de Abraham, Isaac y Jacob, y era algo muy distinto. Tener ese partenaire para jugar la par­ tida no introduce en absoluto en la quietud, sino más bien en el temor y el temblor. La diferencia entre estos dos dioses partenaires es que es­ te tiene deseo y que el de la ciencia no lo tiene. El primer capítulo entonces de la teoría del partenaire concierne al partenaire dios, que tal como lo introduje aquí simplificadamente tie­ ne doble cara. El segundo capítulo sería el psicoanálisis, en la medida en que el stijeto busca y -se espera- encuentra un nuevo partenaire que es el psicoanalista. ¿El partenaire psicoanalista se parece al partenaire dios ciencia o al partenaire dios deseo? Tiene de los dos. Por un lado, está el analista ciencia: se busca el analista matriculado, confiable a largo plazo, no ca­ prichoso, invariable, por lo menos no demasiado revoltoso. Lacan lle­ gó a imaginar este partenaire comparando al analista con el m uerto en el juego del bridge. Invitaba entonces al analista a tener im a posición cadaverizada, a reducir su presencia a ima función del juego y a ten­ der a confundirse con el sujeto supuesto saber. Por otro lado, está el analista deseo: aunque su silencio sea divino, su función im plica que -hable-por lo menos cada tanto, lo que-llamamos interpretar, V esto conduce al sujeto a interpretar los dichos del analista. Desde que el analis­ ta habla y uno lo interpreta, se pone en juego su deseo, que es una fun­ ción de la partida jugada en el análisis. De modo que si nos preguntamos qué tiene el analista del parte­ naire dios ciencia y del partenaire dios deseo, nos vem os obligados a decir que tiene de ambos. ¿Qué obliga a medirlo con el partenaire divino?

El partenaire analista Es más razonable sin duda medirlo con el partenaire en la vida, puesto que, como se observa fácilmente, se recurre al partenaire ana­ lista cuando se tienen algunas dificultades con este, según se descubre en el ixanscurs(7Fallío5ueñzo^el^añalisisrUno^se queja al partenaire analista de distintas formas de su partenaire vital (lo que ocupa fenomenológicamente una parte considerable del tiempo de las sesiones), a menudo se lo busca para preguntarse qué hacer con su partenaire vi­ tal, cómo se pudo pensar unirse a esta plaga. Suele recurrirse al parte-

naire analista para soportar al partenaire vital; por ejemplo, para des­ cifrarlo cuando no se comprende lo que dice, las señales que emite, los mensajes ambiguos, equívocos, quizá malintencionados, que les desti­ na, como si hablara por enigmas. Y se trata la cuestión del deseo del partenaire con el partenaire analista, que no es una cuestión simple, porque se está herido por lo que dice el partenaire vital. Como regla general, una mujer no logra digerir lo que le dice su hombre y tampoco lo que le dice su madre. Pero esto puede extenderse, y además toda regla general es susceptible de excepción. Del lado hom­ bre, el problema suele ser no lograr elegir partenaire, no estar seguro de cuál es el buen partenaire, si se tienen muchos, o de que sea el bueno cuando se tiene uno. Y cuando no se tiene, cuando se piensa que no se tiene partenaire, uno se pregunta por qué, qué le impide tener uno. En todos los casos, recurrir al analista es introducir un partenaire suplementario en la partida qire juega el sujeto con un partenaire even­ tualmente imaginario, hasta tal punto que podríamos decir, si bien es más complejo, que lo que llamamos la clínica sería el partenaire. En el análisis el partenaire es lo real como lo imposible de soportar. De modo que a veces el verdadero partenaire son los pensamientos. Como para Descartes al comienzo, es posible que el sujeto no soporte los pensam ientos que le vienen, y que sean ellos los que lo persiguen. Juega así su partida con sus pensamientos: ¿cómo lograr no pensarlos, pensar en otra cosa? Después eventualmente lo alcanzan y él se esfuer­ za por anular su propio yo pienso, intoxicarlo, anestesiarlo; usa ardides con sus pensamientos. Así, en cierta clínica puede presentársele la idea del suicidio como un modo radical de separarse de sus pensamientos. A veces el partenaire esencial es el cuerpo, que no obra sino a su an­ tojo, como vemos en la histeria de conversión, menos frecuente o es­ pectacular en nuestros días, o en la clínica psicosomática. Recurrir al análisis es finalmente sustituir siempre un partenaire por otro o por lo menos superponerlos. Por otra parte, el cónyuge, cuando hay uno, no siempre se lo toma muy bien; se opone, tolera y eventualmente entra a su vez en análisis. Como ya mencioné, el cón­ yuge no siempre es la persona con la que los unen los lazos matrimo­ niales, ni aquella con la que comparten el lecho, el concubino. Se habla de histeria femenina, que se volvió una categoría clínica aparte, cuan­ do el partenaire cónyuge es el padre. Pero por supuesto también la ma­ dre puede ser dicho partenaire. Y se llamó obsesivo al sujeto cuyo par­ tenaire es el pensamiento; así, se habla en el caso del Hombre de las

Ratas de la dama de sus pensamientos (son más bien los pensamientos que la dama). Este goza exactamente con su pensamiento. Llamamos paranoico a aquel cuyo partenaire es lo que dicen los otros y que lo apunta en el mal lugar. En resumen, el partenaire, que parecería sabio, tiene muchas caras, mucha variedad, mucha diversidad. ¡Siempre hay que buscar al partenaire! No debemos hipnotizamos con la posición del sujeto, sino preguntamos con quién juega su partida. En el psicoanálisis el partenaire es entonces una instancia con la que el sujeto se liga de manera esencial, una instancia que le causa pro­ blemas, e incluso si es probo, reconoce que lo ama, si me permiten. Es­ te es el problema.

La partida del sujeto ¿Cómo aislar el partenaire tomado en este sentido? En prim er lu­ gar, el sujeto no lo soporta, exactamente, no logra reducirlo a la homeostasis que lo mantiene, cosa que apareció en el psicoanálisis al co­ mienzo como el trauma. Y en segundo lugar, el siijeto goza de eso repehdamenteT-eomo-se-mamáiesta-regularmente-en-eLanálisis.De la manera más simple, más ilustrativa posible, el partenaire tie­ ne estatuto de síntoma. La fórmula más general que define al partenai­ re de múltiples caras es el partenaire-síntoma. Retornemos brevemente a Lacan, que de entrada se preguntó quién es el partenaire fundamental del sujeto, y la primera respuesta que dio en lo que llamó su enseñanza, a partir de 1953, fue qtie era otro sujeto. Se trata de tina concepción dialéctica del psicoanálisis que suponía, co­ mo recordó recientemente Éric Laurent, introducir en este a Hegel. Se­ gún esta noción, hay síntoma cuando el otro sujeto, su partenaire fun­ damental, no reconoce el deseo de ustedes. Por eso se recurre al ana­ lista como el sujeto capaz de reconocer los deseos no reconocidos co­ mo correspondía en su momento por el partenaire sujeto. Lacan presentó esta introducción sensacional, inesperada, de Hegel en el psicoanálisis como un retorno a Freud. Y no era un simple disfraz porque produjo un renacimiento de la lectura de Freud, incluso un pri­ mer nacimiento, puesto que hasta entonces no se lo había trabajado de esa manera. Pero más allá, de hecho, había una profunda necesidad de que esta introducción de Hegel en el psicoanálisis se tradujera como un retom o a Freud. Y es que precisamente la dialéctica implica que el

olro sujeto, de manera simétrica, se funde él también en la relación in­ tersubjetiva. Y si se reconocía al paciente como un sujeto que se reali­ zaría en la experiencia analítica, su interlocutor, su partenaire, debía ser también un sujeto que se produce en la misma operación. De allí lógicamente la necesidad de destacar el sujeto Freud, que fundó el psi­ coanálisis en la operación analítica misma. Había entonces una necesidad de que esta introducción de Hegel se presentase como un retorno a Freud, al sujeto Freud que inventaba el psicoanálisis por la mediación dialéctica de sus pacientes. Y esto valía para Lacan mismo, que reinventaba el psicoanálisis sobre los pasos freudianos. En esta perspectiva inicial, la partida del sujeto se concebía como jugándose siempre con otro sujeto -incluso otros sujetos, según el mo­ mento de su historia- que él mismo no quiere reconocer en tanto tal, y el analista sustituía al otro sujeto histórico reticente. Ciertamente, Lacan partió de este punto, no se detuvo allí, pero la problemática del partenaire está presente, es una línea de toda su in­ vestigación. Implica - y es lo que falta en una teoría del su jeto- que el sujeto es incompleto en tanto tal, que necesita un partenaire; la cues­ tión es saber en qué nivel lo necesita. En el camino de Freud y su «Introdticción del narcisismo», el pri­ mer partenaire en Lacan es la imagen, según cuenta el estadio del es­ pejo. Debido a una incompletud orgánica de nacimiento llamada prematuración, el primer partenaire del sujeto es su imagen, un partenai­ re imaginario, exactamente, el partenaire narcisista. Luego Lacan le in­ ventó ese partenaire fascinante, no especular, cuya huella se encuentra en la meditación filosófica, que es el partenaire simbólico. En cierto sentido aprendimos a situar al sujeto frente a este doble partenaire, el btieno y el malo, el partenaire del sentido y el partenaire del deseo. Esta es la lección que nos enseñaron. Seguiremos con las lecciones la vez que viene. 19 de marzo 1997

XIV La partida de psicoanálisis

J a c q u e s - A l a in M il l e r : En nuestro último encuentro anuncié una teoría del partenaire y empecé a declinar las versiones lacarüanas del partenaire subjetivo. Como recordarán, en primer lugar, está el parte­ naire imagen y, en segundo lugar, el partenaire símbolo. Como em pie­ za de este modo ima serie que puede enumerarse, resulta útil pregun­ tarse cuál es el término que le conviene. Me parece que vale la pena situarlo de entrada - y es por otra parte lo que hice al com ienzo-: el término de la serie de partenaires es el par­ tenaire síntoma.

imagen símbolo

síntoma ¿Qué es un partenaire? De la manera más simple, alguien con el que uno juega su partida. Y si nos referimos a su etimología, con lo que esta implica de aleatorio, de contingente (lo contingente es la marca misma del significante, está ligado a él), el término francés partenaire procede de partner, palabra inglesa, importada a la lengua francesa du­ rante la segunda mitad del siglo XVIII, un siglo al mismo tiempo tan francés en el mundo, en el que lo global era la lengua francesa. Para nosotros es un pasado lejano, ya que la nueva lengua global -q u e pa­

decem os- viene del inglés. Ciertamente ya no es el inglés de los ingle­ ses, es incluso apenas el inglés de los norteamericanos; se trata de una lingua franca, una especie de argot inglés universal. En todo caso, para los franceses es sintomático que el francés, antigua lengua global, uni­ versal, haya sido destronado por el inglés o por lo menos por un vástago de este. Por eso sin duda no es casual que aquí nos interroguemos por el síntoma social contemporáneo. Y es que para nosotros algo no funciona desde este punto de vista de la lengua.

El socio En el siglo XVIII entonces, cuando el francés era la lengua univer­ sal, se introdujo en esta el término inglés partner, tomado, sin embar­ go, si confiamos en el diccionario, del francés antiguo, de parsonnier, que significaba «socio». Luego, se puede traducir partenaire por «aso­ ciado». El partenaire es el asociado, con el que uno se asocia, por ejem­ plo, para bailar, ya que en esa época no se podía bailar solo. El movi­ miento del síntoma social condujo a que... En fin, es para discutir, se­ gún la'fenomenología de-la-festa— Pero pareee-que hoy-sejpuedebain lar solo, en todo caso sin aferrarse a otro. A pesar de que uno no se aferra al otro, se necesita que haya ima especie de partenaire, aunque sea múltiple. Pero dejaré para otra oportunidad el síntoma de la danza contemporánea... Además como viajaré próximamente al Brasil, don­ de es imposible hacer un seminario de psicoanálisis sin bailar por la noche (es que si no, ellos no confían en lo que tino puede contar), me haré una idea más precisa sobre la relación con los partenaires. Parece que sigue existiendo eso de invitar a alguien a bañar, cosa que por otra parte a menudo hacen las damas cuando los caballeros no son muy da­ dos a este ejercicio. Pero evidentemente en la pista de baile se pierde un poco esta relación, y desde el exterior se tiene la sensación de un go­ ce bastante autista cuya referencia al Otro está sometida a cierto sus­ penso, cierto equívoco, en todo caso a sustituciones que no permitía en absoluto, por ejemplo. el tango argentino. El partenaire es entonces el socio, tanto ese con el que se baila como aquel con el que se ejerce una profesión, una disciplina, o con el cual uno se ejercita, por ejemplo en un deporte; y es también con el que se con­ versa e incluso con el que uno se acuesta. Con el partenaire se compar­ te una partida, y la palabra partie [parte, partida] merecería que nos de­

tengamos en ella y que se destaquen sus paradojas, que llegan al objeto parcial, como se dice en psicoanálisis, de donde Lacan forjó su objeto a. La palabra partie designa el elemento del todo, como formula de en­ trada el diccionario Robert, pero se descubre en la serie de definiciones, de traducciones semánticas, que este propone de manera siempre am­ bigua, equívoca, que el término nombra tanto el todo en cuanto impli­ ca partes, como las partes interesadas en ese todo. Por eso, la palabra partie está ligada al juego: designa la convención inicial de jugadores -es un uso de la lengua clásica- y la duración misma de este, al final de la cual, siguiendo el Robert, se determinan ganador y perdedor. Esbozo una teoría del partenaire en la medida en que el sujeto lacaniano, al que nos remitimos, con el que tratamos en el psicoanálisis, es­ tá esencialmente comprometido en mía partida. Tiene de manera esen­ cial, no contingente sino necesaria, de estructura, un partenaire. El su­ jeto lacaniano es impensable sin un partenaire. De este modo referimos la importancia para el sujeto de lo que lla­ mamos a partir de Lacan la experiencia analítica, que no es otra cosa que la que se juega con un partenaire. Pero ¿cómo comprender el va­ lor para un sujeto de la partida de psicoanálisis, en el sentido en que se dice la partida de cartas? Constatamos que la partida de psicoanáli­ sis adquiere un valor esencial para el sujeto que se compromete en ella. Para dar cuenta de su importancia, debemos plantear que existe fun­ damentalmente - y fuera incluso de este compromiso que puede hacer­ se o n o - una partida psíquica inconsciente en la que él está siempre comprometido aunque no lo sepa. Esto supone que ya existe el psicoanálisis y que se intenta a partir de este hecho imaginar sus fundamentos, lo que conduce a la hipóte­ sis de una partida inconsciente. Y si se juega para el sujeto una partida inconsciente, es porque él es fundamentalmente incompleto.

La form ación del analista Lacan ilustró esta incompletud del sujeto en el estadio del espejo, que, en los términos que utilizo hoy, es una partida que el sujeto juega con su imagen. Si consideramos esta construcción de Lacan sobre el fondo de la elaboración psicoanalítica, nos vemos llevados a observar que el esta­ dio del espejo es la versión lacaniana del narcisismo freudiano, de lo

que Freud presentó en su escrito «Introducción del narcisism o», que parecía propicio para fundar una autarquía del sujeto. De este modo se lo leyó: hay un nivel o un momento en que el sujeto no necesita a nadie y encuentra en sí mismo su objeto. Se hizo, pues, del narcisismo freudiano la ausencia de partida, y se supuso ilusorias las partidas que podía jugar el sujeto respecto del narcisismo. Ahora bien, el esta­ dio del espejo invierte esta lectura porque introduce la alteridad en el seno mismo de la propia identidad, definiendo así un estatuto para­ dójico de la imagen. En el estadio del espejo esta es a la vez la im agen de sí y otra imagen. Lacan formalizó esta partida imaginaria del nar­ cisismo: a-a', y la describió como un atolladero tanto en la vertiente histérica como en la vertiente obsesiva, en la neurosis. U n atolladero significa que el sujeto siempre sale perdiendo de esta partida, solo sa­ le a costa suya. Por eso Lacan introdujo otro partenaire, el simbólico, con la idea de que la clínica como patología se arraiga en las impasses de la partida imaginaria. Estas impasses necesitan el análisis como partida simbólica. Y el análisis supuestamente procura el pase, que es una salida ganadora para el sujeto. En la perspectiva que tomo sobre la elaboración de La­ can a partir de los términos que destaco (partida y partenaire), el aná­ lisis debería ser una partida que el sujeto gana, el medio de ganar la partida que pierde en lo imaginario y que constituye precisam ente su clínica, lo que explica la paradoja de la posición del analista como par­ tenaire. El analista en el sentido de Lacan juega su partida simbólica de manera de perderla. No puede ganar la partida como analista m ás que con la condición de perderla y de hacer ganar al partenaire sujeto. Sin duda la posición del analista implica una dimensión de abnegación, y lo que Lacan llama' la formación analítica se arraiga en ese punto: aprender a perder la partida que se juega con el sujeto, que es quien obtiene la ganancia. La formación del analista es aceptar que su propia ganancia sea perder en beneficio del analizante. Quizá pueda recordar, como se hizo antes, un final de análisis en su rusticidad, en su ingenuidad, como indica Lacan, en su brutalidad, que -destaca-la- ganancia del sujeto, q u ea v ecesesco rrelativ a de un desconcierto para el analista. Al final de una larga trayectoria analítica un sujeto sueña que ima cosa que solo puede designarse con el término porquería [saloperie] sale de su pierna, y es de color negro, igual -d icen las asociaciones- que un objeto que está en el consultorio del analista. Algún tiempo después el

sujeto enuncia, con temor y temblor, que es un cerdo, y así hace caer sobre el analista la máscara del lobo, que se hartó de este cerdo (él m is­ mo bastante activo desde el punto de vista oral) durante años. Y algún tiempo después, este sujeto hasta entonces dócil, respetuoso, admira­ dor del analista, llega a lanzarle este dardo al partir: ¡Usted es un pesa­ do! ¡Y este es el final! Este es el adiós después de ima decena de años: la porquería negra, el soy un cerdo y el ¡Usted es un pesado! Se trata de un final de análisis completamente defendible. El analis­ ta, el análisis, lugar de la verdad, es reducido a su esencia... de mierda (¿cómo decirlo de otro m odo?) con la sensación de un maravilloso ali­ vio para el sujeto, con la búsqueda de mía verdad que no culmina en la visión de la esencia divina, sino en la declaración de que la elabora­ ción verídica y los sentimientos que acompañaron al sujeto, todo esto es mierda. Esta es una verdad algo corta, si se quiere, pero capaz de re­ presentar para m í legítimamente, como señalé al analista que me refi­ rió este episodio, un final de análisis y no una interrupción. En estos tres tiempos que detallé se percibe en el sujeto mismo ima sorprendente, brutal conversión del ágalma en palea, para pasar del griego al latín. La formación del analista se sitúa exactamente en asu­ mir y querer esta conversión, aunque el sujeto esté todavía al respecto completamente ciego y sea para él impensable o, cuando piensa en eso, doloroso.

Del partenaire imagen al partenaire sím bolo Hablé del atolladero, y Lacan describió las estructuras clínicas co­ mo impasses de orden imaginario -n o impasses ilusorias-, en el sentido en que la verdad tiene estructura de ficción, lo que para él significaba que son modos de engaño, de mentira. Y el pase se buscó siempre, desde los comienzos de su enseñanza, como lo que no engañaría. Por eso al principio Lacan creyó encontrar ima salida de lado del Otro de la Buena Fe, que no engaña. Distinguió así el Otro im agen y el Otro símbolo, planteando que este último era por excelencia el Otro que no engaña, como formula en la página 435 de los Escritos: «Pero la solución es de buscarse por otro lado, por el la­ do del Otro [se refiere a la solución de las impasses imaginarias], distingui­ do por una A mayúscula, bajo cuyo nombre designamos un lugar esen­ cial a la estructura de lo simbólico». Y agrega unos párrafos después:

«Ese Otro, lo he dicho muchas veces, no es sino el aval de la Buena Fe necesariamente evocada [...] en el pacto de la palabra». Subrayo aquí el término necesariamente: había para el primer Lacan algo que no cesa de escribirse cuando se habla, y es la referencia al Otro que no engaña. Pero ¿qué significa esto en la experiencia? En los términos de Lacan, significa que en los confines del análisis, en la zo­ na que concierne a lo que se llama el fin del análisis -y que es también la expulsión del sujeto de su impasse-, se trata de restituir ima cadena significante. Si oponemos el partenaire imagen y el partenaire sím bo­ lo, el final del análisis es la restitución de dicha cadena. Lacan veía aquí tres dimensiones: la primera, que alcanza el significado, es la de la his­ toria de una vida vivida como historia, lo que supone la epopeya n a­ rrada del sujeto, cuyo relato continúa su existencia; en segundo lugar, una dimensión significante, la percepción de su sujeción a las leyes del lenguaje; y en tercer lugar, el acceso a la intersubjetividad, al juego in­ tersubjetivo, por donde la verdad entra en lo real. Estas tres dimensiones de la cadena significante valen ante todo por la ausencia de cualqtúer referencia al deseo y al goce. Esto es lo que implica esencialmente la idea de una partida jugada con el 'partenaire ^ím bürorY'la'fenom enología de-la-experiencia-anaKticajca-erueata_di-__ rección, puesto que en ella uno se ausenta de todo goce que sería allí asimilable al que se obtiene de manera más o menos satisfactoria con el partenaire sexual. La fenomenología de la experiencia analítica pa­ rece evidenciar que el partenaire esencial del sujeto es el Otro del sen­ tido. Como se sabe, finalmente en el análisis se puede hablar, pueden ponerse palabras a eso de lo que se trata, oportunidad que los azares de la existencia no habrían facilitado al sujeto. Dicho de otra manera, parece que el análisis funda, justamente por su método, por los medios que emplea, el privilegio de lo semántico sobre lo sexual. Desde esta perspectiva, la operación analítica se define como la sus­ titución de todo partenaire imagen por el partenaire símbolo. Y si res­ tituimos esta dimensión, es posible captar el privilegio, que encontró Lacan en un segundo tiempo, del falo freudiano como significante. Tal como lo introduzco, se percibe que esto implica una m odificación del concepto de Otro. El Otro que mencioné era el Otro de la Bueña Fe, el dios de los filósofos. Hablar del falo como significante es degradarlo, es decir que hay en él algo del deseo. Por eso lo que Lacan entonces elaboró del partenaire símbolo como el falo suponía arrancar el deseo a lo imaginario y asignarlo al partenai-

re del Otro. La innovación lacaniana de que el falo es un significante, que hizo temblar las bases de la práctica analítica, significa que el Otro no es solamente el Otro del pacto de la palabra sino también el Otro del deseo, lo que explica la complejidad del partenaire símbolo. Lacan se vio conducido a una relectura y reescritura de la teoría freudiana de la vida amorosa, donde el partenaire símbolo aparece de un lado como parte­ naire falo y del otro lado, como partenaire amor, con una dialéctica di­ versificada según el sexo. De modo que no se presenta simplemente co­ mo partenaire de la Buena Fe respecto de los engaños imaginarios. Los remito en este sentido a «La significación del falo», texto que comenté varias veces. Agreguemos ahora a nuestra enumeración el partenaire falo y el partenaire am or con sus significantes: (p y Y también hay que añadir el objeto a, que es el partenaire mayor que Lacan le da al sujeto y que reveló a partir de la estructura del fantasma. No es el Otro sujeto, ni la imagen, ni el falo, sino un objeto tomado del cuerpo del sujeto. Lacan entonces elaboró con distintas formas el partenaire goce del sujeto, que lo condujo hasta el partenaire síntoma. Su texto que también comenté a menudo, «Posición del inconscien­ te», instituye frente al espacio del sujeto representado por un conjun­ to, el campo del Otro.

Encontram os aquí de alguna manera esa colaboración fundamental entre el sujeto y el Otro, cuya raíz es el objeto a. El partenaire que el sujeto tiene en el Otro esencialmente es el objeto a; dentro del campo simbólico, de la verdad como ficción, se relaciona, trata, se asocia en el fantasma con el objeto a, y el objeto a, en cierto sentido, es la sustancia no solo de la im agen del Otro sino del Otro en tanto tal.

El partenaire esencial El partenaire esencial del sujeto es el objeto a, y la enseñanza de Lacan no hizo m ás que desplegar las consecuencias de este materna respecto de la sexualidad. ¿Qué es la sexualidad, el Otro sexual, si el partenaire esencial del sujeto es el objeto a, es decir, algo de su goce? Cuando Lacan nos presentaba este esquema, afirmaba que la sexuali­ dad está representada en el inconsciente por la pulsión. Y se necesitó un tiempo para percibir que la pulsión no representa la sexualidad, en tanto que relación con el Otro sexual, sino que la reduce a la relación con el objeto a. En otras palabras, la frase que tomo del escrito «Posi­ ción del inconsciente», la pulsión representa la sexualidad en el incons­ ciente, implica consecuencias que Lacan necesitó varios años para ad­ mitir. En particular, si la sexualidad solo está representada en el inconsciente por la pulsión, no está representada en el inconsciente, está representada por otra cosa, es una representación no representa­ tiva. Y la consecuencia de esta no representación es lo que Lacan for­ muló de manera fulgurante con la no relación sexual, que supone que el partenaire esencial del sujeto es el objeto a, algo de su propio goce, liuplüs~dé gozar. Por eso su~invendón de este-objeto~ya_significa que no hay relación sexual, que el partenaire del sujeto es dicho objeto y no el otro sexual. Que la relación sexual no esté escrita no significa que sea falsa, si­ no que es una fórmula que no se encuentra en lo real, que está ausen­ te, lo que da lugar a la contingencia y muestra su necesidad en lo que podríamos llamar la historia sexual del sujeto, la narración de sus en­ cuentros. Se explica además que solo haya encuentro. Lacan ya había descubierto hacía mucho tiempo la contingencia, precisamente, cuan­ do aislaba la función del significante, lo que este, como muestra la m e­ nor etimología, conlleva de arbitrario. En ningún lugar la derivación del sentido de las palabras que utilizamos se demuestra necesaria, son siempre encuentros. Cada palabra es un encuentro y su incidencia en el desarrollo erótico del sujeto está marcada por esta contingencia, co­ mo se representó en la forma del trauma, que es siempre un encuentro y una mala sorpresa. Una historia, la historia vivida como historia, es el relato de las malas sorpresas que se tuvieron. Lacan sostenía mucho antes de llegar a la no relación sexual, aun­ que de alguna manera ya se anunciaba, que «es por la marca de arbi­ trariedad propia de ésta [se refiere a la letra] como se explica la extraor­

dinaria contingencia de los accidentes que dan al inconsciente su ver­ dadero rostro» (página 430 de los Escritos). Un análisis no hace más que destacar esta extraordinaria contin­ gencia, cuya consecuencia es el inconsciente. Esta contingencia es in­ trínseca a la relación con el significante, y Lacan solo necesitó ima de­ cena de años para explicarla por la no relación sexual. Si existe esta contingencia, es porque hay correlativamente algo que no está necesa­ riamente inscripto. El partenaire sexual nunca está establecido, programado. El Otro se­ xual no existe en este sentido, en relación con el plus de gozar, lo que sig­ nifica que el partenaire verdaderamente esencial es el goce, el plus de gozar mismo. Por eso la interrogación sobre la elección en cada uno de su partenaire sexual. El partenaire sexual solo seduce por la manera en la que él mismo se acomoda a la no relación sexual. Como nadie seduce más que por su síntoma, Lacan sostenía en su seminario Aun que lo que provoca el amor, lo que permite revestir el plus de gozar de ima persona, es el en­ cuentro en el partenaire de todo lo que marca en cada uno la huella de su exilio de la relación sexual. Se trata de una nueva doctrina del amor, el cual no pasa simple­ mente por el narcisismo, sino que supone la existencia del'inconsriente. Implica que el sujeto percibe en el partenaire el tipo de saber que en él responde a la no relación sexual y el síntoma que elaboró debido a esto. En este sentido, Lacan planteó en dicho seminario que el parte­ naire del sujeto no es el Otro, sino lo que lo sustituye como la causa de deseo. Esta concepción radical del partenaire hace de la sexualidad un ropaje del plus de gozar. La ventaja es que esto da cuenta por ejemplo de la toxicomanía, que se adapta exactamente a las líneas de la estructura. La toxicomanía es un antiamor, prescinde del partenaire sexual y se consagra al partenai­ re asexuado del plus de gozar, sacrifica lo imaginario a lo real de este. En esa época, el objeto a sobresale respecto del ideal: I < a, fórmula que propuse al comienzo de este seminario. Y si hoy nos interesamos en la toxicomanía, que está desde siempre, es porque traduce m aravi­ llosamente la soledad de cada uno con su partenaire plus de gozar. La toxicomanía es de la época del liberalismo; cuando los ideales impor­ tan un comino, nadie se ocupa de construir el Otro y los valores idea­ les del Otro nacional palidecen, se disgregan ante ima globalización que prescinde del ideal y de la que nadie está a cargo.

Hablamos aquí hace poco de la inmigración, legal o clandestina, con nuestros buenos sentimientos. Testimoniamos que no haríamos diferencias mezquinas, que estamos a favor de cualquier forma de in­ migración. Pues bien, somos liberales, ya que el liberalismo no pide otra cosa y está de acuerdo con que esto circule en todos los sentidos. Y es que el resultado que espera el economista liberal es que bajen los salarios y de este modo se favorezca la producción. Los liberales nor­ teamericanos, que creen en las virtudes del laissez-faire, están a favor de las fronteras porosas porque favorecen la producción y pesan en los salarios. Y como la resistencia a esta circulación general se hace en nombre de la idea nacional, la sensibilidad antinacionalista -d e la izquierda m oral- converge completamente con los intereses de la eco­ nom ía liberal. Sin duda no es algo divertido, pero no estamos aquí para decir co­ sas divertidas. En este contexto, Lacan se interesó en el síntoma litera­ rio, que cosquillea al Otro universitario, al Saber, pero que implica esencialmente tm goce para el sujeto, y allí inscribió su referencia a Tames Joyce, sobre la que quizá vuélva la"vez que viene. Antes de pasarle la palabra a Éric Laurent, tal vez pueda terminar con el sentido que hay que dar en esta perspectiva al inconsciente in­ térprete, fórmula que lancé y que fue comentada. ¿Qué es el incons­ ciente intérprete? El inconsciente interpreta precisamente la no rela­ ción sexual y al hacerlo, la cifra. De modo que este cifrado es correlati­ vo del sentido que toma la no relación para el sujeto. El cifrado de la no relación sexual libra en primer lugar el síntoma, que va más lejos que el inconsciente en la medida en que es susceptible de encarnarse en lo que mejor se conoce, a saber, el partenaire sexual. Retomaré este tema la próxima vez.

G ender identity É r ic L a u r en t : Partiré más bien del comienzo de tu exposición, cuando mencionabas el estatuto de lengua universal del inglés, porque algunos de nosotros pasamos el fin de semana en esta lengua franca, dado que bajo la bandera de la Escuela Europea de Psicoanálisis se reunió en Londres un número bastante diverso de nacionalidades. No se trata del inglés como lengua diplomática, sino de este inglés mixto, acogedor, que permite agitar los diversos acentos y en una Londres cu­

ya vitalidad sorprende al que llega de París. Esta ciudad sin duda se mueve por la noche, con gente que se apretuja, que no parecen temer unos de los otros, y en cuyo centro es fuerte la densidad humana. Se ve también un uso de la nación bastante diferente, menos frío que el nuestro, más vital, más desordenado, luego, más acogedor. Se dice que el inglés es hospitalario por su debilidad sintáctica, su ausencia de academia y su capacidad para fabricar vocabulario con la ayuda de casi todo (prácticas, lenguas, palabras nuevas integradas por el uso). Esta nación de comerciantes, de saqueadores, entró tarde en la condición europea, pero siempre mostró un bello realismo -q u e Lacan hom enajeó-, junto con esta riqueza nominalista que le hace fabricar mundos. Cuando llegamos a Londres nuestro primer reflejo fue comprar Ti­ me Out, porque queríamos saber lo que se hacía en esa ciudad, cuáles eran las prácticas. Ahora bien, el suplemento de Tíme Out estaba ente­ ramente dedicado a París, eran cuarenta y ocho páginas consagradas a nuestra ciudad, un documento descriptivo que nos sorprendió porque daba la impresión de una París completamente distinta. Les aconsejo com prar el Time Out de esta semana, verán la ciudad de otra manera, con una riqueza de vocabulario que describe toda una serie de prácti­ cas que uno no sospecharía que existan aquí. Recomiendo entonces vi­ vamente este nominalismo inglés aplicado a nuestro marco de vida. Pero no estábamos en Londres para divertim os, sino para seguir una partida, en los términos que desarrolla Jacqties-Alain Miller, la del gender. Era una investigación de dos días sobre los límites clínicos que puede tener la difusión del abordaje del sexo por la identidad de género {gender identity), lo que permitió a la vez, en la universidad y en la clínica psiquiátrica, redistribuir los papeles sexuales por fuera de la sexuación. La apuesta era saber hasta dónde uno puede fiarse de esta redistribución, de esta facticidad del sexo, de esta comedia de errores. Y si hay en francés una traducción de género, es más bien la m ezcla de géneros, una partida sin regla adecuada. Al mismo tiempo, se investigó cómo la clínica y las formas del síntoma obstaculizan, por su resistencia, la facticidad y con qué se confronta nuestra época ima vez agotadas las ficciones capaces de reglar las relaciones de género definidas como identidad. El agotamiento de las ficciones que estable­ cerían las reglas se ve bien en el matrimonio transform ado, las same sex unions, las uniones adm inistrativas, las familias monoparentales, los certificados de concubinato, los no matrimonios declarados, etcé-

tera. Y la gran novedad que desplegó el diario del domingo de las Jor­ nadas fue que los scouis ingleses reconocían en sus filas líderes hom o­ sexuales declarados, lo que puso a la familia de Baden-Powell en un estado espantoso. A partir del discurso universitario, la redistribución de gender identity intentó fabricar un tipo de ficción que supliría otras ficciones ago­ tadas, aunque no pudo disimular que la verdadera partida que estaba en juego eran los efectos de las tiranías del narcisismo de los múltiples yo y sus estilos de vida. Cada yo busca la originalidad de su modo de vida, más exactamente, de su estilo de gozar, que es el núcleo oculto del yo, como desarrolló Jacques-Alain Miller en la Coruña, España. Estas diferentes tiranías narcisistas verifican más bien, en términos de Lacan, la norma macho. Las normas del goce fálico solo permitían una legisla­ ción sobre estas normas macho yuxtapuestas, ninguna de las cuales, sin embargo, podía pretender ser la buena, la que era capaz de mantener unido el conjunto. Se exploraron los límites de esta yuxtaposición sin que ninguna de ellas pudiera ser un verdadero punto de basta. Pero no me detuve en el imposible punto de basta de los estilos de vida, sino e n jo que en la IPA era sentido como el punto de basta im ­ posible para los estilos delntérpretaciorr, dad'O' que-había4enguas-deinterpretación muy diversas que el realismo no sabía cómo acordar. Hubo distintas tentativas; vimos las del señor Wallerstein y las res­ puestas que dio a ellas el presidente Etchegoyen.

La elección de M urcia Cavell Ahora me gustaría tomar otras tentativas o respuestas a este mismo malestar y en particular la manera en la que trató la cuestión esa psi­ coanalista que no tiene un papel institucional en la IPA, pero cuya in­ tervención se centra especialmente en el tema. Me refiero a la señora Davidson, Marcia Cavell, cuyo libro se titula La mente psicoanalítica: De Freud a la filosofía. Sobre este punto centra su esfuerzo en responder a lFcugstión::.~Aimque el título sea raro...-Ouizá&£l_sig u ien tesellam e l ^ mente psicoanalítica II: De la filosofía a Freud. Podría volver. En todo caso, ella intenta definir en su libro lo real en juego, el pun­ to de basta posible de la interpretación en psicoanálisis. Cavell crítica la perspectiva marcada por Wallerstein de una manera com pletamen­ te distinta de la de Etchegoyen. Les recuerdo que la idea de Wallerstein

era que el psicoanálisis tiene un fondo común que son los hechos clí­ nicos, mientras que las teorías clínicas son niveles de abstracción supe­ riores, donde resultan lícitas las frases de nivel complejo que incluyen puntos de vista, acentos, conceptos particulares. Pero para saber el sentido de las frases pronunciadas en las lenguas de interpretación de­ rivadas de las teorías clínicas es preciso descomponerlas en hechos clí­ nicos elementales que permitirían obtener el sentido de dichas teorías. Entonces ella, que es más culta en todas estas cuestiones que sus co­ legas, critica este punto de vista observando que existe un artículo de Quine llamado «Dos dogmas del empirismo», de 1953. Como sabe­ mos, Quine critica la idea de que el sentido de una frase se compren­ dería cuando se llegue a reducir la teoría a hechos. Nota que en la m a­ yoría de las teorías científicas esta distinción es absurda y que com­ prender lo que significa un quark en física no es más que el uso de la teoría que puso a punto el quark. La distinción entre el hecho y la teo­ ría, a partir de cierto grado de complejidad, desde que se sale de la in­ genuidad, ya no tiene valor. Y así Quine ponía en tela de juicio los acer­ camientos verificacionistas de quien era su Otro, con el que hablaba, Carnap. La señora Cavell piensa que no es partiendo de este tipo de aproxi­ maciones como se llegará a situar el lugar de la referencia o el fondo común de las diferentes lenguas analíticas. En La mente psicocmaltiica... considera que hace falta un tipo de hipótesis sobre el sujeto, luego so­ bre la mente psicoanalítica, aunque no lo formula como yo acabo de hacerlo. Se trata de explicar cómo responde a la interpretación esta mente psicoanalítica. Lo que hay en común no es el problema de las len­ guas de interpretación, el gran misterio es que justam ente algo respon­ da a la interpretación. Por eso ella se lanza a una traducción del psicoanálisis en los térmi­ nos de Davidson, que es justamente el exponente de una teoría radical de la interpretación o de una concepción de la actividad de saber que supone el establecimiento de la referencia como esencialmente inter­ pretativa. Y así distingue en su abordaje varias maneras de situar el problema, varias maneras de situar el inconsciente. Observa que en ge­ neral cuando se lee Freud se establece la lectura más común, que es pensar que el inconsciente freudiano es el inconsciente de una perso­ na, de la primera persona, solitaria. Entonces ella relee los artículos metapsicológicos freudianos a la luz de vina suerte de inconsciente freudiano deducido de la primera persona, como Descartes deducía la

conciencia, pero vuelta hacia un interior. De este modo vuelve a leer el artículo de Freud de 1915, «Lo incons­ ciente», y en particular la página 166, donde este se interroga sobre su hipótesis del inconsciente: El psicoanálisis no nos exige sino que este modo de razonamiento se vuelva también hacia la persona propia, para lo cual no tenemos incli­ nación constitucional alguna. Si así se hace, deberá decirse que todos los actos y exteriorizaciones que yo noto en mí y no sé enlazar con el resto de mi vida psíquica tienen que juzgarse como si pertenecieran a otra persona y han de esclarecerse atribuyendo a esta ima vida anímica. Y en la página siguiente: Dentro del psicoanálisis no nos queda, pues, sino declarar que los procesos anímicos son en sí inconscientes y comparar su percepción por la conciencia con la percepción del mundo exterior por los órganos sensoriales. [...] El supuesto psicoanalítico de la actividad anímica in­ consciente nos aparece, por un lado, como una continuación del ani­ mismo primitivo, que dondequiera nos espejaba homólogos de nuestra conciencia, yi-por-otro.-como-continuación de la enmiendajjueKant in­ trodujo en nuestra manera de concebir la percepción exterior. A continuación viene el nudo central: Así como Kant nos alertó para que no juzgásemos a la percepción como idéntica a lo percibido incognoscible, descuidando el condiciona­ miento subjetivo de ella, así el psicoanálisis nos advierte que no hemos de sustituir el proceso psíquico inconsciente, que es el objeto de la con­ ciencia, por la percepción que esta hace de él. Luego, Freud construye en estas páginas el inconsciente como una reflexión interna, un ojo que permite percibir el proceso inconsciente y al mismo tiempo, al modo kantiano, como objeto que se escabulle, noúmeno, que escapará a la descripción. La-señora Cavell utiliza estos textos freudianos para subrayar que hay una corriente del psicoanálisis que, autorizándose en ellos, los convierte en un first person approach, una deducción a partir del sujeto. Y ella opone otra teoría porque nbta que el gran problema de todos los psicoanalistas que se apoyaron en esto es explicar la comunicación, si­ tuar la intersubjetividad. Considera además que la escuela de la rela­

ción de objeto -o las relaciones m adre-niño- es otra corriente psicoanalítica que obstaculiza esta deducción «solipsista» (entre comillas). De aquí en más, ella se apoya en otra perspectiva, en la filosofía analítica, y encuentra una trinidad que le permitirá deducir su posi­ ción en Wittgenstein, Quine y Davidson. En el Wittgenstein de Investi­ gaciones filosóficas, texto que él escribió contra su Tractatus..., contra el hecho de que haya hechos, que las frases puedan analizarse en térmi­ nos de hechos y que el resto no podría decirse. Hacía falta mostrar es­ tos hechos para analizar lo dicho. El segundo Wittgenstein rechaza el análisis que él mismo había trazado, parte de la frase como unidad no descomponible y construye juegos de lenguaje en los que están atrapa­ das estas frases, única perspectiva que permite citarlas sabiendo el sen­ tido que pueden tener. Cavell recluta a Quine en la serie por su holismo, por el hincapié que hizo en que el sentido de una frase no puede darse por el examen de uno de los elementos que implica, sino por el conjunto de frases con las que se relaciona, por el tribunal que constituye el conjunto del dis­ curso. Ella considera que Quine, con este enfoque muy diferente del de Wittgenstein, permite instalar un lugar de la interpretación. Y como Quine introduce un principio radical de indeterminación de la traducción, puede pasar al tercer nombre que invoca, Davidson. En otras palabras, para saber lo que se dice se convoca el conjunto del Otro, pero finalmente, dado que siempre se puede retraducir un esta­ do del mundo por otra teoría, la única manera de limitar esta retraduc­ ción permanente es la ciencia, que establece sola la referencia. JacquesAlain M iller señaló al comienzo de este año esta posición de Quine y cómo se independizaron de ella sus alumnos. Davidson intentó partir de otra manera, fijar las reglas, un punto de basta a este lugar de la interpretación. Y hay algo gracioso en el libro de Marcia Cavell, qiúen cita a Davidson pero también a Stanley Cavell, su primer marido, que fue uno de los que contribuyó a que no se vea en Wittgenstein su aspecto positivista lógico sino más bien la sorprendente concepción de juegos de lenguaje. Stanley Cavell señala que si toma­ mos en serio los juegos de lenguaje para buscar un sentido, no hace­ m os más que proyectam os de un juego de lenguaje a otro, de un mo­ do de interpretación a otro, sin garantía ni de lo universal del discur­ so, ni de las reglas que se puedan conocer antes. De allí para él el ho­ rror que hay en circular sin garantía en los juegos de lenguaje, ya que se depende radicalmente del acuerdo del partenaire.

Davidson, en cambio, parte de la idea de que solo se puede indagar lo que quiere decir lo que se dice buscando el acuerdo del Otro o por lo menos concediéndole dos cosas: por un lado, un principio de cari­ dad, que es que debe ser racional (es la caridad racional, una especie de caridad laica), y por otro, es preciso que en un punto se capte la ver­ dad literal de lo que se le dice, lo que el otro quiere verdaderamente decir. Para Davidson, en determinado momento la indeterminación de la traducción cesa, da una oportunidad de que haya una correspon­ dencia. Resulta divertido entonces que la señora Cavell prefiriera para su segundo matrimonio alguien con ima teoría tal que admita un pun­ to de basta y que se sepa por lo menos con qué regla se juega con él. Prefirió este al primero, que acentúa que no se sabe en absoluto qué se hace cuando se traduce, cuando se pasa de un juego de lenguaje a otro y que introduce ima inseguridad fundamental y un escepticismo radi­ cal en los juegos a los que se juega. Ella eligió. No me permitiría subrayarlo demasiado, pero por lo m e­ nos, simplemente, esto da otro relieve a la teoría del partenaire y del par­ tenaire interpretativo. Dejaré aquí y continuaré la vez qué viene. 26-de-manzo-deJ1992. _

XV La secta y la globalización

J a c q u e s - A l a in M il l e r : Creo que no hemos dado, pese a nuestras buenas intenciones del comienzo del año, la forma de seminario a lo que llamamos de este modo. Para terminar el trimestre pensamos re­ currir a un tercero, nuestro colega Hugo Freda, dado que tanto Eric Laurent como yo en distintas ocasiones, cada uno a su m anera, men­ cionamos entre los síntomas sociales contemporáneos la toxicomanía. Hugo Freda desarrolló especialmente el interés por la teoría y el tra­ tamiento de lo que colocamos aquí en la rúbrica de síntoma. El es ade­ más, junto con su práctica propiamente analítica, fundador y responsa­ ble de una institución dedicada a quienes denominamos toxicómanos. Durante años, por otra parte, asesoró a diversas instituciones en Francia, Europa y América latina, y constituye en nuestro medio una referencia sobre el tema. Por eso le pedimos para empezar hoy que evocara los da­ tos de los que parte y algunos resultados a los que cree haber llegado. Después de su intervención, que no conocemos, supongo que ten­ dremos algo que decir, y luego Éric Laurent seguirá con su parte del seminario y yo con la mía.

Una solución feliz F r a n c is c o H u g o F r e d a : Gracias. Titulé la presentación de h o y «La toxicomanía, una nueva forma del síntoma». Hay en la enseñanza de Lacan ima serie de referencias a la toxico­ manía (exactamente seis, hasta donde yo sé); la primera data de 1938

y la última, de 1975. Aunque estas referencias no constituyen una teo­ ría, ofrecen cierta concepción del fenómeno, que el psicoanalista trata­ rá de extraer para establecer un resumen teórico que le permitirá orientar ima práctica. Es preciso constatar además que Lacan nunca habla del toxicómano, pero sí de intoxicación, de toxicomanía, de droga, de hachís, de ex­ periencia vivida por alucinógenos. Debe postularse, pues, que el toxicómano se encuentra en el interior de estos términos, que hay que construirlo, inventarlo, volverlo apto al psicoanálisis, lo que implica de alguna manera abrirle nuestra práctica. Yo postulo que esta posibili­ dad existe a partir de la concepción lacamana de la toxicomanía, a di­ ferencia de la de Freud, que tiende a excluir este tipo de manifestacio­ nes de la acción del psicoanálisis. Sin embargo, en un punto coinciden Freud y Lacan: la toxicomanía es una solución feliz, nunca un síntoma. Lo prueban la definición de Lacan de la droga en 1975 y la observación de Freud en «El malestar en la cultura». La toxicomanía es quizás una nueva forma deLsíntoma, como Bernard Lecoeur y yo mismo intentamos demostrar hace ya más de diez "añosrEi toxicómano es uno de-Ios-principales^representantes de estas nuevas formas del síntoma que la modernidad presenta al mundo y en este sentido es, sin saberlo, un prototipo de la modernidad. Esta afir­ mación merece una justificación, tm desarrollo. Les propongo hoy exponer las referencias relevadas de Lacan que permiten apuntalar semejante hipótesis. La primera de las indicaciones, que data de 1938 y se encuentra en «Les complexes familiaux», nos da el tono: con el trasfondo de una toxicomanía oral, como efecto de un traumatismo psíquico (el destete),25 el sujeto tiende a reconstruir la armo­ nía perdida. Esta búsqueda apunta a la asimilación perfecta de la totali­ dad del ser. Se hace hincapié en la respuesta del sujeto ante la experien­ cia de la separación, la división que el destete inscribe en la existencia. En 1946, en «Acerca de la causalidad psíquica», nuevam ente se pone en prim er plano la separación. Ante la discordancia primordial entre el yo y el ser, hay intentos ilusorios de resolución, como por ejem-

25. En francés el término sevrage (destete) se refiere tanto al cese progresivo de la lactancia en los niños como a la acción de privar de una adicción. El español no registra este segundo uso. [N. de la T.]

pío la intoxicación orgánica. Sin embargo, este intento exige el insondable consentimiento de la libertad, en términos de Lacan, que permite percibir que la decisión de la intoxicación solo puede comprenderse en la rela­ ción con el significante y con el orden de la determinación, sin minimi­ zar el desconocimiento que implica esta resolución. En 1960, en «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el in-' consciente freudiano», a través de la experiencia freudiana Lacan pro­ pone la noción del sujeto como tal, que pone en tensión con los estados de conocimiento, que tienden a recuperar la unidad del sujeto ante la constatación del abismo de la división. En esta discusión, la experiencia vivida de lo ahieinógeno ocupa im lugar al lado del entusiasmo platóni­ co y del samadhi budista. El estudio de estos estados permite comprender lo que alcanzan: en primer lugar, la reducción de toda división, y en segundo lugar, la aseesis total, la eliminación de toda dimensión del goce como traba al proce­ so libre del pensamiento. Estas tres primeras referencias constituyen un conjunto muy preci­ so, definen un tipo de respuesta del sujeto ante el reconocimiento de la existencia del inconsciente, y la intención del primero es borrar la exis­ tencia del segundo. Estas consideraciones se encuentran en el interior de una reflexión más amplia sobre las consecuencias subjetivas que imprim e el narcisismo a la realidad psíquica. Cabe extraer de las tres observaciones de Lacan la siguiente conclu­ sión: la intoxicación en todas sus formas es una respuesta no sintomá­ tica que intenta anular la división, la marca de una posición subjetiva caracterizada por un no querer saber nada del inconsciente. Se trata en es­ tos estados de una elección entre la afánisis y el significante. El sujeto opta por la primera.

Consumidores El segundo grupo de observaciones se centra en tom o de nociones de droga y toxicomanía. En 1966, en «Psicoanálisis y medicina», el des­ tino que el discurso de la ciencia reserva a la toxicomanía genera una nueva definición de esta y del estatuto de los nuevos productos tran­ quilizantes y alucinógenos, que ordenan nuevas prácticas que imponen al m édico dos orientaciones: un uso ordenado de los tóxicos y una di­ m ensión ética que se despliega en dirección al goce.

Esta referencia se presenta como una verdadera banda de Moebius que muestra las diferentes caras del goce localizado, inscripto en el cuerpo, aunque se expande de tal modo que sus prolongaciones le ha­ cen perder dicha inscripción. Se trata de un proceso de deslocalizacíón del goce, es la mirada ciega de los aparatos de medida, por ejemplo, que solo se relacionan con este de manera lejana. Como el discurso de la ciencia se caracteriza por ignorar la dimensión del goce, puede pro­ ducir sustancias que van desde los tranquilizantes hasta los alucinógenos, para recoger informaciones sobre el mundo exterior. La función y el nuevo estatuto de estas sustancias hacen que se ha­ ya modificado la noción de toxicomanía: el carácter policial original se transforma en orientación epistemosomática y redefine la noción de la droga como producto de la ciencia. Las medidas tomadas actualmente por las autoridades sanitarias en materia de sustitución confirman con treinta años de distancia las palabras de Lacan. En 1973, con «Los desengañados se engañan (o Los nombres del pa­ dre)», surge una nueva era a partir de la clínica borromea. La equiva­ lencia de los tres registros (real, simbólico e imaginario) signa el final de una concepción del inconsciente centrada en el imperio del signifi­ cante. Lo simbólico existe, es un hecho, pero su uso solo vuelve aún más visible lo real. La presencia real del sujeto que depende de la consistencia de estos tres registros explica su destino, su transformación en una sustancia li­ gera, como señala Lacan. Para tener im a idea de este camino, según él, no hay necesidad de hachís. Aunque el tono de broma se hace sentir, se produce, sin embargo, un vaciado del sentido: la droga no es una fuente de saber. En 1975, en el discurso de clausura de las jom adas de carteles de la EFP, se trata de la relación de la angustia con el descubrimiento del pe­ queño pipí, de la relación con la castración. Tanto la niña como el niño están afligidos de manera diferente por el descubrim iento, lo que esta­ blece ima relación singular: estar casado con el pequeño pipí. De allí la -fórmula:.j el psicoanalista como tal el que es llama­ do a sostener el empuje a hablar, sino sucedáneos de esta posición ra­ dical del psicoanalista. En este sentido, la extensión del psicoanálisis a la toxicomanía par­ ticipa de este empuje a hablar, y es tanto más sensible cuanto que el to­ xicómano puede muy bien avenirse a no hablar, es incluso toxicómano (solo se puede decir ser toxicómano abusando del lenguaje) precisamen­ te para no tener que hablar.

En este campo de alguna m an era límite, crucial, el empuje social a hablar y el no hablar subjetivo entran en conflicto directo. Luego, me parece muy justo decir que no se trata de un síntoma freudiano y que quizá sea un síntoma lacaniano; no es exactamente la misma defini­ ción. Asimismo percibimos que no basta diagnosticar un disfunciona­ miento para que se tenga un síntoma. A veces el toxicómano puede ser un síntoma social en la medida en que, como la droga está prohibida, entra en los circuitos de la clandestinidad y para financiar este goce se ve llevado a entregarse a conductas delincuentes. En otras palabras, es posible ser agente de un síntoma social sin verificar un síntoma subje­ tivo. Y aquí se introduce esa dimensión esencial para Lacan: es preciso creer en él para que haya síntoma; se necesita creer que se trata de un fenómeno que hay que descifrar, un fenómeno en el que hay que leer algo, eventualmente ima causalidad, orígenes, un sentido. Desde el pimto de vista social, hay cierta segregación del toxicóm a­ no, al que se entrega a procesos terapéuticos que pueden ser del m is­ mo tipo de lo que se trata de curar. Se buscan productos químicos de sustitución, cosa que hoy se experimenta a gran escala. Y es algo suple­ mentario que el psicoanalista sea el primero en decidir creer en él co­ mo en un síntoma y emprenda el desciframiento. Luego, se plantea en este pimto la cuestión del consentimiento o no del sujeto a que se le cuelgue un síntoma en la espalda (ya es toxicómano, ahora hace falta que tenga un síntoma, de alguna manera, por culpa de ustedes). La primera referencia que usted comenta, que toma del Lacan de antes de la guerra y que menciona la toxicomanía oral, quizá se refiera ante todo al alcoholismo... Admitamos que al hablar de la toxicomanía anterior a la guerra, primero se piensa en el alcoholismo, plaga social, es­ pecialmente en Francia. Sería interesante considerar jimtos la toxicoma­ nía y el alcoholismo, lo que se hace por otra parte en la Argentina, don­ de un grupo se dedica a esto. Y es que la toxicomanía alcohólica no po­ dría definirse como tal por el divorcio del pequeño pipí, dado que de to­ dos modos cierta práctica del alcoholismo está en relación estrecha con el acto sexual. Hasta que, en efecto, uno se desembaraza... É r ic L a u r en t : Hay un golpear sobre el Otro sexuado, ima suerte de cuerpo a cúerpo violento que reemplaza a veces el acto sexual...

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J a c q u e s -A l a in M il l e r : El partenaire sexual está presente o en el ho­ rizonte del alcoholismo. No se trata del honramiento puro y simple del

problema sexual, sino de tenerlo en cuenta de una manera evidente­ mente deficiente. En la referencia que toma de Lacan, usted plantea, respecto de los estados de conocimiento que serían favorecidos en par­ ticular por los alucinógenos, que hay que establecer una diferencia en­ tre el conocimiento y el saber. En efecto, hay estados de conocimiento, no hay estados de saber. Son estados de conocimiento sobre los cuales se puede actuar por alucinógenos y producir impulsiones fulgurantes, experiencias sobrehumanas, visiones excepcionales, de las que se vuel­ ve y que siempre son narradas deficientemente. Sin duda es algo muy distinto, antinómico de la elaboración del saber, que en el fondo con­ duce a borrar el inconsciente, lo que parece completamente justificado. Y la toxicomanía no vale en este sentido como síntoma, ya que este dis­ funcionamiento no se capta en ima articulación de lenguaje y por el sentido que es allí visible, que es lo que define primero el síntoma freu­ diano. Con cierto optimismo, Lacan sostenía incluso que el síntoma es enteramente reabsorbible en la articulación de lenguaje. F r a n c is c o H u g o F r e d a : N o pude desarrollar la respuesta que dio en esa época Lacan a Michaud, y a experiencias de utilización de alu­ cinógenos en el hospital Sainte-Anne. Se trataba en ambos casos de en­ contrar la causa humana de lo más íntimo. Dado que no se llega con la palabra, se la puede encontrar con otros medios. Esta respuesta era en esa época ima manera de superar la división del sujeto en provecho de la unidad de la personalidad.

J a c q u es -A la in M il l e r : Desde cierta perspectiva, hay argumentos en contra de estos abordajes que valen también a propósito de la hip­ nosis, que conserva sin embargo un lazo con la palabra. U n síntoma antes del lenguaje no es un síntoma. Gran parte de la cuestión es que el síntoma es solo articulación de lenguaje, y si se lo define por su go­ ce, la toxicomanía entra -incluso em inentem ente- en esta categoría. Lacan pasó de acentuar el honramiento del saber, del inconsciente, de la articulación de lenguaje en la toxicomanía a destacar el honramien­ to del goce sexual, que supone separarse de la relación con el pene, de­ finido como el partenaire. Respecto de esta definición del partenaire falo, se introduce la droga o la sustancia tóxica como otro tipo de par­ tenaire. Por eso, me parece m uy justificado hacerlo entrar en el regis­ tro de la relación del sujeto moderno con el objeto de consumo. El acento moderno, que indica Lacan en una frase que tomé como marca

al comienzo de este seminario, es que el modo de gozar actual, con­ temporáneo, depende esencialmente del plus de gozar, lo que resulta iluminador para nuestro tema del año. De modo que finalmente se definirá lo contemporáneo por el divor­ cio del ideal; se puede prescindir del ideal y de las personas, se puede prescindir del Otro, de los ideales y escenarios que propone por un cortocircuito que libra directamente el plus de gozar. Luego, esto par­ ticipa de lo que un filósofo llamó el cinismo contemporáneo, el permi­ so de prescindir de la sublimación y de-obtener en la soledad un goce directo. Se sabe que las sociedades que valorizaron por el contrario la relación con el ideal, como la sociedad victoriana, llevaban adelante una lucha que hoy nos parece casi alucinada contra la masturbación, actividad cínica por excelencia que permite aislarse de todo el escena­ rio social. Hoy, sin embargo, no existe el mismo tabú sobre la mastur­ bación y el empuje al consumo implica precisam ente la relación inten­ sa con el plus de gozar. Hay, pues, que reconocer en la toxicomanía un elemento sincrónico respecto del desarrollo social contemporáneo. Quizás aquí se lea mejor a qué conduce la lógica del desarrollo social que refuerza siempre de"masicfdo’la-relación-directa-con-el'plus^de-gozar-En ese-sentidor ustedestá bien situado, si me permiten... La pregunta es entonces nueva­ mente qué sucede cuando se intenta hacer entrar el sujeto... Digo el su­ jeto porque lo que funda su crítica del toxicómano como personaje es que desde qtie este entra en el campo freudiano, el oropel identificatorio cae, y está el sujeto que recurre a este plus de gozar. Luego, ¿qué sucede con los resultados efectivos de esta transformación que sufre por intentar hacerlo entrar en el campo freudiano?

La droga normal F r a n c is c o H u g o F r e d a : Para dar una idea, m e perm itiré desarro­ llar un poco más la última fórmula de Lacan que, a m i entender, conduce a responder esta cuestión. En la úl tima fórm ula, el tem a del toxicóm ano se relaciona con lo que es cierta degradación del Otro, que m encionó usted recientemente-; el Otro ya no es el ideal. Y puede perfectam ente pensarse que si se j>one la droga como punto de refe­ rencia, rápidam ente aparecerá un sujeto tal que se nom bra: yo soy toxicómano.

El significante, el ideal, el gran Otro, solo le sirven ya para justificar el porqué de la droga, ya para asegurar su lugar como toxicómano. Tomando además las tesis de Lacan de 1975, el gráfico posible pa­ ra el toxicómano sería completamente diferente del grafo L, que sin embargo lo contiene.

Efectivamente, los toxicómanos que vemos hacen de la droga la causa de lo que les sucede y utilizan toda la panoplia significante pa­ ra justificar esa posición. Lo difícil es desalojarlos de ese lugar. ¿Cuál es el éxito posible? Diré que la solución es crearles un síntoma, lo que complica las cosas, porque para sacarlos de la toxicomanía hay que en­ fermarlos. ¿Cómo se vuelve sujeto de mi síntoma freudiano a alguien que encontró la solución a todo el orden de cosas (la relación sexual, el inconsciente, incluso el síntoma)? Me parece que se trata simplemente de hacerle amar, de un modo u otro, la palabra. Luego, ¿qué puede ser allí ante todo el deseo del psicoanalista? ¿Cuál es el deseo del psicoanalista respecto de la palabra como tal, del objeto de la significación? Pero como la palabra más bien transporta un goce... J a c q u e s - A l a in M il l e r : Quizá más que amar la palabra se pueda... Usted explica que se trata de introducirlo en el gozar por la palabra y de sustituir la droga por lo que es la droga normal, a saber, la palabragoce. Simplemente, resulta bastante difícil concebir que se pueda con­ ducir al sujeto a perder su oropel identificatorio, este yo soy toxicómano que le permite orientarse en el Otro social, en ima institución para to­ xicómanos. Se trata de ima operación muy paradójica que demanda subvertir desde el interior el lugar ofrecido. Evidentemente, haría fal­ ta distinguir lo que se obtiene desde esta óptica en el lugar de segrega­ ción que se propone a esto, y en el consultorio del analista, que es en este sentido im lugar desegregativo. F r a n c is c o H u g o F r e d a : Las instituciones en principio están obliga­ das a intentar obstaculizar la droga, desembarazar del producto. Este

sería su primer objetivo. Pero la acción se detiene aquí, y se ve un fra­ caso constante porque, los toxicómanos están en la institución para re­ tomar la droga después (las cárceles son los ejemplos más evidentes). Incluso suelen elegir ir cada tanto a la cárcel para hacer una cura de de­ sintoxicación forzada, lo que los anima, pero sabiendo pertinentemen­ te que cuando salgan retomarán. La institución en este sentido es un primer momento de trabajo. La cuestión es saber hasta qué pimto este trabajo puede marcar en el su­ jeto, en su subjetividad, un antes y un después, cosa que anteriormen­ te solo marcaba la droga. Se trata de que el encuentro con cierto tipo de labor les permita ima comparación posible entre algunos años ha­ blados y algunos años de intoxicación. Y hay pacientes que efectiva­ mente siguen este trabajo, que puede transcurrir en un consultorio pri­ vado... Aunque estos ejemplos tampoco son enormes, no hay que pen­ sar que el éxito sea mayor en estos casos. Se encuentran respuestas ex­ traordinarias en pacientes que salen del consumo de drogas y entran en una problemática completamente diferente, pero habría que eva­ luarlo caso por caso...

La invención sectaria É r ic L a u r e n t : Parece que los esfuerzos del tratamiento moderno, en particular toda perspectiva en términos de privación, de cortar el producto, dan resultados extremadamente débiles, del orden del 20%. De allí que se pregunten por qué hacer instituciones, sistemas para el 20% de la gente. ¿Qué hay que hacer con el 80% restante? Surge enton­ ces la idea de sustitución generalizada y de crear todo un mundo (la gran ventaja es que esto crea un mundo m uy articulado, que ya no es del orden del antes y del después, como señalabas, o del corte neto) donde se cesa de tomar por un tiempo, donde se toma, se sale, se en­ tra; en fin, una nebulosa mucho más flexible y con privaciones simbó­ licas, imaginarias y reales. La separación simbólica de la identificación yo soy un toxicómano pa­ sa primero por una voluntad de inyectar sentido y un plus de legali­ dad; se intenta reunir un húmero d e prácticas ilegales y darles u n es­ tatuto, y luego, donde existe un plus de demanda, se pretende hacer gozar de esta. Según la institución, se acentúa más o menos tal o cual aspecto.

Está también la separación imaginaria con apoyo, con ima restitu­ ción a los grupos. Entonces ya no se tiene la identificación soy toxicómano, sino soy ex toxicómano, lo que permite grupos de arrepentidos di­ versos y, en consecuencia, la vigilancia, el apoyarse uno en el otro. Es­ tos modelos ya dieron resultados con el alcoholismo, con la modalidad de la confesión pública cara a los Alcohólicos Anónimos. Después viene la separación real. Esta articulación es mejor que la antigua alternativa que, como el toxicómano estaba en ruptura con el ideal, consistía en el tratamiento masivo por este... Así, en las institu­ ciones para toxicómanos se fabricaban figuras del padre de la horda, totalitario, artificial, que desaparecieron prácticamente del paisaje cul­ tural. Como el Otro de la ley ya no era capaz de ejercer el control, sur­ gieron rarezas y empezaron a obtenerse resultados más bien perver­ sos. Hacía falta im antídoto... J a c q u e s -A la in M il l e r : ¿Todas las nuevas soluciones son perversas

o hay niveles? É r ic L a u r en t : La estructura no es radicalmente nueva. Pero la in­ vención creciente de estos procedimientos de sustitución da la ilusión de algo novedoso. Piensen en la difusión de productos en el mercado: mañana habrá siempre im auto que andará mejor, los antidepresivos de cuarta generación serán mejores que los de la tercera. Así que espe­ ren a m añana para deprim irse...

La actualidad nos recuerda que se dedica atención a la solución por la secta (en efecto, se intentó en la toxicoma­ nía crear una secta artificial), que es una vía muy moderna de tratar el m alestar en la cultura y que tiende a infiltrarse en el psicoanálisis mis­ mo de diversas formas. Por supuesto, la palabra secta es peligrosa. La globalización tiene sin duda como contragolpe la invención secta­ ria. Y quizá las sectas vayan mucho más allá de lo que se estigmatiza cuando estas separan a cierto número de individuos de sus familias, et­ cétera, o cuando se entregan a experiencias que pasan por el suicidio. Pe­ ro quizás haya más sectas de las que se conocen, tal vez esta modalidad tenga im gran futuro, de modo simétrico e inverso a la globalización. J a c q u e s -A l a in M

il l e r :

É r ic L a u r e n t : M e parece que esa solución es lo que el último libro del cardenal Ratzinger subraya como el peligro más importante. Según

él, el relativismo de las creencias empuja a elegir un sector dentro del dogma, en lugar de elegir todo el paquete, y esta elección conduce a un relativismo sectario, parcelario. F r a n c is c o H u g o F r e d a : En los casos de la toxicomanía se ve cada vez más la incidencia de los grupos de ex toxicómanos (que tampoco son ex toxicómanos, porque siguen con una práctica regular de dro­ ga) que se juntan e inciden directamente en la distribución m isma, el presupuesto. Estos quieren estar presentes en las grandes manifesta­ ciones -científicas o n o - para hablar como grupo que refiere patolo­ gías, prácticas. Si bien teóricamente ya no tienen la práctica de la dro­ ga, conservan el saber sobre ella y para salvaguardarlo hacen este ti­ po de asociaciones. J acq u es-A

la in

M

il l e r :

Son destetados qtie forman grupo.

F r a n c is c o H u g o F r e d a :

Absolutamente.

J a c q u e s - A l a in M il l e r : L o mismo ocurre en el psicoanálisis. El grupo-de desfetados-del-psícoanálisis sostiene el-grupo analítico^inclusoacoge a aquellos que avin están en análisis. Esto es lo qtie tratamos de aislar, de reconocer...

La interpretación radical É r ic L a u r e n t : Antes de seguir examinando cómo en una perspecti­ va abierta, contemporánea, la señora Marcia Cavell sitúa o intenta complejizar los modelos de lo real en el psicoanálisis anglosajón, que­ ría señalar el peso actual de estas.sectas o de estas voluntades de crear espacios donde todo el mundo es idéntico, y además su relativo éxito. Cuando se descubrió la última secta califomiana, el primer senti­ miento fue la identidad perfecta. Eran todos hombres blancos (aunque había hombres, mujeres, hispanos) que habían logrado obtener un tipo de identidad perfecta y vivían en torno de ese gurú delirante cuyo pasado paranoico recuerdan los periódicos norteamericanos. En una encuesta realizada en la pequeña ciudad de Nuevo México, donde vi­ vieron mucho tiempo antes de reunirse en esa morada que sería lá úl­ tima, los habitantes del lugar decían: ¡Oh, actualmente hay muchos más

enfermos que ellos! P ensaban asim ism o que era una secta muy am able,

que echarían de m enos.

Además de los fenómenos puramente de identidad, el otro síntoma es la existencia de los comités de ética. Incluso durante este período pascual hubo diversas emisiones, en particular ima, exitosa, que sobre­ salió, en la que el canal ART convocó a veintisiete universitarios de to­ do el mundo que formaron una especie de comité de ética sobre dife­ rentes puntos de la investigación en curso. Se trataba más de un docu­ mental sobre los universitarios que sobre el texto mismo. Nosotros habríamos preferido un curso a la antigua, como los de Georges Duby de hace veinte años. En el programa, en cambio, veintisiete universita­ rios daban su pimto de vista, y todo era bastante confuso y heterogé­ neo. Lo importante era dar su opinión, y aunque los textos se refirie­ ran al tema de la identidad, muchos tuvieron la idea del fenómeno in­ verso. Cuando se intenta establecer la realidad de los hechos, la rela­ ción entre el saber y la creencia, cuando se trata de resolver el proble­ ma de qué es creer, se vuelve más fuerte el déficit de creencia, especial­ mente en este período marcado por la Pascua y el cometa. En todo caso, mediante la tensión entre el saber y la creencia la se­ ñora Cavell quiere complejizar el modelo que presenta el estado actual del movimiento analítico en los Estados Unidos, la corriente principal, el debate W allerstein-Etchegoyen sobre un modelo de verdad por co­ rrespondencia donde debe saberse lo que hay en la realidad psíquica del que habla y apuntar a la adecuación entre el enunciado y el estado de la verdad psíquica. Luego, ella lo complejiza con el modelo que el señor Davidson da a todo sistema de creencia. Están por ima parte las creencias que dependen de este orden, que son las actitudes preposi­ cionales (deseo, espera, creencia), y por otra parte, el saber, que supo­ ne una adecuación entre un estado del mundo y una descripción. Davidson rechaza ima concepción hermenéutica, pura remisión de una creencia a otra, sin más lazo con el saber que el relativismo, en el sentido en que Jacques-Alain M iller notaba esta tendencia como no te­ ner más punto de basta; y rechaza el pimto de vista del puro saber, de­ notativo: se necesita una correspondencia pura. La señora Davidson lo plantea de manera extremadamente sutil. Me arriesgo a deformarla un poco, lo suficiente para hacerla entrar en nuestro campo. Según ella, Davidson supone que basta que en im punto de todo lo que el otro dice haya ima relación causal de saber en­ tre lo que se dice y lo que se hace para que el sistema se mantenga.

Aunque no se sepa dónde, es preciso que en la relación que sostengo con el otro, que quiero interpretar, haya un abrochamiento o un pun­ to de garantía, algo que funcione en el registro del Nombre del Padre. Si este amarre es fijo, las creencias mismas se m antienen por un siste­ ma lógico. Puedo creer, pero para qiie lo que enuncio tenga el estatu­ to de creencia y sea interpretado como tal, se lo debe considerar en un sistema lógico. Y el procedimiento de interpretación - la interpretación radical, se­ gún é l- es un proceso constante que mantiene juntos lo que dice el lo­ cutor, lo que sabemos y la lista de lo que enuncia, no solamente por la coherencia sino también porque en un punto la noción v erd ad /co ­ rrespondencia se mantiene y se tienen buenas razones para pensar que es así, lo que nos permite luego situar las creencias de aquel, a quien interpretamos. Davidson considera la diferencia entre saber y creencia (knowledge and belief) de manera distinta que Hintikka en su lógica. Él nota una tensión, una diferencia que puede llegar hasta la ruptura. Es posible apuntar a las creencias pero sin garantíayhasta el p u n to d e rechazar la garantía de que en algún lugar haya por lo menos esta corresponden-GÍa/-©-se-puede-resistir-a-la_verdad-como_.correspmdencia..hasta el_pun-„ to de decir que el saber es imposible. Por eso expone su teoría de la interpretación radical: la única m a­ nera de sostener una práctica interpretativa y que a pesar de todo ha­ ya saber es que en el modo de creencia de cada tino existan algunas verdaderas. No se puede contar para siempre con ninguna creencia en particular y responder en todo momento al desafío de que haya por lo menos una del orden del saber. En este sentido, debe seguirse siempre el proceso interpretativo. No es posible detenerse y decir: Ya está, se encontró el punto de anclaje, se puede detener esta actividad. Simplemente, hay que saber que en un pun­ to existe, pero no puede hallarse ningún descanso ante el Otro que se instaló y que incluso se define como un Otro que ya no supone una buena fe sino un saber efectivo.

La triangidación sem ántica Una vez instalado este partenaire del sujeto que había definido co­ mo interpretante, nos preguntamos qué ocurre antes de la palabra. Y,

de manera sorprendente, se ve la gran dificultad de situar el estatuto de un sujeto antes que sea propiamente mi hablante. Como no está ubicado el concepto de parletre o del ser antes de ser hablante, se inten­ ta definir un ser antes de la palabra, que sería simplemente un ser que quiere dirigirse hacia un Otro. Luego, la búsqueda de la intencionalidad, de mantener ima inten­ ción, un objetivo y sus grados retiene la atención de los psicoanalistas, especialmente de los que trabajan con niños. Como saben, las investigaciones recientes sobre el niño muestran que cada vez más temprano se observan testimonios de su interés por el Otro. Desde el nacimiento, incluso desde la concepción y en el inte­ rior del vientre de la madre, el niño responde al llamado, se dirige, gi­ ra hacia... De este modo se sitúa la triangulación semántica central: si se tiene el sujeto y su objeto, no es posible definir ima relación con es­ te objeto susceptible de todas las interpretaciones sin un Otro definido como alguien. Según Cavell, la única manera de situar el objeto exterior suscepti­ ble de interpretaciones sucesivas, según la actualización de la intencio­ nalidad, no puede ser alguna cosa sino alguien. Una vez instalado co­ mo alguien en esta triangulación semántica, lo m ejor que puede hacer es rechazar el objeto. Esta es la única manera de verificar el buen acuer­ do del sujeto con este Otro, con este alguien. Luego, la cuestión se encuentra con nuestra problemática de la fal­ ta, que antes mecionamos (de hecho, soportar al Otro es una sublima­ ción, un rodeo por el ideal): la mejor prueba de que existe este pacto es que pueda haber rechazo. Por eso los psicoanalistas consideran que el niño se encamina hacia la realidad cuando encuentra un no y lo acepta. La ausencia permite signar la presencia con la introducción de este Otro. Pero entonces el problema sería que al aceptar a este Otro el ni­ ño se identifique con este lugar y se conciba como este Otro. A su en­ tender, es lo que ocurre con Descartes en filosofía, que después de plantear el dios que no engaña, él mismo se comporta como tal, su yo tiene la m isma certeza que el dios. Com o recordaba Lacan, este yo se vuelve alienante, ya no se liga en su actividad de interpretación del saber a las contingencias del mundo y la existencia, se vuelve el dios de los filósofos y los sabios. Ahora bien, Lacan opone este modo de la relación con dios al que surge en Aun cuando habla de la identificación con ima deidad com­ pletamente distinta, como la que plantea por ejemplo AngelusJSUasH

quien se identifica con el ojo y el goce divinos. El goce de este dios al que apunta el místico Silesius se distingue de esta máquina sumarial o el procedimiento más exactamente fijado por el yo cartesiano. Situando esta triangulación semántica, la señora Cavell entra en las dificultades que se plantean de inmediato en el ambiente anglosa­ jón entre la biología, el body, y el mind. ¿Cómo situar la frontera entre estas intencionalidades primeras, estas pulsiones, y sus representacio­ nes? Desde la perspectiva de Davidson, ella nota que los psicoanalis­ tas se empantanan con la idea de que hay pulsiones que dependen puramente de la biología... El mismo error lo cometieron Loeb o Jung sobre los datos de los sentidos o la sensación pura, que sería previa al desarrollo de la interpretación y el lenguaje. Y para ella los psicoana­ listas norteamericanos están atrapados, o el psicoanálisis en general está atrapado, en la oposición entre las pulsiones (se aborda la pulsión como drive y no como Trieb freudiano), entre un dato fisiológico -d i­ gamos, del cuerpo-, que sería bruto, y el amplio campo de los deba­ tes que buscan la reducción a los elementos más o menos abstractos que después dan lugar a la interpretación. Cavell utiliza el concepto freudiano de Vorstellungsreprcisentanz, representante de la representación, aparentemente-citando a-Kr-ipke,-pero es-difícil no-pensar-en eltrabajo de Lacan. En todo caso, este concepto freudiano perm ite sepa­ rar lo que es por un lado la presentación de la pulsión y el represen­ tante de la representación, que marca, por el contrario, la ausencia de tina presencia inmediata, la ausencia de lo que signaría un dato de los sentidos o una sensación pura, o un goce que sería estrictam ente del orden de lo viviente puesto que es ausencia. Justam ente, Lacan desa­ rrolló primero en su teoría de las pulsiones la pulsión como u n claro, una ausencia, una abertura. Y Jacques-Alain M iller empezó planteán­ dola como falla, como nada. Así pues, presentar el objeto pulsional co­ mo nada es una primera teoría. Esta ausencia sobre la primera sustitución realizada permite cons­ truir la atribución al niño del lenguaje, al sujeto del lenguaje, como asignación de una metáfora. Desde entonces se piensa que consiguientemente se desarrollarán en el contexto del movim iento psicoanalítico las teorías sucesivas como metáforas, así como el niño hace metáforas de su mundo.

M o n is m o anóm alo

Vemos que en este montaje se reúnen puntos familiares que despe­ jó para nosotros el trabajo de Lacan hace veinte años y que estas cues­ tiones están muy vivas y necesitan convocar la cumbre de la reflexión filosófica para orientarse en la corriente psicoanalítica, especialmente en la norteamericana. Estas convocatorias los conducen a examinar algo candente, con mucho más peso en la consideración científica que en la nuestra, ya que se confrontan todo el tiempo con ser excluidos del campo científi­ co. Para no ser arrojados a las tinieblas, necesitan abordar de frente lo que la señora Cavell llama un desafío: la observación que enunció Wittgenstein de que todas las pretensiones de las descripciones cientí­ ficas no se sostienen ante el hecho de que nada en la psicología (y a Wittgenstein le interesaba sobre todo el psicoanálisis) obedece a ima ley, nada es del orden de la causa. Hay razones, pero estas no son cau­ sas. Él desarrolla - y este es un objetivo que retoma Davidson en su teoría - que nada podrá depender de la categoría de la ley, en el sentido de la ley universal, que se aplica en todos los casos que suponen en efec­ to causas. Hay razones que a veces pueden funcionar como causa, hay causas que están ligadas a razones, pero esto no significa que se reem­ place el todos de la ley por una especie de inversión que remitiría el campo de la interpretación a un campo hermenéutico abierto a todos los sentidos, como diría Lacan. Ella lo retoma de otro modo, indica que las razones no explican una acción pero a veces la justifican. De por sí, esto no establece que las razones nunca son causas, simplemente son un género particular de causa, son las causas que a veces justificamos. En adelante, se introduce una dimensión ética en este abordaje de razón y causa como sistemas de descripción que se sucederían sin fin, sin que nada pueda ser determinado como causa. Y es que ella sostie­ ne que hay caúsas, que se las puede establecer, solo que algunas son del registro ético y necesitan ser justificadas. Cavell se separa entonces de cierto número de críticas respecto de la actividad interpretativa, ya sea la clásica (de un autor llamado Brenner, un exponente conservador de la doctrina de las pulsiones enten­ didas en el sentido biológico, como comentamos en el DEA hace mu­ chos años), ya sean las concepciones hermenéuticas o las de un tal Schafer, quien concibe la actividad del psicoanálisis como una pura na­ rración que debe ser coherente y de la que un sujeto debe hacerse res­

ponsable. Para él, la actividad terapéutica esencial consiste en hacer a cada uno responsable de sus actos y capaz de responder y desarrollar la narración conveniente. También está Grünbaum, aún m enos conoci­ do que los dos precedentes, quien intentó sostener la no cientificidad del psicoanálisis. Cavell responde a esta teoría con lo que Davidson llama el m onis­ mo anómalo, que resulta divertido como concepción. El monismo se encuentra cuando hay que suponer un espacio común, una unidad de razones y causas, y es anómalo porque nunca se llegará a tener un len­ guaje que permita retraducir todas las causas en razones. Y como na­ die quiere la exhaustividad, basta que esto pueda traducirse en un punto para que todo el resto quede supeditado. Desde el marco de este monismo anómalo, ella examina la activi­ dad interpretativa en psicoanálisis asegurada por lo menos en un pun­ to, no abierta a todas las posibilidades. Y considera que por hacer tra­ vesuras, para desembarazarse de la estupidez biológica al estilo de Brenner, surge una tendencia peligrosa en el psicoanálisis actual que introduce en una concepción posmoderna del tipo: el psicoanálisis es ima tentativa de contar historias que permite establecer la m ejor histo­ ria posible entre el analista y su analizante. La actividad interpretativa estriba, pues, en establecer la m ejor his­ toria posible según los datos, lo que da ima nota posmoderna, irónica, que no se destaca especialmente en el psicoanálisis norteamericano, si­ no que es una enfermedad del psicoanálisis inglés. En todo caso, el psi­ coanalista que mejor se vende en Gran Bretaña, Adam Phillips, hace relatos posm odem os de análisis tales como: Propongo una interpretación dura y luego versiones pluralistas, más suaves, más adaptadas, convenientes, en una especie de negociación con un Otro. Siempre hay un modo de decir que permite reestructurar la historia de manera que guste más. Y el criterio bien ubicado como la cuestión del representante de la representación es que al concluir «Construcciones en el análisis» Freud indica qué al término del análisis no se obtiene un relato completo, sino un asentimiento; el analizante logra un grado de certeza que para la práctica analítica basta para ocupar el lugar del recuerdo que no se obtiene o.alcanza.. La señora Cavell parte de esta idea y subraya hasta qué punto no hay que mantener una perspectiva éscéptica que disolvería toda noción de realidad, en la que quedan atrapadas estas historias, o de la relación con lo que tuvo lugar. Sostiene, por el contrario, que el psicoanalista de­ be llegar a una verdad objetiva en su interpretación, que no remite sim­

plemente a un criterio blando de placer compartido, de historia más conveniente. Nota que se trata de disolver en las reformulaciones obte­ nidas lo que fue traumatismo, acontecimiento. Hay que reformular las cosas de tal manera que se abra un espacio entre los anhelos infantiles y la acción. Debe establecerse una redistribución de las razones y las causas entre el anhelo del niño y la realización que encontrará, y que permite reformular las descripciones pasadas que cada uno se hacía de las razones y las causas en juego en ese momento. Lacan nos condujo a captar la necesidad de revisar las form ulacio­ nes de las dem andas tal como fueron planteadas o las diferentes enun­ ciaciones de los fantasmas que en el transcurso de la existencia y el de­ sarrollo del síntoma del sujeto hallaron distintos estratos que se super­ ponen, se descubren a partir de estados anteriores y sucesivos para de­ volvernos a la relación fundamental con el Otro, al juego posible con el Otro, pasando nuevamente por su demanda. Y ella se extiende en es­ ta redistribtición de las razones y las causas que le permiten mantener la práctica interpretativa narrativa, pero conservar a la vez la necesi­ dad de la interpretación analítica. Lo raro es que entonces comienza un debate con Lacan. Considera que, grosso m odo, una de las concepciones fundamentales de la acti­ vidad analítica situada en el espacio del lenguaje y la interpretación es la de Lacan, pero presenta esto de manera muy rara para un lector la­ caniano. Señala como algo muy molesto que en Lacan haya un estado de la subjetividad anterior al lenguaje. Esta es una novedad. Me pre­ gunté al leer estas páginas qué quería decir con esto. De modo que la teoría de la interpretación radical solo sería radical porque no hay es­ tado de subjetividad antes del lenguaje. Si se necesita una pluralización, si se está contra la idea de un Uno que fije, un materna como es­ te obstaculizaría a su entender la perspectiva de interpretación general que Davidson, Rorty u otros introducen. Si

$ Una vez enganchada una causa, he aquí el obstáculo... Resulta sin duda m uy sorprendente esta perspectiva, que es un malentendido que llega lejos en las atribuciones que se hacen a Lacan. Tal vez sería útil encontrar una manera de decir que eso no se lee en absoluto así, y atra­

vesar la barrera, no entre el mind y el bodxj sino entre esta concepción interpretativa y la concepción radical de Lacan, y hacerla comprender en este campo. Se ve, sin embargo, la dificultad porque toda la teoría del objeto n, el otro Lacan, mmca se difundió... Todo lo que concierne a la falta, la falla, el representante de la representación, la distancia de la biología, todo eso pasó. Quizá la crítica del significante am o..., pero siempre queda ima dificultad en esta cuestión del mind body problem, y es cier­ to que uno no puede contentarse con proposiciones de Davidson para asegurar este anclaje. Yo quería terminar aquí con esta crítica, con la presentación de es­ tas tesis, para seguir después con la dificultad de situar el síntoma. J a c q u e s - A l a in M il l e r :

Habrá dos semanas de interrupción y reto­

maremos el 23 de abril. 2 de abril de 1997

XVI El culto de lo nuevo

J a c q u e s - A l a in M il l e r : ¡L o nuevo, lo nuevo, lo nuevo! Con este gri­ to, repetido tres veces con distintas modulaciones que no reproduje, el viernes pasado a las 19 comencé la primera de las tres conferencias que di en la ciudad de San Pablo, en el XIII Encuentro Brasileño de Psicoa­ nálisis, realizado ahora bajo la égida de la Escuela Brasileña de Psicoaná­ lisis luego de su fundación formal hace dos años. Como no podía expresarme en portugués, dije lo nuevo en español, idioma que los brasileños comprenden sin dificultad; incluso hay algu­ nos, m enos numerosos, que también entienden el francés. Pronuncié mis palabras en el marco de unas jom adas llamadas: «La nuevas formas del síntoma», título que prueba que vamos hasta San Pa­ blo para hablar de lo mismo, y esto es lo que da existencia al país del psi­ coanálisis. Primero pensé ofrecerles una especie de compendio de lo que trabajamos con ustedes desde el comienzo del año Éric Laurent y yo, pe­ ro finalmente propuse algo nuevo respecto de lo que ya habíamos ela­ borado. Intentaré transmitirles un eco de esto, dado que fue de lo que me ocupé viernes, sábado y domingo, y que además acabo de llegar.

La m ediación del síntom a M e contentaré con fijar en el pizarrón la especie de punto de basta que me proponía inscribir y no llegué a hacerlo en el último encuentro antes de estas vacaciones... Vacaciones para ustedes, sin duda no para todos... De hecho, terminé con esto mis conferencias de San Pablo.

I

0 El punto de basta era esta fórmula, intento de problema-solución, que establece una correlación entre dos términos: E, para la definición desarrollada del sinthome que Lacan estableció en su última enseñan­ za, y el símbolo del conjunto vacío, que escribo debajo, por com odi­ dad, para resumir lo que él llamó la no relación sexual. Tomé el sím bo­ lo del conjunto vacío infringiendo ciertamente el hedió de que, según la definición lacaniana, esta relación no puede escribirse. Por eso La­ can no la escribió nunca, jamás buscó su materna para ejemplificar la imposibilidad de escribirla. El mérito de esta fórmula era resumir lo que no desarrollé y estable­ cer una correlación entre estos dos términos (el síntoma y la no relación sexual), escribiéndola como una sustitución y, si se quiere, una metáfo­ ra: el síntoma ocupa el lugar, es metáfora de la no relación sexual. La fórmula se completa con la modalidad atribuida a cada uno de estos dos términos: la no relación sexual no cesa de no escribirse, de no ocupar eriúgáFdóndFpSr''rázones^ciertamente-equívoGas-la-esperaríar mos; mientras que el síntoma no cesa de escribirse, por lo m enos para el sujeto. Esta fórmula recuerda entonces que la necesidad del síntoma responde a la imposibilidad de la relación sexual. La no relación sexual es una calificación de la especie de seres vivos que se llama la especie humana, a la que en esta dimensión no podemos no referim os. De acuerdo con la fórmula, no hay ser de esta especie que no presente sín­ toma, no hay hombre, en el sentido genérico, sin síntoma. La fórmula muestra de manera elemental que el síntoma se inscribe en el lugar de lo que aparece como una falta, que es la falta de partenaire sexual «na­ tural» (entre comillas). El sexo como tal no indica el partenaire a ningún individuo de di­ cha especie, no conduce a nadie a este partenaire, y no basta, com o su­ braya Lacan, para volver partenaires a los que entran en relación. Por eso se puede definir la palabra partenaire como lo que mediaría en la relación qué no hay. De manera que cuando se establece lo que p irece una relación, se trata siempre de una relación sintomática. En la espe­ cie humana, la necesidad, el no ceéa de escribirse, se escribe como sín­ toma. No hay relación susceptible de establecerse entre dos individuos de la especie que no pase por la vía del síntoma, el cual en este caso

m ás que obstáculo es m ediación, lo que perm ite a L acan id entificar a veces el p arten aire con el síntom a.

Se podría pensar que el partenaire es el síntoma cuando no es el bueno, pero esta construcción implica lo contrario: el partenaire sínto­ ma tizado es el mejor, es con el que se está más cerca de la relación. Por eso, cuando en la experiencia analítica un sujeto testimonia que tiene un partenaire insoportable, el abecé de lo que el psicoanalista debe pensar... ¡Debe pensar...! Aunque ejerza desde la posición de yo no pienso, aunque deje el pensamiento al analizante, hay un deber de pen­ sar para el psicoanalista que Freud llamó la construcción. Evidente­ mente, no tiene que decirla en la experiencia analítica, salvo en casos excepcionales, pero se la puede decir aquí, por ejemplo. El abecé en­ tonces cuando un sujeto testimonia y se queja de su partenaire es plan­ tear que no por casualidad se juntó con un partenaire insoportable, que le procura el plus de gozar que le conviene y que hay que operar, si se quiere, en este nivel. En este sentido, los casos que yo llamaría de unión sintomática son los que más se aproximan a la existencia de la relación sexual. Este es el comienzo de lo que pensaba presentar hace tres semanas y que di en San Pablo al final de la tercera conferencia.

N uestro m alestar Ahora intentaré transmitirles algo de la primera y quizá también de la segunda. Fui encontrando los títulos a medida que iba elaborando el tema. La prim era conferencia se llamó: «El síntoma y el cometa», con el problema en español de que cometa es masculino, lo que plantea un pequeño desacuerdo respecto del imaginario con el que adorné este astro que, para mí, es femenino. También encontré esta divergencia en las discusiones durante la segunda o la tercera conferencia a propósi­ to de canalla, qtie en español es masculino y en francés, femenino, lo que pone a nuestra lengua en mala posición... ¿Por qué se feminiza el canalla? Salí de la trampa lo m ejor que pude. Comencé entonces por lo nuevo repetido tres veces, como un llam a­ do, un grito y casi una orden, haciendo sentir con esta entonación -p o r lo m enos eso esperaba- que nos falta lo nuevo, que necesitamos, queremos, deseamos lo nuevo. Y esto me llevó a interpretar, a tomar un poco de revés el título de las Jom adas, «Las nuevas form as del sín­

toma», cuya elección ellos refirieron en San Pablo a nuestros colegas de Reims, Bernard Lecoeur y Hugo Freda, que son tan conocidos acá como allá. Me pareció que hacía falta interpretar el título puesto que nosotros nos interesamos en la clínica porque cambia, porque está ligada desde siempre al estado contemporáneo de la cultura, al momento actual de lo que llamamos el discurso universal. Hace muchos años yo abrí un encuentro internacional del Campo Freudiano con el grito: «¡La clíni­ ca cambia!», pero hoy la expresión «Las nuevas formas del síntoma», el interés por las nuevas formas del síntoma, me parece un síntoma, para decirlo más claramente de lo que lo dije en San Pablo, hasta tal punto que creo que hay que acentuar en el título más lo nuevo que el síntoma, que es, de hecho, lo que más nos interesa. Pienso que si se reunieron setecientas personas en San Pablo con este título, fue porque el público esperaba lo nuevo en el psicoanálisis. Cabe agregar que en­ tre el público se mezclaron algunos de nuestros colegas de la IPA, ¡quienes me testimoniaron después haber estado encantados! Es así, existe un fenómeno que vi también en otras partes, en la Argentina, del estilo: ¡Dejad que los niños vengan a mí! Deshecho, no se puso en duda- que nosotros/ eomo todos-aquellos con los que compartimos el momento presente del malestar en la cul­ tura, también esperamos lo nuevo en el psicoanálisis. Nos vemos con­ ducidos, lo queramos o no, a desear lo nuevo. Esta es incluso la forma que asume para nosotros la dimensión de la Otra Cosa, la dimensión del en otra parte, que es imborrable de la existencia humana y a la que Lacan se refiere en particular en su escrito «De una cuestión prelim i­ nar. ..». Y si repetí tres veces lo nuevo fue para que se sintiera la tensión que acompaña este deseo de lo nuevo y que no me parece excesivo ca­ lificar de superyoica. Dado que el superyó en su definición freudiana tiene una dimensión social, puede afirmarse que hay un superyó de la civilización. Mi idea es que esta demanda exige precisamente lo nue­ vo (¡Dente lo nuevo!), como se percibe bien en el psicoanálisis m ismo y en el campo freudiano. Fui conducido además a decir cosas en San Pa-blo-quejio digo.en_otra parte, a elaborarlas en el caos de esas j ornadas porque se percibía esta instancia de lo nuevo. Pero no siempre la. civilización reclamó lo nuevo. Señalé que a mi entender esto había empezado después del último verso de la primera edición de Las flores del mal, de Baudelaire, que luego se completó con obras condenadas que no pudieron aparecer: «¡Sumergirse [...] en el

fondo de lo d esconocido para encontrar lo nuevo!». D espués de Bau­ delaire, se quiere lo nuevo.

La expresión es difícil de traducir porque el español no permite de­ cir, por lo que sé, du nouveau, obliga a decir algo nuevo, que no es lo mis­ mo y se los dije. Tanto el español como el francés y el portugués son ca­ paces de sustantivar un adjetivo; se me propuso entonces lo nuevo. La sustantivación de un adjetivo es un procedimiento esencial en la lengua de las Preciosas. En lugar de decir el cerebro, palabra que parecía trivial, aunque no se tratara aún con las neurociencias, las Preciosas decían lo sublime. Para el cielo, que les resultaba grosero como palabra -vaya a sa­ ber por qué-, ellas preferían lo cambiante, término que se olvidó, no en­ tró en el uso como, por ejemplo, lo serio. Según verifiqué, tomar en serio, expresión que parece común, proviene de la lengtia de las Preciosas. El portugués dispone de la sustantivación del adjetivo, pero no tie­ ne el artículo de o du con el qtie Lacan insistió; es decir, estos dos mo­ dos de la cantidad que permite el artículo en francés según se designe una experiencia descomponible en unidades particulares: se pide un quelque chose [alguna cosa, algo], des quelque choses [algunas cosas], se designa un b o eu f[una vaca] o des boeufs [vacas]); o se designe un refe­ rente no contable, como cuando se pide de Veau [agua], que no es lo mismo que une bouteille de l'eau [una botella de agua] o incluso se invi­ ta a dejar de comer du boenf [carne de vaca], debido a la vaca loca. Y nosotros sentimos en du nouveau algo distinto que en le nouveau [lo nuevo], incluso notorio. Du nouveau no designa nada, ningún objeto en particular que sería nuevo sino la dimensión m isma de lo nuevo como una dimensión del ser. Y la búsqueda de lo nuevo recorre la poesía (por lo menos, la fran­ cesa) desde Baudelaire hasta Bretón, hasta el surrealismo, después del cual se agudiza hasta hoy. N o se puede ir contra esta exigencia de lo nuevo que hoy está presente en toda la cultura, desde las produccio­ nes del arte hasta las industriales. Incluso, la figura de Picasso domina el arte del siglo XX, vale como un paradigma del arte de este siglo, por­ que él nunca se limitó a un estilo fijo de una vez y para siempre, sino que hizo un número incalculable de experiencias y nunca dudó en lle­ gar al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo. Él sabía que en el estado actual de la civilización solo gozamos de lo nuevo y que este es el nombre del síntoma mayor de lo que hoy constituye nuestro malestar. Lo nuevo es la forma sintomática de nuestro malestar en la cultura.

Baby boom ers Se trata de ima nueva forma, porque no siempre fue así: hasta el corte que sitúo de manera aproximada y alegórica en este verso de Baudelaire, no se esperaba en la civilización algo nuevo, sino un poco más de lo mismo. El culto de lo nuevo es, pues, una novedad. El deseo de lo nuevo, la valorización de lo nuevo en tanto tal, la in­ tensificación de este deseo hasta su exasperación sintomática actual es algo relativamente reciente, puesto que durante siglos la im itación de­ terminó principalmente la producción artística y literaria. En el Rena­ cimiento mismo, lo nuevo era retornar a la Antigüedad, y desprender­ se de la práctica de la imitación fue una lucha, que queda en nuestra memoria, por lo menos escolar, como la querella de los antiguos y los modernos. Entonces se vio liberada la esencia de lo moderno... Pero lo nuevo no es lo moderno. Lo moderno fue la forma optimista de la bús­ queda de lo nuevo, hasta que en nuestra época, que llamamos después de todo bastante acertadamente posmoderna, lo nuevo se desprendió de lo moderno. Lo nuevo actual no es más lo moderno y esta desunión muestra como tal la exigencia de lo nuevo en tanto nuevo, puro. Lo nuevo vale en cuanto nuevo: si destacamos así la emergencia, la esencia de lo nuevo, si la aislamos, lo nuevo como tal aparece en su carác­ ter sintomático y quizá nos mira de tma manera algo unheimlich... Y es que la exigencia de lo nuevo como tal es profundamente unheimlich. ¿El culto contemporáneo de lo nuevo (no de la vestimenta, del ves­ tido a la última moda) no es acaso el ropaje de esa vieja presencia en la existencia hum ana que es precisamente la muerte? Finalmente, la últi­ ma parte del poema de Baudelaire comienza: «¡Oh Muerte, viejo capi­ tán [...] en el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo!». En todos los órdenes de la existencia deseamos lo nuevo, ¿pero cuánto tiempo algo nuevo sigue siendo nuevo para nosotros hoy? Co­ nocemos la respuesta, tanto en París como en San Pablo sabemos que dura cada vez menos tiempo. La cualidad de novedad dura cada vez menos, cada vez más rápido lo nuevo se vuelve obsoleto. La aceleración del carácter obsoleto puebla por otra parte nuestro mtmdo cotidiano de objetos vetustos que hay que tirar a la basura pa­ ra reemplazarlos por el último modelo, lo que también alimenta nues­ tra inquietud. El sujeto de la civilización contemporánea alimenta la inquietud de cada uno de quizá no ser tan nuevo para el partenaire, para los alumnos, para los otros, piara los empleadores. El culto de lo

nuevo inexorablemente hace clel sujeto mismo un objeto obsoleto, un desecho. No olviden que pertenecemos a la época en la que alguien in­ ventó el objeto a. El culto de lo nuevo se refleja por ejemplo en la nueva valorización de la juventud, puesto que es un hecho, un nuevo síntoma, que ya no se quiere envejecer. Y esto se volverá cada vez más cierto en relación con los baby boomers, que se acostumbraron a ser babys todo el tiempo. Ahora asistiremos a otra cosa, a la vejez boom. Se espera la vejez boom y ya los inversores advertidos ponen su dinero en las industrias de la vejez, destinadas a refrescar, a permitir a los baby boomers morir como baby boomers, m orir como babys, si se me permite. Esta es ima fuente de nuevos síntomas completamente considera­ ble. Señalo al pasar que será interesante observar lo que ocurrirá en China, que ya está lo suficientemente avanzada para unirse con nues­ tra etapa de la civilización, pero que tradicionalmente siempre acordó a la vejez un valor eminente. Ciertamente no se confían cursos impor­ tantes a jóvenes como nosotros, la cincuentena no es suficiente para ser escuchados. En cambio se escucha al bello anciano, como dice Moliere en El avaro, lo que por otra parte los conserva muy bien, mucho mejor que el culto de la juventud. El culto de la vejez conserva. Veremos en­ tonces si poco a poco tam bién surge en ellos el culto de la juventud. Además, con todos los artificios que hoy permite la ciencia para seguir joven, se asistirá a monstruosidades verdaderamente sensacionales. El culto de lo nuevo - y que lo nuevo sea nuevo cada vez menos tiem po- tan necesario para nuestro goce actual, no es otra cosa que la forma contemporánea de la pulsión de muerte, y es lo que anima todo el movimiento de la civilización. Los profesionales que saben manipu­ lar el goce a favor del consumo, los publicistas, saben que lo que hace vender es lo nuevo. Nadie escapa a la solución que representa el con­ sumo, ni siquiera los que no consumen, como se dice, por falta de me­ dios. Y como •ellos igualmente se sitúan respecto de esta solución, con algunas astucias se encontró la forma de que también consuman, co­ mo se vio, por ejemplo, con esas tiendas inglesas que fueron reciente­ mente la comidilla de la crónica. Esto aclara ese producto eminentemente contemporáneo que es la producción y el consumo de informaciones, que permite amasar una parte de las grandes fortunas capitalistas de hoy. La industria de la in­ formación vende lo nuevo en cuanto tal, enunciados sobre lo nuevo cuyo valor consiste en la rapidez de la comunicación (radio, televisión,

internet). Todo esto hace que lo nuevo permanezca nuevo cada vez menos tiempo y que el goce de la novedad se haga cada vez más insis­ tente, exigente, en su rivalidad mortífera con lo obsoleto. Como estuve quince días fuera de mi casa y no suspendí mis sus­ cripciones, tengo una pila así de alta del diario Le M onde y del Interna­ tional Herald Tribune. ¿Acaso los leeré? Dado qtie cada nttmero esgrime problemas ya resueltos, que no pude consumir en el momento, no me queda más que tirarlos todos a la basura. Sin duda es m i culpa, ya que hoy las publicaciones a las que uno se suscribe ofrecen suspender la suscripción durante el período en que no se las pueden consumir. Conocen además los canales de televisión... Di el ejemplo de los ca­ nales de televisión en los que una parte de la pantalla -p o r lo general, la inferior- se reserva a la cotización de la Bolsa, y que nos informan durante las veinticuatro horas del día sobre todas las grandes Bolsas del mundo el valor de cambio de los productos. Esta cadena signifi­ cante que gira sin cesar para informar los valores de cambio de la civi­ lización evidencia, pone de manifiesto la pulsión de muerte y su ope­ ración que no cesa. Se trata de otro ejemplo que coincidía m uy bien con el gusto brasi­ leño por la computadora e internet. Cuando llegué, había en un impor­ tante periódico del Brasil un enorme cuadernillo sobre la última home page y la manera de fabricarla, lo que prueba que es una pasión nacio­ nal. La industria informática es lo que avanza hoy en la industria mun­ dial sin reparar en obstáculos y lo que lleva adelante la economía del mundo. Leí asimismo estudios muy recientes que m uestran los resul­ tados catastróficos que arrojaría una crisis de esta industria en todos los campos de la producción. Y el movimiento de la novedad se aceleró hasta que su ciclo, que fue circunscripto como tal, se volvió el más corto que hubo... Apenas compran el último modelo de computadora con el último microproce­ sador Intel, se les anuncia que en seis meses la rapidez del micropro­ cesador se multiplicará por dos.

Intel inside Recuerdo que hace veinte añbs leí una breve información que indi­ caba que se había logrado una pieza pequeñísima de circuitos muy com plicados..., y lo comenté de inmediato en la Escuela Freudiana de

París. No entraré hoy en la ciencia del microprocesador, diré simple­ mente que se trata de una pieza esencial de la computadora que nor­ malmente, si funciona, no se ve. Como está en el interior, constituyó un gran problema para la sociedad llamada Intel que se valorara su pro­ ducto. Entonces, el genial inventor que la dirige, Andy Grove, inventó obligar a los fabricantes de computadoras a poner una etique tita que diga: Intel inside (tiene Intel en el interior), fórmula sublime, fórmula poética con aliteración, que nombra el nuevo ágalma... En definitiva, es lo que dice Alcibíades de Sócrates: Intel inside. Pero a la vez se sabe que en poco tiempo este ágalma se convertirá en desecho, que habrá que ti­ rarlo a la basura. Luego, propuse que esta leyenda era de alguna manera el modelo universal de nuestro malestar en la cultura y que posiblemente cada sujeto de la civilización contemporánea tuviera en la frente un invisi­ ble Intel inside (Intel es la abreviación de inteligencia) como el mensaje que anuncia su propia decadencia, su propia desaparición, la desapa­ rición de su valor. Y como uno no puede resistirse a este movimiento que anima toda la civilización, esta verdadera insurrección del ser -p o ­ co importa que se vea en él el cielo o el infierno-, en agosto introduje la Asociación Mundial de Psicoanálisis en la era de internet. Observé que también entró en el Brasil, porque me recibió el anuario electróni­ co brasileño, que me entregaron con gran pompa en las Jornadas. Lo único que puede resistir la fuerza sintomática de la civilización es otro síntoma, y yo estoy bien ubicado para dar conocimiento de es­ te. En este sentido, tomé el ejemplo clínico que soy yo mismo. Después de haberle dicho a todo el mundo que había que entrar en internet, era necesario evidentemente que yo mismo entrara, cosa que hice bastante rápidamente porque hay dos computadoras en casa. Pero como no son mías sino de la secretaría, quise comprarme una para mí y entonces me informé. Compré todas las revistas de informática, en fin, de cibernéti­ ca, de computadoras, interrogué a los más eminentes practicantes de computación en el Campo Freudiano, en Francia, en el extranjero, y lle­ gué a tma conclusión. Por supuesto, cuando iba a comprar la computa­ dora que necesitaba, me llegó la información de que en algunos meses habría tma mucho mejor, lo que me arruinó el goce que tenía de adqui­ rir el producto. A mí me gustaba tener el último modelo y podía tener­ lo como objeto, pero ya no en el discurso, como el entmciado de que es el último modelo. Constaté así que no llegaba a insertarme en la cade­ na de novedades, que cuando quería alienarme en ella, me encontraba

eyectado. En efecto, insertarse en esta cadena es alienarse y no hacerlo es la separación; que uno se inserte o no en ella hace que el sujeto se ex­ perimente él mismo como desecho de la civilización. Desde el punto de vista clínico, se reconoce claramente en mí un síntoma de tipo obsesivo que consiste en pasar por el saber para elegir el objeto, antes que ima corazonada que me haría decir: Quiero este y me lo llevo. Además, si se llega hasta el punto de exigir un saber exhaus­ tivo sobre el objeto, por lo general, no es posible concluir y elegir, ya que siempre aparece un significante suplementario. Puede ponerse en­ tonces lo sintomático de mi lado, y es ciertamente un síntoma respec­ to de la norma de la cultura, de la civilización. Pero no hay que olvi­ dar que esta norma es ella misma sintomática y que a veces no inser­ tarse en ella es lo más sano. Sin resolverlo, este asunto preocupa a todos y constituye el m ales­ tar en la cultura. ¿Quién está enfermo? ¿La civilización o yo? Se perci­ be asimismo una paradoja, ya que se vuelve cada vez más evidente la repetición de lo nuevo en dicho malestar. Ocurre que hoy lo nuevo es­ tá programado y por eso me vi llevado a hablar de lo falso nuevo. Si se trata de computadoras, autos o vestimenta, dos, tres o cuatro veces por año la a p á ñ o S ñ c lS ló ñüéTcrfstá'previstar-Hay u n-ritoo-periód i-co de la novedad que quizás apareció con la moda femenina, pero que hoy se extiende a todos los sectores de la cultura. Estamos instalados y alienados en un automatismo de lo nuevo, el cual, atrapado en el ciutómaton, carece de sorpresa. Supone esencialmente que los m icroproce­ sadores funcionarán más rápido la próxima vez. Quizá la sorpresa sea encontrar un lím ite absoluto a la rapidez del microprocesador, pero fuera de eso, se espera la novedad. Y nuestra propia novedad en este estado - ¡y qué estad o!- del m a­ lestar en la cultura (todos estos fenómenos no están catalogados por Freud porque no pertenecen a su estado de la civilización) ya está mor­ tificada cuando aparece y es mortífera, esto es, tanto más insaciable. La glotonería es un rasgo que Lacan destacó en el superyó y que m uestra, bien la naturaleza voraz de lo nuevo. Mientras señalaba esto en San Pablo, me di cuenta de que lo había experimentado yo mismo al llegar a esa ciudad. Ocurre que gracias a mi iniciativa de introducir la Asociación Mundial de Psicoanálisis en internet, existe una lista de distribución, una red llamada AMP-Varia, que transmite información a todos los que están en ella. Yo llegué de Buenos Aires, por donde había pasado antes y donde dije cierto núme-

ro de cosas que tires días después ya conocían los picaros paulistas. De modo que cuando bajé del avión fui recibido por gente que me felici­ taba vivamente por lo que había referido unos días atrás y empecé a entender que si no decía en San Pablo algo nuevo, la repercusión sería: ¡Oh, él se repite! No me refiero a haberles transmitido el eco del curso que damos aquí, porque eso no va por internet, aunque aparentemen­ te apenas se levanta la sesión, se lanza por el mundo. Entonces, les anticipé que probablemente el miércoles en París re­ petiría lo que dije en San Pablo. M e doy cuenta de que AMP-Varia es mi superyó, que me pide siempre lo nuevo, y si entre el domingo y el miércoles no tengo ideas nuevas, ya está, soy obsoleto.

El estilo freu dian o En este contexto, también el psicoanálisis fue algo nuevo, nació con el siglo que hoy se termina. En este fin de siglo el psicoanálisis ya no es algo nuevo, lo que inquieta a los psicoanalistas por la parte de ellos mismos que está atrapada en el síntoma de la civilización. El psi­ coanálisis fue un síntoma social, como señaló Lacan una vez, aunque después dijo lo contrario cuando se lo pregunté en su seminario de manera anónima, puesto que pedía papelitos. Yo destaqué: Usted dijo que el psicoanálisis es un síntoma social, y él respondió: Yo nunca dije que el psicoanálisis es un síntom a social. Pero lo había dicho. Aquí tomo la vertiente de que el psicoanálisis fue un síntoma social, un síntoma del m alestar en la cultura, aunque se nos anuncia cada vez con más fuer­ za que las neurociencias lo volverán obsoleto, lo que por otra parte es dudoso. No tuve tiempo de comentarlo en San Pablo, pero el 18 de abril sa­ lió en la primera página del International HeraU Tribune, en dos colum ­ nas, la gran.novedad: «Making Baby Sm art»..., que es intraducibie. Producir niños inteligentes, producir el niño inteligente, no tiene la vibra­ ción, el swing de «Making Baby Smart: Words are the Way». Parece que después de estudios m uy largos y costosos, las neurociencias nos ga­ rantizan que el lenguaje está esencialmente en el niño ¡y que hay que hablarle desde que nace aunque no comprenda nada! Todo se juega el prim er año pero no solamente. Lo más curioso es que no basta con de­ jar al bebé con un grabador o con la televisión prendida sino que se ne­ cesita que le hable una persona solícita. Podemos reímos pero consta­

tamos que no es lo mismo que se lo formule según la evidencia analí­ tica... H oy se trata de una verdad con la garantía neurociencia pura. Habría que revisar el tema en detalle, pero me desplazaré gustosa­ mente un poquito respecto de lo que le había respondido a mi amigo el presidente de la IPA. En todo caso, acá las neurociencias garantizan a su manera una verdad de Lacan, lo que sin duda es de otro orden que sostener que el funcionamiento neuronal mismo es coherente con lo que Freud decía del aparato psíquico. Aquí se trata de la experiencia misma de la inmersión en el lenguaje, que lleva a los norteamericanos a captar que hay un uso propio del significante, independientemente de lo que se comprende de él, dimensión para la cual les hace falta la garantía de las neurociencias. Yo no creo en absoluto que el psicoanálisis sea obsoleto. N o solo porque su m uerte o su decadencia se anuncian desde su nacimiento y acompañan toda su historia desde hace un siglo... En fin, esto no sería suficiente. Después de todo, a fuerza de llamar al lobo, podría ocurrir... No es eso. Sucede que el psicoanálisis tiene con lo nuevo una relación muy distinta de la que mantiene lo contemporáneo. Esencialmente, los psicoanalistas no se dejan ganar por el síntoma contemporáneo de lo -nuevo íeso-los aleja del-psicoanálisisjmismo-) v al m ismo tiempo se aferran firmemente a la esencia de lo nuevo, a la relación con lo nuevo que establece nuestra práctica y que es la condición para durar. «¡Su­ mergirse [... ] en el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo!», propone Baudelaire. ¿Y quién lo hizo de manera más manifiesta en el siglo que Freud, médico de Viena? Probablemente aquí Baudelaire anuncia a Freu d ..., como desarrollaré en otro momento. Buscar en el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo es también la historia de cada análisis. Pero ¿qué es lo nuevo que descu­ brió Freud? E n este caso, justamente, la repetición. Descubrió como al­ go nuevo la regla implacable de siempre lo mismo, la presencia en cada uno de nosotros de algo viejo, antiguo, obsoleto, que sinjem bargo si­ gue activo, operatorio y más poderoso que la novedad. Se trata de al­ go antiguo, una instancia inmemorial, que domina, somete lo que puede parecer nuevo. Freud descubre esto obsoleto que se presenta de manera siempre intempestiva, que desordena las coordenadas temporales. Y si hay al­ guien que llegó hasta el fondo de/lo desconocido, fue él, aunque no pa­ ra encontrar lo nuevo ni lo falso nuevo de la producción comercial con­ temporánea, sino algo que él mismo marcó con el rasgo de lo infantil,

lo antiguo en el desarrollo de un individuo y la cultura... Resulta for­ midable que en la época del cientificismo optimista de la segunda mi­ tad del siglo haya habido alguien que logró unir las formas nuevas del síntoma en la cultura tal como las conocía, las formas nuevas de la épo­ ca (había formas nuevas del síntoma al final del siglo XIX, comienzos del XX) con las formas más antiguas. Eso nuevo que descubrió lo lla­ mó con los nombres más viejos: Edipo, Eros y Tánatos, y logró así cam­ biar nuestra relación subjetiva con la cultura tanto antigua como con­ temporánea. Y este es por otra parte el estilo freudiano, una mezcla ya posmoderna entre elementos actuales y antiguos. Evidentemente, su estilo siempre tiene algo kitch, justamente porque mezcla lo viejo con lo nue­ vo. Sin duda es mejor que las maneras ingenuas de ir al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo, que, tomado al pie de la letra, conduce al suicidio eventualmente colectivo, como señala Lacan, que se relaciona con las formas contemporáneas del síntoma. Piensen en el último suicidio colectivo que se conoció tanto aquí como en San Pablo gracias a los medios de comunicación y que, lógicamente, tuvo lugar en California, la tierra por excelencia de lo falso nuevo, involucró una secta experta en internet y se relacionó con el cometa Hale-Bopp... Pa­ ra nosotros, creo que ya es pasado, y en el Brasil todavía no lo vieron. De hecho, cuando terminé de hablar, m e dijeron que en el campo freu­ diano brasileño ahora escrutarían el cielo... Se sigue, pues, una lógica: este primer gran suicidio de la nueva época ocurre en California en una secta ligada a internet y concierne a un cometa. Debe reconocerse que pocas cosas hay tan nuevas como un nuevo com eta...

El cometa Yo vi el cometa, lo vi claramente una tarde cerca de París con su co­ la maravillosa, que hace que me cueste admitir que este astro sea mas­ culino en español. Ciertamente, al verlo atravesar el cielo, que siempre fue el índice mismo de lo real, desde las primeras civilizaciones, al ver el cielo así modificado, se siente cierta exaltación. Pensamos que en­ tonces ¡es posible algo verdaderamente nuevo en lo real! Y se entiende que alguien quiera suicidarse para unirse a este cometa que viene jus­ tamente del fondo de lo desconocido para buscarnos, para que lo co­ nozcamos y para encontrar quizás en nosotros su novedad.

Si se es psicoanalista y lacaniano, uno no se suicida, pero se puede imaginar por ejemplo que esta trayectoria sublime es como una alego­ ría de una interpretación cuando logra inscribirse en lo real, que pasa como un cometa, que cambia algo en este registro. Sin embargo, la iro­ nía suprema quiere que el pasaje del cometa sea en realidad un fenó­ meno periódico. El cometa ya apareció en estos parajes hace cuatro mil años y si esperan otros cuatro mil años más, lo verán de nuevo. ¡Qué envidia durar ese tiempo! No nos atrevemos a prever en qué estado se encontrará la humanidad en cuatro mil años, pero al cometa después de todo no le afecta; estará allí, ya que es un fenómeno de repetición. Lo único nuevo del cometa es que ahora se llama Hale-Bopp, por­ que hubo dos tipos que sin duda no tenían nada más interesante que hacer (sí, parece que son aficionados) que mirar con gemelos un rincón del cielo. Vieron, pues, algo nuevo y su mérito es de alguna manera no haber pensado: Debe de haber una mancha en mi telescopio, y precipitarse para hacer registrar por el gran Otro su descubrimiento en el Centro de Descubrimientos Astronómicos de los Estados Unidos. Como ambos sabían esto, se precipitaron cada uno por su lado... Uno de ellos por lo menos se instaló en un desierto para observar mejor el cielo y debió de poner pies en polvorosa y tomar diversos medios deiransporte hasta llegar a un teléfono o una computadora para dar a conocer la novedad. Me recuerdan un poco a Laurel y Hardy... Piensen que el cometa tal vez se habría llamado Amanda o Melan­ colía... Pero Hale-Bopp... No puede decirse que la humanidad le haya otorgado un nombre a la altura de su belleza. El cometa sin embargo no irá a protestar al centro de registros de los descubrimientos astro­ nómicos, simplemente no tiene nada que ver con los señores Hale y Bopp, desconoce su gracia, y no volverá más rápido porque se lo lla­ me por su nombre, no volverá antes de cuatro mil años... El cometa justifica la sospecha que hace recaer Freud sobre lo nue­ vo: lo nuevo no es tan nuevo como parece primero. Y quizá también justifica la sospecha de Lacan sobre lo real: es posible que lo real no tenga nada que ver con el sentido, que el cometa no se preocupe por el nombre que se le da. los deseos que suscita, los poemas que se le diri­ gen o las cifras que calculan su trayectoria y su retom o, y que siga su camino completamente indiferente al discurso. ¿Qué pasaría si el síntoma fueía, como el cometa, también indiferen­ te al discurso, si fuera de la misma naturaleza que los cuerpos celestes, esto es, si perteneciera a la dimensión de lo real? H e aquí lo que está en

juego. Lo mil del síntoma se volvió un nuevo sintagma cristalizado entre nosotros, pero cuando Lacan inscribe el síntoma en la dimensión de lo real se pregunta -y esta fue su última pregunta sobre el descubrimiento freudiano- si este es como un cometa, que se burla del discurso. Freud pensaba haber descubierto que el síntoma se diferenciaba del cometa en la medida en que responde cuando se lo llama, cuando se le dice algo. El propio síntoma dice algo, es un mensaje que se puede leer. Y si se le habla amablemente a este mensaje, si se le habla bien, como corresponde, al síntoma histérico, el sujeto se libera de él. Por eso, pa­ ra Freud el síntoma tiene un Sinn, ima significación, un sentido. Lue­ go, no es como el cometa Hale-Bopp. En este punto es muy divertido constatar que hasta hace muy poco tiempo la aparición de los cometas se consideró un síntoma, hasta la edad de la ciencia se pensaba que los cometas eran signos que venían del fondo de lo desconocido para anunciarnos algo nuevo, el naci­ miento de un gran hombre o la cercanía de catástrofes, la presencia de amenazas, etcétera. De manera que hasta que dominó el discurso de la ciencia no cabe duda de que se interpretaban los cometas y no los síntomas. Después, con Freud se dejó de interpretar los cometas y se empezó a interpretar los síntomas. Por supuesto hay quienes siguen interpretando los com e­ tas y se entregan al suicidio colectivo, justamente, porque no logran hacer comprender a los demás que hay que interpretar estos astros. Pa­ gan entonces con su persona para decir: Interpreten los cometas. Y ellos, por su parte, los interpretan en el sentido de que hay que cambiar de dimensión para lograr verdaderamente lo nuevo. Resultó entonces admirable con la histeria que cuando se interpre­ taba el síntoma, este desaparecía. Esta época de optimismo freudiano dttró hasta que, como saben, finalmente Freud debió bajar sus preten­ siones y presentó el segundo tiempo como la reacción terapéutica ne­ gativa; a saber: aunque se le hable bien, el síntoma no desaparece del todo. Con el síntoma obsesivo, percibió que la matriz del síntoma era la repetición y que este era más bien del orden de lo real, de lo que vuelve al mismo lugar. Existen, pues, dos vertientes de la teoría del síntoma: se antepone que pertenece al registro de lo simbólico y es equivalente a un mensa­ je o se acentúa que pertenece al registro de lo real, que vuelve siempre al mismo lugar y que no se desplaza como el sentido, que por otra par­ te se le puede reconocer.

Decidí saltear el desarrollo de ciertas cosas que dije allí y que son el eco de las que se dijeron acá para pasar rápidamente a... [dirigiéndose a Éric Laurent] ¿O me detengo y te paso la palabra? É ric L a u r en t : Se podrá cortar después.

El derecho a decirlo todo J a c q u e s -A l a in M il l e r : Paso entonces a lo que dije de las nuevas formas del síntoma después del debate que tuvimos aquí con Hugo Freda. Yo señalé que hacía falta de todos modos considerar que estas nuevas formas del síntoma exigían que se matice el sentido de lo nue­ vo porque se le presentan hoy al analista trastornos que antes no se le manifestaban. ¡Se le presentan al analista...! Se le manifiestan a las di­ ferentes prácticas del decir. Y reconozcamos que para el análisis no es seguro que el adversario sean las neurociencias, sino más bien las prác­ ticas derivadas del psicoanálisis, las prácticas del decir todo, que son desde esta perspectiva mucho más insidiosas. — Es verdad que después de Freud uno piensa que hay que hacer hablar a los síntomas de los que antes no nos ocupábamos; esa es la novedad. Se hacen pasar por el molinillo del decir todo síntomas que nadie imaginaba interpretar en la época en la que se interpretaban los cometas. Hoy se encuentran atrapadas en el psicoanálisis patologías que an­ tes se dejaban fuera de la palabra, y esto tiene que ver con el estado actual de la civilización. Brevemente, cuando se indica que la civiliza­ ción de la época de Freud era victoriana, se está diciendo que se tra­ taba de un estado de la civilización en el que sin duda se podía hacer de todo, como siempre se pudo, pero no se debía mostrar n i decir lo que se hacía en el registro del goce fuera de lugares com pletamente precisos. D e modo que el concepto más im portante del estado Victo­ riano de la civilización es la represión. Y es cierto que estas sociedades represivas están en consonancia con la represión freudiana, hasta tal punto que se llegó a creer que si existía la represión freudiana era” porque había represión social. • Esta hipótesis alimentó el freudomarxismo, por ejemplo, que inspi­ ró la escuela de Francfort y que tuvo un eco universal. Se pensó que la represión se debía a la represión social y que el comunismo no solo ve­

ría la d esap arición de la explotación del hom bre por el hom bre sino tam bién la d esap arición de la neurosis, lo que hubiera sido la cura del síntom a por la revolución. Y esta n oción siguió m uy activa h asta los años setenta del siglo XX. A hora bien, n o s falta un adjetivo para caracterizar el estado actual de la civilización, que no tiene en absoluto que ver con el Victoriano... Si se decía Victoriano, ¿se dirá clintoniano? E v id entem ente suena rid í­ culo: la civilizació n clintoniana. Y es interesante que su ene ridículo, porqu e los contem poráneos de la reina Victoria estaban en can tad os de llam arse V ictorianos, y hoy a nadie le gustaría ser un clintoniano, lo que tradu ce b astante b ien la decadencia actual del significante am o, de los ideales. Parece que actualmente el vector principal de la civilización y su

malestar va en esa dirección, que no se tiene más necesidad de la re­ presión social del decir, para gozar. La voluntad de goce pasa cada vez más por el permiso - y casi por la exigencia- social de hablar, lo que se distingue completamente de la época de Freud. Y es que no podemos dejar de pensar que la noción misma de represión en Freud calca al mismo tiempo que ilumina la represión social del decir. Nosotros tra­ tamos con otra cosa, justam ente, con la exigencia social de decirlo to­ do, que provoca por supuesto reacciones en sentido contrario, como por ejemplo el delirio tomista de la derecha norteamericana o la prohi­ bición de la püdora del día después en un gran número de países. La prohibición fue tan fuerte que el laboratorio que inventó esta píldora decidió abandonar su copyright y dejar que la produzca el que quiera porque teme el boicot de los medios reaccionarios en el mundo. Lue­ go, evidentemente, no es algo uniforme. La tendencia principal apunta sin embargo a la exigencia de decir­ lo todo, lo que sin duda procede del psicoanálisis. Pero al mismo tiem­ po de este modo se desordena eso con lo que este trata: la idea de que algo anda mal-y que es preciso hablarlo forma parte del sentido común actual. Una creencia hoy popular sugiere que si no se habla de lo que no funciona uno se enferma y es peor. Este tema inspira las produccio­ nes culturales. Así, el tiltimo best-séller estadounidense es un docu­ m ento escrito por una novelista que cuenta su propia historia, la se­ ducción por el padre, y lo que se compra, vende, comenta, es el relato hecho por la hija de la seducción incestuosa.

Las flores del mal También el decirlo todo es considerado comúnmente como un tra­ tamiento, una manera de tratar lo que no va. De manera que el es pre­ ciso hablar se vuelve la respuesta universal, y es sin duda lo que condu­ ce a los comités de ética. La decadencia del significante amo, de los ideales, del decálogo y los valores tradicionales, nos obliga recurrir a ellos para orientam os entre el bien y el mal, para saber si hay un bien y hay un mal. Baudelaire aún podía decir las flores del mal (¡feliz épo­ ca!) y considerar que hasta ese momento en la literatura se habían cul­ tivado las flores del bien y que él tomaba justamente el punto exterior respecto del cual el resto era un todo. ¡Las flores del mal! Hoy para sa­ ber dónde están las flores del bien y del mal, para saber qué hacer con las producciones de la ciencia, la clonación, etcétera, nos encomenda­ mos a la discusión en las comisiones. Sin duda dimos un sentido am­ plio a la expresión comité de ética, qixe significa simplemente que hoy ya no se tiene un Otro en el lugar de la verdad, que el sujeto supuesto saber está allí donde estamos. El Otro es nosotros en nuestra patética ignorancia de lo que hay que hacer, es el reino del debate: dime, yo te diré, y se verá. El psicoanálisis desempeñó un papel esencial en este sentido, y convergió con la Constitución de los Estados Unidos y sus enmiendas para instalar como eje de la civilización actual el derecho a decirlo to­ do. Y he aquí lo que estudiamos este año, la convergencia del psicoa­ nálisis y la democracia en el sentido del derecho a decirlo todo. Nada lo marca mejor, cuando se lee a Lacan... No hay que olvidar que toda­ vía en los años cincuenta se procesaba al editor del Marqués del Sade. La primera vez que compré Julieta... me hicieron pasar a la habitación de atrás de la librería para vendérmelo. Los libritos de Pauvert preca­ riamente impresos se envolvían con papel de embalaje y se los sacaba bajo el brazo. De alguna manera se tenía un buen kilito de Sade, obte­ nido de manera clandestina. Y siguió vendiéndose así hacia 1962,1963, esto es, tres años antes que se publicaran los Escritos. De este modo se compraban las obras de Sade, que hoy están en la Pléiade y ya nadie tiene ganas de leer; es radical. Hoy no solo tengo, derecho de gozar a m i manera, sino también de decírselo a todo el mundo. En todó caso, se apunta a esto. No se apun­ ta a una civilización fundada en la democracia del goce. Basta ir al Bra­ sil para percibirlo. Cuando yo estuve, había en Brasilia manifestacio­

nes del movimiento de los campesinos sin tierra..., que no se inscriben en los Encuentros del Campo Freudiano, lo que indica y aclara unas cuantas cosas... Se va hacia mía democracia del decir del goce. Como resultado, si a uno no le gusta gozar, hoy no tiene excusa. De modo que los que sufren, los neuróticos, no solo sufren, sino que ade­ más se sienten culpables por sufrir, así como los viejos no solo enveje­ cen sino que se sentirían culpables de hacerlo. ¿Has hecho todo lo nece­ sario para permanecer joven? Se vuelve cada vez más difícil quejarse del Otro, porque este existe cada vez menos y entonces uno mismo es cul­ pable. Hay algo en la depresión actual del orden de que la falta de go­ ce es hoy imperdonable. Por eso se hace de lo se llama la depresión el mal paradigmático de la civilización. El goce solo se sitúa a partir de un plus de gozar que no está velado sino que se exhibe de todas las maneras posibles. Incluso podría decirse que en la época victoriana de Freud el ideal social era la neurosis, especialmente la obsesiva, y hoy el que se elabo­ ra, sí es que hay uno, es más bien la perversión como nueva norma so­ cial. Despertando ciertamente interés en el auditorio, hablé de lo que se elaboró aquí sobre el matrimonio de los homosexuales. Este es un tema que interesa. Vemos en este sentido dónde se inscribe el psicoa­ nálisis, que le permite al neurótico encontrar el Otro que necesita, el Otro de la justificación, justificación que ya no le ofrece socialmente la civilización. Y esto no impide que por supuesto el proceso analítico mismo pue­ da utilizarse para gozar, que es precisamente la cuestión que agrupa a los analistas sobre el problema del fin de análisis. Cuando se piensa el proceso analítico como un proceso de saber, como un proceso epistémico o concerniente a la verdad, no se logra situar lo que en él es de orden erótico. El goce incluido en este proceso causa problemas a los analistas que no poseen las indicaciones que ofrece Lacan -aunque es­ tas indicaciones sean a veces desconocidas por los que se refieren a ellas-, hasta tal punto que los analistas de la BPA mismos terminan sor­ prendiéndose por la desaparición de toda referencia a la sexualidad en sti teoría. Por eso se encontrarán en Barcelona en julio en un congreso sobre la sexualidad, en un esfuerzo por encontrar su camino en el es­ tado actual de la civilización. No pude llegar al punto del que hablé en la segunda conferencia, que se llamaba «El aparato del síntoma o el síntoma como aparato», donde detallé las diferentes drogas situando cada una por coordena­

das, una coordenada de orden analítico de la depresión, etcétera, pero lo haré después y daré igualmente un eco de la tercera conferencia, «El amor sintomático». Quizá pueda desarrollar un poco más el ejemplo que solo esbocé de la comunicación de bacterias: en efecto, las bacterias charlan (es el último hallazgo) y hay que prestarles una oreja atenta. 23 de abril de 1997

XVII El Uno que no existe

É r ic L a u r e n t : Seguiré con la línea abandonada antes de la breve in­ terrupción y retomaré algunos de los términos que situó Jacques-AJain Miller durante el año. Quizá después podamos discutir el tema, hablar im poco, ya que no siempre tenemos tiempo de hacerlo. La línea a la que me refiero concierne a las consecuencias para el psicoanálisis del relativismo que nos rodea en distintos niveles del pensamiento y de no tener en cuenta un real propio a la experiencia analítica misma. Encontramos ima formulación particularmente precisa de este gus­ to por la interpretación generalizada que conduce a cierto relativismo en la tentativa de la señora Cavell de presentar el psicoanálisis como sistema de interpretación pero en cierto punto garantizado, lo qixe bas­ taba en su perspectiva para resguardarse de tm relativismo generaliza­ do. Retomaremos para ello la lectura de su obra, con consecuencias que pueden ser interesantes para lo que nos ocupa. Pero antes traje conmigo una gran caja confeccionada de modo arte­ sanal, cortada de manera simple, sólida, que me regalaron en Nápoles, donde estuve este fin de semana para las jom adas italianas. Nápoles no solo es la ciudad de Polichinela, sino también donde se estableció des­ de el siglo XIX una particular representación del pesebre de Navidad, que no había constituido a lo largo de la cristiandad un aspecto funda­ mental del ritual. Se trata de tm fenómeno relativamente reciente que forma parte del conjunto de la nueva disposición de cultos después de la Revolución Francesa. En el siglo XIX, entonces, empezó a desarrollar­ se en los países de Europa la representación más o menos convencional de la Navidad mediante estatuillas que simulan un decorado fijo y constante, que dieron un nuevo lugar a tradiciones hasta entonces dis­

persas, como las figuritas de nacimiento en Provenza o en Nápoles, donde se llaman buenos pastores. Tanto estos como las figuritas de na­ cimiento representan el pueblo. [Dirigiéndose a ]acques-Alain Miller:] Una vez manifestaste interés por una figura notable, il Rapito, de las figuritas de nacimiento de Provenza, quien está especialmente contento. Existen asimismo en Nápo­ les adaptaciones de figuras de la actualidad: hombres políticos, estre­ llas, divos de diversas cosas y otros, están entre los buenos pastores. Este tipo de adaptación se asemeja al de las matrioskas rusas, esas mu­ ñecas que se encajan. A diferencia de otras regiones donde se hacen adaptaciones para el carnaval de figuras de actualidad pero se reserva el pesebre para tipos fijos, en Nápoles se adapta a las diferentes figu­ ras todo lo que interesa en el discurso popular. A mí me regalaron dos buenos pastores [Éric Laurent destapa la caja en la que se encuentran las dos estatuillas] que se representan allí y que es­ tán conversando. Ambos tienen una vestimenta establecida según las fotografías; son Freud y Lacan, buenos pastores, en efecto, del pueblo analítico, incluso... J a c q u e s - A l a in M É r ic L a u r e n t :

il l e r :

¡Parecen italianos!

Parecen profundamente italianos...

J a c q u e s - A l a in M

il l e r :

La barba de Freud... ¡Parece nuestro colega

Binasco! É r ic L a u r e n t : En efecto, es un gran acierto. Los traje porque son a la vez una tradición y un signo. Hubieran podido hacer un buen pas­ tor Freud, por ejemplo, o un buen pastor Lacan, pero es Freud leído por Lacan; está el desplazamiento, el estrato, están los dos. Ya hay en ellos un testimonio de que tratamos con un Otro estratificado, es una figuración postingenua del Otro que no existe. N o está el texto pero hay una interpretación, y se plantea la pregunta de si existe verdaderamente diálogo entre.Freud y. Lacan. Queda abierta la cuestión de las relaciones monologas y de la pala­ bra, esa articulación que había planteado Jacques-Alain M iller con el lugar del diálogo. Por eso, fue especialmente bienvenido tener estos dos buenos pastores para transportar, aunque no resultó simple volver de Nápoles... Pero, bueno, encontraron su lugar.

E l O tro de la com unicación

Retomaré ahora la interpretación generalizada que proponía como modelo filosófico para el psicoanálisis la señora Cavell y que constituye una manera de sortear el obstáculo quineano de la indeterminación de la traducción, tesis que formula que el lenguaje no tiene referencia que pueda establecerse de manera unívoca. Esta indeterminación introducía tesis tristes del tipo nunca se sabrá lo que significan las palabras. Y frente a esta desesperación del interpretante, la señora Cavell, siguiendo en este punto a Davidson, subraya que la indeterminación solo importa porque atrae la atención sobre el hecho de que la interpretación de lo que se quiere decir debe ir a la par de la interpretación de la acción en general, con la atribución constante de deseo y creencia en el Otro. Esta interpretación general es constante en la relación con el Otro, pero está asegurada por un punto de basta; hay por lo menos una cau­ sa que garantiza lo real en el sentido. Y esto alcanza para asegurar la objetividad de la interpretación, para estar seguro de que hay una re­ ferencia más allá del sentido. Siempre se está a merced de una reinter­ pretación, o aunque se haga lo que se dice, nuestras acciones tienen consecuencias imprevisibles que no pueden ser enfocadas. Todas las razones que demos de nuestra acción están atrapadas en una red ra­ cional, normativa, que debe distinguirse de las causas, que no son ni buenas ni m alas en relación con las cosas que efectúan. La distinción nos recuerda cómo ubicó hace mucho tiempo Lacan el objeto bueno y el m alo en psicoanálisis: hay el bueno y el malo y está la cosa. Y esto se encuentra como: están las buenas y las malas razones y después están las causas. La manera en la que veo las cosas en el pasado - y las causas- de­ termina el sentido que tienen para m í y el sistema de razones en el que estoy atrapado. En la perspectiva de la señora Cavell, la interpretación generalizada no es una abrogación de la causalidad, como lo querría un relativismo completo, sino que se trata de dar lugar a nuevas rela­ ciones causales. Pero ¿en nombre de qué? ¿Dónde detenerse? ¿Cuál es la buena? ¿Cómo definirla? H ay varias maneras de hacerlo en su obra. Hay sobre todo un crite­ rio de satisfacción: se reformula hasta que se encuentra una narración satisfactoria o, en todo caso, que libera de un peso demasiado opresivo. Y este horizonte de la satisfacción finalmente logra reabsorber la divi­ sión subjetiva. No existe en tal sistema, y en el horizonte de estas refor-

mutaciones constantes, necesidad de un sujeto dividido. Esta es la crí­ tica que hace a Freud y Lacan desde su lectura. Indica que en la teoría de Freud se necesita una división subjetiva y esta división fundamen­ tal que es el superyó. Ella considera que esta necesidad de denunciar en el yo el nudo del complejo inconsciente de culpabilidad es un préstamo de Nietzsche, de La genealogía de la moral. Sostiene que no hay necesidad de esto y que, en el horizonte de las metáforas sucesivas de reescritura de su existencia, se debe llegar a limpiar al sujeto de su falta. Se trata de tm defecto de la perspectiva freudiana muy centrada, se­ gún ella, en el sujeto como Uno, en el sujeto que, debido al narcisismo primordial, es primero Uno y solo después se encuentra unido al Otro. Una vez que se admite esto, todo objeto se vuelve objeto narcisista, ob­ jeto de interés individual, objeto patológico. A partir de aquí ya no es posible concebir una ética que no suponga esta división interna, esta presencia en el fondo de mí, que constituye la separación del interés patológico y del camino encarnado de la moral. Todo objeto se encon­ trará atrapado en esta pinza sin remedio. Para Cavell, es precisó distinguir entre tm objeto intencional al que se dirige el acto de pensar (el gran Otro, para nosotros) y el objeto exten,siñnal-del-miindo.^de-la^extensión^mediarite_eicual.-se-encarna-esta intención. Con esta pequeña herramienta, ella piensa que se puede en­ gendrar -únicam ente a partir de la intención y de un sujeto que apun­ ta a otro- la conciencia, a través de todas las funciones del yo, que son anticipar, imaginar, y juzgar si la acción que se emprenderá es mala, ya que podría hacer mal a los otros o a m í mismo. Y no hay ninguna ne­ cesidad de una instancia especial consagrada a este tipo de cálculo. Es un error, a su entender, o una hipótesis absolutamente superflua, establecer todo lo que depende del punto de vista moral y de la exis­ tencia del mundo. Tampoco se necesita el superyó para hacer la prue­ ba de realidad. Ella considera sin embargo que Freud tuvo razón -p or lo menos, le acepta esta perspectiva- en constatar que si-hubiera tm mundo donde el sujeto no tuviera ningún espacio entre su. deseo y su realización, no habría distinción posible entre la apariencia y la reali­ dad. Piensa que esta idea es compa tible con la concepción, en la filoso­ fía analítica o el pensamiento contemporáneo, de la reaHdad^puBlica como distinta del lenguaje privado, de las adhesiones privadas, como se vio en Charles Taylor, por ejemplo, o en Searle por otras vías. Para que exista incluso esta idea de intencionalidad, se necesita el deseo y, para ello, la experiencia de la falta y la necesidad. Pero este

momento de la falta y de la necesidad se reabsorbe inmediatamente en eso a lo que da lugar, es decir, el fundamento de la intencionalidad y del otro del amor, respecto del cual él se identificará. El amor es la ca­ pacidad de im aginar el num do a partir de creencias y deseos que se atribuyen al Otro. Este es el fundamento del diálogo. Y para que exis­ ta el sujeto definido en relación con el Otro, basta con la extensión de este amor al Otro engendrado a partir del modelo del amor de la m a­ dre y el niño. Se debe privilegiar esto, mucho más que un retorno so­ bre sí mismo, este self dividido que ella rechaza. Se trata simplemente de suponer la capacidad de percibir al Otro en tanto capaz de preguntarme algo y que yo pueda interpretar su lugar, sus creencias y sus deseos. Basta esto para establecer el Otro de la co­ municación y para engendrar después el conjunto de las creencias y deseos que se denominan la moral, el punto de vista m oral o la divi­ sión moral.

Contar historias Un cálculo puede advertimos perfectamente las consecuencias de nuestros impulsos, de nuestras acciones y de tomarnos a nosotros m is­ mos por objetos. Y esta operación ofrece la puesta a punto en el- psicoa­ nálisis de un sujeto que es exactamente el de los filósofos y de los sa­ bios. A sí como Jacques-Alain Miller señaló el lugar de un Otro domes­ ticado, reducido, amansado, en el registro de la buena intención como el Otro de los filósofos y de los sabios, aquí tenemos un sujeto reduci­ do a esta perspectiva. Este sujeto de los filósofos y los sabios deducido de la pura existen­ cia del Otro de la comunicación permite reducir la diferencia de los se­ xos. En el libro de la señora Cavell, este tema no tiene prácticamente lugar, salvo que ella considera esta diferencia como el prototipó de la distinción fecunda que supone el diálogo. Luego, lo formidable de la diferencia de los sexos es que propone a alguien a quien hablar. Esta idea es sin duda más coherente con un punto de vista femenino, como por otra parte ella subraya, que reduce el Otro al diálogo, al com pañe­ ro a quien hablar. A partir de esta reducción del Otro, de un Otro del que se evacuó la heterogeneidad del goce, tenemos, de manera coherente, la ausencia de toda heterogeneidad de los goces, de su régimen y su registro, que

hace de ia perspectiva de la señora Davidson una variante del todo simbólico en el psicoanálisis. De esta manera se favorece la concepción del psicoanálisis como una suerte de experiencia en la que no hay en juego ningún real -que por otra parte solo la ciencia podría definir. En cuanto al resto, se trata de interpretaciones que se remiten, se despla­ zan, se transforman sin que haya un punto que pueda definir un real comparable con el de la ciencia. Esto permite contar historias nuevas, como diría Rorty, amplía nuestro vocabulario, pero, según los térmi­ nos señalados, no es una perspectiva realista en el psicoanálisis... J a c q u e s - A l a in M il l e r : Si no entiendo mal, porque todavía no leí el libro de la señora Cavell, se trata de importar al psicoanálisis términos de la filosofía posmoderna de los Estados Unidos. Solo hay interpreta­ ciones, y desde el punto de vista relativista expresado es la continua­ ción del movimiento que comenzó con Roy Schafer, por ejemplo, que reducía la cura analítica a una narración. El sujeto cuenta su vida de manera diferente durante la cura y la cuenta cada vez mejor, esto es, privilegiando el punto de vista del Lacan del comienzo, de 1953. En­ tonces la narratividad en Marcia Cavell se inscribe en esta línea de Schafer,- salvo-que este-er-a-más-sartreano-y que_para ella_sfi_trata más_ bien de la filosofía francesa posmoderna, pero con cierto background de Lacan. Esto es lo que no entiendo bien, si eres tú el que importa el vo­ cabulario: lo simbólico, el Otro, la com unicación... É r ic L a u r e n t : Soy yo quien lo introduce, puesto que ella es Schafer más Davidson. En su libro, ella se opone al punto de vista narrativista de Schafer porque indica que es necesario, para que pueda tener lugar la interpretación radical, que en un punto haya una asignación de cau­ sa, en tocio el sistema de razones y de causas. Se necesita un punto de basta en lo real, del que da cuenta la ciencia. J a c q u e s -A l a in M

il l e r :

¿Cuál es la relación con la cura analítica?

É r ic L a u r e n t : N o hay relación con la cura analítica. Está simple­ mente el hecho de que esto le permite atribuir el principió dé caridad de la interpretación, le permite atribuir un punto de basta, que está allí como condición. Respecto de la -tura analítica, no me convencen las consecuencias que extrae en su libro. Me parece que sigue siendo un narrativismo posmoderno. Ella adopta el punto de vista de Davidson

según el cual es preciso que en un punto se esté seguro de que lo que el Otro dice es un punto de basta. Esta es la reformulación moderna del Edipo. Señala incluso que para Freud en el Edipo falta el punto del pa­ dre, y en la triangulación semántica interpretativa que propone, dicho papel lo desempeña el hecho de estar seguros de que en un punto hay una correspondencia entre el decir y un referente. J a c q u es -A lain M il l e r : ¿Quién esta seguro de eso? É ric L a u r en t : N o está claro. En uno de sus capítulos, señala que es­ tá la triangulación edípica padre-madre-rúño y que ella propone otra en la que entre el niño y la madre circulan interpretaciones. Más que el padre, la ventaja radica en el hecho de que haya un abrochamiento que es una causa, que está en el sistema de las razones. Esto permite la co­ rrespondencia de las relaciones e interpretaciones que circulan, cosa que garantiza la ciencia. J a c q u e s -A l a in M

il l e r :

¿O sea?

É r ic L a u r e n t : La ciencia nos permite saber que hay un referente, que hay un real. De allí se extrae la consecuencia lógica de que es pre­ ciso que se conserve una correspondencia, que haya por lo m enos una causa en todo lo que se dice. No se puede contar simplemente. No es posible tener un principio totalmente relativista que sostenga que una historia podría valer sin que haya necesidad de que corresponda nun­ ca a algo. Ella critica a Schafer porque en su perspectiva no hay esta asigna­ ción de por lo m enos una causa a su sistema y entonces es un princi­ pio de narración sin fin. J a c q u e s -A l a in M

il l e r :

¡Debería tener una doctrina del fin del

análisis! Quizás en un próximo libro. En este se trata más bien de una doctrina de la posibilidad del análisis, y la parte más importan­ te de la obra versa sobre el psicoanálisis con niños o sobre la observación misma psicoanalíticamente informada de las relaciones madre-niño. Se centra en esto, es más bien la instalación del dispositivo analítico y su verificación por la posibilidad de la interpretación en la cura del niño. É r ic L a u r e n t :

Para ella las neurociencias o las observaciones actuales sobre los ni­ ños que hacen que se le conceda a este cada vez más capacidades de in­ terpretar temprano van en la línea de la interpretación radical. Se nece­ sitan dos para interpretar. El niño enseguida está atrapado en la inter­ pretación, lo que es en efecto una buena consecuencia. Solo que en su sistema no es tanto el padre el que garantiza lo que sea (esto es cosa del pasado), basta solamente que el niño esté seguro de que el Otro es com­ prensible, que no es caprichoso, porque en un punto el sistema del len­ guaje corresponde a lo real. Y esto reemplaza la perspectiva edípica... J a c q u e s - A l a in M il l e r :

¿Lo vital es encontrar un Otro en quien

confiar?

Personalidades m últiples É r ic L a u r e n t : E s un Otro en el que se puede confiar. L o único que mostraría el psicoanálisis es que para introducirse en el Otro del len­ guaje, en el sistema de interpretación generalizada, hay que haber tra­ tado con un Otro en el que se puede confiar y al que se considera una ley de interpretación: en todo el sistema de razones alegadas o de cau­ sas alegadas como razones, es preciso que en un punto haya una correspondencia con lo real. Este es u n o de los aspectos de la desorien­ tación posible del psicoanálisis contemporáneo, cuando deja lo real enteramente a la ciencia y se encuentra con esas interpretaciones errantes en el lugar del Otro, que no están fijadas ni garantidas. Y me gustaría tomar otro estilo contemporáneo de extrañas conse­ cuencias que no está en el psicoanálisis resueltamente, sino que es otro borde de este. M e refiero al éxito en los Estados Unidos del síndrome de las personalidades múltiples. No se trata de interpretaciones múlti­ ples sino de múltiples personalidades, aunque existe una gran relación entre ambas. Pero en este caso está francamente fuera de la perspecti- • va psicoanalítica. Hay un libro relativamente reciente, de 1995, escrito por un filóso­ fo epistemólogo, Ian Hacking, y dedicado a este síndrome, titulado Rewriting the Soid (Rescribir el alma), que participa de un vasto pro­ yecto que él mismo define como establecer la política de la memoria siguiendo las huellas de Foucault. E n La voluntad de saber, Foucault de­ finía dos ejes de reagrupamiento de saberes: el primero, establecido a

partir de la edad del corte epistemológico, era el control del cuerpo como máquina (su adiestramiento, la sobreestimación de sus aptitu­ des, la extorsión de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración a sistemas de control eficaces y econó­ micos), asegurado por procedimientos de poder que caracterizan las disciplinas, que definía como una especie de anatomopolítica del cuerpo humano. Un poco después, hacia mediados del siglo XVIII, se formó un se­ gundo registro, centrado en el cuerpo especie, en el cuerpo atravesado por la mecánica del ser vivo y que sirve de sostén al proceso biológico. Luego, la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de sa­ lud, la duración de la vida, la longevidad, con todas las condiciones que pueden modificar estas variantes de las que se ocupa una serie de intervenciones y controles regulares, una biopolítica de la población. Había, pues, la anatomopolítica del cuerpo humano y la biopolítica de la población. Desde nuestro punto de vista revisamos esta perspectiva cuando recordamos el tema del control de nacimientos y la posición de control general sobre el cuerpo femenino al comienzo del año. Hacking quiere agregar a estos dos ejes de trabajo que situaba Foucault la política de la memoria. Señala que lo que dice Foucault está muy bien, que está el body por un lado, la especie, el cuerpo como es­ pecie, pero hay que agregar el mind. El ve una política del mind en la invención de la memoria y en el modo en el que esta y su gestión se definen socialmente en ima perspectiva moderna: somos una memo­ ria, que es un paradigma reciente y que se extiende de diferentes m a­ neras a partir del siglo XIX. En el marco de un vasto proyecto que se­ guramente dará lugar a otros libros, él se interesa en el síndrome de las personalidades múltiples (M últiple Personality Disorder o M PD), pato­ logía que resulta formidable para nuestro curso sobre los síntomas contemporáneos. Nunca antes se había visto una entidad semejante. Se trata de una patología absolutamente reciente, estrictamente nortea­ m ericana, que se introdujo por primera vez en el D S M III, en 1980, se m odificó en el DSM III revisado, en 1987, y acaba de cambiar de nom­ bre en 1994 (ahora se llama Dissociative Identity Disorder, DID). Sin em­ bargo, sigue sin figurar en la clasificación europea de las enfermeda­ des, el ICD X, publicado en 1992, e incluso los europeos de lengua in­ glesa se oponen ferozmente a esta categoría clínica que solo tiene éxi­ to en un espacio cultural dado.

El síndrome nace en 1972 como una curiosidad con la publicación de un caso muy importante sobre una tal Sybil, que había sido tratada durante ima decena de años. Y lo que en 1972 era una curiosidad (me­ nos de doce casos descubiertos en cinco años) a partir de 1982 se con­ virtió en una epidemia. En 1986, hubo más de seis mil pacientes eti­ quetados con este síndrome, hasta tal punto que esto desencadena epi­ demias de recuerdos recuperados, de los que hablé al comienzo del año, con cultos satánicos, etcétera, que producen un escándalo en toda la Bible Belt norteamericana. Se lo admite en el D SM III, en el D SM III revisado, y su primera de­ finición data de 1980: «Se necesita la existencia en el individuo de dos personalidades o más, cada una dominante en una época dada»; en se­ gundo lugar, «la personalidad que domina en un momento dado de­ termina la conducta del individuo»; y en tercer lugar, «cada personali­ dad completa e integrada con su propio modelo de conducta y sus pro­ pias relaciones sociales». Pero en 1987 se saca esto, porque era dema­ siado, y se plantea que simplemente «debe constatarse la amnesia en­ tre una personalidad y otra». En 1994, se hablará de Dissociative Identity Disorder, qtie desemboca en una suerte de divergencia, en lo que era hasta ese momento un verdadero movimiento político centrado en la idea de hacer reconocer los traumas que dan lugar a esta consecuen­ cia, el síndrome de personalidad múltiple. Y tenemos una divergencia entre una especie de movimiento poptdar, epidémico, y la elite, los m é­ dicos, que consideran que lo peligroso de la llamada personalidad múltiple es que hace creer que el problema es que hay muchas, cuan­ do el verdadero problema es que no hay una (por eso, se dice Dissocia­ tive Identity Disorder). El problema no es lo múltiple, sino que sería ne­ cesaria por lo menos una, que no está. Se cambia de perspectiva, pero el hecho sigue ahí. Miles de sujetos están afectados por este diagnóstico que aparece en el DSM cuando se excluye la histeria. Se compara en el DSM la histeria con el síndrome de M últiple Personality Disorder y, como señala Hacking muy bien, en el siglo XIX los pacientes que tenían un fenómeno de doble concien­ c ia o de~dos^estados_de conciencia, ciertamente respondían al criterio de este síndrome, pero su manera de vivirlo era muy diferente de un múltiple moderno. En primer lugar, en el siglo XIX ya era difícil lle­ gar a tener otra personalidad bieri definida, y hoy la norma, la m edia, son dieciséis personalidades. En Francia, hace un siglo, cuando había un desdoblamiento de la conciencia, los síntomas eran en general co­

rrelativos de histerias floridas, anestesia parcial perfectamente obser­ vada por Charcot, hem orragias intestinales y una restricción del cam­ po de la visión. Lo que no ocurría en absoluto en Inglaterra, donde los casos de desdoblamiento de la conciencia eran mucho más regulados. Tenían, sin embargo, trances propios de los médiums mucho más a m enudo que los franceses, donde lo crucial era el momento de amne­ sia e inconciencia.

Looping effect Hacking lo llama el looping effect, el efecto de retroacción, de cierre de circuito..., que por otra parte Georges Soros convierte en el colmo de la actividad humana. El lo aplica a la actividad económica, al mer­ cado, señalando que es imposible hablar de equilibrio en economía ya que solo puede haber un looping effect, una determinación donde todo agente tiene una incidencia, según la decisión que tome, sobre los efec­ tos que se produzcan. El looping effect muestra la variación de este tipo de patología, y Hacking no toma partido, no dice que son histerias modernizadas, si­ no que la histeria misma es un estado de la definición del problema y la considera simplemente como un nombre. Aquí, en efecto, es nomi­ nalista: hay un nombre y este es el índice de un problema especialmen­ te interesante en el DSM. La única entidad reconocida actualmente en el DSM IV es una entidad psiquiátrica y un trastorno pero no una en­ fermedad biomédica [It's a disorder but not a biomedical disease). Justa­ mente, nosotros pensamos la histeria como trastorno, pero por otras razones que las que establece la bioquímica. Hoy en el DSM IV la tínica entidad reconocida así es el síndrome de personalidades múltiples. De allí un looping effect particular: en una perspectiva enteramente bioquímica, si ven un paciente y no le pres­ criben m edicamento, cometen una estafa, puesto que, si su trastorno posee un fundamento bioquím ico, deben tener una respuesta. En cam­ bio, como en este caso no hay un trastorno con fundamento biomédico establecido, reconocido, les conviene diagnosticar síndrome de per­ sonalidad múltiple, lo que les permite seguir hablando y recibir un reintegro del seguro. Luego, hay montones de casos que antes se encontraban en un tipo de diagnóstico completamente distinto, que van en efecto de la histeria

a la esquizofrenia, a la confabulación, psicópatas, y que hoy integran la categoría Múltiple Personnality Disorder en un looping effect particular. Este trastorno puede poseer asimismo una causa reconocida (es el punto de coincidencia con lo real): para tener este tipo de disociación, es preciso haber sido en la infancia objeto de abusos sexuales, lo que dio lugar a la epidemia de los recuerdos recuperados, cuando un mon­ tón de gente en terapia, niños de familias de clase media, recuerda ha­ ber participado en cultos satánicos. Consiguientemente, se producen diversas reacciones hasta que surge la False Memory Syndrome Foun­ dation, que lucha activamente contra esta perspectiva. La fundó una tal Freyd, porque su hija, profesora de psicología en la universidad, la atacó y el hecho desencadenó ima movilización muy importante. Pero su hija además adoptó un feminismo radical que mitchos siguieron en los Estados Unidos por la existencia en el sistema patriarcal -q u e son nuestras fam ilias- de abusos de todo tipo con respecto a los niños y es­ pecialmente a las niñitas. Y es que actualmente el 90 % de las personas etiquetadas de Múltiple Personnality Disorder son mujeres, lo que de­ muestra hasta qué punto estas son víctimas de abuso. Hay un efecto de looping m uy particular: el movimiento feminista radical, que es un movimiento políticoirseapoderóde esta-entidad-psiquiátrica_como_de-. mostración de la seducción real y desde esta perspectiva se denuncia que el psicoanálisis renunció a la seducción real dejando a las niñas co­ mo blanco de todo lo que les sucede, y que en este sentido es solo un agente más del patriarcado. Esta perspectiva parecía lejos de nosotros porque cierta tradición europea hace que no se haya difundido, no se aceptara con la misma intensidad que en los Estados Unidos. Sin embargo, vemos hasta qué punto en esta entidad nueva se ve la reducción de la tesis que tú ha­ bías enunciado (la salud mental es una cuestión de orden público). La definición de categorías incluso de patología mental son cuestiones de orden público, por ejemplo el hecho de que en los Estados-Unidos el feminismo radical se haya apoderado de esto y lo transforme en una cuestión de este orden ... Veremos cómo reaccionará Europa, que aparentemente descubrió el abuso sexual de los niños el año pasado gracias a los belgas, gracias al horroroso asunto Dutroux, que sacudió todo un sistema social. Los jueces, los policías y hasta la reale¿a fueron cuestionados en su trata­ miento del abuso sexual infantil. Después del caso Dutroux, los otros países de Europa, unos después de otros, descubrieron historias espe­

luznantes. En Italia, en España, en Francia..., incluso en Le M onde del 13 de mayo se empezó a ver el título: «Pedofilia: silencio privado, si­ lencio público», vasta representación de la subestimación del abuso se­ xual de niños. El artículo lo escribió una periodista mujer, Laurence Folléa, y empezaba así: «Lentamente se corre el velo...». ¿Cómo reaccionará Etuopa ante esto que parece un desoabrimiento? ¿También nosotros tendremos epidemias de este tipo o encontrare­ mos otras posibilidades?

La deconstrucción de la clínica J a c q u e s - A la in M il l e r : Me sorprende tu referencia a los asuntos de pedofilia en Bélgica porque actualmente el único caso de personalidad múltiple que tengo es b elg a ... É r ic L a u r e n t : Pero ¡es una exclusiva! Tú anuncias que tienes un ca­ so de personalidad m últiple... J a c q u e s -A l a in M il l e r : Indirectamente, pero en forma muy regular. La persona que está en contacto directo, porque no está en realidad en tratamiento... De todos modos, es una verdadera personalidad múltiple. Efectivamente, había que llegar a esto, no nos ponemos de acuerdo y tampoco intercambiamos sobre esta obra. Este seminario se llama «El Otro que no existe y sus comités de ética» y había que llegar a «El Uno que no existe y esta personalidad múltiple». Es verdaderamente el re­ verso o el homólogo de lo que empezamos abordando. No recuerdo el detalle del libro de Hacking, pero la evolución del nombre señala que el síndrome se desplaza hacia la esquizofrenia. Sea como fuere, para el caso que superviso, la apuesta es que se trata de una histeria, aunque no es fácil sostenerlo en los hechos.

É ric L aurent : En efecto, H acking hace una m uy buena exposición histórica del fenómeno, se remonta más allá de Freud con la escuela francesa (la noción de personalidad múltiple nos viene de los Estados Unidos pero es francesa). J a c q u e s -A l a in M il l e r :

Fournoy...

Sí, pero había un caso célebre del suizo

É ric L aurent : Fournoy vino después. Ei caso es del período 18741886, cuando la multiplicidad limpió muchas cosas en Francia. A mí me parece que debe de comenzar con la moda en los setenta de la Virgen. Se sabe, es una tesis etnológica conocida, que en la desesperación de Francia después de la derrota con Alemania, o en el momento m is­ mo, hubo un extraordinario resurgimiento de Lourdes, Notre Dame de PontMain, etcétera. J a c q u e s -A l a in M il l e r : E s el espíritu de la Comuna, el gran m ovi­ miento de recristianización de Francia después de los desórdenes de la Comuna, el Sacré-Coeur y lo que siguió. É r ic L a u r e n t : En el gran período 1814-1874-1886, cuando los fran­ ceses estuvieron en la cima de la cosa suministraron después de Charcot la tesis... J a c q u e s -A l a in M il l e r : Francia estuvo en un momento en la cima del progreso de la producción de síntomas. É r ic L a u r e n t :

Sí, sin duda.

J a c q u e s - A l a in M il l e r : Hoy ese lugar lo ocupan los Estados U ni­ dos. Y es verdad que entonces nos reímos con una risa forzada porque una parte de estos síntomas serán exportados. Se trata de un liderazgo mundial en la producción de síntomas. Otros países, en cambio, no pueden exportar sus síntomas y están atrasados en la evolución econó­ mica... Existe una correlación que parece segura. É r ic L a u r e n t : Un paciente de un tal Bourru, que escuchaba el cur­ so de Charcot, tuvo una fuga patológica y se encontró en su hospital de Burdeos. Halló, pues, una personalidad verdaderamente múltiple, puesto que había más de dos, mientras que Charcot solo había encontrado dos. En ese caso, había toda una serie. J a c q u e s -A l a in M il l e r : L a a c t u a l.d e b e -d e a lc a n z a r la d e c e n a . É r ic L a u r e n t : ¿ L a d e c e n a ?

J acques -A lain M iller : Algunas vuelven más a menudo, pero es la decena. Quizá sea necesario qixe retome mis notas. Muchas veces el de­ sencadenamiento es un disgusto, y la vez siguiente es otro. É r ic L a u r e n t : Hay una investigación que observa que al comienzo Bleuler adaptó lo esquizo a las personalidades múltiples y después lo convirtió en la esquizofrenia. De allí la idea de que esquizofrenia e his­ teria están atrapadas en ese concepto. Tenemos una buena bolsa de ga­ tos donde confluyen los problemas entre locura histérica (Maleval, que sabía mucho al respecto, tiene varias cosas publicadas sobre el tema), la esquizofrenia y la histeria misma. Hay un conjunto que, en efecto, es exportable y que se vincula con la deconstrucción de la clínica. Solo resisten los psiquiatras ingleses, que por ahora son hostiles a este tipo de perspectiva. J a c q u e s - A l a in M il l e r : Si se estudia la economía del síntoma, se ve­ rá por ejemplo que algunos colombianos trabajan para el síntoma nor­ teamericano. Ellos no exportan sus síntomas, los consumen en el lugar (lo que trae dificultades con el orden social, la violencia, la agresión, te­ mas que eligieron para un seminario nuestros colegas colombianos en París), pero exportan los medios del síntoma de los Estados Unidos. De alguna manera responden a los norteamericanos, cuyas autori­ dades intentan privarlos: ¿Con quién vamos a hablar? ¿Con los norteame­ ricanos cuyos medios de satisfacción proveemos, y ellos nos compran el pro­ ducto, o con el superyó norteamericano que hace como si no se enterara del ne­ gocio y se las agarra con los colombianos? Acusan, pties, a los norteameri­ canos de personalidad múltiple. É r ic L a u r e n t : Para Hacking, esta teoría de la personalidad múlti­ ple es la más elemental en la historia de las teorías psicológicas porque tiene de bueno que basta decir que hay una causa, el abuso en la infan­ cia, el abuso sexual y generalizado, ya que puede ser solo la tortura. Existe una tendencia innata de los sujetos a disociarse hasta un alto grado, lo que ofrece una forma particular de enfrentar el trauma. Esta disociación es un continuum perfectamente mensurable, que se mide según escalas del tipo: ¿Cuántas veces por día ocurre que no se reconoce en el espejo? ¿Cuántas veces por día no sabe dónde puso sus llaves?, etcétera. Evidentemente, es de una simplicidad angelical frente al satanismo que se denunció...

J a c q u e s - A l a in M il l e r : La teoría se fundaría fácilmente en el splitting freudiano, del que Lacan tomó la división del sujeto; a saber: hay algo que el sujeto se niega a conocer en la realidad de una manera u otra, pero de pronto una parte de él mismo cae, se separa (son dos campos que se separan), sabe que es eso y no quiere reconocerlo. Freud tomó el ejemplo de la perversión y Lacan lo extendió como el estatuto profundo del sujeto: la división. Está la represión, la denega­ ción para la perversión, la forclusión para la psicosis y hay un cuarto modo, la multiplicación. Entonces: negación, forclusión, denegación y multiplicación. É r ic L a u r e n t : Esta es la interpretación fecunda, que permite engen­ drar un síntoma nuevo a partir de nuestras categorías. Para ellos, sig­ nifica más bien que las tres categorías precedentes son solo indicios de la disociación fundamental.

Política de ¡a m em oria J a c q u e s -A l a ín M il l e r : Lo que es quizás una manera errónea pero interesante de reconocer el estatuto del sujeto tachado, que ellos ven en la vertiente de la m ultiplicación... É r ic L a u r e n t : L o importante es que si todas las perversiones tienen un fundamento bioquímico, no se puede reconocer el sujeto como tal. J a c q u e s -A l a in M il l e r : ¿Qué mantiene el un del sujeto, según nues­ tra Vulgata? Es que el sujeto tachado se identifica con un significante amo, lo que constituye a nuestro entender el corazón de la identidad del sujeto. Lacan fue el primero en dar esta traducción fónica del Si su­ brayando que era un enjambre. Y es un verdadero enjambre. Este Si, significante amo, subió de alguna manera a escena con el síndrome de la personalidad múltiple: en lugar de llamarse solamente Anabela, se llama también Octavia, Alejandrina, etcétera. ¿Por qué lim itarse a una identificación? Se ostentan varias. La novedad es el relativo aislamien­ to de una respecto de la otra. É r ic L a u r e n t : En efecto, es a la vez el carácter estanco y el objetivo. ¿Cuál es el objetivo de la terapia? ¿Cuál era el objetivo de la terapia en

los años cincuenta, por ejem plo, para Sybil? El objetivo era encontrar un centro organizad or de todo y favorecer el centro integrador. J a c q u e s -A l a in M il l e r : Veo que hay una personalidad en esta serie que es la buena, que es ella, y que se conoce como tal cuando surge. No es: ¿cuál elegir? No está diseminado, no son todas iguales, hay una que es más igual que las otras, si me permiten. É r ic L a u r e n t : De allí la idea de que hay que favorecer una de ellas e intentar confiarle las riendas. Él dice que hay otra vía pero que no es exclusiva. Se trata de darle al sujeto la libertad de elegir inventarse la buena.

Esa es la versión foucaultiana: elige el estilo de vida, que está muy lejos de la realidad clínica tal como la percibo. J a c q u e s -A l a in M

il l e r :

É r ic L a u r e n t : Es el lado elija su estilo de vida, que va con el conjun­ to de la perspectiva foucaultiana a través de la cual él lee este fenóme­ no contemporáneo. A partir de los efectos sociales de esta epidemia y del diagnóstico, se plantea en los Estados Unidos el problema de la re­ gulación de los terapeutas. Y es que la mayoría de los terapeutas que se interesan en las personalidades múltiples no son psiquiatras o psi­ cólogos, sino esencialmente trabajadores sociales, que operan en la ba­ se y en la acción y están en contacto con medios sociales que no tienen forzosamente acceso al psiquiatra, al psicólogo diplomado, lo que pre­ senta un aspecto, según, él, grass roots, de movimiento de base. Los psiquiatras, los médicos son más bien especialistas que tienden a separarse, no están cómodos con esta cuestión. Por eso, por ejemplo, uno de los psiquiatras que trató a Sybil en los años cincuenta (la per­ sona que la atendió, Wilber, está muerta), alguien llamado señor Spiegel, quien la había controlado, señaló recientemente: «Como saben, fi­ nalmente Sybil era una histérica». Fue seguida así y nunca se la vio tan múltiple, solo que era m uy hipnotizable y dotada. Se sabe que duran­ te el tratamiento de Sybil, él la hipnotizaba para enseñar a los estu­ diantes. Mientras la joven estaba en tratamiento, iba a la facultad, no para dar clases, sino para demostrar lo que era ser verdaderamente múltiple. Se la presentaba en las clases como genial en sus posibilida­ des de hipnosis. Y entonces el señor Spiegel desde los años noventa, a partir de un artículo en Esquire, empezó a advertir sobre el tem a...

J acques-A lain M iller : En esa época, el caso Sybil era una especie de fenómeno de circo. Creo que Stuart Schneiderman me había pasa­ do la obra... Era la mujer con barba, algo de ese orden. La novedad es el carácter clínico de la cosa. É ric L aurent: Recientemente hubo personas que se vincularon a es­ to como especialistas en la detección de estas cuestiones, entre ellos Borch-Jacobsen, estrasburgués y antiguo docente de la Sección Clínica, del Departamento de Psicoanálisis, que hoy en los Estados Unidos se es­ pecializa en la investigación sobre las falsificaciones de diversos casos y publicó hace poco en la New York Revieiv ofBooks. Existen varios artícu­ los y cosas de reserva que pronto veremos desembarcar entre nosotros. Lo importante es que en la perspectiva foucaultiana y en la que marca Hacking encuentran el camino que trazan Schafer y Marcia Cavell. Todo este movimiento se centra en una verdadera política de la memoria y, como observó Ryle en su célebre libro sobre el mincl, recor­ dar ya es hacer una narración. La mejor analogía, la buena metáfora de la memoria es la narración, el storytelling, y hace al control de narracio­ nes legítimas (esa sería la apuesta de la política de la memoria), que para él es lo real en juego. Lo real en juego allí es lo reahdeFsignificante amo, que está en el corazón de esta política...

¿ W h a tID ID ? J a c q u e s -A l a in M il l e r : Yo digo simplemente que nos cuidemos de jugar con este concepto de personalidad múltiple, que tiene su funda­ mento. Está este efecto de looping que muestra que hay lo real del sín­ toma y hay el síntoma de moda. Las personalidades múltiples son en este sentido un síntoma contemporáneo ligado a la inexistencia del Otro y, correlativamente, del Uno. Se trata de un concepto para utili­ zar, para desplazar, al que conviene darle la fundón de una forma, co­ mo decía Georges Canghilem. Por ejemplo, Lacan formula muy bien: «El psicoanalista no existe». No existe porque tiene personalidades múltiples. Tener personalidades múltiples es la esencia misma del psicoanáli­ sis considerado como un arte. Además hay testimonios sobre la prác­ tica de Lacan: con uno era bruto, con el otro perfectamente respetuoso, con el tercero... Tenía facetas. Hay una adaptación al caso, incluso al

fantasma clel otro, lo que es el fundamento de la posición femenina del análisis. Inscribirse en el fantasma del otro para poder operar..., sin hacer de esto la doctrina bastardeada que denuncia Lacan. En un per­ sonaje como el que relata una novela de Paul Morand. Se trata de tres mujeres que describen a su amante y al final se descubre que es el mis­ mo hombre, y cada una lo pintó de manera completamente diferente. Luego, puede defenderse que en la posición del analista se necesi­ ta cierta propensión a la personalidad múltiple. É r ic L a u r e n t :

Una especie de buena salida a la histerización...

J a c q u e s - A l a in M il l e r : Sin duda hay una afinidad entre la persona­ lidad múltiple y la posición femenina, es correlativo del La M ujer no existe, etcétera. Se podría enriquecer el concepto de personalidades múltiples. ¿Es personalidad? Son también las identificaciones múlti­ ples, que se relacionan con la promoción de Foucault y otros del para cada uno su estilo de vida y la utopía de una sociedad tolerante de las elecciones de estilos de vida diferentes.

Es eso menos el trauma, menos la asignación al trau­ ma. Se abre un campo político, el de la política del trauma, la política del Otro que no existe, donde se trata de saber cóm o se reagrupan los traumas públicos y los privados, los traumas de guerra y los de la paz civil, los de la guerra civil y los de la guerra militar, etcétera, cómo se articulará todo esto. Hay recortes y series que tienen jugadas cruciales en las cuales por otra parte los colegas son parte interesada. É r ic L a u r e n t :

J a c q u e s - A l a in M il l e r : H ay dos vertientes también. Aquí presenta­ mos la personalidad múltiple en la vertiente patológica, pero está tam­ bién la vertiente sana, como por ejemplo, cambiar de personalidad en el curso de la‘ existencia. Después de todo, en el neurótico con su as­ pecto de eterna juventud se podría ver cierta inercia de la personali­ dad, mientras que la asunción de algunas funciones en la existencia (volverse madre, padre, etcétera) exige el signo de la salud. Lo que se llama en el sentido común la personalidad conoce una ligera modifica­ ción. Son personalidades sucesivas, pero se pueden incluir en la idea de multiplicidad. Cuando les llega un significante nuevo tratan de ubi­ carse respecto de él, y si no lo hacen, quedan desenganchados, y eso es patológico.

É r ic L a u r e n t : Locke admitía varias personas para cada una, lo que depende del estatuto en los papeles sociales, las definiciones legales jurídicas y responsables. Es preciso distinguir bien en estas concepciones... J a c q u e s - A l a in M il l e r : Exacto, es una cuestión de estancam iento, de sim ultaneidad, de sucesión en el tiempo. Y no digo que sean to­ dos conceptos del MPD, sino que se puede tomar como m irador el concepto de multiplicidad de personalidades, de identificaciones, para reorganizar cierto número de fenóm enos y de manera bastante entretenida...

Entretenida y eficaz, porque hay que encontrar una manera de tratar este continente conceptual que se extiende todos los días. Y al mismo tiempo no dejarlos solos, con su DID. What 1 did? Es bonito. Dissociative Identitxj Disorder da DID. Se trata de encontrar una instancia o una manera de hacerlo evolucionar. É r ic L a u r e n t :

L a min usvalía-dél- idealJ a c q u e s -A l a in M il l e r : Esto va a la par de lo que a m i entender se­ ría el principio general que se podía plantear al comienzo del sem ina­ rio: I < a. H ay una decadencia de la función del ideal y una prom oción de la función del plus de gozar. Esta decadencia, esta dism inución de valor del ideal en la que se ubican m uchos fenómenos contem porá­ neos explica la formulación de Lacan: nuestro goce solo se sitúa por el plus de gozar, nuestro modo de gozar solo se sitúa por el plus de gozar, por el objeto a, que yo había traducido por: nuestro modo de gozar ya no se si­ túa por el ideal, sino por el plus de gozar. E n esta decadencia o m inusva­ lía del ideal entra ciertamente la desconfianza contem poránea, el m a­ lestar con el significante amo, la prom oción de la forma de la red, el ocaso de las figuras de autoridad, hasta tal punto que señalé que, por ejemplo, la m uerte de Castro solo será im portante en su país, pero para los demás no hará estrictamente ninguna diferencia. Incluso dicha im portancia será solo cosméticá, se sostendrá por quienes tienen los resortes del poder. Quizá pueda inscribirse en el registro de esta decadencia del signi­ ficante amo su pluralización, su presentación como enjambre, como ya

sugiere el comité de ética. En cierto sentido la personalidad múltiple es el comité de ética personal, salvo que no se hablan. Pero, en fin, de to­ dos modos, en el caso que controlo o que soy,27 en el caso que sigo, es­ tas se hablan unas a otras, se conocen, y hablan esencialmente mal unas de otras. De alguna manera es un espejismo, pero me parece que la personalidad múltiple se relaciona con la minusvalía, con la descon­ fianza respecto del significante amo que se ve además en todos los ni­ veles. Hay un desgaste general del estilo autoritario que estuvo en bo­ ga no hace tanto tiempo. Hoy tenemos los líderes del siglo XXI, que son en primer lugar muchachos sonrientes. Está Clinton y ahora, Tony Blair, de 41 años, y los conservadores tienen quizás al señor Haig, de 36. Existe la idea de un liderazgo de tipo nuevo, amigable, sociable, parlanchín y para todos... É r ic L a u r e n t : C r e y e n te . J a c q u e s - A l a in M

il l e r :

Sí, c r e y e n t e p e r o g e n t il, n o f a n á tic o ...

É r ic L a u r e n t : E s muy importante que sea creyente, es preciso que tenga una religión conocida, algo conocido, que protege del fanatis­ m o ... J a c q u e s - A l a in M il l e r : De todas maneras no tiene que tomarse por el número uno, que está allá encima, no es el Otro que existe... É r ic L a u r e n t : E s m á s b i e n u n d io s d e f i ló s o f o s y s a b io s , q u e e s b u e n o . .. J a c q u e s - A l a i n M i l l e r : L o v e o c o m o : N o soy yo, de todas maneras. É r ic L a u r e n t : Sí, pero dentro de la pluralización, es necesario que el fantasma, en su uso fundamental, asegure, com o señalabas en algún lado, una especie de modalidad de goce, el yo como modalidad de go­ ce, como inercia, como centro donde eso gravita. En el sistema es nece­ sario acentuar la función, una función -cp, en el caso de la neurosis o un

27. luego de palabras: le ens que je suis significa tanto «el caso que sigo, controlo» co­ mo «el caso que soy». [N. de la X]

régimen de funcionamiento del objeto a, más cerca en la psicosis. En efecto, se pueden tener regímenes de alternancia, y no una especie de uso fundamental del fantasma que hace que sobre todo en la neurosis o en la obsesión haya una gravedad o se gire en torno de cosas bastan­ te sólidas... Solo lo veo de manera indirecta, no puede decirse que cada una de las diversas personalidades de esta paciente tendría su propio objeto. Fundamentalmente esta paciente goza, su modo de goce, poder propulsarse como distintas personalidades, es camaleonesco, y cuando el otro intenta atraparla, no es solo como la histérica, sino que ¡hop! es otra persona (¡Ah, usted me habla de esa, va­ ya, vaya!). Si lo vemos del lado histérico, es un modo de defensa histérica. Pe­ ro m e parece un fenómeno algo límite para clasificarlo en la histeria. M i consejo, pese al carácter fascinante de la cosa y que moviliza a mu­ cha gente alrededor (psiquiatras, instituciones, etcétera), es no intere­ sarse en estas personalidades múltiples. Doy, pues, como posición más bien la negligencia benévola del estilo: Hay cosas más interesantes que esa ..en lasid a.-e intentar, cuando, se presenta una personalidad extraordinaria, m ostrarse algo aburrido, lo que parece traer calma. El problema es que la paciente tiene varios interlocutores (evidentemente no es solo la personalidad múltiple, son los interlocutores múltiples), el psiquiatra, el segundo psiquiatra, el director de la institución, etcétera. Luego, aconsejo reducir el interés a más de una persona, pero evidentemente es un poco extenuante del otro lado; es como el tejido de Penélope. J a c q u e s - A l a in M il l e r :

É r ic L a u r e n t : El fenómeno puede ubicarse del lado de la psicosis - o b ien en la disociación completa o bien en la parafrenia confabulatoria -, puesto que los ejemplos dados son extraordinarios, la invención extemporánea dada en los casos publicados, solo por clínicos france­ ses. Rraepelin retomaba extemporáneamente el sujeto que rehace com­ pletamente su vida con un personaje que puede durar un tiempo.

JÁ C Q Ü ls-^i^M fL L E ^P Ó ro tra parte, es así, según las últimas novedades del proceso norteamericano, del atentado de Oklahoma en el .que hubo ciento treinta y cinco muertos. El testigo principal de la acu­ sación relató extraordinariamente, en detalle, cómo se preparó el aten­ tado, pero parece que la defensa lo interrogó y él dijo: Yo puedo inven­

tar un montón de historias a boca de jarro, etcétera y llenarme de plata con es­ te juicio. - Usted lo dijo, señor. -S í, yo lo dije. Él mismo se jactó de ser un parafrénico confabulador, lo que para el testigo de la acusación es muy, muy... É ric L aurent : Ellos tienen una residencia... En fin, es un verdadero proyecto, un proyecto terrible, perfeccionado en una comunidad don­ de hay varias personas con diagnósticos variados... Es una comunidad de extremistas frecuentada por el sujeto, y era un catálogo clínico bas­ tante extraordinario... J acques -A lain M iller : Aquí tenemos un fenómeno nuevo que aún no se captó enteramente en su patología en los Estados Unidos. De to­ dos modos, hay tm número creciente de norteamericanos bastante fe­ roces que, por la falta de control de las armas de fuego, se pasean con poco menos que tm cañón. Y hay tm número creciente de muchachos que dicen: Somos de la época del Otro que no existe (por otra parte, se di­ ce en Francia), etcétera, y entablan una lucha metódica contra el Esta­ do norteamericano. Se ven empujados a las viejas tradiciones de anar­ quismo, de individualismo extremista liberal de los Estados Unidos, y esto es un síntoma. Hubo una tradición norteamericana de esto, y hay tm recrudecimiento extraordinario. Las sectas reclaman sus derechos. Piensen en la cientología, que es la primera potencia que logró hacer ceder el fisco norteamericano. Se hablaba del derecho de los indivi­ duos.. ., pues bien, existe el derecho de los individuos a estar en sectas y el derecho de las sectas de vivir la vida que quieren. Y si quieren tm trozo de Texas, ¿en nombre de qué prohibírselo? Son todos a mi enten­ der fenómenos contemporáneos de lo que escribía en esta ecuación, en esta desigualdad: I < a. É r ic L a u r e n t : E s lo q u e o c u r r e c u a n d o s e p r e s e n ta e s t a p e r s p e c t iv a d e m a n e r a n o c r ític a : s e tie n e t m f e n ó m e n o , u n f a ls o s a b e r , u n a s u e r te d e f a ls a f á b r ic a d e lo r e a l, o e l a m o h ip n o tiz a d o r , t e r a p e u ta , q u e f a b r i­ c a s a b e r a l l a d o y d e s p u é s s e p r e g u n t a lo q u e fa b r ic ó . L a ú n ic a p r u e b a d e r e a lid a d n o la d a e l s u p e r y ó s in o e l p r o c e s o e n la ju s t i c i a , q u e e s la ú n ic a f u n c i ó n d e r e a lid a d e n e l s is t e m a . ¿ C u á l e s la s a n c ió n ? P o r o tr a p a r t e , e n c o n t r a m o s a q u í u n o d e lo s e je s b e n t h a m ia n o s : la f ic c ió n ju r í ­ d ic a s e v u e lv e la v e r d a d e r a r e g u la c ió n , q u e a s e g u r a lo q u e p u e d e h a ­ b e r d e r e a l y, p o r u n

looping ejfect s o r p r e n d e n t e , to d o s e s t o s a s p e c to s

conducen a una especie de desposeimiento de la perspectiva clínica -n o la perspectiva realista en clínica- en comparación con la perspec­ tiva jurídica, donde la instancia jurídica, y no el superyó, asegura por su ficción el poco de real al que es posible acceder. Terminaré aquí y retomaré en otro punto. 14 de mayo de 1997

XVIII El campo pulsional

J a c q u e s -A l a in M il l e r : Hoy me internaré más en el concepto actual de síntoma, que intentamos construir en su doble relación con la pul­ sión y con lo que llamamos a partir de Lacan el Otro, cuasimatema que solo tiene una significación y que es un uso. Si llego al final de lo que pretendo decir hoy, habré propuesto un nuevo enfoque, preciso y en cierto sentido fundamental, de aquello a lo que nos referimos con el nombre también cifrado de objeto a. Des­ pués, posiblemente en un encuentro ulterior, volveré al desarrollo de lo que esbocé como la teoría del partenaire. Me hubiera gustado empezar hoy dando la palabra a la joven cole­ ga que trata a la paciente con personalidades múltiples que mencioné la última vez cuando dialogaba con Éric Laurent, quien comentó la obra de Ian Hacking sobre el tema, pero lamentablemente no será po­ sible porque está a punto de dar a luz y debe limitar sus desplazamien­ tos. Diré, pues, brevemente unas palabras sobre el caso esperando que esta colega esté en condiciones de presentárnoslo ella misma quizás al final de este aijo. La paciente dispone de personalidades múltiples, cada una con su nombre y sus rasgos de carácter. Se presenta con la lista de estas per­ sonalidades para que el Otro con el que trata pueda orientarse. Su se­ gundo síntoma se relaciona con la muerte de su padre, después de la cual surge una práctica de automutilación en forma de cortes que pro­ ducen hemorragias. Ciertamente, el padre es el eje del caso, puesto que desde su m uerte la paciente se corta y antes se contentaba con golpearse la cabeza contra la pared. Las personalidades múltiples pa­

recen remitirse a la práctica incestuosa del padre, lo que se aisló clási­ camente como la causa traumática de la perturbación. Aclaro que los cortes los hace siempre una personalidad de la que la paciente se con­ sidera víctima. La multiplicidad de personalidades no anula en absoluto la función de una identidad central que ella reconoce como propia, que se distin­ gue por el hecho de quejarse de las otras y disponer de su lista, y a la que llama con su segundo nombre. Nuestra colega observa que las persona­ lidades la reemplazan en cada estado de ausencia. La paciente conoce estados de ausencia y en ese momento se presenta una personalidad o, más precisamente, estas personalidades aparecen y practican a veces cortes como respuesta a un disgusto que le causa la actitud del Otro (el psiquiatra, la enfermera, la terapeuta). La personalidad tomada del re­ gistro de lo múltiple surge cuando ella se siente desconocida, no escu­ chada, mal escuchada, forzada o abandonada. De este modo, se aísla perfectamente la demanda de amor o de re­ conocimiento, así como se manifiesta de manera bastante juguetona un deseo de dominio. Evidentemente, ella desconcierta al Otro, fuerza su atención, demuestra su impotencia, se burla de él; lo obliga, según - sus palabras,..a.capitular..-Todos...estos rasgos invitarían a considerar el caso como una forma severa de histeria si la práctica de la automutilación no impidiera excluir la psicosis.

N egligencia benévola Sobre la dirección de la cura, la última vez dije rápidamente que lo esencial es considerar la aparición de la personalidad como parasitaria y como un modo de expresión sintomática a disposición del sujeto; in­ citar al sujeto a renunciar a este modo de expresión y al goce que im­ plica, como al beneficio correspondiente; y para ello no apasionarse con las personalidades, manifestar cierto desdén amable al respecto, posición que califiqué de negligencia benévola, y hacer hincapié en la situación que desencadena la aparición de las personalidades para ob­ tener su form alizadón en palabras. La interpretación/a m i entender, solo está permitida en este nivel como: Usted quiso hacer comprender que... Consiste, pues, en intentar inscribir s (A), el significado del Otro, en el síntoma combinado: personalidad múltiple más cortes, para lo­ grar que el síntoma pase al registro del significado del Otro. Se trata de

esta fórm ula general que nos ofrece por otra p arte una perspectiva m ás am plia sobre el síntom a.

I —? s (A) En la medida en que el síntoma es goce, está relacionado con el plus de gozar; su fórmula es cerrada, de tipo autista. Si se lo considera en esta vertiente, se lo podría modificar con una fórmula construida se­ gún el modelo del fantasma. De alguna manera lo que indico aquí es una retranscripción de lo que figura en el grafo de Lacan: ($ 0 a) —'r s (A) Cuando se trata del síntoma, ya se supone presente el sujeto del sig­ nificante, mientras que en sus formas extremas, autistas, si me perm i­ ten, esto resulta problemático. Luego, es una función que desborda e incluso quizá se opone a la existencia así marcada del sujeto del signi­ ficante: $. Esto es lo que quería decir sobre el caso que mencioné la última vez. Sí, al aclararlo, se ve bien la oposición respecto de la manera de actuar recomendada por Hacking: dejar hacer a la invención y sobre todo nunca enunciar que deba renunciar al más mínimo goce, sino que por el contrario hay que lograr que lo reconozca. Quieren ins­ cribir algo en el significante haciendo reconocer simplemente el goce de sus personalidades, añadiéndolo a este registro. É r ic L a u r e n t :

J a c q u e s -A l a in M

il l e r :

c a e s lo q u e L a c a n lla m a b a

A le n t a r a l s u je t o e n s u in v e n c i ó n s in t o m á t i­

alimentar el síntoma.

Alimentar el síntoma y al mismo tiempo darle su prolongación social con el reconocimiento de todos estos grupos de in­ tereses tan múltiples, si se quiere, como las personalidades en cues­ tión... Son claramente dos maneras de tratarlo. É r ic L a u r e n t :

J a c q u e s - A l a in M il l e r : Evidentemente, cuando se presenta una personalidad, es muy distinto recibirla con gran satisfacción, interro­ garla sobre los rasgos particulares para completar el cuadro de las per­ sonalidades múltiples, que aburrirse un poco y esperar que la identi-

dad central vuelva. No hay que pensar que así la investigación clínica sería neutra. Recomiendo entonces no apasionarse por las personalidades deli­ rantes de la paciente y marcar por el contrario la distancia necesaria para que, en lugar de que esta producción sea florida, se vuelva algo más seca. Habría que preguntarle a nuestra colega, pero me parece que el recurso a la personalidad múltiple ya no es lo esencial de la existen­ cia de la paciente, aunque sigue siendo, en caso de dificiútad con el Otro, el recurso más rápido. É ric L aurent: L o que aportas con estas fórmulas sobre la naturaleza autista del síntoma permite reordenar una serie de interrogaciones en el movimiento psicoanalítico contemporáneo, sobre todo después de los trabajos de los kleinianos sobre el autismo, ya sea en Meltzer o Francés Tustin. Se veía de forma demasiado realista o, más exactamente, muy naturalista el autismo, y se encontraban núcleos autistas en todas partes. Pienso que el efecto clínico que detectaban es interesante, pero con esta concepción naturalista se ofrece una visión al estilo de Shine [Claroscuro], la película sobre el pianista autista, una especie de generalización. Justaemente; entre- sus personalidades múltiples,-hay-un autista.Jividenten.. mente, no es la mejor manera de ordenar estos hechos.

La prom oción del síntom a J a c q u e s -A l a in M il l e r : En la línea que empiezo a establecer a par­ tir de la dimensión autista del síntoma, me gustaría recordar lo conver­ sado con Hugo Freda sobre las drogas, que son un modo de gozar don­ de aparentemente se prescinde del Otro. Por eso el goce toxicómano se volvió emblemático del autismo contemporáneo del goce, la q u e inten­ té resumir con el breve materna que Éric Laurent mismo escribió en el pizarrón la última vez: I < a. Significa que I es válida, está en pleno ejercicio, cuando el circuito del modo de goce debe pasar - y p a sa - por el Otro social, mientras que hoy, en términos 3 e Lacan, nuestro m odo de goce soló se sitúa por el plus de gozar, lo que hace a su precariedad puesto que ya no esta garantizado por la colectividad del modo de go­ ce. A l estar particularizado por el plus de gozar, ya no se organiza, se solidifica por el ideal. En consecuencia, nuestro modo contemporáneo

de gozar se ve de alguna manera funcionalmente atraído por el estatu­ to autista del goce. Y forzar el síntoma en su estatuto «autista» (entre comillas) a reconocerse como significado del Otro se torna un proble­ ma, una operación contranatura. Puesto que hablamos de drogas, pensemos en el opio, aunque no está de moda hoy. El goce del opio es un síntoma que los imperialistas ingleses, los Victorianos, ofrecieron a sabiendas a los chinos en la épo­ ca del imperio. Había una disposición, un fondo tradicional de gusto por el opio, pero sistemáticamente se les propuso este síntoma que ellos adoptaron y que resultó conveniente para fines de dominación. De hecho, cuando el Partido Comunista Chino asumió el poder en 1951 comenzó una erradicación política de este síntoma, que ya había empezado antes en las zonas liberadas del imperialismo. Pensemos en lo que pudo ser la dominación por el síntoma. Desde el punto de vista del amo, lo mejor es inspirar, difundir, promover un síntoma. Solo que esto puede jugarle en contra: cuando los castellanos redujeron a los catalanes, solo les dejaron una salida sintomática que era trabajar. Y entonces estos se volvieron laboriosos mientras que los amos no hacían nada. Al cabo de algiin tiempo el trabajo se transfor­ mó en una segunda naturaleza para los catalanes y ahora que ya no es­ tán dominados de la m isma manera siguen trabajando. Pensemos tam­ bién en lo que les ocurrió a los checos cuando en la batalla de M onta­ ña Blanca, Bohemia perdió ante los imperiales. Los checos empezaron a trabajar y siguen haciéndolo, mientras que los austríacos pararon du­ rante mucho tiempo. Al perder su imperio, fueron forzados a retomar el trabajo. Simplifico, com o verán, una historia compleja. En otras palabras, tomo como un síntoma el hecho de que el sínto­ ma se convierta en una segunda naturaleza en el sentido en que Freud explica la metapsicología a propósito de la neurosis obsesiva en «Inhi­ bición, síntoma y angustia». Hay un momento en que el sujeto adopta el síntoma, lo-integra a su personalidad y, consiguientemente, deja de quejarse. Los catalanes no se quejan de trabajar, ni los checos, y son más bien los otros quienes se quejan de que ellos trabajen tanto. Esta perspectiva que introduzco de ima manera que espero sea en­ tretenida para ustedes, posee sin embargo una lección, una moraleja política. Nuestro punto de vista espontáneo sobre el síntoma es consi­ derarlo un disfuncionamiento (decimos síntoma cuando hay algo que no anda bien) que solo es sintomático respecto del ideal. Cuando deja­ mos de ubicarlo respecto del ideal, ¡es un funcionamiento!

Hay que reconocer que el psicoanálisis contribuyó a la precariedad del modo de goce contemporáneo, porque hizo mucho, en efecto, pa­ ra que la relación entre el ideal y a se volviera: I < a. Cuando recibimos un sujeto homosexual (ahora hablo del tema con más seguridad porque hay un ciclo de seminarios dedicados al incons­ ciente homosexual y los colegas testimonian sobre su manera de abor­ dar la cuestión), se ve claramente que la actividad psicoanalítica no consiste en absoluto en lograr el abandono de la homosexualidad, sal­ vo cuando es posible o cuando el sujeto lo desea, sino en obtener que el ideal deje de impedirle al sujeto practicar su modo de goce en las condiciones más convenientes. En otras palabras, .la operación analíti­ ca en este caso apunta a aliviar al sujeto de un ideal que lo oprime y a ponerlo en condiciones de tener una relación más cómoda con su plus de gozar. En todo caso, la presión del psicoanálisis ciertamente contri­ buyó a esta inversión sensacional y contemporánea de los factores de los modos de gozar. Ahora bien, también el amo tiene síntomas. El síntoma del amo es la pereza y qtredó en la historia con la imagen magnífica del Grande de España. Como para el Grande de España hacer algo era rebajarse, es~taba~fija'do-en-ima-pereza-div-ffia=que,--por-otra-paEte, afeetó-de_algún modo a toda la Europa clásica. Siguiendo con la psicología de los pue­ blos, el fenómeno inverso se dio en Inglaterra, donde encontramos una aristocracia trabajadora, que no se consideraba disminuida por entre­ garse al trabajo, lo que le valió a ese país resultados sensacionales, un período de dominación del mundo. En Francia es más difícil de situar -seguim os en el mismo im pulso-, está el siglo XVHI, donde se gozaba trabajando... El símbolo es María Antonieta y las ovejitas..., no es la pereza, sino el homenaje al trabajo de las masas laboriosas. Pero esto cambió cuando la aristocracia francesa se vio impedida de trabajar. Piensen en el burgués gentilhombre que se to­ ma por ün hidalgo y señala: «-Hay ciertas personas que dicen que mi padre era mercader». Y se le responde: «-¡Mercader! ¡Maledicencia pu­ ra! Nunca lo fue. Lo que pasaba era que, siendo hombre muy servicial y oficioso, y asaz entendido en telas, las iba a escoger por todas partes, las llevaba a su casa, las regalaba a sus amigos a cambio de dinero». Ade­ más estaba la nobleza de toga, que complicó el panorama, pero lo que cambió fundamentalmente las cosas 'fue sin duda la ideología del servi­ cio público. Esta fue la solución sensacional que encontró Napoleón pa­ ra poner a trabajar también a la aristocracia y fabricar así una nueva. Lo­

gró obtener una nobleza que no solo luchaba -síntom a esencial de la no­ bleza francesa-, sino que también trabajaba. Para eso inventó los grandes concursos, las grandes escuelas, la meritocracia francesa y la producción de una elite de la nación supuesta, una aristocracia del mérito de alguna manera, que hoy flaquea un po­ co en su funcionamiento porque el síntoma ya no funciona. El amor al servicio público como síntoma está cayendo en desuso e incluso los asuntos de corrupción con los que nos seducen todos los días testimo­ nian el hundimiento del viejo síntoma, que había inculcado el amo. Como se sabe, los Estados Unidos tienen la ventaja de no haber po­ seído una nobleza. Terminaron teniendo una, pero era esencialmente monetaria. Los norteamericanos empezaron ganando plata por todos lo medios y después se ennoblecieron con la filantropía. De allí los grandes museos norteamericanos, las grandes colecciones provenien­ tes de trabajadores enriquecidos.

Síntom as de moda Después de este excursus que amplía el concepto de síntoma, vuel­ vo a las drogas, entre las que debemos distinguir. Si consideramos el goce de la marihuana, por ejemplo, es un síntoma que no separa for­ zosamente de lo social; por el contrario, a menudo se la considera una ayuda para relacionarse, incluso sexualmente. Por eso, el presidente Clinton y otros pueden confesar sin ser m al vistos haberse acercado a este goce. El criterio esencial, el criterio lacaniano del goce toxicómano, es que este resulta verdaderamente patológico cuando se lo prefiere al peque­ ño pipí. Lejos de ser un adyuvante de la relación sexual, se lo antepo­ ne a esta. Este goce puede poseer tal valor para el sujeto que se lo pre­ fiere a todo y que para obtenerlo se llega incluso al crimen. Lacan tu­ vo que recurrir a las ficciones kantianas para explicar el goce perverso. Kant consideraba un hecho que si les decían: A l fin al de una noche de am or con una mujer está el cadalso, renunciarían a esta. Lacan sin embar­ go considera que esto no es necesariamente así, si se trata de un goce más allá del amor a la vida. Ciertamente, es el criterio lacaniano del go­ ce toxicómano como patológico. La tolerancia que recibe la marihuana obedece a que no se inscribe en absoluto en la dinámica de exceso respecto de la cual se sitúa la he­

roína, que responde perfectamente al criterio lacaniano. Para orientar­ se, y no hablar de la droga en general sino particularizar, es necesario oponer heroína y cocaína. Diré entonces que la heroína está en la ver­ tiente de la separación, conduce al estatuto de desecho, aunque, como se subrayó hoy en'el International Herald Tribune, este sea estilizado, va­ lorado en el mundo de la moda, que durante años propuso para admi­ ración de las masas modelos drogadas cuya postura y estado físico aludían a dicha droga. É r ic L a u r e n t : Primero estuvo la moda anoréxica; la definición de una modelo era: una anoréxica que se agranda los senos. Luego aparece la versión heroína chic, como dicen. Y justo antes de la ola anoréxica era cocaína chic, que impone un estilo completamente distinto, un estilo frenético... J a c q u e s - A l a in M il l e r : Me interesa oponer la heroína, que se ubica­ ría en la vertiente de la separación, y la cocaína, que corresponde a la alienación. La heroína tiene un efecto separador respecto del signifi­ cante del Otro, mientras que la cocaína se utiliza como facilitador de la inscripción en la máquina girátória^deLOtroxontemporáneoÉ r ic L a u r e n t : Esta oposición se capta en las posturas de repliegue en las que se retrataban estas jóvenes modelos cuando predominaba el estilo heroína chic, y en el frenesí de la relación con el Otro, que la foto­ grafía intenta transmitir para el cocaína chic. J a c q u e s -A l a in M il l e r : Veo que tienes el artículo que leí esta m aña­ na en el International Herald Tribune, sobre la muerte de un fotógrafo aparentemente por sobredosis, lo que está provocando un escándalo porque denuncia la presencia de la heroína en el ambiente de la moda. Como ilustración, hay una de las últimas fotos que sacó este fotógrafo y que es una modelo acurrucada que encam a muy bien esta localiza­ ción que proponía de la heroína en la vertiente de la separación. La fo­ to me viene, pues, como anillo al dedo, si me permiten. Utilizo la oposición clásica -q u e no retom o- de alienación y sepa­ ración, que son dos movimientos que Lacan identificó en los Escritos y en El seminario 11, y que es de uso frecuente, para ordenar lo que con­ sidero enfermedades mentales de moda. Hay síntomas de moda, como prueba entre otras cosas que busquemos este ejemplo en dicho campo.

Y no creo que sea ampliar demasiado nuestro concepto de síntoma si se admite y se conceptualiza que hay síntomas que están de moda, co­ mo por ejemplo la depresión.

D epresión y estrés Empecemos entonces por no despreciar el significante depresión, que solemos criticar, considerar mal formado, distinto en cada estruc­ tura. Pienso que es un buen significante porque lo utilizamos, es un significante relativamente nuevo. Y nosotros que nos deslomamos pa­ ra producir significantes nuevos, esperándolos... ¡saludemos un signi­ ficante nuevo que funciona! La depresión es un significante magnífico, clínicamente ambiguo, sin duda, pero quizá tengamos algo mejor que hacer que jugar a los médicos de Moliere y presentarnos con nuestra erudición, por justificada que sea, para criticar un significante que di­ ce algo a todo el mundo actual. Solo lo tomo en este nivel y no tengo nada que decir en contra de la investigación clínica fina que se haga sobre el tema, lo que no im pi­ de que valga la pena observar que no es anodino que hoy esto diga al­ go a todo el mundo, que sea -tom ém oslo a sí- una buena metáfora y, llegado el caso, un punto fijo, tm punto de basta, que ordena la queja de un sujeto. Se pueden producir efectos de alivio si el paciente les anuncia: M e cuesta concentrarme, duermo demasiado, perdí el interés por la vida, y ustedes le responden: Está deprimido. Evidentemente, si él m is­ mo formula: Estoy deprimido, se trata de otra cosa y habrá que pedir precisiones. El analista comparte con la histérica el aspecto nunca contento. Creo que ya di el ejemplo de la histérica, tm ejemplo que adoro, que decía: Esto no funciona, ni esto ni aquello, y que cuando intervine: Estoy comple­ tamente de acuerdo, me respondió: No, porque... El no de la histérica sig­ nifica que si decía sí, sería absorbida completamente por el Otro. Este no se pronuncia entonces por amor, por deseo, y requiere que se lo in­ terprete como una forma de sí. Si lo interpretan como tm no, es la ca­ tástrofe o, por lo menos, un malentendido. Volviendo a los síntomas de moda, la depresión está claramente en la vertiente de la separación, es, en nuestros términos algo pesados, una identificación con a como desecho, como resto. La separación de la cadena significante muestra los fenómenos temporales que pueden

acentuarse en la depresión, a saber, que ya no hay tiempo y algo así co­ mo el cierre definitivo del horizonte temporal. La depresión forma pareja con el estrés, síntoma de alienación que afecta al sujeto arrastrado en el funcionamiento de la cadena significan­ te y en su aceleración, lo que explica su eventual relación con los sínto­ mas de la cocaína. De allí también la gran pregunta clínica del futuro: ¿en qué momento los chinos conocerán el estrés? Si hay un síntoma ver­ daderamente ignorado por la China tradicional y sin duda por la China comunista (hasta la revolución cultural, que estresó un poco a algunos), es el estrés. Ahora podremos seguir en la clínica la invasión del capita­ lismo moderno en China mediante la pareja depresión-estrés. É ric L aurent : ¿Cómo puede introducirse el estrés en el confucio-

nismo, que tema una ética del trabajo muy fuerte? Se trata de una éti­ ca del trabajo sin estrés, una ética del trabajo perfectamente determ i­ nada en el transcurso de los siglos. Intentamos explicarnos cómo pu­ dieron producir una diáspora tan activa, industriosa y que constituye en el sudeste asiático el núcleo de despegue de toda la región.

A norexia y bulim ia J a c q u e s -A l a in M il l e r : Se puede seguir la cuestión, incluso cuanti­ tativamente, en el avance de la industria farmacéutica en China. Aun­ que se prepara una traducción china de Lacan, los primeros avances los hace en este campo la industria farmacéutica. Abordemos otros síntomas de moda, como por ejemplo la anorexia y la bulimia, que tú mencionaste. La anorexia está sin duda del lado del sujeto tachado, es incluso la estructura de todo deseo, m ientras que la bulimia pone en primer plano la función del objeto. Por eso, la ano­ rexia está del lado de la separación y la bulimia... Diré entonces lo que pienso... Contrariamente a una primera refle­ xión que haría creer que como se encierra con el objeto y lo pone en primer plano, la bulim ia está del lado de la separación, creo que hay que considerar lo que observa A p ollilffire^^ me nunca está solo. De hecho, la bulimia está más bien del lado de la alienación. Además, no aleja tanto al sujeto de las relaciones sociales como la anorexia llevada al extremo. En la anorexia, en cambio, está en primer plano justamente el rechazo del Otro y en particular de la ma­

dre nutricia. En esta distribución rápida, tiendo a desplazar la bulimia del lado de la alienación y la anorexia del lado de la separación. Pero en ambos casos se percibe que la verdad de la relación con el gran Otro es que equivale a a : A = a. Este estatuto de a se evidencia también en la anorexia y la bulimia. Sobre esta cuestión de la anorexia, cuando en «La di­ rección de la cu ra...» Lacan habla del Hombre de los Sesos Frescos co­ mo anorexia mental, se observa más bien la alienación; él está atrapa­ do en el sistema. Y, en efecto, hay otros tipos de anorexia: el rechazo, el decir que no a la madre que alimenta, que son de separación... É r ic L a u r e n t :

J a c q u e s - A l a in M il l e r : Tomaba por ejemplo la anorexia de las m o­ delos como modelo físico. La anorexia es hasta hoy más compatible con la modelo que la bulimia. En realidad, es discutible porque el col­ mo de la bulim ia, la bulimia patológica, supone vomitar. Pero digamos que la modelo anoréxica es la evidencia del deseo, de que no hay na­ da que pueda satisfacer y colmar. Existe una afinidad entre la modelo y la anorexia en el hecho de que no hay saciedad. Si la saciedad es el goce, la anorexia es la evidencia del deseo. Por eso conduce a una falicización del cuerpo profundamente ligada a la delgadez, como recuer­ da Lacan en «La dirección de la cu ra...» cuando toma el sueño de la Bella Carnicera, que conchiye con el análisis del sujeto identificado con la feta de salmón y comenta: «ser un falo, aunque sea algo flaco». H ay una afinidad entre la feminidad falicizada y la delgadez o la pobreza. No doy esto como clínica definitiva y nec varietur, solo intento ani­ mar un poco el paisaje. No estamos simplemente ante el síntoma obse­ sivo bien localizado, encuadrado, que afecta al Hombre de las Ratas, ni ante el síntoma histérico, sino ante tm uso del término síntoma más ex­ tendido y diversificado. En este sentido, intento avanzar tm poco más en este concepto.

Del lado del Uno Justo después del seminario de la última semana, me vi en la obli­ gación institucional de enviar un breve mensaje a la segunda reunión regional de la Escuela del Campo Freudiano de Caracas, que comien­ za en dos días, donde se encontrarán nuestros colegas venezolanos, co­

lombianos, ecuatorianos, cubanos, guatemaltecos, peruanos y también españoles de Miami, etcétera. Después del seminario, redacté algunas líneas para saludarlos a través de los responsables, cuya parte intere­ sante les leeré para luego desarrollarla. Como se hablará del síntoma, que es el tema de moda en el campo freudiano, les decía que en él está lo que cambia y lo que no cambia y convierte el síntoma en un vástago de la pulsión. En efecto, nos topa­ mos con nuevos síntomas, nuevos fantasmas, pero hasta ahora no hay nueva pulsión. Cada tanto alguien intenta inventarla, pero no recibe crédito, lo que significa que no se le cree. En cambio, hay nuevos sín­ tomas. Y yo propongo que lo que se renueva es el envoltorio formal del núcleo, K em , de goce: (a). El Otro, de quien el síntoma es mensaje, incluye el campo de la cul­ tura, lo que determina la historicidad del síntoma. El síntoma depen­ de del que lo escucha, del que le habla, del que habla. Piensen en el sabbat magistralmente descifrado por Guinsburg -q u e no tuve tiempo de comentar aquí-, observen la epidemia contemporánea de las perso­ nalidades múltiples en los Estados Unidos que estudió Ian H acking y mencionó Éric Laurent ayer por la tarde en nuestro seminario del miércoles. Hay síntomas de moda y síntomas que pasan de moda, hay... No puedo resistir el placer de decirles esto porque tenemos co­ lombianos en el aula... Hay países exportadores de síntomas, como los Estados Unidos hoy, ya que desapareció el síntoma soviético, y hay países como Colombia que exportan los medios para satisfacer los sín­ tomas de otros. En resumen, hay toda una economía del síntoma que falta conceptualizar, porque la clínica no es solo de la Cosa, sino del Otro, lo que trae consecuencias institucionales. Opuse rápidamente una parte constante del síntoma, que es su la­ zo pulsional, y otra variable, que es su inscripción en el campo del Otro. Para una buena orientación respecto del síntoma, hay que guiar­ se y trabajar la disyunción que se establece entre las pulsiones y el Otro sexual. Freud negaba justamente esta disyunción al plantear la existen­ cia de pulsión genital, lo que significa que habría ima pulsión que se satisface en la relación sexual con el Otro. Supone así una com unica­ ción entre el registro de las pulsiones y el deí Ütro sexual. Por otra parte, aparentemente para Freud estaban en continuidad. Se empieza por apasionarse con tel seno de la madre y se termina amándola. Esta especie de continuidad le permite a Freud avanzar rá­ pidamente en ciertos párrafos para presentamos un desarrollo pulsío-

nal. Y en este pu nto interviene Lacan, que form ula: No lien/ pulsión ge­

nital. Esta es una ficción freudiana, como las pulsiones en general, pero que no funciona, no corresponde. Se im pone entonces el punto de vista según el cu al hay una d isyunción entre pulsión y Otro.

Esta disyunción evidencia el estatuto autoerótico de la pulsión. Después de todo, las pulsiones afectan el cuerpo propio y se satisfacen en este. La satisfacción de la pulsión es la satisfacción del cuerpo pro­ pio: ese es nuestro materialismo. Y el lugar de este goce es el cuerpo del Uno, lo que vuelve siempre problemático el estatuto del goce del Otro y de su cuerpo. Hablar del goce del cuerpo del Otro parece una metáfora respecto de lo que es real, a saber, el goce del cuerpo del Uno. Siempre es posible agregar que el cuerpo del Uno está marcado por el Otro, está significantizado, etcétera, pero desde el punto de vista del goce, el lugar propio del goce es el cuerpo del Uno, y tiene un nombre clínico preciso ser gozado por el cuerpo del Otro. Entonces, las pulsiones están del lado del Uno y por otra parte está el lado del Otro. Este punto de vista tiene un fundamento sólido y La­ can se apoya en él para recordar, por ejemplo, que el sexo no basta para armar parejas. Si se toma el goce fálico como goce del órgano, puede de­ cirse que no corresponde al cuerpo del Uno, está fuera del cuerpo, es su­ plementario, pero aun así su lugar no es el cuerpo del Otro. Existe inclu­ so una dimensión del goce fálico que se liga al cuerpo del Uno. Y aún cuando Lacan habla del goce femenino, que no es del órgano, donde en­ tra en juego la alteridad, formula que en el goce, incluso sexual, la mu­ jer es compañera de su soledad, donde el hombre no logra alcanzarla. En estas fórmulas que ya pusimos de relieve, se ve surgir el cada uno pa­ ra s í pulsional donde no hay lugar para el todos. En otras palabras, la ho­ rrible soledad del goce se evidencia especialmente en la dimensión autistíca del síntoma. De modo que hay algo del goce qtte separa del cam­ po del Otro y que es el fundamento mismo de todo cinismo.

D el lado del Otro Del lado del campo del Otro se organiza, de manera disyunta, la re­ lación con el Otro sexual. Esta organización depende, por supuesto, de la cuitara, de ciertas invenciones de la civilización: aquí la monogamia asentada en el adulterio, allí la poligamia afirmada en la firmeza del espíritu, etcétera. Hay diversas invenciones culturales que conocen

éxitos, decadencias, que son escenarios disponibles de la relación se­ xual, pero se trata al mismo tiempo de semblantes que, si bien no reemplazan lo real que falta (la relación sexual en el sentido de Lacan), consiguen engañarlo. Esto califica nuestra especie porque la disyunción entre las pulsio­ nes y el Otro es la no relación sexual en tanto tal, lo que significa que la pulsión está programada, mientras que la relación sexual no lo está. Esta disyunción es coherente con que esta especie hable; el lenguaje se establece en esta brecha misma, lo que explica por qué la lengua que hablamos es inestable, está siempre en evolución. Se teje de malenten­ didos precisamente porque no va a la par de la no relación sexual. Algo m uy distinto y fascinante sucede con las bacterias, que se co­ munican impecablemente, pero su comunicación es del orden de la se­ ñal, la información. El hombre neuronal es el hombre bacteria, el hom­ bre como una colonia de bacterias, donde las distintas partes se envían señales, informaciones, y eso funciona lo m ejor posible, se entienden. Y lo esencial es considerarlo solo como bacteria múltiple... Las perso­ nalidades múltiples son las neuronas que comunican cómo bacterias. ¿Acaso el hombre pulsional, parafraseando la expresión de Changeuxres~autista? ¿Hasta dónde-pedemos-l-levar-la perspectiva-deLau=_ tismo del síntoma y el autoerotismo de la pulsión? En este punto debe constatarse que aunque no haya pulsión genital, hay que suponer tm goce no autoerótico, en la medida en que lo que pasa en el campo del Otro incide en él. No podemos contentamos con una disyunción total entre los dos campos porque lo que pasa en el campo del Otro incide en las condiciones de goce ptúsional. Hace falta, pues, la intersección, que Lacan define ubicando a en esta zona:

Cuando hablamos del placer o de la pulsión, los anudamos al obje­ to perdido. No es posible utilizar .estos conceptos sin deslizar de una manera u otra el objeto perdido que hay que ir a buscar en el Otro. E s­ ta es la doble cara d el objeto a, su carácter jánico: es a la vez lo que fal­ ta a la pulsión autoerótica y lo que debe buscarse en el Otro. Si pensa-

mos en el niño que empieza a hablar, este tomará las palabras del Otro y las tergiversará a su manera. Luego se le explica: Eso no se dice, eso no se hace, y se regulariza la cosa. Para dar cuenta del desarrollo neuronal, las neurociencias están obligadas a considerar la mirada del Otro. Y es que no es lo mismo re­ cibir el lenguaje de una máquina que la mirada de un ser humano; pa­ ra que la cosa funcione, debe existir un hacerse ver del sujeto. Parte del goce del Uno, ese goce autista atrapado en el Otro, está captado en la lengua y la cultura, y por eso es manipulable (por ejem­ plo, por la publicidad, que es un arte de hacer desear). Hoy el consu­ mo se propone como salida del atolladero, o la cultura propone cierto número de montajes para hacer gozar, propone modos de gozar que, aunque raros, no son menos sociales. Del lado del Otro, que se sitúa a la derecha, hay como mandíbulas que atrapan parte de este goce autista: la significación de la castración.

La verdad de la castración es que para gozar hay que pasar por el Otro y cederle goce. El Otro les indica, por ejemplo, las maneras de ar­ m ar pareja, les señala el matrimonio monogámico, pero quizá mañana sugiera que puede extenderse el concepto hasta el matrimonio homo­ sexual, lo que no hará más que mostrar el matrimonio como un mon­ taje de semblantes. Puede pensarse que resulta o resultará raro, pero considerándolo bien, no hay nada más extraño que la norma. Justam ente, el espíritu de las Luces consistía en percibir el semblante de la norma y que era la norma de su propia cultura lo que resirltaba raro. Entonces a es esa parte del goce, ese plus de goce atrapado por los ar­ tificios sociales -entre ellos la lengua-, que a veces son m uy resistentes o también pueden desgastarse. Cuando el semblante social no alcanza, cuando los síntomas como modos de gozar que les ofrece la cultura no bastan, en los intersticios hay lugar para los síntomas individuales, que sin embargo son de la misma esencia que los sociales. Se trata en todos los casos de aparatos para rodear y situar el plus de gozar. Considero de este modo el síntoma como una prótesis, un aparato del plus de gozar.

El circuito pulsional Me gustaría ahora aclarar algo que a mi entender aún no se vio so­ bre la fórmula que propuso Lacan de la pulsión a partir del hacerse. En El seminario 11 descifró la pulsión en términos de hacerse ver (pulsión escópica), hacerse escuchar, hacerse chupar o comer... ¿A qué responde es­ ta fórmula repetida y, al mismo tiempo, no explicada qrie conoció en Lacan grandes desarrollos? Tal como las describió Freud, las pulsiones responden a una lógica o una gramática actividad-pasividad: ver-ser visto, pegar-ser pegado. Las clasifica según esta lógica que, si prestan atención, es del tipo a-a', del tipo simetría en espejo. De modo que estructuró las pulsiones a partir de una relación de inversión escópica. Esta gramática en espejo condujo justamente a pensar que sadismo y masoquismo eran simétri­ cos e inversos, al igual que exhibicionismo y voyeurismo. Pero Lacan qtúere corregirlo para mostrar que el campo pulsional responde a una lógica completamente distinta, y en lugar de la inversión en espejo, ubica el movimiento circular de la pulsión (en El seminario 11), que responde a la noción de que el cuerpo propio está al comienzo y al final deTcircuito pulsional;-que sus~zonas erógenas-son la-fuente-de lapulsión y que es también el lugar donde se cumple la satisfacción, el lu­ gar del goce fundamental, del goce autoerótico de la pulsión. El cambio que introduce Lacan con el hacerse y el circuito propia­ mente circular muestra que para él la pulsión es siempre activa y que, a diferencia de lo que piensa Freud, su forma pasiva es ilusoria. De es­ te modo hacerse pegar se distingue de ser pegado, significa que la verda­ dera actividad es la mía y que yo instrumento el pegar del Otro, lo que constituye la posición masoquista fundamental. En otras palabras, Lacan destaca que la fase pasiva de la pulsión (recibo golpes) es de hecho la continuación de su fase activa (recibo golpes porque quiero). Parafraseando a Clausewitz, la pasividad es la continuación de la actividad por otros medios. Lo fundamental en esta disimetría de la pulsión que opera Lacan es que el Otro en cuestión no es el doble del yo, sino el gran Otro como tal. Y lo increíble es que en el movimiento circular de la pulsión el su­ jeto alcanzadla dimensión del Otro. .No sé si captan la importancia de la cosa: se establece, se funda el latzo, la intersección entre el campo pulsional y el campo del Otro. No se alcanza al Otro en el nivel del es­ pejo, sino en el de la pulsión, aunque no haya pulsión genital.

En otras palabras, lo esencial de El seminario 11 es que la pulsión in­ troduce al Otro, aunque no retomaré toda la demostración (que está en la tercera parte del capítulo XV), donde habla de la pulsión escópica para extenderla a las otras pulsiones. La pulsión considerada de este modo es, hablando con propiedad, un llamado a algo que está en el Otro. Lacan lo denominó objeto a, por­ que redujo la libido a la función del objeto perdido. En este sentido, la pulsión busca algo en el Otro y lo devuelve al campo del sujeto o al campo que después de este recorrido se vuelve el del sujeto. La pulsión buscará en el Otro el objeto que se separó de ella, según demuestra Lacan a propósito del seno, que no pertenece al Otro mater­ no como tal. El seno del destete correspondía, si me permiten, al cuer­ po propio del bebé, que recuperará su bien en este sentido. El seno o las heces no son el objeto a, sino solo sus representantes. No debe pensarse que si se ponen las manos en la mierda, se está ver­ daderamente en la materia misma del objeto a. De ninguna manera, ¡la mierda también es semblante! De modo que la satisfacción en juego está en el bucle de la pirlsión. En el ejemplo de Freud que subraya Lacan, la pulsión oral no es la bo­ ca que engulle, sino la que se besaría a sí misma. Se trata más bien de la contracción muscular de la boca, de un autochuparse, simplemente para realizar el autobesarse. La boca necesita pasar por un objeto cuya naturaleza es indiferente. Por eso, están en la pulsión oral tanto el fu­ mador como el que come. La pulsión oral no es lo comestible, sino el objeto que permite a la boca gozar de sí m isma, y para este autogoce se necesita un heterobjeto. El objeto oral es solo el medio para obtener un autochupado. Y la paradoja fundamental de la pulsión, si la recons­ truyo de manera precisa, es que se trata por naturaleza de un circuito autoerótico que solo se riza por medio del objeto y del Otro. En un sen­ tido es un autoerotismo y en otro, un heierotismo.

La relación que no hay

Pero ¿qué es el objeto propiamente dicho? El objeto propiamente dicho, el objeto a, no es una sustancia sino un hueco, un vado topológico, lo que se necesita para que se cierre el bucle (Lacan recurrió a la topología para captar su valor estructurante); puede representarse con sustancias y objetos, pero al materializarse es solo semblante. En otras

palabras, el objeto real no es la mierda. Lacan sostiene que el analista es un semblante de objeto -y en este sentido también lo es la m ierdaporque representa el objeto a y es, pues, un semblante como lo es toda representación material de dicho objeto. Vemos que el bebé quiere el pecho y le damos el chupete, que des­ pués incluso llega a preferirlo, lo que significa que ambos son del m is­ mo orden, por lo menos en el nivel de la satisfacción autoerótica de la pulsión. Para que se entienda, distingo cuando hablamos del objeto a, lo real de este objeto, que es el vacío topológico, y su semblante, que son las materializaciones de esta función topológica. Por eso puede decirse que las pulsiones son todas mitos y que el imico real es el goce neuronal (desde esta perspectiva, la heroína o la sublimación no son más que medios de dicho goce). Cuando conside­ ramos seriamente lo real, respecto de este son todos semblantes. Inclu­ so en el nivel neuronal hay una diferencia cuando es dicho por una máquina o cuando lo dice, como expresan los norteamericanos, un ser humano atento. En resumen, en esta perspectiva la pulsión misma empuja al campo del Otro, donde encuentra los semblantes necesarios para mantener su autoerotismo. E lcam p o d elO tro se extiende hastaelcam po_de _la cultu-_ ra, como espacio donde se inventan los semblantes, los modos de gozar, que son formas de satisfacer la pulsión. Como estos son por supuesto móviles, se introduce cierto relativismo. En el nivel de un sujeto están marcados por cierta inercia, y por eso aceptamos inscribir el síntoma de un sujeto en el registro de lo real. El síntoma en este sentido social o «in­ dividual» (entre comillas) es un recurso para saber qué hacer con el otro sexo, porque no hay fórmula programada de la relación entre los sexos. Podría decir dos palabras sobre el analista y sus síntomas, pero qui­ zá me detenga aquí para dar lugar al diálogo o al relev o... É r ic L a u r e n t : Tomaré un punto que consiste en concebir y ordenar la disyunción: por un lado, el síntoma y por otro, con toda su plastici­ dad en el campo del Otro, el problema sexual, que después de todo manifiesta cierta falta de plasticidad. Suele decirse que conocimos dos sexos y que en el futuro tendremos una multiplicidad, dos, tres, cua­ tro... Pero no, están los dos sexos y están los modos de gozar articula­ dos en una multiplicidad de síntomas. Están estos dos sexos articula­ dos por la castración que constituyen la base de la multiplicidad, don­ de sin embargo no se reabsorbe la diferencia, la polaridad sexual.

J acques -A lain M iller : N o, por eso Lacan lo considera real, con la paradoja de que se trata de un real que califica algo que no hay. ¿A qué llamamos el saber en lo real? ¿Qué alcanza la ciencia, según la expre­ sión de Lacan, como saber en lo real? Son fórmulas «inscriptas» (entre comillas) en la realidad de las cosas, que dan cuenta de la gravitación de una parte del universo. Se obtienen fórmulas y los fenómenos del universo responden a estas; es como si hubiera saber, fórmulas preinscriptas en lo real. Lacan subraya que en el universo sexual de la espe­ cie hum ana no se encuentra mía fórmula de este tipo. Por supuesto, es­ tá la de la reproducción, donde la relación sexual existe. No me refiero sin embargo al encuentro de un caballero y una dama (ahora tenemos la prueba de ello), sino al de un espermatozoide y un gameto. Esta fór­ mula se encuentra exclusivamente en el nivel de la reproducción, y hoy sabemos que se puede prescindir perfectamente del caballero y de la dama p ara... É ric L aurent : También del espermatozoide y el gameto, con la clo­

nación. J a c q u e s -A l a in M il l e r : Se prescinde completamente de esto y en otro nivel constatamos ya no la necesidad sino la omnipresencia de la contingencia, lo aleatorio en los encuentros. Se necesita un salto para decir que no hay en este nivel fórmulas previamente inscriptas de la relación y otro para indicar que ese es el real en el nivel de la relación sexual. Justam ente, no hay fórmula previa. » Entonces hay distintos tipos de síntomas; como en el súper o hipermercado, están los síntomas de consumo masivo que reemplazan la ausencia de relación sexual: la unión intersexual, monogámica, consa­ grada por la Iglesia; el concubinato, que es puramente laico. En lugar de fórmulas, se les proponen cierto número de síntomas para intentar ordenar la relación. Ocurre que algunos rechazan los sín­ tomas de consumo masivo, quieren algo del síntoma chic, para retomar la expresión, y otros, los neuróticos, se niegan a entrar en el hipermercado y pretenden inventar su propio síntoma o copiarlo del vecino. To­ do porque cuando se pide la relación sexual: Deme una relación sexual normal, se dice: Ya no hay.

Síntoma y estrago Piensen en la fórmula donde ubicaba el síntoma encima de la no rela­ ción sexual, que me permití escribir así por las necesidades de la causa:

2 0 Lo difícil es que hay una dimensión autoerótica del goce que Lacan desarrolla en Aun y que yo destaqué el año pasado. En cierto sentido, se necesita el amor para restablecer el Otro. Con esto retomaba lo que a mi entender no se había captado hasta el presente en el transcurso de El se­ minario 11: la concepción según la cual en la pulsión está el enganche con el Otro, aunque solo sea para buscar de su lado el objeto a perdido. In­ tenté explicar lo mejor posible estas dos caras de la pulsión: por un lado, lo autoerótico puede desarrollarse en esta dimensión y, por otro, siem­ pre necesita un objeto que busca en el campo del Otro. Les recuerdo es to para mostrarles que no existe por un lado nuesxa clínica de consiútorio donde tomamos a los sujetos uno por uno y íespués, por otro, se abre liTventañá y se~m5alífuera, se lee el Internaional Journal y se habla de los Estados Unidos. Debe notarse que estas iimensiones están en continuidad y que no existe la clínica del consul:orio. Por supuesto, el síntoma más individual del neurótico se articu.a con el campo de la cultura, lo que no significa que sea im microcosxvos de este. Hay cierto número de síntomas a su disposición, en acti­ vidad, y la manera en la que se ubica respecto de estos está presente :odos los días. Por ejemplo, el campo de la cultura impone, obliga a ca­ la sujeto a ubicarse respecto del form ar una pareja, y esto está presente ;n lo más íntimo de la cuestión subjetiva. É r ic L a u r e n t : H ay toda una serie de invenciones compatible con el Otro que no existe y la multiplicidad de síntomas propuestos, fabríca­ lo s, que se articulan. Según esta posición, habría cierto optimismo de empalme, donde finalm ente se encontrarían en cada uno de los conuntos un principio de placer y un más allá del principio de placer. Cuando tú describes el pasaje al .campo del Otro a partir de la pul­ sión, observo el problema de Tiresiás, el problema de ajuste en la disi­ metría de goces entre la posición masculina y la femenina de acuerdo con la manera en la que una época vive la pulsión según el sexo, según

la posición elegida (masculina o femenina). Y encuentro que el carác­ ter ilimitado del Otro de la posición femenina, que trae aparejado un principio de enloquecimiento, se extiende a la posición masculina, m e­ nos fijada con la manera en la que el Otro del ideal podía engarzar el goce fálico. Y esto conduce a un principio de enloquecimiento, de em ­ puje a gozar, incluso del lado masculino, que impone un siempre más. Por eso el sistema estará en desequilibrio..., es que no hay equilibrio posible. Sea cual fuere la multiplicidad de lo propuesto, hay un princi­ pio que jugará de entrada con la no inscripción de la relación sexual. Y este real se traduce en un principio de enloquecimiento en el goce que se quiere ligado a la posición sexual... J acques -A lain M iller : La primera dificultad es cada uno con su sín­ toma. Este es el aspecto milagroso de encontrar un Otro u Otros que ocupen el lugar conveniente en el síntoma o que acepten volverse tal. El partenaire fundamental para los dos sexos es finalmente el que es capaz de volverse su síntoma. Si Lacan distingue entre el hombre, que tendrá como síntoma a la mujer, y la mujer, que tendrá al hombre como estrago, ¿qué diferencia el síntoma del estrago? El partenaire del hombre es limitado, circunscrip­ to, mientras que el partenaire sintomático de la mujer supone una aber­ tura ilimitada y obedece a una lógica del infinito, no de lo finito. Y esto responde a la extraña inscripción del Otro tachado del lado de la mujer. Estoy en un nivel metapsicológico. Me parece que hay una dimen­ sión metapsicológica válida para los dos sexos, es decir, por un lado o por otro, la soledad del goce. Aunque el goce femenino tenga una es­ tructura completamente distinta, Lacan termina por destacar su sole­ dad: no forma pareja. Y si hay pareja del lado del hombre, es ante to­ do la que arma con su pene. Luego, la soledad del goce y el campo del Otro, que se articula con ella de algún modo. Ciertamente, no es lo mismo en los dos sexos. De manera metódica, pese a todas las varia­ ciones que conoció, es verdad que la inscripción femenina en el campo de la cultura es profundaménte diferente. É r ic L a u r e n t : J u s t a m e n t e , s i h a y s ín to m a s c o n t e m p o r á n e o s (s u s ­ ta n c ia s t ó x ic a s o q u ím ic a s ) q u e e m p u ja n a la r u p t u r a c o n e l g o c e f á l i ­ c o , h a y u n e m p u je e n e l i n t e r io r d e la e s t r u c tu r a d e l m o d o d e g o z a r m o d e r n o , a l g o q u e to c a e l p r in c ip io d e l im it a c ió n q u e e s t a b a d e l la d o h o m b r e . L o s s ín to m a s d e l tip o s u s ta n c ia s tó x ic a s t o c a n lo q u e h a s t a e s e m o m e n to e ra m á s d if íc ilm e n t e a lc a n z a b le : p o r u n la d o , e l p r in c ip io d e

limitación, por otro, el principio de lo ilimitado, tal como los planteó Lacan. Un efecto retroactivo de estos síntomas consiste en hacer saltar el principio de limitación del lado hombre, como efecto de retorno. H a­ brá cada vez más síntomas de este tipo, que se preferirán al goce se­ xual, lo que introduce un enloquecimiento suplementario... J a c q u e s -A l a in M il l e r : El hombre neuronal conduce a la idea de que el verdadero goce es relativo a las neuronas, que todo el resto son semblantes y que puede operarse directamente sobre ese real. Sin du­ da la mujer neuronal es más problem ática... É r ic L a u r e n t : Hay en la psicología darviniana contemporánea es­ fuerzos para definir la imagen típica, que tendrá un imprint de la im a­ gen del partenaire. J a c q u e s -A l a in M il l e r : Si se admite que hay -lo que es discutibleuna feminización de la civilización contemporánea, se la puede sin du­ da remitir a la fórmula: I < a. Por mi lado, está la erección dei ideal mas­ culino y, por otro, la promoción del objeto a al cielo del goce, lo que se traduce porTa-primaaa-del-medo-de-gozar femerüno^La multiplicidad^ incompleta, inventiva, según la lógica de Lacan de la sexttación, está del lado femenino. Lo múltiple y lo inventivo, la apertura del campo sinto­ mático, responde mucho más a la posición femenina que a la masculina y de cierta manera inscribe también el ocaso de lo viril y la promoción de la lógica del no todo, que implica multiplicidad y apertura. É r ic L a u r e n t : En el horizonte del siglo XXI se presentarán otras formas de elegir el sexo y cierto equilibrio oscilará porque hasta ahora había una sola manera de hacerlo, lo cual condujo incluso al infantici­ dio en las culturas que prefieren los machos por razones ideales. Si prevalece el ideal, cierto número de conductas oscilarán... J a c q u e s -A l a in M il l e r : De poder elegir, se prefieren los niños... Pe­ ro ahora se harán niñas... Y es que si se tiene en cuenta que este peque­ ño se rte n d rá n u e v é ’v e c e sm á sg o 'c e q ü e é ro tro /se g im 'la fó rm u la d e Tiresias, se terminará abandonando a los varones.

XIX El espíritu del psicoanálisis

J a c q u e s - A l a in M il l e r : Esta vez empezará Éric Laurent, pero afue­ ra convinimos en que antes yo diría dos palabras sobre una noticia que apareció esta mañana en la primera página del International Herald Tribune, referencia principal de nuestro seminario de este año, que vuel­ ve a traer a la actualidad un asunto que ya mencionamos. Como recordarán, el presidente de los Estados Unidos de América fue perseguido varios años por la justicia a causa de una joven que na­ rraba la siguiente historia: mientras él gobernaba el Estado de Arkansas, antes de asumir sus responsabilidades actuales, la invitó a una habitación de hotel y le propuso tener sexo en una form a algo brusca que consistió, según las palabras de la querellante, en bajarse los pan­ talones. Ella rechazó esta invitación y se fue. Esta es la denuncia que, accionada aparentemente por grupos políticos anti Clinton, ella deci­ de llevar a la justicia después, in extremis, según los plazos legales, por haber experim entado en dichas circunstancias una conmoción emocional. Desde hace varios años los abogados se oponen y el presidente nie­ ga el hecho, que no tuvo testigos directos. Al mismo tiempo, pide que dado que debe ocuparse de la paz del mimdo, la economía norteame­ ricana, los asuntos de la nación, se lo deje terminar su mandato tran­ quilo y se difiera hasta el final de este su comparecencia en la justicia. Creo que al comienzo de este año subrayé el carácter ligeramente folclórico que tiene para nosotros esta historia. Cuesta imaginarse al presidente de la República Francesa perseguido por esta razón y a los tribunales tomando en serio, validando esta querella.

El juego se resume así: ¿en una democracia el presidente está por encima de la ley? ¿Su cargo le confiere derechos especiales de inmuni­ dad o un querellante en un proceso civil debe recibir un trato igual a cualquier otro, aunque esto interfiera en la conducción presidencial de los asuntos de la nación? Para sorpresa general, la Corte Suprema de los Estados Unidos, ante la cual se litigó este asunto hace algunos me­ ses, acaba de decidir por imanimidad de los nueve jueces vitalicios que el presidente en funciones de su país deberá ser juzgado por esta que­ rella durante su mandato. Esta decisión, una primicia en la historia misma de los Estados Uni­ dos, se comenta en los siguientes términos: En el gran país de los Estados Unidos, no existe para nadie excepción a las reglas de la ley, tampoco aplazamiento [que es lo que se pedía]. El pre­ sidente tiene que responder como cualquier otro ciudadano. Nadie está por encima de la ley, los Estados Unidos no son una monarquía.

Es evidente la distancia con la cultura multisecular dé la vieja Eu­ ropa, para la cual existe la excepción y está el común de los mortales. "Lacan destacó'está“lógica-del4ado-masGulino-de4a=sexuaeión. ¿Cómo interpretar en estos mismos términos esta resolución? Me reservo el derecho de leer el texto de la decisión de la comisión, pues­ to que no está en el diario al que me refiero y habrá que revisarlo bien, así como los comentarios jurídicos. Por un lado, está la afirmación del todos iguales ante la ley, que re­ fuerza la lógica precedente. Solo que el texto de la ley, que se impone a todos, tendría aparentemente el lugar de la excepción que iguala el conjunto de los parlétres, si me permiten. Pero no m e parece que esta sea una buena lectura, precisamente, porque la ley no es alguien. Pienso que, por el contrario, se lleva hasta estas consecuencias extremas la lógica del no todo, que Lacan calificó de femenina. La prueba es que la decisión de la corte suprema deja abierta la posibilidad de que un juez de Arkansas pueda, si lo considera conveniente, diferir la apertura del proceso, no convocar al presidente en persona y atenuar las consecuencias de dicha decisión. Así, este elemento de contingencia, aleatorio, parece dar cuenta de u n a ló ­ gica diferente que se presenta al misino tiempo. Como para todo ciu­ dadano, dependerá también de lo que diga el ju ez local ante el cual la denunciante depositó su querella. Se trata de un acontecimiento cuyo

carácter de sorpresa no es posible ocultar, incluso para los Estados Unidos, pero que parece un signo de la época sobre el que volveremos cuando tengamos más detalles. Esta es mi introducción, la apertura de la reunión de hoy. Ahora ha­ blará Eric Laurent.

C ulpabilidad É ric L aurent : Creo que no hay m ejor introducción, porque yo que­ ría llamar a esta charla «El síntoma responsabilidad». Quería partir del materna que introdujo la última vez Jacques-Alain Miller, del objeto a como objeto perdido, en la intersección del sujeto y del Otro. Y es que pretendo buscar en el Otro esta fórmula generalizada del síntoma que proponía Miller, situando la parte fija y la parte variable de lo que constituye para nosotros el síntoma, y que permite hacerla cambiar.

Y nada lo muestra m ejor en la experiencia analítica que el límite de variación que implica la experiencia m oral en el psicoanálisis. Freud encontró cierto número de principios de limitación de la va­ riación de los síntomas, de su transformación durante la práctica de la cura psicoanalítica, pero le llevó m ucho tiempo observar que el límite fundamental era una fuerza ligada a una verdadera necesidad de cas­ tigo. Nombró entonces en el texto titulado «El problema económico del masoquismo» lo que había presentado tres años antes en «El yo y el ello» como reacción terapéutica negativa. Indicó asimismo que ya había señalado en su práctica límites a la variación del síntoma. En primer lugar, la inaccesibilidad narcisista... Otto Kernberg no es el primer psicoanalista que descubre los límites que impone el narcisismo a la práctica del psicoanálisis, aunque su for­ m ulación alcanzó a los psicoanalistas de nuestro tiempo. Karl Abraham y Sigmund Freud aislaron este límite primero... En segundo lugar, Freud nota la actitud negativa respecto del médico, la transferencia ne­

gativa. No darle el gusto de andar mejor, demostrarle su impotencia, mostrársela, son todos registros que él aísla en los gajes de la transfe­ rencia. Finalmente, está el goce del síntoma atrapado primero por la cara positiva con el nombre de beneficio de la enfermedad, la manera en que el sujeto con su síntoma puede hacer bailar a su entorno, hasta a la Tierra entera. Piensen en el famoso ejemplo de Florence N ightingale, que creó el servicio de salud inglés desde un lecho de conversión y de dolores. Pero sobre todo llega a la idea de la experiencia moral: un sentimiento de culpabilidad que encuentra su satisfacción en el estado de enfermedad y no quiere renunciar al castigo por el sufrimiento. En una larga nota a pie de página, Freud explica que lo considera el lím ite más crucial de la acción psicoanalítica. Y encuentra la salida más favorable en los casos en los que el sentimiento de culpabilidad se toma prestado, es el resultado de una identificación con otra perso­ na que fue objeto libidinal. Freud resume desarrollos que están por otra parte en su obra y que hay que restituir: este sentimiento de cul­ pabilidad halla una salida beneficiosa cuando se liga al padre y al complejo de Edipo. De lo contrarío, será necesario que el analista pue­ da ser este ideal del yo o este superyó que premia o castiga. Pero se­ ñala que esto no és~posible por la experiencia, que la tarea-del-psicoanálisis no es volver imposible la enfermedad, las reacciones mórbidas, sino ofrecer al yo la posibilidad de decidirse, entscheíden. De m odo que en el centro del problema (es la última palabra de la nota de Freud) es­ tá la decisión. En los neuróticos el lugar del sentimiento de culpabilidad es distin­ to, porque en la obsesión los tormentos, los escrúpulos son conscientes (simplemente, el sujeto quiere qtie se lo sostenga en su combate contra estos), mientras que en la histeria -p o r lo menos en algunos casos-, es­ tá mucho más escondido. De ahí el aspecto que Lacan llamó sin f e ni ley del sujeto histérico enfrentado, en sus grandes intrigas, con algo muy distinto del escrúpulo. Sin embargo, la necesidad inconsciente de culpabilidad está siem ­ pre presente en la histeria, solo que el sujeto no vocifera: Soy culpable, sflteeme:-dieef-£síoi/-eMfenwo.-Eero-segúiüÉieud..hay un sentim iento inconsciente de culpabilidad mudo, que constituye el lím ite interno. Po­ dría pensarse que el psicoanálisis/debería liberar al sujeto de toda creencia en una instancia capaz de ¿astigarlo, pero en este punto Freud es prudente y señala que nuestra práctica se favorece con la clínica del criminal. Los primeros psicoanalistas criminólogos destacaron que los

criminales no son gente sin conciencia y que se podía determinar en ellos el sentimiento de culpabilidad antes de cometer el acto. Simple­ mente, el criminal no conserva su instancia crítica en el interior, no ne­ cesita su demonio interno que le dice: Eres culpable o Estás enfermo. Tie­ ne la culpabilidad, solo que precisa un juez. Luego, comete el acto cri­ minal y después hay un juez que sanciona: Eres culpable. El criminal también se agota haciendo existir la instancia. Tanto en el interior, pa­ ra tomar una topología simple, como en el exterior, el psicoanálisis descansa en un núcleo central de culpabilidad, aunque haya una gran variación del principio de responsabilidad.

R esponsabilidad En este sentido, en las formas contemporáneas del síntoma es pre­ ciso considerar, a partir del Otro que no existe, el estatuto de la respon­ sabilidad como síntoma. Esto es lo que desarrollan, por otra parte, los comités de ética, lo que intentan fijar en un derecho en general disci­ plinario pero que alcanza el problema del derecho como tal. Porque nuestro mundo, el del Otro que no existe, es un régimen en el que se logra una disyunción entre el núcleo de culpabilidad y la responsabi­ lidad inédita hasta ahora. Ahora bien, este régim en no surgió de inmediato. En primer lugar, el mundo de los Derechos del Hombre pensó arreglárselas bien con la falta. El Código Civil de 1804 inscribe en los artículos 1382 y siguien­ tes el principio de la responsabilidad ligado a la falta. Sin embargo, en el derecho se comprobó que este nuevo régimen instalado por los De­ rechos del Hombre resultaba muy poco práctico. Lejos de lograr la pre­ cisión esperable de una disposición tan clara, resulta una noción falsa­ mente evidente que se vuelve vaga, indeterminada, inalcanzable. Des­ de el punto- de vista jurídico se mostró indefinible, sobre todo para el problema central de la civilización salida de los Derechos del Hombre: la industrialización y sus estragos, los accidentes de trabajo. La confusión surgió cada vez que se intentó aplicar la noción de culpa a estos accidentes de trabajo (¿de quién era la culpa, del obrero o del patrón?). La cosa se volvía completamente inextricable, en parti­ cular sobre un punto: empezaron a aplicar técnicas matemáticas de cálculo que lograban fácilmente mostrar los accidentes con una regu­ laridad, una frecuencia que no dependía en absoluto de la población.

Se podían cambiar todos los obreros, todos los patrones, y esto no mo­ dificaba la frecuencia de accidentes, mucho más ligada a la actividad misma que a la persona, a la falta cometida. Se plantearon, pues, deba­ tes homéricos en el congreso de diputados, donde los mejores espíri­ tus de la época se confrontaron para ir despejando un nuevo m odo de empalme social de la culpa y la responsabilidad, distinto del que pre­ tendió presentar la filosofía liberal. Justamente a partir de la regularidad del accidente apareció la sal­ vación. No fue casual que los desarrollos del arte de la aplicación esta­ dística de las probabilidades, o de la conjetura o la previsión en forma de cálculo de las probabilidades, acompañasen la evolución o el pen­ samiento de la actividad liberal. En sus estudios, que se desarrollan desde hace veinte años y se distinguieron por la publicación hace casi diez de su tesis sobre L'État providence -seguida de varios trabajos en el Centre National de Assurances, donde ocupa un cargo em inente-, Francois Ewald observa que no es casual que se acentúe este gusto por el cálculo de las probabilidades según el cual la sociabilidad de los hombres se tomaría como parte de im p lan de la naturaleza. Finalmen­ te la naturaleza encontraba srx par, había regularidad. Y surgió el acci­ dente, un nuevo objetorcosa-ni-hum ana-ni-nateaLsino, hablando-con propiedad, ligada a la actividad social. Intervino entonces el gobierno para atender a la vez los problemas de seguridad pública planteados por la industrialización y la seguri­ dad civil de los obreros, y recurrió a -una tecnología del riesgo. En el plano clínico, el hincapié contemporáneo sobre el trauma es exacta­ mente el reverso de la sociedad del riesgo. El trauma sigue siendo in­ calculable y resiste la inclusión en los sistemas más amplios de la pér­ dida en la rúbrica del riesgo. La palabra riesgo tiene tina etimología divertida, puesto que viene del italiano risco, «lo que corta», y está ligado al arrecife contra el cual chocaban los barcos, porque esta tecnología proviene de la seguridad marítima. Es lo que corta: se ve claramente dónde puede alojarse al comienzo el objeto perdido en esta tecnología del riesgo. Porque cuando apare­ ció la seguridad, no debe pensarse que se la recibió con los brazos abiertos. En primer lugar, los conservadores gritaron que se trataba de un empuje al crimen, que permitía a'cada uno olvidar su culpa y que era profundamente inmoral. Existe además un famoso proceso de un médico de la época que asesinó a uno de sus pacientes, al que antes ha­

bía hecho sacar mi seguro de vida, que contribuyó mucho a la descon­ fianza respecto de la relación m édico/paciente pero también a esta di­ mensión de la generalización de la seguridad. Se necesitó dar muchas garantías de que no afectaría el orden público y los tribunales empeza­ ron a administrar esto. De este modo proliferaron las faltas y las responsabilidades, y se originaron los significantes del mercado de las responsabilidades que explotarían los aseguradores y que plantearon esta disyunción com­ pletamente moderna entre el Otro de la responsabilidad como ficción y el núcleo de faltas en el corazón del abordaje del problema. Por eso algunos juristas denunciaron la decadencia de la noción de derecho y de responsabilidad ante esta multiplicación y esta invasión casi inm a­ terial de las responsabilidades múltiples.

El Estado providencia Ewald adhiere por supuesto a este derecho productor del corte en­ tre la falta y la responsabilidad. Observa también que el derecho no tie­ ne ninguna esencia y que más bien destruirá toda esencia de la falta, cuya asignación redujo a cierto régimen de prácticas sociales en el cual seguridad y derecho son solo técnicas que permiten distribuir la res­ ponsabilidad. Para él, esto define un campo, el Estado providencia (esta es sii fór­ mula); ni el Estado liberal, ni el Estado socialista, sino un Estado don­ de se administra sin interrupción cierta práctica de la responsabilidad mediante la tecnología del riesgo, único arbitraje posible. Para que funcionen los principios de solidaridad ligados a la seguridad, solo se necesita que todos se embarquen en esto. Por eso, a su entender la co­ tización de seguridad no se define solamente respecto de ella misma, sino como índice de la práctica de una solidaridad, y es lo que hace que no tenga límite. Agrega muy justamente que es una relación entre el Uno y el todo, que recuerda la lógica de la apuesta de Pascal, que de­ sarrolló Miller. No se refiere a Lacan en su texto pero... J a c q u e s - A l a in M il l e r : Creo que sabes que Ewald conocía algo de Lacan, porque el primer año que di un curso en una universidad, ape­ nas salía de la condición de estudiante, fue uno de mis alumnos y se apasionaba en esa época por lo que yo podía transmitir de él. Luego

conoció a Foucault, con quien trabajó, pero sin romper nunca los lazos de simpatía con la enseñanza de Lacan, en la que no se aventura, aun­ que seguramente es una de sus referencias. Una vez lo invité al semi­ nario del DEA para que expusiera y él habló de la diferencia entre la norma y la ley. Tuvo además la amabilidad de invitarme a la defensa de la tesis a la que te refieres y yo tuve la amabilidad de ir. Hubo un comentario a la vez acerbo e instructivo de Jean-Claude Casanova, que se volvió director de la revista Commentaires y que ya dirigía la publi­ cación aroniana liberal francesa. É ric L aurent : Sobre este punto él no se refiere a Lacan, aunque sí lo hizo en su tesis respecto de la ley y el Otro. Señala que la cuota es una relación análoga a la del Uno y el todo de la apuesta de Pascal, puesto que contado en el todo social, el Uno es solo una fracción infi­ nitesimal, pero puede figurar en el cálculo. En cambio, abandonado a sí mismo, aislado, pretendiendo él mismo ser todo, ya no es nada. Esta lógica de la apuesta de Pascal o esta lógica del Estado asegura­ dor generalizado construye a su entender un personaje, el que quiere salvarse solo, que pretende no necesitar a los otros, incluso si no le ha­ cen- ningún mainel individualista-liberal, .que_esixQpea el cálculo de los demás. Se necesita que todos acepten ser embarcados para que el régi­ men funcione y se forme lo que llama, en términos foucaultianos, una nueva positividad política, el Estado providencia, un régimen social, un modo de existencia de la libertad, donde la incertidumbre, la inestabili­ dad, la suerte, la contingencia ligada al accidente encuentren su lugar. De allí la idea que cierra sti libro - y que dio lugar a posteriores desarro­ llo s- de que no hay crisis del Estado providencia, que la nueva defini­ ción es una crisis permanente, y que solo se tendrán negociaciones. Ter­ minados los equilibrios, terminada esta ilusión de los gloriosos treinta, solo existe la pura negociación permanente, constante, en la que no ha­ brá más que la necesidad de una política no definida a partir de equili­ brios, sino de una prudencia mucho más sutil y compleja en estos. J a c q u e s -A l a in M il l e r : Ewald produjo esta obra maestra sobre el Es­ tado providencia cuando este está al borde de la ruinaTdTándcTüendeaeclipsarse; por lo menos, cuando el viejo continente se aferra a formas de solidaridad que no se practican por ejemplo del otro lado del Atlántico. En este sentido se manifestaban en esa época las reservas irónicas de ese miembro del jurado que acabo de mencionar, liberal aroniano.

É ric L aurent : Justamente, señala que su principio ele la negocia­ ción, del Estado de seguridad generalizado, no implica en absoluto un poder estatal centralizado, y que pueden ser perfectamente formas pri­ va tizadas de la seguridad. Por eso además se encuentra él mismo en el centro de las aseguradoras. Esto implica todas las formas de seguri­ dad. Él aclara que no pone barreras entre los sistemas públicos y los privados, que son solo negociaciones distintas con fuerzas de presión, que hay que llevar adelante entre actores diferentes. El futuro va hacia el régimen que perfecciona o construye lo que él llama los servicios públicos de responsabilidades -q u e son cada vez más privados-. Uno de los problemas es que los que se oponen a con­ siderar la generalización del corte dicen que vamos hacia cierta desresponsabilización. Y Ewald responde que a su entender la disyunción responsabilidad/ctúpabilidad, lejos de desresponsabilizar, vuelve im ­ posible mantener la responsabilidad en un nivel técnico. La decisión médica ya no puede situarse en un nivel médico, es una cuestión de política de salud, una cuestión de política general. Vemos cómo la frase surgida justamente durante el prim er inciden­ te de la política de sistemas de seguridad, la historia de la sangre con­ taminada: responsable -pero no culpable, va en el sentido de la evolución de esta jurisprudencia. Ciertamente se necesitan responsables, pero es­ ta ficción se separa de la culpabilidad. Como reacción, se desencadenó una caza del hombre. La posición que describe Ewald en este régimen foucaiiltiano de la desmaterialización de la falta encuentra un obstácu­ lo en el hecho de que se necesitan culpables. Ante la desmaterializa­ ción de la falta, más allá de los responsables ficticios o fíccionales, la necesidad de culpabilidad que descubre la experiencia psicoanalítica en la cura, en el sentido del núcleo de los síntomas, encuentra sin du­ da el mismo límite en el régimen del síntoma responsabilidad en el Otro. La función del culpable, del que debe cargar con la falta a veces se les recuerda a quienes quieren desmaterializar demasiado. Hay, pues, im a rem aterialización salvaje por la caza del hombre que debe funcionar como advertencia.

Solo los paranoicos sobreviven

La caza del hombre también tiene lugar en una vertiente positiva: la época se procura responsables y culpables. Así, tenemos responsa­

bles políticos culpables o acusados por cosas que no dependen de m a­ nera directa de su actividad y no se entiende por qué constituyen una falta en el ejercicio de las funciones políticas. También se buscan culpa­ bles y responsables en áreas que no son de la política, lo que explica el interés por los emprendedores. La fascinación por la falta de responsa­ bles y culpables encuentra un límite en la glorificación de Bill Gates/ quien es verdaderamente ambas cosas. Cuando impidió dormir a todo el personal de Microsoft durante tres o cuatro meses para qtre escribieran los programas a toda veloci­ dad, cuando tomó la decisión estratégica de entrar en internet y así re­ cuperar la ventaja sobre Sun y el lenguaje Java para todo el mundo, era claramente culpable. Él estropeó la vida familiar y el sueño de todos sus programadores durante el tiempo necesario para que la cosa fun­ cione. Gracias a lo cual después va a Davos y los hombres políticos se desvanecen, tienen crisis histéricas, beben sus palabras, quieren estar cerca de é l... Lo mismo ocurre con Ellison, el dueño de Oracle, cuyo carácter y los diversos daños que produce conocen quienes se interesan en el-tema. Él es, pues, claramente culpable. También está el dueño de Intel, -que-,resumió_eLpioblema._conjma frase magnífica que titula .su libro: Sólo los paranoicos sobreviven. Aunque no utiliza el término paranoico en sentido clínico, porque justamente para el paranoico el culpable es el Otro, lo que aquí no ocurre de ninguna manera. Solamente sobrevive el paranoico porque él es el centro de todo, desconfía de todo el mun­ do y con una única lógica: solo Intel fabricará el producto que hará que pase de moda su Pentium. J a c q u e s - A l a in M il l e r : Sobre Sólo los paranoicos sobreviven, no sé si piensas que el paranoico es el que sabe que el Otro quiere su pellejo. Luego, él cree que todas las otras empresas que fabrican productos al­ go comparables quieren el pellejo de la suya, y dirige entonces su ne­ gocio paranoicamente. Me parece una tesis muy fuerte esta remateria­ lización salvaje de la culpa que se desvanece porque el sistema más probo, el sistema fundamental, que se funda en la naturaleza de las co­ sas, es la vendetta, el ojo por ojo', Hiente por diente} so lo la sangre redime la sangre. Y en una sociedad que tenía dificultades logró sobrevivir se­ gún este principio. E v id en tem en te todo cambia cuando se dice que un ojo son veinte mil francos o cuando, por ejemplo, la justicia por error mete a alguien

en prisión y después de quince años se da cuenta de que era un falso culpable, como ocurrió en Inglaterra. Ofrecen entonces al prisionero ciento cincuenta mil francos (diez mil francos por año tras las rejas) con la idea de que no es la sangre la que redime la sangre, sino el di­ nero el que redime tanto la sangre como cualquier otra cosa en este mundo. Esta es la desmaterialización monetaria (intento materializar un po­ co la desmaterialización de la que hablabas), que se produce en ese equivalente abstracto, en el significante más tonto, que es el moneta­ rio. ¿Cuál es su límite? ¿Se trata finalmente de cuánto vale lina vida humana? En cierto sentido, nuestra civilización hace pensar que no tie­ ne precio, pero de hecho todos los cálculos, incluso los de la política de la salud, lo evalúan; se plantea si se la debe salvar en tal y cual circuns­ tancia o el costo que tiene para otras vidas humanas sobre la base de recursos limitados. En la vida de las sociedades modernas se opone es­ te valor absoluto que por un lado se mantiene y la evaluación cotidia­ na de lo que cuesta respecto de otros gastos que deben efectuarse. ¿Cuánto vale la vida humana? ¿Cuánto vale un arlo de vida humana? ¿Cuánto, una semana? ¿Cuánto vale la vida de un ser de ochenta años aquejado por tal y tal enfermedad? Se calcula todo esto y los resulta­ dos arrojan que este gasto impedirá hacer otro, y está continuamente esta transacción de sangre. Evidentemente en la vendetta no se trata de prolongar la vida del otro, sino justamente de cómo terminar de la manera más segura con quien les hizo un daño previo. Entonces la táctica asume otra cara: se lo acecha y se cae sobre él de im proviso... É r ic L a u r e n t : La intriga puede ser refinada pero simple. En efecto, está el acecho o el destruir la reputación, etcétera. El psicoanálisis per­ mite más bien prever que el efecto de la forma que asume el síntoma social responsabilidad provocará la rematerialización ya sea salvaje, ya pretendidamente reglada. La fórmula solo los paranoicos sobreviven o la que afirma que en un buen sistema capitalista todos quieren el pellejo del emprendedor, son modos de plantear lo que sostiene Lacan, que es mucho más general y surge del psicoanálisis y de su experiencia: uno solo es culpable de ceder en su deseo. Ceder en su deseo supone dejar de creer en sí mismo en un régimen de mercado donde el emprendedor debe creer permanentemente en sí mismo como único; solo así puede contribuir a la lógica del conjunto.

Si nunca se relaja, impide al otro meter la mano en la cosa. Y si no ce­ de, como muestra Bill Gates (esto es, si está dispuesto a no dorm ir en tres meses y a comprar a todos los otros que puedan fabricar lo m is­ mo), logra tragarse uno por uno a los que cuestionan su posición do­ minante en el mercado. Esta es la variante del régimen de mercado, que se distingue de lo que indica el aforismo psicoanalítico, que constituye un límite a todo lo que sería la desmaterialización de la responsabilidad del deseo, del cual es preciso ser responsable. El psicoanálisis se liga íntimamente a la culpabilidad pero está muy separado de la propiedad, en todo caso de ser propietario: nadie es propietario de su deseo y sin embargo es perfectamente responsable y culpable.

La decisión J a c q u e s - A l a in M il l e r : La vendetta se aplica muy bien a la fórm ula que recuerdas de Lacan, porque cuando se dejaba en paz, se dejaba li­ bres a los corsos para practicar esta tradición ancestral, ellos no se senlían en absoluto culpables.. Empezaron a-sentirse así cuando e l Estado providencia les envió gendarmes que impedían esa sana actividad y los obligaron a renunciar parcialmente a esas prácticas. En ese m om en­ to se sintieron culpables y para purgar este sentimiento rematerializan seria y periódicamente de una manera que sigue siendo... É ric L aurent : Ocurre que el Estado asegurador se acompaña de un número de aportes entre los que se encuentran los imptiestos. Siempre hay grandes problemas para recolectarlos en las sociedades con vendetta, por ejemplo. Pero ¿cómo trata el tema, el psicoanálisis? No ubicándose com o juez o en la instancia del Otro de la ley para poder ayudar en este .empalme entre culpa y responsabilidad, sino conduciendo a cada u no.en la ex­ periencia de la cura a no renunciar a su goce o, para resumir, a sus vi­ lezas. Cada uno tiene, por supuesto, las mejores razones del mundo para sentirse culpable por esto. No s e lr a t a lS í ém biEgóllesaliFconlaT idea: Bueno, yo renuncio a esto, me vuelvo un buen chico, se terminó, no me ocupo más del tema. Esta salida implicaría quedar atrapado en el siempre más del superyó, que pedirá sin fin y nunca se terminará de renunciar. Se necesita encontrarle una forma humana, vivible, a este goce. Esta

decisión -e l Entscheidung que propone Freud- es crucial, y cuando Lacan desarrolló la fórmula no ceder en su deseo ligó culpa y decisión. La función de la decisión es crucial respecto de la repetición que se anuda en la necesidad de culpabilidad. La guía de la acción del neuróti­ co no es la decisión, sino la inercia. Como es culpable, siempre recomen­ zará. Cuando le decían a Lacan que tal o cual neurótico se sentía muy culpable por hacerle una jugada no demasiado limpia a su ex esposa, él daba la indicación: ¡Es culpable, muy culpable! ¡Tengan por seguro que rein­ cidirá! En efecto, no falla, porque el principio de culpabilidad es que jus­ tamente triunfa la inercia, única guía de la elección. Y Lacan, por el con­ trario, puso en el centro de la acción analítica provocar la decisión. Tomaré una referencia del orden del síntoma responsabilidad, que es la manera en la que Lacan recuerda el espíritu del psicoanálisis que debe convocarse cuando se trata de decisión. Piensen por ejemplo en la clínica del pase, cuando el jurado debe decidir si el pasante pasa o no, se deshonra si no decide, falta al espíritu del psicoanálisis. Ade­ más, al presentar sus proposiciones del 9 de octubre ante la Asamblea de su Escuela, había tres y las ordenó según un voto preferencial (1, 2, 3), clasificadas por orden de preferencia, lo que podía provocar a su entender el efecto Condorcet, que muestra ima inconsistencia. Si tie­ nen tres proposiciones y A se prefiere a B, B se prefiere a C, es posible sin embargo que C se prefiera a A. Si no hay transitividad asegurada de una clasificación bien ordenada, pueden tener preferencias que ha­ cen inconsistente la elección. Lacan ofrecía este tipo de inconsistencia como posibilidad a dicha Asamblea indicando que el espíritu del psicoanálisis -qire deben en­ carnar porque pasa por personas físicas- es provocar, obtener una de­ cisión. Mencionó entonces en 1963 a Condorcet y a Kenneth Arrow, teórico de la economía que ganó un Premio Nobel, cuando acababa de salir la décima edición anotada de su libro Elección social xj valores indi­ viduales. Lacan presentó entonces una formulación de Arrow que me resultó rara y me intrigó hasta que encontré un buen comentario sobre el tema. Lacan habla en «Adresse á l'École», que se encuentra en Autres écrits, de la responsabilidad colectiva de las personas a las que se diri­ ge, convoca el espíritu del psicoanálisis y subraya que un resultado in­ consistente sería el significante alarmante de una falta de lo que llama­ mos el espíritu del psicoanálisis. Indica a continuación que: «K. J. Arrow, por referirse a otro orden, el de una determinación lógica del in­

terés general, demostró que más allá de la unanimidad, este interés só­ lo podría determinarse por la opinión de uno solo».28 Después de mencionar todo esto y citar a Arrow, Lacan apela al es­ píritu del psicoanálisis para resolver un problema lógico. Quisiera exponerles este problema lógico porque no todo el mundo está familiarizado (no hay razones para estarlo) con el texto de Arrow, que plantea problemas interesantes sobre la articulación responsabili­ dad/culpabilidad, y especialmente el comentario que hizo de ellos un profesor francés de economía llamado Jacques Généreux... Quizá un nombre así predisponga a seguir econom ía...29 También comentó a Arrow Amartya Sen, profesor de Harvard que tomó la posta y que ci­ té a comienzos del año como el consejero de la señora Clinton o, más exactamente, de la posición norteamericana a propósito de la conferen­ cia de Pekín sobre el lugar de las mujeres en la economía. Amartya Sen se interesa en cuestiones decisivas sobre el lugar de la responsabilidad y especialmente el de las mujeres en el tratamiento de los problemas de biopoderes, en términos de Foucault, en la cuestión de la reproduc­ ción y el índice de natalidad.

El bien com ún Pero ¿cómo se engancha la teoría de Arrow? En primer lugar, abor­ da el tema de las reglas de elección colectivas de la manera más amplia que pueda concebirse. Considera todas las reglas por las que se define una elección colectiva y se burla de cualquiera que se elija: mayoría, ballottage, muestreo. En primer lugar, pretende simplemente que la re­ gla permita efectuar elecciones colectivas coherentes, no contradicto­ rias y no cíclicas. Luego, se trata de respetar cierto número de propo­ siciones éticas mínimas con las que todo el mundo podrá estar de acuerdo. El método es estrictamente axiomático y llega a u n resultado sorprendente: se demuestra la incompatibilidad lógica entre, estas cin­ co condiciones éticas mínimas que enumeraré tomadas en conjunto. Primera condición: la función de elección colectiva define un orden completo de elecciones lógicamente posibles, factibles, sin restricción a

28. La traducción es nuestra. [N. de la T.] 29. Généreux significa en francés «generoso». [N. de la T.]

priori. Debe permitir clasificar de manera conveniente, ordenar toda pareja de posibilidades y ser transitiva. Quiere evitar de este modo el tipo de efecto Condorcet. Si A se prefiere a B y B se prefiere a C, se ne­ cesita que la regla, la función elegida dé una transitividad A se prefie­ re a C. Luego, la primera condición es que no haya elección prohibida. Segunda condición: los valores individuales y los valores colectivos deben variar en el mismo sentido. Si una elección conserva o mejora su puesto en el orden de preferencias individual, no debe disminuirlo en el nivel colectivo si quieren asociarse ambas. Si todo el mundo prefie­ re algo, esto debe estar en la función colectiva. Tercera condición: es preciso que todo esto se aplique estrictamen­ te a parejas, que se encaren las posibilidades de dos en dos, no debe ha­ ber más. Volveremos a la tres. Cuarta y quinta condiciones: no debe haber un poder afuera. Se ne­ cesita una soberanía de los ciudadanos y una ausencia de dictadura, gracias a lo cual Arrow obtiene una inconsistencia: si existen por lo menos tres situaciones posibles que los miembros de una colectividad pueden clasificar a su gusto, funciones todas de bienestar colectivo que satisfacen las dos o tres condiciones previas establecidas, y si se define tm orden social, como lo hizo, este debe ser ya impuesto, ya dic­ tatorial. Como señala Lacan, más allá de la unanimidad, está la elec­ ción de uno solo, ya impuesta, ya dictatorial. Arrow concluye que la ideología de la soberanía del elector es incompatible con la de la racio­ nalidad colectiva. Él llegó a este resultado en 1951, y vuelve a publicarlo en 1963. Sen, en los años setenta, encontró una fórmula más simple, más elegante. Con seis páginas y solo tres condiciones demuestra exactamente lo mismo, la incompatibilidad de las preferencias individuales y las elec­ ciones colectivas. Los remito en este sentido a su artículo «Sobre la im ­ posibilidad de un liberal paretiano». Los que conocen el optimum de Pareto reconocerán el problema, que es la función obligada en econo­ mía que indica que para el. buen régimen de funcionamiento de una sociedad deben obtener un Estado tal que el máximo de preferencias para cada uno sea optimizado en las elecciones de todos. Y se demues­ tra justam ente que no es posible ser liberal, no se puede querer la in­ dependencia de las preferencias individuales y obtener un optimum pa­ retiano de manera divertida y simple. Todos estos teoremas de economía política, ciencia esencial para la determinación del bien comiín, empujan a que no haya más que uno,

empujan al crimen, son una invitación a la tiranía, a que exista por lo menos uno que sea la excepción. Como es imposible determinar el bien común, se necesitan funciones excepcionales. Y el úiúco compor­ tamiento racional se vuelve entonces la práctica racional de las demo­ cracias que consiste en tener tiranos provisorios. Por eso, en las de­ mocracias se eligen dirigentes prudentes y de los que podamos desem­ barazarnos. En el corazón mismo de toda ciencia cuya finalidad es la determi­ nación del bien común, la común medida, el goce que sería posible compartir, se encuentra la función ineliminable, como comenta el se­ ñor Généreux, de la excepción, no la del tirano sino la del al menos uno, crucial para la lógica de la sexuación. Por otra parte, así funciona la de­ mocracia real. Definidos los derechos y las libertades individuales in­ violables, las democracias representativas adoptan procedimientos de elecciones colectivas cuya característica es siempre confiar por cierto tiempo un poder soberano de decisión a un pequeño número de indi­ viduos. Son de alguna manera dictadores temporales. Siendo racionales, estos individuos pueden efectuar elecciones cohe­ rentes transitivas, y los ciudadanos deben controlar en la medida de lo posible-si los-responsables--poMcosJisan_s.t!s__p0deres temporarios en conformidad con la eficacia colectiva. Cuando Lacan convoca el espiri­ ta del psicoanálisis para ayudar a la decisión, esto equivale a aislar co­ mo se hace en el cartel la función del más uno, sin volverlo una jefatura. El espíritu del psicoanálisis encamado en sus distintas funciones de más uno debe permitir la decisión. El psicoanalista mismo en la práctica de la cura no debe ocupar el lugar del tirano, del superyó, y creerse tal, si­ no ayudar para la buena decisión, porque Dios sabe que en la obsesión el sujeto está encerrado en una multiplicidad de falsas decisiones que protegen las verdaderas que están en el centro del problema. Pero la elección sobre el goce debe decidirse, según se desprende de estos teo­ remas que Lacan refiere y que nos conducen al tratamiento -q u e consti­ tuye el espíritu del psicoanálisis- del síntoma responsabilidad.

T ,lli}n m t¥ y ^ lln fía Ü (r J a c q u e s - A la in M il l e r : A lg u ie n m e c o n fe s ó l a d if ic u lta d q u e s e e x ­ p e r im e n t a a l e s c u c h a m o s s u c e s iv a m e n te , p u e s t o q u e a l c r u z a r n u e s ­ tr o s c a m in o s e n u n a m is m a r e u n ió n s e e x ig ir ía a l o y e n t e u n a g im n a s ia

intelectual especial. Nosotros tenemos cada uno nuestros temas, pero, el oyente ve concentrarse en él las dos flechas, para seguir con Arrow.30 En esta media hora que tengo quisiera recorrer pequeños caminos hasta llegar a ejemplos que son finalmente siempre más entretenidos que las construcciones. Esta vez me gustaría avanzar un poco en la teoría del partenaire síntoma. Hay sin duda un partenaire que no se elige, pero también es­ tán los que uno elige o se eligen. ¿Cómo se decide esta elección? Lo planteo en estos términos para tender un puente frágil sobre los temas que acaban de ser abordados. La última vez acentué, que el síntoma se constituye en dos partes: en prim er lugar, su núcleo de goce, que llamamos pulsional, que hun­ de sus raíces en el cuerpo propio y, en segundo lugar, su envoltorio for­ mal, por el que depende del campo del Otro, que comprende la dimen­ sión de la civilización. Pero después corregí de inm ediato este bosque­ jo, en la medida en que la pulsión solo cumple su bucle de goce pasan­ do por el Otro. En el Otro reside lo que llamamos objeto perdido, en tor­ no del cual necesita girar la pulsión, según Lacan, para cerrar su reco­ rrido. La castración escenifica esta necesidad donde el objeto perdido aparece atrapado, retenido. Piensen por ejemplo en la antigua Roma, en la carrera de carros en el circo y en el límite que había que alcanzar para volver. Poco impor­ ta lo que materializa este límite, se trata de la indiferencia del objeto de la pulsión. Simplemente, para que se cumpla este recorrido autoerótico de la pulsión, debe intervenir vtn objeto que está en el campo del Otro. En otras palabras, no hay el Uno separado del Otro, sino una in­ tersección, como implica el esquema que Éric Laurent reprodujo en el pizarrón. Conocemos esta intersección en el nivel del significante, donde el Uno es el sujeto, y aprendimos de Lacan que el significante es del Otro. Reconocimos como el lugar del código o el tesoro del significante una intersección que se nos presenta con evidencia en el famoso grafo de Lacan que se grabó en los espíritus. Además, en este sentido, no solo se trata del Otro del significante, sino también del Otro del significado, dado que según este esquema es quien decide la verdad del mensaje. Por su puntuación, determina igualmente el significado.

30. Arrow significa «flecha» en inglés. [N. de la T.]

Por eso, esta intersección en el nivel del significante se presenta pri­ mero en la enseñanza de Lacan como comunicación, y se destaca así la función clínica que él llamó deseo en tanto vector que parte del Otro. La fórmula del deseo es una encarnación clínica de la intersección entre el Uno y el Otro. Pero no se comprende demasiado la segunda intersección, la libidinal, que está en el nivel del goce. Anunciamos la intersección significan­ te a partir del esquema lacaniano de la comunicación, pero la intersec­ ción en el nivel del goce es más secreta. Lacan mismo opuso el deseo y el goce, indicando que el primero es del Otro y el segundo, de la Cosa, como si el goce estuviera del lado del Uno y se basara en la evidencia de que su lugar es el cuerpo propio. Enfoco aquí la intersección del Uno y del Otro en el nivel del goce: ¿en qué sentido el goce es también del Otro? Según Freud, la invención conceptual que es la libido está atrapada en lo que puede llamarse una comunicación, se trasvasa, se compone de vasos comunicantes y, en particular, es transfundida desde su pro­ pio lugar, el narcisismo individual, hacia objetos del mundo, objetos imaginarios, que se encuentran así investidos. Esto forma parte de nuestro vocabulario y nuestra retórica más natural y cercana a la expe­ riencia: investidura de tal objeto, desinvestidura, toda una red de co­ municación libidinal. Sorprende, pues, en sus consecuencias cuando Freud nos describe el fenómeno del odioamommiento, el momento en que se constituye la pareja libidinal por lo menos del lado del Uno, que se enamora. Y es que enam orarse evidencia el lazo establecido con el Otro y es de algu­ na manera el nacimiento de la pareja, aunque se lo tome de un solo la­ do ya que, por supuesto, se puede no responder. Botticelli pintó el na­ cimiento de Venus, sola, saliendo de la ola, pero Freud le agregó el es­ pectador, que se odioamom. Tradujo este surgimiento del amor del Uno por el Otro en términos de empobrecimiento inmediato de la libido narcisista. La libido se transfunde hacia el objeto y el sujeto se siente un pobre tipo. Aparentemente esta fue la posición del -propio Freud deslumbrado por su Martha. Desde el punto de vista libidinal, el amante está marcado de inmediato por un menos (se ama menos) y el amado, por un signo más: amante

amado

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Esta fórmula tan simple es la célula elemental de la formación de la pareja desde el punto de vista libidinal.

La intersección libidinal Lacan desarrolló como dialéctica del deseo que la mujer ocupa la posición deseante, está marcada por el menos, no tiene, m ientras que para sorpresa general ella deseará el hombre. En esta perspectiva, esto la vuelve, como subrayé a menudo, la pobre como tal. La masculina es entonces la posición pasiva y la femenina, la activa. Por eso la afinidad entre feminidad y pobreza. Hace tiempo subrayé la referencia que to­ ma Lacan del libro de Léon Bloy, La mujer pobre, que no se había obser­ vado, y, si no recuerdo mal, Geneviéve Morel dedicó a continuación un comentario a esta obra. Ser pobre es esencialmente la posición del es­ clavo y se le concedió a menudo a la mujer en el curso de la historia. A diferencia ele los ricos, los pobres trabajan, aman y encarnan los idea­ les de amor universal. Lacan subrayaba asimismo la especial dificultad de los ricos para amar y también para analizarse, donde desempeña un papel la famosa capacidad amatoria. La afinidad de la feminidad con la anorexia encuentra también su lugar e invita a situar la bulimia como una forma derivada de la ano­ rexia. En segundo lugar, se observa la profunda simpatía entre fem ini­ dad y propiedad. Ocurre que el menos da a la mujer vocación de caja de carrdales, si me permiten, conforme a la imaginería del continente que a menudo se subrayó en la experiencia analítica. Lacan recuerda la posición de la burguesa en la pareja, designación familiar, popular, obrera, de la esposa. Es asimismo lo que otorga a la mujer rica un ca­ rácter particular de devoración, en la medida en que nada del tener puede aplacar su pobreza fundamental. Nunca hay suficiente. Y esto muestra el callejón sin salida del lado del tener. Otra consecuencia es el problema masculino con la mujer más rica que el hombre, que da lu­ gar a una protesta viril, retomando el término de Adler, o a la acepta­ ción de la posición de deseado, de deseante, y eventualmente al con­ sentimiento del hombre en ser su fetiche, que es un tema para retomar. O tra consecuencia que señalo al pasar se relaciona con el axioma de Proudhon la propiedad es el robo. La ladrona es otra gran figura de la fe­ minidad porque el menos que marca su posición da derecho al robo. Y la clínica parece indicar que la cleptomanía es una aflicción esencial­

mente femenina. Respecto del amor, la consecuencia tiene que ver con la voluntad femenina de ser amada, de obtener una conversión de su falta fundamental. En efecto, amar a una mujer es redimir su falta, can­ celar su deuda. Se entiende entonces que a veces para el hombre amar al otro en la pareja implique siempre una fase agresiva, piiesto que se ve empobre­ cido, ya que no se puede amar sin ese menos que Freud destacó. Una solución narcisista, según él, es amarse a sí mismo en el otro. La solu­ ción anaclítica es poner en función el Otro que tiene pero en tanto que da: el sujeto se presenta, pues, como el amado. En determinado mo­ mento, Lacan consideró la solución narcisista (amarse) como una posi­ ción más abierta respecto de la solución anaclítica (ser amado), que no desemboca en el trabajo ni en el amor. Quizá podamos corregir indicaciones de Lacan anteriores por indi­ caciones posteriores, porque si examinamos el amor en su cara de pul­ sión, el ser amado se revela en su valor de hacerse amar, para lo cual a veces es preciso dar un empujón. Ser amado parece una posición pasi­ va pero hacerse amar revela su actividad subyacente, lo que no im pi­ de que, según la fórmula, la posición deseante sea en esencia femeni­ na y- que el hombre pueda asum irlaxorüa^condidón de aceptar algo de la feminidad, de la castración... Piensen en lo que se llama la disci­ plina de las sabidurías, que es a través de los siglos esencialmente mas­ culina (se trata por lo general de libros que las mujeres no aprecian es­ pecialmente) y que consistió en decir: Escuchen a los muchachos; no hay que desear mucho e incluso, si son perfectos, no deseen en absoluto. Se trata de un rechazo de la posición deseante considerada precisamente como femenina. ¿Y la pareja? Es preciso que este punto de vista freudiano implique que al comienzo la libido es narcisista, lo que significa que el punto de partida de Freud es el goce del Uno, aunque dé lugar a trasvasamientos. Solo después la libido se traslada hacia el goce del Otro, cosa que Lacan critica desde el comienzo de su enseñanza diciendo que cuando se considera el objeto primordialmente incluido en la esfera narcisista, se tiene como una mónada primitiva del goce, según la expresión que fi­ gura en El sem inarioé. Una mónada es precisamente una unidad cerrada, separada del Otro. Si se parte de una mónada de goce, una m óna­ da del Eros, se está obligado a intróducir a Tánatos para dar cuenta de que es posible amar otra cosa que a sí mismo. Finalmente, la elección de objeto en esta perspectiva está siempre ligada a la pulsión de muer­

te. Amar es morir un poco, y en lo imaginario se conocen las afinidades entre el amor y la muerte. La última vez recordé una posición opuesta a la noción de mónada primitiva del goce. Se trata de la intersección libidinal fundamental, que figura en el pizarrón e implica que en el nivel radical el campo del Otro se reduce al objeto. En el lugar de la mónada primitiva del goce tenemos ima relación con el Otro pero reducido al objeto que necesita la pulsión para hacer su recorrido. En esta posición el Otro no existe, pero el objeto a consiste. Esta perspectiva se trabaja en el seminario que Lacan llamó «De un Otro al otro», donde el gran Otro es considerado un Otro porque varía, mientras que el artículo singular afecta al obje­ to. El partenaíre, el objeto a, es siempre el. Simplificando, siempre hay Uno. ¿Y qué partenaire vestirá este objeto? Justamente, un Otro que no merece la misma singularidad que el objeto. En otras palabras, nuestro Otro que no existe se completa con el Otro que consiste como objeto. Y lo que consiste es el objeto pulsional pero como hueco, vacío, límite. De aquí que el fundamento de la relación con el Otro sea primero la pulsión, el goce, el objeto, el Otro reducido a la consistencia del objeto a como consistencia lógico-topológica. Un paso más: la semana pasada retomando a Lacan señalé que el sexo no lograba volver partenaires a los seres humanos, a los parlétres, y la próxima vez desarrollaré que solo el síntoma -q u e es el verdade­ ro fundamento de la pareja- logra hacerlo. Considerando el matrimonio como un contrato legal que liga vo­ luntades, abordaré la pareja como un contrato ilegal de síntoma. ¿En qué concuerdan tino y otro? En el sentido mismo de lo armónico. La experiencia analítica muestra que el síntoma de imo entra en conso­ nancia con el síntoma del otro. La vez que viene daré las articulaciones que dejé de lado y presentaré uno o dos ejemplos en apoyo; también intentaré justificar la expresión partenaire síntoma (¿qué coyuntura hace posible formarla?) y qué permite calificar de partenaire estrago al partenaire de una mujer. 28 de mayo de 1997

XX El partenaire síntoma

J a c QUES-A l a in M il l e r : La última vez hablé del partenaire síntoma. Como no es mía expresión conocida, será mejor que la justifique. Bre­ vemente, solo recordaré lo que desarrolló Lacan sobre el partenaire fa­ lo, sobre la reducción del partenaire al estatuto fálico. Este es el senti­ do de «La significación del falo» y de la relectura que realiza allí de los textos de Freud sobre la vida amorosa. Por m i parte, releo «La significación del falo» en esta perspectiva y observo que Lacan distingue y articula tres parejas, si excluimos de la serie la pareja de la necesidad, constituida por el que experimenta la necesidad, que está privado, y por qiúen tiene con qué responder. El grado cero de la pareja se funda en la dependencia de la necesidad, co­ mo se observa en el reino animal. Ocurre que a veces se intenta exten­ der este modelo a la pareja humana (Bowlby, por ejemplo, lo intenta con su concepto de apego). Lo que sigue son las parejas propiamente humanas. En primer lu­ gar, la pareja de la demanda, que calca la primera y la traslada al or­ den simbólico -y a que el conmutador lacaniano permite pasar de un nivel a otro-, en la medida en que la necesidad se articula en la deman­ da. Esta pareja liga entre sí a quien demanda y a quien responde, cuya respuesta consiste en dar lo que se pide. Esta ya es una pareja signifi­ cante, puesto que supone la emisión de un significante dotado de un significado o que despierta una significación, y el don tiene valor de respuesta. Al mismo tiempo, lo que vincula a uno con otro sigue sien­ do un objeto material, si seguimos esta génesis ideal, esta descomposi­ ción conceptual de la pareja.

Un paso más y estamos en el nivel de la pareja del amor, donde es­ tá también el que demanda y el que responde, solo que el que pide no pide más que la respuesta. En este nivel desaparece la materialidad del objeto que circulaba en la pareja anterior. No hay demanda del objeto ni respuesta por su don. Solo hay demanda de la respuesta como tal y el don es el don de la respuesta, o sea, un don significante. Desde esta perspectiva, la pareja del amor es enteramente significante. Por eso, reubicando las articulaciones anteriores de Lacan, en este nivel habría que situar el deseo de reconocimiento, cuya satisfacción es solamente significante. El deseo de reconocimiento se cumple, se satisface, ju sta­ mente, por un reconocimiento, un don significante proveniente del otro, que no es el don de ningún tener material. De ahí la definición de Lacan: amar es dar lo que no se tiene, que indica que en esta pareja, para­ dójicamente, la demanda de amor de uno se dirige al no tener del otro. La demanda ámame no se dirige a nada de lo que el otro podría tener, sino al otro en su indigencia, que es preciso que asuma.

El partenaire fa lo La tercera pareja es la del deseo, que solo se constituye si cada uno es para el otro causa del deseo. Según Lacan, existe una tensión, una oposición, una dialéctica entre la pareja del amor y la del deseo, pues­ to que estas dos modalidades introducen efectivamente una doble de­ finición del partenaire, que es paradójica, hasta inconsistente. El parte­ naire al que se le dirige la demanda de amor, el ámame, está desprovis­ to, no tiene. La demanda de amor apunta a lo que le falta, estatuto que se distingue del que se requiere del partenaire que causa el deseo, quien debe detentar esta causa. Se opone, pues, este doble estatuto del partenaire desprovisto y del partenaire provisto. Esta paradoja se debe al hombre, al macho, que está dotado de un objeto que aparece y desaparece en forma intermitente y que, según el momento, está provisto o desprovisto de él. De cierta manera, satisfa:e esta paradoja: con ion hombre tienen los dos en uno, lo que explica afpaodiiterés'porto'quepasa-tiespuésrcuando-él-está-desprovistoA ar:uestión es saber si se queda o se va... Si se queda, es la prueba de amor: lo retiene algo más que la satisfacción fálica. Este tema inquietó a los teóricos, como se ve por ejemplo, en la fic­ ción de Rousseau, en su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre

los hombres, donde se trata de saber si el hombre se queda junto a una mujer para volverla su compañera, lo que ya daría el núcleo del orden social a partir de la familia, o si, habiéndose echado un polvo, parte en retirada. Rousseau no lo dice con estas palabras, pero podemos tra­ ducirlo así. La desventaja de la mujer es que no tiene ese maravilloso órgano que aparece y desaparece, lo que empuja al hombre, en la articulación que propone Lacan, a desdoblar a su compañera entre la mujer parte­ naire del amor y la partenaire del deseo. La proeza de «La significación del falo» consiste en cifrar a partir de este órgano el partenaire del amor y el partenaire del deseo y definir el partenaire de la pareja como el partenaire falo. Si es el partenaire del amor, se cifra -cp, una negación que recae sobre el significante imagina­ rio del falo; si es el partenaire del deseo, se cifra (p. Del lado macho es posible una oscilación entre -

~ dado): las sociedades descansan en cosas .vagas. Vivimos en un tiem po en que se pierde o empieza a perderse, a/desmoronarse, el sentido comtin, donde el desarraigo se vuelve progresivamente constitutivo del ser so­ cial, donde el mundo se formaliza. Se impone entonces cada vez más

e l u n iv e r s o e le c t r ó n ic o d e la c o m u n ic a c ió n , q u e e s u n u n iv e r s o a b s tr a c ­ to c u y o s e le m e n t o s s o n r e g la s , s a b e r e s q u e d e m a n d a n d e l s u je t o e m ­ b r o l la d o y s o b r e c a r g a d o la a d a p ta c ió n fle x ib le a lo e v e n t u a l. E l e s ta tu ­ to d e l s u je t o q u e s e n o s a n u n c ia e s e l h o m b r e d is p u e s t o a c u a lq u ie r e v e n t u a lid a d . P r e p a r é m o n o s .

18 de junio de 1997

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