El orgullo de la nación : la creación de la identidad nacional en las conmemoraciones culturales españolas (1875-1905) [1 ed.] 8400100239, 9788400100230

¿Cómo fue formulada la identidad nacional española en las últimas décadas del siglo XIX? En una cronología más tardía qu

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Spanish Pages 388 [385] Year 2015

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ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
LA CONMEMORACIÓN HISTÓRICA EN ESPAÑA ENTRE 1875 Y 1905: EL RECUERDO DEL PASADO
MITOS Y SÍMBOLOS NACIONALES ESPAÑOLES: 1875-1905
EL INICIO DEL RECUERDO: EL II CENTENARIO DE LA MUERTE DE PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA EN 1881
LA EXPOSICIÓN UNIVERSAL DE BARCELONA DE 1888: EL ESCAPARATE DE LAS VIRTUDES NACIONALES
EL IV CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO MUNDO EN 1892*
LA IDENTIFICACIÓN DEL MITO DEL ESCRITOR CON SU OBRA: 1905 O EL CENTENARIO DE CERVANTES Y
CONCLUSIÓN
FUENTES DOCUMENTALES Y BIBLIOGRAFÍA
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El orgullo de la nación : la creación de la identidad nacional en las conmemoraciones culturales españolas (1875-1905) [1 ed.]
 8400100239, 9788400100230

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62.  Rafael María de Labra. Cuba, Puerto Rico, Las Filipinas, Europa y Marruecos, en la España del Sexenio Democrático y la Restauración (18711918). María Dolores Domingo Acebrón. 63.  Literatura de viajes y Canarias. Tenerife en los relatos de viajeros franceses del siglo xviii. Cristina González de Uriarte Marrón. 64.  Poder y movilidad social. Cortesanos, religiosos y oligarquías en la Península Ibérica (siglos xv-xix). Francisco Chacón Jiménez y Nuno G. Monteiro (eds.). 65.  Failure of catalanist opposition to Franco (19391950). Casilda Güell Ampuero. 66.  Cambios y alianzas. La política regia en la frontera del Ebro en el reinado de Alfonso VIII de Castilla (1158-1214). Ignacio Álvarez Borge. 67.  Los moriscos en La Mancha. Sociedad, economía y modos de vida de una minoría en la Castilla moderna. Francisco Javier Moreno DíazCampo. 68.  ¿Verdades cansadas? Imágenes y estereotipos acerca del mundo hispánico en Europa. Víctor Bergasa, Miguel Cabañas, Manuel Lucena Giraldo e Idoia Murga (eds.). 69.  Gobiernos y ministros españoles en la Edad Contemporánea. José Ramón Urquijo Goitia. 70.  El Instituto Cardenal Cisneros de Madrid (18451877). Carmen Rodríguez Guerrero. 71.  Poderosos y Privilegiados. Los caballeros de Santiago de Jaén (siglos xvi-xviii). José Miguel Delgado Barrado y María Amparo López Arandia. 72.  Sospechosos habituales. El cine norteamericano, Estados Unidos y la España franquista, 19391960. Pablo León Aguinaga. 73.  La Primera Guerra Mundial en el Estrecho de Gibraltar. Economía, política y relaciones internacionales. Carolina García Sanz. 74.  Cum magnatibus regni mei. La nobleza y la monarquía leonesas durante los reinados de Fernando II y Alfonso IX (1157-1230). Inés Calderón Medina. 75.  Entre frailes y clérigos. Las claves de la cuestión clerical en Filipinas (1776-1872). Roberto Blanco Andrés. 76.  Dominación, fe y espectáculo. Las exposiciones misionales y coloniales en la era del imperialismo moderno (1851-1958). Luis Ángel Sánchez Gómez. 77. Amigos exigentes, servidores infieles. La crisis de la Orden de Cluny en España (1270-1379). Carlos M. Reglero de la Fuente. 78. Los caballeros y religiosos de la Orden de Montesa en tiempo de los Austrias (15921700). Josep Cerdà i Ballester. 79.  La formación profesional obrera en España durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República. María Luisa Rico Gómez.

¿Cómo fue formulada la identidad nacional española en las últimas décadas del siglo xix? En una cronología más tardía que en otros países europeos como Francia o Alemania, las elites españolas se embarcaron en un proyecto, a veces difuso, de debate y negociación de la idea de nación entre 1875, con la Restauración de la monarquía, y 1905, año del centenario de la publicación de El Quijote, ya con Alfonso XIII en el trono. Los actos conmemorativos fueron a la vez componentes y estrategias en este proceso, ejecutado bajo fuertes contradicciones e improvisaciones en un contexto histórico social complejo. El orgullo de la nación ofrece una novedosa interpretación de esta encrucijada gracias al análisis de numerosas fuentes documentales en el estudio de sucesivas conmemoraciones culturales, con un particular enfoque en el IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892. Dichas celebraciones, que contaron con diversos formatos, se erigieron cruciales en el proyecto de construcción de la

idea de nación. El escenario de este proceso de definición se complicó ante el Desastre del 98, que sirvió como catalizador de la reacción social nacional en la coyuntura de fin de siglo y que implicó, entre otras cosas, un cambio de perspectiva respecto al papel de España como potencia colonial. Este libro finalmente trata el giro en la percepción de la idea de nación operada tras la derrota ante Estados Unidos gracias al estudio del centenario de la publicación de la primera parte de Don Quijote de la Mancha. Este aniversario demostró que los retos de la sociedad española ya eran sustancialmente diferentes y supuso la puesta en escena del cambio en los mecanismos de socialización que se operaría en las políticas conmemorativas con las que definir la identidad nacional.

BEATRIZ VALVERDE CONTRERAS

Beatriz Valverde Contreras

EL ORGULLO DE LA NACIÓN: LA CREACIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL EN LAS CONMEMORACIONES CULTURALES ESPAÑOLAS (1875-1905)

Beatriz Valverde Contreras obtuvo el premio extraordinario de doctorado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid en 2012. Para la realización de su tesis doctoral disfrutó de una beca de Formación de Profesorado Universitario del Ministerio de Educación y Ciencia que le permitió estancias de investigación en Francia y Alemania, país en el que reside actualmente. Gran parte de su labor investigadora la ha desarrollado en el antiguo departamento de Historia Moderna del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, donde colaboró en distintos proyectos de investigación bajo la supervisión del profesor Alfredo Alvar Ezquerra. Ha publicado diversos artículos sobre la celebración de conmemoraciones culturales en España, con especial atención a la figura de Miguel de Cervantes, que le ha llevado a colaborar en la Gran Enciclopedia Cervantina. En la actualidad trabaja en una comparativa histórica social entre España y Portugal entre 1885 y 1914.

BIBLIOTECA DE HISTORIA

ISBN 978-84-00-10023-0

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EL ORGULLO DE LA NACIÓN: LA CREACIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL EN LAS CONMEMORACIONES CULTURALES ESPAÑOLAS (1875-1905)

Colección BIBLIOTECA DE HISTORIA Últimos volúmenes publicados:

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Ilustración de cubierta: la Sala España en la Exposición Hispano Americana de 1892 (© Biblioteca Nacional de España).

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Director Carlos Julián Estepa Díez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Secretario Francisco Fernández Izquierdo, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Comité Editorial Alfredo Alvar Ezquerra, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Lorenzo Delgado Gómez-Escalonilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Elena Hernández Sandoica (Universidad Complutense) Cristina Jular Pérez-Alfaro, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Pascual Martínez Sopena (Universidad de Valladolid) Magdalena de Pazzis Pi Corrales (Universidad Complutense) José Ramón Urquijo Goitia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Consejo Asesor Marcella Aglietti (Universidad de Pisa) Carlos Ayala Martínez (Universidad Autónoma de Madrid) Caroline Boyd (Universidad de California, Irvine) María João Branco (Universidad Nova de Lisboa) Manuel Espadas Burgos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) José Ángel García de Cortázar y Ruiz de Aguirre (Universidad de Cantabria) María Victoria López-Cordón Cortezo (Universidad Complutense) María de los Ángeles Pérez Samper (Universidad de Barcelona) Ofelia Rey Castelao (Universidad de Santiago de Compostela) Octavio Ruiz Manjón-Cabeza (Universidad Complutense) José Ignacio Ruiz Rodríguez (Universidad de Alcalá) Manuel Sánchez Martínez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

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BEATRIZ VALVERDE CONTRERAS

EL ORGULLO DE LA NACIÓN: LA CREACIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL EN LAS CONMEMORACIONES CULTURALES ESPAÑOLAS (1875-1905)

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS MADRID, 2015

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Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es Editorial CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])

© CSIC © Beatriz Valverde Contreras Ilustración de cubierta: la Sala España en la Exposición Hispano Americana de 1892 (© Biblioteca Nacional de España) ISBN: 978-84-00-10023-0 e-ISBN: 978-84-00-10024-7 NIPO: 723-15-167-0 e-NIPO: 723-15-168-6 Depósito Legal: M-36370-2015 Edición a cargo de Igueldo Libros Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado FSC, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

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ÍNDICE

Agradecimientos.........................................................................................11 Introducción...............................................................................................13 Capítulo 1.  La conmemoración histórica en España entre 1875 y 1905: el recuerdo del pasado...............................................................41

1. Las conmemoraciones culturales en España entre 1875 y 1905: la «necesidad» de festejar el pasado...................................................41 2. Los agentes activos en la conmemoración.....................................51 3. El contexto político y social entre 1875 y 1905. Sus protagonistas y el trazado de un pasado común....................................................64 3.1. La política estatal en el sistema de la Restauración monárquica entre 1875 y 1905.......................................................64 3.2. Los nacionalismos vasco y catalán: la voz discrepante........74 Capítulo 2.  Mitos y símbolos nacionales españoles..............................83

1. Mito, nación y patria: tres conceptos unidos entre sí.....................83 2. Los símbolos nacionales españoles en el siglo xix.........................98 3. Una red de araña: las conexiones entre la educación y la escritura de la Historia de España en la segunda mitad del siglo xix............114 3.1. El sistema educativo español de 1857 a 1900: la particularidad de la enseñanza de la Historia.......................................116 3.2. La escritura de la Historia: la historiografía española en la segunda mitad del siglo xix..................................................128

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ÍNDICE

Capítulo 3.  El inicio del recuerdo: el II Centenario de la muerte de Pedro Calderón de la Barca en 1881..................................................139

1. «A Colón por la grandeza, a Cervantes, Calderón y Murillo, glorias nacionales». El II Centenario de la muerte de Pedro Calderón de la Barca: el ejemplo a seguir......................................................139 2. «Lo que se puede hacer cuando la iniciativa oficial y particular se unen en un solo fin»: la organización del centenario......................143 3. El 25 de mayo de 1881: el homenaje de la nación a Calderón.......152 4. El homenaje a Calderón de la Barca fuera de las fronteras na­ cionales...........................................................................................157 5. «Entre los promovedores de la fiesta los hay de dos especies»: la doble lectura del centenario de Calderón de la Barca....................160

Capítulo 4.  La Exposición Universal de Barcelona de 1888: el escaparate de las virtudes nacionales........................................................165

1. La proyección de los valores de progreso en las exposiciones universales: el interés por celebrar un certamen en España................166 2. Las claves de la elección de Barcelona como sede del certamen de 1888...........................................................................................173 3. De Eugenio Serrano de Casanova a Francisco Rius y Taulet: la puesta en escena de la primera Exposición Universal en Es­paña..182 4. «¡La Exposición Universal de Barcelona está solemnemente inaugurada!» El valor de la representatividad nacional en la figura de la reina regente María Cristina.......................................................193 5. «Y tras los fuegos artificiales, ¿qué?» La clausura de la Exposición y sus consecuencias................................................................201 5.1. La evaluación de la Exposición por los visitantes nacionales y extranjeros....................................................................201 5.2. Mirar hacia el futuro: las consecuencias políticas................204 5.3. «Un nuevo modo de ser considerados los españoles en España»: el impacto de la Exposición en la sociedad es­ pañola...................................................................................208 Capítulo 5.  El IV Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo en 1892..................................................................................................213

1. ¿Centenario de Colón o Centenario del Descubrimiento? Los primeros pasos hacia la conmemoración de los cuatrocientos años...213 2. La organización oficial del centenario............................................220 3. «Una conmemoración que reúna todo el esplendor que España pueda darle»: el programa oficial y el simbolismo de la distribución geográfica del programa.........................................................231 3.1. Madrid, la capital: sede de congresos y exposiciones..........231

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3.2. Sevilla, Huelva y Granada: el protagonismo reclamado......251 3.3. Barcelona y la herencia de la Exposición Universal............262 3.4. Las provincias americanas de Ultramar: Cuba y Puerto Rico......................................................................................264 4. Las publicaciones relacionadas con el centenario..........................267 5. La recepción del centenario fuera de las fronteras españolas y las repercusiones en las relaciones con España...................................270 6. «España ha podido mostrarse digna de la grandeza de su pasado»: el significado del programa conmemorativo de 1892.....................281

Capítulo 6.  La identificación del mito del escritor con su obra: 1905 o el centenario de Cervantes y El Quijote..........................................287 1. El Desastre del 98: la inflexión en la política conmemorativa es­ pañola.............................................................................................287 2. El reclamo de Cervantes en 1892, el cambio de siglo y la nueva interpretación de El Quijote............................................................304 3. «Aunque la mayor excelencia del homenaje consiste en ser popular, al Gobierno incumbe, no solo asociarse a él, sino procurar el ordenado concierto de las iniciativas»: la organización del centenario................................................................................................310 4. La conmemoración de los trescientos años fuera de las fronteras españolas.........................................................................................328 5.  El Quijote y el Siglo de Oro en 1905: el final de un ciclo..............334 Conclusión..................................................................................................343 Fuentes documentales y bibliografía........................................................357 1. Fuentes documentales primarias.....................................................357 2. Fuentes documentales impresas.....................................................361 3. Prensa.............................................................................................363 4. Bibliografía secundaria...................................................................364

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AGRADECIMIENTOS

Quisiera recordar con estas palabras a aquellas personas que me han ayudado a escribir este libro, fruto de mi tesis doctoral defendida en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Por supuesto, en primer lugar, quiero mencionar al Dr. Alfredo Alvar Ezquerra, quien, hace ya algunos años, me ofreció la oportunidad de comprender el trabajo de historiador. Me abrió la puerta a la investigación y me permitió entender la ciencia de la Historia. Además, su aceptación para que fuera su doctoranda me concedió el privilegio de participar en un equipo de investigación y conocer las vicisitudes de este oficio. Este libro existe hoy gracias a su estímulo y presencia. Por igual, quisiera agradecer a la Dra. Magdalena de Pazzis Pi Corrales su apoyo, desde el principio, y sus orientaciones. Muchas gracias a los dos. Mi carrera de investigadora comenzó en un despacho en la antigua sede de Humanidades del CSIC, donde pude disfrutar de una beca de Formación de Profesorado Universitario concedida por el Ministerio de Educación y Ciencia, entre marzo de 2003 y febrero de 2007 (AP 2002-0320). También gracias a la participación en dos proyectos de investigación, cuyo investigador principal fue el Dr. Alfredo Alvar, «Cervantes y su época: Teoría y práctica de la comunicación científica» (Ministerio de Educación y Ciencia: HUM2004-04713/HIST) y «Cervantes y su actividad económica y social: nuevos datos para reconstruir varios ambientes» (Comunidad de Madrid, CAM: 06/HSE/0468/2004), pude realizar la búsqueda de documentación en los archivos fuera de Madrid. Esta beca me permitió tres estancias fuera de España, que me ayudaron a llevar a cabo una parte esencial de mis investigaciones. Me veo en la obligación de reconocer las gratas bienvenidas de tres profesores que me hicieron posible estas estancias: el Dr. Christian Windler, de la Albert-Ludwigs-Universität de Friburgo, el Dr. Etienne François, en el Frankreichzentrum de la

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Technische Universität de Berlín, y el Dr. Bernard Vincent, en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, en París. Además, quiero destacar mi agradecimiento a los miembros que compusieron el jurado de mi tesis doctoral, los profesores Miguel Morán Turina, Rosa Capel Martínez, María Ángeles Pérez Samper, Ignacio Ruiz Rodríguez y Chantal Grell, cuyas críticas y observaciones han sido fundamentales a la hora de redactar esta versión final de aquel texto original. En el campo personal, debo empezar por un agradecimiento a mis padres, Antonio Valverde Contreras y Francisca Contreras López. El reconocimiento va a ser parco en palabras, pero inmenso en sentimiento. Simplemente gracias. Nunca hubiera llegado hasta hoy sin ellos. A mis tíos, Rosario y Gerardo, por concederme, entre otras cosas, un espacio para redactar gran parte de este manuscrito. A mi tía Josefina, por endulzarme la vida allá donde estuviese. A Carmen y Manolo, por acogerme siempre en mis estancias en Barcelona y hacerme sentir parte de la familia. Y a muchos más que por espacio no puedo mencionar, pero a los que también está dedicado este libro. En el campo de la amistad, quiero reconocer el apoyo de Iris Abad Ortega, Beatriz Ontín Jímenez e Israel Tejero del Campo, desde hace años, porque gracias a ellos siento un apoyo, hoy más que nunca, para no caer en el desánimo en esta época de desesperanza. Además, agradezco a Israel y Beatriz la lectura y crítica del texto. Un reconocimiento también para Margarita Díaz Jiménez, la cuarta en el grupo. Un agradecimiento, además, a Silvia Sarria Sánchez y Noelia Sarria Sánchez, por la amistad de siempre y por la futura. A Leonardo de Terlizzi y Olaf Schlunke, por la comprensión de ambos, cada uno en su idioma. A Mateo Ballester Rodríguez, porque me permitió ser librera, además de avanzar en mi investigación gracias a nuestras charlas en la Librería Tragaluz, tristemente desaparecida. A Juan José Ponce, por compartir a ambos lados del océano la pasión por el pasado. A Violaine Guilloteau, por ayudarme, entre otras cosas, a corregir la versión en francés del manuscrito original. A Elsa González Aimé por sus inquietudes. Y a Aitor, Alberto, Kike, Tato, César y a todos aquellos que espero que se sumen a nuestras tertulias donde siempre. Uno se siente en casa cuando ve a los amigos, a pesar de vivir ya unos años fuera, con las maletas de un lado para otro. Aunque este trabajo está dedicado ante todo a mi abuela, Mercedes Contreras Chena, porque si bien ella siempre dijo que su nieta estudiaba Historia del Arte, «que le sonaba mejor», al final me decanté por la Historia, y al mar de Matosinhos, al que contemplé mientras terminé de redactar estas páginas. Por último, mi pensamiento más especial para Alexander Keese. Sin su ayuda, buenos consejos, cariño y, sobre todo, paciencia infinita, verdaderamente nunca hubiera terminado este libro. No hay palabras en castellano ni en alemán, ni siquiera en portugués, que puedan explicarlo.

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INTRODUCCIÓN

Víctor Concas, comandante de la Armada Española, fue el encargado de dirigir a la tripulación que navegó en la reproducción de la nao Santa María hacia América cuatrocientos años después de la gesta de Cristóbal Colón, en 1892. Los conceptos de sublime y profano se dieron cita en los festejos que se organizaron en España por la fecha rememorada, y así lo explicaba Concas con las siguientes palabras: «La opinión pública, con ese certero instinto que dirige el sentimiento de los pueblos que, como el nuestro, están encariñados con sus glorias, al considerar la Santa María propiedad de toda España [...] por la propia historia que quedó escrita con la quilla de la Nao Santa María a través del océano».1 No faltaba gente que tomara en serio la propia rememoración de los acontecimientos del pasado y, entre los arranques de entusiasmo Concas, recordó a una mujer, «del pueblo que me enseñaba a su hija diciendo: “ese es Colón...”; y el angelito con su manecita me señalaba, y puede ser que el día que sea mujer jure y no haya quien la apee de que el mismo Colón le dio bizcochos y almendras en 1892».2 Este ejemplo nos insinúa algunas de las líneas que marcaron la cultura conmemorativa de, por lo menos, el primer periodo de la Restauración, que lo consideraremos desde 1875 hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII, en 1902. Es necesario señalar como primera premisa que la segunda mitad del siglo xix fue la edad dorada de las conmemoraciones. En el caso español, la Edad Moderna, sus héroes y hazañas, fueron los protagonistas destacados de los actos que recordaron en ese presente los valores de los que la nación era portadora. La época de la Restauración será el contexto político y cronológico en el que encuadraremos esta investigación, pero no serán ni el rey Alfonso XII ni su hijo quienes marcarán los hitos en los que se basa este estudio, 1   Concas, Víctor M. La Nao histórica Santa María entre 1892 y 1893, Madrid, Imp. Alemana, 1914, p. 24. 2   Concas, Víctor M. La Nao histórica Santa María..., p. 25.

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sino que, por el contrario, serán cuatro años claves por sus actos conmemorativos, 1881, 1888, 1892 y 1905, los objetos de nuestra atención. Estas fechas fueron memorables por el recuerdo de un literato del Siglo de Oro, Calderón de la Barca, por la celebración de la primera Exposición Universal en España, por el aniversario del descubrimiento de América y por la celebración de los trescientos años de la publicación de una obra que será la tarjeta de visita de España en los siglos venideros, El Quijote. La conmemoración, como parte esencial de la política del pasado, y el certamen universal, como expresión del futuro de la propia sociedad conmemorativa, serán conceptos que entenderemos en conjunto para ayudarnos, en primer lugar, a desentrañar el impacto social, político y económico en España, y, en segundo lugar, a comprender cuáles eran las imágenes que simbolizaban e identificaban al país.3 En este proceso prestaremos una especial atención a detectar la presencia que los protagonistas y las gestas acontecidos en los siglos modernos tuvieron en la configuración de una política conmemorativa oficial en este periodo. Por un lado, las elites políticas y económicas españolas mostraron un interés velado por la modernización industrial y la mejora de las relaciones comerciales. Las exposiciones universales fueron el lugar donde se potenció la idea de orgullo de pertenencia a una nación, gracias a su condición de ser manifestaciones de la sociedad de masas, con gran relevancia en la opinión pública, y de ser capaces de movilizar una enorme cantidad de recursos.4 Estos dos objetivos hicieron que muchas ciudades, no solo Barcelona en 1888, apostarán por las exhibiciones internacionales para ocupar un puesto de relevancia en el escenario internacional. El sentimiento compartido por todos los miembros de una comunidad se debía no solo a las gestas del pasado, sino también a las posibilidades del futuro. Estas exhibiciones no solo mostraron los avances en ciertos campos de la producción industrial, de la agricultura o el comercio, sino que fueron escaparates para enseñar la historia nacional. Por otro lado, el hecho de que se resaltasen unos periodos cronológicos sobre otros y se encumbrase a ciertos individuos como protagonistas del devenir nacional estaba relacionado con la elección de las fechas que habían de conmemorarse. La rememoración de los grandes acontecimientos del pasado en la celebración de un centenario daba como resultado que los miembros de dicha sociedad aprehendiesen los lazos que les unían, momento en que se hacía patente la conciencia de compartir una misma identidad. Las corrientes nacionalistas que se desarrollaron en Europa en el siglo xix mostraron un 3   Peiró Martín, Ignacio. «Cultura nacional y patriotismo español: culturas políticas, políticas del pasado e historiografía de la España contemporánea», en Manuel Pérez Ledesma y María Sierra Alonso (eds.), Culturas políticas: teoría e historia, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2014, p.  334. Nos mostramos de acuerdo con la definición que da Ignacio Peiró para el concepto de políticas del pasado como «generador de representaciones». 4   Carrasco Martínez, Adolfo. «El pasado elocuente. Memoria, historia y conme­ moraciones», en Salvador Claramunt et al., Las conmemoraciones en la Historia, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2001, p. 84.

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INTRODUCCIÓN

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nexo de unión con el historicismo, en una particular alianza, donde, a través del estudio de los acontecimientos nacionales del pasado, se enseñaban las herramientas para solucionar los problemas del presente y del futuro.5 Por último, el grado conceptual de ocio social que alcanzaron las ex­ posiciones y los actos que se generaron en torno a los centenarios puso en evidencia la repercusión simbólica de los diferentes espacios. Tampoco se puede obviar que la posibilidad de obtener beneficios económicos para determinadas instituciones, como los municipios, impulsó esta trayectoria conmemorativa. Las ciudades también aprehendieron el valor de estos rituales como reclamo turístico: los intereses económicos influyeron en el deseo de llevar a cabo estas acciones. Por ejemplo, la elite política en Valladolid, a mediados del siglo xix, vio la posibilidad de reclamar un protagonismo alrededor de tres personajes históricos que tuvieron un contacto con la ciudad: Miguel de Cervantes, Cristóbal Colón y Felipe II. La fama de Valladolid había perdido la batalla con Soria para apropiarse del pasado numantino. Por esta razón se inició una búsqueda de otros símbolos que recordaran el esplendor de una ciudad que había sido capital de la Corte entre 1601 y 1606.6 De este modo, analizaremos la viabilidad de relacionar la puesta en escena de los conceptos que representaban a España, clave para establecer un estudio del certamen universal que se celebró en Barcelona en 1888 junto con los centenarios. En la presencia protagonista de las gestas y personalidades de época moderna se puede rastrear la evolución de la sociedad española del siglo xix, en el proceso de apropiación y redefinición de una época anterior. Para esto, tendremos muy en cuenta la importancia concedida a la investigación del campo de la historia cultural para comprender las percepciones sociales del nacionalismo o, si queremos decirlo así, de la inherente identidad nacional.7 La conmemoración histórica como respuesta a la «necesidad social» de un pasado común en las sociedades conmemorativas Consideraremos que la conmemoración como concepto general integrado en el proceso de la cultura conmemorativa es la celebración de un aconte5   Shookman, Ellis. «Fantasies on the Fringe: Romantic Concepts of nationalism in Utopias set at the edges of nineteenth-century Europe», History of European Ideas, 16/ 4-6 (1993), p. 648. 6   Redondo Cantera, Maria José. «La nostalgia de la Corte y la configuración de la imagen de Valladolid durante el siglo xix a través de sus monumentos y sus artistas», en José Martínez Millán y Carlos Reyero (coords.), El siglo de Carlos V y Felipe II. La construcción de los mitos en el siglo xix, vol. 2, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, p. 255. 7   Moreno Luzón, Javier y Núñez Seixas, Xosé. «Introducción. Los imaginarios de la nación», en Javier Moreno Luzón y Xosé Núñez Seixas (eds.), Ser españoles. Imaginarios nacionalistas en el siglo xx, Barcelona, RBA, 2013, p. 10.

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cimiento a partir del recuerdo de un episodio histórico, tanto político como cultural, o de una vivencia biográfica de un personaje de la historia nacional, y supone una oportunidad para determinados grupos políticos y sociales de reivindicación y exaltación de una línea de pensamiento. Estos actos de rememoración del pasado, con unos objetivos en ese presente, fueron fruto de los cambios operados en la sociedad, como bien expresó el político liberal Segismundo Moret, futuro ministro de Estado bajo el Gobierno de Práxedes Sagasta, en la inauguración del Congreso Pedagógico de 1882: La sociedad moderna ha cambiado: antes se pintaba para la iglesia; hoy, los grandes cuadros pictóricos los paga el Estado; en otro tiempo, se componía la música para el coro y para el órgano; hoy, para la ópera y para el himno. Antes, la milicia pertenecía a la Iglesia; hoy, el ejército es del Estado.8

El Estado emerge en el siglo  xix como el ente del que emanaban las directrices que ceñían a la sociedad. No hablamos de prácticas políticas, ni de un sistema político concreto, sino de un nuevo concepto social. En este momento, la identidad nacional, el sentir del individuo, también pasará por el tamiz estatal.9 Vamos a centrarnos en los siguientes párrafos en la evaluación de las estrategias que desde la propia sociedad civil y desde el Estado se diseñaron en España, para la proyección de la idea de nación. La tipología de actos para llevar a cabo la celebración de una conmemoración era variada. Podemos mencionar las cabalgatas o los bailes, pero también se sucederían los desfiles, banquetes, procesiones o fuegos artificiales, todo ello adornado con discursos. Los banquetes fueron un recurso utilizado en España con motivo de conmemoraciones y festejos, como ocasión para afianzar apoyos en torno a una corriente ideológica y relaciones sociales respectivas, o como confirmación de una posición, como el brindis hecho por Marcelino Menéndez Pelayo con motivo del aniversario de la muerte del dramaturgo Pedro Calderón de la Barca. Uno de los actos más repetidos fue la procesión o el desfile, por el factor aglutinante de público que traían aparejados. Normalmente eran de carácter cívico y en ellos se podían combinar desde gente disfrazada hasta carrozas simbólicas, acompañados de represen8   Batanaz Palomares, Luis. La educación española en la crisis de fin de siglo  (Los congresos pedagógicos del siglo xix), Córdoba, Diputación Provincial de Córdoba, 1982, p. 108. Estas palabras proceden de un discurso de Segismundo Moret en el Congreso Pedagógico de 1882. La cita dada por Luis Batanaz procede de las actas del congreso, de la página 279. 9   Núñez Seixas, Xosé y Molina Aparicio, Fernando. «Identidad nacional, heterodoxia y biografia», en Xosé Núñez Seixas y Fernando Molina Aparicio (eds.), Los heterodoxos de la patria. Biografías de nacionalistas atípicos en la España del siglo  xx, Granada, Comares, 2011, pp. 7-10. En este capítulo introductorio se puede leer un interesante análisis de la historiogra­fía que versa sobre el estudio de las identidades nacionales a partir de la década de 1990, donde se comenzó a dotar de mayor protagonismo al individuo como sujeto activo en la propia relación (inherente y externa) con la/s identidad/es nacional/es.

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tantes políticos e institucionales en procesión, cuyo destino podía ser o bien un monumento relacionado con el episodio o persona objeto del recuerdo, o una iglesia para realizar un oficio religioso. También hubo exhibiciones de carácter militar, como, por ejemplo, de escuadras navales.10 El problema era que en las conmemoraciones, de las cuales los centenarios fueron el gran ejemplo, la parte subjetiva superaba al hecho y los recuerdos corrían tras la idea de un acontecimiento pasado hace ya, como mínimo, cien años. Las conmemoraciones, sobre todo aquellas que se sucedieron en un contexto europeo a lo largo del siglo  xix, han sido analizadas desde dos perspectivas: la primera señala la necesidad de una movilización general en torno a la celebración para asegurar el éxito de la misma; la segunda, crítica, implicaría que la institución encargada de organizar el acontecimiento debería cumplir las expectativas creadas. Así, el acto de conmemorar un hecho, una persona o un libro está relacionado con una estrategia política social, primero de reconocimiento, de aquí el deseo de recordar un determinado acto, y segundo, de posicionamiento, es decir, reconocer o deplorar los valores e ideas desprendidos de aquello que se rememoraba.11 Las conmemoraciones culturales, en todas sus manifestaciones, no pueden tratarse como hechos privativos de los siglos xix y xx. No se puede negar la tradición en las sociedades de preocuparse por la búsqueda de su pasado, de rastrear el origen de los rasgos que poblarían el presente, además de estimular el elogio a la memoria de los grandes héroes. Moses Finley, en su obra Uso y abuso de la Historia, publicada por primera vez en 1975, hablaba sobre las tradiciones que se transmitieron a lo largo del tiempo entre la población y que contenían una cierta pátina de falsedad o, por lo menos, de no adecuación a la verdad. Finley afirmó que, fiable o no, cuando una tradición es aceptada, la sociedad funciona. Si la tradición no funciona, los lazos sociales que unen a dicha sociedad se rompen.12 A principios de la década de 1980, Eric Hobsbawm y Terence Ranger dirigieron un libro, La invención de la tradición, que abordaba desde distintos puntos de vista lo que denominaron la «tradición inventada». Estas prácticas, según Hobsbawm, fueron más comunes a partir del siglo xix, con la irrupción de los cambios sociales provocados tanto por la industrialización como por las corrientes ideológicas nacionalistas. La tradición había de distinguirse de la costumbre, puesto que el primer término estaría marcado por la invariabilidad, a diferencia del se10  Analizaremos con más detalle las exhibiciones navales y sus implicaciones en el capítulo 4, en el estudio sobre los actos de inauguración de la primera Exposición Universal en España, sucedida en Barcelona en 1888. 11   Davallon, Jean. «Lecture stratégique, lecture symbolique du fait social: enjeu d’une politologie historique», en Jean Davallon, Philippe Dujardin y Gérard Savatier (dirs.), Politique de la mémoire. Commémorer la révolution, Lyon, Presses Universitaires de Lyon, 1993, pp. 201-202. 12   Finley, Moses. Mythe, mémoire, histoire: les usages du passé, Paris, Flammarion, 1981, p. 31.

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gundo.13 La cultura, el pasado y las manifestaciones literarias son elementos esenciales en las fases definidas por Hobsbawm en el proceso de concienciación nacional. Esto nos llevaría a deducir la importancia del estudio de las conmemoraciones en el proceso de imbricación y cohesión social. Las conmemoraciones eran expresiones de celebraciones populares que venían de antaño, pero a las que en el siglo xix se les concedió un barniz de modernidad y popularidad, y que se adecuaron a la nueva sociedad que se estaba perfilando. No en vano, el siglo xix estuvo marcado, entre otros factores, por la aparición de una serie de productos culturales acordes a los intereses de la nueva sociedad de masas, que comenzó a disponer tiempo libre. La vida ociosa dejó de ser un privilegio, ampliándose el espectro social que disfrutaba de ella.14 España entró en esta dinámica de desarrollo, de formas de interacción social basadas en el ocio, más tarde que en otras partes de Europa, dado que era necesaria la existencia de un grupo social que contara con determinadas condiciones económicas y que abarcase un amplio abanico de situaciones. La oferta de ocio debía ir desde aquellos servicios estatales o municipales, como parques o museos, hasta el propio consumo.15 No se pedía de los asistentes un esfuerzo adicional para encontrar una explicación causal del acontecimiento conmemorado, sino que debía entenderse por sí mismo. Las festividades y los actos sacaban al ciudadano de su vida diaria. Es más, las fiestas anuales nacionales generaron una serie de hábitos que, dada su regularidad, afirmaron la asimilación entre los individuos de su pasado y de las virtudes resaltadas, sin olvidar la importancia de aquellos hitos excepcionales que podían tener un relativo impacto social.16 Nada mejor que el relato de los propios asistentes a este tipo de conmemoración para comprender el grado de importancia de un acontecimiento de este calibre, tanto por la asistencia de personas como por lo extraordinario del acto. Gaston Routier, delegado francés en el Congreso Americanista celebrado en Huelva con motivo del centenario del descubrimiento de América en 1892, detalló en su relato la invasión por parte de visitantes, tanto de fuera del país como nacionales, de la ciudad de Huelva, y las consecuencias en la logística urbana: A mon arrivée à Huelva, je n’ai pas trouvé que très difficilement à me loger; il me faut faire deux heures de courses en voiture, d’hôtels en hôtels, avant de 13   Hobsbawm, Eric. «Introducción: la invención de la tradición», en Eric Hobsbawm y Terence Range (eds.), La invención de la tradición, Barcelona, Crítica, 2002 (1983), pp. 7 y ss., especialmente 10 a 15. 14   Weber, Eugen. Francia, fin de siglo, Madrid, Debate, 1989, p. 31. 15   Uría, Jorge. «La cultura popular en la Restauración. El declive de un mundo tradicional y desarrollo de una sociedad de masas», en Manuel Suárez Cortina (ed.), La cultura española en la Restauración, Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, 1999, p. 106. 16   Mosse, George L. La nacionalización de las masas. Simbolismo político y movimientos de masas en Alemania desde las Guerras Napoleónicas al Tercer Reich, Madrid, Marcial Pons, 2005 (1975), p. 102.

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découvrir dans une maison quelconque, baptisée hôtel pour la circonstance, une mauvaise chambre sans fenêtre […] Coût: 10 francs pour jour! […] On mange à Huelva une cuisine inconnue dans les pays civilisés […] Il faut dire, pour faire bien comprendre l’importance de ces quelques lignes de panégyrique, qu’avant comme après le Congrès on est nourri et logé à Huelva pour le prix énorme pour l´endroit de 7 à 8 francs par jour. À l’hôtel en question —(je n’y suis point descendu, grâce à Dieu! Car il n’y avait plus de place)— on a pour la circonstance fait payer la chambre 60 francs par jour, sinon plus.17

La legitimación de la conmemoración vendría dada si esta era capaz de adquirir un sutil perfeccionamiento por ser los destinatarios los ciudadanos de una sociedad con características diferentes a la anterior. Salvador Claramunt destaca la conjunción de elementos heredados que se dieron cita en el concepto de conmemoración. Para este autor existe un antecedente conmemorativo que proviene de la época del Imperio romano que, siglos después, fue pasado por el tamiz del espíritu barroco, engrandecido en Francia durante el periodo napoleónico y completado con el discurso romántico, sin olvidar la implicación de la exaltación patriótica.18 La diferencia fue la eclosión de la conmemoración como fenómeno de masas en la segunda mitad del siglo  xix.19 La carga ideológica de la Revolución francesa fue capaz de dotar de un rasgo de laicidad a los héroes, que hasta ese momento era difícil de encontrar fuera del parnaso religioso.20 Los centenarios fueron los primeros actos conmemorativos agraciados con un significado especial. En un primer momento las fechas a recordar fueron el nacimiento y muerte de escritores y músicos, luego fueron datas de batallas o episodios determinados de las historias nacionales y, posteriormente, se trató de recordar los aniversarios del fallecimiento de un personaje de destacada popularidad en ese momento, como podrían ser los políticos. La sociedad civil no solo se vio imbuida en la historia que explicaba su posición en ella, sino que también comprendió su no historia, es decir, los términos en los que se fijaba la identidad nacional, y lo más importante, se legitimaba su continuidad en el tiempo, a través de los 17   Routier, Gaston. De Paris a Huelva. Les fêtes du Quatrième Centenaire de la découverte de l’ Amérique, en Espagne. Notes d’ un voyageur par M. Gaston Routier, délégué de la Société de Géographie de Lille au Congrès d’ Huelva, Lille, Imp. De L. Danel, 1894, pp. 13-14. 18   Claramunt, Salvador. «Mito y realidad de las conmemoraciones medievales», en Salvador Claramunt et al., Las conmemoraciones en la Historia, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2001, p. 10. 19   Cruz, Rafael. «La política de los instintos en el siglo xix», en Manuel Pérez Ledesma (ed.), Lenguajes de modernidad en la Península Ibérica, Madrid, Ediciones Universidad Autónoma de Madrid, 2012, pp. 459-473. Rafael Cruz realiza un interesante ensayo sobre la evolución y desarrollo de la palabra masas, como adjetivo calificativo de la sociedad a partir del siglo xix. 20   Quinault, Roland. «The Cult of the Centenary, c. 1784-1914», Historical Research, 176 (1998), pp. 303 y ss.

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rituales del Estado que corporeizaban y dotaban de solemnidad al propio sistema. Las conmemoraciones, entonces, implicaban siempre la representación en su presente de algún acontecimiento del pasado de cara al fortalecimiento de una determinada identidad. El acto de conmemorar sacralizaba y aseguraba la continuidad histórica de una comunidad.21 Podrían ser concebidas como una variante de ritual, de liturgia colectiva a través de la cual se evocaba una figura o un momento del pasado. Es importante tener en cuenta que cualquier episodio puede ser rememorado, pero no todas las evocaciones son conmemoraciones. Había que elegir qué es lo que se quería conmemorar y hacer un esfuerzo colectivo por integrar la herencia del pasado como una experiencia del presente para que fuera positiva.22 Además, los fenómenos culturales, en su expresión simbólica de un sentimiento de solidaridad común, tendrían que tener significado para los miembros del grupo, por eso habrían de conocerlos; es decir, se precisaba de una educación previa, para que lo comprendiesen y lo valorasen. La codificación hacía que el grupo social al que iba dirigido reconociese los símbolos utilizados. Una de las funciones de los ritos conmemorativos era la tamización de los conflictos sociales, que, sin ellos, podían desembocar en enfrentamientos. Eso fue posible a través del filtro de la concienciación de compartir un pasado común, glorioso y aceptado, que podría posibilitar, en algunos casos, rebajar la tensión, aunque en otras ocasiones, como veremos en la ciudad de Granada en la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América, podía ser una excusa para un estallido de queja. El ritual conmemorativo se pudo definir como un proceso de movilización física y mental de los participantes, que podría producir satisfacción por el hecho de pertenencia y afirmación en una comunidad. El éxito del ritual tendría mucho que ver con las emociones despertadas y la regulación de un orden que era alterado, pero que no había de conducir implícitamente al desorden.23 En algunas ocasiones existió la apropiación de los símbolos festivos por las entidades políticas con un determinado propósito. El acto conmemorativo y la carga simbólica se conjugaron con una serie de componentes, que se tradujeron en múltiples variables a tener en cuenta a la hora de analizarlos. Y estos valores aparecían en pareja: la esencia política y emocional, la actuación individual y el espectador colectivo, y la solidaridad o el interés de las instituciones que partici21   Guereña, Jean Louis. «Les fêtes du 2 Mai ou la fondation d’une nation», Bulletin d’Histoire contemporaine de l’Espagne, 30-31 (1999-2000), p. 32. 22   Fonseca, Luís A. da. «A dupla dimensão das comemorações na época contemporânea», en Salvador Claramunt et al., Las conmemoraciones en la Historia, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2001, pp. 46-47. 23   Michonneau, Stéphane. Barcelona: memòria i identitat. Monuments, commemoracions i mites, Vic, Eumo, 2002 (2001), p. 357.

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paban.24 La identidad de grupo al que iba dirigida la conmemoración venía definida por varios factores: el lugar donde había nacido el grupo, que podía ser desde la propia nación hasta simplemente un campo de pensamiento; los símbolos que lo caracterizaban; los actores encargados de presentar estos símbolos; y, en definitiva, las estrategias, las ideas y la acción para de­ sarrollarla.25 Las conmemoraciones formaban parte de la idea de que la sociedad nacional compartía una serie de parámetros culturales por los que regirse y permitiría la identificación con los símbolos y mitos propios de la nación, sobre todo de cara al exterior. En primer lugar, dicho programa en Europa estuvo destinado a los grupos dirigentes, donde ejerció la función de combatir la fuerza ideológica del Antiguo Régimen; una vez asentadas las bases del Estado liberal, las elites políticas se dieron cuenta de la necesidad de difundir entre la sociedad las directrices de identificación que habían funcionado ya entre ellos. No solo eso, sino que también tuvieron que hacer frente, me­diante esta proyección ideológica, a los peligros de escisión social. Por eso recurrieron a distintos modelos, entre ellos la inauguración de monumentos conmemorativos; la visualización del arte mediante exposiciones, fiestas nacionales, discursos, himnos y la celebración de centenarios de héroes y hechos nacionales.26 En las conmemoraciones se trasladaba la idea nacional a la simbología implícita en los actos programados.27 Es decir, el pasado de la nación, la política del recuerdo, se impregnó de valores políticos, y a partir de este momento, fue el contexto de identificación de los ciudadanos. Hay que tener en cuenta que para gran parte de la población era difícil, por ejemplo, asistir a determinados espectáculos que podrían haber sido el escenario de, por un lado, la difusión de un determinado mensaje de orgullo nacional, y por otro, de su recepción por parte de los espectadores, como hubiera sido el teatro.28 Entonces, se puede comprender la importancia que cobraron las ce­remonias que serían el cuerpo popular de una conmemoración, como las cabalgatas, 24   Bussy Genevois, Danièle, Guereña, Jean Louis y Ralle, Michel. «Introduction. Fêtes, sociabilités, politique dans l’Espagne contemporaine», Bulletin d’Histoire contemporaine de l’Espagne, 30-31 (1999-2000), p. 20. 25   Davallon, Jean. «Lecture stratégique, lecture symbolique du fait social…», p. 210. 26   Storm, Eric. «Las conmemoraciones de héroes nacionales en la España de la Restauración», Historia y Política. Ideas, procesos y movimientos sociales, 12 (2004/2), p. 80. 27   Davallon, Jean, Dujardin, Philippe y Sabatier, Gérard. Le geste commémoratif, Lyon, Centre d’étude et de la recherche de l’Institut d’Etudes Politiques de l’Université Lumière 2, 1994, p. 10. 28   Mayer, Arno J. La persistencia del Antiguo Régimen. Europa hasta la Gran Guerra, Madrid, Alianza, 1986 (1981), p. 195. Como incide Mayer en esta obra, en la que aboga por una interpretación en la que la modernización de la sociedad europea se produjo sobre todo en el periodo de comienzos del siglo xx, el teatro y la ópera eran la plasmación emotiva del culto y la imagen que desde la clase política y cultural dirigente se esforzaba por transmitir a la sociedad.

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fiestas en la calle, bailes o procesiones.29 De este modo, el planteamiento de los objetivos estructurales, desde la conjunción presente-futuro hasta los valores que se quisieron realzar, estuvo cubierto de un manto lúdico imprescindible para que el mensaje se canalizara al resto de la sociedad. Se creó una nueva dimensión para la transmisión de ideas, que implicó en muchos casos el uso político de los rituales simbólicos, bajo la máscara de las conmemoraciones. De los «usos públicos de la historia, el político es el más determinante», según Juan Carreras y Carlos Forcadell.30 El estudio de la conjunción del papel del Ejército, la Administración y la educación, y su evaluación nos permitirá conocer la dimensión de la difusión del mensaje nacional. Otro factor que habría que tener en cuenta es que las conmemoraciones fueron hechos impuestos, es decir, no fueron fruto de una evolución, sino resultado de que una fecha fuera factible de ser recordada, al ser considerada benigna para la sociedad. El rito centraría su éxito o fracaso, en cuanto a aceptación y divulgación en la sociedad, en la operatividad simbólica del propio rito. Era una expresión que revalorizaba el sentimiento de pertenencia a una comunidad, sin anular el valor individual.31 Para Christian Demange, las conmemoraciones suponen la puesta en escena de un acto planeado, en todos sus detalles, tanto lo que aparece como lo que no, y legitiman un presente gracias al consenso de la sociedad, que previamente ha identificado los episodios y héroes que han de mitificarse.32 Toda la parafernalia que rodea al rito sería el objeto de la conmemoración, y el gesto conmemorativo que la rodea se erigiría como el proceso social de dicha materialización. El programa festivo ideado era la codificación de una historia determinada por el grupo que lo organizaba, por medio de la ritualización de los actos. El objetivo era demostrar una idea, una imagen que estuviera al servicio del propósito inicial. La cultura conmemorativa de finales del siglo  xix desarrolló una gran capacidad emotiva, donde los elementos que formaban parte de este tipo de 29   Baker, Edward. «La cultura conmemorativa», en José Álvarez Junco (coord.), Las historias de España. Visiones del pasado y construcción nacional, Barcelona, Crítica-Marcial Pons, 2013, p. 565. Como bien señala Edward Baker en este ensayo, las conmemoraciones «respondieron en lo sucesivo a las iniciativas de una amplia gama de intereses sociales encauzados a través de un variado abanico de instituciones; porque si es indudable que el impulso inicial para estas celebraciones provino de las más altas instancias del poder estatal, no tardaron en hacer acto de presencia en el escenario conmemorativo otras instituciones». Y estas instituciones (la Iglesia, los ayuntamientos, las asociaciones) trasladaron los mitos conmemorados al resto de la sociedad. 30   Carreras Ares, Juan José y Forcadell Álvarez, Carlos. «Introducción. Historia y Política: los usos», en Juan José Carreras Ares y Carlos Forcadell Álvarez (eds.), Usos públicos de la Historia, Madrid, Marcial Pons, 2002, p. 14. 31   Kern, Stephen. The Culture of Time and Space (1880-1918), Cambridge, Harvard University Press, 1983, p. 64. 32   Demange, Christian. El dos de mayo. Mito y fiesta nacional, 1808-1958, Madrid, Marcial Pons, 2004, p. 132.

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actos eran «técnicas de conmoción colectiva».33 Eran una muestra pública de la existencia y confirmación del ente social, pero que podría agotar su capacidad de interactuar en la sociedad. El político republicano José Canalejas afirmó, con motivo de las conmemoraciones de la Constitución de Cádiz de 1912, que «los festejos, los banquetes, las bambalinas y las decoraciones y los gallardetes resultaban al cabo demasiado eficaces y realmente son ya rutinarios y solo el mal gusto imperante los sigue autorizando».34 En este proceso de aceptación y comprensión de las conmemoraciones por parte de la sociedad, hemos de valorar el peso de la historiografía, que jugó un doble papel, tanto en la legitimación del Estado, como en la cohesión ideológica de los ciudadanos. Además, por otro lado, habría que tener en cuenta que la escuela podría erigirse como el lugar de transmisión de unos conocimientos educativos históricos que permitirían sustituir paulatinamente a la parroquia y a la religión, respectivamente, en su papel unificador.35 La apelación y uso de la historia permitió discernir la complicada y difícil realidad de la evolución de una conciencia nacional en la creación y asentamiento del Estado. Se puede incluso hablar de un listado de creencias y mitos que participaron en la elaboración de una identidad de un grupo. Las conmemoraciones podrían entrar dentro del decálogo de instrumentos que enseñaban la historia común a la sociedad a la que iba dirigida. Desde nuestro punto de vista, en el siglo xix, aquellos que participaban en el complejo entramado de las conmemoraciones proyectaban la presencia de la Historia con unos determinados objetivos: la conformación de una red que supusiera el ideario de la mentalidad colectiva. Es importante señalar que el arte era la representación plástica de los símbolos históricos nacionales; las academias distribuían el saber oficial y lo custodiaban; los museos eran los guardianes perpetuos de los objetos del pasado; y las conmemoraciones eran el canal de comunicación para llegar a los individuos.36 Según Ignacio Peiró, la cultura conmemorativa se hizo pintura, escultura, es decir, se transformó en manifestaciones artísticas utilizadas en monumentos y edificios públicos para ensalzar la memoria colectiva, dirigida desde las elites políticas y sociales.37 33   Michonneau, Stéphane. «Políticas de memoria en Barcelona al final del siglo  xix», Anna García Rovira (ed.), España, ¿nación de naciones?, Ayer, 35 (1999), p. 115. 34   Moreno Luzón, Javier. «Memoria de la nación liberal: el primer centenario de las Cortes de Cádiz», Carlos Dardé (ed.), La política en el reinado de Alfonso XII, Ayer, 52 (2003), p. 226. 35   Villares, Ramón. «Reflexiones sobre la Historia y su enseñanza», en Carlos Forcadell Álvarez (ed.), Nacionalismo e historia, Zaragoza, Instituto Fernando el Católico, 1998, p. 163. 36   González-Stephan, Beatriz. Fundaciones, canon, historia y cultura nacional. La historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo xix, Madrid, Ibe­roame­ ricana, 2002 (1997), p. 227. 37   Peiró Martín, Ignacio. «El tiempo de las esculturas: la construcción de la “Cultura del recuerdo” española durante la Restauración», en Carlos Forcadell Álvarez (coord.), Cultura y

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En este punto queremos abordar el concepto de memoria que se ha empleado en la historiografía contemporánea. La conmemoración, la cultura conmemorativa, implicaría una realidad, que a su vez aunaría dos conceptos: memoria e identidad.38 Pierre Nora hace una distinción entre los concep­ tos memoria e Historia: la memoria está viva, en continua evolución y es vulnerable; la Historia es la reconstrucción, siempre compleja, del pasado, es la representación del mismo.39 Josefina Cuesta ha apostado por una clara diferenciación entre ambos conceptos: «La historia entendida como un saber acumulativo con sus improntas de exhaustividad, de rigor, de control de los testimonios, de una parte; y por otra parte, la memoria de estos hechos pasados cultivada por los contemporáneos y sus descendientes».40 La memoria tendría un componente fundamental organicista, de los acontecimientos vividos, mientras que la Historia conceptualmente dividiría y organizaría el pasado.41 Eso sí, habría que tener muy en cuenta que el tiempo tamizaba la objetividad y realidad del hecho conmemorado, e impedía discernirlo con claridad, porque era interpretado según los objetivos, si es que los había, de aquellos que potenciaban su recuerdo. Jacques Le Goff señaló que la Historia es la forma científica de la memoria colectiva.42 La memoria se puede concebir como la capacidad de observar el pasado, y esto implicaría entonces tratar a la Historia como un garante social en los procesos modernizadores. Unido al mito y a la memoria tenemos el concepto de conmemoración, que se trataría de la institucionalización de los ritos que formaban parte de la memoria, con una gran capacidad de movilización en tanto en cuanto estuviesen insertados en el calendario, como un hecho cíclico.43 Se puede añadir un cuarto, el de conciencia nacional, es decir, la afirmación de pertenencia a una colectividad que posee una serie de instituciones, cultura e historia comunes, y, sobre todo, valores. En este libro abordaremos la conmemoración como un acto de recuerdo del pasado histórico, de una persona o un hecho, compartido por una entidad social, nacional o local, con unos objetivos múltiples, y a veces no compartidos por todos los agentes participantes, como hemos indicado al principio de este apartado. Vamos a utilizar el término política del recuerdo: en el centenario del monumento al Justiciazgo (1904-2004), Zaragoza, Editorial el Justicia de Aragón, 2004, p. 42. 38   Campos Matos, Sergio. Historiografía e memoria nacional, 1846-1898, Lisboa, Colibrí, 1998, pp. 55-57. 39   Nora, Pierre. «Between Memory and History: Les Lieux de Mémoire», Repre­sen­ tations, 26 (1989), p. 8. 40   Cuesta Bustillo, Josefina. «Memoria e Historia. Un estado de la cuestión», Josefi­na Cuesta Bustillo (ed.), Memoria e Historia, Ayer, 32 (1998), p. 204. 41   Cuesta Bustillo, Josefina. La odisea de la memoria. Historia de la memoria en España. Siglo xx, Madrid, Alianza, 2008, p. 35. 42   Le Goff, Jacques. El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Barcelona, Paidós, 1991 (1977), p. 225. 43   Bussy Genevois, Danièle, Guereña, Jean Louis y Ralle, Michel. «Introduction. Fêtes, sociabilités, politique dans l’Espagne…», p. 15.

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memoria colectiva cuando nos queramos referir a una cultura común, a una idea general compartida por los individuos de una comunidad nacional o un grupo social, pero sin querer referirnos a esta diferencia entre Historia y memoria que acabamos de indicar. Lo que sí hay que tener en cuenta es que los individuos que conforman una sociedad tienen una mayor capacidad de recordar aquellos hechos únicos que han sido repetidos a lo largo del tiempo, gracias a, por ejemplo, los centenarios, dado que proyectan una cierta convulsión en la propia sociedad.44 Desde las elites españolas políticas, en ocasiones, y sociales, en otras, se fomentaron las políticas del pasado porque se quiso reforzar una identidad local, regional o nacional. Las conmemoraciones también trajeron aparejadas beneficios económicos, o por lo menos, posibilidades comerciales. Aún más importante fue la consideración y la aceptación de que, aunque la cara comercial era de vital importancia, la buena consecución vendría de la intervención estatal. Sin el apoyo público, con unos objetivos más allá de los meramente financieros, la imbricación en la conciencia colectiva de una serie de valores nacionales no sería posible. Por eso, era muy necesaria la conjunción de ambos factores para que el resultado final fuera positivo. Los cambios económicos trajeron aparejados una necesidad de transacciones internacionales que podrían llevarse a cabo, de manera paralela, en las exposiciones universales, además de las consabidas muestras de las innovaciones de cada país. En la unión de ambas manifestaciones sociales, conmemoraciones y exposiciones, el Estado se reafirmaba con una identidad y singularidad únicas, tanto de cara al exterior como al interior.45 El nacimiento de este tipo de exhibiciones de carácter supranacional fue privativo de la segunda mitad del xix, aunque ya hubiese ejemplos anteriores.46 Fueron un producto típico de la nueva sociedad burguesa y fruto de la Revolución Industrial. Para Pascal Ory, las exposiciones universales no pudieron surgir más que en el siglo xix, por una triple revolución: económica, política y cultural.47 Es necesario recalcar la complejidad de las mismas, tanto por su origen como por su condición. Condición que se situaba dentro del campo de acción de la política exterior, donde la cultura se concibió como un intercambio que podría favorecer las dádivas diplomáticas. Según Paul Greenhalgh, las exposiciones motivaron reformas urbanas, atrajeron la mirada internacional sobre una ciudad y un país, arrui44   Pennebaker, James y Basanick, Becky. «Creación y mantenimiento de las memorias colectivas», en Denise Jodelet et al. (eds.), Memorias colectivas de procesos culturales y políticos, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1998, p. 32. 45   João, Maria Isabel. Memória e Império. Comemorações em Portugal (1880-1960), Lisboa, Fundação Calouste Gulbenkian – Fundação para a Ciência e a Tecnologia, 2002, pp. 12-15. 46   Sánchez Gómez, Luis Ángel. Un Imperio en la vitrina. El colonialismo español en el Pacífico y la Exposición de Filipinas de 1887, Madrid, CSIC, 2003, p. 300. 47   Ory, Pascal. «Naissance d’un phénomène», en Myriam Bacha (dir.), Les Expositions Universelles à Paris de 1855 à 1937, Paris, Action artistique de la ville de Paris, 2001, p. 33.

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naron el erario municipal y enriquecieron el bolsillo de unos cuantos, antes de desaparecer, por su propia condición efímera.48 Las conmemoraciones y las exhibiciones universales quedarían así unidas por el hecho de que la sociedad había cambiado y permitía la presencia de unos rituales que respondían, en cierto modo, a las nuevas cuestiones que se planteaban ante las consecuencias de la Revolución Industrial. La industrialización generó tal situación de precariedad dentro de las relaciones sociales que fue necesario buscar elementos que mantuvieran la cohesión social. Para ello se buceó en el pasado en busca de una idea de unidad nacional. Además, la emigración hacia los centros urbanos implicó la reunión en un mismo espacio de personas de distintas procedencias, no solo sociales, también geográficas, haciéndose más perentoria la necesidad de un eje de cohesión. Con las conmemoraciones se creaba un contexto distinto, nuevo, capaz de generar elementos de unión social imprescindibles para el desarrollo de esa sociedad. Lo privado y lo público se fusionaron de cara a potenciar la memoria colectiva. Hubo un atisbo de obsesión en la búsqueda del pasado perdido, manifestado por el auge de archivos y registros, por las conmemoraciones y, de paso, por la profesionalización de la historiografía.49 El sujeto histórico que aparecía tuvo la función de formar ciudadanos de acuerdo a unos valores específicos, que podrían entrañar un proceso de identificación con un parámetro nacional. La conmemoración presentaría la oportunidad de aproximar al ciudadano a una serie de valores.50 Se matizaban una serie de detalles y se resaltaba aquel episodio de interés o se ocultaba, bajo el pretexto de conseguir unos objetivos claros de cara al porvenir. La conmemoración, materialización de una identidad colectiva, facilitaba la movilización social de aquellos individuos que compartían un sentimiento común de pertenencia a un grupo, en este caso, la nación. Esta identidad podía cambiar con el tiempo, era mutable, pero tenía que ser el fruto consensuado de todos los agentes sociales que participaban de ella, aunque en diferente grado.51 Hablaremos de identidad nacional porque esta categoría tiene un carácter de subjetividad individual que le concede mayor operatividad.52 48   Greenhalgh, Paul. Ephemeral Vistas. The Expositions Universelles and World’s Fairs, 1851-1939, Manchester, Manchester University Press, 1988, p. 1. 49   Olick, Jeffrey K. «Memoria colectiva y diferenciación cronológica: historicidad y ámbito público», Josefina Cuesta Bustillo (ed.), Memoria e Historia, Ayer, 32 (1998), pp. 138-141. 50   Davallon, Jean, Dujardin, Philippe y Sabatier, Gérard. Le geste commémoratif…, p. 8. 51   Cruz, Rafael. «La cultura regresa al primer plano», en Rafael Cruz y Manuel Pérez Ledesma (eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea, Madrid, Alianza, 1997, p. 31. 52   Ballester Rodríguez, Mateo. «Sobre la génesis de una identidad nacional: España en los siglos xvi y xvii», Revista de Estudios Políticos (nueva época), 146 (octubre/diciembre 2009), p. 154

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Los miembros de la comunidad tampoco podían ser meros receptores de una idea de nación que provenía de los grupos sociales en el poder. Fue en este punto cuando entraba con fuerza la adhesión al sentimiento nacional individual; una vez inculcados los valores en la propia sociedad, se transmitían al exterior, dado que la propaganda hecha por un país se construía a partir de la comprensión del propio armazón de principios culturales e históricos compartidos.53 Por último, habría que señalar que las actividades culturales tuvieron un importante papel a la hora de establecer una política exterior, gracias a las acciones sociales culturales que habían sido desarrolladas por la organización de dichos programas conmemorativos. Ciertas conmemoraciones traspasaron los límites nacionales, como por ejemplo, las celebraciones por el recuerdo del descubrimiento de América que se llevaron a cabo tanto en Francia, como en Italia o Estados Unidos. Evidentemente, esto ocurría en aquellos recuerdos que no permitían una disensión y eran «amables» tanto para la nación anfitriona, como para aquellas que también querían reivindicar su papel de protagonismo compartido. El otro aspecto que se podría tener en cuenta sería que las elites políticas de los distintos países podrían interpretar la propia conmemoración de una manera adecuada a sus intereses. Para terminar este punto, queremos destacar la percepción que los políticos del periodo podrían tener acerca de los programas de la política del pasado que se llevaron a cabo, a través de las palabras, como ejemplo, pronunciadas, en 1856, por el político Cándido Nocedal, con ocasión de la solicitud de una subvención para la creación de la Biblioteca de Autores Españoles. No en vano, Nocedal afirmó que, mientras la inmortalidad de los grandes escritores, como Cervantes, Lope o Calderón, persistiese, la nación española continuaría existiendo.54 ¿Nacionalismo español o castellano? Los debates historiográficos en torno al concepto de identidad nacional y la relación con los nacionalismos periféricos En los últimos años se ha debatido con gran intensidad cuáles han sido los factores que influyeron en el programa de nacionalización por parte del Estado español en el siglo  xix, más concretamente en el periodo de nuestro estudio, es decir, los primeros treinta años de la Restauración. Por un lado, se 53   Niño Rodríguez, Antonio. «1898-1936. Orígenes y despliegue de la política cultural hacia América Latina», en Denia Rolland (coord.), L’Espagne, la France et l’Amérique Latine. Politiques culturelles, propagandes et relations internationales, xxe siècle, Paris, L’Harmattan, 2001, p. 34. 54   Peiró Martín, Ignacio. «Valores patrióticos y conocimiento científico: la construcción histórica de España», en Carlos Forcadell Álvarez (ed.), Nacionalismo e historia, Zaragoza, Instituto Fernando el Católico, 1998, p. 29.

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ha destacado la debilidad financiera del Estado, tanto por el escaso desarrollo económico, como por la incapacidad de actuación del sistema fiscal, que dificultó la puesta en marcha de políticas del pasado que hubieran permitido insuflar un sentimiento de adhesión a una identidad. La dificultad de crear una unidad estructural financiera provocó una fragmentación social y económica, regional y local, que no contribuyó precisamente a poner en marcha estos dispositivos de cohesión. La Administración careció del dinamismo necesario y fue un obstáculo a la hora de planificar un programa conmemorativo coherente. La voluntad política no se tradujo en un plan estructurado para transmitir a la sociedad los valores que debían regular la relación con la idea colectiva de nación por la falta de un consenso sobre cuáles eran los símbolos nacionales. Por otro lado, los canales utilizados por el Estado en otras naciones occidentales para dotar de mayor unión al cuerpo social, como el ejército y la escuela, en España estaban obstruidos por el aletargamiento del sistema político.55 El Estado liberal de la Restauración forzó unos parámetros que no concedieron espacio a ciertos cambios y comenzó a rechazarse el modelo centralista, a veces poco adecuado a la realidad, que en principio no debía implicar una negación de la idea unitaria identificada con la nación.56 En este debate sobre el nacionalismo, es muy importante tener en cuenta la discusión historiográfica en torno al concepto de nación. Para Ricardo García Cárcel, el término nación española comenzó a difundirse en el siglo xvi, entendiendo nación como «comunidad humana asentada en determinado territorio y diferenciada de otras comunidades coetáneas».57 Hasta ese momento la palabra nación tenía un sentido de origen. Fueron los humanistas los «que promocionaron el concepto de patria o nación con un sistema de valores adherido, en buena parte en confrontación con el Papado, un sistema de valores que conducirá hacia la apelación a la antropología [...] y la historia». Así, en España se comenzó a finales del siglo xvi a elaborar el término nación o patria, cuyo uso iba sujeto al conjunto hispánico. La promoción de la identidad unida a la nación irá relacionada con la exaltación de la lengua y la cultura hispánicas. Serán los dos elementos a destacar en la defensa del término.58 Uno de los debates que se ha generado en las últimas décadas en la historiografía es precisamente desde qué momento se puede hablar de na55   Balfour, Sebastian. El fin del Imperio Español (1898-1923), Madrid, Crítica, 1997, p. 181. 56   Esteban de Vega, Mariano y Morales Moya, Antonio. «Nacionalismo y Estado en España durante el siglo xx», en Mariano Esteban de Vega, Francisco de Luis Mar y Antonio Morales Moya (eds.), Jirones de Hispanidad. España, Cuba, Puerto Rico y Filipinas en la perspectiva de dos cambios de siglo, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2004, pp. 93-95. 57   García Cárcel, Ricardo. La leyenda negra. Historia y opinión, Madrid, Alianza, 1992, p. 108. 58   García Cárcel, Ricardo. La leyenda negra..., pp. 108-109. La cita aparece en la página 108.

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ción e identidad españolas. Siguiendo la estela de García Cárcel, Jesús Pérez-Magallón afirma de manera clara que la nación española no se «construyó» en un momento concreto en el que se definirían las pautas de la identidad española, encrucijada que algunos autores han cifrado durante la Guerra de la Independencia. Más bien se podría decir que la articulación constitucional que se realizó en Cádiz en 1812 provino de la existencia previa de un sentimiento de cohesión social en torno a dicha identidad.59 Las conmemoraciones eran la manifestación pública de la imagen nacional. Eran a la vez un aglutinante y un motivo de discusión de los valores que debían encarnar, puesto que se suponían reflejo de la propia idea de los límites nacionales. En España, durante este contexto cronológico, se interpuso en el desarrollo de la política conmemorativa, además de los enfrentamientos ideológicos sobre la idea de España que se debía festejar, la propia consideración de las elites políticas de que el sentimiento nacional era connatural en los ciudadanos del país. Esto posibilitó la entrada y apropiación por parte de ciertos sectores de una única imagen, que debía ser la que aglutinase la idea nacional. Justo Beramendi insiste en la idea de que la nación es un referente ideológico, es decir, una categoría de pensamiento que legitimaba el poder político en un ámbito territorial determinado, tras las revoluciones liberales. De naturaleza subjetiva, se objetivaría en el momento en que los miembros que componen la sociedad asumen la identidad nacional, es decir, que la conciencia nacional es la «que crea la nación y no al revés».60 Por ello, en España, al igual que en el resto de Europa, el siglo xix habría sido el siglo de la historia, por cuanto era necesaria una fundamentación historicista para presentar la nación como un ente que existía desde antiguo, para la creación de una conciencia en los ciudadanos de pertenencia a esta nación a través de los medios disponibles: educación, prensa, etc. Según la interacción de estos instrumentos, la conciencia nacional estaría más o menos asentada. Javier Moreno Luzón llamó la atención en el año 2004 sobre el interés de la historiografía acerca de la evolución y estudio del nacionalismo español, puesto que durante décadas fueron los nacionalismos regionales, como el catalán o el vasco, los que resultaron objeto de investigación.61 No solo eso, sino también destacó la importancia de ocuparse de lo que la historiografía francesa o italiana habían enfocado en sus estudios sobre nacionalismo relacionado con la identidad y memoria, refiriéndose a la obra dirigida por Pierre Nora, Les Lieux de Mémoire. Recoge los argumentos esgrimidos y defendidos en principio por autores como Juan José Linz, en la década de 59   Pérez-Magallón, Jesús. Calderón. Icono cultural e identitario del conservadurismo político, Madrid, Cátedra, 2010, p. 45. 60   Beramendi, Justo G. «Historia y conciencia nacional», José María Ortiz de Orruño (ed.), Historia y sistema educativo, Ayer, 30 (1998), p. 126. 61   Moreno Luzón, Javier. «Presentación», Historia y Política. Ideas, procesos y movi­ mientos sociales, 12 (2004/2), pp. 7-14.

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1970, con un artículo en el libro dirigido por Shmuel N. Eisenstadt y Stein Rokkan, Building States and Nations, o Borja de Riquer, teoría que retomó con fuerza José Álvarez Junco, insistiendo en que la fortaleza de los nacionalismos regionales fue incompatible con la defensa y elaboración de un nacionalismo español. José Núñez Seixas y Fernando Molina Aparicio apuntaron que en las convulsas décadas de los siglos xix y xx se dieron culturas políticas distintas, a veces divergentes e incluso contradictorias. De este modo, el modelo de elaboración de una identidad nacional no fue uniforme ni lineal en el tiempo. Por ello, estos historiadores proponen que se cuestione la supuesta debilidad del Estado español del siglo  xix y que se proponga otra interpretación.62 Javier Moreno Luzón insiste en que no se ha tenido en cuenta otro aspecto que ya habían señalado mucho antes Ramón Menéndez Pidal y Antonio Domínguez Ortiz sobre la idea de que España en realidad era una nación antigua, con rasgos de identidad cultural, geográfica y política, que desembocó en una opción política contemporánea. Habría que añadir a esta idea la anotación de Stanley Payne en la que afirma que España y Portugal fueron los dos últimos países de la Europa Occidental donde se vivieron procesos de nacionalismo más débiles y tardíos. Esto se debe, según Payne, al carácter de ambos como viejos imperios coloniales, ya en la época de la expansión colonial del resto de países europeos, y a su tardía modernización.63 Este punto de partida no tendría que ser ajeno a la formación y desarrollo de identidades locales y regionales. La idea de la debilidad del Estado español en el siglo xix, que puso en dificultad elaborar un programa para lograr la identificación de los ciudadanos con la idea de nación, va de la mano con la idea del fracaso de España en llevar a cabo una política económica de desarrollo, junto con el sentimiento pesimista creado por la pérdida del resto de las colonias de Ultramar; estos tres factores habrían contribuido en parte al fracaso de los procesos de nacionalización. Este planteamiento está cambiando hoy en día mediante la revisión de muchos de estos conceptos e ideas, como ha insistido Moreno Luzón. Por estas razones sería necesaria la revi62   Molina Aparicio, Fernando. «España no era tan diferente. Regionalismo e identidad nacional en el País Vasco (1868-1898)», Xosé M. Núñez Seixas (ed.), La construcción de la identidad regional en Europa y España (siglos xix y xx), Ayer, 64, Madrid, 2006, p. 197. 63   Payne, Stanley G. «Nationalism, Regionalism and Micronationalism in Spain», Journal of Contemporary History, 26 (1991), pp. 479 y ss., especialmente p. 483. Payne conduce la idea hasta las últimas consecuencias e insiste en la casi anulación de cualquier proyecto de nacionalización por parte del Estado español en la época de la Restauración. Los factores por los cuales Payne retrasa tanto la aparición del nacionalismo español fueron los siguientes: su independencia desde el siglo xi, la tradicional configuración de la Monarquía con una débil centralización, la identificación de la cultura y tradición con la religión católica, sin haber conflictos con otras confesiones, la falta de enemigo exterior, su posición geográfica, la pervivencia del liberalismo más clásico, disminuyendo así las pretensiones militares, y la lenta modernización económica y social.

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sión de la perspectiva con la que se analiza el caso de España en torno al nacionalismo, y los fracasos y éxitos de los intentos por parte del Estado de honrar a los héroes mediante los centenarios, o de entrar en la era moderna de las exposiciones universales. Si en los últimos años se ha revisado por parte de la historiografía la historia económica y política, ahora hace falta revisar los procesos y canales de transmisión de la idea de identidad nacional. No se puede obviar la celebración de la Exposición Universal en Barcelona en 1888 como una muestra de un nuevo proceso social y político, puesto que la participación de la población en este acontecimiento se puede asociar claramente a un comportamiento de la sociedad de masas. En este punto, además, habría que tener en cuenta el conflicto ideológico propiciado por el enfrentamiento entre el programa liberal y el proveniente de los tradicionalistas. A pesar de los puntos convergentes, como la definición de la patria por medio de la exaltación de la lengua castellana y la religión católica, finalmente se excluyeron, por ambas partes, los componentes de un patriotismo puramente cívico.64 Para Inman Fox, cuya idea entra dentro de la estela de la defendida por José Álvarez Junco, se «creó» una identidad nacional necesaria para apoyar la política liberal elaborada en la segunda mitad del siglo  xix y principios del xx, con la idea expresa de que la lengua, la literatura y el arte eran las expresiones que definían el espíritu del pueblo, componentes de esa identidad. Para este autor, el nacionalismo quedó fuertemente vinculado a la cultura, que habría que circunscribirla a la interpretación de la conciencia colectiva que proviene de las imágenes dadas para ordenar el comportamiento y definir el pensamiento a fin de integrar al individuo en la sociedad. El nacionalismo impondría a la nación la identificación de los miembros de dicha comunidad con una cultura común, construida sobre un armazón de «artefactos» culturales como la historia, la literatura o el arte. Incide en la idea de que la construcción de una identidad nacional española a finales del siglo xix tuvo mucho que ver con el fracaso de la Restauración en ese momento. Este hecho habría marcado la necesidad de la regeneración del país. Fox deja bien claro que hubo una invención de la identidad nacional tanto para apoyar la política liberal como para definir las características de la cultura española. Y la definición de esta cultura nacional ayudaría a establecer las bases de la tan necesaria regeneración nacional, porque una vez entendido el pasado, sería más fácil arreglar el presente. Además, insiste en la idea de que se inventaron banderas y fiestas nacionales, himnos y ceremonias para sustituir a los viejos rituales reales. En el caso, continúa Fox, de que las banderas ya existiesen, se podía cambiar de sentido a ciertos emblemas y discursos. Fue en ese momento cuando la lengua se erigió como el verdadero baluarte de unión y cohesión social.65   Moreno Luzón, Javier. «Presentación…», p. 12.   Fox, E. Inman. La invención de España. Nacionalismo liberal e identidad nacional, Madrid, Cátedra, 1997, pp. 11-12 y 21-23. 64 65

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Otros historiadores, como Carlos Forcadell, han mencionado, en esta misma dirección, que la elaboración, la construcción de un pasado fue acorde a la nueva nación y al nuevo Estado liberal.66 Es decir, se apuesta por la elaboración en este siglo de unas coordenadas novedosas que acogieran el nuevo concepto de nación. La pregunta que se podría plantear ante esta apuesta historiográfica sería cómo podría explicar ante este hecho la elección en los programas oficiales conmemorativos de las imágenes que eran propias de un pasado, adjetivado como glorioso, del que supuestamente eran partícipes todos los miembros de la comunidad nacional, si la identidad nacional se concibió como un punto de partida, y no como fruto del desarrollo del pasado. Borja de Riquer señaló a mediados de la década de los noventa del siglo  xx como se había obviado el estudio del nacionalismo español por el estudio único de los nacionalismos regionales, al igual que Moreno Luzón unos años más tarde. Para Riquer, los nacionalismos catalán y vasco, que empujaron con fuerza en las últimas décadas del siglo  xix, no solamente fueron fruto de las particularidades regionales, culturales y lingüísticas, sino que también se debieron a una reacción ante los planes de difusión de una idea concreta de identidad nacional por parte de los gobiernos liberales. Uno de los problemas fue la identificación del nacionalismo español con el nacionalismo castellano, sin tener en cuenta y excluyendo el resto de sentimientos regionales. Como este discurso castellano parecía haber sido el lanzado por las instituciones estatales, pudo haber provocado el rechazo de aquellos que no se identificaban con él, como catalanes, vascos o gallegos, que reivindicaban una diversidad y no una única idea de unidad. Por otro lado, los conservadores pensaron que la idea de nación no había de discutirse, puesto que la patria no se votaba. El artífice de la Restauración, Antonio Cánovas del Castillo, consideraba la formación de la nación desde tiempos inmemoriales, sin dar voz al pueblo.67 El discurso de la izquierda veía una debilidad en el propio sistema de la Restauración y en la propia monarquía, dada la exclusión de las clases medias y populares. Aun así, Riquer insiste en que es el papel del Estado, su acción y su verdadero alcance lo que no ha sido estudiado con 66   Forcadell, Carlos. «El mito del justicia en el imaginario del liberalismo español», en Pere Anguera et al., Simbols i mites a l’Espanya Contemporània, Reus, Centre de Lecture de Reus, 2001, p. 211. 67   Riquer i Permanyer, Borja. Escolta Espanya.La cuestión catalana en la época liberal, Madrid, Marcial Pons, 2001, p. 264. No solo fue Cánovas del Castillo, ya que —como Riquer insiste— gran parte de la historiografía liberal del siglo xix identificó la Historia de España con una historia del hecho nacionalista, que no era necesario analizar el movimiento nacionalista de manera específica. Consideraban incuestionable la existencia desde antiguo de una nación española. Y en esta historiografía incluye a autores desde Modesto Lafuente hasta Rafael Altamira. Sin embargo, este pensamiento no se limitaba tan solo a los historiadores, también la elite política e intelectual estaba convencida, siempre según Riquer, de la existencia sin cuestionamiento de una conciencia nacional española.

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la misma intensidad que los otros nacionalismos.68 Además, parte también de la idea de que el nacionalismo es un «fenómeno político y social eminentemente contemporáneo».69 Por ello, niega categóricamente las teorías de que la nación era una realidad previa. Para este historiador, los nacionalismos «son el fruto de las movilizaciones provocadas por unos nuevos agentes políticos que no encuentran respuesta satisfactoria dentro del Estado liberal».70 Es decir, hasta después de la Guerra de la Independencia, no hubo un sentimiento nacional español, sino que es el fruto de la llegada de los sistemas políticos liberales. Esta primera premisa es completada con una segunda que no es otra que la nacionalización española fue superficial, y esto habría provocado «una débil conciencia de identidad española».71 Esta identidad ciudadana estuvo lastrada por la nostalgia hacia el pasado, y se consideraba que con la visión de los hechos heroicos históricos era suficiente, sin ninguna ambición de cara al futuro. Los procesos de nacionalización se cumplen cuando la nueva cultura nacional es asumida por la sociedad, sobre todo cuando es vista como ventajosa con respecto a la situación anterior. Todo esto era fruto, según Riquer, de la idea de que, desde la Constitución de 1812, se daba por supuesta la existencia de una nación, que implicaba la no preocupación por fortalecer ideológicamente a los ciudadanos en el sentimiento de identidad. A lo largo del siglo xix se fue imponiendo un nacionalismo español de corte conservador, tradicional y católico cuya idea previa era que la nación española era un resultado inmutable y sobre todo incuestionable, de corte organicista. Frente a esto, la visión progresista concebía la nación como un proyecto que, si bien tenía una conexión con el pasado, podía ser tildado de nuevo. La nación se organizaría gracias a la labor de los ciudadanos, y en ninguna de las interpretaciones de este nacionalismo español liberal se pensaba que el marco estructural de la nación rompía con la identificación con el propio Estado.72 Por otro lado, el papel de la Iglesia fue ambivalente. En los años centrales del siglo xix la jerarquía eclesiástica optó por una posición antiliberal. En los años en los que los moderados y conservadores tomaron el poder la situación no cambió. Los grupos políticos dejaron en manos de la Iglesia la labor de crear la simbología de la nación española. Por esta razón, las manifestaciones patrióticas no pudieron dotarse de un carácter secularizado y liberal, identificado con el progreso, sino todo lo contrario. Riquer concluye que no fue el auge de los nacionalismos regionales la causa por la cual el 68   Riquer i Permanyer, Borja. «La débil nacionalización española del siglo xix», Historia Social, 20 (1994), p. 98. 69   Riquer i Permanyer, Borja. «El surgimiento de las nuevas identidades contemporáneas: propuestas para una discusión», Anna García Rovira (ed.), España, ¿nación de naciones?, Ayer, 35 (1999), p. 24. 70   Riquer i Permanyer, Borja, «El surgimiento de las nuevas identidades contem­porá­ neas…», p. 24. 71   Riquer i Permanyer, Borja. «La débil nacionalización española…», p. 99. 72   Riquer i Permanyer, Borja. Escolta Espanya…, p. 269.

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nacionalismo español fracasase, sino que el escaso éxito de este proyecto hizo que estas regiones incentivasen su propio nacionalismo, sobre todo a partir de 1898, cuando se hizo evidente la escasa cohesión social ante el Desastre. Es decir, se hablaría del fracaso de crear una identidad nacional fuerte, que contemplase una modernización social, política y económica del país, que hubiera podido hacer frente a la pérdida de las últimas colonias. Uno de los aspectos más interesantes que destaca Riquer es que, además de un cierto fracaso político-económico, aunque el régimen de la Restauración política ofreció ciertos cambios, la idea nacional concebida a principios del siglo xix no se modificó en absoluto. El problema fue que sí hubo un proyecto de nueva construcción nacional, a partir del concepto de la identificación de los ciudadanos que, aunque no cuestionaba la preexistencia de una nación española, sí enfatizaba el hecho de forjar un proyecto nuevo. Esta idea fue defendida por los sectores más liberales, sobre todo de pensamiento republicano, pero que fue simplemente aislado de la vida política y cultural oficial.73 A principios de los años noventa del siglo xx, Borja Riquer y Juan Pablo Fusi se enzarzaron en un debate acerca del enfoque y del estudio de los nacionalismos y regionalismos, así como de los nuevos puntos de vista que habían de tratarse.74 Riquer defendió que la historiografía oficial durante el siglo xix y parte del xx ha guiado sus escritos por la idea de la unidad nacional. No se cuestionó, ni siquiera, la posibilidad de una nueva visión, sino que se planteaba que los nacionalismos periféricos eran simplemente un problema en la trayectoria nacional. Los historiadores de las distintas regiones, para defender su posición, entraron de lleno en la idealización y mitificación de sus propias bases. Esto produjo un antagonismo entre la historiografía regionalista, adjetivada de progresista, y la historiografía nacional española, tachada de lo contrario. Habría que estudiar la incapacidad de adaptación y el inmovilismo del nacionalismo español a las nuevas situaciones sociales que se estaban dando. La preocupación de las elites por controlar a las masas, de mantener una relación con la Iglesia, de no cuestionar el pacto con los gobernados hizo que muchos españoles no se identificaran con el proyecto colectivo nacional que se daba por supuesto, puesto que se creaba desde arriba e ignoraba otras realidades preexistentes. El inicio del siglo  xx asistió a dos cambios: a la progresiva apropiación del nacionalismo español por parte de las corrientes más reaccionarias y a la falta de elaboración de un discurso alternativo por parte de otras fuerzas ideológicas. Entonces, Riquer difiere con Fusi en la insistencia de este último por estudiar 73   Riquer i Permanyer, Borja. «La débil nacionalización española…», pp. 106 y ss., especialmente 112 y 113. 74   Riquer i Permanyer, Borja. «Sobre el lugar de los nacionalismos-regionalismos en la Historia Contemporánea Española», Historia Social, 7 (1990), pp. 105-126. Fusi Aizpúrua, Juan Pablo. «Revisionismo crítico e historia nacional (a propósito de un artículo de Borja de Riquer)», Historia Social, 7 (1990), pp. 127-134.

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la historia española nacional sin conceder un ápice de investigación a los nacionalismos. Para Riquer esto no tiene sentido, puesto que no se podría construir una historia nacional no nacionalista.75 Fusi afirma que Riquer está de acuerdo con él en que el nacionalismo español del siglo  xix fue lo suficientemente débil como fuerza de integración social, en una España poco cohesionada económica, administrativa y socialmente. Pero Riquer acentúa que esta debilidad del Estado se debió ante todo a la clase política, y Fusi lo matiza. Para Fusi España, a la altura de 1900, era ya una entidad cohesiva y vertebrada. La aparición y consolidación del nacionalismo español exigió la urbanización del país, un mercado único, la ampliación del sistema de educación y la expansión de los medios de comunicación de masas, hecho mostrado en la crisis del 98, no como provocante sino como reflejo de estos cambios. El fortalecimiento de los nacionalismos vasco y catalán sería otra prueba de que el proceso de integración nacional se habría casi completado. En definitiva, para Fusi las teorías de Riquer y las suyas son complementarias: Riquer insiste más en la idea de que la peculiaridad de las elites políticas tuvo mucho que ver en esta evolución del nacionalismo español y Fusi más en que la evolución social y la adaptación del sistema económico y social derivaron en esta ideología nacionalista. La evolución de ambas y su complementariedad, según Fusi, dieron como resultado la compleja ideología nacionalista.76 España fue, junto con Francia e Inglaterra, una de las primeras entidades nacionales en Europa. La identidad nacional ha ido evolucionando, puesto que no es permanente. Eso sí, la nación como comunidad imaginada fue una invención del nacionalismo político del siglo xix. El nacionalismo concebido como idea, como sentimiento de colectividad, donde la nación era la depositaria de la soberanía, no aparece sino hasta finales del siglo  xix.77 Es decir, está de acuerdo con Riquer en que la noción de nación, como ha llegado hasta hoy, es herencia del pensamiento político del siglo xix, pero matiza el concepto de entidad de nación, entendiendo que sí podemos hablar de ella antes del siglo  xix, pero con unas características distintas. Para Fusi, España surgió a principios de la Edad Moderna como arquetipo de nación, pero la cuestión nacional y los problemas de los nacionalismos periféricos surgieron en el siglo xix con la creación de los Estados nacionales, y lo que es más importante, con lo que traía aparejado: la opinión pública, periódicos, elecciones, en el fondo, el despertar de la sociedad de masas.78 Uno de los problemas por los que el Estado fue débil en la acción vertebradora nacional fue el fuerte peso del localismo, con una arraigada fragmentación social y económica; la nacionalización se confundió con   Riquer i Permanyer, Borja, «Sobre el lugar de los nacionalismos…», p. 116.   Fusi Aizpúrua, Juan Pablo. «Revisionismo crítico e historia nacional…», pp. 127 y ss. 77   Fusi Aizpúrua, Juan Pablo. España. La evolución de la identidad nacional, Madrid, Temas de Hoy, 2000, p. 23. 78   Fusi Aizpúrua, Juan Pablo, España. La evolución…, p. 47. 75 76

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la centralización, pero esta no funcionó por las fuerzas que tiraban en otras direcciones.79 José Álvarez Junco afirma también, siguiendo la línea de Riquer, que las naciones «no han sido realidades constantes en la historia humana, sino que se trata de un fenómeno reciente, de alguna manera a la llegada de la modernidad».80 Para Álvarez Junco antes de las revoluciones liberales, donde el pueblo pasó a ser el titular de la soberanía, no hubo Estados nación, sino formulas políticas diversas que englobaban a poblaciones de distinto origen. Por eso, cuando pasó a ser concebido el Estado nación, los políticos reinterpretaron el pasado para dar una coherencia a ese presente, una legitimidad. Una vez que los hombres de la Edad Moderna comenzaban a confundirse, en el sentido de identificarse, con la estructura política, el término patria aumentó en tamaño, es decir, del sitio donde se nacía pasó a ser un patriotismo étnico de identificación con los semejantes, en opinión de Álvarez Junco. La identidad española giró en torno a la monarquía. Y el nacionalismo surge una vez que el pueblo adopta la soberanía. Sobre la base de exaltación del patriotismo étnico se edificarían los pilares del nacionalismo.81 Por otro lado, García Cárcel matiza que, tras la Guerra de la Independencia, el concepto de patria se referirá «al marco local de procedencia», y el término nación «se cargará de trascendencia, refiriéndose básicamente a España».82 Aquí se engloba, en este proceso, el carácter instrumental de los mitos nacionales dentro de las corrientes nacionalistas, en ese proceso de elaboración de las identidades nacionales que aprovecharon múltiples instrumentos para ese fin. Álvarez Junco insiste en que durante la Edad Moderna ya se hablaba de nación para referirse a grupos humanos que compartían el lugar de nacimiento y una lengua;83 para él, este concepto se modificó en el siglo xix y es en este punto donde coincide con Fusi y difiere de Borja de Riquer. Pero Álvarez Junco insiste en que ya la identidad española existía desde hacía mucho tiempo, que junto con la inglesa y francesa son las identidades de este tipo más antiguas de Europa, pero que el sentimiento nacional español no lo podemos encontrar hasta el siglo xix, hasta después de la Guerra de la Independencia.84 Como él mismo afirma, «el patriotismo étnico pasó, pues, a ser plenamente nacional, al menos entre las élites, justamente 79   Fusi Aizpúrua, Juan Pablo. «Centralismo y localismo: la formación del Estado español», en Guillermo Gortazar (ed.), Nación y Estado en la España liberal, Madrid, Nóesis, 1994, p. 79. 80   Álvarez Junco, José. «Elites y nacionalismo español», Política y Sociedad, 18 (1995), pp. 94-95. 81   Álvarez Junco, José. Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo  xix, Madrid, Taurus, 2003 (2001), p. 62. 82   García Cárcel, Ricardo. «Introducción», en Ricardo García Cárcel (coord.), La construcción de las Historias de España, Madrid, Marcial Pons, 1994, p. 29. 83   Álvarez Junco, José. «Elites y nacionalismo español…», pp. 95-96. 84   Álvarez Junco, José. Mater Dolorosa…, p. 45.

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en el curso de la guerra antinapoleónica; y ello [...] fue obra indiscutible de los liberales».85 El nacionalismo del siglo  xix dio un paso más, puesto que esta identidad colectiva pasó a ser la depositaria de la soberanía y los discursos tenían que cambiar. Por eso, las elites políticas decimonónicas tuvieron que recurrir a una serie de símbolos identificadores que aludían a un pasado glorioso, donde todos los mitos y ritos alcanzaron un cierto grado de sacralidad. La identidad española, antecedente de la identidad nacional, tuvo a la monarquía como eje vertebrador de la futura nación. De este modo, en el siglo xix, el régimen liberal intentó crear una forma alternativa de cohesión a partir de la creación de ciertos símbolos patrióticos, tradiciones y conmemoraciones, como en el resto de las naciones europeas. Aun así, el enfrentamiento entre centro y periferia no tenía que ser el único resultado, sino que fue el desarrollo de la compleja relación entre la idea hegemónica nacional identitaria y la propia local, que en determinados casos fue acompañada de un gradual sentimiento regionalista.86 Para Álvarez Junco, en la denominada «época de los nacionalismos», España era inmensamente frágil.87 Por último, en esta línea, en 1997, Xosé Núñez Seixas también reivindicó la necesidad de realizar estudios sobre el nacionalismo español dada la poca entidad de estos estudios dentro del programa historiográfico español, en comparación con los nacionalismos regionales.88 Destaca como problema la dificultad de hacer un estudio del nacionalismo español, porque se trataría de una investigación del nacionalismo de Estado e implicaría la complejidad de aunar elementos políticos, sociales y culturales. La necesidad de rastrear en distintos campos de estudio dificulta la acotación de la misma investigación; es una manifestación diferente a la de los nacionalismos regionales, que reivindican una serie de derechos precisamente por no tener Estado.89 Por otro lado, Eric Storm sostiene que los factores por los que esta «nacionalización de las masas», es decir, la puesta en funcionamiento de una identidad nacional basada en la compleja gama de conmemoraciones, se debilitara se deben al desánimo que cundió tras el Desastre de 1898, y en segundo lugar, por el engranaje político del sistema de turnos de partidos, que   Álvarez Junco, José. Mater Dolorosa…, p. 129.   Fradera, Josep M. «Bajar a la nación del pedestal», en Carlos Forcadell (coord.), Cultura política del recuerdo: en el Centenario del Monumento al Justiciazgo (1904-2004), Zaragoza, El Justicia de Aragón, 2004, pp. 37-40. 87   Álvarez Junco, José. «The Nation-Building Process in Nineteenth-Century Spain», en Clare Mar-Molinero y Angel Smith (eds.), Nationalism and the Nation in the Iberian Peninsula, Oxford, Berg, 1996, p. 89. 88   Núñez Seixas, Xosé M. «Los oasis en el desierto. Perspectivas historiográficas sobre el nacionalismo español», Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 26 (1997), pp. 483 y ss. 89   Núñez Seixas, Xosé M. «Proyectos alternativas de nacionalización de masas en Europa Occidental (1870-1939), y la relativa influencia de lo contingente», en Edward Acton e Ismael Saz (eds.), La transición a la política de masas, Valencia, Universitat de València, 2001, p. 97. 85 86

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no necesitaba la movilización de la sociedad para obtener el apoyo con el que auparse en el poder.90 En esta línea Carlos Dardé apunta la idea de que la «intensidad del nacionalismo» no parecía muy fuerte en la sociedad de la Restauración, dado que prevalecían las manifestaciones de pertenencia a un grupo social, más que a una entidad mayor como la propia nación. La sociedad estaba marcada por la indiferencia.91 A esto habría que añadir las diferencias regionales dadas en parte por la poca diversificación de la industrialización en Cataluña y poco después en el País Vasco, que provocaron que esta industria estuviese muy expuesta a cualquier crisis económica cuando el mercado interior no podía absorber la producción. Las diferencias fueron aumentando a medida que no se aplicaban soluciones de mejora del sistema económico. Por ello, historiadores como Carlos Dardé han incidido en que la debilidad en el proceso de refuerzo de un sentimiento unitario nacional, cuando las diferencias eran abismales, fue dado tanto por el desarrollo de la sociedad española como por el planteamiento económico. Esta visión se ha visto revisada por otros autores, como Raimundo Cuestas, que propone que en el siglo xix español el factor nacionalista se intensificó, dotó de cuerpo a la nación, y esta pasó a ser un sujeto muy activo.92 Así pues, las distintas corrientes historiográficas sobre la evolución del nacionalismo español y de los nacionalismos regionales que hemos detallado en este punto dejan un espacio para el debate sobre la funcionalidad y efectividad de las conmemoraciones en la sociedad española, que pasaba, con paso vacilante, a ser definida como sociedad de masas. Es en este contexto donde analizaremos el alcance de los programas conmemorativos que rememoraban las gestas y los personajes de la Edad Moderna, y que se sucedieron con resultados dispares. No en vano, Salvador Bernabeu, con motivo del V Centenario del Descubrimiento de América en 1992, denunció la falta de estudios sobre las conmemoraciones centenarias en la historiografía española.93 Parece que se había obviado —hasta la aparición de las investigaciones de historiadores como Ignacio Peiró, a raíz del centenario del inicio de la Guerra de la Independencia, o Stéphane Michonneau, sobre la política del recuerdo en Barcelona— el papel de las conmemoraciones y las exposiciones como canales de interrelación entre la idea que sobre la nación y su pasado se tenía tanto en los medios gubernativos oficiales como en la propia sociedad, y los problemas y avances que evidenciaron su puesta en escena.   Storm, Eric. «Las conmemoraciones de héroes nacionales…», pp. 103-104.   Dardé, Carlos. «Cánovas y el nacionalismo liberal español», en Guillermo Gortazar (ed.), Nación y Estado en la España liberal, Madrid, Nóesis, 1994, p. 231. 92   Cuesta Fernández, Raimundo. Sociogénesis de una disciplina escolar: la Historia, Barcelona, Pomares-Corredor, 1998, p. 99. 93   Bernabeu Albert, Salvador. 1892: el IV Centenario del descubrimiento de América en España, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1992, p. 27. 90 91

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Este libro se divide en seis capítulos. Los dos primeros estarán dedicados tanto al desarrollo del concepto de conmemoración, y sus implicaciones, como a los símbolos y mitos españoles, con un especial enfoque en su tratamiento en las décadas de las que se ocupa este estudio. Para comprender estos puntos, también explicaremos el contexto social, económico y político de las primeras décadas del periodo de la Restauración española, entre 1875 y 1905. A lo largo de los capítulos 3, 4, 5 y 6 trataremos el cuerpo principal de la investigación, es decir, la conmemoración de los centenarios del fallecimiento de Calderón de la Barca, del descubrimiento de América y de la publicación de El Quijote, además del capítulo dedicado a la Exposición Universal de Barcelona. Estos cuatro acontecimientos clave que marcaron y estructuraron la política conmemorativa de este paso del siglo  xix al xx, y que fueron además el reflejo de los cambios operados en la sociedad española, tendrán un enfoque muy distinto al de otras investigaciones en este campo, gracias al énfasis puesto en el trabajo de búsqueda documental en distintos archivos españoles, portugueses, franceses e ingleses. Estas fuentes hasta el momento han sido poco tratadas para el estudio de las conmemoraciones culturales, dado que la historiografía en este campo se ha centrado principalmente en otras fuentes, también muy importantes, como los periódicos, las revistas y fuentes documentales impresas.

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CAPÍTULO 1 LA CONMEMORACIÓN HISTÓRICA EN ESPAÑA ENTRE 1875 Y 1905: EL RECUERDO DEL PASADO

1. Las conmemoraciones históricas en España entre 1875 y 1905: la «necesidad» de festejar el pasado La denominada memoria colectiva, es decir, la conciencia de compartir un pasado común, asumió, para algunos historiadores, el papel definitorio de la nación, ya que, según esta teoría, unía las características del pasado y las explicaciones que regían ese presente para la persecución de un objetivo en el futuro.1 Las adjetivadas políticas de memoria, o políticas del pasado, contienen dos aspectos interesantes dentro de su propio concepto: por un lado, implican una autoridad, cuya idea es la transmitida dentro de la sociedad a través de conmemoraciones y monumentos; por otro lado, este hecho concreto es recibido por la sociedad, y es asumido e incorporado, tanto al cuerpo social como al espacio físico de los países.2 Una de las consecuencias de la Revolución Industrial en los países occidentales fue la de elaborar programas con carácter de solidaridad colectiva, como las conmemoraciones de corte cultural, porque previamente se habían roto los lazos de unión tradicionales.3 Era un modo de reforzar los sentimientos nacionales de lealtad al Estado. José Álvarez Junco ha puesto en relación el concepto conmemorativo con la idea de nacionalismo explicada en 1960 por Elie Kedourie, jalonada por una serie de obras en las últimas décadas, en la que la identidad nacional no se considera una realidad natural, sino una creación artificial, como indicamos en la introducción. El sentimiento nacional no sería connatural en los   Carrasco Martínez, Adolfo. «El pasado elocuente...», p. 88.   Michonneau, Stéphane. «Políticas de memoria...», p. 103. 3   Mosse, George L. La nacionalización de las masas…, p. 271. 1 2

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ciudadanos, sino que había de ser adquirido o inculcado de distintas maneras, desde el sistema de educación hasta la puesta en marcha de una política conmemorativa destinada a la conciencia colectiva.4 Algunos historiadores que siguen esta corriente historiográfica afirman categóricamente el nacimiento de las naciones en este siglo, y para ello era necesario, sin dilación, inventar una herencia que legitimase este proceso. La disyuntiva podía aparecer en el momento en que la conmemoración fuese acaparada por un grupo sin generalizarlo a todo el conjunto social. El deseo de consolidar una historia pasada en honor de la aceptación de una identidad nacional corrió a cargo, como en otros lugares de Europa, de la ideología liberal en el siglo xix; muchas veces a cargo de españoles exiliados en otros lugares de Europa, donde pudieron aprehender la bravura y el deseo de independencia que los movimientos románticos achacaron a los españoles. Se comprendió que, al igual que en Francia e Inglaterra, hacía falta una versión histórica de la vida nacional, de acuerdo a los intereses liberales. Stéphane Michonneau apunta, por un lado, la necesidad de rebajar la sobrevaloración en España de las denominadas políticas de memoria, es decir, de los proyectos que, por ejemplo, desde el poder político querían transmitir, a través de la educación, exposiciones o conmemoraciones, al conjunto de los ciudadanos.5 Otro factor a tener en cuenta, junto a los programas elaborados por el Estado español en el último tercio del siglo  xix y principios del siglo  xx, fue que no hubo una única política conmemorativa, sino que la so­ ciedad compartió múltiples mitos y símbolos que habían de recordarse en distintas esferas: individual, familiar, local, regional o nacional. Estas dos premisas son indispensables para comprender la capacidad de comunicación de la conmemoración, que no implicarían necesariamente una negación del deseo latente de difusión de una cultura nacional de reconocimiento unitario. Al lado del inciso hecho por Michonneau, Mariano de Esteban señala el cierto esfuerzo de las elites liberales en esbozar una identidad nacional española a través de la literatura o pintura, para difundir de este modo un concepto «genérico de patriotismo españolista».6 Lo que analizaremos a partir de ahora serán las manifestaciones de esta cultura conmemorativa que en el siglo xix se dieron para el reforzamiento de la identidad nacional española, con múltiples resultados, que abarcaron desde la inauguración de monumentos, la contemplación de exposiciones y la dotación de premios hasta la celebración de centenarios y certámenes internacio4   Álvarez Junco, José. Mater Dolorosa…, pp. 14-15. Esta visión se ha denominado instrumentalista, cuyos máximos defensores en la historiografía internacional han sido Eric Hobsbawm, Benedict Anderson o Eugen Weber. 5   Michonneau, Stéphane. Barcelona: memòria i identitat…, p. 16. 6   Esteban de Vega, Mariano. «Decadencia, “Desastre” y Regeneración en la España de fin de siglo», en Mariano Esteban de Vega y Antonio Morales Moya (eds.), Los fines de siglo en España y Portugal, Jaén, Universidad de Jaén, 1999, pp. 69-70.

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nales. La capacidad evocadora de exaltación patriótica de las conmemoraciones podía ser rebajada por la conjunción de tres factores: la proliferación excesiva de soportes de difusión, la falta de sentimiento de afinidad a otros grupos y la falta de proyectos desde el Estado para una integración en un sentimiento común. Estas argumentaciones provocaron el efecto contrario. Es decir, el aumento del número de conmemoraciones no implicó una mayor capacidad de atracción, porque podía romper la conexión con las supuestas verdaderas necesidades y mecanismos de interactuación. En España, un cuarto problema en los procesos de elaboración de un programa conmemorativo fue, precisamente, la escasa capacidad de planificación. Esto no se traduce en la negación del desarrollo del Estado español en las últimas décadas del siglo xix, dado que fue tornándose más complejo: la Administración pública iba adaptándose a las nuevas necesidades económicas y sociales; la red ferroviaria fue extendiéndose; los núcleos urbanos crecieron y demandaron una serie de mejoras en la comunicación e higiene, entre otros puntos.7 Fue en este proceso de adaptación y crecimiento donde las conmemoraciones podían conferir un armazón cultural y legítimo de todos los procesos que se estaban llevando a cabo, y dotar de este modo de cohesión política y territorial al Estado. Junto con la labor estatal, la sociedad civil no fue una simple receptora de los mensajes transmitidos por las conmemoraciones, sino que fue protagonista, a través de la actuación de las instituciones burguesas privadas, al modo de ligas, cámaras de comercio, ateneos o círculos.8 Eran espacios de sociabilidad que ejercieron un papel protagonista. Estas instituciones se multiplicaron en España en el siglo xix erigiéndose como canales de comunicación hacia formas culturales que, a su vez, fueron impulsadas desde las mismas.9 Algunos historiadores, como Salvador Bernabeu, han afirmado que en muchas ocasiones su participación vino dada por la escasez de iniciativas estatales.10 Es verdad que estas instituciones tuvieron una gran acción con respecto a las conmemoraciones, y sus iniciativas, como veremos en los siguientes capítulos, no fueron pocas. Las conmemoraciones adquirían su valor en el momento en que eran institucionalizadas por un grupo, normalmente en el poder, incluidos este tipo de organismos.  7   Moral Ruiz, Joaquín del, Pro Ruiz, Juan y Suárez Bilbao, Fernando. Estado y territorio en España, 1820-1930, Madrid, Catarata, 2007, p. 12.  8   Guardia Herrero, Carmen de la. «Las culturas de la sociabilidad y la transformación de lo político», en María Cruz Romero y María Sierra (coords.), Historia de las culturas políticas en España y América Latina. La España Liberal (1833-1874), vol. 2, Zaragoza, Marcial Pons-Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014, pp. 194-204.  9   Guereña, Jean-Louis. «La sociabilidad en la España Contemporánea», en Isidro Sánchez Sánchez y Rafael Villena Espinos (coords.), Sociabilidad fin de siglo. Espacios asociativos en torno a 1898, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1999, pp. 25 y ss. 10   Bernabeu Albert, Salvador. 1892: el IV Centenario del descubrimiento de América…, p. 24.

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Por otro lado, las conmemoraciones, como concepto general, no pueden ser entendidas sin tener en cuenta el deseo de exaltación nacional en las sociedades occidentales del siglo  xix. Según Antonio Elorza, la transferencia de legitimidad del Antiguo Régimen a una nueva dimensión política que afectaba a la sociedad produjo una nueva abstracción de pensamiento sobre lo que era la nación, que adquirió un significado distinto al que se le venía dando hasta ese momento.11 De hecho, estas evocaciones del pasado respondían a unos parámetros del presente, para afianzar unos vínculos políticos, sociales y económicos determinados. Aquellos elementos que no cuadrasen en esta acción simplemente eran obviados. Los símbolos que conformaban parte de la esencia de estas festividades iban más allá de la mera frontera interior y establecían, por ejemplo, de modo general, los parámetros para las relaciones diplomáticas con el exterior. Entonces, llegaríamos a la idea de que el valor de las conmemoraciones tuvo una unión indisoluble con la política y sus objetivos, porque su condición simbólica fue percibida como un medio de aceptación y mantenimiento del poder y del orden social. La cuestión era valorar la cultura política de quienes impulsaban la conmemoración, dado que era el reflejo de la voluntad de sostener una interpretación determinada de la Historia. Aquí se plantearía otra premisa: que en España, solo en contadas ocasiones, las fiestas o conmemoraciones planeadas funcionaron como instrumentos de concesión de una idea nacional única. En vez de incidir en la unidad, el rol que jugaron en este caso fue el de polisemia.12 Para José Jover Zamora, los puntos en los que se basaba la imagen nacional creada fueron: la idea de «noción de una grandeza pretérita» y la de «noción de la Península como un mundo aparte», que, por supuesto, marcarían el camino de los acontecimientos a conmemorar y de qué modo.13 El a quién, qué o de qué manera se homenajeaba tuvo mucho que ver con el país, con su propia visión de la política del pasado. Dentro de esta dinámica no se puede obviar la incidencia que tuvo la modernización de algunas de las ciudades españolas, al ritmo de las nuevas actividades industriales y de los cambios sociales. Este hecho tuvo principalmente dos consecuencias. Una fue que ciudades como Barcelona sufrieron conflictos sociales y problemas de adaptación de la ciudad a los nuevos tiempos, teniendo que conjugar el pasado con el presente. Los vínculos con el pasado se fueron debilitando dados los cambios urbanísticos. Por eso fue necesario establecer otros vínculos de la urbe con su historia, de los habitan11   Elorza, Antonio. «El 98 y la crisis del Estado-nación», en Octavio Ruiz-Manjón y Alicia Langa Laorga (eds.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, pp. 68-69. 12   Bussy Genevois, Danièle, Guereña, Jean Louis y Ralle, Michel. «Introduction Fêtes, sociabilités, politique dans l’Espagne…», p. 19. 13   Jover Zamora, José M.ª España en la política internacional. Siglos xviii-xx, Madrid, Marcial Pons, 1999, pp. 228-229.

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tes con la propia ciudad, a través de monumentos y celebraciones conmemorativas que podrían implicar, además, el reforzamiento de la integración de muchos individuos en el cuerpo social.14 La otra consecuencia fue que se aprovechó este contexto para realizar obras de ensanche, de mejoras y de saneamiento. En Barcelona, con la excusa de la Exposición Universal de 1888, se recuperó para la ciudad el antiguo terreno militar ocupado por la Ciudadela. En Madrid, con los festejos preparados para el IV Centenario del Descubrimiento de América, se propiciaron una serie de obras de mejora de la red urbana. Económicamente los ayuntamientos podían sacar partido, como se relató en una sesión del Ayuntamiento de Madrid, en ese año de 1892, a la hora de establecer un presupuesto para una reforma de la calle Atocha «calculado también un aumento por impuesto de consumos en atención a la afluencia de forasteros que originarían las próximas fiestas [...] suma seguramente superaría a la consignada de más con relación al presupuesto en ejercicio».15 La celebración, y todo lo que girase alrededor, del centenario de un literato, personaje histórico o un acontecimiento del pasado, fueron espacios públicos en los que se proyectó, no solo una imagen nacional, sino que en muchas ocasiones se podía ceñir también a un contexto local. Además, no solo era una muestra estricta del orgullo colectivo en la rememoración de un prestigioso pasado, dado por un literato de reconocimiento internacional o por un episodio de una magnitud casi mitológica, sino que permitía afrontar el planteamiento de una mejora de la situación contemporánea a la conmemoración. Por ejemplo, podía implicar la petición subliminal de un deseo, que sería que España recobrase su posición de poder en el contexto internacional. Y es que dado el potencial de la conmemoración que se celebrase, era necesaria la implicación de las instituciones políticas y culturales, para crear unos canales de comunicación con el resto de la sociedad. La idea primigenia de la celebración de los centenarios, tal y como se concibe en esta investigación, puede encontrarse en el contexto del siglo xix. Por esta razón, por ejemplo, 1492 solo se conmemoró en 1892 y no antes. En España, la celebración del primer centenario de la muerte del padre Feijoo en 1876 fue el punto de partida de una sucesión de conmemoraciones, promulgadas por el recuerdo del aniversario de muerte o nacimiento de algún personaje ilustre o la efeméride de alguna gesta histórica.16 La valoración de quién debía ser recordado, en estas décadas finales del siglo xix y principios del xx, supuso un campo de enfrentamiento ideológico. Se destacaba un hecho histórico determinado con protagonismo en el pasado, que era conocido y reco  Michonneau, Stéphane. «Políticas de memoria en Barcelona…», p. 105.   Archivo de la Villa de Madrid [AVM], Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 21 de junio de 1892 [s.n.]. 16   Bernabéu Albert, Salvador. «El IV Centenario del Descubrimiento de América en la coyuntura finisecular (1880-1893)», Revista de Indias, vol. 44/174 (1984), p. 345. 14

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nocido por todos. Sin embargo, no todos los centenarios cumplieron las mismas funciones, como veremos más adelante. No se puede obviar que se tuvo muy presente que los aniversarios eran prueba del «adelantamiento y cultura de los pueblos».17 Para los encargados de la organización de los festejos del segundo centenario de la muerte del pintor sevillano Esteban Murillo en 1882, se mostraba que por donde quiera se ha comprendido cuanto enaltece a la humanidad el poner a la vista de todos la gloria de los grandes hombres; cuanto puede contribuir el ejemplo para estimular la virtud, el talento y el amor a la gloria, cuantos bienes puede producir a la sociedad el que se conozcan y estudien los hechos y las obras de los genios que son la admiración de las edades.18

En este caso fue la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, por la condición de pintor del homenajeado, la que puso gran interés en los festejos. Para la Academia, era el momento de «honrar la memoria de uno de los hombres que más gloria ha dado a su patria».19 El centenario no tuvo el resultado de reivindicación del valor artístico de Murillo, puesto que a lo más que se alcanzó fue a procesiones de carácter religioso, sin ninguna exposición que mostrase su obra. La inauguración de una estatua de don Álvaro de Bazán en 1888 fue el momento de recordar batallas heroicas, incluso la posibilidad de rememorar al gran literato español, don Miguel de Cervantes. Calderón de la Barca, unos años antes, había sido objeto de aplausos continuos, de elogios por parte de la Iglesia. El descubrimiento de América recordado en 1892 fue el momento elegido para establecer y afianzar las titubeantes relaciones con los nuevos estados hispanoamericanos. Por eso, se habló de la figura de Colón, de la hazaña de los marineros de las tres carabelas o de la santidad de Isabel la Católica. No era el momento para enfrentarse a un pasado doloroso y dar cuentas de los saldos negativos de la Conquista, de las enfermedades, del trauma del Imperio perdido, de la expulsión de los judíos. 1905 fue el momento de dar alma a don Quijote, de tratarle como un héroe de carne y hueso más de la Historia de España. Personajes históricos, escritores y novelas de 17  Archivo Histórico Municipal de Sevilla [AMSE], Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Carta dirigida por la Comisión encargada de la celebración del centenario de Murillo al alcalde de Sevilla. Sevilla, 3.01.1882. 18   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Carta dirigida por la Comisión encargada de la celebración del centenario de Murillo al alcalde de Sevilla, Manuel de la Puente y Pellón. Sevilla, 3.01.1882. 19  Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando [ARABSF], Orden 1580, Caja 331, Conmemoración de Murillo, 1882, Signatura 66-4/4. Carta del Secretario General de la Real Academia de San Fernando al alcalde de Madrid, José Abascal y Carredano. 22.03.1882.

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la Edad Moderna fueron los elegidos por la elite cultural y política de España en la segunda mitad del siglo xix por distintos motivos: para hablar de manera indirecta de los problemas que asolaban al país, para intentar insuflar una ilusión, para traer al presente lo que enorgullecía en el pasado. Era de vital importancia la elección de los individuos o gestas elevados a los altares de la mitificación, puesto que eran recordados en momentos de especial relevancia. Por ejemplo, ante el enfrentamiento de Estados Unidos y España en 1898, en los discursos lanzados desde las fuerzas políticas e intelectuales de los distintos países de Hispanoamérica que apoyaron a España, se recurría a los tópicos como el Cid, don Juan de Austria, el tradicional heroísmo español y la oposición entre el idealismo quijotesco de los españoles y el materialismo de Sancho reflejado en Estados Unidos. Eran la primera línea de las imágenes concebidas como representantes del ideario nacional español. Los hombres del siglo  xix fueron conscientes del poder «mediático» de estas celebraciones culturales como factor de cohesión social, ya que podían erigirse como recursos para apelar en torno a una idea en momento de crisis. En el tercer centenario de la muerte del literato portugués Camões, se realizó una lectura política de su obra más importante, Os Luísadas, por parte de aquellos grupos descontentos con la monarquía, para acentuar el orgullo nacional, para rehabilitar y para dotar de energía al país.20 El momento político era crucial en la grandiosidad del programa de festejos. Un artista de la categoría de Diego de Velázquez, de cuyo nacimiento se celebraba el tercer centenario en 1899, justo después del Desastre del 98, fue recordado con una serie de actos de poca repercusión social.21 Aunque en el Museo del Prado se revisaron las pinturas atribuidas al artista sevillano y se colocaron en una sala llamada a partir de entonces Sala de Velázquez, los discursos fueron más bien tristones y la asistencia de la reina tampoco consiguió enaltecer los ánimos.22 El sentimiento de decaimiento tras la pérdida de las últimas colonias era superior al deseo de honrar a una de las grandes glorias nacionales. La conmemoración del fallecimiento de Isabel la Católica en 1904 no produjo un gran revuelo en el panorama nacional, en contrapartida con lo que había sucedido en 1892, momento en el que se elogió su papel en el descubrimiento de América.23 En España, el hecho de que la figura del mo20   Valdemar, António. «1880: a mística patriótica da burguesia republicana», en Estudos sobre Camoẽs. Páginas do Diario de Noticias dedicadas ao poeta no 4.º centenário da sua morte, Lisboa, Imprensa Nacional, 1981, p. 246. 21   Martín González, Juan José. El monumento conmemorativo en España, 1875-1975, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1996, p. 40. 22   Pérez Sánchez, Alfonso. Pasado, presente y futuro del Museo del Prado, Madrid, Fundación Juan March, 1977, p. 36. 23   Archivo Histórico del Senado Español [AHSE], HIS-1001-07. Expediente relativo al Proyecto de ley sobre concesión de un crédito extraordinario de 15.000 pesetas, como subvención al Ayuntamiento de Medina del Campo para el centenario de la muerte de Isabel

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narca siguiera siendo prominente en el sistema político no implicó directamente que la proyección de los valores nacionales se encarnara en su recuerdo. Tampoco quiere decir que se anulase completamente esta posibilidad, porque era innegable la presencia de determinados monarcas en relación con algunos capítulos de la historia del país. En todo caso, a la hora de recordar la figura de la soberana, de nuevo se ensalzaron sus virtudes como defensora de la fe católica y su actuación en la unidad política del país. El arzobispo de Granada en 1904, en una misiva dirigida a Alfonso XIII en agradecimiento del envío de una representación militar a las honras eclesiásticas realizadas en esta ciudad, dejó bien patente cuál era la memoria que debía preservarse: Su celo por la religión, por el honor que da a los gloriosos reyes sus antepasados y por el bien ejemplo de amor a la Patria queda a todos sus súbditos y Dios premie a la Augusta Madre de S.M. que ha sabido formar el corazón de V.M. en los sentimientos que animaron a la Católica reina Isabel y a los que el glorioso emperador Carlos I transmitió con su sangre a todos los egregios reyes y príncipes españoles descendientes de la Casa de Austria.24

Alfonso XIII respondía a esta carta del arzobispo recordando que «hijo y nieto de monarcas que siempre tuvieron por su mayor título de gloria la constancia en nuestra Santa Fe Católica». A pesar de este carácter tan solemne, el propio monarca no acudió a los festejos.25 Los centenarios fueron también motivo de preocupación de la elite política porque podían provocar exageradas muestras de entusiasmo de la sociedad en un momento nada oportuno, por ejemplo, para hacer una lectura poco conveniente al régimen político y social establecido. A pesar del riesgo, parte de este mismo grupo social sí tuvo interés en orquestar estas políticas conmemorativas. De todos modos, según una conferencia dada en el Ateneo por Luis Vidart, publicada en El Heraldo de Madrid, no había que exagerar el sentido original de un centenario, ya que la Católica. Archivo General de Palacio [AGP], Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Caja 8.822, Expediente 31. Mayordomía Mayor. 1904. Fiestas por el IV Centenario de la muerte de Isabel la Católica en Medina del Campo. Este ayuntamiento solicitó la presencia del monarca en las celebraciones preparadas en esta población, tan vinculada a la figura de Isabel I. La contestación fue que iría un ministro en representación de Su Majestad. Puede llamar la atención como la madre de Alfonso XIII, la reina regente, en 1892 participó activamente en los festejos que conmemoraban los cuatrocientos años del descubrimiento de América y como en esta ocasión el centenario de una de las protagonistas de este hecho, Isabel, pasase desapercibido, hasta tal punto que el mismo rey no fuera un actor en la ejecución de esta memoria. 24   AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Caja 12.791, Expediente 30. Secretaría Particular de S.M. 1904. Centenario de Isabel la Católica. Carta de José, arzobispo de Granada y contestación de Alfonso XIII. Granada, 26.11.1904. 25   AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Caja 12.791, Expediente 30. Secretaría Particular de S.M. 1904. Centenario de Isabel la Católica. Contestación de Alfonso  XIII. Copia de carta fechada el 15 de diciembre de 1904.

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no deben ser apoteosis semipaganas. Los que hemos combatido la formación de una secta cervantina y de una secta calderoniana; los que, por mucho que nos duela, vivimos en una época de reconstitución y de crítica [...] no podemos ni debemos retroceder ante el deber de combatir la leyenda colombina que, siendo fantástica, en mucha parte, se halla en pleno desacuerdo con la realidad de la historia, que es, ante todo, una ciencia de hecho.26

La aparente linealidad en la sucesión de celebraciones de centenarios no fue tal. No se conmemoraron todas las fechas que se podrían señalar en el calendario, sino que fueron escogidas, y no siempre en la misma dirección.27 Por eso no nos podemos mostrar tan de acuerdo, como iremos desgranando en los siguientes capítulos, con la teoría dada por Juan Sisinio Pérez Garzón en la que se defiende que en todos los centenarios celebrados a partir de 1881 prevaleció ante todo la idea de reforzar el sentimiento monárquico, católico y conservador en consonancia con el ideario de Cánovas del Castillo, promotor de la Restauración.28 Es verdad que algunos de estos centenarios tuvieron un trasfondo de identificación con la postura conservadora católica, como por ejemplo el centenario de Calderón, pero no siempre fue así. Por ejemplo, como veremos, en 1892 hubo puntos de vista diferentes que confluyeron en una misma cita. Es verdad que la unidad política y la divulgación de la religión en el nuevo continente coparon el discurso, pero hubo un trasfondo de deseo de mejorar la relación con las antiguas posesiones de Ultramar. Los mensajes que se transmitían gracias a los distintos actos que componían un programa de conmemoración de un centenario podían provenir de diversas instituciones, es decir, no fueron privativos del poder político, por ejemplo, ni siquiera las directrices fueron unidireccionales, como tampoco el grupo receptor de los mismos. Esta multiplicidad de factores que se alternaron complica la interpretación única del contexto en el que se desarrollaron estas políticas del recuerdo. Recuperemos un ejemplo anterior. En el caso del ya mencionado centenario de la muerte de don Álvaro de Bazán, en 1888, nos encontramos con el protagonismo del ejército, más concretamente, del esplendor del antiguo cuerpo de Marina de Guerra: Para realizar tan acertado pensamiento, que no solo cede en justo honor de quien es la más alta figura histórica de la Marina Militar española, sino que 26   Heraldo de Madrid, 24.01.1892. Luis Vidart siguió una carrera militar, pero también tuvo una faceta de escritor e historiador. Perteneció a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Participó de manera activa, por medio de discursos y escritos, en los centenarios de Calderón de la Barca, de Álvaro de Bazán y del Descubrimiento del Nuevo Mundo. 27   García Cárcel, Ricardo. «La manipulación de la memoria histórica en el nacionalismo español», Manuscrits. Revista d’història moderna, 12 (1994), p. 176. 28   Pérez Garzón, Juan Sisinio. «La creación de la historia de España», en Juan Sisinio Pérez Garzón (ed.), La gestión de la memoria. La historia de España al servicio del poder, Madrid, Crítica, 2000, p. 89.

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evoca los grandes recuerdos de nuestro gran siglo xvi y hace fijar la consideración en la necesidad imperiosa de reconstituir nuestro poder naval […] con que no ha de faltarle el patriótico concurso de todos los amantes de las glorias nacionales.29

La erección de un monumento en su memoria recordaría de nuevo las grandes glorias nacionales. Sus restos se trasladaron al Panteón de la Marina que se encontraba en San Fernando y serían «honrados como merecen los eminentes e inolvidables servicios que en vida prestó a la Patria; y queriendo, así mismo, que la memoria de marinos tan insigne se perpetúe y re­ cuerde».30 Hemos destacado estos actos porque la figura de don Álvaro de Bazán ofrece un ejemplo sutilmente distinto del resto de centenarios. Dado que fue uno de los grandes héroes de la batalla de Lepanto, el homenaje se extendió a este episodio.31 Es decir, del caso particular se honraba la cultura conmemorativa en referencia a España como baluarte y defensora del catolicismo frente a la expansión del islam. Se ponía en liza una comparación de la que dependía el éxito de la conmemoración, resultado de la capacidad social de compaginar ambas visiones y encauzarlas hacia el devenir futuro de la nación. La celebración del tercer centenario de la muerte de santa Teresa de Jesús en 1882 había abierto la puerta, unos años antes, a la posibilidad de honrar, con un carácter religioso, el centenario de una persona destacada en el panorama litúrgico español sin tener que atender únicamente al santoral, con un carácter nacional. Teresa de Jesús reunía dos facetas muy interesantes: religiosa y literata.32 El centenario tuvo su origen en la idea previa de los festejos 29  Archivo del Ateneo de Barcelona [AAB], Comunicaciones, año 1888, Caja 29. Documento de la Comisión Permanente del Centenario de D. Álvaro de Bazán, fechado en 2 de mayo de 1888. AHSE, HIS-0718-32. Circular de la Comisión Permanente del III Centenario de D. Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, para contribuir a la suscripción para erigirle un monumento. Madrid, 2.05.1888. 30   Archivo Central de Presidencia [ACP], Legajo 1/77. Expediente 33. Traslado de esta orden por parte de María Cristina bajo el auspicio del presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Sagasta, a la Gaceta de Madrid. Madrid, 5.02.1881. 31   El Centenario de Don Álvaro de Bazán. Primer Marqués de Santa Cruz, Madrid, Imp. de Fortanet, 1887. «Si el trabajo intelectual que en los últimos años se ha consagrado a despertar el sentimiento nacional a favor de la Armada, y hacer ver su importancia y su necesidad en esta España colocada por la naturaleza dentro del mar», según el capitán de fragata Ramón Auñón, que firmó uno de los textos de este pequeño folleto en el que se honra la idea de celebrar dicho centenario [pp. 7-9]. 32  Archivo General de la Administración Española [AGA], Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3594. Carta enviada por la Junta organizadora del Centenario de Santa Teresa de Jesús al presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Sagasta. Madrid, 28.03.1882. «Pero Teresa de Jesús no es solamente una gloria del mundo católico y del mundo literario. Inspirada en tan patriótico sentimiento, esta Junta […] tomó en su última sesión el urgente acuerdo […] revestir de verdadero carácter nacional la celebración del Tercer Centenario de la muerte de la insigne doctora, […] con la creación de una Junta nacionales

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que se habían celebrado unos meses antes para recordar a Calderón de la Barca. El relativo éxito de este centenario tuvo relación con la expansión del culto mariano en España ya desde siglos anteriores. Santa Teresa fue recuperada en el siglo xix, en las Cortes de Cádiz, donde los liberales apostaron por el copatronazgo nacional con Santiago y fue proclamada «patrona y abogada en las causas de la Iglesia contra sus enemigos».33 Santa Teresa, impulsada su imagen desde la jerarquía eclesiástica española en su tira y afloja por asegurar su posición en la sociedad española, fue altamente celebrada e identificada su figura con las «luchas» que se llevaban a cabo en ese momento.34 Asistimos de este modo, a través de estos ejemplos, al inicio de una política de recuerdo del pasado, gracias a la celebración, con alcance nacional, en algunos casos, y local, en la mayoría, de los aniversarios de fechas de nacimiento y muerte de personalidades destacadas en el mundo del arte, militar y religioso. En estos primeros referentes se repite una tónica que también estará presente en los siguientes casos de análisis: la lucha por el discurso que estaba detrás de todos los desfiles, exequias y ofrendas. En el siguiente punto trataremos la implicación del Estado y de los poderes locales, y del importante papel ejercido por instituciones culturales de distinta índole, como ateneos o las Reales Academias, para poder completar la puesta en escena de las conmemoraciones. 2.  Los agentes activos en la conmemoración En primer lugar, tendríamos que señalar el papel del propio Estado y, de una manera local, de los municipios. Para iniciar este punto, nada mejor que apuntar los rasgos principales de la organización de un centenario a través de un ejemplo, para comprender mejor el impacto y el peso de la institución que tomaba la iniciativa. El historiador Juan de Mariana fue el objeto de una propuesta para re­cordarle a través de un monumento en Talavera de la Reina, «cuna del historiador patrio». Entre los que suscribieron la iniciativa se encontraban el presidente del Consejo de Ministros, el líder del Partido Liberal, Práxedes Sagasta, el presidente del Congreso y miembros de la Real Academia Española. Querían que el monumento fuese nacional, que no estuviese vinculado a una institución concreta. Y se rogaba a las direcciones de distintas entidades culturales que diesen un donativo. Sería una obra ejecutada por la noblenecesaria la formación de un centro, que signifique la unidad de todos los elementos, que en las provincias y en el conjunto de la Nación y hasta en el extranjero hayan de contribuir a este propósito». 33   Di Febo, Giuliana. La santa de la raza. Un culto barroco en la España franquista (1937-1962), Madrid, Icaria, 1988 (1987), p. 83. 34   López-Cordón Cortezo, María Victoria. «La mentalidad conservadora durante la Restauración», en José Luis García Delgado (ed.), La España de la Restauración: política, economía, legislación y cultura, Madrid, Siglo XXI de España, 1985, p. 93.

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za intelectual de España para salvar del olvido, ya que por «injusticia o pereza» no se había erigido un memorial en recuerdo de tan insigne historiador.35 Fue frecuente que el primer paso fuese dado, por ejemplo, por un ayuntamiento, y finalmente, dada la importancia del acontecimiento, las riendas de la organización fueran adoptadas por un órgano de poder superior en la jerarquía política o cultural. Una vez tomada la decisión, se creaba una junta organizadora del centenario en cuestión, y normalmente, dependiendo del acontecimiento o persona homenajeados, se pedía ayuda pecuniaria a determinadas instituciones, como veremos en los tres ejemplos que desarrollaremos con más detalle en los próximos capítulos. Si el Estado y su entramado burocrático entraban en el juego, entonces se nombraba al jefe de Gobierno presidente de la organización. Los participantes de los cuadros directivos de las juntas de organización de los centenarios tuvieron muchos nexos comunes. Podemos analizar la procedencia de las personas que tuvieron en su voz el poder de decisión en lo referente a los programas conmemorativos. Los políticos tuvieron un papel relevante en las actividades encaminadas a la organización de estos actos. Por ejemplo, en 1892, las cuatro secciones en las que se dividió la junta directiva creada en 1891, y dirigida por Antonio Cánovas del Castillo, estuvieron encabezadas por: el ministro de Estado, el ministro de Fomento, el ministro de Ultramar y, por último, por el vicepresidente de la Junta Directiva.36 Se combinó la presencia de políticos y de miembros de las instituciones culturales más significativas del panorama social nacional relacionados, en la medida de lo posible, con el hecho o persona homenajeados. Pondremos como ejemplo la Comisión que planificó los actos para recordar la obra principal de Cervantes en 1905. La junta estaba formada por el presidente del Consejo de Ministros. De nuevo, como en el caso anterior, se contaba con la presencia de los ministros de Estado, de la Guerra, de Marina y de Instrucción Pública (antes de 1900 formaba parte del Ministerio de Fomento), así como de un representante de las siguientes instituciones: la Real Academia Española, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la Sociedad de Escritores y Artistas, el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, el director de la Biblioteca Nacional, el presidente de la Diputación provincial de Madrid, el alcalde de Madrid, un representante del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, además del periodista Mariano de Cavia, quien tuvo un papel clave en la organización.37 En este caso, dado que los principales actos se 35   AAB, Comunicaciones, 1888, Caja 29. Folleto para la suscripción para el monumento al padre Mariana. Madrid, mayo de 1888. 36   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales, primer folleto que comprende el Real Decreto de 9 de enero de 1891 y la constitución de la Junta Directiva, 1891, artículo 13. 37   Gaceta de Madrid, n.º 2, p. 25, 2.01.1904.

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dieron en Madrid, aparecen también en este listado representantes de las instituciones municipales de la Villa. Los agentes del poder económico estuvieron muy presentes. Por ejemplo, en la organización de la Exposición Universal de Barcelona de 1888 miembros de la burguesía catalana coparon parte de los puestos de responsabilidad. En 1892, dentro de las quince comisiones que formaban la compleja red de organización del centenario, hubo representantes del Círculo Mercantil. La sutil diferencia de la organización del certamen internacional de la ciudad catalana con respecto a la conmemoración de los cuatrocientos años del descubrimiento de América fue la faceta claramente comercial de la primera, pero no podemos olvidar que 1892 supuso, por muchas razones, un paso importante en las relaciones con las antiguas colonias, que implicaban intercambios económicos. Por último, es necesario destacar que en algunas de estas citas hubo una o varias personalidades que fueron relevantes en la iniciativa de la conmemoración de una determinada fecha. En el caso del III Centenario de la publicación de El Quijote en 1905, Mariano de Cavia fue el que hizo una llamada de atención ante la llegada de esta fecha. En el caso de 1892, fue ante todo una institución, la Unión Iberoamericana, la que se esforzó por anticipar lo que había de prepararse en España si no quería quedar en evidencia en el escenario internacional por no conmemorar una de las grandes hazañas del pasado nacional. Los miembros del Ministerio de Estado español, encargado de las relaciones exteriores durante el régimen político de la Restauración, estuvieron muy relacionados tanto con la celebración de conmemoraciones como con la difusión de la propaganda en el exterior, además de ejercer un activo papel en estas celebraciones. La figura del cónsul tuvo cierta relevancia, dado que eran, en muchas ocasiones, los encargados de la publicidad de los actos conmemorativos y, sobre todo, de la difusión de la organización de un certamen universal. Acometían con empeño algunas tareas como encontrar, por ejemplo, expositores que estuvieran dispuestos a acudir a una exposición o efectuar tratos diplomáticos para conseguir estos fines. Por ejemplo, con motivo de la Exposición Universal de Barcelona de 1888, dos años antes los delegados consulares recibieron una circular por la que se les instaba a esforzarse en encontrar industriales y comerciales extranjeros dispuestos a mostrar sus novedades en el recinto del certamen. El respaldo oficial que en principio debía ser un garante para potenciar la participación no evitó que los cónsules encontraran cierta indisposición por parte de expositores extranjeros para venir a Barcelona. Los representantes españoles, muy activos en los primeros meses de anuncio de la exposición, informaron sobre estas reticencias y de qué manera podrían afectar al propio concepto internacional del certamen.38 38  Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores Español [AMAE], Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Cónsul español en Danzig ante el ministro plenipotenciario y enviado de Su Majestad en Berlín. Danzig, 10.05.1887.

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Para comprender el engranaje hay que tener en cuenta que el modelo centralizado del Estado español fue configurado a lo largo del siglo xix. La Administración pública era el armazón para la organización, delimitación y ejecución de las atribuciones estatales, y estuvo enfocada en el impulso de la labor de la Administración local, como diputaciones y ayuntamientos. Gran parte del peso de la organización pública se desvió hacia los consistorios e instituciones de carácter local, de aquí la multiplicidad de peticiones para que participasen con propias iniciativas que permitirían un reparto de las cargas de la financiación. En ocasiones, la organización de algunos de los actos se dividiría en dos niveles de Administración. Por ejemplo, en el caso de la Exposición de Barcelona, tras la retirada de la iniciativa privada, quedó marcada por una doble tutela, la del Ayuntamiento de Barcelona y la del Gobierno.39 La financiación, tanto de un certamen universal como de los actos de conmemoración, fue un tema siempre espinoso. Supuso grandes quebraderos de cabeza para las administraciones, tanto a nivel estatal como local, porque no se lograban, en la mayor parte de los casos, las cantidades deseadas. Es muy destacable la continua falta de presupuesto para la realización de los programas que se planificaban, como veremos en las siguientes páginas. Como ejemplo, apuntaremos que en 1892 las autoridades españolas en Puerto Rico tuvieron verdaderos problemas para celebrar el IV Centenario del Descubrimiento de América en el propio terreno. De los 65.000 pesos solicitados, se rebajó en ¡62.000 pesos! Con los 3.000 pesos restantes se subvencionó el envío de los objetos a la Exposición Histórico Americana en Madrid.40 Por otro lado, en la vorágine de celebraciones, conmemoraciones e inauguraciones de monumentos durante los primeros treinta años de la Restauración, el papel de los ayuntamientos, segundo actor protagonista de este punto, fue fundamental, dado el peso de la organización local en estas fiestas de recuerdo del pasado. De los presupuestos municipales se derivaron no pocas partidas para, entre otras cosas, la inauguración de monumentos que recordasen los héroes del municipio y nacionales, la participación en desfiles que recorriesen la ciudad con ocasión de un centenario o la partida de una beca para que algunos ciudadanos pudiesen acudir a los certámenes internacionales que se celebrasen en otra ciudad. Ignacio Peiró ha señalado que las elites políticas municipales de provincias aunaron en un mismo espacio, es decir, la capital de la región, los caracteres y valores que la identificaban, materia39  Archivo Administrativo Municipal de Barcelona [AMAB], Fondo documental generado por la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal de 1888. Sección 13. Caixa 42.543. Reglamento General de la Exposición Universal de Barcelona. 40  Archivo Histórico Nacional [AHN], Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Carta dirigida en atención a los festejos preparados en Cuba y Puerto Rico por parte de la 3.ª Sección de la Junta Directiva dirigida al ministro de Ultramar, Francisco Romero Robledo. Madrid, 26.04.1892.

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lizándose en el ingente número de actos y monumentos inaugurados en este contexto cronológico.41 Habría que destacar el grave problema de los municipios al que se enfrentaron a la hora de llevar a cabo esta labor, que fue, como siempre, la constante falta de financiación, puesto que solo contaban con el impuesto de consumos y una parte delegada de los impuestos estatales. Era difícil conjugar estos escasos ingresos con las tareas que tenían asignados: reemplazos militares, consultas electorales, enseñanza pública, beneficencia, orden público o festejos.42 Fue uno de los factores que se conjugaron para el retraso en la puesta en marcha de los actos que conformaron esta cultura conmemorativa. Aun así, fue el propio Estado el que fomentó que en las políticas del pasado los municipios tuviesen más protagonismo, con la idea de que en un medio o largo plazo pudiesen contribuir a un posible programa de exaltación patriótica. En tercer lugar, tras el Estado y los municipios, tenemos que citar a las instituciones culturales, las cuales apostaron por participar de forma activa en la cultura conmemorativa. Eran asociaciones con fines públicos y gracias a su actuación se determinó una nueva relación entre el Estado y la sociedad a través de nuevos mecanismos de comunicación.43 Se institucionalizó un público cultural que demandaba otras manifestaciones distintas de las ofrecidas por el Estado. Formadores de opinión pública aparecieron en distintos ámbitos, desde ateneos hasta las Reales Academias, y lograron estimular que se abriesen nuevos espacios para debates y charlas. Estas instituciones se beneficiaron, tras el Sexenio y durante la Restauración, de una permisividad en la legislación liberal para la libertad de asociación y prensa. Dejaron de lado la actitud retórica de los pensadores en las dos décadas anteriores al Sexenio, abriendo la puerta al pensamiento positivista, que llegaría hasta finales de siglo.44 Se constituyeron sociedades como los ateneos que ayudarían a canalizar esta implicación de la esfera pública en la privada. Francisco Villacorta ha señalado los canales de circulación de las ideas dentro de estas asociaciones. Por un lado, estas instituciones potenciaron una serie de valores, que tras mostrarse públicamente en los periódicos, pasaban por las tribunas de ateneos y círculos, que luego fueron difundidas a través de la Universidad y se institucionalizaban al llegar a los órganos de gobierno. Por otro lado, en el sentido inverso, es decir, de la Universidad, se pasaría a ate  Peiró Martín, Ignacio. «El tiempo de las esculturas…», pp. 48-49.   Álvarez Junco, José. «Redes locales, lealtades tradicionales y nuevas identidades colectivas en la España del siglo xix», en Antonio Robles Egea (comp.), Política en penumbra. Patronazgo y clientelismo político en la España contemporáneo, Madrid, Siglo XXI de España, 1996, p. 73. 43   Fox, E. Inman. La invención de España…, p. 27. 44   Pedraz Marcos, Azucena. La Sociedad Española de Africanistas y Colonistas. El colonialismo español de finales del siglo xix, Madrid, Polifemo, 2000, p. 158. 41 42

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neos o círculos, de ahí a la prensa y a un público mayoritario.45 Eric Storm apunta que antes de fines del siglo xix se produjo el despertar, entre los miembro de este tipo de asociaciones, del interés por los estudios locales, en consonancia con los movimientos regionalistas, a través de investigaciones, excavaciones, conferencias y exposiciones. Tras el cambio de siglo, se comprendió la importancia de acercar este tipo de estudios al resto de la sociedad con la que compartían elementos comunes de identidad, mediante iniciativas populares, como, por ejemplo, excursiones.46 Otro punto destacado por Ignacio Peiró fue el papel desempeñado por las instituciones culturales en el proceso de consolidación de una identidad común, potenciado por la burguesía, puesto que se trataba de un lugar de encuentro y comunicación para tan heterogéneo grupo. La interrelación entre los miembros de este grupo y las instituciones como los ateneos confirmaba el débil papel ejercido por la Universidad como espacio de encuentro social en las últimas décadas del siglo xix.47 La Real Academia de la Historia jugó un papel muy importante tanto en la celebración de conmemoraciones culturales como en la interpretación de la Historia. El objetivo del trabajo que se desarrollaba en ella fue, desde su fundación en 1738, depurar de los elementos mitológicos la Historia de España, reforzados en la obra de Mariana y en el resto de Historias de España escritas entre los siglos xvi y xvii. Desde esta institución se marcó como canon histórico el reforzamiento del castellanismo. Sus miembros, influenciados por el positivismo, quisieron realizar una crítica de la Historia de la nación, apoyándose en documentación y en la evidencia material de los monumentos históricos.48 Esta Real Academia se convirtió en el periodo primero de la Restauración en una piedra angular del sistema; albergó la historiografía oficial de corte conservador, legitimadora de los contenidos de la educación y de la que dependía la enseñanza universitaria.49 No fue una institución honorífica durante el periodo canovista, sino que se convirtió en el marco de elaboración de una historiografía profesional, como disciplina, que tuvo como consecuencia que no apareciesen diversas escuelas interpretativas ni que se produjesen grandes rupturas con el trabajo anterior. De este modo, no fue la Uni45   Villacorta Baños, Francisco. Burguesía y cultura. Los intelectuales españoles en la sociedad liberal, 1808-1931, Madrid, Siglo XXI, 1980, p. 204. 46   Storm, Eric. «Regionalism in History, 1890-1945: The Cultural Approach», European History Quarterly, vol. 33/ 2 (2003), p. 253. 47   Peiró Martín, Ignacio. «Los historiadores oficiales de la Restauración», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 193, cuaderno I (enero-abril 1996), pp. 15 y 42. 48   Mora, Gloria. «Las Academias Españolas y la Arqueología en el siglo xviii: el modelo francés», en Gloria Mora y Margarita Díaz-Andreu (eds.), La cristalización del pasado: génesis y desarrollo del marco institucional de la Arqueología en España, Málaga, Universidad de Málaga, 1997, p. 38. 49   Pellistrandi, Benoît. «El papel de Castilla en la historia nacional según los historiadores del siglo xix», en Antonio Morales Moya y Mariano Esteban de Vega (eds.), ¿Alma de España? Castilla en las interpretaciones del pasado español, Madrid, Marcial Pons, 2005, pp. 60-61.

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versidad la encargada de la profesionalización de la Historia.50 La Academia y las instituciones que se fundaron bajo su ala protectora acogieron la investigación histórica española, a diferencia de lo que se estaba haciendo en otros países como Francia o Alemania, donde el peso recayó en las universidades. Se reconocía más la calidad literaria de los escritos de estos académicos que su formación técnica y metodológica.51 En un informe realizado por la Real Academia de la Historia sobre el origen de la Academia, sobre sus miembros y sobre las últimas obras publicadas en el marco de la labor investigadora de la misma, dejaron bien claro los objetivos a seguir: La Institución de la Academia comprende la historia de España antigua y moderna, política, civil, eclesiástica, militar y de las ciencias, letras, y artes, o sea, de los diversos ramos de la vida, civilización, y cultura de los pueblos españoles. La Academia considera como fundamental objeto de sus tareas la incesante adquisición de documentos y materiales históricos, propios para ilustrar los diversos ramos de la historia española y contribuye a esto por medio de obras, memorias, discursos, disertaciones y otros trabajos, promoviendo la buena crítica en el examen de los hechos, sus causas y efectos.52

Entre los miembros de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia se creó una relación especial a partir de la Restauración monárquica de 1875. Fueron las dos instituciones que asentaron la tradición unitaria y patriótica de legitimación del sistema. Desde 1875 hasta finales del siglo xix la mayor parte de los académicos elegidos eran de afiliación política de los dos partidos dinásticos que se alternaban en el poder. Gran número de académicos habían ejercido como parlamentarios, lo que nos da cuenta del alto grado de conexión. Posteriormente, los problemas internos de los partidos y el desencanto de gran parte de la intelectualidad española hicieron que descendiese el porcentaje de filiados políticos entre sus miembros.53 Procedían de una burguesía ligada a profesiones liberales con cierto atuendo intelectual, como abogados o médicos, muchos ligados a la administración civil o militar, con poca representación de la burguesía económica y escasa presencia de gente de la Iglesia. Se consolidó como una institución que a la larga fue un elemento de cohesión social y cultural del régimen, donde se organizó una política cultural del Estado al servicio de las clases medias.54 50   Pasamar Alzuria, Gonzalo. «La configuración de la imagen de la “decadencia española” en los siglos xix y xx (de la “historia filosófica” a la historiografía profesional)», Manuscrits, 11 (1993), p. 184. 51   Peiró Martín, Ignacio. Los guardianes de la Historia. La historiografía académica de la Restauración, Zaragoza, Instituto Fernando el Católico, 2006 (1995), p. 31. 52   AGA, Subsecretaría Cultura, Sección (05) 1.04., Caja 31/6939. Asuntos generales de la Real Academia de la Historia, antecedentes históricos, 1850-1856. 53   Peiró Martín, Ignacio. «Valores patrióticos y conocimiento científico…», p. 37. 54   Peiró Martín, Ignacio. «Los historiadores oficiales de la Restauración…», pp. 14 y 33.

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Los académicos de la Historia apostaron en su mayor parte por una metodología positivista encaminada a la elaboración de una historia nacional construida sobre la base de documentación, como ya hemos indicado. Se eligió una retórica que se erigió como discurso hegemónico y que fue convertida en «razón de Estado» para defender la unidad nacional. Una apuesta ideológica que trataba de manera paternal a los regionalismos, como una manifestación más, pero que no daba coherencia a los fundamentos históricos de los mismos. Frente a la región, lo más importante era el culto a la patria unitaria.55 Fue el lugar donde se albergó a los «guardianes de la historia oficial», como les ha designado Ignacio Peiró, cuyos discursos eran difundidos desde múltiples tribunas: desde los ateneos, otras Academias, el parlamento y la prensa.56 La Real Academia de la Historia tenía, entre sus cometidos, vigilar la conservación de los documentos que ilustraban la historia nacional. Se tuvo tan presente que en 1870 hubo una propuesta de la Academia al ministro de Fomento, José de Echegaray, para secundar una iniciativa del Gobierno británico de exigir, ante la posibilidad de un ataque a París por parte de las tropas alemanas, el respeto de los monumentos científicos, literarios y artísticos de la capital francesa. La Academia incidió ante todo en la conservación de «los documentos trasladados de Simancas en la última guerra de nuestra independencia, recuerdos y testimonios de nuestra pasada vida y nacionalidad, unos de la grandeza, otros, los más interesantes quizá, de las desgracias de nuestros mayores».57 A partir de la década de 1870 la actividad de la institución estuvo marcada por la idea de que para la elaboración de una Historia general de España era necesario, por un lado, reunir distintos especialistas, y por otro, recopilar el mayor número de fuentes.58 El papel de la Academia fue modificándose lentamente en el cambio de siglo, o más bien, fueron las personas que la integraban las que indujeron a la institución a vivir una cierta introspección. En este contexto lo que se produjo fue una multiplicación del modelo profesional del historiador, de una manera pausada, hasta por lo menos la década de 1910, con la Universidad como nueva protagonista. En todo caso, todavía a la altura de 1900 la Academia era garante del pasado de la nación. Los protagonistas de las corrientes regeneracionistas de estos años abogaron por que la historia y su estudio condujeran al progreso nacional y reorientaran el rumbo de la política. La transición hacia la aparición y consolidación de la imagen del historiador profesional se completó con la creación del Ministerio de Instrucción Pública en 1900. A partir de este momento la Universidad   Peiró Martín, Ignacio. «Valores patrióticos y conocimiento científico…», pp. 40-45.   Nos referimos a su libro Los guardianes de la Historia…, op. cit. 57   AGA, Subsecretaría Cultura, Sección (05) 1.04, Caja 31/6940. Carta de la Academia de la Historia al Ministerio de Fomento. Madrid, 13.12.1870. 58   Pasamar Alzuria, Gonzalo. «La configuración de la imagen de la “decadencia española”…», p. 189. 55 56

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tomó las riendas de manera progresiva; y con ello la revisión historiográfica comenzó su andadura.59 Por todas estas razones, la Real Academia de la Historia estuvo presente constantemente en el mundo público; por ejemplo, por medio de un gran número de publicaciones, la entrega de premios y su acaparamiento de la producción historiográfica, con múltiples encargos también por parte del Estado. Esto hacía que la aparición y difusión de la actividad de la Academia fuera constante. En definitiva, fue una institución con una fuerte imbricación en la cultura conmemorativa, sobre todo a partir de la década de 1880, una vez asentado el régimen político y asignado un papel a la Academia por el propio sistema. En la revisión de las instituciones que intervinieron de manera activa en la política conmemorativa española de estas décadas, hay que hacer una mención a las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, que estaban destinadas en gran parte al patrocinio y coordinación de las exposiciones agrícolas y artísticas, y tuvieron un titubeante papel ante algunas de las conmemoraciones realizadas en esta época, aunque su participación fue matizándose con el tiempo.60 Por otro lado, los ateneos, otra de las instituciones que hay que destacar, estaban distribuidos por distintos puntos de la geografía española. Fueron los escenarios para el desarrollo de una cultura conmemorativa burguesa. El Ateneo tuvo un carácter de institución cultural prototipo del liberalismo.61 Este tipo de institución fue el foco a partir de 1875 de la corriente intelectual positivista que comenzaba a difundirse; ideología que respondía a la necesidad de la Restauración de encontrar una serie de fundamentos en los que sustentarse.62 Fue el espacio utilizado por la burguesía para homogeneizarse como grupo y limar las diferencias que pudiera haber entre ellos.63 Además, muchos de los que participaron fueron políticos destacados en el periodo de la Restauración, como Antonio Cánovas del Castillo o Segismundo Moret, conservadores y liberales. Esto produjo una cierta identificación entre los dirigentes políticos del país y los que discutían sobre las cuestiones que afec  Peiró Martín, Ignacio. Los guardianes de la Historia…, pp. 382 y ss.   Enciso Recio, Luis Miguel. Las Sociedades Económicas en el Siglo de las Luces, Madrid, Real Academia de la Historia, 2010. 61   Villacorta Baños, Francisco. Burguesía y cultura…, p. 28. 62   Abellán, José Luis. Historia crítica del pensamiento español, tomo V (I), Madrid, Espasa Calpe, 1989, p. 76. 63   Pérez Ledesma, Manuel. «El lenguaje de clase y las imágenes de la sociedad española en el siglo xix», en Manuel Pérez Ledesma (ed.), Lenguajes de modernidad en la Península Ibérica, Madrid, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 2012, pp. 515-542, especialmente p. 535. Para profundizar sobre el uso de la palabra burguesía en el contexto de la segunda mitad del siglo xix, especialmente a partir de la Restauración, recomendamos este artículo sobre la difusión en el lenguaje de los conceptos de burguesía y también de pro­ letariado. 59 60

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taban al país desde su tribuna oratoria. En los primeros veinticinco años de la Restauración existió una cohesión entre los ateneístas y la ideología oficial academicista española; se constituyó en un pilar más del proceso de legitimación del régimen a través de las instituciones oficiales. El Ateneo como institución conjugó el carácter de academia, de centro docente y de círculo literario, y fue escenario repetido para albergar y organizar conferencias y debates en los contextos conmemorativos que se produjeron en España en el último tercio del siglo xix y principios del xx. Tuvo la ventaja de contar con la cobertura que le concedió la prensa. A finales del siglo xix se rompió la armonía y se puso en evidencia por parte de muchos la necesidad de reforma de los mecanismos políticos y directivos del país. Se erigió como un bastión crítico, acentuado por ser el lugar para la formación de una opinión pública. El Ateneo de Madrid fue un centro crucial de reunión de estos intelectuales finiseculares, cada vez más agrupados y mejor organizados en torno a la fundación de revistas o de determinados centros universitarios.64 Se fundó bajo el concepto de ser «una sociedad exclusivamente científica y literaria», cuyos socios «proponen aumentar sus conocimientos científicos y literarios por medio de la discusión y de la lectura y difundirlos por los de las enseñanzas».65 La puesta en escena de los programas que llevaban aparejados el recuerdo de centenarios y las exposiciones internacionales sería difícil de entender sin la participación de estas instituciones, por eso los consideramos en conjunto agentes activos en las conmemoraciones. Junto con la actividad de ayuntamientos y organismos estatales, sus cuadros directivos llevaron a cabo iniciativas propias o participaron en las propuestas oficiales. Los nombres de sus miembros se repetían en ocasiones en varias ejecutivas, y no es difícil encontrar un gran número de personas dedicadas a la política, que, a su vez, formaban parte de las comisiones que dirimieron los cauces por los que se desarrolló la programación conmemorativa española en el periodo de la Restauración. Por último, hemos considerado la prensa como último agente en la programación y difusión de las conmemoraciones, dado su valor como canal de comunicación a pesar de los problemas que tuvo este medio en España. En principio, las conmemoraciones fueron conocidas por los ciudadanos a los que iban dirigidas no solo a través de los mismos ritos o festejos, sino también gracias a los periódicos y revistas, e incluso, a través de poesías recitadas, con gran aceptación popular. Hay que tener en cuenta que hacia 1900 la tasa de analfabetos era de un cincuenta y nueve por ciento, con una notable diferencia entre hombres y mujeres. El porcentaje en hombres rondaría en torno a un treinta y nueve por ciento y el de mujeres podría alcanzar la cota del sesenta 64   Mallo, Tomás. «El Ateneo de Madrid ante el 98», en Consuelo Naranjo Orovio, Miguel Ángel Puig-Samper y Luis Miguel García Mora (eds.), La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98, Madrid, Doce Calles, 1996, p. 536. 65   Proyecto de Estatutos del Ateneo Científico de Madrid, Madrid, 1835. Artículo 1.

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y uno por ciento.66 En la segunda mitad del siglo xix, pese a las limitaciones españolas por la escasa industrialización, el bajo porcentaje de la alfabetización y el retraso en el campo educativo, se creó un concepto de público, muy receptivo a los productos culturales que se difundían a través de diversos medios y, sobre todo, de la diversificación de instrumentos culturales que ayudaron a esta labor. En cierto modo, su papel fue impulsado también por la necesidad del régimen de la Restauración de mantener una posición cada vez más consolidada de legitimidad política, y por ello, hubo una relativa permisividad con respecto a la libertad de expresión.67 A través de la prensa se podía dotar de cierta cohesión a la sociedad en torno a los mismos sentimientos patrióticos y nacionales. Los primeros objetos culturales que sufrieron una mutación dentro de la nueva sociedad industrial fueron los periódicos, revistas y libros, puesto que fueron producidos dentro de nuevos parámetros sociales.68 La denominada cultura de masas tuvo la ventaja de poder atraer a una gran parte de la población. Hablaremos de una interpretación del término como una cultura comercial popular, negando en este caso cualquier carga despectiva. El aspecto más comercial de esta cultura, nacida junto a las innovaciones tecnológicas del siglo xix, tuvo la capacidad de homogeneizar en ciertos aspectos a dicha sociedad. No era simplemente la versión actualizada de la cultura popular desarrollada en época moderna, aunque sí recuperó muchos de los valores más significativos de la misma.69 Las manifestaciones de cultura de ocio compartida por un gran segmento social implicaron tensiones frente a las todavía presentes manifestaciones del mundo tradicional, pero en contrapartida permitieron la integración de determinados sectores populares. La prensa jugó un papel fundamental en la misma explicación de las conmemoraciones y los centenarios, además de en la movilización patriótica de la población e incluso en las actitudes del Gobierno.70 En la prensa diaria, semanal o las revistas ilustradas quincenales, se detallaban en sus páginas las celebraciones con motivo de la memoria de un centenario y reprodujeron imágenes referidas a las exposiciones, enfocados sobre todo a 66   Vilanova Ribas, Mercedes y Moreno Juliá, Xavier, Atlas de la evolución del analfabetismo en España de 1887 a 1981, Madrid, Centro de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1992, p. 357. La población de España sería de 18.594.405 habitantes, según el censo de 1900. La cifra es el fruto de un estudio de los autores del propio censo. 67   Ortiz, David. Papers Liberals. Press and Politics in Restoration Spain, WestportLondon, Greenwood Press, 2000, p. 115. 68   Kalifa, Dominique. La culture de masse en France. 1860-1930, Paris, La Découverte, 2001, p. 32. 69   Ben-Amos, Avner. «Patriotism and popular culture in the State Funerals of the French Third Republic», History of European Ideas, vol. 16/4-6 (1993), p. 460. 70   García Mora, Luis. «La autonomía cubana en el discurso colonial de la prensa de la Restauración, 1878-1895», en Consuelo Naranjo Orovio, Miguel Ángel Puig-Samper y Luis Miguel García Mora (eds.), La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98, Madrid, Doce Calles, 1996, p. 195.

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partir de finales del siglo xix hacia una clase media lectora, de una manera muy gradual.71 Los dos géneros fundamentales en la prensa escrita fueron los periódicos políticos y los científicos-literarios, concepto muy amplio porque abarcaban una gama amplia de noticias.72 Si tenemos en cuenta los límites de la prensa española, podremos entender mejor su viabilidad tanto como canal de comunicación como de recepción de las noticias generadas por las actuaciones dentro del marco de la política de la cultura conmemorativa entre 1875 y 1905. En primer lugar, los últimos veinte años de finales del siglo xix fueron los que vieron aparecer las grandes empresas de información, como, por ejemplo, los diarios La Época o El Imparcial, por señalar algunos. Uno de los problemas fue que la prensa española, a pesar de su avance, no supo afrontar los nuevos retos y conseguir de ese modo captar la atención de un mayor número de lectores, ya que arrastraba endémicos problemas de financiación y un apego demasiado fuerte a ciertas tendencias y grupos políticos. Además, no se había iniciado el proceso, que ya se estaba dando en otras naciones europeas, de concentración de cabeceras de prensa, atrofiando de esta manera el mercado.73 La tendencia al alza de la década de 1880 en cuanto a publicaciones y lectores disminuyó en torno a 1898; tras ella, la prensa sufrió una reestructuración y comenzó de nuevo un periodo de cierto crecimiento.74 Resultó que la prensa formaba parte, y este fue uno de sus lastres, como hemos indicado, del proceso de formación de los partidos políticos. En muchas ocasiones, fueron el medio de difusión de una tendencia, conformando grupos de opinión en torno a la organización política respalda por el periódico en cuestión.75 La prensa asumió tres roles: por un lado, fue el nexo más importante de unión entre el Gobierno y la sociedad; segundo, fue el vehículo de la representación popular; y por último, fue la voz pública de las protestas sociales. A medida que los periódicos fueron considerados desde 71   Charnon-Deutsch, Lou. Hold that pose: visual culture in the late-nineteenth-century Spanish periodical, University Park (Pennsylvania), Pennsylvania State University Press, 2008, p. 45. 72   Botrel, Jean François. Libros, Prensa y Lectura en la España del siglo xix, Madrid, Pirámide, 1993, pp. 361 y ss. Los periódicos políticos comenzaron a descender en número a partir de 1880, al igual que los científicos literarios, aunque estos remontaron a partir de 1896. El bache para la prensa política comenzó en el periodo de la Restauración, después de su esplendor durante los años del Sexenio. Esto en cuanto a número de ejemplares, porque en cuanto a numero de cabeceras aumentaron a partir de la Ley de Prensa de 1883 y alcanzaron su máximo en 1886. 73   Sánchez Gómez, Luis Ángel. Un Imperio en la vitrina…, p. 160. Aun así, sorprende por ejemplo la tirada del periódico El Imparcial hacia finales de siglo: entre unos 120.000 y 140.000 ejemplares. 74   Botrel, Jean François y Desvios, Jean Michel. «Las condiciones de la producción cultural», en Serge Salaün y Carlos Serrano (eds.), 1900 en España, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 58. 75   Artola, Miguel. Partidos y programas políticos. 1808-1936, Madrid, Alianza, 1991, p. 198.

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un punto de vista empresarial, la tendencia de relacionar publicaciones con partidos políticos fue debilitándose.76 Otro factor a tener en cuenta es que en España la influencia de la prensa está relacionada con la evolución de la imprenta. La mejora de los medios de comunicación podía haber facilitado la sociabilidad entre los distintos protagonistas. De hecho, otro freno para la expansión de la prensa y la aparición de nuevas cabeceras fue el precio del papel. Hay que tener en cuenta que a finales del siglo xix La Papelera Española tenía el monopolio de fabricación de papel, lo que, unido a una política proteccionista, no ayudó para nada a crear un mercado de precios competitivos. Aun a pesar del aumento de producción de papel, y con ello, de consumo de «cultura», la producción estaba muy por debajo de las medias de Francia o Italia.77 Además, hubo una disparidad regional en el número de periódicos editados. El mayor número de cabeceras estaban en Madrid y sobre todo en Barcelona. Otro dato que reflejaría la situación es la evolución de la revista La España Moderna, dirigida por Lázaro Galdiano, cuyo objetivo era la creación de una revista de alto nivel intelectual. Mientras que otras revistas europeas, como Revue des Deux Mondes, contaban con unos cincuenta mil suscriptores, La España Moderna contaba apenas con quinientos.78 En todo caso, el número de periódicos fue muy elevado, teniendo en cuenta las tasas de alfabetización.79 La prensa estuvo sujeta, durante el periodo de la Restauración, a una ley promulgada en 1883 bajo el Gobierno de Práxedes Sagasta. Esta ley, auspiciada bajo los ideales de la Revolución de 1868, optaba por la libertad de prensa, libre expresión y libre circulación de ideas, aunque en ciertas ocasiones se coartaron bajo arbitrariedad gubernamental, sobre todo entre los años 1896 y 1905.80 Por último, hay que tener en cuenta que el proceso de evolu76   Fuentes, Juan Francisco y Fernández, Sebastián. Historia del periodismo español: prensa, política y opinión pública en la España contemporánea, Madrid, Síntesis, 1997, p. 141. 77   Botrel, Jean François. Libros, Prensa y Lectura…, p. 204. 78   Asun, Raquel. «El europeísmo de ‘La España Moderna’», en José Luis García Delgado (ed.), La España de la Restauración: política, economía, legislación y cultura, Madrid, Siglo XXI de España, 1985, pp. 473 y ss. Aun a pesar de su duración, para la autora del artículo la revista fracasó por la falta de público, dada la ausencia de interés por parte de la burguesía española sobre el papel que la cultura había de desempeñar. 79   Botrel, Jean François y Desvios, Jean Michel. «Las condiciones de la producción cultural…», p. 43. Según Botrel y Desvios, el número de publicaciones periódicas (de todas clases) a la altura de 1900 se elevaba a 1.347. El número aumentó, aunque no de manera proporcional al crecimiento de la tasa de alfabetización. Por regiones, Barcelona y Madrid copaban en torno a 1879 el cuarenta y dos por ciento, aunque en 1903 era solo el veinticinco por ciento, por el aumento de publicaciones en otras regiones, que no restaba tampoco importancia a los porcentajes de publicaciones periódicas de las dos principales urbes españolas. También se produjo un cambio en 1900, momento en que los periódicos con más presencia fueron los fundados por grandes capitales y hubo menos iniciativas libres. 80   Sinova, Justino. «La prensa y el problema de Cuba en 1898. Responsabilidad y desinformación», en Francisco Campos y Fernández de Sevilla (dirs.), María Cristina de

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ción de la prensa española en el siglo xix sería difícilmente comparable con lo sucedido en otros países más industrializados, como Estados Unidos, Inglaterra o Francia. En España simplemente faltaban recursos, además de un número potencial de lectores; aun así, en el tránsito del siglo xix al xx, hubo una serie de cambios que, a pesar de las limitaciones explicadas acerca del mundo de la prensa y de su relación con la sociedad, acercaron esta realidad a lo que ya sucedía en otros países, como, por ejemplo, la mayor presencia de publicidad, que se explicaría por las nuevas posibilidades de consumo. 3. El contexto político y social entre 1875 y 1905. Sus protagonistas y el trazado de un pasado común 3.1. La política estatal en el sistema de la Restauración monárquica entre 1875 y 1905 El periodo en el que se centra esta investigación tuvo como trasfondo histórico y político el primer periodo del régimen de la Restauración. Destacaremos brevemente los puntos que hemos considerado interesantes para una mejor comprensión de la cultura conmemorativa llevada a cabo dentro de la política estatal. Este régimen político, cuyo principal artífice fue Antonio Cánovas del Castillo, tuvo como figura protagonista al monarca Alfonso XII y, tras su fallecimiento, a la regente María Cristina de Austria. Ambos encarnaron la nueva imagen de monarquía parlamentaria acorde al contexto en el que se produjo. Esperanza Yllán ha destacado la oportunidad de considerar este sistema como el fruto de un proceso histórico que habría de remontarse, en cuanto a precedentes ideológicos se refiere, al cuerpo central de las ideas planteadas por el moderantismo de los años cuarenta del siglo  xix. La Restauración, de este modo, rectificaría el programa político progresista que se había defendido durante el Sexenio revolucionario.81 La Constitución de 1876 estableció que el ejercicio del poder se hiciese a través de dos órganos fundamentales: las Cortes y la Corona.82 La monarquía se estableció bajo la promesa de instaurar la estabilidad en el país. Para ello fue necesario respetar algunos de los legados del periodo revolucionario anterior con la conciliación del reconocimiento de ciertos derechos en el nuevo sistema.83 El sistema consiguió obtener cierto grado de derecho que hasta ese Habsburgo y la Regencia (1885-1902), Madrid, Estudios Superiores del Escorial, 1994, p. 101. 81   Yllán Calderón, Esperanza. Cánovas del Castillo. Entre la historia y la política, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1985, p. 222. 82   Lario González, María Ángeles. El rey, piloto sin brújula. La corona y el sistema político de la Restauración (1875-1902), Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 57. 83   Dardé Morales, Carlos. «Ideas acerca de la monarquía y las funciones del monarca en el reinado de Alfonso XII», en Encarna García Moneris, Mónica Moreno Seco y Juan

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momento no se había alcanzado en la vida política, con partidos políticos y elecciones, pero fue empañada por el limitado desarrollo económico industrial del país acompañado además por el alto nivel de analfabetismo. El sistema canovista tampoco supo afrontar la denominada cuestión social, ni ofrecer una vía conciliadora para los restos del antiguo imperio colonial de Ultramar.84 La Restauración como sistema político estuvo definida por tres factores. Por un lado, el régimen constitucional que rigió la vida política bajo el manto de la Constitución de 1876, como ya hemos indicado; por otro, la presencia de una oligarquía latifundista, que acentuó la diferencia norte-sur, con una incipiente industrialización del norte y un sur acuciado por el problema campesino. Tercero, este periodo estuvo marcado por un fuerte crecimiento del movimiento obrero.85 Para completar la visión del sistema habría que tener en cuenta también el reencuentro de la Corona con el Ejército, tras el enfrentamiento anterior. La alternancia de dos partidos políticos, conservadores y liberales, y sobre todo el llamado turno pacífico tejieron una red de solidaridad en torno a la monarquía. El régimen se fortaleció gracias a la instauración de determinados engranajes democráticos, como el sufragio universal y otras obras, como la promulgación del Código Civil. Uno de los aspectos más importantes fue que, a pesar de este acercamiento del Ejército con la Corona, no se tradujo en una vuelta a las prácticas anteriores de intervención militar en las decisiones y en los cambios de poder, como en la época isabelina.86 Se temió el levantamiento de las fuerzas del orden que condujeran a una situación de inestabilidad y que se impusiese, por ejemplo, una dictadura.87 Este proceso fue fruto de la experiencia anterior y además contó con la figura de Alfonso XII, quien estuvo dispuesto a participar del acuerdo. Marcuello Benedicto (eds.), Culturas políticas monárquicas en la España liberal. Discursos, repre­sentaciones y prácticas (1808-1902), Valencia, Publicacions de la Universitat de Valèn­ cia, 2013, pp. 323-335. Interesante las cuestiones que se plantean en este artículo sobre la concepción del nuevo sistema político y, sobre todo, sobre los propios poderes otorgados al monarca. 84   Morales Moya, Antonio. «La interpretación castellanista de la historia de España», en Antonio Morales Moya y Mariano Esteban de Vega (eds.), ¿Alma de España? Castilla en las interpretaciones del pasado español, Madrid, Marcial Pons, 2005, p. 37. 85   Malo Guillén, José Luis. «Utopía y economía liberal de la armonía al conflicto social en los inicios del capitalismo español», en Manuel Suárez Cortina (ed.), Utopías, quimeras y desencantos. El universo utópico en la España liberal, Santander, Universidad de Cantabria, 2008, pp. 214-215. Hubo un giro en la política social a partir de la creación de una comisión de reformas sociales en 1883. A pesar de este intento, las dificultades económicas y la desidia de los encargados, además de las propias reticencias de los agentes protagonistas del movimiento obrero, limitaron su eficacia. 86   Varela Ortega, José. Los amigos políticos. Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauración (1875-1900), Madrid, Marcial Pons, 2001, p. 101. 87   Dardé, Carlos. «Antecedentes: la Restauración, 1875-1902. El significado de una etapa histórica», en Raymond Carr (ed.), Imágenes y ensayos del 98, Valencia, Fundación Cañada Blanch, 1998, p. 21.

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Cánovas del Castillo promovió, en la estela del deseo de legitimación del sistema, la conjugación entre dos principios, el monárquico y el gobierno parlamentario, que frenasen una excesiva representación nacional.88 Bajo esta perspectiva, la institución monárquica se convirtió en el fruto del proceso histórico y las Cortes serían la representación de los cambios que se pergeñaban en la sociedad. Para evitar una inclinación en la balanza hacia las prerrogativas del rey o las de los partidos, Cánovas centró el esfuerzo político en la creación de dos partidos fuertes, que acogieran las distintas tendencias y evitaran los conflictos que se habían generado décadas antes, que habían desembocado en una situación de inestabilidad. Para Carlos Seco Serrano, uno de los problemas del turno de dos partidos fue que no cumplieron el programa establecido porque se separaron de las clases populares. Este fue el fracaso tanto de Cánovas, que no propició la apertura a la base social, como del líder del Partido Liberal, Práxedes Sagasta. A la falta de reformas de las estructuras sociales del país y la marginalización de las líneas políticas que no comulgaron con los dos partidos políticos, hay que añadir otro punto negativo: el mal entendimiento con la Iglesia y el Ejército, ya no solo por parte de las tendencias socialistas o republicanas, sino también por los propios grupos que ocupaban el poder. En la década de 1890 se agudizó la crisis del sistema y se mostró más patente que la realidad política no funcionaba.89 Esperanza Yllán destaca que la consideración de la necesidad perentoria e indiscutible de la Restauración monárquica trajo aparejados los intereses de una minoría «oligárquica y colonialista anclada aún en la mentalidad del Antiguo Régimen», que no estaban acordes al desarrollo de una sociedad burguesa con ambiciones capitalistas.90 El historiador José Varela apuntó, en su ya clásico libro sobre las redes clientelares, que se trató de un régimen político que conservó las libertades básicas reconocidas y que permitió, en esta coyuntura, un cierto entendimiento entre la sociedad rural y la urbana. Este consentimiento se reflejó en una indiferencia general hacia los asuntos políticos por parte de la población y que motivó la queja de aquellas fuerzas que no jugaron dentro del sistema. 88   Yllán Calderón, Esperanza. Cánovas del Castillo…, pp. 199-206, especialmente pp. 201 y 206. Yllán Calderón destaca la capacidad de Cánovas para reunir los restos de los partidos isabelinos y conformar un movimiento alfonsino, concebido como un paso previo para forzar la necesidad de la restauración monárquica. Por otro lado, habría de destacarse otra línea argumentativa ambigua del pensamiento de Cánovas que era asegurar una convivencia política sin otorgar uno de los principios de la sociedad civil: la soberanía nacional, dadas las reticencias para la concesión de ciertas prerrogativas al conjunto de la sociedad. 89   Seco Serrano, Carlos. Alfonso XIII y la crisis de la Restauración, Barcelona, Ariel, 1969, pp. 15-29. García Lorenzo, Luciano. «Sagasta Tenorio: política y teatro», en José María Ruano de la Haza (ed.), La independencia de las últimas colonias españolas y su impacto nacional e internacional, Ottawa, Dovehouse, 1999, pp. 50-57. 90   Yllán Calderón, Esperanza. Cánovas del Castillo…, p. 218.

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El régimen se mantuvo porque las oleadas de cambios no se dieron por el impulso de una opinión pública, sino que fueron motivados por la alternancia en el poder y reforzaron la unión entre las distintas facciones de los partidos.91 Un obstáculo fue que se combinaron demasiadas variables, algunas de ellas tan contradictorias que no permitieron la propia evolución natural del sistema para adaptarse a las nuevas necesidades sociales. Muchos aspectos fueron inamovibles bajo la influencia de una política de posiciones muy conservadoras que no estaban interesadas en un cambio, y pervivieron muchos elementos discordantes dentro del propio sistema. Era necesario integrar en el escenario político, y en algunas ocasiones neutralizar, como veremos en el siguiente ejemplo, al mayor número de tendencias ideológicas, lo que dotó de perdurabilidad al régimen. El caso al que nos referíamos antes se trataba de la acción de Antonio Cánovas del Castillo, cuando impidió la creación de un partido de masas confesional al provocar la ruptura dentro de la tendencia católica gracias a la incorporación al Partido Conservador de Alejandro Pidal, destacada personalidad dentro de la rama más combativa del catolicismo.92 Una de las matizaciones a tener en cuenta es que los partidos políticos que se alternaron en el poder no eran asociaciones formalmente constituidas, y este hecho relegaba indefinidamente la creación de un programa de gobierno; por otro lado, podían comprender múltiples facciones, lo que dificultaba el acuerdo común entre sus militantes.93 Lo que sí es cierto es que la difícil coyuntura tras la muerte de Alfonso XII forzó un acuerdo político entre conservadores y liberales, ambas constituidas como fuerzas dinásticas. Los dos partidos se alzaron como los verdaderos directores de la vida política, que si bien definieron los pasos del importante periodo liberal, también marcaron las propias limitaciones del sistema.94 Si volvemos al estudio de José Varela, destacamos que el historiador afirmó que, en definitiva, la Restauración fue un régimen liberal no democrático; el sistema canovista fue la solución conservadora que desmontó la posibilidad revolucionaria y permitió la estabilidad del régimen liberal.95 Si retomamos el comienzo del periodo de la Restauración, Alfonso XII, gracias al Manifiesto de Sandhurst, obra de Antonio Cánovas, estableció las bases de lo que sería su reinado. Se abría un periodo nuevo, con la recuperación de la tradición y reanudación del proceso liberal, donde se insistió en el espíritu constitucional y la presencia de las Cortes. Su deseo de ejercer sus   Varela Ortega, José. Los amigos políticos…, pp. 501-504.   Mateos Rodríguez, Miguel Ángel. «España entre dos siglos: ejército e iglesia en el sistema de poder del régimen político de la Restauración (1890-1914)», en Los 98 Ibéricos y el mar. El Estado y la política, vol. 3, Madrid, Sociedad Estatal Lisboa 98, 1998, p. 92. 93   Andrés-Gallego, José. Un 98 distinto. Restauración, Desastre, Regeneracionismo, Madrid, Encuentro, 1998, p. 43. 94   Lario González, María Ángeles. «Alfonso XII. El rey que quiso ser constitucional», Carlos Dardé (ed.), La política en el reinado de Alfonso XII, Ayer, 52 (2003), p. 38. 95   Varela Ortega, José. Los amigos políticos…, pp. 101, 513. 91 92

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prerrogativas como monarca provocó que él mismo se debatiese entre el respeto completo al sistema de la monarquía constitucional y su conciencia de querer intervenir en el gobierno del país. Esto provocó ciertas debacles en el campo político.96 Alfonso XII demostró el papel que se le había asignado cuando otorgó el primer gobierno a Cánovas en detrimento de los moderados, y en un segundo momento, con la llamada al gobierno de Sagasta; con la decisión de no retornar a la Constitución de 1845; con mantener a su madre, Isabel II, en el exilio; y con la práctica de la tolerancia religiosa, declinando así la posibilidad de proclamar la unidad católica que reclamaban algunos.97 Esta concepción política requería una serie de condiciones para que funcionase: por un lado, que los partidos aglutinasen el mayor número de opiniones políticas existentes en ese momento, como hemos ya indicado; que ambos partidos compartiesen los valores fundamentales sobre los que se apoyaba el sistema; y por último, la aceptación de las reformas propuestas en el anterior turno para llevarlas a cabo en la consiguiente legislatura. Como contrapartida, se requería un falseamiento electoral indispensable para que se llevase a cabo la sucesión de los partidos, que implicó un alejamiento gradual de la opinión pública.98 Para Javier Moreno Luzón, este reparto del poder simplemente sorteó los conflictos, al estabilizar el juego político, aunque la existencia de los enfrentamientos internos no se pudo obviar.99 Décadas más tarde, a finales del siglo, dentro de los propios grupos que se alternaron en el poder, comenzaron a oírse voces críticas.100 La aprobación del sufragio universal, bajo el mandato del Partido Liberal liderado por Práxedes Sagasta, en 1889, fue para muchos la oportunidad de que sus esperanzas en la participación real del individuo en el juego político se confirmasen, pero pronto este deseo se vio frustrado por la realidad. Las nuevas necesidades de la sociedad exigían un cambio en la dirección, que no se vieron satisfechas por el temor a una movilización popular.101 Si se temía el poder decisorio del  96   Dardé, Carlos. «En torno a la biografía de Alfonso XII», Carlos Dardé (ed.), La política en el reinado Alfonso XII, Ayer, 52 (2003), p. 40.  97   Milán García, José Ramón. «Los liberales en el reinado de Alfonso XII: el difícil arte de aprender de los fracasos», Carlos Dardé (ed.), La política en el reinado de Alfonso XII, Ayer, 52 (2003), pp. 97-101.  98   Artola, Miguel. «El sistema político de la Restauración», en José Luis García Delgado (ed.), La España de la Restauración: política economía, legislación y cultura, Madrid, Siglo XXI, 1985, pp. 12-13.  99   Moreno Luzón, Javier. «Teoría del clientelismo y estudio de la política caciquil», Revista de Estudios Políticos, 89 (1995), pp. 209-210. 100   Varela Ortega, José. Los señores del poder, Barcelona, Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores, 2013. Varela Ortega plantea en el capítulo 2 de este libro, «La solución española», un interesante ensayo sobre las consecuencias de este pacto y de su coste en las siguientes décadas en el sistema político español (pp. 117-148). 101   González Calleja, Eduardo. La razón de la fuerza. Orden público, subversión y violencia política en la España de la Restauración (1875-1917), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1998, p. 30.

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pueblo, difícilmente se podían acatar unas medidas encaminadas a una mayor democratización del sistema. Las reticencias vendrían por la línea continuista del sistema político, sobre todo en la figura de los dos líderes, Sagasta y Cánovas, sin ninguna reforma en el panorama, que no dejaba espacio a otros miembros de ambas formaciones políticas.102 La guerra posterior contra Estados Unidos; la propia corrupción del sistema, cada vez más evidente; el ciclo económico o el resurgimiento del anarquismo fruto de las tensiones sociales hicieron que la década de 1890 fuera crítica; a pesar de todo, el sistema todavía perviviría dos décadas más. En cuanto al campo de la política internacional, podemos señalar el giro dado en 1885, momento en el que Práxedes Sagasta retomó el poder tras la muerte de Alfonso XII y en el que Segismundo Moret ocupó la cartera de Estado. El objetivo era conseguir que España dejase de estar aislada y dotar a la cancillería española de una personalidad que marcase las directrices a seguir.103 No solo se miró a Europa, donde los países monárquicos eran los potenciales aliados, como Rusia, Italia o Alemania, sino también a las repúblicas hispanoamericanas.104 A pesar de estas directrices, habría que destacar que los factores que marcaron la política exterior, durante los primeros años de la Restauración, fueron, por un lado, el afianzamiento de la monarquía, por otro, el mantenimiento de la integridad nacional, y por último, la perspectiva de oportunidad en el norte de África. Para el líder del Partido Liberal era crucial conjugar una política de neutralidad y el afán de recuperar el prestigio perdido.105 Las relaciones diplomáticas planteadas no eran tan fáciles, dado que desde el comienzo del reinado de Alfonso XII se apreció la inclinación del joven monarca hacia Alemania, que implicó ciertos roces diplomáticos con Francia, línea que se continuó con la regencia de su mujer María Cristina. Aun a pesar de la inclinación de Cánovas por Alemania, la no aceptación de ciertos puntos de la política de Bismarck, la reticencia a inscribirse en una alianza más formal y la realidad del peso político y económico de España tuvieron como resultado que finalmente estos lazos de unión se debilitasen.106 El cambio de siglo y la llegada a la mayoría de edad de Alfonso XIII inclinaron la balanza hacia Francia e Inglaterra. El esfuerzo de Espa102   Lario González, María Ángeles. «Los 90: el fin de la esperanza, la crisis del 90 y la crítica al turnismo», en Juan Pablo Fusi y Antonio Niño (eds.), Antes del «Desastre»: orígenes y antecedentes de la crisis del 98, Madrid, Universidad Complutense, 1996, p. 67. 103   Mesa, Roberto. «España en la política internacional a finales del siglo  xix», en José Abellán et al., El 98 Iberoamericano, Madrid, Pablo Iglesias, 1998, p. 96. 104   Domingo Acebrón, María Dolores. Rafael María de Labra. Cuba, Puerto Rico, las Filipinas, Europa y Marruecos, en la España del Sexenio Democrático y la Restauración (1871-1918), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2006, p. 252. 105   Milán García, José Ramón. Sagasta o el arte de hacer política, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p. 281. 106   Torre del Río, Rosario de la. «La situación internacional de los años 90 y la política exterior española», en Juan Pablo Fusi Aizpurúa y Antonio Niño (eds.), Vísperas del 98. Orígenes y antecedentes de la crisis del 98, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, p. 173. Rosario

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ña por conservar los últimos restos de su Imperio, cuando el resto de países se habían lanzado a la carrera colonial, también marcó las directrices del Ministerio de Estado.107 En cuanto a la situación económica del país, se ha señalado que los periodos entre 1879-1882, 1888-1893 y 1897-1906 fueron fiscalmente restrictivos, es decir, que el Estado gastó menos, y precisamente coincidieron con los momentos de las grandes conmemoraciones.108 El crecimiento de la renta nacional y de la población fue en menor grado que en el resto de países occidentales y esto caracterizó la situación económica española en este periodo. Las estructuras agrarias se mantuvieron casi inmutables, ya que aunque hubo un ligero aumento del número de hectáreas dedicadas al cultivo de cereales, en contrapartida no se multiplicaron las actividades económicas. La propiedad de la tierra cambió de manos, pero esto no quiere decir que aumentase la producción. Las sucesivas desamortizaciones habían provocado simplemente que los titulares de la tierra fueran otros.109 Las décadas de 1870 y 1880 fueron acompañadas de un ciclo económico evaluado como positivo, aunque con ciertas matizaciones, gracias al aumento de la producción minera en el norte de España y del tejido industrial en Cataluña, de la inversión de capital extranjero y de la exportación de productos españoles al extranjero, que tuvo como remate final la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Por último, queremos hacer hincapié en la participación de la Iglesia en la cultura del recuerdo, como parte esencial de la sociedad conmemorativa española. La institución de la Iglesia española se hallaba, en el momento del comienzo de la Restauración en 1875, en una situación económica desfavorable, tras las desamortizaciones realizadas entre 1830 y 1850. Aun así, se podría admitir una variable, la del proceso de recuperación que había co­ menzado en 1859. La realidad era que conservaba un patrimonio de bienes difíciles de vender y era necesaria una infraestructura financiera para suplir ciertas necesidades. La clave era encontrar el modo de financiación sin adscribirse por completo a una tendencia política o un grupo social, cuestión que no se supo resolver durante el periodo de la Restauración.110 de la Torre mantiene que el recogimiento que Cánovas imprimió en su política exterior intentó evitar, por un lado, el aislamiento, y, por otro, el compromiso, en un ejercicio de equilibrio. 107   Jover Zamora, José M.ª Política, diplomacia y humanismo popular. Estudios sobre la vida española en el siglo xix, Madrid, Turner, 1976, p. 120. 108   Comín, Francisco. «La política fiscal en España entre 1874 y 1914. Algunas precisiones», en José Luis García Delgado (ed.), La España de la Restauración: política, economía, legislación y cultura, Madrid, Siglo XXI de España, 1985, p. 193. 109   Pan-Montojo, Juan. «El atraso económico y la Regeneración», en Juan Pan-Montojo (coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Madrid, Alianza, 2006 (1998), p. 274. 110   Palomares Ibáñez, Jesús. «La recuperación de la Iglesia Española (1841-1931)», en Emilio La Parra y Jesús Pradells Nadal (eds.), Iglesia, sociedad y estado en España, Francia e Italia (ss. xviii al xix), Alicante, Instituto de Cultura Juan-Gil Albert, 1991, p. 154.

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La situación tras 1875 fue la de una cierta limitación de la libertad religiosa, que había sido enunciada en el artículo 11 de la Constitución de 1869, nada satisfactorio para la cúpula eclesiástica, que vio perdida la idea de unión católica nacional. A pesar del descontento, poco a poco se recuperó su papel como religión oficial, además de tener la dirección de la educación en España. Algunos políticos vieron con temor este proceso y lo consideraron una excesiva concesión por parte del líder conservador, Antonio Cánovas del Castillo. La Iglesia consideraba natural sus demandas, en atención a su pasado y su relación con el Estado, y esta falta de cambios provocó que no se promoviese un proceso renovador que hubiera permitido una nueva imbricación en la sociedad española. Por ello, siguió conservando el poder en regiones donde tradicionalmente ya era fuerte, como en el norte de la Península, ya que el catolicismo ofrecía un respaldo frente a ciertas corrientes ideológicas que comenzaban a asentarse en el panorama social y político español del último tercio del siglo  xix. Se ejerció un acto de consolidación, pero no de expansión.111 El punto principal del debate sobre la cuestión religiosa en estos años fue la reforma del Concordato. Desde el frente liberal se quiso frenar la continua creación de órdenes e instituciones religiosas, además de regular, de una vez, el sistema educativo. El Gobierno de Sagasta hizo uso de una política de doble rasero. De cara al exterior se mantuvo firme ante las pretensiones de una renegociación de las leyes de 1851 ante la Santa Sede, pero, por otro lado, sí hubo un reconocimiento legal de muchas de las órdenes religiosas previamente anuladas. Se trataba ante todo de establecer una postura media que satisficiese a todas las partes.112 Este no fue el único avance. Ya desde la década de 1880 se pudo entrever un cierto protagonismo de las fuerzas religiosas en el mundo político y social. Hay que destacar el número elevado de congresos católicos, los intentos de crear una prensa católica de gran difusión, las peregrinaciones, la construcción de la catedral de la Almudena en Madrid, la celebración de centenarios como el de santa Teresa o su implicación en el de Calderón de la Barca.113 El interés de la jerarquía eclesiástica de alcanzar una presencia mayor en el contexto social español forzó su inclinación por presentar a ciertos mitos plenamente integrados en la esfera católica. La Iglesia no solo participó activamente en las conmemoraciones del último tercio del siglo xix, con la ejecución de sus propias propuestas, sino que también tuvo un papel muy activo en los programas 111   Lannon, Frances. Privilegio, persecución y profecía. La Iglesia Católica en España, 1875-1975, Madrid, Alianza Editorial, 1990 (1987), pp. 18-20 y 35. 112   Andrés-Gallego, José. «Planteamiento de la cuestión religiosa en España, 18991902», Ius Canonicum, vol. 12/24 (1972), pp. 175-179 y 208. 113   Storm, Eric. «El 98 y el pensamiento político. Una perspectiva europea», en Octavio Ruiz-Manjón y Alicia Langa Laorga (eds.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 266.

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civiles, puesto que se incluyeron en muchas ocasiones actos litúrgicos, como elementos primordiales de la identidad colectiva. Además, el camino que se había iniciado con la elaboración de una historiografía nacional católica, entre cuyos protagonistas encontramos a Jaime Balmes o Manuel Merry y Colón, tuvo su gran confirmación en la puesta en escena de los centenarios mencionados. Esta corriente de pensamiento integró una serie de críticas a todo intento de alejamiento de las doctrinas católicas. No podemos olvidar la fuerza de la Iglesia en la difusión de su discurso, puesto que en sus manos estaba gran parte de la responsabilidad de la educación, sobre todo en el nivel de primaria. Se reforzó aquí la idea de definición e identificación de ser español con ser católico.114 Además, la Iglesia ejerció un control social e ideológico con la difusión de la prensa católica, aunque en el último cuarto del siglo xix, con la proliferación de periódicos de corte liberal, y las leyes, restrictivas, de libertad de expresión, perdió terreno, por su incapacidad de adaptarse a los nuevos tiempos.115 A finales del siglo  xix, la poca capacidad de atracción de lectores por la falta de conciliación con las necesidades sociales y la ausencia de una cobertura financiera hicieron que la prensa católica perdiese terreno frente a la prensa liberal. Sin embargo, la Iglesia también mantuvo multitud de publicaciones que de un modo u otro apoyaban su ideología religiosa.116 De este modo, con el aglutinante de todos estos factores, el periodo comprendido entre 1876 y 1902 fue el periodo clave de la formación de un pensamiento conservador. Las convicciones religiosas de la sociedad, la división entre distintas corrientes dentro del catolicismo más militante y las complejas relaciones que mantuvo la Iglesia con el Estado y con la sociedad eran los ejes que conformaron el contexto de celebración de ciertos centenarios. La Iglesia contaba con su posición privilegiada en la educación, la prensa y las asociaciones católicas, como ya hemos mencionado. Las elites gobernantes del Estado liberal vieron en este acercamiento de la Iglesia a las instituciones del Estado la posibilidad de tenerla como aliada ante posicionamientos más extremos. Esta doble actitud no benefició plenamente a la Iglesia: la división interna, la inflexibilidad de algunos sectores y la falta de unión hicieron que no ganase una posición en el escenario político a semejanza de otros países europeos. La falta de consenso entre su deseo de permanecer apegada a sus antiguos privilegios, por un lado, y los tenues intentos de adaptación a los nuevos desafíos provocó que su situación fuese ciertamente delicada, aunque no estaba en peligro.117 La cues  Álvarez Junco, José. Mater Dolorosa…, p. 461.   Hibbs-Lissorgues, Solange. Iglesia, prensa y sociedad en España (1868-1904), Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1995, pp. 355 y 371. 116   Botrel, Jean François. «La Iglesia católica y los medios de comunicación», en Bernard Barrière et al., Metodología de la historia de la prensa española, Madrid, Siglo XXI de España, 1979, p. 162. 117   Hibbs-Lissorgues, Solange. Iglesia, prensa y sociedad…, pp. 432-433. 114 115

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tión fundamental que surgió en este momento fue la de crear un partido confesional, aunque todo intento de agrupar a los católicos en este sentido estuvo abocado al fracaso. Hubo una iniciativa denominada Unión Católica, que desapareció posteriormente por la falta de programa, con unos objetivos y preocupaciones de protección de la religión y de la educación católicas, que impedía a sus militantes participar en el sistema político de partidos.118 En cierto sentido, la posición del Vaticano no propició el éxito de este tipo de iniciativas. Sin tener en cuenta la delicada situación política española en ese momento, desde Roma se abogaba por una uniformidad católica completa, sin ninguna concesión, tal y como se había acordado en el Concordato de 1851. A la muerte de Pío IX, León XIII no tardó en pedir a los católicos españoles que aceptasen esta cierta indulgencia con el resto de los practicantes de otras confesiones religiosas, como un pequeño guiño al liberalismo ejercido en España. León XIII ideó la llamada doctrina de la reconciliación, en la cual insistió en que ningún gobierno fuera en sí condenado por la Iglesia, a no ser que resultara claramente contrario a las enseñanzas católicas. Más adelante, en 1888, se habló de la teoría del mal menor, es decir, que se aceptasen compromisos con el Estado para que la situación de la Iglesia no fuese más perjudicada.119 En este mismo año, sin atender a las proclamas que se dictaban desde San Pedro, se produjo una primera escisión en esta tendencia católica integrista, que se agrupó en torno al periódico El Siglo Futuro y sus fundadores, Cándido y Ramón Nocedal, opuestos a la monarquía alfonsina.120 Este núcleo integrista, junto con la corriente carlista, compartieron el escenario en el norte de España, Navarra, País Vasco y Cataluña, que además se alineó con la idea de oposición a un estado centralista, rechazado tanto por motivos políticos como religiosos. El catolicismo en las regiones catalanas y vascas tuvo otra evolución. Muchos católicos en estas regiones vincularon sus esperanzas de regeneración del país fuera de los partidos tradicionales alfonsinos o el carlismo, y buscaron esta salida en los partidos políticos que se estaban constituyendo en torno a la idea regionalista. En Cataluña existía la Lliga Regionalista; aunque no tuviera en su programa un afín claro a la religión católica, los representantes de la Iglesia sí pensaron que necesitaban al catalanismo y que Cataluña se podía beneficiar de reconocer las tradiciones católicas. Con ello muchos católicos se integraron en esta idea catalanista, sin que esta última tuviera un concepto religioso definido. En cuanto al País Vasco, el partido nacionalista sí tuvo una vincu  Lannon, Frances, Privilegio, persecución y profecía…, pp. 159-165.   Anguera Nolla, Pere. «El liberalismo español desde el tradicionalismo», en Manuel Suárez Cortina (ed.), Las máscaras de la libertad. El liberalismo español (1808-1950), Madrid, Marcial Pons, 2003, p. 269. 120   Canal, Jordi. El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España, Madrid, Alianza, 2004 (2000), pp. 230-231. 118 119

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lación directa con la defensa de la religión católica. La identidad iba vinculada con la religión.121 En definitiva, la Iglesia católica, según la observación de Pierre Vilar, lejos de mostrarse ajena a la evolución del nacionalismo del siglo xix, decidió asumir un determinado papel en los cultos que se rendían a la nación.122 Esto se tradujo en ritos que tuvieron que ver con la Iglesia, como veremos en los capítulos referidos a la celebración de centenarios en España. También en el siguiente capítulo analizaremos el papel ejercido por las instituciones eclesiásticas con respecto a los proyectos educativos para dibujar con más detalle la presencia de la religión católica en el proceso de difusión del sentimiento de identidad nacional español. 3.2. Los nacionalismos vasco y catalán: la voz discrepante En este último apartado queremos trazar los puntos principales que marcaron el desarrollo de los denominados nacionalismos periféricos catalán y vasco, muy importantes desde nuestro punto de vista para comprender la cultura conmemorativa del periodo investigado. Para este punto, hemos decidido recoger el debate historiográfico sobre estas «voces discrepantes» de los últimos años. Para empezar, quisiéramos señalar que a finales del siglo  xix, independientemente de los procesos de formación o desarrollo de estos nacionalismos periféricos, se produjo el divorcio entre los planteamientos regeneracionistas de las personalidades intelectuales de origen vasco y catalán frente al posicionamiento ideológico en otras regiones. Las ideas de modernización lanzadas desde el País Vasco y Cataluña, muchas de ellas de mano de miembros de una burguesía industrial pujante, con unos intereses concretos, tropezaban con la burocracia centralizada en Madrid y las necesidades de otras regiones peninsulares, sin encontrar por ello nexos en común. Por ello, muchos comenzaron a dar vida a proyectos regionales fuera de un programa nacional conjunto. Estas diferencias dificultaron aún más el camino hacia un proyecto unitario, momento en el cual algunos de estos pensadores comenzaron a verter sus energías hacia la reflexión sobre la cuestión social. No en vano, las decisiones políticas se tomaban en Madrid y el desarrollo industrial se vivió sobre todo en Bilbao y Barcelona. La capital española no tenía una gran conexión europea, ni gran desarrollo cultural. Por algunas de estas razones, las elites sociales de estas ciudades, donde la velocidad era diferente a la capital, se sentían desconectadas con lo que pasaba en el centro del país.123   Lannon, Frances. Privilegio, persecución y profecía…, pp. 168-170.   Vilar, Pierre. «Estado, nación, patria en España y Francia. 1870-1914», Estudios de Historia Social, 28-29 (1984), p. 14. 123   Núñez Seixas, Xosé Manuel. «The Region as Essence of the Fatherland: Regionalist Variants of Spanish Nationalism (1840-1936)», European History Quarterly, vol. 31/4 (2001), p. 512. 121 122

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Algunos procesos regionalistas desembocaron más tarde en un proceso de identidad nacional periférica, como en Cataluña. Josep Fradera insiste en la necesidad de estudiar en conjunto el proceso de proyección de la nación sin «separar» como un apartado colateral los procesos de los denominados «nacionalismos periféricos».124 Para algunos pensadores de la época, como Víctor Balaguer, la región fundamentaba la identidad española. La región era una pieza clave en la elaboración e identificación con el sentimiento nacional. De hecho, la región se erigiría como un símbolo de modernidad y el sentimiento regional no se opondría a la identidad nacional, sino que serían complementarios.125 Todos estos procesos harían que la realidad nacional fuera muy dinámica en este periodo. Eric Storm difiere de la teoría defendida por Eugen Weber según la cual la única dirección de la afirmación de un sentimiento nacional proviene del centro hacia la periferia. Es decir, que las elites nacionales, a través de diversas estrategias, como la educación, influirían en las supuestas pasivas elites provinciales. De este modo, Storm insiste en que en España hubo una relación entre los poderes regionales y centrales en la conformación de un programa de exaltación nacional.126 Esto lo podremos comprobar, por ejemplo, en el empeño de la burguesía catalana en la Exposición Universal de Barcelona. Podría desembocar en una colisión de sentimientos e identidades, pero no era la única opción. Lo que sí ocurrió fue que las revalorizaciones de la lengua propia y la cultura, muy difundidas a causa de la corriente de pensamiento romántica, contribuyeron a que se desarrollase en estos espacios una legitimación historiográfica de la idea de región.127 La evolución de la trayectoria del regionalismo fue revalorizada por otros sectores políticos, como por ejemplo por las corrientes federalistas, que siempre abogaron por una distribución del poder diferente; por el regeneracionismo, que puso el ojo en el valor de la región; o por la derecha tradicional, que apostaba por que la familia y la región fueran la base del país. Por otro lado, los deseos independentistas de Cuba influyeron en los nacionalismos periféricos y en la afirmación de una posición nacionalista española. La actitud aislacionista tras el Desastre del 98 hizo que se interpretase el devenir de España desde una clave interna. Catalanes y vascos giraron la vista atrás anhelando la organización del pasado.128 124   Fradera, Josep M. «El proyecto español de los catalanes: tres episodios y un epílogo», en Antonio Morales Moya (coord.), Nacionalismos e imagen de España, Madrid, Sociedad Estatal Española Nuevo Mundo, 2001, p. 21. 125   Arliches, Ferrán. «‘Hacer región es hacer patria’. La región en el imaginario de la nación española de la Restauración», Xosé Manuel Núñez Seixas (ed.), La construcción de la identidad regional en Europa y España (siglos xix y xx), Ayer, 64 (2006), pp. 122-127. 126   Storm, Eric. «Regionalism in History…», p. 253. 127   Moreno Alonso, Manuel. Historiografía romántica española: introducción al estudio de la Historia en el siglo xix, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1979, p. 62. 128   Ucelay-Da Cal, Enrique. «Cuba y el despertar de los nacionalismos en la España peninsular», Studia Histórica. Historia Contemporánea, 15 (1997), pp. 151 y ss.

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Incidiremos pues en la evolución del sentimiento regional en el País Vasco y en Cataluña a fin de entender cómo influyó en el proceso de elaboración de la cultura conmemorativa a lo largo de las primeras décadas de la Restauración. En el sistema erigido durante la época de la Restauración se desarrollaron nuevas formas de actuación política, además de aparecer un creciente protagonismo del individuo, que afectó a distintos planos, no solo al social sino también al político. El creciente protagonismo de la sociedad de masas hizo evidente que las movilizaciones populares tuvieron cada vez más poder, de aquí el creciente interés que se observó por las conmemoraciones culturales. En el caso vasco, a diferencia del catalán, como veremos más adelante, no hubo una evolución de un movimiento cultural hacia unos contenidos políticos, sino que fue una radicalización de un discurso ideológico que provenía tanto de una reivindicación de los fueros como del proyecto defendido por los carlistas.129 Los cambios sociales que se vivieron en esta región en el final del siglo xix fueron también un detonante para que este discurso se difundiera vivamente. La industrialización y la inmigración masiva de trabajadores hacia ciertas zonas urbanas, como Bilbao, y la pérdida de ciertas tradiciones contribuyeron al nacimiento de los principios del nacionalismo vasco. Para autores como Luis Castells esta postura entroncaría con la idea de que los nacionalismos, ya sean de carácter estatal o no, fueron uno de los pilares de la modernización que se operó en el cambio del siglo  xix al xx.130 En el caso vasco este rasgo modernizador del sistema político no se puede atribuir como referente exclusivo al hecho de que existiera un partido nacionalista vasco, sino que fue un proceso que se dio en el periodo de la Restauración, con o sin desarrollo de la ideología nacionalista vasca. El caso es que la ideología planteada por Sabino Arana no hablaba de una sociedad moderna, sino que enfatizaba el papel de la comunidad, que estaba por encima incluso del individuo, sin tener en cuenta los principios de soberanía popular de la nación, planteados por el nacionalismo de carácter cívico.131 El Partido Nacionalista Vasco no quedó formalmente constituido hasta 1897, en principio en la ilegalidad, dadas su constantes reivindicaciones independentistas, pero finalmente se flexibilizaron las posturas para adecuarse al sistema político español y poder presentarse a las elecciones ya en el temprano año de 1898. Aunque el nacionalismo vasco tuvo una rápida implantación, en principio se adscribió a un área muy reducida; fue sobre todo a partir 129   Canal, Jordi. «Guerras civiles en Europa en el siglo xix o guerra civil europea», en Jordi Canal y Eduardo González Calleja (eds.), Guerras civiles. Una clave para entender la Europa de los siglos xix y xx, Madrid, Casa de Velázquez, 2012, p. 32. 130   Castells, Luis. «El nacionalismo vasco (1890-1923) ¿una ideología modernizadora?», Teresa Carnero Arbat (ed.), El reinado de Alfonso XIII, Ayer, 28, Madrid (1997), p. 128. 131   Edles, Laura Desfor. «A Culturalist Approach to Ethnic Nationalist Movements», Social Science History, vol. 23/3 (1999), p. 324.

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de la muerte de Arana en 1903 cuando comenzó a ampliar su proyección. Tuvo así un doble carácter: por un lado, sufrió una relativa rápida expansión, pero por otro, como contrapartida, se limitó a un círculo muy pequeño, dada la radicalidad de las posturas ideológicas de su fundador.132 Los puntos principales de su programa político fueron: la identificación de esta ideología con un supuesto religioso, la creación de una nueva identidad basada en la comunidad de manera indisoluble y el concepto de raza. Esta corriente ideológica trazó un entramado social que fructificó dadas las nuevas necesidades generadas por el impacto de la industrialización, por eso tuvo en un primer momento una buena acogida, sobre todo en Vizcaya.133 La pérdida de los referentes que aseguraban la estabilidad en el pasado hizo que la aparición de un discurso donde se recogían las tradiciones y los mitos que dotarían de estabilidad a ciertas relaciones sociales otorgaba un importante papel a la comunidad, idealizaba el mundo y la vida rurales y enaltecía el papel del pueblo vasco como el elegido, e implicaría de este modo la obtención del apoyo de ciertos sectores de la sociedad.134 La abolición final de los fueros en la ley de julio de 1876 fue uno de los mitos del ataque al bienestar de las tierras vascas, en perjuicio de la costumbre que conllevaría el progreso y la felicidad.135 El vasco era un nacionalismo excluyente, ya que la persona que no entraba dentro de los parámetros establecidos como definitorios del ser vasco estaba fuera; era integrista, pues abarcó ciertos caracteres de la ideología tradicionalista carlista; y religioso, lo que le concedió una fuerza inusitada. Se daban respuesta a los problemas de cohesión social planteados por los cambios y se enaltecía el pasado común, idealizado, fuertemente estructurado, lo que ayudó a disipar las críticas que planeaban sobre el discurso. Todos estos factores provocaron que el incipiente regionalismo vasco sobrepasara los rasgos característicos del patriotismo local, frenando así durante las siguientes décadas las posibilidades de una idea de cohesión nacional común con el resto de regiones españolas. Por otro lado, la trayectoria del nacionalismo catalán difirió del vasco. En Cataluña los conflictos generados por la industrialización aparecieron antes que en el resto de la Península. La búsqueda de una solución para integrar y diluir dichos enfrentamientos en un sistema político liberal pasó por   Castells, Luis. «El nacionalismo vasco (1890-1923)…», p. 131.   Granja Sainz, José Luis de la. «La idea de España en el nacionalismo vasco», en Antonio Morales Moya (coord.), Nacionalismos e imagen de España, Madrid, Sociedad Española Nuevo Mundo, 2001, p. 39. 134   Corcuera Atienza, Javier. «Historia y nacionalismo. El caso vasco (De la invención de la Historia a los Derechos que de la Historia se derivan)», en Carlos Forcadell Álvarez (ed.), Nacionalismo e historia, Zaragoza, Instituto Fernando el Católico, 1998, p. 56. 135   Castells, Luis. «La abolición de los Fueros Vascos», Carlos Dardé (ed.), La política en el reinado de Alfonso XII, Ayer, 52 (2003), pp. 148-149. 132 133

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el tamiz de las reivindicaciones nacionalistas regionales.136 Josep Fradera ha insistido en la idea de que la formación de la identidad catalana fue un proceso paralelo al asentamiento de la idea del Estado nación español, cuyo punto de partida fue la difícil relación entre la política liberal desarrollada a lo largo de las décadas del siglo xix y la herencia del pasado.137 Se reivindicaba el deseo de cambiar un sistema inoperante, momento en el que confluyeron los intereses de la izquierda y derecha catalanas, que, aunque sin negar la existencia de la nación española, se quería una nueva forma de autogobierno para la afirmación de su identidad histórica.138 Era la búsqueda de ciertas propuestas de solución a los crecientes problemas sociales y económicos que aparecieron y que el Estado, desde el punto de vista de las coordenadas sociales y políticas catalanas, no pudo resolver.139 Con este punto de partida, se generó una política regional fuertemente diferenciada que con el tiempo dio paso a la evolución hacia un sentimiento nacionalista.140 A pesar del desarrollo que tuvo, a la altura de 1888 no se le había concedido todavía gran importancia a esta corriente política. Para Valero de Tornos, periodista de El Imparcial, «lo del regionalismo y el separatismo es una inocente chifladura de unos pocos a quienes se oye algo no por lo que dicen sino por lo que chillan».141 En Cataluña, en el último cuarto del siglo  xix, se manifestaron dos tendencias culturales propiamente catalanas, que tuvieron también su personificación en política. Habría que fijar la atención sobre todo en la década de 1880, edad dorada de la economía catalana, momento en el cual se consideró que el sistema político de la Restauración no cumplía las expectativas de los grupos sociales emergentes.142 Por un lado, hablamos de la Renaixença, y por otro, del Modernismo. El primer movimiento, literario y cultural, influido por el Romanticismo, apareció en Cataluña a mediados del siglo  xix y tuvo como objetivo la reivindicación de la lengua, la tierra y la cultura catalanas.143 Fue un puente de unión entre esta reivindicación del pasado y la pos136   Anguera Nolla, Pere. «La politización del catalanismo», Rafael Serrano (ed.), El Sexenio Democrático, Ayer, 44 (2001), p. 54. 137   Fradera, Josep M. «La política liberal y el descubrimiento de una identidad distintiva de Cataluña (1835-1865)», Hispania, vol. LX/2, 205 (2000), pp. 673-674. 138   González Casanova, José Antonio. «Los nacionalismos y el Estado de la Restauración», Estudios de Historia Social, 28-29 (1984), pp. 338-339. 139   Anguera Nolla, Pere. Cataluña en la España Contemporánea, Lleida, Milenio, 2006, p. 193. 140   Fradera, Josep M. Cultura nacional en una sociedad dividida. Cataluña, 1838-1868, Madrid, Marcial Pons, 2003, p. 55. 141   El Imparcial, 6.11.1888. 142   Riquer i Permanyer, Borja. «El surgimiento de las nuevas identidades con­tempo­ ráneas…», p. 49. 143   Lladonosa Latorre, Mariona. La construcció de la catalanitat. Evolució de la concepció d’identitat nacional a Catalunya 1860-1990, Lleida, Edicions de la Universitat de Lleida, 2013, pp. 29-30.

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terior organización de grupos políticos catalanistas.144 La revitalización del sentimiento catalanista se había producido en el último medio siglo a partir de la formación y reforzamiento de las agrupaciones locales, con un fuerte apoyo en la diferenciación de la lengua. En este punto Eric Hobsbawm incidió en que el movimiento regionalista no adoptó y abordó la cuestión de la lengua hasta mediados de la década de 1880.145 Por otro lado, además del sentido cultural y literario de este movimiento, sus protagonistas se caracterizaron por un catolicismo militante, como hemos indicado líneas atrás. Marcelino Menéndez Pelayo tuvo una gran relación con los miembros de la escuela barcelonesa. De hecho, García Cárcel apunta que la labor de los historiadores catalanes adscritos a esta corriente fue convergente con la de los historiadores castellanos.146 Los protagonistas de este movimiento formaron parte de la tendencia política nacionalista catalana más conservadora. Estas ideas comulgaron muy bien con los deseos de gran parte de la burguesía catalana y confluyó en el partido político de la Lliga Regionalista, que obtuvo sus primeros triunfos a finales del siglo. Este partido introdujo un concepto distinto en la función pública de la administración municipal, donde la ciudad y el ciudadano comenzaron a adquirir un nuevo papel.147 La burguesía catalana, cuyos intereses se centraban en la industria, volvió la vista al catalanismo tras el Desastre del 98, momento en el que comenzaron a patrocinar la Unió Regionalista, que sería uno de los grupos que conformarían la Lliga. El segundo movimiento, el Modernismo, surgió más tarde, alrededor de la década de 1890, y en muchos aspectos fue la contraposición del anterior. Se reivindicó una Cataluña abierta, receptiva a las novedades que venían de Europa y sin tener los ojos continuamente en el pasado, aunque sin perder de vista la importancia de la lengua catalana. Entroncó con el catalanismo político porque esta corriente necesitaba una apuesta cultural para reforzar su propia cohesión, y los representantes del Modernismo supieron satisfacer esta demanda. Esta tendencia política fue más radical, abiertamente republicana, aunque a principios del siglo  xx las fuerzas disgregadoras dentro de este movimiento hicieron que parte de sus partidarios se afiliaran al partido de la Lliga.148 Se luchó contra la imagen tradicional del pueblo catalán, adje144   Jacobson, Stephen. Catalonia’s advocates. Lawyers, Society and Politics in Barcelona. 1759-1900, Chapel Hill (North Carolina), University Press of North Carolina, 2009, p. 25. 145   Hobsbawm, Eric. Nations and nationalism since 1780. Programme, myth, reality, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, pp. 106-107. 146   García Cárcel, Ricardo. «Introducción…», p. 30. 147   Guardia, Manuel y García, Albert. «1888 y 1929. Dos exposiciones, una sola ambición», en Alejandro Sánchez (dir.), Barcelona 1888-1929. Modernidad, ambición y conflictos de una ciudad soñada, Barcelona, Alianza, 1994 (1992), p. 36. 148   Castellanos, Jordi. «Del Modernisme al Noucentisme: las corrientes literarias», en Alejandro Sánchez (dir.), Barcelona 1888-1929. Modernidad, ambición y conflictos en una ciudad soñada, Barcelona, Alianza, 1994, p. 256.

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tivado simplemente como laborioso, para abrir la puerta a la modernidad. Finalmente, Modernismo y catalanismo confluirían, y esta situación permitió que el primero tuviese una presencia pública más clara. El nacionalismo catalán que surgió en este momento contrapondría la juventud catalana al retraso y la decadencia españolas.149 El fracaso de 1898, momento en que el nacionalismo catalán conservador ganó posiciones, permitió atraer a ciertos sectores del Modernismo. La Lliga regionalista salió beneficiada de la crisis del 98. Como ya hemos indicado, supieron recibir en su seno a aquellos que también defendían un nacionalismo aperturista. Con clara vocación reformista, aunque con un fondo de conservadurismo social, se consolidó como la opción de la burguesía y clase media de Barcelona. La nueva generación que integraba la Lliga en 1901 estaba compuesta por jóvenes industriales y profesionales como Enric Prat de la Riba o Francesc Cambó. La faceta más flexible de esta corriente les proporcionó así una capacidad de maniobra y de adaptación al cambiante panorama español y mundial.150 El sistema político de la Restauración no dio entrada a sentimientos diferentes de los planteados por el poder central y esto provocó que los movimientos nacionales regionales —sobre todo el catalán, que en un principio no tenía interés en fomentar un sentimiento diferenciado sino complementario, denominado por Josep Fradera como patriotismo doble— se alejaran de este proyecto. A finales del siglo xix el discurso no estaba tan bien trazado, y el nacionalismo catalán tuvo su espacio desde el momento en que los grupos sociales de esta región encontraron su dificultad en ubicarse dentro del contexto político, social, administrativo y cultural planteado desde Madrid.151 De otro modo, según Fradera, este patriotismo doble se podría definir como el sentimiento compartido por las elites catalanas, por un lado, de nacionalismo español, y por otro, catalán. La desilusión alcanzada tras ver que el esfuerzo por la construcción de un sistema estatal acorde con sus intereses no se llevaba a cabo, unida a los movimientos culturales de los que ya hemos hablado, contribuyeron a la inclinación de la balanza hacia el nacionalismo político regional en los últimos años del siglo  xix, con un fuerte protagonismo de la sociedad civil.152 El Desastre del 98 tuvo sus propias consecuencias porque los movimientos regionales catalanes se mostraron aún más abiertos a reivindicar   Sunyer, Magí. Els mites nacionals catalans, Vic, Eumo, 2006, p. 37.   Casassas, Jordi. «Batallas y ambigüedades del catalanismo», en Alejandro Sánchez (dir.), Barcelona 1888-1929. Modernidad, ambición y conflictos en una ciudad soñada, Barcelona, Alianza, 1994, p. 133. 151   Solé Tura, Jorge. «Historiografía y nacionalismo», en Juan José Carreras Ales et al., Once ensayos sobre la Historia, Madrid, Fundación Juan March, 1976, p. 97. 152   Fradera, Josep M. «El proyecto liberal catalán y los imperativos del doble patriotismo», Anna María García Rovira (ed.), España, ¿nación de naciones?, Ayer, 35 (1999), p. 97. 149 150

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sus demandas. El deseo de descentralización fue, según las palabras del embajador francés en Madrid, mayor sobre todo tras las repercusiones a corto plazo en el plano económico.153 Sebastián Balfour insiste en que el Desastre reforzó las críticas de la opinión pública catalana con respecto al Gobierno de Madrid. Se cuestionó la capacidad de defender los intereses de Cataluña por parte del sistema de la Restauración, además de reforzar el sentimiento de identidad regional con la idea de la dificultad de integrarse en un proyecto nacional. De hecho, el movimiento regeneracionista en Cataluña tuvo no pocas imbricaciones con el sentimiento regionalista, como ya hemos destacado. El catalanismo asumió diferentes perspectivas, desde una rural y conservadora hasta otra que provenía de la clase media burguesa, más abierta a las corrientes europeas. La pérdida de las últimas colonias fue el momento en el cual estos últimos grupos comenzaron a sentir su falta de sintonía con la política que ellos consideraban que se realizaba desde el centro de España.154 Tras el 98 el catalanismo, con el impulso dado por la creación de la Lliga Regionalista, comenzó a calificarse con términos de nación y nacionalidad. Balfour insiste en que habría que tener en cuenta la escasa proyección simbólica, porque no dejaba de ser el resultado de la poca seguridad que ofrecía el Estado español para la defensa de los intereses catalanes. Pero el sentimiento de identidad catalán podía conjugarse con el nacionalismo español, puesto que ante todo se esperaba que desde la tribuna regional se lanzasen los proyectos necesarios para regenerar el país.155 En este último punto hemos analizado los distintos actores que fueron los protagonistas en la elaboración y puesta en marcha del programa conmemorativo español en estas décadas de tránsito del siglo xix al xx. Como telón de fondo del ejercicio de esta política encaminada a ensalzar la memoria colectiva nacional, las cada vez más arraigadas conciencias regionales de Cataluña y el País Vasco tuvieron una gran presencia, como hemos visto. En el siguiente capítulo nos ocuparemos de los mitos y símbolos nacionales, para comprender por qué fueron elegidos como modelos para ser celebrados en las conmemoraciones entre 1875 y 1905, y cuyos valores serían parte fundamental del armazón ideológico de la proyectada identidad nacional española.

153   Archive Diplomatique du Ministère des Affaires Étrangères [AMAE FR], Corres­ pondance Politique et Commerciale, Espagne, 1896-1905, la Question Catalane, Legajo 8. Carta del embajador francés, Jules Cambon, al ministro de Asuntos Exteriores, Delcassé. San Sebastián, septiembre de 1899. En este dossier, el embajador francés realizó una evaluación de las distintas tendencias catalanistas y las reivindicaciones de cada uno, además de las posiciones de las distintas personalidades políticas. 154   Balfour, Sebastian. «Riot, Regeneration and Reaction: Spain in the Aftermath of the 1898 Disaster», Historical Journal, vol. 38/2 (1995), p. 416. 155   Balfour, Sebastian. El fin del Imperio Español…, pp. 145-149 y 170.

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CAPÍTULO 2 MITOS Y SÍMBOLOS NACIONALES ESPAÑOLES: 1875-1905

1. Mito, nación y patria: tres conceptos unidos entre sí En este capítulo vamos a centrarnos en el estudio de los mitos nacionales españoles, como concepto genérico, que cobraron una especial relevancia en el último tercio del siglo xix y principios del siguiente, y que fueron sujeto de las sucesivas conmemoraciones. Analizaremos los grandes capítulos míticos españoles y los símbolos que fueron adquiriendo fuerza a lo largo de este periodo, con el desarrollo de un apartado final donde estudiaremos la conexión de este proceso con la historiografía decimonónica y el sistema educativo. Ambos elementos los hemos considerados claves a la hora de comprender el grado de imbricación de los mitos en la conciencia de la identidad nacional. El avance del Romanticismo en este siglo propició que el componente nacional fuese expandiéndose en los medios intelectuales europeos. Había que buscar los rasgos privativos que definían el carácter de cada pueblo, sobre todo lo que le diferenciaba de los demás. Este movimiento acentuó la diferenciación cultural como signo de la patria, a diferencia del pensamieno ilustrado, donde estos rasgos eran meros marcadores accidentales. Según esta visión, el Estado se convirtió en el nuevo vertebrador de la vida social, como soporte de los rasgos que definían la identidad. La lealtad a la nación tenía que ser el valor destacado, dado que había muchos elementos que podrían romper esta armonía, como las tensiones sociales que comenzaban a gestarse en el seno de las sociedades. El nacionalismo ocupó el espacio dejado por las antiguas estructuras de solidaridad social. España fue, aunque se incorporase tardíamente a este movimiento, la imagen romántica por excelencia fuera de sus fronteras, gracias a la interpretación de sus costumbres y de su urbanismo. Se convirtió en objeto en vez de ser sujeto, hecho que pudo influir en la propia mirada nacional al pasado. Una

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de las imágenes que se repetían en la mente de viajeros y autores era la de España como tierra de Cervantes, de aventuras. Esta visión de España idealizada por su pasado medieval y árabe tuvo mucho que ver con la identidad que se forjó basada, en parte, en este mito, relacionado con la idea de la búsqueda de la arquitectura nacional.1 La admiración por el arte español por parte de estos viajeros despertó una conciencia artística nacional que tuvo también su importancia en la reelaboración de una idea propia del propio pasado.2 La consideración por los escritores del Siglo de Oro vino dado también por el gusto romántico por los escritores barrocos, como portadores de un elemento irracional y de contraste que se podía ver tanto en Cervantes como en Quevedo o Calderón. Cada nación tenía sus propios episodios patrióticos. Se dotó de rasgos de universalidad a los protagonistas del pasado glorioso del país, desde monarcas hasta literatos, para dar tregua a los convulsos sentimientos despertados a lo largo del siglo xix, por razones políticas, sociales y económicas. En España, el convulso año de 1898 no hizo nada más que acentuar esta necesidad; la reivindicación de los mitos podría suponer una de las respuestas a las preguntas que se habían planteado para buscar soluciones.3 La importancia del mito radica en su fuerza, en su faceta irreal, es decir, en la compensación de las desventuras presentes con una idealización de la realidad pasada; de aquí la exaltación de los mismos en ciertas coyunturas. El mito es el objeto de celebración y festejo en la conmemoración, como hemos insinuado ya en la introducción. No se puede entender el primero sin el segundo, teniendo en cuenta que la conmemoración, además, podía elevar a los altares de mito un hecho o persona que no se había considerado como tal anteriormente. El mito, idea que se inserta en la conciencia colectiva, no puede definirse tan solo como una invención social. Planteado como historia fundacional de la nación a partir de un hecho histórico que es pervertido a lo largo del tiempo, llega a configurarse como parte de la cultura compartida por todos los miembros de la sociedad.4 Se identifican con los valores que desde la elite política y social se quiere transmitir al resto de la sociedad, de aquí la idealización de los propios individuos del pasado o de ciertos capítulos históricos, que además refuerzan el sentimiento de continuidad. En torno al mito se generó el culto a la patria. En el proceso de consagración de los distintos mitos nacionales asistimos, durante el siglo  xix, a la aportación de la historiografía, que dotó a la 1   Blázquez Izquierdo, Carmen. «Restauración monumental y ciudad durante el siglo xix: Valencia entre 1800-1875», en Arte e identidades culturales, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1998, p. 408. 2   Calvo Serraller, Francisco. La imagen romántica de España. Arte y Arquitectura del siglo xix, Madrid, Alianza, 1995, pp. 15-31. 3   Alvar Ezquerra, Alfredo. «Entre Colón, el Descubrimiento, Cervantes y el Quijote (1892-1905)», en Rica Amran (coord.), Entre la Péninsule Ibérique et l’Amérique. Cinq-cen��������� tième anniversaire de la mort de Christophe Colomb, Paris, Indigo, 2007, p. 282. 4   Amalvi, Christian. De l’art et la manière d’accommoder les héros de l’histoire de France. Essais de mythologie nationale, Paris, Albin Michael, 1988, pp. 53-54.

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sociedad de una idea de un pasado común, traducible en un posible futuro. Para ello, era necesario reivindicar unos hechos determinados sobre otros, y unos personajes sobre los demás.5 Esta selección tuvo que ver con la idea que planteaba que el conjunto social estaba por encima de la concepción individual.6 El paso fundamental fue el traslado del culto al monarca a la nación. En cada país el grado de participación, aceptación y asimilación por parte de la sociedad fue distinto. El mito revivía siempre con fuerza en los momentos de crisis, tanto cuando se percibía una amenaza, como cuando se iniciaba un proceso de cambio que reclamase una adaptación de la identidad. La identidad nacional estaría compuesta por distintos grados de conceptos abstractos y los mitos son una metáfora narrativa de aquellos valores que conforman algunos de estos campos. Javier Moreno Luzón indica tres rasgos fundamentales para que algunos capítulos históricos o determinados personajes se erigieran como elementos fundamentales del imaginario nacional: la verosimilitud, la polivalencia y la capacidad de aparecer en coyunturas diferentes.7 Análisis con el que nos mostramos de acuerdo y que lleva aparejado la perdurabilidad de estos capítulos legendarios gracias a su flexibilidad en la adaptación que la sociedad conmemorativa le exija. Los mitos generan lealtad, primero en un grado local, y luego hacia la nación. En el caso español, se puede retrotraer este deseo al siglo xvi y la imperiosa actividad por encontrar en los vestigios romanos el punto de inicio de la nación. Por ello, en este capítulo vamos a analizar el desarrollo de estas narraciones épicas, como el caso de Numancia. Otro factor que tendremos en cuenta es la mezcla de dichos relatos. Por ejemplo, en las poesías, que ya desde el año 1808 se escribieron sobre el levantamiento del Dos de Mayo, se imbricaron conceptos de revolución donde tuvieron cabida Numancia, Sagunto, el Cid y don Pelayo. Nosotros partiríamos de la premisa de que el concepto de mito estaría imbricado en los de patria y nación. Los mitos se erigían de este modo como los ejemplos a seguir y legitimaban el origen de las naciones, y sobre todo, establecían el puente de unión con el pasado, para evitar cualquier sensación de interrupción de la Historia. Su complejidad fue representada iconográficamente desde distintos ámbitos, como la historiografía, los manuales escolares, el teatro o la pintura de Historia, gracias a la analogía de los hechos presentes con los del pasado. De este modo se mostró la importancia de conocer la historia de España, construyendo un panorama cultural común a todos los espa5   Manzano Moreno, Eduardo. «La construcción histórica del pasado nacional», en Juan Sisinio Pérez Garzón (ed.), La gestión de la memoria. La historia de España al servicio del poder, Madrid, Crítica, 2000, p. 35. 6   Colle, Catherine. «L’utilisation des dimensions dans l’outillage idéologique du Natio­ nalisme et ses rapports avec le mythe», History of European Ideas, vol. 16/4-6 (1993), p. 410. 7   Moreno Luzón, Javier. «Por amor a las glorias patrias. La persistencia de los grandes mitos nacionales en las conmemoraciones españolistas (1905-2008)», en Ludger Mees (ed.), La celebración de la nación. Símbolos, mitos y lugares de memoria, Granada, Comares, 2012, p. 218.

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ñoles y que fuera motivo de orgullo patrio. La reivindicación de lo puramente hispano fue el sentimiento compartido por los habitantes de la nación. Habría que añadir que la Historia se concibió en este momento, con las nuevas técnicas a las que iba asociada, como una ciencia necesaria no solo para comprender a las sociedades, sino también como un instrumento útil para la política y para los lenguajes culturales, como el arte o las conmemoraciones, cuyo trasfondo estuvo revestido de un halo de cultura. Fue clave en la elaboración y materialización de una opinión pública burguesa.8 El problema en España fue, tal y como veremos en el último apartado, que no se elaboró un currículo de enseñanza de historia nacional común, que pusiera de acuerdo a liberales moderados, progresistas y conservadores católicos, y que hubiera supuesto un instrumento de socialización e integración. El debate sobre la historia nacional dividió más que unió.9 La segunda mitad del siglo xix contempló la edición de múltiples Historias de España y colecciones de documentos o la reunión de textos literarios de autores españoles del Siglo de Oro. Cada generación redactaba su propia crónica histórica, respecto de lo cual habría que resaltar el paso que se hizo al redactarlas en castellano y no en latín, por ejemplo en la obra de Juan de Mariana.10 La elaboración de Historias generales o universales, aunque no directamente relacionadas con los textos educativos de primaria o secundaria, sí que inspiró, en cierta manera, la forma de proyectar una idea específica de la imagen de España.11 Habría que tener en cuenta que la libertad de cátedra, y con ello, la libertad en la redacción de los libros de texto implicó un bagaje educativo que no conllevó, como hemos dicho, el fortalecimiento de una mentalidad nacional patriótica unitaria. Además, en la sociedad española del siglo xix la Historia fue una ciencia transmitida y construida más desde las cátedras de instituciones de sociabilidad burguesa, tales como ateneos o liceos, que desde las sillas de la Universidad, como ya indicamos en el capítulo 1. Las dificultades aumentaron en el momento en que al lado de este discurso identitario nacional español se estaban desarrollando otros, lo que ralentizó la elaboración de un único proyecto, en torno a mitos «válidos» para todo el país. Los relatos épicos de la historia nacional española eran, por acaso, la metáfora de las virtudes que identificarían a los españoles, como por ejemplo, el valor exaltado de la independencia. El análisis de los mitos principales  8   Wulff, Fernando. Las esencias patrias. Historiografía e historia antigua en la construcción de la identidad nacional española (siglos xvi-xx), Madrid, Crítica, 2003, p. 100.  9   Boyd, Carolyn P. «El debate sobre la “nación” en los libros de texto de Historia de España, 1875-1936», en Juan José Carreras y Carlos Forcadell Álvarez (eds.), Usos públicos de la Historia, Madrid, Marcial Pons, 2002, p. 154. 10   García Cárcel, Ricardo. La herencia del pasado. Las memorias históricas de España, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011, p. 31. 11   Maestro González, Pilar. «El modelo de las historias generales y la enseñanza de la Historia», en Juan José Carreras Ares y Carlos Forcadell Álvarez (eds.), Usos públicos de la Historia, Madrid, Marcial Pons, 2002, p. 175.

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que vamos a realizar en los siguientes párrafos, piezas que compondrían la memoria de la identidad, ayudarán a comprender la elección que se hizo de a quién homenajear y qué episodios recordar. Gracias al panorama que dibujaremos con los detalles de las narraciones legendarias compartidas en el imaginario colectivo, podremos entender mejor el análisis en los próximos capítulos de la cultura conmemorativa española de este período. En una trayectoria cronológica, vamos a diseccionar la resistencia de Numancia, mito colectivo que será retomado durante la Guerra de la Independencia; la conversión del monarca visigodo Recaredo al catolicismo, como uno de los ejemplos de la definición de la esencia española; la unidad nacional conseguida bajo los Reyes Católicos, protagonistas de monumentos y del centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo; la preeminencia, a final del siglo xix, de Carlos V y su hijo Felipe II, a la par que la reconsideración de lo que fue el Imperio Hispánico; el Siglo de Oro, que, más que una etapa dorada de la cultura, fue el contexto en el cual ciertos autores, luego homenajeados, como Calderón de la Barca y Cervantes, escribieron sus obras; y, por último, la Guerra de la Independencia, pronta a ser vitoreada a través de actos de recuerdo en sus aniversarios. Uno de los mitos nacionales más invocados en España, no solo en el siglo  xix, sino ya en las centurias anteriores, fue la resistencia y caída de Numancia en época romana. Símbolo de amor a la independencia y unión de un pueblo, su trágico final marcó su inmortalidad en el imaginario colectivo y se concibió como parte esencial del núcleo de la identidad española. La historiografía de época grecorromana fue la que inició la transmisión de la leyenda en torno a la heroicidad de la ciudad y sus habitantes. A medida que fue transcurriendo el tiempo, se fue distorsionando el relato de los acontecimientos. El valor de la unidad fue el más destacado en los textos de los cronistas desde la Baja Edad Media, base de la definición del ser español.12 En el siglo xvi, los humanistas se debatieron entre la admiración por Roma y el valor de la resistencia numantina. Se exaltó el orgullo de la identificación de lo ibérico con lo castellano. Numancia era nada más y nada menos que una gloria española donde quedaba definido el carácter nacional, de aquí la especial importancia que este episodio tuvo frente a otros protagonizados en la Antigüedad.13 A través de relatos y obras de teatro, se glorificó este episodio histórico dotándole de forma, facilitando así el recuerdo en la memoria. Una de las obras de teatro más prominentes fue Numancia, de Cervantes, quien destacó el valor del colectivo, la unión de los habitantes frente al invasor; era incluso la explicación del origen del Imperio Hispánico. Castilla, bajo el dominio de los Habsburgo, tenía el futuro en sus manos, eran los guías para dominar el mundo, y la lucha de Numancia era una metáfora de este destino. El mito fue 12   Jimeno Martínez, Alfredo y Torre Echávarri, José Ignacio de la. Numancia, símbolo e historia, Madrid, Akal, 2005, p. 54. 13   Wulff, Fernando. Las esencias patrias…, p. 52.

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resaltado en los momentos de crisis ideológica o social, para recuperar el espíritu nacional. No solo en la obra de dramaturgos se destacaron estos ideales, también los cronistas de la época, como el padre Mariana, en su Historia de España, engrandeció la aureola mítica de la resistencia numantina. Afianzó en la retina la leyenda que perduró prácticamente sin cambios durante dos siglos. Numancia reunía todos los componentes necesarios de hazaña legendaria, cuya máxima exaltación llegaría a su punto álgido en la etapa romántica, tanto en las representaciones pictóricas como en las literarias. El impulso a la idea de defensa de la patria contra el invasor llegó con el trasfondo de la Guerra de la Independencia. Al ojear el pasado, no se vio mejor ejemplo de resistencia que el ejercido por los habitantes de Numancia, personificación de la lucha colectiva contra el opresor, sustituyendo a los romanos por los franceses. El mito de Numancia estuvo en consonancia con otros mitos fundacionales europeos. Así, un acontecimiento histórico tuvo su continuidad en la historiografía nacional, como prueba de que la nación, unida en el pasado, luchaba contra los deseos de conquistarla por parte de otros pueblos. Tras la derrota del 98, el recuerdo a tamaña gesta fue imprescindible, como ejemplo de que los antepasados no se habían rendido. En segundo lugar, habría que señalar que uno de los capítulos más importantes de la historia de España, para los hombres del siglo  xix, fue la unidad política, territorial y, sobre todo, religiosa, conseguida en el periodo visigodo, con la conversión al catolicismo del monarca Recaredo. Esta gesta instituyó a España como imagen del heraldo del catolicismo. Modesto Lafuente indicó, en su definición de los valores que conformaban la identidad nacional española, que la caída de este régimen por la invasión musulmana fue fruto de una anomalía e implicó un retraso en el papel asignado a la nación, solo salvado por el reinado futuro de los Reyes Católicos.14 Para Lafuente, los grandes hitos de la historia nacional eran aquellos que habían dado un paso más en la unificación de España. La identidad estaría marcada por la religión católica, y de aquí la importancia que rodeó al periodo visigodo, puesto que fue en este momento en el que la fe católica se instituyó como factor de unión política y legislativa, con un destacado papel del rey Recaredo.15 La imagen de España como heraldo de defensa del catolicismo, a partir de la utilización del mismo mito, tuvo otro momento clave, y fue durante la 14   Pellistrandi, Benoît. «Los Borbones entre Historia y opinión. Los historiadores del siglo xix y su visión de la instauración borbónica», en Pablo Fernández Albadalejo (ed.), Los Borbones. Dinastía y memoria de nación en la España del siglo xviii, Madrid, Marcial Pons, 2001, p. 630. 15   Pérez Garzón, Juan Sisinio. «Introducción al Discurso Preliminar de la Historia General de España desde los tiempos más remotos hasta nuestros días de Modesto Lafuente», en Modesto Lafuente, Discurso Preliminar de la Historia General de España desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, Pamplona, Urgoitia, 2002 [edición de Juan Sisinio Pérez Garzón], pp. LXXXI y ss., especialmente LXXXVIII y LXXXIX.

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conmemoración del XIII Centenario de la Unidad Católica de España. La Iglesia española quiso mostrar su oposición a la participación de España en la Exposición Universal de París de 1889, centenario de la Revolución francesa, con la conmemoración de los mil trescientos años de la conversión de Recaredo.16 Un tercer mito fue el de la unión nacional bajo el reinado de los Reyes Católicos. En la época de Isabel II se fortaleció la imagen de ambos soberanos, por la identificación de la reina con Isabel la Católica, no solo por compartir el nombre, sino por el papel de ambas en la protección de las artes.17 Isabel II fue legitimada en el trono gracias a la actuación de su antecesora. Comenzamos así el recorrido de glorificación de los Reyes Católicos desde mediados del siglo xix. Los conservadores elevaron a la categoría de mito fundacional de la nación a la pareja soberana, y con alguna ambigüedad, a Carlos V y Felipe II, por cuanto estos monarcas simbolizaron la unidad política, territorial y religiosa. La posterior decadencia de la Monarquía Hispánica la achacaron a la debilidad de los llamados Austrias menores y, sobre todo, al advenimiento de la dinastía francesa. Cánovas del Castillo afirmó, en su faceta de historiador, que durante el reinado de los Reyes Católicos se forjó la unidad nacional. A su vez, en esta época, surgió un problema, pues algunas regiones mantuvieron su cultura, sus leyes y su lengua, factor de disgregación. Por ello, la religión jugó un papel tan importante como elemento de cohesión de la nación. Los liberales, por su parte, centraron su atención en la Edad Media, momento en el que se pudo disfrutar de unos fueros que asimilaron al concepto político que ellos querían aplicar. Con la llegada de Carlos V y su obsesión por primar sus intereses a los verdaderamente españoles fue cuando comenzó la paulatina caída del poderío español. De este modo, el reinado de los Reyes Católicos estuvo unido a la idea, por parte de los historiadores liberales, de conciencia de unidad y progreso.18 16   Canal, Jordi. «Sociedades políticas en la España de la Restauración: el carlismo y los círculos tradicionalistas (1888-1900)», Historia Social, 15 (1993), p. 31. 17   Güell y Rente, José. Paralelo entre las reinas católicas doña Isabel I y doña Isabel II, París, Imp. De J. Claye, 1858: p. 1. Tenemos el ejemplo del libro publicado por José Güell, cuñado de Isabel II, editado en 1858, en el que se trazó un paralelo entre ambas soberanas, que compartían el nombre. Se aprovechó esta similitud para publicar un opúsculo favorable a la política de la reina. «Escribo para el pueblo: a él le dedico este recuerdo de las dos reinas que más han hecho por su bien. Doña Isabel I abrió al estado llano las puertas de su palacio y las de todas las carreras del Estado. Doña Isabel II igualó a los españoles delante de la ley: y el talento, la virtud y el valor fueron, desde su advenimiento al trono, los únicos elementos para llegar al colmo de las mayores noblezas y posiciones sociales». Su deseo de agradar a la soberana fue tal que llegó a escribir que, bajo su reinado, España «será una de las naciones más poderosas del universo» [p. 19]. 18   Donezar y Díez de Ulzurrun, José. «El ‘austracismo’ de los historiadores liberales del siglo xix», en José Martínez Millán y Carlos Reyero (coords.), El siglo de Carlos V y Felipe II.

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Si nos remitimos a la tesis de Modesto Lafuente en la que el concepto de Castilla era inseparable de la idea de España, podemos comprender la incipiente preeminencia de Isabel sobre Fernando en la historiografía liberal.19 El proyecto castellanista era la clave que vertebraba a España como nación. Las virtudes de Isabel la Católica fueron exaltadas una y otra vez, incidiendo en mayor o menor grado cada una de ellas según se perteneciese a una corriente u otra. No solo Isabel II quedó ennoblecida por la bondad de esta soberana; las comparaciones entre la regente María Cristina e Isabel la Católica también fueron innumerables, sobre todo en el contexto del IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892. El papel de Fernando el Católico quedó reducido por su condición de no castellano. Además, sobre Fernando pesaba el estigma de haber puesto en peligro la unidad de España por contraer de nuevo nupcias tras la muerte de Isabel. La monarquía de los Reyes Católicos, y con ello, la figura de Isabel, fue perdiendo peso entre los historiadores de la Restauración, de forma paralela al creciente interés por los reinados de Carlos V y Felipe II. Durante la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América aparecerá, todavía, como veremos, en numerosas ocasiones el nombre de Isabel, recuperando su protagonismo en relación con el hallazgo del Nuevo Mundo y no tanto con el final de la Reconquista.20 La pérdida de las últimas colonias de Ultramar en 1898 implicó, junto con otros factores, un cambio de percepción en la historiografía sobre la figura de la monarca. La recuperación paulatina de la imagen del Imperio Hispánico y sus dos mayores valedores, Carlos V y Felipe II, provocó que la figura de los Reyes Católicos quedara relegada a un segundo plano. En 1904 se recordó que era el cuatrocientos aniversario del fallecimiento de la reina. Por primera vez, a diferencia de la línea que se había ido marcando en el último cuarto del siglo xix, se decidió conmemorar una fecha relacionada con un monarca. En Granada, ciudad donde está enterrada la reina, se prepararon unos actos en su memoria, a los que se solicitó la presencia del rey Alfonso XIII, que no acudió, hecho al que ya hemos aludido en el capítulo 1.21 La respuesta negativa venía del mismo rey que dos años antes, con el cumplimiento de su mayoría de edad, había paseado por Madrid inaugurando monumentos que honraban el recuerdo de literatos y artistas, y que unos años después se enfrentaría a la reticencia de Antonio Maura, en ese momento presidente del Consejo de Ministros, para acudir a los festejos que La construcción de los mitos en el siglo xix, vol. 1, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, p. 311. 19   Fox, E. Inman. La invención de España…, p. 40. 20   Maza Zorrilla Elena. Miradas desde la Historia. Isabel la Católica en la España Contemporánea, Valladolid, Ámbito, 2006, pp. 39 y 51. 21   AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Caja 12.791, Expediente 30. Secretaría Particular de S.M. 1904. Centenario de Isabel la Católica. Carta del arzobispo de Granada y contestación de Alfonso XIII. Granada, 26.11.1904. Madrid, 15.12.1904.

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recordaban los distintos episodios de la Guerra de la Independencia. Alfonso XIII no consideró imprescindible su presencia en la ciudad andaluza, porque el recuerdo a sus antepasados en el trono no estaba acorde a la línea seguida a principios del siglo  xx. Todos estos factores confirmarían el traspaso del protagonismo de los Reyes Católicos a, por un lado, los monarcas que coparon el siglo xvi, y por otro, a los símbolos que comenzaban a festejarse como personificación de la propia nación, como la gesta colectiva de lucha contra el invasor francés o una obra que daría condición universal a la literatura nacional, Don Quijote de la Mancha. De este modo, si se sigue la línea cronológica, uno de los mitos más importantes, objeto de polémica historiográfica en la segunda mitad del siglo  xix, fue la ambigüedad del trato hacia el Imperio Hispánico y sus dos protagonistas principales, Carlos V y Felipe II. Tanto fue así que uno de los lienzos más aclamados del género histórico fue Los Comuneros, de Francisco Padilla, uno de los capítulos más obscuros del reinado del emperador, mitificado como tirano por la anulación de las libertades reclamadas por la nación. Solo a finales de este siglo algunos historiadores rescataron a los dos primeros Habsburgo para integrarlos dentro de un discurso de esplendor nacional. La decadencia de Castilla, según el historiador Modesto Lafuente, y por ende, de España, comenzó con la llegada de una dinastía extranjera, como ya indicamos. Felipe II, nacido ya español, hijo del vilipendiado Carlos V por coartar las libertades tras el episodio de las Comunidades, fue mejor valorado por Lafuente. Aun reconociendo la grandeza y celebridad de su reinado, para este historiador no era comparable con el reinado de los Reyes Católicos. Finalmente, según Lafuente, Felipe II, al igual que su padre, no hizo nada por Castilla, es decir, nada positivo por España. Este historiador lamentó que en doscientos años España perdiese la posición que durante un tiempo tuvo en el escenario internacional.22 Cánovas del Castillo, en su proyecto de legitimación del régimen de la Restauración, instó a recuperar la imagen y nacionalizar a los Austrias para llevar a cabo dicho cometido. Era parte de la estrategia para reformular los mitos y de este modo justificar el sistema político. La labor de redactar una nueva Historia de España, dirigida por él y a cargo de la Real Academia de la Historia, no fue concluida, y un halo de pesimismo siguió tiñendo a la dinastía de los Habsburgo.23 Aunque reflejo de una historiografía conservadora, tradicional, centralista y castellanizante del nacionalismo español, habría 22   Flitter, Derek. Spanish Romanticism and the Uses of History. Ideology and the Historical Imagination, London, Modern Humanities Research Association and Maney Publishing, 2006, p. 84. 23   Pasamar Alzuria, Gonzalo. «La rehabilitación de los primeros Austrias entre los historiadores de la Restauración», en José Martínez Millán y Carlos Reyero (coords.), El siglo de Carlos V y Felipe II. La construcción de los mitos en el siglo  xix, vol. 2, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, p. 121.

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que señalar que esta inacabada Historia de España se estaba ya adecuando a los nuevos cánones profesionales.24 Lentamente se fueron perfilando algunos destellos favorables a la idea de esplendor del Imperio, pero esto no significó que la autocomplacencia con respecto a dicho periodo fuese total, porque el término decadencia fue el más valorado en el tránsito del siglo xix al xx. En este complejo proceso de incorporación de los Habsburgo a la historia de España, el primero en ser alzado a los altares de la patria fue Felipe II, dado que durante su reinado se vivieron algunos de los episodios más gloriosos de la historia nacional.25 Se comenzó a reivindicar su figura hacia la década de 1860, como por ejemplo en la obra de Antonio Cavanilles. En este proceso, la figura de su padre quedó oscurecida aún más por la relevancia que estaba adquiriendo su hijo. El triunfo social de la burguesía hizo que desde la historiografía se girasen los ojos hacia la época en la que había habido un gran desarrollo del comercio y la industria, el siglo xvi.26 El problema se planteó cuando los liberales españoles quisieron elaborar, a semejanza de otros países, una historia que integrase una serie de valores identificati­vos de esta clase social, para incorporarla de manera destacada en la estructura de la mentalidad colectiva compartida por la sociedad. Este proceso fue difícil porque los símbolos que para los hombres del siglo xix identificaban a España eran la monarquía y el catolicismo, elementos que poco tenían que ver con el desarrollo de unas actividades espejo de la clase social burguesa.27 De esta dificultad proviene la ambivalencia con la que se trató la figura de Felipe II, atado a la sombra de la Inquisición, de la que se hicieron eco aquellos que no estuvieron conformes con rescatar de nuevo al soberano como símbolo. Para los liberales, Carlos V desvió a España de la trayectoria que se había iniciado con los Reyes Católicos con la unificación de los territorios peninsulares, al incorporar territorios, y lo que es más, intereses europeos, además de haber reprimido las libertades históricas de ciertas zonas peninsulares. En la literatura romántica aparecía como el antagonista a la patria. Lo que sí 24   Forcadell Álvarez, Carlos. «Historiografía española e Historia nacional: la caída de los mitos nacionalistas», José María Ortiz de Orruño (ed.), Historia y sistema educativo, Ayer, 30 (1998), p. 152. 25   Carasa, Pedro et al. «El siglo de Carlos V y Felipe II en la investigación decimonónica de Simancas», en José Martínez Millán y Carlos Reyero (coords.), El siglo de Carlos V y Felipe II. La construcción de los mitos en el siglo  xix, vol. 1, Madrid, Sociedad para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, p. 147. 26   García Puchol, Joaquín. Los textos escolares de Historia en la enseñanza española (1808-1900), Barcelona, Publicacions de la Universitat de Barcelona, 1993, pp. 176-177. De aquí la importancia concedida al periodo moderno, puesto que se ensalzaron en los manuales escolares la unidad y grandeza de los estados; lo que, a ojos de la burguesía, era un mensaje positivo. 27   López-Vela, Roberto. «La integración de la leyenda negra en la historiografía: el hispanismo francés y Felipe II a fines del siglo xix», en José Martínez Millán y Carlos Reyero (coords.), El siglo de Carlos V y Felipe II. La construcción de los mitos en el siglo xix, vol. 2, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, pp. 14-16.

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cambió fue la recepción de la propia idea del Imperio Hispánico dentro de la historiografía liberal finisecular. Fue defendido por parte de los historiadores españoles como un componente importante del pasado español, en un momento en que las naciones europeas estaban debatiendo su papel en el reparto del mundo colonial. El problema fue que el interés hacia esta institución no se tradujo en una revisión profunda de la figura de Carlos V, al contrario de lo que pasaba en Europa, donde se dio un movimiento de redescubrimiento del emperador por parte de historiadores europeos, con la búsqueda y publicación de amplios códices documentales.28 En todo caso, el deseo de reforzar la autoridad de los poderes constituidos, sin delegar más libertad ni más poder a la masa social, que podría incluso tener la idea de pedirlo, hizo que los historiadores conservadores girasen los ojos al ejercicio de la autoridad, sobre todo en la figura de Felipe II.29 Por otro lado, es difícil negar la visión del Imperio como parte esencial del pasado nacional español, compartida por distintos miembros del cuerpo social. Estas dos coyunturas hicieron más patente la presencia de ambos monarcas como parte del entramado del programa de identificación nacional, de manera progresiva, en la encrucijada del cambio de siglo. Uno de los factores del acercamiento a la figura de Carlos V fue, por ejemplo, el proceso de españolización, gracias a la labor de historiadores como Modesto Lafuente, que destacaron ciertos episodios de la vida del emperador, como su retirada al monasterio de Yuste. Esto mostró su conversión en español.30 La preponderancia de la imagen del Imperio se puede leer en las palabras del conde de Miranda, secretario de la junta para la organización del IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892, quien explicaba que este cen­ tenario no era una mera fiesta, sino que, tras los fastos que llenarían las calles españolas de regocijo y ocio, existía la ambición de consolidar la posición de España como mediadora ante las nuevas repúblicas americanas, «para echar los fundamentos de la unidad ibero americana para gloria de España a la que ninguna nación puede disputar el mejor derecho a la reconquista moral del imperio que fundó con su sangre».31 Hubo una cierta dificultad de establecer 28   Peiró Martín, Ignacio. «La fortuna del emperador: la imagen de Carlos V entre los españoles del siglo xix», en José Martínez Millán y Carlos Reyero (coords.), El siglo de Carlos V y Felipe II. La construcción de los mitos en el siglo  xix, vol. 2, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, pp. 152 y ss. 29   Pro Ruiz, Juan. «La imagen histórica de la España imperial como instrumento político del nacionalismo conservador», en José Martínez Millán y Carlos Reyero (coords.), El siglo de Carlos V y Felipe II. La construcción de los mitos en el siglo  xix, vol. 2, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, pp. 226-229. 30   López-Vela, Roberto. «De Numancia a Zaragoza. La construcción del pasado nacional en las Historias de España del Ochocientos», en Ricardo García Cárcel (coord.), La construcción de las Historias de España, Madrid, Marcial Pons, 2004, p. 245. 31  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Cuartillas entregadas por el conde de Casa Miranda, secretario de esta Junta, en las que se indican

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una línea de separación entre la producción historiográfica, en torno al emperador y su hijo, y la visión que sobre ellos podía compartir la sociedad española. A su vez, la propia complejidad que rodeaba a los dos monarcas complicó el acercamiento, elaboración y comprensión del Imperio como símbolo nacional. La búsqueda en el pasado debía ayudar a comprender el presente; era necesario rastrear en la tradición para entender la herencia cultural de la que España era beneficiaria. La interrelación entre el siglo xix y el Siglo de Oro español, época dorada de la cultura nacional, fue una pieza clave en este proceso de identificación con el legado histórico nacional, y por ello, reivindicado en las conmemoraciones.32 Una de las plausibles contestaciones a por qué fue tan importante el Siglo de Oro en el pensamiento del siglo  xix hay que buscarla en la segunda mitad del siglo xviii, en plena Ilustración, cuando intelectuales españoles de la talla de Mayans o Flórez llevaron a cabo una serie de ediciones críticas de clásicos españoles dentro de un contexto donde la revalorización del Siglo de Oro era una defensa en realidad de la cultura hispánica. A la hora de enfrentarse con la crisis del siglo xvii se forjaría este concepto de Siglo de Oro para mostrar que España no reunía solo los rasgos de una nación en decadencia. Además, se incluían en este periodo una serie de valores que se querían mantener presentes, para mejorar la situación, respaldados por una larga tradición cultural. La época del Siglo de Oro fue un momento en el que adquirió pleno significado el adjetivo esplendor nacional, por la riqueza literaria y artística atribuida a la misma. El mito del Siglo de Oro estaba personificado en los autores, algunos de los cuales fueron conmemorados, incluso por sus obras, como Cervantes, en la periodización de nuestro estudio. Calderón de la Barca, glorificado en 1881, fue recordado por su capacidad de difusión, entre el público que había asistido a sus obras, del orgullo nacional y la identificación de cada individuo con un orden social jerarquizado. El teatro del Siglo de Oro estaba lleno de referencias a las virtudes inherentes del ser español.33 Calderón y otros autores comenzaron a ser redimidos y valorados en su justa medida, y por ello, tampoco nos puede sorprender su evaluación tan positiva con motivo del centenario de su fallecimiento en 1881. En el fondo, se apostaba por una vuelta a las tradiciones españolas con una literatura que reflejase los ideales de heroica, monárquica y cristiana, en relación directa con la tradición de la literatura del Siglo de Oro. Era la reivindicación de una literatura propia, contemporánea, que contuviese el espíritu nacional, además del gusto y las preocupaciones de la sociedad de su tiempo. Por último, habría que medidas para la celebración del Centenario, entre las que figura la inauguración de una biblioteca americana, dirigido a Antonio Cánovas del Castillo. Madrid, agosto de 1891. 32   Florit Durán, Francisco. «La recepción de la literatura del Siglo de Oro», en José María Ruano de la Haza (ed.), La independencia de las últimas colonias españolas y su impacto nacional e internacional, Ottawa, Dovehouse, 1999, p. 281. 33   Mestre, Antonio. Influjo europeo y herencia hispánica. Mayans y la Ilustración valenciana, Valencia, Diputación de Valencia, 1987, p. 322.

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añadir además una nota importante respecto a este concepto cronológicocultural. La literatura moderna no fue el único emblema de los valores españoles que se quisieron reivindicar durante las décadas centrales del siglo xix. Se produjo, además, una nueva apreciación de la pintura española, producida durante el periodo del Siglo de Oro, gracias a su visibilidad a través del canal de comunicación que supuso el Museo del Prado. Los cambios en su concepción expositiva dieron cuenta de la creciente importancia dada a los pintores españoles, que fueron sucesivamente dotando al museo de unas características de reivindicación nacional gracias a los lienzos que albergaba.34 El último capítulo que vamos a tratar es la visión sobre la Guerra de la Independencia de 1808, simbolizada como la lucha contra el invasor. Era un mito cercano en el tiempo y, por esta razón, es interesante comprobar si hay algún tipo de diferencia con respecto al trato concedido a otros capítulos de la época moderna. Para los liberales, la interpretación de esta contienda distaba de ser fácil. De este modo, lo que se destacó fue el valor que enaltecía a los españoles, el orgullo de la resistencia contra el invasor. Evidentemente, tuvo mucho en común con el recuerdo de Numancia, y ya en los propios años de la guerra este episodio de la Historia Antigua fue rememorado en los discursos de exaltación patriótica. El mito fue elaborándose a lo largo del siglo xix y tuvo su colofón con la conmemoración de los distintos episodios de la contienda, cien años después, entre 1908 y 1912. A pesar del peso del protagonismo local y regional en muchas de las conmemoraciones de principios del siglo xx, se quiso destacar que esta lucha aunó a todos en contra del invasor francés. Para los liberales hubo una clara identificación entre nación y pueblo, porque este había salido a la calle a defender la independencia de aquella, interpretación en la que el patriotismo se definía por el amor a la Constitución de 1812. Además, se interpretó como una verdadera ruptura con la trayectoria histórica anterior, como el primer acto de una revolución, en el que el pueblo, aunado por el deseo de la defensa de la nación, luchó por la independencia y la libertad.35 Para los conservadores, en realidad lo que se había defendido era la independencia frente a las tiranías revolucionarias que venían desde Francia, a favor de la legitimada unión religión-trono, esencia de la nación española. Era la materialización de la continuidad histórica, con un trasfondo ideológico de identificación entre monarquía restaurada y catolicismo. A partir de 1815 se consagró el discurso a la defensa de la lucha del pueblo por la vuelta del 34   Portús, Javier. El concepto de Pintura Española. Historia de un problema, Madrid, Verbum, 2012, pp. 129-156. En estas páginas Javier Portús realiza un interesante análisis sobre la concepción y evolución de la exhibición de la denominada pintura española desde la creación del Museo del Prado hasta comienzos del siglo xx. El autor muestra el deseo que hubo de que este museo fuera el recinto donde se difundiese, reivindicase y valorase a los pintores más destacados de la pintura nacional. 35   Peiró Martín, Ignacio. La Guerra de Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008), Zaragoza, Instituto Fernando el Católico, 2008, p. 40.

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monarca, institución natural de España, y con la regencia de María Cristina se reactivó esta idea. Estos vaivenes impidieron declarar fiesta nacional alguna de las fechas claves de la guerra, y se multiplicaron las conmemoraciones locales y regionales; así los ciudadanos se identificaron con una conciencia limitada de la patria, y no con la nación. Por otro lado, la identificación que se hizo de Roma con Napoleón y el valor de la resistencia hispana dejaban clara la remembranza con Numancia. Las conmemoraciones de los centenarios en torno a determinados episodios de la guerra, como los denominados Sitios, y el recuerdo a los héroes locales, que se sucedieron a partir de 1908, estuvieron rodeados de un halo de magnificencia, y no se escatimaron esfuerzos, por parte de ayuntamientos y diputaciones, para obtener grandes subvenciones del Estado. Muchas ciudades se apresuraron a reivindicar su papel en la lucha contra la «dominación extranjera». Gerona, por ejemplo, quiso levantar un monumento que honrase a los que lucharon por la defensa nacional, además de la reconstrucción de los edificios públicos heridos por «los proyectiles franceses». Estas eran «las aspiraciones del pueblo de Gerona cuya satisfacción habrá de enorgullecer a España en la gloria de sus hijos y afirmar más y más a esta inmortal ciudad en sus patrióticos sentimientos».36 Ignacio Peiró ha destacado que desde las instituciones políticas y culturales de la Restauración, como en otras ocasiones, y ante la posibilidad de que se fomentase una idea que dotase de excesivo protagonismo al pueblo, se apostó por adormecer la capacidad movilizadora de muchos de estos hitos, resaltando ante todo su carácter popular sin incidir en temas más complicados.37 Hubo muchos problemas desde el principio, porque Antonio Maura, presidente del Gobierno en 1907, afirmó que no había dinero para la financiación de las conmemoraciones que se habían ideado para el año 1908. No quiso una gran celebración para no enturbiar las relaciones con Francia.38 Maura solo vislumbraba en estos festejos una inspiración de corte liberal e intentó que el rey no acudiese a ellos, porque la presencia del monarca legitimaría un proyecto de ideología nacional contrario al elaborado por él. El sentimiento local primó, y esto se tradujo en que se inclinaron por el recuerdo de los episodios locales, regionales, y que el Dos de Mayo se considerase un capítulo privativo de Madrid, sin mayor alcance.39 36   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), Fondo 2.03, Caja 51/3595. Petición del alcalde de Gerona, don Manuel Catalça y Calzada, alcalde presidente del Ayuntamiento de Gerona, al presidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura. Gerona, 18.07.1907. También solicitaron que se cediesen los terrenos alrededor de la muralla de la ciudad al municipio sin coste alguno. 37   Peiró Martín, Ignacio. La Guerra de Independencia y sus conmemoraciones…, p. 43. 38   García Cárcel, Ricardo. El sueño de la nación indomable. Los mitos de la guerra de la Independencia, Madrid, Temas de Hoy, 2008, p. 123. 39   Michonneau, Stéphane. Barcelona: memòria i identitat…, pp. 188-189.

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En 1912 se conmemoraban los cien años de las Cortes de Cádiz, una nueva oportunidad para legitimar aún más el sistema monárquico constitucional del régimen de la Restauración. La iniciativa corrió a cargo de tres diputados por Cádiz, para luego convertirse en una empresa asumida por las instituciones oficiales. Es bastante significativo el texto que antecede a la petición, donde se afirmó que, «rindiendo merecido tributo [...] a las Cortes de Cádiz, que supieron dar a la nación española alma de moderna nacionalidad, en la Constitución de 1812, promulgada mientras el pueblo y un ejército afirmaban laboriosa y heroicamente la independencia nacional en los campos de batalla».40 Era el momento, tras el Desastre de 1898, de reivindicar el papel de España en la política exterior, a partir del estrechamiento de los lazos diplomáticos con las antiguas colonias americanas. Aunque este panorama de exceso de conmemoraciones que, desde 1898, se estaban llevando a cabo no ayudó a concretar una fiesta nacional.41 El problema de este centenario, en definitiva, como ya hemos indicado, fue la confusión reinante en torno a los ideales que se quería transmitir a partir de las celebraciones. La ambivalencia fue otro de los adjetivos que las caracterizaron: para los conservadores católicos era una aberración recordarlo como hito nacional, puesto que la Constitución de 1812 fue la verdadera fuente de todos los problemas estructurales de la España contemporánea, sobre todo de cara a la pérdida del valor de la religión católica; para los republicanos, el verdadero protagonista fue el pueblo; por otro lado, para los liberales era el origen del sistema de la Restauración, el momento aprovechado para intentar acabar con el absolutismo monárquico, y había llegado la hora de aprender de los padres de la Constitución de 1812; y para los conservadores, las Cortes de 1812 eran valorables, pero con matices. De esta mixtura de discursos solo se podía sacar una idea poco definida, dificultando así la identificación de los ciudadanos con el mito de la Guerra de la Independencia. Los seis mitos de la historia nacional española aquí analizados representaron distintas periodizaciones cronológicas que fueron recordadas, según diferentes criterios, en las décadas de nuestra investigación. A tenor de las fechas que surgían, algunos eran rememorados con un programa conmemorativo privativo del propio mito, y otros, como en el caso de la defensa de Numancia, simplemente aparecían mencionados en los discursos en los que interesaba resaltar la metáfora del valor del propio símbolo. Es decir, las conmemoraciones podrían no coincidir plenamente con un mito historiográfico y, a su vez, en la materialización del recuerdo en los aniversarios de 40   AHSE, Expediente HIS-1004-07. Expediente relativo al Proyecto de Ley concediendo un crédito extraordinario para la conmemoración de las Cortes de Cádiz. Proposición de Ley, 14.07.1910. 41   Guereña, Jean Louis. «Del anti-Dos de Mayo al Primero de Mayo. Aspectos del internacionalismo en el movimiento obrero español», Estudios de Historia Social, 38-39 (1986), pp. 91 y ss.

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ciertas fechas o personajes se podían evocar varios mitos. Los mitos se engrandecían o quedaban en la repisa del olvido según las necesidades sociales del recuerdo. En las distintas etapas por las que la historiografía española transcurrió interesaba rescatar del pasado una serie de figuras y hechos acordes al devenir político, económico o cultural de ese contexto, aunque también hay que señalizar que hubo una serie de símbolos que eran permanentes en la cultura compartida por la sociedad. Los mitos perduraban de manera más o menos constante en el tiempo y eran resaltados en ciertas coyunturas, cuando se entremezclaban y compartían escena. En el fondo fueron símbolos por los que se podía identificar a España. Símbolos y mitos se unieron para crear una red sobre la que se asentaría la política conmemorativa española de la época de la Restauración. El problema compartido por estos conceptos asumidos en distinto grado por la sociedad, erigidos como señas de identidad, fue que eran prolijos en número, a veces excluyentes, e interpretables según la proyección ideológica que se quisiera leer. 2.  Los símbolos nacionales españoles en el siglo xix El himno o la bandera son algunos de los símbolos que entraron dentro del discurso dirigido a la sociedad con la intención de afirmar o fortalecer una determinada identidad. Los símbolos son, en palabras de Carlos Serrano, «unidades semánticas básicas del proceso de la construcción nacional. Dicho en otros términos, son los resortes afectivos imprescindibles que definen una causa y mueven a luchar, como el lema o la divisa».42 La importancia de los símbolos y ritos residía en que, mediante su uso, transformación, adaptación y repetición, creaban o reforzaban un sentimiento de pertenencia a un colectivo, en este caso, a la nación. Supusieron la sustitución de los viejos rituales reales, acompañado por la actividad de instituciones culturales encargadas de difundir los parámetros necesarios para la comprensión de estos símbolos. Uno de los problemas en España fue que en muchas ocasiones no fueron fruto del consenso político, hecho que dificultó el reconocimiento por parte de todo el cuerpo social, como ya hemos insistido en varias ocasiones. Este proceso restaría fuerza a la movilización de estos mismos símbolos y toda la parafernalia que les acompañaba, como las propias conmemoraciones históricas, como parte esencial de la cultura conmemorativa nacional, y con ello, a la capacidad de articulación en torno a una idea. A veces era necesario simplificar las motivaciones patrióticas y adecuarlas a un sentimiento más partícipe del que en principio parecía manifestarse. Con este punto de partida, vamos a analizar los símbolos nacionales españoles que se suponían 42   Serrano, Carlos. El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos, nación, Madrid, Taurus, 1999, p. 17.

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identificaban a España, en la época de la Restauración, para poder completar el cuadro en el que se contextualizan las conmemoraciones consideradas, de forma general, como la mirada de reconocimiento social del pasado. Las trayectorias de la bandera nacional y del himno no tuvieron un carácter lineal. Por ejemplo, solo a principios del siglo xx se aseguró que la primera tuviese una interpretación plenamente nacional. El punto de partida fue que, en la segunda mitad del siglo  xix, España partió en desventaja con respecto a otras naciones occidentales, que desarrollaron un plan de enseñanza primaria que ayudaría a la comprensión de estas imágenes. Esta fue una de las razones de la múltiple aparición de banderas y de himnos que eran reconocidos por la sociedad española como propios. Esta proliferación de símbolos restaba fuerza al valor de los mismos, lo que tampoco quiso decir que se negase completamente la validez a aquellos que, más tarde, fueron reconocidos oficialmente. La bandera española actual se regló en un Real Decreto de Carlos III, de 28 de mayo de 1785, donde se instituyó como bandera para la Marina de guerra. Durante el siglo  xix tuvo distintos significados. Por ejemplo, fue aceptada durante el Trienio Liberal como emblema nacional. En la Restauración se volvió a instituir como símbolo, con el escudo real en el fondo, en convivencia con el pendón morado, imagen de la monarquía. Solo Alfonso XIII, el 25 de enero de 1908, la declaró bandera nacional.43 Anteriormente, en 1893 el Gobierno liberal de turno, liderado por Práxedes Sagasta, declaró que la bandera nacional se tendría que alzar cada día enfrente de los colegios de primaria.44 El problema para asentar definitivamente el reconocimiento de los colores nacionales fue la vinculación de dicho emblema a distintas ideologías políticas o instituciones de gobierno, y no como un símbolo que representase a la nación. Además, surgieron otras propuestas de banderas alternativas, tanto por las fuerzas políticas regionales como por los poderes al margen del sistema dinástico, como los republicanos o los carlistas, que dificultaron aún más el reconocimiento de un único símbolo. La paradoja aparecería cuando los visitantes extranjeros sí reconocían en la bandera rojigualda el símbolo que representaba al país. Lo podemos ver en una descripción del enviado de la sociedad de anticuarios de Normandía al Congreso de Americanistas, que se celebró en 1892 con ocasión del IV Centenario del Descubrimiento de América, sobre el adorno de las calles de la ciudad con motivo de la llegada de los monarcas y autoridades: Cet usage de décorer les balcons des maisons avec des tentures aux couleurs nationales espagnoles produit, dans un sens, le même résultat que notre ma  Serrano, Carlos. El nacimiento de Carmen..., pp. 77 y 85.   Pozo Andrés, María del Mar del y Braster, Jacques. «The Rebirth of the “Spanish Race”: the State, Nationalism, and Education in Spain, 1875-1931», European History Quarterly, vol. 29/1 (1999), p. 83. 43 44

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nière de pavoiser nos rues avec des drapeaux, mais, j’y trouve un avantage: c’est que cette tenture peut être plus ou moins riche, plus ou moins fraîche sans inconvénient, tandis que les drapeaux usités en France pour pavoiser, sont souvent prodigués, et ils n’ont pas toujours l’ampleur et la propreté qui s’impose lorsqu’il s’agit d’arborer l’emblème national, par excellence, dont il importe de soutenir le prestige.45

Elogiaba la manera de adornar las calles con banderas, de una manera análoga a lo que, según él, ocurría en Francia: los símbolos nacionales tenían que estar acordes con el valor inconmensurable de la patria de la que eran valedores. Los diplomáticos franceses, por su parte, bien sabían que los colores nacionales podían mostrarse el día de fiesta nacional en el extranjero, concibiendo las embajadas como lugares de exaltación de los símbolos patrios.46 Aun así, de manera oficial, en España, hasta ese año de 1908 no se dispuso que la bandera ondeara en los edificios públicos, como emblema nacional.47 El himno, en su creación primigenia, también tuvo un origen militar y estuvo asociado a la monarquía como institución. En principio, su puesta en escena estuvo relacionada con la liturgia religiosa, puesto que se interpretó en muchas ocasiones durante la celebración de una misa. El origen del himno nacional fue la Marcha Granadera recogida en el Libro de Ordenanzas de los toques militares de la Infantería española en 1761, denominada la Marcha Real. El político y militar Juan Prim, en 1870, con motivo de la recién instaurada monarquía de Amadeo de Saboya, convocó un concurso para crear otro himno, pero quedó desierto y el jurado sugirió que fuera esta Marcha Granadera la que continuase siendo el himno nacional.48 La Marcha Real carecía de letra, lo que restaba el valor simbólico que el texto, de cara al resto de la sociedad, pudiese tener. Además, al tocarse con motivo de algún acto conmemorativo, con ciertas reminiscencias del Antiguo Régimen, la simbología religiosa-musical, en forma de procesiones y Te Deum, fue más frecuente que la identificación de la pieza con la propia nación. Esta pieza musical también tuvo otros contrincantes, canciones que contaban con un mayor calado social, como por ejemplo el Himno de Riego o la extranjera Marsellesa. Además, durante mucho tiempo, la canción popular la Marcha de Cádiz se erigió y reconoció como el himno nacional. Tene45   Drouet, Paul. Souvenir du neuvième Congrès International des Américanistes tenu en 1892 à Huelva (Espagne) et de l’exposition rétrospective de Madrid organisée à l’occasion du quatrième Centenaire de la Découverte de l’Amérique. Compte rendu officieux dédié a la Société des Antiquaires de Normandie par son ancien président et délégué M. Paul Drouet, Caen, H. Delesques, 1893, p. 42. 46   AMAE FR, Correspondance Politique, Espagne, 1891, Legajo 918. Carta del embajador francés en Madrid, Théodore Roustan, al ministro de Asuntos Exteriores francés, Alexandre Ribot. Madrid, 15.07.1891. 47   Álvarez Junco, José. Mater Dolorosa…, p. 554. 48   Moral Ruiz, Joaquín del; Pro Ruiz, Juan, y Suárez Bilbao, Fernando. Estado y territorio…, p. 23.

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mos un ejemplo en el relato que hizo el cónsul francés en Barcelona, con motivo de un concurso de bandas en la ciudad en 1896, año en el que se sucedieron una serie de agitaciones populares a causa del inminente enfrentamiento con Estados Unidos; afirmó que, una vez que sonó la Marcha de Cádiz, «morceau très populaire et qu’il est question depuis quelques semaines de proclamer au national», tuvo que ser repetida al compás de las exclamaciones patrióticas mientras era tocada por las bandas de música.49 La zarzuela y todas aquellas piezas calificadas como género chico contribuyeron a difundir un discurso patriótico entre los sectores más populares de la sociedad. El alcance del discurso variaba mucho dependiendo de la obra. Las de corte populista tuvieron un gran éxito en la década de 1880, cuando el ambiente estaba impregnado de cierta euforia.50 El problema añadido de algunas de estas piezas fue que, tras el Desastre del 98, se concibieron como meros ejemplos de patriotismo populista, como le pasó a la aclamada Marcha de Cádiz, denostada tras 1898. Además, al lado de estos himnos populares de carácter nacional se difundieron otros himnos regionales que comenzaron a popularizarse en el siglo xix. En definitiva, el carácter aglutinante del himno lo tuvieron en muchas ocasiones estas coplas locales, en contraste con la Marcha Real, que, como ya su propio nombre indica, estaba relacionada con la figura del monarca. Junto a estos símbolos, había de aunarse, por último, el debate en torno a la proclamación de un día de fiesta nacional, que no fue oficializado hasta bien entrado el siglo xx. El Real Decreto del 8 de mayo de 1918 estableció el 12 de Octubre como fiesta nacional, aunque ya en la celebración del IV Centenario de América en 1892 se había barajado la posibilidad.51 No fue fruto de una iniciativa gubernamental la denominación en 1892 de fiesta nacional a este día. Quienes sí lo habían adaptado, ya en este año, fueron algunas repúblicas hispanoamericanas: Señora: los gobiernos de las Repúblicas de Chile, Nicaragua, Costa Rica, Honduras, Guatemala y el Ecuador, han manifestado ya al de V.M. su conformidad con el pensamiento de declarar fiesta nacional perpetua el 12 de Octubre, en conmemoración del descubrimiento de América. Otras repúblicas, como las del Brasil y Santo Domingo, aunque manifestándose favorables al mismo pensamiento, se han reservado presentar proyectos de ley sobre este pacto a sus respectivas Cámaras legislativas.52

49   AMAE FR, Correspondance Politique et Commerciale, Espagne, 1896-1905, la Question Catalane, Legajo 8. Carta del cónsul francés en Barcelona al ministro de Asuntos Exteriores francés, Marceline Berthelot. Barcelona 8.03.1896. 50   Iberni, Luis. «El problema de la ópera nacional española en 1885», Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, 26 (1995), pp. 226-228. 51   Serrano, Carlos. El nacimiento de Carmen…, p. 321. 52   Gaceta de Madrid, n.º 290, p. 133, 16.10.1892.

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Hasta aquel año de 1918 se produjo una confrontación por consagrar como día nacional la fecha del Dos de Mayo, por el recuerdo del levantamiento del pueblo madrileño contra el invasor francés, o la del 12 de Octubre, inicio de la gesta en América. El reconocimiento de la data del descubrimiento como fiesta compartida por toda la nación sería la expresión del deseo de reforzar un sentimiento panhispánico frente al panamericanismo cada vez más influyente ejercido por Estados Unidos. Algunos intelectuales españoles, provenientes de distintos sectores ideológicos, incidieron en el carácter de hispanidad, entendido sobre todo desde su dimensión patriótica-religiosa, además del redescubrimiento, como dijo Rafael María Labra, de una identidad común, porque compartían una misma lengua y religión. Dicho esto, ha de situarse en este contexto la decisión, en 1917, de denominar «Día de la Hispanidad» o «Día de la Raza» al 12 de Octubre. Parecía pretender la institución de este «Día de la Raza» la materialización en forma de fiesta de la corriente hispanoamericanista, a ambos lados del Atlántico.53 Hubo también la oportunidad, por otro lado, de que la celebración del Dos de Mayo hubiera sido consagrada como fiesta nacional, dado que reforzaría la cohesión de los miembros de la comunidad en torno al recuerdo de la gesta de sus antepasados en el enfrentamiento contra el invasor, y desde el propio año 1808 fue rememorado como un mito. Era la exaltación del espíritu cívico de los vivos a través del recuerdo de los muertos. Poco después se institucionalizó, y la «memoria oficial» liberal compitió con la «memoria popular». Este fue el primero de los sentimientos encontrados, y a veces enfrentados, que se vivieron en la evolución del recuerdo de este día, con un trasfondo de lucha entre las distintas ideologías y tendencias políticas por la apropiación del mismo. El mito rebelde y popular que surgió en 1808 destacó por su concepto de defensa contra el ataque extranjero a la nación política, de combate por la libertad frente al despotismo. Con la llegada de Fernando VII, la visión cambió, y dado que ni la lucha contra los franceses ni el protagonismo del pueblo eran válidos, pasó a convertirse en un mero recuerdo religioso, con un gran protagonismo de los héroes militares; la patria elogiada será la concebida junto a Dios y al Rey. El Trienio Liberal recuperó los valores destacados por los constitucionalistas de Cádiz. Tras estos tres años, y hasta la victoria en la primera guerra carlista (1839-1840), la corriente absolutista se apoderó del mito, hasta que se le volvió a dotar de la significación de libertad política. El Dos de Mayo entró en una nueva etapa, donde serían las diferentes corrientes liberales las que le concedieran un significado propio, hasta el Sexenio, tras el cual este día se limitó a ser conmemorado como fiesta local. Este capítulo histórico de la lucha contra los franceses contenía los preceptos claves del liberalismo: independencia nacional, unidad y libertad. De los significados que se dieran a estos conceptos y al virtual protagonismo del pueblo, como 53   Sepúlveda Muñoz, Isidro. El sueño de la Madre Patria. Hispanoamericanismo y nacionalismo, Madrid, Marcial Pons, 2005, pp. 201 y ss., especialmente pp. 207-208.

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sujeto de su propia Historia, devendrían los conflictos que le confirieron debilidad. Durante las décadas centrales del siglo  xix, el episodio del Dos de Mayo será percibido por la burguesía como el capítulo que legitimaría su posición en el poder, pero a la vez, cuando los moderados ocuparon el Gobierno, se eliminó todo atisbo de significado revolucionario para anular el protagonismo del pueblo. Se luchó por la libertad de la patria, pero no por las libertades políticas. Esta interpretación fue cada vez más difícil de mantener, por la propia evolución de la sociedad. Durante el Sexenio, progresistas y demócratas lucharon por el control ideológico de este mito, que agotaría la capacidad de convocatoria. En el contexto de la Restauración, se aludió a otros capítulos del pasado, más dignos de elogio para los conservadores, quienes veían en el Dos de Mayo un componente revolucionario no muy de su agrado.54 Los conservadores destacaron que el levantamiento del pueblo madrileño fue a favor del rey, defendiendo así el concepto de patria tradicional. Esto dificultó aún más su proclamación como fiesta nacional. Aun cuando los antagonismos regionales comenzaron a evidenciarse, no hubo posibilidad de convertirlo en la gran fiesta de la patria, a pesar de que por parte de algunos sectores sí hubo una conciencia de su valor aglutinante en torno a este día. Un periodista del Heraldo de Madrid afirmaba, en una crónica sobre los actos preparados por el Dos de Mayo en la capital en 1892, que no se realizaban con la intención de «recrudecer antagonismos nacionales, que hoy no tienen razón de ser, sino por recordar uno de los muchos episodios gloriosos llevados a cabos por nuestros antecesores».55 Hay que tener en cuenta que la gesta que se conmemoraba recogía la valentía de un pueblo, la lucha de los héroes populares contra los invasores. Los madrileños se habían sublevado por iniciativa propia, sin necesidad de un mando, para defender la patria. Así lo expresaba el alcalde de Madrid, el liberal José Abascal, con motivo de esta fiesta en el año 1888: El pueblo de esta Villa conmemora la inolvidable fecha del Dos de Mayo de 1808, en que nuestros antepasados con heroico denuedo y con todo el entusiasmo y valor cívico que inspira el amor a la madre patria, defendieron la integridad de su suelo cuando le vieron invadido por huestes extranjeras. No necesitaron jefes que les guiaran a la lucha; bastáronse a sí mismo para que todos, animados por el esfuerzo sagrado que ardía en sus corazones por la patria y la independencia, acudieran a defender tan caros objetos.56

La visión de los conservadores católicos no fue siempre favorable a dotar de protagonismo al pueblo en esta conmemoración. En 1905 desde el periódico El Siglo Futuro se realizó una crítica exacerbada a la celebración de esta   Demange, Christian. El dos de mayo…, pp. 45 y ss., en especial pp. 63-66.   Heraldo de Madrid, 2.05.1892. 56   La Época, 2.05.1888. 54 55

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fiesta, porque era escandaloso que en el discurso anual del alcalde de Madrid se hubiera sustituido el concepto de fe religiosa por la fe en la nación: No mienta para nada el santo nombre de Dios en la alocución, ni se acuerda de que la fiesta de hoy es principalmente religiosa, y es verdad que habla varias veces de la fe, pero no de la fe que transporta los montes y salva a los individuos y a los pueblos; de la fe sin la cual es imposible agradar a Dios y hay que suprimir la historia de España, prescindiendo de la Reconquista y de la fiesta de hoy, sino de nuestra fe en la nacionalidad, término vago, inexpresivo, incoloro, inodoro e insípido, que si algo significa es cierto género de confianza en la condición y carácter peculiar de los españoles.57

Sin la motivación de la fe no se podían haber dado los condicionantes para estos hechos que marcaron la Historia de España. El componente local no fue el único que empañó la elevación del Dos de Mayo a la categoría de conmemoración nacional. El movimiento obrero también lo rechazó, al considerar las fiestas del Primero de Mayo y del Dos de Mayo antagónicas. Para los republicanos podían ser complementarias, pero para el movimiento obrero no. En la década de 1890, a medida que el Primero de Mayo comenzó a adquirir importancia, se incitó a boicotear la celebración patriótica del Dos de Mayo, dada su condición de lucha contra el legado de la Revolución francesa.58 En el debut del siglo xx, ante el retraimiento del Gobierno central, la mayor parte de las celebraciones se debieron a iniciativas locales, sobre todo en 1908. De nuevo Madrid, cuyo protagonismo no era discutido, estaba destinada a realizar un esfuerzo por parte del gobierno municipal. En esta ocasión el monarca sí asistió a los actos programados. La figura del rey apareció en el discurso de conmemoración de un hecho que, aunque local, estaba dentro de la imagen de la Guerra de la Independencia, a diferencia de su falta de entusiasmo ante los actos programados en 1904 para recordar el centenario de Isabel la Católica.59 Aun así, habría que destacar que el Gobierno conservador en ese momento tardó en ponerse en marcha al celebrarse los cien años del comienzo de la contienda. Fue el carácter popular de dichos actos, además de la participación del monarca, lo que hizo que hubiera una gran afluencia de público.   El Siglo Futuro, 2.05.1905.   Guereña, Jean Louis. «Del anti-Dos de Mayo al Primero de Mayo…», pp. 91 y 94-95. 59   AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Caja 15.833, Expediente 11. Centenario del 2 de mayo de 1908. El rey no solo participó en los actos que se realizaron en la población de Móstoles, donde apareció el bando del alcalde Andrés Torrejón, sino que prestó multitud de objetos a la exposición conmemorativa del Dos de Mayo en el Museo Arqueológico de Madrid. Hay dos cartas con este motivo dirigidas al inspector general de los Reales Palacios, una fechada el 6 de mayo de 1908 y la otra el 11 del mismo mes. En cuanto a la visita de Alfonso XIII a la villa de Móstoles, hay una carta de la alcaldía al inspector general de los Reales Palacios en la que se indica la necesidad de «enviar para el mencionado día el mobiliario acostumbrado para estas solemnidades, pues el que poseemos acaso no sea el más apropiado para las augustas personas que han de utilizarlo», fechada el 28 de abril de 1908. 57 58

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Finalmente, el fuerte localismo de los festejos eliminó las últimas posibilidades de nombrar al Dos de Mayo fiesta nacional. Como hemos dicho, contenía las características necesarias para unificar los sentimientos nacionales y reforzar este vínculo, pero el enfrentamiento entre las corrientes políticas e ideológicas por dotar de un carácter determinado a la fiesta le restó este posible valor. Sería el 12 de Octubre el que se alzaría con la categoría de fiesta nacional, a pesar de la compleja herencia que comportaba. El particularismo que se ciñó sobre el Dos de Mayo y el desacuerdo sobre la interpretación del mito hicieron girar la vista hacia el día en que culminó el viaje de Colón a las tierras del nuevo mundo. Este día, que ya hubiera sido factible que alcanzase los altares de la gloria perpetua en 1892, no aglutinó a todos los que tenían que dar su aprobación a tamaño ascenso, desde el momento en que se puso encima de la mesa esta cuestión. Quizá por esta ausencia de un interés unánime en proclamarlo fiesta nacional, incluso en la propia celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América, el 12 de Octubre no fue aprobado como fiesta nacional hasta tres décadas después. La tardanza en su adaptación como día para honrar la memoria y el orgullo patrio demostraría la debilidad de las iniciativas por parte de los gobiernos liberales por instaurar un día consensuado en el que la nación sería la propia protagonista, y por ende, la propia festejada. Por último, queremos hacer un pequeño inciso en otro concepto simbólico, como fue el desarrollo del programa monumental de Madrid, ejemplo de la posibilidad de contemplar públicamente la cultura conmemorativa nacional. Las instituciones políticas, de carácter estatal, provincial o local, fueron las principales fuentes de financiación de monumentos con carácter conmemorativo, como ya hemos explicado, para materializar en las calles el recuerdo histórico, unido a una determinada propaganda política y cultural. El monumento público supuso una reorganización del espacio urbano, un paso en la modernización visual y material de la sociedad. Por otro lado, los edificios públicos, del estilo de la Biblioteca Nacional, cargados de simbolismo, también pudieron ser concebidos como monumentos, que debían despertar veneración en el ciudadano que los contemplara. Los monumentos públicos podían exaltar desde un sujeto como la nación, hasta ciertos mitos con un fuerte componente local, aunque en general los monumentos tuvieron los dos cometidos. La iniciativa de erigir un monumento urbano tuvo un efecto moralizante que tenía mucho que ver con la elección del lugar donde estaba erigido, además de la facilidad con la que se identificaba el capítulo histórico o personaje recreados.60 Desde mediados del siglo  xix, en todo el mundo occidental aumentaron de una manera espectacular el número de esculturas conmemorativas. La fiebre por el monumento como representante del arte oficial en   Martín González, Juan José. El monumento conmemorativo…, pp. 7-8 y 11.

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España se dio ante todo durante las dos primeras décadas del siglo xx, apoyada por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, bajo una línea continuista con respecto al periodo anterior. Estas iniciativas en Madrid se pueden rastrear desde mediados del siglo anterior, con momentos puntuales de alza del interés por el embellecimiento urbano. Ya a partir de mediados del siglo xix aparecieron numerosos monumentos como parte de la celebración de algunos centenarios. Tras la pérdida de los territorios de Ultramar, se erigieron esculturas en honor a los combatientes y a sus protagonistas, soldados que habían protagonizado capítulos heroicos durante la guerra. También hubo iniciativas populares, como la de un monumento nacional a los héroes de las campañas de Cuba y Filipinas, dado el olvido del Gobierno.61 Las iniciativas corrieron a cargo de la monarquía, también del Gobierno y, sobre todo —hecho muy importante por el reforzamiento de los sentimientos regionales y locales—, desde instituciones como las diputaciones y los ayuntamientos en la búsqueda de los héroes, mitos y símbolos adscritos a esas demarcaciones. Tras la muerte de Fernando VII se contempló la idea, por parte del escritor Ramón Mesoneros Romanos, y más tarde, por el político Fernández de los Ríos, de dotar a Madrid de un rango de capitalidad, alejándose así de la caracterización de la ciudad como Villa y Corte, para situarla al mismo nivel que otras capitales europeas.62 Se propuso, además de la construcción de monumentos conmemorativos, el cambio del rótulo de muchas calles, restando importancia, por ejemplo, a los nombres de inspiración religiosa o popular, y dotar a la nomenclatura callejera de los nombres de hombres ilustres que tuvieron importancia en el imaginario colectivo, como Cervantes o Lope de Vega, lo que conllevó muchas dificultades para llegar a un acuerdo. La importancia de estas iniciativas, no solo en Madrid, venía dada por la implica61   Reyero, Carlos. «La catarsis hipócrita. El 98 y la escultura conmemorativa en Nueva York y España», en Arte e identidades culturales, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1998, pp. 331-332. 62   Mesoneros Romanos, Ramón. Rápida ojeada al estado de la capital y los medios de mejorarla, Madrid, CIDUR, 1989 [edición de Edward Baker, edición facsímil del apéndice de la edición publicada de Manual de Madrid de Mesoneros Romanos en 1936], pp. 7-10. «Es observación bastante generalizada que la cultura y el esplendor de la capital son un termómetro seguro para conocer el grado de civilización de cada pueblo. Ni puede menos de ser así: la influencia inmediata del gobierno, la mayor reunión de talentos y capitales, la comunicación más frecuente con los extranjeros y otras causas semejantes, aseguran siempre a las capitales la primacía en conocimientos y buen gusto [...] De aquí se deduce que una de las atenciones más importantes del Gobierno consiste en nivelar la capital con los pueblos más cultos de Europa, dando a conocer en ella todos los descubrimientos [...] y como prueba de nuestros adelantos a los extranjeros que vengan a visitarnos, pueda servir a un tiempo de estímulo y de gloria de nuestra patria. Sin embargo de haberse reconocido unánimemente esta necesidad, no podemos menos de advertir que por desgracia nos hallamos lejos de haberla satisfecho y que circunstancias harto desdichadas y generales han constituido a nuestra capital en el atraso respectivo a que se ve reducido la nación entera.»

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ción política, porque se trataba de la apropiación civil del espacio urbano. Era un intento de afianzar la identificación del ciudadano con el Estado. Se dotó así a las calles de un significado político, nacional, ideológico, que formaba parte de todo este proceso de identificación nacional; de este modo, los grandes héroes de la historia nacional también tuvieron su calle, como don Pelayo, el Cid o Viriato. El problema fue que muchos de estos proyectos en Madrid se llevaron a cabo y se dejaron a medias. Si bien es verdad que a finales del siglo xix y principios del xx hubo una verdadera fiebre de inauguración de monumentos, se echó finalmente en falta un verdadero y razonado programa iconográfico previo que le ayudase a asentarse en su papel de capital. La proyección pública del poder se basó, en no pocas ocasiones, en arquitecturas efímeras, de exaltación, pero esto no era suficiente. Por ejemplo, en 1892 hubo una propuesta, encaminada en este sentido, por la que un grupo de concejales del Ayuntamiento de Madrid (Ariño, Fernández Soler y Villanova) querían que se erigiesen estatuas de los «Hijos Ilustres de la Villa» que rodeasen la plaza de Cibeles, al igual que se había hecho con otros personajes para la fachada de la Biblioteca Nacional.63 El alcalde afirmó que iba a estudiar la propuesta y convocar un concurso, que finalmente no se llevó a cabo. Si Madrid quería ser la capital de un estado moderno, debía sustituir el orden simbólico anterior para dotar a la ciudad de una imagen acorde a su posición. El liberalismo había de apoderarse del espacio público para transformarlo en un espacio civil bajo unas nuevas coordenadas urbanas, donde los ciudadanos reconocieran los nuevos espacios y códigos civiles y se sintiesen herederos de un pasado glorioso. Aun así, a pesar de los avances y retrocesos contradictorios al mismo tiempo, la escena madrileña, como ya hemos señalado, fue ganando con el tiempo una serie de monumentos y esculturas necesarios para el reconocimiento de los mitos del imaginario patriótico. Fue a partir de la mayoría de edad de Alfonso XIII cuando la euforia conmemorativa se dispararía, no solo en Madrid, también en otros puntos de España. El 5 de junio de 1902, Alfonso XIII, para celebrar su mayoría de edad, inauguró en Madrid una serie de estatuas, en 63   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid, Sesión del 5 de agosto de 1892, fols. 159 [d]-160 [d]. «Los concejales que suscriben, para honrar y enaltecer los hijos ilustres de Madrid con Quevedo, Lope de Vega, Ercilla, Ramón de la Cruz y otros no menos insignes que brillaron en las ciencias, en las letras y las artes, y cuyas obras son verdadera glorias patrias, proponen al Excmo. Ayuntamiento, que, a aquellos varones preclaros o a otros que ahora se considera oportunos y luego a los demás, se les erija su estatua colocándolos en derredor de la gran plaza que se está abriendo en la Cibeles, y que una de las solemnidades con que se celebre el 4.º centenario del descubrimiento de América ya que no pueda ser la inauguración de dichas estatuas, lo sea al igual de las que han de colocarse en el pórtico de la Biblioteca, de los modelos, que habrán de encomendarse a los más reputados escultores por el mismo precio, sujetándose a las mismas condiciones establecidas por la Academia de San Fernando para el concurso recientemente celebrado, abonándose el total importe con cargo a la partid consignada para festejos en el presupuesto vigente.»

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honor a Goya, Quevedo o Lope de Vega, pero también las de Bravo Murillo o Argüelles, además de héroes populares, como un protagonista de la guerra de Cuba, Eloy Gonzalo.64 Aun a pesar de la tímida cesión al pueblo de un pequeño espacio para rendir pleitesía a sus propios héroes, el miedo de concederle excesivo protagonismo restó fervor a la afección popular. Este hecho también se pudo comprobar en las dificultades que atravesó la creación de un panteón para honrar la memoria de los hombres ilustres de la nación. El Panteón de los Hombres Ilustres en Madrid y su azarosa vida, con sucesivos episodios de cambio de edificio, de dificultades para la elección de los homenajeados, además del enfrentamiento entre Iglesia, Gobierno y Ejército por su control, puede ilustrar la evolución y desarrollo del programa nacionalista liberal de finales del siglo xix y principios del xx. Como afirmó Manuel Mesoneros Romanos, en 1898, «siempre fue España perezosa y olvidadiza con sus hijos esclarecidos», y solo a mediados del siglo xix «alcanzó [...] una estatua o un monumento que perpetuase sus nombres».65 El Panteón era la conversión en piedra del deseo de homenaje a los héroes de la patria, además de punto de encuentro entre el ciudadano y su pasado. En definitiva, se trataba de honrar la memoria, ejercida por la sociedad, hacia aquellos protagonistas que habían defendido, difundido y honrado el nombre del país. Los liberales españoles vieron en el proyecto de construcción de un Panteón Nacional la oportunidad de rememorar, de una manera cívica, a los protagonistas de la historia gloriosa española, sin el halo religioso que cualquier lápida funeraria pudiera tener. El Panteón tendría que ubicarse en Madrid, como parte de este largo proyecto, que se debatió durante décadas, de reforma de la capital. La primera ley que ordenaba el establecimiento de un panteón databa del año 1837 y fue elaborada por las fuerzas progresistas. Se decidió la conversión en panteón de la iglesia de San Francisco el Grande, recientemente desamortizada, por sus dimensiones y su ubicación, cerca del Palacio Real. En el momento en que los moderados retornaron al poder, autorizaron de nuevo a la Obra Pía, que era la encargada de custodiar dicho edificio, a reanudar los servicios religiosos; con la llegada de nuevo de los progresistas con Espartero a la cabeza, se quiso inaugurar de nuevo el Panteón.66 El continuo enfrentamiento entre las dos fuerzas políticas se tradujo en la incapacidad de establecer un lugar donde honrar la memoria de los hombres ilustres. Estaba en liza cuál era la idea que se quería exaltar a través de los fallecidos, porque los moderados no veían la necesidad de recordar a aquellos liberales que habían muerto en la batalla por vencer al Antiguo Régimen y los progresistas consi  Storm, Eric. «Las conmemoraciones de héroes nacionales…», p. 85.   Mesoneros Romanos, Manuel. Las sepulturas de los hombres ilustres en los cementerios de Madrid, Madrid, Imp. De Hernando y C.ª, 1898, p. 9. 66   Boyd, Carolyn P. «Un lugar de memoria olvidado: el Panteón de Hombres Ilustres en Madrid», Historia y Política. Ideas, procesos y movimientos sociales, 12 (2004/2), pp. 15-19. 64 65

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deraban necesario un espacio donde la población pudiese honrar a aquellos que habían luchado por la libertad. Finalmente, en 1869, tras el triunfo de la Revolución de 1868, se alojaron los cuerpos de estos denominados Hombres Ilustres en San Francisco el Grande. Los cuerpos se trasladaron en cortejos fúnebres acompañados por miembros de distintas academias e instituciones. Por ejemplo, el de los arquitectos Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva estaba presidido por el director de la Real Academia de San Fernando.67 Este primer traslado se realizó en junio de 1869. Los personajes elegidos como Hombres Ilustres de la Patria, según el decreto de 1869, fueron los siguientes: Viriato, Pelayo, el Cid, Guzmán el Bueno, Gonzalo de Córdoba, Cisneros, El Cano, Lanuza, Mariana, Quevedo, Arias Montano, conde de Aranda, Campomanes, Alonso Cano, Juan de Juanes, Jorge Juan, Herrera y Ventura Rodríguez, Padilla, Bravo, Maldonado, Garcilaso de la Vega, Ercilla, Calderón, Velázquez, Tirso de Molina, Moreto, Lope de Vega, Cervantes, Nebrija, Jovellanos, Vives, Arcipreste de Hita, Menéndez Valdés, Gravina y Churruca.68 El problema fue que no se sabía dónde estaban inhumados muchos de ellos, así que se elaboró de nuevo otra lista. Esta fue integrada por los siguientes nombres: Gravina, Juan de Villanueva, Ventura Rodríguez, conde de Aranda, marqués de la Ensenada, Calderón de la Barca, Quevedo, Lanuza, Ercilla, Ambrosio de Morales, Garcilaso, Gonzalo de Córdoba y Juan de Mena. Unos fueron trasladados y otros habrían de esperar hasta una próxima comitiva. Evidentemente, hubo muchas reticencias locales a la hora de entregar los restos de los que, para muchos, eran sus héroes locales, y esto retrasó aún más el proyecto.69 Para los grupos conservadores católicos negar el papel e influencia de la Iglesia, al no ser nombrados hombres afines a esta tenden67  ARABSF, Orden 268, Caja 30, Signatura 15-8/1. Sección de Arquitectura. Informe Panteón de Hombres Ilustres. 68   Boyd, Carolyn P. «Un lugar de memoria olvidado…», p. 21. García Barriuso, Pa­ trocinio. San Francisco el Grande de Madrid. Aportación documental para su historia, Madrid, Imprenta Carolus Amigo, 1975, p. 391. Los hombres subrayados provienen de la información dada por Carolyn Boyd que no aparecen en la lista de García Barriuso y en cursiva, en viceversa. En tipografía normal, los que coinciden. Cuando se redactó el decreto, según Boyd, se tenía la certeza de que los restos de Cervantes, Lope, Velázquez, Padilla, Bravo y Maldonado estaban perdidos. Por eso es posible que no los haya incluido en la lista de posibles candidatos y García Barriuso sí lo haya hecho. 69   Gascón Pérez, Jesús. Bibliografía crítica para el estudio de la rebelión aragonesa en 1591, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1995, p. 74. Podemos citar como ejemplo la referencia dada por Gascón Pérez en su estudio sobre la historiografía en torno a la rebelión de Aragón en 1591, sobre un escrito de Braulio Foz, que en el diario El Eco de Aragón, el 27 de febrero de 1841, se mostró muy descontento con la simple posibilidad del traslado (aunque estuvieran para él entre el elenco de los posibles elegidos) de los protagonistas de esta rebelión. «¿No sería más que profanación, más que sacrilegio, el tocar las cenizas de Lanuza y sus compañeros para trasladarlas a Castilla? ¿no sería condenarlas a un perpetuo ultraje y ponerlos después de decapitados a una afrenta perpetua en aquel patíbulo (para ellos) del panteón castellano?».

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cia, era negar la realidad del pensamiento y sentir patriótico español. Para la derecha tradicionalista, se había vulnerado el carácter religioso del santuario, puesto que conceder la inmortalidad a ciertos hombres era anticatólico y antiespañol. La ceremonia de inauguración fue un canto al programa liberal como muestra de los valores cívicos. Se ideó colocar el escudo de los reyes españoles en el edificio como símbolo del patronato que ejercerían sobre el Panteón. También había que tener en cuenta que se convertiría en un lugar de revancha, puesto que se querían albergar los restos de aquellos que habían perdido la vida en el pasado por los regímenes anteriores en pro de la libertad, donde se marcaba muy bien la línea definitoria, sin posibilidad de reconciliación con los que ya no estaban en el poder. A esto habría que añadir el propio enfrentamiento entre progresistas, conservadores y tradicionalistas en el control del discurso que había que difundir sobre la propia historia nacional.70 Con el comienzo del periodo de la Restauración, se borró el nombre de estas personalidades y se consagró de nuevo el templo a la actividad religiosa. El mismo desacuerdo trajo aparejado el olvido hacia el Panteón y ya en el mismo año de su oficiosa inauguración fueron devueltos algunos de los cuerpos a su lugar original. El Gobierno reconoció los derechos de propiedad de la Obra Pía, y en 1883, desde el Ministerio de Estado, se solicitó que se reivindicaran los restos desde sus lugares de origen para ser devueltos, traslado costeado por el mismo Ministerio. Es paradójico cómo lo que en 1869, para el Comisario General de los Santos Lugares, eran «preciosos restos [que] aún no han podido ser recogidos y traídos al Panteón que les ha destinado la Patria agradecida», solo cinco años después los nombres «que tan inoportunamente se habían inscrito en dicha Iglesia» habían de ser borrados.71 Además, no se llevó a cabo el proyecto de albergar en el mismo edificio las reliquias de las glorias nacionales que estaban dispersas por distintos museos de la ciudad, que fomentaría la visita de curiosos y extranjeros, no solo para observar a los consagrados héroes nacionales, sino también los objetos que formaban parte de la narración de la historia nacional. En 1889 se consagró la basílica de nuevo.72 La decepción era evidente en aquellos que abogaban por la construcción de un edificio de tales características. Un periodista de La Ilustración Española y Americana criticó la falta de criterio para llevar a cabo este proyecto, porque   Boyd, Carolyn P., «Un lugar de memoria olvidado…», pp. 21 y 24.   García Barriuso, Patrocinio. San Francisco el Grande…, pp. 391-392. 72   Mesoneros Romanos, Manuel. Las sepulturas de los hombres ilustres…, p. 11. «El Panteón Nacional, pensamiento iniciado por la Revolución como una hermosa apoteosis pública, tuvo término breve y desastroso. Digna de aplauso fue la tentativa, y culpa de la agitación de la época que no alcanzase completo desarrollo. Pero mientras llegan tiempos más prósperos para conseguirlo, interesante y patriótico es señalar aquellas tumbas incógnitas, a muchas de las cuales habrá un día de acudir la gratitud de España para glorificar definitivamente los restos de tantos varones preclaros por sus virtudes y talentos.» 70 71

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fijándonos en Madrid, entre las pocas estatuas erigidas a Colón, por la grandeza, a Cervantes, Calderón y Murillo, glorias nacionales, veremos que se han levantado otras tantas a personajes que, aunque famosas, representan discordias de la época, como Mendizábal, Espartero y Concha. No ha habido medio de hacer un Panteón Nacional. Y en cuanto a los hombres ilustres, no sancionados por el tiempo, pero que murieron en el nuestro con representación eminente, diseminados están en pobres nichos.73

Como ejemplo de lo acontecido, podemos referirnos al caso del cuerpo de Calderón de la Barca. En el expediente referente al traslado de su cuerpo, hubo una petición firmada por don Pedro Pampillon, hermano mayor de la Sacramenta de San Nicolás de Bari y Hospital de la Pasión, lugar que albergaba los restos de Calderón desde el derrumbamiento de la antigua parroquia de San Salvador, adonde se solicitó la vuelta de los restos del insigne poeta, que en junio de 1869 habían sido trasladados para inaugurar el Panteón Nacional de Hombres Célebres [sic]. Lo curioso del caso es que esta Hermandad tenía en usufructo los restos de Calderón hasta «el día en que por determinación del gobierno pudieran trasladarse al Panteón Nacional que debía erigirse en esta capital».74 Pero para ellos el Panteón inicial erigido en la basílica de San Francisco no tenía esta función, parece, puesto que no acudieron a la ceremonia de traslado. Por ello, como finalmente se desestimó mantener como espacio de panteón esta basílica, ya en el temprano junio de 1874 reclamaron de nuevo las cenizas, por «cuanto las formalidades debidas para su traslación al Santuario de Atocha no son bastantes para dejar a otro su responsabilidad y además porque no se ha cumplido debidamente la cláusula en cuya virtud los poseía, de la erección del Panteón Nacional, único depósito al cual se cree obligado a entregar tan preciosos restos».75 Es muy sorprendente que ya en 1874 se pidiesen los restos ante la posibilidad de que se trasladasen a Atocha, cuando los datos facilitados por otros investigadores retrasan esta decisión en el tiempo. El presidente del poder ejecutivo de la República, Juan Zabala de la Puente, accedió y se ordenó al ministro de Estado, Augusto Ulloa, la devolución. El traslado evidentemente se hizo, porque en 1880 anunciaron que el día 24 de mayo, doscientos noventa y nueve años después de la muerte de Calderón, realizarían una misa especial a la que invitaron al presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo.76   La Ilustración Española y Americana, 30.05.1888.   ACP, Legajo 1/77. Expediente 17. Petición de devolución de los restos de Calderón de la Barca por parte de la Real Sacramental de San Nicolás de Bari y Hospital de la Pasión al ministro de la Gobernación, Práxedes Mateo Sagasta. Madrid, 23.06.1874. 75   ACP, Legajo 1/77. Expediente 17. Petición de devolución de los restos de Calderón de la Barca por parte de la Real Sacramental de San Nicolás de Bari y Hospital de la Pasión al ministro de la Gobernación, Práxedes Mateo Sagasta. Madrid, 23.06.1874. 76   ACP, Legajo 1/77. Expediente 17. Invitación de la Real Sacramental de San Nicolás de Bari y Hospital de la Pasión al presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del 73 74

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A pesar del intento fallido, nunca se perdió la esperanza de recuperar un espacio para honrar la memoria ciudadana nacional por parte de algunos políticos liberales. La búsqueda de edificios se resolvió con la elección de la basílica de Nuestra Señora de Atocha, restaurada por iniciativa del rey Alfonso XII. El problema residía en que en el antiguo convento dependiente de la basílica se encontraba el Cuartel Militar de Inválidos, tras el proceso de desamortización de 1838. La basílica fue recuperada para el rito religioso en la década de 1840 bajo el patrocinio de la Corona. Desde el cuartel militar se opusieron a dichos proyectos, porque además de que utilizaban la iglesia anexa para sus funciones religiosas, habían enterrado los cuerpos de varios directores generales del cuerpo, incluidos los generales Castaños y Palafox, y más tarde O’Donnell y Prim, convirtiéndose así en un panteón militar. Tras la Restauración, la basílica tuvo otra vez su carácter real con la celebración de la boda de Alfonso XII, pero la inestabilidad del edificio era un problema cada vez más acuciante. De ahí la decisión de restaurarla, pero con el objetivo de realizar una reforma que implicaría la identificación de la nación con la monarquía y la fe católica, como parte del discurso que se quería transmitir a la sociedad tras la restauración del nuevo régimen. En el momento en que se pretendió demoler la basílica, se acordó que los generales allí enterrados se trasladasen a un panteón construido en el nuevo edificio, momento en el cual comenzaron los enfrentamientos de la Casa Real, primero con el Ministerio de Guerra, que defendía los intereses del Cuerpo de Inválidos; segundo, con algunos políticos, que cuestionaban el modo de financiamiento; y tercero, con los familiares de los generales allí sepultados. El debate abierto, acompañado además de una campaña periodística, revistió a la basílica de una sombra pesimista, porque se consideró que no era posible honrar a la nación a través de este edificio. Finalmente, se prometió construir primero el panteón antes de derruir la basílica, pero la Corona no renunciaba de este modo a tener la soberanía sobre el conjunto del Patronato de Atocha. El «Panteón Real» o el «Panteón de Hombres Ilustres», fuera de la basílica, fue finalmente consagrado en 1902, con una ceremonia que tuvo muchas connotaciones religiosas y muy discreta, nada relacionada con los fastos de 1869.77 De hecho, el nuevo Panteón no podía desprenderse del halo religioso, militar y real, que dificultaba la identificación con un lugar secularizado al que el ciudadano pudiera acudir. Otra diferencia con el panteón original fue que este edificio no se ubicó en el centro de la ciudad, y de este modo se desprendió de su valor como símbolo dentro de una capital estatal. Se pasó de un panteón nacional en el centro de Madrid a un edificio dependiente de una institución religiosa, bajo el protectorado de la monarquía, y lejos de ser un lugar accesible. Hay que Castillo, para que asistiese a una ceremonia especial el 24 de mayo de 1880 en honor a Calderón. Madrid, 18.05.1880. 77   Boyd, Carolyn P. «Un lugar de memoria olvidado…», pp. 26-31.

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señalar que el deseo de la Casa Real de controlar el recinto y de consagrarlo como panteón militar fue puesto a prueba por la decisión de enterrar a Antonio Cánovas, a Sagasta o al republicano Castelar; además, en abril de 1912, en plena euforia de la celebración del centenario de las Cortes de Cádiz de 1812, se trasladaron seis padres fundadores del liberalismo, entre ellos dos héroes doceañistas: Argüelles y Muñoz Torrero, además de Calatrava, Mendizábal, Martínez de la Rosa y Olozaga.78 Una vez que se había abierto el espacio para personas civiles, a la Corona le fue difícil arrebatar el espacio y consagrarlo como propio. El traslado de estos cuerpos se convirtió en un tira y afloja entre las fuerzas liberales y el monarca, que daba su consentimiento en los momentos en que no quería un nuevo enfrentamiento con las Cortes. El sueño pareció cumplirse tras el traslado de los seis padres del liberalismo, consagrando así al Panteón como un lugar de memoria y honra nacional de corte liberal. El último cuerpo inhumado fue el de Eduardo Dato. En definitiva, se podría hablar de un posible fracaso en la consecución de este proyecto, encaminado a forjar un espacio de conmemoración civil hacia los héroes de la nación. Fue ejemplo del fruto del enfrentamiento entre las distintas fuerzas políticas, sobre todo entre la monarquía e Iglesia y las fuerzas tradicionales, que tenían otra idea y concepto sobre quiénes eran los verdaderos hombres ilustres. Antes de terminar este punto quisiéramos hacer una breve referencia al panteón que se hizo en el cementerio de San Isidro para los restos mortales de «esclarecidos escritores y artistas españoles», porque en el Panteón de Hombres Ilustres no tuvieron cabida aquellos que desde otro terreno habían dotado a la nación de los laureles de la gloria literaria y artística. El 8 de mayo de 1900 se publicó un Real Decreto, por el cual se dispuso el traslado de los restos mortales de Leandro Fernández de Moratín, Francisco de Goya y Juan Donoso Cortés a San Isidro.79 Esta ceremonia se realizó el 11 de mayo de 1900, con asistencia del Gobierno, de las autoridades y corporaciones civiles y militares, y de las Reales Academias.80 Pero quedó relegado al olvido y no se proyectó una propaganda simbólica nacional. La escasa trascendencia en la creación de estos espacios donde se honraría la memoria de los hombres ilustres de la nación sería una muestra del restringido interés por habilitar un lugar de recuerdo del pasado colectivo. Y es que en el caso de considerar a Madrid, capital del Estado, como escenario adecuado para albergar un proyectado conjunto de monumentos conmemo  Moreno Luzón, Javier. «Memoria de la nación liberal…», p. 229.   ACP, Legajo 2/78. Expediente 57. Real Decreto firmado el 8 de mayo de 1900 por la reina Regente. La petición se encuentra en AMAE, FR, Affaires Diverses Politiques, Espagne, 1889-1891, Legajo 32. Translation des cendres du peintre Goya à Madrid, embajador español en París al ministro de Asuntos Exteriores francés, René Goblet. París, 18.02.1889. 80   ACP, Legajo 2/78. Expediente 57. Real Decreto firmado el 8 de mayo de 1900 por la Reina Regente, María Cristina. 78 79

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rativos, se demostró la debilidad de la idea de reforzar la identidad de los ciudadanos gracias a la materialización de un programa simbólico, fruto del acuerdo entre los distintos grupos políticos, a nivel municipal y estatal. 3. Una red de araña: las conexiones entre la educación y la escritura de la Historia en España en la segunda mitad del siglo xix El objetivo de este punto es analizar la relación que hubo entre la enseñanza de historia y la historiografía, y los proyectos sociales y políticos referentes a la educación que se llevaron a cabo en este contexto de la investigación. No en vano, el soporte teórico de los mitos, que conformaban la identidad compartida por los ciudadanos de esa sociedad conmemorativa, era la Historia. La sociedad española de la época de la Restauración no fue ajena a la utilización de distintos canales de comunicación social, como la escuela o el arte, para desarrollar un programa que ayudase al individuo a identificarse con los valores nacionales, rescatados del pasado. Educación, arte e historiografía, en distintos niveles, se erigieron como las vías de difusión de la información. Con referencia al sistema de la educación, uno de los fallos estructurales del contexto político y social de España durante la Restauración fue, por un lado, la falta de un proyecto unificador en los planes de estudio.81 No se creó en el último tercio del siglo  xix un sistema efectivo de educación primaria que permitiese la difusión de una pauta de comportamiento y relación con respecto al propio Estado. Esto dejó un resquicio para que hubiera una mayor filiación a la identidad local y regional. A la falta de una rivalidad exterior, que hubiera ayudado a configurar un discurso patriótico destinado al aprendizaje, se le sobrepusieron los regionalismos periféricos, que comenzaron a plantear otra interpretación histórica válida también para ser difundida en las aulas. La obligatoriedad de la educación primaria en otros países europeos, como Francia o Alemania, estuvo asociada al deseo de transmitir a la población determinados valores ciudadanos en la escuela, para el respeto de las normas, de las jerarquías y la aceptación posterior de los principios nacionales, en un contexto de desarrollo económico, gracias a la industrialización.82 En España el proceso fue más lento y tardío, lo que tampoco quiere decir que fuera completamente ausente. Una de las causas de este atraso fue que el relativo crecimiento económico de finales del siglo xix no estuvo encauzado hacia una mejora del sistema educativo. Se cedió, como explicaremos más adelante, parte de la competencia de la educación primaria a los ayuntamien81   Boyd, Carolyn P. Historia Patria. Política, historia e identidad nacional en España: 1875-1975, Barcelona, Pomares-Corredor, 2000 (1997), pp. 12-13. 82   Bourguinat, Nicolas y Pellistrandi, Benoît. Le 19e Siècle en Europe, Paris, Armand Colin, 2003, p. 37.

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tos, lo que dibujó un panorama desigual en el territorio.83 La educación era una inversión a largo plazo y esto impidió un debate sobre la importancia de la misma. La ideología liberal siempre tuvo clara la importancia de la educación por su relación con la conciencia de identidad que había de compartirse. Las imágenes y los símbolos, que conformaban los mitos, eran difundidos a través de distintos canales, como hemos apuntado, y tras ellos se escondían los discursos políticos, sociales, religiosos y patrióticos que habían de ser el engranaje del entramado de la cultura compartida. Desde la época de Isabel II el proceso de socialización tuvo como uno de sus puntos principales la enseñanza de valores nacionales, que continuó durante la Restauración, pero de manera desigual y no lineal. Los continuos vaivenes en la discusión de los objetivos que habían de alcanzarse no beneficiaron al plan educativo. Uno de los grandes obstáculos en la educación, a tenor de las cifras de analfabetismo, fue el enfrentamiento ideológico por las diferentes concepciones sociales que se postularon, cuyo resultado fue que se frenara el desarrollo en este campo.84 No solo afectó al nivel primario y secundario de la enseñanza, sino que también tuvo su impacto en la Universidad. Todo esto fue la materialización de un problema social más amplio, fruto de la dificultad de la implan­ tación del liberalismo burgués, que impidió una transmisión clara de los valores nacionales a través de la educación.85 La educación poseía el valor de poder constituirse como un componente patriótico esencial, quizá no comprendido en su totalidad por la elite política española.86 Tenía una función socializante que señalaba los códigos de comportamiento adecuados a la ideología establecida. En cuanto a la producción historiográfica española durante el siglo  xix, estuvo ligada a tres aspectos generales, al igual que en otros países occidentales, de los que dependería el éxito de su comprensión: la Revolución Industrial, el liberalismo, como contexto ideológico y, por último, la creación del Estado moderno. La redacción y la enseñanza de la Historia nacional se volvieron esenciales en el proceso de difusión de una identidad copartícipe para todos los habitantes de un país. En este contexto no solo el sujeto histórico era importante en la escuela. En el programa que conformaba la cultura conmemorativa, el devenir histórico formaba parte de un plausible proyecto cuyo objetivo sería formar ciudadanos identificados con la nación. La idea de   Pan-Montojo, Juan. «El atraso económico…», p. 286.   Moreno González, Antonio. «De la educación científica en la España finisecular del siglo xix», en Octavio Ruiz-Manjón y Alicia Langa Laorga (eds.). Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 366. 85   Hernández Sandoica, Elena. «Cambios y resistencias al cambio en la universidad española (1875-1931)», en José Luis García Delgado (ed.), España entre dos siglos (18751931). Continuidad y cambio, Madrid, Siglo XXI de España, 1991, pp. 6-11. 86   Guereña, Jean Louis. «Las instituciones culturales: políticas educativas», en Serge Salaün y Carlos Serrano (eds.), 1900 en España, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 69. 83 84

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progreso fue el marco en el que se inscribió la necesidad de publicar las denominadas historias nacionales y bajo esta perspectiva se revisó, ineludiblemente, el pasado.87 La historiografía española de este periodo fue fruto de la confluencia de tres factores. Por un lado, la importancia de la Real Academia de la Historia, que potenció una nueva concepción de los métodos históricos, como ya hemos señalado anteriormente. El segundo factor fue la llegada, transmisión e influencia del positivismo filosófico, y tercero, la influencia del krausismo. Ignacio Peiró afirma, proporcionando así otra lectura del papel de la Real Academia de la Historia, que el excesivo acaparamiento por su parte de la producción historiográfica supuso un obstáculo en su desarrollo, dado que los académicos se convirtieron en los guardianes de la historia nacional. Los valores defendidos desde esta institución fueron la religión católica, la lengua castellana y la unidad de la patria. Alertaban de la peligrosidad del nacionalismo si interfería en la elaboración de la investigación histórica; y a su vez, incorporaron la política en esta metodología. La vinculación entre los académicos y los políticos provocó que la Historia se pusiese al servicio del consenso exigido por el sistema canovista, legitimadora así del nuevo sistema monárquico.88 Veremos entonces, en primer lugar, la política educativa entre 1857, año de la aprobación de la Ley Moyano, y 1905; y en segundo lugar, el cambio que se produjo en la producción historiográfica en estas décadas. Con estas premisas, queremos analizar los distintos canales de comunicación a la sociedad de los valores nacionales y estudiar el esfuerzo del poder estatal por reforzar un sentimiento de identidad. Estos dos campos de estudio, entrelazados como una tela de araña, son necesarios para completar el dibujo del tablero sobre el que se ha realizado la investigación acerca del desarrollo de la política conmemorativa entre 1875 y 1905. 3.1. El sistema educativo español de 1857 a 1900: la particularidad de la enseñanza de la Historia El aumento de la tasa de alfabetización en las sociedades occidentales posibilitó la inserción en la sociedad del medio de comunicación escrito, y con ello, la posibilidad de difundir entre la población una serie de ideas claves del discurso patriótico. Para que la sociedad se adaptase a las nuevas necesidades era necesario un sistema educativo que formase ciudadanos con las nuevas bases teóricas. La primera fase sería aquella en la que el Estado 87   González-Stephan, Beatriz. Fundaciones, canon, historia y cultura nacional…, p. 103. 88   Peiró Martín, Ignacio. «Valores patrióticos y conocimiento científico…», pp. 34-36.

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instruiría a la población, y una vez formados y educados, se podría conceder la libertad para gestionar y participar en los asuntos públicos.89 Esta sería la base teórica, que en forma de sucesivas directrices se tradujo en programas de reforma por parte de los diferentes gobiernos y regímenes políticos en la España de la segunda mitad del siglo xix. El objetivo final era, en mayor o menor grado, conceder el control al Estado. En España, además hay que tener en cuenta que uno de los problemas que abordaremos será el papel de la Iglesia, que fue predominante en las directrices educativas a partir de la instauración del régimen de la Restauración.90 Con la aprobación, en 1857, de la Ley Moyano, los contenidos que debían impartirse en la escuela tenían que formar parte de un programa cerrado; de este modo, el Estado marcaría las pautas. Fue en el periodo isabelino cuando se establecieron las bases del sistema educativo nacional, que sufrió alguna modificación durante el Sexenio Democrático, para después perdurar durante décadas.91 Si nos referimos al campo específico de la enseñanza de Historia, a partir de 1876 se meditaron e instauraron las premisas de la enseñanza del currículo de dicha asignatura. A partir del régimen de la Restauración se apeló a la relación entre Historia, Geografía y Cronología, ya que la primera no podía entenderse sin las otras dos. La Geografía tuvo importancia por cuanto mostraba las particularidades del suelo patrio, una idea que era fruto del influjo del positivismo. Además, se primó la historia de España sobre la universal. El problema fue que las líneas de enseñanza que habían de seguirse no se actualizaron, sino que perduraron, y esta poca flexibilidad llevó al fracaso muchos de los objetivos de la educación, puesto que las necesidades de 1857 no eran las mismas que las de 1898, por ejemplo. Lo que no se puede negar fue que hubiese una cierta concienciación sobre la importancia de la formación en valores nacionales. Por ello, para poner un ejemplo, señalaremos que en una Real Orden, de agosto de 1900, se intentó regular el currículo de asignaturas del Plan de Estudios de segunda enseñanza, en la que la materia de Historia debía atenerse a la directriz del desarrollo de la «personalidad nacional».92 La corriente regeneracionista señaló la importancia de la enseñanza primaria, porque podía dictar contenidos con un gran poder de afirmación de los sentimientos nacionales. Insistieron en la necesidad de la educación para el desarrollo del país. Había que inculcar valores como honestidad, amor al trabajo, solidaridad, cultura y civismo. Estos procesos irían aunados a un proceso de europeización proclamado también para distintos campos como 89   Viñao Frago, Antonio. Política y educación en los orígenes de la España contemporánea. Examen especial de sus relaciones en la enseñanza secundaria, Madrid, Siglo XXI de España, 1982, pp. 4-7. 90   Villacorta Baños, Francisco. Burguesía y cultura…, pp. 68-69. 91   Cuesta Fernández, Raimundo. Sociogénesis de una disciplina escolar…, p. 88. 92   García Puchol, Joaquín. Los textos escolares de Historia…, pp. 17 y ss.

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la economía, la política o la sociedad. La otra cara de la moneda era el estado de la educación, por la mala actuación de los profesores debido a su falta de formación y a la carencia de medios, lo que finalmente la erigió como un obstáculo al desarrollo nacional. Los centros de formación de los grados superiores estaban dirigidos a la enseñanza de los grupos sociales dirigentes, y este sería uno de los mecanismos de dominación social. La reglamentación legal, tanto leyes como decretos, no se adecuó a la realidad, quedando en desventaja la enseñanza primaria, es decir, el nivel al que se suponía debían acceder todos los grupos sociales. Los proyectos liberales del siglo xix mostraron una mayor preocupación por la formación de las elites gobernantes que la del resto de la población.93 La ya mencionada Ley Moyano, de 1857, recogió las influencias de los reglamentos que se habían ido sucediendo en las décadas anteriores y supuso la conjunción del ideario de moderados y progresistas en materia educativa. Se editó como ley para evitar continuos cambios por medio de decretos que atendiesen al giro político del momento y que impidiesen su aplicación. Aun así, se aplicó con lentitud y sufrió varias reformas.94 Los puntos principales, negativos y positivos de esta ley, como ha indicado Antonio Viñao, fueron: la no gratuidad universal; el reparto territorial de competencias en tres niveles de organización (Administración central, provincial y local); la falta de adecuación a la realidad educativa del momento; y por último, la fijación del currículo. Incidió especialmente en la educación primaria, en la que se estableció la gratuidad limitada, para aprender a escribir, leer y contar, y supuestamente obligatoria para niños de ambos sexos con edades comprendidas entre seis y nueve años, además de la secularización de la enseñanza. El hecho de que se concediese a los ayuntamientos la función de ofertar la educación primaria supuso la desigualdad en la aplicación del sistema.95 Los consistorios, siempre con falta de recursos, no concibieron la educación como una necesidad en todos los casos, lo que se tradujo en una oferta educativa reducida, porque en muchas ocasiones carecieron de fondos tras la desamortización y la desaparición de los bienes propios. Hubo un aumento de la demanda de instrucción primaria, pero el Estado no fue capaz de suplir las deficiencias del sistema. Esta carencia y la concesión de la libertad de enseñanza en un decreto del 21 de octubre de 1868 posibilitaron a la Iglesia   Villacorta Baños, Francisco. Burguesía y cultura…, p. 58.   Núñez, Clara Eugenia. La fuente de la riqueza. Educación y desarrollo económico en la España contemporánea, Madrid, Alianza, 1992, p. 216. Por ejemplo, el Plan Pidal de 1845 se aprobó con un Real Decreto, y como tal, estuvo sujeto a modificaciones que lo hicieron inefectivo. Por eso era necesario la creación de una ley que evitara tales contradicciones. El problema fue que la Ley Moyano fue completada por una serie de decretos para clarificar la propia ley, con lo cual lo que se pretendía resolver por su condición legislativa pronto se vio afectado por el mismo problema (p. 220). 95   Viñao Frago, Antonio. Política y educación…, pp. 396 y 482. 93 94

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abrir centros de enseñanza primaria y secundaria, aunque nunca en el nivel universitario, que era privativo del Estado.96 Una de las lacras en España era la elevada tasa de analfabetismo global, que, según Jean Louis Guereña, a la altura de 1900 era de un 63,8%. Este porcentaje variaba según las regiones y se diferenciaba además por sexo, con un número mayor de mujeres que de hombres.97 Las pautas de diferenciación territorial en la alfabetización de hombres también se dieron en mujeres. En aquellas regiones donde los hombres contaban con un mayor número de individuos alfabetizados, a lo largo del tiempo se trasladaba este aumento a las mujeres. Aunque la obligatoriedad de la educación se estableció hasta los doce años, la tasa de absentismo era muy elevada y frenó el progreso de la alfabetización.98 Estos porcentajes provocaron una gran falla con respecto a los datos de otros países europeos y fueron uno de los obstáculos para la modernización del país.99 Se podrían señalar varios factores que influyeron en el retraso de la alfabetización de la población en España: la falta de escuelas, el retraso económico e incluso hay autores que han destacado el papel de la Iglesia española, que nunca primó la lectura popular de la Biblia. Aunque se intentaron ciertas reformas, habría que indicar que durante todo el periodo de la Restauración las tasas de la expansión de la educación primaria se situarían por debajo del uno por ciento anual, expresión de la desidia a la hora de fomentar la educación.100 Si bien es verdad que la transición a la alfabetización en España fue tardía con respecto a otros países europeos, como Francia o Italia, España se mantuvo en una línea muy parecida al resto de países en cuanto a las diferencias regionales y por sexo. La otra cuestión fue el planteamiento y rendimiento que cada país obtuvo de la alfabetización y escolarización de sus ciudadanos. Si abordamos otro de los inconvenientes que frenaron el desarrollo del sistema de educación, es decir, las fallas en el control estatal español del mismo, hay que señalar que hubo voces para reclamar un cambio en la situación. Ya en 1882, el futuro ministro de Estado, el diputado del Partido Liberal Segismundo Moret, proclamó la necesidad de crear un ministerio de ex 96   Moral Ruiz, Joaquín del, Pro Ruiz, Juan y Suárez Bilbao, Fernando. Estado y territorio…, p. 256.  97   Guereña, Jean Louis. «Las instituciones culturales…», p. 63.  98   Vilanova Ribas, Mercedes y Moreno Juliá, Xavier, Atlas de la evolución del analfabetismo en España…, p. 62. En 1860 se publicó el primer censo en España con datos referentes a la alfabetización de la población. El porcentaje de analfabetización era muy elevado: un ochenta por ciento de la población, lo que alejaba al país de la estela de otros países europeos. Este porcentaje se invirtió en las siguientes décadas y la alfabetización del país fue finalmente un hecho en el siglo xx.  99   Andrés-Gallego, José. «Introducción histórica. La modernización política en el cambio de siglo», en Luis de Llera (coord.), Religión y literatura en el modernismo español, 1902-1914, Madrid, Actas, 1994, p. 20. 100   Núñez, Clara Eugenia. La fuente de la riqueza…, p. 230.

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clusiva dedicación a la enseñanza.101 Esto no quiso decir que la creación de un Ministerio específico para esta materia significase la aplicación de la Ley Moyano de manera uniforme por todo el país. En aquellas regiones donde la iniciativa local era débil, esta se tradujo en una leve aplicación de sus obligaciones en cuanto a la educación primaria. No solo hablamos de diferencias regionales; la mala política distributiva del presupuesto, con un gasto desproporcionado, por parte del Estado, en educación superior, no facilitó la escolarización ni la alfabetización. El freno había sido el sentimiento de temor subyacente al hecho de conceder demasiado margen de actuación a las clases populares, que pudiese alterar la vida política. Por ello, habría que tener en cuenta que hubo regiones en las que la financiación de la educación se hizo en pro de la enseñanza secundaria y superior, descuidando la primaria, y este desequilibrio fue uno de los vértices del problema educativo y del mantenimiento del analfabetismo. Estos mecanismos sociales se vieron favorecidos porque era la elite la que accedía a este nivel, cuando al grado de educación primaria debían asistir todos los miembros de la comunidad: la decisión de invertir en educación primaria o superior atendía a razones políticas, como ya hemos apuntado antes. Se dificultaron de este modo ciertos procesos de socialización en las aulas, y la educación, en vez de ser un sistema de unificación y formación de ciudadanos, fue un factor que incidió en la diferenciación social, de modo que aquellos que sí pudieron acceder a ella, en cambio, no entraron dentro de un programa educativo destinado a reforzar valores nacionales en los estudiantes. Esta ambigüedad en el deseo de realizar un programa de educación nacional provocó que el ámbito de la escuela fuese desdeñado como canal de comunicación a los futuros ciudadanos de las ideas que sustentaban a la nación. La clase política confiaba en que el sentimiento nacional consistiría en obediencia y lealtad, que eran simplemente consanguíneos a los españoles. Quizá la raíz de esta desidia se encontraba en la dificultad de decidir cuáles eran los principios que habían de inculcarse en la conciencia colectiva. La monarquía y la religión, como sujetos del amor patrio, no podían ser apoyadas por los liberales, que a principios del siglo xx tuvieron en los republicanos un factible y futuro apoyo. La fe católica fue la otra principal protagonista de la controversia, cuando los conservadores le concedieron un gran papel para obtener el apoyo de los sectores tradicionalistas. Esta oposición fue una de las razones por las que no se unificó un programa de instrucción cívico al gusto de todos.102 Las carencias del sistema de enseñanza español se pusieron de relieve en los debates en torno al denominado fin de siglo. En este momento se renovó el interés por la reforma educativa, tras percatarse de que era necesaria la previa revitalización de la sociedad para alcanzar los más altos ideales como   Batanaz Palomares, Luis. La educación española en la crisis de fin de siglo…, p. 103.   Boyd, Carolyn P. «“Madre España”: libros de texto patrióticos y socialización política, 1900-1950», Historia y Política. Ideas, procesos y movimientos sociales, 1 (1999), pp. 51-53. 101 102

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nación.103 Se consideró que la educación había de ser un servicio público prestado por el Estado y no fue por nada por lo que en 1900 se creó, finalmente, el Ministerio de Instrucción Pública. Instrucción Pública había sido una dirección general, junto con Obras Públicas y Agricultura, del Ministerio de Fomento, desde 1876.104 El Ministerio de Fomento desapareció en 190l, para dividirlo en dos nuevos Ministerios, el aludido de Instrucción Pública y Bellas Artes y el de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas, con lo que se realizó un verdadero esfuerzo para solucionar algunos de los fallos estructurales que se venían dando. De hecho, en el cambio de siglo las tasas de alfabetización mejoraron sustancialmente.105 Se puso al frente el político conservador Antonio García Alix, muy convencido de la necesidad de una reforma que comprendía la necesidad de una ley que dotara de una nueva coherencia al sistema educativo, basado en el principio de un magisterio costeado por el Estado. El testigo lo recogió su sucesor en el Ministerio, Álvaro de Figueroa Torres, conde de Romanones, del Partido Liberal, que llevó a cabo la reforma que fue conocida por su nombre.106 Estos esfuerzos de cambiar algunas pautas en los planes de enseñanza no implicaron un giro en el enfoque educativo de cara a inculcar en los alemanes una identificación con la idea de nación. La evolución de la educación en España, en esta segunda mitad del siglo xix, nos permite trazar la evolución de la enseñanza de Historia, de la que ya hemos hablado, que podía erigirse como una ocasión perfecta para explicar el porqué del presente, sus orígenes, las tradiciones, además del destino de la comunidad. Lo que trataremos a continuación será la dificultad en España para incluir dentro del currículo escolar la asignatura de Historia, con una idea final de fortalecer la cohesión social, ya que más bien se convirtió en un factor de disgregación y enfrentamiento. Este hecho es importante a la hora de considerar y entender las políticas del pasado y la formación de la propia sociedad conmemorativa en España. La disputa entre los partidos dinásticos saltó de nuevo a la escena a la hora de establecer un plan de enseñanza de Historia. Se quiso enaltecer sentimientos patrióticos que no conllevasen una fuerte revisión de la historia nacional, en torno a la cual hubo un difícil consenso. El problema fue que los gobiernos no controlaron los textos de estudio y, de este modo, se desaprovechó la oportunidad para la difusión de un discurso nacionalista uni­ficado.107 En este contexto habría que tener en cuenta los problemas a la hora de eva103   Boyd, Carolyn P. «El debate sobre la “nación” en los libros de texto de Historia de España…», p. 152. 104   Gallego, José Andrés, Un 98 distinto…, p. 46. 105   Carasa, Pedro. «Por una historia social de la ciudad. Urbanización, pauperismo y asistencia», en Francesc Bonamusa y Joan Serrallonga (eds.), La sociedad urbana en la España contemporánea, Madrid, Asociación de Historia Contemporánea, 1994, p. 51. 106   Puelles Benítez, Manuel de. Educación e ideología en la España contemporánea, Madrid, Tecnos, 1999, pp. 207-208. 107   Maestro González, Pilar. «El modelo de las historias generales…», p. 174.

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luar la profesionalización de la Historia, en el sentido de creación de un entramado institucional que la amparase.108 Los nuevos métodos de investigación tardaron mucho tiempo en cruzar la línea al campo de la educación escolar. Hubo una discordancia difícil de salvar y los libros de texto estuvieron marcados por una visión nacional esencialmente castellana, sin olvidar el concepto religioso, lo que mostraba que la enseñanza y la historiografía no estuvieron conectadas, y se mostraron como modelos que obedecían a pautas sociales y de interés distintas. A partir de 1857, la asignatura de Historia fue obligatoria para los estudiantes de secundaria, pero no para el nivel más importante, la educación primaria, dado el número de alumnos que se vio privado de esta disciplina. Habría que esperar a 1901, tras la creación del Ministerio de Instrucción Pública, para asistir a la obligación, por lo menos en papel, de la enseñanza de Historia en todos los niveles.109 Fue en el cambio de siglo cuando los partidos dinásticos se dieron cuenta del valor de la enseñanza de Historia en el proyecto de educación. La dificultad residía en que la falla de división ideológica era casi insalvable, lo que, unido a la fuerza de los nacionalismos regionales, entre otros factores, imposibilitó un acuerdo sobre un programa de educación en valores nacionales en las escuelas a través de esta asignatura. En ese momento, se fomentó en primaria una enseñanza de Historia en la que la historia sagrada tuvo una gran relevancia; en educación secundaria, se añadió el valor cultural en relación con el nivel social de aquellos que podían tener acceso a la educación secundaria. No fue hasta el tardío año de 1930 cuando apareció el primer programa oficial en la materia de Historia que sería obligatorio.110 En segundo lugar, habría que tener en cuenta las relaciones de la Iglesia con la educación en este periodo para comprender mejor la puesta en marcha de la cultura conmemorativa respecto del sistema de enseñanza. Las fluctuantes relaciones con la Iglesia fueron un elemento de reticencia para la plena instauración de un Estado moderno con una base liberal en España. Los procesos de desamortización, entre otros, provocaron que la institución eclesiástica española mostrara una cierta hostilidad hacia el liberalismo y el proyecto secularizador que podría implicar. La Iglesia luchó para mantener su primacía en el campo de la educación gracias a la capacidad de influencia de la religión, hecho que influyó en la identificación del nacionalismo con el binomio español y católico. La Iglesia católica no iba a ofrecer un panorama de enseñanza donde los valores fundamentales fueran la difusión de un culto patriótico de tintes laicos hacia el Estado, lo que dificultó aún más el proceso 108   Peiró Martín, Ignacio. Historiadores en España. Historia de la Historia y memoria de la profesión, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2013, pp. 22-24. 109   Cuesta Fernández, Raimundo. Clío en las aulas. La enseñanza de la Historia en España entre reformas, ilusiones y rutinas, Madrid, Akal, 1998, p. 22. 110   Pozo Andrés, María del Mar del y Braster, Jacques. «The Rebirth of the “Spanish Race”…», p. 89.

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de elaboración de un discurso nacional creíble y participativo de los ciudadanos. El Estado español, como ya hemos anotado, desde la promulgación de la Ley Moyano, intentó controlar el sistema educativo. Este tuvo como objetivo último no la escolarización de la masa, sino una educación jerarquizada. Mientras que en otros países se tenía cada vez más claro la función de la educación en el desarrollo del país y de la nación, en España simplemente aquella no ejerció este papel, con el factor añadido de la injerencia de la Iglesia en esta materia. Tras el Sexenio, la Iglesia comenzó a ocupar cada vez una posición más predominante, tanto como fuerza social como en el campo de la educación, como hemos reiterado en varias ocasiones. La política de Cánovas del Castillo estuvo abierta a conceder a la Iglesia la confesionalidad del Estado para obtener su apoyo, se cedió ante las pretensiones eclesiásticas y esto propició un renacimiento de la enseñanza católica. Práxedes Sagasta, a pesar de intentar ser fiel al principio del liberalismo histórico propugnado en su partido y de potenciar ciertas políticas secularizadoras, no abogó por una separación completa de Estado e Iglesia.111 De este modo, la Iglesia asumió, de manera paulatina, la dirección de un número cada vez mayor de centros educativos. Llegamos así al cambio de siglo, momento en el que se creó el ya mencionado Ministerio de Instrucción Pública. Los intentos de secularización y de libertad de enseñanza habían derivado por un camino no previsto. Esta mayor presencia de la Iglesia en diversos ámbitos de la vida social implicó un reforzamiento de los sentimientos anticlericales de comienzos de siglo, que también tendrá sus consecuencias en la celebración de determinadas conmemoraciones.112 La Iglesia consideró la religión como parte esencial de la identidad nacional, y como tal, quiso participar en los actos que la promulgaban hacia el resto de la sociedad, desde las escuelas o con sus conmemoraciones, frente a aquellas que proyectaban hacia la sociedad una idea de una comunidad nacional secularizada. Los dos partidos dinásticos que se alternaban en el poder, liberales y conservadores, aun a pesar de los intentos por corregir esta situación, no supieron encontrar el sistema adecuado. La Iglesia siempre estuvo vigilante por si había un atisbo de disminución de su poder y su control sobre la educación. Según Carlos Serrano, la desamortización había conseguido debilitar a la Iglesia, pero la política de la Restauración produjo el fenómeno inverso; además, la burguesía no había conseguido desprenderse de la influencia de la 111   Puelles Benítez, Manuel de. «Secularización y enseñanza en España (1874-1917)», en José Luis García Delgado (ed.), España entre dos siglos (1875-1931). Continuidad y cambio, Madrid, Siglo XXI de España, 1991, p. 197. 112   Revuelta González, Manuel. «La recuperación eclesiástica y el rechazo anticlerical en el cambio del siglo», en José Luis García Delgado (ed.), España entre dos siglos (18751931). Continuidad y cambio, Madrid, Siglo XXI de España, 1991, p. 213.

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misma.113 Los partidos dinásticos dieron validez a este sistema y concedieron cada vez más privilegios a la Iglesia. La educación asumida por religiosos, más una cultura marcada en muchas ocasiones por el calendario litúrgico, hicieron que la cultura tradicional estuviera más difundida que la de corte popular. En definitiva, la fractura entre liberales y conservadores se agudizó en este punto, en el papel concedido a la Iglesia y, sobre todo, a la religión, provocando así un retraso en la creación de un programa nacional de educación basado en valores patrios y nacionales. Habría que señalar, en este análisis del contexto educativo, la participación e influencia del krausismo en los planteamientos de las necesidades de la educación en España en la primera época de la Restauración. Esta corriente ideológica vino de la mano del filósofo y profesor de la Universidad Central Julián Sanz del Río, quien estuvo en Alemania durante la década de 1840. La segunda generación seguidora de esta corriente en España apareció en la época de la Restauración, la llamada generación institucionista, dirigida por Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, que presentaban ya ciertas diferencias con los postulados de Sanz del Río y que fueron los artífices de la Institución Libre de Enseñanza.114 Fue ante todo en las décadas de 1860 y 1870 cuando se concentran los años que albergaron la máxima expansión de esta corriente y que darán como fruto una segunda generación alrededor del magisterio de Sanz del Río, entre los que se contaron algunos políticos, como Segismundo Moret, o pensadores como Francisco Giner de los Ríos, que también dio paso a un intento de renovación de la Universidad, con la posterior explosión de la denominada cuestión universitaria, que daría como fruto la creación de dicha Institución Libre de Enseñanza.115 El fundador de la corriente krausista española planteó, desde una perspectiva abierta, una pedagogía filosófica encaminada a una reforma de la educación. Tuvo una escasa definición política, porque sobre todo estuvo encauzada hacia la filosofía, aunque la vertiente social de esta corriente de pensamiento jugó un importante papel. Sus seguidores se asociaron con cierta parte de la burguesía que no estaba de acuerdo con las elites minoritarias gobernantes y se manifestaron a través de dicha ideología. Desde las posiciones krausistas se planteaba la idea de nación no como algo cerrado y aislado, sino como una parte de un todo, con una apuesta por la separación total del Estado y la religión.116 No en vano, para los krausistas, el problema de Espa113   Serrano, Carlos. «1900 o la difícil modernidad», en Serge Salaün y Carlos Serrano (eds.), 1900 en España, Madrid, Espasa Calpe, 1991, p. 199. 114   Bernal Muñoz, José Luis. «Influencia del Krausismo y de la Institución Libre de Enseñanza en la estética del 98», en Arte e identidades culturales, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1998, p. 215. 115   Puelles Benítez, Manuel de. Educación e ideología en la España…, pp. 145-146. 116   López-Cordón Cortezo, María Victoria. El pensamiento político-internacional del federalismo español (1868-1874), Barcelona, Planeta, 1975, p. 95.

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ña se centraba en la cuestión religiosa.117 Este pensamiento fue contrario al de la intelectualidad de la derecha católica, para quienes el catolicismo había sido la fuerza motora del pasado glorioso español. El krausismo se basó en dos principios entrelazados: por un lado, el deseo de una transformación personal, y por otro lado, el deseo de una reforma política y social.118 En esta vertiente se podría interpretar el krausismo como una fórmula que adaptaría los principios liberales progresistas a la realidad social, política y económica de este contexto.119 Esto se tradujo en tres etapas: una primera, en el contexto de la Revolución de 1868; una segunda, en la que se centró en una reforma pedagógica del propio individuo y de la sociedad, que se tradujo en la creación de la Institución Libre de Enseñanza; y una tercera, tras la Restauración, en la que se abordó la necesidad de reforma y sus posibles soluciones. Solo a través de la educación se daría pie a la regeneración positiva del país, y con ello, se podría insuflar espíritu de identidad en la conciencia colectiva. La idea de nación, tal y como hemos señalado anteriormente, defendida por el krausismo tuvo un sesgo romántico, marcado por la influencia alemana.120 Los pueblos eran los protagonistas de su propia historia, pero no tenían un papel en la formación de la nación, porque era natural en los miembros de la comunidad. El individuo poseía características individuales, pero a la vez no se podía alejar de los hábitos e influencias que venían dados por el sitio donde vivía, como la lengua o las costumbres, que le conferían un carácter común al resto de los individuos que vivían en la misma nación. La nación era la fuerza vital que movía cada paso del individuo, y para ello, se debían mantener las tradiciones que eran las que la dotaban de originalidad frente al resto. El fortalecimiento de los movimientos nacionalistas de finales de siglo fue interpretado como el revivir de la nación, que estaría compuesta por diferentes sentimientos regionales, los cuales, a su vez, debían definir sus propias características. De aquí la comprensión y apoyo hacia los movimientos regionalistas.121 En este contexto surgió, en 1876, la Institución Libre de Enseñanza, fundada por un grupo de profesores universitarios que, en principio, idearon una 117   Varela, Javier. La novela de España. Los intelectuales y el problema español, Madrid, Taurus, 1999, pp. 79-80. 118   Abend, Lisa. «Specters of the Secular: Spiritism in Nineteenth-century Spain», European History Quarterly, vol. 34/ 4 (2004), p. 514. 119   Malo Guillén, José Luis. «Utopía y economía liberal…», p. 200. 120   Capellán de Miguel, Gonzalo. «De la Filosofía del Derecho a la Ciencia Política. Una aportación fundamental —y olvidada— del krauso-institucionismo español», en Manuel Suárez Cortina (ed.), Libertad, armonía y tolerancia. La cultura institucionista en la España contemporánea, Madrid, Tecnos, 2011, pp. 152-209. Para ahondar en el pensamiento político de la corriente krausista dentro de la Institución Libre de Enseñanza se recomienda la lectura de este artículo. 121   Varela, Javier. La novela de España…, pp. 90-96.

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escuela universitaria, pero que pronto encaminaron sus esfuerzos hacia la educación primaria y secundaria. La Institución Libre de Enseñanza chocó de lleno con el engranaje del sistema educativo, y por ende, social español en este último cuarto del siglo  xix.122 Su objetivo pedagógico era la formación de una sociedad con una serie de valores cívicos que reforzaran la cohesión en torno a la conciencia de identidad, destinada a la modernización social y económica de España en la línea de otros países europeos. El problema fue que no conectó con el problema obrero y el testigo fue recogido por las asociaciones proletarias, que impulsarían sus reivindicaciones a finales del siglo xix de manera más activa que las instituciones krausistas.123 Por último, habría que tener en cuenta el impacto del Desastre del 98, como otro factor que influyó en el panorama de la enseñanza. La pérdida de los últimos territorios coloniales fue un nuevo detonante para atraer todos los ojos hacia el debate sobre la educación. Dentro de los proyectos de regeneración que se dieron a conocer en la teoría, se demandó, como parte íntegra, la reforma educativa. Ante este problema, liberales y conservadores llegaron a un acuerdo sobre la modernización económica del país y el mantenimiento de la estabilidad política, sin plantearse introducir medidas como un nuevo plan de estudios, que se sacrificó en pro de una estabilidad que evitaría el cuestionamiento del sistema. Si hacemos referencia a las reacciones de los políticos en este cambio de siglo, podemos comprobar que la educación fue parte de los puntos principales de los discursos elaborados en este momento. A pesar de todos estos planteamientos y de los cambios que hemos comentado en los párrafos anteriores, la situación del sistema educativo entre 1900 y 1930 no vivió cambios sustancialmente notables. Las tasas de alfabetización continuaron siendo muy bajas y las diferencias regionales se mantuvieron.124 La escasa capacidad de actuación del nuevo Ministerio de Instrucción Pública y la incapacidad de crear escuelas estatales hicieron que la iniciativa privada, sobre todo la Iglesia, se apropiase de este campo.125 Hubo un cambio de actitud, pero no implicó la victoria de una nueva política, pues122   Pozo Andrés, María del Mar del. Currículum e identidad nacional. Rege­neracio­ nismos, nacionalismos y escuela pública (1890-1939), Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, p. 26. 123   Pedraz Marcos, Azucena. La Sociedad Española de Africanistas y Colonistas…, p. 157. 124   Ruiz Berrio, Julio. «La enseñanza en España antes y después del 98», en Octavio Ruiz-Manjón y Alicia Langa Laorga (eds.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 381. A finales del siglo xix, solo un 33,5% de la población estaba alfabetizada. Los regeneracionistas siempre insistieron en este aspecto, crucial para la mejora de la sociedad española, pero con escasos resultados, cuando vemos que todavía en 1920 se propusieron crear Juntas Nacionales contra el analfabetismo. 125   Hernández Díaz, José María. «La recepción de la pedagogía portuguesa en España (1875-1931)», en Mariano Esteban de Vega y Antonio Morales Moya (eds.), Los fines de siglo en España y Portugal, Jaén, Universidad de Jaén, 1999, p. 245.

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to que las diferencias regionales, sociales y de sexo en la escolarización continuaron. Las discusiones en torno a la enseñanza también se ocuparon de los libros de texto, sobre todo aquellos cuyo contenido era la materia histórica. Estos propugnaban un tipo de ciudadano obediente con la autoridad establecida, que no enlazaba un pasado, ni tampoco establecía un futuro, sin un plan directivo del proceso histórico. A partir de 1901 fue obligatoria la asignatura de Historia en estudios primarios y secundarios, cuyos libros de texto debían ser revisados por la Real Academia de la Historia. El deseo de los ministros liberales de integrar la historia de España y la universal a fin de mostrar los aspectos comunes entre ambas, así como el objetivo de aumentar el programa de historia contemporánea no se concretó, en gran parte por la falta de recursos. Al final, el plan de estudios que perduró más en el tiempo, el de 1903, solo exigía un año de historia de España e historia universal, y no establecía ningún contenido obligatorio. Rafael Altamira insistió que en la escuela primaria había que luchar para evitar todas las diferencias, las oposiciones regionales, e intensificar la identidad española, gracias a los libros de Historia, que deberían promover ideas favorables a la convivencia entre todos los ciudadanos. La inmovilidad y la aparente estabilidad institucional hicieron que ninguno de los partidos se mostrase muy activo a la hora de incentivar una enseñanza en pro de una idea unitaria de la nación. Las fuerzas políticas e ideológicas fuera del sistema aprovecharon este resquicio de dejadez para lanzar sus propias ideas sobre el Estado, la nación y el patriotismo. Como conclusión a este punto, hay que señalar una vez más que el sistema político de la Restauración careció de una pauta para hacerse con el control de la educación, que le hubiera permitido fomentar un sentimiento de afinidad a la identidad nacional. Tampoco se diseñó la enseñanza de una historia nacional unitaria. Las corrientes ideológicas externas, como la derecha católica y ciertos grupos progresistas, también lanzaron sus propias consignas. A pesar del intento de ciertas voces regeneracionistas y krausistas que postularon por un cambio en el sistema de enseñanza, el Estado español no siguió la estela de otros países, como Francia o Alemania. Habría que añadir a este panorama el creciente poder regional, cuyos protagonistas tenían en la mente sus propios instrumentos de enseñanza y que apostaron por mostrar las diferencias históricas y lingüísticas. En el siguiente punto trataremos los cambios en la historiografía española de la segunda mitad del siglo  xix, que mucho tuvieron que ver con los nuevos registros que se emplearon para acercarse a los mitos de la nación. Las aportaciones de los historiadores eran un punto de referencia para su posible difusión en la escuela, aunque esta transmisión no se produjese fluidamente. A pesar de esta difícil conexión, hubo otros medios para mostrar al resto de la sociedad las directrices que se estaban señalando en la historiografía, que en ocasiones, simplemente, coincidieron con los grandes parámetros

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que regían la conciencia nacional y que podían reflejarse en los programas conmemorativos. 3.2. La escritura de la Historia: la historiografía española en la segunda mitad del siglo xix El papel de la Historia, como sujeto, en la elaboración de un discurso de identidad nacional no se limitó solo al campo de la educación. El desarrollo de la historiografía fue fundamental para comprender la aportación que el pasado podía dar a ese presente. La historiografía jugó un papel esencial en la fijación de los símbolos y mitos nacionales que posteriormente se festejaron en las conmemoraciones públicas, era inseparable de su función pública y trazó las líneas de la cohesión social a través de la justificación política del Estado liberal.126 Jover Zamora destacó que la redacción de estas «historias generales» era la «ejecución de una conciencia nacional madura».127 La importancia cualitativa de estas obras no correspondió al volumen de producción cuantitativa.128 El Estado, en este caso el español, debería buscar rasgos que aunasen un pasado común y, sobre todo, aquellos que mostrasen la diferencia con respecto a los demás, lo que mostraría la afinidad nacional en función de la unidad social y territorial y por ello se alentó una historiografía de corte nacional. Obviamente la historiografía del siglo  xix era fruto de la evolución durante los siglos anteriores. En el siglo xviii, durante la época de la Ilustración, la Historia se concibió en torno al eje de la reivindicación de España, para buscar la definición de lo español. La elite social que redactó estos discursos se vio en la obligación ineludible de provocar la transformación de la sociedad, dado que poseía una plena conciencia histórica de su papel. Los historiadores del siglo  xix consideraron negativamente parte de la historiografía ilustrada, por sus connotaciones políticas y religiosas, pero no pudieron evitar la continuidad de ciertas ideas del pasado. Lo que sí se produjo fue el esfuerzo por escribir una historiografía alejada de los falsos cronicones, que habían incorporado determinados mitos como verdades absolutas. Además, el sujeto protagonista cambió, porque a partir de ahora la nación o el pueblo pasaba a primera página. Se rompía así con la larga lista de crónicas reales. Por otro lado, la filosofía de la Historia impartida y desarrollada en las cátedras universitarias vincularía el desarrollo de la historiografía a los esquemas 126   López Facial, Ramón. «La enseñanza de la Historia, más allá del Nacionalismo», en Juan José Carreras Ares y Carlos Forcadell Álvarez (eds.), Usos públicos de la Historia, Madrid, Marcial Pons, 2002, p. 224. 127   Jover Zamora, José M.ª «Caracteres del nacionalismo español, 1854-1874», Zona Abierta, 31 (abril-junio 1984), p. 5. 128   Cirujano Marín, Paloma, Elorriaga Planes, Teresa y Pérez Garzón, Juan Sisinio. Historiografía y nacionalismo español. 1834-1868, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1985, p. 55.

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conceptuales que soportaban el peso de la estructura política.129 Este proceso fue acompañado de la mano por el importante fenómeno de nacionalización de la documentación gracias a la conversión de los archivos en históricos, como en el caso del Archivo Histórico Nacional.130 La historia de la nación dotaba de la idea de una identidad colectiva preexistente, factible de ser investigada, como fruto de la evolución del pasado, y podía ser asociada a un sistema político que necesitara ser legitimado. Por ejemplo, el proyecto liberal presentaba una idea de España, evidentemente, que respondía a los valores que ellos defendían. Querían eliminar la carga del pasado inquisitorial, la expulsión de judíos y musulmanes, y la Contrarreforma. Estas imágenes fueron, al contrario, aprovechadas por otros, e implicaron el nacimiento de una rivalidad entre los distintos enfoques para decidir quiénes y qué ascenderían a la categoría mental de mitos.131 Esto dificultó que se mantuviese, desde las páginas escritas en este contexto, la coherencia en el programa historiográfico. Aun así, se respetaron algunos parámetros por parte de los historiadores, quienes se esforzaron por establecer una línea de continuidad histórica desde la Prehistoria hasta el Estado liberal. Como consecuencia, todos aquellos personajes que durante siglos habían sido los más destacados de la Historia, como el Cid o los Reyes Católicos, pasaron a una nueva categoría: eran la encarnación de los rasgos del carácter español. Otro hecho ineludible fue la definición de la decadencia española. Se quiso comprender y explicar el proceso por el cual España había quedado relegada en el plano internacional a un segundo plano, y en esta búsqueda habrían de encontrarse respuestas a la propia percepción de crisis que se vivía a finales del siglo xix. Podemos señalar tres hitos fundamentales en la evolución de la historiografía española, a través de la producción de obras que abarcasen la historia de España. Uno fue la obra del padre Mariana; el segundo modelo fue liberal, centrista y con carácter religioso, con la obra de Modesto Lafuente como principal ejemplo, elaborada en la era isabelina y que dominará la época de la Restauración, con una fuerte fijación de los mitos nacionales; y finalmente, un tercer momento, fuera de nuestra cronología, tras el intento fracasado de una Historia de España dirigida por Cánovas del Castillo, sería la obra comenzada por Menéndez Pidal a partir de 1935, que pretendía unir la tendencia liberal y conservadora.132   Olick, Jeffrey K. «Memoria colectiva y diferenciación cronológica…», p. 137.   Carasa, Pedro et al. «El siglo de Carlos V y Felipe II en la investigación decimonónica…», p. 125. 131   Álvarez Junco, José. «La construcción de España», en José Martínez Millán y Carlos Reyero (coords.), El siglo de Carlos V y Felipe II. La construcción de los mitos en el siglo xix, vol. 1, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, pp. 26-27. 132   Cuesta Fernández, Raimundo. Sociogénesis de una disciplina escolar…, pp. 100101. 129 130

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Habría que tener en cuenta que el antecedente más cercano de la producción historiográfica realizada en el último cuarto del siglo xix fue la influencia de la corriente romántica, que marcó la tendencia de consumir productos nacionales en el campo de la literatura y de publicar historias nacionales. Aquí entraría la publicación de la Historia general de España desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, de Modesto Lafuente. Escribió esta obra entre 1856 y 1859. Era importante la redacción de una historia de España que fuera encadenando los hechos hasta su actualidad, puesto que la obra del padre Mariana era ya insuficiente, e implicó una depuración crítica de esta obra.133 La Historia de España del padre Mariana, que se había redactado, principalmente, en el siglo xvii, ya no era útil porque carecía de los parámetros necesarios para describir el progreso de la nación. Lo que sí habría que tener en cuenta es la importancia de esta obra en su momento, ya que tuvo un enfoque propiamente político nacional y además, y no por ello menos importante, porque fue editada en castellano y no en latín. En todo caso, volviendo a la obra de Lafuente, esta también marcó un hito en la historiografía en general y en la conservadora en particular.134 Reflejó el proceso de construcción de la historia nacional, siguiendo las pautas del liberalismo doctrinario. De este modo, se puede entender que fue más un punto de llegada que de partida. Fue continuada por Juan Valera, Andrés Borrego y Antonio Pinales. Para Ricardo García Cárcel, «su significación fue paralela a la de Henri Martín en Francia o León Conti en Italia».135 Desde la aparición de la Historia de España de Modesto Lafuente, estas «historias generales» se erigieron como vías de comunicación social hacia la identificación con una conciencia común. El problema fue que proliferaron en gran cuantía, y, por ello, a finales de siglo algunos intelectuales, como Joaquín Costa, deploraron el desconocimiento del pasado nacional y el lamentable retraso de los estudios históricos críticos en España, dada la calidad de estas obras.136 Modesto Lafuente, tras su muerte en 1866, fue perdiendo paulatinamente su influencia, porque desde la instauración de la Restauración se fue imponiendo una renovación historiográfica, al incorporar una metodología positivista, con la Real Academia de la Historia como polo central de acción. Aun a pesar de este giro, su obra marcó las líneas historiográficas de las siguientes décadas, destacándose el carácter negativo de los Austrias, aunque con matizaciones, porque las valoraciones de Felipe II y de su padre no entraron en la órbita de juicio del resto de la dinastía. El elemento que condicionó la decadencia paulatina de España fue la entrada de los Habsburgo, ya que marcó 133   Ballester Rodríguez, Mateo. La identidad española en la Edad Moderna (15561665). Discursos, símbolos y mitos, Madrid, Taurus, 2010, p. 224. 134   Pro Ruiz, Juan. «La imagen histórica de la España imperial…», p. 219. 135   García Cárcel, Ricardo. La leyenda negra…, p. 171. 136   Maza Zorrilla, Elena. Miradas desde la Historia…, p. 29.

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una política en la cual España no fue el punto central de interés. Incorporó documentos del Archivo de Simancas siguiendo las pautas positivistas, con la intención de dotar a su obra del carácter de creíble. Esta Historia de España marcó la interpretación de la unidad nacional con una tendencia claramente castellanista. Esta lectura de la obra de Lafuente ha sido contestada por autores como Mariano Esteban de Vega, quien apuesta por hacer una lectura más matizada de la misma. Este historiador ha señalado, por un lado, que la crítica de castellanista de la Historia de España de Lafuente tiene como punto de partida la visión negativa de esta obra, sobre el pasado nacional de carácter general, por parte de los historiadores regionales y locales. Modesto Lafuente no planteó, continúa este historiador, una plena identificación de Castilla con España, y sobre todo, debe leerse su obra como el esfuerzo de las «elites culturales de la España isabelina por legitimar el Estado de su tiempo».137 Se remontó a un pasado que iba más allá de la formación del reino de Castilla. En esta obra aparecían muy enlazadas las imágenes de España y Castilla, porque la era dorada del pasado español no dejaba de ser el reinado de los Reyes Católicos, en el que se materializó la unidad de ambas Coronas. Primaron las preocupaciones políticas, más que un deseo de entender el pasado, en estas publicaciones generales sobre la historia de España. Fueron piezas claves en la elaboración de un imaginario colectivo nacional. Lo que no se puede negar es que la obra de Lafuente estuvo cargada de un cierto providencialismo atenuado al conceder al pueblo el puesto de clave en el avance del progreso. Para Lafuente, ni las diferencias geográficas ni las oleadas de invasión interrumpieron el camino hacia la unión bajo «el mismo Estado, cetro y religión».138 Bajo estas premisas, en las últimas décadas del siglo xix la recuperación del pasado nacional, desde la historiografía, se enfocará bajo una doble vertiente ideológica: liberal y conservadora.139 Cada tendencia política esgrimió una versión de la historia que legitimase su posición y su proyecto. El nacionalismo y diferentes corrientes culturales e ideológicas, como el Romanticismo, provocaron que en muchos casos se distorsionara la percepción del pasado, como ya hemos visto. Había que escribir una historia nacional de España en los momentos en que se estaba construyendo un nuevo edificio político sobre las ruinas del periodo absolutista. En todo caso, ambas corrientes ideológicas compartieron elementos de las teorías historicistas y organicistas a la hora de elaborar un discurso nacionalista. Por ello, la defensa de la lengua común, la idea de raza, la unidad territorial proyectada hacia el pasado, la mitificación de las tradiciones y la dimensión religiosa serían los 137   Esteban de Vega, Mariano. «Castilla y España en la Historia General de Modesto Lafuente», en Antonio Morales Moya y Mariano Esteban de Vega (eds.), ¿Alma de España? Castilla en las interpretaciones del pasado español, Madrid, Marcial Pons, 2005, pp. 99-100. 138   Wulff, Fernando. Las esencias patrias…, p. 109. 139   Yllán Calderón, Esperanza. Cánovas del Castillo…, p. 21.

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puntos abordados, aunque con valoraciones diferentes.140 Ahora analizaremos estas dos perspectivas que nos ayudarán a comprender el contexto historiográfico en el que se definieron los mitos y símbolos nacionales, celebrados en las conmemoraciones. Por un lado, a partir de mediados del siglo xix, se desarrolló una historiografía destinada, por un lado, a legitimar el nuevo Estado liberal frente al Antiguo Régimen, y por otro, a fortalecer una identidad que mantuviese la cohesión social. Surgieron así las Historias generales de España, que ya hemos comentado. Los liberales vieron en este género historiográfico una oportunidad para buscar en el pasado los antecedentes de la revolución liberal y, de este modo, defender la presencia española en el contexto internacional, con la idea de volver a ocupar su plaza entre las grandes naciones de Europa. Además, necesitaban fundamentar su defensa de la libertad, en contra del despotismo encarnado, a principios de siglo, por el monarca Fernando VII, para recuperar determinados episodios históricos que avalaran esta revolución. La historiografía liberal progresista buscó en el pasado los puntos en común con el sistema político ideado por ella. Por esta razón, rastrearon en la época de la Edad Media los valores que ellos querían instaurar.141 Para los liberales, aquella fue la edad de oro de los municipios, la tolerancia religiosa y las asambleas representativas, como afirmó en una ocasión Emilia Pardo Bazán: Así se explica que nuestros falsos tradicionalistas cristalicen sus afectos en torno a la época de Felipe II, sobre la cual había pasado el hálito pagano del Renacimiento, en vez de desandar mayor trozo de camino y subir en busca de ideales e inspiración a la Edad Media, que es la época cristiana por excelencia, la época de las libertades populares y representativas.142

Esta corriente apostaba por hallar el deseo subliminal en el pasado de la descentralización, gracias al papel concedido a los municipios. De aquí se explica la exaltación del episodio de las Comunidades castellanas. La subida al poder de los Habsburgo, el fanatismo religioso, el aislamiento cultural y el absolutismo político fueron los puntos de desviación de la trayectoria histórica española, de su tradición. Defendieron la idea, por ejemplo, de los comuneros como hombres dispuestos a sacrificar su vida en defensa de las libertades. En lo que coincidieron, tanto progresistas como conservadores, fue en la importancia de la monarquía de los Reyes Católicos, máximo exponente de la unión a España, destino natural de la nación. En el campo liberal se destacó la figura de Isabel la Católica, a pesar de algún aspecto negativo de su   López Facial, Ramón. «La enseñanza de la Historia...», p. 226.   Cirujano Marín, Paloma, Elorriaga Planes, Teresa y Pérez Garzón, Juan Sisinio. Historiografía y nacionalismo español…, p. 60. 142   Pardo Bazán, Emilia. La España de ayer y la de hoy: conferencias de París (1899), Madrid, Imp. San Bernardo, 1910, p. 19. 140 141

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reinado, como fue la Inquisición. Este periodo, a caballo entre la Edad Media y la Moderna, supuso para los historiadores liberales la expresión de la unidad estatal. Castilla ocupaba un lugar central en este camino, aunque no hubiera una identificación única de España y Castilla, como afirma actualmente Antonio Morales Moya.143 La burguesía, que se erigió como la clase social emergente, necesitaba de una interpretación histórica afín a su posición, junto con unos mitos y valores que reforzasen y alimentasen la imagen que ellos querían presentar.144 Como para los progresistas la identidad nacional era algo mutable, se pidió una reforma de la sociedad que permitiese una mejora de la nación, al contrario que la historiografía más tradicional, que apostó por una identidad nacional inmutable en el tiempo. Solo la historia interna, la historia cultural permitiría este cambio. Uno de los aspectos que diferenciaba a la historiografía liberal progresista de la conservadora era la defensa del pluralismo cultural de la nación española. La historiografía liberal desarrollada en estos decenios va a estar acompañada de corrientes positivistas que van a abrir los archivos a los historiadores. La constante que guio los escritos de estos autores era la búsqueda de la objetividad, aunque los resultados pudieron diferir de este camino. En el discurso liberal elaborado durante la Restauración adquirió gran importancia la afirmación de una línea contraria al proyecto ideológico tradicionalista. Para los liberales, al contrario que para el Partido Conservador, la historia nacional no podía continuar, sino que era necesaria una reforma del Estado, que buscaría la secularización y la democratización. Para conseguir este objetivo era fundamental la educación del pueblo. Los adjetivos que caracterizaban al pueblo español, como religioso, con honor o monárquico, podían ser interpretados como fanatismo, arrogancia o servilismo. Se creía en la posibilidad de una regeneración, que el carácter nacional no estaba completamente determinado y que podía cambiarse. Para esto, era necesario romper con el pasado y dirigir la nación hacia un camino mejor, porque la idea de comprometer la nación con un futuro mejor no tenía que haber implicado un rechazo a las posibilidades que traía el pasado.145 En el campo de la política, habría que reseñar que para Práxedes Sagasta, líder del Partido Liberal, la idea de España como nación estaba simplemente avalada por la Historia. Estaba comprometido con que España ejerciese un papel importante en el escenario internacional de manera dinámica. Coincidía con el líder conservador, Cánovas del Castillo, en la identificación de patria y nación, y por esta razón veía una amenaza en cualquier propuesta autonomista. Estaba de acuerdo en una cierta descentralización administrativa en provincias para mejora de la gestión, pero no en las propuestas hechas   Morales Moya, Antonio. «La interpretación castellanista…», p. 32.   Maza Zorrilla, Elena. Miradas desde la Historia…, pp. 14-16. 145   Boyd, Carolyn P. Historia Patria…, p. 120. 143 144

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por las corrientes regionalistas. La nación era indivisible y el Estado poseía la potestad privativa en una serie de ámbitos que nadie podría arrebatar.146 Regeneracionistas y reformadores en el cambio de siglo vieron en la Historia el único medio para superar los problemas que comenzaban a dividir a la sociedad española, por la cada vez mayor presencia de los regionalismos o los acuciantes problemas sociales. Aun a pesar del interés de volver a escribir una historia de España acorde a estos planteamientos, no hubo una conexión con el resto de la población.147 Desde la historiografía liberal, se elevaron a los altares de mitos ciertos episodios como el reino visigodo, los Reyes Católicos, como ya hemos dicho, o la más reciente Guerra de la Independencia, ya que fueron considerados los jalones importantes por los que la nación hubo de pasar hasta llegar a ese presente. Por otro lado, la historiografía conservadora de tendencia moderada, encabezada por Modesto Lafuente, presentaba la historia de España, en líneas generales, como una evolución natural que desembocó en la monarquía de Isabel II, fruto de la unidad territorial, religiosa y política, estableciendo puntos de unión con los sistemas políticos anteriores y ensalzando los valores que subyacían tras el concepto de identidad nacional. En torno a la década de 1840, la corriente romántica comenzó a ser aceptada en los medios conservadores. El mayor estandarte del Romanticismo conservador fue José Zorrilla, declarado cristiano y católico, que supo defender los valores castellanos, el patriotismo y la independencia y que adaptó en sus obras el estereotipo nacional a los principios religiosos y conservadores.148 En esta corriente historiográfica conservadora se legitimaba la monarquía constitucional por su conexión con el pasado, y no mediante la diferenciación. Este aspecto provocó el rechazo de la historiografía liberal progresista. Alabaron la virtud española de defensa de la religión católica, además de su resistencia contra todo lo extranjero. El proceso de la Reconquista, como su nombre indicaba, era para ellos la «reconstrucción de lo pre-existente», donde el reinado de los Reyes Católicos conjugaba la tríada de integración nacional: una religión, una ley y un trono. Se identificaban Corona y Estado, y los monarcas fueron el símbolo de la identidad española. Hubo una interpretación valorativa de la época moderna según los principios que se observaban en esta época, cubriéndola de un halo de oscurantismo.149 Dentro de la ideología conservadora se pudieron leer dos tendencias: una, que se podría denominar conservadora liberal, y una segunda, de corte   Milán García, José Ramón. Sagasta o el arte…, pp. 373-374.   Núñez Seixas, Xosé M. «Los oasis en el desierto…», p. 514. 148   Álvarez Junco, José. Mater Dolorosa…, p. 385. 149   Moreno Alonso, Manuel. «Del mito al logos en la historiografía liberal. La monarquía hispana en la historia política del siglo xix», en José Martínez Millán y Carlos Reyero (coords.), El siglo de Carlos V y Felipe II. La construcción de los mitos en el siglo xix, vol. 2, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, p. 103. 146

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tradicionalista católico. Estos últimos consideraban que el olvido del papel de la Iglesia era renegar de la propia identidad española. Reivindicaron la imagen simbólica de la dualidad altar/trono como parte de los mitos nacionales.150 El sujeto del relato no era la nación. La explicación a esta afirmación se encuentra en la idea de que España existía desde tiempos inmemoriales, con lo cual no era necesario buscar su origen, y los éxitos y fracasos de la sociedad radicaban en su adecuación a la tradición; cualquier excentricidad derivaba en un proceso de decadencia de la posición del país. En la década de 1870, los portavoces de esta corriente fueron los dominicos y los jesuitas, que se inclinaron por una línea continuista de la unión trono/altar, esencia de la nación. La línea en el tiempo había que retrocederla al momento de la conversión al catolicismo de Recaredo, que continuó con la lucha, primero contra los musulmanes, segundo contra los herejes, y que se frenó con la llegada de los Borbones, que implicó una desviación en el camino natural de la nación. Solo una monarquía absoluta y con uniformidad religiosa podría tornar el camino de vuelta hacia esa alianza natural del trono y el altar. Esta línea de pensamiento historiográfica se reforzó con la obra de Marcelino Menéndez Pelayo, quien defendió ante todo la contribución española a la ciencia y otras artes, y criticó duramente la entrada de ideas extranjeras. Para él, la raza española estaba intrínsecamente unida a la defensa de la religión, porque conformaba una asociación del carácter religioso y cultural que había superado todas las adversidades. Aunque participó en la vida política formando parte de las filas de la Unión Católica de Pidal, que le valió la enemistad de los carlistas, en la década de 1890 abandonó la militancia y se dedicó a la vida intelectual. Su defensa de la necesidad de la modernización de la cultura española, su respeto por la neutralidad del saber y el compromiso con la monarquía constitucional no siempre le concedieron la simpatía de la rama conservadora más tradicional. En cuanto a su obra como historiador, se puede decir que sentó las bases de idealización del Siglo de Oro además de la imagen de un Estado único e indivisible. En la búsqueda de un espacio preeminente de cara al resto de la sociedad, los tradicionalistas católicos tuvieron ciertas reacciones ante determinadas conmemoraciones en el último tercio del siglo  xix, incluso mediante la propuesta de celebrar hitos contrapuestos a los ofrecidos por otros ámbitos. Ante la participación de España en la Exposición Universal de 1889, que recordaba el primer centenario de la Revolución francesa, propusieron actos para rememorar el XIII centenario de la conversión al catolicismo del rey visigodo Recaredo. Conscientes del valor de la educación como instrumento para difundir su concepto de nación, se centraron en mostrar en qué momento esta se había desviado de su curso natural, es decir, de la relación trono-altar, desviación que solo se podría superar si los futuros ciudadanos   López-Cordón Cortezo, María Victoria. «La mentalidad conservadora…», p. 85.

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se identificaban plenamente con el alma nacional. Para ellos, la historiografía liberal socavaba los pilares tradicionales del patriotismo que había que recuperar. Historiadores como Manuel Merry y Colón o Ruiz Amado defendieron la unidad de España, que vendría definida por la religión católica; sacralizaron la historia nacional; ensalzaron ciertos mitos como Túbal y Tarsis; y concedieron gran importancia a la Reconquista como el verdadero principio de identidad, definida por la defensa de la fe y la tradición.151 Merry y Colón escribió una Historia General de España desde los tiempos prehistóricos hasta nuestros días, ejemplo de las posiciones de la Iglesia en la enseñanza del pasado, repitiendo el modelo historiográfico más tradicional, desde los orígenes bíblicos. Los liberales progresistas, en este punto, tuvieron un problema. Si miraban hacia el pasado, veían el papel de la Iglesia en la historia de España, es decir, que debían abordarlo, pero a su vez rechazaron la historia propuesta por la derecha católica y buscaron afanosamente la reforma. Hubo además una diferenciación en la valoración del sujeto en estas dos corrientes. Para los liberales progresistas, el protagonista de la Historia era la nación; para los nacionales católicos, era el pueblo de Dios, y su éxito o fracaso estaba relacionado con la fidelidad o no a los parámetros de la Iglesia. Si nos referimos a la otra proyección conservadora, habría que anotar uno de los hitos de la historiografía, que fue el intento, dirigido por Antonio Cánovas del Castillo, de escribir una nueva Historia de España. Esta idea presentó puntos comunes con la obra de Lafuente, pero también diferencias, como era el deseo de que en toda la obra estuviera muy presente el método crítico histórico-positivista desarrollado en las décadas que separaron una de la otra. La idea que subyacía tras la obra era defender el concepto de soberanía compartida entre monarcas y representación nacional, frente a la idea primigenia de soberanía nacional defendida por la corriente liberal progresista. Este cambio en el pensamiento se tradujo en una interpretación distinta de la Historia: Cánovas buscó el periodo de pasado nacional donde la monarquía como institución alcanzó su máximo apogeo, para poner en relación el deseo de estabilidad y continuidad en su planteamiento político y su proyecto historiográfico. La soberanía Rey-Cortes legitimaba la esencia de la identidad de España.152 Estaba convencido de la existencia de un proyecto nacional, dada su labor como político y como historiador. La obra, escrita por miembros de la Real Academia de la Historia, nunca fue terminada y el resultado de los volúmenes publicados fue heterogéneo; su línea de argumentación fue la explicación causal del pasado nacional, de corte oficialista.153   Boyd, Carolyn P. Historia Patria…, pp. 102 y ss.   Yllán Calderón, Esperanza. Cánovas del Castillo…., pp. 10-11. 153   Peiró Martín, Ignacio. Los guardianes de la Historia…, pp. 323-346. Ignacio Peiró traza una interesante visión sobre la elaboración de esta obra. 151 152

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Los proyectos historiográficos conservadores se enlazaban y alejaban motivados por la tendencia ideológica y por el transcurso del tiempo, aunque sí hubo fue una repetición de algunos aspectos en el proceso de elaboración de los mismos. La incidencia de una carga negativa en los siglos  xvi y xvii, como la Inquisición, la coacción religiosa o la falta de libertades, se reprodujo sistemáticamente en la obra de los autores conservadores. Este discurso se asoció a la idea de decadencia, debilitamiento que había surgido en gran parte por el excesivo afán de los monarcas de abarcar lo inabarcable, que se podía achacar al deseo de mantener un imperio demasiado extenso. Otra de las ideas en la historiografía conservadora fue la explicación de la falta de unidad y patriotismo que se vivía en el xix como fruto de una política ineficaz en los siglos modernos. La excesiva división y falta de coordinación de los distintos territorios peninsulares tuvo como consecuencia la dificultad de implantar una idea nacional única. La imagen de Carlos V y Felipe II se revistió con un halo de ambigüedad porque era difícil desligarla de ciertas grandes hazañas armadas, como ya hemos analizado en el punto 2. Además, había que asociarla a un acontecimiento importante en la memoria colectiva: la conquista de América, que era una epopeya nacional y no privativa de los dos monarcas. La imagen y figura del emperador y de su hijo se fue restaurando a lo largo de las décadas siguientes. El deseo de reforzar la autoridad de los poderes constituidos —sin delegar más libertad ni más poder a la masa social— hizo que los historiadores conservadores vieran con otros ojos a los dos monarcas mencionados, puesto que el ejercicio de la autoridad ya no era considerado tan negativo.154 El miedo a la revolución hizo que se enfrentaran al pasado bajo otros parámetros. Tras 1868, en relación con, primero, Felipe II, y segundo, con Carlos V, se fue restaurando la imagen de ambos. La figura de Felipe II se reivindicó desde una visión militarista, imperial y católica, que sentó las bases de la nación española desde una nueva perspectiva. La nación se constituía así por su propia historia, y no por la decisión y actuación de los miembros de la comunidad social. Esta visión era compartida por Cánovas y lo explicó en el discurso que leyó en 1882 en el Ateneo, contestación teórica al de Ernest Renan en París. En él concedió el papel clave a la Historia como configuradora de la nación, y no a los propios miembros de la comunidad política, a diferencia de Renan, que apoyaba el plebiscito de todos los miembros de la nación para la configuración de la misma. La identidad nacional estaba inscrita en la Historia y era necesario recuperar determinadas personalidades del pasado común.155 Fue ese deseo de recuperar estos aspectos esenciales de la identidad en los capítulos más gloriosos de la historia nacional el que hizo volver la vista hacia los   López-Vela, Roberto. «De Numancia a Zaragoza…», pp. 237-239.   Abad, Francisco. «Positivismo y nacionalismo: Cánovas, Menéndez Pidal, Pérez Galdos», en Estudios Históricos. Homenaje a los profesores José María Jover Zamora y Vicente Palacio Atard, tomo I, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1990, p. 163. 154 155

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dos primeros Habsburgo. Marcelino Menéndez Pelayo también reivindicaría este papel de la Historia, teniendo en cuenta que esta y el catolicismo habían configurado la esencia de la identidad española, en la misma línea marcada por Cánovas. Así, las figuras políticas conservadoras arroparon y asumieron este patriotismo historicista proclamado por Cánovas, como la referencia de su propio programa ideológico. La importancia de la historiografía conservadora queda así resaltada debido a su papel, como ya hemos indicado, en la configuración de un programa político ideológico que imprimió una visión de la evolución de la historia identificada con un peculiar sentido de la esencia española.156 En la última parte de este capítulo hemos explicado el entramado compuesto por dos campos, gracias a los cuales el propio sujeto de la historia nacional podía ser difundido en la sociedad española. El análisis de la educación, con una llamada de atención sobre la enseñanza de esta asignatura y de la elaboración de la historiografía, nos ha permitido valorar cuáles fueron los canales por los que el ciudadano podía aprender los rasgos del pasado nacional e identificarlos en las conmemoraciones y en la Exposición Universal de Barcelona de 1888, objetos de estudio de los próximos capítulos. Cada canal de difusión tuvo sus limitaciones. Hemos hablado de los problemas en el sistema educativo y de las tasas de analfabetismo en la población española, con un especial interés en la falta de acuerdo por parte de los sucesivos gobiernos de la época de la Restauración para marcar las directrices del currículo en la enseñanza de la Historia nacional. Por otro lado, en la panorámica realizada sobre las corrientes historiográficas de las últimas décadas del siglo  xix se ha destacado el papel de la Real Academia de la Historia en este proceso, que supuso un obstáculo en la incorporación de los cuerpos docentes de la Universidad en el planteamiento de las nuevas inquietudes historiográficas. El estudio de estos factores, cuyo común denominador es la Historia, su difusión y redacción, completó los conceptos como mito, conmemoración y símbolo, con una apuesta clara para adaptarlos a la realidad nacional española de esta época, es decir, al contexto político, social y cultural. Serán las bases para poder comprender la política española de recuerdo del pasado durante las tres primeras décadas de la Restauración que analizaremos en los siguientes capítulos.

  Yllán Calderón, Esperanza. Cánovas del Castillo..., pp. 92-93.

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CAPÍTULO 3 EL INICIO DEL RECUERDO: EL II CENTENARIO DE LA MUERTE DE PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA EN 1881

1. «A Colón por la grandeza, a Cervantes, Calderón y Murillo, glorias nacionales». El II Centenario de la muerte de Pedro Calderón de la Barca: el ejemplo a seguir1 En este capítulo queremos comenzar el análisis de la cultura conmemorativa que se inició, de manera un poco titubeante, tras la restauración de la monarquía en la figura de Alfonso XII. De esta manera, abordaremos y consideraremos en este primer punto, de manera genérica, gracias al ejemplo de la puesta en marcha del recuerdo del dramaturgo, la implicación social y política que conllevaba la rememoración, de forma pública, del aniversario de un acontecimiento histórico o de la vida de un personaje en la incipiente sociedad conmemorativa española. En los siguientes apartados del capítulo vamos a aprovechar los detalles del primer gran centenario celebrado en España, el que recordaba a Calderón de la Barca, y que parecía instituirse como modelo para las siguientes conmemoraciones, para dar paso al centro de la investigación. Calderón, dramaturgo del Siglo de Oro, representaba el prototipo de hombre de la época moderna que reunía una serie de valores que, según la corriente ideológica que interpretase este mito, podían ser ejemplo para el hombre contemporáneo de finales del siglo xix. Una parte de la elite política y social había comprendido la importancia de recordar a ciertos hombres notables para honra de la memoria compartida por la sociedad, tras observar el ejemplo que cundía en Europa desde hacía   La Ilustración Española y Americana, 30.05.1888.

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dos décadas. Fueron ante todo los progresistas, muchos de ellos antiguos protagonistas durante el Sexenio Revolucionario, los que fueron conscientes de la importancia de la conmemoración del centenario del fallecimiento de Calderón, y tomaron así la iniciativa, apoyada luego por el Gobierno, bajo el turno conservador de Cánovas del Castillo.2 Hay que tener en cuenta que hasta el siglo xviii los literatos pertenecían al Parnaso literario, sin importar la nacionalidad. Pero la corriente romántica fortaleció la idea de que había que diferenciar las distintas literaturas nacionales y sus protagonistas. Por eso, Calderón de la Barca ya no fue mencionado junto al nombre de Shakespeare, sino que formó una tríada con Lope de Vega y Tirso de Molina, sin posibilidad de confundir su patria. La importancia de Calderón no se había perdido con el transcurso de los siglos.3 Objeto de crítica, polémicas e imitaciones a lo largo del Siglo de las Luces, Calderón fue el referente del teatro español en los siglos xviii y xix, a pesar de las fluctuaciones de la fama de sus obras. Era un referente inexcusable.4 De nuevo, su figura volvió a reclamarse. Los propios contemporáneos eran conscientes de lo novedoso del acto del centenario del fallecimiento del dramaturgo, que difería de las conmemoraciones anteriores. Pedro de Alcántara García, importante pedagogo (1842-1906), gran asiduo al Ateneo y que tomó parte de la fundación de la revista de pedagogía Escuela Moderna, escribió una obra en 1881 donde homenajeaba este momento con las siguientes palabras: No son tiempos modernos, como algunos pretenden, ingratos con los siglos pasados y con los hombres y las cosas a ellos correspondientes [...] se distingue mucho por el afán que muestra en hacer la justicia debida a las edades pasadas, y en honrar la memoria de los hombres que en ellas vivieron y que por algún concepto merecen en puridad que sus nombres no queden sepultados en el olvido.5

Mucho más expresivo se mostró a la hora de hablar sobre los monumentos que se levantaron para honrar la memoria de los genios de otras edades, porque no habla de héroes, sino de genios:

  Storm, Eric. «Las conmemoraciones de héroes nacionales…», p. 82.   Díez Borque, José María. «Representaciones del teatro de Calderón en la Europa del siglo xx», en José Alcalá Zamora y Alfonso Pérez Sánchez (coords.), Velázquez y Calderón: dos genios de Europa (IV Centenario 1599-1600, 1999-2000), Madrid, Real Academia de la Historia, 2000, p. 307. 4   Domínguez Matitio, Francisco. «Calderón fuera de la corte», en José Ruano de la Haza y Jesús Pérez Magallón (eds.), Ayer y hoy de Calderón, Madrid, Castalia, 2002, p. 221. En el siglo  xix Calderón también tuvo preeminencia a través de las discusiones de la condición romántica o no de sus obras. 5   Alcántara García, Pedro de. Calderón de la Barca. Su vida y su teatro en el segundo centenario de su muerte, Madrid, Gras y Compañía-Est. Tip. de Ramón Angulo, 1881, p. 101. 2 3

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Jamás en época alguna de la historia se puso mayor empeño que se ha puesto en el presente siglo, [...] por enaltecer a esos genios y perpetuar y honrar su gloriosa memoria. [...] los monumentos que a menudo se levantan en todas partes a los hombres de otras épocas que merecidamente alcanzaron fama imperecedera o se hicieron acreedores a la admiración de sus semejantes, los recuerdos más o menos solemnes que hoy se les consagran, y en fin, las fiestas que para conmemorar su natalicio o su muerte se celebran en estos días con el nombre de Centenarios.6

El significado que tendrían los centenarios era el de «civilizador», e insiste en que los homenajeados «no son las hazañas de los guerreros, siquiera estos ciñen sus sienes con regia diadema», sino aquellos que triunfaron por «su inspiración».7 La gloria tenía como objetivo enaltecer la nación, no por ensangrentarla con guerra y conquistas, y este cambio que se operó en el siglo xix implicaba una nueva mirada hacia el pasado por parte de la sociedad contemporánea. Estaban en la línea de la celebración de certámenes internacionales, puesto que enaltecían la paz, la prosperidad y el genio. Los festejos en torno al centenario del fallecimiento de este autor fueron los primeros en España que se consideraron como fenómenos sociales dirigidos a la población con una idea concreta de exaltación del orgullo nacional, ya que España era la patria del dramaturgo. Así fue percibido por algunos de los presentes a estos actos, y lo dejaron por escrito en los numerosos discursos que se dictaron y luego publicaron desde diversas cátedras, como los ateneos, universidades o liceos. Por ejemplo, en Pontevedra, en el Teatro del Liceo, Antolín Esperon, vicedirector del Instituto de esta ciudad, disertó el día 25 de mayo acerca de las excelencias del homenajeado, pero también sobre las particularidades del siglo xix. Esta centuria se recordaría en el futuro por el gran número de monumentos erigidos a los ciudadanos destacados; por ser el siglo de las exposiciones universales; y, sobre todo, por recordar de esa manera a los héroes de la patria: Camões en Portugal, Victor Hugo en Francia y Calderón en España. Apelaba a la comprensión por parte del auditorio para que entendiesen que se estaba viviendo una encrucijada que «no han visto los nacidos, lo que no ha tenido lugar en obsequio a ningún rey, príncipe ni potentado; lo que formará época en la historia de España y en la de Madrid».8 Destaco esta cita, precisamente, por la capacidad de augurio del futuro de la política del recuerdo, que supondría una sucesión de conmemoraciones de personajes y hechos del pasado, con más o menos proyección, y con más o menos éxito y difusión. El pedagogo Pedro de Alcántara, ya men  Alcántara García, Pedro de. Calderón de la Barca. Su vida y su teatro…, p. 102.   Alcántara García, Pedro de. Calderón de la Barca. Su vida y su teatro…, pp. 102-103. 8   Discurso pronunciado en la sesión literaria celebrada por el Instituto de esta capital de Pontevedra en el teatro del Liceo, el 25 de mayo de 1881 con motivo del centenario de Calderón de la Barca, por don Antolín Esperon, Pontevedra, Landín, 1881, p. 9. 6 7

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cionado, resumió otra clave del valor de este centenario, ya que con él «entra España de lleno en la comunión establecida por las naciones cultas para celebrar los milagros y los misterios de los genios que pueblan el templo de la inmortalidad y de la fama».9 Calderón poseía una estela de autoridad y reconocimiento desde las décadas anteriores a 1880, y su figura estuvo en el primer plano del panorama cultural nacional en estas últimas décadas del siglo xix.10 Esta perpetua memoria se reflejó en el programa preparado para el aniversario de 1881, ya que supuso la puesta en escena de los sentimientos más patrióticos y religiosos no solo por aquellos que formaban parte del comité organizador, sino también por el pueblo, que fue uno de los actores protagonistas de los festejos. Fue un centenario celebrado por todo lo alto, con una importante repercusión nacional y con la participación de distintas corrientes de pensamiento, cuyas interpretaciones de la obra de Calderón se tradujeron en los actos programados por cada una de ellas.11 Uno de los grupos que hicieron suya la celebración del centenario fue el de Alejandro Pidal y Mon, quien había fundado el partido Unión Católica. No fue en vano que los valores más sobresalientes en la obra del dramaturgo, «religión, honor y rey», fueran los más elogiados. Este partido no tenía representación parlamentaria, pero aun así, tuvieron una gran presencia en el panorama público español. 1881 ofrecía a Pidal una oportunidad para difundir su idea de identidad nación-religión, porque Calderón era la expresión de los valores propiamente españoles. Toda la prensa católica, incluida la no unionista y la carlista, se sumó a los elogios al poeta nacional y católico por excelencia. El resto de corrientes ideológicas también se sumaron a estas celebraciones, pero se evitó, en la medida de lo posible, incidir en su papel religioso. Desde los conservadores, se elogiaba su labor en el engrandecimiento de la fama de la patria; algunos compararon este centenario con el de Camões en Portugal para rescatar la idea de la unión ibérica; y desde la posición liberal, se alabó su figura, pero teniendo en cuenta que en la época del poeta hubo sombras y defectos que habrían de evitarse en 1881.12 Los festejos en particular, y el centenario en general, fueron objeto de mucha atención, por lo menos desde el punto de vista teórico. El marqués de Molins, Mariano Roca de Togores y Carrasco, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, consciente de la magnitud del momento, aclaró que ya en 1841, año en el que se derrumbó la iglesia del Salvador en Madrid, lugar donde yacía enterrado Calderón, las sociedades literarias y teatrales realizaron una pequeña ceremonia de traslado. Cuarenta años más   Alcántara García, Pedro de. Calderón de la Barca. Su vida y su teatro…, pp. 103-104.   Pérez Garzón, Juan Sisinio. «La creación de la historia de España…», p. 89. 11   García Folguera, María de los Santos. «Centenarios de artistas en el fin de siglo», Fragmentos, 15-16 (1989), p. 79. 12   Álvarez Junco, José. Mater Dolorosa…, pp. 447-449.  9

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tarde los festejos que se preparaban eran de una mayor envergadura.13 Se era consciente, por parte de las autoridades estatales, del esfuerzo requerido para llevar a buen término el recuerdo del aniversario de los doscientos años del fallecimiento del autor, como analizaremos en el siguiente punto. 2. «Lo que se puede hacer cuando la iniciativa oficial y particular se unen en un solo fin»: la organización del centenario14 La celebración del programa del centenario había sido impulsada por el Ayuntamiento de Madrid, en esos momentos en manos del Partido Liberal, al igual que el Gobierno. La iniciativa primera había partido, sobre todo, de la Asociación de Escritores y Artistas en 1880, cuyo presidente era el líder conservador, Antonio Cánovas del Castillo.15 En 1881 Práxedes Sagasta, líder del Partido Liberal, asumió el poder por primera vez. La prensa liberal presentó en principio a Calderón como un genio, cuyas limitaciones en su obra se debieron a su exacerbado catolicismo: esto le llevó por la senda de los defectos que compartía el pueblo español, es decir, la superstición y la intolerancia. Se conjugarían las dos tendencias, conservadora y liberal, a la hora de organizarlo y celebrarlo, aunque fue la primera la que se impuso, dándole un cariz religioso que en principio se quiso evitar. El deseo por parte del Gobierno liberal de Sagasta habría sido dotar a las celebraciones de un carácter laico, que no fue permitido porque no era concebible desprender a una figura literaria de la talla de Calderón de su simbología religiosa.16 Por estas razones hubo celebraciones simultáneas y en paralelo. El carácter festivo y carnavalesco de la cabalgata celebrada en honor a Calderón en Madrid, ajena a toda metáfora religiosa, hizo que la Iglesia y los sectores católicos más tradicionales se desvincularan de la celebración oficial. La Iglesia, más fiel a su dogma que a la Constitución, no estuvo al lado de la idea de la celebración de un programa de exaltación nacional y patriótica dirigido a la población.17 13   Roca de Togores y Larrasco, Mariano. Segundo Centenario de D. Pedro Calderón de la Barca. Discurso premiado en el concurso abierto por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, Tip. Guttenberg, 1881 [pp. 5-6]. «Pero ¡qué diferencia entre aquella modesta y por decirlo así, familiar manifestación, y estotras que ahora presenciamos! La prensa ha engrandecido la ya tan grande fama del grandísimo poeta, los telégrafos han puesto en comunicación a las personas y Academias admiradoras de sus escritos, la red de caminos de hierro que cubre Europa, ha facilitado el concurso de los curiosos.» 14   AHSE, HIS-0647-08. Adquisición de la obra «Crónica del Centenario de Calderón». Prospecto de la obra «Crónica del Centenario de Calderón», sin fecha, p. 2. 15   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.) Sección Centenarios, Legajo 0215. Centenario de Calderón de la Barca. Proposición presentada a la Asociación de Escritores y Artistas. Dictamen de la Comisión elegida para informar sobre la anterior proposición. Madrid, 15.07.1880. 16   Storm, Eric. «Las conmemoraciones de héroes nacionales…», p. 82. 17   Varela, Javier. La novela de España…, p. 46.

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El Gobierno creó un comité organizador para llevar a cabo la coordi­ nación de todos los actos pensados dentro de un programa oficial. Los miembros de dicho comité provenían, en su mayor parte, de la Asociación de Escritores y Artistas, que, como apuntamos, estaba dirigida por Antonio Cánovas del Castillo. Asumieron la primera iniciativa y ya desde el principio decidieron contar, antes de que se formase el comité oficial, con el apoyo de sociedades de corte literario y cultural para llevar a cabo la conmemoración, aunque estas también tuvieran propuestas propias: La Comisión de la Sociedad de Escritores y Artistas encargada de organizar las fiestas del Centenario del ilustre Calderón de la Barca, acordó invitar para una reunión privada a los presidentes o directores de los centros literarios, científicos y artísticos establecidos en esta corte, con el objeto de tratar el asunto. [...] Al encarecerle su asistencia necesaria para la realización de un proyecto que obliga a todos los amantes de la honra nacional nos ofrecemos.18

La idea de formar la comisión está datada en marzo de 1880. Es interesante comprobar los puntos sobre los que se basaban para la celebración de dicho centenario. Luis Vidart, miembro de la Asociación de Escritores y Artistas, en su propuesta de crear una comisión oficial para la organización del centenario, afirmó que existía la «costumbre que hoy se ha establecido en los pueblos de la civilizada Europa, de conmemorar centenarios de los varones que merecidamente han alcanzado fama imperecedera». La inspiración vino dada por la celebración del centenario de Camões en la propia asociación. Se propuso entonces la rememoración de los doscientos años de la muerte de Calderón, y aún más, José Fernández Bremon, de La Ilustración Española y Americana, insinuó que se consagrase cada año un día, declarándolo fiesta nacional, a la «conmemoración de aquellos varones eminentísimos que sean dignos de tan señalada honra».19 Se había descubierto el papel que podía jugar la exaltación de aquellos individuos, valedores de las virtudes presentes en la memoria compartida en la sociedad. El texto de proposición de esta comisión contenía los puntos principales que se entrelazaban tras la idea de conmemoración, sobre todo el porqué de la asistencia y participación de las distintas clases sociales, instituciones y corporaciones. Calderón de la Barca debía ser recordado por la obligación impuesta a la patria dada su «significación y la importancia [...] en la litera18  Archivo de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País [ARSEM], Referente al Centenario de Calderón de la Barca, legajo 599, expediente 12. Carta de la Comisión de la Sociedad de Escritores y Artistas al presidente de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Madrid, 8.11.1880. 19   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Centenario de Calderón de la Barca. Proposición presentada a la Asociación de Escritores y Artistas. Madrid, 30.06.1880.

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tura universal».20 Se optó por una conmemoración cofinanciada por entes oficiales y privados con vistas a obtener un gran apoyo de la opinión pública, que se ganaría gracias a la labor de la prensa. Los miembros de esta comisión fijaron como principio que el objetivo principal no debía revestir ningún interés político; solamente obtener «la honra nacional». Como los centenarios eran una fiesta moderna, debía «tener el carácter de sus predecesoras, es decir, ser la apoteosis natural del hombre ilustre a quien se conmemora». La nota que había de predominar en la fiesta era el carácter literario y, ante todo, «debe tener un sello marcadamente nacional, tanto para satisfacción del extranjero que acude a estudiar nuestro carácter». Para ello, existía una unión indisoluble entre conmemoraciones y exposiciones que se basaba en la exaltación de los valores más destacados de un pueblo de cara al exterior. Bajo esta descripción se descubría e inauguraba la edad contemporánea de este tipo de festejos: Es preciso un gran esfuerzo, teniendo en cuenta que cuanto mayor pueda ser resultará tanto más reproductiva, ya para hacer ver nuestra vitalidad y fuerza colectiva, como para atraer hacia nosotros las corrientes europeas, moral y materialmente, y para que sus resultados nos demuestren de un modo positivo lo que vale y consigue un pueblo cuando tiene arranque y unidad de pensamientos.

Calderón no podía ser definido tan solo por una faceta literaria y permitía de esta manera que se le celebrara desde distintos campos.21 Dado su carácter de sacerdote y católico, «el señor Cardenal Arzobispo de Toledo, en cuya catedral fue sacerdote el gran poeta, y la congregación de Presbíteros madrileños, las harán celebrar en el templo y con la solemnidad más adecuadas». Esto debido a que Madrid no tenía una iglesia que pudiese albergar tamaño honor. Por su carácter noble, «la nobleza debe ser invitada y su familia ilustre a contribuir al brillo de la fiesta». Por supuesto, «las universidades, y especialmente la de Salamanca» tenían un deber.22 Por su condición de militar, el Ejército y la Armada. Por madrileño, el Ayuntamiento de la capital y la Diputación. Por la riqueza y el comercio que se generarían a partir de dichas 20   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Centenario de Calderón de la Barca. Dictamen de la Comisión elegida para informar sobre la anterior proposición. Madrid, 15.07.1880, p. 1. Las siguientes citas textuales, sin nota a pie de página, pertenecen a este documento. 21   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Centenario de Calderón de la Barca. Dictamen de la Comisión elegida para informar sobre la anterior proposición. Madrid, 15.07.1880, p. 1. «Poeta esencialmente nacional y hombre de muy caritativos y piadosos sentimientos, no hay clase alguna a quien no corresponda parte de su gloria.». 22   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Centenario de Calderón de la Barca. Dictamen de la Comisión elegida para informar sobre la anterior proposición. Madrid, 15.07.1880, p. 2.

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celebraciones, se esperaba apoyo del Círculo de la Unión Mercantil y sus agrupaciones naturales.23 Y sin dudarlo, era necesaria la participación de las corporaciones literarias y científicas.24 En todo caso, el pueblo adquirió un significado especial, porque era «a quien se debe explicar el deber moral que tienen las naciones de honrar a sus hijos más ilustres y la importancia de su insigne compatriota, cuya larga vida estuvo dedicada al trabajo, que es hoy nuestra gloria, no le negará su tributo, acostumbrándose a venerar la memoria del poeta».25 La propuesta del programa incluía unos festejos, que debían concentrarse sobre todo el día 25 de mayo, aunque podría considerarse aumentar el número de días dedicados a la memoria del poeta. La prensa nacional y extranjera era muy bienvenida.26 El acto principal sería una cabalgata histórica y alegórica, en la que hubiese carros con personajes que representaban a los poetas dramáticos más famosos, como Lope de Vega, «fundador del teatro nacional», o Cervantes y el Quijote, además de otros artistas de la época de Calderón, como Velázquez y Murillo. Se hacía un llamamiento de las clases obreras, considerando el movimiento y vida que produciría en las industrias y el trabajo que daría a los obreros esta comitiva, y la distribución de gastos entre los que voluntariamente puedan y quieran costearlos, dígase si convendría excitar el entusiasmo de todas las clases sociales, desterrando con el ejemplo las preocupaciones que no tiene otros pueblos.27

23   Gaceta de Madrid, n.º 85, p. 824, 26.03.1881. El Círculo de la Unión Mercantil «suplica a los Síndicos de los gremio de esta Corte, que no hayan recibido la circular invitándoles a tomar parte en los festejos con que el comercio e industria de Madrid piensan solemnizar el Centenario de Calderón de la Barca se sirvan pasar aviso a la Secretaría de aquel Círculo para remitírsela». 24   Gaceta de Madrid, n.º 88, p. 847, 29.03.1881. La Asociación de Escritores y Artistas abrió al público un certamen musical para «adjudicar un premio consistente en una rosa de oro, regalo del Liceo de Granada al autor de la mejor obertura». 25   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Centenario de Calderón de la Barca. Dictamen de la Comisión elegida para informar sobre la anterior proposición. Madrid, 15.07.1880, p. 2. 26   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Centenario de Calderón de la Barca, dictamen de la Comisión elegida para informar sobre la anterior proposición. Madrid, 15.07.1880, p. 2. Las siguientes citas textuales, sin nota a pie de página, pertenecen a este documento. 27   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Centenario de Calderón de la Barca. Dictamen de la Comisión elegida para informar sobre la anterior proposición. Madrid, 15.07.1880, p. 3. Las siguientes citas textuales, sin nota a pie de página, pertenecen a este documento.

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Por último, también se idearon fiestas populares en el parque del Retiro, con una exposición de productos regionales, de cara a promover el comercio. Y «mientras el pueblo se distribuye por las iluminadas galerías y alamedas», se representaría una obra de teatro de Calderón en el estanque del Retiro. La comisión defendió de las posibles críticas el programa propuesto, porque se creyó verdaderamente que era un ejemplo de «la fiesta del siglo xix», es decir, «la apoteosis de la inteligencia y de una gloria nacional». Estos adjetivos recuerdan mucho a las descripciones y justificaciones dadas para la celebración de las exposiciones universales. Estos festejos eran «un germen no de ruina sino de riqueza que atraiga al extranjero, centro de propaganda y contratación para el industrial». Es decir, una buena excusa para la economía y el comercio. «Algo que enseñe e ilustre», como componente de la faceta educativa de todo este tipo de festejos. «Algo que eduque el gusto y establezca la verdadera feria moderna, creándola en torno a una fiesta popular.» En definitiva, este memorando, que presentó las ideas de la comisión y la estructura que había de seguirse en las fiestas oficiales, fue clave para dibujar la visión sobre el discurso en torno a los centenarios. No había de limitarse a una mera fiesta institucional, sino que era necesario dotarla de utilidad. El centenario no alcanzaría el éxito sin la participación del pueblo, sin su fervor y clamor. Una vez marcados los planteamientos, la comisión ejecutiva oficial directora del centenario de Calderón encargó a los gobernadores provinciales la misión de incitar a las corporaciones municipales a que participasen en los festejos que se estaban preparando en Madrid. También avisaron a los municipios más importantes, convocados para que asistiesen «a la procesión cívica proyectada, con algún carro alegórico, bandera o distintivo de la localidad».28 El programa no iba a contar solo con actos de carácter lúdico, sino que se promovió la celebración desde el ámbito educativo: fomentaron que las universidades e institutos convocaran certámenes literarios acordes a su condición, mediante la utilización de una parte del presupuesto oficial. El Estado estaba llamado a prestar «auxilio a la celebración del segundo centenario» y, con ello, a solicitar la atención de «todos los elementos sociales» para «conmemorar en esas fiestas una de las más puras glorias de la patria».29 La organización no era lo único importante; también lo era la financiación. Se convocó la participación de donativos particulares o de instituciones 28   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.) Sección Centenarios, Caja 215. Carta de la Presidencia de la Comisión Ejecutiva del Centenario de Calderón al alcalde constitucional de Sevilla. Madrid, 12.03.1881. 29   Gaceta de Madrid, n.º 51, p. 490, 20.02.1881. Publicación de la Real Orden de 17.02.1881.

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para aumentar el presupuesto del centenario. Estos donativos habían de darse en el Banco de España y eran publicados en la Gaceta de Madrid.30 Con el nombramiento de la comisión, a partir del llamamiento de la Asociación de Escritores y Artistas, la maquinaria se puso en marcha. Es muy interesante que la iniciativa partiese de una institución cultural y no del Gobierno, aunque luego este se implicara. Los primeros pasos de la política conmemorativa oficial fueron impulsados desde un sector directamente relacionado con la función del personaje homenajeado. En todo caso, hay que resaltar que la parte más importante de este programa fue llevada a cabo en Madrid, y por ello, la implicación del Ayuntamiento de la Villa y Corte fue ciertamente significativa: asumió, como hemos indicado al principio, casi como proyecto propio, el papel principal de la celebración de estas fiestas, con la implicación del Gobierno en la parte financiera. José Abascal, del Partido Liberal, había ocupado la alcaldía solo un poco antes, en el mes de febrero de 1881. En el pleno del Ayuntamiento del 4 de abril de 1881 se aprobó un presupuesto adicional de 100.000 pesetas para la celebración de las fiestas en honor a Calderón de la Barca, además de las 105.000 pesetas ya aprobadas unos meses antes.31 Las razones esgrimidas para este suplemento se basaban en las dificultades que la junta central del centenario tenían a tan solo un mes y medio del día en que se conmemoraría el fallecimiento del dramaturgo. José Abascal había sido quien había solicitado este aumento del presupuesto por la «necesidad de que el pueblo de Madrid que vio nacer al eminente poeta contribuya en primer lugar al esplendor de aquellas, ya por el interés que siempre le inspiran las glorias de la patria, ya por la protección indirecta que por estos medios presta al comercio y a la industria».32 El interés estaba definido por las repercusiones económicas positivas que acarreaban las celebraciones, las cuales, además, embellecerían Madrid y la harían más atractiva para los negocios y el comercio. El Gobierno en el futuro próximo tenía que reconocer «los sacrificios que el pueblo de Madrid se impone siempre, secundando todo pensamiento patriótico».33 Se consideraba como un deber del pueblo la celebración del recuerdo de los doscientos años de la muerte de Calderón. En febrero de ese mismo año, el presidente de la comisión de festejos del Ayuntamiento de Madrid, el conde de Vilches, Gonzalo de Vilches y Llano, ya había confirmado el deseo de celebrar, por un lado, dos autos sacramentales del autor en dos sitios diferentes de la Corte: la   Gaceta de Madrid, n.º 103, p. 115, 13.04.1881.   El presupuesto fue aprobado el 21 de marzo de 1881. José Abascal sustituyó a Francisco Caballero y Rozas del Mazo, marqués de Torneros, que había estado en el puesto cuatro años. Abascal fue alcalde de febrero de 1881 a mayo de 1883, y repitió en 1885; ocupó el sillón de la alcaldía hasta agosto de 1889. 32   AVM, Actas municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión del 4 de abril de 1881. Fol. 32 [i]. 33   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión del 4 de abril de 1881. Fol. 32 [d]. 30 31

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plaza de Palacio y el Prado, y obsequiar en uno de los días de las fiestas con una recepción a los alcaldes de capitales europeas, además de a los representantes de otros municipios españoles, en las Casas Consistoriales.34 En un pleno más próximo al día del centenario se discutieron varios aspectos. El primero era aprobar una ayuda a la comisión de festejos del barrio de Salamanca para un mayor engalanamiento de la calle Serrano con motivo de la cabalgata mediante pedestales, bustos de Calderón, escudos de armas y banderas nacionales.35 Finalmente, a pesar del recelo de algún concejal, se aprobó la ayuda. Esta cabalgata se llevó a cabo con una fuerte presencia militar en sus filas, debido a la representación de distintos cuerpos del ejército entre las carrozas. Paradójicamente, y a pesar de la lectura en clave religiosa de la que desde la Iglesia se quiso dotar al centenario, se depuró de todo símbolo católico. En la cabalgata se quisieron reivindicar las glorias pasadas y enlazarlas con ese presente, para establecer una continuidad con el presente constitucional, exaltando «la unidad nacional, el final de las disputas civiles y la entrada en un periodo de paz y progreso».36 Era la materialización de Calderón como parte fundamental de la esencia nacional y la manera de llevar a cabo este cometido implicó establecer un paralelismo con otro mito: se paseó también el busto de Colón al lado de Calderón, dos imágenes unidas para presentar una idea común de España. El periodista José Francos Rodríguez, en sus memorias, afirmaba, tras describir esta cabalgata, que el Madrid, de 1881, con la auténtica representación de la patria, exteriorizaba en su ofrenda a un gran poeta, el ansia infinita de recorrer horizontes luminosos que percibía allá a lo lejos, en un vivo despertar de sus ilusiones. Fue incalculable el número de forasteros que albergó Madrid en aquellos días. Se consintió que los no favorecidos con hospedaje convirtieran las plazas públicas en dormitorios.37

Otro de los actos que el Ayuntamiento subvencionó, en este caso con tres mil pesetas, fue un té para los periodistas extranjeros y de provincias que se habían desplazado hasta Madrid para contemplar los festejos.38 La capacidad   Gaceta de Madrid, n.º 56, p. 574, 27.02.1881.   Segundo Centenario de D. Pedro Calderón de la Barca. Su biografía. Programa de los festejos y calles y plazas de Madrid, Madrid, Tip. de C. Laforga, 1881, p. 13. 36   Varela, Javier. La novela de España…, p. 46. 37   Francos Rodríguez, José. En tiempo de Alfonso XII (1875-1885), Madrid, Saturnino Calleja, [s. a.], p. 167. A pesar de la descripción del programa conmemorativo, habría que destacar que no mencionó el acto en el Retiro, en el que participó Menéndez Pelayo, ni detalló de manera tan profusa este acontecimiento como sí lo hizo con el IV Centenario del Descubrimiento de América. 38   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión del 30 de mayo de 1881. Fol. 28 [d]. Gaceta de Madrid, n.º 152, p. 644, 1.06.1881. También se les obsequió con una visita a El Escorial y, tras la comida ofrecida allí, los brindis concedieron la oportunidad de celebrar los deseos de paz y fraternidad. 34 35

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mediática de estos acontecimientos era un aspecto en el que coincidía la opinión de los políticos, como vemos en este punto. No se era ajeno al hecho de que la celebración del centenario era una tribuna de publicidad positiva para la ciudad. Una de las celebraciones que más polémica generó fue una reunión entre destacadas personalidades extranjeras, periodistas y figuras relevantes del mundo político y cultural español en el parque del Retiro, en Madrid. El debate surgió tras el brindis hecho por el historiador e intelectual Marcelino Menéndez Pelayo, que le consagró como el «paladín de los ultra».39 Esta adscripción de Calderón a la ideología conservadora se podría rastrear, como mantiene Pérez Magallón, desde el siglo xviii con la interpretación hecha por Alberto Lista. El siguiente punto en esta trayectoria sería en el siglo xix con la consagración de Calderón como icono del tradicionalismo realizada por Menéndez Pelayo.40 Esta imagen del futuro director de la Biblioteca Nacional habría de ser matizada, puesto que Marcelino Menéndez Pelayo, finalmente, tuvo un enfrentamiento con la editorial del periódico católico El Siglo Futuro por la utilización de fuentes no demasiado ortodoxas.41 Lejos de unir a las posiciones católicas, la posición mostrada en este discurso no atrajo a las posiciones más exaltadas del catolicismo, tanto por el acercamiento de su autor a la Unión Católica, como por su relación cordial con la escuela catalana. En todo caso, Menéndez Pelayo afirmó en este discurso que el homenaje a Calderón había sido de carácter excesivamente pagano, festivo y estatal, que no identificaba al gran dramaturgo con su época, es decir, con la culminación del Imperio Hispánico y la dinastía de los Habsburgo. Por ello, era de obligatoria necesidad devolver a Calderón a los altares de paladín del catolicismo, parte íntegra de la idea nacional. Menéndez Pelayo no mantuvo siempre esta férrea posición, porque en un extracto del discurso que dictó en el Círculo de la Unión Católica afirmó que había que mesurar los halagos a Calderón, en tanto «es bueno que los pueblos honren a sus grandes hombres y guarden como preciado tesoro sus obras y su recuerdo; pero este culto tradicional no debe convertirse en estrecha devoción de campanario».42 Se trataba de una matización contra aquellos que honraron la figura del poeta como si de un santo de la Iglesia se tratase. 39   Foard, Douglas. «The Spanish Fichte: Menéndez y Pelayo», Journal of Contemporary History, vol. 14/1 (1979), p. 85. 40   Pérez-Magallón, Jesús. Calderón. Icono cultural e identitario…, pp. 238-253, especialmente pp. 249-252. 41   Campomar Fornieles, Marta. «El intelectual católico de la Restauración», en Ciriaco Morón Arroyo, Manuel Revuelta Sañudo y Modesto Sanemeterio Cobo (dirs.), Menéndez Pelayo. Hacia una nueva imagen, Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, 1983, pp. 90-93. 42   Calderón in Deutschland. Don Pedro Calderón de la Barca in seiner Zeit, im Spiegel der Kritik und auf dem Theater, 1681-1981, Berlin, Ibero-Amerikanisches Institut-Stiftung Preussicher Kulturbesitz, 1981, p. 31.

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Lo que había sido iniciado por parte de una institución de corte literario y cultural fue impregnado, poco a poco, por un discurso religioso, plasmación del deseo de que el catolicismo fuese reconocido como el adjetivo, casi único, que definiese a la sociedad que estaba homenajeando a Calderón. En los actos ejecutados por el Ayuntamiento de Madrid también hubo este intento de lectura y protagonismo como hemos visto. Pero a la vez se celebró una cabalgata histórica que sería paradigma y modelo para conmemoraciones futuras, donde se hizo partícipe a los ciudadanos y se les implicó para que formasen parte del cuerpo social que recordaba al dramaturgo. Por último, cabe señalar que el programa del consistorio madrileño tuvo un componente más popular que los actos organizados por las academias y los ateneos. Por ejemplo, la Real Academia Española, dado su carácter de institución defensora de la lengua castellana, no podía dejar pasar la oportunidad de homenajear al poeta ilustre que fue Calderón. La idea de la cual se partía era obtener el reconocimiento del papel de España personalizado en el dramaturgo; de este modo se convocó un certamen poético en el que podían participar extranjeros y noveles autores nacionales. El ganador en cada modalidad recibiría una medalla de oro, un título y ejemplares impresos de su obra: Cuando arrebatado de caluroso entusiasmo, felizmente ajeno a estímulos de la incansable discordia, dispuesta la Nación entera a solemnizar con públicos honores el segundo Centenario de la muerte del Príncipe de nuestros poetas dramáticos, D. Pedro Calderón de la Barca, gala y orgullo de las patrias musas dentro y fuera del territorio español, mal podría esta Real Academia reprimir la efusión de su propio júbilo y dejar de hacer suya, en cuanto le es posible, esa aclamación verdaderamente nacional y patriótica, que tan de cerca favorece a la Lengua y Literatura castellana.43

En Madrid, un año después, en 1882, publicaron un folleto con el título de El Ateneo de Madrid en el Centenario de Calderón, con ensayos, discursos y poesías, además de otra obra con los discursos leídos en el Ateneo.44 En esta obra se explicaba los avatares por los que pasó la institución para llevar a cabo algún tipo de celebración. El Ateneo se sumó con gusto a la idea de la Asociación de Escritores y Artistas, puesto que «los siglos xvi y xvii, siglos que literariamente considerados, nadie puede negar que son los más brillantes de nuestra historia patria».45 Se constituyó una comisión para que deliberase sobre los actos que podría acometer el Ateneo. Se pensó en un certamen, «pero se desistió muy luego de esta idea ante el crecido número de los ya abiertos».46 Tras esto, Antonio Sánchez Moguel, miembro del Ateneo, pro  Gaceta de Madrid, n.º 33, p. 299, 2.02.1881.   Gaceta de Madrid, n.º 105, p. 170, 15.04.1882. 45   El Ateneo de Madrid en el Centenario de Calderón. Disertaciones, poesías y discursos, Madrid, Ateneo-Gaspar, 1881, p. VI. 46   El Ateneo de Madrid en el Centenario de Calderón…, p. IX. 43 44

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puso la celebración de una sesión literaria y la publicación de un libro, donde se recogerían disertaciones sobre la vida y obra de Calderón, además de una serie de poesías, leídas en una velada literaria, y dos discursos, el de Segismundo Moret y el de José de Echegaray, ambos políticos, del grupo liberal. En el texto de Echegaray destacaremos la idea lanzada sobre la necesidad en España del culto a los muertos.47 Culto que vendría dado por la necesidad de recordar un pasado que para Moret estaba cubierto de nebulosa. A través de la obra de Calderón se recuperaba al pueblo español, «pueblo indómito de la reconquista, esa es la nacionalidad que no perece y que a través de todas las vicisitudes de los siglos, se revela siempre que llega un momento supremo de aquellos en que los pueblos sienten despertarse sus energías vitales: por eso somos y seremos una nación».48 Para Segismundo Moret lo importante de la obra de Calderón era esta misma descripción, esta definición de los caracteres españoles, casi inmutables, en los que el propio lector podía reconocerse. La iniciativa particular y oficial se unieron para llevar a cabo esta conmemoración. El propio Calderón fue recordado según sus múltiples facetas de escritor, religioso o defensor de la monarquía, atendiendo a las directrices que gobernaban la institución que realizaba el homenaje. Este hecho era lo que hacía que en los centenarios participaran diferentes grupos, sociales, políticos o culturales, porque permitían distintos discursos, incluso los no planeados. La vorágine participativa implicaba muchos protagonistas que en un principio pudieron no haber valorado ni siquiera festejar una fecha, pero la corriente era más poderosa y, aun a pesar de que no hubiera una conciencia clara de lo que se podía obtener a largo plazo, tras la lectura posterior de la conmemoración, los agentes institucionales que participaron se vieron arrastrados a ella. 3. El 25 de mayo de 1881: el homenaje de la nación a Calderón Los días 25, 26 y 27 de mayo fueron declarados fiesta nacional, pero solo en Madrid, cuya verdadera repercusión fue que las oficinas del Estado y los tribunales de Justicia se cerrasen.49 El día 25 de mayo se preparó una función religiosa con motivo de los doscientos años de la muerte del poeta, a la que

  El Ateneo de Madrid en el Centenario de Calderón…, p. 180.   El Ateneo de Madrid en el Centenario de Calderón…, p. 195. 49   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta de la Presidencia del Consejo de Ministros al ministro de Estado, Antonio Aguilar y Correa, marqués de la Vega Armijo, para aclarar los términos en que se celebraría la fiesta nacional declarada para los días 25, 26 y 17 de mayo de 1881 cuyo motivo fue el II Centenario de Calderón. Madrid, 23.05.1881. 47 48

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asistió, además de instituciones de corte literario y cultural, el rey Alfonso XII. Con su presencia confirió una gran solemnidad al acto religioso.50 Los actos ya comenzaron el día 22, con una ceremonia de entrega de premios obtenidos en el certamen de la Universidad Central y una velada lírico literaria de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles en el Teatro Real, entre otros.51 El día 23 y 24 hubo programados festejos de una naturaleza semejante a los del día 22, con una sucesión de veladas literarias, como en el Ateneo de Madrid, o adjudicaciones de premios de diversos concursos convocados anteriormente. El día 25 fue el más solemne, considerado el primer día de fiestas de corte más popular. Al amanecer se saludó el día con una salva de cañonazos, diana por las calles de música ofrecida por los cuerpos de guarnición antes de las 11 de la mañana, momento en el que se celebrarían las honras fúnebres «en sufragio del alma de don Pedro Calderón de la Barca», en la iglesia de San José, costeadas por la Congregación de Presbíteros Naturales de Madrid, con asistencia de nuevo del monarca. Luego, las autoridades e invitados fueron en procesión a la iglesia de San Pedro, donde estaba enterrado el poeta, y se cantaría un solemne responso por su alma. Terminados estos actos, «las tropas que previamente habrán formado cubriendo la carrera de la procesión oficial, se reconcentrarán y desfilarán en columna de honor por delante del monumento provisional levantada a Calderón en la Plaza de Oriente».52 Esa tarde se celebró la recepción oficial en el Ayuntamiento con presencia otra vez de la familia real. No solamente eso, sino que «en este día y en los dos siguientes las fachadas de los edificios públicos y de las casas particulares se adornarán con colgaduras y banderolas y por la noche aparecerán iluminadas».53 El jueves 26, hubo de nuevo veladas literarias, y el viernes 27 fue cuando estuvo prevista la «procesión histórica», que desfilaría por el centro de Madrid. Por la noche, y en todos los teatros madrileños, se ofrecieron representaciones de las obras dramáticas del poeta. A esta procesión se invitó al cuerpo diplomático presente en Madrid para que asistiesen a la misma desde los balcones del Palacio Real. Asistieron los representantes de Alemania, Bélgica, Brasil, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Guatemala, Italia, Liberia, México, Suecia y de la Santa Sede. Entre las ausencias más significativas se podría mencionar las de Portugal o Austria, teniendo en cuenta las vinculaciones políticas e históricas de ambas naciones con respecto a España.54   Gaceta de Madrid, n.º 133, p. 462, 13.05.1881.   Memoria de la Universidad Central al 2.º Centenario de don Pedro Calderón de la Barca. Se incluyen las composiciones en verso castellano premiadas en el certamen, Madrid, Tip. de Gregorio Estrada, 1881. 52   Gaceta de Madrid, n.º 135, p. 480, 15.05.1881. 53   Gaceta de Madrid, n.º 135, p. 480, 15.05.1881. 54   AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Caja 8.739, Expediente 15. Mayordomía Mayor. 1881, Centenario de Don Pedro Calderón de la Barca. 50 51

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El sábado 28 y el domingo 29 se celebraron actos de las instituciones que a lo largo de los meses anteriores estuvieron preparando diferentes homenajes al poeta.55 Los particulares también participaron activamente, aunque fuera solo para el adorno de las calles, como por ejemplo, los de la calle Príncipe en Madrid, en la que sus vecinos decidieron hacer donaciones, más de veinte mil reales, para su ornamentación, aparatos de iluminación de gas y suministro de globos, aunque era importante acordarse de los necesitados, y por eso parte de los ingresos se donaron a la Casa de Socorro.56 En la Gaceta de Madrid del 27 de mayo de 1881 se publicó la descripción de la celebración de las honras fúnebres celebradas en San José el día anterior. En la puerta de la iglesia esperaban la comisión ejecutiva del centenario y el clero al monarca. El templo «se hallaba espléndidamente iluminado y decorado con paños negros y franjas de oro».57 En el centro de la iglesia había un monumento sobre el que reposaba una corona de laurel, metáfora del poeta, cubierta con el manto blanco de los Caballeros de la Orden de Santiago. En las tribunas de la iglesia se encontraban ministros, capitanes generales, embajadores extranjeros, presidentes de ambas cámaras, el gobernador de Madrid, los alcaldes de Lisboa, Toledo, Barcelona y otras capitales de provincia, además de otras personalidades del mundo de la política y economía. El centenario fue una puesta en escena de las fuerzas políticas, sociales y económicas nacionales. Se había previsto una procesión cívica con la participación de representantes de corporaciones municipales de cada provincia. Hubo muchas ciudades que no podían participar por falta de presupuesto y este factor deslució la misma procesión. El problema constante de la escasa financiación y de la improvisación que restaba impacto de cara al resto de la sociedad se pudo comprobar en este centenario como en los siguientes.58 El desfile comenzó a las dos de la tarde y se desarrolló por las calles del barrio de Salamanca en Madrid.59 Abrió la marcha una sección de caballería de la Guardia Civil. Tras ellos, desfiló una compañía del Teatro de la Comedia, que representaba la condición de poeta y dramaturgo del homenajeado. Se sucedieron las representaciones de los gremios: los herreros y cerrajeros fueron los primeros, con una alegoría del trabajo y obreros vestidos «a la   Gaceta de Madrid, n.º 135, p. 480, 15.05.1881.   Centenario de Calderón de la Barca. A los vecinos de la calle Príncipe, la comisión nombrada por los mismos, Madrid, 1881. 57   Gaceta de Madrid, n.º 147, p. 598, 27.05.1881. 58   AMSE, Secretaría Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Carta circular del Ayuntamiento de Sevilla al resto de los ayuntamientos. Sevilla, 3.05.1881. Por ejemplo en Sevilla hubo grandes inun­ daciones y por esta razón solo pudieron enviar a un miembro de la corporación municipal con un estandarte de la ciudad. 59   Hemos recogido la información de la Gaceta de Madrid del 28 de mayo de 1881, n.º 148, p. 608, que la describió con todo lujo de detalles. 55 56

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antigua». Después se pudieron ver las carrozas de las instituciones relacionadas también con el trabajo, como la del Fomento de las Artes. Las asociaciones de arquitectos también estaban representadas, tras las cuales iba la de la prensa, «que ha merecido múltiples aplausos». En esta carroza iban «las armas de España, formando un grupo con lanzas, banderas y dos leones heráldicos». La carroza de Puerto Rico y Cuba continuaba la marcha, tras la cual aparecía el batallón de Manila, donde la asociación de Colón con Calderón fue materializada con la presencia de los bustos de ambos. Ya hemos dicho que los dos personajes, en ese momento, eran la personificación del éxito de España, y no hubo ningún tipo de recelo en mostrarlo al público allí presente.60 Además, en esta carroza de las provincias de Ultramar, las figuras de Colón, Isabel la Católica y Las Casas anticiparon el IV Centenario del Descubrimiento de América. La imagen de Calderón como héroe nacional se relacionó con la otra gran hazaña: el descubrimiento de América. Las dos últimas carrozas fueron la del Ayuntamiento de Madrid, «tan severa como elegante», y la de la comisión ejecutiva que había organizado las fiestas, una carroza en representación del nombre de España. La escenificación de un centenario adelantó otro y, sobre todo, nos muestra cuál era la idea de los grandes mitos nacionales asociados en torno a la invocación de un héroe, en este caso Calderón. El monarca español financió una carroza final en la que, para exaltar «el genio nacional», se representó «el coche de doña Juana la Loca con una guardia primorosamente vestida y con un lujo extraordinario».61 Toda esta descripción nos muestra una cierta ausencia de un criterio único que desde el principio dibujara un lema, un discurso claro que transmitir. Se entremezclaron figuras y elementos que se creían o pensaban reconocibles para todos. También hubo una carroza que representaba a España, como acabamos de indicar, «tirada por doce caballos enjaezados con penachos y mantas blancas bordadas en oro. En el centro de un magnífico dosel de terciopelo 60   Gaceta de Madrid, n.º 148, p. 608, 28.05.1881. Muy interesante esta carroza, por el valor simbólico que contenía: «En la parte anterior se ven las columnas de Hércules con la inscripción Non Plus Ultra. Sobre un pedestal, el busto de Calderón de la Barca coronado de laureles de oro formando un arco. Colón en primer término y llevando en la mano un pliego en que se lean las palabras Plus ultra, señala la América que ocupa el fondo de la carroza ostentando la bandera nacional [...] Suspendido de un bambú pende un manto, en cuyo frente se destaca en letras de oro la siguiente inscripción: A Calderón, Cuba y Puerto Rico. Entre esta alegoría y la figura de Calderón hay un trozo de mar, en el que marcha un delfín sobre el que dos niños van a coronar a Calderón. Rodea la carroza un gran zócalo de piedra con bajo relieves en fondo de oro, con los bustos de Isabel La Católica, Colón y el padre Las Casas. Arrastraban la carroza ocho caballos de la Casa Real con gualdrapas rojas [...] Detrás de la carroza iban todos los representantes de Cuba y Puerto Rico, cuyas provincias han demostrado que allende los mares también se sabe honrar la memoria de los esclarecidos ingenios españoles». 61   Segundo Centenario de D. Pedro Calderón de la Barca. Su biografía…, p. 18.

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grana y oro, se destaca un grupo que representa a España coronando a Calderón».62 Si algo se pudo reconocer en esta cabalgata fue que los representantes de las corporaciones nacionales e internacionales presentes eran la muestra del culto al talento e inteligencia que el país anfitrión quiso reivindicar. Se afirmaba que la prensa extranjera había aplaudido de manera generosa el paso del desfile, y con esto confirmaban, en el papel, el cumplimiento de sus expectativas. Puede que el proyecto de hermanamiento entre España y Portugal fuera más tangible, y era un buen momento para hacerlo presente. Aun así, el movimiento en pro de una supuesta Unión Ibérica ya había perdido gran parte de su fuerza. Este deseo de unidad se manifestó en medios de cultura escrita. Así apareció un Álbum Calderoniano en el que se recogieron poemas de autores españoles y portugueses en honor al dramaturgo español. Esta idea es importante destacarla porque fue la prensa periódica, que constituyó una comisión, la que decidió poner en marcha este proyecto, conscientes de la difusión que gracias a este centenario se podía hacer de la idea de cohesión y cercanía de los pueblos español y portugués.63 Además, hubo un deseo de rescatar a Cervantes y Camões para la memoria de aquellos que participasen en las fiestas del centenario. En todo caso, la publicación de este recopilatorio de obras españolas y portuguesas sería el fruto de la «fraternidad literaria de Portugal y España», porque habría que dar las gracias a todos cuantos «desean el progreso de la cultura de las dos naciones en que hoy se divide la Península Ibérica».64 La figura de Camões se estableció, al igual que la imagen de Cervantes, como el símbolo por el cual se identificaba a Portugal. El poeta portugués era la encarnación de la época de los descubrimientos, de la era dorada de crecimiento, y murió simbólicamente en 1580, cuando Portugal pasó a pertenecer a la Monarquía Hispánica. Además, de manera semejante a Cervantes, su vida, su biografía, encarnó todos los factores para ser recordada. Es decir, el mito rodeó su vida y su obra.65 La cabalgata histórica fue un momento de manifestación popular, concebida como elemento de unidad colectiva; la nación era la expresión del conjunto de la sociedad, exaltada en la conmemoración. Esto era muestra de un país amante de la civilización y el progreso, expresiones que se utilizarán constantemente en los momentos en los que se celebraron las exposiciones 62   Segundo Centenario de D. Pedro Calderón de la Barca. Su biografía…, p. 18. No sabemos cuál fue la imagen elegida que representaba metafóricamente a España. 63   Álbum Calderoniano. Homenaje que rinden los escritores portugueses y españoles al esclarecido poeta don Pedro Calderón de la Barca en la solemne conmemoración de su centenario celebrada en el mes de mayo de 1881, Madrid, Imp. Gaspar, 1881. 64   Álbum Calderoniano…, p. VIII. 65   Freeland, Alan. «The People and the Poet: Portuguese National Identity and the Camões Tercentenary (1880)», en Clare Mar-Molinero y Angel Smith (eds.), Nationalism and the Nation in the Iberian Peninsula, Oxford, Berg, 1996, pp. 55-56.

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universales. El homenaje hecho al poeta era una ejemplificación de que verdaderamente se tributaba la fama de los hijos esclarecidos de la nación, concediéndoles una gloria eterna. No solo Madrid fue escenario de celebraciones. Lo que sí parece concluirse es que, independientemente de los actos madrileños, la mayor parte de las festividades preparadas en otras ciudades se limitaron a promocionar concursos de ensayos sobre temas relacionados con algún aspecto de la vida, y sobre todo, de la obra de Calderón y su interactuación con la sociedad del Siglo de Oro.66 En los actos que conformaban la cultura conmemorativa que se sucedieron ya en estas últimas décadas del siglo xix hay que tener en cuenta el valor material del recuerdo. 1881, y más concretamente el mes de mayo, estuvo repleto de actos, sobre todo en ciudades como Madrid, de corte más popular o más particular, que homenajearon a Calderón y cuyos espectadores pudieron percibir como motivo de orgullo. Lo que hay que tener muy presente es que quedó un legado material, en forma de libros y números de periódicos, que permitió que este discurso llegara a un número mayor de grupos sociales y, sobre todo, que permaneciera como un recuerdo posterior. Para terminar este punto, tenemos dos ejemplos de esta proyección social. Un periódico de menor tirada, El Día, dedicó un número especial, en el que se invitó a participar a personalidades como Emilio Castelar, Antonio Cánovas del Castillo, Marcelino Menéndez Pelayo o Pedro de Madrazo, para que escribieran en honor del dramaturgo artículos sobre noticias o acontecimientos contemporáneos a Calderón.67 Y más concretamente, en agosto de ese año se publicó el Álbum Fotográfico del segundo centenario de don Pedro Calderón de la Barca, que apareció en la Gaceta de Madrid por si hubiese interesados en suscribirse.68 La maquinaria de la publicidad estaba en marcha. 4. El homenaje a Calderón de la Barca fuera de las fronteras nacionales La celebración del centenario de la muerte de Calderón de la Barca en el extranjero tuvo un importante eco en las delegaciones españolas plenipotenciarias. Por las Reales Órdenes de 9 de diciembre de 1880 y de 17 de febrero de 1881, se pidió que se difundiesen a través de las oficinas consulares en el extranjero los acontecimientos que se celebrarían en Madrid. Desde la Real 66   Si repasamos la Gaceta de Madrid en febrero y marzo, es raro el día que no aparezca a concurso algún tipo de premio por este tipo de actos. 67   El Día a Pedro Calderón de la Barca, gloria de España, príncipe de nuestros dramáticos. Singular y eterna fama dedica este número el 25 de mayo de 1881, segundo centenario de su muerte, Madrid, Imp. del periódico El Día, 1881. 68   Gaceta de Madrid, n.º 214, p. 548, 2.08.1881.

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Academia Española se instó a que se hiciese un certamen poético en cada capital europea, cuya obra premiada sería enviada a Madrid.69 Fuera ya de Europa, pondremos el ejemplo de Canadá, donde el consulado general de España en la Confederación del Canadá y en las posesiones británicas y francesas de Norte América convocó un certamen literario, difundido a través de periódicos locales y regionales. El ganador se llevaría una colección de la obra completa del autor.70 Desde Francia también se realizaron algunos actos en honor al dramaturgo. En el país vecino se consolidó la importancia de las asociaciones en la celebración de este tipo de centenarios y que también tuvieron su participación en el IV Centenario del Descubrimiento de América. Por ejemplo, la sociedad hispano-portuguesa de Toulouse celebró una velada y banquete en honor al escritor.71 O se publicaron obras en honor al literato, como la de Alexandre Huré, en 1881, un elogio dividido en cuatro partes, donde se le concedió el honor de la memoria, destacándose su gran valor dentro del catolicismo.72 Desde Inglaterra, el embajador español mandó unos artículos de distintos periódicos en los que se trataba el centenario de Calderón. Daban cuenta de los actos que se celebraron en Madrid. Se calculaba que unas ciento veinte mil personas habrían llegado a la capital para celebrar tal centenario.73 En uno de los artículos del Daily News se insistía en la particularidad de los españoles a la hora de celebrar este tipo de acontecimientos, no solo España, sino las naciones al sur de Europa, que «son más o menos adeptas en ese arte de pompa que en el norte ha sentido algo el peso del tiempo, y no hay dudas de que la fiesta como fiesta ha sido y será mantenida dignamente».74 Para este periódico, la euforia que se vivía en España a raíz de este centenario ya 69   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta del embajador español en París al ministro de Estado, Antonio Aguilar y Correa, marqués de la Vega Armijo, remitiendo con destino a la Real Academia Española quinientos ejemplares del poema premiado en el concurso celebrado con motivo del centenario de Calderón. París, 5.05.1881. 70   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta del cónsul general de España en la Confederación del Canadá y en las posesiones británicas y francesas de Norte América al ministro de Estado español, Aguilar y Correa, marqués de la Vega Armijo. Québec, 23.04.1881. 71   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Telegrama del cónsul español en Toulouse al ministro de Estado, Aguilar y Correa, marqués de la Vega Armijo. [S.f]. 72   Huré, Alexandre. Centenaire de Calderon, Paris, Librairie des Bibliophiles, 1881, p. 9. 73   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Artículos de periódicos enviados por el embajador inglés en Londres al ministro de Estado español Aguilar y Correa, marqués de la Vega Armijo, referentes al II Centenario de Calderón. Londres, 26.05.1881. 74   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Artículos de periódicos enviados por el embajador inglés en Londres al ministro de Estado español Aguilar y Correa, marqués de la Vega Armijo, referentes al II Centenario de Calderón. Londres, 26.05.1881. Artículo del Daily News.

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había sido superada por las naciones del norte de Europa. Como hemos indicado, Calderón formaba parte, junto a Lope y Cervantes, de la tríada literaria española más significativa. Aunque el dramaturgo homenajeado era inferior a Cervantes en cuanto a su descripción de la naturaleza humana y a Lope en cuanto a su poética, era un poeta digno de elogiar, sobre todo para conocer la España del siglo xvii. Pero para los ingleses toda la parafernalia preparada en torno a los doscientos años de su muerte era objeto de crítica, tanto por la cantidad de días, como por la calidad de los actos. En definitiva, aun reconociendo la valía de Calderón, el periodista inglés no podía dejar de anotar la superioridad de Shakespeare y Víctor Hugo sobre el dramaturgo español. Desde Portugal se enviaron algunos comisionados en representación de instituciones literarias y científicas portuguesas. La Asociación de Periodistas y Escritores portugueses quiso enviar una corona de plata para ofrecerla como muestra de respeto del pueblo portugués al dramaturgo español. En Lisboa se convocaron un concurso literario y una velada de carácter literario musical en honor al dramaturgo español, en la que participaron los reyes portugueses.75 Homenaje que correspondía «al propio tiempo a la muestra de simpatía y confraternidad que España dio a Portugal al enviar una comisión de periodistas a las que hubo en esta capital por el centenario de Camoens».76 La participación internacional de la fama de Calderón se manifestó, sobre todo, con la organización de actos por parte de algunas instituciones extranjeras, como hemos visto. Hubo una recepción de las novedades que se sucedían en España, algún homenaje de carácter particular y alguna representación en el programa conmemorativo madrileño. Todavía no se alcanzaron las cotas de participación, y quizá de reconocimiento, desde el exterior, que se sucederían en 1892 y 1905, aunque con carácter distinto. El recuerdo a un literato de la talla de Calderón reveló la atención puesta en el dramaturgo y su obra por parte de las elites intelectuales europeas, pero estaba lejos del alcance de la repercusión popular que tuvo, por ejemplo, el centenario del descubrimiento del nuevo mundo o la recepción de las novedades y singularidades, también con las características de la cultura conmemorativa, que se mostraban en las exposiciones universales.

75   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. El ministro plenipotenciario de España en Lisboa da noticias sobre los preparativos que allí se hacían para las fiestas de Calderón. Lisboa, 11.05.1881. 76   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. El ministro plenipotenciario de España en Lisboa da noticias sobre los preparativos que allí se hacían para las fiestas de Calderón. Lisboa, 16.03.1881.

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5. «Entre los promovedores de la fiesta los hay de dos especies»: la doble lectura del centenario de Calderón de la Barca77 La cultura conmemorativa que se puso en marcha en la conmemoración del fallecimiento del dramaturgo Calderón tuvo una doble lectura. En primer lugar, Calderón fue la imagen más conservadora de España, de la España católica. Por esta razón, los sectores más apegados a la Iglesia quisieron celebrar este centenario destacando su vertiente cristiana. En el periódico católico El Siglo Futuro se criticó el intento de eliminar la connotación religiosa de las celebraciones por parte de aquellos que propugnaban una interpretación popular de la conmemoración: Entre los promovedores de la fiesta los hay de dos especies. A la una pertenecen el Ayuntamiento, los industriales, comerciantes y fondistas de Madrid, que naturalmente, procuran, y hacen bien, ocasiones de atraer gentes forasteras. A la otra especia y esto es más grave, pertenecen los que quieren suprimir las fiestas religiosas y sustituirlas con fiestas profanas.78

Para esta corriente de pensamiento fueron los herederos de la política de desamortización los que quisieron negar el carácter católico por el que debía encauzarse la celebración, «note usted que en este caso, como en tantos otros, son esos caballeros, los que se acuerdan de la Religión, para ver de arrancarlas hasta las fiestas, como le han arrebatado sus bienes, sus dominios temporales, la enseñanza oficial, la influencia social y política y tantas almas».79 No se desaprovechó la ocasión para lanzar desde una tribuna pública, y con un motivo completamente ajeno, un dardo en contra de la política que se había estado ejerciendo en España destinada a sustraer poder de movilización social y económica a la Iglesia. Para otros, Calderón fue un símbolo ejemplar de la cultura nacional, dada su condición de poeta, dramaturgo y representante de las letras castellanas. Aun a pesar de las críticas vertidas en torno a esta apropiación por parte de la Iglesia de la figura de Calderón, se puede hablar de la otra cara del centenario. Si los sectores católicos criticaron el «olvido» de la faceta religiosa de su obra, esto se puede interpretar como que en algunos actos en su memoria se intentó, mediante clamor popular, generar afecto y unidad en torno a la conmemoración de uno de los héroes nacionales. De hecho, en los sucesivos aniversarios festejados tras 1881, siempre hubo alguna referencia al exitoso centenario de Calderón, por la gran presencia de público, y a la preocupación de las autoridades por su éxito final.80   El Siglo Futuro, 25.05.1881.   El Siglo Futuro, 25.05.1881. 79   El Siglo Futuro, 25.05.1881. 80   Guía del forastero en el Centenario de Calderón y programa de las fiestas de mayo de 1881, Madrid, Manuel G. Hernández, 1881. Se era tan consciente de la importancia del 77 78

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Este resultado no generó una expectativa clara dentro de los grupos liberales progresistas, por repetir la experiencia. Se puede decir que no «aprovecharon» las oportunidades ofrecidas por los actos que conformaban la política del pasado nacional que se sucedieron en el tiempo. Es más, podemos trazar y adelantar ya una particularidad de la cultura conmemorativa que se insertaría en la política de identidad nacional: la falta de una verdadera visión de la importancia y/o necesidad de llevar a cabo un programa estrictamente planeado y con objetivos concretos para fomentar dicha identidad en la sociedad española de este periodo. Probablemente la debilidad y la cierta apariencia de improvisación se debieron, como iremos desgranando en los próximos capítulos, a la creencia de que era innecesario porque, sencillamente, la identificación con los valores patrióticos y la propia imagen nacional era inherente en los miembros de la nación. Podemos girar la vista a otros ejemplos para reforzar esta idea. Podemos hablar, por ejemplo, de la invocación de la figura del pintor Esteban Murillo, en 1882, que se la apropiaron las instituciones locales en Sevilla, sobre todo las religiosas y el clero. Fue celebrado como pintor religioso y no como uno de los maestros de la pintura del Siglo de Oro. Posteriormente, la Iglesia de nuevo fomentaría la celebración del centenario de santa Teresa y poco más tarde, en 1889, de la conversión de Recaredo al catolicismo. Los partidos en el poder no parecían aprender el valor de este tipo de conmemoraciones, a pesar del ejemplo de Calderón.81 En el fondo, el centenario de Calderón, junto con el de santa Teresa y el de Murillo, fue una reivindicación que quería enfrentar los modelos cristianos que caracterizaban a España frente a las celebraciones de otros países europeos de personajes como Voltaire o Goethe. Calderón también presentaba ciertos problemas a la hora de erigirlo a los altares del pensamiento progresista. Emilia Pardo Bazán afirmó que no entendía por qué se barnizó al centenario con un tono igualitario, cuando el homenajeado y su obra justificaban las desigualdades del Antiguo Régimen. Además, recriminó a muchos de los participantes el tiempo de espera para reconocer a los grandes escritores nacionales, solo hecho en el momento en que los extranjeros indicaron los autores españoles que eran dignos de destacar después de que los portugueses celebrasen el centenario de Camoẽs.82 Como ha demostrado recientemente Jesús Pérez-Magallón, el fruto de la trapúblico y, sobre todo, de la posibilidad de visita de turistas, que se editó este pequeña guía con el propósito de «facilitar a los muchos forasteros que en este mes han de visitar la capital de España el medio, la forma y oportunidad de que, sin grandes molestias y ordenadamente, puedan concurrir a los diversos espectáculos que se preparan con motivo del Centenario de Calderón y las demás fiestas que coinciden con este acontecimiento» [p. 3]. 81   Storm, Eric. «Las conmemoraciones de héroes nacionales…», p. 83. 82   Calderón in Deutschland…, pp. 9-10. «Por todo lo cual vuelvo a mi primer asombro, de que tengan carácter democrático, fiestas consagradas cabalmente a ensalzar uno de aquellos privilegios que el régimen mas nivelador no podrá abolir y que persistirán probando que la desigualdad es ley y ley de armonía para el espíritu.»

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yectoria que ya desde el siglo xviii se vislumbraba sobre la interpretación de la obra del dramaturgo fue apropiado por la corriente conservadora, como hemos visto en el análisis de la celebración del centenario. La idea fue considerar a Calderón como prototipo español, no solo a él sino también a los personajes de sus obras, donde se pudo leer la tradición católica, la fidelidad de la monarquía y la defensa del honor. Este sería el resultado, pero también hemos visto aquí el reflejo de la lucha entre dos concepciones ideológicas a través de la interpretación de la propia obra del dramaturgo: superar las creencias que se respiraban en sus piezas de teatro o alzarlas como valores incuestionables de la esencia nacional.83 El centenario de un dramaturgo moderno se erigió de este modo —que podemos considerar como una consecuencia más— como el escenario al aire libre del choque entre dos corrientes ideológicas-políticas que se estaba produciendo en distintos campos de la realidad de este último tercio del siglo xix. El centenario de Calderón, como apuntamos al principio, se puede considerar el primero de su especie en la sucesiva política conmemorativa llevada a cabo durante la Restauración. La toma de ejemplo del resto de Europa fue clara: en otros países occidentales, el homenaje a héroes del pasado había impulsado, en cierto modo, el cierre de filas de la sociedad en torno al orgullo nacional. Por esta razón, y por el papel reconocido de los literatos y artistas del Siglo de Oro español, dentro y fuera de las fronteras del propio país, se impulsó, desde una iniciativa particular de una asociación, la celebración de los doscientos años de la muerte del dramaturgo. Si bien fue un homenaje público, social y nacional, se anunciaron todos los puntos, incluidos los problemáticos, que también se vieron en la celebración de otras fechas. La polémica estaba servida, y era difícil ajustarse a un criterio unidireccional a la hora de evaluar la obra y la vida de Calderón. La Iglesia vio la oportunidad de reivindicar, desde otro punto de vista, su papel en la sociedad. Los partidos en el poder vieron cómo se instigaba la necesidad de reclamar el personaje del literato, porque desde fuera se había reconocido su valor. Se sumaron a la propuesta de la Asociación de Escritores y Artistas, pero es difícil afirmar que desde las elites del poder se percibiera como necesidad perentoria y positiva el reclamo que hacia el propio régimen político podía constituir el programa conmemorativo. Por estas razones, se asistió a una lucha por apropiarse del símbolo que supuso Calderón en la imagen mítica del Siglo de Oro, en la que había posturas tampoco bien definidas, porque se pensaba que la idea que conllevaba este episodio histórico, es decir, el auge cultural nacional, simplemente era compartido por los miembros de la sociedad. Este debate abierto, a medias, perduró en las siguientes décadas: ¿por qué asentar una imagen cuando se suponía que todo el mundo la reconocía? De este modo, la celebración en 83   Pérez-Magallón, Jesús. Calderón. Icono cultural e identitario…, pp. 29-57, espe­ cialmente pp. 34-35 y 42, como texto de introducción.

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1881 fue el fruto de iniciativas particulares, a las que se sumó el aparato estatal también, pero que tuvo como consecuencia la improvisación. Para Juan Pérez Garzón, en el trasfondo de estas celebraciones, España mostró una de sus debilidades: los complejos que asolaban al nacionalismo español frente a los extranjeros hicieron de la necesidad una virtud y se lanzaron diatribas en pro de la originalidad de los actos preparados.84 Para terminar, antes de embarcarnos en la Exposición Universal de Barcelona de 1888, habría que señalar que a partir de este momento hay otro hecho significativo que definirá el marco de la decisión sobre qué y a quién conmemorar en España, que será la elección de aquellos episodios y personajes que vivieron en el espacio temporal de la Edad Moderna. La festividad de 1881 fue el preludio de lo que acontecería once años después, con una mayor implicación internacional. Además, entre medias de 1881 y 1892, la celebración del certamen universal en la Ciudad Condal fue un acontecimiento acorde a la sociedad de finales del siglo  xix. Fueron los hitos que encumbraron a las conmemoraciones como episodios de implicación política y social de gran envergadura, y en las que España habría de plantearse el papel que jugaría en el terreno de las relaciones internacionales, tras un insinuante velo de incoherencia que fue el de no aprovechar, en el mismo sentido, estos actos de cara a fortalecer el régimen interno.

  Pérez Garzón, Juan Sisinio. «La creación de la historia de España…», p. 91.

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CAPÍTULO 4 LA EXPOSICIÓN UNIVERSAL DE BARCELONA DE 1888: EL ESCAPARATE DE LAS VIRTUDES NACIONALES

En el análisis de la imagen de España en el periodo comprendido entre 1875 y 1905 es difícil obviar el gran acontecimiento que supuso la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Las conexiones entre las conmemoraciones de centenarios y una exposición son numerosas. El certamen supuso la proyección de una identidad en colaboración con las conmemoraciones de centenarios de los héroes y episodios históricos nacionales. Luis Figuerola, periodista de El Día Gráfico, escribió en 1914 sobre la herencia, más de dos décadas después, del certamen barcelonés, para comprender la interacción del mismo con el intento de realizar una política conmemorativa en el mismo sentido: La generación actual no [...] se puede dar cuenta de la importancia [...] que aquél tuvo para la Nación en general y para Cataluña y Barcelona en particular […] Fue una inesperada revelación del poderío industrial, mercantil, científico, artístico y literario de Cataluña de toda España; una espléndida manifestación de las fuerzas vivas del país que [...] acortó la distancia que nos separaba de Europa, que conoció entonces lo que podía y valía España tan vilipendiada, tan menospreciada, tan discutida. Por ella pudo apreciar el progreso oficial y compararlo con el particular; conoció nuestras industrias y nuestros adelantos y se convenció de que en España había algo más que chulas, toreros, pronunciamientos y motines.1 1   Grau, Ramón y López, Marina. «Bibliografía. La Exposición de 1888 en el Juicio Histórico», en Daniel Fernández y Ángel Prats (eds.), Exposición Universal de Barcelona. Libro del Centenario, 1888-1988, Barcelona, L’Avenç, 1988, p. 43. El artículo de Luis Figuerola está tomado de esta obra y es del 24 de mayo de 1914. Tenía como título «La exposición Universal de 1888. Un aniversario. Notas históricas».

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El análisis de la Exposición Universal de Barcelona en 1888, unos años después de la celebración del centenario de Calderón de la Barca, nos mostrará de qué manera se tuvo una conciencia de las expectativas políticas, económicas y sociales de estos certámenes, el alcance de las mismas y su imbricación con las conmemoraciones. No se puede olvidar, como bien explicó un periodista de El Siglo Futuro, que el siglo  xix fue, además del siglo del vapor o la electricidad, el siglo de las exposiciones.2 1. La proyección de los valores del progreso en las exposiciones universales: el interés por celebrar un certamen en España Las exposiciones universales, consideradas como fenómenos de masas en la sociedad del siglo xix, no solo fueron un escaparate publicitario de los países participantes, sino que también se concibieron como enormes centros mercantiles. Recibieron el adjetivo de universales no por el número o variedad de países participantes, sino por albergar un abanico de productos de diferente procedencia. En primer lugar, hay que tener en cuenta que Inglaterra, Francia y Estados Unidos fueron los países que marcaron las pautas clasificatorias de las exposiciones.3 Aunque ya desde finales del siglo xviii hubo exposiciones, de carácter nacional, en París, fue la Exposición Universal de Londres de 1851 la que supuso el punto de partida del meteórico éxito de esta concepción. Según los autores del catálogo de la Sección Arqueológica de la Exposición Universal de Barcelona de 1888, se pusieron «en boga esos grandes certámenes de trabajo» por parte de los «primeros estados de Europa y América», por la necesidades de las sociedades modernas de «fraternización y compenetración».4 Este cambio estuvo directamente relacionado con la Revolución Industrial y se operó en el momento en que la elite política y social inglesa decidió «imitar» a Francia, dándole un carácter internacional y desarrollando el sistema de clasificación y jurado.5 Los ingleses no habían acogido, hasta 1851, la tradición francesa de exposiciones, por miedo a la competencia y la imitación de sus invenciones industriales. El nuevo concepto británico fue la reunión bajo el mismo techo de los avances 2   Gutiérrez Burón, Jesús. «Los enviados especiales a las Exposiciones Universales del siglo  xix», en VI Congreso español de Historia del Arte. Los caminos y el arte, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 1989, p. 34. La fecha de dicha publicación es del 19.05.1867. 3   Greenhalgh, Paul. Ephemeral Vistas…, p. 2. Según Greenhalgh, Gran Bretaña inauguró la tradición en 1851, Francia las embelleció y en Estados Unidos se dotó a las exposiciones de tamaño e intercambio comercial de gran envergadura. 4   Puiggarí, José. Álbum de la Sección Arqueológica y de las instalaciones de la Real Casa en la Exposición Universal de Barcelona con catálogos y descripciones detalladas, Barcelona, Imp. Jaime Jepús, 1888, p. 3. 5   Bourguinat, Nicolas y Pellistrandi, Benoît. Le 19e Siècle en Europe…, p. 183.

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de distintos países y configurar el espacio acorde a una nueva visión del mundo.6 Pronto, la aparente carrera rival entre Francia y Gran Bretaña para organizar exposiciones tuvo otro actor, Estados Unidos, y en la década de 1880 se llegó a un ambiente de megalomanía en torno a los certámenes preparados.7 La década culmen de las exposiciones universales fue, precisamente, la transcurrida entre 1880 y 1890. Coincidió con la denominada gran depresión económica europea, comprendida entre 1873 y 1896, con lo cual algunos autores han sugerido una relación entre la necesidad de difuminar estos problemas gracias a la visión de los avances y la modernidad de las naciones.8 Otro de los aspectos innovadores en 1851 fue la exaltación del esfuerzo colectivo; las máquinas captaron el interés y eran mostradas con orgullo. Los objetos tradicionales fueron substituidos por las novedades, resultados de la industrialización.9 No todos los países tuvieron la misma idea de progreso. La muestra de los avances tecnológicos tuvo para los franceses una connotación diferente a Inglaterra; el poder económico e industrial de aquellos, y su política, fueron un recurso para justificar su propia identidad y afirmar los lazos de relación entre el centro y la periferia. En Francia fue el Estado el que controlaba y dirigía las exhibiciones; por el contrario, en Inglaterra fue la iniciativa privada.10 A partir de ese momento hubo dos tendencias en la conceptualización de la muestra que se entrecruzaron: los productos podían clasificarse según su procedencia o su tipología. Fue en la Exposición de París de 1867 cuando se encontró una solución que perduró en el tiempo: en un espacio único se mostraron los productos siguiendo las dos trayectorias, lo que permitiría a los visitantes comparar, por un lado, los objetos de un mismo país, y por otro, la calidad de los mismos según su origen. Además, comenzaron a erigirse algunos pabellones nacionales, al lado del edificio que funcionaba como palacio de exposición central. La idea era mostrar la arquitectura nacional y, por ello, la presentación de las mercancías no se limitó tan solo al aspecto técnico industrial, sino que supuso una muestra del carácter nacional que identificaba a cada país lo que allí estaba representado. Las apreciaciones de un contemporáneo, el periodista español Marcelino Umbert, van a permitirnos comprender mejor este pensamiento, a través de  6   Giberti, Bruno. Designing the Centennial. A History of the 1876 International Exhibition in Philadelphia, Lexington (Kentucky), The University Press of Kentucky, 2002, pp. 3-5.  7   Greenhalgh, Paul. Ephemeral Vistas…, p. 15.  8   Rembold, Elfie. «Exhibitions and National Identity», National Identities, vol. 1/3 (1999), p. 223.  9   Ramírez, Juan Antonio. Medios de masas e historia del arte, Madrid, Cátedra, 1988, p. 108. 10   Kaiser, Wolfram. «Vive la France! Vive la République? The Cultural Construction of French Identity at the World Exhibitions in Paris 1855-1900», National Identities, vol. 1/3 (1999), p. 229.

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la memoria escrita sobre su viaje a la Exposición Universal de París en 1878. Según su visión, las que hasta este punto habían sido bastiones aisladas, debían reunirse en un solo poderosísimo esfuerzo de la inteligencia y trabajo, a fin de que el concurso de todas las ideas, el cambio de todos los productos, la contemplación de todos los artefactos, el examen de todas las mejoras, fueran para la industria universal otros tantos elementos de progreso llevados a unos pueblos por el ejemplo de otros, mediante la mutua contemplación y el aprendizaje mutuo que de la comparación resultaba, al mirar reunidas las producciones del mundo entero.11

Las exposiciones universales eran recintos cerrados donde se «vendía» una idea concreta y se ofrecía al visitante la oportunidad de vivir una experiencia diferente al poder observar objetos que de otro modo no podría contemplar. Se convirtieron en un espacio de sociabilidad único y diferente, no solo por sí mismas, sino por su capacidad de llegar a un público mayor gracias al desarrollo de los medios de comunicación.12 Los relatos de viajeros, las crónicas de los corresponsales de prensa y de instituciones culturales, además de las publicaciones oficiales, como el caso español de la Gaceta de Madrid, junto con los catálogos, hicieron que las exposiciones se vivieran como un hecho cotidiano. Junto con la prensa y las crónicas habría que destacar los carteles, género que quedó definido a finales del siglo  xix y que ejercerá una interrelación con los sujetos de la sociedad diferente a otros medios anteriores, porque en este caso el icono de la imagen serviría para que el mensaje llegue a un número ilimitado de personas. Las exposiciones eran los nuevos lugares de peregrinación de los hombres del siglo  xix. Supusieron un motivo para que muchos saliesen de las fronteras nacionales de una manera física o imaginaria. Eran un lugar donde se recababan y difundían ideas nuevas. Por esta razón muchos intentaron obtener subvenciones estatales y municipales para emprender el viaje.13 Además, eran ejercicios preparatorios para el trato al turista. Los ayuntamientos y las organizaciones se preocuparon mucho para que se pudiese ofrecer alojamiento a todo aquel que viniera de fuera, en plena gestación de la economía 11   Umbert, Marcelino. España en la Exposición Universal de París de 1878. La ciencia, las artes, la industria, el comercio y la producción de España y de sus colonias ante los jurados internacionales, Madrid, M. Minuesa, 1879, p. 9. 12   Fonseca, Luis A. da. «A dupla dimensão das comemorações…», pp. 36-40. 13  AVM, Expediente 10/66/113. Expediente concediendo tres meses de licencia al Sr. Constantino Rodríguez. Acuerdo del ayuntamiento confiriendo a dicho Sr. la representación de agua del Ayuntamiento en la Exposición Internacional de Chicago. Y tiene que dar aviso a comisaría regia. En el Archivo de la Villa de Madrid se guardan los expedientes de muchos vecinos de la ciudad que intentaron obtener, alegando diversas razones, dinero para poder ir a visitar certámenes internacionales en otros países. Por ejemplo, Isidro de La Parra, estudiante de Bellas Artes, con motivo del centenario de Colón pidió una subvención al Ayuntamiento para ir a la Exposición Universal de Chicago en 1893. La solicitud fue denegada.

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del ocio.14 A esto se le añadían las implicaciones financieras de los certámenes universales. En general, la financiación de una exposición provenía de cuatro fuentes: estatal (central y municipal), iniciativa privada (tanto individual como compañías), lotería y organismos fundados exclusivamente con la utilidad de encontrar recursos para la misma. Se concibieron, además, como un lugar donde se prodigaban las oportunidades para las relaciones diplomáticas de carácter comercial. Los participantes sabían que estas exposiciones eran un momento único para abrir mercados nuevos y afianzar alianzas y que suponían la ampliación de intercambios económicos. Así lo explicaba el comisario general español para la Exposición Internacional de Filadelfia de 1876: Y preciso que se haga comprender [...] de hacer valer en ocasión tan propicia la superioridad de varios de nuestros productos respecto de los similares de todo el globo, a fin de que traducida en ventajas positivas comerciales ante los mercados del mundo semejante preferencia comienza para España una nueva era de prosperidad material […] Nuevos y desconocidos mercados nos abrirán ciertamente sus puertas, dando fácil y lucrativa salida a nuestros principales artículos.15

No siempre las expectativas fueron acordes a la situación financiera del país, como en el caso de España. Pondremos un ejemplo de cómo el deseo de participar en la Exposición de Filadelfia no pudo verse cumplido con el rigor deseado. En el informe solicitado a Francisco López Fabra, antiguo jurado en la Exposición de Viena, además de presidente del Ateneo Barcelonés, sobre la conveniencia de la presencia de España en la Exposición de Filadelfia, apostó por el sí, pero con matices. Propuso una reducción de gasto en expositores con respecto a la Exhibición de Viena, «de una manera más lógica, ostentosa y económicamente que a Viena», inclinándose por una muestra de productos relacionados con las Bellas Artes, dado que, y siempre según esta opinión, los productos agrícolas e industriales, sobre todo textiles, ya habían alcanzado una fama meritoria en la capital del Imperio Austro Húngaro.16 Así, según el informe, «hay dos ramos de la producción que deman14   La Ilustración Española y Americana, 8.03.1888. «Ha sido formado por la misma Junta, y aprobado ya, un plan de alojamientos verdaderamente práctico y económico, en virtud del cual las personas que visiten el concurso hallarán cómodo y seguro albergue, cuya graduación de precios e importancia está dividida en siete clases, y cuanto a los medios de transporte y acceso a la capital, Barcelona tiene líneas férreas que la ponen en comunicación directa con Europa, y con un hermoso puerto visitado por naves de todo el mundo culto.» 15  ARSEM, Legajo 553, Expediente 1. Documento enviado por la Comisión General Española a la Real Sociedad Económica Matritense para pedir el apoyo y participación de esta sociedad en la Exposición Internacional que se iba a celebrar en la ciudad norteamericana en el año 1876. Madrid, 17.01.1875. 16   AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Cajón 23, Expediente 14. Exposición de Filadelfia. Informes sobre la misma. Secretaría particular de S.M. 1875. Carta a S.M. el Rey dándole informes sobre la asistencia de España a la Exposición de Filadelfia. Madrid, 24.07.1875.

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dan amparo. Las publicaciones científicas y literarias: las obras de educación y cultura, la imprenta y librería española [...] Razonable es, en consecuencia que la agricultura e industria cedan el puesto a las letras, ciencias y artes».17 Era la adaptación a una realidad económica que se escondía tras el velo de la justificación de la necesidad de exportar arte, que era uno de los embajadores nacionales. Las exposiciones, desde su inicio, dieron lugar a una caterva de discursos de contenido cultural y sobre el progreso de la humanidad en los que se refugiaban las explicaciones para llevarlas a cabo. A estos puntos se fueron añadiendo lentamente otras justificaciones, como, por ejemplo, la conmemoración de algún hecho histórico, caso de la independencia de Estados Unidos, en la Exposición de Filadelfia de 1876, la Revolución francesa en París en 1889 o el descubrimiento de América para la Exposición de Chicago de 1893. Se incorporaron una serie de principios morales, impartidos de cara a la sociedad, como eran la consecución de la paz entre naciones, la educación, el comercio y el progreso.18 Fueron consideradas también un remanso de paz en un crispado ambiente político internacional, en las que hubo posibilidad de mejorar las relaciones entre los distintos gobiernos. A la vez, de manera casi paradójica, acentuaron las rivalidades, aunque se crearan con la intención de difundir los avances de la ciencia y la industria.19 Aumentaron las muestras de desigualdad entre las naciones más que destacar los puntos de igualdad entre las mismas. Muchas veces los organizadores no eran totalmente conscientes de las consecuencias políticas y sociales de las mismas. En la Exposición de Filipinas de 1887, se dio la condición paradójica e imprevista, por parte de España, de que la presentación bajo el prisma de unidad de los diferentes pueblos que habitaban en las islas influyó positivamente en la consolidación del fenómeno nacionalista filipino. Era contradictorio que un certamen organizado desde la metrópoli impulsara el deseo de separación de la colonia.20 Economía, política y propaganda se entrelazaban de tal manera que no era posible delimitar bien los campos. Por esta razón, las naciones participantes, conscientes de la utilidad de la proclamación del progreso nacional frente a los otros, utilizaron estas muestras del progreso para la exaltación del sentimiento patriótico y la búsqueda del bien nacional: Las necesidades, cada día mayores, de las sociedades modernas, y su satisfacción de la manera más completa y económica han dado origen a las Exposiciones, en que se presentan a la vista los progresos de cada país, y por 17   AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Cajón 23, Expediente 14. Exposición de Filadelfia. Informes sobre la misma. Secretaría particular de S.M. 1875. Carta a S.M. el Rey dándole informes sobre la asistencia de España a la Exposición de Filadelfia. 18   Greenhalgh, Paul. Ephemeral Vistas…, pp. 17-18. 19   Weber, Eugen. Francia, fin de siglo…, p. 310. 20   Sánchez Gómez, Luis Ángel. Un Imperio en la vitrina…, p. 224. No fue la única vez, en otras exposiciones coloniales de estas características se vivieron procesos similares.

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consiguiente lo que puede obtenerse de ellos no solo en la esfera teórica de los conocimientos humanos, sino también en las regiones de las industrias agrícola, fabril y comercial y en la de las artes liberales y las mecánicas.21

Estas palabras están recogidas de la convocatoria particular para la organización de una exposición nacional española en Londres en el año 1889 que requería apoyo institucional.22 Para los valedores de esta idea, las exposiciones nacionales, que darían a conocer los productos españoles fuera de las fronteras, eran un punto de partida para el avance en el mercado inglés, potencial aliado político al mismo tiempo. La industria española necesitaba organizar este tipo de exhibiciones, puesto que «por las circunstancias de ser casi completamente desconocida en el extranjero [...] ha facilitado a sus detractores el difamarla con éxito».23 Las elites políticas y económicas implicadas en la organización de estos certámenes eran conscientes de los beneficios que podían aportar estas reuniones.24 En muchos casos no se obtuvieron los resultados esperados, dado el excesivo número de exposiciones de distinta índole, que abocaron a un sentimiento de hastío hacia las mismas.25 Desde la visión de la historiografía contemporánea, se ha llegado a 21  AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos (1893-1906), Madrid, H3213. Folleto explicativo de la Exposición Española en Londres en 1889. 22   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos (1893-1906), Madrid, H3213. Carta de Alberto Berges, agente general para la exposición española en Londres, al ministro de Estado, Marqués de Vega Armijo. Londres, 18.08.1888. El desconocimiento sobre España venía dado por el aislamiento político y el escaso «espíritu mercantil del pueblo español». 23  AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos (1893-1906), Madrid, H3213. Folleto explicativo de la Exposición Española en Londres en 1889. 24  AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos (1893-1906), Madrid, H3213. Carta de Alberto Berges, agente general para la exposición española en Londres, al ministro de Estado, marqués de Vega Armijo. Londres 18.08.1888. Contestación manuscrita en el margen con la resolución y dado la conformidad (19.09.1888). Los organizadores escribieron al marqués de la Vega Armijo, ministro de Estado, para que difundiese la noticia. La contestación oficial fue que el Estado español ya apoyaba una iniciativa de la Cámara de Comercio Español en Londres para realizar un exhibición parecida y no era loable mostrar el apoyo a dos iniciativas semejantes. La proposición de la Cámara de Comercio fue realizada por un socio de la misma, Montejo, a Segismundo Moret, en la que se propuso una exposición española en la capital de Gran Bretaña, dado el éxito previo de la Exposición Nacional Italiana (muy despectivo respecto a esta, puesto que afirma que la exposición española dejará atrás «y en penumbra a los yankees con sus indios, búfalos y máquinas automáticas y a los italianos con sus organillos y macarrones»). No se llevó a cabo, dado el poco apoyo de la propia Cámara, cuyo presidente escribió a Moret, en una carta fechada el 1 de junio de 1888, en la que se afirmaba que Montejo debía dejar en manos de otros el asunto de la exposición, puesto que «después de visto por Ud. el prospecto publicado por Montejo, comprenderá V. que es víctima de otra alucinación primaveral como la del año pasado». 25   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos (1893-1906), Madrid, H3213. Carta del embajador español en Londres al ministro de Estado, Ventura García Sánchez Ibarrondo. Londres, 20.12.1900. Esta sucesiva correlación de proyectos fracasados hizo que se frenasen muchas ideas propuestas en los años siguientes. En

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catalogar a las exposiciones como las mediadoras entre la sociedad y el proceso de industrialización, el nexo de unión entre los agentes y los receptores pasivos, es decir, el público. Fueron el exponente del cambio y reestructuración que sufrió la sociedad de la segunda mitad del siglo xix.26 Dentro del concepto de exposición incluimos el concepto de ayuda al orden social, puesto que se podía poner al servicio de la propia imagen que la sociedad emitía, e intensificar así la identificación con los parámetros de conciencia de pertenencia a una nación. Wolfram Kaiser ha destacado la importancia de estas exhibiciones en la elaboración de un discurso de identidad nacional, que permitió concebir una idea de unidad en torno a la comunidad social, transmitida por las elites políticas y culturales al resto de ciudadanos.27 Esta premisa sería la que explicaría nuestra elección del estudio de la Exposición de Barcelona, porque en el proceso de elaboración y difusión, por parte de las elites sociales, de un discurso de identidad, estos certámenes jugaron un doble papel. Por un lado, se mostró la imagen del país anfitrión; por el otro, las naciones concurrentes tuvieron la oportunidad de exponer los avances de cada país. Fue un escaparate donde las naciones podían crear y mostrar su propia imagen, sensible a los cambios operados a lo largo de los sucesivos certámenes. Podría considerarse el complemento con el resto de categorías conmemorativas. El interés por la exposición celebrada en Barcelona, entre mayo y diciembre de 1888, se centra en el deseo de estudiar la imagen que se quiso dar de España desde el poder político, además de convertirse en un agente socializador, tanto para los espectadores como para aquellos que leyeron las crónicas referentes al certamen. La idea de carácter nacional y la estabilidad del sistema político no fueron hechos ajenos a la organización de esta exposición. Los certámenes disfrutaban de una cierta connotación educativa, de cara a las clases populares, con el objetivo de que estos grupos sociales se identificasen con el proyecto de identidad nacional y hacerles partícipes del progreso del país, porque eran muestras del orgullo nacional y esto explicaría parte de su éxito. El problema fue que, a medida que se sucedían las exposiciones, estas eran más un lugar de diversión y ocio, por encima de otras cosas, y se dificultó de este modo la comprensión y difusión del mensaje. una carta del embajador español en Londres se denegó ayuda financiera a un particular inglés para realizar una exposición de productos españoles en el año 1901, porque «en 1889 se celebró en el mismo sitio en que la proyecta el solicitante una exposición de productos españoles [...] y fue un verdadero fracaso. Solo sirvió para mostrar algunos vinos españoles y varios productos presentados por casas de Barcelona. Más que Exposición seria se redujo a representaciones teatrales de baile y cante flamenco que ciertamente no dieron la mejor idea de nuestra cultura ni de nuestras costumbres. Ningún aumento produjo en la importación de nuestros productos». 26   Carrasco Martínez, Adolfo. «El pasado elocuente…», p. 104. 27   Kaiser, Wolfram. «Vive la France! Vive la République?…», p. 227.

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2. Las claves de la elección de Barcelona como sede del certamen de 1888 Barcelona albergó la primera Exposición Universal española. Esto tuvo que ver, en parte, con el deseo, sobre todo de la burguesía urbana y del propio Ayuntamiento, de presentar una buena imagen de la ciudad, a pesar de la crisis puntual que estaba sufriendo la industria catalana. La idea era recuperar la competitividad ante los rivales europeos.28 Para Eric Storm, Barcelona, aun a pesar de su relevante papel en el mundo cultural y económico, tenía influencia, ante todo, en la región catalana, y Madrid en el resto del país.29 La exposición en la Ciudad Condal mostró el fruto de la industria local, a pesar de sus limitaciones en parte debido a esta crisis. Para muchos periódicos, la imagen que se concedía de la economía catalana era la deseada para muchas otras provincias, y se anhelaba «que despertase el genio emprendedor que fue rasgo distintivo de la raza española en otro tiempo y que yace hoy adormecido por el aislamiento por que viven nuestras provincias, la falta de ejemplos que imitar y la timidez engendrada del pesimismo».30 Para ciertos grupos conservadores, a pesar de la mala gestión económica de los gobiernos liberales que habían precedido a esta exposición, el certamen de Barcelona destacó porque supuso «la resurrección de un pueblo».31 El ministro de Fomento del Gobierno liberal en marzo de 1887, Carlos Navarro Rodrigo, afirmó que la idea de reunir en un concurso público los productos de un país para conocerlos, compararlos y saber las materias primeras con que se obtienen; los medios y procedimientos con que se elaboran, es tan antiguo como las necesidades mismas que esos certámenes de la inteligencia y del trabajo satisfacen en la vida de los pueblos.32

Fue una interesante elocución en favor de las exposiciones, herencia de las antiguas ferias, necesarias ya no solo como muestrario de las novedades técnicas en el mundo laboral, sino simplemente como lugar para el intercambio de ideas, de negocios. Así, la esencia de estos certámenes, continuaba el ministro, era «convocar al mundo civilizado a un solemne colosal certamen en que cada nación exhibirá sus fuerzas creadoras». Las exposiciones univer28   Bueno Fidel, María José. Arquitectura y nacionalismo (pabellones españoles en las exposiciones universales del siglo xix), Málaga, Universidad de Málaga, 1987, pp. 65-67. 29   Storm, Eric. Pensamiento político en la España del cambio de siglo  (1890-1914), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p. 25. 30   El Imparcial, 25.04.1888. 31   La Época, 23.05.1888. 32   AHSE, HIS-0869-11. Proyecto de ley remitido a las Cortes por el ministro de Fomento, Carlos Navarro Rodrigo, concediendo al Ayuntamiento de Barcelona un anticipo de dos millones de pesetas para la Exposición Universal que se ha de celebrar en aquella capital en abril de 1888. Las siguientes citas sin nota a pie de página corresponden a este documento.

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sales «concentrando en un punto y momento dado los progresos conseguidos en todos los ramos del saber, ofrecen al constructor, al fabricante, al productor en general, ocasión de estudiar los adelantos que más directamente les interesan». Por eso, los gobiernos de las naciones debían contribuir al éxito de estos proyectos. Barcelona, en 1888, se erigió como una ocasión para mostrar la estabilidad del régimen político, además de ser un excelente momento para afianzar la regencia, por «el hecho de que el Estado preste […] el auxilio reclamado por el Ayuntamiento de Barcelona, […] puede señalar el estado venturoso de paz y tranquilidad con que se ha inaugurado el reinado de Alfonso XIII». Se justificó que la primera exposición fuera en Cataluña por la «excepcionalidad» de la región, tanto en un contexto demográfico como económico. El crecimiento demográfico fue superior al resto de España, sobre todo en la primera mitad del siglo xix, lo que implicó una emigración de mano de obra del campo a la ciudad, gracias al crecimiento de la industria. El fortalecimiento de la clase social burguesa propició un impulso a esta exposición, que se vertebró entonces como una apuesta para mostrar que España había alcanzado una cierta holgada posición económica: Pero si bajo el punto de vista político se ha rehabilitado España a los ojos del mundo, no sucede otro tanto en cuanto al progreso de nuestro pueblos en las artes de la industria y el comercio. Esta es la rehabilitación que falta a nuestro país y que puede darle la Exposición de Barcelona […] Esto es lo que pondrá de relieve la Exposición de Barcelona, abriendo los ojos a la luz de la verdad, no solo a los extranjeros, sino a muchos españoles, para quienes aquel gran certamen promete ser muy fecundo en revelaciones y empresas.33

Con la impresión que recibirían los extranjeros que visitasen la Exposición y difundida tras el regreso a sus respectivos países, se permitiría eliminar la imagen de improductividad con la que muchas sociedades identificaban a España. Porque de hecho, a la altura de 1888, en ese mundo industrial, «la guerra es del trabajo. Era preciso demostrar que tenemos armas para el trabajo».34 La Exposición no estuvo solo dirigida de cara al extranjero; también eran importantes las noticias que difundirían los periódicos nacionales, los visitantes de otras provincias, gracias a los «trenes atestados de viajeros», y los que acudieron gracias a las subvenciones de instituciones culturales y políticas.35 La idea de la benevolencia de la monarquía, imagen destacada antes y durante la Exposición, llegaría, de este modo, a todos los rincones españoles. La imagen de la ciudad de Barcelona ayudó, junto a otros agentes, a culminar un proyecto que ya había sido anunciado sin éxito en otras ocasiones para Madrid.   El Imparcial, 18.05.1888.   El Imparcial, 18.05.1888. 35   El Imparcial, 21.05.1888. 33 34

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Una de las claves de la elección de la ciudad catalana fue la economía. Si queremos trazar un panorama sobre esta cuestión, podríamos empezar indicando las características generales de la economía española a finales del siglo  xix, que, según el historiador Gabriel Tortella, definieron al país como atrasado y encerrado, y dificultaron la readaptación a los nuevos parámetros internacionales.36 Esta situación se ejemplificó en los motines de subsistencia que se sucedieron a finales del siglo xix y principios del xx, aun a pesar del ciclo positivo que se dio a partir de 1896.37 A grandes rasgos, la economía española permaneció estancada hasta 1840, tras lo cual vivió un periodo de recuperación que se alargó hasta la década de 1860. A partir de ese momento el crecimiento fue más rápido, aunque con marcadas diferencias regionales y sectoriales.38 La década de 1860 fue crucial, como culminación de la primera fase de la Revolución Industrial. En la década de 1880 se generó otro problema: el de la sobreproducción. Aun así, podemos afirmar que hasta mediados de esta década la producción catalana vivió su edad dorada, pero la crisis de la agricultura española de 1882-1884 ya anunciaba las dificultades que iba a pasar la economía a finales de esta década. La Exposición de 1888 ha sido interpretada como un intento de mejora de la situación tras el brusco descenso en la producción en torno a 1886. Funcionó para la revitalización de la ciudad, para mostrar el desarrollo de la economía y el buen funcionamiento de la gestión municipal. Se era consciente de que en el momento en que se celebró la exposición, Cataluña en general, y Barcelona en particular, no se encontraban en la mejor coyuntura económica. La industria catalana, tras 1888, diversificó su economía, lo que le ayudó a superar el bache e intensificar su crecimiento.39 Algunos autores, como Benjamin Martin, han apuntado que España se rezagó hasta medio siglo en relación con los países más industrializados.40 Fue en el cambio de siglo cuando España vivió un proceso de reestructuración económica y de industrialización.41 A esto habría que añadir que hubo un des36   Tortella, Gabriel. «La economía española a finales del siglo  xix y principios del siglo  xx», en José Luis García Delgado (ed.), La España de la Restauración: política, economía, legislación y cultura, Madrid, Siglo XXI de España, 1985, p. 135. 37   Arriero, María Luz. «Los motines de subsistencias en España, 1895-1905», Estudios de Historia Social, 30 (1984), pp. 194-195. 38   Tortella, Gabriel. El desarrollo de la España contemporánea. Historia económica de los siglos xix y xx, Madrid, Alianza, 1994, p. 4. 39   Sudrià, Carles. «La modernidad de la capital industrial de España», en Alejandro Sánchez (dir.), Barcelona 1888-1929. Modernidad, ambición y conflictos de una ciudad soñada, Barcelona, Alianza, 1994 (1992), pp. 47-49. 40   Martin, Benjamin. Los problemas de la modernización. Movimiento obrero e indus­ trialización en España, Madrid, Centro de Publicaciones Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1992 (1990), p. 23. 41   Fox, E. Inman. «El trasfondo intelectual del 98», en José María Ruano de la Haza (ed.), La independencia de las últimas colonias españolas y su impacto nacional e internacional, Ottawa, Dovehouse, 1999, p. 212.

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fase territorial en cuanto a desarrollo industrial, económico y demográfico. La economía española tuvo una fuerte impronta rural y, aunque a principios del siglo xx se vivió un proceso de auge industrial, solo en regiones como Cataluña, País Vasco y parte de Asturias se contempló el auge industrializador. Los intereses económicos españoles fluctuaron en el último cuarto del siglo  xix: de una posición librecambista a una posición proteccionista, trayectoria jalonada por dos momentos claves. El primero, a la altura de 1890, cuando Antonio Cánovas del Castillo, líder del Partido Conservador, retomó el poder y se aprobaron una serie de leyes que restringieron el librecambismo impulsado por anteriores gobiernos liberales. Se promulgaron medidas proteccionistas, accediendo a los deseos de tarificación de aranceles en contra de la importación de cereales en los primeros años de la Restauración, y doblegándose a los deseos de la industria textil catalana en la década de 1890. Se trataba de un proteccionismo integral, puesto que se protegió tanto a la industria como a la agricultura, aun a pesar de que a la industria no le interesaba dotarse de medidas parecidas.42 Los políticos españoles prefirieron mantener la situación tal y como estaba, a realizar unos cambios que a todas luces se veían como necesarios. El segundo momento fue con el arancel impuesto en 1906, que culminará este viaje hacia el proteccionismo frente a las medidas establecidas por otras potencias europeas. Si centramos la mirada en torno a 1888, debemos anotar que uno de los hechos más destacados, desde el punto de vista económico, fue la crisis agrícola de mediados de la década de 1880.43 Esta crisis provocó que en ciertas regiones se sucediesen dos acciones. Por un lado, hubo un giro en la estra­ tegia de las plantaciones y, por otro, se realizaron mejoras para aumentar la producción. Con esto se perseguía que no hubiese tal dependencia del cereal, que implicó la convivencia de dos sistemas agrícolas en España, uno que conservaría las características del pasado con otro más dinámico. Las medidas proteccionistas de precios provocaron el retraso de la modernización del sector primario. Afirmación que puede ser matizada, porque este retraso ni se produjo en todos los campos de la agricultura ni en la misma medida en toda la geografía española.44 El contexto de dificultad en el que se enmarcó la aventura de la Exposición Universal de Barcelona puede explicar el interés de ciertos sectores sociales y económicos en que hubiese un impulso que pudiera reactivar la economía, sobre todo en el campo de la industria.45 En 1885 se inició un periodo   Varela Ortega, José. Los amigos políticos…, pp. 240 y 250.   Fox, Inman. La invención de España…, p. 69. 44   Gómez Mendoza, Antonio. «Depresión agrícola y renovación industrial (1876-1898)», en José Luis García Delgado (ed.), España entre dos siglos (1875-1931). Continuidad y cambio, Madrid, Siglo XXI de España, 1991, pp. 129-132. 45  AMAE FR, Correspondance Commerciale Barcelone, 1883-1887, Legajo 47. Do­ cumento enviado por el cónsul francés en Barcelona al ministro de Asuntos Exteriores francés, Émile Flourens. Barcelona, 18.12.1887. En el mes de diciembre de 1887 se desató 42 43

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de recensión industrial. La situación económica se agravó por la entrada de cereal extranjero. La Exposición se consideró una oportunidad, sobre todo por los trabajos de renovación que se llevaron a cabo, para aliviar el desempleo. De esta encrucijada económica se hicieron eco la prensa y los ensayistas, que destacaron como problemas, de alguna manera conectados, el bajo rendimiento de la agricultura y la debilidad del sector secundario, además de la mala infraestructura de los medios de comunicación y las bajas tasas de consumo, nada facilitado por la «voracidad recaudatoria».46 También se hicieron eco las cancillerías europeas, como la francesa, sobre la situación financiera española. El cónsul francés en Barcelona informó de una posible crisis comercial en esta ciudad, en junio de 1888, que podría afectar seriamente a los intereses franceses, hecho que ayudaría a estudiar las expectativas generadas en torno a ella.47 Por último, podríamos destacar que el panorama cambió a principios del siglo xx, con un crecimiento económico sostenido, lento, acompañado también de un crecimiento demográfico. Entre 1896 y 1901 hubo un ciclo expansivo, y a partir de 1902 podemos indicar la aparición de otro ciclo de decrecimiento.48 La convivencia de dos sistemas económicos en España implicó una dinámica en dos velocidades. La segunda clave para la elección de Barcelona fue el propio municipio. Cataluña, en el último tercio del siglo  xix, experimentó un crecimiento tanto en el campo económico como social y cultural. Este proceso estuvo caracterizado por un rápido auge de la inmigración del campo a la ciudad, sobre todo a Barcelona, dado que era un polo irresistible de atracción por las posibilidades de trabajo. Se produjo una diversificación de la industria y un desarrollo del sector terciario, además de la consolidación del comercio, base de la economía catalana. Los mercados fueron ante todo la España interior y las colonias.49 La ciudad vivió un cambio en la segunda mitad del siglo xix, cuyo prolegómeno se puede encontrar en el proceso de debilitamiento de los gremios barceloneses a partir de los Decretos de Nueva Planta en el siglo  xviii, que permitieron el surgimiento de nuevos sectores productores al margen de aquellos tradicionales. Por eso, a las puertas del siglo  xix encontramos en una fuerte crisis por una huelga en el sector industrial de Barcelona. Había un gran interés en que la situación se resolviese, y el relanzamiento de la economía podría ser una de las soluciones. 46   Pan-Montojo, Juan. «El atraso económico…», p. 268. 47   Archives Nationales Françaises [CARAN] [ANF], Sous Direction des Affaires Commerciales et Consulaires, F/12/7064. Carta dirigida a A. Dautresme, ministro de Comercio e Industria francés, fimada por el minsitro de Asuntos Exteriores francés, Émile Flourens. París, 8.06.1887. 48   Carreras, Albert. «La coyuntura económica del 98», en Octavio Ruiz-Manjón y Alicia Langa Laorga (eds.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 282. 49   Sudrià, Carles. «La modernidad de la capital industrial…», p. 45.

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Barcelona las primeras formas capitalistas, ligadas al gran comercio, como las manufacturas del algodón, que sentaron la base de la industria textil. Ya desde el siglo xviii, la ciudad reapareció bajo la influencia de una explosión económica protoindustrial y demográfica que permitió a las elites barcelonesas marcar una diferencia con el resto de núcleos urbanos españoles.50 El problema de la reforma urbana barcelonesa fue extensible a todas las ciudades españolas. El impulso debería provenir de la burguesía, pero esta adolecía de falta de iniciativa. El gobierno municipal estaba más preocupado por los aspectos formales que por una reforma interior de la ciudad. Solo en ciudades donde la industrialización hizo acuciante la urgencia de llevar a cabo las reformas se buscaron soluciones. Barcelona fue la primera ciudad en derribar las murallas y crear un ensanche exterior. Cataluña vivió en ese momento la revitalización de la sociedad civil, crucial para explicar la participación de sus miembros en las movilizaciones y actos que se dieron a finales del siglo  xix.51 El problema fue que el sistema padeció cierta debilidad, falta de coherencia y precisión por la injerencia continua de intereses privados, que provocó que la política municipal ordenase el crecimiento urbanístico una vez iniciado, y no con un plan predeterminado.52 La Exposición de 1888 supuso, por un lado, la oportunidad de creación urbanística y, por otro, fue la excusa para la reforma y mejora de la situación de salubridad de la ciudad.53 Un periodista de El Imparcial lo explicaba en los siguientes términos en un editorial del año 1888: La reforma de Barcelona comprende el plan de una gran vía que arranque del paseo de Colón. Con las obras de la reforma deberán desaparecer más de 50   Jacobson, Stephen. Catalonia’s advocates…, p. 10. Este desarrollo continuó en las siguientes décadas y Jacobson apunta a que en 1856 se contabilizó que en la ciudad y alrededores trabajaban 21.000 obreros en la industria textil del algodón y otros 50.000 hombres y mujeres en otras formas de trabajo relacionadas con la industria. Además, a pesar de la preeminencia de la economía del tejido, también había ciertas industrias de madera, seda, productos químicos, papel, corcho y metales. Como referencia, Jacobson apunta que en 1897 la población de Barcelona había excedido el medio millón, y si se sumaban todos los habitantes de la provincia, se contabilizaba un millón de personas [p. 12]. 51   Riquer i Permanyer, Borja. «La societat catalana dels anys vuitanta», en Pere Hereu i Payet (dir.), Arquitectura i ciutat a l’exposició universal de Barcelona 1888, Barcelona, Universitat Politécnica, 1998, p. 18. 52   Riquer i Permanyer, Borja. «Los límites de la modernización política. El caso de Barcelona 1890-1923», en José Luis García Delgado (ed.), Las ciudades en la modernización de España. Los decenios interseculares, Madrid, Siglo XXI de España, 1992, p. 48. 53   AGA, Subsecretaría Cultura, Sección (05), 1.04, Caja 31/6925, Informe dado por la Academia de Bellas Artes de Barcelona al secretario de Estado y de Despacho del Fomento. Barcelona, 5.04.1864. En Barcelona, el problema de la higiene de la ciudad era un tema tratado desde hacía tiempo. Encontramos así, por ejemplo, un informe de la Academia de Bellas Artes de Barcelona, al secretario de Fomento, ya en 1864, para la formación de juntas en cada ciudad que atendiesen a los problemas urbanísticos, de sanidad, higiene o conservación de monumentos que fueran propios de cada núcleo de población.

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doscientas calles estrechas y tortuosas, sin ventilación, sin luz, sin ninguna clase de condiciones higiénicas que actualmente están encerradas y parece como que se ahogan por falta de espacio en el centro de la población.54

Aunque, por otro lado, a pesar de las reformas y los proyectos llevados a cabo, Barcelona obtuvo un legado de desigualdad y desequilibrio en muchos aspectos, tanto a nivel arquitectónico como social. El crecimiento de la economía en la segunda mitad del siglo xix posibilitó que en Barcelona se consolidase una clase burguesa industrial y comercial, la cual empezó a formular nuevos proyectos en la ciudad, como, por ejemplo, el derrumbe de las murallas. Evidentemente el proceso de urbanización se tradujo en un aumento de la tasa de población urbana, en torno a las actividades fabriles.55 La Exposición de Barcelona fue un ejemplo de la materialización de este crecimiento y expansión de la ciudad. Se aprovechó el ciclo económico positivo iniciado tras la crisis de mediados de 1860, para unir los intereses municipales y privados y dotar de mejoras a la ciudad: dado que el municipio no pudo asumir todas estas reformas, hallaría así la justificación para la incursión de la iniciativa privada en estas obras necesarias. Además, la atracción del empleo en la industria provocó que también los núcleos adyacentes absorbiesen parte de la emigración que llegaba de otras zonas. No puede sorprender así que la Exposición de Barcelona partiese de una propuesta particular, que fue continuada por el municipio, como hemos visto hasta ahora. Así pues, como hemos visto, es considerablemente crucial tener en cuenta la situación económica de Cataluña en general, y de Barcelona en particular, para entender los intereses de determinados grupos sociales urbanos en la concesión del certamen, pero podría ampliarse el círculo a la región, puesto que aparecieron expositores industriales no solo localizados en Barcelona interesados en la celebración de una exposición universal. El deseo de dotar a Barcelona de una mayor relevancia permitió la celebración del certamen de 1888. Aun a pesar de todas las reticencias y dificultades, está claro que en Barcelona se anticiparon las reformas que se dieron más tarde en otros núcleos: adoptaron medidas de higiene, se potenció el ensanche, además de relacionar la Exposición con la imagen de la ciudad. Modernización y contradicción, semejanza y distancia con Europa pueden ser los adjetivos que expliquen el desarrollo de la cultura urbana, no solo en Barcelona, sino en otras ciudades españolas, a lo largo de los últimos decenios del siglo xix.56 El compromiso municipal y ciudadano fue fundamental para la realización de tal exposición.   El Imparcial, 2.06.1888.   Tafunell, Xavier. «La construcción en Barcelona, 1860-1935. Continuidad y cambio», en José Luis García Delgado (ed.), Las ciudades en la modernización de España. Los decenios interseculares, Madrid, Siglo XXI de España, 1992, p. 3. 56   Magnien, Brigitte. «Cultura urbana», en Serge Salaün y Carlos Serrano (eds.), 1900 en España, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 107. 54 55

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Por último, analizaremos en este punto la propia imagen de la ciudad, repleta de tópicos, que se tuvo en España y que se difundió en periódicos y revistas con motivo de la decisión de celebrar la Exposición. Se tuvo que demostrar que el certamen era fruto del esfuerzo, pero también un punto de partida en sí para la ciudad. El adjetivo que predominó hacia los barceloneses fue el de trabajadores y perseverantes, tópicos de una región considerada como trabajadora, destacada en la industria, con familias de riqueza gracias a su labor: A todos alcanzan los efectos de la crisis general, y los errores de los gobiernos han acumulado pobrezas donde antes asentó su imperio la riqueza. Pero menguada fuerza, escasez de iniciativa deplorable, decadencia de pequeños revelarían las manifestaciones de estos días, si fueran «los últimos restos» de grandezas pasadas. No, tiene más vigor Cataluña, tiene más vida que la vida y el vigor que suponen estas apreciaciones erróneas, aunque bien intencionadas. Si fueran verdad, ¡qué papel tan poco airoso el de Barcelona, alardeando de seguir las tradiciones de la franqueza catalana, velándola al propio tiempo con fingimientos costosos de hidalgo comediante y mentiroso!57

En el periódico liberal El Imparcial apareció el 18 de abril de 1888 un artículo, titulado simplemente «Barcelona», firmado por Manuel Alhama.58 El periodista afirmaba que la ciudad estaba en una posición destacada por su labor comercial y por la producción de sus industrias y su puerto. Barcelona era la segunda capital de España, si no la primera, «Barcelona es superior a todas estas segundas capitales de reino y aun al mismo Madrid, por la inteligencia y fortuna de sus ciudadanos, la enérgica iniciativa y la actividad de estos, lo monumental de sus edificios». La ciudad, que alcanzó tal grado de civilización y de riqueza, estaba habitada por obreros, que, «bien vestidos» y «acompañados por su familia», visitan cafés y teatros, y no las tabernas, lugares que, a ojos de este periodista, «no existen». El obrero «gana jornales altos y tiene costumbres de burgués». La ciudad, fruto de la labor de sus ciudadanos, tenía, además de la lengua, el arte y la prosperidad, «un aire extranjero difícil de precisar y definir». El amor a la patria que se respiraba en toda España se manifestaba en Cataluña a través de «emulaciones hacia las obras de la industria y el comercio». La preocupación del periodista se centraba tras el cierre de las puertas de la Exposición: «Barcelona se encontrará frente a frente con un problema social profundo, cuyo planteamiento va logrando aplazar con los remedios artificiales y transitorios del momento, pero que pesa sobre ella como amenaza temible de hambres, de miserias, y de luchas desesperadas». A pesar de la idealización de la situación, también mostró la otra cara de la Exposición, que era la crisis que se consiguió aplazar unos meses, hasta la clausura de la misma.   El Noticiero Universal, 18.05.1888.   El Imparcial, 18.04.1888.

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Barcelona aprovechó el acontecimiento para lanzar publicidad de sí misma, puesto que la Exposición era el medio y no el fin en sí misma. El resultado más evidente del certamen fue que a los poderes municipales se les dotó de mayor protagonismo, subieron un escalón, y fueron el reflejo del ansia de las elites ciudadanas por modernizar la ciudad y la propia sociedad urbana. La Exposición fue una ocasión que supuso algo más que una reordenación urbanística, porque sirvió para dotar a Barcelona de una posición determinada. Este proyecto que subyace tras todo el aparato logístico creado en torno a la Exposición se lee en las ideas expuestas por el alcalde, con motivo de la inauguración.59 Por un lado, se defendió la idoneidad de Barcelona para realizar este proyecto, tanto por su situación geográfica como por su papel económico. En segundo lugar, la Exposición quedaría unida al nombre de España, nación protagonista de grandes hazañas del pasado, como la conquista de América, el Imperio Hispánico y la Guerra de la Independencia: La España que desde su gloriosa reconquista hasta la defensa de su nacional independencia dio heroicos ejemplos de valor en el incesante batallar de sus hijos, la que dominó en los más apartados confines de la tierra y cruzó la inmensidad desconocida para llevar a remolque de sus carabelas un mundo de esplendor y de bellezas, la que supo engarzar el sol en su imperial corona.

En tercer lugar, España, ante la pérdida de su dominio político, apostaría por la paz asociada al progreso. La celebración de un certamen de estas características redundaría en grandes beneficios para la ciudad, no solo por su papel como blasón de la paz, sino también por permitir conocer a los potenciales «enemigos» en el mercado internacional. Por último, con esta exposición, España, y no solo Barcelona, recuperaría parte de su antiguo esplendor y se convertiría en escenario del progreso, «y consignar que la nación española al renacer de su pasada grandeza quiso entonar ante todas las naciones del universo, un cántico de amor y de alabanza al progreso y a la fraternidad de los pueblos». El alcalde destacaba de esta manera las «ganancias» no materiales de la celebración de esta exposición. Era importante no solo para Barcelona, sino para todo el país. Rius y Taulet fue consciente de la necesidad del apoyo estatal, sobre todo de cara a los ejercicios diplomáticos, y creyó que la Exposición era una excelente oportunidad para una reforma urbanística que entraba dentro de los parámetros de las nuevas imposiciones y necesidades de las ciudades en el final del siglo xix. 59   AMAB, Comissió Governació de l’Ajuntament G.438(1). Documentes des de 11 de Març de 1885 fins a 5 d’abril de 1887. Epoca de la concessió a Serrano de Casanova. Caixa 42.513. Carta abierta del alcalde de Barcelona, Francisco Rius y Taulet, con motivo de la concesión de la Exposición de Barcelona. Barcelona, 7.06.1887. Las citas textuales siguientes, que no tienen nota a pie de página, están tomadas de este texto.

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3. De Eugenio Serrano de Casanova a Francisco Rius y Taulet: la puesta en escena de la primera Exposición Universal en España En enero de 1885, un particular, Eugenio Serrano Casanova, antiguo miembro de las comisiones españolas representantes en las Exposiciones Universales de Viena y Filadelfia, presentó una propuesta al Ayuntamiento de Barcelona para realizar una Exposición Universal en la Ciudad Condal, «para bien de nuestra querida patria y honra de sus administradores».60 Este fue el comienzo de la andadura que dio como fruto la celebración de un certamen internacional en la ciudad catalana, en 1888. Antes que nada, hay que explicar tres premisas para entender en su complejidad la Exposición Universal de Barcelona. Por un lado, la iniciativa partió de Eugenio Serrano, es decir, fue una propuesta particular y privada. En un momento determinado se hizo evidente que el proyecto estaba destinado al fracaso, y Serrano se retiró con la excusa de una enfermedad crónica e incurable. En segundo lugar, el alcalde de Barcelona, Francisco Rius y Taulet, del Partido Liberal, tomó el relevo y convenció a los medios políticos municipales, a empresarios barceloneses y al Gobierno central, para que se hicieran cargo de la idea. Y en tercer lugar, la opinión pública, que en principio fue un poco reacia a la exhibición, al final apoyó el certamen, que recibió a dos millones de visitantes.61 Hay que tener en cuenta que en este éxito del alcalde también tuvo mucho que ver el origen económico y social de los miembros del Ayuntamiento, representantes entonces de distintos intereses que pudieron considerar de interés esta propuesta.62 Eugenio Serrano, «amante [...] de las glorias patrias y de [...] las tradicionales de este principado así como entusiasta admirador del desarrollo de sus industrias y del espíritu de laboriosidad y febril actividad de sus habitantes», realizó en el año 1885 una petición formal, como hemos señalado ya, al Ayuntamiento de Barcelona, para la organización de una Exposición Universal.63 Las condiciones que exigió para llevar a cabo la organización fueron, por un lado, obtener un terreno gratuito de una superficie total de doscientos 60   AMAB, Comissió Governació de l’Ajuntament G.438(1). Documentes des de 11 de Març de 1885 fins a 5 d’abril de 1887. Epoca de la concessió a Serrano de Casanova. Caixa 42.513. Expediente relativo a la celebración de una Exposición Internacional en esta ciudad a instancia de don Eugenio Serrano de Casanova. Ayuntamiento Constitucional de Barcelona. Año 1885. 61   Grau, Ramón y López, Marina. «Bibliografía. La Exposición de 1888…», p. 31. 62   Cañellas, Cèlia y Toran, Rosa. «La classe política Barcelona. Substrat sòcio-econòmic dels consistoris (1875-1901)», en Pere Anguera Nolla et al., Actituds polítiques i control social a la Catalunya de la Restauració (1875-1923), Lleida, Virgili&Pages, 1989, pp. 39-40. 63   AMAB, Comissió Governació de l’Ajuntament G.438(1), Documentes des de 11 de Març de 1885 fins a 5 d’abril de 1887. Epoca de la concessió a Serrano de Casanova, Caixa 42.513. Expediente relativo a la celebración de una Exposición Internacional en esta ciudad a instancia de don Eugenio Serrano de Casanova. Ayuntamiento Constitucional de Barcelona. Carta firmada por Eugenio Serrano. Barcelona, 11.03.1885, fols. 1-2.

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mil metros cuadrados, en el que se construirían los pabellones de la Exposición. Por otro lado, dejó claro que la propiedad de los edificios sería del solicitante y se comprometió, tras la clausura, a su demolición y a dejar el terreno en el mismo estado en el que se lo concedieron. A cambio de esto, el solicitante percibiría como ingresos el dinero de la entrada, de los festejos que se celebrarían, como los bailes, y los alquileres de los pabellones.64 El 9 de junio de 1885, la comisión encargada de evaluar la propuesta de Serrano emitió su dictamen, en el que se recogieron las condiciones bajo las cuales se debería realizar la Exposición. El 20 de junio de 1885 se expidió oficialmente la autorización. La entrada en diciembre en el Consistorio, por cuarta vez, de Francisco de P. Rius y Taulet, dio un nuevo impulso al proyecto.65 El Ayuntamiento concedía por dos años y medio el terreno sobre el cual se edificarían los pabellones, de cuyo costo se haría cargo Serrano, además del de su demolición. La institución corporativa municipal, en principio, no aportaría dinero. A cambio, el solicitante obtendría íntegramente los ingresos de las entradas y los derechos de los alquileres de los pabellones, como había solicitado. El Ayuntamiento se adjudicó la prerrogativa, a través de la creación de una junta, de la aprobación de los planes arquitectónicos. La rebaja de los alquileres no solo afectaría a los productores e industriales catalanes, sino también a los expositores del resto del territorio nacional. La duración de la Exposición sería de seis meses, de septiembre de 1887 a abril de 1888, y las obras comenzarían en enero de 1886. El desmantelamiento tendría que realizarse en el periodo máximo de tres meses tras la clausura. Por último, la comisión evaluadora le impuso una fianza de cinco mil pesetas, que le serían devueltas tras la muestra. Los argumentos de la comisión, para conceder el permiso a este proyecto, estuvieron influidos por la corriente que optimizaba la organización de exposiciones, aun cuando hasta ahora no se haya llevado a cabo uno de esos certámenes a que están citadas las demás naciones, ya sea debido a su inestabilidad política, ya sea a la falta de medio que en gran número se necesitan para realizarlos, ya sea por su escasa producción industrial con relación a su territorio como fundadamente pueda suponerse.66 64   AMAB, Comissió Governació de l’Ajuntament G.438(1). Documentes des de 11 de Març de 1885 fins a 5 d’abril de 1887. Epoca de la concessió a Serrano de Casanova. Caixa 42.513. Expediente relativo a la celebración de una Exposición Internacional en esta ciudad a instancia de don Eugenio Serrano de Casanova. Ayuntamiento Constitucional de Barcelona. Carta firmada por Eugenio Serrano. Barcelona, 24.05.1885, fol. 13. 65   Grau, Ramón y López, Marina. «La Exposición Universal de Barcelona en la historia de Barcelona», en Daniel Fernández y Ángel Prats (eds.), Exposición Universal de Barcelona. Libro del Centenario, 1888-1988, Barcelona, L’Avenç, 1988, p. 319. 66   AMAB, Comissió Governació de l’Ajuntament G.438(1), Documentes des de 11 de Març de 1885 fins a 5 d’abril de 1887. Epoca de la concessió a Serrano de Casanova, Caixa 42.513. Expediente relativo a la celebración de una Exposición Internacional en esta ciudad

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El hecho de que Madrid no contara con un sector industrial importante, a diferencia de Barcelona, había retrasado la existencia de un certamen de estas características. La comisión era consciente del deseo, por parte del gobierno municipal de Madrid, capital del país, de organizar una exhibición de estas características. Se consideró más ventajoso el caso de la Ciudad Condal, porque la iniciativa privada, dada la condición comercial y del tejido industrial reinante en el espacio urbano, podría tener un gran peso en este proyecto. Los miembros de la comisión preguntaron a los empresarios que juzgasen la viabilidad y los hipotéticos beneficios que reportaría la Exposición, no solo a Barcelona, sino a la patria. Se consultó a los representantes de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, en Barcelona, a los miembros de la Institución Agrícola Catalán de San Isidro y a los representantes de la Institución de Fomento del Trabajo Nacional y Fomento de la Producción Española. Se quería demostrar que la celebración de una Exposición Universal no perjudicaría la producción nacional; la baza de la economía jugó un papel fundamental en que la balanza se inclinara positivamente en el juicio de la propuesta.67 Esta iniciativa privada finalmente fracasó por la falta de financiación. Serrano se excusó aludiendo a ciertos problemas de salud y el proyecto pasó a manos del Ayuntamiento. Fue el alcalde, Rius y Taulet, quien, ante la evidencia de que la iniciativa privada no era capaz de llevarlo a cabo, apostó para que el Ayuntamiento encabezase la organización del proyecto, siempre que pudiese contar con el apoyo de las fuerzas económicas de Barcelona y del Gobierno central. Se reunió con los dirigentes de la economía catalana y les hizo partícipes de lo positivo que sería para Barcelona ser sede de la Exposición. Al mismo tiempo, obtuvo de Práxedes Sagasta, líder del Partido Liberal, y en ese momento presidente del Gobierno, el apoyo oficial. Tras estas reuniones, anunció oficialmente la organización de la Exposición por parte del Ayuntamiento de Barcelona. También tuvo sus detractores, como el ideólogo catalanista y político Valentí Almirall, quien avisó sobre el posible fracaso de la Exposición por lo desmedido de sus objetivos. No dejaba de recordar la depresión económica y psicológica, resultado de la crisis que asoló a Cataluña tras su gran desarrollo industrial, en la década de 1860. Por eso, no creía necesario acoger una Exposición Universal que podría mostrar el atraso, no solo de España, sino también de Cataluña, en el campo industrial. Para Almirall, la única motivación de la Exposición era la ambición y a instancia de don Eugenio Serrano de Casanova. Ayuntamiento Constitucional de Barcelona. Carta firmada por Eugenio Serrano. Barcelona, 24.05.1885, fols. 14-15. 67  Tanto el prólogo como las condiciones del dictamen de la comisión municipal se encuentran en AMAB, Comissió Governació de l’Ajuntament G.438(1), Documentes des de 11 de Març de 1885 fins a 5 d’abril de 1887. Epoca de la concessió a Serrano de Casanova, Caixa 42.513. Expediente relativo a la celebración de una Exposición Internacional en esta ciudad a instancia de don Eugenio Serrano de Casanova. Carta firmada por Eugenio Serrano. Barcelona, 9.06.1885, fol. 16.

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corrupción desmedidas de los políticos, sobre todo del alcalde.68 Dado que era consciente del número elevado de críticas que se podían recibir, se intentó frenar la iniciativa para evitar males mayores. Por ejemplo, desde el comité directivo se pidió que se tomasen medidas para asegurar la seguridad en las obras de la Exposición. El alcalde afirmó que se trabajaría en este aspecto, para que «por medio de actos ostensibles y razones irrefutables pudieran desvanecerse las falsas y anti patrióticas afirmaciones publicadas» con referencia a un accidente laboral transcurrido en el recinto de la Exposición.69 Desde este punto de vista, Rius y Taulet concibió el certamen como la oportunidad de reforzar el peso de Barcelona dentro del territorio nacional. No solo los políticos apreciaron esta oportunidad, también algunos periodistas, que apostaron por un cambio en las fronteras de la mentalidad nacional en pro de una mejora en la modernización del país: Nacida la idea de la Exposición por manera mezquina, y no queremos añadir que mal comprendida, ya que el pensamiento era generoso y grande, fue recogida por el Ayuntamiento de Barcelona en ocasión y momentos difíciles, peligrosos y de gran compromiso, porque para realizar algo que fuera grande, algo que correspondiera a la proverbial bizarría española, se hacía preciso cambiar los moldes primitivos, ensanchar las bases, procurar recursos, propagar la idea, hacer en fin esfuerzos juzgados imposibles, por cuanto ni en el tiempo ni en el espacio calculados parecía posible sacar a flote el buen nombre de España y el de la ciudad de Barcelona.70

Así pues, el peso del certamen pasó a las instituciones públicas, con el Ayuntamiento a la cabeza. Tras hacerse cargo esta institución del proyecto, el Estado no solo aprobó la concesión de ocho millones de pesetas de crédito, sino que también intervino desde la vía diplomática.71 La publicidad fue el tercer factor de financiamiento. Por ejemplo, los organizadores del Ayuntamiento ofrecían un espacio en las publicaciones a su cargo para que se diese conocimiento de las empresas que, a su vez, colocaran «en lugar visible, el elegante cartel, que sobre metal se ha hecho estampar, para dar a conocer este acontecimiento».72   Grau, Ramón y López, Marina. «La Exposición Universal de Barcelona…», p. 324.  AMAB, Fondo documental generado por la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal de 1888, Caixa 42517. Sesión Extraordinaria de la Comisión Central Directiva de la Exposición. Barcelona, 15.09.1887.  70   Serrate, José M.ª Estudios sobre la Exposición Universal celebrada en Barcelona el año de 1888 y publicados en el Diario Mercantil, Barcelona, Estab. Tip. del Diario Mercantil, 1888, p. XXX. 71   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Acuse de recibo del embajador español en Nueva Orleans, Arturo Baldesano y Topete, al ministro de Estado, Segismundo Moret, sobre la obligación de dar publicidad a la Exposición de Barcelona. Nueva Orleans, 7.05.1887. 72  AMAB, Fondo documental generado por la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal de 1888, Comisión de Propaganda, Caixa 42.630. Modelo de carta firmada por el 68 69

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En 1887 se concedió un primer, y finalmente único, anticipo de dos millones de pesetas por parte del Ministerio de Fomento a la ciudad de Barcelona, del que Manuel Girona, comisario regio de la Exposición, daría cuenta en el informe final de la misma. El Ayuntamiento de Barcelona tendría que reintegrar el prestamo gracias a los beneficios obtenidos de la Exposición. Si no obtenía la suma total, solo debía devolver el setenta y cinco por ciento, en seis plazos en un periodo de seis años. Se estableció que en los premios que se concederían en cada una de las categorías solo podía invertirse un máximo de 250.000 pesetas. Por último, el Gobierno se comprometía, por su parte, a avalar una serie de condiciones económicas y financieras necesarias para asegurar el éxito de la Exposición.73 El ministro de Fomento en ese momento, Carlos Navarro Rodrigo, explicó las razones por las que se concedía este apoyo financiero, en el proyecto de ley que sancionó el préstamo. Aparte de los beneficios y avances que supondría una Exposición Universal para el progreso de la nación, era necesario ayudar a Barcelona también porque «los hijos de aquella populosa ciudad se preocupan del buen nombre de España y deseosos de dejarlo bien alto en el próximo certamen su noble empeño no se satisface con sus propios recursos y acuden al gobierno demandando ayuda».74 La Exposición quedó, entonces, marcada por una doble tutela, la del Ayuntamiento de Barcelona y la del Gobierno, por el artículo 1 del reglamento oficial de la Exposición.75 Los canales diplomáticos en Barcelona, al igual que en otros certámenes de esta categoría, eran necesarios para culminar con éxito la presencia de objetos extranjeros, convirtiéndose así las exposiciones en objetivo y medio, al mismo tiempo, de las relaciones diplomáticas. El apoyo estatal se vio como garantía de éxito, de cara al exterior: Tengo la honra de poner en conocimiento de V.E. que recibí [...] su circular [...] manifestándome que el Certamen Universal de Barcelona, en virtud de cesión de la empresa al Ayuntamiento y del anticipo con que ese subvencionó por alcalde de Barcelona, Francisco de P. Rius y Taulet para la petición de mostrar públicamente en los comercios y negocios el cartel de la Exposición Universal de Barcelona [s.f.]. 73   AHSE, HIS-1090-06, Remisión para sanción regia de la concesión de una transferencia de crédito al Ministerio de Fomento y en concepto de anticipo a la ciudad de Barcelona para hacer frente a los gastos de la Exposición de Barcelona, 29.06.1887. 74   AHSE, HIS-0904-02. Proyecto de ley remitido a las Cortes por el Ministro de Fomento, concediendo al Ayuntamiento de Barcelona un anticipo de dos millones de pesetas para la Exposición Universal que se ha de celebrar en aquella capital en abril de 1888. 75  AMAB, Fondo documental generado por la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal de 1888. Sección 13. Caixa 42.543. Reglamento General de la Exposición Universal de Barcelona. «Bajo la dirección del Excmo. Ayuntamiento Constitucional de esta ciudad y los auspicios del Gobierno de S.M. y de las Diputaciones Provinciales de la Nación, se celebrará en Barcelona en el próximo año de 1888 una exposición universal de agricultura, industria y Bellas Artes en todas sus manifestaciones a cuyo acto se admitirán productos de todos los países.»

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el Estado, entra en una nueva vía que afirma y avalora su éxito e importancia y obliga al Gobierno a excitar en su favor todo el patriotismo de los representantes de España.76

La obligación del Gobierno era motivar a los delegados españoles en el extranjero para impulsar la imagen de España, y por ende, la participación de otras naciones en la Exposición Universal de Barcelona.77 Además, el Estado español debió potenciar la participación industrial incluso en su propio territorio. Dada la falta de coherencia entre los proyectos y la falta de presupuesto, los resultados no fueron siempre los esperados. Este fue el caso de la petición a los gobernadores de Cuba y Puerto Rico para que crearan juntas de propaganda con el objeto de recabar expositores, aunque «el Estado no puede abonar gasto alguno para este objeto».78 Para Filipinas se realizó de otro modo. Como todavía estaba en curso la Exposición de Filipinas en Madrid, se solicitó ayuda a la Comisaría Regia de dicha Exposición, que acordó «invitar a los expositores residentes en la Península para la remisión de sus objetos al dicho certamen después de terminado el Filipino, haciendo lo propio la Comisión Central de Manila respecto a los expositores que residan en el Archipiélago».79 Se era muy consciente de las consecuencias positivas que tendría para las provincias de Ultramar su participación en la Exposición, porque podría «redundar en beneficio del desarrollo comercial de las mismas».80 Segismundo Moret, ministro del Estado, exhortó a los embajadores de España en Europa y Estados Unidos a que hicieran todo lo posible por el éxito de la Exposición, que traería consigo beneficios económicos, no solo a Barcelona, sino a toda España:81 76   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, H3206. Carta del representante de España en Bucarest dirigida al ministro de Estado, Segismundo Moret. Bucarest, 1.05.1887. 77   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, H3206. Carta del ministro plenipotenciario de S.M en Bruselas al ministro de Estado, Segismundo Moret. Bruselas, 12.02.1887. «Creo por tanto en vista de estos antecedentes que la Bélgica no dejará de tomar una buena parte en ese próximo concurso español, contribuyendo así al completo éxito que yo por mis patrióticas aspiraciones propias, secundando a la vez las del Gobierno de S.M. y los adelantes de Cataluña, vivamente deseo.» 78   AHN, Ultramar, Legajo 288, Expediente 15. Minuta dirigida por la dirección general de Administración y Fomento del Ministerio de Ultramar, Negociado 2. Madrid, 28.08.1887. 79   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, H3206. Carta del Comisario Regio de la Exposición General de las Islas Filipinas al ministro de Ultramar, Víctor Balaguer. Madrid, 12.09.1887. 80   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, H3206. Minuta de la Dirección General de Administración y Fomento del Ministerio de Ultramar, Negociado 2, al vicepresidente de la Junta Directiva del Museo Biblioteca de Ultramar. Madrid, 17.01.1888. 81   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Carta del cónsul español en Nueva Orleans, Baldasana y Topete, al ministro de Estado, Segismundo Moret. Nueva Orleans, 7.05.1887. Algunos embajadores se

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La exposición de Barcelona cuyo pensamiento [...] ha sido subvencionada por el Estado en una nueva vía que, al mismo tiempo que afirma y avalora su éxito y su importancia, obliga más y más al gobierno a excitar en su favor todo el patriotismo de sus representantes y todo el celo y actividad de sus agentes [...] para que contribuya a este noble certamen del trabajo y de la inteligencia, abierto por los laboriosos hijos de Cataluña y que tan alto puede poner y pondrá sin duda, el buen nombre de España.82

No podemos olvidar en este contexto el giro dado en la política exterior a partir de la llegada de los liberales al Gobierno. Frente al periodo de recogimiento durante el turno de los conservadores, los liberales, con Moret al frente de la cartera de Estado, apostaron por una política más activa en el escenario internacional.83 Hubo algunos focos comunes de atención: el Mediterráneo, el norte de África y las colonias ultramarinas.84 Esto lo podemos comprobar en una circular que, con carácter confidencial, difundió Moret, en mayo de 1888, tras la exhibición de las escuadras navales en Barcelona, poco antes de cambiar de Ministerio. En este documento, destinado a los representantes diplomáticos de España en el extranjero, se incidió en la participación de las grandes naciones europeas en un acto de homenaje a la reina regente, y con ello, a España, y se indicaba de este modo el nuevo papel de España en la política exterior. Esto permitiría afianzar una base sólida en las relaciones con América, porque «no es posible pensar en atraerse el afecto y las simpatías de los pueblos americanos y menos influir en la cultura y en la marcha de las antiguas colonias españoles, sin que su metrópoli alcance aquel grado de prestigio y respeto que fomenta las simpatías».85 Era la lectura e interpretación de la Exposición en clave de política exterior. Para el ocupante de la silla de Estado era obvio que para España representaba el fin del aislamiento tomaron el encargo muy en serio, como el cónsul español en Nueva Orleans, Baldasana y Topete, que en una carta dirigida al ministro de Estado, S. Moret, narraba los esfuerzos realizados para motivar a los industriales a que participasen en la Exposición: «En ello no hago más que cumplir un doble deber por las ordenes comunicadas [...] y por el entusiasmo que como cónsul de España y como particular, siento, al ver en vías de realización el gran proyecto que tanto enaltece a la industriosa Barcelona […] También procuro interesar una agencia de viajes y sería muy conveniente que se facilitaran todos los medios posibles a fin de que fueran muchos americanos, a visitar la exposición, no solo por lo que ello aprovecharía a las relaciones comerciales de los dos países sino para que comprendieran lo que vale nuestra patria que aquí es poco conocida y apreciada, en su justa importancia». 82   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, H3206. Circular de Segismundo Moret a los representantes diplomáticos españoles. Madrid, 9.04.1887. Esta carta está basada en la Real Orden de 28 de septiembre de 1886. 83   Sepúlveda Muñoz, Isidro. El sueño de la Madre Patria…, p. 101. 84   Suárez Cortina, Manuel. La España Liberal (1868-1917). Política y sociedad, Madrid, Síntesis, 2006, p. 260. 85  AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Cajón 7, Expediente 5. Secretaria Particular de S.M., 1888, Carta confidencial del ministro de Estado sobre la Exposición Internacional de Barcelona, firmado por Segismundo Moret. Madrid, 28.05.1888.

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y el reconocimiento de su futuro papel en Europa, en un momento de tensa calma en el escenario continental europeo, «profundamente dividido», y con una situación «insostenible». Por esta razón, España, atenta a la «inevitable crisis», era una pieza, un elemento «valioso, quizás decisivo en un momento dado; importante siempre, despreciable nunca».86 La participación del Estado, entonces, se erigió como fundamental porque algunos círculos industriales europeos no estaban dispuestos a embarcarse en un proyecto de tal envergadura sin el respaldo del Estado.87 Los embajadores tuvieron que hacer verdaderos esfuerzos diplomáticos para convencer a los posibles expositores, no siempre con éxito.88 Los motivos alegados por otros países para no acudir a la Exposición eran ante todo problemas de índole económica como crisis o falta de presupuesto. De nuevo, los cónsules españoles, muy activos en los primeros meses de anuncio de la Exposición, fueron los que más informaron sobre estos inconvenientes y cómo podrían afectar a la internacionalidad del certamen.89 Hubo otras alegaciones en contra del envío de mercancías a las vitrinas barcelonesas. El cónsul de España en Fráncfort comunicó que la escasez de propuestas de participación de expositores alemanes en Barcelona se debía a la aversión de invertir en gastos de traslado de productos hasta la Ciudad Condal con ocasión de una nue86  AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Cajón 7, Expediente 5. Secretaria Particular de S.M., 1888, Carta confidencial del ministro de Estado sobre la Exposición Internacional de Barcelona, firmado por Segismundo Moret. Madrid, 28.05.1888. 87   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Carta enviada por el cónsul español en Hamburgo al ministro de Estado, Segismundo Moret. Hamburgo, 26.04.1887. Así lo expresaba el cónsul general de España en Alemania: «Creo que estos anuncios semioficiales, confirmatorios de la próxima realización del certamen no han de ser completamente inútiles, pues aquí habían corrido rumores con referencias a comunicaciones recibidas de la capital del Principado de que empezaba a ser muy dudosa su realización. Tal vez a esto se deba el poco empeño que parece haber mostrado la industria alemana de concurrir a la exposición barcelonesa». 88   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Carta al ministro de Estado, Segismundo Moret, del enviado y ministro plenipotenciario de Su Majestad, Rafael Merry del Val. Viena, 14.04.1887. «La real orden [...] ha servido participarme que el gobierno de Su Majestad había concedido a la exposición de Barcelona la subvención de dos millones de pesetas y acordado el nombramiento de un comisario regio, me ha proporcionado la saturación de haber podido oficialmente desmentir los rumores que aquí habían circulado de que por falta de recursos y del necesario apoyo del gobierno aquel certamen no tendrá lugar y espero haber contribuido así a que las comisiones austro húngaras se valgan de mis argumentos para reunir el mayor número de posibles expositores.» 89   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Cónsul español en Danzig ante el ministro plenipotenciario y enviado de Su Majestad en Berlín, conde de Benomar. Danzig, 10.05.1887. «A la lettre que votre Excellence a bien voulu m’adresser […] je me permets de répondre que mes efforts d’animer ceux desquels je pouvais supposer de l’intérêt, à participer à la grande Exposition de Barcelone, n’ont pas succès il faut en chercher la cause dans l’état actuel de dépression générale du commerce et de l’industrie, les intéresses reculent devant tous les dépenses extraordinaires.»

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va Exposición Universal, tras los numerosos certámenes que se habían sucedido en las últimas décadas: Il se montre parmi les industriels de mon district et comme il me semble, aussi parmi eux de l’Allemagne entière, une certaine aversion contre les expositions en général. Ils prétendent uniformément que la mauvaise marche des affaires ne leur permet pas de supporter les frais considérables inséparables d’une exposition à l’étranger.90

A pesar del esfuerzo, las reticencias al envío de mercancías fueron muchas y empañaron la brillantez de la exhibición. Los continuos aplazamientos de la inauguración tampoco invitaron a un aumento de confianza en el extranjero. Si algunas legaciones consulares ya habían encontrado dificultades para encontrar expositores, el retraso de la apertura de septiembre de 1887 a abril de 1888 no mejoró la perspectiva, con el problema añadido de que la Exposición Universal de París estaba cada vez más cercana.91 La ambigüedad del proceso de la puesta en marcha provocó que el doble papel del Estado, financiación y diplomacia, no fructificase en todos los casos. El siguiente paso, tras la publicación de la reglamentación y la concesión del crédito estatal, fue la creación de la Comisaría Regia de la Exposición, para su supervisión.92 Fue un organismo constituido por: un comisario; un inspector técnico; un director de la Sección Oficial del Gobierno; un interventor económico y un secretario general.93 El comisario regio, en virtud del papel que jugaba el Gobierno en la organización de la Exposición, tuvo un papel determinante, ya que fue nombrado también presidente de la Junta organizadora de la Exposición.94 Para la dirección de la Exposición, se creó la Comisión Ejecutiva, heredera de las funciones principales de la primera Junta Directiva, formada en 90   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Cónsul español en Frankfurt am Main ante el conde de Benomar, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Berlín. Berlín, 2.05.1887. 91   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Acuse de recibo a la orden n.º 87 sobre aplazamiento hasta el próximo año de la Exposición Universal de Barcelona al ministro de Estado, Segismundo Moret. Tánger, 31.05.1887. «He recibido la Real Orden [...] en que V.E. se sirve participarme que por acuerdo del Consejo general de la Exposición Universal la apertura de dicho certamen se ha aplazado hasta el día 8 de abril del próximo venidero año. Cumpliré lo que VE se sirve prevenirme dando dicha noticia la debida publicidad.» 92   Gaceta de Madrid, n.º 316, p. 415, 12.11.1887. 93   Exposición Universal de Barcelona. Año 1888. Catálogo de la Sección oficial del gobierno en la Exposición Universal de Barcelona, Barcelona, Imp. López Robert, 1888. Aparecen reunidas no solo la descripción somera de todos los objetos expuestos por los distintos Ministerios, sino también el Real Decreto de 11 de noviembre de 1887, que creó la Comisaría Regia, y la instrucción de la misma fecha que regulaba el código de actuación de la misma. 94   El régimen de constitución de la Comisaría Regia apareció en la Gaceta de Madrid, el 12 de noviembre de 1887, n.º 316, p. 415.

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la época de Serrano. Esta Comisión estaba formada por el propio alcalde, Francisco Rius y Taulet; el coleccionista y escritor Carles Pirozzini; el arquitecto y director de la obra de la Exposición, Elias Rogent; el ingeniero Luís Rouvière; el político y jurista Manuel Duran i Bas; el industrial Ferrer i Vidal; el comisario regio y presidente de la Comisión, Manuel Girona; y el industrial Claudi López Brun. Este grupo fue la representación, en la mayoría de sus miembros, del creciente liderazgo de la gran burguesía catalana.95 No sorprende este dato, cuando gran parte de los cuadros de los partidos liberal y conservador formaban parte del mundo de la banca, no solo en Cataluña, sino también en otras regiones, como Madrid.96 Esta Comisión, conocida también como Comisión de los ocho, se enfrentó a multitud de problemas, por la derogación o anulación de las decisiones de la primera Junta.97 Las decisiones de la anterior Junta eran difíciles de anular, porque en esta Comisión Ejecutiva hubo miembros de la anterior Junta, así que los conflictos no tardaron en estallar.98 Esta Comisión estaba dentro del Comité Central General o Directiva de la Exposición Universal de Barcelona, junto con doce más. El alcalde, Francisco Rius y Taulet, formaba parte de la Comisión Ejecutiva y del Comité Central Directivo, además de la Junta de Patronato, pero sus actuaciones eran como miembro de estas instituciones y no como alcalde. Por eso, cuando se tomaba una decisión que afectaba a la larga a la ciudad de Barcelona, se debía informar al Ayuntamiento como corporación, sin que la presencia del alcalde se diera como única validez. Este era el caso, por ejemplo, del arrendamiento del café dentro del recinto de la Exposición. La Comisión Ejecutiva de la Exposición tenía que decidir el arrendador, pero tuvieron que dar aviso al Ayuntamiento para su aprobación, «a causa de ser el referido edificio que se proyecta construir, aunque muy conveniente para la Exposición, de gran utilidad ulterior para la ciudad».99 Para completar el organigrama de dirección del certamen, se conformó en el papel una Junta de Patronato, compuesta por noventa personas, que 95   Mcdonogh, Gary Wray. Las buenas familias de Barcelona. Historia social de poder en la era industrial, Barcelona, Omega, 1989, p. 90. 96   Espadas Burgos, Manuel. «La base social del conservadurismo madrileño: el partido conservador y el partido liberal», en Ángel Bahamonde Magro y Luis Otero Carvajal (eds.), La sociedad madrileña durante la Restauración (1876-1931), vol. 2, Madrid, Consejería de Cultura de Madrid, 1989, p. 19. 97  AMAB, Fondo documental generado por la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal de 1888, Caixa 42.517, Sesión del día 26 de agosto de 1887 de la Comisión Central Directiva. 98  AHMA, Fondo documental generado por la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal de 1888, Caixa 42.517. Sesión Extraordinaria del 15 de septiembre de 1887. 99  AMAB, Fondo documental generado por la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal de 1888, Caixa 42.517. Sesión del 20 de agosto de 1887 del Comité Ejecutivo de la Exposición.

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representaba los grupos de la elite social de la ciudad.100 Estaba formada por personalidades consideradas autoridades civiles, militares, educativas, presidentes de asociaciones privadas y letrados. Los miembros destacados de la sociedad local y nacional fueron los que coparon los puestos de responsabilidad a la hora de llevar a cabo la Exposición. La burguesía urbana no se limitó solo a la participación en los organismos de decisión, sino que también habría que valorar su presencia en las instituciones culturales y el rol jugado por estas en el desarrollo del certamen. Por esta razón pondremos como ejemplo la actividad realizada por el Ateneo de Barcelona. En 1883 hubo ya una circular entre distintas corporaciones de Barcelona, entre ellas el Ateneo, sobre la conveniencia de celebrar una exposición que permitiese aprehender las diferentes manifestaciones de las actividades humanas.101 Era un proyecto para ayudar a revitalizar la ciudad tras la epidemia de cólera de 1884. Por esta razón, fue bien acogida la idea de la Exposición Universal de 1888, para fomentar la actividad económica, no solo en Barcelona, sino también en Cataluña. Los ateneístas no limitaron su participación en actos y conferencias con ocasión de la Exposición, sino que algunos fueron miembros activos en el impulso de la misma, como Manuel Duran i Bas o Manuel Girona, comisario regio, que además era presidente del Ateneo. Los ateneístas barceloneses definían al Ateneo como «una sociedad que tiene por objeto la propagación de los conocimientos científicos, literarios y artísticos; el desenvolvimiento moral del país y el fomento de los intereses materiales».102 Para terminar con esta idea sobre la organización del certamen, hemos de señalar que, con tal número de órganos administrativos y, sobre todo, tantos centros de toma de decisiones, no puede sorprender que en ciertas ocasiones se dieran muchas dificultades para poner en marcha las propuestas. Los retrasos y desacuerdos fueron frecuentes, lo que generó un halo de ineficacia que no contribuía a la participación de otras naciones y este contexto nos ayuda a comprender la complejidad del entramado ideológico en torno a la celebración de un acontecimiento de estas características. La propia organización es la muestra del alcance y fracaso que dejó la Exposición, y que mucho tuvo que ver con la propia idea que se tenía de la necesidad de elaborar un discurso en torno a la capacidad de la nación para recuperar un puesto que parecía que se le había negado desde tiempo atrás. Si las celebraciones de centenarios podían albergar festejos en distintos puntos del país, los certámenes uni100   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos (1886-1888), Barcelona, H3206. Listado de los componentes de la Junta de Patronato. 101   Casassas i Imbert, Jordi. L’Ateneu Barcelonès. Dels seus orígens als nostres dies, Barcelona, Magrana, 1986, p. 57. 102  AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Caja 29. Año 1888. Borrador de carta del presidente del Ateneo, probablemente Narcis Carbó, solicitando la retirada del impuesto del timbre móvil para el Ateneo tanto de Barcelona como de Madrid [s. f. y sin destinatario].

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versales podían hacer girar los ojos del escenario internacional hacia el país anfitrión. 4. «¡La Exposición Universal de Barcelona está solemnemente inaugurada!»103 El valor de la representatividad nacional en la figura de la reina regente María Cristina El 20 de mayo de 1888 un periodista del periódico El Noticiero Universal manifestaba, de la siguiente manera, el sentimiento compartido por muchos ante la apertura oficial de la Exposición Universal de Barcelona de 1888: ¡La Exposición Universal de Barcelona está solemnemente inaugurada! Ante la representación oficial de las naciones más cultas y con su concurso afectuoso, España ha dado el gigantesco paso que la hace entrar en el concierto universal del progreso y de la industria moderna.104

Los documentos oficiales emitidos por la Comisaría Regia tuvieron un tono positivo y triunfalista, donde se destacó ante todo el papel de la reina regente. El obispo de Barcelona, en el discurso dirigido al público asistente, dio las gracias a María Cristina, «por el entusiasmo con que ha secundado la idea del certamen desde un principio, por el decidido apoyo así moral como material que le ha prestado, por su inquebrantable fe en los resultados que está llamado a producir y por el esplendor en que piensa revestirlo dignándose venir a inaugurarlo».105 En esto coincidieron los periodistas, los políticos, y, como hemos visto, el representante de la Iglesia: la figura de la reina regente fue fundamental para dotar de un alto grado oficial al certamen, que podría encaminarlo hacia el éxito. El representante de la Comisaría Regia, Eduardo Bosch, afirmó en su discurso que, a la altura de abril de 1888, el posible sentimiento negativo del pasado se había transformado en esperanzas de un éxito del que «podrá vanagloriarse España».106 La bendición de las obras y los posteriores festejos de inauguración de la Exposición fueron una ocasión excelente para los partidos dinásticos de recalcar que la reina regente, en particular, y el régimen político que representaba, en general, contaban con el fervor y beneplácito del pueblo. No solo   El Noticiero Universal, 20.05.1888.   El Noticiero Universal, 20.05.1888. 105   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Documento emitido por la comisaría regia al ministro de Estado, Segismundo Moret, con motivo de la bendición de las obras de la Exposición Universal de Barcelona. Barcelona, 4.04.1888. 106   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Documento emitido por la comisaría regia al ministro de Estado, Segismundo Moret, con motivo de la bendición de las obras de la Exposición Universal de Barcelona. Barcelona, 4.04.1888. 103 104

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desde el punto de vista de política interna se valoró este viaje de la reina a Barcelona, sino que también hubo representantes diplomáticos extranjeros que consideraron muy positivo el recibimiento a la soberana. Fue el caso del embajador portugués en España, Augusto de Sequeira Thedim, que valoró este viaje como parte de un programa político, iniciado ya en 1887, con la presencia de María Cristina en las provincias vascongadas. Reconocía que la situación de Cataluña no era halagüeña, con una compleja crisis industrial, pero que ello no evitó que «o recebimento feito em Barcelona a S.M. a Rainha Regente foi entusiasta e brilhante e todos os dias aumentava devido á simpatía que a sua figura inspira», que mostraba, según el delegado portugués, que la situación política era más estable, una vez asentada la Regencia.107 El embajador francés en España destacó cómo la expectación entre los ciudadanos era máxima, legitimando así su presencia y labor: La réception de la Reine à Barcelone passe toute expressions; elle comptera au nombre des plus ardentes et des plus passionnées qui ont eu lieu dans tous les pays. Les ouvriers et les femmes du peuple ont nombré un enthousiasme indescriptible et qui augmentait à mesure que la foule se communiquait l’impression qu’elle éprouvait en voyant la Reine tenu le Roi dans ses bras et les deux petites filles à son côte. La réception de Barcelona surpasse toutes les prévisions.108

A la reina regente se le asignaron una serie de cualidades como representante de la unión nacional, apaciguadora de la vida política y, en última instancia, merecedora de los elogios del extranjero.109 En un documento remitido por el comisario regio al ministro de Estado, Segismundo Moret, se destacó el respaldo de la reina a la Exposición. Su esfuerzo y el del Gobierno por llevar a cabo esta obra redundaría «en gloria y pró de la Nación es­pañola».110 El viaje de la reina regente hasta Barcelona fue aprovechado para que la soberana recorriese distintas localidades de Castilla y Aragón, y se interpretó, de distinta manera, la recepción ofrecida en las distintas localidades. La llegada de María Cristina a Zaragoza fue vista por el periódico conservador La Época como una muestra de apoyo a la monarquía, opinión divergente del periódico republicano El País, que afirmó que simplemente fue una muestra 107   Arquivo do Ministério dos Negócios Estrangeiros – Arquivo Histórico-Diplomático [MNE-AHD], Correspondencia Legação de Portugal em Madrid, Caixa 133 (1887-1888). Carta enviada por el embajador portugués en Madrid, Augusto de Sequeira Thedim, al consejero Enrique de Barros Gomes, del Ministerio de Asuntos Exteriores Portugués. Madrid, 1.06.1888. 108   AMAE FR, Affaires Diverses Politiques, Espagne, Legajo 31. Telegrama enviado por el embajador francés en Madrid al ministro de Asuntos Exteriores, René Goblet. Madrid, 16.05.1888. 109   El Imparcial, 28.05.1888. 110   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Carta enviada por el representante del comisario regio, Eduardo Bosch, al ministro de Estado, Segismundo Moret. Barcelona, 4.04.1888.

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de agradecimiento por la inauguración de una línea férrea nueva.111 Los periódicos conservadores monárquicos, como La Época, criticaron a los diarios republicanos el que pusieran en duda la verdadera magnitud de las muestras de afecto del pueblo barcelonés hacia la reina. Desde los grupos conservadores se destacó que Cataluña «esencialmente industrial y mercantil, aspira con razón al desenvolvimiento de su riqueza y que puede con orgullo decir que desde la dichosa restauración del Trono legítimo ha visto engrandecido su trabajo aun en medio de la crisis que le devora».112 Durante este viaje y, posteriormente, en el tiempo en que se celebraron los festejos en torno a la Exposición Universal, desde algunos medios políticos se tuvo la idea de recabar un apoyo clave para la reina y su hijo, todavía un niño, con el objetivo final de afianzar el sistema, dado que apenas habían pasado tres años desde la muerte de Alfonso XII. En cierto modo, había una preocupación latente sobre el acogimiento de su figura en Barcelona en particular, y en la región catalana en general. No en vano, la repetición de la idea de que la recepción de María Cristina había sido positiva nos indica una percepción de cierta inseguridad, por parte de la elite política, en relación con el asentamiento del sistema político en el panorama catalán. Por ello, hubo un bombardeo de editoriales y noticias con respecto a este hecho, hilando, de una cabecera a la otra, la retahíla de adjetivos que adornaban la soberana figura de la reina. En el periódico El Noticiero Universal, en un artículo del día de la inauguración, alabaron su figura y apostaban por que el futuro soberano heredase sus virtudes, además del fervor patriótico de su padre.113 No eran los únicos. Desde los editoriales del periódico El Imparcial se afirmaba esta adhesión del «pueblo» con su soberana: El recibimiento hecho a la Reina en Barcelona cierra la puerta a todo distingo o atenuante. Para los que creen que el amor y la adhesión de los pueblos se traduce y se expresa en ruidosas explosiones de alegría, como para los que piensan que se revela por actos reflexivos y serenos, la entrada de S.M. y la acogida que merece desde el punto y hora que se alojó en esta capital, ofrecen la prueba irrecusable y plena de la unión estrecha y sólida que se ha establecido entre Barcelona y la regente.114

Era el momento de mostrar que España ocupaba un puesto en el elenco de las naciones tocadas por la varita del progreso. La reina regente no desaprovechó la oportunidad para rodearse de miembros de otras casas reales europeas que reforzaron su posición. Sus paseos por la ciudad de Barcelona tuvieron un efecto de júbilo entre sus habitantes. Una visita al Ayuntamiento o la asistencia a una obra en el Liceo eran narrados con todo detalle por los   La Época, 14.05.1888.   La Época, 20.05.1888. 113   El Noticiero Universal, 20.05.1888. 114   El Imparcial, 22.05.1888. 111

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periódicos locales y nacionales, junto a una innumerable lista de adjetivos que ensalzaban sus virtudes.115 María Cristina de Habsburgo y, por ende, el sistema de monarquía constitucional eran los baluartes de la nación. Así pues, su viaje y su presencia en Barcelona implicaron no solo un baño de masas de la familia real, una legitimación del régimen, sino también la proyección de la idea de que era la nación la que se mostraba y sería juzgada, como sujeto y actor propio de la Exposición. No en vano, en una visita a la industria catalana, comentó el avance que se veía en ella y el orgullo que para España suponía este adelanto.116 Los resultados y sus consecuencias en la memoria colectiva no iban a ser un mero trámite y la presencia de la soberana reforzó aún más este sentimiento. La inauguración oficial estuvo precedida por una reunión de escuadras extranjeras.117 Este acto tuvo como fondo el enfrentamiento diplomático entre Francia e Italia. Para los franceses, la presencia de un número elevado de barcos italianos era una forma de exhibir su fuerza militar.118 Los periódicos franceses especularon sobre el tema, a lo que ciertos diarios españoles contestaron rápidamente, asegurando que esta exhibición naval era un reconocimiento de otras naciones al papel y situación de España, y en honor a la reina, que representaba la glorificación de la paz y la prudencia, valores de los que la política española era baluarte.119 115   El Noticiero Universal, 17.05.1888. «Los estudiantes no se han separado del coche, siguiendo unos detrás, otros a los estribos, y todos con los sombreros en las manos, clamando con entusiasmo: “Viva la Reina! ¡Viva la Condesa de Barcelona! ¡Viva la mejor reina del mundo!” Y dirigiéndolas también a S.M. el rey y a las infantas.» En el mismo periódico, pero un día después: «La muchedumbre que a la sazón se hallaba en la plaza de San Jaime y calle de Fernando, la vitoreó con entusiasmo. Su paseo por la ciudad sin escoltas deslumbradoras ni caballerizas, ni correos y tan modestamente vestida como puede estarlo la señora más humilde de buena sociedad catalana, ha producido un efecto maravilloso en la opinión. Está resueltamente al lado de Reina tan virtuosa como señora, llamada a ser ejemplo de madres y modelo de monarcas constitucionales». 116   El Imparcial, 27.05.1888. 117   AHSE, HIS-0869-07, Expediente relativo al cuadro de Antonio de Caula «La revista naval pasada en mayo último por S.M. la Reina Regente a las escuadras reunidas en Barcelona con motivo de la Exposición Universal». Tal fue el grado de atención sobre este acto que unos meses después el Senado adquirió un cuadro, realizado por Antonio de Caula y Concejo, que tenía por título La revista naval pasada en mayo último por S.M. la Reina Regente a las escuadras reunidas en Barcelona con motivo de la Exposición Universal. Este cuadro fue adquirido por el Senado por cinco mil pesetas, y posteriormente fue expuesto en la Exposición de Bellas Artes de 1892. 118   AMAE FR, Correspondance politique, Espagne, 1888, Legajo 913. Despacho telegráfico cifrado personal del ministro de Asuntos Exteriores francés, René Goblet, al embajador francés en Madrid, Jules Cambon. París, 15.05.1888. El miedo persistía por parte de los franceses a la alianza de los italianos y los ingleses. El ministro de Asuntos Exteriores francés escribió de manera confidencial al embajador francés en Madrid para pedir pruebas del comportamiento de ambas naciones en la inauguración de la Exposición. 119   AMAE FR, Correspondance politique, Espagne, 1888, Legajo 913. Despacho telegráfico del embajador francés en Madrid, Jules Cambon, al ministro de Asuntos Exteriores francés, René Goblet. Madrid, 30.04.1888.

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Hubo una gran expectación ante este acto. El que otros países honraran a España repercutía positivamente en la mejora de la posición española en el escenario de la política internacional. Era «el reconocimiento explícito por parte de las naciones que envían sus escuadras a Barcelona, de que España ha entrado en el rango de los países que inspiran respeto a la vez que afectuosa simpatía por los demás».120 Pero tras esto se escondía otra realidad. En la correspondencia diplomática se pudo leer el temor francés ante el poder naval italiano y su posible acercamiento a Inglaterra. En los informes del embajador francés en España se insistió en que se enviasen más fragatas francesas para mostrar también su capacidad militar. Los intentos del canciller alemán, Otto von Bismarck, de aislar a Francia, hicieron que este último país mirase de reojo el despliegue italiano, por ser Italia aliada de Alemania. Además, los franceses temían el acercamiento de España a la Triple Alianza de Alemania, Italia y Austria Hungría. Temor que no era infundado, puesto que el ministro de Estado español, Segismundo Moret, en atención al deseo de defensa de la monarquía y de paz general nacional, al observar que el fortalecimiento de las relaciones con Inglaterra no era factible, firmó un pacto secreto con Italia, con lo cual se vinculó a la política de la Triple Alianza, es decir, Alemania, Austria Hungría e Italia, en 1887.121 Solo el hecho de la debilidad diplomática, política y militar de España fue capaz de relajar la tensión. El líder del Partido Liberal, Práxedes Sagasta, en una comida concedida a los jefes de las escuadras extranjeras, reafirmó la imagen de paz que se quería dar sobre España en el panorama internacional. Este discurso fue criticado por la prensa conservadora, que vio en él una paradoja respecto de la política exterior llevada a cabo por el Gobierno de Sagasta. La recomendación de los conservadores era que España no llevase una política exterior agresiva cuando sus recursos internos no estaban acordes a esta línea de actuación.122 El periodista catalán José Serrate, en una crónica escrita para el Diario Mercantil, habló de las lecturas que se podían realizar de la presencia de cada uno de los países. Cuando le tocó el turno a España, afirmaba que sus naves parecían gritar: Si tuve un Trafalgar, no olvidéis, poderosos, que también tuve un Callao; que mis naves descubrieron un mundo; que la Numancia fue la primera coraza que dio vuelta a la tierra; que fui dueña de millones de hectáreas de terreno virgen y de millones de esclavos; que hubo un tiempo en que hasta los peces llevaban las barras de sus escamas; que tuve un Hernán Cortes y un Pizarro y un Churruca y un Méndez Núñez. Hoy, estoy enervada, decrépita, arruinada;

  El Noticiero Universal, 12.05.1888.   Suárez Cortina, Manuel. La España Liberal (1868-1917)…, pp. 265-266. Dicho pacto solo se renovó en 1891 y quedó extinguido en 1895, tras la inmersión de España en guerra abierta con sus colonias. 122   La Época, 27.05.1888. 120 121

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pero vuelvo a imponer leyes al mundo, puedo informar el progreso; puedo, en fin, reverdecer mis antiguas glorias.123

El día 20 de mayo de 1888 se celebró la sesión de inauguración en el Pabellón de Bellas Artes, presidida por la reina María Cristina. La ceremonia se inició con el discurso del alcalde de Barcelona, quien destacó el esfuerzo que había realizado la Ciudad Condal para estar a la altura de otros certámenes. Le dio las gracias a la reina regente por apoyar este proyecto, «en cuyo magnánimo corazón encuentra siempre eco toda idea levantada que contribuya al esplendor y prestigio de España, que tiene la fortuna de verse sentada en el trono de Isabel y Fernando, os dignasteis dispensar vuestra augusta protección a aquél patriótico proyecto, que hoy es una realidad». La asociación de la imagen de la reina con los Reyes Católicos no es nada casual. Ya en época de Isabel II fue constante la comparación con Isabel la Católica, por dos factores, uno de los cuales era el nombre compartido por ambas, pero sobre todo, por la responsabilidad y ejercicio del poder. Isabel y Fernando fueron, además, los artífices de la unión nacional, y 1888 supuso la exaltación y el protagonismo del país nacido bajo el reinado de ambos. Para Francisco Rius y Taulet, la Exposición era una «obra del patriotismo», que llenaría de gloria las «páginas de la historia de la minoridad de nuestro amado Rey D. Alfonso XIII».124 Barcelona se esforzaría en aras del progreso de la nación. Tras el alcalde, habló el comisario regio, en cuyo discurso repasó todas las vicisitudes de la Exposición, desde que fue ideada por Serrano, hasta la consecución final bajo el auspicio del Ayuntamiento y del Estado. Se destacó la imagen del monarca, porque el éxito de este acontecimiento contribuiría ante todo a «una nueva era de paz y prosperidad para nuestra patria, de esplendor para el trono y la dinastía de nuestro querido Alfonso XIII». Constituía un apoyo importante para el reforzamiento del sistema de la Restauración y un respaldo a la figura del monarca, que a la altura de 1888 era todavía un niño. Fue Práxedes Sagasta, presidente del Gobierno en ese momento, el que inauguró oficialmente con sus palabras la exhibición, para que la vinculación con el Estado no pudiese ser cuestionada. Este fue el acto principal junto con la celebración de un concierto y un paseo de las autoridades por diferentes partes de Barcelona. Al día siguiente la reina regente fue a visitar el monasterio de Monserrat, patrona de Cataluña.125 123   Serrate, José M.ª Estudios sobre la Exposición Universal celebrada en Barcelona el año 1888…, p. 111. Esta obra es el compendio de varios textos que se recopilaron en un único volumen. Está dentro de la descripción hecha por Serrate de la clausura, tras la reproducción de los discursos de varios políticos. Es la última parte de esta obra. 124   Serrate, José M.ª Estudios sobre la Exposición Universal celebrada en Barcelona el año 1888…, p. XLIII. 125   Massot i Muntaner, Josep. Els creadors del Monserrat modern. Cent anys de servei a la cultura catalana, Monserrat, Abadía, 1979, pp. 33-39. En 1880 se había celebrado la fiesta del Milenio en torno a la imagen de Monserrat, por cumplirse mil años desde el

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Monserrat tenía un significado especial, puesto que aunque fue un culto especialmente local, también tenía una connotación nacional. Tras la Guerra de la Independencia, se añadió al culto religioso una faceta de bastión de lucha contra el invasor francés y de exaltación de la defensa de la identidad nacional vinculada invariablemente al catolicismo.126 La reina María Cristina asumía, como representante del Estado, el reconocimiento a un símbolo local y nacional, no exento de valor religioso. La Exposición de Barcelona no era solo la muestra de los avances del progreso, era también una presentación de los valores tradicionales nacionales que no podía alejarse de las virtudes que identificaban al español, como, en este caso, la religión católica. Tuvo la inauguración su faceta oficial, con los actos realizados dentro del recinto del certamen, y más popular, con la presencia de la familia real en la ciudad, además de la parafernalia en las calles de Barcelona que se produjo con la presencia de las autoridades y de visitantes, tanto extranjeros como de otras partes del país. Con motivo de la inauguración de la Exposición Universal de Barcelona se reunieron en la ciudad los líderes y personalidades destacados de los partidos políticos nacionales, y los discursos leídos en esos días fueron recogidos por los periódicos, consagrados como soportes publicitarios y tribunas de opinión de las distintas tendencias políticas, como ya hemos señalado. El certamen fue un motivo para defender la ideología y el programa político de los principales partidos ante un público numeroso. Se puede destacar que en esos días, en los círculos políticos barceloneses, se habló de la «herida de muerte» al centralismo de Madrid, porque las regiones comenzaban a copar protagonismo en la escena política. Así, «una capital de provincia, la cual ha conseguido dígase lo que quiera, concentrar toda la vida y todo el movimiento nacional, sin que apenas resonare el nombre del centro oficial de la Nación».127 El político republicano Francisco Pi y Margall aprovechó el momento para defender el sistema federal, que según él, debería implantarse en España, porque hubiera permitido desde el principio ayudar a un proyecto como el de la Exposición Universal, sin tener que «mendigar al Estado un anticipo».128 Criticó duramente a los conservadores porque habían identificado unidad con identidad, y esta iba por otros derroteros. El líder conservador, Antonio Cánovas del Castillo, en ese momento en la oposición, aprovechó la cita barcelonesa para realizar un viaje en el que pretendía recabar apoyos, y de paso, alejarse de las críticas y eludir los errores. De este modo, no podría sorprender que en el discurso que dictó en la milagroso descubrimiento de la talla. En 1881 se declaró a la Virgen patrona de Cataluña y se concedió el título de basílica a la iglesia. De este modo, el lugar adquiere un significado importante en relación con la propia región catalana. 126   Serrano, Carlos. El nacimiento de Carmen…, pp. 64-65. 127   Serrate, José M.ª Estudios sobre la Exposición Universal celebrada en Barcelona…, p. 4. 128   Serrate, José M.ª Estudios sobre la Exposición Universal celebrada en Barcelona…, p. 5.

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Ciudad Condal no se hiciese ninguna referencia a la Exposición, porque de ella no podría obtener ningún beneficio político, dado que había sido en la etapa liberal cuando se había fraguado el certamen.129 En general, la felicitación por la inauguración se la llevaba Barcelona, pero, junto a ella, Cataluña y España a la par. Así lo expresó el ministro de Estado, Segismundo Moret, en una carta al alcalde de Barcelona con motivo de la inauguración: La inauguración de la Exposición representa un triunfo […] A Barcelona y Cataluña entera corresponde la gloria de hacer dado la prueba de virilidad, de energía y de progreso que representa la Exposición. La solemne fiesta internacional que con este motivo se está celebrando, es digna y merecida remuneración de su esfuerzo, del cual España se siente orgullosa.130

Habría que añadir que los elogios no fueron unánimes por parte de todos los representantes políticos. Se produjo un debate en el Congreso a partir de la propuesta de un diputado, parece ser que de adscripción republicana, de enviar una felicitación a la ciudad de Barcelona por la inauguración de la Exposición. Un diputado conservador afirmó que en verdad era un acto de honor esta Exposición, pero que «la unidad de la nación española no consiente que se distinga entre unas y otras iniciativas».131 En conclusión, desde Madrid, aun a pesar del sentimiento derrotista por la falta de éxito de las tentativas que hemos explicado ya, finalmente se decantó por el apoyo. La participación de las elites de la capital era importante, no solo para demostrar que la región catalana no acaparaba en exclusiva todos los avances industriales, sino para empujar a Castilla a recuperar el prestigio perdido.132 La inauguración oficial, al igual que la exhibición de escuadras navales, fue el escenario para la confrontación de una serie de proyecciones ideológicas divergentes en el panorama político nacional. Además de evaluar las fuerzas de cada tendencia, no solo de los partidos políticos dinásticos, sino 129   Serrate, José M.ª Estudios sobre la Exposición Universal celebrada en Barcelona el año 1888…, pp. 14-39. 130   El Noticiero Universal, 21.05.1888. 131   El Noticiero Universal, 21.05.1888. 132  AVM, Expediente sobre la Exposición Universal proyectada en Barcelona para septiembre de 1887 inaugurada el 20 de abril de 1888, expediente 8/91/129. Petición de colaboración de la diputación provincial de Madrid al Ayuntamiento de Madrid para el envío de productos agrícolas e industriales a la Exposición Universal de Barcelona. Madrid, 25.02.1888. «Trataré ahora de dar públicas muestras de que si alguna rivalidad pudiera caber entre España y las demás naciones civilizadas, si alguna evolución existe entre las provincias castellanas, que tienen la hegemonía de la lengua y de la capitalidad, tal evolución tiene por único móvil el muy noble de demostrar que aún cuenta la Nación española con elementos para figurar en el grandioso concierto en las inteligencias y que puede Castilla conseguir que figuren con dignidad sus producciones agrícola e industrial al lado de las demás provincias que constituye el Reino.»

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de aquellos que estaban fuera del sistema de turnos, lo que se estaba manifestando eran las concepciones diferentes en torno al futuro del país, a su propio pasado, e incluso, a la propia idea de los valores que habían de conformar la identidad nacional. Esto se ha mostrado en los discursos que hemos citado, en los que en ocasiones no había espacio ni para recordar el motivo por el que se estaba allí reunido. En este debate las posiciones parecían claras, pero no se dio lugar a un escenario de búsqueda de espacios en común que vertebrara una imagen unitaria en torno a la cual se alineasen todas las fuerzas del país, económicas, sociales, culturales o políticas. Por esta razón, la capacidad de los certámenes internacionales de erigirse en espacios que generasen una imagen para el recuerdo posterior compartido por la sociedad no fue totalmente disfrutada por las elites políticas y económicas españolas. 5. «Y tras los fuegos artificiales, ¿qué?» La clausura de la Exposición y sus consecuencias 5.1. La evaluación de la Exposición por los visitantes nacionales y extranjeros En el mes de octubre de 1888, se organizó una cabalgata con carrozas que representaban los cinco continentes, con una gran afluencia de público.133 Estas procesiones cívicas tuvieron una conexión con las procesiones de fe, de carácter religioso, que permitía la asociación de ambas a los ojos de los espectadores de este acto lúdico, como ya mencionamos en el centenario de Calderón en el anterior capítulo. Era un ejercicio de culto colectivo dentro de la comunidad, en el que se permitía la asistencia de personas ajenas a dicha comunidad, es decir, extranjeros, para homenajear, en este caso, la clausura del certamen universal; en definitiva, era el reconocimiento, por parte de los ciudadanos y los visitantes, de un acto que enorgullecía a la nación. Las carrozas que componían el desfile simbolizaban los distintos continentes con figuras que representaban los tópicos que se ceñían sobre cada uno de ellos. Por ejemplo, la correspondiente a América tenía la forma de una carabela y en el centro una réplica de la estatua de la Libertad, cuya antorcha simbolizaría la iluminación del mundo. Hubo otras dos que representaban a África y Asia, y por último, la carroza de Europa, tirada por una locomotora, que tenía en su centro la figura que simbolizaba a este continente, «una matrona colosal sentada en primer término, con majestuosa apostura, ostentando una corona de laurel y una palma».134 No había sido en vano la inau­guración del monumento a Colón en estas circunstancias. La referencia   La Ilustración Artística, 15.10.1888.   La Ilustración Artística, 15.10.1888.

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al navegante se volvió muy presente; cuatro años más tarde copó el protagonismo del recuerdo del descubrimiento de América. La cabalgata fue el prolegómeno de la fiesta del fin del certamen, con un programa de festejos menos espectacular que el de la inauguración. El día 9 de diciembre de 1888, aquellos que habían participado en la organización y montaje de la Exposición formaron una comitiva, que acudió al Palacio de la Industria para escuchar un discurso del alcalde, tras lo cual se asistió a unos fuegos artificiales. Lo que más se destacó fue el número de visitantes que acudieron a las fiestas de clausura, que, aun a pesar de la modestia de las cifras si lo comparamos con otras citas europeas, generó una sensación de triunfo.135 Tal era la conciencia de que la Exposición era un espacio que congregaría a personas de fuera de Barcelona, que se escribió una guía urbana, por iniciativa privada, con una pequeña reseña de historia y arte de la ciudad, información práctica y un plano no solo de la Ciudad Condal, sino también de la Exposición, con una breve introducción en la misma.136 El comisario regio, Manuel Girona, escribió tras la clausura del certamen una memoria sobre los resultados de la misma. Para uno de los máximos responsables del certamen, «ha sido un éxito grandioso que hará época en la historia de España porque sus resultados han de ser altamente beneficiosos para el desarrollo de la riqueza pública y consiguiente engrandecimiento de nuestra patria».137 Este informe económico, en resumidas cuentas, fue escaso en contenido textual, excepto un resumen muy somero de las cuentas a las que tenía acceso la Comisaría; no hubo un juicio crítico de la Exposición que se estaba evaluando. En las cuentas que se adjuntaron en la memoria, la Comisaría Regia salió bien parada en el balance final, que no fue el caso del Ayuntamiento de la ciudad, que acumuló un déficit de más de siete millones de pesetas.138 Fue una mera concreción de una formalidad institucional que no permitía traslucir la percepción sobre el certamen que acababa de clau­ surarse. Desde fuera de España también hubo voces optimistas con respecto al certamen barcelonés. Hay que tener en cuenta que la financiación para visitar la Exposición Universal también era válida para observadores extranjeros. Si esta financiación provenía de la comisión de publicidad de la Exposición, no debe extrañar que los comentarios hubieran de ser amables. Esto sucedía con   La Ilustración Artística, 30.05.1888. El Noticiero Universal, 10.12.1888.   Simon, Justo y Valero de Tornos, Juan. Guía ilustrada de la Exposición Universal de Barcelona en 1888, de la ciudad, de sus curiosidades y de sus alrededores, Barcelona, G. de Grau y C.ª, 1888, p. 3. «Me propongo, con la publicación de esta Guía, prestar un servicio verdaderamente práctico al extranjero y al forastero que visiten la primera Exposición Universal Española, que ha de celebrarse en la cultísima Ciudad de Barcelona.» 137  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3749. Memoria de la Comisaría regia tras la finalización de la Exposición Universal de Barcelona, abril 1889. 138  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3749. Memoria de la Comisaría regia tras la finalización de la Exposición Universal de Barcelona, abril 1889. 135

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el periodista francés Édouard Spoll, quien viajó a Barcelona para redactar una memoria de la exhibición, publicada en Barcelona, escrita en francés y destinada a ser distribuida en el país vecino.139 Desde el primer momento adjetivó a Barcelona de la ciudad más rica y populosa de España, idea que repetirá a lo largo de toda la obra.140 La industria textil, que no databa de más de cincuenta años, se había desarrollado de tal manera que no solo superaba al resto de la producción nacional, sino que podía competir con la francesa e inglesa. Este progreso provocaría que en el futuro superara en influencia a Madrid, dado que la capital, según su estimación, estaba estancada por los mismos procesos de centralización. Spoll recalcó que, aun a pesar de la propia identidad regional catalana, con una lengua propia, y el desarrollo de un sentimiento de autonomía, no se podía hablar de deseos separatistas.141 Para el autor, la Exposición no hubiera podido llevarse a cabo sin el esfuerzo y empeño personal del alcalde, quien convenció a las fuerzas económicas locales y nacionales de las ventajas de celebrar una Exposición Universal en la ciudad.142 El certamen de Barcelona confirmó el poder y los recursos de la Ciudad Condal, que fue la perfecta anfitriona para el encuentro de la Europa civilizada.143 Podemos añadir una tercera fuente que nos hablaría de la evaluación de la Exposición en determinados círculos políticos y económicos. El papel de la diplomacia fue crucial, como ya hemos explicado, para fomentar una participación que fuera, por lo menos, consecuente con el presupuesto de la Exposición y con las aspiraciones de la misma. En muchas ocasiones se enfrentaron a la indolencia de las fuerzas económicas del país invitado, pero también a roces políticos. El cansancio no solo se respiraba en los medios diplomáticos. En un artículo publicado en La Ilustración Artística, a propósito de la descripción de las galerías de Bélgica en el Palacio de la Industria, se pudo leer el desencanto producido al visitar esta parte de la exhibición, porque se era consciente de que los productos innovadores en ciertos campos de la industria no eran mostrados aquí. Los visitantes asistían a un pequeño mercado, a un lugar de transacciones, como, por ejemplo, lo que ocurría con la sección de Bélgica:

139   Spoll, Édouard-Auguste. Barcelone et l’Exposition Universelle de 1888, Paris, Imp. De L. Tasso, 1888. 140   Spoll, Édouard-Auguste. Barcelone et l’Exposition..., p. 10. 141   Spoll, Édouard-Auguste. Barcelone et l’Exposition..., p. 24. «S’ils aiment leur patrie avec un peu d’exclusivisme, ils n´en sont pas moins attachés à l’unité espagnole […] ils sont toujours de vaillants et loyaux espagnols.» 142   Spoll, Édouard-Auguste. Barcelone et l’Exposition..., p. 79. Importante fue la asunción pública de esta iniciativa, además del apoyo del Gobierno español, puesto que si hubiera sido de otra manera, la capacidad de atracción de las empresas extranjeras hubiera sido menos efectiva. 143   Spoll, Édouard-Auguste. Barcelone et l’Exposition..., p. 108.

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No ha concurrido al certamen barcelonés con el propósito, digámoslo así, de exhibir sus galas, sino que se expone un muestrario en un bazar donde se espera tendrán lugar abundancia de transacciones. […] Y de todas estas razones, deduciremos la consecuencia de que esas grandes manifestaciones del trabajo universal han perdido casi del todo su razón de ser.144

Una parte del objetivo inicial de este tipo de certámenes se había perdido, ya antes de la Exposición de Barcelona. La muestra de las innovaciones tecnológicas había cedido paso a un escenario de intercambios meramente comerciales, además de ser un lugar de esparcimiento y ocio para el resto de visitantes. En definitiva, como hemos visto, estas exposiciones fueron un punto de encuentro social. No solo acudieron espectadores, sino también aquellos que tuvieron una tarea de difusión de la imagen, de las ideas, del pasado y del futuro, así como de los logros de la sociedad contemporánea en general y del anfitrión en particular. Los habitantes de la ciudad podían disfrutar de un espacio de ocio, mientras que, por otro lado, fue el escenario del juicio en torno al país que albergaba el certamen. Queremos insistir en este punto dado que las exposiciones universales fueron un polo de atracción de visitantes extranjeros, que pudieron contemplar lo que España consideraba parte fundamental de su pasado para entender ese presente. No solo extranjeros, también los propios paseantes dentro del recinto de la Ciudadela contemplaron los objetos del progreso, pero, sobre todo, los antecedentes que habían permitido ese presente y con los cuales podían identificarse. Las exposiciones fueron un espacio reconocido en la sociedad del siglo xix como lugar emblemático e idóneo para el intercambio de ideas y para la comprensión del propio pasado nacional. 5.2.  Mirar hacia el futuro: las consecuencias políticas La Exposición fue la ocasión perfecta para iniciar, establecer o reforzar las relaciones diplomáticas con las antiguas colonias españolas independizadas a comienzos del siglo xix. Ante la llamada a la participación no hubo una contestación unánime por parte de todos los países del otro lado del Atlántico; tampoco las que participaron destacaron por el volumen de lo expuesto.145 El periódico El Imparcial explicó esta débil respuesta por parte de las   La Ilustración Artística, 30.07.1888.   Camprubí, M. Recuerdo de la Exposición Universal de Barcelona en 1888, Barcelona, Sarriá, 1889. Muy interesante la descripción que hizo el cónsul de Colombia, autor de este folleto impreso en Barcelona al año siguiente de la Exposición. Hace un esfuerzo por establecer una descripción más detallada de aquellos países con los que Colombia tuvo algún interés diplomático. La mayor parte de los países representados en el certamen expusieron materias primas, que no correspondía, según las palabras del cónsul, con el avance industrial de algunos países 144 145

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repúblicas hispanoamericanas porque desde la independencia, la presencia de España era cada vez menor, en menoscabo de otras potencias, como Inglaterra, Francia o Estados Unidos, que iban ganando los mercados, anteriormente privativos de España; además, no se supo alentar el envío de objetos a Barcelona, ni se facilitó su transporte.146 Como ya hemos apuntado, se invitó a las repúblicas hispanoamericanas con el deseo de afianzar los sentimientos de unión con la antigua metrópoli.147 Igualmente, la Exposición sirvió como propaganda de España en América. Se quería que se tomase como un ejemplo de la revitalización de la nación, para que se admirase «el espléndido alarde de la vitalidad y del adelanto prodigioso de España que ha puesto de manifiesto este sorprendente concurso».148 Como afirmaba el ministro plenipotenciario de Colombia en España, la participación implicaría un impulso al «desarrollo de las relaciones de amistad y comercio entre las repúblicas hispano americanas y España».149 A las repúblicas americanas solo les llegó la oportunidad de exponer sus productos en pabellones independientes en la Exposición de París de 1889, es decir, que su antigua metrópoli ni siquiera les concedió la oportunidad de la individualidad. En muchas ocasiones, como por ejemplo en el caso de Chile o Argentina, acudieron a arquitectos franceses para que levantaran estos edificios, porque querían alejarse de la herencia española y colonial, utilizando nuevos materiales e incorporando, en algunos casos, algún símbolo de su identidad nacional. Ignoraban así la antigua unión con España, como México, que erigió un pabellón en claro recuerdo a su pasado precolombino. Era el despertar de la búsqueda de unas señas de identidad propias a través como Chile. Para hacernos una idea de lo escasamente representativa que podría llegar a ser la participación de algunos países, podemos hacer referencia a Honduras, que solo presentó un producto en una vitrina: la zarzaparrilla, comercializada por una empresa oriunda de este país. 146   El Imparcial, 17.09.1888. 147   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Carta enviada al ministro de Estado, Segismundo Moret, por parte del ministro residente de Su Majestad, remitiendo la copia de la nota pasada al Ministerio de Relaciones Exteriores tocante a la Exposición de Barcelona y la contestación. Quito, 11.04.1887. «Los benévolos acontecimientos de V.E. para con el Ecuador, el recuerdo de los vínculos indisolubles de familia que ligan a esta república con la Monarquía española, y el empeño que felizmente se pone en nuestras relaciones internacionales para que sigan fortificándose basadas en nuestra mutua simpatía, han hecho que mi gobierno se empeñase en promover, mediante providencia administrativa dictada por el departamento del interior, el concurso del Ecuador a esa gran fiesta del trabajo cuyo teatro va a ser con justo título la industriosa Barcelona.» 148   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Acuse de recibo de la R.O. confidencial n.º 12 relativa a la Exposición de Barcelona, el encargado de negocio de España al ministro de Estado, Antonio Aguilar Correa. Guatemala 20.07.1888. 149   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, H3206. Carta fechada el 1 de julio de 1888, del ministro Presidente de Colombia al ministro de Estado, Antonio Aguilar Correa. Bogotá, 1.07.1888.

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de la arquitectura, cuyo primer ejemplo fue esta Exposición de 1889, con la oportunidad de mostrar aquellos productos que más podían identificarse con América.150 En todo caso, la Exposición de Barcelona supuso un escalón en el camino de las relaciones con las antiguas colonias, proceso que vivió un paso más en la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América, en 1892. Por otro lado, internamente la Exposición de Barcelona permitió que Cataluña luciese su avance en diversos campos de la industria, como muestra de su avance con respecto al resto de España. Aunque este ejemplo de modernidad se deslució un poco por la improvisación que reinó en toda la Exposición y por la ausencia significativa de verdaderas innovaciones por parte de otras naciones, se pudo llegar a comprender hasta qué punto Cataluña poseía una industria avanzada.151 La Exposición Universal de 1888 fue, para el discurso regionalista catalán, una oportunidad concedida para reforzar la idea de avance de Cataluña.152 Se aprovechó el día de los Juegos Florales y la presencia de la reina regente, con motivo de la inauguración de la Exposición, para entregarle las propuestas de esta corriente ideológica. En este manifiesto se reclamaba una amplia autonomía para Cataluña, con una reforma del sistema político, eso sí, sin que desapareciese la figura del monarca. El contenido asustó a determinadas personalidades que participaban en este movimiento, como el director del periódico Diario de Barcelona, y finalmente no fue leído ante la reina. Marcelino Menéndez Pelayo también participó en estos Juegos, debido a sus contactos con la escuela literaria barcelonesa, leyendo un discurso en lengua catalana.153 Ferviente defensor, al igual que la línea de pensamiento católica en la que se alineaba, de las libertades provinciales y de las costumbres y lenguas locales, criticó siempre la figura de Madrid, por cuanto era la personificación del centralismo.154 La influencia del certamen no se limitó solo a los actos previstos durante la celebración del mismo. El catalanismo, como fuerza política, empleó bastante tiempo en organizarse. Barcelona, ciudad en la que los intereses económicos a veces no comulgaban con los políticos, albergaba dos grupos que se oponían entre ellos: por un lado, aquellos que reivindicaban la vuelta a las tradiciones; y, por otra parte, los que solicitaban una modernización de la ciudad. Fue la Exposición la que marcó el futuro a estos últimos, pues mostró no solo los cambios que Barcelona había vivido, sino que, sobre todo, evi150   Adams Fernández, Carmen. «La Exposición de 1889 y la búsqueda de una identidad estética en las repúblicas hispanoamericanas», en Arte e identidades culturales, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1998, p. 201. 151   Grau, Ramón y López, Marina. «La Exposición Universal de Barcelona…», p. 332. 152   Casassas, Jordi. «Batallas y ambigüedades…», p. 128. 153   Edles, Laura Desfor. «A Culturalist Approach to Ethnic Nationalist…», p. 318. 154   Varela, Javier. La novela de España…, p. 55. Núñez Seixas, Xosé Manuel. «The Region as Essence of the Fatherland…», p. 496.

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denció los que la ciudad necesitaba. Se pusieron en evidencia las carencias y los avances de Cataluña a finales de este siglo.155 Habría que indicar que la burguesía catalana, protagonista y promotora del certamen, ante la ausencia de un plan de cohesión social, político y económico dictado desde el Gobierno central, rechazó en múltiples ocasiones las medidas que se lanzaban, por considerarlas inadecuadas ante la realidad económica y social de Cataluña.156 Para Jaume Vicens Vives, la tercera etapa de la constitución de una burguesía propiamente catalana se desarrolló entre la Revolución Gloriosa y 1898. Esta se aprovechó de la edad de oro de la industria catalana y del monopolio textil, sobre todo en la isla de Cuba. Lo interesante es que fueron un número bastante determinado de familias, con comportamientos ciertamente endogámicos de clase y que procedieron a una acumulación de capitales, las que, además, participaron plenamente en la vida pública, de corte político y social, con un amplio espectro de participación en los organismos directivos de la Exposición, que es el caso que nos ocupa.157 El arquitecto Luis Domènech i Montaner o el economista Pedro Coromines recalcaron en sus escritos posteriores a 1888 la influencia de la Exposición en la integración de las asociaciones catalanistas en la sociedad. Esto no implicó que tuviese el mismo impacto en la generación que participó en el desarrollo de la Exposición, que en aquella que vivió sus consecuencias. A pesar del peso del certamen en la sociedad catalana, a las puertas del siglo xx será objeto de «olvido» por parte de los nuevos políticos regionalistas. Los impulsores del catalanismo político, aun teniendo en cuenta lo que le debían a la Exposición de 1888, rompieron con lo anterior.158 De hecho, historiadores como Christopher Schmidt-Nowara han señalado que es erróneo contemplar la Exposición de Barcelona como la expresión del nacimiento del nacionalismo catalán. Es verdad que se enfatizó una identidad local y regional, pero como parte de una comunidad nacional, proceso que más tarde desembocaría en otra ideología.159 Stéphane Michonneau insiste en que, tras la Exposición, la corriente de pensamiento que marcó la simbología de la exhibición, de carácter liberal y provinciano, comenzó un declive en paralelo a la capacidad económica de las clases burguesas que la habían auspiciado.160 Esto hizo que hubiera una cierta predisposición hacia las corrientes cada vez   Casassas, Jordi. «Batallas y ambigüedades…», p. 130.   Solé Tura, Jorge. «Historiografía y nacionalismo…», p. 97. 157   Vicens i Vives, Jaume y Llorens, Monserrat. Industrials i politics (segle xix), Barcelona, Teide, 1961 (1958), pp. 127-129. 158   Núñez Seixas, Xosé Manuel. Los nacionalismos en la España Contemporánea (siglos xix y xx), Barcelona, Hipòtesi, 1999, p. 37. 159   Schmidt-Nowara, Christopher. The Conquest of History. Spanish Colonialism and National Histories in the Nineteenth Century, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 2006, p. 63. 160   Michonneau, Stéphane. Barcelona: memòria i identitat…, p. 138. Hay que indicar que no compartimos el excesivo énfasis en el declive de Barcelona que realiza Michonneau. 155 156

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más definidas y fortalecidas del catalanismo político. Pero hasta ese momento, es decir, hasta el cambio de siglo, la visión del pueblo catalán como «pueblo laborioso», sobre todo a raíz de la industrialización de la región, se convirtió en proclama del movimiento regionalista. La nueva generación que integraba la Lliga, partido del que hemos hablado en el capítulo 1, en el año 1901 estaba compuesta por jóvenes industriales y profesionales. Formaban parte de la generación que vivió de joven la Exposición de 1888. Ignasi Solá difiere en este sentido de Schmidt-Nowara al afirmar que estas personalidades, al alcanzar el poder, vieron en Barcelona la posibilidad de convertirla finalmente en una gran capital, lugar para el desarrollo de sus proyectos de regeneración económica y modernización social, fruto en parte de la convulsión vivida en la ciudad tras el certamen universal.161 A principios del siglo  xx, esta generación integró una corriente política regionalista y apostó por medidas concernientes al proyecto en Cataluña. El regionalismo fue un proceso que iba unido a la elaboración de un discurso nacional, de identidad, cuyo componente de atracción fue el territorio, y despertaba entre los miembros de una colectividad un sentimiento de compartir una cultura, un pasado y un futuro comunes con aquellos que habitaban dentro de esta línea.162 El regionalismo no tenía por qué estar enfrentado al sentimiento de identidad nacional. Los sentimientos regionales podían ser complementarios, y no ser contrarios, obligatoriamente, a la concepción de la identidad nacional. Si bien es cierto que en ciertas ocasiones, por la conjunción de determinadas variables, como la lengua o la coherencia territorial, se produjo una dicotomía entre región y Estado, y que la evolución de ambas identidades fueran contrapuestas y conflictivas en las siguientes décadas, desarrollándose una conciencia política catalanista. Finalmente, este factor había de ser uno de los que provocaron el cuestionamiento de un único acuerdo de las premisas que debían condicionar los valores transmitidos por la idea de lo español en el futuro. «Un nuevo modo de ser considerados los españoles en España»: 5.3.  el impacto de la Exposición en la sociedad española La Exposición de Barcelona, con sus dos millones de visitas, fue una exposición modesta en participantes extranjeros, dimensión física o su propia ambición. Si queremos enfrentarla a un dato, podemos indicar simple161   Solà-Morales, Ignasi. «Los locos arquitectos de una ciudad soñada», en Alejandro Sánchez (dir.), Barcelona 1888-1929. Modernidad, ambición y conflictos de una ciudad soñada, Barcelona, Alianza, 1994 (1992), p. 143. 162   Boyd, Carolyn P. «Covadonga y el regionalismo asturiano», Xosé M. Núñez Seixas (ed.), La construcción de la identidad regional en Europa y España (siglos xix y xx), Ayer, 64 (2006), p. 150.

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mente que la Exposición Universal de París de 1889 recibió treinta y dos millones de visitantes. Barcelona tuvo un carácter más provincial y nacional que internacional, pero esto no restó importancia al hecho de que fue sobre todo un acontecimiento que reforzó la confianza en la propia ciudad. A medida que transcurrieron los meses de Exposición, el carácter popular y de divertimento se agudizó, en la misma tendencia de lo que sucedió en otros certámenes con estas características. Para el resto de la sociedad que no acudió al certamen podemos, por lo menos, analizar los artículos de los periódicos para hacernos una idea de cómo los lectores podían percibir la imagen subyacente de la Exposición, que sería transmitida de manera indirecta a un número más elevado de individuos. Pondremos, una vez más, el ejemplo del periódico El Imparcial. Ante todo, para la línea editorial de este diario, la Exposición de Barcelona no se vio como una gran empresa comercial, «una Exposición no es un negocio, no puede ni debe ser una empresa. Gánase la gloria desde luego, el dinero más tarde».163 Pero no nos dejemos engañar, porque se era consciente de que lo importante era dar una buena imagen, con una gran afluencia de público, y tras esta publicidad, «mañana pedidos comerciales, demanda de productos de Cataluña, vapores que saldrán cargados de mercancías, aumento de tráfico en las líneas férreas».164 Era el momento de presentar a España como un país industrial, no solo como el escenario de un pasado glorioso. Era la oportunidad de comenzar «una etapa nueva en el modo de ser considerados los españoles por Europa».165 Otro factor a tener en cuenta es la inmersión de la Exposición de Barcelona en un contexto de crisis económica. Por muchas razones, no supuso un gran triunfo internacional, como la Exposición de París del año siguiente, pero tampoco un estrepitoso fracaso: se adaptó a las circunstancias, al tamaño e importancia de la ciudad, en definitiva, a Barcelona. El balance positivo lo encontramos en el terreno municipal, dado que la ciudad ganó una reforma urbanística necesitada desde hacía tiempo, impulsada por el certamen.166 La ciudad mejoró en arquitectura, urbanismo e imagen.167 Esta Exposición supuso el fruto de una proyección de cambio que planeaba Barcelona desde hacía   El Imparcial, 6.12.1888.   El Imparcial, 6.12.1888. 165   El Imparcial, 6.12.1888. 166  AMAB, Fondo documental generado por la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal de 1888, Caixa 42517. Sesión extraordinaria del día 15 de septiembre de 1887 de la Comisión Central Directiva. «No se irrogaran perjuicios morales y materiales a la Exposición y a la ciudad de Barcelona que sabe y quiere conservar siempre y mas en la ocasión presente su prestigio y renombre aún a costa de los más grandes sacrificios que deba imponerse.» 167   La Ilustración Española y Americana, 22.11.1888. «Será costoso, pero los barcelo­ neses se han crecido con el éxito de la Exposición, y no solo construirán de nuevo media ciudad, sino que la dorarán toda, si les da el capricho.» 163 164

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tiempo, más que el punto de partida del mismo.168 El aspecto negativo de las reformas fue que no atendieron a las necesidades de gran parte de sus ciudadanos. Esto no quita para indicar que también fue una excusa para hacer una llamada de atención sobre la situación de las clases sociales más desfavorecidas.169 Influyó en la sociedad barcelonesa, en el campo de las actividades económicas, porque «no hay Exposición que no deje en un radio muy extenso la influencia, en todas las esferas del trabajo de ese estudio práctico que hacen todos los industriales, artistas y comerciantes en esos bazares del universo».170 La Exposición posibilitó el conocimiento mutuo entre los españoles, percibido de este modo por los protagonistas y participantes en la misma como una ventaja [...] de la Exposición no habrá sido la de que Cataluña nos haya demostrado sus enormes fuerzas productoras, sino el que los catalanes y los demás españoles nos hayamos conocido personalmente [...] ha resultado un pretexto, un hermoso pretexto para unir en el seno de la patria y de la civilización a todos los españoles.171

Se constituyó como una pieza en el ensamblaje de la identidad nacional. Existía una conexión entre la imagen del país anfitrión y la proyección cultural del mismo.172 Este proceso estaría matizado por un cierto halo de ambigüedad, porque el hecho de iniciarse por parte de la iniciativa privada restó fuerza al discurso elaborado en torno a la misma. La Exposición de Barcelona se mostró como un excelente escenario para resaltar, por determinados medios, la estabilidad del régimen. La oportunidad de organizarla apareció sin haber existido un plan previo, hecho que explicaría la falta de un discurso elaborado y fijo en torno a los objetivos que se querían conseguir. Cuando el proceso estuvo en marcha, se pensó por parte de la elite gobernante que no sería mala idea mostrar el estado de desarrollo de la industria nacional, en especial la catalana, dado su mayor grado de expansión. Si bien es cierto que hubo algún temor por exhibir una industria pobre en comparación con otras naciones, una vez inaugurado el certamen, se predispusieron los ánimos para encontrar un campo en el que exaltar los valores nacionales. Así pues, España se mostró como baluarte de una política de paz, predispuesta para un mejor futuro.   Michonneau, Stéphane. Barcelona: memòria i identitat…, p. 85.   AMAB, Fondo documental generado por la Comisión Ejecutiva de la Exposición Universal de 1888, Caixa 42.517. Dictamen emitido por la Comisión de asuntos generales referentes a impulsar toda clase de mejoras morales y materiales en los pueblos del llano de la Capital. 170   La Ilustración Española y Americana, 22.07.1888. 171   La Ilustración Española y Americana, 22.11.1888. 172   Rembold, Elfie. «Exhibitions and National Identity…», p. 222. 168

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En segundo lugar habría que destacar dos procesos que se dieron cita en el recinto de la Ciudadela: por un lado, sin mayor debate, se mostró aquello que bien podía identificar con orgullo la marca nacional a través de la arquitectura de los pabellones, es decir, el periodo medieval, que dio como resultado la unión nacional y el Imperio, como el periodo de mayor expansión de la nación. Por otro lado, la Exposición fue un lugar de intercambio comercial, pero, sobre todo, de esparcimiento social. En general, excepto contadas excepciones como con los grupos republicanos, hubo una exaltación del sistema político, personificado en la figura de la reina regente. Reconocidas sus virtudes, estas atrajeron también el aplauso de las naciones participantes. España buscó una nueva seña de identidad, que fue la de su papel en la política internacional como garante de la paz, como ya hemos dicho. Si bien es verdad que desde los gobiernos liberal y conservador no hubo un plan trazado, ni tampoco deseado en conciencia, para excitar en la población un sentimiento de identificación con una idea establecida de nación, también habría que señalar que parecía clara la línea a seguir. El pasado nacional estaba lleno de capítulos de reconocido carácter heroico, conocidos por todos y personificados en los objetos mostrados. La reina regente era la figura que simbolizaba la estabilidad del momento. Y estos dos esquemas se entrecruzaron, no solo en este certamen, sino también unos años antes en la celebración del segundo centenario de la muerte de Calderón de la Barca en 1881, y que se reviviría más tarde con las siguientes conmemoraciones, como las que analizaremos en los dos siguientes capítulos. La cuestión que se plantea en este momento es comprobar hasta qué punto había una intención de propagar un discurso de acuerdo a los mitos compartidos por la sociedad española. La Exposición de Barcelona evidenció, a su manera, tal y como pasó y pasará en las conmemoraciones que se sucedieron, que las elites políticas no consideraron necesario una estrategia previa para llevar a cabo un programa planeado mediante el que la sociedad española percibiera cuáles eran las ideas que identificaban a la nación. Se pensaba que estas eran claramente reconocidas por la sociedad, por lo que lo más importante era señalar que el régimen político era estable y que conllevaría el desarrollo para el futuro de la nación.

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CAPÍTULO 5 EL IV CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO MUNDO EN 1892*

1. ¿Centenario de Colón o Centenario del Descubrimiento? Los primeros pasos hacia la conmemoración de los cuatrocientos años La última década del siglo  xix no se presentaba muy optimista en el panorama interno político español. El régimen de la Restauración se había visto continuamente sobresaltado por distintos periodos de convulsiones políticas y sociales. Además, en ese momento tocaba resolver la situación incómoda de las últimas colonias de Ultramar. A pesar de esto, se propuso una aparente gran celebración en 1892, porque, sin duda, el IV Centenario del Descubrimiento de América era el centenario soñado con mayúsculas. Esta idea se podía leer en la proclama que un periodista de La Ilustración Española y Americana hizo al comienzo de ese año: Si los contemporáneos son con frecuencia ingratos, no lo son por fortuna la historia ni la posterioridad; y España [...] celebrando el centenario de tan grande acontecimiento y llamando a participar de él a todos los pueblos civilizados […] y con tan generoso fin se reúnen las altas jerarquías de la ciencia, de la política, del clero, de la milicia y de la fortuna, presididas por el Gobierno […] España hará una de esas fiestas memorables que dejan recuerdos perpetuos, y de que la ayudarán generosamente América y Europa [...] que se arrojen al público por todas partes extractos históricos ilustrados del acontecimiento: que se *  Nosotros utilizaremos, sobre todo, los epígrafes Centenario de Colón o Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo de manera alternativa, por ser los empleados en 1892, aunque en algunas ocasiones hablemos también del Centenario del Descubrimiento de América.

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inaugure algo permanente que lleve el nombre de España, Colón y América [...] que Isabel la Católica, Colón [...] vivan juntos en todas partes, que los teatros, las procesiones cívicas y las cabalgatas nos representen episodios de aquella época gloriosa: que se socorra la miseria y se estimule el patriotismo, y que la prensa con su poder y sus recursos, la música, la pintura, la poesía y la riqueza, celebren con manifestaciones públicas la fiesta que conmemora el descubrimiento americano.1

Se presentaba la oportunidad, cuatro años después de la Exposición Universal de Barcelona, de ser de nuevo el escenario al que acudiesen todas las naciones; se conmemoraba una fecha que afectaba no solo al país, sino a todo el mundo. Podría parecer que, ante tal acontecimiento, España aprovecharía la ocasión para reivindicar su antiguo papel de potencia, que lanzaría diatribas de complacencia sobre la población, la cual las utilizaría para interiorizar el sentimiento de pertenencia a una nación que había ayudado al marinero genovés a lanzarse a mares desconocidos. Ya por el año 1888 encontramos las primeras llamadas de atención desde los periódicos: «Dentro de pocos años hará el mundo una fiesta colosal: la del centenario de Colón y ya prevemos la honrosa parte que tomará Barcelona en aquel suceso memorable».2 Fue, sin duda, una fecha polémica, incluso a la hora de ponerse de acuerdo en su propia designación: ¿IV Centenario del Descubrimiento de América, de Colón o del Descubrimiento del Nuevo Mundo?3 El primer epígrafe se descartó porque primaba la imagen de América por encima de todo. Los dos siguientes fueron los más utilizados, el primero por su carácter personal, gracias a la idea romántica que envolvía al personaje del Navegante, y el segundo, por su validez y su afinidad a lo hispánico, frente a Italia o Estados Unidos, que lucharon por copar protagonismo en el recuerdo de la hazaña:4 ¿Cómo no habían de tenerla, estando tal íntimamente ligado el hecho del descubrimiento a la vida del descubridor, que hasta los actos mismos consagrados a conmemorar el primero toman espontáneamente del nombre del segundo la denominación de fiestas colombinas? Es que no podría hacerse el elogio de una obra cualquiera, sin completarlo con la mención honorífica del obrero que la realizó.5

No obstante, la conversión de Colón como mito nacional español era vulnerable por su origen porque, entre otras razones, permitía a otras nacio  La Ilustración Española y Americana, 15.02.1892.   La Ilustración Española y Americana, 30.05.1888. 3   Bernabeu Albert, Salvador. «Los significados de la conmemoración del IV Centenario», en Salvador Bernabeu Albert et al. Descubrimiento de América. Del IV al VI Centenario, tomo I, Madrid, Fundación Cánovas del Castillo, 1993, p. 11. La denominación centenario de Colón fue promovida sobre todo desde Italia y Estados Unidos. 4   Alvar Ezquerra, Alfredo. «Entre Colón, el Descubrimiento, Cervantes…», pp. 282-283. 5   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, 1867-1892, Madrid, Legajo H3214. El Teléfono, 18.10.1891. Periódico dominicano. 1 2

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nes rivalizar por su figura.6 Aun así, para muchos historiadores de la época, la figura clave fue la del marinero genovés. No hubo conferencia, exposición o muestra donde no se analizaran la vida y la trayectoria de Cristóbal Colón, «para preparar el modo más acabado, las fiestas que con regocijo general, recordarán la historia del inmortal Cristóbal Colón y de cuantos le auxiliaron en la memorable empresa del descubrimiento de América».7 Como fue el caso de Víctor Balaguer, quien, aun exculpando en parte el trato que se dio a Cristóbal Colón, «por exceso de celo», acusó en 1892, en una conferencia dictada en el Ateneo de Madrid sobre el papel de Castilla y Aragón en el descubrimiento, de ingratitud al mundo entero porque «las tierras maravillosamente descubiertas por Cristóbal Colón no llevan su nombre. Se llaman América».8 Otro ejemplo lo podemos tomar de las siguientes palabras aparecidas en un diario dominicano en 1891, que explicaban los términos por los cuales era necesario destacar la figura del marinero genovés: Cantar las glorias de España desde el 1492 a la fecha sin hablar de la vida de Colón, de los sinsabores que amargaron su agitada existencia y de su muerte y de sus preciosos y envidiados restos, es tan difícil como hablar del valor distintivo del pueblo español sin hacer referencia a Sagunto, y a Lepanto, y a Trafalgar lo que es más, es lo mismo que hablar del sol sin pensar en la luz.9

Frente a un grupo de autores herederos de la tradición romántica que querían recuperar la imagen de Colón, otros autores, como Marcelino Menéndez Pelayo, Antonio Cánovas del Castillo,10 José Echegaray, Luis Vidart, Emilia Pardo Bazán o Cesáreo Fernández Duro, reafirmaron la idea nacionalista que subyacía bajo esta celebración, y por eso apostaron por el término   Schmidt-Nowara, Christopher. The Conquest of History…, pp. 64-65.  AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Año 1892. Caja 33. Documento emitido por la 4.ª Sección de relaciones generales de la Junta directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, dirigido al presidente del Ateneo de Barcelona. Madrid, 12.03.1891.  8   Balaguer, Víctor. Castilla y Aragón en el Descubrimiento de América, Madrid, Est. Tip. Sucesores de Rivadeneyra, 1892, p. 26.  9   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, 1867-1892, Madrid, Legajo H3214. El Eco de la Opinión, 24.10.1891. Este periódico era de Santo Domingo. 10   Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. 12 de octubre de 1892. Unión Iberoamericana, Madrid, [s. n.], 1892, p. 1. Cánovas se posicionó sobre esta polémica del siguiente modo: «Nada sublima a mis ojos tanto el carácter de Colón, como la misma inflexibilidad y magnitud de sus exigencias, y la firmeza rara con que las sostuvo hasta que, no bien de su grado tampoco, sucumbió a ellas la Reina. Ni el puro amor de la gloria, ni las piadosas miras que también mostró de extender la fe cristiana, ni el natural anhelo de experimentar y tocar con la mano la exactitud de su opinión racional, ni su pobreza [...] le hizo disminuir en un ápice el subido precio que previamente puso a su extraordinario [...] servicio. Cualquiera historiador idealista puede muy bien alabar esto irónicamente, y aún se ha dado el caso, más yo con verdad digo, que nada me da del genio y carácter del descubridor tan alto concepto».  6  7

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centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo.11 No en vano, el historiador Christopher Schmidt-Nowara ha destacado la posición de este capítulo en el proceso de consolidación del proyecto nacional del régimen político liberal español, puesto que al complejo punto de partida interno habría que sumarle el endémico conflicto entre la metrópoli y las colonias.12 Se destacó el hecho del descubrimiento porque así la proeza se dignificaba con mayor valor. Con el término Nuevo Mundo se ensalzaba y glorificaba la obra de los españoles al otro lado del océano, en un intento de derrotar la pésima imagen que se cernió sobre los españoles tras la conquista. Bajo esa intención se celebraron congresos ese año, se dictaron conferencias, se publicaron ensayos, donde triunfó la corriente positivista de la Historia, redactada por aquellos que estaban embarcados en la tarea de eliminar los aspectos negativos de la acción de los españoles en América.13 Se quería analizar el descubrimiento en su contexto, demostrar las bondades del sistema colonial español y su influencia posterior, sin amedrentarse en compararlo con los nuevos imperios coloniales europeos. La polémica por la denominación de la conmemoración estuvo abierta antes y durante la celebración del centenario, pues ambos términos, incluido el primero, se combinaron sin excluirse de manera definitiva. Si continuamos con el relato de lo acontecido, el recuerdo de 1892 fue provocado por los intentos del Gobierno de Estados Unidos de apropiarse del protagonismo del centenario: Y sin embargo, Granada conmemorando el 2 de enero el centenario de la entrega de aquella ciudad que hizo Boabdil a los Reyes Católicos, debería advertirnos la superioridad de aquellos tiempos sobre los nuestros y de aquellas gentes sobre esta gentecilla [...] Los preparativos para el centenario del descubrimiento de América también deberían humillarnos, comparando aquel año 1492, que empezaba con la conquista de Granada y concluía con la gran conquista de las tierras [...] Aquello es un final de siglo y merece recordarse y citarse con orgullo, no esta época incolora, en que nada nos alienta ni entusiasma.14

La aparente previsión que se suponía en los gabinetes ministeriales españoles, y el mismo deseo de la sociedad, expresado a través de múltiples ar­ tículos de periódicos, no puede llevar al engaño. Incluso entre los políticos, como en la Cámara Alta, se hicieron una serie de preguntas sobre la organización, como por ejemplo, sobre la omisión en la comisión de representantes de Cuba y Puerto Rico.15 La realidad imperante fue la descoordinación y los 11   Bernabeu Albert, Salvador. «El IV Centenario del Descubrimiento de América en la coyuntura finisecular (1880-1893)», Revista de Indias, vol. 44/174 (1984), p. 358. 12   Schmidt-Nowara, Christopher. The Conquest of History…, p. 55. 13   Alvar Ezquerra, Alfredo. «Entre Colón, el Descubrimiento, Cervantes…», p. 290. 14   La Ilustración Española y Americana, 8.01.1892. 15   AHSE, Preguntas parlamentarias relacionadas con el Centenario del Descubrimiento de América, Expediente HIS-1127-23. Carta del senador Manuel Ortiz dirigida al presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Sagasta. Madrid, palacio del Senado, 13.03.1888.

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trabajos de última hora, hecho que caracterizó gran parte de los programas preparados en España con motivo de las grandes conmemoraciones.16 En 1888, el Gobierno de turno, en manos de los liberales, reaccionó tras las noticias sobre los preparativos en Estados Unidos. Este hecho ha sido matizado por Eric Storm, quien mantiene que algunos miembros del Partido Liberal consideraban suficientes las medidas llevadas a cabo por el Gobierno hasta ese momento para despertar una cierta afinidad al proyecto nacional, sin gran necesidad de este tipo de acontecimientos. Aun así, fue un miembro del gabinete liberal, a la altura de 1887, Segismundo Moret, quien ocupaba la cartera de Estado, el que señaló el peligro que la influencia de Estados Unidos sobre las repúblicas hispanoamericanas podía suponer. Por esta razón destacó la necesidad de utilizar el centenario como una respuesta a este hecho, con el deseo de que las antiguas colonias no olvidaran el lazo de unión que habían tenido con España. Moret, en su calidad de ministro de Estado, contestó en julio de 1887 al embajador estadounidense en Madrid, cuando requirió información sobre la noticia aparecida en un periódico neoyorquino acerca de los festejos que se estaban preparando tanto en Estados Unidos como en España. Moret publicó que España iba a tomar, por supuesto, la iniciativa para la celebración, la más espléndida, del centenario del descubrimiento de América, a la que serían invitadas todas las repúblicas americanas. España también estaría dispuesta a participar en los actos preparados en el continente americano. Aun a pesar de lo temprano de la fecha, los responsables políticos y diplomáticos extranjeros, al recibir la noticia, dudaron que se concretase, y, por ejemplo, por esta razón, Viscount Gormanston, gobernador de la Guyana Británica, avisaba que no se tomarían medidas hasta que hubiese propuestas más concretas.17 Una vez decidido que se debía iniciar la creación de un comité de preparación del centenario, se apreció, desde los medios periodísticos, que 1892 se 16   AAB, Libro de actas del Ateneo de Barcelona del año 1892. Libro 4. Acta del 27 de julio de 1892, fol. 177.Tenemos un ejemplo en el libro de actas del Ateneo de Barcelona del año 1892, en el que se expresaba la sorpresa ante la lectura en la prensa escrita de la organización de una comisión en Barcelona encargada de coordinar los trabajos referidos a la celebración de dicho centenario, acontecimiento del que no se tenía ninguna noticia en el Ateneo. Por ello, ante la perplejidad provocada por este hecho, el presidente del Ateneo barcelonés decidió que la propia institución creara una comisión propia con la intención de preparar solemnemente este centenario. «Los señores Boada y Carrer preguntan qué hay de cierto en lo publicado por los periódicos respecto al nombramiento de una Comisión encargada de practicar trabajos para solemnizar el cuarto centenario del descubrimiento de América, contestando el Sr. Presidente que tal noticia le había sorprendido ya que nada se había oficialmente dispuesto sobre el particular. […] respecto a la conveniencia de que el Ateneo solemnice por su parte y en la forma más adecuada a su índole […] el referido centenario, acordóse nombrar una Comisión.» 17   The National Archives, Public Record Office, Kew [TNA, PRO], FO 72/1832. Carta del gobernador de Guyana Británica, Gormanston, al secretario de Asuntos Coloniales, Knutsford. Georgetown, 11.07.1888.

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podía considerar diferente a todo lo acontecido en materia de conmemoraciones, porque ahora la nación adquiriría el rango de protagonista: El sentimiento hondamente monárquico, que con los de religión y patria, constituye los caracteres distintivos del pueblo español, ha vuelto a recobrar en los tiempos presentes el esplendor de otras edades […] tiene por objeto algo tan grande y halagador para España, que no es maravilla que el sentimiento monárquico, unido al sentimiento patriótico, produzca el hermoso espectáculo que nuestra nación está dando a los ojos de todas las naciones civilizadas.18

Había de exaltarse una empresa histórica del pasado, que implicaría no pocos problemas de definición, cuyo eje principal era la propia nación española. No era una mera celebración de una fecha, sino que se exaltaba el recuerdo de un pasado glorioso: La significación del Centenario no se limita solamente a conmemorar el descubrimiento de América, además, los beneficios que la nación actualmente disfruta, el mejoramiento de nuestro estado social y lo mucho que en pocos años ha avanzado en el camino de la regeneración. Así lo comprenden los pueblos, y por eso se apresuran a acudir a vitorear a sus Reyes […] promesa de días gloriosos y felices para la patria española.19

La esencia era España, como idea, incluso por encima de los protagonistas de esta hazaña —«España, España, es quien se presentó de repente a firmar las capitulaciones de Granada, pasando por encima de los Reyes Católicos»—, incluso con relación al descubrimiento del Nuevo Mundo —«España, finalmente, que fue en realidad la que descubrió y conquistó y pobló y organizó y bautizó las tierras del Nuevo Mundo, dándole sus tesoros, su sangre, su espíritu y su vida»—.20 La llegada a América implicó la unidad de España, y este proceso de descubrimiento y posterior conquista «fue acentuándose cada vez con síntomas más reflexivos y marcados el sentimiento y espíritu de unidad nacional y de patria española, con latientes y también nobles y patrióticas aspiraciones de unidad ibérica».21 Estos textos, extraídos del periódico conservador La Época dos días antes de la celebración del 12 de octubre de 1892, lanzaban la idea de que la unión del país, tras el reinado de los Reyes Católicos, fue reforzándose y ampliándose. De hecho, «no existe otro país donde el sentimiento de nacionalidad se revele más vigorosamente que en el nuestro, ni hay otro donde el patriotismo nacional brote   La Época, 8.10.1892.   La Época, 8.10.1892. 20   La Época, 10.10.1892. 21   La Época, 10.10.1892. 18 19

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con más acentuados y varoniles caracteres que en España».22 Porque en «otros pueblos, sobre todo en sus literaturas, no existe ningún sentimiento predominante que le imprima sello y carácter, sucediendo, por lo general, que sus autores y sus poetas van a recoger sus ideas, sus asuntos y hasta su inspiración fuera del centro en el que viven», a diferencia de los españoles, cuya musa literaria era «la patria, la patria española con sus cielos esplendorosos». Los españoles, en sus escritos, aun en diferentes lenguas, «pero en el canto de Altabiskar de los euskeras, pero en el poema del Cid de los castellanos [...] pero en el castellano de Cervantes», expresaban un nexo de unión, un sentimiento de pertenencia común a una nación. Así, en esta literatura, «todo es la patria, que todo esto es España, nuestra santa España, para la cual emprende el astur la reconquista, para la cual canta Camões en castellano, […] para la cual Cristóbal Colón hace brotar todo un mundo». Todos estos rasgos, que ya habían sido esgrimidos en 1888 con motivo de la Exposición de Barcelona, fueron exaltados, en este caso, desde los medios de expresión conservadores, como acabamos de destacar. La monarquía era la institución que concedía estabilidad al sistema, no solo a la política, sino también a la economía y a la sociedad, y viceversa. Entonces apareció de nuevo la oportunidad de recalcar la valía de la cabeza visible del país, porque «por fortuna España vive en medio de una paz perfecta […] la industria y el comercio en general las artes todas de la paz se desarrollen y prosperen bajo la égida protectora de las instituciones monárquicas».23 El centenario serviría para mostrar los valores que se consideraban característicos de la política española en esa coyuntura, la paz y la estabilidad, adjetivos que se habían repetido en el certamen internacional vivido en Barcelona cuatro años antes. Por todo esto, España estaba obligada a representar un buen papel si se quería recordar su protagonismo en el pasado; para ello era necesario rehabilitar la figura de Colón, valorizar el papel de España y destacar otros mitos, como la figura de Isabel la Católica, todo ello clave del estímulo patriótico: La Nación española respondiendo a los generosos impulsos del patriotismo y a los nobles timbres de su propia historia, intenta conmemorar dentro del círculo en que sus esfuerzos la encierran el Cuarto Centenario del descubrimiento de América con fiestas y solemnidades propias de suceso tan memorable y trascendental.24

  La Época. Las siguientes citas, si no se señala lo contrario, pertenecen al texto de este

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día.

  La Época, 10.10.1892.  AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Caja 33. Año 1892. Documento emitido por la 4.ª Sección de relaciones generales de la Junta directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, dirigido al presidente del Ateneo de Barcelona. Madrid, 12.03.1891. 23 24

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España, una vez imbuida en la espiral de la conmemoración, intentó adaptar el programa ideado a las necesidades que surgían. Finalmente, quien ganó el mayor protagonismo fue Cristóbal Colón. En una publicación firmada en 1893 por Néstor Ponce de León, que trataba de los monumentos, retratos, medallas, estatuas y pinturas sobre Colón, no solo en España, sino en el mundo entero, se observa el aumento del recuerdo material del navegante. La sensación de que el centenario se inclinó más hacia lo personal que hacia el acontecimiento en sí parecía probarse con este tipo de ejemplos.25 2. La organización oficial del centenario Por medio de un Real Decreto en febrero de 1888 se creó una comisión con el objeto de preparar «el programa de festividades con que ha de celebrarse el cuarto centenario del descubrimiento de América, y dar al acto, no solo la solemnidad y grandeza que requiere, sino satisfacer las aspiraciones y exigencias de las diferentes naciones y pueblos interesados en esa conmemoración».26 El recelo despertado ante los preparativos que Estados Unidos estaba realizado para su propia celebración hizo que el Gobierno español tomara cartas en el asunto, como ya hemos indicado en párrafos anteriores. El miedo a que el nombre de España desapareciese de los principales titulares y reconocimientos en este episodio histórico provocó el nacimiento de esta primera Junta. El presidente del Consejo de Ministros en 1888, Práxedes Sagasta, del Partido Liberal, expuso en el preámbulo de este decreto los motivos por los cuales el Gobierno se había decidido por la celebración del centenario: Desde que cundió la afición y se estableció la costumbre de dar cierto culto a los héroes celebrando magníficas fiestas seculares, acudió a la mente de muchos españoles la idea de consagrar una de estas fiestas al hombre extraordinario, cuya gloria refleja mayor luz sobre España, redundando también en provecho de las otras naciones, ya que para todas hay Nuevo Mundo, por donde la civilización de Europa se dilata triunfante. No es de extrañar que al acercarse el cuarto centenario del descubrimiento de América, desee celebrarle con esplén-

25   Ponce de León, Néstor. The Columbus Gallery. The «discoverer of the New World» as represented in portraits, monuments, statues, medals and paintings historical description, New York, [s. i.], 1893. 26   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales, primer folleto que comprende el Real Decreto de 9 de enero de 1891 y la constitución de la Junta Directiva, 1891. Real Decreto de 28 de febrero de 1888. El Real Decreto del 9 de enero de 1891 tuvo como objeto crear la Junta Directiva que sustituyese a la antigua comisión. Gran parte del reglamento permaneció sin cambios.

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dida gratitud las principales naciones colonizadoras y las que de sus enérgicas y florecientes colonias han nacido luego.27

Según este texto, las naciones extranjeras habían de reconocer el papel que España había jugado en este acontecimiento que había cambiado el curso de la Historia. El presidente del Gobierno tendió la mano a Portugal, invitando a este país a formar parte activa del programa. Esta propuesta acarreó ciertos problemas diplomáticos con el país vecino, porque existía la duda de si verdaderamente España había contado con su participación. En el momento en que los periódicos portugueses se hicieron eco de esta información, se despertó una agria polémica debido a la falta de consulta previa. Finalmente, las explicaciones dadas por el embajador español en Portugal calmaron políticamente el asunto.28 La comisión estaba formada por miembros de distintas instituciones, personalidades importantes dentro de la vida cultural e intelectual del país, como, por ejemplo, el director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.29 Tenía encomendadas las siguientes tareas: organizar el programa de festejos, que habría de someterse a la aprobación del Gobierno; establecer subcomisiones que se encargasen de las distintas partes del programa, cuyos nombramientos debían ser supervisados también por el Gobierno; invitar a corporaciones y particulares a asociarse a la organización de la conmemoración; obtención de más recursos; informar al Gobierno y a los distintos ministerios implicados de los pasos dados; y organizar en las capitales de provincia centros asociados a ella.30 El presupuesto era de quinientas mil pesetas, que debía ser gestionado hasta 1893. Las actividades planeadas por esta primera comisión fueron las siguientes. Por un lado, se convocó un certamen literario, en junio de 1889, donde se premiaría la obra en prosa que ensalzase el descubrimiento dentro de un razonado cuadro histórico. La tarea de elucubrar nuevas teorías sobre el acontecimiento ya había recaído en la Real Academia de la Historia, encargada de publicar documentos inéditos. Por esta razón, el objetivo del certamen era otro. A pesar de la historiografía previa, no se había explicado deta  Gaceta de Madrid, n.º 60, p. 553, 29.02.1888.   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Madrid, 1867-1892, Legajo H3214. Carta del embajador español en Lisboa donde se da cuenta de una interpelación en la Cámara sobre el Decreto del gobierno español acerca del cuarto centenario de Colón. Lisboa, 7.03.1888. 29   ARABSF, Legajo 54-3/5. Real Orden comunicada por el presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Sagasta, nombrando al director de la Academia, vocal de la Comisión creada para conmemorar el cuarto Centenario del Descubrimiento de América y honrar la memoria de Cristóbal Colón. Madrid, 28.02.1888. 30   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales, primer folleto que comprende el Real Decreto de 9 de enero de 1891 y la constitución de la Junta Directiva, 1891. Real Decreto de 28 de febrero de 1888. 27 28

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lladamente la participación de todas las naciones de la Península Ibérica en esta empresa, promovida por el deseo de conocer y de apoderarse de riquezas, y por supuesto, de extender el cristianismo y la civilización. El libro debía abarcar una cronología que partiría de la época de los avances del conocimiento geográfico bajo el reinado de Enrique el Navegante en Portugal, hasta las mejoras aportadas por el descubrimiento de América para el desarrollo de la civilización. El jurado estaría compuesto por dos miembros de la Real Academia de la Historia, además de un miembro de cada una de las restantes Reales Academias.31 El concurso se resolvió el 12 de octubre de 1892 y no se concedió la totalidad del premio, sino solo una parte, puesto que no se consideró que el trabajo premiado cumpliese todas las expectativas.32 En julio de 1890 los conservadores asumieron de nuevo el poder y fue el momento en el que se decidió nombrar una nueva junta, dado que la comisión anterior no había cumplido los objetivos que se habían marcado. Hemos de mencionar que, entre tanto, en junio de 1890, solo unos días antes de la entrada del nuevo gobierno, hubo una iniciativa de la Unión Iberoamericana respecto a la organización e impulso del centenario. Convocaron una reunión, que se celebró en los salones de la presidencia del Consejo de Ministros, es decir, bajo el auspicio del, en ese momento, presidente del Gobierno, Práxedes Sagasta.33 La Unión Iberoamericana fue creada en 1885 y entre sus principales impulsores estuvieron Mariano Cancio Villamil y Jesús Pando y Valle.34 En 1890 se fusionó con otra sociedad semioficial, la Unión Hispanoamericana. Fue una sociedad financiada en parte por el Gobierno y contó con el apoyo de varios gobiernos americanos, y en el IV Centenario fue declarada «de fomento y utilidad pública».35 El aspecto interesante de esta reunión fue la constitución de una Junta nacional para desarrollar los trabajos necesarios de cara al centenario. Entre los convocados hubo políticos y miembros destacados de la burguesía económica y social, representantes de instituciones culturales y diplomáticos, entre otros. La falta de coherencia en la planificación se podría ejemplificar con la ausencia del director de la Real Academia de la Historia, cuando sería lógico pensar que aquellos que cumplían el objetivo de «custodiar» la Historia nacional tuvieran un papel más representativo. Esta Junta central no sustituiría a la ya compuesta por el decreto de 1888, sino que coexistirían. Era necesario crear dicha junta para que «el nombre de España no quede rebaja  Gaceta de Madrid, n.º 173, p. 905, 22.06.1889.   Gaceta de Madrid, n.º 287, p. 115, 13.10.1892. 33  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 1. No asistió a dicha reunión debido a enfermedad. 34  Rama, Carlos. «Las relaciones culturales diplomáticas entre España y América Latina en el siglo xix», Revista de Estudios Internacionales, vol. 2/4 (1981), p. 910. 35   AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Traslado de un Real Decreto con artículo único por parte del presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Sagasta, al ministro de Ultramar, Manuel Becerra. Madrid, 18.06.1890. 31 32

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do en el concepto universal si dejara transcurrir la fecha célebre del cuarto centenario del descubrimiento de América sin dar muestra alguna de virilidad y grandeza».36 En las actas de esta reunión se comprueba la actitud de muchos de los participantes, que condujeron a ralentizar aún más los escasos y lentos preparativos de los festejos. En el maremágnum de opiniones diversas y de nulos acuerdos, se iba perdiendo, poco a poco, la oportunidad de «explotar» el acontecimiento con resultados ventajosos de cara a crear una expectativa en la sociedad española. Juan Navarro Reverter, diputado por el Partido Conservador y presidente de la Unión Iberoamericana, apeló a la obligación de «conmemorar una fecha tan memorable de nuestra historia».37 El descubrimiento de América «transformó la existencia y alteró el equilibrio de las viejas sociedades», y por esta razón «todos los pueblos civilizados [...] se aprestan a solemnizar con grandes festejos seculares este gran suceso de la historia universal».38 Lo más destacado para este político era que todas las naciones reconocieron «a España el derecho de ocupar el sitio preferente» en dicha conmemoración. Así que España debía aprovechar esta situación, porque si no lo hiciera, «demostraría culpable menosprecio a su gloriosa historia, rasgaría de un golpe todo su pasado y sus heroicas tradiciones y se cerraría con ello las puertas del porvenir».39 Y aunque se era consciente de que España no tenía el poder económico de otras potencias, aquí hay algo, y no solo algo, sino mucho; hay algo en nuestra Patria que no se puede comprar con todo el oro de los placeres de California; tenemos algo que no se puede adquirir con toda la plata de los cerros del Potosí; y ese algo, y ese mucho, ha de ser la base y el fundamento de todos los festejos, formales y serios, si, de esa conmemoración, festejos acaso modestos, pero grandiosos dentro de su modestia.40

Así que era necesario recurrir a las fuerzas vivas del país, porque estas celebraciones se erigirían como una vía de engrandecimiento nacional y ayudarían al desarrollo del país. Además, se era consciente de que el proceso de mostrarse al mundo se había iniciado ya con la Exposición Universal de Barcelona, y por ello «no debemos permitir que se borren esas huellas sin llamar de nuevo sobre España la atención del mundo, celebrando 36  AGA, Subsecretaría Presidencia, Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 2. 37  AGA, Subsecretaría Presidencia, Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 6. 38  AGA, Subsecretaría Presidencia, Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 7. 39  AGA, Subsecretaría Presidencia, Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 7. 40  AGA, Subsecretaría Presidencia, Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 7.

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Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión

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unos nuevos festejos en los cuales se enlacen el respeto a la tradición y el amor al trabajo». Ante este reto, Navarro Reverter, como representante de la Unión Iberoamericana, llamaba al empeño de todos para la realización de tal empresa, puesto que «no deben existir monopolios para realizar la obra patriótica; entiende la sociedad que el empeño es completa y exclusivamente nacional; a realizarla han de contribuir todos los elementos nacionales».41 En este debate también intervino Manuel Girona, antiguo comisario regio de la Exposición Universal. La repetición de los nombres en los diversos comités encargados de este tipo de conmemoraciones fue más que evidente. Manuel Girona incidió en el problema de financiación, para lo cual urgía «hacer un estudio muy detenido, porque el tiempo que se emplea en estudiar y proyectar, es siempre el tiempo más aprovechado».42 El hecho contradictorio era que se quería tomar la decisión de cómo emplear el dinero, sin tener propuestas concretas de cómo obtenerlo. Lo que estaba claro era que este acontecimiento se presentaba como crucial para la gloria de España. ¿Cómo llegar a este resultado? No se sabía. Hubo propuestas de financiación a partir de donaciones privadas y no de dinero del Estado, como la del senador Marcoartú, que estaba en contra de «que el sentimiento nacional se imponga de una manera oficial», ejemplo de la conciencia de que el centenario fuese algo más que un mero conglomerado de actos, es decir, que hubiese beneficios para el comercio.43 Propuso que fueran ciertos grupos sociales los que organizaran el centenario. La cuestión era si estaban dispuestos a asumir el mando, de dirección y financiación. Por lo pronto, el representante del Círculo de la Unión Mercantil afirmó que no se podía comprometer a nada, y con respuestas vagas sobre el posible papel de los comercios en Madrid, que seguramente ayudarían, terminaba su intervención asegurando que había que buscar los recursos necesarios, pero que «no pueden señalarse a priori cuales van a ser esos recursos, ni cuales los medios con que se deba contar para el buen éxito de la empresa».44 Lo que sí se tuvo claro, desde el principio, era la necesidad de instituir una serie de comisiones para llevar a cabo las tareas. Al final se crearon nada menos que quince, que dependerían de la junta central, para mayor aumento de la burocracia.45 Fue muy significativo que las presidencias de estas comisiones 41  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 8. 42  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 10. 43  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 10. 44  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 8. 45  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, pp. 146-148.

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(09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión

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estuviesen copadas por personalidades políticas del grupo conservador, anunciando así el cambio en el gobierno y el giro que en la dirección del centenario se iba a dar a partir de ese momento.46 Rafael María Labra, en ese momento presidente del Fomento de las Artes y diputado en Cortes, afamado por su papel en el fortalecimiento de las relaciones con América, insistió en que debían aclararse las conexiones con la anterior junta de 1888, para unificar los esfuerzos.47 Finalmente, Navarro Reverter pugnó por la conjunción entre esta junta y la creada anteriormente para «ponerse al frente de este patriótico movimiento».48 En todo caso, ya se apuntaba, como hemos indicado, el cambio de gobierno, porque al frente de esta recién creada junta estaba Antonio Cánovas del Castillo, que días más tarde ocuparía el sillón presidencial del Gobierno. Con el intento por parte de la Unión Iberoamericana de reforzar, y casi iniciar, un proceso cohesionado para la conmemoración de la fecha de 1492, se destacan dos aspectos: por un lado, el deseo de algunos individuos, con voz y voto en las instituciones oficiales y privadas, de unificar el esfuerzo, sobre todo financiero, de ambas partes, para llevar a cabo una acción que podría repercutir positivamente en el país; y, por otro lado, la incapacidad de elaborar un plan de acción rápido y ejecutable, porque se divagaba mucho sobre los medios, pero no sobre cuándo ponerlos en acción. Fue Cánovas el que dio el impulso definitivo, porque supo conjugar la acción del Estado junto con la iniciativa privada. El político malagueño explicó los motivos del nuevo Gobierno para solicitar la creación de una nueva junta en el preámbulo del Real Decreto, verdadero ejercicio de glorificación a la patria por la hazaña cometida cuatrocientos años antes:49 Por respetos inexcusables hacia el glorioso pasado de la patria, sometió a la Real Aprobación el anterior gobierno de V.M. los dos decretos de 28 de febrero de 1888, enderezados a conmemorar dignamente el cuarto Centenario del descubrimiento de América. De haber podido cumplirse aquellas disposiciones […] con la eficacia y la rapidez que empresas de tal linaje piden, tendríamos definitivamente trazado, y aun recorrido en gran parte, el camino por donde ha de llegarse al deseado fin. Pero a pesar del buen ánimo de todos, y por causas que fuera ocioso investigar ahora, van ya transcurridos muy cerca de tres años sin que esté todo dispuesto.50 46   Pando y Valle, Jesús. El Centenario del Descubrimiento de América, Madrid, Imp. de Ricardo Rojas, 1892, pp. VII-XV. 47  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, pp. 13-14. 48  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Revista Unión Ibero-Americana, 59, 1.06.1890, p. 14. 49  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Real Decreto reformando los de veintiocho de febrero de mil ochocientos ochenta y ocho sobre la celebración del Cuarto Centenario del descubrimiento de América. 50   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales, primer folleto que

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El vicepresidente de la antigua comisión del IV Centenario, Cristóbal Colón de la Cerda, el duque de Veragua, dimitió un mes después del nuevo decreto de enero de 1891, alegando problemas de salud.51 El relevo ideológico estaba en marcha. También hubo un cambio en el cuadro social de los componentes de dicha junta. La de 1888 tenía ante todo representantes del mundo político; el cuadro directivo de 1891 fue completado con representantes de instituciones privadas culturales, como el Ateneo, el Fomento de las Artes o el Círculo Mercantil. El ambiente político en el que se hizo este cambio de dirección era muy tenso. Cánovas había asumido el poder en julio de 1890, tras el turno de los liberales, con un grave problema interno dentro de su grupo político, por el enfrentamiento entre Francisco Silvela y Francisco Romero Robledo. Se trataba de un panorama negativo, recrudecido por los problemas sociales, debido a la aparición de atentados de carácter anarquista, que parecía dibujar una perspectiva de ahogamiento del sistema de la Restauración. Cánovas pudo ser consciente de que el centenario se podía erigir como una buena ocasión para impulsar la imagen de la monarquía, y por ello decidió involucrarse aún más al relanzar la organización del centenario con esta nueva Junta Directiva. La junta estaba compuesta por tres individuos del Gobierno y varios miembros de la comisión anterior, que en un primer momento debían decidir cuáles serían los proyectos anteriores que habían de retomarse y cuáles habían de abandonarse. Una vez decidido el programa, hubo que coordinar a los Ministerios de Estado, Guerra y Ultramar. La junta, a su vez, sería el nexo coordinador entre el Gobierno, la comisión anterior y las asociaciones y corporaciones ya integradas en el proyecto.52 El programa de festejos planteado por esta nueva junta se basó en las siguientes propuestas. En primer lugar, una de las ideas que se habían barajado anteriormente era la celebración de una Exposición Universal en Madrid. Su fracaso supuso que se crearan los cimientos de lo que sería la Exposición Histórico Americana e Histórico Europea: De dicha Exposición podrá recoger pingües frutos el estudio de la Antropología y la Historia sobre todo, si, atendiendo a los deseos de España, y todavía comprende el Real Decreto de 9 de enero de 1891 y la constitución de la Junta Directiva, 1891, p. 12. AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Exposición que antecede al Real Decreto de 28 de febrero de 1888. Aparece en la Gaceta de Madrid, n.º 10, p. 103, 10.01.1891. 51   Gaceta de Madrid, n.º 45, p. 475, 14.02.1891. 52   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales, primer folleto que comprende el Real Decreto de 9 de enero de 1891 y la constitución de la Junta Directiva, 1891. Real Decreto de 9 de enero de 1891, artículo 2, pp. 21-22.

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más, a la ocasión que los inspira, concurren otras Naciones también ya que las hay que custodian abundantes colecciones de los apetecidos objetos.53

El objetivo de la nueva Exposición Histórico Americana era comparar el estado de civilización de las culturas establecidas en América antes de la llegada de los españoles, y el desarrollo posterior al descubrimiento; los objetos expuestos no debían traspasar la cronología de mediados del siglo xvi, a diferencia de lo que se ordenaba en el decreto de febrero de 1888, donde se extendía el espacio temporal hasta la época contemporánea.54 Se abrió la puerta a Portugal, porque se consideró que en esta muestra no había que distinguir entre españoles y portugueses. El Gobierno del país vecino vio una oportunidad de reforzar su propia imagen y por ello instituyó una comisión propia. En segundo lugar, quedó establecido que el Congreso de Americanistas se celebrase en el monasterio de Santa María de la Rábida, en la provincia de Huelva. Este congreso se convocaba periódicamente desde 1881.55 Gracias a esta iniciativa se pudo reiniciar la restauración del edificio del monasterio.56 Como este congreso coincidió con el IV Centenario del Descubrimiento de América, decidieron publicar un libro que rememorase esta fecha, [por] lo excepcional de esta solemnidad, por coincidir con la celebración del cuarto Centenario del descubrimiento de América, exige novedades que contribuyan a aumentar el esplendor de las fiestas por tan trascendental suceso, se ha juzgado oportuno dar nueva forma a tales relaciones, incluyéndolas en un libro de buen volumen que, cual recuerdo cariñoso, dedicarán los Americanistas de

53  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Exposición que antecede al Real Decreto de 9 de enero de 1891, p. 12. 54   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Conmemoración del cuarto centenario..., artículo 3, pp. 22-23. «La Exposición de objetos americanos de que trata el artículo 2.º del referido primer decreto, no se extenderá ya a aquellos que en la actualidad caracterizan la cultura de los pueblos de América, ni a otros ningunos de la misma región que sean posterior fecha a la mitad del siglo xvi. Limitaráse, por tanto, ahora a presentar de la manera más completa que sea posible, según preceptuaba la primera parte de dicho artículo 2.º, el estado en que se hallaban por los días del descubrimiento y de las principales conquistas europeas, los pobladores de América.» 55   Gaceta de Madrid, n.º 270, p. 849, 27.09.1881. 56   Gaceta de Madrid, n.º 290, p. 133, 16.10.1892. «El antiguo convento de Santa María de la Rábida no puede desaparecer, y al fallo de la Nación española sobre este punto acaba de juntarse, por medio del noveno Congreso de Americanistas, el de todo el mundo civilizado. […] A titulo de insigne monumento histórico y por dicha también de interesante monumento arqueológico, impónese la conservación del edificio, inteligentemente restaurado ya, y para lograrlo entiende el Gobierno de V.M. de conformidad con la enseñanza de la experiencia que de lugar desierto que tantos años ha sido y es conviene convertirlo para siempre en lugar y edificio habitables.»

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la presente generación a los que en la última década del siglo xx conmemoren la quinta centuria del hecho más glorioso de la historia de España.57

En tercer lugar, se fijaron las fechas oficiales del programa, que fueron las siguientes: las fiestas en Huelva se alargarían del 3 de agosto al 3 de noviembre de 1892. Las exposiciones y los festejos en Madrid serían inaugurados con la iluminación de edificios públicos en la noche del 11 al 12 de septiembre.58 El presidente de la junta directiva fue Antonio Cánovas del Castillo. Hubo una serie de personalidades del mundo de la política y de la cultura que se encargaron de varias secciones, como por ejemplo, el alcalde de Madrid, en ese momento Faustino Rodríguez de San Pedro; el presidente del Fomento de las Artes, Rafael María de Labra; el presidente del Ateneo, Félix Márquez, o el presidente de la Unión Iberoamericana, Aurelio Linares Rivas. Las secciones en las que se dividió la junta fueron, por un lado, la primera, presidida por el ministro de Estado, encargada de gestionar los objetos procedentes de América y Europa para las dos Exposiciones Históricas. La segunda, presidida por el ministro de Fomento, encargada de preparar los espacios consagrados a las exposiciones y festejos, además de cuidar de los objetos que procedieran de otras provincias de España. La tercera, presidida por el ministro de Ultramar, que organizaría el Congreso de Americanistas, además de la supervisión de los objetos procedentes de América. Y la última sección, presidida por el vicepresidente de la junta directiva, encargada de las relaciones con las corporaciones no oficiales que tomasen parte de las conmemoraciones.59 Su trabajo estuvo rodeado de polémica debido a la descoordinación.60 Se desestimaron muchos proyectos de la antigua comisión. Por ejemplo, la nueva junta directiva no creyó oportuno la celebración de una Exposición de Artes e Industria de España y Portugal.61 Se negó así la posibilidad de celebrar un certamen que recordase a la Exposición Universal 57   Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 21, cuadernos I-III, julio-septiembre 1892, Programa del IX Congreso Internacional de Americanistas, advertencias importantes, pp. 228-229. 58   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales, primer folleto que comprende el Real Decreto de 9 de enero de 1891 y la constitución de la Junta Directiva, 1891. Exposición que antecede al Real Decreto de 9 de enero de 1891, artículo 17, p. 29. 59   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales, primer folleto que comprende el Real Decreto de 9 de enero de 1891 y la constitución de la Junta Directiva, 1891. Exposición que antecede al Real Decreto de 9 de enero de 1891, artículo 13, pp. 27-28. 60   En el Heraldo de Madrid, del 30 de marzo de 1892, se habla de la desorganización de esta sección, que concedió una subvención de ocho mil pesetas a una asociación para que organizase un congreso pedagógico y no concedió una de dos mil pesetas, previamente autorizada, para un congreso de profesores. Parece que no fue la única vez que hubo quejas en este sentido. 61   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3596. Carta de la Comisión organizadora de la Exposición de Artes e Industrias de España y Portugal al presidente de la

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de Barcelona de 1888. «Ciertas negligencias cargadas de pesimismo y la incredulidad y desconfianza» hicieron que fracasase esta idea.62 Cada sección estaría dirigida por un delegado general y varios subdelegados. Además, entre las cuatro se repartirían la presencia de dos secretarios y dos vicesecretarios. Las reuniones de la junta y la comisión estarían presididas por el presidente común que compartían, además de estar de acuerdo con los presidentes de las cuatro secciones. El problema fue que hubo una falta de coordinación constante, ya señalada, que provocó la tardanza en las decisiones debido al excesivo número de personas por las que debía pasar la aprobación de una idea.63 En definitiva, vemos como a la altura de 1891 hubo un impulso en los preparativos, pero solo unos meses antes de las grandes celebraciones, lo que hizo que el tiempo fuese limitado. Tampoco en ese momento hubo una discusión en torno al papel que jugaría el recuerdo del final de la Reconquista. Se mencionaba la figura de la reina Isabel la Católica, pero no se habló sobre ningún acto relacionado con la Toma de Granada, y mucho menos, con la expulsión de los judíos. Solo en una circular del año 1891, el responsable de la cuarta sección de la junta directiva pidió a organizaciones, asociaciones e instituciones que tuviesen alguna relación con este acontecimiento que enviasen propuestas.64 En mayo de 1892 todas estas iniciativas se caracterizaron sobre todo por su retraso. Por este motivo, desde los editoriales de algunos periódicos se criticó a Cánovas del Castillo por su deseo de figurar en todos los lados, sin que esto reportase beneficio alguno al avance en el programa del IV Centenario. Aunque la asunción del poder por parte de los conservadores parecía que había renovado las energías de la junta directiva, a la larga los resultados fueron casi los mismos que con la anterior comisión.65 Nada era definitivo en el programa de festejos y el presupuesto no 4.ª Sección de la Junta Directiva del IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 20.07.1891. 62   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3596. Carta del presidente interino de la Comisión organizadora al presidente de la Cuarta Sección de la Junta Directiva del Centenario. La carta está fechada el 3 de julio de 1891; unos días más tarde se rechazó esta proposición. 63   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Documentos oficiales, primer folleto que comprende el Real Decreto de 9 de enero de 1891 y la constitución de la Junta Directiva, 1891. Constitución de la Junta Directiva del Centenario fechado el 15 de enero de 1891, pp. 32-37. 64   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3600. Documento emitido por la 4.ª Sección de la Junta Directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América dirigido al presidente de la Junta. Madrid, 26.11.1891. 65   El Heraldo de Madrid, del 7 de mayo de 1892, en su primera página realizó una crítica muy dura contra la Junta del Centenario: «Mañana, según ha dicho La Correspondencia, celebrará la Junta del Centenario otra sesión, y ya las gentes vaticinan que nada útil resultará de esa nueva reunión, porque va convenciéndose de que en el seno de la Junta, y en el ánimo

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permitía grandes iniciativas, lo que se tradujo en una cierta inactividad de las instituciones burocráticas, que fue uno de los obstáculos para que los actos no tuviesen una proyección ideológica bien definida. La documentación generada por la sección cuarta nos da una idea sobre la improvisación general que reinaba en la organización. Según se afirmaba, la carencia de un programa general de las fiestas del centenario del descubrimiento de América es una de las causas que hasta ahora contribuyeron más a que la Sección 4.ª no haya logrado cumplir su cometido en la medida y con los resultados que los miembros de la misma esperaban de su activa labora y constante esfuerzo.66

Se había avisado a la junta central de la falta de un programa definitivo, que sirviese de orientación a todas las instituciones que solicitasen participar en los festejos. Por ejemplo, se rechazaron algunas propuestas importantes, como la edición de un libro sobre el descubrimiento destinado a las escuelas públicas, al igual que «se ha hecho en ocasiones análogas en Francia, Alemania y otras naciones», por falta de financiación y de objetivos.67 Parecía que no se veía la necesidad de incorporar en el currículo escolar el incentivo de un capítulo histórico que podría insuflar el orgullo patrio en las generaciones venideras, en contraste con lo que sucedía en otras naciones, tal y como quedó reflejado en la cita. Había la conciencia de la política de nacionalización que se ejerció en países como Francia y Alemania. Se presentaron, además, problemas a la hora de llevar a cabo algunos de los actos previstos, como veremos en el siguiente punto. Las principales reticencias vinieron por parte de las repúblicas americanas, pero algunas también por parte de instituciones españolas. En definitiva, los retrasos, la falta de coordinación y los problemas de logística ensombrecerían los actos que se desarrollaron en los meses posteriores.

del Sr. Cánovas del Castillo, su presidente, no hay plan alguno relacionado con la conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América». Y es que, según este periódico, «todo esto proviene de que el Sr. Cánovas tiene la manía de presidirlo todo e intervenir en todo, cosa que ni él, ni nadie puede hacer con acierto, por aquello de que el que mucho abarca…». 66   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, 51/3610. Informe del presidente de la 4.ª Sección al presidente de la Junta Directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 26.11.1891. 67   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, 51/3610. Informe del presidente de la 4.ª Sección al presidente de la Junta Directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 12.03.1892.

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3.  «Una conmemoración que reúna todo el esplendor que España pueda darle»: el programa oficial y el simbolismo de la distribución geográfica del programa68 3.1. Madrid, la capital: sede de congresos y exposiciones La junta directiva no quiso que cada ayuntamiento planease sus propios festejos, porque de este modo se debilitaría el programa central: Observando la sección que tengo el honor de presidir, que en ciertas provincias se intenta realizar festejos locales, perdiendo de este modo importancia los que en Madrid y Huelva se preparan, he creído necesario someter a la deliberación de esa Junta Directiva si será oportuno indicar a las autoridades, círculos y asociaciones provinciales, la conveniencia de unificar los trabajos centralizándolos en esta Corte, para dar más lucimiento a las solemnidades y que los extranjeros puedan apreciar en conjunto el movimiento general de entusiasmo, con una conmemoración que reúna todo el esplendor que España pueda darle.69

Se insistió en que los actos principales fuesen en Madrid, para que los extranjeros que acudiesen a la Villa y Corte quedasen maravillados por el esplendor de los mismos.70 Por otra parte, se tuvo presente que el programa no debía dirigirse solo a determinados grupos sociales, sino que había que acercar los festejos a las clases más populares. La población debía quedar satisfecha, idea repetida en los informes de los distintos comités. Se quería que el país recordase la gloria pasada, porque se creía tener el potencial necesario para ello: Es casi seguro que en pos de los sabios, de los literatos y de los representantes oficiales de las Naciones de Europa, de América y de todo el mundo civilizado acudirán a España gentes dedicadas al comercio, a la industria y a otras importantes profesiones que se decidirán a visitarnos con la esperanza de que las fiestas que desde hace cuatro años se vienen anunciando, responderán a nuestra tradicional grandeza y al progresivo desarrollo que en estos últimos tiempos hemos alcanzado.71

68   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, 51/3610. Informe del presidente de la 4.ª Sección al presidente de la Junta Directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 2.07.1891. 69   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, 51/3610. Informe del presidente de la 4.ª Sección al presidente de la Junta Directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 2.07.1891. 70   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, 51/3610. Informe del presidente de la 4.ª Sección al presidente de la Junta Directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 26.11.1891. 71  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3600. Informe de la 4.ª Sección de la Junta del IV Centenario al presidente de la Junta. Madrid, 21.11.1891.

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La idea de celebrar esta cultura conmemorativa tenía varios fines en la mente de los políticos: aumentar la popularidad y, en último término, ocultar los problemas. El embajador francés en Madrid afirmó, en su correspondencia diplomática, que los festejos celebrados en la capital fueron tan pobres que se desaprovechó la oportunidad para ganar el apoyo de la población en la causa del alcalde madrileño, gravemente denostado por su propio partido político. El alcalde, Alberto Bosch, tuvo que dimitir en octubre de ese año, como explicaremos más adelante. También dio la ocasión para tumultos y revueltas, con destrozos incluidos.72 Era compleja la decisión de dónde, cuándo y cuáles serían los actos que compondrían el programa definitivo. La contestación de estas preguntas, de una manera u otra, marcaría la posibilidad de que se cumplieran o no los objetivos que, supuestamente, habían sido planteados de antemano, y la importancia de todo este ensamblaje conceptual y material era clave, si se tiene en cuenta que podía influir en la estabilidad social y consolidación de una situación política. Los colaboradores de Cánovas pensaban que este centenario podría despertar las simpatías de la población hacia la política del Gobierno y hacia su propia persona. Una vez más la situación no se desarrolló como se esperaba, puesto que el líder conservador tuvo que ceder de nuevo el poder a los liberales en diciembre de ese mismo año. Recordemos que Barcelona, con motivo de la Exposición Universal de 1888, recuperó para usufructo civil un espacio militar, el antiguo recinto de la Ciudadela, y dotó de mejoras higiénicas a la ciudad. El Ayuntamiento de Madrid no quiso dejar pasar en 1892 la oportunidad para emprender una serie de reformas; se sanearon ciertos barrios de Madrid, se finalizaron las obras de la Biblioteca Nacional y se reordenó la plaza de Cibeles.73 Hay que 72  Esta situación fue recogida en los informes de los cuerpos diplomáticos a sus respectivos países, como por ejemplo Francia o Portugal. MNE-AHD, Correspondência Legação de Portugal em Madrid, Caixa 134, 1890-1892. Carta del embajador portugués en Madrid, Conde de São Miguel, a Antonio Ayner de Gouvia. Madrid, 1.11.1892. El representante portugués insistía en que no había que buscar ninguna razón política tras estas pequeñas muestras de sublevación popular: «Motim popular de hontem a noite, determinado por falta cumprimento programa festejos municipaes anunciados, não teve significação política nem consequencias graves». 73   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid de la Villa de Madrid. Sesión del 30 de julio de 1892. Fols. 139-140. La reforma de la plaza de la Cibeles condujo al Ayuntamiento a un pleito con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. ARABSF, Legajo 12-2/4. Consulta del Ayuntamiento de Madrid sobre la colocación de la fuente de la Cibeles (1892). El enfrentamiento se personificó en las figuras del alcalde de Madrid, Alberto Bosch, y Federico de Madrazo, a la sazón presidente de la Real Academia de San Fernando. El Ayuntamiento de Madrid hizo una consulta a la Academia sobre la ubicación idónea de la fuente, pero el presidente de la misma contestó a esta consulta muy airadamente, porque no se les había consultado sobre la obra completa de la plaza. Por la Ley de Municipios de 1877 se concedía el derecho a decidir al ayuntamiento, sin informe previo de la Academia, para realizar las obras que considerase oportunas, pero era tradición realizar este paso antes de una reforma de este calado. Por eso, Federico de Madrazo calificó la plaza «como una aberración contra el buen gusto».

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destacar que la celebración de las Exposiciones Históricas permitió finalizar el edificio que luego albergaría la Biblioteca Nacional, ya ideado en la época de Isabel II. La construcción de dicha institución, acorde a los nuevos aires nacionalistas del siglo xix, se alargó durante décadas tanto por problemas de financiación, como por el desacuerdo en el diseño de su fachada.74 Las obras se habían paralizado durante mucho tiempo porque el escultor elegido no había obtenido la aprobación de su proyecto por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, habiendo sido designado solamente por el ministro de Fomento.75 El edificio se inauguró el 30 de octubre de 1892, con motivo de las Exposiciones.76 La Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico fueron finalmente inaugurados en 1895. La conexión entre la Biblioteca Nacional, manifestación de la gloria nacional, y el Museo Arqueológico, concebido para el estudio de las antigüedades como base de la conciencia nacional, no fue en balde: convirtieron a Madrid en la unificadora de la cultura histórica a través de estas dos instituciones. Por otro lado, uno de los acontecimientos más importantes dentro de la vorágine conmemorativa fue el Congreso Pedagógico Hispano-PortuguésAmericano, «exclusivamente pedagógico, sin compromiso político, de escuela ni de iglesia».77 Era un acto concerniente a «la cultura y a las relaciones internacionales de nuestra patria».78 Supo aunar dos objetivos importantes dentro de la corriente regeneracionista española: la educación nacional y el deseo de mejorar las relaciones con Hispanoamérica. Pesaban tres ideas sobre la convocatoria de este congreso: la necesidad de una reforma educativa, la inminencia de una reconciliación hispanoamericana y el peso nostálgico de las ideas iberistas por parte de los grupos republicanos, que llevaron a potenciar el interés por el mundo portugués.79 La iniciativa de este congreso corrió a cargo de la Sociedad de Fomento de las Artes. En una carta dirigida a Cánovas del Castillo, en su función de 74   Francos Rodríguez, José. Cuando el rey era niño… de las memorias de un gacetillero, 1890-1892, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, 1925, p. 226. «La obra más trascendental de cuantas se verificaron en las fiestas colombinas fue la Exposición histórica, reunida en el actual Palacio de Bibliotecas y Museos, no terminado aún en la fecha que recuerdo, y eso que llevaba medio siglo de construcción, pues puso la primera piedra como reina de España, doña Isabel II.» 75   Heraldo de Madrid, 26.02.1892. 76   El País Republicano, 31.10.1892. 77  AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Año 1892. Caja 33. Documento emitido por la Comisión Organizadora del Congreso Pedagógico Hispano Portugués Americano dirigido al presidente del Ateneo de Barcelona. Madrid, 24.05.1892. 78  AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Año 1892. Caja 33. Documento emitido por la Secretaria del Fomento de las Artes dirigido al presidente del Ateneo de Barcelona ofreciéndole formar parte de la Junta organizadora de tal congreso, para evaluar los temas a tratar. Madrid, 21.03.1892. 79   Mainer, José Carlos. La doma de la quimera: ensayos sobre el nacionalismo y cultura en España, Barcelona, Bella Terra-Publicacions de la Universitat Autónoma, 1988, p. 107.

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presidente de la junta directiva, se detalló cómo esta sociedad fue la promotora en el año 1882 de un primer Congreso Pedagógico y, por ello, se creía conveniente que se realizase otro congreso de similares características, eso sí, dotado de un carácter hispanoamericano aprovechando el contexto del centenario.80 Se solicitó ayuda económica a la junta directiva y se reclamó que se atendiese la petición teniendo en cuenta la relevancia del problema de la educación española. El dato de analfabetismo a la altura de 1892 es de cerca de once millones de españoles que no sabían leer ni escribir.81 Este congreso se diferenció de los celebrados anteriormente por tres aspectos: uno, por la invitación hecha a otras naciones; dos, por la división de las contribuciones en secciones; y tres, por dedicarle un apartado especial a la educación de la mujer.82 El congreso se celebraría en el mes de octubre de 1892 y el objeto sería «no solamente discutir los puntos concernientes a los temas que acompañan a estas bases, sino interesar e ilustrar la opinión de los países que en él toman parte, respecto a las reformas de la educación en todas sus esferas, clases y aspectos».83 Podrían participar profesores públicos y privados de todos los grados de enseñanza, escritores y publicistas sobre asuntos pedagógicos. Se añadió que se publicaría más tarde una memoria con todos los textos discutidos durante el congreso. Entre los participantes se encontraban: Rafael María de Labra, Marcelino Menéndez Pelayo, el político liberal Segismundo Moret, Antonio Sánchez Moguel o Gumersindo de Azcárate. Fueron personalidades del mundo de la Universidad y también de la política. Rafael María de Labra, director de la Institución Libre de Enseñanza en 1892, abogado y diputado en las Cortes, fue el organizador de este congreso. En una entrevista que apareció en el Heraldo de Madrid explicó que, a pesar de las dificultades, pudieron organizar el congreso, incluso sin contar con el apoyo de las universidades españolas, pero con el entusiasmo de muchos centros de enseñanza de otras categorías. El éxito que alcanzó el congreso fue en gran parte gracias al empeño de Labra.84 Se aprovechó la publicidad y la asistencia de extranjeros a las conmemoraciones convocadas para dotar de mayor influencia al congreso. Por parte 80  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3596. Carta dirigida a Antonio Cánovas del Castillo de parte de la sociedad El Fomento de las Artes [s.f.]. 81  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3596. Carta dirigida a Antonio Cánovas del Castillo de parte de la sociedad El Fomento de las Artes [s.f.]. 82  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3607. Invitación para participación en el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano. Madrid, 15.06.1892. 83   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3596. Bases del Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano, preparado por el Fomento de las Artes de Madrid. 84   Domingo Acebrón, María Dolores. Rafael María de Labra…, p. 57.

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de los organizadores se era consciente de las posibilidades de alcance en una sociedad cada vez más masificada, con el deseo de que las medidas que se acordaban tuviesen un mayor porcentaje de aplicación y éxito. Aun así, desde el extranjero no se creía tanto en las posibilidades de avance en medidas renovadoras salidas de este congreso, dada la alta participación de personalidades relacionadas con el mundo político. Por esta razón, el embajador francés en Madrid recomendaba la no participación de pedagogos franceses, en primer lugar, porque entre los congresos que se querían celebrar con motivo del IV Centenario, «est un des moins sérieux», segundo, porque «aucun gouvernement européen n’y sera officiellement représenté», y tercero, porque el comité organizador del congreso estaba «dirigé par des hommes politiques dont les opinions ne sauraient être bien vues du gouvernement Royal».85 Las implicaciones de los intereses políticos en una reunión cuyo objetivo era la mejora educativa impidieron obtener el resultado esperado, aunque sirviese para poner encima de la mesa los fallos en España en el campo de la educación. El problema fue, finalmente, que estas iniciativas fueron más informadoras que reformadoras.86 Era lógico aprovechar el engranaje del IV Centenario, pero, al igual que en otro tipo de actos, no hubo una planificación previa que hubiera ayudado a difundir las ideas modernizadoras de la pedagogía que se pretendían emplear en los sistemas educativos de España y las repúblicas hispanoamericanas. La falta de coherencia en el programa debilitó las posibilidades de seguir un discurso que hubiera ayudado a fortalecer la unión social necesaria ante los nuevos retos del cambio de siglo. La Asociación de Escritores y Artistas Españoles propuso un Congreso Literario Hispano Americano, con el deseo de unir a aquellos que hablaban el mismo idioma, para «sentar las bases de una gran confederación literaria, formada por todos los pueblos que […] hablan castellano».87 Los temas a tratar versarían sobre la gramática española o el método de unión de centros de instrucción y universidades de un lado y otro del océano, además del desarrollo del comercio de libros. 85   AMAE FR, Correspondance Consulaire et Commerciale, Madrid, Legajo 65. Carta de la embajada de Francia en Madrid, al ministro de Asuntos Exteriores francés, Alexandre Ribot. Madrid, 30.09.1892. 86   Batanaz Palomares, Luis. La educación española en la crisis de fin de siglo…, p. 72. 87   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3596. Bases del Congreso Hispano Literario organizado por la Asociación de Escritores y Artistas. Madrid, 15.03.1892. AVM, Expediente 10/70/36. Expediente relativo a la invitación de la Asociación de Escritores y Artistas para que el ayuntamiento nombre representantes para la realización del Congreso Literario Hispano Americano que proyectó el Congreso Literario. Realizaron una petición al Ayuntamiento de Madrid para que nombrara representantes para la realización del Congreso, idea que les fue concedida. AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión del 15 de mayo de 1892. Fol. 106 [d].

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En la inauguración se afirmó la necesidad de fomentar las relaciones entre las nuevas repúblicas y España, a través, por ejemplo, del incremento del intercambio de libros.88 El acto fue presidido por Cánovas del Castillo, que realizó un discurso en defensa de la lengua castellana, frente a las fuerzas que intentaban debilitarla. Se refirió dos veces a esta lengua como la propia de Cervantes y afirmó que no solo el Gobierno estaba obligado a hacer un esfuerzo por preservarla, sino también la Iglesia y otras instituciones, como el profesorado y los centros de enseñanza y literarios. Este discurso entró dentro de la dinámica que por parte del Gobierno conservador se estaba llevando sobre la «entrega» de la educación a las instituciones religiosas. La Iglesia preservaría la lengua precisamente a través de las escuelas.89 Se quería sentar la base de una «gran confederación literaria que mantuviese la pureza del idioma y afianzase las relaciones entre España e Hispanoamérica».90 Otra de las ideas que se repitió en el congreso fue la de la unidad iberoamericana: Confundidos en apretado abrazo fraternal, a nombre y en virtud de este verbo español que consigo lleva tan noble historia y entraña en el curso de las civilizaciones modernas gérmenes gloriosos y fecundos de una familia, la iberoamericana, que no pueden extinguirse y que por el contrario, han de revivir y expansionarse en siglos venideros.91

La lengua se erigió como uno de los baluartes de la definición de la identidad, sobre todo para explicar la relación con las antiguas colonias. El telón de fondo no era otro que promover una mayor relación con las nuevas repúblicas americanas, dado el avance de la influencia de los Estados Unidos. Para algunos sectores intelectuales españoles, 1892 se consideró como un escenario ideal para llevar a cabo estas iniciativas que de otra manera hubieran tenido menor relevancia social. El gran tesoro de estos festejos fueron las denominadas Exposiciones Históricas Europea y Americana. Se realizaron en Madrid, en dos sedes, en el parque del Retiro y en el edificio que luego albergaría la Biblioteca Nacional, como ya hemos indicado. La Exposición Histórico Americana fue la que suscitó más interés por parte de los organizadores, por su mayor vinculación con el IV Centenario. El objeto de ambas era «recordar el estado de las civilizaciones Europea y Americana en la época en que tuvo lugar aquel glorioso   El País Republicano, 29.10.1892.   El País Republicano, 2.11.1892. «¿Quién había de querer hoy destruir esta lengua, que no llamo la primera del mundo, porque soy español, fraccionándola en dialectos, cada día más separados? […] En vano los Gobiernos intentarán esta empresa sin el concurso de todas las clases. La Iglesia en primer término, el profesorado, los centros de enseñanza y literarios, son los llamados a realizarla.» 90   Bernabeu Albert, Salvador. 1892: el IV Centenario del descubrimiento de América…, p. 89. 91   El País Republicano, 7.11.1892. 88 89

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acontecimiento y en el periodo que transcurrió hasta que dio fin la conquista de los vastos territorios del Nuevo Mundo es decir, desde principios del siglo xv a la primera mitad del siglo xvii».92 Además de la exhibición de objetos, libros y documentos en un espacio cerrado, se ideó la reconstrucción de casas de poblados indígenas americanos para dar una idea cabal del estado de la civilización europea al tiempo de emprender Colón su inmortal altura, y de las transformaciones que fue pasando esta misma civilización europea a medida que descubrían y colonizaban nuevos territorios, puesto todo ello en contraste con lo que fueron las civilizaciones americanas antes y después de ser reveladas al ámbito americano.93

Por eso, aprovecharon el espacio del parque del Retiro para llevarla a cabo. Al norte del Pabellón de Cristal, antigua sede de la Exposición de Filipinas de 1887, se levantaron reproducciones de cabañas de las antiguas etnias americanas; al sur del mismo, se erigieron copias de monumentos prehistóricos de América.94 Se ofrecía de esta manera un espacio de ocio, de carácter popular, factible de ser visitado por un mayor número de personas. La muestra de los objetos recogidos tanto para la Exposición Histórico Americana como para la Europea se llevaría a cabo en el edificio en el centro de la ciudad, no tan lejano del parque. En cuanto a la Exposición Histórico Americana, según el comité de la embajada española ante Francia, cuyo trabajo fue potenciar la participación del país vecino en ambas exposiciones, esta exhibición tenía como objetivo «présenter de la manière la plus complète l’état où se trouvaient les différents contrées du Nouveau Continent avant l’arrivée des Européens et au moment El deseo era mosde la conquête, jusqu’à la première moitié du xviie siècle». ����������������� trar «objets, modèles, reproductions, plans, dessins, etc, se rapportant aux peuples qui habitaient alors l’Amérique à leurs costumes et à leur civi­ lisation».95 La idea era exhibir maquinaria y técnicas de las explotaciones 92   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3602. Documento enviado por la presidencia del Consejo de Ministros al duque de Alba y duquesa viuda de Medinaceli. Madrid, 24.05.1892. En esta carta se ruega que envíen documentos u objetos, de su patrimonio familiar, relacionados con el descubrimiento de América a la Exposición Histórico Americana. «Noticioso el Gobierno de S.M. de que la casa de V.E. posen interesantes colecciones artísticas y arqueológicas, de las época mencionadas, que recuerdan a la vez los preclaros timbres de su ilustre estirpe y la cultura y afición a las Bellas Artes de sus eminentes antepasados.» Por supuesto que se apeló al patriotismo para que acudan menesterosos a prestar estos objetos. 93   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, Legajo H3215. Carta del presidente del Jurado y los presidentes de las secciones de la Exposición Histórico Europea al Ministro de Estado. Madrid, julio de 1893 (no viene el día indicado). 94   Sánchez Gómez, Luis Ángel. Un Imperio en la vitrina…, pp. 17-18. 95   Quatrième Centenaire de la découverte de l’Amérique. Comité près l’ambassade d’Espagne à Paris, París, Imp. De Chaix, 1892.

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mineras en América tras la llegada de los españoles, pero no se pudo hacer porque muchos objetos quedaron en América tras las sucesivas independencias; habían de ser las nuevas repúblicas las que enviaran estos objetos. El Gobierno español quiso organizar una exposición que tuviera un cierto sabor a certamen universal o internacional, con un tema director de los objetos expuestos. El sentido comercial desaparecía bajo el velo del deseo de demostrar al mundo la influencia que España habría ejercido al otro lado del océano. El método que iba a coordinar la exposición de los objetos era, según las palabras de los organizadores, el siguiente: «Que su disposición y arreglo deben ser los de una obra escrita, dedicada a dar a conocer la historia de América, sin más diferencia, que en la Exposición los monumentos y los objetos sustituyan a las páginas de un libro».96 El dilema era si hacer una división cronológica precolombina y postcolombina. Finalmente, se decidió que sí, porque «tratar de suprimirlos en una exposición española parecería argüir de ojeriza», dada la importancia del personaje, que fue el encargado, y siempre siguiendo este patrón, de dar por finalizada la Edad Media y dar comienzo a la Moderna.97 Tras este debate de periodización, se decidió también que hubiese división geográfica, y «organizada de este modo [...] será un gran libro de incalculable enseñanza, donde el visitante podrá ir recorriendo la historia de América escrita con sus monumentos y los productos de la actividad de los hombres que la poblaron».98 La Exposición era el momento para demostrar la simpatía de la población española hacia otros países.99 La tendencia política conservadora en las repúblicas hispanoamericanas quiso reforzar las relaciones con España porque se quería recuperar el pasado español, a la par que rebajar la importancia del periodo anterior a la llegada de Colón. Las corrientes liberales fueron más partidarias de la búsqueda de la originalidad, es decir, que aun sin ser acérrimos antiespañolistas, abogaron por una búsqueda de la verdadera identidad.100 La dificultad de esta Exposición se debió, en gran parte, a las maltrechas economías hispanoamericanas, que no permitían disponer de museos que pudiesen clasificar y enviar objetos de interés. El fondo arqueológico ya se  96   Conmemoración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Documentos oficiales. Tercer folleto que comprende la instrucción dirigida a las comisiones españolas para la Exposición Histórica Americana de Madrid y la clasificación de objetos, Madrid, Est. Tip. Sucesores de Rivadeneyra, 1891, p. 23.  97   Conmemoración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Documentos oficiales. Tercer folleto…, p. 27.  98   Conmemoración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Documentos oficiales. Tercer folleto…, p. 29.  99   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Madrid, 1867-1892, Legajo H3214. Minuta dirigida al ministro de relaciones exteriores de la República de Paraguay participándoles de la invitación a la Exposición Histórico Americana. Aranjuez, 13.06.1892. 100   González-Stephan, Beatriz. Fundaciones, canon, historia y cultura nacional…, pp. 262-275.

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perfilaba como un elemento importante para el trasfondo ideológico de este tipo de exposiciones. En las negociaciones con las repúblicas americanas, se apreció el esfuerzo, sobre todo del Gobierno mexicano, por participar en la Exposición.101 Chile y Argentina aludieron a su crisis económica y política para justificar su escasa presencia. Lo más llamativo fue la desmotivación de las todavía últimas colonias españolas.102 Con Estados Unidos, las relaciones fueron muy tensas, aunque con matizaciones: por un lado, se agradecieron los esfuerzos por participar en la Exposición; pero, por otro lado, la organización española se quejó de la proximidad de la Exposición Universal de Chicago, que, dada su importancia, restaba interés a la muestra española y limitó la aportación de las repúblicas hispanoamericanas, que concedieron mayor importancia al gran vecino del norte frente a su antigua metrópoli.103 Esta Exposición puso de manifiesto las complejas relaciones entre España y las repúblicas hispanoamericanas, además de con otros países, como Estados Unidos y Brasil. Difíciles, no solo porque hubiera algún roce de carácter diplomático, sino también porque España carecía de peso en esta región. Solo en 1888 se creó por primera vez una sección ministerial dedicada a los asuntos de América. Hasta 1931 solo hubo tres embajadas en Hispanoamérica. Hasta 1914 los tratados firmados entre España y las repúblicas hispanoamericanas estaban caracterizados por ser de corta duración, eminentemente de carácter económico y cultural. Con todo, el objetivo último de la diplomacia española era convertir a España en una potencia destacada y con un papel de liderazgo en la comunidad hispanoamericana, además de ser el puente de unión entre América y Europa.104 A España le faltó aptitud y, aunque a la altura de 1892 las relaciones eran más sólidas que en anteriores décadas, no se puede afirmar que con todos los países tuviera igual contacto. En algunos medios de información se destacó que la Exposición mostró la rea101   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3602. Informe de la Junta Directiva de la 1.ª Sección al presidente de la Junta Directiva del IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 15.07.1891. «México aprovecha la presente ocasión para manifestar su afecto hacia España y su amor a las gloriosas tradiciones del antiguo Imperio y prepara una Exposición digna de su grandeza.» 102   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3602. Informe de la Junta Directiva de la 1.ª Sección al presidente de la Junta Directiva del IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 15.07.1891. «Desgraciadamente no podemos registrar con respecto a Cuba, Puerto Rico y Filipinas, tornas esperanza, pues apenas si los gobernadores supusieron de estas Islas y del archipiélago se han limitado a acusar recibo de los folletos circulares e impresos que se les han remitido. Lastimoso es que el contraste se revele siempre entre los entusiasmos de Naciones extrañas y la frialdad o duplicencia de lo que nos es propio, y que por lo tanto debiera estar más interesando en nuestra empeño de decoro nacional.» 103   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3602. Informe de la Junta Directiva de la 1.ª Sección al presidente de la Junta Directiva del IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 15.07.1891. 104   Pereira Castañares, Juan Carlos y Cervantes Conejo, Ángel. Las relaciones diplomáticas entre España y América, Madrid, Mapfre, 1992, pp. 273-280.

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lidad americana y el alejamiento que estaba produciéndose con respecto a Europa, con lo que esto podría suponer de reto en el futuro.105 Habría que señalar, como una de las primeras conclusiones de este capítulo, que las elites políticas españolas no aprovecharon la coyuntura de 1892 para reivindicar su papel protagonista de antigua metrópoli, como por ejemplo se puede comprobar en la descripción que se hizo de las piezas y documentos prestados por el Museo Arqueológico Nacional en su sección de la exposición, donde si bien es verdad que se cedió documentación sobre los tratados y acuerdos en torno a la gobernación de dichas tierras, los problemas de la evangelización y el intento de reglamentar y ordenar las posesiones, se echó en falta el deseo expreso de explicar con precisión la labor de los españoles y el desarrollo del Imperio en los siglos posteriores al descubrimiento. Por otro lado, habría que matizar la labor de la primera sección de la organización, que luchó por una buena imagen de la Exposición y de España ante los extranjeros. El resultado, a ojos de los contemporáneos, en comparación con el relativo éxito del resto de actos, fue óptimo.106 No en vano, se percibía que eran acontecimientos cruciales en la proyección de España. Si España ofrecía un buen escaparate de sí misma, mejoraba su posición y, por ende, podría optar a subir una posición en el escalafón europeo y americano, porque, «los detalles que pueden parecer pueriles a primera vista son de capital interés para el concepto que de nuestra España se forman los viajeros y cuantos tienen la costumbre de viajar aprendiendo, conocen la grande importancia que encierran, y la influencia que tienen en los juicios que después se forman».107 Una cosa era la conciencia de la importancia de estas oportunidades y otra bien distinta el provecho de las mismas. La discordancia entre el discurso que se quiso transmitir y la muestra final, adaptada simplemente a los envíos, debilitó la fuerza de la imagen que se quería dar. La segunda exhibición que se celebró entre las paredes de la futura Biblioteca Nacional fue la Exposición Histórico Europea, del estilo de la anterior, pero que, como su nombre indica, la geografía de la que se ocupaba era otra. Al estudiar la documentación generada por la organización de esta Ex105   Heraldo de Madrid, 22.10.1892. «Para que ese redentor americanismo de nuestra política se realice algún día, es indispensable el que conozcamos a América, y esta ocasión de la Exposición histórica es que ni de perlas para conocerla, curándonos de esa funesta soberbia de la ignorancia, que a tantos descalabros y a ruina tanta nos ha arrastrado. El amor propio de nuestra civilización europea y el orgullo desapoderado de nuestra fuerza y la convicción altanera de nuestra superioridad intangible, nos han hecho cometer muchos desatinos al apreciarlo y lo que eran aquellos pueblos descubiertos y conquistados pro nosotros, sino lo que nosotros mismos éramos y lo que fue nuestra labor en el descubrimiento y en la conquista.» 106   Heraldo de Madrid, 22.10.1892. «Para conmemorar el descubrimiento de América nos era de tanto rigor una Exposición, y de Exposición tenemos, siendo una de las dos o tres cosas que se salvarán del fracaso de cuantos medios arbitramos para celebrar este centenario.» 107   Heraldo de Madrid, 22.10.1892. Documento emitido por la Sección 1.ª al presidente de la Junta directiva del IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 1.11.1891.

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posición se aprecia, de nuevo, una cierta improvisación. El catálogo de la misma se realizó según el criterio inicial; la falta de objetos a última hora, que no pudieron ser suplidos por otros, mostró su deficiencia.108 El retraso en las obras de adaptación del edificio que había de albergar las exposiciones hizo temer los peores presagios por parte del presidente de la primera sección. En una carta al presidente de la junta directiva expresaba su malestar porque si no se ponía remedio «tuviéramos que corroborar nuestra fama de imprevisores, hijos de la última hora, apresurando las instalaciones y haciéndolos atropelladamente en los últimos momentos».109 No pudo ser más claro en su argumentación. Evidentemente, dada la parálisis de las obras, esta Exposición sufrió un retraso en la fecha de apertura y fue abierta al público solo el 30 de octubre, aunque la inauguración oficial fue posterior.110 Como se puede comprobar al leer la documentación, la mayor parte de los objetos enviados procedían de América, guardados en distintas colecciones europeas. La idea original era la reproducción del contexto histórico a ambos lados del océano, pero da la sensación de que tuvo un mayor peso la exposición sobre el continente que había sido descubierto cuatrocientos años antes. La Exposición Histórico Europea parecía una continuidad de la Americana, más que una exhibición con entidad propia. En cuanto a España, hay que hacer una primera observación. Uno de los hechos más sorprendentes fue la escasa motivación por parte de las provincias españolas. Excepto Madrid y Andalucía, en el resto de la Península el interés fue poco entusiasta.111 En octubre de 1891 se mandó una circular a los gobernadores civiles instando a que forzasen la participación de sus respectivas provincias, porque hasta ese momento las respuestas no eran esperanzadoras.112 Debían hallar objetos anteriores al siglo xviii y que tuviesen alguna relación con América. Había que buscar con exhaustividad, puesto que 108   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3602. Memoria relativa a la forma de hacer las instalaciones. 109   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3602. Documento emitido por la Sección 1.ª al presidente de la Junta directiva del IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 15.07.1891. 110   El País Republicano, 29.10.1892. 111   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3600. Carta del Gobierno civil de la provincia de Navarra al presidente de la Junta Directiva de la Exposición Histórica Europea. Pamplona, 7.09.1892. Algunas provincias se excusaron al alegar que no tenían objetos que tuviesen relación con la conmemoración; en otros casos, las motivaciones no fueron claras. Los encargados de solicitar colaboración y promover el entusiasmo fueron los gobernadores civiles. Ponemos como ejemplo la contestación del gobernador civil de Navarra: «Excmo. Sr., practicadas por esta Comisión provincial cuantas gestiones estimó conducente a promover el envío de objetos destinados a la Exposición Histórico-Europea de Madrid y no habiendo conseguido el resultado alguno por las circunstancias de que V.E. tiene ya exacto conocimiento.» 112   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3602. Documento dirigido al presidente de la Junta Directiva del IV Centenario de Colón desde la 1.ª sección de la Junta

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aun aquellas [provincias] de las cuales pudiera creerse que tienen apenas remota relación con tan gloriosos hechos, es probable que conserven la tradición y los recuerdos de valerosos hijos de ellas que en calidad de navegantes o de guerreros formaran parte de las numerosas expediciones que para el Nuevo Mundo salieron de España y que regresaran más tarde, trayendo, además de su gloria, acopio de objetos y colecciones americanas, como parte del legítimo galardón de su valor, de su arrojo o de sus proezas.113

Junto a los objetos, debían enviar una lista detallada de las colecciones públicas y de los museos. La colección española había de ser la más brillante, puesto que era el país anfitrión: El poco tiempo que falta para realizar la Exposición Histórico Americana y los exiguos resultados obtenidos hasta el presente en esa provincia, me obligan a dirigirme a V.S. nuevamente, rogándole que dedique alguna atención a este asunto, que es ya un empeño de honor para el Gobierno y hasta una empresa de dignidad nacional […] Asegurado como tenemos ya el concurso más eficaz y más decidido de las tres Américas y de las naciones europeas, sería ciertamente sensible que la representación de nuestro país fuera tan pobre como hacen augurar hasta ahora los escasos resultados que comunican.114

No solo se encomendó esta tarea a los gobernadores civiles, sino también a todos los miembros que de algún modo participaban en la organización y publicidad del acontecimiento. Se instó a que se redoblasen los esfuerzos y que no se dudase en utilizar los medios diplomáticos y consulares necesarios; toda nueva propuesta que diera mayor esplendor a la Exposición de Directiva. Madrid, 15.07.1891. Los organizadores no escatimaron críticas a la hora de hablar de los gobernadores civiles y su escaso esfuerzo en la tarea encomendada: «No han demostrado los gobernadores civiles de las provincias, ni tampoco las comisiones por estos formadas, el celo y el entusiasmo que de unos y de otros tenían derecho a expresar la Junta Directiva, la cual contaba con su auxilio y con su apoyo en el empeño de honor nacional que se ha propuesto realizar. […] Así, no es extraño que el éxito alcanzado en la Península sea tan escaso que bien puede calificarse de nulo». Y se continúa más adelante: «Por todo lo expuesto se podrá estimar que nos hallamos todavía muy distantes de asegurar el éxito de nuestra Exposición. La frialdad y aun la negligencia revelada hasta ahora por las autoridades españolas en general, las distancias que hacen difíciles y tardías las comunicaciones con América, la desventajosa competencia producida por la activa y personal propaganda para la Exposición de Chicago, el escaso auxilio que nos presta la prensa nacional y aun podríamos decir la absoluta indiferencia con que mira nuestros propósitos». 113   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Madrid, 1867-1892, Legajo H3214. Circular de la delegación general del IV Centenario del Descubrimiento de América de la Exposición Histórico Americana, a los gobernadores civiles de las provincias española. Madrid, 24.10.1892. 114   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Madrid, 1867-1892, Legajo H3214. Circular de la delegación general del IV Centenario del Descubrimiento de América de la Exposición Histórico Americana, a los gobernadores civiles de las provincias española. Madrid, 24.10.1892.

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Madrid sería bien recibida. En definitiva, se quería dar un ambiente a Madrid como la de «las grandes ferias universales modernas».115 Una primera valoración de esta Exposición puede realizarse a partir del éxito de público, cuya consecuencia más directa fue su prolongación. Este hecho molestó a los gobiernos de varios países, entre ellos al del vecino Portugal. A pesar de su disposición inicial, quiso retirar su colección a finales de abril de 1893. Se intentó, por mediación del embajador español en Lisboa, que el Gobierno portugués retrasase lo más posible esta decisión. Finalmente, el Gobierno luso accedió a que su colección permaneciese hasta finales de junio de 1893.116 La situación de Portugal era delicada, dado su propio conflicto exterior por el conflicto del ultimátum dado por Gran Bretaña en 1890, además del débil apoyo con que contaba la monarquía. Por todas estas razones, no era aconsejable el enfriamiento de las relaciones con España. A pesar de todas estas reticencias, se consiguió el aplazamiento de la fecha de clausura del certamen por parte de la directiva de la junta, sin tener que prescindir de muchos de los objetos exhibidos. La segunda consecuencia fue que la imagen de la reina María Cristina, en particular, y de la monarquía, en general, se evaluase positiva. El jurado de la Exposición Histórica Europea reconoció la labor de la Casa Real al permitir el envío de un elevado número de objetos «que hubiera bastado por sí sola a colmar las esperanzas con que la Exposición Histórica Europea fue en buena hora concebida».117 En tercer lugar, habría que añadir que la asistencia de público no fue el reflejo de un entusiasmo participativo de las autoridades provinciales españolas.118 Estas reticencias parece que no afectaron a la exhibición de productos extranjeros; Cánovas del Castillo reconoció la importancia del papel de las naciones extranjeras en el éxito de la Exposición.119 Es necesario matizar 115   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Madrid, 1867-1892, Legajo H3214. Circular de la delegación general del IV Centenario del Descubrimiento de América de la Exposición Histórico Americana, a los gobernadores civiles de las provincias española. Madrid, 14.10.1891. 116   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, Legajo H 3215. La correspondencia entre el ministro de Estado español y el embajador español en Lisboa muestra un cierto nerviosismo por la posible retirada de la colección portuguesa. Los telegramas están fechados entre mayo y principios de junio de 1893. 117   AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Caja 12.810, Expediente 20. Secretaria Particular de S.M. 1893. Escrito del jurado elegido para adjudicar los premios a los soberanos, gobiernos, prelados y personas que han concurrido al gran certamen de la Exposición Histórica celebrada en esta Corte como motivo del IV Centenario. 118   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3602. Informe de la Junta Directiva de la 1.ª Sección al presidente de la Junta Directiva del IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 26.05.1892. 119   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Madrid, 1867-1892, Legajo H3214. Circular del presidente del jurado de la Exposición His-

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esta última idea, porque si bien hubo algunos países que, como Austria, respondieron a la petición de participación, hubo otros cuya implicación fue más modesta, sino nula. Por último, habría que indagar en la falta de definición del concepto de la Exposición. Los criterios cronológicos y de espacio que encuadraban la exhibición estuvieron marcados en principio, pero al final se adaptaron a las piezas recibidas. Si leemos la descripción de las salas, difícil es hallar una línea de pensamiento tras la visita propuesta. Se intentaron respetar las secciones, pero la sensación sería la de la visión de un compendio de objetos ubicados tras las vitrinas, careciendo de un plan premeditado. La falta de cumplimiento de los objetivos preconcebidos pudo restar valor simbólico a las Exposiciones Históricas. Para el espectador sería complicado hacerse una idea concreta del contexto histórico en el que España dio los primeros pasos hacia la extensión de su poder en América, restando poder de movilización social a la exaltación de la gloria nacional por el éxito en el pasado. Además de las Exposiciones Históricas oficiales, el Ayuntamiento de Madrid puso en marcha otras iniciativas, aunque hubo muchos problemas para llevarlas a cabo dado el escándalo que estalló en el seno del consistorio. En principio, el Consistorio madrileño había aprobado un presupuesto de un millón de pesetas para los festejos que se celebrasen en la ciudad.120 No solamente se consideró una cantidad insuficiente por parte de muchos concejales, sino que finalmente no se donó ni siquiera este dinero.121 Se alegó, para justificar el aumento del presupuesto, la obligación de la ciudad en dar una honrosa acogida y hospitalidad a las representaciones que de América y Europa viniesen. Los que estaban en contra aludieron al estado crítico de las arcas del Ayuntamiento.122 Parte de este presupuesto se había destinado a las Exposiciones Históricas Americana y Europea. El Ayuntamiento convocó, por su cuenta, otros actos con el resto del dinero. El primer obstáculo para que se hubiera logrado una buena consecución de los festejos fue que hasta el 5 de agosto no se tórica de Madrid a los ministros plenipotenciarios españoles. Madrid, julio de 1893. «Incompleto hubiera sido el éxito del generoso intento de los organizadores de la Exposición si limitados al círculo de nuestro territorio no consiguieran que al lado de los productos del ingenio y de la industria española, figuraran dignamente objetos de gran estima procedentes de diversos países extranjeros […] el Jurado […] no ha podido menos de fijar su atención en lo que con altas personalidades han cooperado a esta fiesta del trabajo inteligente y antes de disolverse acordó rogar a V.E. que se digne elevar a sus manos el respetuoso testimonio de merecida gratitud de cuantos se han interesado en la parte más útil y más celebrada del Centenario.» 120   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 24 de junio de 1892, fol. 61 [i]. 121  AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 15 de agosto de 1892, fol. 171 [i]. 122  AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 15 de agosto de 1892, fols. 171 [d] - 172 [i].

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aprobó el primer programa. Los festejos comenzarían el día 12 de octubre para que coincidiesen con los actos preparados por la junta del IV Centenario. Para empezar se celebrarían fuegos artificiales en distintos puntos de la Villa.123 El día 12 de octubre hubo un pleno extraordinario, donde se leyeron tres discursos. El alcalde, el conservador Alberto Bosch, destacó la labor de los Reyes Católicos como los padres de la unificación de la nación española, siendo ellos los que pusieron la primera piedra del sistema municipal español.124 El hecho de que se informase a los ciudadanos sobre los actos del centenario gracias a la publicación de tres libros remarcó el carácter popular y comercial de este tipo de acontecimientos. Si bien es verdad que una parte de los festejos iban destinados a la elite política y económica, hubo otra parte acorde a las nuevas necesidades de la sociedad. De estos libros, uno estuvo dedicado a la vida de Colón y la importancia del IV Centenario. El segundo era una Guía del Centenario.125 Este último incluía un plano de Madrid e información sobre la ciudad, que iba desde los mejores lugares para alquilar carruajes; las diversas líneas de tranvía, con los itinerarios y tarifas; la ubicación de las estafetas de correos, telégrafos y teléfonos; los barrios y distritos de Madrid; los edificios públicos más emblemáticos; los espectáculos planeados, hasta un vocabulario español-francés y diálogos en ambas lenguas para el uso de los extranjeros que visitasen la capital durante el centenario.126 El turismo del ocio comenzaba a despuntar. Para el tercer libro, en el que el Ayuntamiento invirtió quince mil pesetas, Saturnino Lacal escribió, bajo la dirección del alcalde, sobre los festejos que se realizaron en la Villa de Madrid.127 Otro medio para publicitar los festejos fue un concurso para elegir un cartel de las fiestas «que será alegórica al suceso que trata de conmemorar y la idea completamente libre para sus autores».128 Además, se celebraron en la calle dos cabalgatas. En la organizada por el Ayuntamiento se representaron, entre otras, las siguientes escenas: una alegoría del Descubrimiento de América; Boabdil, último rey nazarí de Granada y la Toma de Granada; los Reyes Católicos, precedidos por una banda de música militar, acompañados por sus hijos don Juan y doña Juana, el carde  João, María Isabel. Mémoria e Império…, p. 350.   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 12 de octubre de 1892, fol. 86 [d]. «Por entonces los Reyes Católicos constituyeron la nacionalidad española, y con la nacionalidad echaron la base de los futuros municipios, ¡ojalá acertemos a organizarlos como demandan las necesidades de la vida moderna y las tradiciones de la patria!» 125  AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 19 de agosto de 1892, fol. 181 [d]. 126   El País Republicano, 26.10.1892. 127  AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 19 de agosto de 1892, fol. 182 [d]. 128   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 15 de julio de 1892, fol. 109 [i] - 110 [d]. 123 124

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nal González de Mendoza y el Gran Capitán; y, por supuesto, las carabelas Niña, Pinta y Santa María, sin las cuales no se podría haber alcanzado las costas americanas.129 Para poder construir estas carabelas, dado su tamaño, se solicitó permiso para que en la basílica de Atocha, donde estaban «las cenizas de los honorables ilustres», se pudiese instalar un taller para montarlas. Se pidió permiso a la Casa Real, dado que la basílica estaba en régimen de patronato real. Se comprometían los técnicos a «colocar grandes telones y bastidores que aíslen por completo los mausoleos y renunciar construir en Atocha las carabelas, limitándose a armarlas».130 El Consejo Superior de Marina fue el organismo que estimó interesante construir una réplica de la carabela Santa María.131 Las Palmas se congració con esta iniciativa, por haber sido el último puerto que cuatrocientos años antes habían alcanzado las tres naves antes de lanzarse a los mares desconocidos. Por esta razón, se erigió un faro, que se inauguraría el mismo día en que, al llegar al puerto de refugio de la Luz las tres carabelas que recuerdan uno de los acontecimientos más culminantes en la historia universal en que cupo a nuestra amada patria española la inaccesible gloria de haber descubierto un inmenso continente difundiendo en él la esplendorosa luz de la civilización moderna.132

El Ayuntamiento subvencionó a otras instituciones. Esta dispensa del presupuesto municipal despertó las críticas de la oposición. Uno de los más duros con la gestión de las fiestas fue el concejal Fernández Soler. Su argumento fue que el dinero municipal no debía emplearse para este tipo de actos   El País Republicano, 12.11.1892.  AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Caja 63, Expediente 4. Mayordomía Mayor. 1892, solicitud para utilizar la parte no derribada del templo de Atocha para construir las tres carabelas que desfilarán en la cabalgata que recorrerá Madrid con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América. No se guarda la respuesta, pero puede que se concediese el permiso, porque finalmente las carabelas formaron parte de la cabalgata. En la petición apareció la palabra reparo, puesto que se era consciente de que la basílica era un lugar sagrado, sobre todo por el hecho de albergar los cuerpos de aquellos que más tarde fueron trasladados a otro cementerio y al Panteón de Hombres Ilustres, como explicamos en el capítulo 2, tras el derribo de la basílica. 131   AHSE, HIS-1107-50, Remisión para sanción del Proyecto de Ley sobre construcción de la carabela «Santa María» con motivo del IV Centenario del Descubrimiento. Esta información está recogida de tres documentos distintos, fechados el mismo día, el 21 de abril de 1892, escritos por la misma persona [firma ilegible] y dirigidos al presidente de la junta del Centenario, informando de las disposiciones del Gobierno sobre el proyecto de reconstrucción de este navío. Parece que desde el Gobierno y la Casa Real se puso mucho empeño en que estuviese lista para octubre de 1892, momento en el que debía partir desde Palos. Hay que tener en cuenta que el proyecto de ley es de 29 de abril de 1892. Se propuso que se utilizasen los materiales que existían en el arsenal de la Carraca. 132   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Carta de la Junta de las Palmas al Presidente de la Junta Central del IV Centenario del Descubrimiento de América. Las Palmas, 11.05.1892. 129 130

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«por entender que tratándose de conmemorar un acontecimiento nacional, no era el Ayuntamiento de Madrid el llamado a otorgar estas subvenciones».133 Finalmente, a pesar de la inicial desconfianza, descoordinación y aparente pobreza del programa, los festejos celebrados —gracias a la tensa calma provocada por la dimisión del alcalde conservador, Alberto Bosch, a la inyección de dinero y a la presencia de la familia real— tuvieron un relativo éxito, merced a su carácter lúdico.134 Este sentimiento no fue compartido por ciertos sectores, como la posición republicana, que habló de estrepitoso fracaso y que lo consideró un motivo más para pedir la dimisión del alcalde.135 Lo que hay que tener en cuenta es que no todas las propuestas hechas a la Junta del IV Centenario fueron aceptadas. Tenemos como ejemplo el fracaso de la creación de una biblioteca hispanoamericana, idea que partió del conde de Casa Miranda, secretario de la junta. El objetivo de esta iniciativa era ampliar y mejorar las relaciones con las antiguas colonias. Había que realzar la tradición, la historia y la lengua comunes, para luchar contra los envites de Estados Unidos de liderar el continente americano. Una parte del fondo de la futura Biblioteca Nacional se había de escindir en una biblioteca hispanoamericana, que recogiese todo lo publicado en castellano y portugués en los países hispanoamericanos, antes y después de la independencia. Los países que tuviesen algún ejemplar interesante podrían enviarlo a esta co­ lección: «Colón nos da motivo, en su cuarto centenario, para emprender y afirmar una obra moral de fraternidad, a modo de reconquista intelectual y comercial, que levante nuestro nombre y autoridad en la América Latina. Empresa es esta que un jefe de gobierno debe meditar y acometer re­ sueltamente».136 Parece ser que las ideas que versaban en este sentido no culminaron con éxito. Hubo un primer intento de creación de Academias de la Lengua en todas las repúblicas americanas, dependientes de la Real Academia Española en Madrid. España, que había perdido su poder económico y comercial, había de recuperar su preponderancia en estos territorios a través del vehículo de la lengua, bisagra entre el Viejo y el Nuevo Mundo: 133  AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 19 de agosto de 1892, fol. 181 [i]. 134   Bernabeu Albert, Salvador. 1892: el IV Centenario del descubrimiento de América…, p. 70. 135   El País Republicano, 15.10.1892. «Si el Ayuntamiento se ha hecho acreedor a la suspensión, el primero que debe ser suspendido es el alcalde no solo porque la mayor parte de las faltas que se atribuyen al Municipio se han cometido con conocimiento del alcalde sino por que el Sr. Bosch prescindiendo en la mayor parte de los casos de los concejales, ha obrado con entera independencia y extralimitándose en el uso de las facultades que la ley concede.» 136   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Cuartillas entregadas por el conde de Casa Miranda, secretario de esta Junta, en las que se indican medidas para la celebración del Centenario, entre las que figura la inauguración de una biblioteca americana, dirigido a Antonio Cánovas del Castillo. Madrid, agosto de 1891.

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El centenario no ha de pasar como una fiesta, es preciso prepararse a que sea ocasión dicha para echar los fundamentos de la unidad ibero americana para gloria de España a la que ninguna nación puede disputar el mejor derecho a la reconquista moral del imperio que fundó con su sangre y donde tan oportuna y eficazmente puede mediar hoy entre unas y otras repúblicas a favor de la paz y de la conciliación. El éxito del centenario, así organizado, hará fructificar el pensamiento notable ambicioso de que España, en cuantos conflictos ocurran entre aquellos Estados y las Potencias europeas, sea autorizada para ofrecer su arbitraje amistoso […] algún día pueda ser considerada como Metrópoli diplomática del mundo ibérico.137

Además de las Exposiciones Históricas, de nuevo la iniciativa estatal dio paso a la privada, con las propuestas de dos particulares de organizar dos exposiciones con distinto contenido. Una propuesta fue la de Luis Alba Salcedo, el 6 de octubre de 1891, que propuso un certamen de productos nacionales, cuya duración sería del 1 de junio de 1892 al 31 de octubre del mismo año.138 La segunda propuesta partió de un extranjero, apellidado Greiner, que se centraría en mostrar productos industriales extranjeros. Se afirmaba que esta exposición sería la continuación de la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América y, teniendo como antecedente la Exposición que tuvo lugar en Barcelona en 1888, se podría realizar una aún más brillante. Evidentemente Madrid, como capital de la nación, sería merecedora de un concurso de tales características.139 Hubo otras propuestas un poco más extravagantes, como la lanzada por un extranjero, de nombre Kirally, autor y compositor de espectáculos, de construir un coliseo para espectáculos. Además, propuso organizar una representación del momento de la llegada de Colón al Nuevo Mundo, con un gran número de figurantes entre los que habría incluso indios traídos de América.140 Finalmente, no se llevaron a cabo. Las elites políticas y económicas madrileñas desaprovecharon una vez más la posibilidad de realizar no una sino dos exposiciones, que hubieran podido servir como anticipo de un futuro certamen internacional. También es probable que esta posibilidad no se hubiera planteado, es decir, que no se buscase alcanzar un objetivo de este tipo a corto plazo. La iniciativa privada no prosperó, ni siquiera para animar al Ayuntamiento a tomar una posición más dinámica, dada la situación económica asfixiante del municipio. En la   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608.  AVM, 9/325/3. Expediente relativo a Luis de Alba Salcedo quien solicita que se celebre en el Retiro una exposición con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América. 139   AMAE, Fondo Política, Subfondo Política Exterior, Serie Exposiciones y Concursos, Barcelona, Legajo H3215. Reglamento de la Exposición Universal Internacional de Madrid en 1894, patrocinada por la Reina Regente. 140  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3600. Propuesto del Kirally al jefe del Gobierno español como presidente de la Comisión y Junta Directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 22.11.1891. 137

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prensa progresista pedían la disolución del Ayuntamiento en pleno. Para estos medios, el alcalde era el máximo responsable de la mala administración municipal y las fracasadas fiestas del IV Centenario habían sido el culmen de una serie de actos agravantes de su política.141 El alcalde y los concejales implicados en las irregularidades administrativas tenían la obligación de dimitir.142 Para explicar esta situación financiera hay que tener en cuenta que el erario municipal contaba con recursos financieros limitados. Las obligaciones del Ayuntamiento desbordaban en no pocas ocasiones el presupuesto, que estaría detrás del sentimiento de atrofia que impediría cualquier iniciativa extraordinaria. El alcalde de la capital era elegido por Real Orden, sin pasar por las urnas, al igual que los concejales; además, la lucha entre distintos grupos dentro de los dos partidos que se alternaban en el poder era constante. Esto fue lo que provocó realmente la crisis en Madrid, tras la excusa del fracaso de las fiestas de la conmemoración del IV Centenario. Alberto Bosch era de la facción que seguía a Romero Robledo, y el ministro de Gobernación, Villaverde, apoyaba a Francisco Silvela, ambos dentro del Partido Conservador. El enfrentamiento derivó en la dimisión.143 La comisión investigadora sobre las irregularidades municipales estaba encabezada por Eduardo Dato, del grupo de Francisco Silvela, que provocó que el Partido Conservador dentro del municipio se dividiera, e incluso algunos miembros conservadores también pidieron la dimisión de Bosch.144 Interesante es la interpretación que ha concedido Ángeles Lario a este suceso, que mostraría el concepto económico planteado por Romero Robledo, más cercano a Cánovas del Castillo, y que no estaría de acuerdo con la visión de la reina María Cristina, que se sumó a la creciente cercanía de la soberana a la posición de Silvela, y que acabó también por dar por finalizado el gobierno de los conservadores a finales de este año de 1892.145 El 7 de noviembre de 1892 entró el nuevo alcalde, Francisco de Cubas y González Montes, marqués de Cubas, 141   El País Republicano, 15.10.1892. AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 21 de octubre de 1892, fol. 106 [i. y d.]. Para añadir aún más leña al fuego, el 21 de octubre de 1892, en sesión ordinaria, algunos concejales preguntaron al alcalde sobre la desaparición del expediente que se había elaborado con el presupuesto para la reparación del paseo de los coches del parque del Retiro. Esto vino a enrarecer un poco más el ambiente plenario madrileño. 142   El Heraldo de Madrid, 14.10.1892. Además, se criticó duramente la posición de muchos concejales que prefirieron no asistir a los plenos municipales, por no estar de acuerdo con la política del gobierno municipal, antes que simplemente hacer frente como oposición a la gestión municipal. 143   Moreno Luzón, Javier. «La corrupción en Madrid: crisis política y regeneración antes del Desastre (1888-1898)», Juan Pablo Fusi y Antonio Niño (eds.), Antes del «Desastre»: orígenes y antecedentes de la crisis del 98, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1996, pp. 100-102. 144   Varela Ortega, José. Los amigos políticos…, p. 354. 145   Lario González, María Ángeles. El rey, piloto sin brújula…, p. 461.

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del Partido Conservador, que solo permaneció en el cargo un mes hasta ser designado Nicolás de Peñalver y Zamora.146 Para muchos, los festejos en Madrid no estuvieron acorde a las circunstancias.147 Algunos sectores conservadores, por medio de uno de sus órganos de expresión, el periódico La Época, achacaron la culpa del fracaso de la conmemoración a la presión ejercida por un determinado grupo de la prensa escrita.148 El inestable equilibrio del consistorio madrileño, unido a la continua falta de recursos, impidió celebrar con más éxito y esplendor las fiestas del IV Centenario. La imagen dada en la capital de este centenario fue pobre, si exceptuamos las Exposiciones Histórica Americana y Europea, que no dependieron directamente del Ayuntamiento. El informe elaborado por Eduardo Dato, subsecretario de Gobernación, no hizo más que confirmar lo que era un secreto a voces: «Desbarajuste presupuestario, contratas llenas de trampas, ilegítimas filtraciones de fondos y arbitrariedades interesadas en pagos a propietarios de terrenos y obreros imaginados».149 La difícil trayectoria del municipio madrileño a lo largo del siglo xix y la falta de un proyecto coherente complicaron la puesta en escena del programa conmemorativo, que dotase a los festejos de un componente discursivo que hubiera difundido la idea de orgullo, gracias a este capítulo del pasado heroico nacional. El Ayuntamiento, en este caso, no había asumido su papel. Javier Moreno Luzón señala que dicho consistorio «se transformó en laboratorio para la misión modernizadora que se impusieron las mentes más lúcidas de la Restauración, en motivo para las divisiones partidistas y las crisis gubernamentales y en terreno para movilizaciones populares sin precedentes».150 En los gobiernos municipales se sucedieron conservadores y liberales, pero las irregularidades del presupuesto eran difíciles de erradicar y los escándalos en el Ayuntamiento se sucedieron en la cartera municipal madrileña durante la década de los noventa.151 Era necesario que el consistorio se independizase de toda influencia, pero esto no se consiguió; eso sí, las denuncias consiguieron que a finales del siglo  xix ya se apreciase una mejora en la gestión municipal. Los sectores financieros, mercantiles y comerciales de la   Moreno Luzón, Javier. «La corrupción en Madrid…», p. 102.   El Heraldo de Madrid, 13.10.1892. Cuando el periodista describía los fuegos artificiales y de la función en el Teatro Español para conmemorar el centenario, no pudo dejar de criticar la figura del alcalde, del que dijo: «Bosch, el autor de estas desdichadas fiestas, que nos recuerdan las ferias provincianas, lucía su calva y el empachoso continente, desde un palco platea». 148   La Época, 15.10.1892. 149   Moreno Luzón, Javier. «La corrupción en Madrid…», p. 105. 150   Moreno Luzón, Javier. «La corrupción en Madrid…», p. 99. 151   AMAE FR, Correspondance Politique, 1871-1896, Espagne 1889, Legajo 915. Carta del embajador francés en Madrid al ministro de Asuntos Exteriores francés, Eugène Spuller. Madrid, 25.03.1889. Los escándalos venían del pasado, incluso encontramos referencias en correspondencia diplomática. En el año 1889 el embajador francés relató los escándalos de corrupción en el Ayuntamiento de Madrid, en manos de los liberales en ese momento. 146

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ciudad ya no estaban dispuestos a que la gestión de la capital cercenase su desarrollo. Lo que parecía claro era que esta conmemoración desató un debate interno que provocó que ya no se aceptasen las prácticas del pasado. En definitiva, Madrid copó gran parte de los actos oficiales, organizados por distintas instituciones y el Estado. Albergó las Exposiciones Históricas, una de las apuestas más importantes para conmemorar esta fecha. No hubo cuestionamiento de su preponderancia en la celebración del centenario, aunque las críticas arreciasen porque los dirigentes municipales no habían estado a la altura de lo esperado. Habría que tener en cuenta que en el año de 1492 Madrid no había jugado ningún papel, puesto que hasta 1561 no se asentó la Corte de modo definitivo. Así pues, la ciudad no pudo reivindicar el protagonismo histórico que se disputaron otras ciudades como Sevilla, Huelva o Barcelona. Otras ciudades también tuvieron problemas a la hora de reclamar el papel merecido en este centenario, como Granada, que a pesar de ser el lugar del encuentro entre Colón y los Reyes Católicos, así como del final de la Reconquista, no vio recompensado su peso, como veremos más adelante. A pesar de todos los problemas, a la capital del país se le asignó gran parte de los festejos que la validarían como el centro principal de la cultura conmemorativa. 3.2. Sevilla, Huelva y Granada: el protagonismo reclamado La llegada en tren de la familia real a la estación de Sevilla, descrita con cierta hilaridad por parte del embajador francés que asistía a las fiestas del centenario, nos permite iniciar este viaje de María Cristina con sus hijos por las ciudades andaluzas de Sevilla, Huelva y Granada. A pesar de lo cómico de la escena, esta transluce el pensamiento de algunas personalidades sobre la verdadera capacidad de la clase política española para organizar un acto conmemorativo y, sobre todo, para que este mito fuese capaz de aglutinar a todas las fuerzas vivas del país para proyectar una idea, en torno a la cual se asumiese, por parte de la sociedad, el rol que España jugó cuatro siglos antes: Le désordre le plus complet régnait dans la gare à l’arrivée du train dont le wagon royal a été sottement arrête trop tôt […] autorités civiles et militaires se sont portées en avant confondues en une masse compacte d’où sortaient de véritables hurlements sauvages de «Viva la Reina!» […] Mais ni les autorités, ni les députations portant des bouquets, ni l’alcalde […] et du porteur des clefs de la ville sur un plateau en argent, n’ont pu parvenir jusqu’à la Reine: noyés par le flot qui passait soulevés […] le plateau basculé, les clés roulées à terre, tous ont été vigoureusement ramenés en arrière on s´imagine difficilement une scène aussi comique.152 152   AMAE FR, Affaires Politiques Diverses, 1892-1893, Legajo 33. Informe del comandante de la fragata «L’Amiral Bauden» al ministro de la Marina y de las Colonias, remitido al ministro de Asuntos Exteriores francés, Alexandre Ribot. París, 21.10.1892.

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Analizaremos en los siguientes párrafos la visita real, los actos programados, su simbolismo y la frustración social escondida en los disturbios sucedidos en Granada, tras la anulación de la visita de la reina y sus hijos a esta ciudad. En definitiva, estudiaremos la disputa y el propio papel de cada una de estas ciudades para reclamar el protagonismo en el programa conmemorativo. En primer lugar, hablaremos de Sevilla. Sevilla fue ciudad de paso para la comitiva real en su camino hacia Huelva y Palos de la Frontera.153 La capital andaluza algo tuvo que decir en referencia a la aventura del navegante, puesto que el Archivo de Indias, lugar donde se encontraban todos los documentos referentes al antiguo Imperio, se hallaba en la ciudad. Así que, a la altura de enero de 1892, el Ayuntamiento llamó la atención sobre el papel de Sevilla en la vida de Colón, al mismo tiempo que reivindicó su apoyo a la monarquía: Un pasado glorioso, fielmente representado en nuestros blasones cívicos, simboliza el vivo entusiasmo lo que supo siempre honrar a este noble pueblo, ofreciendo a sus soberanos testimonios elocuentes de su lealtad [...] Hoy que viene a evocar tan patrióticos recuerdos la próxima visita a esta ciudad de nuestros reyes, Sevilla, legítimamente orgullosa de esa tradición, que la enaltece, sabrá continuarla tributando ferviente manifestación de júbilo, cariño y respeto al egregio sucesor del Santo Rey Fernando que tantos días de gloria dio a la Patria y a la excelsa y virtuosa señora representante de la Suprema Autoridad del Estado [...] ofrezcamos a nuestros reyes la generosa y regocijada expansión de un pueblo culto que ama y reconozca la grandeza a aquello a quienes le dedica ¡Viva el rey Alfonso XIII! ¡Viva la reina Regente!154

153   AMSE, Secretaria Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabetica (C.A.) Sección Centenarios, Caja 0215. Bando municipal, 5.09.1892. «La proximidad de las solemnidades y fiestas públicas de [...] IV Centenario del Descubrimiento de América y la concurrencia extraordinaria de forasteros que visitarán nuestra ciudad, impónese al vecindario deberes que seguramente habrá de cumplir, observando con el mayor interés y buen deseo las siguientes reglas, que esta Alcaldía se cree obligada a establecer: 1.  No se permitirá que [...] hasta fin de octubre, permanezca en las calles, dentro ni fuera de cajones, los materiales, mezclas y escombros procedentes de las obras de albañilería que interrumpan el paso o se encuentren en las calles y plazas de mayor tránsito. 2.  Asimismo, se cuidará de desbaratar para la referida época las andamiadas por la parte baja y recoger los píes derechos que lleguen al suelo [...] asegurando el libre paso a los transeúntes. 3.  Aunque los vecinos cuidan siempre de encalar o renovar la pintura de las fachadas de sus casas en las grandes festividades, la guardia municipal dará noticia a esta alcaldía de las que se encuentren descuidadas para obligar a los interesados a enlucirlas o asearlas de un modo conveniente.» 154   AMSE, Secretaria Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.) Sección Centenarios, Caja 0215. Bando municipal, 5.09.1892.

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Uno de los problemas que se presentaron fueron las lluvias torrenciales unos meses antes, por lo que parte del presupuesto se derivó para paliar los destrozos.155 Los actos programados se centraron en el adorno de la ciudad, dianas militares, descubrimiento de un retrato de Colón en el balcón del Ayuntamiento y también hubo una misa en la catedral la mañana del día 12.156 Sevilla aprovechó para una serie de reformas urbanísticas, como, por ejemplo, restaurar la Torre del Oro o la casa donde habitó don Fernando Colón.157 La repetición de los actos en los distintos puntos de la geografía nos habla, por un lado, de la escasa innovación de las instituciones que organizaban estas conmemoraciones; pero también, de la capacidad de reconocimiento de estas presentaciones por parte de los miembros de la sociedad a la que iban dirigidas. La mera repetición formaba parte de la proyección de un discurso destinado a los espectadores. La Diputación de Sevilla, en la tardía fecha de agosto de 1892, anunció al Ayuntamiento que se uniría a los festejos que organizase la entidad municipal con las siguientes propuestas: reunión de todos los alcaldes de los municipios de la región de la Diputación en el edificio de la misma para recibir a la reina regente y su hijo; donación de una comida extraordinaria en las Casas de Misericordia de Sevilla; concierto musical y «excursión por el Guadalquivir visitando las obras de las costas. Esto sin perjuicio de cualquiera otros que se estimasen concernientes».158 Se concedieron sesenta dotes a niñas pobres que nacieran en esta época.159 El carácter benéfico de muchas de las actividades planeadas era un recurso habitual en las conmemoraciones. De este modo, la capacidad de movilización social era mayor. Aun a pesar de que los periódicos españoles anunciaron a bombo y platillo el calor con que fue acogida la familia real en Sevilla y Huelva, el embajador francés destacó que la recepción fue más fría de lo previsto. Esto se explicaba por la inclinación en esta parte de España hacia las ideas republicanas, según la visión del diplomático del país vecino.160 Había que tener en 155   Archivo de la Diputación de Sevilla [ADS], Actas de la Diputación de Sevilla. Libro 2060. Año 1892. Actas del 22 de marzo de 1892. Esto dificultó aún más los deseos de hacer una recepción coherente con la dignidad de la familia real. 156   El Noticiero Universal, 12.10.1892. 157   AMSE, Actas Municipales del Ayuntamiento de Sevilla, sesiones de 8 y 29 de enero de 1892. Fols. 7 [r] - 8 [r] y 33 [r] - 34 [r]. En abril se seguía discutiendo el presupuesto para los festejos en la ciudad. El 2 de septiembre se afirmó que no daba tiempo a realizar la restauración de la Torre del Oro «por la premura del tiempo», y por ello se decidió «restaurar una parte de la muralla que da frente [...] plantando en sus alrededores un modesto jardín» [fol. 258 v]. 158   ADS, Actas de la Comisión Provincial de Sevilla. Libro 13. Año 1892. Sesión del 30 de agosto de 1892. 159   ADS, Actas de la Comisión Provincial de Sevilla. Libro 13. Año 1892. Sesión del 13 de septiembre de 1892. 160   AMAE FR, Correspondance Politique, Espagne 1892, Legajo 920. Carta del embajador francés en Madrid al ministro de Asuntos Exteriores francés, Alexandre Ribot. Madrid, 13.10.1892.

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cuenta que la visita real, que iba emparejada a la conmemoración, impulsaba, al lado de la proclama patriótica, los negocios económicos y las mejoras en las ciudades. Por esta razón, hubo una gran decepción de los miembros de los comités de negocios tras la vuelta a Madrid de la reina regente por la enfermedad de Alfonso XIII.161 Se ejercitaba la publicidad «gratuita» de corte económico y político, porque se legitimaba, con la presencia de los ciudadanos, el régimen establecido. El beneficio no era solo colectivo; de hecho, y aún más importante, para muchos se abría la oportunidad de obtener una gracia, un premio, ganancias económicas o un impulso en su carrera. Las relaciones personales eran válidas para alcanzar favores, puesto que gracias a la celebración de este tipo de conmemoraciones se otorgaban normalmente dádivas, de distinta índole, que se suponía que eran la recompensa a los servicios bien prestados, aunque no fue así en todas las ocasiones. No podemos obviar la repercusión social de unas fiestas que, si bien enumeradas en el papel pueden parecer una simple lista de actos lúdicos repartidos por la ciudad, suponían simplemente la ruptura con la vida cotidiana. La relajación de las actividades de trabajo y la permanencia en la calle de gran parte de la sociedad eran el canal que podría emplearse para transmitir una idea desde el emisor, en este caso, las instituciones del poder político y económico, al receptor, la población española y extranjera. El motivo era la rememoración de la llegada a América, que podía teñir el mensaje de una capa de orgullo que permitiese la mayor aceptación del propio régimen en el que se vivía, además de un posible aumento en la escala de valores de la consideración internacional con respecto a España. A pie de calle muchos ciudadanos contemplaron simplemente la posibilidad de obtener alguna mejoría en su vida diaria o, por lo menos, de tener unas horas de entretenimiento. En segundo lugar, trataremos los festejos de Huelva. La ciudad, lugar de partida del viaje mítico de Cristóbal Colón, cuatrocientos años antes, requería un protagonismo especial. La familia real, legitimada por los fastos sobre la gran hazaña del pasado, realizó paradas en distintas ciudades andaluzas, en su viaje hasta Huelva. La presencia real era, a los ojos de los espectadores, el nexo de unión con la antigua grandeza nacional. En su viaje, antes de llegar a Huelva, la familia real hizo una parada en Cádiz. A su llegada se realizó una exhibición de fragatas militares internacionales.162 Esta muestra fue comparada con la efectuada en la inauguración de la Exposición Universal de Barcelona. Cuatro años después, el gran acontecimiento que supuso este 161   AMAE FR, Correspondance Politique, Espagne 1892, Legajo 920. Carta del embajador francés en Madrid al ministro de Asuntos Exteriores francés, Alexandre Ribot. Madrid, 22.10.1892. «Quoiqu’il en soit la prolongation de l’absence de la Reine et des principaux membres du gouvernement commence à devenir très préjudiciable à l’expédition des affaires qui sont dans un abandon presque complet. C’est un état de choses qui serait impossible dans tout autre pays d’Europe.» 162   TNA, PRO, FO 72/1900. Despacho de Reginald Tower, embajador inglés, al duque de Rosbery, ministro de Asuntos Exteriores inglés. Madrid, 3.10.1892.

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certamen era de nuevo recordado, porque el centenario de 1892 adquirió un cariz internacional, distinto al primer aniversario celebrado bajo estas premisas en 1881, en honor a Calderón. Uno de los grandes actos de 1892 fue el Congreso de Americanistas, celebrado en Santa María de la Rábida entre los días 7 y 11 de octubre. Alabado por la prensa conservadora y criticado por la prensa liberal, atrajo expertos nacionales y extranjeros.163 Dividido en tres secciones (Geografía e Historia, Antropología y Etnografía, y Lingüística y Paleografía), acogió una amplia variedad temática, desde la discusión del origen de la palabra América, la descripción de lenguas indígenas, los viajes diferentes de Colón al continente o la influencia de los españoles en América. Gaston Routier, un periodista francés, encargado por el periódico Le Figaro y representante de la Sociedad de Geografía de Lille ante el Congreso de Americanistas, relató que hubo alrededor de treinta mil extranjeros y visitantes, para asistir a todos los actos que se realizaron en torno al congreso, que supuso un importante impacto en una población de dieciocho mil habitantes.164 El comité organizador estaba bajo la protección del rey Alfonso XIII y de su madre, la reina María Cristina, y de los Ayuntamientos de Huelva y de Palos de la Frontera. El presidente de honor fue, de nuevo, Antonio Cánovas del Castillo, y el vicepresidente de honor el duque de Veragua.165 El congreso tuvo un doble objetivo: por un lado, contribuir al progreso de los estudios científicos relativos a las dos Américas, especialmente para el periodo anterior y justamente posterior a Cristóbal Colón; y, por otro, establecer relaciones entre los americanistas.166 El deseo de acercamiento a las repúblicas hispanoamericanas se hallaba tras los discursos. También se anhelaba dar un giro a las relaciones con la vecina Portugal. En definitiva, se quiso dotar al americanismo de un carácter científico, marcado por el carácter regeneracionista que dibujaba el contexto cultural español. El monasterio de Santa María de la Rábica fue el escenario de algunos de los actos más emotivos. El arciprestazgo de Huelva ideó un proyecto de coronación de la Virgen de la Rábida, a la que, según el arcipreste de Huelva, tanto oró Colón y que tuvo mucha implicación en el descubrimiento de América. Se   La Ilustración Artística, 28.11.1892.   Routier, Gaston. De Paris a Huelva…, p. 13. «Mais, si au point de vue historique et même pittoresque, on ne pouvait choisir localité mieux située que Huelva pour y tenir les séances du Congrès des Americanistes, il faut convenir aussi que cette petite ville commerçante et prospère, n’était pas préparée à recevoir l’affluence des visiteurs attirés par las fêtes projetées pour le séjour de Leurs Majestés. On a calculé qu’environ 30.000 étrangers et visiteurs, venus des provinces voisines, ont afflué à Huelva pendant ces fêtes, dans une ville de 18.000 âmes, cette foule de nouveaux venus a causé une perturbation profonde.» 165   Quatrième centenaire de la découverte de l’Amérique. Comité près l’ambassade d’Espagne à Paris…, pp. 1-2. 166   Quatrième centenaire de la découverte de l’Amérique. Comité près l’ambassade d’Espagne à Paris…, pp. 3-4. 163 164

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invitó a que el día 13 de diciembre de 1892, día de la Virgen de la Rábida, se hiciese una procesión solemne con los obispos españoles y americanos, acompañados de bandas de música, para coronar a la Virgen María. Para la recaudación de fondos, se propuso una Junta Nacional de Damas de España.167 Acorde a las palabras del delegado oficial francés enviado a Huelva —representante de una república que se definía por su carácter laico—, la ceremonia religiosa no estuvo en consonancia con la conmemoración, que era nada menos que el inicio del proceso de evangelización en América.168 España podía haber reivindicado con mayor fuerza su papel en el pasado a través de una conmemoración con una proyección futura, que fuera recordada en los años venideros. El hecho de que un número elevado de los actos contuviese una gran carga religiosa dificultaba la separación entre la llegada de Colón a un nuevo continente y la labor posterior de los españoles, del papel de la Iglesia. En el fondo, el recuerdo del descubrimiento era un acto colectivo, en el que la sociedad española tuvo la oportunidad de identificarse con las hazañas de sus antepasados, pero este hecho se debilitó por el fuerte componente local y religioso de los actos, olvidando en parte la vivencia civil de la conmemoración. Las fiestas en la ciudad de Huelva comenzaron el día 2 de agosto y terminaron el 12 de octubre. Se organizaron concursos de bandas, veladas literarias y artísticas, oficios religiosos y fiestas a la veneciana, conciertos y bailes, colocación de lápidas conmemorativas y regatas. El periodista José Francos Rodríguez relató en sus memorias que no se llegó a realizar la misa debido a la ausencia del párroco, porque no fue avisado: El día 2 de agosto y conforme al programa se había de rezar una misa en la iglesia de Palos. Acudieron al templo las autoridades, las representaciones extranjeras, el pueblo; se llenó por completo la casa de Dios; pero sin que apareciera el sacerdote en el altar. Pasaron diez minutos, quince, media hora y no se daba comienzo al santo sacrificio [...] ¿Qué pasa? se preguntaban los concurrentes. Al cabo de una hora abandonaron poco a poco el sagrado lugar los que a él acudieron con entusiasta solicitud. Se supo luego que en efecto se había dispuesto celebrar una misa pero sin advertirlo previamente al cura, el cual, acordándose de cosas profanas, acaso dijo para sus manteos que también en los asuntos eclesiásticos la buena forma es el todo.169 167  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3596. Proyecto de coronación de la Virgen de la Rábida para el próximo centenario del descubrimiento de América, remitido por el arcipreste de Huelva, Manuel García Viejo, al secretario de la Junta Central del Centenario. Huelva, 14.02.1892. Fue el arcipreste el que envió este proyecto a la junta directiva del IV Centenario. Para justificar este festejo, adjuntó un memorial donde narra todas las vicisitudes de esta talla y las ocasiones en las que Colón se puso frente a ella. 168   AMAE FR, Affaires Politiques Diverses, Espagne, 1892-1893, Legajo 33. Informe del comandante de la fragata «L’Amiral Bauden» al ministro de la Marina y de las Colonias, remitido al ministro de Asuntos Exteriores francés, Alexandre Ribot. París, 21.10.1892. 169   Francos Rodríguez, José. Cuando el rey era niño…, p. 203.

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En Huelva también se celebró un acto en el Ayuntamiento, a la usanza del siglo xv, como se relató en el Heraldo de Madrid, momento en el que se inauguraron oficialmente las fiestas.170 Se aprovechó para botar, con el objetivo de llegar a América, la reproducción de la nao Santa María.171 El proyecto de reproducción de las tres naves había sido desestimado en un primer momento por la Junta del Centenario dado su elevado coste. Pero al saber que el Gobierno norteamericano había tenido la misma idea para la Exposición Universal de Chicago de 1893, se retomó el proyecto y se reconstruyó la nao Santa María, aunque la nave, al parecer, no era casi capaz de mantenerse a flote.172 Finalmente, el Gobierno de Estados Unidos financió la construcción de las carabelas Pinta y Niña, para que pudieran participar en los festejos españoles, a cambio de que estas fueran remolcadas desde España hasta Estados Unidos, recalando en Nueva York y finalmente en Chicago.173 Este acto, en palabras del embajador de Estados Unidos en Madrid, «redunda[ra] en gloria para España y fomentar[a] más y más los sentimientos de amistad y simpatía que dichosamente han unido siempre a ambos países».174 Parecía que la diplomacia estadounidense concedía un lugar privilegiado a España, cuando, en realidad, las relaciones entre los dos países eran muy tensas.175 La segunda parte del programa se llevó a cabo en octubre. El día 11 de octubre se celebró una cabalgata cívica por las calles de la ciudad. Hubo no solo carrozas alegóricas del descubrimiento, sino que también contaron con representantes de los ayuntamientos de ciudades que tuvieron un protagonismo especial durante la conquista, como por ejemplo Trujillo, ciudad natal de   Heraldo de Madrid, 3.08.1892.   TNA, PRO, FO 72/1890. Carta del embajador inglés en Madrid H.D. Wolff al ministro de Asuntos Exteriores inglés, Lord Salisbury. Madrid, 12.05.1892. En ella se anuncia que la ley se había publicado en la Gaceta de Madrid ese mismo día, con lo cual se tendría poco tiempo para llevar a cabo este proyecto. 172  AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Carta de la presidencia del Consejo de Ministros firmada por Práxedes Sagasta, al ministro de Ultramar, Antonio Maura. Madrid, 25.01.1893. Las carabelas fueron construidas en España y financiadas por el Gobierno de Estados Unidos. Posteriormente fueron transportadas hasta la isla de Cuba, donde fueron recibidas. Fueron tripuladas por la Marina española hasta Chicago desde el puerto de La Habana, bajo la bandera española. Las dos carabelas pasaron a ser propiedad de Estados Unidos. 173  AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Carta de la presidencia del consejo de Ministros firmada por Antonio Cánovas del Castillo, al ministro de Ultramar, Francisco Romero Robledo. Madrid, 26.11.1892. 174  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Traslado de una comunicación del ministro plenipotenciario de los EEUU en Madrid al presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo. Madrid, 12.11.1892. 175   Heraldo de Madrid, 12.10.1891. «Mr. Carty Little, que es uno de los oficiales más distinguidos de la armada de los Estados Unidos, manifestó que el Gobierno y la Junta de la Exposición Universal de Chicago no solo reconocen y acatan el indiscutible derecho de España a figurar en primer termino en la celebración de los festejos del cuarto centenario del descubrimiento de América, sino que se proponen rogar al Gobierno español que acepte el puesto de honor de las ceremonias oficiales de la Exposición de Chicago.» 170 171

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Pizarro.176 María Cristina estuvo en Sevilla, Huelva y Palos, donde celebraron funciones religiosas en honor a Colón, pero regresó inmediatamente a Madrid, sin pasar por Granada, ciudad a la que había de acudir, por una enfermedad repentina del joven rey, cuyas implicaciones explicaremos más adelante.177 Invitaron a miembros de otros gobiernos municipales, como el de Madrid.178 El comité encargado de la organización de los festejos en Huelva y la Rábida envió una carta en la que se justificaron el presupuesto, las fuentes de financiación y el déficit final; déficit que, por cierto, querían que se subvencionase por la junta central del comité del IV Centenario, que solo había proporcionado 75.000 pesetas del presupuesto total de 739.500 pesetas. El resto lo habían donado la Diputación Provincial, el Ayuntamiento de Huelva e instituciones particulares.179 Para los miembros de esta comisión ejecutiva, que dependía de la comisión central del IV Centenario, estaba claro que «la Junta central no tiene otro compromiso internacional más, que los festejos, que deben acompañar al recibimiento y a las sesiones de los individuos del Congreso de Americanistas en la Rábida».180 Se justificaron los tres meses de celebraciones bajo el pretexto de que había que enlazar las fechas del 2 de agosto y del 12 de octubre. Dada la magnitud del acontecimiento, las fiestas habían de celebrarse al menos estos dos meses, puesto que «esparciendo festejos entre los meses de agosto y septiembre para atraer entretanto gran número de forasteros, que contribuyendo todos con sus gastos harán posible las instalaciones necesarias para las fiestas de Octubre»,181 es decir, en términos económicos, el resultado sería más rentable. Economía y patriotismo se unieron una vez más. El periodista Francos Rodríguez, en la crónica que publicó unos años después, tras el 98, comparaba los ánimos de esta época con lo que sucedió más tarde. Por esta razón, y con la memoria empañada por la pátina del tiempo, afirmaba que las fiestas onubenses de aquel mes de agosto concluyeron entre demostraciones venturosas y nadie discordó en aquel conjunto de felicitaciones y optimismos.   El Noticiero Universal, 12.10.1892.   Heraldo de Madrid, 3.08.1892; El Noticiero Universal, 6.10.1892. 178   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión de 30 de septiembre de 1892, fols. 55 [i] - 55 [d]. Se envió la citada comisión, aunque subvencionada con el dinero de los propios concejales, puesto que el municipio no podía financiarlo. 179  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Carta de los miembros de la Comisión Ejecutiva de las Fiestas en Huelva al presidente de la misma. Huelva, 2.02.1892. 180  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Carta de los miembros de la Comisión Ejecutiva de las Fiestas en Huelva al presidente de la misma. Huelva, 2.02.1892. 181  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Carta de los miembros de la Comisión Ejecutiva de las Fiestas en Huelva al presidente de la misma. Huelva, 2.02.1892. 176

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Tiempos santos aquellos, no conturbados ni por la ingratitud, que sigue al bien como la sombra al cuerpo, ni por las desesperanzas, que muchas veces se enroscan a las aspiraciones nacionales como la yedra al tronco y logran de tal modo subir sin merecerlo.182

Para el cronista, en ese momento no era posible pensar que unos años después España perdería las últimas posesiones del antiguo Imperio, ya que en 1892 se recordaba su inicio. En último lugar, analizaremos el programa que conformó la cultura de recuerdo en Granada. En 1892 hubo un olvido, el referido a la conmemoración de la Toma de Granada por parte de los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492. La sensación general fue que la celebración de este episodio, en particular, y el recuerdo de la ciudad, en general, fueron apartados del programa oficial de 1892.183 A pesar del esfuerzo del Ayuntamiento, Granada pasó desapercibida. Ni la reina pisó sus calles, ni el Gobierno dotó a la urbe de ningún acto importante.184 En marzo de 1891, el periódico La Estrella de Occidente, órgano de expresión de la Unión Hispano Mauritánica, sacó a la calle un número especial sobre «Los Centenarios de 1892».185 Una de las corrientes ideológicas que se desarrolló en el periodo de la Restauración fue la africanista, que abogó por una mayor relación diplomática y económica con África. Dentro de este contexto se puede comprender la importancia de esta institución.186 Se había decidido, por parte de la junta del Centenario, que se celebrase la Toma de Granada en enero y el descubrimiento de América en octubre: Se han preferido las solemnidades militares y religiosas, toda vez que este doble carácter tienen los acontecimientos que han de conmemorarse, en los que desde luego se destacan el heroísmo y la cristiana fe de nuestros mayores [...] [se eliminan] las cabalgatas de trajes y representaciones de personas históricas, por el mal resultado que esto ha solido dar, y por el peligro inminente que hay de exponer a la pública irrisión, figuras siempre respetables; por el gran costo de los arrepos y por la dificultad de presentar con propiedad y exactitud de los trajes de la época.187

  Francos Rodríguez, José. Cuando el rey era niño…, p. 206.   El País Republicano, 31.10.1892. 184   Heraldo de Madrid, 7.08.1892. 185   Lécuyer, Marie-Claude y Serrano, Carlos. La guerre d’Afrique et ses répercussions en Espagne. Idéologies et colonialisme en Espagne, 1859-1904, Paris, Presses Universitaires de France, 1976, p. 268. 186   Hernández Sandoica, Elena. «El colonialismo español en la crisis de la transformación marítima-mercantil (1886-1887)», en Estudios Históricos. Homenaje a los profesores José María Jover Zamora y Vicente Palacio Atard, tomo I, Madrid, Universidad Complutense de Madrid,1990, p. 604. 187  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. La Estrella de Occidente, revista quincenal, órgano de la Unión Hispano Mauritánica. Granada, 31.03.1891. 182 183

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Se habían planeado para los primeros días de enero de 1892 una serie de funciones y procesiones religiosas, retreta militar, iluminaciones y veladas literarias. Para octubre estaba prevista la inauguración del monumento a Isabel la Católica y Colón. Además, también se idearon una Exposición Morisca y un Congreso de Africanistas, al cual «serán invitadas cuantas personas en nuestra patria se interesan por el logro de las aspiraciones de España en el continente africano».188 Muchos de estos proyectos nunca pasaron del papel. Se quiso, desde la Unión Hispano Mauritánica, que los hechos del pasado acontecidos el 2 de enero no fuesen ni olvidados ni relegados dentro de los festejos programados para ese año de 1892: Una de las fechas más gloriosas de nuestra Historia Nacional es el 2 de enero de 1492, en que, posesionados de Granada los ínclitos Reyes Católicos, tuvo feliz remate la grandiosa obra de la Reconquista y llego a lograrse la unidad española por que se sacrificaron nuestros mayores durante siete siglos. Granada […] tiene el deber sagrado de preparar una solemnidad para celebrar dignamente tan trascendental acontecimiento, al aproximarse el 2 de enero de 1892, en que hace cuatrocientos años que tuvo lugar; y a este efecto, respondiendo a las excitaciones de la prensa y a los patrióticos deseos del pueblo granadino la Sociedad Unión Hispano Mauritánica ha tomado la iniciativa.189

La Diputación y el Ayuntamiento también se pusieron manos a la obra. Dentro del programa oficial se convocaron un certamen literario, un congreso de orientalistas y una exposición comercial. Otro de los planes fue la iluminación y decoración de la Alhambra, para conmemorar las Capitulaciones firmadas el 17 de abril de 1492 en Santa Fe, entre Colón y los Reyes Católicos. Se quiso celebrar una recepción oficial en honor de los representantes de Europa y América que acudiesen a la ciudad andaluza. El alcalde de Granada insistió en que no se olvidase el fin de la Reconquista y con ello «la reconstitución de la nacionalidad española», y su relación con el descubrimiento del Nuevo Mundo.190 El problema fue que, una vez aprobado el presupuesto para la inauguración de una estatua en honor a Isabel la Católica y Colón, se consideró muy difícil la aprobación de este proyecto de iluminación del Palacio Nazarí. En febrero de 1892, el alcalde, de militancia conservadora, insistió en que o se concedía el presupuesto indicado, o la solución sería que 188  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. La Estrella de Occidente, revista quincenal, órgano de la Unión Hispano Mauritánica. Granada, 31.03.1891. 189   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3605. Programa de los festejos de la Asociación Hispano Mauritánica para la celebración de la Toma de Granada en 1892. 190   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3596. Petición del alcalde de Granada, Manuel Tejeiro, al presidente de la Junta Directiva del Cuarto Centenario, Antonio Cánovas del Castillo, de dinero para la iluminación de la Alhambra. Granada, 29.11.1891.

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este proyecto pasara a depender del poder de la junta directiva.191 Cánovas no consideró que hubiese motivo para esta última propuesta. Dos meses más tarde, el alcalde insistió de nuevo en el problema del presupuesto.192 En las crónicas de los periódicos se era consciente de la reducción del programa, en referencia a la entrada en la ciudad por los Reyes Católicos en 1492, en comparación con los festejos que se iban a celebrar en la ciudad en octubre con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América. Aun así, el escaso número de actos, como una misa en la catedral, procesión y velada en el Ayuntamiento, tuvo una afluencia multitudinaria.193 La reina regente no visitó Granada en octubre por caer Alfonso XIII enfermo. Estos cambios de planes y la sensación de que Granada quedaba, una vez más, postergada de los fastos conmemorativos, convirtieron la ciudad en un polvorín. El anuncio de la llegada de tres ministros del Gobierno provocó un tumulto, que acabó con la quema de las tribunas y arcos del triunfo dispuestos por la ciudad, el robo de la cobertura del monumento a Isabel la Católica que iba a ser inaugurado y la dimisión del gobernador civil.194 La propuesta de erigir esta escultura dedicada a Isabel la Católica y Colón parecía ser fruto de la aparente dificultad para abordar el mito del fin de la Reconquista, aunque por lo menos el monumento relacionaba la ciudad con el descubrimiento del Nuevo Mundo. Ya no se recordaría a Granada solamente por su pasado musulmán. El centenario consolidaba su imagen y se proyectaba incluso en ciudades que anteriormente se identificaban con otro mito, como fue en este caso. No en vano, la unión de la patria había sido dada por el matrimonio de los Reyes Católicos, aunque lentamente, a finales del siglo xix, el protagonismo de la pareja real fue cediendo paso a sus sucesores, Carlos V y Felipe II, como detentadores del poder imperial. Eso sí, el recuerdo musulmán se ensalzó en la memoria colectiva como una seña de identidad nacional, fruto del periodo romántico, endulzado para tal fin, y por esta razón era complicado abordar la expulsión de los musulmanes del reino de Grana191   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Carta de Manuel Tejeiro, alcalde de Granada, al presidente de la Junta Directiva del Cuarto Centenario, Antonio Cánovas del Castillo. Granada, 6.02.1892. «Se encargue de ejecutarla una Comisión nombrada por la Junta Central y dirigida por uno de sus individuos, que, en realidad, sería lo mejor, porque yo obligo la confianza de que la fiesta, aunque costaría algo más, se haría entonces con más esplendor, pues seguramente ni la Junta Central, ni la Comisión especial que para esto se nombrase querían exponerse por mil duros más o menos, a un fracaso.» 192   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Carta de Manuel Tejeiro, alcalde de Granada, a Antonio Cánovas del Castillo. Granada, 6.04.1892. 193   La Época, 3.01.1892. 194   Drouet, Paul. Souvenir du neuvième Congrès International des Américanistes…, p. 42. «La Reine devait inaugurer sur le boulevard de l’Alameida un monument érigé à la gloire d’Isabelle la Catholique, malheureusement le jeune roi étant tombé malade à Seville, les fêtes de Grenade ont été contremandées, et la Reine n’y est pas allée. Au grand chagrin des habitants qui se sont consolés en brûlant sur place les arcs de triomphe qu’ils avaient construit et les autres décors.»

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da y, por ende, de la península. Granada aparecería ahora vinculada al gran episodio de orgullo nacional, materializado en el monumento de Isabel, cuya figura preponderaba sobre Fernando, y Cristóbal Colón, momento que simbolizaría la identificación de las virtudes de la soberana con la imagen de la urbe. 3.3.  Barcelona y la herencia de la Exposición Universal Barcelona reivindicó el encuentro de Colón con los Reyes Católicos tras la vuelta del primer viaje a América. La ciudad había vivido su momento de gloria cuatro años antes con la celebración de la Exposición Universal; aun así, las elites urbanas querían dejar bien clara la importancia de la ciudad. Era una oportunidad también para poner en primer plano la figura de Fernando el Católico, puesto que en Barcelona Colón había sido recibido por la pareja real, siendo casi la única vez en este centenario donde Isabel no copó toda la atención. Entre los actos que se prepararon en Barcelona, hubo una batalla de flores; una recepción en el Ayuntamiento, «abriendo sus salones para que propios y extraños fraternicen en honor de las glorias patrias y loor de la tradicional hospitalidad» de Barcelona; una misa de campaña ante el monumento de Colón inaugurado en 1888, y una misa con Te Deum para la mañana del 12 de octubre.195 Por supuesto, no pudieron faltar fuegos artificiales o la iluminación y adornos en la catedral y alrededores. Además, se puso en escena una obra de teatro llamada Isabel la Católica, «con motivo de la fiesta nacional».196 Se decoraron distintas partes de la ciudad, como las Ramblas y el llamado Paseo de Colón, con diferentes motivos que aludiesen al IV Centenario como se describía en el Diario de Barcelona: «Las columnas de la entrada de dicha plaza tenían colocados los capiteles y encima de estos un globo terráqueo de regulares proporciones. Sobre las cariátides del citado paseo se veían ya los bustos que representan las distintas razas que poblaban la América».197 Por último, también hubo una procesión cívica por Barcelona, con carrozas alegóricas sobre el descubrimiento de América. Hubo una en forma de carabela, con el busto de Colón y detrás de ella, sobre un fondo de tapiz rojo, reposaban varias matronas, ataviadas con símbolos de las artes y las ciencias, en el cual se destacaba el escudo de los Reyes Católicos. El pleno del Ayuntamiento acompañaba a la carroza. La procesión iba encabezada por soldados de caballería con banderas, obreros, sociedades corales, estandartes de   Diario de Barcelona, 11.10.1892.   Diario de Barcelona, 11.10.1892. 197   Diario de Barcelona, 11.10.1892. 195

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periódicos, estudiantes y el claustro de la universidad. La ausencia más significativa fue la del clero, hecho resaltado por la prensa local y nacional.198 El Ateneo de Barcelona organizó un ciclo de conferencias entre julio y octubre de 1892 en torno al tema de la cultura catalana y española alrededor del siglo xv. Estaba presidida esta institución por José Yxart, crítico y periodista, que había tenido un papel destacado en la Exposición de Barcelona de cuatro años antes. Yxart aludía a la tardía unión del Ateneo barcelonés a las fiestas, pero no fue en vano el intento de sumarse a los festejos dado que intentaron «buscar y seguir camino menos trillado entre el tumulto de unos mismos hechos repetidos».199 Las discusiones en torno al propio descubrimiento y al descubridor no eran sino un fiel reflejo de la realidad que atenazaba a aquellos que con tanta fuerza argüían sus razones, porque gracias al análisis de las discusiones se mostraba el verdadero estado de la sociedad de ese momento. Yxart promulgó una analogía entre los acontecimientos que se sucedieron a finales del siglo  xv y lo que pasaba a finales del xix, porque ellos estaban «presenciando hoy ese maravilloso espectáculo de una decadencia y un anuncio de renovación a fines del siglo xix».200 También hubo un Congreso Nacional Mercantil organizado por la Academia Científico-Mercantil de Barcelona para la primera quincena de octubre de 1892. El objetivo era «el estudio de los medios más coincidentes al desarrollo de las relaciones mercantiles entre España y América y al fomento de los intereses morales y materiales del Comercio en general».201 Se iban a tratar, entre otros temas, el estado de instrucción comercial en España y las reformas necesarias sobre todo en los servicios administrativos, la influencia que tuvo el descubrimiento de América en la vida económico-mercantil de la antigua Corona de Aragón o las causas de la despoblación indígena de América y las injustas acusaciones que se habían hecho por este particular a la colonización española.202 Era el intento de fomentar las relaciones económicas con las antiguas colonias españolas. En la sesión inaugural se criticó de manera subyacente el papel jugado por España tras el descubrimiento, en tanto que se fijó más como meta la expansión, que no podía estar inspirada nada más que en la búsqueda del oro, sin que hubiera supuesto un avance en la apertura de canales de intercambio comercial ni en el desarrollo de la industria.203 Por esta razón era necesario, cuatrocientos años después, replantearse de nuevo las relaciones económicas con las repúblicas hispanoameri  El País Republicano, 20.10.1892.   Estado de la Cultura Española y particularmente Catalana en el siglo xv. Conferencias leídas en el Ateneo de Barcelona con ocasión del Centenario del Descubrimiento de América, Barcelona, Imp. Heinrich y C.ª, 1893, p. 10. 200   Estado de la Cultura Española y particularmente Catalana en el siglo xv..., p. 15. 201   Diario de Sesiones del Congreso Nacional Mercantil de Barcelona. IV Centenario del Descubrimiento de América, Barcelona, Imp. De Heinrich y C.ª, Barcelona, 1892, p. 9. 202   Diario de Sesiones del Congreso Nacional Mercantil de Barcelona..., p. 23. 203   Diario de Sesiones del Congreso Nacional Mercantil de Barcelona..., pp. 30-34. 198 199

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canas, además de fomentar el estudio en materia mercantil para crear un «país mercantil ilustrado».204 En este aspecto hay que señalar la lectura en clave regionalista de esta conmemoración para comprender la múltiple interpretación que de un mismo mito se podía realizar, perdiendo así parte de la capacidad de aglutinante social en que se podía erigir el propio recuerdo del pasado. El programa de festejos de la Ciudad Condal adoleció de falta de coherencia de la magnitud de sus festejos con la altura de lo conmemorado. El coste de la Exposición Universal había sido muy gravoso para las arcas municipales, así que, a la hora de sumarse al plan general de celebraciones, el programa hubo de ser modesto. Tanto, que casi se consideró que las fiestas preparadas eran una mera extensión de las fiestas patronales de la Mercé, en septiembre. Además, al igual que pasaría en Madrid, hubo un escándalo de corrupción en la sede municipal que perjudicó aún más la imagen de los festejos.205 En definitiva, todos los lugares en la metrópoli relacionados con el almirante genovés tuvieron su pequeño o gran momento. Cristóbal Colón y su vida marcaron el programa de festejos. Era la manera más sencilla de pasar de forma velada sobre la disyuntiva de realizar una valoración final sobre las consecuencias de la colonización en América o sobre el periodo final de la Reconquista. En este punto consideramos importante analizar cómo se abordó el centenario de las últimas colonias españolas en América. 3.4.  Las provincias americanas de Ultramar: Cuba y Puerto Rico La unión de la nación, la fidelidad de las únicas colonias que restaban, el gran papel de España en el mundo pasado, el valor de la regencia, el amor que profesaban hacia la antigua metrópoli los hijos americanos, en definitiva, el milagro del descubrimiento, fueron los valores que se destacaron en muchos de los discursos leídos en Cuba y Puerto Rico. Las celebraciones fueron organizadas por la tercera sección de la junta directiva.206 Aun así, las buenas intenciones se empañaron por las dificultades financieras. Para los festejos de La Habana se había calculado un presupuesto de cincuenta mil pesos, pero ya desde el principio se afirmó que se podían restar treinta mil pesos, que era el gasto de la transformación de tres goletas en tres naos. El resto habría de repartirse entre las corporaciones, agrupaciones y el   Diario de Sesiones del Congreso Nacional Mercantil de Barcelona..., p. 31.   Michonneau, Stéphane. Barcelona: memòria i identitat…, p. 139. 206  AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Expediente relativo al centenario de Colón, manuscrito, sin fechar, sin firma. Estos centros asociados se establecieron en las capitales de las islas, a partir del decreto de 1888, y deberían estar compuestos por miembros de las corporaciones provinciales y municipales, los centros oficiales, literarios, científicos, el clero, la milicia, la armada y el comercio, dando cuenta a la sección pertinente. 204 205

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Ayuntamiento de La Habana.207 No se escatimó en rebajas.208 Entre los actos hubo una procesión por lo menos curiosa, «que representa a todas las provincias de la Monarquía, con sus trajes peculiares y además hacer demostración del estado de adelanto actual en contraste con el que tenían los indígenas de esta Isla cuando el descubrimiento».209 Los preparativos del centenario fueron llevados a cabo en Puerto Rico sobre todo por la elite criolla, con gran interés en mostrarse afín a la tradición española de la isla, en un intento de enlazar los aspectos más significativos de la historia oficial con las aspiraciones de la misma, y se generó una gran actividad en este sentido a lo largo del siglo  xix.210 Aun así, las cantidades concedidas fueron pingües. Por ejemplo, se solicitó subvención para celebrar una exposición en Mayagüez.211 A la altura de 1892 ya se decía que «existen análogos motivos para sujetar a una prudente economía los gastos y hacer intervenir al patriotismo en el programa de las fiestas del próximo mes». De los 65.000 pesos solicitados, la tercera sección consideró que se podían rebajar, al menos, ¡62.000 pesos! Solo se subvencionó desde Madrid el envío de los objetos a la Exposición Histórico Americana.212 Esto no evitó que hubiese problemas, puesto que no existen en esta isla ni museos, ni sociedades, que tengan las colecciones que se piden [...] [porque] sesenta y cinco años después de la conquista ya no existían indios en Puerto Rico, y los extranjeros ilustrados que hace bastantes años se establecieron aquí como comerciantes, han ido adquiriendo todos aquellos objetos anteriores y contemporáneos, a la conquista, regalándolos a los Museos de sus respectivos países.213 207   AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Carta dirigida en atención a los festejos preparados en Cuba y Puerto Rico por parte de la 3.ª sección de la Junta Directiva dirigida al ministro de Ultramar español, Francisco Romero Robledo. Madrid, 26.04.1892. 208   García González, Armando. «Empatías y conflictos en las relaciones científicas hispano-cubanas a finales del siglo xix», en Consuelo Naranjo Orovio y Carlos Serrano (eds.), Imágenes e imaginarios nacionales en el Ultramar español, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1999, pp. 152-153. 209   AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Copia de los festejos planeados por La Habana recogidos por la 3.ª sección de la Junta Directiva del IV Centenario. 210   González, Libia. «Entre el tiempo y la memoria: los intelectuales y el imaginario nacional en Puerto Rico, 1860-1898», en Consuelo Naranjo Orovio y Carlos Serrano (ed.), Imágenes e imaginarios nacionales en el Ultramar español, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1999, pp. 281 y ss. 211  AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Solicitación de concesión de una subvención por parte del gobierno general de la isla de Puerto Rico al ministro de Ultramar español, Antonio M.ª Fabié. Puerto Rico, 14 de mayo 1890. 212   AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Carta dirigida en atención a los festejos preparados en Cuba y Puerto Rico por parte de la 3.ª sección de la Junta Directiva dirigida al ministro de Ultramar español, Francisco Romero Robledo. Madrid, 26.04.1892. 213   AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Carta del Gobernador general de Puerto Rico, Manuel Delgado y Zuleta a la 3.ª sección de la Junta directiva del IV Centenario. Puerto Rico, 5.11.1891.

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Solo había algunas colecciones particulares; el problema fue que, como relataba el gobernador general de la isla, «ninguno de estos señores se encuentra dispuesto a enviar esos objetos, si persona de confianza no los lleva y devuelve, abonándoles todos los gastos que irrogue». La disyuntiva era que «no disponiendo esta Junta de un céntimo, ni se atreve a formar compromisos, ni nada positivo puede hacer sin recursos». Se solicitó que, al igual que en Cuba, se enviase un comisionado encargado del transporte de los objetos, «los interesados se niegan a concurrir y a pesar de todos los esfuerzos, careciendo como carece el Estado de Museos en donde se guarden aquellos recuerdos, nada podría conseguir la Junta, desprovista de recursos para adquirirlos».214 Finalmente, el gobernador general español en Puerto Rico remitió una petición de dinero, para, por lo menos, celebrar en la isla algunos festejos, al no poder participar en la Exposición Histórico Americana.215 No todo fueron noticias negativas. Por ejemplo, el pueblo de Lares, en Puerto Rico, preparó una serie de festejos para conmemorar estos cuatrocientos años. Lares había sido el escenario en 1868 de una revuelta contra España. En cambio, en el clima de celebración de 1892 hubo bandos y carteles llenos de júbilo y sentimientos patrióticos, quizá con el deseo de mostrar fidelidad hacia la metrópoli donde solo unos años antes se había cuestionado: Hoy se cumplen cuatro siglos de aquella epopeya; hoy, que hace cuatrocientos años que por el saber de Colón y valor reconocido de los marinos de la patria, fue sacado del caos de la ignorancia y la barbarie este suelo privilegiado por la nación augusta que aun rige y seguirá rigiendo los destinos de esta siempre fiel y leal Isla de Puerto Rico, perla preciosísima de la Corona de la Patria, y parte integrante del mundo soñado y descubierto por Colón […] hoy, por último, en que toda España se conmueve a impulsos del orgullo que le proporciona haber sido la primera que trajo a los hijos de América, su queridísima e idolatrada América, civilización, idioma, religión, leyes, costumbres y progreso moral y material […] el pueblo de Lares [...] se asocia al concierto general de su madre España, y lleno de ardor patriótico recuerda con júbilo e inmensa alegría el cuarto centenario del descubrimiento de la tierra Americana.216 214   AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Carta del Gobernador general de Puerto Rico, Manuel Delgado y Zuleta a la 3.ª sección de la Junta directiva del IV Centenario. Puerto Rico, 5.11.1891. 215   AHN, Ultramar, Legajo 287, Expediente 9. Carta del presidente de la 3.ª sección de la Junta Directiva del IV Centenario al ministro de Ultramar, Francisco Romero Robledo, remitiéndole la queja del gobernador general de la isla de Puerto Rico. Madrid, 2.09.1892. «Puerto Rico no ha podido figurar en la Exposición Histórica Americana ruego a V.E. que se sirva recabar un crédito para los gastos que ocasiones la celebración aquí del 4.º Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo, porque sería harto lamentable que mientras en la Península, Cuba y muchos países extranjeros se conmemora aquél trascendental acon­ tecimiento, en esta Isla no se hiciera nada con idéntico fin.» 216  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Discurso del alcalde de Lares en torno a la celebración del IV Centenario el 12 de octubre de 1892, remitido a la Junta Directiva de la Conmemoración del Centenario.

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Se concedió a los ciudadanos el derecho de que durante los días de fiesta se podían «entregar a diversiones lícitas»; además, se suplicó que «los vecinos enarbolen en sus casas el pabellón nacional, y si es posible iluminen las fachadas a la Veneciana».217 En contraste con esta aparente atmósfera patriótica, los organizadores de la Exposición Histórico Americana se desesperaron ante la escasa presencia de objetos de Puerto Rico. De nuevo, parecía que las mayores dificultades provenían de los propios territorios nacionales. La complejidad de abordar el pasado histórico, la posible divergencia entre los deseos de la elite política gobernante y aquellos que comenzaban a abogar por una nueva relación con la metrópoli, desde los territorios de Ultramar, además de las revueltas precedentes, no auguraban una buena disponibilidad hacia la celebración, a lo que se debía aunar la sempiterna falta de financiación. Estos factores rebajaron la calidad de la celebración en las últimas colonias españolas en América, que también pudo ser un indicio, no reconocido, del clima político y social en las islas que daría como resultado el enfrentamiento en 1898. 4.  Las publicaciones relacionadas con el centenario La junta directiva del IV Centenario decidió, a principios del año 1892, publicar una revista de carácter semanal, que llevaría como título El Centenario, para que fuera el órgano oficial de las noticias relacionadas con los festejos, junto con textos históricos, ilustraciones y crónicas. Se publicaría a partir de principios de abril de 1892 y cada número contendrá artículos científicos o literarios relacionados con América en cuantos términos puedan entenderse; descripciones de todos los actos con que se celebre el Centenario, juicios críticos y descriptivos de las Exposiciones, noticias o resúmenes de los Congresos que se celebren; descripción y crítica de los monumentos que se levanten o que ya existan.218

Los encargados de la publicación serían dos vocales de la junta, el escritor Juan Valera y el arqueólogo Juan de Dios de la Rada, miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. Juan Valera ya había sido miembro, desde 1888, de la primera junta encargada de la organización del centenario. Esta revista aparecería recomendada en la prensa diaria. 217   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3609. Programa de los festejos con que el pueblo de Lares, entusiasta por los hechos gloriosos de la Patria, conmemorará la fecha del descubrimiento de la hermosa tierra americana por el sabio e inmortal Cristóbal Colón. 218   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3606. Contrato entre la Junta Directiva y Juan Valera y Juan de Dios de la Rada para la revista «El Centenario». Madrid, 22.01.1892.

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Juan Valera, ya desde el primer número de este periódico, no se mostró muy optimista ante la celebración. Afirmó que esta conmemoración seguía la moda de los centenarios que se vivía en los últimos años; el problema fue que 1892 era el peor momento para celebrar un acontecimiento de tal envergadura, dado que España estaba a la cola de las naciones civilizadas. Criticó que las instituciones oficiales decidieran celebrar los cuatrocientos años de la llegada de Colón a América solamente ante los preparativos de Estados Unidos. No puede sorprender el pesimismo del codirector de la crónica oficial del centenario, porque Juan Valera se vio obligado a aceptar el cargo por problemas financieros personales.219 Fue una publicación en la que se quiso destacar las excelencias del centenario y que se erigiese como embajadora de cara a las repúblicas hispanoamericanas.220 Para la población española, simplemente pasó desapercibida. Podemos citar otra propuesta más. La otra oferta partió de la dirección de la revista popular ilustrada llamada España y Portugal, que se ofreció como órgano difusor de las noticias de la junta del IV Centenario. También se comprometían a publicar las conferencias del Ateneo, los debates de los congresos americanistas, orientalistas, geográfico y jurídico, además de las noticias de la junta.221 La dirección de esta revista, de la que se conservan dos números en la Biblioteca Nacional de España, pertenecientes al 1 y 8 de agosto de 1891, explicó, en el primer número consultado, sus objetivos. Por un lado, tenidos en poco en Europa y no en mucho por nuestros propios hermanos de América, menos porque nuestro valer sea realmente escaso que por lo malo que de nosotros han escrito los historiadores, y literatos ingleses y franceses [...] estamos obligados a volver por el buen nombre y créditos de la patria renaciente.222

Por otro lado, como reza su título, se pretendía buscar un camino de mayor acercamiento con Portugal, para que reconociéndose por hermanos con cuyo reconocimiento tal vez se logre traerlos a cierta comunidad política y económica, en la que conservado la independencia que hoy tienen se unan para la defensa de los intereses propios y para la realización de las aspiraciones de ambos; de todo lo cual podría ser excelente principio el próximo tratado de comercio.

Así pues, tras la idea primigenia de ser el canal de difusión de los acontecimientos que se sucederían en 1892, se buscaba plantear y definir unas   Botrel, Jean François. Libros, Prensa y Lectura…, pp. 502-503.   Bernabeu Albert, Salvador. 1892: el IV Centenario del descubrimiento de América…,

219 220

p. 27.

221   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3606. Carta dirigida a Antonio Cánovas del Castillo por parte del director de la revista popular ilustrada España y Portugal [s.f.]. 222   España y Portugal. Revista popular ilustrada, 1.08.1891.

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vías comerciales con el país vecino, lo que parecía ser el verdadero objetivo de la publicación. En tercer lugar, hemos de hablar de otra iniciativa denominada la Guía Colombina, que recogió en sus páginas de manera detallada los festejos del IV Centenario, y que mucho tuvo que ver con el concepto del ocio y turismo que se estaba pergeñando en las sociedades industrializadas. Fue, de nuevo, una propuesta desde la esfera privada, «animado por el deseo de contribuir con mi humilde concurso al esplendor de las fiestas del cuarto centenario del descubrimiento de América, concebí la idea de publicar una “Guía Colombina” que sirviera de exacto indicador a cuantas personas viniesen a la Corte».223 La obra estaría compuesta por retratos de la familia real, un texto con la vida de Cristóbal Colón, las costumbres de Madrid en esta época, los monumentos, las dependencias del Palacio Real y composiciones inéditas de políticos, literatos y profesores en honor a Colón. El aspecto que la relacionaría con la nueva consideración del tiempo libre sería que quien adquiriese esta guía podría entrar en museos y reales posesiones, facilitando el conocimiento de los edificios destacables españoles. Se propuso también a la junta que comprase un número limitado de esta publicación para regalarla a invitados, delegados, representantes de otros países, etc. Según el editor, «es el mejor obsequio que puede hacerse durante el Centenario, será el más bello recuerdo del solemne acontecimiento que todos y muy especialmente el Estado estamos por nuestro amor patrio, obligados a perpetuar».224 En cuarto lugar, citaremos una revista editada con motivo del centenario por la corriente de opinión católica, que lanzó la publicación Plus Ultra, lujosamente ilustrada, publicada en francés y castellano, órgano oficial del proyecto (no llevado a cabo) de la Exposición Internacional de Madrid para el año 1893. El primer artículo fue la carta del papa León XIII dirigida a todos los arzobispos de España, Italia y América, donde se resaltó la condición católica de Colón y la labor que emprendió de evangelización del Nuevo Mundo. Desde muchas tendencias políticas y, en este caso, desde la Iglesia, se vio como una oportunidad excelente este tipo de actos para apropiarse del discurso oficial. La fe cristiana había movido a Colón a embarcarse y, sobre todo, «trocando la ferocidad del salvaje por la suavidad de costumbres y civilización». No solo de progreso y civilización vivía el hombre, sino sobre todo de la religión, que fue la que permitió el descubrimiento.225 223   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3607. Carta del director de la Guía Colombina, M. Jorreto, al presidente del consejo de ministros, Antonio Cánovas del Castillo, anunciándole la edición de tal obra. Madrid, 12.10.1892. 224   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3607. Carta del director de la Guía Colombina, M. Jorreto, al presidente del consejo de ministros, Antonio Cánovas del Castillo, anunciándole la edición de tal obra. Madrid, 12.10.1892. 225   Reino de España. El IV Centenario del Descubrimiento de América. Plus Ultra, revista universal. Crónica Hispano Americana del IV Centenario del Descubrimiento de América. Órgano oficial de la Exposición Internacional de Madrid, Madrid, [s. i.], 1892, p. 1.

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También hubo un reconocimiento, desde la editorial de la revista, a la nación que supo ayudar a Colón. La importancia de los centenarios radicaba en su función de elevar el espíritu y «responde a las aspiraciones y necesidades de los pueblos».226 Los congresos, concursos y exposiciones eran la parte instructiva; los festejos y espectáculos, la parte lúdica. Así, progreso y entretenimiento se aunaban en la memoria colectiva, materializada en las conmemoraciones. Por otro lado, hemos de destacar el papel de la prensa. Esta, tan importante en la configuración de la sociedad conmemorativa, según hemos ido desgranando a lo largo de los apartados anteriores, reflejó, como norma general, un cierto clima de entusiasmo por esta política del pasado. Dicho esto, las matizaciones y contradicciones se agolparon en sus páginas, tanto en las publicaciones exclusivas del centenario como en los artículos que hemos analizado para comprender la difusión de los actos del centenario y su valoración social contemporánea. Hemos afirmado que las críticas hacia los programas planeados para recordar 1492 fueron, principalmente, por la descoordinación y la pobreza de los festejos. Por parte de la prensa liberal, el protagonismo de Antonio Cánovas del Castillo había sido excesivo. Por parte de la conservadora, su energía y determinación habían salvado la honra del centenario. Las páginas de la prensa recogieron toda la información detallada de los actos, discursos y desfiles que se sucedieron en distintos puntos de las ciudades. Los diarios fueron, en cierta medida, los mayores canales de difusión del discurso patriótico destinado al resto de la población, con la excepción de los propios actos populares. Estos textos nos han ayudado a comprender de qué modo fueron percibidos los actos de homenaje a Cristóbal Colón, aunque nunca ha de dejarse de tener en cuenta las motivaciones políticas que subyacían detrás de cada artículo y relato publicados. 5. La recepción del centenario fuera de las fronteras españolas y las repercusiones en las relaciones con España Para este apartado, hay que tener en cuenta la importancia del contexto internacional de la celebración y recepción del centenario, y la lectura que se hizo del mito del descubrimiento, una hazaña del pasado, para entender la imagen y la interpretación de esta gesta en la esfera internacional. En primer lugar, analizaremos la relación con Portugal, dada su condición de país vecino y partícipe en la posterior evolución histórica de América, poniendo un énfasis especial en las teorías iberistas, como una de las claves de la relación entre las dos naciones. No en vano, en este contexto hubo una nueva oleada, al calor del centenario, de retomar la idea de la unión   Reino de España. El IV Centenario del Descubrimiento de América..., p. 1.

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entre España y Portugal. La corriente iberista había vivido, a partir de la Restauración en 1874, un estado de declive en España. Su máximo apogeo fue entre la revolución de 1848 y las unificaciones alemana e italiana, momentos cruciales de la formación de grandes naciones europeas. A partir de ese momento estos proyectos no solo perdieron fuerza, sino que además comenzó un repliegue interno por parte de ambos países que casi rozaron el desprecio mutuo.227 La doctrina del iberismo podría explicarse como fruto del paralelismo entre los procesos de instauración del liberalismo político en España y Portugal. Aun a pesar de estas semejanzas, nunca se dejaron de evidenciar ciertos matices contradictorios.228 Personajes destacados como el historiador portugués Oliveira Martins giraron la vista hacia España porque consideraban que era la trayectoria natural de la evolución política de ambas naciones. Martins pedía una alianza peninsular, pero siempre conservando cada país su independencia y actuación propias.229 Rafael María de Labra apostaba por un previo proceso de acercamiento para, posteriormente, llegar a la unión.230 En 1890, tras el episodio del ultimátum de Gran Bretaña a Portugal, se reavivó la corriente del iberismo dentro de los proyectos republicanos. El breve fortalecimiento de la monarquía portuguesa, la expansión y reforzamiento de la presencia de este país en África y la posterior ratificación de la alianza con Inglaterra rebatieron de nuevo estas ideas, aunque legó un poso ideológico en ciertos medios culturales que apuntaron hacia esa dirección, como una posible solución a los problemas que asolaban a ambas naciones a finales del siglo  xix. En 1892 se produjo el redescubrimiento de un pasado glorioso conjunto. Tenemos en las palabras del representante diplomático luso en Madrid el ejemplo del deseo mutuo de cordialidad entre ambas naciones: Respondeu-me o Ministro dos Negocios Estrangeiros com palabras de agradecimento, acentuando que nessa demonstração de afectuosa simpathya pelos Soberanos de Portugal e pela Nação portuguesa, o Goberno da Nação Hespanhola, cumprira um dever gratísimo distado pelo apreço em que tem a cordialidade das relações entre as duas Coroas e os dois Paises, e o decidido

227   Pereira, María da Conceição. «Representações das relações de Portugal e Espanha e da questão Ibérica na Revue des Deux mondes (1831-1880)», en Humberto Baqueira Moreno, Estudos de História Contemporânea Portuguesa. Homenagem ao profesor Victor de Sá, Lisboa, Livros Horizonte, 1991, pp. 303-329. 228   Peralta García, Beatriz. «Romanticismo y nacionalismo en España: el Iberismo em la prensa salmantina», en Mariano Esteban de Vega y Antonio Morales Moya (eds.), Los fines de siglo de España y Portugal, Jaén, Universidad de Jaén, 1999, pp. 21-29 y 47-49. 229   Vicente, Antonio Pedro. «Iberismo e peninsularismo: As relações hispano-portu­ guesas», en Los 98 ibéricos y el mar. La península ibérica en sus relaciones internacionales, vol. I, Madrid, Sociedad Estatal Lisboa 98, 1998, p. 123. 230   Domingo Acebrón, María Dolores. Rafael María de Labra…, p. 259.

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empenho que o anima de aproveitar todos os ensajos de as tornar cada vez mais intimas, como convêm aos interesses comuns dos dois povos da Peninsula.231

Finalmente, la evolución política y social de ambos países, además de las presiones exteriores, fueron las causas por las que en el último cuarto del siglo xix se pensase en el fin de las posibilidades del iberismo.232 La celebración del IV Centenario fue una de las últimas oportunidades en ese siglo para lanzar un nuevo envite en pro de la causa. Así se establecieron acuerdos políticos amistosos de acercamiento que permitieron una relación más fluida de cara a 1892. El apoyo y acuerdo mutuos entre Portugal y España se veían con muy buenos ojos por los grupos conservadores, puesto que era un refuerzo de los propios sistemas políticos internos, desechado el plan unionista. Finalmente, estos acercamientos no se reflejaron en un verdadero proyecto de conocimiento mutuo y, aun a pesar de la aparente amistad, no se pudo evitar el profundo alejamiento que existía entre ambos pueblos. Aun así, en 1892 se reforzó de manera momentánea esta corriente de pensamiento. El otro país vecino a España, Francia, se sumó al IV Centenario, con cierto protagonismo, como hemos podido comprobar en las páginas anteriores. De hecho, en la Gaceta de Madrid del 1 de noviembre de 1892 apareció una «Relación de las felicitaciones dirigidas a SS.MM. el rey don Alfonso XIII y la reina Regente doña María Cristina por varios pueblos y corporaciones de Francia con motivo del cuarto centenario del Descubrimiento de América».233 Se planearon conmemoraciones por dos vías, desde las plataformas instituciones culturales privadas francesas y desde organismos españoles residentes en el país vecino. La Sociedad de Anticuarios de Normandía envió a Paul Drouet para que diera cuenta del Congreso de Americanistas que se llevó a cabo en Huelva. Detalló los actos preparados, pero su texto careció de cualquier tinte crítico. Como anécdota, Drouet relató, con cierta sorpresa, que en su viaje a Andalucía no encontró los panoramas de corte romántico tan difundidos en la primera mitad del siglo xix por los viajeros franceses.234 La felicitación enviada por el obispado de Bayona ensalzó tanto el júbilo entre los franceses por este acontecimiento como el cariz cristiano que tuvo este acto. Desde el mundo católico se reclamó el carácter de santidad de Co231   MNE-AHD, Correspondência Legação de Portugal em Madrid, Caixa 134, 18901892. Carta del embajador portugués en Madrid, el conde de São Miguel, a Antonio Agres de Souvia, Madrid, 27.11.1892. 232   Torre Gómez, Hipólito de la. «De la distancia rival al encuentro indeciso: la relación peninsular en la edad contemporánea», en Los 98 ibéricos y el mar. La península ibérica en sus relaciones internacionales, vol. 1, Madrid, Sociedad Estatal Lisboa 98, 1998, pp. 131132. 233   Gaceta de Madrid, n.º 306, p. 277, 1.11.1892. 234   Drouet, Paul. Souvenir du neuvième Congrès International des Américanistes…, p. 36.

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lón, y por ello había que ensalzar «en un mismo amor nuestras dos naciones para su propia felicidad, para la gloria de la Iglesia y para el triunfo del reino de Dios en la tierra».235 El deseo de que acudiesen extranjeros a la cita en el sur y en la capital de España hizo que el Gobierno español, a pesar de la epidemia de cólera que asolaba a Francia, editara un folleto informativo en varias lenguas.236 Por su parte, los servicios diplomáticos mostraron su enfado por la publicidad que de esta epidemia se hizo en España, puesto que, según las palabras del embajador francés en Madrid, las informaciones eran muy exageradas y perjudicaban seriamente la imagen de Francia.237 El aspecto comercial y particular fue el detonante de muchas de estas iniciativas. Pero no se puede olvidar el interés de Francia por ganar terreno en la particular batalla que se desató en los antiguos territorios coloniales españoles en América sobre el liderazgo cultural. A partir de los procesos de independencia de las colonias americanas de España, en muchas de las nuevas repúblicas se debatió sobre la aceptación o el desprecio por el pasado español. Muchos intelectuales encontraron la salida de la emancipación cultural en otros modelos europeos, aquellos que encarnaban el paradigma de la libertad y de lo moderno. No se quiso tener como referente únicamente lo español, sino aquellos modelos que ofertaban otros valores deseados. En muchos casos la historia y la evolución francesa se presentaban como lo más anhelado.238 El Gobierno francés vio en el IV Centenario el escaparate ideal para reivindicar su papel de potencia latina, a pesar de los inconvenientes que supuso la lucha por una inclinación positiva en la balanza de intercambios comerciales con España. De este modo, aprovecharon la ocasión para reforzar su discurso con respecto a las repúblicas hispanoamericanas, con el deseo de potenciar su presencia al otro lado del Atlántico. Aunque las relaciones entre Francia y España estuvieron atenazadas por las disputas comerciales y los tratados internacionales, sí hubo instituciones de corte cultural que tenían intereses en España, como las distintas sociedades de anticuarios mencionados, por ejemplo, que veían en este país un lugar para llevar a cabo sus operaciones. Las colonias de españoles en el país vecino querían, de otra manera, participar y no ser invisibles a esta conmemoración que afectaba a toda la nación. El IV Centenario fue una oportunidad para mejorar o, en algunos casos, iniciar, las relaciones con las repúblicas americanas. Segismundo Moret, mi  Gaceta de Madrid, n.º 296, p. 185, 22.10.1892.  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3610. Quatrième Centenaire de la Découverte de l’Amérique, comité près l’Ambassade d’Espagne. 237   AMAE FR, Correspondance Politique et Commerciale, Madrid, Legajo 65. Carta del embajador francés, Théodore Roustan, en España al ministro de Asuntos Exteriores francés, Alexandre Ribot. San Sebastián, 7.09.1892. 238   González-Stephan, Beatriz. Fundaciones, canon, historia y cultura nacional…, pp. 183-184. 235 236

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nistro de Estado bajo el Gobierno largo de Práxedes Sagasta, resaltó en 1888 la necesidad de mantener las colonias americanas, además de establecer una buena relación con las repúblicas ya independientes.239 A pesar de la complejidad de la fecha conmemorada, se quiso que participasen en esta encrucijada no solo los habitantes de España, sino aquellos que vivían en América; no en vano, era una hazaña nacional, «si aquí en el seno mismo de nuestra España se anhela que las fiestas del Centenario sean el punto de partida de una nueva era de esplendor para ella, seguro es, que los españoles que viven en las tierras descubiertas por sus antepasados, experimentarán con mayor fuerza aún, si cabe, ese mismo plausible deseo».240 La evolución en las relaciones fue un largo proceso durante el siglo xix, con la firma entre 1836 y 1894 de los tratados de reconocimiento, paz y amistad. En 1903 llegó el reconocimiento a Cuba y en 1904 a Panamá.241 La primera embajada no se creó hasta 1917. Para comprender mejor este contexto hay que tener en cuenta que durante el periodo de la Restauración solo se firmaron tres tratados comerciales y ninguno financiero.242 Esta normalización de las relaciones se había visto empañada por algunas acciones militares del Gobierno español, como en la década de 1860 bajo el Gobierno de Unión Liberal. Política que se había emprendido, por cierto, por razones de prestigio, tanto en América como en África, como en la expedición de México o la Guerra de África. Para Salvador Bernabeu, el IV Centenario fue el cenit del movimiento de aproximación con las repúblicas hispanoamericanas, coincidiendo así con el final de la época dorada de la economía española durante la Restauración. A partir de 1892 se inicia otro episodio con un ruido de fondo: la guerra colonial que marcaría una nueva agenda en las relaciones de España con los países al otro lado del Atlántico. Carlos Rama ha indicado que las celebraciones culturales o la creación de entidades españolas como la Unión Iberoamericana hicieron más por las 239   Pereira Castañares, Juan Carlos y Cervantes Conejo, Ángel. Las relaciones diplomáticas…, p. 22. 240   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3600. Documento emitido por la 4.ª sección de la Junta Directiva del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. 241   Pereira Castañares, Juan Carlos y Cervantes Conejo, Ángel. Las relaciones diplomáticas…, p. 29. El primer país fue México, en 1837 (los años que se transcriben a continuación son los años en los que se firmaron los tratados, aunque las relaciones diplomáticas se establecieran un poco antes); Chile, 1845; Ecuador, 1841; Venezuela, 1846; Bolivia, 1861, aunque ya hubo un primer tratado en 1847, pero no se pudo ratificar hasta catorce años después, dadas las dificultades internas del país; Costa Rica, 1850; Nicaragua, 1851; República Dominicana, 1855; Argentina, 1860; Guatemala, 1864; El Salvador, 1866; Perú, 1879 (hubo primero un tratado de paz tras la guerra entre Perú y España entre 1863 y 1866); Paraguay, 1882; Uruguay, 1882; Colombia, 1881; Honduras, 1894. Les siguieron posteriormente Cuba y Panamá [pp. 30-31]. 242   Niño Rodríguez, Antonio. «L’expansion culturelle espagnole en Amérique hispanique (1898-1936)», Relations Internationales, 50 (1987), p. 197.

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relaciones de España con América que las relaciones diplomáticas.243 Las oportunidades en el plano cultural ofrecidas en la Exposición Universal de Barcelona, pero sobre todo el IV Centenario, fueron aprovechadas para reforzar la amistad, bajo una idea: que no se olvidase el papel de España en América en el proceso de reconsideración del pasado colonial. En el intento de integrar historia y nación en cada una de estas nuevas repúblicas, se evidenció el poco éxito que tenía negar toda relación con el español como concepto global, aunque esto no quiso decir que todas las partes estuviesen de acuerdo en elaborar y erigir una historia nacional donde el pasado colonial fuera el protagonista. Por otro lado, era necesario abrir una nueva etapa en las relaciones entre la antigua metrópoli y las colonias. Las múltiples iniciativas desde distintas instituciones de carácter privado abogaron por la consolidación de los lazos económicos y culturales con las nuevas repúblicas hispanoamericanas, y ayudar de esta manera a España a salir del estancamiento, muy visible antes del Desastre del 98. El único problema latente en este final de siglo y comienzo del xx fue la indefinición de los objetivos, que se tradujo en una política exterior vacilante hacia América. Pero aunque las relaciones políticas se tradujeron en un número escaso de proyectos concretos, las relaciones culturales y personales enriquecieron estos lazos de unión. El IV Centenario supuso un momento ideal para reclamar la necesidad del fortalecimiento de la unión entre las naciones americanas y la madre patria.244 El papel de España en la mediación de conflictos entre países hispanoamericanos fue un factor importante, tal y como fue reconocido por el embajador portugués en Madrid, que afirmaba a la altura de 1891, tras el conflicto entre Venezuela y Colombia, que não é a primeira vez que este Governo é chamado como arbitro para resolver pleitos semelhantes entre os Estados hispano-americanos que deixaram de ser colonias espanholas nos principios d’esste seculo. Com estes e outros factos se tem ido acentuando a política de harmonia entre España e a America hespanhola, atando-se laços de amisade em contraposição aos odios que reinaram nos trez primerios quartos d’este seculo. Ysto tem sido devido á sensata política inaugurada pelo Sr. Cánovas no primeiro periodo da restauração e depois seguida por todos os Governos.245 243   Rama, Carlos. Historia de las relaciones culturales entre España y la América Latina. Siglo xix, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 176. 244   El Noticiero Universal, 12.10.1892. «Conformes están en apreciarlo así, conformes están en reconocer que son glorias hispanas los hechos acaecidos durante trescientos años en el nuevo mundo, los gobiernos americanos, probando su conformidad al estrechar más y más cada día los lazos que con la madre patria los unen y al recabar puestos de honor en las solemnidades del Centenario.» 245   MNE-AHD, Correspondencia Legação de Portugal em Madrid, Caixa 134, 18901892. Carta del embajador portugués en Madrid, el conde de Casal Ribeiro, al consejero Vicente Barbosa de Bocage. Madrid, 30.03.1891.

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En este contexto habría que destacar la importancia de los congresos, como el de los Americanistas. Estas iniciativas estaban en la base del desarrollo de las corrientes de pensamiento como el Hispanoamericanismo o el Americanismo liberal que a ambos lados del océano se desarrollaban. El concepto de Hispanoamérica ha sido fuertemente debatido en la historiografía de las últimas décadas, sin decantarse plenamente entre un concepto cultural o geográfico. La primera concepción se referiría a las naciones con una vinculación a España e incluso la propia España, defendido, por ejemplo, por Carlos Martínez Shaw, cuya base es la doctrina Bolívar, que hablaría de la unión supranacional de las naciones americanas con su pasado común, frente al panamericanismo de la doctrina Monroe. La historia común, la lengua, la cultura y el concepto de Hispanidad, noción cultivada por los sectores conservadores católicos de finales del siglo xix en España, permitirían en el futuro establecer una confederación espiritual. Desde este punto de vista, el escritor Jesús Pando y Valle afirmó que América «recibió a su vez de España la primera savia de la ciencia, la enseñanza santa del catolicismo, la luz, la esplendorosa luz de la verdad».246 La ley del progreso había hecho su función y, finalmente, la comprensión entre españoles y americanos fructificó de tal manera que hizo que la conmemoración no se limitase a «una fiesta más o menos espléndida ni al recuerdo del glorioso acontecimiento; debe ser el punto de partida de una nueva era de triunfos».247 Esta discusión se insertó en el desarrollo del americanismo, corriente ideológica que tuvo una fuerte presencia en el debate regeneracionista. Se fundamentaba en la crítica del sistema político y administrativo inoperante, bajo el deseo de modernización y transformación económica. Tuvo una gran recepción en América y dio lugar a una serie de iniciativas entre los dos continentes, normalmente de carácter privado y no gubernamental: creación de congresos, viajes de profesores, intercambios, instituciones, etc. Muchos intelectuales tomaron una postura muy clara con respecto a América. Rafael de Altamira no fue el único que abogaba por una mejora de las relaciones con las antiguas colonias americanas.248 Lo que se pudo echar en falta en todos estos festejos fue una revisión del papel de España en el Nuevo Mundo, pero 1892 no era el año apropiado para esto. El centenario fue un excelente momento «para consolidar la unión fraternal de España con aquellos pueblos que un día vivieron bajo su amparo y que hoy, independientes, caminan hacia su esplendor y progreso».249 Se presentaba com  Pando y Valle, Jesús. El Centenario del Descubrimiento…, p. 2.   Pando y Valle, Jesús. El Centenario del Descubrimiento…, p. 4. 248   Luque Talaván, Miguel. «Rafael Altamira y Crevea: un “Regeneracionista” como historiador del derecho indiano», en Octavio Ruiz-Manjón y Alicia Langa Laorga (eds.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo  xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 596. 249  AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Año 1892. Caja 1892, Caja 33. Documento emitido por la 4.ª sección de relaciones generales de la Junta directiva del Cuarto 246

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plicado debatir un tema tan polémico, cuando lo deseado era afianzar las relaciones y asegurar la supervivencia de lo que quedaba de Imperio al otro lado del océano. El centenario del descubrimiento no fue solo una oportunidad para las elites políticas y sociales españolas que colaboraron en la organización de los actos conmemorativos para invitar a participar a las repúblicas hispanoamericanas. El objetivo último sería que se creara el escenario para acercar y crear unos tratados económicos, comerciales y políticos con las que habían sido colonias hasta solo hacía unas décadas, gracias a la materialización de la cultura conmemorativa. Por otra parte, al otro lado del océano, desde los gobiernos de estos países se consideró que no solo se participara en iniciativas españolas, sino que había que celebrarlo desde un punto de vista nacional. Era una oportunidad para ser copartícipes del capítulo histórico recordado, dada la trayectoria posterior, sobre todo de cara a la relación con la antigua metrópoli. En primer lugar, hay que tener presente que la confrontación por la herencia hispana formó parte del debate en las nuevas repúblicas hispanoamericanas a la hora de establecer los puntos que estructurarían el pasado común. De aquí que el acento se pusiese sobre el pasado español o sobre las culturas que hubo antes de la llegada de Colón. La implicación de las repúblicas hispanoamericanas en la celebración del centenario fue proporcional a la capacidad financiera. El tercer factor fue el grado de colaboración de las comunidades de españoles e italianos que allí residían, y que tuvieron un especial empeño en que la fecha no pasase desapercibida. A estos tres puntos se sumó uno más, que fue sobre todo una sombra, que se cernió sobre la conmemoración en España: el anuncio de la Exposición Universal en Chicago en 1893. Esta convocatoria atrajo más la atención de los expositores que las que se debían celebrar en Madrid. La Exposición Histórico Americana fue la más polémica, como ya explicamos, porque los objetos allí expuestos provenían en gran parte de las repúblicas americanas. La incertidumbre provocada por el desconocimiento de la fecha de su clausura generó nerviosismo entre los expositores, que anhelaban llevar sus productos a Chicago. Finalmente, la Exposición Histórico Americana se clausuró el 31 de enero de 1893, provocando un suspiro de alivio.250 Los organizadores de la Centenario del Descubrimiento de América, dirigido al presidente del Ateneo de Barcelona. Madrid, 12.03.1891. 250   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3602. Carta dirigida por el delegado general de la Junta del IV Centenario, J. Navarro Reverter, al presidente de la Junta Directiva del Centenario. Madrid, 17.12.1892. «Para satisfacer las reiteradas preguntas de los Representantes y Delegados de las Naciones Americanas que han concurrido a nuestra exposición, algunos de los cuales mostraban impaciencia por la terminación de esta en su deseo de llevar los objetos presentados a la Exposición de Chicago, he dado cuenta en nuestra última reunión del acuerdo de la Junta Directiva que aplaza la clausura del Certamen hasta 31 de enero de 1893.»

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Exposición Histórico Europea quisieron mantenerla abierta más tiempo para obtener más ingresos económicos.251 Las relaciones entre Estados Unidos y España no pasaban por su mejor momento por las fricciones militares en el Caribe. Por otro lado, el Gobierno norteamericano quería reivindicar un protagonismo especial en este cuatrocientos aniversario del descubrimiento del continente americano.252 Los años previos a 1898 se caracterizaron por una cierta tensión, sobre todo a partir de 1895, cuando Estados Unidos cambió su actitud hacia las colonias españolas en América y Filipinas.253 La Exposición Universal de Chicago era una ostensible manera de conmemorar la llegada de Colón al Nuevo Mundo, y de esta forma se restaba protagonismo a España. Chicago sería el escaparate del poder económico y político creciente de una muy joven república; era la plasmación de la ambición de Estados Unidos. Además, se quiso reforzar la unidad nacional tras la Guerra de Secesión americana, reafirmar la riqueza, el poder económico nacional y el papel predominante en el progreso de la humanidad. Para conectar con el país que llevó a cabo el descubrimiento, se invitó a la reina regente a la inauguración de la Exposición.254 María Cristina no acudió, quizá porque, como explicó el periodista José Francos Rodríguez, «la diplomacia, la política, quien fuese, puso ceremoniosas excusas ante la invitación. Perdimos otra coyuntura feliz para mostrarnos en pueblos donde la historia y las tradiciones del nuestro representan un valor que nadie puede emular ni conseguir».255 España había perdido la oportunidad de mostrar el protagonismo en este acontecimiento, por la negativa del Gobierno, presidido por Cánovas del Castillo, a la presencia regia en Chicago.256 251   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3600. Carta del delegado general, Fidel Fita, de la Exposición Histórica Europea al presidente de la Junta Directiva del IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 29.01.1893. «Ni es necesario [el cierre], por el contrario, perjudicial si se atiende a que el público quedaría defraudado en sus legítimas aspiraciones al privarle del estudio y examen de las verdaderas riquezas históricas que se hallan instaladas en la Exposición, por otra parte, es continua la visita a la misma por extranjeros y gentes forasteras que pasarán por Madrid y considerable el ingreso […] aunque esta se prolongara hasta mediados del año presente para poder bien estudiar los objetos que ella sostiene y beneficiarlos en servicio del progreso universal de la humanidad y honra de España.» 252   Valis, Noel. «Women’s Culture in 1893: Spanish Nationalism and the Chicago World’s Fair», Letras Peninsulares, vol. 13.2/13.3 (2000/2001), p. 637. 253   Schmidt-Nowara, Christopher. «Imperio y crisis colonial», en Juan Pan-Montojo (coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Madrid, Alianza, 2006 (1998), p. 71. 254   TNA, PRO, FO 72/1900. Despacho de Reginald Tower, embajador inglés en España, al conde de Rosebery, secretario de Asuntos Exteriores. Madrid, 7.10.1892. 255   Francos Rodríguez, José. Cuando el rey era niño…, p. 175. 256   Francos Rodríguez, José. Cuando el rey era niño…, p. 177. «Por supuesto, que cuando Cánovas rechazó lo del viaje de la Reina a Chicago, no estaba realmente la Magdalena para tafetanes. Cualquiera autoriza expedición larga de Su Majestad —pensaría el jefe de los

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Las celebraciones planeadas para 1893 estuvieron motivadas, entre otras razones como las que hemos aludido más arriba, por el deseo del Gobierno estadounidense de reforzar sus relaciones con las repúblicas hispanoamericanas.257 Se perseguía ante todo el beneficio comercial: penetrar en el mercado de las manufacturas en las repúblicas del centro y sur de América, con el deseo de frenar el poder de las naciones europeas que eran las proveedoras de estos productos:258 Si realizando la exposición en la escala que nos proponemos conseguimos hacer de nuestra capital nacional el París de América por sus bellezas y atractivos, el Berlín de América por sus condiciones pedagógicas, la Roma de América por las artes, y la Meca de América para los viajeros, estudiantes y otras del resto del mundo, debe prestar apoyo a este pensamiento todo ciudadano americano.259

No solo se celebró una Exposición Universal, sino que se preparó una ceremonia de gran lujo para la conmemoración del IV Centenario, que evidenció aún más la debilidad de España.260 En Nueva York se había planeado para el 12 de octubre una cabalgata nocturna que simbolizaría «el triunfo de América», que incluía desde los peregrinos del May Flower y los presidentes de Estados Unidos hasta la representación del desarrollo material y tecnológico del país, como una alegoría del triunfo de los Estados Unidos. Se apoderaron del protagonismo del descubrimiento.261 La colonia española en esta república americana también quiso celebrar el centenario, erigiendo una esconservadores— si el Ministerio está pendiente de un hilo a punto de quebrarse. En efecto, los asuntos políticos ofrecían entonces medianísimo cariz. Resquebrajado el partido conservador, impacientes los liberales, tambaleábanse la situación, falta de fortaleza y seguridad. ¡Cuando no es Pascual, amado Teótimo! En las Cortes discutíanse los presupuestos y en la calle discutíase lo hecho mediante los presupuestos en las Cortes. Se notaba ya la inquietud de las muchedumbres obreras [p. 178] y en Barcelona hubo huelga general, de las que concluyen con suspensión de garantías y declaración del Estado de guerra.» 257  AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1283. Minuta dirigida al presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Sagasta. Madrid, 7.05.1888. «[le envío] la adjunta traducción, cuya simple lectura basta para hacer comprender que la actitud adoptada por España con la República Hispano Americana con motivo de la celebración de aquella memorable solemnidad ha dado nuevo vigor a las aspiraciones políticas de Norte América formulada desde 1888». 258   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1283. Proyecto del gobierno de EEUU traducido adjuntado a la minuta dirigida al presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Sagasta. Madrid, 7.05.1888. 259   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1283. Proyecto del gobierno de EEUU traducido adjuntado a la minuta dirigida al presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Sagasta. Madrid, 7.05.1888. 260   Heraldo de Madrid, 23.09.1892. «Esto es solo una pequeña parte de lo que allí se hará el día 12 de octubre, pues como pudo verse en nuestro número de ayer, los festejos del día eran varios, así como los días que han de durar, y todo ello costará menos, pero mucho menos de 100.000 duros. Y aquí, ¿cuánto más se gastará haciendo hasta menos?» 261   Heraldo de Madrid, 23.09.1892.

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tatua de Colón y los hermanos Pinzones, a cargo del Círculo Colón Cervantes de Nueva York.262 El vicepresidente era Arturo Baldasano y Topete, cónsul de España en esta ciudad, quien envió una petición al ministro de Estado, C. O’Donnell y Abreu, a fin de que el Estado español concediese a esta sociedad una serie de cañones inutilizados para fundirlos y con su bronce elevar el monumento, que sería un símbolo de la gloria de España, reforzaría los lazos de unión entre España y sus antiguas colonias, y mostraría a Estados Unidos que, a pesar de su cada vez mayor influencia en el resto de América, España no dejaba de ser la madre patria.263 El Ayuntamiento de la ciudad organizó una procesión cívica en la ciudad de Nueva York para el día 12 de octubre. Esta representaría capítulos de la vida de Colón y el descubrimiento de América. A lo largo del recorrido habría diferentes puestos con una serie de exposiciones, representaciones o grupos escultóricos, como por ejemplo, en Washington Square, donde habría un grupo alegórico que representaba El nacimiento de la Libertad, Libertad de Cultos y la Abolición de la Esclavitud. Otra de las paradas de esta procesión sería enfrente de las estatuas de dos presidentes norteamericanos: Lincoln y Washington, y de uno de los héroes de la Guerra de Independencia norteamericana: Lafayette. En Central Park habría una serie de actos como una representación de la entrada de Colón a Barcelona para encontrarse con los Reyes Católicos.264 En definitiva, el Gobierno de Estados Unidos quiso presentar una imagen de su país como eje director del progreso. Para cumplir este deseo se cuadriplicó el presupuesto de la Exposición de París de 1889 en la de Chicago. La posición estadounidense estaba muy lejos de la española; si España miraba hacia atrás con nostalgia y cierto orgullo, el joven país americano miraba el futuro con ambición, sirviéndose del pasado solo para dar pistas sobre su papel en el porvenir. 262   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1283. Carta del Comité directivo (de los 100) al comité ejecutivo para explicar los pasos dados en relación a la conmemoración del 12 de octubre. Firmado por el Presidente, Juan Navarro, el vicepresidente y cónsul español en Nueva York, Arturo Baldasano y Topete y el secretario Antonio Cuyas. Nueva York, 10.05.1892. Los dos personajes más importantes en la difusión de la imagen de España, según esta asociación, fueron Colón y Cervantes. Asociación compuesta, según sus propias palabras, por españoles y españoles americanos, y personas de otras nacionalidades que hablasen la lengua española. Uno de sus primeros actos fue organizar los actos para el día 12 de octubre. 263   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1283. Carta del cónsul de España en Nueva York al ministro de Estado español, C. O’Donnell y Abreu, solicitando la fundición de cañones inservibles para la elevación de un monumento en honor a Colón y los hermanos Pinzón en la ciudad norteamericana. Nueva York, 19.04.1892. 264   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1283. Proposed plan for the Celebration in the City of New York of the 400th Anniversary of the Discovery of America on the 12th day of October, 1892. Presented by the «Círculo Colón Cervantes».

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6. «España ha podido mostrarse digna de la grandeza de su pasado»: el significado del programa conmemorativo de 1892 265 En marzo de 1893 se publicó un Real Decreto por el cual tanto la comisión nombrada en febrero de 1888 como la Junta Directiva del centenario de 1891 quedaban disueltas tras la finalización de todos los actos. El monasterio de la Rábida, tras su renovación, pasaba a depender del Ministerio de Fomento, en el momento en que fue declarado monumento nacional; también pasaron a competencia de este último Ministerio el edificio de las Exposiciones Históricas, el material de las mismas y los objetos realizados con cargo al crédito del centenario. La liquidación de las obligaciones pendientes pasaba a correr cargo de la presidencia del Consejo de Ministros. Las Exposiciones Históricas se refundieron en una sola que pasó a llamarse «Exposición Histórico-Natural y Etnográfica», que permaneció abierta hasta el 30 de junio de 1893.266 En el prólogo de este Real Decreto, Praxedes Sagasta, que en ese momento volvía a ocupar el sillón como presidente del Consejo de Ministros, habló del gasto total del presupuesto. En principio fueron dos millones y medio de pesetas, a los que habría que añadir arbitrios e ingresos especiales, además de las cantidades aportadas por las provincias de Ultramar. En este texto, Sagasta enfatizó el hecho de que, con poco presupuesto, ambas corporaciones habían hecho lo mejor para que España representase, como «correspondía con la modestia propia del pueblo que ha dejado de tener cual un día tuvo, en sus manos, los destinos del mundo», un buen papel en la celebración de este centenario. Para Sagasta, «España ha podido mostrarse digna de las grandezas de su pasado y alcanzar la honra inestimable de que las potencias extranjeras […] le reconocieran el derecho de llevar la iniciativa en la conmemoración del cuarto centenario». Además, se reforzaron, cuando no se iniciaron, las relaciones con las antiguas posesiones españoles en América.267 Esta optimista y positiva visión de Sagasta del final del centenario no fue compartida, como hemos visto, por todos. Hubo no pocas críticas, desde ciertas cabeceras de periódicos y algunos de los encargados de la organización, acerca de los retrasos, la escasez de dinero y de ideas y la descoordi­ nación, que fueron las notas dominantes dentro de este periplo. Bien es ver265   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Carta del presidente de Gobierno, Práxedes Sagasta, que antecede al Real Decreto propuesto a la reina Regente para dar por terminada la organización en torno al IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 25.03.1893. 266   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Real Decreto de la regente Maria Cristina dado en Madrid a 25 de marzo de 1893. 267   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3608. Carta del presidente de Gobierno, Práxedes Sagasta, que antecede al Real Decreto propuesto a la reina Regente para dar por terminada la organización en torno al IV Centenario del Descubrimiento de América. Madrid, 25.03.1893.

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dad que el centenario coincidió no solo con una coyuntura económica negativa, sino también con un contexto de inestabilidad política, dados los enfrentamientos internos en las filas conservadoras, detentadores del poder en ese año de 1892, que provocaron la caída de Cánovas y la sustitución por Sagasta. Esto deslució mucho los actos preparados para la conmemoración. La actitud del líder conservador, Antonio Cánovas, quien, según estas críticas, parecía que se preocupaba más en honrarse a sí mismo que a la nación, fue también otro elemento que no auguraba una buena imagen posterior del centenario. Desde medios republicanos se criticaron el desperdicio del dinero presupuestado y los pocos actos destinados al ocio de la población, «lo que no es más que rendir al nombre glorioso del representante más genuino de la prosperidad y la grandeza de nuestra patria, el vergonzoso homenaje de nuestra incapacidad y nuestra miseria».268 El marcado carácter cultural de muchos de los festejos preparados, como los congresos o conferencias, provocó que se viviese la conmemoración en ciertos momentos con poca efusividad por parte de la población. Población que, por otra parte, sí deseó participar o ser protagonista, porque el no reconocimiento de algunas ciudades desde el programa oficial desembocó en incidentes, como en Granada. Esta falta de previsión de la implicación social popular contribuyó aún más a la desidia que parecía respirarse. La sensación generada por la aparente pasividad desde el Gobierno fue una crítica que también se extendió a las instituciones locales: Ni el Gobierno de nuestra España ni el Ayuntamiento de nuestro Madrid han estado al nivel de los deberes contraídos con el sentimiento universal, ni del ministerio que les había designado la humana gratitud. El gobierno ha querido celebrar a un tiempo la fiesta en Cádiz y Sevilla, y en Granada y Huelva, por lo cual no se ha celebrado en ninguna parte. […] Sobre todo, el ayuntamiento de Madrid ha estado infelicísimo. No puede darse una inopia tan manifiesta de ideas y de recursos.269

Lo que sí hay que tener en cuenta es que la repetición de los actos programados en las distintas ciudades a las que hemos hecho referencia, como cabalgatas, coros, recepción en los ayuntamientos, fiestas con fuegos artificiales, bandas musicales, corridas de toros, certámenes literarios y artísticos, o misas, nos habla de unos nuevos esquemas sociales de interactuación. La contradicción fue que todo este esfuerzo no restó fuerza a la percepción general de relativo fracaso. Estos no fueron los únicos factores que abogaron por considerar que la actuación había sido poco convincente. Hubo algunas 268   El País Republicano, 16.10.1892. Incluso predijeron que «gran chasco han de llevarse nuestros descendientes cuando al celebrar, si lo celebran, el quinto centenario de Colón, repasen las colecciones de periódicos de nuestros días, para recoger en ellas noticias del que estamos celebrando». 269   La Ilustración Artística, 14.11.1892.

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voces que no comprendieron el porqué de la rememoración de una fecha que supuso el comienzo del proceso de decadencia de España.270 Como acabamos de decir, no todo el legado de 1892 tuvo una lectura pesimista. Por parte de los protagonistas de los actos, hubo una cierta conciencia de que se había imbuido en la sociedad un acto relativamente nuevo: las conmemoraciones. Se sabía muy bien el poder mediático de lo que se hizo y habló en los congresos. Por ejemplo, Soledad Acosta, delegada oficial de Colombia, imprimió las memorias presentadas en el Congreso de Americanistas de Huelva, en el Pedagógico Hispano-Americano de Madrid y en el Congreso Literario Hispano-Americano, en Francia, y de este modo pudieron ser consultadas íntegramente.271 Por otro lado, Víctor Concas, que fue el comandante encargado de dirigir hacia América la reproducción de la nao Santa María, dejó escrito que había que tener muy presente la herencia que se iba a legar al futuro y que cien años después, cuando el centenario volviera a festejarse, rescatarían lo que sus antepasados habían hecho, «para que resulte una página de la historia de la Marina, rigurosamente fidedigna, por si hubieran de consultarla los hombres de 1992».272 La otra cara de la moneda sobre el futuro la encontramos en un irónico artículo aparecido en el diario El Heraldo de Madrid, en el que el periodista afirmó, en la cobertura del Congreso Espiritista en Madrid, que el mismo navegante, si pudiese emitir su opinión sobre los festejos, diría que «ciegos necesitan estar los españoles para no ver que, por el camino que llevan, pronto muy pronto, perderá España sus Antillas [...] la doctrina de Monroe se cumpla por completo: América para los americanos».273 Por otro lado, la conmemoración fue un jalón más en la carrera por afianzar la figura de la reina regente y de Alfonso XIII, porque en ellos se depositaron las alabanzas. A la reina, en una simple metáfora, se la identificó con su antepasada en el trono, la reina Isabel la Católica: A una dama de imperecedera memoria debe la humanidad aquella fecha gloriosa que todas las naciones tratan de conmemorar en estos momentos. Otra dama, que ciñe hoy la corona de Isabel I, va en nombre de España y de su augusto hijo a presidir la conmovedora solemnidad cuyo objeto es rendir tributo de admiración al pobre marino que hizo brotar de los mares la tierra americana. Hoy, nuestra Reina representa, no solo a España, no solo nuestras glorias históricas: simboliza algo más: el lazo de unión con que Dios enlaza a las tierras más remotas y las más opuestas razas.274   La Ilustración Artística, 5.12.1892.   Acosta Samper, Soledad. Memorias presentadas en Congresos Internacionales que se reunieron en España durante las fiestas del IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892, Chartres, Imp. de Durand, 1893. 272   Concas, Victor M., La Nao histórica Santa María…, p. 3. 273   El Heraldo de Madrid, 23.10.1892. 274   La Época, 7.10.1892. 270 271

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El centenario no solo fue un modo de recuperar el pasado, sino también de definir el presente, donde las figuras de los monarcas aparecieron como un vínculo entre el pueblo español y su historia. Los elementos que definieron este capítulo de la historia nacional, que ayudarían a comprender las propias señas de identidad, fueron, entre otros, el de la difusión de la civilización por parte de España hacia el otrora Nuevo Mundo. Esto justificaba, en cierta manera, su preponderancia recordada a la altura de 1892, porque España hacía mucho tiempo que no jugaba ese papel. Papel que era ejercido ahora por otras naciones de cara a la carrera colonial.275 El descubrimiento coincidía con el final de la Reconquista, adjetivado por algunos como el inicio de la unidad de la patria, «Sevilla ocho meses en campaña contribuía poderosamente a la conquista de Baza, Almería y Guadix para alcanzar con la de Granada la unidad de la patria».276 Aunque este hecho del fin de la Reconquista fue poco celebrado, sí fue rememorado, porque no pudo ser apartado de la memoria colectiva. Por otro lado, el IV Centenario se pudo alzar como el momento ideal para consolidar los lazos económicos y culturales con América, como hemos indicado. Sería la solución parcial al aislamiento de España en materia internacional.277 Todo esto nos hace estar en desacuerdo con algunas opiniones de la historiografía actual sobre la celebración y repercusión del IV Centenario. La posición de Marie Aline Barrachine sobre que dicha conmemoración fue bastante superficial y comercial nos lleva a reivindicar que no se puede juzgar únicamente de esta manera dicha conmemoración en 1892, dada la documentación utilizada en el análisis aquí propuesto del IV Centenario del Descubrimiento de América.278 275   AMSE, Secretaria Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabérica (C.A.) 0216, Sección Centenarios. Propuesta del concejal Manuel Gómez Imaz de reconstrucción de la Torre del Oro y de utilización del solar donde en principio estuvo el palacio de Fernando de Colón, con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América, dirigido al alcalde de Sevilla. Sevilla, 8.01.1892. «Próximo a celebrarse el cuarto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo para el que se aprestan las naciones cultas, y en primer lugar nuestra patria a cuya iniciativa, ilustración, valor y hacienda se debe el más grande y trascendental acontecimiento de la historia, puesto que al descubrir un nuevo mundo propagó el Evangelio, la ilustración, la riqueza pública, el derecho y la cultura por dilatados continentes, hoy inmensas y riquísimas naciones, donde millones de seres hablan la hermosa lengua castellana para en ella alabar el esfuerzo de nuestros antepasados y agradecer a España los beneficios de la civilización y el progreso donde antes todo era inculto y primitivo.» 276   AMSE, Secretaria Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabérica (C.A.) 0216, Sección Centenarios. Propuesta del concejal Manuel Gómez Imaz de reconstrucción de la Torre del Oro y de utilización del solar donde en principio estuvo el palacio de Fernando de Colón, con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América, dirigido al alcalde de Sevilla. Sevilla, 8.01.1892. 277   Bernabeu Albert, Salvador. 1892: el IV Centenario del descubrimiento de América…, p. 25. 278   Barrachine, Marie Aline. «12 de Octubre: Fiesta de la raza, día de la Hispanidad, día del Pilar, Fiesta nacional», Bulletin d’Histoire Contemporaine, 30-31 (1999-2000), p. 123. No podemos dejar de sorprendernos cuando la autora tacha el centenario de superficial, dado que

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Antes de concluir, hemos de señalar la trayectoria de los centenarios y certámenes estudiados hasta aquí, que nos ayudará a comprender mejor el centenario pendiente, el de 1905. 1892 fue la culminación de lo que se intuía en 1888. La Exposición de Barcelona era la muestra del progreso, del futuro de la nación, de la ejemplificación de lo que se había hecho y lo que quedaba por hacer para situar a España en la estela de las naciones más desarrolladas. Y en este contexto se consagró una estatua de Cristóbal Colón, que unía el futuro y el presente en una misma cita, 1888. Marcaba, aunque casi sin quererlo, la puesta en marcha en los pasillos de la política de un plan, ciertamente impreciso, que recordaría la hazaña protagonizada por el marinero genovés, en particular, y por la nación española, en general. 1892 fue la última puesta en escena de una idea particular de orgullo nacional antes de 1898, puesto que las colonias tenían cabida en este espacio. En 1905, solo trece años después, con el recuerdo de Cervantes, El Quijote y, sobre todo, el paso del siglo xvi al xvii, con lo que esto implicaba en su interpretación, hubo que modificar los principales puntos del discurso. De nuevo era mitificado un autor, como en 1881 Calderón, esta vez gracias a su obra, pero lo que en ese primer gran centenario era novedoso, en 1905 ya era agua pasada, las necesidades eran otras, la sociedad era diferente y, además, la patria era más pequeña tras perder los últimos territorios de Ultramar. A la luz de todos estos datos podemos leer una paradoja: el protagonismo de los monarcas del pasado nacional no se materializó en un recuerdo explícito en el futuro. 1881, 1892 o 1905, por hablar de los tres grandes centenarios aquí tratados, fueron fechas sublimes en el pasado nacional, por una hazaña colectiva o por un personaje destacado en el mundo de las artes, que, en el fondo, bien definía a España. Y tras ellos se arrastraron la memoria, la imagen y el símbolo de, ante todo, tres soberanos: Isabel la Católica, o si queremos tratarlos como uno, los Reyes Católicos; su nieto, Carlos I, recordado sobre todo por su título de emperador, y su bisnieto, Felipe II. El descubrimiento y la conquista de América se sucedieron en los reinados de estos tres reyes: más de un siglo de historia nacional. La historiografía española del último tercio del siglo xix comenzó a tratar la imagen del emperador y su sucesor en el trono de otra manera. Este hecho implicaría que, en 1888 y 1892, en las muestras abiertas al público, los objetos que simbolizaban el pasado y el recuerdo pertenecieran en su gran mayoría al nieto y bisnieto de Isabel. En realidad, el Imperio era una pieza fundamental de la conciencia nacional. El reinado de Isabel I, con sus virtudes como reina, vinculada a la regente María Cristina, había dado paso para que España ampliase los territorios recién unificados en 1492. Carlos I y Felipe II, como hemos indicado ya, continuaron la obra. Insistimos en que esta privilegiada situación no imgracias a «l’état actuel de la documentation, il n’est pas posible de proposer une description, aussi superficielle soit elle de la commémoration du quatrième centenaire» [p.  122]. La ingente documentación consultada corrobora que fue un verdadero quebradero de cabeza.

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plicó que hubiese un reconocimiento formal hacia ellos, quizá porque en el siglo  xix se fue paulatinamente dando paso a un nuevo protagonista, leve y titubeante en su andar, que era la propia sociedad. Se deseaba recordar la hazaña colectiva de 1492, y en esta encrucijada se cruzó Colón, cuyo recuerdo no estuvo exento de crítica, porque se temió que acaparase toda la atención. Este centenario supuso el recuerdo de un acontecimiento que afectó a toda la sociedad conmemorativa española. 1892 fue un antes y un después, dado su carácter internacional, no logrado con el II Centenario de la muerte de Calderón de la Barca. El siguiente hecho que marcó el concepto conmemorativo fue 1898. En el fondo, el IV Centenario fue la exaltación de un nacionalismo basado en el elogio de España como potencia colonial, hecho que solo seis años después se desmoronó tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El lazo que se había tendido para afianzar las relaciones con América pudo verse afectado por el posterior conflicto, pero algunos entendieron que era América el sitio natural donde España debía reivindicar su papel preponderante con carácter cultural, dado su pasado. Esto lo veremos en 1905, así como el impulso dado a la corriente americanista. En definitiva, y ateniéndonos exclusivamente a 1892, se podría afirmar que España no supo afrontar de manera bien planeada la fecha rememorada y, por esta razón, la línea argumental no quedó bien definida, a la luz de las críticas vertidas sobre el programa de festejos desde distintos campos. Fue la puesta en marcha de un programa concebido casi de manera improvisada. Se puede plantear la cuestión de otra manera y es que las elites política, social y cultural pudieron pensar que no era necesario fortalecer la adhesión a una idea de españolidad que ya existía. No podemos negar que muchos de los que estuvieron tras esta política de recuerdo del pasado evaluaron la importancia y las consecuencias positivas que podría aparejar esta conmemoración. Y fue así, ya que, a través de la documentación analizada, distintas personalidades dejaron entrever que habían comprendido la dimensión de una celebración de tal magnitud. Quizá el problema fue que esta percepción fue tenue y que el discurso de cohesión de la sociedad conmemorativa española quedó simplemente suavizado por esta ausencia de valoración global de su repercusión en un hipotético discurso de identidad español. Además, el año de 1892 fue la confluencia de dos sentimientos que podrían parecer contradictorios, pero que conjugaron perfectamente en el sentir español: el orgullo nacional y el pesimismo. Esto no quiso decir que no se evitasen determinadas cuestiones, como una verdadera revisión del papel de los castellanos en los territorios americanos, lo que demuestra que los organizadores eran conscientes del alcance social de la cultura conmemorativa. Lo que sí se puede decir es que se dejó en el aire una oportunidad única de afianzar los pilares que sustentaban la imagen del pasado, que simplemente se dio por supuesta, y que hubiera podido ayudar a afrontar los retos del futuro, como la debacle del 98, que cambiaría el contexto para la puesta en escena del III Centenario de la publicación de El Quijote.

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CAPÍTULO 6 LA IDENTIFICACIÓN DEL MITO DEL ESCRITOR CON SU OBRA: 1905 O EL CENTENARIO DE CERVANTES Y EL QUIJOTE

1. El Desastre del 98: la inflexión en la política conmemorativa española La política conmemorativa en España sufrió un giro en su trayectoria a finales del siglo  xix motivado por el Desastre de 1898. Los deseos y objetivos soslayados en la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América no fueron, en esencia, los mismos que los de la celebración del III Centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote, trece años después. 1892 y 1905 estuvieron separados por 1898, año fatídico grabado en la mentalidad de la sociedad española, cuyo contexto quedó marcado por el clima regeneracionista que creó una actitud distinta respecto a lo que se esperaba de los futuros fastos en la sociedad conmemorativa española. Incidiremos en la política del pasado nacional, que debía atender a razonamientos y objetivos distintos, con un escenario visiblemente diferente y con unos espectadores que tenían una nueva percepción de la realidad, dado que atendían y esperaban respuestas nuevas, tras haber vivido la euforia y, posteriormente, la desazón, por la pérdida de las últimas posesiones del Imperio español. Su mirada hacia el pasado había cambiado.

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El Desastre,1 la pérdida de las colonias, la crisis del fin de siglo,2 la guerra contra Estados Unidos, la guerra hispano-cubana-norteamericana,3 la época del modernismo,4 del regeneracionismo…, entre todos estos calificativos podemos elegir la denominación de todo lo que sucedió en los años que marcaron el final y el principio de dos siglos, esencial para comprender el cambio en el propio concepto de la cultura conmemorativa. Las apreciaciones sobre los efectos que este episodio de la pérdida de las últimas colonias de Ultramar produjo en distintos ámbitos nacionales españoles han sido interpretadas incidiendo en detalles sutiles que dotan de una gran complejidad al denominado genéricamente el Desastre del 98.5 Si de algo sirvió el 98 fue para sacar a la luz las sombras del sistema instaurado por la Constitución de 1876 y la necesidad de cambio, con una mayor presencia de la voz de los grupos políticos e ideológicos fuera del sistema bipartidista, los cuales intentaron aprovechar la ocasión que se les brindaba. El problema fue que, para su frustración, el régimen de la Restauración sobrevivió a la pérdida de las colonias porque, en realidad, el régimen político estaba más afianzado de lo que pudiera parecer y desarrolló unos mecanismos que permitieron su perduración durante dos décadas más.6 Este hecho pudo influir en la falta de visión de la clase política, como hemos visto hasta ahora, a la hora de gestionar y evaluar como necesaria la proyección de una identidad nacional gracias a una política conmemorativa clara y definida en su base. La evolución política de España poco tuvo que ver con los ensayos de muchos autores de la Generación del 98 o de la corriente regeneracionista. De hecho, si hay un aspecto a destacar es que este episodio no trajo aparejado el cambio de sistema político que gobernaba España, aunque 1   Hernández Sandoica, Elena. «España 1898-1998: un “fin de imperio” cien años después», en Mariano Esteban de Vega, Francisco de Luis Mar y Antonio Morales Moya (eds.), Jirones de Hispanidad. España, Cuba, Puerto Rico y Filipinas en la perspectiva de dos cambios de siglo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2004, p. 30. 2   Moreno Alonso, Manuel. La literatura del Desastre. Una crítica histórica desde la otra cara del espejo, Sevilla, Alfar, 2000, pp.  60-61. El fin de siglo  español arraigó con carácter propio, diferente al sentido en otros países. El término fue acuñado en Francia, destacándose por ser una lucha contra la inseguridad, que venía acompañada de temor y decadencia, y fue ante todo una actitud de las clases ilustradas francesas, más que un movimiento popular. 3   Moreno Fraginals, Manuel. «España, Cuba y la guerra hispano-cubana-norte­ americana», en Mariano Esteban de Vega, Francisco de Luis Mar y Antonio Morales Moya (eds.), Jirones de Hispanidad. España, Cuba, Puerto Rico y Filipinas en la perspectiva de dos cambios de siglo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2004, p. 15. 4   Llera, Luis de. «Miguel de Unamuno: “Ese tío modernista”», en Luis de Llera (coord.), Religión y literatura en el modernismo español, 1902-1914, Madrid, Actas, 1994, p. 189. 5   Engler, Winfried. Hispanidad 1898 oder die Erfindung des neuen Spanien, Berlin, Verlag Walter Frei, 2012, pp. 8-9. 6   Pro Ruiz, Juan, «La política en tiempos del Desastre», en Juan Pan-Montojo (coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Madrid, Alianza, 2006 (1998), pp. 163-169.

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sí hubo un cuestionamiento del mismo, como acabamos de indicar. El 98 sirvió para que algunas de las cuestiones que se planteaban cambiasen su enunciado.7 Si nos atenemos al contexto interno, podemos subrayar, como primer hecho, la actitud del poder político ante las sublevaciones antillanas. Cuando se quiso modificar el sistema era ya demasiado tarde, porque uno de los problemas fue la inflexibilidad con respecto a los territorios de Ultramar, lo que tradujo el perpetuo forcejeo en un conflicto armado.8 La aparente reciprocidad de intereses que durante algunas décadas se dio entre la oligarquía peninsular e insular no generó la estabilidad y armonía necesarias entre las dos orillas, sino que a la larga se rompió el frágil equilibrio.9 Por otro lado, dos de los grupos que apoyaron y después criticaron el envío de tropas fueron la Iglesia y los republicanos, que mantuvieron, por distintos motivos, un discurso altamente patriótico. Para la Iglesia, la lucha por el mantenimiento de las últimas colonias fue el último episodio de una historia nacional gloriosa basada en la defensa de la cristiandad en estos territorios. No ahorró esfuerzos para hacer homenajes. De ahí que, posteriormente, su posicionamiento fuera muy criticado, aunque los conservadores y parte del ejército apoyaron la actitud que había adoptado la Iglesia, como defensora de los valores nacionales tradicionales.10 En segundo lugar, las distintas facciones republicanas, excepto los federales, apoyaron el conflicto armado con la idea de que la monarquía cayese tras una posible derrota, y además se contempló como una oportunidad para unir a las diferentes corrientes republicanas. De este modo podemos comprobar cómo algunos sectores de la sociedad se adueñaron del discurso nacionalista en torno al conflicto, a diferencia de los partidos en el poder, y se lanzaron en los medios de comunicación parrafadas patrióticas en favor del ejército español.11 Estos grupos vieron en el 98 la oportunidad de cuestionar la validez del sistema monárquico; si se perdía, era culpa de este sistema y era hora de cambiar.12  7   Storm, Eric. «La Generación de 1897. Las ideas políticas de Azorín y Unamuno en el fin de siglo», en Juan Pablo Fusi y Antonio Niño (eds.), Antes del «Desastre»: orígenes y antecedentes de la crisis del 98, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1996, p. 480.  8   Dardé, Carlos. Cánovas y el liberalismo conservador, Madrid, Fundación Faes, 2013, pp. 130-135.  9   Hernández Sandoica, Elena. «La España de Ultramar: Cuba y Puerto Rico», en Octavio Ruiz-Manjón y Alicia Langa Laorga (eds.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 23. 10   Pérez Ledesma, Manuel. «La sociedad española, la guerra y la derrota», en Juan PanMontojo (coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Madrid, Alianza, 2006 (1998), p. 144. 11   González Calleja, Eduardo. «Conflicto social y violencia política en la España de la Restauración», Torre de los Lujanes, 31 (1996), p. 28. 12   Hilton, Sylvia. «¿“Modernos cartagineses”, o, “una nación patriota”?: la capacidad militar de los Estados Unidos en la retórica republicana española de 1895-1899», en Octavio

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La pérdida material de las colonias trajo aparejada una convulsión social y también económica, que la historiografía de los últimos años ha abordado desde nuevos enfoques. Por un lado, se ha destacado que el tan consabido y repetido desastre económico no fue tal, aunque la sensación de malestar social se puede comprender dado que una de las últimas crisis de subsistencia que se dieron en España fue entre 1898 y 1903. Esto, unido al, cada vez más fuerte, movimiento obrero, dejaron una sensación de desastre y de desmoralización, que en las altas esferas se tradujo en un estado de pesimismo, no acorde a las grandes cifras macroeconómicas.13 La necesidad de reformar ciertos sectores que estaban muy involucrados en el mercado colonial, como el de la industria textil catalana, dotó de cierto halo negativo, económicamente hablando, a la pérdida de las colonias.14 La otra cara de la moneda fue que este desarrollo provocó un malestar social que se tradujo en la aparición de modelos de agitación social y política. No se puede obviar el papel de la prensa, la cual, excepto en momentos puntuales, lanzó desde sus páginas proclamas de exaltación patriótica muy optimistas. Respondían a las necesidades y peticiones de sus lectores y no afrontaron los posibles problemas de este conflicto.15 Hubo una publicidad de rasgos estridentemente patrióticos que invadió periódicos y actos públicos, dedicados a entretener o insuflar un patriotismo ante el conflicto con EstadosUnidos sin olvidar que la producción literaria y ensayística en torno a esta fecha fue muy fecunda. Carlos Serrano ha afirmado que en 1898 se produjo una crisis social por la perturbación de los mercados que agravó los desequilibrios estructurales. Esta reordenación también fue vivida por otros países europeos, pero en España, además, quedó medio disfrazada con el cataclismo colonial.16 En este punto podríamos destacar lo que el historiador Eric Storm ha destacado: si el sentimiento nacionalista era connatural en la identificación individual con el territorio en el que se vivía, la pérdida de las colonias permite el estudio, desde una perspectiva diferente, del impacto de este acontecimiento en la población. En un periodo en el que la carrera por el dominio y expansión coloniales en los países occidentales formaba parte de la tarjeta de presentación nacional, la pérdida de las colonias era un descenso del estatus internacional que podía repercutir en el mismo individuo. España se mostraba de este Ruiz-Manjón y Alicia Langa Laorga (eds.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, pp. 119-148. 13   Maluquer de Motes, Jordi. España en la crisis de 1898. De la gran depresión a la modernización económica del siglo xx, Barcelona, Península, 1999, pp. 89 y 131. 14   Gómez Mendoza, Antonio. «Del desastre a la modernización económica», en Juan Pablo Fusi Aizpurúa y Antonio Niño (eds.), Vísperas del 98. Orígenes y antecedentes de la crisis del 98, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp. 75-76. 15   Sevilla Soler, Rosario. La guerra de Cuba y la memoria colectiva. La crisis del 98 y la prensa sevillana, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1996, p. 139. 16   Serrano, Carlos. Le Tour du peuple. Crise nationale, mouvement populaires et populisme en Espagne (1890-1910), Madrid, Casa de Velázquez, 1987, p. 53.

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modo ante el mundo relegada a una casi última posición con respecto al resto de potencias occidentales.17 Lo que es destacable, e importante a la hora de comprender la evolución de la sociedad conmemorativa de cara al centenario de 1905, fue la inflexión en el discurso nacionalista dentro de España por la conversión de las fuerzas regionales en fuerzas nacionalistas regionales, lo que marcó una ruptura con la situación anterior.18 Sebastián Balfour planteó hace unos años que la pérdida de las últimas posesiones de Ultramar respaldó las tendencias centrífugas en el proceso de concepción de la identidad nacional.19 Esta idea de nación fue, según Borja de Riquer, cuestionada en el 98, porque estaba poco enraizada en el conjunto social, con lo cual no funcionó como muro de contención y de unión de las conciencias.20 En el fondo, fue un revulsivo dentro del proceso de reflexión sobre esa crisis finisecular, que tendía hacia un cambio en los planteamientos sociales, y el 98 tiñó de drama este contexto. Se reforzaron los proyectos de identidad divergentes del sentimiento nacional estatal; de estos modelos, el más fuerte fue el de la burguesía catalana, dotado de ciertos valores de modernidad que no creían encontrar en el proyecto común nacional. Eric Storm, al igual que Josep Fradera, insiste en que el Desastre del 98, aun a pesar de la aparente recuperación económica y la supuesta apatía mostrada por la población, tuvo una gran implicación en el proceso de evolución de la identidad nacional: fue el momento en que los regionalismos periféricos maduraron y se transformaron en discursos nacionales dada la falta de entendimiento y la débil actuación del poder central en perjuicio de sus intereses.21 Se acentuó el debate en torno al carácter de la nación, con una serie de posicionamientos, a veces contrarios, cuyo análisis no debería quedarse en la presentación de una confrontación entre un nacionalismo central y otros periféricos, dada la complejidad del panorama. Esta crisis que cuestionó la esencia nacional atrajo otro tipo de discurso, que fue el que puso encima de la mesa del debate la búsqueda de dicha identidad en los rasgos característicos regionales. La región entonces pasó a ser concebida como la verdadera base de la mentalidad colectiva española.22 El catalanismo, a diferencia del movimiento vasco, sí estaba de acuerdo en mantener las últimas colonias españolas, por cuanto eran beneficiosas para la economía 17   Storm, Eric. «Problems of the Spanish Nation-building. Process around 1900», National Identities, vol. 6, 2 (2004), pp. 146-147. 18   Fradera, Josep. «Las fronteras de la nación y el ocaso de la expansión hispánica», en Juan Pan-Montojo (coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Madrid, Alianza, 2006 (1998), pp. 536 y ss. 19   Balfour, Sebastian. «‘The Lion and the Pig’: Nationalism and National Identity in Fin-de-Siècle Spain», en Clare Mar-Molinero y Angel Smith (eds.), Nationalism and the Nation in the Iberian Peninsula, Oxford, Berg, 1996, p. 113. 20   Riquer i Permanyer, Borja. Escolta Espanya…, pp. 272-275. 21   Storm, Eric. «Problems of the Spanish Nation-building…», pp. 143-145. 22   Arliches, Ferrán. «“Hacer región es hacer patria”...», p. 136.

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catalana. Por ello, se mostraron especialmente dispuestos a apoyar un tipo de discurso patriótico nacional, si a cambio el resto de la nación se mostraba dispuesto a hacer todo lo posible por mantener dicha situación. El problema vino tras 1898, porque se consideró que el Estado español había fallado en su parte del pacto; por ello, no era necesario mostrar una solidaridad con el proyecto nacional. La crítica se exacerbó, no en un deseo de separatismo, sino en la idea de realizar un proyecto diferente que abarcase sus peticiones. Christopher Schmidt-Nowara, por otro lado, ha insistido en la importancia, casi olvidada, de la relación entre el proceso de elaboración de un discurso de la identidad nacional y la pérdida colonial, más importante y menos indiferente de lo que durante mucho tiempo se ha pensado, idea que ya hemos apuntado al principio.23 La lucha que mantuvo España por conservar Cuba, Puerto Rico y Filipinas demostró una latente modernización en el concepto colonial. La desaparición definitiva del Imperio español fue un paso más en el camino de España hacia la modernidad, y no un retroceso en su avance.24 En esta línea podemos incluir la idea lanzada por Carolyn Boyd, quien afirma que el 98 marcó un antes y un después en la propia concepción del sistema de la Restauración, porque se comprobó que las formas tradicionales de control político y social ya no eran válidas. El régimen parlamentario se había aislado sobremanera, y la España real y la oficial estaban separadas por una distancia casi insalvable.25 Había una necesidad de búsqueda del origen de esta situación, percibida como decadente, y en todo caso, de hallar la solución, donde solo hubo un cambio claro: el paso de Imperio colonial a Estado nacional. Esto hay que relacionarlo con la búsqueda de una identidad nacional propia, clara, definida y patriótica, que no estuviese en desacuerdo con la internacionalización que se vivía en Europa. Este movimiento de internacionalización iba a la par, de manera casi imperceptible, del fenómeno de la nacionalización y diferenciación que se buscaba en cada estado, para la 23   Schmidt-Nowara, Christopher. «“La España Ultramarina”: Colonialism and NationBuilding in Nineteenth-Century Spain», European History Quarterly, vol. 34/2 (2002), pp. 191 y ss. La reacción tras el 98, para este historiador, no fue exagerada, porque Cuba, Puerto Rico y Filipinas no dejaban de ser partes integradas en la concepción del país: «In nineteenthcentury parlance the colonies were “la España Ultramarina”, integral parts of the Spanish nation-state. In the view of Spanish intellectuals, politicians, colonial officials and business leaders, the colonies were bound to the Peninsula not only by the “national economy” but also by centuries of Spanish rule that had implanted language, religion and political institutions in the Caribbean and Pacific, effectively assimilating, culturally and biologically, the conquered peoples into the marcha of Spanish history» [p. 192]. Schmidt-Nowara difiere de la teoría defendida por Álvarez Junco del nacimiento de la idea de identidad española a principios del siglo xix. El historiador norteamericano insiste en la idea de que la pérdida colonial fue mucho más profunda de lo que parecería en un primer momento, ya que formaba parte del edificio ideológico erigido en torno a la idea de nación española, y a causa de esta pérdida la sociedad se tendría que replantear la afiliación al propio concepto de identidad [p. 193]. 24   Schmidt-Nowara, Christopher. «Imperio y crisis colonial…», p. 92. 25   Boyd, Carolyn P. «‘Madre España’…», pp. 49-50.

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propia identidad nacional. Fue un elemento clave de la vida política en este cambio de siglo, muy importante para la comprensión de la política conmemorativa. Para llevar a cabo esta tarea había que fortalecer los vínculos y se podía apelar a la lengua, a la cultura y al pasado comunes, pero también había que resaltar la fuerza e imagen del país, de ahí el esfuerzo realizado en las grandes exposiciones universales. España necesitaba un elemento movilizador, una característica propia que los ciudadanos compartiesen. De este modo, los intelectuales cogieron el testigo para mejora de la imagen colectiva y fue en ese momento cuando el liberalismo español y el proyecto que había ido tejiéndose a lo largo de los decenios anteriores se revisaron.26 La legitimidad del sistema político estaba relacionada con su capacidad de mantener el acuerdo tácito creado entre las oligarquías del poder y las elites subordinadas, que no entraban en el juego. Para ello, el Estado debía asegurar una serie de intereses, como la protección de la economía, de los mercados, el seguro de no intervención en la vida política por parte de los militares o el acallamiento de las revueltas carlistas y republicanas. Al no cumplir este pacto por completo, se cuestionó su soberanía, aunque este factor solo se comprobaría con el paso del tiempo. La debilidad se hizo evidente cuando a la sociedad española, hecha la primera pregunta, no le agradó la respuesta. Eduardo González Calleja ha señalado que estas faltas de modernización del régimen y de adecuación de las demandas sociales provocaron que se recurriese, con mayor intensidad, a medidas represivas, lo que no quiso decir que llevasen aparejadas automáticamente demostraciones de violencia.27 Además de la coyuntura política y económica, tendríamos que tener en cuenta las coordenadas complejas y, a veces, ambiguas, de las corrientes de pensamiento que se entrelazaron con los otros ámbitos que hemos señalado. Estos factores, de manera sintética, serían, por un lado, la revisión del positivismo por la llegada del pensamiento vitalista y, por otro, la aparición de pequeñas fallas en la cohesión del sistema de la Restauración por el reforzamiento de los nacionalismos periféricos o el movimiento obrero, como ya hemos anotado. En tercer lugar, se produjo la aparición y desarrollo de alternativas ideológicas, como el regeneracionismo. Y, por último, la concienciación de formación de un grupo, denominado, a finales de siglo, intelectuales, que quisieron ser los baluartes de una corriente de opinión que fuera el reflejo del pensamiento colectivo.28 Este concepto englobaba a pensadores o escritores normalmente críticos con el sistema político vigente, generalmente ajenos a él, y que ejercieron una actitud igualmente severa frente a la cultura y la sociedad del país. En torno al 98 apareció esta primera genera  Pan-Montojo, Juan. «Introducción: ¿98 o fin de siglo?…», pp. 16-20 y 32-33.   González Calleja, Eduardo. «La razón de la fuerza. Una perspectiva de la violencia política en la España de la Restauración», Julio Aróstegui (ed.), Violencia y política en España, Ayer, 13 (1994), p. 88. 28   Villacorta Baños, Francisco. Burguesía y cultura…, pp. 93-94. 26 27

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ción de intelectuales, que consideraban tener como misión «redimir a España de su incultura y atraso históricos», como afirma Javier Varela. Para Francisco Villacorta, «el intelectual crea, difunde y administra unos valores culturales a través de unas técnicas que transmiten los progresos de la civilización material y unos conocimientos que permiten el funcionamiento y pervivencia de las instituciones y órganos del cuerpo social».29 Uno de los aspectos interesantes relacionados con este tema fueron las múltiples tribunas desde las cuales pudieron hablar al resto del cuerpo social: instituciones como las universidades, las sociedades económicas o los ateneos, incluso en muchas ocasiones traspasaron la línea y jugaron desde el campo político. Esto lo hemos comprobado en los actos que se orquestaban alrededor de la materialización de estas políticas del pasado y vemos como se reproducían por distintos canales los discursos que algunas de estas personalidades quisieron transmitir. Algunos autores, como Manuel Moreno Alonso, destacan, de manera crítica, que las obras que se pueden agrupar bajo la denominación de literatura del Desastre insistieron tanto en los aspectos negativos de España que fueron asumidos por gran parte de los lectores.30 El problema fue que no se concretaron medidas específicas de reforma, cuyas vías de ejecución oscilaban entre un poder autoritario o conceder la capacidad de movilización a todas las clases sociales, y esta falta de arbitrariedad en los discursos hizo que quedasen en muchas ocasiones en papel mojado.31 Además, hubo demasiadas voces que juzgaron el pasado y revistieron los aspectos más negativos como verdades absolutas, sin tener un verdadero conocimiento de los mismos, destacando ante todo los mitos y tópicos que permanecieron como referente de la identidad colectiva durante mucho tiempo. Por último, se añadió al debate la complicada dialéctica entre la reivindicación de la apertura hacia Europa o el mantenimiento de las tradiciones como componente esencial de la identidad del cuerpo social.32 Por todos estos argumentos, la crisis finisecular no se puede ceñir solo a los años del paso de un siglo a otro, sino que tenemos que retroceder en el tiempo para comprenderla. El llamado fin de siglo, término utilizado antes de 1900 en Europa, tuvo en principio unas connotaciones de novedad ante la   Villacorta Baños, Francisco. Burguesía y cultura…, p. 1.   Moreno Alonso, Manuel. La literatura del Desastre…, p. 39. 31   Balfour, Sebastian. «Riot, Regeneration and Reaction…», p. 412. Este autor señala dos movimientos con rasgos incluso contradictorios en los intereses económicos e ideológicos de distintas personalidades regeneracionistas. Podemos referirnos al caso de Joaquín Costa, quien propuso medidas que afectaron ante todo a los agricultores y comerciantes de Castilla y Aragón, frente a, por ejemplo, Basilio Paraíso, quien plasmó los deseos de los miembros de las cámaras de comercio y de la burguesía urbana. 32   Calle Velasco, María Dolores de la. «Ideas y mitos del 98: su proyección posterior», en Mariano Esteban de Vega y Antonio Morales Moya (eds.), Los fines de siglo de España y Portugal, Jaén, Universidad de Jaén, 1999, p. 114. 29 30

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nueva centuria que despuntaba; posteriormente, la expresión se tiñó de una carga negativa, ante la incertidumbre y falta de valores que se asociaron a ella.33 En último término, el 98 no dejó de ser la versión española del sentimiento de crisis que asoló Europa a finales de siglo, como por ejemplo, el ultimátum de Inglaterra a Portugal o el desastre de Adua para Italia.34 En todo el contexto europeo se dio una cierta mutación de la conciencia social: aunque hubo un sentimiento de inminente cambio ante la llegada del nuevo siglo, con la pérdida de los valores que habían guiado a la sociedad hasta ese momento, muchos aspectos siguieron igual por el mantenimiento de las redes sociales tradicionales, controladas por el poder.35 Con este desencanto de fondo, las corrientes se entrecruzaron y alinearon en ese cambio de siglo. El pesimismo marcó las directrices de la política española, puesto que la psicología colectiva nacional dictaba que cualquier deshonra había que afrontarla. Esta piedra angular fue lo que acentuó el sentimiento de crisis con respecto a otros países europeos, donde al final la situación de la última década del siglo  xix no era tan diferente ni tan lejana a España. El problema fue que en España no hubo avances significativos, rupturas o crecimientos que despuntaran y empujaran a la sociedad en el camino del desarrollo europeo. El desajuste entre los parámetros de lo que se consideraba un país moderno con la situación real contribuyó a esta sensación, cuando además en otros puntos de Europa comenzaba el verdadero despliegue de las llamadas potencias co­ loniales.36 En este panorama cultural, surgió una generación de historiadores, ejemplificada con las figuras de Rafael de Altamira o José Ramón Mélida, que insistieron en la necesidad de revitalizar la Historia con la introducción de nuevas cuestiones y de desplazar los presupuestos asumidos y reforzados por la historiografía académica oficial; esa misma que había considerado y definido el sistema de la Restauración como la continuación de la Historia de España.37 Se debía imperativamente organizar y activar la conciencia social, gestionar el proceso de legitimación y preservación de la identidad nacional, dando respuesta a las necesidades que se planteasen en este proceso de mo33   Abellán, José Luis. Historia crítica del pensamiento…, p. 14. En España se identificó más de lo deseable con la denominada crisis del 98. 34   Carreras Ares, Juan José. «El colonialismo de fin de siglo», en Los 98 ibéricos y el mar. La península ibérica en sus relaciones internacionales, vol. 1, Madrid, Sociedad Estatal Lisboa 98, 1998, p. 24. 35   Fuente Ballestero, Ricardo de la. «Mundo fenoménico/mundo nouménico: una clave finisecular (Unamuno/Ganivet/Baroja)», en José Ruano de la Haza (ed.), La independencia de las últimas colonias españolas y su impacto nacional e internacional, Ottawa, Dovehouse, 1999, pp. 245-246. 36   Ortiz García, Carmen. «Ideas sobre el pueblo español en el imaginario nacional español del 98», en Consuelo Naranjo Orovio y Carlos Serrano (eds.), Imágenes e imaginarios nacionales en el Ultramar español, Madrid, CSIC, 1999, p. 19. 37   Peiró Martín, Ignacio. Los guardianes de la Historia…, p. 21.

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dernización.38 Había que tener cuidado en este proceso de exaltación patriótica, porque no podía aludirse solo a los grandes mitos del pasado, ni tampoco limitarse a una mera glorificación del presente. En definitiva, la Generación del 98 y todos los intelectuales, historiadores y filósofos que giraron en torno a esta fecha suponen un panorama complejo y difícil de definir en simples rasgos. Como bien ha expuesto Ricardo García Cárcel, los hombres de esta generación se «moverán entre la opción del casticismo nacionalista y la de regeneracionismo europeísta, pero en medio de frecuentes ambigüedades y no pocas contradicciones».39 Además de lo dicho hasta ahora, habría que señalar que todo este clima intelectual de sensación de cambio no se puede entender sin hablar de dicha corriente regeneracionista. El regeneracionismo fue un movimiento que superó los meros límites de un proyecto social, político o literario, cuyos miembros no se pueden agrupar en una sola generación y contó con varias personalidades destacadas. No se puede adjetivar como ideología política simplemente, sino que conjugó diversas corrientes, como el positivismo o el krausismo, además de albergar cierta reminiscencia historicista romántica.40 Fue un movimiento difuso que centró sus esfuerzos principales en encontrar soluciones viables para la mejora económica y, sobre todo, moral de la sociedad española, que conllevaría una optimización general de la situación. Se trataba de una concienciación de los denominados males de la patria, que, tras su diagnóstico, conllevaría las consabidas terapias para su solución. Intentaban descubrir, aún mucho antes del Desastre del 98, los problemas que asolaban a España para proponer un freno a la caída que veían inevitable, y comenzar a, como su propio término indicaba, «regenerar el país».41 Sebastián Balfour ha señalado dos tendencias dentro del regeneracionismo. Por un lado, hubo una versión más reaccionaria, que repetía los temas habituales del conservadurismo español. La idea principal era que España estaba en decadencia porque no había respetado las ideas que habían soportado en el pasado al Imperio español: unidad, catolicismo y respeto a la jerarquía. Había habido una traición a los valores tradicionales de la familia y religión que, sumado al egoísmo mostrado por la incipiente y poderosa burguesía industrial, había sumido al país en esta situación. La otra corriente, de carácter progresista, incidió sobre todo en los vicios de los españoles, como la apatía, la pereza o la arrogancia, elementos que minaron a España y contra los que

38   González Cuevas, Pedro C. «Nacionalismo y “modernización” en la obra del ‘primer’ Maeztu (1897-1904)», Hispania, vol. 53/184 (1993), p. 574. 39   García Cárcel, Ricardo. La Leyenda Negra…, p. 198. 40   Cerezo Galán, Pedro. El mal del siglo. El conflicto entre Ilustración y Romanticismo en la crisis finisecular del siglo xix, Madrid-Granada, Biblioteca Nueva, 2003, p. 221. 41   Storm, Eric. La perspectiva del progreso. Pensamiento político en la España del cambio de siglo (1890-1914), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p. 25.

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había que luchar para regenerar el país.42 El problema de ambas fue la separación y el alejamiento con respecto a aquel pueblo al que supuestamente iban encaminadas sus medidas. No se llegó a involucrar a la población española en su totalidad, en parte por la escasa capacidad de difusión de estas terapias.43 Paradójicamente, para los regeneracionistas fue fundamental crear un sentimiento de participación de todos los ciudadanos, a los que era necesario educar antes de hacerles partícipes de la vida política; no en vano, era evidente la desmovilización política de gran parte de la sociedad, como resultado de las operaciones manipuladoras en los procesos electivos de los sucesivos gobiernos.44 Estas propuestas regeneracionistas no se pueden limitar a las escritas y difundidas por determinados autores; podían venir de distintos grupos que propusieron soluciones para mejorar la situación. Tenemos el ejemplo del memorial regeneracionista elevado a la reina regente, en noviembre de 1898, por la Sociedad Económica de Amigos del País de Barcelona, por la Institución Agrícola, por el Instituto de San Isidro y por el Ateneo de Barcelona. En este documento, tras repasar los males del país, entre los que incluían la educación, el mal funcionamiento de la burocracia y la escasa viabilidad política, se llegaba a la conclusión de que la única solución era la descentralización política, económica y jurídica, con un poder central que asegurara la unidad última de la nación.45 Es decir, se combinaron las propuestas regeneracionistas con políticas, lo que explicaría el amplio espectro ideológico que podía abarcar este movimiento. España necesitaba no solo reformas políticas, sino también de otra índole, sociales y por supuesto económicas, a través de la iniciativa privada, al lado de una reforma moral e intelectual. Como al sistema de la Restauración le fallaron los resortes de comportamiento social y político, el Estado perdió la batalla y esto provocó que se sustituyeran estos canales de contacto con la sociedad por medidas represoras o coercitivas, como señalaba Eduardo González Calleja, mencionado al principio del apartado. Juan Pan-Montojo lo ha matizado de la siguiente manera: lo que el 98 supuso fue poner en evidencia la realidad de la que se hablaba hacía tiempo, que el Estado liberal no había estado a la altura de las necesidades nacionales.46 Emilia Pardo Bazán, en una conferencia pronunciada en París en 1899, afirmó recoger el sentir y la discusión que se repetía hasta la saciedad en los pasillos del Congreso y del Senado, en la prensa, en   Balfour, Sebastian. El fin del Imperio Español…, p. 77.   Cabrillo, Francisco. «Regeneracionismo y reforma económica», en Octavio RuizManjón y Alicia Langa Laorga (eds.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 327. 44   Varela Ortega, José. Los amigos políticos…, p. 305. 45   AMAE FR, Correspondance Politique et Commerciale, Espagne, 1896-1905, Question Catalane, Legajo 8. Memoria dirigida y remitida a S.M. la reina Regente por la Comisión Catalana en audiencia el 14 de noviembre de 1898. 46   Pan-Montojo, Juan. «El atraso económico…», p. 309. 42 43

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las discusiones intelectuales. Era la necesidad de destruir la leyenda dorada que adormecía a los españoles, y que este cambio de siglo hizo que se despertaran de golpe.47 A partir de 1900, la crisis subyacente de legitimación del sistema y del orden, aunque en aparente grado de estabilidad, no permitió que España reajustase, por ejemplo, su discurso imperialista, lo que hubiera ayudado a fortalecer los lazos de identificación con el discurso patrio, como sí pasó en el resto de Europa. Los acontecimientos de 1898 supusieron ser una encrucijada compleja, en la que se pusieron sobre la mesa todas las dudas, pero también los valores, de manera semejante a otros países. Lo que habría que tener en cuenta es que se compartía el sentimiento de desmoralización general, que hizo que muchos achacaran al Gobierno la frustración por la pérdida de la colonia, calificando su actuación de engañosa de cara a la sociedad. Esto condujo también al cuestionamiento del sentir patriótico español y al planteamiento de nuevo del carácter nacional. Y frente al protagonismo en el panorama internacional de las «naciones del Norte», había que pujar por crear un nuevo sentimiento de orgullo de pertenecer al tronco hispanoamericano.48 Retomando la idea de la reacción social popular, que hemos apuntado al principio de este apartado, hay que resaltar de nuevo que la pérdida de las últimas colonias fue acogida, según las fuentes de la época, con cierta indiferencia por parte de la población, porque no hubo ninguna reacción pública que inclinase a pensar de otro modo.49 Una indiferencia que en realidad ocultaba el desencanto por lo ocurrido. Desencanto porque la guerra, sus noticias y, sobre todo, los sacrificios demandados a una parte de la población, habían llegado a todos los rincones de España. También cundió un sentimiento de alivio entre aquellas familias que habían mandado a sus hijos a la guerra y habían sobrevivido, junto con la rabia y tristeza de aquellos que habían perdido a sus familiares en una contienda cuyo esfuerzo no había merecido la pena. Esteban de Vega afirma que los «desastres de la guerra» afectaron parcialmente a la sociedad española, si entendemos que apenas se tuvo conciencia de la situación. El fracaso militar, sobre todo la espectacular derrota naval, sí fue un capítulo que la sociedad española asumió y le afectó por su carga pesimista. Las principales críticas al Gobierno de turno se debieron, primero, a la mala situación de las tropas y, segundo, al dinero empleado. Los repatriados, que volvieron en muy malas condiciones físicas, fueron los grandes olvidados, tanto por el Estado, como por gran parte de la sociedad,   Pardo Bazán, Emilia. La España de ayer y la de hoy…, pp. 10-11.   Pérez de Tudela y Bueso, Juan. «La crisis del 98 y la reacción historiológica de Rafael Altamira», en V Congreso Iberoamericano de Academia de la Historia. Los estudios históricos como expresión de la cultura nacional, Santiago de Chile, Real Academia de la Historia, 1996, p. 146. 49   Valdivieso, Mercedes. «¡Pan y toros! Las corridas de toros como símbolo de la decadencia española en la literatura y la pintura de la generación del 98», en Arte e identidades culturales, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1998, p. 343. 47 48

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que prefirió mirar a otro lado.50 La reacción popular al recibir a los repatriados fue más bien una manera de protesta contra la política del Gobierno, más que una negación del sentimiento patriótico, un movimiento de oposición contra la Corona o contra el régimen político establecido.  Fue el malestar general lo que echó a la población a la calle.51 A pesar de este malestar, de estas convulsiones y manifestaciones, junto con cierta conflictividad social, no llegó a una reacción decidida de la sociedad española. Las clases medias entendieron que el Desastre del 98 supuso un doble cuestionamiento del régimen de la Restauración: por un lado, se puso en duda el propio orgullo nacional, gracias al estrepitoso fracaso militar. Por otro lado, se puso en evidencia la debilidad de la legitimidad del propio sistema. La aceptación de la independencia de las antiguas colonias implicaba dudar de la propia existencia del régimen y, sobre todo, del rey. El discurso elaborado por las elites políticas, a pesar de la desigualdad, sobre que la lucha sería afrontada de manera honrosa ocultaba las verdaderas responsabilidades del propio régimen. A pesar de esta premisa, muchos tuvieron la sensación de que cualquier cosa era mejor que continuar con esa guerra. El Tratado de París supuso la liquidación de un imperio, pero ante todo el final del problema, porque para gran parte de la población, lo más importante era no continuar con la sangría de vidas humanas.52 Así pues, podemos decir que la sociedad española se vio afectada de tres formas diferentes. Por un lado, hubo un sentimiento de euforia y patriotismo ante el envío de tropas a las colonias para acabar con la sublevación y luchar contra Estados Unidos. Por otro lado, la segunda reacción fue, a medida que se sucedían las derrotas, de impopularidad e incluso de rechazo. Y la tercera fue la que se ha denominado de desinterés o pasividad ante el conflicto.53 Dada la idea de que los españoles eran un pueblo invencible, el perder una guerra contra una potencia joven aumentaba la sensación de humillación. El espectador de lo ocurrido, el periodista José Francos Rodríguez, escribió treinta años después de 1898 que, aunque tildó de indiferente y de «no pasar nada» a la actitud de la población, se operó un cambio posi50   Núñez Florencio, Rafael. «Los otros españoles que fueron a Cuba: el drama de los repatriados», en Consuelo Naranjo Orovio, Miguel-Ángel Puig Samper y Luis Miguel García Mora (eds.), La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98, Madrid, Doce Calles, 1996, p. 599. 51   Pérez Ledesma, Manuel. «La sociedad española, la guerra…», p. 127. 52   Sevilla Soler, Rosario. La guerra de Cuba y la memoria colectiva…, p. 123. 53   López-Morillas, Juan. Hacia el 98. Literatura, sociedad, ideología, Madrid, Ariel, 1972, pp. 249-250. En este estudio ya clásico, López-Morillas también habla de tres etapas de la reacción social ante el 98. Primera, «presidida por la irreflexión y el apasionamiento»; la segunda «supone una vuelta parcial a la sensatez», y la tercera, «la más relevante sin duda para la historia intelectual ensancha notablemente el ámbito de la encuesta al hacerla rebasar de lo particular histórico —el colapso del noventa y ocho— y convertirla en indagación de la personalidad histórico social de España».

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tivo en la manera de ser de los españoles.54 Tras el 98, todo continuó igual, pero sin ser lo mismo. Una pregunta que se puede plantear al llegar a este punto sería la nueva relación de España con sus antiguas colonias. La característica principal de las relaciones entre España y estas a partir de ese momento fue la idea de la traslación de la identidad nacional española al otro lado del Atlántico. Era fundamental para comprender el propio proyecto de nación que se estaba desarrollando en ese momento. Se quería mantener la posibilidad, dada por su pasado, de guardar una relación privilegiada con las nuevas repúblicas. Era la única posibilidad de aumentar el protagonismo de la diplomacia española en el seno de la comunidad internacional.55 Una de las mayores escisiones que se habían producido entre Hispanoamérica y España fue en el campo cultural, porque se habían puesto en entredicho los valores que se habían ido formando a lo largo de los siglos de presencia española en América.56 Hubo el deseo de cortar los lazos de unión con España porque, aunque se había alcanzado la independencia política, no se había olvidado, para desesperación de muchos, a la antigua metrópoli.57 Al igual que en España, el modelo a seguir fue Europa, desdeñando así el pasado colonial español. En todo caso, 1892 y el IV Centenario del Descubrimiento de América, como hemos visto, fueron el primer paso en el replanteamiento de ciertos parámetros de comportamiento y de reconciliación con la antigua metrópoli, aunque este proceso no fue unidireccional, ni instantáneo, y el reencuentro tardó en llegar, sobre todo por la política diplomática española, que no puso a Hispanoamérica en primer término. En este contexto, en la valoración del IV centenario del Descubrimiento de América en 1892, se entiende que fue un intento por parte del Estado de generar un programa válido de festejos y un acercamiento a las repúblicas hispanoamericanas, desde un punto de vista conservador, a la simple reivindicación del pasado colonial sin plantear más debates, por ser muy difícil de abordar. 1905 proporcionaría la posibilidad de celebrar una figura sin connotación colonial, ensalzada por el uso de la lengua común, que, por cierto, era el nexo con Hispanoamérica. Esta corriente llamada hispanoamericanismo, vinculada al regeneracionismo, vio en el fortalecimiento de las relaciones con América la posibilidad de mejorar la ima54   Francos Rodríguez, José. Memorias de un gacetillero. El año de la derrota, 1898, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, 1930, p. 317. 55   Delgado Gómez-Escalonilla, Lorenzo y González Calleja, Eduardo. «Identidad nacional y proyección transatlántica: América Latina en clave española», Nuova Rivista Storica, 2 (1991), p. 267. 56   Navarro García, Luis. «La independencia de Hispanoamérica: ruptura y continuidad», en Juan Bosco Amores et al. Iberoamérica en el siglo  xix. Nacionalismo y dependencia, Pamplona, Eunate, 1995, p. 21. 57   Escobedo Mansilla, Ronald. «Cambio y continuidad en la sociedad hispanoamericana del siglo xix», en Juan Bosco Amores et al., Iberoamérica en el siglo  xix. Nacionalismo y dependencia, Pamplona, Eunate, 1995, p. 31.

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gen de España y recuperar el prestigio internacional.58 El único dominio que les quedaba a los españoles en sus antiguas colonias fue el colonialismo cultural, ejercido por Rafael María Labra o Rafael Altamira, por ejemplo, movidos por el deseo de descubrir las raíces de lo hispánico en América, acentuarlo y ligarlo a la antigua metrópoli.59 Cuando este movimiento americanista se integró en el proyecto regeneracionista, nació el concepto liberal de la Hispanidad. Fue una parte importante en este proceso de afianzamiento de la identidad nacional española y, por tanto, muchas de las celebraciones en centenarios y festejos no pueden entenderse sin esta faceta americana. Uno de los factores claves para entender el hispanoamericanismo reside en tener en cuenta una cierta ambigüedad en su concepto.60 Este movimiento reuniría las iniciativas y las propuestas, de naturaleza personal o colectiva, que intentaban coordinar y mejorar las relaciones hispanoamericanas en distintos campos, ya fuera económico, político o cultural.61 En definitiva, lo que se buscaba con esta política era hacer de las relaciones entre España y América un eje en torno al cual girasen las directrices de la política exterior, a pesar de la cierta ambigüedad cultural que marcó esta proyección hacia el otro lado del Atlántico. Es verdad que los políticos del régimen de la Restauración valoraron de esta corriente de hispanoamericanismo regeneracionista la posibilidad de encontrar una salida al aislacionismo internacional y los intelectuales concibieron esta unión de naciones como un refuerzo en el caso hipotético de un enfrentamiento con las potencias hegemónicas. Pero todos estos grandes proyectos no cuajaron en políticas concretas durante las dos primeras décadas del siglo  xx; otros problemas y atenciones desviaron la mirada, con lo cual, al final, las repúblicas hispanoamericanas fueron relegadas a un segundo plano.62 Antes de entrar en el análisis de la conmemoración de 1905, cabe señalar que algunos historiadores han insistido en el hundimiento de la conciencia nacional que supuso el 98, más allá de la pérdida de las últimas colonias y la derrota ante Estados Unidos, y que fue el punto de partida de una lenta disolución del sistema. Se mantuvo una aparente estabilidad con un trasfondo de deseo de cambio, que acentuó el antagonismo de la sociedad y su ejército, cuando había de ser un motivo de unión, y el desprestigio nacional quedó 58   Marcilhacy, David. Raza hispana. Hispanoamericanismo e imaginario nacional en la España de la Restauración, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2010, pp. 27-32. Marcilhacy incide en que en el contexto del 98 la corriente panhispanismo se renueva y se convierte en esta idea de hispanoamericanismo, que ayudaría a España a acercarse al continente americano tras la debacle total con la pérdida de las últimas colonias. 59   Domingo Acebrón, María Dolores. Rafael María de Labra…, p. 96. 60   Niño Rodríguez, Antonio. «1898-1936. Orígenes y despliegue de la política cultural…», p. 41. 61   Sepúlveda Muñoz, Isidro. El sueño de la Madre Patria…, p. 93. 62   López-Cordón, María Victoria. «España en las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907», Revista de Estudios Internacionales, vol. 3/3 (julio-septiembre 1982), p. 729.

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como el símbolo de España. El fin de siglo supuso un avance ambivalente, complejo y con muchas trabas. Ni se produjo una ruptura total, ni todo siguió igual, ni tampoco hubo una modernización completa. 1898 trajo aparejado un cuestionamiento de las propias contradicciones españolas, como, por ejemplo, las diferencias entre centro y periferia, la España real y la oficial, el funcionamiento político y la participación ciudadana. Fue en esta compleja encrucijada temporal cuando apareció en el ho­ rizonte la posibilidad de recordar a Miguel de Cervantes y su obra más universal, El Quijote. Muchas cosas habían cambiado con respecto a las con­ memoraciones que hemos analizado anteriormente. No solo se debió a la coyuntura del 98. A la altura de 1905 se había terminado el periodo de la Regencia, porque en 1902 Alfonso XIII había cumplido la mayoría de edad, hecho celebrado con un gran programa festivo por su llegada al trono.63 Aun así, el clima político no fue tan favorecedor como cuando se celebró, por ejemplo, el centenario del dramaturgo Pedro Calderón de la Barca. Aunque en 1881 se respiraba una cierta incertidumbre sobre el futuro del sistema de la Restauración, el liderazgo ejercido por Antonio Cánovas del Castillo y Práxedes Sagasta, dentro de las tendencias políticas conservadora y liberal, respectivamente, era indiscutible. En 1905 la situación era, por lo menos, sustancialmente nueva. Mientras que las clases políticas no habían variado, sí habían desaparecido las personalidades claves que habían iniciado la Restauración: Cánovas había sido asesinado en 1897, Castelar murió en 1899 y Sagasta en 1903. Muerto Cánovas, Francisco Silvela ocupó su puesto dentro del Partido Conservador, pero con ciertas reticencias, y se apartó de la política en 1903.64 En el grupo conservador se conjugaron dos tendencias, una más idealista y otra más realista, la primera liderada por el propio Silvela y la otra por Raimundo Fernández Villaverde. Antonio Maura, que provenía del Partido Liberal, comenzó a ocupar una posición predominante entre los conservadores y ejerció su liderazgo a partir de 1903, cuando ocupó el sillón de presidente del Consejo de Ministros.65 Tuvo que luchar en su partido para mantener a los conservadores unidos. En el grupo liberal, tras el fallecimien63   AMAE FR, Correspondance Politique et Commerciale. Question dynastique et de Cour. Espagne, Legajo 11. Carta del embajador francés en Madrid, Jules Cambon, al ministro de Asuntos Exteriores francés, Théophile Delcassé. Madrid, 26.05.1902. El 26 de mayo el embajador francés escribió al ministro de Asuntos Exteriores francés para hablar sobre las fiestas realizadas con motivo de la mayoría de edad del monarca y su imagen. Ante todo no había que alarmase ante la educación exclusivamente femenina del joven monarca, puesto que parece que en su presentación al Congreso de los Diputados «le jeune Roi a fait une excellente impression par l’énergie toute virile avec laquelle il a prononcé la formule du Serment qu’il a prêt à la Constitution». 64   Diego, Emilio de. «¿1898 como inicio de una nueva orientación en la política española?», en Juan Velarde Fuertes (coord.), Perspectivas del 98. Un siglo después, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura de Castilla y León, 1997, p. 65. 65   González González, María Jesús. «“Neither God Nor Monster”: Antonio Maura and the Failure of Conservative Reformism…», p. 318.

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to de Práxedes Sagasta, los políticos más destacados fueron Segismundo Moret y Eugenio Montero Ríos, quienes compartieron posición con José Canalejas, el cual venía de un ala más radical.66 La nueva situación económica y social, con un aumento del peso del proletariado, una mayor implantación de la industria y un sentimiento nacionalista regional en auge, no se vio acompañada de la adecuación de la estructura política a estas nuevas necesidades. También habría que señalar la posición cada vez más predominante del proyecto social de la Iglesia, como en la educación, hecho visto con preocupación por aquellos sectores que abogaban por un estado de carácter principalmente civil y laico.67 De hecho, con la renovación del Concordato en 1904 se legalizó la situación de muchos centros educativos regentados por religiosos, lo que supondría un problema para la ejecución de una legislación que pensaba ser más controladora de las nuevas fundaciones religiosas por parte del Estado.68 Por eso, para entender y comprender la situación que fue el telón de fondo de la celebración del centenario de la aparición de una obra de la literatura universal, hay que tener muy presente la descoordinación entre las demandas de la situación real y la continuidad de muchos elementos del pasado, que produjo un desequilibrio en el régimen que solo fue contrarrestado por la creciente presencia del Ejército. Desde 1902 se habían sucedido finalmente nueve cambios de gobierno hasta finales de 1905, como resultado de las turbulencias que se vivían en ambos partidos que se alternaban en el turno, y que vamos a detallar antes de entrar en el centenario de El Quijote. El año 1902 fue el último en el ejercicio del poder de Práxedes Sagasta; tras él se dio al turno conservador, con varios cambios de presidente del Consejo de Ministros: Francisco Silvela, Francisco Villaverde, Antonio Maura, Manuel Azcárraga y de nuevo Villaverde, hasta que en junio de 1905 se volvió al turno liberal.69 Este turno de los liberales duró hasta 1907, cuando volvieron los conservadores. Parecía que el intento de Maura y Silvela, al final de la Regencia, de recuperar el pacto en el Gobierno no se produjo, y se dibujó un panorama político con grupos disidentes cada vez más presentes, contrarios al bipartidismo, que provocaron el bloqueo de muchas decisiones. Esta situación parecía abogar a la larga por la inoperancia del propio sistema.70 Curiosamente, la celebración del centenario se había planteado en 1904, bajo el   Diego, Emilio de. «¿1898 como inicio de una nueva orientación en la política…?»,

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p. 66.

  Lario González, María Ángeles. El rey, piloto sin brújula…, p. 472.   Andrés-Gallego, José. La política religiosa en España (1889-1913), Madrid, Editora Nacional, 1975, p. 264. 69   AMAE FR, Correspondance Consulaire et Commerciale, Madrid, Legajo 3. Carta del embajador francés en Madrid, Jules Cambon, al ministro de Asuntos Exteriores francés, Maurice Rouvier. Madrid, 13.04.1905. El embajador da cuenta de la mala situación agrícola por la sequía y de los movimientos de sublevación en Andalucía y Cataluña. 70   Lario González, María Ángeles. El rey, piloto sin brújula…, p. 478. 67 68

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auspicio de Antonio Maura, pero en los meses siguientes asistimos, a partir de diciembre de ese año, a dos cambios de gobierno y de jefatura del mismo, con Azcárraga y Villaverde al frente, hasta mayo de 1905. Y Villaverde, que ocupó la presidencia durante los primeros años de 1905, tuvo en la mente rebajar el presupuesto. Entonces tenemos aquí una primera premisa que ayudará a comprender el resultado final de esta fiesta conmemorativa: los sucesivos cambios de gobierno caracterizaron a gran parte del programa conmemorativo, generando así un clima de cierta improvisación.71 2. El reclamo de Cervantes en 1892, el cambio de siglo y la nueva interpretación de El Quijote Cervantes había sido una referencia continua antes de 1905. Tras el centenario de Calderón y el del descubrimiento de América, algunos medios se preguntaron por qué Cervantes, que era símbolo de la nación, solamente disfrutaba de una pequeña estatua en la Plaza de las Cortes, sin mayor gloria.72 La idea de erigir un monumento al escritor alcalaíno vino del rey José I en 1810, aunque no llegó a realizarse hasta el final del reinado de Fernando VII; se inauguró en 1835 y fue el primero en su género elevado en Madrid.73 Para Carlos Serrano, esta estatua casi se convirtió, dada su situación enfrente del Congreso, en una «divinidad tutelar de la España moderna que nacía y dar a entender que, en cierto modo, el Parlamento dialoga con su historia».74 El Heraldo de Madrid publicó, el día después del 12 de octubre de 1892, una crónica sobre el olvido de Cervantes en España, en beneficio de otras personalidades como Cristóbal Colón, apartando así a quien, bajo el punto de vista del periodista, era el gran forjador de la nación española. Cervantes era la encarnación de la exaltación de la lengua castellana, verdadero lazo de unión de aquella. Colón descubrió América y Cervantes ensalzó el valor compartido por todos los habitantes del territorio, el idioma.75 Cervantes era,   Seco Serrano, Carlos. Alfonso XIII y la crisis de la Restauración…, p. 59.   El Heraldo de Madrid, 13.10.1892. «Con la lectura de la última y sentida crónica de Federico Urrecha en Los Lunes de El Imparcial, caí yo también en la tentación y en el deseo de hablar cuando mi turno me llegase, de ese estatua de Cervantes, nunca acabada de tallar en piedra ni de vaciar en bronce, bien que escritor alguno tenga levantado por la admiración humana mejor ni más alto monumento […] Tuvo Calderón su Centenario, y al pie del indecente mazacote que en la plaza de las Cortes quiere representar a Cervantes, hubo alguien que escribió estas palabras: ‘Estoy indignado’.» 73   Rincón Lazcano, José. Historia de los monumentos de la Villa de Madrid, Madrid, Imp. de Madrid, 1909, pp. 67-75. Reyero, Carlos y Freixa, Mireia. Pintura y escultura en España: 1800-1910, Madrid, Cátedra, 1995, p. 50. 74   Serrano, Carlos. El nacimiento de Carmen…, p. 193. 75   El Heraldo de Madrid, 13.10.1892. «¿Quién se atreve a abrir un paréntesis para saludar otra gloria? Sin embargo, si Colón descubre un mundo para España, un mundo que no bien cumplidos tres siglos de dominación debíamos para siempre perder, Cervantes dando eterna 71 72

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ante todo, un genio, «nadie le antecede, nadie le sigue». Y el Quijote, «poema humano, el dolor y el ideal eternos hechos carne», recogería la idea de España dada al mundo «y le concede la verdadera inmortalidad».76 No se ponía en duda que la figura de Colón formaba parte del pasado glorioso nacional, pero a la altura de 1892, tras el ruido de los festejos del IV Centenario del Descubrimiento de América, parecía que Cervantes no ocuparía jamás la primera plana para celebrar su figura. Por eso era necesaria esta llamada de atención.77 La consideración del autor y su principal obra se desarrolló en varias etapas. Fueron ante todo los románticos alemanes los que concedieron una lectura diferente al Quijote.78 Intensamente publicado desde su aparición, esta obra decayó a finales del siglo xvii, aunque a finales del xviii el interés mostrado por la novela solamente incidía en el aspecto burlesco o cómico. Al mismo tiempo, se vio la necesidad de otra interpretación de la misma, tras una lectura crítica.79 No fue casualidad que el término cervantismo apareciese en la segunda mitad del siglo xix. La creación principal de Cervantes, Don Quijote, fue la encarnación de los sentimientos del hombre romántico, a pesar de los siglos que habían transcurrido desde la escritura de la obra.80 La consistencia y perpetua forma a la lengua de los rudos y pasajeros conquistadores, completa la obra de Colón y establece en el rebelde e inquieto Continente el perdurable Imperio de España del único modo eficaz contra los vaivenes de la suerte y las fatalidades de la historia […] De cuantos elementos constituyen o disgregan la nacionalidad, ninguno como la lengua, la geografía y la etnografía no bastan siempre a cualquiera de ambos fines […] Acabada nuestra gloria, puesto, Dios sabe hasta cuando, nuestro sol de heroes legendarios y de afortunados conquistadores, solo un caudal hemos salvado, el de los recuerdos, solo con una riqueza contamos, la de nuestros artistas, la de nuestros grandes dominadores de la línea, del color o de la palabra.» 76   El Heraldo de Madrid, 13.10.1892. 77   El Heraldo de Madrid, 13.10.1892. «Ha seguido al de Calderón el centenario del descubrimiento de América, bien está, y a la vista de estas fiestas en que solo predominan humo, percalina y ruido, aún soy partidario de que jamás a Cervantes le sean tributadas, más cuando remita la fiebre de los entusiasmos presentes, cuando hayamos pagado a Colón su deuda de gloria, pensemos de una vez en que es grandísima vergüenza haya Francia comenzado esto de los centenarios por Voltaire, destructor de todo ideal, y no tenga España ni un poco de mármol siquiera que dedicar al hombre cuya intervención prodigiosa seguiremos siendo señores, de un mundo que descubierto por Colón, comenzamos a perder en los tiempos de Colón mismo.» 78   Montero Reguera, José. «La crítica sobre Cervantes en el siglo xix», en Cervantes y el mundo cervantino en la imaginación romántica, Madrid, Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid, 1997, p. 29. 79   Etienvre, Françoise. «De Mayans a Capmany: lecturas españolas del Quijote en el siglo xviii», en Theodor Berchem y Hugo Laitenberger (dirs.), Actas del coloquio cervantino, Münster, Aschendorff, 1987, pp. 27 y 43. 80   Moreno Luzón, Javier. «Por amor a las glorias patrias. La persistencia de los grandes mitos nacionales…», p. 231. Cervantes «recibió homenajes artísticos y académicos. Tras ellos se transparentaba la idea romántica de que a cada pueblo le corresponde un alma histórica que alcanza su expresión más acabada en las grandes obras de arte nacionales. La crítica

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difusión de las aventuras del hidalgo manchego supuso la fijación de una idea de España. Además, la continua aparición de discusiones en torno a su personaje y el escritor propició su encarnación como mito, ya que representaban el glorioso periodo de la literatura castellana. El escritor era español, por ello aumentó la importancia que tenía el que su obra fuera universal, conocida por todos, referente magnífico para el ensalzamiento nacional. No son las únicas referencias en torno al autor alcalaíno antes de 1905. En 1896 encontramos en el periódico, de tendencia liberal, El Imparcial textos conmemorativos con motivo del aniversario de su muerte el 23 de abril, celebrado con una solemne misa de réquiem en la iglesia de las Trinitarias, que fue organizada por la Real Academia Española, en la que se levantó un túmulo «y sobre él descansaban varios libros, una corona de laurel y una cruz».81 Asimismo, la revista ilustrada barcelonesa La Ilustración Artística dedicó uno de sus números extraordinarios, el de enero de 1895, a Cervantes y su obra más conocida.82 Años antes, en 1880, el político Emilio Castelar, en su discurso de recepción en la Real Academia Española, habló sobre los «Conceptos fundamentales de nuestra edad» y ya nombró a la obra El Quijote como el libro de los españoles, aquel símbolo que identificaría a España fuera de las fronteras.83 Tras el Desastre de 1898 muchos autores buscaron una referencia para sus propias obras en los escritores del Siglo de Oro y, sobre todo, en Cervantes. Fueron estos años de paso de un siglo a otro cuando se culminó el proceso abierto en el siglo xviii, como ya hemos comentado, de descubrimiento de la obra de Cervantes, de ensalzamiento, interpretación y, sobre todo, de elevación a la categoría de mito nacional.84 No hay que olvidar que el siglo xix fue el siglo de la elaboración de las historias nacionales de literatura. El inicio del siglo xx supuso, ante todo, el comienzo de una nueva etapa de lectura de la obra, marcada por los recientes acontecimientos de 1898. Algunos miembros de las elites política y cultural fueron conscientes de la necesidad de estimular en la población un sentimiento de afinidad nacional. Se volvió la mirada hacia los valores que definían a la nación, y la obra de Cervantes apareció como un punto de partida para el encuentro con el pasado. La Generación del 98 rehabilitó la figura del Quijote para hablar de España; los ojos se giraron hacia el hidalgo para sustituir la visión del Imperio por el de ochocentista tendió a ver en el Quijote un relato simbólico, sujeto al desciframiento de sus claves, no una novela cómico-satírica sino algo más decisivo para España. Entre otras razones, porque en él se representaba, de un modo insuperable, determinada manera —la española— de concebir el mundo, que en lo substancial no habría cambiado desde su aparición.» 81   El Imparcial, 24.04.1896. 82   La Ilustración Artística, 1.01.1895. 83   Castelar, Emilio. Discursos y ensayos, Madrid, Aguilar, 1964 [edición de J. García Mercadal], p. 150. 84   Montero Reguera, José. El Quijote durante cuatro siglos. Lectura y lectores, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2005, p. 64.

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defensa de unos valores universales representados por dicha obra, que a partir de ese momento sería el baluarte por el que se conocería a España. El valor del caballero les permitió simbolizar la regeneración espiritual deseada, y por ello se comenzó a primar la condición de español del hidalgo, por encima de todo, desde un prisma nacionalista. Sus textos eran el reflejo de la crítica situación, pero también un revulsivo y una proposición de los fundamentos que habrían de modificarse para llegar a esa renovación, tan deseada, de la España de principios del siglo xx.85 Buscaban los rasgos que definiesen el carácter nacional, y en este proceso «descubrieron» los clásicos de la literatura y del arte, es decir, aquellos autores que eran los depositarios de ese verdadero espíritu. Fueron los defensores de un nacionalismo de corte cultural. En este proceso se buceó en un pasado idealizado y fue en este momento de cambio de siglo cuando en el panorama intelectual una región, Castilla, y un mito, el Quijote, pasaron a primera plana. Durante la guerra de Ultramar, algunos intelectuales, como Joaquín Costa, pidieron que este pasado retórico se encerrara para siempre. Pasados los estertores y ecos del Desastre, la imagen de la Castilla recorrida por el hidalgo manchego fue el escenario recreado para mostrar que España todavía tenía algo con lo que destacar: la permanencia de unos valores en un mundo cambiante.86 Los componentes de la Generación del 98, de este modo, tuvieron una relación especial con la obra El Quijote. Azorín o Miguel de Unamuno idealizaron la obra de Cervantes.87 Idealismo aplicado a una situación histórica concreta, dado que el panorama social y político del país era analizado a través del prisma que era la misma obra.88 Tanto Ángel Ganivet, como Unamuno o Azorín, abogaban por que el pueblo español, la nación, ya era un objetivo en sí mismo, una realidad que había que elaborar individualmente cada día. El protagonista de El Quijote era el reflejo tanto del individuo como de la nación en conjunto. Había que incitar esa lucha diaria por desarrollar las fuerzas intrínsecas del pueblo español, y de aquí resultaba que El Quijote era un símbolo nacional, porque encarnaba bien tanto las virtudes como las necesidades de la nación. Les preocupaba la relación entre el individuo y la nación, no la relación entre el individuo y el Estado. La figura del hidalgo quedó marcada y ensalzada como guía vital por la que regir el destino; en definitiva, la lectura de la obra se hizo desde un prisma casticista 85   López Martínez, Mario. «La Generación del 98 entre la mirada y la escritura: la nostalgia de la pintura en Azorín», en Arte e identidades culturales, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1998, p. 293. 86   Balfour, Sebastian. El fin del Imperio Español…, pp. 98-99. 87   Pérez-Magallón, Jesús. Calderón. Icono cultural e identitario…, pp. 316-317. Pérez Magallón destaca que incluso mantuvieron una posición contraria a Calderón frente a Cervantes. 88   Laitenberger, Hugo. «El ‘Quijote’ y el ‘98’ (el ejemplo de Azorín)», en Theodor Berchem y Hugo Laitenberger (dirs.), Actas del coloquio cervantino, Münster, Aschendorff, 1987, p. 76.

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nacionalista.89 Quisieron dar una interpretación nueva, diferente al cervantismo oficial, puesto que le concedieron mayor importancia al libro que al autor. Esta idea la continuaron autores como Ramón y Cajal o Mariano de Cavia, quienes acentuaron el papel de la conmemoración de 1905 como argumento de unidad nacional, con el que elevar en los corazones de los españoles los valores de patriotismo y honestidad, más que el contenido íntegro del libro o la vida de Cervantes, puesto que la obra era un medio y no un fin.90 Si retomamos la Generación del 98, habría que señalar que Miguel de Unamuno afirmó que la nueva Biblia nacional debía ser El Quijote, obra que guiaría a los españoles en la nueva religión patriótica. Era el símbolo nacional por excelencia, porque suponía la identificación del anhelo de la inmortalidad, del deseo de no perecer en la memoria colectiva, como el caballero andante. Don Quijote sería el paradigma de la lucha por la justicia en muchos ámbitos nacionales, la recuperación del héroe para la explicación de los problemas del presente.91 Por otro lado, José Ortega y Gasset criticó el pesimismo que se apoderó de algunos intelectuales, cuyos trabajos habían abogado por la regeneración de España. Ante un comentario de Navarro Ledesma sobre la verdadera viabilidad del centenario de El Quijote como referente para el desarrollo de la idea de nación, Ortega contestó indignado: «¿Y por qué, con qué derecho no creer usted que se pueda hacer algo (ya que no mucho por España)? ¿Se ha intentado por ventura?».92 Para este pensador, en este caso, el símbolo nacional no fue el protagonista de la obra como la propia estructura de la misma.93 La labor de los miembros de la llamada Generación del 98 permitió la construcción de una crítica, pero finalmente no tuvo el efecto deseado, puesto que faltó un sentimiento de pertenencia a la misma comunidad, y este hecho restó fuerza a la posibilidad de movilizar a la sociedad española. Fue un recital de personalidades individuales, pero no un trabajo en conjunto. En 1892 había habido un intento de mirar hacia delante, pero con el Desastre de 1898 el desánimo se generalizó en la sociedad y en 1905 fue más difícil creer en 89   Reyero, Carlos. «Los mitos cervantinos en pintura y escultura. Del arrebato romántico a la interiorización noventayochista», en Cervantes y el mundo cervantino en la imaginación romántica, Madrid, Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid, 1997, p. 109. 90   Storm, Eric. «El tercer centenario del Don Quijote en 1905 y el nacionalismo español», Hispania, vol. 58/2, 199 (1998), p. 641. 91   Descouzis, Paul. Cervantes y la Generación del 98. La cuarta salida de Don Quijote, Madrid, Ediciones Iberoamericanas, 1970, p. 134. 92   Rubiera Fernández, Javier. «Ortega y Gasset y la Generación del 98», en José Ruano de la Haza (ed.), La independencia de las últimas colonias españolas y su impacto nacional e internacional, Ottawa, Dovehouse, 1999, p. 347. 93   San Miguel, Ángel. «Ortega y Gasset cervantista. Pre-historia de las “Meditaciones del Quijote”», en Theodor Berchem y Hugo Laitenberger (dirs.), Actas del coloquio cervantino, Münster, Aschendorff, 1987, p. 109.

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una solución de la participación de un sentimiento nacional gracias a una conmemoración.94 Ya no solo El Quijote, sino el propio autor, Miguel de Cervantes, fue objeto de loa en los años previos a 1905. El escritor Benito Pérez Galdós afirmó que uno de los problemas de los españoles era que eran demasiado idealistas, al contrario que Cervantes, que fue un «gran observador de la realidad».95 Galdós mostró su desconfianza porque el pueblo no prestaría atención al centenario. Lo mejor era esperar a otros tiempos mejores, menos revueltos, con una situación de paz para celebrar aquellos tiempos de grandeza. Para el novelista, tanto antes como después del 98, «Cervantes se convierte [...] en el símbolo mismo de la patria».96 Cuando la situación política y social de España era motivo de inquietud, Galdós volvía los ojos hacia el autor del Quijote, «única prueba de nuestras glorias que permanece indemne ante el oprobio nacional». Las verdaderas glorias patrias solo podían ser los escritores del Siglo de Oro, como el propio Cervantes o Calderón, es decir, los que perduraron en el altar de la gloria más allá de su propio tiempo. El centenario tendría así un valor cultural, porque para muchos de los pensadores que propugnaban un cambio filosófico y de los valores en el mundo de 1905 la obra más conocida de Cervantes se erigía como piedra angular. 1905, es decir, la celebración del centenario, supuso una respuesta a la necesidad de elaborar un discurso nacional más coherente e intenso que tuviera un impacto mayor sobre la sociedad. Cervantes y su obra permitían todo tipo de interpretaciones, factibles para todos los campos ideológicos. Parece entonces que se optaría por un patriotismo sencillo a partir de principios del siglo  xx, más fácil de difundir de cara a distintos grupos sociales, donde hubiera una concordancia entre mundo oficial y mundo real. Veremos así los intereses divergentes entre 1905 y 1892. Lo que parece obvio es que el centenario de El Quijote fue, a todas luces, junto con el IV Centenario del Descubrimiento de América, el que más páginas ocupó para su difusión. Como bien se explicaba en un folleto para publicitar la venta en 1905 del propio libro honrado con tamaña conmemoración, ¿Qué representa el TERCER CENTENARIO DEL QUIJOTE? La conmemoración del año 1605, en que vio la luz por vez primera esta joya incomparable del inmortal CERVANTES, nuestro esclarecido PRÍNCIPE DE LOS INGENIOS, la más ilustre gloria de nuestra patria, la admiración de todas las naciones. A este recuerdo de hace tres siglos se asocian: el Gobierno [...] los Gobernadores de provincias [...] los Ayuntamientos, las Diputaciones Provinciales y otras Corporaciones. Las Universidades, los Institutos y los Centros de instrucción en general. Los Ateneos, las Academias, la Asociación de la prensa. [...]. Espa  Storm, Eric. La perspectiva del progreso…, p. 296.   Varela Olea, María Ángeles. El regeneracionismo galdosiano en la prensa, Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 2002, p. 185. 96   Varela Olea, María Ángeles. El regeneracionismo galdosiano..., p. 227. 94 95

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ña entera, en una palabra y, marchando a la cabeza, la prensa toda, con unánime y desinteresada cooperación, se disponen a la glorificación de la inmortal obra [...]. Bajo la forma de fiestas [...] vibra al unísono la fibra del patriotismo en los pechos españoles y se enorgullece nuestra patria de ser la cual del tan admirado CERVANTES.97

Hasta ahora hemos visto la presencia de Miguel de Cervantes y del Quijote, no solo en el panorama cultural español del siglo xix, sino como objetos de debate para discutir, por un lado, la propia definición del carácter nacional, y por otro, la posibilidad de hallar en ambos las respuestas que guiasen la deriva del país. Se intuía la necesidad de plantear una serie de interrogantes y respuestas ante los retos del futuro en el contexto de cambio de siglo, y las referencias al autor alcalaíno y su obra fueron constantes. Por todas estas razones, la celebración del centenario no fue una apuesta completamente novedosa, sino que sería el fruto de las circunstancias justamente anteriores. Veamos en primer lugar la organización del programa oficial conmemorativo. 3. «Aunque la mayor excelencia del homenaje consiste en ser popular, al Gobierno incumbe, no solo asociarse a él, sino procurar el ordenado concierto de las iniciativas»: la organización del centenario98 En enero de 1904, Antonio Maura, presidente del Consejo de Ministros, declaró que se cumplirá en Mayo de 1905 el tercer centenario de la aparición de un libro cuyo solo nombre supera al más alto encomio que de su mérito se intentará: El Quijote. Aprestanse a conmemorarlo y celebrarlo muchas gentes, con honrosa espontaneidad, patentizándose de este modo que la santa unidad a quien el amor llama Patria, no solo funde la diversidad de pueblos, territorios, intereses y anhelo de un día, sino también el patrimonio espiritual atesorado por las generaciones que pasaron y los alientos vivificadores con que se han de realizar los providenciales destinos colectivos. Aunque la mayor excelencia del homenaje consiste en ser popular, al Gobierno incumbe, no solo asociarse a él, sino procurar el ordenado concierto de las iniciativas, ya que, dichosamente, no sea menester estímulo alguno.99 97   AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Caja 46. Años 1904-1905. Folleto publicitario destinado al anuncio de la venta de la reproducción del libro de don Quijote. La letra mayúscula aparece así en el texto original. 98  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Propuesta de proyecto de Decreto redactado por Antonio Maura para la firma de Alfonso XIII. Madrid, 1.01.1904. 99  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Propuesta de proyecto de Decreto redactado por Antonio Maura para la firma de Alfonso XIII. Madrid, 1.01.1904.

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El Real Decreto nombró una junta formada por: el presidente del Con­ sejo de Ministros; los ministros de Estado, de la Guerra, de Marina y de Instrucción Pública; un representante de la Real Academia Española; un representante de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; un representante de la Sociedad de Escritores y Artistas; un representante del Ateneo Científico Literario y Artístico de Madrid; el director de la Biblioteca Nacional; el presidente de la Diputación provincial de Madrid; el alcalde de Madrid; un representante del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, y el periodista, y uno de los promotores del centenario, Mariano de Cavia.100 Este último, periodista aragonés, había lanzado en 1903, desde el periódico El Imparcial, un artículo panegírico sobre la necesidad de celebrar este centenario.101 Para Mariano de Cavia, el centenario de Calderón ya había instaurado un modelo, simple, fácil y seguro, de procesión cívica, de manifestación escolar y de cabalgata histórica.102 No en vano, ya habían pasado veinticinco años desde aquella conmemoración y algo se podía aprender de ella. No es necesario resaltar cómo en las sucesivas conmemoraciones que hemos analizado se repetían los cargos que estaban presentes en las juntas de organización. Tampoco hubo sorpresas con el retraso de los preparativos, puesto que solo se habían anticipado un año. Por ejemplo, en julio de 1904 el rector de la Universidad Central, a la llamada para que tomase parte en los preparativos la Junta de Decanos, avisa que hasta septiembre no sería posible dado que la mayor parte de los profesores estaban de vacaciones.103 En enero de 1905 se constituyó una comisión dentro de la Subsecretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, en el departamento de negociado de Archivos, Bibliotecas y Museos, para encargarse de «contribuir al mayor esplendor del acontecimiento literario que todas las naciones cultas se preparan a enaltecer […] el genio universal».104 El jefe superior de esta comisión era el jefe del cuerpo facultativo de Archivos, Bibliotecas y Arqueología dentro de este departamento: Marcelino Menéndez y Pelayo. Se incorporaron dos personas más, Antonio Rodríguez Villa y Ricardo Hinojosa Navarro, miembros de este cuerpo. Se concedió un presupuesto para «los gastos gene  Gaceta de Madrid, n.º 2, p. 25, 2.01.1904. Real Decreto de 1 de enero de 1904.   Guereña, Jean Louis. «¿Un icono nacional? La instrumentalización del Quijote en el espacio escolar en el primer tercio del siglo xx», Bulletin Hispanique, tome 118/1 (2008), p. 152. Guereña indica que se tenía pensada esta conmemoración desde tiempo atrás gracias al detalle del programa. 102   Sawa, Miguel y Becerra, Pablo (eds.). Crónica del Centenario del Quijote, Madrid, Est. Tip. de Miguel Marzo, 1905, p. 100. 103   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Carta del rector de la Universidad Central al subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Madrid, 30.07.1904. 104   AGA, Subsecretaría Cultura, Sección (05) 1.04, Caja 31/6853. Carta del encargado del Departamento de negociado de Archivos, Bibliotecas y Museos al subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Madrid, 7.02.1905. 100 101

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rales del Centenario, completen en la medida que les sea posible las colecciones de ediciones castellanas y traducciones del Quijote, que existen en la Biblioteca Nacional». Esta comisión, que se formó por orden del nuevo Gobierno, en activo solo en enero de ese mismo año, tuvo dos cometidos: organizar la Exposición Cervantina, cuya sede iba a ser el Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales en los primeros días de mayo de 1905, y enriquecer de este modo los fondos bibliográficos nacionales.105 Creo que es importante tener en cuenta la fecha de creación de la comisión, solo unos meses antes de la celebración de la Exposición, para comprender mejor el desarrollo del programa llevado a cabo.106 Una vez nombrada la comisión encargada de la Exposición, se elaboró una lista de ejemplares que debían ser enviados desde distintas bibliotecas como piezas de la muestra. Se mandó una carta de invitación a diversas instituciones para que informasen sobre libros, bocetos, grabados y documentos relacionados con el texto de Cervantes: Acordado conmemorar solemnemente el centenario de la inmortal obra don Quijote de la Mancha, celebrando […] una exposición de sus ediciones, cuadros, dibujos, grabados y fotografías inspirados en la misma, esta subsecretaría ha resuelto que esta docta corporación se sirva a remitir a la mayor brevedad posible relación detallada de cuantas obras artísticas tenga noticia se hayan ejecutado, representando figuras, pasajes y episodios del Quijote, así como también de los retratos y bustos del tan esclarecido ingenio D. Miguel de Cervantes.107

Una de las partes de la exposición cervantina era la exhibición de ediciones de El Quijote en la Biblioteca Nacional de España. Una de las crónicas, al igual que en otros centenarios que relataron los sucesos acontecidos, fue la obra Crónica del Centenario, de Miguel Sawa y Pablo García Becerra, obra que había de ser adquirida por distintos centros universitarios y escuelas a instancias del Ministerio de Instrucción Pública.108 Aun a pesar de esta recomendación, desde el mismo Ministerio se preguntaba a la Junta de Archivos la validez de esta obra para la adquisición de treinta ejemplares ofertados por 105   AGA, Subsecretaría Cultura, Sección (05) 1.04, Caja 31/6853. Carta del encargado del Departamento de negociado de Archivos, Bibliotecas y Museos al subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Madrid, 7.02.1905. 106   AGA, Subsecretaría Cultura, Sección (05) 1.04, Caja 31/6853. Carta del vicepresidente del Instituto General y Técnico de Ciudad Real al subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Ciudad Real 2.05.1905. 107  AGA, Subsecretaría Cultura, Sección (05) 1.04, Caja 31/6853. Minuta de la subsecretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, departamento de negociado de Archivos, Bibliotecas y Museos, al director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid, 17.01.1905. En este texto se apelaba al patriotismo para que se realizase el encargo lo antes posible. Se insistió en que toda la información debía ir acompañada del nombre de los autores y el lugar donde se ubicaba. 108   Gaceta de Madrid, n.º 190, p. 110, 9.07.1905.

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los mismos autores, a fin de donarlos a algunos centros de enseñanza. Esta Junta Facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos, dependiente de la Real Academia Española, elaboró un informe negativo, que se aprovechó, además, para criticar los preparativos de la celebración del centenario. Para el autor del informe la elección de algunos de los textos e ilustraciones no siempre fue acertada. A pesar de esto, y debido a la falta de algún texto digno de consideración, finalmente se dio el visto bueno para su adquisición.109 Esto quiso decir que desde las propias instancias del Gobierno, como era el Ministerio de Instrucción Pública, no fueron capaces de orquestar un órgano de difusión del programa conmemorativo más adecuado. Se distribuyó por los centros de enseñanza una publicación que no era del gusto de una Junta que tuvo una gran relevancia en el último cuarto del siglo xix, aunque no estaba vinculada de forma privativa a la enseñanza. En cuanto al programa de carácter más popular, hemos de decir que los actos que se anunciaron por la comisión para Madrid se distribuyeron en tres días. El día 7 de mayo hubo una batalla de flores, un desfile de carrozas y cabalgatas, inspiradas en El Quijote, y por la noche, retreta militar y función de teatro en el Teatro Español. Al día siguiente se concentraron los actos convocados por distintas academias, además de una velada en el Retiro, con orfeones y los coros de Clavé, que también habían tenido un cierto protagonismo en la Exposición Universal de Barcelona de 1888.110 Este fue el día escogido para celebrar el centenario en centros escolares. Además, hubo una sesión de homenaje en el Paraninfo de la Universidad Central de Madrid, con 109   Gaceta de Madrid, n.º 37, p. 474, 6.02.1907. Este informe se publicó en la Gaceta de Madrid, dos años después del centenario. Dado que los editores de esta obra propusieron al Estado la adquisición de una serie de ejemplares, se solicitó un informe a la Junta de Archivos, Bibliotecas y Museos. Aunque el informe resalta algunos aspectos de la obra, finalmente se dispuso que se adquiriesen veinte ejemplares cuyos destinos serían bibliotecas públicas. «Propusiéronse […] conservar a la posteridad el recuerdo de los festejos con que España entera y principalmente Madrid, han solemnizado en el pasado año de 1905 el tercer centenario de la publicación de la primera parte del Quijote. No nos incumbe juzgar aquí si la ocasión de estas fiestas eran las más oportuna, estando relativamente próxima la fecha de la muerte de Cervantes, que es el autor [...] Tampoco debemos discutir si el resultado de las fiestas han correspondido al intento con que fueron celebradas [...] lo que principalmente debemos aplaudir en la obra de los Sres. Sawa y Becerra: lo parco que fueron en pomposos y exagerados elogios y el esmero en publicar íntegros los principales escritos que ya por su corta extensión, ya por lo fugaz de las circunstancias en que fueron leídos, podían desaparecer fácilmente [...] La verdadera profusión de fotograbados que adornan el texto, si bien no todos igualmente aceptables, compensan por su número las deficiencias de ejecución que pueda haber en algunos. En resumen la obra a que se contrae este informe aparece bien al que lo emite.» 110   AGA, Subsecretaría Cultura, Sección (05) 1.04, Caja 31/6853. Carta de la Asociación Enterpense de los Coros de Clavé al presidente de la Junta o Comisión organizadora del tercer centenario del «Quijote». Barcelona, 1.03.1905. Los coros de Clavé actuaron impulsados por «su más vivo sentimiento de españolismo, acordé, unánime y entusiastamente asociarse al homenaje que España entera rendirá al insigne patricio maestro del habla castellana, D. Miguel de Cervantes, cooperar a tan patriótico acto».

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un discurso de Marcelino Menéndez Pelayo. El día 9 de mayo copó los actos más importantes, centrados en la coronación de la escultura de Cervantes, con discursos de diferentes autoridades políticas y educativas. Acudieron Alfonso XIII, el gobierno, los cuerpos colegisladores, las academias, la Asociación de la Prensa, el Ateneo de Madrid, el Ayuntamiento y la Diputación Provincial.111 Las comisiones se reunirían en el orden expresado en el espacio entre el Museo del Prado y el Jardín Botánico hasta la puerta del Ministerio de Instrucción Pública y deberían acudir con sus estandartes y banderas. Esta procesión acabó en la estatua de Cervantes, donde se depositarían pequeñas coronas de laurel. A la procesión acudieron todas las personalidades del mundo político, cultural y educativo para rendir pleitesía al escritor.112 El dinero recaudado en los distintos festejos fue a parar a un fondo con el que se quería levantar un monumento nacional en honor a Cervantes, pero finalmente no se llevó a cabo.113 La discusión en torno a la escasa representatividad del monumento, como ya lo explicamos al principio del capítulo, continuó, aunque no se hizo nada para materializar cualquier tentativa de cambio. Desde el Ministerio de Instrucción Pública también se instó a los centros de enseñanza de distinto nivel a que se sumasen, e incluso se dotó de dinero a aquellos estudiantes con menos recursos universitarios que destacasen por su labor y estudio.114 El carácter de la obra y del autor homenajeados implicaba la necesidad de destacar el papel de los centros educativos en este programa. El Ayuntamiento de Madrid también se sumó al recuerdo de El Quijote, y organizó una fiesta escolar y una batalla de flores en el Retiro, además de una cabalgata cívica con carrozas simbólicas y alegóricas.115 Pero el escaso presupuesto fue de nuevo la nota predominante. Así, no sorprenden las pocas alusiones al centenario en las actas municipales de los primeros meses de este año de 1905, frente a la atención prestada al centenario del descubrimiento de América unos años antes. Se concedió una financiación de cincuenta mil pesetas en total.116 Se discutió si legar este dinero a la junta central del Centenario para que lo emplease en aquello que considerasen. La junta organizó finalmente con este dinero una velada literaria en la plaza de toros, 111   AHSE, Expediente HIS-0718-30. Expediente relativo a los actos de la celebración del III Centenario de la aparición de El Quijote. Comunicación del Oficial Mayor, indicando que la tribuna construida delante del Congreso para un desfile conmemorativo del 3.er centenario está a disposición del Senado. Madrid, 7.05.1905. 112  AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Es un folleto donde se enumeran los participantes de la procesión cívica. No se indican ni el lugar ni la fecha de impresión. 113   El Siglo Futuro, 18.04.1905. 114   Gaceta de Madrid, n.º 66, p. 888, 7.03.1905. 115   El Siglo Futuro, 7.02.1905. 116   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión del 22 de abril de 1905. Fol. 144 [i].

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hecho que no gustó a todos los miembros del concejo, por considerar poco apropiado el escenario para tal evento, como afirmó el concejal Morayta, que, «en vista de estas explicaciones que quería dejar a salvo su voto por no estar conforme con la forma de invertir el donativo del Ayuntamiento, por parecerle absurda y caprichosa la fiesta nocturna en la plaza de toros».117 El dinero concedido fue tan ajustado que, aunque se presentaron más proyectos, no se llegó ni a estudiar la viabilidad de estos, por la imposibilidad de costear algún acto más.118 La aparente indiferencia y poca atención que invadieron al Concejo madrileño hacia el centenario vinieron, en gran parte, motivadas por esta misma escasez presupuestaria. Llama la atención que ni siquiera se realizase una sesión solemne, como con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América. Para el historiador Eric Storm, las fiestas celebradas en Madrid no tuvieron un efecto permanente en la memoria colectiva. Las fiestas populares, como la batalla de flores o las corridas de toros, no cumplieron una función de unidad frente al festejo. El problema fue que el programa organizado por otras instituciones, como los discursos del Ateneo, de los que hablaremos más adelante, tampoco se encauzaron en una misma línea que restó fuerza al mensaje que se quería transmitir. Cada autor incidió en su interpretación del libro, pero no como instrumento para, sino como objetivo.119 Jean Louis Guereña ha destacado que algunos cronistas tacharon los festejos madrileños de pobres y que no estuvieron a la altura de lo requerido. Aun así, lo que sí se produjo fue la edición y publicación de obras críticas sobre Cervantes, además de la reedición de sus obras.120 A pesar de esto, para algunos periodistas, como un articulista de El Noticiero Universal, el clima de pesimismo político y económico del país no restó capacidad a la sociedad española para distraerse y sacar la mejor de las sonrisas. En el fondo, era una ácida crítica hacia la actitud de los españoles, porque con unos simples festejos la opinión crítica social se difuminaba.121 Podemos trazar los actos principales que se realizaron, organizados oficialmente por el Ayuntamiento de Barcelona, no muy diferentes de aquellos que se pudieron ver en las calles madrileñas. Por un lado, el Consistorio barcelonés organizó la colocación de una lápida conmemorativa en el Museo 117   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión del 22 de abril de 1905. Fol. 145 [i]. Es el caso, por ejemplo, de una compañía que solo pidió una pequeña cantidad por la representación de la Zarzuela Don Quijote, para que el espectáculo se ofreciese de manera gratuita al público. 118   AVM, Actas Municipales del Ayuntamiento de Madrid. Sesión del 22 de abril de 1905. Fol. 144 [i]. 119   Storm, Eric. «El tercer centenario del Don Quijote en 1905…», p. 653. 120   Guereña, Jean Louis. «¿Un icono nacional?…», p. 165. 121   El Noticiero Universal, 4.05.1905. «En medio de las mayores angustias aquí hay siempre un intervalo para la sonrisa, siempre un paréntesis para la carcajada». «Buen humor y buen tiempo».

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de Artes Decorativas; una recepción en honor de Cervantes; una sesión homenaje en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona; y una sesión científica-literaria en la Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona, entre actos.122 Los programas se repetían indiscutiblemente. La mayoría de estos ac­ tos estuvieron dirigidos a un círculo de público reducido, nada acorde a los nuevos tiempos de consumo de ocio, en el que un mayor número de personas estarían dispuestas a asistir a festejos de corte más popular. No se había aprendido mucho de las anteriores conmemoraciones y no se puso atención a realizar un discurso que tuviera un mayor calado en el conjunto social. También hubo una discusión acerca de la posibilidad de realizar un acto benéfico de reparto de bonos entre los más necesitados de la ciudad.123 Asimismo, queremos destacar que el claustro universitario acordó recordar a Cervantes y su obra, acorde a la importancia de la ciudad de Barcelona en ella. Una de las iniciativas fue la propuesta de la creación de un museo de Cervantes en la ciudad, con grabados, medallas y cuadros, además de las ediciones que de la gran obra se habían hecho en Cataluña. Se solicitó al Ayuntamiento que se cediese un edificio, pero que fuera sede permanente, incluso con visos de crearse un museo nacional.124 A pesar de estas críticas, lo que sí fue verdad es que los festejos se concentraron en Madrid, aunque también hubiese iniciativas en otros puntos del país por parte de instituciones privadas. Aun así, en esta ocasión, las dos mayores ciudades del país, la capital y Barcelona, coparon el protagonismo con respecto al centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo, donde un mayor número de localidades estuvieron en la primera línea de celebraciones. El presupuesto, más limitado, dejaba una menor capacidad de acción, a pesar de que en esta ocasión Cervantes y su obra, el capítulo del pasado dispuesto a rememorar, eran una posesión colectiva, y no privativa de nin­guna región. El hecho fue que 1905 también implicó una matización en el concepto de conmemoración celebrado hasta ese momento, fruto de las circunstancias. Por un lado, el contexto político y económico limitó el radio geográfico de presencia de los actos de evocación del centenario, que no se tradujo en una reducción de la cobertura de las noticias, como veremos más adelante. Este mismo hecho provocó una centralización del programa que pudo dar una mayor entidad a la idea de identificación del propio Estado con el argumento reivindicado en la figura del hidalgo por su condición universal y reconocida de la obra. En tercer lugar, queremos valorar la labor realizada por las instituciones de corte cultural en esta conmemoración, actos que podrían resultar de la experiencia ganada en otros centenarios. En primer lugar, hablaremos de 122   AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Caja 46. Años 1904-1905. Minuta del ayuntamiento de Barcelona al presidente del Ateneo de Barcelona. La recepción sería el 8 de mayo de 1905 en el Palacio de Bellas Artes. 123   El Noticiero Universal, 5.05.1905. 124   Diario de Barcelona, 5.04.1905.

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la Real Academia Española, la cual organizó diversos actos. Entre ellos, la Fundación del Duque de Bewick y de Alba patrocinó un concurso literario sobre el teatro de Miguel de Cervantes. Debía ser un estudio crítico y se concedió de plazo tres años.125 También preparó una tirada para que fuera repartida gratis. Una sesión solemne y un funeral en la iglesia de San Jerónimo fueron otros de los actos dentro del programa de la Academia.126 Se celebró una sesión solemne el 12 de enero de ese año en la que Juan Valera leyó un discurso enumerando aquellas críticas positiva que sobre la obra se hicieron, sobre todo desde medios extranjeros.127 El deseo de hacer dos ediciones de El Quijote, una de carácter «popular copiosísima y económica», y otra para las escuelas de primaria y secundaria, no se pudo cumplir en el plazo determinado; se necesitaba más de un año para realizarlo.128 Se prorrogó su aparición para el año 1905.129 La propuesta vino de la presidencia del Consejo de Ministros y se encargó al Ministerio de Instrucción Pública que velase por el cumplimiento de estos mandamientos. La idea de la Real Academia era, aparte de esa edición popular, como ya hemos comentado, publicar una edición abreviada para los institutos de enseñanza secundaria y otra para primaria. Esta última se abrió a concurso y tenía que cumplir una serie de requisitos para el que fuera a editar este libro, «el mejor tesoro de la lengua patria», como, por ejemplo, que brillase la pureza del texto y el que mejor selección de los pasajes tuviese.130 Además, por Real Orden del 6 de marzo de 1905 se estableció que en las escuelas primarias se solemnizara el centenario con algún acto literario o artístico.131   Gaceta de Madrid, n.º 192, p. 131, 11.07.1905.   El Siglo Futuro, 7.02.1905. 127   Sawa, Miguel y Becerra, Pablo (eds.). Crónica del Centenario del Quijote…, pp. 121125 126

133.

128   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Documento de la Real Academia Española al subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Madrid, 11.11.1904. El primer problema era que para la edición de El Quijote se necesitaba un estudio previo de las dos ediciones primeras (1605 y 1608) y de la segunda parte solo se estudiaría la edición de 1615. La edición destinada a los institutos debía tener «el carácter de un curso práctico de preceptiva literaria». Costaría tres pesetas. La edición destinada a las escuelas debía ir «en forma de narración seguida para que la lean los niños como un cuento [...] acompañada de notas gramaticales breves pero copiosos». 129  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Carta de la Subsecretaría de la presidencia del Consejo de Ministros al presidente de la Real Academia Española de la Lengua. Madrid, 3.12.1904. 130   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Proposición de ley declarando lectura obligatoria en las escuelas primarias «El Quijote de los niños». La propuesta general de las tres ediciones distintas de El Quijote (la popular, para educación secundaria y primaria) data del 5 de julio de 1904. 131   Solana, Ezequiel. Homenaje a Cervantes en el tercer centenario del Quijote dedicado a los niños y maestros de las escuelas de primera enseñanza, Madrid, El Magisterio Español, 1905, p. 2.

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Por su parte, la Real Academia de la Historia preparó una sesión especial, en la que Francisco Fernández de Bethencourt leyó un discurso que versó acerca de las obras escritas sobre Cervantes por distintos académicos.132 Bethencourt afirmó que la función de la Academia no era otra que «guardadora insigne de la Historia y de la Tradición, que son, el alma inmortal de la Patria [...] conservándolas y depurándolas, propagando su conocimiento y su difusión, hace obra verdaderamente patriótica».133 Cervantes y El Quijote ayudarían a encontrar, para España, el camino del nuevo engrandecimiento de la patria, hecho que la Academia siempre había de tener presente. Lo más importante era alejar del primer plano las supuestas embestidas, en palabras del conferenciante, «antipatrióticas», presentando batalla desde las propias salas de la Academia.134 Como recoge Alfredo Alvar en un artículo sobre la actuación de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, esta institución prácticamente no llevó a cabo ningún acto especial, excepto una sesión el 6 de mayo de 1905,135 en la que se leyeron cuatro conferencias sobre El Quijote, con la asistencia del ministro de Agricultura,136 aun a pesar de los esfuerzos del ministro de Instrucción Pública para vincular estas sociedades en la programación de actos para la conmemoración.137 También fue esta sociedad objeto de invitación por parte de la junta local madrileña para que enviasen obras cervantinas custodiadas en esta institución, folletos, periódicos o medallas para la futura inauguración del proyectado museo.138 En todo caso, la 132   Discurso leído ante la Real Academia de la Historia por el Excmo. Sr. don Francisco Fernández de Bethencourt, individuo de número, en la sesión pública y solemne celebrada en 9 de mayo de 1905 para conmemorar el tercer centenario del «Quijote», Madrid, Tip. Vda. e Hijos de M. Tello, 1905. 133   Discurso leído ante la Real Academia de la Historia por el Excmo. Sr. don Francisco Fernández de Bethencourt…, pp. 33-34. 134   IDiscurso leído ante la Real Academia de la Historia por el Excmo. Sr. don Francisco Fernández de Bethencourt…, p. 35. 135   Sawa, Miguel y Becerra, Pablo (eds.). Crónica del Centenario del Quijote…, pp. 199204. Se reproduce en esta obra solo el discurso de Gabriel Sánchez y Alonso Gasco, sobre la primera edición de El Quijote y los libreros en el año 1605. 136   Alvar Ezquerra, Alfredo. «Cervantes y la Matritense en 1905», en Don Quijote en el Ateneo, Madrid, Ateneo de Madrid, 2006, pp. 19-20. 137  ARSEM, Legajo 650, expediente 27. Carta del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Juan de la Cierva Peñafiel, al presidente de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Madrid, 14.01.1905. «Tengo el gusto de invitar [...] a la Sociedad que preside para que preste su valioso concurso a la organización de los festejos y solemnidades que conmemoren el centenario de la publicación del Quijote. Grande honor ha de ser para nuestra Patria, que todas las fuerzas vivas de la sociedad española contribuyan a solemnizar ese incomparable suceso literario y ciertamente no habrá de negarlo la Sociedad Económica Matritense.» 138   ARSEM, Legajo 650, expediente 27, Petición de la Junta Local del III Centenario del «Quijote» de Alcalá de Henares al presidente de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Alcalá de Henares, 1.02.1905.

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comisión de la Matritense encargada de elaborar un programa conmemorativo no había hecho prácticamente nada a la altura de febrero de 1905, y en la procesión cívica que se realizó en Madrid participaron en la posición vigesimosegunda.139 En el Ateneo barcelonés se programaron una serie de conferencias con motivo del centenario, al igual que en el madrileño. Este ciclo se propuso para marzo de 1905, con una duración de cinco días y titulado La labor cervantina, donde se habló tanto de las obras menores de Cervantes como de El Quijote en sí.140 Además, esta Sociedad se encargó de la reedición de la obra completa de Cervantes, aunque en realidad lo que se hizo fue aprovechar cien ejemplares de una edición que se había realizado anteriormente. El propietario de estos ejemplares, el señor Álvaro de la Gándara, los ofrecía a los ateneístas y otros particulares para donarlos a bibliotecas o colegios públicos, así como a centros literarios, con lo cual se podría dar acceso a esta «obra patria» al mayor número de personas.141 Por su parte, en el Ateneo de Madrid se celebró un ciclo de conferencias, que posteriormente se imprimieron, como ya hemos adelantado. La lección inaugural, dividida en dos sesiones, estuvo a cargo de Francisco Navarro y Ledesma.142 Las primeras palabras de su disertación radicaron en la importancia de que no se rendía culto a un muerto, como se había hecho en otras ocasiones, sino que se trataba de «honrar a un vivo, más vivo que todos nosotros», la obra más famosa de Cervantes. El objetivo era explicar cuándo, cómo y por qué Cervantes había llegado a escribir tal obra. Para ello, «diseccionó» la vida del autor en busca de las fuentes de inspiración para la redacción de la obra.143 Repasó los episodios de la vida de Cervantes que pudieron inspirar las aventuras del hidalgo manchego. La segunda parte de su conferencia magistral giró en torno a los cambios operados en España tras la subida al trono de Felipe III, insistiendo en que este cambio trajo aparejada una decadencia vital en la sociedad española. Cervantes forjó su gran obra en el tránsito de dos épocas de la Historia de España, sobre todo cuando «España había dejado de ser interesante».144   Alvar Ezquerra, Alfredo, «Cervantes y la Matritense en 1905…», p. 13.  AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Caja 46. Años 1904-1905. Carta dirigida por el señor Givanel proponiendo estas conferencias al presidente del Ateneo de Barcelona. 141   AAB, Comunicaciones del Ateneo de Barcelona. Caja 46. Años 1904-1905. Constaba de cuatro volúmenes, los dos primeros se correspondían a la primera y segunda parte de El Quijote. El tercer volumen lo constituyen las notas escritas por Eugenio Hartzenbusch como edición crítica. Y el cuarto es la iconografía de Don Quijote, 101 láminas elegidas entre 60 ediciones ilustradas de once países distintos. 142   Navarro Ledesma, Francisco. «Cómo se hizo el Quijote», en Conferencias. El Ateneo de Madrid en el III Centenario de la Publicación de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Madrid, Imp. De Bernardo Rodríguez, 1905, pp. 3-83. 143   Navarro Ledesma, Francisco. «Cómo se hizo el Quijote…», pp. 3-4. 144   Navarro Ledesma, Francisco. «Cómo se hizo el Quijote…», pp. 56-57. 139 140

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Al finalizar este ciclo se celebró una velada en la que hubo aportaciones de distintas personalidades como el político José Canalejas, que habló sobre El Quijote y el derecho.145 Era el reflejo de la España de cambio de siglo, un momento en que, por mal que pareciese, comenzó la pérdida de influencia internacional. Además, para Canalejas, los protagonistas representan estos personajes la nación española de ayer, y casi podría decir la nación española de hoy, pensando en retener imperios coloniales, en conquistar zonas de influencia, en extender más allá de donde lo permiten sus medios, sus ambiciones, y en cambio, su agricultura, su industria, su comercio y sobre todo, más aun que el cultivo de sus campos, el cultivo de su inteligencia, abandonado y yermo; todo esto representa ese sentido extraño a la realidad, ayuno de la realidad que se encarna en la gran figura de Don Quijote y Sancho.146

Por último, el experto cervantista Francisco Navarro y Ledesma, de nuevo, dictó una conferencia sobre el Quijote y su papel como padre adoptivo de los españoles.147 En esos días podían acordarse de la gloria que concedía a los españoles; encontrarse con este autor y su obra permitía mirar dentro del armario de los recuerdos que conformaban el imaginario patrio español. No solo las Reales Academias y los ateneos organizaron un plan de conmemoración del tercer centenario. Por ejemplo, la Asociación de Escritores y Artistas, que aprobó la idea de crear una institución cuyo nombre sería Instituto Cervantes.148 Y aunque el nombre nos rememore al actual, la idea en 1905 era un centro que fuese un lugar para «decoroso retiro [de] los escritores y artistas desvalidos».149 En definitiva, la relativa falta de ambición del programa oficial, con una limitada puesta en escena de los actos que se repetían en cada conmemoración, fue suplida, en cierta parte, por las propuestas de las instituciones privadas y oficiales. En el centenario de El Quijote la implicación de diferentes entidades fue relativamente elevada, si lo comparamos con otros centenarios, a pesar de las complejas circunstancias políticas y sociales, lo cual nos daría una pista del lugar ocupado por el autor y su obra en la memoria nacional. Pertenecía a un pasado, difícil de abordar, aunque con un rastro todavía de 145   Canalejas, José. «Don Quijote y el derecho», en Conferencias. El Ateneo de Madrid…, pp. 441-447. 146   Canalejas, José. «Don Quijote y el derecho…», p. 446. 147   Navarro Ledesma, Francisco. «Discurso Resumen», en Conferencias. El Ateneo de Madrid…, pp. 473-481. 148  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Carta de la Subsecretaría de la presidencia del Consejo de Ministros al presidente de la Asociación de Escritores y artistas. Madrid, 3.04.1905. 149  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Carta de la Asociación de Escritores y artistas sobre la creación del Instituto Cervantes dirigido al secretario de la Junta del Centenario del Quijote. Madrid, 4.10.1904.

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esplendor y, sobre todo, era muy importante la consideración de la propia obra, incluso fuera de las fronteras nacionales. Finalmente, se podría afirmar que sobriedad y falta de novedad fueron, quizá, las mejores descripciones de la mayoría de los festejos. Por último, antes de terminar este punto veremos el trato dado a las noticias difundidas a través de la prensa, para comprender mejor la difusión de las distintas ideas que se proyectaron en los actos conmemorativos. La prensa hizo una valoración que dependía, como en anteriores casos, de la tendencia ideológica que seguía la editorial de cada cabecera. Hemos elegido para un análisis más detallado, aunque a lo largo del capítulo hemos utilizado algún ejemplo más, El Heraldo de Madrid, de tendencia liberal; La Época, conservador; El País Republicano; El Siglo Futuro, defensor del catolicismo como rasgo que definía la esencia nacional; un periódico ilustrado, La Ilustración Española y Americana; y, por último, dos cabeceras de Barcelona, dado que fue la segunda ciudad donde se albergaron más actos para la celebración del libro de Cervantes, La Vanguardia y El Diario de Barcelona. De este modo podremos comprobar la recepción de todos lo relacionado con el centenario y, lo más importante, la valoración e interpretación del programa. El Heraldo de Madrid achacó el deslucimiento de las fiestas a la crisis económica, potenciada por la sequía pertinaz que ahogaba fiscalmente a las provincias, las cuales no podían invertir demasiado dinero. Lo comparaban con las fiestas y el fervor popular del centenario de Calderón y el saldo era claramente negativo. Llama mucho la atención que el punto de referencia fuese siempre el centenario de 1881, más atrás en el tiempo, y no tanto 1892, quizá por el complejo proceso de asimilación de la pérdida de las últimas colonias americanas. Aunque en otros medios hablaron de la relativa «popularización» de las fiestas, con corridas de toros o batalla de flores, en este editorial se recalcó el escaso fervor del pueblo en los actos más solemnes. Se incidió en el hecho de que España desaprovechó esta oportunidad para dar una imagen positiva del país. El reconocimiento que se hacía fuera de nuestras fronteras a Cervantes era excepcional y provocaba el sentimiento de que la nación no había estado a la altura del escritor que tanto se veneraba.150 Con las siguientes palabras se descalificaba el programa oficial: «En cualquier verbena de Madrid se haría lo mismo que se propone para tan honrosa fiesta 150   El Heraldo de Madrid, 7.05.1905. «Adviértase una frialdad, una falta de entusiasmo, impropias del momento. Baste recordar los sucedido cuando el centenario de Calderón, y cuando el descubrimiento de América. Palpitaba entonces en el ambiente algo que hoy no se ha advertido, aun siendo el instante de los más solemnes para España, pues su nombre corre y se glorifica […] ¿Por qué estas fiestas, que debieron ser memorables, no alcanzan tal medida, no han resonado como era de esperar? Pues por razones que ayer apuntábamos y en las cuales hemos de insistir. En vez de apercibirnos con tiempo para el centenario, todo hubo de hacerse de prisa y corriendo, improvisadamente, son la reflexión y cordura […].»

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[...] no han exprimido mucho el meollo los organizadores del centenario para que tenga este la grandeza debida».151 El periódico quiso participar en la conmemoración a través de un concurso «de alegorías o dibujos inspirados en escenas del inmortal libro de Cervantes».152 Posteriormente, los artículos que aparecieron en El Heraldo hasta finales de mayo de 1905 referentes al centenario hablaron de la influencia de Cervantes en otros escritores extranjeros, como en los alemanes Goethe o Schiller, o los temas que se trataban en El Quijote.153 El 9 de mayo este periódico cambió su portada, por la impresión del dibujo ganador del certamen. Esta ilustración tenía como título «Don Quijote sueña con un ideal», donde aparece el hidalgo en el centro de la misma, acompañado por Sancho, con los brazos abiertos y tras los rayos de sol. En su interior, un artículo titulado «Fiesta Patriótica» resumía los objetivos principales que habían de perseguirse en una conmemoración centenaria. Aludía precisamente a la labor de unidad nacional que podía obtenerse gracias a la exaltación, con tintes patrióticos, de muchos de estos actos, al igual que el himno: Al caudillaje que las ideas ejercer sobre el alma de los pueblos o sobre el alma de la colectividad pide muchas veces fórmulas vagas, armonías inconcebibles que solo la música presta, y así se comprende que cada pueblo tenga sus himnos [...] que ellos sean en señalados momentos la campana a cuyo toque de rebato se exaltan las energías dormidas.154

En definitiva, a pesar de las críticas a las ideas con las que se quería recordar a Cervantes y su obra, «pasada la fiebre del centenario, al olvido del Quijote», el poso, la herencia en la memoria compartida por la sociedad, quedaría, «impreso en todos los ánimos y vibrante en todos los corazones es el ¡Gloria a España!, entonado con ardoroso clamor por los catalanes, y los gallegos y los valencianos y los andaluces, que anoche rasgaron el viento en Madrid, aclamando fervorosamente a la patria, por varios modos engrandecida».155 La línea editorial de La Época, periódico de tendencia conservadora, se mostró más cauta en elogios al principio del año 1905, para luego ser una ardua defensora de los actos que se habían realizado, porque se afirmaba que habían contribuido a una gran exaltación de la idea de patria y la unión de las culturas latinas ante este evento.156 Se alegó que la debilidad de España tenía su origen en haber dado la espalda a los mitos y las tradiciones españolas. Por eso, la celebración del III Centenario de la publicación de El Quijote era un excelente momento para invocar las tradiciones, recuperarlas y tenerlas   El Heraldo de Madrid, 4.03.1905.   El Heraldo de Madrid, 24.03.1905. 153   El Heraldo de Madrid, 8.05.1905. 154   El Heraldo de Madrid, 9.05.1905. 155   El Heraldo de Madrid, 9.05.1905. 156   La Época, 11.05.1905. 151 152

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como bandera para un futuro mejor. La decadencia de los pueblos comenzaba con el olvido del pasado.157 En tercer lugar, nos referiremos al diario El País Republicano, desde donde se atacó desde el principio lo que según su editorial iba a ser un centenario «pequeño, pobre, mezquino, rutinario y arcaico». Unas celebraciones para «salir del paso».158 Arremetió duramente contra la organización oficial; los que participaron en las conferencias procedían de tal manera, por ejemplo el catedrático Menéndez Pelayo, que resultaban tediosas.159 Además, arremetieron fuertemente, en un artículo titulado «El Centenario y la Iglesia», contra el hecho de programar festejos nada acordes con el gusto popular. La medida del Gobierno de difundir sesenta mil ejemplares de la obra les pareció insuficiente.160 El Gobierno no podía dar como excusa la escasez de dinero de las arcas del Estado, porque hubo dinero para celebrar anteriormente fiestas religiosas.161 La crítica aludía directamente a la incapacidad de los gobiernos de evaluar la importancia de la educación, de honrar a los mitos nacionales como Cervantes y se les acusaba de la falta de interés por fomentar el patriotismo en torno a una serie de símbolos que implicaban la superioridad de España en el mundo cultural, frente a la concesión a la Iglesia de un presupuesto que, para la izquierda republicana, parecía excesivo.162 Quizá unos de los motivos de mayor sonrojo era comprobar cómo en las naciones extranjeras se rendía un mayor y elocuente homenaje a Cervantes   La Época, 13.05.1905.   El País Republicano, 4.02.1905. 159   El País Republicano, 4.02.1905. «Al que inventó las sopas de ajo no se le ocurre hacer que lea Menéndez Pelayo, un discurso en la fiesta académica principal; Menéndez Pelayo que lee detestablemente en público. Bastará para que la concurrencia se duerma o se vaya.». 160   El País Republicano, 4.02.1905 «¡Sesenta mil ejemplares del Quijote! ¡Ah! Es nada el rumbo de la Academia de la Lengua! Y gratis que dice que los va a repartir.» 161   El País Republicano, 4.02.1905. «Insisto en mi tema, el centenario de Cervantes será una birria porque así lo quiere la Iglesia, que ahora domina mucho más que cuando se celebró el centenario de Calderón. Ya entonces la Iglesia lanzó como pudo sus protestas por boca de algunos ultramontanos de levita, Menéndez y Pelayo fue el encargado de dar la nota de la bilis, brindando por la España de la Inquisición […] Ahora, la Iglesia, es dueña absolutamente de España, y España celebrará muy mal a Cervantes, porque la Iglesia le odia […] Es sonado ya por ahí la esperada excusa: nos coge el centenario este siendo una nación pobre, hemos perdido las colonias, enferma está nuestra infeliz peseta por las nubes andan los cambios, qué desdicha […] ¡Pobres para Cervantes y ricos para subvencionar con 700.000 pesetas las obras vergonzosas de la Almudena, con dos millones las bibliotecas episcopales […] Pobres, y hemos gastado en el Centenario de la Concepción, y en coronas para las Vírgenes, doble de lo que costaría el más brillante homenaje al manco de Lepanto […] El centenario de Cervantes será pues, un fracaso, porque así la Iglesia lo quiere.» 162   El País Republicano, 4.02.1905. «He notado el absoluto silencio de la prensa católica y la frialdad de la conservadora clerical, respecto de cuanto atañe a esta fiesta, ni seré yo solo quien se ha percatado a tiempo de que la prensa monárquica liberal si algo habló, hará unos meses, luego, cuando más necesario era su cooperación, calló de pronto como por arte de magia.» 157 158

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que en los territorios antiguos de las Vascongadas, la Corona de Aragón y Galicia: ¡Cómo ha de haber entusiasmo por Cervantes, cuya personalidad y cuya obra son pura, exclusiva y genuinamente hispanocastellanas, entronizando el vaticanismo separatista que se introdujo por conducto del funestisimo Silvela! Francia e Inglaterra, la América del Sur y aun la del Norte, festejaran sin duda mejor a Cervantes que las provincias Vascas, las Baleares, Cataluña y Galicia.163

Este artículo resumía los puntos principales de la línea editorial que se seguiría en los sucesivos meses del año 1905. Se clamó por la recuperación de un verdadero mito, de un forjador del orgullo nacional. No se podía desaprovechar la oportunidad de elaborar un discurso de cara a la sociedad que podía insuflar no solo una idea de identificación con el pasado, sino sobre todo de valor para el futuro, tras la derrota del 98. La educación y el reconocimiento del patrimonio cultural nacional abrían una puerta que posibilitaba desterrar los malos designios aceptados como tales: Si, pobres somos, pero tratándose de la Patria y de sus glorias legítimas, de todo lo que significa progreso, adelanto, cultura y humanidad, pobres para abrir y sostener bibliotecas, escuelas, ricos para edificar conventos y mantener vagabundos con tocas y cogulla […] El centenario de Cervantes será pues, un fracaso, porque así la Iglesia lo quiere.164

Para este periódico, lo más importante era no dejar más terreno en el imaginario nacional a la Iglesia: Cuanto a Cervantes, existe además de su condición de no canonizado, la de tildado de impiedad y liberalismo astuto. Un pintor célebre, en su cuadro La Reforma, colocó, y no sin razón, a Cervantes entre los muchos sabios, escritores, artistas, y filósofos, que disimulada u ostensiblemente, coadyuvaron a la obra de Lutero. La Iglesia no tenía en la época del centenario de Calderón el poder omnímodo y brutal que hoy disfruta en España; por eso no pudo aguar aquella fiesta. Hoy que puede, no hay que esperar otra cosa que su triunfo, esto es, el deslucimiento, el fracaso del Centenario de Cervantes y no tan lujoso como el cincuentenario de la Inmaculada.165

Apelaron a los medios liberales para que acudiesen en rescate de los festejos del «libro eterno». Pero se era consciente de que muchos literatos habían claudicado y no hacían nada para salvar lo que podía ser, verdaderamente, el desastre.166   El País Republicano, 4.02.1905.   El País Republicano, 4.02.1905. 165   El País Republicano, 10.02.1905. 166   El País Republicano, 10.02.1905. «Acaso ahí está la razón del silencio indiferente que con amargura vemos en hombres como Echegaray, Galdós, Valera, Picón y con ese silencio el de tantos poetas, literatos, escritores y periodistas castellanos, todos admiradores de Cervantes. 163 164

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Frente a esta crítica, el periódico de tendencia católica El Siglo Futuro se preocupó en dar información práctica durante los primeros meses de 1905, como el programa de festejos y las novedades sobre el mismo. A partir de mayo publicaron una serie de editoriales donde mostraron también su de­ sacuerdo con los festejos preparados, aunque por motivos distintos a los alegados por El País Republicano.167 En un artículo del 6 de mayo de ese año se hablaba de los falsos expertos en Cervantes. El verdadero sentimiento anticervantista se podía ver tanto en los indignantes festejos preparados para la ocasión como en la multitud de escritos y conferencias que sobre el tema se habían dado. Así, mientras el pueblo se divertía con las mojigangas ambulantes y el público se despertaba de las aburridas conferencias en Ateneos y otras instituciones, los extranjeros venían a España para descubrir las verdaderas glorias del pasado y quitar, sobre muchos de los capítulos de la Historia de España y del Siglo de Oro, esa pátina maligna que los había cubierto durante años.168 Dicho periódico dedicó dos números especiales, los del 10 y 11 de mayo de 1905, donde apareció en primera plana, en forma de narración, la presencia de Don Quijote en Madrid en mayo de 1905.169 Texto que fue utilizado para deslizar, de forma más o menos soslayada, una serie de críticas sobre la coyuntura política y económica. Por boca de don Quijote se hizo una descripción de la desolación de España. Don Quijote afirmaba que «quise ver los infinitos monumentos, templos, monasterios […] más quiso mi mala suerte que por donde fui solo hallé ruinas. Y lo peor fue que donde quiera me detuve solo vi cuerpos entecos, rostros escuálidos, mujeres incapaces de criar hijos ro­bustos».170 Muchos de ellos ya laboraron allá cuando el centenario de Calderón, estrella de menos magnitud seguramente que Cervantes. ¿Por qué están quietos y callan ahora? ¿Por con­ vencimiento de que no agradarían en las esferas donde se fragua el rayo a gusto del Vaticanismo? No quiero hacerles esa ofensa, es preferible suponerlos sugestionados por la idea negra de que todo su esfuerzo sería inútil». 167   El Siglo Futuro, 8.05.1905. Tenemos un ejemplo en el programa publicado el 8 de mayo de 1905 en el comentario sobre los festejos celebrados el 7 de mayo: «Una mamarrachada completa, al menos los números del programa que correspondieron al día de ayer». 168   El Siglo Futuro, 6.05.1905. «¿Ánti Cervantismo? —preguntará con extrañeza el lector— ¿Anti cervantismo ahora que se arremolinan las gentes, despiertan y se desperezan las Academias, gimen las prensas, menudean los discursos y conferencias y el elemento oficial y media España se prepara a conmemorar el Centenario de un libro incomparable, de cuya existencia parece que no se había dado cuenta hasta ahora muchos españoles? Si, porque sobre la ridícula coronación de la mísera estatua de Cervantes quizá el mas ruin monumento de la coronada villa […] sobre la payasada carnavalesca de unas mojigangas ambulantes, con lluvia de papelillos […] sobre la disonancia y contradicción de un centenario celebrado por gentes, en cuyas manos será burla sangrienta de la memoria del ingenioso hidalgo alcalaino, de cuyas lenguas y plumas ha de salir maltrecho hasta el habla de Cervantes, sobre tales muestras de entusiasmo amañando, oficial, acompasado, tieso y a hora fija, hay otro linaje singular de cervantismo que ha venido muy marcado ya de antiguo.» 169   El Siglo Futuro, 10.05.1905. 170   El Siglo Futuro, 10.05.1905.

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Cuando vio Madrid comprendió que la riqueza se acumulaba en el centro. En boca del hidalgo se publicó una disertación sobre los monumentos que adornaban la capital española. Para don Quijote, los monumentos de don Álvaro de Bazán, Cervantes o Calderón pecaban de pequeños e insignificantes. La opinión sobre la estatua de Isabel la Católica en Madrid era que escandalizaba porque «nunca creyó que hubiese ignorancia que la concibiese viuda o separada de su marido, ni atrevimiento para partir por medio el reinado de los Reyes Católicos».171 Además de proponer la destrucción de esta y otras esculturas, por no estar a la altura del homenajeado, lo que más le sorprendía es que hubiese ciertos personajes de la historia de España que no tuviesen ni un recuerdo, «a los Reyes Católicos, a Carlos V, a Felipe II, ni a la Santa Inquisición, gigantes y colosos, que cuando Europa se desgarraba y todo el mundo civilizado ardía y se desquiciaba, nos mantuvieron en paz, acrecentaron nuestra grandeza y triunfantes y gloriosos presidieron nuestros siglos de oro».172 Don Quijote afirmó que debían luchar, por última vez, contra aquellos que en tanto le vitoreaban, por sus acciones contra la Iglesia y sus blasfemias contra la religión. Así lo explicaba el periodista al imaginario contemporáneo hidalgo manchego: «Una parte de estos que vitorean y aplauden a vuesa merced [...] fueron los que degollaron a los frailes por ser frailes, saquearon a la Iglesia, y malbarataron el patrimonio de los pobres y los pueblos; otra parte fueron los que todo lo aprobaron y se aprovecharon de ello».173 En este caso, la interpretación de los actos conmemorativos fue considerada, desde el posicionamiento católico de este diario, totalmente contraria a la corriente republicana, porque no era visible el papel de la Iglesia en el contexto en el que Cervantes vivió. Era un ataque frontal a la política de los gobiernos liberales. Las noticias siguieron apareciendo hasta finales del mes de mayo, cuando ya los ecos de las celebraciones parecían un poco lejanos, y una de las últimas noticias fue el anhelo expresado por la asociación Suna Hispana, sociedad de esperantistas españoles, de ver resuelto su deseo de traducir El Quijote al esperanto.174 En cuanto a los periódicos regionales, se puede destacar que el diario catalán La Vanguardia no dedicó muchas páginas a los preparativos del programa principal del centenario. Pero publicaron un número especial el 7 de mayo de 1905, donde se criticó, una vez más, la fuerte improvisación de los preparativos: Y dice doña Emilia Pardo Bazán: Sospecho que lo del Centenario ha dormido el sueño de los justos hasta el último instante, es decir, hasta hace cosa de dos meses en que se inició el run run. ¡Calle! ¡Pues es cierto! Hay que celebrar esas fiestecitas. Y entonces se ha elaborado el mísero, el triste programa que   El Siglo Futuro, 10.05.1905.   El Siglo Futuro, 10.05.1905. 173   El Siglo Futuro, 12.05.1905. 174   El Siglo Futuro, 26.05.1905. 171 172

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nadie ignora. Y en provincias, las veladas, los certámenes han arreciado. Y ahí está todo cuanto brindamos a Cervantes […] Y digo yo: si en verdad es muy loable que celebremos el tercer Centenario de la aparición del portentoso libro de que justamente nos envanecemos […] pero celebrarlo con batallas de flores, percalinas, sellitos y fuegos de artificio […] la verdad, no me parece una idea muy feliz.175

El que la junta organizadora del programa, a diferencia del anterior gran centenario, es decir, el de 1892, hubiera concentrado los actos en Madrid no fue muy bien visto en otras ciudades, tal y como en este periódico catalán se critica. Además, no se perdonó, según la línea editorial del periódico, que el programa conmemorativo sirviese para distraer la opinión pública sobre los verdaderos problemas del país: «Cuando estas líneas vean la luz, Madrid y casi toda España arderá en fiestas, según reza la clásica frase; el gobierno se habrá proporcionado el pequeño alivio de que la opinión tenga en que entretenerse por espacio de unos días, con lo cual, la prensa por lo menos dejará en paz a los ministros».176 Para una gran parte de la opinión no era plausible que este acontecimiento se limitase a ser celebrado por un número interminable de conferencias o algunos actos de contenido popular. Se pedía que tuviesen un fin más patriótico, que no se limitasen simple y llanamente a repetir ideas que no aportaban nada nuevo, porque de este modo no ayudarían a fomentar la identificación de la sociedad con el orgullo del símbolo que el universal libro había transmitido al resto del mundo.177 Otro periódico catalán, el Diario de Barcelona, en una corriente más conservadora, abordó el centenario desde un punto de vista práctico y detalló los festejos oficiales que se iban a llevar a cabo en Madrid y los que se irían a ejecutar en la propia Ciudad Condal.178 Reivindicó el papel de la ciudad catalana en la obra de Cervantes, y la petición, como en La Vanguardia, fue de reconocimiento por parte de las instituciones de Madrid del protagonismo de la ciudad de Barcelona en la propia obra de Cervantes, que hubiera ayudado a una mayor identificación de la sociedad con un símbolo nacional reconocido y alabado también fuera de las fronteras.179   La Vanguardia, 7.05.1905.   La Vanguardia, 7.05.1905. 177   La Vanguardia, 7.05.1905. «¿Cómo, en efecto, se las compondría el insigne resucitado para zafarse de las acometidas de los representantes de las grandes u pequeñas rotativas nacionales u extranjeras, que acudirían solícitos y moscones a interrogar al escritor sin par, le interrogarían ávidamente acerca de cuantas menudencias les pasara por el magín y no repararían con molestarle.» 178   Diario de Barcelona, 4.04.1905. 179   Diario de Barcelona, 11.04.1905. «Por todo lo cual, lamentamos que al conmemorarse oficialmente por el Estado el tercer centenario de la aparición de una obra tan colosal, se haya olvidado a los artistas catalanes, ya desaparecidos, que tanto contribuyeron con su gente a enaltecer el del famoso novelista.» 175 176

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También se publicaron sucintas biografías del autor de El Quijote, como la aparecida el 6 de mayo de 1905, escrita por Manuel Oliver. Hubo espacio para la crítica por la modestia de los festejos en la capital en comparación con la envergadura del símbolo recordado.180 Desde el periódico se achacó la culpa al presidente del Consejo de Ministros, el conservador Francisco Silvela, que no supo acertar con tiempo en la preparación de las conmemoraciones, y eximió al ministro de Instrucción Pública, que ocupaba el cargo desde hacía poco tiempo.181 En comparación con 1892, la cobertura dada por los diferentes diarios a las noticias del centenario tuvo un carácter más crítico. Estaba clara la popularidad del homenaje y su importancia desde todas las corrientes ideológicas que había detrás de cada cabecera. La tendencia general fue la de una opinión negativa acerca de la relativa centralización de la mayor parte del programa. El Quijote gozaba de un reconocimiento más allá de las fronteras, no tenía una adscripción ideológica definida, ni tampoco era un acontecimiento histórico de compleja herencia, y estas características, para los periodistas, eran muy destacables, por ello se debía conmemorar estos trescientos años de cara a fortalecer la posición de España en el escenario internacional. Tras esta encrucijada, cada periódico resaltó el carácter o semblanza, más afín a su tendencia, de Cervantes y su obra, factibles de ser interpretados desde distintas facetas. El homenaje a El Quijote no se realizó solo desde el papel o en los actos efímeros que poblaron las calles de algunas ciudades españolas, como Madrid y Barcelona. Fue en la celebración del centenario donde se comenzó a valorar la posibilidad de que esta obra podría representar, por un lado, la imagen de la decadencia de España y, por otro, la propia posibilidad de una regeneración de la nación. Dada la condición universal del autor y de su obra, vamos a tratar en el siguiente punto la actividad en torno a este centenario fuera de las fronteras nacionales, además de la participación de otros países en los actos realizados en España. 4. La conmemoración de los trescientos años fuera de las fronteras españolas El 9 de abril de 1905, el Ministerio de Estado mandó una minuta a los embajadores extranjeros para que estas delegaciones enviasen una persona «de reconocido mérito literario en las fiestas que han de celebrarse en esta Corte los días 7, 8 y 9 del próximo mes de Mayo».182 La participación de un comité extranjero se debía a la universalidad de la obra:   Diario de Barcelona, 9.05.1905   Diario de Barcelona, 10.05.1905. 182   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Minuta del Ministerio de Estado a los embajadores de Alemania, Italia, Austria, Francia, Gran Bretaña, 180 181

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La fecha que España se dispone a conmemorar señala en la historia de la literatura una página gloriosa: la aparición de una de esas obras que no son ni pueden ser patrimonio exclusivo de un pueblo, sino que por la grandeza de su concepción y por la universalidad de su espíritu, las hacen suyas todas las naciones, marcándose su influencia en todas las literaturas. La novela de Cervantes, como el Teatro de Shakespeare, como la poesía de Goethe, como la epopeya de Dante, como todo lo que es esencialmente humano, tiene admiradores y comentarios en todos los idiomas del mundo civilizado.183

Aparte de esta iniciativa, muchos de estos países enviaron alguna obra para la exposición en la Biblioteca Nacional, que no implicó que hubiera un número elevado de representantes internacionales en los actos convocados en Madrid. En muchos casos se alegó la falta de tiempo, como fue el ejemplo de la delegación diplomática de los Países Bajos.184 Si ya unos años antes se había previsto la celebración de este centenario, cabe preguntarse por qué solo unos días antes de las fiestas oficiales se había cursado esta petición a las legaciones extranjeras, aspecto que no parecía que fuera bien abordado en este centenario, de manera incomprensible dado el interés que despertaba Cervantes fuera de las fronteras españolas; este problema era semejante en otras conmemoraciones de las primeras décadas de la Restauración española, quizá con la única diferencia de los fastos realizados para recordar los cuatrocientos años de la llegada de Colón a América. En la segunda mitad del siglo xix nació un especial interés por la obra de Cervantes en Francia, que permitió la celebración del centenario de manera particularmente intensa.185 En el movimiento romántico francés ya se pudo apreciar el interés de muchos autores por escritores españoles, sobre todo del Siglo de Oro.186 De esta manera no sorprende que se dedicaran diversos actos a conmemorar los trescientos años de la publicación de la obra. En la colonia francesa de Orán se creó un comité formado, entre otros, por el prefecto de Orán, el alcalde de la ciudad y el cónsul de España. Organizaron un programa para los días 6 y 7 de mayo y se publicó una obra conmemorativa, todo esto basado en la vinculación de Orán con la propia biografía de Cervany Rusia y a los Ministros Plenipotenciarios de Bélgica, Brasil, Dinamarca, Grecia, Japón, Países Bajos, Portugal, Suecia y Noruega, Turquía y Estados Unidos. Madrid, 9.04.1905. 183   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Minuta del Ministerio de Estado a los embajadores de Alemania, Italia, Austria, Francia, Gran Bretaña, y Rusia y a los Ministros Plenipotenciarios de Bélgica, Brasil, Dinamarca, Grecia, Japón, Países Bajos, Portugal, Suecia y Noruega, Turquía y Estados Unidos. Madrid, 9.04.1905. 184   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Hay varias cartas del ministro plenipotenciario de los Países Bajos en Madrid dando cuenta de estas noticias al ministro de Instrucción Pública de su país. 185   Peers, E. Allison. «Aportación de los hispanistas extranjeros al estudio de Cervantes», Revista de Filología Española, 32 (1948), p. 164. 186   Niño Rodríguez, Antonio. Cultura y diplomacia: los hispanistas franceses y España. De 1875 a 1931, Madrid, CSIC, 1988, p. 12.

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tes.187 Así lo expresaba el presidente de la junta directiva de la Cámara Oficial de Comercio española en Orán al ministro de Estado español, Wenceslao Ramírez de Villaurrutía: En la historia patria, existen alabanzas para el que tanto la honró con su pluma; aquí en este tierra argelina que pisara el genio, quedó algo de Cervantes en el ambiente que aspiramos, y perpetuamente veneramos su nombre y su lengua, que determinan nuestra preclara prosapia al mismo tiempo que de manera inseparable e imprescindible, testimonian nuestra gloriosa nacionalidad.188

Francia fue uno de los pocos países que respondió positivamente a la invitación del Gobierno español y envió a un profesor de la Facultad de Letras de la Universidad de Toulouse.189 De nuevo, el movimiento romántico destacó la importancia de El Quijote en las corrientes de pensamiento alemanas. La hispanofilia germánica también tuvo mucho que ver con los españoles que se quedaron en la Corte del emperador Carlos IV tras la Guerra de Sucesión. La lengua y cultura españolas estuvieron de moda.190 Alemania celebró, a su vez, en 1905, el centenario de Schiller, que ocupó muchas páginas en los periódicos alemanes, pero que también tuvo cierto eco en España con la aparición de algún texto referente a este centenario. Aun así, el interés mutuo no fue con la misma reciprocidad, porque en España no hubo actos en honor a Schiller, como sí los hubo en Alemania en torno a El Quijote.191 Gracias a la traducción de la infanta española Paz de Borbón, princesa de Baviera, de un artículo aparecido en el rotativo Allgemaine Zeitung, que trazaba la trayectoria de las traducciones de El Quijote en Alemania, se pudo difundir entre los periódicos españoles la influencia que Cervantes pudo tener entre otros autores, como en Goethe.192 Este mismo periódico, de corte liberal con cierta tendencia republicana, publicó el 27 de abril de ese año un artículo que versaba sobre los preparativos para las fiestas en mayo, los concursos abiertos y la cabalgata que en honor del escritor se preparaban, donde 187   Fêtes en l’honneur de Cervantès à Oran les 6 et 7 Mai 1905, pour le 3eCentenaire de Don Quichotte, Oran, Imp. De Collet, 1905. 188   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta del presidente de la Junta Directiva de la Cámara Oficial de Comercio española en Orán al ministro de Estado español, Wenceslao Ramírez Villaurrutía. Orán, 8.05.1905. 189   AMAE FR, Correspondance politique et commerciale, Espagne. Politique étrangère. Legajo 40. Carta del embajador francés, Jules Cambon, dirigida al ministro de Asuntos Exteriores francés, Théophile Delcassé. Madrid, 5.05.1905. 190   García Cárcel, Ricardo. La leyenda negra…, p. 129. 191   Tenemos un número del periódico La Ilustración Española y Americana del 30 de abril de ese año donde se dedica algún poema a su figura al igual que alguna ilustración. En esta misma publicación el 15 de mayo se vuelve a recordar este centenario, elogiando a su vez también a Alemania. 192   Don Quijote en Alemania, Múnich, 1905. Traducción de un artículo aparecido en Allgemaine Zeitung por S.A.R. la infanta doña Paz de Borbón, princesa de Baviera [separata].

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se destacaba la presencia de carrozas de todas las ciudades. Todo esto para recordar «die dreihundertste Wiederkehr des Jahrestages der Veröffentlichung des don Quichote, eine der größten Dichtungen aller Zeiten und Völker, in feierlicher Weise begehen».193 El periódico liberal burgués Frankfurter Zeitung, en un artículo del 10 de mayo, se mostró más tendente a la crítica del programa conmemorativo que se había realizado en la capital del país en los días previos. Por un lado, se destacó los pocos visitantes que la Exposición Cervantina había recibido y, por otro lado, la batalla de flores, que pecó de convencional. Además, relató el conflicto que la organización oficial tuvo con la prensa, al no invitarla a la función honorífica del Teatro Real. No menos curiosa fue la mención a la presencia de la clase social madrileña sin muchos recursos que participó gustosa en la visita a la casa donde murió Cervantes, en la calle del mismo nombre.194 Lo que sí parece claro es que desde Alemania se potenció la participación en los festejos que se prepararon en España al enviar un delegado especial a las fiestas del centenario.195 No solo eso, sino que también parti­ culares alemanes estuvieron presentes en España mediante el envío de sus obras.196 En Italia se celebraron dos certámenes literarios, uno en Roma y otro en Rávena, este último por parte de la sociedad literaria Dante Alighieri. En Roma incluso acudió el rey Víctor Manuel III de Saboya.197 El informe dado por el embajador español al ministro de Estado, Wenceslao Ramírez Villaurrutía, incidió en el carácter amistoso de estos acontecimientos. Era necesario contribuir a «estrechar los vínculos de amistad que bajo tales aspectos nos interesa mantener con este Reino».198 También es interesante observar la proliferación de asociaciones de carácter patriótico nacionalista motivada por la literatura. En este caso la asociación que recordó a Cervantes era la Sociedad de Dante, símbolo de la unificada Italia.199 193   Allgemeine Zeitung, 27.04.1905. Traducción: «Que celebran de manera solemne el tercer centenario del día de la publicación de Don Quijote, una de las épicas más grandes de todos los tiempos y pueblos». 194   Frankfurter Zeitung, 10.05.1905. 195   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta de la embajada de Alemania en España al ministro de Estado español, Wenceslao Ramírez Villaurrutía. Madrid, 3.05.1905. 196  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09), 2.3, Caja 51/3595. Por ejemplo, el libro titulado Das Vorbild des Don Quijote enviado por su autor, E. Gessner. 197  AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta donde el embajador español en Italia da cuenta de haberse celebrado en Roma el tercer centenario del Quijote. Roma, 17.05.1905. 198   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta del embajador de España en Italia al ministro de Estado, Wenceslao Ramírez Villaurrutía. Roma, 22.05.1905. 199   Schulze, Thies. Dante Alighieri als nationales Symbol Italiens (1793-1915), Tübingen, Max Niemeyer Verlag, 2005.

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En Portugal se organizaron distintos actos en honor al escritor español: una exposición en la Biblioteca Nacional portuguesa con distintas ediciones de El Quijote; en la Academia de Estudios Libres se dictaron conferencias sobre el tema; la prensa publicó distintos artículos con este motivo y el Institución de Estudios y Conferencias de Oporto celebró un acto conmemorativo. La Real Academia de Ciencias de Lisboa celebró una sesión solemne en la que participaron, además de distinguidos miembros del Gobierno y del cuerpo diplomático, los reyes de Portugal, dotando de cierto cariz propio a la celebración de este centenario.200 Se recordaba dicha obra no solo por su condición de inmortal, sino también por la afinidad que había entre España y Portugal, siguiendo la estela de la opinión del iberismo. Las relaciones diplomáticas con las antiguas colonias americanas dieron un paso en la propia celebración de este centenario. La lengua castellana, también objeto de elogio en esta conmemoración, adquirió un valor político, puesto que se trataba de un vínculo necesario en este caso de resaltar. Hubo países que enviaron sus representantes a la fiesta del centenario en España, como por ejemplo México, Guatemala, Costa Rica, Perú, Salvador, Colombia, Nicaragua, Honduras, Ecuador, Paraguay, Argentina y Cuba.201 Países unidos bajo la lengua, enlace entre ellos y España. El Quijote era una pieza clave en esta unión: Por el idioma en que está escrito, por el sentido que palpita en su fondo, por la pintura de sus caracteres, por las costumbres que refleja, por las virtudes que ensalza y por los vicios que condena, es, en primer término, una gloria de la familia española. Cree por esto la Junta Directiva del Centenario que interpreta el común sentir de cuantos hablan el hermoso idioma de Cervantes.202

Normalmente las repúblicas americanas delegaron la representación en su embajador. Una de las más entusiastas fue Cuba, que no desaprovechó la oportunidad para destacar el deseo de «estrechar las relaciones entre los dos pueblos que tantas afinidades y tantos intereses morales y materiales tienen comunes, siendo los principales los de la sangre y el idioma». También iban a realizar un certamen en la isla en honor al escritor.203 Era el momento de afianzar las relaciones tras su independencia. 200   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta del ministro plenipotenciario de España en Portugal al ministro de Estado español, Wenceslao Ramírez Villaurrutía. Lisboa, 10.05.1905. 201  AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Representantes para el centenario del Quijote, Ministerio del Estado. Sin fecha y sin destinatario. 202  AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Minuta dirigida a los ministros plenipotenciarios encargados de negocios de América en España [sin fecha]. 203   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta del embajador cubano en Madrid al ministro de Estado español, Wenceslao Ramírez Villaurrutía. Madrid, 10.04.1905.

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En otros casos, como en Filipinas, antigua colonia española, el acto preparado en homenaje al literato tuvo un tinte político. El cónsul español en Manila dio cuenta detallada de la organización de unos juegos florales a los que acudieron las autoridades para honrar al escritor. La importancia residió en la expiación del plazo que se había dado para que el español continuase como lengua oficial en las islas tras la separación de España. Si se ponía en evidencia la importancia de esta lengua, se podía considerar que el español continuase por más tiempo como lengua oficial: El próximo enero finaliza la validez del castellano como idioma oficial, y este certamen literario por su significación y las personas que en el tomaron parte, viene a robustecer la opinión favorable a que se prorrogue el plazo del español como lenguaje oficial. Tal decisión no solo favorece a España moralmente, sino en sus intereses materiales, haciendo más fácil la inmigración y la importación españolas en estas islas, así como también el comercio de los españoles aquí residentes.204

El centenario se recubrió de necesidad y de vehículo político. No se trataba de una mera exaltación cultural. En todas estas manifestaciones de homenaje a Cervantes se puede intuir el camino de fortalecimiento de las relaciones entre España y sus antiguas colonias. Por un lado, se afianzaron o se establecieron relaciones con las repúblicas americanas. Además, se comprobó la importancia de las instituciones privadas en estas actividades americanistas, como, por ejemplo, la labor de la Unión Iberoamericana, que tuvo un importante papel hasta su disolución en 1939, para ampliar el conocimiento geográfico e histórico sobre Hispanoamérica. No menos importante fue el trabajo de los americanistas a título personal, como el de Rafael Altamira, que luchó para que América no cayese en el olvido. En el IV Centenario del Descubrimiento de América se había iniciado este proceso, es decir, la conmemoración como escenario de la puesta en marcha de las relaciones entre los países a ambos lados del océano Atlántico. La situación en 1905 había variado sustancialmente, tras la pérdida de las últimas colonias españoles de Ultramar. Así pues, se retomaba el trazo marcado en 1892, aunque en algunos ejemplos simplemente se partía de cero. Antes de pasar al último punto, hemos de destacar que, en el caso de los países europeos, sobre todo Alemania e Inglaterra, la conmemoración de estos trescientos años confirmaba el interés de estos países por la figura de Cervantes y del hidalgo manchego. Era el fruto reconocido de la traducción e impresión en estos países de la obra del autor alcalaíno. En el caso de la conmemoración de El Quijote, países como Portugal o Italia lo asociaron a sus propios símbolos literarios, y en determinados círculos se le homenajea204   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta del vicecónsul español en Manila al ministro de Estado español, Wenceslao Ramírez Villaurrutía. Manila, 31.05.1905.

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ba como portador de los valores universales que podían ser compartidos por la sociedad en términos generales. Por estas razones, Cervantes y su obra fueron objeto de homenaje en diferentes puntos geográficos fuera de España. 5.  El Quijote y el Siglo de Oro en 1905: el final de un ciclo Una de las propuestas que más se repitió en los artículos de opinión fue la de erigir una estatua de Cervantes que fuera acorde a la dignidad del personaje. La estatua que ya existía en Madrid, como hemos dicho, no se consideraba apropiada. En mayo de 1905 se publicó un Real Decreto para una convocatoria de suscripción popular con el objetivo de erigir una escultura al autor alcalaíno, donde se insistía en la necesidad de un monumento para recordar el glorioso siglo xvi. El Imperio Hispánico que vio Cervantes se había visto reducido, pero la lengua castellana, vehículo de unión con América, persistió. Por esta razón, la nación española debía estar agradecida así a Cervantes. Esta nueva escultura nunca se llegó a realizar, quedando así solo aquella tantas veces criticada y vilipendiada en la plaza enfrente de las Cortes.205 Comenzamos así la valoración de Cervantes y su principal obra en esta conmemoración. El amplio espectro de percepciones y valoraciones del tercer centenario de la publicación de El Quijote abarcaría desde la indiferencia hasta el entusiasmo. Por un lado, estuvo la participación de la población en los acontecimientos preparados en la capital de España por la junta oficial del Gobierno y el Ayuntamiento, como organismos principales. Por otro lado, hubo numerosas propuestas de particulares para participar en alguna modalidad en el centenario, que iría desde la elaboración de algún tipo de estudio, ensayo o dedicatoria a la obra conmemorada hasta propuestas más singulares.206 En ocasiones, las ideas translucían un deseo de obtener algún tipo de beneficio económico. Un particular demandó una recompensa en metálico a la Junta del Centenario, por el descubrimiento en Argel de la cueva donde presuntamente estuvo refugiado Cervantes con otros cautivos. Ofrecía a cambio las fotografías de la gruta.207 La fotografía se envió para formar parte de la Ex  Gaceta de Madrid, n.º 129, p. 533, 9.05.1905.  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Petición de don Bernardino Martínez al presidente del Consejo de Ministros, Raimundo Fernández Villaverde. Madrid, 10.02.1905. Tenemos como ejemplo la petición de un profesor y catedrático jubilado, que también se definía como cronista, que afirmó haber compuesto un estudio del vocabulario empleado en El Quijote. 207   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Carta de particular a través del consulado de España en Casablanca al presidente del Consejo de Ministros, Raimundo Fernández Villaverde, y presidente de la Junta del Centenario del Quijote. Madrid, 10.04.1905. «Siento molestar su elevada atención, pero un asunto de reconocido patriotismo y urgencia pues se trata para el centenario de Cervantes, me obliga a ello […] Quien halló tan importante lugar [la gruta donde se refugió Cervantes en Argel en 1575] histórico fue un 205 206

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posición bibliográfica del Quijote.208 Pero la situación del erario público español no permitió subvencionar la mayor parte de estas propuestas, como se explicó a un maestro de la escuela pública de Alberite, al que se le denegó el dinero requerido para la celebración de un certamen literario, dado «el estado de penuria del Tesoro y la política de nivelación económica que las circunstancias imponen».209 Citamos este ejemplo porque en la propia petición del maestro se entreveía la asunción de la tríada de valores que, para este ciudadano, definía la esencia nacional. En la carta dirigida a Antonio Maura, como presidente de la junta a la altura de septiembre de 1904, el maestro afirmaba que ese año se conmemoraba el «quincuagésimo aniversario del dogma tan sublime, más sublime y honorífico de la Concepción sin mancha de la Madre de Dios», «el quinto [sic] centenario de partir de esta vida una de las más triunfantes y gloriosas damas, la magnánima reina Isabel la Católica», y en los próximos meses el cuarto centenario de la publicación de El Quijote. Es decir, los valores «religión, estado y ciencia» iban unidos en estas celebraciones, y por eso había que perpetuarlos en la memoria aprendida que los niños adquirían en la escuela.210 No solo los particulares aprovecharon este momento también instituciones de diversa índole, regionales y municipales, disfrutaron de la ocasión. Por ejemplo, la reivindicación del origen de Cervantes, al igual que había pasado con la figura de Cristóbal Colón, ocupó no pocas páginas. Se dirigían al presidente del Consejo de Ministros para que dilucidara una sentencia en estos conflictos. Así vemos el caso del pueblo toledano de Alcázar de San Juan, que afirmaba poseer, en palabras de su alcalde, la partida de bautismo de Cervantes. Por ello solicitó que se dictaminara el verdadero origen de Cervantes y no se diera por sentado que fuese Alcalá de Henares. Si finalmente se declarase esta última idea como cierta, se resignarían a celebrar el centenario «como españoles y manchegos a la celebración del tercer centenario de la obra inmortal cuyo campo de operaciones fue la Mancha, sus personajes manchegos y la familia del autor de Alcázar de San Juan».211 servidor, acto que realicé en mi constante deseo de cumplir con mi deber y favorecer cuanto puedo a la estimación nacional, pues consideré al buscarla que era en honor de nuestra patria, de nuestra Marina y del Ministerio al que tengo la honra de pertenecer.» 208   AGA, Subsecretaría Asuntos Exteriores, Sección (10) 3.04, Caja 54/1287. Carta del cónsul de España en Argelia al ministro de Estado, Wenceslao Ramírez Villaurrutía. Argel, 31.03.1905. 209  AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Carta de la Subsecretaría de la presidencia del Consejo de Ministros al maestro de la Escuela Pública de Alberite. Madrid, 3.12.1904. 210   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Carta del director de la escuela pública de niños Alberite (Logroño) al presidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura. Logroño, 9.09.1904. 211   AGA, Subsecretaría Presidencia, Sección (09) 2.3, Caja 51/3595. Carta del alcalde de Alcázar de San Juan al presidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura. Alcázar de San Juan, 24.11.1904.

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Eric Storm apunta que el simbolismo del centenario fue «apropiado», en cierta manera, por los sectores católicos, a pesar de que las quejas desde el periódico El Siglo Futuro, como ya hemos indicado, apuntaran a todo lo contrario. No solo los discursos pronunciados por intelectuales como Marcelino Menéndez Pelayo incitaron a recuperar la esencia de la obra, cuyo final abogaba por la disciplina y el sentido común, con una muerte cristiana; sino que muchos políticos conservadores vieron una unión indisoluble entre el pueblo español y la fe católica. Se estaba adelantando lo que pasaría más adelante con las conmemoraciones de los centenarios en la década de 1910, referentes a la Guerra de la Independencia, en los que el papel del catolicismo pasaría a conformarse como un pilar esencial en la idea de nación española, bajo la premisa de tener un carácter excluyente donde todo lo que estuviera fuera de ella quedaría apartado automáticamente del sentimiento nacional. El problema en 1905, y en otras ocasiones anteriores, fue que muchos políticos del régimen de la Restauración no fueron conscientes de la importancia de este tipo de actos. Por ejemplo, José de Echegaray, como alcalde de Madrid, no asistió a los actos preparados en Alcalá de Henares porque, según él, no tenía mucho que aportar a tan magna obra.212 Se dejó un espacio ideológico que fue ocupado posteriormente por aquellos que no estaban dentro del sistema político, y de este modo se hizo imposible mantener un carácter unificador. 1905 supuso un punto final del tipo de conmemoraciones que se habían celebrado en las últimas décadas, distintas a las que se iban a suceder en los próximos años hasta el final de la Restauración con la llegada al poder de Primo de Rivera en 1921. Desde el final del siglo xix hasta 1905, con la irrupción de 1898, se habían sucedido una serie de actos, de recuerdo del pasado por medio de los centenarios, y de expresión del futuro por medio de la Exposición Universal, organizados por liberales y conservadores, alternativamente. No hubo una trayectoria lineal detrás de todas estas celebraciones, pero hubo una cierta concordia. Tras el centenario de El Quijote, se sucedieron otra serie de celebraciones, en las que la discordia, primero entre ambos partidos y segundo con las fuerzas laterales, se hizo más evidente. Paulatinamente las corrientes tradicionalistas, de corte religioso, fueron apropiándose de los símbolos que identificaban a España. Las fuerzas en el poder perdieron el interés por las conmemoraciones sin haber tenido en cuenta su capacidad de movilización social; la conjunción de ambos procesos hubiera ayudado a la identificación de los individuos de la sociedad con un proyecto nacional que sufría los embates de los nacionalismos periféricos. En principio, el orgullo y la adhesión a la patria local y regional no tenían que excluir el sentimiento de identidad nacional, hecho que finalmente sí sucedió.213 El enfrentamiento cada vez más duro, a partir de la   Storm, Eric. La perspectiva del progreso…, pp. 297-298.   Storm, Eric. «Las conmemoraciones de héroes nacionales en la España de la Restauración», Historia y Política. Ideas, procesos y movimientos sociales, 12 (2004/2), p. 103. 212 213

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primera década del siglo xx, entre los partidos que habían de alternarse en el poder posibilitó esta vía de escape. Además, la complicación y alteración del orden social de esta época hizo más difícil la elaboración de un discurso patriótico nacional, puesto que no había habido una educación en este sentido en las últimas décadas, cuando en el resto de naciones occidentales lo llevaban ejerciendo desde hacía tiempo. Los literatos y héroes del Siglo de Oro o el descubrimiento de América ya no podían ejercer la atracción que debían haber producido si hubiera habido en verdad un proyecto detrás, con un objetivo definido y acompañado, por supuesto, de una política de educación mediante la que se hubiera inculcado en los niños el amor a la patria. El problema principal fue que se consideró, desde las elites gobernantes, que el sentirse español era connatural en las personas que nacían dentro del marco geográfico y cultural nacional. Además, no era del agrado dotar a las masas sociales, al pueblo, de muchas armas de corte ideológico, con las cuales pudieran enfrentarse, en esta variante, al poder establecido. 1905 tuvo, ante todo, una repercusión y aceptación intelectual más que considerable, pero escasamente social.214 En el programa oficial, los actos que se programaron, aunque hubiese de tipo festivo popular, no fomentaron una posible adhesión al sentimiento de orgullo ante la fecha que se estaba celebrando. Cervantes y su obra, como símbolos, se creían ya constituidos en el imaginario colectivo, por ser reconocidos como el ejemplo de difusión de la lengua castellana. Lo que diferenciaría este centenario de 1905 con los anteriores fue la fuerte reivindicación local que en algunos sitios trajo aparejado el recuerdo. Se llegó incluso a alegar el origen gallego de Cervantes. Podría ser un ejemplo más del férreo empeño de algunas localidades, o en este caso, región, por mostrar una mayor vinculación con el autor, para obtener una supuesta meritoria fama. Pero se puede leer algo más. En esta reivindicación se elaboró un discurso en contra de «los españolistas puros: los partidarios intransigentes de la Patria grande, única, uniforme, intangible e infrangible a pesar de la pérdida de las colonias».215 El Quijote plasmaría una afinidad por la defensa de la patria pequeña. No en vano el proceso de reivindicación de un mayor papel de la región puso en tela de juicio la identificación de Castilla con la nación española. En 1915, diez años más tarde, en pleno contexto de la I Guerra Mundial, se decidió celebrar la publicación de la segunda parte de la obra. El acto principal fue el proyecto de erigir un nuevo monumento en honor tanto de la obra como del autor.216 Fue elaborado por el arquitecto Martínez Zapatero y el es  Núñez Seixas, Xosé M. «Los oasis en el desierto…», p. 507.   El Centenario del «Quijote» en Galicia. La Liga de Amigos de La Coruña, La Coruña, Pedro Ferrer, 1905, pp. 29-30. El artículo está firmado por Salvador Golpe. 216   Gaceta de Madrid, n.º 89, p. 936, 30.03.1915. «El monumento había de ser diferente al resto erigidos anteriormente porque este monumento no se conmemora las hazañas de un héroe, ni las dotes de un caudillo, ni las ideas de un gran político, ni el genio de un artista.» 214 215

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cultor Lorenzo Coullaut, quien cedió el testigo a su hijo. La obra no fue concluida hasta 1957 y su ubicación es la actual Plaza de España en Madrid. Este monumento está coronado por cinco esculturas de mujeres que representan los cinco continentes, leyendo la obra de Cervantes, lo que alude a su fama universal. Además, también contiene los escudos de todas las naciones hispanas, con figuras alegóricas de la literatura, el valor militar y el misticismo, como abstracciones de las directrices hispánicas durante el Siglo de Oro.217 La gran celebración que debía haberse dado en torno a Cervantes en el III Centenario de su muerte no pudo ser tal, debido a la Gran Guerra Europea. El Real Decreto de 1916 anuló las fiestas y solemnidades proyectadas en el Real Decreto de 22 de abril de 1914218 para la celebración del III Cente­ nario de la muerte de Cervantes.219 Aun así, hubo una serie de actos que mostraron cómo estas celebraciones podían ser la excusa para publicar excelentes obras y también de lo más disparatadas.220 En ciertas repúblicas hispanoamericanas sí dispusieron conmemorar este hito de la lengua castellana.221 Se publicó además el Catálogo Ilustrado de la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional en Madrid. Tampoco faltaron los concursos literarios convocados por las Reales Academias.222 Centenario que hubiera estado marcado, quizá, por el cambio en la interpretación de este autor. En Sevilla, gracias a la iniciativa del Ateneo y de otras instituciones de la ciudad andaluza, se orDebía tenerse en cuenta que era el mayor representante de la lengua y que se ha de consagrar a la persona «por la gloria que le corresponde» y también «mucho de impersonal y representativo donde palpita y se muestra algo que con ser tan grande el escritor, está por encima de él: su madre intelectual, el alma de la raza». 217   Martín González, Juan José. El monumento conmemorativo…, p. 116. 218   Gaceta de Madrid, n.º 113, p. 175, 23.04.1914. Afirmaban de Cervantes que escribió la llamada «Biblia humana de la Edad Moderna». Se destacó que era un genio universal que no solo pertenecía a España, como fruto del deseo de europeización. 219  AHSE, Expediente HIS-1053-14. Expediente relativo a la comunicación del Real Decreto de 30 de enero de 1816 suspendiendo indefinidamente todas las fiestas y solemnidades proyectadas en virtud del Real Decreto de 22 de abril de 1914 para conmemorar la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra en su tercer centenario. Traslado del Real Decreto de 30 de enero de 1916. Madrid, 31.01.1916. En el Archivo Histórico del Senado encontramos documentación que muestra que durante el año 1915 se mantuvieron las labores de organización de este centenario; por ejemplo, la siguiente referencia: AHSE, Expediente HIS0718-31. Petición del diputado Manuel Bueno de emisión de un sello alegórico con motivo de la celebración del Centenario de Cervantes por las Estafetas de Correos y del Senado. Madrid, 11 de noviembre de 1915 – 16 de enero de 1916. 220   Pérez García, Norberto. «El filo de un centenario: la crítica extravagante sobre el Quijote en 1916», en Anales Cervantinos, 33 (1995/1997), p. 35. 221   AGP, Sección Reinados, Fondo Alfonso XIII, Caja 16.294, Expediente 3. Donativo y premios concedidos por S.M. para gastos de conmemoraciones y celebraciones con motivo de diversos centenarios. El intendente general de la Real Casa y Patrimonio escribió al encargado del Negocio de España en Santa Fé de Bogotá la concesión del rey de El Quijote comentado por Francisco Rodríguez Marín para premiar el concurso infantil de lectura organizado por este representante de España en Colombia. La carta está fechada el 10 de febrero de 1916. 222   Gaceta de Madrid, n.º 113, p. 175, 23.04.1914.

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ganizaron una serie de conferencias, juegos florales, concursos literarios y finalmente se publicó una memoria sobre los actos preparados en la ciudad. Los actos no fueron innovadores y reflejaron un estilo que recordaba a lo que se había hecho anteriormente, pero fueron ideados por una generación que luego motivó la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, con un gran énfasis en la conexión del castellano entre España y América gracias a la figura de Cervantes.223 José Monge Bernal, ateneísta sevillano, describió los centenarios como «recordatorios, que a las pasadas, dedican las nuevas generaciones».224 Estos actos fueron preparados para afrontar aquellas plumas que lanzaban premoniciones funestas sobre el futuro, además de restar importancia y esplendor al pasado nacional. España utilizaría estas solemnidades para resaltar su papel de potencia neutral en la I Guerra Mundial y como nuevo baluarte de la paz y el diálogo. Para esto serviría el tercer centenario de la muerte del Príncipe de los Ingenios: Creemos, sin embargo, que hubiera sido muy conveniente que, mientras los pueblos más cultos de la tierra se despedazan en apocalíptica contienda, nosotros aprovecháramos el tiempo reconstituyendo y vigorizando nuestra personalidad nacional, y conjuntamente, celebrar la fiesta de las letras patrias, congregadas y reunidas cabe la ingente figura del Príncipe Inmortal de los ingenios españoles.225

El tiempo había cambiado y los nuevos discursos políticos aparecieron, como aquel, en pro de la defensa de la raza, que junto con la lengua se tenían en común entre España y América. Alfonso Robledo publicó en 1916 en Bogotá una obra que llevaba por título Una lengua y una raza.226 Se reclamaban acciones concretas, de tipo cultural, no solo la erección de monumentos, también ediciones nuevas de El Quijote. En definitiva, la utilización de la lengua castellana era lo que había que festejar en este centenario, y su evolución en América.227 Se abogó por uniones más fuertes entre los países de habla castellana a los dos lados del Atlántico, mediante congresos e instituciones como la Unión Iberoamericana, que fomentasen el intercambio, cuya fiesta culmen sería el 12 de octubre. A partir de este esquema España podría recuperar el esplendor pasado. Había que abogar por una centralización y unión más fuer223   Álbum Cervantino. Homenaje del Ateneo de Sevilla en el Tercer Centenario de su muerte (1916) [facsímil], Sevilla, Universidad de Sevilla, 2002. 224   Monge Bernal, José. «Cervantes y El Ateneo de Sevilla», en Álbum Cervantino…, p. 1. 225   Monge Bernal, José, «Cervantes y El Ateneo de Sevilla…», p. 3. 226   Robledo, Alfonso. Una lengua y una raza. Ofrenda a España en el Tercer Centenario de la muerte de Cervantes, Bogotá, Arboleda & Valencia, 1916. 227   Robledo, Alfonso. Una lengua y una raza…, p. 52. «Puede decirse que el castellano aseguró su triunfo, solo cuando un rey le hizo subir las gradas de su palacio, y cuando Pelayo, en Asturias, pensando no más que en la independencia de la Patria, inconscientemente realizaba asimismo la independencia del idioma, hasta entonces al latín sujeto.»

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tes entre las distintas corrientes políticas españolas, porque las tendencias separatistas robaban fuerza y poder a la nación.228 También desde Alcalá de Henares se le rindió un homenaje desde las páginas de una obra titulada Cervantes y Alcalá, escrita por José Primo de Rivera y Williams, vocal de la Junta local de Alcalá para este centenario.229 Dedicado al rey Alfonso XIII, el libro es un compendio de distintas noticias sobre Cervantes relacionadas con Alcalá de Henares: la partida de bautismo, fotos del monumento dedicado a Cervantes en la ciudad, además de distintos textos en forma de poesía o narrativa dedicados al autor. En estos artículos se pueden leer referencias exaltadas en el siglo xvi, que «con razón ha sido llamado [...] nuestro siglo de oro: él ha dado a las letras, a la religión y a las armas tanto brillo y esplendor como no se las dio ningún otro siglo». El alejamiento en el tiempo de esta gloriosa época hace que las generaciones venideras rindiesen culto a las glorias del pasado, «siendo este para el príncipe de los ingenios españoles como el fuego sagrado de la antigüedad».230 En 1916 se fundó el Instituto Cervantes, que ya hemos mencionado, aunque con un objetivo diferente al de hoy en día. Alfonso XIII lo fundó para que la Patria no desampare a quienes en servirla y enaltecerla emplearon las luces del talento, acaba de crear el Instituto Cervantes por decreto que refrenda el eximio escritor que nos honra trayendo a estas exequias la representación del Gobierno para que el obrero de la pluma en los accidentes del trabajo y al retirarse por vejes, no sea de peor condición que el obrero albañil.231

Era una fundación para ayudar a los escritores y artistas que habían trabajado en honor de la patria, y no sufriesen la carestía que había vivido el escritor. La exaltación de la lengua castellana en la figura de Cervantes se reconoció, a partir de 1916, por el Ayuntamiento de Madrid, al considerarse como festivo el 23 de abril, día de la muerte de Cervantes. Se propuso que este día fuese fiesta nacional, pero el Día del Libro no fue institucionalizado hasta 1923, además con un cambio de fecha: el 7 de octubre, día del nacimiento del escritor.232   Robledo, Alfonso. Una lengua y una raza…, p. 120.   Primo de Rivera y Williams, José (ed.). Cervantes y Alcalá: homenaje de la ciudad de Alcalá de Henares dedicado a su esclarecido hijo Miguel de Cervantes Saavedra en su III Centenario, Madrid, Imprenta Española, 1916. 230   Martín Ballesteros, Antonio. «Las letras y las armas», en José Primo de Rivera y Williams (ed.), Cervantes y Alcalá…, [s. n.]. 231   López Peláez, Antolín. Elogio de Miguel de Cervantes Saavedra pronunciado por el Excmo. Sr. D. Antolín López Peláez, arzobispo de Tarragona, en las solemnes honras fúnebres celebradas por la Real Academia Española en la Iglesia de San Jerónimo de esta Corte, el 26 de abril de 1916, con motivo de cumplirse el tercer centenario de la muerte de aquel gran ingenio, Madrid, Tip. de la revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1916, p. 37. 232   Pozo Andrés, María del Mar del y Braster, Jacques. «The Rebirth of the “Spanish Race”…», p. 84. 228 229

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En 1920 hubo la idea, por parte del Estado, poco antes del fin de la Restauración, de declarar obligatorio, en las escuelas públicas de primaria, leer todos los días quince minutos de El Quijote, puesto que la obra se consideró el símbolo con el que España era reconocida en el mundo.233 Cervantes fue, de este modo, reforzado en su imagen como icono simbólico nacional, baluarte de las letras castellanas, clave de la unión nacional. El decreto estaba firmado por Natalio Rivas, ministro de Instrucción Pública, del Partido Conservador. Para este político la obra de Cervantes era la Biblia profana, aquella por la que se debían regir los valores inculcados en la escuela, entre ellos el fomento del orgullo por la patria española. Los progresistas condenaron esta norma, porque no estuvieron de acuerdo en imponer, como guía de conducta, el controvertido sentido de las aventuras del hidalgo manchego, que no eran acordes a los rasgos de modernidad que la sociedad necesitaba.234 Autor y obra fueron elevados a la categoría de mitos décadas antes de la celebración de la primera conmemoración en 1905, como señalamos al principio de este capítulo. Fueron un referente continuo dentro de la compleja tarea de definir los valores que debían regir la idea de identificación con España. Este análisis sobre la versatilidad de la aparición de Cervantes y El Quijote nos daría como conclusión preliminar la falta de viabilidad de un proyecto único que hubiera obtenido el consenso de todas las fuerzas políticas e ideológicas, durante el periodo de la Restauración. Fueron interpretadas, tanto la vida del escritor, potencial héroe nacional, como sus obras, según el contexto, al resaltar unos aspectos y ocultar otros, que no siempre fueron acordes a las necesidades que reclamaba la sociedad. En realidad, este centenario, como los actos conmemorativos que hemos estudiado en los capítulos anteriores, mostró las limitaciones de las elites ante los nuevos retos sociales del futuro. Los hombres que coparon los cargos políticos no se dieron cuenta de las posibilidades de estos nuevos «entretenimientos» que surgieron en el siglo xix, llámese centenario o exposición universal. No solo eran interesantes porque podían acarrear ventajosas condiciones para generar afinidad hacia el nuevo orden social, político e incluso económico, que surgieron tras la Revolución Industrial, y ante las convulsiones que en distintos campos y en diferente grado se vivieron en el mundo occidental en el siglo xix. Eran importantes para mantener una unión coherente en torno a una idea que definiese los límites del propio país. Mitos y símbolos, que ya existían o que se traían por vez primera a escena, requerían un cuidado especial. Era necesario dotarles de entidad, gracias a la celebración de estas conmemoraciones, para que la sociedad los reconociese y aceptase. Un aspecto más habría que añadir para poder comprender mejor las diferencias establecidas entre 1892 y 1905, que sería la aparición en escena de la pérdida de las últimas colonias de Ultramar. Este hecho implicó un cambio   Guereña, Jean Louis. «¿Un icono nacional?…», pp. 145-190.   Boyd, Carolyn P. «“Madre España”…», p. 55.

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en el estado de percepción del suceso rememorado. La atención no era la misma, puesto que en 1892 España todavía podía competir, aunque solo fuera en el papel, con las potencias coloniales, dado que todavía poseía territorios fuera de sus fronteras naturales, herencia de su pasado. El grado de exaltación no podía ser el mismo, porque la derrota estaba todavía presente. Este hecho posibilitó conmemorar una figura como la del hidalgo manchego, poseedor de facetas diferentes que bien podían definir el sentimiento y carácter nacionales. Las celebraciones y los actos se simplificaron, porque el contexto era distinto: si bien en 1892 todavía se podía aferrar a la gloria que aportó la futura conformación de la Monarquía Hispánica, el año de 1905 no daba pie a excesivas muestras de exaltación, sino más bien daba paso a una simple, aunque difícil, aceptación de la realidad. Por último, 1905, Cervantes y El Quijote, y su recuerdo, fueron reconocidos, por ciertas elites intelectuales, como los componentes de la Generación del 98. Se destacó la necesidad de llevar a cabo una conmemoración que ayudase a adquirir plena conciencia de su simbolismo. Este hecho no lo negamos, pero igual de cierto fue que el reflejo de la disparidad de opiniones se vio en la propia aprobación de la ley, y en su rechazo, de establecer la lectura obligatoria de las aventuras del hidalgo manchego en las escuelas de primaria. Así pues, faltó el deseo de consolidar esta obra, que pudo ser ajena a las implicaciones ideológicas que otros símbolos pudieran tener, como el descubrimiento de América. El Quijote era reconocido fuera de las fronteras y pudo ser el mito en torno al cual la sociedad pudiera comprender los símbolos con los que identificarían la idea de España, pero que finalmente no despertó el consenso necesario para ello.

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En España, a partir de la restauración del sistema monárquico en 1875, se pudo leer un cierto interés de las elites sociales, tanto políticas como intelectuales, de seguir una trayectoria, previamente iniciada en otros países occidentales, que no fue otra que la de la moda de las conmemoraciones. No solo se planearon programas para el recuerdo de los centenarios de personalidades y capítulos históricos gloriosos del pasado, sino que también hubo varias tentativas, con un acierto y algún que otro fracaso, de organizar una exposición de carácter universal. La celebración de los doscientos años de la muerte de Calderón de la Barca supuso la puesta en escena de una serie de actos que, en primera instancia, recordarían a este dramaturgo del Siglo de Oro y que, posteriormente, fueron el modelo a seguir en otros centenarios. Estos rituales implicarían una contemporaneidad de las liturgias conmemorativas. Se siguió el camino iniciado en otros países, pero con una característica propia planteada desde el principio, que fue la escasa definición de los objetivos políticos o sociales que habrían de perseguirse en las celebraciones llevadas a cabo en España. Este hecho se debió, en parte, a la falta de apreciación por parte de estas elites de la necesidad de conmemoraciones para la mejora de la cohesión social nacional. Como hemos indicado a lo largo de este estudio, para la clase política de las primeras décadas de la Restauración no parecía que estuviera cuestionada la idea de nación española. Si se partía de esta premisa, difícil era dar una solución a un problema sin identificar ni aceptar. Esto no quiere decir que se llevase a cabo toda una política conmemorativa sin ningún planteamiento previo, porque los organizadores sí apreciaron que estas puestas en escena de la idea de un símbolo nacional podían erigirse como baluarte de apoyo al recién instaurado sistema político y, sobre todo, a la figura real. Por esta razón, una vez que se pusieron en marcha de manera tangible los programas de las conmemoraciones, se recurrió a los mitos previos que defi-

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nían la imagen nacional. Estos capítulos históricos se asociaron sobre todo a un periodo de la historia nacional española complejo y ciertamente controvertido, pero reunían una cierta unanimidad en su interpretación para considerarlos como motivos de orgullo patrio. Ciertos episodios del reinado de los Reyes Católicos, como el descubrimiento de América y las décadas modernas donde se desarrolló una cultura literaria considerada la época dorada de las letras españolas, fueron los motivos de inspiración para exaltar esta mirada al pasado, como hemos visto en los capítulos sobre la celebración de los principales centenarios entre 1875 y 1905. Además, en la Exposición Universal de Barcelona el siglo xvi fue la centuria sobre la que se basó la proyección de la imagen española en el pabellón oficial del certamen. Tanto Carlos V como su hijo Felipe II fueron lentamente reconocidos de nuevo por la historiografía oficial española como los promotores del Imperio Hispánico, difícil de abordar, pero que al mismo tiempo suponía el periodo de mayor gloria y expansión de la nación. El periodo moderno, sobre todo el relacionado con la Monarquía Hispánica, fue, entonces, la principal fuente para la elección de los mitos que enriquecieron el imaginario colectivo en estas décadas de transición entre el siglo xix y el siglo xx. De este modo, de manera progresiva, las elites políticas y culturales integraron a España a partir de 1880 en la modernidad en el ejercicio de la política de masas al promocionar festejos, actos, discursos y desfiles en torno a los héroes y las gestas históricas que exaltasen la nación, aunque sin tener muy en cuenta que podrían haber permitido abordar y solucionar algunos problemas internos. En los discursos leídos desde las tribunas que se habilitaron en estas ocasiones, se pudo hablar de la relación con las antiguas colonias americanas, como en 1892, o de la toma de contacto con los planteamientos regeneracionistas que llevaban un tiempo en el discurso público, como en 1905. La singularidad de las corrientes regionalistas y el papel de la Iglesia fueron temas que aparecieron, a veces entre líneas, en todo lo que rodeaba la política conmemorativa española de estas décadas. La cuestión clave para comprenderla fue la ausencia o la debilidad de una premisa para reconocer los problemas que podían haber sido abordados y quizá, en cierto modo, parcialmente resueltos con unas directrices conmemorativas que hubieran ayudado al poder político a reforzar la cohesión de la sociedad española. Esto se debió a que, desde las instituciones políticas de la Restauración, se asumió un papel paternalista con respecto a la sociedad que impidió, a los encargados de elaborar estos programas, dotar de mayor protagonismo al resto de los individuos para festejar su propio pasado. Este hecho se sumó a las carencias, que no ausencias, de otras herramientas de socialización, con un carácter nacional, que sí emplearon países como Francia o Alemania, como la escuela o el servicio militar obligatorio. Por parte de los dos partidos que ocuparon de manera alternativa el poder, ya desde 1875, faltó el deseo explícito de llevar a cabo un programa que, de forma coherente, alineara las

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ideas que regían al sistema político con la posibilidad de difundir estos mismos parámetros al resto de la sociedad. A este escenario habría que añadir un factor que ayude a comprender la ambivalencia con que la elite política española afrontó la tarea de honrar el pasado nacional desde las diferentes posibilidades ofrecidas. Como hemos demostrado, para los políticos del régimen de la Restauración parecía incuestionable o, si lo queremos decir así, difícilmente susceptible de objetar el sentimiento de afinidad o identidad de los ciudadanos con los rasgos que definían a la nación española.1 Esta premisa provocó que hubiese una ausencia de debate sobre el pasado unitario común. Y se tradujo en el hecho de que los distintos planteamientos y enfoques sobre la imagen del país tuvieran como consecuencia la aparición de diferentes corrientes conceptuales e interpretativas de los valores nacionales, impidiendo la elaboración de un discurso claro y unidireccional. Al hecho de que la elite política pensase que el sentimiento patriótico era connatural en los ciudadanos habría que añadir que, además, para la mayor parte de los integrantes de este grupo era interesante mantener inmovilizada al resto de la sociedad para que no hubiese posibilidad de cuestionamiento de algunos de los pilares que sustentaban el régimen político y social. Desde el poder político no se estaba dispuesto a poner en peligro el equilibrio dejando participar al resto de los grupos sociales en la toma pública de decisiones, que incluiría el debate sobre el discurso nacional. Algunos historiadores, como Xosé Núñez Seixas, han señalado, como tercer factor, que al darse por supuestos los conceptos de nación y de identidad, se impidió realizar el esfuerzo de fortalecer la conciencia colectiva. Se diferenció patria de nación, pues el primer concepto englobaría al pueblo, cargado de deberes, y el segundo, a la elite gobernante, privilegiada gracias al disfrute de plenos derechos. No se concibió la patria como un término comunitario, ni tampoco la nación como la compleja categoría mental en la que el ciudadano era consciente de su papel y actuaría en consecuencia para salvar las libertades políticas de las que era portador.2 1   Véase también Riquer i Permanyer, Borja. Escolta Espanya…, pp. 270-271. Esta idea estaría relacionada con la planteada por Borja de Riquer, en la que afirma que el Estado liberal tuvo ante todo una iniciativa de uniformar más que de nacionalizar, donde los ciudadanos debían considerarse españoles sin más. Esta concepción, unida a la exclusión de muchos grupos sociales, provocó que la falta de iniciativas fuera constante. 2   Núñez Seixas, Xosé Manuel. Los nacionalismos en la España Contemporánea…, pp. 18-21. Núñez Seixas hace una síntesis de la evolución del concepto de nación en España durante el siglo xix. En las Cortes de Cádiz de 1812, se concibió la nación española dentro de un planteamiento orgánico historicista: España era una comunidad forjada por la historia y la cultura. La incorporación del Romanticismo, con la concepción de un espíritu nacional que se fue uniendo a la concepción conservadora de unidad, hizo que la institución de la Monarquía y la religión católica se erigieran como los nexos de unión. A mediados del siglo xix se vería necesaria la recuperación de los símbolos iconográficos del pasado a través de la elaboración de una Historia de España. Para ver la evolución del término patria en España en el siglo xviii, sobre todo durante el reinado de Carlos III, se puede consultar el artículo de Fernández

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Para comprender el grado de efectividad de la inserción y reconocimiento de los símbolos y mitos nacionales, imprescindibles en la elaboración de la política conmemorativa española de la primera etapa de la Restauración, hemos tenido en cuenta en esta investigación los siguientes factores. Uno de ellos fue la inflexibilidad con la cual se definieron tales símbolos, dado que la burguesía temía conceder un papel demasiado protagonista al pueblo, como ya hemos dicho, además de la implicación que esto podría tener en el desarrollo de los poderes estatales hacia unos parámetros excesivamente democráticos. Esta escisión provocó que los símbolos no consiguieran tener la fuerza que hubieran podido desarrollar en otro contexto. Esta cerrazón a inculcar en el grupo de los gobernados un excesivo protagonismo limitó la evolución y transmisión de los propios mitos. Esta realidad se unió al hecho de que los mitos nacionales españoles que tuvieron una mayor presencia fueran hitos históricos interpretados por una sola corriente de pensamiento, de corte conservador en este caso, lo que dificultó la aceptación social de los mismos, porque se habían rechazado o apartado aquellos símbolos que habían identificado, por ejemplo, el mito fundacional del liberalismo. Es decir, que la falta de un consenso entre ambas corrientes o, más bien, la ausencia de un planteamiento previo en todos los sentidos provocó esta inclinación de la balanza hacia un único lado que no ayudó a potenciar el proceso de cohesión social. Este espacio en blanco permitió en las siguientes décadas un enfrentamiento por apropiarse de la escenificación de la Historia nacional en estos centenarios. Esta tendencia hay que explicarla en un escenario más complejo. Javier Moreno Luzón ha afirmado que el discurso españolista en la Restauración se acentuó en la última década del siglo xix, hasta la llegada al poder de Primo de Rivera. Esto se debió, en gran parte, a la irrupción con fuerza en el escenario político del catalanismo; a la potenciación de los discursos regeneracionistas tras el Desastre del 98; y, además, al aumento de la fuerza de la sociedad civil. La complejidad, para reiterar este término, radicaría entonces en que, en un principio, se dieron cita dos corrientes que llevaron a cabo de manera gradual y no unitaria estas políticas conmemorativas. Por un lado, hablaríamos de un nacionalismo liberal de raíz cívica, que fue debilitándose por la falta de apoyo, frente al empuje, por otro lado, de este nacionalismo español conservador de corte católico.3 Las figuras del pensamiento progresista liberal acataron las reglas del juego de la Restauración y, de este modo, se inició un camino que siguió el nacionalismo español, el cual asumió, gracias a esta evolución, un fuerte componente católico, excluyente y no inteAlbadalejo, Pablo. «Dinastía y comunidad política: el momento de la patria», en Pablo Fernández Albadalejo (ed.), Los Borbones. Dinastía y memoria de nación en la España del siglo xviii, Madrid, Marcial Pons, 2001, pp. 485 y ss. 3   Esta tendencia ha sido también señalada por Moreno Luzón, Javier. «Memoria de la nación liberal…», p. 208.

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grador. Este proceso se convirtió en un obstáculo para que se desarrollase un nacionalismo civil, que podría haber ejercido la función de fortalecimiento de la unión social. Bajo este panorama, a principios del siglo xx la propaganda patriótica española fue fruto de los sucesos acontecidos en las décadas anteriores. No solo se fundamentaría en la transmisión de ideas y de imágenes, sino que utilizaría los soportes de carácter simbólico que habían ido apareciendo en la segunda mitad del siglo xix, sobre todo los días de fiesta, anuales o puntuales, dedicados a la honra de los hijos ilustres de la nación o de una gesta histórica. Del resultado de la ecuación de estos factores, es decir, los mitos y los mecanismos de vinculación con los ciudadanos, a los que se sumarían el nivel de cohesión y desarrollo del Estado y el interés de integración de todos los miembros de la sociedad, se obtendría la valoración del éxito del discurso nacional elaborado.4 En España esta operación no se dio de manera automática, porque apareció una dificultad añadida, que fue la falta de comunicación entre la elite en el poder y los gobernados, además de la evolución con carácter excluyente de las corrientes ideológicas de afinidad nacional que ya hemos señalado. La imposición o la emanación de una idea de identidad de arriba hacia abajo no se podía concebir como un simple intercambio y aceptación de un mensaje entre un emisor y un receptor, que sería la sociedad española, de aquí su disfunción. La política conmemorativa de la época de la Restauración tampoco estuvo acompañada de un proyecto político renovador, como hemos mostrado en detalle en la discusión sobre las organizaciones de festejos y exposiciones, y este hecho dificultó aún más la movilización en torno a un único proyecto político interior y exterior. Aun así, de acuerdo con lo expuesto por Josep Fradera, sería excesivo responsabilizar por completo al Estado, concebido como sistema político, del grado de éxito de la formación, participación nacional e inclusión de la sociedad del siglo xix. Hay que tener en cuenta más factores, y evaluar los errores y aciertos del régimen de la Restauración según estos parámetros.5 Así, hemos de enumerar una serie de puntos que con4   En cuanto al concepto de débil nacionalización, podemos señalar aquí la matización de Enrique Ucelay-Da Cal, en su artículo «Cuba y el despertar de los nacionalismos en la España peninsular…», p. 177. Para Ucelay-Da, «no es tanto que hubiera una débil nacionalización en España en el siglo xix, como que no existía un consenso ideológico lo suficientemente convincente para imponerse dentro de un marco lineal condicionado por conflictos ideológicos sin resolver. En todo caso, la debilidad del mismo Estado —como la del “nacionalismo institucional” gastado que encarnaba y del nuevo y emotivo “españolismo” que clamaba por su endurecimiento— consiguió que tanto la administración como las ideologías que se identificaban con ella y pretendían defenderla fueran hiper-agresivas». 5   Fradera, Josep M. «Bajar a la nación del pedestal…», pp. 20-23. «El nacionalismo como tal exige situar el sentimiento de pertenencia a una comunidad cívica en el centro de la vida política, desatándolo de otras lealtades locales, regionales o cosmopolitas, [...] la comunidad nacional es la idea fundacional de la política moderna, aquella sobre la que se

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textualizaron la puesta en marcha de la política conmemorativa de estas décadas para comprender entonces su impacto, además de su evaluación. Por un lado, la diferenciación del desarrollo económico de las distintas regiones coincidió con aquellas donde se dieron transformaciones capitalistas y de este modo se desvincularían del proceso integrador nacional: Cataluña y País Vasco.6 Por otro lado, España entró a una velocidad diferente en los cambios económicos y sociales operados tras la Revolución Industrial. A esto se añadió la falta de una amenaza externa constante, excepto el conflicto con Estados Unidos, que tampoco encorajó a las elites políticas españolas a reflexionar sobre posibles medidas para fortalecer la unidad interna, como ha destacado, entre otros, Eric Storm.7 Otro punto en el que hay que insistir es que las conmemoraciones llevadas a cabo en España durante el periodo estudiado fueron iniciadas en la estela de lo que se realizaba en otros países de Europa occidental, a pesar de no seguir las mismas reglas. Insistiremos una vez más en la premisa de que los alternativos gobiernos en el poder no aprovecharon todas las posibilidades de los métodos de integración que fueron efectivos en otros países de Europa occidental, como el servicio militar y la educación.8 El perjuicio provino además del hecho de que las elites políticas españolas procedieron a llevar a cabo esta política conmemorativa con cierta asiduidad y rutina, sin un planteamiento previo de las consecuencias. Se atenazaron las posibilidades ofrecidas por este tipo de actos, en primer lugar, por la propia falta de previsión. El proceso era como un círculo, ya que al no concebirse de manera concisa y clara que los actos de un centenario, por ejemplo, se podrían erigir como posibles pilares de refuerzo del sistema político gobernante, ensombrecieron las posibilidades de una lectura más allá de la mera exaltación patriótica por parte de los ciudadanos. Por otro lado, el sempiterno deseo de los políticos españoles de la Restauración de eliminar cualquier resquicio por el que se pudiera cuestionar el régimen restaba poder de movilización a los actos programados. El enfrentamiento entre el proceso de exaltación de la identidad sustenta todo el edificio de la representación política en el mundo contemporáneo, aquella que define las lealtades básicas que regulan la pertenencia a un cuerpo político.» 6   Así lo ha señalado Antonio Elorza. «El 98 y la crisis del Estado-nación…», pp. 68-74. 7   Nos referimos a la obra de Eric Storm. La perspectiva del progreso…, p. 37. 8   Hay varios autores que han señalado estas fallas en la utilización de las estructuras sociales de integración, como el ejército y el sistema educativo. Véanse, Tusell, Javier. «Historia y arte en la época regeneracionista», en Octavio Ruiz-Manjón y Alicia Langa Laorga (eds.), Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo  xx, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 522. Javier Tusell también señaló el fracaso del ejército o la educación para impartir valores a la sociedad. Moral Ruiz, Joaquín del, Pro Ruiz, Juan y Suárez Bilbao, Fernando. Estado y territorio…, p. 633. El servicio militar obligatorio sacaba a los jóvenes de su ámbito familiar y local y los ponía en contacto con otra realidad: la de la nación. Núñez Seixas, Xosé M. «Los oasis en el desierto…», p. 502. También se podría destacar la falta de participación real del ciudadano en la vida política española, además de la falta de un enemigo exterior.

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nacional y el de integración de las clases populares hizo que el discurso patriótico perdiera fuerza, porque no se quería que se abriera la puerta a consecuencias incontrolables. En todo caso, difícilmente podemos evaluar el éxito de la política conmemorativa española simplemente estableciendo un paralelismo con lo sucedido en otras naciones, porque para ello hay que tener siempre presente una serie de puntualizaciones. Primero, que las condiciones de búsqueda de respuestas a los planteamientos sociales eran diferentes en cada país. Por ello, la medida que graduaría el éxito no sería válida por el punto de partida divergente. Segundo, en España se celebraron certámenes internacionales, centenarios, se elaboró un plan para monumentalizar la capital y se potenció el arte nacional mediante la creación, por ejemplo, de la Escuela Española en Roma, pero la incidencia de las consecuencias de esta política conmemorativa dependió del propio contexto político, histórico y social de España en el último cuarto del siglo xix y principios del siglo xx. El sentimiento era el de que no era necesario asentar una afinidad a la nación, porque ni España era un estado de nueva creación como Alemania, ni era necesario reforzar un nuevo régimen, como la III República francesa, y esto provocó que los centenarios adoleciesen en muchas ocasiones de falta de preparación, además de que la improvisación fuese constante. La sensación dada por los políticos era que a la propia idea de España, al ser considerada como una nación antigua, no le hacía falta ser legitimada. La cuestión sobre la viabilidad de la propia estructura gubernativa y directora del país se consideró por los políticos restauracionistas más una cuestión política que social. A pesar de estos obstáculos, se puede hablar de la defensa de determinados planes destinados a fijar un esquema de unidad porque, tras la muerte de Alfonso XII, los dos partidos en el poder tuvieron que centrarse en la estabilización del sistema político.9 Entonces, como ya hemos subrayado al principio y queremos destacar una vez más, es cierto que en España hubo una política conmemorativa. Hay dos adjetivos que definen la organización de estos actos: la improvisación y la excesiva burocratización, que a su vez limitaron las posibilidades sociales de las propias conmemoraciones. Evocaremos un último ejemplo, para explicar esta afirmación, en el intento, por parte de la Asociación de Escritores y Artistas, de organizar las juntas que a su vez debían reglar el programa de actos para celebrar el centenario de Calderón en 1881. La organización era tan enrevesada que, por un lado, provocó que muchas de las ideas iniciales no se llevaran a cabo; que, por otro lado, la financiación se perdiese por miles de vericuetos y, por último, que fuera imposible ponerse de acuerdo con el tiempo necesario antes de la fecha. Veamos lo que se propone en julio de 1880: el presidente de dicha Asociación sería el encargado de dirigir la comisión del centenario, compuesta por diecisiete miembros. Él mismo sería a su 9   Véase también Álvarez Junco, José. «Redes locales, lealtades tradicionales y nuevas identidades…», p. 83.

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vez vocal de la junta central y directiva, compuesta de los presidentes de las comisiones nombradas por cada una de las corporaciones oficiales y privadas. La comisión del centenario designaría las corporaciones a invitar. Reunidos tras este proceso siete presidentes, quedaría constituida la junta central, que cuidaría de las invitaciones y aumentaría el número de individuos a medida que participasen un mayor número de asociaciones.10 Si bien es verdad que se llevó a cabo el recuerdo del dramaturgo, los resultados fueron heterogéneos, en gran parte por la incapacidad de realizar una conmemoración flexible, ágil y, sobre todo, por la falta de un proyecto común. Una vez más queremos insistir en que el hecho de que las instituciones políticas e incluso intelectuales considerasen el sentimiento de pertenencia a la comunidad nacional española connatural en los mismos ciudadanos marcó estas pautas de las políticas conmemorativas. El empleo de los símbolos nacionales en España, durante el periodo de la Restauración, fue incierto en ocasiones, porque conservadores y liberales consideraron que estaban muy bien identificados con el Estado y cedieron un espacio para que las corrientes ideológicas externas al poder ejecutivo también pudieran mostrar sus propios símbolos.11 En el desarrollo del panorama político y social español de la segunda mitad del siglo  xix hubo dos factores, ya mencionados, que tuvieron una especial relevancia por su incidencia en el desarrollo del discurso en el que se definían los valores de la identidad española. Hemos visto, por un lado, como las instituciones eclesiásticas ejercieron un gran protagonismo en muchos de los actos realizados para festejar la propia nación, tanto en su simbología, es decir, la celebración de misas o procesiones, como en la paulatina apropiación de los puntos principales que definían la identidad nacional. Este hecho no tenía que revestirse de un carácter negativo. El problema apareció cuando a lo largo de las primeras décadas los rasgos de identidad fueron concebidos de manera excluyente. El hecho de que los gobiernos liberales de principios del siglo xx no apreciaran la importancia, tras la pérdida de las colonias, de incentivar un culto laico al propio Estado concedió un espacio que los sectores católicos más tradicionales supieron aprovechar. Aquellos últimos establecieron el paralelismo siguiente: el ser español venía definido, en primera instancia, por su condición de católico. El centenario de El Quijote en 1905 podría haber supuesto un nuevo punto de partida de la valoración en su justa medida de la importancia que la política conmemorativa, junto a una renovada reforma educativa y de formación, podían tener 10   AMSE, Secretaria Municipal de Sevilla, Negociado de Asuntos Generales, Colección Alfabética (C.A.), Sección Centenarios, Caja 215. Centenario de Calderón de la Barca, dictamen de la Comisión elegida para informar sobre la anterior proposición. Madrid, 15.07.1880. 11   Pere Anguera Nolla ha señalado la trayectoria de las fuerzas ideológicas que estaban fuera de la alternancia de partidos en el sistema político. Véase Anguera Nolla, Pere. «Introducción», Pere Anguera Nolla (ed.), Los días de España, Ayer, 51 (2003), p. 15.

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para difundir una idea que hubiera dotado de mayor cohesión a la sociedad, caracterizando este centenario, por ejemplo, con rasgos estatales civiles. La cuestión fue que la incomprensión por parte de la elite política e intelectual del requerimiento en la sociedad de nuevos hilos conductores y de unión junto con otro tipo de iniciativas, como, por ejemplo, la obligatoriedad del nivel primario de educación, dejó espacio para que los valores religiosos se erigiesen como baluartes casi únicos de la idea nacional. Quien no lo cumpliese, quien no aprobase estos rasgos como los exclusivamente definitorios de la idea patria, estaba fuera de la idea de ser español. Aquí radicó una de las dificultades del desarrollo de las políticas conmemorativas de las próximas décadas. El pasado español fue entendido como una sucesión de éxitos en clave de defensa religiosa, difícil de equiparar con otros valores. El segundo factor discrepante de la idea unilateral de identidad nacional fue el creciente sentimiento regionalista. En Cataluña y País Vasco este hecho desembocó en la creación de unas fuerzas políticas que en principio no tenían que poner en duda, ni cuestionar, el régimen político nacional. De hecho, en los discursos realizados con motivo del centenario del descubrimiento de América, se apostaba, en el caso catalán, de dotar de una mayor proyección al papel jugado por la Corona de Aragón en esta gesta, con una cierta complicidad de lo que podría representar para la posteridad este tipo de acontecimientos. En esta investigación hemos hecho un mayor hincapié en el caso catalán por su protagonismo en el campo cultural. No se puede obviar, además, que en la Exposición Universal de 1888 se puso el acento, en los discursos políticos, en que el éxito sería de España, para lo cual el pueblo catalán habría de esforzarse. Las trayectorias de las conmemoraciones nacionales y regionales siguieron una línea en el último tercio del siglo xix, donde el simbolismo empleado en los monumentos y actos era interpretado, comprendido y aceptado. El problema fue que, en el cambio de siglo, una fractura, que no implicó la caída del régimen, elevó el número de discursos alternativos regionales, que en ciertos casos eran contestatarios al emitido desde el Gobierno de Madrid. En muchos casos, los mitos nacionales comenzaron a interpretarse desde otra perspectiva y se resquebrajó el proyecto de una idea común, nacional, para todos.12 La visión castellanista en la lectura que se dio del pasado, en este proceso de recuperación de los mitos y su propaganda en las calles del país, hay que relacionarla con la aparición y el desarrollo de otros discursos patrióticos que hubieran demandado una mayor presencia conjunta. Esto nos conduce al importante papel de la elección, consciente o no, por parte de la elite política, económica e intelectual que formaba parte de las juntas directivas, de los mitos a glorificar en las conmemoraciones entre 1875 y 1905, rescatados del pasado y transportados a ese presente, tanto en la Exposición de Barcelona como en los centenarios. Con ocasión del certa12   También se puede leer esta idea en el artículo de Peiró Martín, Ignacio. «El tiempo de las esculturas…», p. 61.

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men universal en la ciudad catalana en 1888 y de las Exposiciones Históricas celebradas en Madrid con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892, hay que destacar que uno de los símbolos más recurrentes que identificaba a España, aunque con destellos de cierta ambigüedad, fue la idea del Imperio Hispánico, asociado a Castilla. No en vano la figura de Isabel la Católica, más que la persona de Fernando, sobre todo en 1892, fue una de las protagonistas del recuerdo del pasado. En ese momento, desde el campo de la historiografía, se fue recuperando, paulatinamente, la presencia de Carlos V y Felipe II. En realidad, el Imperio Hispánico ya era una pieza fundamental de la conciencia nacional. Lo que se escribía en las esferas académicas y lo que se asumía por parte de los que dirigían estas juntas conmemorativas se materializaba en las obras publicadas, en las conferencias, en las cátedras de ateneos y academias, en las exposiciones, pero, ante todo, formaba parte del imaginario mítico compartido por todo el ente social. En todo caso, la Edad Moderna fue la fuente principal, aunque no la única, de donde se rescataron aquellos episodios que debían transmitir la idea tanto de glorificación del pasado como de promesa de futuro. Los mitos que se celebraron en las cabalgatas públicas y en los lienzos exhibidos en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes se refirieron también a los protagonistas del esplendor ejercido en el campo cultural del Siglo de Oro y no se limitaron al poder político. El hecho de que la reivindicación de la historia de España se hiciese casi exclusivamente en clave castellana supuso otro obstáculo para dotar de un discurso unitario con un ideario compartido. Se habilitó casi sin debate previo, y esto lo queremos recalcar, una continuidad de la materialización de los mitos del pasado en estas conmemoraciones, que simplemente era una línea trazada de antaño. No hubo una discusión en torno a qué y quién era lo que identificaba a España. Se recuperaron los mitos compartidos y se celebraron, sin un mayor planteamiento previo de cuáles eran las consecuencias de ensalzar unos y guardar otros. Este panorama tan complejo ha dado pie a ciertos autores, como José Álvarez Junco, para hablar de la debilidad de los proyectos de nacionalización española por parte de los sucesivos gobiernos y regímenes del siglo xix español, cuyo resultado fue el fracaso de las políticas de identificación del ciudadano con el Estado. Matizaremos esta idea según los resultados de nuestra investigación, al recopilar las conclusiones que hemos establecido hasta ahora. Por un lado, la percepción de la debilidad del proceso de identificación con una idea nacional vendría, y esto es importante, del hecho de que no se consideró esencial para el futuro reforzar esta identidad, ni siquiera para consolidar los distintos regímenes políticos. Ni España era un país de reciente conformación, ni era necesario fomentar un sentimiento de adhesión ante la falta de un enemigo exterior claro, ni se había implantado un sistema político que en principio necesitase de un discurso de aceptación. La Restauración había recuperado a la monarquía, sistema que, excepto el paréntesis

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de la I República, había ocupado históricamente la jefatura del Estado. Era el eje vertebrador del país. Por todo ello, no hablaríamos estrictamente de debilidad del nacionalismo español en estas décadas de paso del siglo  xix al siglo xx, sino que matizaríamos este concepto por otra idea. La clave estaría en que la percepción de aquellos individuos que podían fomentar en el resto de la sociedad una idea que aunase todas las fuerzas centrífugas no concebía la necesidad de planear una adecuada política conmemorativa que uniese a la población en torno a una visión identitaria nacional del pasado. Se llevó a cabo, evidentemente, una cultura conmemorativa que tuvo como resultado, entre otros, desde festejos públicos, exposiciones y publicaciones hasta monumentos públicos, que hemos ido analizando detalladamente en las páginas de este libro, al ser los ejemplos más significativos de la política del recuerdo en España. Eso no es cuestionable. Lo que sí hemos percibido como conclusión, después del análisis de todo el cuerpo documental recopilado, es que en las ideas, las propuestas, los anticipos, los debates, todo lo que hemos ido desgranando a lo largo de los seis capítulos, no se planteó de manera tácita el fortalecimiento de la adhesión a un proyecto de identidad nacional español porque simplemente se creía inherente en los ciudadanos. Por otro lado, lo que sí influyó en la difusión de una idea histórica compartida fue la falta de coherencia de los planes de conmemoración, como ya hemos indicado en los párrafos anteriores, y que no nos cansamos de repetir porque lo consideramos un factor muy importante en el desarrollo de estos programas. La excesiva burocratización, la falta de previsión, la creación de numerosos planes que no se llevaron a cabo por falta de financiación, fueron el detonante de la escasa viabilidad de los actos llevados a cabo en diferentes ocasiones, con una escasa proyección popular. Quizá se cayó en una excesiva popularización que no distinguía los actos de recuerdo de la gran hazaña del descubrimiento del país de una mera feria en recuerdo de un patrón local. Este hecho puede ser interpretado como debilitador de un proyecto nacionalista. Hubo una propuesta de Luis Vidart, presidente de la comisión ejecutiva del centenario de Calderón de la Barca, para que se aprovechasen para el año siguiente las carrozas utilizadas con motivo del aniversario de la muerte de Cervantes en 1882, ya que, como el tercer centenario de su muerte sería en 1916, seguramente «habrá desaparecido la moderna y loable costumbre de conmemorar los centenarios de los varones dignos de tan señalada honra».13 Debería tenerse en cuenta el cierto retraso de España en la incorporación al ocio de masas, fruto de su tardía industrialización económica, y a una dialéctica no resuelta entre las antiguas tradiciones y las de nueva incorporación, aspectos que pueden ayudar a comprender el gran éxito de los actos más populares como las cabalgatas, que además de ser gratuitas tuvieron el nexo 13   Álbum Calderoniano. Homenaje que rinden los escritores portugueses y españoles al esclarecido poeta don Pedro Calderón de la Barca en la solemne conmemoración de su centenario celebrada en el mes de mayo de 1881, Madrid, Imp. Gaspar, 1881, p. VII.

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de unión con las procesiones tradicionales. Por otro lado, como hemos dicho, el Estado liberal español no supo ofrecer una alternativa a los símbolos con los cuales gran parte de la población se identificaba: los de carácter religioso y mitificador del pasado español muy asociado a la Iglesia. Asimismo, tampoco se ofreció una segunda opción a aquel nacionalismo popular y modernizador de los grupos fuera del sistema político, como los republicanos. Por ello, era difícil aunar una idea de identidad única, un paraguas bajo el cual los ciudadanos pudieran entender su posición y actuar en consecuencia. Las políticas conservadoras y liberales progresistas no fueron por el mismo camino en estos temas. Esto dificultó aún más el hecho de encontrar y estar de acuerdo con los puntos comunes que debía tener el discurso nacional. El hecho de que la Exposición Universal de Barcelona partiese de una iniciativa privada, impulsada luego sobre todo por los poderes municipales, nos habla de la escasa visión de los políticos de la Restauración con respecto a los beneficios que podía aparejar un tal acontecimiento. Todos estos puntos tampoco conllevaron, según nuestra conclusión, un fracaso completo de la política de exaltación y demarcación de unos símbolos reconocidos socialmente. Lo que queremos destacar es que, si bien se aunaron una serie de factores que dificultaron la canalización de las ideas desde el poder al resto de la sociedad, no podemos estar de acuerdo con la afirmación de que en la misma sociedad no hubiera un cierto consenso sobre cuáles eran los símbolos que identificaban a España, que hubiera una idea del pasado común y una identificación con el mismo. Este hecho se mostró en las conmemoraciones que eran una muestra de la exaltación de la historia y el pasado de la nación. El viajero francés Gaston Routier, que ya mencionamos en el capítulo 5, con motivo de la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América, a su llegada en tren a Sevilla destacó que no había más que banderas, arcos del triunfo, casas y balcones con los colores españoles, además de tapices por los muros, para recibir a la familia real.14 No se cuestionaban cuáles eran los símbolos que habían de engalanar las casas para recibir al jefe del Estado y, sobre todo, a los extranjeros que se disponían a pasar unos días en Sevilla, de camino a Huelva. Sería difícil subrayar estas palabras como la muestra de un total fracaso por parte del Estado liberal de asentar una serie de elementos que fueran reconocidos por los ciudadanos. Dentro de esta línea, queremos hacer un último apunte respecto a la efectividad de la movilización social de las políticas conmemorativas en las diferentes regiones. Hemos de señalar que nos mostramos de acuerdo con la opinión del historiador Ignacio Peiró, con respecto a que, sobre todo en el último cuarto del siglo xix, aparecieron políticas conmemorativas plurales en las distintas regiones españolas que, en principio, no supusieron un desacuerdo ni un cuestionamiento del pasado nacional en conjunto.15 Hubo un proce  Routier, Gaston. De Paris a Huelva…, p. 9.   Peiró Martín, Ignacio. «El tiempo de las esculturas…», p. 45.

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so dialéctico entre nación y región, del que ya hemos hablado, que en conjunto estaban ligadas a la idea de identidad en la que los ciudadanos se veían reflejados. El cambio de siglo y la catarsis social en la que se vio envuelta España en los últimos años de aquel siglo, culminada en el Desastre del 98, implicarían también que la comunicación entre estas dos corrientes comenzara a correr en paralelo y posteriormente en enfrentamiento, iniciado en las primeras décadas del siglo xx. En definitiva, hubo un interés por destacar y festejar determinados capítulos históricos, atendiendo a los valores que los propios mitos manifestaban. En relación con la Exposición Universal de Barcelona parece más clara esta premisa. La Ciudad Condal albergaría un certamen en consonancia con los parámetros financieros de una nueva era. Era importante mostrar en el escaparate internacional no solo que el país podía organizar tal acontecimiento, sino también que era una oportunidad, aunque fuera de cara al interior, de demostrar los avances en ciertos campos de la economía. Fue al mismo tiempo una muestra de la propia concepción que se tenía del pasado, con una amplia exposición de objetos que reivindicaban el orgullo de la posición que España tuvo en el periodo histórico moderno, bajo la estructura de la Monarquía Hispánica. Los actos en recuerdo y memoria de los hombres ilustres de la patria comenzaron en 1881, lo que dio paso a una sucesión, cada vez mayor, de una parafernalia, de parecido patrón, con puntos en común pero también con diferencias, que daban cuenta de los cambios que se operaban en el campo político y social español. 1892 y 1905 fueron dos fechas que recordaron los centenarios de dos acontecimientos que identificaban a España: por un lado, el descubrimiento de América, como esfuerzo colectivo, y por otro, la labor individual de un escritor, símbolo que identificaba a España, no solo por su origen, sino también por su obra. El escenario de estas conmemoraciones difirió por el contexto que se vivía en el país. Esto implicó una diferenciación como hemos visto en la propia concepción de los programas elaborados para festejar estas fechas. Por último, afirmamos de este modo que las conmemoraciones pueden ser analizadas, desde el punto de vista del éxito, según su capacidad de movilización social, en torno a un proyecto de unidad nacional, que además mostraría la visión de la sociedad de su pasado. Para ello habría que tener en cuenta, no obstante, que las conmemoraciones tuvieron la limitación de ser fruto de la actividad de las elites políticas e intelectuales, pero esto no eliminó el hecho de que, en la evolución de los discursos y actos de la política conmemorativa española, entre 1875 y 1905, se reflejasen los propios cambios del país. De esta manera, nuestros resultados sobre la evolución de la política conmemorativa permiten una interpretación más clara de los complejos procesos de desarrollo, sobre todo el de las mentalidades políticas, que caracterizaron a la sociedad española en las décadas finales del siglo  xix y principios del siglo  xx, y su mirada hacia la propia Historia nacional.

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62.  Rafael María de Labra. Cuba, Puerto Rico, Las Filipinas, Europa y Marruecos, en la España del Sexenio Democrático y la Restauración (18711918). María Dolores Domingo Acebrón. 63.  Literatura de viajes y Canarias. Tenerife en los relatos de viajeros franceses del siglo xviii. Cristina González de Uriarte Marrón. 64.  Poder y movilidad social. Cortesanos, religiosos y oligarquías en la Península Ibérica (siglos xv-xix). Francisco Chacón Jiménez y Nuno G. Monteiro (eds.). 65.  Failure of catalanist opposition to Franco (19391950). Casilda Güell Ampuero. 66.  Cambios y alianzas. La política regia en la frontera del Ebro en el reinado de Alfonso VIII de Castilla (1158-1214). Ignacio Álvarez Borge. 67.  Los moriscos en La Mancha. Sociedad, economía y modos de vida de una minoría en la Castilla moderna. Francisco Javier Moreno DíazCampo. 68.  ¿Verdades cansadas? Imágenes y estereotipos acerca del mundo hispánico en Europa. Víctor Bergasa, Miguel Cabañas, Manuel Lucena Giraldo e Idoia Murga (eds.). 69.  Gobiernos y ministros españoles en la Edad Contemporánea. José Ramón Urquijo Goitia. 70.  El Instituto Cardenal Cisneros de Madrid (18451877). Carmen Rodríguez Guerrero. 71.  Poderosos y Privilegiados. Los caballeros de Santiago de Jaén (siglos xvi-xviii). José Miguel Delgado Barrado y María Amparo López Arandia. 72.  Sospechosos habituales. El cine norteamericano, Estados Unidos y la España franquista, 19391960. Pablo León Aguinaga. 73.  La Primera Guerra Mundial en el Estrecho de Gibraltar. Economía, política y relaciones internacionales. Carolina García Sanz. 74.  Cum magnatibus regni mei. La nobleza y la monarquía leonesas durante los reinados de Fernando II y Alfonso IX (1157-1230). Inés Calderón Medina. 75.  Entre frailes y clérigos. Las claves de la cuestión clerical en Filipinas (1776-1872). Roberto Blanco Andrés. 76.  Dominación, fe y espectáculo. Las exposiciones misionales y coloniales en la era del imperialismo moderno (1851-1958). Luis Ángel Sánchez Gómez. 77. Amigos exigentes, servidores infieles. La crisis de la Orden de Cluny en España (1270-1379). Carlos M. Reglero de la Fuente. 78. Los caballeros y religiosos de la Orden de Montesa en tiempo de los Austrias (15921700). Josep Cerdà i Ballester. 79.  La formación profesional obrera en España durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República. María Luisa Rico Gómez.

¿Cómo fue formulada la identidad nacional española en las últimas décadas del siglo xix? En una cronología más tardía que en otros países europeos como Francia o Alemania, las elites españolas se embarcaron en un proyecto, a veces difuso, de debate y negociación de la idea de nación entre 1875, con la Restauración de la monarquía, y 1905, año del centenario de la publicación de El Quijote, ya con Alfonso XIII en el trono. Los actos conmemorativos fueron a la vez componentes y estrategias en este proceso, ejecutado bajo fuertes contradicciones e improvisaciones en un contexto histórico social complejo. El orgullo de la nación ofrece una novedosa interpretación de esta encrucijada gracias al análisis de numerosas fuentes documentales en el estudio de sucesivas conmemoraciones culturales, con un particular enfoque en el IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892. Dichas celebraciones, que contaron con diversos formatos, se erigieron cruciales en el proyecto de construcción de la

idea de nación. El escenario de este proceso de definición se complicó ante el Desastre del 98, que sirvió como catalizador de la reacción social nacional en la coyuntura de fin de siglo y que implicó, entre otras cosas, un cambio de perspectiva respecto al papel de España como potencia colonial. Este libro finalmente trata el giro en la percepción de la idea de nación operada tras la derrota ante Estados Unidos gracias al estudio del centenario de la publicación de la primera parte de Don Quijote de la Mancha. Este aniversario demostró que los retos de la sociedad española ya eran sustancialmente diferentes y supuso la puesta en escena del cambio en los mecanismos de socialización que se operaría en las políticas conmemorativas con las que definir la identidad nacional.

BEATRIZ VALVERDE CONTRERAS

Beatriz Valverde Contreras

EL ORGULLO DE LA NACIÓN: LA CREACIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL EN LAS CONMEMORACIONES CULTURALES ESPAÑOLAS (1875-1905)

Beatriz Valverde Contreras obtuvo el premio extraordinario de doctorado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid en 2012. Para la realización de su tesis doctoral disfrutó de una beca de Formación de Profesorado Universitario del Ministerio de Educación y Ciencia que le permitió estancias de investigación en Francia y Alemania, país en el que reside actualmente. Gran parte de su labor investigadora la ha desarrollado en el antiguo departamento de Historia Moderna del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, donde colaboró en distintos proyectos de investigación bajo la supervisión del profesor Alfredo Alvar Ezquerra. Ha publicado diversos artículos sobre la celebración de conmemoraciones culturales en España, con especial atención a la figura de Miguel de Cervantes, que le ha llevado a colaborar en la Gran Enciclopedia Cervantina. En la actualidad trabaja en una comparativa histórica social entre España y Portugal entre 1885 y 1914.

BIBLIOTECA DE HISTORIA

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EL ORGULLO DE LA NACIÓN: LA CREACIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL EN LAS CONMEMORACIONES CULTURALES ESPAÑOLAS (1875-1905)

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Ilustración de cubierta: la Sala España en la Exposición Hispano Americana de 1892 (© Biblioteca Nacional de España).

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