El Neolítico en el Bajo Vinalopó (Alicante, España) 9781407312859, 9781407342511

This volume focuses on the beginning and development of the Neolithic in the territories near the final section of the V

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Spanish; Castilian Pages [313] Year 2014

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Índice
Introducción
1. Las unidades de observación en el estudio de las sociedades neolíticas
2. El medio físico y los recursos naturales en el Bajo Vinalopó
3. Un siglo y medio de investigaciones sobrelas primeras comunidades agrícolas en el tramo final de la cuenca del río Vinalopó
4. Hipótesis sobre el proceso de implantación de los primeros grupos neoliticos en las comarcas centromeridionales valencianas
5. La Alcudia y el Neolítico antiguo en el Bajo Vinalopó
6. El yacimiento prehistórico de Los Limoneros II (Elche)
7. La Cova de les Aranyes(o del Frare) del Carabassí (Santa Pola)
8. Análisis químico de una muestra sedimentaria procedente del nivel 3 de la Cova de les Aranyes (Santa Pola)
9. El Alterón y los inicios de la explotación agropecuaria del entorno del Fondó de Crevillent-Elx
10. Excavaciones arqueológicas en la Platja del Carabassí (Elche)
11. Galanet (Elche): un nuevo yacimiento prehistórico en la margen izquierda del barranco de San Antón
12. El yacimiento de Galanet en el contexto geomorfológico del Bajo Vinalopó
13. Aportaciones al estudio del IV-III milenio cal BC en el Bajo Vinalopó desde la Palinología
14. Breve nota sobre el estudio carpológico yantracológico del yacimiento de Galanet
15. El repertorio cerámico de Galanet: análisis tipológico, tecnológico y petrológico
16. El instrumental lítico del yacimiento Neolítico de Galanet
17. Galanet: los adornos personales
18. Galanet: estudio de la malacofauna
19. La edificación con tierra: las evidencias constructivas en Galanet
20. Galanet (Elche): análisis químico instrumental de los materiales de construcción
21. El asentamiento de Galanet y el poblamiento neolítico en el Bajo Vinalopó
22. Del VI al III milenio cal BC: la configuración de nuevos espacios sociales en el valle del Vinalopó
Abstract The Neolithic in the Lower Vinalopó Valley (Alicante, Spain)
Bibliografía
Indice de figuras
Indice de tablas
Indice de autores
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El Neolítico en el Bajo Vinalopó (Alicante, España)
 9781407312859, 9781407342511

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El Neolítico en el Bajo Vinalopó (Alicante, España) Editado por

Francisco Javier Jover Maestre Palmira Torregrosa Giménez Gabriel García Atiénzar

BAR International Series 2646 2014

ISBN 9781407312859 paperback ISBN 9781407342511 e-format DOI https://doi.org/10.30861/9781407312859 A catalogue record for this book is available from the British Library

BAR

PUBLISHING

A los hermanos Ibarra, pioneros de la Arqueología en el Bajo Vinalopó

Índice

Introducción 01. Las unidades de observación en el estudio de las sociedades neolíticas Francisco Javier Jover Maestre y Gabriel García Atiénzar 02. El medio físico y los recursos naturales en el Bajo Vinalopó Francisco Javier Jover Maestre, Palmira Torregrosa Giménez y Eduardo López Seguí

7

09. El Alterón y los inicios de la explotación agropecuaria del entorno del Fondo del Crevillent-Elx Julio Trelis Martí, Francisco Andrés Molina Mas, Inmaculada Reina Gómez, José Ramón Ortega Pérez, Marco Aurelio Esquembre Bebia y Yolanda Carrión Marco

9

15

03. Un siglo y medio de investigaciones sobre las primeras comunidades agrícolas en el tramo final de la cuenca del río Vinalopó Francisco Javier Jover Maestre, Gabriel García Atiénzar y Palmira Torregrosa Giménez

10. Excavaciones arqueológicas en la Platja del Carabassí (Elche) Jorge A. Soler Díaz, Juan A. López Padilla, Gabriel García Atiénzar, Carlos Ferrer García y Alicia Luján Navas

19

04. Hipótesis sobre el proceso de implantación de los primeros grupos neolíticos en las comarcas centromeridionales valencianas Gabriel García Atiénzar y Francisco Javier Jover Maestre

11. Galanet (Elche): un nuevo yacimiento prehistórico en la margen izquierda del barranco de San Antón Palmira Torregrosa Giménez, Francisco Javier Jover Maestre y Eduardo López Seguí

29

05. La Alcudia y el Neolítico antiguo en el Bajo Vinalopó Sergio Martínez Monleón

12. El yacimiento de Galanet en el contexto geomorfológico del Bajo Vinalopó Juan Antonio Marco Molina, Pablo Giménez Font, Ángel Sánchez Pardo y Ascensión Padilla Blanco

39

13. Aportaciones al estudio del IV-III milenio cal BC en el Bajo Vinalopó desde la palinología José Antonio López Sáez, Francisca Alba Sánchez y Sebastián Pérez Díaz

06. El yacimiento prehistórico de Los Limoneros II (Elche) Virginia Barciela González, Gabriel García Atiénzar y Eduardo López Seguí 07. La Cova de les Aranyes (o del Frare) del Carabassí (Santa Pola) Antonio P. Guilabert Mas y Mauro S. Hernández Pérez 08. Análisis químico de una muestra sedimentaria procedente del nivel 3 de la Cova de les Aranyes (Santa Pola) Frutos C. Marhuenda Egea y Ricardo Ibanco Cañete

51

14. Breve nota sobre el estudio carpológico y antracológico del yacimiento de Galanet Leonor Peña-Chocarro, Mónica Ruiz Alonso y Diego Sabato

55

15. El repertorio cerámico de Galanet: análisis tipológico, tecnológico y petrológico Francisco Javier Jover Maestre, Palmira Torregrosa Giménez y Sarah B. McClure

93

16. El instrumental lítico de Galanet Francisco Javier Jover Maestre

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97

107

129

153

157

163

165

181

17. Galanet: los adornos personales Virginia Barciela González

197

18. Galanet: el estudio de la malacofauna Virginia Barciela González

201

19. La edificación con tierra: las evidencias constructivas en Galanet Francisco Javier Jover Maestre y María Pastor Quiles 20. Galanet: análisis químico instrumental de los materiales de construcción Eduardo Vilaplana Ortego, Isidro Martínez Mira, Ion Such Basañez, Jerónimo Juan Juan y Mª A. García del Cura

209

215

21. El asentamiento de Galanet y el poblamiento neolítico en el Bajo Vinalopó Gabriel García Atiénzar

249

22. Del VI al III milenio cal BC: la configuración de nuevos espacios sociales en el valle del Vinalopó Francisco Javier Jover Maestre y Gabriel García Atiénzar

259

Abstract. The Neolithic in Lower Vinalopó valley (Alicante, Spain)

273

Bibliografía

275

Pies de figuras

303

Pies de tablas

309

Indice de autores

311

Introducción

Como muy bien señalara L F. Bate (1998), en la disciplina arqueológica la capacidad individual o de un equipo de investigadores para generar nueva información empírica es enormemente limitada. A lo sumo en nuestra trayectoria investigadora, si la coyuntura económica y política lo facilita, podremos excavar, interpretar o reinterpretar un número muy reducido de contextos arqueológicos cuya información será de muy diversa calidad. Si, además, en nuestro ánimo está el desarrollo y validación de hipótesis sobre aspectos de lo social o del proceso histórico de una sociedad concreta, las limitaciones se multiplican. Es por esta razón que contar exclusivamente con la información generada por nosotros mismos en cualquier proceso de investigación no es ni adecuado, ni pertinente para el desarrollo de una investigación que pretenda responder a hipótesis de amplio alcance sobre aspectos históricos y sociales. Más bien, al contrario, la experiencia muestra que no podemos obviar la ingente labor efectuada por otros investigadores, a sabiendas de que los objetivos y planteamientos bajo los que se efectuaron pueden estar muy alejados de los nuestros.

Catálogos de Bienes y Espacios Protegidos elaborados y aprobados por los municipios, pero también ha puesto al descubierto nuevos yacimientos que se desconocían hasta el momento. A través de prospecciones o seguimientos arqueológicos efectuados como requerimiento de la aplicación de la Ley 4/98 de Patrimonio Cultural Valenciano en el desarrollo de obras públicas o privadas, han sido registrados un amplio número de enclaves prehistóricos de los que no se tenía constancia y que constituyen, en la actualidad, la documentación de mejor calidad en la zona en estudio. En cualquier caso, no podemos olvidar que lo ideal en todo proceso de investigación sería poder desarrollar un proyecto previamente planificado que permitiera la prospección sistemática de un espacio geográfico y la excavación de uno o varios yacimientos. Por desgracia, la coyuntura económica y política no permite desde hace varios años iniciar una programación de estas características, y dudamos que en futuro inmediato pueda ser abordado. No obstante, en esta obra se recogen los resultados de algunos de estos modestos proyectos efectuados en los primeros años del siglo XXI.

Ahora bien, no podemos emplear la información generada por otros colegas sin adoptar una actitud crítica sobre la misma, convirtiéndose ésta en una parte muy importante dentro del proceso de investigación arqueológica. Revisión y análisis que implica la realización de una labor crítica con el objeto de ordenar la información, jerarquizarla en función de su contenido y calidad, y reinterpretarla en relación con nuestros objetivos de investigación. Esta labor se hace más necesaria, si cabe, cuando a través de diversos trabajos de investigación se ha efectuado el estudio de fondos materiales depositados en museos, obteniéndose un cuerpo documental de mejor calidad, que puede contribuir a avanzar en el proceso investigador.

Con todo, el presente trabajo sobre el Neolítico en las tierras del tramo final del río Vinalopó pretende aunar estos tres aspectos de la investigación arqueológica: en primer lugar, la realización de una labor crítica con la información producida hasta la fecha, incorporando, además, un pequeño cuerpo documental escasamente publicado; en segundo lugar, presentar luna hipótesis sobre el proceso de ocupación del tramo final del Vinalopó; y, en tercer lugar, presentar nuevos datos obtenidos en el marco del desarrollo de diversas excavaciones arqueológicas como la Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola), la Platja del Carabassí (Elche), el Alterón (Crevillente), Los Limoneros y Galanet (Elche), estos dos últimos documentados como resultado de labores de salvamento en el Campo de Elche bajo la dirección de la empresa Alebus Patrimonio Histórico S.L. Todos estos yacimientos, encuadrados en el contexto arqueológico regional, son la base para proponer la dinámica del poblamiento de los primeros grupos agropecuarios en la zona, desde finales del VI ó principios del V milenio, hasta aproximadamente inicios mediados del III cal BC.

Por otro lado, junto a la señalada necesidad de revisar la información producida por otros investigadores, no podemos olvidar la información obtenida sin que medie el desarrollo de un proyecto de investigación con objetivos y preguntas al registro. En los años previos al desarrollo de la actual crisis financiera y económica, el crecimiento poblacional y económico en las zonas costeras de la fachada oriental de la península Ibérica generaron la necesidad de nuevas infraestructuras. La apertura de nuevos polígonos industriales y de amplias circunvalaciones han afectado a diversas áreas o zonas arqueológicas ya recogidas en los 7

El Neolítico en el Bajo Vinalopó Bernabeu et alii, 2006a; 2008). Entre los conjuntos arqueológicos del ámbito regional que han posibilitado que las tierras levantinas sean uno de los territorios mejor conocidos de la península Ibérica, se encuentran la Ereta del Pedregal (Pla et alii, 1983; Juan Cabanilles, 1994; 2009), Les Jovades (Bernabeu et alii, 1993; Pascual, 2005), Niuet (Bernabeu et alii,1994), Alt del Punxó (García y Molina, 1999; Bernabeu y García Puchol, 2005; García Puchol et alii, 2008), Arenal de la Costa (Bernabeu et alii, 1993; García Puchol, 2005), Colata (Gómez et alii, 2004), Abric de la Falguera (García y Aura, 2006), Illeta del Banyets (Soler Díaz, 2006), Cova d’en Pardo (Soler Díaz et alii, 2002; 2008; 2013), Fuente Flores (Juan Cabanilles, 1988; Juan Cabanilles et alii, 2005), La Vital (Bernabeu et alii, 2006b; Bernabeu et alii, 2010; Pérez Jordà, 2011), Molí Roig (Pascual y Ribera, 2004), Camí de Missena (Pascual et alii; 2005), Barranc de Beniteixir (Pascual Beneyto, 2010), l’Alqueria de Sant Andreu (Pascual et alii, 2008) y La Torreta-El Monastil (Jover et alii, 2001; Jover, 2010), además de algunos yacimientos de momentos previos como la Cova de Sant Martí (Torregrosa y López, 2004), Tossal de les Basses (Rosser y Fuentes, 2007; Rosser, 2010, García Atiénzar, 2009); Calle Colón (García Atiénzar et alii, 2006) o Benàmer (Torregrosa et alii, 2011).

Con todo, el presente volumen está integrado por 22 capítulos en los que han participado un total de 38 investigadores e investigadoras de diversas instituciones –Universidades de Alicante, Granada, Cagliari, State Pennsylvania, UNED, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, MARQ, Museu de Prehistòria de València, Museo Arqueológico de Crevillente, Museo de Calpe y empresas de arqueología –Alebus Patrimonio Histórico, S.L. y Arpa Patrimonio, C.B.–. A todos ellos gracias por las facilidades dadas y por su total implicación en la elaboración de la presente monografía. En cuanto a la estructura de la presente obra, queremos señalar algunos aspectos para una más rápida comprensión. En el primer capítulo se exponen algunas anotaciones sobre los planteamientos teóricos desde los que se ha intentado abordar, aunar e interpretar un amplio y variado cuerpo documental; a partir de éste, en el segundo capítulo se presentan algunos datos geográficos de la zona para situar al lector. En el tercer capítulo, se abordará la historia de las investigaciones en la zona. Así, la labor crítica sobre la información producida, se ha concretado en un capítulo de carácter historiográfico donde se muestra el estado actual de las investigación en el ámbito regional más próximo al Bajo Vinalopó, fundamentalmente las diversas cubetas de la cuenca del Vinalopó y la prolongación de la fosa intrabética, hasta el Camp d’Alacant. Todo ello permite que, en el siguiente capítulo, se pueda presentar una hipótesis sobre el proceso de expansión y consolidación de los primeros grupos neolíticos en el ámbito regional, El conjunto de hipótesis presentadas constituye el marco para presentar, analizar y ubicar cronológicamente diversos yacimientos excavados recientemente en el Bajo Vinalopó como son Los Limoneros II, la Cova de les Aranyes del Carabassí, El Alterón, Platja del Carabassí y Galanet, así como contextualizar mejor algunas evidencias de yacimientos conocidos desde hace décadas como La Alcudia o Figuera Redona. En el caso de Galanet, dado el ingente volumen de información, se ha considerado necesario desglosarlo en varios capítulos.

Conocemos ampliamente las características de las estructuras negativas documentadas en estos yacimientos, especialmente, de los silos, fosas, fosos y cubetas, similares a las reconocidas en otras comarcas cercanas (Lomba, 2001; Martínez y San Nicolas, 2003; García y Martínez, 2004; Pujante, 2005; García Atiénzar, 2010a) y en buena parte del mediodía peninsular (Díaz del Río, 2001; 2003; Oliveira, 2005). Para el ámbito regional, también contamos con alguna información sobre las características de las estructuras interpretadas como fondos de cabaña, como las constatadas, de modo parcial, en Arenal de la Costa (Bernabeu et alii, 2003) o la estructura nº1 de La Torreta-El Monastil (Jover, 2010). Pero también de fosos de gran tamaño como los documentados en l’Alt del Punxó (García Puchol et alii, 2008) y de menor tamaño, pero excavados en su totalidad en La Torreta-El Monastil (Jover, 2010). Y, el grado de información sobre el repertorio material y la gestión de los recursos naturales y producidos se ha empezado a considerar suficiente como para realizar inferencias sobre el grado de organización social del trabajo (Bernabeu et alii, 2006a; Jover, 2010; Jover y López, 2010). No obstante, la información disponible es todavía muy limitada, no tanto por el análisis de lo excavado, sino por la imposibilidad de contar con la información de un yacimiento excavado en su totalidad, no pudiendo inferir la organización interna de las unidades domésticas.

Para finalizar, a la luz de la nueva información y su interpretación, se expone, en un capítulo final a modo de recapitulación y primeros apuntes, una valoración sobre el desarrollo del proceso histórico de aquellas primeras comunidades agrícolas del Bajo Vinalopó, haciendo especial hincapié en la relación de la zona con el ámbito del cuadrante sudoriental de la península Ibérica. Para acabar este texto introductorio, nos gustaría insistir en un aspecto que nos parece importante. El volumen de información y el grado de conocimiento se ha multiplicado y mejorado considerablemente en los últimos años. De aquellas importantes jornadas sobre El Eneolítico en el País Valenciano celebrado en los primeros días de diciembre de 1984 en Alcoi (Hernández (coord.), 1986), donde se exponían novedades sobre diversos aspectos del hábitat y la cultura material, se ha dado un salto cualititativo en la investigación, al contar con varios yacimientos excavados en extensión, un buen conjunto de dataciones absolutas, un amplio y consistente nivel de análisis de la cultura material y una propuesta de periodización bastante ajustada a la realidad (Bernabeu, 1995, García Atiénzar, 2007; 2009;

En este sentido, la información que a continuación presentamos sobre los yacimientos de la Cova de les Aranyes del Carabassí, Los Limoneros II, Platja del Carabassí, El Alterón y Galanet constituye una nueva aportación sobre la secuencia y ocupación del territorio en la cuenca del Vinalopó y, por extensión del este peninsular, a más de permitir algunas reflexiones sobre la inferencia de áreas de actividad y unidades domésticas de las poblaciones que los efectuaron. A los lectores corresponde valorar el interés de las aportaciones aquí presentadas. 8

1. Las unidades de observación en el estudio de las sociedades neolíticas

Francisco Javier Jover Maestre Gabriel García Atiénzar

El estudio de las sociedades de la Prehistoria reciente en el Levante peninsular ha experimentado un cambio sustancial en las últimas décadas. Desde la década de 1990 se han multiplicado las publicaciones y los proyectos de investigación como consecuencia de la consolidación de un amplio número de profesionales en universidades, museos y empresas. La configuración de varios equipos de investigación multidisciplinares ha sido clave en la proyección que, en la esfera nacional e internacional, han adquirido los trabajos emprendidos.

En cualquier caso, y a pesar de la relevancia otorgada a los “objetos”, tampoco debemos olvidar la importancia que desde hace algunos años ha adquirido en las investigaciones en el este peninsular el análisis de los asentamientos, tanto en lo que se refiere, utilizando las palabras de K.C. Chang (1967: 49), a la distribución de sus características y su estructuración espacial o microespacio, como a la relación espacial entre los diferentes asentamientos en la forma y en el tiempo o macroespacio. Tanto en el primer caso, como en el segundo, se han publicado un destacado número de trabajos. Ahora bien, el análisis del asentamiento como unidad de observación, que venía fraguándose desde décadas atrás, alcanzó una nueva dimensión con la perspectiva macroespacial, iniciada en este ámbito geográfico, a nuestro entender, con las reflexiones que sobre el patrón de asentamiento entre el Neolítico y la Edad del Bronce propusieran J. Bernabeu, I. Guitart y J. Ll. Pascual (1989). En este trabajo se exponía, además de los cambios observados en el patrón de asentamiento entre el VI y el II milenio cal BC, los diferentes tipos de estructuras documentados en cada etapa y se relacionaba con modelos de poblamiento aplicados en arqueología y tomados de la antropología y la geografía locacional.

Sin embargo, la necesidad de abordar proyectos de investigación desde distintas posiciones teóricas se encuentra todavía en sus fases iniciales, a pesar de que, desde hace unos años, se vienen observando los primeros pasos en esta línea. Esta situación se debe, en nuestra opinión, a que desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, la práctica arqueológica en este ámbito territorial se ha desarrollo sin grandes sobresaltos bajo los principios teóricos del Historicismo, al igual que en otras regiones del estado español. La corriente histórico-cultural hizo que el interés central no fuese el estudio de las sociedades pretéritas sino, más bien, los “objetos” como elementos observables y clasificables con un sentido puramente taxonómico, al igual que lo realizaban el resto de las ciencias naturales con su objeto de estudio (Jover y López, 2011). Y, en esta dinámica, los objetos han sido y siguen siendo, en el quehacer de muchos investigadores, la principal unidad de observación y análisis con la que interpretar el registro arqueológico, bien en su dimensión temporal, como fósil director para el establecimiento del encuadre cronocultural de cualquier yacimiento, bien espacial, como definidor de áreas culturales y, sobre todo, de los procesos de aculturación. En este sentido, el progreso tecnológico y cultural ha sido el eje central del discurso explicativo de los cambios observados en el registro arqueológico.

En fechas más recientes tampoco podemos olvidar otros trabajos en los que se proponía el uso de otras unidades de observación. Así, en 1999, uno de nosotros contemplaba la necesidad de introducir, en el estudio de las sociedades concretas de la Edad del Bronce del este peninsular, la inferencia de las áreas de actividad, no como una unidad más, sino como la principal unidad de observación y análisis con contenidos sociales en relación directa con los procesos que intervienen en el ciclo producción-consumo de toda sociedad concreta (Jover, 1999: 43-47). Siguiendo los trabajos de L. Manzanilla (1986) y de G. Sarmiento (1992), intentamos establecer, a partir de una labor crítica sobre la información producida por otros investigadores, la inferencia de diversas áreas de actividad en diversos espacios excavados en los yacimientos de la Edad del Bronce en el este peninsular.

Por esta razón, no debe extrañar que los “objetos” en sí mismos continúen siendo la principal unidad de observación en la práctica arqueológica, claramente asociado a la periodización cultural “regional” y a la propuesta y mantenimiento de “horizontes” o “Edades” de “progreso”.

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El Neolítico en el Bajo Vinalopó En la misma línea, interpretábamos (Jover, 1999; Jover y López, 1999: 250), a partir de las características materiales documentadas, que determinados asentamientos de la Edad del Bronce se constituían en unidades básicas de producción y reproducción biológica –pero sin autonomía en cuanto a reproducción social–, lo que a la postre venía a ser la inferencia de unidades domésticas, y por tanto, la materialización en contexto arqueológico de la actividad de grupos domésticos (Lastell, 1972; Flannery y Winter, 1976; Manzanilla, 1986: 14), base organizativa de entidades sociales de clara implantación territorial. Esta misma propuesta es la que hemos mantenido con mayor contenido explicativo en sucesivos trabajos (Jover y López, 2004; 2009).

las dificultades para el reconocimiento e interpretación del registro arqueológico también serán de distinto orden en relación directa con los principios de formación y transformación de los contextos arqueológicos (Shiffer, 1976, 1977, 1986, 1990; LaMotta y Shiffer, 1999). Y en virtud de estos aspectos, referirnos al uso de conceptos operativos como son las unidades de observación y análisis adquiere una dimensión enormemente destacada. Como ya hemos expuesto, los objetos han sido y siguen siendo una de las principales unidades de observación, tanto como elementos de identificación cultural a partir de rasgos o atributos (Tschauner, 1985), como artefacto en relación con su funcionalidad o como producto social (Ruiz et alii, 1984). Y, en este sentido, consideramos que sigue siendo la unidad mínima de observación con información útil para el estudio de lo social, aunque evidentemente adquiere su máxima proyección y contenido, desde nuestra perspectiva, como producto social con su participación en las diversas actividades o tareas desarrolladas en toda sociedad para su mantenimiento y reproducción.

A partir de estas propuestas, han sido pocos los trabajos en los que se ha comenzado a vislumbrar la intención de introducir el uso de nuevas unidades de observación en la interpretación del registro arqueológico. En este sentido, nos gustaría destacar dos trabajos. En primer lugar, la propuesta de M. Gómez Puche (2004) sobre la necesidad de introducir como categorías de análisis, el grupo doméstico o household, siguiendo los planteamientos de la antropología norteamericana (Wilk y Rathje, 1982: 618; Wilk y Netting, 1984), intentando reconocer la unidad familiar como unidad económica básica y eje central para el estudio de las sociedades. En este sentido, como household han sido interpretados numerosos asentamientos dispersos documentados para el Neolítico antiguo en la cuenca del Serpis (Bernabeu et alii, 2006, 2008). Y, en segundo lugar, más recientemente, otros autores (García Borja et alii, 2011: 127) han propuesto el uso de otra serie de unidades concatenadas. Quizá la unidad en la que más han insistido es la de comunidad, para referirse a diversas agrupaciones espaciales de yacimientos neolíticos cardiales, e integradas por diversas familias que explotan un mismo territorio. La comunidad es reconocida, según estos autores, a partir de las particularidades de la cultura material, especialmente de los diseños decorativos cerámicos.

Esta unidad de observación y análisis inferible en el registro arqueológico comenzó a ser formalizada conceptualmente en la década de 1970, después de la formalización de otra de las unidades básicas del procesualismo, como es el asentamiento. Casi a la vez que Chang (1967) definía el asentamiento y sus escalas espaciales de análisis, en un trabajo sobre el ámbito mesoamericano, editado por K. V. Flannery (1976) –aunque previamente ya se habían ido publicado diversas anotaciones (Winter, 1972; Flannery, 1972)– se formalizaban por primera vez las áreas de actividad –activity area–, cuyo análisis específico podría efectuarse o no en relación con la household cluster1 o conjunto de evidencias materiales propuesta por M. Winter, reconocible habitualmente por una casa-habitación y diversas áreas de actividad en su entorno, como manifestación de un grupo doméstico. Como unidad territorial, propusieron la región, definida como la población integrada en un sistema global de asentamiento que participa de un mismo patrón de subsistencia, dentro de un marco ecólógico concreto.

Con esta situación, desde nuestros planteamientos teóricos, consideramos oportuno exponer algunas reflexiones sobre qué unidades de observación van a ser utilizadas en el presente estudio, no sin antes realizar algunas puntualizaciones previas.

Desde entonces hasta ahora se han formalizado teóricamente dichas unidades de observación desde diversas posiciones teóricas. Desde los planteamientos de la Arqueología Social se han reformulado los sistemas mundo de Wallerstein (Nocete, 1999), las áreas de actividad (Sarmiento, 1992) y, especialmente las households o unidades domésticas (Flores, 2007; Souvatzi, 2008). Esta última unidad ha sido criticada desde muy diversas concepciones teóricas, especialmente desde los análisis de género, la agency y la teoría de la práctica adquiriendo una enorme variedad de matices –procesos laborales, distribución espacial, género, grupos de edad, relaciones de poder o de subordinación, etc.– y posibilidades de observación y análisis sobre el registro arqueológico (Santley y Hirth, 1993; Robin, 2003; Allison, 1999; entre otros).

La importancia del registro arqueológico como fuente de información histórica reside en el hecho de que, a pesar de haberse desvinculado hace mucho tiempo de la actividad humana, pasando de contexto momento –contexto sistémico en palabras de M. Shiffer (1990)– a contexto arqueológico (Bate, 1998), y de haber sufrido numerosas alteraciones y transformaciones, todavía mantiene lazos e información sobre los grupos humanos que inicialmente los procuraron. De lo contrario, no tendría sentido su estudio. Pero también debemos de ser conscientes de que la información arqueológica con la que podemos trabajar siempre será muy limitada; que la representatividad de los distintos aspectos a valorar tampoco serán similares y que 10

1. Las unidades de observación en el estudio de las sociedades neolíticas Ahora bien, sí queremos destacar el trabajo que en este sentido se ha realizado desde la Arqueología Social Latinoamericana (Sanoja, 1981, 1984; Veloz Vagiolo, 1984; Manzanilla, 1986; López Aguilar, 1990; Vargas, 1990; Sarmiento, 1992; Fournier, 1995; 1997; Bate, 1998; Acosta, 1999; González Quesada, 2004; Flores, 2007) en relación con necesidad de relacionar las categorías de la teoría sustantiva y los conceptos operativos de la teoría de lo observable, otorgándoles contenido social e histórico.

de trabajo efectuados en toda sociedad concreta (López Aguilar, 1990: 102). Aunque los artefactos y los arteusos (Lull, 1988) muestran la inversión de trabajo efectuada y permiten inferir los procesos de trabajo que tuvieron que efectuarse, la inferencia de áreas de actividad constituye, desde nuestro punto de vista, la unidad mínima de análisis del registro arqueológico, ya que son el reflejo del trabajo objetivado de actividades humanas desarrolladas en un espacio concreto, con objetivos funcionalmente específicos relevantes para el estudio de la organización social. En definitiva, a través de las áreas de actividad se puede establecer la cadena de inferencias que nos permiten reconocer los procesos de trabajo determinados, modos de trabajo y modo de producción de toda sociedad concreta.

Partiendo del materialismo histórico como teoría sustantiva y su articulación con la teoría de formación de los contextos arqueológicos y la teoría de la historia de la producción de la información (Bate, 1998), consideramos que la vida cotidiana (Veloz, 1984) de cualquier sociedad humana está constituida por numerosas actividades simultáneas, sucesivas y recurrentes en el tiempo y en el espacio, y muestran como se obtienen, producen, distribuyen y consumen los medios de vida necesarios para el sostenimiento y reproducción de la totalidad social. Así, las áreas de actividad son de enorme importancia al tratarse de los lugares específicos en el espacio, del trabajo efectuado (Flores, 2007: 54). El trabajo como proceso, aplicado a la apropiación de la naturaleza y de los recursos, deviene en bienes u objetos, y permite determinar las relaciones que se establecen entre las personas en relación con cómo se produce, y cómo se distribuye y asigna lo producido para su consumo (Lull y Micó, 2007), determinado la posición que cada individuo ocupa y permitiendo la socialización humana (Engels, 1982). Las dimensiones del trabajo son variadas y extensas. Implica una amplia cadena de tareas internas que van desde la obtención del recurso hasta su desecho, los elementos que integran el proceso –fuerza de trabajo, medios y objetos de trabajo, condiciones de trabajo–, al resultado final del proceso productivo que no es otro que el bien o producto y su conexión con otros procesos de trabajo en los que pudo participar (Marx, 1991; Flores, 2007: 62).

Por su parte, la unidad doméstica constituye la manifestación empírica, en contexto arqueológico, del conjunto de actividades, temporal y espacialmente determinadas, efectuadas de forma recurrente por todo grupo doméstico (Lastell, 1972: 4-5), y que son socialmente necesarias para la subsistencia de sus miembros. Las formas culturales establecen las características de las actividades realizadas así como el uso que se realizó del espacio, aunque son numerosas las variables que pueden determinar su organización y distribución espacial (Flores, 2007: 89-91). Podemos decir, por tanto, que el grupo doméstico es la expresión organizativa que los grupos adoptan en toda sociedad en relación con la producción básica y el mantenimiento y reproducción de los individuos, aunque puede extenderse también a la producción de artefactos o bienes necesarios por otras unidades domésticas o comunidades más amplias. Son, siguiendo en parte a V. Lull y R. Micó (2007: 246), la expresión básica de la organización de la asignación-distribución, entendida como la parte de la producción social.

Con todo, las áreas de actividad pueden presentar una enorme multiplicidad de variaciones en su fenomenología, por lo que en un contexto arqueológico2 nunca podrá identificarse, solamente inferirse (Flores, 2007: 54). Siguiendo a López Aguilar (1990: 100) una actividad laboral como segmento temporal, sea del tipo que sea, nunca será la conservación de un contexto momento en un contexto arqueológico, ni tampoco el resultado de un evento único.

Dado que las acciones sociales son dinámicas y cambiantes, las evidencias arqueológicas que integran una unidad doméstica y que permiten inferir el espacio utilizado por grupos domésticos, pueden ser de muy diverso tipo, y están supeditadas a las funciones atribuibles a los espacios excavados3. El espacio gestionado por todo grupo doméstico no se limita al espacio definido por una casa, estructura o unidad habitacional (Curià y Masvidal, 1998: 230), aunque evidentemente todo espacio residencial, natural o edificado, constituye una parte importante para el desarrollo de parte de las actividades señaladas, mucho más en sociedades clasistas donde las nuclearizaciones poblacionales políticamente dirigidas para controlar a la fuerza de trabajo, la división social del trabajo y la especialización laboral alcanzada, supone e implica la creación de espacios específicos de producción disociados de los espacios domésticos, donde controlar los procesos laborales y el producto resultante. A los espacios habitacionales, residenciales o viviendas de diferente calidad, magnitud y estructura, en función de la posición que el grupo domés-

Por tanto, las áreas de actividad debemos concebirlas como una manifestación empírica de una actividad o una serie de éstas, socialmente necesarias, simultáneas y/o sucesivas, que se realizan en un espacio, con límites espaciales definidos en asociación con los artefactos que participan en su realización así como los resultados de su acción, y que reflejan el trabajo acumulado por la repetición de la misma (Flores, 2007: 64). En definitiva, son la materialización de los procesos de trabajo determinados vivos, cuya asociación espacial, temporal y funcional constituye los modos 11

El Neolítico en el Bajo Vinalopó tico ocupe en la sociedad, se deben añadir o considerar espacios adyacentes donde se realizan una amplia diversidad de procesos de trabajo determinado, entre los que podemos encontrar, según el grado de desarrollo socioeconómico, desde hogares y áreas de desecho, cobertizos, áreas de almacenamiento, tierras de cultivo, rediles o espacios de inhumación o de culto, entre otros. En la organización de todo este conjunto de actividades intervienen numerosas variables que, sin ánimo de enumerarlas, pueden ir desde el número de miembros, a las formas de consumo, condiciones del medio físico, materias primas disponibles a las relaciones establecidas entre grupos domésticos (Flores, 2007: 90).

las unidades de observación son necesarias por el hecho de que las posibilidades del registro arqueológico son ilimitadas, pero nuestras condiciones y medios de observación son ampliamente limitados y solamente planteando unidades de observación en relación con los objetivos planteados permitirá articular una estrategia de investigación consecuente. En este sentido, las unidades de observación que consideramos fundamentales en nuestro trabajo, debidamente articuladas y concatenadas son:

En definitiva, a partir de la inferencia en el registro arqueológico de unidades domésticas, podremos establecer una cadena de actividades subsistenciales o no desarrolladas en el seno de cada grupo doméstico y las relaciones de reproducción e instituciones sociales que controlan la reproducción biológica (Flores, 2007: 91). Si a ello le unimos que partir de las áreas de actividad podremos inferir los modos de trabajo en su articulación con el modo de producción, estaremos más cerca de determinar las partes esenciales de la sociedad concreta en relación con su modo de vida y estructura socioeconómica. La articulación de ambos conceptos operativos se constituye en el nexo de unión entre las categorías centrales de los planteamientos que aquí vamos a seguir, imbricados en una unidad de observación mayor como es el espacio social. Siguiendo a González Quesada (2004: 84) el espacio social debe ser entendido como “el espacio físico donde toda sociedad concreta realiza sus actividades esenciales que requieren de procesos de trabajo vivo, comprometiendo una cierta cantidad de medio en función de la calidad esencial de la misma”. En este sentido, la articulación espacial y temporal de las unidades domésticas y áreas de actividad es lo que permitirá determinar la organización social y política de las sociedades concretas en estudio, así como su proceso histórico. Por último, nos gustaría insistir en el diseño y en la estrategia de investigación que hemos trazado en la realización de este trabajo. Dado que nuestro objetivo de investigación se centra en generar una representación del proceso histórico de los primeros grupos agropecuarios de las tierras del Vinalopó, generando datos con contenido social, somos conscientes de la necesidad de trabajar con información de calidad que permita realizar una cadena lógica de inferencias e intentar registrar el ámbito del espacio social, donde por necesidad, cada sociedad concreta, sinteriza su devenir, desarrolla y reproduce sus actividades elementales para su reproducción social. En este sentido, desde nuestra perspectiva, determinar las unidades de observación y análisis y su inferencia es una labor esencial, ya que constituyen el vínculo entre nuestro cuerpo teórico y el registro arqueológico, siendo pertinentes a los objetivos planteados. Por tanto, consideramos que 12



Los artefactos, arteusos y circundatos (Lull, 1988) como unidades mínimas con información en sí mismas, pero especialmente en contexto arqueológico.



Las áreas de actividad que, siguiendo a G. Sarmiento (1992), debemos diferenciar entre áreas de producción, almacenamiento/distribución, consumo y desecho. Es importante indicar que las áreas de actividad pueden inferirse en el registro arqueológico a partir de la existencia en el espacio y en una dimensión temporal concreta, a partir de una asociación de artefactos, arteusos y circundatos, vinculados o no a otros elementos. Por otro lado, un área o un cúmulo de áreas de actividad pueden por sí mismas, constituir un yacimiento arqueológico, pero no un asentamiento. Dadas las limitaciones espaciales con las que estamos obligados a trabajar en arqueología, difícilmente podremos excavar en su totalidad un yacimiento arqueológico. Así que no podemos olvidar que en la mayor parte de las ocasiones, en las excavaciones arqueológicas efectuadas estamos documentando parte de áreas de actividad propias de unidades domésticas.



Las unidades domésticas son la tercera de las unidades de observación consideradas, que implica la interrelación entre diversas áreas de actividad doméstica y/o lugares específicos de residencia. Una o varias unidades domésticas agregadas, con mayor o menor grado de dispersión espacial, a las que se puede sumar áreas de actividad necesarias para la colectividad, constituyen un asentamiento. La dificultad reside, en el caso de los asentamientos neolíticos al aire libre y en llano, en la imposibilidad de determinar el tamaño y el grado de fijación temporal al espacio de los lugares de residencia y actividad. Estas dificultades, sumadas a las grandes dificultades económicas, estructurales y coyunturales para excavar un asentamiento de estas características en su totalidad, ha impedido, por el momento, inferir unidades domésticas en su totalidad en la zona de estudio, aunque no en otros lugares próximos. No obstante, no por ello debemos olvidar la necesidad de seguir mejorando nuestras bases estratigráficas y secuenciales, así como interpretativas sobre la parcialidad del registro arqueológico con el que tenemos que trabajar.

1. Las unidades de observación en el estudio de las sociedades neolíticas •

Y, por último, el espacio social, como forma de inferir las sociedades concretas en su proceso histórico. La articulación de la información generada desde la inferencia de las anteriores unidades de observación permitirá, inicialmente, proponer hipótesis sobre su devenir en el espacio físico aquí en estudio.

de agregación poblacional, a una simple estructura aislada o área de actividad –producción, consumo, almacenamiento o desecho (Sarmiento, 1992)– que forma parte de las actividades de una unidad doméstica o varias; o un depósito derivado generado por procesos naturales de diverso orden (Butzer, 1989).

Notas al pie La denominación realizada inicialmente por M. Winter (1972; 1976) –y seguida por K. Flannery (1976)- es household cluster, para referirse al conjunto de evidencias arqueológicas generadas por un grupo doméstico y así diferenciarlo del término household empleado en antropología en relación con el propio grupo doméstico. Posteriormente Whallen (1981) consideró proponer la denominación households unit para referirse a la unidad doméstica. A partir del artículo de Wilk y Rathje (1982), se comenzó a utilizar en arqueología de forma generalizada el término household en el mismo sentido que M. Winter había propuesta el de household cluster. No obstante, dado que en inglés, el término se refiere tanto al espacio ocupado por un grupo, como a la misma gente (emparentada o no), como a la actividad que realizan, en su traducción al español algunas autoras han preferido utilizar “grupo doméstico” (Curià y Masvidal, 1998; Puche, 2004) y otros, “unidad doméstica” (Flores, 2007). Esta última es la que nosotros utilizaremos, siguiendo la distinción realizada por A. Flores (2007) entre grupos doméstico (referido a las personas) y unidad doméstica (evidencias materiales en contexto arqueológico que permiten inferir los procesos de trabajo determinado y residencia de todo grupo doméstico). 1

Somos conscientes de las dificultades para concretar e inferir las áreas de actividad y, especialmente, las unidades domésticas. Problemas como los procesos de formación y transformación de los contextos arqueológicos; la dificultad para establecer sincronías entre distintas unidades estratigráficas sin conexión o relación estratigráfica; o el problema de los tiempos manejados en arqueología –fases de 150-200 años a lo sumo– frente al tiempo de una generación o el tiempo etnográfico de un grupo doméstico, impiden determinar qué acciones fueron realizadas por un mismo grupo doméstico. No obstante, aunque las relaciones temporales sean poco precisas, y las áreas de actividad y unidades domésticas inferidas sean el resultado de la acumulación de las acciones de diversas generaciones o grupos domésticos, la recurrencia en la organización de las actividades en distintos asentamientos y en el espacio social determinado, y los cambios observados en las fases arqueológicas establecidas, serán las bases para analizar los cambios de su organización social y económica en su proceso histórico. 2

La excavación en extensión de los “yacimientos arqueológicos” permiten interpretar su naturaleza. Ahora bien, no podemos considerar que todo yacimiento arqueológico sea un asentamiento. En este sentido, todo asentamiento implica residencia temporal o continua de un grupo humano y, por tanto, estará integrado por una o más unidades domésticas, además de los espacios y estructuras necesarias para el conjunto de los miembros que integran esa agregación poblacional. Sin embargo, un yacimiento arqueológico puede ser desde un asentamiento con diferentes niveles

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2. El medio físico y los recursos naturales en el Bajo Vinalopó Francisco Javier Jover Maestre Palmira Torregrosa Giménez Eduardo López Seguí

“Rico el suelo en terrenos sumamente propios para el cultivo, que prefirieran aquellas gentes sencillas; rico en aguas abundantes que, por ancho cauce discurrían, procedentes de lejanas fuentes, que nadie atajaba como en nuestros días en que la sed nos devora; riquísimo por la excelente caza de su laguna a orillas del mar, y de sus montes, la que, en lejanos tiempos, debió existir en éstos, favorecida en su desarrollo por el manto de vegetación que los cubría; más rico aún en crecida y sabrosa pesca, que la cercana costa ofrecía, y de la cual aún en nuestros tiempos es preciado venero su albufera; y finalmente, teniendo en las entrañas de su tierra el que había de despertar su codicia al explotarle en lejanas edades, como nos dan elocuente testimonio inmensos trabajos llevados a cabo en la sierra del Molar, en época desconocida por remota; todo esto, decimos, lo convertía en sitio codiciado y apropósito, para que los naturales prefiriesen es suelo y fijaran en él su morada desde los más antiguos tiempos”

Este espacio pertenece a la cordillera Bética, en concreto, al espacio septentrional de la fosa Intrabética, conceptuada hace ya bastantes décadas por Hernández Pacheco (1934: 324). Se trata de una larga fosa tectónica, constituida por diversas vegas explotadas desde la Antigüedad de forma intensa, como la de Murcia, Orihuela, Dolores o, la que aquí nos ocupa, la de Elche. En sí, se trata de una depresión abierta al mar que termina en las elevaciones del cabo de Santa Pola-Carabassí-Aigua Amarga, siendo el primero de éstos, un arrecife de coral Messiniense (Corbí y Yébenes, 2012). La fosa Intrabética se identifica, por tanto, con la conocida depresión litoral murciana y su continuidad en las actuales comarcas del Bajo Segura y Bajo Vinalopó, delimitadas por las sierras de Crevillente, Negra, Tabayá, Madera y de Santa Pola y se caracteriza, en los últimos miles de años, por una importante acumulación de sedimentos aportados por una densa red hidrográfica, representada principalmente por los cursos de los ríos Segura, Chicamo y Vinalopó, y pequeñas cuencas aledañas que parten de las sierras que bordean el conjunto por su lado noroeste.

Illici, situación antigüedades Capítulo II. Antigüedad de Ilici. Ibarra y Manzoni (1879: 27).

Al carácter de la fosa Intrabética, debemos añadir el comportamiento diferencial entre el borde norte de la misma y el meridional. Este factor alternante es lo que justifica la presencia de amplias zonas húmedas alternadas con pequeñas elevaciones que las separan (Marco, 2006). Por el norte, la sierra de Santa Pola es una de las elevaciones con diversas formas de cantil, ondulaciones y barrancos. Su desarrollo constituye un espacio de gran relevancia de pendientes y laderas de ambiente semiárido, al igual que la sierra del Molar por el sur. Entre ambas, se han creado diversos espacios húmedos, muy transformados por la acción humana, que de norte a sur, se denominan como Clot de Galvany, Albufera de Elche y Fondó u Hondo de Elche-Crevillente. Estos espacios en la antigüedad eran zonas anegadas con una amplia biodiversidad vegetal y animal que constituyeron una auténtica despensa natural para los grupos humanos asentados en su entorno. La destacada explotación humana efectuada en los últimos milenios ha supuesto su degradación y casi desaparición (Box, 1987; Marco y Buades, 2012).

Con este texto, A. Ibarra y Manzoni exponía la potencialidad en recursos naturales del Bajo Vinalopó o Camp d’Elx. Se trata de un espacio litoral de la fachada oriental de la península, ubicado al noreste del Sureste peninsular, cuya superficie supera los 450 km2. En este espacio geográfico y asociados fundamentalmente a cursos o espacios hídricos se ubican prácticamente casi todos los yacimientos de adscripción neolítica constatados, coincidiendo además, en muchos de ellos, con las mejores tierras para la explotación agrícola. Dentro de los valles y planicies meridionales de la actual Comunidad Valenciana, se han podido distinguir 2 grandes conjuntos o unidades fisiográficas (López Gómez, 1988: 169). Junto al corredor del Vinalopó, se puede apreciar la existencia de pequeños pasillos longitudinales que no son más que una prolongación de los murcianos. Nos estamos refiriendo al corredor del Bajo Segura, Camp d’Elx o Bajo Vinalopó y Camp d’Alacant, integrados por los cursos bajos de los ríos Segura, Vinalopó y Montnegre. 15

El Neolítico en el Bajo Vinalopó En general, el relieve montañoso que delimita la depresión litoral está formado por materiales blandos del Keuper, del Cretácico superior y del Mioceno, coronados por el Plioceno y cubiertos en su mayor parte por depósitos cuaternarios (López Gómez, 1988: 173; Figura 1). Junto a las zonas llanas como la huerta de Alicante, situadas al norte del espacio de estudio, se encuentran sierras de pequeño tamaño, aisladas, generalmente en dirección NE-SO y con unos 200-250 m de altitud sobre el nivel del mar. Sierras como la Serra Grossa, Fontcalent, junto a pequeñas elevaciones miocenas –sierra de Sancho, sierra Negra, sierra de la Madera– situadas más al sur, conectan este espacio con la sierra de Crevillente que delimita por el norte la amplia extensión cuaternaria del Camp d’Elx o Baix Vinalopó.

En este espacio, la confluencia de sedimentos aportados por los ríos Segura y Vinalopó han creado la demarcación de espacios pantanosos y amplias zonas de saladares tales como el Fondó, la depresión de los Balsares-Clot de Galvany o la Albufera de Elche. El tramo bajo del río Vinalopó es una zona de marismas que se ha ido rellenando progresivamente por los aportes sólidos de los cursos fluviales, barrancos y ramblas. Estos materiales son los que provocaron la colmatación de los espacios húmedos, acelerando este proceso la acción antrópica especialmente a partir de su colonización agrícola más densa que actualmente se podría situar a partir de la fase Orientalizante (Soriano et alii, 2012), pero especialmente a partir de época romana. La presencia de margas de color gris y verdoso de facies lagunar hasta el sureste de Elche en una prueba de que la dimensión de la laguna era mucho mayor que lo que se observa en la actualidad.

En este contexto montañoso cercano al litoral, el Camp d’Elx o el Bajo Vinalopó es una importante extensión cuaternaria descendente de la sierra de Crevillente y de otras pequeñas elevaciones como la sierra Negra y la sierra de Tabayá, constituido por arcillas rojas con costras calcarias. Este paisaje, actualmente semiárido y muy antropizado, con una ocupación humana muy intensa desde el Neolítico, es atravesado por el río Vinalopó y diversos barrancos paralelos, que se encaja enormemente hasta el momento de abrirse a los saladares y albuferas de la costa.

Así pues, toda la zona queda configurada en torno a grandes espacios lacustres y la desembocadura de los ríos Segura y Vinalopó, en la que confluyen las distintas unidades, tanto montañosas como litorales. En este sentido, no podemos olvidar que el valle del Segura es la ruta que a través del eje ascendente Murcia-Totana-Lorca se dirige a la Alta Andalucía.

Figura 2.1. Dominio geológico del Bajo Vinalopó (Marco et alii, en este volumen). 16

2. El medio físico y los recursos naturales en el Bajo Vinalopó de Elche, atravesadas por el curso del Vinalopó o en las estribaciones de la sierra de Crevillente. En este marco, los cultivos tradicionales de la zona han sido principalmente los cereales y en menor medida legumbres y hortalizas, además de determinadas especies como el lino y el cáñamo en la Vega Baja del Segura, favorecidos por las amplias zonas encharcadas.

Esta unidad fisiográfica es la que actualmente presenta las condiciones de máxima aridez en toda la Comunidad Valenciana. Disponer de las máximas medias térmicas y del menor número de lluvias –sobre los 300 mm anuales– favorecen esta condición. Por ello, la importancia de cursos de agua como los de los río Segura o Vinalopó son vitales para el desarrollo de la agricultura, ampliamente ligada al regadío desde época islámica (Gutiérrez, 1995).

Algunos apuntes sobre la lítología del corredor

Las mejores tierras para el desarrollo de la agricultura (Prevasa, 1982) las encontramos en la zona conocida tradicionalmente como la huerta de Orihuela, banda de tierras cuaternarias de considerable potencia edáfica, llanas y de escasa pendiente, situadas a ambos lados del curso del río Segura, al sur de las sierras de Orihuela y Callosa. También las encontramos al sur de la ciudad de Elche, es decir, en la huerta tradicional de Elche que se extiende de este a oeste desde la partida de Matola hasta la de Valverde, con una mayor utilización agrícola y menores riesgos de erosión en la zona central de esta amplia zona de más de 100 km2. Con mayores limitaciones hemos de considerar otras zonas situadas en torno a las anteriores.

La geografía del espacio geográfico en estudio viene marcado por el contraste entre zonas montañosas de desarrollo destacado, especialmente, las sierras de Crevillente-Tabayá que sirven de límite septentrional a la fosa Intrabética, y los depósitos aluviales y abanicos o mantos de arrollada constituidos por el aporte de grandes cantidades de materiales desplazados de las zonas montañosas como consecuencia de los fuertes procesos erosivos, enormemente acelerados en los últimos milenios. El resultado es un paisaje ciertamente agreste, surcado por una enorme cantidad de ramblas o barrancos de gran desarrollo, que partiendo desde las zonas altas de las sierras septentrionales, vienen a desaguar todas ellas, después de recorrer caminos paralelos, a los ríos y a la laguna del Fondó u Hondo de Elche-Crevillente (Figura 2.2). Una de estas ramblas paralelas en su trazado al curso del río Vinalopó por su margen izquierda es el barranco de San Antón, en cuyas proximidades se ubica el yacimiento de Galanet.

Aunque se puede llevar a cabo una agricultura extensiva en el resto del territorio, la menor potencia edáfica, mayor pendiente y el riesgo de erosión nos lleva a considerarlas como zonas con unas condiciones más severas, con un mejor rendimiento para pastos y aprovechamiento forestal. Es el caso de las estribaciones montañosas situadas al norte

Figura 2.2. Mapa general del Bajo Vinalopó. 17

El Neolítico en el Bajo Vinalopó Ello significa que aunque las materias primas líticas seleccionadas por las poblaciones en estudio se encuentran muy localizadas en las bandas y elevaciones montañosas, especialmente los silíceos (Menargues, 1994), existen depósitos derivados de difícil cuantificación y cartografiado a lo largo de los cursos de las numerosas ramblas o barrancos. Este debe ser el caso de parte de los soportes macrolíticos empleados como instrumentos de molienda en los que emplearon clastos de mediano tamaño que, en el caso de Galanet, pudieron obtenerse aguas arriba en el propio barranco de San Antón.

rras y calizas metamorfoseadas –algunas de tonos marrones o verdosas– se localizan exclusivamente en diversos puntos de las sierras de Orihuela, Callosa y Los Cabezos, especialmente en su zona occidentales; mientras que las rocas ígneas sólo aparecen dentro de este amplio territorio en tres puntos: Cabezo de San Antón (Orihuela), Cabezo Negro (Albatera) e Isla de Tabarca (Alicante).Tanto los asomos del Cabezo Negro, a unos 20 km, como el de San Antón, a unos 29 km, constituyen afloramientos potenciales, situados a una distancia relativamente corta. En lo que se refiere a los afloramientos masivos de rocas ígneas, el Cabezo de San Antón, situado en la sierra de Orihuela, y en pleno proceso de explotación como cantera de áridos, se encuentra a escasos metros de la carretera nacional 340 de Orihuela a Murcia, a la altura del túnel que atraviesa la sierra. Las dimensiones de este afloramiento, en forma de cerro superan los 200 m de eje. Es una de los pocos afloramientos donde se observa la presencia de importantes cristales de cuarzo blanquecino de tamaño considerable.

A grandes rasgos y por lo que se refiere a las posibles fuentes de materia prima potenciales se pueden indicar la presencia de nódulos de sílex de diferentes tamaños, aunque principalmente de pequeño tamaño, de diversas calidades y tonos cromáticos –principalmente marrones y grisáceos– en una pequeña banda del Jurásico –Toarciense-Aaleniense– junto a calizas y margas bien estratificadas en la sierra de Crevillente (Menargues, 1994). También en numerosos puntos de la banda de conglomerados que recorre toda la sierra de Crevillente –San Pascual, Cossil, La Garganta, Els Molins, Barranc de Amorós, Canya de les Moreres, Costera dels Dragons, Cantal de Mateu, Xorret, Barranc de Sant Gaitano, Malià y Marxant–, las sierras de Elche y de Tabayá, especialmente, en diversos puntos en los que se encaja el río Vinalopó en su paso por esta sierra. Del mismo modo, en el paraje de las Terrazas del río Vinalopó (Aspe), en su margen izquierda y en otra pequeña banda de conglomerados, documentamos una enorme cantidad de nódulos de sílex de muy diversos tamaños, calidades y tonos cromáticos. Por último, también podemos señalar su presencia en las sierras Mediana y Fontcalent y en las más noroccidentales –Cabeçó d’Or, etc–, que delimitan el corredor en su zona más septentrional. No obstante, de todas estas fuentes de recursos silíceos, el afloramiento de sílex melado de mejor calidad se localiza en Fortuna (Murcia), a algo más de 40 km al suroeste de la ciudad de Elche.

El segundo de los afloramientos situados en tierra firme, el Cabezo Negro, está situado en el término municipal de Albatera (Murcia), en las estribaciones más septentrionales de la sierra de Abanilla. Se accede al mismo desde la carretera de Hondón de los Frailes hacia Barinas, a la altura del kilómetro 34,8. El cerro está coronado y estratificado junto a dolomías claramente triásicas. Sus dimensiones muestran que se trata de uno de los afloramientos de mayores dimensiones –300/400 m de diámetro– y con mayor diversidad cristalográfica. El último de los afloramientos masivos está alejado varios kilómetros de la costa, situado justamente en uno de los extremos de la isla de Tabarca (Alicante). En este contexto geográfico y litológico es donde se han documentado diferentes asentamientos y restos materiales aislados de difícil interpretación por el momento. Los yacimientos con mejor calidad de información, gracias a la realización de excavaciones, se presentan en el siguiente volumen. Cova de les Aranyes del Carabassí, La Alcudia, Los Limoneros, El Alterón, Platja del Carabassí y Galanet serán la base que permitirá proponer una articulación sobre la dinámica de poblamiento en el Bajo Vinalopó, desde la primera ocupación por parte de grupos agropecuarios procedentes de tierras más septentrionales –Camp d’Alacant, Vinalopó, o tierras más septentrionales, etc.– hacia inicios del V milenio cal BC, su afianzamiento poblacional y sociopolítico en las tierras llanas del Camp d’Elx, y el desarrollo de vínculos culturales con poblaciones del Sureste a partir del IV milenio cal BC.

Del mismo modo, las cuarcitas también son frecuentes en gran parte de los lugares señalados, al menos en las bandas de conglomerados de la sierra de Crevillente. Por citar un ejemplo, en los parajes de El Pantano de Elche, Barranquet, Manchón de la sierra de Crevillente y de Tabayá son casi tan abundantes o más que el propio sílex.También las calcarenitas, calizas fosilíferas y calizas arenosas empleadas en la elaboración de los instrumentos de moltura que están presentes en las lomas de las estribaciones septentrionales de las sierras del Cristo y de la Escotera (Furgús,1937), muy próximo a las poblaciones actuales de Hurchillo, Bigastro, Jacarrilla, sierra de Abanilla, sierra de Crevillente y en las estribaciones situadas al norte de Elche y sierra de Santa Pola, siendo abundantes la presencia de clastos de diversos tamaños en las diferentes ramblas y barrancos que descienden desde las estribaciones montañosas hasta las zonas de saladares cercanas ya al litoral. Por último, sólo queda comentar los asomos de rocas metamórficas y rocas ígneas, todos ellos de tipo masivo. Piza18

3. Un siglo y medio de investigaciones sobre las primeras comunidades agrícolas en el tramo final de la cuenca del río Vinalopó

Francisco Javier Jover Maestre Gabriel García Atiénzar Palmira Torregrosa Giménez

La importancia biológica y ecológica del tramo final del río Vinalopó, donde el río se diluye en el paraje del Hondo de Elche-Crevillente, explica la destacada presencia humana de forma continuada desde, al menos, el Neolítico hasta la actualidad, aunque en las últimas prospecciones efectuadas se ha constatado la presencia humana desde el Paleolítico medio (Montenat, 1973; Soler Díaz et alii, 2008: 176-177). Todo este amplio territorio de tierras llanas está integrado, además, por diversos humedales y saladares interrelacionados, como el Clot de Galvany, Agua Amarga, Balsares y la Albufera de Elche, donde los recursos bióticos, además de variados, serían muy abundantes. La existencia de tierras cuaternarias en el entorno inmediato al curso del Vinalopó, susceptibles de ponerse en explotación, permitió que diversos colectivos humanos se establecieran en la zona y aprovecharan a su vez los recursos de los espacios encharcados en su mantenimiento.

La larga trayectoria investigadora se remonta a las últimas décadas del siglo XIX. En el último tercio de ese siglo fueron publicadas diversas noticias que informaban sobre la documentación en superficie de fragmentos cerámicos e instrumentos de piedra pulida propios de la Prehistoria reciente. Una de las primeras y más importantes referencias sobre evidencias materiales neolíticas en la zona fue realizada por Aureliano Ibarra y Manzoni (1879: 32) en su publicación sobre Illici, su situación y antigüedades. En este trabajo se hacía mención a numerosos hallazgos de cuchillos de sílex, pedernales, conchas perforadas y barros neolíticos localizados en Illici, constituyéndose en la base de los trabajos posteriores realizados en toda la comarca por otros investigadores como Pedro Ibarra (1926) y Alejandro Ramos Folqués (1953; 1954; 1989). De hecho, los principales yacimientos referenciados por la investigación en la zona, como son La Alcudia, la Cova de les Aranyes del Carabassí o Figuera Redona, ya fueron destacados en estas iniciales publicaciones, dando todo tipo de detalles sobre el hallazgo de un gran número de restos materiales.

Ahora bien, la trayectoria investigadora en el Bajo Vinalopó, espacio llano perfectamente delimitado por el mar Mediterráneo en su zona oriental y por toda una serie de sierras alineadas –Crevillente, Negra, Tabayá, Madera– por su lado occidental, no ha sido todo lo intensa y fructífera que podría esperarse de un espacio geográfico donde la existencia de importantes asentamientos ibero-romanos, como La Alcudia, han copado casi todo el interés investigador. Buena parte del conocimiento con que contamos sobre el Neolítico en la zona se debe a una larga trayectoria de investigaciones que sólo en las últimas décadas ha tenido una mayor continuidad (Jover et alii, 1997; Soler y López, 2001; Hernández, 2004; 2005; Soler Díaz et alii, 2005, 2008; García Atiénzar, 2009; Hernández et alii, 2012). No obstante, a pesar del amplio desarrollo de las investigaciones todavía no tenemos constancia de la presencia de grupos del Mesolítico reciente. Solamente contamos con algunas evidencias que denotan la posibilidad de ocupaciones de momentos finales del Paleolítico superior o de inicios del Epipaleolítico. Es el caso del yacimiento de Les Codolles en la sierra de Crevillente (Menargues, 1997) o de algunos indicios documentados en las prospecciones efectuadas en la sierra de Santa Pola (Soler Díaz et alii, 2005).

Figura 3.1. Aureliano Ibarra y Manzoni (Archivo fotográfico del MAHE).

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El Neolítico en el Bajo Vinalopó ron señalados como posibles yacimientos arqueológicos con restos prehistóricos. Es evidente que buena parte de los enclaves señalados se hayan emplazados en torno a La Alcudia (Hernández, 2004; 2005), ofreciendo un amplio panorama caracterizado por una intensa ocupación de las terrazas del río. Este yacimiento se localiza a unos 500 m del margen oeste del río Vinalopó sobre una pequeña colina natural alterada por sucesivas ocupaciones. Ocupa la zona central de una llanura deltaica con abundante agua que se encuentra cerrada al mar por una cadena de dunas costeras y está delimitada por una elevación montañosa en la que se abren barrancos y ramblas, además de por el curso del río Vinalopó, auténtico eje vertebrador de las comunicaciones de la zona.

Así, los trabajos de los hermanos Ibarra, especialmente los de Pedro Ibarra (1926), y también algunos datos aportados por D. Jiménez de Cisneros (1911; 1925), sirvieron a R. Ramos Folqués (1953) para desarrollar la primera carta arqueológica de un municipio de la provincia de Alicante y, prácticamente de todo el estado español. Este autor recogió y sistematizó la información documentada de un amplio número de yacimientos con materiales prehistóricos –y también de épocas posteriores– de Elche, señalando los diferentes hallazgos que hasta la fecha se habían producido. Lugares como La Alcudia, Arcadia, Hacienda de Canales, Carayala, Casa Blanca, Castellar de la Morera, cueva de los Murcielagos, Figuera Redona, Horteta, Hacienda del Herido, Secà de Martínez, Moleta, Molino de Dos Muelas, Molino de la Palmereta, Hacienda de Peral, Hacienda de Jaime Selva, Transmolino y Vizcarra ya fue-

Es precisamente del emblemático yacimiento ilicitano de donde proceden las primeras referencias al Neolítico –aunque también podrían correspondese con la fase campaniforme‑ a partir de una breve nota en la que se menciona el descubrimiento de tres láminas de sílex y varias hachas y azuelas de piedra pulimentada (Ibarra Manzoni 1879: 32). Hallazgos que quedaron confirmados años más tarde por A. Ramos Folqués (1989: 8), quien recuperó un importante conjunto de materiales prehistóricos procedentes, probablemente, de las terreras dejadas por las intervenciones que Albertini y Vives realizaran en 1905 y 1923, respectivamente. A estas evidencias cabe unir las ofrecidas por A. Ramos Molina (1989) sobre la existencia de materiales del Neolítico antiguo avanzado procedentes de las excavaciones realizadas entre 1983 y 1985. Durante la excavación del sondeo 6B del sector 5F de La Alcudia (Ramos Folqués, 1983a), se descubrió una estructura subterránea de época moderna; en el interior de la misma apareció un relleno de arenas relacionadas con la crecida del río en el que se recogieron varios fragmentos cerámicos que se suponen

Figura 3.3. Fotografía de Alejandro Ramos Folqués (Archivo fotográfico del MAHE).

Figura 3.4. Portada del libro de Alejandro Ramos Folqués publicado en 1989.

Figura 3.2. Pedro Ibarra (Archivo fotográfico del MAHE).

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3. Un siglo y medio de investigaciones sobre las primeras comunidades agrícolas en el tramo final de la cuenca del río Vinalopó procedentes de un emplazamiento neolítico situado junto al margen del río. La secuencia propuesta por Ramos Folqués (1989) para el yacimiento de La Alcudia sitúa los hallazgos neolíticos en el estrato H, aunque, en sí, este estrato constituye una amalgama de objetos prehistóricos de muy diversos momentos. De entre estos materiales, destaca la presencia de varios fragmentos cerámicos con decoración impresa e incisa, pudiéndose destacar un vaso de forma globular con cuello, seis lengüetas y decoración geométrica en la que se combinan las técnicas de la incisión y la impresión de instrumento. Para momentos del Neolítico final, o Campaniforme si se toma en consideración la documentación de algún fragmento cerámico inciso, puede citarse la existencia de varias puntas de flecha, varias láminas retocadas y varios fragmentos de cerámica a mano de factura muy similar a los detectados por P. Ibarra y A. Ramos Folqués en La Figuera Redona.

rranco con el cauce del río Vinalopó, conformando una pequeña zona amesetada de lo que fuera una antigua terraza fluvial, actualmente abancalada. Si bien durante el último proyecto de prospecciones realizado desde el MARQ se recuperaron materiales de indudable cronología prehistórica, la indefinición de los mismos impide establecer mayor precisión cronológica. No obstante, tenemos constancia de la existencia de un conjunto material en manos de un particular que remite claramente al IV-III milenio cal BC. Molino de la Palmereta se encuentra en la margen derecha del río Vinalopó, junto a una curva del cauce y en una zona en la que se ubica las instalaciones de una antigua área de aprovechamiento hidráulico y que debe corresponder al molino del que toma nombre el yacimiento. Una vez más, la alteración de la zona resulta muy notable en la actualidad, estando ubicado en una zona junto a la que discurre un intenso tráfico rodado. Las pocas noticias que arroja este yacimiento se relacionan con la presencia de piezas talladas en sílex.

A un lado y otro del río, y a escasa distancia de La Alcudia (Ramos Fernández, 2008), se fueron localizando en superficie diversos objetos de adscripción prehistórica que hicieron suponer la existencia de otros enclaves.

A estas evidencias cabe unir otras de más compleja adscripción. Entre ellas cabe citar el hallazgo en el paraje de El Herido, situado al sur de la localidad de Elche, de un hacha de piedra pulimentada (Ramos Folqués, 1953). También al sur del casco urbano de Elche se tiene constancia del hallazgo de un útil de piedra pulimentada en la Hacienda de Peral. En una zona situada bajo el actual casco urbano de Elche se situaba el yacimiento catalogado como Elche I del cual procede, además de restos protohistóricos e históricos, una azuela pulimentada y una punta de flecha de sílex. Un poco más alejado del casco urbano de Elche se sitúa el yacimiento de Horteta del cual proceden varios útiles de piedra pulimentada. Cabe mencionar también la cueva de los Murciélagos, situada al norte del casco urbano de Elche, de donde procede un hacha de piedra pulimentada y varios fragmentos de cerámica a mano que Ramos Folqués (1953: 347) define como neolítica; desafortunadamente, no existen referencias espaciales suficientes para ubicar este asentamiento, así como tampoco para precisar su cronología.

Muy cerca de la ubicación de La Alcudia, pero en la margen derecha, se ubica el yacimiento del Secà de Martínez o Casa de Secà. Se menciona por primera vez por P. Ibarra (1926), quien señala el hallazgo de instrumentos de piedra pulimentada y sílex, probablemente localizados durante la excavación de algún canal de riego. A estos hallazgos cabe unir la reciente documentación de nuevos materiales prehistóricos entre los que cabe destacar un fragmento de cerámica impresa –comunicación de Alebus Patrimonio Histórico, S.L.– o un interesante conjunto de cerámicas ortientalizantes (Soriano et alli, 2012). El posible yacimiento de Molino de Dos Muelas se sitúa sobre la margen izquierda del río, próximo al extrarradio norte del casco urbano de Elche (Figura 3.12). Es mencionado por primera vez por P. Ibarra (1926), quien señala el hallazgo de piezas de sílex. La intensa antropización de la zona determinada por la construcción del cinturón norte de la ciudad y del puente del Bimilenario hace que actualmente toda la zona presente unas deplorables condiciones de conservación, hecho que imposibilitó reconocer la ubicación de este asentamiento en las últimas exploraciones (Soler Díaz et alii, en este mismo volumen).

En cualquier caso, a modo de resumen, podemos indicar que el conjunto de las evidencias se corresponde con el hallazgo en superficie de instrumentos pulidos de piedra, láminas de sílex o fragmentos cerámicos lisos realizados a mano, lo que evidencia la amplia cantidad de restos de época neolítica o calcolítica existentes en todo el agro ilicitano, sin que en su mayoría y hasta la fecha, podamos saber si se trata de asentamientos o de simples hallazgos aislados, ya que las prospecciones realizadas recientemente no han permitido ni identificar, ni localizar muchos de ellos (López Padilla, 2009).

Transmolino se sitúa, como el anterior, sobre la margen izquierda del río, en el bancal conocido como Llometa del Sifó. La primera referencia se atribuye a P. Ibarra (1926) quien cita el hallazgo de piezas de sílex, noticias que son recogidas años después por A. Ramos Folqués (1953). Actualmente se encuentra en una zona muy alterada por construcciones y el trazado de viales relacionados con el área industrial adyacente.

No obstante, ese no fue el caso de otros yacimientos, como la Figuera Redona, que pudieron ser visitados y prospectados repetidamente por Pedro Ibarra (1926) en las primeras décadas del siglo XX y excavados en las décadas de 1940 y 1960 por R. Ramos Folqués (1989: 10-16). El yacimien-

Otro yacimiento de importancia parece ser Kalathos. Se encuentra en la margen izquierda del río Vinalopó, al noroeste del cerro de Caramoro I, en la confluencia de un ba21

El Neolítico en el Bajo Vinalopó to se localizaba en una vereda homónima sobre el margen derecho del río Vinalopó, en el tramo existente entre los puentes de Canalejas, de la Señoría y del Ferrocarril. Esta terraza fluvial presenta una ligera pendiente descendiente hacia el curso del río que terminaba bruscamente junto al cauce, zona que, en la actualidad, está completamente transformada por el crecimiento urbanístico de la ciudad.

Del relleno sedimentario que las colmataba se pudo recuperar un importante lote de fragmentos cerámicos a mano sin decoración (Figuras 3.7 y 3.8), entre los que destacan algunos platos o fuentes de borde almendrado (Ramos Folqués, 1989: 127, Lám, XVII), un placa perforada de barro cocido (Figura 3.9), cuatro punzones de hueso, cuatro valvas de Glycymeris Glycymeris, numerosos productos líticos tallados de sílex, especialmente láminas, muchas de ellas retocadas, y al menos, once puntas de flecha (Figura 3.10), dos de ellas con pedúnculos y aletas prolongadas (Ramos Folqués, 1989: Figura 14, Lámina X), además de algunos instrumentos pulidos con filo, tanto, hachas sobre diabasa, como azuelas de fibrolita (Figura 3.11). Figuera Redona se convertía así, siguiendo las consideraciones de Pedro Ibarra, en uno de los yacimientos más interesantes de Elche, aunque el hecho de que los resultados de la excavación efectuada por A. Ramos Folqués no se publicarán hasta fechas muy posteriores, imposibilitó que su importancia trascendiera en la investigación valenciana.

Aunque en 1940 A. Ramos Folqués realizó la primera de las intervenciones arqueológicas en Figuera Redona, documentando dos estructuras negativas sin evidencias materiales, fue en 1965 cuando, con motivo de diversas labores de urbanización, este mismo autor excavó al menos 8 estructuras negativas de diversa morfología en la calle Blas Valero (Figuras 3.5 y 3.6). Esta serie de estructuras, de diferentes dimensiones, profundidad y diámetro –entre 1,20 y 2 m– pero con planta de tendencia circular y de mayor diámetro en la boca que en el resto del cuerpo, se distribuían en un espacio muy reducido con una distribución alineada de norte a sur y de este a oeste, formando “calles” según A. Ramos. A partir de la localización de las estructuras y la dispersión de materiales en superficie, A. Ramos estimó una extensión aproximada de unos 14.000 m2.

Junto a las 10 estructuras negativas documentadas en Figuera Redona, otras 2 de similar porte fueron excavadas en la partida de La Rata, situada a escasa distancia. Este núcleo estaba ubicado en la margen derecha del río Vinalopó, en torno a la vía férrea y sobre unos terrenos sobreelevados con respecto al curso del río, actualmente urbanizados. Pedro Ibarra (1926) menciona en sus Efemérides el hallazgo, por parte de agricultores de la zona, de abundantes fragmentos de cerámica, de varias láminas de sílex, un pequeño fragmento de hueso, una concha perforada y una azuela (Ramos Folqués, 1989). Su proximidad permite considera que la Figuera Redona-La Rata pudieran ser parte de un mismo asentamiento de finales del IV y la primera mitad del III milenio cal BC. Los diarios de excavación de este conjunto de yacimientos así como la totalidad de los materiales depositados en el MAHE –Museo Arqueológico e Histórico de Elche– se encuentran en proceso de estudio por J. Soler Díaz y J. A. López (comunicación personal) y serán publicados en breve en otro trabajo extenso.

Figura 3.5. Imagen de las excavaciones emprendidas por A. Ramos Folqués en el yacimiento de Figuera Redona en el año 1965 (Ramos Folques, 1989: 132, Lámina XXII).

También en la margen derecha del Vinalopó, y muy próximo al asentamiento anterior y a un kilómetro escaso de la Figuera Redona, se sitúa La Reja, yacimiento ubicado en la finca homónima, en una zona actualmente urbanizada. En la superficie de la finca se recogieron varios fragmentos de láminas, algunos retocados, restos de talla, una azuela de fibrolita y varios fragmentos de cerámica a mano, uno de ellos con decoración incisa, posiblemente campaniforme. Años después, y ya bajo la labor de R. Ramos Fernández (1981a; 1981b; 1983a;1983b; 1984; 1986), se publicaban los datos de la excavación de un asentamiento fundamentalmente adscrito al campaniforme, aunque no se pueda descartar una ocupación previa. Se trata del Promontori de l’Aigua Dolça i Salada. El yacimiento se localiza en un arenero próximo al cauce del río Vinalopó, en su margen derecha, en el paraje conocido como Aigua Dolça i Salada.

Figura 3.6. Detalle de una de las estructuras negativas de Figuera Redona (Ramos Folqués, 1989: 133, Lámina XXIII).

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3. Un siglo y medio de investigaciones sobre las primeras comunidades agrícolas en el tramo final de la cuenca del río Vinalopó

Figura 3.9. Placa perforada de barro cocido de Figuera Redona (Ramos Folqués, 1989: 122, Lámina XII).

Figura 3.7. Fragmentos cerámicos de Figuera Redona.

Figura 3.10. Puntas de flecha de Figuera Redona (Ramos Folqués, 1989: 120, Lámina X).

Figura 3.11. Instrumentos pulidos con filo o cara redondeada (Ramos Folqués, 1989: 119, Lámina IX).

Figura 3.8. Fragmentos cerámicos de Figuera Redona. 23

El Neolítico en el Bajo Vinalopó Se ubica en una pequeña meseta, entre el mismo río y un pequeño barranco, a unos 25 m sobre el actual lecho y que tiene una extensión aproximada de unos 300 m en su eje norte-sur y 120 en el este-oeste. La excavación de un área reducida permitió la distinción de tres estratos arqueológicos. El estrato A, de aproximadamente unos 30 cm de potencia, presentaba materiales identificados como de la Edad del Bronce, posiblemente de sus momentos iniciales. El estrato B presentaba una potencia de unos 37 cm y fue asimilado al Horizonte Campaniforme. Y, el estrato C presentaba una potencia de unos 20 cm y, a partir de las características de su registro, fue asignado al Eneolítico I; fue en este mismo estrato en el que R. Ramos tuvo la ocasión de excavar lo que denominó como fondo de cabaña caracterizado por la presencia de un semicírculo bordeado por gravas y relleno de tierra gris negruzca; las dimensiones totales eran de 2,30 m de diámetro y 0,35 m de potencia máxima, con un pavimento de tierra endurecida de unos 3 cm. Junto a este fondo se detectaron pellas de barro con improntas de ramaje. El estrato C apoyaba directamente sobre arenas similares a las del lecho rocoso, arqueológicamente estériles. Los resultados de la excavación del estrato C reflejan la existencia de un registro cerámico caracterizado por la presencia de recipientes de buena factura con formas en las que predominan los cuencos y los vasos de paredes verticales, aunque también se documentan otros tipos como platos y fuentes y vasos con perfil en S. Los tratamientos de las paredes son relativamente buenos, documentándose algún fragmento con tratamiento a la almagra. Destaca también que en este estrato aparecieron restos de ciervo. Por sus características, R. Ramos lo situó dentro del Eneolítico I u horizonte calcolítico precampaniforme.

Por otro lado, una de las escasas cavidades en la zona con evidencias de ocupación humana es la Cova de les Aranyes del Carabassí, localizada junto al mar. Esta cavidad se ubica en la margen derecha de una de los barrancos de la sierra de Santa Pola, plataforma sobreelevada que termina en un acantilado. Fue objeto de excavación no controlada en 1967 por parte de aficionados de Elche –Antonio Sáez Llorens y Darwin Aliaga Cantó–, quienes recuperaron un importante lote de restos materiales, inicialmente considerados como del tránsito del Neolítico Final al Eneolítico (Ramos Folqués, 1989; Ramos Fernández, 1980; 1982a; 1982b; 1983c), aunque realmente algunos materiales también muestran que la cavidad tuvo una ocupación del Neolítico antiguo. Posteriormente, la cavidad fue objeto de una nueva campaña de excavaciones por parte de G. Iturbe Polo, obteniendo la primera de las estratigrafías en septiembre de 1979 (Hernández et alii, 2012: 108). Aunque la campaña fue realmente corta, y no fue publicada, los diarios de la excavación y los materiales fueron depositados en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante. Los materiales recuperados fueron muy variados y de diversos momentos de la Prehistoria reciente, procedentes de estratos revueltos. Posteriormente, en 2000 y 2001, y como consecuencia de un acuerdo entre el Museo del Mar de Santa Pola y la Universidad de Alicante y bajo la dirección de M. S. Hernández Pérez, se iniciaron nuevos trabajos de limpieza y excavación cuyos resultados se presentan en el presente volumen. La cavidad se abre a unos 70 m sobre el nivel del mar y tiene unas dimensiones máximas de 19,5 m de profundidad y 12 m de anchura con una bóveda de unos 3,7 m de altura y con un descenso total de hasta tres metros con respecto a la boca de acceso. Los materiales prehistóricos más interesantes son una vasija de tendencia ovoide con pequeño cuello y asa cinta vertical que presenta decoración incisa formando bandas rellenas de orientación vertical y horizontal (Ramos Fernández, 1982a; 1983c; 1985) que remite a momentos avanzados del Neolítico antiguo, cronología que también cuadra con alguno de los fragmentos cerámicos decorados aparecidos en recientes excavaciones realizadas (Hernández et alii, 2012). También destaca la presencia de una punta de flecha de retoque bifacial, fragmentos de varias láminas de cierto tamaño, una placa tabular de sílex con retoque plano cubriente, un punzón y un fragmento de vástago de un posible alfiler de hueso, varias conchas de pectúnculo perforadas, restos de talla y un plato cerámico, elementos que remiten a una ocupación posterior y que podemos situar entre finales del IV e inicios del III milenio cal BC. La reciente determinación de restos humanos permite valorar estos materiales dentro del fenómeno de inhumación múltiple, característica del Neolítico en el Levante peninsular.

Por su parte, el estrato B se caracterizaba por el predominio de fragmentos con decoración incisa campaniforme, principalmente del estilo Ciempozuelos, en la que los motivos más comunes son las líneas, los triángulos y los reticulados, aunque también aparecen otras decoraciones como motivos en los que alternan las impresiones de puntos con elementos pseudo-excisos. Entre las formas, predominan los cuencos seguidos por vasos campaniformes y con perfil en S. La gran cantidad de fragmentos con decoración incisa, porcentualmente muy alta si se compara con otros enclaves, hizo sugerir la posibilidad de que se tratase de un centro de producción de este tipo de recipientes, aunque tal consideración debería ser evaluada tomando en consideración otras variables. Por último, el estrato A, que R. Ramos Fernández (1981a; 1981b; 1984) sitúa dentro del Bronce Valenciano, se caracteriza por la presencia de cerámica más tosca, de tonalidad amarillenta, en la que las decoraciones son menos abundantes estando únicamente representadas algunos motivos incisos, y un punzón metálico de sección cuadrangular, características éstas que no impiden considerar que se pueda tratar de un asentamiento campaniforme con diversos momentos de ocupación.

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3. Un siglo y medio de investigaciones sobre las primeras comunidades agrícolas en el tramo final de la cuenca del río Vinalopó alii, 2009), documentado gracias a la labor de la empresa Arpa Patrimonio y el Museo Arqueológico Municipal de Crevillente.

A pesar de tratarse de un asentamiento de probable ocupación estacional o esporádica, se ha considerado que podría haber desempeñado un papel destacado como centro vertebrador de las prácticas socioideológicas de los grupos asentados en torno al Clot de Galvany (Soler et alii, 2008: 177), pero también relacionado con la explotación de los recursos marinos (García Atiénzar, 2009: 130).

El yacimiento de la Platja del Carabassí se ubica en el ángulo sureste de los domos del Carabassí, sobre un área dunar que se extiende entre el Clot de Galvany y a unos 200 m de línea costera. Las primeras referencias a la existencia de materiales prehistóricos en esta zona hay que situarlas a mediados del siglo XX cuando la prensa alicantina recogía la noticia del hallazgo de “cabañas de pescadores prehistóricos” por parte del Padre Belda (Soler y López, 2000/2001). La prospección realizada en el año 2002 permitió descubrir un conjunto de estructuras a modo de manchas conformadas con arenas grises ligeramente consolidadas y elevadas sobre el nivel de las dunas. Asociadas a estas estructuras aparecían unos pocos materiales prehistóricos: fragmentos cerámicos de tosca factura y con abundante desgrasante micáceo, algunos de ellos de formas abiertas, láminas de sílex, algunas con retoque simple en uno de sus lados, puntas de flecha foliáceas con retoque bifacial cubriente y algunas lascas, además de moluscos como lapas y caracoles terrestres, algunos con evidentes

Con todo, en los últimos años, se han publicado diversos trabajos (Jover et alii, 1997; Guilabert et alii, 1999; Soler y López, 2000/2001; Soler et alii, 2005) que han servido para dar a conocer nuevos yacimientos como La Bernarda (Rojales), también asociados a zonas endorreicas, sistematizar la información disponible, señalar las carencias y aportar algunas hipótesis sobre el proceso histórico. Como consecuencia del desarrollo de proyectos de investigación emprendidos desde el MARQ y de actividades arqueológicas de salvamento también se ha ampliado considerablemente la base empírica con la que abordar futuras investigaciones. Es el caso de los yacimientos de la Platja del Carabassí (Soler Díaz et alii, 2005; 2008), excavado por un equipo de MARQ dentro de un programa de prospecciones en la sierra de Santa Pola, y el Alterón (Trelis et

Figura 3.12. Yacimientos mencionados en el texto. 1: Carayala; 2: Molino de la Palmereta; 3: Kalathos; 4: Barranco del Pozo; 5: Promontori; 6: Transmolino; 7: Molino de Dos Muelas; 8: Galanet; 9: La Rata; 10: Figuera Redona, 11: El Arsenal; 12: Secà de Martínez; 13: L’Alcudia; 14: Platja del Carabassí; 15: Cova de les Aranyes del Carabassí; 16: Horteta; 17: El Alterón; 18: Canyada Joana; 19: Peral; 20: El Herido. 25

El Neolítico en el Bajo Vinalopó señales de exposición al fuego. La excavación realizada sobre una de estas manchas durante el año 2003 ofreció un conjunto arqueológico similar al detectado durante las labores de prospección, arrojando además fragmentos de elementos de moltura realizados sobre areniscas rojizas. El conjunto malacológico recuperado está compuesto por conchas de las familias de las Trochidae y las Patellidae, especies que debieron tener un empleo bromatológico si atendemos a las modificaciones observadas en las conchas y que, en última instancia, debieron estar asociadas a las estructuras de combustión mencionadas (Soler Díaz et alii, 2008: 180). De las dos dataciones absolutas obtenidas, sólo una de ellas es coherente con el conjunto material, correspondiente a la segunda mitad del IV milenio cal BC (Beta 2024433: 4990±70 BP; 3590-3178 cal BC).

dentro de los cuales se individualizaron varios fragmentos cerámicos –bordes exvasados y diferenciados con el labio redondeado– fácilmente relacionables con otros contextos del IV-III milenio cal BC (Soler y López, 2000/2001). No obstante, y como en el caso anterior, también en este relleno se documentaron fragmentos cerámicos que remiten a la Edad del Bronce o Campaniforme. Quizás, y como síntesis de todo lo expuesto, y teniendo en cuenta los yacimientos excavados en el marco regional de los que se ha obtenido una información de mayor calidad al contar con dataciones absolutas, como son la calle Colón en Novelda (García Atiénzar et alii, 2006), Tossal de les Basses en Alicante (Rosser y Fuentes, 2007; Rosser, 2010) o Cova de Sant Martí en Agost (Torregrosa y López 2004; Torregrosa et alii, 2004), se puede plantear que la ocupación humana del extremo septentrional de la fosa intrabética (Camp d’Elx y Camp d’Alacant) por parte de comunidades campesinas, se produjo hacia finales del VI milenio cal BC, cuestión que hasta hace muy poco tiempo no era más que una conjetura. La procedencia de aquellos primeros grupos se tuvo que realizar desde la cabecera del Vinalopó y la Foia de Castalla. A la colonización de todos estos espacios, le siguió la consiguiente consolidación poblacional y económica de aquellas primeras poblaciones durante los dos milenios siguientes (Guilabert et alii, 1999; Jover, 2010).

Parece tratarse de una ocupación de carácter puntual o episódica, con el objeto de explotar moluscos marinos y terrestres. La documentación de algunas concentraciones de caparazones de moluscos marinos (Trichidae, Patella) asociados a unas pocas láminas de sílex y un fragmento de molino junto a tierras cenicientas así lo evidencia. La “zona A” de este yacimiento, en la que se intervino arqueológicamente, habría que considerarla como una de las múltiples áreas posibles donde se efectuaron labores de consumo de moluscos y además de relacionarla con abrigos como el de Arenales del Sol, donde también se constatan materiales en superficie (Soler et alii, 2008: 179).

En cualquier caso, hasta el momento, los yacimientos al aire libre que podemos adscribir, no sin problemas, al IV y III milenio cal BC en las comarcas meridionales alicantinas –comarcas del Vinalopó, Foia de Castalla, Alacantí y Vega Baja del Segura– supera la treintena (García Atiénzar, 2009). De ellos, cerca de un tercio únicamente podemos reseñarlos como un punto en superficie, al haber sido citados en publicaciones antiguas, ya que en la actualidad y después de intervenciones arqueológicas de urgencia, e incluso, de prospecciones sistemáticas, ha sido imposible localizar algunos de ellos. Es el caso de la mayor parte de yacimientos recogidos por P. Ibarra y A. Ramos (1989) –Horteta, La Cárcava y La Loma, Molino de dos Muelas, Secà de Martínez, Penat, Peral, El Herido–. Otra parte importante de yacimientos, al menos 5, únicamente han sido reconocidos por haber localizados diversos materiales arqueológicos en superficie o en obras que han afectado al subsuelo. Es el caso del yacimiento de Los Palacios en Caudete (Pérez Amorós, 1990), de Torrosena en Tibi (Fairén y García, 2004), Calle Carril en Novelda en el que se documento un conjunto de fragmentos cerámicos y líticos tallados en el interior de una estructura de tipo fosa o silo (Hernández Pérez, 1982), El Barranquet en Petrer (Torregrosa, 2008) o el propio Kalathos en Elche.

Por otro lado, en el término municipal de Crevillente son varios los enclaves que encajan dentro del lapso cronológico ahora analizado. El que presenta una cronología más antigua es el de El Alterón, en las proximidades del barranco del Bosch y del Hondo de Elche-Crevillente, en el cual se documentaron hasta 11 fosas en cuyo interior apareció un escueto conjunto de material arqueológico (Trelis et alii, 2009). Entre los materiales reseñables cabe destacar varios fragmentos con tratamiento peinado, un fragmento de carena con decoración esgrafiada y un fragmento de barro cocido para el cual se han ofrecido diversas interpretaciones: brasero, balsa de decantación de arcillas, etc. Si bien se ha propuesto una cronología del Neolítico postcardial (segunda mitad del V milenio cal BC) para estas estructuras a partir de las características del conjunto material, cabe destacar que una semilla procedente del interior de una de estas fosas ofreció una fecha radiocarbónica de 3500±40 BP (1930-1740 cal BC). El resultado de la analítica obliga a plantear una ocupación dilatada de esta zona tal y como ponen en evidencia los restos recuperados en las proximidades en otras intervenciones de urgencia (García Borja et alii, 2007). Más problemas de encuadre cronológico presentan algunos materiales procedentes del yacimiento de Canyada Joana. En la zona exterior de este asentamiento, mejor conocido por la instalación agrícola de época romana (s. IV-V d.C.), se documentó una pequeña zanja excavada en la base geológica rellenada con sedimento arcilloso que contenía varios fragmentos cerámicos de cronología prehistórica

No obstante, somos conscientes que existen otros muchos yacimientos en el subsuelo que todavía no han sido reconocidos, ya que las prospecciones superficiales no lo permiten y solamente cuando se han efectuado seguimientos arqueológicos en obras de infraestructura o de urbanización que han implicado grandes movimientos de tierra se 26

3. Un siglo y medio de investigaciones sobre las primeras comunidades agrícolas en el tramo final de la cuenca del río Vinalopó ha posibilitado este extremo. Es el caso de la documentación de los yacimientos de gran extensión de Galanet o Los Limoneros II. El primero fue descubierto como resultado de la realización de un seguimiento arqueológico mecánico en las obras de la Ronda Sur de Elche. Las dificultades para su documentación, ante el hallazgo de un yacimiento con cientos de estructuras ampliamente distribuidas y la inmediatez de las obras, limitaron considerablemente la calidad de la información que del mismo se podía haber obtenido. No obstante, dadas sus características, consideramos que era necesario realizar una publicación lo más extensa posible, ya que por la variedad de estructuras y abundancia del registro material puede contribuir a la caracterización del repertorio material del IV-III milenio cal BC en las tierras meridionales valencianas y al análisis del proceso histórico en estas tierras. Por último, como reflexión final, nos gustaría insistir en los cambios que se han producido desde la aprobación de la Ley 4/98 de Patrimonio Cultural Valenciano de 11 de junio, que ya ha cumplido más de quince años de aplicación. La multiplicación de los trabajos de prospección y excavación a cargo de empresas profesionales de arqueología es una constante en progresión casi geométrica que afecta, tanto al patrimonio arqueológico de épocas históricas como prehistóricas. Galanet, El Alterón o Los Limoneros II, presentados en este volumen, constituye un claro ejemplo. Esta situación está generando un volumen enorme de información, en pocos casos accesible, y la destrucción de un buen número de yacimientos sin que sepamos nada al respecto. Probablemente puede que sea ya demasiado tarde, pero deberíamos poner remedio a esta situación en la que la administración pública valenciana considera que la arqueología de salvamento no es más que un mero trámite administrativo y no la necesidad de registrar, analizar, estudiar y difundir con las condiciones materiales y temporales necesarias todo yacimiento arqueológico que va a ser, inevitablemente, destruido.

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4. Hipótesis sobre el proceso de implantación de los primeros grupos neoliticos en las comarcas centromeridionales valencianas

Gabriel García Atiénzar Francisco Javier Jover Maestre

La aparición de los primeros grupos agropecuarios en el Mediterráneo occidental se fundamenta actualmente en una explicación de corte difusionista/migracionista, argumentada con las hipótesis que integran el modelo de frente de avance de Cavalli-Sforza y Ammerman (1973) y, sobre todo, en el modelo de colonización marítima propuesto por J. Zilhão (1993; 2001). La aceptación de esta vía explicativa supone la admisión de procesos de colonización por vía marítima y posteriores procesos de aculturación directa e indirecta (Bernabeu, 1996) además de la exclusión y autoexclusión de la poblaciones cazadores-recolectoras locales (Jover y García Atiénzar, e.p.).

Las excavaciones en asentamientos al aire libre como Mas d’Is (Penàguila) (Bernabeu et alii, 2002, 2003, 2012), Cova de les Cendres (Bernabeu y Molina, 2009), Cova d’En Pardo (Soler Díaz, 2012), Barranquet (Oliva) (Esquembre et alii, 2008) o Benàmer (Muro) (Torregrosa et alii, 2011) y las prospecciones arqueológicas en la Vall de Penàguila y Seta (Molina, 2001, 2003) y la Vall de Polop (García Puchol y Aura, 2006) han permitido inferir que el proceso de colonización inicial de las primeras comunidades neolíticas en la zona del Levante peninsular consistió en la plena implantación y gestión integral del territorio en algunas cuencas fluviales muy concretas en torno a la del Serpis (Bernabeu et alii, 2006a; 2008). Aquellos primeros grupos ubicaron sus lugares de residencia en los fondos de valle, próximos a áreas endorreicas y a los cursos de los ríos, con el interés de explotar las mejores tierras para usos agrícolas y aprovechar los importantes recursos bióticos existentes, usando las cavidades naturales para el desarrollo de una amplia variedad de actividades socioeconómicas e ideológicas (García Atiénzar, 2004).

Además, estos conjuntos de hipótesis fundamentados empíricamente en la gradación de las dataciones radiocarbónicas en sentido Este-Oeste y en la ausencia de los agriotipos silvestres de las primeras especies vegetales y animales domésticas en Europa occidental, se afianza, más si cabe, con la constatación de nuevos indicadores arqueológicos que refuerzan los procesos de colonización inicial en toda la cuenca del mediterráneo central y occidental.

En este sentido, las cuevas y abrigos con ocupaciones neolíticas no deberíamos interpretarlos exclusivamente como los lugares de hábitat, aunque alguno pudo serlo, sino más bien como espacios aprovechados sistemáticamente como áreas de enterramiento, rediles, refugios ocasionales e, incluso, espacios de especial significado social e ideológico como podría plantearse para algunas cavidades, como Cova de l’Or, tomando en consideración su registro material (Martí y Hernández, 1988).

Estos nuevos elementos de juicio tienen como base la presencia de similares patrones culturales en diferentes puntos de la costa mediterránea de forma casi simultánea. En este sentido, determinadas técnicas decorativas sobre cerámica y algunos productos líticos pueden ser la base material sobre la que sustentar la existencia de grupos culturales de diferente origen en el Mediterráneo central (Manen, 2000; Fugazzola, 2002), que posteriormente se extenderán hacia las costas occidentales, constituyendo los diferentes grupos neolíticos pioneros. Un ejemplo de ello lo podemos analizar en las costas centrales del Mediterráneo de la península Ibérica.

Ahora bien, el proceso de implantación poblacional de los primeros grupos agropecuarios en estas tierras no fue tan rápido como se ha podido pensar, ni tan constante como las investigaciones habían propuesto. El modelo de colonización marítima propuesto por J. Zilhão (1993; 2001) y defendido por otros autores (Bernabeu, 1996) ofrece algunas claves para la explicación de la colonización inicial de la zona por parte de comunidades con un modo de vida agropecuario provenientes de otros lugares del Mediterráneo occidental, pero no del proceso de implantación y posterior desarrollo, cuestión que abordaremos en éste y en siguientes capítulos. Teniendo como referencia la base empírica disponible, al proceso inicial de colonización,

En este sentido, las investigaciones arqueológicas que sobre el Neolítico fueron emprendidas hace más de un siglo en las comarcas del Levante español y que se han visto intensificadas notablemente en las últimas décadas, muestran que hacia mediados del VI milenio cal BC ya podríamos considerar la implantación, en algunas cuencas del Prebético meridional valenciano, de una sociedad concreta con un modo de vida agropecuario. 29

El Neolítico en el Bajo Vinalopó localizado en las proximidades de las desembocaduras de algunas cuencas fluviales –Serpis, Girona, Gorgos, Algar–, le tuvo que seguir una fase de expansión hacia los distintos tramos de las cuencas fluviales y un crecimiento y afianzamiento poblacional, lo que llevaría parejo la constitución territorial de una sociedad segmentaria de base agropecuaria (Vargas, 1988; Sarmiento, 1992). Esta serie de hipótesis son las que en la actualidad se están validando, aunando la información generada hasta la fecha en las comarcas centro-meridionales valencianas (Pascual, 1993; Bernabeu et alii, 2003; Molina, 2001; 2003; García Atiénzar, 2004; 2009; García Puchol, 2005; García Puchol y Aura, 2006; Esquembre et alii, 2008) y, específicamente, por lo que atañe al presente volumen, a la documentación de los territorios situados al sur de las mismas (Guilabert et alii, 1999; Soler y López, 2001; Torregrosa et alii, 2004; Jover et alii, 2008; García Atiénzar, 2010b; García Atiénzar y Jover, 2011).

primeras comunidades agropecuarias en la fachada central del Mediterráneo oriental de la península Ibérica: 0. Reconocimiento exploratorio: el proceso se iniciaría con exploraciones llevadas a cabo por un reducido contingente poblacional que se encargaría de evaluar las características y potencialidades de los territorios a ocupar. 1. Colonización inicial: correspondería con la fase pionera en la que los grupos productores recién llegados por vía marítima, posiblemente en diferentes oleadas y desde diferentes lugares de origen, se asentarían en las tierras llanas de algunos valles fluviales próximos a recursos hídricos donde la inversión laboral para la puesta en explotación agrícola no implicara grandes esfuerzos dado el limitado desarrollo de sus fuerzas productivas. Se trata por tanto, de grupos intrusivos en territorios ajenos, con la particularidad que su traslado se tuvo que realizar por vía marítima.

Somos conscientes de que tratar de simplificar el desarrollo del proceso de neolitización en un marco geográfico tan complejo resulta muy difícil ya que dentro del mismo subyacen infinidad de variables, muchas de las cuales no deben haber dejado evidencias en el registro arqueológico. No obstante, y partiendo de la propuesta desarrollada por A. Gallay (1989) para otras zonas del Mediterráneo, consideramos que se pueden establecer diversos momentos, a modo de secuencias, en el proceso de implantación de las

2. Proceso de crecimiento y afianzamiento poblacional: inmediatamente posterior a la colonización inicial, podría identificarse con una fase neo-pionera de A. Gallay (1989) en la que se iniciaría el proceso de segmentación social con la consiguiente reproducción del modelo inicial de ocupación, definiéndose ahora el territorio socioeconómico y político de la comunidad.

Figura 4.1. Localización del área de estudio y situación de los contextos pioneros mencionados en el texto 30

4. Hipótesis sobre el proceso de implantación de los primeros grupos neoliticos en las comarcas centromeridionales valencianas 3.

Colonización de las cuencas adyacentes al territorio pionero. El crecimiento poblacional de la fase neo-pionera afectaría también a las cuencas aledañas en las que se documentan procesos de reocupación y ocupaciones ex novo. Este es el caso que proponemos como hipótesis para el valle del Vinalopó y, en concreto, de las tierras bajas de este cauce.

4.

Expansión e implantación de la economía agropecuaria en nuevos territorios: en este momento, las diferencias entre las distintas cuencas, las inicialmente ocupadas y las ocupadas con posterioridad desde las anteriores, son prácticamente inexistentes, constatándose una cultura material similar y prácticas agropecuarias en todas ellas. A nivel territorial, la única diferencia será una mayor intensidad de poblamiento en el antiguo territorio pionero debido a que el proceso de segregación es más temprano e intenso.

bién aparecen representadas (Figura 4.2). En este sentido, las dataciones obtenidas sobre Ovis aries y Cervus elaphus en expresión calibrada a 1 sigma sitúan la ocupación de la UE 79 de El Barranquet entre 5500 y 5460 cal BC (Beta-

El proceso de colonización inicial de la fachada central del Mediterráneo peninsular Siguiendo los planteamientos teóricos del modelo de colonización marítima y la base empírica disponible para el desarrollo de la economía productora en las costas del Mediterráneo occidental, observamos que los primeros grupos neolíticos que arribaron por vía marítima se asentaron y penetraron desde la desembocadura de algunos ríos, como el Serpis, hacia el interior del Prebético meridional valenciano, remontando estos cauces fluviales y asentándose en las terrazas próximas a los mismos. Este proceso debió darse en un lapso de tiempo relativamente breve, tal y como muestran las dataciones disponibles y el registro arqueológico. Así, hacia el 5600/5500 cal BC, los primeros asentamientos de grupos productores con cerámicas impresas se extenderían por el territorio comprendido entre las cuencas de los ríos Serpis y Algar, constituyendo lo que se conoce como el grupo cardial valenciano (Bernabeu, 1996). Para la explicación de esta ocupación inicial resultan claves los primeros datos avanzados del yacimiento de El Barranquet (Oliva, Valencia), situado a escasos 300 m de la actual línea de costa (Esquembre et alii, 2008). La excavación de este yacimiento ha permitido diferenciar una unidad estratigráfica, que rellenaba un paleocanal natural, caracterizada por un reducido número de fragmentos cerámicos entre los que la técnica cardial estaba poco representada frente a otros tipos como cerámicas acanaladas e impresas de instrumento (Esquembre et alii, 2008, fig. 4; Bernabeu et alii, 2010). Las características de este conjunto podrían vincularse a las observadas en la facies cerámica “Peiro Signado” que ha sido reconocida y definida a partir de varios asentamientos de la Provenza Francesa (Peiro Signago, Pont de Roque-Haute, Grotte de Bize, Grotte de Fées, etc.) (Manen, 2002), fechada entre 5700 y 5600 cal BC y caracterizada por un predominio casi absoluto de la técnica “sillon d’impressions”, aunque otras, como la impresa cardial, las de instrumento y las acanaladuras, tam-

Figura 4.2. Cerámicas decoradas con la técnica sillon d’impressions, impresión con instrumento e incisión. 1-10: El Barranquet (Esquembre et alii, 2008); 11-12: Pont de Roque-Haute (Manen y Guilaine, 2007); 13-20: Peiro Signado (Manen, 2002). 31

El Neolítico en el Bajo Vinalopó 221431; Beta-239379: 6510±50 BP) (Esquembre et alii, 2008; Bernabeu et alii, 2010). Por otro lado, algunos elementos de la producción lítica tallada acercan la ocupación inicial del yacimiento del Barranquet de Oliva a la observada en otros contextos neolíticos antiguos de la Provenza francesa (Esquembre et alii, 2008). Las excavaciones en Mas d’Is, asentamiento ubicado en el valle del río de Penàguila, han evidenciado una fase inicial de ocupación fechado en torno al 5550 cal BC, a partir de la documentación de una vivienda –casa 2– y el desarrollo de una economía productora de alimentos (Bernabeu et alii, 2003). Según estos autores, y en un proceso muy rápido de poco más de un siglo, estos grupos productores habrían colonizado buena parte de la cuenca del Serpis, ocupando, además, diversas cavidades como la Cova de l’Or, la Cova de les Cendres o la Cova d’En Pardo, habiéndose documentado en la base estratigráfica elementos cerámicos que remitirían a los contextos pioneros franco-italianos (Bernabeu y Molina, 2009; Bernabeu et alii, 2010; 2011; García Atiénzar 2010a; Soler et alii, 2011).

Figura 4.3. Localización de los yacimientos neolíticos mencionados en el texto asociados al proceso de expansión pionera.

Para Guilaine y Manen (2002), la presencia de cerámicas vinculadas a las distintas facies italianas de la cerámica impresa serían el resultado de incursiones ocasionales por vía marítima o de una primera ocupación. Se trataría, en definitiva, de implantaciones pioneras llevadas a cabo c. 5750-5500 cal BC, momento de máximo desarrollo de la facies de cerámica impresa del sur de Italia, y que afectarían a diversos ámbitos de las costas tirrénicas (Fugazzola, 2002), ligurienses (Binder y Maggi, 2001; Manen, 2000), provenzales (Manen, 2002; Guilaine y Manen, 2007) y, posiblemente, de la región centro-meridional valenciana, sin obviar su presumible presencia de estos contextos prístinos en otras regiones peninsulares como la costa catalana o el prepirinero aragonés (García Atiénzar, 2010a).

ningún caso presentan lustre de cereal, la ausencia de vestigios vegetales que indiquen la práctica de la agricultura y la inexistencia de una cabaña doméstica. Un claro ejemplo son los yacimientos situados en las áreas endorreicas de Villena, en concreto el yacimiento al aire libre de Casa de Lara (Fernández, 1999) o los contextos funerarios de La Corona (Fernández et alii, 2012). El afianzamiento poblacional y la consolidación territorial de los grupos neolíticos No cabe duda que, una vez implantados los primeros grupos en asentamientos al aire libre con un modo de vida agropecuario, se iniciaría un proceso de crecimiento y afianzamiento demográfico que conllevaría la consolidación social de estas comunidades. Esta afirmación tendrá en la aparición de una serie de elementos característicos la representación de la configuración de un territorio social perfectamente delimitado.

Las estructuras documentadas en los asentamientos franceses vinculadas a esta fase pionera (Manen, 2002; Guilaine, 2007) no hablan de una ocupación duradera, sino de periodos aislados de ocupación, rasgos que también pueden rastrearse en el yacimiento de El Barranquet de Oliva, en algunas de las estructuras de hábitat de Mas d’Is o en el episodio de ocupación puntual que caracteriza en nivel VIIIb de En Pardo. Este hecho nos aproximaría aún más al carácter pionero y puntual de estas comunidades que se expanden hacia mediados del VI milenio cal BC por distintos puntos del Mediterráneo occidental.

Este afianzamiento debemos vincularlo culturalmente al mundo del cardial sensu stricto (5500-5400/5300 cal BC) como resultado de un proceso de expansión demográfica estructurada. Coincide con un sistema socio-económico mejor integrado a la diversidad ambiental y con amplia variedad de sistemas económicos pues se encuentra bien atestiguado en el territorio litoral y presenta una rápida expansión en el ámbito peninsular a través de los grandes ejes fluviales llegando hasta el interior de la península ibérica (Rojo-Guerra et alii, 2006).

Por otra parte, las características de estos grupos agropecuarios no se documentan en territorios próximos como las cuencas de los ríos Montnegre y Vinalopó, situadas más al sur (Figura 4.3). Así, de forma sincrónica a los primeros pasos de colonización inicial, en estas cuencas el registro muestra la presencia de grupos mesolíticos geométricos únicamente en las tierras altas del Vinalopó (Fortea, 1973; Juan-Cabanilles, 1992, Martí et alii, 2008; Fernández et alii, 2012). Testigos de sus formas económicas son el predominio de armaduras de sílex (Fernández, 1999), que en

Este momento coincidiría con el desarrollo del denominado cardial franco-ibérico. Se observa en esta facies un dominio de la decoración impresa, especialmente la cardial, seguida de la decoración plástica y esporádicamente incisiones y acanaladuras, así como también una estrecha 32

4. Hipótesis sobre el proceso de implantación de los primeros grupos neoliticos en las comarcas centromeridionales valencianas relación entre vasos grandes y cordones decorados. Dentro de la región franco-ibérica existen ciertas variedades regionales caracterizadas por la escasez de la impresión con el borde de la concha en sentido perpendicular, más propia de las facies italianas, y el predominio de la impresión del natis de la concha, representativa, sobre todo, en la zona catalana y valenciana. Los motivos decorativos formados por las impresiones aparecen organizados en bandas bien delimitadas, frecuentemente rellenadas con motivos geométricos, sintaxis decorativa que aleja al mundo cardial de las facies franco-itálicas observadas dentro del fenómeno pionero de asentamiento prístino.

en un territorio aproximado de 17 km². Las relaciones entre estos grupos son difíciles de establecer, pudiendo tratarse, incluso, de un mismo grupo que explota diversas zonas de forma simultánea o de diversas familias diseminadas por el valle. La distancia entre los asentamientos oscila entre los 0,5 km de los más cercanos, a los 3 km, de los más alejados, siendo la media 1,07 km. Se observan diferencias en la distribución de los asentamientos, ya que en el fondo del valle –donde las tierras fértiles son más abundantes y de mayor calidad– la distancia de los asentamientos es muy estable, alrededor de 0,5 km. En cambio, los asentamientos más alejados, alrededor de unos 2 km, se ubican en la ladera o en la zona alta del valle donde las tierras potencialmente agrícolas son menos abundantes.

Para J. Guilaine y C. Manen (2002), este horizonte cardial (en sentido estricto) se vincularía directamente al proceso de consolidación y expansión del neolítico en las tierras provenzales. A tenor de los recientes hallazgos mencionados anteriormente, algo similar podría plantearse para las tierras situadas en la costa y valles prelitorales localizados en las comarcas centro-meridionales valencianas. Tal y como hemos advertido en otros trabajos (García Atiénzar, 2009; 2010a) esta expansión correspondería con el momento de plena consolidación del modo de producción agropecuario en estas tierras que, a nivel de estructuración del territorio, se caracterizará por una variada gama de soluciones ocupacionales, tanto en llano como en cueva, destinadas a una gestión integral de los recursos agrícolas y ganaderos, pero también los cinegéticos y otros recursos vinculados a la cobertura vegetal.

Las diversas actividades que parecen desarrollarse en estos asentamientos y la larga perduración señalada por los fosos monumentales Mas d´Is (Bernabeu et alii, 2003) muestran un posible carácter estable en la ocupación de los lugares de residencia, coincidiendo así con la estabilización del poblamiento en el territorio pionero que caracterizaría la fase neo-pionera planteada por Gallay (1989), observada también en Catalunya (Mestres, 1992). En este sentido, la construcción de grandes fosos, que se mantendrán en uso durante largo tiempo (Bernabeu et alii, 2003), la multiplicación de yacimientos con cerámica cardiales o inciso-impresas dentro del territorio inicialmente ocupado, el uso de cuevas como lugar de enterramiento colectivo (Bernabeu et alii, 2001) o el desarrollo una serie de manifestaciones gráficas singulares como son el arte rupestre Macroesquemático (Hernández et alii, 1988), considerado como de ciclo corto, y el Arte rupestre Esquemático (Torregrosa, 2001), con un desarrollo de ciclo prolongado y una distribución dentro del Prebético meridional valenciano que coincide con el núcleo fundamental de los yacimientos cardiales (Torregrosa, 2001), son algunos de los argumentos que nos permiten plantear que durante la segunda mitad del VI milenio cal BC se produjo la ocupación efectiva del territorio a partir de procesos de segregación y expansión territorial dentro del área geográfica

Buen reflejo de este proceso de segregación, afianzamiento y consolidación territorial en toda la cuenca del Serpis, desde la desembocadura hasta la cabecera, es el asentamiento cardial de Benàmer (Torregrosa et alii, 2011), en el curso medio del Serpis en su confluencia con el río de Agres, donde se ha constatado buena parte de lo que sería una unidad doméstica de grupos cardiales con sus áreas de actividad. Pero también en el valle del Penàguila, aguas arriba, donde, a partir del 5400 cal BC aparecen 8 nuevos yacimientos en un radio de 3,5 km (Molina, 2003), lo que apunta hacia la posible existencia de varios asentamientos

Figura 4.4. Relación de los contextos cardiales y epicardiales con la distribución espacial del Arte Macroesquemático y Esquemático. 33

El Neolítico en el Bajo Vinalopó comprendida entre los ríos Serpis y Algar con el objetivo de consolidar una entidad social con un modo de vida agropecuario.

de Valencia –fase 2–, se iniciaría el proceso expansivo y colonización de nuevas tierras aledañas. Aunque la base empírica disponible en la actualidad es escasa, su lectura deja entrever dos posibles procesos sucesivos en los que se pudo desarrollar la expansión hacia las tierras situadas al sur del Serpis.

El análisis de distribución espacial del arte Macroesquemático y Esquemático permite observar como ambos parecen estar estrechamente relacionados con la extensión territorial de los grupos productores pioneros (Figura 4.4). De esta forma, la distribución del arte Macroesquemático parece delimitar una zona dentro del territorio cardial inicial, comprendida entre las sierras de Benicadell, Aitana y Mariola (Martí y Juan-Cabanilles, 1987) al igual que algunos de los motivos de arte Esquemático, especialmente los antropomorfos en doble “Y”, los soliformes y ramiformes (Torregrosa y Galiana, 2001). Por tanto, podríamos considerar la existencia de una zona nuclear inicial –fase pionera–, que vendría a coincidir con el territorio delimitado por el arte Macroesquemático, y que posteriormente se ampliaría al área geográfica comprendida entre las cabeceras de los ríos Canyoles, Clariano, Serpis y Algar hasta el mar Mediterráneo –fase neo-pionera–. Así, el arte Esquemático, tanto en soporte mueble como rupestre (Torregrosa y Galiana, 2001), podría ser considerado como un indicador más, junto a otros elementos de cultura material, para definir el territorio en el que se consolidaron los grupos pioneros.

Por un lado, y en un primer momento, encontramos yacimientos ligados a las áreas endorreicas del corredor de Villena-Yecla, Foia de Castalla y zonas septentrionales del Camp d’Alacant, todas ellas cuencas aledañas y bien comunicadas con el núcleo pionero de comunidades agropecuarias. Como señalan J. Juan-Cabanilles y B. Martí (2002) es probable que yacimientos como Casa de Lara y Arenal de la Virgen fuesen reocupados por grupos agropecuarios durante la fase de expansión desde el núcleo original. Así lo indicaría la presencia de algún fragmento de cerámica cardial, junto a la abundancia de cerámicas incisas, con relieves, impresas de instrumento y algunas peinadas. Junto a éstos yacimientos debemos unir aquellos otros, en principio, sin ocupaciones previas y también con presencia de cerámica cardial: Cueva del Cabezo de los Secos (Yecla) (Soler, 1983), El Fontanal (Onil) (Cerdà, 1983), la Cueva Santa de Caudete (Pérez, 1993; García Atiénzar, 2010b) o la Cueva del Lagrimal (Soler García, 1991; Fernández, 2008), esta última con una ocupación previa del Mesolítico reciente, aunque con un evidente hiatus temporal con la posterior ocupación neolítica.

Por otra parte, en las cuencas limítrofes con el área de mayor concentración de yacimientos cardiales, como son la cuenca del Vinalopó o la cuenca del río Montnegre, no se han documentado evidencias de arte Esquemático pese a las prospecciones realizadas, aunque sí está constatada su ocupación a partir del último tercio del VI milenio cal BC (Fernández, 1999; Juan y Martí, 2002; García Atiénzar et alii, 2006).

Y, por otra parte, en un segundo momento, se situarían aquellos yacimientos caracterizados por la ausencia de indicios de ocupaciones del substrato geométrico anterior y por la ausencia de cerámicas cardiales, con lo que cabría la posibilidad de fuesen ocupados ex novo, en un proceso de colonización un poco posterior a los anteriores, tanto dentro de la mismas cuencas ya ocupadas, como en otros espacios más alejados del núcleo inicial cardial (Figura 4.5).

La expansión y colonización neopionera hacia las tierras meridionales Con la información disponible actualmente resulta difícil concretar si los grupos agropecuarios, en su proceso expansivo hacia nuevas tierras, pudieron entrar en contacto con los grupos cazadores y recolectores locales, ni si ese posible proceso estuvo regido por la integración e interacción (Bernabeu et alii, 1993) o por el conflicto y la exclusión social (Jover y García Atiénzar, e.p.). Pero lo que sí es evidente es que los primeros grupos agropecuarios del norte de Alicante coincidieron cronológicamente (que no espacialmente) con los últimos cazadores conocidos en el Alto Vinalopó, en yacimientos como Casa Corona (Fernández et alii, 2012) o del curso medio del Júcar como la cueva de Cocina (Juan-Cabanilles y García Puchol, e.p.).

El estudio de estos yacimientos, con cerámicas decoradas con relieves e inciso-impresas y las dataciones disponibles para algunos de ellos (calle Colón de Novelda: Beta 227572: 6390±40 BP, 5470-5330 cal BC 1σ, García Atiénzar et alii, 2006; abrigos del Pozo: I-16783: 6260±120 BP, 5360-5050 cal BC 1σ; Martínez, 1994), pero especialmente la amplia serie de dataciones sobre muestras de vida corta del Tossal de les Basses (Rosser y Fuentes, 2007), les situaría cronológicamente en los últimos siglos del VI o principios del V milenio cal BC (Figura 4.6). Este proceso expansivo desde las zonas pioneras coincide con el aumento considerable del número de enclaves alrededor de los asentamientos neolíticos iniciales que advertíamos anteriormente. Por lo tanto, a inicios del V milenio cal BC ya se habría producido la colonización efectiva de las cuencas situadas al sur del núcleo pionero ya consolidado, donde se incluyen las tierras bajas del río Vinalopó.

Así, y a modo de hipótesis, hacia finales del VI milenio cal BC, en un momento cronológicamente contemporáneo al de afianzamiento poblacional y de consolidación territorial de los grupos productores implantados en las cuencas inicialmente colonizadas del norte de Alicante y sur 34

4. Hipótesis sobre el proceso de implantación de los primeros grupos neoliticos en las comarcas centromeridionales valencianas En este sentido, es evidente que el proceso expansivo y de colonización de nuevas tierras se efectuaría siguiendo los corredores naturales que permiten las comunicaciones hacia la Meseta y hacia el Sureste peninsular. Desde la cabecera del Clariano se colonizaría, por un lado hacia el Suroeste, siguiendo el corredor del Vinalopó y el corredor de Yecla/Jumilla. Este proceso expansivo afectaría del mismo modo a zonas aún más alejadas como la Vega del

Segura y el nacimiento del río Mundo-Segura. Por otro, se expandiría también hacia el Sur-Sureste por el corredor del Vinalopó hasta su desembocadura (Hernández, 1997) y su continuidad hacia la vega baja del Segura. Este proceso también se realizaría hacia el Camp d’Alacant desde la cabecera del Montnegre y también desde la cabecera del río de Penàguila a través del Riu de la Torre.

Figura 4.5. Localización de los contextos epicardiales en el área central del Mediterráneo peninsular; nótese la mayor intensidad de poblamiento en el área de colonización pionera.

Figura 4.6. Fechas calibradas de los contextos epicardiales y postcardiales fuera del territorio neopionero. No se ha discriminado entre muestras de vida larga y vida corta. 35

El Neolítico en el Bajo Vinalopó Todo este proceso encajaría con la idea de una progresiva implantación y segregación por parte de comunidades familiares extensas que ocupan preferentemente las tierras más óptimas para el desarrollo de la agricultura, sin que ello implique que su economía estuviese basada únicamente en las prácticas agrícolas y ganaderas. Quizás el aspecto más significativo sea la colonización efectiva de las tierras de fondos de valles, con una baja densidad demográfica en todos los tramos en los que se dividen las cuencas.

plazamiento, se constate un claro hiato entre ambos momentos. 4.

Expansión e implantación de la economía agropecuaria en nuevos territorios

Para poder validar dicha hipótesis, sería necesario que, al menos, se cumplisen los siguientes argumentos justificados con pruebas: 1.

que en el registro arqueológico del valle del Vinalopó no se constaten yacimientos de la fase con pleno predominio de la técnica impresa antigua cardial.

2.

que los primeros asentamientos con evidencias de prácticas agrícolas y ganaderas en el Vinalopó –a excepción, posiblemente, de su cabecera– correspondan a momentos finales del VI o inicios del V milenio cal BC

3.

y que se pueda constatar un gradiente cronológico en el proceso de expansión de norte a sur, es decir, desde la cabecera del Vinalopó, más cercano al núcleo pionero cardial, hasta la desembocadura en tierras más meridionales.

A partir de los momentos centrales del V milenio cal BC, en las tierras del Vinalopó se iniciaría el proceso de consolidación poblacional a la vez que se diluiría por completo lo cardial en la fachada peninsular, abandonándose algunos de los principales asentamientos del núcleo cardial como Or y Sarsa. A partir de este momento, se constatan cambios en el uso de muchas cavidades, destinadas ahora preferentemente hacia la estabulación de ganado (Badal, 1999; 2002; García Atienzar, 2006). La unidad básica de producción y organización social sería la denominada unidad doméstica (Flannery, 1972; Jover, 2013). Consideramos que podrían inferirse dos tipos de asentamientos fundamentales:

que estas ocupaciones no guarden relación ni cultural ni material con los yacimientos del Mesolítico geométrico y que, en el caso de ocupar el mismo em-

Figura 4.7. Distribución de los contextos postcardiales (ca. V milenio cal BC) en la cuenca del Vinalopó y cuencas anexas. 36

4. Hipótesis sobre el proceso de implantación de los primeros grupos neoliticos en las comarcas centromeridionales valencianas 1.

La granja como expresión mínima de organización productiva y de la unidad doméstica.

2.

La aldea, integrada por una agrupación de varias unidades domésticas además de otros espacios o edificios de carácter colectivo.

La práctica ausencia de excavaciones extensas impide evaluar cómo se produjo la consolidación de este poblamiento neopionero, aunque el ruido de fondo que generan materiales propios del V milenio cal BC, como son las cerámicas peinadas y esgrafiadas, apuntan a un mantenimiento de la ocupación de muchos de estos enclaves iniciales, así como al aumento paulatino de estas poblaciones situadas siempre en torno a las mejores tierras agrícolas, revelando una expansión territorial hacia territorios vecinos. No obstante, todavía quedan toda una serie de cuestiones para las que no tenemos respuesta, sobre todo aquellas relacionadas con el grado de movilidad de aquellas primeras comunidades, ante la gran dispersión de hallazgos materiales documentados en los fondos de valles de toda la fachada mediterránea. Esta cuestión y muchas otras será necesario abordar con más y mejores registros arqueológicos. La dificultad para reconocer los asentamientos al aire libre situados en el fondo de los valles (desarrollo urbanístico, procesos de transformación geomorfológica cuaternarios, actividades agrícolas, etc.) impide observar con precisión el proceso de expansión y consolidación de las primeras comunidades campesinas a lo largo del V e inicios del IV milenio cal BC. Tampoco permite determinar a partir de qué momento se habría iniciado el proceso de nuclearización poblacional que llevaría a la constitución de las primeras aldeas. Contamos, no obstante, con una mejor visión de la culminación de este proceso gracias a la detección de un buen número de asentamientos al aire libre y cuevas empleadas con finalidades funerarias que se expanden por toda la cuenca del Vinalopó, ofreciendo el tramo final de su cuenca buenos ejemplos.

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5. La Alcudia y el Neolítico antiguo en el Bajo Vinalopó

Sergio Martínez Monléon

Introducción

pación fuera en el Campo de Elche por sus excepcionales condiciones: “…el hecho de que las primitivas gentes de esta comarca, luego correspondientes a distintos estadios culturales de este paraje en el paso, eligieran este lugar para su asentamiento se debió a un factor geográfico. El paisaje de la zona y su subsuelo nos han documentado sobre las condiciones de habitabilidad y defensa que reunía, y que lo hacían apto como emplazamiento, pues en aquellas épocas de nuestro pasado el solar de Illici, las tierras hoy denominadas La Alcudia, constituyeron un islote rodeado por las aguas de un río, cuya fuente, Animeta, está virtualmente extinguida en la actualidad y su cauce, en buena parte, terraplenado por labores agrícolas, que en este punto remansaba su caudal y abrazaba a los poblados

Las primeras noticias publicadas sobre la documentación de materiales arqueológicos de época neolítica fueron realizadas por Aureliano Ibarra (1879). El mejor contexto para estos primeros momentos de la expansión poblacional en esta comarca natural caracterizada por la confluencia de la desembocadura de los ríos Vinalopó y Segura lo encontramos en La Alcudia. No resulta extraño esta pronta ocupación del territorio del Bajo Vinalopó debido a sus excepcionales condiciones para el poblamiento humano, como ya indicara Aureliano Ibarra Manzoni (1879: 32), y menos que esta primera ocu-

Figura 5.1. Mapa de localización de La Alcudia (Elche) y poblamiento durante el Neolítico Antiguo: 1. Ledua (Novelda); 2. c/ Colón (Novelda); 3. Tossal de les Basses (Alicante); 4. Los Limoneros (Elche); 5. La Alcudia (Elche); 6. Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola); 7. La Bernarda (Rojales). 39

El Neolítico en el Bajo Vinalopó y después ciudades erigidos sobre aquel lugar y convertidos así en auténticas fortalezas atendiendo al foso natural que el lecho de dichas aguas les confería y que daba a los núcleos de población allí ubicados el requisito esencial de su emplazamiento. Estas magníficas cualidades estratégicas, aunadas a la fertilidad de las tierras circundantes, explicada sobradamente la elección de su lugar de asentamiento…” (Ramos Fernández, 1985: 7).

fundir los metales. Encuéntranse también unas piedras negruzcas, puntiagudas, y otras de boca de hacha, ya bastas, ó ya pulimentadas, según sean más o menos antiguas y que el vulgo llama piedras de rayo, y que no son, sino los martillos, almireces y hachas de que servían a los españoles primitivos. Algunos huesos puntiagudos, conchas perforadas y caracolitos, de que se hacían vistosos collares…”. Estos primeros hallazgos quedaron confirmados años más tarde por A. Ramos Folqués (1989: 8), quien recuperó en La Alcudia un interesante conjunto de materiales prehistóricos procedentes de las terreras dejadas por las intervenciones que Albertini y Vives realizaran en 1905 y 1923, respectivamente, en las cuales “… se abrieron grandes zanjas de cuatro o más metros de ancho por otros cuatro metros de hondo aproximadamente…”. El mencionado autor adscribía este repertorio de materiales a dos momentos que correspondían a una primera ocupación durante el Eneolítico y otro posterior durante el Bronce I.

La Alcudia y su ocupación prehistórica El yacimiento se localiza a dos kilómetros al sur del actual núcleo urbano de Elche y a unos 500 m del margen oeste del río Vinalopó (Figura 5.1), en las mejores tierras agrícolas de la cubeta, sobre una colina natural alterada por sucesivas ocupaciones y emplazada en la zona central de una llanura deltaica con abundante agua que se encuentra cerrada al mar por una cadena de dunas costeras y delimitada por una elevación montañosa en la que se abren barrancos y ramblas, además del río Vinalopó, auténtico eje vertebrador de las comunicaciones de la zona.

Esta posible ocupación prehistórica se vería refrendada por los resultados que ofrecían las excavaciones que se estaban llevando a cabo durante estos años en el sector 5-F (Figura 5.2) (Ramos Fernández, 1983a). Infrapuestos al estrato F ibérico, aparecían los estratos G y H asociados a una ocupación prehistórica. Esta ocupación también se ha detectado en otros puntos del sector septentrional del yacimiento, mientras que en los más meridionales la ocupación ibérica más antigua estaba en contrato con el substrato geológico (Hernández, 2005).

Lamentable desconocemos sus características geomorfológicas, dimensiones, contorno y grado de pendientes originales (Hernández, 2005). Sin embargo, es posible afirmar que este emplazamiento debido a su situación estratégica constituyó un lugar de asentamiento ininterrumpido hasta época visigoda (Ramos Fernández, 1983a), como se puede inferir de los resultados de las diversas campañas de excavación que se han practicado en el yacimiento durante casi sesenta años. Aunque la información es cuantitativamente (y cualitativamente) más abundante para época ibérica y romana, no faltan las referencias que nos permiten remontar la cronología del enclave hasta los momentos iniciales del Neolítico. Las primeras noticias sobre la documentación de hallazgos prehistóricos proceden de la preocupación de Aureliano Ibarra por documentar los orígenes de Illici, quien a través de una breve nota menciona el descubrimiento de tres láminas de sílex y varias hachas y azuelas de piedra pulimentada (Ibarra Manzoni, 1879: 32): “… en nuestras investigaciones por los campos de Illici, hemos tenido la suerte de encontrar hachas de piedras de diferentes tamaños, de granito unos, de jaspe otras, dardos o puntas de flecha y cuchillos de pedernal, granos o cuentas, de diversas piedras y conchas perforadas para collares; y de la época posterior a la que pertenecen los anteriores, grandes aros de pendientes de metal, y un grandísimo depósito, según opinión de los inteligentes, de punzas de lanza, de bronce…”. Poco después, Pedro Ibarra y Ruiz (1895: 8-9) en su Historia de Elche comentaba que “…en el campo de Elche, hacia la parte de Santa Pola, hánse encontrado multitud de objetos extraños de que servían los primitivos habitantes de esta región. Son éstos, puntitas de pedernal dentadas, que servían para las flechas. Otras más largas, que hacían de cuchillos, pues en aquel entonces, el hombre no sabía ni

Figura 5.2. Planimetría de La Alcudia (Elche) con indicación de los sectores excavados (Ramos Fernández, 1983a: 153, fig. 5). 40

5. La Alcudia y el Neolítico antiguo en el Bajo Vinalopó Mientras el estrato G, asociado a un pavimento de grava de unos 30 cm, era encuadrados en los ss. VII/VI a.C., el estrato H resultaba más problemático porque dependiendo de la publicación se ha asociado con materiales del Eneolítico/Bronce (Ramos Folqués, 1989) y en otros con materiales del Bronce final y del periodo orientalizante (Ramos Fernández, 1983a). La ausencia de una completa publicación sobre las excavaciones que se estaban llevando a cabo en estos momentos impide valorar si estos materiales aparecían superpuestos, con o sin continuidad, o alterados y revueltos en el momento de la ocupación ibérica.

se ha ido acrecentado desde las primeras publicaciones, ésta continúa siendo incompleta, dispersa y, en ocasiones, contradictoria. El Neolítico antiguo en el Bajo Vinalopó Hasta inicios del 2013, para el Bajo Vinalopó sólo se tenía constancia de la existencia de otro yacimiento que se podía atribuir a estos momentos iniciales de la ocupación neolítica, la Cova de les Aranyes del Carabassí. Esta cavidad, de la que en el presente volumen se da debida cuenta, se localiza junto al mar, en la ladera derecha de un barranco localizado en la sierra de Santa Pola, en una plataforma sobreelevada que termina en un acantilado. En este cueva, han aparecido algunos materiales, como la vasija citada (Figura 5.4b), que remiten a los momentos iniciales del Neolítico antiguo, cronología que cuadra con alguno de los fragmentos cerámicos aparecidos en las últimas excavaciones (Hernández et alii, 2012).

Las excavaciones realizadas entre 1983 y 1985 iban a retrotraer aun más esta primera ocupación de La Alcudia, al identificarse materiales correspondientes al Neolítico antiguo (Ramos Molina, 1989). Durante esta campañas se excavó el sondeo 6B del sector 5-F y se descubrió una compleja galería subterránea de época moderna. En el interior de la misma apareció un relleno de arenas relacionadas con la crecida del río que llegaron a colmatar totalmente la galería y se recogieron materiales, sin contexto arqueológico ni potencia estratigráfica, que no se relacionaban con esta estructura. Estos materiales, que se suponen procedentes de un emplazamiento situado junto a la margen del río, de donde fueron arrancados y arrastrados por los agentes naturales, nos informan de la existencia en este yacimiento de posibles indicios de un asentamiento humano ya durante el Neolítico antiguo sin cardial. De entre estos materiales, destaca la presencia de varios fragmentos cerámicos a mano con decoración incisa e impresa (Figura 5.3) que permiten situar esta ocupación en momentos avanzados del llamado Neolítico IB (Bernabeu, 1989) en la secuencia regional valenciana.

Sin embargo, recientes trabajos de arqueología de salvamento en la ronda sur de Elche, vienen a ampliar este panorama, con el hallazgo del yacimiento de Los Limoneros II, también ubicado en las proximidades del río Vinalopó, a 1 km al norte de La Alcudia. Aunque la base empírica disponible en la actualidad para el Bajo Vinalopó se podría considerar escasa, su lectura deja entrever que la ocupación inicial por parte de las sociedades campesinas se pudo desarrollar entre finales del VI e inicios del V milenio cal BC, en un momento crono-

El único recipiente reconstruido (Figura 5.4a) se trata de una vasija globular con cuello y seis asas de lengüeta, tres verticales y con una perforación en la línea de arranque del cuello y las otras tres horizontales y con doble perforación en el cuerpo. Presenta decoración geométrica, en la que se combinan incisiones e impresiones de instrumento. Estos hallazgos permiten relacionarlos con otros no excesivamente distantes que explican el poblamiento del Bajo Vinalopó, como una vasija de tendencia ovoide (Figura 5.4b) con un pequeño cuello y asa de cinta vertical y horizontal procedente de la Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola) (Ramos Folqués, 1983c) y el recipiente cerámico procedente del yacimiento de Ledua (Novelda) (Hernández y Alberola, 1988), que recuerda por su forma al ejemplar de La Alcudia (Elche), aunque su decoración incisa e impresa es más compleja (Figura 5.4c). En resumen, los resultados de las excavaciones llevadas a cabo durante los años ochenta (Ramos Fernández, 1983a; Ramos Molina, 1989) junto a la recogida de materiales superficiales (Ibarra Manzoni, 1879; Ramos Folqués, 1989) en el yacimiento de La Alcudia (Elche) han evidenciado la existencia de una ocupación neolítica que parece remontarse a finales del VI milenio cal BC. Sin embargo, aunque la información disponible sobre su ocupación prehistórica

Figura 5.3. Materiales procedentes de las excavaciones de A. Ramos Molina (1989: 167, fig. 1; 168, fig. 2; 169, fig. 3; 170, fig. 4). 41

El Neolítico en el Bajo Vinalopó

Figura 5.4. A) Vasija globular de La Alcudia (Elche) (Ramos Molina, 1989: 171, fig. 5); B) Vasija ovoide de la Cova de les Aranyes del Carabassí (Hernández et alii, 2012: 107); C) Vasija globular de Ledua (Novelda) (Hernández y Alberola, 1988: 154, fig. 5) lógicamente contemporáneo al momento de afianzamiento poblacional y de consolidación territorial del grupo cardial en las cuencas de los ríos Penáguila y Albaida (García Atiénzar, 2009).

El carácter descontextualizado de los materiales hallados en La Alcudia (Ramos Molina, 1989) han impedido precisar las dimensiones y características de esta ocupación, ya que en el sector 5-F –el mejor conocido para estos momentos– no se ha detectado su presencia, coincidiendo la ocupación inicial de este lugar con el Bronce final (Ramos Fernández, 1983a). Para estos momentos del asentamiento inicial en las tierras meridionales valencianas, la única información a la que nos podemos ceñir es la que ha proporcionado el asentamiento, excavación en extensión, del Tossal de les Basses (Alicante) (Rosser y Fuentes, 2007), donde se ha documentado la existencia de un reducido número de cabañas asociadas a pequeños fosos de drenaje y a estructuras de combustión para mediados del V milenio cal BC.

Si bien no se cuentan con dataciones para esta ocupación neolítica, el estudio de los materiales cerámicos de estos yacimientos, con decoraciones inciso-impresas, como presenta La Alcudia, los situaría cronológicamente a partir del 5.300 – 5.200 cal BC o Neolítico IB. La única referencia a lo que nos podemos ceñir es la que nos proporcionan las excavaciones efectuadas en la c/ Colón (Novelda) (García et alii, 2006), donde se determinó la existencia de una posible estructura en forma de cubeta ovalada por cantos de ríos con señales de haber sido expuestos al fuego y que debió haber sido utilizada con fines culinarios. El análisis radiocarbónico de uno de los carbones arrojó una cronología que situaría su uso en los últimos siglos del VI milenio cal BC (Beta 227572: 6.390 ± 40 BP; 5.471 – 5.311 cal BC)1.

Patrón de asentamiento Aunque en la actualidad aun faltan bases suficiente para la realización de una aproximación a las formas de ocupación 42

5. La Alcudia y el Neolítico antiguo en el Bajo Vinalopó y explotación del territorio desarrolladas por las comunidades asentadas en el Bajo Vinalopó durante finales del VI y principios del V milenio cal BC, hemos creído oportuno realizar una primera aproximación, intentando contrastar algunas de las hipótesis formadas sobre la organización de estos grupos sociales (Guilabert et alii, 1999; Jover y Molina, 2005; Jover et alii, 2008; García Atiénzar, 2009).

posibilidad de la utilización de las herramientas SIG nos permite mejorar estos análisis, al mismo tiempo que facilitan y agilizan estos cálculos. Para la realización de este cálculo primero hemos elaborado un Modelo Digital del Terreno (MDT) a partir de las curvas de nivel de la Base Cartográfica Numérica a escala 1:25.000 (BCN 25) del Centro Nacional de Información Geográfica (CNIG), con un paso de curva de 5 m y optando por una resolución de celda o pixel de 10 x 10 m. A partir del MDT hemos obtenido una modelización del terreno en la cual cada celda ofrece información sobre la pendiente expresada en porcentaje y con esta capa de pendientes se ha generado el modelo de costes o fricción, reclasificando el terreno y otorgando una serie de costes a cada fracción del terreno con el fin de establecer diferentes categorías de análisis (Tabla 5.1).

No obstante, habría que realizar una serie de matizaciones que condicionan la realización de esta aproximación. El volumen de la información es considerablemente reducido, como ya hemos señalado, tanto en lo que se refiere al número de yacimientos con materiales que podrían adscribirse a estos momentos, como por la descontextualización de estos materiales que remiten a un periodo avanzado del Neolítico antiguo, con excepción de las recientes excavaciones realizadas en el yacimiento de Los Limoneros II (Elche) (Barciela et alii, en este mismo volumen). Por ello, en este trabajo efectuaremos una confrontación entre los resultados del análisis espacial efectuado para los emplazamientos de La Alcudia y la Cova de les Aranyes del Carabassí. Lamentablemente, esta propuesta deberá tomarse con cautela al no poder conjugar la información procedente del registro arqueológico con la procedente del análisis de su espacio social, por lo tanto los resultados deberán mantenerse a nivel de hipótesis hasta que se pueda contar con información debidamente contextualizada referida al registro arqueológico de algunos de estos yacimientos.

PENDIENTE

PORCENTAJE

Llana Suave Moderada Acentuada Muy acentuada Mar y zonas lagunares

0–2% 2–8% 8 – 15 % 15 – 30 % 30%

COSTE DE ESPLAZAMIENTO ASOCIADO Básico Escaso Medio Alto Muy Alto



Infinito

Tabla 5.1. Categorías de pendientes y costes de desplazamiento según el porcentaje (Aguilella et alii, 2004).

Para desarrollar este análisis territorial se empleara el Site Catchment Analysis (SCA), que trata de delimitar el espacio teórico que sería explotado por una comunidad humana dentro de un marco geográfico delimitado por la variable espacio/tiempo y supone un valor cuantificado que tiene sentido en tanto permite evaluar relativamente las diferencias entre yacimientos por estar definido de igual forma para todos ellos (Fernández y Ruiz, 1984). Las áreas de captación fueron planteadas en su origen a partir de un determinado radio de distancia euclidea desde el/los yacimientos/s analizados (Vita-Finzi y Higgs, 1970; Jarman et alii, 1972), aunque trabajos posteriores incorporan otra serie de factores para el cálculo del perímetro como son la pendiente y la ecuación tiempo/esfuerzo que implica transitar por el terreno, generándose perímetros irregular. No obstante, en este y otros cálculos relacionados con los patrones de asentamiento debemos tener en cuenta la reflexión de Parcero (2002: 61) “… lo importante no es que cada uno de los casos que se analizan tengan un resultado impreciso o inexacto; lo importante es que las imprecisiones, los errores van a ser iguales en todos los casos, ya que se basan en lo mismo en todos ellos: un mismo MDT, un mismo algoritmo de análisis, etc”.

Desde el punto de vista de la metodología de su aplicación, el SCA comporta dos estadios fundamentales: primero la delimitación del área de captación a tener en cuenta, y segundo la evaluación cuantitativa de los recursos contenidos dentro de la misma. La delimitación del área de captación, aplicando el concepto de accesibilidad en torno al asentamiento implica posiblemente la decisión más crítica en la aplicación de este método de análisis, ya que de ella depende en buena medida la evaluación de los recursos disponibles para la sociedad que lo habitaba y, por tanto, las conclusiones del estudio. Para evaluar la forma y extensión del territorio de captación de recursos se han propuestos varios métodos, de distinta y complejidad y elaboración. Desde que E. Higgs y C. Vita-Finzi (1970) propusieran cuantificar el territorio existente en un radio de 5 km o una hora caminando para las poblaciones sedentes se ha convertido en una forma de cálculo constante. Pero en este caso, hemos planteado realizar el análisis sobre cuatro entornos: uno próximo aplicado sobre 1 y 3 km, uno medio que correspondería al propuesto de 5 km y otro lejano de 10 km, que nos permitirá valorar los criterios que se han seguido a la hora de valorar la elección del lugar de asentamiento.

En esta ocasión, el cálculo del área teórico de explotación toma como factor el tiempo que tarda una persona en recorrer una determinada distancia en función de la mayor o menor pendiente, utilizando el software ArcGIS 10.0. La 43

El Neolítico en el Bajo Vinalopó La accesibilidad es entendida como la relación entre la fricción sufrida y el tiempo que tarda una persona en desplazarse por un determinado territorio. La accesibilidad total del territorio se cuantificará en tanto por ciento del total del área del buffer circular. donde:

vamos un claro predominio de las zonas con pendientes comprendidas entre el 0 y el 2 % de desnivel, situándose el yacimiento con una altura relativa de unos 10 m sobre el entorno circundante en el radio de 1 km. Resultados similares ofrecen los yacimientos localizados en el llano en cada una de las comarcas vecinas: Los Limoneros (Elche) en el Bajo Vinalopó, La Bernarda (Rojales) en la Vega Baja del Segura, el Tossal de les Basses (Alicante) en el Campo de Alicante, Calle Colón y Ledua (Novelda) en el Medio Vinalopó y Casa de Lara y Arenal de la Virgen (Villena) en el Alto Vinalopó.

(Acc x 100) / a



Acc: accesibilidad desde el yacimiento



a: área del buffer circular tomado a partir del entorno del asentamiento.

Por el contrario, la Cova de les Aranyes del Carabassí se localiza en una ladera pronunciada con una pendiente superior al 15%, aunque relativamente accesible, y con una altura relativa sobre el entorno algo superior, en torno a los 30 m. Ofreciendo, relativamente, los mismos condicionantes para su ocupación que los que presentan la Cova de Sant Martí (Agost) en el Campo de Alicante, la Cova dels Calderons (La Romana) en el Medio Vinalopó, la cueva del Lagrimal (Villena) en la Alto Vinalopó y la cueva de los Tiestos (Jumilla) y la cueva del Monte de los Secos (Yecla) en el Altiplano de Jumilla-Yecla.

El segundo estadio en la aplicación del SCA lo constituye la evaluación cuantitativa de los recursos obtenidos dentro del área de captación. En el caso de las comunidades agropecuarias las variables más analizadas son el potencial agrícola del suelo y las clases litológicas (Röper, 1979: 127-129). En este caso, prestaremos especial atención al estudio del potencial económico de los suelos, ya que las características de la tierra debieron ser, entre otro, uno de los elementos básicos para la elección de un determinado emplazamiento. El análisis de las posibilidades económicas del entorno geográfico inmediato será tratado a partir de la cartografía dedicada a la capacidad de uso del suelo, a escala 1:50.000, desarrollada por al Conselleria de Obras Públicas, Urbanismo y Transporte de la Generalitat Valenciana. Esta parte del modelo elaborado por Sánchez y otros (1984) que deriva directamente del elaborado por Kliengebiel y Montgomery (1961), aunque adapta una serie de modificaciones que pueden resumirse en cuatro puntos (Sanchez et alii, 1984; Antolín, 1998): •

Se reduce el número de clases de ocho a cinco.



Se amplían los factores limitadores de cuatro (riesgo de erosión, limitaciones intrínsecas del suelo, limitaciones climáticas y limitaciones por embalsamiento) a nueve (erosión, pendiente, espesor, afloramientos rocosos y/o pedregosidad, salinidad, propiedades físicas, propiedades químicas, hidromorfía y riesgo de heladas). Se cuantifican los valores limitadores.

• •

La variedad en el emplazamiento de los dos yacimientos condiciona la accesibilidad a los mismos. Mientras las áreas de captación de La Alcudia se extienden prácticamente de forma circular en torno al yacimiento y sufre un ligero decrecimiento según aumentamos la distancia, al igual que ocurre en otros yacimientos de este mismo periodo en las tierras meridionales valencianas –Los Limoneros II (Elche), Ledua y c/Colón (Novelda), Casa de Lara (Villena)–, la accesibilidad a la Cova de les Aranyes del Carabassí se encuentra limitada por la sierra de Santa Pola y el mar, extendiéndose su área de captación a lo largo de la playa que se localiza a los pies de la sierra de Santa Pola e incrementando su accesibilidad conforme incrementamos la distancia con respecto al yacimiento. Esta situación condiciona la capacidad de usos del suelo que nos encontramos. Si en La Alcudia predominan los suelos con una capacidad de uso alta, sobre todo en el entorno de 1 y 3 km, en la Cova de les Aranyes del Carabassí predominan los suelos con una capacidad baja y muy baja, que tendrían que ser utilizados para otras circunstancias que no fuesen el aprovechamiento agrícola.

Modificación de principios básicos como la definición de características primarias, limitaciones mayores y menores.

Con el objetivo de observar si el trabajo agrícola y la proximidad a las mejores tierras de su entorno habrían condicionado el emplazamiento del lugar, hemos analizado dos entornos superiores, de 5 y 10 km, para analizar cuáles son las características que se aprecian al aumentar la distancia al yacimiento. En estos entornos aunque La Alcudia sigue manteniendo la existencia de usos de suelo con una capacidad alta, ésta se ve reducida ligeramente, al tiempo que aumentan los suelos con una capacidad baja y muy baja, que podrían ser dedicados a la utilización de pastos para el ganado. Este hecho se observa igualmente

Así se definen cinco clases de capacidad de uso: 1. 2. 3. 4. 5.

Muy elevada Elevada Moderada Baja Muy Baja

Al analizar las distintas unidades fisiográficas que quedan encuadradas en el entorno de 1 km de La Alcudia, obser44

5. La Alcudia y el Neolítico antiguo en el Bajo Vinalopó

Figura 5.5. Mapa de curvas de nivel y altura en el entorno de: A) La Alcudia; C) Cova de les Aranyes del Carabassí. Mapa de pendientes reclasificado (superficies de coste) en el entorno de B) La Alcudia; D) Cova de les Aranyes del Carabassí.

Figura 5.6. Accesibilidad en los diferentes entornos de 1, 3, 5 y 10 km: A) La Alcudia; B) Cova de les Aranyes del Carabassí. Evolución de la accesibilidad en diferentes yacimientos del Neolítico antiguo en las tierras meridionales valencianas. 45

El Neolítico en el Bajo Vinalopó en otros yacimientos como en Ledua, Calle Colón, La Bernarda y Casa de Lara.

Mientras en la Cova de les Aranyes del Carabassí se observa que en su emplazamiento no se buscaría el aprovechamiento de las mejores tierras agrícolas, pues habría que aumentar su área de captación al entorno de 10 km para acceder a estos suelos con una capacidad productiva alta. Por lo tanto, su emplazamiento tendría que basarse en otros criterios, al igual que el del Tossal de les Basses. Para otras cavidades con materiales adscribibles a estos momentos iniciales de la ocupación neolítica de este territorio, su ocupación se ha relacionado con la práctica de la caza y el pastoreo –cueva del Monte de los Secos, cueva de los Tiestos, cueva del Lagrimal, Cova dels Calderons, Cova de Sant Martí–. Sin embargo, para la Cova de les Aranyes del Carabassí se ha planteado la posibilidad de una probable ocupación estacional o esporádica relacionada con la explotación de los recursos marinos (García Atiénzar, 2009: 130), aunque sin desdeñar la posibilidad de que su orientación también estuviera guiada por las mismas prácticas económicas de caza y pastoreo, como las otras cavidades anteriormente citadas en territorios vecinos. Su ubicación en una zona que se caracteriza por la ausencia de zonas agrícolas óptimas y la proximidad al yacimiento de la Playa de los Arenales del Sol o Platja del Carabassí (Elche), correspondiente a la segunda mitad del IV milenio cal BC, para el que también se ha planteado una ocupación de carácter puntual o episódico, con el objeto de explotar

Sin embargo, al aumentar este radio de análisis para la Cova de les Aranyes del Carabassí podemos observar cómo se produce el efecto contrario, una disminución de los suelos con una capacidad baja y muy baja, y el acceso por fin a suelos de capacidad alta que en los entornos de 1 y 3 km no aparecían, situación muy similar a la que presenta el yacimiento alicantino del Tossal de les Basses. Esto hecho parece indicarnos que hay una intención de controlar el acceso a las mejores tierras de cultivo por parte de aquellas comunidades sobre las que pivotaría la organización de los diferentes territorios como La Alcudia, Ledua, c/ Colón, Casa de Lara, etc. En este sentido, no sólo con su emplazamiento garantizarían el acceso a las mejores tierras de cultivo, sino que buscarían el emplazamiento de las comunidades donde se localizaran éstas, viéndose a nivel porcentual, que se localizarían en su entorno más próximo, entre 1 y 3 km, mientras que conforme va aumentando la lejanía al yacimiento se produciría una leve descenso a nivel porcentual, posiblemente relacionado con el aprovechamiento de estos espacios para otras actividades productivas como la caza o el pastoreo.

Figura 5.7. Capacidad de uso del suelo en el entorno de La Alcudia (A y C) y la Cova de les Aranyes del Carabassí (B y D). 46

5. La Alcudia y el Neolítico antiguo en el Bajo Vinalopó

Figura 5.8. Evolución de la capacidad de uso del suelo alta y muy alta en los diferentes radios de aplicación del SCA. recursos marinos y terrestes (Soler Díaz et alii, 2008), vendría a refrendar la hipótesis de una estrategia continuada de explotación de los recursos del mar prolongada en el tiempo como práctica económica complementaria de las comunidades que se van asentando en el curso bajo del Vinalopó junto a las mejores tierras para el desarrollo de la agricultura.

manera estacional desde la Cova de les Aranyes del Carabassí, que en su entorno localizado entre 1 y 3 km, entre 15 y 30 minutos, tendría acceso al alto potencial biofísico que le proporcionaría el mar y este espacio lagunar interior. Por otra parte, para completar el estudio de la ocupación y explotación del territorio del Bajo Vinalopó durante el Neolítico antiguo hemos optado por realizar análisis de visibilidad, ya que consideramos que la intervisibilidad y las cuencas visuales juegan un papel esencial en la definición de la territorialidad. Las sociedades generaron distintos tipos de paisajes y estrategias visuales dependiendo de sus pautas de asentamiento y de su relación ecológica, económica y social con el entorno natural y humano. Por lo tanto, el tamaño y forma de la cuenca visual es entendido como producto de una voluntad de control del territorio a través de la comparación de la importancia relativa del factor para cada asentamiento (Molinos et alii, 1994).

Pero como comentábamos anteriormente, la evaluación de las posibilidades económicas del entorno no deben limitarse únicamente a la observación de la tierra como medio de producción, sino que en la elección de un determinado emplazamiento también debieron verse implicados otros factores, entre ellos la proximidad a determinadas fuentes de aprovisionamiento de recursos líticos, arcillas, recursos hídricos, etc. No vamos a detenernos en las posibilidades que ofrece el medio circundante para el aprovechamiento de los recursos líticos ya que son tratados en otro capítulo (Jover en este volumen), ni en el aprovisionamiento de arcillas ya que la mayoría de los materiales recuperados de estos yacimientos proceden de prospecciones superficiales y/o están descontextualizados, aunque las pautas económicas no deben diferir mucho de los observadas en el yacimiento de Figuera Redona para momentos posteriores (García Atiénzar, en este volumen).

En lo que se refiere a la definición del límite máximo de visión, en general, se puede decir, que no existen normas o criterios fijos para el establecimiento del radio de visión humano, habiendo una disparidad de propuestas en la producción científica. En este trabajo, hemos utilizado tres niveles de análisis dependientes de la distancia de visualización –próxima, media y lejana– (Burillo y Romero, 2006; Aguilella, 2011; Picazo, 1998). Los criterios utilizados son:

Por lo que respecta a los recursos hídricos podemos observar como La Alcudia tendría acceso al río Vinalopó dentro de su entorno de 1 km, es decir a una distancia de menos de 10 minutos andando. El acceso al amplio espacio lagunar que existiría en este periodo cronológico en el Bajo Vinalopó sería más dificultoso, en el entorno situado entre 5 y 10 km al yacimiento, a poco más de una hora, hecho que no limitaría el acceso a los amplios recursos que este amplio espacio lacustre podría proporcionar a la comunidad. Aunque estos recursos podrían ser mejor explotados de 47



Visibilidad próxima, hasta 1 km, que corresponde a la visibilidad del territorio de captación más próximo y nos permite evaluar a nivel porcentual si existe un control visual del territorio de explotación inmediato.



Visibilidad media, hasta 3 km. Coincide con el umbral establecido como límite máximo de la visibilidad humana fiable en los estudios de medio físico y planificación territorial (Aguiló et alii, 1993: 554-556).

El Neolítico en el Bajo Vinalopó •

Visibilidad lejana, hasta 30 km. Utilizado para la intercomunicación entre asentamientos y el control de las vías de comunicación.

cuencas o valles, pero sin relacionarse unos grupos con otros, ya no fundamentado en la lejanía existente entre estos yacimientos repartidos por cada una de las comarcas sino en la inexistencia de una comunicación visual entre ellos que facilitara las relaciones de comunicación, interdependencia y ayuda mutua. Las únicas conexiones visuales que se establecen son entre yacimientos muy próximos, poco más de un kilómetro, que se localizan en zonas que presentan características semejantes tanto a nivel de explotación de recursos como de control visual sobre el entorno, y que en función de las características que la parquedad de su registro arqueológico nos permite inferir podríamos interpretar como diferentes áreas de actividad dentro de una misma unidad productiva, como es el caso de La Alcudia y Los Limoneros II en el Bajo Vinalopó por un lado, y de los yacimientos de Ledua y c/ Colón en el Medio Vinalopó por otro.

Por otra parte, como convención hemos optado por considerar la altura del observador y de lo observado de 2 m, suponiendo la altura de una persona más algún punto de apoyo al que pudiera subirse. Los análisis de visibilidad sobre 1 y 3 km (Figura 5.9) muestran un especial interés por someter a control y vigilancia las áreas de captación del entorno más próximo de La Alcudia, teniendo visibilidad desde el propio yacimiento de todo su territorio de explotación económica. Sin embargo, los análisis efectuados sobre la Cova de les Aranyes del Carabassí muestran la existencia de unos campos de visibilidad sensiblemente más reducidos y, por su ubicación en la sierra de Santa Pola, orientados al mar más que al control de su área de captación, lo que todavía viene a refrendar más la hipótesis sobre el interés de este enclave estacional en la explotación de los recursos marinos, debido a su desinterés por tener control visual sobre sus áreas de captación unido a la escasez de suelos de óptimo aprovechamiento agrícola.

Conclusiones Aunque las referencias sobre la existencia de una ocupación antigua en el entorno de La Alcudia habían sido numerosas, no fue hasta la década de los ochenta del pasado siglo cuando empezamos a disponer de materiales que permitían encuadrar cronológicamente esas primeras ocupaciones que parecen remontarse a momentos avanzados del Neolítico antiguo o Neolítico IB. Lamentablemente, y debido al carácter descontextualizado de esos materiales impiden inferir la existencia de contextos y áreas de ac-

Si ampliamos el análisis de visibilidad a 30 km observamos que no hay interconexión visual entre ninguno de los yacimientos, lo que interpretamos como la existencia de comunidades independientes que controlan cada una de las

Figura 5.9. Análisis de visibilidad y su relación con el control de las áreas de captación. A) La Alcudia, 1km; B) Cova de les Aranyes del Carabasí, 1 km; C) La Alcudia, 3 km; D) Cova de les Aranyes del Carabassí, 3 km. 48

5. La Alcudia y el Neolítico antiguo en el Bajo Vinalopó tividad encuadrables en estos primeros momentos, y nos obligan a referirnos a otros yacimientos, presumiblemente coetáneos, excavados en las comarcas vecinas del Camp d’Alacant o del Vinalopó Medio para tratar de inferir el modo de vida de estas primeras comunidades que se asentaron en el Bajo Vinalopó durante el Neolítico antiguo.

los asentamientos ubicados en llano –Casa de Lara y Arenal de la Virgen en la cubeta de Villena), Ledua y c/ Colón en el Medio Vinalopó, Los Limoneros II y La Alcudia en el Bajo Vinalopó y La Bernarda en el Bajo Segura–. Estos yacimientos se ubican siempre en las proximidades de áreas con alto potencial biótico –marjales, vegas de ríos, zonas endorreicas, etc.–, que asegurarían un elevado número de recursos, tanto domésticos como silvestres, y sobre las tierras con mayor capacidad productiva a nivel agrícola de cada una de las diferentes unidades fisiográficas.

Junto a La Alcudia, los yacimientos de la Cova de les Aranyes del Carabassí y Los Limoneros II constituyen el conjunto de yacimientos del Bajo Vinalopó que se pueden adscribir a estos momentos iniciales del Neolítico. A pesar de la carencia de un corpus más completo de asentamientos y de la información procedente de la excavación del registro arqueológico de alguno de estos yacimientos, con la excepción de los resultados que se presentan en este volumen sobre las intervenciones de urgencia realizadas en el yacimiento de Los Limoneros II, que nos obligan a tomar con extrema cautela los resultados del análisis territorial que aquí hemos planteado, hemos intentando esbozar una primera aproximación a las formas de ocupación y explotación del territorio desarrolladas por estas primeras comunidades asentadas en el Bajo Vinalopó durante finales del VI e inicios del V milenio cal BC.

Los asentamientos documentados en las cuencas del Vinalopó, Montnegre, Bajo Segura y el Altiplano de Jumilla-Yecla se sitúan muy distantes entre sí, a bastantes kilómetros unos de otros, ocupando las diferentes cubetas geográficas y sin conexión visual entre ellos, repitiendo el modelo de implantación desarrollado en el territorio inicial de colonización pionera. Por un lado, zonas próximas a las vegas de los ríos –La Alcudia (Elche) (Ramos Molina, 1989)– y zonas endorreicas –La Bernarda (Rojales) (Soler Díaz y López, 2000/2001)– que asegurarían, además de zonas de cultivo, otro tipo de recursos como la caza, el pastoreo y la recolección que debieron suponer un peso más importante que el observado en las comarcas centro-meridionales valencianas (García Atiénzar, 2009). Por otro lado, la presencia de asentamientos costeros –Tossal de les Basses (Rosser y Fuentes, 2007), Cova de les Aranyes del Carabassí (Hernández et alii, 2012)– que repiten el modelo de ocupación basado en la explotación intensiva de los recursos malacológicos.

El modelo de patrón de asentamiento que hemos podido advertir se corresponde con el que se ha podido constatar en el proceso de colonización inicial de las primeras comunidades neolíticas en el Levante, grupos familiares disgregados ubicando sus lugares de residencia principalmente en los fondos de los valles, próximos a áreas endorreicas y a las cabeceras de algunos ríos, con el interés por explotar y ocupar las mejores tierras para uso agrícola y aprovechar los importantes recursos bióticos del mismo, al mismo tiempo que usan esporádicamente las cavidades naturales para el desarrollo de una amplia variedad de actividades socioeconómicas.

Este proceso podríamos asociarlo a una colonización organizada y estructurada desde un inicio, tal y como se observa en la ubicación de los asentamiento pioneros, vinculados posiblemente a pequeñas comunidades unidas por lazos de consanguinidad, separados entre sí por bastante distancia y ocupando prácticamente de manera contemporánea cada una de las cubetas, minimizando así la posible competencia por territorios (Guilabert et alii, 1999; Jover y Molina, 2005; Jover et alii, 2008).

Sin embargo, esta comarca carece de la presencia de cavidades donde se hayan documentado materiales que remitan a estos momentos iniciales y cuya ocupación deba relacionarse con la cazo y/o pastoreo como se han detectado en otros territorios próximos como en el Altiplano de Jumilla-Yecla –cueva del Monte de los Secos (Yecla) (Soler García, 1983), Cueva de los Tiestos (Jumilla) (Molina, 2003)–, en la cuenca alta del Vinalopó –cueva del Lagrimal (Villena) (Soler García, 1991)–, en la cuenca media del Vinalopó –Cova dels Calderons (La Romana)– o en el Camp d’Alacant –Cova de Sant Martí (Agost) (Torregrosa y Lopez, 2004; Torregrosa et alii, 2004)–. La única cavidad documentado en el Bajo Vinalopó es la Cova de les Aranyes del Carabassí para la que se ha planteado una probable ocupación estacional o esporádica relaciona con la explotación de los recursos marinos, al igual que para el yacimiento de la segunda mitad del IV milenio cal BC de la Platja del Carabassí (Soler Díaz et alii, 2008).

Notas al pie La calibración ha sido realizada con el programa OxCal v4.2.3. (Ramsey, 2013), utilizando la curva de calibración IntCal13 (Reimer et alii, 2013).

1

Desde el primer momento de este ocupación parece existir una gestión integral del territorio que pivotaría en torno a 49

6. El yacimiento prehistórico de Los Limoneros II (Elche) Virginia Barciela González Gabriel García Atiénzar Eduardo López Seguí

En las inmediaciones del yacimiento neolítico de La Alcudia se han documentado otros enclaves cuyas evidencias materiales permiten aportar datos acerca del poblamiento y de la secuencia prehistórica en la zona. Uno de ellos es el yacimiento conocido como Limoneros II, parcialmente excavado y, en la actualidad, en proceso de estudio. Los datos aquí aportados son, por tanto, preliminares y su objetivo es contribuir a la concreción de la secuencia neolítica en el área de estudio.

excavación, que ha afectado a más de 280 m2 y donde se han registrado yacimientos de muy diversa cronología, se ha realizado en el contexto del seguimiento arqueológico llevado a cabo por la empresa Alebus Patrimonio Histórico S.L. en la circunvalación sur de Elche. La estratigrafía documentada en Limoneros II revela una secuencia propia de las áreas de inundación de cauces de tipo braided o trenzado, donde la anegación de las zonas periféricas cercanas al río provoca el depósito de arenas finas, mientras que los gruesos se trasladan por el cauce principal o los cauces entrelazados propios del abanico aluvial del Vinalopó. Entre estos procesos se documentan paleocauces con carbonataciones y fauna dulceacuícola –Melanopsis– que señalan, claramente, un remanente de agua temporal, como pequeñas charcas o lagunas. Del

La finca de Los Limoneros se encuentra ubicada en los llanos de inundación que se desarrollan al E del río Vinalopó, a 500 m lineales del cauce y a 1,3 km al norte del yacimiento arqueológico de La Alcudia en el cual, entre las distintas fases reconocidas, también se documentan los periodos prehistóricos registrados en esta intervención. Su

Figura 6.1. Mapa localización del yacimiento de Los Limoneros II y otros yacimientos citados en el texto. 1:Tabayá; 2:Peña Negra; 3:Caramoro II; 4:Barranc del Botx; 5:La Alcudia; 6:Casa de Secà; 7:Cova de les Aranyes del Carabassí; 8:Platja del Carabassí; 9:El Alterón; 10:Tossal de les Basses. 51

El Neolítico en el Bajo Vinalopó

Los Limoneros II

Figura 6.2. Localización del asentamiento prehistórico de Los Limoneros II. mismo modo, se han documentado dos paleosuelos sobre grandes depósitos de arenas en los que se registran dos ocupaciones prehistóricas de diferente cronología.

y engrosado al interior– revelan que se trata de una ocupación correspondiente al Bronce Final. Así lo confirma un fragmento informe con una decoración incisa de tipo triangular –tres líneas paralelas en un sentido y otras dos paralelas que convergen de forma oblicua con las primeras– propias de este momento. Esta ocupación se evidencia en otros puntos de la zona por la existencia de materiales aislados sobre el paleosuelo e, incluso, por la presencia de algunas estructuras negativas, interpretadas como fosas o silos de almacenaje que proporcionaron escaso material arqueológico.

La ocupación del Bronce final Las evidencias arqueológicas más recientes en la zona de actuación se corresponden con restos constructivos, en concreto revestimientos de barro enlucidos, con improntas vegetales en la cara interna y troncos carbonizados que parecen formar parte de un derrumbe. Lamentablemente, la construcción debió erigirse en el terreno colindante a la zona de afección de la obra, por lo que no fue objeto de excavación. Lo que sí se excavó fue un área de combustión no estructurada de morfología circular y un metro de diámetro formado por sedimento ceniciento y carbones de pequeño y mediano tamaño –posiblemente la facies carbonosa–. Sobre esta estructura, situada junto a los ya citados restos constructivos y a la misma cota, se registran restos de cerámicas, un fragmento de revestimiento de barro y dos fragmentos de cantos rodados de arenisca, seguramente empleados como útiles. Las características de las pastas y de la tipología de los recipientes cerámicos, sobre todo tres con carenas redondeadas –una de las cuales presenta carena media con borde ligeramente exvasado, labio plano

La presencia de materiales y estructuras propias del Bronce final en este tramo del río Vinalopó no son nuevas. Ya en las excavaciones realizadas en La Alcudia, concretamente en el estrato H, se determinaron varios materiales arqueológicos asociados a restos de pavimentos que, no sin ciertos problemas derivados de su descontextualización, pudieran vincularse a esta fase. En el territorio del bajo Vinalopó, además de los asentamientos en altura de Tabayá, Peña Negra o Caramoro II (Hernández Pérez, 2009; Hernández y López, 2010; González Prats, 1993; González y Ruiz, 1992), se han determinado otras ocupaciones que, por sus características y emplazamiento, debieron presentar el mismo esquema que el reconocido en Los Limoneros II, 52

6. El yacimiento prehistórico de Los Limoneros II (Elche)

Figura 6.4. Vista general del área de excavación de la fase neolítica.

Figura 6.3. Estructura de combustión asociada a la ocupación del Bronce final pudiéndose destacar los hallazgos del barranco de El Botx (Trelis, 1995; García Borja et alii, 2007). Este modelo de poblamiento en llano y junto a cauces y barrancos debió mantenerse durante buena parte del I milenio cal BC tal y como evidenciarían los materiales orientalizantes hallados en La Alcudia (Aranegui, 1981; Hernández Pérez, 2004), Casa de Secà (Soriano et alii, 2012) o Galanet (Torregrosa et alii, en este mismo volumen) La ocupación neolítica

Figura 6.5. Estructura tipo silo.

Por debajo de los restos constructivos y del área de combustión se localiza un nivel de arenas de unos 50 cm de potencia, correspondiente a uno o varios de estos episodios de inundación, tras el cual se registra un nuevo paleosuelo. Es en este nivel de circulación donde se documentaron fragmentos dispersos de cerámicas peinadas y lisas y cuya cronología se relacionó, desde un primer momento, con el período Neolítico. La excavación del paleosuelo ha permitido documentar un área de hábitat disperso –con abundantes materiales arqueológicos entre los que destacan algunas cerámicas peinadas, restos de fauna y malacofauna y productos líticos tallados y pulidos– en el que podemos diferenciar dos zonas. La primera de ellas se ubica al noreste de la traza excavada. Se trata de manchas de morfología circular y ovalada asociadas a sedimento de coloración ceniciento en torno a las cuales se distribuyen materiales arqueológicos. Algunas de estas manchas podrían haber constituido hogares –aunque no se conservaba la facies carbonosa–, por lo que se excavaron con una metodología específica, recogiendo muestras para láminas delgadas. En torno a estas fosas, se han determinado concentraciones de materiales arqueológicos –cerámicas peinadas, malacofauna marina, productos líticos tallados y fragmentos de brazaletes de calizaque permiten inferir la existencia de áreas de actividad o desecho en torno a ellas.

Figura 6.6. Detalle del foso. 53

El Neolítico en el Bajo Vinalopó las evidencias ya comentadas de La Alcudia, el horizonte postcardial tan sólo ha podido ser advertido en la Cova de les Aranyes del Carabassí de Santa Pola (ver Guilabert y Hernández, en este volumen), El Alterón de Crevillente, donde también se determinaron estructuras negativas tipo fosa (ver Trelis et alii, en este volumen) y, especialmente, en el Tossal de les Basses de Alicante (Rosser y Fuentes, 2007; Rosser, 2010). Este último asentamiento guarda significativas semejanzas con el hábitat disperso documentado en Los Limoneros, especialmente por la presencia de estructuras negativas tipo fosos y silos. En aquel caso, con una notable extensión excavada, pudieron documentarse varias estructuras de habitación que articularían un espacio social delimitado por fosos y en el cual se determinaron varias estructuras de combustión –posiblemente asociadas a áreas de combustión–, así como silos y fosas cenicientas similares a las observadas en el yacimiento que ahora nos ocupa. Partiendo de la imagen ofrecida por el Tossal de les Basses, podríamos concluir que el asentamiento de Los Limoneros debió presentar un esquema similar, aunque las limitaciones impuestas por el tipo de intervención arqueológica realizada impiden observar el resto de elementos del hábitat neolítico.

La segunda zona se encuentra al oeste de la traza, donde se ha documentado un área de almacenaje con silos de diversa tipología –abierto y en forma de botella– y un segmento foso de delineación curva con 8,80 m de desarrollo –su desarrollo debe ser mayor puesto que se pierde más allá del área de intervención–, 1,65 m de ancho máximo y cerca del metro de profundidad, todos ellos abiertos en las arenas y grava geológica. Cabe destacar la presencia de fauna dulceacuícola y gravas a lo largo del depósito que rellena el foso, evidencia que permite inferir la circulación de agua al tiempo que está siendo amortizado como basurero lo que ahondaría en su función de drenaje, posiblemente para limitar las avenidas de agua documentadas en los distintos perfiles estratigráficos. Junto a estas estructuras negativas, aparecieron otras en forma de manchas cenicientas que repetían el esquema observado en la zona 1. El material arqueológico de toda esta zona parece indicar un uso coetáneo de todas las estructuras negativas y permiten adscribir este conjunto de silos-foso al Neolítico IC –postcardial– de la secuencia regional (ca. 5000-4500 cal BC). Esta fase arqueológica encuentra en la zona costera alicantina un reducido número de enclaves. Además de

Figura 6.7. Selección de material representativo de la fase neolítica.

54

7. La Cova de les Aranyes (o del Frare) del Carabassí (Santa Pola) Antonio P. Guilabert Mas Mauro S. Hernández Pérez

La Cova de les Aranyes del Carabassí1, nombre con el que la investigación rebautizó la cavidad conocida en Santa Pola (Alicante) como la Cova del Frare por su ubicación en el barranco epónimo, fue dada a conocer en el panorama arqueológico alicantino a comienzos de la década de los ochenta del siglo XX. Estos primeros trabajos pusieron énfasis tanto en la descripción de un équido pintado en las paredes de la cavidad, localizado y publicado por Rafael Ramos Fernández, como en un exiguo conjunto de materiales arqueológicos que fueron datados, y con ellos la representación pictórica, en torno al año 3000 cal BC, en un momento de transición entre el Neolítico final y el Eneolítico (Ramos Fernández, 1980, 1982a, 1982b, 1983c). Desde estas primeras noticias, escasas han sido las referencias bibliográficas aparecidas, redundando en lo publicado originalmente (Beltrán, 1996; Ramos Fernández, 1987; 1993; Ramos Molina, 1989). No ha sido hasta fechas recientes, con motivo de la muestra «Santa Pola. Arqueología y Museo», enmarcada en el programa de exposiciones temporales sobre museos municipales de la Provincia de Alicante realizada en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante (MARQ a partir de ahora) entre finales de 2012 y comienzos de 2013, cuando se ha retomado de nuevo el análisis del yacimiento (Hernández et alii, 2012), presentando ahora los resultados de las dos últimas campañas arqueológicas realizadas en los años 2000 y 2001.

ves pliegues de dirección este-oeste que han generado una topografía característica en la que se suceden depresiones –sinclinales– y elevaciones –anticlinales– (Corbí y Yébenes, 2012: 99; Marcos, 2006: 13; Marcos y Buades, 2012: 86). En esta unidad fisiográfica, salvo las sierras béticas sensu stricto, dominan los materiales neógenos, especialmente patentes al norte y al sur de la depresión, mientras que en el centro de la misma el predominio corresponde a depósitos cuaternarios de origen fluvial, pantanoso y deltaico, aportados en su mayoría por los ríos Segura, Chícamo y Vinalopó, así como por numerosas cuencas hidrográficas menores que drenan hacia el interior de la fosa tectónica desde sus bordes, sin olvidar los aportes de restinga-albufera detectados al sur del cabo de Santa Pola (Ferrer, 2010: 35). Ambos tipos de materiales han sido afectados por un complejo sistema de flexuras y fallas que se hace especialmente patente en el extremo norte de la fosa, zona que nos ocupa, en la que se combinan las zonas elevadas (sierra de Santa Pola, El Altet o los Cabezos del Carabassí), superficies basculadas hacia el interior de la fosa tectónica (Serra de Colmenars) y áreas hundidas, intercaladas entre las levantadas, destacando el Saladar de l’Aigua Amarga, el Fondo de la Senieta, el conjunto Bassars-Clot de Galvany o la Albufera de Elche, y a los cuales también pertenecería el tramo más bajo del río Segura (Marcos, 2006: 14-15).

Localización

Centrándonos en la cierra de Santa Pola, se trata de un antiguo arrecife coralino messiniense –Mioceno Superior– de tipo atolón y planta asimétrica, de unos 5 Km de diámetro (Estévez et alii, 2004: 11; Corbí y Yébenes, 2012: 99), elevado y basculado hacia el interior de la fosa de subsidencia descrita por procesos neotectónicos. En el lado que se orienta al mar presenta un pronunciado cantil, apreciándose a simple vista la estructura del arrecife coralino. En él se identifican tanto el frente arrecifal –con sus contrafuertes y canales de desagüe–, como el talud sobre el que se asienta el antiguo atolón –con las lenguas de halimedas resultantes del drenaje de la antigua laguna central y zonas brechificadas (Corbí y Simón, 2012: 100)–. La cavidad se sitúa en la vertiente nordoriental de la sierra, en el margen izquierdo del Barranc del Frare, que discurre en perpendicular al mar Mediterráneo, siendo uno de los drenajes que se disponen de forma radial desde la zona alta

El cabo de Santa Pola se localiza en el sector norte de la cuenca del Bajo Segura, en el extremo oriental de la Fosa Intrabética, conceptuada por E. Hernández Pacheco (1934: 274-275) en su conjunto como una serie de fosas tectónicas, siendo la más oriental la constituida por las vegas de Murcia, Orihuela, Dolores y Elche, configurando una depresión tectónica que se abre al mar, con el que contacta en la zona del Cabo de Santa Pola-Carabassí-Aigua Amarga (Marco, 2006: 13; Marco y Buades, 2012: 85). Los materiales que forman el relleno de la cuenca sedimentaria del Bajo Segura están afectados por la convergencia de las placas africana e ibérica, hecho que provocó su levantamiento, por unos esfuerzos compresivos que siguen activos, motivando el desarrollo de una serie de sua55

El Neolítico en el Bajo Vinalopó de la sierra, en su glacis septentrional y en la depresión de Els Bassars, superponiéndose, según las zonas, a dos capas de costra caliza amararillento-rojizas, que cubren a un horizonte de limos fósiles de tonalidades rojas precuaternarias (Matarredona, 1987: 104-106) o a las dolomitas y margas del mar plioceno posteriormente elevadas. Frente a los mejores suelos de la comarca –dispuestos al sur de la ciudad de Elche y relacionados tanto con los glacis béticos como con los conos aluviales del Vinalopó, con dominios de las clases A y B–, en las inmediaciones del yacimiento predominan los de clase E, no susceptibles de empleo agrícola. Podemos referir su escaso espesor efectivo, su pedregosidad y los riesgos erosivos derivados de la existencia de topografías abruptas y pendientes acusadas, a los que cerca del cordón arenoso litoral de la playa del Carabassí se le añade la salinidad (Matarredona, 1987: 119). De estos rasgos se derivan serias restricciones para

del macizo. Se ubica a unos 55 m.s.n.m. y a unos 550 m de la línea de costa actual, en la zona de transición entre el frente y el talud arrecifal, excavada en la base del primero –donde se modela en los materiales calcáreos dolomitizados de uno de los contrafuertes del atolón–, discurriendo a sus pies el barranco que aprovecha uno de los canales de desagüe del antiguo lagoon (Figura 7.1). La cabecera del barranco parece, además, afectada por procesos propios de la erosión cárstica (Marco y Buades 2012:), en la que se aprecian tanto formaciones de dolinas como desprendimientos y caída de bloques que provocan la existencia de un abanico torrencial, dominado visualmente desde la entrada de la cavidad. Los suelos de la zona se caracterizan por un primer horizonte de humus bruto, de coloración pardo oscura, estructura granular y muy pedregoso, identificado en la cima

Figura 7.1. Localización de la Cova de les Aranyes y su ubicación en la vertiente Norte del cabo de Santa Pola, con indicación de zonas aledañas prospectadas y excavadas. 56

7. La Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola) su uso agrícola, asumiendo un mejor rendimiento como zonas para pastos y aprovechamiento forestal (Gumizzio y Matarredona, 1983) sin olvidar que su posición, entre la costa y el espacio lagunar interior, le confiere un altísimo potencial biofísico (Box, 1987; García, 2007: 529).

que haremos referencia desde este momento para facilitar las descripciones y la localización de los hallazgos (Figura 7.2). El yacimiento presenta una sala central de 19 x 14 m de dimensiones máximas, con un piso bastante irregular que buza de este a oeste y de norte a sur, facilitando el tránsito por la cueva siempre por su flanco occidental, cerca del cual, al fondo de la cavidad y hacia el eje central, se alcanzan las mayores alturas de la bóveda –próximas a los 3 metros–, sensación reforzada por ser hacia allí donde convergen la mayor parte de las pendientes. Esta sala central, que ocupa todo el sector A, buena parte de los sectores B y D y la mitad nororiental del C, se complementa con una serie de gateras detectadas en los sectores B, C y D. En este último sector se localizaría la gatera más meridional de la cavidad, que parece funcionar como sumidero de la estructura cárstica. El sedimento ocupaba dos tercios de la

El yacimiento y la historia de la investigación La Cova de les Aranyes es una cavidad de planta irregular abierta al norte por una pequeña boca oval de unos dos metros de altura, actualmente vallada para su protección. Para el desarrollo de los trabajos de 2000-2001, se trazó un sistema de retícula, con cuadros de un metro cuadrado, dispuesto en dirección norte-sur, con una desviación de 7º sexagesimales hacia el este respecto al norte magnético a fecha 20 de noviembre de 2000, que articuló el yacimiento en cuatro sectores: el A en el cuadrante noroeste, el B en el noreste, el C en el suroeste y el D en el sureste, a los

Figura 7.2. Planta de la cavidad realizada en 2000-2001, con referencia a la cuadrícula trazada. 57

El Neolítico en el Bajo Vinalopó superficie de la cavidad, estando ausente en el sector B y en buena parte del D, concentrándose en el tercio más occidental de la gruta, en los sectores A y C, donde también presenta mayor potencia estratigráfica, siendo allí donde se actuó arqueológicamente.

se señalaba su presencia se apreciara una mancha de color que variaba según la posición de la luz artificial, necesaria para una correcta visualización, y se perdía a medida que uno se acercaba hasta ella. Durante las campañas de la última intervención, especialmente en 2001, se analizó con todo detalle la pared donde se había señalado su presencia, sin éxito, aunque en la superficie donde debería haberse localizado se detectó una mancha de color rojizo que podría corresponder a los restos de la pintura que, como ha ocurrido en otros lugares, ha podido desaparecer o se encuentre muy deteriorada por actos vandálicos de los visitantes que, a menudo, mojan y frotan la pared con el deseo de reavivar los colores, motivando a la larga su desaparición.

De las tres plantas conocidas de la cavidad, la más antigua fue aportada por Antonio Sáez Llorens, aficionado que al parecer excavó en el yacimiento en 1967. En la donación realizada al Museo Arqueológico «Alejandro Ramos Folqués» de Elche –actualmente Museo Arqueológico y de Historia de Elche, MAHE a partir de ahora–, junto con del conjunto de piezas que ha venido publicándose desde comienzos de la década de los ochenta del siglo XX, se adjunta planta y secciones de la cavidad. La siguiente está plasmada en el diario de excavación realizado por Guillermo Iturbe Polo en noviembre de 1979 –depositado en el MARQ– y, por último, la que aquí reproducimos, realizada en 2000 (para una comparativa de todas ellas vid. Hernández et alii, 2012: 104, 108 y 114). Aunque a simple vista predominan las diferencias entre las tres, éstas son menores de lo que parece, si bien es cierto que desconocemos si la más antigua se realizó con anterioridad o posterioridad a la intervención de A. Sáez. Lo cierto es que en su planta y secciones esquemáticas ya se aprecian tanto la pequeña cámara situada al fondo del sector C, en el extremo sur de la gruta, como la disposición de las pendientes dentro de la cavidad, muy similar a la encontrada en el año 2000. El croquis de G. Iturbe redunda en el mismo sentido, teniendo mayor grado de detalle en cuanto a la representación de los ramales que parten de la sala principal, así como su planta, derivándose del análisis de sus sondeos unas potencias similares a las identificadas en las campañas de comienzo del siglo XXI (Hernández et alii, 2012: 108, n. 13), tanto cerca de la entrada de la cueva como en su parte más profunda. La diferencia más notable ha sido la constatación de potentes terreras en toda la zona occidental de la cavidad, entre los sectores A y C, que ocupaban el corredor pegado a la pared. Estos depósitos están datados por dos acuñaciones de 1 y 5 pesetas encontradas en X3 y Z8, ambas de 1980, siendo por tanto posteriores a la última intervención conocida con anterioridad a la nuestra.

Ante las dudas se consideró conveniente solicitar al Instituto de Arte Rupestre de la Comunidad Valenciana, un informe sobre el estado de la pared y, en especial, de la posible recuperación de la pintura. Dicho estudio fue llevado a cabo en diciembre de 2001 por Laura Ballester. En su informe, facilitado por R. Martínez Valle, se detallan los trabajos realizados, constatando la presencia de gotas de cera en diversos puntos de la pared, entre ellos sobre el lugar donde se había señalado la presencia del équido pintado. Esto demostraba que en la iluminación de la cavidad se había usado en alguna ocasión velas colocadas en diversos puntos de la pared –confirmadas, además, por los hallazgos de la excavación– que, como ocurre con todos los sistemas de iluminación artificiales, podrían proyectar sombras entre las que se podría identificar algunos motivos figurativos. En dicho informe no se constató la presencia de pinturas, sugiriendo que la imagen pictórica es fruto de un efecto óptico de la propia roca. Transcurrida una década, en la que la cueva ha permanecido cerrada al público, quizá sea el momento de analizar nuevamente la pared, empleando las nuevas técnicas de registro del arte rupestre, antes de descartar de modo definitivo su existencia o desaparición. En lo referente al registro estratigráfico, la actuación, dividida en dos campañas, centró su primer año en la adecuación de la cavidad y la realización de la documentación gráfica, al tiempo que se efectuaron dos sondeos en profundidad con el fin de determinar la posible existencia de estratigrafía arqueológica. Los puntos elegidos fueron las cuadrículas V7 y W7 en el sector A y los cuadros Y8 y Z8 del sector C, recibiendo los nombres de Sondeo A y C respectivamente. El sondeo A se dispuso cerca de la entrada a la cavidad, junto a un agujero de clandestino (unidad estratigráfica 1100 –a partir de ahora nos referiremos a ellas como UE en singular y UEs en plural–, detectado en V5, W5, V7 y W7) de 66 cm de profundidad. El examen visual de esta fosa ponía en evidencia la existencia de estratigrafía, por lo que se abría la posibilidad de detectar los episodios sedimentarios existentes en el yacimiento en su parte septentrional. El sondeo C, por su parte, se situaba en el fondo de la sala principal, en el pasillo sedimentario que comunicaba la parte central de la gruta con la pequeña cámara del fondo, ya plasmada en la planimetría de A. Sáez, por lo que se esperaba que ofreciera datos sobre el

Las campañas de 2000 y 2001 Los trabajos, desarrollados entre los meses de noviembre y diciembre de los años 2000 y 2001, fueron fruto de un acuerdo suscrito entre el Área de Prehistoria del Departamento de Prehistoria, Arqueología, Historia Antigua, Filología Griega y Filología Latina de la Universidad de Alicante y el Museo Arqueológico de Santa Pola, recalando la dirección científica en Mauro S. Hernández Pérez y Mª José Sánchez Fernández, y la técnica en Antonio Guilabert Mas, que coordinó los trabajos de campo. Uno de los motivos de la actuación consistía en la localización de la pintura rupestre que hizo famoso al yacimiento, que no pudimos identificar en la primera visita a la cueva de uno de nosotros (M.S.H.P.), aunque en el punto donde 58

7. La Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola) estado de la estratigrafía arqueológica y su calidad en este punto. Al final de la primera campaña se alcanzó el final del sondeo C, en el que afloró la base rocosa de la cavidad, quedando inconcluso el A; el análisis de las estratigrafías apoyaba la existencia de, al menos, un estrato relativamente fiable –pese a la detección de intrusiones vinculadas a madrigueras– relacionado con niveles holocenos asociados con la presencia de cerámicas a mano, por lo que se decidió, en una segunda campaña, unir estratigráficamente ambos sectores. Al mismo tiempo, se optó por excavar el Sondeo A hasta su base, dadas las noticias del hallazgo de una punta musteriense ojival en la terraza tirreniense afectada por el Barranc del Frare (Montenat, 1973: 50). En esta misma campaña también se realizó un sondeo al exterior de la cavidad, aguas abajo del barranco, donde se tenía noticias de un conchero con el que se vinculaba el hallazgo de industria lítica tallada.

presencia de un raspador sobre lasca de primer orden de 48x29,5x12,5 mm, realizado en sílex gris, translúcido, de grano fino y signos de deshidratación, con talón acondicionado para su enmangue y retoque en el extremo distal –simple, directo, continuo y marginal–, adscrito genéricamente al Paleolítico superior (Figura 7.22, nº 2), localizado a 3,38 m de profundidad. Éste aparece acompañado de 157 restos de fauna de pequeño tamaño y fragmentada, entre la que se identifican lepóridos, cuatro restos óseos de animales de tamaño mediano, un caracol terrestre, medio ejemplar de Dentallium sp. y dos de Patella sp. Este estrato está cubierto por UE 1121/1127, con una potencia entre 40 y 47 cm y con características morfológicas y sedimentarias idénticas a UE 1130, constituyendo el nivel 7 junto con UE 1123 –una unidad que sólo ha sido excavada en una oquedad de la roca detectada al norte de la cuadrícula W7, prolongándose hacia W9, siendo totalmente estéril–. La división entre ambos niveles se debe al hallazgo del raspador referido, ante el cual optamos por establecer una división artificial en prevención de que aparecieran otros restos antrópicos, hecho que finalmente no tuvo lugar. La única diferencia apreciable entre ambas unidades –UEs 1121/1127 y 1123 con respecto a 1130– es una paulatina pérdida de humedad en sentido ascendente y un ligero cambio hacia tonalidades más anaranjadas a medida que nos aproximamos a la parte superior del paquete estratigráfico, donde se detectan las madrigueras más profundas. Esta mayor sequedad parece que fue la base para la división de los estratos E y F realizada por G. Iturbe en su cata 6 (Hernández et alii, 2012: 108, n. 15), motivo por el que hemos preferido mantener la división de ambos niveles, estando comprendidos los restos recuperados ligados a actividad humana desde la cota de aparición del raspador –3,38 m por debajo del punto cero– hasta que comienza la sedimentación de UE 1118.

La lectura estratigráfica que sigue aúna los resultados de ambos sondeos y de la excavación en extensión, en pro de ofrecer una imagen diacrónica coherente de la colmatación de la cavidad. Ésta ha sido avanzada de forma sintética en un trabajo previo (Hernández et alii, 2012), centrándonos ahora en su desarrollo (Figuras 7.3 y 7.4), para el que mantendremos la nomenclatura de niveles, ordenados en orden descendente, para agrupar las unidades estratigráficas asociadas a cada episodio. Del sondeo A proviene la mayor parte de la secuencia del yacimiento, siendo el que mayor desarrollo vertical alcanzó. En él, el estrato basal (nivel 10) se detectó a 3,67 m de profundidad por debajo del punto cero del yacimiento, tras excavar una potencia sedimentaria real de 2,24 m. La capa rocosa descubierta en la cuadrícula V7 –UE 1126–, con una superficie muy irregular, presenta características similares a la de las paredes de la cavidad –con formaciones de compuestos carbonatados de base dolomítica–, si bien se apreciaba, a diferencia de éstas, su estructura laminar, por lo que no podemos discernir si realmente se trata de la base de la cavidad o de una espesa colada estalagmítica difícil de perforar, un espeleotema. Sobre ella se asentaba UE 1132 (nivel 9), un estrato muy húmedo, de color castaño a amarillento, arenoso, homogéneo y semicompacto, con abundantes fragmentos de plaquetas subangulosas y de escasa potencia –distribuido homogéneamente por toda la superficie del cuadro V7, con espesores comprendidos entre 1 y 5 cm y presente en los cuatro perfiles de la cuadrícula, prolongándose hacia todos los puntos cardinales–. Escasos fueron los restos en él recogidos, dominados mayoritariamente por fauna de pequeño tamaño y fragmentada –98 restos–, junto con medio ejemplar de Dentallium sp. y cuatro fragmentos óseos de fauna de mediano porte.

Pese a las coincidencias entre las UEs 1121/1127 y 1130, existen diferencias que merecen ser reseñadas. La más notoria es el hallazgo en UE 1121/1127 de restos de fauna pleistocena de gran tamaño, entre los que se reconoce Equus sp. (una falange primera y un fragmento de radio, parcialmente brechificados) y, sobre todo, la posible identificación de un húmero de rinoceronte estepario (Dinocerorhinus cf. hemiotechus Falconer) realizada en primer examen por M. Benito Iborra2 (Hernández et alii, 2012: 111 y 119). Se trata de una cara posterior mesial de diáfisis en la que se aprecia una gran muesca, originada por percusión directa de origen antrópico, que provocó la segmentación longitudinal del hueso para la extracción de su médula. Sin embargo, la ausencia de la sección de la cresta deltoide acusada en el húmero de los rinoceróstidos, tan característica de estas especies, ha mermado en parte su más segura clasificación. Este rinoceronte, característico de la secuencia del Pleistoceno, alcanzará en la zona la fase final de éste, habiéndose documentado restos en cavidades próximas como Bolomor –I, II y IV– (Fernández et alii, 1997), Cova Negra de Xàtiva (Pérez, 1977), en el nivel XII/D–4 de Cova Beneito (Iturbe et alii, 1993), en

El nivel 9 estaba sellado por UE 1130 (nivel 8), una capa de coloración amarillenta, arenosa, apelmazada por la presencia de abundantes plaquetas angulosas procedentes del desconchado de la cubierta y paredes de la cavidad o de su entrada, muy homogénea y regular, con una potencia de 15-17 cm. Destaca, entre los 175 restos recuperados, la 59

El Neolítico en el Bajo Vinalopó la cueva Negra de la Encarnación de Caravaca de la Cruz (Walker y Gómez, 1994) y en niveles geológicos de Alcoy (Van der Made y Montoya, 2007) o del Molí de Mató en Agres (Sarrión et alii, 1987). Su relación con el hábitat musteriense de poblaciones neardentales está demostrada, existiendo casos controvertidos en los que se ha asociado al Auriñaciense, que no están suficientemente contrastados.

sin analíticas de apoyo, por lo que nos hemos de limitar a plantear la problemática que suscita. Cabría añadir un dato procedente de la excavación de la cata 6 de la intervención de 1979 –que ha podido correlacionarse estratigráficamente con el sondeo A, estando dispuesto necesariamente más al norte que éste (Hernández et alii, 2012: 111–114), probablemente en V9 y V11–, referido al hallazgo de un buril y una pequeña laminita en el estrato equivalente a UE 1121/1127 –nivel 7–, a una profundidad relativa comprendida entre los 81 y los 100 cm (Hernández et alii, 2012: 110, fig. 4). Extrapolando los datos al Sondeo A, los restos asociables a actividad antrópica se sitúan entre las cotas 2,90-3,38 por debajo del punto cero establecido en el año 2000, limitándose su hallazgo al cuadrante noroeste de la cavidad.

En nuestro caso, el resto óseo aparece estratigráficamente por encima del raspador referido, lo que indica su paso al contexto arqueológico en un momento posterior; pese a ello, siempre existe la posibilidad de que su estratificación no haya sido inmediata a su uso, haciéndose necesario recordar la punta musteriense ojival referida por Ch. Montenat (1973: 50) en las inmediaciones del yacimiento o el más reciente hallazgo de una raedera musteriense en la umbría del cercano Tossal del Clot de Galvany (Soler et alii, 2008: 177), que apuntan datos –todavía muy precarios– sobre la presencia de poblaciones del Paleolítico Medio en las inmediaciones de la vertiente norte de la Sierra de Santa Pola. También es posible que, dadas las pendientes del estrato, sea un depósito secundario arrastrado hacia el interior de la cavidad, apareciendo sus materiales mezclados. No obstante, la identificación de, al menos, niveles auriñacienses recientes en la Ratlla del Bubo de Crevillent (Iturbe y Cortell, 1992), con abundancia de raspadores similares al recuperado en la cavidad (Menargues y Navarro, 2001: 20-22) no excluye tajantemente la posibilidad de perduración de esta especie en la provincia de Alicante más allá del Würm II/III, coincidente industrialmente con un musteriense charetiense en Cova Beneito, donde se identifica Dinocerorhinus hemiotechus (Iturbe et alii, 1993: 36).

El nivel 7, especialmente su parte superior –aunque profundizan en UE 1130 (nivel 8)–, está afectado por los únicos restos de derrumbe localizados en la estratigrafía de la cavidad, que pudieran estar relacionados con el colapso detectado al fondo de la gruta, en el sector D, aunque allí se depositan directamente sobre la roca (nivel 10). Este colapso mermó significativamente las posibilidades de uso de la cueva, al ocupar su zona más espaciosa, colmatando al mismo tiempo parcialmente el estrecho pasillo occidental en que se identifica sedimento, situado junto a la pared oeste, dificultando el tránsito por el único espacio hábil que conocemos para tal fin. Este conjunto sedimentario aparece sellado por UE 1118 (nivel 6), un estrato anaranjado-amarillento, bastante compactado, arenoso y muy homogéneo, en el que no sólo se aprecia un cambio cromático y la desaparición total de gelifractos, indicadores ambos de cambios en las condiciones ambientales, sino que la fauna de gran tamaño desaparece totalmente. Muy pocos son los restos identificados en este nivel, limitándose a dos fragmentos óseos de lagomorfo, dos caparazones de caracol terrestre y un percutor de calcarenita de 145x111x50 mm, parcialmente manchado de sedimento pardo oscuro al haberse localizado en contacto con una madriguera, que desde este nivel serán abundantísimas en la estratigrafía alterándola notablemente. Este estrato se corresponde con el nivel D de la cata 6 de G. Iturbe de 1979, refiriéndose para esta capa el hallazgo de un núcleo de sílex, agotado, cónico, de talla predominante unidireccional y finalizado con la extracción de lascas (Hernández et alii, 2012: 110, fig. 3) que, unido al percutor y la ausencia total de materia orgánica en la matriz sedimentaria, apunta a una frecuentación esporádica de la cavidad. También es posible que el hallazgo al que se refiere G. Iturbe tenga relación con una enorme madriguera detectada (UE 1117), cuyo relleno (UE 1116) se caracteriza por un sedimento heterogéneo en el que predomina la coloración amarilla, que casi alcanza los 60 cm de diámetro en sección, afectando plenamente al nivel 6. Lo cierto es que la escasísima densidad de restos detectada, así como el tipo de sedimentación, sugiere la existencia de unas condiciones muy poco favorables para la ocupación del ya-

Junto con estos restos de fauna de gran tamaño se recogieron dos fragmentos de un ejemplar de Pecten Iacobeus, pequeños carbones y se identificaron, y muestrearon, concentraciones blanquecinas de pequeños huesos muy fragmentados y carbonatados, interpretados, a falta de análisis que lo confirmen, como restos de coprolitos o egagrópilas, que indicarían un uso esporádico de la cavidad, acorde con la escasísima densidad de restos antrópicos y la abundancia relativa de fauna pequeña, entre la que se identifican lepóridos, como señalara en su momento M. Pérez Ripoll (1977: 85-88) para el caso de la Cova Negra de Xàtiva. Por último, señalar la presencia en la caracterización de los niveles 7, 8 y 9 de abundantísimas plaquetas de pequeño tamaño, subangulosas en el inferior y angulosas en los dos siguientes, que dificultaban enormemente la excavación, interpretadas como crioclastos o gelifractos, asociados a pulsiones frías claramente würmienses. Todas ellas definen para la cavidad un único episódico sedimentario continuo. La combinación de crioclastos, un hueso de Dinocerorhinus cf. Hemiotechus Falconer con huellas de procesado y un raspador, asociados en una matriz arenosa amarillenta con escaso aporte orgánico y sin más restos antrópicos dificulta enormemente su interpretación, máxime 60

7. La Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola) cimiento, tanto por grupos humanos como por animales, cuestión que abordaremos en las siguientes páginas.

W7 –sector A–, continuando por los perfiles septentrional y occidental de la excavación.

Sella a esta unidad un nuevo paquete caracterizado por la presencia de gelifractos que no sólo se ha detectado en el sondeo A y la cata 6 de G. Iturbe –nivel C–, identificado con el nivel B de la toma de muestras que Artemio Cuenca realizara en un perfil durante la excavación de 1979, sino que se ha reconocido en planta en toda la superficie excavada en extensión en 2001, salvo donde aflora la roca, constituyendo la base sobre la que se asentarán los niveles posteriores –con características marcadamente diferenciadas, como veremos más adelante–. En superficie se identifica, de sur a norte en las cuadriculas Y6, Z6, Y4, Z4, X2, Y2 –en el sector C–, W1, X1, Y1, W3, X3, W5, X5, V7 y

Unificado bajo la denominación de nivel 5 se distinguen claramente tres procesos sucesivos pero relacionados: el primero –nivel 5c (UEs 1113, 1114, 1310 y 1420)– corresponde a un nuevo episodio de sedimentación caracterizado por una matriz anaranjada clara, compacta, con arenas, arcillas y abundante presencia de gelifractos de pequeño y mediano tamaño. Estas características le valieron la identificación de “capa estalagmítica” por parte de G. Iturbe (Hernández et alii, 2012: 108, n. 14), y de “colada estalagmítica” por parte de Artemio Cuenca (Hernández et alii, 2012: 108, n. 15).

1099

1000

1104

1001 1002 1003

1124

1004 Nivel 0

1005 1105

1006 1102

1103

1008 1101 1007 1100

1009 1010

1106

1011

1107

1300

1400

1012

1303 1304 1109

1301

1401

1019

1108

1302

1402

1020

1013

Nivel 1

1315

Nivel 2 1110

1309

1111

1308

1306

1316

1408

1406

1410

1411

1409

1412

1414

1416

Nivel 3 1417

1014

1418

1125

1314

1112

1317

1022

1419

1018

1016

1421

1017

1015

Nivel 4

Nivel 5 1113

1114

1310

1420

1115 1116 Nivel 6

1117 1118

1120

1119

1121/1127

1123

Nivel 7

1130 Nivel 8

1131 1132

Nivel 9

1126

1021

Nivel 10

Figura 7.3. Matriz estratigráfica de las campañas 2000-2001 y correspondencia con los Niveles establecidos. 61

El Neolítico en el Bajo Vinalopó Sus características físicas apuntan, nuevamente, a la existencia de un episodio de frío acusado, caracterizado por procesos de gelivación, aunque estratigráficamente es bastante menos potente que el formado por los niveles 7, 8 y 9. Esto puede ser cierto sólo en parte, ya que el siguiente episodio que compone el nivel 5 se asocia a una fase erosiva relacionada con el discurrir de un curso de agua junto a la pared oeste de la cavidad –subfase 5b–. Este hecho quedó evidenciado en la excavación del Sondeo A, donde se apreciaba la cárcava formada por la escorrentía hídrica, que en este punto se alejaba puntualmente de la pared de la cavidad, formando una serie de surcos sucesivos de sección en “U” que se van encajando hasta alcanzar los niveles 6 y 7 –en UE 1123–, penetrando 66 cm en el perfil septentrional del Sondeo A y 78 cm en su perfil meridional (interfaz erosiva UE 1112), descendiendo con una pendiente del 15 %. Fuera del Sondeo A se identifica tanto hacia el norte –en la cata 6 de 1979–, como hacia el sur – donde una vez superada la fosa UE 1100 aflora en X1 (UE 1317)–, si bien en ambos extremos la cárcava discurrirá pegada a la pared, descendiendo hacia el fondo de la cavidad por las cuadrículas W5, X3, W3, X1 y X2.

yarnos, pero parece reproducir un episodio ampliamente identificado en los últimos momentos del tardiglaciar y su transición hacia el holoceno inicial, tanto en Levante como en el Sur peninsular, si bien en el Sureste la afección de procesos erosivos posteriores sesga notablemente una lectura global del proceso (Casabó, 2004: 39). No obstante, como ha señalado Josep Casabó (2004: 41), pese al hecho de que en el arco mediterráneo las oscilaciones de temperatura y humedad propias del tardiglaciar estén matizadas entre otros factores por la altitud y la latitud –adelantando las fases templadas y retrasando las frías respecto a las secuencias del mediodía francés–, la sucesión de episodios como los descritos se nos muestra de manera bastante similar al resto de la Europa meridional. Esto enmarcaría el proceso descrito grosso modo entre el Dryas IC y el Preboreal, máxime cuando en la secuencia que presentamos la siguiente fase identificada, ya con cerámicas a mano, se encuadrará en el período Atlántico. También es factible, con la misma argumentación, que la pulsión fría que parece representar el nivel 5c y el episodio erosivo identificado –nivel 5b– no sean inmediatos, y que la interfaz destructiva sea mucho más potente de lo que los perfiles del Sondeo A indican, habiendo arrasado todos los estratos intermedios entre un momento y otro. De cualquier modo, lo cierto es que directamente por encima de la colmatación de la cárcava identificada –nivel 5a– se detecta la ocupación de la cueva por parte de grupos que ya portan cerámicas a mano, arrancando en el nivel 4 de la secuencia que presentamos.

Finalmente, el nivel 5 quedaría cerrado por la colmatación parcial de la cárcava –subnivel 5a–, producida por gravedad, mediante la precipitación de las paredes del nivel 5c hasta rellenar, al menos parcialmente, el antiguo canal. Esta colmatación sólo ha sido excavada en las cuadrículas V7 y W7, detectándose dos rellenos distintos. El primero, UE 1125, presenta las mismas características físicas que 5c, estando el sedimento más suelto. UE 1111, sin embargo, presenta características mixtas, al alternar los lentejones anaranjados con otros de color pardo oscuro, siendo por tanto coetánea al aporte de sedimentos orgánicamente ricos a la cavidad, que se detectan desde la aparición de las primeras cerámicas a mano en el registro. Como veremos a continuación, la colmatación durante la prehistoria reciente avanzará desde el fondo de la cavidad hacia su entrada, por lo que, al no haber excavado en extensión el relleno referido, sólo podemos precisar que en la cuadrícula X1 será cubierta por el nivel 2 y el V7-W7 por el nivel 1, aunque sobre este punto incidiremos más adelante, limitándonos ahora al análisis del nivel 5.

Con este nuevo nivel, pasamos de una lectura vertical en el Sondeo A, casi exclusivamente, a una lectura horizontal, analizando conjuntamente los resultados de la campaña de 2001 con los de los sondeos A y C. Si ya desde el nivel 6 se observaba una afección notable en la estratigrafía provocada por las madrigueras, desde este punto, con un cambio significativo en el tipo de sedimentación de la cavidad –de tonalidades negruzcas, castaño oscuras y grises oscuras–, el problema aumentará exponencialmente, comprometiendo la fiabilidad estratigráfica del yacimiento. Es por ello que en una primera aproximación a los resultados de la intervención dominara la sensación de enfrentarnos a una estratigrafía revuelta, severamente afectada, dada la presencia de intrusiones contemporáneas en los cuatro niveles que nos restan. Pese a ello, un análisis detenido de la estratigrafía ha permitido acotar y aislar las contaminaciones, debidas a efectos de las madrigueras o al tránsito sobre un sedimento pulverulento que ha podido incrustar alguna de las piezas en niveles infrayacentes, siendo el resultado una estratigrafía que, aunque no exenta de problemas, se muestra coherente y relativamente fiable.

En cuanto a los hallazgos, en 5c están dominados por los restos faunísticos de pequeño tamaño o muy fragmentados (175 en total), seguidos por restos de malacofauna terrestre (43 fragmentos). Se identificó una lezna de marfil trabajada que, como veremos en las páginas que siguen, ha sido interpretada como una intrusión posterior, debida al contacto con el nivel 1 (Figura 7.27, nº 9). El nivel 5b, como interfaz erosiva, carece de materiales asociados por definición, rasgo que comparte con el nivel 5a, al proceder todos los restos identificados de esa colmatación en segunda instancia ya referida y de la que se recuperaron 328 restos faunísticos.

El nivel 4 (Figura 7.5) se dispone en un único estrato, UE 1419, situado mayoritariamente en el sector C, aunque alcance ligeramente el sector A en la cuadrícula Y1. Muestra una planta de tendencia oval de 3,08 m en sentido norte-sur y 1,21 m de anchura máxima en sentido este-oeste. Presenta una potencia comprendida entre los cuatro y los treinta y cuatro centímetros, mostrando cotas significativas contra la roca, donde alcanza los 24 cm -en Z4–. En planta

Respecto a la interpretación del nivel 5, carecemos de soportes culturales, cronológicos o analíticos en los que apo62

7. La Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola) se dispone en las cuadrículas Y1, Y2, Z2, X4, Y4, Z4, X6, Y6 y Z6, rellenando en Z8 dos antiestalagmítas, siendo en una de ellas donde se documenta su máxima potencia, con 34 cm. Las intrusiones se detectaron en Z4, consistentes en cinco fragmentos de ramitas parcialmente carbonizadas, muy abundantes en las terreras identificadas, que formaban parte de la madriguera que apareció vacía en Y4-Y6.

pocos elementos de prensión recuperados en las excavaciones y, sobre todo, atestigua la presencia, en el nivel que inaugura la secuencia cerámica del yacimiento, de decoraciones incisas e impresas no cardiales. El nivel queda sellado por una capa dispersa de cenizas grisáceas, de poca entidad, que tienden a concentrarse en Y4-Y6 (UE 1418). Este nivel queda cubierto completamente por UE 1014/1417, que junto con la serie de restos de incendio – esta vez de mayor entidad– que la sellan (UEs 1408, 1410, 1411, 1412, 1414 y 1416), conforma el nivel 3. El estrato, de tonalidades similares al infrayacente fue detectado en el Sondeo C en el año 2000 (UE 1014), pudiendo correlacionarse con excavación de 2001 (UE 1417), año en que se acotó, situándose en las cuadrículas Z8, Y6, Z6, Y4, Z4, Y2, Z2 e Y1. Se trata de una unidad estratigráfica con planta irregular, delimitada y modelada por su adaptación a la roca en sus vertientes norte, sur y este, quedando su límite oeste pegado al testigo dejado en X4-X6, presentando potencias comprendidas entre los 8 y los 2 cm. A diferencia del nivel anterior, los restos recuperados ascienden a 968 ítems, de los que sólo uno puede ser debido a una intrusión, una egagrópila de apariencia contemporánea. De nuevo, la muestra queda dominada abrumadoramente por la fauna de pequeño tamaño y fragmentada, con 829 restos, seguida por la mesofauna y la malacofauna terrestre. Muy lejos en representación quedan los dos percutores de

El estrato se sitúa puntualmente sobre la roca y sobre el nivel 5 (UE 1420), que queda contenido en el extremo sur de Y6-Z6 por un resalte de la base de la cavidad, acercando los niveles precerámicos a la superficie que encontramos en 2000, destacando por su coloración castaño oscura en claro contraste con todos los niveles infrayacentes. En cuanto a restos destaca su poca densidad, con sólo ciento dieciocho ítems recuperados, de los cuales setenta y ocho corresponden a fragmentos óseos de fauna de pequeño porte –entre los que se identifican lagomorfos, roedores y quirópteros–, nueve de fauna mediana –básicamente de ovicápridos– y siete fragmentos de placas calizas sin retocar, pero con filos vivos, inaugurando una pauta que se cumplirá desde este punto hasta el final de la secuencia; también se identifica una vértebra de pescado. Entre los restos antrópicos destaca un fragmento proximal de laminita (Figura 7.22, nº 6) y, especialmente, tres fragmentos de cerámicos realizados a mano pertenecientes a los vasos 2, 5 y 10 (Figuras 7.9 y 7.10), que contienen uno de los

Figura 7.4. Secciones esquemáticas de las campañas de excavación de 2000 y 2001 y correspondencia con la Cata 6 de la intervención de G. Iturbe de 1979. 63

El Neolítico en el Bajo Vinalopó Y6 y Z4, o los tres fragmentos cerámicos pertenecientes a los vasos 3 –con motivos impresos no cardiales rellenos de pasta roja–, 23 y 25 (Figuras 7.7, 7.8 y 7.11). Es en Y6, con 654 restos recuperados, donde se concentran dos tercios del total de los cuantificados para el nivel, en menos de un metro cuadrado de superficie.

situadas entre los dos y los doce cm, dispersándose por X6, Y6, Z6, X4, Y4, Z4, X2, Y2, Z2, Y1, X1, X3 y X5, adaptando su planta al pasillo occidental de la cavidad, que discurre entre su pared y un escalón de la roca o espeleotema que contienen todos los niveles cerámicos descritos hasta el momento. Las intrusiones se detectan en las cuadrículas Y2 y Z6, compuestas por 10 fragmentos de ramitas parcialmente carbonizadas ligadas a madrigueras, una egagrópila de apariencia contemporánea y un fragmento de kalathos ibérico de pequeñas dimensiones, todas ellas en la zona de tránsito obligado para, sin pisar la roca en pendiente, acceder al fondo de la cavidad.

La capa de cenizas que sella el nivel tapiza prácticamente toda la superficie de la unidad, identificándose ausencias motivadas por la existencia de madrigueras y adquiriendo potencias significativas, con afección al sedimento que en ocasiones aparece cristalizado y carbonatado junto a ellas. De uno de estos cúmulos cenicientos (UE 1416) proviene la muestra analizada por Frutos C. Marhuenda Egea y R. Ibanco Cañete, del Departamento de Agroquímica y Bioquímica de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Alicante que se adjunta en este trabajo (vid. Capítulo 8), en el que se determina el posible uso como redil del yacimiento en este nivel, que presenta las mismas características físicas que los niveles 4, 2 y 1.

En el nivel 2 decrece nuevamente la densidad de los restos en relación a la superficie excavada, limitándose a un total de 980 ítems, de nuevo dominados por la fauna de pequeño tamaño y muy desmenuzada (802 fragmentos), seguida a mucha distancia de la malacofauna terrestre (42 elementos) y la mesofauna (38 restos), siendo de nuevo en una cuadrícula, en este caso X5, donde se concentra un tercio de los restos recogidos. Casi anecdótico es el hallazgo de una laminita de tercer orden en X5, de 49x10x4 mm (Figura 7.23, nº 7), y una lasca de segundo orden en Y2, de 37x22,5x5,5 mm, acompañadas de tres fragmentos de cerámica a mano y dos de barro cocido. Las cerámicas, en todos los casos fragmentos lisos, pertenecen al vaso 3 (decorado con impresiones no cardiales) y al 23 (un cuenco de tamaño mediano y profundidad media), no habiéndose podido correlacionar el último trozo con ninguno de los vasos recuperados en la intervención (Figuras 7.7 y 7.11). Sellará al nivel 2 una nueva capa de cenizas, más dispersas y con menos entidad que las anteriores, localizada princi-

Este paquete queda obliterado casi totalmente por las unidades que forman el nivel 2, que lo sobrepasan en dimensiones por el norte sin alcanzar Z8 por el sur. Está compuesto mayoritariamente por el estrato UE 1306/1406, prolongándose hacia la entrada de la cavidad por dos concentraciones de sedimento aisladas (sobre el nivel 5 y cubiertas por el nivel 1), UEs 1308 y 1309, dispuestas a modo de manchas, una muy irregular y otra con planta oval, separadas de UE 1306/1406 por efecto de las madrigueras detectadas. Cuenta el nivel 2, de coloración castaña, con una potencia similar a la precedente, con medias

Figura 7.5. Dispersión horizontal de los Niveles 1 a 4, excavados en extensión. 64

7. La Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola) palmente en las cuadrículas Y2, Y4 y Z4 (UE 1409), que también se relaciona con procesos de cristalización y carbonatación del sedimento.

Entre los hallazgos arqueológicos destacan las cerámicas a mano, recuperándose fragmentos de los vasos 1 (inciso), 2 (impreso), 3 (impreso), 4, 7 (impreso), 9 (peinado), 10, 11, 14, 19, 21, 22, 23 y 26 (Figuras 7.6, 7.7, 7.9, 7.10, 7.11, 7.14 y 7.16), más tres fragmentos no asociados a ninguna de las formas identificadas, así como dos pellas informes de barro cocido, sumando un total de cuarenta y seis restos. La industria lítica también experimenta un aumento significativo, ascendiendo a catorce las piezas recuperadas. De ellas, tres son retocadas: un perforador sobre lámina (Figura 7.25, nº 1), un raspador de economía sobre lasca de decalotado (Figura 7.22, nº 1) y una lámina retocada con lustre de cereal (Figura 7.24, nº 5), componiendo el resto del conjunto seis laminitas o fragmentos de lámina (Figura 7.23, nº 1, 2, 5, 6 y 8; Figura 7.24, nº 2 y 6) , tres lascas –una de ellas retocada (Figura 7.22, nº 5)–, una dorsal de reactivado, una lámina de regularización y un pequeño canto calizo con filo (Figura 7.21, nº 4). Este último es el único que presenta retoque, identificándose en el mismo nivel cinco cantos completos, en su mayoría calcáreos, cinco fracturados y un fragmento aplanado de piedra arenisca con señales de uso, interpretado como alisador. Completaría el conjunto una cuenta de collar sobre diáfisis de hueso de lepórido y dos cuentas de collar sobre concha (Figura 7.27, nº 7, 8 y 11).

Con el nivel 1 se detecta un cambio en el patrón de sedimentación del yacimiento, que si hasta el momento se concentraba en el cuadrante sudoccidental ahora se extenderá por toda la superficie excavada, presentando sus mayores potencias en el sector A, en la pared próxima al acceso a la gruta y en otros recovecos formados por la roca, caso de Z8. Componen el nivel los estratos UE 1108 (en el Sondeo A), 1302 (sector A), 1402 (sector C) y 1020 (Sondeo C), definiendo una capa continua de tonalidades grisáceas oscuras, detectada en toda la longitud de la cavidad, desde Y8-Z8 hasta V7-W7, prolongándose por los perfiles norte y sur de la excavación. Si bien al fondo de la gruta presenta una potencia exigua, de 2-3 cm, ésta aumenta en dirección norte, alcanzando en puntos de difícil acceso, como la zona más baja pegada a la pared oeste de la cavidad, en V7, los 57 cm, aunque se trate de algo anecdótico ya que a menos de un metro de este punto se limita a una capa de 5 cm, situándose en la zona de tránsito. El nivel 1 constituía el superficial que en 1979 encontrara G. Iturbe, aunque las marcas de sedimento en la pared sur, tanto en el sector C como en el D, apunten a un proceso de desmantelamiento de la estratigrafía concentrado especialmente al fondo de la cavidad –punto del que según las anotaciones de R. Ramos (1983: 239) proviene el conjunto conocido de materiales prehistóricos–, previo a los trabajos de finales de los setenta del siglo pasado, dispersándose por el resto de la cavidad algunas fosas de expolio de menor entidad. En cuanto a los restos exhumados, en este nivel se multiplican, alcanzando los 4251 ítems, distribuidos de forma irregular al concentrar V7, W7, W5 y W3 más de la mitad del material catalogado debido, por un lado, a las potencias alcanzadas en el Sondeo A y, por otro, al ser zona de obligado paso hacia el fondo de la cueva. Las intrusiones detectadas se concentran en W3-W5 –un total de cinco– e Y3 –con nueve fragmentos metálicos de base férrica que parecen corresponder a una lata oxidada–, a las que se les añade un fragmento informe de cerámica a torno ibérica pintada, perteneciente al kalathos ya mencionado y localizado en X1, de nuevo en la zona de paso. Más aislado quedaría un clavo de bronce con el vástago de sección cuadrada localizado en Y8, al fondo del sector C.

A estos materiales tendríamos que añadir, exhumados en la excavación de la cata 6 de 1979, «un diente humano, una gran concha de pectúnculo perforada y fragmentos prehistóricos cerámicos lisos y de entidad, uno de ellos un borde de vaso globular …» (Hernández et alii, 2012: 108). Si en el croquis de la cata 6 de G. Iturbe la estratigrafía del yacimiento acababa en este punto (Hernández et alii, 2012: 110), no fue esta la situación en que encontramos la cavidad en el año 2000. Desde la entrada del yacimiento hasta su parte más profunda, especialmente en la convergencia de los sectores A, C y D, se detectaron potentes estratos, que sobrepasan los 115 cm de potencia en Z4 y de cerca del metro en Y2. Estos son fruto de importantes remociones en la cavidad que, a tenor de la sucesión de coloraciones en las terreras, afectaron hasta niveles precerámicos, constituyendo el nivel 0 de la secuencia. Estas terreras decrecen en altura a medida que nos alejamos de las cuadrículas más septentrionales del sector C, pero se detectan por el sur hasta el fondo de la cavidad y por el norte hasta la entrada, rellenando a UE 1103 –localizada en V9, W9, X9, V11 y W11–, que podría ser la cata 6 de 1979 prácticamente colmatada.

El conjunto está dominado de nuevo por la fauna de pequeño tamaño y fragmentada (3.198 identificaciones), seguido ahora por la malacofauna terrestre (493 restos), mesofauna (176 ítems) y la malacofauna de origen marino (155 ejemplares y fragmentos) que, junto con la identificación de cuatro vértebras de pescado, implica un salto cuantitativo significativo respecto a los niveles precedentes en cuanto a la presencia de restos de origen marino, pese a que siempre tendrán una representatividad nimia con respecto a los restos de origen terrestre.

Pese a haber detectado algunos agujeros de clandestino (UEs 1100 y 1304), éstos carecen de la entidad necesaria para generar tal volumen de sedimento, por lo que desconocemos a ciencia cierta de donde procede. Sin embargo, la comparación entre las plantas de G. Iturbe y la realizada en 2000 ofrece luz sobre su posible origen. Aunque se trate de un croquis, Iturbe plasmó en su esquema los afloramientos de roca, dejando en reserva las zonas de sedimento; al comparar ambas representaciones se observa 65

El Neolítico en el Bajo Vinalopó una profunda remoción de sedimento en los sectores B y D, ampliable a la entrada de la cavidad, prácticamente colmatada en 1979 (Hernández et alii, 2012: 108, figs. 1 y 2) y hoy día totalmente descarnada. Aún en el caso de que Iturbe realizara su planta con anterioridad a su excavación y depositara allí sus terreras, los seis sondeos que describe con sus medidas (Hernández et alii, 2012: 108, n. 13) apenas habrían generado una pequeña parte del depósito. Dos hechos más merecen ser tenidos en consideración. En primer lugar, en el esquema de 1979 se aprecia el pasillo occidental excavado en 2000-2001, con las características que mostraba la superficie del nivel 1, siendo por tanto el nivel 0 necesariamente posterior. Este aspecto quedó confirmado por el hallazgo de dos acuñaciones del año 1980, formando parte de los veinticuatro restos contemporáneos recuperados en esta capa.

ción cuidadosa no desveló resto arqueológico alguno, interpretándose como arrastres de los suelos pardo oscuros calizos propios del entorno (Matarredona, 1987: 104-106). En último lugar, a unos 50 m aguas abajo de la cavidad, en la misma vertiente del Barranc del Frare, se detectó un conchero con unos veinte metros de frente, cortado por la senda usada para la construcción del colector de la urbanización Gran Alacant. Oralmente nos comunicaron el hallazgo de materiales prehistóricos en el conchero, hecho que motivó la limpieza de un perfil de 2 m de anchura en 2001. En la sedimentación se alternan las capas anaranjadas y pardas, descansando sobre un estrato de margas pliocenas. Los hallazgos se limitaron a restos de bivalvos puntualmente brechificados (2814), ejemplares de malacofauna terrestre (49), tres placas de calcita y un fragmento de sílex con fractura mecánica. Tanto por la alternancia de estratos limosos y pardos calizos, similares a los descritos en los procesos de edafogénesis de la zona (Matarredona, 1987), como por la abundancia de bivalvos, propios de la sedimentación de la laguna interna del antiguo arrecife coralino, drenados por los canales de desagüe (Corbí y Yébenes, 2012: 101), creemos que estamos ante un episodio de sedimentación secundaria de origen natural, descartando totalmente su origen antrópico.

A nivel material fueron contabilizados 5.850 ítems, más de un tercio del total de los exhumados en las campañas de 2000-2001. De acuerdo con el patrón habitual del yacimiento, la fauna de pequeño tamaño y huesos muy fragmentados son el grupo mejor representado (4.448 elementos), seguido a distancia por la mesofauna (563 restos, en los que abundan los ovicápridos), la malacofauna terrestre (392), y la malacofauna de origen marino (111), cuyo porcentaje vuelve a caer. Destacan los setenta y cinco fragmentos cerámicos a mano, con restos de los vasos 2, 3, 4, 6, 8, 10, 12, 13, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30 y 31 (Figuras 7.6-11, 7.14 y 7.15), más nueve restos que no se han podido asignar a vaso alguno y una pella de barro cocido. De cerámica a torno y vidriada se han recuperado quince fragmentos, seguidas por los catorce restos líticos tallados, entre los que aparecen dos piezas con lustre de cereal (Figura 7.22, nº 1 y 3) que acompañan al único molino identificado, no estando completo (Figura 7.26). Algo similar ocurre con la industria ósea, procediendo de este conjunto de estratos los únicos ejemplares identificados en la excavación (Figura 7.27, nº 2 inf., 3, 6 y 10), al igual que ocurre con las ofitas. Finalmente, los treinta y cinco fragmentos metálicos identificados y los veinticuatro asignados a materiales contemporáneos –entre los cuales no se recogieron los restos vegetales, que eran numerosísimos– no dejan lugar a dudas sobre el carácter contemporáneo de las unidades englobadas en el nivel 0.

Los restos recuperados La intervención de 2000-2001 deparó un total de 16.348 ítems inventariados, distribuidos de modo muy irregular tanto por niveles, como por cuadrículas y por categorías (Tabla 7.1). Respecto a los primeros, se observa una concentración en aquellos niveles identificados en la excavación en extensión, que mengua directamente en relación con la superficie y potencia de los mismos. La excepción la constituye el nivel 4, que presenta, a pesar de su escaso espesor relativo y reducida extensión horizontal, una cifra acusadamente baja, con sólo ciento dieciocho restos. Pese a detectarse sólo en el Sondeo A, los niveles 5, 7, 8 y 9, ofrecen datos medios relativamente altos –especialmente el nivel 7 que, como hemos señalado, se relaciona con el uso de la cavidad por grupos humanos paleolíticos–, mostrándose el nivel 6 anómalo al contener tan solo nueve ítems en 0,7 metros cúbicos de sedimento excavado. Anecdóticos son los datos del sector D, donde se recogieron cinco muestras, tanto como sorprendentes los del conchero exterior, que con 2867 elementos individualizados presenta la ratio más elevada en relación superficie excavada/ hallazgos aunque, recordamos, se trate de un conjunto de unidades estratigráficas de origen natural.

Para finalizar la secuencia sólo nos restaría mencionar los datos obtenidos en el entorno inmediato de la cueva (Figura 7.1). A diez metros de su entrada, aguas abajo, se identificaron restos de sedimento pardo oscuro y cerámicas prehistóricas a mano, junto con pellas de barro cocido, que resultaron formar parte de terreras de antiguas excavaciones. Como mencionábamos páginas arriba, en las fotografías de 1979 se apreciaba la boca de la cueva prácticamente colmatada, temiéndonos que estas terreras (con una estructura y composición semejantes al nivel 0) formen parte del desmantelamiento de la estratigrafía que precedía a la cavidad. En un segundo punto, situado en la vertiente opuesta del barranco, enfrente de la gruta, se apreciaron manchas de sedimento oscuro, cuya observa-

En referencia a la distribución por cuadrículas, ésta tampoco presenta un patrón uniforme. Obviamente, los niveles comprendidos entre el 6 y el 9 sólo se han detectado en las cuadrículas V7-W7, procediendo por tanto todos los hallazgos de allí. Lo mismo podemos decir del nivel 5 (con sus subniveles), que pese a haber sido identificado en una superficie considerablemente mayor –hasta Y6-Z6–, sólo 66

7. La Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola) ha sido excavado en el Sondeo A, donde abrumadoramente se concentra en V7 (con el 82,79 % de los restos del nivel), sumándosele dos muestras de sedimento tomadas en Y4. Ya en los estratos con desarrollo horizontal, el nivel 4 concentra el 35,59 % de los hallazgos en Z4, existiendo cuadrículas que no presentan resto alguno. Los restos del nivel 3 tienden a concentrarse en Y6, con un 67,56 % del total, que suponen seiscientos cincuenta y cuatro de los novecientos sesenta y ocho recuperados, siendo las concentraciones en Y2 y Z8 testimoniales. X5 concentra el 36,02 % de los restos del nivel 2, iniciando una pauta que se repetirá en los niveles 1 (el 29,97 % en W5) y 0 (19,52 % de nuevo en X5), presentando las mayores densidades en la zona de paso obligatorio entre la boca de la cueva y su parte más profunda, testimoniándose fuertes oscilaciones en el resto de las cuadrículas en los tres casos.

los precedentes. Junto con los lepóridos se identifican quirópteros y roedores, siendo muy posible que formen parte del conjunto espinas de pequeños pescados y restos óseos de especies marinas de corta talla que no hemos podido distinguir. En los patrones de afección sobre los huesos de lepóridos, de vissu se han identificado tanto series asociadas a fracturas antrópicas (Pérez, 2005; Sanchis et alii, 2011; Sanchis, 2012) como resultantes de la tafocénesis provocada por rapaces y cánidos (Sanchis, 2000, 2001 y 2012; Sanchis et alii, 2010; Sanchis y Pascual, 2011). Aunque las madrigueras, egagrópilas y densidad de restos arqueológicos parecen otorgar mayor peso específico a los procesos naturales que a los antrópicos, deberá ser un estudio especializado el que clarifique este extremo. El segundo grupo está constituido por la malacofauna de origen marino, con 3.103 ejemplares y fragmentos (18,98 % del conjunto), 2.814 de los cuales pertenecen al conchero natural exterior. Dentro de la cavidad sólo se localizaron 289 restos (el 2,14 % de los recuperados), concentrándose el 92,04 % de los mismos en los niveles 0 y 1, ocupando realmente el quinto lugar en las categorías individualizadas y estando presente sólo con relevancia en el último de los niveles arqueológicos. Su número contrasta con la malacofauna terrestre, segundo grupo real en importancia numérica, que asciende a 1.118 restos, de los que 1.069 corresponden al interior de la cavidad, alcanzando el 7,93 % del conjunto y destacando su presencia en niveles holocenos. El cuarto grupo estaría compuesto por la mesofauna, con 842 hallazgos (5,15 %), todos dentro de la gruta (constituyendo el 6,24 %), a los que habría que sumar un núme-

En cuanto a las categorías, es sin duda la conformada por la fauna de pequeño porte y los fragmentos faunísticos de escasa entidad la más representada, con 10.443 restos recuperados. Éstos suponen el 63,82 % del conjunto exhumado, que asciende al 77,47 % si nos limitamos al interior de la cavidad, obviando los resultados de la excavación del conchero. En este conjunto tiene un peso específico importante la identificación de huesos de lepóridos –mayoritarios los de Oryctolagus cuniculus, aunque también se detecten algunos ejemplares de Lepus sp., presente en el área valenciana desde el Pleistoceno Medio (Sanchis y Fernández, 2011; Sanchis, 2012)–, que aparecen desde la base hasta el último de los niveles, destacando su cantidad en los estratos holocenos pese a no estar ausentes en N. 0

N. 1

N. 2

N. 3

N. 4

N. 5

N. 6

N. 7

N. 8

N.9

Sect. D

Conch.

TOTALES

Cerámica a mano

83

41

3

5

3

0

0

0

0

0

0

0

135

Cerámica a torno

15

1

1

0

0

0

0

0

0

0

0

0

17

Litico tallado Lítico, otros Industria ósea/ adorno Fauna de gran tamaño Fauna de mediano tamaño Fauna de pequeño tamaño Restos humanos Malacofauna terrestre Malacofauna marina Ictiofauna Metal Contemporáneo Otros

14 27

14 11

2 1

0 3

1 1

0 0

0 1

0 0

1 0

0 0

0 0

0 1

32 45

4

3

0

0

0

1

0

0

0

0

0

0

8

0

0

0

0

0

0

0

7

0

0

0

0

7

563

176

38

28

9

9

0

11

7

4

0

0

842

4448

3198

802

829

78

434

2

397

19

98

0

0

10443

5?

0

0

0

0

0

0

0

0

0

0

0

5?

392

493

42

26

7

101

2

5

652

0

0

49

1118

111

155

6

6

0

3

0

4

6

1

0

2814

3103

6 35 24 123

4 10 5 130

0 0 11 72

0 0 1 67

1 0 5 13

0 0 0 24

0 0 0 4

0 0 0 25

0 0 0 8

0 0 0 0

0 0 0 5

0 0 0 3

11 45 46 491

TOTALES

5850

4251

980

968

118

570

9

449

703

103

5

2867

16348

Ítems/m2

293,48

329,13

172,51,

254,87

38,33

140,96

6,60

526

202,96

124,35

-

2854,72

-

Ítems/m

707,86

2587,83

359,37

4926,21 306,25

5700

12,85

1349,56

1449,87

3551,72

-

2913,02

-

3

Tabla 7.1. Dispersión de los restos recuperados por niveles y sus densidades, incluidos los restos exhumados en el conchero exterior y las muestras recogidas en el sector D. 67

El Neolítico en el Bajo Vinalopó ro significativo de los restos fragmentados incluidos en la primera categoría, que no han podido ser caracterizados. El siguiente grupo, apreciándose ya un importante salto cuantitativo, es el compuesto por la cerámica a mano, con 135 fragmentos, siendo el mejor representado de aquellos catalogables como cultura material; le siguen a mucha distancia, ambos con 45 restos, los de fragmentos metálicos y “lítico otros” (que hace referencia al material lítico no tallado y cuya naturaleza indica un origen externo de la cavidad). Con 32 restos les seguiría el de industria lítica tallada, acabando con la cerámica a torno –17 fragmentos–, la ictiofauna, –11 restos–, la industria ósea/adorno –con 8 ítems–, fauna de gran tamaño –7 restos– y, finalmente, cinco posibles restos humanos, muy fragmentados y deteriorados, localizados íntegramente en el nivel 0, totalmente revuelto.

más antiguo de los asociados a cerámicas a mano, presentaba un total de restos recuperados escaso, confirmándose este extremo en relación con el volumen total de sedimento extraído. Si en una primera aproximación, atendiendo al número total de hallazgos, destacaba la cuadrícula Z4, donde el nivel llega a acumular 24 cm de potencia, el peso de densidades relativas se desplaza hacia Z6, seguido a poca distancia de Z4. Este hecho apunta a que la acumulación de restos se produjo por gravedad, al igual que el depósito sedimentario, concentrándose en la zona con mayor potencia y menor cota, adosándose contra el escalón de roca descrito que contenía el nivel. Con una densidad similar, mayor superficie y menor volumen, el nivel 2 presenta un comportamiento bastante distinto al precedente, ofreciendo concentraciones que parecen derivar de dos hechos distintos. Por una parte se detectan fuertes acumulaciones en la zona de paso obligatorio, en la parte más alta de la unidad, en las dos manchas de sedimento aisladas del resto por las madrigueras, no pudiendo ser la gravedad su causante. Si X5 presentaba la mayor concentración absoluta de restos, en cuanto a sus valores relativos es superada por X1, seguida por X5 e Y2, concentrándose todas ellas en el pasillo de tránsito; tras un descenso de las densidades relativas vuelven a incrementarse en Y6-Z6, en el punto más bajo de la unidad, probablemente, ahora sí, por efecto gravitatorio.

La categoría de “otros” no ha sido cuantificada dada su heterogeneidad, ya que incluye muestras de sedimento, de carbones, de cenizas y de las paredes, fragmentos de plaquetas calizas procedentes de la cavidad, restos de estalactitas y estalagmitas, “roca viva” de origen marino y un largo etcétera de elementos ajenos a la cavidad, como fulminantes de artefactos pirotécnicos, destruidos por precaución. Del mismo modo, no cuantificamos el material contemporáneo que ha sido ya señalado en sus respectivos niveles, dada su diversidad, conteniendo tanto restos antrópicos como naturales.

Entre las unidades con mayores concentraciones, llama la atención las agrupadas en el nivel 3, con la densidad más alta de restos de todo el yacimiento, incluido el conchero exterior. De ella se recuperaron 968 restos en los escasamente 0,1965 m3 excavados. La mayor concentración relativa se localiza en Y6, asociada a la mancha de cenizas UE 1410, siguiéndola Z2, donde se identificó otra concentración de cenizas significativa, siendo el estrato muestreado cuyos resultados presentan F. C. Maruhenda y R. Ibanco en este mismo volumen, referentes al posible uso como redil de la cavidad (UE 1416); el espacio comprendido entre ambas, con otras manchas cenicientas individualizadas –Y4 y Z4–, les seguiría a bastante distancia. Pese al hecho de coincidir con los mayores cúmulos cenicientos, los restos aparecen predominantemente en la unidad sobre la que se practican, localizándose en ambos casos en cuadrículas que, aunque se relacionan con la zona de tránsito, no ocupan lugares preeminentes.

Sólo al extrapolar los datos y cruzarlos con otras variables como la superficie y volumen excavado, sobre todo este último, es cuando las diferentes concentraciones de materiales adquieren verdadera relevancia (Tabla 7.1). Tras un primer análisis, comparando el número total de restos catalogados con las superficies excavadas en cada nivel, se apreció una relativización de los datos absolutos, bastante relacionada con la superficie total excavada, como por otra parte cabía esperar. Sin embargo, fue el cruce entre el número total de ítems recuperados y su relación con el volumen de sedimento excavado cuando empezaron a destacar claramente diferencias acusadas, tanto en las densidades totales –nivel a nivel– como en las densidades particulares –cuadrícula a cuadrícula–, que no coinciden con los datos absolutos expuestos páginas arriba, en la descripción de los niveles. Los datos que presentamos han de entenderse como estimaciones, resultantes de la división del número de elementos recuperados por cada cuadrícula por el volumen real de sedimento excavado, habiéndose calculado éste a posteriori, con los datos topográficos obtenidos en el proceso de excavación, siendo su valor meramente comparativo.

Anteriormente comentábamos que el nivel 1 marcaba un cambio en el patrón de sedimentación del yacimiento, volcándose ésta y los hallazgos hacia la entrada de la cavidad. Ahora podemos afirmar que esa tendencia, en cifras relativas, ya se detecta en el nivel 2, acentuándose para el primero de los niveles arqueológicos, a la vez que antiguo superficial. Esto implica que si en los niveles 3 y 4 es la zona profunda del yacimiento donde se concentran los restos hallados, en los niveles 1 y 2 será la zona de la entrada, donde llega la luz del día. Es en el sector A, junto a la pared occidental de la cueva, donde se identifican las mayores densidades –W3, W5, V7 y W7, por este orden–, coincidiendo con potencias acusadas en las zonas de con-

Entre los rellenos exhumados en extensión se observa una diferencia de comportamiento bastante acusada entre los niveles 1 y 3, con concentraciones altas y muy altas de restos en relación con el volumen excavado (2.587,83 y 4.926 items/m3, respectivamente), y los niveles 2 y 4, con concentraciones llamativamente bajas aunque uniformes (359,37 y 306,25 ítems/m3, respectivamente). El nivel 4, el 68

7. La Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola) tacto con la bóveda de la gruta, que rápidamente disminuirán hacia la zona de tránsito, convirtiéndose en una verdadera “trampa” de sedimento y materiales. Hacia el fondo, mantienen una densidad elevada X5, X3 e Y3, en la zona de tránsito, y X2, una nueva “trampa” de sedimento junto a la pared, disminuyendo las densidades hacia el fondo de la cavidad, donde se nos muestran valores testimoniales.

que presenta. Este sistema ofrece unos resultados similares al cribado con agua, si bien en este último aumenta el grado de fragmentación de los materiales (Rodrigo y Marlasca, 2009: 163). El hecho más destacable es el peso de la fauna de origen terrestre sobre los recursos marinos, ya que la suma de las tres categorías terrícolas –fauna pequeña, fauna mediana y malacofauna terrestre, a las que podríamos añadir de la fauna de tamaño grande, limitada a siete restos de época pleistocena, que no variará en exceso la proporción– asciende a 12.361 fragmentos, frente a los 300 resultantes de la suma de la malacofauna marina y la ictiofauna, aún contabilizando las dos vértebras de fauna marina conservadas en el MAHE. En porcentajes suponen el 91,69 % frente al 2,22 % sobre el total de los hallazgos del interior la gruta, constituyendo la de origen terrestre el 97,63 % del conjunto de los restos faunísticos.

El nivel 0 presenta una densidad intermedia respecto a las demás unidades excavadas en extensión, si bien es cierto que esto se debe a dos hechos que han podido alterar los resultados. Por un lado, se trata de la secuela del expolio masivo de la cavidad, por lo que deducimos que parte del material hallado por sus autores salió del yacimiento. Por otro lado, no se recogieron los vestigios vegetales contemporáneos y sólo una parte de los materiales más modernos –por ejemplo, los plásticos–, por lo que la cifra puede resultar engañosa. Si es cierto que, en cuanto a la distribución por cuadrículas, se detectan dos puntos de concentraciones relativas que prevalecen sobre las demás. Al fondo de la cavidad, X4 destaca claramente sobre las cuadrículas de su alrededor, al igual que ocurre en la entrada con Y3, prolongándose la concentración aquí detectada hacia V7, V9, W7 y W9. Posiblemente el foco identificado en X4 se relacione con el expolio de la zona más profunda de la cueva, mientras que el referido para el sector A podría estar relacionado tanto con el expolio de la zona cercana al acceso a la cavidad o ser el resultado del aprovechamiento de la luz natural por los expoliadores para examinar el sedimento removido en busca de materiales.

Estos datos contrastan con los de otros yacimientos coetáneos situados junto al mar, especialmente la recientemente publicada Cova de Les Cendres (Moraira-Teulada, Alicante), donde se recuperaron 2.202 restos de ictiofauna –pudiendo determinar 924– en la secuencia adscrita entre el Neolítico antiguo y el Neolítico final -Neolítico IA y el IIA, según los autores–, concentrándose el grueso de la muestra significativamente entre el Neolítico antiguo y el horizonte de las cerámicas peinadas –Neolítico IA y Neolítico IC, según los autores– (Rodrigo y Marlasca, 2009: 163), frente a los 6.543 restos de fauna neolítica –entre el Neolítico IA y el IIB (Iborra y Martínez, 2009: 149), que dan cuenta de la importancia de la pesca en la dieta de Cendres, orientada básicamente a la captura del mero y que irá disminuyendo a lo largo del Neolítico, como también se atestigua en la Cueva de Nerja, en Málaga (Rodrigo y Marlasca, 2009: 179), en claro contraste con los datos de la Cova de les Aranyes.

Para el resto de niveles no podemos precisar patrones de dispersión del material en horizontal, pero sí acercarnos a sus densidades medias. Por un lado, las mayores concentraciones se detectan en unidades sedimentarias sin evidencias antrópica –niveles 5, 9 y conchero exterior–; por otro, los niveles 7 y 8, resultantes de una división artificial ya comentada, y asociados a restos derivados de la acción antrópica –al menos parcialmente–, presentan densidades casi idénticas (1.349,56 y 1.449,87 ítems/m3), que refuerzan la idea de su unidad sedimentaria y estratigráfica. Finalmente, si llamativa era la escasa concentración absoluta de restos en el nivel 6, más acusada es, si cabe, su poca relevancia relativa, con sólo 12,85 ítems/m3, reafirmando la idea de que este episodio sedimentológico tuvo que vincularse con condiciones de extrema inhabitabilidad de la cavidad, tanto para las poblaciones animales como para las humanas, que explique tan escasa presencia de restos.

Respecto a la malacofauna, basta recordar los porcentajes detectados en el sector A de Cendres, entre el Neolítico Antiguo y la Edad del Bronce –aunque mayoritariamente se concentren en el Neolítico antiguo y medio–, con 18.941 individuos identificados (NMI), de los que el 98% corresponden a un origen marino (Pascual, 2009a: 181), en contraste con los porcentajes que ofrecen los niveles 1 a 4 de la Cova de les Aranyes –23,91% sobre el total de la malacofauna en el nivel 1, 12,5% en el nivel 2 y 18,75%, en el nivel 3, estando totalmente ausentes en el nivel 4 y suponiendo un 22,06% de los restos malacológicos del nivel 0, con todas las reservas, cuyo porcentaje similar al del nivel 1 parece reforzar la idea de que era éste el que se extendía por toda la cavidad, siendo el principal afectado por el expolio–. Malacofauna marina y terrestre presentan, además, patrones distintos, ya que si la de origen marino se localiza frecuentemente fracturada, tanto los gasterópodos como los bivalvos, la asociada a ecosistemas continentales en la mayor parte de las ocasiones aparece bastante completa, pese a la mayor fragilidad de sus conchas. En ambos casos dominan las especies comestibles, habiéndose docu-

A pesar de no disponer del estudio de la fauna del yacimiento, y dado que es la categoría mejor representada, sí es posible señalar ya algunos rasgos generales que marcan claras diferencias con otros yacimientos bien conocidos. Antes de señalarlos conviene aclarar que el cribado del sedimento del yacimiento se realizó en seco, con mallas de 4, 2, 1 y 0,5 mm, si bien es cierto que el nivel 0, vistas sus características y su volumen, fue cribado con cedazos de 4 mm de trama y, sólo una parte, con tramas inferiores, hecho que también influye en la menor densidad de restos 69

El Neolítico en el Bajo Vinalopó mentado escasos ejemplares de lúnulas de bivalvos marinos pulidos por erosión post mortem, que no acompañan a ningún elemento de adorno relacionado con estos soportes. Finalmente se puede señalar que rara vez estos especímenes aparecen calcinados, aunque no es infrecuente que estén parcialmente carbonizados, en especial los de origen marino. Entre las especies identificadas se puede señalar la presencia de Pseudotachea splendida, Iberus gualterianus alonensis, Sphincterochila candidissima, Theba pisana y, probablemente, Cernuella virgata, siendo muy escasos los ejemplares de Conus sp., en lo referente a los especímenes continentales, y Patella sp., Monodonta turbinata, Glycimeris sp. y Cerastoderma sp. como grupos mejor representadas de origen marino, identificándose en algún caso esporádico y muy puntual Thais haemastoma, Mythilus sp. y Cancer sp., sólo en los niveles 0 y 1 en este último caso. Las zonas de acopio para todos los ejemplares serían los aledaños de la cavidad, tanto ámbitos continentales como marinos, reconociendo entre estos últimos especies de hábitats rocosos y arenosos/fangosos, que se alternan en la línea de costa, muy próxima al yacimiento.

de la cavidad, alcanzando el 2,42%. Para este análisis se prescindirá tanto de los restos de metales recuperados, ninguno de ellos asignado a la Prehistoria, así como de las producciones cerámicas a torno, que arrancarán en época ibérica, afectando por tanto el estudio al 1,86% de los restos recuperados dentro de la Cova de les Aranyes. Se han añadido al mismo algunos de los materiales recuperados en intervenciones anteriores, en especial el conjunto depositado en MAHE (Ramos Folqués, 1980; 1982a; 1982b; 1983c; 1987; 1993; Ramos Molina, 1989), así como tres fragmentos cerámicos y el único ejemplar de industria lítica pulida conocido para el yacimiento, depositados en el MARQ, fruto de la intervención de 1979. Las cerámicas a mano El conjunto de los fragmentos cerámicos analizados asciende a la práctica totalidad de la muestra, excepción hecha de las esquirlas, cuya información, necesariamente parcial, no ha sido estimada en este trabajo, aunque las pastas y las escasas superficies conservadas se muestran acordes con el resto del conjunto revisado. A los 127 fragmentos seleccionados –una vez desestimadas las ocho esquirlas recuperadas– se le añaden 22 fragmentos procedentes de los museos de Elche (MAHE) y provincial de Alicante (MARQ), bien como partes de los vasos identificados, bien como definidores de formas no representadas por los materiales exhumados en 2000-2001, así como uno de los vasos dibujados por A. Ros Dueñas –un plato de la clase A, con inflexión en el perfil, labio biselado interior y base aplanada que no se conserva en el MAHE (vaso 403) (Figura 7.12), mientras que el otro dibujado por A. Ros, tampoco localizado en el museo ilicitano, parece corresponder a nuestro vaso 17–. El rasgo común de todo el repertorio cerámico es su alto grado de fragmentación, si bien es de destacar la escasa rodadura que presentan las piezas, que sólo en ocasiones muestran las fracturas parcialmente embotadas y, las menos, totalmente romas. Las agrupaciones cerámicas (Tabla 7.2) se han realizado atendiendo a las características de las pastas, sus tratamientos internos y externos, su cocción y los espesores de las piezas, si bien estos dos últimos, como cabe esperar de las producciones realizadas a mano y no estandarizadas, no siempre se muestran uniformes; son frecuentes los efectos de postcocciones oxidantes que provocan cambios bruscos de tonalidad, sobre todo en las superficies, así como las distribuciones irregulares de los desgrasantes que en algunos casos excepcionales, especialmente llamativo en el vaso 8, se acumulan con especial incidencia en la base. Para este análisis aproximativo, los fragmentos han sido agrupados en conjuntos bajo la denominación de vasos, independientemente de si ofrecen forma reconocible o no, tratándolos como individuos, al igual que los cinco fragmentos que no han podido ser asociados a vaso alguno.

Si bien los recursos marinos fueron claramente acarreados a la cavidad, desconocemos hasta qué punto lo fueron los especímenes terrestres. Siendo todos éstos autóctonos, claramente xerófilos y adaptados a los entornos calizos con escasa cobertura vegetal y cantiles rocosos, que caracterizan hoy día el entorno del yacimiento, desconocemos si fueron recolectados ex professo, si se aportaron accidentalmente, como resultado del acarreo de leña y materias vegetales u otros fines al interior de la cavidad, o si se introdujeron por sus medios, ya que no siendo especies troglófilas, si hibernan enterradas, al menos parte de ellas, desconociendo si es posible que esta función la realicen en recovecos y cuevas poco profundas como la que analizamos. Finalmente, en referencia a la fauna terrestre, ya hemos señalado la incidencia de los ovicápridos y los lepóridos como grupos dominantes, a los que se añaden escasos fragmentos pertenecientes a otras especies como suidos, félidos y, ya señalados en excavaciones antiguas, corzo – Capreolus capreolus– (Hernández et alii, 2012: 110). Aquí el patrón sí se asemeja al planteado para la Cova de Les Cendres (Iborra y Martínez, 2009: 162), con una cabaña doméstica asociada a la captación de recursos cinegéticos, si bien el peso específico de los lepóridos ha de relativizarse debido al aporte cárnico real que representa. Un último dato de interés lo aportaría la presencia de quirópteros y las garras de rapaz identificadas, testigos de la temporalidad de la ocupación humana del yacimiento. Cultura material Como hemos tenido ocasión de comprobar hasta el momento, los restos de cultura material recuperados constituyen una parte muy reducida del total de los exhumados durante el proceso de excavación, suponiendo el 2,00% sobre el total del conjunto, incrementándose ligeramente si consideramos exclusivamente los hallazgos al interior

Las pastas presentan rasgos que señalan una marcada diversidad de manufacturas, tanto en la selección de las materias primas como en la variedad de acabados y en la diversidad de pastas y texturas. Los desgrasantes son 70

7. La Cova de les Aranyes del Carabassí (Santa Pola) mayoritariamente minerales, pese a que se distinguen rastros de componentes orgánicos especialmente en los vasos 14, 18, 23 y, posiblemente, el 25, en forma de improntas de semillas o vacuolas generadas tras la combustión de hebras vegetales, estando presentes en buena parte de la muestra como pequeñas vacuolas grafitizadas. Entre los componentes principales se distinguen dos grupos mayoritarios: el dominado por las calcitas (vasos 1, 2, 4, 5, 6, 7, 8, 11, 12, 13, 15, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 25, 26, 27, 28 y fragmento 4) y el dominado por los cuarzos (vasos 3, 9, 10, 14, 16, 24, 29, 30, 31 y fragmentos 1, 2, 3 y 5). Estos grupos no son excluyentes, ya que ambos suelen aparecer Vaso 1* Vaso 2* Vaso 3* Vaso 4 Vaso 5* Vaso 6* Vaso 7* Vaso 8* Vaso 9* Vaso 10 Vaso 11 Vaso 12* Vaso 13 Vaso 14 Vaso 15 Vaso 16 Vaso 17 Vaso 18 Vaso 19 Vaso 20* Vaso 21 Vaso 22 Vaso 23 Vaso 24 Vaso 25 Vaso 26 Vaso 27 Vaso 28 Vaso 29 Vaso 30 Vaso 31 Vaso 36 Vaso 37 Vaso 38 Vaso 39 Vaso 40 Frag. 1 Frag. 2 Frag. 3 Frag. 4 Frag. 5 Esquirlas TOTALES

nivel 0 3 6 6 1 2 1 4 2 4 9 3 5 2 4 1 3 7 1 2 2 1 3 2 1 1 1 1 4 83

nivel 1 3 2 8 2 1 1 2 1 1 3 2 1 3 3 2 1 1 1 1 2 41

nivel 2 1 1 1 3

nivel 3 2 1 1 1 5

asociados en mayor o menor medida, salvo los vasos 1, 6, 21 y fragmento 2, donde sólo se identifica visualmente uno de los componentes. Por otra parte, siendo los elementos mayoritarios, se identifican otros, caso de la mica (vasos 2, 3, 8 y 12), partículas pardas y negruzcas no esquistosas interpretadas con reservas como dolomías (vasos 12, 13, 19, 22, 23, 24 y fragmento 4), esquistos (vaso 20) y yesos (fragmento 4). Mención aparte merece la posible presencia cuarzos asociados a arenas litorales detectada en los vasos 3, 10, 12, 13, 24, 26, 29 y fragmento 5, traducidas en superficies ásperas y muy ásperas, rasgo distintivo de algunas producciones a torno antiguas del ámbito mediterránivel 4 1 1 1 3

MAHE 7 5 2 1 1 1 2 19

MARQ 3 3

Clase C C C B C C C C C A A A B B B D A B B B C B C C A -

Forma 6 6 6 1 6 1 1 7 6 1 1 1 1 1 1 1 1 7 1 1 6/8 6 1 1/6 1/6 1 1 6/8 1 2 1 1 -

Tipo 12.1a/b 12.1 12.2b/c 6.1 12.1a 11.1 11.1 9.1b 12.1a/b 1.1 1.1 3.1b 6.1 8.2b 6.2 18.1 1.1 8.3 6.1 6.1 13.3c 6.1 9.3 13.3a 1/2.1 -

Tabla 7.2. Cerámicas a mano, resumen de los vasos identificados, sus fragmentos y su procedencia, así como su clase, forma y tipo cuando ha sido posible asignarlo. Los asteriscos indican ejemplares decorados. Los vasos 32 a 35 corresponden a producciones a torno no incluidas en este trabajo. 71

El Neolítico en el Bajo Vinalopó neo (Ramón, 1995: 255 y ss.). La presencia de mica en las producciones cerámicas de la zona ha sido señalada para el yacimiento de la Platja del Carabassí, datado en el IV milenio a.n.e. y situado en las inmediaciones de la cavidad (Soler et alii, 2008: 178), pero en Aranyes se han detectado siempre como acompañamiento de los dos componentes mejor representados, el cuarzo y los elementos calcáreos, en especial la calcita. De igual modo, los yesos han sido identificados como uno de los componentes principales, junto con las calcitas, en la Cova de San Martí de Agost, situada en la comarca adyacente hacia el Norte (Torregrosa et alii, 2004: 18).

re y Molina, 2008: 301, fig. 3), así como la preponderancia de las calcitas que, en yacimientos como Benàmer, sólo se identifican a partir del Neolítico medio (McClure, 2011: 236), insertándose en una tendencia que parece marcar un patrón general de evolución de las producciones cerámicas a largo plazo en la secuencia nordalicantina, especialmente en las cerámicas no cardiales del Neolítico I de La Falguera, los contextos de segunda mitad del VI milenio cal BC en Mas d’Is y, en este último yacimiento, las cerámicas cardiales de finales del tercer cuarto del mismo milenio (McClure y Molina, 2008: 300-302). La presencia de estas partículas calizas, mayoritariamente angulosas y uniformes, al igual que buena parte de los cuarzos identificados, han sido sugeridas por S. McClure (2011: 236) como probable resultado de la preparación de los componentes de las pastas, frente al uso de materias primas no elaboradas, donde predominarían las granulometrías heterogéneas y sus contornos redondeados. En esta misma tendencia evolutiva se observa un progresivo predominio de las cocciones reductoras frente a las oxidantes (McClure y Bernabeu, 2011: 57, fig. 3.5), también visible en el conjunto que analizamos, donde sólo se detectan atmósferas de cocción oxidantes en los vasos 6, 13, 31, 38 y los fragmentos 3 y 5, siendo el resto ejemplares producidos en atmósferas sin oxígeno, con postcocciones tanto reductoras como oxidantes, predominando estas últimas, en un panorama similar al detectado en el yacimiento de Calle Colón, nº 3, de Novelda (García et alii, 2006: 21-22).

El cuarzo presenta limitaciones funcionales, al poseer un coeficiente de expansión térmica mucho más elevado que la arcilla, prefiriéndose para usos vinculados con el fuego el feldespato o la calcita (Solange, 2008: 321). Sin embargo, esta falencia puede subsanarse incluyendo otros componentes a la mezcla, como de hecho sucede en el repertorio cerámico del yacimiento, donde sólo el fragmento 2 parece derivarse de una selección unimodal de los componentes de la pasta. Las calcitas, por su parte, son mucho más polivalentes, dominando el conjunto cerámico del yacimiento ampliamente, no sólo como componente inorgánico principal de las pastas, donde domina la serie, sino como elemento presente en las mismas, ya que sólo se ha detectado su ausencia –de vissu– en el vaso 23 y el fragmento 2. Su uso ha sido señalado para distintos ámbitos de la prehistoria peninsular, haciendo hincapié en sus ventajas para la consecución de un material con buena resistencia a bajas temperaturas de cocción, ofreciendo un rango lo suficientemente amplio, entre los 600 y los 750° C, para que la temperatura de cocción resulte menos crítica, siendo preferente la utilización de atmósferas de cocción reductora que posibilitan llegar a temperaturas más elevadas sin que se descomponga la calcita y se destruyan sus cristales (Albero, 2007: 78; Navarrete et alii, 1991: 205). Al respecto, no se han identificado vacuolas motivadas por la degradación de la calcita, que indicarían el hecho de haberse sobrepasado el umbral a partir del cual se descompone. Por otro lado, el reconocimiento de vacuolas con señales de grafitización derivada de la combustión de material orgánica, que se inicia por encima de los 500° C y perdura hasta los 750° C (Albero, 2007: 77), incide en esta horquilla de temperaturas de cocción, reforzándose la impresión, además, por el predominio de las cocciones reductoras en la muestra, con núcleos oscilando entre el negro, el gris y el castaño oscuro, si bien estás darán paso en la mayoría de los casos a postcocciones oxidantes.

En lo referente a la frecuencia de las inclusiones, suelen presentar concentraciones por debajo del 10% –más del 75% de la muestra–, con sólo cinco ejemplares que presentan porcentajes entre el 15 y el 25% y dos excepciones, el vaso 4 y el fragmento 4, con índices bastante más elevados que la media. En cuanto los grosores de las paredes, son minoritarias las groseras (>9 mm), con sólo cuatro ejemplos: el vaso 3, la base del 23, el 38 y el fragmento 4; diecinueve individuos presentan pastas medias (6,5-9 mm), once pastas finas (