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2010, Juan Antonio Frago De esta edición: 2010, Aguilar Chilena de Ediciones S.A. Dr. Aníbal Ariztía 1444, Providencia, Santiago de Chile. ISBN: 978-956-239-732-2 Inscripción N° Impreso en Chile/Printed in Chile Primera edición: febrero 2010 Reproducción de láminas autorizada por el gobierno de España, Ministerio de Cultura (AGI, ARChV).
Todos los derechos reservados. Esta publicción no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la Editorial.
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Índice
PRÓLOGO por Alfredo Matus Olivier ........................................ Juan Antonio Frago, historiadro del español de América
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CAPÍTULO I
De la Colonia al despertar independiente. Cuestiones de historia externa El problema demográfico ..................................................... 19 Distancias, aislamiento y población urbana en Indias ......... 27 Sociedad indiana y criollización lingüística .......................... 38 De lo popular al purismo. Voseo y lenguaje formal ..………… 49 CAPÍTULO II
Lección de los marinerismos de tierra adentro Un espigueo documental ........................................................ Por ríos y en carretas ................................................................ El caballo en la senda del marinerismo .................................. Entre el Río de la Plata y México ............................................ A modo de conclusión ...............................................................
61 66 70 75 83
CAPÍTULO III
Entre la tradición y la innovación Lo que el folclore enseña ........................................................ 95 Quien a finales de la Colonia. Una cuestión de método ........ 103
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Afinidades y diferencias dialectales. Sobre «ya yo me voy» y «en la tarde nos vemos» .................................................. 107 Coda .......................................................................................... 113 CAPÍTULO IV
Letras y sonidos Ortografía en manuscritos de los siglos XVIII y XIX ............ En la imprenta .......................................................................... Vulgarismos fonéticos. El antihiatismo .................................... Resumen ....................................................................................
119 129 138 144
CAPÍTULO V
Fonética de ascendencia meridional Relajamientos consonánticos .................................................. El yeísmo .................................................................................... El seseo ...................................................................................... Consideraciones complementarias ..........................................
151 166 173 180
CAPÍTULO VI
Selecciones léxicas La cuestión documental .......................................................... Americanismos léxicos .............................................................. La tradición en el léxico .......................................................... Derivación .................................................................................. Nuevos tiempos, nuevas palabras ............................................ De indoamericanismos ............................................................
187 192 204 209 214 225
CAPÍTULO VII
Gramática El artículo .................................................................................. El nombre .................................................................................. El adjetivo .................................................................................. Expresión analítica de la posesión .......................................... En la pérdida de vosotros y vuestro ............................................
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El tratamiento personal en el medio social bolivariano ........ Pronombres átonos .................................................................. Relativos .................................................................................... Indefinidos ................................................................................ El verbo ...................................................................................... Adverbios .................................................................................. Preposiciones ............................................................................ Conjunciones ............................................................................ Interjección ................................................................................
247 248 249 250 251 260 265 266 268
CAPÍTULO 8 Perfiles del español americano en la Independencia Marco histórico y caracterización lingüística .......................... 269 Sociedad y lengua .................................................................... 277 Al final de la Colonia: Americanismos generales y regionales .................................................................................. 282 Gradualidad diatópica y sociolingüística ................................ 289 Conciencia lingüística del criollo en la Independencia ...... 293 Bibliografía .................................................................................. 305
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PRÓLOGO
Juan Antonio Frago, historiador del español de América
No habría, en puridad, que llamarlo «historiador del español de América». De acuerdo con su misma concepción lingüísticohistórica, cabe más bien tenerlo por «historiador de la lengua española», sin más. En la misma línea de los grandes maestros que dedicaron su vida a la reconstrucción de la génesis y el desarrollo de nuestra trayectoria idiomática, que no es más que nuestra andadura histórica en sus dos vertientes, la peninsular, como lengua originaria del solar hispánico latino, y la americana, como lengua trasplantada a estos vastos territorios develados para el mundo por el grande Almirante de la Mar Océana: Ramón Menéndez Pidal, Rafael Lapesa, Amado Alonso, Joan Corominas, Rufino José Cuervo, Andrés Bello, Guillermo Guitarte, por nombrar a los mayores. Como ellos, ha contribuido con aportes fundamentales sobre el español americano, refutando, corrigiendo o relativizando hipótesis explicativas tradicionales de la lingüística hispánica, consideradas hasta ahora inquebrantables. Como ellos, ha sido uno de los que más ha aportado al «des- cubrimiento» del étymon de nuestra «razón histórica», como podría decir Ortega y Gasset. Importantes obras ha dedicado este sabio aragonés a la comprensión y la génesis de nuestra lengua materna, de tan imprevisibles dimensiones y destinos en su actual extensión universal, como cuarta lengua del mundo desde un punto de vista demolingüístico, y como segunda y prioritaria en los países de idiomas diferentes al español. Baste recordar ahora un par de trabajos considerados clásicos entre los estudiosos de la historia lingüística hispánica: Textos y normas. Comentarios lingüísticos» (2002), con importantes consideraciones sobre el período forma-
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tivo y medieval del español, y una larga serie de tratados fundamentales para el conocimiento de la modalidad americana de nuestra misma lengua española, como Andaluz y español de América. Historia de un parentesco (1994) e Historia del español de América (1999), además de una amplia colección de ensayos dedicados al período colonial americano, como «Formación del español de América» (1996), y, más recientemente, al período independiente, como «Tradición e innovación en el español americano de la Independencia» (2007), «Conciencia lingüística del criollo en la Independencia» (2008), materia esta última, completamente desatendida por los estudiosos, en que el catedrático de Zaragoza puede ser considerado un pionero, y que culmina con la que ahora presentamos. No puede ser más feliz y oportuna la aparición de esta obra, El español de América en la Independencia, que materializa, en gran medida, el significado y el verdadero alcance cultural y lingüístico del V Congreso Internacional de la Lengua Español, América en la lengua española (Valparaíso, 2010), dentro del contexto del Bicentenario de la Independencia de Chile. En este trabajo se plasma, en lo concreto, esa «pregnante» presencia de nuestra América en la lengua y en la cultura de nuestro idioma originalmente castellano. Verdadera matriz hermenéutica, auténtico epígrafe interpretativo es el que preside las consideraciones de este estudio: la referencia al cuadro de Arcimboldo, que articula el rostro de Rodolfo II con «las alubias indianas en vaina» y «la mazorca de maíz». Que no otra cosa ha sido y es nuestro español americano, que, sin desvirtuar ni desperfilar su genuino rostro peninsular, ha sido fecundado, coloreado y enriquecido con las representaciones de la realidad y las sustancias originarias del Nuevo Mundo. Ocho capítulos comprende este libro, que van al meollo de la cuestión desde los marcos teóricos externos hasta el tratamiento circunstanciado de los fenómenos sistémicos en armoniosa y lograda articulación. La «extrañeza ante la maravillosa realidad americana» y el «asombro histórico», desde que el Guadalquivir se traspasa, plus ultra, fueron el punto de partida para la penetración de América en el mundo occidental a través de la lengua y los galeones. «La cosmovisión del europeo sufrió un radical vuelco
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con el Descubrimiento...», sostiene el autor y lo demuestra a lo largo de todo su estudio. La demografía, la vasta extensión de los territorios, los malos caminos, las vías fluviales, la plaga de los pleitistas, el estamento eclesiástico, entre otros, son indicadores analizados en su relación causal con lo lingüístico. La variedad tipológica de fuentes es asimismo sorprendente y utilizada de un modo solidario (relaciones tipográficas, mapas, libros de viaje, crónicas, cartografía virreinal, plantas urbanísticas, textos folclóricos, exvotos, textos periodísticos, entre otras). Los principales fenómenos lingüísticos de la discusión (seseo, yeísmo, voseo, aspiración y pérdida de -s, cuestiones gramaticales, léxicas, fraseológicas y semánticas) son abordados críticamente a la cruda luz de los documentos. Enriquecido con once ilustraciones, de alto valor documental e integradas a la argumentación, las notas de cada capítulo son de gran calado informativo y cuidadamente enriquecedoras del texto central. Mención especial merecen los «marinerismos de tierra adentro», materia que el autor, ya en estudios anteriores, ha delimitado teóricamente y tratado de modo analítico (flete, varar, banda, matalotaje, lastrar, morro, arribar, relacionados con los grandes vías fluviales —y también terrestres— americanas, como el Marañón, el Madalena, el Paraná). El caballo, los astilleros, las carretas, la pampa, y otras realidades americanas autóctonas, o americanizadas, exhiben su rendimiento lingüístico en el discurso del catedrático español A propósito de lunares, a través del análisis de canciones folclóricas, llega a problematizar los discutidos orígenes de la popular Cielito lindo, además de otras inferencias históricas a partir de textos del repertorio de Margot Loyola. Un realismo crítico a toda prueba se manifiesta en sus palabras: «Dado que esas circunstancias no han sido las mismas para el español europeo y el trasplantado a América, es natural que éste se desarrollara de manera no siempre coincidente con el de la metrópoli, sea en la mejor conservación de usos que en España periclitaban, sea mediante evoluciones más progresivas o por la pura y simple innovación, factores que no permiten una caracterización histórica inamovible, porque la historia es cambiante como la misma realidad lingüística». Destaca la importancia que atribuye a la gradualidad y a las preferencias glotológicas entre las regiones,
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cuestión de discusión habitual en la lexicografía diferencial y en la dialectología: «En español no quedaría mucho auténticamente dialectal si solo se tuvieran en cuenta los usos en verdad exclusivos de tal o cual dominio, exclusividad que debería rigurosamente probarse, pues resulta imprescindible considerar asimismo los hechos de preferencias o de grados entre regiones [...]». El autor de esta obra es un teórico convencido de que «conocer es distinguir», como sostenía el gran Benedetto Croce. Dentro de este genuino proyecto cognitivo, Frago ha quebrado lanzas por destruir mitos sobre la realidad idiomática americana, metáforas que han conducido a que de lo que más se disponga, en esta compleja área, sea de generalizaciones que se siguen admitiendo sin el rigoroso examen de la razón. ¿Koiné antillana? ¿Base lingüística del español de América? ¿Hidalguización? ¿Revolución fonológica? Todo lo somete a crítica metódica, estricta. Andalucismo, sí, pero... Tierras altas y tierras bajas, bien, no obstante...; explicación por contactos, magnífico, aunque... «Conocer es distinguir»; distingamos, pues, maticemos, averigüemos, confrontemos con la cruda realidad inobjetable de los datos (documentados). Echemos un poco de agua en el vino, como pedía Gregorio Salvador; pongamos algunos puntos sobre las íes, como proponía Germán de Granda. La solidez de los trabajos de Frago se fundamenta en una estricta argumentación, enmarcada dentro del la historia del español en general y respaldada por un excepcional soporte empírico documental. Frago está convencido de que, en materia histórica, más que en la construcción de modelos deductivos, el avance del conocimiento descansa en las severas inferencias que permiten los textos auténticos del pasado para reconfigurar con solvencia el trazado genético lingüístico. La Academia Chilena de la Lengua agradece hondamente a Juan Antonio Frago, uno de sus académicos correspondientes por España, este sobresaliente estudio que, con tanta generosidad y brillo, le brinda con ocasión del Bicentenario. Como todos los grandes trabajos científicos, sólidamente fundados, originales desde la base, con potente sustento factual, este estudio se erige como un auténtico seminario permanente, semillero de indagaciones. Absolutamente indispensable para los investigadores, estudiosos y estudiantes, con este tratado dispondrán de un cúmulo de infor-
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maciones y noticias fidedignas, punto de partida para cualquier consideración genética relativa al español de la Independencia y del período independiente en general. La mayor parte de sus planteamientos, que exhiben, como es habitual en este lingüista, una gran finura analítica histórica, constituyen otras tantas sendas abiertas y una amplia y asertiva invitación a recorrerlas según las orientaciones y métodos que él mismo ha demostrado ser competentes en la perspectiva de la reconstrucción diacrónica. En los congresos y reuniones científicas de lingüística y filología se acostumbra a susurrar en los pasillos: «Es difícil refutar a Frago, porque nos lanza a la cara el enorme e inconmensurable caudal de los datos documentales». Frago locutus, causa finita. Es cierto. Cosa dura es rebatirle a Frago, cosa dura es discutir con Frago, porque difícil cosa es contradecir los hechos objetivos (data), como difícil impugnar la realidad. Pero sigamos adelante con denuedo; este severo historiador nos desafía a contradecirle, si es que somos capaces. En esto radica el valor de este libro abierto a las interrogantes, que habrá que seguir escribiendo. Un propuesta hermenéutica y de reconstrucción del pasado. Puertas abiertas de par en par; en esto consiste un estudio verdaderamente científico, en esto se fragua el radical imperativo: aquí disponemos de un puñado de sugerentes interpretaciones históricas, nunca antes planteadas, o nunca antes articuladas de este modo, una porción de hipótesis plausibles, a modo de inquisiciones, y que tenemos la responsabilidad ética de asumir para hacer progresar el conocimiento de nuestra entrañable realidad lingüística panhispánica, que, en definitiva, constituye el conocimiento de nosotros mismos. Quehacer mayor de interpretación es este, de cultura y de vida. Como también pensaba Ortega y Gasset: «Toda labor de cultura es una interpretación —esclarecimiento, explicación o exégesis— de la vida. La vida es el texto eterno, la retama ardiendo al borde del camino donde Dios da sus voces». Alfredo Matus Olivier Academia Chilena de la Lengua
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CAPÍTULO I
De la Colonia al despertar independiente. Cuestiones de historia externa
«¡Parece sueño el descubrimiento de las Indias!», es el admirativo comienzo de la Geographía de América del P. Murillo Velarde, y en este primer renglón de su obra el jesuita almeriense a mediados del siglo XVIII aún mantenía viva, en presente, la extrañeza ante la maravillosa realidad americana que embargó a quienes, con Colón al frente, en 1492 arribaron a la antillana Guanahaní. Muchas cosas cambiaron, y muy pronto, en la vieja Europa merced al encuentro de los españoles con aquel sorprendente Nuevo Mundo, a los que no tardarían en seguir los portugueses del Álvares Cabral por el litoral brasileño1. Mortales hambrunas se remediarían con la patata y el maíz trasplantados de sus cultivos indianos, y la alimentación de los europeos se vería continuamente enriquecida por productos ultramarinos que iban dejando de ser exóticos, y el proceso aún continúa en nuestros días, con una far1 Desviada la flota portuguesa de su derrota a la India, se discute si el hecho fue ocasional, se topó con la brasileña Terra da Vera Cruz, descubrimiento que fue comunicado al rey Manuel I en prolija carta fechada «desde este Porto Seguro de vuestra isla de Vera Cruz, hoy, viernes, primer día de mayo de 1500» por el escribano Vaz de Caminha (2008: 145), aun cuando la continuidad del inicial contacto luso-brasileño se redujo a los dos «degradados» abandonados por el almirante en la playa Cabralia al zarpar hacia Calicut, y a los dos grumetes que antes habían desertado. La fascinación ante el prodigioso hallazgo brasiliense impregna la relación de Vaz de Caminha, en su mayor parte texto antropológico sobre los tupiniquines, integrantes de la familia tupí-guaraní, con los cuales se produjo ese primer contacto, y curiosamente una talla alemana de c. 1505 ya representa a los indígenas de la costa del Brasil (Greenblatt, 2008: 191), sin contar con que en la Francia del siglo XVI circularon numerosos dibujos y grabados de los tupinambas, cuyas costumbres y modos de vida fueron frecuente motivo de especulación literaria y filosófica (Rodríguez Moya, 2008: 109-112).
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macia cada vez más efectiva mediante los preciados bálsamos, las raíces, las cortezas y los frutos que de América acarreaban los galeones, en muchos casos con nombres amerindios que han alcanzado universal difusión. Detalle del interés que por todo lo americano se sintió en Europa puede ser el que Giuseppe Arcimboldo se sirviera de las alubias indianas en vaina y de la mazorca de maíz para componer pictóricamente el rostro de Rodolfo II, en cuadro alegórico que el emperador recibió como preciado regalo en su palacio de Praga el año 15912. Pero en la vieja Europa no sólo se buscaron ávidamente plantas y minerales llegados del Nuevo Mundo, o cualquier otra curiosidad ultramarina, sino también documentos y muy especialmente los apreciados códices mesoamericanos, de los cuales el Vindobonenesis conoció un extraordinario periplo desde que Cortés lo envió a Carlos V, éste lo regaló a Manuel I de Portugal, quien se lo entregó al que sería papa Clemente VII, de cuya biblioteca pasaría a la de Nicolaus Schomberg, cardenal de Capua, para pasar con sus propiedades a Alemania, y tras varias peripecias más ser entregado en 1677 al emperador Leopoldo I, que depositó los anales mixtecos en la Biblioteca Imperial de Viena, donde hasta hoy se guardan (Cañizares Esguerra, 2007: 170-172). La cosmovisión del europeo sufrió un radical vuelco con el Descubrimiento, cambio que ya se inició a la vuelta del hazañoso viaje colombino mediante la carta que el genial genovés dirigió al racionero real Luis de Santángel, inmediatamente impresa en 2 Pionero en la experimentación con los productos americanos de aplicación medicinal fue el sevillano Nicolás Monardes, quien cultivó el que quizá fue primer jardín botánico de España con plantas americanas, al menos desde 1534, activo difusor de las mismas mediante el comercio de muestras y con su extraordinaria Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales que sirven en medicina, obra ya completa en edición hispalense de 1574 a la que siguieron inmediatas traducciones al latín y a varios idiomas europeos, y en la cual se descubren las judías y el maíz que también conoció Arcimboldo. De la rápida difusión que la obra del hispalense tuvo y de su prestigio es muestra el que al poco de su publicación como autoridad la citara Cristóbal Acosta a propósito de la piedra bezoar y del ámbar: «El que más particularidades quisiere ver del ámbar, lea lo que dél escrive el Doctor Monardes en la segunda parte de su libro» (1578/2005: 158, 219). De las voces indoamericanas que manejó Monardes me he ocupado anteriormente, así como de los nombres de la flora ornamental de origen americano que se empleó en la construcción del jardín real de la Casa de Campo a finales del siglo XVI (2003, 2006).
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Barcelona y ese mismo 1493 varias veces traducida y editada en Europa, pórtico, pues, de un nuevo ambiente cultural, y aun e m ocional, dominado por el asombro ante el Nuevo Mundo (Greenblatt, 2008)3, y el mito de un paraíso terrenal situado en América aún resuena en la carta que Linneo escribe a su discípulo Loefling antes de que éste partiera de Cádiz con la Expedición de Límites al Orinoco de 1754: Toda la maravillosa América será descrita por primera vez por V. M.; ese destino le han reservado los siglos a V. M. y a su época. ¡Quién pudiera estar con V. M. un solo día en el más maravilloso de los paraísos! (Lucena Giraldo, 1993: 122).
Sin embargo, si en tantos aspectos el crucial hecho descubridor alteró la vida de muchos individuos, sobre todo de los que primeramente tuvieron arrojo para acometer la aventura indiana y de los que engrosaron las siempre inciertas corrientes migratorias posteriores, también de comunidades enteras del viejo continente y de las que se formarían en el nuevo, ese asombro histórico, sentidamente plasmado en la exclamación de Murillo Velarde, con especial relevancia atañe a la trayectoria seguida por la lengua española desde aquel trascendental 1492. Efectivamente, tomado el reino nazarí de Granada cuando la implantación castellana en las Canarias estaba a punto de ser total, difícilmente se hubieran abierto otros horizontes a su geografía lingüística de no haber sido porque el descubrimiento de América vino a romper márgenes territoria3 La misiva con la que se comunicaba a la Corte el Descubrimiento fue firmada por Colón al arribar a las Canarias el 15 de febrero de 1493 y enviada desde Lisboa con el añadido de un ánima o apéndice. La valiosa pieza, no exenta de los misterios que rodean la vida del marino genovés, fue impresa en el mes de abril siguiente, sin duda para darle la mayor divulgación, y el 15 de junio del mismo año se publicó una versión italiana. El enorme interés que tan señalado suceso suscitó en Europa produjo tres ediciones en Roma y otras tres en París, dos en Basilea, una de 1494, y otra en Amberes, y traducida al alemán se imprimió en Estrasburgo el año 1497 (Antequera Luengo, 1992). El éxito de la carta colombina fue fulminante y su repercusión inmediata en las elites europeas, fascinadas por un texto de añadidos ribetes fantásticos, pues el grabado que acompaña la edición latina de Basilea de 1493, en el ejemplar conservado por la British Library (Greenblatt, 2008: 217), representa a los indios huyendo de unos estereotipados españoles desembarcando de una nave de porte mediterráneo.
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les echados, abriendo inmensos dominios a su expansión. Bien comprendería la nueva situación el humanista Hernán Pérez de Oliva cuando el año 1524 censura al patriciado cordobés por la desatención de la ciudad al Guadalquivir, cuya navegación hasta el mar se había hecho más necesaria que en la Antigüedad, «porque antes ocupávamos el fin del mundo y ahora en el medio, con mudança de fortuna que nunca otra se vido», argumento semejante al que por 1560 esgrimiría Tomás de Mercado al advertir que «soliendo antes Andalucía y Lusitania ser el extremo y fin de la tierra, descubiertas las Indias, es ya como medio» (Elliott, 1972: 93, 95)4. Aunque el desconocimiento y la consiguiente fabulación de los europeos respecto de muchas cuestiones indianas duraron siglos, de manera que todavía a mediados del XVIII se vio obligado a la si4 Entre los fines expuestos en el prólogo de la nebrisense gramática de 1492 su autor asume el definido por el obispo de Ávila, presente en la escena cortesana: «dixo que después que vuestra Alteça metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros e naciones de peregrinas obras, e con el vencimiento aquéllos ternían necessidad de reçebir las leies quel vencedor pone al vencido, e con ellas nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrían venir en el conocimiento della», palabras que a Lapesa lo llevaron a concluir: «Estos presentimientos se convirtieron pronto en realidad: el descubrimiento de América abrió mundos inmensos para la extensión de la lengua castellana» (1985: 289). Esta opinión histórica, que en don Rafael pudo ser mera efusión literaria, algunos lingüistas la han tomado al pie de la letra, pero la empresa a la que el obispo de Ávila aludía era la de expansión africanista que acometerían los Reyes Católicos, con intervención del cardenal Cisneros, que continuaría Carlos V y acabaría en fracaso. La gramática de 1492 ni podía servir ni se empleó para la enseñanza del español, ni Nebrija siquiera era capaz de imaginarse el descubrimiento de América, pero sus dotes proféticas se dan por ciertas en escritos más o menos especializados, y en periódico de gran difusión recientemente se pudo leer que «Nebrija fue sin duda un erudito v is i onario» y su A rt e «una gramática del español como lengua extranjera», en relación con los famosos «pueblos bárbaros». A finales del XV el designio de expansión norteafricana era sentimiento muy extendido, que manifiesta Juan del Encina, «que ella mesma (la reina Isabel) en persona, assí como hizo sobre Málaga y Granada, juntamente con el rey ha de passar allá», «ninguna guerra de acá puede estorvar la conquista de allende» (C a nc i on ero, 47r), y desde luego el poeta y músico salmantino entiende bien el sentido que la palabra imperio tenía, ‘gobierno y poder (del Príncipe)’, «que no menos dexaréys perdurable memoria de aver alargado y estendido los límites y términos de la ciencia que los del imperio», en su dedicatoria al príncipe don Juan (32r), igual que identifica la excelencia lingüística con la corte, expresión del imperio: «O gran rey de gran potencia, / aunque ser pastor me veas, / tu ecelencia/ me dará gran eloquencia» (35r).
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guiente advertencia el P. Gumilla, en el «Prólogo para la inteligencia de la obra» de su Orinoco ilustrado: Debo entre tanto prevenir a los que miran como fábulas las realidades del Nuevo Mundo, con la noticia cierta de que están muy bien correspondidos por otro gran número de americanos, que con otra tanta impericia y ceguedad miden con la misma vara torcida las noticias de la Europa, con que acá miden estos deslumbrados las que vienen de las Américas. Es cierto que la notable distancia no sólo desfigura lo verdadero, sino también suele dar visos de verdad a lo que es falso5.
EL PROBLEMA DEMOGRÁFICO Las fantasías, los mitos y las ignorancias de todo tipo que durante siglos han envuelto como espesa bruma la realidad americana, el estudio de muchos, ciclópeo a veces, las expediciones científicas y de exploración geográfica, con frecuencia heroicas, el ansia por saber de sus países de los mismos americanos y de no pocos extranjeros, con el tiempo se han disipado. Pero en el aspecto lingüístico el arbitrismo, la cómoda sujeción a enseñanzas recibidas, los excesos en el voluntarismo «teorizante» y, sobre todo, una insuficiente atención a los textos han hecho que aún hoy sea motivo de estériles pugnas, con visos de indefinida continuidad, un hecho fundamental como es determinar rigurosamente qué español se llevó a América a finales del siglo XV y a lo largo del XVI, en su 5 Obviamente, en España siempre se tuvo un conocimiento más directo y real de América que en los otros países europeos, hasta el punto de que por las fechas en que Gumilla escribía las palabras arriba citadas, en 1758 el traductor inglés de la obra de Antonio de Ulloa advertía que sin los relatos españoles y portugueses los británicos no hubieran conocido de Sudamérica más que las zonas costeras «visitadas accidentalmente por marinos u hostigadas y saqueadas por corsarios... (que) sólo pueden contar lo que han visto: ¿y qué idea podemos formarnos de una alfombra turca si sólo vemos los flecos?» (Lucena Salmoral, 19881990: II, 543). No es raro, pues, que durante algún tiempo se prohibiera la publicación del Diccionario Biográfico-Histórico de las Indias Occidentales o América de Antonio de Alcedo, por creerse que incitaría las apetencias de potencias extranjeras por los ricos dominios americanos.
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unidad y en su diversidad regional. Este punto de partida resulta imprescindible para determinar el papel que pudo jugar el andalucismo, y el meridionalismo en general, en la configuración del español americano, y para calibrar por ende en su justa medida la exorbitada importancia que a la llamada «koiné antillana» en tal formación dialectal se le ha concedido, habiendo sido tan corta la efectiva duración del «período antillano», teniendo mucho que ver asimismo las circunstancias geográficas y demográficas en la explicación histórica de las un tanto simplistamente llamadas modalidades americanas de tierras bajas y de tierras altas. En lingüística histórica se suele plantear como desiderátum metodológico la necesidad de compaginar la historia externa con la interna del mismo idioma, por el reconocimiento de que el primer factor puede condicionar la evolución del sistema lingüístico. Sin embargo, no es infrecuente que este planteamiento quede en una mera cuestión de principio, o en superficial aplicación de las consideraciones extralingüísticas. Por lo que al español de América concierne, es imprescindible tener en cuenta el número de quienes hablaban nuestra lengua al llegar la Independencia, su dispersión geográfica y la densidad poblacional por regiones. Y al adentrarse en esta problemática poderosamente llama la atención la escasez de habitantes que por entonces sufría el Nuevo Mundo, algo que arroja luz sobre el desarrollo lingüístico del período virreinal y al mismo tiempo ayuda a comprender la etapa histórica que se iniciaría con la separación de la metrópoli. La penuria demográfica aún chocaba más a los que en la época la percibieron con sentido crítico, entre ellos el fino observador que fue Darwin, quien el 14 de abril de 1832 anotaba lo siguiente en su excursión a una hacienda a orillas del río Macâe, a menos de 200 kilómetros de Río de Janeiro: «Considerando la enorme área del Brasil, la proporción de terreno cultivado es insignificante si se la compara con lo que permanece en el estado de naturaleza; en alguna edad futura, ¡qué vasta población no podrá el país mantener!» (2008: 41). La extrañeza del viajero inglés hubiera sido mayor de haberse alejado de la franja costera, por tierras mucho menos pobladas, y tres meses después el joven naturalista repite experiencia y observación al arribo del Beagle a Montevideo:
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Maldonado está situado en la ribera norte del Plata y no muy distante de la entrada del estuario. Es una pequeña ciudad muy tranquila y descuidada, construida, como sucede generalmente en estos países, con calles que se cortan en ángulo recto. Tiene en su centro una gran plaza, que a causa de su magnitud hace más evidente la escasez de población. Apenas si se nota en ella vida comercial, y las exportaciones se reducen a algunas pieles y reses vivas. Los habitantes son en su mayoría propietarios de fincas, a los que se agregan unos cuantos tenderos y los artesanos necesarios, tales como herreros y carpinteros, que atienden a las necesidades de estos oficios en un circuito de 70 kilómetros (56),
acentuándose la sensación de soledad en su internación por la llanura uruguaya: Al día siguiente fuimos a caballo a la aldea de Las Minas... La región está tan escasamente habitada, que durante el día entero apenas encontramos una sola persona. Las Minas es un lugar mucho más pequeño que el mismo Maldonado. Está situado en una pequeña llanura y rodeado por bajas montañas rocosas. La forma tiene la acostumbrada simetría, y con su iglesia revocada de blanco, situada en el centro, adquiere linda apariencia (58)6.
Nada de extraño tienen estas impresiones darwinianas si se piensa que la población brasileña hacia el año 1810 era de unos 3.000.000, y de unos 15.000.000 de todas las razas la de Hispanoamérica (Lucena Salmoral, 1988-1990: III, 30-31), y que en el dominio uruguayo apenas vivían 75.000 personas. Bien es verdad que en cuanto al sector indígena no se contabilizaban los «indios bárbaros», «indios bravos» o «indios de frontera», tanto por razones políticas como por las dificultades que el recuento conlle-
6 A continuación anota Darwin su paso por una pulpería aislada en el campo, de noche frecuentada por los gauchos, tipo humano que parece interesarle mucho y que describe con detalle (ibíd). Cuando al explorador inglés le extraña la despoblación de la zona que recorre debe tenerse en cuenta que los dos lugares, Maldonado y Minas, no están muy alejados y que se encuentran en la zona de mayor densidad demográfica.
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vaba7, verdad es que las referencias demográficas para esta época, más aún para el período anterior, han de tomarse por aproximación, no siendo raro que las cantidades aparezcan variables en unas mismas fuentes. De hecho, el cómputo hispanoamericano precedentemente propuesto para 1810 en la propia obra colectiva se valorará en 16.910.000 para el año 1800 (1988-1990: II, 620), aunque lo incontestable es la extraordinaria debilidad poblacional de la América española. Por esta referencia bibliográfica, en vísperas de la Independencia Venezuela tenía unos 900.000 habitantes (III, 147), de unos 940.000 es la estimación para Colombia, de 1.100.000 para el actual Perú y de 5.800.000 para México (620, 714), dato que en 1803 anotó Humboldt. En la prensa bolivariana, poco antes de llegar el definitivo triunfo independentista, se habla de los «16 millones de hombres que están decididos a governarse por sí mismos» (Correo, 7), y de «los 17 millones (de habitantes) que existen en la América» (282), pero también de «diez y nueve millones de americanos» (279, 286), y la suma crece a varios millones más, «si se ha de creer a los diputados americanos en las Cortes, a 24», esto en escrito de procedencia peninsular (128), y a «20.000.000 de hombres» americanos se refiere «un diputado de Nueva Granada» en informe a lord Castlereagh (71), cifrando en «tres millones y medio de hombres» la población de la Gran Colombia (Venezuela, Colombia y Ecuador) el vicepresidente Francisco Antonio Zea en su Manifiesto del 15 de enero de 1820 (201). Pero esta población, con ser tan sumamente exigua para la inmensidad americana, además se hallaba muy desigualmente repartida en sus diferentes dominios. Efectivamente, la conquista de América había avanzado con gran rapidez, hasta el punto de que, como recuerda Murillo Velarde (Geografía, 1): El año de 1540, antes de cumplirse cinquenta años, se havían descubierto immensos golfos, imperios poderosos, reynos grandíssimos, provincias dilatadíssimas, gentes sin número, riquezas sin medida, y, 7 Este sector indígena estaba excluido del ámbito legal en el corpus constitucional gaditano de 1812 por razones de civilización, y el requisito de estar avecindados los privaba de la condición de la ciudadanía, no siendo, pues, parte de la población censable, situación que de hecho se mantuvo en zonas de Hispanoamérica durante el siglo XIX y parte del XX (Quijada, 2006: 612-613).
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en fin, un Nuevo Mundo escondido por millares de años enmedio de la tierra,
y, no teniendo España masa humana mínimamente suficiente para colonizar convenientemente tan dilatados dominios, se hubo de frenar la ocupación territorial con el intento, no acompañado del éxito que el legislador pretendía, de acompasarla a su evangelización y poblamiento; pues, según recuerda Dionisio de Alcedo y Herrera en su D ictamen del Orinoco ilustrado, «el año de 1560 determinó la Magestad del Señor Phelipe Segundo las Ordenanzas 32 y 33 que después se recopilaron como estatutos en el Derecho Municipal de las Indias, para que cessassen las conquistas hasta la reducción y población de lo descubierto»8. A principios del siglo XVII el octogenario Huamán Poma recordaría que «en tienpo de la conquista, quán poca gente auía» (Corón ic a, 467), y en 1539 Castillo Maldonado ironizaba, con un coloquial rezum a rs e, sobre las noticias oficiales que desde México se dirigian al Rey: «las nuevas son tan grandes y el Visrrey las a solapado asta enviar al Rey en este nabío, que digo lo que se ha rrecumado: dizen que ai grandes ciudades y mucha jente, la tierra más rrica que ay en el mundo, y estamos todos atónitos»9. Así, pues, en la mayor parte de América lo más frecuente era la fragilidad del nervio demográfico de comunidades regionales co8 La reducción de los indios de los montes a poblados era tarea de los misioneros, pero las reducciones de los indígenas debían ir acompañadas de la población del territorio por colonizadores, algo por lo que clamaban aún a finales del siglo XVII los capuchinos aragoneses en Cumaná, en insistente solicitud a la Corona del envío de familias canarias que afianzaran el territorio de sus misiones y lo defendieran del contrabando francés, por ejemplo con la carta de fray Lorenzo de Zaragoza, del 2 de julio de 1695: Archivo General de Indias (AGI), Audiencia de Santo Domingo, legajo 641. Pero la situación respecto de los indios «bárbaros» o «bravos» en muchos parajes no había cambiado demasiado entre la que motivó las disposiciones filipinas de 1560 y la que para 1745 descubren estas palabras de Dionisio de Alcedo en su citado Dictamen: «Y principalmente lo que han obrado y adelantado las Missiones en aquella parte de la América, olvidada desde su primer descubrimiento por la distancia, por el extravío y por la inutilidad de los riesgos, no encontrando otras riquezas que las poblaciones de los infieles, esparcidas en las quebradas de los montes y márgenes de los ríos, sin otro trato desde entonces que el que les han participado las peregrinaciones y solicitudes de los RR. PP. missioneros para domesticarlos, reducirlos a pueblos y instruirlos en christiandad y policía» (Orinoco, 74). 9 Tercera carta de las que se citan en la n. 38.
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múnmente en desigual implantación por los extensos territorios de su ámbito administrativo, de modo que Lastarria, mientras anota que «en el estado presente (1804) se regula que la población (del Paraguay) pasa de 80.000 almas, con los 40.000 indios de los mencionados catorce pueblos», advierte que «por lindar el gobierno de Misiones Guaraníes y el del Paraguay con los dominios de Portugal y con unos vastos desiertos donde vagan los gentiles, siendo precisas las armas para detener a los portugueses dentro de los límites más convenientes a la Corona de nuestro Soberano...» (I, 38r, 46v-47r), preocupación por la defensa de los despoblados dominios hispánicos del Río de la Plata, con señalada atención a la Banda Oriental del Uruguay, de la que asimismo participó Félix de Azara10. Ahora bien, el fenómeno demográfico no sólo repercutiría en la economía y en la estrategia tanto política como militar que demandaban zonas sensibles a la penetración extranjera, en tierras rioplatenses y del Guairá, en el Caribe y en el sur de los actuales Estados Unidos, sino también sobre ciertos aspectos lingüísticos, indudablemente en lo que al voseo se refiere. La distribución poblacional igualmente tiene consecuencias lingüísticas, o es representativa del fenómeno de la diferenciación dialectal. En relación a Colombia se ha señalado que hacia 1778 en los altiplanos andinos se concentraba el 62 por ciento de la población, mientras que el 38 por ciento restante residía en un territorio mucho más amplio formado por las vertientes y llanuras cálidas y tropicales del oriente, norte y centro de Nueva Granada (Lucena Salmoral, 1988-1990: II, 685), lo cual está en directa relación con la configuración del español americano en sus dos grandes variantes, diferenciadas por una mayor o menor incidencia de los rasgos originariamente meridionales, con especial impronta de los de tipo andaluz y canario, pero que no se reducen a la mera contraposición de tierras altas y bajas, ni a la banal explicación de que los emigrados andaluces habrían preferido establecerse en zonas cálidas costeras por una «afinidad 10 El ilustrado aragonés hace reiteradas advertencias de este tenor: «Mientras exista tendremos despoblada la frontera del Brasil, por donde día y noche se abanzan los establecimientos portugueses sin respetar fe ni tratados, y, si no la poblamos, habrán, antes de cuatro años, cortado a nuestras Misiones...» (Memorias, 17). Para frenar la expansión luso-brasileña fundó en el centro de Uruguay San Gabriel de Batobí, que nombró Batobí de Azara en uno de sus informes el comisionado real.
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climática» que ni la realidad ni las fuentes documentales avalan. En las tres primeras décadas siguientes a 1492 los españoles sólo dominaron tierras calientes y en esos años el predominio migratorio fue andaluz, y siguió siéndolo al menos en todo el siglo XVI. Pero cuando los conquistadores llegan a los altiplanos, en ellos descubren mejores condiciones para el desarrollo agroganadero, también para el trasplante de cultivos europeos, y las tan ansiadas riquezas mineras, sin contar con el aliciente de la abundante mano de obra indígena que ofrecían, y a esos nuevos territorios acude lo más granado de las siguientes corrientes migratorias. De las mismas Antillas salieron muy pronto muchos pobladores de México y de Perú, y por ello debe someterse a crítica el decisivo papel de generación dialectal que algunos atribuyen a un «período antillano» de tan corta duración efectiva, aunque, claro está, no todos quisieran o pudieran mudarse de los sitios primeramente descubiertos y colonizados. Y no se trata de una cuestión especulativa, sino de fundamentación histórica, en la que debe saberse, por ejemplo, que en 1606 los habitantes de Santo Domingo habían quedado reducidos a 648 vecinos, o que en Panamá, fundada por unos 400, el año 1536 se alude a la existencia de poco más de 200 personas, de manera que la población habría disminuido hasta la mitad de los efectivos originarios, aunque en 1607 se había recuperado hasta los 5.702 habitantes, y esto teniendo en cuenta la estratégica situación de dicha ciudad (Mena García, 1984: 32, 173). Por su parte, la capital de Jamaica en 1599 apenas contaba con 130 vecinos, y Francisco de Saavedra, durante su estancia como prisionero en la isla, anotó: «Se ha dicho que al tiempo que los ingleses conquistaron la Jamaica (1655-1660) no había en ella más de tres mil almas, la mitad con corta diferencia libres y la otra mitad esclavos» (Morales Padrón, 2004: 99). En parte del XVII y sobre todo en el XVIII la emigración española ya no fue principalmente meridional, sino de las regiones cantábricas, gallegos incluidos, que siguió preferencias por los altiplanos mucho antes marcadas, circunstancia que seguramente favoreció el desarrollo en ellos de una modalidad menos andaluzada. Estos factores, alguno más probablemente, pues el del aislamiento explica el carácter histórico del español de Chile, sin duda han de tenerse en cuenta para evitar el tópico que todo lo simplifi-
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ca y poco aclara, porque asimismo debe considerarse que ya en 1494 advertía Colón de lo insanas que por «mudamiento de aguas e aires» eran aquellas tierras cálidas de las que supuestamente tanto gustaron los «sevillanos»11. Se entenderá la desproporción poblacional antes consignada para la Nueva Granada en 1778 con el testimonio de la intrépida Monja Alférez, quien, tras su estancia en Santa Fe de Bogotá, recuerda en su autobiografía: «Pasé a Zaragoza por el río de la Magdalena arriba. Caí allí enferma, y me pareció mala tierra para españoles, y llegué a punto de muerte», esto saliendo de América, pues de cuando llegó anotaba: «De allí (Cartagena de las Indias) pasamos a Nombre de Dios, y estuvimos allí nueve días, muriéndosenos en ellos mucha gente, lo cual hizo dar mucha prisa a partir» (Erauso, 99, 165)12. Así que para escudarse en el «período antillano», tomándolo como primordial base en la historia del español de América, sería preciso establecer su efectiva duración sobre realistas criterios demográficos, alejados del tópico, se necesitaría asimismo concretar qué español se asentó en las Antillas con las primeras migraciones, pormenorizando debidamente lo que eran sus hablas meridionales, más allá de la apreciación superficial y sin creer que todo fue cuestión del seseo, y, finalmente, sin confundir léxico con fonética y gramática a cuento de la difusión de voces taínas por tierras continentales.
11 Entrecomillo esta voz porque quienes defienden el determinante papel de la «koiné antillana» en la formación del español americano, que tampoco describen mínimamente, centran en Sevilla con práctica exclusividad el poder difusor y normalizador del dialectalismo meridional tanto para la misma Andalucía como para la lejana América. 12 A mediados del siglo XVIII esta región continuaba siendo muy peligrosa para la salud de sus habitantes y sobre todo de los recién llegados. En su relato sobre la expedición franciscana de 1756 fray Juan Serra, años después, recordaría: «Mompós es de los parajes más calientes que yo he visto. Hace seis veces más de calor sin inmutación todo el año que en España en medio de la canícula», y que «en Honda el Comisario nos vistió, al uso de la tierra, de un sayalete azul muy más ligero que nuestro sayal, para poder sostener los calores de aquel clima en los caminos tan largos que nos quedaban, y tierra adentro hace mucho más calor...», sin olvidar las plagas de los mortificantes jejenes, de cuyo hiriente ataque y de los rigores de un abrumador calor no se libraban ni el viajero andaluz ni el aragonés durante la navegación por el Magdalena (Mantilla, 1993: 413).
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DISTANCIAS, AISLAMIENTO Y POBLACIÓN URBANA EN INDIAS A mediados del siglo XVIII advierte Gumilla a los europeos que «es necessario hacerse cargo que la vasta extensión de una y otra América excede mucho al concepto ordinario que se hace de ella, porque allá las leguas se cuentan a millares y los viages de 500 y 600 leguas se reputan por ordinarios», con el problema añadido de «lo arduo y fragoso de los caminos» (Orinoco, 97). Anotaba, pues, fray Reginaldo de Lizárraga que, saliendo de Talina, en el límite del Alto Perú, «desde aquí al primer pueblo de españoles de la provincia de Tucumán, llamado Salta..., se ponen más de cien leguas, todas despobladas, a lo menos por el camino que yo fui siendo provincial de aquella provincia y de la de Chile» (Perú, 408), que «del valle de Salta dista la cibdad de Esteco, así llamada la tercera en orden de Tucumán, cincuenta leguas de buen camino carretero» (413) y que «de la cibdad de Esteco a Santiago del Estero ponen cincuenta leguas, todas despobladas, a lo menos las cuarenta, porque a diez leguas della llegamos a dos poblezuelos de indios» (414), siendo excepcional que «de Jujui se llega en una jornada al valle de Salta y pueblo del mismo nombre, de españoles, muy moderno, aunque más antiguo que el de Jujui», lugar este poco antes poblado para asegurar el territorio y «para la quietud de Salta por respecto de los indios de Calchaquí» (409, 410, 412). Las distancias eran enormes y los viajes podían hacerse interminables, como el que según narra Rodríguez Freyle debió acometer el arzobispo de Bogotá en 1625, provisto para el mismo cargo eclesiástico en Charcas: «Tardó en este viaje más de un año, porque le andubo por tierra y abrá más de ochocientas leguas», y el prelado que lo sucedió en la sede bogotana, anteriormente obispo de Tucumán, «para venir a este arzobispado del Nuevo Reino de Granada atrabesó desde Tocumán a Chile, por tierra, más de ciento y 20 leguas, y de allí a Lima y después al puerto de Guallaquil (sic) [por mar; de Guayaquil] a Quito [y] de Quito a Santafé por tierra, más de 200 y 20 leguas»13. La extraordinaria extensión del continente americano y el 13 Ca rnero, 153v, 155r. Según relata Lizárraga, «este viaje por mar del puerto del Callao a Chile, agora veinte años, solía ser muy tardío, porque no hacían cada día más que dar un bordo a la mar, otro a la tierra y surgir en la costa, y así están toda la
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proceso poblacional condicionaron la organización política y administrativa del territorio, de acuerdo con lo que fue la sucesiva creación de organismos y ámbitos jurisdiccionales (virreinatos, capitanías generales, gobernaciones, audiencias, intendencias, etcétera), y las grandes distancias indianas igualmente afectaron al quehacer de la Iglesia, modificando, por ejemplo, la tendencia centralizadora de los jesuitas en los límites de la provincia, por la fuerza de una realidad periférica que en América del Sur propició las misiones en Chiloé, Arauco y Paraguay (Moreno Jería, 2007: 409). No en todas partes existía un «buen camino carretero» como el que recorría las cincuenta leguas entre Salta y Esteco que conoció Lizárraga, ni todas las estaciones eran igualmente favorables para el viajero, pues, como el mismo dominico enseña, en el Tucumán los ríos «al invierno son como el Nilo, salen de madre y extiéndense por aquellas llanadas regando la tierra, que allá llaman bañados» (412). De esta extensa provincia los del Paraguay estuvieron bastante tiempo incomunicados por el infranqueable Chaco, por indios de guerra, en interminables distancias sin colonización española14, hasta que, una vez más con noticias recogidas por el fraile extremeño, el capitán Juan de Garay, con mestizos y unos pocos españoles, se aventuró «el río abajo» desde Asunción «a descubrir la tierra y ver si podía dar con la comarca de Tucumán, para comenzar a tener comercio con ella y con el Perú, y no estuviesen allí acorralados viviendo como bárbaros», fundando Santa Fe, orillas del Paraná, y «a la sazón también de la cibdad de Córdoba había salido otro capitán (Jerónimo de Cabrera) con gente hacia el Oriente, en busca del Río de la Plata», y así «fue Dios servido que los unos y los otros se encontraron, recibieron y hablaron amigablemente, y desde entonces se comunica el Río de la Plata con Tucunoche, a cuya causa tardaban un año y más en llegar a Chile; conocí en aquel reino a un español que, embarcándose sus padres para aquel reino, se engendró y nació en la mar y tornó su madre a se hacer otra vez preñada, y no habían llegado al puerto de Coquimbo; agora se navega en veinticinco y a lo más largo de treinta» (151-152). 14 En la parte rioplatense más colonizada, por la ruta de la Carrera Real de Buenos Aires al Perú, la población hispánica, se ha visto por las citas de Lizárraga, era escasa y discontinua, pues, de nuevo con el cronista dominico, «de la cibdad de Córdoba al primer pueblo de españoles del reino de Chile, desta parte acá de la cordillera, llamado Mendoza, hay cien leguas tiradas, todas despobladas y llanas, camino carretero, en el cual hay algunos ríos, al tiempo de las aguas, grandes» (430).
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mán y Tucumán con el Río de la Plata» (423, 424), estableciéndose de este modo el contacto entre comunidades hispánicas antes separadas y la vía para un intercambio comercial de largo recorrido15. Señaladamente fue desde muy pronto la yerba del Paraguay objeto de la actividad comercial en tierras guaraníes, así lo comunicaba Luis de Céspedes Jería al Rey nada más llegar a su gobernación del Guairá en 1628, «fui al puesto de Maracayú, donde se coxe y haze la yerba, trato con que tienen algún refrigerio para ayudar a pasar sus grandísimos trauajos los moradores destas ciudades»16, producto que antes de esta fecha ya había alcanzado los mercados peruanos, argentinos y chilenos, y que a las puertas de la Independencia todavía era importante giro mercantil según los apuntes del Consulado de Buenos Aires (v. lámina I)17, de modo que Miguel de Lastarria, en 1804, afirmaba que «la yerba que benefician de estos yerbales y de los silvestres... es ahora el ramo más interesante del comercio activo del Paraguay, Paraná y Uruguay, pues sus consumidores en las provincias de aquel Virreynato, del de Lima y del Reyno de Chile lo pagan con 800.000 pesos fuertes en moneda» (Colonias I, 40r). La notable relación topográfica levantada por el Ejército Expedicionario en Venezuela de 1815 a 1819 no sólo señala las distancias entre puntos estratégicos y núcleos de población, sino que, como era natural en un trabajo de fines militares, de continuo atiende a las condiciones del terreno para la marcha de las tropas, con anotaciones frecuentes como «dos horas y media de subida, con muchísimo barro y monte», «pantanos intransitables», «la 15 Lizárraga ya menciona ese comercio entre Paraguay y Tucumán: «De Santa Fe a Córdoba no hay más distancia de sesenta leguas, llanísimas, las treinta sin agua, si no es en medio del camino un pozo muy hondo; empero de allí sacan agua para las personas y los caballos y bueyes; el día de hoy se frecuenta mucho este camino, y traen de Santa Fe bonísimo vino, y de la Asumptión, porque como vienen el río abajo llegan en breve a Santa Fe, y muchas cosas de azúcar y conservas bonísimas, como se hacen en Valencia» (ibíd.). 16 AGI, Charcas 30, R.1, N.1/1/ 1r. 17 Efectivamente, la yerba del Paraguay o yerba mate («de la Provincia del Paraguay y de los Pueblos de Misiones») se vendía en los mercados de Montevideo, Mendoza, Tucumán, Salta y Potosí, o en Cochabamba, a cuya plaza «la llevan de Buenos Aires», según el Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 17961797: AGI, Buenos Aires, 21. Al mismo manuscrito bonaerense pertenece la página de esta lámina I.
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quebrada de Mariquiche en invierno es intransitable», «desde la salida de Barinas empieza una gran sabana, que en tiempo de invierno es fangosa», y de los caminos abundan las menciones del tipo «estrecho y peligroso», «muy barrioso», los de Borburato a Cuyagua, «no sólo son los caminos intransitables para ruedas, sino que la mayor parte no puede penetrarse a caballo», esto en un territorio espaciosísimo como el venezolano, con ciudades por lo general de poca entidad poblacional y una población rural dispersa en hatos, conucos, rancherías y ranchos, haciendas y pulperías, y en pueblos comúnmente de corto censo (Solano, 1991)18. Pero la población, siendo en conjunto escasa, no estaba homogéneamente repartida, y en la misma Venezuela a principios del siglo XIX todavía había amplias regiones sólo pobladas de indígenas y otras de escasa colonización criolla, lo que no mucho antes pone de relieve el Mapa de la Provincia y Missiones de la Compañía de Jesús del Nuevo Reino de Granada que precede al texto del Orinoco ilustrado, en el cual todo el territorio comprendido entre las aguas vertientes meridionales de este río y el Amazonas es de Naciones no conocidas, excepción hecha de una prolongación de la nación cariva, que asimismo aparece en los Llanos con otros grupos tribales en área también muy extensa punteada de misiones jesuíticas y capuchinas, mientras la restante demografía se ve principalmente centrada en zonas no muy distantes de la costa y en las estribaciones andinas. Esta descripción cartográfica corrobora lo que al respecto de los pueblos indoamericanos indicaba por entonces el dictamen de Dionisio de Alcedo (v. n. 8), y la parte del mapa correspondiente a Colombia se halla en perfecta consonancia con la distribución geográfica de su población hacia 1778; la misma realidad manifiesta un mapa corográfico hecho hacia 1810 «De la parte oriental de la provincia de Barinas comprehendida entre el Orinoco, el Apure y el río Meta», donde se da la siguiente indicación: «Llanos casi desiertos que se estienden desde las montañas de Mérida, cubiertas de nieves perpetuas, hasta más allá del Orinoco, y 18 Abundan en este corpus observaciones tales como «es pueblo muy pequeño», «es un pueblo muy infeliz» (208), «su población está también dispersa» (212), «su población es muy corta», «su población casi es ninguna» (213), «su población es muy pequeña» (217), «población enfermiza» (219), «el pueblo de San Miguel es miserable» (222), «pueblos bien infelices» (223).
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desde las cadenas de la costa de Venezuela hasta el valle del río Amazonas» (Cartografía VI, 91). No habían cambiado demasiado las cosas desde que a mediados del siglo XVII un capuchino aragonés expresaba así su experiencia sobre el terreno: Caminamos poco más de beinte días por aquellos grandes y estendidos llanos asta llegar a Acarigua, término de Barquisimeto o Nueba Segouia, y en una sabana llamada Choro allamos a un capitán, vecino de la Nueba Segouia, llamado Juan de Salas, que tenía como quinientas almas agregadas a una capaz iglesia cuyo capellán o doctrinero era un soldado, por no hauer allado el dicho capitán un sacerdote en tanto tiempo que quisiese estar con estos naturales, aunque les ofrecía más que mediano estipendio para poder pasar19.
Porque la cartografía de época virreinal, que tan maravillosamente representada está en archivos americanos y españoles, sobre todo en el General de Indias de Sevilla, es complemento necesario para la mejor comprensión de lo que sobre esta problemática enseñan cronistas, informes de particulares u oficiales, relaciones científicas y militares, censos de población, etcétera. Así, un mapa del dominio guaranítico de 1770 señala interminables Est a ncias de ganados y Desiertos llenos de cavallos silvestres y de tigres, que separan las Est a ncias de los españoles de la Ciudad de las Corrientes de los pueblos de indios hasta poco antes reducciones jesuíticas, marcada también la separación entre la gobernación de Asunción y los Límites de los guaranís, que encerraban grandes y e rv ales de yerva del Paraguay y bosques mui espesos de toda especie de árboles, en que hay muchos de varias frutas20, con vacíos de población y pequeño número de puntos urbanos para tan vasta geografía, que hacen perfectamente creíble el número de habitantes atribuido en 1804 al Paraguay por Lastarria. Para el Río de la Plata su precariedad demográfica y las extensas zonas del Virreinato sin marcas de localidades hispánicas, o só19 AGI, Audiencia de Santo Domingo 641, 1v de la carta escrita por fray Lorenzo de Magallón el 2 de agosto de 1658. 20 «Missiones de los indios guaranís que estaban a cargo de los P.P. Jesuitas hasta el año de 1768...», facsimilarmente editado en La iglesia en América: evangelización y cultura, Sevilla, Comisaría General del Pabellón de la Santa Sede en la Expo 92, 1992, p. 198.
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lo con referencias a tribus o naciones indígenas, claramente se descubre en el magnífico mapa que Miguel de Lastarria adjunta al tercer tomo de su obra, manuscrito el año 1805. En él, poco más abajo de Buenos Aires es ya territorio irredento para la administración colonial y su soporte demográfico; de hecho, en la inmensidad patagónica la presencia española sólo en la segunda mitad del XVIII se fijó en un par de establecimientos y algunos fuertes subalternos (Gorla, 1984). Por lo que al Uruguay concierne, su poblamiento era mínimo antes de la fundación de Montevideo, entre los años 1723 y 1730, y durante todo el siglo XVIII apenas contó con dieciocho núcleos urbanos, casi todos a orillas de la desembocadura del Río de la Plata, siendo los más interiores Melo, Belén, éste en la ribera del río Uruguay, y San Gabriel de Batoví, cuyo fundador fue Félix de Azara, en zona próxima a las posiciones brasileñas (Luque Azcona, 2007: 303, 304). La desocupación de buena parte de la Banda Oriental bien se aprecia en mapa de este dominio levantado el año 177121, despoblación de sus tierras y exigüidad de sus ciudades y villas que todavía en 1832 advertía Darwin, y Lastarria insistía en que los virreyes de Buenos Aires «durante sus mandos visiten por una vez... los establecimientos que deben hacerse en el interesantísimo territorio despoblado de la banda oriental del Uruguay hasta la costa del mar» (Colonias I, 54v). El mismo Montevideo por 1808 apenas llegaba a los 9.000 habitantes, a pesar del crecimiento que había experimentado en anteriores décadas (Luque Azcona, 2007: 67). La distribución poblacional no había cambiado demasiado en muchas partes de América desde la publicación del Atlas Maior de Joan Blaeu en 1665; sí, naturalmente, el cómputo demográfico, aumentado sobre todo en las ciudades, habiéndose continuado las fundaciones urbanas de diversa entidad, como las que jalonarían la costa uruguaya a fin de mitigar la extrema despoblación del Uruguay y territorios del mediodía brasileño, entonces de soberanía española (mapa 54), y el mapa 60 del geógrafo holandés —correspondiente al Paraguay, Guairá, Alto Perú, Argentina y Uruguay— no se diferencia sustancialmente del que presenta Miguel 21 Sector del Río de la Plata correspondiente a Uruguay, con detalles de la bahía de Maldonado: AGI, Mapas y Planos (MP), Buenos Aires, 92 B.
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de Lastarria para 1805, registrando el compendio cartográfico del seiscientos una gran diversidad geográfica en cuanto al número y la importancia de los asentamientos urbanos en Indias22. A finales del período colonial no eran pocas las zonas americanas aún en fase de colonización; recuérdese la fundación en Chiapas el año 1795 de San Fernando de Guadalupe (v. n. 45), o el interior de Santo Domingo, nada digamos de Nuevo México o Texas. Un mapa de 1774 con precisión señala las misiones y los fortines militares en la línea avanzada ante la inhóspita e indomable región chaqueña, que sólo en pleno siglo XX fue enteramente sometida y colonizada23. Corría el año 1898 cuando murió a manos de indios pilagás el aventurero vasco Ibarreta sin haber terminado su exploración del salvaje y desconocido Pilcomayo, que recorrió desde el curso boliviano hasta cerca de su desembocadura en el Paraguay (Díaz Sáez, 2004). Para la comprensión de cómo se formó y evolucionó el español americano el historiador de la lengua también debe acercarse a lo que fue el desarrollo urbano en el mundo indiano, cuestión capital en la constitución de la sociedad hispanoamericana sobre la que no faltan estudios, como para el Perú del quinientos (Durán Montero, 1978). A principios del XVII San Luis de Potosí tenía aproximadamente 500 vecinos (para contar los habitantes habría que multiplicar por entre 3 y 6), Veracruz 400, Jalapa 200, México 15.000, Tegucigalpa 100, San Salvador 200, La Habana 1.200, San22 Comparando los mapas 49 y 50 se verifica el mayor conglomerado de núcleos habitados en el altiplano mexicano frente a la muy poco ocupada Centroamérica, como menor es la población de los territorios colombianos y venezolanos que aparecen en el 52, y semejante mayor densidad urbana se aprecia en Perú por comparación con los territorios que un siglo después formarían el virreinato del Río de la Plata (mapas 60 y 63): Joan Blaeu, Atlas Maior (1665). Hispania, Portugalia, Africa et America, reproducción de B. Taschen, Madrid, 2006. 23 Gran Chaco Gualamba, diseñado en la expedición del gobernador de Tucumán, Jerónimo de Matorras, en el que se re p resenta el encuentro entre dicho gobernador y Paikin, jefe de las naciones indígenas del Chaco: AGI, MP, Buenos Aires, 107. Ilustrativo es el Mapa del Chaco, fronteras, ríos caudalosos y espresión de parte de sus naciones para demostrar el seguro modo de sugetarlas, del mismo año, en el que se dibujan dos t r azas de pueblos defendidos con fuertes y estacadas: AGI, Charcas, 574. A finales del siglo XIX fundaría la ciudad de Clorinda, enfrente de Asunción, en la provincia argentina de Formosa, el aventurero colono asturiano José Fernández Cancio.
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to Domingo 600, San Juan de Puerto Rico 300, Caracas 300, Cartagena 1.500, Panamá 500, Quito 3.000, Bogotá 2.000, Lima 9.500, Pisco 150, Arica 100, La Paz 200, Santiago 500, Concepción 200, Tucumán 250, Buenos Aires 200, Asunción 650 (Morales Padrón, 1988: 291), y unas 350 personas vivían en Montevideo el año 1728 (Luque Azcona, 2007: 66). Ya a comienzos del XIX, entre 1800 y 1825, algunas de las principales ciudades hispanoamericanas habían crecido considerablemente, pero sin llegar a ser muy populosas, pues México tenía 137.000 habitantes, Veracruz 16.000, Santo Domingo 8.000, Caracas 42.000, Lima 64.000, Cuzco 16.000, Santiago 35.000, Buenos Aires 55.000 y Montevideo 7.000, siendo que la capital del Uruguay, sólo entre 1835 y 1842 recibiría unos 33.000 inmigrantes (ibíd.: 677, 680). Según fuentes bolivarianas, Bogotá albergaba 40.000 almas hacia 1820 (Correo, 320), y para Van Young (2006: 890), en el último tercio del XVIII la ciudad de México era de unos 100.000 habitantes, de 50.000 Puebla, de 25.000 Guanajuato y Guadalajara, de 20.000 Antequera (Oaxaca) y de 15.000 Valladolid (Morelia)24. Pero hubo lugares de pequeñísima entidad, pueblos de muy pocos vecinos y que con frecuencia se hallaban enormemente distanciados los unos de los otros, circunstancia que en numerosos escritos se advierte; así, en los de fray Reginaldo de Lizárraga, o en carta de Pedro Ruiz de Haro, escribano público de probable origen castellano-manchego, quien en 1554 decía al Rey de la mexicana Compostela, primera capital que había sido de Nueva Galicia: «Y crea V. M. questa çibdad no tiene más quel nonbre, porque en ella no ay sino veynte bezinos, y pobres, que nunca an alcançado a hazer una casa de piedra, sino todas de paxa y adobes, y así lo está el tenplo y yglesia de Señor Santiago»25. Abundan las noticias de este tenor, ciertamente, pero tanto o más ilustrativos sobre el particular son los numerosos planos existentes de fundaciones de pueblos y ciudades del Nuevo Mundo, sea de localidades que no han llegado a tener un gran crecimiento demográfico, como es el 24 Siempre teniendo en cuenta lo meramente aproximado de estos censos, pues mientras Morales Padrón le concede 7.000 habitantes a Montevideo, por las mismas fechas son 9.359 para Luque Azcona, quien atribuye 168.846 a México y 28.000 a Bogotá para el año 1810 (2007: 315). 25 AGI, Guadalajara, 30, 51v.
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caso de Nueva Palencia26, sea de las que llegarían a ser grandes capitales, como Caracas, de tamaño urbanístico y número de habitantes originariamente no muy superiores a los de la poco después poblada localidad novopalentina27. Un muestreo ilustrativo sobre el problema poblacional en la colonización indiana es el que proporcionan las siguientes trazas: de Buenos Aires (1583), con los titulares del «repartimiento que hizo el general Juan de Garay a los fundadores», Mendoza (1561) y los propietarios de las cuadras, Lima (1611 y 1626), Trujillo (1687), Cartagena de Indias (1594 y 1597), Panamá (1609), Santo Domingo (1608), Coatepec (1579), Concepción, con la nómina de sus vecinos (1603), Huaxutla (1580)28. El crecimiento de la población se produjo continuamente, claro está, en proporciones diversas según las zonas hasta los cómputos que para comienzos del siglo XIX se han visto, y el proceso demográfico también puede seguirse por medio de las plantas urbanísticas, que cada vez se levantarán en mayor número y con más precisión técnica. Aunque en el umbral de la Independencia aún eran acuciantes las necesidades de poblamiento y, por ende, de colonización en muchos territorios americanos, y así para la inmensidad argentina están los dos planos del proyecto «de la villa que se había de fundar junto al fuerte de el Sauce con el nombre de Villa de la Carlota», orilla del río Cuarto, años 1789 y 1793, el de 1794 de la poco antes fundada «Villa de la Concepción del río Quarto», con unas pocas cuadras ocupadas, otras dos trazas de 1805 del pueblo de las Conchas, junto al río del mismo nombre, de muy corto número de habitantes y con cambio de la población al Alto de la Punta, o uno de 1793 del «pueblo que se intenta titular La Luisiana», en el «camino de Mendoza a Buenos Ayres por la Carlota», con casi todos sus solares vacíos29. Si pasamos al otro extremo de la América española y comparamos el plano de San Agustín de 26 Traça del pueblo y ciudad de la Nueva Palencia, poblada por el capitán Juan Martín Hincapié, del año 1594: AGI, MP, Panamá, 277. Un pueblo y caserío del mismo nombre hay en el municipio de Mariño, estado de Sucre. 27 Fundada el año 1578 con el nombre de Santiago de León: AGI, MP, Venezuela, 6. 28 Referencias archivísticas por el mismo orden: AGI, MP, Buenos Aires, 11, 221; Perú, 6, 7, 14; Panamá, 10, 11, 27; México, 10, 51, 16. 29 AGI, MP, Buenos Aires, 171, 187, 216, 217, 185.
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la Florida de 1595 con los de 1737 y 1779 de la misma ciudad, su incremento constructivo y demográfico en los del siglo XVIII es considerable, teniendo en cuenta también la guarnición que defendía este enclave estratégico y los pequeños pueblos de su entorno que se le habían agregado, mientras que San Carlos, en la embocadura del Misisipi, por 1769 estaba arruinado y casi despoblado, y en el plano de Pensacola de 1781, a la sazón con importante guarnición, el ingeniero militar anota: «Isla de casas de mucha extensión por los huertos y jardines, lo que hace parecer el pueblo mayor de lo que es»30. Sumamente precaria fue la población en los anchos dominios que van desde el Misisipi al golfo de California, que a lo largo de 1.280 kilómetros recorrió en 1599 la expedición de Oñate, estableciendo únicamente los tres pequeños pueblos de Santo Domingo, San Juan y San Gabriel, perdidos en el extenso Nuevo México31. La débil presencia hispana en Texas un siglo después se aprecia en el Mapa de la provincia donde habita la nación casdudacho, hecho en 1691 siendo Domingo Terán de los Ríos su primer gobernador32, y la frágil colonización en los territorios situados al norte del Río Grande igualmente se verifica en el levantamiento cartográfico del viaje que el año 1690 hizo el gobernador Alonso de León desde Coahuila hasta la Carolina, en el del Paso por tierra de la California y sus confinantes y nuevas naciones y misiones de la Compañía de Jesús en la América Septentrional, descubierto, andado y demarcado por el Padre Eusebio Kino, jesuita, desde el año 1698 hasta el de 170133, o en el Diario de la expedición de fray Francisco Garcés al puerto de San Francisco con Juan Bautista de Anza y fray Pedro Font en 177534.
30 AGI,
MP, Florida y Luisiana, 4, 54, 79, 86, 247. de lo que don Juan de Oñate, gobernador de las provincias de Nuevo México, envía de lo sucedido en su jornada, a dos de marzo de este año de 99, en San Juan del Nuevo México: AGI, Patronato, 22, Ramo, 13. 32 AGI, MP, México, 90. 33 AGI, MP, México, 88, 95. 34 AGI, Guadalajara, 516, núm. 36. De gran interés asimismo es el coetáneo Diario del viaje de tierra hecho al norte de California de orden del Marqués de Croix, por la tropa destinada a este objeto al mando del capitán Gaspar Portolá, al término del documento, en «Puerto y Real de San Diego, siete de febrero de mil setecientos y setenta» (73r): AGI, Estado, 43, N. 7, 2. 31 Relación
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SOCIEDAD INDIANA Y CRIOLLIZACIÓN LINGÜÍSTICA Hace tiempo que vengo aclarando lo que entiendo por criolliz ación como proceso general de formación y de expansión social del español americano, una modalidad de nuestra lengua que se haría propia de los criollos americanos, es decir, de los hispanohablantes nacidos en la indiana tierra, que durante bastante tiempo, en su inmensa mayoría, fueron descendientes de españoles. Pero como el concepto no es étnico sino lingüístico, la criollización asimismo incluye a los mestizos, que no pocas veces se vieron incluidos en la misma clasificación tipológica, a los africanos arrastrados por el tráfico esclavista, criollo se llamó también al negro nacido en América generalmente como sinónimo de l ad in o, frente al b oz a l llegado de África y desconocedor del español, entre los mulatos la asimilación idiomática sería mucho más rápida y común, al indio españolado y por supuesto a las minorías extranjeras que vivieron en la América española. No se trata, pues, de la creación de un pidgin o créol e, lenguaje mixto y con acusado desarraigo respecto de una sola lengua matriz, pues de más de una participa su sistema, sino del resultado de la nivelación de los rasgos dialectales de origen español en un nuevo marco geográfico y social en el que los viejos límites regionales se rompen por las mezclas que experimenta la población inmigrante fundamentalmente, aunque junto a otros factores, mientras que en España las fronteras de las antiguas variedades regionales apenas experimentaron cambios. Hablamos, pues, del fenómeno de conversión de la diversidad hispánica llevada a América en otra que, sin romper amarras con sus orígenes, adquiere caracteres sociolingüísticos y dialectales propios, tanto en sus rasgos unitarios como en las diferencias lingüísticas desarrolladas o conservadas en distintos territorios del inmenso dominio americano. En puridad, esto es lo mismo que hablar de la formación y desarrollo del español de América, sólo que el ser o no ser criollo del individuo fue aspecto importante en la modulación lingüística que se estaba operando, también porque la conciencia de criollismo idiomático acabaría asumiéndose en la sociedad hispanoamericana35. 35 En otras partes me he ocupado de la problemática que la nivelación americana comporta (así, en 1996a: 31-38, 1999: 300-312, 2008a: 32-46). Insisto, pues
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La pequeñez de muchos núcleos urbanos facilitó la criollización del español llevado a América, al propiciar el intercambio de las distintas modalidades dialectales de los emigrados y su estrecha relación con los nacidos en el Nuevo Mundo, así como la interferencia con individuos de otras razas, indios y africanos. Para la comprensión del intercambio lingüístico, extranjerismos incluidos, será bueno saber, por ejemplo, que en la descripción del pueblo y puerto venezolano de Caraballeda hecha por el obispo fray Pedro de Ágreda el 23 de agosto de 1574 se hace constar que «es Caraballeda un pueblo de hasta diez o doce vecinos españoles, casi todos portugueses», o que del año 1602 a 1605 en la guarnición de La Guaira se juntaban vascongados, castellanos, andaluces, algún cántabro, aragonés y catalán, con portugueses y griegos candiotas, al lado de criollos dominicanos y caraqueños, blancos y mestizos, acompañados todos de indios y esclavos de ascendencia africana, aquellos «veinte negros esclavos con algunas negras» que el gobernador Francisco Mejía de Godoy sugería se llevaran para el mantenimiento y reparación del fuerte, porque «la tierra es muy a propósito para la conservación y multiplicación de los dichos negros» (Gasparini y Pérez, 1981: 44, 103-106)36. Sumamente difícil de precisar es cómo se produjo el proceso de nivelación en la individualidad de hablantes, cada uno con su manera lingüística de ser, más costosa de cambiar en los que de España llegaban con sus hábitos idiomáticos consolidados, mucho más factible entre los criollos, que de niños participaban de la heterogeneidad dialectal y cultural de la comunidad indiana. Los siempre hay quien no quiere entender lo meridianamente claro que empleo el sustantivo criollización, porque el proceso lingüístico muy principalmente se dio entre los criollos, que en el desarrollo del español mexicano ganaron una de las primeras notas, si no la máxima, de su identidad cultural. Nunca la expresión lengua criolla ni otra que tenga nada que ver con términos como pidgin, créole, hablar acriollado o simplemente criollo. Como con toda razón los rechazó Alvar (1996: 97, 98), negando que el español de Luisiana fuera «residual, ni acriollado, ni cualquier otra ocurrencia tan poco afortunada como éstas», sino «un espléndido español, vivo, riquísimo y expresivo», después de referirse a «un libro que no podemos llamar afortunado» de Lipski, amigo de ver hablas criollas, principalmente afroamericanas, por todos lados. 36 En otra parte me he ocupado del papel de «los otros europeos» y del «afronegrismo» en el español americano virreinal (1999: 162-198); más tarde, con nueva atención documental, a la cuestión afroamericana (2004a).
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emigrados, como es natural, tenían mayor proclividad a la criollización léxica que a la fonética y gramatical, y son numerosos los testimonios de españoles de todas las procedencias regionales que acaban familiarizados con el vocabulario peculiar de los indianos, y en cambio son raros los casos de quienes experimentan importantes alteraciones en su pronunciación originaria, especialmente en la tocante al seseo y a la pronunciación de /h/, si pasaron al Nuevo Mundo distinguiendo la ese de la interdental y con la velar fricativa /x/. Pero hay ejemplos de ello, sobre todo respecto del fenómeno seseoso, más de los que hace años supuse, entre ellos el de fray Reginaldo de Lizárraga, nacido hacia 1540 en ciudad extremeña que recordará mucho después, «el fundador es natural de Medellín, e yo nací en aquel pueblo», viajero con quince años de edad junto a su familia a Quito, donde un hermano suyo ejercería el oficio notarial. El joven emigrado ingresó en el convento limeño de Nuestra Señora del Rosario, donde al recibir el hábito dominico el año 1560 dejaría de llamarse Baltasar de Ovando. Compuso su crónica rondando los setenta años, tras larguísima estancia en tierras indianas, como él mismo recuerda: Descendiendo en particular a nuestro intento, trataré lo que he visto, como hombre que allegué a este Perú más ha de cincuenta años el día que esto escribo, muchacho de quince años, con mis padres, que vinieron a Quito, desde donde, aunque en diferentes tiempos y edades, he visto muchas veces lo más y mejor deste Pirú, de allí hasta Potosí, que son más de 600 leguas, y desde Potosí al reino de Chile, por tierra, que hay más de quinientas, atravesando todo el reino de Tucumán (56, 57).
Lizárraga, por su temprana edad en la emigración y por su medio siglo de vida americana, muestra todos los efectos de la criollización lingüística, plenamente identificado con el léxico indiano, «tazas para beber, que llamamos cocos», «cúrase con una raizilla..., llamámosla en estas partes contrayerba», «pobladas de chácaras, como las llamamos en estas partes..., a las aceitunas llamamos criollas», «un soldado, así llamamos a los solteros que no tienen casa conocida», «el ganado, que en grande abundancia se multiplicó, vuelto silvestre y bravo, y, como acá llamamos, cimarrón». En el manuscrito origi-
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nal de Lizárraga hay abundantes muestras gráficas de su seseo en formas como conose, cresen, dose, yglecias, mereser, meresido, nesçeçidades, quinse, sertificó, sinco, susedió37. La criollización de Lizárraga, casi con toda seguridad, fue completa y sistemático su seseo, pero mayores problemas de comprensión ofrece el sorprendente caso del salmantino Alonso del Castillo Maldonado, hijo del doctor Alonso del Castillo, hermano de un canónigo de la catedral de Salamanca y de Francisco, nombrado oidor de Audiencia en Nueva España y muerto a poco de arribar a su destino mexicano, así como cuñado del doctor Bricio de Santisteban, a quien dirige las tres cartas que a continuación comento. Nuestro Alonso se determinó «a servir a su Majestad a mi costa y vendiendo de mi azienda para los gastos del camino», en la expedición a la Florida de Pánfilo de Narváez el año 1527. Participó en la increíblemente penosa aventura que lo llevó a recorrer más de 10.000 kilómetros del suroeste de los Estados Unidos, en cuyo transcurso sufrió prisión de los indios durante ocho años —de la que sólo escaparon él mismo, Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes y el negro Esteban—, triste experiencia que una y otra vez le viene a la memoria en sus misivas, así en estos recuerdos: «Escriví a vuestra merçed de mi venturosa salida a puerto de claridad», «enbié a vuestra merced la rrelación de mis trabajos y miserable vida pasa37 Biblioteca de la Universidad de Zaragoza, ms. 377, en los folios 437, 475, 477, 478, 481, 483, 488, 490, 491, 492, 493, 509, 526. Tanto o más frecuentes son las rectificaciones de lapsus por formas canónicas (comensaron, fortalesas, riezgo en començaron, fortalezas, fuerças, etc.), demostrativas tanto del mismo fenómeno fonético como de un prurito de corrección ortográfica, criterio cultural por consiguiente, sobre todo porque en el extenso corpus son frecuentes los hechos gráficos de ambos signos. Del hablar de su Extremadura natal pudo llevar Lizárraga el yeísmo indicado por Ballano ‘Bayano’, folio 87 del segundo libro, y la neutralización de /-r, -l/ en borvió corregido como bolvió y carcañales ‘calcañales’ (145, 207). Y de procedencia extremeña podría ser su jerbilla ‘hebilla’, todavía usual en el mediodía peninsular, que por su trueque de j (x) por h revela la pronunciación /h/, y no /x/, también representada en América por idénticas alternancias grafémicas (h-x, g, j) en numerosos textos desde el siglo XVI, en el de Lizárraga: «Les raerá (a las mujeres) los cabellos de sus cabeças, les quitará los chapines y xerbillas bordadas, las medias lunas, rodetes, las cadenas y collares de oro» (172, libro primero, cap. 51). Otro extremeño, Luis Martín, emigrado a México, en 1571 pondría en una carta hihos («vnos hihos de Martín Hernández, vezino de la villa de Serrejón...»), que he reproducido en facsímil (1999, lámina V).
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da y que nuestra salida avía sido sin ninguna rriqueza, sino nuestras personas, y yo tan viejo y tan lleno de canas, mostrando el poco rrefrijerio que avía tenido», como argumento también para la petición de mercedes: Mis compañeros son idos (a la corte) a pedir de comer y yo, por me aver casado, no puedo yr allá y por estar mui cansado, y que es notorio yo no pasar de treynta [y] ocho años y estoy tan cano como si vuiese ochenta años; ya lo estoy más a de seys años, porque izo en mi cuerpo enprensión la vida miserable que tenía de andar en carnes y servir de traer leña a cuesta y agua [para] que vibiesen los yndios y, pues Dios fue servido de sacarme de allí y traerme a tierra de cristianos en salvamento, es mui justo me den de comer onrradamente; si no, que Dios se lo demande, como personas que tienen en poco lo que Dios guardó más de ocho años sin comer cosa que se sienbre ni comer sal38.
En su carta de 1537, Castillo Maldonado escribe ececibos ‘excesivos’, nececidad, nececidades, nececario (la segunda c por ç), favoresca y Vásquez, no con la ese sigmática, inexistente en sus misivas; ececivos, nececidad (los tres registros de esta palabra), Álvares y Vásquez en la de 1538, y meresco en la de 1539, con un muriesen que parece enmendado sobre muriecen, pero no es de lectura segura. De todos modos, ahí están sus grafías seseo-ceceosas, en el caso de c por s fijadas en las mismas palabras siempre que éstas aparecen en los citados textos epistolares. En Castillo Maldonado la pronunciación confundidora seguramente no fue de realización sistemática, sino polimórfica, pero aun así resulta llamativa en quien había emigrado con veintisiete años y sólo llevaba unos diez de residencia en Indias en el momento de redactar la primera carta39. Ahora bien, las circunstancias de su vida indiana pudieron determinar un personal cambio lingüístico que en verdad resulta extraño; efectiva38 Esto, y las referencias lingüísticas que siguen, en sus cartas: México, 20 de diciembre de 1537; Tehuacán, 25 de junio de 1538; México, 20 de septiembre de 1539: Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (ARChV), Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Fenecidos, caja 647-1. Los tres textos epistolares son autógrafos. 39 Castillo Maldonado muestra en sus cartas rasgos lingüísticos propios de su tierra norteña, como para la época era la pérdida de /h-/ (a l l a r, azer, yjos, o lg ad o),
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mente, más de ocho años los pasó el salmantino en un medio expedicionario de acusada impronta andalucista, ambiente que todavía hubo de acentuarse más mientras el grupo disminuía en los combates y en la servidumbre a que se vieron sometidos los supervivientes. Apenas recobrada su libertad, Castillo Maldonado casó «con vna dueña, mujer de vn conquistador desta tierra, de muy buena fama y linpieza de su persona y moça», viuda del andaluz Juan Ruiz de Alanís, con quien había tenido descendencia, «y son, de los yjos que tiene, dos chiquitos». Se había recompuesto el grupo familiar mezcla criolla y peninsular, sustituido por un norteño el difunto varón andaluz de larga experiencia indiana, emigrado a Indias en 1513, con estadía cubana y paso a México entre los conquistadores (Boyd-Bowmann, 1964: 105), pero el andalucismo fonético había impregnado ya al que heredó su papel marital. Situaciones familiares semejantes a la vivida por Castillo Maldonado fueron frecuentes en aquellos años y en todo el período colonial. Un Pedro de Carranza escribe a su padre en Castro Urdiales el año 1671: «Señor, yo me casé en este mineral y pueblo de Tegusigalpa con vna moza hixa de buenos padres, nobles y descendientes de la Montaña y Vizcaia... Tengo en ella cinco hixos que encomiendan a Dios a vuestra merced»; el burgalés Faustino de Manero, desde Oaxaca, en 1783 comunica a su hermano en la villa de Cerezo: «En quanto a nuestro hermano don Víctores y su casamiento, puedes escribirle la enorabuena. Tiene ya una niña y un niño mui lindos, y en orden a su madama te signifiqué anteriormente ser de todas circunstancias de las familias primeras que poblaron este país»; y un riojano, Manuel de Frías y Quejana, por carta fechada en Salta el 12 de marzo de 1794, agradece a su tía, monja de San Salvador de Cañas (La Rioja), «vuestra merced en favor de estos sus sovrinos americanos, que le parecía no había tales hombres en el mundo», y fueron muchos los casos de relaciones no sacramentadas, como la mantenida por el cántabro Simón de Carranza con una criolla en sus andanzas de mercader por Chile a la vocalización o pérdida de /-b/ implosiva (civdad, cidades, viuda), el uso constante de meitad, un ejemplo de laísmo, «que la traían muchos casamientos de onbres rricos», segunda misiva (3r, línea 13), pero también los que eran comunes a todo el español peninsular, con su exclusivo uso de la -s-, y el intercambio de b y v (ececivos-ececibos, biba, boluntad, malbibir).
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principios del XVIII, de la que quedaron dos hijos naturales (Martínez Martínez, 2007: 295, 377, 533, 640). Por lo que al fenómeno seseoso se refiere, el hecho textual no varía entre los siglos XVI y XVIII. En el quinientos son muy raros los documentos dados en Indias por peninsulares emigrados en edad adulta que manifiesten el seseo, no siendo de procedencia andaluza, y algo parecido sucede hasta finales del período colonial. No presenta grafías seseosas Alfonso Martín de Brihuega, burgalés, en su carta escrita el 1733 en Zacatecas, ni Francisco de Almancaya, zamorano, en la que redacta en Chuquisaca el 1750, a pesar de haber viajado aún muchacho, «sólo se me dieron alimentos hasta la edad de 12 años, en que me vine con el señor Callejas», ni el también burgalés Narciso Montero en la que compone el 1795 en Tetepango40. Aunque puede darse algún caso como el del cántabro Francisco Jorge de Quintana, que en texto epistolar escrito el 15 de julio de 1785 en Cádiz, a bordo del paquebote que lo traía de Colombia, donde había sido capitán de milicias, y tras más de treinta años de permanencia en América (Martínez Martínez, 2007: 505), comete un desliz confundidor (ancias ‘ansias’), muestra su tendencia al antihiatismo (Juaquín), también con el hipercorrecto noticea («la primera noticea que tubieron de paz»), y emplea los arcaizantes onde ‘donde’ y haber transitivo: «No me allo con tiempo ni fuerzas para más y sin más papel que este que h ube de un libro biexo», con los usos léxicos botarse ‘echarse’ («y prontamente se botaron al corso»), y solicitar ‘buscar’: «Deme vuestra merced noticia prontamente a Madrid por persona de su sagtisfación, que este me solicite en la calle Jacometrenzo, Posada de la Águila, que está a espaldas de la plaçuela de la Cevada, junto a las cantarillas, según me acuerdo de muchos años, y porque aunque yo no biba en ella, pasaré allí a solicitarla. No puedo dar de aquí otro conocimiento»41. Pero los emigrados que no se muestran tocados por el seseo, los más, de llevar un tiempo considerable residiendo en Indias en sus escritos mostrarán otros usos que se estaban haciendo característicos del español americano, o que ya estaban consolidados, como 40 ARChV, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Olvidados, caja 738-2; Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Depositados, caja 521-2; Pleitos Civiles, Lapuerta, Olvidados, caja 2196-1. 41 ARChV, Pleitos Civiles, Zarandona y Balboa, Olvidados, caja 3657-2.
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en la carta limeña de 1726 del cántabro Mateo de la Vega, sin grafías seseosas, con el recurrente sintagma de doble referencia posesiva («su madre de vuestra merced», «su hermano de vuestra merced»), igual que la de México de 1730 de Retes y Luyando, afecta al empleo de agarrar y al diminutivo -ito: «La inttenzión que tiene de agarrar el poder, que nunca berá para esa administrazión, y la chiquita me da a enttender quiere ser relixiosa», del mismo en otra de 1731 aparecer pronominalizado («quando menos lo piensen me e de aparezer ay») y palo ‘árbol’ en una más de ese año42, de nuevo agarrar en la ya citada misiva de 1795 de Montero dada en Tetepango, junto a un luego ‘inmediatamente’ repetido, «porque su madre los agarrará (los 1.500 reales) y jugará luego luego como acostumbra hacer», con un cajonillos sin infijo -c-: «pienso que por diferentes cajonillos de comerciantes procurará tomarlos». Y el impersonal haber pluralizado se encuentra en la misiva fechada en Chuquisaca por Almancaya el año 1750: «Suplico a vuestra reverencia que de los caídos que huviesen de las aziendas de mis legítimas me remita vna pieza de paño negro». Entre los criollos el seseo es general, con frecuencia acompañado del yeísmo que revelan los intercambios de ll y y, como se comprobará por el muestreo textual que comentaré más adelante. Dado que el fenómeno de nivelación dialectal, y de la asunción, desarrollo evolutivo y fijación social de los rasgos lingüísticos hispanoamericanos tuvo lugar del modo más favorable y sistemático entre los hablantes criollos, mejor desde luego que en los emigrados peninsulares —los no andaluces, claro está—, en la cronología del español de América las proporciones demográficas suponen un factor sin duda determinante. Y es un hecho cierto que muy pronto los nacidos en Indias superaron númericamente a los procedentes de España, lo cual se afirma respecto del Perú, y en parecido sentido se indica sobre la Nueva España, «según acá se dize», en carta del gobernador García de Castro del 2 de abril de 1567: V. E. entienda que la gente de esta tierra es otra que la de antes, porque los españoles que tienen de comer en ella los más de ellos 42 ARChV, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Fenecidos, caja 2288-1; Pleitos Civiles, Ceballos Escalera, Olvidados, legajo 421.
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son biejos y muchos se an muerto, y an sucedido sus hijos en sus rrepartimientos, y an dexado muchos hijos; por manera que esta tierra está llena de criollos, que son estos que acá an nacido (Céspedes del Castillo, 1986: 195).
Desde luego en el siglo XVIII los peninsulares constituían una exigua minoría en la población hispanoamericana, de apenas el 1 por ciento, y unos 100.000 individuos emigrados en esta centuria (Lucena Salmoral, 1988: III, 30, 31), pero aunque no existen estimaciones seguras sobre el setecientos, parece ser que en él hubo una drástica disminución migratoria en comparación con el siglo XVI, pudiéndose afirmar que como máximo un millón fue el número de españoles que pasaron al Nuevo Mundo en todo el período colonial, de modo que el crecimiento de la población criolla fue principalmente endógeno, contando también con el incremento de la trata negrera (Lemus y Márquez, 1992: 48-50). Esta circunstancia, que los americanistas no han solido tener en cuenta, fue decisiva en el proceso de formación del español americano, en el que también fue factor importante el mestizaje, pues los mestizos, con la particularidad del bilingüismo de muchos de ellos, extendieron considerablemente el cuerpo hispánico en América, participando en la evolución de la lengua igual que los hijos de padre y madre españoles, aunque en número mucho mayor, hasta el punto de que la distribución étnica estimada para Hispanoamérica a principios del siglo XIX era del 20 por ciento de blancos, 25 de mestizos, 45 de indios y 10 de negros (Lucena Salmoral, 1988: III, 31), y hasta hoy la mezcla racial y la asimilación lingüística que arrastra aún no ha terminado. Recuerda Krauze que a finales del siglo XVI los mestizos de Nueva España sólo sumaban unos cuantos miles, que en 1803 Humboldt registró un 41 por ciento de indígenas, un 39 de raza mezclada y un 19 de blancos, y concluye: «Poco tiempo después, en algún momento del siglo XIX, los mestizos llegaron a ser la mayoría del país, mientras que los indios y los blancos continuaron declinando. Los hijos de Cortés y la Malinche habían ganado la batalla» (2005: 234). Pero también debe tenerse en cuenta en la problemática de adhesiones y nivelaciones lingüísticas que la población indígena y mestiza tuvo desigual distribución, pues los segundos, como los blancos, abundaron mu-
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cho más en las ciudades que en el campo, de modo que, por ejemplo, en la provincia de Oaxaca a finales del XVIII los núcleos rurales eran de abrumador predominio indio, mientras que españoles, peninsulares y criollos, constituían una exigua minoría, e incluso en algunos eran inexistentes, y por el contrario en la capital, Antequera, era escaso el elemento indoamericano (Canterla y Tovar, 1982: 200, 201). Para la etapa de fundación y consolidación del español americano, siglo XVI y principios del XVII, no faltan las noticias sobre los mestizos semejantes a la que sobre los criollos daba García de Castro, con la constante alusión a la abundancia de los mismos en comparación con los españoles, aunque seguramente no proliferaran casos de procreación mezclada como el que relata el cronista de la conquista de México: «Pasó un soldado que se decía Álvaro, hombre de la mar, natural de Palos, que decían que tuvo en indias de la tierra treinta hijos en obra de tres años; matáronlo indios en lo de las Higüeras»43. Cuando Lizárraga en su crónica describe el Paraguay comienza mencionando Asunción, «cabeza de aquel reino, con mucha gente, los más allí nacidos, mestizos y mestizas, los españoles meros son pocos», y debe advertirse que estos meros españoles eran los propios criollos, según este pasaje del mismo texto: «Castigaron (‘enseñaron’) los viejos conquistadores y criaron en mucha policía a los montañeses (‘mestizos’) y a los españoles meros como a ellos los criaron sus padres» (Perú, 423, 426), y en la carta que, nombrado obispo asunceño, dirige al Rey, el dominico reitera idéntica observación demográfica, «porque los meros hespañoles son raros, el obispado es muy diviso, los pueblos de los hespañoles muy distantes vnos de otros a la rribera del río, ques vno de los mayores del mundo»44. Cuenta el cronista que en el Paraguay a los mestizos les «enseñaban primero a leer, escribir y contar» (427), recuerda al que era «muy gran lengua y en la nuestra muy ladino» (326), a «un soldado, por nombre Mosquera, mestizo del Río de la Plata, hombre de bien y en la lengua chiriguana y en la nuestra bien experto» (333), a otro «llamado fulano Capillas, ladino como el de43 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, edición de Miguel León-Portilla, Madrid, 1984, Historia 16, p. 444. 44 AGI, Charcas, 138, «de Córdova, governación de Tucumán, 28 de abril de (1)608 años».
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monio y blanco, que no parece mestizo, casado y con hijos en la ciudad de La Plata» (238). El dominio de lenguas entre los mestizos lo tiene muy presente Lizárraga, y así no deja de anotar el caso del que se crió con los calchaquís, apresado y llevado a Salta, «donde le vi; no sabía nuestra lengua, porque no la había oído» (413). Por razones sobradamente conocidas el mestizo tendía a acercarse al medio social y cultural del padre español o criollo, lo cual supuso una eficaz atracción a la lengua de la clase dominante, aunque hubiera ejemplos como el últimamente referido por Lizárraga, y contando con que no todas las asimilaciones lingüísticas serían semejantes a la del inca Garcilaso de la Vega, mucho menos en situaciones de mezcla racial como la causada por aquel Álvaro, «hombre de la mar, natural de Palos», que por desaforada mereció la reseña de Bernal Díaz del Castillo. Así, pues, los mestizos no sólo asimilaron la lengua española, sino que fueron protagonistas, igual que los criollos, de su adaptación a la realidad indiana, heterogénea desde el principio —empezando por la diversidad regional y dialectal de la emigración española—, de su particular configuración y de su expansión tanto social como geográfica, aspectos que no se pueden soslayar en la discusión sobre la formación del español de América y que, más allá de simplistas periodizaciones historiográficas, explican su estado cuando la Independencia se acercaba. Precisamente por los años en que Lizárraga escribía su crónica y su carta al Rey, un relevante mestizo paraguayo, hijo de padre andaluz y de madre guaraní, el hombre de armas y de letras que fue Ruy Díaz de Guzmán, en texto autógrafo descubre su participación en un fonetismo americano de ascendencia meridional, igual que el criollo chileno fray Martín de Salvatierra, «hijo de uno de los primeros conquistadores de este reino de Chile», con su seseo (Frago Gracia, 1994: 93). Por como fue la convivencia indiana y por elementales razones de número demográfico, está claro que la adopción de los hechos más diferenciales del español del siglo XVI, el andalucismo y el meridionalismo en general, se dio más natural y extensamente entre mestizos y criollos. De la educación de éstos trata Lizárraga en el capítulo de su crónica que titula Cómo se crían los hijos de los españoles que nacen en este reino:
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Nacido el pobre muchacho, lo entregan a una india o negra, borracha, que le críe, sucia, mentirosa, con las demás buenas inclinaciones que habemos dicho, y críase, ya grandecillo, con indiezuelos... Pues ya que así los crían las amas negras e indias, después de cinco años en adelante ¿críanlos con el rigor que es justo para que lo malo que mamaron en la leche pierdan?,
y la promiscuidad social de los niños de sangre mezclada aún debía de ser mayor, al menos en el Paraguay, pues el dominico concluye: «De las costumbres de los nacidos de españoles e indias, que llamamos mestizos o por otro nombre montañeses, no hay para qué gastar tiempo en ello» (253-254). Aunque de lo que estas observaciones tratan es del rechazo de determinadas conductas sociales, el cuadro que pintan supone un ambiente por demás propicio al intercambio lingüístico, que como hemos visto en mayor o menor medida experimentaron algunos peninsulares según las especiales circunstancias de su vida en Indias, o como ocurriría con fray Alonso de Molina, autor del soberbio Vocabulario en lengua castellana y mexicana (1571), con un primer Vocabulario impreso en 1555, cuya familia siendo él muy niño emigró a Nueva España, donde pronto aprendió el náhuatl en sus juegos callejeros. Pero fueron pocos los peninsulares llegados al Nuevo Mundo en tan tierna edad; para los adultos, la plena nivelación lingüística generalmente tuvo que esperar a sus descendientes americanos.
DE LO POPULAR AL PURISMO. VOSEO Y LENGUAJE FORMAL En América tiene una extensísima implantación el tratamiento de vos por tú que en España se había hecho popular a finales del siglo XV y parte del XVI, todavía sin el sentido despreciativo que en determinados niveles sociales caracterizaría después su uso, resultante de la devaluación del antiguo sentido de respeto que el vos con referencia singular conllevaba. Parece fuera de duda que la dispersión de la población americana, el gran alejamiento entre los pequeños pueblos y entre éstos y las ciudades, así como las dificultades de comunicación que en muchas partes hubo, fueron factores propicios al mantenimiento del voseo en amplias zonas del
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Nuevo Mundo. Las vías de comunicación y los centros del poder y de la cultura explican determinados rasgos del español americanos, como el del voseo, y a la existencia y localización de las grandes cortes virreinales se ha atribuido su desaparición de las áreas de influencia de Lima y de México, pero también de otras importantes gobernaciones provinciales y centros urbanos irradiadores del prestigio sociocultural, mientras que esta forma de tratamiento pervive en Yucatán, «única península no sólo geográfica sino histórica de México», donde se daba «una recelosa condición de lejanía con respecto a la metrópoli española, que desde la Independencia se ahondó aún más con su homóloga mexicana», de modo que a mediados del XIX «Yucatán era el único espacio político irredento del mapa mexicano» (Krauze, 2005: 328), territorio, en fin, de mayoritaria población rural indígena antes y después del triunfo independentista45. También el hecho de que el Río de la Plata durante bastante tiempo dependiera de la lejana Audiencia de Charcas, y para asuntos de la máxima importancia de la más distante Lima hasta mucho después, porque el virreinato de Buenos Aires se fundaría en 1776, así como lo enorme de su patrimonio territorial, de unos 5.000.000 de km2 (Morales Padrón, 1988: 439-440), propiciaron la conservación de un uso como el del voseo que a la sazón muchos consideraban propio de campesinos, teniendo en cuenta además la escasa densidad poblacional de este dominio, con pocas ciudades y de no mucha entidad la mayoría de ellas. El carácter rural de las tierras rioplatenses fue muchísimo más acusado que el de México, que a pesar de contar con más ciudades y de más habitantes sólo tenía una población urbana del 10 por ciento del total en el último tercio del siglo XVIII (Van Young, 2006: 890). La misma capital del nuevo virreinato austral había sido una pequeña ciudad agroganadera, con un puerto por mucho tiempo desaprovechado para el tráfico mercantil, y antes de 1776 dependiente de un alejado centro decisorio del supremo poder colonial, por lo que en ella el voseo había arraigado 45 Todavía en 1795 se terminaba la fundación de San Fernando de Guadalupe «en el salto de agua del río Tulija que lleva su corriente a las lagunas de Chichicaste y a la de Términos», una vez «lograda la reducción de los yndios que vivían como brutos en aquellos montes; los reunió y estableció el yntendente de Chiapa»: AGI, MP, Guatemala, 271.
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como en cualquier medio rural, y la afección a este uso lingüístico la conservaba hasta la llegada de la Independencia, a pesar de que la población de Buenos Aires se había visto muy aumentada en los últimos sesenta años, pues de sus 11.620 habitantes para 1740-1750 había pasado a 61.160, según Luque Azcona (2007: 315), sin olvidar el importante empuje comercial que la capital virreinal rioplatense venía cobrando desde algún tiempo atrás, de modo que, como Lastarria advierte, ya era «la preferente salida del cobre y oro de Chile y del estaño y plata del Perú», aparte de sus intercambios con el Brasil, de donde se importaban esclavos, pues «los negros que podemos extraer del Brasil sobran con mucho para dar salida por ellos a nuestros frutos en la cantidad que necesitan o que acostumbran proveerse los brasileños» (II, 133v, 143r-v). El crecimiento demográfico que a continuación experimentará, así como su cada vez mayor protagonismo político y cultural harán que el voseo de la metrópoli bonaerense impida el declive del que hasta entonces mantenían comunidades rurales en las pampas interiores, e incluso lo irradiará hacia zonas norteñas cuyas hablas conocían el tratamiento tú/usted, y naturalmente a las tierras patagónicas de reciente colonización. El istmo de Panamá, de intenso tráfico como lugar obligado de paso que fue entre el Caribe y el Pacífico, y con Portobelo como punto de destino de uno de los trayectos de la Carrera de Indias, también adoptó la solución tuteante, mientras la mayor parte de Centroamérica mantuvo la voseante, y el tradicional ruralismo y un cierto aislamiento del territorio de Maracaibo respecto de Caracas permitió la pervivencia del voseo, que en cambio desapareció de la capital de la gobernación y de su área de influencia, no sólo merced a este núcleo de poder y de cultura, sino también por el intenso tráfico marítimo que en el siglo XVIII se centró en La Guaira por el comercio del cacao. De hecho, si se analizan los mapas del voseo (Rona, 1967) se advierte cómo la intensidad del contacto entre la metrópoli y América determinó la eliminación del uso tradicional y el triunfo del esquema tú/usted, como sucedió en la colombiana Cartagena, en cuyo litoral es exclusiva la innovación morfológica, igual que para las Antillas fue decisivo el puerto de La Habana, enlace de las flotas de Indias con sus terminales cartagenera y veracruzana, ruta marinera que aún sería principal para los galeones y paquebotes sueltos del siglo XVIII.
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Por cierto que, como en Puerto Rico y Santo Domingo, el vos tendió a su desaparición en toda Cuba, pero se ha señalado la mezcla de tuteo y de voseo en la región de Camagüey e incluso en toda la parte oriental de la isla hasta no hace mucho (Rona, 1967: 47), y aunque Lapesa, y con él otros estudiosos, afirma que se ha perdido todo rastro del tratamiento voseante en esta zona cubana (1985: 580), en puntos rurales y en situaciones comunicativas de íntima familiaridad aún parece posible oírlo («¿vos estái enferma, hija»)46. En cualquier caso, independientemente de la situación actual del voseo en este territorio y de cuándo se produjo su declive, la verdad es que a factores extralingüísticos, o de historia externa, hay que achacar la prolongación de dicho rasgo gramatical arcaizante en la historia del español de Cuba, pues sobre todo ocurrió en la parte más alejada de La Habana, fuera de las rutas más frecuentadas por el tráfico marítimo y con escasa presencia de la inmigración peninsular durante el período colonial. Precisamente fueron los canarios quienes en el siglo XVIII, y su llegada prosiguió en la siguiente centuria, «blanquearon» parcialmente el oriente cubano, muy predominantemente negro, no siendo aventurado conceder a este grupo regional un refuerzo para el voseo marginal de la isla, porque no es del todo cierto que el «voseo es hoy el único fenómeno del español americano que no tiene paralelo en ninguna región española, pues tanto en la Península como en las islas Canarias desapareció hace ya varios siglos» (López Morales, 1998: 147), ya que no sólo en hablas leonesas, sino en algunas canarias, aunque declinante hasta hoy, ha llegado el empleo de vos por t ú. El espíritu de hidalguización, tan arraigado en la sociedad española de los siglos XVI y XVII, cobró más fuerza en la indiana (Rosenblat, 1973), donde el desprecio que llegó a conllevar el empleo del vos, que sin embargo perviviría extensamente entre los hablantes rurales y en zonas alejadas de los grandes centros de 46 Es lo que me afirma Juan Jorge Fernández Marrero, natural de ella, profesor en el Instituto Cervantes de São Paulo. Incluso es posible que sea reciente la pérdida del voseo en otras partes de Cuba, pues en entrevista televisiva registré un oíme ‘oidme’ dicho a su interlocutor español por el músico Bebo Valdés (Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro), nacido en Quivicán, cerca del golfo de Batabanó y al sur de la provincia de La Habana, el año 1918 y desde 1960 residente en Suecia. El diálogo era entre el artista cubano y El Cigala, cantaor flamenco: TV1, «Informe Semanal», 12 de diciembre de 2003.
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normalización sociocultural, llega a ejemplificarse en un diálogo entre negros esclavos de la más baja consideración social, curiosamente ideado por un cronista indígena: Y otra ues ajuntáronse a la conuersación negros cargados de hierro, rriniendo entre ellos. Le dixo al uno: «Bos estáys cargado de hierro por uellaco y borracho y tauaquero». Y al otro le dixo: «Y bos por muy fino ladrón y cimarrón estáy cargado de hierro» (Corónica, 705).
En Cervantes y en la literatura de su tiempo, que también es el del quechua Huamán Poma, el hiriente empleo de vos es motivo de conflictos personales, señal en todo caso de un exagerado sentido del honor y del deseo de marcar relevancias sociales tantas veces ficticias (Frago Gracia, 2005), y por supuesto en América también repercutirá aquel vos profundamente despreciativo, cuyo eco resuena en citas como estas chilenas de 1570 y 1571: «Llamándome de vos con ira», «comenzó con airadas palabras e injurias a llamarme de vos», «lo comenzó a tratar mal diciéndole de vos hartas veces» (Boyd-Bowman, 1972: 985, 986). Naturalmente, la pasmosa realidad indiana que los emigrados encontraban como peculio de conquista, algunos enriquecidos y rodeados de numerosa servidumbre amarilla y negra, agudizó aquellas ansias de significación social, para muchos inalcanzable en la vieja España. Como Rosenblat concluye, entre los que llegaron al Nuevo Mundo no hubo «una mayoría de hidalgos, sino una hidalguización general», porque «todos empezaron en seguida a considerarse hidalgos», de modo que, según notaba en México por 1562 fray Jerónimo de Mendieta, «todos los españoles, hasta el más vil y desventurado, quieren ser señores y vivir por sí, y no servir a nadie, sino ser servidos», impresión que desde el Perú corroboraba fray Domingo de Santo Tomás: «Todos los españoles acá son caballeros y se tratan como tales» (1973: 343, 350). Cómo sería la cosa que el cronista indio recordaba con nostalgia los primeros tiempos de la Conquista, cuando «no abía dones ni donas ni mundo al rrebés», mientras que ya «los españoles pulperos, mercachifles, jastres, sapateros, pasteleros, panaderos, se llaman don y doña», y, según él, hasta los indígenas se habían contagiado de la afición al tratamiento honorífico, pues «ací ay mucho don y doña de yndio baxo mitayo», «de
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yndio tributario, mitayo, se hizo cacique prencipal y se llama don y sus mujeres doña», extendiéndose el vicio social a otros colores, pues «acimismo las mujeres de los mestizos y mulatos se llaman doñas, que rrebuelbe el mundo» (Corónica, 409, 530, 604). Estas circunstancias sociales forzosamente tenían que redundar también en un robustecimiento del espíritu de selección lingüística, que corría pareja con la tendencia a conservar usos acendrados por la tradición literaria. El conservadurismo lingüístico sin duda se vio favorecido por la cultura escrituraria y el lenguaje oficial que acompañó al español desde su embarque para las Indias, cuando debía tratar con el e sc r ib ano de nao después de superar los trámites burocráticos necesarios para la obtención de su licencia, y al llegar al Nuevo Mundo un escribano de tierra los esperaba al pie de la pasarela. Allí el registro de la escribanía pública no podía faltar en expediciones, fundaciones de ciudades, reparto de tierras o encomiendas, de manera que desde el principio fue muy alto el número de escribanos y miembros del oficio judicial en la recién descubierta América, llegándose incluso a una verdadera saturación de los mismos; en fundada opinión de Rosenblat, «la proporción de bachilleres y licenciados pleitistas debía de ser una de las primeras plagas de Indias», quien aduce una carta de Núñez de Balboa al Rey, del año 1513, en la cual se recomienda que «mande que ningún bachiller en Leyes ni otro ninguno, si no fuera de Medicina, pase a estas partes de la Tierra Firme, so una gran pena», y una real cédula del 6 de septiembre de 1521 advierte que «a causa de haber en dicha isla muchos procuradores y abogados, ha habido y hay en ella muchos pleitos y cuestiones» (1977: 36, 37). Así, pues, en América desde los primeros núcleos colonizadores se dio una gran familiaridad con los medios administrativos y forenses, porque todo debía fundarse, repartirse y someterse a normas legales, más aún con la conquista de los grandes espacios continentales, que requirió más profesionales de la notaría y del derecho, y ofreció oportunidades de ascenso social, como manifiesta la carta que el emigrado andaluz Diego Díaz Galiano escribía en México el año 1571 a su sobrino: «No se os ponga esto por delante, syno haçeos escryvano y sacá lyçençia para vos y vuestra muxer y hyxos y beníos en la prymera flota»47. 47 AGI,
Indiferente General, 2053, México, 28 de febrero de 1570.
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De ahí que se cayera en un exacerbado pleitismo en el que pronto se vieron envueltos los mismos indígenas, lo cual también denuncia Huamán Poma cuando habla del yndio pleitista o dice que «con color de ella armavan pleytos» (Corónica, 509, 591), y de hecho el cronista andino abunda tanto en las críticas contra la fiebre pleiteadora de los españoles a la que gozosamente se habían sumado algunos naturales, como en los consejos al indio para que aprenda a leer y escribir y pueda navegar así más seguro por el peligroso piélago judicial48. Esta familiaridad con el lenguaje forense, tan enquistada socialmente desde los orígenes de las comunidades hispanoamericanas, explica la popularización en distintas zonas de América de términos y expresiones de ámbito jurídico como mero —«mero y mixto imperio», antes «merum et mixtum imperium», en la tradición jurisprudencial—, a juro, de juro, escribano ‘notario’, ‘escribiente, ayudante de notario’, escribanía ‘notaría’, pleito ‘litigio, discusión, pelea’, pleitear ‘litigar, discutir, pelear’, abogaderas ‘argumentos rebuscados y maliciosos», fiscal ‘persona a cargo de la iglesia y sus bienes en los pueblos pequeños’, éste procedente de costumbres eclesiásticas de la época virreinal. En versos satíricos publicados por periódicos mexicanos los años 1827 y 1833, comprobaremos la vitalidad de mero, «y cata el retrato mero / de un astuto maromero», así como la de escribano: entonces eran doctos los jueces y abogados, el alguacil, clemente, veraz el escribano (Costeloe, 1975: 477, 479).
La mayor incidencia del lenguaje forense en el español americano por comparación con el europeo es innegable, algo que a cada paso se comprueba, aunque los diccionarios de americanismos no siempre atiendan a particularidades como la que proporciona 48 En anteriores estudios ofrezco el testimonio de una reclamación administrativa redactada en toda regla en Potosí el año 1596 por un curaca bilingüe, y el de varios caciques mexicanos que en petición al Rey entran en contacto con los procedimientos oficiales sin dominar suficientemente el español (1994: 99, 108; 1999: 303).
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el siguiente pasaje del político y escritor nicaragüense Sergio Ramírez: «Anastasio Somoza, que empezaba a consolidar el poder de medio siglo que heredaría más tarde a sus hijos, mandó emboscarlo y ordenó asesinarlo»49, con un uso del verbo heredar que ni mucho menos es corriente en España, pero que se mantiene plenamente vivo también en Colombia y en México: «El primero en oponerse fue el capitán Allende, hombre de 40 años de edad, hijo de un acaudalado comerciante vasco que le heredó una soberbia casona» (Ayala Anguiano, 2005: 643), y al parecer también en Chile: «Mantiene viva esta tradición que generalmente recibe dentro de su familia y debe heredar a las nuevas generaciones» (Loyola Palacios, 2006: 257)50. El trato y contrato de los hispanoamericanos con el lenguaje forense y en general con el de la administración pública, muy tradicional en uno y otro caso, pudo favorecer la continuidad americana de construcciones que en el español de los siglos XVI y XVII ya eran de carácter formal o de uso en franco declive, como el posesivo mío antepuesto al sustantivo signo (v. gr. «por ende fize aquí mío signo»), que a lo largo de todo el XVI encuentro en pasajes formularios de escribanos públicos indianos (1999: 130, 293, 296), la combinación sintagmática del tipo la mi casa o un mi hijo, o la expresión de la negación como nadie (ninguno) no + verbo que fue normal en el castellano medieval —recuérdense los cidianos «mas ninguno non osaua», «que nadi no’l diessen posada»—, y que durante el siglo XVI y principios del XVII se mantuvo vigorosa en ordenanzas y otros textos oficiales. Un ejemplo extremo de fijación temporal del estereotipado lenguaje administrativo lo proporcionan los privilegios reales de 1604 y 1615 para la publicación de las dos partes del Quijote, piezas 49 El
País, 20.2.2009, p. 28.
50 En más sitios de América seguramente se mantendrá este uso verbal, del que
Corominas y Pascual anotan: «Conocida es la acepción antigua heredar a alguien en el sentido de ‘instituirlo heredero’» (1980-1991: III, 344), de la que Cuervo da referencias textuales hasta el siglo XVII (1992-1994: V, 146) y que aún está en los diccionarios dieciochescos de Autorid ad e s y Terreros. El diccionario académico en su edición de 1992 pone la acepción ‘sustituir uno a otro por su heredero’ como figurada, calificación que no le conviene y que ha sido eliminada en la de 2001, donde sin embargo se mantiene la de ‘dar a alguien heredades, posesiones o bienes raíces’ como poco usada, nota que se debería precisar en su alcance diatópico. El contraste léxico entre América y España en este punto es notorio.
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en las que siempre que se hace referencia al monarca se pone la nuestra merced, las nuestras Audiencias, el nuestro Consejo, esta nuestra cédula, estos nuestros reinos, y en el del Orinoco ilustrado (1745) aún serán constantes la mi Casa, la mi merced, las mis Audiencias, el mi Consejo, esta mi cédula, estos mis reinos, y, por no cambiar, ni siquiera lo había hecho la pena impuesta al infractor de las normas reales para ediciones distanciadas bastante más de una centuria, de «cincuenta mil maravedíes» igual para la de Gumilla que para las de Cervantes. A veces, se verá más adelante, a usos del español americano que no son sino pervivencias de antiguos rasgos normales en el español común, incluso con el marchamo literario, se les ha dado esotéricas explicaciones, vistas como «construcciones aparentemente extrahispánicas», por no tener en cuenta con el debido rigor la historia de la lengua de la que se está tratando, ni los condicionamientos de historia externa que en América la han moldeado de manera especial en determinados aspectos. El aislamiento poblacional inclina a la tradición, y hasta puede favorecer la selección lingüística en casos de relevancia social del criollo, que en las ciudades tenía un medio idóneo para la exquisitez en las costumbres, hábitos idiomáticos incluidos. En absoluto es descartable que en uno y otro sentido influyeran los círculos de la administración política y judicial, así como el oficio notarial, de gran peso en la sociedad indiana. Esto sin olvidar el factor educativo, y lo que en el aspecto cultural pudo suponer un estamento eclesiástico extraordinariamente denso en los centros urbanos de alguna importancia, pues, por ejemplo, según padrón de 1777 en Antequera (Oaxaca), de sus 19.653 habitantes, 469 eran clérigos y religiosos (Canterla y Tovar, 1982: 201), y en Trujillo del Perú hacia 1789 se censa un número de 5.515 habitantes, de los cuales 422 son hombres y mujeres de la Iglesia (Trujillo, I, 5)51. El estamento eclesiástico probablemente influyó más en la educación del común de las gentes en América que en España, y esto ya en años próximos a la Independencia, según sugiere el hecho de que en la chilena Concepción el año 1780 había un «colegio se51 Esta plana demográfica, Estado que demuestra el número de abitantes de Truxillo del Perú, con distinción de castas, formado por su actual obispo, enseña que el mestizaje era numeroso en dicho territorio, de preferente asentamiento en las ciudades, aunque con presencia rural mayor que la que por entonces se daba en Oaxaca.
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minario donde se instruyen no sólo nueve seminaristas destinados al ministerio diario de la Iglesia, sino también los hijos de los vecinos que se aplican a las ciencias» (Solano, 1994: 247), y no era caso único por entonces, quizá con mayor peso de este factor cultural en los primeros tiempos. Con frailes se formó Huamán Poma, próximo también a la escribanía pública, dice él que practicó el oficio de escribano, cuyas formas desde luego se reflejan en su obra, en la que deja caer no pocos latinajos, con un castellano trufado de construcciones como este mi amo, su muger de vuestra merced, sus amigos de ellos, por entonces propias de un estilo elevado (Corónica, 705, 722, 726). E históricamente algo significa que el diccionario académico registre festinar ‘apresurar, precipitar, activar’ como desusado en España pero vigente en América, y quizá más aún que este latinismo en Ecuador figuradamente signifique ‘malversar’ (Morínigo). Ni es ajeno a una particular tradición educativa el que un niño ecuatoriano de bajo nivel social pueda argumentar, al menos ocasionalmente, con el adversativo e mp ero, mientras que el consecutivo por ende se reitera en escritos de universitarios colombianos y chilenos, en los cuales, como es natural, no sólo resulta común a m er itar ‘merecer’, americanismo general, sino que también registran los asimismo cultos a c áp it e («en este a c áp it e se analizan...»), con aféresis lo empleó la chilena sor Dolores, «para esto le pongo cáp it e s a cada sircunstansia de las que tratamos» (C a rt a s, 2), y c o nn ot ad o («la vida privada del c o nn ot ad o prócer»), y construcciones como en aquel entonces o luego de («luego del análisis...»), junto a usos léxicos como los de «influían política e ideológicamente entre p ares y s u ba lt e rn o s», «una forma de expresión entre sus p ares»52.
52 Son algunas de las notas que tomé en enero de 2008 en ejercicios de alumnos de un Curso de Doctorado de la Pontificia Universidad Católica santiaguina y del Magíster en Lingüística de la Universidad de Chile, textos que en modo alguno podrían considerarse artificiosos pero que son extraños en universitarios españoles de igual nivel académico. Como festinar y ameritar, latinismos son acápite, en el diccionario académico ‘párrafo’ como americanismo general, ‘título, capítulo, epígrafe’ de Argentina y Cuba, ‘texto breve, posterior al título, que aclara el contenido del artículo que encabeza’, y connotado ‘distinguido, notable’, también común en América.
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CAPÍTULO II
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El contacto de españoles e indianos con el vocabulario propio de la marinería, que llegó a constituirse en auténtica jerga, fue necesariamente estrecho, por lo duradero de las travesías atlánticas y por las largas esperas que solía requerir su embarque. Pero ese trato se convertiría en verdadera familiaridad lingüística para los muchos emigrados de toda clase y condición que por diversas razones realizaron tantos viajes y tornaviajes entre España y América, en los que no pocos criollos también participarían. Por otro lado, en el Nuevo Mundo se practicó intensamente la navegación litoral y, más aún, la fluvial, en extensas zonas interiores la mejor o única forma de comunicación entre los alejados núcleos colonizadores, militares o misioneros, de manera que las comunidades hispanoamericanas, a la postre tendrían un relevante papel, si no principal protagonismo en la formación de los marinerismos de tierra adentro. Todo ello hizo que en el español americano el léxico marinero arraigara extraordinariamente, convirtiendo sus anteriores registros, propios de un especial oficio, en usos populares, mediante un curioso cambio semántico que formó los llamados marinerismos de tierra adentro, de los cuales en el Río de la Plata la adecuación de flete para designar el caballo es caso paradigmático, pero al fin y al cabo una muestra más de tantas otras particularidades léxicas que ayudan a darle carácter regional al español rioplatense. Sin embargo, además de estas dos causas generales, el viaje oceánico y las posteriores navegaciones litorales y fluviales, hay que contar con el papel de los mismos marineros en el trasvase semántico que muchos de sus específicos términos experimentaron en América, donde los de esta profesión tuvieron un notable peso so-
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cial, de modo que, según relata Murúa, de los «cinco hospitales famosos» que en su tiempo había en Lima, uno era «con título del Espíritu Santo, para curar marineros y gente de la mar» (Historia, 513). No sólo eso, sino que fueron muchos los marineros que desertaron al llegar a América, una suerte de emigración clandestina que evidentemente favoreció la difusión del marinerismo léxico más allá de las zonas costeras, pues, por ejemplo, de los 7.135 individuos contabilizados en las tripulaciones de la Carrera de Indias entre 1598 y 1610, nada menos que 2.966 se «ausentaron» al arribo a puertos americanos (Jacobs, 1991: 526). «Hombre de la mar» era aquel Álvaro andaluz que participó en la conquista de México y en tres años tuvo treinta hijos «en indias de la tierra», y Lizárraga relata su encuentro con uno de aquellos marineros «ausentados» al llegar a las Indias: «En la compañía caminábamos cuatro o cinco de conformidad; venía un piloto que huyendo de la mar quiso ver a Potosí» (Perú, 184). Pero la entrada ilegal de marineros continuó durante todo el período colonial, pues en documento del Consulado veracruzano del año 1803 se aconseja vigilar «la entrada, procedencia y pertenencia de los frutos y efectos, la pérdida de marinería que se experimente en las navegaciones en los puntos mortíferos y en la deserción» (Veracruz, 86). El marinerismo léxico convertido en uso no especializado, sino general, matiza frecuentemente el hablar de los hispanoamericanos, de cualquier zona de la que sean naturales, con notas diferenciadoras respecto del que es usual entre los españoles en su conjunto, lo cual, por ejemplo, se verifica en este pasaje de la prensa chilena: «Las suspensiones de vuelos por motivos sindicales, que en los últimos días dejaron a 5.000 pasajeros varados en el aeropuerto de Ezeiza»53. Santamaría recoge como mexicanismos varada y varamiento ‘el hecho de varar o vararse’, varadero ‘paso por las aguas donde las embarcaciones se varan con frecuencia, a causa de su poca profundidad, sobre todo al bajar la creciente’, y de vararse trae la acepción propia y general de ‘encallar la embarcación’, pero también la secundaria o figurada de ‘entorpecerse o interrumpirse un negocio’, con la nota «úsase más en la frase varársele a uno la canoa». No registra varar Morínigo, pero sí el adjetivo participial va53 La
Tercera, 15.1.2008, p. 3.
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rado con significados distintos al original o marinero, usuales en Argentina, Chile, Honduras, México y Nicaragua. El diccionario académico incluye varado con acepción figurada de difusión americana, así como las que responden a un cambio semántico de varar, a saber, ‘dicho de un vehículo, quedarse detenido por avería’, dada por general en América, y ‘quedarse detenido en un lugar por circunstancias imprevistas’, como venezolanismo.
UN ESPIGUEO DOCUMENTAL El español embarcado hacia América durante su viaje necesariamente se movería en un medio influido por el lenguaje marinero, pero la profunda impregnación de ese vocabulario especial el emigrado la experimentaría de manera más acusada y continua una vez asentado en tierras indianas. Meridianamente se comprueba esto en fray Diego de Ocaña, quien permaneció nueve años en el Nuevo Mundo (1599-1608), donde murió no sin antes haber escrito su relato, que es más autobiográfico que cronístico. Pues bien, en tan corto espacio de tiempo el fraile jerónimo, nacido en la población manchega de la que tomó su apellido, por consiguiente peninsular de tierra adentro, en su peregrinar indiano con toda naturalidad se sirve de vocablos originariamente náuticos hechos ya de uso general y por consiguiente sin su primitivo sentido técnico. Entre ellos alijar: «fue necesario apearnos porque los caballos no se podían ya llevar a sí mismos..., y así fuimos alijando la ropa y yo dejé el manto y el hábito puse sobre el caballo» (114); banda: «a la una banda de este río y de la otra son todos los indios de guerra», «hay un ramo de cordillera pequeña monstruosa que divide la tierra en dos partes, una a la banda de la mar y otra a la cordillera» (América, 109, 129); bojear: «por caminos nunca andados, subiendo y bajando cuestas por las quebradas de los ríos, íbamos bojeando los cerros» (123); flete, fletar: «alquilamos nueve mulas..., de suerte que de sólo fletes de las mulas pagamos ciento ochenta pesos por tres días de camino que hay hasta Panamá» (45), «las cuales yo hice con los oficiales reales que las fletasen en estos carneros porque van con más brevedad que las recuas de mulas» (167); matalotaje: «sin detenerme en todo el Paraguay y Tucu-
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mán en pueblo ninguno más de cuanto habíamos menester para hacer matalotaje para pasar adelante» (144); mazamorra: «aunque sin regalo, porque no había otro sino unas mazamorras de harina de maíz, puches o gachas, que allí llaman» (146). El franciscano Martín Ignacio de Loyola, guipuzcoano, probablemente eibarrés, emplea banda sin connotación náutica: «cerca de la ciudad de Manila, de la otra banda del río, hay un pueblo de chinos bautizados» (Viaje, 151), y con sentido figurado portañola: «se halló una choza hecha de palos y cubierta toda de tierra, con sola una pequeña portañola, que podían caber dentro como dos personas» (213). Maneja con toda precisión el tecnicismo marinero arrumbar: «se tomó la derrota al Esnordeste en busca de otra isla... gobernando ésta según su pintura y arrumbada en las cartas» (206), con precisión ubica geográfica y lingüísticamente la voz huracán cuando describe el trayecto entre Santo Domingo y Nueva España, con varias islas interpuestas, pues «cerca de ellas —dice— suele haber grandes huracanes, en la lengua de los propios isleños» (117), y conoce bien el particular uso marinero que brisa por entonces tenía: «en este puerto (Acapulco) se embarcan y caminan al Sudueste... por buscar vientos prósperos, que los hallan, los que llaman los marineros brisas» (140). El mercedario fray Martín de Murúa, también vasco, tenía a sus espaldas una larga experiencia indiana, sobre todo del mundo andino, cuando escribe el texto cronístico donde boje aparece con su primigenio sentido marítimo: «junto a Guayaquil está la mentada isla de Puná, que tiene doce leguas de boje» (Historia, 525). Pero son varios los términos de antigua impronta marinera que Murúa emplea semánticamente adaptados a situaciones de tierra adentro, y no podía faltar entre ellos el asendereado banda: «puestos de la otra banda se metieron así al lugar que tenían marcado», «haciendo salva con los arcabuces a los compañeros que estaban de la otra banda» (301), «los de una banda del río no podían pescar en la otra» (370), «que está de la otra banda del río» (511), «comenzó a obscurecer el cielo hacia la banda de la costa de la mar» (538), «al indio lo pasó en vuelo a la otra banda» (545). Junto a él en el corpus del mercedario figuran otros marinerismos originarios convertidos en americanismos léxicos, a saber, lastrar: «hay en esta villa hombres riquísimos y que, entre semana, andan con un vesti-
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do pardo de paño... y, entrando en su casa, la hallaran lastrada de barras» (572), matalotaje: «dejó en el bohío... cinco soldados y cuatro indios que le enviasen de comer, que allí había mucha comida que el Ynga tenía para su matalotaje» (302). Un fraile de vida itinerante y con tan larga experiencia americana como Lizárraga no podía ser ajeno a la terminología marinera ni a su adecuación semántica a la realidad geográfica del Nuevo Mundo entre los hablantes hispanoamericanos. El piloto español que iba a Potosí «huyendo de la mar» le explica el fenómeno que acababa de contemplar en el lago Titicaca, «preguntéle qué era aquello; entonces me dijo: aquella se llama manga de agua, y si cae en navío sin puente, sin remedio le anega...» (Perú, 185), y en su texto maneja símiles marineros con palabras que se convertirían en marinerismos de tierra adentro o voces de uso común, así cuando descubre el correr de los ñandúes por las llanuras argentinas, «viran como carabela a la bolina a otro bordo, dejando el galgo burlado» (415), y emplea marinerismos con explícita referencia a su procedencia: «este edificio era muy alto, y en circuito o de box, si como marineros nos es lícito hablar, debía tener poco menos de media legua», «tiene en torno, y si hablamos como marineros de boj, ochenta leguas y cuarenta travesías» (81, 183), «dos leguas de esta ciudad a la parte de poniente demora, hablemos como marineros, el puerto», «a la parte del oriente de toda la provincia de Tucumán demora, hablando como marineros, el Río de la Plata» (131, 422), «la playa de Arica es muy grande y muy conocida por un morro, así lo llaman los marineros, blanco, que desde muchas leguas en la mar se parece», «en medio deste gran despoblado de Atacama a Copiapó hay un cerro muy conocido, llamado Morro Moreno de los marineros» (146, 151); pero también sin alusión a la terminología marinera: «con estas garúas en los cerros y médanos de arena se cría mucha yerba y flores olorosas» (73), «el matalotaje de los caminantes es biscocho, queso y tocino», «aunque pasaban por las chácaras pedían comida y eran conocidos ser chiriguanas, ninguno les hacía mal, antes les daban matalotaje» (150, 334). Félix de Azara, en los últimos años del siglo XVIII y primeros de la centuria siguiente, no sólo dibuja una fiel estampa de lo que suponía el tránsito, sobre todo el comercial, por la inmensidad del Río de la Plata, sino que con toda soltura emplea términos de origen marine-
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ro, pero no con los significados que en este oficio tenían: emplea arribar con el sentido figurado de ‘llegar, alcanzar’, «no pudiendo las ventas portuguesas arribar al importe de nuestras mulas, asnos y caballos», «todas las minas o monedas de ambas Américas no arriban a la mitad» (Memorias, 22, 24); banda ‘lado, orilla’, «por haber constituido últimamente las guardias en su banda oriental, muchas leguas aguas arriba de su boca», «difícilmente podrá juntar 1.000 (milicianos) más en cada banda del Río de la Plata» (66, 107); y tiene como sinónimos conducta ‘transporte, conducción’ y flota: Alegan también que sus fuertes de Coimbra y Alburquerque son anteriores al tratado... y que sin ellos les sería imposible impedir la fuga de sus esclavos y la de los indios que habitan en sus pueblos situados a la parte oriental del río Paraguay, ni evitar la clandestina estracción del oro de Cuyabá ni asegurar sus conductas o flotas contra las invasiones de los indios infieles (57).
Pues una palabra clave en esta cuestión léxica como es flota la registra Santamaría en la frase hecha meter flota ‘acuciar, apremiar para que se obre con actividad’, y el diccionario académico la recoge en otras expresiones fijas y con varias acepciones figuradas, todas americanas, curiosamente; y sin nota regional la Academia incluye isla ‘manzana, espacio urbano delimitado por calles’ y ‘conjunto de árboles o monte de corta extensión, aislado y que no está junto a un río’, también con el significado chileno de ‘terreno más o menos extenso, próximo a un río, y que en años anteriores ha sido bañado por las aguas de éste, o lo es actualmente en las grandes crecidas’; pero el segundo de los referidos sentidos de isla que la Academia da como generales, como mexicano lo ofreció Santamaría. Sin perder de vista este conflicto lexicográfico, como tantos que dificultan el estudio sincrónico y diacrónico del español americano, es lo cierto que isla con acepción figurada se encuentra ya en Murúa cuando describe Oruro: «Fueron a aquel asiento de San Miguel de Hururo, que así se llamaba, a catear los cerros, que son siete, asidos unos con otros, que hacen una isla» (Historia, 557), de manera que con tales precedentes fácilmente se explica la existencia del argentino isleta ‘conjunto de árboles en medio de una llanura’. Aunque la Real Academia Española, en el
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Autoridades incluyera isla ‘un conjunto de casas, cercado por todas partes de calles’, en este caso sin ejemplo textual, en la entrada manzana emplea dicha voz como mero símil definitorio, ‘conjunto de varias casas contiguas que forman una a modo de isla con las calles que las rodean’, y Terreros, que no acoge isla con tal acepción, se atendrá a similar procedimiento para definir manzana de casas ‘aquellas que están como aisladas de calles’, lo cual parece indicar que este término con tal sentido no ha sido muy usual en España. Con definición semejante a las de Santamaría y la Academia atribuye Morínigo isla a México, Paraguay, Argentina y Uruguay, mientras que Corominas y Pascual añaden la acepción ‘paño de terreno entre hondonadas profundas’ para la provincia argentina de Mendoza (1980-1991: III, 465). Parecida cuestión vuelve a plantearse en el caso de navegar, verbo del que el diccionario académico desconoce cualquier acepción americana, y que con el significado de ‘transportar’, «conforme con la conocida tendencia criolla al empleo de términos náuticos para cosas de tierra firme», lo atestiguan Corominas y Pascual (1980-1991: IV, 219) en texto mendocino de 1686: «Los vezinos... desta ciudad... se sustentan del bino que cojen, navegándolo a las provincias del Tucumán y Río de la Plata... con las carretas que arman... fletándolas para conducir dicho bino». Y con este sentido, propio de un marinerismo de tierra adentro, está empleado ya n avegar como ‘transportar’ o ‘comerciar’ en relación de Hernandarias de Saavedra al Rey: «Las permisiones de harinas, sevos y ceçinas que V. M. se sirvió conceder a los vezinos desta ciudad... mandé pregonar que todos navegasen lo que les faltava por navegar de sus permisiones, porque pasado el dicho año no se avía de permitir», «otras diligencias que ante mí an hecho este año açerca de que se les dexen navegar más de dos mill hanegas que les faltan»54. El mismo verbo tiene en el norte de México el sentido figurado y popular de ‘sufrir, padecer o luchar’, así como en Sinaloa navío es ‘una planta cesalpiniácea’ (Santamaría), y en 1820 el Correo del Orinoco documenta en Venezuela navegar ‘transportar y 54 Informe del gobernador Hernandarias a S. M., Buenos Aires, 8 de mayo de 1609: AGI, Charcas, 27, R. 8, N. 65 /1/, 1r-v. Y téngase presente la navegación pampera en la estampa dieciochesca de Murillo Velarde.
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negociar’: «He establecido en él mi cuartel a fin de reunir alguna gente..., navegar los cacaos, organizar la marina y disponer cuanto sea capaz de restablecer el orden» (353). En los años en que la Independencia estaba decidiendo su suerte, la navegación se convierte en pura metáfora para pintar la figura de Simón Bolívar en situación comprometida para el Libertador: Los pueblos de Colombia tienen demasiada confianza en el Presidente del Estado, por ahora gefe de las armas: él ha sido y es no sólo el director, sino el criador (por decirlo así) de la Nave. Él ha buscado las maderas, ordenado el velamen y a sus continuos esfuerzos se debe casi todo lo que hay en ella. El rumbo y navegación es la obra de su extraordinario ingenio, y no es creíble, sin mudar la naturaleza del hombre, que quisiera estrellarla contra una roca para quedar él mismo, su reputación, su gloria y patrimonio sepultados junto con todos sus compañeros en el mar furioso de la venganza española (Correo, 369).
POR RÍOS Y EN CARRETAS Al español que llegaba a América le asombraba la inmensidad de aquellos cauces hídricos, el del Marañón comparado con el mismo mar por Murúa: «junto a un brazo de mar, que así se puede llamar aquel río grande», «el río Marañón, que tiene más de cincuenta leguas de boca y corre hasta la mar mil y quinientas, que quien le ve le juzgara por otro océano» (Historia, 302, 303, 466). Y el mismo fraile vasco resume en los siguientes términos su conocimiento de la abundancia fluvial de América del Sur: «Destas sierras (los Andes), que ordinariamente están nevadas poco o mucho, proceden los ríos; y algunos son tan grandes, profundos y anchos que se tienen por los mayores del mundo, como son el río Marañón de Orellana, el de la Magdalena, el de la Plata y otros famosos» (465, 466). El jesuita Murillo Velarde, a mediados del siglo XVIII describe el curso del Magdalena y nota que «se navega más de 150 leguas y en más de 300 no se vadea» (Geografía, 228), por lo cual se aprovechaba para introducir mercaderías desde el Caribe al interior de Nueva Granada, igual que se fija en semejante actividad comercial
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por el interior nicaragüense: «al oriente de León, en la boca oriental de la laguna, por donde sale el río que llaman Desaguadero y se meten por él con canoas las mercaderías que se llevan de Portobelo» (129), así como en las anegadizas planicies tabasqueñas: «es tierra llena de esteros, lagunas y pantanos, y assí se anda por ella en barcos y canoas» (116). A finales del mismo siglo en la vecina Chiapas se mantenía el transporte fluvial de mercancías, así en el recién fundado San Fernando de Guadalupe, donde el intendente dejó «completamente cumplido todo su proyecto y abierta la comunicación por agua con el Reyno de Nueva España, como aquellos días vino el bongo grande del precidio del Carmen por maíces y otros frutos, arrivando hasta la Casa Real de dicha población» (v. n. 45). En la precedente cita se menciona el bongo, término de origen africano, pero por los ríos americanos surcaron embarcaciones de los más diversos tipos y cualquier medio de navegación sirvió para su tránsito, como el que desde su experiencia personal describe Murillo Velarde: Tiene puerto en el río, que es muy ancho, por donde suben las mercaderías por el mar, y por tierra van a Quito. En este y otros ríos donde no hay puentes hay balsas de calabazas, en que se sientan los passageros y se pone la ropa, y un indio va nadando y tirando la balsa con la mano hasta la otra orilla, y assí passé el río de las Balsas entre México y Acapulco (Geografía, 258).
De modo, pues, que los españoles emigrados a América, y lo mismo les ocurriría a los criollos, se vieron en la necesidad de navegar tierra adentro por ríos y esteros, haciendo así cada vez más suyos términos que antes sólo pertenecían al lenguaje de los marineros, y la mayoría de esos indianos de nuevo cuño no habían sido hombres de la mar. Fray Gaspar de Carvajal, extremeño, con metáfora marinera, «que no fue poco para que nosotros saliésemos a puerto de claridad» (Amazonas, 226), expresa su alegría porque el saber de la lengua de los indios los sacara de grave apuro, y cuenta cómo en la hazaña amazónica de la que él fue partícipe se hubo de improvisar la construcción de un bergantín: «visto por el capitán el buen aparejo y disposición de la tierra y la buena voluntad de
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los indios, mandó juntar a todos sus compañeros y les dijo que... sería bien hacer un bergantín, y así se puso por obra», aunque «no había hombre entre nosotros que fuesse acostumbrado a semejantes oficios» (230). Las malas comunicaciones hacían que las grandes distancias americanas fueran muy difíciles de cubrirse, y así no extraña que Murúa en relación con «este dicho reino del Perú» hablara de «tierras tan remotas como son Santa Cruz de la Sierra y Paraguay» (Historia, 488). Fray Diego de Ocaña observará que «de este puerto de Buenos Aires hay dos caminos, el uno para el Paraguay y el otro para Tucumán, y también para Chile y para el Perú. El río arriba es el camino de la ciudad de Santa Fe, que es el primer pueblo del Paraguay» (América, 129). El fraile jerónimo se fija en la enorme extensión de la cuenca del gran Paraná, así como en su navegación: Este río es tan grande porque recoge todos los ríos que corren de la parte del norte, más de seiscientas leguas, que son sin número y todos caudalosos, que en tiempo de aguas no se vadean. Y por la parte del sur coge todos los que bajan del Paraguay, desde la cordillera, que son otras quinientas leguas y más. Y navégase en este río con bergantines, de ordinario, y algunas barcas (127).
Por el río se viajaba y traficaba en bergantines y barcas, en caballos y carretas por las inacabables llanuras argentinas: «ahora habemos de decir del Tucumán, al cual se va por el otro camino que dijimos..., todo por tierra llana, camino de carretas, sobre la mano derecha, hacia el norte», añadiendo el infatigable fraile manchego: Al primer pueblo que se llega es San Jerónimo de Córdoba, ochenta leguas y más del fuerte de Caboto... Aquí, en este pueblo, es toda la contratación del Paraguay, de Chile y del Brasil y de Buenos Aires, porque está en el paso de todas estas partes, y de aquí llevan los pasajeros carretas con bueyes para todas estas partes, donde llevan matalotaje para todo el camino, de lo que es menester, y las mercaderías que los navíos traen (136).
Las grandes distancias y el alejamiento entre los distintos lugares poblados de América del Sur, y del inmenso dominio riopla-
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tense en particular, están continuamente presentes en las observaciones geográficas de Ocaña y en el itinerario que él mismo recorre, con apuntes como éstos: «desde aquí (Santa Fe) se va a otro pueblo que se llama Las Corrientes, por el mismo río, que hay sesenta leguas», «desde aquí (Corrientes)... se va a otro pueblo que se llama el Río Bermejo y los españoles le llaman la Concepción; hay cuarenta y dos leguas todo de tierra llana y de mucha arboleda» (129), «para ir a Esteco hay noventa leguas y en ellas no hay río ninguno, sino algunas aguadas, a manera de pozos, a seis leguas y a ocho, que son las jornadas de carre t a s», «hay desde Las Corrientes a esta ciudad (Asunción) cincuenta leguas, por el mismo río por donde van los bergantines y barcas» (131), «van a un pueblo que se llama la Punta de los Venados, cuarenta y cinco leguas de Córdoba», «está San Juan de Cuyo veinticinco leguas de Mendoza, a un lado», «volviendo al otro camino real, que va desde Córdoba a Santiago del Estero, hay ochenta leguas», «de aquí se va a otro pueblo que se llama San Miguel de Tucumán, veinticinco leguas a un lado» (137), «a un lado de la misma sierra está otro pueblo que se llama La Rioja, cuarenta leguas de San Miguel», «por el otro camino de Santiago del Estero, que es el real, se va a Nuestra Señora de Talavera de Esteco, que está cincuenta leguas de Santiago» (138), «desde aquí (Las Juntas) se va a la ciudad de San Bernardo de Lerma, valle de Salta, que es otras veinticinco leguas..., desde aquí se va a San Francisco de Álava de Jujuy; hay catorce leguas» (139). La extensión territorial, el distanciamiento de los núcleos de población y la propia configuración del terreno condicionaban el desarrollo de la colonización, inevitablemente relacionada también con las posibilidades comunicativas y con el comercio, lo que impulsó la expansión chilena transandina, como fray Diego de Ocaña reconoce a propósito de las fundaciones de Punta de los Venados, «pueblo nuevo, para refugio de los pasajeros que pasan a Chile en los seis meses del año que se abre la cordillera», de San Juan de Cuyo y de Mendoza, que «aunque están destotra parte de la cordillera son de la Gobernación de Chile porque los poblaron gente de allá para abrir camino y tener comunicación con los de Tucumán» (137). Lo contrario dificultaba el poblamiento de una región y favorecía la prolongación del aislamiento entre los primeros sitios fundados por los españoles, situación que exigía la aper-
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tura y mantenimiento de vías de comunicación o el aprovechamiento de las ya existentes, las fluviales, sobre todo, en el caso de los llanos rioplatenses, donde aun cuando el urbanismo y la población aumentaron a lo largo del siglo XVII, ese crecimiento fue mucho menor que el experimentado en otras partes de América del Sur (Morales Padrón, 1988: 292). Por eso pocos años antes de la Independencia Félix de Azara alude a las provincias de Chiquitos y Moxos como «las más pobres, sin comercio ni comunicación» (Memorias, 64), desaconseja un trazado fronterizo con los portugueses del Brasil por ser el territorio «muy distante de otros establecimientos, sin franca comunicación por ríos» (54), igual que le llama la atención la dispersión de la población rural rioplatense y el hecho de que la mayor concentración urbana se diese en puntos litorales, «este desparrame general no tiene otra excepción que la de las pocas ciudades, por estar en puertos» (10), y aun reconociendo que en las pampas «todos los caminos son llanos y correctos, que las bestias de transporte valen poquísimo», su preferencia por el tráfico fluvial sobre el terrestre es manifiesta, pues «por fortuna nuestras vastas campañas son atravesadas por tres o cuatro ríos de primer orden y por otros muchísimos que les tributan siendo navegables con buques de buen porte y otros con embarcaciones chatas» (25). Y Miguel de Lastarria por los mismos años observaba: «Los bosques son inmensos sobre sus tres mayores ríos (los tres primeros por navíos grandes) y cuyas largas riberas son un astillero continuado donde ha sido construido el mayor número de zumacas, bergantines, faluchas y lanchas en que se trafica por estos puertos del gran Río de la Plata compuesto de aquellos» (Colonias I, 20v).
EL CABALLO EN LA SENDA DEL MARINERISMO Así, pues, la navegación fluvial y costanera fue intensa en los territorios rioplatenses, imprescindible para asegurar las comunicaciones y el comercio en extensa parte de ellos, lo cual permitió la familiarización de muchas comunidades americanas con la terminología marinera, por el continuo trato con el tráfico de toda clase de barcos y con la construcción naviera, pues esas poblaciones solían estar preferentemente asentadas en las proximidades
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de los grandes ríos. Pero naturalmente la comunicación y el comercio entre pueblos y ciudades también se daba por tierra, y por los caminos terrestres se difundieron las palabras marineras semánticamente adaptadas a una realidad de tierra adentro, dando lugar su popularización a las más variadas acepciones figuradas, ajenas a los usos que esos términos habían tenido entre los hombres de la mar. El cuadro fue de trazos semejantes en distintas zonas de América, por lo cual nada de particular tiene que acarrea r y acarreo (o acarret o) pronto se refirieran también a la navegación por río, según el siguiente testimonio de Diego de Ocaña: «Aquí hay falta de comida porque no tiene tierras para ello y así se trae todo de acarret o en canoas por un río de los términos de Osorno» (A m ér ic a , 110). En el caso de Argentina las ciudades se ubicaban a orillas del Paraná y a lo largo de la Carrera Real, camino carretero frecuentado por quienes viajaban entre Buenos Aires, el Alto Perú y Lima, transporte que también permitía la orografía pampera hacia lugares alejados de esa ruta principal. Y el mismo fraile manchego Diego de Ocaña conocía las carretas de bueyes que recorrían las llanuras argentinas con «matalotaje para todo el camino, de lo que es menester, y las mercancías que los navíos traen». También escribe Ocaña: «Desde aquí (San Bernardo de Lerma, valle de Salta) se va a San Francisco de Álava de Jujuy. Hay catorce leguas, todo sierra y pantanos y ciénagas y ríos; y desde aquí hasta el Paraguay es todo de tierra llana, que se anda todo con carretas, aunque hay algunos montecillos, pero el camino va siempre por llano, que son más de cuatrocientas leguas» (139). Y lo mismo que el jerónimo ha señalado el lugar donde se construían los bergantines del Paraná, identificará el sitio, San Miguel de Tucumán, donde se hacían las carretas para el transporte por las pampas: «por la mucha madera que tienen se hacen aquí todas las carretas que se gastan en el servicio de esta Gobernación» (138). Será en el siglo XVIII cuando Murillo Velarde recoja la noticia del arribo a Buenos Aires de una flota cargada de productos españoles y europeos, enlazándola con una imagen bastante detallada de la carreta pampera, y, lo que más importa destacar ahora, con implicación de los términos navegar y navegación:
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Desde Buenos Ayres azia el poniente hay grandíssimas llanadas, o pampas, y casi del todo despobladas, y no se ve en todo el campo ciudad, casa, castillo, monte ni árbol. Parecen un mar immenso de tierra, lleno de yerva crecida: navégase por estas campiñas en carretas muy grandes que tiran varios bueyes y en que, como si fuera verdadera navegación, se lleva todo lo necessario para el camino. La carreta es la casa en que va el catre, la leña, el agua, la comida y toda la demás provisión, porque en pocos parages del camino hay agua y leña (Geografía, 322, 323),
aunque fray Reginaldo de Lizárraga ya había contemplado la inmensidad pampeana con ojos marineros: Los campos y llanos son espaciosísimos, porque así como estando en alta mar no vemos sino cielo y agua, así en aquella provincia de Esteco para adelante no vemos sino cielo y llanuras; estas corren más de 400 leguas sin que se halle ni se vea un cerrillo, ni casi una piedra (Perú, 412).
Con razón se ha dicho que «para las ciudades mediterráneas los arrieros y sus recuas de mulas cumplían el papel de flotas de barcos» (Lacoste, 2008: 65); el símil de Murillo Velarde sobre la navegación de las carretas por las pampas es muy representativo del maridaje entre el transporte marítimo y fluvial y el que tenía lugar por el «mar» pampero, y en 1781 fray Francisco Murillo emplea boj ea r ‘discurrir un cauce fluvial’: «el once caminamos a (sic) salir el sol; reconocimos boj eaba el río con mucha variedad y tenía a sus márgenes barrancas tan eminentes...», descubre la práctica de la arriería en la construcción o arreglo de embarcaciones: «donde havía dicho Cornejo dejado el barco con mi gente, cargas y cuatro arrieros con el fin de trabajar mi canoa», registra fletar ‘alquilar’ cabalgadura, «havía fletado caballo para venirse», y certifica la identificación que a efectos prácticos el indio chaqueño hace entre la canoa y el caballo: El veinte y uno, saliendo al amanecer, a la legua de camino encontramos una ranchería al lado del norte, de unos 150 de toda chusma, que nos estaban aguardando entre unos zauzes, y uno de ellos en voz alta dijo: «Si no hay tabaco, no hay caballo». Compre-
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hendile el misterio y atracando mi canoa, que para él era el caballo, dándoles tabaco y otras regalías, pasé55.
Se manifiesta aquí la estrecha relación que para un natural del inhóspito Chaco se daba entre el transporte por río y el terrestre, pero también que esa identificación no era sólo propia del inculto indígena, sino que había calado en la sociedad criolla rioplatense, de donde que el caballo acabara llamándose f l et e («y cáibamos al cantón / con los fletes aplastaos», estr. 114 del Martín Fierro). Efectivamente, fray Francisco Murillo emplea f l etar caballo, pero este verbo y el sustantivo f l ete en pleno siglo XVI se aplicaron en Indias al arriendo de cualquier medio de transporte, de canoas, camélidos andinos, caballos o mulas y carretas, por lo cual f l et e ‘caballo rápido y de buena estampa’ ha encontrado una amplía difusión, pues Morínigo lo registra en Argentina, Uruguay, Bolivia y Colombia. Pero tan significativo o más que el referido cambio semántico, como expresión de la profunda popularización que esta palabra tomada de la profesión marinera alcanzó en tierras indianas, es la polisemia que allí adquirió f l et e, con acepciones figuradas como las que este lexicógrafo consigna: ‘conquista de prostituta callejera’ en Cuba, ‘compañía amorosa o galante, tanto en hombres como en mujeres’ en Perú, con el derivado verbal f l et ear ‘proferir palabras agresivas’, ‘agredir’ en Argentina, Chile y Perú, ‘despedir de un empleo’, ‘echar a alguien de un sitio o reunión’ en Argentina, ‘largarse’ en México, Cuba y Colombia, ‘fastidiarse’ en Guatemala, y junto a las locuciones salir fletado ‘salir a escape’ usual en Cuba y México, y s alir sin flete ‘íd.’ en Colombia y Venezuela. De todos modos, flete como marinerismo de tierra adentro encuentra su máximo arraigo en el mundo rural rioplatense, en lo que a buen seguro mucho tiene que ver la legendaria figura del gaucho, consumado caballista, según Azara poco amigo de las armas de fuego por «la incomodidad que les causa su cuidado y el llevarlas a caballo para correr, en que consiste toda su delicia», «estas gentes cuyo encanto es estar siempre a caballo y correr tras de los toros» (Memorias, 5, 10), igual que por los mismos años vería a los gauchos 55 Diario de Fr. Francisco Murillo, Buenos Aires, 1781: Biblioteca Nacional, ms. 18758-1, 5r, 8r.
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Miguel de Lastarria, también como hábiles boleadores y prácticos en el rodeo (Colonias II, 118v-120v), y poco después Darwin, quien asimismo se fijó en su fisonomía y modales (2008: 58-60). No es meramente anecdótica, desde luego, la metáfora marítima de los llanos rioplatenses, de Lizárraga y Murillo Velarde, que de alguna manera explica que en el español de Argentina abra haya llegado a significar ‘campo ancho y despejado en medio de un bosque’, bajío ‘terreno bajo’, costear ‘pastorear el ganado’, también en Uruguay, embarcadero ‘corral con salida en rampa que sirve para embarcar los animales en vagones de tren’, embicar ‘embestir derecho a tierra con una embarcación’, ensenada ‘pequeño potrero cercado’, falucho ‘zarcillo en forma de trébol’, ‘sombrero de gala de dos picos y ala abarquillada que usan marinos y diplomáticos’, playa ‘explanada, lugar espacioso y llano destinado para usos especiales en los poblados y establecimientos industriales que ocupan mucha superficie’, ‘en las estancias, el lugar destinado a la esquila’, rumbeador ‘persona con pericia y buen instinto para encontrar el rumbo conveniente en bosques o desiertos, baqueano’, rumbear ‘tomar rumbo, orientarse’, travesía ‘región vasta y desierta, generalmente sin agua’ (Morínigo). Este estudioso señala una extensión americana mucho mayor de bajío con el referido significado y añade su acepción mexicana de ‘terreno plano y amplio de labor, sembradío en lo alto de las mesetas’, amplía el uso de embicar con el sentido consignado a Paraguay, Uruguay y Chile, localiza en Cuba su acepción de ‘embocar, acertar a introducir una cosa en un hoyo o cavidad’ y en México las de ‘embrocar una vasija o ponerla boca abajo’, ‘beber’, mientras Santamaría añade la de ‘poner proa derechamente a la tierra la nave, y aun encallar por tal motivo’, que también hace propia de Argentina y Chile. Que rumbo y sus derivados puedan tener esas acepciones y usos en América es natural desde el momento en que Darwin, de su estancia en Uruguay, recordara el siguiente detalle: «Causó la más viva admiración que un extranjero como yo conociera el camino (porque dirección y camino son sinónimos en esta campiña) para los sitios en que nunca había estado» (2008: 57). Y la chilena Peña y Lillo, en la segunda mitad del XVIII frecuentemente emplearía rumbo con sentido figurado, así: «me veo tentadísima por muy diferente rumbo», «otras veses vienen estos egsesos de amor por otro rumbo», «después de
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haber pasado tres meses en este martirio, sin sesar día ni hora, empiesa ahora por otro rumbo» (Cartas, 1, 29, 38).
ENTRE EL RÍO DE LA PLATA Y MÉXICO En la epopeya gauchesca el mismo apodo del protagonista es consecuencia de la importancia que la navegación en su vertiente comercial tuvo en la formación del léxico americano, en cierto modo algo parecido a lo que ocurrió con flete ‘precio del alquiler de una nave’, pues fierro, que en el habla de los gauchos tuvo el significado de ‘arma blanca’, con varias acepciones se conserva en toda América. Originario dialectalismo norteño, propio de las ferrerías leonesas y sobre todo de las vascongadas, con este nombre se embarcaban hacia las Indias las manufacturas de hierro (azadones, clavazón, machetes..., de fierro), uno de los productos más rentables de la exportación española en época colonial, pero, cesado este comercio marítimo, fierro se mantuvo en el español americano mientras en la Península se retraía a sus cuarteles de invierno septentrionales, donde su declive fue continuo desde la derrota metropolitana. Semejante ejemplo del peso que el flujo comercial procedente de la metrópoli tuvo en los usos léxicos hispanoamericanos se halla en la voz mamajuana de estos versos del Martín Fierro: Pues siempre la mamajuana vivía bajo la carreta, y aquel que no era chancleta, en cuanto el goyete vía, sin miedo se le prendía como güérfano a la teta (estr. 39).
Efectivamente, en los galeones de la Carrera de Indias se transportaban «damesanas de vino de Francia», según en otra parte del documento (1999: 306), y damesana con la variante damasana pervive en buena parte de América, mamajuana al menos en Argentina, Colombia y Perú, formas que, junto a damajuana, son adaptaciones al español del francés dame-jeanne, en el caso de mamajuana
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seguramente mediante etimología popular. Vino de Burdeos contenido en estas vasijas bebía la oficialidad de los galeones y paquebotes del siglo XVIII, y su venta en América alcanzaba elevados precios, pero también se emplearían para llevar vinos y licores españoles, pues entre las capturas hechas a los realistas por una columna bolivariana había «cinco damesanas de aguardiente de España, cinco botijuelas de aceite de Castilla...» (Correo, 351), y en texto bonaerense de 1796 se relata el trágico suceso causado por la explosión de la pólvora que iba a ser transportada en damasjuanas, con los dos elementos de esta composición léxica en plural: Estando dos negros y un mulato esclavos en el patio de una casa pequeña... limpiando una porción de pólvora de D. José Chilabet contenida en seis barriles para embarcarla en damas juanas y remitir al Paraguay, y arrojando la que quedaba de la limpiadura a un basurero immediato, adonde acababa de tirar el mulato una punta de cigarro que aún mantenía fuego...56
Hay palabras extraordinariamente representativas del maridaje que en América se produjo entre el tecnicismo náutico y el léxico común del español que al otro lado del Atlántico estaba desarrollando peculiaridades regionales. Así, patache mantiene en Argentina un sentido cercano al originario, ‘embarcación pequeña, plana de fondo, destinada a llevar cargas’, con la variante pat ac h o también usual en el Paraguay, pero esta voz en Honduras y México significa ‘pequeña recua de mulas’, ‘recua diestra en el oficio de cargar y viajar’ (Morínigo), como patachero tiene el sentido mexicano de ‘arriero que maneja un patacho’, similarmente a los casos de chinchorro ‘rebaño pequeño, manada de menos de cien ovejas’ y también ‘recua pequeña’, de donde chinchorrero ‘arriero’ (Santamaría). De manera que con patacho se comprueba cómo el nombre de una embarcación ha acabado asociándose al transporte mediante tracción animal, igual que ocurrió con chinc h orro, término que no sólo significa ‘red de pescador’, sino asimismo ‘pequeño barco de pesca’, acepción ésta que atestiguo 56 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio. 1796-1797 (v. n. 17): Buenos Aires, septiembre de 1796, 1r-v.
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en documento malagueño de finales del siglo XV, la de ‘pequeño ganado’ («cortos chinc h orros de obejas y vacas») en texto novohispano de 1743, y la de ‘red de pescador’ en otro indiano de hacia 1614 compuesto por un sevillano, y en corpus peruano de 1782-178657. Revelan estas referencias diacrónicas y diatópicas coherencia histórica y dialectal, la de un término de relación andaluza y canaria, con posterior irradiación americana. Pero esta perspectiva no queda clara en el diccionario académico, que en su edición de 2001 recoge chinchorro con las dos acepciones originarias sin nota regional, es decir, como voz de difusión general, todo, a mi parecer, porque en el Autoridades al significado ‘especie de red a modo de barredera que usan los pescadores en España’ se le atribuye, como se ve, uso común, indicándose además sobre dicho aparejo que «es semejante a la xábega». Ahora bien, tampoco a propósito de jábega señala su regionalismo el diccionario dieciochesco, y, sin embargo, de jabeguero ‘pescador de xábega’ se dice que «es voz mui usada en Andalucía»58, y en el setecientos un corpus onubense contiene los dos vocablos como nombres de barcos de pesca: Oy todavía se trafica en Huelva con 25 barcos viageros, sin contar las jábegas, cazonales, labadas, chinchorros y otras muchas embarcaciones, que se emplean en la pesca, ocupan gran parte del pueblo y surten de pescado la villa y todo el reynado de Sevilla (Mora Negro, 1761/1987: 142, 143).
Así, pues, chinchorro pasa a América con dos acepciones marineras (‘red’, ‘embarcación’), que mantiene en su nueva y muy ampliada geografía lingüística, donde adquiere nuevos significados que hacen al vocablo marinerismo de tierra adentro, guardándose en este caso la referencia a su uso originario al tiempo que se añade el cambio semántico que lo desvió de él, convirtiéndolo así en 57 Datos
que doy en 1994 (126, 130) y 1999 (140, 228). hecho, en el mismo documento malagueño de finales del XV donde registro chinchorro también se halla jábega: «tiene çinco fijos con dos barcos e dos xábegas», y sobre el andalucismo de jábega debe tenerse en cuenta, aparte de la documentación arriba citada, que era de Almeria la primera autoridad, López Tamarid, sobre esta palabra aducida por la Academia. 58 De
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término común, ya no exclusivo de los hombres de la mar59. El estrecho contacto alcanzado por los hispanoamericanos con la terminologia náutica y su empleo corriente en tierras del interior explican también que brulote adopte las acepciones figuradas de ‘palabrota’ en Bolivia y Chile, y de ‘escrito incendiario’, ‘dicho provocativo y soez’ en dominios rioplatenses, y el contacto con los hombres del mar da cuenta también de que en Chile, Perú y Ecuador exista el baile popular llamado marinera (Morínigo). En el Correo del Orinoco también se reconoce la importancia que tuvieron los cauces fluviales y el cabotaje para el transporte de mercancías, pues uno de los artículos de la «Ley sobre prohibición de importar varios artículos y arreglo de comercio de un puerto a otro de la República», dictada por el Congreso General, que en sus páginas se publica, concede la siguiente exención: «Que los capitanes de los puertos no cobren derecho alguno a los buques sin quilla que hacen la navegación interior o de costa conduciendo víveres...» (505). Pero tampoco faltan en este corpus periodístico noticias sobre situaciones de comunicación terrestre impracticable cuando «las lluvias... son insuperables», según relata cierto comunicado militar, en el que el jefe independentista dice que «como estos caminos son casi intransitables, dispuse, a fin de no inutilizar los soldados en tan penosa jornada, embarcarme por el río con la tropa» (353). Y un parte del general Páez relata: El 11 llegué al paso del río, y habiendo experimentado en el tránsito la imposibilidad de seguir adelante la infantería por las inundaciones de las sabanas, la hize contramarchar a la isla, y seguí con la caballería destinada a emprender sobre Guanare y otros puntos del occidente de Caracas (148).
59 Del sentido ‘red’ se pasó al de ‘hamaca tejida en forma de red’ en Colombia, República Dominicana, Panamá, Puerto Rico y Venezuela (Morínigo), que Santamaría extiende a algunas zonas de México. De la misma acepción derivó la de ‘rebaño pequeño’, que se guardaría de noche protegido por una red (véase el étimo de redil), y la de ‘recua pequeña’, en referencia ya al transporte terrestre. La polisemia americana de esta palabra se enriquece con las menciones que el mismo Morínigo recoge de ‘tiendecita pobre’ en la República Dominicana y Puerto Rico, ‘grupo de casuchas o cuartos de alquiler’ en Costa Rica.
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La familiaridad con la navegación que el Correo revela se corresponde con la adaptación de voces marineras a otros significados, los que llamamos marinerismos de tierra adentro, y así se encuentra con sentido figurado escollar ‘fracasar, malograrse’, «que así se escollarán siempre los esfuerzos de los viles defensores del tirano de España» (231), americanismo que da como argentino y chileno Morínigo y con él la Academia en su diccionario, curiosamente sin registro en los venezolanismos de Tejera y de Núñez y Pérez. Palangre ‘engaño o fraude, negocio oportunista’ sí es recogido en estos dos compendios de vocabulario de Venezuela, y el marinerismo léxico ya figura en el corpus bolivariano con sentido metafórico: «su hermano D. Juan no es el que era cuando V. estubo aquí; hoy ha hecho unos palangres de pescar, veremos su pesquería» (357), igual que sucede con mogote ‘conjunto intrincado de arbustos y bejucos que se destaca en la sabana’ (Tejera), ‘grupo de arbustos, maleza que crece en un terreno’ (Núñez y Pérez): «que ya los bejucos nos salen por las orejas, narices, boca y ojos, de suerte que cuando nos vayamos a los Llanos, cada persona es un mogote de bejucos» (338). Plan ‘llano, planicie’ es otro marinerismo originario con alteración semántica, que consta en noticias mexicanas publicadas en el Correo del Orinoco: «y que Rincón se había retirado con su tropa al plan del río» (483). Finalmente, por no alargar en exceso la ejemplificación, rumbo es ‘picada, trocha’ en Bolivia y México (Morínigo), pero con el sentido de ‘camino, especialmente el que está fuera de lugares poblados’ asimismo lo dan como venezolanismo Núñez y Pérez, y efectivamente el marinerismo de tierra adentro se documenta en el periódico de Angostura: «el enemigo sufrió demasiado en todo el día, en cuyo tiempo se descubrió un gran rumbo por el fondo de la casa cubierto de bosques que impidieron observarlo en los choques de la mañana», «y haciendo un ataque falso por el frente, mandé cargar por el rumbo descubierto» (148)60. 60 En estas citas, se refieren al asedio a una casa ocupada por realistas, rumbo seguramente no significa ‘camino’, sino ‘hundimiento, brecha en un muro’, pero no dejaría de tratarse de un marinerismo de tierra adentro, relacionado con la acepción ‘cualquier agujero que se hace o se produce en el casco de la nave’, dada como propia de la marina por el diccionario académico.
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El uso que mogote ocasionalmente tuvo entre navegantes (O’Scanlan, 1831/1974: 371) se mantiene en la obra de Murillo Velarde, pero también con referencia fluvial: «en el río, en la costa y en el golfo de San Lorenzo hay varias islas y mogotes» (Geografía, 366), y lo mismo verifica este corpus respecto al empleo de placer: «a la punta de dicho cabo hay un placer o baxo de más de 20 leguas», «al poniente de estos baxos hay dos placeres con algunos arrecifes» (128, 363, 366). Pero ya se ha visto la transformación semántica experimentada por mogote en el texto venezolano, y grande es la distancia significativa recorrida por placer desde su sentido marinero a las acepciones colombianas ‘terreno limpio, listo para la siembra’, ‘solar, terreno’, y a la cubana ‘campo, terreno’ (Morínigo)61, ‘yacimiento, mina’, ‘criadero o lugar en que se encuentran perlas’ (Tejera), el segundo significado también en México y en otras partes de América (Santamaría). Buena parte de los marinerismos de tierra adentro se acuñaron antes de la Independencia, lo cual de alguna manera explica que bastantes se hicieran comunes o muy extendidos en el español de América, aunque desde luego algunos términos de los de esta clase son de ámbito regional y en lo que precede varios han sido consignados, generalmente también de considerable antigüedad. Así, braza es principalmente medida de longitud náutica, pero el diccionario académico asimismo recoge esta voz como medida agraria usada en Filipinas, lo cual supone un considerable poso tradicional, al par que registra brazada como sinónimo anticuado de braza. Pues bien, brazada por braza ‘medida de longitud generalmente usada en la marina’ se conserva en Colombia, Guatemala, República Dominicana, Venezuela y Río de la Plata, y en México como ‘unidad de medida para la venta de piedras de mampostería’, según Morínigo, aunque Santamaría añade que en algunos estados mexicanos braza es ‘medida de superficie más o menos equivalente a la filipina’62 y que en el de Veracruz «se da este nombre a 61 El diccionario académico recoge el cubanismo con mayor precisión definitoria: ‘campo yermo, o terreno plano y descubierto, en el interior o en las inmediaciones de una ciudad’. 62 No es casual esta coincidencia léxica entre el español de Filipinas y el de México, si se tiene en cuenta la estrecha y duradera relación de ambos dominios en tiempos virreinales, de la que es exponente el galeón de Manila.
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una garrocha como de dos metros de largo, llamada también brazada». Pues bien, un texto satírico novohispano de 1708 descubre el empleo de braza de piedra de sentido acorde con el referido por los lexicógrafos americanistas a la voz sufijada: Quéjase el señor doctor don Gaspar de León, porque dice que está muy corto el estipendio de la propina y que ha gastado más de una braza de piedra que compró para espantar las gallinas que se le vuelan a la azotea (porque es tan ingenioso que nada se le va por alto) y para apedrear los cacomiztles (Madroñal, 2005: 463).
Lo característico del español americano en todo su dominio geográfico es ese trasvase de tecnicismos marineros al uso común mediante el cambio semántico, rasgo resultante de la familiaridad de muchos hablantes con la navegación marítima y de la extensión de su terminología a la fluvial, de donde que el marinerismo de tierra adentro se encuentre incluso en las zonas más interiores de América. De ahí también que un término náutico como b at elón, sufijado de bat e l, haya llegado a significar ‘canoa’ en Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú (Morínigo), como que bote y el afroamericanismo bongo se hagan sinónimos en el Correo (400), donde se atestigua embals a r, derivado de b a ls a, con el significado de ‘atravesar un río, laguna, etc., en una embarcación cualquiera’, que como propio de Colombia lo da Morínigo, junto a su deverbal emb a ls e, sin registro en este lexicógrafo, ambas voces presentes en el oficio de un comandante realista, tal vez criollo, al gobernador de Santa Marta: Recibí a las once del 28, por el capitán del cuerpo don Rafael Cisneros su muy atento oficio del 25, en que me avisaba debían unírseme 200 hombres que estaban ya en Sitio Nuevo y para cuyo embalce tenía ya, a fuerza de diligencias y dinero, listas las barquetas necesarias por Santo Tomás y Ponedera..., habiendo dado aviso... de que estaba obligado e iba a emprender mi retirada, todo con el fin de evitar embalzasen y se hallasen comprometidos, si dudaban mi movimiento (326).
Independientemente de los mayores o menores obstáculos que presentaran las diversas rutas terrestres, eran comunes a todos los
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dominios indianos las enormes distancias que mediaban entre los diferentes núcleos habitados, de manera que en muchas zonas la arriería cobró una gran importancia comercial, no sólo en el Río de la Plata, sino también en Nueva España, donde este oficio se vio sometido a una estricta reglamentación en el siglo XVIII (Suárez Argüello, 1997), cuya importancia económica pone de relieve esta respuesta a cierto cuestionario de 1831: «Lo general de la lana que producen los ganados de esta especie que hay en el Estado (de Durango), se vende a los arrieros que trafican y la conducen a los obrajes de Aguascalientes, Guadalajara, a muchos pueblos del Bajío y a Querétaro» (Saravia, 1982: 96). Como desde la navegación marítima y fluvial se difundió por los espacios interiores parte de su terminología semánticamente adecuada a ellos, de donde los mexicanos chinchorro y patacho ‘pequeña recua’, chinchorrero y patachero ‘recuero, arriero’, o flete ‘la carga misma que se transporta por cualquier medio’. Este sentido de flete lo comparten otras hablas hispanoamericanas, como ocurre con fletar ‘alquilar un vehículo cualquiera, o una montura para el transporte’, del cual dice Santamaría que «por acá le aplicamos igualmente a mar y a tierra: lo mismo se fleta una nave que un atajo de burros», y aquí han de mencionarse las acepciones ‘embarcación, carro o carreta que se alquila para transportar personas, mercaderías y otras cosas’ y ‘arriero’ referidas por dicho lexicógrafo a fletero. El transporte por tierra no dejó de contribuir con algún préstamo al léxico del acuático, de lo cual ejemplo curioso es trajinera ‘chinampa, piragua o canoa que sirve al indio para trabajar diariamente, sobre todo a la india, en Xochimilco, vendiendo flores, comidas y bebidas’, con el correspondiente trajinero ‘que trabaja viajando o haciendo transportes en una trajinera’ (Santamaría)63. Lo cierto es que en el umbral de la Independencia en México, como en otras partes de América, las comunicaciones continuaban siendo un problema acuciante para el desarro63 Mientras que en el español común trajinera no existe y trajinero ha tenido el significado del cat. traginer ‘arriero’, del que es préstamo (Corominas y Pascual, 1980-1991: V, 576). En carta del gobernador de Costa Rica del 1 de febrero de 1639 se lee: «hice abrir y que se trajinase, como se trajina el puerto de Matina de esta provincia, que por otro nombre se dice Punta Blanca, correspondiente a Puerto Belo y Cartagena de la Mar del Norte, por donde entran y salen géneros de Castilla y de esta provincia» (Medina Encina, 2001: 16).
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llo del comercio, de gran repercusión social, con implicaciones lingüísticas por consiguiente, situación que, aun cuando quizá con alguna exageración, pintan estas palabras de la Memoria que en el Consulado veracruzano se leyó el 10 de enero de 1803: Cualesquiera hombre sensato y observador se admirará de que dependiendo la riqueza pública del expedito tráfico ultramarino no exista en Nueva España camino, puente, posada, río navegable, canal, ni recurso alguno de los muchos que lo facilitan y aumentan en todas partes, y que el único puerto de mar padezca todavía los vicios y defectos que debieron remediarse muchos años hace (Veracruz, 92).
A MODO DE CONCLUSIÓN Los marinerismos de tierra adentro están entre los vocablos que mejor caracterizan el léxico del español de América y lo distinguen del de España. Son resultantes del proceso histórico por el cual palabras en su mayoría de procedencia europea se acomodaron semánticamente a las circunstancias indianas, dando lugar a muchos de los llamados americanismos léxicos, y en este caso se trata de términos náuticos que a su significado técnico o especializado en el oficio marinero añadieron otro usual para el común de los hablantes. En el curso de tales cambios semánticos mucho tuvo que ver la familiarización de emigrados y criollos con la Carrera de Indias y con la navegación de cabotaje, pero tanto o más determinante resultó ser la fluvial, pues en extensos territorios los grandes ríos americanos fueron el mejor medio para la comunicación y el transporte. El estudio documental de este grupo de voces revela que el fenómeno semántico en cuestión es propio de todo el español americano, aunque haya marinerismos originarios que se han hecho de difusión general y otros regionalmente particulares, que viene de antiguo, pues en lo fundamental aparece conformado antes de la Independencia, y que en su motivación fueron determinantes el factor geográfico y el social. Significativa es la coincidente imagen con que a fray Diego de Ocaña se le representa la fundación de Punta de los Venados en los Andes, «para refugio de los pasajeros» durante «los seis meses
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del año que se abre la cordillera», que permitía el contacto de Chile con Tucumán, y la de Corrientes a orillas del Paraná, «para refugio de caminantes», a fin de asegurar la comunicación de Buenos Aires con Asunción, y del Paraguay con el interior argentino (América, 129, 137); pero igualmente ilustrativo es su empleo de pasajeros para quienes iban por ruta terrestre y de caminantes para los que seguían el curso fluvial. La indiferenciación semántica seguramente no es casual, sino resultante de una imperiosa necesidad de disponer de vías expeditas en territorios inmensos y de población tan escasa como dispersa, que frecuentemente encontraban importantes obstáculos naturales y casi siempre la dureza de las grandes distancias. Uno y otro extremo todavía resultan determinantes para el comercio rioplatense poco antes de la Independencia, en el primer caso como indirecto recordatorio de lo que mucho antes había advertido Ocaña: Los fletes de las carretas han subido hasta 100 pesos, y algunas se han fletado a 110, haviéndose unido para ello los troperos con la noticia del aumento en el precio de los frutos del país en Buenos Ayres. La cordillera aún subsiste abierta, y los fletes de arria a 8 pesos. El arrós, sin embargo de propagarse con tanto exceso en el Tucumán, conserva un precio mui alto, por serlo sin duda el de su condución a la capital de Buenos Ayres, o por no haverse aún perfeccionado las máquinas para descascarlo con facilidad64.
En anotación del 24 de octubre del mismo año referida a Montevideo se dice que «los efectos y precios en dicho puerto guardan igual proporción con los de la capital de Buenos Ayres por su inmediación a ella, y lo mismo sucede con Santa Fe y Corrientes», mientras que en julio de ese 1797, de nuevo sobre Mendoza, se expresa la queja de que «el flete de carretas está a 110 pesos hasta la 64 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 1796-1797: Buenos Aires, mayo y junio de 1797, informes sobre Mendoza. Nótese que la primera cita contiene los americanismos tropero y arria, originados en los usos léxicos del transporte terrestre. No es extraño que tantas noticias semejantes a éstas se refieran a Mendoza, que fue centro neurálgico de la comunicación bioceánica, de Buenos Aires a Santiago (Lacoste, 2008).
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capital de Buenos Ayres, por cuia causa no se extraen los referidos frutos». Y Félix de Azara informa favorablemente el proyecto de fundación con un pueblo en el «sitio donde se juntan los ríos Diamante y Atuel», porque desde esta confluencia el primero era navegable al menos con chalupas «hasta encontrar el río Negro, y este desde allí a la mar en la costa patagónica», pudiéndose esperar que la población proyectada fuera «el almacén de los muchos y preciosos frutos que produce la ciudad de Mendoza y las demás que con ella componen la dilatada provincia de Cuyo, y al mismo tiempo el puerto por donde llevarlos a la mar», insistiendo el comisionado real: Es cosa lastimosa que dicha provincia, la más fértil de América y aun del mundo en frutos preciosos de agricultura, no pueda hoy estraerlos sino en carretas a Buenos Aires, distante 300 leguas. La distancia de Mendoza, que es la capital, al proyectado pueblo o embarcadero es sólo de 60 leguas escasas y llanas, y la navegación hasta la mar no podrá ser inquietada por los indios, porque ninguno de los de por allí es marinero ni tiene embarcación ni canoa (Memorias, 91-92).
Véase, pues, que los precios no encarecían entre Montevideo y Buenos Aires, ni en el comercio entre la capital virreinal y Santa Fe y Corrientes por la vía del Paraná, mientras que la conducción por carretas dificultaba enormemente la exportación de los productos del norte argentino todavía a principios del siglo XIX, y en los informes del Consulado bonaerense al tratar de la provincia del Paraguay se ponía de relieve la circunstancia favorable de que «se halla situada 500 leguas de la capital de Buenos Aires y desfruta el beneficio de la navegación por el río Paraná hasta la ciudad de la Asunción, que es su capital», y en este corpus se copia informe del gobernador del Paraguay con la noticia de que se estaba construyendo una fragata65, que Azara poco después vería terminada: «don Casimiro Necochea acaba de construir en el Paraguay una fragata de cuatrocientas toneladas y de resultas hay allí en astillero 65 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 1796-1797: Buenos Aires, octubre de 1796, 15v.
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otros siete buques grandes» (Memorias, 25-26). Una prueba más de lo vital que para este territorio interior era la navegación fluvial (lámina I), base de la principal industria por entonces de Asunción y Corrientes (Morales Padrón, 1988: 321), aunque había antiguos precedentes de esa actividad fabril y comercial, pues fray Diego de Ocaña ya había constatado que en la ciudad asunceña era donde «se hacen los bergantines y las barcas para bajar al puerto de Buenos Aires, y en ellas bajan todo género de mantenimientos para llevar a vender al Brasil» (América, 131). Los ríos marcaron profundamente la suerte de la colonización americana interior por la facilidad que daban a la comunicación y al comercio, lo que claramente demuestra la Carta topográfica de la provincia de Truxillo del Perú, o las correspondientes a las provincias de Saña, Piura, Jaén, los Huambos y Caxamarca, levantadas por iniciativa de Martínez Compañón66. Pero lo mismo sucedía en Centroamérica con las haciendas de cacaotales situadas todas en las vueltas del Matina, tal como se representan en 1738-175567, o por 1781 en dominio costarricense, con la mayoría de sus poblaciones fundadas en la inmediatez de los cauces fluviales68, igual que en extensas zonas de Colombia y Venezuela, en cuyos territorios sin ríos navegables los núcleos habitados se alineaban a la vera de los caminos de más fácil trazado, con frecuencia a gran distancia los unos de los otros69, y para 1550-1560 contamos con el dibujo de los caminos entre México y las costas de Nueva Galicia, pues ya desde 1528 la Corona daba instrucciones para que se remitieran descripciones de los dominios indianos (lámina II)70, y en encuesta programada por cédula real de 1635 se inquiere «qué río pasa por este pueblo y en qué distancia», «cuánto hay de su naci66 Trujillo I,
11, 75, 81, 85, 87, 89. del curso del río Matina (1738-1755): AGI, MP, Guatemala, 23. 68 Plano geográfico de las provincias y terrenos confinantes a la Talamanca, con demostración de sus montañas, situaciones, etcétera (1781): AGI, MP, Guatemala, 242. 69 Véanse, por ejemplo, el Croquis itinerario e hidrográfico de Venezuela (c. 17801790), el Mapa de la provincia de Barinas, con las avenidas de Cúcuta y Cazanare a Guadalito (S. XVIII), y el Plano de la mayor parte de la provincia de Barinas, con agregación de la ciudad de Guanare y su distrito entre los ríos Bocono y Morador (c. 1790): Cartografía V, 10, 89, 90. 70 Diseño o apunte de parte de la Nueva España, desde México hacia la Nueva Galicia: AGI, MP, México, 8. 67 Mapa
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Lámina II Caminos y poblaciones de México a Nueva Galicia (n. 70).
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miento al pueblo y de ahí a su embocadura», «si es río navegable y para qué disposición de bajeles», «qué género y manera de balsas hay en este río» (Solano, 1988a: 125). Circulares semejantes se dispusieron en América por la autoridad civil y eclesiástica hasta finales del período virreinal, porque las comunicaciones eran tan fundamentales como difíciles, sobre todo en las rutas terrestres de regiones apenas colonizadas, donde las distancias se hacían interminables71. Pero incluso para dominios de presencia española mucho más densa que la del sur de los Estados Unidos, como eran los de Argentina y Chile, es ilustrativo el caso del comerciante chileno José Norberto Vicuña, que, saliendo de Buenos Aires el 1 de marzo de 1731 con «una caravana de carretas que conducía 200 negros por cuenta de la compañía inglesa y 85 suyos», cruzó las pampas y la cordillera, entrando en Santiago el 8 de mayo (Lacoste, 2008: 69). Claro que mucho peor era la situación en las zonas del Alto Perú «abundantes en arboledas de toda suerte de maderas esquisitas, que no pueden beneficiarse por la fragosidad de dichas montañas y no permitir sus caminos extracción a otra parte»72. Las vías terrestres, fluviales y marítimas con las gentes que las siguen propagan la diversidad léxica, lo que se verifica con la existencia del náhuatl camote ‘batata’ en Argentina, y su uso figurado en el español ecuatoriano como ‘tonto, simple’ (Morínigo) sugiere que la difusión sudamericana de dicho indoamericanismo es de bastante antigüedad. Efectivamente, en los años inmediatos a la Independencia se registra camote entre los productos del comercio rioplatense como producción de Tucumán: «en este año se han cosechado con abundancia naranjas dulces y camotes»73, pero entre las láminas pintadas de Martínez Compañón está la del camote 71 Sobre esto por demás ilustrativa es la Pintura del indio Miguel (Nuevo México), de 1602, con señalamiento de poblazones, caminos y ríos, y anotaciones como «no llegaron aquí españoles», y de distancias («ay 44 días de camino», «ay 22 días de camino»): AGI, MP, México, 50, o el Plano corográfico del reino y provincia de Nuevo México, dibujado y pintado por Álvarez Barreiro en 1727, con los presidios y poblaciones, cauces fluviales y el Camino Real de Durango al Parral: AGI, MP, México, 122. 72 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 1796-1797: Buenos Aires, octubre de 1796, informe sobre la Diputación de La Paz, 9r. 73 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 1796-1797: Buenos Aires, julio de 1797, apuntes sobre Tucumán. Y en Perú recoge Morínigo camotillo ‘dulce de camote’ (v.n. 286).
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amarillo y morado (Trujillo IV, 124), y mucho antes ya era término familiar para Huamán Poma: «Y de los Yndios yungas, de las comidas, yunca, sara, camote, apicho...» (Corónica, 69). En pleno siglo XVI se cultivaba el camote en el Perú, de donde llegó al Río de la Plata, y en tierras peruanas arraigó no por el tráfico mercantil procedente de Nueva España, sino a resultas de migraciones interamericanas, pues se sabe que poco después de la conquista de México hubo deserciones de soldados «para marcharse al promisorio Perú» (Krauze, 2005: 189), aunque también se dieron cambios de residencia de colonos, porque Lizárraga recuerda el caso de «un buen hombre (que) vino de México, casado y pobre», a quien, al ser preguntado por su oficio por el marqués de Cañete y responder «sé mucho de labranza y crianza», el virrey le dijo: «Mucho me alegro de eso, porque agora mando poblar un pueblo 22 leguas desta ciudad, de muy fértil suelo; idos allá con vuestra mujer e hijos» (Perú, 309), y la extensión sudamericana del también náhuatl igualmente debe de ser antigua, pues familiar era en Chile a mediados del XVII: «unos bollos de maíz que llaman tamales por acá», «habiéndome enviado la señora algunos rosquetes de huevos y tamales de maíz» (Cautiverio, 886, 888). La comunicación anual entre Filipinas y Nueva España por el galeón de Manila llevó al español novohispano con palabras como biomb o, probablemente bule, catana, charol (y charola), maque, miriñaque (biriñ aque, miñaque, mirriñaca), p equín, quimón (q uim ono, quimona), s ag ú (o sagó) y tibor, algunas difundidas a otras partes de América y de España, sobre todo a sus regiones meridionales, pues hubo muchos envíos como el que en 1734 se hizo de Veracruz a Cádiz, «un cajonzito de vúcaros y losa de China y otros juguetes y un lienzo de unos retratos y tres bateas» (Martínez Martínez, 2007: 415)74. A finales del XVIII continuaba activo el trato comercial entre Filipinas y España, pasando por México, de modo que Francisco Saavedra, comisionado del gobierno metropolitano, de la flota procedente de Veracruz anclada en La Habana anotaba que «en los buques mercantes venían 2.400 tercios de harina partibles entre el ejército y la escuadra, y muchas mercancías de China» (Morales Padrón, 2004: 215). 74 De esta cuestión histórica, de la variación semántica y difusión geográfica de estas voces, me he ocupado en 1996b, 1997 y 1999 (199-208).
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La ordenada relación transpacífica de Filipinas con América, sobre todo centrada en Acapulco, acabó con el triunfo de la revolución en México, comunicación marítima que en el periódico bolivariano se tachaba de obsoleta, pues la navegación se hacía «por buques españoles de un andar pesado en setenta y cinco días» (Correo, 442), pero que durante sus dos largos siglos de actividad había permitido la propagación por el continente americano de términos orientales como los señalados, y, de manera mucho más curiosa, la de un vocablo náutico como champán. El diccionario académico lo incluye como ‘embarcación grande, de fondo plano, que se emplea en China, Japón y algunas partes de América del Sur para navegar por los ríos’, con mención del étimo malayo, a su vez préstamo del chino, planteamiento etimológico que figura en Corominas y Pascual (1980-1991: II, 320) junto a la precisión de que dicha palabra «se emplea en el río Magdalena (Colombia) y Filipinas», y con una primera datación asiática del año 1690. Tan interesante palabra desde el punto de vista histórico no se halla en importantes repertorios y diccionarios de americanismos, así en el de Morínigo75, O’Scanlan únicamente la refería al Extremo Oriente y por lo regular a la navegación fluvial, «aunque con tiempos bonancibles (el buque) suele a veces llegar hasta Filipinas» (1831/1974: 200), y la Academia aún la desconocía en la edición de 1899 de su diccionario; en cambio, la recogen Haensch y Werner (1993) como ‘embarcación grande, de fondo plano, utilizada para la navegación fluvial’ y el CORDE sólo la registra desde 1676, documentación filipina como todas las que con posteriores dataciones este corpus trae76. Boyd-Bowman (2003) tiene varios testimonios de la segunda mitad del siglo XVIII, de Venezuela, Colombia, Santo Domingo, incluidas menciones textuales que parecen situar champán también en el Río de la Plata. Esta clase de nave fue conocida por los españoles en aguas filipinas y hacia 1614 la menciona en su relato el descubridor Fernández 75 Este autor efectivamente no recoge champán con entrada propia, pero en la de patilla, como argentino ‘poyo, asiento’, se lee en su definición como colombianismo: ‘lugar donde va el patrón en las canoas o champanes’. 76 Corpus diacrónico del español, del banco de datos electrónico de la Real Academia Española. En el diccionario de Haensch y Werner sobra la indicación de que champán es de significado diferente en el español peninsular, pues evidentemente se está ante palabras distintas en situación de homonimia.
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de Quirós: «llegó un gran champán cargado de muchas gallinas, terneros..., que los traía un Diego Díaz Marmolejo, encomendero de aquella tierra», pasaje que en otra parte he citado (1999: 204). Su implantación americana se testimonia el 4 de febrero de 1820, en el parte militar del triunfo independentista sobre el Magdalena: Han quedado en nuestro poder... cuatro buques de guerra, inclusos los dos echados a pique..., tres champanes grandes con sus equipages, su hospital, botiquín, una caxa de guerra, los libros del cirujano, los hábitos y breviario del capellán, dos barquetonas llenas de aves, cerdos y chivos (231).
El pasaje citado determina la presencia de champán en el área colombiana que Corominas señala, y quedaría por saber, aunque la cuestión no sea estrictamente lingüística, cómo llegó a un río como el Magdalena, de la vertiente atlántica. Dicho tipo de construcción naval y su nombre sin duda proceden de las Filipinas, de donde arribarían a tierras americanas en el galeón de Manila, con el bagaje del saber de oficiales o ingenieros de previas experiencias en el Extremo Oriente, y ello en pleno período colonial, habida cuenta de la documentación que manejo. Un resultado más, en definitiva, de las transferencias materiales, culturales y léxicas que por aquella ruta del Pacífico durante mucho tiempo se dieron a los dominios americanos, y de ellos a España. Ahora bien, al parecer la geografía lingüística de champán fue más amplia que el curso del Magdalena, puesto que documentalmente se localiza también en Barcelona, con el comunicado que el 28 de noviembre de 1820 dirige desde esta ciudad el general Monagas al vicepresidente de Venezuela notificándole la evacuación del Morro por el gobernador español San-Just, una vez enterado de «haberse retirado el enemigo la noche del 26, quemando antes las trincheras, casas y enramadas, que al intento de defenderse tenía, y hasta un champán que no puedieron llevarse consigo» (358). Considerando el contexto de esta cita, lo que era el tramo navegable del Neverí y la dirección que hubieron de seguir los realistas en fuga, el mencionado barco también tuvo uso marítimo, al menos de cabotaje, y no sólo fluvial, igual, por otro lado, que entre los sangleyes de las Filipinas, de manera que la difusión de champán se extendió por el
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litoral colombiano y venezolano del mar del Norte, con sus ríos más caudalosos. Esto se confirma en las noticias aportadas por los participantes en la Expedición de Límites al Orinoco, uno de los cuales en 1754 se queja de la desbandada de sus compañeros, por lo cual estaban «los champanes imposibilitados de hacer marcha», embarcaciones que los expedicionarios construyeron en gran número en la Trinidad y boca del Orinoco, con las que navegaron por este río, incluidos sus peligrosos rápidos de Atures, y por la Guayana (Lucena Giraldo, 1993: 149-160). Se ha visto cómo el marinerismo mogote ya tiene entidad fluvial en Murillo Velarde, y por los mismos años en el curso del río Matina se dibujan islotes anotados mogote y mogote de tierr a (v. n. 67), término ya consignado anteriormente con la mayor figuración semántica por los mismos años de la Independencia en Venezuela, donde también se registra por entonces palangre ‘negocio oportunista’, consiguientemente otro marinerismo con cambio de significado, y guimbalete se atestigua en 1757 con forma americana, no como una pieza de la bomba para achicar agua en los buques, sino de maquinaria en factoría terrestre: «vinvalete que pasa por el medio del mango de la sigüeña con una escopladura que la trava y cuñas que lo suetan (sic)» (Cartografía IX, 33), anticipo del regionalismo mexicano. En corpus chileno de 1780 se testimonian casos semejantes, como flete ‘transporte por tierra’ y plan ‘llano, planicie’: «Contemple vuestra señoría ¿cómo será posible que esta pobre gente de campaña... pueda lograr su flete? Pues sólo el flete de aquí al puerto cuesta cuatro reales», «de este norte sur hasta el río Biobío dos leguas, en cuyo plan están las chacras...», «la villa de San Juan Bautista de Hualqui, la que está situada en un plan arenisco» (Solano, 1994: 49, 245, 249). Así, pues, en cuanto se escarba en la ingente masa documental hispanoamericana aparecen o se reiteran atestiguaciones de marinerismos de tierra adentro por toda la geografía indiana, naturalmente junto a testimonios históricos de otros americanismos léxicos, de los que aquéllos forman un grupo especial. Por ejemplo, en un solo plano mexicano de 1787 de bellísima caligrafía se revela la preferencia novohispana por cernir («para cernir tabaco», «donde se carga el tabaco para cernirlo») y por rueda catarina; pero también se atestigua en esta lámina el náhuatl malacate, el mexicanismo hispánico andante ‘caballo’ («man-
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cebo que gobierna el andante», «andante que mueve toda la máquina»), así como un despellar («farol de la tela que despella el tabaco»), verbo que en la misma área aún está vivo77. Añádase un tolda en doble leyenda: «Tolda donde se carga el tabaco para cernirlo» y «Tolda que recibe el tabaco hecho corte», palabra que no registra Santamaría, pero sí Morínigo con diversas acepciones y en varios países, no en México, aunque mi documentación confirma que también tuvo difusión novohispana. Pero tolda, que la Academia no recoge siquiera como americanismo, es en sus primeros testimonios castellanos vocablo de uso marinero (Corominas y Pascual, 1980-1991: V, 531, 532), y continuaba siéndolo a finales del siglo XVIII para Terreros, quien lo define como ‘una especie de toldo grande que se pone en los navíos para guarecerse de la lluvia’, por los mismos años en que ya se ve convertido en marinerismo de tierra adentro, previo cambio semántico, en el español de América, según esta cala documental confirma. En los americanismos de tierra adentro meridianamente se comprueba de qué manera el léxico llevado a Indias por emigrados de toda clase y condición, en este caso la de quienes seguían el oficio de la marinería, se adapta a las circunstancias de una geografía física y humana bien distinta a la española. La adaptación es semántica, al convertir usos léxicos propios de un medio profesional en voces de referencia no marítima de empleo común, pero con una representación sociolingüística que al resultado del proceso lo hace representativo del que condujo a la formación del español de América. Efectivamente, el grupo de marinerismos de tierra adentro es numéricamente pequeño, aun siendo nutrido, puesto en relación con el acervo léxico de nuestra lengua, pero suficiente, tratándose además de vocablos frecuentes en el habla, para dar una nota de diferenciación al español de América frente al de España, aparte de que quienes pretenden extensos inventarios de «-ismos» (americanismos, andalucismos, murcianismos, etc.) con el marchamo de la auténtica exclusividad, para establecer la diversidad regional del español, se sitúan fuera de su realidad histórica y sincrónica. Estos términos, por otro lado, revelan el equili77 Vista de una máquina para cernir tabaco en la Real Fábrica de sigarros: AGI, MP, Ingenios y Muestras, 162 (México, 1787).
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brio en el que el español americano se mueve entre el apego a la tradición, algunos incluso se han perdido en el lenguaje de los marineros, y su particular faceta innovadora, no sólo por lo que al aspecto semántico concierne, sino porque los cambios que en principio fueron de unos pocos serían aceptados por todos, una vertiente más, pues, del fenómeno de la criollización. Por último, de las palabras de esta clase las hay de general difusión americana, pero también están las de ámbito regional, comúnmente muy extenso, y, si no todas, en su mayoría acuñadas en el período colonial, no pocas ya durante el siglo XVI78.
78 Aparte de las dataciones que en este capítulo se refieren, otros testimonios de marinerismos de tierra adentro anoto en otras partes, así en 1999 para abra, arrumar, changador, costear, halar (jalar), múcara, placer (141, 152, 156, 175, 283, 306). En probable relación con el argentinismo travesía antes mencionado están los siguientes pasajes de la Gazeta de Buenos Ayres, del 21 de agosto de 1810, del relato de la cabalgada que condujo al apresamiento de Liniers, del gobernador de Córdoba y del coronel Allende: «En esta situación determiné que el teniente coronel graduado... se encaminase a tomar la entrada de la travesía por donde se puede salir para el Valle», «y ocurrió la casualidad de que el teniente D. Domingo Albariño... instruido de la dirección que había tomado aquella partida, se encaminó a reunírsele, como lo consiguió al llegar a la puerta de la travesía, donde solicitó informes sobre los prófugos del dueño de un rancho que allí se encuentra». Y está el siguiente testimonio chileno de mediados del XVII referido a zona interior de La Imperial: «Nos llevó a todos los de nuestro aíllo a su rancho porque pasásemos la noche con algún alivio... que, si como pasan luego tuviesen sus rigores permanencia, fuera más penoso el tiempo y desabrido que el del más riguroso invierno, por ser los huracanes de travesía con estremo fuertes y desaforados, pues se ha visto en ocasiones arrancar de raíz fornidos árboles» (Cautiverio, 527, 528).
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CAPÍTULO III
Entre la tradición y la innovación
LO QUE EL FOLCLORE ENSEÑA Discutiendo de libros Don Quijote y Sansón Carrasco, con Sancho metiendo alguna vez su cuchara, en una de sus réplicas el bachiller argumenta con un sentencioso «quizá podría ser que lo que a ellos les parece mal fueran l un are s, que a las veces acrecientan la hermosura del rostro que los tiene» (Q u ij ot e, 713), y más adelante con burlesca exageración dirá Sancho de Dulcinea: «Nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de p u n to y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo», tono burlón que a medias capta Don Quijote cuando se extraña de que «muy luengos para lunares son pelos de la grandeza que has significado» (774). El mismo motivo folclórico y literario aparece en la cervantina Git an illa («un l un a r tienes, ¡qué lindo!»). Parece, pues, que la canción mexicana Cielito lindo, universalmente conocida en la composición decimonónica de Quirino Mendoza Cortés, es eco de una vieja creencia hispánica en el toque de distinción de la belleza femenina, con alusión quijotesca. Se ha levantado la hipótesis de que el mismo cantar tenga raíces españolas, andaluzas por más señas, aunque tal tradición folclórica tendría precedencia más amplia que la meramente regional, si bien el compositor mexicano se nutrió del acervo cancioneril de su país, al que pertenencen estos versos, encuestados en medios populares por Frenk Alatorre (1975: 977):
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Ese lunar que tienes (cielito lindo) junto a la boca, no se lo des a nadie (cielito lindo), que a mi me toca,
y estos otros: Y ese lunar que tienes (cielito lindo) y en la nariz, no se lo des a naidien (prenda querida), que es para mí.
Sin embargo, la copla popular ecuatoriana que comienza En mi mente tan grabada está, termina con la seguidilla: Ese lunar que tienes junto a la boca, no se lo des a nadie que a mi me toca (Poesía, 135).
Se ensancha, pues, el marco geográfico de una tradición poético-musical que con variantes, sobre todo en la tonada, pudo ser panhispánica, en tal caso con casi obligada antecedencia peninsular, antiguo territorio metropolitano donde en el siglo XIX se recogió el cantar: Ese lunar que tienes junto a la boca no se lo des a nadie, que a mi me toca. Junto a la nariz, no se lo des a nadie, que me toca a mí (Rodríguez Marín, 1948: 156, 157).
La correspondencia formal y temática con los textos orales mexicanos allegados por Frenk Alatorre es manifiesta, y en el fondo histó-
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rico está el contundente testimonio de la explicación que Correas dio al dicho paremiológico El lunar sobre los dientes, señor de sus parientes: Manera es de alabar el lunar que está sobre la boca, adonde parece mejor a la dama que los de otra parte del rostro; y un cantarcillo hay que le alaba junto a la boca (1627/1967: 90)79.
Relación sin duda no tan directa con la tradición literaria española como la del caso al que acabo de referirme, pero que desde luego se nutre de la común savia cultural hispánica, se intuye en el bolero Quizás, quizás, quizás, al fin y al cabo manifestación de arraigada tendencia estilística a las tríadas léxicas y gramaticales, y en general al lenguaje con reiteración numérica de que tanto gustó el mismo Cervantes, y con él muchos otros autores en España y en América, pues el mismo Bolívar en uno de sus discursos decía: «Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder ni virtud» (Correo, 77). De hecho, idéntico triplete adverbial, con otras repeticiones del género, se encuentra en el poeta y músico salmantino Lucas Fernández: Nadie ño me quitará por agora aquesta vez, que ramo de cachondiez entre vosotros ño está, pues quiçás, quiçás, quiçá, 79 En otro pasaje cervantino, apoyando Sancho la burlesca descripción que de Don Quijote transmite la princesa Micomicona, asegura a su amo «que yo sé que tiene vuestra merced un l unar desas señas en la mitad del espinazo, que es señal de ser hombre fuerte» (382). De modo que el lunar cubre varios aspectos de las antiguas ideas fisionómicas, al mismo tiempo que es indicio del carácter del individuo, en indudable relación con el hado, pues es ancentral la creencia en el influjo que la luna ejerce sobre el destino de las personas. Sentido positivo tiene lunar en las menciones cervantinas sobre la belleza femenina o el vigor varonil, y negativo en las acepciones ‘nota o mancha que resulta a alguien de haber hecho algo vituperable’, ‘defecto o tacha de poca entidad en comparación con la bondad de la cosa en que se nota’, acepciones del diccionario académico. Y Covarrubias a propósito de l un a r anota: «los fisionómicos juzgan destos lunares, especialmente los que están en el rostro, dándoles correspondencia a las demás partes de cuerpo. Todo es niñería y de poca consideración» (1611/1984: 773).
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dome a esta cruz y al diabro y, por cuerpo de sant Pabro, que a esso no vine acá80.
Y el alma, corazón y vida del Recuerda aquella vez tiene precedente virreinal con versión de amor a lo divino, con variante, en la chilena Peña y Lillo, «me cautivó tanto su amable vista y hermosura, que me llevó toda la voluntad, corasón y alma» (Cartas, 20), y en versos altoperuanos de una Loa dedicada al nacimiento de Cristo para la Nochebuena: Alma, vida y corazón, las potencias y sentidos, al que es nuestro Salvador tributémosle rendidos. Recibe, pues, Niño hermoso, esta mi corta oblación, mis potencias y sentidos, alma, vida y corazón. (Potosí, 364, 377).
Si pasamos a la tonada popular, las raíces hispánicas con profusión penetran bajo el humus histórico, y en las letras recogidas por Margot Loyola Palacios sin mucha dificultad se escucha el eco de las que cantaron, y continúan cantando en no pocos casos, campesinos castellanos, aragoneses, andaluces o canarios, más allá de la ejemplaridad cultural que suponen sus villancicos, o los que por Navidad se oyen en Venezuela y en tantos sitios de la extensa América, por no hablar de particularísimas sintonías regionales, como la celebración carnavalesca de Sanare, con propia canción, que tiene lugar cada 28 de diciembre, Día de los Locos y de los Santos Inocentes, conocida en esta localidad venezolana como Día de los Zaragozas o Locos de Sanare y protagonizada por cientos de enmascarados, en cuyo origen mucho tuvieron que ver los capuchinos de Aragón que hasta finales del período colonial evangelizaron Cumaná y anduvieron por la Nueva An80 De la Comedia hecha en lenguaje y estilo pastoril, en Farsas A3v. A continuación se repetirán asp era, aspera, aspera, digo, digo, digo, ño, ño, ño y çuecos, çapatos, çapatas.
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dalucía y por la Nueva Granada81. A semejanza de lo que en el plano lingüístico sucede —base peninsular y canaria del español americano, único en su conjunto pero con diversidad diatópica—, el folclore literario hispanoamericano, fundado en las formas poéticas trasplantadas a los dominios indianos por la colonización española, es uno sólo, sin carácter nacionalista, aunque con variantes regionales (Pardo Tovar, 1966). El folclore también tiene de sustantivo un fuerte carácter tradicional, y el americano claramente lo manifiesta no sólo en la expresión idiomática, sino en la frecuente mención de la misma palabra tradición, «la tradición que perdura» de la cueca chilena Fiesta linda, de continuo sugerida en la letra del vals peruano Amarr aditos, en el ambiente del criollismo urbano, que culmina en un «no hay nada mejor que ser un señor de aquellos que vieron mis abuelos». En la recopilación de Loyola Palacios encontramos arcaísmos como cirgüela ‘ciruela’ y zaragozos ‘especie de duraznos’ (250), la primera de estas voces con pervivencias andaluzas y canarias, y con reiterada presencia en el peruano Huamán Poma, «las dichas mollares blanquícimas, tamaño como cirgüela» (Corónica, 69, 1044, 1052), fenómeno fonético de gran antigüedad en castellano, el del refuerzo pleno con /g/ de la semiconsonante del diptongo [we], que se manifiesta en viruela, «yndio con virgüelas», pocos años antes de la Independencia (Trujillo II, 197)82. En cuanto a la segunda, ni siquiera en su Aragón originario se mantiene zaragozo, ni el antiguo nombre de la famoso ciruela zaragocí. Parecido caso de apego a la tradición se comprueba en los versos de La feria de Chillán recogidos por la musicóloga chilena: 81 Hasta no hace mucho en el zaragozano Hospital de Gracia se alegró a los enfermos con un carnaval de los locos cada 28 de diciembre. Por otro lado, una alumna de los cursos que tenían lugar en el Instituto de Cooperación Iberoamericana me informó que en Barranquilla y Región Caribe de Colombia se consumen legumbres llamadas zaragozas ‘judías rojas grandes preparadas con poco caldo y acompañadas de carne guisada y arroz’. Claro es que el folclore carnavalesco aragonés se criollizó en Venezuela, como la pluralidad cultural y étnica se aprecia en la estampa de la peruana Danza de pallas que trae la lámina III (Trujillo II, 149). 82 Esta forma de finales del siglo XVIII parece lexicalización del fenómeno fonético en ella implicado, que, también en dominio peruano, se reitera casi dos siglos antes en el texto de Huamán Poma: «de las pistelencias que diesen bía de saranpión y birgüelas y garrotillo», «murió con las birgüelas y saranpión», «pistelencia de saranpión y birgüelas muy grandícimas», «ubo pistelencia de saranpión y virgüelas y tavardete» (Corónica, 95, 141, 286, 465).
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Lámina III Danza de pallas (n. 81).
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Pase pa’cá, caballero, si quiere café tomar, se lo tengo con malicia y sopaipilla pasá (246),
donde se registra un meridionalismo fonético, pasá ‘pasada’ y un andalucismo léxico, sopaipilla, mucho mejor conservado en Bolivia, Argentina y Chile (Morínigo), que en el mediodía peninsular del que procede83, vocablo ya popular en los campos chilenos a mediados del XVII: «sartenes en que freír buñuelos y rosquillas y sopaipillas de huevos y pescado fresco», «entreverando platos de mariscos, rosquillas fritas, sopaipillas con mucha miel de abejas y otros regalos» (Cautiverio, 555, 556). Más testimonios hay en este corpus cancioneril de este tipo dialectal, cosa natural en las hablas rurales chilenas, pero también de arcaísmos como onde (90, 244) y vide ‘vi’ (188, 189), así como innovaciones desde el punto de vista histórico, verbigracia la de vocalización de consonante implosiva, espeuto ‘experto’ (244), o las de comaire ‘comadre’ y maire (108, 115), también la pluralización de un verbo impersonal, «habrán ojos desgraciados, / pero no como los míos» (149), y la que supone el cambio normativo sobre el tratamiento personal, con expresión del vos en un tuteo general de la misma composición, «estando de vos ausente» (149), con tonadas sólo tuteantes y otras donde el voseo verbal se mezcla con el tuteo: «te vais a la mar», «te advierto..., que no me echís al olvido», «ya te vais a retirar» (97, 105, 144). Contiene el corpus de Loyola Palacios un naiden ‘nadie’ de probada raigambre hispánica, española y americana, y a lo que se ve con bastante uso rural, según los registros que estas tonadas ofrecen (166, 195, 205)84, y un ejemplo repetido de preservación de la 83 En Chile, por ejemplo, sopaipilla es voz de conocimiento y uso general, mientras que en Andalucía se está perdiendo, más aún el simple sopaipa, sobre todo entre los jóvenes. El pasado mes de mayo de 2009, durante la conferencia que pronunciaba en el salón de actos de la sevillana Facultad de Ciencias de la Educación, pregunté por esta palabra a los asistentes, de los cuales media docena escasa la conocía, para asombro de la alumna chilena que cumplía con su beca de estudios en la Universidad hispalense. 84 Constata Oroz el uso de las variantes naiden y nadien en la lengua popular y vulgar (1966: 299), la primera reiterada en las tonadas de Loyola Palacios, según se ha visto, pero tiene otros registros españoles junto a naid e n, al menos en las
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aspiración /h-/ de /f-/ latina, «una niña iba jullendo, / jullendo por no ser monja» (180), fenómeno que en Chile ha tendido a su desaparición, si bien todavía encuentra algún arraigo en ciertos medios populares y rústicos (Oroz, 1966: 123). Este juir ‘huir’ aunque por lexicalización anclado en la tradición, al mismo tiempo es una muestra de cómo el dominio chileno, a pesar del aislamiento que en el pasado sufrió, también ha participado en la innovación normativa tendiente a la eliminación de este tipo de aspiración, e incluso con mayor fuerza que otras variedades regionales hispanoamericanas, como, en otro orden de cosas, rasgo innovador es el representado por el habrán impersonal antes consignado. Ahora bien, estos hechos de referencia innovadora directa o indirecta no son de reciente germinación, sino que remontan al período colonial. Véase el caso de sandilla en la tonada He venido padeciendo: Señores y señoritas, pedacito de sandilla, hei venido a celebrar por ser día de tu trilla (178),
voz de uso común en el habla popular y sobre todo rústica chilena, mientras que en el nivel culto y urbano es sandía la forma normal. Corominas y Pascual apuntan que «lo más corriente en Chile parece ser sandilla (= -iya)... lo mismo que en Nicaragua», y que en Mendoza se oye sandieja o sandiyeja ‘alcayota’ (1980-1991: V, 147), pero en Bolivia también recoge sandilla Fernández Naranjo, y Santamaría en México con la siguiente observación: «(Por sandía). Vulgarismo pocho, o de noramericanos de origen mejicano; usual también en algunos pueblos atrasados. Común en casi toda Centro América», en cuyo diccionario asimismo se incluye sandillita como nombre de una planta cucurbitácea autóctona. Se trata, hablas meridionales, y también americanos, pues las dos las encuentran Núñez y Pérez en Venezuela, Corominas y Pascual en Cuba y Ecuador junto a su mención chilena, con esta referencia cronológica: «el hecho es que la forma nadien, o más bien naid e n, es sólo reciente» (1980-1991: IV, 203). Sin embargo, esta alteración morfofonética es antigua, pues documento nadien en manuscrito canario de 1734 y mucho antes en otro de un indiano vasco del Perú del año 1593, en la misma carta al secretario de Felipe II en el Consejo de Indias donde pone «acá an abido ciertas reboluciones» (1999: 112, 266), con un haber impersonal pluralizado.
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pues, de indicios de una difusión mayor de esta palabra en América, que no es sino la pervivencia de una epéntesis antihiática, frecuente en el español americano, pero con una /-y-/ curiosamente en muchos sitios yeístas transcrita ll, que desde luego no corresponde a la pronunciación de una palatal lateral. Semejante coincidencia podría remitir a la situación unitaria del mundo indiano, y por lo menos zandilla, con la misma grafía lleísta, igual que la de jullendo, e inicial cacográfica de seseo, se encuentra en la descripción de Saña que publica el Mercurio Peruano el 29 de septiembre de 1793: «Así se hallarán en su terreno... los arbustos, como son las piñas, plátanos, pepinos, melones y zandillas» (Trujillo, Apéndice III, núm. 69).
QUIEN A FINALES DE LA COLONIA. UNA CUESTIÓN DE MÉTODO A propósito de quien, Alarcos Llorach señala que «sólo varía en número» y que «cuando lleva antecedente, éste denota persona o cosa personificada», aun cuando «del uso originario de quien como plural persisten ejemplos en escritores más o menos conservadores», registro arcaizante del que proporciona tres muestras expurgadas de dos autores decimonónicos, precisando de todos modos que se trata de «casos en que hoy se usaría normalmente el plural quienes» (1994: 99, 100). Sin embargo, un poeta culto como Gabriel Celaya, ya en la segunda mitad del siglo XX compuso dos octosílabos con sendos quien plural, «nosotros somos quien somos» y «decir que somos quien somos», sin que en modo alguno esos versos sean representativos de una lengua «común» teñida de vulgaridad, como algún otro gramático supone85. Ni es cuestión de reminiscencias gramaticales extraordinariamente esporádicas y difícilmente verificables, pues recientemente de una de las más altas instancias burocráticas leo: «Los aspirantes o las personas en quien 85 Remito a Frago Gracia (2002: 83-85). La Real Academia Española indica que quien «se emplea a veces en lugar del plural quienes», sin connotación sociológica por consiguiente, pero en la misma obra precisará que dicho uso es del «habla coloquial» y que este relativo «se refiere únicamente a personas o cosas personificadas» (1974: 220, 531), y recientemente mantiene que «hoy no se considera correcto» el empleo de quien para el plural y que se halla «siempre referido a personas o a entes personificados, nunca a cosas» (2005: 550).
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deleguen asistirán provistos del Documento Nacional de Identidad»86, y, de hecho, expurgos de quien y quién plural sin dificultad se encuentran en la prensa diaria, incluso debidos a individuos de relevancia cultural y social, algo demostrativo de que de ninguna manera nos enfrentamos a un modismo absolutamente marginal del español actual87. Nada de particular tiene, pues, que en escrito ministerial español de 1834 todavía se escribiera: «que lo mismo debía verificarse con los que firmaron la representación si hubiera con quien remplazarlos» (Actas, 243), corpus en el cual hay algunos ejemplos de quien sin denotación personal, así: «que esas acciones entrasen en el Real Tesoro, por quien se paga el presupuesto de Gracia y Justicia» y «despachen en la forma acostumbrada a todo buque español que esté completamente habilitado por los (puertos) de la Coruña, Gijón, Santander y Bilbao, únicos de los comprendidos en el bloqueo a quienes se estiende esta gracia» (260, 265). Únicamente tomaré ahora como precedente referencia peninsular un texto tan representativo en la historia del español como es la gran novela cervantina, que en su amplísima extensión revela el neto predominio de quien plural, y que su antecedente puede ser tanto persona como cosa, verbigracia: «los argumentos de quien se sirve la retórica», «un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento», «le tomó gana de ver quién (el libro) era», «un bálsamo de quien tengo la receta en la memoria», «la estera de enea sobre quien se había vuelto a echar» (Quijote, 18, 90, 125, 198). Esto era así en Cervantes, aunque también debe tenerse en cuenta que por entonces la innovación quienes todavía era más popular que de aceptación literaria, de modo que Correas refiere quien como singular y plural, pero advirtiendo: «Ya le dan y se usa otro plural quienes, formado en es por la re86 En el Boletín Oficial del Estado, núm. 166, 13 de julio de 2006, 26367. Realmente sería sumamente raro que un lingüista mínimamente observador pasara un día sin detectar usos como éste en los medios de comunicación o en el habla cotidiana, incluso posiblemente en la suya propia. 87 Como no podía ser de otro modo, teniendo en cuenta que la lengua escrita es menos espontánea que la hablada, y permite mucho más la corrección de lo que se entienda por desliz. Pero aunque es cierto que la forma quienes desde hace mucho tiempo resultó triunfante y es la que los gramáticos exigen, la variante quien se da espontáneamente con una cierta frecuencia, por desgracia no cuantificada, y no sólo en medios populares.
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gla común; y es propio, más no tan usado ni antiguo» (1625/1954: 166); por lo cual natural es que al Nuevo Mundo llegara un español con variación morfológica en este relativo (v. n. 90), pues ante el mismo escribano público, Pedro de los Ríos, en 1576 tanto se declara «ni save quiénes son» como «que no save quién son», y dos años antes cierta emigrada andaluza en una carta pone: «si tuviérades media dozena de hijos a quien sustentar», así como en billete lingüísticamente popular de hacia 1640 se lee que «ubo unas güéspedas de quien sospeché» (Nueva España, 175, 208, 211, 347). Y en 1752, Murillo Velarde, español con experiencia novohispana, aún escribiría «llevó un presente... a los españoles, de quien después fue grande amigo», «que consta de 300 religiosos, a quien no les falta nada» (Geografía, 222, 269). Los primerizos textos americanos asimismo ofrecen ejemplos de quien invariable de género, así uno de 1525, «los cavallos, en quien los christianos tienen la principal fuerça», del repertorio de Company (44). En los años inmediatamente anteriores y siguientes a la Independencia probablemente ya era quienes la forma de plural más extendida en América. Se halla en informe militar de 1812, «los soldados de línea bien versados y aguerridos que las manejan, a quienes el fuego y la intemperie los robustece» (D oc umentos, 1), pero en el Correo del Orinoco lo mismo se encuentra una página con quienes (290) que otra con dos ejemplos de quien plural: «esta grande empresa está reservada a los espíritus de los Franciscos de Sales, Felipes Neri, etc., a quien vmd. debe imitar en estos triunfos», «he cumplido con todos sus recomendados, a quien me manda imponga de su crítica situación» (63). En el mismo periódico se registra esta forma con antecedente no personal: «se batirán por el comercio, porque se verá que la riqueza viene aún más de él que del territorio, y que él es quien da al territorio todo su valor» (236), uso que pocos años después, en 1830, aparece en estos versos bolivianos: De cinco letras que forman de Jesús el dulse nombre, es la J quien primero llena de júbilo al hombre (Potosí, 386).
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Este expurgo documental es ya suficiente para recibir con prudencia la opinión de que «en el tránsito del XVIII al XIX» el relativo quien «termina de especializarse como relativo variable en número y con referencia a un antecedente personal»88, algo que para el español peninsular es discutible, si la necesidad teorizante y la consideración normativa no priman radicalmen e sobre la co pleja realidad del uso, mucho más para el americano, en bastantes aspectos más variado y documen almente menos estudiado hasta ahora. Acabo de aducir una muestra altope uan de 1830 de un quien sin referencia personal, pero en texto caraqueño de mediados del siglo XX puede leer : «encaramado sobre el primer vehículo l draba el perro mascota de los b mberos, quien se tom ba el incendio como cosa personal», pero en crítica española de televisión anoté «quien no remonta de gé ero no ha muer o n español, aunque su uso pueda ser más o menos oca ional, mucho más vivo está quien plural a pesar de su destierro en la normativa gramatical, y desde luego notable vigencia tenía aún en América en la época de la Independenc a. Poco antes la chilena Peña y Lil o lo empleaba, como su editora d ierte (Kordic Ri uelme, 2008: 31), incluso co pr ferencia sobre quienes, así n «ni tengo genio de andar tratando estas cosas con otros, con quien no h tratad nunca», «porque tenía tres a quien asistir» Cartas, 1), «las criaturas con quien se trata» (24), «se me ha quedado... tan adolorido y sentido mi corasón d ver la bondad de mi Dios tan ofendido de las criaturas, a quien tantos bienes nos ha hecho» (29). Con el precedente dieciochesco de P ñ y Lillo n es extraño qu ahora Loyola Palacios en el cancionero popular chileno aún recoja quien para el p ural y también quienes: «negros quien se lo sirvieron», «negros quien se lo tomaron» , «negros quienes los sirvieron», «negros 88 Es lo que afirma Girón Alconchel, y que con cualquier tipo de antecedente, personal o no personal, ha llegado hasta «la primera mitad del siglo XX, aunque sea como un re rso personificador» (2009: 1549, 1550). Pero esta construcción se oye aún hoy, es cierto que ocasionalmente, y probablemente no es sino una simple muestra de la decadente pervivencia de un uso que fue normal en el siglo XVII y en otros muchos autores del XVIII, con muestras decimonónicas que un mayor expurgo documental seguramente aumentará. 89 La cita la tomé en texto publicado por la revista Imagen, del Consejo Nacional de la Cultura (Caracas), junio-agosto de 1998, p. 80; la referencia televisiva en La Razón, 18.1.2004, p. 77.
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quienes lo tomaron», en la letra de la tonada Parabienes de los negros que para la primera variante se tomó en Niblinto (Chillán) y para la segunda en El Bajo de Melipilla, de distintas cantoras (2006: 168, 169). Por su parte, Oroz señala que en el habla vulgar chilena se da la tendencia a preferir que o el que en lugar de quien (y su plural), «relegado al estilo literario», y que en el mismo nivel vulgar merece mencionarse «el uso de quién (variante quén) como plural al lado de quiénes» (1966: 298, 379). Así, pues, en este capítulo de la historia del español la variedad europea y la americana tienen una primera etapa común90, que sin embargo en la segunda irá presentando caracteres propios, con un mayor arraigo del invariable de número quien (y quién), que parece mantenerse actualmente y que ya ocurría en el preludio de la Independencia; y junto a este rasgo conservador está el aspecto fuertemente innovador del retroceso experimentado por quien en su reemplazo por que o el que, claramente avanzado antes del siglo XIX.
AFINIDADES Y DIFERENCIAS DIALECTALES. SOBRE «YA YO ME VOY» Y «EN LA TARDE NOS VEMOS» Una causa lingüística en la formación del español americano, principal además, es la mezcla dialectal aportada por una emigración española regionalmente variada, y continúa siéndolo el hecho de que en esa heterogeneidad predominara el elemento meridional, con la especial identidad que le daba el dialectalismo andaluz y canario. Este fermento meridional, castellano nuevo y novísimo, condicionó la primera gran nivelación del castellano en América, que puede decirse fue de alcance general. No tan evidentes son las consecuencias lingüísticas de posteriores cambios en el rumbo de las corrientes migratorias, aunque en determinadas zonas seguramente las tuvieron; sea como fuere, la simple contemplación de la 90 Hasta el punto de que la primera atestiguación, o una de las más tempranas, de la variación quien-quienes la proporciona una carta escrita el año 1537 en México por el salmantino Alonso del Castillo (la primera de las consignadas en la n. 38): «La brevedad del mensajero no me da lugar a escrevir a algunos señores mis devdos y no quiero aseñalar a ninguno porque no sé quiénes son vivos o muertos. A todos aquellos a quien yo tengo obligación les beso las manos». En el manuscrito se lee «no se qujeneses son» y «aquellos a qujen».
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geografía lingüística de América alecciona sobre lo que a este respecto ocurrió en el pasado. Efectivamente, a la variedad de islas y costas, o tierras bajas, se la considera más andalucista que la de tierras altas o interiores, y en cierto modo tal apreciación corresponde a la realidad; pero hay zonas argentinas que más bien pertenecen en lo fonético al primer tipo sin ser ribereñas, y lo mismo puede decirse del español de Nuevo México o del chileno. Si hablo de la extrema dificultad que hay para sacar concretas consecuencias lingüísticas de los cambios de tendencias migratorias en el período colonial, recordaré que para mí tan importantes como factores de dialectalización fueron el aislamiento, las distancias y las alteraciones poblacionales ocurridas en América ya en la primera mitad del XVI, es porque filólogos y lingüistas tampoco solemos manejar suficientemente todas las claves de la emigración. En nuestra bibliografía hay referencias a la colonización meridional del sur de los Estados Unidos, pero no menciones tan precisas como la concerniente a la conducción de 400 familias canarias a Texas entre 1720 y 1731, o sobre la inmigración andaluza en Luisiana en 1778, cuando llegaron a este extenso territorio más de 500 pobladores salidos del obispado de Málaga para establecerse, junto a un contingente canario, en la región de Attakapas91. Ni es muy conocido el que a raíz de la entrega de la Florida a Inglaterra por el Tratado de París de 1763, en un solo año evacuaran la provincia más de 3.000 españoles, 83 indios llamáis cristianos, 79 negros libres y mulatos y más de 350 esclavos, abandonándose también Pensacola, que desde San Agustín se trasladaron a Cuba y a Yucatán92. Y es muy posible que este hecho de historia externa tuviera alguna repercusión lingüística, quizá el afianzamiento de la modalidad andalucista en el hablar cubano, y especialmente en tierras costeras mexicanas, de modo que más tarde en Memoria leída en el Consulado de Veracruz el año 1807 aún se proponía: Es de toda preferencia el aumento de la población de esta provincia por la traslación de familias de otros países sujetos a la do91 AGI,
Guadalajara, 178; Santo Domingo, 2574. AGI, Santo Domingo, 2595. Con la «Relación del número de personas... que con motivo de su entrega a la corona británica se han trasladado y trasladan hacia la ciudad de La Habana y la villa de San Francisco de Campeche» (Habana, 20 de mayo de 1770). 92
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minación de nuestro gobierno y atemperadas a climas cálidos como éste; y constándome que en la Luisiana existen más de mil de estas recomendables circunstancias situadas en el trono del inglés, Bueyes, Galveston y otros parajes, que... se trasladarían aquí gustosamente, siempre que se les señalase tierras y se les auxiliase con herramientas y otros útiles correspondientes (Veracruz, 139).
Mucho menos clara que la filiación dialectal de tipo meridional es la de otros rasgos que en el español americano constituyen particularismos regionales y están socioculturalmente connotados, como es el probable arcaísmo de la -e paragógica que Alvar registró en Valle de Bueyeros, de Nuevo México, «con cierta frecuencia tras -r y menos tras -l y -s» (1996: 94), que también verifica Quesada Pacheco «entre hablantes ancianos —todos desde hace dos siglos monolingües en español— de la comunidad indígena huetar de Costa Rica (vertiente pacífica central): llegare [llegar], lo cual da pie para pensar en un fenómeno fonético antiguo, siendo áreas reliquia las zonas donde se da» (2000: 52, 53). Pero asimismo se encuentra muy extendida en las regiones sureñas de Chile, siendo común en Chiloé (amore, pesare, sure), y aunque prudentemente Oroz se limita a la descripción diatópica del fenómeno sin entrar en sus posibles causas (1966: 175), no parece improbable que tales registros se deban a antiguas presencias de gentes del noroeste peninsular, asturianos, gallegos y leoneses, cuadrante del que es propio el fenómeno en cuestión, mientras que para el mismo hecho fonético registrado en hablas del español del sur de los Estados Unidos, al lado de la tendencia al cierre de -e, -o finales en -i, -u, la influencia originaria sería canaria, a su vez de impronta portuguesa, muy posible teniendo en cuenta la intensa inmigración lusa en el archipiélago atlántico y que en 1544-1545 a fray Tomás de la Torre en La Gomera le llamó la atención que «está esta isla poblada por la mayor parte de portugueses» (Martínez, 1984: 252)93. El caso de Chile es significativo sobre el particular, pues aunque disponía de puertos marítimos, los buques con frecuencia faltaban y la 93 Alvar ha encontrado casos de -e paragógica tras -s y -r en hablas tinerfeñas, donde podrían ser reminiscencias de pobladores noroccidentales y portugueses, pero este autor no los atribuye a «conservadurismo arcaico», sino a «un desarrollo secundario de -e debido al carácter líquido de la vibrante» (para -r + e), y
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comunicación terrestre con los dominios vecinos era difícil, sin contar con lo que la resistencia araucana frenaba la inmigración, de modo que el destino chileno durante largo tiempo fue considerado un verdadero destierro por muchos funcionarios, no faltando las documentaciones de tal estado de opinión, así en Huamán Poma: «es la pena d’esecutalle todos sus bienes y desterralle a España para sécula, o a Chile», «sean desterrados seys años de galeras, o a Chile», «le enbíe a su costa con alguaziles que la lleve a las dichas ciudades, o que sean desterrados a Chile» (Corónica, 943, 966, 978). Pero el aislamiento y las distancias no tienen siempre los mismos efectos lingüísticos, pues, ya que del dominio chileno tratamos, su parcela por mucho tiempo más aislada ha sido Chiloé, que, mientras conserva con fuerza la arcaizante parágoge (sure), es la zona de mayor dominio del tuteo, junto a la región norteña de Arica e Iquique (Oroz, 1966: 296, 297), más innovadora, pues, en este particular aspecto que el resto del país voseante. En el caso chilota sobre el tratamiento personal con tuteo ha podido ser determinante la cercanía de la población isleña a los núcleos oficiales, eclesiásticos, militares y del comercio; en el norteño, su antigua pertenencia peruana y la influencia de Lima. La combinación morfosintáctica ya + pronombre personal antepuesta al verbo era normal y de numerosa aparición en el español clásico; la he atestiguado en Juan del Encina («esso ya yo lo sabía»), en Lucas Fernández («ya yo quiero concruir»), en el Lazarillo de Tormes («ya yo tenía otras tantas libras de pan»), aquí también pospuesta al verbo («tenía ya yo echada la aldava»), en Garcilaso de la Vega («ya yo con mi dolor sin guía camino»), y en el Quijote es aún predominante, con once registros de ya yo por uno de yo ya (2002: 487, 488), y a América llega también sin connotación vulgar, pues se encuentra en el testamento de Martín Enríquez, virrey del Perú, formalizado en Lima el 19 de mayo de 1582: «Mando que a fray Juan Enríquez se le den los libros que él pidiere, y a fray Enrique ya yo le dí mil ducados para libros»94. Las gramáticas españolas no acostumbran a referirse a este uso en la actualidad, tampoco la Real Academia Española (1974), ni se suelen por analogía con esta solución para la -s + e, exclusivamente basada en «la tendencia a la sílaba abierta del español» (1993: 66). 94 Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Protocolo 290, f. 1413.
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ocupar de él las descripciones del español de América hechas por hispanoamericanos, ignoro el porqué, pues Kany constata su pervivencia «a veces», pero «no sólo en el habla popular, sino asimismo en la lengua escrita», e incluso aporta algunos ejemplos sueltos peninsulares de Zamora, Ciudad Real y Sevilla (1969: 315). La construcción de ya + pronombre personal seguidos del verbo es bien conocida en Andalucía occidental, en Sevilla se oye frecuentemente incluso entre hablantes cultos, y es el registro morfosintáctico común en el español de Canarias. En América debe de tener extensión mayor que la consignada por Kany, pues igualmente la he oído en Chile, donde por 1763-1769 a la monja Peña y Lillo le resultaba familiar, por ejemplo, «ya yo conosco que no es para sus embarasos esta molestia» (Cartas, 44), «pues ya yo estaba con cuidado» (56), «ya yo estaba sintiendo la operasión tan divina en mí» (57), como se verifica en la copia bogotana del Carnero de 1784, «ya yo lo hubiera hecho» (65v), con testimonios bolivianos, «ya yo deseo encubrirlo», «ya yo quedo a tu rasón convensida» (Potosí, 409, 415), uno de criollo mexicano del año 1789, «ya yo le he dicho que mui poco tengo que servirlo en esto»95, y otro del 14 de octubre de 1820 en el Correo del Orinoco: «ya yo sé que hay algún disgusto por su ida» (337). Estamos ante la ruptura de la geografía lingüística de una construcción que fue de difusión general y que dejó de serlo, más en España que en América. En la Península ya yo + verbo se mantiene en algún punto del tercio occidental y, por lo que sabemos, sobre todo en el suroeste andaluz, aquí sin marca de depreciación cultural, aunque en niveles sociales medios y altos seguramente se prefiere la anteposición del pronombre sujeto al adverbio; y en Canarias su implantación es general, propia de todos los tramos sociolingüísticos. En el español americano su extensión territorial no está tan claramente fragmentada como en el europeo, y otros estudios sobre este uso morfosintáctico probablemente ampliarán su distribución diatópica y social, con el aspecto normativo de por medio, así como con las posibles diferencias socioculturales de sentido focalizadas en la variación ya yo + verbo / yo ya + verbo. Por lo que respecta a la locución adverbial en la tarde (en la mañana, en la noche), la Real Academia Española sólo consigna los ti95 ARChV,
Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Olvidados, caja 1053-12.
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pos a la noche y por la mañana (1974: 439, 442), y Pavón Lucero de por la mañana, por la tarde, por la noche indica que «en el español clásico y el español de América, en estas mismas locuciones se utiliza, en lugar de por, la preposición en» (2000: 617); pero la bibliografía americanista no suele ocuparse de una frase adverbial que es general y de continua aparición en el español americano actual, en clara diferencia de lo que en el español europeo ocurre96. La falta de contraste diatópico no tendría demasiada importancia tratándose de un hecho puntual, y bastante menos se ha practicado la comparación desde la lingüística española. Ahora bien, la presente situación es consecuencia de una evolución histórica que sí merece ponerse sobre el tapete de la investigación. En el texto que certifica el encuentro de los españoles, comandados por Colón, con las Américas se escribe «por no la ir a demandar de noche» ( D i ario, 69), «entró en la barca por la mañana» (85), «ya a la tarde queriendo despedir...» (123), aunque abundan más los registros de la locución con en, por ejemplo: «hasta el domingo en la noche no pudo el Almirante tomar la Gomera» (43), «en la mañana entró en la barca el Almirante» (76), «ayer en la noche, dize el Almirante...» (78), «miércoles en la noche navegó al Sur» (87), «en la tarde vino allí una canoa» (112), «surgió ayer en la tarde para tomar leña» (163). En su gramática, Correas simplemente enumera como expresiones de libre elección a la tarde, por la tarde, en la tarde (1625/1954: 343), y poco antes en el relato de la Monja Alférez se pone «y a la tarde, hallándome en rueda con tres cardenales...» (Erauso, 174). Hacia finales del XVIII la chilena Peña y Lillo ofrece muchos testimonios de a la noche, ninguno de en la noche, como «la estoy encomendando a Dios desde el jueves a la noche», «el lunes a la noche», «volví deste desmayo a la noche», «todo lo dicho apura más a la noche» (Cartas, 8, 11, 16, 41). En los mismos años en que se combatía por la Independencia el Correo del Orinoco mantiene esta misma locución, «a la tarde, al ponerse el sol, se repitieron las mismas salvas y saludos» (240), así como la de por la mañana, «hoy por la maña n a se ha verificado en la Santa Iglesia Catedral la solemnidad debida en acción de gracias», en alternancia con la construida 96 Hoy mismo leo en crónica dada en San José de Costa Rica: «reveló, además, que el jueves en la noche se comunicó con Thomas Shannon» (El País, 11.7.2009).
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mediante en, «el martes en la tarde llegó a manos del Sr. Comandante general de esta provincia la correspondencia» (425), «en la noche del 22» (500). En la copia bogotana del Carnero hay dos casos seguidos de semejante frase adverbial: «el propio jueves en la tarde fue a la cársel», «este viernes en la tarde le notificaron la sentencia» (77v, 78r); con anterioridad en documento mexicano de 1689 se pone: «que lla no puedo a esperá más que hasta esta noche o mañana en la noche», y en otro del mismo año alternan «que se contaron siete de este presente mes, en la noche» y «el día juebes dicho, por la tarde» (Nueva España, 382, 388). Bueno será tener en cuenta como referencia comparativa que en el diario escrito por el sevillano Francisco de Saavedra de su misión en Indias entre 1780 y 1782 ninguna locución hay con en y numerosas con a y por, entre ellas: «a la tarde fui a recorrer otro arrabal de México», «a la tarde pasamos a la Fábrica Vieja de Pólvora de Chapultepec», «a la noche me enteró un oficial de la Aduana de varios asuntos», «a la tarde fui con Rivadeneira a ver la Acordada» (Morales Padrón, 2004: 243-245), «por la mañana fui yo a ver a Solano», «por la mañana hablé con el Intendente», «tuvimos por la tarde una larga conferencia» (209, 214, 218). Parece, pues, que la diferenciación entre el español americano y el europeo en lo tocante a este aspecto gramatical venía fraguándose desde algún tiempo antes.
CODA Afinidades dialectales presenta en su conjunto el español americano con una parte del europeo, en lo que al meridionalismo fonético concierne, pero también diferencias internas, en no pocos aspectos sólo de grado, marcadas por el contraste entre las modalidades que se han venido en llamar de tierras altas y de tierras bajas, costas e islas, ésta de mayor identificación andalucista. Básicamente se da el mantenimiento de una de las variedades del español extendida por una parte de los emigrados en el siglo XVI, aspecto conservador, pues, más aún en el de los que quedaron anclados en zonas cálidas o en territorios muy alejados de los principales centros urbanos y mal comunicados. Pero la faceta innovadora está en la extensión de este fonetismo a emigrados que no lo
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tenían, y sobre todo a sus descendientes criollos, así como en la formación de la variedad de altiplanos. En lo tocante a fenómenos como el de la parágoge y el cierre de timbre vocálico de /-e, -o/, su carácter marginal y la dificultad de su documentación hacen problemática toda clasificación dialectológica en perspectiva histórica: si se deben a asentamientos colonizadores que tenían esos rasgos en su hablar, su antigüedad americana es clara, así como su filiación lingüística; pero podrán ser de moderna aparición si se trata de alteraciones fonéticas sin impronta europea. De todos modos, sucede que algunas de las zonas en que tales modismos se encuentran fueron de poco contacto con la colonización española y con los centros de una cierta importancia cultural, o territorios marcados por su lejanía y aislamiento, y esto permite pensar para tales casos en niveles cronológicos anteriores a la Indepenencia, bien entendido que el alejamiento no conduce necesariamente al arcaísmo, como en el tuteo de Chiloé se comprueba. El español de Chile ofrece aspectos que presumiblemente resultaron del relativo aislamiento del territorio y de lo que el peligro araucano supuso, y algún otro en que su carácter tradicional o innovador dependerá de la explicación histórica que reciba, la articulación postpalatal de /h/ seguida de /e, i/ de manera destacada. Si como algunos sostienen se está ante una pronunciación continuadora de la prepalatal fricativa sonora del castellano medieval, mayor arcaísmo no cabe, aunque si, como es mi opinión, no se trata de semejante continuismo fonético, sino de una simple atracción de la consonante velar hacia estas vocales anteriores, la antigüedad del fenómeno ya no se situará en los mismos comienzos de la conquista y colonización, y constituirá un relevante caso de innovación, problema del que en otro estudio me he ocupado (2008a). De todos modos, independientemente de posturas teóricas el historiador debe manejar con rigor la técnica de su oficio, del error ocasional nadie se libra, porque no es de recibo, ya que de la -e paragógica hemos hablado, que al estudiar el vocalismo del español colombiano colonial se presenten como ejemplos de la existencia de este fenómeno en la Nueva Granada del quinientos las formas ábile, estérile, ynterese, latinismos crudos que como variantes de hábil, estéril, interés son bien conocidos en textos del cuatrocientos y del quinientos, incluso posteriores, de cualquier zona
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hispánica, y en absoluto tienen que ver con esta cuestión. Así el historiador confunde más que aclara, la parágoge habría sido general en el mundo hispánico de aceptar semejante argumentación, e innecesariamente, pues la simple consulta de un diccionario, el de Corominas y Pascual, por ejemplo, o del CORDE habría bastado para suplir el fallo de conocimiento. En el léxico el juego entre tradición e innovación tiene continua y meridiana comprobación por razones de todo punto obvias, en las que más adelante habrá ocasión de entrar con más detalle. Pero otros problemas pueden encontrar bastante explicación en la observación del americanismo léxico; así, en el tan debatido asunto del andalucismo como importante factor en la formación del español americano será preciso considerar que en todas partes hay palabras procedentes de Andalucía y de Canarias, pocas o muchas, según el criterio que se adopte, pero indicaciones ciertas de que por doquier estuvo bien presente la inmigración meridional: ahora se insiste en la cuantificación como método, quizá demasiado y con frecuencia únicamente sobre el papel. Y a cada paso se encuentran muestras de la influencia que el lenguaje formal ha tenido en la expresión de los hispanoamericanos, como hoy mismo aprecio en artículo del político y periodista uruguayo Julio María Sanguinetti, con un uso de habilitar por su sentido seguramente de ascendencia forense, «dos siglos de independencia no habilitan ya más excusas», y en crónica de Lima se incluye el pasaje «será un ministro-secretario, obsec u e nte a los dictados del presidente»97, con un cultismo de raro empleo, si alguno tiene, entre periodistas españoles. La citada noticia limeña contiene un luego de ‘enseguida de, después de’ («llegaba al cargo... luego de una bien considerada gestión»), que también aparece en el artículo de Sanguinetti («quien abandonó la Presidencia luego de ser reelecto»), locución adverbial con sentido de inmediatez de extraordinario uso en América que ya se documenta con profusión en la Independencia y que supone un aspecto de la prolongación del valor medieval y parcialmente 97 El País, 13.7.2009, pp. 4, 25. En este texto periodístico y en pocas líneas se da una reiteración del relativo quien más propia de la lengua escrita culta en América que de la hablada: «González Macchi, quien a duras penas termina su mandato», «Alberto Fujimori, quien abandonó la Presidencia», «Eduardo Duhalde, quien alcanza la normalización institucional».
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clásico de luego98. En el español americano de la segunda mitad del XVIII y primera del XIX constataremos hechos de acusado conservadurismo lingüístico, como el del artículo antecedente del relativo en caso oblicuo (la en que, el con que), el presente de subjuntivo vamos ‘vayamos’, la frecuente aparición de participios con enclisis pronominal («se han desenmascarado y dádose a conocer»), o los numerosos testimonios de la preposición en con valor direccional («ir en casa»); pero también no pocos rasgos innovadores en comparación con el español peninsular, entre ellos el proceso de eliminación de vosotros y del posesivo vuestro, la pluralización de haber y hacer impersonales («hoy hacen tres días»), o la pronominalización verbal (desaparecerse, desertarse, regresarse). El español, como tantas otras lenguas, se mueve entre la tendencia a conservar los usos establecidos y el empuje innovador que acarreará el cambio de algunos de ellos o la creación de nuevas formas de expresión, en un particular equilibrio de esta disyuntiva que determinadas circunstancias lingüísticas y extralingüísticas, no siempre identificables a ciencia cierta, inclinan en uno u otro sentido. Dado que esas circunstancias no han sido las mismas para el español europeo y el trasplantado a América, es natural que éste se desarrollara de manera no siempre coincidente con el de la metrópoli, sea en la mejor conservación de usos que en España periclitaban, sea mediante evoluciones más progresivas o por la pura y simple innovación, factores que no permiten una caracterización histórica inamovible, porque la historia es cambiante como la misma realidad lingüística. Es así que en el Qu ij ote resulta normal huirs e, como de registro común continuaría siendo en los textos americanos de la Independencia, no así en los españoles; y si en el siglo XVIII se relacionaba el hablar hispanoamericano con el de Andalucía occidental por el seseo y el yeísmo frente al restante dominio pe98 Impensable es registrar en la prensa española cuatro casos de luego de en una sola página de Cartas al Director, como en ésta de La Tercera de Santiago: «luego de la renuncia de tres ministros...», «luego de un entrevero, los carabineros respondieron al fuego», «los comentarios que se escucharon luego de este incidente», «luego de pasar por estos procesos» (8.1.2008, p. 2), en el mismo periódico el también frecuente luego de que (15.1.2008, p. 18). La Real Academia Española (1974: 497) consigna el empleo de luego de con participio en la frase absoluta, de por sí de signo culto; pero en absoluto es comparable su presencia en el español de España y en el de América.
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ninsular, el segundo modismo fonético ya no sirve de carácter diferenciador, por la extensión que ha experimentado en regiones españolas antes distinguidoras. De tal manera que en este punto la comparación se ha ido reduciendo a una diversidad diatópica de pronunciaciones yeístas y al contraste con las pervivencias de la distinción /l/ e /y/ a uno y otro lado del Atlántico, mientras que las afinidades y diferencias dialectales entre el español de América y el de España de finales del XVIII y principios del XIX a propósito de la combinación ya yo + verbo se mantienen actualmente. Debe advertirse, por último, que siendo grande América y grandes los cambios sociales y demográficos que la comunidad hispánica originaria experimentó durante la Colonia, su historia lingüística necesariamente tenía que ser poliédrica, en modo alguno reductible a cómodos esquemas. El gramático podrá decir que el pronombre vosotros y el posesivo vuestro se han perdido en el español americano, y esto en gran medida es cierto, en lo sistemático si se quiere; pero por tradición eclesiástica en las misas de bastantes iglesias bogotanas el sacerdote dirá «el Señor esté con vosotros» o «tomad y bebed todos de Él»99, y a los muchachos en ocasiones solemnes, como en la fiesta nacional, los maestros en algunas escuelas americanas se les dirigen con el vosotros, que en situación peligrosa hace pocos años usó ante huelguistas amenazantes un gobernador argentino («yo estoy con vosotros»). Un pronombre que a veces empleó en su prosa, expresión quizá de una tradicional retórica literaria y de su formación magisterial, la más laureada poeta chilena: «yo, al igual de vosotros..., vivo el mismo desvelo vuestro» (Mistral, 34), «vosotros ya decoráis el muro», «vosotros, niños, creáis y seguiréis creando con gozo», «vosotros, niños, no os dais cuenta cabal de esta creación brasileña que sale en bocanada sobrenatural de vuestras escuelas y de vuestras iglesias», «ved, pues, cómo el Incanato proveía de veras al ramo entero...» (176, 177, 197). En Pueblo de mi Chile, texto que le publicó El Mercurio el 9 de septiembre de 1954, la afectividad quizá empujó a Gabriela Mistral a escribirlo con el vosotros y el vuestro, tratamiento de cercanía que en su alma lingüística no se había perdido: «Vosotros ganáis vuestra vida 99 Dato que debo a mi alumna bogotana de doctorado Ruth Villa Navia, quien me advierte que a veces el mismo celebrante explica que se debería decir ustedes con el verbo en tercera persona.
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con mucha más dureza que yo», «yo no lucho ni tanto como vosotros...», «os pido que descanséis», «y un abrazo muy fiel para todos vosotros», etcétera, y habiendo comenzado con un «entre ustedes y esta vieja maestra», hace la despedida con un «ahora me van a permitir unas palabras que no tienen relación conmigo» (Prosas, 241243). Y si con letras de canciones comienza este capítulo, con la de otra termina, la mexicana Yo tengo unos ojos negros, donde un verbo en segunda persona del plural, raro en América, se entona: «Ojos negros, traicioneros ¿por qué me miráis así?».
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CAPÍTULO IV
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ORTOGRAFÍA EN MANUSCRITOS DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX Un mínimo conocimiento de los manuscritos e impresos compuestos en América durante el período colonial es suficiente para poder rechazar tajantemente la especie que a veces circula en la bibliografía lingüística en el sentido de que su ortografía llegó a ser «caótica», y de que ello pudo poner en peligro la unidad del idioma. Si así hubiera sido, el idioma español irremediablemente habría sufrido un serio quebranto en su sistema, es de suponer que sobre todo en su parte fonética, porque la uniformidad ortográfica ha llegado a la lengua escrita en España bastante después de la Independencia, y más tarde y con mayores dificultades en América. Pero sucede que tamaño desorden ortográfico nunca ha existido, ni en los escritos hechos por autores de muy baja formación escolar, aparte de que, como en otra parte defiendo (2006b), la pasada variación en algunos elementos grafémicos no podía poner en serio riesgo la unidad de la lengua, unidad que no es sinónimo de uniformidad, habiendo otras poderosas razones para mantenerla, lo que no impide reconocer que el logro de unas normas unificadas y por todos aceptadas sin duda ha sido beneficioso en muchos e importantes aspectos. De toda evidencia es que no hay textos que con todas sus alternancias y «desvíos» ortográficos fueran de difícil lectura y comprensión en su tiempo, con ninguno me he topado de tal clase, salvo de manera puntual en algún manuscrito, porque el lector de la época en cuestión estaba acostumbrado a encontrarse con rasgos semejantes o a escribirlos él mismo, y porque ha de suponérsele la suficiente sindéresis para comprender por el contexto, si determinado uso anómalo lo requería.
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El historiador no debe caer en una visión ucrónica de los hechos, contemplando los usos escriturarios en comparación con la norma ortográfica actual, ni acumulando indiscriminadamente en una serie de documentos ejemplos de variaciones y de rarezas o supuestas anomalías gráficas, que en su tiempo no lo eran o no tanto como pudiera creerse, dándose así la errónea impresión de caos ortográfico. La comparación ha de hacerse con lo que por entonces se escribía en la metrópoli, donde nunca había imperado la uniformidad ortográfica; naturalmente, en el origen de todo estaba el alfabeto latino y en los años del paso a la escritura romance se establecieron pautas de representación grafemática, que en unos casos resultaron constantes, también en su aceptación posterior, pero variables en otros. De hecho, hasta la fundación de la Real Academia Española no puede hablarse de una autorizada reglamentación, pues las varias ortografías anteriormente publicadas por distintos autores tuvieron una difusión limitada y no solían coincidir en todas sus propuestas. En la práctica escrituraria coexistían tendencias diversas de diferente arraigo, de las cuales unas iban imponiéndose lentamente sobre sus variantes, aunque con inevitables cruces, y sobre la base de los usos gráficos más asentados la institución académica fue estableciendo su propia norma, que acabaría siendo oficial en todo el mundo hispánico. Pero de su Ortografía desde 1741 a 1815 se hicieron ocho ediciones, cada una con modificaciones sobre la anterior, y su eficacia escolar tardaría en ser plenamente efectiva, más en América que en España, por razones obvias, sin contar con las postulaciones de sistemas ortográficos distintos al de la Academia que hubo en los dominios ultramarinos ya independientes. La variación ortográfica en la scripta hispanoamericana tiene mucho que ver con la peninsular, y no es muy diferente de ella; y en su consideración también deben tenerse en cuenta las diferencias que en la regularización ortográfica se observarán entre manuscritos e impresos, y especialmente el nivel cultural de cada autor, que explicará en buena medida el mayor o menor número de los lapsus y otras peculiaridades apartadizas de los usos más corrientes en cada momento, sobre todo en la letra manual, aunque el aspecto cultural no deja de incidir en la producción textual con la de molde. En esta materia las diferencias entre América y la me-
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trópoli no podían ser sino de grado en el apego a una tradición ortográfica común y en las preferencias por uno u otro uso gráfico, que tampoco se pueden generalizar, y, por lo que a los antecedentes más próximos a la Independencia se refiere, sabido es que en el siglo XVIII la emigración española tuvo un alto componente de servidores del gobierno y miembros de la clase judicial y notarial, y que no pocos jóvenes de la elite criolla se formaron en la Península. No sólo eso, sino que desde luego muy pronto a Indias llegaron cartillas para aprender a escribir como las que en España corrieron desde finales del siglo XV, y en el XVIII fueron corrientes en Nueva España, también los catones y los catecismos, para la difusión de las primeras letras (Castañeda García et al., 2004). En 1801 se ofertaba en Bogotá un Formulario para escribir, y en 1791 se anunciaban muestras, impresas en Madrid, para el aprendizaje de la escritura, a la venta en la escuela pública de la misma ciudad (Silva, 2002: 242), como en la población colombiana de San Juan de Girón el plan de estudios presentado el año 1805 para la contratación de un maestro incluía «algunas lecciones de la gramática y ortografía castellana, según el Diccionario de la Lengua de la Real Academia», y en petición dirigida a Carlos IV el bibliotecario de la capital de Nueva Granada relata cómo, aprovechando su conocimiento de los libros bajo su custodia, había abierto una especie de escuela libre, entre cuyas enseñanzas estaba el «estudio metódico de la gramática y ortografía de la lengua castellana» (75, 241).
Cartas de americanos cultos Los criollos de relevancia social estaban familiarizados con la más selecta lengua escrita del momento, por su formación escolar, por sus negocios o por su relación con la administración colonial, inmersos con frecuencia en interminables pleitos para los que necesitaban el auxilio de sus archivos familiares. Entre ellos el mexicano Atenógenes Rojano, con aspiraciones nobiliarias, que intercambia correspondencia con su representante en la Península, «las gratas letras de usted de 15 de enero último ha que contesto y que he visto con el mayor aprecio...», y como oro en paño guarda la vieja ejecutoria de caligrafía (en letra de gusanillo), a la sazón,
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año 1819, ya de difícil lectura incluso para los profesionales de la escribanía pública: Pida usted el depósito de las rentas con protexta de presentar los papeles de mi nobleza, que en primera ocación remitiré del modo que usted me los pide, sin que halla (sic) motivo de dudas, pues lo bolumoso del libro de mi executoria y su antigüidad ha sido la causa de la demora, pues en la información que produxe ante el señor corregidor de esta capital pedí al escribano actuario certificación relativa de ella para instruir al procurador de la ciudad y señor juez, la letra de gusanillo que tiene el citado libro me ha costado mucho dinero, su fiel copia para el efecto indicado100.
En su mismo nivel sociocultural un peninsular no habría escrito de distinta manera, dejada aparte la manifestación gráfica del seseo y del yeísmo, aunque se registren en este texto formas divergentes de la ortografía actual, normales sin embargo en cualquier escrito medioculto de la época. Se hallan algunos trueques de b y v (abiso, bolumoso, cerbirá, inberción, orv e), una h expletiva en ha ‘a’ y hací ‘así’, un ejemplo de v con valor vocálico (vse), la -i sólo en las dos apariciones del adverbio mui, un registro de -i- consonántica (cuio ‘cuyo’) y la latinizante q en qualquier, quando y quanto. Diferencias de detalle presenta la misiva dada en Madrid el mismo año por fray Antonio Blanco, novohispano a la sazón residente en España y poderhabiente de Rojano, que no tiene formas como mui y cuio, pero en dos ocasiones recurre a la u por v (euacuar, seruir)101. Pocos decenios antes un escribano público y de provincia de la Real Audiencia de La Plata redacta un testimonio de aspecto acusadamente seseoso, con casos de v- por u- (vltramarinos, vno, vna) y continuo empleo de u consonántica (cauildos, deua, fauor, hauer, lleuar, etc.), y de -i- por -y- (constante en cuio y suio), de q por c (quales, qualquier, quando, quantos) y algún ejemplo de rr- (rreagrauadas)102. En 1725 un criollo del Cuzco, Pedro de Oquendo, representante en la Corte de la también peruana doña Josefa Centeno, escribe 100 ARChV, Pleitos Civiles, Lapuerta, Olvidados, caja 2196-1, México, 29 de abril de 1819. 101 Ibíd. 102 ARChV, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Depositados, caja 521-2, 30r32v, 16 de junio de 1750.
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una misiva que descubre el uso de v- vocálica (vltramar in a), de rr tras consonante (honrr ad o), un a st a sin h-, la i final en doi, regular como consonante (a rguió, cuio, proiecto), así como la u también consonántica en inicio de vocablo (uista, 2 ejs.), y en posición interior (auer, y haber, breuedad, prouienen, prouará, prouidencia), en alternancia con v (veo, ver, vicios)103. Antes le había escrito a Madrid desde el Cuzco, el 23 de marzo de 1721, su hermana doña Juana, misiva mucho más extensa que la anterior, e igualmente seseosa, y entre los dos textos epistolares se observan coincidencias, pero también diferencias dignas de mención104. Es coincidente la de Juana en el muy ocasional empleo de la v vocálica (v n a), por la falta de h en asta, aunque mientras pone esta letra el hombre en haber sistemáticamente, incluso cuando lo escribe con u (h a u e r), la mujer nunca se sirve de ella en sus numerosos empleos de este verbo, y en cambio usa la y en y m p osible, ynstrumentos (con i en la de Pedro), ynmediatamente, ynterpuesto. Las dos cartas tienen q en voces como qual, qualquier, quando, quanto y quatro, todas ellas en la redacción cuzqueña, donde regularmente se usa -i en muchos registros de mui, oi, virrei, con las excepciones de un oy y de un virrey (en la del varón se da con Rey). Frente al caso de honrrados en Pedro de Oquendo, para la época raro en su nivel cultural, las particularidades más llamativas en su hermana consisten en las vacilaciones que sufre con la -rr-, que varias veces escribe -r(arendamiento, coregidos, socorer, virei), la forma pros igiera ‘prosiguiera’ y una repetida utilización de n ante p (e npeño). Aunque las dos principales notas distinguidoras en la ortografía de los hermanos consisten en que Juana de Oquendo no emplea i consonántica, sino y (mayor, ya siempre), y en cuanto a la u también consonante únicamente al comienzo de la carta se sirve de ella («E uisto el capítulo de carta escrita a nuestra madre...»), para en el resto de la misiva poner exclusivamente v (avía, aviendo, vida, virrei, virtud, visto) y b en decenas de ejemplos, tanto etimoló103 ARChV, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Olvidados, caja 187-2. Se observa en el caso de b, v, y u la lucha entre tradición y novedad, caso de auer y haber, y la vacilación normativa con b, canónica en abiertamente, acaba, besa, breuedad, debían, febrero, haber, libraron, prueba, sobra, cacográfica en conbenientes y Villanueba. Indicio de impronta formularia es que la v- aparezca las cuatro veces en que se pone la abreviatura vmd. ‘vuestra merced’. 104 Ibíd., Cuzco, 23 de marzo de 1721.
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gicos (aber, abido, abiendo, gobierno), como cacográficos: bara, benir, bolbían, boluntad, estubo, llebo, nobedad, probisor, etc. Está claro que ni Juana ni Pedro desentonan de los diferentes usos ortográficos que pueden encontrarse en el primer tercio del XVIII a una y otra orilla del Atlántico; es evidente también que la mujer tuvo distinto maestro que su hermano, y en mayor sintonía con las corrientes entonces más en boga, por su empleo único de la y consonante y casi absoluto rechazo de la tradicional u, coincidentemente con los criterios que adoptaría la Real Academia Española en su Autoridades para las dos letras, incluso con mayor modernidad por parte de la criolla, en este caso también de su hermano, a cuenta de su absoluto desapego de la grafía ss, que aún mantuvo el primer diccionario académico. De la repercusión que los distintos niveles culturales de los dos autores peruanos tuvieron en sus respectivos escritos me ocuparé a continuación.
Corpus altoperuano de nivel sociocultural medio Veamos ahora el estado de la cuestión ortográfica en el manuscrito que cito como Tortura, redactado en Cochabamba el 1791 y presentado ante la Audiencia de Charcas el mismo año, recurso judicial, con lo que de forma y estilo esto conlleva, pero no exento de la viveza coloquial, «hasta mandar por último el tolerado reo theniente de alguasil filar ochenta o noventa hombres... a usanza de guerra, con látigos, palos y pellejos en mano y poniendo en carrera de baqueta al desvalido reo en el nombre como yo le proponían eligiese una de dos: o sufrir la felpa de golpes o pagar el carselaje» (8v), «¿Con que ha escrito contra usted a la Administración de Tabacos? ¡Qué insolencia! ¿A que le mando dar doscientos asotes?» (10v). El reo recurrente, Judas Tadeo Andrade, escribe y firma la explicación de cada una de las ocho láminas que el corpus contiene, con escenas de su terrible experiencia carcelaria, y al final del recurso, antes del documento de súplica que en su favor aportan dos vecinos de Cochabamba, su autor estampa su nombre y rúbrica bajo la aclaración: «Verdadero vorrador de la que escribí a los oficiales reales, y por ser verdad lo firmé» (22v). El autor del recurso es el mismo condenado, hombre de mediana cultura, como los
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representantes de ese nivel en la sociedad altoperuana al acabar el siglo XVIII, algunos de los cuales dejan su letra en hojas timbradas de la Audiencia de La Plata y en las últimas páginas de esta preciosa pieza documental, por supuesto seseosa. La ortografía del conjunto, incluida la de Andrade, no difiere mucho de los casos anteriormente expuestos en cuanto al empleo de v vocálica (vn, vna, vtil id a d), con un ejemplo suelto de mui (7v), a la falta de u de representación vocal, al de la latinizante q (c o ns eq u e ncia, qual, quant o...) y a la variación entre i e y c o ns onánt ic a s (cuio-cuyo, oió-oyó, etc.). Con harta frecuencia aparece en este manuscrito la y grafía de /i/ en inicio de palabra y diptongo decreciente —y n c h adas, ynocencia, yra; alcayde, desayre, oyga, etc.—. Comparativamente destacan lo numeroso de este registro ortográfico, tal vez debido a la tradición del oficio forense que informa el texto, y la extraordinaria abundancia de usos de v por b (c av esa, savedoras, v a j o, etc.), sobre todo notable el trueque contrario, por ejemplo buestro, nobenta, nueba, seberamente, subsecibo, lapsus reiterativo seguramente de causa cultural, como en la carta de Juana de Oquendo, curiosamente también coincidente en su propensión a la y vocálica; y en el texto boliviano la manifiesta impericia en el manejo de la h (a b l a ndo, allo, alló) se intenta corregir en vano, mediante su indiscriminado uso en continuas hipercorrecciones, como habiertam e nte, h a ntes, hapearon, haún, haunque, ehuropeo, hera, hiba, yahace ‘yace’. Hay muestras de g para /g/ ante /e, i/ (A g il a r, frecuente junto a Aguilar, y emb r i ag e z), así como una de q sin tradición latina para /k/ ante /u/ (c o ns eq us i ó n), y se encuentran bastantes casos de rr inicial (rraíz, rrecibiendo, rrecomendada, rresulta, rretenidos, rr i s c o), y tras n (E nrr ique, honrrado, ynrr a c i o n a l e s), así como varios de n delante de b y p (C ochabanba, enbargo; conpetencias, intenpestibamente). Finalmente, conviene señalar que un cambio de letra, como el observado en el folio 16r-v, puede manifestar determinadas preferencias ortográficas del escribano en cuestión, pues en el corto espacio textual de éste se hallan seis registros de rr- y - rr, junto a una pequeña incidencia del intercambio de b y v, de igual modo que mientras en todo el recurso judicial la ss es extraña (un caso de assotes trae el 13r), en la remisión que la Audiencia hace de los autos criminales a la autoridad para el cumplimiento de la pena el escribano pone asessor (en sus tres menciones), assí, essa, Jossef y presso (24r, 25r).
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Ortografía del Carnero De las cuatro manos que intervienen en la copia bogotana del Carnero, de 1784, una sólo escribió la portada, con la grafía ss en pertenesse y los diez renglones del último folio (181r), con un quéntasse, doble ese que es sumamente ocasional en este corpus, algún raro ejemplo hay como el de Inojossa (48v), salvo en la parte correspondiente al tercer copista, quien empieza usándola con reiteración —acasso, caussa, cavessa, Monssón, passó (74r, 75r)—, para luego ponerla más aisladamente con determinadas palabras, entre ellas cassa (81v, tres muestras en 97r). Por lo demás, en lo fundamental la ortografía del Carnero en la mayor parte de sus usos coincide con la de los anteriores textos, otra cosa es el distinto grado de frecuencia en cada uno de ellos, pues se halla la i alguna vez para la conjunción copulativa (i, hi), a final de palabra (doi, estoi, hai, mui, virrei) alternante con la menos frecuente -y (hay, muy, oy), así como la y inicial y tras vocal (yllustres, yncluían, ynperio, ystorial, oydor), pero con abundancia claramente menor que la observada en el boliviano Tortura. No faltan los casos de q latinizante (qual, quando, quenta), si bien su presencia no es demasiado llamativa, menos aún en ejemplos como el de qudicia (162r), y en cambio es muy frecuente la i consonántica (aiudar, cuia, maior, proueió, suio), aunque hay ejemplos de haya y mayo, y a comienzo de palabra yo, como yendo o yerro, con alguna muestra de j para la mediopalatal /y/, ajo ‘hayo, arbusto de la coca’ (116r). Se prodigan los registros de rr inicial y tras n, no de igual manera en todos los copistas: rrabioso, rrasos, rrastro, rrebuelto, rrico, rridiculosos, rrienda, rrincón, rrueda, rruido; deshonrró, honrra, honrrado, Manrrique, y se encuentra n escrita ante b (conbenía, honbres, sin enbargo, tanbién) y p (aconpañado, desanparado, tanpoco, ynperio). Para la época no resulta chocante el ocasional hallazgo de una forma como gerrilla ‘guerrilla’ (144r), ni las alternancias muger-mujer-muxer, jente-xente, siempre que no se produzcan con tanta reiteración como la que este texto descubre, tal vez de motivación cultural, que sin duda tiene la extensa lista de lapsus con b y v, entre ellos los de aprobechándose, ba, bes, bolber, bolbiendo, estubo, tubiésemos; vai-
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les, cavezera, cavildo, vrevedad, así como el no menos amplio inventario de voces con h expletiva: ha ‘a’, haiudados, hallegado, haora, hellos, hi ‘y’, himagen, hinsoportables, hirse105.
Exvotos mexicanos Ni que decir tiene, la formación escolar e intelectual del autor de cada pieza documental influye en su redacción, aspecto ortográfico incluido, y en los análisis que preceden se advierten ciertas derivaciones del factor cultural, sucediendo en ocasiones que una deficiente instrucción puede favorecer un mayor apego a la tradición escrituraria, tal vez porque el maestro también era ajeno a las tendencias más innovadoras o puestas al día. Es lo que parece suceder con quienes compusieron los cuadros de exvotos populares del mexicano Retablos, donde por supuesto abundan las cacografías entre b y v, así baras, biniendo, bolante, bolteó, devido en cuadro de 1743, y las concernientes a la h, aser y harim á nd ole ‘arrimándole’ en otro de 1752, faltas que son comunes a todos los exvotos del siglo XVIII y a los del XIX, y estos datos son altamente significativos en cuanto a su frecuencia, ya que el número con que se producen se verifica en textos de corta extensión, la mayoría de muy pocas líneas, observación igualmente válida para las particularidades ortográficas que siguen, algunas prolongadas hasta bien entrado el siglo XX. 1. Con valor consonántico se interfieren i e y en se hayó-lo haiaron, cuio (1761, 5), y grafía de consonante es i asimismo en cuia, restituió (1781, 10). Con referencia vocálica también fueron variantes para la conjunción copulativa (1761, 5; 1851, 26), palabra gramatical que en alguna pieza constantemente se escribe con i (1842, 18), mientras otras siempre registran mui (1846, 21; 1852, 27). Más numerosos son los corpus con atestiguación de y como grafía de la vocal /i/ en inicio e interior de palabra, sobre todo en la primera posición: caydas (1784, 13b), ynbocando (1743, 1), ymagen (1776, 8), yso, ymagen (1846, 21), y m agen, ynbocó, ynstantes (1849, 22), yrritación (1854, 29), ymbocó (1861, 34), ynvocó (1891, 46), ymediatamente (1882, 46b), 105 Se aducen unos pocos ejemplos para cada caso grafémico de los muchísimos que el Carnero ofrece.
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Yxtac alc o (1895, 48), ymajen (1867, 52), y n b ocó, ymagen (1868, 53), ymagen (1875, 56). Con toda seguridad la rancia prosapia cultista de esta letra y su antañona simbología pitagórica no fueron ajenas al persistente arraigo de la misma en la ortografía española, hasta el punto de que llega a registrarse en exvotos de la primera mitad del XX: ynbocó, ynprebista (1927, 67), yso (1939, 73), ymbocó (h. 1940, 75), con mayor restricción y en palabras de especial significación sociológica en algunos escritos españoles de los mismos años. 2. Puede que tampoco suponga una simple transgresión ortográfica la n puesta delante de b y p en las formas que acaban de citarse para el uso de la y, así como en nonbre, inpidió (1784, 13b), inbocó (1838, 16; 1850, 25; 1895, 49), Canpos (1845, 20), no siendo casual que el primer exvoto de ortografía moderna también en este punto testimonie el triunfo de la corriente innovadora, pues a la n que en primera instancia se había escrito en inploró se le añadió luego un tercer trazo para convertirla en m (1827, 14). 3. Cultismos gráficos de ch y q con valor de /k/: charidad (1759, 4), quando (1752, 2; 1776, 8), quasi (1759, 4). 4. Empleos de v para /u/ a comienzo de palabra y de u para /b/ en posición interior: 3 ejs. de vn-vna, coexistentes con una, junto a deuosión, feruorosos, hauiendo, al lado de maravilloso, movimientos (1759, 4), vnido, sirue (1776, 8), vna (1780, 9), vn (1846, 21), todavía vn, vnico en retablo de 1864. 5. Quizá constituyan faltas propiamente dichas los casos de -r- por -rr- de harim á nd ola (1752, 2), o c urió (1770, 6), buro (1882, 46b), o c ure (1873, 54). Pero la grafía aRiva (1784, 13b) tiene precedentes medievales y todavía es más fácil de enlazar con formas escriturarias del Medievo la rr- de rre st ableció (1850, 25), rremedio, rrestablecida (1851, 26), rrazón (1854, 30), rremedio, rrestablecido (1859, 33), rretablo (1939, 74), ocurriendo lo propio con la rr tras consonante de fiebrre (1867, 52) y con la misma grafía a final de sílaba en C o rrpos, arrcánjel, herrmanos, muerrte, perrsonas, puerrtas (1939, 72). Desde luego, si no estamos ante huellas de antiguos usos grafémicos, el primero y el segundo profusamente registrados, por ejemplo, en el códice del Poema de Fernán González, copia de 1470-1480, de la mayor obviedad resulta que los autores modernos de tales soluciones gráficas se han movido por idénticos resortes psicolingüísticos que los antiguos, y con igual adecuación de la realidad fónica a la ortografía.
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6. En todas partes fueron bastante frecuentes los trueques entre x, g, j delante de e, i manifiestos en cojió, lixítima (h. 1782, 13), Jetrudis (1864, 37), Virjen (1897, 50). También se conocieron muy anteriormente ocasionales empleos de g ante e, i con valor de velar sonora /g/, en lugar de gu, y en este corpus se verifica en varios casos, como los de Gerrero (1770, 6), consigió (1849, 22), encegida (1851, 26), consegir (1856, 31); igual que los de g ante a, o, u con referencia a la pronunciación velar /h/, que aquí aparecen en guaxase ‘juagarse’ (h. 1782, 13), amazigo y amasigo ‘amasijo’ (1776, 8), trabagos ‘trabajos’ (1845, 20), mogada ‘mojada’ (1856, 31).
EN LA IMPRENTA La manuscritura no experimentó en toda América el mismo influjo relativamente regularizador, o ejemplar, que en el aspecto ortográfico pudo experimentar en la metrópoli de parte de la letra de molde, pues en muchos sitios no se conoció la imprenta hasta los años de la Independencia, de intenso combate tanto militar como ideológico. En algunos lugares la llegada de impresores con su instrumental se celebró como una gran fiesta y en gran número de ciudades se empezaron a publicar periódicos o aumentaron los preexistentes. La que se ha llamado «orgía periodística», promovida desde 1810 y a resultas de la emancipación, sin duda favoreció la alfabetización de los americanos y acrecentó el número de lectores, reforzando así la prensa el papel modélico que en materia ortográfica le correspondía a la imprenta en general, pues además de libros, periódicos y revistas se publicó una infinidad de pasquines, panfletos, hojas sueltas y papeles volantes (Alonso, 2004). Pero al fin y al cabo modelo de una ortografía que distaba mucho de ser uniforme en una producción editorial asimismo deudora de usos largamente asentados en la tradición manuscrita.
El Correo del Orinoco Este voluminoso corpus periodístico, editado en Angostura entre 1818 y 1822, por los años en que la Independencia llega a su
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triunfo definitivo, compuesto de aportaciones principalmente venezolanas y colombianas, pero también de las Antillas y de otras partes de América del Sur, pertenecientes al ámbito oficial (administrativo, político y militar), así como a muchos colaboradores particulares, permite las siguientes observaciones: 1. Contiene el Correo un considerable número de formas en las cuales se grafía con x el fonema velar /h/ en su realización americana, claro está; entre tales registros los siguientes: aflixido (53), baxáes (238), baxo-baxa (454, 464), dixo (238), diximos (240), executar (241), exército (239, 240, 451), fixar (241), quexas (454), vexaciones (238). Salvo en el caso de aflixido, las demás voces están escritas de acuerdo con la tradición medieval y corresponden a la evolución fonética originaria en castellano, y la continuidad de esta grafía era intensa en el siglo XVIII, según se ha visto. Hacía muy pocos años desde que la Academia, en pleno conflicto bélico entre España y sus colonias, había proscrito la x como representación del fonema velar (en 1815), y tal disposición mal podía hacerse efectiva en América cuando textos ministeriales aún registraban años después en Madrid exército con bastante frecuencia, así como execución y fixar106. Pero lo mismo que en el corpus peninsular se encuentran bajo, caja, dejar (Actas, 36, 37), en el venezolano se hallan condugese y egecutó (231, 451), en la tendencia a la modernidad ortográfica107. 2. Como grafía de /k/ la Academia había suprimido la q latinizante en 1775, la usaba Murillo Velarde en voces como quadra y quáqu ero (Geografía, 166, 267, 282, 354), y aún mantiene bastante uso en el corpus periodístico venezolano, verbigracia: qual (11, 13, 454), qualquier, qualesquiera (454), pero cualquier (453), quando (154, 440), quanto (10), quarteles (440), quatro (154, 218), questión (454), conseqüencia (19, 34, 374), y consequencia sin diéresis (384, 385), consequente (453), delinqüencias (413), delinqüente, eloqüencia, esquadra (154), freqüentemente (381), iniquos (155), seqüestrada (23), sequaces (247); también persequción (100), sin precedente gráfico la106 Actas,
156, 182, 185, 197, 198, 208, 213, 214, 216, 218, 238. cierto que en estas voces en lugar de la etimológica x está la de la j de la actual ortografía oficial, como en el texto oficial madrileño son corrientes dirijido, elejidos, exijirse, prestijio, urjencia (Actas, 195, 253, 358, 361). Como al tratar del Carnero advierto, también los ejemplos que del Correo aquí manejo son una parte de expurgos más numerosos. 107 Es
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tino. Pero a pesar de la normativa académica el multisecular uso ortográfico, de inicial impronta etimologizante y cultista, tardaría en desarraigarse no sólo en América, como se acaba de ver, sino también en España, en cuyos textos ministeriales de la primera mitad del siglo XIX todavía no son inusuales testimonios como los de qual, quales (Actas, 137), qualquier (149), qualquiera (244), quantía, quarenta, cinquenta (147), quanto (146), qüestión (146, 202). 3. El empleo de la y en situaciones que no le corresponden en la moderna ortografía oficial se verifica en innumerables autores dieciochescos y, aparte de sus anteriores menciones, lo encuentro en texto teatral boliviano de 1799: hayga ‘haiga (haya)’ (Potosí, 171, 173), con el apellido ecuatoriano Garaycoa en carta de 1822 firmada por Antonio José de Sucre, donde también se pone heroyco, y el mismo nombre de familia con idéntica grafía aparece junto a yglesia en misiva de dicho año que lleva la firma de Simón Bolívar (Documentos, 6, 7)108. En el periódico de Angostura abundan las grafías de este tipo: ayre, bayles, Buenos Ayres, heroycos, Maracaybo, paysano, reyna, reynos; yglesia, ylustre, yndependencia, yndependiente, Ynglaterra, yngleses109. Pervivencia, pues, de antiquísimos usos escriturarios para la y en la vocal segunda del diptongo decreciente o en hiato, y a comienzo de palabras culturalmente significativas, pero de nuevo nada privativo de los textos americanos, porque las citadas Actas españolas del Consejo de Ministros recogen en abundancia voces así grafiadas: pays, pleyto, reyna, reyno, virreynato, etc., bien es verdad que en redacción manuscrita. Ayudará a entender semejante arraigo de esta grafía saber que el mismo Goya se servía de ella con superpuntuación de tradición medieval, con otros ejemplos en el XVIII, que un panfletario, seguramente jesuita, en dicha centuria ridiculizaba a Sabatini por «inventor de las Y griegas», y que el simbolismo de la letra pitagórica la hizo llegar hasta bien entrado el XX, más en América, de manera que en el Acta oficial del nombramiento de Ramón y Cajal como director del instituto científico de su nombre, fechada el 108 En carta autógrafa de Bolívar, del 16 de noviembre de 1826, el Libertador pone repetidamente Garaycoa, con grafía fijada en este apellido, pero heroicas, que también así escribe en otro autógrafo suyo de hacia 1829 (Documentos, 18, 21). 109 Correo, 179, 180, 239, 401, 406.
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12 de noviembre de 1920, aún se puso Ynstituto según en otra parte relato (2008b: 41-43). El adorno de la y, de tan rancio abolengo en la manuscritura hispánica, también alcanzó a América, y en plano del 28 de noviembre de 1769 hecho en Nueva Orleans se encuentra una vez como conjunción copulativa coronada en forma de acento circunflejo110. 4. Ni que decir tiene, en el Correo del Orinoco no faltan los ejemplos de confusión entre b y v, como biscayno, bóbeda, corcobear, tubo, también todabía y vuelban en la carta firmada por Bolívar últimamente citada (Documentos, 7), mientras que en dos autógrafos suyos el Libertador irreprochablemente emplea b y v según la norma moderna (18, 21)111, igual que se muestra diestro en el manejo de la h, con una sola falta (enorabuena) en el primero (18). En cuanto a los casos de acia sin h del texto de Angostura (v. gr. 227, 239, 263), que también se hallan en las Actas madrileñas (21, 40, 161), difícilmente por entonces se tomarían como señal de incultura, según más adelante advierto. 5. Que en el Correo bolivariano se halle esporádicamente -r- por -rr-, así aborece, carera, coriente, ocurir (51, 91, 169, 465), no tiene mucho de particular, pues es caso de antiguo conocido y seguramente se trata de simple errata de imprenta. Los ejemplos más aislados aún de rru idos, honrrosos y h o nrrosa (126, 501, 520) quizá son de otra índole, pues tienen precedentes en autores cultos, en textos literarios incluso según se ha visto. Con mayor razón se puede decir esto del uso de n ante b y p, común en el castellano medieval y frecuente después en muchos textos, no siendo tal vez casual que en la misma página del Correo del Orinoco que registra h o nrrosa asimismo presente un tanbién y en dos ocasiones conpet e nt em e nte (520). 6. La letra i a final de palabra es muy rara en el Correo, pero aún la encuentro con estoi (512) y mui (408, 504), y al menos una vez para la conjunción copulativa: «ni habrá tampoco beneficio que pueda 110 Plano de la ysla real cathólica de San Carlos, cituada en la embocadura del río Miscisipi: AGI, MP, Florida y Luisiana, 72. El mismo cincunflejo que regularmente lleva la conjunción o, en la manuscritura antigua también de distintas formas adornado. 111 En tanto que la indistinción años más tarde abundaba en el corpus ministerial madrileño: aprovándose, deliveración, revelión (Actas, 21, 22, 152), lebantó, precaber, respectibo, tubieron, uba (23, 161, 386, 393, 523).
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jamás domarlas i mucho menos atraerlas al partido de la razón» (496), grafía que, como bien sabido es, había sido propuesta y usada por Nebrija, aunque en la práctica escrituraria era conocida mucho antes y en el caso de mui recuérdese que así se halla como entrada, es cierto que excepcional, en el primer diccionario académico o de Autoridades. Un único testimonio he encontrado de u consonántica, con el nombre de persona Saluador Camacho (507). 7. No aparece en este corpus periodístico la i consonántica, pero sí una j que en ocasiones representa la mediopalatal /y/: a bj e cc i ó n ‘abyección’, a bj e ct o (64, 197), pero a by e cta (239), major en «hermano major» (311), subj ug ación-subyugación (71), probablemente latinismo gráfico112. Sobre esta grafía recuérdese el ajo ‘hayo’ del Carnero, donde probablemente se da también la alternancia Bojacá-Boyacá, en el topónimo indoamericano Bojacá de lugar cercano a Bogotá, variación que en el Correo remite al Boyacá de la batalla que decidió la suerte de Nueva Granada113. Un adjacente se lee en el título del «Plano de la villa de Pansacola en la WE Florida, del fuerte de (San) Jorge y de las fortificaciones adjacentes últimamente construidas», del año 1781114, y projetto se pone en la planta del acuartelamiento del Puerto de España en Trinidad, de 1786, donde también se escribió la jota mayúscula por i en Jnfantería (Cartografía VI, 154). Hay precedentes de este uso ortográfico de referencia palatal, pero en contexto escriturario bien distinto, de cuando la j sin punto se usaba por la i latina para /i/, también sin superpuntuación, por facilitar la lectura, uso en muchos escritos del XVI aún vigente, de manera que como la i podía servir como y consonántica, eso mismo se daba con la j, con ejemplos en carta del deán extremeño de Tlaxcala, quien en ocasiones pone aquj, mj, muj, «j porque me remito...», igual que «y aja ésta por suja» 112 No se trataría del único latinismo ortográfico del Correo, donde indudable es recollección (56). 113 De estos dos casos con mayor detenimiento me ocupo en otra parte (2008b: 40). En cuanto al Bojacá-Boyacá de las cercanías de Bogotá, se debe tener presente que el Carnero nos ha llegado en copia, y que el original se acabó el año 1638, lo que puede explicar la variación en la representación gráfica y fonética de este nombre de lugar vernáculo. 114 AGI, MP, Florida y Luisiana, 247. Título seseante (fuersas) de perfecta caligrafía, con empleo de v vocálica.
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(Nueva España, 184), así como en misiva fechada en Cartagena de Indias por Luis de Larraga a su mujer el año 1581, texto epistolar donde el autor pone suya y yo, pero sujo en la despedida («Sujo hasta la muerte»)115. 8. Quizá pudiera tomarse por lapsus intrascendentes una grafía suelta como sacueados ‘saqueados’, «estado humilde de colonos ultrajados, vejados y sacueados» (239), si no fuera porque también ocurre en misiva chilena de 1764, «se me tuerse la boca para el lado iscuierdo», forma anotada y cotejada por su editora (Kordic Riquelme, 2008: 16), y porque esta representación cu de /k/ ante /e, i/ se da en versos de Juan del Encina impresos el año 1496: «hizo tan gran alboroque / cue (‘que’) se tornó cugujada», «déxame mi corazón / no cuiero (‘quiero’) tu galardón»116. Y similar es el caso de gu para /g/ ante /a/ en distinguan (229), y guarantes ‘garantes’: «a quien en la calle públicamente le echaron garra los guarantes por ciertas deudillas que había dejado de transar» (484). En cuanto a precedencias en la evolución de la ortografía hispánica, el uso de n antepuesta a b y p no sólo estuvo muy extendido en la lengua escrita medieval, sino que fue común en muchos textos indianos, por ejemplo en las cartas mexicanas del salmantino Alonso del Castillo, y en los siglos XVIII y XIX, dependiendo de las distintas enseñanzas escolares, es fácil encontrarlo en América con diferentes frecuencias. Mucho menos regulares son las anteriores muestras de cu por qu, las de gu y g por g y gu, respectivamente, que, sin embargo, son más frecuentes que las del caso anterior, con ejemplos de pagua ‘paga’ en Lucas Fernández (1514) y en documento de Carmona de 1511 junto a entreguándolo y siegua ‘siega’, en actas de Morón de la Frontera de principios del XVI gisa ‘guisa’, fygera ‘higuera’, largezas ‘larguezas’, o nauegen ‘naveguen’ en poder notarial hispalense de 1478, y ni siquiera Nebrija se libró de un siguo ‘sigo’ en su gramática de 1492, según anteriormente he referido (2008b: 41).
115 AGI,
Indiferente General, 2098. 58r, 79v. En la misma plana donde aparece cuiero hay trece casos de este verbo con grafía qu-, de ellos cuatro quiero. 116 Cancionero,
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La Aurora de Chile Tres son los números de este madrugador periódico independentista sometidos a escrutinio ortográfico117, en el que todos coinciden en un extendido empleo de la q latinizante: conseqüencia, qual, qualquier, quando, quarenta, quatro, questiones, así como en el de la y, éste esporádico y en unas pocas palabras (Haytí, haytianas, reyno, reyna) en el primero; Reyno (de Chile) alternante con Reino en el segundo, donde un comunicado oficial pone la griega en variación con la latina en abreviatura de fórmula de tratamiento respetuoso, «asegura a V. S. Y...», «Dios guarde a V. S. I. muchos años» (Vuestra Señoría Ilustrísima); en el tercero Reyno y reynar sólo en carta pastoral inserta del prelado gobernador en sede vacante de la diócesis de Santiago, cuyo apellido en el encabezamiento figura como Gerrero ‘Guerrero’. Aparte de este rasgo de arcaísmo grafémico (g por gu), el primer número de los analizados es el de aspecto más tradicional, por el caso de Enrr ique y la -i en un hai coincidente con hay (pero siempre ley, rey), constante en mui, así como por la i consonántica de cuia. En el oficio del obispo de La Concepción que publica el segundo número hay otro ejemplo de esta grafía con el subjuntivo haian («no puedo persuadirme a que... haian influido siniestras intenciones»). La h latinizante muestra un gran arraigo en estas hojas periodísticas: comprehender, trahe (núm. 1); distraher, emprehender (núm. 2); trahe, trahiga (núm. 3). El diccionario de Autoridades aún mantenía así escritas estas formas verbales, con la única innovación de emprender. En los demás casos únicamente contravienen la norma más asentada en la época un hechó («hechó el siguiente brindis»), en el primer número, correcto en buen número de palabras con h (habían hecho, hacían, ahora, hallar, hasta, humanidad, etc.); a ‘ha’ («no a perdonado»), habrir («habría las puertas a los descontentos»), halienta, en el segundo; y exibe es la única cacografía del tercero. Sólo aparente error es el acia ‘hacia’ de estos textos. El sustrato cultural, o el factor de la formación escolar, aflora en la ortografía de la publicación periodística chilena, en la cual 117 Aurora de Chile. Periódico ministerial y político, impreso en Santiago de Chile, en la imprenta de este Gobierno, 13.2.1812; 18.7.1812 (Aurora de Chile Extraordinaria), 1.4.1813: facsímiles en http://www.memoriachilena.cl.
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generalmente los textos de procedencia gubernativa son los de mayor uniformidad y modernidad grafémica, lo cual por cierto también se advierte en el Correo del Orinoco. Si nos fijamos en los expurgos de b y v, el segundo número únicamente ofrece el lapsus de govierno, precisamente en el oficio inserto del obispo de La Concepción, que es donde se presentan las faltas con la h, salvo el halienta de la nota del editor, con numerosas grafías seseosas; el tercero trae los errores executibo, havían, pabor y tubiesen, acompañados de un mayor número de lapsus indicadores del seseo; pero es el primer número el que se lleva la palma en la permisividad ortográfica (también el que registra cuia, hai, mui, Enrrique), con un continuo desliz en el empleo de b y v: desembuelve, esclabitud, nuebo, nueba, olbido, tubo, govierno, haviais, huviera (pero hubiera), huviesen, asimismo el que mayor libertad deja al desliz seseante118.
El Mercurio Peruano Las páginas facsimilares que a continuación se analizan contienen los artículos que José Ignacio de Lecuanda publicó en el Mercurio Peruano, el primero el 2 de agosto de 1792 y el último del 30 de marzo de 1794, con la descripción de las provincias de Trujillo que en larga visita pastoral recorrió el obispo Martínez Compañón119. Lecuanda era sobrino del ilustrado prelado, peninsular de origen norteño, alto funcionario de la administración virreinal y de considerable cultura, todo lo cual debe tenerse en cuenta a la hora de calificar los hechos
118 Lapsus seseosos en la Aurora de Chile: aderesados, brillantés, cresca, decender, dies, dozeles, esfuersos, espesie, establescamos, hisieron, jusgado, obscurescan, recentido, reconosimiento, suseptible (13.2.1812, cuatro páginas); sólo un repetido conosca, y en las pocas líneas del inserto oficio episcopal delisioso, convulciones, presindir (18.7.1812, tres páginas); emprezas, exclucivamente, sosobras, un reiterado traisión, y ecleciásticos, exepción, ocacionando en la carta del obispo de Santiago (1.4.1813, cuatro páginas). 119 Trujillo, Apéndice III. Todos los textos de este facsímil están detenidamente leídos, pero el análisis exhaustivo para evitar innecesarias reiteraciones se dedica a los números del Mercurio Peruano 165 (2.8.1792), 166 (5.8.1792), 249 (25.5.1793), 269 (1.8.1793), 333 (13.3.1794), 336 (23.3.1794), uno de cinco, otro de seis y los demás de ocho páginas.
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grafémicos y fonéticos que presentan sus páginas, tamizadas por quienes participaron en su impresión para el periódico limeño. Es común a los artículos de este corpus periodístico la q latinizante en formas como adequada, aquátil, obliquo, quadrúpedos, quasi, quarta, así escritas corrientemente en el XVIII; y la y, aunque de manera no tan generalizada y de frecuencia variable según los textos, aparece en diptongos decrecientes interiores, así en ayre, azeytes, azeytunas, bayle, reynado, reyno, trayción, traycionero. Las erratas de imprenta son esporádicas y evidentes en golges por golpes (165), o puadrúperos por quadrúpedos (249), quizá también en casos sueltos de contrarestar y prerogativa (165, 249), pero la serie de contribuciones de Lecuanda al periódico limeño en este aspecto está impresa con bastante cuidado. No son faltas, como en anteriores ocasiones se ha visto, los reiterados usos de la h en comprehende (165), contraheré (249) y contrahen (269), insertos en la línea escrituraria tradicional y de signo culto, como tampoco se puede tachar de error el recurrente ejemplo de acia (165, 166, 249, 333), verificado en carta del mexicano Atenógenes Rojano, de 1819, «pequeño tributo de mi gratitud asia usted» (v. n. 100), y en la Aurora de Chile, cuando tanto el Autoridades como Terreros aún mantienen esta grafía junto a hacia. Por el contrario, sí suponen faltas ortográficas otras ausencias de la h, así como los trueques de b y v, indicios de un determinado nivel cultural si pasan de lo puramente ocasional, y de éstos sólo trae uracán y javalí el núm. 165, en el cual únicamente un repetido raíses se registra, y el seseo gráfico no aparece en el núm. 166, de ortografía correcta, quitado un vagre, en cualquier caso palabra de poca tradición literaria y lexicográfica, pues la Academia durante mucho tiempo la ignoró (Terreros la incluye con b). El núm. 249 trae o c ea r ‘hozar’ («o c ear la tierra como el cerdo»), ojas, ormiguero, urón, y avejas, pabos, vívoras, acompañados de varios deslices seseosos: alcansándole, Baltazar, casador, cebo ‘sebo’, embelezar, espesífico, gamusa, latigaso, Sausal. En el núm. 269, que ofrece una excepcional muestra de v por u (vsa), se dan las cacografías ojas, (junto a hojas), rehumas, ésta de posible intención cultista, y labado, silvido, sorviendo, xarave, al lado de buen número de desviaciones seseo-ceceosas: Alonzo, altramús, bersas, cebo, ensía, fóciles ‘fósiles’, liza ‘lisa’ («su hoja... por el lado que está liza...»), losa ‘loza’, peluza ‘pelusa’, poso ‘po-
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zo’, sumo ‘zumo’. El núm. 333 ninguna falta ortográfica descubre, pero dos formas relacionadas con el seseo (cadalzo, Garcilazo); y el núm. 336, de idéntico aspecto tipográfico, testimonia un ceceo gráfico (ganzo ‘ganso’) con los lapsus de desinchar y cuebas. Como con la lectura de la Aurora de Chile se comprueba, en esta edición limeña también queda claro que un mayor desaliño ortográfico deja más libertad a la manifestación del seseo gráfico, pues supone un nivel cultural no demasiado riguroso, y que el aprendizaje escolar no ha sido barrera suficiente para mantener el equilibrio entre la convención escrituraria y la realidad fonética, de tres letras (s, c, z) para un sonido. Esto en el caso de que se quisiera evitar la variación gráfica, a lo que se solía tender en la imprenta, pero que ni entre individuos muy cultivados fue siempre el ideal perseguido, según veremos. De los usos ortográficos en declive, con más presencia en la letra manuscrita que en la de molde, las páginas analizadas del Mercurio Peruano apenas muestran el ejemplo arriba anotado de vsa ‘usa’ y los de isrraelitas (252) y enrrollar (338).
VULGARISMOS FONÉTICOS. EL ANTIHIATISMO En impresos En lo que es el texto impreso, las alteraciones vocálicas y consonánticas tienen escasa incidencia, seguramente porque en su nivel cultural se rechazaban, y quizá también porque el proceso editorial permite, y de alguna manera exige, la corrección formal, en general más que la escritura manual, con mucha frecuencia de mayor espontaneidad. En los tres números de la Aurora de Chile analizados, ningún cambio de timbre vocálico he registrado, y en las mucho más numerosas páginas del Mercurio Peruano apenas el de caray por carey, «la tortuga es animal anfibio..., su concha muy dura, que sirve para uso común como vacija, y para algunos embutidos de gusto, a que llaman caray» (250), y alguna reducción de grupo consonántico: costipaciones (269). El periódico santiaguino en su tercer número trae una simplificación de secuencia vocálica por antihiatismo, en crería ‘creería’, variante de este fenómeno fonético manifiesta en «piedra besuar» (249), por el canónico bezoar. El cambio de anchova o anchoba
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(267, 286) no se podría considerar una epéntesis antihiática del momento, pues anchova es entrada única en Aut or idades y Terreros, y es forma que «parece ser la de uso general hasta el siglo XVIII»120. El Correo del Orinoco, corpus de extensión mucho mayor y de autoría más heterogénea, muestra más casos de cambios en vocales átonas: anaurisma (184), difirente (522), retrocidió (509), sostituto (246), sufocando (128), voltigear ‘voltejear’ (282), con algún raro ejemplo de diptongo analógico, diferiencias (520), que naturalmente tiene mayor presencia en un manuscrito como el del Carnero, sensiblemente menos culto: auciencia-ausiensia (37v, 42v, 131r), conosiensia (113v). La tendencia antihiática aparece en preminente (453) y prover (73), pero se da el caso contrario de preveer ‘prever’ (238), curiosamente las tres soluciones frecuentes en el español de España actual, mientras se mantienen los cultismos sorprehender (451), sorprehendida (238), aún vigentes en el Autoridades y en Terreros. La reacción al antihiatismo se da con el ultracorrecto Galeano, en mención del político español Antonio Alcalá Galiano (251), y en un Goatemala (312), nada raro en fuentes coloniales, así en mapa de esta ciudad del año 1776, pero Guatemala en otro de 1778 (Planos, 170, 171). En el consonantismo se dan pérdidas de unidades en posición silábica implosiva, de por sí de articulación relajada, como ojetos, redución y satisfación (108, 353, 394), pero asimismo reacciones hipercorrectas, en conjectura (327), fracmentos (125), graduacción (384), respectar (395)121, y aunque en el Correo con bastante frecuencia se escribe s la x representante de /ks/ en voces cultas (esamen, estranjero, escelente), no falta la contradicción purista que pretende marcar con una c la pronunciación velar del primer elemento del grupo, así en acciomas ‘axiomas’ y m á cz imas ‘máximas’ (319, 465). El refuerzo velar del diptongo /we/ muy ocasionalmente se encuentra, parigüelas ‘parihuelas’ (320), igual que la pérdida de la /-d-/ en la termina120 Según Corominas y Pascual (1980-1991: I, 255), quienes atestiguan anchoa en autor muerto el año 1800. 121 Acquiescentia (383) es puro latinismo y victorear (366) era variante, originariamente latinizante, de vitorear, ésta muy predominante en el Correo. En trazas arquitectónicas mexicanas lo mismo se encuentra un ynespunable veracruzano de 1763, que un ultracorrecto «se abaluó por los perictos» en Yxmiquilpan el año 1782 (Planos, 268, 275).
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ción -ado, en el topónimo mexicano A lv arao y en el apellido venezolano Mellao (451, 468), el primero curiosamente también en antropónimo de zona andina del año 1785: «yngenio de don Juan Alvarao»122. El fenómeno en cuestión por entonces era vulgar en España y en América, aunque tal vez no en igual grado, de donde sus poquísimas apariciones en el Correo, y el mexicano pretendidamente correcto bac al ado (Nueva España, 284) junto a la variación igualmente novohispana Ruc ab ado-Rucabao que en el siguiente capítulo se comenta. Respecto de la elisión de la /-d/ final de palabra, desde mucho antes frecuente en el hablar popular y no ignorada en niveles más elevados, sólo he encontrado en el periódico bolivariano el caso de «v en í, españoles...» (495), en pasaje de fuerte emotividad.
En manuscritos Dado el volumen textual del Correo del Orinoco, no puede decirse que sea notable el vulgarismo fonético, vocálico y consonántico que en él se aprecia, y lo mismo cabe decir de los otros impresos analizados, advirtiéndose en las correspondientes ultracorrecciones una postura de freno ante usos que en su medio sociocultural de autores y lectores no se consideraban apropiados. En los manuscritos las diferencias sociolingüísticas suelen ser más fácilmente determinables, y, si no, volvamos a los hermanos peruanos Juana y Pedro de Oquendo, en los que se han visto pruebas ortográficas de haber sido instruidos por maestros distintos, con claros indicios de haber alcanzado una mayor formación intelectual el varón, menos afecto a las cacografías, no comete ni un solo vulgarismo fonético, pues el tienida por tenida que escribe seguramente es fruto de un ocasional descuido. Por su parte, la mujer tiene una caligrafía de peor calidad, cae en más descuidos, aprelenderlo ‘aprehenderlo’, ascitió ‘asistió’, cuidad y suidad por ciudad, ejerdido ‘ejercido’, exsibisie ‘exhibiese’, estubo figado ‘estuvo fugado’, ocurierr a, su esensia ‘su excelencia’; en lo fonético pone tinían ‘tenían’, usté, asetó ‘aceptó’ y un istantes, así como el hipercorrecto antihiático aonque ‘aunque’, lo cual no quiere decir que Juana fuera inculta, pues escribe con soltura sintáctica y con gracia coloquial, y le resulta familiar 122 AGI,
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el medio forense y su lenguaje, no en vano en su carta entre otras cosas escribe juridisión real, «la apelasión que abía ynterpuesto», chanselar, sobrecartada, s esasio ‘cessatio’, «lo abía absuelto ad reincidenxian» (sic), y, como su hermano, emplea el adverbial asimismo, no con la forma asimesmo, lo cual en la primera mitad del XVIII era estar en la tendencia normativa culta; pero Pedro de Oquendo era abogado y su misiva es de la formalidad propia de su oficio. De semejante estilo era la escrita en 1819 por el mexicano fray Antonio Blanco, predicador general de la Orden de San Francisco, ausente de todo vulgarismo y de lapsus de escritura, salvo los indicadores del seseo, igual que la de su coterráneo Atenógenes Rojano, del mismo año, con un único ejemplo de vulgarismo fonético (antigüidad), una ultracorrección, al menos gráfica (protexta), y un caso de antihiatismo en escace ‘escasee’, «usted no se escace en los gastos del asunto», aparte de su yeísmo y seseo, sin error alguno; de nuevo menos en las grafías seseosas en otra que el año anterior había fechado en la ciudad de México123. El boliviano Tortura contiene varios casos de vacilación vocálica: desipando, dilinquido, infedilidad, sepoltura, sostituto, el diptongo analógico o regresivo de ynociencia y las alteraciones de consonantes implosivas de avierta ‘advierta’, inabtitud, indegnisar, junto a la simplificación de grupo culto en ynvitísimo y la disimilación eliminatoria de alveolares líquidas en tripicado ‘triplicado’ (21r)124. Pero tal vez más llamativo sea el vigor del fenómeno antihiático que representan tanto las soluciones antiojo ‘anteojo’ (lámina V), quadiubando ‘coadyuvando’ (10v), olio ‘óleo’, «mandé exculpir en dies y seis láminas al olio los susesos del alsamiento» (21v), paciarse ‘pasearse’ (12r), como las falsas correcciones de descarreada ‘descarriada’ (7v) y aleados ‘aliados’ (10v). Los mediocres copistas del Carnero no evitan cambios vocálicos como los de cartaxeneses (32r), cudicia (16r), cudisiar (96v), defunto (156v), disinios (11r, designio en 12v), ynsinia (56r-v), piligro (135r), piriquitos (88v), prebindados (180v), surtija (157v), y, además de los casos ya referidos de auciencia y conosiensia, el de diferiencia (73r), 123 Referencias a estas cartas, estudiadas por la cuestión ortográfica, en las notas 100, 101, 103, 104. La última de Atenógenes Rojano, del 22 de julio de 1818, en la misma signatura del ARChV. 124 Folios 1r-v, 5v, 13r, 21r, 22r, 25r. El ejemplo de equiedad ‘equidad’ (19v) seguramente es de simple descuido; entriegue y la variante entriega-entrega (11v, 15v) pertenecen a la historia del verbo entregar.
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con diptongo asimismo anómalo, pero que en absoluto se trata de diptongación propiamente dicha. En las consonantes finales de sílaba su relajamiento llega a la pérdida de la implosiva en el frecuente Madalena (2v, 30r-v), variación de Magdalena (3v), e incluso a la vocalización de autuaron ‘actuaron’ (129r) y autuado (140v); conocen asimismo la pérdida de la sonora /-g-/, en ahuja (93r), ahugero (79r), cuhujones ‘cogujones’ (81r), con la vulgar confusión de /-g-/ en /-b-/ de abuja (106v), el refuerzo con /g-/ del diptongo /we/ en güerta (65v) y bigüela (51v, bihuela en 52r), y la metátesis igualmente vulgar de Flugensio (114v, 115v). No deja de imprimir su huella el antihiatismo en el corpus bogotano, con los apellidos Azqueta-Ascueta (56r, 58v, 172r) por Azcoeta y Villaruel (141r) por Villarroel, y en caidiso ‘caedizo’ (100r), junto a la ultracorrección de arzedeano variante de arzediano (155r), y probablemente la de baquillano ‘baquiano o baqueano’ (170v). En los populares exvotos mexicanos de Retablos el vulgarismo fonético es nota destacada y común, según constata la serie de deslices vocálicos y consonánticos que en otro estudio referí (1999: 287): lixítima, amenorar, enflamación, decentería ‘disentería’, infición ‘infección’; Flugencia ‘Fulgencia’, asidentada, ausilio, coluna, ymediat a m e n t e, el ya indicado infición por su pérdida de la /-k/ implosiva, asión ‘acción’, guaxase ‘juagarse (enjuagarse)’, «al guaxase los colmiyos le acometió una alferecía», edá, enfermedá, salú. Esta colección de leyendas de cuadros registra el relajamiento vocálico mexicano en contacto con /s/ con las voces agradsimiento ‘agradecimiento’, Corrpos ‘Corpus’ en exvoto de 1939 y Juan Práxedis Vazquis ‘Práxedes Vázquez’ de 1874, y el onomástico Práxedis figura también en versos decimonónicos que rememoran el fusilamiento de Lozada (Krauze, 2005: 146). El rasgo antihiático se documenta en un Lionardo ‘Leonardo’ de 1845125. 125 Más antihiatos mexicanos se mencionan en lo que sigue, pero otros expurgos documentales fácilmente los aumentan, así el hipercorrecto coello ‘cuello’ de 1796, el nombre de mujer Rosalea ‘Rosalía’, también ultracorrecto, constante en documento de 1744, el epentético s o nrriyéndose en 1689, trair ‘traer’ en 1806, manoció ‘manoseó’ y manosiado en 1815 (Nueva España, 396, 535, 619, 699, 724). Y a los casos hasta aquí consignados súmense los bolivianos de finales del XVIII rial ‘real’, t r a irá y la falsa corrección tapeales ‘tapiales’ (Potos í, 166, 357, 372), y un v aguiar ‘vaguear’ en constitución eclesiástica venezolana de 1817 (S ín odos, 157).
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El cartulario de Peña y Lillo (1763-1769) abunda en incorrecciones fonéticas, téngase en cuenta también que es de gran extensión, como conc ig u i r (1), dispertar (2, 60), eligiré (63); comut ad o y com ut e (54, 65), d ot r in a (2, 57), elesión y p e rf eciones (58), esebsión (59), obn ip ot e nsia (35), o bt ubre (53), ostante (34), güérfanos (56), güesos (29), e nf e rm ed á (58), etern id á (40), fals ed á (12), vol u nt á (38), con presencia de la terminación -ado hecha -ao en rec a o (9, 39, 50) y ret orao ‘rectorado’ (26), ejemplos de algún cruce léxico en s u eñol e nt a ‘somnolienta’ (2) y de metátesis silábica en red it e ‘derrite’ (29), o de pérdida de consonantes sonoras intervocálicas, así en día ‘diga’ (1) y saer ‘saber’ (12)126. El antihiatismo estaba muy arraigado en el habla de esta monja chilena, a tenor de lo que indican las numerosas y variadas manifestaciones en su lengua escrita, donde no sólo se registra almuhadas ‘almohadas’, pas i as e ‘pasease’, parios ‘pareos’, con las ultracorrecciones seát ica ‘ciática’, rum ea nd o ‘rumiando’ y rum eado ‘rumiado’, sino soluciones epentéticas como leyía ‘leía’, pos ey ía n, veyía y p on idan ‘ponían’, además de numerosas simplificaciones de la secuencia e e, lo que es una forma de antihiato, así cren ‘creen’, c reré, crerlo, ler, poser, prover, proverá, vemensia127. Aparentemente este corpus sería de una autora escasamente cultivada, pero tal apreciación sería precipitada, pues sor Dolores da muestras de conocimientos librescos, estaba acostumbrada a la lectura diaria, aunque fuera de libros piadosos, y en su estilo, aparte de revelar una notable riqueza de vocabulario, refleja maneras propias de la tradición literaria, entre ellas el frecuente empleo de la enclisis pronominal a comienzo de párrafo, por ejemplo en «Pregúntam e su reverensia...» (35), « D í s eme su reverensia...» (40), «Av í s ole cómo el médico se ha retirado de mí» (43). Peña y Lillo seguramente representa el nivel medio sociocultural del Chile de la segunda mitad del XVIII, al cual no le debían de resultar ajenos los modismos fonéticos verificados en sus C a rt a s, y la dominica no se preocupa demasiado por 126 Las comenta Raïssa Kordic, así como la apócope chilena que supone parés ‘parece’ (12), y casos similares (2008: 135, 206, 212). 127 Cartas, 1, 3, 8, 9, 16, 34, 35, 37, 45, 48, 55, 57, 58, 60, 61. El tipo antihiático con epéntesis -d- al que ponidan pertenece y del que hay varias muestras en este cartulario, es característico del habla chilena actual, como Kordic Riquelme advierte (2008: 336).
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reprimirlos en una lengua escrita que en continuas misivas a su confesor ejercita casi compulsivamente, con el sentimiento, a veces la alucinación, a flor de piel, y esa íntima cercanía entre la autora, sus textos y el destinatario de los mismos permite que el componente más popular de su habla aflore en unas páginas de caligrafía por cierto bastante aseada. Y en el manuscrito bonaerense de 1781 de fray Francisco Murillo un auxíl eo s ‘auxilios’ ha visto corregida su anómala e en i (v. n. 55, 2v).
Resumen Lejos de toda realidad histórica, pues, la pretensión de un estado «caótico» de la ortografía americana, inexistente en todo momento y en cualquier tipo textual; tampoco un solo uso grafémico ha habido que no fuera común a ambos lados del Atlántico, ni siquiera en los decenios finales del período colonial. Ciertamente, no se han descubierto particularidades ortográficas en textos dieciochescos o decimonónicos sin antecedentes tanto en la misma documentación hispanoamericana como en la peninsular, y el particularismo será sólo relativo, basado en el criterio de la mayor o menor frecuencia de registros gráficos anclados en la tradición, en alguna ocasión quizá meros resortes escriturarios, analógicos por lo común, de siempre conocidos, caso, tal vez, de arrcánjel del exvoto mexicano, o de las más tardías apariciones del tipo consegir ‘conseguir’128. En las desviaciones más llamativas de los usos imperantes en la ortografía de la época, pero también en tendencias menos excepcionales, por ejemplo en el último tercio del XIX en periódicos bogotanos aún era frecuente emplear la i para la conjunción copulativa, como mui era constante en exvotos mexicanos de 1846 y 1852, por lo general se trataba de la continuidad de antiguas posibilidades grafémicas en un común acervo medieval y clásico que durante siglos mantuvo 128 No deja de ser curioso que, por ejemplo, la misma grafía Gerrero ‘Guerrero’ la registre un exvoto de 1770 como topónimo novohispano y que como apellido del obispo de Santiago así aparezca en la Aurora de Chile, del mismo modo que la variación José Guerrero-José Gerrero se halla en texto mexicano de 1692 (Nueva España, 425).
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variantes129. El dicho «cada maestrillo tiene su librillo» es de plena aplicación en esta materia, y así lo reconoció Mateo Alemán. Y aunque la comparación con las tendencias ortográficas que en España iban decantándose es inevitable, incluso conveniente, el contraste no puede reducirse a lo que la Real Academia Española fue regulando desde su fundación130, pues a pesar de esas normas académicas en la misma metrópoli la diversidad de usos también continuó siendo considerable durante bastante tiempo; ni olvidando que las cosas en América necesariamente tenían que ser en algo distintas. No podía ser de otro modo teniendo en cuenta la enormidad de territorio, la dispersión demográfica y otras circunstancias que podrían considerarse, o particularidades tan especiales como el contacto con los ingleses de Jamaica y sobre todo de Belice y la Honduras británica, que en parte incluye la Descripción plano hidrográphica de la provincia de Yvcathán, golfo de Hondvras y lagvna de Términos, de 1770, con numeroso empleo de la k, así en Canal de Kankaun, Boca de Bakalar, Cayo de Hikakos, etc., o el que hacia el mismo año se trazó sólo sobre el Yucatán, en el cual varios topónimos están escritos con esta letra, así Calkini, Hecelchekan, Tekax, Tepakan, Zenoteake, entre otros (Cartografía III, 123, 124). De la diversidad de maestros y de sus particulares enseñanzas de la escritura tenemos un buen ejemplo en los hermanos Oquendo, y de que Juana se muestra un tanto más arcaizante que Pedro en algunas de sus grafías. Aunque una estricta generalización no sea posible en esta problemática, sí parece cierto que el rasgo más caracterizador de la ortografía americana respecto de la española es su 129 Incluso ha de reconocerse el poso tradicional que hay en las reglas de Bello para escribir rrei, onrra, qerer, qasa, gerr a; lo novedoso está en la sistematicidad con que estas grafías se proponen. Y si se siguen los textos del corpus Nueva España en todo el siglo XVIII y en los mismos años de la Independencia, se comprobará que prácticamente nada de la ortografía medieval y clásica falta en ellos, sino que lo que hay es diversidad de frecuencia en la aplicación de las distintas posibilidades gráficas, resultantes de las diferencias culturales de quienes escribían y de las diversas pautas recibidas en el aprendizaje de la escritura. Por supuesto las tendencias más innovadoras iban abriéndose paso, y la ortografía académica repercutía en las elites criollas: básicamente de este tipo es la que Agustín de Itúrbide aplicó en su carta al último virrey de Nueva España (v. n. 131). 130 Nótese que tanto el Autoridades como Terreros sólo tienen oy sin h, y admiten la variación acia-hacia, aunque con preferencia por la forma con hache, igual que la de aora-ahora, incluyendo también agora el primer diccionario académico, no así el lexicógrafo jesuita.
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mayor apego a la tradición; no que determinado texto contenga ejemplos sueltos de c o ns egir, enpezar, rregistrar, honrra, sauer o vtil idad, sino que se den profusamente todos o varios de ellos junto a otros usos gráficos que la ortografía académica iba desechando. Que el nivel cultural y el espíritu normativo influían en estos hechos de variación ortográfica es evidente, en cuanto que se producen menos en los impresos que en los manuscritos, y en éstos las diferencias son grandes, a veces según el rango sociocultural de cada autor. Sucede, así, que, mientras los exvotos mexicanos están plagados de usos gráficos arcaizantes, un autógrafo epistolar de Agustín de Itúrbide únicamente presenta un c o nb at i r, todo lo demás es h o mbre, nombre, temprano, temporal, etc., la y inicial sólo en las palabras yndep e nd e nc i a e ydiom a, y en su apellido (Y t ú rb id e) y la q latinizante exclusivamente en quánta interrogativo, quán exc l am at ivo en variación con cuán («cuán iguales son los derechos..., quán justas, racionales y ordenadas son las reclamaciones...») y qual («qual ningún otro español habrá disfrutado»)131. Un caso curioso es el de sor Dolores Peña y Lillo, que con extraordinaria perseverancia emplea n delante de b y p (c o nt e nplo, conbiene), de g por j (s em eg a nte), o por gu (c o ns eg ir á), de y inicial (y s i ero n), así como de la i c o ns onánt ic a (m a i ores), lo cual claramente se advierte desde su primera misiva132. A la enseñanza de la escritura recibida por sor Dolores sin duda se debe su especial ortografía, enseñanza seguramente inserta en una particular tradición conventual, a tenor también de lo que sugiere su escrito de profesión monacal, en el que ya están fijados los hábitos escriturarios que caracterizarán sus posteriores cartas (lámina IV)133. Pero el sentido de la corrección no está ausente de es131 Dirigida al S. D. Juan Ruiz de Apodaca, conde de Benadito, León, 28 de abril de 1821, de Agustín de Ytúrbide. Conservada en el archivo del Colegio de Vizcaínas de la ciudad de México, la reproducen facsimilarmente Gárate Arriola y Tellechea Idígoras (1992: 155-158). 132 En su primera plana se registran las formas conbiene, contenplo, cunple, cunplir, inpetuos, sienpre, tenpestad; consegos, semegante; concigir, consegirá, sigen; ysieron, yso; maiores (pero cuya, desplayo, suya), con varios usos incorrectos de h y de b, v, lo cual se extiende a todo el cartulario. Debo los facsímiles de la monja chilena a la amistad de su editora, la Dra. Raïssa Kordic Riquelme. 133 Los rasgos cacográficos señalados en la anterior nota están presentes en esta página del libro de profesiones de su convento, con el uso de n ante b y p (nonbre, tiempo), y con un tratamiento de consonantes implosivas (elegtas, obtubre)
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Lámina IV Ortografía y seseo en Peña y Lillo (ns. 132, 133).
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te corpus epistolar, pues en la página inicial de su primera carta se lee cristiana con una h superpuesta para dar la ch culta y tradicional en este término, y la anotación marginal al acta de profesión de la novicia en su cuarta línea tiene un «higa legítima» cuya g fue enmendada por una j; igual que en el manuscrito del Consulado de Buenos Aires de 1796-1797 a ai y allado otra mano les puso la h canónica134. Aun en los textos de menor relieve cultural, como pueden ser los exvotos mexicanos, caben las correcciones, así la del que tiene la n de inploró retocada en m (1827, 14), o la del que cambia consegir en conseguir (1877, 58), demostrativas de las tensiones que ocasionaba la convivencia de usos gráficos en creciente declive con los que tendían a generalizarse. Una fe de erratas de 1867 reza: «dice paroqial, debe leerse parroquial» (Concepción, 256), advertencia editorial que demuestra lo difícil de desarraigar que eran grafías como ésta en una escritura hasta entonces no normalizada. Porque la realidad es que no había habido una enseñanza con reglas sistemáticas ni en América, de ahí el conbatir de Itúrbide, ni en España, pues en las cartas que por entonces escribió Goya no sólo he encontrado canpo y honbre, sino qe, por supuesto quadros, quarto, etc., enrredes y onrrado, y hasta Puiguert ‘Puigvert’ y uyda ‘vida’ (2008b: 42). A pesar de la tendencia regularizadora de la imprenta, o de que en el Correo del Orinoco se insertara un anuncio de parte de Simón Bolívar en el que se ofrecía enseñanza gratuita a tres jóvenes que quisieran instruirse que será recurrente en su cartulario. Como señala Kordic Riquelme (2008: 33, 34), sor Dolores desde niña había frecuentado el monasterio dominico y en él ingresó a los doce años, contando diecisiete cuando escribió el acta de profesión, de manera que conventual sin duda fue su formación. La caligrafía de este texto es más cuidada que la de las cartas, pues el documento también es más formal y la ocasión solemne, aparte de que la salud de la profesa aún no adolecía de los graves achaques que años después sufrió. Indica la editora que la anotación existente al pie de la profesión de sor Dolores es de letra propia del siglo XIX. 134 Corpus citado en la n. 17. Anotación (Buenos Ayres, mes de octubre de 1796) referida a la provincia de Jujuy para ai; para (h)allado (Buenos Ayres, quince de enero de mil setecientos noventa y siete), informe sobre Tucumán. El añadido de la h en ambos casos está hecho por pluma distinta de la que había escrito esas dos palabras, y al respecto se observará que la corrección es excepcional, en el manuscrito bonaerense ai se encuentra continuamente, y que sólo afecta a la hache, pero no a la -i final, muy frecuente en este documento, i que en bastantes casos tiene valor consonántico (cuio, maiores, etc.).
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«en el arte de la imprenta», con preferencia para «los que sepan leer y escribir más correctamente»135. Por lo que a vulgarismos fonéticos se refiere, deben juzgarse primeramente cuando realmente lo son y después situados en el tiempo en que se producen, pues algunos que hoy merecen tal consideración sociolingüística en el pasado incluso tuvieron aceptación literaria, varios en el mismo Quijote se pueden encontrar, ni la acumulación indiscriminada de datos da idea cabal del arraigo social y geográfico del fenómeno en cuestión136. El análisis por textos —el número de atestiguaciones también ha de ponerse en relación con su extensión para así calibrar su real frecuencia— revela que la incidencia de determinadas faltas ortográficas, especialmente sobre la h y el uso de b, v, está en consonancia con la de los vulgarismos fonéticos, y el contraste al respecto es claro en los hermanos Pedro y Juana de Oquendo. La carta de Agustín de Itúrbide es de notable corrección académica, ni un solo error presenta en los numerosos registros de la h, y en cuanto a b, v apenas comete los de governado, «la basta y opulenta América», responsavilidades y turvulenta, en una redacción de estilo y lenguaje propios de una persona de buena formación, y la contrapartida es la vacilación vocálica de endemnizado y el antihiatismo de cre ‘cree’, en anteriores análisis ya constatado. De las alternancias fonéticas se reiteran ciertos modismos en distintas zonas de América, a veces casi anecdóticamente, como el Flugensio del Carnero que será Flugencia en exvoto mexicano, pero otras veces en casos de mayor entidad lingüística, caso de la vocalización de consonante implosiva, pues se acaba de verificar en el 135 El anuncio se inserta en el primer número de este periódico, del 13 de mayo de 1818 (Correo, 4). 136 Tan disparatado es calificar ábile, estérile, interese de casos con -e paragógica en textos colombianos del XVI, como decir que meitad es «reinterpretación de los medievales meatad, meetad»: el hidalgo salmantino Castillo Maldonado en sus cartas mexicanas era adicto a esta forma, de historia bastante conocida en español. Ni desminuir, aun en el Autoridades, es ejemplo de vacilación vocálica, como tampoco f e e, en textos oficiales y forenses tanto en América como en España llega al XIX, «duplica la vocal»: las tiene así desde su origen en el lat. fidem (fe fue variante por simplificación de ee). Y desde luego para nota es proponer para siglos pasados mesmo como alteración vulgar de mismo, cuando se trata de una variación etimológica, de la cual mesmo predominó en el castellano literario medieval, y todavía era frecuente en los grandes autores del Siglo de Oro, Cervantes incluido.
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boliviano Tortura con autuaron y autuado, y el mismo cambio a finales del XVIII se verifica con un auministración en el dominio peruano, con un afeuto ‘afecto’ en escrito de criollo chileno de 1766 y con un proyeitadas ‘proyectadas’ novohispano de 1741137. En la segunda mitad de este siglo tales testimonios difícilmente se encontrarían en textos peninsulares de nivel semejante al manuscrito Trujillo o al plano arquitectónico de Guadalajara; la carta del chileno con su afeuto, en cambio, es muy popular y marcadamente vulgar, pero en general las vacilaciones vocálicas y consonánticas no marcan una neta diferencia entre el español americano y el de España en la época. Por el contrario, el antihiatismo había alcanzado en América una mayor difusión y, sobre todo, afectaba a hablantes de nivel social medio, e incluso alto138: el mismo Simón Bolívar igual escribía baquiano que baqueano (Lengua, 187, 188).
137 AGI,
MP, México, 138, Guadalajara, septiembre de 1741. mapas y planos de la época colonial sitúan en la geografía americana más testimonios antihiáticos, así deliniado y geiométricos ‘geyométricos (geométricos)’ en Buenos Aires, años 1708 y 1713; baiia ‘bahiya (bahía)’ en Talcahuano, Chile, 1785; Juachín en Nueva Guayana y Angostura,1790; Goatemala en Guatemala, 1776; «quadra de don Juan Arreola» (Arriola) en Valladolid, Nueva España, 1794; tuesas ‘toesas’ en San Carlos, San Agustín de la Florida, 1769 (Planos, 116, 131, 170, 261, 346). Los casos peruanos de finales del XVIII Abregu (Abreu), besuar ‘bezoar’, Juaquín, variando ‘vareando’ anteriormente los he citado (1999: 210), con precedentes americanos y españoles de este fenómeno. Tuesa constante en plano de La Habana de mediados del XVIII: AGI, MP, Santo Domingo, 180, pero aparece en mapas de toda América, a veces en alternancia con toesa. 138 Los
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Fonética de ascendencia meridional
RELAJAMIENTOS CONSONÁNTICOS Pérdida de la /-d-/ intervocálica El relajamiento extremo de la dental sonora entre vocales resultante en el cero fonético es más antiguo de lo que se creía. Para Menéndez Pidal, su primer testimonio en la terminación -ado sería del año 1737, pero hay ejemplos aragoneses de este cambio (listao, sacao) de la primera mitad del siglo XV, un tocao de 1517 en la Propaladia de Torres Naharro, y varias muestras más de esta pérdida consonántica en documentos andaluces, alguna también en escrito indiano, del XVI, que en otra parte refiero (1993: 471). Recuerda Lapesa que «en 1701 el gramático francés Maunory da la noticia de que en Madrid era corriente la supresión de la /-d-/ en la terminación -ado de participios trisílabos o tetrasílabos (matao, desterrao), pero no en los bisílabos ni en los sustantivos (dado, soldado, cuidado)» (1985: 389). En mis expurgos americanos del XVIII y principios del XIX han aparecido Mellao y Alvarao, éste en noticia mexicana, por las páginas del Correo del Orinoco, y en la chilena Peña y Lillo recao y retorao, mostrando la falsa corrección novohispana de bacalado la fuerza que en ese dominio norteño debía de haber cobrado este fenómeno evolutivo, y quizá no sólo en medios populares, pues un informe eclesiástico de 1808 una vez pone «el presbítero Rucabado» y hasta en siete ocasiones Rucabao (Nueva España, 704, 705), otro Alvarao a finales del XVIII en el manuscrito peruano de Martínez Compañón. De caracterización dialectal más claramente meridional, y de más acusados rasgos andalucistas, aunque no absolutamente privativa de
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todo este dominio peninsular y canario, es la extensión de la pérdida de la /-d-/ a otras secuencias. Registré mostrá ‘mostrada’ en disposición alfonsí de finales del XIII que también contiene un lo alcaldes, un see ‘sede’ en texto cordobés de 1398, a principios del XVI en Morón de la Frontera deo ‘dedo’, y en textos sevillanos de este siglo nombrás ‘nombradas’, roapiés ‘rodapiés’, sobredorá ‘sobredorada’, probá en papel de la Cancillería granadina del año 1595, m ar í o en informe de 1592 de un oficial andaluz del Consejo de Indias sobre memorial americano, con más atestiguaciones probatorias de que el fenómeno estaba muy extendido y arraigado entre los hablantes andaluces de los siglos XVI y XVII, y no sólo en los de nivel sociocultural bajo, al que desde luego no pertenecían los autores de los textos analizados, pues hasta el muy cultivado, como su obra escrita certifica, Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, caía en el desliz ca ‘cada’ y no siempre lo enmendaba (1993: 472, 473)139. En la chilena Peña y Lillo se registran entre otros los casos de desií ‘decidí’ (Cartas, 20), pío ‘pido’ (24), mo ‘modo’, «de mo que no puedo desmandarme en nada» (51); paescan ‘padezcan’, «la causa que seré de que mis confesores paescan por mí» (34); perdío en el Carnero, «cuando volvió perdío de buscar el Dorado» (31r), y delicá, «la delicá porfía de los buriles en el bronze», se halla en planta del uruguayo San Gabriel en 1681 (Planos, 330), como concuñá ‘concuñada’ en testimonio inquisitorial depuesto el año 1741 por un criollo del estado de Hidalgo: «se llegó a la dicha Pascuala, su concuñá», «las dichas Pascuala, su concuñá, y la yndia Gertrudis, a quienes vio solas...» (Nueva España, 514, 515). En territorio peruano y a finales del XVIII por dos veces hallo vóvea en alternancia con vóveda y en una ocasión quebrá ‘quebrada’, «jornadas regulares de arrieros con carga en tierra llana o poco quebrá» (Trujillo I, 24; IX, 2), y ensená ‘ensenada’ («ensená de Guanabacoa») en mapa del puerto y ciudad de La Habana de 1798 (Planos, 72). No parece que tuviera mucha aceptación entre los cultos este modismo fonético al término de la Colonia, no sólo por la parquedad de sus registros en la lengua escrita, aunque en la más popular segu139 En carta del extremeño Luis Martín escrita en México el año 1571 se lee «yo é bivío en México...», como en misivas coetáneas de emigrados andaluces se registran amá ‘amada’, desdichá, prometío, to ‘todo’, y de la implantación del fenómeno en Andalucía en los siglos XVIII y XIX abundan los testimonios, como el cuchillá que leo en exvoto cordobés de 1717 (1999: 49, 72, 254).
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ramente tendrá mayor presencia, sino porque está ausente de los textos impresos que se han tenido en cuenta, el venezolano S ínodos incluido. Sin embargo, el muestreo presentado es indicativo de la gran extensión americana que dicho tratamiento de la /-d-/ intervocálica tenía en la época de referencia, y su presencia en el español ultramarino es antigua, pues se verifica en carta mexicana del doctor Bartolomé Melgarejo, natural de la localidad sevillana de Alanís, quien en 1558 escribe he podío para luego corregir podido, y en bivío ‘vivido’ que escribió también en México el año 1571 un emigrado extremeño (v. n. 137), además de amá («a mi muy amá y querida hija»), desdichá, prometío, to ‘todo’, en escritos de indianos andaluces140.
Neutralizaciones de /-r, -l/ Este fenómeno, consecuencia del relajamiento extremo de consonantes finales de sílaba, no es exclusivo de las hablas meridionales, también lo he registrado sincrónica y diacrónicamente en el norte peninsular, pero indudablemente donde con mayor intensidad radica es en las hablas meridionales, generalmente asociado a la aspiración o pérdida de la /-s/141, y en los casos andaluz y canario 140 Referencias de documentos originales que hace diez años cité, con las fechas de 1560, 1572, 1573, 1576 (1999: 72). Para las cartas de Melgarejo: AGI, México 168, 18, carta 1; 19, carta 2; 15, cartas 3 y 7. El fraile andaluz en sus cartas también había escrito en primera instancia sus ánima, por otra cart a s, la dichas responsivas cartas, lo casos para a continuación reponer la -s olvidada sobre la vocal a la que debía seguir, lo mismo que enmendaría la ese ultracorrecta de un ellos ‘ello’ neutro, y hut ad o ‘hurtado’, mediante la superposición de una pequeña r entre la u y la t. Se advierte aquí la vitalidad de todos estos modismos en un hablante culto como Melgarejo, quien, sin embargo, rechaza los errores que en la escritura lo hacen caer. Otra situación es la del documento sevillano de 1590 en el que reiteradamente se ha puesto gazer o jazer ‘hacer’, con la aspiración antigua de /f-/ latina confundida con la evolución velar de las antiguas prepalatales, que en el castellano septentrional daría /x/, y otra mano, seguramente de un oficial del Consejo de Indias en Madrid, ha corregido las veces que se percató del error, igual que un oyo del mismo texto se enmendó en oydo. Aquí de lo que se trata es del conflicto entre dos normas fonéticas diatópicas, la del norteño y la del hablante meridional. 141 Y esto desde el principio, pues en 1266 Remón Pérez, el mismo notario de Sevilla que un año antes, según a continuación anoto, había puesto mj ‘mil’, escribe: «e todos aquellos que tovierdes esta mezquita que seades tenidos de las mejorar por sienpre».
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también al seseo o al ceceo. En Andalucía occidental sus atestiguaciones son muy tempranas, desde las hispalenses mj ‘mil’ (1265), B ere nguel ‘Berenguer’ (1272), con la variación «los fijos de Çe Baldouín» (1299) y «los fijos de Çer Baldouín» (1300), pasando por los Guadalquiví-Guadarquivir, cat ag in eses ‘cartagineses’ o espardas ‘espaldas’ del cuatrocientos, hasta Nebrija tiene un arfil toledano en su diccionario español-latino de 1492, alfil toledano en el español-latino de c. 1495, con numerosos testimonios del XVI, entre ellos alç obispo, borver, cavirdo, labradó, melcaderías; también del XVII, así b ed adero ‘verdadero’, hospital-hospitar, pertenescé ‘pertenecer’, «an de p ed í (‘pedir’) postura a la jucticia», quarq u i era, resorbella ‘resolverla’, s açillos ‘zarcillos’, y por supuesto del XVIII, con los ejemplos de a lm adores ‘armadores’, armoadas, calmesí ‘carmesí’, corcha ‘colcha’, c o rchón ‘colchón’, f e rp a ‘felpa’, entre otras documentaciones que en otra parte aduje, en las cuales se manifiesta el trueque de -r con -l y la pérdida de ambas consonantes (1993: 488-498). Esta innovación fonética llegó a América con emigrados extremeños, así aquel Alonso Ortiz que en dos cartas escritas en México el año 1574, junto a otros rasgos del habla de su región natal, trae un bennán ‘vernán (vendrán)’, con la -r asimilada a la nasal siguiente, «aquellas bennán a mi poder con esto», borber, habrar ‘hablar’, un reiterado Merchor y Mogel ‘Moguer’, y pacense era el deán de Tlaxcala, en cuya misiva dada en Puebla de los Ángeles el 9 de marzo del mismo 1574 escribe dos veces Alburqueque ‘Alburquerque’142. De origen extremeño también era fray Reginaldo de Lizárraga y en su crónica indiana puso boruió, que corrigió boluió, y carcañales ‘calcañares’ (v. n. 37). Claro es que los andaluces participaron activamente en este aporte dialectal, ya con fray Bartolomé de las Casas (sedas ‘cerdas’), en México un emigrado dirigiría el año 1575 una carta a «la calle del Perar, en Triana», la variación Escobar-Escobal en otro texto epistolar de Jamaica en 1567, y en el de un residente en Santo Domingo fechado el 1583 cabdá ‘caudal’, der ‘de el’ («la mar der Sur»), mugé, Velgara ‘Vergara’; de emigrados canarios a Indias no faltan las evidencias de este fenómeno fonético: 142 Nueva España, 177-184. Por cierto que Company Company en sendas notas advierte que el escribano del Consejo de Indias corrigió con la canónica l en una ocasión el cacográfico Merchor y también borber, nuevo caso, pues, de conflicto entre distintas normas del español del XVI.
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Bartazar, lago ‘largo’ y oden ‘orden’ en las cartas novohispanas de 1592 de un clérigo originario de La Palma, que en la primera rectifica Bartazar con su correspondiente l y en la segunda oden con r sobre la caja de escritura143. En 1598, fray Miguel de Monsalve, con 33 años de estancia en Perú, escribe descarso y lo enmienda descalso, nótese que la neutralización de /-r/ y /-l/ pero no el seseo; el 20 de mayo de 1602, otro fraile, andaluz o criollo, en el sobrescrito de un memorial al Rey puso Rear y lo rectificó Real; se encuentra borber en validación del escribano público de La Habana en 1611, arcaldes, rehecho en su forma canónica, en memoria de los alcaldes de Guadalajara del 31 de marzo de 1667, y en exvoto de Pénjamo de 1895 Bijen ‘Virgen’ y mesed ‘merced’. Antes, en 1766, la carta poco culta que redacta en prisión un criollo chileno contiene las formas Bardibia, buerba ‘vuelva’, esperimental ‘experimentar’, mir ‘mil’, particural ‘particular’, sardrá ‘saldrá’, ynbialme144. Y por los mismos años, su paisana sor Dolores, de mayor cultura y con superior dominio de la lengua escrita, tiene algún ejemplo de pérdida de /-l/, ama ‘alma’ (58), y sobre todo de elisión de /-r/, de lo que es muestra este espigueo documental: adorá ‘adorar’, infinitivo como contenplá (57, 58) y serrá ‘cerrar’ junto a páparos ‘párparos (párpados)’, «ni abrir ni serrá los páparos» (45), consevasen ‘conservasen’ (20), execicios (41), interió (51), muete ‘muerte’ (54, 60), infieno ‘infierno’ (65)145. Así, pues, este rasgo fonético estaba bien implantado en el español de Chile de la segunda mitad del siglo XVIII, y no sólo en estratos populares de bajo nivel cultural, aunque en el cartulario de la monja 143 De un acopio documental mayor, manejo estos datos en mi libro de 1999 (66, 68, 71, 72, 95), y varias atestiguaciones isleñas del XVI, por las que se explica que los emigrados canarios presentaran estas neutralizaciones en sus escritos americanos: cabido ‘cabildo’ (1509), cadahasso ‘cadalso’ (1516), desbugar ‘desburgar’ (1522), alsal ‘alzar’ y armaizal ‘almaizar’ (1598); además de peltrechos en 1668, artura en 1686, corregido altura, dos ejemplos de pajal en 1734, vuerta en 1787 y lugal en 1795 ostensiblemente rehechos vuelta y lugar (98, 268). 144 Datos que di en 1999 (247, 249, 251, 286, 295, 297). Del cubano borber de 1611 está la lámina XXVII de este libro. 145 De esta forma Kordic Riquelme opina que es «quizá reflejo de la asimilación de -r ante n, fenómeno presente en todos los estratos socioculturales de la zona central de Chile» (2008: 504), modismo que se conoce en Extremadura, recuérdese el bennán ‘vernán’ de 1574 del emigrado de esta región en México, y en Andalucía, con un Fennando ‘Fernando’ que documento en 1791 (1993: 489).
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se manifieste en grado de frecuencia comparativamente menor que en el escrito del hombre sometido a prisión. En la Bogotá de finales del setecientos los cuatro amanuenses encargados de la copia del Carnero, es cierto que se ignora de qué parte de Colombia procedían, cometen bastantes faltas reveladoras del caso fonético que nos ocupa, entre ellas, y de las que presentan -l por - r: Carabajar en alternancia con Carabajal ‘Carbajal’ (23v), Almendaris ‘Armendáriz’ (55v, 56v), de -r por -l en tembrar (115r), de elisión de -l en buebo ‘vuelvo’ (161v) y en qua ‘cual’, «lo qua hacía porque le dejase un hijo» (168r), y de -r en el apellido Cortasa ‘Cortázar’ (176v). Lo curioso, sin embargo, es que otra mano, y con diferente tinta, en las ocasiones que percibió el error lo rectificó, nueva prueba de diferenciación normativa en el español americano, cosa que sucedió con las siguientes formas, tal como en el manuscrito aparecen: arboroto, cárser, acalde ‘alcalde’, fiscar ‘fiscal’, pretir ‘pretil’, durse146. En el dominio novohispano hallo un parpó ‘palpó’ de 1741 y en 1797 un se ‘ser’: «temerosa de no se vista de algunas religiosas» (Nueva España, 521, 632); y en tres cartas del año 1689 de un panadero de la ciudad de México, de rudimentaria formación en primeras letras, un reiterado reflejo de la neutralización de líquidas, con el intercambio consonántico de surtan (sic) ‘sueltan’ y la serie de infinitivos sin su -r final abé ‘haber’, asélo, be ‘ver’, desile, llorá, metélos, oriná, ponderátelos, quitá y sacá (378-387), antes acé ‘hacer’ en información llena de deslices seseosos hecha en la Audiencia de México el año 1591147. Y en 1577, Diego de Carvajal, fraile con el cargo de prior en Santo Domingo, escribe una breve relación con el lapsus generar ‘general’ junto al de juiendo ‘huyendo’, en medio de numerosas cacografías seseo-ceceosas148. En tierras peruanas a finales del XVIII en el manuscrito promovido por el obispo Martínez Compañón se lee un yerba e r r ó146 Carnero, 76r-v, 77r, 95v, 112r, 119r. En cuanto al tenbrar poco antes mencionado, es cierto que se trata de la forma originaria en el castellano antiguo, también temblar en Berceo (Corominas y Pascual 1980-1991: V. 454), pero en Nebrija ya es única la segunda variante, y por supuesto es entrada exclusiva en Autoridades y Terreros. 147 AGI, México, 112. La autorización es del 21 de mayo de 1591, sobre petición de doña María de Cepeda, viuda del doctor Tomás de la Cámara, alcalde del crimen que había sido en dicha Audiencia. 148 La lámina IX de mi libro de 1994 es facsímil de este documento y en ella se leen las formas generar y juiendo, además de seseos y ceceos gráficos.
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neamente corregido yelb a, y rejargar il l o rehecho rejalgarillo149; muciélago en lámina pintada y murciélago en el índice150; mostrar y cabirdo igualmente rectificados, el segundo término en su forma canónica y el primero en la falsa corrección de mostral151. Los mapas y planos indianos asimismo ofrecen la posibilidad de ampliar y precisar la geografía de este tipo fonético, según se ha visto con facetas tanto dialectales como sociolingüísticas, verbigracia con un arq uil ó dominicano de 1792 (C a rtografía IX, 255), con un cárcer cubano de 1768 (Planos, 80), o con la variación «combento de el Calm e l», «Nuestra Señora de el Carmel» de una planta de Guadalajara de 1753 (ibíd., 223). Nada digamos de la preciosa estampa costumbrista y sociológica del año 1798, de referencia cubana, en la cual el humilde albañil recibe su estipendio con un quejoso «eso es poco», con su seseo y ceceo gráficos y un perspertiva que de alguna manera tiene que ver con el relajamiento de las consonantes implosivas, de /-r, -l/ en particular, de semejante referencia fonética a la del alcenal ‘arsenal’ de plano de La Habana de 1787 (lámina V)152. En lo que a la letra impresa se refiere, de los números del M e rc urio Peruano leídos sólo en el 250 aparece sartar ‘saltar’ y en el 252 rejargar il lo, anteriormente visto en el manuscrito Trujillo. Y en la gran extensión del Correo del Orinoco únicamente he podido encontrar los casos de escorta, escortaban ‘escoltaban’ (220) y pe lt recho ‘pertrecho’ (231), con la variante petrechos (462). Por cierto que este peltrechos del Correo bolivariano no es una alteración casual e intrascendente de pertrechos, sino que su presencia en un periódico reacio a las alternancias o elisiones de -r y -l tiene un especial sentido histórico y sincrónico, pues sin duda se trata del ejemplo de una antigua lexicalización, que sin embargo coexistió durante mucho tiempo con la forma regular desde su origen. Documenté peltrechos en texto canario de 1668 (1999: 98), antes en documento sevillano de 1615 149 Trujillo VI, 58, 114. En las correspondientes estampas se escribió correctamente yerba y rejalgarillo. 150 Trujillo VII, 157. El índice de este volumen es de mejor caligrafía que las láminas, la 53 incluso escrita a lápiz por amanuense sin duda bilingüe. 151 Trujillo, Apéndice I, 78, 127. 152 Perspectiva de la iglesia y cementerio de San Juan de Bayamo, 8 de febrero de 1798, AGI, MP, Santo Domingo, 609 bis; para a lc en a l: AGI, MP, Santo Domingo, 530.
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(1994: lámina LXV). En América es amplia y numerosa la atestiguación de esta forma, de la que ofrezco un breve muestreo en mapas y planos indianos: la misma planta dominicana de 1792 que testimonia arq u il ó trae repetido p e lt rechos, igual que tiene esta voz con -l la traza del castillo habanero de la Cabaña de 1749, constante con tres ejemplos del año 1787 en la del Morro de San Juan de Puerto Rico153, y otro peltrechos de 1757 en la hondureña Omoa (P l an o s, 179).
Aspiración y pérdida de /-s/ final de sílaba Creía A. Alonso que «la aspiración de la s final de sílaba es un fenómeno que se ha producido en el siglo XIX (quizá empezara en el XVIII en alguna parte, pero no tenemos denuncia alguna) en una gran zona peninsular y en otra zona americana mucho mayor», opinión que influyó no poco, a mi parecer negativamente, en filólogos y lingüistas españoles y americanos. Naturalmente, Alonso estaba pensando en la «denuncia» de gramáticos y otros tratadistas, y en su espera mucho tendría que aguardar, efectivamente, el nacimiento de este particular fenómeno fonético. Pero se sabe muy bien que el maestro navarro sentía una cierta aversión al método textual, algo que Guillermo L. Guitarte y yo hemos puesto de relieve, antes el destacado estudioso argentino, porque algunos, afortunadamente cada vez más, estamos convencidos de que los manuscritos, y aun los impresos en cierto modo, también denuncian, es cierto que sin la precisión de las modernas grabaciones, la fonética de sus autores. El caso que ahora nos ocupa, la aspiración y el relajamiento extremo de la /-s/, queda manifiesto con las elisiones, los usos ultracorrectos de la ese, y las enmiendas a veces realizadas allá donde esta letra se había olvidado o donde su empleo se consideró incorrecto, con evidencia tanto mayor cuanto más se reiteren estos hechos en la escritura154. Entre los 153 Cartografía IX,
28, 206, 255. excepcionales son los trueques de la s con h o j. Mi crítica al planteamiento metodológico de Alonso la he expuesto en varias publicaciones, sobre todo en diversas partes de mi libro de 1993; sus palabras arriba citadas y mis documentaciones andaluzas de usos anómalos de la -s, desde 1266 hasta todo el siglo XVIII, en las páginas 482-488. 154 Muy
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que en su hablar tienen este modismo la equivocación al escribir siempre acecha, sobre todo en quienes han recibido una escasa formación, e incluso los cultos saben de la disciplina a que se han tenido que someter en su aprendizaje escolar155. Y en los escritos antiguos las cosas no han sido diferentes a este respecto, según lo cual las apariciones de este cambio lingüístico en Andalucía se han podido rastrear desde la segunda mitad del siglo XIII, siendo muchas sus atestiguaciones en el XIV, numerosas desde comienzos del XVI en adelante, documentaciones que se dan con frecuencia notablemente mayor que las concernientes al tratamiento neutralizador de /-r, -l/156. Hay datos sobre el hablar de emigrados extremeños en América connotado por la aspiración de /-s/, hasta con la nasalización de esta sibilante que se advierte en un «eseciuos precion» (‘excesivos precios’) escrito en el Perú hacia 1570, y también los hay en cartas de canarios, aunque son muchos más los referidos a indianos de origen andaluz157. Acercándonos hacia el final del virreinato, el mismo chileno que el año 1766 escribía una carta con formas como Bardibia o sardrá, antes anotadas, da muestras de aspirar, perder o relajar extremadamente la /-s/: «me enbíe una cebollas», «lo mesmos», «muchas m em or i a». Por entonces, en su corpus epistolar sor Dolores con gran frecuencia, en decenas de casos, se muestra vacilante en el empleo de la - s, sobre todo con su elisión, y de toda evidencia es que deslices tan reiterados no pueden ser casuales descuidos. Entre esos lapsus de sentido fonético están los siguientes: otro santos, mi particulares devotos, lo discursos, nuestro corasones, mis 155 Esto tendría que ser evidente para cualquier estudioso que compare lo que al respecto ocurre en la letra, manuscrita o de molde, de los territorios donde el fenómeno aspirador existe, y en aquellos donde se desconoce. Claro que siempre están los que con interesada suficiencia, y con espíritu crítico un tanto romo, casi todo lo achacan al simple e insignificante desliz. En una perspectiva histórica, sería por demás sorprendente que justamente en cuestiones como éstas los antiguos hablantes no hubieran dejado huellas de su fonetismo en la escritura. 156 Abundantes documentaciones de este fenómeno en textos andaluces he recogido en anteriores trabajos, varias en láminas facsímiles (1993: 482-488; 1994: 18-20). 157 En mi libro de 1999 (48, 52, 95, 96), la forma precion en su lámina VII; los datos sobre emigrados andaluces pueden encontrarse por el correspondiente índice. Sería innecesario advertir que en esta obra manejé mucha más documentación andaluza que extremeña y canaria.
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sentido, los demás papele, todo los rasionale, marte ‘martes’, aquellas persona, mi súplicas, sus memoria, las criatura, respueta, tale casos158. En el boliviano Tortura: «nuestros ynvictismo (sic) Monarcha» (7v), subtraydo (9r), abtenían (12r), y los casos posiblemente relacionados de prepertiba ‘perspectiva’ y encusa ‘excusa’ (10v, 15v). En el Carnero bogotano: su noticias, las batalla, su tributos, «a los demás sus compañeros... no lo culpo», «los uno dijeron verdad», «tiene el dicho cura lo 80 de edad», supención, repondió, «Audiencia de la Charcas», «su primeros años», mimo ‘mismo’, «hermanos eran... y uno de ello...», «lo que confiados en la misericordia de Dios le ofenden»159. En el corpus mexicano editado por Company Company: «a las ora referidas», «sin riesgos ninguno», «nos estás poniendo a riesgos», má ‘más’, sastifasiones en cartas de semialfabetizado, del año 1689; dejarretó, dejarretada ‘desjarretada’, los zerrillo, «le deorejó (‘desorejó’) a un macho», «todo lo que lleba dicho es los que save», «lo refieren en sus declaración», «y entres las mulas un macho romo», en 1731; «esto es los corriente», 1741; «los que executaré con rendida voluntad», 1744; «ni a quien mi ojos bolver», 1788; «cuya havitaciones ignora», 1796; las caballeriza, 1797160. En el manuscrito peruano Trujillo he visto una escasa incidencia de lapsus relativos a la aspiración o pérdida de la /-s/, apenas en la ultracorrección sus immediación y los híbridos fasiltol ‘facistol’ y martuersillo ‘mastuercillo’, y el probablemente hipercorrecto diósescis ‘diócesis’161; y en los artículos del Mercurio Peruano que se nutren de la obra impulsada por Martínez Compañón: «poca son las familias», «que llaman lo pintores colapis», «la mala versación de su administradores», «son víctima de sus furias»162. De referencia cartográfica tenemos 158 Cartas, 4, 7, 11, 13, 26, 29, 30, 32, 35, 44, 45, 58. En una misma carta pueden darse varios ejemplos, así p ad ec o ‘padezco’, t odo los torm e n t o s, h ab l amo (31), ata ‘hasta’, desto ángeles, t oda disparan (46). Y luego están casos como los de ofrenco ‘ofrezco’, i nformen ‘informes’ o serrás ‘cerrar’, los de este tipo en bastante número, probablemente relacionados con el fenómeno que en este apartado se trata. 159 Folios 2v, 7v, 10v, 31v, 58r, 72v, 134r, 136r, 158v, 159v, 162v, 169r. El inventario es más largo, al que además habría que sumar registros como el de enpía ‘espía’ (154v). 160 Nueva España, 378-385, 471, 475, 478, 479, 520, 537, 610, 616, 635. 161 Trujillo I, 101; V, 84; IX, 5; X, 24. En X, 7 parece haberse escrito su longitudes para luego añadirse al posesivo una ese alta de trazo grueso. 162 Trujillo, Apéndice III, núms. 248, 250, 253, 264.
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un casale ‘casales’ de la colonia de Sacramento y 1736, «los Casale que llaman vulgarmente y que es un haraval» (Planos, 328), y de los planos de la ciudad y bahía de San Juan de Puerto Rico, en uno de 1782 se lee Río Castaño y Punta Castaño, que son Río Cataño, Punta Cataño en el de 1783, y Caño de Cataño, Punta de Cataño en otro del año 1808163, mientras yntrutiba ‘instructiva’, «la relación yntrutiba que la acompaña», junto a un lleísmo gráfico Cristóval de Zallas (‘Zayas’) se halla en mapa de la isla del Carmen en el golfo de Campeche, de 1765164.
La aspiración de /f/ y la /h/ americana Sabido es que en el siglo XVI la aspiración de /f/ originada en la /f/ latina y en la glotal árabe (hambre, hembra; hasta) y su pérdida (ambre, embra; asta) dividía en dos grandes porciones la geografía lingüística española, siendo el dominio más extenso del primer rasgo fonético el correspondiente al mediodía peninsular y a Canarias. En España los límites dialectales no han cambiado porque este modismo haya invadido la zona no aspiradora, pero en América, como en tantas otras cuestiones solió suceder, se expandió por cualesquiera puntos, llevado por los emigrados que en su hablar tenían esta aspiración, incluso trasladado a los descendientes criollos de los no aspiradores en el proceso de nivelación general del español americano. Sabemos también que en la metrópoli el contraste de las dos normas entre los cultos connotó negativamente la modalidad aspiradora, con testimonios claros de la nueva situación sociolingüística a principios del XVII, con el consiguiente retraimiento de su uso en los medios social y culturalmente elevados, su creciente desalojo de las ciudades y, en fin, su conversión en hecho de habla vulgar y rústica. Naturalmente, en los hablantes americanos se reprodujo el cuadro normativo metropolitano, adecuado a la particular realidad indiana. 163 Cartografía IX, 198, 199, 221. No deja de ser curioso que como apellido haya podido documentar cuatro veces Cataño en texto de la onubense Bollullos Par del Condado de 1783 (1993: 487). 164 Cartografía III, 17. Y aun en la letra impresa del Correo del Orinoco, a pesar de la criba impuesta por impresores y correctores, no faltan deslices que pueden estar relacionados con este fenómeno fonético, así la variación las Floridas-la Floridas en líneas seguidas (377).
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En el siglo XVI el español europeo no sólo estaba geográficamente diferenciado en lo tocante a estas dos soluciones de la evolución originaria en la /f/ latina, sino también, de manera diatópica casi coincidente, por los resultados derivados de la velarización de las antiguas prepalatales fricativas, que dieron en el español norteño /x/, velar fricativo sordo, y /h/, velar aspirado sordo, en el meridional y canario, probablemente debido a la preexistencia en este dominio sureño e isleño de la aspiración procedente de /f/165. Es la situación que hasta el día de hoy se mantiene, pero a América pasaron unos hablantes con /h/ y otros con /x/, en su nuevo destino se mezclaron y esa diversidad fonética terminó por nivelarse, con predominio en las generaciones criollas del germen lingüístico aportado por los emigrados meridionales y canarios, pero no como exacto calco del mismo, cosa natural habida cuenta de las circunstancias específicas del mundo indiano, y de los movimientos demográficos que en él se sucedieron, internos y de emigración europea. Por eso en el español americano hay distintas realizaciones de la /h/, pero lo que en ninguna parte existe es la /x/ de tipo norteño, y esto hace verdaderamente sorprendente que entre los americanistas se continúe considerando la /h/ de América como alófono sufragáneo de /x/, fonema de un sistema supuestamente general y cerrado de nuestra lengua166. 165 De argumentar este planteamiento histórico me he ocupado en varias ocasiones, sobre todo en mi libro de 1993 y, más recientemente, en el artículo 2008a. 166 ¿Se hablan distintas lenguas españolas porque unos, los más, tengan sólo /Ï/ y otros, los menos, /Ï/ y /y/? ¿En qué es dependiente la pronunciación /h/, meridional, canaria y americana, de la norteña /x/? ¿Cómo lo propio de unos pocos millones de hablantes será sistemático, y no lo que varios cientos de millones usan? ¿Si la /h/ no es un alófono de la /x/, que en absoluto lo es, cómo se define? A mi modo de ver, no hay en todo esto sino una postura reverencial hacia ya viejos postulados teóricos, por parte de algunos una cierta actitud de dirigismo lingüístico, y en otros, quizá sin ser conscientes de ello, una trasnochada postura castellanista. Desde hace años hay quienes se han visto obligados a hablar de «diasistema», de «uno o varios sistemas», etcétera, y eso no está mal, pero mejor es que el lingüista reconozca la realidad de la lengua que estudia, sin perder la perspectiva histórica, cuya unidad no se ha roto, ni es previsible que se quiebre, porque desde hace siglos hayan existido diferencias fonéticas como las señaladas, que no son unas dependientes de entidades superiores, sino que por lo general han vivido en dominios diferentes sin amenaza alguna para un idioma que siempre ha permitido la diversidad.
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La identificación de este fenómeno fonético se ha hecho por gramáticos y diferentes tratadistas, pero más temprana y extensamente por los intercambios que en los textos se han producido entre h y x, g, j, bien entendido que en los de autores naturales de territorios en los que hubo /h/ (< /f/) y en ella resultaron los antiguos prepalatales fricativos, no así donde se había perdido la vieja aspiración y la otra evolución fonológica dio /x/. Desde principios del XVI y a lo largo de esta centuria y de las siguientes, en documentos andaluces he registrado numerosos casos de dichos trueques grafémicos: h e ntil, hiho, mehor; almoxadas, gecho, gierro-jierro, jazer, jerr a j e, etc.; y hara ‘jara’, «proveen a Huelva de leche y leña de h ar a y otras, de que abundan aquellos montes», en culto autor onubense del XVIII (Mora Negro, 1761/1987: 52)167; recientemente he hallado la grafía a lm ox ad a s ‘almohadas’ también en manuscrito malagueño de finales del XV (2008a: 36). En carta de extremeño escrita en la ciudad de México el año 1571 encuentro h ih o s ‘hijos’ (1999: lámina V), como en la documentación canaria verifico dos veces h arro ‘jarro’ en un mismo protocolo de 1598, y a j og ó ‘ahogó’, hamás, ehidos ‘ejidos’, henh a nb re ‘enjambre’, h e nte, joia ‘hoya’, m uguer ‘mujer’ en textos de los siglos XVII y XVIII (1996c: 246). Ya en fuentes indianas, aparte del citado hihos de extremeño, documento en la segunda mitad del XVI y primera del XVII jartas ‘hartas’, jasta ‘hasta’, juiendo, recohidamente, la jabana ‘La Habana’168; en otra parte presento un gise corregido hise en Chile hacia 1605, y el nombre propio Hoán ‘Juan’ en firma rubricada en Guadalajara el año 1652169. En 167 En 1993 (414, 416, 417, 449-453), con las láminas IV, V, XLI, XLIII, XLV, XLVI, XLVII, XLVIII. Debe suprimirse la núm. II, con error de lectura al que, siendo de mi responsabilidad, me indujo la edición de un medievalista. La influencia de la letra impresa y los pocos años de experiencia en el método documental malograron mi pesquisa en archivo malagueño para conseguir el folio medieval que reproduje en facsímil. Al menos sirvió para que algunos se decidieran a prestar cierta atención, tampoco demasiada, a los manuscritos para hacer historia fonológica. La lámina XXIV de mi libro de 1994 trae un háquima ‘jáquima’ sevillano de 1695. En la edición príncipe de Mora Negro no sólo se documenta hara, sino «altura escalpada» (8) y Odier ‘Odiel’ (102). 168 En mi libro de 1999, localizaciones indicadas en el correspondiente índice; jartas y la jabana en láminas XIV y XXVIII. 169 En 1994, láminas VII para Hoán, XX para gise, y IX para el anteriormente mencionado juiendo de Santo Domingo. En otros trabajos míos manejo más datos documentales de esta clase, que no creo necesario acumular aquí.
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autógrafo de un tejedor de la ciudad de México de 1689 es constante el empleo de juir ‘huir’ y juiga ‘huya’, con seis ejemplos170, y en el dominio peruano a finales del XVIII se encuentra lexicalizado pitajaia ‘pitahaya’, así como sajino (también escrito sagino) ‘sahino, saíno’, y un repetido tinagua ‘tinaja’, guilguero ‘jilguero’ en el Mercurio Peruano171. El altoperuano Tortura descubre la pronunciación /h/ de ascendencia meridional por la grafía juelgo ‘holgura (huelgo)’, «fue dicha cadena pendiente de un trozo introdusido a una pared del calabozo..., sin más juelgo que una bara que dista quanto pueda el pasiente pararse o recostarse» (23v). Seguramente fue en México, el único territorio americano que el jesuita Murillo Velarde conoció en su ida y vuelta entre España y Filipinas, donde oyó pitajaya, palabra que dos veces menciona en su obra, así como jamaca: «los llevaron en jamacas, que son unas redes o una manta colgada por los dos lados de una caña o pértiga»172, y el Correo del Orinoco, aparte del andalucismo jarana (179), no registra más que la aspiración lexicalizada de geniquén ‘henequén’, con la g desde hacía mucho tiempo correspondiente al resultado velar de las antiguas prepalatales: «un gran número de mochilas de geniquén y algunas botijuelas de alquitrán» (351), donde sin duda esta letra del vocablo indoamericano se pronunciaba igual que la j de botijuelas. En esta precisa cuestión lingüística dos datos hasta ahora apuntados denotan un fonetismo americano en todas partes semejante, no digo que por doquier idéntico, sólo que su manifestación en la escritura dependía de factores culturales, y también de la tradición literaria de cada palabra, por lo que el indoamericanismo léxico era terreno abonado para el intercambio grafémico (entre h y x, g, j): se ha visto con jamaca, pitajaya y sajino, o con geniquén en el Correo bolivariano. Y lo mismo se aprecia en la copia bogotana del Carnero, donde bohío aparece frecuentemente con j (como vojío y bujío)173, además del también autóctono bajareque ‘bahareque’ 170 Nueva
España, 393-395. V. n. 185 para otros casos mexicanos de 1743. IV, 4, 134 (pitajaia); VI, 33, 89 (sajino); I, 60, 79 (tinagua); Apéndice III, núm. 250 (guilguero); seguramente habría que añadir como casos de aspiración lexicalizada escrita con j los de moj ar illa y m oj arr it a (VIII, 49, 50). Morínigo señala para las Antillas y Centroamérica pitajaya con las variantes pitaya y pitahaya, ésta también en otros dominios americanos, incluido el peruano. 172 Geografía, 30, 180, 251. 172 Carnero, 19v, 20r, 31v, 106v. 171 Trujillo
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(58r), sin contar con el apellido hispánico Bohórquez reiteradamente escrito Bojórquez o Boxórquez174; y curiosamente tanto bajareque como bujío se hallan en escritos de Simón Bolívar, claramente lexicalizados, pues (Lengua, 263, 266). Por supuesto esta geografía lingüística documentalmente siempre es ampliable, así con el puertorriqueño jiguereta dieciochesco175, pero, por centrarme en el siglo anterior a la Independencia, referiré los siguientes casos: «vujíos de palma», 1737, bujío, 1794, en Santo Domingo176; rejoya ‘rehoya’, «rejoia del Late, de cañadas y lomas de monte bajo», 1773, en Guatemala, «playa jonda» (‘honda’) en Acapulco, 1712, «bujíos o habitaciones de negros» en Bujurayavo, 1731, «calle de la joya», «joya de Santo Thomás», «la joya del jagüei» (‘hoya’) en Santiago de Cuba, 1751, en Cartagena de Indias a finales del XVI «xagüey y pozo del Rey», en 1716 «plazuela de los habuey e s» (‘jagüeyes’) 177. Incluso la aspiración secundaria, no la procedente de /f/ latina, sino de la consonante castellana seguida de vocal posterior o velar (jogón ‘fogón’, juego ‘fuego’, juerte ‘fuerte’), conocida en algunas hablas populares españolas pero mucho más extendida en las americanas, está plasmada en un juentes corregido fuentes de inventario de bienes del obispo de Oaxaca, del año 1796 (Nueva España, 621), y probablemente la indica el colombiano infuriados ‘injuriados’ seguido de injurias (Carnero, 167v).
EL YEÍSMO La eliminación de la oposición /Ï/~/y/ recibida por el castellano primitivo en su evolución desde el latín, cuyo proceso de pérdida de la consonante palatal lateral está en marcha, en el sentido de que aún no ha dominado toda la geografía del español, ni en España ni en América, textualmente es de identificación sumamente fácil, pues los hablantes que sólo disponen del fonema /y/ al escribir 174 Carnero, 155r, 178v, 179r. Indicador de la fonética americana seguramente es también el apellido Guirón ‘Girón’ en Francisco Hernández Guirón (139v). 175 Lo he citado de ilustrado aragonés que estuvo relacionado con Íñigo Abbad y Lasierra, secretario del obispo de Puerto Rico (1999: 293). 176 Cartografía IX, 236, 257. 177 Planos, 41, 49, 56, 93, 173, 195.
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corren el riesgo, pero de acuerdo a circunstancias personales muy variables, de confundir las letras que tradicionalmente han representado los dos sonidos, la ll y la y. Salvo en casos especiales de polimorfismo, que el estudioso deberá precisar, si en un texto hay ll por y (aller ‘ayer’, mallo ‘mayo’), en principio se trata también, como en el caso contrario, del yeísmo fonético, y si se habla de lleísmo será puramente gráfico, hasta es forzado pensar, como algunos hacen, en una ultracorrección, se supone que ortográfica: sencillamente, el yeísta al escribir yo sólo podrá equivocarse poniendo llo, no conscientemente, por supuesto. Otra cosa es que en determinado momento la vacilación, por ejemplo, le haga poner desmallo por desmayo, pero quien únicamente dispone de la /y/ no estará reflexionando continuamente en su escritura, ni esta cuestión es de verdadera enjundia lingüística ni en ella se puede pasar de la mera suposición. En todo tipo de escritos actuales más o menos frecuentemente, según los casos, aparecen muestras de la existencia del fenómeno yeísta, en la prensa por supuesto también, así en reciente artículo de tema financiero, «la emisión de cuotas por parte de estas entidades ha encayado en un terreno políticamente resbaladizo»178, pero lógicamente el yeísmo gráfico se ve favorecido en situaciones de cruce homofónico total o parcial, como el que supone el presente de indicativo de hallar en su tercera persona singular y el plural con el presente de subjuntivo de haber, causa de numerosos deslices como éste: «quienes tienen ese derecho cuando se hayan en alta mar»179. Las manifestaciones gráficas del yeísmo no sólo son iguales hoy y en el pasado, sino que, precisamente por ello, no es raro que coincidan en las mismas palabras, de manera que si encayado, participio de encallar, así se encuentra en texto periodístico de hace pocos meses, idénticamente se halla en plano de la isla de San Carlos, en la desembocadura del Misisipi, del año 1769: «la lancha y otra pequeña embarcación... encayadas en el lodo bajo 178Cuaderno
Claves de la semana, p. 8, inserto en el Abc, 12.4.2009. País, 11.5.2009, p. 5. En la portada de un semanario dominical de gran difusión aparecía el siguiente título: «Apuestas en la Red: cara y cruz del negocio más bollante de Internet» (XL Semanal, núm. 1.055, 13-19 de enero de 2008), y en siguiente número en carta al director una lectora se quejaba de semejante errata, confesando que había dudado «de la correcta ortografía boyante». 179 El
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que rodea toda su orilla»180. Y si en la actualidad es fácil descubrir yeísmos gráficos en hallar condicionados por cuasi homofonías con formas subjuntivas de haber, la mayoría de los registros yeístas del Correo del Orinoco obedece a esta correspondencia léxico-fonética: «y organizar la provincia de Barcelona, de su mando, que ya se haya libre» (313), «éstos se hayan sitiados por mar y tierra estrechamente» (518), «las fuerzas navales, sin embargo de que no vatirán la plaza en este intervalo, llevarán a puro y devido efecto el bloqueo a que se hayan destinadas», «repito a V. S. que las fuerzas navales llevarán siempre a puro y devido efecto el bloqueo a que se hayan destinadas» (520). Aunque el yeísmo en su origen no es exclusivamente meridional, ni originariamente se dio en todo el territorio andaluz, desde el siglo XVI al XVIII en el sur de la Península estuvo más arraigado, y desde mediados del quinientos la documentación andaluza ofrece muestras gráficas del fenómeno181. Pero son las cartas de emigrados a Indias las que contienen un mayor número de cacografías yeístas, precisamente las debidas a personas de cultura media o baja, pero también esto ocurre en autores de mejor formación. Entre ellas la del extremeño Alonso Ortiz, ya citada, en la que se lee «que ante quella la escribiese le abía llablado (‘ya hablado’) por ella a Cepeda», dato del año 1574, como en su manuscrito cronístico fray Reginaldo de Lizárraga, cacereño de origen pero con muchos años de permanencia en América, pone Ballano por Bayano; y en cuanto a los andaluces, está el que en dos misivas enviadas desde México en 1573 escribe llierto ‘yerto’, dos veces cabayo, valleta, negoçiayo ‘negociallo (negociarlo)’ y va ya ‘va allá’, procedencia regional que seguramente era la del notario de La Habana que en 1580 escribió viya y luego corrigió villa, y siete veces aparece crioyo, sistemáticamente, en documento dominica180 Citado
en la n. 110.
181 Me ocupé de esta cuestión en
1993 (504-508). En territorio que formó parte del reino de Toledo documenté aller ‘ayer’ en la temprana fecha de 1518, junto a formas características de las hablas meridionales, un repetido carc añ a l, alternante con c a lcañal, l ib er armente ‘liberalmente’ y c aía ‘caída’ (2002: 108). No fue apropiada mi identificación de yeísmo en la rima allá-ya de Juan del Encina (420), pero quizá lo indique la variación omezillo-omezío de su Canc i onero (98r-102r), y probablemente el agradéceyo puesto por Torres Naharro en boca de un portugués: «agradéceyo, cabrón / questamos en o tinelo» (Prop aladia, en Tin el laria, IIa).
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no de 1590 que presenté en facsímil, de autor cuyo origen regional me es desconocido182. Casos de yeísmo americano del siglo XVIII que en 1999 recogí son: de zona peruana: zandilla, Yrigollen ‘Irigoyen’, Caye Real (superpuesta ll a y), anafalla ‘anafaya’, en el corpus Trujillo de finales de esta centuria; en carta chilena de 1766 dos casos de llo ‘yo’ y uno de sulla183; en exvotos novohispanos de la segunda mitad de este siglo y primera del XIX un buen número de yeísmos y de lleísmos gráficos, así colmiyos, hayándose, lla ‘ya’, cullo ‘cuyo’, mallo ‘mayo’, etc.184. En las relaciones geográficas del arzobispado de México, manuscrito de 1743, a pesar de la hermosa letra con que están redactadas abundan los lapsus seseosos, también los yeístas, a veces asociados a la aspiración lexicalizada de /h/ procedente de /f/ latina, ejemplo de j ol l a y golla ‘hoya’ («en vna llanada a modo de jolla pegada al dicho monte», «vna llanada a modo de g ol l a»), y de mi espigueo en este corpus añadiré cuatro testimonios de chir im olla y los mismos de m ag u el l e s ‘magueyes’, arrol l o ‘arroyo’, tres muestras de llendo ‘yendo’, llunta («seis lluntas para labor y algunas mulas para la conducción»), alluda ‘ayuda’ («pueblo de Santa Ana, alluda de parrochia del pueblo de Tenacingo»)185. Y la planta diseñada en 1792 por don Narciso Codina para el Hospital General de Guadalajara, de elegante caligrafía, ofrece numerosas cacografías seseosas, pero también las de c l ar avollas ‘claraboyas’ y mallor ‘mayor’186. Estos datos confirman la opinión de Murillo Velarde sobre la implantación del yeísmo en Nueva España a mediados del XVIII, y por supuesto la aseguran en los mismos años de la Independencia, pero también su extensión por otras partes de América (Chile, Perú, Co182 El conjunto de estos datos, junto a la cacografía Reylles ‘Reyes’ recogida por Boyd-Bowman en texto veracruzano de 1568 escrito por un andaluz, los presenté en 1999 (48, 59, 68, 296). Sobre el primerizo yeísmo de emigrados de Andalucía en América, v. lámina LXIX de mi libro de 1993, y V en el de 1994. 183 Se trata de la carta del presidiario que para otros meridionalismos fonéticos se ha citado. En el cartulario coetáneo de Peña y Lillo se registran tres casos de culas ‘cuyas’, que en la argumentación de Kordic Riquelme correspondían a manifestaciones del yeísmo de la monja chilena (2008: 23, 24). 184 1999: 210, 215, 247, 285-286. 185 AGI, Indiferente General 107, 766v, 767r, 770v, 771r-v, 772r, 775v, 776v, 777r, 780r-v, 781v, 805r, 809r. Estos testimonios de jolla-golla son semejantes a los señalados en la n. 170. 186 AGI, MP, México 546 bis, Guadalajara, 15 de septiembre de 1792.
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lombia y Venezuela), con referencias anteriores a Cuba y Santo Domingo, y en el Correo del Orinoco, aparte de los lapsus en el verbo hallar favorecidos por cruces con haber, están los de Montolla ‘Montoya’ y hulleron (274, 510), así como un M ay o rca alternante con Mallorca (90), y un ayá ‘allá’ en pasaje de expresión directa y emotiva: «¿Conque corre, Excmo. Sr., por ayá la misma moneda que la benignidad de V. E. nos trajo acá?» (500)187. La cartografía y los planos urbanísticos o arquitectónicos de nuevo traen su aporte de documentación lingüística: La Habana, 1757: «Tablonc iy o s sobre los que asientan las tozas para que vallan elevadas del tablado», «bancos sobre los que asientan los extremos y ombriyos de la sigüeña»; Manzanillo (Cuba), 1767: «Punta del Martiyo», lleguadas ‘yeguadas’; Maracaibo, 1777: «se h ay a en el día libre»188. En Plano de Nassau de 1782 c allo ‘cayo’ es continuo, con seis registros; el doblete L l er a-Yera en la novohispana Santa Bárbara, 1751; plalla en Veracruz, 1764; muraya («el nuevo resguardo de lienzos de cerco o muraya ban anotados») en la ciudad de México, 1777; «caye San Antonio» en Santiago de Cuba, 1751; «aciento del yarel l a l» y «río del y arellal» en Holguín, 1752189. Otros seis testimonios de callo ‘cayo’ («canal chico de C allo Tabaco», etc.) muestra una descripción topográfica de hacia 1751 entre las provincias de Guatemala y Yucatán, y en otra de La Habana, de 1787, se lee: «por c ul l a razón y estrechés del terreno es incapás de formarze», «c ul l a línea corre desde la H a la Y», y para el Río de la Plata, de la zona de Montevideo, año 1769, es la atestiguación de haiar ‘hallar’ («arroyo adonde se puede haiar agua»)190, zapayos ‘zapallos’ en el manuscrito bonaerense de 1796-1797 (lámina I). La tradición del yeísmo en América parece ser tan antigua como la misma colonización española de este continente, y su desarrollo guarda un cierto paralelismo con el que experimentó en el mediodía peninsular, pues mi análisis de exvotos andaluces y mexicanos arroja semejante aparición de grafías lleístas y yeístas 187 En una breve nota a pie de página donde el redactor comenta la situación que en España estaba sufriendo el general Morillo, odiado por los independentistas, en la cual también se lee indegne ‘indemne’, alcansado, ancia ‘ansia’, comicionado. 188 Cartografía VI, 73; IX, 33, 53. 189 Planos, 26, 77, 93, 232, 255, 270. 190 AGI, MP, México, 198; Santo Domingo, 530; Buenos Aires, 79. Y recuérdese el encayadas de Luisiana de 1769 (v. n. 180).
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en unos y otros191. La diferencia radica en que a lo largo del setecientos el yeísmo ni siguiera se había propagado a toda Andalucía, pues el jesuita Murillo Velarde, almeriense, sólo comparaba el de Sevilla y Málaga con el de México, ni se había extendido por otras regiones peninsulares en las que el fenómeno se conoció mucho más tarde, mientras que en la mayor parte de los territorios indianos estaba bien implantado, quizá no de manera completamente excluyente, que esto es muy difícil de saber, como ocurrió con el seseo o con la /h/ distinta de la /x/ norteña, a resultas del proceso de nivelación lingüística que experimentó la sociedad hispanoamericana. Lo cierto es que en el XVIII, probablemente antes ya, y en los años de la Independencia el yeísmo era un modismo genuinamente criollo, no sólo porque los europeos fueran una exigua minoría en América, sino porque de ellos únicamente los que procedían de zonas españolas confundidoras lo manifiestan en sus escritos; y este rasgo fonético se daba en todos los niveles sociales, sin que importara el origen regional del antepasado español. A la elite de Cóndor y del Cuzco pertenecían los dos grupos familiares que en todos sus escritos se muestran seseosos y que también debían de ser yeístas, pues algunas cartas suyas descubren lapsus reveladores de dicho fenómeno fonético, así una autógrafa de Juan de Isásaga y Francia fechada en Cóndor el 12 de agosto de 1696, en la cual se lee: «no allo asunto para consolarte... y alludarte con lágrimas y lamentasiones» (lámina VI), y en otra dada en esta ciudad el 15 de octubre de 1689, firmada y rubricada por el mismo Isásaga y Francia pero escrita por otra mano, de un servidor o amanuense de oficio: «Háyome oi, día de la fecha, con tres cartas juntas de vmd.», «que no lleguen mis cartas a manos de vmd., llendo por las del Sr. D. Matheo...»192. En misiva que el 30 de agosto de 1722 dirigió a Pedro de Oquendo, quien como sabemos por entonces resi191 En 1999 (255-257, 285, 286). Y similar asimismo es la documentación del yeísmo durante esos años en manuscritos de México y de Andalucía de otro nivel cultural, teniendo en cuenta que a mayor formación del autor, menos serán las cacografías que comete, igual en ambos lados del Atlántico. 192 ARChV, Pleitos Civiles, Taboada, Fenecidos, caja 3842-1. El lapsus del autógrafo (alludarte) en la línea 5 de la lámina. En esta plana su autor escribe: «te aseguro que asta que vi tu carta estube con rresuelta determinasión de irme en galeones a vivir y morir en la patria de nuestros agüelos, porque este reino ya no es más que inquietudes y sustos con los piratas enemigos».
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Lámina VI Yeísmo y seseo en criollo de Cóndor (n. 192).
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día en la Corte, Francisco Pacheco Portocarrero, chantre de la catedral del Cuzco, el seseo va acompañado de un lleísmo gráfico, «sin que yo halla meresido letra de vmd.» (lámina VII), lo cual para la pronunciación seseosa extrañaría en un extremeño de origen, sin bien no hay discusión al respecto viendo que, aun cuando la carta la firmó este clérigo, la escribió alguien del medio social en que él se movía193. Encumbrado familiar y socialmente era también el mexicano José Atenógenes Rojano, quien en 1819, junto a bastantes deslices causados por su seseo, cae en el trueque de halla en lugar de haya («sin que halla motivo de dudas»)194. Sobresaliente ejemplo documental sobre el yeísmo es la copia bogotana del Carnero, de 1784, por el extraordinario número de confusiones ortográficas que en ella se verifican; pero no sólo porque tales lapsus descubran el fenómeno fonético de eliminación de la /Ï/, ni porque su gran frecuencia pruebe una más intensa vigencia de la pronunciación yeísta que los trueque de ll e y mucho más aislados de otros textos, sino porque las confusiones gráficas son de los cuatro amanuenses que intervienen en la copia, lo cual es indicio de la extensión social que el modismo había alcanzado; y, sobre todo, porque el análisis demuestra que el nivel cultural del hablante-escribiente es determinante en la comisión de cierto tipo de deslices ortográficos, entre ellos los relativos al yeísmo. Del cúmulo de cacografías de este tipo que el C a rn ero contiene me limito a consignar las siguientes: a y un o-h al l un o (6r), h al l ud ó, hol l eron (11r), sullas, alluda (13r), y ev av a (35r), l l a ‘ya’ (50r, 51r, 52r, 54r, 55v, 66r, 67r, 72v), vállanse (52r), llendo ‘yendo’ (68v), «cosa maravillosa es para mí que del hablar he visto muchos prosesos, y que del callar no h alla visto ninguno» (126r), l l e rv a s, llerbas (157v, 159r).
EL SESEO A la altura del siglo XVIII y primer tercio del XIX la discusión histórica sobre el origen del seseo americano no tiene demasiado sentido, 193 ARChV, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Olvidados, caja 187-2. El yeísmo (halla) en la línea 7 de la lámina. 194 Citadas en las notas 100, 123.
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Lámina VII Yeísmo y seseo de cuzqueño anónimo (n. 193).
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pues de toda evidencia es que se trata del resultado último de un proceso de criollización lingüística que afectó igualmente a otras cuestiones fonéticas, pero también gramaticales y léxicas. Si el seseo americano no fue desde el principio independiente del andaluz y canario, supuesto que documentalmente puede negarse de forma tajante, evidentemente se está ante un caso más, aunque de suma importancia en la caracterización del español americano, de nivelación de las diferencias que en su hablar llevaron al Nuevo Mundo los emigrados españoles, que convertiría el rasgo regionalmente particular en uso general de la sociedad indiana195. Pero la situación del siglo XVI no es equiparable a la que al respecto se vivía hacia el final de la Colonia, porque en el quinientos la población europea de seseosos y de distinguidores tenía mucho peso en la población americana de lengua española, predominante en la primera mitad de esta centuria, mientras que conforme se acercaba la Independencia el peninsular constituía un porcentaje demográfico mínimo. El seseo desde antes era rasgo característico del habla criolla, y entiéndase que el fenómeno engloba a otros grupos étnicos asimilados al español, de manera que el problema consiste ya en averiguar si la distinción de /s/ y /ı/ se mantenía o no en grupos de gentes nacidas en América. Por supuesto estaban los vascos bilingües que en su español practicaban un seseo esporádico, dependiente en su frecuencia del grado cultural de cada uno y del dominio que se tuviera de la segunda lengua, como aquel Francisco de Arranechea, rico comerciante que el 9 de julio de 1796 en Sombrerete escribía a un primo de Oyarzun, carta en la que, como en otras suyas, cae en un error seseo-ceceoso: «con algún subc id io que en adelante, con la livertad que puede, premie y comercie con el descanso que le pareciere»196. O los de lengua materna catalana, como fray Junípero Serra, que en carta que dirige al virrey de Nueva España desde San Carlos de Monterrey, el 9 de septiembre de 1774, cae en otro seseo gráfico: «Respecto del diario que incluí a V. E., desía que no nos quedávamos acá con copia»197. Y 195 Esta generalización social y geográfica distingue lo americano de lo andaluz y canario, y el hecho de que el ceceo en el conjunto de América comparativamente no responde a la importancia demográfica y a la gran difusión territorial que tiene en Andalucía. 196 ARChV, Pleitos Civiles, Quevedo, Olvidados, caja 321-2. 197 AGI, Estado, 43, núm. 9.
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naturalmente los andaluces y canarios residentes en América hablaban con su seseo originario y lo reflejaban en sus escritos, lo mismo en el XVI que en el XVIII o el XIX, sólo que en el quinientos su impronta, con el apoyo puntual de las minorías catalana, vasca, gallega y portuguesa, fue decisiva en la formación del fonetismo americano, mientras que cuando el dominio español llegaba a su fin poco podrían influir en una pronunciación de los criollos mucho antes configurada. Por su parte, los españoles no seseantes, salvo en particulares circunstancias, ni al principio de la Colonia ni al final se contagiaron de este rasgo fonético de matriz canario-andaluza, como antes se ha apuntado (I, 3). El contraste es relevante en la carta que el 24 de diciembre de 1720 José de la Fuente, miembro del más selecto círculo criollo del Cuzco, dirige a su hermano, por entonces residente en Madrid, que hasta la datación copia al dictado un allegado, quizá empleado en el oficio judicial al que el remitente pertenecía. El anónimo escriba, sin duda peninsular, ni un solo desliz de tipo meridional comete, mientras que el criollo, en las líneas que de su puño y letra añade, así se expresa: Miguel mío: ésta ba de letra de un amigo, porque un quento de competencia que a auido oi entre el corregidor y alcalde me tiene la cabesa güeca, porque me metieron en él por la falta de abogados. No tengo que encareserte mi pretención, porque es a tí a quien te pido me solicites esta combeniencia, que eres mi padre y toda mi esperansa. Hermano de mi corasón, pónesse en tus brasos tu amantíssimo hermano, amigo y reconocido Juchepe. Hermano de mi corasón, Dn. Miguel de la Fuente198.
Por lo que mi experiencia documental me dicta, al menos desde la segunda mitad del XVII, quizá antes, lo general entre los criollos era el seseo. Seseaban los peruanos Juana de Oquendo199 y su hermano Pedro200, también Buenaventura Isásaga y Tenorio201, y, en fin, la 198 ARChV,
Pleitos Civiles, Taboada, Fenecidos, caja 3842-1. ejersite, grasias, rasones, selar, sensos, sugesión, etc. Carta citada en
199 Audiensia,
n. 104. 200 Conclución, hiso, presisado, rasón. Carta citada en n. 103. 201 Aserelado, gose, hase, obligasión, pesedieron (sic) ‘precedieron’, Plásido, sircunstansias (referencia como en n. 198): Cóndor, 31 de octubre de 1720.
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generalidad de los individuos de nivel social alto de este dominio andino es el tipo fonético que muestra en escritos tanto privados como oficiales. Igual que dos cartas de Ateóngenes Rojano, emparentado con la nobleza novohispana, en 1819 ofrecen varias cacografías seseosas202, así como la misiva que ese mismo año compuso el influyente fraile mexicano Antonio Blanco, conocedor de «la prosapia radical del dicho caballero Roxano»203. El seseo podía ir asociado a otros modismos de ascendencia meridional, así en el texto epistolar de encumbrado cuzqueño, lleno de seseos gráficos, pero también con un caso de maqués ‘marqués’ sin su -r final de sílaba, y dos registros de esta palabra sin la -s implosiva (marqué)204, y con frecuencia en muchos sitios seseo y yeísmo aparecen juntos, así en los escritos peruanos en el anterior apartado citados, o en la estampa mexicana de uniformes militares de 1767, explicados con esta leyenda: Este regimiento se formó nuebamente de orden de S. M. en 30 de noviembre de 1767, por el Sr. Dn. Christóval de Zayas Gvsmán y Moscozo, Mariscal de Campo de los Reales Exércitos, Governador y Capitán General de esta Provincia. Las figuras demuestran el uniforme que vsan y se hayan bestidos, siendo el género de coleta y la gorra, canana y brin de cuero (lámina VIII)205.
La descripción cartográfica de los últimos decenios del período colonial dibuja una geografía lingüística americana con todos sus puntos dominados por el seseo, que también está presente con sus manifestaciones gráficas en todos los textos aquí analizados, manuscritos e impresos, con frecuencia variable, dependiente de diversos condicionamientos, pues, por ejemplo, los producidos por 202 En la primera mayorasgo, pasífico, pocesiones, pretención; en la segunda apocesionarse, embarase, espreciva, jues, ocación, pocesión, subseción. En la n. 100 la referencia archivística para las dos cartas, de 24 de marzo y de 28 de abril de 1819, respectivamente. 203 Anciaba, buquez, carese, conosca, conosco, demaciado, eficasia, mayorasgo, penínzula. Carta citada en la n. 101. 204 Mateo de Cáceres y Sotomayor a Pedro de Oquendo, Cuzco, 17 de enero de 1721: ARChV, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Olvidados, caja 187-2. La letra de la carta, correcta, probablemente es de un escribano de oficio; el remitente firma Matheo de cáseres y soto maior. 205 AGI, MP, Uniformes, 102, Milicias de blancos de Mérida de Yucatán, 1767.
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Lámina VIII Yeísmo y seseo en México (n. 205).
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la imprenta suelen ser menos receptivos al lapsus ortográfico del seseo o de otra clase, de igual modo que las redacciones institucionales en general son ortográficamente más formales que las de particulares, por destacados social o políticamente que fueran sus autores. En un solo folio del Carnero se encuentran los deslices caresen, desir, disiendo, entonses, gososo, nesesario, paréseme, seguedad, seremonias, sierto (15r-v), y en otro del boliviano Tortura, de más contenido textual, los de amen as ó, a nt es ed a n, a nt esedent e, apacion ad a, aserc a, c al ab os o, certificas i ó n, ciendo, desi r, exsesos, Gusmán, haser, has i e nda, jusgado, obscureser, pareser, prición, redusir, ves, vicita (3r-v)206. Caso especial es el de sor Dolores Peña y Lillo, cuya lengua escrita es tan regularmente seseosa, que algunas de sus cartas parecen transliteraciones fonéticas, y ya en su acta de profesión, salvo en ciudad, sólo empleó el seseo ortográfico: constisiones (por constitusiones), hobediensia, Pastorisa, pobresa, susedieren (lámina IV)207. Aunque con expresión grafémica de diversa entidad e intensidad, el seseo era general en la sociedad americana de la Independencia; seseaban los incultos y los cultos, y tenían esta pronunciación los próceres independentistas. Pues Agustín de Itúrbide, en carta de buen estilo y lenguaje, y de ortografía próxima a la académica, con correcta, si no elegante, caligrafía, escribe ambisión, cedisión, desinterez, hipocrecía, miceria, micerable, viseversa, y por dos veces se corrige en la duda entre fases y faces208; Simón Bolívar tiene misivas autógrafas sin seseos gráficos (Documentos, 3, 21), pero en otras 206 Claro es que la comparación por aleatoria y puntual es sólo indiciaria, pues si se toma otro folio del Carn ero el cómputo cacográfico aumenta considerablemente, con las siguientes formas, algunas varias veces repetidas: a lc a nso, calab os o, cársel, conseda, Cortez, crese, decea, enserrados, entonses, faboresca, haser, importantícimo, precidente, pucieron, rasón, Sánches (69r-v). Pero las diferencias cuantitativas en los errores ortográficos sólo podrán indicar diversos niveles culturales u otras circunstancias ajenas a la lengua entre los distintos copistas o autores, pero no que sesearan más o menos al hablar, puesto que el seseo era fonéticamente sistemático. 207 En su primera carta, de gran extensión, sor Dolores continuamente en decenas de casos emplea s por c-z, con un aislado concigir ‘conseguir’, y sólo tiene como formas que pudieran llamarse canónicas exercicio espiritual y exercicios espirituales, exercicios y oración en la segunda, tónica ortográfica que sigue en muchas de sus misivas, algunas con unos pocos ejemplos «distinguidores» más, otras con uno solo (exercicios en 8, cielos en 29, conocer en 34), y varias de completo seseo gráfico (entre ellas las numeradas 18, 21, 30). 208 Citada en n. 131.
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de su puño y letra pone «mil espreciones cariñosas», goso y «un millón de e sp rec i ones amistosas» (10, 18); y Bernardo O’Higgins, en las que dirige a su madre, doña Isabel (Ysabel) Riquelme, pone dies, docientos, lansas, serrada; Alcásar, avansase, braso, condución, decea, deceo, desir, dies, hise, sebada; abraso, fuersas, intimasión, rechasado, veses209. Por supuesto, de ahí abajo en todos los niveles y en todas partes se documenta el seseo, incluso en la vajilla de campaña del coronel ecuatoriano Evangelista Landázuri, grabada en 1818 por humildes artesanos o por soldados con leyendas como éstas: «penzemos libertad en todo momento», «penzad tenazmente en ser libres», o la que figura en totuma metálica hecha en Guayaquil en 1820, «viva el ejérsito libertador», propiedad del comandante Wenceslao Franco (Poesía, 283-286).
CONSIDERACIONES COMPLEMENTARIAS Que el participio de encallar aparezca actualmente con grafía yeísta en periódico madrileño (encayado) y en plano americano de 1769 (encayadas), y que esas correspondencias sincrónico-diacrónicas tan frecuentemente se verifiquen con el verbo hallar en la manifestación ortográfica de este fenómeno, condicionada por las formas con y de haber, supone una comprobación empírica de la cuestión histórica, pues la coincidencia en tan puntuales hechos, más que casual sería previsible. Como, en el caso del antihiatismo, natural es que la ultracorrección ceática sobre ciática, posible en algunas hablas populares en el día de hoy, se diera en la chilena Peña y Lillo (seática) al mismo tiempo que en un «dolores zeáticos» andaluz210. 209 Cartas de 17 de marzo y de 31 de mayo de 1812 las dos primeras, sin fecha la tercera, pero de datación próxima a las anteriores: textos digitalizados en http://www.memoriachilena.cl. Seseaba igualmente el joven y culto patriota chileno José Miguel Carrera, como demuestra su Diario militar, lo mismo que el catedrático peruano Miguel de Lastarria, con importante experiencia chilena y en el Río de la Plata, quien vio terminada en Madrid el año 1805 su ingente obra manuscrita, y acabaría sus días en la metrópoli cuando la contienda independentista se acercaba a su final. 210 Recogí esta reacción hipercorrecta, natural en la tendencia antihiática, en exvoto de la cordobesa Priego del año 1789 (1999: 255).
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Si un documento canario de finales del XVI ofrece el registro de harro ‘jarro’, demostrativo, con otras formas del mismo tipo grafémico-fonético, de la existencia de la pronunciación aspirada /h/ procedente de las antiguas prepalatales fricativas, y pocos años después Quevedo se sirve de la misma palabra y grafía para caracterizar el habla del marginalismo sevillano, naturalmente frente a la velar fricativa sorda /x/ del español norteño, más allá de la curiosidad literaria tenemos una referencia segura de que en esta concreta evolución fonética estaba consolidada la diferenciación diatópica del español europeo, y los datos ultramarinos muestran un proceso de nivelación que decantaría el español de América del lado meridional, solución que en algunos sitios seguramente había triunfado ya211. Sobre la precedencia española en su vertiente meridional de los fenómenos fonéticos americanos aquí considerados, lo verdaderamente extraño es que las cosas no hubieran sucedido con esta ilación histórica, no es preciso insistir demasiado, pero no estará de más recordar que la neutralización americana de /-r, -l/ encuentra correspondencia fonética en las citas «el padre priol» y «con la respuesta del padre priol» de dos cartas del mismo Colón, y que fray Bartolomé de las Casas en sus manuscritos tiene no pocas grafías seseo-ceceosas, y otras concernientes al tratamiento meridional de la /-s/ e incluso al de /-r, -l/ (hazé ‘hacer’)212. Para el caso de /h/ en lugar del norteño /x/ la secuencia dialectal entre Andalucía y el archipiélago canario estaba clara para el erudito isleño Dámaso de Quezada y Chaves, quien en 1770 escribía: Como la mayor parte de los conquistadores de ésta y las otras yslas llegaron de la Andalucía, donde se usa mucho la j y la g, di211 Albergo la esperanza de que no habrá quien salga diciendo que en mi opinión el gran autor clásico tomó harro de un documento notarial canario. La coincidencia, aunque curiosa y fortuita, se basa en la comunidad fonética de andaluces y canarios; la agudeza de Quevedo al contraponer g erido, m ogino, j umo a p ahería, m ohar, habalí y harro de vino, está en la línea de lo que el padre Juan Villar afirmaría a mediados del XVII: «en esta parte occidental de el Andalucía... convierten las jotas en gees y equis en aches, diciendo por joya hoya, por girón hirón y por xabón habón», interesantes manifestaciones eruditas y literarias, como otras del género que en otra parte lingüísticamente he matizado (1993: 15-17, 205-207, 446-449). 212 Datos que doy en 1994 (19, 91), con la lámina XV facsímil del famoso dominico andaluz; la lámina VIII de mi libro de 1999 para grafías ceceosas de este autor.
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ciendo jacer, Germán, Gernando, jambre por hambre, jierro por hier[r]o, a quedado entre las gentes campestres nombrar a esta ysla Jierro, el mismo que también dan a el metal fierro diciendo jierro213.
Poco después Terreros afirmaría la identidad fonética en este preciso punto entre andaluces y americanos, al tratar de la letra h con la terminología propia de la época: «y así como la suavizamos en Castilla de aquella pronunciación gutural o de j que le dan en muchas partes de Andalucía y de América pronunciando jilo, jormiga...»214. General era ya este rasgo fonético caracterizador del español americano, con variantes que la escritura no puede detectar pero siempre distintas a una realización /x/ hispanonorteña, que en modo alguno puede tomarse por suprema referencia sistemática de la común lengua española, y semejante era la extensión territorial y social del seseo antes de la Independencia. Extraordinariamente difundido estaba el yeísmo, aunque es de suponer que la distinción /Ï/~/y/ se mantenía como mínimo en los dominios que aún la conservan actualmente, y menos precisa es la geografía lingüística en el conjunto americano de los relajamientos consonánticos primeramente estudiados, de los cuales la pérdida de la /-d-/ y la neutralización de /-r, -l/ no debían de aceptarse entre los cultos, según lo que el análisis documental sugiere. Que el seseo, con la realización ceceosa de algunas zonas, era universal en la sociedad americana, 1875 0 0 79.025 2474 Tcla era
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nos gráficos para una sola articulación fónica tuvo que suponer un esfuerzo añadido para el seseoso y una fuente de imprevistos errores en la escritura, como continúa siéndolo hoy día. Sobre esos lapsus desde muy pronto muchos de sus autores hicieron correcciones, lingüísticamente también significativas, pero en América desde el siglo XVII en numerosos escritos de nivel culto se prescindió de todo retoque a las cacografías seseosas, con raras excepciones, sobre todo en palabras especiales y en homonimias216. En cuanto a la verificación textual del ceceo fonético, reiteradamente he advertido que resulta imposible si no es mediante conocimientos ajenos a la escritura, pues los que sesean o cecean cometen las mismas faltas ortográficas, el trueque de s por c o z y el contrario. A la identificación del tipo fonético ayudaría conocer la naturaleza local del autor de los lapsus, cosa posible con ciertos emigrados andaluces nacidos en sitios hoy de habla ceceante, coel ensordecimiento de la ese como mínimo estaba muy avanzado ya, de modo que es indiferente encontrar ss o s en los textos, aparte de que en el siglo XIV y sobre todo en el XV muchos escribanos decidieron emplear únicamente la ese simple y no por incultura o vulgarismo, pues el uso exclusivo de la s entre vocales fue práctica común en el mismo entorno de los Reyes Católicos. Semejantes confusiones gráficas se produjeron en los seseos portugués, catalán y en el de los vascongados y navarros de lengua materna vasca cuando escribían en romance, aunque esos seseos no fueran idénticos al andaluz. 216 A veces un cí se ve corregido en sí, y la vacilación escrituraria de Itúrbide curiosamente se da en homonimia u homofonía entre f ac e s y f as e s para quien sesea, «por sostener un partido marcado por todas sus f ac e s con el sello de la ini-quidad», donde el futuro emperador mexicano primero puso f ac e s, después superpuso una s a la c y finalmente escribió otra c e ntre líneas debajo de la enmienda. Por su parte, fray Francisco Murillo en su Diario bonaerense de 1781 (v. n. 55) sólo corrige un seseo gráfico al escribir «la casa era nuestro alimento», superponiendo una z muy marcada a la s, y casa pasa a ser caza (3r), mientras se detiene a rectificar la r de «e r dicho práctico» en l y vacila hasta caer en un incorrecto flurbial «nuestro viaje flurb i a l» (4v), añadiendo una s a lo en «l o ( s ) dos capitanes» (9v), incluso rectificando como b la p de su desliz apundancia (7r), y se ha visto cómo en el manuscrito del Consulado de Buenos Aires de 1796-1797 (v. n. 17) alguien se ocupó en poner una h inicial a los verbales ai y allado (v. n. 134), pero ninguna rectificación se observa en los frecuentes arr ó s, e sc acés, e sc ac e a, exepción, exploción, etc. Las correcciones que en el corpus Truj il l o he anotado referentes a las alteraciones de /-r/ y /-l/ y al yeísmo (1999: 214, 215), están en consonancia con las que afectan a faltas sesesosas canónicamente rehechas, así suz ángulos (II, 124), zorsal, arros ero, alc at r á s, lec h us a, l ec h usita (VII, 3, 76, 82, 155, 156), y probablemente se deben al círculo más próximo al obispo español Martínez Compañón.
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mo podría ser indicio un llamativo predominio del ceceo gráfico, así el de aquella leyenda explicativa de un plano del uruguayo San Gabriel, de 1681, que por un lado tiene hauçiliaren, Moiçés, religioço, virtuoça y por otro lado destrosador, ynsentivo, formas puestas por quien se firma Bernardo Antonio de Meza (Planos, 330); pero difícilmente se pasaría de la mera hipótesis, casi siempre científicamente inoperante. Una y otra vez se habrán advertido las dos clases de cacografías en un mismo escrito, también en la cubana lámina V, con dos sementerio, en la parte inferior derecha de otra mano y abreviado cementerio, y un yglecia que hasta la saciedad se repite en infinidad de documentos, muchos de ellos curiosamente debidos a eclesiásticos. Se había hecho tan común el seseo fonético, que el ortográfico se convirtió en habitual, incluso entre quienes evitaban otras faltas, aunque la formación escolar y la cultura en sus distintos grados también condicionaron la mayor o menor frecuencia del seseo ortográfico217. Más adelante vendría un cuidado editorial cada vez más escrupuloso en evitación de cualquier clase de errores textuales, como el que manifiesta aquella fe de erratas chilena de 1867 con su advertencia «dice ilustrícima, debe leerse ilustrísima», también «dice sacritía, debe leerse sacristía» (Concepción, 255), que sin embargo no va mucho más allá de lo testimonial, pues en la misma edición no faltan lapsus como ecepción o exeda (96, 249). En cambio, el yeísmo concitó un mayor rechazo en su manifestación escrituraria, pues ll e y eran llamativamente dispares en sus dibujos, y tal vez porque el fenómeno yeísta no fuera tan antiguo en su amplísima extensión territorial y social. El caso es que en el octavo número del Correo del Orinoco se imprimió el pasaje «¿ha habido alguna quexa de que se halla confiscado alguna propiedad?» (31), y al final del siguiente, en una llamada a las «Erratas del Nº an217 Claro es que en problemática tan compleja como ésta, por lo inmenso del dominio al que se refiere, por la diversidad etnolingüística y cultural que en él se dio, con reflejo en la lengua escrita, y también por lo mucho que todavía falta para tener un adecuado conocimiento histórico del español americano, la excepción, y quizá hasta la rectificación, puede estar a la vuelta de la esquina. De todos modos ya he advertido que los escritos oficiales suelen ser ortográficamente más regulares que los privados, incluso en el aspecto del seseo gráfico, sobre todo en los de solemne rango institucional, de los que hay piezas de preciosa caligrafía y muy poco afectadas por el desliz cacográfico.
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terior», se advierte con mención de página, columna y línea: «dice halla, lee haya» (36). Y en carta de muy buena letra que lleva la firma autógrafa de Bolívar, del 16 de junio de 1823, su amanuense no reparó en los lapsus azil o, co ncid er ación, entristesen, iluciones, ofre sc o, plaser, sensasiones, trizcado, pero tras escribir coy ad o se superpuso a la y una ll para que quedara el correcto collado (D oc umentos, 9).
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CAPÍTULO VI
Selecciones léxicas
LA CUESTIÓN DOCUMENTAL Si en el Autoridades leemos la definición de huracán, ‘viento repentino, que con increíble ímpetu se mueve ordinariamente en remolinos’, sin referencia diatópica alguna, y la similar acepción de Terreros: ‘viento repentino y furioso, o vientos contrarios y con fuertes remolinos’, también sin determinación regional, es inevitable la conclusión de que antes de que el siglo XVIII terminara, esta palabra, de origen taíno, ya era familiar para los hispanohablantes de las dos orillas del Atlántico. Sin embargo, en España su conocimiento seguramente era de carácter libresco, detalle erudito propio de las minorías más cultivadas, con la probable excepción de gentes de la mar andaluzas y canarias, que la usan con la aspiración antillana y adaptación semántica a la climatología de sus litorales; pero este supuesto sólo documentalmente se podrá aclarar. Ahora bien, el arraigo de huracán en el español hablado de la época en el conjunto peninsular puede descartarse, pues muy avanzado el XIX todavía sería su uso genuina y privativamente americano, o casi, según indica la siguiente observación de un parte redactado en 1876 por el ingeniero militar don Leonardo de Tejada: Antes de describir el huracán ocurrido el 13 de setiembre último en la ysla de Puerto Rico, creemos oportuno dar algunas noticias generales sobre los ciclones, llamados vulgarmente huracanes en las Antillas, donde con tanta frecuencia dejan sentir sus terribles efectos218. 218 Expediente del Servicio Meteorológico, Memoria descriptiva del huracán del 13 de setiembre de 1876 en la ysla de Puerto Rico: Archivo Histórico Nacional, Ultramar 374,
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La documentación americana efectivamente arroja luz sobre no pocos aspectos de la historia general del léxico español, como es el caso ya referido sobre huracán, o como sucede con la sinonimia añil-índigo. La presencia del segundo vocablo se fija en el diccionario de Terreros, pero añil había sido desde la Edad Media popular en nuestra lengua, y con este nombre se cultivó en América la planta tintorera, cuya pasta se envió a la metrópoli durante mucho tiempo. Sin embargo, a raíz de la Revolución francesa realistas de la isla Mauricio buscan refugio en Buenos Aires y ofrecen a las autoridades virreinales semillas y plantas que habían llevado consigo. Lo cierto es que los informes del Consulado bonaerense de 1796-1797 dan cuenta de la reciente experimentación de este cultivo en tierras de Jujuy, con el empleo de la voz índigo, que otra mano tacha horizontalmente y le superpone añil: Abunda en distintos parajes de esta provincia el índigo (añil) y el arrós, el primero en las riveras de río Negro; ya queda puesto el plantío, que promete progresar por estar hecho el experimento con 60 libras de añil que se acaban de beneficiar por vía de ensayo, y se reconoce su calidad regular y que con la práctica se perfeccionará este importante ramo219.
A la lexicografía histórica del español sin duda interesa asimismo la aparición de la forma estrallar en plano de la isla de San Carlos, en exp. 2. La posibilidad sugerida de que huracán también pudiera ser familiar para las gentes del litoral atlántico andaluz, por lo demás tan relacionadas desde el Descubrimiento con las Antillas, parece confirmarse en el relato que un natural de Huelva hace de los desastres que asolaron en el XVIII a su ciudad y a la costa portuguesa, hasta Lisboa: «la iglesia es tan fuerte y de bóbedas tan firmes, que ha resistido a las violencias más terribles de huracanes y terremotos. A 26 de octubre de 1722 passó por Huelva hacia Portugal vna ráfaga de huracán, que asoló quanto topó», «por octubre de 1758 se lastimó tercera vez a la violencia de vn huracán deshecho, que causó grandes estragos en toda la costa» (Mora Negro, 1761/1987: 151, 52). 219 Citado en n. 17: notación en los informes que siguen a Buenos Aires, mes de octubre de 1796. De hecho, este corpus revela que el añil era producto habitual en el comercio del Río de la Plata, salvo en la ocasión citada siempre con este nombre. Estos datos seguramente interesan al artículo añil de Corominas y Pascual (19801991: I, 288). Recuerda Lastarria la llegada al Río de la Plata, pocos años antes, de las familias francesas transmigradas, y se explaya sobre la necesidad de cultivar la canela, la nuez moscada, el clavo y la pimienta, «de cuyos codiciados vegetales tenía un plantel la Compañía Oriental de Francia en la ysla Mauricio» (Colonias II, 44v).
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la desembocadura del Misisipi, fechado en Nueva Orleans el 28 de noviembre de 1769, «se estrallarán las lanchas entre las palisadas»220, pero más directamente afecta este testimonio, claro está, a la historia del léxico hispanoamericano, pues asegura la tradición colonial de una forma que como argentina y dominicana, ‘estallar o reventar’, y también de la segunda ubicación ‘estrellarse, quedar mal parado’, da Morínigo, como venezolanismo estrallarse ‘romperse una cosa’ en Núñez y Pérez, al mismo tiempo que amplía su extensión geográfica. Igual que la expansión del portuguesismo cachuera —Morínigo refiere cachuela ‘caída o rápido de un río’ a Bolivia y Perú— se precisa con registros como el de su anotación en planta cartográfica de 1777 de zona paraguaya por entonces en disputa con los brasileños221. Los mapas y planos de la América colonial no sólo ofrecen testimonios históricos de muchos americanismos, sino que por su propio carácter textual aseguran la distribución geográfica de los términos en ellos contenidos. Por ejemplo, sabemos que el andalucismo estero se difundió pronto por América, siendo asimilado por indianos de cualquier procedencia regional, así por el extremeño fray Gaspar de Carvajal, quien hacia 1542 escribía: «como salíamos muy faltos y con arta necesidad de comida, fuimos a tomar vn pueblo, el qual estava metido en vn estero» (Amazonas, 14v)222. Hoy se trata de un americanismo general, pero sin duda lo era antes de la Independencia, pues a lo largo del XVIII y principios del XIX se ve punteando toda la geografía americana, en su trazado litoral y en zonas interiores, y lo mismo cabe decir de cuadra con sentido urbanístico223, de manera que en los planos de ciudades donde este término se encuentra, sus leyen220 Citado
en n. 110.
221 Plaza de Igatimí ocupada por los portugueses en la jurisdicción de Paraguay:
AGI, MP, Buenos Aires, 115. En el mapa se anota asimismo el Paso de los Mbayás. 222 Manifestaciones del habla extremeña de este fraile es su vacilación entre yerbas y yelbas (15r), así como un reiterado frechas ‘flechas’ (14r, 11v). Efectivamente, estero no sólo está en el andaluz Nebrija, sino en los textos del litoral atlántico de Andalucía, área fuera de la cual es imposible encontrar en el XVIII el uso familiar y reiterado que de esta voz hace el onubense Mora Negro, v. gr.: «por aquí vn estero o arroyo que los naturales llaman la Rivera...», «la situación de Huelva sobre esteros», «la abundancia y variedad de los mariscos que producen sus esteros y marinas» (1761/1987: 6, 22, 50). 223 En los mapas y planos facsímiles de los corpus Cartografía y Planos en este estudio manejado hay suficientes datos sobre la difusión de estero y cuadra en los dominios americanos continentales e insulares.
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das también tienen seseo, y a menudo indicios de otros americanismos lingüísticos, lo cual no sucede sino excepcionalmente en los que fueron trazados por quienes empleaban la palabra manzana. Los datos a estero y cuadra referidos son de abundante aparición en esta clase de fuentes históricas, donde por supuesto no faltan otras referencias de interés léxico, como aquel diseño de uniforme novohispano de 1804 en el cual se describe como parte de la indumentaria militar con el núm. 1 la «cuera de 7 pieles de ante en forma de acolchado», datación inmediata a la Independencia que explica la inclusión de cuera en el diccionario de Santamaría no sólo como voz anticuada con el significado ‘especie de sayo o levita larga de cuero que usaban antiguamente los soldados presidiales de la frontera, y también los vaqueros’, se verá por la figura facsímil que en 1804 la cuera no era exactamente así, pero también con particulares usos modernos: ‘jaquetilla, especie de sayo de cuero, que usan principalmente los vaqueros’ y cueras ‘se dice en algunas partes del interior del país por pantalones de cuero que usa la gente de campo’ (lámina IX)224. Aunque cada vez está mejorando la información lexicográfica sobre el americanismo léxico, todavía existen bastantes carencias en el conocimiento de su realidad actual, algo que se ha comprobado en el por otra parte muy útil diccionario de Morínigo a propósito de champ á n, nombre de embarcación (v. n. 75). El mismo Santamaría ofrece información contradictoria en su entrada champ á n, que califica de vulgarismo por champaña, y sin embargo en nota recoge la siguiente queja de un autor colombiano: «Es intolerable que el Diccionario de la Academia no traiga este nombre de una embarcación conocida en nuestro río principal (Magdalena), mencionada en libros y leyes de la colonia», sobre la cual el benemérito estudioso mexicano concluye: «Ya está en el Diccionario, para satisfacción del Padre Revollo». Aunque para el historiador más impor224 Del estado en que están las tropas que guarnecen la línea de frontera de las nueve provincias internas de Nueva España: AGI, MP, Uniformes, 81. En ilustración sobre los húsares de Texas en acción de guerra, realizada por el mismo autor, se lee el adjetivo presidial con igual valor al que le da Santamaría en su primera definición («Del estado en que deven ponerse las compañías presidiales»): AGI, MP, Uniformes, 57. Probablemente la voz ante de esta lámina sea ya la peculiar de México con el significado de ‘tapir’.
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Lámina IX Sobre el mexicanismo cuera (n. 224).
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tante que advertir en esta ocasión que no se está ante una polisemia del galicismo, sino que se trata de su homonimia con un vocablo de origen asiático, es constatar la pérdida de este término náutico del español de México, al menos por lo que su ausencia del diccionario de Santamaría hace suponer; y, sin embargo, se conoció en el dominio novohispano, siquiera fuera en la segunda mitad del siglo XVIII. Es lo que confirma el Plano pequeño de una parte de la ysla del C a rmen (golfo de Campeche) del año 1770, donde como topónimo se anota Arroyo del Champán225. Esto aclararía la dificultad de explicar la presencia del champán en ríos de Colombia y Venezuela, probablemente también en el Río de la Plata, pues la nave de los sangleyes habría seguido el habitual trayecto de Manila a Acapulco, probablemente en el boceto de algún ingeniero naval, y, adaptada primeramente en las costas yucatecas, se habría llevado su construcción a los grandes ríos de la vertiente atlántica de Sudamérica.
AMERICANISMOS LÉXICOS De difusión general Muchas más documentaciones léxicas ofrecen los textos, por lo común breves, de los mapas y planos; algunas se han señalado en capítulos precedentes y otras se tendrán en cuenta en lo que sigue. Las ya consideradas, por un lado, aseguran una determinada antigüedad del vocablo en cuestión y, por otro, precisan en mayor o menor medida su implantación diatópica, pueden ser los ejemplos de champán y estrallar. No siempre se podrá afirmar categóricamente la difusión general de tal o cual americanismo léxico antes de la Independencia, por falta de un suficiente sustento empírico. Pero la hipótesis de que muchos ya tendrían esa condición entre los hispanoamericanos antes de su separación de la antigua metrópoli tiene visos de verosimilitud, que el soporte documental hará más creíbles, y el postulado también s i rve para no pocos términos americanos de ámbito sólo regional. 225 Cartografía III, 17. Otros lugares nombrados son El Bongo y Estero de Pargo, éste con la voz pargo, andalucismo y canarismo, a la que la Academia tardaría más de un siglo en recibir en su diccionario. No había leído este mapa cuando hace pocos meses redactaba el segundo capítulo de este libro.
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Por supuesto, otros textos sirven para concretar diacronías léxico-semánticas y sus respectivos territorios. Tenemos una interesante muestra de ello en el taíno guayaba, que los colonizadores difundieron desde las Antillas por toda América; pero interesa ahora su acepción secundaria y figurada de ‘mentira’, que Morínigo localiza en Centroamérica, Antillas, Argentina, Colombia, Chile, Ecuador y Venezuela, pero cuyo uso lo amplía a México «en estilo familiar» Santamaría. Tal unanimidad en esta derivación semántica metafórica en principio me hacía pensar, como en casos semejantes, en su generalización durante la época colonial, como fenómeno genuinamente criollo en definitiva, lo que corrobora el relato científico del ilustrado español Hipólito Ruiz, quien al describir la guayaba (huayabas) el año 1786 observa: Es tan abundante en todo el valle de Huánuco que por lo mismo son llamados sus naturales huayaberos, palabra que aplican a los embusteros, y para decir ¡qué mentira tan gorda! usan en el Perú la expresión ¡qué huayaba tan gorda! (Relación, 277).
Se documenta así antes de la Independencia esta innovación semántica del español americano y se añade el dominio peruano a la geografía lingüística de esta acepción familiar, que efectivamente resulta ser general, o casi. Pero son muchas las noticias léxicas que el naturalista burgalés proporciona en la memoria que de su expedición botánica al virreinato del Perú escribió, en la cual demuestra también un agudo interés por los usos y costumbres de las gentes, lo mismo que por las particularidades de su vocabulario. Así, en su descripción de Santiago de Chile inicialmente recurre a la sinonimia diatópica cuadra-m a nz an a, poniendo en primer lugar el término americano, el único que empleará a continuación de este pasaje: La ciudad de Santiago de Chile se halla situada... en un hermoso y dilatado llano, algo pendiente y ventilado, con dos espaciosos varrios a la vanda opuesta del río, llamados la Cañadilla y la Chimba, y a la parte del sur a quatro quadras o manzanas de la plaza mayor una calle como 50 varas de ancho y mil y ochocientas de largo que llaman la Cañada (236).
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Chile fascinó al joven botánico español, que aprovecha cualquier ocasión para apuntar sus conocimientos en el hablar del país, por ejemplo cuando da a Cissus striata su correspondencia vulgar: «voqui, nombre que también aplican los chilenos a las personas revoltosas y chismosas» (212), o cuando, tratando de la Laurus rubra, vulgar peumo, hace el siguiente comentario: A los frutos atribuyen la virtud antihydrópica. La gente del campo, como tan generosa, para convidar a comer a qualquiera pasagero que llega a sus casas al media día, le incitan con esta expresión: ¡Arrímate, mi alma, a la olla, que tiene peumo! (213).
Se conjuga, pues, en la obra de Hipólito Ruiz el dato que tiene que ver con el americanismo general —caso de la acepción figurada de guayaba, aunque él la creyera sólo peruana—, y con el auténtico particularismo regional, que cuenta entre los nombres de frutos de Chile, «el pavimento que a su tiempo se cubre de frutillas o fresas de exquisito sabor» (196), «son delicadísimas, como lo son también los peros joaquinos y demás frutas europeas, las quales adquieren mayor bondad en aquellos terrenos que en los de España» (208), y con el significado chileno emplea guaso: «donde los huazos o gente del campo los cogen con temerario arrojo», «hai varios potreros de caballos del Rey custodiados por muchas familias de guazos que viven repartidos en rancherías», «las guazas se colorean también las mexillas con el xugo de ellas» (194, 210, 222). De zona peruana refiere la costumbre de mezclar las semillas del molle con granos de pimienta después de tostadas, «con notable daño de la salud..., perjudiciales mezclas, de las quales proviene el vicho o mal del valle y terribles hemorroides», «es una de las flores (del aromo) que entran en la mixtura o puchero, como llaman en el Perú a una mezcla de diversas flores fragantes», Fernández Naranjo recoge en Bolivia mistura o mixtura ‘cierto plato criollo’, y como nombres comunes de la Vermifuga corymbosa, «matagusanos, contrahierba y chinapayá por tierra de Cuzco» (275), sustantivo compuesto (matagusanos) atribuido por Morínigo a Perú, Chile y Argentina, al parecer con el mismo significado226. 226 Aunque con el nombre científico Eupatorium chilense. En Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador ‘conserva que se hace de corteza de naranja y miel’, en México ‘untura que se hace para matar los gusanos del ganado’.
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Como americanismo general se da jetón ‘jetudo, hocicudo’, en Chile ‘tonto’ (Morínigo), voz que ha tenido acusado sentido racista en referencia al indio, en ocasiones incluso al mestizo. Que esa generalidad de uso sea reciente o antigua es algo que sólo la documentación puede aclarar, pero su atestiguación en los años inmediatamente siguientes a la Independencia, a consecuencia de la convulsión social derivada del intento de consolidar una Confederación peruano-boliviana, certifica que del período virreinal venía su común difusión americana227. En efecto, contra la figura del Protector, el político y militar boliviano Andrés de Santa Cruz, dirigió sus sátiras el poeta peruano Felipe Pardo y Aliaga, tildándolo de indio y cholo, su padre era un criollo de Huamanga y su madre una indígena aimara, de extranjero e invasor, con la violencia que estos versos reflejan: De los bolivianos será la victoria, ¡qué gloria, qué gloria para los peruanos! Santa Cruz, propicio, trae cadena aciaga, ¡ah, cómo se paga tan gran beneficio! ¡Que la trompa suene! ¡Torrón, ton, ton, ton! ¡Que viene, que viene el cholo jetón! (Martínez y Chust 2008: 234).
Presento a continuación un espigueo de las voces dadas en la lexicografía especializada por americanismos generales, para evitar citas repetitivas sólo refiero a Morínigo, salvo alguna otra men227 El diccionario académico sin nota regional trae jetón ‘que tiene grande jeta’, pero jetudo parece tener más uso, y de hecho la primera voz en no pocas hablas españolas poco o nada se oye; ni Autoridades ni Terreros registran jetón. Covarrubias definió xeta con un segundo sentido despectivo hacia el aspecto facial del negro: ‘especie de hongo, por alusión llamamos xeta el hozico del negro y del puerco’ (1611/1984: 1015).
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ción que en su momento se expresará, con documentaciones anteriores al triunfo independentista: Arria ‘recua de animales de carga’: «las arrias que los trafican» (Carnero, 32r), «la cordillera aún subsiste abierta, y los fletes de arria a 8 pesos», en corpus bonaerense de 1796-1797 (v. n. 64). Ceba ‘cebo de escopeta’: «le puso al pecho una escopeta de dos tiros, que disparó y dio la casualidad de que fallase la ceba, que, a no haber sucedido, sin duda le hubiera muerto» 228. Ciga rrería ‘tienda donde se venden cigarros’: «luego que bine, allé la sig arrería en poder de el casero», de 1743 (Nueva España, 526). Empotrerar ‘meter el ganado en el potrero para que paste’: «impuesto el señor general que el enemigo español Arana conservaba empotreradas a las inmediaciones del pueblo de San Pablo 400 bestias caballares...» (Correo, 274), y, en carta de Bolívar: «las mulas, caballos y ganado se empotrerarán lo más inmediato que sea posible a Popayán» (Lengua, 244). Llamado ‘llamamiento’: «que, aviendo venido a su llamado y con mucha obediencia...», de 1694 (Nueva España, 456): «el corneta da por noticias que Arana se embarcó por llamado de Morillo» (Correo, 348). Pararse ‘ponerse en pie’: «fue dicha cadena pendiente de un trozo introdusido a una pared del calabozo..., sin más juelgo que un bara que dista quanto pueda el pasiente pararse o recostarse» (Tortura, 23v). En México ‘despertar o levantarse’, aquí el órgano sexual masculino: «le preguntó si quando veía a las mugeres se le parava el miembro», de 1799 (Nueva España, 661). Pendejo, de varias acepciones: «los Pirangas y Escorcia lo comensaron a maltratar diciéndole mil ynsolencias: que era un yndio pendejo», de 1808 (Nueva España, 706). Pitar ‘fumar’: «me ha dejado la mano isquierda inhábil del todo; aun de pitar polvillo no es capás», «me hiere por toda la caja del cuerpo, pero más agudamente en pecho y espaldas, que me quedan unas punsadas que no me dejan resollar ni pitar, comer, escupir, etcétera» (Cartas, 12, 54). En el Alto Perú: «¿Es muchacho? / Ya algo hecho. / ¿Sabe pitar?» (Potosí, 229). Plata ‘dinero’: «aseguraba esto y qe le abía de costar a mi marido mucha plata, porque el cuento sobre juridición con dos seño228 Gazeta
de Buenos Ayres, martes 21 de agosto de 1810.
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res prinsipales mi marido era el que lo abía de costear», en carta de Juana de Oquendo, Cuzco, 1721 (v. n. 104). Potrero ‘prado o campo destinado a la cría y pastoreo de toda clase de animales’: «en toda esta costa, que es realenga, hai varios potreros de caballos del Rey custodiados por muchas familias de guazos que viven repartidos en rancherías por aquella espaciosa y amena campiña», en Chile (Relación, 194); «se encuentran algunos placeres que sirven de potreros», en Venezuela (Solano, 1991: 204); «comienzan los desmontes para las clases de fincas denominadas potreros, dedicadas a la crianza y ceba de ganado», Cuba, 1846 (Cartografía IX, 155). Precisar ‘necesitar’, ‘verse obligado’: «que prec i ss aba prover de comida», manuscrito bonaerense de 1781 (v. n. 55, 2v); «el tiempo de los errores e ilusiones ha concluido, mis amigos: yo quiero ser generoso antes de estar precis ad o a reclamar todo el rigor del derecho de la guerra», en proclama del general José de San Martín A los españoles europeos residentes en el Perú, dada en Pisco el 8 de septiembre de 1820 (C orre o, 386); «cuyo martirio sufrió sin sacársele un minuto de ella ni aun para las presisas nesesidades» (To rt ur a, 23v); pres is o, presis a n, pres is am e nt e en plano de la isla de San Carlos, desembocadura del Misisipi, de 1769 (v. n. 110); «pidióme don Joseph el dinero que me dio para el biaxe, y me allé presis ad o a poner pleito en la Audiensia», de 1743 (N u eva España, 526); «por las rasones que llebo dicho se bio dicho mi marido presis ad o a aser las amistades, quedando libre de la multa que pretendían sin rasón sacarle», en la carta de Juana de Oquendo de 1721; «el valuarte nuebo que presis am e nt e conviene hazer por estar indefensa la cortina y ser muy larga la distancia de la defensa», de 1663 en Veracruz (P l an o s, 263). Riesgoso ‘arriesgado, peligroso’: «el otro (puerto), llamado Cherrepe, que se halla en 7 gr. 8 min., al que sólo arriban en caso de necesidad, por lo riesgoso de su costa y mal fondeadero» 229. Transar ‘transigir, llegar a un acuerdo’: «públicamente le echaron garra los guarantes por ciertas deudillas que había dejado de transar» (Correo, 484).
229 Trujillo,
Apéndice III, núm. 285 del Mercurio Peruano, 26 de septiembre de
1793.
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Americanismos regionales No siempre resulta fácil, sin embargo, determinar la completa difusión de una palabra en el español americano, y quizá más problemático resulta delimitar las zonas de los regionalismos, comúnmente de gran extensión y a veces localizados en áreas discontinuas, en no pocas ocasiones también con distintas acepciones, dificultad dialectológica a la que contribuyen las deficiencias que en información lexicográfica actual todavía subsisten. A veces incluso el aparato documental amplía la geografía léxica de los diccionarios americanistas, lo que por ejemplo sucede con vejaminoso ‘vejatorio’, que Morínigo refiere a Perú y Puerto Rico, pero que se halla en el Manifiesto del Gobierno al pueblo que compone el Estado de Chile, dado el 5 de mayo de 1818 por Bernardo O’Higgins y Antonio José de Irisarri: «Esta concurrencia de circunstancias hizo la reorganización del exército más difícil y aún más vexaminosa; pero los valientes nunca tiemblan» (Correo, 125). Y en ocasiones la concreta, pues el mismo autor incluye apealar como mexicanismo y pialar ‘enlazar un animal por las patas’ como propio de Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Colombia y México; Santamaría para este país efectivamente recoge apealar, y señala que «por corrupción dicen algunos apialar», y también pealar «forma vulgar de apealar», pialar «común, por pealar». En realidad se trata de un caso más del frecuente antihiatismo del español americano; pero el correcto apealar asimismo quedó localizado en el dominio rioplatense por Miguel de Lastarria en su magnífico corpus manuscrito de 18041805: «lo dirigen (el lazo) al cuello, o al uno o a los dos pies o manos, lo que llamamos apealar» 230. De las numerosas documentaciones de regionalismos americanos de finales de la época colonial selecciono unas cuantas, a título meramente ilustrativo, total o parcialmente coincidentes con la extensión territorial actual que Morínigo les atribuye: Agriada ‘disgusto, enfado’, Santamaría trae la frase hecha agriar a uno la conserva ‘darle un disgusto serio’: «me ha hablado el marquez igualmente de que te confiera los poderes de los mayorasgos que poseo en esos Reynos y ya le tengo dicho el que tú siempre 230 Colonias II,
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fuiste dueño de ellos y que sólo la agrida que nos dimos pudo cortarla más para remitirlos»231. Amasio ‘persona que vive maritalmente con otra, sin estar legalmente casada’, ‘querida, concubina’ en Santamaría: «embebecido en los alagos de la amacia... le hiso cometer el atentado de ahogarla», «con las insinuaciones y consejos del amacio le segó el diablo para cometer el delicto», de 1799 (Nueva España, 666, 667). Andante ‘caballo’ (Santamaría): v. n. 77. Bordo ‘reparo en un cauce’: «se tomó la medida precisamente por el bordo interior del vertical de la acequia», México, 1777 (Planos, 233). Charco ‘remanso de un río’, en Cántico lúgubre quiteño de 1810: corren de sangre torrentes ríos, lagos, charcos, mares, y todo lo que repares anegado en estas fuentes (Poesía, 214).
Chirrionazo, de chirrión ‘látigo’: «puso un camposantero para que gobernara el campo santo, y se manejó aquel hombre con mucha furia contra los pobres dolientes; a chirrionazo los despechaba», en solicitud al arzobispo de los indios del común de Actopan, de 1814 (Van Young, 2006: 409)232. Desg reño ‘desorden’: «es increíble el aturdimiento y desgreño con que se han manejado, y en mi concepto no han dado un paso sin que haya sido preciso destruir y abandonar algo de lo que sacaron»233. Despechar ‘despaldillar’: v. chirrionazo. Disimular ‘perdonar, dispensar’ (Santamaría): «vuestra merced disimúleme, por amor de Dios, en lo que me he propasado» (Sombrerete, 1796)234. 231 El marqués del Valle de la Colina a su primo José Claudio Madrazo, regidor de Burgos: ARChV, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Olvidados, caja 105312, Méjico y junio veinte y seis de (mil) setecientos ochenta y nueve. 232 Morínigo recoge de Chile despechar ‘despaldillar’. 233 Gazeta de Buenos Ayres, 21 de agosto de 1810. 234 Carta dada en esta población mexicana por indiano vasco con larga permanencia en Nueva España: ARChV, Pleitos Civiles, Quevedo, Olvidados, caja 321-2. En Pasajes (Guipúzcoa) escribe una misiva el 14 de marzo de 1801 otro
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Encino ‘encina’ (Santamaría): «arboladas de encino y ocotales», «monte muy espeso de árboles de encino», Malinalco, 1743 (México, 183); «los referidos llanos están llenos de encinos y chaparrales», Jalapa de Guatemala, 1773 (Planos, 175). Pellón ‘pelleja curtida, generalmente de oveja, que se pone sobre la silla de montar’: «húyesele el caballo detrás de unas yeguas, y aunque mi esclavo salió también con el fin de ayudar a mi discípulo a coger el caballo, se volvieron uno y otro cansados al puesto sin noticia dél; pero el farmacéutico, como venía cargado con el pellón y alforjas que havía tenido la fortuna de encontrar por el campo...» (Relación, 235); «los pellones, ponchos y ponchillos no han tenido la menor alteración (de precio)» 235. Pito ‘pipa de fumar’: «Tabaco de oja, a 2 pesos arroba. De pito, a 12 reales ídem», Buenos Aires y Paraguay, 1796-1797 (lámina I). Polvillo ‘enfermedad del trigo’: «la desgracia de las sementeras a causa del polvillo a los trigos y plaga de langosta» 236. Polvillo ‘tabaco’ (v. pitar). Rastrellazo ‘rastrillazo (disparo)’: «habrá un año que tiró un trabucazo... y que, a no haverse dicho Rojas tirado contra el suelo al rastrellazo, estando a pie lo mata, porque dicho Muñoz le tiró estando a cavallo», Metepec, 1731 (Nueva España, 477). Tinto ‘infusión de café’, colombianismo en el diccionario académico: «Entonces se pateaba, se tronaba en los templos, se ergotizaba muchas horas... Pero todos tomaban buenos tintos, bizcochos, mistelas, aguas, chocolate y dulce cuando se serenaban esos fuegos fatuos que no pasaban al corazón» 237. vascongado recién llegado de Lima, en la cual pone: «y así es menester que disimulen hasta que yo verifique el objetto de mi solicittud y mi buelta» (ARChV, Pleitos Civiles, Zarandona y Walls, Olvidados, caja 3104-4). 235 Informe del estado de la agricultura, y comercio, del Consulado de Buenos Aires, 1796-1797 (v. n. 17): Buenos Ayres, mes de octubre de 1797, informe sobre Tucumán (Estado de la plaza, efectos de la tierra). En este corpus es frecuente el registro de pellón. 236 Ibíd., Buenos Ayres, mes de noviembre, informe sobre Santa Fe. Morínigo da polvillo ‘enfermedad de la caña de azúcar’ para Argentina y como ‘enfermedad del trigo’ para Colombia, pero en el corpus rioplatense los numerosos casos de polvillo van referidos al trigo. Por aquellos años en este dominio el consumo de azúcar dependía de las importaciones de Cuba y de Chile. 237 En carta del ilustrado colombiano Francisco José de Caldas, del 15 de abril de 1812 (Silva, 2002: 572).
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Trop e ro ‘persona que lleva una tropa de ganado o carretas’: v. n. 64. Tupir ‘obstruir un conducto’: «este es el modo de que más se fixen los sermones en los oyentes, y no tupiéndoles los oídos con distintas voces o sinónimos» (Sínodos, 128); sufijado tupiar (tupear con antihiato): «para limpiar la sanja cuando las orruras la tupian», Cuba, 1757 (Cartografía IX, 32). Ubero ‘árbol frondoso y de poca altura que crece a orillas del mar’: «Loma en frente de Carmona. Altura de Carmona. Huberos», La Habana, 1733; «playa..., descubriéndose por sobre ella la población con arboleda de uberos», Río Tinto, Honduras, hacia 1758 (Planos, 66, 184). Versación ‘conocimiento de una materia’: «declare si sabe y consta de echo público allarse en aquellos jusgados suprimidas varias causas, unas por favoreser a los reos y otras porque resulta de ellas la mala bers ación de vuestro gobernador y su asesor» (Tortur a, 6v) 238.
Un muestreo venezolano Llama rein os o el venezolano al colombiano, y el término figura en papel de un funcionario al servicio del general José Antonio Páez, del año 1829, de contenido favorable a la separación de Venezuela de la República de Colombia: «conviene que vengan todas, todas, todas las actas, sin quedar un rincón que no pida tres cosas, a saber: nada de unión con los rein os o s...» (Alonso, 2004: 75); y en carta del 12 de junio de 1820 le confesaba Bolívar al general Santander: «Al Escribas lo aborrezco ya de muerte, no sólo porque tiene un nombre de los contrarios a Jesús, sino porque me ha tocado a los reinosos, por los cuales he tenido, tengo y tendré pasión toda mi vida» (Lengua, 301). No recoge Morínigo frailejón, ni Núñez y Pérez, sí Tejera, pero consta en la descripción topográfica publicada por Solano: «Desde la venta se empieza a subir y coger el páramo. Se pasa la Quebrada por un pequeño puente. Hay al principio monte bajo, después hasta los Apartaderos todo es pelado, con solo frailejón, planta natural del páramo», cita contigua a la que contiene p l acer, cuyo significado 238 Morínigo lo refiere a Argentina, Chile y México, y este corpus es boliviano.
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parece ser el de ‘campo, prado’: «cerca de la cúspide trepa, baja por entre las cuestas peladas, no muy pendiente, a veces dominado por la derecha. Se encuentran algunos placeres que sirven de pot reros» (1991: 204). Y en vejamen universitario caraqueño de 1801 se documenta con acepción metafórica guavina: es su ciencia peregrina sobre parar un rodeo y si lo echan al sorteo Pepe-illo es un guavina,
así como el también regional alegrona ‘persona en ligero estado de ebriedad’ (Núñez y Pérez): su moza edad también fue, como la vuestra, alegrona, aunque le veis con corona, sabed que está su pellejo hecho una criba, del rejo que llevó su real persona,
y galerón ‘composición musical cantada, con ritmo de joropo’ (Tejera): Esas son gracias que están corruptas en la Misión, pues las canta en galerón el fiscal y el sacristán. En esto de galerón es un maestro de capilla; tráiganle una guitarrilla, aunque no tenga bordón, no importa que al primer son no nos cante las folías, pero oirán un verso usías, que acaba, al decirse entero, «le he de estar echando cuero
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siete noches con sus días» (Madroñal, 2005: 502-504)239.
En el Correo del Orinoco se hallan palabras tan características del español americano actual como apurarse ‘apresurarse’, «la marcha a Sogamoso deberá ser muy breve; es menester apurarse en trabajar todo lo que para ella se necesita» (132), y receso, «al receso de esta corporación siguieron varias acciones», «el actual Congreso se pondrá en receso el 15 de enero de 1820» (54, 191). Y las acepciones figuradas de escarmentar ‘pasar a cuchillo’, «asaltó una casa y escarmentó, entre los llaneros equivale a pasar a cuchillo, a quantos enemigos la ocupaban» (24), de tirar ‘fusilar’, «se pasó al enemigo en Barinas el año pasado, ahora fue prisionero nuevamente en la Fundación; lo puse en capilla con ánimo de tirarlo, y por varias súplicas... le he salvado la vida» (394), y de la expresión tocar el violín, con aclaración semántica en la misma cita: «todo esto ha de quedar entre los dos no más, porque aquí saben tocar muy lindamente el violín (degüello), y no quiero que me lo toquen de ninguna manera» (192). Con el significado venezolano de ‘domar’ registra trochar el periódico bolivariano, «mucha abundancia de ganados, y aun de caballos, aunque éstos cerreros la mayor parte; pero se van trochando» (103), además de ma ng a ‘grupo de personas’, «para que sea dominado a discreción por una m a ng a de facinerosos» (351), machaca ‘cantilena’, «¿qué te parece, amigo mío, del machaca de nuestro censor?; pues sabe que esta no es la mitad del sermón» (408), perf úm enes ‘perfumes’ (509), pica ‘trocha o vereda’ (10, 346), picar ‘provocar, molestar’, «nuestra caballería ha salido en guerrillas a picarle la retaguardia, molestarlo en todas direcciones», «aunque nuestro egército le p ic ab a la retaguardia, no pudo obtener suceso» (100, 338), s abanear (318). Desde luego el acervo de voces provinciales está bien representado en este corpus periodístico, pudiéndose sumar a varias de las citadas estas otras: banco ‘extensión de terreno con vegetación arbórea que sobresale en la llanura’ (110), cajón ‘terreno llano entre dos ríos’ (103, 110), c an allaje ‘gente de condición baja’ (100), caño ‘afluente de un río o brazo de un delta’ (103, 110, 191), e mb al239 Con sentido propio guavina es ictiónimo, y como ‘canción popular’ lo refiere Morínigo a Colombia, y a Argentina alegrona con el referido significado.
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sar ‘atravesar un río en cualquier embarcación’ (326), empalado ‘empalizada’, «hasta las partidas de observación que tenía sobre el empalado las ha abandonado el héroe que pretendía ocupar a Maracaybo» (453), hato ‘hacienda dedicada a la cría de ganado’ (52, 88, 452), llanero ‘natural de los Llanos’ (88), m ata ‘grupo aislado de árboles en una llanura’ (298), monte ‘bosque espeso o selva’ (394), palangre ‘negocio oportunista’ (II, 4), p ando ‘encorvado’, papelón ‘pan de azúcar sin refinar’, roza ‘plantación hecha en un terreno rozado’ (100). Y el citado vejamen caraqueño de 1801 no sólo trae llan ero, sino un col ea r ‘derribar una res tirando de la cola’, que es venezolano, pero también usual en Colombia, México y Argentina (Morínigo): Mi mollera se abotona si no me inspiras primero, cómo coleaba un ternero, cómo ensillaba una jaca, cómo ordeñaba una vaca el más famoso llanero (Madroñal, 2005: 502)
LA TRADICIÓN EN EL LÉXICO La voz ivierno es la etimológica en castellano y durante la Edad Media la más usual, aunque no tardó en aparecer la variante invierno (en Nebrija se registra ivierno-invierno), por lo que es natural que a América pasaran las dos formas con semejante connotación cultural, aunque en el español clásico invierno fuera recibiendo creciente favor entre los más cultivados240. Casos como éste de variación léxica, pero también en la gramática y en la fonética, suelen tardar mucho tiempo en solucionarse con el triunfo definitivo y total de uno de los elementos en competencia y, efectivamente, se ha señalado que ivierno continúa siendo popular en Andalucía —aunque se deberían añadir algunos puntos de Canarias (Tesoro, 240 Covarrubias sólo incluye en su diccionario invierno e invernar (1611/ 1984: 740, 741), y en la edición de Francisco Rico del Quijote sólo se encuentra invierno en once registros.
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1558)—, mucho más en América: Nuevo México, zona andina del Ecuador y Chile241, donde en 1675 lo usaba un autor culto como Núñez de Pineda: «al medio día nos acogimos a la sombra de unos cresidos árboles, que en otra ocación he significado lo copioso y abundante de sus hojas, continuas en el ivierno y en el verano» (Cautiverio, 628). A finales del XVIII la corriente normativa que había triunfado en España y en muchas partes de América entre hablantes cultos era a favor del empleo de invierno242, y, sin embargo, nada menos que Bernardo O’Higgins era adicto a la forma cuando menos declinante en el uso lingüístico culto de la mayor parte del mundo hispánico en la época: «y como el hibierno avansase, y con crudesa, determinó retirarse a Consepción», «no se ha efectuado por lo avansado del h ibierno», «no conviene hasta la primavera, por lo riguroso del hibierno»243. Por el contrario, invierno está en carta de Simón Bolívar (Lengua, 266). ¿Significa esto que O’Higgins era de hablar popular o vulgar? Ni su extracción familiar ni su educación y relevancia social autorizarían semejante conclusión, mucho menos mediando el análisis de sus escritos, sino que se está ante un uso léxico que en otros sitios no admitían los cultos, pero sí en un Chile de habla en muchos aspectos muy tradicional por entonces. Lo que desde la Independencia hasta hoy ha ocurrido al respecto es que los chilenos cultos han ido adhiriéndose al uso de invierno, quedando el antiguo ivierno relegado al medio popular o rústico244. Vocablo arraigado en la tradición, marinerismo de origen, era asimismo maza241 Corominas y Pascual (1980-1991: III, 461). A pesar de estos datos, y de que probablemente la extensión americana de ivierno será mayor, Morínigo no lo recoge; claro es que el diccionario académico peca por exceso al incluir sin nota alguna ivernal, ivernar e ivierno, esto en la edición de 1984; en la de 1992 a las dos primeras voces se les pone la advertencia ant. (anticuado), pero no a la tercera, y en 2001 se suprime ivernal y tanto i v e rnar como ivierno pasan a ser «poco usados». 242 El Autoridades sólo incluyó invierno, pero posteriormente Terreros tiene las entradas invierno e ivierno, ésta sólo en remisión a la primera y seguramente como variante secundaria. 243 Segunda carta autógrafa de las citadas en la n. 209. 244 Los perfiles sociolingüísticos, sin embargo, no son netos, pues un cuarto de siglo antes que O’Higgins, sor Dolores, de relieve sociocultural sin duda menor, recurría al empleo de invierno (Cartas, 5, 63), en sintonía con la tendencia normativa que sobre el particular triunfaba en la metrópoli y en otras partes de América, de modo que en Chile la variación ivierno-invierno aún debía de darse en los estratos medio y alto de la sociedad.
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morra, de cuya elaboración fue testigo el botánico Hipólito Ruiz durante su estancia en Chile, «de las raíces de esta planta sacan los chilenos un almidón blanquísimo con que hacen delicadas mazamorras o puches, blandas y transparentes como jalea» (Relación, 212), palabra, pues, con sentido distinto al de ‘comida a base de maíz hervido’ que Morínigo da para toda la América meridional. Y si de apego a la tradición en materia léxica se trata, sobresaliente ejemplo es sopaipilla, andalucismo tempranamente implantado en Chile, también es usual en Bolivia y el noroeste argentino, del que al menos en el español chileno he constatado una pervivencia de mayor vitalidad que en las hablas andaluzas de donde procede245. En el corpus de Angostura se registran antiguas alteraciones fonéticas lexicalizadas y convertidas en usos populares, cangren ad o ‘gangrenado’ (Correo, 371) y madrasta (24, 133, 454), tanto en el español americano como en el europeo, y mezq u in o con el sentido antiguo de ‘pobre, necesitado’, «sus fuerzas sutiles son tan mezquin a s, que no han podido aún poseer la Ziénega de Tesca» (325). El verbo parecer ‘aparecer, comparecer’ aún competía en el siglo XVIII con su nuevo sinónimo aparecer, si bien en desventaja por su frecuencia cada vez menor, y en el español americano todavía mantiene algún uso, recuérdese el chileno parecimiento ‘comparecencia’ (Morínigo), teniendo notable vitalidad en el lenguaje formal de la prensa bolivariana, así: «ni los comisionados del gobierno español han parecido», «se vieron parecer armas desnudas», «ha querido parecer en la barra y leer una representación» (53, 327, 360). En la documentación americana del primer tercio del siglo XIX se advierte la variación entre manutención (Correo, 152) y mantención, forma de reiterado empleo en corpus coetáneo asimismo venezolano246, y aunque la segunda forma tiene muy aislada representación en textos ministeriales españoles de la época (Actas, 157), en América sin duda gozaba de mayor vitalidad, advierte Hildebrandt que Bolívar usaba indistintamente las dos variantes léxicas (Lengua, 446), diferencia acentuada desde entonces también por regresión de esta voz en España, al parecer mantenida en al245 V. n. 83. En datación chilena: «asadores y sartenes en que freir buñuelos y rosquillas y sopaipillas de huevos», «entreverando platos de mariscos, rosquillas fritas, sopaipillas con mucha miel de abejas y otros regalos» (Cautiverio, 555, 556). 246 Sínodos, 170, 190, 194, 197.
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gunas hablas rurales de Andalucía oriental: desde luego en el español europeo no se oirá mantención de hablante culto o simplemente urbano, como por ejemplo sucede en Chile247. General en español fue catar ‘mirar, observar, considerar’, ‘buscar’, que en la crónica de fray Martín de Murúa se encuentra con sufijo -ear, «fueron... a catear los cerros», con otro pasaje semánticamente aclaratorio del anterior registro textual: «teniendo noticia los españoles dello, fueron a reconocer el cerro y a darle catas, para ensayar los metales dél» (Historia, 557, 564), voz que en el epistolario de la chilena sor Dolores es frecuente, así «catá’ qui, mi padre Manuel, a lo que sabe la crus», «catá’ qui, padre mío, cómo lo he pasado este año» (Cartas, 45, 48), y periódicos mexicanos (Correo de la Federación Mexicana y El Sol) en composiciones satíricas que publican el año 1827 traen el verbo catar con su sentido etimológico, ya americanismo léxico porque en España su uso estaba casi amortizado248: y cata el retrato mero de un astuto maromero y un equilibrista fino cata ahí la tinta excelente con que imprimen diariamente el periódico El Solero (Costeloe, 1975: 477). 247 En su edición de 2001 el diccionario académico incluye mantención con la mera nota de «poco usado», pero una cosa es el escaso uso general de una palabra y otra que se halle limitado a determinada área y en ella a un cierto tipo de hablantes; el Autoridades no daba cabida a mantención, tampoco Terreros. Por mantenimiento se lee en la prensa santiaguina: «los malos indicadores económicos de nuestro país..., como el IPC o la mantención del impuesto a las gasolinas» (La Tercera, 8.1.2008, p. 2). 248 En la última edición del diccionario académico sólo las dos primeras acepciones, históricamente secundarias, de catar (‘probar, gustar algo’ y ‘castrar las colmenas’) se dan como vigentes, y las nueve restantes (‘mirar’, ‘registrar’, ‘buscar’, etc.) como anticuadas, poco usadas o desusadas, pero no se incluyen sus usos americanos. Si se comparan las entradas de catar en el Autoridades y en Terreros, se comprobará que en el primero el contenido es en buena medida más histórico que sincrónico, y en cualquier caso el manifiesto declive de su uso, que en Canarias, por el carácter tradicional de sus hablas, se mantiene con algunas acepciones antiguas (Tesoro, 743).
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En el español de México pervive cernir ‘cerner’ (Santamaría), ya en plano novohispano de 1787 de una máquina para la elaboración del tabaco249, y hacia 1613 lo empleaba en su crónica el P. Murúa, «andan ocupados en cada ingenio en moler, cernir, repasar y quemarlo» (Historia, 570), y si en este mismo dominio se mantiene vertir ‘verter’, poco antes de que se dibujara la referida planta mecánica donde se halla cernir, al otro extremo del continente la chilena Peña y Lillo escribía: «con afectos tiernos de mi alma, los que me hasía vertir abundantes lágrimas» (Cartas, 35); por cierto que sor Dolores en uno de sus textos epistolares echa mano del crudo arcaísmo que ya era maletía en el español común: «sin maletía de calentura» (50)250. El diccionario académico da parar ‘estar o poner de pie’ como voz murciana, pero al menos también se encuentra en hablas aragonesas, y como americanismo general, que en forma pronominal está antes documentado en los corpus Tortura y Nueva España, y parar ‘levantar’, que también lo empleaba Bolívar (Lengua, 305, 306), en el Cántico lúgubre compuesto en Quito tras los trágicos sucesos del 2 de agosto de 1810: Sacan todos los cañones, paran horcas y amenazan, todos huyen, no pasan, ni asoman a los balcones (Poesía, 215)
En el pasaje «una plancha de f i erro llamada plat in a» (To rt ur a, 4r), plat in a tiene el sentido de ‘plancha de hierro martillado’, que según Corominas y Pascual «parece ser el conservado en Asturias», y al tratar del antiguo y dialectal d e sb oronar ‘desmigajar, desmoronar’ estos autores señalan su pervivencia en México, América Central, Colombia, Chile y Argentina (1980-1991: II, 347, 471), geografía a la que se deberá añadir el dominio boliviano, según en este mismo manuscrito se lee: «una cárcel antigua y abandonada por húmeda y 249 V.
n. 77. diccionario académico trae maletía ‘enfermedad’ como antiguo; el Autoridades no lo recoge, sí malatía con la advertencia de que «en lo antiguo se decía malaltía», que es la forma traída por Terreros, puros arcaísmos lexicográficos, pues. 250 El
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desb oron ad a» (5v). Del acervo dialectal hispánico se ha nutrido en gran número el americanismo léxico, y a los ejemplos citados muchos otros podrían sumarse, sobre todo andalucismos y canarismos, así como voces del occidente peninsular, muchas asimismo con impronta andaluza y canaria, entre ellas, sólo de las existentes en el C orreo del Orinoco, c añ av er a l (179), e st ero (191), lama (32), méd an o (518), p ár amo (192), prieto (521), rancho (452), t r ap ic h e (99, 120), v iv a nd ero (103) y un f i erro (52, 240, 438) de inequívoca ascendencia en la región leonesa y en el español de Vizcaya, las famosas ferrer ía s vascongadas, término difundido en América por el comercio metropolitano, como lo fue a nc h eta ‘negocio, bicoca’, documentado en canción ecuatoriana que se compuso el año 1820: Ya no hay más ancheta para su ambición, porque ya el realista no será el mandón251.
DERIVACIÓN Una simple variación morfológica puede dar lugar al americanismo léxico, el ya considerado llam ad o y el caso de denuncio ‘denuncia’, que manejaba el secretario de Bolívar en comunicación al vicepresidente del Consejo de Gobierno del Perú el año 1826 a propósito de una delación sobre cierto movimiento conspirador: «y deseando S. E. el esclarecimiento de este den u nc i o, me manda transmitirlo al conocimiento de V. E.» (L e ngua, 289). También se 251 Poesía, 248. En el diccionario académico ‘pacotilla de venta que se llevaba a América en tiempo de la dominación española’, ‘porción corta de mercaderías que una persona lleva a vender a cualquier parte’, ‘negocio generalmente pequeño o malo’, como americanismo ‘negocio, bicoca’. Corominas y Pascual documentan ancheta en autor fallecido el año 1800, con la hipótesis de que procede del nombre de algún navegante o comerciante, probablemente vasco (1980-1991: I, 254). Del trato comercial y postal de época colonial viene el significado americano de cajón ‘comercio, tienda de abacería’, recogido por la Academia, así como el mexicano cajón de ropa ‘lencería, tienda en que se venden objetos al menudeo’, y sus derivados cajonero y cajonear (Santamaría): v. referencia sobre cajoncillo en n. 256.
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crearon voces propias de la variedad americana mediante prefijaciones y sufijaciones sobre bases léxicas comúnmente de sentido ya criollo, así con p otrero el anteriormente documentado empotrer a r, o con p ár amo el e mp ar amar que el Libertador usaba: «si pueden socorrer los soldados que hayan quedado emp ar am ad o s» (Lengua, 267). De gran rendimiento en la generación léxica hispanoamericana es el sufijo -ear, visto en el catear ‘explorar terrenos en busca de alguna veta minera, hacer catas’ del mercedario vasco Murúa, y Huamán Poma hacia 1615 ponía en su Corónica verbos como bellaquear, em b o rrachear, molestear, tabaquear y traginear252; sesenta años después maloquear en Chile (Cautiv er i o, 969), y un mexicano mor at ear ‘amoratar’ de 1733 (Nueva España, 495); en texto boliviano de 1799 hay un e n ojear ‘enojar’ (Potosí, 193), y en el Correo ult r ag ear (186), c o rcovear y saban ea r (318, 357). Algo parecido puede decirse de la productividad del abundancial -oso, presente en tantas derivaciones americanas, también en los ya documentados reinoso, sufijado con sentido irónico de re in o (Reino de Nueva Granada), riesg os o y v ej aminoso, pero que también está en un rotoso (Potosí, 233), y en el Correo del Orinoco se encuentran circuitoso, espirituoso, polvoroso («nube polvorosa») y sang u in oso253, pensionoso ‘penoso, dificultoso’ en texto chileno de 1780254, por entonces también dos veces en sor Dolores (Cartas, 1, 6), anteriormente solteroso: «que es antigua costumbre coger la retaguardia (en el baile) los casiques y los indios más graves, y también algunos solt erosos mosetones» (Cautiv eri o, 892). En todo el español americano es corriente la sufijación en -ada de sentido colectivo: cavallada, criollada, novillada y pasquinada en 252 Corónica,
588, 671, 672, 680, 705. 73, 211, 232, 237, 396. El diccionario académico incluye como panhispánicos espirituoso, polvoroso y sanguinoso, no así circuitoso, pensionoso, reinoso, riesgoso, rotoso y vejaminoso. De las voces comunes habría que ver si son de más uso en el español americano o en el de España, donde desde luego es más corriente polvoriento que polvoroso, como también parece más frecuente entre nosotros enredador que enredoso, este adjetivo en escritos de Bolívar (Lengua, 456). Unas veces se tratará de cuestión de grado, otras de exclusividad; tampoco es usual en el español europeo maloso, sí tiene registro lexicográfico verboso, pero en ab s o l u t o corre con la frescura de su empleo en el español mexicano de Krauze, acompañado de empeñoso y riesgoso (2005: 313, 330, 334). 254 Chile, 146, 147: «un camino muy pensionoso, y particularmente los inviernos», «cercada de montañas bastante pensionosas». 253 Correo,
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el Correo de Angostura (102, 110, 139), bestiada ‘conjunto de bestias de carga’, «toda la bestiada y ganados que lleve el batallón de Vargas los pondrán a pastar», en Bolívar (Lengua, 463); más al sur caballada, peonada y vacada255, y sustantivos de acción sobre lexemas verbales da este sufijo en es mordida y recorrida, voces que usaba Bolívar: «nadie se escapa, al levantarse, de las mordidas de la envidia», «yo me voy a hacer un recorrida de esos paises» (Lengua, 292, 463), mexicanismos desorejada, desjarretada, «la desorejada del macho y dejarretada del cavallo», 1731 (Nueva España, 475), cortada, 1787, «José María Ávila tiene una cortada en la cara» (605), y lexicalizada también está la sufijación mascada ‘pañuelo, especialmente de seda, para adorno’, en documento de 1799 del mismo corpus: «que también tenía el muchacho agresor una mascada de color en el pescuezo» (657), además del agriada ‘disgusto, enfado’ antes referido. De acepción colectiva a la par que despectiva es la derivación en -aje de un canallaje recurrente en el citado periódico venezolano (Correo, 100, 111), y el morfema -azo como aumentativo despreciativo en carta de un capitán venezolano al coronel argentino Juan Lavalle, publicada en periódico boliviano el 10 de agosto de 1826: «lo he visto en los bailes de Lima con unas tamañazas espuelas a lo gaucho, rompiendo el traje a las señoritas» (Martínez y Chust, 2008: 203); sustazo en texto colonial altoperuano (Potosí, 370). El procedimiento léxico-semántico en cuestión le era muy familiar a Bolívar, quien lo emplea (gloriosazas) en carta de 1824 por referencia a sus grandes amigas ecuatorianas: «a la gloriosa y gloriosasas damas Garaycoas» (Documentos, 11). Tendencia común americana es añadir al lexema el diminutivo -ito sin infijo, en casos como altarito ‘altarcito’, de documentación rioplatense aunque de autor peruano, «arman sus altaritos» (Colonias I, 9v), los novohispanos cajonillo, mueblito, pueblito 255 Chile, 103, 119, 218, 221; «dificultaban conseguir las caballadas necesarias para una marcha precipitada», «han hecho los más eficaces esfuerzos para proporcionarme caballadas, informes y quantos auxilios me han sido necesarios»: Gazeta de Buenos Ayres, martes 21 de agosto de 1810; indiada en el manuscrito bonarense de 1781 de fray Francisco Murillo (v. n. 55, 3v). El sufijo indiada tenía antigua y generalizada acuñación en América, y es como los realistas se referían en México a las tropas insurgentes, al principio mayoritariamente integradas por indígenas (Van Young, 2006: 521).
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y solarito256, ind it a (C ol egio de las Ynditas) en el P l ano general de la ciudad México levantado el año 1793 (C a rt og r afía III, 57). El también diminutivo -ico en el siglo XVII aún era usual en todos los territorios castellanohablantes, pero, hacia el final de esta centuria, con diferentes grados de vitalidad; su presencia en las cartas de Goya descubrirán la naturaleza aragonesa del genial pintor, pues la geografía lingüística de dicho morfema derivativo anteriormente se había fragmentado en la Península, también en América. Es, pues, bastante seguro que conlleve una nota de regionalismo colombiano-venezolano su presencia en el C orre o, concretamente en irónico comentario a pie de página del redactor de este periódico, «¿no valdría más que V. E. continuase con sus sermoncic o s?», y en carta en sus páginas publicada, llena de giros coloquiales: «¿no es esto lo que quieren decir los punt ic o s?», «dígame si no el señor Cerquero en términos castisos, claros y sin p u nt icos para que todos lo entiendan...» (291, 319)257. Recurría burlescamente Bolívar al adjetivo reilón ‘reidor, burlón’, «no parece sino que el tal defensor quería acusarlo o que, por lo menos, pagase su desgracia con el escarnio de los reilones» (Lengua, 297), formado con un falso sufijo -lón de notable productividad en extensas zonas de América (bebelón, comelón, correlón, pedilón, etc.), con creaciones léxicas coloquiales que revelan un indudable poso popular, mientras que resulta claro el carácter culto de la sufijación en -al de voces como gacetal («fábulas g ac etales») y congresal ‘congresista’ del Correo del Orinoco (61, 176), el segundo término frecuentemente empleado por Bolívar (Lengua, 153, 154), que se encuentra en una voz sin recepción académica como presidial («las compañías presidiales») y prov isional («bolsas para llevar el agua y víveres p rovisionales»), de estampas novohispanas del año 1804, el segundo adjetivo con significado seguramente aproximado al que 256 Mueblito, junto a bienecitos, en texto de 1816 que edita Van Young (2006: 167), pueblito y solarito en plantas urbanísticas novohispanas de 1732 y 1794, respectivamente (Planos, 220, 243), cajonillos en carta escrita en Tetepango el 26 de octubre de 1795: «aunque sí pienso que por diferentes cajonillos de comerciantes procurará tomarlos (los 1.500 reales)»: ARChV, Pleitos civiles, Lapuerta, Olvidados, caja 2196-1. 257 La Calle (o callejón) de la Pulquería de Juanico se anota en el Plano general de la ciudad de México levantado el año 1793 (Cartografía III, 57).
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tiene en el español común258. Palabras que acabarían generalizándose en nuestra lengua son adicion a l, en escrito de Bolívar de 1826, y colonial, puesta por el Libertador en nota de 1810 (Lengua, 438, 440), colonial y sistema colonial en el Correo (54, 290). Mención especial merece el sufijo -ista, de origen culto y de extraordinaria vitalidad en el español americano del siglo XVIII y primeros decenios del XIX, fecundo también en el de España, con numerosos registros en el Correo del Orinoco, entre ellos los de anarquista (517), boletinista (191, 192), estadista (400), colonista ‘colono’ (89), clubista (402), logista (246), manufacturista (208), monopolista (423, 485, 492), publicista (387), revolucionista (470). El fundador de la Gran Colombia tiene en su léxico bolivista ‘partidario de Bolívar’, empresista ‘empresario’, federalista y santanderista (Lengua, 485), y en otros corpus y regiones aparecen más muestras de este tipo de derivación, del que hay un terrenista ‘terrateniente’ en Azara, «el que no se admitan contratos por los que no son agricultores, el que no haya en la Asunción más de un terrenista esento» (Memorias, 157) y dos ejemplos en la redondilla que el Correo de la Federación Mexicana publicó el 8 de mayo de 1827: De republicano un tanto, un poco de iturbidista, un algo de borbonista y de católico un cuanto (Costeloe, 1975: 477).
Parece que a finales del período colonial este sufijo fue más vigoroso en la formación de palabras en la América española y desde luego lo ha sido después, habiendo dado lugar a numerosos americanismos léxicos, como c am arista, campañista, conferencista, oposicionista, también nombres de oficios mecánicos o manuales, sean los argentinos cambista ‘empleado ferroviario’ y carburista ‘mecánico de carburadores’, pero desde muy pronto la vena popular se nutrió de 258 Véase la lámina IX y n. 224. En el altoperuano Tortura se lee: «bieron y palparon ynchadas en superior grado las partes jenitales y una inflamación en el externón del pecho, además de una beterada quebradura, sin más cura que el braguero para sujetar la máquina organisal» (23v). El diccionario académico no recoge presidial, sí provisional ‘que se tiene temporalmente’.
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esta clase de derivados, pues un tabista ‘jugador de tabas’ se halla en texto mexicano de 1813: «que no jugase con aquel yndio, que era mui tabista y siempre le havía de ganar» (N u eva España, 719)259.
NUEVOS TIEMPOS, NUEVAS PALABRAS La confrontación social, ideológica y militar que desataron los movimientos independentistas y la reacción realista forzosamente había de traer consecuencias léxicas, una de las cuales fue el empleo de g od o como sinónimo despectivo de ‘español’: «puede ser alguna escaramuza a que los godos le quieran dar una alta importancia, según lo tienen de costumbre», «no ha dejado de infundir algún temor del nombre chileno en el pecho del godo cruel que hoy gobierna la plaza de Panamá» (C orreo, 234, 235), con la prefijación sarcástica de arc h ig odo (79), denominación peyorativa que reiteradamente empleó Bolívar (Lengua, 275, 276)260, y corrió en canciones quiteñas de la revolución: «¡Abajo, malditos godos! / ¡Viva la Junta!», «Al fin estos godos bungas / nos dejarán respirar» (Poesía, 190, 194). En México, además del apelativo gachupín, de uso muy anterior a los años de guerra con la metrópoli, se acuñó el de chaqu et a por alusión al uniforme de los realistas, y así el P. Correa, caudillo insurgente, escribía en 1811 que «mis reclutas alanceaban a los chaquetas con más denuedo y coraje que Don Quijote las manadas de carneros»; el término designaba también a los partidarios de los españoles, así como coyote llamaban los indios al criollo, pero a veces igualmente al blanco de procedencia europea261. Y en texto chileno se halla la voz ma259 Son corrientes en el español de Chile formas como andinista («hallan muerto a andinista en cerro La Paloma»), brigadista, lautarista y violentista («estamos frente a movimientos violentistas»), pero también overlista y singerista para el oficio de la costura a máquina. 260 También usa este término J. Illingrot en carta a doña Manuela Garaycoa del 3 de diciembre de 1825: «él se aplica como nadie a su profesión..., que es valiente hasta la temeridad y afortunado en cuanto los godos saben echar sus botes a pique y herirle infinitos soldados sin tocarle a su hijo de V. un pelo» (Documentos, 15). 261 En la revuelta de Amecameca de 1810 el párroco quiso apaciguar la situación organizando una procesión, pero el vecindario indio se opuso a la presencia de los españoles europeos del pueblo diciendo que «no querían que los gachupines estuvieran presentes, y si los coyotes se oponían, que también ellos se
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turrango despectivamente aplicada a los españoles, a los que en general los americanos consideraban malos jinetes: Los malvados maturrangos y marineros tratan con el mismo designio de adormecer vuestra vigilancia, llenando papelitos con relaciones falsas de triunfos quiméricos. Los europeos de noble origen que reciden entre nosotros como nuestros hermanos, ellos mismos se ríen de estas estratagemas ridículas,
y por esa identificación del español recién llegado («marineros») el mismo autor se refiere a los chapetones realistas con el nombre de p ol isones (como americanismo general p ol isón ‘tontillo’ en Morínigo): ¡Que digan los polisones, los marineros, estos hombres de nada, que con la velocidad del relámpago se han elevado al alto rango de hombres de estado! ¡Que digan qué derechos, qué privilegios han tenido las provincias de España para formar sus Juntas que no tengan las provincias de América para formar las suyas!262
El estallido de la sublevación obligó a «inventarse un vocabulario, o importarlo de las márgenes del habla diaria», de modo que en México sobre el apellido del prestigioso jefe realista Félix María Calleja del Rey, que sería virrey entre 1813 y 1816, se creó el adjetivo callejero, ofensivamente asociado a los perros de la calle, también acallejeado y encallejado, como medio de menospreciar la figura del afamado militar y de nombrar a los seguidores del bando español, mientras encurado era el seguidor de Hidalgo y de otros curas insurgentes (Van Young, 2006: 555, 556). A diversas facciones colombianas las llama Bolívar bartolinos (o legión colegiala), fueran»: esta referencia y la de chaqueta en Van Young (2006: 517, 785). En el complejo ambiente racial mexicano las masas indígenas no siempre hicieron distingos frente al conjunto de «españoles», que incluía tanto a los «españoles europeos» como a los «españoles americanos». Una de las acepciones que Santamaría recoge de coyote es ‘dícese a veces del criollo o hijo de europeo’. 262 Catecismo político christiano dispuesto para la instrucción de la juventud de los pueblos libres de la América meridional: su autor Don José Amor de la Patria (sin duda seudónimo): circuló en Santiago uno o dos meses antes de la convocatoria al Cabildo Abierto del 18 de septiembre de 1810. Digitalizado en http://www.memoriachilena.cl.
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colorados, orejones, sabaneros y septembrinos, cosiateros a los integrantes de la Cosiata, movimiento separatista venezolano; había aprendido el Libertador el nombre de pelucones de los conservadores chilenos —pipiolos serían los liberales y los moderados estanqueros—, menciona al bando mexicano de los léperos, sabía que en Buenos Aires las intrigas políticas eran cubiletes, y considera republiquetas a la naciente Argentina y a la federación peruano-boliviana (Lengua, 277, 328-337). La expresión bolivariana, sin embargo, no es sino la ampliación semántica, sentido despectivo de ‘república o país’, pues fueron republiquetas las guerrillas insurgentes que combatieron en el Alto Perú después de los triunfos realistas de 1813, y la invención del término se le atribuye a Bartolomé Mitre (Martínez y Chust, 2008: 148, 155). La violencia desatada hizo que ciertas palabras adquirieran un simbolismo especial en aquellos revueltos años, cuando gachupín, hasta entonces mera denominación despectiva, encarna el odio del independentista hacia el europeo, y criollo se llena de parte de algunos realistas de un sentido de enconado desprecio que no había tenido hasta tal extremo, de manera que en el plan elaborado el año 1812 por fray Manuel Estrada para la pacificación del virreinato uno de sus puntos determinaba la omisión de estos términos ofensivos en los sermones (Van Young, 2006: 429), y el significado de indiano radicalmente se altera en boca de un indio, escribano del concejo indígena de Ocoyoacac, según disposición testifical en su contra: «que así todo el que se nombrara español había de morir y que todo el que quisiera vivir seguro en lo sucesivo se ha de llamar indiano»263, deturpación semántica que se corrobora en texto chileno coetáneo: Quieren manteneros dormidos para disponer de vosotros como les convenga al fin de la tragedia; temen vuestra separación y os ala263 El texto también en Van Young (2006: 282). La palabra indiano no había tenido ningún sentido peyorativo, ‘cosa perteneciente a las Indias’, ‘sujeto que ha estado en las Indias y después vuelve a España’, ‘el muy rico y poderoso’ (Autorid ade s). El primer sentido está en el sintagma sujeto indiano usado por un criollo en 1696 (v. n. 362), pero el autor chileno que en la siguiente nota se cita intencionadamente juega en su indiano con el genérico ‘propio de las Indias’ y el específico indio ‘indígena de las Indias’.
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gan como a los niños con palabras tan dulces como la miel, mas si fuera posible la reposición del gobierno monárquico en España, estos mismos que os llaman hermanos os llamarían indianos y os tratarían como siempre, esto es, como yndios de encomienda264.
Se derrumba el dominio español y con él caen instituciones y diversas prácticas de la vida colonial, así como algunos de sus nombres, como la seña, moneda de poco valor que hubo de prohibirse por bando de Bolívar de 1821: «Informado de que a pesar de las repetidas órdenes... la moneda de cobre que con el nombre de señas ha emitido y puesto en circulación el gobierno de España mientras dominó en Venezuela continúa aún circulando...» (Correo, 461), y correría en el comercio venezolano durante varios años más265. También entre las disposiciones que en materia de educación tomó el Congreso General colombiano (Rosario de Cúcuta, 26 de junio de 1821) estaba la de que «en los pueblos de indígenas, llamados antes de indios, las escuelas se dotarán de lo que produzcan los arrendamientos del sobrante de los resguardos» (Correo, 490), lo que en modo alguno significa que la palabra i nd io fuera sustituida por i nd ígena en la lengua de los independentistas, pues en el periódico bolivariano la primera es la comúnmente empleada, sino que en el texto oficial el legislador quiso marcar distancias respecto de lo que era la terminología propia de la administración española. Cambian muchos nombres de lugar en América a consecuencia de la emancipación, aparte de intentos que no cuajaron. Así el que tiene eco en una elegía A las víctimas de Cundinamarca: «El Continente de Colombia obró de acuerdo sin comunicarse, porque la naturaleza y la virtud animaron a sus moradores de un mismo espíritu», y en nota a pie de página del Correo del Orinoco se apostilla: «Nombre más justo de América» (223), y colombianos llama a los americanos un titulado Dogma filosófico de la insurrección, artículo chileno que publica el mismo periódico de Angostura (376); y en su carta a Apodaca no habla Itúrbide de México, aunque el nombre nacional ya estaba en curso, sino de que «sea tarde o temprano, el Septentrión de América debe separarse de España, aunque 264 En
el Catecismo político citado por la n. 262. nota Martha Hildebrandt, en Barlovento se llama seña al centavo o puya de bolívar (Lengua, 424). 265 Según
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pese al tiranismo» (v. n. 131)266. Ciertas palabras se cargaron de sentido ideológico, infidencia pasó a significar ‘sublevación o insurrección’, y el sentido en que se tomaban dependía del bando que las empleara, los bolivarianos prefirieron disidente y disidencia a insurgente e insurgencia, y sobre todo rotundamente rechazan el calificativo de rebeldes que les aplican los realistas267. En la petición de amnistía hecha el año 1811 por un criollo mexicano confiesa éste su ignorancia en materia política por el medio rural en que se había criado, pues las «cosas de Estado, de política, y de gabinete están tan distantes como que es un idioma desconocido y que jamás se pronuncia entre nosotros» (Van Young, 2006: 242), pero estas cuestiones y la terminología a ellas concerniente interesaron cada vez a más gente durante la guerra contra España y en los primeros pasos de las nuevas repúblicas, dándose lugar a discusiones de teoría política como las que por 1828 ocuparon las páginas del diario Águila Mexicana sobre las acepciones del término partido (Costeloe, 1975: 157, 158). En consonancia con la ilustración dieciochesca y con las inquietudes políticas y culturales que se vivían por los años de la Independencia está el empleo de cultismos como los que figuran en el Correo del Orinoco, que vienen a coincidir con los que proporcionan otros textos americanos de la época, entre ellos el muy raro acefalar, «complicadas de esta manera las máximas del gobierno acefalado de la Península» (328), además de alucinar (345, 402), también en alternancia con la grafía halucinar (88), aerostático (498: globo aerostático), aneurisma (124), autómata y comitente (378, 379), fluido vacuno (227), procrastinar en «también se ha recurrido a un nuevo estratagema para procrastinar y engañar» (193), prospecto (270, 457), retrogradar (276, 290, 333), latinismo que se reputa muy raro en español pero que tiene numerosas citas en este texto, así como su adjetivo retrógrado en «movimiento retrógrado del Pao a 266 Hasta que no se generalizó México por Nueva España no fue raro denominar el territorio del virreinato como la América Septentrional. Pero años antes de que estallaran las primeras insurrecciones independentistas en textos oficiales (de la administración, de la milicia, etc.) ya se empleó el término Reino de México (v. n. 273). 267 Del uso «políticamente correcto» de los independentistas y de su opción político-militar según el bando contendiente hay numerosos pasajes en el Correo del Orinoco, así en las páginas 57, 223, 248, 328, 354, 510, 511.
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Valencia» (239), stenógrafo (91), taquígrafo (446). Varios son los aspectos de la cultura y de la ciencia implicados en estos usos léxicos, incluido el término físico electricidad: «la independencia de Guayaquil, que se supo en México en octubre, obró por todas partes con los efectos de la electricidad» (468), y eléctrico: «cuatro o cinco palabras que solamente alcanzó a pronunciar llenas de unción y ternura fueron un fuego eléctrico que abrasó el corazón de cuantos las escuchamos» (240). El sentido figurado que en esta cita tiene el adjetivo eléctrico se convierte en la acepción ‘enardecer’ del verbo electrizar, que se tuvo por galicista: «la memoria de estos héroes electriza la imaginación más apática», «la sangre de los patriotas derramada por ellos infructuosamente sólo servía para electrizar a los que se habían decidido por la noble empresa», «con cuyo nombre electrizado, S. E. el Vice-Presidente no cesaba de repetir los brindis» (115, 398, 432). La situación política, económica y militar que vivía América en un ambiente ideológico especial se refleja en el uso de vocablos y sintagmas como a dm in i st r ación ‘gobierno’ (428), c ol onial y sistema colonial (54, 290), comicio (284), constitución política (357), contrarrevolución y antirrevolución (296), despotismo (453, 518), despotizar (413, 454), disidente (293, 354), faccionario (410), faccioso (73, 454), filantropía (453), gobernador político (79), imperio de la ley (325), insurgente (22, 354, 429), jefe político (354), insurrección e insurreccionar (282, 398), movimiento revolucionario (284), procurador general de la República (91), soberanía nacional (460), terrorismo (282), tribunal de cuentas (198). Particular interés lingüístico, pero también sociológico e ideológico, tienen los extranjerismos que al español americano llevaron los aires independentistas. La atracción que por lo francés sentían las minorías de ilustrados americanos venía de los últimos decenios del XVIII, y en el embargo de libros de Antonio Nariño, efectuado en Bogotá por el Santo Oficio el año 1794 es largo el inventario de los titulados en lengua francesa (Silva, 2002: 295, 296), y Simón Bolívar, que la hablaba y escribía, tenía su biblioteca principalmente compuesta de obras en este idioma, alrededor de setenta, junto a seis libros en inglés (Lengua, 19). Y el observador viajero que fue el sevillano Francisco de Saavedra esta opinión sacó de las elites criollas en la misión que desempeñó por América entre 1780 y 1782:
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Los criollos se hallan en el día en muy diferente estado del que estaban algunos años ha. Se han ilustrado mucho en poco tiempo. La nueva filosofía va haciendo allí muchos más rápidos progresos que en España (el celo de la religión que era el freno más poderoso para contenerlos se entibia por momentos). El trato de los angloamericanos y extranjeros les ha infundido nuevas ideas sobre los derechos de los hombres y los soberanos, y la introducción de los libros franceses, de que hay allí inmensa copia, va haciendo una especie de revolución en su modo de pensar: hay repartidos en nuestra América millares de ejemplares de las obras de Volter (sic), Rousseau, Robertons (sic), el Abate Renal (sic) y otros filósofos modernos que aquellos naturales leen con una especie de entusiasmo (Morales Padrón, 2004: 30-31)268.
A veces resulta problemática la plena identificación del extranjerismo, así en el caso de rec es o, americanismo general ya documentado, préstamo del inglés recess para Hildebrandt (L e ng u a, 156) y Morínigo, simple latinismo para Corominas y Pascual (19801991: II, 13), aunque efectivamente la influencia de las formas parlamentarias británica y norteamericana hayan determinado su difusión por la América española. Más difícil de aceptar es la propuesta de anglicismo que el mismo Morínigo hace para act u arial, en vista de que actuario ‘escribiente o notario ante quien pasan las causas’ (A ut or id ad e s) es voz acreditada en el antiguo lenguaje forense español, y se encuentra en el boliviano To rt ur a, «los autos de que se trata y paran en el oficio del actuario Ángel Aztete» (8r), anterior al influjo del inglés en esta materia, argumento que vale para prov ee r, como americanismo procedente del inglés, ‘disponer, ordenar’, dado por dicho estudioso, pero con igual forma y acepción en el primer diccionario académico, y en fuentes anteriores. En cuanto a p aq u ete ‘buque’, con registro en el C orreo del Orinoco (520), en anterior estudio (2007: 172) lo tomé por préstamo francés, siguiendo a Corominas y Pascual (1980-1991: IV, 331), pero a este vocablo, de frecuente uso en Bolívar, Hildebrandt lo da como anglicismo, de p a ck e t, abreviación de p a cket boat (Lengua, 161). 268 El mismo Saavedra proporciona noticias sobre el aprovisionamiento de víveres para La Habana, y de la entrada en su puerto de una embarcación procedente de Filadelfia (133, 219).
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Lo cierto es que el español americano del último tramo colonial y de la Independencia fue campo abonado para el extranjerismo, con préstamos galicistas como c h ic ote en Lastarria, «c h ic otes trenzados de muchos ramales de cañones delgados de plumas, de nervios y cuero» (C ol onias I, 65r); c h ic otazo en el Correo del Orinoco (139), junto a b r i n ‘especie de lona’ en c h aqueta de brincillo (180), c o mp lo t, plural c o mp l oe s (238), y c o mp l otar en comunicado procedente de Buenos Aires (246), c ol on e l (394), e sp i onar (23), f il ibustier (40), f o rn it ur a y furn it ura (285, 388, 411), f u ete ‘látigo’ (84), p olizón (358) y p ol isón (510), recuérdese el chileno pol isón a nt e s documentado; en cuanto a res o rte ‘jurisdicción, atribución o competencia’, americanismo de amplia difusión territorial (Morínigo), está en el periódico bolivariano, «en conformidad irá a la nueva capital del Estado en sus casos todo lo que no sea del res o rte militar» (349), pero también se halla en anterior corpus altoperuano: «si antes me opuse, arresgando (sic) mi vida abisando al theniente de alguacil José Soria y demás ministros de su res o rt e...» (Tort ur a, 13v). Están también en el mismo periódico los galicismos directos: d es e rt, «disponiendo en las salas capitulares un magnífico y exquisito desert la noche de aquel día» (519), e mb r as ur a ‘tronera’ (520), petit maître, «allí el lascivo petit-maître hace juego a la incauta doncella con gestos indecentes» (97) y rem a rc ab l e: «en los Estados Unidos tenemos un exemplo rem a rcable de esta verdad», «hay ocurrencias rem a rc ab l e s después de mi última comunicación» (143, 346), galicismo también de Bolívar (L e ng u a, 93). Y tempranamente, en 1810, en la relación versificada de un quiteño aparece el verbo mas ac r a r: Quebrantadas las puertas, los derechos violados. ¿Es este país salvaje? ¿Qué escena es ésta, a qué infame masacro? (Poesía, 232).
Embrasura y merlón, de la terminología militar, en planta de Puerto Real de Jamaica del año 1782, junto al también galicismo marchante: «18 embrasuras son déviles, vajos los merlones y están en la
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arena y 5 cañones sin efecto», «carenero de navíos marchantes» (Planos, 187); «remarcable falta» en plano de la isla de San Carlos, en la desembocadura del Misisipi, de 1769269. El contacto de españoles y franceses en las Antillas y en la Luisiana, unas veces de alianza y otras de enfrentamiento, explica algunos de los referidos préstamos, así como el del derivado verbal de glacis en plano dominicano de 1818: «línea atrincherada, con 4 redientes todo de tierras glasisadas, para cubrir la playa»270; el de abatisaje en descripción cartográfica de Nassau, de 1782: «casas fuertes con abatisaje de árboles y tres cañones contra el desembarco», «retrincheramiento al O. con abatisaje»271; brisura (fr. brisure) en planta del castillo de San Cristóbal, de San Juan de Puerto Rico, de 1765: «brisuras proyectadas en la cortina para aumentar los fuegos de los flancos» (Cartografía IX, 193)272. Y en el proyecto de invasión tramado por un partido norteamericano reunido en Luisiana en 1806 se lee ampararse ‘apoderarse’ (fr. s’emparer) y gentes de color ‘negros’: Los americanos en número de tres mil se reunirán en Baton Rouge, se ampararán del fuerte, de allí pasarán a la Movila, de donde con el socorro de quinientos hombres, algunas fragatas y embarcaciones de transporte que aguardan de la Jamayca, caerán sobre Panzacola. Vna vez tomada esta plaza, se hará una expedición 269 Citado
en n. 110. Croquis que demuestra la posición de las baterías, atrincheramientos y playas de Jaina (Cartografía IX, 266). Morínigo señala en Puerto Rico el simple glacis como glácil, que en Perú es ‘explanada de ladrillo donde se ponen a secar al sol los granos’. 271 AGI, MP, México, 388. Morínigo recoge el galicismo no sufijado abatís con referencia al dominio rioplatense con la acepción ‘trinchera improvisada con troncos, fosos y ramas de árboles’, anotando que «se emplearon durante la guerra del Paraguay con la Argentina, Uruguay y Brasil». En este plano el asimismo préstamo francés croquis, de recepción académica muy posterior. 272 Por los conflictos que siguieron a la concesión a Francia de una parte de La Española el galicismo crudo salpica los mapas militares españoles, así levé (fr. levée ‘dique’) en plano de la población haitiana de Bayajá, de 1794: «se halla contenida el agua con un levé o fuerte margen de unos 6 pies de altura» (Cartografía IX, 256). A causas muy distintas obedecerá la presencia de usina («usina de gaz») en plano de la ciudad de Buenos Aires de 1882, en el cual también se halla barr acas («barr acas al norte», «barracas al sur»), que si, como parece, tiene sentido de ‘casernas, cuarteles’, sería el americanismo adaptado del inglés barracks: AGI, MP, Buenos Aires, 257. 270
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abierta por el Río Grande; entonces los criollos de la Luisiana, los españoles seducidos y las gentes de color se reunirán...273
Tratándose de anglicismos, el texto que se acaba de citar documenta m ay o r («m ay o r de milicias»), del inglés m aj o r ‘comandante’, y g e nte de color, traducción de c ol o ured person aunque con posible apoyo del francés274. En el C orreo del Orinoco aparece reiteradamente, así: «pero la g e nte de color... no podrá establecerse en ninguna de aquellas posesiones por la aversión de sus habitantes a las castas de tintura africana» (303), «excluyendo las g e ntes de color orig in arias de África, exclusión injusta respecto de una clase numerosa, ocupada casi toda en el cultivo del suelo, y en la cual hay ya un gran número de familias industriosas honradas, y aun ricas» (374), «Cuba, por egemplo, donde el número de esclavos y g e nte de color es muy grande» (375)275. Tanto del inglés como del francés puede proceder la voz h ar a nga ‘arenga’ de un texto de 1770 dada en el sureste de los actuales Estados Unidos: «En la primera (cañada) vimos una ranchería de gentiles, que salió a recivirnos al paso; uno de ellos hizo su h ar a nga y cumplido, a la que sólo respondimos con demostraciones y señas de agradecidos, pero sin detenernos»276. Muy probablemente confluyeron las influencias francesa y anglosajona en la generalización de corte ‘tribunal de justicia’ en el español americano, empleado por Bolívar: Corte Superior de Hacienda y Corte Superior de Justicia (Lengua, 47), que el Correo del Orinoco trae en la traducción de un periódico estadounidense sobre cierto juicio desarrollado «en la Corte del Distrito de los Estados Unidos 273 Disposición revolucionaria del Partido Americano para invadir el Reyno de México y otras posesiones españolas en el Seno: AGI, Santo Domingo, 2600, 857r. Remite el informe a Pedro de Ceballos, secretario de Estado, el marqués de Casa Calvo, nombrado comisario para la entrega de la Luisiana. 274 Opina Hildebrandt que hombre de color, expresión usada por Bolívar, es calco de les hommes de couleur (Lengua, 142). 275 Negro era palabra evitada por su sentido socialmente peyorativo, sustituida por otras con atenuación semántica, moreno sobre todo: «ellas (las almas), dice, o blancas o pardas o morenas...», «si no fuese muy numerosa la emigración de los pardos y morenos, serían quizás tolerados» (Correo, 234, 303). 276 Diario del viaje de tierra hecho al norte de California de orden del Marqués de Croix por la tropa destinada a este objeto al mando del capitán Gaspar Portolá: AGI, Estado, 43, N. 7, 2, 2v. Dado en «Puerto y Real de San Diego, siete de febrero de mil setecientos y setenta» (73r).
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en Baltimore..., que esta Corte tiene jurisdicción bastante y debe hacer restituir la propiedad que ahora está aquí» (213), en otros pasajes tanto con la forma simple como en Corte de Justicia277. Indudablemente el lenguaje forense francés y angloamericano tuvo gran eco en la América española, algo bien sabido y que evidencia un artículo publicado en la Aurora de Chile con el título De los juicios por jurados, «según lo describe M. de Lolme, exponiendo la jurisprudencia criminal de Inglaterra», en el cual abundan términos ingleses, algunos mixtos de francés: sheriff, grand jury, petit jury, juries, pannel, «toda la lista de quarenta personas que presenta el sheriff, y se llama pannel», verdict, to the array, «la primera se llama recusación, to the array», «culpable, guilty», alguno ya adecuado a la morfofonética hispánica, caso del americanismo barra, adaptado del inglés bar: «el día en que la acusación ha de juzgarse definitivamente el acusado comparece a la barra del tribunal»278, que también se halla en artículo traducido del Morning Chronicle que aparece en el Correo: «El 5 el general Riego ha querido parecer en la barra y leer una representación a las Cortes» (360). Este periódico registra también bill, club («club de liberales») y clubista (284, 402), comodor (208), galón, «se vende un alambique completo de 160 galones» (520), committee (184), lugre ‘embarcación’ (364), monopoli (inglés monopoly), «no pierde ninguna de las ventajas mercantiles (el monopoli) que ha gozado hasta ahora en aquellas provincias» (492), con la cursiva y el paréntesis que el redactor puso, queche ‘embarcación’ (484), retaliación ‘represalia’, y retaliar: «fueron fusilados por los independientes como una retaliación de la muerte de Mina» (39), «habría sido necesario retribuir y retaliar ojo por ojo y diente por diente» (234), «han rehusado noblemente retaliar con sangre esas terribles escenas» (276). La presumible presencia del anglicismo barraca ‘cuartel’ en el Buenos Aires de 1882 (v. n. 271) es segura en el plano de Pensacola de 1781, hecho tras la toma de esta plaza a los británicos por Bernardo de Gálvez, asedio en el que por cierto participó Francisco de Miranda con el grado de capitán, en cuyas fortificaciones figuran unas «barracas 277 Correo, 8, 14, 219, 239, 423. Hildebrandt tiene corte por galicismo, pero el ejemplo norteamericano sin duda contó en la adopción de este préstamo, y quizá con más fuerza que el francés. 278 Tercer número de la Aurora de Chile citado en la n. 117.
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empesadas» y un «reducto abandonado de 12 cañones, con vna barraca a prueba de bomba»279. El comercio con los Estados Unidos y con las Antillas extranjeras explica el registro de tobaco en la lista de salidas del puerto de Angostura: «Bergantín americano, Yrene, capitán Estevan, para Filadelfia, con cueros, cacao, añil, algodón y tobaco» (Correo, 496), así como la frecuencia del anglicismo ron, alguna vez con grafía rom, en este periódico venezolano280. Y si Bolívar emplea el préstamo bote ‘buque’ (y bote de vapor), así como la palabra inglesa steamboat (Lengua, 161, 162), en el corpus periodístico he podido seguir la secuencia de su adaptación léxicosemántica al español, primero con el emparejamiento sinonímico de bote (inglés boat) y buque, pasando al híbrido bote de vapor y finalmente a buque de vapor, con una aparición del inglés steamboat, asimismo en el Libertador, y un repetido buque de vapor de Fulton con mención del inventor de «este artefacto»281.
DE INDOAMERICANISMOS Cuando en su gran diccionario se refirió Terreros al «castellano que llaman provincial», claramente le constaba la diversidad diatópica reinante en el léxico del español de América a finales del siglo XVIII: No es menester pasar a las Indias, en las cuales, omitidos sus innumerables idiomas nativos, en que casi se diferencian por lugares o por mui pequeños distritos, dan casi en cada Reino y Provincia diverso nombre a un mismo objeto282.
No precisa más el sabio jesuita, pero en su obra recoge muchísimas más voces procedentes de lenguas indígenas que americanismos léxicos, es decir, aquellas palabras llevadas al Nuevo Mundo por emigrados españoles, pero no sólo por ellos, y que con distintos motivos acabaron siendo peculiares de los dominios hispanoa279 AGI,
MP, Florida y Luisiana, 247. 36, 380, 388, 392, 400, 404, 416, 424, 430, 466; «la subasta del aguardiente rom o de caña» (204). Tobaco es de presencia testimonial frente a tabaco. 281 Correo, 68, 239, 442. 282 Prólogo, IV. 280 Co rreo,
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mericanos en toda su extensión, o en algunas de sus partes. Por otro lado, la diferenciación dialectal del léxico americano es más numerosa, y sobre todo lo ha sido en siglos pasados, en el vocabulario de origen indígena que en los llamados americanismos, aunque esto ni es ni ha sido parejo en todos los territorios ni en todos los medios sociales, y aún menos se verifica por igual la impronta del indoamericanismo léxico en los textos que sirven a la retrospección histórica. Veamos como primer ejemplo la información que sobre el particular ofrecen las páginas del Correo del Orinoco. Se atestiguan en ellas unos pocos quechuismos: coca (105), cóndor (201), chasqui (326), mita en referencia histórica (65), pampa (472) y quina (511); escasos nahuatlismos también: cacagual ‘cacahual, campo plantado de cacaos’ (47), nopal (434), zapote (324), préstamos de las dos grandes lenguas precolombinas que se hicieron generales o de gran implantación geográfica en el continente americano. Se encuentra un inventario algo más crecido de tainismos de difusión general o de amplia implantación en América, extendidos como fueron por los colonizadores desde las Antillas por tierras continentales: bejuco (338), cabuya (237), huracán (75, 408, 484), también escrito uracán (264), maíz (100), sabana (325), con el sufijado hispánico sabanear (318, 357), yuca (100), y otros indigenismos taínos cuya extensión se halla limitada a las Antillas, Colombia y Venezuela, alguno también a la América Central: caney (30), casabe (359), conuco (103, 120), jeniquén ‘henequén’ (351). La geografía lingüística de estos usos léxicos marca trazos de identidad regional, más determinados aún y relevantes en el caso de los indoamericanismos caribes de Tierra Firme, entre los cuales se cuentan los generales loro (61, 136) y piragua (147), caníbal ‘feroz, sanguinario’ y caribe con igual sentido, aplicados por los independentistas a los realistas (42, 233). El particularismo regional se verifica en caraota (338), catire (466), chigüire ‘roedor de gran tamaño’, «ha tenido que alimentarse en el Caujaral y otras partes de burros y chigüires» (88), curiara ‘embarcación hecha de un tronco de árbol’, «los españoles... armaron tres esquifes y tres curiaras, que a las 7 de la mañana estaban ya al costado del bergantín» (329), gilayuco ‘taparrabos de los indígenas’ (247), guairo ‘embarcación de una vela triangular’ (384, 400, 416, 424), jojota ‘mujer joven’, «no hay ni una sola jojotilla de pecho parado que haya podido animar al señor mayor de 25 años» (100), morichal ‘terreno poblado
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de palmeras moriches’ (298, 300, 384, 388), tacís ‘especie de hacha de punta curva’ en «8 caxas (de) tasises» (40). El análisis de este voluminoso corpus periodístico verifica que el alto número de americanismos léxicos que arroja contrasta con la mayor parquedad del vocabulario indígena, en el que priman los términos de origen taíno y caribe, con apreciable presencia del regionalismo colombiano-venezolano. Esta realidad cuantitativa del indoamericanismo en el Correo es natural, habida cuenta de la condición social de los autores criollos de sus textos, que temáticamente también son diversos. El texto boliviano Tortura, ambientado en la Cochabamba de 1791, sólo testimonia tabaco, desde mucho antes general en el español de los dos continentes, y el mexicanismo originario petaca, «las ocho petacas de tabaco, que ocupaban dos mil masos» (19r), por entonces sólo común en el americano283, a pesar de que depone un criollo con lengua de rasgos populares, en una ciudad de dominio mestizo y fuerte presencia indígena, pues uno de los personajes citados se llamaba Enrique Torres y Guañacota. Pero la temática del relato procesal no era compatible con el indoamericanismo léxico, y no por rechazo alguno de principio, como tampoco era contraria a los términos autóctonos la chilena Peña y Lillo, que sin embargo apenas recurre al mapuchismo chavalongo, «sé que ya, grasias al Señor, queda su reverensia libre de todo peligro del chavalongo» y a tucuy en diminutivo hispánico, «remítole... dos servilletas y el tucuisito que me envió, con el reboso» (Cartas, 51, 64)284. En cambio, el español Hipólito Ruiz, por el espíritu observador del científico y el trabajo descriptivo que llevaba entre manos, no sólo recoge con definición el citado mapuchismo, «me 283 De petaca dice Terreros: ‘en América, una especie de cofre cuadrado hecho de cierta palma...’. Frente a esta penuria del indoamericanismo en el texto altoperuano, están sus americanismos léxicos botar, desboronado, fierro, pensionar, platina, resorte y versación. 284 Mientras que en su epistolario abundan americanismos léxicos como ardiloso, borbosada, cargosidad, catar, dolama, fresada, pensionoso, pitar, pollera, polvillo, taimarse, y otros que pueden seguirse por el índice de la editora de sor Dolores (Kordic Riquelme, 2008). Tocuyo o tucuyo (y tucuy) es indigenismo de origen incierto, aunque se suele identificar con la población venezolana de este nombre, de antiguo famosa por su actividad textil, y el nombre común en Sudamérica desde luego es de difusión mucho más amplia que la de chavalongo.
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acometió a los pocos días de estar en Santiago una especie de tabardillo, que llaman allí chavalongo» (Relación, 233), sino que con toda naturalidad recoge cualquier objeto de su investigación de campo con su nombre, fuera indoamericanismo o americanismo léxico, a veces con su equivalencia en el español general, «membrillos que llaman lúcumas, y son de delicado sabor y olor» (208), atestiguando en este caso el uso de tal quechuismo en Chile, así como el de turucasa con el sinónimo taíno guayacán, «Porlieria hygrometra (V = vulgar) turucasa y guayacán en el Reyno de Chile» (276), y de Muña, pueblo «en diez grados de altura casi en frente de Huánuco por la parte oriental de esta ciudad, a 24 leguas de camino de ella y sobre una meseta», dice que «el terreno... es fértil y a propósito para todo género de semillas y frutos, pero se contentan sus naturales con el maíz, frijoles, papas, camotes, cayotas, zapayos (sic), arracachas, achyras y algunas verduras mal cultivadas» (284)285. Este pequeño listado no sólo confirma la importancia que naturalmente el quechuismo tiene en el español peruano, sino asimismo la extensión a esta región de nahuatlismos antes de la Independencia, algo que la documentación también asegura para Chile y el Río de la Plata (lámina X)286. En el diario que acabó en 1781 sobre la exploración llevada a efecto el año anterior «de los ríos de Jujui, Tarija y Grande», fray Francisco Murillo tampoco se priva de dar cabida a bastantes indigenismos, todos los que su relato requería, entre ellos, como en Tortura, el nahuatlismo petaca, alguna voz guaraní, pacara, y no pocos quechuismos, naturales en el territorio rioplatense al que se refieren, entre ellos charque, chasque, choclo, gualca, lechiguana, quinaquina y zapallo287. Al autor de esta relación todas esas voces le resultan familiares, pues sin ninguna explicación las usa, y cuando no es así, en su redacción se advierte en su primer empleo, «me regaló dicho ladino un poco de fruta que llaman chañar» (8r), no así 285 Morínigo localiza lúcuma en Chile y Perú, pero turucasa sólo en este país; Hipólito Ruiz define lúcuma como ‘membrillo’, no ‘fruto comestible parecido a una ciruela’. 286 Trujillo, IV, 124. Dicho corpus, además de esta voz náhuatl, testimonia achiote en adaptación peruana (achote), así como capulí, copal y zapote (III, 54; IV, 4, 29, 124). Hipólito Ruiz igualmente acarrea a su obra numerosos términos mapuches, sobre todo nombres de la flora. 287 Citado en n. 55.
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en la segunda aparición del quechuismo: «las márgenes del río en este día y los quatro antecedentes, todo campos y algunas sejas de montes de algarrobos y chañares» (9r). El cultísimo catedrático Miguel de Lastarria, cuando emite opiniones de carácter oficial o doctrinales, ni un indoamericanismo emplea, porque lógicamente no casa en tal tipo de texto, pero en las descripciones de los dominios rioplatenses tiene observaciones como ésta: Usan frecuentemente de sus singulares armas, el lazo y el loque o live que llaman en Chile, y en el Río de la Plata las bolas, que son tres piedras redondas ferruginosas, mui pesadas, como de quatro dedos de diámetro la una, gradualmente menores las otras dos, forradas en cuero y atadas a un centro común con fuerte cuerda de nervio o cuero, largas de una y media vara (Colonias II, 118v, 119r),
y no sólo informa sobre el capiguará y el quiyá, sino que de la piel de esta nutria «hacían los antiguos guaranís sus quiyapás o vestidos» (II, 31r), además de referirse a las variedades de la chicha de las zonas que conocía: «no obstante que no ignoren el modo de hacer fermentar v. g. la chicha de manzana de los araucanos, de maíz de los peruleros y de otras semillas o jugos que generalmente embriagan a los bárbaros» (I, 64r). Semejantemente, el manuscrito del Consulado bonaerense de 1796-1797 tiene sus pasajes de tipo burocrático exentos de vocablos amerindios, que sin embargo aparecen cuando se relacionan los productos comercializados en las distintas plazas, como son las bateas, el camote, el maíz, los ponchos y el charque, o los que se crían en determinadas regiones; así en el Paraguay, aparte de los denominados con los americanismos habillas y y e rba de palo, los de nombre guaraní car ag u atá, güembé y mandioc a, los quechuas p oroto y z apallo (z apayo) y el tainismo general batata (v. lámina I), como en la relación de los «Efectos y frutos de América que se introducen en esta Capital», Buenos Aires, de la Provincia del Paraguay se mencionan las «palmas, cañas, tacuarás, mazas, exes y demás necesario para carretas». En ocasiones el redactor se siente obligado a definir el indigenismo, «tucuyo o lienzo de algodón», especialmente si lo considera particularismo regional, como se ve en esta estampa con los guaranís car aguatá y güembé, en páginas anteriores «huembé, especie de yerba que
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suple en los barcos al cáñamo», igual que en la relación de los «efectos de la tierra» de consumo en Potosí se cuentan «10.500 cestos de coca que llaman gat er a» procedentes de La Paz288. No es cuestión, pues, de preferencias personales ni de condicionamientos ideológicos, sino de la pura y simple necesidad comunicativa, que unas veces se impone y otras resulta imposible. En el mismo corpus Nueva España editado por Concepción Company hay textos de finales del siglo XVIII y principios del XIX sin un solo indigenismo léxico y otros en los que esta clase de palabras abunda, según las personas y situaciones sociales implicadas, en definitiva de acuerdo con el contenido del documento. Hay corpus mexicanos del último siglo colonial y de los años de la Independencia con raras voces vernáculas, o con ninguna, y otros que por su propia condición temática las exigen, como aquel de 1743 que en una sola plana trae chirimoya, maiz, ocotal, petate, tianguis y zacatonal, y en otra (a)guacate, bateas, caciques, capulí, chagüistle, chile, ixote, jitomate, magüeyes, maíz, matlazahuatl, ocote, petate, pulque, tianguis, tomate, tuna (México, 179, 184). Todos los textos en esta investigación manejados se rigen por estos principios, que de alguna manera reflejan lo que debía de ser el comportamiento estrictamente lingüístico de los hablantes en la época respecto de los indoamericanismos léxicos289. La con288 Corpus citado en n. 17. Cuando se anotan los productos de la zona de La Paz, cuya «agricultura consiste en el plantío de cocales, viñas y algunos cañaverales en los valles», se añade que «en las punas se siembra trigo, maíz, cebada y otros granos: papas, ocas, quinua, cañagua», con tres quechuismos (cañahua, oca y quinua) que no se encuentran en las relaciones propiamente argentinas. 289 Claro es que la lengua escrita refleja la realidad de la hablada, pero no de una manera como fotográfica: para ello se necesitaría un análisis textual sociocultural y geográfico enormemente variado, y aun así la identificación nunca sería plena. Está claro, por ejemplo, que un bilingüe tendría una disponibilidad de indigenismos mayor que el monolingüe, pero sería cuestión de ver si en un mismo nivel social aquél los usaba más que éste para hablar o escribir en español. Pero el precavido manejo de la documentación indudablemente permite un acercamiento válido a pasadas situaciones lingüísticas, manifestadas en los textos según sus circunstancias temáticas y de autoría. Los impresos en principio son menos receptivos a esta clase léxica, así el C orreo del Orinoco o la A urora de Chile, pero los artículos del Merc urio Peruano estudiados contienen numerosas voces vernáculas, por afinidad con los contenidos de los volúmenes manuscritos del corpus Truj il l o , llenos de términos indoamericanos, principalmente quechuas.
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sideración genérica del indio entre los independentistas tiene varios aspectos, uno de los cuales es de índole dialéctica en los escritos de proselitismo ideológico y de controversia con los americanos de actitudes templadas o vacilantes ante la postura española. Así en el Artículo comunicado firmado por Un Guayanés (seudónimo), que publica el Correo del Orinoco: «además no queremos dar materia a la risa de los españoles, ni que por nuestra culpa repitan el dicho común de que somos indios, lisongeándose de podernos engañar todavía como a tales» (374), y recuérdese que tanto en México como en Chile la palabra indiano se tiñe de un sentido étnico, o de radicación en la patria americana, que anteriormente no había tenido290. Y Simón Bolívar en su discurso al Congreso General de Venezuela en el acto de su instalación compara la situación de la América que se estaba independizando con la caída del Imperio romano, se fija en los problemas de gobernabilidad que los americanos («el pueblo americano») encuentran, hasta entonces «ausentes del universo en quanto era relativo a la ciencia del Gobierno», y en el logro de su identidad nacional, mediando la compleja relación del criollo, casta a la que pertenecía, con el indio: Nosotros ni aun conservamos los vestigios de lo que (América) fue en otro tiempo: no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado (Correo, 77).
El Libertador usa una serie de indoamericanismos no muy distinta a la que el Correo del Orinoco documenta, unos por entonces generales: cacique, canoa, chicha, huracán, maíz (antillanismos), cacao, hule, petaca (mexicanismos), papa, quina (peruanismos), sobre 290 V. notas 263 y 264. El pasaje citado está impreso con cursiva en somos indios, y el referido artículo responde a la controversia que en el lado independiente causó el armisticio de seis meses «entre los Gobiernos de Colombia y España», según reza la Proclama a los soldados del Ejército Libertador dada por Bolívar en Barinas el 7 de diciembre de 1820 (Correo, 369).
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todo voces de especial uso en su patria y zonas aledañas: bujío, caney, caribe, cocuiza, conuco, cotiza, curiara, guairo, piragua, tocuyo, ésta de gran extensión sudamericana291. Sobre el Perú tenía Bolívar sentimientos contradictorios, pero la ensoñación del Imperio de los incas «le da en proyección ideal la imagen de una América fuerte y grande, idéntica sólo a sí misma y dueña absoluta de su destino histórico», y mientras duró su estancia en tierras peruanas asimiló unos cuantos quechuismos «fugaces en el lenguaje del Libertador», pero por un criterio selectivo parece evitar cancha ‘maíz tostado’ y evita ayllo, hablando sistemáticamente de tierras de comunidad, según Hildebrandt (Lengua, 191-232). Todo esto sin contar con el hecho de que algún representante de la clase criolla que escribe en el Correo del Orinoco reconozca el desconocimiento de una parte de la terminología indígena, cuando al referirse a la gran riqueza que encerraban «las selbas de Chocó» alude a los «bálsamos, aromas, recinas, gomas, tintes preciosas que la industria usaría de ellos con luxo y profución, medicamentos cuyos nombres ignoramos, pero que sus habitantes los usan con ignorancia de sus virtudes» (511).
291 Lengua, 177-188,
233, 247, 257, 260, 262, 273, 274, 286.
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CAPÍTULO VII
Gramática
EL ARTÍCULO La combinación del artículo determinado con nombres femeninos iniciados por á- tónica mediante el, ya recomendada por Juan de Valdés, en sor Dolores Peña y Lillo tiene varias presencias, el alma292, pero con más frecuentes transgresiones del tipo tradicional la alma y la habla293. En el Correo del Orinoco predomina el artículo de forma masculina, aunque ofrece bastantes registros de la antigua construcción, incluso en escritos muy formales, señal de que aún no estaba muy connotada de vulgarismo: la acta (197, 522), la ala derecha (35, 188), la agua (46), la arca santa en pronunciamiento oficial de Bolívar (76), la alma noble (367), la hambre (479), la águila mexicana (523); por el contrario, el alarma (185) y el Austria (336). Varios son los ejemplos de la agua y la alma en corpus eclesiástico venezolano294; asimismo encuentro la agua en el peruano Trujillo295 y en texto popular mexicano de 1842 (Retablos, 19). En cuanto al indeterminado, se hallan casos de una ante á- en sor Dolores: una alma, una arma (Cartas, 1, 29), y «una alma enamorada» en la Aurora de Chile296. Arcaizante resulta el juego distributivo del artículo con los indefinidos uno y otro en «la generosidad y humanidad del uno con la barbarie y crueldad del otro» (Correo, 180), «levantaban con la una 292 Así
en Cartas, 29, 56, 60, 65. Cartas, 29, 34, 35, 37, 58, 65, referencias sólo indicativas, como las de la nota anterior. 294 Sínodos, 136, 137, 251, 278. 295 Apéndice III, núm. 264 del Mercurio Peruano. 296 Del 18.7.1812, citado en n. 117. 293
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mano un cortinage tricolor de rico damasco y con la otra sostenían las Armas de las Repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada» (199), «estando encadenada la felicidad o la desgracia del un país a la felicidad o desgracia del otro» (241). Sin duda más anticuada todavía era la ausencia del artículo con nombres de ríos, verificada en «todos corren hacia el centro del país y reunidos tributan sus aguas a Maule» (Chile, 122, 238), uso que aún era literario hasta avanzado el siglo XVII, y notable arcaísmo en el Correo del Orinoco supone su falta en el sintagma prepositivo de los pasajes «hoy 26, día de Señora Santa Ana» (62), «ahí remito a Ribero para que V. con señora Teodora y Petronila... se venga conmigo» (354), idéntica a las que documento en exvotos populares de México, de hacia 1780 en «cojió por patrono a Señor San Miguel Ar c á n g e l», de 1861 en «ymbocó... a Señor San Francisco», de 1862 en «habien[do] aclamado él a Señor San Antonio»297. Pero no se trataba sólo de un uso tradicional de carácter popular, pues desde luego a ese nivel no pertenecen los registros del Correo venezolano, ni las documentaciones también mexicanas «tres estampas de papel de señor San José», en inventario notarial de 1796, «al otro día, que era lunes, se casó, porque la confesión era para casarse, y martes volvió a concluir la confesión», en texto judicial de 1802, «certifico... haver reconosido a señora doña María Antonia Reina de varias contuciones», en informe médico de 1816 (Nueva España, 621, 671, 730), tampoco la leyenda cartográfica «la iglesia de señor San Joseph» referida a la Valladolid novohispana, de 1794 (Plan o s, 261)298. Son estas, efectivamente, algunas de las situaciones en las que el artículo más se resistió a aparecer en el castellano antiguo, igual que en anteposición al relativo, y en el periódico bolivariano son 297 Retablos,
12, 34, 35. trata de casos, el de los nombres de ríos por su misma individualidad y el del sintagma prepositivo por el sentido de su determinación gramatical, en los que el artículo, también elemento determinante, más tardó en aparecer y extender su uso, igual que en la datación ocurrió con los nombres de los días, que sólo desde el siglo XV fueron marcándose con el. Las construcciones sintagmáticas aquí citadas tienen el suplemento individualizador del nombre propio, sobre todo de santos, lo cual seguramente les habían dado carácter de secuencias fijas. De hecho, en el texto que acompaña al plano de la novohispana Valladolid hay numerosos sintagma prepositivos, todos con el artículo el como determinante del núcleo nominal, excepción hecha del que arriba se ha señalado. 298 Se
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numerosísimos los casos en los cuales no se pone este determinante, entre ellos los siguientes: «no hallaban buques en que atravesar el río» (218), «un país a que debieron su origen» (260), «la prosperidad de un país a que debieron su origen nuestros antepasados» (280), «la nación de que él es el gefe» (283), «yo tendré la gloria de anunciar al gobierno de Chile de que dependo que sus heroicos esfuerzos...» (429), «los únicos hechos sobre que podemos reposar» (435), «una patria de que fueron arrancados con tiranía» (464). Similares muestras se hallan en otros corpus, verbigracia: «a nadie se prosiga confesando, advertida ignorancia de la doctrina christiana, sobre que se pondrá mucho cuidado» (Sínodos, 140), «algunos se ejercitan en servir a los dueños de las estancias de que abajo se hará mención», «1.000 (fanegas) de maíz, a que se agregan 4.000 arrobas de vino» (Chile, 43, 124), por entonces también en sor Dolores con numerosos registros, entre ellos: «el altísimo fin para que nos crió» (Cartas, 35), «los apetitos a que se inclina esta maldita naturalesa» (49), «y lo gastase en todo lo que se me ofreciese, a que no pude resistir» (61). Y en pasajes de autores mexicanos de la segunda mitad del siglo XIX se recogen citas como éstas: «la sociedad a que pertenecemos», «el mismo (pueblo) de que formamos parte», «el Estado en que tengo la mayor parte de mis propiedades», «fundaciones piadosas y benéficas... de que especialmente la ciudad de Méjico presenta tan grandiosas muestras»299. Ciertamente, todavía hoy no está regularizado el empleo del artículo con el relativo que, si bien en el español americano se halla mucho menos extendido que en el de España. Se encuentra en la chilena Peña y Lillo algún caso de a + el sin amalgama, «a el alma» (Cartas, 65), y son muchas las muestras del mismo tipo de la secuencia de + el: «que esto sea de el agrado de Dios», «los abismos de el infierno», «los ojos de el alma», «astusia de el Enemigo», «arte de el Enemigo», pero «por los ojos del cuerpo» (29), siendo el uso no aglutinado dominante en bastantes cartas de sor Dolores. Ejemplos de la secuencia de la preposición a y del artículo sin aglutinar se hallan en el Correo de Angostura: «sirviendo a el Altar» (186), «oiga libremente a el pueblo, pero del modo que con más dignidad juzgue posible», «a el hablar en el asunto...» 299 Textos
citados por Krauze (2005: 205, 220, 221, 283).
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(246, 315); también en corpus eclesiástico venezolano: «a el alma», «de el alma»300. En la Península, a pesar de la «afectación» que la Academia atribuía a los usos no contractos de preposición y artículo, aún podía darse un caso de la construcción no amalgamada («a el qual no podáis...») en privilegio firmado por Carlos IV el año 1796, pero el modismo estaba en franca decadencia, posiblemente más que en América301. De sabor quizá más arcaizante que los citados casos de ausencia del artículo es la pervivencia del que llamamos determinado en función pronominal, como antecedente del relativo que regido por preposición, construcción desde hacía tiempo en pleno declive, de la que naturalmente hay no pocos testimonios indianos anteriores302. Y es curioso que los ejemplos más tardíos salgan de dos corpus venezolanos, con dataciones de alrededor de 1820, todos con el elemento prepositivo en como marca del relativo: «privando al enemigo... sus caballos de madrina, y hasta los en que van montados» (Correo, 52), «se hallará de un solo paso transportado del siglo en que él vive al en que vive Europa» (73), «por el en que se presentan las miserables descarnadas familias» (100); y «aunque no sean de los en que se prohibe trabajar» (Sínodos, 117).
EL NOMBRE Género En corpus peruano de finales del XVIII aparecen la clima y con gran reiteración la azúcar303, la dicha azúcar (Chile, 143), la azúcar 300 Estos
dos casos reiterados en Sínodos, 111, 125, 141. que está por ver si el uso en cuestión sólo era de la lengua escrita, algo probable a esas alturas de la historia, o también de la hablada, pero desde luego he observado diferencias a su respecto, pues mientras en el texto real hay un único registro, el notario gaditano que en el siguiente año hace un breve informe sobre dicho escrito, pone cinco veces del y siete de el (2002: 81, 82). 302 Precedentemente he anotado varias referencias cronísticas (2008b: 62), pero para el siglo XVI y primera mitad del XVII las atestiguaciones fácilmente podrían aumentarse, así en la Monja Alférez «ajusté lo a que iba» (Erauso, 143). 303 Trujillo, Apéndice III, núm. 247 del Mercurio Peruano («las climas más fértiles»), 254, 288 y pássim. 301 Claro
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en Lastarria (Colonias II, 9v), en el Correo de Angostura azúcar prieta (521), además de la variación que el texto periodístico ofrece de un espía (353, 481) y la espía, una espía (346, 410), con el femenino tintes preciosas (511). Usados como sustantivos los participios invariables dec l arante y querellante han derivado con el morfema -a en formas femeninas: «porque ni la declaranta fue a sacar el preso...», «lo que passó fue que haviendo ido el alcalde... por el hermano de la declaranta...», «que la declaranta no fue, como dice en el escrito, a sacar el preso», 1768 (Nueva España, 580), mariscala (P u e nte de la Mariscala) en el P l ano ge neral de la ciudad de México levantado el año 1793 (Cartografía III, 57); «como la q u erel l a nta se hallase presente sin lección alguna...», «mandó... entrase la q u erellanta al patio» (Tortur a, 9v). El adjetivo col egi ala (legión colegiala) está en escrito de Bolívar (Lengua, 329).
El número plural El plural con -es, posible en vocablos terminados en -s, se verifica con el extranjerismo brindis, documentado como singular en corpus chileno del XVII, «paguéle el brindis con otro que me había hecho el casique al apearme», también en el plural bríndises (bríndices): «a esto se allegaban otros continuos bríndices de otros particulares casiques» (Cautiverio, 525, 527); en el Correo del Orino co serán los plurales tasises («8 caxas (de) tasises») del indigenismo tacís ‘hacha de punta curva’ (40), y Moyseses de Moisés (411). Misieses («Calle de Misieses») aparece en planta urbana de La Puebla, de 1794 (Planos, 243), y la tendencia americana a hacer plurales analógicos en -ses (cafeses, manises, papases) seguramente se fundamenta en derivaciones morfológicas como éstas, partiendo también de plurales del tipo sofaes (Correo, 198), si no está apuntada ya por el rodapieses (en Autoridades y Terreros el singular es rodapié) que tal vez oyó en Chile un viajero español: «están construídas (las casas de Santiago) de cal y adobes y canto, techadas de tejas y pintados los rodapieses, zaguanes y patios» (Relación, 237). El plural de perfúmenes de perfume se atestigua en disposición oficial emanada del Congreso General de Colombia, villa del Rosario de Cúcuta, 25 de septiembre de 1821, texto de expresión sumamen-
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te cuidada, «pagarán un veintidós y medio por ciento... los encages de hilo o seda, pañuelos de punto, flores artificiales, plumas de adorno, espejos, perfúmenes, esencias y aguas de olor» (Correo, 509). En él seguramente fue determinante la analogía (con especímenes, regíme nes, etc.), como en un infórmenes localizado en la localidad murciana de Mazarrón, y tengo constancia de la coincidencia con el americanismo perfúmenes en algunas hablas onubenses (2004b).
EL ADJETIVO Gradación En el Correo mediante la prefijación archi- se verifica la intensificación significativa de archigodos (79); con super- en «aunque con superabundante caudal de agua» (Chile, 191), y en superfino, «cosas de oro superfinas» del año 1800 (Nueva España, 669). Es corriente la formación del superlativo con el empleo de bien: «a bien caro precio» (Correo, 128), bien interesante (167), «estaba bien afligido» (240), bien numerosa (250), bien persuadido (502); en otra fuente venezolana: «son bien pacíficos», «son bien fáciles de incendiar», «pueblos bien infelices» (Solano, 1991: 236); en Peña y Lillo: «yo quedo bien apurada de mis continuos quebrantos» (Cartas, 53). También con demasiado ‘mucho, muy’: «era imposible expresarse en lenguage demasiado duro» (Correo, 336), «esta noticia será demasiado grata», «son demasiado conocidos» (359, 360), «es demasiado notorio que no aspiro sino a la tranquilidad» (512). Con bast a nte ‘mucho, muy’ en textos venezolanos y colombianos: «perdiendo nosotros en él al ayudante del señor coronel Mires, que murió gloriosamente después de haberse portado con un valor extraordinario, cuya pérdida es bast a nte sensible a la República» (Correo, 285), «por haber degradado y castigado muy rigurosamente a un coronel que era bastante q uer ido de los soldados» (359), «¿y es posible que haya hombre tan rudo que haya creído al general Bolívar bastante estúpido para marchitar tantas coronas de laurel...?» (378). En la comparación se emplea más bien ‘mejor’ en texto de Omoa (Honduras) de 1758: «que este sitio esté más bien ventilado de los vientos» (Plan o s, 180), y más malo ‘peor’ en «y pasando el día lunes y
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martes, supo que estava más malo por lo que passó allá», 1733 (Nu eva E s p a ñ a, 494). La formación más peor (Kany, 1969: 71) se encuentra en el Catec ismo político chileno de 1810: «por iguales o semejantes medios y algo más peores que los que ha usado Napoleón»304.
Orden de colocación del posesivo Es característica del español americano la anteposición del posesivo al sustantivo en vocativo; así en la carta De un americano a un ami go suyo que se publicó en Cádiz y reproduce el Correo se verifica la anteposición del posesivo al nombre en vocativo: «esta es una ojeada rápida, m i amigo, sobre las grandes verdades...», «quiera un día, m i amigo, concedernos a V. y a mí el consuelo de ir a depositar nuestras cenizas al lado de nuestros padres» (324), y en proclama del general San Martín, que este periódico imprime, se lee: «el tiempo de los errores e ilusiones ha concluido, mis amigos» (386). En el mismo periódico: «es un espectáculo bello y magnífico, mi amigo», «no hay que cansarse, mi amigo» (314), «pero, mi amigo, éste no es seguramente el misionero» (319), «¿qué americano, mi a m igo, qué español sensible...?» (320), «mi Navarro, véngase esta noche a hablar conmigo», «que usted, mi amigo, puede leer» (354), «creedme, mis amigos, que nunca puede presentarce un día más triste a mi corazón» (517). Están también los siguientes registros bolivianos de finales del siglo XVIII: «me ha hecho escarmentar mucho, mi amigo», «así, mis señores, así, mis amos», «¿no me conoce, mi amigo?», «¡oh, mi amigo don Lorenzo...!» (Potosí, 132, 197, 220, 229). Y este orden del posesivo asimismo es usual para la monja chilena: «Mi padre Manuel, yo me he hallado muy afligida en estos días» (Cartas, 5), «y a Dios, mi padre, que le guarde muchos años en su amor» (8), «mi Padre, yo no sé qué pensar en esto» (44), «catá’ quí, mi padre Manuel, a lo que sabe la crus» (45), pero «catá’ quí, padre mío, cómo lo he pasado este año» (48), «ve aquí, mi p adre, en estos acaesimientos como el presente, primero creyera que no había Dios» (61). También se da la posposición del posesivo al núcleo nominal del sintagma, por ejemplo: «para ofrecer al pueblo y gobierno de 304 Manuscrito
citado en la n. 262.
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esta República la más completa consideración por parte nuestra» (Correo, 355), «ha tomado la ley en favor suyo» en la Aurora de Chi le305, uso morfosintáctico presente en la crónica de fray Diego de Ocaña, de hacia 1607: «por estos arenales se encontraron con el campo del rey, que iba en busca suya» (América, 247). El periódico bolivariano igualmente registra la colocación del posesivo tras el adverbio, en la secuencia alrededor suyo: «fingió que necesitaba de reposo y sucesivamente llama su esposa e hijos alrededor suyo» (Correo, 381), y con mayor profusión en el epistolario chileno de sor Dolores: «que no las halle en contra mía» y «se convoca todo el infierno en mi contra» (Cartas, 20), «que veo en mi interior descargar una arma de filos con mucho furor en contra mía» (29), «pues no sólo parese que se ponen en contra mía las criaturas» (34), «echaron todas en contra mía» (38), «todas las criaturas están en contra mía» (41). Esta construcción, que Moreno de Alba da como particularmente usual en Argentina (2001: 248) y que para Quesada Pacheco es asimismo común en las Antillas, América Central y costas del Caribe (2000: 82), se ha señalado en varias hablas regionales españolas, en algunas con registros rústicos que parecen asegurarle un arraigo tradicional; pero su tendencia a la generalización diatópica y sociocultural es reciente a este lado del Atlántico, salvo en Andalucía y en Canarias.
Posesivo con artículos y demostrativos El empleo de un determinante demostrativo antepuesto al posesivo que precede al sustantivo es raro en el español europeo actual y generalmente limitado al nivel culto, mientras que su frecuencia es más intensa en América, en algunas zonas incluso propio del habla popular (Quesada Pacheco, 2000: 82). Y en el Correo del Orinoco están los testimonios de «esta mi decidida resolución» (7), «este su puesto» (516); «ese tu cielo», mexicano de 1790-1800 (Nueva España, 613), «esa tu cara», boliviano de 1799 (Potosí, 190). Similar es el caso de la determinación del posesivo reforzada por el indefinido un, con documentación mexicana de 1731 en «un su cuñado» y de 1745 en «se salió la referida a vivir con una su 305 Número
de 1.4.1813 (citado en n. 117).
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parienta» (Nueva España, 471, 539), y con el artículo determinado, interpuesto el participio referencial dicho u otro elemento nominal, en el mismo corpus: «la dicha mi espoça» 1696, «al señor mi capitán» 1787 (462, 607), uso, como el anterior, bastante extendido en América (Kany, 1969: 64). Más acusado es el carácter arcaizante que a finales del período colonial tenían las formas demostrativas reforzadas y compuestas aquesta, aquesos (Correo, 62, 219), de documentación mucho más numerosa en el corpus boliviano de entre finales del XVIII y comienzos del XIX aquí manejado (Potosí, 181, 385, 389), también en anteposición al posesivo en «aqueste tu atrevimiento» (252), sin que falte en su composición de 1799 un ejemplo del sintagma Art + Pos + N: la tu boca (167).
EXPRESIÓN ANALÍTICA DE LA POSESIÓN La complementación del posesivo mediante un sintagma preposicional se halla en los más antiguos textos literarios (recuérdese el cidiano «dél entró su carta», uso que en el español de España es hoy raro y muy formal, dándose una pervivencia suya más intensa y sociolingüísticamente más compleja en el español americano, y en el Correo del Orinoco se encuentran ejemplos como «sus bravos de vmd.», «su proclama de Vigodet» (284), también «su ejercicio de éstos» (Chile, 159), en sor Dolores «sus rasones de la madre», «en su pecho de su reverensia» (Cartas, 2); y está el boliviano dieciochesco «su madre de éste» (Potosí, 90), con los casos semejantes de «su hijo de usted» y «su sobrino de él» de una carta dada en el Callao por Illingrot el año 1825 (Documentos, 15). En México «de su misma boca de dicho padre», 1692 (Nueva España, 426); en misiva escrita por Rufino J. Cuervo en 1904 documento un «su casa de usted» y un «su diccionario de usted» (Epistolario II, 105). El declive del posesivo etimológico de tercera persona está ampliamente atestiguado en el Correo del Orinoco, ocupando su lugar un complemento del nombre marcado por la preposición de c uyo núcleo es un pronombre personal, construcción que formalmente, pero de alguna manera también por el sentido, se fundamenta o apoya en la de tipo tradicional del mismo giro sintagmático arriba señalada («su sobrino de él»). Efectivamente, este corpus ofrece numerosos
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testimonios del sintagma de él con valor posesivo, entre los cuales se cuentan los siguientes: «no importa a qual de los dos partidos contendientes pertenesca la gloria o el oprobio de ellos» (4), «mención hecha en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos por el Honorable Enrique Clay, presidente de ella» (256), «por cabeza de él», «siendo jueces de él los señores generales de brigada...» (301), «el comandante de él, capitán Tomás Antonio Rengel, se ha puesto a mis órdenes» (318), «a sus hermanos, que tenga ésta por de ellos» (348), «si ha reclamado de los aseguradores el valor de él y su cargo» (409), «pero si V. S. o cualquiera otro gefe de la República dispusiese que las tropas de ella...» (427), «el mando de ella», «al medio de nosotros» en manifiesto de O’Higgins (125, 126); antes, el año 1695, en México: «porque la causa de él se aga» (Nueva España, 459). Ejemplos del sintagma de usted en sustitución de un posesivo: «parece haber humanizado la arrogancia castellana de usted» (52), «se me olvidaba satisfacer una curiosidad de usted» (79), «los nombres de usted y de los representantes del pueblo en esta ocasión solemne lo acompañarán con honor, y el discurso de usted en la apertura será de aquí en adelante citado...» (92), «debiendo yo llenar las esperanzas de usted» (143), «los reclamos entre la nación de us ted y la nuestra» (287), «una pronta determinación de parte del gobierno de usted» (340), «y el egército de usted pereciendo de hambre», «para que el nombre de usted y Boves sea conocido» (348), «ha visto con el mayor sentimiento la separación de usted de la justa causa» (354), «yo no sé dónde están las hazañas de usted» (441). La tendencia a esta expresión del posesivo es tan fuerte que incluso se verifica con un raro vos respetuoso: «los méritos y servicios de vos, ciudadano» (Documentos, 2), también de usted en dos cartas de Bolívar que este mismo corpus contiene: «la venerable madre de usted» (10), «me ha dado las expreciones de usted y las de toda su familia» (16).
EN LA PÉRDIDA DE VOSOTROS Y VUESTRO Esta faceta evolutiva del español americano sin duda se relaciona con la que acaba de contemplarse y probablemente con la que se refiere al tratamiento personal. En el Correo del Orinoco son muy
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frecuentes los registros de vosotros, tanto porque muchos de sus textos son de carácter formal, y aun oficial en bastantes casos, como porque pesaba mucho todavía la tradición literaria y el estilo oratorio; y correlativamente también, aunque en menor grado, los del posesivo vuestro. Véanse las citas: «no es a vosotros que hacemos la guerra» (4), «vosotros nos brindasteis con vuestra amistad, vuestras ofertas generosas os ganaron nuestra confianza..., vosotros inventasteis...», en las notas del redactor (7), «reunid vuestros esfuerzos a los de vuestros hermanos: Venezuela conmigo marcha a libertaros, como vosotros conmigo en los años pasados libertasteis a Venezuela» y «apartad vuestros ojos de los monumentos dolorosos que os recuerdan vuestras crueles pérdidas», en sendas proclamas de Bolívar (33, 53), «vosotros os halláis en peligro de perder vuestras dependencias» (65), «vosotros, representantes, habéis correspondido noblemente a mi confianza» (210), «a vosotros, que presentáis vuestra frente serena al fierro y a la muerte» (240), «no sólo a vosotros, sino a todos esos pueblos... que asechan el momento de aprovecharse de vuestro acierto» (408). Y el mismo uso se verifica en el chileno Bernardo O’Higgins: «yo os saludo, ilustres hijos del sol, y me felicito con vosotros...; ya están cumplidas nuestras promesas y vuestros deseos» (347). Bien es verdad que el sintagma pronominal posesivo de tercera persona anuncia la ruina de vosotros y vuestro, más todavía el hecho de que vosotros también aparezca con notable frecuencia en la misma construcción preposicional posesiva, verbigracia: «yo he recibido en nombre de vosotros los testimonios más honrosos», en arenga de Bolívar donde también se lee: «¿no sois vosotros los hijos de la Victoria?» (Correo, 369); y en breve proclama del coronel José Ucrós junto a varios usos de vuestro y de un continuo empleo del verbo en segunda persona del plural (conduzcáis, llenaréis, volváis, etc.), se verifican los posesivos pronominales de vosotros y de ellos: «a la cabeza de vosotros está el gefe», «de vosotros es, pues, la laudable empresa», «la vida de ellos interesa al honor de la nación» (424). Pero es bastante seguro que en el primer tercio del siglo XIX todavía no fuera exclusivamente literario el uso de vosotros (y de vuestro), no sólo por la gran abundancia de sus presencias textuales, sino porque uno de los colaboradores del Correo del Orinoco firma con el seudónimo Uno de vosotros (283). Con razón se ha dicho que
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la pérdida de vuestro llevó al debilitamiento en el uso de nuestro, asimismo atacado por un sintagma pronominal prepositivo en función de posesivo (de nosotros), sustitución de la que hallo un ejemplo en el mismo periódico de Angostura, precisamente en una de las notas del redactor, en las cuales más se aprecia la espontaneidad idiomática y el coloquialismo: «dixo vmd. en el de 16 de febrero que todas las fuerzas de nosotros, los rebeldes..., lo atacaron en Calabozo» (18). La crisis del orden de los posesivos antepuestos al nombre era muy acusada desde al menos varias décadas antes de la Independencia, y en su reajuste entraban en juego los pronombres de tercera persona, mediante la extensión del refuerzo preposicional al posesivo su, recurso que pertenecía al tradicional acervo gramatical, y con intervención de las mismas fórmulas del tratamiento personal. Los testimonios del profundo cambio lingüístico que estaba operándose son muchos, así el de la letra que en Cochabamba cantaban el año 1783 los indios sublevados: «Viva nuestro Rey Tupacmaru y muera Carlos III, los chapetones vístanse de acero para defender a vuestro Rey Carlos III»306. Anteriormente, una pintura cuzqueña del año 1754 presenta la siguiente leyenda, que en otra parte cito y estudio (1999: 244), en la cual vuesas mercedes concuerda con verbo en segunda persona y alterna con ustedes en sintagma prepositivo de valor posesivo: Contemplad vuesas mercedes a Satanás del Rivero resibiendo mojicón fiero para escarmiento de ustedes.
Con mayor cercanía al grito independentista está el ya aducido entremés potosino de 1799, con personajes de baja extracción social (un negro, una negra y un indio sacristán), junto a un doctor que interviene al final de la representación. El negro al sacristán primeramente lo trata de usted y su merced para luego mezclar el tuteo con el voseo, mientras que el sacristán sólo se dirige al negro con el tú y el vos en continua alternancia. El doctor trata al negro 306 AGI,
Charcas, 736. Informe de Urrutia y Las Casas del 1 de mayo de 1783.
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de t ú, pero al conjunto de los personajes inferiores en tercera persona de ustedes: «¿qué hacen ustedes aquí? ¿no me conocen que soy...?», «¿no saben que antes de ser monigote ya fui sacerdote?», «negro, vuélvele las llaves y hagan pronto amistad»; y en tercera persona plural emplean el subjuntivo de valor apelativo tanto el sacristán («miren no más») como el doctor («miren qué gran desvergüenza»). De modo que el triunfo de ustedes sobre vosotros parece asegurado en este texto boliviano, aunque, por rémora lingüística o por el peso de la tradición literaria, en una ocasión se interfieren la tercera y la segunda persona del plural, esto en palabras del doctor: «yo les mando a los dos que pronto hagáis amistades»307, estadio de neutralización pronominal que aún se vive en Andalucía occidental.
EL TRATAMIENTO PERSONAL EN EL MEDIO SOCIAL BOLIVARIANO En los textos que el C orreo del Orinoco reúne, principalmente referidos a los territorios que constituyeron la Gran Colombia, y por el nivel sociolingüístico al que pertenecen, el vos es de uso sumamente raro y de tono elevado el que en ocasión solemne dirige a Bolívar una distinguida señorita: «y todo esto a vos lo debemos, ¡o grande general!», en alternancia con el tuteo: «rec ib e , pues, esta limitada demostración que por medio de nosotras os tributa un pueblo entregado al más vivo transporte», así como el superintendente, éste después de haber recurrido reiteradamente al tratamiento de V. E. ‘vuestra excelencia’ de tercera persona («los bienes que V. E. ha traído»): «vivid, pues, o gran Bolívar, v ivid s i e mpre feliz y victorioso» (198, 199). El propio Libertador en carta que dirige al Congreso recurre al vos r ev erencial: «dignaos, S eñ o r, acoger con vuestra bondad mi más reverente homenaje, la profesión que os hago de mi más cordial adhesión» (C orre o, 455); y en disposición firmada de su puño y letra por el mismo Bolívar en Los Cayos de San Luis el 15 de marzo de 1816 se encuentra otro empleo del vos, de acuerdo con el tradicional sentido de respeto: «atendidos los méritos y serv icios de v o s, ciudadano José María Guevara, he venido en nombra307 Potosí, 170, 172, 193, 194, 196. Ejemplos semejantes de ustedes por vosotros en textos mexicanos que se citan más adelante (VIII, 2 y n. 353).
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ros subteniente efectivo del ejército» (D oc um e ntos, 2). Más excepcionalmente aún se halla nos sujeto de un verbo en plural por n os otros: «Nos los representantes de la Nueva Granada y Venezuela, reunidos en Congreso General...» (C orre o, 463), arcaísmo del que señalé un precedente cubano de 1585 con parecido contexto protocolario: «N o s, los escrivanos públicos por S. M. en esta villa de San Salvador del Vayamo, damos fee...» (2002: 40). En el Correo del Orinoco, salvo el ocasional uso de vos y el más extendido de vosotros ya referidos, el tratamiento recae en la tercera persona, tanto mediando la confianza como el distanciamiento formal, y sólo en alguna situación epistolar se mezclan el tú y el usted (35). En cuanto a las formas pronominales, hay textos que sólo registran vuestra merced (11, 12, 34-36, 108), o únicamente usted tanto en singular como en plural (136, 287, 352), y otros que alternan vuestra merced con usted (13, 22, 79), menos su merced con usted (319), con alguno que tiene usted en singular y en plural vuestras mercedes (79). Simón Bolívar, dirigiéndose a una dama, escribe: «yo tendré la mayor satisfacción de bailar con vuestra merced cuando vuestra merced disponga», y en otras cartas da igual tratamiento (vmds.) a «mis amabilísimas damas» y a «mis dignas amigotas», combinando las dos formas (v. y vmd.) en misiva a doña Manuela Garaycoa, mientras que Francisco de Paula Santander sólo recurre al ustedes en oficio a los asentistas del ramo de sales dado en Guayaquil el año 1832308.
PRONOMBRES ÁTONOS En la suma pronominal se lo cuando el complemento indirecto se es plural (‘les, a ellos’) su número por falso análisis se traslada al complemento directo singular (lo, la), incluso si éste es neutro, como es el caso de se lo a se los que aquí documento: «Los cartagineses son vuestros hermanos y debéis tratarlos como tales. Yo se los he prometido así y vosotros debéis hacerlo» (Correo, 499). Se les por se lo en carta dada en Cumaná por el capuchino aragonés fray Juan de Cariñena el 25 de febrero de 1701: «con el motibo de aver ido 9 308 Documentos,
3, 7, 16, 18, 27.
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indios y 2 indias a la fuerza de Araya a buscar sal, saliéndoles a ellos mismos de su mismo motibo, sin avérseles yo mandado»309. El uso es común en el español americano y frecuente en el de Canarias (Alarcos Llorach, 1994: 205), con incidencia también en el de Andalucía. Pero cada vez se oye más esta construcción en todo el español peninsular. Le por les anticipador de complemento indirecto plural (Kany, 1969: 139, 140): «sacándole a las ojas su sumo», Lima 1793310; en carta de Bolívar de 1825: «dígale a sus cuñaditas que mucho las pienso» (Lengua, 341). En ejemplo boliviano de 1799 junto a la doble referencia de complemento indirecto me y a mí hay un la catafórico del sintagma de complemento directo: «Démela a mí, Señora, una poquito de plata» (Potosí, 167).
RELATIVOS Cual como que parece tener mayor uso en América que en España, atestiguado en texto mexicano de 1787: «para saver cuál es lo malo que iso» (Nueva España, 607). Al tratar del artículo se ha visto como al final del período colonial el español americano mostraba un rechazo mayor que el europeo a la anteposición del determinado el al relativo que, diferencia que incluso se ha ahondado desde entonces, y lo mismo cabe decir de la preferencia de el que por el cual en muchas partes de América, situación de la que existe numerosa documentación, como la que proporciona el corpus epistolar de la chilena Peña y Lillo, al que pertenece esta corta selección: «en lo más eminente de aquel lugar, el que estaba muy frondoso» (Cartas, 60), «tenía de adorno primorosas flores de diversas colores, las que hermoseaban dicha corona» (36), «dos cartas que le tengo escritas sobre el asunto, las que no sé si han llegado a sus manos», «y antes de estas (cartas) le había escrito por mano del padre José, el boticario, la que sentiré muy mucho que se pierda» (38), «yo quedo bien apurada 309 AGI,
Santo Domingo, 642, núm. 11. Apéndice III, núm. 251 del Mercurio Peruano.
310 Trujillo,
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de mis continuos quebrantos, los que se aumentaron desde el día 15 de agosto» (53). De los usos del relativo quien me he ocupado anteriormente (III, 2).
INDEFINIDOS Se documenta el plural cualesquier ante sustantivos de los dos géneros en el corpus altoperuano Tortura: «qualesquier deshorden o destrucción», «declarando por nula qualesquier escritura de trato», «prohibiéndosele de qualesquier estado que en este yntermedio pudiera elegir» (17r, 19r-v), genéricamente variable en la copia bogotana del Carnero de 1784: cualesquiera causa, qualesquiera escritura, cualesquier cargo, qualesquier estado (2r, 11r, 19r-v); en México, 1803: «qualesquiera hombre sensato y observador se admirará de que...» (Veracruz, 92). Nota Kany que «en Hispanoamérica es general la confusión, y no ya sólo en el habla popular, sino también en la de ciertas personas cultas», y, siguiendo a Cuervo, que «cualesquier con un nombre en singular es más común que en otra parte alguna» (1969: 182), se entiende que de España. El mismo estudioso observa que «tampoco constituye la mejor costumbre el uso de ninguno por n ad i e» (1969: 179), y esto es cierto para el momento actual, sobre todo si se tiene como modelo la norma culta europea. Ocurre, sin embargo, que el castellano medieval prefirió n i ng uno a n ad i (luego n ad i e), forma esta que tardó en imponerse en la lengua escrita más cuidada, hasta que en España desplazó del estándar alto a ningun o, conservado sobre todo en el habla popular. No es vulgarismo, pues, su frecuencia en los textos americanos de finales de la Colonia, sino como mucho muestra de un cierto apego a la tradición lingüística. Se halla en la A urora de Chile: «n i ng un o alegue ignorancia», «allí ning un o puede decir de otro...»311; en el Correo de Angostura: «n i ng un o puede contemplar nuestro destino» (126), «no puede causar a ning un o ofensa justa» (210).
311 Número
de 1.4.1813 (citado en n. 117).
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EL VERBO Formas arcaicas y vulgares Vía ‘veía’ está en la copia bogotana del Carnero, de 1784 (114v), y en México, 1692 (Nueva España, 422). Se registra vide ‘vi’ en texto mexicano de 1806 (Nueva España, 700), escrito de nivel popular parecido al de otro novohispano de 1784 en el que encuentro vido, formas verbales que en tales fechas ya estaban connotadas de arcaísmo, no así en la probanza pública dada también en el mismo dominio indiano el año 1570, en Durango, donde vido es general con decenas de atestiguaciones, así como en el cronista Huamán Poma, según en otra parte he señalado312; vide igualmente en corpus boliviano (Potosí, 77). El subjuntivo haiga se documenta el año 1763 en La Habana (Cartografía IX, 45), y está reiteradamente atestiguado en citas bolivianas de nivel muy popular a finales del siglo XVIII313, pero aún no era exclusivamente vulgar cuando hacia 1615 con frecuencia lo usa en su crónica Huamán Poma, según refiero en estudio donde asimismo atestiguo la forma hay usada lo mismo como impersonal temporal que como auxiliar, «qué se ay hecho dellos», este segundo registro en manuscrito canario de 1686 (1999: 299, 304). No sólo se testimonia dicha tercera persona del presente de indicativo de haber, sino un hey primera persona en función auxiliar: «yo hey visto muchas comedias», «ya t’hey dicho...», «las costillas l’hey de quebrar»314; y habemos por hemos se encuentra en: «¿y quando comulgamos, qué habemos de hacer?», «¿y para confesarnos, qué habemos de hacer?» (Sínodos, 126). Otros vulgarismos son traí ‘traje’ y traís ‘traéis’ (Potosí, 75, 185).
312 En 1999 (288, 294, 304). La forma v ido de 1784 en el muy popular Retablos; y más atestiguaciones de vide, vido en el corpus N u eva España (296, 392, 422, 432). 313 Potosí, 171, 173, 219, 239. También se documenta aiga el año 1696 en México (Nueva España, 461), ayga en 1731: ARChV, Pleitos Civiles, Ceballos Escalera, Olvidados, legajo 421; «que no me haygan escripto» en 1785: ibíd., Quevedo, Olvidados, caja 321-2. 314 Potosí, 137, 181, 196.
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Pervivencias tradicionales de «haber» y de «ser» Reminiscencias del uso histórico, etimológico, de haber para expresar la posesión en acción verbal son las de «según hayan por conveniente los dueños del trabajo» (Chile, 40), «bienaventurados los que han hambre y sed de justicia» (Sínodos, 121). La tendencia formularia que estas citas revelan es indudable en el caso del pasaje eclesiástico, de carácter claramente estereotipado; más libre parece el empleo de haber transitivo en «franqueando previamente las sumas que pida mi apoderado en Madrid, habiéndolas en su poder», pasaje de la carta escrita el 28 de abril de 1819 por el mexicano Atenógenes Rojano315, del todo normal en la tradición etimológica es su precedente uso novohispano en «las piedras de metal... que él abía a las manos», 1692 (Nueva España, 421). Ser por estar con complemento locativo se halla en esta misma misiva de Atenógenes Rojano: «siendo en su poder de usted los rendimientos, se cerbirá franquear a la persona a cuio título va la que incluyo las cantidades que le pida».
«Ser» con participios de verbos de movimiento En el Correo del Orinoco, además de algún ejemplo suelto como «p as ada que sea» (452), abundan los registros de ser con el participio de lleg a r, así: «aún no era llegada la crisis anunciada» (72), «es llegada tu última hora» (168), «era llegada la hora de reunirse» (240) «será llegado el día» (328), «será entonces llegado el día» (329), «es llegado el momento» (428), «era llegado el momento» (500). Estas construcciones con l l egar por la variación genérica participial son asimilables a las atributivas, pero indudablemente entroncan con el antiguo empleo de ser como auxiliar de verbos de movimiento, y en este corpus se trata de expresiones casi fijas, pues en los demás casos llegar forma sus tiempos compuestos con haber, verbigracia «ha llegado la división a este pueblo evacuado la noche antes» (425).
315 Citada en
n. 100.
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Pluralización de «haber» y «hacer» impersonales A diferencia de los anteriores usos, de claros ribetes tradicionales, la pluralización de estos dos verbos cuando funcionan como impersonales para expresar la existencia o la temporalidad, constituye un rasgo de modernidad lingüística, no sólo por la rareza de antiguas atestiguaciones, sino por el extraordinario desarrollo que ha cobrado, especialmente en el español americano. De este fenómeno gramatical había recogido un ejemplo en carta de emigrado vascongado bilingüe escrita en el virreinato del Perú el año 1593, «acá an abido ciertas reboluciones», y otro en texto canario, «dixo que abrán veinte días...», de 1721 (1999: 112, 279). En los años próximos a la Independencia hallo varias muestras del impersonal haber existencial pluralizado: «han habido ocasiones» , «menos mal sería que se quitasen y no hubiesen tales bodegas, y que de haberlas fuesen sus dueños obligados a comprar el trigo» (Chile, 39, 49); de este dominio es el corpus de sor Dolores, que contiene numerosos registros de este uso verbal, entre ellos: «que no hubiesen más ofensas» (Cartas, 14), «no habían casas ni cosa alguna más que la tierra llana», «era tan copiosa la multitud de almas que habían, que...» (29), «en él habían mucho sinnúmero de cruses» (34), «se espantaban unas de otras de ver que tales corasones hubiesen» (38), «aunque hayan otros modos de padeser» (41), «el no saber... qué incomodidades habrán» (53), «pedí que ya no hubiensen (sic) más pecados en el mundo» (57); en el Catecismo po lítico de 1810: «habían hombres perversos que... coadyubaban a estos designios»316, y en la Aurora de Chile: «¿en una raza degradada y envilecida podían haber constancia y sentimientos?»317. En el Alto Perú: «que habrán más de cuatrocientos», «pocos patronos habrán que vistan antes de tiempo a sus muchachos» (Potosí, 226, 238). Y en manuscrito bonaerense de 1781 se lee: «repartíles algunas cosas y haviendo dado unas varas de ropa a uno que al parecer era el que más mandava, le dige: ‘‘toma, capitán’’, y quantos havían querían ser capitanes porque les diesse a ellos»318. 316 Citado
en n. 262. de 13.2.1812 (v. n. 117). 318 Diario de fr. Francisco Murillo citado en n. 55, 6v. 317 Número
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El impersonal hacer en plural tiene igualmente presencia textual: «hacen hoy 19 días» (Correo, 224), «hoy hacen tres días» (314), «dos pasageros que han salido de aquella plaza hacen 36 días» (520); «siete semanas hacen hoy cabales», «cuatro años hacen hoy» (Potosí, 91, 93). Este giro, aunque cuenta con algún precedente en el español peninsular, efectivamente tuvo una especial expansión en América, y dentro de los usos de los verbos impersonales habrá que recordar el de hay no existencial, sino temporal, que documenté en carta escrita en Montevideo el año 1803 por un emigrado andaluz, «pues ai muchos años que no nos bemos» (1999: 299), pero que también se halla en textos de americanos: «la América Septentrional era salvage, inculta, desierta hay ciento cincuenta años», «hay cerca de dos meses» (Correo, 355), esto junto al empleo de ha, así en «ha mucho tiempo» y «ocho años ha» (299, 301), con testimonios de había también temporal, que fue propio del español clásico: «que había largo tiempo se hallaba en aquella ciudad», «había dos años que estaba en los calabozos» (240, 284). El transcurso del tiempo también se expresa con el verbo impersonal quizá elíptico, simplemente mediante el adverbio ahora y el complemento directo con significado de tiempo, construcción arcaica en español pero con muchos registros en el Correo del Orinoco, entre los cuales: ahora tres meses junto a tres días hace (100, 103), ahora dos meses (319), ahora seis meses (320), ahora seis años (338), con pervivencia en el español americano (Kany, 1969: 264-266). En México: «quatro o cinco días havía» 1688, «habrá como onze meses» 1740, «lo que avía pasado aora onze años»1634, «con quien le avía suçedido el caso aora treinta años» 1686, «y ahora pocos días ha tubo noticias» 1688, «y agora cuatro años, poco más o menos, tube io notisias» 1692319. En el epistolario chileno de sor Dolores: ahora 5 años (Cartas, 9), ahora cuatro años (61), ahora 12 años, ahora sinco años, «porque ahora tiempos dieron en sacarme mis papeles» (65), junto al verbo haber con tal función: sinco años ha, tiempos ha (2), más de un mes ha (9), días ha (29, 35), años ha, tiempos ha, había trese años (61), habrá un año (65), «más ha de un año que me siento con grandes ansias» (24).
319 Nueva
España, 335, 364, 373, 374, 426, 514.
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Pronominalización verbal En el español clásico huirse corrientemente fue de uso pronominal, pero actualmente con mucho se prefiere huir, mientras que en el Correo del Orinoco este verbo se encuentra frecuentemente con se (56, 112, 167, etc.). De hecho, el proceso pronominalizador ha ido adquiriendo creciente fuerza en el español americano, claramente mayor que en el de España. Así, aparecer reiteradamente se halla en este corpus periodístico en forma pronominal en contextos donde el español europeo lo preferiría sin se, como en la cita: «a la media hora se apareció el enemigo y fue batido por las dos emboscadas» (353), y algo parecido sucede con desaparecerse: «se han desaparecido y dicen algunos que iban para Sabanas» (88, 481) y con disminuirse: «la columna enemiga se había defendido valientemente a pesar de que se había disminuido mucho» (451). Se documentan también apurarse (132), avanzarse (24, 232), «que, ignorante de la derrota, se avansaba a Yaguachi» (507), devolverse ‘regresar’ (298), robarse (14, 56) y constantemente, con decenas de registros, desertarse (18, 166, 240, 313, 314, etc.): «se le han deser tado en tanto número los criollos...» (316), «se han decertado los únicos 600 hombres que tenían» (511), así como pasarse: «dos años se habían pasado y todavía se veían suspensos allí los esqueletos humanos» (42). Igualmente se encuentra regresarse en corpus eclesiástico venezolano (Sínodos, 127); desaparecerse en texto bonaerense de 1781: «y como no viniessen, se desapareció a nuestra vista por más que lo llamamos»320, lo mismo en texto chileno del XVII, «nos desaparesimos de adonde estaban» (Cautiverio, 527), y después en las misivas de sor Dolores: «así que invoco el nombre de Jesús en mi defensa para aquel movimiento y se desaparese todo» (Cartas, 29). Documentación altoperuana tiene tomar pronominalizado con la acepción americana de ‘emborracharse’: Mi don Bato es prevenido y no sesa su molino, su quijada es tarabilla y él es embudo de vino. 320 Diario de
fr. Francisco Murillo citado en n. 55, 6r.
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Él se toma a lo divino y nosotros a lo humano (Potosí, 366). En México: «resulta que, regresándose de Pachuca en compañía de otros dos...», 1811, «se entró como a las tres de la mañana en la recámara», 1813 (Nueva España, 711, 717), como en sus populares Retablos: «saliéndoseles tres ladrones...» (36, 1862). Mexicano es igualmente un ejemplo de escasearse del año 1819: «y usted no se escace[e] en los gastos del asunto»321, que tiene correspondencia en el dominio colombiano-venezolano: «con el objeto de disfrutar de sus artículos de subsistencia, por haberse escaseado sensiblemente en Betijoque» (Correo, 410).
Los pretéritos perfectos simple y compuesto Ambos se encuentran con los usos y valores correspondientes a la norma estándar peninsular en la relación que una y otra forma tienen con el presente; pero su acomodación a la norma americana, con una diferenciación de uso preferentemente basada en el aspecto, se verifica en numerosas citas. Actualmente en el español americano el antepresente (he cantado) es de frecuencia limitada, mucho menor que la del pretérito simple (Moreno de Alba 2001: 242, 243), salvo en dominios andinos y de Argentina (Quesada Pacheco, 2000: 102), pero en la documentación de la Independencia la forma compuesta se da con gran abundancia, probablemente debido al poso tradicional de la lengua escrita, tal vez también por un prurito de corrección o de estilo, algo parecido a lo que se ha observado a propósito de vosotros y vuestro. La diferencia respecto de la norma peninsular más extendida sin duda se manifiesta en pasajes como los siguientes, con presencia tanto del pretérito simple como del compuesto: «luego que he llegado al arrastradero indicado... me ví en la necesidad de arrastrar a todo trance la mayor parte de las que me habían conducido de Tumaco» (Correo, 410), y en esta otra cita del corpus periodístico la forma compuesta casi más que de an321 Carta
citada en n. 100.
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tepresente tiene el valor de presente mismo, referida como se halla al adverbio ahora y al verbo son: «ahora que son las cinco de la tarde he tenido la satisfacción de haber entrado a esta capital» (425). La ruptura normativa entre las dos orillas del Atlántico por lo que a esta cuestión gramatical concierne se evidencia por las numerosas ocasiones en que el pretérito compuesto se emplea con referencia cronológica externa a la unidad temporal en la que se sitúa el que habla o escribe, sea la del año: ha publicado el año ante rior (395), sea la del día: ayer ha llegado (Correo, 76, 425), ayer ha que dado (132), anteayer ha llegado (224), ha evacuado ayer (346), ayer he sido informado (351), ayer han sido conducidos (360), han triunfado ayer (394), ayer se han presentado (425), ayer he llegado (501), «ayer... hemos recibido recientes noticias de México» (504), y ha recibido ano che (Documentos, 13).
Participios con enclisis pronominal En la relación que el año 1628 enviaba al Rey desde el Guairá Céspedes Jería se lee: «no an entrado ni visitádolas ningún governador ni obispo»322, construcción tradicional en la cual el auxiliar del segundo verbo está elidido y el complemento pronominal enclítico al participio, igual que en la cita mexicana de 1746 «aviendo querellado ante su merced Pedro Cavallero contra Manuel Castañeda... e ídolo a solicitar...» (Nueva España, 540); en la chilena Peña y Lillo: «pero ahora ha conosídome bien y ha dado en otro estremo opuesto del que empesó» (Cartas, 63). Mucho después, en misiva de 1893 de Rufino José Cuervo, encontramos la cita «me anunciaban haber recibido el libro de usted y remitídolo a un amigo de esta ciudad», y el mismo filólogo escribiría en 1904: «le explicará a usted por qué no le he dado cuenta de mi mala vida ni preguntádole a usted noticias de la suya», en otra carta suya de 1899 el pasaje «usted me ha trasportado al corazón de la Pampa y héchome conocer una familia honrada» (Epistolario I, 101; II, 99, 195). De manera, pues, que a finales del siglo XIX este giro gramatical tenía bastante vitalidad en el español americano y no era de rango vulgar, y re322 Manuscrito
citado en n. 16, 2r.
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lacionadas con él al parecer aún se encuentran pervivencias rurales en el español costarricense, según usos que recoge Quesada Pacheco (2000: 110). Esto supone que el uso gramatical en cuestión seguía muy vivo en América al menos hasta principios del siglo XX, y es una prueba más de que sobre nuestra lengua no se debe investigar sin ten er en cuenta las particularidades del español americano. Lo cierto es que en el C orreo del Orinoco el referido tipo de enclisis pronominal es absolutamente normal, rasgo, pues, de notable apego a la tradición lingüística, con numerosos registros, entre ellos: «por h ab e rle salvado y s ac ád olo de las garras del león Morillo» (104), «h ab i é nd ome atacado tan inesperadamente y apod er ád ose de mis armas...» (168), «su resultado ha sido h ab e rles matado nueve hombres, tom ád oles prisioneros 4 y pas ád os e a nosotros en el tiroteo el capitán José Barrajola» (261), «sucedió la revolución en Caracas por h ab e rse desplomado la Monarquía española y est ab l ec ídose por la fuerza una nueva dinastía» (266), «¿conque no sólo se h ab ían con servado a los prisioneros criollos, a dm it íd ol o s al servicio, sino que se conservaron también a los españoles europeos, y también se les admitió al servicio?» (298), «se han desmascarado y d ád ose a conocer» (299), «h ab i é nd ose form a do por el señor teniente coronel graduado... el proceso que precede... y h éc h ose por dicho señor relación de todo lo actuado...» (301), «han abandonado igualmente a los opresores y u n íd ose a los defensores de la patria» (313), «tramando una revolución que ha quitado a los enemigos una fuerza considerable y som et íd ol a a nuestras órdenes» (330), «ya la h ab í a evacuado el día anterior... y dejád ol a en total abandono» (431), «nunca lo ha manifestado abiertamente ni l l ev ád ol o a efecto» (442), «h abía sido despojado del mando político y militar y suc ed íd ole el coronel graduado» (500).
La transitividad En el C orreo del Orinoco, pero lo mismo se verifica en otras fuentes americanas de la época, es muy numerosa la documentación de verbos transitivos cuyo complemento directo de persona no lleva marca preposicional, casos como los de «deprimir los insur-
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gentes» (51), «perseguir los dispersos» (451), «atraerá los vecinos», «reunir casi todos los dispersos» (453), aunque no faltan los ejemplos contrarios, así «no se encontró al e n em igo», «fue forzoso... expeler del servicio y del país a los amotinados» (299), «han abandonado igualmente a los opresores» (313). No obstante lo cual, son muy predominantes los complementos directos personales sin la preposición a, en medida mucho mayor que la observada en los textos españoles de la época, característica gramatical que aún hoy distingue a las modalidades europea y americana de nuestra lengua. Como digo, la misma falta prepositiva se verifica en cualquier fuente americana de la época con semejante frecuencia, por ejemplo «Dios g u a rde ustedes muchos años» y «no des
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complemento directo de persona es que incluso se verifica su falta ante quien, pronombre con el cual la gramática da como obligada la preposición: «también tengo preso al español D. Francisco Zorrilla, quien conocerá V. E., pues por este Valle es de mucho nombre» (218). Es peculiar la atestiguación mexicana del año 1811 de convidar pulque, «trató el agresor de que Dionicio le convidase más pulque» (Nueva España, 711), por ausencia de la preposición (con, a), construcción en todo caso semejante a la que con amenazar se halla en el Correo: «a cada instante les amenazaban la muerte» (359), en el mismo periódico bolivariano también «no lo abusemos, pues, no le desfiguremos sus providencias» (323). Con complemento directo aparece el verbo de movimiento regresar en texto mexicano de 1799: «en cuio estado mandé al ministro de guerra le regresase a la cárcel» (Nueva España, 658), igual que en carta de Bolívar se halla el intransitivo continuar ‘durar, permanecer’ con complemento personal: «pero si el Congreso soberano persiste, como no lo temo, en continuarme aún en la Presidencia del Estado...» (Correo, 455). Pensar con complemento directo personal por falta de la preposición en lo usa Bolívar en carta de 1825: «Dígale a sus cuñaditas que mucho las pienso» (Lengua, 341).
ADVERBIOS Gradación Más bien ‘mejor’, en «atrancad la puerta más bien, no se entre acá dentro» (Potosí, 108). El superlativo con bien en Peña y Lillo: «dándome bien duro así en mi interior como en lo exterior» (Cartas, 53), con la prefijación de super- en superabundantemente (Correo, 347). La locución ponderativa hasta lo sumo también se halla en las misivas de la chilena sor Dolores: «me aflige hasta lo sumo» (47), «se aniquila mi alma hasta lo sumo en la divina presensia» (54), «me atribula hasta lo sumo» (63), así como en el periódico de Angostura: «que han reprimido hasta lo sumo y casi ahogado sus resentimientos» (Correo, 470).
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Duplicación adverbial Aún todavía, medio medio y pronto pronto en el Correo: «servirá de egemplo a muchos americanos que aún todavía comandan las armas españolas» (353), «pero fue descubierto por un comerciante a quien pidieron 1200 pesos para poder reducir la tropa, la (que) dicen estaba ya medio medio, y matar al gobernador y demás gefes» (337), «que venga de esa pronto pronto» (511).
Adverbialización de adjetivos Bueno por bien en «está bueno, ahí lo veremos» (Potosí, 145), ya en Huamán Poma hacia 1615: «¡ho, qué bueno, señor! Vuestra merced será otro encomendero, pero depriesa de hinchir la bolsa» (Corónica, 722); en la chilena sor Dolores: «dándome bien duro» (Cartas, 53); en Puerto Rico, 1783: «el fondo del canal es fango gredoso, donde agarran infinito las anclas» (Cartografía IX, 199); en México: «oyrás arriba en l’asotea que te disen quedo...», 1689 (Nueva España, 381), «he celebrado infinito el recibo de dicha su carta», «a mi venida para acá ablamos bastante largo», 1794325, «vaya, ande usted breve», 1812 (Van Young, 2006: 262); en el peruano Lastarria, 1804-1805: «los favorecen de modo que más fácil y pronto se perfeccionará su civilización» (Colonias I, 67r); en el periódico de Angostura: «avanzan d erecho», «muy breve principiarán las operaciones» (Correo, 235, 346). La acusada tendencia chilena al empleo del adjetivo harto ‘mucho, sobrado’ está ampliamente documentada en el corpus epistolar de sor Dolores, así harta claridad (Cartas, 1), harto trabajo (11), hartas men tiras, harto milagro (58), etcétera; pero esta voz también se encuentra como adverbio: «harto me tienta el Enemigo a no escribir» (40), «que harto me atormenta el Enemigo sobre este punto» (43). Medio con variación de género (Kany, 1969: 55, 56), en «una viña media perdida» (Chile, 137); «llevaba una escopeta media tapada con el capote», 1694 (Nueva España, 443).
325 Carta escrita en México el 28 de abril de 1794: ARChV, Pleitos Civiles, Quevedo, Olvidados, caja 321-2.
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Formas adverbiales Actualmente ‘entonces, en el momento’. Por referencia a coincidencia con la acción verbal en el pasado está en la chilena sor Dolores: «esto que me pasó estaba actualmente en semana de campanas, y el enemigo de la pas hasía por donde yo la perdiese» (Cartas, 36), «a que no pude dar respuesta, porque actualmente estaba muy agravada» (58). En México, 1815: «un libro que actualmente estaba leyendo» (Nueva España, 724). En Colombia, 1795: «y el infeliz de Zea... (que) se hallaba actualmente en el Valle de Fusagasugá...» (Silva, 2002: 108). Ahí ‘entonces, ya’: «que con su padre Christóbal Godina se peleó y le segó un ojo de agua la dicha María, y estando descubriendo otro quiso también embarazarlo, y, entre otros desaogos, le dixo a su padre que ay le chillaría la agua», 1772 (Nueva España, 596). Bastante ‘muy, mucho’: «perdiendo nosotros en él al ayudante del señor coronel Mires, que murió gloriosamente después de haberse portado con un valor extraordinario, cuya pérdida es bastante sensible a la República» (Correo, 285), «por haber degradado y castigado muy rigurosamente a un coronel que era bastante querido de los soldados» (359), «ochocientas bayonetas que me acometieron con bastante intrepidez» (425), «yo siento bastante que en momento en que reyna la buena armonía... me sea preciso comunicar a V. E. un suceso que no puede serle agradable» (427). Demasiado ‘mucho’. Se ha visto como formante del superlativo de adjetivos, pero también se halla como simple elemento adverbial. En Peña y Lillo: «la falta de caridad que tengo en desahogarme tan demasiado» (Cartas, 38). Además: «a causa de evitarse algunas porciones demaciadamente fogosas», La Habana 1761 (Cartografía IX, 37), «el enemigo sufrió demasiado en todo el día», «este oficio los sorprendió demasiado» (Correo, 148, 353). Ha rt o ‘mucho, sobradamente’. Tratado en adverbilización de adjetivos. Luego. Aún conserva su sentido antiguo de ‘inmediatamente’ en el Sainete picaresco altoperuano, en el cual Benito dice: «¿vestido he de tener?» y Claudio le responde: «y tan luego» (Potosí, 238). Con esta referencia a la inmediatez en el Correo del Orinoco es frecuente desde luego, por ejemplo «si deberá participarse cuarenta días antes o romperse las hostilidades desde luego sin esta notificación»
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(428), y dicho valor tiene la locución luego que ‘nada más que, inmediatamente que’: «luego que he llegado al arrastradero indicado..., me vi en la precisión de arrastrar a todo trance...» (410), así como el superlativo muy luego: «recobrará muy luego la perfecta tranquilidad» (416, 478), además de la secuencia luego en el mismo instante (523). En México luego al instante se atestigua el año 1692 y el duplicado luego luego en 1694: «que con ocasión de querer dicho alcalde mayor que luego luego le pagassen dicha grana...» (Nueva España, 433, 442); en cita epistolar mexicana de 1819: «sobre el despojo del mayorazgo, podrá usted, luego que tome poseción, hacer que se restituyan»326. En texto chileno de 1810: «haced lo que han hecho en Buenos Aires: formad desde luego una Junta Provisional», y en la Aurora de Chile: «el nuevo gobierno, deseoso de dar desde luego pruebas de su amor a la justicia y al buen orden...», «luego que fue reconocida y jurada la nueva Junta, se destacó por su orden competente número de guardia»327. Onde. Las locuciones locativas a onde y de onde se presentan con extraordinaria frecuencia en el corpus chileno de Peña y Lillo328, con la variante más vulgar ande, «en el calvario, ya crusificado, ande consumó la obra de nuestra redensión» (Cartas, 58), en este caso, como su editora anota, «añadida la o entre líneas en el manuscrito»329. En México, 1799: «diciéndole que a ónde estaba el medio que llebaba», «fue a la casa a onde vibe el citado padre», 1815 (Nueva España, 656, 724). Recién ‘apenas, recién ahora’. En el Alto Perú: «Espera, bruto, ¿no vez / que recién pido dinero / para que te hagan la ropa?» (Potosí, 238). Últimamente ‘recientemente, finalmente’. En Omoa (Honduras), 1768: «plano de tierra, desmontado y quemado últimament e» (Planos, 181); en Perú: «u lt imamente, a fuerza de muchos azeytes y varios instrumentos, se consiguió sacarle el pescado»330; en México: «que, haviéndolo contenido, les hizo resistencia, pero que últimamente lo 326 Carta
de Atenógenes Rojano citada en n. 100. Catecismo político citado en n. 262 y número del 18.7.1812 del periódico santiaguino citado en n. 117. 328 Cartas, 1, 2, 37, 47, 54, 57, 60, 61, con muchas más atestiguaciones. 329 Kordic Riquelme (2008: 472). En el español de Chile actual onde se mantiene muy vivo, más que en el conjunto de las hablas populares españolas. 330 Trujillo, Apéndice III, núm. 250 del Mercurio Peruano. 327
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afianzaron y lo revolvieron para su casa», 1803, «se salió últimamente a solicitar del alcalde de barrio», 1816 (N u eva España, 679, 728); en el Correo del Orinoco: «la capital de Caracas debía ser ocupada por las tropas expedicionarias ú lt imamente venidas de Europa» (189), «ú lt imamente, declara la República de Venezuela...» (318), «el sentimiento conservador a que últimamente os provoco» (386), «y, últimament e, que el tratado de armisticio no garantiza de ningún modo la integridad de nuestros respectivos territorios» (428). Ya. Por su combinación con el pronombre personal sujeto (ya yo dije / yo ya dije), está tratado en III, 3.
Locuciones adverbiales A su turno ‘a su vez’. En el Correo bolivariano: «fue atacado el 20 de mayo por todas las fuerzas enemigas reunidas y las rechazó con ventaja, y, habiéndolas atacado a su turno el 25, las derrotó completamente» (299). De hoy más ‘en adelante’. También en el periódico de Angostura: «de hoy más, ya no está en el poder de nadie detener su vuelo» (Correo, 236). Dentro de poco ‘recientemente’. Con dos registros en manifiesto gubernamental chileno de 1818 que publica el Correo del Orinoco: «dentro de poco se reunieron a los alrededores de Santiago» (125). En seguidas. Usual en hablas campesinas, aunque Kany sólo recoge a seguidas (1969: 374): «Sir J. Mackintosh, que oró en seguidas, sentía que la Cámara no estuviese completa» (Correo, 336). Más nada. En el Correo: «no tiene más nada que desear» (236). No más ‘solamente’, y como simple refuerzo expresivo. En el Correo tiene numerosos testimonios, verbigracia: «no más que el otro día el Señor (...) dixo que la Gran Bretaña se había denegado a vendernos los buques» (38), «todo esto ha de quedar entre los dos no más» (192), «de infinitas e inmensas injusticias, insultos y estragos, quiero decir tres o cuatro no más» (300), «¿conque cinco no más son las quejas elevadas contra usted...?» (414). En el Alto Perú: «miren no más qué valiente», «absórveme no má, pue» (Potosí, 157, 183). En Chile, con datos de sor Dolores: «le dije que me aconsejaba que no dejase la comunión frecuente..., y no más callé», «que
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suelen acaeser para la comunión, y no más» (Cartas, 48, 49). En México: «eso no más le suplico», 1787, «me dijo que él yba a salir..., y no más», 1806 (Nueva España, 606, 700).
PREPOSICIONES A. Con valor locativo reiteradamente se documenta en el Correo, así en «se refugió al bosque» (109), «a las inmediaciones de...» (195), y con el sentido de dirección que en el español europeo tiene en: «Bolívar concibió el gran proyecto de... penetrar a la Nueva Granada con parte de su exército», «Bolívar no entraría a la capital sin una fuerte batalla» (212), entré a (431), pero entró en (425). Constantemente se halla en la expresión a nombre de («presidía a esta función a nombre de la ciudad»), con numerosas muestras en este corpus periodístico331, asimismo en la Aurora de Chile: «transmítales V. S. a nombre de la Patria que representamos los homenages de la virtud»332, y en el Catecismo político de 1810: «formad vuestro govierno a nombre del rey Fernando para quando venga a reynar entre nosotros»333, con testimonios mexicanos de 1813 (Van Young, 2006: 236, 538). Bajo de. En la Aurora de Chile: «empero, baxo de los musulmanes ¿quál es hoy la cultura de los griegos?»334, y en el Catecismo político: «quando os halléis encorbados bajo de un yugo estrangero»335; en el periódico de Angostura hay abundantes pasajes como «que bajo de este pretexto han procurado con actividad el contrabando»336. En Perú: «desde el origen del mundo hubo sociedades arregladas, ya bajo del primer padre de los mortales, ya bajo de los patriarcas»337. De. Con sentido partitivo en texto altoperuano de 1799: «una poquita de plata» (Potosí, 167). En México: «una poca de lamparilla 331 Correo,
54, 143, 198, 210, 391, 473, etcétera. de 18.7.1812 (citado en n. 117). 333 Citado en n. 262. 334 Número de 1.4.1813 (citado en n. 117). 335 Citado en n. 262. 336 Correo, 4, 107, 108, 197, 203, 283, 377, 417, corto muestreo de los numerosos testimonios que para la locución prepositiva bajo de este corpus ofrece. 337 Trujillo, Apéndice III, núm. 165 del Mercurio Peruano. 332 Número
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de género», 1694, «una poca de sebada», 1799 (Nueva España, 443, 652); en el Correo del Orinoco: «algún poco de confianza» (354), y «¡qué de generaciones!» en manifiesto de O’Higgins que este periódico publica (126)338. En ‘por’ temporal («el martes en la tarde»), comentado en III, 3. El uso de en ‘a’ fue normal en el castellano medieval y todavía era de alguna frecuencia en la lengua escrita de los siglos XVIXVII, naturalmente mayor en los textos de nivel más popular, y en sus pervivencias americanas necesariamente no hay que buscar sustratos indígenas, salvo por lo que condicionen determinadas situaciones de bilingüismo, y menos aún influencias africanas. Testimonios mexicanos son: «fui derecho en casa de mi esposa», 1696 (Nueva España, 461), «llebaron al declarante en casa del governador», «gane v. m. por ahí para en casa del governador», 1799 (652, 653). Del Correo del Orinoco: «fue el primer comisionado británico que saltó en España a hostilizar contra Bonaparte» (58), «prefirieron retirarse por tierra a Cumanacoa para incorporarse en las tropas de la República» (329), «todo el que prefiera incorporarse en las legiones patrióticas...» (386), «no se les permitió saltar en tierra» (484), «me incorporé en el Congreso de Nueva Granada» (488), y son frecuentes las variaciones ocurrir en casa-ocurrir a casa (392, 396). Por cima de. En Chile: «no conocen ni ven, porque miran por si ma del hombro» (Cautiverio, 557). Forma gramatical muy probablemente emparentada con hablas del occidente peninsular.
CONJUNCIONES Cada que ‘siempre que’. En México: «lo haría cada que... se le mande», 1740 (Nueva España, 515). Hacia 1535, Juan de Valdés ya repudiaba el uso de cada que por siempre (que), superviviente sin 338 En Lizárraga «unos pocos de cocos» (Perú, 400). La expresión dar de parece conservarse con mayor vitalidad en América que en España, y el manuscrito altoperuano Tortura registra «en haverme dado de bofetadas», «les dio de palos», «por haberle dado de trompadas» (2r, 5r, 23r); en texto mexicano de 1694, «para que le diesen de copas» (Nueva España, 454); «se suponía hijo de César y le dio de puñaladas», en el Catecismo político chileno de 1810 (v. n. 262).
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embargo en algunas hablas rústicas españolas, «y, con especial vigor, en numerosas regiones hispanoamericanas» (Kany, 1969: 444). El mismo autor señala la pervivencia americana de la variante cada y cuando (que), de la que encuentro precedente mexicano: «a él le era fásil elebarse cada y cuando que quisiera», 1692 (Nueva España, 422). Como que (Kany, 1969: 445, 446). En el boliviano Tortura: «con la autoridad de juez, como que acabava de recevir la bara pocos meses antes», «escasos de toda defenza, como que no podían ni hallaban arbitrio para dar las instrucciones a sus defensores» (5v, 14r). En México: «me llebaba en los hombros el padre, como que yba a una fiesta», 1692 (Nueva España, 423), «lo que tienes ya lo sé, y tú como que lo saves», 1805 (687), «lo que, oído por el que relata, como que todos eran amigos..., no hiso más que decirles...», 1813 (717). De que ‘desde que, en cuanto’. En el corpus de Peña y Lillo gran presencia textual tiene esta locución conjuntiva, coloquial y poco usada para la Academia en 2001339, entre cuyos registros están los de «resebí el suyo y de que vi su contenido...» (C a rt a s, 15), «pero, deque miro las cosas de tejas abajo...» (54), «y le aviso que, d eq ue le hablé para mi confesor, me hiso haser confesión general» (58), «de que llegaba a mi asiento persebía olor fragante» (61), «no sé lo que es tener un buen pensamiento de que desp i e rto», «no hay más consuelo que, d eque despierto en alguna alterasión destas y conosco ser todo falso, dar grasias a Dios que no es verdá lo que ha pasado» (64). Después que ‘desde que, desde que, en cuanto’. Como anticuada se registra en el diccionario académico esta locución, que se conserva muy viva en el epistolario chileno de sor Dolores, con ejemplos como «después que volví a mis sentidos, sentí en mi corasón grandes sobresaltos» (Cart a s, 29), «así son las lágrimas después que me veo burlada» (40), y antes aparece este nexo en otros corpus del mismo territorio: «después que yo llegué a casa de Tureupillán, hise una mesita a modo de banco» (Cautiverio, 887). Y en proclama del general San Martín: «Después que el exceso de desgracias y de crímenes ha su339 En la edición de 1992 el diccionario académico daba deque ‘después que, luego que’ como adverbio temporal, «familiar» y poco usado; en la de 2001 acertadamente cambia dicha clasificación gramatical por la de conjunción, aunque la n o ta de «coloquial» que a su empleo se le atribuye no es la que corresponde a una difusión muy predominantemente, si no exclusivamente, rural de esta forma.
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blevado las provincias de España, cuando la más atroz guerra intestina cubre de espanto y luto todas las familias...» (C orreo, 386). En México: «abíaseme olvidado desir en su lugar cómo d e spués que el padre me bido gastado...», 1692 (Nueva España, 422). Más que ‘aunque’. En el Alto Perú: «más que la guarde en el culo, yo he de salir con mis fines» (Potosí, 227); en corpus peruano con fecha de 1793: «quando camina, más que sea por un espeso bosque, va destruyendo con su recia trompa quanto encuentra»340; en el Correo de Angostura: «les obligó a retirarse habiéndose repetido la carga por dos ocasiones, más que quisieron mantener el campo» (331).
INTERJECCIÓN Ojalá y. Se usa en el español meridional, sobre todo en Andalucía, pero en América esta interjección se halla considerablemente extendida (Kany, 1969: 309, 310). Aparece en texto mexicano de 1806, «¡ojalá y nunca ubiera ido!» (Nueva España, 698), y anteriormente se encuentra en la crónica de fray Reginaldo de Lizárraga, no se olvide que era de origen extremeño: «donde ojalá y no se casen otra vez» (Perú, 322).
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CAPÍTULO VIII
Perfiles del español americano en la Independencia
MARCO HISTÓRICO Y CARACTERIZACIÓN LINGÜÍSTICA En los dos primeros capítulos de este libro he señalado las causas que a mi juicio condicionaron la formación del español americano con las variedades diatópicas que la emigración aportó, así como su desarrollo posterior hasta cuajar en una modalidad homogénea en determinados rasgos frente al español europeo, pero también con ciertos caracteres de diferenciación regional, como no podía ser menos tratándose de dominios de tan extraordinaria extensión, tampoco idénticos en las respectivas historias de su hispanización. Y en esa relación fundamental entre las dos orillas del Atlántico es claro que las afinidades más profundas y numerosas se dan entre el español de América y el del mediodía peninsular, el de Andalucía sobre todo, así como el de Canarias. De este especial parentesco lingüístico se han visto varias muestras léxicas en lo que precede, y muchas más se podría, traer a colación, alguna de significación histórica tan excepcional —y, según creo, hasta ahora desconocida—, como es estrallar (y estrallarse) ‘estallar, reventar’, ‘romperse una cosa’, ‘estrellarse’, que la lexicografía americanista localiza en Argentina, Santo Domingo y Venezuela, pero que asimismo se documenta en plano de la desembocadura del Misisipi de 1769 (VI, 1), con la particularidad de que la Luisiana fue territorio de predominante poblamiento canario, de mucho peso también en las Antillas y Venezuela, así como en tierras uruguayas. Y con el colofón sincrónico de que sean las hablas canarias las únicas de España que mantienen con gran vitalidad el mismo estrallar con significados idénticos a los americanos341. 341 También
estrallejo, estrallerío, estrallido, estrallo (Tesoro, 1239, 1240). Aunque
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La marca inicialmente regional del seseo, y ceceo, así como la de la /h/ americana frente a la /x/ del centro y norte de la Península, en cierto modo igual que la de los relajamientos extremos de /-s/, /-r, -l/ y /-d-/, o la del yeísmo, documentalmente parece indiscutible. Claro es que en América estos fenómenos tuvieron su propio desenvolvimiento geográfico y social, empezando por el proceso de nivelación que en el Nuevo Mundo experimentaron. Su explicación ciertamente no puede basarse en tópicos climatológicos, aparentemente desechados hace tiempo por la ciencia; pero aún circula un sucedáneo en la especie de que los andaluces para su asentamiento indiano habrían preferido las tierras «calientes» isleñas y continentales, un tanto como si añoraran el clima sevillano. Al descarte de semejante simpleza «histórica» he dedicado alguna atención anteriormente (I, 1, 3; 2008a: 32-40), aunque no estará de más recordar que los mismos criollos bogotanos se admiraban del temple de Bolívar para «haber sufrido todas las privaciones y los rigo res del clima más mortífero de Tierra Firm e» (C orreo, 197). Y si en 1577 un emigrado escribía a su hermano en estos términos: Ésta será para hazerte saber cómo yo llegué a esta çiudad de México, y después que a ella vine no e tenido un día de salud, porque en esta tierra todos los que vienen de España les da una chapetonada que se mueren más del tercio de la gente que biene (Nueva España, 212),
y el remitente era sevillano; pero la situación era mucho más adversa para la salud de los españoles en las tierras cálidas costeras, y como último botón de muestra recojo la experiencia del también hispalense Francisco de Saavedra a su llegada a Cumaná en 1780: No me causó la menor novedad la variación de clima y alimentos, no obstante que se estaba en la estación de las calmas, y que el Autoridades recoge rastrallar ‘chasquear con la honda o el látigo’, y que restrallar ‘crujir, restallar’ sea usual en León, estando documentado dar estrallido ‘estallar’, ‘quebrar financieramente’ en el sevillano Mateo Alemán (Corominas y Pascual, 1980-1991: II, 767), la correspondencia española con América en este punto sin duda es la canaria. El mexicano rastrellazo ‘rastrillazo, disparo’ antes documentado muy probablemente pertenece a esta familia léxica.
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hacia mucho calor. A mi criado don Ignacio García le asaltó una dolencia endémica en aquellos paises, y que rara vez perdona a los forasteros: llámase vulgarmente el bicho, trae grande aparato de calenturas y dolores, y descuidado sería mortal, pero se cura fácilmente con refrescos de cosas ácidas aplicando cortaduras de limón al orificio (Morales Padrón, 2004: 57).
El factor demográfico sería determinante durante toda la Colonia, pero no con la misma incidencia en el aspecto lingüístico de parte de la emigración española, que en el siglo XVIII decreció considerablemente y porcentualmente contó poco en el conjunto de la población hispanoamericana. En la capital de Nueva España los peninsulares no eran muchos, aunque tenían un gran peso en la administración y en la economía del virreinato, de manera que de los 130 comerciantes que componían el Consulado de México entre 1763 y 1771 la mayoría era de peninsulares, habiéndose identificado la exacta procedencia de 58 de ellos (Lemus y Márquez, 1992: 89), y en todo el enorme dominio novohispano los residentes nacidos en España eran unos 15.000, otras fuentes elevan su número a 20.000, apenas el 0,2 por ciento de toda la población, aunque esta exigua minoría controlaba el gobierno, el ejército, la Iglesia, buena parte del comercio exterior, además de la producción vinícola y textil del país (Anna, 2003: 11)342. Semejante situación se daba en otras partes, pues los españoles expulsados del Perú, según los títulos de las décimas escritas inmediatamente después del cese del gobierno virreinal sobre la Despedida de chape tones empleados de Lima, estaban representados por un general, un togado, un administrador de rentas, un oficial real, un minero, un hacendado, un naviero y un almacenista (Poesía, 250-252). La composición satírica resume bien las principales actividades desempeñadas por los metropolitanos en América en la última etapa colonial, probadas por documentos del mismo suceso de expulsión (Ruiz de Gordejuela, 2006). En cuanto a la preferencia de los emigrados sin distinción de origen por las tierras altas, bien la conocían quienes eran testigos de vista, como para el Perú se asegu342 Según este autor, de esos 15.000 españoles europeos 7.500 eran militares, 6.000 funcionarios y comerciantes, y 1.500 eclesiásticos.
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raba en publicación limeña de 1794, «la experiencia acredita que un europeo se radica o detiene más fácilmente en la sierra que en los valles», aunque la razón aquí aducida no es precisamente la de la benignidad climática343. Así, pues, la sociedad americana, bastante antes de producirse los movimientos independentistas, era genuinamente criolla, pero continuaba afectada por la escasez de su demografía, así como por su dispersión territorial y en no pocos sitios se sufrían los problemas del aislamiento —no absoluto, por supuesto—, que las dificultades de comunicación, más en la terrestre que en la fluvial y en la marítima, agrandaban. Se ha visto cómo el oficio de la arriería fue fundamental para el mantenimiento de la actividad económica en extensas zonas interiores, en el Río de la Plata o en Nueva España, y esto hasta los últimos años de la Colonia. En el dominio novohispano el Reglamento de arrieros y mercaderes, de 1796, establecía los plazos para llegar a Guadalajara desde los principales puntos del país: 60 días a partir de Veracruz, 30 de México, 20 de Querétaro y las mismas jornadas desde San Miguel el Grande (Suárez Argüello, 1997), y el 19 de julio del mismo año los arrieros de la Antigua Veracruz escriben una carta a la Reina solicitando que se hiciera un camino desde Veracruz a Xalapa, y de allí a Perote344. Poco antes en su visita a este territorio Francisco de Saavedra se maravillaba de que la carrera real de Veracruz a la capital del virreinato no fuera un camino carretero en condiciones: Salimos de Perote al amanecer. Llegamos a Xalapa poco después del mediodía. Fui considerando a cuán poca costa podría hacerse un 343 Tru j i l l o, Apéndice III, núm. 336 del Merc urio Peru a n o. El redactor opina que el hecho es «verosímil provenga de aquel imán que tiene el agasajo: son también más subordinadas (las indias) a los preceptos del varón», «pues aventajan a la mugeres de los valles en el cariño, principalmente para con el forastero». Pero las razones de la atracción que por el altiplano sentían los emigrados españoles sin duda eran más prosaicas o materiales, como serían el rendimiento agrícola, la minería, la disponibilidad de más mano de obra indígena. En cambio, la suavidad climática y la facilidad para el comercio explicarían el poblamiento de Trujillo del Perú, donde «hay (familias) que se derivan de aquellas personas que, atrahidas del comercio y bondad de su clima, se fueron avecindando, y muchas que, habiendo venido con honoríficos empleos a ella o a los corregimientos confinantes, la eligieron para su residencia» (núm. 248 del Merc urio Peru a n o) . 344 AGI, Estado 40, N. 30
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excelente camino de ruedas desde Veracruz a México; en él se trabaja sobre el particular y está encargado de ello un buen ingeniero. Sin embargo, me parece que más que hacer un camino de caja se entiende por tal las huellas de las ruedas hechas por los vehiculos...; lo que se hace es echar un remiendo al que en el día existe (Diario, 251).
Por referencia a México se ha señalado el tradicional aislamiento de la población criolla del Yucatán, que desde luego no era de igual grado en el medio rural que en el urbano de Mérida, de cuyos 19.047 habitantes, según padrón de 1788, 4.264 eran «españoles» (blancos europeos y mexicanos), 7.113 indios, 5.048 mestizos, 2.442 pardos o mulatos, 241 negros, y en los conventos 50 monjas además de 249 criadas345. En Mérida de Yucatán el uso del español sería preponderante, no así en el campo, pero el sistema de castas intramuros y el predominio indígena circundante sin duda animaban el espíritu aristocrático, de inevitables consecuencias lingüísticas, en la elite criolla. En el Perú la situación era extraordinariamente variada, pues en «las Balsas, puerto real por donde pasan el Marañón... el calor que allí se experimenta es excesivo, y sus habitantes son indios y mestizos», mientras que la ciudad de Santiago de los Valles estaba habitada por «algunos españoles, mucha gente blanca y pocos indios», en un partido como el de Moyobamba, selvático y con sólo dos curatos a pesar de su gran extensión, «en un llano tan dilatado que hace horizonte sin que se distinga cerro alguno», cuyo «terreno es montuoso (selvático), muy húmedo y lleno de ciénegas a causa de los muchos ríos caudalosos que lo inundan»; y los habitantes de este territorio, además de los de Chachapoyas, Luya y Lamas, «está regulada en veinte y cinco mil trescientos y setenta y ocho», la mitad indios, seguidos de mestizos y españoles, a larga distancia por los pardos y negros, «corto número —concluye el autor— en un terreno tan dilatado y que desde luego, como en el resto del Perú, influye en su actual decadencia y miseria»346. 345 Cartografía III, 128. El estamento militar, por lo tanto hispanohablante, era importante, pues contaba con 676 miembros de las milicias de voluntarios blancos, 684 de las ocho compañías de tiradores pardos, y 50 hombres de la compañía de dragones. 346 Trujillo, Apéndice III, núms. 165 y 166 del Mercurio Peruano.
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En este marco geográfico y social, y en otros semejantes que conoció la América colonial, el mantenimiento de la tradición lingüística forzosamente se veía favorecido, lo cual supone que las principales notas del fonetismo americano se configurarían muy pronto, algo que por otro lado la documentación avala. En el aspecto gramatical la mejor pervivencia de viejos usos hispánicos también queda suficientemente probada. Extender el listado de antiguas concomitancias españolas y americanas es tarea sumamente fácil, pues basta con ampliar el análisis textual y, así, en carta dada en Sevilla el año 1596 por una monja natural de Ayamonte (Huelva) se encuentra repetido el refuerzo prepositivo del posesivo, una de las citas también con el tipo sintagmático Dem. + Pos. + N.: «por la cingular merced y regalo que me a hecho a mí y a toda esta su casa de vuestra merced», «yo e resiuido su bista de mis amadas hermanas»347, una prueba más de que en absoluto se trataba de giros exclusivos del estilo notarial. Las citadas construcciones abundan en el corpus literario de Torres Naharro, del año 1517, además del empleo de mi + vocativo: «díme agora, por mi amor, mi señora, de quién habramos agora», «Dios te guíe, mi señora», «y él te guarde, mi señor»; se registra asimismo la posposición del posesivo en sintagmas «que contienen un nombre que trasmite valor de complemento al adjetivo posesivo: a causa tuya (a causa de tí), en busca suya (en busca de él), a pesar suyo... (Chile)» (Kany, 1976: 65, 66), con la cita «essa es ida en busca mía», que contiene el auxiliar ser de un verbo de movimiento (es ida), sin que falten atestiguaciones como la del imperfecto contracto vían ‘veían’ o la de los vocálicamente disimilados escrebir y recebir (Propaladia). Algo anteriores son los versos de Juan del Encina, publicados el año 1496, en los cuales son casi generales escrebir y recebir, frecuentes vía ‘veía’, vías ‘veías’, así como la combinación ya + pronombre personal antepuesto al verbo: ya tú sabes, ya yo avía oydo, ya yo mesmo no era mío, esso ya yo lo sabía; sin que falten el orden pronominal me se («que en venir me se desfrola»), la construcción Dem. + Pos. + N. (aqueste vuestro letor), la anteposición de mi a vocativo («andad en paz, mis her 347 Texto epistolar que facsimilarmente reproduce la lámina IV de otra investigación mía (1993: 44). En él, aparte de un seseo o ceceo pleno, se registra todavía un caso de haber ‘tener’: «dise que aya ésta por suya vuestra merced».
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manos»), la formación del superlativo con más y positivo («tú sos el más buen zagal»), la forma con aféresis ora («y ora quieres ser traydor», «ora las vuestras posseo»), junto a bastantes casos de no más ‘solamente’, entre ellos: «el viernes de cruz no más», «¡o, qué dulçor de dulçores, / morir una vez no más!» (Cancionero). Y vamos, vais subjuntivos en las Farsas de Lucas Fernández: «no’s vays tan desconsolada, / ay, cuytada», «algo me querrás llevar, / sin dudar, / ante que vamos de aquí». El presente de subjuntivo vamos también se encontrará más tarde, 1614, en La famosa tragicomedia de Peribáñez y el Comendador de Ocaña de Lope de Vega, uso ocasionalmente aún conservado en América (Kany, 1969: 215, 216): «que no os vais, os ruego», junto a la locución adverbial no más: «con esto no más que le conceda», «diome la muerte no más», y la anteposición del posesivo mi a sustantivo en vocativo: «por vuestra casa, mi Antón, tengo de entrar en la mía». No pocos casos de este hecho gramatical registran los textos aquí estudiados, entre ellos para Chile, segunda mitad del XVII: «pues volveré a acompañaros, dijo el indio, si gustáis que nos vamos paseando» (Cautiverio, 551), y en 1810: «la metrópoli ha querido que bamos a buscar justicia y a solicitar empleos a la distancia de más de tres mil leguas»348; y en México, 1813: «balla, señor padre, tomemos y bámonos, que yo también tengo que ir a ver a mis cavallos» (Nueva España, 719). Tampoco faltan testimonios de la antigua construcción negativa con dos voces de este sentido antepuestas al verbo: «ni las longanizas tampoco me has enviado» (Correo, 358), «hasta ahora no tiene dueño ni tampoco se conoce la calidad de éste»349. A Lizárraga pertenecen las citas «éste también no se vadea», «porque ni los maridos no tienen ánimo» (Perú, 125, 170). Pero no todo es rasgo tradicional en la gramática de esta documentación, pues el fenómeno de pronominalización verbal, con caracteres semejantes a los que al respecto hoy se observan en el español americano, se verifica en grado sensiblemente más progresivo que en el español de España de la época. Y se apunta vigorosa la tendencia a elidir la preposición de con verbos que tradicionalmente la habían exigido (queísmo), de la que sólo en el Correo del Orinoco escojo estos ejemplos: «c o nv e nc i eron a Cristóval que se hallaba 348 Catecismo 349 Trujillo,
político, citado en la n. 262. Apéndice III, núm. 269 del Mercurio Peruano.
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sentado sobre el borde de un precipicio» (381), «est amos convenci dos que quando las aguas estén en su altura...» (424), «debéis estar persuad idos que ambos departamentos han sido igualmente tratados» (499), «he recibido varios partes... avis á nd ome que su puesto estaba cercado» (500), «lo deposita en manos de V. E. p e rs u ad ido que si con su espada ha asegurado a la República...», pero «el Congreso está bien p e rs u ad ido de que la República será feliz» (502). En su emocionado manifiesto A los pueblos de Colombia, dado en la hacienda de San Pedro el 10 de diciembre de 1830, próxima la hora de su muerte, escribía Bolívar: «Me separé del mando cuando me pers u adí que desconfiabais de mi desprendimiento» (D ocumentos, 25). Para algunos autores, por fortuna muy pocos, el español americano es «revolucionario», evolutivamente se entiende, pero resulta que ni término ni concepto caben en historia de la lengua, pues el cambio lingüístico opera pausadamente, precisamente porque debe ser asumido por el conjunto de los hablantes, y esa conquista de las voluntades lingüísticas no se produce de la noche a la mañana: es doctrina asentada por grandes lingüistas que la documentación y la experiencia de lo que ante nuestros ojos sucede sobradamente prueban. Esto vale para la fonética y para la gramática, y en cierto modo para el fundamento léxico de la lengua, que, sin embargo, por ser un campo mucho más abierto y por su propia idiosincrasia semántica, permite rápidos triunfos sociales de alteraciones de significado en algunos de sus elementos, entradas de voces foráneas y también desusos consumados en no mucho tiempo. Si un día se habló de «innovación» fonética y de «revolución» fonológica fue por la necesidad del lingüista de sintetizar «estructuralmente» procesos de larga duración, de los que muy poco se sabía de su comienzo (cronológico, geográfico y social), y tampoco mucho de su imposición final como hecho sistemático. Otra cosa es caracterizar al español de América como un todo con el marbete de «revolucionario», basado sólo en unas pocas como desbocadas evoluciones fonéticas, meramente supuestas, y en algún estereotipo teórico ayuno de documentación. Evidentemente, el desarrollo diacrónico de una unidad del español como la americana, de tan extraordinaria extensión geográfica y de semejante complejidad social, no puede definirse lapidariamente, ni tomarse una parte, aun cuando se interpretara ade-
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cuadamente, por el todo. Ni es admisible que se quiera poner una etiqueta de sentido histórico a una realidad dialectal que desde hace mucho tiempo llegó a ser la más relevante del mundo hispánico, sin prestarle la debida atención científica, que en esta disciplina mayormente radica en el análisis textual. Varias de las principales circunstancias que rodean la evolución del español desde que se trasplantó al Nuevo Mundo justifican el innegable carácter tradicional que en no pocos aspectos actualmente presenta, y que por descontado tenía en los años de la Independencia, lo cual en sí mismo ni es positivo ni negativo: es lo que los hablantes en su vivir americano quisieron que fuera. Pero junto a la tradición puede existir la innovación, que según pienso es el caso de la pronunciación chilena de la /h/ seguida de vocal palatal. La misma nivelación fonética, con protagonismo del meridionalismo originario, no deja de ser un fenómeno innovador, que también se da en la resemantización americana de tantas palabras del español europeo, en las adopciones de préstamos de otras lenguas, en la renovación léxica impulsada por la revolución independentista.
SOCIEDAD Y LENGUA Tan fuera de lugar es tratar de «revolucionario» al español de América, insisto en que tal término debería ser resultante de una retrospección histórica, como que se consideren «construcciones sintácticas aparentemente extra-hispánicas» las de un mi amigo, otro mi hermano, si él fuera venido ayer o esa tu criatura, o que tenga que ser un caso de «penetración sintáctica» del guaraní la «doble negación con negación antepuesta: nadie no está»350. Ni tan alegremente se puede tomar la preposición de «ir en casa» como muestra de calco indígena o africano en el español americano, pues toda cautela es poca en este terreno, teniendo en cuenta los precedentes históricos del español común. 350 Según Lipski (1966: 196, 305, 333). Esa «doble negación» fue la normal en el castellano medieval, aún documentada hasta bien entrado el siglo XVII. El ejemplo de este autor «ya me lo cayó el diablo» para un lo pleonástico no puede explicare sin contexto, pues caer también es transitivo (‘tirar, derribar’) en zonas hispánicas.
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Construcciones como su casa de usted, su misma boca de dicho pa dre, su sobrino de él, este su puesto, y otras que a finales del período virreinal he documentado (I, 4; VII, 3, 4), son muestras de un lenguaje formal que en España desde hacía tiempo estaba en decadencia y que en América encontró favorable ambiente social para su pervivencia. Por las especiales costumbres de las elites criollas, por su tendencia a la selección y por el sentido aristocrático que las animaba. Así, a finales del XVIII, tratándose de los moradores de Trujillo del Perú se decía: «tiene la ciudad familias muy nobles, y aquellas que provienen de los primeros conquistadores y encomenderos se juzgan más privilegiadas»351, y en México, reclamando un mayorazgo de España, Atenógenes Rojano comunicaba a su representante haber remitido «la justificación de mi nobleza» y proclamaba que «sin embargo de ser un oficial del rey y dependiente de la Real Casa de Moneda, que ambos me constituyen noble, con todo mediante aquel, por un efecto de la divina providencia, soy caballero hijodalgo notorio con los mejores enlaces en esta capital por ambas líneas»352. Referencias como éstas abundan sobremanera, demostrativas en todo caso de que las pretensiones de relevancia social que a tantos españoles de los siglos XVI-XVII afectaron, el «espíritu de hidalguización» del que Rosenblat habló, en tierras americanas se potenciaron y extendieron en el tiempo. Y al comisionado español Francisco Saavedra en su estancia americana de 1780-1782 le llamaría la atención el prurito nobiliario de algunos criollos de Cumaná: Las familias españolas establecidas allí desde lo antiguo, están muy encaprichadas en su nobleza, a pesar de los pocos medios que tienen para sostenerla; pero esta preocupación ha producido un buen efecto, impidiéndoles mezclarse con las varias razas de color que han viciado la sangre española en otras partes de América (Morales Padrón, 2004: 59).
En Nueva Granada la situación no era distinta, pues don Jerónimo Torres ofrece la siguiente nota autobiográfica: «Nací en Popa351 Trujillo, 352 Carta
Apéndice III, núm. 248 del Mercurio Peruano. del 24 de marzo de 1819, citada en la n. 100.
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yán en 1772. Mi padre, don Jerónimo Francisco de Torres y Herreros, hijodalgo español de raza limpia, según él se calificaba...», y su hermano Camilo por referencia a la misma ciudad dice: «Tú sabes el país que habitamos y la preocupación que reina en él en esta materia. Un hombre destituido de los papeles de su linaje está siempre expuesto a tener mil lances de honor» (Silva, 2002: 40, 599). Aunque se empezaron a escuchar quejas contra el mantenimiento de tal estado de cosas, como la del colombiano Diego Martín Tanco, quien en 1792 se expresaba así: «Cuando se trata del bien universal de un Reino y de los medios de fomentarlo, debe quedar excluida toda idea de nobleza, elevado nacimiento, descendencias ilustres y honoríficos empleos» (614). La formación escolar y académica de las minorías criollas también tiene mucho que ver con el gusto por el lenguaje formal y con la tendencia al refinamiento lingüístico. A mediados del XVIII, Murillo Velarde, refiriéndose a los novohispanos, mezcla el lugar común y la alusión a verdaderas peculiaridades léxicas, con el rechazo a un estilo altisonante en grupos profesionales (médicos y abogados), que parece chocarle: Son los mexicanos en lo común afluentes en la lengua española, fuera de algunas palabras regionales, pero los médicos y abogados principiantes la desfiguran con mil clausulones medio latinos, medio griegos, a modo de centauros, de suerte que cada uno parece una culta latiniparla,
alcanzando el nivel de la mayor generalización esta otra opinión suya, poco concreta pero que estaba muy extendida entre quienes viajaban a América: Y en lo que he experimentado de todos, no exceden los de Lima a los de México, ni los de México a los de Philipinas. Todos ellos son de memoria prompta, de nativa loquacidad, de lengua expedita y desembarazo en el decir (Geografía, 271).
La imagen de la donosura del habla del criollo se acuñó muy pronto, según esta opinión de fray Martín de Murúa sobre los limeños: «no se hallará en esta ciudad un vocablo tosco y que desdi-
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ga de la pulideza y cortesanía que pide el lenguaje español, que acá se ha trasplantado de lo mejor y más acendrado» (Perú, 515). Pero en lo que toca a la conservación de giros gramaticales como los señalados, aparte de lo que supondría la práctica de un estilo retórico en el siglo XIX (Silva, 2002: 631), sin duda no poco tuvo que ver el conservadurismo lingüístico del entramado judicial, y la plétora de abogados, contra la que desde tempranas fechas se alzaron voces, por el pleitismo que conllevaba. Todavía en 1780 el español Francisco de Saavedra, recién llegado a Cumaná, tras describir ciertos aspectos de la ciudad observaba: Hay sin embargo allí muchos enredos, nacidos por la mayor parte de la abundancia de abogados, que no hallando ocasiones en un país tan pobre de ejercer su profesión honradamente, suscitan pleitos, atizan el fuego de la discordia, y viven a expensas de la quietud de sus conciudadanos (Morales Padrón, 2004: 60).
Esta afición a pleitear judicialmente ya la denunciaba en los indios andinos Huamán Poma a principios del siglo XVII, y con derivación a la violencia se achaca en 1743 como una de las causas de la decadencia del pueblo mexicano de Ocuila: Los indios que hay hoy no son tan trabajadores como los antiguos y la falta de principales y caciques que los hacían trabajar, y porque también son pleitistas, que los distrae, como lo causó la sublevación que los de esta cabecera tuvieron con el ingenio de Xalmolonga, a cuyos autos se remiten (México, 184).
De ahí las documentaciones mexicanas de pleito ‘discusión, riña’: «y como resultaron varios pleitos y celos, se salió la referida a vivir con una su parienta», 1745, «que aunque estuvo a poca distancia mirando el pleito, que ella no oyó dichas palabras», 1772 (Nueva España, 539, 596). Del trato con el lenguaje forense se pasó a la popularización de varios de sus términos, pero también a la expansión social de usos gramaticales que en España difícilmente traspasaron los límites de la norma culta, cuya vulgarización en América se vio favorecida por el prestigio que rodeaba a la aristocracia criolla en una sociedad de castas, y por circunstancias que
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propiciaban el contacto humano en núcleos de escasa población. De otro modo no se explicaría que un panadero de la ciudad de México de baja formación escolar en 1689 escribiera «con tantos ruegos a todos y asta su padre de vd.», «de todo responde su padre de vd.», «mi bien, por vida tulla que no deges de salir» (Nueva Espa ña, 382). Porque también la anteposición de mi en vocativos, de origen culto, se hizo popular en América, también en Canarias, como ya lo era para el menestral mexicano, o para los campesinos chilenos, según el dicho «¡arrímate a la olla, mi alma, que tiene peumo!» recogido por el botánico Hipólito Ruiz. A veces la lengua escrita ofrece resquicios para determinar con suficiente precisión el alcance sociolingüístico de usos como los precedentes. Pero el tráiganle («tráiganle una guitarrilla, / aunque no tenga bordón») de los versos venezolanos de 1801 ya aducidos (VI, 2) lleva a pensar que, efectivamente, el pronombre vosotros apenas tenía vigencia como registro oral en el español americano de principios del siglo XIX, como anteriormente he supuesto, a pesar de la importante pervivencia literaria (retórica o formal) de vosotros y vuestro (VII, 5), y la impresión se afirma cuando en 1741 el mayordomo de una hacienda rural decía vayan con Dios a los peones indios, y sabiendo que en testificación inquisitorial de 1751 «Juana María, yndia sirviente, y doña Josepha Manso del Villar, y juntas y muy admiradas dixeron: cállense, que éste puede ser algún maleficio» (Nueva España, 517, 574). El padre Correa escribía en tono coloquial: «¡pregúntenselo al señor Andrade!», «ha, que no están impuestos ustedes, hermanos míos, en lo que es Correa!»; en proceso de 1811 por la matanza cometida por un grupo de indios se pone que gritaban «¡mátenlos a todos!», y en la revuelta de Cuernavaca de noviembre de 1810 un insurgente animaba así a los que tumultuariamente pretendían quemar una casa donde se refugiaban varios españoles: «préndanle fuego, hombre; préndanle fuego y ya verán cómo salen corriendo los gachupines que están ahí escondidos», con otro testimonio procesal muy popular del año 1813: «vean la maldad de Luis y el pago que sacó Ponce de haberle hecho tanto bien»353.
353 Textos
manejados por Van Young (2006: 262, 529, 625, 784, 788).
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AL FINAL DE LA COLONIA: AMERICANISMOS GENERALES Y REGIONALES Una y otra vez el historiador se encuentra con dos evidencias, por un lado que muchos rasgos lingüísticos de valor caracterizador que la documentación indiana le ofrece son de difusión general o muy amplia, y por otro que también frecuentemente esos mismos fenómenos atestiguados en torno a la Independencia configuran la diferenciación del español americano actual. Que se diera en el período colonial la distribución de los caracteres fonéticos regionales y generales del español americano, de la gran mayoría de ellos al menos, es algo que no ofrece muchas dudas, y lo propio puede decirse de lo más granado del acervo de los americanismos léxicos. El desarrollo evolutivo probablemente haya sido más lento en el orden gramatical, aunque no pocos de los elementos que distinguen a la modalidad americana aparecen triunfantes o en expansión a principio del siglo XIX. Da mucho que pensar, efectivamente, que tantos modismos hoy de identidad americana tengan difusión general o que otros sean de gran extensión regional, circunstancia que parece remitir a la época en que toda América estuvo unida política y administrativamente, cuando los funcionarios y militares españoles y criollos cambiaban entre cualesquiera destinos y los traslados afectaban igualmente al ramo eclesiástico, cuando las relaciones comerciales se movían libremente de Acapulco a Valparaíso, del Cuzco y Potosí a Buenos Aires y en el Río de la Plata se recibía el azúcar de Cuba, sin contar con el papel normalizador que ejercieron los principales centros culturales, que irradiaron su influencia muy lejos por la inmensidad americana. Se liberará América de España, pero se crearán fronteras nacionales, con iglesia, enseñanza, funcionariado y ejército propios en cada República. Será preciso saber también qué contactos efectivos hubo entre los diferentes nuevos países para suponer las consecuencias que la Independencia tuvo en materia lingüística. Ahora bien, muchos de los elementos característicos del español americano lo son por contraste con el español europeo, lo cual sugiere que las divergencias a partir de la común huella hispánica estuvieran suficientemente apuntadas en todas partes antes de que América se encontrara a sí misma, aunque fragmentándose, y eso es lo que parecen indicar los expurgos documentales sobre los
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años de la Independencia. Es también lo que la historia externa hace suponer en una América que, entrado el siglo XIX, tenía no pocos de sus territorios escasamente comunicados entre ellos. Leyendo los textos de la época se comprueba el desconocimiento que los americanos en general tenían de regiones distintas a la propia, máxime si mediaban grandes distancias. En carta reservada al ministro Mariano Luis de Urquijo, fechada en Santiago el 20 de agosto de 1801, el oidor decano presidente interino de Chile le comunica estar enterado del «plan de subversión de nuestra América adoptado por el gabinete ynglés, fraguado por Dn. Francisco Miranda, dirigiendo vna expedición desde la ysla de la Trinidad a Puerto Cabello y Tierra Firme», y añadía: Aunque es inmensa la distancia e incomunicación de aquí a aquel te atro, se estará con la más vigilante precaución, observando exactísimamente quanto con este motivo se previene, para atajar todo designio que intente perturbar la inalterable lealtad desde Reyno (lámina XI)354.
Aparte de las relaciones comerciales interamericanas por entonces existentes, quienes más se movían a lo largo y ancho de América eran los miembros de la Iglesia y los servidores de la administración colonial, civil y militar, tanto españoles como americanos. Como ejemplo tenemos el caso del j av eque Andaluz, uno de los buques surtos en el puerto de Montevideo en 1769355, y que años más tarde aparece surcando el golfo de México entre La Habana, Mobila y la desembocadura del Misisipi, primero sólo con el nombre de la clase de embarcación, cuando Bernardo de Gálvez pide refuerzos, pero «convinieron que el c h a mb equín se arriesgaba mucho en entrar», a la bahía de Mobila, y el oficial que mandaba el convoy «se retiró con el c h a mb equín a la Habana». Poco después, Francisco de Saavedra sería testigo, la madrugada del 28 de marzo de 1781, de la 354 AGI, Estado, 85, N. 49. Sin duda dicho oidor ignoraba que Urquijo había sido destituido por Carlos IV. En cuanto a la trama londinense denunciada, conviene recordar que en 1799 O’Higgins se entrevistaba en Londres con Francisco de Miranda, y que, ganado por el venezolano para la causa independentista, regresaba en 1801 a su Chile natal, el mismo año en que esta carta se remitía a la metrópoli. 355 Plano citado en la n. 190.
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salida del puerto de la capital de Cuba de la flota que acudía a apoyar la toma de Pensacola: «componíase del navío San Román, de 61 (cañones), las fragatas C ec ilia y C l ar a, de 36, el chamberquín (sic) A nd al u z, de 20, el paquebot San Pío, de 18, y 32 transportes en que iban 1.300 hombres de tropa, el tren de los pertrechos y víveres» (Morales Padrón, 2004: 143, 150). En su diccionario marítimo el capitán de fragata Timoteo O’Scalan aclara que ch a mbeq uí n es ‘jabeque con aparejo de fragata’ (1831/1974: 200)356. Si el diccionario académico recoge como americanismo general tomar ‘ingerir bebidas alcohólicas’ y pronominalizado tomarse ‘emborracharse’, en el septentrión mexicano ya se halla esta voz con dicho significado en texto referido a un suceso criminal entre borrachos del año 1813: «que, como iban tomados, cada uno se fue a dormir a su casa» (Nueva España, 719), como se encontraría mucho más al sur en estos versos altoperuanos de finales del XVIII: Mi don Bato es prevenido y no sesa su molino, su quijada es tarabilla y él es embudo de vino. Él se toma a lo divino y nosotros a lo humano (Potosí, 366). Son sólo dos datos, pero suficientes para asegurar la generalización de este término en América antes de su separación de España, y si en composición limeña muy poco posterior al triunfo independentista se usa el despectivo j et ó n, no parece creíble que la particular configuración semántica de este vocablo se deba al autor del texto en cuestión, ni que su total difusión americana se diera desde 356 Efectivamente, la Armada española indistintamente llamó a este buque jabeque y chambequín, y de hecho mientras el Andaluz sirvió en el Atlántico sur, participaría en el ataque al asentamiento inglés de las Malvinas, también es designado con el segundo nombre, aunque como jabeque (javeque) se nombra en el plano montevideano. Por el Río de la Plata y zonas próximas navegaba al menos hasta 1777, pero luego el chambequín sería enviado a La Habana, en apoyo de las tropas españolas y francesas que combatían a los ingleses a favor de los independentistas norteamericanos.
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entonces y a partir de dicha área peruana, sino que de antes venían las cosas; lo mismo puede decirse respecto de m arom ero, por entonces documentado en periódico mexicano pero que es de común uso americano. Si prec is a r ‘necesitar, verse obligado’ es americanismo general, resulta poco probable que precisión ‘urgencia, prisa’ se vea reducido al español de México, como Morínigo en su diccionario lo incluye, y efectivamente se encuentra en el Correo del Orinoco, igual que d is im ul a r ‘perdonar, dispensar’, como mexicanismo dado por Santamaría357. Son numerosos los americanismos generales o de amplísima difusión documentados en los últimos decenios de la presencia española en la América continental, algunos con gran antelación también. Entre los que en este estudio se consideran, arria, que ya lo empleaba Huamán Poma a principios del XVII: «una mula buena de cuerpo y pelo, de camino o de h arr i a, cincuenta pesos» (C or ón ica, 693). Y otros muchos que no me es posible tratar aquí, por ejemplo cuchilla ‘cumbre alargada y áspera de una cadena de cerros bajos’, ‘cordillera de cerros bajos’, ‘loma’, propio de la América meridional (Morínigo), registrado en Lastarria, «el río Negro, que tiene su principio en la cuchilla que hace divisoria entre nuestro pueblo y Portugal», o Brasil (C ol onias III, 51r), ya en Lizárraga, «despachó algunos soldados arcabuceros que por una cuchilla arriba subiendo echasen de allí a los enemigos» (P erú, 461), quien también trae otros americanismos de diversa extensión, así p aj onal, «llegó a este p aj onal ya tarde, donde, alojando la gente, ya comenzaban a armar sus toldos» (356), o b añ ado, éste como particularismo rioplatense: «los ríos desta provincia (Tucumán), singul a r idad el de Esteco y el de Santiago del Estero, al invierno son como el Nilo, salen de madre y extiéndense por aquellas llanadas regando la tierra, que allá llaman bañad o s» (412)358. 357 «Permita el uso de la Cruz de que habla el artículo tercero, disimulando la pequeñez de los actos consagrados al mérito y virtudes de V. E., comparados con nuestra deuda, nuestra gratitud y nuestros deseos», «hallándome sin canoas para seguir mi marcha, me vi en la precisión de arrastrar a todo trance la mayor parte de las que me habían conducido de Tumaco» (Correo, 197, 410). 358 Pajonal viene en mapa peruano de 1791 (Cuesta Domingo, 1993: 306). En cuanto a bañado, Lizárraga lo conocía como regionalismo rioplatense, mientras que para el diccionario académico, pues lo recoge sin nota, es americanismo general. Morínigo lo da como usual en Argentina, Bolivia y Paraguay.
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Siendo el americanismo léxico en su mayor parte resultante del fenómeno de renovación semántica de palabras llevadas por la emigración española, o del particular aprovechamiento de recursos morfológicos para la formación de palabras con que cuenta la lengua común, está claro que se inserta en un proceso innovador, que en muchos de sus elementos se comprueba cumplido antes de que acabara la época colonial. Y esto tanto para toda América como en el plano regional, que puede ser de la enorme amplitud del que corresponde a bombilla ‘cánula de metal para tomar el mate’, dominio según Morínigo formado por Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile, presente ya en El lazarillo de ciegos caminantes del seudónimo Concolorcorvo, de 1773: «por ser muy común que varios concurrentes beban en un mismo mate y con una propia bombilla» (CORDE). De los extranjerismos los hay que naturalmente sólo pudieron entrar en el español americano durante los años del conflicto independentista, o después, y parece lógico pensar que la mayoría de los afroamericanismos se debió de acuñar en el período colonial, como el rioplatense bombero ‘explorador’, ‘espía’, que se encuentra en parte militar dado en Buenos Aires el año 1821: «con el objeto de reconocer y atacar varias partidas de la enemiga, que, según noticias de mis bomberos, recogían las caballadas» (Correo, 517). El trazado de límites intradialectales o regionales en la perspectiva histórica es posible con el léxico, que permite el trazado de no pocas isoglosas suficientemente seguras, y los cronistas de Indias ya ofrecieron bastantes referencias sobre la distribución geográfica de algunos americanismos léxicos y de muchos más indigenismos, cosa natural en esta clase de obras. Desde luego el vocabulario indoamericano se presta al establecimiento de sinonimias diatópicas, pues ya en la primera entrada de O’Scanlan se lee: abacá, planta de Filipinas y de toda la India, semejante a la pita de España («vino de América a Europa»), al g en iqué o g en iquén de Veracruz y al güambé o güembé de Buenos Aires, de cuyas hebras se hacen cables y jarcias..., toma el referido nombre de geniqué o g en iquén a lo menos entre la gente de mar del Seno mejicano y aun de toda la Costa Firme e Islas de barlovento, y en los tiempos inmediatos a la conquista, y aun algo después, se llamó fique (1831/1974: 1).
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Los hechos gramaticales que son de herencia hispánica por lo general pueden darse en cualquier territorio, aunque con diferencias de gradualidad diatópica, dependiendo de las circunstancias geográficas, de población y de cultura de cada zona.
GRADUALIDAD DIATÓPICA Y SOCIOLINGÜÍSTICA Al tratar de sufijados como los anteriormente referidos polv oroso, riesgoso y rotoso no estará de más recordar que de la alternancia -oso / -iento en las hablas mexicanas, Moreno de Alba verifica la frecuencia mucho mayor de mugroso frente a mugriento, del mismo modo que caprichudo claramente predomina sobre caprichoso, mientras el adjetivo derivado en -udo tiene una única presencia en los textos de España que el filólogo mexicano maneja, de donde su razonable conclusión de que «prácticamente caprichudo no se emplea en este dialecto» (2007: 130-132). Es lo que mi experiencia de hablante y de lector también me dicta, no obstante que el diccionario académico con plena equiparación incluya caprichoso y caprichudo, quizá porque no pueda permitirse las diferencias dialectales y de preferencias de uso en todas sus entradas. Un registro mexicano como el de caprichudo en 1808, «el presbítero Rucabado..., petulante en sus proposiciones, caprichudo, preocupado en muchas cosas...» (Nueva España, 704), seguramente nos sitúa en los antecedentes de la situación actual descrita por el citado estudioso, mucho más los testimonios de la sufijación en -oso (reinoso, rotoso, vejaminoso, etc.) recogidos en el capítulo VI. Son hechos de diferenciación puntuales, pero que, sumados a otros anteriormente señalados, efectivamente distinguen al hablante hispanoamericano del que practica el español europeo. El español de América, procediendo como procede del trasplantado por heterogéneas migraciones españolas, por un lado no puede presentar numerosísimas y radicales diferencias respecto de su matriz, en tal caso quizá se estaría hablando de lenguas distintas, y por otro lado lo normal es que, habiendo recibido influencias de todas las regiones peninsulares y de Canarias, tenga ciertas afinidades con todas ellas, aunque, por las razones históricas expuestas, más intensas y extensas con unas que con otras. Se está aquí
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ante la gradualidad diatópica, pues es claro que en el aspecto fonético, pero no sólo, el español americano en su conjunto se muestra más afín a las hablas meridionales españolas, sobre todo a las de Andalucía y Canarias, que a las restantes. Además, de toda evidencia es que en el español de América es difícil encontrar un numeroso manojo de rasgos lingüísticos de auténtica identidad nacional o regional con nota de exclusividad, más allá de las peculiaridades léxicas. Por eso mismo es tan importante conocer la verdadera situación lingüística de América en el momento en que la emancipación continental tiene lugar, y en los decenios precedentes, y por eso los estudios de ámbito regional, por supuesto necesarios, no pueden llevar a conclusiones que identifiquen lo documentalmente descrito sólo con la identidad lingüística del dominio considerado, en sentido privativo. Lo prudente será encajar las distintas piezas diatópicas de la América a punto de salir de su dependencia colonial, para disponer así de un panorama lingüístico de conjunto. No sólo se ganará de este modo en la comprensión de lo que fue la suerte del español en la Indias occidentales durante tres largos siglos, sino que se dispondrá de un fundamento para establecer comparaciones internas, y con el español europeo, en su evolución posterior a la ruptura independentista. Un reciente estudio sobre el español de México asegura que varios rasgos que hoy lo caracterizan estaban plenamente consolidados hacia el final del período colonial (Company Company, 2007)359, y es lo que mi perspectiva documental me asegura para esos mismos usos, y para muchos más, en todo el español americano de la época. Es cierto que las diferencias más fueron graduales que de exclusividad social y territorial, aunque hubo hechos lingüísticos de carácter privativo, y en mayor número los hay en la actualidad, cuando por ejemplo el tipo sintáctico ya nosotros lo dijimos es de nivel popular en muchos sitios y la construcción un mi amigo puede mantenerse en zonas marginales, campesinas o bilingües. En la comparación del español de América con el de España la di359 Esta autora señala como usos dialectales dieciochescos, y los relaciona con el español de México actual, el reiterado empleo del diminutivo -ito, la pronominalización «anómala», las duplicaciones posesivas, la ausencia de leísmo referencial y el caso del pretérito perfecto compuesto frente al pretérito perfecto simple.
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versidad es más cuestión de grado, de frecuencia de uso de conjunto a conjunto dialectal, también por afinidades y diferencias entre regiones de uno y otro lado del Atlántico. El -ismo dialectológico suele tomarse como referencia a una estricta peculiaridad territorial —andalucismo, aragonesismo, murcianismo; chilenismo, peruanismo, incluso americanismo, etc.— , y en las definiciones de estos términos el diccionario académico emplea los adjetivos peculiar y prop i o, aunque en puridad los hechos idiomáticos concernidos no respondan a una real «propiedad», sino que muchos de ellos, seguramente los más, en distintos grados son compartidos con algunos o tros dominios. Hace años, a propósito del español regional de Aragón, sostuve que bastantes de los considerados aragonesismos lo son relativamente, no exclusivamente, pero que aun cuando se registran en otras partes, caracterizan a los hablantes de esta región por su arraigo territorial e implicación social, porque en otras zonas peninsulares faltan y porque gradualmente son representativos de los aragoneses. En la práctica así había tratado el andalucismo, el canarismo y así vengo refiriéndome al americanismo. El criterio de la gradualidad es indispensable en dialectología hispánica, nada más y nada menos que a resultas de cómo se ha extendido y formado el español, en la Península y en su expansión atlántica. En español no quedaría mucho auténticamente dialectal si sólo se tuvieran en cuenta los usos en verdad exclusivos de tal o cual dominio, exclusividad que además debería rigurosamente probarse, pues resulta imprescindible considerar asimismo los hechos de preferencias o de grados entre regiones, porque tan referencial es lo uno como lo otro, a condición de que se distingan los planos y no se tome alegremente lo relativo por absoluto. Es lo que la realidad de nuestra lengua impone tanto sincrónicamente como en su desarrollo evolutivo, algo que continuamente se está planteando al lingüista e incluso a cualquier atento observador de lo que entre los hablantes sucede, ¿o no es significativo el preferente empleo americano de acá por el nuestro de a q u í? En cuanto al diminutivo -ito, por los españoles fue llevado al Nuevo Mundo, y desde luego repetidamente a él recurre Lucas Fernández en composición navideña: «en un pesebrito / hallamos un niño / atán graciosito»360; pero 360 Farsas,
en Auto o farsa del nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
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en España no alcanzó la frecuencia de uso que pronto tuvo en América, de lo que hay no pocas muestras en el andino Huamán Poma, como en este pasaje: «el hijo llamado Yaquito sea cleriguito y Francisquillo también..., y nos enbiará chenitas y muchachitos, yndias depocitados; pues, Señor, ¿no será bueno que Aloncito sea flayre...?» (Corónica, 536). De la inclinación al diminutivo -ito, diferencia sólo de grado, anoté una muestra de 1593, «por ser este pueblo juntito a mi beneficio», debida a emigrado vasco desde bastantes años antes asentado en el Perú (1999: 112), y este gusto lingüístico redundará en múltiples manifestaciones textuales, dependiendo de temas, estilos y afectividades. Así, en populares versos altoperuanos: amiguito, changanquita, chiquita, corazoncito, fandanguito, guagüita, negritos, poquito, etc.361, nada digamos de lo que al respecto ocurre en la canción dieciochesca, con frecuencia plagada de diminutivos. Es el caso de la breve letra de la peruana Tonada «la Donosa» a voz y ba jo, para baylar cantando, transmitida en la monumental obra de Martínez Compañón, canción que tiene cuatro registros de chinita y dos de lindita, junto a los de donozita y parientita: «no reúses de mandarme, chinita, donozita, parientita...» (Trujillo II, 182). Según asuntos, muchos documentos novohispanos están plagados de este diminutivo, pero creo que es muy representativa de su arraigo social la abundancia con que aparece en la toponimia urbana, pues en el Plano general de la ciudad de México, levantado el año 1793, algunos de sus ejemplos son: Plaza de las Granaditas, Callejón de S. Dieguito, Puente de Santiaguito, Callejón del Solito, Colegio de las Ynditas, Santa Clarita, Los Pajaritos (Cartografía III, 57). En textos chilenos de finales del XVIII y principios del XIX que reflejan la intimidad familiar son corrientes expresiones como «hijita, buen primor», «hijita querida», «soy toda suya, su hijita», «mi negrito», «negrita de mis ojos», golondrinita (Goicovic Donoso, 2006: 189). Lo que se dice de la abundancia del diminutivo en la tonada peruana dieciochesca puede decirse del adjetivo lindo que su letra contiene, pues aunque el diccionario académico lo presente sin nota regional, y con ello no comete ningún desafuero lingüístico, es lo cierto que al menos en las tres cuartas partes de España su 361 Potosí, 114,
117, 123, 130, 211.
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uso es escaso, y culto, mientras que no sólo en el Perú, sino en toda América, es del todo popular y de muy frecuente empleo, y ya lo era en pleno período colonial, viniendo a coincidir en esto, como en tantas otras cosas, el hablar hispanoamericano con el de Andalucía y Canarias. En los siglos XVI y XVII la innovación semántica que en lindo se produjo, desde el sentido etimológico ‘legítimo, puro’ al de ‘hermoso’ y acepciones conexas, debió de ser preferentemente literaria, y desde luego los cronistas de Indias lo emplean con profusión, pues no parece que llegara a popularizarse en extensas zonas peninsulares. El Quijote, con su gran extensión textual y la diversidad de situaciones temáticas que contiene, registra 9 casos de lindo, 13 de bello, adjetivo de origen ultrapirenaico que aún no se ha hecho popular, por 113 de hermoso.
CONCIENCIA LINGÜÍSTICA DEL CRIOLLO EN LA INDEPENDENCIA En pleno siglo XVI hay alusiones a reticencias de los baquianos hacia los chapetones, como en la carta que el año 1583 escribe a su mujer un emigrado, «a otro biaje, si Dios me da salú, entiendo ynbiar mejor rretorno, porque estaré ya más baqueano, que asta agora somos chapetones», misiva que hice objeto de un comentario lingüístico (2002: 471-474), y recuérdese el chapetonada mexicano de 1577 poco antes citado. Pronto menudearán las observaciones sobre el significado de la voz criollo, sobre las costumbres, gustos y manera de ser de los criollos, como ésta de Diego de Ocaña, de 1604-1605, referida a Lima, donde, dice el cronista, «hay mujeres muy hermosas, de buenas teces de rostros, y de buenas manos y cabellos, y buenos vestidos y aderezos; y se tocan y componen muy bien, particularmente las criollas, que son muy graciosas y desenfadadas», y en 1696 un sacerdote criollo lamenta que «está tan disputada a quemazones en los ánimos la materia de la infernal nacio nalidad por estos reynos», pues «con qué desprecio y aun cólera mira el noble europeo a la persona, al cavallero y al sujeto indiano, y éstos con qué tedio, sobrecejo y aun horror miran [a] aquellos, sin más ocasión que nacieron o no nacieron aquí»362. El español 362 Textos,
183, 194, 195, 202.
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americano, o criollo, no tardó en percatarse de su idiosincrasia, y surgieron las desavenencias con el español europeo, conflictos muchas veces de intereses que tampoco faltaron en el estamento eclesiástico, y en ocasiones el conflicto fue de alta tensión en las mismas comunidades conventuales (Mantilla, 1993). Del culto e inquieto sacerdote mexicano Carlos de Sigüenza y Góngora, nacido el año 1645, se ha resaltado su «nacionalismo o criollismo», algo que «resulta difícil de precisar en su exacto sentido», pero que «surge como una conciencia de que él pertenece a la Nueva Espa ña» y «en su deseo de una criolla nación, sobre todo expresada como cultura criolla» (Beuchot, 1998: 192, 193). Cuando lleguen los años de la contienda por la emancipación, el natural resquemor contra chapetones o gachupines se arropa con el sentimiento de una superioridad cultural sobre: Cuantos españoles han mandado nuestro país, que su cuna ha sido igual a su educación, pues sólo han acostumbrado el egercicio mecánico y ratero para proporcionarse el alimento (Correo, 348).
Ahora bien, de esa toma de conciencia de la identidad criolla en el plano cultural y de la postura reivindicativa, que adquiriría tintes políticos a las puertas de la Independencia y en anteriores conatos, no se sigue necesariamente la concienciación lingüística de los americanos. El mismo Judas Tadeo Andrade, durante nueve interminables meses sometido a vejaciones y tortura, en su recurso judicial se muestra fidelísimo vasallo del Rey y sus quejas contra los ministros de justicia son por sus abusos de poder, echando en cara del alcalde peninsular que infligía atroz suplicio a un joven esclavo negro su crueldad, porque así se comportara habiendo nacido cerca de la majestad real: «Ah, señor alcalde..., cómo usted, siendo europeo, nacido y criado tan inmediato al respeto y veneración que se deve a los inviolables preseptos del Rey, quiere quitarle la vida a un inosente joben que, contra ley natural, nació sujeto a la servidumbre» (Tortura, 5r). De todos modos, vuelvo a insistir en que en mi planteamiento criollo responde más a un sentido lingüístico y cultural que racial, porque además con este doble valor se empleó esta palabra por los mismos americanos, para los cuales no siempre ni en todas partes
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criollo era el blanco descendiente de españoles por línea paterna y materna, y así Santamaría defiende que en el mundo andino «el término criollo sugiere un mestizo de europeo y aborigen con prácticas culturales europeas» (1997: 111). Claro es que originariamente criollos fueron los hijos de españoles y quienes siguieron aumentando la estirpe, pero otras circunstancias, económicas y culturales, acabaron superando en muchos sitios el dique racial en el sistema de cartas. De hecho, en el virreinato del Perú y también a finales del siglo XVIII del mestizo se dice que «entre la gente mixta es la más distinguida, o se reputa como tal, al que nace de español y de india, o viceversa», y del quinterón que «de éste apenas se le distinguen el color rojo o de cobre, que es el del indio, y mudando de patria a donde no le conoscan, se equivocan y le tienen en el concepto de europeo o español americano»363. La cuestión lingüística importaba mucho en el umbral de la eclosión independentista y de alguna manera era factor de una cierta cohesión social. En el mismo dominio andino de los mestizos de Piura se afirma que «su idioma es el mismo de los españoles», y en relación con los mestizos, negros, mulatos y zambos de Saña que «el idioma de estas castas en nada se diferencia de las demás, pues todos hablan español»364. En Nueva España fue corriente la expresión gente de ra zón por referencia a los hablantes de español, todavía hoy según Santamaría el sintagma de razón ‘dícese de la persona de habla española, para distinguirla del indio’, y en descripciones etnográficas de varios pueblos, por ejemplo en la de Tenancingo, el encuestador anota: «gente de razón de españoles, mestizos y mulatos», y en la de Ocuila, aparte de referir las «6 familias de españoles y mestizos» diferenciadas de la población de indios, parece aplicar la expresión también a indios ladinos cuando habla de «los de razón que asisten en la pastoría de ovejas de los ganados de los padres de la Compañía, que su número no se sabe» (México, 179); en 1797 una delegación de indios del pueblo de Zapotlán el Grande se quejaba de que «la iglesia sirva solamente para los de razón, pues sólo a estos se entierran en ella, y a los indios que están en su suelo y en su pueblo, despreciarlos y tratarlos con inhumanidad» (Van Young, 2006: 847). Todos ellos, muy ma363 Trujillo, 364 Trujillo,
Apéndice III, núm. 264 del Mercurio Peruano. Apéndice III, núms. 264 y 286 del Mercurio Peruano.
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yoritariamente nacidos en la tierra, de los llamados «españoles» muy pocos eran europeos, protagonizaron la sincronía lingüística que se acercaba al desenlace emancipador. Quien expresamente se identifica con su hablar reconoce modismos que tiene por propios y los asume en una distinción comunitaria frente a usos que ve como peculiares de otros hablantes de su misma lengua, o que así los supone. La extensísima América española cuenta con variedades lingüísticas de ámbito regional, que probablemente existían antes de la Independencia, aunque quizá no en toda su misma identidad actual, o al menos estaban configurándose más allá de lo que a este respecto significan los particularismos léxicos de carácter diatópico, ya notados por los cronistas en el siglo XVI. Entre ellos fray Reginaldo de Lizárraga, quien como hemos visto atribuye al Tucumán el uso de bañado («allá llaman»), y recoge un dicho que sobre este territorio rioplatense corría en la provincia de Charcas, donde «es refrán recibido: de hombres y caballos de Tucumán, no hay que fiar» (Perú, 415). En las Cartas de un patriota un colaborador del periódico bolivariano, al discutir el «proyecto del gabinete francés sobre establecer en Buenos Aires un rey de la familia de Borbón», pone el acento en la «casi» unitaria civilización de los americanos, que no podía ser otra que la hispánica: La cuestión, pues, debe reducirse a examinar si el establecimiento de una Monarquía, siendo como es un mal, es tan necesario a los americanos que deba sufrirse por evitar mayores males. Digo a los americanos, porque, hablando en general, creo que para el punto en cuestión lo mismo es Colombia que Buenos Aires, Chile y el Perú. Sus territorios son grandes, su civilización es casi la misma (Correo, 355).
Seguramente el concepto de civilización incluía la cuestión idiomática, pero no hay modo de saber si el «casi» de esta cita se refería también a alguna diferenciación regional. Tampoco se puede determinar una diversidad lingüística diatópica y sociocultural en la siguiente observación de Miguel de Lastarria, aunque con bastante probabilidad la tenía en cuenta el ilustrado jurista americano, también con empleo del término civilización:
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Llamaré ya perfectamente civilizados a los pueblos de los españoles que considero en el 15º grado, o en el principio del estado adulto de civilización. Siguen los vecinos de las villas y de las ciudades más o menos pulidas según su tráfico, observándose su cultura en razón del mayor comercio exterior y de las relaciones inmediatas con la metrópoli que facilita la navegación (Colonias I, 67v).
La falta de civilización, educación y cultura se suele asociar a la incomunicación; de esas cualidades, tan apreciadas en el siglo de la Ilustración, carecían quienes habitaban territorios condenados al aislamiento, sobre todo las gentes ajenas al primigenio núcleo colonizador. A este respecto son elocuentes las observaciones que en la obra de Martínez Compañón a finales del XVIII se hacen sobre los cholos, que «después de los indios es la clase que más abunda en el Perú», pero los de los valles son «bien cultivados y de mejor educación que los de las sierras o países interiores»; en Cajamarca «los españoles aquí, como en los demás países del reyno, son los que desfrutan mayores estimaciones y preeminencias..., aunque los que nacen en el país no tienen aquella eloqüencia y desenvoltura que los de los valles...; parecen menos civilizados que los de los valles»; también se anota que «el número de mestizos... es abundante y quanto menos civilizados, siguiendo a los indios en su rusticidad..., pero, acercándose en el color a los españoles, logran con su protección mayor cultura», y los indios de la región cajamarqueña «habitan algunos muchos recintos infacundos o quebrados, y los más desde que nacen hasta que mueren no pisan más sendas que las que se comunican en sus rústicas cabañas, principio fundamental de su incultura»365. ¿A qué se refiere esa menor «elocuencia» de los «españoles» de Cajamarca frente a los de los valles? Seguramente algo tiene que ver también con la cuestión lingüística, y recuérdese que Lizárraga resaltaba cómo la búsqueda de los españoles y mestizos del Paraguay de comunicación con la región de Tucumán fue «para comenzar a tener comercio con ella y con el Perú, y no estuviesen allí acorralados vivien do como bárbaros» (I, 2). 365 Trujillo,
Apéndice III, núms. 264 y 335 del Mercurio Peruano.
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El uso de la tierr a se menciona en vejamen de la Universidad de Córdoba de Tucumán del año 1725, a propósito de la jocosa extrañeza que causa el escolar recién llegado de La Rioja, quien al oír hablar de la media naranja de una iglesia, exclama: «¡Media naranja! Pues las que suelen poner en mi tierra para Todos Santos en las iglesias suelen ser enteras ¿por qué ponen aquí media no más?», y el disparate continúa: Con que hasta ahora creo no se ha enterado de la media naranja; y el maestro Bernardo, que no tiene pepita, le dijo al uso de su tierr a: Desengañémono, hermanito, güesté no entiende de iglesia, porque según se te ha puesto, no quere quitá montera (Madroñal, 2005: 479, 480)366.
En vejamen limeño de hacia 1626 se identifica el hablar cuzqueño como lenguaje mixtifori, es decir, mezclado, y se atribuye la antigua interjección hispánica ¡guay! a las damas de Guánuco y la indoamericana ¡atatay!, «de atatau, exclamación de dolor» (Fernández Naranjo), a las del Cuzco y Chuquisaca: La señora, viendo sus tocas y almohadas llenas de sangre, en lengua mistifori, que es la del Cuzco, dijo: «Atatai, Jisós sea conmigo». Nuestro graduando respondió en el mismo tono, diciendo le dolían las caderas: «Ponítemi tras la mano». De aquí sacamos que si el guai, en opinión de el doctor Corbacho, se compuso por las damas de Guánuco, el atatai por las de el Cuzco y Chiguizaca (Madroñal, 2005: 344)367.
El reconocimiento del propio hablar en el seno de la común lengua española se había ido abriendo paso entre los americanos, 366 El sufijo -ito, y las elisiones de -s y -r (en desengañémono y quitá) seguramente serían tan al uso de la tierr a de La Rioja como de Córdoba, y güesté no deja de ser una variante vulgar de u sted a partir de las alteraciones sufridas por vuestra merced, pero el quere por quiere parece indicar que se trata de la imitación de una lengua estereotipada o artificiosa, como las que tuvieron curso literario del siglo XVI al XVIII. De todos modos la expresión al uso de la tierra sugiere la percepción de una diferenciación diatópica o dialectal, aunque pueda estar tópicamente expresada. 367 Lo que en esta cita se refiere, más que diferencias locales sólo basadas en sendos interjectivos distintos, es un español andino de bilingües. En cuanto a
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de lo cual indicios se han apuntado en lo que precede, con especial claridad en lo referente al léxico, lo cual tampoco puede extrañar, según también se comprueba por lo que en 1721 escribía en el Cuzco un criollo a un amigo y paisano a la sazón residente en Madrid: «pero llegó la cédula de su canongía dada a don Sebastián de Mazedo, cura que era de Yaurrique, por la qual se recibieron ambos; por la práctica de las iglesias corre la cogió Mazedo por la sinchada, si vuestra merced se acuerda de los términos de por acá»368. Simón Bolívar da muestras de reconocer el particularismo en su misma diferenciación regional, cuando en oficio reservado, que firma su secretario y relata la entrevista celebrada en Guayaquil con el general San Martín, se extraña de que el argentino en vez de preguntarle «si estaba muy sofocado por los enredos de Guayaquil» se sirviera «de otra frase más común y grosera, cual es pellejerías, que se supone ser el significado de enredos», el rioplatense estaba más próximo al sentido antiguo de esta palabra y Bolívar seguía su innovación semántica, de modo que causó mala impresión a los venezolanos San Martín, a quien Tomás de Heres atribuye «unas vulgaridades que hacen rebajar el concepto que se adquiere por sus servicios; por ejemplo, usa frecuentemente dichos de los gitanos y de soldados andaluces» (Lengua, 223, 224). En otro momento desde Quito el Libertador se refiere a pensar con complemento directo personal, en lugar de pensar en, «como dicen por acá» (340, 341). La diversidad sociolingüística asimismo se refleja en los textos indianos, de manera especial en los literarios, pues el erudito se sirve con intención de la variación que la lengua le ofrece, como el criollo «del llano en que yo nací», autor del vejamen caraqueño de 1801 al doctor Salvador Delgado, quien hace un juego de palabras con la expresión hilar delgado y el apellido del protagonista, pero con la aspiración por entonces de ambiente rural tanto en el meguay, naturalmente era de tradición hispánica, a la sazón ya anticuado, pues, como Corominas y Pascual advierten, «en castellano el uso de guay tendió pronto a anticuarse, convirtiéndose en vocablo poético» (1980-1991: III, 254), y desde luego el primer diccionario académico, o de Autoridades, coetáneamente señala que «ay... antiguamente se decía guay». Un guaya interjectivo fue usual en el Alto Perú (Potosí, 171-174). 368 Carta de Francisco Javier González de la Guerra a Pedro de Oquendo: ARChV, Pleitos civiles, Pérez Alonso, Olvidados, caja 187-2.
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diodía peninsular como en América: «traigo un famoso ramal / y haré ver a este animal / que aquí se jila delgado» (Madroñal, 2005: 502). De todos modos el llanero sentía la idea de su identidad regional, seguramente fundada en sus costumbres, que Escalona, capitán del ejército de Colombia, ejemplifica en los modelos sociales y en la manera de enjaezar su montura «a la llanera», en contraposición al coronel argentino Lavalle, «de modo que, hablando imparcialmente, vuestra señoría, mi caballo y yo hacemos una comparación exacta», pero tal vez también en lo lingüístico cuando concluye: «así pues, la cuestión entre un llanero y un gaucho, escribiendo, será cosa divertida para los que entienden de papeles», en carta de 1826 (Martínez y Chust, 2008: 203). Desde muy pronto los errores ortográficos cometidos por seseosos y ceceosos fueron objeto de reconvención por parte de los tratadistas, recuérdese el caso del padre Juan Villar, de 1651. Sin embargo, el motivo no era sólo cosa de gramáticos, sino que se había convertido en lugar común de toda clase de eruditos, pues en vejamen sevillano de 1655 un cura se burla de sus feligreses diciéndoles: «el primer punto que sé yo y no sabéis vosotros es que sois unos ciervos de Dios, que así me lo confiesan vuestras mujeres», y, semejantemente, otra pieza burlesca universitaria de hacia 1727, ésta de la Córdoba argentina, registra el calambur entre nuez y no es, alusivo al reconocimiento de un seseo enfrentado a la distinción, con el añadido del antihiatismo: «ha dado que el niño no ha de comer sino empanadas y, porque no le hagan daño, las hace de noeses con un si es no es de carne», «porque si lo que no es, es nada, noese s en pan es en pan nada» (Madroñal, 2005: 446, 474). Es, pues, muy probable que algunos americanos se hubieran percatado de su peculiar modo de hablar, según lo que algunos de los pasajes citados sugieren, así como la escritura referente al seseo. Efectivamente, desde finales del siglo XVI no son pocos los textos de muy lograda caligrafía escritos en América por autores de buen nivel cultural en los cuales abunda la grafía seseosa, a la que parece darse rienda suelta en otros documentos de las dos centurias siguientes, de modo que en el epistolario de la chilena Peña y Lillo la s cacográfica por c y z es de abrumadora presencia, siendo varias de sus cartas como transcripciones fonéticas del seseo de quien las compuso. Semejante proliferación de la grafía seseosa no se verifi-
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ca en los manuscritos andaluces coetáneos de nivel cultural medio y alto, lo que desde hace años me ha llevado a pensar que muchos criollos habían tomado conciencia de su seseo y se habían identificado culturalmente con él, desde el momento en que la barrera levantada por la cultura ortográfica en la formación escolar y por las lecturas no impedía la continua afloración de su modismo fonético en la escritura: sin duda por ello el cometer seseo gráfico les resultaba indiferente, y quizá hasta natural. De acuerdo con los datos que maneja Guitarte (1983: 107-109), parece que con el seseo reconocían los combatientes del bando independiente a los realistas, claro es que de ese mortal sibolet andaluces y canarios saldrían indemnes, y resultaría así evidente que tenían la pronunciación seseosa como seña de identidad. Pasados pocos años de la Independencia, incluso algún viajero inglés se percatará de las diferencias en el hablar de chilenos y argentinos, aunque no sabemos las razones en que tal anotación se basa: «El idioma de los chilenos es con mucho superior en pronunciación al hablado por los españoles de la costa Este. En Santiago no se oye ninguno de los barbarismos corrientes en Buenos Aires» (Estrada Turra, 1987: 649). Se trata, en todo caso, de una opinión, por desgracia no argumentada, sobre diferencias regionales en la América austral. Más enjundia tiene el apunte hecho poco después, en 1841 (trasladado en 1846), sobre el español hablado en Santa Clara, muy probablemente referido a diversidad diatópica dentro del dominio cubano, dado que fue un natural de la isla quien hizo el extenso informe del que el siguiente pasaje forma parte, con cubanismos léxicos, y seseos y yeísmos gráficos: Los habitantes de Sta. Clara pertenecen a españoles que fundaron a S. Juan de los Remedios del Cayo; son activos, industriosos y de costumbres muy sencillas. Hablan el castellano adulterado con términos provinciales y con una pronunciación particular (Cartografía IX, 155).
Existen numerosos testimonios probatorios de que los criollos eran conscientes de su unidad lingüística con la España de la que pugnaban por separarse, lo que no está reñido con el reconoci-
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miento de diferencias frente al español europeo y también de sus propias variedades americanas. Así, en el Correo del Orinoco se lee que «la opinión de los más ilustrados españoles es favorable a nuestra independencia», porque «ellos comprenden las ventajas de la paz con unos pueblos cuyas relaciones vinculadas en la sangre, en el idioma, en las costumbres no han sido todavía destruidas absolutamente» (472), y el mismo Bolívar se sirve del hecho lingüístico en su respuesta a la carta que el general español Mariano Renovales le había dirigido desde Londres: «Nada es tan precioso para nosotros como la adquisición de militares expertos y experimentados, acostumbrados a nuestros usos e iguales a nosotros en lengua y religión» (8). Todo ello en la línea de lo que propondrá el Acta de Independencia de Venezuela: Miramos y declaramos como amigos nuestros, compañeros de nuestra suerte y partícipes de nuestra felicidad a los que, unidos con nosotros por los vínculos de la sangre, la lengua y la religión, han sufrido los mismos males en el anterior orden, siempre que, reconociendo nuestra absoluta independencia de él y de toda otra denominación (sic) extraña, nos ayuden a mantenerla con su vida, su fortuna y su opinión (Correo, 281).
Pero es posible entresacar de textos polemistas de los años de la sublevación americana afirmaciones como la que sigue, cuya verdadera dimensión lingüística, sin embargo, no es de fácil determinación: «Sería largo e inoportuno contraponer aquí hechos a hechos, procederes a procederes, y hasta el tono y el lenguage de América al tono y el lenguage de España» (Correo, 39)369. Ahora bien, antes de que llegara el definitivo triunfo de los insurgentes ya se tiene el explícito reconocimiento de una conciencia lingüística americana. Es lo que supone la noticia publicada por el Correo del Orinoco el 1 de diciembre de 1821 sobre los delegados que habían viajado a España para concertar los términos de un armisticio: 369 El artículo al que esta cita pertenece compara los distintos comportamientos y las diferentes consideraciones que en el conflicto mantenían España y América. Con tono el articulista puede aludir al ‘modo particular de la expresión’, pero en el pasaje del vejamen limeño de hacia 1626 esta voz se refiere a una modalidad lingüística, en su caso la del bilingüe andino.
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El arribo de nuestros enviados a Cádiz en mayo último debió por esta parte causar algunos sinsabores al Rey y a sus ministros. Bastábales saber que los señores Revenga y Echeverría eran hombres que podían hablar castellano-colombiano, y sacar a muchos de errores (Correo, 492).
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