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Spanish; Castilian Pages 214 Year 2021
El arte de anotar Artes excerpendi y los géneros de la erudición en la primera Modernidad
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CLÁSICOS HISPÁNICOS Nueva época, nº. 22 Directores: Abraham Madroñal (Université de Genève / CSIC, Madrid) Antonio Sánchez Jiménez (Université de Neuchâtel) Consejo científico: Fausta Antonucci (Università di Roma Tre) Anne Cayuela (Université de Grenoble) Santiago Fernández Mosquera (Universidad de Santiago de Compostela) Teresa Ferrer (Universidad de Valencia) Robert Folger (Universität Heidelberg) Jaume Garau (Universitat dels Illes Ballears) Luis Gómez Canseco (Universidad de Huelva) Valle Ojeda Calvo (Università Ca’ Foscari) Victoria Pineda (Universidad de Extremadura) Yolanda Rodríguez Pérez (Universiteit van Amsterdam) Pedro Ruiz Pérez (Universidad de Córdoba) Alexander Samson (University College London) Germán Vega García-Luengo (Universidad de Valladolid) María José Vega Ramos (Universitat Autònoma de Barcelona)
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El arte de anotar Artes excerpendi y los géneros de la erudición en la primera Modernidad
Iveta Nakládalová (ed.)
Iberoamericana Vervuert Madrid – Frankfurt 2020
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Este libro ha sido publicado gracias al apoyo del Ministerio de Educación, Juventud y Deporte de la República Checa y de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Palacký de Olomouc, República Checa.
La elaboración del presente volumen ha sido posible gracias al apoyo de la fundación alemana Gerda Henkel Stiftung.
La publicación de este volumen colectivo forma parte de las tareas científicas vinculadas al Seminario de Poética del Renacimiento de la Universidad Autónoma de Barcelona (proyectos PGC2018-096610, “Los límites del disenso. La política expurgatoria de la monarquía hispánica”, y FFI2015-65644, “Censura, Textualidad y Conflicto en la primera Modernidad”), financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad de España. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Derechos reservados © Iberoamericana, 2020 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2020 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-189-9 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-099-5 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-100-8 (e-book) Depósito Legal: M-24720-2020 Imagen de la cubierta: Vincentius Placcius, De arte excerpendi vom gelehrten Buchhalten liber singularis, Holmiae & Hamburgi, apud Gottfried Liebezeit, 1689, p. 67. Reproducida con el permiso de Olomouc Research Library. Diseño de la cubierta: Rubén Salgueiros Impreso en España. Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN Iveta Nakládalová................................................................................................................
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MEMORIAS VIRTUALES: DISEÑAR FICHEROS EN LA PRIMERA MODERNIDAD Alberto Cevolini ...................................................................................................................
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(IN)FORMACIÓN EN MOVIMIENTO. BREVE HISTORIA DE LA ORGANIZACIÓN DEL SABER ERUDITO
Markus Krajewski ...............................................................................................................
101
EXCERPERE: ENTRE LA SELECTIO Y LA ABBREVIATIO Paolo Cherchi .......................................................................................................................
121
ARS EXCERPENDI ENTRE MEMORIA, IMITATIO E INNOVATIO Christoph Strosetzki.............................................................................................................
145
ÓRDENES DEL SABER: LOS ESQUEMAS ORGANIZATIVOS DE LOS EXCERPTA Iveta Nakládalová................................................................................................................
161
OBREROS FRAUDULENTOS: LA CENSURA DE SUMARIOS, ÍNDICES Y GÉNEROS DE LA ERUDICIÓN EN EL SIGLO XVI
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María José Vega ...................................................................................................................
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SOBRE LOS AUTORES ...........................................................................................................
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INTRODUCCIÓN Iveta Nakládalová
El objetivo del presente volumen es contribuir al estudio de las prácticas del excerpere en la primera Edad Moderna.1 El excerpere puede ser definido como el hábito de tomar notas (los excerpta), de seleccionar y compilar citas, extractos, fragmentos textuales y anotaciones durante la lectura para organizarlos o catalogarlos —utilizando rúbricas o “etiquetas” específicas, comúnmente denominadas como lugares comunes, loci communes— de manera que sean fácilmente recuperables y puedan aprovecharse en la elaboración de un texto propio. Concebido en estos términos, el excerpere emerge como un procedimiento a primera vista intrascendente y sencillo, recogido a menudo en las exhortaciones de los pedagogos: “Leyendo todos estos dichos Autores, siempre ha de yr con la pluma en la mano notando y guardando”,2 o “Querría que […] leyesses con pluma en mano, y en hallar una cosa bien encarescida, la trasladases”.3
1 El presente volumen es uno de los frutos de la investigación financiada por la fundación alemana Gerda Henkel Stiftung (proyecto “Early Modern Practices of Excerpere and the Orders of Knowledge”), a la que me gustaría expresar aquí mi más sincera gratitud. El libro se enmarca, igualmente, en los proyectos FFI2015 y PGC2018 del Seminario de Poética del Renacimiento en la Universidad Autónoma de Barcelona, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad de España. Quiero asimismo agradecerle a Víctor Lillo su ayuda en la preparación del volumen. A su vez, la publicación del volumen ha sido posible gracias al apoyo de la Universidad Palacký de Olomouc y al Programa de Desarrollo Institucional del Ministerio de Educación de la República Checa. 2 Aguilar-Terrones del Cano (1616: fol. 18). 3 Palmireno (1571: 174).
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INTRODUCCIÓN
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Con todo, se trata de uno de los fenómenos más enigmáticos de la cultura erudita altomoderna: riquísimo conceptualmente y de difícil acotación cronológica,4 el excerpere constituye una methodus didáctica y una técnica de la invención retórica y dialéctica, pero también un procedimiento de la clasificación del conocimiento y una fórmula de la interpretación textual, y por ello debe ser contextualizado en los vastísimos ámbitos de la pedagogía, de la oratoria, de la epistemología y de la hermenéutica premoderna. Además, está íntimamente entrelazado con varias prácticas afines (ante todo, con la lectura, y con la mnemotécnica o el ars altomoderna de la memoria artificial), lo que dificulta su aprehensión teórica. Para complicar aún más las cosas, está articulado en un corpus primario de difícil acceso, ya que los tratados sistemáticos dedicados al tema, las artes excerpendi stricto sensu, fueron elaborados, en gran mayoría, en latín y en alemán. Todos estos factores (junto con el hecho de que se trate de un discurso difuso, no limitado a un grupo circunscrito de manuales específicos, y que trascienda los confines de lo exclusivamente literario para situarse en el ámbito de la historia de las ideas y la historia cultural) contribuyeron a que la crítica dedicase relativamente poca atención a las prácticas del excerpere. En los últimos dos decenios han aparecido estudios monográficos relevantísimos para el tema, pero cabe enfatizar que analizan el fenómeno siempre desde una perspectiva concreta: la de la sociología de la información y de la comunicación y la teoría del conocimiento constructivista, inspirada por el célebre sociólogo alemán Niklas Luhmann (Cevolini 2006a); desde la ciencia de la información (Krajewski 2011); examinando su papel en las prácticas del riuso, de la invención retórica y de la erudición derivada (pseudo-erudición) y en relación con los fenómenos amplísimos de la reescritura (Cherchi 1980, 1997, 1998);5 en el ámbito francófono destaca el extenso estudio de Francis Goyet (1996), en el cual se traza la compleja evolución de la noción retórica del locus communis, desde su definición en Aristóteles y Cicerón; en su vinculación a los géneros de compilación y a los libros de lugares comunes (Moss 1996); por último, explorando su papel en la gestión del conocimiento (Blair 1992, 2010a). Desde 2016 contamos con un volumen colectivo dedicado a la gestión del saber en la primera Edad Moderna, con especial énfasis en las prácticas del excerpere, editado por Cevolini (2016; Cevolini 2017, es también el artífice de la edición crítica del manuscrito de Thomas Harrison sobre el Arca 4
Los tratados dedicados específicamente a la preceptiva del excerpere proliferaron sobre todo en el siglo xvii, pero la práctica en sí y su imaginario conceptual hunde sus raíces ya en los textos clásicos; por otro lado, encontramos testimonios de su uso y textos dedicados a ella todavía en el siglo xviii. 5 Para el fenómeno de la reescritura, relevantísimo para las prácticas del excerpere, véanse también Toscan et al. (1984); Mazzacurati y Plaisance (1987); Borsetto (1990); Gigliucci (1998).
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studiorum, 1640/1641, un sofisticadísimo aparato —repositorium— destinado a organizar los excerpta).6 En el contexto del presente volumen colectivo conviene mencionar que la falta de atención al excerpere se hace especialmente patente en el ámbito hispánico, donde, si bien se han explorado detalladamente algunos fenómenos afines,7 solo en los últimos años se han publicado estudios menores centrados específicamente en la metodología del excerpere.8 Así, nuestro libro aspira a rellenar, por lo menos parcialmente, este vacío bibliográfico en el ámbito hispánico. Fruto de las exploraciones que siguieron a un taller internacional sobre las prácticas del excerpere organizado en la Universidad Autónoma de Barcelona, reúne a algunos de los expertos que más atención han dedicado al estudio del excerpere. Sus textos han sido traducidos al castellano, ya que entre los objetivos del volumen está no solo el señalar la relevancia de las prácticas de la anotación para los estudios de la literatura y de la historia cultural en los ámbitos hispánicos, sino también el asentar las líneas del discurso teórico sobre el excerpere y la terminología especializada en la lengua castellana9 y presentarlo, de manera un poco más amplia,
6 Al margen de estos estudios monográficos, existe una creciente bibliografía de estudios menores, que no he podido recoger por limitaciones del espacio. He optado por atender, sobre todo, a la bibliografía secundaria en el ámbito hispánico; véanse también Blair (1996, 2000, 2003, 2004, 2007, 2008, 2010b), Cevolini (2006b, 2014b, 2020); Cherchi (1999); Décultot (2003); Havens (2001); Krajewski (2013); Moss (1998); Sherman (2008); Quondam (2003); Yeo (2008, 2010, 2014); Zedelmaier (2015). El primer estudio monográfico relacionado con las prácticas de la anotación y del common-placing (“commonplacing practices”, es decir, la indexación utilizando los loci) es de Lechner (1962). 7 Para los repertorios y los florilegios eruditos, su importancia como instrumentos filológicos y su papel en la methodus humanista, véanse López Poza (1990, 2000a); Infantes (1988). Para la relación entre la literatura gnómica y sapiencial con la “forma breve”, para la cual el excerptum representa uno de los cauces preferidos, véase Nakládalová (2017). Disponemos de varios estudios sobre las innumerables colecciones de apotegmas, exempla, proverbios, sentencias: véanse, por ejemplo: Cuartero Sancho (1993); Morrás (1993); Matie-Sol Ortola (2014); Taylor, Coroleu (2017); Aragües Aldaz (1999). 8 Véanse Aragüés Aldaz (2000) y sobre todo Aragüés Aldaz (2016a, 2016b). Para los demás trabajos relevantes en el ámbito hispánico, véase el apéndice bibliográfico a la introducción. 9 Sí existe terminología contemporánea en romance para diferentes aspectos del excerpere (vid. adelante), establecida en los tratados de Juan Luis Vives, Juan Lorenzo Palmireno y Miguel de Salinas, entre otros. En cuanto al discurso teórico sobre él, en las traducciones hemos optado por emplear, de manera sistemática, el neologismo “excerptar”, para reflejar la amplitud semántica del verbo latino excerpo (etimológicamente, proviene de ex-carpo, “extractar, recoger”; pero también “excluir, omitir”; y, en el sentido figurado, “seleccionar, elegir, coleccionar, colegir”). Asimismo quisimos mantener la riqueza conceptual de la práctica: elaborar los excerpta (que mantenemos en su versión original en latín; cabe notar que otros idiomas cuentan con el sustantivo e incluso el verbo correspondiente; véase, por ejemplo, el caso del inglés excerpt, extracto, y to excerpt, extractar) es mucho más que elaborar “extractos” de lectura: entraña las operaciones de
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INTRODUCCIÓN
ante el público de habla hispana. Por ello, he optado por recurrir, en el presente estudio introductorio, a los testimonios españoles: al igual que en los demás ámbitos nacionales, la reflexión teórica sobre el excerpere en España debe reconstruirse a partir de fuentes muy difusas, pero aun así existe como un discurso sólido que, incluso en ausencia de una ars excerpendi propiamente dicha, refleja cuánto se preocupan los humanistas por esta práctica, cómo la preceptúan y cómo la perciben. Mi propósito, en definitiva, es mostrar que no se trata de una costumbre exclusiva de la cultura docta latina, sino que le son propios también los entornos vernáculos, eso sí, eruditos, pero no limitados al uso de lenguas clásicas. También he decidido construir una casuística en un ámbito nacional concreto y alejado, in primis, de los entornos típicamente asociados con la tratadística sobre el excerpere. Con todo, nuestro volumen no pretende agotar la enorme exuberancia conceptual del fenómeno del excerpere; aspira tan solo a examinar en detalle algunos de sus aspectos principales, y servir con ello de inspiración para futuras exploraciones.10 A su vez, la presente introducción —sin pretensión de exhaustividad— sí ambiciona llevar a cabo cierta sistematización y una aproximación interpretativa a las prácticas de las annotationes. Se propone llevar a cabo un análisis que abarque tanto el excerpere en su vertiente práctica (como un gesto material y una práctica historiable) cuanto el discurso normativo que pondera sobre ella. Aspira a trazar, de manera sucinta, su trayectoria genealógica y conceptual, y sus funciones en la cultura savante premoderna; situarla en contextos históricos y culturales pertinentes; evidenciar las relaciones más significativas del excerpere con los demás fenómenos textuales de la primera Edad Moderna y, por último, explorar brevemente la complejidad fenomenológica, los dilemas y las ambigüedades de la aparentemente inocente práctica de tomar anotaciones en el curso de la lectura o del estudio. I. EL EXCERPERE EN EL ÁMBITO HISPÁNICO Las artes excerpendi sistemáticas (y las prácticas del excerpere en sí) emergieron como productos típicos de la cultura erudita de la primera Modernidad: son fenómenos transnacionales, en el sentido de que no pueden, en ningún caso, circunscribirse a un ámbito nacional, sino más bien a determinados círculos de saber en los que existía un sustrato cultural e histórico común, un bagaje compartido extractar, anotar, reducir, resumir, seleccionar, abreviar, transcribir, pero no puede ser identificada con ninguna de ellas exclusivamente. 10 Yo misma he dedicado varios estudios al tema (Nakládalová 2009, 2012a, 2012b, 2016, 2017, 2018).
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y la misma sensibilidad intelectual. Es el caso de los entornos jesuíticos, de los que han surgido las artes excerpendi más conspicuas, intelectualmente vinculadas a ese manifiesto de intenciones pedagógico, doctrinal y también ideológico que es la ratio studiorum de la orden de san Ignacio de Loyola; muchas son fruto de una cercanía personal, de la relación entre el maestro y su discípulo,11 de la amistad, parentesco o nexo profesional. Muchas de ellas surgen de la proximidad geográfica que propicia el mismo tipo de formación, las mismas preocupaciones, una circulación fluida de ideas y de intereses compartidos: ese parece ser el caso de las artes excerpendi del norte, más tardías, que están ligadas a determinados centros intelectuales (las universidades y los gymnasia, instituciones de educación secundaria, en los que ejercieron muchos de sus autores).12 Dada esta vinculación a los círculos de saber más que a los entornos nacionales, dada su adscripción incuestionable a la cultura savante de la primera Modernidad, no sorprende, pues, que las artes excerpendi estén redactadas casi exclusivamente en latín (y, más tarde, en alemán). Hallamos también textos vernaculares dedicados íntegramente al excerpere, pero a menudo se trata de traducciones de la tratadística en latín,13 o de algún caso aislado, normalmente más tardío.14 Aun así, como ya he señalado, es posible hallar testimonios significativos en vernacular sobre el hábito de la anotación, y la literatura hispánica 11 Véase, por ejemplo, el estudio de Krajewski en el presente volumen, sobre la relación entre Jungius y una de las artes más tempranas y más importantes, la de Drexelius. 12 Parece ser el caso de la Universidad de Jena o de la de Leipzig, y del Gymnasium Académico de Hamburgo (Akademisches Gymnasium Hamburg) donde estudió, por ejemplo, el autor de una de las artes más conspicuas, Vincentius Placcius (De Arte Excerpendi Vom Gelahrten Buchhalten Liber Singularis, Quo Genera Et Pracepta Excerpendi, 1689) y donde Johann Albert Fabricius, filólogo clásico alemán, impartía clases privadas tituladas “De studiis cum fructu instituendis”, registradas luego por sus estudiantes (según la información que me ha proporcionado personalmente Eric Petersen, autor de una monografía sobre Fabricius, véase Petersen 1998). Uno de estos manuscritos está custodiado por la Biblioteca Real de Dinamarca, Det Kgl. Bibliotek, con la signatura “MS Thoss 1170 b”; la parte que versa sobre el excerpere es el capítulo XV, “De excerptis adornandis et variis eorum generibus”, pp. 145-189. 13 A modo de ejemplo podemos citar la traducción francesa de una de las artes jesuitas más conspicuas, el Libellus de Francesco Sacchini (princeps: De ratione libros cum profectu legendi libellus, 1613). La traducción se titula Moyens de lire avec fruit, traduit du latin (1786), pero existe también otra versión anterior, supuestamente traducida del italiano (1785). Según Cevolini (2006: 429,146) existe una versión alemana, ¡todavía en el siglo xix!: Über die Lekture, ihren Nutzen und die Vortheile (1832). 14 Baste mencionar el ars legendi de Jean Richesource, que contiene un apartado sobre “la elaboración de las colecciones tituladas Lugares comunes” (La methode des orateurs ou l’art de lire les autheurs, de les examiner, de dresser le plan d’un discours, et de faire des remarques et des collections, qu’on appelle Lieux-communs, 1668), o el suplemento al manual de Charles Sorel (también un ars legendi, por cierto): Supplement des Traitez de la connoissance des bons Livres (1673), dedicado a las prácticas de la anotación.
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no es una excepción. Lorenzo de Palmireno, el ilustre humanista, pedagogo y dramaturgo, nacido en Alcañiz pero valenciano de adopción, recuerda cómo, siendo todavía niño (es decir, más o menos en los años treinta del siglo xvi), tenía la costumbre de anotar los proverbios que oía por la calle: “Yo me aprouechaba siendo moço, con lleuar comigo papel y tinta, y si oya algún viejo, o uieja, o soldado, que dezía algún refrán que yo no supiesse, apartáuame a algún ángulo de la calle, y escreuíalo, ora fuesse Italiano, o Francés, o Español: porque todos en su tiempo caen bien”.15 Tampoco faltan definiciones lexicográficas en romance. De atender a Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española, el cartapacio (albiolus, codex excerptorius) es un “Libro de mano en el que se escriuen diuersas materias, y propósitos; o el quaderno en que vno va escriuiendo lo que dicta su maestro desde la cátedra”.16 Uno de los testimonios hispánicos más importantes, que documenta la difusión de las annotationes en los entornos de la enseñanza, es el de Juan Luis Vives, quien habla de las prácticas de anotaciones en varios textos pedagógicos que alcanzaron una enorme popularidad: en De ratione studii puerilis (1523), y en dos epístolas, dirigida una a Carlos, hijo de Guillermo de Montjoy, y la otra a Catalina de Aragón para la formación de su hija María, la futura reina María I de Inglaterra. Las dos epístolas solían imprimirse juntas bajo el título De ratione studii puerilis Epistolae Due (1537). Están dispuestas como una ratio didáctica, resumiendo, en epígrafes poco extensos, los temas más asiduos en la methodus didáctica del Humanismo (religio, memoria, condiscipuli, contentio, annotationes, diligentia scribendi, lectio, interrogatio, emendatio, sermo, stylus, curriculum) para jóvenes todavía no expertos, que deben formarse en los niveles lingüísticos (gramaticales y estilísticos) del latín, y estipula un programa curricular centrado en los clásicos, en los “avctores” latinos, los poetas, los gramáticos, los comentaristas, y en los escritores griegos. En la epístola dedicada a la educación “masculina”, Vives le recomienda a Carlos de Montjoy, en el apartado titulado “Annotationes”, que utilice folios de papel en blanco para confeccionar un cuaderno y este, dividirlo en determinados 15
Palmireno (1571: 179). Covarrubias (1611: fol. 206r). En cambio, el célebre dictionarium bilingüe (Diccionario latino-español) de Antonio de Nebrija (primera edición de Salamanca, 1492) recoge, en las primeras ediciones, solo un aspecto particular del excerpere: en la edición de 1638, incluye la entrada de “Excerpo, is, psi, ptum. Coger rompiendo”, una alusión interesante a la fragmentación inherente al gesto del excerpere. Nebrija (1638: fol. 77v). Las ediciones del xviii, ampliadas y enmendadas, sí reflejan toda la amplitud semántica del verbo (Nebrija 1778: 259): “EXCERPO, is, ere, erpsi, erptum. Entresacar cortando, o tomando. Excerpere Authores: quaedam ex orationibus. Quintil. Unde Excerpta, orum. Los apuntamientos escogidos de los libros. Etiam Excerpere, Eximir, desechar. Horat. Serm. Sat. 4. Excerptus è numero Caesarum. Senec. de Calig. in Cons. ad Polyb. cap. 17 al 36. Excerptio, onis. Gell. lib. 17. cap. 21”. 16
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compartimientos, lugares, como si fuesen nidos (“locos, ac velut nidos”) para apuntar allí, en uno de los nidos, los vocablos de uso diario (relativos al cuerpo, a nuestras acciones, a los juegos, la ropa, la vivienda, la comida); otro debe incluir los vocablos poco comunes y elaborados; otro, los idiomata y los modos de decir, aquellos que pocos entienden o aquellos que se utilizan frecuentemente; otro, las sentencias; otro, los dichos placenteros; y el último, los dichos ingeniosos. Que no se quede este material encerrado en el libro, advierte Vives; debe ser leído, releído y memorizado, “para que lo lleves escrito no solamente en el libro, sino también en el corazón” (pectus), ya que “sirve para poco poseer libros eruditos, si tu mente (pectus) permanece ruda e inculta” (“Parum enim prodest libros habere eruditos, si pectus habeas rude”).17 A continuación, en el apartado “Lectio”, Vives vuelve a insistir en el ejercicio de las annotationes: reitera que no debe leerse ningún libro sin excerptar y que la lectura, en consonancia con el propósito didáctico, debe atender a tres aspectos: a las palabras, a los modismos (formulae loquendi) y a las ideas (sensa), y a cómo se hacen servir las palabras y los giros idiomáticos para explicar las cuestiones tratadas. Luego, el alumno debe reparar en las cuestiones en sí, en su significado; en cada una de ellas encontrará cosas para señalar, retener y luego utilizar para su provecho. “Ten siempre la pluma y el papel a mano, y anota todo lo que te sorprenda o te resulte placentero; y anota asimismo todo lo que no te quede claro, para poder luego consultarlo con tu maestro o tus compañeros”.18 También la epístola destinada a María, hija de Catalina de Aragón, se centra en diferentes aspectos de la methodus didáctica (lectio, partes orationis, scriptio, memoria, de verbis, sintaxis, participia, verbalia, exercitatio latine scribendi, sermo, accentus), e incluye consejos acerca de las annotationes: la futura reina 17
“Compones tibi librum chartae uacuae, iustae magnitudinis: quem in certos locos, ac uelut nidos partieris. In uno eorum annotabis uocabula usus quotidiani, uelut animi, corporis, actionum nostrarum, ludorum, uestium, habitaculorum, ciborum; in altero uocabula rara, exquisita; in alio idiomata & formulas loquendi, uel quas pauci intelligunt, uel quibus crebro est utendum: in alio sententias, in alio festiue, in alio argute dicta; in alio prouerbia, in alio scriptorum difficiles locos, & quae alia tibi aut institutori tuo uidebuntur. Sicq. haec omnia habebis annotata, ne solus conscius sit liber. Tibi legenda, relegenda, memoriae mandanda atq. infigenda sunt, ut non minus scripta gestes in pectore, quam in libro: & occurrant, quoties erit opus. Parum enim prodest libros habere eruditos, si pectus habeas rude”. Vives (1537: 6). 18 “Nec librum ullum legas, quin eadem excerpas, quae de sermone praeceptoris dixi. Nihil unquam legito animo peregrinante, & alijs rebus intento. Totus in lectione esto. In qua tria sunt animaduertenda, uerba, formulae loquendi, & sensa: ut diligenter consideres, quibus utantur uerbis ad res de quibus tractant explicandas, quibus idiomatibus, quibus loquendi formis. Tum res ipsae sunt spectandae, quid sibi uelint ea de quibus loquuntur. In singulis horum est quod signes, est quod teneas, est quod in usum tuum uertas. Adsit semper penna & charta. Quae miraberis, quae te delectabunt, insigni aliqua notula: itidem & quae te remorabuntur, ut a magistro, uel etiam condiscipulos sciscitere”. Vives (1537: 7).
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debe anotar, en un “liber chartaceus” (cuaderno de hojas en blanco) las palabras de los autores graves, las poco frecuentes, las elegantes, ingeniosas, distinguidas, eruditas, los modismos, sentencias graves, jocosas, perspicaces, refinadas y falsas; y las historias, de las que puede “extraer lecciones para su propia vida”.19 Es famoso el testimonio de Juan Lorenzo Palmireno, quien, en uno de sus manuales de educación, El estudioso de la aldea, dirigido a aquellos sedientos de saber que no tienen acceso a las oportunidades de las regiones urbanas, alude a la elaboración del “codex excerptorius”, “proverbiador” o “cartapacio”, y lo describe como uno de los recursos principales de la erudición: “Por perezoso que sea el estudiante, suele tener vn libro, donde escriue lo que más le agrada: a este llaman Codex exceptorius, Prouerbiador, o Cartapacio. Es la llaue de la doctrina, ayuda de memoria, y en fin no puedes estar sin él. Erasmo al fin de la Copia rerum, da muy lindo orden per locos communes; pero para niños, mejor es este de Luys Viues”.20 Palmireno deja entrever la importancia de este género cuando atribuye la costumbre de anotar a todos los doctos, y cuando se lamenta de la pérdida del codex excerptorius de un amigo suyo. Su valor era incalculable, pero después de su muerte se le escapó de las manos: “Todos los doctos que he conoscido, guardauan esta orden [la disposición de Vives]: principalmente el Doctor Pere Iayme Esteue, porque los dos conferíamos cada mes lo que auíamos cogido: y tenía libro para cosas de autores Griegos, y otro para Latinos, y otro para Medicina. Dichoso el que lo aura comprado: porque quando en su muerte hizieron almoneda, yo estaua en Çaragoça”.21 Otro de los ámbitos donde las referencias al excerpere aparecen con asiduidad es la preceptiva retórica, tanto de la oratoria sagrada como de la profana, ya que el excerpere cumple una función eminentemente retórica: es la fuente por excelencia de la copia (los recursos lingüísticos, estilísticos y sintácticos del discurso abundante, elegante y refinado) y de la inventio retórica y argumentativa 19
“Habeat librum chartaceum maiusculum, in quo manu sua annotet tum uerbis, si qua inter legendum graues autores inciderunt, uel utilia usui quotidiano, uel rara, uel elegantia: tum loquendi formulas, argutas, uenustas, lepidas, eruditas; tum sententias graues, facetas, acutas, urbanas, falsas; & historias, ex quibus exemplum uitae suae possit petere”. El fragmento incluye luego una advertencia acerca de los preceptos de los gramáticos; no siempre deben preferirse, ya que la gramática nació del uso de los autores. Deben elegirse siempre los autores que cultivan no solo la lingua, sino también las costumbres; aquellos que no solo enseñan cómo hacerse con el conocimiento, sino también cómo vivir bien: “Aduertet etiam ubi, & quemadmodum Grammaticorum seruentur praecepta, ubi negligantur: nam ars grammatica ex usu autorum nata est, ideo hic est arti praeferendus, quum discrepant, ars tamen necessaria est, quae recte & emendate loqui ex obseruatione docet. Autores in quibus uersabitur, ij erunt, qui pariter & lingua & mores excolant atq. instituant: quiq. non modo bene scire doceant, sed bene uiuere”. Vives (1537: 34). 20 Palmireno (1571: 131). 21 Palmireno (1571: 133).
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(la búsqueda de la materia del discurso y de los procedimientos de la argumentación). Así, Miguel de Salinas, autor de la primera Rhetorica en romance (1541) recomienda colligir (excerptar) lo bueno de cada autor, para “auiso y doctrina”. Advierte que la práctica es, al principio, muy dificultosa, especialmente a quien le guste recorrer muchos libros —porque interrumpe, frena y entorpece la lectura—, pero luego se hace cada vez más ágil y sus frutos son muy dulces: el que la emplee siempre, podrá contarse “entre los muy sabios de los antiguos”: Consejo es aun que no muy sotil de tanto fruto que qualquiera que lo vsare será más docto y aparejado para qualquier cosa que quisiere escreuir o hablar en vn año: que si por la vía ordinaria estudiasse quatro: y el que siempre lo vsasse bien se podría contar entre los muy sabios de los antiguos. Algo es trabajoso especialmente a los principios: y más para quien tiene apetito de passar muchos libros: porque es cierto que no podrá andar mucho, y que topará con hoja que le bastará por leción de vn día entero, pero andando adelante demás de conoscer el fruto, que le pondrá ánimo hará se diestro y será le fácil y dulce.22
En el ámbito de la oratoria sagrada, el excerpere está relacionado con el hecho de que la retórica eclesiástica, desde la Edad Media, se valiese de los loci (es decir, de rúbricas temáticas) para organizar los lugares de la Escritura, las referencias a los pasos del texto Sagrado con la exposición y el comentario. Los loci, con el tiempo, llegaron a configurar auténticas exposiciones doctrinales basadas, precisamente, en el texto bíblico.23 Esta es una de las mayores tradiciones que nutre el excerpere. Los sermones se construían recurriendo a estas compilaciones de pasos adecuados y sus glosas, y recorriendo los repertorios de lugares comunes o de la “materia predicable”, organizada alfabética o temáticamente o según el calendario litúrgico (diferentes materias para diferentes domingos y fiestas), como evidencia el curioso testimonio de Francisco Aguilar-Terrones del Cano, predicador real de Felipe II y autor de una Instrucción para predicadores (1616); en el momento de ponerse a redactar, sostiene Aguilar-Terrones del Cano, debe
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Salinas (1541: fol. CIIIIr). Es el caso, por ejemplo, los Loci communes rerum theologicarum de Melanchthon (1521) en el que representan las nociones esenciales de la teología: Deus, Vnus, Trinus, Creatio, Homo, Peccatum, Fructus peccati, Vicia, Poenae, Lex, Promissiones, Instauratio per Christum, Gratia, Gratiae fructus, Fides, Spes, Caritas, Praedestinatio, Signa sacramentalia, Hominum status, Magistratus, Episcopi, Condemnatio, Beatitudo. Melanchthon es también autor de un manual sobre cómo formar los loci communes, titulado De locis communibus Ratio (1533), que solía imprimirse junto con rationes didácticas más célebres del Humanismo y con la “Ratio colligendi exempla”, un capítulo esencial de la Copia de Erasmo, en la que se asienta la “filosofía” del acopio. 23
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estar (como dizen) alforja hecha de atrás: porque al estudiar los libros sobre la sagrada Escritura [...] à de yr notando, y apuntando en sus lugares comunes, o Evangelios, todo lo que hallare notable, curioso, o prouechoso, y después que ya se diere del todo a predicar, a de procurar a lo menos [...] desde Pascua de flores hasta Octubre, que se predica poco [...] passando libros, como digamos los Morales de S. Gregorio, las obras de S. Agustín, que no son Escholásticas, Chrysóstomo, Niseno, Nazianzeno, Chrysólogo, Orígenes, Ruperto, y otros a este tono: y de los modernos los que parecían mejores, que de treynta años a esta parte an salido tantos, que yo por cierto aun no les sé los nombres, vnos escriuen en forma de sermones, otros en forma de tratados. [...] Leyendo todos estos dichos Autores en tiempos desocupados, siempre a de yr con la pluma en la mano notando y guardando.24
En uno de los prólogos a la Instrucción explica el hermano de Francisco, Iván (“Fray Iván Terrones de la orden de Nvestro Padre San Francisco, Predicador Apostólico, y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición”), que el texto es fruto de un hallazgo después de la muerte de su hermano: “Auiendo pues en su vida hecho su testamento, y ordenando en él, que quando Dios le lleuasse, se diessen todos los cartapacios que tenía escritos de mano de sus sermones, y otros de lugares comunes, y exposiciones de passos particulares de sagrada Escritura, y otros estudios bien trabajados y excelentes, a sus tres hermanos religiosos, para que por mi mano y orden como vno, y el mayor en edad se repartiessen”. Aclara, a continuación, que no fue posible cumplir su legado: su hermano, desgraciadamente, murió lejos de León, y hubo un hurto, después del cual en la biblioteca no se encontró nada escrito “de mano”, solo quedaban unos cuantos folios, y entre ellos un “tratadico para saber predicar”, es decir, la Instrucción.25 Parece que la historia de las prácticas del excerpere en España esté poblada de pérdidas fortuitas e irreparables de cartapacios personales. Pero quizás este destino poco bienaventurado deba extrapolarse al excerpere tout court. Markus Krajewski, por ejemplo, refiere en su contribución una anécdota parecida, la pérdida del fichero (colección de excerpta) de Hegel (que quizás esté aguardando su redescubrimiento en algún sótano de Berlín). Sea como fuere, los excerpta constituyen un género eminentemente personal, el reflejo de toda una vida de estudio, el registro íntimo de las lecturas (y de los pensamientos), pero también un material altamente volátil y perecedero. En el caso de Francisco Aguilar-Terrones del Cano, el relato incluye la circunstancia muy significativa de un hallazgo inesperado. Los herederos, lamentablemente, ya no encontraron el cartapacio, pero sí algo que no habían buscado —el tratadico—, y esta absurdidad concuerda, curiosamente, con el potencial 24 25
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latente del cartapacio (o del fichero) que permite que su usuario halle aquello que no había buscado (véase, a propósito de este tema, el estudio de Alberto Cevolini en el presente volumen). Iván, según sus propias palabras, resolvió “estampar, con ánimo y determinación” el tratadillo, y luego comenta que, si el manual es bien recibido, “me esforçaré después a sacar algunos sermones de lo que escapen en los dos cartapacios dichos, y otros míos, que por lo menos tendrán de bueno, lo que e procurado imitar a mi hermano, y guardar las reglas deste su tratado, que leí muchas vezes”,26 es decir, que él también profesaba la devoción al hábito de excerptar. Resumiendo, pues, los autores españoles disponen de un rico vocabulario para el arte de anotar, ya sean términos en latín o latinizados (codex excerptorius, albiolus, annotationes, excerpta, nota, notula - nota pequeña, scheda - ficha, hoja con los excerpta, tira de papel), ya léxico en romance (libro blanco, libro de lugares comunes; Aguilar-Terrones del Cano utiliza “memoriales” —“escriuir en sus memoriales, o lugares, todo lo que notan en los autores”—;27 Palmireno habla del “proverbiador” para designar su colección no solo de los proverbios, sino de diferentes excerpta también). En algunos casos, existe terminología bilingüe (Palmireno utiliza el “borrador” para designar su colección de los adversaria, es decir, los excerpta desordenados). Y, por último, encontramos diferentes variantes para aludir al acto de la recopilación: recopilar, compilar, colligir, recoger. Todo ello corrobora la amplia difusión de la costumbre del excerpere entre los doctos españoles. II. LA HISTORIA DEL EXCERPERE Y DE LAS ARTES EXCERPENDI: LA PRÁCTICA Y LA PRECEPTIVA
Para poder aprehender la historia del fenómeno del excerpere, cabe distinguir, en primer lugar, la historia de la práctica de la anotación, por un lado, y la historia de la tratadística específica de las artes excerpendi, por el otro. Eso significa discriminar entre el acto corporal —que acompaña la lectura, el gesto de la mano que sostiene el lápiz mientras que los ojos siguen el texto (el “leer con pluma en mano”)—, y la ponderación teórica sobre él, el discurso que aprehende este gesto de manera pragmática y metódica, creando una complejísima preceptiva sobre el qué (y el qué no), cómo, por qué, y cuándo excerptar y luego cómo ordenar y disponer el material recogido.
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Es probable que el hábito de tomar notas durante la lectura o el estudio haya estado siempre unido al acto de la lectura; lo que sí es cierto es que está irremediablemente ligado a los testimonios textuales: el gesto es volátil, caduco y efímero, condicionado por el momento, y solo se conserva si ha dejado un vestigio textual.28 Algunos de ellos se han preservado, de hecho, ya en los textos clásicos:29 son muy conocidas (y reproducidas ad nauseam en los textos altomodernos) menciones a la práctica en los autores canónicos. “Nullum esse librum tam malum, ut non in aliqua parte prodesset”, es una frase atribuida a Plinio el Viejo por su sobrino, Plinio el Joven, quien lista, en la epístola a Bebio Macro (III, 5, 10) las obras de su tío (con la Historia Natural en cabeza, “obra extensa, erudita y no menos diversa que la misma naturaleza”) dilucidando las causas de tan asombrosa fertilidad creativa: su tío estudiaba a altas horas de la noche, después de las obligaciones cotidianas, dedicaba todo el tiempo libre a los estudios y, sobre todo, apuntaba todo cuanto leía: A menudo, después de la comida (que tomaba frugal y sencilla de acuerdo con la norma de nuestros antepasados), en verano, si había algún momento para el descanso, se recostaba al sol, se hacía leer un libro, lo acotaba y resumía. Pues no leyó nada que no resumiera; también solía decir que no había libro tan malo que no aprovechara en alguna parte. Después de tomar el sol, la mayor parte de las veces se daba un baño frío, a continuación tomaba un bocado y dormía un poco; luego, trabajaba como si fuera otro día hasta la hora de la cena. Después de ella se hacía leer un libro, lo acotaba y ciertamente deprisa.30
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En este contexto debemos mencionar la (no tan habitual como cabría esperar, ya que se trata del material manuscrito, a menudo de difícil análisis paleográfico, perecedero, frecuentemente voluminoso y considerado como no excesivamente valioso) conservación de los códices excerptorum personales. Este material interesantísimo —vestigio de una experiencia de la lectura individual— ha sido editado y estudiado en los últimos decenios: véase, por ejemplo, Cohen (1985); Sharpe (2000) dedica un capítulo al análisis del libro de lugares comunes de sir William Drake; Berland et al. (2001); Allan (2010) analiza el fascinante género de los commonplace books en un período más tardío (siglo xviii) en el ámbito inglés: en este contexto específico, los libros de lugares comunes guardan una relación innegable con las prácticas del excerpere anteriores, pero enfatizan mucho menos la ordenación y la clasificación de los excerpta. Se conciben más bien como adversaria, como registro y reflejo íntimo de la experiencia personal de la lectura y de la reflexión. 29 Markus Krajewski, en el presente volumen, demuestra que el excerpere constituye uno de los factores que más ha contribuido al nacimiento del fichero. Pero conviene recordar que el siglo xx fue testigo también de uno de los usos más célebres del excerpere tradicional, el que recurre a las fichas en papel, el sistema de Zettelkästen (“cajas de anotaciones”) de Niklas Luhmann. Sobre Luhmann y su método del excerpere, véase, por ejemplo, Krajewski (2013). 30 Plinio (2004: s. p.).
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Este es un fragmento citadísimo; pero pocos se han detenido (ni de los comentaristas altomodernos, ni tampoco la crítica contemporánea) en la parte subsiguiente de la epístola (III, 5, 17), que sigue describiendo el hábito constante de excerpere (“adnotabat excerpebatque”) y el acopio de una cantidad considerable de notas. El sobrino explica que su tío había, en efecto, acumulado muchísimos fragmentos y que él los había heredado, e incluso alude al comercio con ellos: A causa de esta dedicación compuso tantos libros y me dejó a mí ciento sesenta de notas de fragmentos escogidos, por cierto escritas en el reverso y redactadas con letra muy pequeña; por ello, esta cifra se incrementa. Él mismo decía que, cuando fue procurador en Hispania, había podido vender estas notas a Larcio Licino por cuatrocientos mil sestercios y entonces eran de dimensiones sensiblemente más reducidas.31
Este gesto de anotar, que podemos suponer omnipresente en los ámbitos de la cultura docta, genera a su vez una reflexión teórica que se consolidó en una preceptiva relativamente rígida, en un corpus de tratados específicos dedicados exclusivamente al excerpere, las artes excerpendi, que empezaron a salir de las prensas europeas a partir del primer decenio del siglo xvii. Pero, como hemos visto en el ámbito hispánico, la deliberación sobre el arte de anotar no se limita a estos manuales sistemáticos: está presente, en forma de un discurso difuso y disperso, en varios entornos de la cultura docta; sus ámbitos predilectos son los manuales sobre la lectura, las llamadas artes legendi (tratados específicos sobre la metodología de la lectura, que a menudo incluyen listas de autores curriculares, adecuados para el estudio del joven adepto al humanista, junto con los modos oportunos para apropiarse de ellos, que comprenden también nuestro excerpere);32 los manuales pedagógicos (las rationes studiorum del primer
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Plinio (2004: s. p.) La traducción castellana (“acotar”, “resumir”) no da cuenta de todas las implicaciones de la costumbre pliniana del excerpere; el original emplea los verbos adnotare y excerpere: “Post cibum saepe (quem interdiu levem et facilem veterum more sumebat) aestate si quid otii iacebat in sole, liber legebatur, adnotabat excerpebatque. Nihil enim legit quod non excerperet; dicere etiam solebat nullum esse librum tam malum ut non aliqua parte prodesset. Post solem plerumque frigida lavabatur, deinde gustabat dormiebatque minimum; mox quasi alio die studebat in cenae tempus. Super hanc liber legebatur adnotabatur, et quidem cursim”. En el apartado posterior, los fragmentos recogidos son designados como commentari: “Hac intentione tot ista volumina peregit electorumque commentarios centum sexaginta mihi reliquit, opisthographos quidem et minutissimis scriptos; qua ratione multiplicatur hic numerus. Referebat ipse potuisse se, cum procuraret in Hispania, vendere hos commentarios Larcio Licino quadringentis milibus nummum; et tunc aliquanto pauciores erant”. Pliny (1963: s. p.). 32 Véase Nakládalová (2013).
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Humanismo, pero también las guías posteriores);33 los paratextos de los repertorios de compilación y de la colectánea erudita;34 los tratados de la dialéctica (sobre todo en los entornos de habla alemana a partir de los finales del xvii y en la primera mitad del xviii) y la teoría de la oratoria, profana y eclesiástica, y especialmente en relación con los recursos para la predicación (que a su vez se alimenta de la tradición medieval de los florilegios), como es el caso de la Instrucción para predicadores de Francisco Aguilar-Terrones del Cano. Por mencionar otro ejemplo español: en la relativamente poco citada Retórica de Juan de Guzmán (conocido fundamentalmente por sus traducciones virgilianas), un manual de predicación para los principiantes, se analiza, en el “combite quarto”, la disposición del sermón (la “traça”): hecha esta, afirma Juan de Guzmán, solo le basta al predicador con el material del cartapacio —un instrumento que se intuye como imprescindible en la composición— para construir un sermón incluso improvisado ex tempore, “repentinamente”: Y estoy tan confiado en esta traça, que podrían con facilidad los predicadores que tuuiessen vn poco de curso formar sermones de afrenta, aunque fuesse repentinamente: con tal que tengan hecho su cartapacio de lugares communes, de los vicios, y virtudes, y de las cosas de erudición y doctrina, por quanto sin tener vn predicador hecho esto, no me persuadiré jamás que pueda dezir cosa que merezca alguna alabança.35
Juntos, los manuales retóricos, las artes legendi y las rationes pedagógicas van configurando los ideales de la correcta imitatio (que bebe de múltiples fuentes y debe servirse, por ello, de gran cantidad de material de las auctoritates), y de la copia, de la abundancia verbal, ideales que promueven la aparición de repertorios específicos (con la célebre De duplici copia de Erasmo, princeps de 1512, en cabeza).36 En todos estos géneros, el excerpere y la compilación desempeñan
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Para una recapitulación de las prácticas del excerpere en las guías pedagógicas del primer Humanismo, véase Schiffman (2011: 172 ss.), capítulo “The Commonplace View of the World”. 34 Para los géneros de las colectáneas erudita, las polyantheas y los libros de lugares comunes, la referencia obligatoria es Moss (1996). Se trata de uno de los géneros más productivos de la cultura savante europea, que incluye colecciones de flores bíblicas, jeroglíficos, emblemas, proverbios, adagios, apotegmas, sentencias, lugares comunes, etc.; sus prefacios abundan en consejos sobre el proceso de la compilación. 35 Guzmán (1589: fol. 98r). 36 La Copia de Erasmo la recomiendan fervientemente varios humanistas españoles, al igual que sus Adagia, como por ejemplo Baltasar de Céspedes: “Aprovecha mucho también aquella gran obra de los Adagios de Erasmo, donde recogió aquel gran hombre casi todo quanto ay que saber de letras humanas y deçía Nicolas Clenardo que solo aquel libro podía bastar por todos los libros”. Andrés (1965: 253).
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un papel relevantísimo, y todos ellos contribuyeron a la paulatina articulación de los preceptos del arte de anotar. Como ya he dicho, a partir de los albores del siglo xvii, el excerpere empieza a sustentar una tratadística autónoma, las artes excerpendi propiamente dichas; cabe citar aquí los manuales de Francesco Sacchini (1613), Jeremias Drexelius (1638), Vincentius Placcius (1689), por mencionar los más conspicuos;37 los últimos tratados dedicados explícitamente al excerpere siguen apareciendo, sobre todo en el ámbito alemán, hasta los umbrales del xix.38 Todos ellos coinciden en preceptuar varios aspectos de la práctica, indicando: 1. El material que debe ser excerptado; el criterio de selección por excelencia lo constituye el “uso futuro” y la orientación profesional de quien excerpta: se trata de recoger la materia que le servirá en sus propios estudios y en sus propios textos; los criterios incluyen, empero, también normas morales (la idoneidad ética del fragmento). 2. El soporte material que debe utilizarse; las posibilidades incluyen las múltiples variantes del codex excerptorius (libro encuadernado), hojas sueltas o tiras de papel (schedae). La forma material del excerptum desempeña, indudablemente, un papel importantísimo. Como demuestra Markus Krajewski en su contribución, la movilidad de las tiras de papel o fichas —que incide, a su vez, en la manejabilidad y en la reordenación de los excerpta— constituye uno de los componentes vitales del fichero. 3. Las funciones del excerpere; como ayuda de memoria (además, lo apuntado se imprime mejor en la memoria natural), como recurso de la invención, de la copia y de la argumentación, como instrumento de la sistematización de una disciplina concreta (o del saber en general); asimismo, aumenta la atención durante la lectura y mejora el juicio del lector. 4. Otras ventajas e inconvenientes del hábito de tomar anotaciones. 5. Las técnicas de la ordenación y clasificación de los excerpta (que incluyen a menudo consejos sobre la elaboración del índice); la jerarquización de la materia, recurriendo a los tituli y subtituli, lemmata y otras categorías. 6. Los diferentes tipos de los excerpta, habitualmente en función de la forma (distinguiendo entre extractos en forma de simples referencias, de resúmenes o epígrafes, o de transcripciones íntegras). 7. La relación del excerpere con las colectáneas impresas (con una clara preferencia por la práctica del excerpere manuscrito y personal). 8. Los sistemas de referencias cruzadas. 9. En muchos casos, prescriben ya los tituli o loci concretos. 37 El libro de Cevolini (2006a: 429-432) incluye una relación cronológica de las artes excerpendi más importantes. 38 Por ejemplo, las artes excerpendi de Weitenauer (1775), Meiners (1789) y Tzschucke (1805).
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Es interesante señalar que se trata de un corpus altamente “autorreferencial” y enraizado en un sustrato discursivo común, en el sentido de que todos los manuales reseñan idénticos antecedentes clásicos del excerpere y aportan las mismas referencias a los padres fundadores (ninguno omite mencionar la labor precursora de Drexelius, por ejemplo). Todos estructuran su argumentación en torno a los aspectos que acabo de listar, y todos participan del mismo imaginario metafórico y simbólico. En definitiva, articulan un discurso en bucle, que incide en idénticas líneas de pensamiento y explota imágenes y símiles parecidos; aun así, cabe diferenciar entre aquellos modelos para los que el excerpere supone poco más que una metodología de estudio y un recurso de la amplificación retórica, por un lado, y las metodologías que perciben en él un instrumento epistemológico superior, capaz de organizar y estructurar todo el conocimiento disponible, por el otro. Así, con las primeras artes excerpendi metódicas de un Sacchini o de un Drexelius se inician casi 150 años de la andadura del género, que llega a generar unos 50 manuales (de los identificados hasta la fecha) dedicados exclusivamente o casi exclusivamente al arte de anotar, en los que parece predominar la influencia jesuita (Sacchini 1613; Drexelius 1638; Fichet 1649; pero también Carsughi 1709), por lo menos en los primeros decenios; más tarde, el énfasis se desplaza hacia los ámbitos del norte (de habla alemana). Los manuales protestantes perpetúan, indudablemente, la tradición retórica al conceptualizar el excerpere como fuente de la invención, es decir, como repertorios de la materia verbal; simultáneamente, no obstante, siguiendo el resurgimiento del aristotelismo en la filosofía alemana de finales del xvii e inicios del xviii, acentúan sobremanera el papel de la dialéctica, entendiéndola como la base de todas las ciencias, como una methodus universal, capaz de ordenar las demás disciplinas, y utilizando el locus no como una categoría de la topica retórica (como un “centro de gravedad” temático, un título o una rúbrica que etiqueta el fragmento, sin más), sino como un principio esencial de la realidad, como un atributo universal del ser.39
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Cf. el comentario de Green-Pedersen (1976: 43) sobre los loci en la Topica de Aristóteles, en la que constituyen “principles of inference (rationes inferendi) which are derived from being as such or being taken generally (ens indeterminatum, ens in quantum ens), not from any special category (genus) of being. These principles are certain general concepts (intentiones) as e. g. genus, species, definition, i.e. the concept as such of being a genus etc. which is common to all genera etc. whatsoever. As these general concepts are derived from being as such, the dialectician cannot form them himself, but must take them over from the metaphysician who has being as such as the formal object of his science”. Debe añadirse que también los loci communes, en el sentido retórico, poseen cierto aspecto genérico, porque designan material “universal” que puede ser aplicado a diferentes casos específicos.
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Ahora bien, en la institución del excerpere confluyen otros factores también, no solamente la doctrina retórica y dialéctica: el excerpere secunda la idea de la restitutio de la herencia clásica realizable, ante todo, a través de los textos, y está vinculado al carácter de la exploración “protocientífica” (propia de la philosophia natural) de la primera Edad Moderna, basada, en términos generales, en la circulación y transmisión constante de un corpus consensuado de textos (en oposición a la experimentación —la experiencia empírica— en el sentido moderno). El humanista “típico” debe ser retratado siempre con un libro en la mano: su vivencia del saber, su ideal gnoseológico está condicionado por la experientia litterata;40 su encuentro y confrontación con el mundo están mediados por el texto, por una incesante apropiación, glosa y comentario de las autoridades clásicas. No sorprende, pues, que las prácticas de anotación —que, en definitiva, representan una manera muy específica de hacerse con el texto del Otro— fuesen tan transcendentales. Aquí, no obstante, se impone un caveat: no es posible trazar una línea divisoria rígida entre la dialéctica y la retórica; las dos disciplinas, que en realidad constituyen dos modalidades complementarias de aprehender el mundo (dicho de manera quizás excesivamente simplificada: la retórica pretende describirlo e intervenir en él; la dialéctica aspira a entenderlo y ordenarlo) se entrecruzan constantemente en el excerpere. De ahí que la trayectoria histórica de las artes excerpendi no deba conceptualizarse como una plácida transición desde la retórica (que entiende el locus como una etiqueta temática) hacia la dialéctica (que lo aprehende como una categoría quasi-metafísica, inferida del ser mismo, y por ello capaz de organizar el conocimiento). A menudo, los autores utilizan ambas vertientes del locus indistintamente; otras veces prescinden de definir la naturaleza exacta de los tituli, pero se intuye claramente su función como fuentes de la invención a la vez que elementos de la clasificación gnoseológica de lo recogido. Las advertencias se extienden también al despliegue temático del excerpere en el tiempo: no se trata de una trayectoria temáticamente progresiva, desde una supuesta menor complejidad centrada en la latinitas y en los recursos de la amplificatio (un simple consejo de “Adsit semper penna & charta”, como en el caso de Vives) a una sistematización más elaborada del ars. Es cierto que mientras que los primeros humanistas suelen recomendar un simple cuaderno para confeccionar las anotaciones, las artes excerpendi más tardías elaboran métodos 40
“Most scientific research took the form of a search for experientia litterata, the written records of scientific facts, ancient and modern. Most scientific writing resulted not in reports on controlled situations but in commentary or bricolage – either the discussion of canonical texts, line by line, in marginal notes or the rearrangement of fragments from them into new treatises. The normal early modern scientist resembled a bookwork dragging its length down endless shelves rather than Cesi’s lynx fiercely scrutinizing the secrets of nature”. Grafton (1997: 198).
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sofisticadísimos para almacenar y conservar los excerpta de manera eficaz (como el célebre scrinium de Vincentius Placcius, al que hacen mención Alberto Cevolini y Markus Krajewski —y yo misma— en el presente volumen). Pero incluso a principios del siglo xviii encontramos autores que perciben en el excerpere no un instrumento capital de la gestión del conocimiento, sino una mera práctica didáctica cuya única función es conservar, para el uso futuro, la materia hallada durante la lectura. Tampoco deberíamos sostener sin más que el ars excerpendi, no solo en cuanto discurso, sino en cuanto todo un género docto, fuese inaugurado con los tratados jesuitas en los primeros decenios del siglo xvii. La citada Rhetórica en lengua castellana de Miguel de Salinas contiene una especie de ars excerpendi con derecho propio, en el apartado titulado “Forma que se deue tener en sacar los exemplos y sentencias de los autores que se leen; de manera que se apliquen a todos los propósitos que pueden hazer y se pongan por orden que de suyo se offrezcan quando fueren menester”.41 Se trata de un testimonio extraordinario: por la precocidad cronológica (1541), por estar redactado en romance, y por ser un ars sistemática avant la lettre, que examina todas las cuestiones características de las preceptivas posteriores: la necesidad de la selección, la catalogación, el uso futuro, el orden de los extractos, su forma, las referencias cruzadas, etc.42 No posee la forma de un manual independiente y está enfocada en los aspectos retóricos, concibiendo los excerpta como tesoros de la materia verbal (recordemos que es una guía de la oratoria), pero tampoco desatiende su ordenación posterior: Salinas diseña una “tabla” para organizar la materia, en la que determina todos los tituli que podría estar necesitando el lector. En suma, es un texto que corrobora la existencia de una reflexión sostenida y relativamente metódica sobre las prácticas idóneas de la anotación ya en la primera mitad del siglo xvi, ¡e incluso en romance!43
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Salinas (1541: fol. CIIIv). Para el análisis de las prácticas de excerpere en Salinas, véanse los trabajos de Aragües Aldaz (2000; 2016a; 2016b). 43 Tampoco debemos olvidar la “Ratio colligendi exempla”, un capítulo de la Copia de Erasmo (1988: 258-269), en la que se propone una suerte de protométodo del excerpere, basado, eso sí, en los catálogos medievales de las virtudes y de los vicios. La princeps de la Copia es de 1512, lo que convierte el texto de Erasmo en una de las primerísimas sistematizaciones del arte de colegir los excerpta. 42
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II.1. El imaginario simbólico del excerpere El discurso sobre las prácticas de la anotación se remonta, por un lado, a las fórmulas clásicas que asientan la preceptiva de la invención y de la imitación retórica y, por el otro, al imaginario metafórico de la miscelánea; ambos entornos confluyen, junto con el símil de la digestión, en la articulación de la asimilación correcta de lo leído, un ideal establecido en la Antigüedad y perpetuado en toda la primera Edad Moderna.44 No debe sorprendernos la imbricación de los imaginarios: como hemos visto, el acto de anotar se une, espontáneamente, al acto de la lectura docta. Así, el codex excerptorius se sitúa entre la lectura y la escritura, mediando así el trasvase entre el texto propio y el texto ajeno, un trasvase que puede adoptar el formato de una mera recopilación a partir de múltiples fuentes (en el caso de la antología o la miscelánea), o la forma sofisticadísima de una imitatio creativa que se nutre de textos canónicos para ejercer en ellos una transformación radical, una síntesis superior que confiesa abiertamente su vínculo con el modelo a la vez que exhibe su propia esencia, auténtica y única. Este imaginario compartido de lectura, escritura, imitatio y compilatio se perpetúa durante siglos para llegar hasta las artes excerpendi tardías del siglo xviii: todas ellas recurren a idénticas metáforas, símiles y aproximaciones simbólicas, que pueden inferirse de dos casos arquetípicos de la miscelánea clásica: las Saturnales de Macrobio y las Noches áticas de Aulo Gelio. Las Saturnales (Saturnalia) del escritor y gramático romano Macrobio fueron escritas en torno al año 430-440. Estructurada como un simposio literario en siete libros, la obra describe tres días de fiestas saturnales, probablemente en el año 384, en los que doce eruditos romanos deciden dialogar sobre las tradiciones y antigüedades romanas, abarcando temas filosóficos y poéticos, pero también la gramática, curiosidades y anécdotas. En la “Carta a su hijo”, que precede el texto, explica Macrobio a Eustatio que quiere ayudarle en su educación, juzgando que los compendios han de anteponerse a largos desvíos e incapaz de soportar toda demora, no aguardo a que tú adelantes en soledad por este medio en aquellas materias que, para aprenderlas bien, tú mismo consagras tus desvelos, sino que actúo como que he leído para ti y todo lo que he trabajado, tanto ya dado a luz como antes de que hubieses nacido, en los más variados volúmenes ya en lengua griega, ya en lengua romana, todo eso, sea para ti un mobiliario de ciencia y una especie de despensa de letras, de la que, si alguna vez precisaras de una historia que en un montón de libros se oculta a hurtadillas del vulgo, bien de un dicho o de un hecho memorable digno de recordarse, te sea fácil localizarlos y consultarlos.45 44 45
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Cf. Nakládalová (2013: 39-67). Macrobio (2009: 77).
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Fijémonos en que Macrobio quiere legarle a su hijo un repertorio de fragmentos, una verdadera colección de los excerpta, asumiendo la responsabilidad, además, de seleccionar lo más útil para su futuro. Es, no obstante, el pasaje siguiente el que se ha convertido en uno de los paradigmas esenciales del excerpere: “Tampoco he acumulado lo digno de memoria de modo indigesto, como un montón”, advierte Macrobio; “al contrario, la exposición de los diversos y diferentes asuntos, diversa en autores, en tiempo desordenada, ha sido digerida en una especie de cuerpo, de modo que lo que había observado de modo confuso y mezclado se pueda reunir, para ayudar a la memoria, en cierto orden gracias a la cohesión de sus miembros”.46 El acento está puesto aquí en la alineación de los fragmentos —a primera vista discordantes— en una totalidad coherente, que respeta el cuerpo global del repertorio. Existe, en definitiva, un diseño a priori al que se subordinan los componentes individuales. Es la imagen emblemática de las colecciones en las que existe un mínimo régimen preestablecido de los tituli, sea alfabético o temático, jerárquico o siguiendo la ordenación tradicional de las disciplinas. Por el contrario, las Noches áticas de Aulo Gelio configuran la idea de un orden fortuito en la selección y la disposición del material, la ausencia de un diseño superior: “Nos hemos dejado llevar al azar en la exposición de los contenidos que previamente leímos”, explica Aulo Gelio en el prefacio. “En efecto, según me venía a las manos cualquier libro, griego o latino, o cualquier cosa que había oído digna de recuerdo, todo lo que me agradaba, fuera del tema que fuera, lo iba anotando sin hacer distinción y desordenadamente y todo ello lo guardaba para reforzar mi memoria como si de alimento literario se tratara, de manera que, llegado el momento de hacer uso de un hecho o de un dicho que de repente se me hubiera olvidado y me faltaran los libros de donde lo había tomado, fácilmente pudiera encontrarlo y echar mano de él”. Luego explica que este orden aleatorio secunda, en realidad, la disposición fortuita de sus excerpta (annotationes), que ha estado elaborando durante toda la vida: “Así pues, en estos comentarios también se da la misma disparidad que en aquellas notas de antaño (in illis annotationibus pristinis), notas que de manera breve, sin orden y sin cuidado tomamos de lecturas y saberes varios”.47 Esclarece también que el título de su colección se debe a que comenzó a compilar las notas en las “largas noches de invierno en el campo de la región del Ática”, y que contrasta con los títulos habituales de este tipo de escritos compuestos, que recogen “doctrina variopinta, miscelánea y casi confusa”. La enumeración de sus ostentosos nombres anticipa,
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Macrobio (2009: 77). Explican los editores de la edición española (Gelio 2009: 88) que en el texto aparecen más de 275 autores, algunos de ellos solo conocidos gracias a Aulo Gelio. 47
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de hecho, los múltiples subgéneros de la colectánea erudita en la primera Edad Moderna y explicita la relación íntima entre el excerpere, el gesto manuscrito y personal, y el repertorio impreso, destinado al uso público: Unos las llamaron Musas, otros Silvas; algún otro Peplo; éste Cuerno de la abundancia, aquél Panal de miel; algunos Praderas, otros Lecciones propias, éste Lecturas antiguas, este otro Florilegio, aquél Hallazgos. Los hay también que le dieron el título de Lámpara, otros Tapete, y no faltan quienes los titularon Enciclopedia, Helicón, Problemas, Puñal y Cuchillo de mano. Hay quien le dio el título de Memorias, Realidades, Entremeses, Lecciones y también Historia Natural, Historia Universal; hubo también quien lo tituló Prado, y quien hizo lo propio bajo el nombre de Jardín y Lugares comunes. Hay otros muchos que le dieron por título Conjeturas. Y no faltan los que titularon sus libros Epístolas morales o Cuestiones epistolares, o Mezclas, o de manera excesivamente atractiva otros títulos que despiden cierto tufillo a armonía sonora.48
Con ironía comenta luego Aulo Gelio que él había renunciado a la elegancia del título (a ese “tufillo a armonía sonora”), pero no al “esmero y elegancia en la redacción”, y tampoco al cuidado en la búsqueda y anotación de los temas. En definitiva, siguiendo su metodología de trabajo fortuita, el excerptor va recogiendo los fragmentos según se presentan en el curso de la lectura: el énfasis recae más en la figura del compilador que en el texto, y la miscelánea plasma así ante todo los intereses y las preferencias personales de su autor. En este sentido, las Noches áticas de Aulo Gelio anticipan el otro gran subgénero de los excerpta, los adversaria, que siguen el orden de las lecturas del excerptor, lo que no va en 48
Gelio (2009: 89). Para el catálogo de nombres de la miscelánea clásica, véase también el prefacio de la Historia naturalis de Plinio (24-26): “Hay entre los griegos una admirable riqueza de títulos: han puesto de título keríon, queriendo que se entendiera ‘panal de miel’; otros, kéras Amaltheías, que es cuerno de la abundancia, para que se pueda esperar que haya en el volumen hasta un buche de leche de gallina; también Ia, Musai, Pandectai, Encheiridia, Leimon, Pinax, Schedion (‘Violetas’, ‘Musas’, ‘Recopilaciones’, ‘Manuales’, ‘Prado’, ‘Tabla’, ‘Improvisación’), títulos todos por los que cualquiera podría hasta olvidarse de sus obligaciones. Pero, ¡por todos los dioses y diosas!, cuando se penetra en ellos, no hay nada dentro. Los más serios de los nuestros han titulado ‘Antigüedades’, ‘Ejemplos’, ‘Tratados’; los más ingeniosos, ‘Lucubraciones’”. Pienso que porque el autor era un borrachín y se llamaba Bibaculus. Varrón es menos pretencioso en sus sátiras ‘Ulises y medio’, ‘Mesa plegable’. Entre los Griegos se dejó ya de bromas Diodoro y tituló Bibliotheke su historia. Apión el gramático, al que Tiberio César llamaba ‘los platillos del mundo’, cuando más bien le pegaba lo de ‘tambor de su propia fama’, dejó escrito que él otorgaba la inmortalidad a las personas en cuyo honor componía algo. A mí no me pesa no haber inventado un título más atractivo y, para que no parezca que ataco en todo a los griegos, querría que se entendiera mi propósito a la manera de los famosos creadores de pinturas y esculturas que, según encontrarás en estos mismos libros, ponían a sus obras ya acabadas, e incluso algunas que no nos cansamos de admirar, un título provisional, del tipo de Apelles o Polyclitus faciebat”. Plinio (1995: 219).
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detrimento de la recuperabilidad (la posibilidad de reencontrar un fragmento concreto), facilitado normalmente por el índice alfabético, que provee la colección de un orden secundario, impuesto a posteriori. De los adversaria habla Baltasar Céspedes, humanista y catedrático de la Universidad de Salamanca, afirmando —en consonancia con la antigüedad del testimonio de Aulo Gelio— que “son cosas de tiempos muy antiguos” y que “agora han resuscitado”, y que han “salido del oficio del commentador”, es decir, que están íntimamente relacionados con el género del comentario filológico. Continúa Céspedes que de “esta manera de escribir [llamada también “borrador”]49 se burló Plinio”,50 y sitúa sus antecedentes en Gelio, Macrobio y los Días geniales de Alejandro de Alejandro.51 Recupera esta disposición imprevista y sin un orden primario Pedro Mexía en su Silva, en cuyo proemio rememora explícitamente el modelo de Aulo Gelio: el libro es fruto de sus numerosas lecturas personales e íntimas que no obstante se ofrecen ahora al público general;52 la colección no sigue un orden predeterminado (“ha me parecido escreuir este libro assí por discursos y capítulos de diuersos propósitos, sin perseuerar ni guardar orden en ellos”),53 y esta ausencia de regla dispone, de hecho, también el título de su miscelánea, la silva, un género del que se proclama ser el primer artífice en romance, aunque no omite listar los ilustres antecedentes clásicos (entre los que incluye también a Macrobio, a pesar de las afirmaciones de este sobre el orden oculto de su colección):
49 Así, “borrador”, denomina sus adversaria también Lorenzo Palmireno, e incluye una parte de él en algunas ediciones de su Estudioso de la aldea (por ejemplo, en la edición de 1571). 50 Véase la Historia naturalis, Prefacio (20-24): “Tendrás una prueba de este empeño mío en que en estos volúmenes he puesto al principio los nombres de mis autores. Es, pienso yo, un rasgo de cortesía y lleno de sencillez y decencia confesar de quiénes te has beneficiado, cosa que no han hecho en su mayor parte los escritores que yo he manejado. Porque has de saber que comparando autores he descubierto que los más apreciados de los modernos han transcrito literalmente a los antiguos sin nombrarlos. Y no por rivalizar con ellos a la valiente manera de Virgilio, o con sencillez de Tulio, que en su De la república se declara discípulo de Platón, y en la consolación por su hija dice ‘sigo a Crantor’ igual a Panecio en De los deberes, unos libros que habría que aprenderse y no sólo tenerlos en las manos todos los días, como tú sabes. Es propio de un espíritu servil y de un carácter mezquino preferir que le sorprendan a uno en un hurto a devolver un préstamo, sobre todo cuando el capital se forma a base de intereses”. Plinio (1995: 218). 51 Andrés (1965: 247). 52 “Christiano amigo lector, auiendo gastado mucha parte de mi vida en leer y passar muchos libros, y assí en varios estudios, parecíome que si desto yo auía alcançado alguna erudición, o noticia de cosas, que cierto es todo muy poco, tenía obligación a lo comunicar, y hazer participantes dello a mis naturales y vezinos escriuiendo yo alguna cosa, que fuesse común y pública a todos”. Mexía (1602: s. p., “Proemio, y prefacio de la obra”). 53 Mexía (1602: s. p., “Proemio, y prefacio de la obra”).
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[...] y por esto le puse por nombre Sylva: porque en las Seluas están las plantas y árboles sin orden ni regla. Y aunque esta manera de escreuir sea nueua en nuestra lengua Castellana, y creo que soy yo el primero que en ella aya tomado esta inuención, en la Griega, y Latina muy grandes autores escriuieron assí, como fueron Atheneo, Vindice, Cecilio, Aulo Gelio, Macrobio, y aun en nuestros tiempos Pedro Crinico, Ludouico Celio, Nicolao Leonico, y otros algunos [...].54
Otra de las metáforas fundantes de la lectura y de la imitación, y con ellas del acto y del gesto del excerpere, es la imagen de la abeja.55 Ya Macrobio la había utilizado en la descripción de su propia colectánea para figurar la naturaleza de la imitatio compuesta, que se nutre de múltiples flores pero sometiéndolas a un proceso de digestión (ese ideal de la imitación creativa que no oculta sus modelos, a la par que los refunde en una transformación radical) cuyo resultado es una síntesis armónica, que no deja entrever la materia original: Tampoco me atribuyas un error si a menudo desarrollo temas que tomo prestados de variadas lecturas con las mismas palabras con que fueron relatados por sus propios autores, puesto que esta obra no promete una ostentación de elocuencia, sino una pila de conocimientos: y conviene que estimes bueno reconocer el conocimiento de la antigüedad sin oscuridad, no sólo en mis palabras, sino en las propias de los antiguos recogidas fielmente, según cada uno me ha suscitado su narración o su transcripción. Pues debemos imitar a las abejas, que circulan y liban las flores; a continuación organizan todo lo que han aportado y lo dividen por los panales, y transforman un jugo variado en un solo sabor a partir de una cierta mezcla y propiedad de su esencia.56
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Mexía (1602: s. p., “Proemio, y prefacio de la obra”). Cf. Nakládalová (2013: 41 ss.). 56 Macrobio (2009: 77). En el apartado subsiguiente reincide Macrobio en la idea de una síntesis creativa y armónica, de un conjunto que no deja entrever los componentes individuales: “Todo lo que he encontrado en mis variadas lecturas lo reuniré igualmente con mi pluma, de tal manera que se una en orden con lo mismo que lo ordena. Pues no sólo se conserva mejor en el ánimo lo que se ha clasificado, sino que la propia clasificación, sin faltar un cierto fermento con el que se construye el conjunto, vierte juntas las diversas libaciones para producir un solo sabor, de tal manera que, incluso si se hubiera localizado de dónde procedía algo, sin embargo, parezca que es de otro lugar que de donde se sabe que se tomó. Observamos que la naturaleza realiza esto mismo en nuestro cuerpo sin ningún esfuerzo por nuestra parte; los alimentos que consumimos, siempre que mantengan sus propiedades y floten sólidos, constituyen una pesada carga para el estómago; ahora bien, cuando se modifican, entonces se acaban trasladando a las fuerzas y a la sangre. Consigamos lo mismo con lo que alimenta el talento, no toleremos que se mantenga íntegro todo lo que hemos consumido, para que no nos sea ajeno; que se cueza en algo parecido a una digestión. De lo contrario, podrá alojarse en la memoria, no en el ingenio. Reunamos todo para conseguir sólo uno, como un solo número es suma de varios. Que nuestro intelecto realice 55
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La imagen de la abeja que revolotea por aquí y por allá para libar el néctar de diferentes flores figura así una imitatio que trasciende, con creces, la idea de la imitación ecléctica, hecha a partir de diferentes fuentes. Figura más bien una metamorfosis, porque la miel es producto de una transformación de la materia primigenia (el polen); encarna también la necesidad de la selección en la recogida (la abeja elige las flores más idóneas) y, por último, la recolección misma, la compilación a partir de múltiples flores. Por ejemplo, en el prólogo al Vergel de flores divinas de Juan López de Úbeda, una antología de poesías sacras, se elabora una compleja representación metafórica del compilador y del acto de la compilación, asemejado a la labor de la abeja reina (la abeja maestra), la más importante de todo el enjambre porque, “rige y gouierna a todas las demás, pone en cada casullo vna caresa, que después viene a ser otro nueuo enxambre”.57 El autor se dirige luego al “Lector Christiano y benigno” para glosar la imagen: “las avejas que han accarreado la miel y cera”, explica, son “los diuersos ingenios de que está compuesto este vergel de flores diuinas”, y la abeja maestra es él mismo, ya que con tanto trabajo, solicitud, gasto y diligencia he procurado que cera y miel, que son las cosas que a mis manos llegauan corrompidas de auer andado por tantas y tan diuersas manos, malescriptas, y peor entendidas, se pusiessen en el estado que aquí van (que si bien lo consideras, obras ay de muchos y muy graues autores, que fue menester no poco trabajo y estudio para ponerse en estado que sin escrúpulo se pudiessen leer.)58
La imagen de la abeja está aquí, pues, reservada a la génesis de la antología (o, análogamente, a la recogida de los excerpta); a continuación, el autor da un paso más para describir el proceso posterior a la recolección, cuando el material debe ser reorganizado. Compone una ferviente apología del trabajo del compilador, quien lima las gemas de la colección y ordena el jardín (o el vergel), “para que el mundo no caresciese por falta deste diligencia de cosas tan excelentes”. Se trata de una labor más importante, si cabe, que la de los autores originales: estos han puesto “vn rubí sin engaste, vna rosa sola desnuda”, pero “vna golondrina, como dizen [...] no haze verano”. Fue él quien ha convertido las gemas esparcidas en una “sortija de mucho precio”, y finalmente en el “vergel de flores diuinas, el qual solo ha sido compuesto, ordenado y recopilado a gloria de Dios”.59
esto: que oculte todo aquello con lo que se ha nutrido, pero muestre lo que ha conseguido [...]”. Macrobio (2009: 77). 57 López de Úbeda (1582: s. p., “Epístola del Auctor al Lector”). 58 López de Úbeda (1582: s. p., “Epístola del Auctor al Lector”). 59 López de Úbeda (1582: s. p., “Epístola del Auctor al Lector”).
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En definitiva, las colectáneas altomodernas perpetúan un imaginario simbólico establecido cientos de años atrás en las reseñas de la correcta imitatio, compuesta y creativa, que acude a múltiples fuentes para alimentarse de ellas, pero imponiéndoles una transformación profunda, una digestión de la materia primaria que transforma radicalmente los modelos, reelaborándolos o combinándolos de forma novedosa y original, para levantar un compuesto inédito que sintetiza lo recogido en un cuerpo nuevo. Estas imágenes del acopio, de la abundancia, de la acumulación de tesoros y su uso o disfrute posterior, junto con el símbolo de la metamorfosis,60 sustentan la reflexión sobre el gesto de la mano que excerpta, sobre la labor de la compilación y, en general, sobre las virtudes del excerpere a lo largo de toda la primera Edad Moderna, desde las escuetas observaciones en los tratados del primer Humanismo hasta las artes tardías de principios del xviii que anticipan ya el pensamiento de la Ilustración. III. LAS VIRTUDES DEL EXCERPERE III.1. Apropiarse de la latinitas Como hemos visto en el caso de Vives y otros autores hispánicos, el excerpere constituye, in primis, una propedéutica pedagógica, un recurso escolar de primer orden, porque la cultura savante altomoderna se basa en el conocimiento de las lenguas clásicas adquiridas, y requiere por lo tanto instrumentos para favorecer la conquista de la latinitas, en todos los niveles gramaticales, estilísticos, pragmáticos y hasta culturales. En los Diálogos de Juan Luis Vives,61 cuyo propósito explícito es mejorar el aprendizaje del latín en la escuelas, se hace una breve pero significativa mención al hábito de anotar: en el diálogo “Cubiculum, et Lucubratio” (“El aposento, y la vela”) participan Plinius, Epictetus, Celsus, y Didymus; Plinius se está acomodando para empezar a estudiar, y le manda a Didymus que llame al “puer excerptor” (“escribiente”) y para que le traiga libros y su cartapacio: “Dame aquellas dos, o tres plumas de la caña ancha, y la salvadera. Tráeme del armario a Cicerón, y Demosthenes; también trae el libro de apuntamientos del cajón 60 La metamorfosis figura el trasvase material entre el texto del libro y la letra del cuaderno de anotaciones, al mismo tiempo que la transformación profunda a la que puede someterse el fragmento recogido en los textos del futuro, el potencial de su uso en contextos nuevos. 61 La Exercitatio linguae latinae (princeps: Basilea, 1538) conoció más de 50 ediciones en el siglo xvii, y fue traducida a diferentes idiomas. Una de ellas, tardía, los Diálogos de Juan Luis Vives (Vives 1817: 429), contiene un glosario con la siguiente explicación: “codex excerptorius – el cartapacio donde se escribe lo que se saca de los libros”.
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y los registros mayores: oyes? y mis papeles, que escribí de repente, que quiero perficionar y enmendar en ellos algunas cosas y darles la última mano”.62 Esta vinculación inmediata a la adquisición de la latinitas es, de hecho, la razón por la que la típica ars excerpendi se funde con el ars legendi, la preceptiva de la lectura que establece un currículum de los auctores (lo que corrobora la obviedad de que la formación humanista se basa en la lectura, normalmente de muchos libros).63 En los consejos para la futura María I de Inglaterra, el apartado sobre las annotationes se funde, paulatinamente, con las advertencias sobre la gramática y la adquisición de la lengua: es preferible el uso de los auctores, ya que la gramática misma nació de la observación del usus. Vives elabora aquí, en suma, una breve y escueta, pero muy elocuente ars legendi. Explicita las preferencias morales en la lectura: de los antiguos, María debe elegir a Cicerón, Séneca, Plutarco; de los poetas, a los cristianos, quienes pueden competir, en la elegancia, con los antiguos, a los que sin embargo superan porque dan prioridad al bien frente el mal, y porque atienden más a las cosas divinas que a las humanas. En este explícito ethos cristiano, la de Vives es una methodus humanista típica; también lo es por el pragmatismo en la selección de los textos (de los diálogos Platón, y de los historiadores, la futura reina debe leer lo que concierne el gobierno del estado); y lo es también porque enfatiza la lectura de la Biblia y de las obras pías de Erasmo (su Institución del príncipe, Enchiridion, Paraphrases).64 62 Vives (1817: 191). Para la polémica sobre el nombre que ha dado Vives al “codex”, y para su preceptiva de la anotación en general, véase Maestre (2013a, 2013b). La versión original de la Exercitatio dice así: “Pli. Et huc adducito puerum excerptorem: nam lubet aliquid dictare. Da mihi illos calamos, & paenas duas aut tres cannae amplae, & thecam puluerariam. Profer mihi ex armario Ciceronem & Demosthenem, tum ex pluteo codicem excerptorium, & regesta maiuscula. audin? & mea schedia, in quibus libet nonnulla expolire”. Vives (1542: 57). 63 En el diálogo de Vives titulado “La escuela” se habla del conocimiento de los clásicos, y uno de los interlocutores exclama, con algo de desesperación, ante la amplitud del currículum: “Tyro.- ¿Qué autores interpretan? Espudeo.- No todos los mismos, sino cada uno según su pericia y capacidad. Los muy doctos, y de más lindo y vivo ingenio, eligen los mejores, aquellos que vosotros los gramáticos llamáis clásicos. Hay algunos, que por no saber quienes son los mejores, eligen los comunes y vulgares, y ruines. Entremos, yo os enseñaré la librería pública de esta Universidad. Esta es la librería, que según reglas de hombres grandes, mira hacia donde sale el Sol en el estío. Tyro: ¡O cuántos libros, qué de buenos Autores, griegos, latinos, oradores, poetas, historiadores, filósofos, teólogos y retratos de los Autores!” Vives (1817: 177). 64 “Huiusmodi sunt Cicero, Seneca, Plutarchi opera, quae sunt a uarijs uersa: aliquot Platonis dialogi, praesertim qui ad rempublicam gubernandam spectant; Hieronymi epistolae, & quaedam Augustini opera; Erasmi institutio principis, Enchiridion, Paraphrases, & alia eius permulta pietati utilia, Thomae Mori Vtopia. Historiam poteri leuiter cognoscere ex Iustino, & L. Fioro, & Valerio Maximo. Inter haec omnia & cum surgit e lecto, & cum in cubitum, aliquid quotidie ex nouo testamento legat. Sunt & Christiani poëtae, quos iucundum fructuosumq. erit legere, uelut Prudentius, Sydonius, Paulinus, Arator, Prosper, Iuuencus, qui multis in locis possint cum quouis uetermum certare, elegantia carminis dico. nam rebus tanto sunt superiores, quantum bona malis
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En el régimen del excerpere, tal como fue expuesto por Vives, se inspira directamente Lorenzo Palmireno cuando compone su “Plática sobre el cartapacio”, incorporada en El estudioso de la aldea.65 El excerpere, según se deduce de las fórmulas de Palmireno, constituye el recurso por excelencia de la instrucción lingüística, del buen uso en latín, pero también en romance. Los excerpta deben reflejar la precisión en el habla —por ello recomienda hacerlos de los “vocablos más pulidos”—.66 Además, son especialmente útiles para la lexicografía (él mismo incluye en su tratado una reseña de la terminología relacionada con la navegación y con la guerra, en latín y en romance): “De todo esto podrás entender como te has de exercitar en sacar uocablos, phrases, y fórmulas loquendi para bien hablar en Latín, y bien traduzir, y bien conuersar en Castellano”.67 A continuación, Palmireno reproduce textualmente la metodología de Vives descrita en la epístola dirigida a Carlos de Montjoy, en el citado apartado Annotationes. Recomienda el uso del excerpere especialmente para los niños y praestant, & humanis diuina. Quum hos leget, habeat uocabularium latinae linguae, Calepinum scilicet aut Perotum, ad quem recurrat haerens in latina uoce”. Vives (1537: 35). 65 Palmireno no es, probablemente, el único pedagogo y humanista español inspirado directamente en la methodus de Vives. En el único texto conservado de fray Martín de la Cueva, un franciscano prácticamente desconocido y autor de un manual de la latinitas que indaga en las causas de su corrupción (según el fraile, se debe al método de su enseñanza utilizado por los gramáticos), se propone un recorrido didáctico para enmendar la situación, incluido en el apartado titulado “Praelectio”. Después de dos meses de la instrucción gramatical básica de los rudimenta, el alumno se dedicará, otros dos meses, al autor propuesto por el maestro, aplicando sus conocimientos previos sobre el léxico, el estilo, la sintaxis, y también las referencias históricas y mitológicas. El autor recomendado es Cicerón, sobre todo en las Familiares, las cuales el alumno analizará atendiendo a los elementos gramaticales (partes de la oración, los casos y los tiempos verbales) para pasar, luego, al significado del texto y a las figuras retóricas. A continuación, fray Martín aconseja el uso del libellus chartaceus (un libro pequeño con hojas en blanco), para que anote allí todo lo que no pueda retener (“Quare habeant aliquem libellum chartaceum, vbi, quae facile retinere non poterunt, annotent, & eum secum gestent, ut subinde renouetur memoria: qui libellis, & ad alia excipienda, de quibus dicetur, erit ad manum”). Allí apuntará (y fray Martín reproduce casi verbatim las categorías recomendadas por Vives en su epístola a Catalina de Aragón) los verbos de uso cotidiano, las expresiones útiles, raras, elegantes, fórmulas ingeniosas, distinguidas, eruditas, sentencias graves, ingeniosas, doctas, junto con los elementos y las formas gramaticales (“verba vsui quotidiano, vtilia, rara, elegantia, formulas argutas, venustas, eruditas, sententias graues, acutas, doctas, & alia plurima, quae omnia in suo illo libello annotabunt diligentes auditores, ijs, quum sit opus, vsuri. Etiam quae tu in coniugationibus de modis, participijs, et alijs omnibus, de quibus dictum a nobis est, docueris, ea reperta diligentius annotari facies. Tum genibus nominis, varietas casuum, tertiae declinationis praeteritum, supinum, casus verbi, vt singula occurrent, in primis notari retineriq. volo. Quod hodie annotatum erit, id cras exiges: quod singulis diebus, explicita tota epistola”). Cueva (1550: fols. 73v-74r). Para el Libellus de Martín de la Cueva, véase Mañas Núñez (2013). 66 Palmireno (1571: 140). 67 Palmireno (1571: 173).
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comenta, punto por punto, las categorías estipuladas por Vives: los vocablos, términos poco frecuentes, modismos, sentencias (en la recogida de las sententiae aconseja el uso de los repertorios impresos, que le ahorrarán mucho esfuerzo al alumno),68 curiosidades y frases intraducibles al latín, modos de hablar, dichos y hechos (“dicta et facta”), proverbios, dichos ingeniosos (“de estos procurarás escriuir muchos; porque los hombres de letras son tenidos por fríos, o demasiado seueros en conuersación”); y los loci scriptorum, es decir, “passos curiosos”, que pueden ser útiles en la conversación erudita (“en una conuersación de doctos, te harán honrra”).69 También Palmireno, en suma, utiliza el excerpere para abrazar la latinitas en toda su amplitud, y para hacerse con los procedimientos del estilo abundante y copioso. “No te oluides de tener diez y ocho hojas assignadas para escreuir apodos, o símiles, que ualen mucho para persuadir, quando seas Predicador; y alegrar al doliente, si eres Médico; y dar a entender un precepto, si eres Maestro. No tengas cuenta si son en Romance, o Latín”.70 No debe sorprendernos que una de las materias más productivas en los excerpta sean los símiles; su utilidad, como explica Palmireno, radica en el hecho de que constituyan recursos del persuadere y del movere (la capacidad de mover vehemente el ánimo del lector o del oyente). Pero estas funciones retóricas no se limitan a los símiles, ni tampoco a la literatura gnómica en general. Todas las modalidades de la abundancia verbal, la copia en su exuberante riqueza, constituye, en realidad, no solamente un recurso de la amplificación estilística, un recurso del ornatus y de la riqueza del estilo, sino también un instrumento de la argumentación y de la persuasión discursiva. La opulencia de las palabras y de las cosas no solo agrada o produce placer; convence y encauza la argumentación: de ahí la importancia del acopio y de la copia en la retórica altomoderna, en general, y en la constitución del excerpere, en particular.
68 Palmireno (1571: 175). Más adelante vuelve a recomendar las colectáneas (entre ellas, Corbellino: Adagiales Flosculi; Polydoro Vergilio: Prouerbia; Erasmo: Chiliades Adagiorum): “En fin todos aquestos trabajos te ahorrarás, pues los hallarás juntos y declarados, sin aquella fatiga que primero tenían los doctos. Lo que te queda es mirar cómo los sabrás traduzir de Romance en Latín, o de Latín en Romance: y tener dedicadas ocho hojas de tu cartapacio, para esto”. Palmireno (1571: 178). 69 Palmireno (1571: 175-179). 70 Palmireno (1571: 174).
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III.2. La copia y el penus: almacenes de las palabras y de las cosas En su Rhetórica en lengua castellana afirma Salinas que es conveniente “tener abundancia de palabras y essas saber las dilatar según fuere menester”.71 Menciona luego la Copia de Erasmo, un tratado que asienta firmemente la idea de la copia en el imaginario humanista; Salinas la sigue fielmente, como podemos deducir de su descripción de la copia verborum, que consiste “en tener muchos vocablos de vna mesma significación simplemente o por figuras [...]; en tener figuras para mudar vna mesma sentencia en diuersos colores”.72 A continuación, enumera diferentes procedimientos para “variar la sentencia”: por interrogación, exclamación, comparación, agnominación, ironía, por relativos, por contrarios, y por añadimiento de negación.73 En el apartado titulado “Tratado de las maneras de dilatar la materia con palabras y sentencias y otras cosas quando fuere necessario”, puntualiza Salinas que “la manera de dilatar la materia” consta de dos partes, “vna de la abundancia de las palabras, otra de la abundancia de las cosas”,74 siguiendo la distinción tradicional entre la copia verborum (el acopio de las palabras) y la copia rerum (el acopio de las cosas). En Erasmo, la abundancia de la expresión está tratada en el libro primero de la Copia, donde se enuncian las ventajas del discurso copioso y se detallan múltiples recursos para variar la locución, centrados, ante todo, en el uso de los tropos y figuras; Erasmo los ilustra proporcionando 151 fórmulas para expresar los agradecimientos por la carta recibida, variando el enunciado básico de “tuae litterae me magnopere delectarunt” (“la recepción de tu epístola me produjo un gran placer”). El libro II, a su vez, está dedicado a la abundancia de la res, del pensamiento o de la materia tratada, cuyo enriquecimiento, según explica Erasmo, consiste “in congerendis, dilatandis, amplificandis argumentis, exemplis, collationibus, similibus, dissimilibus, contrariis atque aliis” (“en reunir, explicar y amplificar los argumentos, utilizando ejemplos, comparaciones, semejanzas, desemejanzas, contrarios y procedimientos parecidos”).75 La copia verborum y rerum constituyen, por lo tanto, dos modalidades íntimamente relacionadas, ambas unidas a la preceptiva de la oratoria. La copia verborum comprende la imitación de vocablos, expresiones y formas retóricas para enaltecer y enriquecer el estilo. La copia rerum se centra, en cambio, en las ideas presentadas en el texto. Erasmo recoge, así, la formulación de Quintiliano, quien parece sugerir, en el libro X de su Institutio (X, 1, 5 ss.), que la copia rerum debe ser entendida 71 72 73 74 75
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Salinas (1541: fol. LXXXVr). Salinas (1541: fol. LXXXVIv). Salinas (1541: fol. LXXXVIIv). Salinas (1541: fol. LXXXVr). Erasmus (1988: 32).
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como la capacidad de expresar el sentido en una variedad de modos. Dicho de otro modo, la copia verborum secunda los caminos de la expresión verbal y sirve para adornar y variar, mientras que la copia rerum traza y eleva los cauces de la argumentación y está relacionada con los procedimientos de la ejemplaridad. En primer lugar, porque el excerptum suele recoger una afirmación autoritaria respaldada por una authoritas (clásica o contemporánea); en segundo lugar, porque recurre a los géneros paremiológicos breves (los proverbios, las sentencias, las máximas, etc.), que aúnan en sí toda la fuerza argumentativa del exemplum. Para Salinas, también la copia rerum consiste, una vez más, en saber “dilatar la materia”, pero con material de más complejidad, que trasciende el nivel puramente lingüístico: “por más número de sentencias, razones, argumentos, comparaciones y exemplos, o por entender y detenerse artificiosamente en essos pocos, o muchos que pusiere más de lo que de suyo ellos se estienden, y de tal manera que parezca ser todo necessario”.76 Como podemos comprobar, la línea entre los elementos “verbales” o de expresión, por un lado, y los “pensamientos” o la “materia”, por otro, es fina y algo ambigua; tampoco la distinción entre la copia verborum y la copia rerum es nítida o inequívoca entre los autores altomodernos. Lo que las une es la convicción de que la abundancia, la riqueza y la variedad exhibida en un discurso posee, en sí, una gran fuerza argumentativa. La copia constituye, en la primera Edad Moderna, no solo una propedéutica, un paso previo a la composición; representa en sí una modalidad de la escritura, ya que el acopio de las palabras y de las cosas incide en el poder del texto; no solo la riqueza del contenido, también la profusión de la forma suscita admiración y, lo que es más importante, legitima, en cierta medida, la veracidad y la autenticidad de lo afirmado. Baltasar de Céspedes en su “Discurso de las letras humanas” (al que se refiere también Christoph Strosetzki en su contribución) intenta definir la esencia del “Humanismo” y de las “letras humanas”; estas, sostiene, pueden dividirse en dos partes: “una que pertenece al lenguaje” y la “consideración de las cosas”; la copia verborum puede aprenderse, afirma, con la “lección de todos los authores antiguos griegos y latinos”. Ahora bien, en la consideración de las cosas “se trata del conocimiento de las cosas o de la actión dellas o del instrumento del conocimiento y de la actión”. El conocimiento de las cosas, en una formulación algo enrevesada, atiende al “conocimiento de la historia [...] o a la contemplación y speculación de las cosas”. La “acción” concierne a las “cosas que el humanista como tal ha de escribir”, a saber, los “commentarios sobre poetas, historiadores y oradores, traducciones de authores de una lengua en otra, emmendaciones de libros, varias lecciones, poessía, oraciones y diálogos”. Lo relevante es que 76
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Salinas (1541: fol. LXXXVIIIr).
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el conocimiento de las cosas “se estiende a muchas cosas y muy diferentes porque contiene todas las otras artes y facultades y el conocimiento dellas que está obligado a tener el humanista”, quien debe ser versado en la “theología, philosophía natural, matemáticas, derecho civil & canónico, la rhítmica, la rethórica, chronología”.77 Es evidente, pues, que la noción humanista de la copia rerum emerge de la restitutio, de la mirada dirigida a la rica herencia del pasado grecorromano, que solo puede ser rescatado (salvo contadas excepciones) a través de los textos. Este renacer trae consigo la idea del revivir el pasado glorioso y digno de la emulatio, apropiándose no solamente de los elementos puramente filológicos, sino del mundo clásico en sí, de todo lo que los humanistas designan como “antigüedades”78 (y lo que la filología clásica alemana denomina realia),79 es decir, el conocimiento de la cultura de la Antigüedad tout court para hacerse no solo con sus fórmulas de decir (gramática, retórica, poética), sino también con sus maneras de pensar (dialéctica), y además con su historia, su filosofía, su jurisprudencia, sus ciencias y sus modos de vivir. De toda esta riqueza inabarcable de datos, perteneciente a un sinfín de disciplinas, debe proveerse el buen humanista, según podemos deducir del testimonio de Céspedes. Ahora bien, el excerpere es el instrumento más tangible e inmediato de esta exuberancia de las palabras y de las cosas, de la acumulación de las fórmulas loquendi, datos históricos, ideas filosóficas y curiosidades banales. El excerpere encauza, filtra y dispone: pensemos en el género de los digesta, o los pandecta, recopilaciones de extractos de diferentes disciplinas de la Antigüedad, como por ejemplo los Digesta de Justiniano (una colección de extractos de textos de juristas clásicos desde los últimos decenios de la República hasta el inicio del tercer siglo después de Cristo). Constituye un espacio (de la memoria) en el cual
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Andrés (1965: 203 ss., 226, 238). Dice Céspedes al respecto: “[...] va junto con la historia el conocimiento de la antigüedad que es saber las cosas de las repúblicas antiguas como son las maneras de sus gobiernos, los magistrados, collegios, ayuntamientos, sacerdocios, sacrificios, ritos y costumbres, y finalmente el tener noticia de aquellas cosas tanto de paz como de guerra, de la misma manera que la tenemos de las nuestras”. Andrés (1965: 229). 79 Es interesante señalar que, en la teoría de la traducción, los realia designan conceptos culturales que se encuentran en la source culture, pero no en la target culture, y cuya traducción representa, por lo tanto, un reto especialmente arduo. Los realia secundan también la oposición entre una filología “formal”, enfocada en el texto, y una “material”, histórica y centrada precisamente en los realia, es decir, en los vestigios culturales. Pero la copia rerum no puede circunscribirse, en ningún caso, a los entornos materiales, a las reliquias tangibles de la cultura clásica (la arquitectura, las monedas, las inscripciones). Indica más bien un conocimiento íntimo de la cultura en sí, mediado a través de lo textual y de lo material. Los realia se sitúan en la frontera entre la literatura y la cultura tout court, y lo mismo puede afirmarse, en cierta medida, de la copia rerum de los humanistas. 78
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la copia se exhibe en todo su esplendor; en efecto, muchas artes listan entre las ventajas del excerpere su capacidad de exponer la materia recopilada uno intuitu, es decir, que permite abarcarla con una sola mirada.80 El célebre scrinium de Vincentius Placcius (y, análogamente, el codex excerptorius, la caja de apuntes, el fichero, la libreta encuadernada o hasta una pila de papeles cosidos juntos) pone lo recopilado ante los ojos, lo muestra y lo almacena. Recordemos las palabras de Macrobio: su miscelánea debe servir como “mobiliario de ciencia y una especie de despensa de letras” (“id totum sit tibi scientiae supellex et quasi de quodam litterarum peno”).81 El cartapacio, en efecto, representa el penus, el almacén y depósito de las palabras y de las cosas, el repertorio de la abundancia verbal y de la riqueza temática, siempre a disposición de su usuario. En la Retórica de Juan de Guzmán leemos que el predicador, aparte de conocer los preceptos, debe poseer un “gran apparato de las cosas”, y que para ello puede servirse de su propio cartapacio manuscrito o de las colectáneas impresas: “Estas cosas serán lugares communes, assí de los vicios como de las virtudes. Los quales estarán en cartapacio hecho, o teniendo algunos Auctores, como son la Catena aurea, Belengardo, y la Polyanthea, o otros assí”.82 Como permite entrever la última frase de Guzmán, la idea del penus (almacén de comida y abastecimiento de provisiones) sostiene, en última instancia, no solamente las colecciones personales de los excerpta, sino también los múltiples géneros de la colectánea erudita, el sinfín de polyantheas, tesoros (thesauri), officinas, jardines, vergeles, ramilletes, silvas, theatros, fábricas y florilegios (recordemos la irónica reseña de estos títulos inserta en el prólogo a las Noches áticas de Aulo Gelio), que atesoran adagios, apotegmas, proverbios, sentencias, anécdotas de la historia sagrada y de la profana, fábulas y exempla. La colectánea erudita comparte con el cartapacio la methodus esencial (la recogida y el acopio), y el principio rector (la abundancia); pero difiere de él en que el cartapacio, generalmente, es manuscrito y de uso privado, mientras que la colectánea es impresa y de uso público. Esta diferencia de forma no es baladí, como veremos más tarde, porque incide en la verosimilitud y la fiabilidad del material, y en la autenticidad de las fuentes consultadas. Aun así, a las dos modalidades les une el esfuerzo por dar cuenta de las res, de las cosas, de la multitud de datos y “noticias”: según Antonio de Torquemada, autor de una de las misceláneas españolas más célebres, “por muy 80 Entre las ventajas de su arca o scrinium, es decir, del mueble en forma de una caja de madera con muchos compartimentos internos, destaca Placcius que permite abarcar todos los tituli con una sola mirada, sin la necesidad de una lectura más detenida o el movimiento de las fichas: “uno intuitu titulos omnes, citra evolutionem ullam, aut repositionem chartularum, ob oculos habere”. Placcius (1689: 156). 81 Macrobius (2011: 2). 82 Guzmán (1589: fol. 117v).
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sabios y avisados que seamos, si bien miramos en ello, al tiempo que la vida se acaba comenzamos a ver y a aprender novedades, de que nos maravillamos; porque cuando vienen a nuestra noticia, ya nos ha parecido que no hay cosa nueva para nosotros, viniendo cada día de nuevo a estar presentes a nuestra vista y a nuestros oydos: y si viéssemos (sic) mil años nos acaescería lo mesmo, hallándonos tan nuevos en lo que viéssemos”. La miscelánea surge, en cierta medida, de la conciencia de la “breuedad de la vida, y de la grandeza del mundo, de los secretos de naturaleza y de la flaqueza de nuestro entendimiento”. Es un engaño, continúa Torquemada, pensar que “en aquello poco que sabemos se acaba todo que se puede alcançar”. Su miscelánea, y con ella el género de la colectánea tout court y la idea misma de la copia, es una respuesta a la “naturaleza [que es] tan poderosa [...] y tan varia en sus cosas”, al “mundo tan grande, que cada día vienen a nuestra noticia muchas novedades”; 83 representa, en cierto sentido, una réplica epistemológica a la vastedad del mundo y a la plétora de cosas en él, a la que pretende plasmar y circunscribir, y con ello probablemente también contener y dominar. El excerpere representa, desde el punto de vista retórico, un tesoro de formas, palabras y cosas, un riquísimo repertorio de todas las modalidades de la copia, el aparejo y una caja de herramientas del humanista; constituye el reflejo más elocuente de los ideales de la textualidad altomoderna, y también el instrumento más poderoso de la invención, de la argumentación y del acceso al saber.84 III.3. Remedium oblivionis Al igual que el penus —repertorio y almacén—, guarda los víveres perecederos, también las colecciones de los excerpta ponen a buen recaudo lo efímero y lo fugaz: una de sus funciones principales es recoger aquello que queremos recordar de nuestras lecturas. Desgraciadamente, la memoria humana es frágil, como se lamentan los autores de las artes excerpendi en múltiples ocasiones. Muchos lectores descubren, comenta por ejemplo Miguel de Salinas, que se pasan días y días leyendo, “pero si echan cuenta al cabo del año verán a la clara que se perdió la mayor parte: y que tan nueuos pueden tornar a leer el libro leydo 83 Torquemada (1575: s. p., dedicatoria “Al muy ilustre y reverendíssimo señor Don Diego Sarmiento de Sotomayor, Obispo de Astorga”). 84 La copia, y con ella el excerpere, incluye también modalidades orales, no solamente las escritas. Según Palmireno (1571: 133), sirve como una importantísima methodus didáctica de la escritura, pero también de la cortés conversación: “Muchos se me quexan, que no saben como han de estudiar, y que quando quieren allegar en una conuersación lo que han leydo, se hallan confusos. Todo el mal les uiene, de no auer lleuado este orden [el del cartapacio] en sus estudios”.
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como si nunca le vieran. Y para poner ánimo a esto es gran remedio pensar aun que [con el excerpere] nunca aya de ser que tenga de tener adelante necessidad de aquello que leo para hablar lo o escreuir lo: porque teniendo este intento no dexaré passar liuianamente aquello que sé que tengo de tornar a buscar: y con temor de no hallar lo pondré lo a recaudo”. En definitiva, las annotationes permiten hallar “a su propósito aparejado lo que algún tiempo vio, y quan gran sinsabor acordar se le que vió algo a aquel propósito, y no sabe dónde, ni de qué manera”,85 sorteando así la situación desconcertante que hemos experimentado todos los lectores alguna vez: “lo he leído, ¿pero dónde?!” En este sentido, el excerpere se erige, para muchos, en un remedium oblivionis, en un antídoto contra el olvido, capaz de compensar la debilidad innata de la memoria humana. De ahí el vínculo del excerpere con el ars memoriae, un ars desarrollada ya en la Antigüedad y expuesta en los tratados clásicos más importantes sobre la oratoria, ya que la memoria, junto con la inventio, la dispositio, la elocutio y la actio, conforma la estructura tradicional de la doctrina retórica. De lo que explica Juan Velázquez de Azevedo, autor del primer libro del género mnemotécnico publicado en lengua castellana86 y titulado El Fénix de Minerva y arte de memoria (1626), es posible deducir la naturaleza exacta de esta afinidad entre las annotationes y el ars memoriae. El ars de la memoria, afirma Velázquez, es como un “breue libro de memoria” que en vez de papel tiene lugares, y en lugar de letras, imágenes; su técnica consiste en construir, en nuestra imaginación, un espacio concreto con diferentes lugares que pueden recorrerse mentalmente (la similitud con los loci communes no es fortuita), para inscribir en ellos lo que quiere recordarse: los lugares son como el papel, las imágenes sustituyen las letras, “el Orden la escritura, y la Práctica las lecciones”;87 esta correspondencia entre la memoria y el acto de la escritura (o el libro) puede extrapolarse, naturalmente, también al excerpere: Y el de la memoria no es otra cosa, que vn modo de esriuir imaginario; el qual assí como los libros se constituyen de papel y letras, con que se conseruan en ellos todas las ciencias, y lo demás que se quiere guardar y retener (de quien dixo Platón, que temiendo la poca memoria de la vejez, se daua priessa a hazer otra de papel), assí este Arte, que en suma es vn breue libro de memoria, radicando en la imaginatiua, tiene en vez de papel lugares, y en lugar de letras imágenes, a cuyo propósito dixo Cicerón: Loci enim cerae, aus chartae simillimi sunt [...].88
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Salinas (1541: fol. cxr). Egido (1986: 36). Velázquez de Azevedo (1626: fol. 48v). Velázquez de Azevedo (1626: fol. 48r).
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Es más: Velázquez alude explícitamente al excerpere en el Libro IV, que trata del “Arte de retener”: el apartado está centrado en la “retención” mediante las imágenes mentales, pero incluye también un epígrafe sobre “Cómo se ha de retener lo que se lee en los libros”, en el cual elabora una suerte de sinopsis del ars excerpendi con los aspectos más notables (selección, anotación, el uso de los lemas o palabras clave): Vna particular curiosidad se puede hazer, sacada de esta doctrina. Y es, que todas las vezes que se lea vn libro, se vaya escriuiendo y notando lo que pareciere digno de memoria, de suerte, que quando se acabe, tenga presente todo aquello que sea estimado por digno de memoria, y sabido el dicho, historia, o sucesso latamente, se note con toda breuedad, en vn librito manuscrito que de ordinario se suele traer en la faldriquera, en que con toda distinción de materias, se podrá tener todo lo que se huuiere leído, o oydo dezir, poniendo de cada cosa en su renglón a parte, en forma de Letanías la palabra más señalada y conocida [...].89
El excerpere, en suma, constituye un fármaco eficaz para combatir la amnesia: el papel, más sólido, sustituye la preservación frágil en los loci imaginarios de la memoria artificial. Pero el excerpere no se opone únicamente a la pérdida de aquello que, una vez, se había leído, visto o pensado; no sirve solo para conservar el recuerdo. Comparte con la miscelánea el impulso por dar cuenta de la multiplicidad de las cosas, pero no solo para retener la memoria de ellas, sino también para desafiarla, y con ello, contener lo incontenible. Fijémonos en que Velázquez no recomienda anotar todo el extracto en sí; aconseja elaborar un sumario, un epígrafe que condense la esencia del pasaje, no su transcripción íntegra. Eso no debería sorprendernos: la reductio semántica es uno de los mecanismos más importantes ideados para la anotación de un pasaje extenso;90 con todo, desde una perspectiva global, el excerpere en sí representa un ejercicio de la reducción, el acto de una síntesis y una restricción (y hasta depuración) epistemológica, un intento de, simultáneamente, dar cuenta de la abundancia y enfrentarse al exceso. En efecto, el excerpere emerge, entre otros factores, como respuesta a la explosión del universo de lo scibile después de la invención de la imprenta; es fruto de una situación epistemológica sin igual, cuando, por primera vez en la historia de la humanidad, era imposible tan solo registrar la afluencia de libros que salían de las imprentas europeas cada año. No se trataba, empero, solo de reflejar la cuantía del material escrito; la erupción epistemológica trajo consigo también 89
Velázquez de Azevedo (1626: fol. 118v). Paolo Cherchi en su contribución expone cómo esta reductio (que él denomina abbreviatio) trae consigo una re-elaboración radical del contexto original de la cita como, por ejemplo, una reinterpretación moralizante o una reducción de la amplitud semántica del texto original. 90
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la imposibilidad de abarcar un corpus más o menos íntegro de todo el saber: la polimatía y la polyhistoria91 son los últimos y nostálgicos ecos del esfuerzo por contener el conocimiento, la última tentativa de alcanzar o mantener la plenitud del saber, una empresa destinada al fracaso en un mundo confrontado con el information overload.92 Análogamente a la polimatía, también el excerpere desafía el information overload, al autoproclamarse como un artificio capaz de abarcar y envolver o reflejar todo el conocimiento. En mi propia contribución al presente volumen colectivo analizo con más detalle estas aspiraciones a la totalidad; aquí me limito a señalar que no siempre deben calificarse de neurosis epistemológica, de una respuesta angustiada al exceso de información; constituyen también un ideal espiritual, en el sentido de que persiguen plasmar la plenitud de la Creación.93 De este sustrato simbólico emergen las frecuentes metáforas idealizantes de la colección de los excerpta como un libro total94 que le permite al lector compendiar y sintetizar todo lo que ha leído en una biblioteca pequeña o portátil, según sostiene, entre otros, Velázquez: “Y quando los curiosos que practican esto [el excerpere], van a alguna visita y conservación, se preuienen, mirando en el librito las materias que les parece, se podrán ofrecer, y ser vtiles para la ocasión a que van, que desta suerte se haze compendio y epílogo, no solo de vn libro, sino de vna y aun muchas librerías, aunque sea tal como la del Emperador Goriano [...]”.95 Es un proyecto y una ambición llena de paradojas: el anhelo de la totalidad se resuelve, irónicamente, recurriendo a la fragmentación (el excerptum no deja de ser un trozo de texto descontextualizado), lo que sitúa el excerpere en una oscilación constante entre la desintegración (el desmembramiento del texto original), por un lado, y la totalidad epistemológica y la reintegración, por el otro (en la reivindicación del saber universal, y en la incorporación de los extractos en un cuerpo nuevo).
91 No es una casualidad que muchos de los polímatas del siglo xvii fuesen artífices de importantes artes excerpendi. Por citar un caso conspicuo, el famoso Daniel Georg Morhof se refiere al excerpere en varios apartados de su Polyhistor (Morhof 1714). Algunas de sus reflexiones sobre el excerpere se han publicado luego en tratados independientes (De legendis, imitandis et excerpendis auctoribus, libellus posthumus, 1731.) 92 Cf. Blair (2003, 2010a). Véase también el número monográfico de Journal of the History of Ideas, dedicado al “Early Modern Information Overload” (2003). Para el análisis de cómo se enfrentaron al information overload los períodos posteriores, puede verse, por ejemplo, Wellmon (2015). 93 Cf. Nakládalová (2016). 94 Cf. Nakládalová (2016). 95 Velázquez de Azevedo (1626: fol. 119r).
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III.4. Máquinas de lectura y de escritura Como sabemos, el objetivo del excerpere es seleccionar, en función de diferentes criterios, los pasajes más notables durante el estudio o la lección; en este sentido, se erige en una magnífica y elaborada máquina de lectura, en el instrumento más tangible y complejo de las artes legendi que tanto han proliferado en el primer Humanismo y durante toda la alta Edad Moderna. Pero no podemos reducir su dominio a la lectura: el excerpere representa también el recurso más útil de la composición, como lo corroboran las palabras de Francisco AguilarTerrones del Cano, cuando enumera las ventajas de tener listo un cartapacio de lugares (en su caso, los loci de predicación): “El que estuuiere preuenido con esta diligencia”, afirma, “quando le encargan el sermón se hallará muy descansado, y tendrá poco que hazer”,96 ya que tiene un repertorio hecho con la materia predicable. Pero el potencial del excerpere trasciende, con creces, los límites de la inventio (centrada, según la retórica clásica, no en la invención de una materia nueva, sino en la recuperación de las líneas argumentativas establecidas, a priori, para un tema concreto). Así, el cartapacio deviene en el colaborador activo en la producción textual. Alberto Cevolini, de hecho, vincula este potencial, paradójicamente, no con la memoria, con la capacidad de retener la información, sino con su capacidad de olvido. Este aparente contrasentido está relacionado con la naturaleza de la memoria humana, con el hecho de que para recordar sea necesario olvidar, ya que el almacenamiento de nueva información requiere que lo viejo ceda su lugar. La incógnita concierne a la cabida de la memoria humana: ¿posee una capacidad ilimitada o, en cambio, es como un vaso que, para poder llenarse, necesita ser vaciado antes? Las artes memoriae altomodernas no son muy claras al respecto, pero es evidente que la aptitud de memorización es inherente al potencial de olvidar, y que el excerpere encarna esta paradoja de manera especialmente patente.97 El codex excerptorius funciona, en realidad, como un dispositivo que permite olvidar lo que habíamos leído, con lo que se despliega la capacidad creativa del usuario (y de la máquina misma): porque le permite encontrar lo que no había buscado o lo que parecía perdido para siempre; porque sitúa lo recogido en contextos nuevos; porque contesta incluso a las preguntas que no se le habían formulado y, por último, porque el codex, la caja de los excerpta o el fichero funcionan como un enorme caleidoscopio, cuya disposición interna cambia con cada “sacudida” o consulta que le hacemos (“irritación”, según la formulación de Alberto Cevolini) con lo que cambia también
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Aguilar-Terrones del Cano (1616: fol. 19r). Esta aparente paradoja constituye el eje argumentativo del libro de Cevolini (2006a).
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la interrelación de los fragmentos individuales que, a su vez, genera compuestos totalmente inesperados. Al margen de la amnesia que participa en la fuerza creativa de la máquina del excerpere, no olvidemos que este potencial es inherente a todo texto. Todos los escritos pueden inspirar y evocar, estimular la imaginación, avivar el pensamiento y activar el potencial creativo de uno; de ello habla Francisco AguilarTerrones del Cano cuando describe su propio método para elaborar sermones. Primero, deja que el texto del Evangelio le hable, despertando en él consideraciones de todo tipo (“lo que yo hazía es esto, leya muy despacio algunas vezes el Euangelio, que auía de predicar, yua pensando sobre el lo que se podría considerar, y las consideraciones que saltauan de buena gana, y sin violencia, o se nacían ellas con alguna manera e viueza”), y luego apunta estas consideraciones “en medio pliego de papel”; a continuación deja “yr la imaginación por [el tema]” y “apuntaua lo que se me ofrecía: y si era sermón de misterio, o la vida de santo, leyendo el testo del misterio, o la vida del Santo, también discurría por la imaginación sobre ella, y lo apuntaua”. Aguilar Terrones del Cano se refiere, naturalmente, a la capacidad del texto de movilizar la imaginación, de servir como ayuda para cuando, como dice él explícitamente, se le “auía agotado la vena”; entonces “leía los libros que el tiempo me daua lugar, cerca del misterio, Euangelio, o sermón, y algunas vezes ley cosas manuscriptas, y siempre eché de ver, que si no son de algún predicador muy excelente”98 y al fin juntaua y apuntaua lo que en estos libros me auía contentado en estos dos o tres días con lo que me auía ofrecido mi imaginación sin libros, y todo ello lo yua poniendo por capítulos en el dicho medio pliego de papel en cada capítulo, apuntando su consideración, y poniéndole los Autores o libros que yo dexava notados, que hablauan bien sobre ello: y si me parecía que tenía con que enriquecer bastantemente de lo estudiado en aquellos días, dexáuala, y si no, yuame a mis lugares communes, y buscaua la misma consideración, y la que frisaua con ella, y de allí tomaua los Autores que estauan citados, y añadíalos a la consideración apuntada en el dicho medio pliego, y desta manera henchía hasta siete o ocho consideraciones a lo más.99
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Aguilar-Terrones del Cano (1616: fol. 19r). Aguilar-Terrones del Cano (1616: fol. 19v). El proceso de la escritura proseguía por la ordenación alfabética de las consideraciones (“Hecho esto, ponía el Euangelio delante, y por el orden de sus cláusulas yua poniendo números o letras del A.B.C. a las consideraciones de mi papelejo, para que quedassen puestas por el orden del Evangelio”), y terminaba con el dictado del sermón al escribiente, “porque mientras el escriuiente va escriuiendo, voy yo hojeando en aquel libro, o en otro, y preuiniendo lo que le e de yr diziendo tras aquello que escriue: al fin que desta manera hallaua y juntaua la materia del sermón”. Aguilar-Terrones del Cano (1616: fol. 20r). 99
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Cabe mencionar que el uso del cartapacio está excluido de este despertar de la imaginación y de la inventio: nuestro predicador procura siempre que los textos así revisados sean “de algún predicador muy excelente, y muy recogidas por algún oyente que entienda lo que recoge como lo escriue”, ya que “viene a ser mejor el más ruyn libro que el mejor cartapacio, y me marauillo como se gasta tanto tiempo y dinero en marcaduría tan inútil”.100 Pero es probable (recordemos que, según el testimonio de su propio hermano, Aguilar-Terrones del Cano, es autor de varios cartapacios manuscritos) que sus críticas aluden más bien a los cartapacios hechos por los demás y con demasiada prisa, es decir, cuando el cartapacio ya no es un instrumento sumamente personal, sino “mercaduría”, materia comerciable. Y es que la maestría creativa, la que convierte cualquier texto en una fuente de inspiración para textos futuros, es sin duda extrapolable también a las colecciones de los excerpta o lugares comunes, al cartapacio, a la caja (o al fichero): son máquinas de lectura y de escritura, entidades intertextuales capaces de cobrar vida propia. Este poder es inherente ya en la categoría del lugar común, como podemos deducir de las palabras de Miguel de Salinas cuando preceptúa cómo deben determinarse los loci: “Pues el que quisiere sacar fruto de su estudio y ser docto”, afirma, “tomará muchos títulos de virtudes y vicios, y de otras materias que más comúnmente se offrescen hablar en ellas, y pondrá los por su orden considerando la affinidad, parentesco, y contrariedad que tienen vnos con otros, porque de los semejantes y contrarios las más vezes se collige lo mesmo que de los principales”.101 En su testimonio puede intuirse el extraño estatus del locus: al ser una palabra solo (en la mayoría de los casos), es polivalente y polisémico. Comenta Salinas que, por ejemplo, el lugar “fortaleza” implica diferentes variantes semánticas, inscritas todas en el código moral: la fortaleza para llevar a cabo una acción peligrosa, pero también fortaleza para soportar dolor, lo que a su vez “inspira” o “despierta” otro locus, el de la paciencia: “Exemplo. Sea el primer lugar común, o título, fortaleza. Tras esto se pondrán sus especies semejantes entre sí: fortaleza para acometer algo peligroso, fortaleza para suffrir; donde viene el título de paciencia”, que a su vez darán lugar a más asociaciones: “y luego ay ocasión de poner los títulos de diuersos géneros de trabajos: tribulaciones, importunidades, etc.,” y aún más tipos de fortaleza: “Y assí como esta es fortaleza del ánimo luego tratar de la fortaleza corporal [...]”.102 Ahora bien, según aclara Salinas, la búsqueda de un locus concreto en la tabla genera toda una cadena de asociaciones que también están relacionadas con el tema tratado y que
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Aguilar-Terrones del Cano (1616: fol. 19v). Salinas (1541: fol. CIIIIr). Salinas (1541: fol. CIIIIr).
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pueden utilizarse en el texto futuro: “me pone delante juntas las otras materias semejantes a ellas en las quales puedo tocar al mismo propósito, y me ayudo de lo que en ellas está tan conueniblemente como de la materia principal”.103 El “orden de los contrarios y affines de cada materia tras sus principales” temático es, en suma, el que despierta, en el caso de Salinas, el potencial de la máquina de escritura que es, simultáneamente, un aparato de pensar, el punto de partida de la creación literaria, a la que sustenta y nutre, y el punto de partida para una reflexión propia. III.5. El ordo: ordenar y gestionar el saber Uno de los problemas principales de los diferentes métodos del excerpere —y en ello coinciden todos sus teóricos— es la ordenación y la catalogación del material recogido de manera que sea recuperable con facilidad. De poco sirve el excerptum si no puede ser localizado: de poco sirve el fármaco contra la amnesia si no recuerdo dónde lo he escondido: es imprescindible poder seguir de vuelta el hilo de Ariadna,104 volver a caminar, ahora atrás, para poder recuperar lo que anteriormente se había leído, pero luego se ha extraviado. De atender a Francisco Aguilar-Terrones del Cano, muchos predicadores utilizan la clasificación según el calendario litúrgico: “van reduziendo, y apuntando lo que notan por Euangelios de las Dominicas, fiestas o ferias del año [...]. Como si dixessemos, Pro Dominica prima quadragessima, pro Natiuitate Domini, & c. Y para cada Evangelio dexan vn pliego, o lo que les parece de papel, donde van apuntando lo que van hallando”; pero este procedimiento a él le resulta demasiado “atado”, porque dificulta la aplicación más creativa del pasaje, “obligándose a dezir en aquel Euangelio, y no en otro aquello que apuntan”; él ha “tenido el entendimiento algo más libre”,105 y emplea la clasificación alfabética. Reproduzco su exposición íntegramente, porque constituye un testimonio singular del excerpere como un auténtico método de trabajo, por lo menos en el entorno de la oratoria sagrada:
103
Salinas (1541: fol. CXv). Se trata de un topos habitual en las artes excerpendi. De manera muy expresiva lo utiliza, por ejemplo, Johann Philipp Pareus en su Calligraphia, en la que dedica un apartado al excerpere, descrito como “el hilo de Ariadna” al que deben seguir todos los pretendientes de las musas para poder salir del laberinto de los estudios: “Omnius autem haec ratio privati scrutinii (ut Apuleiano utar vocabulo) versatur, vel in eruendis verbis: vel Observatione Rerum. Hoc ceu filum Ariadnae in perturbato studiorum suorum labyrintho, sequi necesse est omnes Musarum candidatos”. Pareus (1616: s.p., “Praefatio”). 105 Aguilar-Terrones del Cano (1616: fol. 18v). 104
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[...] de tener libros blancos distinguidos por abecedario, dexando para cada letra del a, b, c, quatro, doze o veynte hojas, conforme a como ay unas letras, que comiençan más vocablos que otras, y allí en cada letra yva poniendo los vocablos de materias predicables, como en la A. ponia en vna plana, Ambitio discordiam parit, más abajo, Ambitiosi sunt insatiabiles, y desta manera tengo puestas casi quantas consideraciones se pueden predicar, y en acabando de passar vn libro, ó vn Autor, boluía por lo que dexaua notado a los márgenes, y apuntáualo en mis lugares comunes, cada cosa en la letra, y consideración donde tocaua. Los que tienen pocos libros, o prestados, o an de andar de acá par acullá, sin poderlos lleuar, hazen bien de escriuir en sus memoriales, o lugares, todo lo que notan en los autores, trasladándolo a la letra, o por suma: pero él que tiene libros, y suyos, no à de hazer sino poner en el libro que va estudiando. Pongo por exemplo esta palabra, abstinentia, si topa algún punto curioso que toque a esta virtud, y luego en sus memoriales, o lugares comunes, en la misma palabra, abstinentia, citado el Autor con libro, y capítulo, y párrafo, y número, diziendo Gregorius. l. 15 moralium c. 10. o Rupertus l. 2. de operibus Trinitatis.c.4 & c. Que puesto assí, vase a buscar lo que toca a abstinencia en el lugar común, y de allí tomado el libro y capítulo del Autor que allí se cita, hállase luego en el mismo Autor, porque está el reclamo de la misma palabra, escrita de mano al margen dél: pero porque ay algunos puntos, o bocados que no pueden ser comunes para muchos euangelios, sino que son casi propios de algún Euangelio particular, y para semejantes puntos, es bien que aya en algun cartapacio otra tabla a parte de los Euangelios, y Dominicas de todo el año, dexando a cada Euangelio vn blanco competente, donde irá apuntando lo que se hallare en los Autores propio de allí.106
Naturalmente, Aguilar-Terrones del Cano no es el único en recomendar la clasificación alfabética; de hecho, es uno de los métodos más comunes. Pero hay también quien aconseja regímenes diferentes: la división según las disciplinas; órdenes internos tradicionales de algunas materias concretas, como, por ejemplo, la estructuración jerárquica de la Creación en la teología; las secuencias del calendario litúrgico, habituales en las colectáneas de la oratoria sagrada; órdenes propios de la tradición retórica, centrados en las afinidades y semejanzas, y en las virtudes y vicios: es el caso de la Copia de Erasmo107 y también de Miguel de Salinas, cuando propone al lector su “tabla” para la ordenación de los extractos. Después de la concesión de que “se puede cada uno ordenar según mejor le 106
Aguilar-Terrones del Cano (1616: fol. 19v). “Ergo qui destinauit per omne genus autorum lectione grassari (nam id omnino semel in vita faciendum ei qui velit inter eruditos haberi), prius sibi quam plurimos comparabit locos. Eos sumet partim a generibus ac partibus vitiorum virtutumque, partim ab his quae sunt in rebus mortalium praecipua, quaeque frequentissime solent in suadendo incidere. Eaque conueniet iuxta rationem affinitatis et pugnantiae digerere; nam et quae inter se cognata sunt vltro admonent quid consequatur, et contrariorum eadem est memoria”. Erasmo (1988: 258). 107
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paresciere” y que lo que más suele hacerse es “la orden del abecedario” porque la recuperación de la materia es fácil,108 propone la disposición “considerando la affinidad, parentesco y contrariedad” de las virtudes y vicios y otras materias que son más útiles a la hora de hablar, junto con otros sistemas: el de santo Tomás, “que en quanto pude seguí la orden de la filosofía moral y especialmente de la secunda secundae de santo Thomás”,109 el de Valerio Máximo, o el de Plinio en el libro VII.110 Analizo con más detalle estos órdenes de saber en mi propia contribución. Lo único que quiero enfatizar aquí es la repercusión de los elementos de la ordenación, de los loci communes o tituli (en algunos casos, los capita), los lemmata, de los “nidos” de Vives (algunos autores establecen regímenes jerarquizados de categorías superiores —los tituli— e inferiores —los subtituli—); consolidados en la tradición retórica y dialéctica de la Antigüedad, en el excerpere asumen el papel relevantísimo de “palabra clave”, de la rúbrica temática o “etiqueta” (los tags y meta tags de la biblioteconomía contemporánea) que describe, marca y encasilla el extracto. Cabe enfatizar la importancia de este proceso epistemológico del “etiquetado”, que comprende la abstracción y la síntesis o la destilación del contenido semántico del extracto y de sus posibles implicaciones simbólicas.111 Asignarle el locus a un extracto, en definitiva, no es baladí, porque incide en su uso futuro y también en su interpretación: la etiqueta determina, en gran medida, el significado del fragmento y la interpretación a la que le van a someter los lectores; condiciona, en definitiva, sus contextos hermenéuticos más inmediatos.112 Además, como advierte Salinas, en numerosos casos, los excerpta admiten diferentes loci;113 Salinas resuelve este problema anotando el excerptum, en su integridad, solamente en uno de los lugares, pero aun así, la polivalencia esencial de los tituli y su amplitud semántica (pensemos, por ejemplo, en todo lo que implica el título abstinentia, en todas sus connotaciones morales, espirituales, y hasta fisiológicas) dificulta el acto de la clasificación. La decisión que empareja el excerptum concreto con una etiqueta concreta, en suma, es de una importancia gnoseológica vital, pero la trascendencia epistemológica va más allá de la
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Salinas (1541: fol. CXv). Salinas (1541: fol. CXv). 110 Salinas (1541: fol. CIIIIv). 111 A veces, la abstracción y la síntesis están presentes ya en la transcripción del fragmento, allí donde no se recomienda transcribir el pasaje íntegramente, sino solamente lo más importante: Salinas aconseja, por ejemplo, “colligir la substancia en pocas palabras”. Salinas (1541: fol. CIIIIv). 112 Compárese con la importancia de los títulos en los sumarios y en los índices, expuesta en la contribución de María José Vega. 113 Salinas (1541: fol. CIIIIv). 109
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categoría del locus y debe ser extrapolada a las prácticas del excerpere en sí, porque al catalogar la información, crean una determinada estructura del conocimiento, una taxonomía del saber no solo espacial, sino también conceptual y jerárquica. Para Baltasar de Céspedes, los lugares comunes constituyen los “más principales puntos” de una doctrina: la resumen, determinan sus preceptos focales y con ello encauzan su aprehensión: “Esta es la summa breve del arte o facultad del humanista contados los más principales puntos o lugares communes de esta materia. Los quales a de tener el humanista siempre delante y procurar de saberlos estudiando cada uno por sí y passando los libros de los antiguos, aunque el que comiença de nuevo no le sería de poco provecho leer primero algunos libros de authores modernos que an pretendido abrir camino para esta facultad”.114 Hay que tener en cuenta, no obstante, que los loci no son categorías meramente descriptivas, inferidas de la estructura innata de las disciplinas. Son categorías impuestas sobre el saber, que no solo reflejan su disposición consustancial, sino que directamente ayudan a crearla, al orientar y fijar, como demuestra Céspedes, la mirada del erudito en determinados “puntos”, pero no en otros. Y es que al elaborar una lista de los tituli posibles, el excerpere omite otros loci hipotéticos, con lo que se limita el alcance y el despliegue de las alternativas posibles. En la categoría del locus, el excerpere crea una especie de interpretative grid, un filtro de percepción: el lector docto, en vez de disfrutar de una (hipotética) libertad interpretativa, está acostumbrado, desde la niñez, a buscar en los textos determinadas categorías y valores, pero no otros. Es más: recordemos uno de los preceptos básicos de las artes excerpendi: anotar lo notatu digna, y esta expresión abstracta y poco definida anticipa ya las dificultades a la hora de establecer los criterios de la selección. Según Juan López de Úbeda, la abeja reina (el compilador mismo), debe recoger solo las flores moralmente idóneas, cuya función ética excede el natural cometido moralizante de las flores de poesía sacra, porque purificarán lo malo de otros textos, sobre todo de las canciones profanas, llenas de ponzoña: “quise [...] hazer este seruicio, a donde los que le quisieren leer, creo hallarán vn jardín lleno de suaues y odoríferas flores, cuyos compuestos (si se quisieren aprouechas dellas) les hará purgar lo malo y ponçoñoso, que en las canciones prophanas auían beuido”.115 El excerpere, en definitiva, lleva a cabo una criba epistemológica importantísima, un ejercicio de discernimiento que separa lo provechoso de lo inútil, lo importante de lo prescindible. Ya en Aulo Gelio, el excerpere constituye un hábito
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Andrés (1965: 253). López de Úbeda (1582: s. p., “Prólogo a la obra, del auctor”).
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altamente selectivo,116 pero mientras que su colección está regida por la idea de la “honesta erudición y la consideración de ciencias útiles”, las artes excerpendi enfatizan mucho más los valores éticos de los textos seleccionados. De ahí que contengan numerosísimas advertencias ante las formas ilícitas de esta apropiación: el alumno debe evitar los textos potencialmente peligrosos —deshonestos, impúdicos, licenciosos, obscenos—, cuyo poder, a parte del evidente peligro de la corrupción moral, está, en el caso específico del excerpere, relacionado con el poder retórico atribuido a las formas breves, un género especialmente abierto a la energía del movere emocional, a la identificación afectiva con el texto. Como afirma Palmireno, “van perdidos los maestros, que no entienden el artificio del autor, ni les acude para mouer los auditores algún buen Apophthegma, exemplo, símile, o cosa semejante para hazer el niño más Christiano, o más prudente”.117 En este sentido, el excerpere no solamente organiza el saber: determina, en última instancia, y circunscribe lo scibile, condiciona aquello que puede ser aprendido, aprehendido y, por extensión, concebido: traza las vías por las que discurre o debe discurrir el pensamiento y la reflexión sobre la realidad. No solo transmite el conocimiento, sino que, en cierto sentido, lo genera, lo aprueba y lo legitima. La ordenación de los excerpta, y con ellos, por lo menos en algunos casos, la ordenación del mundo, resalta, en función de los valores culturales contemporáneos, determinados “centros de gravedad”, pero silencia u oculta otros. Ese es el dilema de la criba: al seleccionar, silencia, encubre y hace invisible lo demás. Es cierto que esta imposición es propia de todos los sistemas más o menos institucionalizados de la transmisión del saber, que implantan en él sus propios valores éticos, ideológicos y culturales; pero en la institución del excerpere podemos examinar, en vivo, cuáles son los caminos exactos de esta transmisión de valores culturales y cómo condiciona nuestra percepción del mundo.118 El excerpere, al afrontar el information overload, debe optar por la necesaria selección, y eso trae consigo la inevitable eliminación y exclusión de información. Esta es una de las grandes paradojas del excerpere. Pero hay muchas más.
116 “[...] dando vueltas y cogiendo y dejando numerosos volúmenes siempre que encontraba un hueco en mis ocupaciones, en los ratos de ocio que pude robar, me ejercité y fatigé en esta labor, pero sólo entresaqué algunas pocas cosas, las que podían aportar el placer de una honesta erudición y la consideración de ciencias útiles de manera rápida y sencilla, o bien apartar de una ignorancia vergonzosa y grosera de contenidos y palabras a los hombres ya ocupados en otros menesteres de la vida”. Gelio (2009: 90). 117 Palmireno (1587: fol. 139r). 118 La transmisión de un paradigma cultural y de un corpus de conocimiento trae consigo la vastísima cuestión de la intervención ideológica en los géneros de la erudición, de su expurgación y censura. Las limitaciones del espacio no permiten abordarla en esta introducción. A parte de su estudio en el presente volumen, María José Vega le dedica otros estudios (e. g., Vega 2016).
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IV. LAS PARADOJAS DEL EXCERPERE: LA PSEUDOERUDITIO Y LA VANA OSTENTACIÓN “Escribe, transcribe, re-escribe y anota frecuentemente”,119 exhorta Juan Luis Vives en el apartado titulado “De eruditione” de la Introductio ad sapientiam, quizás la más importante de sus obras pedagógicas. El excerpere, en efecto, como ya hemos visto, constituye un instrumento clave del ideal de la erudición humanista centrado, in primis, en el conocimiento de las palabras y de las cosas del mundo clásico. Pero, ¿cuál es la naturaleza y el calado de este conocimiento? En 1579 sale en prensas de Barcelona el manual de predicación de fray Tomás de Trujillo, Thesauri concionatorum libri septem, una guía completa para los oradores sagrados, en la que se expone la disposición del sermón y las partes retóricas relacionadas (la memoria y la elocución), y se abordan los temas afines con la formación del orador, tales como sus libros y el modo de estudiarlos. Ahora bien, la Praefatio ad lectorem se abre con una imagen elocuentísima: según explica, Trujillo ha redactado el manual para combatir la “tempestad de los codices excerptorum”, de los cartapacios y sermonarios y otras colectáneas y compendios al servicio del arte de la concionatio; todo el esfuerzo y trabajo de sus autores ha sido inútil y poco fructífero, porque corrompen las fuentes originales (de las Escrituras y de los libros sagrados, los libri sanctorum). Debemos acudir a los libros Doctorum, clama Trujillo, ya que no hay nada peor que coger el agua turbia cuando tenemos a nuestro alcance el agua cristalina.120 El uso de estos repertorios conduce a hablar “incomposite, illepide, inconcinne” (sin orden, de manera grosera y poco elegante); convierten la predicación en estéril, poco elocuente (infacunda) e inerudita. No están elaboradas propio martu, es decir, con el esfuerzo propio, cuando lo más importante es extraer las sententiae directamente 119
“Scribe, transcribe, rescribe crebro atq. annota: compone alternis diebus, aut ad summum tertio quoq. epistolam ad aliquem, qui tibi respondeat: & tuam ostende institutori emendandam. Mendarum, quas sustulerit, fac recordere, ne rursus ad easdem impingas”. Vives (1537: 55). 120 “Saepe & multum mecum cogitaui, & sedula mente perpendi, Pie lector, cur tota hac nostra tempestate concionem habituri codicibus excerptorijs sese tantopere addixerint, cum eorum in multis que molestus labor & grauis, tan calsus, ac perditus impendant [...]. Hoc certe malum non aliunde, quantum conseq. possum, emanare conspicio, quam q. ex studij laudabilibus quibus vehementer desudant, nil frugis & emolumenti capere, vel in eisdem cum dignitate ingenij sui acumen exercere sciant, vel saltem min. aduertant: qn. poti. ita se totos hmoi. exceptoriorum codicum portentis inani quodam labore permiserunt, vt plane bonarum gustum literarum corruperint, & sui aciem ingenij adeo hebetarint, vt eosdem sanctorum libri Doctorum, q. dulcissimi esse deberent, offendant poti. & ad nauseam vsq. ducant. o immortalis oium (sic) opifex; q. deprauati, & stupidi hominum sensus; quam atra, quamq. misera tam sapientum hominum caecitas cum sacrorum Doctorum solidos libros habeant, cum eosdem ad unguem calleant; his tamen perquirendis, scriptitandisq. codiculis tam excitatam curam adhibere. Nullum aliud plane malum, quam q. crepitantis & scaturientis aquae fontem tempserint, & ex cisternis conceptis imbribus turbulentis sibi potum haurire malint”. Trujillo (1584: tomo I, praefatio s.p., columna 4).
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de los doctores. Trujillo se refiere, en definitiva, a la negligencia en el uso de las fuentes primarias: las schedae (las tiras de papel con el fragmento apuntado) reproducen, a menudo, los dicta de manera depravada y contaminada, debido a la imprecisión en la anotación. “Istarum schedarum pestis grassata est” (“debemos hacer frente a esta peste de las tiras de papel”),121 sostiene Trujillo, y en vez de ellas, exhorta a acudir directamente a los libri sanctorum. Trujillo impugna así la “enfermedad de sus tiempos”, la ineptitud y torpeza generalizada de los predicadores, que se manifiesta con más ímpetu en el uso depravado de las fuentes, en el manejo inapropiado de los doctores. Alude a un problema análogo, a la necesidad de acudir ad fontes de los clásicos de manera directa, sin la mediación de los repertorios y las colectáneas, también Baltasar de Céspedes. Las sentencias, explica, extraídas de las compilaciones (“las flores recogidas por otros”) no son fidedignas, ya que sus compiladores frecuentemente citan de manera inexacta o directamente errónea: “[...] y en este viçio caen ordinariamente los que toman las sentençias de los authores sacadas por otros y se fían de alegaciones ajenas no leyendo ni estudiando los authores en sus libros enteros; y assí es una cosa de muy dañoso engaño el andar tras libros de sentencias y flores recogidas por otros; para él mismo que haçe essas collecciones leyendo y estudiando los libros, buenas son”.122 Céspedes es aquí muy específico respecto al hábito del excerpere: es provechoso para el compilador mismo, para quien recoge el material personalmente. No lo es, sin embargo, para los lectores ingenuos de las colectáneas impresas o de los excerpta ajenos, para los alumnos poco avisados que no son conscientes del peligro de la lectura descontextualizada, que interpreta el fragmento textual fuera del marco original, lo que puede deformar radicalmente (o hasta invertir) el significado original del autor; como cuando algunos critican las irreverentes sentencias de Cicerón sin darse cuenta de que, en realidad, salen de la boca de los personajes, no de Cicerón mismo: pero a otros pueden hazer daño como se ve claramente en las colleççión que anda ordinaria de las sentencias de Ciçerón de donde se sacan muchas que son impías y indignas de aquel gran hombre; y algunos pocos leydos en él toman ocasión de ellas para reprehenderle y refutarle y es porque en muchas partes escriviendo por vía de diálogos introduçe algunas personas de diferentes sectas que la suya las quales tratan sus opiniones que después refuta Ciçerón en la suya.123
121 Trujillo (1584: tomo I, praefatio s. p., columna 4). Para el análisis de este texto de Trujillo, véase Mesa Sanz (2003). 122 Andrés (1965: 251). 123 Andrés (1965: 251).
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Parece que los autores de las compilaciones y misceláneas son conscientes de estas críticas; Pedro Mexía, sin ir más lejos, se adelanta a ellas cuando se avala en el prestigio de sus fuentes. Pero él tampoco se atreve a asegurar, sin más, su autenticidad; se contenta con afirmar que todo lo recopilado proviene de las auctoritates, lo que de por sí garantiza y legitima su miscelánea: “en lo que toca a la verdad de historia, y de las cosas que se tratan, es cierto que ninguna cosa digo, ni escriuo, que no la aya leydo en libro de grande autoridad, y razón que se da”.124 Ya Aulo Gelio anticipa, por cierto, este problema inherente a la miscelánea, a saber, el grado de responsabilidad del compilador en relación con la verosimilitud del texto, espetando a los eventuales críticos que “lo que les parezca censurable, de eso, si se atreven, que le echen la culpa a nuestras fuentes; pero lo que hayan podido leer en otros de manera diferente que no nos lo reprochen de manera temeraria, sino que piensen detenidamente en las razones de las cosas y en la autoridad de quienes nos han precedido”.125 Por más justificados que sean los motivos de los censores, todos los lamentos y vituperaciones de la compilatio, de las misceláneas y del excerpere en general deberían contemplarse en un contexto mucho más extenso, que no se limita a la falta de la veracidad de las fuentes y a la imprecisión a la hora de citar. Céspedes considera el dilema de ad fontes también en otro pasaje, en el que reproduce las quejas de que las colectáneas y los repertorios son como buenos “cartapacios donde se halla todo recogido”; él, no obstante, sabe “por experiencia” que “ninguna cosa se aprende ellas” y que “las que se toman dellos sin saberlas por sus originales son de muy poco provecho y se suelen equivocar los que andan por ese camino tomando unas cosas por otras applicándolas mal”.126 Céspedes refiere, en definitiva, el mal hábito de muchos “eruditos” que ignoran el sentido de las auctoritates, pero aun así las citan profusamente. El mal uso o abuso de los cartapacios y de los repertorios impresos está así relacionado con la doctrina o erudición de segunda mano, con los fenómenos del riuso,127 del permanente reciclaje del material clásico (o, habitualmente, “pseudoclásico”), con la constante reescritura y circulación del material con el que cada humanista que se precie debe estar familiarizado, pero que muy pocos, irónicamente, dominan de verdad. Céspedes, como muchos otros, alude a al vicio de la pseudoeruditio, una erudición mediada o derivada, que se enorgullece de citar fuentes de autoridad a las que no entiende bien, a la mala costumbre de ostentar
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Mexía (1602: s.p., “Proemio, y prefacio de la obra”). Gelio (2009: 89). Andrés (1965: 250). La cursiva es mía. Cf. Cherchi (1980, 1997, 1998). Véase también su contribución al presente volumen.
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el plumaje ajeno, a la corrupción de una escritura (y un método de trabajo) sustentada no en el uso de las fuentes primarias clásicas, sino en los repertorios. Alude a estas modalidades poco lícitas Céspedes cuando comenta el “escribir tumultuario” de los Adversaria, de las que ya se ha burlado Plinio.128 Si bien reconoce que son obras que pueden aprovecharse, pero “con todo eso tengo por perniciosa manera de escrivir esta”,129 refiriéndose a la metodología de la compilatio que es “composición ridícula por ser de tan poca dificultad, porque no ay ninguno dellos que no tenga por las márgenes de los libros muchas enmendaciones, declaraciones, concordancias, contradiçiones y otras cosas que se ofrecen a quien pasa un libro con cuidado y ha pasado otros muchos y tiene algun caudal”.130 Stricto sensu, las críticas de Céspedes se dirigen contra la escritura que recurre a coser libros nuevos a partir de los comentarios (se refiere así a las glosas que cualquier humanista ha acumulado durante sus estudios, a las variae lectiones: “todo esto naçió del oficio del commentador”),131 pero pueden ser extendidas a toda modalidad de escritura que procede mediante la yuxtaposición de fragmentos textuales, a toda composición que se nutre de los excerpta, que explota y abusa del texto del Otro para crear el texto propio. Céspedes advierte, al fin y al cabo, ante una imitatio inapropiada que no lleva a cabo una profunda digestión del modelo, una imitatio ya no creativa, sino servil, esclava y, peor, oportunista, porque [...] qualquiera haze un largo capítulo de aquella notaçión; a la qual añadiendo otras de otro libro y de otros, biene haçer una obra entera [...] y no sé si es mayor daño el acreçentar el número de los libros que provecho el que se saca de aquella obra. Esta a sido invençión de hombres moços que an querido haçer ostentaçión de sus estudios por este camino tan barato. Assí escrive Theodoro Cantero al principio de sus varias lecciones, que era de diez y nueve años cuando hiço aquel libro [...] muchos hombres doctos han abominado de esa manera de escrivir como Josepho Scaligero en la Epístola que escrivió de la vida de su padre; y el gran español Pedro Chacón los tenía por charlatanes a todos estos scriptores.132
Esta charlatanería aproxima el excerpere al peligro del saqueo del texto del Otro, a la amenaza del plagio (recordemos la cautela de Plinio, quien intenta eximirse de la sospecha del hurto en el Prefacio a su Historia Naturalis), por la que la cultura libresca de la primera Modernidad no se preocupa en exceso, pero
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Véase la nota 50. Andrés (1965: 247). Andrés (1965: 247). Andrés (1965: 248). Andrés (1965: 248).
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que empieza a intuirse precisamente en relación con las críticas del excerpere y del género de la colectánea erudita: [...] unos hurtan de otros y traspalan de una parte para otra, y siendo lo mismo, múdanle los proemios y házenlo suyo. Así a hecho este año un padre de la Compañía llamado Roa en un gran libro que llama Locorum selectorum libri V, que tal parlería y vaciedad no se vio en el mundo, pareciéndole que en España eran todos idiotas, y que no avían visto libro ninguno; y así vende por invenciones propias suyas las cosas que eran muy vulgares antes que nacieran sus abuelos; solo pone de su casa estragar las que no entiende y gastar palabra al ayre para haçer el libro mayor.133
Asimismo, la falta de autenticidad y el abuso de los excerpta desemboca, como se infiere de semejantes críticas, en una escritura pedantesca, ostentosa y petulante, recargada de citas memorables, sentencias y trivialidades y curiosidades vanas, pero hueca de contenido y de conocimiento fidedigno. Si bien Baltasar de Céspedes admite que algunas obras de lugares comunes pueden ser provechosas y buenas para el humanista,134 critica severamente las “digresiones fuera de propósito”, hechas “con fin de alargar la obra [...] solo con fin de una vana ostentación de varia leççión y con un desseo de mostrar que lo sabe todo [...]”.135 En el contexto hispánico se hace imperioso recordar las burlas contra la pseudoeruditio en el prólogo al Don Quijote, allí donde Cervantes refiere el bien intencionado consejo de su amigo, quien desea mostrarle como “hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo” (“En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria”), y quien elabora una larga letanía sobre la necesidad de alusiones y citas eruditas que termina en el escueto “dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro”.136 A su vez, Aguilar-Terrones del Cano arremete contra la escritura que se excede en el uso de los géneros de la copia (refiriéndose a las fórmulas narrativas 133
Andrés (1965: 248). Los vituperios de Céspedes se dirigen, con toda probabilidad, contra el jesuita padre Martín de Roa (1600). 134 “[...] debaxo de estos títulos tratan alguna maneria seguida que tiene consecuçión y trabaçón fundada en muchos lugares de authores de quien se puede sacar la utilidad [...] como lo hiço Justo Lipsio en la materia de los gladiadores, a la qual llamó Saturnales, fingiendo para más gusto del lector unos regoçijos y conbites, y mezclando algunos donaires y cosas de entretenimiento”. Andrés (1965: 249). 135 Andrés (1965: 249). 136 Cervantes (2003: 82-83).
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breves y a las imágenes simbólicas de la Antigüedad, es decir, a elementos habituales en un cartapacio típico): “pero si la humanidad es fingida con geroglíficos, y fábulas, auemos de andar parcíssimos. Lo de los geroglíficos a cundido de manera, que ay Predicadores, que los componen de su cabeça [...] vna fabulilla de quando en quando es vna perla, pero quando se traygan estas cosas particularmente si tocan en amores, anse de dezir sin preámbulo, ni encarecimiento, sino antes con desdén, y como quien las arroja y menosprecia”.137 Poco aprovecha hinchar el sermón con fábulas y jeroglíficos, ya que en asuntos de la invención, debe actuarse con prudencia. He aquí otra de las paradojas relacionadas con el excerpere: la copia, el ideal de la escritura abundante y fértil, puede degenerar fácilmente en la ostentación vana, en la copia depravada, corrupta y vacía, en el abuso y en el exceso de las palabras y de las cosas. El excerpere constituye el instrumento capital de la erudición y de la correcta educación; paradójicamente, media también las formas no lícitas de saber, las modalidades corruptas y degeneradas de la pseudo-eruditio. Todas estas críticas de las prácticas de anotación son indudablemente legítimas: el excerpere puede realmente dar lugar a una erudición secundaria, mediada, que desconoce y por ello malinterpreta las fuentes originales, y que abusa de saber frívolo, insustancial y vacío. Debemos tener en cuenta, no obstante, que las prácticas de anotación son también fruto de la information overload, de la necesidad de enfrentarse al universo textual en constante expansión.138 Indudablemente, el excerpere sí permite combatir la crisis epistémica, ya que algunos, afirma Miguel de Salinas, “se aprouecharán [...] sin rescibir daño” de los muchos libros existentes, pero por ello no es menos cierto que “los muchos libros dan apetito de ver se todos y no puede ser si no apriessa por no auer tiempo”.139 Para hacer frente a esta turba de libros, Salinas propone precisamente la metodología del excerpere, porque la anotación no permite consumir apresuradamente lo leído, todo lo contrario, le obliga al lector centrarse en “en sacar lo bueno”: “Bien se vee claro en lo dicho quánta abundancia tendrá en poco tiempo el que se aprouechare bien de lo que lee: no passando por ello como gato sobre brazas
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Aguilar-Terrones del Cano (1616: fol. 33v). Lo reconoce incluso Trujillo, crítico severísimo de las prácticas del excerpere. Después de la praefatio llena de invectivas contra aquellos que acuden a los repertorios en vez de beber de las fuentes claras de los doctores santos, el primer capítulo de su libro se abre con la afirmación de que la lectura de numerosos libros es indispensable para el predicador: “Liber primvs, ostendens, qui libri ad concionandum necessarii sint, et quo pacto in emendis electio fieri debeat; cap. 1: “Concionatori multi sunt libri necessarii”, porque el orador debe tener noticia de todo: “omnem prope rerum omnium uarietatem, & notitiam sacer orator mente complecti, ac continere debet”. Trujillo (1584: tomo I, 7). 139 Salinas (1541: fol. CIXv). 138
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con apetito de leer muchos libros. Y tener este cuydado de sacar lo bueno creo yo que hazía a los viejos ser más doctos con pocos libros que agora con muchos”.140 Desde este punto de vista, el excerpere es fruto del miedo al exceso; emerge del pánico ante la turba librorum141 a la que se refieren tantos autores.142 Paradójicamente, genera no solo “el apetito desordenado de saber”143 (según la acertadísima expresión de Miguel de Salinas), sino también formas adicionales del exceso, aquellas modalidades de la escritura abundante y copiosa, pero poco creativa e innovadora, que produce libros “a granel”. El abuso del excerpere trae consigo el riesgo del fraude y la mecanización, la escritura en masa que se limita a yuxtaponer, o mejor dicho, coser juntos los fragmentos en un dudoso ejercicio de bricolaje,144 una automatización estéril e ineficaz, la imagen a contrario de la imitatio creativa. Esos son los peligros de la tentación de aumentar la productividad de la fuerza creativa, inherente a todos los géneros de escritura que recurren al texto del Otro. Recordemos las palabras de Plinio el Joven, quien explica la fertilidad creativa de su tío señalando precisamente su hábito de anotar todo lo que leía (y no omite mencionar su colección enorme de los excerpta, su máquina de escritura). V. EPÍLOGO El excerpere representa una de las prácticas intelectuales más emblemáticas de la primera Edad Moderna. Encarna los valores más relevantes de la cultura docta; y a pesar de articularse como un hábito algo oculto y silencioso (un hecho reflejado en la falta de interés, hasta hace poco, por parte de la crítica moderna), constituye una auténtica methodus de trabajo en los entornos de la cultura savante hasta bien entrado el siglo xviii. Su naturaleza recóndita se debe también,
140
Salinas (1541: fol. CIXv). Por citar un ejemplo muy elocuente: Guilielmus Saldenus, en su tratado sobre el uso y el abuso de los libros, que contiene un capítulo dedicado al excerpere, cita a Juvenal (en la Sátira Séptima) desarrollando su imagen de “insuperable ardor y prurito de escribir”, una manera muy expresiva para describir los excesos literarios de su tiempo (y no solo del suyo): “Insanabile multos scribendi cacoëthes, id est, insuperabilis scribendi prurigo & ardor”. Saldenus (1688: 5). 142 Juan López de Úbeda, por ejemplo, reitera el topos de la multitud de libros (¡no solo un topos, sino una crisis epistémica real!) en el prólogo a su miscelánea: “Avnque de los hombres sabios antiguos, nos quedaron muchas obras, de que agora cogemos doctrina, y dura hasta nuestro tiempo diuersidad grande de libros que escriuieron, y cada dia van saliendo a luz innumerables, en prosa vnos, otros en verso, ansí a lo diuino, como a lo humano [...]”. López de Úbeda (1582: s. p., “Prólogo a la obra, del auctor”). 143 Salinas (1541: fol. CXr). 144 Según la expresión de A. Grafton citada en la nota 40. 141
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como hemos visto, al hecho de que se resista a una definición inequívoca y una valoración incontestable; su evolución histórica es todo menos lineal e unidireccional, y el corpus de manuales específicos que lo preceptúan no puede circunscribirse a un único entorno disciplinar o nacional. Representa, en suma, una propedéutica didáctica, pero también una metodología de la lectura y de la escritura, y un procedimiento de la gestión del conocimiento. En una lectura simbólica, el excerpere puede ser aprehendido como un puente entre el pasado y el presente, porque constituye un recurso muy concreto para apropiarse del legado cultural de la Antigüedad, y porque perpetúa sus ideales retóricos, sobre todo la filosofía misma de la imitatio creativa, a saber, la idea de que el discurso debe estar enraizado en el pasado para, paradójicamente, poder proyectarse en el futuro y de que la creación literaria fértil debe dar cuenta de los modelos de autoridad del pasado. En este contexto, el excerpere media la recepción y la transmisión de los textos canónicos y de sus virtudes retóricas. Pretende instruir al alumno en la elegancia estilística, en la arguta dictio de los clásicos. Al seleccionar y reunir los testimonia y las sententiae, ofrece procedimientos argumentativos que se amparan en la importancia y validez de las auctoritates. No debemos olvidar, sin embargo, que el papel de los excerpta como custodes y depositarios del saber de la Antigüedad no se limita a las artes del discurso y a las virtudes verbales. El excerpere, por lo menos según algunos autores, aspira a englobar la cultura clásica en toda su amplitud: pretende acoger la copia verborum junto con la copia rerum, lo que en última instancia significa atender no solamente a la expresión verbal de la cultura grecorromana, sino también a la articulación de sus ideas y de sus maneras de pensar, junto con su historia y sus saberes. En segundo lugar, el excerpere (o mejor, el codex excerptorius) encarna un nexo tangible entre el texto ajeno y el texto propio, entre las lecturas pasadas y la escritura futura. Es el artificio más inmediato de la imitatio y de todas las formas posibles de la intertextualidad o de la reescritura (desde la cita, pasando por la paráfrasis, inspiración, sugerencia, cadena de asociaciones, hasta las formas menos lícitas de bricolaje, hurto o plagio). Ejerce, pues, como una máquina de lectura a la vez que de escritura: encarna el potencial de la creación futura, es más, la estimula y facilita. En tercer lugar, representa uno de los recursos más singulares de las formas institucionalizadas de la transmisión del saber: conforma el espacio en el cual se escenifica el trasvase entre el corpus del conocimiento colectivo, por un lado, y el cuerpo del saber personal o individual, por el otro. Asimismo, el excerpere plasma las vicisitudes y las disyuntivas propias de la cultura erudita altomoderna. Por un lado, representa uno de los cauces más
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emblemáticos de la erudición ilícita, del discurso pedante y del abuso de la variedad. Por el otro, encarna los dilemas de un régimen gnoseológico que se ve desbordado por la cantidad de la información disponible, y opta por desarrollar un sistema que filtra lo útil y lo lícito, y que clasifica, estructura y ordena el saber. Con ello, sin embargo, condiciona las maneras de aprehender los textos, al igual que los límites de lo scibile. En su máxima expresión se convierte, en definitiva, en una herramienta interpretativa: conforma una suerte de comentario implícito del texto (porque a través de la selección de los extractos permite entrever qué es lo que los lectores valoran en él); y puede transformarse fácilmente en un dispositivo de control, porque tiende a ponerse al servicio de una determinada hermenéutica, por ejemplo aquella que contempla los textos eruditos como guardianes de la virtud y como instrumentos de la edificación moral. A pesar de todas sus paradojas —o quizás precisamente gracias a ellas—, el excerpere figura, indudablemente, entre las prácticas más fascinantes de la cultura docta de la primera Modernidad. En ningún caso debería contemplarse como una costumbre muerta u olvidada, porque el potencial creativo de la caja de los excerpta se perpetúa en las permutaciones ilimitadas de la hipertextualidad, y porque la clasificación en los loci ha dado pie al nacimiento del fichero y a técnicas análogas de la biblioteconomía y de la gestión del saber. El excerpere aspira a resolver un peligro real, el de la cantidad desmesurada de información, y responde a la necesidad de manejar este exceso discriminando entre lo útil y lo prescindible, y entre lo falso y lo auténtico. A todos estos problemas impetuosos debe hacer frente también la sociedad contemporánea, amenazada por el conocimiento infinito, encarnado en las deidades de internet, y por la falta de legitimidad de las fuentes (pensemos en el fenómeno de las fake news). De ahí que no debamos desatender las antiguas y supuestamente obsoletas prácticas del excerpere; no debemos olvidar el ars que permite olvidar para, paradójicamente, poder recordar siempre. * * *
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Como he intentado mostrar en el estudio introductorio, el excerpere constituye un fenómeno de extraordinaria riqueza, una práctica vinculada íntimamente a la cultura erudita premoderna, que hunde sus raíces en el pensamiento de la Antigüedad a la vez que anticipa las formas contemporáneas del tratamiento de la información. Incide en todos los aspectos de la creación literaria y de la filiación textual, y desempeña un papel ineludible en las prácticas epistemológicas y en la gestión del saber. El presente volumen colectivo quiere dar cuenta de esta inmensa complejidad del gesto de la mano que anota, excerpta y luego, colecciona, recoge, y almacena. Muestra que el excerpere no solo alimenta las colectáneas y los géneros de la erudición en general, sino que articula las relaciones intertextuales más intrincadas que, en algunos casos, están directamente vinculadas con el disenso doctrinal y con el peligro de la heterodoxia en la primera Edad Moderna. De ello da cuenta el estudio de María José Vega que analiza los metatextos, los géneros filológicos instrumentales (glosas, paráfrasis, escolios, comentarios en los márgenes, pero también los sumarios y los índices) que, durante la interpretación del texto comentado, pueden corromperlo o manipularlo (y con ello, convertirse en instrumentos de la herejía), y por ello devinieron en objetos de atención de la censura libresca hispánica ya en sus primeras actuaciones. De manera análoga, Christoph Strosetzki incluye los excerpta en el grupo de textos “derivados” o “secundarios”, al que pertenecerían también las glosas, resúmenes, comentarios e, incluso, la traducción. Pasa revista a las críticas vertidas contra estos géneros por los teóricos altomodernos (su supuesta falta de originalidad y autonomía, su cercanía a la mera copia o plagio, y su tendencia a priorizar las ideas ajenas en detrimento de las propias), pero les contrapone una característica singular: son textos que interpretan el texto primario, favoreciendo su comprensión; de ahí que les sea inherente el ejercicio de la hermenéutica que, en el caso del excerpere, adquiere unos rasgos singulares. Mientras que la glosa o el comentario esclarecen lo que no se ha entendido, los excerpta reformulan, abrevian o condensan lo que sí se ha ya comprendido. A partir de esta reflexión, su estudio vuelve a plantear el potencial creativo de los excerpta y la naturaleza de la relación que une los textos primarios con los géneros secundarios. El estudio de Paolo Cherchi problematiza aún más, si cabe, el vínculo entre los textos primarios y los derivados, pero atiende más bien a la diferencia entre los escritos que acuden, supuestamente, ad fontes clásicas, y aquellos que reconocen abiertamente sus deudas con las fuentes de segunda mano, para evidenciar lo problemático que es aplicar, a los textos premodernos, los criterios contemporáneos del plagio y del uso ilícito de las fuentes. Cherchi traza, con mucho detalle, el proceso del trasvase de los repertorios de lugares comunes en latín a otros libros en lengua vulgar, documentando así magistralmente los itinerarios de
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la reescritura de los compendios (la Officina de Ravisio Textor, la Silva de Pedro Mexía, y la miscelánea Ospidale de’ pazzi incurabili de Tomaso Garzoni) que se nutren y explotan mutuamente. Muestra asimismo cómo esta interacción contribuye, por un lado, a la modificación y la corrupción de los textos clásicos y, por el otro, a fomentar una cultura clasicizante y paraenciclopédica, entre cuyos rasgos más característicos figura la predilección por las listas, los catálogos de anécdotas y aluviones de datos eruditos. Por último, señala cómo se prestan estos excerpta en bloques a múltiples usos en diferentes contextos doctrinales y narrativos. A su vez, el estudio de Markus Krajewski explora el excerpere en cuanto práctica histórica, y analiza su relación con las técnicas de reproducción de la información, demostrando que el excerpere constituye uno de los factores que más han contribuido al nacimiento del fichero y otros instrumentos de clasificación en la biblioteconomía, y que ha desempeñado un papel importante incluso en la constitución de la contabilidad en fichas. Argumenta, asimismo, que las prácticas del excerpere anticipan la gestión electrónica de la información, tal como emergió en la primera mitad del siglo xx. En esta genealogía de las prácticas del excerpere, Krajewski fija su atención, específicamente, en la relación entre el contenido (el excerptum) y su soporte material (pergamino, tablilla de arcilla cocida, tiras de papel, libros encuadernados, gabinete de notas) y pondera sobre cómo la naturaleza del soporte (fijo/flexible) incide en el uso posterior del excerptum. Al mismo tiempo, su estudio señala el enorme potencial creativo de los excerpta, especialmente en el caso del gabinete de notas que llega a asumir el papel poetológico de “generador textual”: no solo porque establece una comunicación con su usuario, una “conversación confidencial” que lo conduce hacia textos nuevos, sino también porque revela las interrelaciones entre los excerpta almacenados, recupera referencias ya olvidadas como si fueran nuevas, crea conexiones inesperadas y, en última instancia, genera textos nuevos. También el estudio de Alberto Cevolini aborda la capacidad creativa y combinatoria del excerpere: Cevolini elabora la idea de los excerpta como una compleja machina epistemológica en la que se establece la relación entre las irritaciones del “sistema que observa” —el usuario— y las reacciones del “sistema observado” —el fichero—. Con todo, su estudio se centra en profundizar en las paradojas fenomenológicas (que inciden, empero, también en su función comunicativa) del excerpere, en su constante oscilación entre el presente y el futuro, por un lado, y entre la memoria (el ars memoriae) y el olvido (el ars oblivionis), por el otro. En este contexto, los instrumentos surgidos de la evolución de las prácticas del excerpere, como por ejemplo el scrinium litteratum de Placcius, funcionan como memorias secundarias que permiten delegar el recuerdo a una máquina y librar así la conciencia y, con ella, la capacidad cognitiva. Este cambio trae consigo, según Cevolini, una transformación esencial de la inventio:
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concebida en los entornos retóricos y dialécticos como una forma de la recuperación de lo conocido, deviene ahora en el descubrimiento de lo desconocido, un cambio relevantísimo para la methodus de la exploración científica. En el contexto de esta transformación espistémica crucial, Cevolini elabora un análisis detallado del fichero, la expresión más tangible de la “memoria secundaria”, considerando su potencial comunicativo e informativo, su relación con la memoria, su naturaleza “futurológica” y su papel en la construcción del saber. Por último, yo misma, en mi propia contribución, estudio la función del excerpere en la organización del conocimiento. Examino la configuración de los lemmata, de los loci en los que se dispone la materia recogida durante el excerpere, y argumento que no deben percibirse únicamente como rúbricas retóricas, dialécticas o epistemológicas. De atender a algunos teóricos altomodernos, su función se articula en términos de una auténtica ontología, ya que revelan, supuestamente, las jerarquías de las cosas de la natura, los profundos y ocultos vínculos del ser, el ordo consustancial del mundo. BIBLIOGRAFÍA Acero Viñas, Carmen María, “Extractos de Virgilio, Ovidio y Horacio en el manuscrito 114 de la Biblioteca de Santa Cruz de Valladolid”, en Jesús Luque Moreno, María Dolores Rincón González, Isabel Velázquez, coords., Dvlces Camenae. Poética y Poesía Latinas, Granada, Universidad de Granada, 2010, pp. 1047-1058. Aguilar-Terrones del Cano, Francisco, Instrucción para predicadores, Granada, s. n., 1616. Alcalá Galán, Mercedes, “Las misceláneas españolas del siglo xvi y su entorno cultural”, Dicenda: Estudios de Lengua y Literatura Españolas, 14 (1996) 11-20. Allan, David, Commonplace Books and Reading in Georgian England, Cambridge, Cambridge University Press, 2010. Andrés, Gregorio de, ed., El Maestro Baltasar de Céspedes, humanista salmantino, y su Discurso de las letras humanas. Estudio biográfico y edición crítica, El Escorial, Real Monasterio de el Escorial, 1965. Aragüés Aldaz, José, “Colecciones de exempla y oratoria: la labor del compilador”, en José María Maestre Maestre, Joaquín Pascual Barea, coords., Humanismo y pervivencia del mundo clásico: actas del I Simposio sobre Humanismo y pervivencia del mundo clásico (Alcañiz, 8 al 11 de mayo de 1990), vol. 1, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1993, pp. 251-266. — “Deus concionator”. Mundo predicado y retórica del “exemplum” en los Siglos de Oro, Amsterdam/Atlanta, Rodopi, 1999. — “El apetito desordenado de saber. Erudición escolar y discurso renacentista en el Tratado de la forma que se deve tener en leer los autores de Miguel de Salinas”, Revista de Filología Española, 80 (2000) 287-317.
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MEMORIAS VIRTUALES: DISEÑAR FICHEROS EN LA PRIMERA MODERNIDAD Alberto Cevolini
I. Que la función de la memoria consiste en olvidar es una de esas evidencias contraintuitivas a las que la teoría sociológica todavía no logra acostumbrarse. La idea no es nueva en absoluto. La polémica de Platón contra el uso de la escritura ya había llamado la atención de los filósofos sobre la relación entre memoria psíquica y tecnologización de la comunicación,1 poniendo en evidencia que la evolución aumenta el potencial cognitivo de la sociedad y libera a la conciencia de la obligación de recordar. A principios del siglo xvii Francis Bacon vuelve a plantear, desde una perspectiva moderna, el mismo problema, observando que el conocimiento tan solo puede ser retenido o en la memoria o mediante la escritura. En el segundo caso se trata de tener a disposición un compendio de lugares comunes, cosa muy recomendable, a pesar de que Bacon no ignora los defectos denunciados por quienes suelen plantear objeciones contra la práctica, a saber, que la elaboración de dichos compendios ralentiza la lectura y hace indolente la memoria personal.2
1
Platón, Fedro, 276, A-D. “The custody or retaining of knowledge is either in writing or memory. [...] The disposition and collocation of that knowledge which we preserve in writing, it consisteth in a good digest of common-places, wherein I am not ignorant of the prejudice imputed to the use of 2
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La costumbre de componer libros de lugares comunes no era ciertamente una novedad en el siglo xvi. Ya Aristóteles aconsejó llevar cuadernos de este tipo para tener siempre a mano una colección abundante de pruebas y argumentos con vistas a la preparación de discursos y oraciones.3 La ventaja de estos lugares consistía en que siempre eran los mismos, pero podían emplearse en multitud de situaciones distintas. Lo que enseña la retórica, en efecto, no es tanto normalizar una situación, sino más bien utilizar de forma aleatoria una norma,4 lo que es una manera muy pretenciosa de expresar la diferencia entre la redundancia y la variedad. De este modo se vuelve operativa una forma de memoria social que permite articular temas conocidos para el público, sin que la comunicación sea banal o previsible. Si bien durante toda la Edad Media la elaboración de colecciones de lugares comunes ha sido constante,5 no será hasta la invención de la imprenta cuando se descubre de repente su importancia para los eruditos ocupados en gestionar un saber de proporciones a menudo enciclopédicas, con enormes repercusiones para la sociedad. Por una parte, la industria tipográfica satisface —y, a la vez, retroalimenta—, la demanda de colecciones de lugares comunes o de relatos ejemplares que no empieza a agotarse lentamente hasta el siglo xvii; por la otra, el hombre culto se ve abocado a afrontar el problema cada vez más urgente de cómo gestionar un saber en expansión continua, mediante un renovado interés por la anotación de libros y la elaboración de colecciones de citas para uso personal. A partir del siglo xvi se impone así una auténtica “commonplacementality”,6 que se perpetúa a lo largo de toda la primera Modernidad y llega hasta la segunda mitad del siglo xviii. En este período de transición se observa una cierta ambivalencia, que se hace aún más relevante en el marco de una teoría de la memoria social conformada adecuadamente por la teoría de la evolución. Al inicio de la Modernidad, el cuaderno de lugares comunes se concibe explícitamente como un recurso para ejercitar y potenciar la memoria, pero al mismo tiempo se maneja implícitamente como un sustituto de la memoria personal.7 Se podría decir que los common-place books, as causing a retardation of reading and some sloth or relaxation of memory”. Bacon (1778: vol. I, 81). La cursiva es nuestra. 3 Aristóteles, Topica, I, XIV, 105b. 4 Véase la formulación, muy eficaz, de Carruthers (1990: 181). Acerca de la memoria retórica, véase Esposito (2002: 149 ss.). 5 Para Moss (1996: 44), “the technology of the commonplace-book as information-retrieval system is essentially medieval”. 6 Lechner (1962: 77). 7 Yeo (2004: 9; 2008: 130) habla de un “subtle shift” en la función de estas colecciones, que se transforman poco a poco de repositorios de saber, que hay que aprender de memoria, en formas de gestionar una cantidad de informaciones que nadie sería ya capaz de memorizar. Décultot
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contemporáneos vivían esta ambivalencia como una especie de paradoja pragmática, donde la comunicación del mensaje (el command) se contradice con el contenido del mensaje comunicado (el report).8 Traducido a los términos del problema que aquí nos interesa: quien enseñaba a elaborar fichas para recordar, impartía al lector también la orden de olvidar. Precisamente a partir de este double bind (doble vínculo) emergió, entre la segunda mitad del xvi y la primera mitad del siglo xviii, una literatura didáctica sobre técnicas de elaboración de fichas de libros (la clásica ars excerpendi), sobre la que solo recientemente se ha detenido la investigación histórico-sociológica, reflejando así un interés social por la evolución cognitiva de los sistemas de comunicación. Es típico de las fases de transición emplear un lenguaje antiguo para describir un mundo nuevo, pero eso no deja de generar, inevitablemente, ambigüedades y contradicciones. El hombre renacentista desprecia de forma muy altanera la vieja costumbre de memorizar, al considerar útil solamente el confiar los propios recuerdos a los pasajes extraídos de los libros y conservados en un cuaderno o un fichero. El precepto se plasma durante la segunda mitad del siglo xvii en la contraposición entre lo que es propio de personas adultas frente a lo que es típico, por el contrario, de los niños. La síntesis no precisa de demasiadas interpretaciones: “Memoria puerorum est, excerpta virorum”.9 La misma oposición es expuesta y justificada en sentido antropológico por Charles-Irénée de Saint Pierre, quien observa que mientras los niños están inclinados por naturaleza al placer, que se experimenta en el tiempo presente, los adultos deben estar inclinados a lo útil, que remite al tiempo futuro y presupone un aplazamiento del placer (del recuerdo) al porvenir.10 Pero esta contraposición también despierta cierta resistencia al cambio, a saber, genera numerosas dudas y replanteamientos. Para Jeremias Drexel, por ejemplo, los extractos recogidos durante sus lecturas no solo deben ser confiados a un cuaderno de lugares comunes, sino que también deben ser releídos y aprendidos de memoria.11 Para Johann Gerhard Scheffer, a su vez, los extractos no
(2003: 14) ha definido la relación entre la memoria y el arte de excerptar como “incontestablement équivoque”. 8 Acerca de las paradojas pragmáticas, véase Watzlawick (1971: § 2.3, 43 ss.). 9 Philomusus (1684: 3). 10 Saint Pierre (1740: 13,14): “Les anfans, à cauze de leur peu de Raizon, cherchent plutôt l’agréable prézant, que l’utile qui est un plus grand agréable, qui n’est qu’avenir”. Y poco después añade: “C’est un défaut de Sagesse & de Raizon, de donner trop d’estime à l’agréable prézant, & d’estimer peu le plus utile qui est beaucoup agréable, & plus durable, mais qui n’est que futur”. La cursiva es nuestra. 11 El precepto se resume en: “relege & edisce”. Cf. Drexel (1638: 84).
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deben avalar la ignorancia, sino el recuerdo; por eso hay que leerlos de principio a fin (y memorizarlos).12 La transición asedia el orden de la memoria y los modos del olvido de forma más radical que lo que permiten suponer estos replanteamientos. En ningún otro autor es este conflicto tan evidente como en Drexel. El jesuita brama contra aquellos que, siguiendo la enseñanza retórica clásica, construyen lugares imaginarios, como casas (aunque el término que emplea es, en realidad, “casuchas”, con una evidente connotación despectiva), llenas de habitaciones, para después llenarlas hasta el infinito con los iconos de las cosas que hay que recordar. ¡Él enseña a recabar extractos, no a recordar!13 Por el mismo motivo, opina que es un esfuerzo inútil recopilar una multitud de imágenes en los almacenes de la memoria; es mucho más sabio y cómodo hacer extractos y anotaciones (“notas & excerpta”): estos son los únicos guardianes de recuerdos dignos de confianza.14 A continuación, sin embargo, parece arrepentirse y trata de rectificar la que debía de antojársele una contraposición demasiado extrema: los extractos son en cualquier caso un auxilio indispensable, no para ejercitar menos la memoria sino, por el contrario, para hacerla más eficaz. Por consiguiente, no basta con hacer extractos: todo el trabajo será en vano si no se recuerda si y qué se ha extractado.15 No obstante, Drexel no explica cómo es posible memorizar lo que en principio podría crecer hasta el infinito, si es cierto que el límite de la conciencia se halla precisamente en el hecho de que no sea capaz de almacenar un número ilimitado de imágenes de las cosas que hay que recordar. Y no advierte siquiera que se acerca peligrosamente a la paradoja del arte del olvido, puesto que, si los extractos son una alternativa a la memorización, también es verdad que recordar si y qué se ha extractado equivale a recordar si y qué se ha olvidado. Mientras tanto, cambia de forma más o menos evidente el sentido de la contraposición entre la memoria natural y la memoria artificial. En la cultura retórica, el orador tenía que ser capaz de encontrar él solo los temas y las citas que debería incorporar a sus discursos, sin confiar en los elementos de la naturaleza, es decir, en el talento personal o en el azar. La única alternativa era practicar un 12 Scheffer (1670: XI, § 7, 133-134): “Cum haec fecimus, superest, ut excerpta nostra diligenter perlegamus. Non enim ignaviae, sed memoriae subsidia haec esse debent”. 13 Drexel (1638: 258): “Excerpere, non meminisse hic doceo. Quosdam memoriae magistros rideo, qui nescio quot domunculas aedificant, & in domunculis cellulas, rerumque imagines multiplicant in infinitum”. La cursiva es nuestra. 14 Drexel (1638: 3, 4). 15 “[Excerpta] sunt adminicula, non ut memoria minus exerceatur, sed ut felicius in opere suo promoveatur. [...] Nec enim satis est excerpere, nisi memineris, an, & quid excerpseris”. (Drexel 1638: 67). Francesco Sacchini (1613: 57) ya había advertido de todos modos que la enseñanza del arte de la catalogación no podía tomarse como pretexto para cultivar menos la memoria (“Non enim, cum excerpendum dicimus, memoriae excercitationem [...] omittendam existimamus”).
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arte, el arte de recordar, cuya ventaja (como para todas las técnicas) reside en el hecho de poder ser enseñado y aprendido. El problema de partida es siempre el mismo: la memoria “natural”, como todos saben, es muy limitada, y puede debilitarse todavía más a causa de la enfermedad o la vejez. Solo puede mantenerse a través de medios “artificiales”, como los medicamentos o los artificios retóricos. Estos son, precisamente, lugares e imágenes agentes, ambos relacionados con la facultad psíquica de la imaginación. Durante el Renacimiento, el significado atribuido a la artificialidad de la memoria artificial adquiere una connotación distinta. Como suele reiterarse, los lugares se transfieren de la cabeza del orador a la página impresa. Pero hay más: de forma cada vez más radical, el libro de lugares comunes —que durante toda la Edad Media había sido “the essential book of memory”,16 tanto ideal como prácticamente— empieza a percibirse como un sucedáneo de la memoria psíquica, y por consiguiente, como una realidad exterior e impersonal. En este sentido, los florilegios y los cuadernos de lugares comunes que se elaboran durante el Renacimiento son en cierta forma muy parecidos, pero al mismo tiempo distintos de los tradicionales.17 El cambio deja un rastro significativo precisamente en el plano semántico, en los conceptos utilizados para denominar el depósito de los recuerdos. La cultura retórica había nombrado de muchas formas distintas al almacén imaginario en el que el orador colocaba los recursos mnemónicos, prefiriendo, por razones obvias, las metáforas espaciales (teatros o jardines); entre los términos empleados estaban también los de arcón y cofre (arca y scrinium).18 En la cultura tipográfica, los dos conceptos se usan, por el contrario, para denominar una memoria secundaria que funciona como una máquina con la que el usuario que desee recuperar un recuerdo debe entablar una auténtica comunicación. A su vez, en el uso del almacén, el recurso mnemónico asumía más bien la forma del soliloquio, como demuestra, por lo demás, el hecho de que en la Edad Media la praxis de la memorización a menudo estuviese asociada a una actividad como la meditación (meditatio, ruminatio). En otras palabras, se pasa de una psicología a una tecnología de la memoria. Entre las invenciones de este tipo, la más ingeniosa es sin duda alguna el arca studiorum o scrinium litteratum, un fichero fabricado en forma de caja de madera de dos puertas y compuesto por entradas ordenadas alfabéticamente y alineadas en ejes paralelos, a los que podían añadirse las fichas ensartándolas en unos ganchos metálicos. Vincent Placcius la presenta por primera vez en 1689
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Carruthers (1990: 176). Así lo considera Lechner (1962: 170). Cf. Bolzoni (1995: 247-248); Carruthers (1990: 34 ss.).
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en su famoso tratado sobre el ars excerpendi, traduciendo al latín un manuscrito anónimo (hoy atribuido a Thomas Harrison).19 Daniel Georg Morhof define este invento como una “ad excerpendum et colligendum machina”, y Placcius mismo lo considera, entre todos los métodos ideados para la catalogación, el más técnico de todos (“forma artificiosissima”).20 Obviamente sería absurdo considerar inventos como este un simple resultado del progreso tecnológico. Con más exactitud, la tecnologización de las formas de administración del saber debería explicarse como un resultado de la evolución. El salto cognitivo se comprende mejor si se recuerda que, para un hombre todavía medieval como Petrarca, el saber (contenido en los libros) debería confiarse a la memoria, es decir, a la conciencia, y no a la biblioteca; por lo tanto, debía custodiarse en el cerebro antes que en el armario.21 Por contra, el arca studiorum permite delegar el proceso de la memorización a la máquina. Como resultado, la conciencia queda menos cargada, y puede confiar, cada vez más, sus recuerdos al papel, del mismo modo que recibe cada vez más saber de él, como señala Drexel.22 El cambio tiene una relevancia cultural transversal y es percibido de forma especialmente intensa en los ambientes cartesianos, donde se desaconseja tener colecciones de ideas y de argumentaciones preparadas a priori; la mente, eximida de esta tarea tediosa, queda liberada para dedicarse a otras cosas.23 En el plano semántico surge al mismo tiempo una insólita oposición entre la memoria y la inteligencia. La idea, en pocas palabras, es que menos memoria equivale a más información. Quien se libera del deber de la repetición puede encaminarse hacia la búsqueda de otras verdades. La orientación temporal se invierte de la primacía del pasado a la primacía del porvenir: ahora el concepto de inventio ya no designa la recuperación de lo conocido, sino el descubrimiento de lo desconocido. Incluso empieza a desestimarse la costumbre didáctica común entre los 19
Cf. Placcius (1689: 121 ss.; trad. it. en Cevolini 2006: 344 ss.). Sobre la atribución del manuscrito anónimo, véase Malcom (2004: 196 ss.), quien considera este invento un efecto de la “physical technologizing of knowledge” (pero se podría decir también “of memory”), consecuencia de la revolución de la imprenta. 20 Morhof (1747: L. III, cap. XIII, § 53, 713); Placcius (1689: 69; trad. it. en Cevolini 2006: 303). 21 Petrarca (1975: 104): “[...] Neque bibliothecae, sed memoriae [libri] committendi cerebroque, non armario concludendi sunt”. 22 “Ut saepius è charta sapere, ita etiam saepissime è charta meminisse ac recordari cogimur”. Drexel (1638: 57). Acerca de este efecto de descargo de las memorias artificiales, cf. Esposito (2002: 239 ss.); Beaujour (1980: 120). La primera memoria artificial, en este sentido, es precisamente el libro impreso. Cf. Eisenstein (1995: 218 ss.; 244). 23 “Exonerat se taediosis illis naeniis libera veri Eruditi mens”. Poiret (1692: I, Pars II, § 32, 69).
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científicos de emplear libros metódicos o sistemáticos, que adolecen del mismo defecto que la ropa de los niños: enseguida se queda pequeña porque los niños (esto es, el conocimiento científico) crecen demasiado rápido.24 Además, estos libros reducen las verdades descubiertas por otros a un orden preestablecido y definitivo, lo que indudablemente supone una ayuda para la memoria, pero constituye también un obstáculo para la comprensión y el hallazgo de verdades todavía latentes.25 Quien está interesado en penetrar en los recovecos ocultos de la naturaleza, debe hacerse con un método que le permita trabajar “in a more loose and unconfined way”, que en la práctica es posible si se acude a fichas sueltas (“loose notes”).26 En definitiva, se pasa de una “simplification-for-recall” a una “simplification-for-understanding”.27 Si el hombre medieval se preocupaba por volver a impregnar las formas de la tradición, el hombre moderno, gracias a la imprenta, puede liberar energías cognitivas que de otra forma no estarían disponibles.28 Todo el orden tópicometafísico del saber queda afectado por esta transformación, porque se fragmenta y desmiembra en entradas homogéneas que se prestan a cualquier combinación y que superan cualquier orden sistemático disciplinar. Además, por primera vez se toma conciencia de que las posibilidades combinatorias que así se despliegan son potencialmente ilimitadas. Desde este punto de vista, el método “aforismático” de Bacon debería interpretarse como una auténtica rebelión contra los vínculos del saber ordenado metafísicamente, no solo contra la unidad de los libros encuadernados.29 De forma análoga, para Jean Oudart el trabajo del erudito consiste en combinar dos actividades complementarias: una “science de la decomposition” y una “science de la composition”; en el primer caso, se trata de desmembrar la materia de las propias lecturas en forma de (cuadernos de) lugares comunes; en el segundo caso, de volver a combinarlos de la forma más pertinente, con vistas a la producción de discursos y oraciones.30 Que este método se transformase después en una verdadera técnica de catalogación no debería sorprendernos; ya volveremos sobre este punto. 24
La metáfora es de Boyle (1772: 55). Cf. el magnífico ensayo de Yeo (2010). “These methodical books promise so much more compendious a way, than other, to the attainment of the sciences they treat of, that [...] they prove greater helps to the memory, than the understanding”. Boyle (1772: 55), la cursiva es nuestra. 26 Boyle (1772: 54). También para Niklas Luhmann (1992: 55), la gran ventaja del catálogo de entradas móviles reside en el hecho de que permite renunciar a una programación sistemática previa y al vínculo de la linealidad secuencial típica de los textos impresos. 27 Una formulación de Ong (1979: 89). 28 Empleamos aquí la distinción entre “liberar” e “impregnar” (energías cognitivas) de Foerster (1948: 2-31, espec. 7 ss.). 29 Cf. Viano (1988: 249 ss.). 30 Cf. Moss (1996: 251 ss.). 25
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Como todas las conquistas evolutivas, también el fichero hace visible el problema —es decir, la necesidad de olvidar— justo cuando aparece una solución para él. Puede parecer extraño, por tanto, considerar el fichero como un resultado de la evolución de las capacidades cognitivas del sistema social, especialmente si se tiene en cuenta que en la primera Modernidad no hay nada que haya sido objeto de tanta reflexión didáctica y pedagógica como lo fueron los métodos de lectura y de fichaje de libros. Pero la evolución es un proceso sin finalidad que no puede planificarse, que hace que algo que es muy improbable que suceda se convierta en algo con grandes probabilidades de perpetuarse.31 Entre 1550 y 1750 asistimos precisamente a un avance evolutivo de este tipo: durante esta larga fase de transición, la idea inédita de que los cuadernos de lugares comunes pudieran servir para liberar a la mente de la necesidad de recordar se transforma en la costumbre —–muy habitual— de recurrir a sustitutos mnemónicos. Lo que de otra forma se habría considerado una conducta inadaptada, se autorrefuerza positivamente hasta volverse algo normal. Esta evolución, de todas formas, pasa casi inadvertida. La reflexión que se despliega en la literatura especializada, tanto manuscrita como impresa, se centra no tanto en la inverosimilitud del método, cuanto en los preceptos que habría que seguir para hacerlo lo más eficaz posible, para garantizar, en definitiva, que la memoria funcione. La contribución del fichero a esta evolución se advierte sobre todo en la forma en que este transforma la relación entre la variedad y la selección (de las ideas). Evolución, después de todo, significa precisamente el aumento de la variedad (que el sistema logra producir y aceptar) a través de la selección. La opinión difundida en la literatura histórico-sociológica relativa a los efectos de la invención de la imprenta en la sociedad debería revisarse a la luz de esta perspectiva teórica. La selección no es solo un remedio para la excesiva variedad del saber, sino también un requisito indispensable para producir mucha más variedad que antes.32 En el fondo, el mismo Drexel no deja de admitirlo, sin percatarse de la paradoja latente de su constatación, al observar que el célebre Lipsio había conseguido acumular tan abundante erudición (“tam copiosa eruditio”) porque no solo había leído mucho, sino que también había excerptado mucho (“Non legit tantum Lipsius, sed & Excerpsit”); una erudición de este tipo, por lo demás, solo se obtiene “seligendo & excerpendo”.33 ¿Pero cómo es posible que la selección genere más variedad precisamente al reducirla? 31
Cf. Maruyama (1963: 256A); Luhmann (1997: 414). Para profundizar sobre este asunto, véase Cevolini (2014b). 33 Drexel (1638: 18-19). Para Sagittarius (1703: 1) el ars excerpendi es “artem utilissimam, & omnibus, qui [...] ad solidam & amplam eruditionem contendunt [...] maxime necessaria”. Véase, por último, Cancellieri (1815: 112): los repertorios o prontuarios que se elaboran mediante el fichaje son un “necessarissimo sussidio di erudizione”. 32
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II. Para responder a esta pregunta conviene partir del principio general de que no puede planificarse el recordar, pero sí debe organizarse la memoria. Para cualquier sistema cognitivo sería demasiado vinculante y poco adecuado para su adaptación a un entorno en permanente cambio, el decidir ya en el presente actual lo que se recordará en el futuro. Pero para hacer posible el recuerdo, el sistema tiene que atender previamente a la manera de recuperar su propio pasado en el futuro.34 Se trata, por emplear una formulación más divulgativa, de tener siempre a mano las cosas dignas de recuerdo para utilizarlas en el momento oportuno (“illa, quae occurrunt, memorabilia suo tempore in prom(p)tu habere”).35 Este problema es abordado por los inventores de los ficheros modernos con la palabra clave: “orden”. Los criterios fundamentales para organizar la memoria son siempre dos: el orden, en efecto, y la selección. La memoria, por lo general, sirve para distinguir en cualquier presente actual entre el recuerdo y el olvido. Esto sucede siempre de forma altamente selectiva: no solo se recuerdan pocas cosas cada vez, olvidando todo lo demás, sino que cada vez se olvida también muy selectivamente, olvidándose, mientras tanto, de olvidar.36 No obstante, la selección no basta; también hay que construir una estructura de relaciones que haga recuperable el recuerdo, ahorrando tiempo y atención, a ser posible. Para Aristóteles la memoria no podría funcionar sin dos requisitos esenciales: un orden y un principio. El segundo es necesario para desencadenar una “potencia dinámica” que conduce al observador, mediante asociaciones semánticas sucesivas, hasta la cosa que debe recordar: así como se pasa de la leche al blanco, del blanco al aire y del aire a la humedad para recordar la estación otoñal.37 Por eso, como afirma Aristóteles, muchos oradores prefieren servirse de lugares e imágenes: en el orden del almacén se replica, de hecho, el orden de la memoria; actualizar, en el plano operativo, el orden en cuestión hace referencia ya a la memoria. Si bien el almacén es una construcción imaginaria, su orden es muy concreto. La ventaja cognitiva es evidente: en el almacén, el orador puede moverse con suficiente libertad en busca de las imágenes agentes que hagan referencia a otras imágenes agentes o a las cosas que deben recordarse; si el almacén está bien construido, puede avanzar o retroceder sin el peligro de perderse. Aprovecha la 34
Lübbe (1994: 191 ss.) habla a este respecto de “precepción” (Präzeption) como anticipación presente de la recepción futura del pasado. Luhmann (2011: 161) habla de “cuidado anticipado de la memoria” (antizipierende Gedächtnispflege). 35 Sidelius y Schubart (1713: Positio 7, 8). 36 Cf. Esposito (2002: 27 ss.) y Spencer Brown (1979: 61) sobre la “memory function”. 37 Aristóteles, De memoria et reminiscientia, 2, 452a, 1 ss.; 10 ss.; 15 ss.
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ingeniosa coherencia del espacio, de forma que lo que está en un lugar no puede estar en otro y, al moverse, puede darle un orden temporal al propio discurso sobre la base de la diferencia entre el antes y el después, ya que, como dice Aristóteles, los recuerdos se refieren los unos a los otros igual que los movimientos sucesivos (quien camina tiene que mover primero una pierna y después la otra): la actividad intelectual y la comunicación del saber se reducen así a un auténtico movimiento local.38 En la literatura renacentista sobre las técnicas de fichaje se observa una preocupación análoga por el orden interno del fichero. Placcius es consciente del cansancio y el hartazgo que podrían aparecer si el investigador no dispusiera de criterios seguros para recuperar sus propios extractos, lo que está condicionado por los criterios con los que, en su momento, él mismo los había insertado en el fichero, una versión psicológica del cuidado preventivo de la memoria del que ya se ha hablado.39 Just Christoph Udenius es aún más explícito al respecto: si se elaboraran muchas fichas, pero no se introdujeran todas de forma ordenada en el fichero, sería como si no se hubiera hecho ninguna, y todo el esfuerzo sería en balde.40 Sin embargo, el orden no era un problema urgente solo para los fabricantes de ficheros, sino también para los creadores de archivos y bibliotecas. Para Morhof, no vale la pena acumular libros si luego no pueden consultarse; por eso la biblioteca nunca debe estar desprovista de un orden propio. Antes que él, Gabriel Naudé había observado que ningún montón de libros carentes de orden (catalográfico) puede calificarse de “biblioteca”, del mismo modo que ninguna reunión de hombres sin división de rangos puede definirse como “ejército” o ningún amasijo de piedras y vigas puede llamarse “casa”.41 Esta obsesión por el orden se condensa semánticamente en el concepto moderno de systema, con el que se indica de forma muy abstracta un conjunto de partes que, al interactuar entre ellas, adquieren una doble posibilidad de autorreferencia: según la relación que tengan con las demás partes que componen el sistema, por un lado, y según la relación que tengan con el sistema mismo, entendido como un todo orgánico compuesto de partes y distinto de su entorno,
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Así lo considera Lechner (1962: 151). Sobre este asunto, véase también Esposito (2002:
161 ss.). 39
Cf. Placcius (1689: 25). “Denn ob gleich einer viel auss den Büchern excerpirt, nicht alles aber ordentlich einträgt, und wenn ers benöthiget, nicht wieder finden kann; so ists eben alss wenn er nichts excerpiret und alle Mühe vergebens angewendet hätte”. Udenius (1687: 61). 41 “Non juvat Thesaurus temere congestus [...]. Non prodest libros cumulare si illis idonee uti non possumus [...]”. Y, por último: “Nulla sine ordine Bibliotheca est, aut esse debet”. Morhof (1747: T. 1, L. 1, Cap. V, §1, 34). Cf. además Naudé (1994: 93). 40
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por el otro. Pero el concepto contiene en sí también la conciencia de que el sistema como tal es intransparente y que sus contenidos pueden accederse tan solo mediante procedimientos abstractos, es decir, de forma metódica.42 No es casualidad que el concepto empiece a utilizarse a principios del siglo xviii como título de libros que tratan sobre una disciplina ordenada de forma racional, sobre la base de reglas fáciles y seguras (según el principio metódico cartesiano) y que deben impulsar la autoproducción de conocimiento, desistiendo al mismo tiempo de la memorización de los respectivos contenidos. Como enseña Keckermann, hay que renunciar a filosofar de forma textual para aprender a filosofar de forma sistemática. En la trilogía de conceptos systema/machina/methodus se despliega todo el significado de las memorias secundarias modernas, las cuales funcionan, en general, como una black box (caja negra) con la que el usuario interactúa al instaurar una relación comunicativa de irritación y reacción que no hace al sistema más transparente, pero al menos compensa su intransparencia (que de lo contrario sería inaccesible) mediante la transparencia relativa de la comunicación.43 Entre el sistema que observa (el usuario) y el sistema observado (la biblioteca o el fichero) se establece así una relación circular en la que el usuario siempre puede articular de forma autorreferencial el valor de información de las reacciones de la máquina ante sus irritaciones, preguntándose si el output informa sobre un presunto estado de la máquina o más bien sobre una presunta propiedad del observador. No es una novedad el que la memoria tenga que ver con problemas de intransparencia. Ya para san Agustín, el rétor que se movía en los vastos territorios de su memoria (“lata praetoria memoriae”), donde se custodiaban las incontables imágenes de las cosas memorables, tenía que enfrentarse al peligro de que el almacén, por muy bien diseñado que estuviese, se volviese tarde o temprano intransparente: algunas imágenes permanecen ocultas largo tiempo, otras aparecen enseguida, pero no son pertinentes, con el riesgo de que el orador que quiera recordar algo termine sepultado bajo una turba de referencias mnemónicas.44 Lo que cambia con las memorias secundarias no es, por lo tanto, el hecho de ser intransparentes, sino la forma en la que la intransparencia puede volverse operativa. En la literatura sobre el arte de excerptar, este problema adquiere la forma de dos preocupaciones complementarias: cómo decidir el título de una entrada; 42
Cf. Luhmann (1997: 543). Cf. también Gilbert (1960: 215) y Stein (1969) acerca de la semántica de “sistema”. 43 Luhmann (1992: 57; trad. it. en Cevolini 2006: 421) habla de “memoria secundaria” (Zweitgedächtnis); de forma análoga, Zedelmaier (2000: 87) habla de “sistema secundario de memoria” (sekundäres Gedächtnissystem). 44 San Agustín, Confessiones, X, VIII.
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y cómo redactar de modo congruente el índice de la propia colección de lugares comunes. En ambos casos, la gran cantidad de los preceptos y la obsesión con la que se enseñan demuestra que para los contemporáneos se trataba de justificar un salto cognitivo que no podía darse por descontado. Para Drexel, por ejemplo, es preciso escoger el título de la entrada con juicio, prestando mucha atención a lo que es más importante en él, o bien más conocido: entre “Incrementum incredibile divinae gratiae” y “Divinae gratiae incrementum incredibile” es mucho mejor “Gratiae divinae incrementum incredibile”, puesto que el caput rei es la gracia, y por eso será la primera palabra que se le pase por la cabeza cuando acuda a buscar en su fichero alguna noticia sobre el tema.45 Martin Kerger insiste en este mismo punto, observando que entre “Origo fontium” y “Fontium origo” es preferible el segundo encabezamiento, ya que el tema es, precisamente, el de las fuentes, no el origen de algo.46 Placcius afronta de forma muy escrupulosa la cuestión “in titulis formandis, ordinandis, & subordinandis”, añadiendo a las advertencias habituales varios consejos prácticos: si hay dudas, es mejor posponer la elección del título, transcribiendo temporalmente el extracto en una ficha recordatorio o en un libro. Una de las mayores ventajas de las fichas sueltas reside precisamente en el hecho de que permitan diferir la decisión sin generar desorden en el fichero. Si las dudas permanecen, multiplicar las referencias es preferible antes que correr el riesgo de no poder acceder al contenido que debe recordarse. Bajo un título se puede, por tanto, transcribir el texto completo (“textus integer”), bajo otros títulos se incluirán, en cambio, solo las referencias (“remissiones”) al texto completo.47 Todos estos preceptos —la collocatio dilata, el problema del multiple storage, la ramificación de referencias recíprocas dentro del archivo— habrían sido inconcebibles para quienes estaban acostumbrados a construir almacenes retóricos. No obstante, no son suficientes para poner en funcionamiento el black box. Si para hacer funcionar el almacén hacía falta un punto de partida que introdujese al orador a un espacio más o menos real explorable internamente, el fichero puede ponerse en marcha solo externamente, a través de procedimientos más abstractos, como el índice alfabético o un registro numérico. De este modo se toma cierta distancia del mundo, concretamente en dos aspectos: no solo el orden del saber contenido en el archivo no es una representación del mundo real, sino que el índice mismo tampoco es una reproducción del orden con el que el
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“[...] Ideo monui, titulum rei excerpendae cum judicio formares, illud spectando, quid in ea re magis primarium, quid notius sit”. Drexel (1638: 136, 135). 46 Kerger (1689: fol. 4r). 47 Placcius (1689: Cap. I, § 8, 26, 35 ss.). Acerca de la utilización de fichas recordatorio (Memorial-Zettel) para aplazar la elección del encabezamiento, véase también Udenius (1687: 74).
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saber se ha archivado.48 Esta duplicación de los órdenes es el motivo principal por el que Drexel alaba el método de los adversaria en oposición al de los loci communes, es decir, la práctica de quien anota sus extractos sin prestar atención al orden de los contenidos (siguiendo así la sucesión más o menos casual de las propias lecturas), en vez de respetar una articulación predispuesta de los títulos escogidos según la estructura sistemática de una disciplina determinada, sabiendo que lo único que cuenta es un mantenimiento cuidadoso del índice en orden alfabético.49 Aquí se aprecia claramente que el uso práctico de la memoria secundaria es una forma de reactualizar la paradoja de un caos ordenado que permite al usuario reconstruir cada vez, según las propias preferencias temáticas, un orden del saber personalizado. Pero se ve también que la evolución favorece, en general, el olvido. La memoria duplica las referencias precisamente porque de esta forma logra olvidar, recordando solo qué procedimiento se debe seguir para recuperar lo que se ha olvidado. El almacén retórico, por ejemplo, tiene la ventaja de que, al ser un orden “artificial”, puede gestionarse técnicamente: uno se ejercita en el mantenimiento de los lugares y las imágenes y descuida todo lo demás. Pero nadie se aprendería nunca de memoria el catálogo de una biblioteca o el registro de un fichero. La interacción con la memoria secundaria permite olvidar también esto, ofreciendo al usuario la posibilidad de reutilizar el catálogo con la mente siempre libre, según la expresión cartesiana, y con una eficacia cognitiva renovada. En definitiva, el principio es que no vale la pena memorizar, sino que basta con saber dónde puede encontrarse lo que mientras tanto se ha olvidado.50 Junto con la memoria cambia también el significado y la función de la reminiscencia, es decir, de la recuperación de las cosas dignas de ser memorizadas. El rétor ponía en marcha una potencia dinámica desde la que se movía hacia las cosas a recordar, con la consecuencia de que la reminiscencia es un movimiento que se mueve a sí mismo, como insistía Aristóteles.51 Quien interactúa con memorias secundarias, en cambio, trabaja a través de referencias y relaciones, duplicando la autorreferencia que se convierte en operativa: la de la máquina y la del usuario. Lo importante es que todos los contenidos del fichero estén relacionados entre sí; una entrada en el archivo que no hubiese sido registrada o un 48 Acerca del modelo mnemónico del archivo que aquí se describe, véase Esposito (2002: 157; 239 ss.). 49 En el método de anotación por adversaria “nihil attendendum ad ordinem: quo res loco venerit, eo recipiatur; in solo indice ordinata series Alphabeti observanda”. Drexel (1638: 87). La cursiva es nuestra. 50 Así Sturm[ius] (1581: 51): “Scire enim ubi possis invenire, quae memoriae non mandas, satis est”. 51 Aristóteles, De memoria et reminiscientia, I, 452a, 5-15.
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libro en una biblioteca que no hubiese sido catalogado se habrían perdido y su recuperación podría producirse solo por casualidad. La memoria se configura, pues, de una forma desconocida hasta el Renacimiento, como un problema de puesta-en-red. Y lo que se recuerda, de hecho, no son tanto los contenidos —las entradas de un fichero, al igual que los libros de una biblioteca, pueden permanecer sepultados largo tiempo en el archivo sin ser nunca reactualizadas—, cuanto más bien las referencias a los contenidos, o las conexiones. No sorprende, pues, que quien al inicio de la Modernidad aspira a hacer visible todo el saber puesto a disposición por la imprenta, trate catálogo y memoria como sinónimos y defina como commemorare la operación con la que los contenidos son incluidos en un sistema de referencias (catalográficas).52 También aquí el salto evolutivo es evidente: el orden alfabético y el orden numérico no eran desconocidos, obviamente, para el hombre medieval, pero se prefería utilizarlos como soportes para la reminiscencia. Las letras, como a menudo se enseña, pueden transformarse en imágenes vivientes a las que enganchar contenidos memorables sobre la base de conexiones semánticas pertinentes. También la sucesión numérica, a través de su orden de alguna manera natural, se presta bien al propósito de configurar un “mental filing system” o un “mental grid of texts” que pueda ser utilizado en la composición de discursos u oraciones.53 Pero estos órdenes convencionales no estaban concebidos como procedimientos de irritación de cajas negras en el sentido moderno del término; las enciclopedias medievales estaban dotadas, en efecto, de un registro, pero su compilación se realizaba según requisitos que parecen algo incongruentes, pero solo retrospectivamente y a la luz de la cultura tipográfica (como el hecho de que Adán preceda a Abel, probablemente porque fue el primer hombre). Sin embargo, aquí no se trata tanto de ser o no congruentes, sino de dos órdenes distintos de congruencia que hallan su justificación en un cambio de función: el registro no era concebido por el hombre medieval para olvidar, sino para recordar.54 Pero cuando se difundió la interacción con memorias secundarias, se comprendió la necesidad de preparar el registro siguiendo un orden rigurosamente convencional. Para Placcius esto significa que no es suficiente con tener en cuenta solo la letra inicial del título de la entrada si se quiere recuperar rápidamente el contenido de los elementos del fichero. La ordenación también tiene que tener en cuenta las letras siguientes (Ab, Aba, Abb, Abc...) para evitar un gran fastidio 52
Gessner (1545: fol. 3v) citado por Müller (1998: 293-294). Cf. también Esposito (2002: 339 ss.) acerca de la memoria como catálogo, esto es, como red de conexiones. 53 Así lo considera Carruthers (1990: 99-100). 54 El orden tópico o jerárquico era, en definitiva, como dice Weijers (1995: 13), “plus apte à la mémorisation” respecto a un orden rigurosamente alfabético. Sobre este asunto, con mayor profundización, véase Cevolini (2014a).
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en la fase de búsqueda (“molestia inquirentis maxima”).55 Además, es mejor que el índice, elaborado por materias y por autores, se lleve en un libro separado: la distancia como efecto de abstracción se concreta en una distancia también física entre usuario y máquina. III. El carácter exterior y objetivo de las memorias secundarias se considera habitualmente como correlativo a su virtualidad.56 Pero si admitimos que ya la escritura es una forma de hacer virtuales las informaciones, no se entiende en qué consiste la novedad del fichero como máquina de erudición relacionada con la administración tradicional del saber en la primera Edad Moderna. Por eso es preciso aclarar el concepto de virtual, teniendo en cuenta las transformaciones cognitivas inherentes en la evolución de los medios de comunicación. Para Aristóteles la diferencia directriz es entre el acto y la potencialidad. La primacía corresponde al primer lado de la ecuación: en efecto, solamente en relación con el acto se puede decir que algo es en potencia. Una potencia que no se convierta, antes o después, en acto, no es una potencia. El punto de vista del acto es, por ello, el punto de vista de lo eterno.57 En el arte mnemotécnico, la diferencia se expresa a través de la conocida distinción entre memoria y reminiscencia. Aquí el acto está garantizado, en primer lugar, por el hecho de que recordar no signifique adquirir la memoria por primera vez, es decir, no es una forma de conocer, puesto que solo lo que ya es conocido puede ser también recordado —según la clásica tripartición, según la cual la memoria es sobre aquello que ya no es, la sensación es sobre aquello que es y la esperanza u opinión es sobre aquello que todavía no es—; el acto está garantizado, además, por el hecho de que el recordar no es ni siquiera una forma para recuperar la memoria, ya que de este modo terminaríamos en un regreso al infinito.58 Entonces, la cuestión es cómo se pueden recordar las cosas ausentes, si el recuerdo mismo consiste en hacerlas presentes. La solución de Aristóteles, como es sabido, se basa en el hecho de que las imágenes que el rétor deposita en su almacén y que le permiten pasar de la potencia de lo memorable al acto del recuerdo funcionen como iconos, esto es, se constituyen cada vez como unidad de la diferencia entre autorreferencia y heterorreferencia: lo que se vuelve presente no es tanto la imagen en referencia a sí misma, como más bien aquello a lo que la imagen misma remite como cosa 55 56 57 58
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Placcius (1689: 84, 93). Cf., por ejemplo, Pomian (1997: 4008); Lévy (1997: 28). Cf. Abbagnano (1988: 538 ss.). Aristóteles, De memoria et reminiscientia, I, 451a, 20-21.
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distinta de ella, de modo que en el icono del león lo que se recuerda no es la imagen, sino el animal. La memoria, en conclusión, es el hábito, es decir, la aptitud adquirida mediante el ejercicio, de las imágenes usadas como iconos: por lo tanto, una especie de potencia de segundo grado: la memoria es ser en potencia de pasar de la potencia al acto.59 La interiorización del uso de la imprenta, como se ha visto, suscita una decidida oposición al ejercicio de la imaginación y, en consecuencia, transforma también el significado de la virtualidad. Poco a poco, nos damos cuenta de que las memorias secundarias no guardan la información; constituyen solamente su vehículo físico. Por ello, la expresión “information storage and retrieval” es impropia, pero estamos dispuestos a admitirlo, todavía hoy día, solo en parte.60 De aquí surge el verdadero carácter distintivo de las memorias virtuales modernas, a saber, el hecho de que la realidad (esto es, la información que se logra procesar cada vez) sea siempre el resultado operativo de la interacción entre máquina y usuario, y como tal no puede conservarse.61 Mientras que el orador entraba en el mismo almacén en busca de imágenes depositadas siempre en el mismo sitio, el usuario de un archivo puede escoger, mediante el catálogo, cualquier acceso para “navegar” en el sistema, cada vez de forma novedosa y sorprendente. Las selecciones del usuario (determinados por sus intereses de búsqueda) se combinan con las selecciones del sistema, y la complejidad resultante no es ni una cualidad del usuario ni tampoco una cualidad del sistema, sino una construcción que surge de su interacción recíproca. Las expresiones “orden y principio” se sustituyen ahora por las de “orden y conexión”. La información se reproduce en la relación con el fichero, activando la red de referencias que constituyen la estructura interna de la memoria.62 Cuanto más tupida es la red de referencias —es decir, cuanto más aumenta el número de nodos y de relaciones vecinales que vinculan entre sí no solo los registros del archivo sino también los vínculos entre los registros—, más aumenta la posibilidad de realizar itinerarios de búsqueda insólitos y sorprendentes. La gran ventaja de un fichero de entradas móviles como el arca studiorum consiste precisamente en el hecho de que las entradas no solo puedan extraerse de forma selectiva, sino que también pueden combinarse entre sí de forma selectiva, permitiendo al usuario, guiado por las referencias añadidas a cada entrada, la tarea de realizar a mano la computación del dominio semántico, hoy realizada por máquinas. Las entradas extraídas se devuelven después al fichero, recreando
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Aristóteles, De memoria et reminiscientia, I, 450b, 20-27. Así Foerster (1971: 788 ss.). Cf. también Luhmann (2005: § V, 39), en la línea de Foerster. Cf. Esposito (1995: 187-216; 2002: 352 ss.). Cf. Krippendorf (1975: 27).
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así el potencial combinatorio empleado anteriormente para generar el conocimiento. Este potencial, a saber, la virtualidad de la memoria secundaria, no se extingue; todo lo contrario, se reproduce y aumenta con cada uso operativo del fichero, al añadirle no solo nuevas entradas, sino también nuevos vínculos que le permiten funcionar como un sistema autorreferencial capaz de autodescribirse (el fichero puede contener la entrada “Fichero”). La memoria virtual funciona, en este sentido, como una máquina histórica, y por lo tanto imprevisible: la misma irritación no producirá nunca irritaciones idénticas, puesto que cada irritación cambia el estado de la máquina, que reacciona transformando su propia estructura (añadiendo fichas a una entrada, nuevas entradas o vínculos ulteriores entre entradas ya existentes) y, por consiguiente, también sus modos de reaccionar a las irritaciones del usuario. A los contemporáneos, que poco a poco iban familiarizándose con estas competencias cognitivas, este potencial combinatorio debió de causar una impresión notable, como lo atestiguan diferentes testimonios acerca de los efectos del ars excerpendi en la actividad investigadora. Para Christoph Meiners, por ejemplo, el vínculo entre los elementos facilita una gran cantidad de combinaciones y enfoques que de otro modo nunca se habrían producido.63 Incluso en una obra enciclopédica como la de Ephraim Chambers, que se limita a reunir lo que ya era conocido sin pretensión alguna de originalidad, el desmembramiento del saber y la renuncia a la unidad orgánica de cada disciplina es lo que hace posible el descubrimiento de relaciones en las que, de otra forma, nunca se habría pensado.64 El fichero, en definitiva, posibilita la multiplicación de las referencias que para el orador habría conllevado el olvido de la información. Una misma entrada puede acoger ahora fichas que contienen noticias o citas bastante contradictorias y que dejan entrever, por primera vez, la idea de una historia de las ideas, con un aumento vertiginoso de la complejidad del saber administrado. En este sentido, el fichero es “supremely tolerant of cognitive dissonance”.65 Además de su potencial combinatorio, el fichero de entradas móviles ofrece otra ventaja fundamental: puede ampliarse, teóricamente, hasta el infinito. No faltan testimonios al respecto. Drexel, por ejemplo, consideraba absurdo llenar los almacenes de la imaginación con infinitas imágenes agentes, pero encontraba completamente normal que en un cuaderno de lugares comunes, las anotaciones pudiesen acumularse y aumentar sin límites (“in infinitum augeri possunt”).66 63
“Selbst die Vereinigung von so vielen Factis und Gedanken, als man in vollständigen Excerpten zusammengebracht hat, veranlaßt eine Menge von Combinationen und Aussichten, die man sonst niemahls gemacht, oder erhalten hätte”. Meiners (1791: 91 y 92). La cursiva es nuestra. 64 Chambers (1727: Preface, XXIX); cf. Mamiani (1983: 34). 65 Una formulación de Blair (1992: 547-548) en referencia al commonplace-book. 66 Drexel (1638: 100).
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Placcius, por su parte, consideraba una ventaja de las fichas móviles el hecho de que con este método el fichero siempre pueda enriquecerse con nuevas entradas (“novis accessionibus semper augere possit”).67 El almacén, por lo demás, funcionaba bien si se construía como un lugar cerrado y bien delimitado, ni demasiado grande ni tampoco excesivamente pequeño, ni demasiado oscuro ni demasiado luminoso, para evitar que el orador se desorientase. El fichero, por el contrario, al desplazar el problema de la localización al plano más abstracto del mantenimiento del registro, permite olvidarlo prácticamente todo, con el efecto de que en teoría se puede recordar cualquier cosa que haya sido excerptada. Esta predisposición del fichero para acoger un número ilimitado de elementos corre paralelo a una inversión de la orientación temporal, patente en toda la sociedad entre los siglos xvi y xvii, cuando se pasa de la primacía del pasado a la primacía del futuro. El “pasado” se condensa en el concepto fundamental de “imitación”. Quien produce y administra el saber hasta el inicio de la Modernidad no va en busca de lo nuevo, sino que repite de alguna forma el saber tradicional transmitido bajo la forma de “autoridad”. Obviamente, no se trata de una simple réplica, sino más bien de una imitación creativa. Como enseña toda la retórica hasta el Renacimiento, la tarea del orador es la de manipular hasta tal punto el tema tratado, transformando, añadiendo o eliminando elementos, que el resultado parezca un producto distinto al que se está imitando.68 Por lo tanto, hay que hacer como las abejas, que extraen lo mejor de las flores (este es, además, el sentido original de excerpere), lo separan (en efecto, las cosas diferenciadas se prestan mejor a ser recordadas) y después lo asimilan todo en un conjunto coherente.69 Al final, el parecido será más cercano al que une a un padre y un hijo, que al que vincula a un retrato con su original; el orador, es cierto, tiene que preparar sus discursos según unas reglas, pero en la ejecución deben parecer naturales, de lo contrario levantarían sospechas entre su auditorio, como un ventero que adultera el vino.70 Quien, en cambio, se propone trabajar con ficheros, ciertamente no renuncia al pasado, pero pone también en marcha una reproducción recursiva del saber, en la que el pasado se ve actualizado en el presente, con vistas a un futuro relacionable de forma selectiva. La recursividad es evidente por el hecho de que, al trabajar de esta forma, el estudioso pueda sorprenderse a sí mismo. Daniele Bartoli expresa este concepto con una formulación bastante eficaz: muchos, mientras buscaban lo que otros no habían encontrado, han terminado 67
Placcius (1689: 70). Cf., por ejemplo, Partenio (1970: 540). 69 La fuente es Séneca, Epistolae ad Lucilium, 84. 70 Aristóteles, Rhetorica, III, 1404b, 20. Cf. también Ad Herennium, I, 11: “Non adparata videatur oratio”. 68
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encontrando lo que nadie había buscado71 o, en otras palabras: quien busca soluciones, encuentra problemas. El efecto global es el de una extendida preferencia por el aumento y la mejora del saber, a la que el fichero es especialmente adecuado, en la medida en que está dirigido estructuralmente a un futuro abierto. Quien trabaja con él está predispuesto a enfrentarse con la condición de “ignorancia crónica”. Que el fichero, igual que el archivo, es “futurocéntrico”, es un hecho bien conocido hoy en día.72 Ya los organizadores de las bibliotecas modernas habían observado que la función principal de su institución debería ser la de despertar la “curiosidad” del lector, lo que solo es posible si la biblioteca es universal, es decir, si contiene todo tipo de libro publicado, dejando al lector la tarea de la selección (para facilitarla, se inventa el género de la bibliografía).73 Consecuentemente, se transforma también el significado y la función del catálogo. Ya no es, como antes, un repertorio de bienes poseídos, en este caso de los libros conservados en un armario y tratados como auténticos bienes patrimoniales. Ahora, el catálogo le sirve al usuario para irritar la memoria secundaria, vale decir: si antes la sorpresa se producía solo en el caso de que, al volver a abrir el armario, se observase la falta de algo, ahora se producirá solo si, al acceder a la biblioteca, se observa la presencia de algo inesperado. El hecho de ser futurocéntrico entraña el despliegue de una doble paradoja en el funcionamiento del fichero: en cuanto memoria, sirve para producir —paradójicamente— no recuerdos, sino novedades, es decir, informaciones;74 en cuanto sistema, sirve para almacenar el cambio. Precisamente en esto había consistido la mutación latente que subyace en toda la cultura renacentista de los cuadernos de lugares comunes, la que había transformado los lugares para almacenar temas en lugares para almacenar expansiones y dilataciones de temas.75 El problema se desplaza ahora desde la necesidad de conservar cosas memorables a la necesidad de conservar la memorabilidad, lo que se logra si, en lugar de fijar emparejamientos estrictos, el fichero pone a disposición emparejamientos sueltos y combinables a voluntad. El mejor modo para lograr este resultado es numerando las entradas. En efecto, entre los partidarios de los primeros métodos modernos de catalogación hay quienes sugieren asignar a cada idea o cita extraída de las propias lecturas un número correlativo, aunque da la impresión de que siempre exista una cierta duda a la hora de enunciar este precepto, tal vez a causa de su extremada abstracción. El problema práctico era que en un cuaderno de lugares 71 72 73 74 75
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Bartoli (1845: II, 87). Pomian (1997: 4058). Cf. sobre este asunto también Esposito (2002: 248). Cf. Naudé (1994: 11, 25). Cf. sobre esto Nelles (1997: 41 ss.). Así lo considera Esposito (2002: 228). Así lo considera Lechner (1962: 178).
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comunes ordenado alfabéticamente o por temas, es decir, según el orden de una determinada disciplina (como el derecho o la medicina), hace falta subdividir previamente las páginas en blanco y asignar a cada letra o tema un espacio delimitado. El inconveniente derivaba del hecho de que, mientras una determinada entrada se llenaba rápidamente, obligando al estudioso a empezar un nuevo libro, otras entradas permaneciesen vacías, dejando así en el primer libro un enorme espacio desaprovechado. Por eso algunos pergeñan una solución que consiste en renunciar a una subdivisión preestablecida del cuaderno de lugares comunes, registrando las noticias siguiendo simplemente el orden de los propios pensamientos o las propias lecturas. Encontramos muchos consejos de este tipo: para Philomusus, el orden numérico es el que mejor secunda el proceso de la adquisición del saber, esto es, la combinación de lectura y catalogación, que podría continuar hasta el infinito y precisa, por ello, de un espacio infinito.76 Cada extracto recibe un número que se anota cuidadosamente en el registro y permite no solo disponer de una forma segura para encontrar las noticias catalogadas, sino también de introducir en el cuaderno de lugares comunes referencias transversales mediante las cuales la variedad de ideas generada por la selección favorecerá la variedad en el saber. Ya Johann Petrus Titius se había dado cuenta de esta posibilidad y había explicado cómo aprovecharla: si lo que se busca es la entrada “Deseo”, en primer lugar, hay que consultar el registro personal; aquí se verá que está catalogada bajo el número 119 y se retoma después en los números 233 y 436. Entonces, al número 119 se añadirá una referencia al número 233 y al número 233 se añadirá una doble referencia al número 199 (“vide sup. 119”) y al número 436 (“vide inf. 436”).77 La disolución máxima se logra, no obstante, con un fichero de entradas móviles construido según el diseño del scrinium litteratum. Aquí se puede optar de nuevo por un orden alfabético, que sin embargo tiene el inconveniente del que ya hemos hablado, o bien por un orden numérico, anotando como siempre en el registro la correspondencia entre el título de la entrada y el número de gancho (acicula) del que cuelgan todas las fichas recogidas, con la ventaja adicional de que, una vez extraídas, las fichas podrán volver a colocarse en el fichero más rápidamente y sin generar desorden.78 76 El texto completo de la cita es muy importante: “Cum viderem ineptum esse, lectioni infinitae finitum praescribere spatium, illos jam auctores amare coepi, qui loco communes enumerarent, in quibus omnis rerum varietas contineretur”. Philomusus (1684: 32). La primera y la última cursiva son nuestras. 77 Titius (1676: 36-37). 78 Cf., por ejemplo, Metzler (1702: I, 91-92). Pero también Sidelius y Schubart (1713: 12 ss.). Este es, grosso modo, el método adoptado por Luhmann (1992; tr. it. en Cevolini 2006: 415-425).
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La apertura del fichero a un futuro, a su vez abierto, favorece su percepción no solo como un aliado de la comunicación que —después de una adecuada irritación— puede proporcionar datos, sino también como un lugar involucrado activamente en la construcción del mundo del saber. Dicho de otra forma: el fichero, así como el archivo o la biblioteca, no es únicamente un sistema que se deja observar, sino también un sistema que, por sí mismo, observa la realidad. Alude a ello Michel de Certeau, cuando afirma que el historiador debe confrontarse con el hecho de que el archivo no conserve la historia, esto es, los hechos pasados, sino una forma de observar la historia, por lo que “bien loin d’accepter des “données”, [l’archive] les constitue”.79 Entonces, no es suficiente con diseñar ficheros, hay que hacerlo de forma que ellos mismos sean capaces de diseñar el saber. Esto es posible solo si el carácter acumulativo del tiempo no se convierte en una obstrucción para la operatividad del fichero en cuanto memoria secundaria. La máquina debe poder acoger, en teoría, cualquier cosa, garantizar accesibilidad a todo mediante referencias y relaciones, aun a sabiendas de que no todo va a ser reactualizado cada vez, puesto que los intereses (de búsqueda) son siempre distintos y siempre altamente selectivos. Cada nuevo acceso permite el surgimiento de algo y deja el resto en una especie de olvido latente, aun sin destruirlo. Cada futuro que se vuelve presente se precipita inmediatamente en un pasado que cambia la forma en que puede interpretarse un dato ya conocido. El rétor no podía permitirse tanta complejidad: o destruía su almacén para volver a reconstruirlo desde cero y acoger así nuevos recuerdos, o multiplicaba las referencias de significado de sus vínculos mnemónicos, pero en ambos casos el resultado habría sido el mismo: la eliminación de los contenidos memorizados anteriormente.80 Un acto extremo de este tipo, para quien aprende a catalogar, se produce solo con la decisión de “casar” o “post-casar” algo que ya ha sido catalogado.81 Precisamente el dilema de la “casación” hace evidente un segundo requisito fundamental para su diseño: la necesidad de seleccionar. Quien cataloga se encuentra ante el problema del regreso del tiempo en el tiempo cada vez que debe decidir en el presente actual qué pasado podría necesitar en el futuro. La decisión implica una diferencia esencial entre la selección y la exclusión. No se trata de dos actividades separadas, sino de dos lados concomitantes de una misma y única diferencia. El lado negativo, la exclusión, vuelve visible la contingencia
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Certeau (1993: 84). Acerca de la paradoja de un arte del olvido, véanse Eco (1987: 49, 53); Weinrich (1997); Esposito (2002: 29-30). 81 Sobre la distinción “casación/postcasación”, cf. Lübbe (1994: 208 ss.). 80
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de lo que se selecciona, lo que resulta todavía más evidente cuando el extracto se transfiere a las notas a pie de página, que permiten al lector observar no solo lo que el escritor ha leído, sino también, y especialmente, lo que no haya leído. La unidad de la diferencia, por otra parte, es lo que no ve quien cataloga; constituye, por así decirlo, el punto ciego de su observación. Al reflexionar sobre su actividad, el usuario puede ver que no ve, pero no puede ver qué es lo que ve que no puede ver. Esta situación de (saber) no saber que no sabe le pone en una condición inevitable de “superignorancia”.82 Los primeros preceptores modernos intuyen el problema e insisten mucho en que únicamente seleccionando puede prepararse el futuro, a sabiendas de que no solo quien selecciona demasiado, sino también quien selecciona demasiado poco, o quien cataloga demasiado, termina teniendo a su disposición una cantidad de saber que es difícil de aprovechar bien. Para Drexel, el precepto que hay que enseñar es: “Excerpe & nota; selige, ac futuro para” (cataloga/excerpta y anota; selecciona y prepara para el futuro).83 El sentido común aconseja catalogar lo que se considera útil para el futuro; quien lee sin seleccionar nada es negligente.84 ¿Pero cómo se puede saber qué es lo que merece la pena seleccionar si nadie puede correr al futuro para ver qué pasado podría necesitar realmente? Se trata, en cierto sentido, de decidir algo que en teoría es indecidible. Quien produce saber, lo hace siempre y exclusivamente en el presente actual, lo que no excluye que se pueda leer o releer algo que antes se nos había escapado, pero para eso hace falta tiempo. La circularidad temporal no puede evitarse, pero para volverse operativa debe ser, de alguna forma, “asimetrizada”, esto es, hay que introducir en la observación una diferencia que cierre el futuro, reduciendo así la complejidad con la que se enfrenta quien gestiona el saber trabajando con el fichero, y que al mismo tiempo lo deje abierto con vistas a la producción de saber posterior. Hay que crear, por así decirlo, una oscilación. Los primeros preceptores modernos ven una salida en el concepto de “finalidad”. Para Drexel la regla es muy sencilla: “Finem studiorum attende” (presta atención al objetivo de tus estudios).85 En efecto, quien tiene una finalidad puede transformar el pasado presente (¿qué hago con todo el saber que la imprenta pone a mi disposición continuamente?) en un campo de posibilidades. Y mediante la finalidad puede sincronizar el pasado presente (aquello que el fichero ya contiene, pero, sobre todo, aquello que todavía no contiene) con su propio futuro. En este sentido, como dice Niklas Luhmann, la finalidad es un momento estructural 82
El concepto se toma de Wildavsky (1988: 93). Drexel (1638: 290). 84 “Selecta, notatu digna, rariora quaevis, inprimis autem usui nobis futura excerpemus” (Sagittarius 1703: 5); “Legere & nihil seligere, prorsus negligere est” (Drexel 1638: 2). 85 Drexel (1638: 85). 83
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de la memoria del sistema.86 De ello se deduce que el usuario que trabaja con ficheros representa un sistema que observa sistemas de observación. Para la cultura del archivo, el problema principal ya no es ordenar el saber, sino diseñar sistemas que diseñen la administración del saber. Con la “caja de los estudios”, en definitiva, la sociedad moderna inauguró una senda irreversible hacia el uso de máquinas para olvidar. BIBLIOGRAFÍA Abbagnano, Nicola, Problemi di una filosofia del possibile, en Nicola Abbagnano, Scritti esistenzialisti, Torino, UTET, 1988, pp. 543-561. Bacon, Francis, The Two Books of the Proficience and Advancement of Learning, Divine and Human, to the King [1605], en The Works of Francis Bacon, Baron of Verulam, in five volumes, London, printed for J. Rivington and Sons, 1778. Bartoli, Daniele, L’uomo di lettere [1645], Venezia, Girolamo Tasso, 1845. Beaujour, Michel, Miroirs d’encre. Rhétorique de l’autoportrait, Paris, Editions du Seuil, 1980. Blair, Ann, “Humanist Methods in Natural Philosophy: The Commonplace Books”, Journal of History of Ideas, 53 (1992) 541-551. Bolzoni, Lina, La stanza della memoria. Modelli letterari e iconografici nell’età della stampa, Torino, Einaudi, 1995. Boyle, Robert, The Excellency of Theology, compared with Natural Philosophy [1674], en The Works of the Honourable Robert Boyle, Vol. IV, London, printed for W. Johnson et al., 1772, pp. 6-66. Cancellieri, Francesco, Dissertazione intorno agli uomini dotati di gran memoria ed a quelli divenuti smemorati, Roma, presso Francesco Bourlie, 1815. Carruthers, Mary A., The Book of Memory. A Study of Memory in Medieval Culture, Cambridge, Cambridge University Press, 1990. Certeau, Michel de, L’ecriture de l’histoire, Paris, Gallimard, 1993. Cevolini, Alberto, De arte excerpendi. Imparare a dimenticare nella modernità, Firenze, Leo S. Olschki, 2006. — “Indexing as Preadaptive Advance: A Socio-Evolutionary Perspective”, The Indexer, 32, 2 (2014a) 50-56. — “Variedad y selección: la contribución de los jesuitas Sacchini y Drexel a la evolución de las ideas”, en Perla Chinchilla, Alfonso Mendiol, Martin Morales, eds., Del Ars Historica a la Monumenta Historica: la historia restaurada, Ciudad de México, Universidad Iberoamericana, 2014b, pp. 21-66. Chambers, Ephraim, Cyclopaedia, or an Universal Dictionary of Arts and Sciences, London, James & John Knapton, 1727.
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(IN)FORMACIÓN EN MOVIMIENTO. BREVE HISTORIA DE LA ORGANIZACIÓN DEL SABER ERUDITO Markus Krajewski
Este artículo ofrece una breve reseña del desarrollo de las técnicas del excerpere y de reproducción de la información, centrándose en aquellas practicadas en soportes móviles, como tablillas de barro o tiras de papel. Presenta ejemplos del antiguo Egipto y de la Roma clásica; estudia el caso de Conrad Gessner, polímata de Zúrich del siglo xvi, y analiza las técnicas de excerpta propias del Barroco y de la Ilustración, para demostrar que el tránsito desde las prácticas de lo escrito hacia las técnicas digitales empieza ya a finales del siglo xviii. Como esta genealogía es considerablemente extensa, el artículo selecciona los ejemplos más significativos de aquellos eruditos célebres que, con sus metodologías del excerpere, sentaron las bases del uso del fichero y anticiparon su transformación, alrededor de 1900, de mera herramienta bibliotecaria en un instrumento crucial en la gestión económica. I. ALEJANDRÍA Cuando el califa Omar prendió fuego a la famosa Biblioteca de Alejandría,1 ardieron también los famosos pinákes de Calímaco, un catálogo de unos 120 libros que enumeraba, describía y organizaba los escritos griegos de la biblioteca 1
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Véase Canfora (1988).
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y que además incluía un breve resumen biográfico de sus autores. El pinax, pergamino o papiro que contenía una tabla, se ponía encima de las estanterías de la biblioteca para listar los nombres de los autores, así como para resumir los respectivos géneros literarios. De este modo, los pinákes crearon ya cierto orden sistemático del conocimiento, y si bien no sabemos de qué forma Calímaco elaboró, exactamente, su catálogo, es indudable que su obra proporcionó cierto esquema para organizar largas listas. Ello fue posible gracias a la clasificación según los nombres de los autores —probablemente fuera esta la primera vez que se empleaba extensamente el orden alfabético—; además, a pesar de su naturaleza fragmentaria, cada pinax contribuía a ordenar sistemáticamente el conocimiento total de la biblioteca.2 Con todo, si bien los pinákes —al menos los de Calímaco— estaban hechos de papiro, sería exagerado ver en ellos una temprana manifestación del empleo de fichas, ya que no eran flexibles, ni estaban pensados para ser transportados; para ello se requiere otro soporte material. II. ROMA Desde el siglo iv en adelante se impuso en la administración romana el uso del laterculum (originalmente, tablillas de arcilla cocida), una lista de todos los funcionarios y militares. Los laterculi incluían una enumeración de cargos y una breve descripción de sus competencias. Los oficios y las guarniciones en las unidades militares variaban constantemente, y la articulación del soporte material de la lista debía reflejar estas variaciones: en consecuencia, la lista estaba formada por una determinada cantidad de hojas sueltas, unidas mediante grapas o cuerdas. En el caso de que no quedara espacio para anotaciones marginales o adicionales, la hoja podía reestructurarse, cambiarse de posición o bien podían añadirse más hojas.3 En contraste con el catálogo de Calímaco, que creaba un nuevo orden simplemente copiando elementos flexibles —esto es, describiendo el contenido de los pergaminos en las listas de las estanterías—, los laterculi y sus anotaciones empiezan a adquirir movilidad. En esta época se desarrolla otro aspecto esencial que permitirá el flujo de la información: para que las notas pudieran conectarse entre sí, era imprescindible establecer una relación clara entre el soporte de almacenamiento, por un lado, y el contenido, por el otro. Por cada hombre, una palabra. Por cada cargo, una hoja. Los cargos y las notas, pues, debían escribirse en su lugar correspondiente,
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Véase Schmidt (1922). Seeck (1924: 905f ).
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para poder ser consultadas como una unidad independiente, evitando así que se mezclara la información en el laterculum. Asimismo, cuanto más asequible sea el material empleado, más fácil y eficiente será el uso de este recurso. Mucho más tarde, ya en el siglo xv, el coste del papel se abarató gracias a los avances en su fabricación; por consiguiente, resultaba mucho menos costoso (y menos traumático) eliminar el soporte material, es decir, arrancar simplemente una hoja, para reestructurar el contenido. Los romanos, sin embargo, no contaban aún con estas ventajas. III. ZÚRICH El primer cambio importante en esta breve genealogía del almacenamiento de información en fragmentos tuvo lugar en Zúrich: fue aquí donde nació la primera metodología de notas encuadernadas, pero flexibles. Su artífice es Conrad Gessner, autor de los varios volúmenes de la llamada Bibliotheca Universalis. Entre 1545 y 1548, Gessner publicó una bibliografía dispuesta en orden alfabético, que contenía unos 3.000 autores y más de 10.000 títulos, incluyendo también resúmenes más o menos extensos de las obras en cuestión. Asimismo, Gessner confeccionó una larga lista de palabras clave organizadas temáticamente;4 de este modo, la Bibliotheca Universalis indicaba a los estudiosos qué tipos de palabras clave y qué esquemas podían utilizarse para organizar el conocimiento. Además, a través de esta disposición temática de la materia, los llamados loci communes generaban, por sí mismos, cierta clasificación del conocimiento. La propuesta de Gessner para gestionar los excerpta, utilizando tiras de papel, se sirve del más simple de todos los métodos posibles, que consta de tres pasos. El propio Gessner lo explica en detalle: en primer lugar, durante la lectura, todo es importante, pero lo que podría ser útil debe apuntarse en una hoja de papel de buena calidad, por una sola cara. En segundo lugar, cada idea requiere una línea nueva. En tercer lugar, “finalmente, todo cuanto has extraído debe ser cortado en trozos con tijeras; pero organízalos arbitrariamente, al principio en partes mayores, que luego dividirás una o dos veces más”.5 Este “método, con el cual es posible crear índices en el menor tiempo y con el mejor orden posible”,6 constituye hasta la fecha el ejemplo más temprano de una técnica para conservar las “joyas de la lectura” —o cualquier otra cosa
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Acerca de esta cuestión, véase Krajewski (2011). Gessner (1548: 19). Gessner (1548: 19).
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importante—, de modo que puedan reorganizarse infinitamente y al mismo tiempo ser consultadas con precisión, atendiendo a criterios temáticos. Gessner incluso propone un modo específico —utilizando pegamento e hilos— de fijar los trozos de manera que sean flexibles, pero al mismo tiempo puedan reordenarse. IV. HAMBURGO La Bibliotheca Universalis de Gessner sirvió de inspiración tanto a eruditos como a gestores del conocimiento, es decir, a los bibliotecarios. Nacido en 1585, Joachim Jungius —el primer hombre en emplear un sistema de indexación no jerárquico— murió en Hamburgo en 1657 tras compilar aproximadamente unas 150.000 notas en tiras de papel. Estas, ordenadas y clasificadas cuidadosamente en bloques, carecían, no obstante, de registros o índices, por no hablar ya de sistemas de referencia.7 Después de la muerte de Jungius, sus discípulos y seguidores discutieron sobre la manera más apropiada de excerptar. El debate dio como fruto De Arte Excerpendi: Vom Gelahrten Buchhalten, de Vincentius Placcius, un manual de instrucciones para excerptar metódicamente, que ofrece una extensa historia de la materia, así como una visión de conjunto de los métodos contemporáneos. Placcius desaconseja explícitamente clasificaciones tan imprecisas como la de Jungius.8 En lugar de anotar cualquier pensamiento, observación o cita en tiras de papel sueltas, Placcius recomienda agrupar las notas en libri excerptorum,9 libros de excerpta que siguen, desde Conrad Gessner, el mismo patrón que los registros y los catálogos bibliotecarios encuadernados. De hecho, en este punto, el estudioso cita íntegramente la sección titulada “De Indicibus Librorum” de la obra de Gessner.10 Es posible que Placcius, al abogar por el libro como soporte de almacenamiento, quisiera alejarse del método de Jungius, a saber, de la acumulación del conocimiento durante toda la vida, que se limita a recopilar tesoros, pero no los recombina para publicar libros nuevos. De hecho, Jungius, al recoger más y más material, posponía sus propias publicaciones una y otra vez, dejándolas inacabadas o en forma de notas potencialmente aprovechables.11
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Acerca de Jungius y su método, véase Meinel (1995). Placcius (1689: 72). 9 Para la historia de los cartapacios y cuadernos de anotaciones y su importancia para la producción del saber, véase, por ejemplo, Heesen (2005); y para una visión más detallada de las técnicas de copiar y pegar, véase Heesen (2006). 10 Placcius (1689: 85-88). 11 Meinel (1995: 177). 8
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La obra de Vincentius Placcius, además, arroja luz sobre el nacimiento de “las cajas de excerpta”, invento que será fundamental para el desarrollo del fichero. Placcius, en el apéndice de su libro sobre el arte del excerpere, reproduce íntegramente (incluidas las ilustraciones) un texto anónimo de 1637 que presenta dos modelos distintos de estas cajas o gabinetes de excerpta.12 Los dos permiten cambiar de sitio las anotaciones, evitan la posible pérdida de notas sueltas, y poseen celdas de madera reemplazables en el interior, en las que se cuelgan las notas con “ganchos” o bien “perforando las esquinas del papel”.13 Por lo que se refiere a la influencia de este mobiliario de oficina, cabe señalar que sirvió como modelo para el gabinete de excerpta de un secretario de Hannover, llamado Clacius. Tras su muerte, el archivador fue adquirido nada menos que por Gottfried Wilhelm Leibniz. Desde 1676 en adelante, en efecto, Leibniz siguió un método de excerpere que remite directamente al de Jungius (a través de uno de sus discípulos). V. EL GABINETE DE EXCERPTA DE LEIBNIZ Leibniz solía recurrir a las anotaciones en tiras de papel —ya fuera mientras leía, mientras meditaba o bien cuando viajaba o salía a pasear—. Pero sus notas (especialmente los excerpta) no se apilaban caóticamente: los ordenaba con regularidad.14
Sabemos, no solo por Nietzsche, que las buenas ideas surgen mientras paseamos. En efecto, Leibniz siempre llevaba papel encima, pues sabía que, para registrar pensamientos efímeros, las tiras de papel eran indispensables. En ellas escribía sus ideas, excerpta y anotaciones que después ordenaba y revisaba: [Leibniz] compró un mueble especial para guardar sus excerpta; [...] tenía el hábito de escribir sus notas en hojas o en tiras de papel. Es probable que lo adoptara de Martino Fogelio [quien editó la obra Jungiana], [...] aunque este método se remonta, en última instancia, a Joach[im] Jungius. Así, Fogelio dispuso su biblioteca en función de la organización temática, sin atender a las diferencias en formatos. Leibniz imitó este sistema (probablemente las antiguas bibliotecas también estaban ordenadas así) aplicándolo a su propia biblioteca privada. Tenía pequeñas etiquetas pegadas en los repositorios que indicaban lo que había en cada estantería.15 12
Placcius (1689: 121-158). Placcius (1689: 155). 14 Murr (1779: 210). 15 Murr (1779: 210). Leibniz viajó especialmente a Hamburgo para asistir a la subasta de la biblioteca de Martin Fogelio, antiguo alumno de Jungius (Lackmann 1966: 330). 13
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Atendiendo, por un lado, al software, esto es, a los principios según los cuales se clasifica la información, y, por otro, al hardware, es decir, a los diversos objetos o muebles que la almacenan, podemos resumir nuestro examen de la temprana historia de las notas en papel en cuanto sistemas de clasificación de la siguiente manera: (1) el libro (Gessner); (2) el mueble pesado, difícil de transportar, una especie de fichero avant-la-lettre (Placcius) (3) la pila de papeles sueltos ordenados en una mesa, a veces metidos en sobres (Jungius). VI. VIENA Tras la disolución de las bibliotecas monásticas de Austria en 1773, una cantidad cada vez mayor de libros llegó a Viena. En algunos sitios en particular, como la Biblioteca Real o la Biblioteca de la Corte, la avalancha fue tal que las autoridades debieron hacer frente a grandes problemas administrativos. ¿Cómo podía una biblioteca que no había tenido un inventario durante décadas, asimilar miles y miles de nuevos volúmenes en el menor tiempo posible? El bibliotecario Gottfried Freiherr von Swieten solventó el problema mediante un método que, no en vano, guarda semejanzas con el sugestivo concepto contemporáneo de mecanización de la gestión. La propuesta de Von Swieten es nada menos que un procedimiento algorítmico, en el que la flexibilidad de las notas de papel permite una organización eficiente del conocimiento contenido en los libros. El método de Von Swieten y de sus colaboradores, conocido más adelante como catálogo josefino, suele considerarse el primer catálogo bibliotecario en fichas de la historia. Se asemeja al que proponía Conrad Gessner, por tres motivos: los catalogadores recibían instrucciones escritas; se habían acordado las interfaces sin las cuales la división de tareas no sería posible; esta indización (sistema de catalogación) permaneció vigente durante un largo período. Este procedimiento, diseñado al principio como una solución provisional, acabó por imponerse hasta convertirse en la manera estándar de catalogar la información de la biblioteca. VII. BOSTON El catálogo josefino, que familiarizaba a los bibliotecarios con el sistema de notas móviles o fichas bibliográficas, se convirtió, gradualmente, en el método empleado en otras grandes bibliotecas europeas y otros lugares: primero, en la Universidad de Viena, y posteriormente, en París y en Gotinga, en Londres y en Berlín, y finalmente en Harvard, Nueva York y Boston, centros intelectuales en creciente desarrollo.
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En estas últimas ciudades se produce un cambio importante: el viejo sistema europeo de catalogación con fichas se aplicará en América, con un éxito rotundo, a las técnicas de contabilidad. Todo comenzó con Melvil Dewey, el bibliotecario americano más influyente de la época, y con su empresa Library Bureau fundada en 1876. Dewey supo trasladar este método biblioteconómico, ya bien implantado, al campo económico, incorporándolo a los procesos de contabilidad de su propia compañía. Merece la pena contar el episodio con detalle: fue la secretaria, E. W. Sherman, contable desde 1887 y más tarde directora del Departamento de Catalogación, quien insistió en llevar a cabo cambios en la organización de la empresa. Sherman, al darse cuenta de las ventajas del empleo de catálogos de fichas para la gestión, intentó convencer a Dewey para que le permitiese transferir los libros de contabilidad a fichas. Pero Dewey, fiel al paradigma bibliotecario tradicional, y temiendo la posible falta de transparencia en la contabilidad, desconfiaba de las tiras de papel sueltas. Las fichas, pensaba, podían mezclarse o extraviarse, con la consiguiente pérdida de información: “El inventor del sistema de fichas exclamó: ‘¡No funcionará! ¡No funcionará!’ ‘¿Por qué?’, pregunté. ‘Porque las tarjetas se perderán’, contestó”.16 Sin embargo, Sherman insistió, consiguiendo un período de prueba de seis meses. Si una sola tarjeta estuviera en el sitio equivocado, se comprometía a volver al antiguo sistema transfiriendo por su cuenta toda la información a los libros de contabilidad. El experimento resultó ser un éxito e incluso empezó a perfilarse como una posible idea de negocio. Había quedado demostrado que empleando fichas se ganaba en claridad, era más sencillo auditar y, por encima de todo, era mucho más rápido. Desde ese momento, Library Bureau utilizó las fichas en su contabilidad.17 Un libro conmemorativo de 1909, elaborado por la propia empresa, evocaba la feliz idea que Dewey, junto con su manager Herbert Davidson, tomó de la señora Sherman, su secretaria. Con orgullo no disimulado, la compañía proclamaba haber inventado una nueva ciencia mundial, la contabilidad en soporte móvil, es decir, la contabilidad en fichas, más clara, más fácil de revisar y, sobre todo, más ágil. En efecto, empresas ferroviarias, bancos prestigiosos, compañías de seguros e incluso algunas instituciones estatales comenzaron a fijar su atención en Library Bureau. Por ello, no es de extrañar que Herman Hollerith, fundador del imperio de las tarjetas perforadas, se pusiera en contacto con Dewey. En marzo de 1896, ambos firmaron un contrato que, sin embargo, solo duraría tres años. Debido a ciertas desavenencias, la colaboración de Dewey en
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Sherman (1916: 42). Flanzraich (1993: 406, 421; 1990: 295).
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la Tabulating Machine Company de Hollerith (más tarde conocida como IBM) llegó súbitamente a su fin en marzo de 1899. Siguiendo este temprano encuentro entre la tecnología bibliotecaria y la moderna tecnología de oficina, la trayectoria comercial de la Library Bureau condujo a la aparición del ordenador. Después de que el famoso fabricante de las máquinas de escribir Remington Rand adquiriera la compañía en 1926, la catalogación con fichas como herramienta de contabilidad se implantó también en el procesamiento de información electrónico. Este no es el lugar, no obstante, de hablar del nacimiento de esta nueva era de aparatos electrónicos. VIII. DE VUELTA AL SIGLO XVIII En 1548, cuando Conrad Gessner afirmaba que los índices y las descripciones de los libros debían hacerse mediante técnicas de excerpere, se dirigía tanto a bibliotecarios como a autores. Veamos ahora con mayor detalle el equipamiento del studiolum de un erudito. La diferencia entre el motor colectivo de búsqueda en una biblioteca, por un lado, y el gabinete de tiras de papel del estudioso, por el otro, estriba en su contingencia, en la amplitud de posibilidades que ofrece, y en las respuestas, a veces muy extrañas, que puede brindar. Mientras que el primero está pensado para registrar cualquier cosa azarosamente, en el segundo caso es el estudioso quien decide si es necesario guardar la información o no. Esta capacidad de selección representa su característica más significativa. El material recogido por un conocedor del sistema puede formar sistemas paralelos, que serían indescifrables para otros sistemas, pero que no dejan de responder a las búsquedas del usuario. La arquitectura de esta máquina específica del erudito no requiere ninguna mediación o el acceso por parte de otros usuarios. En el diálogo con la máquina se da una comunicación íntima; solo esta conversación confidencial conducirá al usuario a nuevos textos. Cuando, en cambio, lo examina un no iniciado, el fichero o gabinete permanece en silencio. Se trata, realmente, de una máquina discreta, en todos los sentidos. Los eruditos se ven obligados a elaborar catálogos personales para organizar las anotaciones y los excerpta. El material reunido y compilado constituye toda una pequeña biblioteca, pero mucho menos compleja, en la cual la ordenación de las notas contribuye a dirigir el pensamiento. Si, al final, este catálogo consigue ir más allá del registro individual de una biblioteca personal y la sustituye, entonces deja de servir como una mera lista de títulos. A su vez, el catálogo de una biblioteca no funciona como un dispositivo memorístico, sino solo como una estructura formal de representación, es decir, como una interfaz. Creado por profesionales, su único cometido es orientar a los usuarios de la biblioteca. En
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cambio, el gabinete —la máquina— del erudito tiene dos funciones distintas. En primer lugar, sirve de ayuda a la memoria: una a una, almacena las anotaciones en el sitio que les corresponde, y previene la potencial pérdida de referencias. La segunda función, aún más importante, tiene que ver con la posibilidad de crear textos nuevos, porque la máquina no se limita a reproducir la información ubicada en ella. Si el erudito sabe cómo relacionar el material nuevo con los excerpta existentes, si sabe destacar las conexiones y asociaciones con textos y temas similares, la máquina del erudito, convertida ahora en todo un generador textual, revela dichas interrelaciones, recupera referencias ya olvidadas como si fueran nuevas, y crea conexiones inesperadas. La tarea, aparentemente sin importancia, de elaborar referencias cruzadas, aporta grandes beneficios cuando se combina con conexiones internas: enriquece y amplía el poder de los excerpta con cadenas de referencias. IX. JOHANN JACOB MOSER Y JEAN PAUL Uno de los jurisconsultos más conocidos y prolíficos del siglo xviii, Johann Jacob Moser (1701-1785) describe su fichero de excerpta como un método para recolectar material para futuros escritos: Escribo todos mis hallazgos en pequeñas hojas individuales, que divido en dieciséis partes por cada pliego de papel, dos por cada octavo. Si encuentro algo que creo que podrá servirme en el futuro, pero que acaso esté en un libro que no es mío y es posible que ya no tenga acceso a él, copio todo el pasaje, o una parte de él, en medio octavo; especialmente si parece importante. [...] Encargué a un carpintero que construyese un mueble de madera con compartimentos, cada uno de los cuales está dividido por una fina pieza de madera, de modo que en cada casilla se pueden guardar dos filas de notas de papel. La anchura y la longitud de las casillas se acomoda a la del medio octavo, mientras que la profundidad es, más o menos, de un pie, por lo que cada casilla puede albergar aproximadamente mil notas.18
Estas características se convertirán en el modelo a seguir. Incluso alrededor de 1900, los gabinetes estándares contenían unas mil notas por cada celda, reemplazando así el formato habitual, el libro. De hecho, Moser trata de convencer a sus lectores, mediante una argumentación no del todo imparcial, de las “ventajas de este método de recopilación”, enumerando ocho de ellas, mientras que encuentra tan solo un inconveniente.
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En primer lugar, en el mueble o gabinete de tiras de papel, todas las anotaciones se conservan juntas, pero no una detrás de otra como en un cartapacio, en el cual a veces hay demasiado espacio, o bien demasiado poco para cada uno de los temas. En segundo lugar, el gabinete permite añadir notas sin generar desorden, cosa que no ocurre con los cuadernos. En tercer lugar, es fácil modificar un texto, añadiendo nuevos capítulos y eliminando otros, mientras que los cuadernos no permiten cambios. En cuarto lugar, la colección de notas requiere poco espacio: el usuario puede extraer diferentes tiras, disponerlas a su voluntad y ponerlas en pequeños cajetines, en lugar de estar rodeado por numerosos cuadernos. En quinto lugar, cualquier excerptum puede utilizarse en un escrito tal y como está, sin tener que copiarlo otra vez desde el cuaderno. En sexto lugar, es más fácil elaborar un nuevo escrito recurriendo a un conjunto de notas que manejando cartapacios. En séptimo lugar, este procedimiento ayuda a seleccionar o, también, a ocultar información: a diferencia del cuaderno, las tiras pueden ser utilizadas por separado, lo que permite no revelar todo el texto (por ejemplo, en el caso de recurrir a un copista). En octavo y último lugar, la flexibilidad de las tiras permite añadir información adicional de manera ordenada. Solamente hay “un inconveniente”, advierte Moser —nada menos que el mayor de los miedos de cualquier bibliotecario— que juega en contra de este método: “es cierto que las tiras de papel se pierden o traspapelan con más facilidad que un cuaderno. Sin embargo, yo dejo mis notas en su sitio correspondiente, igual que mis libros, y como la gente sabe que no debe tocarlas, no he sufrido ninguna adversidad o contratiempo, ni tan siquiera con una sola nota”.19 La importancia de este método es extraordinaria.20 Sin él, Moser solo habría elaborado aproximadamente la mitad de sus más de 500 publicaciones, según sus propios cálculos.21 Rememorando su intensa vida, Moser señaló una vez más su gran deuda con esta técnica y describió en detalle el proceso de relectura y de la recombinación creativa de las notas para producir nuevos textos: reunía en una caja las notas seleccionadas de la colección, para añadirles, simplemente, un índice y algunos comentarios marginales. Sin tener que ser copiadas, las
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Moser (1773: 54). Moser (1773: 41). Para una bibliografía de todos los textos de Moser, excepto las obras teológicas, véase el apéndice al texto del bibliotecario Albrecht Christoph Kayser (1790: 71 ss.). 21 La idea del mueble o gabinete de notas como instrumento de producción textual sigue vigente hoy en día, como se desprende de la conversación con Niklas Luhmann, un célebre sociólogo y creador de un sistema personal de clasificación de notas: “Hagen: la configuración de las notas, eso es, la dimensión del mueble, es muy grande, ¿verdad? Luhmann: Sí, es muy grande. Hagen: Unos cuantos metros. Luhmann: Sí, sí. Hagen: …y esta es la base para tu trabajo. Luhmann: Sí. Hagen: Si no lo tuvieras, sería difícil. Luhmann: Sí, las cosas serían más difíciles”. Hagen (2004: 107). 20
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notas seleccionadas iban directamente al cajista; de aquí surgía un nuevo libro y, una vez finalizado el proceso, las notas regresaban a sus lugares respectivos —es decir, al gabinete y a las estanterías—. Así pues, la información circulaba entre dos medios distintos. Las anotaciones, extraídas de varios libros, acaban transformándose —en forma de resumen de resúmenes (o excerptum de excerpta)—, en otro libro. Jean Paul describe este alambicado proceso con una fluida analogía: Lo primordial para mí es hacer excerpta de mis excerpta, y luego seguir destilando su esencia. Puedo leerlos, por ejemplo, para elaborar un artículo sobre la danza, o sobre las flores; luego las introduzco en mis cuadernos y cartapacios, y así es como acabo llenando botellas con el contenido del barril.22
No es casualidad que Jean Paul se sirviese de una analogía de fluidez para describir poéticamente el proceso poetológico de la creación literaria. Si no hubiese tenido a su disposición instrumentos para licuar, alambicar y recomponer los excerpta, tendría que haberse inventado uno, para que la “esencia de su método”23 alcanzase la madurez literaria. Esta metodología se caracteriza por un tipo de disposición del material que crea, por sí misma, un flujo incesante de comparaciones; y para generar textos nuevos, depende íntegramente de la máquina de excerpta. X. STUTTGART En 1785, cuando Hegel tenía quince años y estaba aún en secundaria, comenzó a hacer anotaciones o excerpta en hojas sueltas.24 El mismo año, Johann Jacob Moser moría en Stuttgart y legaba a la posteridad, además de múltiples gabinetes de fichas, instrucciones para construir una réplica de su sistema.25 Dado que Jean Paul comenzó a coleccionar excerpta a los quince años, en 1778, parece lógico sugerir que también Hegel conociese, al igual que los numerosos lectores de Suabia, la autobiografía de Moser.26 De hecho, Hegel se mantuvo 22
Jean Paul (1996: 772). Birus (1986: 50). Véase también Böck (2002). 24 Rosenkratz (1968: 12). 25 La autobiografía de Moser se publicó en tres ediciones, entre 1768 y 1777. La edición posterior, la de 1789, incorpora un índice, garantizando así una recepción más amplia. En los años de juventud de Hegel, Moser era uno de los jurisconsultos más leídos, por lo que cabe suponer que el libro pasase también a la colección de excerpta de Hegel. 26 Es posible que la famosa colección de notas de Hegel o esté perdida, o siga escondida en algún ático de Berlín, como sospecha un empleado de la Stiftung Preussischer Kulturbesitz, 23
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fiel toda su vida a este método de producción textual, de probada eficacia. Pero, como observa Friedrich Kittler, en vez de limitarse a copiar las notas recopiladas, Hegel las utiliza de manera radicalmente distinta: el copista pasa a ser artista. En su Fenomenología del espíritu, el espíritu absoluto aparece como una especie de “gabinete oculto de fichas”,27 porque su naturaleza recopiladora se desvanece gracias a las referencias no reconocidas. XI. BIELEFELD, O EL ELOGIO DE LA REFERENCIA CRUZADA La clave para indexar a diario consiste en copiar textos y en excerptar con regularidad. El excerptum extraído representa solo un fragmento del texto fuente; y si bien su contexto pertinente no se explicita, queda recogido en el título de la entrada correspondiente. En otras palabras, el excerptum es un indicador que alude a algo más —y presumiblemente no solo a aquello que es esencial—. Sin embargo, el simple hecho de extraer fragmentos por sí solo no garantiza que la colección tenga un potencial productivo alto. ¿De qué sirve la entrada más sofisticada, elaborada con enorme esfuerzo, si no puede establecer una relación fértil con otras entradas? ¿De qué sirven varias páginas de anotaciones si no configuran una red de conexiones? Aislada, la ficha corre el riesgo de convertirse en un cuerpo muerto; para volver a la vida, debe entrar en relación con el resto del contenido, de ahí que sea primordial, para las notas en tiras de papel, emplear la referencia cruzada. Solo así, las entradas, incorporadas a la colección en diferentes momentos, configurarán una red de relaciones evidentes, trazadas, de manera consciente, por el usuario, o esbozadas inconscientemente por la máquina. Solo así, el fichero o “gabinete de notas” deja de ser un mero instrumento de compilación para convertirse en el asistente del escritor o incluso —como veremos más adelante— en todo un interlocutor en el proceso de la creación de nuevos textos. En efecto, este apparatus da a su usuario mucho más de lo que recibe de él. Al relacionar, mediante las referencias cruzadas, las entradas nuevas con el material antiguo, la base de datos de índices empieza a esbozar asociaciones que sirven no solo para esclarecer las conexiones ya existentes, sino también para generar nexos nuevos y argumentaciones inesperadas.
dificultando así la orientación de las futuras investigaciones. Pero aun así nos podemos hacer una idea sobre su método de anotación. Conservamos varias notas manuscritas que revelan los intereses del joven filósofo: “academia, pedagogía, erudición, conocimiento de los egipcios”; a su vez, los manuscritos de la época de Stuttgart contienen entradas sobre “frailes”, “alma” y “el camino hacia la felicidad en el mundo”. Véase Hoffmeister (1936: 100). 27 Kittler (1997: 197).
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Cabría preguntarse si esta lógica combinatoria (en cuanto que se limita a agrupar, por ejemplo, las mismas palabras clave), no es poco refinada y si acaso no produce conexiones poco coherentes. No obstante, el fichero o el gabinete de notas es capaz de contestar incluso a esta objeción de manera productiva. Denis Diderot, verbigracia, incorporó deliberadamente referencias cruzadas erróneas en la Enciclopedia para estimular la mente del lector.28 Las referencias cruzadas constituyen un elemento indispensable en toda red de relaciones, incluso si establecen conexiones que no parecen llevar a ningún sitio, porque un mismo vínculo, en circunstancias distintas y con otras prioridades de búsqueda, puede crear nuevas constelaciones interesantes. Otro rasgo constitutivo de este tipo de redes en constante expansión es su capacidad de sorprender. Gracias al uso de palabras clave y de formas abreviadas, cada entrada del fichero puede relacionarse de manera precisa con otra. En contraste con el libro, que posee un formato inalterable y un número de conexiones fijo, cada ficha representa una unidad elemental de información finita y ampliable que puede citarse fácilmente; y posee una dirección inequívoca, gracias a su posición en un orden preestablecido o con una numeración designada. “Cada nota no es más que un simple elemento, cuyo valor depende de la red de relaciones y referencias en la que se inserta”.29 Mediante estas conexiones, el usuario puede trazar nuevos vínculos siguiendo la estructura referencial de las entradas, y descubriendo lecturas imprevistas o insospechables. “El fichero se presta a combinaciones que no fueron planeadas, anticipadas o preconcebidas”.30 Precisamente estas alusiones inesperadas y los aspectos que no se habían considerado previamente son los que producen más sorpresas. Pero, ¿cómo adquiere un fichero la capacidad de sorprender? Solo con el tiempo, pues lo que necesitan las estructuras complejas para desarrollarse en toda su plenitud es tiempo. Esto ocurrirá siempre y cuando el usuario vaya alimentando constantemente el sistema con información nueva, añadiendo fragmentos de textos, hechos, pensamientos, excerpta más largos, incluso argumentaciones más extensas, y siempre y cuando los vincule con la estructura referencial existente. La capacidad de sorprender depende del efecto que el excerptum cause en el lector. Si las anotaciones evocan en el usuario lo que estaba pensando cuando las redactó, y si los textos manifiestan relaciones y asociaciones con el resto del contenido, entonces, además de servir de ayuda a la memoria, crean también un horizonte de comparación que va cambiando con el tiempo. Lo que suscita la
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Michel (2002: 38). Luhmann (1993: 58). Luhmann (1993: 59).
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sorpresa en el usuario no es únicamente la diferencia entre aquello que pensaba al redactar la nota y lo que piensa al revisarla —“¡ah, así es cómo lo entendía entonces!”— sino también las posibilidades latentes que desestimó en primera instancia y que ahora, al volver sobre ellas, parecen más prometedoras. El sistema de notas se va configurando y creciendo silenciosamente y de manera algo oculta: el fichero no solo prepara un texto nuevo, sino también el molde de un texto futuro no previsto originalmente. Con todo, su aportación más grande consiste en que las referencias cruzadas crean, casi de manera autónoma, material extra de argumentación, y ayudan al lector a anclar sus impresiones y asociaciones. Este principio de conexión (celebrado, bajo el nombre de hipertexto, por los apologistas de la era digital) fue empleado anacrónicamente por Niklas Luhmann en su fichero en forma de gabinetes de madera. Mientras que otros se habían pasado desde hacía tiempo a bases de datos electrónicas, Luhmann, aún a finales del siglo xx, era partidario de la madera, el papel y la tinta.31 XII. BERLÍN, O LA PAULATINA ELABORACIÓN DE LAS IDEAS ALMACENADAS Cuando el gabinete o el fichero alcanza una masa crítica de entradas y de referencias cruzadas, ofrece una forma comunicativa específica, un proceso auténticamente poetológico de producción de conocimiento que conduce hacia resultados inesperados. Esta afirmación (que representa, a la vez, el principio básico del manejo de fichas desde que Conrad Gessner las “inventase”) se basa en el hecho de que las innovaciones jamás aparezcan ex nihilo (ya se trate de una idea, de una argumentación sofisticada, o de la invención de un artefacto), sino que son resultado de una enriquecedora recombinación de lo ya existente.32 En el siglo xx, los partidarios del sistema de catalogación con fichas, como Niklas Luhmann, consideran que un aparato de papel y madera puede ser un socio en pie de igualdad, un excelente y estimulante compañero de comunicación. Esta idea, no obstante, puede encontrarse ya en la imagen metafórica de Heinrich von Kleist de “comadrona en el parto del pensamiento”,33 en su fascinante ensayo de 1805 titulado Sobre la paulatina elaboración del pensamiento al hablar. “Si hay algo que te gustaría saber y no puedes llegar a ello mediante el discurrir del pensamiento, mi consejo, mi ingenioso amigo, es que hables acerca de ello
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Krajewski (2013). Son muchos los defensores de esta idea, desde Conrad Gessner a mediados del siglo xvi, Bertolt Brecht o Martin Heidegger, hasta los sociólogos de la ciencia contemporáneos como Bruno Latour. 33 N. T.: Traducimos así la expresión original, “midwifery of thought”. 32
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con el primer conocido que te encuentres”.34 La tensión beneficiosa, fruto de las expectativas del interlocutor, hace que surjan nuevas ideas que van tomando cuerpo a lo largo de la conversación. La simple presencia de un interlocutor basta; no es necesario que este responda agudamente ni tan siquiera que haga nada. “Es extrañamente estimulante el hecho de tener enfrente una cara mientras hablamos; a veces una mirada que indique que se ha entendido una idea formulada solo a medias nos da la clave para expresar la mitad restante”.35 La premisa de Kleist es que para enunciar con claridad lo que sabemos hace falta un catalizador, un compañero de comunicación. Pero, ¿qué se consigue con la mera presencia de un interlocutor? Hace de “comadrona en el parto del pensamiento”,36 término que Kleist tomó de Kant. Sin el interlocutor, se da una bancarrota intelectual; en cambio, con un compañero, aflora la riqueza. No es casualidad que las primeras colecciones de analectas y excerpta apareciesen, igual que el papel moneda, en el siglo xvi. Según Kleist, la expresión facial de por sí es una fuente de inspiración; una mirada cómplice que exprese la comprensión de una idea enunciada solo a medias ya basta. Se podría objetar que mirar a un fichero de madera es, cuanto menos, poco inspirador. Sin embargo, cambiemos “la interfaz” entre una persona y el aparato por “el rostro humano”; y sustituyamos la palabra “mirada” por “roce”. Porque es el suave roce, el trajín de las notas, la interacción con este interlocutor silencioso, lo que hace brotar una idea y motiva al interlocutor a que hable y nos proporcione “respuestas ingeniosas”, para usar la expresión de Kleist. El fichero o el gabinete de notas representa una interfaz que va más allá de una simple mirada alentadora, porque al mínimo contacto, proporciona palabras clave que estimulan al usuario a desarrollar sus ideas con mayor profundidad. Así pues, este silencioso confidente puede convertirse en un auténtico compañero de conversación. Para ambos interlocutores, la extensa red de referencias cruzadas previene que las palabras clave parezcan arbitrarias. Poco a poco, a medida que avanza la interacción, las conexiones se van acumulando en el fichero como si fueran una “especie de memoria secundaria”.37 Y esta segunda memoria adquiere una independencia mayor de lo sugerido por Kleist, si interviene en el proceso de pensamiento del usuario. Comparado con la cara silenciosa de una persona, el gabinete o fichero, en cuanto interfaz, ofrece aún una ventaja más: proporciona respuestas precisas a 34
Kleist (1997: 405). Kleist (1997: 406). 36 Véase Kant (1996, 2-II, Doctrina del método ético [Doctrine of the Methods of Ethics], 1, § 50), sobre la relación entre el alumno y el profesor, “comadrona en el parto de sus pensamientos” (“the midwife of his thoughts”). 37 Luhmann (1993: 57). 35
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búsquedas específicas, pero, por encima de todo, posee la capacidad infalible de recordar asociaciones y de establecer vínculos asociativos automáticos. Cada input queda almacenado y es recuperable, ya sea como un trozo aislado de información, o bien como la base de una línea argumentativa de mayor entidad. El diálogo con esta memoria secundaria presupone la confianza en que el aparato devolverá de manera fiel toda la información almacenada, y también que esta información generará futuro conocimiento. Para recurrir, una vez más, a las palabras de Kleist: “Porque no somos nosotros los que tenemos conocimiento de las cosas, sino que es una determinada condición de nosotros mismos la que sabe”.38 El apparatus retiene todos estos posibles estados de conocimiento. En su capacidad de conectar elementos preestablecidos, consigue una configuración de estados potenciales de saber. El usuario se limita a actualizarlos en un momento y en una combinación determinados. Como reza una de las premisas de la filología, “el texto sabe más que su propio autor”. Esta frase es perfectamente extrapolable a la relación entre los gabinetes o ficheros y sus usuarios. Los fragmentos textuales dispuestos por el gabinete en su conectividad potencial ofrecen incomparablemente más puntos de contacto de los que pueda imaginar el usuario. De este modo, la interfaz proporciona toda una gama de conexiones posibles y, con ellas, líneas de argumentación potencialmente nuevas. Las notas saben más que su autor, porque almacenan estados de conocimiento y (a través del contacto con la interfaz) ayudan a catalizar futuros pensamientos. Pero, ¿hasta qué punto permanece la historia de este pequeño apparatus y su función como “comadrona en el parto del pensamiento” como algo meramente teórico? O, ¿hasta qué punto puede iluminar la naturaleza de la relación entre el erudito y su fichero privado? Podría contestarse que la comunicación entre el usuario y una base de datos es forzosamente teórica, en el sentido etimológico de la palabra theoria, es decir, “visión”, pues los gabinetes con las notas en tiras de papel permiten al usuario, en un solo vistazo, entrever potenciales constelaciones y argumentaciones y considerar, simultáneamente, diferentes perspectivas. La teoría no es otra cosa que esto, al menos en términos etimológicos. Depende de los usuarios identificarse con una visión particular y seleccionar lecturas o líneas argumentales para su propia producción textual atendiendo, como fundamento, a la práctica científica.
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XIII. COMPARACIÓN DE SISTEMAS: ANALÓGICO/DIGITAL Es de gran importancia establecer cómo evoluciona el uso de las fichas después del cambio epistémico que se produjo con la llegada del ordenador. Como ocurrió con la imprenta (la primera revolución epistémica en la breve genealogía que hemos trazado), que trajo consigo cambios trascendentales en los métodos de anotación —las letras discretizadas de la caja corresponderían a la división de notas en hojas sueltas—, también el paso hacia medios electrónicos conlleva importantes innovaciones. Una de las mayores diferencias entre la madera y el silicio, por ejemplo, consiste en la velocidad de acceso: la búsqueda de cadenas arbitrarias de letras en el conjunto de la información almacenada es mucho más rápida que el ir hojeando, manualmente, las páginas. Además, los ordenadores permiten almacenar grandes cantidades de textos, e incorporar formatos multimedia como el vídeo o el audio. Aún hay más ventajas, relacionadas, sobre todo, con la movilidad. El reader-friendly fichero electrónico, comparado por ejemplo con el apparatus de Luhmann, permite transportar, cómodamente, todas las notas en un USB, junto con el programa correspondiente. Con todo, la aportación decisiva de la gestión digital de la información, en contraste con los métodos analógicos, consiste en que puede tomar impulso por sí mismo, siempre que el software haya sido programado hábilmente. Entonces, el fichero electrónico, si posee determinadas funciones (como por ejemplo el principio de aleatoriedad, o la independencia a la hora de establecer conexiones) se convierte en un interlocutor, un consejero y un refinado generador de textos, dotado del potencial de recombinación y de contingencia. A diferencia del sistema de Luhmann, traza conexiones de manera independiente y propone sugerencias a la luz de la bibliografía relevante. La historia del uso de fichas está marcada por dos acontecimientos estremecedores (el incendio de la Biblioteca de Alejandría de manos del califa Omar, por un lado, y el ‘auto de fe’ en la Bebelplatz de Berlín, la Quema de Libros, en 1933, por otro), y simbólicamente puede representarse, por lo tanto, con la alegoría del fuego. En cambio, la historia mucho más breve de la gestión electrónica de textos parece estar dominada por la imagen del agua, en el sentido de que el conocimiento amenaza, constantemente, con inundarnos. Por ello, al fichero electrónico hay que supervisarlo como si fuese un aprendiz de mago: debe estar vigilado constantemente, para que no desarrolle demasiada autonomía, eso es, para que no almacene información innecesaria que pueda dificultar el acceso y entorpecer las decisiones del usuario. Como en el poema de Goethe, “Aprendiz de brujo”, hay que evitar que, al igual que el agua, la información acabe por inundarlo todo. Además, para seguir con la analogía, este procesador de textos debe estar controlado siempre, sobre todo si el ordenador tiene acceso a internet.
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De otra manera, el ‘aprendiz de brujo’ podría facilitar nuestras propias notas a demasiados usuarios indeseados. BIBLIOGRAFÍA Birus, Hendrik, Vergleichung: Goethes Einführung in die Schreibweise Jean Pauls, Stuttgart, J. B. Metzlersche Verlagsbuchhandlung, 1986. Böck, Dorothea, “Die Taschenbibliothek oder Jean Pauls Verfahren, das ‘Bücher-All’ zu destillieren”, en Inge Münz-Koenen, Wolfgang Schäffner, eds., Masse und Medium: Verschiebungen in der Ordnung des Wissens und der Ort der Literatur 1800/2000, Berlin, Akademie-Verlag, 2002, pp. 18-40. Canfora, Luciano, Die verschwundene Bibliothek, Berlin, Rotbuch Verlag, 1988. Flanzraich, Gerri Lynn, The Role of the Library Bureau and Gaylord Brothers in the Development of Library Technology, 1876-1930, New York, Columbia University (Doctoral dissertation), 1990. — “The Library Bureau and Office Technology”, Libraries & Culture, 28, 4 (1993) 402-429. Gessner, Konrad, Pandectarum sive Partitionum universalium, Zürich, Christoph Froschhauer, 1548. Hagen, Wolfgang, ed., Warum haben Sie keinen Fernseher, Herr Luhmann? Letzte Gespräche mit Niklas Luhmann, Berlin, Kulturverlag Kadamos, 2004. Heesen, Anke te, “The Notebook: A Paper Technology”, en Bruno Latour, Peter Weibel, eds., Making Things Public, Cambridge, MIT Press, 2005, pp. 263-286. — Der Zeitungsausschnitt: Ein Papierobjekt der Moderne, Frankfurt am Main, Fischer Taschenbuch Verlag, 2006. Hoffmeister, Johannes, ed., Dokumente zu Hegel’s Entwicklung, Stuttgart, Fr. Frommans Verlag, 1936. Jean Paul (Johann Paul Friedrich Richter), “Die Taschenbuchbibliothek” [1796], en Norbert Müller, ed., Sämtliche Werke, part. 2, vol. 3, Jugendwerke und vermischte Schriften, Frankfurt am Main, Zweitausend, 1996, pp. 769-773. Kant, Immanuel, The Metaphysics of Morals [1797], Mary J. Gregor, trans., Cambridge, Cambridge University Press, 1996. Kayser, Albrecht Christoph, Ueber die Manipulation bey der Einrichtung einer Bibliothek und der Verfertigung der Bücherverzeichnisse: nebst einem alphabetischen Kataloge aller von Johann Jakob Moser einzeln herausgekommener Werke - mit Ausschluß seiner theologischen - und einem Realregister über die in diesem Kataloge nahmhaft gemachten Schriften, Bayreuth, Verlag der Zeitungsdruckerei, 1790. Kittler, Friedrich, “Memories Are Made of You”, en Peter Koch, Sybille Krämer, eds., Schrift, Medien, Kognition: Über die Exteriorität des Geistes, Tübingen, Stauffenburg Verlag, 1997, pp. 187-203. Kleist, Heinrich von, “On the Gradual Production of Thoughts Whilst Speaking” [1805], en David Constantine, ed. & trans., Selected Writings, Indianapolis, Hackett Publishing, 1997, pp. 405-409.
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EXCERPERE: ENTRE LA SELECTIO Y LA ABBREVIATIO Paolo Cherchi
El bello libro de Alberto Cevolini, De arte excerpendi,1 vuelve a plantear el tema de los “libros de lugares comunes”2 y de los florilegia que brotaron al abrigo de la invención de la imprenta y que tuvieron una enorme difusión durante los dos siglos posteriores. Su investigación nos revela la existencia de una literatura específica acerca de los métodos de clasificación, que derivó en los libros de lugares comunes o que deducía de ellos las normas de una determinada organización del saber. Su libro, sin embargo, no es solamente eso: los manuales en cuestión nacen en un momento de crisis epistémica originada por el paso del manuscrito al libro, de una cultura “oral” a una cultura “visual” o “libresca”; y Cevolini se adentra en el meollo de los grandes problemas gnoseológicos que ponen en cuestión el saber medieval y preparan el advenimiento de modalidades nuevas. Las observaciones de Cevolini acerca de la revolución cultural ‘gutenberguiana’ son agudas y profundas, y nos permiten comprender el modo en que el mundo de la ‘Modernidad’ nace del olvido del mundo ‘antiguo’ o sencillamente ‘pasado’. Tal olvido no fue, con todo, absoluto, porque el pasado quedaba ‘archivado’, y por lo tanto estaba siempre disponible y consultable, a condición de que su clasificación se realizara de forma racional y fácilmente manejable. El presente trabajo no alberga la ambición de explicar unos fenómenos de tamaño alcance, sino que aspira únicamente a explicar en detalle cómo nace 1
Cevolini (2006). Sobre estos libros, véase Moss (1996). En relación con el valor pedagógico de dichos repertorios, véase Nakládalová (2012b). 2
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un libro de lugares comunes y, sobre todo, cómo ese libro contribuye después a generar otros de naturaleza distinta, a saber, cómo se trasvasa un repertorio de lugares comunes en latín a otros libros en lengua vulgar, y cómo estos, a su vez, contribuyen a crear una cultura de sabor clasicizante y paraenciclopédico, capaz de entretener con catálogos de anécdotas y de datos eruditos. Para que dicho proyecto tuviera éxito, los autores en vulgar tenían que repetir algunas de las técnicas adoptadas por los autores de sus modelos en latín, y entre estas eran fundamentales las operaciones de abbreviatio y de selectio, es decir, de “adelgazamiento” y de “cribado”. No obstante, al no poder estudiar el fenómeno en toda su amplitud, deberemos limitarnos a ofrecer solo una muestra, deteniéndonos en un repertorio de lugares comunes —la Officina de Ravisio Textor— y en dos autores en vulgar, uno español, Pedro Mexía, y otro italiano, Tomaso Garzoni, el primero autor de un florilegio y el segundo, de un tratado moral. Para iniciar nuestro estudio, tenemos que imaginar la sorpresa del mundo cultural cuando en 1506 aparecieron los dos volúmenes in folio de los Commentarii urbani de Raffaele Maffei, más conocido como el Volterrano. Se trataba de una interminable enciclopedia muy distinta, por su taxonomía y por su contenido, de las enciclopedias medievales y cuatrocentistas, empezando por el Tresor de Brunetto Latini y terminando por la Summa de san Antonino de Florencia. Los Commentarii también eran muy distintos del difundidísimo Supplementum Chronicarum de Jacopo Foresti, llamado el Bergamasco, e incluso de la todavía más famosa Polyanthea de Nanni Mirabelli, aparecida casi al mismo tiempo en 1507. Un mundo acostumbrado durante siglos a ver distinctiones —esto es, un tipo de enciclopedia-diccionario limitado exclusivamente a la materia de las Sagradas Escrituras (Summa Abel de Pietro Cantore, Summa Britonis de Guillermo el Bretón, por citar solo algunas)— estaba admirado al ver una enciclopedia “laica” en la que se inventariaba y recogía todo lo cognoscible en relación con la antigüedad, resucitado gracias a la filología humanística. La obra se dividía en tres grandes partes: geographia, anthropologia (¡quizás la primera documentación de la palabra!) y philologia. En ella se podía encontrar, por ejemplo, el nombre del río que atravesaba Frisia, y averiguar también quién lo navegó. Quien deseaba saber algo sobre un personaje antiguo, y tal vez enterarse de alguna anécdota, podía estar seguro de encontrarlo en el almacén del Volterrano. Quien buscaba informaciones sobre un libro de Aristóteles, podía hallarlas en la sección philologia de los Commentarii urbani. Quien buscaba datos de este tipo extraídos de los textos antiguos conocidos hasta la fecha, podía recurrir a unos índices extremadamente precisos, ordenados por materia y por autores, sin los cuales el “cazador” se perdería por aquellos vastos territorios. Maffei vació una infinidad de textos, en los que rastreaba datos que a continuación ordenaba de forma que fueran fácilmente accesibles. Con un repertorio de este tipo al alcance de la
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mano, el lector podía “olvidar” lo que había aprendido en los libros, porque los Commentarii bastaban por sí mismos para que volviese a encontrarlo. Otra obra acogida con gran entusiasmo fueron las Antiquarum lectiones (1516) de Ludovico Celio Ricchieri di Rovigo, más conocido como Celio Rodigino (o Rhodigino). Era una obra de otro tipo, un florilegio más que una enciclopedia. Si bien es cierto que poseía una estructura, no era tan práctica como la de los Commentarii urbani. Por ejemplo, el primer libro está dedicado a Dios y a los problemas de la creación; el tercero está dedicado al cuerpo humano, pero solo a la cabeza y el rostro, por lo que también se habla del vello de la barba y las cejas; el cuarto está dedicado a los dientes... y todo ello siempre salpicado de opiniones filológicas o filosóficas y morales. Las Lectiones son muy ricas en materiales y bastante voluminosas, y solo un índice muy preciso hace posible su consulta. También Rodigino había vaciado incontables textos y había extraído de ellos “joyas” o datos curiosos y notables, sobre los que elaboraba sus consideraciones. La obra pertenece al género de los florilegia, afín ya desde el título a la Silva de varia lección de Pedro Mexía. Pero la obra que reemplazó a ambas fue la Officina: al menos así sucedió con los autores de obras en vulgar, para quienes la vastedad de los Commentarii y de las Lectiones resultaba aparatosa. El título, Officina partim historijs partim poeticis referta disciplinis, anunciaba de forma genérica el propósito de la obra, porque el término officina, con su significado de “taller”, indicaba un armario para las herramientas de trabajo. En efecto, la obra solo tiene sentido si se considera en términos de manual didáctico. Su autor, Jean Tixier Seigneur de Ravisy, latinizado como Ravisius Textoris, era profesor de Retórica en el Collège Navarre de París y, a partir de 1520, rector de la Universidad de París. Sus obras más importantes parecían abordar las distintas áreas de la retórica: el Specimen epithetorum (1518) se ocupaba de la elocutio, la Officina de la inventio, y el De Prosodia libri IV afrontaba los temas de la actio; además, la referencia específica a los campos de la historia y la poética contenida en el subtítulo de la Officina debía dejar pocas dudas sobre las competencias profesionales del autor. La Officina se publicó en 1520 (la noticia sobre una edición de 1505 es completamente infundada) y tuvo un número elevadísimo de ediciones (más de cincuenta), la última de las cuales data de 1669. Entre la primera y la última edición existen diferencias notables que no afectan tanto al contenido como a la dispositio, aunque a partir de la edición de Conrad Wolfstein (Lycosthenes) de 1552 y posteriormente desde la de Natale Conti, el material halló su configuración casi definitiva. La Officina se compone de 350 capítulos en total, agrupados bajo siete tituli, que se disponen en el orden siguiente: I) “De diis eorumque cultu”; II) “De mundo”; III) “De tempore et eius partibus”; IV) “De homine”;
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V) “De magistratu”; VI) “Artes et artifices”; VII) “De variis virtutibus ac vitiis”.3 Cada título se divide en capítulos y, para dar una idea de lo que contienen, baste reproducir el índice del título sexto: De novem musis — De praeceptoribus et paedagogis — De Gymnasiis — De memoria claris — De iis qui memoria exciderunt — De aliis quibusdam qui facienda oblivioni tradiderunt — De viris doctis in magno precio ac honore habitis — De iis qui literarum et literatorum fuerunt amantissimi — De indoctis ac iis qui literas oderunt — De mulieribus doctis — De iis qui multa scripserunt — De iis qui de rebus modicis opera scripserunt — De laboriosis ac diversarum artium peritis — De bibliothecis memorabilibus — De magia — De Veneficis — De Astrologis — De Hyadibus — De Hesperidibus — De Pleiadibus — De Geometris — De Sophistis — De Oratoribus — De Poetis latinis — De Poetis Graecis — De synonimis quibusdam poeticis — De argumentis poeticis ab impossibili desumptis — De poeticis descriptionibus quibus docemur aliquid longe lateque fieri — De poeticis descriptionibus, quibus magnus ac frequens numerus exprimitur — De poeticis descriptionibus quibus cursus velocissimus exprimitur — De praeconibus — De musica et instrumentis musicis — De musicis ac cantoribus — De iis qui citharaedicam artem exercuerunt — De iis qui tibia cecinerunt — De iis qui tuba claruerunt — De Syrenarum cantu — De Historiographis — De Medicis ac Pharmacopolis — De unguentis variis ac pharmacis — De oleo — De potionibus diversis — De excrementis purgationibus humorum — De Grammaticis — De notis Hierogliphicis — De Histrionibus ac fabularum Actoribus — De diversis ludorum generibus — De spectaculis variis — De spectaculis magnificis impensis editis — De arte athletica — De Atletis, luctatoribus ac pancratistis — De Gladiatoribus — De Cursoribus velocissimis — De Pictoribus ac picturis diversis – De Mulieribus, quae pictura artem exornarunt — De pigmentis — De coloribus — De Sculptoribus, caelatoribus, statuariis, ac marmoraris — De iis, qui artibus fabrilibus excelluerunt — De Architectis nobilioribus — De diversorum aedificiorum ac locorum conditoribus — De septem orbis miraculis — De aliis operibus et aedificiis sumptuosis — De lanificiis ac texturae peritis — De Tonsoribus ac vario apud diversos tondendi ritu — De arte fullonica — De Figulis — De re nautica — De Nautis — De Argonautis — De periculis marinis — De navigiorum diversis generibus — De navium propriis nominibus — De vocabulis ad rem nauticam spectantibus — De Piscatoribus et urinatoribus — De Piscinariis — De Venatoribus — De Aurigis ac equorum domitoribus — De ianitoribus — De Portitoribus vel portarum custodibus — De Pastoribus et armentariis — De coquinaria et cocis diversis — De Vespillonibus vel cadaverum tumulatoribus — De mangonibus, ac aliarum professionum hominibus — De denominationibus
3 Para el orden de los libros y los fragmentos citados seguimos la edición de Venecia, Milochum, 1658. Para facilitar la comparación con otras ediciones, indicamos únicamente el titulus y el capítulo, en lugar de la página de la edición consultada.
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a variis artium professionibus — De artificum officinis — De repositoris rerum diversarum — De diversorum artificum operibus — De ciborum diversis speciebus — De panificiis placentarum diversis generibus — De mensarum deliciis, ac cibis quibusdam delicatissimis — De cibis quibusdam hominibus gratis, ac diverso populorum victu — De vestitu ac variis vestimentorum speciebus — De gentium diversarum proprio ac usitato vestitu — De vestimentis quibusdam memorabilibus — De calceamentorum diversis generibus — De poculorum vasorumque diversis generibus — De sacculorum variis nominibus — De subselliorum diversis speciebus — De vehiculorum variis generibus — De diversarum rerum inventoribus — De iis qui propriis inventis perierunt
Si se imagina un índice igual de extenso y variado para los demás tituli o libros, se intuirá la riqueza de los materiales incluidos en la Officina: desde los nombres de las divinidades paganas hasta una reseña de los ríos y montañas, desde una lista de leyes y legisladores hasta una enumeración de mudos, apestosos, castos, crueles, justos, borrachos, lujuriosos, prostitutas, retahílas interminables de armas, de inventores y de muchísimos otros temas, tanto históricos como naturales. Los materiales son elaborados siempre como puñados de anécdotas o de datos al desnudo, normalmente dispuestos en orden cronológico y alfabético, situando en primer lugar a los bárbaros (las civilizaciones prehelénicas) y después a los griegos, los latinos y, finalmente, a los modernos. Los bárbaros y los modernos son por lo general los menos numerosos, incluso a menudo están ausentes, hasta el punto de que puede tenerse la impresión general de que la Officina solo recoge materiales grecorromanos. Lo confirma también el hecho de que en la gran mayoría de los casos los autores vaciados sean griegos y latinos; no se recurre prácticamente nunca a las Sagradas Escrituras, raramente se citan autores de la patrística, mientras que son más frecuentes, aunque esporádicos en su conjunto, las referencias a los humanistas. Las anécdotas van acompañadas casi siempre de la indicación de la fuente de la que se han extraído, mientras que los datos materiales -como, por ejemplo, los tipos de calzado (VI: “De calciamentorum diversis generibus”), no siempre se remiten a una fuente. La Officina es el fruto de una vasta operación de vaciado de los clásicos, con el propósito de recoger materiales para la inventio de quien escribe y necesita ejemplos o datos antiguos y no tiene tiempo o posibilidad de hacer búsquedas específicas para encontrarlos. Para responder a dicha necesidad, Ravisio recoge todos aquellos materiales que logra recabar en su rastreo, para que la abundancia o copia pueda, a su vez, ofrecer un abanico de posibilidades para quien recurra a su riquísimo almacén. Para facilitar la visita, organiza su colección en varias sedes principales, correspondientes a los tituli indicados. Estos se subdividen en sedes menores o loci, debidamente señalizados con un lema apropiado: así, por
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ejemplo, en el primer titulus, “De diis”, hallamos una sede o locus reservado a los “dii marini”, otra a los “dii nemorum” y así sucesivamente; bajo el titulus “De mundo” encontraremos capítulos sobre los mares, las fuentes, los ríos y otros temas pertenecientes a la geografía. Gracias a este sencillo sistema de catalogación, la Officina puede prescindir de índices de materias y de autores y remitir a los lectores únicamente al índice de los tituli y de los loci. Quien quiera recabar materiales, solo tiene que pensar en una palabra clave, un término que sirva de lema “temático” para un capítulo, y a partir de él hojear la Officina como se hojearía un repertorio bien organizado según los principios de la mejor ars excerpendi. En su conjunto, la Officina era una especie de tópica, donde los loci no eran lugares de la argumentación lógica o retórica, sino más bien casillas llenas de historia y de datos específicos. La Officina no era una obra original en cuanto a los materiales seleccionados: ya los contemporáneos hablaron del plagio de los Commentarii urbani y, especialmente, de las Lectiones. No obstante, precisamente la existencia de tales acusaciones revelan la originalidad de la Officina, porque Ravisio logró exhibir su mercancía robada con una presentación tan novedosa que conquistó un mercado amplísimo, llegando a tener consumidores allí donde otros modelos no conseguían llegar, a causa de su peso agobiante.4 Ravisio conseguía ser ligero y ágil allí donde los demás mantenían un altísimo tono docto y la actitud aristocrática propia de los humanistas. La Officina era menos rica que los Commentarii (por ejemplo, le faltaba toda la parte philologica), pero menos farragosa en su conjunto; era mucho menos entretenida que las Lectiones, pero estaba mucho mejor organizada. Ravisio presentaba los materiales seleccionados con una elegancia concisa y libre de ropajes morales o filológicos, de forma que lograba una neutralidad y pureza de datos de los que todo el mundo podía apoderarse sin dejar rastro del préstamo. Incluso cuando los resultados del vaciado eran extensísimos —cientos y cientos de datos y anécdotas—, el compromiso de ser lineal y conciso no se escamotea nunca. El autor aplicaba rigurosamente la técnica de la abbreviatio, que permitía llenar los loci de un grandísimo número de materiales y hacerlos todos importantes en la misma medida. Empecemos a ver la forma en que Ravisio abrevia los datos desde el momento mismo en que los recolecta. En el primer caso escogemos un texto antiguo, una página de Séneca, que posteriormente es excerptada por Celio Rodigino, más tarde por Ravisio Textor, y por último por un escritor en vulgar: se trata de una especie de cascada que arroja luz sobre un componente fundamental del
4 Acerca de la obra de Ravisio y su fortuna, véanse Mignon (1913); Trueblood (1958); Vosters (1975); Ong (1976); Infantes (1988); Ruiz Pérez (1984); Cocchetti (1991); Conde, García Rodríguez (2002).
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labor excerpendi, esto es, la reducción de los datos extraídos a una unidad narrativa o histórica, o también natural o artificial. El texto al que pertenece se halla en una epístola de Séneca: Aliud litterarum genus adiutorium admittit. Calvisius Sabinus memoria nostra fuit dives; et patrimonium habebat libertini et ingenium; numquam vidi hominem beatum indecentius. Huic memoria tam mala erat ut illi nomen modo Ulixis excideret, modo Achillis, modo Priami, quos tam bene noverat quam paedagogos nostros novimus. Nemo vetulus nomenclator, qui nomina non reddit sed inponit, tam perperam tribus quam ille Troianos et Achivos persalutabat. Nihilominus eruditus volebat videri. Hanc itaque compendiariam excogitavit: magna summa emit servos, unum qui Homerum teneret, alterum qui Hesiodum, novem praeterea lyricis singulos adsignavit. Magno emisse illum non est quod mireris non invenerat, faciendos locavit. Postquam haec familia illi comperata est, coepit convivas suos inquietare. Habebat ad pedes hos, a quibus subinde com peteret versus quos referret, saepe in medio verbo excidebat. Suasit illi Satilius Quadratus, stultorum divitum adrosor et, quod sequitur, adrisor, et, quod duobus his adiunctum est, derisor, ut grammaticos haberet analectas. Cum dixisset Sabinus centenis millibus sibi constare singulos servos, “Minoris” inquit “totidem scrinia emisses”. Ille tamen in ea opinione erat un putaret se scire quod quisquam in domo sua sciret. Idem Satellius illum hortari coepit ut luctaretur, hominem aegrum, pallidum, gracilem. Cum Sabinus respondisse: “Et quomodo possum? Vix vivo”, “Noli, obsecro te” inquit “istuc dicere: non vides quam multos servos valentissimos habes?” Bona mens nec commodatur, nec emit; et puto, si venalis esset, non haberet emptorem: at mala cotidie emitur.5 5 Séneca, Epistolae ad Lucilium, XXVII, “El esfuerzo por la virtud, bien supremo, es una labor personal”, 5-8. Para facilitar la lectura de los pasajes siguientes, reproducimos aquí la traducción del texto original de Séneca (N. T.): “Otra clase de obras admite la colaboración. Calvisio Sabino, en nuestra época, fue un hombre rico; poseía tanto el patrimonio de un liberto como su carácter: jamás he visto opulencia más indecorosa. Era tan mala su memoria que se le olvidaba ora el nombre de Ulises, ora el de Aquiles, ora el de Príamo, héroes que conocía con la misma perfección con que nosotros reconocemos a nuestros pedagogos. Ningún nomenclátor decrépito, que en lugar de repetir los nombres se los inventa, designaba con tantos errores las tribus como aquel lo hacía con los troyanos y aqueos; no obstante quería pasar por erudito. Así, pues, discurrió este procedimiento expeditivo: con gran desembolso compró esclavos; uno que supiese de memoria a Homero, otro a Hesíodo, además asignó otro a cada uno de los nueve líricos. Que los hubiera comprado con gran dispendio no debe extrañarte; no los había encontrado preparados, los ajustó para que los preparasen. Una vez adiestrada esta servidumbre, comenzó a incordiar a sus invitados. Tenía a sus pies a estos esclavos, a los que pedía sin cesar le sugiriesen versos para repetirlos, pero a menudo se perdía en medio de una frase. Satelio Cuadrato, parásito de los ricos insensatos, en consecuencia, bufón y, cualidad inherente a estas dos, su mofador, le aconsejó que se hiciera con gramáticos para recoger frases. Como le hubiese indicado Sabino que cada uno de los siervos le costaba cien mil sestercios, él le replicó: ‘A menor precio hubieras comprado otros tantos archivos’. Con todo, aquel hombre persistía en creer que él sabía tanto como otro cualquiera en su casa. El
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Veamos ahora cómo extractó Ludovico Celio Rodigino el texto senequiano: Calvisium Sabinum hominem sane divitem, ita fuisse memoria nulla, scribit Seneca, ut illi modo Ulyssis excideret, modo Achillis, modo Priami, quos tam bene noverat, quam paedagogos nostros novimus: nihilominus eruditus volebat videri. Quamobrem compendiariam excogitavit. Magna summa servos emit: unum qui Homerum teneret, alterum, qui Hesiodum, et novem praeterea Lyricis singulos assignavit. Postquam vero haec illi familia comparata est, coepit convivas vexare: habebat ad pedes hos a quibus subinde quum peteret versus quos referret, saepe in medio versu excidebat. Suasit illi Satellius Quadratus, stultorum divitum arrosor, et quod sequitur arrisor, et quod duobus his annexum est, derisor, ut grammaticos haberet analectas. Erat enim in ea opinione, ut putaret se scire, quod quisquam in domo sua sciret. Et perinde etiam posset, idem Satellius illum hortari coepit, ut luctaretur, hominem aegrum, pallidum, gracilem: quum Sabinus respondisset Et quo modo possum, vix vivo. Noli obsecro (inquit) dicere. Nonne vides, quam multos servos valentissimos habes? Hactenus Seneca.6
La elaboración de Celio Rodigino es casi literal. Está ausente, en cambio, la consideración final de Séneca acerca de la imposibilidad de poder comprar determinados bienes (falta también el pasaje introductorio, que nosotros no reproducimos tampoco). En realidad, ya desde el título que Celio Rodigino da a su capítulo (“Calvisii Sabini memoria prope nulla. Grammatici analectae qui sint. Item analectides quid, et analecta, et apodectae, vel apodectai. Antiquarij Apocleti”) se colige que su interés principal es de naturaleza lingüística, y más concretamente léxica. Puesto que este aspecto ocupa el resto del capítulo, podemos imaginar que esto es lo que ha impulsado a Rodigino a seleccionar el fragmento y extractarlo. Veamos ahora cómo la Officina retoma el texto de Celio Rodigino: Seneca scribit, Calvisium Sabinum tam fragili, aut nulla potius extitisse memoria, ut illi modo Ulyssis, modo Achillis, modo Priami, nomen excideret, quos tamen noverat optime.7
propio Satelio se puso a exhortarle a la práctica de la lucha a él, hombre enfermizo, pálido, endeble. Mas como Sabino le hubiera preguntado: ‘cómo puedo conseguirlo? ¿Apenas si me sostengo’, le respondió: ‘No hables así, te lo suplico: ¿es que no ves cuántos son los esclavos robustísimos que posees?’ La sabiduría ni se presta, ni se compra, y pienso que si estuviera en venta no tendría comprador; por el contrario, la insensatez se compra diariamente”. Séneca (1986: 212). 6 Rodigino (1593: col. 616-617). 7 Textor (1658: tít. VI, cap. “De iis qui memoria exciderunt”).
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Aquí el texto de Séneca se reduce a su mínima expresión; en realidad, a la presentación de las anécdotas propiamente dichas que relata Séneca. Ravisio habría podido extraer lo esencial de su anécdota bien de Séneca o de Rodigino, pero ese “nulla memoria” hace que nos inclinemos por el segundo. Ravisio elimina las menciones a la riqueza y al hecho de que era un “liberto”, puesto que, al suprimir las anécdotas, carecerían de cualquier valor narrativo. De cualquier forma, conserva los elementos esenciales para poder situar a Calvisio Sabino entre los “olvidadizos”. Ravisio obvia los datos acerca de los apuntadores y de la ironía sarcástica de Satelio Cuadrato, porque el primero habría alargado demasiado la anécdota, que en el original se quedaba sin una “conclusión” o un auténtico desarrollo, y el segundo podía ser relevante para otro locus, tal vez el del tema del “hablar jocoso”. Con todo, la anécdota seguía siendo igual de interesante, por su referencia a una falta de memoria tan inusual. De esta forma reducida, el personaje llega a formar parte de los desmemoriados, recordados por Tomaso Garzoni: E Seneca scrive di Calvisio Sabino che dalla natura fu di sì fragile memoria dotato che ora si scordava il nome di Ulisse ora quello di Priamo ora quello di Achille se ben gli aveva innanzi molto a mente.8
Aquí la Officina representa, probablemente, la fuente inmediata, como parece demostrarlo la brevitas y la concurrencia de la “frágil memoria”. Este ejemplo demuestra cómo el encasillamiento de una anécdota en un locus concreto determina la versión a la que a menudo se ha llegado mediante la técnica de la abbreviatio. No hay duda de que la Officina, con su parrilla “topica” que hemos descrito, producía las abreviaciones típicas para los ejemplos y los datos que en ella encontramos; y es que poseían un formato adecuado para ser citados directamente, y esto granjeó a la Officina un éxito enorme, especialmente entre los autores en romance. Veamos otro ejemplo análogo. Esta vez escogeremos una fuente muy tardía o cercana cronológicamente a la Officina; en contrapartida, alargaremos después la perspectiva hacia los arroyos que se ramifican a partir de ella. Y escogeremos de nuevo un texto tomado de las Antiquae lectiones de Celio Rodigino: Quae sit brutorum affectio quorundam in amatoriis, alibi attigimus opinor. Quod ad manum est exemplum ad id ipsum spectans, non praeteribo: ut quam de hircis protuli, sententia corroboretur hoc amplius. Fuisse igitur apud Sybarin pastorem nomine Chratin, comperi, qui in Venerea proclivior, capellam (sicut ei visum)
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Garzoni (1993: 279).
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omnium formosissimam deperire amplius coepit, quandocumque libidinis incentivo acrius extimularetur, eamdemque mire prorsum inibat, ac frequenter, demumque uti amicam grate amplexabatur, nec citra suaviationem crebram. Quin, quod sequens quodammodo est, capellarius amator, quibus illam capi praecipue opinabatur, munuscula identidem, obiiciebat, pabulum videlicet laetius, amoeniusque ut quo etiamnum suavior illi fieret anima, quam labellis labella implicando, sorteque proserpentem etiam reddendo bestiam, haurire universim, ac medullitius affectabat. Insuper stibade accubitisque molliculis haud neglectis quibus velut nympha decumberet, quieti operam impertiens. Interim qui fuerit caprarius ductor, ac ceu antesignanus hircus, haec contemplatus, neglectui haudquamquam sibi censuit habenda, zelotypia concitatus tamquam oestro vehementiore. Sed aperta vi imparem se coniectans, dissimulandam doloris acerbitatem tantisper est arbitratus, donec ulciscendi commodior praestaretur occasio, quae et oblata mox est, dormientem quippe (uti assolet) conspicatus, subsidendi locum arripuit statim, ac quanto maxime valuit impetu, in hostem irruens sinciput ei allisit. Quo tam praeclaro latius disiecto facinore, pastori monumentum insigne structum est, ac de eiusdem nomine fluvio adoptatum cognomen. Ex concubitu autem brutino natum ferunt infantem cruribus matrem qui referret, facie vero patrem. Sed et deorum numerum ascitum, constans tenuit fama: fuitque mox Hylaeum numen, Napaeumque. Id vero sylvestre signat. Siquidem saltus, vocant Graeci νάπας.9
Es un episodio “picante” y ciertamente digno de ser excerptado por su carácter insólito. Por añadidura, es pluritemático, porque un compilador podría interpretarlo como un episodio de amor perverso, otro como una muerte provocada por animales celosos, mientras que un tercero podría ver en él un parto monstruoso y, por fin, un cuarto lo tomaría por una “metamorfosis”. Ravisio Textor escoge las primeras dos interpretaciones, porque las considera suficientes para crear una historia digna de recuerdo, y en función de esta selección reescribe el episodio del pastor Cratis: Chratim legimus apud Syrabym (sic) pastorem fuisse, qui quum in libidinem esset proclivior capellam omnibus formosissimam deperire coepit. Quumque Veneris incendio acrius titillaretur, eam frequenter inibat, ac uti amicam grate amplexabatur, non sine multa suaviatione. Quinetiam munusculas ei offerebat, pabulum videlicet laetius amoeniusque. Molles quoque substernebat accubitus, quibus velut Nympha decumberet, et mollius quiesceret. Quod contemplatus dux gregis hircus aestro zelotypiae agitatus, dormientem adortus est, eique sinciput illisit. Hoc ex historijs Graecis advocant Volaterranus et Caelius.10 9 Rodigino (1593: XXV, 32, col. 1195). El capítulo se titula “Pastor cum capella initus admirabilis: deque inde nato monstruo foetu. Cratis fluvius unde sit appellationem nactus. Interim hircorum zelotypia”. 10 Textor (1658: tit. IV, cap. “De iis qui ferarum morsu sunt estincti”).
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Esta versión se prestaba a ser citada con facilidad, pero podía parecer aún “procaz”. Aunque Ravisio había reducido a una mínima alusión las observaciones sobre la “frecuencia” de las “suaviationes”, sobre el lecho de hojas sobre el que yacía la corderilla y otros detalles sensuales, lo que quedaba era aun así algo impropio para el decoro del período. Lo comprendemos cuando Pedro Mexía selecciona el mismo fragmento de la Officina, pero solo después de haberlo limado todavía más. He aquí el resultado: También es estraño caso el de Cratis, pastor que guardava cabras; que, estando seguro en los montes durmiendo, lo mató un cabrón de su hato, por celos que dél tenía de una cabra, porque en la verdad usaba abominablemente della. Ludovico Celio y Volaterano lo refieren, alegando autores griegos.11
El episodio es recordado en dos ocasiones por Tomaso Garzoni, pero limitándolo al mínimo en cuanto a los narremas: “ti scongiuriamo per l’amore del toro di Pasife, dell’asina di Aristofane efesio, della capra di Cratide pastore [...]”12 y “Di Crati pastore che secondo il Volterrano, impazzì d’una capra”,13 donde la alusión al Volterrano probablemente está extraída de Ravisio, porque el episodio inmediatamente anterior se atribuye a Rodigino, y posiblemente ambos casos proceden de la Officina. Por último, veamos otro episodio del mismo tipo, es decir, con una fuente excerptada primero por Ravisio y después trasvasada a textos en vulgar. El texto base es el de Valerio Máximo, que gozó de enorme fortuna entre los recolectores de anécdotas de la Edad Media y el Renacimiento, y el fragmento elegido pertenece al capítulo “de mortibus non vulgaribus”, título formulado en un estilo que habría podido inspirarse en un locus de la Officina: Philemon autem vis risus immoderati abstulit. Paratas ei ficus atque in conspectu positas asello consumente puerum uti illum abigeret inclamavit. Qui cum iam comestis omnibus supervenisset, “quoniam” inquit “tam tardus fuisti, da nunc merum asello”. Ac protinus urbanitatem dicti crebro anhelitu cachinnorum prosecutus senile guttur salubri spiritus gravavit.14
Ravisio resume el texto e ignora completamente la urbanidad del dicho de Filemón, que después será el motivo de su risa fatal:
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Mexía (2003: 149 ss.). Garzoni (1993: X, 291, “De’ pazzi balordi”). Garzoni (1993: XVIII, 317, “De’ pazzi d’amore”). Valerius Maximus, Dicta et facta memorabilia, IX, 12, ex. 6.
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Philaemon poeta videns asinum ficus mense paratas comedentem, tanto diffluxit gaudio, ut eo expiraverit. auctor Val. Max.15
El episodio se recoge bajo el lema “De gaudio et risu mortuis”: otra vez la coherencia con el tema anunciado en la rúbrica determina la naturaleza de la cita y del texto. Evidentemente, para Ravisio la presencia del siervo y su función no daba más fuerza a la anécdota, en la que todo gira en torno al asno que se come los higos dispuestos en una mesa. La anécdota se había reducido a lo esencial, y quien la citaba tenía dificultades para ampliarla. Por eso aparece idéntica en la Silva de Mexía: Muy graciosa fue también la muerte de Filemón, poeta, que de ver un asno suyo comer unos higos que tenía sobre una mesa, le dió tan gran risa, que se ahogó y murió allí riendose.16
Lo mismo ocurre en Garzoni, quien con seguridad no consultó a Valerio Máximo, pero atribuyó la anécdota a la fuente original, dando por buena la cita de Ravisio: Quest’altra è polita di Filemone poeta, il quale (come narra Valerio Massimo) vedendo un asino che mangiava alcuni fichi posti in mensa, si cacciò tanto a ridere che creppò dalle risa per questa cosa.17
La dependencia de Mexía y Garzoni de la Officina destaca aún más si comparamos su selección con la que habría podido hacer, pero no hizo, François Rabelais. Este, en un pasaje de su Pantagruel repleto de textos tomados de Ravisio, incluye también el episodio de Filemón, pero abandona la versión “breve” aceptada por los demás autores aquí recordados, para retomar a Valerio Máximo e, incluso, adornar el texto: Plus de Philomenes, auquel son varlet, pour l’entrée de dipner, ayant appresté des figues nouvelles, pendant le temps qu’il alla au vin, un asne couillart esgaré estoit entré on logis, et les figues apposées mangeoit religieusement. Philomenes survenent, et curieusement contemplant la grace de l’asne sycophage, dist au varlet qui estoit de retour: “Raison veult, puis qu’à ce devot asne as les figues abandonné, que pour boire tu luy produises de ce bon vin qui as apportée”. Ces parolles dictes, entra en si
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Textor (1658: tít. IV, cap. “De risu et gaudio mortuis”). Mexía (2003: I, 19). La edición de Lerner es difícil de consultar porque ¡carece de un índice de nombres! 17 Garzoni (1993: 300, “De’ pazzi ridicoli”). 16
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excessive guayeté d’esprit, et s’esclatà de rire tant enormement, continuemment, que l’exercise de la ratelle lui tollut tout respiration et subitement mourut.18
Rabelais acentúa los detalles cómicos y lo logra gracias a la presencia del siervo, a quien Filemón ordena servir vino al asno. Quizá Rabelais tuviese motivos para conservar la anécdota en su versión original para acentuar el contraste carnavalesco de lo alto y lo bajo, como ha querido interpretar Bajtín; otros han visto una parodia de la misa en el consumo de higos/vino, y otros más han visto en los higos una simbología sexual.19 No nos corresponde a nosotros dirimir la cuestión. Tan solo destacamos que el extracto registrado en la Officina le parecía una cosa demasiado seca y pobre. Como se puede deducir de los ejemplos citados, la tarea de excerptar también implica resumir. Es una operación que hemos definido como abbreviatio, pero se trata de un término creado por la necesidad, casi un neologismo, ausente en el latín clásico o en las obras clásicas de retórica.20 En las poetriae medievales aparece el verbo abbreviare21 en nuestro sentido de “condensar”, “resumir”, y a partir de él acuñamos el término abbreviatio, presente en el latín medieval y el latín medio, pero no con significado retórico. Habríamos podido utilizar otra base, como contrahere o compendiare, pero tampoco en tal caso habríamos dispuesto de una documentación lingüística adecuada. La idea, de todos modos, es bastante clara, porque se vincula a la noción de brevitas, y la describe, entre otros, Geoffroi de Vinsauf en el Documentum de arte versificandi. Las estrategias que aconseja para resumir un texto son, en el nivel estilístico, la conglutinatio, es decir, la fusión de dos frases en una, y el ablativo absoluto. En el nivel sintáctico se alcanza la brevitas cuando “diversi actus assignantur eidem personae”; o “ubi diversi actus non assignantur eidem personae, sed pluribus, quasi per quamdam conglutinationem plurium clausolarum in unam”.22 En esencia, se obtiene una abbreviatio cuando “posita materia quam volumus abreviare, circumscribendae sunt omnes sententiae et colligenda sunt nomina rerum in quibus consistit vis materiae, ut postmodum facile est per studium adaptare verba nominibus”.23 Ravisio reduce al mínimo los materiales que excerpta: identifica al protagonista y le adscribe los verbos que le dan el perfil suficiente para hacerle merecedor de su lugar en el loco en el que lo encontramos. En otras palabras, sus resúmenes fijan la vis materiae o la esencia narrativa, que consiste en la presentación del sujeto, predicado y 18 19 20 21 22 23
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Rabelais (1962: 91). Sobre el tema y su bibliografía correspondiente se remite a Deloince-Louette (2005). No aparece en el clásico Lausberg (1960). Véase la nota 23, la cita de Geoffroi de Vinsauf. Reproducido en Faral (1962: 279; 39-40). Reproducido en Faral (1962: 279; 43). La cursiva es nuestra.
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complementos y atributos estrictamente necesarios. Sus informaciones son concisas y precisas, no demasiado breves, porque en ese caso podrían resultar oscuras, y tampoco demasiados largas, porque excederían la extensión suficiente para darnos la esencia de una anécdota o de un dato. Aun con estas limitaciones, la anécdota debe ser “inédita”, en sentido etimológico, esto es, debe contener un hecho memorable, original y único: son las propiedades que motivan su extracción, es decir, su reducción a una esencialidad fácilmente catalogable. La concisión es una gran virtud, y en este caso evidencia el tema, facilitando con ello la clasificación, pero implica también un riesgo de fragilidad, de fácil desaparición en lo efímero. Es el destino de todas las formes simples clasificadas por André Jolles,24 que casi siempre precisan de una base que las sostenga o de un contexto que las englobe. Es el destino de los cuentos que necesitan un marco narrativo; es el destino de las anécdotas que hallan apoyo en el cuerpo de una historia y se asocian por lo general a un personaje célebre, para que su fama ayude a perpetuarlas; es el destino de los proverbios que se sustentan en los tratados morales. ¿Pero en qué se sustentan los extractos de Ravisio? No pueden sino apoyarse en otras voces parecidas, porque juntas dan vida a un locus que las agrupa. El resultado es que los loci de la Officina se presentan como puñados de anécdotas que se justifican solamente por la convivencia común. No existe un locus con un dato o una anécdota únicos: el locus es communis precisamente porque recoge elementos unidos por un rasgo compartido, ya sea este un tema, ya una época, ya una persona, o ya una categoría de personas. Más tarde, cuando los autores en vulgar excerptan estos loci, crean un hecho estilístico inconfundible: una forma de citar series y catálogos de temas clásicos. Con ello nos aproximamos al otro aspecto de la influencia que ejercieron las colecciones de excerpta en la literatura en lengua vulgar. *** En efecto, la creciente familiaridad de los autores en vulgar con los almacenes clasicistas condujo al trasvase de una infinidad de datos clásicos hacia las literaturas vulgares. En muchos de estos almacenes, especialmente en los organizados por loci temáticos, los datos se agrupaban en bloques de fragmentos, de detalles, de nombres y de anécdotas; así, quien desease abastecerse de ellos, podía comprarlos al detalle o al por mayor. En otras palabras, los Mexía y los Garzoni podían retomar una anécdota o un bloque entero de anécdotas. Las investigaciones realizadas hasta ahora prueban que la solución preferida era la 24
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Jolles (1930).
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segunda, la extracción en bloque.25 Es fácil comprender por qué: las anécdotas extractadas y reducidas a su esqueleto, como las encontramos en la Officina y otros repertorios parecidos, tenían poco peso específico en un contexto amplio, como puede ser la página de un moralista o la narración entretenida de historias cortas. Además, la elección de una anécdota respecto de otras era muy difícil, porque el excerpere sagaz de un Ravisio hacía igualmente interesantes todos los datos seleccionados y agrupados. Su importancia en contextos doctrinales o narrativos dependía solo del bloque entero, en la forma en la que el autor de la Officina lo había confeccionado. También se podían escoger solo algunas muestras dentro de ese bloque, pero lo importante era conservar la forma de la serie o del catálogo, porque en su conjunto residía la vis materiae, reforzada además por otro factor importantísimo, la indicación de la fuente. En efecto, una anécdota, por muy breve y sintética que fuera, tenía que ser “cierta”, en el sentido de que se recogía de una fuente antigua y, por consiguiente, autorizada, al menos según la cultura humanística. En definitiva, quien hacía sus compras en aquellos almacenes de excerpta también se llevaba una reputación de persona erudita, capaz de citar un aluvión de anécdotas y datos antiguos y vincularlos siempre a una fuente culta, pero, en realidad, conocida de segunda mano. Las ventajas de tales trasvases eran grandes. En primer lugar, el nuevo autor podía aprovecharse de su saber clásico para ganar autoridad ante sus lectores, una autoridad que quedaba reforzada por cada anécdota para la que era posible indicar una fuente antigua. En segundo lugar, el puñado de anécdotas tenía la ventaja no solo de fundamentar el tema con solidez, sino de permitir cambiar de tema con cada anécdota, y esto dotaba al texto de variedad y mantenía la atención del lector.26 Los autores que recurrían a la Officina, raramente lo hacían para tomar de ella un dato: normalmente adaptaban capítulos enteros, o como mínimo hacían un resumen de esos conjuntos. Por lo general, en el uso de la Officina no tenía importancia la técnica de la abbreviatio, porque era difícil reducir todavía más sus ya esquemáticos datos. En cambio, era importante el proceso de la selectio aplicada tanto a la selección de los loci como a su contenido. Volvamos ahora a nuestros dos autores para observar este aspecto de la práctica del cribado. Esta vez será preciso reproducir citas bastante extensas para confirmar nuestras afirmaciones. Mejor aún, para que el lector perciba todavía más claramente su modus operandi, hemos elegido textos que contienen algunas consideraciones ya 25
Acerca de este fenómeno, y en general sobre la cultura de la reescritura, me permito remitir a mi Polimatia di riuso (Cherchi 1998). 26 Véase lo que dice el mismo autor de la Silva (Mexía 2003: II, 15, 371): “No quiero contar más ejemplos, porque si los que se hallan escritos hubiese de escribir, daría mucho fastidio al lector. Y por esto, tomando lo que más notable me parece, siempre procuro brevedad, porque más lugar haya la variedad que procuro en este mi trabajo”.
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vistas: de esta forma evitaremos repetir las observaciones acerca de la abreviación y, en cambio, podremos detenernos en el aspecto de la selectio y tal vez también de la contaminatio, operaciones ambas incluidas en la praxis del cribado. El texto de la Officina elegido cubre en realidad dos capítulos que Ravisio mantuvo separados, a pesar de tener en común el tema de la “desmemoria”. Nuestros autores observaron el vínculo entre ambos capítulos y los combinaron. “Obliviosi et qui memoria exciderunt” Atticus Herodis sophistae filius tanta fuit ingenii hebetudinem ut ne elementorum quidem nomina perdiscere, aut retinere unquam potuerit. Thraces tam obtuso sunt ingenio, et adeo infaecunda memoria ut quaternarium numerando nequeant transcendere. Curio pater tam nulla fuit memoria, ut olim totam causam in iudicio sit oblitus, teste Cic. Bamba rex Gothorum hausto veneni ab Heringio sucessore dati memoriam amisit. Messala Corvinum morbi diritate sui nominis oblitus est, autore Plinio. Franciscus Barbarus, Hermolai amicus, Graecas literas, quarum prius aetas erat doctissimus, in extremis senectute oblitus est. Seneca scribit, Calvisium Sabinum tam fragili, aut nulla potius extitisse memoria, ut illi modo Ulissis, modo Achillis, modo Priami nomen excideret, quos tamen noverat optime. Orbilius Beneventanus, in extrema senectute excidit memoria. Unde Bubaculus Orbili ubinam est literarum oblivio? Georgius Trapezuntius extrema senectute oblitus est literarum. “Alii, qui verba facturi, memoria exciderunt” Theophrastus apud Atheniensem populum dicturus prae pudore obticuit. Demosthenes apud Philippum regem Amyntae filium; Herodes Atticus coram M. Antonio; Heraclitus sophista coram Severo principe verba facturi praeter spem obmetuerunt. Hipparchion veniens in certamen cum Ruffino citharoedo, spe omnium elusa conticuit. Hunc adagium ‘Mutus Hipparchion’. Bartholomaeus Sothimus nomine suae civitatis Alexandro Pontifici maximo gratulaturus in media prope oratione excidit, ut Fran. Barbarus apud Philippum Insubrium ducem.
Veamos ahora el texto de Pedro Mexía. Eliminamos el pasaje de la primera parte del capítulo, que tiene un título extenso: “Cómo la memoria se puede dañar en parte y en cosas señaladas, quedando en lo demás como antes. Cuéntase de muchos que tuvieron muy poca memoria. Cómo se puede hacer memoria
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por arte. De la diferencia de memoria y reminiscencia”. Este título —como a menudo ocurre con los títulos o las rúbricas— presenta el resultado de una abbreviatio que sintetiza los temas fundamentales del capítulo y señala su esencia. Se trata, en efecto, de un capítulo sobre la memoria, y la primera parte que reproducimos versa sobre su pérdida, mientras que la segunda parte, que nosotros omitimos, trata sobre los hombres dotados de una memoria portentosa y se cierra con datos sobre el ars mnemónica y sus maestros. Se puede imaginar que Mexía utilizará la Officina también para esta segunda parte, especialmente para extraer de ella los ejemplos antiguos. Así como es excelente cosa la memoria, así es delicada y muchas cosas la dañan y empezen, como son enfermedades, heridas y contusiones en la cabeza, vejez, e súbito miedo y caídas de alto. Todas estas cosas dañan esta potencia, porque dañan el lugar, los órganos e instrumentos della. Lo mas de notar es que unos resciben daño en enflaquecérseles la memoria en todas las cosas, y otros en una sola se sienten menguados. Como lo que escribe Plinio de Mesalla Corvino, que de una enfermedad quedó que jamás se le acordaba su nombre proprio, aunque se lo preguntasen. Y de otro hombre escribe que le dieron una pedrada en la cabeza y olvidó las letras que sabía y en otras cosas tenía buena memoria. Y de un otro hombre, que de una caída perdió el conocimiento de su madre y parientes. De Francisco Bárbaro, varón muy docto en nuestro tempo, he leído e oí decir a muchos, que con ser muy docto en la lengua griega, de cierta enfermedad que tuvo, olvidó particolarmente todo lo que sabía de griego, quedando en lo demás como de antes, que por cierto es cosa maravillosa. Y de Georgio Trapesuncio, doctísimo varón en tiempo de nuestros padres, en su vejez se dice también que se le olvidó cuanto sabía. Así como en éstos por occasiones se les destruyó la memoria, ha habido también otros que de su natural la tuvieron muy flaca. El emperador Claudio era naturalmente tan falto de memoria, que escrive el Suetonio Tranquilo en su vida, que le acaescía tener su mujer echada cabe si en la cama, e preguntar por ella y mandar que le dijesen que por qué no se venía acostar. Y también le acaesció haber mandado matar a alguno, e otro día mandarlo llamar a consejo; e así otros para jugar a los dados y enviarles a decir que eran dormilones habiendolos mandado degollar el día antes. Herodes sofista tuvo un hijo de tan mala memoria e ingenio, que en ninguna manera podía deprender ni retener los nombres de las letras del a. b. c. Y el padre tenía tanto deseo que aprendiese, que para darle arte con que se acordase de las letras, criaba con su hijo veinte y cuatro muchachos de su edad, y a cada uno dellos puso por sobrenombre una letra del a. b. c., por que, nombrados los muchachos, y conosciendolos, le quedase la memoria de las letras. Dije arriba que el súbito miedo o súbita alteración suele empecer a la memoria, y así es que aunque no priva la memoria del todo, la turbación o miedo por algún espacio acaesce hacer olvidar a un hombre lo que muy bien tenía en su memoria. Como le pasó a Demostenes, orador ilustre, que habiendo ido por embajador a Philippo, rey de Macedonia, con la turbación que tomó de verse en su presencia,
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luego comenzó su oración, que llevaba muy bien pensada, se le olvidó toda sin poder pasa adelante. Lo mismo hizo Theophrasto queriendo orar en el concilio de los ariopagitas en Atenas; y de Herodes ateniense en presencia di Marco Antonio emperador. Y también Heraclides, licio, en presencia de Severo emperador, según cuenta Philostrato. Y casi en nuestro tempo, de Bartolomeo Sucino, natural de Sena, doctísimo en derechos, el cual, siendo embajador de su patria ante el papa Alexandre sexto, comenzando su oración, que llevaba muy estudiada, se le olvidó toda, que non pudo decir palabra. Lo cual todo causó la turbación y temor de la presencia de aquellos principes.27
La primera impresión es que Mexía amplía el texto de Ravisio. No obstante, para empezar, tendríamos que asegurarnos de que la Officina es la base de la cita. Un indicio muy claro en este sentido es que todos los personajes recordados por Mexía figuran en los dos capítulos de Ravisio, con las únicas excepciones del emperador Claudio, lo que podríamos interpretar como una interpolación: Mexía era un autor de gran cultura e historiador profesional, de modo que con toda seguridad habría leído a Suetonio, a quien atribuye la anécdota de Claudio, y de los dos desmemoriados anónimos, uno herido en la cabeza de una pedrada y otro, víctima de una caída. Junto a las interpolaciones vemos las supresiones de Hiparco y del rey godo Bamba: podemos deducir que Mexía opinaba que la primera anécdota carecía de interés narrativo (no nos dice nada del “certamen” ni de sus consecuencias), y la segunda resulta ajena al contexto clásico y humanístico al que pertenecen los demás personajes. El orden de los personajes es ligeramente distinto. Además, las anécdotas extraídas del capítulo de Ravisio son tratadas con mayor amplitud en comparación con las del segundo capítulo. A pesar de estas diferencias, ¿podríamos afirmar que Mexía tomó en bloque los capítulos de la Officina? Un lector imparcial no dudaría en ver una estrecha relación, porque las concordancias entre ambos textos son obvias. No obstante, el editor más reciente de la Silva concede que, ciertamente, existen coincidencias, pero que obedecerían al hecho de que en los tiempos de Mexía los clásicos que se leían eran cuantitativamente pocos, y las anécdotas sobre el tema de la memoria pertenecían al patrimonio común.28 Según este editor, Mexía empleaba 27
Mexía (2003: III, 8, 575-577). Isaías Lerner sostiene explícitamente esta tesis en el “Prólogo” a su edición (Mexía 2003: 20), y lo hace polemizando con un artículo mío (Cherchi 1993a), acusándome de “desconocer la bibliografía sobre nuestro autor”. Mi trabajo era una especie de reseña a la edición de la Silva al cuidado de Antonio Castro (Madrid, Cátedra 1989, 2 vols.). En esa reseña ponía yo en duda las supuestas fuentes erasmianas presentadas por Castro, y proponía en su lugar unas fuentes ravisianas, nunca antes señaladas: para este propósito utilicé toda la bibliografía que me hacía falta. Siento mucho que Lerner no haya sacado ningún provecho de mi trabajo, y que siga indicando a lo largo de toda su edición, haciendo despliegue de su gran saber, las “auténticas fuentes” de 28
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directamente las fuentes que cita y, en consecuencia, es obligación del editor identificarlas directamente y quizás observar que son las mismas que cita Ravisio. Considero que dicha opinión es poco pragmática, complica el trabajo y esconde el deseo de exhibir la propia competencia filológica, una tarea fácil, por cierto, porque no hace falta mucha pericia para localizar un dato en un Valerio Máximo o un Plinio. El editor cree así defender a su autor de las acusaciones de plagio, y no se percata de que tales acusaciones no eran entonces tan infamantes como lo llegaron a ser posteriormente. Mexía era, como tantísimos otros, un autor que recogía materiales de otros, pero no por incompetencia, sino porque era consciente de que los empleaba de forma singular. El fenómeno de la reescritura estaba muy extendido en sus días y, además, el género de la silva lo requería. Otros casos análogos de “coincidencias notables” se vuelven a producir a lo largo de la Silva, de ahí que sea realmente ingenuo negar la evidencia. En el fondo, el precepto de Séneca seguía siendo actual: cum multum percurreris unum excirpe [excerpe] (Epistolae Ad Lucilium, 2, 4). El propósito de Pedro Mexía era ofrecer a sus lectores un libro entretenido hecho de extractos o selecciones (este es el sentido de “lección”) de anécdotas y datos interesantes y memorables. El uso de la Officina no constituía un ejercicio de plagio, sino, por el contrario, una forma novedosa de empaquetar, en una lengua nueva y para un público nuevo, materiales que ya una “lección” previa había puesto a su disposición. Dicho esto, hay que entender que Mexía, en lo que respecta a sus fuentes, era libre para actuar según su voluntad. Como ya hemos visto, hace una selección de los datos que le parecen más interesantes. Se permite también variar y relatar a su manera los episodios que encuentra en la Officina, aligerándolos con intervenciones mínimas que podemos describir en general como “estilísticas”. También se permite agregar otros nuevos sacados de otras fuentes —es el caso del emperador Claudio—, realizando así una combinación de fuentes. Incluso se permite modificar otros, como el de Ático, hijo de Herodes, el sofista. Ante añadidos de este tipo, podríamos pensar que Mexía recurrió a otras fuentes, y que nuestra afirmación acerca de la dependencia de la Officina queda refutada. Se trata de detalles que deberían inspirar una investigación filológica, que a su vez lograría introducirnos en el taller de Mexía y permitirnos ver cómo trabajaba.29 Aun así, incluso si lográramos aclarar todos los problemas que plantea Mexía: viene aquí que ni pintado recordar el “asinus ad lyram”. Y hablando de la bibliografía, no veo citados mis artículos (Cherchi 1993b y 1995-1996), que hubieran ahorrado mucho trabajo infructuoso al editor. 29 En el caso concreto que estamos tratando, creo poder identificar la fuente directa, o mejor, “la más completa de la anécdota”. Se trata de Celio Rodigino (1593: XX, 10): “Atticum Herodis sophistae filium praeter ingenii hebetudinem ac stoliditatem ita fuisse memoria nulla ut ne elementorum quidem nomina perdiscere aut retinere usquam potuerat. Cui infortunio
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el pasaje, una cosa estaría clara: Mexía tomó de la Officina el tema general, la mayor parte de las anécdotas y, sobre todo, el estilo de compilar catálogos de datos acerca del mundo antiguo. Este último aspecto era la mayor deuda contraída con los libros de “lugares comunes” (pero sería mejor decir “de temas en común”) que la cultura humanística produjo en gran cantidad. Veamos ahora cómo el catálogo de los desmemoriados de la Officina lo toma prestado Tomaso Garzoni en su Ospidale de’ pazzi incurabili: È ben vero che questi pazzi possono essere causati dal vizio della natura ed anco da qualche accidente straordinario mentre l’uomo è adulto, come gli esempi addotti dagli auttori testificano a tutto il mondo. Celio fra gli altri, parlando di quelli che per accidente sono smemorati, dice che Messalla Corvino, oratore egregio del suo tempo, due anni avanti che morisse perse talmente la memoria che non era bastante di congiungere insieme quattro parole che stessero a proposito e che facessero senso perfetto nell’animo e nella mente dell’auditore. Il medesimo scrive Bibaculo esser successo a Orbilio Beneventano, quello che da Marco Tullio è chiamato precettore plagoso verso i suoi scolari. Fra quelli che naturalmente furono infecondi di memoria pon Cicerone l’esempio di Curione il maggiore, il quale n’ebbe talmente poca che qualche volta in giudicio si scordò di tutta la causa intera. E Seneca scrive di Calvisio Sabino che dalla natura fu di sì fragile memoria dotato che ora si scordava il nome di Ulisse ora quello di Priamo ora quello di Achille, se ben gli aveva innanzi molto a mente. Di Corebo, figliolo di Migdone Frigio, è celebrata la stultizia memorabile intorno alla memoria di Luciano ed Eustazio, perché si sforzava di numerare le spessissime onde del mare benché per sua natura oltra il quinario numero annoverando non potesse passare. E Plinio per ultimo esempio, recita che i Traci son di così ottuso ingegno e di memoria sì labile che non possono enumerando eccedere il numero del quattro. E d’Attico, figliolo di Erode sofista, narra per cosa verissima che fu di una memoria così rozza che mai puote tenere a mente manco i primi elementi, ovvero i primi caratteri della lingua.30
Notamos de inmediato la semejanza con el pasaje de la Silva: casi las mismas anécdotas, el mismo estilo de “catálogo”, la misma materia de trasfondo clásico y el mismo tema de la desmemoria. El conjunto ofrece un testimonio directo de la dependencia del texto de Mexía respecto de la Officina: una coincidencia puede ut medertur pater, quattuor et viginti pueros coaevos et a litteris cognomina singulos habentes cum filio simul educabat, ut hac saltem ratione illi insiderent”. Vemos aquí la fuente “literal” de Ravisio, y vemos también que Mexía la consultó y extrajo de ella el añadido que aporta al texto de Ravisio. Queda aún por explicar cómo se pudo producir esto. No hay duda de que Mexía conocía la obra de Rodigino, y especialmente los capítulos sobre la memoria (XX, 8-10), como se podría deducir de las cosas que dice sobre la “reminiscencia” en el mismo capítulo. Pero por el momento es una investigación que dejamos pendiente. 30 Garzoni (1993: VI, 279, “De’ pazzi smemorati o dementi”).
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ser casualidad, pero dos coincidencias, y de este calado, hacen pensar en una metodología de trabajo. También observamos que presentan afinidades no solo los textos, sino también la naturaleza de los problemas. Garzoni atribuye a Celio (es decir, a Rodigino) el episodio de Mesala Corvino, mientras que Ravisio remite a un Cic., con una abreviatura, y a la que Garzoni despacha apresuradamente por “Celio”. También aquí hallamos un episodio interpolado, el de Corebo: pero descubrimos que está presente en la Officina bajo otro capítulo, el “De stultitia et insipientia”. Por lo tanto, tenemos un caso de contaminación, facilitado por la cercanía del tema de la desmemoria al de la estulticia. En líneas generales, la cuestión es la misma: el modelo de la Officina es evidente en la exposición a modo de catálogo, en la atención a los materiales antiguos y en la inclinación a citar a los “autores” de los que se habrían tomado las anécdotas. Hay, con todo, una diferencia: Mexía es más atento a la expolitio y al deseo de hacer “legibles” las anécdotas; por el contrario, Garzoni utiliza las anécdotas no para deleitar, sino para demostrar, y la concisión de Ravisio le resulta útil. Una fuente idéntica y dos reescrituras, análogas, pero distintas. Los ejemplos examinados en estas páginas no son más que una muestra o un sondeo de un campo que apenas se ha empezado a rastrear. A estas alturas son ya numerosos los trabajos que demuestran la presencia y la difusión de los métodos de reescritura en el Renacimiento, pero todavía hay mucho por hacer. Se conoce ya bastante bien la producción de los libros de lugares comunes, pero no conocemos tan bien la manera o maneras empleadas en el excerpere: ¿seguían los compiladores ciertas reglas, o las iban creando cada vez en función del público al que se dirigían? Y si tales reglas existían, ¿dónde están escritas? ¿Deberíamos extraerlas de la praxis seguida por los autores de las colectáneas? No obstante, tal vez el mayor problema cultural planteado por los repertorios humanísticos y sus reescrituras en vulgar afecta a la repercusión que esos libros de “lugares comunes” tuvieron en la cultura en general. En efecto, no cabe duda de que las recopilaciones de materiales clásicos constituían una alternativa a colecciones análogas de temas extraídos de las Sagradas Escrituras, muy difundidas desde la Edad Media y muy influyentes en la escritura, la predicación y la cultura en general. Los nuevos repertorios producidos por la cultura humanística se complacían mucho en los comportamientos humanos, pero desde un punto de vista laico; así, a su manera, fundamentaron la construcción del mundo moderno sobre la base del antiguo: las teselas de clasicismo que llegaban a la cultura en vulgar contribuían a enriquecerla de forma generalizada con la historia, y apuntalaban la idea de continuidad entre el mundo antiguo y el moderno. Además, el rocío de clasicismo que traían creaba la impresión de que el mundo antiguo ya poseía todo el saber o, cuanto menos, que la humanidad de los tiempos antiguos no era tan distinta de la de los lectores del siglo xvi. Aquellos libros y
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sus lectores en vulgar pusieron de moda el recurso estilístico a los catálogos que tanta importancia tuvo en la sobreabundancia de la escritura manierista y que siempre aflora en la cultura occidental en momentos de inquietud, de un clasicismo a punto de ser arrollado por la cornucopia del exceso de saber.31 Debemos tener, por consiguiente, una mayor consideración de la importancia y la tarea de los compiladores que redistribuyeron el saber antiguo en sus correspondientes almacenes del conocimiento. BIBLIOGRAFÍA Cave, Terence, Cornucopian Text: Problem of Writing in the French Renaissance, Oxford, Oxford University Press, 1985. Cevolini, Alberto, De arte excerpendi. Imparare a dimenticare nella modernità, Firenze, Olschki, 2006. Cherchi, Paolo, “Sobre las fuentes de la Silva de Pedro Mexía”, Revista de Filología Española, LXIII (1993a) 43-53. — “Plutarch’s letter to Trajan in Mexía’s Silva”, Modern Philology, 91 (1993b) 54-59. — “Juan Luis Vives: A source of Pedro Mexía’s Silva de varia lección”, Journal of Hispanic Philology, 29 (1995-1996) 19-29. — Polimatia di riuso: mezzo secolo di plagio (1549-1589), Roma, Bulzoni, 1998. Cocchetti, Maria, “Le enciclopedie rinascimentali” (II), en Alfredo Serrai, Storia della Bibliografia, Roma, Bolzoni, 1991, vol. II, pp. 153-160. Conde Parrado, Pedro; García Rodríguez, Javier, “Ravisio Textor entre Cervantes y Lope de Vega: una hipótesis de interpretación y una coda teórica”, Tonos. Revista electrónica, IV (2002). Deloince-Louette, Christiane, “Mourir de rire, mourir pour rire dans le Quart Livre”, ELLUG. Éditions litéraires et linguistique de l’Université de Grenoble, “Rire et literature”, 67 (2005) 103-112. Faral, Edmond, Les artes poétiques du XIIe et du XIIIe siècles, Paris, Champion, 1962. Garzoni, Tomaso, L’Ospidale de’ pazzi incurabili, disc. VI, “De pazzi smemorati o dementi”, en Paolo Cherchi, ed., Opere, Ravenna, Longo, 1993. Infantes, Víctor, “De Officinas y Polyantheas: los diccionarios secretos del Siglo de Oro”, en Luisa López Grigera, Augustín Redondo, eds., Homenaje a Eugenio Asensio, Madrid, Gredos, 1988, pp. 243-257. Jolles, Andre, Einfach Formen: Legend, Sage, Mythe, Rätsel, Spruch, Kasus, Memorabile, Märchen, Witz, Halle, Niemeyer, 1930. Lausberg, Heinrich, Handbuch der Literarischen Rhetorik, München, Hueber, 1960. Mexía, Pedro, Silva de varia lección, I, Isaías Lerner, ed., Madrid, Castalia, 2003. Mignon, Maurice, “Les oeuvres de Jean Tixier de Ravisy”, Bulletin de la Société Scientifique et Artistique de Clemency, XXXVII (1913) 7-32. 31
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Cf. Cave (1985).
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EXCERPERE: ENTRE LA SELECTIO Y LA ABBREVIATIO
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Si el comentario ha de decir por primera vez “lo que sin embargo ya se ha dicho, y debe repetir continuamente lo que en verdad nunca se ha dicho”,1 se produce entonces un resultado sorprendente: “Muchos textos primarios se vuelven confusos y desaparecen, y en ocasiones son los comentarios los que pasan a ocupar el primer lugar”.2 No se puede, por tanto, establecer una diferencia entre la categoría de los discursos fundamentales y creadores, por un lado, y el conjunto de los que repiten, glosan y comentan, por otro lado. De todo ello deriva Michel Foucault su análisis del discurso, en el cual el autor se convierte en “principio de la agrupación de discursos, como unidad y origen de sus significados, como centro de su coherencia”.3 En las páginas siguientes se demostrará que si Foucault hubiera dirigido su mirada a la temprana Edad Moderna, habría podido encontrar una confirmación especialmente elocuente para su teoría del discurso caracterizadora de la posmodernidad, en la que el autor como creador genial pierde su significación. Por supuesto, cabe diferenciar entre el comentario y los excerpta, pero las observaciones de Foucault acerca del comentario son también válidas para los excerpta, tanto más cuanto estos últimos son también apuntes y suplementos y sirven para facilitar la comprensión. 1 Foucault (1991: 19). Aquí y en lo siguiente, las traducciones de las citas al español son nuestras. 2 Foucault (1991: 18). 3 Foucault (1991: 20).
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Permítasenos, sin embargo, comenzar fijando nuestra atención en la perspectiva lingüístico-textual del siglo xx, para la cual los excerpta constituyen un importante recurso para el procesamiento del saber. Los excerpta, según Konrad Ehlich, forman parte del “tipo de textos para el tratamiento de textos, al cual pertenecen también la nota, el comentario, la glosa, el resumen, etc.”.4 Todos ellos están vinculados a otros textos ya existentes, que podríamos denominar textos primarios. Cuanto más patente sea el vínculo que los une a estos textos, mayor será el menosprecio hacia aquellos. Un extracto está así ligado de modo especial a dos formas de reproducción textual puramente mecánicas: la cita textual y la reproducción técnica, por ejemplo, mediante la xerocopia. La finalidad real de los excerpta en el tratamiento de textos es, sin embargo, “la disminución cuantitativa del texto primario con la conservación en la medida de lo posible de su calidad informativa”.5 Así pues, el excerpere es una operación “entre el texto primario y otros usos del conocimiento que en él se contienen”.6 La reconstrucción de las fases intermedias del tratamiento de textos conducentes a los excerpta constituye para el lingüista Konrad Ehlich una contribución a la hermenéutica de la praxis científica, lo cual ya nos advierte de la estrecha relación entre la hermenéutica y la teoría del excerpere, de la que nos ocuparemos al final. Plinio el Viejo, de quien contaba su sobrino Plinio el Joven que no leía nada sin excerptarlo, es una buena muestra de que el excerpere era ya en la Antigüedad una práctica muy productiva. Opinaba el primero que no había libro tan malo que no contuviera algo útil. Otro excerptador de la Antigüedad, Aulo Gelio, no habría sido capaz de escribir los veinte volúmenes de sus Noctes Atticae sin el material que, como infatigable lector, había ido recopilando y ordenando gracias a sus apuntes.7 Y en Séneca se dice que la lectura es “imitar a las abejas que revolotean de aquí para allá y liban las flores idóneas para elaborar la miel [...] también nosotros hemos de imitar a las abejas y distinguir cuantas ideas acumuladas de diversas lecturas”.8 Puesto que las abejas elaboran la miel a partir del polen, la comparación de Séneca es un alegato en favor de una imitatio creativa que bebe de abundantes fuentes y las reproduce transformadas. La limitación a un solo autor sería por tanto tan contraproductiva como un exceso de fuentes autoriales.9 Con todo, este primer vistazo a los autores de la Antigüedad plantea ya algunas cuestiones. ¿Deberían excerptarse solo buenas obras? ¿Deben ser
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Ehlich (1981: 379). Ehlich (1981: 382). Ehlich (1981: 384). Cf. Neumann (2001: 53-54). Citado en Nakládalová (2013: 41). Cf. Stackelberg (1956).
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objeto del excerpere tantas obras como sea posible? Y, por último, una cuestión que se plantea una y otra vez: ¿es el excerpere una actividad creativa? Esta cuestión seguía discutiéndose todavía en el siglo xviii. Sin perder de vista la tradición del excerpere, en el Universal-Lexikon de Johann Heinrich Zedler de 1734 se afirma bajo el lema “Excerpiren” que gracias al excerpere se toma en consideración lo que otros enunciaron, pues “aquéllos que pretenden aprender sólo mediante la propia meditación, complican su propio camino a la erudición”.10 No obstante, quien excerpta no puede detenerse ahí: “No debemos extractar las cosas por sí mismas, sino con una determinada finalidad: esto es, no hemos de tomar los pensamientos de otros para hacerlos pasar por nuestros, sino utilizarlos en nuestras meditaciones”.11 Sería un error de principiante el considerar los excerpta como realia e “intentar alardear con estos ropajes prestados, los cuales, dado que nunca llegan a ajustarse del todo bien, se reconocen al instante”.12 La crítica que rechaza los excerpta por ser productos poco independientes y según la cual es una pérdida de tiempo la mera copia de pasajes sueltos sin asimilar las ideas del autor y sin desarrollar ideas propias se expresa en el Polyhistor (1732) de Daniel Georg Morhof, de igual modo a como se había expresado en Zedler. Las colecciones de loci communes le parecen instrumentos de la investigación erudita, no una ciencia en sí mismas. No son para él un resultado, sino que tendrían una simple función inventarial.13 Una concepción similar la había expresado ya en el siglo xvii Johan Heinrich Alsted en su Encyclopaedia. Según este, de las lecturas se debería escoger lo provechoso, extractarlo y ordenar los materiales extractados. A todo ello seguiría el proceso de reflexión, en el que se asimila y se graba en el recuerdo lo recogido en las lecturas. En la escritura, por su parte, los materiales compilados en el transcurso de las lecturas sirven de fundamento para la inventio.14 Nakládalová acierta en su resumen de los deseos de Alsted: “El objetivo único de los lugares comunes es contener una gran Bibliotheca en un volumen pequeño”.15 En ello se asemejan a las enciclopedias, de las que son precursoras. El excerpere tiene así una función archivística y elabora materiales que, no obstante, no están pensados para su transferencia directa, sino para un procesamiento ulterior con una nueva finalidad: la redacción de un nuevo texto. En este sentido, las colecciones de excerpta apoyan la inventio.
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Zedler (1961: 2321). Zedler (1961: 2322). Zedler (1961: 2322). Zedelmaier (2000: 76; 81). Cf. Zedelmaier (2001: 20). Nakládalová (2013: 158).
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Quien lee un texto con la intención de extractar citas de él, normalmente no obtiene una visión del conjunto de la obra. No le interesa qué función pueda tener un pasaje en la coherencia del conjunto, sino que contempla ante sí un jardín del que quiere cortar las mejores y más bellas flores.16 Si en verdad no le importa la comprensión del conjunto, su método no será entonces hermenéutico, sino antihermenéutico. Si se utilizan excerpta, la lectura estará así ligada a una futura escritura. Este paso de la lectura a la escritura fue observado por muchos, entre los que Nakládalová menciona a Quintiliano y a Ramus. El primero reclama una progresión en tres fases: “legere, escribere, dicere”, mientras que el segundo dice “interpretatio, scriptio, dictio”.17 Dado que de este modo se parte de la lectura a la escritura, lo escrito estará en adelante ligado a lo leído. Por lo tanto, la afirmación de Anthony Grafton está totalmente justificada: “La escritura, al fin y al cabo, era en sí misma una forma de lectura, un homenaje letra por letra al poder del original”.18 Si la lectura no se detiene en la comprensión del conjunto del texto dado, sino que desde el principio está dirigida a un texto futuro, en este será posible reconocer los textos de partida en todos aquellos pasajes cuyo origen esté en la confección de los excerpta. Los numerosos intentos de clasificar de forma sistemática los excerpta por temas, tal como se llevó a cabo en particular en el ámbito germanoparlante, esto es, desde Vincentius Placcius en el siglo xvii hasta Johann Jacob Moser y Johann Caspar Hagenbuch con su Bibliotheca Epigraphica (1738) en el siglo xviii, dieron lugar a una oposición que publicó materiales sin orden alguno bajo el título Adversaria y que a partir de 1650 gozó de especial popularidad.19 Dicha oposición no es otra cosa que una prueba de la frecuente práctica de la colección de materiales. Los criterios posibles para la ordenación de los diferentes excerpta son: el ámbito de especialidad (economía, derecho, medicina), el tipo de fuente (oral, escrita, experiencia propia), el público meta y la intención del autor (retórica, lúdica o exposición de hechos).20 En la gestión del conocimiento, las hojas de excerpta parecen más adecuadas que los libros de excerpta, pues estos últimos dificultan una nueva ordenación, tal como manifiesta Vincentius Placcius en De arte excerpendi. Vom gelehrten Buchhalten liber singularis [...] (1698).21 Un sistema de ordenación tiene la función de, en caso de necesidad, encontrar de forma más sencilla los pasajes más adecuados para el nuevo texto. Ya Rudolf Agricola, en sus recomendaciones del siglo xvi para la práctica escolar tituladas 16 17 18 19 20 21
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Cf. Minzetanu (2012: 32). Cf. Nakládalová (2013: 127; 130; 132; 137; 142). Grafton (1998: 322). Cf. Décultot (2003: 16). Cf. Blair (2004: 90); cf. también Blair (1992: 541-551); cf. también Goyet (1991). Cf. Zedelmaier (2002: 45).
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De formando Studio (1532), entendía por transformación de lo aprendido “sobre la base de lo que se ha aprendido confeccionar algo (excudere aliquid) y crear de forma autónoma algo nuevo (inuenire alique [...] et conficere) que podamos atribuirnos y hacerlo pasar por nuestro. Objetivo: ad posteros mandare”.22 Con todo ello se plantea la cuestión de la novedad y de la autonomía. Anthony Grafton utiliza a Jean Bodin para ejemplificar que realmente pueden surgir nuevas ideas al utilizar los excerpta recopilados. Mientras buscaba teorías de los historiadores entre sus excerpta, Bodin dio con una nueva teoría de la soberanía.23 Lo nuevo se observaba la mayor parte de las veces en la nueva disposición de los materiales, no en el contenido. Los asuntos ya se conocen y están prefijados. Solo gracias a su disposición formal se vuelven nuevos desde el punto de vista literario. Ilustraremos lo dicho mediante una cita algo extensa extraída del prefacio de Segrais a su traducción de la Eneida de Virgilio: On ne voit rien de nouveau sous le Soleil, si l’on en croit le Sage: mais ce seroit sans doute une rigueur bien injuste d’accuser pour cela un Poete de manquer d’invention: et en effet, ceux qui blâment Virgil d’avoir imité quelques endroits d’Homere, d’avoir employé quelqu’une des descriptions, et de lui avoir emprunté quelque comparaison, en usent de même qu’un homme, qui en considérant le Louvre, ou quelque’autre grand Palais, dirait que ces ouvrages ne seroient point nouveaux, parce qu’il auroit vû ailleurs des domes et des pavillons, des fenêtres même et des portes. Ces descriptions, ces figures, et ces fables sont comme les materiaux de la Poesie. Tout cela est dans le grand magasin ouvert à tous les Poetes, ou dans la grande carrière de la nature, dans laquelle l’esprit humain a droit de tirer tout ce qui lui semble propre à son sujet.24
El arquitecto que reutiliza puertas y ventanas de edificios ya existentes para construir con ellos una nueva casa está llevando a cabo algo tan permisible como quien recurre a los excerpta para un nuevo texto. Que estos excerpta sean cosa muy diferente a un producto terminado, lo demuestra la recomendación de gestionarlos en hojas sueltas. Las obras más importantes es preferible conservarlas en forma de libro. Lo que importa es encontrar los pasajes adecuados para la propia tarea creadora de la forma más rápida y sencilla posible. Aun cuando la novedad no resida más que en una novedosa disposición de los materiales, pueden surgir nuevas ideas a partir de los excerpta, de lo cual la teoría de la soberanía de Jean Bodin es solo un ejemplo.
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Blusch (1994: 359). Grafton (2003: 41). Segrais (1668: Préface), citado en Welslau (1976: 3).
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Al comienzo de este artículo ya advertíamos de la cercanía existente entre el comentario y los excerpta. Ambos toman como referencia un texto original del que recogen y citan algo. De ese modo, el comentario y el extracto son, en cierto modo, imitaciones. En Baltasar de Céspedes, quien define el comentario bajo el lema “imitatio”, esta última sirve para la práctica lingüística en la lengua latina. Como “adición”, añade algo a las palabras del autor en cuestión; como “detracción” les quita algo; como “inversión” transforma el orden original de las palabras; y como “imitación” stricto sensu una palabra sustituye a otra. Esta “imitatio” del profesor de gramática sirve, por ejemplo, para una mejor asimilación de la lengua latina. Por otro lado, los comentarios son también parte de las tareas del humanista, como subraya Céspedes en su Discurso de las letras humanas, llamado ‘El Humanista’ (1600). Sin embargo, no han de utilizarse para la exhibición del saber enciclopédico del comentador, sino para la comprensión del texto.25 Por ello, aconseja al humanista también los excerpta y las colecciones de citas. No obstante, una colección particular para el uso personal puede ser tan beneficiosa como perjudicial si se publicara como libro y pasara a ser accesible a otras personas, pues estos ignoran el contexto de la cita. Así, podría suceder que atacaran a Cicerón por un determinado pasaje en que aparece una opinión que este ni siquiera defiende y que no está sino puesta en boca de un interlocutor rival. Según Céspedes, no es extraño que, como se sabe, del comentador surja un escritor: “Del oficio del Commentador han salido muchas acciones del Humanista, que son de tiempos mui antiguos, y ahora en los nuestros se han resucitado, como son varias lecciones, emendaciones, selectas, y otros libros asi, divididos por capitulos, donde sin consecucion de materia ninguna en cada capitulo se declara un lugar o muchos de Autores antiguos”.26 La receta del mal escritor es, según Céspedes, la siguiente: del montón de notas al margen, correcciones textuales o notas acerca de las coincidencias, divergencias y aclaraciones que cada uno tiene, tómese aquí una curiosidad, allá una observación, y ya está listo el nuevo libro. “Qualquiera hace un largo capitulo de aquella anotación, à la qual añadiendo otra de otro libro, y de otras, viene a hacer una obra entera”.27 Igual de deficiente sería el proceder de los malos escritores humanistas como bueno sería el de los mejores. Céspedes nombra como ejemplo positivo a Justo Lipsio, en el que los pasajes extractados de diferentes fuentes están ensamblados con tan buen tino que se tiene incluso la impresión de que los autores de la Antigüedad habrían redactado sus diversos testimonios no para sus propias obras, sino para el contexto en el que Lipsio los coloca.
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Cf. Strosetzki (1997: 361). Céspedes (1784: 103-104). Céspedes (1784: 106).
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Puede afirmarse que Céspedes recomienda el tan útil ejercicio de la “imitatio” con “adición”, “detracción”, “inversión” e “imitación” stricto sensu para el aprendizaje de lenguas. Le parece asimismo tan útil para el uso privado como la recopilación de excerpta y citas, si bien considera problemática su aplicación pública. Si se quiere redactar un nuevo libro a partir de excerpta, citas, notas marginales, correcciones textuales y aclaraciones, habrá que ser prudente. Solo en algunos casos excepcionales, como en Lipsio, parece tener éxito tal empresa. Con ello, Céspedes critica el método de creación de nuevos textos a partir de excerpta, muy frecuente y preconizado en su época. Independientemente de la gran cantidad de libros que salen al mercado, hay algunas indicaciones que acompañan al lector con gran detalle en cada una de las fases de su lectura. Los autores de aquellas, que conocen el problema por experiencia propia, intentan, en observaciones dispersas, aunque también en libros, familiarizar a sus lectores con las reglas que guían al autor del texto primario. Ejemplo de ello es el escrito de Francisco Sánchez (llamado el Brocense) De auctoribus interpretandis, sive de exercitacione (1581), en el que cita pasajes clave de la poética de Horacio y los comenta con todo detalle. La dignidad del auténtico lector la subraya con la observación de que es necesaria una mayor aplicación en el estudio de los escritos de otros autores que en la redacción de los propios: “Maioris esse semper credidi diligentiae aliena scripta retexere, quam noua proprio Marte componere”.28 Quien tenga conocimientos de retórica podrá sin mayor problema redactar con hábil pluma sus obras. Sin embargo, si ha de comentar otros textos, callará a causa de su ignorancia o, lo que sucede con mayor frecuencia, dirá disparates: “Quos si ad Poetam quempiam vel oratorem explanandum auocaueris: aut obmutescant protinus, suam inscitiam contentes aut, quod frequentius est, magno conatu magnas nugas effutiant”.29 A lo que él llama, basándose en Aristóteles, análisis de una obra, corresponde en primer lugar la cuestión del tema y después la búsqueda de argumentos que habrán de asignarse a los loci retóricos de los que han sido extraídos. Por último, hay que considerar si el autor se ha dejado guiar en mayor medida por la técnica retórica o por la propia inspiración, es decir, si domina la ars o el ingenium, cuál es la relación entre la utilidad y el entretenimiento y qué importancia tienen el decorum, la varietas y el estilo.30 Francisco Sánchez le aconseja al lector que quiera comprender un texto ajeno que él mismo disponga de las mismas reglas utilizadas y de los mismos conocimientos que el autor. El poeta eruditus se corresponde así con un lector eruditus.
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Sánchez (1581: 3). Sánchez (1581: 3). Cf. Strosetzki (1997: 214).
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A continuación, se presentarán de manera más detallada tres guías de lectura: en primer lugar, dos textos sobre el excerpere en el ámbito escolar de la Alemania del siglo xviii, el de Christoph Meiners, que ofrece una ayuda muy concreta a la hora de extractar, y el de Friedrich Bertram, que se enfrenta a aquellos que se oponen al excerpere. El tercer texto es un tratado de hermenéutica del siglo xvi, en el que Flacio Illirico enlaza con la teoría del excerpere. Christoph Meiners (1747-1810) dedica un capítulo entero al excerpere en sus Anweisungen für Jünglinge zu eigenen Arbeiten, besonders zum Lesen, Excerpieren uns Schreiben (“Instrucciones dirigidas a jóvenes para sus propias tareas, especialmente para la lectura, el excerpere y la escritura”), cuya primera edición apareció en 1789 y la segunda en 1791. Meiners subraya que no es suficiente con leer libros útiles, “uno también ha de destacar los pensamientos y hechos curiosos que allí encuentra”31 para no olvidar en pocos años lo que se ha leído. Primero, se ha de tomar un lápiz, con el que en la primera lectura del libro se marca un punto allí donde haya un pasaje importante. En otro papel, se anotan las páginas en las que se encuentran dichas señales, para encontrarlas después con mayor facilidad. Colocar tiras de papel en las páginas correspondientes sería poco práctico, pues podrían desprenderse. En aras de una mejor atención, la primera lectura solo será un trabajo preparatorio y no se ha de extractar todavía. Al extractar, se habrán de utilizar cuartillas de diferentes tamaños, esto es cuartillas enteras, medias o un cuarto de ellas para escribir en las más pequeñas lo menos importante y en las más grandes lo más importante. Cada cuartilla mostrará su contenido en sus rótulos. En cada extracto se mencionará “el nombre del escritor del que se ha tomado, el número del tomo y de las páginas para poder demostrar lo extractado de forma fehaciente y poder encontrarlo de nuevo rápidamente”.32 Los legajos de excerpta pueden cubrirse con una tapa y ordenarse de forma cronológica o temática. Las ventajas del excerptum son obvias: “Uno tiene en cierto modo el espíritu de una gran cantidad de escritos en su mano y ya no depende de los libros que ha leído y de sus propietarios”.33 No obstante, es indispensable también que aquel que escribe el extracto lo haga bien y con claridad. Consecuentemente, Meiners introduce un capítulo “Sobre los ejercicios provechosos para el arte de la escritura”,34 en el que recomienda las traducciones como posible ejercicio, aunque sigue considerando el excerpere en sí mismo como el ejercicio más importante. “Entre todos los tipos de ejercicio que pueden recomendarse a los principiantes en la escritura y la reflexión, no conozco otro que sea tan
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Meiners (1791: 84). Meiners (1791: 88). Meiners (1791: 91). Meiners (1791: 93).
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sencillo y tan provechoso como el de extractar de forma coherente y meticulosa de escritores narradores o, sobre todo, de pensadores que sean modélicos tanto en lo que concierne a su discurso como en su modo de razonar”.35 Pero el excerpere no es solo un buen ejercicio para la escritura, en realidad va más allá. “En la elaboración de estos excerpta, uno no solo se ejercita en el arte de la escritura, sino también en el de la lectura y del razonamiento”.36 Por ello, un buen campo de ejercitación son aquellas obras en las que pueden contrastarse opiniones contradictorias. Dado que las colecciones de excerpta son por su parte condición para la escritura, para Meiners la regla primordial en la redacción de textos es “no escribir hasta que uno haya compilado como es debido y reflexionado con detenimiento y con frecuencia”.37 Así pues, el excerpere es útil de igual modo a la lectura y a la escritura. El Discours von der Klugheit zu excerpieren (“Discurso sobre la prudencia en el excerpere”) de Johann Friedrich Bertram, aparecido en 1727 en Brunswick, está concebido para su uso por jóvenes estudiantes. Los excerpta se aprecian por ser recursos importantes para un estudio metódico, y se responde allí a cuatro preguntas: “La primera, sobre qué son los excerpta; la segunda, sobre si se debe extractar; la tercera, sobre de dónde se debe extractar; la cuarta, sobre cómo se ha de extractar”.38 Como definición se indica: “Los excerpta son objetos o discursos memorables que se incluyen en un libro al efecto para salvarlos del olvido y que en su caso pueden ser recuperados y utilizados para nuestro provecho”.39 Los excerpta serían útiles, porque encuentran su lugar en la lógica, entre los recursos para la mejora de la razón y, en la retórica, entre las fontes inventionis. Puesto que los excerpta pueden compararse con los registros de bibliotecas enteras, Bertram cita a Placcius, según el cual puede considerarse el ars excerpendi un arte erudito de la biblioteconomía. Precisamente por el hecho de que uno no pueda fiarse de los índices o registros incluidos en la mayor parte de los libros, puesto que son poco prácticos y suelen estar incompletos, han de ser sustituidos por excerpta. “Así, los excerpta aparecen como un recurso probado que aporta no poco a una feliz obtención de la erudición”.40 Dado que los estudiantes en escuelas, institutos y universidades sin una capacidad de discernimiento bien formada han de ser capaces de extractar, pronto se plantea la cuestión de a partir de qué fuentes se ha de extractar, esto es, qué canon de libros se les ha de recomendar. Se introducen aquí reglas como non 35 36 37 38 39 40
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Meiners (1791: 95-96). Meiners (1791: 96). Meiners (1791: 100). Bertram (1727: 8). Bertram (1727: 8). Bertram (1727: 20).
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multa, sed multum o natura non admitit saltum. ¿Cómo se debería extractar? Se debe ser selectivo y exigente e incluir solamente aquello “que constituye el núcleo y lo mejor de lo que uno pueda pensar que no crece en todos los jardines eruditos”.41 Lo extractado deberá clasificarse entonces bajo un tema o presentarse bajo diferentes temas. Lo leído se extracta y puede leerse de nuevo como extracto para mantener fresco su recuerdo: “Tiene también una buena y variada utilidad cuando uno revisa en determinados momentos las excerpta repetendo realizadas”.42 En último lugar, Bertram entra en discusión con los oponentes a los excerpta y replica con dieciséis contraargumentos. Al argumento de que el excerpere impide la meditación y lleva la erudición solo al papel, no a la cabeza, contesta que la transcripción favorece precisamente la meditación. Además, rebate los argumentos de que hay recursos más sencillos que el excerpere, el cual lleva demasiado tiempo y es de muy poco provecho; de que el escribir demasiado es poco saludable y lleva a algunos prematuramente a la tumba; de que los excerpta nunca son perfectos; de que de muchos de ellos nunca después se hace uso; de que los excerpta transcritos en la juventud demuestran más tarde ser solo bagatelas e imprecisiones; y, por último, de que un pedante es aquel que todo lo extracta solo porque casualmente lo encuentra en un libro. En último término trata de la importancia de la compilación de excerpta para la composición de un nuevo texto. A la crítica de que un discurso o escrito son malos por estar compuestos de muchos fragmentos de excerpta se contrapone aquí que la retórica enseña “cómo se han de enlazar sus pensamientos y los de otras personas con delicadeza y prudencia en un estilo semejante y natural”.43 En cualquier caso, uno podría elaborar un mejor discurso gracias a la meditación en el momento de la lectura de los excerpta. Como ejemplos del uso correcto de los excerpta se nombra a Cicerón y a Lipsio. Finalmente se critica la falta de originalidad y de propiedad en un texto en el que todo proceda de colecciones impresas de excerpta. También Bertram se posiciona contra la adopción servil y aclara: “Ya he dicho que los excerpta no son recomendables para aquellos cuya finalidad es garabatear a partir de ellos, palabra por palabra, sermones u oraciones; en verdad, se ha de conservar lo leído o lo escuchado y sacarlo en el momento adecuado”.44 La contribución propia y la originalidad del usuario de colecciones de excerpta reside, en la redacción de nuevos textos, pues, en la dispositio correcta. También Bertram los considera
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Bertram (1727: 24). Bertram (1727: 28). Bertram (1727: 46). Bertram (1727: 48).
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útiles como materiales para la producción de nuevos textos. Además, aprovechan para que no se olvide ni se pierda lo que una vez se ha leído en un libro bueno y bien escogido. Señalan lo que se ha comprendido y lo mantienen a disposición para su uso posterior. De esta forma, en un tratado sobre el excerpere, la teoría del excerpere se revela como una técnica que conserva las diferentes fases de la adquisición del saber. Friedrich Bertram y Christoph Meiners demuestran que la tradición del excerpere, que en un primer momento presentamos en el contexto español del Siglo de Oro, también está presente todavía en el siglo xviii alemán. Dado que escriben para el contexto escolar y universitario, encontramos en sus textos sugerencias específicas. Así, por un lado, se indican las posibilidades de las marcas en el texto primario, del tamaño de las cuartillas para los excerpta y de la relación entre los ejercicios de escritura, lectura y reflexión; por otro lado se señala la relación entre la erudición, el ordenamiento de los excerpta y la biblioteconomía, se pasa por definiciones y refutaciones para, al final, plantear de nuevo la cuestión del servilismo, el rendimiento propio y la originalidad. Los excerpta son útiles para la comprensión. La hermenéutica es la enseñanza de la comprensión. ¿Qué relación existe, pues, entre la hermenéutica y la teoría del excerpere? Ya al principio habíamos constatado que los excerpta pertenecen al mismo grupo de textos que la nota, el comentario y el resumen, cuya tarea es hacer comprensible otro texto. La única diferencia entre el excerptum y el comentario es que el primero reformula lo ya comprendido, mientras que el segundo pretende dar a entender algo que en principio no se ha comprendido. No obstante, hay también casos en los que el mismo autor es consciente de la ininteligibilidad de su texto y se anticipa al lector con sus propias explicaciones. Ejemplo de ello es el místico español Alejo de Venegas, quien incluye una guía de lectura a su propia obra Libro del tránsito de la muerte (1537), una “Breve declaración de las sentencias y vocablos obscuros que en el libro del tránsito a la muerte se hallan”. En este caso es el autor quien escribe los comentarios a su propio libro. Para ello comienza con una tipología de la explicación y diferencia entre glosa, paráfrasis, comentario y traducción.45 Según Venegas, estos tipos de explicación podrían encontrar su aplicación también en la concepción de textos, cuando por ejemplo se aclara una oración confusa mediante su correspondiente explicación, cuando se ilustra una sentencia con un relato ficticio o cuando una cita en lengua extranjera se hace inteligible gracias a su traducción. La antecesora en lo concerniente a la interpretación de textos religiosos es la tradición medieval del cuádruple sentido de la Escritura, a la que recurren todavía algunas guías de lectura del siglo xvi. Sus detallados códigos se encuentran, por ejemplo, en 45
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Venegas (1911: 259-261).
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las Regulae intelligendi scripturas sacras (1553) de Francisco Ruiz de Valladolid o en las Regulae de sensibus scripturae (1587) de Sebastián Pérez, de las que se nos permitirá no tratar más en profundidad aquí. Más interesantes son en nuestro contexto los tratados hermenéuticos del siglo xvi aparecidos en los círculos protestantes, en los que, como es sabido, se busca una nueva relación con la Biblia. Un escrito hermenéutico de este tipo lo debemos a Mattias Flacio Illirico (1520-1575), nacido en 1520 en Istria, en aquel entonces colonia veneciana. Durante largo tiempo vivió en Alemania, donde Melanchthon le proporcionó una cátedra de Hebreo en Wittenberg, y a su matrimonio en 1545 asistió Lutero como invitado. Más tarde enseñó, entre otras ciudades, en Augsburgo, Leipzig, Ratisbona y Estrasburgo, si bien siempre tuvo problemas por sus opiniones heterodoxas. Su obra hermenéutica De ratione cognoscendi sacras literas apareció en 1567 y se vio reeditada en 1580-1581, 1609, 1617 y 1629.46 No se limita a la lectura de la Biblia, sino que ofrece indicaciones generales para la lectura de cualquier texto. Las causas de las dificultades que él advierte en las Sagradas Escrituras tienen, así, validez general. Ya al comienzo subraya el papel del lector: si dispone de unas buenas nociones fundamentales, podrá asimilar mejor el texto que el lector obtuso. Ante interpretaciones ajenas se requiere discreción, pues aquellas a menudo oscurecen más el texto de lo que lo interpretan, bien por desconocimiento, bien por malicia. Suponen una dificultad, por ejemplo, el lenguaje figurado, las formas de expresión metafóricas, abreviadoras o duplicativas, o una reflexión inconstante. Contra ellas se disponen algunos remedios. Entre estos se encuentran los buenos conocimientos de las cosas de las que se habla, unos conocimientos suficientes de lenguas extranjeras o buenas traducciones, constancia y la comparación de los diferentes pasajes, de forma que unos arrojen luz sobre otros. A todo lo anterior siguen sesenta reglas hermenéuticas para la comprensión de la Biblia. Así, se aconseja, justo al principio, “conocer los frutos que pueden recogerse de una obra dada; no solo para afrontar la obra con mayor serenidad, sino también para que uno sepa a qué habrá de prestar mayor atención, y qué se puede recoger y qué debe recordar de todo ello”.47 De modo similar se dice más adelante: “Es de gran utilidad para el lector que, ya al comienzo de su lectura de un escrito, esté instruido en la intención y el tipo de instrucción o de materia que en él se trata, de modo que vaya guiado por una especie de hilo de Ariadna, que se introduzca en este laberinto de modo seguro y provechoso al mismo tiempo, y que sea capaz de avanzar y retroceder por él”.48 Se muestra aquí una forma
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Geldsetzer (1968: prólogo). Flacius Illyricus (1968: 35). Flacius Illyricus (1968: 41).
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temprana de la posterior teoría hermenéutica del conocimiento previo. Se espera del lector que descubra en primer lugar la intención y la idea básica. El entendimiento de cada uno de los pasajes correspondientes depende de que el oyente se haya informado previamente. A ello debe añadirse la predisposición correcta del lector. Apoyándose en la Ética nicomáquea, en cuyo comienzo Aristóteles habla del alumno, subraya que la filosofía, al contrario que la teología, necesita desde el principio un oyente inteligente y comprensivo: “Pues para una instrucción correcta no solo se requiere un método de enseñanza acreditado, sino también la disposición correcta del oyente. Él [Aristóteles] exige por ello que el oyente sea adecuado y esté en condiciones de comprender las enseñanzas”.49 Para ello es necesaria la preparación mental del lector, quien solo podrá concentrarse en la obra si está libre de toda preocupación y carga opresiva. Cuando se recomienda que se mantengan alejados de él “todo tipo de pensamiento equivocado y de pasiones perversas”,50 se está recomendando una actitud estoica para la lectura. De la teoría del conocimiento previo se pasa a la de la circularidad del entendimiento, en la que se recomienda al lector que capte, en primer lugar, lo más general del texto antes de ocuparse de sus partes. “En primer lugar, cuando acometas la lectura de un texto, hazlo de forma que, siempre que sea posible, no pierdas de vista en ningún momento el planteamiento, el objetivo o la intención de todo el texto, lo cual conforma la cabeza o el rostro del mismo”.51 En segundo lugar, se inferirá “todo el argumento, el resumen, el fragmento o la sinopsis del mismo”,52 y en tercer lugar la disposición y la estructura, de tal forma que quede claro dónde están la cabeza, el pecho, las manos y los pies del conjunto. Por último, se redactará un extracto y la estructura se presentará en una tabla, “para que puedas concebir y comprender de manera más sencilla aquel libro y grabarlo en tu memoria, puesto que así lo habrás reducido a una visión de conjunto o a un aspecto”.53 La presentación correcta y ordenada del planteamiento, el argumento, la estructura y la síntesis tabular da como resultado las ventajas que hoy en día se atribuirían a la circularidad del entendimiento: “En primer lugar, el punto de vista y la sinopsis general arrojan una gran claridad sobre cada una de las partes y con ello también sobre los enunciados, oraciones y palabras, de modo que podrás descubrir con mayor facilidad cuál es su sentido real y cuál no lo es. También la estructura ayuda a una mejor conciliación de cada una de las partes con el planteamiento”.54 Junto al “resumen general”, esto es, la idea 49 50 51 52 53 54
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Flacius Illyricus (1968: 63). Flacius Illyricus (1968: 89). Flacius Illyricus (1968: 91). Flacius Illyricus (1968: 91). Flacius Illyricus (1968: 93). Flacius Illyricus (1968: 93).
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básica, la suma, también la estructura y la sinopsis deberán incluirse en un extracto. Con ello, al excerpere no se le atribuye otra tarea que la de plasmar por escrito cada una de las fases prescritas por la hermenéutica. El lector no se siente así, según Flacio Illirico, como un errabundo en el bosque o un marinero en mitad de la oscura noche, sino que sabe con exactitud dónde se encuentra. Junto a ello, habrá que considerar el género al que se adscribe el texto, “si se trata de una narración o de historia, de una instrucción o de algún tipo de enseñanza, de un escrito de consuelo o de una amonestación, de la descripción de alguna cosa, de un discurso o de algo similar”.55 También de ello depende la comprensión de las partes del discurso. De nuevo recomienda Flacio Illirico un extracto sinóptico: No es poca la utilidad de reproducir de modo diferente con otras palabras lo ya escrito, como si después de haber realizado una disección y después de haber dejado a un lado toda la carne, el adorno de las extensiones y ornamentos, de las digresiones y cosas similares, dibujaras solo el esqueleto con tus palabras, con el fin de recopilar solo aquellas frases que en cierto modo constituyen el fundamento del conjunto, en el que todo lo demás no es más que un complemento añadido, y que, de igual manera, están interrelacionados, como los huesos están unidos a los tendones.56
Se hace clara mención aquí al ejercicio retórico de la amplificación, cuyas ampliaciones y embellecimientos habrán de omitirse en el extracto. Se muestra, por tanto, que Flacio Illirico no solo lleva a cabo numerosas reflexiones hermenéuticas, sino que el extracto sinóptico desempeña un papel fundamental en su hermenéutica. Sobre la base de las diferentes fases del entendimiento en la hermenéutica, Flacio Illirico llega a la teoría del excerpere, a la que asigna su propio papel protagonista como técnica en la que se contienen los diferentes pasos del entendimiento en el contexto de la hermenéutica. Junto a ello, y esto es digno de mención especial, pueden encontrarse ya en él modelos clave de la hermenéutica del siglo xix, como el de la circularidad del entendimiento y el del conocimiento previo. Aunque quien redacta excerpta de sus lecturas actúa de forma antihermenéutica cuando no pretende comprender el texto primario en su conjunto sino solo en sus partes, tiene que comprender estas partes. Para ello, en todo caso, le será muy útil la hermenéutica. Se ha demostrado que algunas cuestiones se tematizaron de forma recurrente. Puesto que no llegaron a resolverse, permítasenos recordarlas de nuevo aquí: ¿qué relaciones se dan entre los procesos de tratamiento de textos del extracto, el comentario y la imitación?, ¿cómo ha de 55 56
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Flacius Illyricus (1968: 97). Flacius Illyricus (1968: 99).
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ordenarse de forma temática y práctica la profusión de excerpta?, ¿se orienta el excerpere al texto primario, o más bien al texto que se redactará en un futuro? Y ¿es el excerpere una actividad creativa en la que surge algo nuevo no solo en lo concerniente a la inventio y a la dispositio? Por último, ¿cómo se ha de escoger entre el conjunto de nuevos libros? Si el poeta eruditus se corresponde con el lector eruditus, la lectura será tan difícil como la escritura, pues el lector también deberá saber todo lo que sabe el autor para, con un conocimiento previo adecuado y considerando la circularidad, poder comprender los libros. BIBLIOGRAFÍA Bertram, Johann Friderich, Discours von der Klugheit zu excerpiren, Christoph Schrader, ed., Braunschweig, Renger, 1727. Blair, Ann, “Humanist Methods in Natural Philosophy: the Commonplace Book”, Journal of the History of Ideas, 53, 4 (1992) 541-551. Blair, Ann, “Note Taking as an Art of Transmission”, Chicago Journals, 31, 1 (2004) 85-107. Blusch, Jürgen, “Agricola als Pädagoge und seine Empfehlungen De formando Studio”, en Wilhelm Kühlmann, ed., Rudolf Agricola. 1444-1485, Bern, Lang, 1994, pp. 355-385. Céspedes, Baltasar de, Discurso de las letras humanas, llamado ‘El Humanista’, Santos Díez González, ed., Madrid, Antonio Fernández, 1784. Décultot, Élisabeth, “L’art de l’extrait: définition, évolution, enjeux”, en Élisabeth Décultot, ed., Lire, copier, écrire, Paris, CNRS éditions, 2003, pp. 7-30. Ehlich, Konrad, “Zur Analyse der Textart ‘Exzerpt’”, en Wolfgang Frier, ed., Pragmatik. Theorie und Praxis, Amsterdam, Rodopi, 1981, pp. 379-402. Flacius Illyricus, Matthias [Mattia Flacio Illirico], De ratione cognoscendi sacras literas [1719], Lutz Geldsetzer, ed., Düsseldorf, Stern-Verlag, 1968. Foucault, Michel, Die Ordnung des Diskurses. Inauguralvorlesung am Collège de France, 2. Dezember 1970, Frankfurt am Main, Fischer, 1991. Geldsetzer, Lutz, “Prólogo del editor”, en Lutz Geldsetzer, ed., Matthias Flacius Illyricus, De ratione cognoscendi sacras literas, Düsseldorf, Stern-Verlag, 1968. Goyet, Francis, “Encylopédie et ‘lieux communs’”, en Annie Becq, ed., L’Encyclopédisme. Actes du colloque de Caen, 12-16 janvier 1987, Paris, Aux Amateurs de livres, 1991, pp. 493-504. Grafton, Anthony, “El lector humanista”, en Guglielmo Cavallo, Roger Chartier, eds., Historia de la lectura en el mundo occidental, Madrid, Taurus, 1998, pp. 281-328. — “Les lieux communs chez les humanistes”, en Élisabeth Décultot, ed., Lire, copier, écrire, Paris, CNRS éditions, 2003, pp. 31-42. Meiners, Christoph, Anweisungen für Jünglinge zum eigenen Arbeiten besonders zum Lesen, Excerpiren und Schreiben, 2. vermehrte Auflage, Hannover, Helwing, 1791.
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CHRISTOPH STROSETZKI
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ÓRDENES DEL SABER: LOS ESQUEMAS ORGANIZATIVOS DE LOS EXCERPTA Iveta Nakládalová
Marshall thy notions into a handsome method1 THOMAS FULLER
Los primeros tratados sistemáticos que exponen una metodología exhaustiva para elaborar anotaciones en el curso de la lectura —las artes excerpendi— no aparecieron hasta los principios del siglo xvii, pero es indudable que el excerpere —como una methodus íntimamente ligada a la cultura erudita, una propedéutica pedagógica y también como una preceptiva de la lectura— representa un instrumento intelectual de primer orden que no puede circunscribirse únicamente al siglo xvii. Sus orígenes se remontan a los textos misceláneos de la Antigüedad; como práctica didáctica puede hallarse en las rationes studiorum —los tratados de educación— del primer Humanismo, y sus principios llegan a incidir, de manera significativa, en los recursos y modelos epistemológicos de la Modernidad. En general, es posible identificar dos vertientes fundamentales de las prácticas del excerpere. Por un lado, su preceptiva está relacionada con la mnemotécnica y con las pautas de la memoria artificial, porque las anotaciones son depositarias de fragmentos textuales reutilizables en el discurso futuro (exempla,
1 Citado en Beal (1987: 139). Como cabía esperar, Fuller, un prolífico y conocido historiador inglés del siglo xvii, recomienda el uso de las anotaciones en la gestión del conocimiento: “Adventure not all thy learning in one bottom, but divide it betwixt thy Memory and thy Notebooks”. Citado en Beal (1987: 131).
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sentencias, elementos del ornatus, etc.). Los excerpta, recopilados en cartapacios manuscritos y en los libros de lugares comunes, se erigen así en instrumentos capitales de la copia y de la amplificatio retórica, y condicionan, en gran medida, los mecanismos y la filosofía misma de la inventio y de la imitatio. A pesar de esta vinculación dominante con la copia verborum y con el artificio retórico, el excerpere aspira también a proporcionar, almacenar y organizar la información factual, erigiéndose así en una poderosa y dinámica fórmula epistemológica. Una de las causas de la proliferación de las artes excerpendi en el siglo xvii debe buscarse, en efecto, en la difusión de la imprenta, que trajo consigo la multiplicación de libros (multitudo librorum), una cantidad del material escrito imposible de contener, preservar en la memoria o controlar sin una metodología específica. En este contexto, el excerpere acomete la ineludible tarea de reducir multum in parvo: lleva a cabo el inventario y la depuración de la materia extraída de los libros, su selección y catalogación. El filólogo alemán P. Philomusus (Jacobus Locher), recordando su propia experiencia, lo define en su Industria excerpendi como una operación que extrae el succus —el jugo— de las lecturas, disponiéndolo en tablas, chartulae.2 Philomusus describe el excerpere también como la fuente por excelencia de la erudición, como una via expedita, es más, como el único camino ad omnem doctrinam.3 Muchos otros autores aseveran que sin la elaboración de las anotaciones, la lectura no es útil ni fructífera, y que solo esta metodología conduce a la sabiduría perfecta.4 Estas declaraciones categóricas no dejan de ser un dudoso ejercicio de autopromoción, pero deben entenderse, a la vez, en el contexto de la 2 “[Vix latine intelligebam], & jam concupiscebam ex libellis succum quendam extrahere, & in meas reponere chartulas, nec deinde cessavi a labore dulcissimo. Non habeo nunc juveniles illas notas, quas in meliorem subinde formam composui, industriam habeo, & cum puero enatam in istos annos sacram Musarum cupidinem”. Locher (1684: 6). 3 “[...] Meo malo didici, quid sit juvenilibus annis non habere viam expeditam, quae unica est ad omnem doctrinam, excerpendi”. Locher (1684: 6). Añade que sin el excerpere —que es el alimento de la erudición— es imposible adquirir la doctrina. Únicamente los que no deseen vivir pueden prescindir de la alimentación; tampoco los eruditos pueden omitir la práctica de anotación, sin la que solo pretenderían recoger la cosecha sin haber cultivado el campo: “Perinde quaeretur, an cibus sumendus sit. Potest non sumi, sed ab iis qui vivere nolunt. Si quis doctrinam amat, excerpta conficiet; hoc ei praeceptum imponet non excerptio, sed doctrina quam concupiscit. Carere illa potest, & ista, non tamen obtinere istam, & illam negligere, tam parum, quam colligere fructus agri, & agrum non colere. Qui excerpendi avidus est, jam attulit ingenium capax ad multarum rerum cognitionem, arbitrum enim se constituis lectionis sua”. Locher (1684: 1). 4 Jeremias Drexelius, el autor del manual del excerpere más conocido del siglo xvii (probablemente la más citada de todas las artes excerpendi) sostiene, ya en el epígrafe introductorio a su Aurifodina Artium et scientiarum omnium (Mina de oro de todas las artes y ciencias), que sin el excerpere es difícil acceder a la completa erudición, y que sin pluma, papel y tinta, la lectura es poco provechosa: “Excerpendum ajo, & quidem cum cura & studio. Ad plenam eruditione vix ullus est
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naturaleza específica de la episteme altomoderna, fundamentada en la experientia litterata, esto es, en la idea del saber conceptualizado como un corpus exegético que explota y reelabora un conjunto consensuado de textos canónicos. El ideal gnoseológico de la primera Edad Moderna prioriza los libros, y desatiende, desde el punto de vista de la ciencia contemporánea, el conocimiento empírico; desde esta perspectiva, los digestos, reunidos en colectáneas, repertorios misceláneos, polyantheas y otros manuales de referencia proporcionan uno de los accesos primordiales al saber. Además, los excerpta no se limitan a un grupo restringido de libros específicos; al contrario, todos los géneros son contemplados como fuentes potenciales del conocimiento. Los fundamentos de la cosmología pueden hallarse también en los poetas, y los historiadores enriquecen el estudio de la naturaleza, afirma el jesuita Francesco Sacchini en su célebre manual del excerpere.5 En otras palabras, todo el universo textual constituye una materia cruda que necesita ser digerida, por así decirlo, asimilada y archivada de manera apropiada.6 El excerpere, en suma, representa el método supremo de esta apropiación, y actúa como generador de la erudición perfecta. No se limita a transmitir el artificio retórico de los textos canónicos: media también la información factual que contienen, convirtiéndose en un agente gnoseológico vital. La función epistemológica no debe restringirse, con todo, al excerpere en sí; es extrapolable a la colectánea erudita, a los libros de lugares comunes, polyantheas, florilegios, tesoros y las demás misceláneas, que recurren a la construcción discursiva a partir de otros textos, a la acumulación y síntesis de fragmentos de textos ajenos, a saber, a procedimientos inherentes al excerpere. La fenomenología del excerpere y de los géneros de compilación como fórmulas gnoseológicas es extraordinariamente compleja. Comprende la organización espacial del saber, ya que los repertorios conforman almacenes (thesauri) que exhiben el conocimiento (y en ello son análogos a la presentación de la natura en los gabinetes de la filosofía natural). Es más: los manuales del excerpere accessus nisi hac semita. […] Ergo nihil utiliter legero, nisi calamum, chartam, atramentum ad manum habeam”. Drexelius (1641: 19, 20). 5 “Plurima enima acute peruidet, obseruatque, qui ea mente, solertiaque autores explorat, quae caeteros, etiamsi eadem saepius lectitent, fallunt. Ita, qui in philosophia praestantiam amat, multa in Poëtis quoque, & Historicis reperit, vnde naturae cognitionem exornet”. Sacchinus (1650: 83). 6 Explicita Johannes Metzler en su Artificium excerpendi, relativamente tardío (1709), que los excerpta constituyen la “materia prima”, que en sí es amorfa, pero se presta, paradójicamente, a recibir cualquier forma posible: “Die excerpta sin die MATERIA PRIMA, quae in se informis est, omnibus tamen formis recipiendis apta. Darein können alle Autores, dicta & scripta resolviret, und durch die separation und elaboration hernach in eine andere Form wiederum gebracht werden”. Metzler (1709: 15).
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idean diferentes soportes materiales de la erudición (como, por ejemplo, el scrinium de Vincentius Placcius),7 que funcionan como vehículos móviles del saber. Su función epistemológica más importante reside, con todo, en el control y la gestión de la información: el excerpere proporciona una garantía eficaz contra el saber desordenado y caótico, y presupone una reducción esencial de todo el conocimiento a una cantidad textual abarcable, distribuida en categorías específicas. Al igual que el jardinero, o el boticario, también el erudito necesita conocer la ubicación exacta de sus species, afirma Johann Benedict Metzler en su Artificium excerpendi (Tractatus philologicus, 1709).8 Una de las tareas del excerpere radica así en la ordenación y la exhibición apropiada de la materia recogida: en efecto, en la prescripción de los loci (lugares comunes, esto es, clases retóricas y dialécticas convencionales) y otras categorías, adoptadas por casi todas las modalidades de la colectánea docta, el excerpere pretende sistematizar los datos de manera coherente y funcional y proveerlos con dispositivos (índices, tablas, referencias cruzadas) que permitan su rápida recuperación. Edmond Richer, en su ratio didáctica titulada Obstetrix animorum (1600), en la que dedica un apartado también a la metodología del excerpere, enfatiza que la materia asimilada debe ser distribuida en diferentes clases metódica y rigurosamente, para evitar la confusión y desorden, lo que no ocurre en los Adversaria o Commentarii u Observationes, es decir, géneros misceláneos que recurren a procedimientos del excerpere, pero que no ordenan los excerpta según un criterio preestablecido.9
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Para el scrinium litteratum, un armario y un catálogo en el que se ubican —siguiendo un orden estricto— los excerpta recogidos en tiras de papel, descrito por Vincentius Placcius en su ars excerpendi (junto con la Aurifodina de Drexelius los manuales altomodernos más importantes sobre el arte de elaborar anotaciones), véanse Nakládalová (2012: 769) y Placcius (1689: 121 ss.). 8 “Gleichwie ein Gärtner, wenn er Blumen und Pflantzen will versetzen, schon seine Pethen hat, welche ordentlich eingetheilet und zugerichtet sein: will man Bücher in ein repositorium setzet, so muss dasselbige schon da sein una seine Fächer haben”. Metzler (1709: 7). 9 “Sed convenientia Locorum & Commentariorum declarata, antequam me ad eorumdem discrimen & differentiam conferam: notandum erit, Adversaria, Commentarios, Observationes, & caetera eiusmodi nomina, fere pro una & eadem re vsurpari; nec in illis materiam aut argumentum quod tractandum & explicandum suscipitur, ad certas classes, titulos aut capita, accurate, ordinatim, distincte […] revocari: sed omnia mixtim, confuse, passim, & ut, veteres loquebantur, per satyram, prout sunt obuia, aut animi calore & impetu suggerentur explicari”. Richer (1600: 171).
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Fig. 1: Scrinium litteratum, en Vincentius Placcius, De Arte Excerpendi Vom Gelahrten Buchhalten Liber Singularis, Quo Genera Et Pracepta Excerpendi, Holmiae & Hamburgi, apud Gottfried Liebezeit, 1689, p. 152.
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Es en la disposición de los loci donde el excerpere trasciende el artificio retórico de forma más patente, porque es percibido, por lo menos por algunos autores, como una posible sistematización universal del saber. En esta línea se manifiesta, por ejemplo, Johan Amos Comenius, en un breve opúsculo didáctico, titulado De primario ingenia colendi instrumento, sollerter versando, libris (Cómo utilizar con fruto los libros, instrumentos capitales de la instrucción), en el cual consagra un apartado a la metodología de las anotaciones. El excerpere encarna, para él, un medio para alcanzar la polyhistoria, un instrumento para abrazar múltiples competencias y aptitudes en todas las áreas del conocimiento. Solo recurriendo al excerpere puede el erudito convertirse en la biblioteca viva (“viva et obambulans bibliotheca”).10 A él se suman otros tratadistas que subrayan que el excerpere debe aplicarse a todos los ámbitos del saber, no solo a la retórica o dialéctica. De acuerdo con Leopoldus Dickius, autor de un compendio didáctico (De discendi atque docendi ratio, 1588), ninguna disciplina debe eludir la disposición en lugares comunes. Todos los pasajes seleccionados deben clasificarse de acuerdo con ellos, ya que, afirma, no hay nada que pueda evadirlos, “nihil enim est, quod has effugere possit”.11 De forma similar, Edmond Richer afirma que los loci communes son análogos a los loci naturales: no deben ser, por lo tanto, percibidos de manera restringida, como categorías puramente retóricas. Como muchos de sus contemporáneos, Richer asevera que son idóneos para acomodar todas las ciencias, incluidas las artes mecánicas.12 También para Willich Resellianus, autor de un De formando studio, los lugares representan elementos universales de la nomenclatura epistemológica: en su origen, explica, el locus estuvo adscrito a la dialéctica, pero su campo de acción se ha ampliado. De ahí que Resellianus prescribiese su uso para todas las disciplinas, y plantease incluso los 10
Comenius (1970: 19). Comenius habla de la lectura de los autores; al recomendar la cuidadosa anotación, enumera las ventajas más importantes de la práctica del excerpere, que culminan en la posibilidad de volver a repasar, en un único día, hasta 600 escritores. El erudito que se haga con el thesaurus excerptorum (tesoro de los excerpta), afirma, será considerado (y lo será de verdad) un omniscius y un oraculum arcanum: “Quaertis fructus erit, qvod hoc opulenter congesto excerptorum thesauro tuo, rem incredibilem obtinere poteris: ut vel sexcentos authores uno die percurrere, et in dubiis consulere (tot nempe qvot legisti, et emedullasti) possis; ut qvasu nihil noxiè ignores; ut viva et obambulans bibliotheca dici qvaeas; ut omniscius videaris, oraculi instar (apud imperitos hujus arcani) habendus. Nec ut videaris solum: ut sis vere”. Comenius (1970: 19). 11 Dickius (1588: 776). 12 “Qua ex de scriptione apparet loci communis nomen ad omnes scientias, atque etiam mechanicas artes, extendi: neque, vt apud Rhetores angustissimis generis demonstratiui, deliberativi, aut juridicialis finibus restringi. Quamobrem locos, secundum varia artium & scientiarum genera ex quibus colliguntur & conficiuntur ita partiri & dividere poterimus, vt Theologici, Philosophi, Mathematici, Jurisconsulti, Politici, Oeconomici, Grammatici, Causidici, Poëtae, Historici, Dialectici: Architecti item, Pictores, Statuarii, Nautae, & alii artifices, proprios & peculiares habeant locos, ex artium suarum institutionibus petitos & aceruatos”. Richer (1600: 164).
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loci matemáticos, musicales, astronómicos y astrológicos.13 A su vez, Jodocus Willichus, en De formando studio (1550), destaca que cada disciplina tiene sus principios básicos, axiomas y reglas, pero también lugares constituyentes.14 Dicho de otro modo, los loci plasman, ante todo, el orden inherente de las diferentes áreas del saber,15 y sostienen la estructuración interna de las ciencias.16 Sirva como ejemplo el tratado De theologo (1572) del protestante Andreas Hyperius, quien postula la necesidad de compilar los loci teológicos para sistematizar los artículos de la fe y los principios del dogma en ellos, “condensando [así] la summa de la doctrina cristiana en un único corpus” (“summam doctrinae Christianae in unum quasi corpus contraherent”).17 A pesar de lo dicho, casi todos los proyectos del excerpere aspiran a contextualizar las disciplinas individuales en un marco holístico del conocimiento, determinando así su lugar en la encyclopaedia, en el círculo del saber. Baste como muestra elocuente el frontispicio del Pandectarum de Conrad Gessner, allí donde declara que “acoge los loci y las categorías, generales y particulares, de la filosofía y de todas las disciplinas y áreas del saber”.18 La tarea del excerpere como vehículo gnoseológico está, por lo tanto, marcada por una dialéctica paradójica entre la fragmentariedad, por un lado, y las aspiraciones a la coherencia, integridad, unidad y plenitud, por el otro. Codifica los géneros compilativos, edificados sobre la selección y yuxtaposición de elementos textuales heterogéneos. Al mismo tiempo, sin embargo, no renuncia a la totalidad, a la idea de un corpus de saber coherente y exhaustivo. Ese es el caso del scrinium definido por Vincent Placcius como un tesoro colmado de todos los conocimientos, ordenado y preparado para el uso.19 En otras palabras, la máquina de Placcius, a pesar de ser la expresión máxima de una episteme individual,
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Resellianus (1588: 14). Willich (1550: 56 ss.). 15 Los loci, afirma Willich, representan los principios de las disciplinas, que son como los depósito o repositorios comunes (“incomplexa principia, quae rerum vniuscuiuslibet facultatis sunt publica receptacula”). Willich (1550: 56). 16 Cf.: “Ideo autem sapienti consilio artes dictinctae sunt, ut quarum rerum cognitio Ecclesiae ac Reipublicae communi hominum uitae in primis necessaria sit, intelligere: & artes singulas, uelut in classes suo loco distributas, ordine & tempore conuenienti rectius & facilius percipere possimus”. De ratione dicendi (s. a.: s. p.). 17 “[…] ut praecipuos locos communes universae doctrinae Christianae, in breues libellos, ueluti in fasciculos digerent, legendosq; in publicum proponerent […] se facturos operaprecium, necnon multorum piorum partim simplicitati & imperitiae, partim memoriae consultoros, si summam doctrinae Christianae in unum quasi corpus contraherent”. Hyperius (1572: 427). 18 Gessner (1548). 19 “Ecce enim quam artificiosum mox habiturus est thesaurum, rerum omnium copia refertum, ordinatum etiam, inque usum tuum aut alienum paratissimum”. Placcius (1689: 144). 14
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Fig. 2: Portada de Pandectarum siue partitionum vniuersalium de Conrad Gessner, 1548.
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ambiciona establecer un círculo exhaustivo del conocimiento, impulsado por el imperativo de la totalidad. Además, Placcius alude explícitamente a la Pansophia de Comenius, a cuyos nobles propósitos enciclopédicos su scrinium, asevera, pretende contribuir.20 También John Locke, en su Nuevo método del libro de lugares comunes (A New Method of a Commonplace Book), sugiere el uso de “un libro para cada ciencia, para elaborar colecciones [....] que refieran todo nuestro saber”.21 Desde esta perspectiva, el excerpere desea aprehender lo scibile o conocible en su totalidad, paradójicamente por medio de elementos aislados y relativamente autónomos. Con todo, su principal tarea consiste en la asimilación y acomodación de estos elementos a un diseño preexistente. Edmond Richer en su Obstetrix animorum asocia el excerpere al ejercicio de la meditatio, una suerte de profunda apropiación y exégesis del texto. Para este tratadista, al ars lo impulsa la necesidad de digerir las lecturas, que deben ser clasificadas en una estructura establecida a priori. Sin este proceso de decomposición y síntesis, según Richer (al igual que para Metzler en el fragmento citado arriba), la información permanece en la condición de materia cruda: solo la meditación y la catalogación pueden convertirla en el jugo y la sangre de la erudición (análogamente al alfarero cuando transforma la arcilla). El ars excerpendi, la aparentemente sencilla e insignificante metodología de tomar notas instituye, desde este punto de vista, un mecanismo epistemológico capital, el que asigna el conocimiento nuevo a paradigmas conocidos.22 De ahí que la distribución de las anotaciones en diferentes epígrafes o rúbricas no deba interpretarse como un simple ejercicio de taxonomía o una reordenación sistemática de lo leído. En la prescripción de los loci, el excerpere parece instaurar una jerarquía del saber y una disposición colmada de significado. Entre
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Placcius (1689: 148). Locke propone el uso de “a book for each science, upon which one makes collections, or at least two for the two heads, to which one may refer all our knowledge”. Locke (1963: 339). La cursiva es mía. 22 “Uti ergo figuli, celerrima rotae & manus concitatione, in dissimiles, & prope infinitas imagines, mollioris argillae massam transmitant: simili modo universa, quae ex quotidianae auditionis, consuetudinis, & lectionis tritura cumulamus, in varios & diferentes usus, acriter raciocinando, commutare oportet: paria paribus, contraria contrariis, praeterita praesentibus opponendo; rerumq. omnium caussas, & varios eventus, accurate explorando, quoniam neque ad corporis robur, & firmam valetudinem, multos cibos mandisse; neque ad magnam eruditionem, multa legisse, audivisse, vidisse, quicquam confert: si haec cruda, informia, utq. accepta sunt, egerantur; non autem multa cogitatione, velut calore naturali, in succum, sanguinem, usumque peculiarem & elegantem, convertantur. Struthiocameli ac restudines, solo & continuo adspectu, ova sua fovere creduntur. quidni homines, acri judicio & meditatione singulari, animorum suorum foetus efformant? […] Tant y a qu’il faut tousjours bien mediter & rattiociner, sur tout ce qui se presente à nous”. Richer (1608: 345; 350). 21
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sus premisas metodológicas figura la de otorgarle al conjunto de fragmentos reunidos un orden superior, instituyendo con ello un mapa jerárquico del saber. El excerpere, en definitiva, no solo invoca el orden: también lo impone. Me interesa, en el presente estudio, analizar estos órdenes de saber implantados y legitimados por las prácticas del excerpere. Pretendo examinar la metodología y la preceptiva concreta de la organización de los lugares comunes y otras categorías, porque considero que es relevantísima para determinar la naturaleza, las aspiraciones y los objetivos de la episteme premoderna. El género de los libros de lugares comunes, afirma Ann Moss, cuyas publicaciones han contribuido de manera decisiva al estudio de los repertorios misceláneos y del fenómeno de las annotationes, es capital para comprender la organización del saber en la primera Edad Moderna.23 En mi opinión, su tesis puede extrapolarse a las prácticas del excerpere en general, al igual que al resto de las modalidades de la colectánea erudita. Por ello he decidido explorar las múltiples fórmulas de clasificación presentes en los manuales del ars y en los repertorios misceláneos. Lamentablemente, muchos autores de las artes excerpendi eluden ahondar en los principios exactos de la disposición del material recogido. Suelen limitarse a subrayar la necesidad de anotar lo bueno y lo aprovechable en el futuro, sin proporcionar pautas más concretas acerca de la selección y estructuración de los extractos. Comenio, sin ir más lejos, declara en el opúsculo citado que es recomendable anotar todo lo nuevo, lo bello y lo útil para el futuro, pero no precisa esta fórmula un tanto abstracta.24 Igual de ambiguos son los testimonios de los primeros humanistas. Guarino da Verona, en una epístola a Leonello D’Este, hace hincapié en la función acumulativa de la lectura, durante la cual el lector acopia los pasajes provechosos. El alumno, sostiene, “debe recurrir a un cuaderno, su fiel depositario, en el que apuntará todo lo que vaya escogiendo”, para convertirlo en un “catálogo de las cosas recogidas”,25 pero no refiere ninguna metodología específica ni detalla la ordenación de las anotaciones.
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Moss (1996). Cf. Comenius (1970: 15): “Qvid autem seligendum aut excerpendum est, inqvies? Resp. Hoc non magnae qvaestionis fuerit. Scribe qvicqvid invenies tibi novum, eatenus ignotum; et judicas esse pulchrum, tibi aliqvando usui futurum: sive sit verbum, sive phrasis, sive sententia, sive historia, et qvidvis avod gemmulae instar nitere conspicis”. 25 “Per tutto questo è accorgimento di provata utilità, ogni volta che ci si metta a leggere, tenere pronto un quaderno come un fedele depositario, in cui scrivere tutto quello che si venga notando e scegliendo, in modo da farne quasi un catalogo delle cose raccolte”. Guarino de Verona en una carta de 1434 a Leonello d’Este, citado en Garin (1975: 197). 24
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Estas pautas poco explícitas concuerdan, en cierto sentido, con la naturaleza de la methodus: el excerpere, expuesto en las artes propiamente dichas, constituye, in primis, una metodología didáctica (porque el alumno debe hacerse, en la primera fase, con el material verbal en su aprendizaje del latín) y un método personal. Muchos teóricos puntualizan, en efecto, que debe dar lugar a extractos personalizados, acordes con la especialización profesional del lector y su área particular de saber. Jeremías Drexelio en su Aurifodina, una de las obras emblemáticas del género, aconseja el empleo de tres cartapacios diferentes, dispuestos según los criterios temáticos y según la procedencia de los extractos, pero no imprime un orden superior al conjunto de las anotaciones. Los excerpta manuscritos parecen de esta forma instituir un universo particular del saber, no necesariamente dotado de un orden específico o de una jerarquía superior. Persiguen, naturalmente, la ordenación de la materia (porque el alumno debe acomodar lo extraído en distintas clases), pero la elección de las categorías es personal y no está supeditada a un proyecto preestablecido. Aun así, son indudablemente portadores de un proyecto ideológico, inherente al acto mismo de la selección. La incorporación de cada fragmento nuevo amplía y a la vez, paradójicamente, reduce el universo del saber, porque al incluir, excluye y silencia. La compilación comporta un dictamen epistemológico y una sentencia moral, debido, entre otros factores, al carácter de los loci convencionales, que habitualmente operan con categorías éticas. Las anotaciones personales contribuyen, en definitiva, a construir y consolidar, pero también a acotar el círculo individual del saber.26 En cambio, los géneros de la colectánea erudita —entre ellos, en primer lugar, los libros de lugares comunes— sí instauran un espacio gnoseológico universal que no está condicionado por la personalidad y las necesidades del compilador. Implican una sistematización y un diseño epistemológico a priori, mientras que las anotaciones personales constituyen, por así decirlo, un project in progress, una tarea incesante que debe perpetuarse durante toda la vida.
26 Lo corroboran también las frecuentes críticas de las colectáneas impresas, percibidas como instrumentos secundarios que no ayudan a fomentar la eruditio del alumno, que debe ser construida, como argumentan muchos autores, sobre el acceso directo e individual a las fuentes (es decir, sin la mediación de las colectáneas impresas). Eso es lo que se desprende de la declaración del teólogo y crítico literario Adrien Baillet, conocido por su biografía de René Descartes. “Mais on ne doit pas faire le même raisonnemente des Collections que les particuliers font pour eux-mêmes, & on peut dire qu’autant que celles des autres nous sont nuisibles, autant celles que nos faisons pour notre usage nous sont avantageuses. C’est perdre son tems de lire ces ramas faits par d’autres, mais ce n’est point le perdre de les faire soi même, c’est à dire, de recueillir avec soin ce qu’on trouve d’excellent dans les Livres, & de travailler à donner de l’ordre a ses propres Collections. Elles ne peuvent servir qu´à celui qui les fait [...]”. Baillet (1725: 472).
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Desde otra perspectiva, la diferencia entre las colecciones manuscritas y los repertorios impresos secunda la línea divisoria entre la finalidad epistemológica del excerpere, por una parte, y sus objetivos retóricos, por la otra. Drexelius, por citar un ejemplo conspicuo, recomienda recurrir a la clasificación en 27 tituli o lugares comunes, inferidos a partir de las clases tradicionales de la retórica epideíctica (entre sus epígrafes figuran: virtudes, vicios, musas, instrucción, letras, etc.). Junto con las demás artes excerpendi, su manual incide, primordialmente, en la dimensión discursiva y dialéctica de la methodus. Como sentencia Ann Moss, su texto no constituye un modelo sistemático de producción; tampoco intenta plasmar el orden oculto de las cosas.27 Para Drexelius, el excerpere representa, ante todo, un instrumento de la copia. Esta es la razón por la que reserva el tercer apartado de su manual al Excerptorum diversus usus, al análisis del empleo retórico de los fragmentos recogidos, la misma razón por la que califica los excerpta de flores (eso es, elementos del artificio verbal) extraídas de diferentes libros.28 Lo que promueve su methodus es el imperativo de la imitatio, la oportunidad de proveer al estudiante con mecanismos de creación literaria, con modelos y ejemplos de la exuberancia discursiva y argumentativa, y esta dinámica puede extrapolarse a la gran mayoría de las artes excerpendi, al igual que a una parte significativa de las colectáneas impresas. De copia de Erasmo, el ejemplo más emblemático de este tipo de colecciones, organiza los extractos de acuerdo con un sistema consolidado de categorías retóricas: los exempla, las sententiae y las comparaciones (comparativa). Sus Adagios, a su vez, disponen la materia en función de las asociaciones y oposiciones, a menudo de carácter ético, una estructura que puede remontarse a los florilegia medievales.29 Si bien esta disposición exhibe una suerte de orden inherente (Erasmo mismo propone el régimen de similitudes y contrarios basada en las relaciones asentadas en la dialéctica donde, supuestamente, recrea cierta interconexión natural entre las cosas),30 el objetivo principal de sus lugares comunes
27 “The Aurifodina is always a quarry devised for easy extraction of the maximum amount of information, never a mirror of the interconnected order of things, nor a systematic production manual”. Moss (1996: 236). 28 “Justus Lipsius in epistolica institutione asserit, ei, cui profectus literarius cordi sit, opus esse Excerptis quibusdam & Notis rerum. Ita & Cicerone audio loquentem: Excerperes, inquit, ex his ipsis, si quid inest boni. Vnde Excerpta dicimus, quae veluti flores e libris enotamus”. Drexelius (1641: 19). 29 Véase Moss (1996: 109). 30 “Ergo qui destinauit per omne genus autorum lectione grassari (nam id omnino semel in vita faciendum ei qui velit inter eruditos haberi), prius sibi quam plurimos comparabit locos. Eos sumet partim a generibus ac partibus vitiorum virtutumque, partim ab his quae sun in rebus mortalium praecipua, quaeque frequentissime solent in suadendo incidere. Eaque conueniet iuxta
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es, indudablemente, el de fomentar e instruir las habilidades y las virtudes de la copia.31 También Miguel de Salinas, en su célebre Rhetorica, recomienda clasificar la materia recogida en diferentes categorías morales (entre ellas, prudencia, temperancia, fortaleza, justicia, virtudes theologales, fe, esperanza, caridad, las obras de misericordia, los pecados, los dones del espíritu sancto) según los vínculos de afinidad y parentesco, y teniendo en cuenta las semejanzas y los contrarios. Su sistematización interna es individual: el alumno puede elaborar un orden propio o seguir el de otros autores (Salinas menciona explícitamente a santo Tomás y a Plinio).32 Al igual que para Erasmo, también para Salinas la methodus debe ofrecer material lingüístico que se preste a la imitación y pueda ser ampliado y acomodado según la necesidad. “[…] qualquiera que lo vsare”, declara, “será más docto y aparejado para qualquier cosa que quisiere escreuir, o hablar en vn año: que si por vía ordinaria estudiasse quatro [...]”.33 Por último, también Vives, en el tercer libro de su tratado de educación (De tradendis diciplinis), se centra fundamentalmente en los requisitos del discurso copioso. El alumno debe recoger, por un lado “las palabras aisladas”, luego “las frases y modismos de uso corriente o no conocidos de todos”, y en una tercera sección registrará los hechos históricos y en otra, las fábulas; en otra, los dichos y las sentencias graves. Tendrá, además, un cartapacio mayor; allí
rationem affinitatis et pugnantiae digerere; nam et quae inter se cognata sunt vltro admonent quid consequatur, et contrariorum eadem est memoria”. Erasmo (1988: 258). 31 Añade Erasmo que, en cualquier caso, el alumno puede diseñar su propio sistema de organización del material, para luego vincular los excerpta a los diferentes genera dicendi, es decir, enfatiza el carácter eminentemente retórico de la colección: “Sed virtutum ac vitiorum ordinem sibi quisque suo fingat arbitrio, vel e Cicerone, siue malit e Valerio Maximo, aut ex Aristotele aut ex diuo Thoma petat. Denique si malit, elementorum ordinem sequatur. Neque enim id magni refert, quanquam nolim illum omnes huius generis particulas tam minutim concisas in ordines referre, verum eas duntaxat quae videantur frequenter in dicendo vsu venire. Id autem vel ex locis causarum licebit cognoscere, nempre demonstratoriis, suasoriis et iudicialibus”. Erasmo (1988: 259). Cf. Moss (1996: 109). 32 “Pues el que quisiere sacar fruto de su estudio y ser docto: tomará muchos títulos de virtudes y vicios, de otras materias que más comúnmente se offrescen hablar en ellas. Y pondrá los por su orden considerando la affinidad, parentesco, y contrariedad que tienen vnos con otros, porque de los semejantes y contrarios las más vezes se ellige lo mesmo que de los principales […]. Esta orden de los títulos de virtudes, y vicios, y de las otras materias puede le cada vno ordenar de suyo, o tomarla de algunos doctores que dellas trataron por orden como es sancto Tomas; y si no quisiere poner tan particulares títulos que a la verdad le podrían dar confusión tomará algunos principales según los que trata Valerio Máximo […] y algunos que también trató Plinio en el libro vij”. Salinas (1541: fol. CIIIJ). 33 Salinas (1541: fol. CIIIJ).
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apuntará lo que el profesor hubiere explicado más extensamente y también lo que él, por iniciativa personal, hubiere leído en los buenos autores o los dichos y sentencias que hubiere oído de otros. Y así como en este digamos calendario suyo tiene determinadas casillas o compartimientos, si le pareciere bien tomará para su uso nota de las casillas, para que cada escritor tenga su propio compartimiento.34
La naturaleza misma del excerpere establece, por lo tanto, una dialéctica entre las sistematizaciones personales, adaptadas a los intereses y las necesidades individuales y asentadas, generalmente, en la copia, y los órdenes superiores, vinculados a su función epistemológica como transmisora de la información factual. Las colecciones impulsadas por la copia suelen explotar, como hemos visto, un conjunto tradicional de los loci. Richard Yeo explica que esta ordenación típica constituía, en realidad, una secuencia profundamente asimilada ya desde los florilegios medievales; los lugares comunes morales, retóricos y dialécticos habían conformado rúbricas estereotipadas con las que los lectores estaban profundamente familiarizados.35 El autor del manuscrito anónimo Of common places lo corrobora sin género de duda: “Apruebo la organización según los loci, porque los lemmata metódicos están ya ordenados en sistemas a las que nuestro recopilador está suficientemente habituado”.36 Los primeros libros de lugares comunes salen de las imprentas europeas casi un siglo antes que los manuales sistemáticos del excerpere (De copia de Erasmo es de 1512, la princeps de la Polyanthea de Mirabelli de 1507). Es probable, por consiguiente, que el régimen tradicional de los loci, expuesto en numerosas artes excerpendi, se inspirase en los sistemas consolidados en los géneros de la colectánea erudita. Junto con los lugares comunes de carácter moral y los regímenes retóricos y dialécticos centrados en asociaciones, similitudes y contrarios, las ordenaciones tradicionales incluían también paradigmas específicos. Tal es el caso de la clasificación de acuerdo con los predicamentos aristotélicos, muy común en los libros de lugares comunes, o taxonomías que adaptan paradigmas teológicos, como las que derivan de las concordancias bíblicas, las de los diez mandamientos, o aquellas que adaptan el modelo tomista propuesto en (la secunda secundae) de la Summa. Todas ellas documentan el vínculo que une el excerpere con la retórica del sermón, mediado por los florilegios y las misceláneas medievales.
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Vives (1948: 583). Yeo (2014: 121). 36 “This latter way [la ordenación según los loci] I do rather approve because the methodical heads are sufficiently laid down in systems with which it is supposed our collector is already sufficiently furnished”. Havens (2002: 150). 35
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Quiero destacar que incluso en aquellas colecciones impulsadas por la copia que se organizan según criterios a priori retóricos (semejanzas y oposiciones, virtudes y vicios), subyace un singular anhelo del orden, el de sistematizar el universo moral. Los elementos de la colectánea titulada Sententiae veterum poetarum de Georgius Maior se ordenan en secuencias de afinidades y contrarios presentados bajo epígrafes morales (politica, oeconomia, ocium, vinum, ebrietas, sobrietas, amor, voluptas, mulier bona, etc.), y su autor enfatiza explícitamente que la colección aspira a marcar las pautas de una vida honesta. Los libros de lugares comunes, comenta Ann Moss, constituyen un mapa de la plenitud (discursiva) controlada, de las semejanzas y desemejanzas, un modelo de diversidad y artificio lingüístico, pero es evidente que encarnan igualmente el manifiesto de un ethos consensuado, una exposición de las virtudes y una advertencia ante los vicios.37 Este tipo de colecciones aspira a aprehender y reflejar el universo moral, y transforma un elemento stricto sensu retórico y dialéctico —el locus— en una categoría esencialmente ética. Ahora bien, en algunos textos singulares, la ordenación trasciende no solo el proyecto de la copia verbal, sino incluso los postulados de la totalidad, coherencia e unidad del saber y de su representación. El propósito de la colección de John Foxe titulada Locorum communium tituli et ordines quinquaginta (50 epígrafes —tituli— y órdenes de los lugares comunes, 1557), y articulada en torno a los diez predicamentos aristotélicos (sustancia, cantidad, cualidad, relación, modo de actividad, modo de pasividad, tiempo, lugar, situación, apariencia) se ocupa, según su propio autor, no solo de facilitar procedimientos dialécticos y argumentativos, sino también de evidenciar las relaciones ocultas entre las cosas.38 El excerpere se convierte, en estos términos, en la imagen y el espejo del mundo, en una methodus de la búsqueda del auténtico orden de las cosas (res), de los profundos vínculos del ser, en un symbolon de la natura capaz de revelar las relaciones innatas de sus componentes individuales. Esta exploración del orden consustancial puede trazarse ya en las colectáneas medievales. El monumental Speculum de Vincent de Beauvais, según afirma el autor en el prólogo, sirve no solo para inspirar la devoción y el amor a Dios, sino igualmente para proporcionar métodos argumentativos y, generalmente, dilucidar cualquier tipo de arte.39 Como puntualiza Ann Blair, su objetivo, no obstante, trascendía la mera 37
Cf. Moss (1996: 188). “Et quod ad ordinem principio attinet, eum ita temperavimus, ut non vocabulis rerum singulis, singula capita tribuerimus (quis enim volumini finis futurus erat) sed res ipsas, ut quaeque inter se cognatae videbantur, ex infinita turba exceptas, iuxta seriem Praedicamentorum decem, a generibus descendentes in species, veluti per familias et affinitates, cuncta distribuimus”. Foxe (1557), citado en Moss (1996: 192); la cursiva es mía. 39 Blair (2010: 43). 38
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explicación de las disciplinas: los diferentes libros del Speculum articulan una jerarquía que pretende recrear la presencia divina a través del mundo natural (Speculum naturale), las artes y las ciencias (Speculum doctrinale) y el relato de la historia universal (Speculum historiale).40 En su empeño en abrazar la totalidad de la creación, el Speculum secunda así sistemas jerárquicos fundamentados en las diferentes modalidades de la catena rerum o de la scala naturae, secuencias jerárquicas que reproducen el orden de la creación y desvelan, supuestamente, las estructuras recónditas de la materia y de la vida. Estos órdenes superiores conviven, habitualmente, con el resto de los sistemas de clasificación. Junto con la organización según las disciplinas y los predicamentos aristotélicos, los recomienda, por ejemplo, Charles Sorel en su tratado De la conoissance des bons livres, describiendo una secuencia descendente desde Dios y sus ángeles hacia el hombre y el mundo natural (los animales, las plantas y las piedras) y relacionándola con el ars de Ramon Llull y con la Regina scientiarum de Pierre Morestel.41 La búsqueda de la totalidad, unidad y coherencia es, en cierto sentido, lógica en un género tan íntimamente vinculado a los ideales y objetivos de la episteme, pero sorprende lo explícitas que son las tesis de algunos tratadistas acerca de la naturaleza de los lugares comunes como elementos inherentes a las res, las cosas. Agrícola, por ejemplo, en su Invención dialéctica (De inventione dialectica), caracteriza los loci como lugares de argumentación, naturalmente, pero también como capita communia, categorías comunes, capaces de estructurar la variedad de la natura en clases basadas en similitudes observadas (“communis quaedam habitudo”) y abstraídas a partir de ellas para poder hacer frente a la inmensa variedad y multitud de las cosas.42 Uno de los exponentes capitales de los loci como categorías universales que plasman un orden intrínseco de la natura es Melanchthon. En su De locis communibus (originalmente parte de De rhetorica libri tres, 1519, y posteriormente incluido en múltiples colecciones De ratione studii) alega que los filósofos 40
Blair (2010: 43). “Quelques-uns se contentent de la seule Categorie de la Substance, la divisant en differentes Classes, comme de Dieu, des Anges, de l’Homme, des Bestes, des Plantes, des Metaux, des Pierres, & des Elemens. Cecy a du raport à l’Art bref de Raymond Lulle, à la Syntaxe de l’Art admirable, faite par Gregoire Thoulousain, & à l’ouvrage d’un certain Morestel apellé la Reine des Sciences”. Sorel (1981: 3). 42 “Res autem numero sunt immensae, & proinde immensa quoque proprietas atque diuersitas earum. Quo sit, ut omnia quae singulis conueniant aut discrepent, sigillatim nulla oratio, nulla uis mentis humanae possit complecti. Inest tamen omnibus, tametsi suis quaeque discreta sint notis, communis quaedam habitudo, & cuncta ad naturae tendunt similitudinem, ut quod est omnibus substantia quaedam sua, omnia ex aliquibus orientur causis, & omnia aliquid efficiunt. Ingeniosissimi itaque uirorum, ex effusa illa rerum uarietate, communia ista capita, ut substantiam, causam, euentum, quaeque reliqua mox dicemus, excerpsere”. Agricola (1538: fol. 4r). 41
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habían clasificado las cosas humanas (res humane) en diferentes categorías o formas de vida (formae quaedam vivendi), según pertenezcan a la natura (la vida, la muerte), a la fortuna, o a nuestra propia voluntad (vicios y virtudes). Análogamente, todas las disciplinas, al igual que los juicios acerca de los asuntos humanos, deben remitir, en palabras de Melanchthon, a los capita. En otras palabras, Melanchthon sostiene que para ponderar acerca del estatus ontológico de las cosas, es preciso vincularlas primero a clases superiores preexistentes, que constituyen formas inherentes, patrones y medidas esenciales; “sunt formae rerum et regulae”.43 Melanchthon entrevé así no solo la posibilidad de catalogar el conjunto de las res, sino también la de aprehender el universo simplemente atendiendo a determinadas formas consustanciales y comunes (“communia themata”).44 Estas categorías, en las que confluyen formas filosóficas con las retóricas, devienen en rúbricas capaces de plasmar el todo en el sentido ontológico, en “divisiones sistemáticas latentes en el universo de lo conocible”, en palabras de Ann Moss,45 ya que se constituyen, como enfatiza Melanchthon, no en cuanto sedes argumentorum, sino que surgen de las sedes de la natura.46 En resumen, en el proyecto de Melanchthon, los loci promulgan algo más que un mero método didáctico; establecen categorías universales del saber, un dispositivo idóneo para contener y sustentar la totalidad de la realidad conocida. Representan, en definitiva, el “reflejo inmediato de una superestructura del saber, natural, moral y divina”.47 Es más: en los Elementos de la retórica (Elementa rhetorices), Melanchthon sostiene que la catalogación de los excerpta en loci puede dilucidar las conexiones innatas entre las res, el orden de la natura: “La ordenada y metódica distribución de las frases excerptadas en categorías manifestará el orden existente entre las cosas”.48 43
“Philosophi digesserunt res humanas omnes ceu in formas quasdam uiuendi ut alia sunt naturae, ut uita, mors, forma. Alia fortunae opes, natalium splendor, ut honores. Alia sunt in nostra potestate, ut uitia, ac uirtutes. Sic & in singulis studiorum generibus, sunt quaedam capita, in quae referri solent, quae tractantur illic […]. Qui uolet igitur de rebus humanis recte iudicare, illum oportet, quicquid inciderint forte fortuna, ad has ceu formas rerum exigere. Pariter, cui cordi est recte de studijs iudicare, illum oportet tales locos in numerato habere. Nam praeter id quod sunt formae rerum & regulae, mire etiam memoriam adiuuant”. Melanchthon (1533: 45). 44 “Voco igitur locos communes omnes omnium rerum agendarum uirtutum, uitiorum, aliorumq. communium thematum communes formas, quae fere in usum, uariasq. rerum humanarum, ac literarum causas, incidere possunt”. Melanchthon (1533: 45). 45 Moss (1996: 188; 120). 46 “Neque uero putes eos temere confingi, ex intimis naturae sedibus eruti formae sunt, seu regulae omnium rerum”. Melanchthon (1533: 49). 47 Havens (2001: 29). 48 “Caeterum ad colligendas sententias etiam adhibenda est ratio quaedam. Nam & memoria adiuuabitur, cum ordine distribuerimus eas in certas classes, et haec distributio rerum inter se ordinem ostendet”. Melanchthon (1542: s.p., apartado “De locis commvnibvs”). La cursiva es mía.
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Es cierto que en un pasaje anterior, Melanchthon vincula la ratio colligendi con la copia verborum, con la recogida de los lumina verborum y de las figuras retóricas, pero es indudable que reconduce la función de los excerpta como custodios del tesoro del ornatus y de la argumentación hacia los modos de la adquisición y la codificación del saber.49 Aun así, en el suplemento al tratado Sobre los lugares comunes (De locis communibus) que contiene un índice-modelo de los loci elaborado por Petrus Fladrunus,50 el esquema de los loci reproduce las secuencias tradicionales de rúbricas retóricas y morales; de esta forma, incluso las categorías diseñadas por Melanchthon se ciñen, una vez más, al ámbito de la copia, reforzando la correlación entre el artificio discursivo y los lugares como sedes naturae. El territorio de las artes dicendi abraza y somete el universo del saber, como si las species discursivas pudiesen, por sí solas, aprehender la totalidad de las cosas. El espacio de la presente contribución no me permite recoger más testimonios de la aspiración universalista de la metodología del excerpere, de su ambición de edificar una jerarquía del saber y una representación del orden de la natura. Me gustaría aludir, no obstante, a la sistematización de Theodor Zwinger elaborada en su Theatrum vitae humanae (primera edición 1565), y articulada como una disposición jerárquica de diferentes categorías, plasmada en diagramas arbóreos y en una secuencia descendente de lo general hacia lo particular por medio de oposiciones binarias. Lo relevante es que (de atender a Ann Blair), el proyecto de Zwinger fue motivado por la búsqueda del orden auténtico de las cosas.51 Según sus propias declaraciones, Zwinger quiso alejarse de las disposiciones arbitrarias y poco apropiadas de sus predecesores, a los que acusa de acumular lugares de manera caótica y utilizarlos según su propia conveniencia, en lugar de deducirlos de las estructuras profundas de la natura para que evidencien las correspondencias más recónditas. Zwinger, en resumen, reclama un orden que no esté condicionado por la voluntad del compilador, sino por el ars en sí. El método, considera, debe ser inferido de la esencia misma de las cosas.
49
“Interim tamen hoc studium colligendi dicta scriptorum, habet aliquam utilitatem, praesertim in adolescentia. Habent enim multa lumina uerborum, & multas figuras, ut elegans metaphora est in uersu de experientia. […] Quare haec diligentia colligendi sententias, non solum uerborum copiam alit, sed nonnihil etiam ad rerum cognitionem conducit”. Melanchthon (1542: s. p., apartado “De locis commvnibvs”). 50 “Sequitur nunc locorum quorundam index, semper a studioso locupletandus. Quem olim M. Petrus Fladrunus, ex Brisgaudia Vualkilch oriundus, aedium Sapientiae Friburgi alumnus, linguis non tam doctissimus, quam etiam fidelissimus, discipulis suis conscripsit”. De formando studio (1533: 49). El “Index locorum communium” (el suplemento) empieza en la p. 51. 51 Blair (2010: 149 ss.).
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Análogas, en muchos aspectos, son las sistematizaciones de Johannes Sturmius, uno de los teóricos pedagógicos más importantes del protestantismo. En De literarum ludis recte aperiendis liber (1539), Sturm recomienda el uso de tres cartapacios, dedicados a la copia verborum y los procedimientos retóricos, por un lado, y a las res (cosas), por el otro. Al igual que Zwinger, Sturmius pretende trazar un mapa universal para ubicar en él los múltiples excerpta, infiriéndolo directamente de los patrones de la natura. Sus categorías, al igual que los loci de Melanchthon, están diseñadas para acomodar, ante todo, la materia discursiva, lo que vuelve a corroborar la permeabilidad, tan característica para la episteme altomoderna, entre el ámbito de las cosas (res) y el de los verba. Concluye Ann Moss que el proyecto de Sturm no persigue, en realidad, digerir el mundo de las res, sino el universo lingüístico.52 A pesar de ello, Sturm, en De imitatione, explicita que su sistema se basa en el “estado natural de las cosas” y prevé el uso de tres cartapacios: uno para el análisis dialéctico y retórico de los libros, otro para clasificar el material, y el tercero para registrar la experiencia, lo visto, oído y experimentado, etc.53 Aquí, el excerpere trasciende el universo de los libros, al igual que el ámbito de las res, para albergar incluso las vivencias y experiencias personales. Se erige, en suma, en una metodología que expresa la riqueza de la creación en toda su amplitud.54 Las implicaciones de la vocación epistemológica del ars son extremadamente significativas. El excerpere, según los testimonios referidos, configura un método para acceder a la abundancia de la copia, pero también a las estructuras recónditas de la realidad. Se concibe —si extrapolamos la descripción de Ann Moss del Theatrum de Zwinger a toda la práctica de anotación— como análogo al libro de la naturaleza y a la catena rerum que plasma el orden inherente de la cosas, y como una transcripción y espejo del universo moral del hombre.55 El excerpere constituye no solo un dispositivo metodológico imprescindible para entender la organización del conocimiento en la cultura erudita de la primera Edad Moderna, que influyó, en muchos aspectos, en los instrumentos de 52
Moss (1996: 148). Además, también en De literarum ludus enfatiza Sturm que la distribución de los loci, incluso de los loci verborum, surge del orden de la natura, “ex ordine naturae”: “Verborum locos appello qui in ipsis sentetiarum formis reperiuntur. […] Partitio horum recte ex ordine naturae petitur, qui cum a nobis intellectus erit, facile ubi unum quodq. uestigandum sit cognoscemus. Est autem illa diuisio humanae naturae accommodata, qua res omnes in ea quae sunt in natura & ea que non sunt partimur”. Sturmius (1539: fol. 26v). 54 Dice, por ejemplo, Johann Benedict Metzler que debemos asimilar profundamente (convirtiéndolo en jugo y sangre) no solo todo lo que excerptamos, sino también todo lo que hayamos memorizado y meditado o pensado: “[...] wenn man recht studieren will in succum & sanguinem vertiret werden welches durch das meditieren/memoriren und excerpiren”. Metzler (1709: 6). 55 Moss (1996: 197). 53
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indexación y organización de la información posteriores (como lo demuestran los estudios de Markus Krajewski).56 Como vehículo de la transmisión de la abundancia discursiva y factual, perfila también una matriz cultural compartida, y un tesoro de modelos discursivos comunes. Por otra parte, los regímenes impuestos por el ars van más allá de la mera ordenación gnoseológica: son esenciales para la articulación del pensamiento. John Locke, cuyo método para elaborar anotaciones fue notoriamente influyente, recomienda, en el tratado Of the Conduct of the Understanding, la práctica para eludir el pensamiento disperso, errante y desordenado.57 La clasificación, inherente a la metodología del excerpere, actúa así como un modelo de estructuración de los procesos cognitivos y mentales. De hecho, la analogía entre el pensamiento y la disposición de los libros de lugares comunes se perpetúa hasta bien entrado el siglo xviii. John Mason recomendó a los lectores de su SelfKnowledge (1745) que “atesorasen y organizasen sus pensamientos de la misma manera en la que disponen las notas en un libro de lugares comunes”. “No es suficiente”, sentencia, “proveer el almacén de la mente con buenos pensamientos; es imprescindible acopiarlos atendiendo a un orden, digeridos y clasificados bajo los temas (“subjects”) y clases pertinentes”.58 En conclusión, los loci fueron percibidos, en el contexto de la episteme altomoderna, no solo como epígrafes más o menos sistemáticos que ayudan a los lectores a organizar el material extraído de sus lecturas, sino como categorías que estructuran el pensamiento en sí. El excerpere encarna una methodus epistémica capital, un modo de adquisición, organización y preservación del saber que, a la vez, impone técnicas y hábitos de interpretación al conocimiento que transmite. De ahí el dictamen de Ann Moss, pronunciado en relación con los libros de lugares comunes pero extrapolable, en mi opinión, a la práctica del excerpere en sí, de que los alumnos y los eruditos de los siglos xvi y xvii percibían en los libros de lugares comunes un dispositivo de la producción discursiva, pero también un instrumento indispensable para asimilar la cultura escrita y para “dotar de sentido a sus libros”.59 El excerpere instituye una metodología única y singular, que crea hábitos de lectura, pero también de pensamiento y de percepción, y que
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Véase, por ejemplo, Krajewski (2011). Véase Dacome (2004: 616). 58 “Think it not enough to furnish this Store-house of the Mind with good Thoughts, but lay them up there in Order, digested or ranged under proper Subjects or Classes. That whatever Subject you have Occasion to think or talk upon you may have recourse immediately to a good Thought, which you heretofore laid up there under that Subject. So that the very Mention of the Subject may bring the Thought to hand; by which means you will carry a regular Common PlaceBook in your Memory”. Citado en Dacome (2004: 617). 59 Moss (1998: 421). 57
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documenta la ontología altomoderna del conocimiento. Representa un sistema para entender el mundo y un modelo epistemológico dominante en una época en la que empiezan a configurarse nuestros propios modelos de pensamiento y nuestros propios paradigmas epistémicos. BIBLIOGRAFÍA Agricola, Rudolph, De inventione dialectica libri tres, Parisiis, apud uidam Claudii Cheualonii, 1538. Baillet, Adrien, Jugemens des Savans sur les principaux Ouvrages des Auteurs, par Adrien Baillet; revûs, corrigez, et augmentez par Mr. de la Monnoye, Amsterdam, aux depens de la compagnie, 1725. Beal, Peter, “Notions in Garrison: The Seventeenth-Century Commonplace Book”, en W. Speed Hill, ed., New Ways of Looking at Old Texts. Papers of the Renaissance English text Society, 1985-1991, Binghamton/New York, Medieval & Renaissance Texts & Studies in conjunction with Renaissance English Text Society, 1987. Blair, Ann M., Too Much to Know. Managing Scholarly Information before the Modern Age, New Haven/London, Yale University Press, 2010. Comenius, Johann Amos, De primario ingenia colendi instrumento, sollerter versando, libris [1650], Praha, Státní pedagogické nakladatelství, 1970. Dacome, Lucia, “Noting the Mind: Commonplace Books and the Pursuit of the Self in Eighteenth-Century Britain”, Journal of the History of Ideas, 65, 4 (Oct. 2004) 603-625. De ratione dicendi, et ordine Stvdiorum recte institvendo commonefactiones et Regulae utiles, s. d. De formando studio. D. Erasmi Roterodami ratio colligendi exempla. Philippi Melanchthonis de locis communibus. Leonardus Aretimus de studiis et literis. Aeneae Sylvii adhortatio ad studia. Georgius Valla de orthographia. Francisci Nigri elegantiarum regulae Romanorum magistratuum [...], Basileae, Henricus Petrus, 1533. Dickius, Leopoldus, De optima studiorum ratione, idq. in omni facultatum genere Methodus, Dickio IC autore, en Institutio literata (De discendi atque docendi ratio), tomvs tertius, Torunii Borussorum, excudebat Andreas Cotenius, 1588. Drexelius, Jeremias, Avrifodina Artium et scientiarum omnium. Excerpendi solertia. Omnibus litterarum amantibus [...], Antverpiae, apud viduam Ioannis Cnobbari, 1641. Erasmo [Erasmus, Desiderius], De copia, liber II, Ratio colligendi exempla, en Opera omnia Desiderii Erasmi Roterdami, recognita et adnotatione critica instrvcta notisqve illvstrata, ordinis primi, tomvs sextvs, Amsterdam, North-Holland, 1988. Foxe, John, Locorum communium tituli et ordines, Basileae, apvd Ioannem Oporinum, 1557. Garin, Eugenio, Educazione umanistica in Italia, Roma/Bari, Laterza, 1975. Gessner, Conrad, Pandectarum siue partitionum vniuersalium Conradi Gesneri Tigurini, medici & philosophiae professoris, libri 21. Ad lectores secundus hic bibliothecae nostrae tomus est, totius philosophiae & omnium bonarum artium atque studiorum locos
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OBREROS FRAUDULENTOS: LA CENSURA DE SUMARIOS, ÍNDICES Y GÉNEROS DE LA ERUDICIÓN EN EL SIGLO XVI1 María José Vega
En las sumas de teología moral de la segunda escolástica, los vicios y pecados de la erudición son los mismos que se asocian al estudio y que aquejan a cuantos se dedican a las disciplinas humanas: es decir, la soberbia, las formas inmoderadas de la libido sciendi y la curiosidad excesiva (improportionata curiositas o ultra vires ingenii), que puede conducir a la herejía cuando se dirige obstinadamente hacia el conocimiento de lo divino o lo oculto.2 Los tratados de virtutibus de los siglos xvi y xvii concedían a la voluntad de saber, como conflicto ético, 1 Este trabajo forma parte del proyecto “Los límites del disenso: la política expurgatoria de la monarquía hispánica” (PGC2018-096610), con sede en la Universidad Autónoma de Barcelona, y se ha realizado en el marco del premio Icrea Acadèmia del Institut Catalá de Recerca Avançada. 2 Como testimonio de cómo se conciben y representan estos peligros morales, baste considerar la reflexión de Tomás de Vio Cajetano o Gaetano, que asegura que el estudio y el saber son buenos en sí mismos, o secundum se, si bien a su alrededor parecen multiplicarse los vicios per accidens. La curiosidad y la soberbia los encabezan, pero no son los únicos. Hay, además, específicamente, cuatro circunstancias que lamenta y condena: cuando el estudio de lo necesario es preterido en favor del saber inútil; cuando se aspira a un conocimiento ilícito; cuando el conocimiento de las criaturas no se ordena al conocimiento de Dios, y, por ende, yerra en sus fines; y cuando se desea conocer una verdad demasiado alta, supra ingenii facultatem. De Vio Caietanus (1581: 22f q. 167.1.c.). Precisa además Cajetano que la virtud de la studiositas, al igual que sus vicios contrarios, no concierne tanto al conocimiento en sí mismo cuanto a la sed de saber: “Studiositas non est directe circa cognitionem, sed circa appetitum cognitionis acquirendae”. De Vio Caietanus (1581: 22 f q. 166.1.c.2, y 167).
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un lugar muy preciso entre las virtudes y los vicios asociados a la templanza,3 donde se discuten las implicaciones morales del conocimiento intemperante, se sientan los límites de la negligentia, la curiositas y la studiositas recta o propia del cristiano, se disciernen las formas culpables e inocentes de la ignorancia y, en algún caso, se refieren las bondades que, sobre todo por herencia de la tradición heresiológica, se atribuyen a la simplicitas. Los vicios y pecados de la filología y la filosofía son, y lo son de manera destacable, los mismos vicios y pecados de la libido sciendi,4 y también los de la interrogación o de la búsqueda (quaestio, inquisitio) que no se satisface en la fe. En estas páginas, consideraré los males de la erudición y de la filología no tanto en el ámbito de la teología moral, o en el de la reflexión sobre el estudio y la studiositas, cuanto en el de la teoría y la práctica censorias de la segunda mitad del siglo xvi. Conceptualmente, el discurso del censor depende de forma muy estrecha de la teología dogmática y de la heresiología, que sientan los límites y grados de las verdades de fe, y, por ende, las formas y categorías del error doctrinal, de la heterodoxia y del disenso.5 En este campo preciso de discusión, el fraude es el vicio esencial de la prava filología, y aquel que suscita mayor temor o se percibe como más peligroso para la ortodoxia. Como tal suele entenderse una larga nómina de ‘malas’ prácticas editoriales e interpretativas, que incluyen, como se verá, la interesada ‘corrupción’ doctrinal y la manipulación de los textos (que se percibe como especialmente grave en el caso de las Escrituras y los
3
La templanza es la virtud cardinal de contornos más imprecisos en los siglos xvi y xvii: santo Tomás había pautado su examen (Summa, IIa IIae, qq. 123-170) mediante la enumeración de sus especies, la identificación de sus tipos y variedades (la pudicia, la sobriedad, etc.) y la consideración de las virtudes anejas o contiguas (como la modestia o la mansedumbre). Los límites de la temperantia parecen desdibujarse por ampliación, división y contigüidad, y también por el hecho, establecido en la Summa e invocado por todos sus comentaristas, de que es una virtud deseable en cualesquiera acciones humanas, y ha de impregnar, por tanto, el ejercicio de todas las demás. La templanza parece describirse como una constelación de virtutes menores, que rigen la continencia en todos los actos, pensamientos e imaginaciones del hombre, y que ha de moderar todos los apetitos, incluidos los del espíritu. 4 Es destacable la contigüidad de las ideas de saber, curiosidad y herejía en el pensamiento moral y teológico de los siglos xvi y xvii. La cuestión de los límites del conocimiento y de las formas del conocimiento recto se traza tanto desde la teología dogmática, es decir, desde el analysis fidei, que permite discriminar el error doctrinal, cuanto desde la teología moral, que aspira a regular los modos saludables y viciosos del estudio. 5 Son estas categorías móviles, por así decir, ya que la reflexión y especulación dogmática en el Quinientos redefine de forma incesante las fronteras entre la herejía y el error doctrinal, así como los límites entre estas dos categorías y las formas menores de desviación (esto es, las propias de las proposiciones que, sin ser heréticas ni erróneas, son temerarias, escandalosas, cismáticas, blasfemas, sediciosas, irreverentes, etc.). Sobre las categorías censorias, véanse Koser (1963), Cahill (1955), Neveu (1993), Vega (2013, 2015).
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escritos de los Padres), la falsificación de obras íntegras o de partes de obras, las atribuciones de textos heterodoxos a autores ortodoxos para aumentar su difusión y su crédito, o la edición, anotación, resumen o indexación ‘interesados’ o ‘maliciosos’. Todas ellas son particularmente temibles para los censores, que entienden que la filología procura las armas más eficaces a la heterodoxia, ya que el filólogo no se presenta como autor, sino como siervo, o como vehículo, del pensamiento y de las obras ajenos: el disenso, pues, se insinuaría en los géneros de la erudición que, aun estando en los márgenes del texto, determinan su lectura y entendimiento, o se ocultaría en las enmiendas y correcciones, que corromperían de forma indetectable el texto sacro o los escritos doctrinales.6 Abordaré esta cuestión vastísima a partir de un corpus modesto y preciso de textos: el del discurso censorio que acompaña a los índices de libros prohibidos y que se aloja en el material liminar de los catálogos más importantes de la segunda mitad del siglo xvi. Tomaré como punto de partida, en esta revisión, los primeros indices librorum prohibitorum que se publicaron en el Quinientos, y sobre todo, los parisinos, lovanienses y españoles,7 pero me centraré, ante todo, en el examen de la censura de biblias (1554) y de los índices expurgatorios, y, en particular, del índice de Amberes de 1571, cuya compilación, a cargo de varios colegios de censores y de la Facultad de Teología de Lovaina, fue dirigida por Benito Arias Montano y comisionada por Felipe II. Varias razones justifican el interés por la política censoria de la monarquía hispánica. Quizás las más destacables sean la temprana existencia de una política de expurgación en el territorio de los Habsburgo (frente a la predilección por la política prohibitoria de la Santa Sede y la Congregación del Índice) y la relevancia que los censores españoles y portugueses concedieron a la cualificación teológica y a la emisión de sentencias 6
Leo Strauss se había referido específicamente a la inmunidad del comentarista (“the specific immunity of the commentator”) en las páginas de su monografía más célebre, en la que examina los modos de escritura en tiempos de persecución (Strauss 1988: 14). A propósito de los modos más ‘seguros’ para manifestar el disenso o las opiniones poco convencionales, apuntaba que tanto el comentario como la escritura histórica permiten a un autor dejar de serlo, o dejar de hablar como tal (pues su texto está al servicio de otro), y sostenía, en consecuencia, que el pensamiento de muchos de los grandes filósofos anteriores a la Ilustración había de buscarse más en escolios, comentarios y marginales a obras ajenas que en los libros propios de mayor empeño. Strauss habla también de la inmunidad del comentarista en el análisis de cómo Alfarabi lee las Leyes de Platón, cuando repara en que sus comentarios incluyen discusiones “insertas” de materias ausentes de este diálogo platónico, a la vez que ignoran completamente otras cuestiones que sí son relevantes en el texto. Sobre ello, Zuckert (2009). 7 Los Indices Librorum Prohibitorum son la herramienta más visible de intervención en la textualidad, pero no la única ni la más temprana. Su compilación parece precipitarse con la extendida percepción de que la expansión del luteranismo en Europa no habría sido posible sin el trabajo de impresores y tipógrafos. Sobre los índices en Italia, remito a Frajese (2006). Sobre los índices españoles, véase Martínez de Bujanda (2016).
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doctrinales, que permiten, por tanto, reconstruir los principios fundantes de los actos de censura e identificar con precisión los contenidos damnabiles y los lugares del texto que se eliminan de un impreso. Es sabido que los índices publicados en Amberes (1571) y, posteriormente, en Portugal (1581) y España (1584), tienen una característica singular frente a los compilados en Italia y en Francia: todos ellos mencionan con notoria precisión cuáles son los pasajes prohibidos y suspectos, y las correcciones y omisiones que podrían sanar el texto y restituirlo a la circulación. Permiten, por ello mismo, entender mejor los principios de lectura e interpretación de los censores y el funcionamiento general del control y la vigilancia de los impresos. El Santo Oficio romano, en cambio, no ofrecía orientación alguna sobre las causas posibles de una prohibición, al igual que los catálogos de la Congregación del Índice, que tampoco informaban (ni tan siquiera al autor) sobre cuál podría ser la relación de errores que el donec corrigatur invitaba a eliminar.8 Bruno Neveu ha hecho notar que los índices italianos no alcanzarían el detalle doctrinal de los ibéricos hasta el siglo xviii.9 Los sistemas censorios del área hispánica procuran, pues, una riqueza de datos y detalles que no pueden obtenerse en otros índices, y que son esenciales para comprender los mecanismos de intervención en los textos: son, por ello mismo, indispensables para la historia intelectual europea. Interesan, además, en estas páginas, porque, gracias a ese mayor detalle sobre las partes nocivas, revelan que la sanación doctrinal de los impresos no solo afecta al texto principal y a su contenido, sino, muy a menudo, a los géneros e intervenciones que llamamos filológicas: es decir, a los índices de materias, a los sumarios, marginales, glosas, anotaciones y escritos liminares. En la expurgación de los géneros filológicos y de la erudición, más aún que en la especulación generalista sobre la censura, se revelan con vividez los vínculos conceptuales entre disenso y filología, y la percepción del valor de los excerpta, resúmenes, índices y anotaciones marginales para dirigir la lectura y la interpretación, especialmente en tiempos de confrontación doctrinal y de 8
Sobre las vacilaciones y demoras de la política expurgatoria romana, véase Fragnito (2006: 193-210). Dejo a un lado en estas páginas la cuestión del expurgo de textos judíos y, en particular, del Talmud, que ha sido detalladamente descrita por Raz-Krakotzin (2007). En general, podría afirmarse que la Curia romana previó la posibilidad de una política expurgatoria a partir del Concilio de Trento, al menos como intención: uno de los fines de la Congregación del Índice, instituida en 1572, fue, precisamente, el de preparar, junto al nuevo índice prohibitorio, una relación de pasajes que podrían eliminarse de algunos autores cuyo expurgo había sido previsto en Trento. Esta iniciativa fracasó, al menos en el siglo xvi, que no conoció índices expurgatorios romanos. Sobre la política expurgatoria hispánica, sobre todo en los géneros más políticos, véase Vega (2018). 9 Neveu (1993: 403-404). Conviene hacer notar que la política censoria española y portuguesa difieren extraordinariamente en el siglo xvi, por lo que no pueden recibir un tratamiento conjunto más que en esta cuestión de procedimiento.
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conflicto religioso y político. Herejía y filología eran ya conceptos secantes en la tradición heresiológica tardoantigua, pero su estrecha relación se reveló de gran interés en los tiempos recios de las polémicas religiosas de la Reforma.10 LA MALA FILOLOGÍA EN LOS PARATEXTOS DE LOS ÍNDICES Los índices de libros prohibidos de París y Lovaina fueron una obra colegiada, a cargo de los profesores de las facultades de teología. Todos ellos estaban precedidos de un variado y creciente material liminar, en el que los teólogos parisinos y lovanienses exponían los criterios de compilación o se referían a los principios capitales de la política prohibitoria.11 El índice parisino de 1544 apenas si se detiene en la prava filología: su fin principal es el de la condena de la herejía, y, en este contexto, se refiere solo al paso a los ‘delirios’ interpretativos de los herejes que intervienen en la Escritura y en los textos doctrinales; los señala con metáforas de luz y oscuridad (son quienes envuelven la luz de la verdad en la niebla de sus errores y de su ignorancia) y advierte además del peligro de aquellos que esconden o disimulan su doctrina en los lugares ocultos de los textos (in abditis tantum locisque secretioribus).12 Más copiosos y explícitos fueron los liminares de los índices lovanienses que se publicaron entre 1556 y 1558. Todos los catálogos de Lovaina estaban precedidos por extensas cartas y declarationes del rector y de los teólogos, en las que no solo lamentan la depravatio de la Biblia (cuya confusio y multiformitas sería evidente para los censores), sino también el hecho de que prefaciones, argumentos, índices, marginales y falsos sumarios (o, de otro modo, los géneros de la erudición) se hubieran convertido en instrumentos de la herejía. Se ocupan
10 Sobre la recuperación, en la Contrarreforma, de algunas ideas de la heresiología antigua acerca de la contigüidad de filología y herejía, véase Vega (2012: 33-41). 11 El primer índice de París (1544) apenas si consistía en una relación de impresos heréticos, precedida de un prólogo firmado por el decano y la facultad. Los sucesivos índices añadieron textos jurídicos con un régimen sancionador más preciso, marcas varias de autoridad que legitimaban la actuación censoria, cartas, edictos, bulas, explicationes sobre los procedimientos compilatorios, recomendaciones a futuro, además de, por supuesto, nuevos asientos y condenas. Citaré los materiales liminares de los índices de París y Lovaina por la reproducción facsimilar incluida en apéndice por Martínez de Bujanda (ILI: I y II). 12 Martínez de Bujanda (ILI: I, 454). Es este texto liminar muy metafórico: se sustenta en un paradigma clínico, que permite percibir el disenso y la herejía en términos de enfermedad o de envenenamiento y describir la censura como sanación o como farmacopea (así, sobre todo, en las primeras páginas). Son también frecuentes las imágenes de la tempestad que amenaza la nave de Pedro. Serían particularmente peligrosos los herejes que corrompen los textos, mienten en la autoría y ocultan su doctrina.
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también, a renglón seguido, de los bons anciens livres en diverses sciences, que enseñan las artes y disciplinas, pero que han sido editados o traducidos con aclaraciones, notas o adiciones que juzgan tendenciosas. El prólogo al índice de 1550 contiene una extensa reflexión sobre las formas de introducir el fraude doctrinal en gramáticas, retóricas y dialécticas, no como aseveraciones de autor, sino ocultos en los ejemplos que aclaran e ilustran el arte en cuestión: así, dicen los teólogos, tales opiniones serían bebidas inadvertidamente por los escolares como parte de la disciplina misma. Entrañarían un singular peligro los familiarium colloquiorum formula, que, aunque se dedican a la pureza de la lengua latina, incitan indirectamente al desprecio de las ceremonias, al odio a la institución monástica y a otras pravitates (“una cum linguarum peritia a pueris hauriant et in virilem aetatem transmittant”).13 Desconfían por último los teólogos lovanienses no tanto, o no solo, de los textos abiertamente heréticos, que serían fácilmente identificables como tales, cuanto de los que enseñan la virtud, pero insinúan la impiedad, y de aquellos que, sub specie pietatis, o con la excusa de defender una religión más pura, engañan al vulgo y a los indoctos. Las reservas censorias se refieren, pues, a los géneros filológicos y a las formas de decir en los márgenes del texto, con los instrumentos propios de la edición; a las formas de ejemplificar en las artes del trivium, especialmente cuando se editan o traducen los autores antiguos; y a las formas de la insinuatio doctrinal en la literatura religiosa en vernacular o dirigida a los lectores más simples. Las dos primeras conciernen, abiertamente, a los géneros de la filología, cuyo fraude doctrinal explican con las metáforas de la suciedad y la contaminación. Los libros griegos, hebreos, etc., editados en lengua original o traducidos a la latina, estarían a menudo ensuciados por las prefacciones, escolios, sumarios y anotaciones desviados o heterodoxos. La herejía parecería alojarse, preferentemente, o de forma especialmente perniciosa, en glosas, comentos, anotaciones, títulos, índices, resúmenes, márgenes, prólogos y ejemplos.14 La tarea filológica
13 Martínez de Bujanda (ILI: II, 431). Es difícil no entender una alusión a Erasmo o a Vives en estas palabras. Estos libros habrían de eliminarse no solo de nuestro tiempo, sino de todos los siglos. 14 La idea de la anotación o del resumen doloso se percibe como más grave cuando afecta a las Escrituras: el brevísimo Mandament del emperador Carlos (1546) que antecede al Catalogus et declaratio librorum reprobatorum a Facultate sacrae Theologiae Lovaniensis Academiae (1546) daba por probado que “plusieurs imprimeurs ont corrompu les Bibles”, añadiendo “prefations, sommaires ou tables et annotacions mauvaises”. Catalogus (1546: Aavº). La epístola prefatoria condenaba las biblias que corrompían el sentido del texto sagrado con adiciones, cambios y omisiones, y lamentaba la diversitas del texto sagrado, que lo hacía irreconocible (Epistola, en Catalogus 1546: cc iii vº) y reprobaban especialmente las que, aun siendo fidelísimas, contenían prefacios y anotaciones suspectas (de Brent o de Melanchthon) o sumarios con argumentos “falsos”.
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(y el texto que se refiere a otro texto) habría de ser, por ello mismo, objeto de un atento escrutinio. Son los doctores lovanienses, en el índice de 1558, quienes se refieren a la filología no recta con una imagen paulina, la de los operarios dolosos, u obreros fraudulentos o falsarios, que podía hallarse en la segunda epístola a los Corintios (2 Cor. 11: 13-15). El lugar de san Pablo censuraba a los falsos apóstoles, que se mudan o disfrazan de apóstoles de Cristo: [...] nam eiusmodi pseudoapostoli operarii subdoli transfigurantes se in apostolos Christi et non mirum ipse enim Satanas transfigurat se in angelum lucis. Non est ergo magnum, si ministri eius transfigurentur velut ministri iustitiae, quorum finis erit secundum opera ipsorum.
Los censores de Lovaina llaman ‘obreros fraudulentos’, con san Pablo, a quienes hacen escondrijos o toperas, y a quienes no osan manifestar su herejía, pero la inducen en sus escritos clanculum, secretamente.15 Y, sobre todo, a quienes la deslizan en los prefacios, argumentos, resúmenes, anotaciones marginales e indices rerum: Alij vero subdoli, iuxta Paulum operarij, idem agunt cuniculis. Nam haeresim palam profiteri non audentes, clanculum ipsam suis scriptis nituntur inducere. Quod non solum contingit per libros suo contextu plane haeretica tradentes, verum etiam cum vel praefationibus, seu argumentis librorum, vel annotatibus marginalibus, seu indicibus haeresis insinuant, quibus sanis etam populus non raro ignarus inficitur, adeo ut vix ullum tandem cuiusvis etiam Facultatis librum invenias, in quo huiusmodi technis aliquid veneni non insperserint.16
La preocupación lovaniense por el ‘fraude filológico’ se reencuentra, quizá con menos colorido, en otros índices. En Roma, la Instructio circa indicem de 1559 incluía la consideración específica de qué hacer con los libros buenos editados por autores malos, para decidirse de manera inequívoca por la prohibición.17 15
San Pablo es una autoridad capital en el discurso censorio quinientista. Para un examen de la fortuna de algunas de sus metáforas clínicas y su influencia en las formas de describir y percibir la herejía en el siglo xvi, remito al apartado dedicado a “Las metáforas del disenso” en Vega (2012: 41-59). 16 Véase Martínez de Bujanda (ILI: II, 458-459). Cursiva mía. 17 La Instructio se refiere, de forma específica, a las ediciones de los libros de los Padres: “De libris orthodoxorum Patrum aliorumque fidelium vel infidelium auctorum nondum reiectorum, quoquot interpretatione, typis vel opera haereticorum in lucem prodiere, definintum est, eos nullatenus legi, vel detineri posse, nisi prius licentia in scriptis habita [...]”, en la reproducción facsimilar de Martínez de Bujanda (ILI: VIII, 100-101).
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El prólogo del inquisidor general Gaspar de Quiroga, en el índice de 1584, caracterizaba al hereje no tanto por su sed de tinta, como decía Alfonso de Castro, o como quien escribe libros nuevos, sino, sobre todo, como quien deprava los antiguos. La regla VIII del índice de Bernardo de Sandoval (1612) reflexionaba sobre los libros buenos que tienen insertas proposiciones heréticas, impías, supersticiosas, e invitaba a los censores a buscarlas no solo en el texto, sino también “en los prólogos, prefaciones, epístolas, sumarios, argumentos, anotaciones, escolios, repertorios, índices, apéndices”. El de Sotomayor, de 1640, estimaba, como los anteriores, que se ha de “examinar y expurgar” con especial diligencia “lo que se hallare digno de reparo en los scholios, sumarios, margenes, indices de libros, prologos y epistolas dedicatorias” (Regla XVI). Los índices de la monarquía hispánica optan, en general, por la expurgación, que permitiría devolver los impresos a las bibliotecas y a los lectores e impresores, una ver eliminadas las partes sucias o corruptas. Los sumarios ocupan los márgenes del texto, pero son, para los censores, lugares cruciales, en tanto que rigen la lectura y construyen itinerarios precisos de interpretación. También los índices de materias, en particular, que funcionan a la vez como sumarios y como instrumentos de una lectura discontinua, acabarán por convertirse, como se verá, en centros privilegiados de la atención censoria de los expurgatorios hispánicos. EL CASO DE LA CENSURA GENERALIS DE 1554: SUMARIOS E ÍNDICES DE LAS BIBLIAS En 1554, quince años antes de la conclusión del expurgatorio de Amberes, apareció impresa en Valladolid una censura general de biblias.18 Hasta ese momento, el único índice publicado en España (ya que la Inquisición española solo publicó su catálogo propio en 1559) se limitaba a dar traslado del lovaniense de 1550, y así, en efecto, lo reconocía desde el título (Catalogus [...] ex iudicio Academiae Lovaniensis).19 Es posible que, como sostienen Tellechea y Bujanda, la Censura generalis se elaborara para resolver las perplejidades que suscitaba la 18
Seguiré en estas páginas la editio princeps (Censura generalis, 1554) y la edición y estudio de Tellechea Idígoras (1962b) que incluye los materiales liminares. La colección de índices de libros prohibidos dirigida por Martínez de Bujanda (ILI: V) reproduce y comenta parte del contenido (148-162; 276 ss.) y lleva un esclarecedor estudio (77-89), pero omite el extenso prólogo de los censores. Para el lugar de la Censura generalis en la historia de la política expurgatoria de la monarquía hispánica, véase Vega (2020a, passim). 19 La adopción del catálogo lovaniense por el Santo Oficio trajo consigo la epístola nuncupatoria del rector y contribuyó a acrecentar la inquietud por la depravatio de las biblias latinas (pues las romances se prohibieron en bloque). Sobre las consecuencias de la adopción del índice lovaniense, véase Vega (2020a: 22-24).
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aplicación del índice de Lovaina en el apartado de biblias, que era sin duda el más importante,20 y para responder a libreros e inquisidores, que demandaban que las biblias incluidas en el catálogo pudieran circular y utilizarse en la piedad doméstica una vez corregidas.21 El resultado fue una propuesta colegiada de expurgo, que apareció bajo el título de Censura generalis contra errores, quibus recentes haeretici sacram scripturam asperserunt [...], y que permitió que las biblias ya impresas permanecieran en los anaqueles de libreros o de propietarios particulares una vez corregidas en los sesenta días siguientes a su promulgación. Es esta, posiblemente, la primera muestra de la política expurgatoria de la monarquía hispánica, por mucho que sea singular, restringida —por aplicarse tan solo a las Escrituras— y, de algún modo, inducida por las prohibiciones de otros índices. El título es revelador, ya que reprueba los errores que los herejes recientes (no, por tanto, los de la larga y tortuosa historia de la filología bíblica) habrían introducido en el texto, y utiliza un verbo, aspergo, que permite percibir la dispersión y ubicuidad, aquí y allá, del error doctrinal mediante una poderosa metáfora. Conviene detenerse en este texto porque la Censura generalis es un proyecto expurgatorio dedicado de forma exclusiva a los géneros filológicos y al escrutinio de sumarios, índices, escolios y marginales de las biblias.22 Esto es obviamente 20 Martínez de Bujanda (ILI: V, 77); Tellechea Idígoras (1962b). Las biblias eran extraordinariamente relevantes en los catálogos lovanienses. En el de 1546 encabezaban el índice y conformaban el grupo más importante de libros reprobados, bien porque andaban ‘corruptas’, bien porque sus comentarios y anotaciones se referían abiertamente a los conflictos doctrinales del presente. En el catálogo de 1550, que se reimprime con adiciones en España, se mantenía el protagonismo de las biblias latinas, que formaban un grupo aparte. 21 Véanse Martínez de Bujanda (ILI: V, 77); Machiels (1997: 123); Vega (2020a: 19-21). Bujanda señala que el Consejo de la Inquisición no conocía todas las biblias incluidas en el catálogo lovaniense, por lo que, ante las peticiones de esclarecimiento o las demandas de los libreros, reunió todas las ediciones suspectas y encomendó su examen a teólogos y biblistas. La historia y cronología de las consultas, que comenzaron con la de Domingo de Soto, en 1551, ha sido descrita por Martínez de Bujanda (ILI: V, 77-86), que incorpora y amplía las conclusiones de los trabajos previos de Tellechea Idígoras (1962a, 1962b) y González Novalín (1996). Es particularmente relevante la participación de la Facultad de Teología de Salamanca en el proceso de corrección y expurgo. La documentación examinada por Beltrán de Heredia (1961) muestra la frecuencia con que la Inquisición recibía peticiones de aclaración, y la frecuente confusión entre ediciones. Es posible, además, que algunas de las biblias listadas en el catálogo de Lovaina hubieran circulado sin problemas en España, como la de Vatablo (González Novalín 1996). 22 El prefacio describía la estrategia de los heréticos que presentan su doctrina en los prólogos, comentarios, sumarios e índices de la Biblia, como si fuera la enseñanza de los libros santos: “[...] sed nec vereantur nova nunc reperta techna usque adeo sacram Scripturam pravare tantamque illi vim inferre, ut iam ipsas sacras litteras loqui cogant quod illi volunt et quicquid impietatis commenti sunt [...]. Ita nunc adversus eruditiores graviorem pugnam meditentur, dum sua dogmata per annotationes, summaria et titulos sacro textui adscribentes, conantur ostendere aut eadem
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así porque la Biblia es un texto, en principio, intachable (aunque pueda andar corrupto). Por ello, tanto el edicto que la autoriza como el prefacio que la antecede se refieren a las estratagemas de los herejes que, en los prólogos, resúmenes y tituli, presentarían la doctrina del editor o del comentarista como si fuera la del texto sagrado.23 El Edicto de Fernando de Valdés se refiere explícitamente a los errores “en los sumarios y en las adiciones y en algunos repertorios” de las biblias impresas posteriores a 1528, y señala que, precisamente porque la corrupción no alcanza al texto mismo, sino que se limita a los géneros de la erudición, la Inquisición había determinado no prohibir el libro completo, sino intervenir en glosas y adiciones.24 El extenso prefacio atribuye a los protestantes el interés por identificar sus propias doctrinas en las Escrituras, mediante notas, glosas y tituli: insiste en que los herejes quieren que la Escritura diga lo que conviene a su impiedad, y harían pasar, pues, sus opiniones por palabras divinas.25 Es esta una aspiración que la tradición heresiológica atribuye al hereje desde los primeros tiempos del cristianismo, y que se utilizará en las polémicas de la Reforma con doble dirección.26 El trabajo de los censores que elaboraron el índice de
omnino esse cum divinis, ut manifeste ab ipsis eruta atque desumpta, utentes nimirum eorum fraude qui, cum clam venenum alucui praebere cupiunt [...]”. Censura generalis, en Tellechea Idígoras (1962b: 111). 23 Hay un análisis detenido en Tellechea Idígoras (1962b) y en Martínez de Bujanda (ILI: V, 148 ss.). La Censura generalis contiene un edicto del inquisidor general en latín y en castellano, que justifica y describe la compilación del índice de biblias y la elección de los consultores y teólogos que la llevaron a cabo, y que menciona las ventajas para libreros y bibliotecas de la política de expurgo sobre la de prohibición; contiene además un régimen de aplicación y de sanción. Sigue un extenso prefacio del colegio de censores (Tellechea Idígoras 1962b: 111-119; Martínez de Bujanda, ILI: V, 150-152); una relación de las 71 ediciones de biblias examinadas; la censura generalis propiamente dicha, que lista y califica los pasajes críticos, y una prohibición separada de la biblia publicada por Oporino en Basilea en 1554. 24 Y más adelante: “[...] mas avida consideración a que los dichos herrores no se hallan en el texto de la Sagrada Scriptura, sino en sumarios, adiciones y repertorios, como dicho, es, y el número dellas es grande [...]”. Censura generalis, en Tellechea Idígoras (1962b: 107). 25 “[...] ut et sua falsa dogmata per universas christiani orbis provincias disseminent, et pro sacra Scriptura venditent atque haberi contendant”. Censura Generalis, en Tellechea Idígoras (1962b: 111). Esto tiene consecuencias dogmáticas inmediatas, ya que las verdades reveladas en las Escrituras ocupan la cúspide de los gradus veritatum: a riesgo de simplificar, podría afirmarse que, en el pensamiento católico, la adhesión de fe se reserva también para las verdades mediadas y las conclusiones teológicas, que no están en las Escrituras, pero que o bien se derivan directa y necesariamente de una verdad relevada o bien se concluyen —en la especulación teológica— de otras verdades mediadas. En cambio, el pensamiento protestante tiende a aminorar la adhesión de fe a las verdades de segundo grado y a las conclusiones teológicas en favor de la verdad revelada: de ahí que la filología bíblica pueda ser más eficaz que la teología en el establecimiento del dogma. 26 Los protestantes, sobre todo a raíz de la publicación de los índices expurgatorios, acusarán a los católicos de manipular los textos patrísticos para eliminar (con la excusa filológica de que son
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1554 fue, pues, el de identificar aquellos pasajes que se habrían interpretado torcidamente en nuestros tiempos, con la convicción de que, desde la peste arriana, según señala el prólogo, nada habría infestado tanto la Iglesia quam haeresis nostra aetate.27 Los revisores fueron parcos en el número de lugares y en las explicaciones doctrinales: sugieren, por ejemplo, que solo el uso de la palabra iustus por parte de editores y anotadores hubiera merecido más de un volumen. Evitan también la refutación teológica o la exposición exegética de los pasajes que señalan, pues dicen no obrar como doctores, sino más bien como pastores (non enim doctorum, sed admonitorum officio fungimur). Dan, pues, en primer lugar, normas muy generales; alertan a los censores sobre algunos matices de la lectura escrituraria (como los que distinguen iustus de fidelis, o fides de fiducia) y, sobre todo, recogen 130 pasajes críticos que, de aparecer en escolios, márgenes, sumarios o índices, inducirían a lecturas heréticas, erróneas o ambiguas, y habrían, por tanto, de tacharse. Decretan, además, la supresión de todos los sumarios —sin excepción— de las biblias de tamaño grande y medio, así como sus elencos e índices, vista la gran cantidad de errores que congregan. Conviene señalar que el objeto de censura no es en ningún caso el texto bíblico, sino más bien sus metatextos y sus ‘usos’ doctrinales posibles: es decir, las interpretaciones (potencialmente heterodoxas) que podrían alojarse en los géneros filológicos o del editor. Los censores ofrecen, pues, un repertorio de aquellos pasajes a los que los revisores deberían acudir en primera instancia para asegurarse de la catolicidad de los géneros filológicos que acompañan a las Escrituras: paradójicamente, los redactores de la Censura generalis procuraron así una completa nómina de los lugares escriturarios que mejor podrían sustentar las tesis de sus adversarios doctrinales. Como hicieron notar Tellechea y Bujanda, la mayor parte de las advertencias concernían a un puñado de asuntos candentes de la polémica religiosa antiluterana, como la justificación por la fe, el libre arbitrio o el culto a los santos. En muchos casos, el texto bíblico sobre el que versa la caución de lectura está acompañado de la interpretación ‘recta’ y de la ‘desviada’, que a menudo se califica según el sistema de notas teológicas y la gravedad de su desviación. Así, por ejemplo, el enunciado In tribulationibus omnia Deo committenda
interpolaciones tardías) las proposiciones y tesis que contravienen sus convicciones. Esto revierte la acusación católica a los editores protestantes, que era muy similar: la de corromper los textos con supuestas enmiendas para servir a sus propios intereses. Los escritos de los Padres se convierten, de este modo, en un palimpsesto de correcciones / corrupciones. 27 Censura generalis, en Tellechea Idígoras (1962b: 111).
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que en algunas biblias (no en todas) se anota a propósito del salmo 54 (Ps. 54: 14) contiene una proposición suspecta (no es, por tanto, ni herética ni errónea), pues podría entrañar, indirectamente, la negación del valor de la prudencia y de la industria humanas ante la tribulación. Entender, del capítulo XLV de Isaías, que Deum, cum sit creator omnium, ipse solus est invocandus
sería formular una propositio erronea (que es apenas un grado menos grave que la herética), pues respalda o podría respaldar el rechazo luterano a la intercesión y la mediación de los santos. La Censura generalis trazaba, pues, un mapa de lecturas heterodoxas de las biblias impresas en Alemania y Francia a través de sus anotaciones y de los géneros de la filología: es censura porque cualifica las proposiciones suspectas y porque precisa, para cada pasaje, el tipo de desviación en el que incurren desde el punto de vista dogmático;28 es expurgatoria, porque determina la eliminación de algunos sumarios, glosas, marginales e índices; y es generalis porque lista pasajes típicos y no se refiere a ediciones concretas y específicas. No contiene un discurso ni una reflexión explícita sobre la relación entre filología y herejía, pero tal vínculo está entrañado en su factura misma. Sabemos, desde los tempranos trabajos de Hilgers sobre los índices de libros prohibidos, que el modelo de la Censura generalis no consiguió exportarse, al menos de forma inmediata, fuera de la monarquía hispánica. Hilgers editó en 1904 los manuscritos de avisos por los que sabemos que el padre Jerónimo Nadal compareció ante la comisión de la Inquisición romana el 14 de enero de 1559, para paliar tanto la ruina que la severidad del índice romano acarreaba a los libreros e impresores de Italia cuanto el daño y la privación de textos que imponía a los hombres de letras: propuso, por ello, que se no se condenaran los impresos que pudieran ser corregidos, esto es, los que solo contenían partes incorrectas que podían suprimirse sin perjuicio. Hilgers no se refiere a la Censura generalis de 1554, pero es evidente que es este expurgo preciso el que Jerónimo Nadal hubo de presentar, sin éxito, ante Michele Ghislieri (luego Pío V): il quale (padre Natale) dice, che essendo publicato un simil judicio de molti libri sospetti in Spagna massimamente delle Bibie furno trovati ossai libri che in se
28 Predominan las proposiciones erróneas y suspectas sobre las heréticas. Destacan los lugares en los que los censores se refieren a las proposiciones verdaderas y católicas que son susceptibles de interpretación errónea. Hay un primer mapa de calificaciones en Martínez de Bujanda (ILI: V, 160).
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haverano poca contraditione, et quelli furno racconciati, rassando li nomi o postille che no stavano bene et furno restituiti i libri [...].29
Más aún: Nadal llevaba consigo una muestra de un libro expurgado según la Censura generalis, que sería sin duda una Biblia (“Et ne porto uno cosi racconcio, inferendo che anche cosi si potria far qui per non dare tanto danno alli librari et alli studiosi”), pero tal modelo fue rechazado con vehemencia por el cardenal Ghislieri: Li fu risposto dal Presidente, che Roma dava legge a Spagna et a tuto il mondo et non Spagna a loro [...].30
Antes de que se redactase, pues, el primer índice expurgatorio, de 1571, se contaba ya, en los territorios de la monarquía hispánica, con un ensayo general dedicado a la corrección de los géneros de la erudición que acompañaban a las biblias (1554). En Italia, a causa de la severidad del índice romano de 1559, había una extendida inquietud sobre la posibilidad de adoptar la práctica de la expurgación y, a partir de 1564, de aplicarla a todos los libros, especialmente a los de letras de humanidad y a los que no versaban sobre religión.31 El modelo de la Censura generalis parecía especialmente adecuado para la filología herética, es decir, para las ediciones al cuidado de herejes que podrían muy bien conservarse si se eliminasen las observaciones suspectas o erróneas. Sabemos, sin embargo, que Roma no alcanzó a poner en pie una política expurgatoria, y que mantuvo una censura estricta y radical que afectaba a la totalidad de la obra de los auctores damnati. Fuera de España, solo la Compañía de Jesús logró, a título casi privado, una suerte de licencia expurgatoria, o una concesión singular para el indulto de libros. En su estudio sobre Diego Laínez y los trabajos del índice paulino, Scaduto ha reproducido íntegramente el texto de esta licencia, del 30 de enero de 1559, y ha hecho notar su (casi) clandestinidad, ya que no podía ser mencionada en público.32 No fue la única gracia singular de los jesuitas: 29
Apud Hilgers (1904: 489-490, documento 48). Cursiva mía. Apud Hilgers (1904: 489-490, documento 48). 31 Martínez de Bujanda calificó el índice romano de implacable (ILI: VIII, 38; 259). Incluía la desorbitada cantidad de 603 autores (frente a las prohibiciones modestísimas de todos los catálogos anteriores), las obras pasadas, presentes y futuras de los auctores damnati, y todos los libros salidos de imprentas que alguna vez hubieran publicado algún autor hereje. Sobre la extraordinaria severidad de los índices romanos, prohibitorios, y sobre la transformación de la categoría de auctor damnatus en los índices hispánicos, véase Vega (2019). 32 “Concedimus Praeposito generali [...] ut infrascriptos libros, quos usque ad hanc diem habuisse reperti fuerint [...] purgare et repurgatos retinere, et eisdem uti, ac auis discipulis retinendos et utendos tradere possint [...]”. Scaduto, (1955: 29). Sigue una lista de libros expurgables 30
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siguieron otras que moderaban el rigor del índice romano para los religiosos de Francia y Alemania y, en 1563, una patente que permitía al general de la Compañía dar licencia a algunos de los suyos hareticorum libros [...] videndi, legendi et adnotandi. De todo ello, solo me interesa destacar que la licencia de expurgo que obtiene Laínez para la Compañía de Jesús menciona expresamente, en varias partes, la necesidad y oportunidad de eliminar los géneros filológicos de ediciones y libros religiosos, de Biblias, textos de Padres y otros semejantes: a propósito de las biblias prohibidas, se precisa que podrán tenerse “expunctis epistolis et argumentis, indicibus et annotationibus”, y, en las ediciones de libros católicos por los herejes habrían de eliminarse epístolas, annotationes, argumenta, etc. En todo caso, la atención expurgatoria a los géneros de la erudición parece tomar cuerpo en la monarquía hispánica durante la década de los cincuenta, a partir de la recepción del catálogo lovaniense y de la redacción de la Censura generalis de 1554. EL ÍNDICE DE AMBERES (1571) ANTE LOS GÉNEROS DE LA ERUDICIÓN Más relevante, en lo que concierne a la filología ‘herética’, es el alcance de los expurgos propuestos en el índice de Amberes de 1571, que se redactó entre 1570 y 1571 bajo la dirección de Benito Arias Montano, con el concurso de más de un centenar de teólogos.33 Es este el primer gran índice expurgatorio de la
que incluyen las biblias, una vez eliminados las epístolas, argumentos, índices y anotaciones (es decir, los géneros filológicos), las ediciones de los santos doctores hechas por herejes, los léxicos y los libros católicos salidos de tipografías heterodoxas, una vez eliminados los índices de cada edición, los libros católicos una vez eliminadas las epístolas, índices y argumentos heréticos, los libros anónimos que no contienen errores de fe, y algunos volúmenes que se mencionan por su nombre (los commentaria de Dolet, la Cosmographia de Glareano, la Horologiographia de Munster, el De rebus subterraneis de Agrícola, varias gramáticas hebreas, el comentario de Velcurio a la Physica aristotélica, etc.). Se trata, pues, de un indulto y licencia con condiciones muy precisas y mención expresa de manuales y libros de referencia. La Compañía de Jesús se caracteriza por la utilización de medios propios para el control del libro, lo que incluye una suerte de censura previa de los firmados por jesuitas. Sobre esto, vid Biasoiri (2010: passim). 33 Sobre la prehistoria del expurgatorio, tal como puede seguirse en el epistolario de Arias Montano, remito a Dávila (2002). Acerca de la política expurgatoria en relación con Erasmo, disponemos de dos estudios clásicos de Crahay (1969) y Calster (1969) y del más reciente de Vanautgaerden (2012), que versa sobre la censura de Jean Henten que sirvió de base al expurgo lovaniense de 1570-1571. El índice expurgatorio de Amberes fue también muy importante para el sistema de referencias bibliográficas: Saenger (2001) ha hecho notar que la fórmula de citar o referirse a un libro mediante la mención precisa de la edición y la página se la debemos al catálogo montaniano. Los más completos estudios sobre la política de los índices antuerpienses son aún los de Martínez de Bujanda (ILI: VII), que reproduce además en facsímil lo esencial del expurgatorio,
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monarquía hispánica, y también de la cristiandad, y es fundamental para entender la política censoria en España y Portugal hasta el siglo xviii. Sabemos que fue desaprobado por las autoridades romanas, al igual que lo fue su antecesor, la Censura generalis de 1554. La Regula VIII del índice del Concilio de Trento ya preveía que pudiera haber libros provechosos, sobre argumentos buenos, que tuvieran inserto algo impío, herético, supersticioso o tocante a la adivinación. Concede que tales libros pudieran permitirse, siempre que hubieran sido expurgados por teólogos católicos bajo la autoridad de la Inquisición, y lo mismo, expresamente, se aplicaba a prólogos, sumarios y anotaciones: “Idem iudicium sit de prologis, summariis, seu annotationibus [...]”. A esta previsión, o, más bien, a este proyecto, se acoge expresamente Montano para justificar la estructura y los fines del expurgatorio de 1571, así como a otros argumentos sobre el bienestar que procuran los libros, y que aluden a la conveniencia de los hombres de letras, a la voluntad pedagógica o a la prosperidad de los libreros y tipógrafos. El interés de los censores antuerpienses por la revisión de los géneros de la filología es evidente en la confección del índice.34 En materia de teología, que es la primera y, con gran diferencia, la más importante sección del catálogo, más de la mitad del esfuerzo expurgatorio está dedicado al escrutinio de nueve ediciones de Padres de la Iglesia.35 Son las ediciones con escolios, anotaciones e índices locupletísimos de Agustín, Jerónimo, Crisóstomo, Ireneo, Lactancio, Justino,
salvo para la censura de Erasmo. Sobre esta versa una tesis doctoral de Guy Van Calster (Lovaina, 1973), por cuanto sé inédita, que no me ha sido accesible al redactar estas páginas. Sobre la expurgación de Polidoro Virgilio, muy relevante para Montano, véase Esteve (2013). Sobre los indultos montanianos a los libros prohibidos por Roma, véase Vega (2018). Son erróneas las referencias a Arias Montano en Grendler (2008: 246). 34 En un estudio sobre los procedimientos de indexación en el impreso, Maria Gioia Tavoni (2009) ha observado que los índices (de los libros) acabaron con frecuencia en los índices (prohibitorios). Aunque Tavoni se centra en el índice en el sentido de tabula (o índices de capítulos) y en la política censoria romana, hace algunas observaciones sobre los indices rerum y sobre España que son muy oportunas en este lugar. Aunque Tavoni no considera la Censura generalis ni el índice expurgatorio de Amberes, sí se refiere a otro expurgatorio español posterior, el de Gaspar de Quiroga (1584), y señala que en España “gli indici sembrano condannati più che altrove” y que en ese expurgatorio de 1584 “appare una serie di interdizioni riguardanti gli apparati indicali in attesa di essere purgati prima di venire ammessi alla consultazione”. Tavoni (2009: 129). De hecho, los expurgos de Quiroga, como ha demostrado Bujanda, heredaron los de Amberes y añadieron otros nuevos. Podría hablarse, pues, de una tendencia de los expurgatorios de la monarquía hispánica al escrutinio de esos aparatos de indexación. En general, sobre la elaboración de indices rerum, remito a Blair (2000) y Schmutz (2001) y, para el caso particular del copiosísimo y complejo índice de los Adagia de Erasmo, a Vanautgaerden (2001). 35 El índice montaniano está dividido por materias, a diferencia de todos los anteriores. La primera sección está dedicada a la teología; la segunda, a la jurisprudencia: siguen, por este orden, los libros de medicina, de filosofía, de matemáticas y de letras de humanidad.
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Nicéforo y Tertuliano. La filología patrística ocupa, pues, el centro del debate sobre la ortodoxia, o, al menos, es la que parece interesar en mayor grado a los censores.36 Lo mismo podría decirse de los índices españoles que heredaron los expurgos de Amberes. Muchos ejemplares de los Padres en bibliotecas españolas acusan, de hecho, la intervención sucesiva y superpuesta de varios revisores, que se corresponde de forma exacta con la promulgación de cada nuevo expurgatorio: el texto doctrinal se convierte, de este modo, en un palimpsesto de correcciones y tachaduras. Para el examen de la expurgación antuerpiense de los géneros de la filología basten aquí unas pocas calas significativas. Me centraré, en particular, en el expurgo de los indices rerum, que es uno de los tipos de discurso más atendido por los censores, por encima incluso de los prefacios y del material liminar.37 Ciertamente, los prefacios son un género más discursivo, en el que son más visibles la persona y la voz del editor y en el que la tarea filológica se tematiza más abiertamente. Con frecuencia, además, se suprimen en su totalidad o se eliminan de ellos nombres y fragmentos de elogios personales. Los índices de materias tienen, sin embargo, el interés añadido de que constituyen en apariencia un género filológico instrumental, o vectorial, destinado a conducir a lugares precisos de un texto, o de un conjunto de obras, complejo y extenso. Ahora bien, todo índice procura, por ello mismo, un mapa conceptual y una forma de señalación, que traza itinerarios de interpretación y lectura. Los indices rerum del Quinientos, como los del siglo xvii, son, a la vez, un repositorio de sentencias y una propuesta de resumen del texto, ya que no se componen solo de palabras (o de conceptos amonedados en un término), sino de frases de sentido completo, que organizan un escrito en piezas de información y doctrina, del tipo, por ejemplo, Pecunias cupere, per se non malum. El asiento del index rerum contiene pues, o puede contener, una tesis o una proposición: más aún, es una propuesta de reducción a la unidad (universitaria, académica, teológica, doctrinal) de la propositio. La complejidad de la exposición del texto se asienta en forma de propositiones o de enunciados significativos, no tanto o no solo de conceptos o de términos clave, como los índices de materias actuales. Por ello mismo, el index rerum trasciende su función instrumental para convertirse en un instrumento de 36 Ha de notarse que el interés no se dirige, ni puede dirigirse, hacia los textos teológicos de los auctores damnati, que habían sido prohibidos enteramente por el Concilio Trento. La Regula II del índice tridentino hacía notar que solo podrían permitirse, aunque una vez examinadas, los escritos de herejes que no trataran sobre religión o aquellos en los que hubieran puesto muy poco de su parte (así literalmente en la Regula V, “aut pauca de suo apponunt, sed aliorum dicta colligunt”) como, por ejemplo, en las concordancias y léxicos. 37 Reservo, para un estudio de mayor aliento, la revisión general de otros expurgos de este mismo índice.
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intervención e interpretación doctrinal. Son un buen ejemplo de ello los asientos que se formulan como negaciones, es decir, que no indican lo que el texto dice en un determinado pasaje, sino los lugares en los que no dice o en los que, a juicio del indexador (o del indexador y el escoliasta), un autor omite decir. Este juicio de intenciones permite anotar e indexar un libro a partir de una detección de omisiones que se presentan como significativas. Tal sería el caso, por ejemplo, de la entrada De Purgatorio nulla mentio, que puede leerse en marginales y en el index de Erasmo a la edición de la obra de Ireneo. Baste un ejemplo representativo del escrutinio censorio sobre anotaciones e índices. Los índices a la edición frobeniana de las epístolas san Jerónimo, al cuidado de Erasmo, parecían incluir, a juicio de los censores, señalaciones ideológicas o proponer lecturas dirigidas desde los debates y polémicas religiosas del presente: algunas reproducen tesis inequívocamente erasmistas (cuyo reconocimiento se propone de este modo en el texto del Padre) sobre la guerra o sobre el monacato. Destacan, de entre todas ellas, las que se refieren de forma abierta al presente del editor, como, por ejemplo, el asiento Bella Christianismo pestis et silent theologi, que podía leerse en la edición de Jerónimo y cuya eliminación decretaron los censores antuerpienses. La entrada, en efecto, remite a los teólogos contemporáneos al editor (no a los del Padre) que callarían inexplicablemente ante una evidencia y ante una autoridad. No es desemejante la entrada del index rerum en la que puede leerse Monachi olim non fuerunt quales hodie, nec interdicta rerum suarum possessio; votorum trium Hieronymum non meminit.
Conviene reparar en que el index rerum, que recoge lo notable e insigne de un texto, no solo invitaría a realizar un juicio comparativo entre el monacato antiguo y el contemporáneo del lector (“los monjes de entonces no eran como los de ahora”), sino que señala, además, la omisión de toda referencia a los votos en el texto de san Jerónimo. El index exhorta pues a los lectores a utilizar el texto antiguo para asentar los juicios sobre el presente, e implica al Padre o, mejor aún, a sus silencios en una batalla doctrinal en la que toma parte el editor del texto. Es posible que el catálogo expurgatorio de Arias Montano pudiera juzgarse no solo como una respuesta hispánica al índice tridentino, sino también, posiblemente, como una respuesta a la filología de autor de mediados del siglo xvi. Era este el momento en el que las ediciones de Basilea, Lyon y Amberes publicitan las intervenciones editoriales y el valor añadido que concede a un volumen la recognitio, las enmiendas, la depuración del texto, los sumarios y la indexación. Las grandes ediciones de los Padres de los años treinta solían ir
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acompañadas de índices que permiten diversos accesos a la lectura erudita.38 La elaboración de índices distinguió, por ejemplo, la tarea editorial de Erasmo, pues todas las grandes ediciones infolio de los Padres en las que participó o que dirigió, bien para Frobenio en Basilea, bien para Claude Chevallion en París, iban acompañadas de un índice de materias memorables.39 El index rerum asciende a las cubiertas como estrategia de promoción del impresor y del editor, como perutiles, locupletissimi, notables, copiosísimos y aumentados, y, como observa Isabelle Diu, se inscriben plenamente en la retórica paratextual, pues se ponderan y describen desde el título y en los liminares.40 Los sumarios y, sobre todo, los índices, procuran una reducción de vastas obras a sus dicta esenciales, a las sentencias memorables, a los temas más relevantes: no solo remiten al texto editado, sino, a menudo, también a los scholia del o de los editores. En cierto 38 Sobre la idea de lectura docta, remito al estudio de Nakládalová (2013). Sobre los instrumentos de lectura en las primeras ediciones de los Padres, especialmente Agustín y Jerónimo, véanse solo Pabel (2008) y Visser (2011). 39 Sobre Erasmo y la cronología de sus ediciones de los Padres, véase Diu (2001: passim). Sobre la edición de Jerónimo, véase Pabel (2008). La primera edición patrística en la que participó Erasmo fue la de san Jerónimo, que apareció en Basilea en 1516, en las prensas de Frobenio, y que había sido iniciada por Johann Amerbach con la colaboración de otros estudiosos. Erasmo se dedicó especialmente a las cartas, y asistió más tarde en su finalización, tras la muerte de Amerbach. Las cartas de Jerónimo ocupan los cuatro primeros volúmenes de las Opera. Erasmo ordenó las cartas, redactó para cada una un resumen o argumentum, y añadió notas o escolios, que no solo interpretan el texto, sino que comentan las prácticas de la Iglesia contemporánea y las contraponen a las de la Iglesia primitiva. Los índices a san Jerónimo fueron compuestos y publicados bajo la supervisión de Erasmo por Johann Oecolampadio y, para la edición revisada, por Conrad Pellican. Con posterioridad, Erasmo publicó las ediciones de san Cipriano, de Arnobio, de Hilario de Poitiers, del De sacerdocio de Crisóstomo, seguido de otras obras del mismo padre, de una selección de Atanasio. De 1526 es la edición del Adversus haereses de Ireneo; siguieron, más tarde, los cuatro volúmenes de san Ambrosio y, por último, la obra de Agustín, en 1529, y el De opificio Dei de Lactancio. La obra completa de Crisóstomo es de 1530. Muchas ediciones se basan en los trabajos previos de Amerbach, sumando nuevas colaciones, atribuciones y conjeturas. Por último, de 1536 es la última edición patrística de Erasmo, los dos volúmenes de Opera Omnia de Orígenes en traducción latina. Olin (1979: 38) sugiere que fueron las críticas religiosas y polémicas (de autor) que figuran en los scholia las que suscitaron mayores recelos entre los teólogos católicos y que algunas ediciones, como las de san Hilario, incluyen tesis abiertamente erasmianas (“toda la edición es un ejemplo de cómo Erasmo, en un contexto de crisis religiosa, acude al legado patrístico para hallar guía y respaldo”). Olin (1979: 42). 40 Pabel (2008: 220) se ha referido a las estrategias de promoción editorial de Frobenio y Erasmo, y, en particular, a las formas de asentar la credibilidad de una edición o de una actividad filológica en torno al texto de los Padres en general y de Jerónimo en particular. Ha hecho notar que el nombre de Erasmo, por ejemplo, figuraba en la edición frobeniana de Jerónimo con el mismo tamaño que el del Padre (Pabel 2008: 228). Jardine (1993: 74) había diagnosticado una estrategia de apropiación, por parte de Erasmo, de la autoridad de san Jerónimo al arrogarse de alguna manera la “propiedad” intelectual de su texto.
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modo, el índice acaba por reemplazar al texto del autor indexado, y por aplanar, además, las diferencias entre los distintos niveles de autoría que se reúnen en una edición compleja. Es, en todo caso, uno de los géneros más destacados del arte del excerpere en la primera época de la imprenta. Poseemos testimonios inequívocos, y muy significativos, de la clara conciencia de los hombres de letras sobre los usos, ventajas y peligros del index rerum como género de la erudición. Permítanseme tan solo dos ejemplos particularmente relevantes, que corroboran, desde la parte autorial, los recelos de los censores. El primero es de una obrita polémica de Erasmo, los Brevissima scholia que responden al index rerum de los Libri XXIII de Alberto Pío, príncipe de Carpi, con quien mantuvo la polémica de mayor calado filológico y teológico de las muchas que emprendió el humanista.41 La respuesta de Alberto Pío a Erasmo, los XXIII libri, se había publicado con un completo índice analítico que permitía recorrer todas las proposiciones erasmistas que resultaban suspectas y que se asemejaban en parte o coincidían en todo con las de Lutero y los reformadores. Erasmo respondió a los XXIII Libri con una Apologia, que apareció impresa en 1531, unos meses después de la muerte de Alberto Pío, y, después, en 1532, con un texto dedicado, específicamente, a contrarrestar el efecto de ese completísimo index rerum: son los In elenchum Alberti Pii brevissima scholia. Marie Theunissen-Faider describió el index de Alberto Pío como la parte “la plus percutante, la plus dangereuse” de toda la polémica, pues cada entrada, afirma, es una frase completa y con sentido que, leída de forma aislada, ejerce un inmenso impacto en el lector (realmente, habría que decir que es una propositio, en términos teológicos).42 Los Brevissima scholia responden con un ‘contraíndice’ de 122 asientos, que contiene las refutaciones a las entradas alfabetizadas del index de Alberto Pío. Sostiene Erasmo, en las palabras liminares, que el veneno de su adversario se encuentra, verdaderamente, en sus índices y tituli, no solo porque había sido redactado con animo insincero (“Sed quisquis fuit auctor, insincero animo rem gessit”) sino, sobre todo, porque, según le consta, hay mucha gente que no lee más que eso: quos eos plerique solo legunt (m2rº). Es este un testimonio 41 Un buen resumen de la polémica entre Erasmo y Alberto Pio en Minnich (2008). La polémica cuenta con cuatro textos principales, dos de Alberto Pío y dos de Erasmo, y prosiguió incluso tras la muerte del príncipe en enero de 1531. Es sabido que Erasmo se dedicó intensamente a esta disputa, que siguió publicando textos polémicos en respuesta o contra Alberto Pío incluso después de la muerte de este y que escribió, además, una obra satírica en la que ridiculiza los funerales de su adversario. 42 Según Theunissen-Faider (2001: 96), “ces phrases simples, facilement compréhensibles, claires et donnant l’impression d’être complètes, telles des slogans, s’inscristent facilement [...] et, plus grave encore, rendent superflu tout recours au texte”. En realidad, la técnica del index de Alberto Pío es la propia de la práctica universitaria y de los teólogos conciliares desde Constanza, la de singularizar una propositio que permita un juicio de orden dogmático.
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interesantísimo sobre la práctica de utilizar los índices (y sumarios) como sustitutos del texto, para captar una idea global del contenido: no son tan solo un mapa conceptual que conduce al texto, sino que, de algún modo, usurpan su lugar. Son un resumen selectivo a la vez que una mostración: leer solo los índices es, pues, según Erasmo, uno de los hábitos de la lectura erudita en el siglo xvi.43 El segundo testimonio que quiero considerar aquí es de Conrad Gesner, autor de un tratadito, De indicibus librorum, que forma una pequeña sección de los Pandectarum Libri de 1548. Es este un texto que los historiadores del conocimiento han hecho célebre, y que ha sido editado y traducido de forma independiente del tratado general.44 Interesa aquí porque exalta el valor de los índices, bajo el signo de Mercurio en el trivio, pues permiten al joven estudioso encontrar información por vez primera y, sobre todo, permiten a los sabios y doctos recordar lo leído (ut reminiscatur) en la vasta multiplicidad de libros y de escritos.45 Funcionan, pues, en la práctica de lectura, como un resumen, como un conjunto de excerpta, o como un repertorio parcial, pero muy especializado, de sentencias y lugares comunes. Los testimonios de Erasmo y de Gesner son observaciones desde dentro, esto es, desde la filología y la bibliografía, y desde el conocimiento de los oficios del libro y de los géneros de la erudición. Erasmo, que hace o revisa índices para las ediciones de los Padres, afirma que un índice puede mentir, pues mienten los índices de Alberto Pío (mentitur elenchus es una frase repetida en los Brevissima scholia). Tanto Erasmo como Gesner les reconocen, además, un valor que no es ancilar, sino primario, ya que reemplazan la lectura o (re)construyen el recuerdo de lo leído. Son lugares ideológicamente cargados, y no meros textos instrumentales. En cualquier caso, los géneros de la erudición no son solo relevantísimos, como sabíamos, para la historia intelectual europea: lo son también, como quieren mostrar estas páginas, para la historia de la ortodoxia. De ahí el temor al fraude filológico desde las dos laderas de la Reforma, y de ahí la atención a los prólogos, sumarios, títulos, escolios e índices por parte de los censores lovanienses, antuerpienses y españoles. En el discurso censorio, tales géneros constituyen uno de los lugares textuales o de los nichos discursivos del disenso. En los territorios de la monarquía hispánica, la política expurgatoria fue, de hecho, y en gran medida, una forma de intervención, vigilancia y control de los géneros filológicos. Son aún necesarios más y mejores trabajos sobre la expurgatio como 43
Por ello mismo pueden ser tendenciosos: o, en términos de Erasmo, venenosos o compuestos de mala fe (animo insincero). 44 Hay traducción de Wellisch (1981), que me ha sido inaccesible. 45 Elogia Gesner específicamente los grandes índices de los tipógrafos alemanes: “Laudo in hac re Germanorum diligentiam, qua Gallos, Italos et hispanos longe vincunt”. Gesner (1548: XIII, I, 2).
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concepto, como ejercicio dogmático y como práctica hermenéutica en los siglos xvi y xvii: de ellos se seguirá también un mejor conocimiento de la cultura erudita altomoderna, ya que la historia de la filología (o la historia de la historia de la filología, por recuperar la aproximación de Pascale Hummel) se solapa, al menos en el dominio de los Habsburgo, con la historia de la expurgación y la censura. Es evidente que los textos de los Padres que he tomado en estas páginas como ejemplos de la expurgación antuerpiense invitan, por su naturaleza y contenido, a un diálogo doctrinal con el presente, inciden en las polémicas teológicas y tienen un inmediato uso de autoridad tanto entre católicos como entre reformados. Sin embargo, las anotaciones y los escolios de otros tipos de texto, sin aparente conexión religiosa, también se revelan profundamente implicados en los conflictos doctrinales del presente. Explicaré, para concluir, esta afirmación mediante una enumeración rápida de algunos pasajes que el catálogo de Amberes elimina en los prefacios, escolios, índices y marginales de Aristóteles. La comparación es reveladora, pues, a diferencia de los Padres, los textos del Estagirita no parecen directamente utilizables en las polémicas religiosas de la Reforma y la Contrarreforma. La revisión de los expurgos, sin embargo, ofrece una imagen muy diversa. Los comentarios de Velcurio (Johannes Veltkirchius) a la Física de Aristóteles, por ejemplo, habían sido totalmente prohibidos por los índices romano y tridentino: el índice de Amberes permite en cambio su publicación una vez expurgados tres pasajes que se refieren, respectivamente, a la predestinación, a la justificación por la fe y a la cuestión del Espíritu Santo.46 Los lugares suspectos en los escolios a la Metafísica aristotélica, de Pierre de la Ramée, son solo dos, de atender a los censores antuerpienses, en los que se reprueba el culto a los santos y la representación antropomórfica de la Trinidad.47 El expurgo de los comentarios de Simone Simoni al también aristotélico De sensu et memoria afecta en cambio a la totalidad del prefacio, así como a unos pasajes del comentario que conciernen a la celebración de la Eucaristía.48 En la anotación del profesor Martin Borrhaus a la Política aristotélica se eliminan unos asientos del índice, un pasaje sobre cómo calcular el fin del mundo a partir
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Velcurio es también autor primae classis en el índice tridentino: véase Martínez de Bujanda (ILI: VIII, nº 570). Sus comentarios a la Física conocieron muchas ediciones en las prensas lionesas, a partir de la princeps de 1554 y habían sido prohibidas en los índices de Lovaina y en España en 1559. 47 Remito de nuevo a Martínez de Bujanda (ILI: VII, nº 46), que se refiere a las ediciones parisinas de escolios de 1556 y 1565. 48 El Índice expurgatorio de Arias Montano se refiere a la edición ginebrina de estos comentarios (1566), que estaban prohibidos en los índices de Amberes de los años inmediatamente anteriores, de 1569 y 1570.
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del libro de Daniel y dos frases brevísimas del libro V, en las que Burrhaus aplica a la Iglesia de Roma la reflexión aristotélica sobre la tiranía (por ejemplo: Habet quoque ecclesiastica respublica suos tyrannos, qui quantum saeviant in sapientes et probos viros, palam est).49 Hay, pues, ciertamente, una filología confesional, que lee los textos clásicos para intervenir o esclarecer el presente, y parece innegable que la filiación religiosa determina en muchos casos la anotación y edición comprometidas no solo de las Escrituras y los Padres, sino también de los textos antiguos que, aparentemente, carecen de conexión visible con las polémicas doctrinales de católicos y reformados. En cualquier caso, de los recelos censorios, de las observaciones de los teólogos y de la política expurgatoria hispánica se obtiene una vívida representación de los que se perciben como ‘males’ y ‘vicios’ de la filología, que realmente revelan una aguda conciencia de la labilidad de las fuentes de doctrina y de la relevancia de la edición, la anotación, la indexación y el comentario para construir la autoridad textual. Los géneros de la erudición son, en todo caso, el molde discursivo que los censores y heresiólogos católicos asocian a la heterodoxia de forma más repetida e insistente y fueron objeto, por ello mismo, de una atenta vigilancia. Editores, comentaristas y escoliastas ocupan un lugar capital en la reflexión sobre los lugares textuales en los que se aloja la herejía. El miedo al ‘fraude’ filológico es una manifestación más del miedo al error doctrinal, además del mejor reconocimiento de la capacidad de la filología para construir la ortodoxia. Ilustra también, de forma vívida, cómo el editor o el comentarista se adueña de la autoridad y la solvencia del autor que edita, y cómo los géneros de la erudición, y, sobre todo, los resúmenes y anotaciones, condicionan, desde el margen y la periferia de los impresos, la comprensión de los escritos del pasado y, en algunos casos, los sustituyen plenamente. BIBLIOGRAFÍA Agustín (santo), Aurelii Augustini opus absolutissimum de Civitate Dei, magni sudoribus emmendatum ad priscae venerandaeque vetustatis exemplaria, per virum clarissimum et undequaq doctrissimum Ioan. Lodovicum Vivem Valentinum [...], Basileae, ex officina nostra (Frobeniana), 1532.
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Borrhaus (1545: Lib. V, cap. XI, 341). En algunos casos, lo expurgado es simplemente una apostilla, como, por ejemplo, la frase “Neque hoc malo carent Ecclesiae proceres” (Borrhaus 1545: Lib. V, cap. II, ad finem, 300), que Amberes propone eliminar. Bastaría una sola apostilla para reconducir la totalidad de la discusión sobre la vesania y crueldad de los tiranos hacia las autoridades de la Iglesia de Roma, y para releer la totalidad de la anotación como un comentario de política contemporánea sobre la actitud del Papado hacia los líderes religiosos de la Reforma.
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SOBRE LOS AUTORES
Alberto Cevolini es profesor en la Universidad de Módena y Reggio Emilia, en el Departamento de Comunicación y Economía. Sus intereses se centran en la historia intelectual de la primera Edad Moderna, con especial énfasis en la memoria social. Es autor de un monográfico sobre el ars excerpendi (De arte excerpendi. Imparare a dimenticare nella modernità, 2006), y de numerosos estudios sobre el tema. Ha editado el manuscrito de Thomas Harrison sobre el Arca studiorum (1640/1641), un sofisticadísimo aparato —repositorium— destinado a organizar los excerpta (The Ark of Studies. Thomas Harrison, 2017), y un volumen colectivo sobre la gestión del saber en la primera Edad Moderna, con especial énfasis en las prácticas del excerpere (Forgetting Machines: Knowledge Management Evolution in Early Modern Europe, 2016). Paolo Cherchi es catedrático (Professor Emeritus) de Literatura Italiana y de Lenguas Románicas en la Universidad de Chicago, especialista en el género de las colectáneas y del enciclopedismo de la primera Edad Moderna. Es autor de numerosos estudios monográficos sobre los fenómenos de la riscrittura, el riuso y el plagio en la literatura altomoderna (Enciclopedismo e politica della riscrittura: Tomaso Garzoni, 1980; Ricerche sulle selve rinascimentali, 1999; Polimatia di riuso: Mezzo secolo di plagio (1539-1589), 1998). Ha editado volúmenes colectivos sobre el tema (Sondaggi sulla riscrittura del Cinquecento, 1997). Markus Krajewski, historiador de la cultura y de los medios de comunicación, es profesor de Estudios de Comunicación en la Universidad de Basilea. Sus estudios monográficos incluyen Paper Machines: About Cards & Catalogs, 15481929 (2011), sobre la evolución de las prácticas de la gestión de información
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ARTES EXCERPENDI
relacionadas con el ars excerpendi altomoderno. Su investigación actual está enfocada en la historia de las actitudes científicas, en la epistemología marginal y la arquitectura de la Alemania de posguerra. Iveta Nakládalová es profesora adjunta en la Universidad Palacký de Olomouc (República Checa), en el Departamento de Estudios Románicos. Es autora de un estudio monográfico sobre la teoría de la lectura en los siglos xvi y xvii (La lectura docta en la Primera Edad Moderna (1450-1650), 2013) y de varios estudios sobre las artes excerpendi altomodernas, las prácticas de la censura y de la expurgación en los siglos xvi y xvii, el enciclopedismo y la literatura espiritual premoderna. Sus intereses incluyen también la teoría de la misión católica en la China de las dinastías Ming y Qing (siglos xvi-xvii). Christoph Strosetzki es catedrático de Literaturas Románicas en la Universidad de Münster. Interesado en la literatura española de los Siglos de Oro y en la investigación acerca de la literatura áurea en el hispanismo alemán, es autor de numerosos artículos sobre el tema. Especialmente relevantes, para el presente volumen colectivo, son sus estudios sobre la miscelánea española de los siglos xvi y xvii, y sus trabajos sobre la conceptualización de las ciencias, del saber y de la erudición en la primera Edad Moderna. Ha publicado trabajos monográficos y ha editado volúmenes colectivos sobre el tema (La literatura como profesión: en torno a la autoconcepción de la existencia erudita literaria en el Siglo de Oro español, 1997; Autoridad y poder en el Siglo de Oro, 2009; Saberes humanísticos, 2014). María José Vega es catedrática de Literatura Comparada y de Teoría de la Literatura en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde dirige el Seminario de Poética del Renacimiento (), dedicado al estudio de la teoría de la censura en el siglo xvi. Es autora de varias monografías sobre literatura y poética europeas del siglo xvi, y sobre la teoría de la censura altomoderna (El secreto artificio: qualitas sonorum y tradición pontaniana en la poética del Renacimiento, 1992; La teoría de la novella en el siglo XVI. La poética neoaristotélica ante el Decamerón, 1994; La formación de la teoría de la comedia: Francesco Robortello, 1997; Los libros de prodigios en el Renacimiento, 2002; Mostri e prodigi all’età della Riforma, 2008; Poética y música en el Renacimiento. La invención del paradigma clásico, 2011; Disenso y censura en el siglo XVI, 2012). Ha editado y coeditado varios volúmenes colectivos sobre la censura altomoderna (con Julian Weiss y Cesc Esteve, Reading and censorship in Early Modern Europe, 2010; con Iveta Nakládalová, Lectura y culpa en el siglo XVI, 2013; con Eugenia Fosalba, Textos castigados. La censura literaria en el Siglo de Oro, 2013; y con Ana Vian y Roger Friedlein, Diálogo y censura en el siglo XVI, 2016.
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