Yo hago un mundo nuevo : renovación carismatica de la iglesia 9788435607360, 8435607364


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Spanish Pages [114] Year 1982

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Yo hago un mundo nuevo : renovación carismatica de la iglesia
 9788435607360, 8435607364

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nuevo RENOVACIÓN CARISMATICA DE LA IGLESIA

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NihÜ obstat: El Censor, IGNACIO RUIDOR, S. Barcelona, 7 de febrero de 1975. Imprimase: \ JOSÉ CAPMANY, Obispo Auxiliar y Vicario General.

WALTER SMET S. J.

YO HAGO UN MUNDO NUEVO Renovación Carismática de la Iglesia

Prefacio

L. J. CARDENAL SUENENS Arzobispo de Malinas - Bruselas

EDICIÓN PROMOVIDA POR LOS "GRUPOS DE ORACIÓN" DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA DE BARCELONA (ESPAÑA) Y DEDICADA A TODOS LOS GRUPOS DE ORACIÓN DE HABLA HISPÁNICA DEL MUNDO

PUBLICACIONES

EDITORIAL ROMA, S.A.-BARCELONA (España)

Título original holandés:

ÍNDICE

IK MAAK ALLES NIEUW © Lannoo 1973 Tielt en Utrecht

Prefacio del Cardenal J. L. Suenens . . . . 1." edición española: julio 1975. 4.500 ejemplares 2." edición española: junio 1976. 4.500 ejemplares Traducido al español del original francés por Manuel Casanova Canigueral, S. J. Luis Martín Donaire, sac. operario Original de la cubierta: Tomás Bel

Publicado por: © Editorial Roma, S. A, Arizala, 31 y 33 Barcelona (España)

Prólogo del autor

ISBN 84-356-0736-4 Impreso en España

Printed in Spain

SOCITRA — Salvador, 22 — Barcelona-1

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1. A modo de introducción

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2. El movimiento en su contexto . . . .

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3. Origen y crecimiento

34

4. Características del movimiento . . . .

45

5. Testimonios

66

6. El Espíritu Santo, el gran desconocido .

75

7. La oración para la efusión del Espíritu .

83

8. La respuesta divina

94

9. Los frutos de la Renovación

103

10. Los dones del Espíritu Santo . . . .

117

11. El don de lenguas

144

12. La asamblea de oración carismática . Depósito legal N.° 22.468 -1976

7

.

161

13. La comunidad 'carismática'

183

14. ¿Novedad o Renovación?

202

15. ¿Y los peligros?

211

Bibliografía

221 5

PREFACIO

"El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho." (Jn 14¿6.) Jesús hizo esta promesa a sus apóstoles unas horas antes de su pasión y muerte redentora. Durante los últimos siglos, la tradición de la Iglesia de Occidente ha puesto poco de relieve la misión del Espíritu Santo. En varias ocasiones, durante el reciente Concilio, los obispos orientales subrayaron con fuerza esta laguna. Pero en la Iglesia posconciliar, sacudida por tantas contestaciones, algunos cristianos han descubierto esta dimensión carismática. Han tomado conciencia de la profunda realidad de la promesa de Jesús. A ejemplo de los primeros discípulos, se congregan en reuniones de oración para pedir con espíritu de fe y confianza, la efusión de los dones del Espíritu. Personalmente oí hablar, por primera vez, de la renovación carismática en la Iglesia católica durante una gira de conferencias que di en Estados Unidos

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el año 1972. Después, he tenido ocasión, en una serie Je contactos, de descubrir el enriquecimiento que la Iglesia de hoy podía obtener de estas reuniones espontáneas de oración. Fue para mí una sorpresa muy agradable, cuando, hace unos meses, se me comunicó que el P. Walter Smet, S. J. pensaba dedicar un estudio a esta renovación. Concisamente y documentos en mano, el autor da una buena exposición sobre los fundamentos y características de la renovación carismática según se está desarrollando actualmente en el mundo católico. Su informe está marcado de simpatía, pero juzga el movimiento con buen sentido crítico. Con rasgos sugestivos describe las asambleas de oración que viven la palabra de San Pablo:

mo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón" (Hch 2,44-46.) Espero que este libro contribuirá a dirigir la atención del público hacia la acción del Espíritu Santo en la Iglesia de hoy. Malinas, Pentecostés 1973. t L. J. CARDENAL SUENENS

Arzobispo de Malinas-Bruselas

"El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables." (Rom 8£6.) Con mucha exactitud insiste sobre la importancia de la vida comunitaria en la renovación carismática; ésta será fecunda para la Iglesia en la misma medida en que abra el camino a un cristianismo que se viva más intensamente en común. Expresamente se nos remite a las primeras comunidades, que nos describen los Hechos de los Apóstoles: "Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mis-

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Prólogo del autor

Los tiempos de crisis son tiempos de efervescencia religiosa. Así nos lo enseña la historia. El Espíritu Santo manifiesta, por así decirlo, su presencia de una manera más marcada. Últimamente pasé varias temporadas en Estados Unidos. Pude observar en jóvenes y adultos un renacimiento religioso extraordinario. El movimiento de la renovación en el Espíritu Santo en los católicos, me llamó especialmente la atención. Y he aquí que en pocos años esta renovación se ha extendido por todo el mundo. Se acerca el día en que su influencia se hará sentir también en nuestros propios países. Por esta razón decidí escribir esta introducción. Este movimiento suscita muchas preguntas: ¿no será una moda pasajera? ¿Desaparecerá en poco tiempo como tantos otros? O ¿es que Dios quiere por su medio renovar a toda la Iglesia? Este libro es una invitación a reflexionar sobre esta pregunta. En muchos católicos, los acontecimientos de los últimos diez años han provocado dudas y debilitado la confianza. Bastantes sacerdotes se han desanima11

do o se preguntan si su estado de vida tiene todavía sentido. El relato que presenta nuestro libro, referente a aquellos católicos animados manifiestamente por un fuego nuevo, quizá les ayude a fortalecer su fe y a reavivar el ardor de un celo que se iba enfriando. Estas lineas son fruto de observaciones personales. Me he relacionado con varias personas implicadas directamente en el movimiento. Mi primer contacto se remonta al verano de 1970 en San Francisco, California. Desde entonces me he unido a los grupos de oración y participo en sus reuniones semanales. Creo que no puedo rehusar al lector las ventajas de una experiencia vivida. Pero la experiencia eri un determinado lugar no es suficiente para enjuiciar todo un movimiento. Tengo, pues, que recurrir a la literatura existente. Cederé la palabra, sobre todo, a aquellos que han pertenecido al movimiento desde sus principios o a los que son dirigentes reconocidos. Si este libro va dirigido, principalmente, a los católicos es por razones de oportunidad. En efecto, es importante que ellos se pregunten si este movimiento de renovación no está ofreciendo una solución a algunos problemas propios de la Iglesia católica. El libro no pretende, por la misma razón, ignorar la renovación carismática que se está operando en las iglesias protestantes u ortodoxas. Al contrario, esta obra quisiera insertarse en una corriente auténticamente ecuménica, dirigida por el mismo Espíritu Santo. Se ve, en efecto, cada día con mayor claridad eme uno de los aspectos más inesperados de la renovación carismática es el de acercar, más que en el pasado, a cristianos de todas denominaciones. Sería pues para mí un placer si este libro pudiera ser apre12

ciado tanto por protestantes y ortodoxos como por católicos y ortodoxos. Desde un principio me di cuenta que no estaba preparado para la tarea que emprendía. Ciertamente había previsto algunas dificultades, pero en realidad vinieron a ser mucho mayores aún. El resultado feliz lo debo a muchos amigos que el Señor me envió, a los que Él inspiró cómo ayudarme efectivamente con sus consejos. Es un grato deber testimoniarles aquí mi agradecimiento. En primer lugar, pues, mi gratitud a Kerry Koller, John Spohn y Joe Diebels, de San Francisco, cuyo testimonio viviente me acercó a Cristo. La oración y el estímulo del Cardenal J. L. Suenens me han alentado a perseverar en mi empresa. Gracias a la crítica atenta de las siguientes personas el texto ha mejorado mucho: Jeroen Witkam, l'abbé de Zundert, los pastores G. M. Ilendriksen y K. J. Kraan, Dom Benoit Lanbres de Val-Sainte, Henri Caffarel, A. M. de Montleón, ü . P., Marie-André Houdard, O. S. B., Ludo y Ghislaine van Caloen. Debo un reconocimiento especial a mis colegas, Albert Ackermans, que se encargó de la traducción francesa y a Manuel Casanova, de la española. Finalmente quiero agradecer a los editores que permitieron la traducción de algunas citas. En particular: Ave Maña Press y Charismatic Renewal Services, Notre Dame, Indiana, por las citas de E. O'CONNOB, The Pentecostal Movement in the Catholie Church y Pentecost in the Modern World; de BYHNE J., Threshold of God's Promise; New Covenant, Ann Arbor, Michigan, la revista al servicio de la renovación carismática internacional, de donde entresaqué los testimonios. Paulist Press, New York, por las citas de RANÁGHAN K. y D., Catholic Pente13

costáis, y As the Spirít Leads Us; Darton Longman and Todd Ltd., London, por las citas de TUGWELL S., Did you Receive the Spirít? Las citas del Nuevo Testamento están tomadas de la Biblia de Jerusalén. Pongo este libro en manos de Dios con la fe de que llegará a aquellos a quienes está destinado.

A MODO DE

1 INTRODUCCIÓN

WALTER SMET

El 29 de enero de 1959 el Papa Juan XXIII hizo una declaración sorprendente. El Espíritu Santo le había inspirado convocar un concilio, el Segundo Concilio Vaticano. El mismo año, en Pentecostés, en la alocución que pronunció, expresaba la esperanza de ver a los obispos del mundo entero reunidos en concilio ecuménico como en un nuevo Pentecostés. Concluía con esta oración: "¡Oh Espíritu Santo! tu presencia conduce infaliblemente a la Iglesia. Derrama, te lo pedimos, la plenitud de tus dones sobre este concilio ecuménico. Renueva tus maravillas en nuestros días como en un nuevo Pentecostés." (1)

El 8 de diciembre de 1965 terminó el Concilio. Los obispos se reintegraron a sus diócesis respectivas. Surgió entonces por primera vez este interrogante que no ha cesado de preocupar a los espíri(1)

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"Volge il Settimo", ver Acta et Documenta Concilio oecumenico Vaticano II apparando 1 (1960), página 24, y Acta Apostolicae Sedis 51 (1959), p. 832 y (1962), p. 13.

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tus: ¿El programa de renovación de la Iglesia que propone el Concilio se realizará, o quedará sin efecto, como un deseo piadoso o un bello sueño? Los acontecimientos que sobrevinieron después han sido valorados de una manera extremadamente variada. Decepción por parte de unos, pues los responsables de la Iglesia católica son lentos en la aplicación de los decretos. Protesta por parte de otros, pues los cambios se realizan con demasiada precipitación, sin preparación suficiente. Muchos católicos se irritan por esto, y su unidad se encuentra comprometida. Tales controversias alcanzaron gran publicidad. Entre tanto, sin hacer ruido, un tercer grupo —grupo que ha motivado esta obra— piensa que el Espíritu Santo, a su propia manera, promovió un movimiento de renovación de la Iglesia. Un hecho, dicen, es notable. Al lado de defecciones en masa, hay durante los diez últimos años signos evidentes de un renacimiento religioso. Esto entre católicos, ortodoxos y protestantes de toda denominación, sin distinción de edad o de condición, en nuestros países y en los de más allá del telón de acero. Esbozar una imagen aceptable del movimiento carismático en el seno de la Iglesia católica no es tarea fácil. Esta renovación tropieza con numerosas resistencias. Surgen de los lados más inesperados y se justifican con motivos contradictorios. Parece oportuno empezar por exponer sumariamente las dificultades principales. Siendo así, el lector sabrá que conocemos su existencia y que deseamos tenerlas en cuenta. El hombre moderno, en general, está lleno de prevención ante cualquier forma de fanatismo o de hipnosis colectiva. No es sin excelentes razones. A qué 16

extremo puede llegar la humanidad, la historia reciente lo ha demostrado suficientemente. Además, una gran diversidad de opiniones divide los espíritus y aguza el sentido crítico. Se titubea más en comprometerse porque lo que hoy se adora, se quemará mañana. Por fin la influencia de Freud ha hecho germinar sospechas y desconfianza. Según sus teorías las convicciones llegan a ser mecanismos de defensa y los ideales disfraces con tendencias menos confesables. En consecuencia, nuestra atención se fija más sobre la ilusión posible. Pero he aquí que, del lado opuesto, otros subrayan que este comportamiento crítico sería a su vez un mecanismo de defensa. ¡Qué esfuerzos tenemos que hacer a fin de sobreguardar lo poco de libertad que nos queda! En esta autodefensa contra toda influencia exterior, fácilmente se manejan dos armas peligrosas: la estereotipia que mide todo con el mismo patrón, y el prejuicio. Como no nos gusta tener la paz de la conciencia turbada por el radicalismo ajeno, lo tachamos de fanatismo. Con un radicalismo idéntico al suyo, le reducimos al silencio, rechazamos su mensaje, por más saludable que sea. En breve, no es tan seguro que nuestro sentido crítico sea siempre una ventaja y aquello que pretendemos nosotros que sea (2). Como quiera que sea, la contestación y la duda universal han creado un vacío. Muchos se encuentran insatisfechos. Los hombres de quienes se ocupa este libro pertenecen a menudo —pero no necesariamente— a esa última categoría. Han encontrado en la renovación, llamada carismá(2)

"La Anti-psiquiatría" empezó últimamente a defender las desviaciones sociales y psíquicas. Ver Th. Sasz, R. Laing, D. Cooper y J. Foudraine. 2

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tica, una forma de compromiso para, sus convicciones religiosas. De ahí una pregunta fundamental. ¿Cuál es la norma de una vida sana y vigorosa? ¿Consistirá en seguir buscando, de una manera autónoma y no comprometida, lo mejor?, ¿o bien, es preferible entregarse a un mundo lleno de sentido, y realizar este sentido en la acción? Cada lector, estamos seguros, escogerá su punto de vista personal. Es difícil esperar que se pueda llegar a la unanimidad, porque nos hallamos aquí, no ante problemas puramente teóricos, sino ante opciones que proceden de motivaciones más profundas e incluso inconscientes. Más concretamente, la exaltación en el campo religioso repugna a mucha gente sincera, porque están preocupados por una purificación de la fe. Ven la renovación carismática como una de tantas tentativas para atosigar al hombre, harto alienado ya de sí mismo y del mundo, en sus aspiraciones a una experiencia trascendente. Todo verticalismo que actúa como 'una droga' es en sí, y con razón, sospechoso. Pues toda experiencia religiosa digna de este nombre debe dar al hombre una más profunda conciencia y dominio de sí mismo, así como una mayor capacidad de orientarse tanto hacia el prójimo como hacia Dios. Más allá de esta interpretación se sitúan la de la Biblia y el testimonio de los místicos. El hombre tiene que desaparecer él mismo para encontrarse en Dios y encontrar a Dios en el prójimo. Esta oposición requiere una explicación. ¿Cuándo este 'entusiasmo' (la etimología griega sugiere 'una posesión por la divinidad') actúa como 'una droga' que aliena al hombre de sí mismo y de los demás, y cuándo eleva al hombre a la altura de un amor creador? La 18

respuesta depende del temperamento de cada uno y, con toda probabilidad, difícilmente podrá aceptarse como norma general. Sea como sea, aún no se ha dicho la última palabra sobre lo que es bueno para el hombre y lo que no lo es. Es curioso, en estos últimos tiempos no son son los teólogos sino los psicólogos los que se interesan por la espiritualidad y la mística. 'Descubren' en sí mismos fenómenos que la ciencia equivocadamente quiso ignorar, porque, dicen ellos, pertenecen al comportamiento normal del hombre plenamente desarrollado (3). Algunos creyentes modernos que aprendieron a someter su fe a la crítica, ven en el movimiento llamado carismático una vuelta a un cristianismo, censurado con razón por la teología de la secularización. La religión de la Edad Media tuvo su día. Reconocerse dependiente de Dios y esperarlo todo de Él, son tentativas de evasión frente a los deberes seculares. ¿Y un cristianismo adulto no debería consagrarles sus mejores fuerzas? Además, esa insistencia sobre la oración con el Cristo viviente, sobre la realidad del Espíritu Santo, sobre las maravillas de Pentecostés, despierta en ellos multitud de problemas. Y lo que es más, dicen, el movimiento carismático no puede aportar renovación alguna sin tener en cuenta las aportaciones más salientes de la crítica bíblica moderna. ¿No podríamos, sin embargo, preguntarnos si jueces tan severos han entendido bien el pensamiento de Tillich, de Bonhoeffer, de Bultmann, de Robinson y de tantos otros? Según la (3)

Ver Maslow, May, Bugenthal y otros representantes de la Psicología Humanista; Frankl, Caruso, y la Escuela de Viena; en Holanda: Riimke y Van den Berg; en Bélgica: Vertióte.

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opinión de ciertos expertos, la teología de la secularización estaba ya superada en el momento de su aparición y ciertamente ha descuidado algunos aspectos fundamentales del problema. Por su parte, el catolicismo tradicional formula sus reproches. La renovación carismática actual recuerda otros movimientos; ha tenido sus equivalentes en la historia que se desviaron y vinieron a parar en la herejía. ¿Es el bautismo en el Espíritu conforme a la teología sacramental del bautismo y de la confirmación? La jerarquía mira a menudo con ojos sospechosos el papel de los laicos en las asambleas. Ellos son los que presiden, actúan como profetas, interpretan la Biblia, cargos todos ellos reservados tradicionalmente a los sacerdotes. Para refutar esos reproches, ¿no sería oportuno recordar las declaraciones del Concilio Vaticano II? Aluden claramente a la necesidad de una renovación carismática en la Iglesia. ¿No nos recuerdan los Padres conciliares que el Espíritu Santo es la vida de la Iglesia? Es Él quien derrama sobre cada cristiano sus dones y cansinas. Y cada cristiano, por la inhabitación del Espíritu Santo contribuye al crecimiento del Cuerpo Místico. ¿Los Pentecostales tradicionales del Protestantismo tienen motivos para alegrarse de esta renovación carismática dentro de la Iglesia Católica? La amplitud del movimiento les sorprende. Varios medios reformistas formulan serias objeciones. Según ellos, el catolicismo es un cristianismo falsificado, prácticas mágicas sustituyen a la verdadera fe, mantiene tesis no conformes con la Biblia. Entonces, ¿cómo conciliar efusión del Espíritu y superstición? Este es su problema. En una palabra, tanto del lado protestante como del lado católico, hay un cierto núme20

ro de personas que se preguntan: ¿puede tener garantía de autenticidad un movimiento carismático en el seno de una iglesia tan 'institucionalizada' y tan 'sacramentalizada' como la Iglesia Católica Romana? Hay, en fin, un grupo de católicos y protestantes que buscan sinceramente una renovación sin aferrarse a posiciones extremas. Ven la renovación en el Espíritu entre los católicos rica de tantas promesas, fundan sobre ella tan grandes esperanzas que desean ardientemente su realización. Pero se entristecen al ver a los dirigentes de este movimiento buscar tan expresamente el apoyo y el reconocimiento de la jerarquía católica establecida. Muchos de los que aspiran a una renovación se enfrentan con ansiedad a una serie de preguntas: ¿Este movimiento conservará su carácter carismático tanto tiempo como para operar nuevas formas y estructuras de las que la Iglesia tiene tanta necesidad? • ¿Será lo suficiente poderoso para transmitirlas a toda la Iglesia? ¿No llegará a perder demasiado pronto su dinamismo? ¿Por temor al error o al cisma no se dejará absorber o encadenar por las estructuras existentes? Sus diligentes naturales son vivamente conscientes de todos estos problemas. Dios es su única esperanza; Aquél que está en el origen del movimiento sabrá conducirlo a donde Él quiere. Tales son, en breve, las resistencias que encuentra en su camino el movimiento carismático. También la publicación de este libro es una aventura muy arriesgada. Pero es un riesgo que merece la pena. Porque, a pesar de las oposiciones, esta renovación dentro de la Iglesia católica es una realidad sorprendente. Imposible silenciarla, ya que ha obrado una conversión muy profunda en la vida de innu21

merables personas de toda clase y edad. Su crecimiento anual aumenta a un ritmo cada vez más acelerado, y el movimiento alcanza el mundo católico por entero. Querer responder a todas las objeciones nos ha parecido una tarea insuperable. Pero el desafío lanzado por el tema motivará suficientemente al lector, esperamos, para leer el libro hasta el fin. Y en el proceso podrá sin duda encontrar la respuesta que busca. Es muy probable también que no encuentre satisfacción inmediata. Esta forma de renovación coge desprevenidos a la mayoría de los cristianos. Hay que darle un cierto tiempo antes de darse por vencido. El autor de este libro lo ha experimentado personalmente. Si la renovación viene de Dios, le toca a Él determinar el momento y el modo que mejor conviene a cada individuo. Esta obra, por otra parte, no puede ser completa bajo todos los puntos de vista, ni enteramente convincente: la materia es demasiado vasta. Como primera medida quiere incitar a la búsqueda. Esta invitación se dirige a todos aquellos que desean verdaderamente una renovación, de cualquier tendencia que sean. La renovación de la Iglesia tiene que venir del Espíritu Santo. La pregunta que provoca este libro es pues: ¿Contiene en sí el movimiento carismático la promesa de un momento lleno de esperanza? E implica la respuesta a las preguntas siguientes. ¿Ofrece la garantía de una fe auténticamente religiosa? ¿Dónde debe hallar su equilibrio? ¿Hasta qué punto debe tener en cuenta las culturas, las formas y las estructuras de las sociedades existentes? Y sobre todo: ¿cómo debe desarrollarse ulteriormente? No ha llegado el tiempo aún de contestar defi-

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nitivamente a estas complejas preguntas. Esto requeriría, además, un trabajo de colaboración. En definitiva, la lectura de este libro producirá por sí sola, a nuestro parecer, poco fruto. Solamente el contacto personal con cristianos renovados en el Espíritu y la oración para recibir, a su vez, la plenitud del Espíritu podrán dar una respuesta satisfactoria. Los datos de este libro llevarán finalmente al lector a esta conclusión práctica.

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2

EL MOVIMIENTO

EN SU

CONTEXTO

Hoy en día se oye hablar con frecuencia en medios católicos del "Pentecostalismo" o de la "Renovación en el Espíritu Santo". Por todas partes surgen grupos de oración. Sacerdotes y seglares, jóvenes y adultos, padres e hijos sin la menor discriminación se encuentran en el mismo grupo como unas dos horas por semana. Oran juntos, leen la Biblia, celebran la Eucaristía y tratan de edificarse mutuamente. No hay estructura o dirección bien definida. Se pide a Jesús la efusión del Espíritu sobre la asamblea. Él es quien tiene la responsabilidad de conducirla, de animar la oración, de escoger los textos de la Biblia y de inspirar su interpretación a uno u otro de los participantes. Esta necesidad de una forma de oración comunitaria entre los católicos es notable en sí. Pero el hecho no es ni tan sorprendente ni tan nuevo. En otros ambientes se perciben tendencias semejantes. En muchos se redescubre el valor y estima del silencio, de la concentración, y aún de la vida contemplativa. Redescubrir las dimensiones comunitarias del cristianismo nada tiene de original. 24

El movimiento de la renovación en el Espíritu Santo es algo más que una re-estimación de la oración y una comunidad de alabanza a Dios. Visitando estos grupos se escuchan relatos de conversiones extraordinarias por la efusión del Espíritu. Se encuentra uno en presencia de efectos maravillosos de dones y carismas, idénticos a los que los Apóstoles y los primeros discípulos recibieron en Pentecostés por la-venida del Espíritu Santo. Muchas personas testifican que favores semejantes son comunicados de nuevo con abundancia en nuestros días. Es por este motivo que hablamos de una renovación carismática.

El Primer Pentecostés Tomemos la Biblia en mano. En el momento del bautismo en el Jordán, Juan Bautista dio este testimonio de Jesús: "... Yo os bautizo con agua para la conversión; pero aquél que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no merezco llevarle las sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego..." (Mt 3,11.) En el momento de dejar a sus Apóstoles, Jesús promete enviarles el Espíritu Santo: "Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho." (Jn 14,25.) 25

Entretanto tenían que permanecer en Jerusalén: "Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de. mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto." (Le 24,49.) Así pues los Hechos de los Apóstoles nos dicen: "Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos." (Hch 1,14.) El cumplimiento de esta promesa se nos narra en el capítulo segundo de los Hechos: "Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos ellos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse... La gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua..." Algunos de los presentes empezaron a burlarse de los apóstoles: "¡Están llenos de mosto!" Entonces Pedro tomando la palabra dijo: "Judíos 1/ habitantes todos de Jerusalén. Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, 26

pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los últimos días, dice Derramaré mi Espíritu sobre toda y profetizarán sus hijos y sus hijas; los jóvenes tendrán visiones y los ancianos sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis derramaré mi Espíritu." (II

Dios: carne,

siervas 3,1-5.)

Se puede leer después el relato de los electos de la efusión del Espíritu sobre los Apóstoles. En los Evangelios aparecen como hombres temerosos, pendencieros y de espíritu cerrado. Ahora se enfrentan sin miedo con sinagogas, tribunales y asambleas del pueblo. Se dispersan por el mundo y sin ambages dan testimonio delante de los que quieren oírlo que "Cristo crucificado y resucitado es el Hijo de Dios hecho hombre..." "Escándalo para los Judíos y necedad para los gentiles." El libro de los Hechos les atribuye los poderes enunciados por Cristo: "Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos, y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien." (Me 16,17-18.) En sus discursos Pedro proclama que los dones de Pentecostés no son tan sólo para los apóstoles: "Convertios, y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para 27

remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro." (Hch 2,38-39.) Y de hecho, la efusión del Espíritu y de sus dones se repitió sobre los judíos y sobre los paganos que por la fe se entregaron al poder de Cristo resucitado. (Hch 4,31; 8,15-17; 10,44 y siguientes; 19,6.) Los "carismas" o "dones del Espíritu", como la glosolalía, la profecía, o las curaciones, se manifestaron abundantemente en la cristiandad primitiva. Es algo evidente por la lectura de las cartas de los apóstoles, principalmente de los capítulos 12 y 14 de la primera carta de S. Pablo a los Corintios. Pablo reconoce su existencia, su origen divino, y ayuda a sus discípulos a captar el sentido eclesial. También mencionan fenómenos idénticos la Didaché, escrita entre los años 90 y 120 d. C , San Ireneo a mediados del siglo n, y la Apología de Tertuliano contra Marción, escrita entre los años 200 y 210. ¿Este milagro de Pentecostés es también posible en el siglo xx? Mucha gente da testimonio de que esto ocurre actualmente. Entre los cuales se encuentran seglares con carrera universitaria, teólogos y un número considerable de personas típicamente representativas de nuestra sociedad media.

Las Tres Formas de Pentecostalismo ¡Ciertamente no todas estas personas son católicas! La efusión del Espíritu entre los católicos no ocurre como un fenómeno aislado. En 1900, en Topeka, Es28

tados Unidos, surgió un movimiento religioso que más tarde se reconoció ser el punto de partida de un movimiento universal: el Pentecostalismo. Nacido entre protestantes, no fue reconocido por las iglesias protestantes tradicionales y'creó pronto sus propias iglesias. En nuestros países sus miembro? son conocidos bajo los nombres de Asambleas de Dios, Iglesias Pentecostales, e t c . . Esta primera forma de pentecostalismo recibió en la literatura anglo-sajona el nombre-de "Classical Pentecostalism". Le daremos en este libro el nombre de pentecostalismo tradicional. Lo encontramos en algunas organizaciones no-eclesicales como en el "Full Gospel Businessmen Fellowship International", hermandad de hombres de negocios y profesiones independientes, establecida ya en muchos países. Fue fundada en 1953 por un hombre de negocios californiano, de origen armenio, Demos Shakarian. En un plazo de sesenta años, esta forma de pentecostalismo se ha extendido por el mundo entero a una velocidad y con una fuerza verdaderamente asombrosas. En su relación presentada al V Congreso Mundial de la Federación luterana, un especialista en la materia, el doctor Nils Bloch-Hoell, da testimonio en estos términos: "Henry Van Duzen llega incluso a declararlo como la tercera potencia de la Cristiandad junto con el catolicismo y el protestantismo tradicional. Se trata no solamente del movimiento extático más importante de la historia de la Iglesia, sino también d e aquel que entre todos los movimientos de avivamiento se ha desarrollado más rápidamente en el mundo."

Desde 1956 la renovación pentecostal ha estallado irresistiblemente, y casi por todas partes al mismo 29

tiempo, en el seno de las iglesias protestantes tradicionales: luteranas, anglicanas, presbiterianas, metodistas, bautistas, y muchas otras más. Se la llama el Neo-Pentecostalismo, Y últimamente en la misma Iglesia católica, desde el Concilio Vaticano II se manifiesta un fuerte impulso hacia esta renovación en el Espíritu Santo. Hay algo que destaca en este último desarrollo del movimiento: no alcanza ya exclusivamente a los pobres de los ghettos y de los suburbios, sino que atrae ahora a intelectuales, teólogos y pastores de iglesias. Las tres formas de pentecostalismo tienen muchos puntos en común. Muchas personas que viven en estrecha relación con Cristo, a él confían la dirección de su vida. Se da a la oración una importancia capital de manera que llega a impregnar de presencia divina todo pensamiento y la acción. En los momentos más difíciles los pentecostales disfrutan de una paz envidiable. Su celo por Dios y el deseo de comunicar a los demás la alegría y la fuerza que sienten son impresionantes. Sin embargo existen diferencias. El Pentecostalismo Clásico u original ha desarrollado toda una cultura en torno a un núcleo central, que comprende el bautismo en el Espíritu y la efusión de sus dones. (4). Supone todo un estilo de oración, un lenguaje particular, una manera de pensar, unos ritos y gestos adecuados que dan cauce a la expresión de la interioridad. Otro rasgo característico: su tendencia antiinstitucional. Sus adeptos tienden a no basarse más que en su experiencia personal de Dios, excluyendo cualquier forma de ministerio institucio(4) Para más explicaciones, ver cap. 5 y 6 sobre el bautismo y el cap. 8 sobre el hablar en lenguas.

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nalizado. Crean estructuras de iglesia libres e informales. Interpretan la Biblia literalmente verso por verso. A sus ajos la glosolalía es el signo indispensable de la efusión del Espíritu. Ellos creen que Dios manifiesta constantemente su acción a través de curaciones, conversiones repentinas y peticiones escuchadas. Los Neo-pentecostales se encuentran en las iglesias reformadas tradicionales. Permanecen fieles a los ritos y a las verdades de fe de su iglesia primitiva, pero las viven con un espíritu nuevo que deriva del bautismo en el Espíritu y de sus carismas. Se esfuerzan en superar el sectarismo y el fundamentalismo de los otros pentecostales. Algunos de ellos se alegran de la renovación carismática en el seno de la Iglesia católica. Ésta abre la posibilidad de organizar verdaderas asambleas ecuménicas, fundadas en el amor de Cristo suscitado en todos por el Espíritu Santo. Además, los Neopentecostales esperan de la renovación católica una colaboración en el plano de la reflexión teológica. Finalmente, ¿quiénes son, los 'Pentecostales' Católicos? Esta pregunta obtendrá amplia contestación en los capítulos siguientes, pues el objeto de esta obra es tratar de esto exclusivamente. (5) Brevemente, el nombre de renovación carismática significa que un cierto número de católicos creen que el Espíritu Santo se manifiesta en la Iglesia con más efusión en estos tiempos que en otros. Concretamente Él nos comunica sus dones especiales o carismas tal (5)

Empleo la palabra Iglesia {con mayúscula) para designar el Cuerpo Místico de Cristo e iglesia (con minúscula) para designar las instituciones o las comunidades locales. El contexto indicará suficientemente que me refiero a la Iglesia Católica.

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como se describen en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas apostólicas. Teniendo en cuenta lo que precede, indicaremos aquí en qué se distingue la renovación católica de las formas de pentecostalismo protestante, antes descritas. La doctrina católica tradicional sobre los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, es el origen de una gran diferencia entre las concepciones católicas y algunos grupos pentecostales protestantes en lo que se refiere al 'bautismo en el Espíritu'. Proporcionalmente concede menos importancia a la glosolalía. Sin embargo es posible que el pentecostalismo nos lleve algún día a una revisión de la práctica sacramental del bautismo y de la confirmación (cfr. los textos del Concilio Vaticano II sobre el rito de la Confirmación). Entre los católicos la efusión del Espíritu produce de por sí una vida sacramental más intensa. La celebración eucarística se convierte en un centro desde el cual la fe nuevamente descubierta y vivida con plena intensidad encuentra una más amplia irradiación. Por su parte, los pentecostales católicos conceden de nuevo a María, la madre de Jesús, el lugar que ella ocupaba entre los apóstoles en sus reuniones de oración en Jerusalén cuando esperaban la venida del Espíritu Santo. (6) Para distinguir mejor pentecostalismo tradicional y movimiento carismático católico, se prefiere no (6)

hablar de "Pentecostalismo católico" sino de "renovación en el Espíritu Santo". Nombre que también nosotros "emplearemos a lo largo del texto. En la historia de la Iglesia el movimiento carismático no es un fenómeno nuevo ni único. Avivamientos religiosos parecidos se han dado con frecuencia en el curso de la historia de la cristiandad con consecuencias favorables o desgraciadas. Santos y místicos, fundadores de órdenes religiosas, reformadores y papas han gozado de carismas a título individual. No faltaron a los teólogos y a la autoridad eclesiástica ocasiones en el pasado de ocuparse de las manifestaciones del Espíritu Santo. Los teólogos las analizaron y sopesaron su valor; la autoridad eclesiástica ha establecido los criterios que facilitan el discernimiento de las gracias divinas auténticas de sus falsificaciones. Un capítulo posterior tratará de lo que hay de antiguo y de nuevo en el movimiento carismático actual dentro de la Iglesia.

Según la palabra de Jesús (Hch 1, 8) la venida del Espíritu Santo enviará a los apóstoles al mundo entero, como testigos. Lo cual supone en ellos las mismas disposiciones que las de la Virgen María en el momento de la Anunciación. Como los Apóstoles, María representa a la Iglesia, pero ella en cuanto receptora de la Palabra (Le 1, 35). 3

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ORIGEN Y

3 CRECIMIENTO

La historia del origen y del crecimiento de esta renovación contribuye a la comprensión de sus características esenciales y de su significación eventual para la renovación de la Iglesia. Los esposos K. y D. Ranaghan han hecho sobre esto una relación circunstancial notable, a la cual remitimos con gusto al lector. Por nuestra parte, nos contentamos con extraer aquí los rasgos más destacados, y nos inspiraremos en su exposición. (7) En 1966, el catolicismo americano vivía una situación especial. La Iglesia Católica estaba dividida en dos facciones en este país. Este desacuerdo era consecuencia de diferentes esfuerzos emprendidos para poner en práctica los decretos del Vaticano II. Conservadores y liberales se enfrentaban sin esperanza de reconciliación. Este mismo año empezó el movimiento de renovación en el Espíritu Santo entre los católicos de este país. Todo empezó con un historiador, el doctor (7)

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K. y D. Ranaghan, Catholic Pentecostals, Paulist Press, New York, 1969, cap. I y II. Los testimonios citados más adelante están tomados de este libro.

Storey, y un teólogo, Ralph Keifer, profesores seglares de la Universidad Católica Duquesne en Pittsburgh, estado de Pennsylvania. (8). Eran hombres de oración y activamente comprometidos en los movimientos litúrgico, social y apostólicos. Se sentían decepcionados por el débil resultado de sus esfuerzos, e investigaron la causa. ¿Por qué el Evangelio no tenía la misma eficacia como en los primeros tiempos del cristianismo? Los cristianos de entonces ¿no habían renovado la faz del mundo? Mientras estos dos intelectuales buscaban la respuesta en la lectura de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles, un hecho les llamó la atención: "Su vida cristiana les parecía ser obra de su propia creación, como si procediera únicamente de sus propias fuerzas y de su voluntad (...). Por alguna razón les faltaba el dinamismo de Cristo resucitado, la convicción profunda de sentirse penetrados por Él y de vivir en Él aquí y ahora (...)".

y concluyen: "Si verdaderamente vivimos en Cristo, y si Cristo . está verdaderamente presente en la Iglesia y, por la Iglesia, presente en el mundo, es porque el Espíritu fue enviado después de la Ascensión de Cristo, sobre la primera comunidad cristiana. Éste es el misterio de Pentecostés, el verdadero día en que nació la Iglesia. El grupo de discípulos fue transformado en una comunidad de fe y de amor. Sin miedo ni vergüenza glorificaban a Dios y daban testimonio de Cristo. (8)

La Duquesne University es una universidad católica, dirigida por los Padres del Espíritu Santo; la Universidad de Notre Dame en South Bend es la universidad Católica más conocida de Estados Unidos. Está bajo la dirección de los Padres de la Santa Cruz.

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Ya no soy yo quien intenta orar o colaborar con los otros (...). Todo esto parece provenir espontáneamente del interior. No significa que todas las dificultades estén superadas. Ni mucho menos. Pero hay en mí más interioridad, más espontaneidad, en otras palabras, más fuerza que antes. Esto dura y sigue durando. De vez en cuando, una falta de fe disminuye el nivel. Estoy convencido en efecto de que Dios no va en contra de nuestra voluntad. Es preciso colaborar con Él, es preciso perseverar, y dejarle obrar libremente en nosotros. Pues Él rechaza todo automatismo, magia, superstición en todo esto. Sigue siendo la misma vida cristiana que en mi juventud, pero con otra dimensión, con otra fuerza, con una interioridad que no poseía. Doy gracias a Dios con todo mi corazón (...)" (10).

Reemprendieron y continuaron su obra perseverando hasta el martirio... ¿De dónde les venía esta fuerza? Del Espíritu Santo del que habían sido llenos, según la promesa. Jesús no les había dejado huérfanos, sino que les había enviado el Espíritu. En ellos y por ellos, Él se hacía así presente en el mundo." (9).

Una vez se hicieron evidentes estas cosas a los ojos de estos dos hombres de fe, tomaron un acuerdo. Cada día orarían el uno por el otro a fin de obtener el favor de ser llenos del Espíritu Santo. Repetirían cada día el himno: "Ven, Espíritu Santo". Por lo demás, pensaban, no había más que esperar con plena confianza la respuesta del Señor, como los primeros discípulos en Jerusalén. En este caminar hacia la gracia, dos viejos amigos pronto se les unieron: Steve Clark y Ralph Martin. Eran colaboradores seglares de la parroquia universitaria de la Universidad del Estado de Michigan, en East Lansing. ¿Qué sucedió a continuación? Por medio de otras personas, nuestros amigos conocieron a Miss Florence Dodge. En su casa un grupo de pentecostales protestantes se reunían regularmente en asamblea de oración. Fue en esta casa donde, según su testimonio, fueron escuchados. Oraron sobre ellos y fueron llenos del Espíritu Santo. He aquí algunos extractos del relato que hace uno de ellos. "Bien mirado, la experiencia que he tenido no es en absoluto desconcertante. Es una confirmación de todo aquello a lo que me había dedicado los años anteriores (...). Con una sola diferencia: ahora todo es más fácil y más espontáneo. Todo viene del interior. (9)

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K. y D. Ranughan,

o. c , pp. 7-8.

En torno a estos hombres de la Universidad Duquesne, se formó el primer grupo. Se componía de unos treinta miembros, todos estudiantes o profesores de la Universidad. Durante el fin de semana del 17 de febrero de 1967, hicieron un retiro, conocido en los anales de la renovación bajo el nombre de fin de semana de Duquesne. Se le menciona como un ejemplo sobresaliente de la manera como el Espíritu Santo obra con fuerza en aquellos que se abandonan a Él. Esta experiencia se renovó en muchos lugares y en favor de muchas personas. Los que participaban en este retiro muy poco sabían o casi nada sobre el "bautismo en el Espíritu", y los dones que se habían manifestado en los dirigentes del grupo. Se habían reunido únicamente para descubrir la voluntad de Cristo en su vida. Se habían puesto de acuerdo en un punto: Estudiarían los cuatro primeros capítulos de los Hechos de los Apósto(10)

K. y D. Hwiagluiit, o. c , pp. 16-17. Usando tipos cursivos, quiero subrayar lo que es típico de la experiencia del Espíritu.

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Jes. El sábado por la noche estaba prevista una pequeña velada para celebrar un cumpleaños. Una de las jóvenes presentes esa noche cuenta: "Nos sentíamos bastante cansados de orar. Estábamos bien decididos esa noche a aflojar con deleite." "Ahora bien, las horas reservadas a esta fiesta", explican los Ranaghan, "Dios las había elegido para revelarse a esta juventud. Bajo su inspiración, todos, uno detrás de otro, se dirigieron a la capilla en donde el Señor les esperaba." Uno de los participantes, David Magnan (11), ha explicado muy bien lo esencial en una relación de la cual aquí damos algunos extractos:

Bajando la escalera mi primera reacción fue la duda. ¿Me había sucedido realmente todo eso? Comprendí muy pronto que nada de lo que me había pasado correspondía a mi temperamento. Por naturaleza no soy sentimental, no lloro fácilmente, no me dejo convencer fácilmente. Reflexionando así llegué a decirme que debía volver y orar en la capilla. Tenía miedo pero entré a pesar d e todo. Durante mi oración volví a sentir un sentimiento extraño. Era como si oyese a otro orar en el fondo de mí mismo. En este momento alguien entró en la capilla. Me senté y vi entonces que era una de mis amigas. La veía orar. Me sentía tan feliz, no podía contener esta felicidad. La miré y le dije: "Te amo", y ella me respondió: "Y yo también a ti". Me preguntó si podía leerme un pasaje de la Biblia. No puedo recordar lo que me leyó. Pues apenas había leído las primeras palabras, cuando tuve de nuevo un encuentro con Cristo más intenso que el primero. Intenté hablar con los que entraban en la capilla, pero me di cuenta de que hablaba una lengua incomprensible, algo así como si un sordomudo se pusiera a hablar (...). Más tarde, en el mismo día, después de una charla sobre el tercer capítulo de los Hechos de los Apóstoles, volvimos a ponernos en oración y, una vez más, tuve un nuevo encuentro con Dios (...). Mi alegría era grande. Me di cuenta de que el Señor había tenido piedad de mí y de que se cuidaba de mi vida (...). Él sabía lo que yo necesitaba y ¡vaya si me lo dio!; me ¡derribó de un golpe! (...). Ese día descubrí que los otros también habían sido llenos del Espíritu Santo. Les había revelado al Señor de una forma nueva y había dado a su vida cristiana una dimensión totalmente nueva. Pues bien, yo he vivido esta dimensión, he crecido en ella durante todo un año, y toda mi vida está cambiada. El Señor me ha cogido de la mano y me ha guiado a través de muchas dificultades. Lo más importante, lo esencial, es que Él me lleva a Él. Por mis propias fuerzas, lo sé, no lo habría logrado nunca." (12)

"Sin comprender lo que hacía, entré en la capilla. Estaba de pie delante del altar. Un instante después me encontré tendido en el suelo en un transporte extático. Esta experiencia no se volverá a producir quizá nunca más en mi vida. De repente Jesucristo estaba tan realmente presente que lo sentía a mi lado (...). Era abatido por un amor que es imposible expresar (...). Ignoro cuánto tiempo permanecí tendido. (11)

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K. y D. Ranaghan, o. c , pp. 26-27. David Mangan da actualmente cursos de matemáticas en St. Thomas High School, Braddock, Pennsylvania. He escogido este testimonio, porque contiene en gran parte lo que dicen los testimonios de los otros jóvenes: percepción de la presencia real de Cristo, sentimiento de ser invadido de amor, sentimiento de que Dios toma en mano la dirección de la vida. Por causa del incidente con la chica, algunos lectores podrían ser tentados de reducirlo todo a un caso de erotismo juvenil. Me parece que una lectura imparcial del testimonio no justifica tal interpretación. Otras interpretaciones merecen igual atención. En mis contactos con los miembros del movimiento carismático, me ha llamado la atención que una profundización de la relación con Cristo da más calor y más profundidad a las relaciones con los hombres, sin ser por lo mismo coloradas de sensualidad.

(12)

Ante experiencias religiosas espectaculares de esta clase, sentimos un cierto escalofrío. Nos sentimos incli-

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Este contacto íntimo con Cristo fue el rasgo principal de esta experiencia pentecostal, q u e este primer grupo de profesores y estudiantes d e la Universidad D u q u e s n e creyó experimentar a semejanza de los primeros discípulos. Según sus descripciones, repetidas veces fue a c o m p a ñ a d o d e dones, como la glosolalía, la profecía, el discernimiento d e espíritus, tal y como se describen en el Nuevo Testamento. Estos acontecimientos no se limitaron sólo a los participantes del fin d e semana. Amigos y conocidos se adhirieron al grupo de oración en la misma medida en q u e eran testigos del cambio q u e se había operado en los primeros miembros del grupo. Sobre ellos también el Espíritu Santo se derramó con sus dones (13). nados a poner en duda su autenticidad o a sospechar alguna desviación psicológica. Los medios carisrnáticos que yo conozco se muestran más bien prudentes. Mantienen sin embargo presente que la manifestación del Espíritu en la Biblia se caracteriza por su repentinidad. Para mejor distinguir su acción, se pide aquella ayuda particular llamada discernimiento de espíritus. Puede verse más adelante el cap. 8; el Espíritu Santo hace también valer su acción de manera menos espectacular. Basta leer los testimonios de los capítulos 5 y 11 para ver algunos ejemplos. (13) En la revista mensual "New Covenant", febrero, 1973, algunos de sus participantes reflexionan en retrospectiva sobre el fin-de-semana de Duquesne. Confirman que marcó un momento crucial en su vida. Los cambios que se operaron a continuación fueron aún más importantes. He aquí un extracto del testimonio de David Mangan: "El Señor había empezado ya antes a atraerme hacia sí. Lo que empezó entonces, gracias a Él, fue una capacidad de estar a su escucha de una manera desconocida hasta entonces (...) Yo querría poder contar que todos mis problemas encontraron una solución y que la fuerza de Dios rezumaba por todos

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Algunos meses más tarde, el relato d e estos acontecimientos llegó a oídos de un grupo d e estudiantes de la Universidad Notre Dame de South Bend en el Estado de Indiana. Éstos estaban firmemente decididos a no dejarse embaucar por los estudiantes de Duquesne. A fuerza de argumentos racionales, psicológicos y estéticos, se pusieron a combatir las informaciones recibidas de Duquesne. Se organizó u n fin de semana espiritual p a r a el 4 y 5 de marzo de 1967. Unos treinta jóvenes, chicos y chicas, tomaron parte. Apareció entonces u n testigo ocular de los acontecimientos d e Pittsburgh. Escuchando su relato, estaban aturdidos por lo q u e oían. A su vez, se pusieron a orar para q u e el Señor les encontrase dispuestos a acoger los mismos dones que en Pentescostés, si así era su voluntad d e renovarlos en la Iglesia de hoy... Y esta renovación d e l misterio tuvo lugar. El Padre O'Connor, testigo d e los hechos, ha puesto por escrito con precisión todos los detalles de lo q u e pasó entonces y en las semanas que siguieron en la Universidad de Notre D a m e , en su libro The Pentescostal Movemcnt in the Catholic Church (traducido al castellano: La Renovación Carismática en la Iglesia Católica). H u b o conversiones asombrosas (14).

los poros de mi cuerpo. Desgraciadamente no es así. Lo reconozco con toda sinceridad. Muchos problemas se solucionaron, pero otros surgieron. Pero había una gran diferencia: ya no estaba solo. Aprendí a afrontar las dificultades en vez de evitarlas. Dios tomó en mano formarme para aquello que Él quería de mí. Mis problemas se solucionaron en Cristo pero no a mi manera" (p. 9). (14) Ave Maria Press, Notre Dame, Indiana, 46556, 1971, cap. 2 y 4. 41

Los cambios que se operaron en los estudiantes de Notre Dame se asemejan esencialmente a los que se dieron en Pittsburgh. Los esposos Kevin y Dorothy Ranaghan, testigos oculares cuentan: "Aquella noche, no se manifestó en el grupo ningún cansina, ni la glosolalía, ni la profecía. Pero hubo algo nuevo en la oración y eso marcó para muchos de nosotros el principio de una vida de fe más profunda. Habíamos buscado, en el nombre de Jesús, una plenitud de vida en el Espíritu Santo. Ahora aquí esta gracia ya había tomado cuerpo en nosotros. Cada uno de nosotros no sabría comunicar más que lo que le ocurrió individualmente aquella noche. Pero puede decirse que todos nosotros experimentamos que el amor de Cristo había invadido nuestra vida y que éramos testigos de cómo esta invasión se operó en los otros. Este amor nos trajo paz y alegría, audacia y certeza en la fe, junto con todo lo que se acostumbra a llamar los "frutos" del Espíritu Santo (Ga. 5, 22). Uno de ellos resumía a la mañana siguiente la impresión general diciendo: "Hemos visto al Señor". Varios se sintieron llamados a consagrar largos ratos a la oración en la que prevalecía la alabanza de Dios. Algunos constataban que abrían la Biblia con verdadera fiambre de la Palabra de Dios. Casi todos descubrieron en sí un deseo nuevo y audacia para dar testimonio del Señor ante amigos y desconocidos. Las disensiones entre hermanos desaparecieron, y el amor entre esposos se interiorizó más en Cristo" (15).

Casi al mismo tiempo, la noticia llegó a la parroquia universitaria de la Universidad del Estado de Michigan en East Lansing. Es así que un mes después, en abril de 1967, alrededor de 80 profesores y estudiantes pertenecientes a las tres universidades se volvieron a encontrar en South Bend para un fin de semana espiritual, que más tarde recibió el nombre (15)

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K. y D. Hanafihan, o. c , pp. 40-41.

de "Michigan State weekend" (fin de semana del Estado de Michigan). Esta reunión adquirió después una significación histórica pues era la Primera Reunión general de lo que se llamó después la "renovación carismática católica". Los congresos internacionales en Notre Dame University se han convertido en una tradición anual. El último tuvo lugar del 14 al 16 de junio de 1974. Más de 30.000 personas participaron durante tres días completos en la oración, reflexión y alabanza a Dios. En unos años, la renovación se ha propagado como fuego de paja entre los católicos de Estados Unidos y del Canadá, tanto en las universidades laicas como católicas. Parroquias y comunidades religiosas encajaron pronto el paso. Por todas partes brotan grupos de oración. Algunos cuentan con un pequeño número de miembros, otros, con centenares. Se puede encontrar en ellos laicos, hombres y mujeres de todas las edades, sacerdotes y religiosos. Sus reuniones son habituaimente semanales. Una lista puesta al día hasta junio de 1973 menciona 1.031 grupos. Se cuentan también muchos grupos interconfesionales a los cuales asisten católicos (16). ¿Cuántos están implicados en esta renovación? Es difícil precisarlo. No hay inscripción bien determinada. En base de algunas estimaciones hechas en 1971, el número de participantes regulares en las reuniones estaba valorado en 20.000. Un año más tarde en 200.000, y en junio de 1973 en 400.000. El número importa poco. Dos hechos causan impresión: (16)

Me comunicaron en marzo del 1973 que se había rebasado ampliamente el millón. Se puede obtener el Directorio de direcciones en Communication Center, Box 12, Notre Dame, Indiana 46556.

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el cambio que la renovación opera en los corazones v la influencia que de ella se deriva. Según ciertos indicios, la renovación en el Espíritu Santo se extenderá a toda la Iglesia católica, igual que ocurre entre los protestantes y ortodoxos. Las listas de direcciones editadas en junio de 1973 dan la reseña de grupos carismáticos en 50 países diferentes.

CARACTERIZACIÓN

DEL

4 MOVIMIENTO

¿Una nueva secta? ¿Una nueva organización? La renovación no es una secta, ni una nueva religión nacida en nuestros días. Tampoco es una nueva organización que viene a añadirse a otras ya muy numerosas en la Iglesia católica. Esto lo rechaza categóricamente. Pero sí acepta ser lo que su mismo nombre significa: un movimiento de espiritualidad, en el sentido más amplio de esta palabra. Pretende cristalizar la energía y el interés que emanan de una experiencia religiosa concreta hacia una renovación de vida más intensa en el Espíritu de Jesús para la mayor gloria del Padre. De ninguna manera es atributo de algunos privilegiados sino de todo cristiano. No quiere ser, pues, una organización que produjera una escisión entre los cristianos. Esta misma razón incita al movimiento a seguir expresamente las directrices de la Iglesia. Su vocación consiste en vivificar y renovar todo el cuerpo de la Iglesia (17). (17)

u

Ver capítulos 14 y 15.

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El

Fundamento

Es posible otro malentendido. Se refiere a la motivación del movimiento. Para disiparlo, damos la palabra a uno de los pioneros de la renovación carismática, James Byrne. Él ha escrito un folleto que constituye una excelente introducción a la renovación. En el aborda el problema de su fundamento (18). Individualmente uno puede sentirse atraído al movimiento por un deseo de calor y afecto, de identificación al grupo, de una vaga mística de transcendencia o por una insatisfacción experimentada con relación a las estructuras religiosas existentes. "Pero el movimiento tiene otros apoyos distintos de estas necesidades humanas. Se funda expresamente sobre la fe en la persona d e Jesucristo, Hijo d e Dios encarnado, Salvador del mundo y cuya resurrección ha hecho renacer todas las cosas a una vida nueva" (19). (18)

(19)

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Threshold oí God's Promise. An Introduction to the Catholic Pentecostal Movement. Notre Dame, Indiana 46556, Ave María Press, 1971, 2 . ' ed., páginas 31-42, ¿El movimiento carismático es reaccionario? ¿Se apoya en un cristianismo religioso sobrenaturalista o mitológico? Espero que gente competente examinarán el problema. No es este el momento de entablar un debate que ha hecho ya correr mucha tinta. Para llegar a una conclusión justa, a mi opinión, es absolutamente insuficiente una crítica totalmente exterior a este esfuerzo de renovación. El que quiera aprender a conocerlo, debe entrar en contacto con aquellos que dan testimonio de haber sido cautivados por el Espíritu o experimentarlo él mismo desde el interior. La teología de la muerte de Dios, y la desmitologización fueron conatos para mejor esclarecer el mensaje cristiano. Pero el cristiano ordinario se siente hundido en el frío

Esta fe en Cristo, afirma Byrne, se la consideraba con demasiada frecuencia, en los medios tradicionales, como algo que se da por descontado, de tal manera que se da de lado con gran ligereza, "Creer" se equipara, por ejemplo a: "Voy a misa los domingos", "Hago todo lo que la Iglesia me manda", "Cumplo todos mis deberes", "Hago también obras buenas". Pero la fe personal que Jesús pide a sus discípulos en el Evangelio, y que el apóstol Pablo caracteriza con rasgos muy acentuados en su Carta a los Romanos, es algo enteramente diferente a cumplir unos deberes naturales o hacer unas obras buenas. Es mucho más que pertenecer a una comunidad eclesiástica. La fe que Cristo requiere es la entrega y abandono de sí mismo a su Persona y a su obra hasta tal punto que Él, y sólo Él, sea el centro de la vida. ¿Cuántos bautizados, cuántos fieles, cuántos dirigentes de organizaciones cristianas se han comprometido de esta manera? pregunta Byrne. Y, ¿para cuántos de ellos este compromiso es lo esencial? Muchos cristianos se esfuerzan por construir una religión fundándola ante todo sobre las "obras" y descuidando la entrega de uno mismo en la fe. Entienden la fe como una serie de prácticas de devoción. Es posible que éstas expresen el amor de Dios y tengan consecuencias felices; pero pueden también limitar la influencia divina convirtiéndose en una manera de imponer la voluntad propia a Dios.

por estos teólogos de oficio. Tiene la impresión de que nada sustituye lo que le han quitado. Tal vez el movimiento es la solución. El mismo Robinson parece que ha ^vuelto a posiciones más tradicionales.

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Para otros, el ejercicio de la religión y el ejercicio de la caridad fraterna deben colocarse sobre un mismo nivel. Evidentemente es esencial, con tal de no excluir a Cristo como la motivación central de sus actos, o no dejarse absorber por la acción social hasta el punto de llegar a perder toda relación personal con Cristo, porque los puntos de vista personal y la propia voluntad están sustituyendo la acción del Espíritu Santo. Ser cristiano significa ser discípulo de Cristo y confiarle la dirección de sus pensamientos y de sus acciones, porque Él es "el Camino, la Verdad y la Vida, y nadie va al Padre sino por El" (Jn 14,6). Algunos católicos siguen con la convicción de que esta unión y esta relación personal con Cristo es cosa únicamente reservada a los sacerdotes y a los religiosos. Pero el Concilio Vaticano II afirma con insistencia. "es evidente, pues, que todo discípulo de Cristo, sea cual sea su condición y estado, está llamado a vivir plenamente la vida cristiana y la perfección de la caridad" (L.G. 40).

Los padres conciliares recuerdan que a cada uno van dirigidas las palabras del Señor: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). En cuanto a los sacerdotes y religiosos que integran las filas de la renovación carismática, su estado de vida ya no les parece ser la única garantía 48

de vida cristiana. Han examinado cuidadosamente su conducta y un buen número de ellos ha constatado que, para extender el reino de Dios, se estaban apoyando demasiado sobre sus propias ideas y habilidad personal. En su apostolado, en su ministerio sacerdotal, en su obra humanitaria "Hacían todo lo posible". Pero Cristo no impregnaba ni animaba su vida. No se abandonaban plenamente a la dirección del Espíritu. Cierto que conocían el amor, la misericordia y la omnipotencia de Dios, pero en la práctica lo tenían en cuenta relativamente poco. El resultado: no experimentaban la alegría ni la irradiación de la vida sobreabundante que Jesús quería darles (Jn. 10,10). En su vida espiritual se encuentran agitados por las preocupaciones, las dudas, las decepciones, la apatía, el espíritu crítico o un grave sentimiento de culpabilidad. Byrne concluye que "todo hombre, creyente o no-creyente, cristiano de nombre o cristiano perfecto, sacerdote o laico, tiene que enfrentarse en la renovación carismática con esta pregunta acuciante: mi vida ¿está edificada sobre esta oblación de la fe real e íntima a Cristo, mi Señor y mi Salvador personal, que Le permita llenarla de su Espíritu de amor y de poder? ¿Soy un discípulo de Cristo, o un humanista"? El siguiente testimonio ilustra concretamente de qué se trata. Su autor es James Cavnar. K. y D. Ranaghan lo cuentan en su libro Pentescostales Católicos (Catholic Pentescostals, Paulist Press, New York 1969, pp. 58-60) (20). Lo ofrecemos como un buen (20)

James Cavnar fue recibido como bachiller en la Universidad de Notre Dame en 1967. En 1972, fue nombrado, como asistente laico de la parroquia universitaria de la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Ha 4

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ejemplo de la confusión reinante en el corazón de muchos cristianos de nuestro tiempo. "Soy de una buena familia católica. Mis padres confiaron mi educación a escuelas católicas. Durante mis estudios secundarios me ocupaba en buen número de organizaciones cristianas, aun ocupando puestos de importancia en ellas. Acabé los estudios secundarios con las mejores calificaciones de mi clase, y entonces entré en la Universidad de Notre Dame, South Bend, Estados Unidos, no solamente porque era una universidad buena sino también porque era católica. Durante mi primer año en Notre Dame seguí mis actividades en las organizaciones cristianas, convencido de la importancia del cristianismo. Pero, como todos los demás estudiantes, también yo empecé a hallar dificultades acerca d e mi fe. Empecé a dudar. Había muy pocas cosas en mi vida que se pudieran considerar como exclusivamente cristianas. Con la excepción de la misa del domingo cualquier hombre honrado podía hacer lo que yo hacía. Comencé a darme cuenta que mi religión no hacía ninguna diferencia en mi manera de vivir. "¿Qué diferencia hay entre un cristiano y un humanista?", yo preguntaba, y las más de las veces la respuesta era: "Ninguna". Así resultó que perdí mi interés por las organizaciones cristianas... mis ideales y metas se podrían alcanzar sin llamarme cristiano. Durante mi segundo año en la universidad hallé que mis pensamientos y sentimientos más profundos no se basaban en la Biblia ni en la Iglesia sino en las obras de ciertos escritores y filósofos. Aquéllos reconocían, como yo, que la vida no tiene ningún fin racional, que la vida era "absurda", tan absurda como un cristianismo que no podía ofrecer al hombre día tras día nada que superar lo que una persona inteligente y sensible podía descubrir por sí misma. A pesar de ello seguí fiel a la práctica de la misa dominical (...).

participado en la expansión del movimiento carismático católico.

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Yo m e daba cuenta d e mi estado y reconocía que si no se llegaba a producir un cambio, abandonaría incluso mi cristianismo nominal externo. También reconocía que me estaba acercando al fin. El descubrir que la vida no tiene sentido trae al principio una experiencia d e libertad y un alegre descuido... pero tarde o temprano trae inevitablemente una desesperación abrumadora, triste decepción que quita toda razón y deseo de seguir viviendo. Ésta era mi situación. Al terminar aquel año escolar las cosas cambiaron. Gracias a la insistencia de un amigo asistí a un "Cursillo de Cristiandad", una especie de retiro. Durante aquellos tres días escuché las charlas d e algunos seglares s»bre la vida cristiana y pude discutir con ellos. D e repente comprendí —no podía ser más claro— la diferencia existencial que el cristianismo ofrecía. Esta diferencia es Jesucristo. Ser cristiano quería decir tener una relación personal con otra persona, Cristo mismo; y significaba una vida en unión, con otros cristianos, con Cristo; también significaba llevar a otros a Cristo. Lo que el cristianismo ofrece —y ninguna otra filosofía puede ofrecer— no es un ideal, una idea, una ética o una doctrina, sino más bien a Jesús d e Nazaret vivo. Aquella noche mi vida cambió radicalmente y tomó otra dirección. Mi desesperación se desvaneció ante el gozo increíble y el firme propósito de aprender a conocer a Cristo. Comencé a orar diariamente, leyendo las Escrituras, y aprovechando toda oportunidad para compartir con otros mi fe en Cristo. Y llegué a comprender que esto era lo más importante del mundo; todo lo demás en comparación no era nada. Comencé a dar la mayor parte d e mi tiempo a construir mi fe y a traer a otros a Cristo. Después de mucha oración, cambié d e la facultad de física a la d e teología. Pensaba así poder prepararme mejor para una vida dedicada al trabajo apostólico."

Los hombres buscan en la renovación carismática una relación con Cristo vivo, su Salvador personal. Quieren que sea el Señor de su vida y esperan de Él la plenitud de las promesas del Espíritu. Así, en el Espíritu, crecen con otros cristianos hacia "una 51

vida sobreabundante" destinada a todos los hombres dentro y fuera de la Iglesia.

Propiedades

esenciales

¿Cuáles son las propiedades esenciales de esta renovación? Para obtener una respuesta adecuada, conviene consultar a aquellos que forman parte de ella desde el principio y han reflexionado bien sobre ello. En un folleto titulado: Pentecost in the Modern World, el P. Edward D. O'Connor hace una exposición con el comentario siguiente (21). Lo esencial de la renovación, dice, es "la actividad directa y pública del Espíritu Santo". Con lo cual no se pretende que sólo el movimiento carismático tenga el monopolio de la acción del Espíritu. Las maneras de mostrarse activo el Espíritu en la Iglesia son innumerables. Pero no todas son la obra del Espíritu de una manera tan manifiesta y tangible. En muchas y diversas circunstancias ha habido hombres que han tenido viva consciencia de las necesidades urgentes de la Iglesia. Consagraron sus vidas para remediarlas. El resultado fue tan maravilloso que con toda razón se reconoce allí la acción del Espíritu Santo. "La renovación carismática, por el contrario, no fue en sus orígenes el fruto de un plan o de una estrategia humana. En primer lugar fueron algunas personas que se dirigieron a Dios en la oración, y su oración fue escuchada más allá de toda expectación". Aquí se impone, siguiendo a (21)

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Ave Maria Press, Notre Dame, Indiana 46556, 1972, pp. 41-48. O'Connor es un agregado al Theology Department de la Universidad Notre Dame.

O'Connor, la comparación con el relato de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles. Puede hacerse una constatación parecida en cuanto a su desarrollo: "A nivel de la participación individual", hace notar O'Connor, "la renovación esencialmente consiste en dirigirse a Dios por la oración y esperar de Él el cumplimiento de sus promesas. Es natural que en el movimiento se piense de hecho en un programa y en un método, pero esto es totalmente secundario y de ninguna manera define su carácter". Concluye en estos términos: "Son esenciales a la renovación: la oración para la efusión del Espíritu (bautismo en el Esp.), los carismas y el fruto del Espíritu Santo. Todo lo cual no depende de una preparación puramente humana o sicológica. Muy al contrario, existe una desproporción sorprendente entre estos efectos espirituales y la preparación que les precede". No queremos con esto afirmar que todo lo que ocurre en el movimiento de la renovación carismática deba atribuirse a la acción directa o manifiesta del Espíritu Santo. "Al contrario", continúa O'Connor, "una gran parte de la actividad propia a las reuniones de oración tiene un carácter perfectamente humano y natural. Muchas iniciativas de nivel puramente humano las preparan, las animan y contribuyen a su fecundidad. Es cierto, sin embargo, que estos encuentros reciben esencialmente su carácter propio, su fuerza y su valor en la intervención carismática del Espíritu. El trabajo preparatorio no persigue más que un fin, hacer que el corazón humano se haga más dócil a la acción divina y más fiel para llevar a cabo sus exigencias". La renovación carismática ¿es una vuelta al quie53

tismo? (22). En todo caso, está muy lejos de favorecer la pasividad. El abandonar la propia autonomía al Espíritu Santo provoca fuertes resistencias de amor propio. Entregarse a la dirección de otro hiere el orgullo personal. Seguir a ciegas un camino tiene algo de angustioso. Muchos hombres quieren, sí, consagrarse a Dios, pero en la perfecta claridad de la inteligencia humana, y guardando además en sus propias manos las decisiones finales. He aquí algunas tesis típicas que aparecen constantemente en la literatura de la renovación carismática: — Acceder a la plenitud de vida del Espíritu y la efusión de sus dones de ninguna manera son un privilegio exclusivo ni de los primeros cristianos, ni de almas escogidas. Dios destina sus favores a todos los hombres. — El Espíritu es un don gratuito. No obstante Dios requiere la colaboración del hombre. Éste debe desear sinceramente la efusión del espíritu y de sus dones y ponerse resueltamente en en las disposiciones requeridas, por medio de la confesión de sus pecados, por la oración y por la abnegación. — La voluntad propia y el orgullo personal son los obstáculos más frecuentes. El que quiere recibir la plenitud de vida en el Espíritu tiene que aprender a ser dócil. — Cuando por el abandono sincero de su persona a Cristo, el Espíritu del Resucitado desciende sobre un hombre, éste recibe el poder (22) El "Quietismo" es la doctrina que insiste en la pasividad del hombre delante de Dios. Embota su responsabilidad. 54

de cambiar radicalmente su vida y de vencer dudas, temores y flaquezas. A través de este hombre, por el mismo poder, Dios quiere cambiar la faz del mundo. — El mundo de hoy necesita un nuevo Pentecostés. Ante las maravillas del Espíritu en nuestros días, los cristianos no pueden permanecer indiferentes. Dios espera que le pidan los dones del Espíritu. — El Espíritu empuja a los cristianos hacia la unidad. A medida que realizan visiblemente su unión en el Cuerpo Místico de Cristo, se manifiestan entre ellos los carismas o dones de los que habla la Escritura. Estos dones ciertamente se otorgan a individuos pero son para el bien y el crecimiento del Cuerpo entero. — Actualmente Dios responde, de una manera tan igualmente manifiesta que antaño, a la oración para obtener la efusión del Espíritu. Su acción carismática en las comunidades cristianas es una realidad cada vez más evidente El movimiento no tendría ninguna significación de renovación para toda la Iglesia si insistiera unilateralmente sobre el Espíritu. Significa más bien un enriquecimiento de toda la espiritualidad cristiana. Esta tesis es defendida por el benedictino Kilian McDonnell, gran conocedor del pentecostalismo, en un excelente artículo (23): "Una verdadera espiritualidad debe abrazar la totalidad del Mi(23) Extracto de Commonweal: Kilian McDonnell O.S.B., "Catholic Cbarismatics. The Rediscovery of a hunger for God and the sense of his presence", May 5th, 1972, pp. 207-210. 55

nisterio de Cristo, aun cuando ponga el acento sobre algunos aspectos particulares". Puede describirse la espiritualidad carismática como "una plenitud de vida en el Espíritu y una actualización de sus dones, tendiendo a proclamar a Cristo como Señor, para gloria de Dios Padre". Cita después a Stephen Clark, una de las figuras señeras del movimiento, el cual hace observar que la renovación católica tiende a hacerse al mismo tiempo más y menos pentecostal. Al principio, mucha gente entró en contacto con el movimiento con el fin de informarse mejor sobre la glosolalía, las profecías y la efusión del Espíritu, éstas siguen siendo sus señales distintivas. Pero el movimiento de renovación se dirige más a fomentar la vida cotidiana en el Espíritu, y la efusión de los dones más sorprendentes viene a ser como un corolario. La Trinidad es el centro mismo de su orientación espiritual más bien que la persona del Espíritu Santo. Los católicos de la Renovación se llamaban al principio "pentecostales", hoy se llaman simplemente "cristianos". La dimensión carismática se ha hechomás fuerte y más duradera pero también mejor integrada en el conjunto de la vida cristiana. Este proceso de maduración ha dado profundidad al movimiento. Bajo este aspecto, la renovación carismática se parece menos a un movimiento marginal en la Iglesia. Se sitúa, por el contrario, en el corazón de una renovación teológica y contribuye a su desarrollo.

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¿Teología política o Renacimiento

Contemplativo?

En el Cristianismo contemporáneo asistimos a una polarización entre dos corrientes: por una parte la teología política, crítica de la sociedad, y por otra el renacimiento contemplativo. ¿Dónde conviene situar la Renovación en el Espíritu, llamada "carismática"? Es una pregunta importante, desde el punto de vista del objetivo que se ha propuesto esta obra: emprender una investigación en común para ver si este movimiento puede realmente contribuir a la renovación de la Iglesia. Queremos disipar cualquier malentendido que pudiera ser un obstáculo al fin propuesto. La teología política orienta el Evangelio hacia el porvenir de la sociedad. Acentúa las fuerzas transformadoras de la fe cristiana, capaces de cambiar el mundo. En su tendencia extrema esta concientización "política" de la fe subraya casi exclusivavente la función social de la fe y de la teología. El renacimiento contemplativo valoriza sobre todo la fuerza interiorizante de la fe y la liberación del corazón. En su tendencia extrema separa la fe del mundo, de la sociedad y de la Iglesia oficial, para buscar exclusivamente el goce espiritual de los contactos divinos. Estas tendencias extremas se sienten algo incómodas en el cristianismo establecido. Cada una de ellas cree anunciar auténticamente el Evangelio y juzga que debe rechazar la otra. Sin embargo la riqueza del cristianismo es tal que cada uno de sus numerosos aspectos tiene el peligro, según el caso, de ser exaltado exageradamente o relegado al olvido. En cada uno de estos casos el mensaje cristiano resulta desfigurado o mutilado. El cristianismo au57

téntico es un cristianismo polifacético pero equilibrado. En los conflictos que amenazan separar a los cristianos, la Iglesia deberá prestar un oído atento a las dos corrientes. Es el. deber de los cristianos de este siglo dirigir el mensaje de Jesús tanto al individuo como a la sociedad. ¿Dónde debemos situar el movimiento para la renovación en el Espíritu? A primera vista uno se inclinaría a responder que se sitúa claramente en la corriente que busca la liberación interior del hombre. Pero una tal afirmación limitaría a priori la renovación carismática a la unilateralidad. En oposición a esta manera de ver muchos reconocen en el movimiento una renovación del impulso fundamental que dio origen al cristianismo. Si así fuera en realidad, este movimiento contribuiría a la renovación de la sociedad como también a la del individuo. La variedad de formas de culturas y de sociedades que el cristianismo ha inspirado es la prueba histórica de ello.

Naturalismo

y

Sobrenaturalismo

Hay un último malentendido que podría comprometer la finalidad de este libro. Tiene su origen en una concepción errónea de lo "sobrenatural", de las respectivas relaciones entre Dios y su creación, entre su gracia y la naturaleza humana, entre la fe y la razón. Se observa a veces una manera equivocada de razonar como si existiera en cada caso un antagonismo (o una rivalidad).' Este error lleva a una serie de confusiones, y se dan tanto entre los que se adhieren con entusiasmo a la renovación como entre sus adversarios. 58

Empecemos con los creyentes. Entusiastas de esta renovación se inclinan a hacer resaltar en todo momento la acción de Dios en el mundo. Esta tendencia tiene sus pros y sus contras. Los relatos de conversiones repentinas, de curaciones milagrosas, o de súplicas maravillosamente atendidas, disminuyen con frecuencia la credibilidad de testimonios cuyo contenido espiritual es por lo demás precioso. Los incrédulos ven confirmadas sus sospechas: la renovación "carismática" es una forma de hipnosis colectiva. Para adherirse a ella hay que ser o fanático o crédulo. Por su parte los creyentes deseosos de purificar la fe, ponen objeciones. Es posible, dicen ellos, que en este tiempo de crisis religiosa Dios dé más "señales" de su presencia. Pero no obsta que la insistencia sobre el carácter milagroso de ciertos incidentes pueda molestar aun a buenos cristianos. Oyendo a algunos "carismáticos", Dios tendría mucho que hacer para corregir a cada instante las imperfecciones de su creación. La necesidad de todos estos pequeños "golpes de estado" no son para su honor. De hecho no se necesita una acción especial de Dios sobre el mundo para creer en su poder, sabiduría y amor. Dios interviene siempre en cualquier acontecimiento, ya sea de orden físico, psicológico o social. Él es el creador de las leyes de la naturaleza. Lo cual quiere decir que en todo momento Él es el principio de su existencia y de su actividad. Sus leyes son maravillosas. La ciencia nos lo revela cada día más. En su funcionamiento normal se revela la gloria de Dios. Hacer depender la fe de intervenciones milagrosas ("de pequeños trucos hechos arbitrariamente en la trama de los fenómenos". J. J. Rousseau.), es reducir a Dios a un ser 59

caprichoso al margen del orden de la naturaleza o en oposición a ella. Así se acabaría creyendo en un Dios que ya no es el verdadero Dios. Por lo demás una fe así no está exenta de fallos; está expuesta a muchas decepciones sentimentales. ¿Implica esta clarificación una contestación del milagro? De ninguna manera. Pero no hay que tener ideas falsas sobre su esencia. Tal como los teólogos lo definen, el milagro no consiste esencialmente en el hecho de que el suceso en cuestión no pueda explicarse en el estado actual de nuestros conocimientos, sino en el hecho que este acontecimiento tiene el valor de una "señal". A través de él Dios confirma una misión, un mensaje, o en general su revelación en Jesucristo, con el fin de facilitar la fe o recompensarla. Algunos "carismáticos" están convencidos que lo que caracteriza la "renovación", es la manifestación más directa del Espíritu Santo en nuestra época. Y por "directa" se entiende "perceptible". Ahora bien, es preciso entenderlo bien.,Porque la influencia que el movimiento de renovación en el Espíritu puede tener sobre la renovación de la Iglesia, está gravemente comprometida si el público se forma una idea falsa. Esta renovación espiritual no se caracteriza esencialmente por los fenómenos excepcionales, ni siquiera si se probase que estos fenómenos se manifiestan con más frecuencia que en el pasado. Lo que la caracteriza son los cambios de orden espiritual que se producen en la vida de muchas personas. No es la manera —más o menos sensacional— en la que se opera una conversión, lo que merece nuestra atención, sino el hecho mismo, su amplitud y sus consecuencias. 60

Esto es por lo que se refiere a aquellos que creen demasiado fácilmente en lo "sobrenatural" en el sentido de lo milagroso. Ahora tenemos que dirigirnos a aquellos que se declaran escépticos acerca de todo lo que pasa en la así llamada renovación carismática. Todo lo que tiene pretensión de algo "sobrenatural" no les interesa demasiado; ellos tienen más fe en la Ciencia. Cualquier alusión a este género levanta en ellos sospechas de desequilibrio mental, de credulidad o de mentalidad pre-científica. Una pregunta que me han hecho con frecuencia es la siguiente. Todo lo que se refiere a la renovación en el Espíritu, ¿no puede acaso explicarse naturalmente? ¿Cuál es la opinión de los psicólogos y de los sociólogos? Ciertamente, las explicaciones de tipo psicológico y sociológico no faltan. Nos apresuramos a confirmar que los factores humanos entran siempre en acción. Es un error, —por desgracia, demasiado frecuente— pensar que existe oposición entre Dios y el mundo, entre la obra de su gracia y la de la naturaleza, entre la fe y la razón, como si una excluyera la otra. De ninguna manera. Para realizar los planes que Dios se propone sobre una persona o sobre una sociedad, utiliza normalmente las leyes que Él mismo ha establecido. Es pues normal que se encuentre una explicación natural a comportamientos religiosos, en cuanto que éstos se prestan a la observación científica (lo cual no es más que un aspecto). Esta explicación no excluye la influencia divina. Porque, como se ha explicado ya, Dios sigue siendo siempre la causa primera. Las causas naturales, llamadas instrumentales, sirven siempre a los designios de Dios, según el plan por Él establecido desde toda la eternidad. No reconocer en el comportamiento humano nin61

guna otra causalidad que las de las leyes psico' sociológicas, reducirlas a un juego de fuerzas ciegas, es resignarse a un universo empobrecido, menos humano. Un universo en el que no queda sino un lugar muy pequeño para lo que consideramos ser el privilegio del hombre: la superación de sí mismo por la fe, la esperanza y la caridad. Al contrario, si existe una causalidad de orden superior, como lo admiten los creyentes, no solamente cada acontecimiento adquiere una significación más rica, sino también las causas naturales en juego. Porque, en la hipótesis de que Dios quiera manifestarse más explícitamente a los hombres, ¿no es acaso lógico que elija para ello circunstancias en las que las leyes naturales lo han ya preparado todo para poder servir a sus designios? Cuando alguien es llamado a un trato más íntimo con Dios, es normal que se encuentren en él las cualidades que naturalmente le disponen. (Con todo no sucede así necesariamente: Dios, para manifestar su misericordia, podría elegir a un hombre en el cual faltasen completamente estas disposiciones.) El que estudia la vida de los santos o de los místicos, tiene muchas probabilidades de encontrar una explicación humana en la elección que Dios hace del momento para comunicarle una gracia especial. Esto, sin embargo, no prueba queDios estaba allí por demás. La fe añade a esta explicación una dimensión nueva que acrecienta su valor. Las épocas que marcan un jalón en la historia de la salvación de la humanidad se prestaban a ello por toda una serie de razones humanamente comprensibles. Pero esto de ninguna manera se opone a la fe, la cual no tiene ningún interés en excluir ni una de estas razones. Al contrario, las encuadra 62

en una visión de la historia por la cual todo se comprende aún mejor. (¿Quiere esto decir que la fe sirve para explicar? No es esto lo que queríamos decir. Es el entendimiento quien explica; la fe entra en juego allí donde la razón termina, cuando los misterios revelados por Dios exigen un ir más allá.) Cuando alguien me pregunta, si primeramente no sería necesario buscar una explicación natural antes de meter a Dios allí, reconozco que esta pregunta tiene su razón y es legítima. Pero no puede hacer olvidar otros aspectos. Discusiones para saber si los hechos narrados han realmente sucedido, si tienen una explicación natural, si las personas que participan a las reuniones de oración son neuróticas o no, no tienen más que una importancia secundaria, en relación a lo que debería interesarnos por encima de todo en la renovación espiritual de la que trata este libro. Mucho más importantes son la atención que se da hoy día a la acción del Espíritu Santo, y la conciencia que de ello toman los cristianos. Más significativo es el hecho de que más personas encuentran razones para convertirse de su tibieza o de su indiferencia. Más precioso es el testimonio presentado por los efectos de estas conversiones. Para citar sólo algunos ejemplos: más dominio de sí en los neuróticos, más paz en los frustrados, y más generosidad en cada uno. Es mi experiencia personal que en muchas ocasiones el contacto entre un creyente y un no-creyente ocasiona malentendidos. Cuando el creyente descubre en los acontecimientos la dirección de Dios en su vida, ¿es él necesariamente crédulo o simple? Con ello expresa una reacción personal que tiene su raíz en su fe. Para él estos acontecimientos tienen 63

claramente este sentido. Esto le concierne sólo a él; no pretende imponerlo a nadie. ¿Niega él por tanto, la acción de las causas naturales en su vida? Ciertamente que no. (Si lo hiciera, sería una pena. Confirmaría nuestra impresión que algunos cristianos tienen ideas erróneas sobre las relaciones entre Dios y el mundo.) Pero si el no-creyente rechazase como estúpida tal interpretación, sería él quien merecería el reproche de espíritu cerrado. Como se ve, la renovación en el Espíritu, y lo que a ella se refiere, pertenece principalmente al terreno de la fe. Quien no la posee difícilmente se dejará convencer. Lo mismo sucede con los cristianos que se empeñan en querer juzgar el movimiento desde fuera, sin recurrir a su propia fe. Esta fue mi situación durante mucho tiempo. Pero mi percepción cambió radicalmente' desde el momento en que pedí al Señor que me iluminase. ¿Cómo obtener esta fe? Es un don de Dios. Él quiere darla a cada uno. Pero es Él quien determina el momento y la manera. Es necesario, pues, desearla y abrirse a ella cuando Dios nos la ofrece. Notemos, para terminar, que la palabra 'sobrenatural' es objeto de confusión y puede inducir a error. Con frecuencia se la considera sinónima de milagroso, extraordinario, referente al terreno de lo oculto. Para todas estas significaciones el vocablo 'preternatural' o 'paranormal' convendría mejor. Reservemos más bien la palabra 'sobrenatural' al uso consagrado por la teología. Se llama 'sobrenatural' todo aquello por lo cual la naturaleza humana es elevada más allá de sus límites de criatura y se hace partícipe de la naturaleza divina. Sólo Dios puede obrar esta elevación. Es siempre un don gratuito de parte suya. Por esta razón el orden sobrena-

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tural es equivalente al orden de la 'gracia' divina. Como ya se ha dicho, por ella Dios no suprime la naturaleza humana; la perfecciona y la eleva para que sea capaz de participar en la misma vida de Dios. El orden sobrenatural incluye dos aspectos. Hay el orden de las verdades reveladas a las que no se puede llegar por la razón sola. Por la fe en la revelación sabemos que Dios es Padre, que Jesucristo es su Hijo único enviado a la tierra para liberar a la humanidad del mal, que el Espíritu Santo es el Amor personificado entre el Padre y el Hijo. Este Espíritu vive en los bautizados a fin de que todos se amen los unos a los otros como hermanos y hermanas en Cristo, y que un día todos vivan unidos a Dios. El otro aspecto es la 'vida sobrenatural', que no es otra cosa que el Espíritu Santo, de quien hablábamos hace un momento. Resulta que propiamente hablando 'la vida sobrenatural' no cae bajo los sentidos. Por lo que hace a su efecto en la conducta, puede observarse; pero es únicamente la fe la que puede descubrir ahí una relación con Dios. Es de esta vida sobrenatural de la que se trata constantemente en la renovación. Ella no suprime nuestra naturaleza; muy al contrario, presupone su colaboración perfeccionando y respondiendo más perfectamente a sus aspiraciones vitales. Y de ello se sigue, por ejemplo, que en caso de desequilibrio emocional, la gracia, para producir sus efectos, supone normalmente que se usen los medios terapéuticos ordinarios.

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5 TESTIMONIOS

Dadle una oportunidad al Espíritu Santo (24) "En junio de 1971, mi hija Ágata me invitó a acompañarla a ]a asamblea general anual de la renovación carismética en Notre Dame. La primera noche fue maravillosa. Pero el demonio empezó a actuar en mí. Toda la jornada del sábado estuve irritada, y todo me disgustaba. No podía ya soportar a las personas que parecían tener tanta alegría al saludarse con un: "gloria al Señor". Yo pensaba: ¿Por qué no pueden decir simplemente buenos días? Y ¿por qué son tan felices? Todo lo tomaba por el lado malo y me escandalizaba. A la hora de cenar quería dejar South Bend. Telefoneé a varías compañías aéreas para reservar plaza en el primer avión que saliera de South Bend. El destino era indiferente, con tal de poder marchar. Esperando la partida, cené con algunos conocidos. Estaba aún en pleno acceso de mal humor. En este momento el coronel Cavnar entró en el restaurante. No lo conocía personalmente, pero había oído su testimonio la noche anterior y me había impresionado profundamente. Estaba así conmovida cuando se dirigió hacia mí y me dijo: "Jamás podré mostrarle suficiente agradecimiento por sus libros y por su vida. En nuestra familia los hemos leído y releído. Nos han hecho mucho bien". A continuación me preguntó cómo me encontraba. Respondí que estaba profundamente desengañada. Había deseado la efusión del Espíritu, pero no había sucedido nada. Me invitó entonces a acompañarlo al hotel con su mujer. Buscaría voluntarios para rezar conmigo. Éstos me ayudaron a disponerme a la oración que juntos harían por mí. Me preguntaron también si deseaba ser liberada a fin de poder orar en una nueva dimensión, "en lenguas". Les respondí que hablaba corrientemente inglés y alemán: ¿no era suficiente para el Espíritu Santo? ¡Qué extraño! Estaba dispuesta a dar mí vida al Señor si Él me la pedía, pero "hablar

Algunos ejemplos pueden ayudarnos a comprender claramente la significación concreta de esta renovación en el Espíritu. El primer testimonio es el de la baronesa Trapp, muy conocida madre de la "familia cantante", en la película Sonrisas y Lágrimas (The Sound of Music). Durante la primera guerra mundial, el barón Trapp había sido oficial de submarinos en la flota austríaca. Viudo, se casó con la institutriz de sus cinco hijos. La película cuenta cómo la familia Trapp se escapó de Austria, un poco antes de la invasión hitleriana, cómo emigró a los Estados Unidos y adquirió fama mundial bajo el nombre de la "familia cantante". El libro de la baronesa que explica esta maravillosa historia fue traducido en trece lenguas, y se vendieron un millón de ejemplares. Vive actualmente, con algunos de sus hijos, en Stowe en el Estado de Vermont. Juntos han fundado allí un centro de recreo y acogen anualmente millares de visitantes. (24)

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New Covenant, revista mensual de la renovación en el Espíritu Santo. P. O. Box 102, Main Str. Station, Ann Arbor, Michigan 48107, oct. 1971, pp. 4-7.

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en lenguas" no quería ni oírlo mencionar. No obstante, mis compañeros comenzaron la oración. Después de la reunión me fui a la cama, un poquillo asombrada de encontrarme como de costumbre. Pero a la mañana siguiente, tuve la clara percepción de que Dios había empezado a actuar en mí de una manera nueva. Me sentía inundada de un océano de amor hasta tal punto que toda la creación parecía alegrarse. Perdoné a todos los que me habían hecho daño y les deseé de todo corazón los mejores favores del cielo. Esta euforia evidentemente no duró mucho. Era como una luna de miel. Pero de ella se produjeron en mi vida cristiana cambios duraderos e importantes. En primer lugar, mis contactos con los demás se han hecho mucho más amables, cuando estoy bajo presión en situaciones molestas o a causa de mi familia o del número de personas que es preciso acoger. Fue el primer verano en el que resistí tan bien mis saltos de humor a pesar del número de turistas que vinieron a visitarnos a Stowe. Otro cambio importante se ha operado en mí. La Biblia se me ha hecho tan vida que parece derramar sobre mí como un río d e luz. Después de mi adhesión al movimiento de la renovación, los lectores d e mis libros podrían preguntarse qué podía aún añadirse a lo que ya poseía. Les respondería: Antes tendíamos a la perfección con el sudor de nuestra frente, sin apenas avanzar. Una vez "llena del Espíritu Santo" ya no soy yo ni mis esfuerzos, sino el Espíritu y su acción quienes m e hacen avanzar en la vida cristiana. Abordaría no importa a quién en la calle, ya fuese un conductor d e autobús. Le preguntaría si ya ha recibido el Espíritu Santo. Se que soy incapaz de hacer tal cosa, pero ardo en deseos de revelar al mundo entero el don que Dios les reserva en su Espíritu. Deseo dar a descubrir a todos esta clase de felicidad. La fuerza del Espíritu puede faltar incluso en una vida cristiana muy consagrada. Día y noche, los apóstoles vivieron en la intimidad del Señor durante tres años. Les faltaba una cosa importante: no habían recibido el Espíritu Santo. Pero ¿cuáles son los cambios operados en el cato-

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licismo tradicional por la maravilla del nuevo Pentecostés? Todos los católicos deberían recibir el bautismo del Espíritu, en el momento de su confirmación, pero desgraciadamente no es así. Para los primeros cristianos, el bautismo en el Espíritu correspondía a nuestra confirmación; actualmente debería corresponder de nuevo. Imaginad cómo nosotros, católicos, crecemos. En el momento de nuestro bautismo somos bebés, nuestros padrinos murmuran en nuestro nombre alguna cosa que no comprendemos. Nuestra primera confesión tiene lugar en la angustia, y nuestra primera comunión con mucho respeto. Jesús está metido allí en alguna parte, pero muchos d e nosotros no lo han reconocido nunca claramente como su Señor y Salvador. Uno puede comulgar diariamente sin jamás darse cuenta de las implicaciones concretas del hecho de que Jesús es su Salvador y su Señor. No es que nos opongamos, pero cuando somos confrontados con esas exigencias, experimentamos una especie de resistencia. Muchos de nosotros, por desgracia, jamás han encontrado en su vida a Nuestro Señor Jesucristo como su Salvador personal. Sigo pensando que he sido cristiana durante toda mi vida y que el Espíritu Santo estaba presente en mí. Pero el Señor nos tiene preparado algo más a nosotros, católicos entregados. Uno de los momentos más preciados de mi vida fue aquél en que no sólo fui llena del Espíritu Santo sino en el que acepté consciente y expresamente a Jesús como mi Redentor, llena de reconocimiento por todo lo que Él había hecho por mí en su muerte y resurrección. Cuando lo pensé por primera vez, me impacientó. ¿No era superfluo? Un texto de la Escritura me ayudó a comprenderlo: "Estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3, 20). Siempre había pensado: la puerta está abierta, ¿por qué no entra? Y si la puerta está siempre abierta, ¿por qué tiene que llamar? No había entendido nunca

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el carácter personal, incondicional y definitivo d e esta invitación a entrar. Esta invitación a entrar existe en la mayor parte de nosotros pero no de una manera suficientemente consciente. Debemos despertarnos a esta conciencia d e Él y entregarnos a Él personalmente. Gracias a la renovación carismática el Espíritu Santo está quitando el velo que impide a muchos cristianos entrar en relación personal con Cristo. Estamos implicados en un gran combate entre el Espíritu de Dios y los poderes del infierno. Es una inmensa batalla. Es un privilegio el poder empeñar todo nuestro ser al servicio de la soberanía del Espíritu Santo y d e poner todos los medios, grandes y pequeños, a su disposición en esta lucha. No me preocupan en absoluto los sacerdotes casados o célibes; lo que me preocupa es que no se da una oportunidad al Espíritu. Todos debemos orar por esta intención en todos los niveles de la Iglesia."

El poder de Dios en la vida de un jurista por Jerry Barker (25) El segundo testimonio es de un abogado, Jerry Barker. Con su mujer y sus hijos, es miembro de la iglesia del Redentor, una parroquia episcopaliana renovada en el Espíritu Santo, en Houston, en el Estado de Tejas. "En 1963 comencé a vivir tiempos difíciles. Pero esto me ha hecho comprender que el Señor usa a menudo las dificultades para obrar cambios en nuestra vida. Mi mujer se puso gravemente enferma y tuvo que ser hospitalizada para recibir tratamiento siquiatría). Después de un diagnóstico meticuloso, los médicos me dieron poca esperanza. Mi mujer no podría ya más desempeñar su papel d e madre en la familia. Me dieron incluso a entender que sería preciso confiarla para el resto de sus días a una institución siquiátrica. Mientras cuidaba de mis cinco hijos lo mejor (25)

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New Covenant, Dec. 1971, p p . 1-5.

posible, mantenía una gran casa, seguía como abogado con una clientela importante, y además cargaba con todo el peso de mi mujer enferma, empezaron a amontonarse en mí tensiones tan vivas que pronto llegué al límite de mis fuerzas. Una noche, volviendo de visitar a mi mujer, empecé a hablar con el Señor. Discutí mis dificultades con Él. Y al fin le dije: "Tú sabes bien, Señor, que yo no veo la manera de poder hacer más de lo que estoy haciendo ahora. De ahora en adelante ya no voy a ocuparme de nada. Desde hoy, espero de Ti que seas la fuerza y el origen de cuanto haga. Ya no voy a intentar más de encontrar por mí mismo una solución a mis problemas. Si no me dices qué es lo que hay que hacer no haré ya nada de mí mismo". Hablaba así francamente desde el fondo de mi corazón. Ahora bien, en este mismo instante, sentí a Dios muy cerca, como si lo viese a mi lado. Era alrededor de las 11.30 de la noche. Iba por las calles de Galveston sin ver a nadie. Pero sentía muy fuertemente la presencia de Dios (...). No sólo sabía que el Señor estaba conmigo, sino también tenía la seguridad d e que Ester se curaría totalmente. El momento me importaba poco, tan convencido estaba de que el hecho se produciría. Decía: "Gracias, Señor, por la curación de Ester. No sé cuándo la curarás, pero te doy gracias porque sé que se curará". Mientras iba andando, era incapaz de explicarme lo que me estaba ocurriendo. Mucho tiempo tenía que pasar antes de comprender yo que el Espíritu Santo había tomado posesión de mi ser. Esta confianza y esta seguridad de que mi mujer se curaría, era el don de la fe, de esa fe que obra milagros. Durante los días siguientes, tuve la experiencia de otros dones espirituales. En ese momento, n o sabía aún que eran dones espirituales. Lo supe después. Era el don de conocimiento y el don de sabiduría. Me encontré en situaciones como ésta. Tenía una conversación con un cliente. De repente, sabía cosas que él deseaba mantenerme ocultas. Prosiguiendo la conversación, me preguntaba qué pretendía el Señor con esta información, pues sabía que venía de Él. Un cuarto de hora

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más tarde estaba en condiciones de discutir con el cliente lo que el Señor me había revelado respecto a él. Esto ocurrió frecuentemente. Esas personas quedaban impresionadas hasta tal punto que me era posible comunicarles algo de la intensidad de la intervención del Señor en mi vida. E n otros momentos, el Señor me inspiró la solución de problemas sin salida. Yo sabía que la respuesta no provenía de mí. No era la forma habitual en la que resolvía los problemas jurídicos. Cuando comunicaba esta solución a mis clientes, una paz y una sumisión maravillosa se apoderaba d e ellos. Es así cómo el Señor me enseñó cosas maravillosas sobre la vida del Espíritu Santo. Tenía hambre de la Sagrada Escritura. Anteriormente había leído mucho la Biblia. Pero ahora no lograba saciarme. Durante la lectura el Señor me indicaba los versículos que contenían una respuesta a mis numerosos problemas (...). Me enseñó cosas muy profundas. Tiemblo todavía al pensar en la enseñanza que me dispensó tan personalmente durante estos años (...). Me enseñó a rezar en ciertas circunstancias difíciles (...). Dedicaba cada mañana 45 minutos para hablar con el Señor y leer la Biblia. Cada tarde, daba un paseo d e dos horas para hablar con Él. Al cabo de año y medio, encontré otros cristianos que también habían recibido la efusión del Espíritu. Sus experiencias me confirmaron en la seguridad de que el Señor, en su amor, se me había revelado de verdad. Al darme cuenta así de los lazos íntimos que m e unían a otros cristianos, en el mismo Espíritu Santo, fue como si regresara de un día d e dura labor. Sabía una cosa: había encontrado otra vez la acogida cálida d e un hogar. Después d e aquella noche memorable d e Galveston, en la que el Espíritu se derramó sobre mí, tenía la convicción d e que Ester se curaría. Después de una breve permanencia de dos meses y medio, ella pudo dejar ya el hospital. Esto era ya en sí un milagro. Una vez en casa, su estado mejoró progresivamente. Debía tomar remedios potentes e ir a ver al siquiatra dos veces por semana. Rezamos sobre ella para que fuera llena del Espíritu Santo. A partir de ese momento, todos sus síntomas desaparecieron. El siquiatra quedó

asombrado cuando la volvió a ver. Interrump'eron el tratamiento. Ester iba a casa del siquiatra una vez por semana, luego una vez por mes y, después de algunos meses, constatábamos que no tenía ya necesidad de visitas. Durante ese primer año, después de la desaparición de los síntomas de la enfermedad d e mi mujer, tuvo lugar la efusión del Espíritu sobre cada uno de nuestros cinco hijos. Nos mudamos a continuación a Houston. Era un año fantástico. Mi mujer había cambiado tanto. Apenas podía creerlo. Nunca la había visto así anteriormente. Se sentía tan tranquila, era tan tierna y tan graciosa (...). La fuerza de su vida de fe es notable. Ejerce ahora una d e las funciones más pesadas en casa y en nuestra iglesia. Es muy eficiente, particularmente en la atención de personas desequilibradas. En Houston nos instalamos en un barrio negro pobre. Formamos una comunidad. Catorce personas viven con nosotros: nueve negros y cinco blancos. Este grupo de gente vive con nuestra familia. Nos sentimos llamados a prestar servicio en este barrio. Esta parte de la ciudad está muy descuidada, con graves problemas de "ghettos" y de pobreza. Tengo aquí mi despacho de jurista. Practico con u n colega que, como yo, ha dedicado su vida al Señor, y con una secretaria jurídica que considera su trabajo como un servicio a Dios. Intentamos ser abogados eminentes y prodigar la mejor ayuda jurídica posible. Pero lo hacemos dentro de una perspectiva de servicio a todo el hombre tanto en sus problemas espirituales como jurídicos, según sus necesidades. Así es también en casa, en el medio en que vivo con mi familia. En nuestra vida famiiiar no tenemos programa religioso determinado. Intentamos llevar una vida cristiana que pueda ser observada por los vecinos y compartida con ellos. Esta vida es tan diferente de la que se presenta habituahnente en otras partes que el contraste choca a todos los que pasan. Algunos tienen miedo de ser convencidos de que realmente es posible vivir según el ejemplo del Señor, de amarse los unos a los otros y de dejarse guiar por el Espíritu con la fuerza que Dios da. Cada noche tenemos la puerta abierta y animamos

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a los vecinos a entrar como amigos. Conversamos sobre las mil y una pequeñas cosas del día, así como sobre las gracias concedidas por el Señor, y compartimos el amor que Él nos prodiga. Tenemos confianza en que el Señor nos colmará de las gracias necesarias para nuestra vocación. Sentimos la superabundancia de sus dones de fe y d e caridad, de forma que no nos es difícil ser francos y abiertos con todos. Algunos de nuestros huéspedes vienen de los alrededores inmediatos y comparten plenamente nuestra vida en comunidad. Desde ese momento, han progresado de una manera sorprendente en la vida del Espíritu. E n mi vida no existe ya distinción entre lo terrestre y lo celeste. Exhortarnos a todos los laicos de nuestra comunidad parroquial a vivir igualmente así. Cualquiera que sea su oficio, lo ejercen para servir al Señor, como una expresión d e su amor por Él. Miramos nuestro trabajo con los ojos d e la fe, como un medio d e servir a Dios y reconociendo la llamada divina que en él está incluida. Estimamos que importa poco ver el resultado del trabajo que desempeñamos en este espíritu de fe. En todo lo que hacemos, esperamos que el Señor hará pasar su vida a través de nosotros a los demás. Haciéndolo todo bajo el punto d e vista de la fe, manifestaremos de alguna forma Su amor, Su paz y Su ser en cada una de nuestras actividades, incluso en aquellas que no son espirituales. A aquel que pone toda su actividad en sus manos, el Señor se le revelará y le concederá un trabajo fecundo. Resumiendo, nuestra vida ha sido una sucesión de sorpresas y de cosas maravillosas. Desde hace seis años, tenemos permanentemente extraños en casa que participan d e nuestra vida familiar. Nuestros hijos han crecido en una atmósfera de servicio, de entrega y de gracia. El mayor, Owen, es el jefe de uno de nuestros hogares en el barrio hippie. Es una tarea difícil. Hemos tenido también pruebas duras: hemos tenido que resistir fuertes tentaciones. Hemos tenido que librar batallas espirituales. Pero ha sido una vida llena de bendición y de paz. Nunca podré agradecer al Señor todo k> que ha hecho en favor nuestro."

6 EL ESPÍRITU SANTO, EL GRAN DESCONOCIDO

En el curso de sus viajes apostólicos, San Pablo llegó a Efeso. Recorrió el interior del país y encontró unos discípulos, y les preguntó: "¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?" Ellos contestaron: "Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo." (Hch 19,1-2.) ¿Cuántos cristianos de nuestro tiempo no podrían responder lo mismo? El Espíritu Santo nos es casi desconocido. Que el Espíritu Santo es la vida de la Iglesia, y de cada cristiano en particular, es sin embargo un punto esencial del mensaje de Jesús al mundo: "Yo he venido al mundo para que tenga vida y la tenga en abundancia". Este renacimiento a una vida más rica y más divina se opera por la comunicación del Espíritu Santo. No nos es posible presentar en este libro una "pneumatología" o una doctrina completa sobre el Espíritu Santo como nos la proporciona la 75

Sagrada Escritura. Pero nos parece oportuno recordar aquí los rasgos esenciales. Cuando Jesús se dejó bautizar por Juan Bautista, y manifestó de este modo su deseo de cumplir la voluntad del Padre, recibió el Espíritu Santo y fue investido de su misión mesiánica. El Espíritu Santo prometido al pueblo de Israel fue el primer don del Padre al Cordero de Dios, en el momento de su unción mesiánica. (Mt 3,16-17; Me 1,9-11; Le 3,2122; Jn 1,32-34; ver también Mt 4,1; 12,18; Le 4,14.18; 10,21; Hch 10,38.) Los evangelistas explican cómo por la fuerza del Espíritu de Jesús, unos hombres son arrancados del poder del mal, los demonios son expulsados, los enfermos curados, incluso los muertos devueltos a la vida: todas las cosas que anuncian la venida en Jesús de la era mesiánica. Pero como anteriormente los profetas, el Enviado del Señor es rechazado y condenado a muerte por su pueblo y sus jefes. Este hecho no pone fin, según los evangelios, al reino mesiánico. En efecto, durante la última Cena, Jesús proclama a sus discípulos: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,25-26.) "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito" (Jn 16,7.) (La palabra griega Paracletos significa literalmente: uno a quien se llama cerca de; que es traducido por: Ayuda, Auxilio, Consolador, Abogado.) Este "Auxilio" guiará a los discípulos y a todos los que

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han encontrado la fe en Jesús. Por su Espíritu, Jesús morará cerca de ellos. Los reconfortará para continuar la obra mesiánica. La muerte y la resurrección de Jesús fundan ya en potencia el reino de Dios, consiguen la victoria sobre el mal y la muerte, y recrean toda la creación. También Jesús proclama a sus discípulos después de su resurrección que la vida y la fuerza del nuevo reino les serán comunicadas: "Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días" (Hch 1,5.) Esta promesa se cumplió en Pentecostés. Como Jesús después de su bautismo en el Jordán, así los discípulos serán colmados de bendiciones como primicias del nuevo pueblo de Dios. Reciben con el Espíritu Santo los dones que les hacen capaces de continuar la obra mesiánica. Pentecostés es, como se ha dicho anteriormente (ver cap. 2), el día del nacimiento de la Iglesia, el Reino hecho accesible a todos, paganos y judíos. En adelante, por y en el Espíritu, Jesús está presente en la Iglesia: "Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28¿0.) Esta Iglesia no es otra que el Cuerpo Místico de Jesús. El Espíritu Santo es su vida y unidad. Todos los que creen en Cristo, forman los miembros de este Cuerpo, del cual Jesús es la Cabeza. Todos los creyentes están llamados a hacer crecer este Cuerpo hasta la vida adulta (1 Co 12,12-13). El Espíritu de

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Dios es amor. En Él, pues, todos se convierten en hermanos y hermanas y son uno en el amor que une el Padre y el Hijo (Jn 17,20-24). El Espíritu empuja a los discípulos de Jesús a la acción y al testimonio. "Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron hasta Chipre" (Hch 13,4.) Les concede: "predicar la palabra de Dios con valentía" (Hch 4,31.) Como Jesús lo había anunciado, el Espíritu está a su lado, les asiste cuando son arrastrados ante los tribunales: "Se pusieron a disputar con Esteban; pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba" (Hch 6,9-10.) A veces también, el Espíritu les disuade de un proyecto que habían formado y que no es el suyo: "Atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les había impedido predicar la palabra en Asia. Estando ya cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitina, pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús." (Hch 16, 6-7.) La incorporación en la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo animado por el Espíritu Santo, comienza en el bautismo. Es entonces que todo hombre muere con Cristo y resucita con Él a una vida nueva: 78

"Sepultados con Él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos." (Co 2,12.) De ahora en adelante el Espíritu Santo habita en él: "¿No sabéis que sois santuario de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Co 3,16; 6J.9; Rm 8,11.) El Espíritu transforma al bautizado en la imagen de Cristo: "Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros... Si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia." (Rm 8,9-10.) El Espíritu Santo hace al bautizado "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4). Lo hace hijo del Padre y coheredero de la vida eterna, asimilándolo a Cristo: "En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos; here79

deros de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados." (Rm 8,14-17.) Todo miembro del Cuerpo de Cristo está sujeto al mismo sufrimiento que Cristo su Cabeza. Pero, por este sufrimiento, se manifestará también la fuerza de resurrección de Cristo: "Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a Ja muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida." (2Co 4,10-12; ver también Rm 8J.1 y 17.) San Pablo ha descrito también la "vida nueva" de esta "criatura nueva" (2 Co 5,17; Ga 6,15) que es el cristiano. El Espíritu Santo está en el principio de su fe, de su esperanza y de su amor, las tres virtudes que la tradición cristiana llama "virtudes teologales". De su fe: "'Nadie puede decir '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo." (1 Co 12,3); de su esperanza: "El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo." (Rm 15,13);

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de su amor: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado." (Rm 5,5.) Durante su vida mortal Cristo mostró con milagros y signos que el reino rñesiánico había comenzado. Así lo harán también sus discípulos por la fuerza del Espíritu que está en ellos. El libro de los Hechos de los Apóstoles es muestra evidente de ello. La obra mesiánica, como puede leerse, continúa después de la muerte de Cristo. Y la comunidad cristiana primitiva está dotada de hecho de los poderes mesiánicos de curar a los enfermos y de expulsar a los demonios. Pero como vemos también por esta comunidad perseguida y sujeta a toda clase de males, aparece claramente que el reino de Dios no ha llegado aún a su estado escatológico. Ciertamente los cristianos han recibido las "primicias del Espíritu" y por tanto una garantía de la gloria venidera (Rm 8,23-25). He aquí, en resumen, cómo, en los tiempos apostólicos, el Espíritu Santo fue anunciado a los primeros cristianos. Volveremos a tomar y profundizaremos ciertos aspectos de esta doctrina en los capítulos siguientes, en la misma medida en que lo exija nuestra exposición. Si, en nuestro tiempo, los dones y la fuerza del reino de Dios no se manifiestan tan visiblemente como en la Iglesia primitiva, no es preciso imputarlo al hecho de que estos dones estaban reservados al comienzo del cristianismo, sino, según el Concilio Vaticano II, al hecho de que falta en la Iglesia la conciencia de la presencia del Espíritu. Es difícil 6

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pretender que nuestro tiempo tenga menos necesidad que el pasado. Muchos cristianos parecen no haber oído nunca hablar de una promesa de "vida sobreabundante" o al menos no le han prestado más que una débil atención. En sus recomendaciones, los Padres Conciliares insisten repetidas veces sobre la "vida en el Espíritu". El crecimiento de la renovación carismática en la Iglesia es signo de un momento capital lleno de esperanza. En efecto, este movimiento quiere que los cristianos tengan una comprensión más profunda de su bautismo y de la asistencia del Espíritu que se les confiere. El Espíritu Santo está, por así decirlo, dispuesto a ayudar a los creyentes con su poder. Y de hecho también les ayuda. Pero, por su parte, los cristianos deben abrirse a esta ayuda que está a su disposición. Deben reclamarla. Esto es lo que quieren estos cristianos de nuestro tiempo cuando oran para recibir la plenitud del Espíritu.

LA ORACIÓN

En los medios espirituales, uno de los temas de conversación por excelencia es el "bautismo en el Espíritu Santo". Se exhorta a orar para recibirlo; y quien lo ha recibido, lo considera como un momento decisivo en su vida. Notemos desde un principio que la expresión "bautismo en el Espíritu Santo" se presta a confusión. Por una parte no se encuentra literalmente en el Nuevo Testamento; éste emplea más bien la expresión "ser bautizado ( = sumergido) en el Espíritu". Es siempre Dios quien toma la iniciativa. Por otra parte, según la opinión de muchos exegetas, esta expresión de la Escritura se refiere a la vez a la conversión, al bautismo cristiano y al don del Espíritu, y tal vez también a la acción santificante de Cristo a lo largo de la vida cristiana (26). (26)

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7 PARA LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU

Hay diversidad de opiniones acerca de la relación entre el bautismo de agua y el bautismo en el Espíritu según la Biblia, entre el bautismo y la confirmación en la doctrina sacramental católica, entre la "justificación", "la santificación" y la "efusión del Espíritu" en la doctrina de los Reformadores. Esta divergencia

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Para disipar los malentendidos que han surgido alrededor de la expresión 'el bautismo en el Espíritu Santo', proponemos, siguiendo a Henri Caffarel (27), distinguir cuidadosamente tres contextos en los que aparece: primero, la petición de la "efusión del Espíritu"; segundo, "la efusión misma del Espíritu" que no es, en sí, perceptible; y finalmente lo que se puede llamar "la experiencia de Pentecostés", es decir, los efectos perceptibles de la efusión como experiencia interior de paz, gozo, fuerza, o bien los carismas que pueden acompañarla. En este capítulo trataremos especialmente de la oración para recibir 'la efusión del Espíritu', y en los capítulos siguientes (9, 10 y 11) de los efectos perceptibles de esta oración.

Oración para la "efusión del Espíritu" y doctrina sacramental ¿Cómo conciliar esta propaganda para recibir la efusión del Espíritu con la doctrina tradicional en vigor en el catolicismo sobre la iniciación sacramental a la vida cristiana, por el bautismo de agua y por la confirmación? ¿El objeto de esta súplica, 'el bautismo' o 'la efusión del Espíritu', desdobla estos sacramentos o es una sustitución a ellos? En los medios católicos se admite la inhabitación del Espíritu Santo con sus de opiniones se manifiesta también en el interior mismo de las iglesias o de los grupos. Nos ha parecido que no tenemos que entrar en estas controversias. (27) Faut-il parler d'ttn Pentecótisme catholique? Ed. du Feu Nouveau, 1973. París, p. 58.

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dones después de la recepción del bautismo de agua sacramental, y la consagración de esta inhabitación por el sacramento de la confirmación. Pero la incorporación sacramental al Cuerpo Místico de Cristo implica una misión: el cristiano debe realizar su renacimiento a la vida divina al nivel de la vida consciente. Debe actualizar los dones recibidos. Para ello, debe constantemente apartarse del mundo en sus pensamientos y en sus acciones, y vivir totalmente según el Espíritu de Jesús. Ahora bien, esto es lo que pasa en la oración personal o a veces colectiva que pide la efusión del Espíritu. Esta súplica no es otra cosa sino un asentimiento libre y consciente a la gracia del bautismo y de la confirmación, que libera en nosotros la fuerza del Espíritu, presente en nosotros desde su recepción. ¿Por qué los católicos bautizados y confirmados emplean en este caso una expresión que, en los Hechos de los Apóstoles, designa claramente la incorporación al Cuerpo Místico de Cristo? Porque esperan de parte de Dios la misma transformación radical que la de los primeros cristianos. Le piden la misma fe eficaz, la misma valentía en el testimonio, el mismo amor mutuo. Imploran, en fin, al Señor que les conceda, si tal es su voluntad, los mismos dones maravillosos que derramó con tanta prodigalidad sobre los primeros cristianos, para la edificación de la comunidad y la propagación de la fe. Podría objetarse que la oración por la 'efusión del Espíritu' normalmente debería hacerse en el momento de la recepción del sacramento de la confirmación cuando, llegado a la madurez, el cristiano renueva en nombre propio su adhesión a Cristo. Varios argumentos abogan en este sentido. No sería 85

por otra parte de extrañar que la renovación en el Espíritu que se está actualmente operando en la Iglesia, llevase a una revalorización de este sacramento. La efusión del Espíritu no tiene nada de mágico, si se la considera como una súplica al Padre, por medio del Hijo, para liberar totalmente las fuerzas del Espíritu, presentes en nosotros por el bautismo y la confirmación. La iniciativa, en efecto, pertenece totalmente a Dios. Por otra parte, tampoco es un acto aislado de la vida que se hace sin el concurso del hombre. Puesto que la oración para "ser lleno del Espíritu" proviene de un profundizar su propia relación personal con Cristo. Para ser eficaz la oración presupone una gran humildad, el reconocimiento de su debilidad, y la fe o abandono a Cristo como su Salvador personal. Lo que tradicionalmente se llama ascética es indispensable. Tiene por objeto hacer al cristiano dócil al Espíritu de Dios —a ejemplo de Cristo, que no hacía nada sino bajo la moción del Espíritu Santo. El abandono total y efectivo en la fe en el Cristo viviente no es un acontecimiento único en la vida del creyente. Es más bien un proceso sujeto a progresión y regresión. Lo mismo sucede con la respuesta divina. De cada decisión del cristiano de someterse más radicalmente a la dirección del Espíritu Santo deriva una actualización más completa y más impresionante del Espíritu de Jesús. La influencia del Espíritu puede manifestarse por impulsos bruscos y gracias excepcionales, pero normalmente su acción usa los medios de santificación que Cristo ha otorgado a su Iglesia: los sacramentos, la Escritura, la enseñanza del Magisterio. La efusión del Espíritu no es una experiencia in86

dividualista. Está destinada a la Iglesia. Tiene lugar en un contexto eclesial —con algunas excepciones— y en el marco de una comunidad cristiana local. Según la mente del movimiento de renovación espiritual, es la confirmación de una integración más profunda al Cuerpo de Cristo, de una unión más íntima con la Iglesia, su Esposa. El Señor no necesita instrumento humano alguno para liberar en el corazón de los individuos la fuerza del Espíritu. Con todo, prefiere solicitar la colaboración humana. En la práctica, actúa con frecuencia a través de otras personas. Estas personas que viven ya en el Espíritu inspiran a otras el desearlo, las preparan y oran sobre ellas. (Este último punto no es indispensable.) Esta nueva vida de fe no es emocional. El sentimiento, sin duda, forma parte integrante de todo acto de amor y cada hombre reacciona con el grado de emocionalidad que concuerda con su temperamento. Pero la nueva vitalidad que proviene de la efusión del Espíritu se sitúa principalmente al nivel de la convicción de la fe, al nivel de una nueva clase de conciencia que penetra toda la persona humana hasta en sus características íntimas y la encaminan al don total.

Efusión del Espíritu y Experiencia del Espíritu En algunos medios pentecostales, el 'bautismo en el Espíritu' tiene claramente la connotación de una experiencia perceptible de la venida del Espíritu sobre una persona. Se la representa como una repetición del milagro de Pentecostés tal como está descrito en los Hechos capítulo dos, y particularmente 87

con la manifestación del 'don de lenguas' (ver más abajo en el cap. 11). La apertura del corazón a las mociones del Espíritu puede constituir, en la historia personal de un individuo, un acontecimiento muy particular, con el que se relaciona el recuerdo del comienzo de una vida más consciente en el Espíritu Santo. Sin embargo, no es éste necesariamente el caso, porque la renovación en el Espíritu puede compararse y parecerse también a una larga maduración y a un largo proceso de crecimiento sin drama durante el cual alguien, de mil maneras diferentes, dice sí al Espíritu. Según los medios católicos de la renovación, no es preciso pretender primariamente experimentar la acción del Espíritu de una manera tangible. Muchos santos raramente han experimentado algo parecido. Pero, a corto, o largo plazo, han tenido conciencia de una transformación bajo la influencia de una fuerza más poderosa que ellos mismos. De esto se trata principalmente, de un cambio en la conducta y en la mentalidad. El deseo de ser colmado de tal gracia debería ser el motivo de participar en la oración carismática, y no la búsqueda de experiencias exaltantes. No cerremos los ojos a las objeciones pastorales ante una presentación del 'bautismo en el Epíritu' descrito como una única y maravillosa intervención de Dios en la vida. Dios tiene sus razones para intervenir de esta manera en la vida de un número determinado de personas; es pues necesario reconocerlo cuando tales signos se manifiestan. Por otra parte, no conviene crear en ciertas personas un clima que impone a Dios tal manera de manifestarse. Ilusiones y engaños no faltarán. El peligro de un

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desliz en la fe no está excluido. Existe el riesgo de construir más sobre la propia subjetividad que sobre la obra objetiva del Espíritu de Jesús, cuyo resultado puede ser una confusión fácil entre la acción del Espíritu y la de la psique, entre el amor espiritual y el amor natural, entre la verdadera conversión y la satisfacción de ciertas necesidades. ¿Queremos con esto decir que debemos pedir a Dios el experimentar la efusión del Espíritu? Ciertamente que no. Las biografías de los santos nos muestran que Dios se complace en manifestar su amor de una manera sensible. A pesar de sus peligros, tal experiencia, ofrece sus ventajas. Quizá Dios quiera conceder una experiencia así para hacer caer barreras psicológicas que obstruyen el progreso espiritual y para dar más seguridad en el testimonio (cfr. Hechos 4,31), y sobre todo para fortalecer la fe. Parece pues legítimo aspirar a una experiencia del Espíritu, con tal que se permanezca humildemente sumiso a la voluntad de Dios y se termine la oración con las palabras de Cristo: "No mi voluntad sino la tuya" (Mt 26,39). ¿Puede uno prepararse a la Efusión del Espíritu? (28) El Espíritu es ciertamente un don divino y sólo Dios toma la iniciativa. Pero el hombre debe pedir(28)

Los grupos católicos organizan seminarios de preparación de siete semanas. Después de cuatro semanas, los neófitos pueden pedir que se ore sobre ellos para recibir el Espíritu Santo. Cada uno determina el momento en que cree estar preparado. Tres semanas de acorrí~íí"miento espiritual terminan esta serie de iniciación.

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lo y disponerse. El Concilio Vaticano II recuerda que Dios quiere comunicar a cada uno el Espíritu Santo con la plenitud de sus dones. Jesús dice: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis (...) ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide pan, le da una piedra (...) Si pues vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Le 11,9-13.) El deseo de renovación en el Espíritu supone en primer lugar una fe ferviente en la promesa de Jesús: "Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia" (Jn 10,10). Esta fe va acompañada de una inmensa confianza de ver realizada esta promesa. ¿No ha dicho Jesús: "Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis"? (Me U,24). La literatura de la renovación espiritual recomienda también los puntos siguientes: 1.°) Buscar en la Biblia los pasajes referentes al Espíritu Santo y sus dones, y reflexionar y meditar sobre ellos. 2.°) Formar un grupo de oración con aquellos que están animados de un mismo deseo, teniendo antes los ojos las palabras de Cristo: 90

¿

"Yo os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mt 18,19-20). 3.°) Buscar aquellos que han recibido estos dones espirituales y pedirles que oren sobre ellos. Hay en ello una exigencia de gran humildad, y parece ser el medio normalmente preferido por Dios. 4.° Perseverar en la oración si alguno no recibe inmediatamente los dones del Espíritu. Puede ser que Dios lo haya decidido así por algún tiempo por una u otra razón. Conviene perseverar en la convicción de que Dios tiene intención de comunicar sus dones y escuchará ciertamente la oración si se hace en fe y confianza. Estos dones no tienen ninguna relación con nuestros méritos; dependen únicamente de la bondad de Dios. No hay pues, ningún motivo para desesperar, muy al contrario, conviene seguir confiando en el amor divino. Se recomienda la formación de un grupo desde el momento en que las personas individuales empiezan a desear recibir el Espíritu y sus dones. Esta actitud está fundada en diversas razones. En primer lugar el ejemplo de los primeros cristianos en los Hechos de los Apóstoles. La vida cristiana tiene esencialmente una dimensión comunitaria. Jesús está presente de una manera particular allí donde dos o tres se reúnen en su nombre. La experiencia en seguida nos enseña que en la espera del Espíritu, hay 91

que contar con ansiedades, dudas y otras formas de tentación que pueden sobrevenir. La ayuda de otro es muy importante en estos momentos. ¿Es imposible experimentar la renovación en el Espíritu si no hay en la región grupos de la renovación o personas que compartan este deseo? En su libro —citado ya antes— Kevin y Dorothy Ranaghan afirman que muchos han sido llenos del Espíritu en momentos de una oración intensa y solitaria:

más? Los medios de la renovación espiritual responden invirtiendo la objeción: ¿No somos nosotros quienes ponemos límites a Dios por nuestra pusilanimidad? ¿No nos anima el Señor, en el Evangelio, a pedir lo imposible? Toda oración será escuchada si se dirige a Dios con una fe capaz de trasladar montañas. Lo que se necesita es una total docilidad. Dios mismo se encargará de probar la solidez de-la fe de alguien como lo hizo con Abraham.

"Se encontraban solos en la presencia de Dios, oraron y, sin otra ayuda, recibieron una comunicación que les convenció de la presencia real del Espíritu de Jesús... Poco importa el lugar o el momento, uno siempre puede orar en la fe para recibir el Espíritu Santo" (29).

Se ha hecho alusión a las tentaciones que invaden la vida en este momento decisivo. Los autores espirituales de los siglos pasados han llamado la atención repetidas veces sobre ello. Existe ante todo el temor a perder la libertad. Es una reacción muy normal. Precede cada acto de amor. "Pero el demonio lo exagera y lo explota", según la opinión d e los Ranaghan. "El remedio es una oración más intensa, una fe más grande, en la que se descubre ya la presencia amorosa d e Dios. Pronto desaparece la ansiedad. Y después parece tan pueril, en la mayoría de los casos."

Otra objeción que se repite con frecuencia: ¿No es una presunción orar para recibir el don de la presencia del Señor con sus favores espirituales? ¿No es esto querer alzarse por encima de los de(29)

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O. c , p . 218.

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8 LA RESPUESTA DIVINA

Recordemos primero la distinción que hay que hacer entre la efusión del Espíritu y la experiencia pentecostal. El Espíritu por su misma naturaleza es imperceptible. En cierto modo Su efusión lo es también. Es una moción en el interior del cristiano que añade una nueva dimensión a sus pensamientos, deseos y acciones. El Espíritu es la inspiración de su oración y le dota de todo un conocimiento sobrenatural. Él actúa en lo más íntimo del cristiano para moldearlo, hacerlo dócil, darle aquella delicadeza de percepción y prontitud de reacción que harán de él un buen instrumento para la obra divina. (30). Estos efectos que son, por así decir, las consecuencias inmediatas de la efusión del Espíritu, normalmente no se manifiestan bajo formas espectaculares. Debemos insistir en ello para evitar que, bajo la apariencia de la renovación carismática, se instalen en la Iglesia nuevas supersticiones.

do que Dios acogió en su vida de una manera sorprendente la oración para la efusión del Espíritu. Para mayor claridad, daremos a los efectos perceptibles de la efusión (como la experiencia de paz, de gozo, de fuerza y los dones especiales que la acompañan) el nombre de 'experiencia pentecostal'. Se distingue de cualquier otra experiencia religiosa en que es la experiencia de la fuerza del Espíritu Santo sobrecogiendo y transformando al bautizado a la manera de los discípulos de Jesús el día de Pentecostés. De esta experiencia tratará más detalladamente el presente capítulo.

El Contenido Sujetivo de la Experiencia Pentecostal ¿Cuál es el contenido sujetivo de esta experiencia? Tal experiencia es única e individual, ya que la respuesta de Dios es diferente de persona a persona, y cada uno vive esta influencia del Espíritu de distinta manera. Resulta difícil dar los rasgos generales. No obstante ciertos pasajes se repiten típicamente en los testimonios que hemos presentado más arriba. (31). En general, los que creen haber recibido una experiencia pentecostal, ellos mismos los acentúan. K. y D. Ranaghan resumen así los rasgos salientes: "En la descripción que nos han dejado de su experiencia de la efusión del Espíritu, los d e Pittsburgh hablan sobre todo de una manera nueva de ser conscientes del Amor de Dios, allí sobre todo donde Dios se manifiesta bajo la figura de Cristo resucitado. Dicen tener una nueva familiaridad con Él, sentirse mejor en

Y sin embargo, en nuestros días, un número cada vez mayor de personas afirman haber experimentado) Caffarel H., o. c, p. 27. 94

(31)

Ver capítulo 3.

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su compañía, acercarse a Él como hermano y Señor, tan grande era el sentimiento de proximidad. Sus oraciones se transformaban en alabanzas espontáneas y su deseo de orar aumentó grandemente. Una atracción nueva hacia la Biblia nacía en ellos. Ellos habían naturalmente estudiado la Escritura, pero empezaban ahora a leer el Antiguo y el Nuevo Testamento por puro placer y se entusiasmaban con la lectura de los prodigios realizados por el Padre a lo largc de la historia de salvación. Vivían en una paz sorprendentemente nueva (...). No solamente se sentían más íntimamente unidos a Cristo, mas descubrían en sí mismos nuevas audacias, en la fe, con una confianza nueva en la presencia y el poder de Cristo que les hacía capaces de proclamarle sin vergüenza. Y por todas partes daban testimonio de una vida de unión íntima con Cristo que les procuraba una alegría por encima de todo sufrimiento, aun en medio de las peores pruebas" (32).

Cuando hablan de un encuentro con Cristo, no se trata en su mente de una visión, como si Cristo se les apareciese bajo no importa qué forma. Cuando hablan del poder y del amor de Dios, no se refieren a atributos de Dios tomados separadamente. Sino que quieren únicamente decir que conocen ahora en la plenitud de la experiencia lo que antes sólo conocían intelectualmente. Tampoco hay distinción entre el gozo que les inunda y su fuente. En este gozo y esta paz, sienten a Dios mismo presente.

¿Existe una realidad objetiva correspondiente? Espíritu y poder son, a juicio de buenos teólogos, dos nociones muy conexas en la Escritura. En el Nuevo Testamento, el poder del Espíritu es principalmente la fuerza por la cual Cristo ha vencido la muerte y ha resucitado. Es también la que renueva todo y hace renacer interiormente al cristiano a una vida nueva. Es, en fin, también la que nos hará resucitar, como Cristo, al fin de los tiempos. La literatura de la renovación hace más explícita esta noción. La efusión del Espíritu, como experiencia de poder, nos remite a la maravillosa transformación que obra el Espíritu de Jesús en el individuo. Esta transformación es parte integrante, un signo precursor y una garantía de la transfiguración que le tocará un día. Los milagros, las curaciones, la audacia en el testimonio de la fe y todos los otros carismas del Nuevo, Testamento son las manifestaciones concretas del poder de resurrección que es propio del Espíritu de Jesús. Son los poderes de los tiempos futuros. Como en la acción y la predicación de Jesús, confirman que los nuevos tiempos están presentes, en el Espíritu de Jesús y en aquellos que lo han recibido.

La significación concreta en la vida cristiana A este propósito, escribe O'Connor:

La interpretación

teológica

Experimentar el poder del Espíritu y vivir la presencia íntima de Cristo viviente, ¿cómo conciliar estos dos aspectos de una misma realidad sujetiva > (32)

"Esta influencia del Espíritu constituye un momento capital en el desarrollo espiritual de una persona. Es un impulso hacia una vida nueva en la que, de una manera más fecunda y más manifiesta que antes, la persona es guiada, fortalecida e iluminada por el Espíritu... Visto así, el bautismo en el Espíritu aparece

O. c , pp. 17-18.

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como la plena realización d e nuestro estado de hijos de Dios... Si ahondamos en la doctrina del renacer en el Espíritu, contenida en el Nuevo Testamento, no es tanto la experiencia de este gran misterio de la fe que necesita explicación, sino el hecho de que falte a tantos cristianos" (33).

En un artículo ya citado, Kilian McDonnell añade (34): "El 'bautismo en el Espíritu', como compromiso, ocupa ciertamente un lugar central en la renovación carismática. Pero hay actualmente una tendencia a no darle tanta importancia como un momento específico. Según Stephen Clark, el lenguaje de algunos carismáticos da la impresión de que una sola cosa preocupa a Dios: Este individuo ha recibido la experiencia, sí o no. Si la ha recibido, pasa por un cordero; si no la ha recibido, por un cabrito. El 'bautismo en el Espíritu' no es un fin en sí mismo, ni un punto final y aun menos una experiencia aislada. Es menos importante saber si uno ha tenido la experiencia que saber si vive y actúa según el Espíritu. En vez de verlo como un momento en el que uno recibe un don, conviene más bien considerar 'el bautismo' como una nueva relación al Espíritu de Jesús. La persona se abre al gozo y su vida se orienta hacia Cristo, a la gloria del Padre. No se insiste ya únicamente en el Espíritu, sino de igual modo en la conversión al Hijo y en la adopción por el Padre."

Dos clases de respuesta divina La concesión obtenida en la oración para ser renovados en el Espíritu puede tomar dos formas extremas: o bien una irrupción repentina y sobrecoge(33) (34)

The Pentecostal Movement in the Catholic Church, p. 216. "Catholic Charismatics" en Commonweal, 5 mayo 1972, p. 208.

dora, o bien una transformación en la paz y en secreto. La primera forma es fácil de reconocer. Esta clase de 'efusión' ocurre en un momento determinado bajo la forma de una toma de conciencia muy clara. A veces uno puede percibirlo en el mismo momento en que el grupo ora sobre alguien. En otros, el fenómeno se produce más tarde, cuando están en la habitación o en la capilla. La experiencia se caracteriza en cada caso por un sentimiento sobrecogedor de la presencia, del amor, de la misericordia y del poder de Jesús. Quien la ha recibido experimenta una alegría difícil de contener y una paz maravillosa que contrasta mucho con la situación precedente. Estos sentimientos fuertes van acompañados con frecuencia de dones particulares, como la glosolalía. En la forma secreta, la experiencia del Espíritu no se caracteriza, contrariamente a la forma anterior, por alguna toma de conciencia o por algún carisma. Es posible que estos fenómenos ocurran después. Después que se oró por él, el candidato declara con frecuencia: "No me ha ocurrido nada; no he experimentado nada". Algún tiempo después, empieza sin embargo a darse cuenta de que ha habido un cambio en él. Puede haber una presencia y una paz parecidas a aquellas que experimentó el primer grupo. Éstas le penetran no repentinamente sino lentamente. Otros fenómenos, como una fuerza para resistir a las tentaciones o la desaparición de una ansiedad, pueden también imponerse a su conciencia. No puede precisar cuándo y cómo empezó todo ello, pero el hecho es innegable, y se admira porque él no hizo personalmente ningún esfuerzo en tal dirección. Entre estas dos formas extremas que acabamos de 99

describir, puede situarse toda una gama de fenómenos intermedios. Se habla siempre, en todas esas experiencias de la influencia sensible del Espíritu. Y si uno no tiene percepción de la influencia propia del Espíritu, las consecuencias se imponen siempre a la conciencia en cada caso.

Autenticidad Toda experiencia no es necesariamente una moción del Espíritu. Los autores sugieren los criterios siguientes: 1.° La experiencia de la liberación del Espíritu aparece como un nuevo impulso en la vida espiritual, de la que el Espíritu toma él mismo la dirección. 2.° Comporta siempre una reforma moral de la persona. En otras palabras, no se limita a algún acontecimiento agradable sino que influye profundamente en la manera de pensar y en la conducta. Aun cuando vuelva a caer en sus debilidades o infidelidades, quien lo ha experimentado ya no es la misma persona. 3.° Quien es consciente de que Dios accede a la oración tiene el sentimiento de ser "invadido" por Dios. Se siente lleno y movido por una fuerza interior sin haberla provocado él mismo. Pedir la efusión del Espíritu implica una prontitud para hacer todo lo que Dios pida. Desde entonces, ¿es algo extraño —para un creyente— que la respuesta divina adquiera formas imprevisibles y sensacionales? Sería una ilusión pensar que cada 100

miembro del grupo de oración que pide esta gracia esté animado de una misma prontitud de abandonarlo todo. También las consecuencias no son igualmente intensas en cada caso. La inautenticidad es siempre posible. Es particularmente importante no identificar la experiencia del Espíritu con la exaltación o cualquier otro estado pasional. Muchos se dejan engañar por la euforia que sienten después que un grupo ha orado sobre ellos para la efusión del Espíritu. Este desbordamiento de alegría, de paz y de impulsos amorosos, aunque dure algún tiempo, es algo pasajero y puede explicarse naturalmente. No es por sí mismo la prueba de una unión duradera con Dios o de una generosidad a toda prueba. A lo largo de la historia del cristianismo los autores espirituales se han ocupado de aquellos estados que llaman 'consolación divina' y 'desolación'. La euforia —o 'consolación'— es con frecuencia el medio empleado por Dios para preparar a una persona a una dura prueba. La 'consolación' va seguida después de un tiempo de 'desolación'. Dios por así decirlo, se esconde, o parece abandonarlo a su suerte. No hay nada de eso, sin embargo: Dios está siempre presente, pero prueba la solidez de la fe y del abandono amoroso de aquella persona. Según el ejemplo de los grandes místicos conviene, de alguna manera, desconfiar de los estados emocionales y no buscarlos en demasía. La vida en el Espíritu no se deja medir principalmente por el entusiasmo, la firmeza de sus convicciones, un lenguaje edificante, arrebatos de amor. Porque no hace falta mucha experiencia con ciertas personas que se llaman carismáticas para darse cuenta que estos comportamientos esconden una falta de madurez espi101

ritual, un desequilibrio de la personalidad y aún un cierto orgullo. ¿En qué, pues, se reconoce el Espíritu? Una vez admitido que el Espíritu es el espíritu de Cristo, la cosa no parece difícil. Este espíritu de Cristo es: espíritu de amor, de humildad, de abnegación y de obediencia al Padre. El Espíritu Santo une al cristiano más íntimamente a Cristo, lo renueva a su imagen y lo libera. En la carta a los Gálatas, san Pablo menciona expresamente el fruto del Espíritu Santo: "Amor, alegría, paz, paciencia,