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Spanish Pages [291]
UNAS CUANTAS
HORAS DeBaruch
ISBN 978-1-4092-1351-2
Vive todo lo que puedas; no hacerlo es una equivocación. No importa mucho lo que hagas siempre que tengas tu vida. Si no has tenido eso, ¿qué has tenido?... …El momento apropiado es cualquier momento que aún se tiene la suerte de tener… Henry James Los embajadores
Dedicado a E.
Ilustración cubierta: J. M Benito 2003 Palma – Vic – Barcelona – Palma 07-04-2004 3
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I. OTOÑO 1
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Con estas reflexiones Vicente comenzó su carta para Hugo. No tenía muy claro si su amigo sería capaz de comprenderla, pero lo seguro era que necesitaba 7
hacerlo, necesitaba vaciar su cabeza de todo lo que hervía dentro de ella y lo oprimía. ¿Que mejor forma de enseñar algo que poniendo su vida como ejemplo a Hugo? Él siempre está necesitado de buenos consejos. En Octubre el pueblo se quedaba vacío como una tumba. Los últimos años no habían sido más que un lento emigrar de jóvenes, dejando un trabajo sin futuro en el campo para desempeñar otro trabajo sin futuro en la cuidad. Muchos no se marchaban en busca una vida de luces y éxito, simplemente se huían a otro pueblo, algo más grande, donde poder enamorarse, y es que Santa Margarita tenía ya por esas alturas más casas vacías que llenas. Quienes lograron salir de aquel lugar, para trabajar como chapistas o encargados de restaurante, regresaban cada verano a descubrir, con sus nuevas familias, a unos padres cada vez más envejecidos. Y a finales de septiembre ya se habían vuelto a marchar todos. Cuando Vicente era joven esta tendencia todavía no había aparecido. La llanura estaba cercana al desierto, pero donde se alzaban las faldas de las montañas aún podían encontrarse arboledas y pequeños arroyos naturales provenientes del deshielo. Un marco inmejorable para crecer libre y donde una desbordante imaginación podía ver desde un océano hasta un reino. Vicente y Hugo siempre fueron amigos. Ya desde pequeños, mucho tiempo incluso antes de que tuvieran edad para jugar juntos, habían podido verse mutuamente, cada uno desde su lado del jardín. Se sonreían con la complicidad de quienes se reconocen como iguales, como niños, pero todavía no pueden decirse nada. Cinco minutos al día mirándose bajo el sol 8
abrasador hasta que sus madres los llevaran dentro. Ese era el primer recuerdo que Vicente tenía de Hugo, y probablemente también de su madre. Mucho antes de que encontraran a la pequeña Maria, Vicente corría por el campo sin miedo, tratando de atrapar luciérnagas o ranas en la charca. Eso fue después de averiguar que Hugo, su vecino de toda la vida, era tonto de nacimiento. -Juega con él- le ordenaba su madre en las visitas que hacían a casa de su vecina para tomar caféVicente, juega con Hugo, es de tu edad. “¡Como si eso tuviera algo que ver! Vete tú a jugar con Matusalén” pensaba Vicente, que había visto el retrato del viejo en una colección de cromos. Una tarde subió al cuarto de su vecino, obedeciendo a su madre, y se lo encontró tratando de leer un libro del revés. -¿Qué haces?- preguntó Vicente intentando ser simpático. Hugo se quedó mudo, como hacía siempre al encontrarse con alguien con el que no tenía confianza. Trató de esconderse detrás de las cubiertas y, con la cara oculta como los avestruces, pensó que no le vería. Vicente, en lugar de insistir, se dedicó a dar una vuelta por el cuarto. Todo a su alrededor le parecía extraño, como si estuviera en su propio cuarto pero de hiciera tres años. Peluches, libros de cartulina con dibujos coloridos, papel pintado con formas de animales por las paredes y sábanas con personajes de televisión. Era como estar en el cuarto de un niño de tres años y ya tenía ocho. -¿Te gusta el guerrero del antifaz?- dijo Vicente tomando el cómic de una estantería. 9
Y justo cuando pensaba que no iba a recibir respuesta, una gruesa voz de adulto sonó detrás del libro. -Me gustan los dibujos. Vicente se asustó. Al principio no pudo creer que fuera su vecino quien hubiera hablado, de hecho nunca lo había escuchado, pero no se esperaba una voz tan varonil. No, no parecía la voz de un niño. Hugo fue bajando el libro de su cara hasta que sus miradas se cruzaron. -No se leer. El chico sería de su edad, pero sus brazos eran gruesos y huesudos y las facciones de su cara marcadas y cuadriculadas. Hugo parecía varios años mayor que él, pero su cabeza estaba en otra parte, alejada y torpe. -¿No sabes leer? Todo el mundo sabe leer. -Yo no. Y por primera vez Vicente notó algo mágico en esa habitación. El sentimiento de sentirse superior a alguien, el gusto por la valía, la soberbia. El niño con el que estaba obligado a jugar cuando su madre visitaba a la vecina era mayor que él pero tan tímido y sumiso que le era fácil doblegarlo a su voluntad. A partir de ese momento no le importó gastar las tardes de verano con Hugo. Para alguien mediocre como él, estar a su lado le hacía sentir especial, grande y bueno. Al cabo de dos años fueron ya inseparables. Jugaban todas las tardes en el jardín o en el campo, y cada vez que Vicente regresaba solo a casa sorprendía a sus padres con la misma pregunta: -¿Qué le pasa a Hugo? 10
A su padre no le gustaba moverse al llegara a casa. No le gustaba ninguna clase de movimiento por el que no le pagaran y era normal, teniendo en cuenta su duro trabajo en el campo. Por las noches se sentaba en el salón a escuchar la radio mientras su mujer preparaba la cena. Siempre la misma postal, hasta que entraba el niño y hacía su incómoda pregunta. -¿Qué le pasa a Hugo? -¿Qué le pasa al niño? Pregúntaselo a tu madre. Quien obviamente también contestaba con evasivas. Durante esa época Vicente tenia una vida tranquila, se dedicaba a hacer los mismos descubrimientos que hacían todos los niños en cualquier parte de mundo y a disfrutar con ellos. Dentro de su egoísmo no le importaban demasiado los temas que no repercutieran directamente sobre sus juegos, por lo que disfrutaba de una vida tranquila. Todavía no se le había pasado por la cabeza la idea de escribir un diario. Era demasiado pronto para eso y su amistad todavía estaba empezando. Además, ni siquiera habían encontrado todavía a María.
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El colegio de Santa Margarita era una vieja granja cerca del ayuntamiento. Todavía conservaba los establos, ahora con el suelo lleno de grava donde los chicos jugaban al balón, y la habitación de la chimenea, como solían llamarla, donde antaño se cocía pan y ahora realizaba las faenas de comedor escolar. Hugo nuca fue a la escuela. A veces se dejaba caer por las cercanías para ver como los niños salían alocados de su interior, como si fuera un raro mundo ajeno al suyo. Corrían, gritaban y escupían como si hubieran esperado ese momento toda su vida. Y en cierta medida así era. Vicente era quien quería marcharse con más ganas de aquel lugar. La razón no era que echara de menos a su mejor, o único amigo, sino porque, en definitiva, no encajaba entre los demás niños. Ese mismo día, en el comedor, mientras servían algo de pan para acompañar los garbanzos servidos del interior de un bidón de gasolina, los chicos comenzaron a hacer rodar legumbres por el mantel a modo de canicas para alcanzar al joven infeliz. No trataban de simbolizar nada, esperar nada, o hacer nada. La única razón era fastidiar un poco más a Vicente. Desde que su madre muriera, no había vuelto a comer en casa. A su padre le apetecía tanto cocinar como que le dieran una pata en la boca, por no mencionar que no tenía idea de como hacerlo. La solución más fácil había sido apuntarle al comedor y desentenderse por el momento, que sin darse cuenta se habían convertido en cinco años. No era mal padre, al menos para lo que se consideraba “malo” en esa época, pero la verdad es que 19
las muestras de cariño hacia su hijo eran más bien parcas y secretamente deseaba apartar de su vista al pequeño, cuya cara le recordaba tanto a su mujer, que en paz descanse. Probablemente por eso se matara a trabajar en el campo en un oficio ya de por sí duro. Otro garbanzo fue a estrellarse contra su servilleta, y luego una voz anónima dijo: -¿Habéis visto al amigo del tonto? Tiene el mantel lleno de comida- dijo uno. -Es porque no sabe comer ¡Se ha contagiado!- decía otro. -Lo guarda para su amigo retrasado ¡Por eso es tan grande el imbécil!- continuaba un tercero, y así se sucedían diferentes frases para ver cual de ellas le hacía estallar. Y cada día lo mismo, durante años y más años. Mientras, Vicente contemplaba como lo despreciaban con un profundo dolor, no en solidaridad con su amigo, sino tristeza hacia sí mismo. Fueron muchas las tardes que no quiso quedar con Hugo por culpa de los insultos en la escuela, pero la soledad le arrastraba siempre de nuevo hacia su amigo como la marea al puerto. Vicente era pequeño y escuálido. Algunos de sus compañeros ya tenían finos pelos en el bigote, como una carrera de hormigas, cuando a él apenas le había salido en los genitales. Estar sentado en una mesa fingiendo no oír las barbaridades que decían sobre él era la actitud más inteligente de un chico que se desarrollaba como una niña.
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-Hola Vicente- dijo el chico de su lado, poniendo voz de disminuido, y moviéndose como un robot -soy Hugo ¿Estas enamorado de mí? ¿Por qué no podía reírse con ellos, decir algo inteligente y desviar la conversación hacia otros cauces? ¿Por qué no podía devolverles la pelota con el mismo juego? ¿Por qué era tan cateto que no podía encontrar una palabra, un chiste, absolutamente nada? Ese mediodía, el segundo que ponían garbanzos para comer esa semana, Vicente se levantó de golpe y le arreó un guantazo en el ojo al niño que trataba de imitar a Hugo. De primeras, el chico cayó al suelo y todo el comedor quedó en silencio. No fue tanto el dolor como la sorpresa lo que arrojó a aquel compañero contra las baldosas, de hecho, Vicente también pegaba como una niña. Por unos segundo nadie dijo nada, mantuvieron la respiración mientras Vicente permanecía en pié con el puño cerrado y la cara roja, tratando de hacerse a la idea de lo que había hecho. Esa sensación era tan nueva para él que no supo como reaccionar. Se quedó pasmado viendo como el niño se levantaba poco a poco, frotándose el ojo y preparándose para devolvérsela. Cuando los profesores se extrañaron por el súbito silencio del comedor fueron a ver que pasaba y descubrieron a Vicente tumbado en el suelo, con el cuerpo magullado y un plato de garbanzos volcado sobre la cara. Ese fue un duro golpe, pero desde entonces solamente se rieron de él a sus espaldas. Como debe ser. Cuando ese día llegó a casa con la cara morada, apestando a cocido y con el orgullo herido, no hizo falta 21
que su padre le preguntara qué había pasado. Los profesores se sirvieron del “boca en boca” del pueblo para hacer llegar a sus oídos que “sería pertinente que amedrentara a su hijo en la responsabilidad y el civismo” cuando lo único que hizo el buen hombre al ver llegar a su hijo fue decirle: -Tranquilo, la próxima pelea la ganarás tú.
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Años antes. Una mañana, Vicente descubrió que nadie le despertó para ir al calegio. Estornudó, ese día hacía frío. Permaneció tumbado en la cama largo tiempo pensando que tal vez se hubiera desvelado y fuera pronto todavía, pero fuera podía oír cantar a los pájaros y no tenía ganas de seguir durmiendo, por lo que empezó a pensar que tal vez fuera más tarde de lo que pensaba. A Vicente no le gustaba el colegio, pasaba los descansos evitando a la banda de Rafa y Andrés, escondiéndose en aulas vacías o matorrales sucios. Precisamente por eso no hizo el esfuerzo de levantarse por sí solo. Si sus padres no le despertaban, y él permanecía callado, tal vez ese día se libraría del colegio. Unas horas de descanso dentro de la ajetreada semana. Sin embargo pasó el tiempo suficiente como para que un niño no soportara estar más tiempo sin hacer nada en el mismo lugar, así que se levantó. 28
Abrió la ventana, el sol ya había salido y se alzaba sobre las montañas con una fría luminiscencia que recordaba y auguraba el invierno. El viento soplaba y algunas hojas volaron por delante de su mirada. Era ya tarde, pero no sabía cuanto. Bajó cuidadosamente las escaleras del primer piso y se dirigió a la cocina. Decididamente estaba ocurriendo algo extraño. Nadie estaba calentando leche ni olía el reconfortante aroma del café recién hecho. La casa estaba completamente vacía, y el reloj de pared que presidía el salón aseguraba que eran ya las once. Vicente tenía hambre, estaba deseoso de que su madre le hiciera algo rico para comer, pero si era lo suficiente mayor como para meterse en peleas, lo sería también para apañarse un desayuno decente. Calentó un poco de pan del día anterior y sirvió un vaso de leche con azúcar. Si sus padres no regresaban pronto tendría que ir al colegio de todas formas, pues no podría convencerles de que había dormido hasta las cinco de la tarde. Si recibían otro aviso de su tutora podría ganarse una buena paliza. Después de comerse el pan recogió las migas con una servilleta y las puso en la panera. Con las migas tostadas de toda semana su madre hacía un buen rebozado. Fue entonces cuando escuchó un sonido alertándole de que tal vez no estuviera tan solo como pensaba. Sonó como el chirreo de unas bisagras viejas, al igual que todas las de la casa, pero en el piso superior. Vicente volvió a subir las escaleras con cuidado, tratando de no alertar a quien pudiera estar en el dormitorio. Varias cosas le pasaron por la mente. Tal vez sus padres también se hubieran dormido, o un 29
desalmado ladrón los hubiera atado a los pies de la cama con una mordaza mientras desvalijaba la casa. Tal vez el ladrón no se hubiera marchado todavía porque, de sus posesiones, la radio era la más valiosa y continuaba en el salón esperando dar las noticias. Si alguien quisiera robar en su casa, ¿que otra cosa querría llevarse? Tal vez estuviera dejando vagar demasiado su imaginación, tal vez fuera solo el viento. La vieja casa tenía tantas corrientes que era difícil no despertarse estornudando. Al alcanzar el último escalón descubrió la puerta de la habitación de sus padres abierta. No le había prestado atención, pero estaba convencido de que antes esa puerta estaba cerrada. Se encaminó lentamente hacia ella y por primera vez desde que se levantara esa mañana habló en voz alta. -¿Mamá? Nade contestó. Cuando alcanzó el umbral pudo ver su interior. No era su madre como había creído, sino ambos. Todo se volvía cada vez más raro, su padre a esas horas debería estar labrando el campo sin descanso y no en la cama abrazado a su mujer. No se movieron, ninguno de los dos lo hizo. La ventana del dormitorio estaba abierta por lo que el viento había empujado la puerta. Nada de ladrones, nada de mordazas, mucho peor. De los dos, el único que miró a Vicente fue su padre. Tenía la vista perdida y los ojos rojos por el llanto. Las arrugas de su cara mucho más marcadas y por primera vez podía notarle el peso de los años. Su padre lo miró, no dijo nada. Su madre no hizo nada. No volvió a hacer nada nunca. 30
Al funeral acudió todo el pueblo. Vicente tuvo que soportar frases de consuelo de gente que ni siquiera conocía y soportar chistes de viejos amigos que se reencontraban para tan indicada ocasión. Entre los rostros destrozados y los hábitos negros de los familiares, Vicente pudo ver a Hugo al otro lado de la iglesia. Acudió con su madre al funeral, pero no al entierro. Allá solamente estuvieron Vicente y el viudo, que desde entonces se fue sumiendo poco a poco en una depresión de la que ya nunca saldría. Vicente no supo el porqué, pero desde ese momento estuvo condenado al comedor escolar a perpetuidad.
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Después de la muerte de Sara, la madre de Vicente, los matones del colegio lo dejaron tranquilo un tiempo, pero no fue más que una tregua ilusoria. Incluso ellos se daban cuenta que no estaba bien golpear al hijo de la 32
difunta el mismo día del entierro, no por falta de ganas, sino por miedo a represalias de los mayores. Cuando pasaron unos años, todo el mundo sabía que el padre de Vicente había enloquecido un poco, que el niño se portaba como un animal criado en libertad y que su relación de amistad con el chico tonto del pueblo era tan exclusiva que se hacía enfermiza. Todo eso, unido a ser un niño sin madre, lo convertían en un caramelito para los abusones que no pudieron resistirse a incordiarle de nuevo. A veces se defendía, y a veces incluso acertaba un golpe, pero era varios años más joven que Rafa y Andrés y continuaba teniendo brazos de niña. -¡Protege a tu tonto!- le gritaban –voy a pegarle hasta que me duelan las manos. Y Vicente sabía que eso sería al segundo golpe. Hugo era grande y fuerte como una mula, pero también lerdo y patoso como tal ¿Por qué estaban tan mal repartidos los dones? Su amigo tenía la fortaleza de un adulto pero no sabía que hacer con ella. En las peleas solo sabía agacharse y gritar. -Ven Hugo, no les hagas caso- le dijo Vicente. La pandilla de Rafa pasó velozmente a su lado con las bicicletas y la mirada que Andrés les dedicó heló su sangre. Aquel chico asustaba. Mientras el resto de la pandilla disfrutaban golpeando empollones, él se lo tomaba en serio, escrupulosamente, como un oficio, deseando que cicatrizara una herida para poder abrirla de nuevo. Los vieron alejarse pedaleando y partiendo buzones, mientras, Vicente sabia que esa tarde no podrían ir a la charca como de costumbre. De todas formas ya se 33
estaba secando, no valía la pena arriesgarse a una paliza por buscar renacuajos. El bosque es muy grande, había sitios mejores donde jugar. Faltaba ya menos para que encontraran a María, de hecho, lo hicieron poco después del capítulo que esa misma tarde iba a acontecer. Vicente llegó a su casa después del colegio. Llevaba los libros atados con un cinturón, probablemente por eso se desparramaron todos por el sofá cuando los dejó caer sin cuidado, luego llamó a su padre sabiendo que no obtendría respuesta. Eran pocos los días que volvía a casa antes que él. Trabajaba todo el día, de sol a sol, y continuaban siendo pobres como ratas, por lo que Vicente no entendía como podía haber gente con dinero si el día para ellos también tenía veinticuatro horas. Uno de los grandes misterios de la vida. Fue al cuarto de su padre. Seguía teniendo la vieja cama de matrimonio que antaño compartiera con su madre, le decía que no había dinero para comprar otra, pero Vicente sabía que nunca se habría desecho de ella. En ese viejo colchón empezó su vida y terminó la de quien se la había dado. Una embolia, dijeron, pero nadie sabía lo que eso significaba. Vicente recordó a su padre abrazado al cadáver de su esposa. ¿Cuánto tiempo debió permanecer así? ¿Una hora, tal vez cuatro, toda la noche? Nunca se lo preguntaría, ni eso ni muchas otras cosas. Hablar de su madre se convirtió en tabú. Vicente se acercó al taburete que su padre utilizaba como mesita de noche, encima había un despertador de cuerda y un paquete con tabaco de liar con un librillo de 34
papel de fumar. El chico cogió unas cuantas láminas y un puñado del fino y húmedo tabaco, se lo metió en el bolsillo y salió corriendo del dormitorio. Era el rito de iniciación de los niños de doce años. Perderse en el bosque para liarse un cigarrillo. Fue directo a la casa vecina para buscar a Hugo; la puerta estaba abierta pero prefirió llamar con suaves golpes antes de entrar y plantarse extraño en el salón. Los padres de Hugo eran muy raros, como si cada uno reprochara al otro el que tuvieran un hijo como el suyo. -¿Hola, está Hugo?- preguntó metiendo la cabeza en el pasillo. Primero escuchó un murmullo, como una pelea que aconteciera en una alejada habitación, luego los torpes y característicos pasos de Hugo haciendo temblar las paredes con su peso y dirigiéndose incesantes hacia la puerta. -Lárgate subnormal, pero no creas que quedará así ¡Eres un retrasado! Eso fue lo que escuchó decir a su madre desde el otro lado de la casa. Enseguida apareció Hugo cabizbajo, con un yérsey tan estrecho que parecía fuera a estallarle en los hombros. -Hola Vicente- dijo con tono confundido al llegar a la puerta. -¿Estas bien? -No me gusta que me llamen retrasado. -Pero lo eres. -Pero no me gusta que me llamen retrasado. Vicente se quedó callado. Sin saberlo, Hugo había dicho algo con mucho sentido, algo que ni la gente más lista sería capaz de expresar mejor, y es que por mucha 35
razón que su madre tuviera, a Hugo tal vez no le molestara tanto ser estúpido como que se lo recordasen a todas horas. -Vamos al bosque. Y Hugo enseguida sonrió y empezó a correr torpemente saliendo de la carretera por el arcén. Tuvieron que atravesar un trigal para alcanzar los matorrales. Los árboles se alzaban al otro extremo, arrogantes, llamándoles y prometiéndoles el secreto de su cobijo, el frescor de su sombra, la magia de su soledad. Todo a su vera era árido, el rubio color del trigo ondeando al viento como un mar de fuego, silbando con sus tallos, rectos, iguales, maravillosamente homogéneos y abriendo paso a Vicente y Hugo, que corrían entre ellos a través de la plantación, saltando y brincando, respirando el aire a bocanadas, con partículas de almidón y rocío, olor a tierra y a vida. Al notar la ansiada sombra de los pinos y los abedules, se aposentaron sobre un viejo tronco muerto. A los doce años hay pocas cosas que uno no haya descubierto y bautizado, por lo que esa roñosa y carcomida raíz, que surgió del suelo grotesca cuando el árbol al que pertenecía fue derribado por alguna súbita tormenta, había pasado a llamarse hacía dos veranos “el trono del pimpollo”. No tenía sentido, ni siquiera rimaba, pero así lo habían decidido llenos de júbilo y tontería. “El trono del pimpollo” era de los pocos lugares vírgenes donde todavía, en lo que llevaban de vida, nunca habían encontrado a nadie más, y por lo que Vicente había descubierto por la escuela, tampoco parecía que supieran de él. 36
Era un lugar hermoso resguardado tras una enorme piedra, elevada y afilada como todas por esos paisajes, y el árbol, que se veía ahora derrotado contra el suelo, seguía siendo enorme, aunque sin el verde cobijo de sus ramas. Tan grande había sido aquel árbol que en el corte de su tronco, allá donde podía verse la edad por los anillos (las líneas que correspondían a la guerra civil, la revolución de los claveles y el fin de cientos de dictaduras) podían sentarse Vicente y Hugo sin estar apretados en absoluto, cómodos sobre toda aquella historia muerta y pasada. El trono del Pimpollo, aunque no tenía porqué ser uno solo. -He robado esto a mi padre- dijo Vicente extrayendo el tabaco de los bolsillos de su pantalón –no tienes por que probarlo, es para mayores. -Yo soy mayor- dijo Hugo como si Vicente no se hubiera dado cuenta todavía. -No para mayores como tú. Vicente puso un poco de tabaco sobre la palma de la mano y colocó dificultosamente el papel encima. Lo había visto hacer mil veces y no se imaginaba que fuera tan difícil. Hugo lo miraba fascinado, como si no hubiese sobre la tierra cosa más maravillosa que ver a un amigo peleándose con un cigarro. Finalmente consiguió cerrar el papel y le dio un buen lametazo. El cigarro había quedado como un cesto de paja cuyo interior desbordara por ambos lados. Vicente tiró el tabaco que sobresalía por un extremo y se llevó las manos a los bolsillos, agitado, para descubrir que, con las prisas, se había dejado las cerillas en casa. No tuvo tiempo de lamentarse, antes siquiera de decir la blasfemia que estaba pensando, escuchó el 37
inconfundible sonido de las bicicletas de la pandilla de Rafa. Se levantó de un brinco e introdujo el cigarro liado dentro del bolsillo de su camisa, luego trató de arrastrar a Hugo hacia el resguardo de la gran roca, pero Salió rebotado contra su gran fisonomía. Era como tratar de mover una montaña. -Rápido- le dijo bajando la voz. Hugo no sabía que ocurría y contestó demasiado fuerte. -¿Qué ocurre Vicente? Entonces escucharon derrapar las ruedas sobre la tierra y un chico saltó desde lo alto de la piedra, por encima de sus cabezas, hasta aterrizar rodando en el suelo. Aquel chico no tenía bicicleta, había venido corriendo y si saltó desde lo alto del pedrusco debió ser por absoluta desesperación. Se quedó un rato retorciéndose en el suelo, se había hecho daño en un tobillo por volar desde tan alto. No era nadie conocido, un niño de tantos. Se alejó en silencio tratando de esconderse, probablemente por eso se topó con Vicente y con Hugo. Estaban tan al descubierto en ese lado de la roca que sería imposible no verlos. El chico no pertenecía a la banda de Rafa, eso estaba claro, aunque tenía toda la pinta de compartir su misma edad. Tampoco lo habían visto rondando antes por el pueblo, por lo que probablemente se trataba de un alumno nuevo que pagaba su novatada. Por alguna extraña razón, había venido a aquel pueblo en vez de marcharse. Los alumnos nuevos siempre sufrían como ellos, y el monopolio de las novatadas las tenía Rafa, Andrés y sus amigos. 38
Entre la nube de polvo levantada, las miradas se cruzaron fugaces. La del chico pedía auxilio, la de Vicente rogaba “márchate, aléjate de nosotros antes de que nos metas en un lío”. Pero fue tarde. Una voz estridente gritó desde lo alto de la piedra, “¡esta allá abajo!”, y en un segundo se vieron rodeados por cinco chicos montados en bicicleta. -Vaya, vaya, vaya- dijo Rafa sonriendo –mirad que tenemos aquí. Pringaos a domicilio. -Están en todas partes- continuó Andrés –das una patada a una piedra y salen ocho. -Eso está bien ¡La de tiempo que ahorraremos en buscando a estos dos! Ahora mataremos tres pájaros de un tiro. Hugo comenzó a llorar con su llanto molesto y estridente, se acurrucó bajo el trono del pimpollo y esperó a que todo pasara pronto. Lo que no sabía era que estaba empeorando las cosas. -Para de llorar- dijo Andrés enfadado –para de llorar, ¡no lo soporto!- pero Hugo continuaba más fuerte, llevado por el miedo -¡he dicho que pares! Arrojó la bicicleta al suelo y se dirigió con paso decidido hacia el muchacho, y cuando estuvo alzado sobre él, le propinó dos grandes puñetazos en la espalda. Hugo no detuvo su llanto, ni siquiera se movió un centímetro, por lo que Andrés volvió a golpearle, esta vez con todas sus fuerzas y sobre el trozo de cara que quedaba descubierta entre sus anchos brazos. Pero de nuevo no volvió a tener éxito. Ahora los llantos eran más fuertes y estridentes, en eso que Hugo, viéndose molestado por el chico, agitó el brazo como quien espanta a una mosca para quitársela de encima, y 39
lo que ocurrió fue que, con ese simple gesto, arrojó a Andrés contra el suelo. Los chicos comenzaron a reír. Un retrasado varios años más joven lo había derrotado de un solo manotazo. Cuando la mirada encendida de Andrés se dirigió hacia sus amigos, estos callaron al momento, incluido Rafa, que se jactaba de ser el jefe. El chico se puso lentamente en pié, sacudió la tierra de sus rodillas y extrajo una navaja de sus pantalones. Por culpa de aquel retrasado se habían reído de él, no le quedaba más remedio que volver a poner las cosas en su sitio. Al ver el pincho, Vicente rápidamente corrió hacia Andrés, lo agarró por la espalda y trató de forcejear para quitarle el arma, sin embargo se lo sacudió de encima como si fuera una hoja. -Tal vez te estás pasando- dijo Rafa con serio semblante –es solo un tonto, ¿no lo ves? Andrés no reaccionó. Se quedó plantado con el cuchillo en la mano deseando hundirlo en la piel del retrasado mientras las voces de sus amigos trataban de disuadirlo. -No lo hagas, no vale la pena. Andrés dio una patada a Vicente, que continuaba en el suelo, y cerró la navaja sin mediar palabra. El fuego de sus ojos no había desaparecido por completo, pero ahora se vislumbraba también un brillo humano en su retina. Había conseguido que lo tomaran en serio, que volvieran a respetarle, a tenerle miedo, por lo que se dirigió hacia la bicicleta y comenzó a pedalear de nuevo. Si le hubieran dejado, habría matado a Hugo, pero simplemente no hizo falta. 40
-Vamos- dijo Andrés –escuchar a ese tonto me pone nervioso. Y sus amigos obedecieron en completo silencio, incluyendo Rafa, que reconocía las situaciones en que delegar su mando. Montaron sobre sus bicis y desaparecieron como si nunca hubieran estado allí. Solo dejaron a un chico como recuerdo. Se llama David y tiene algo que ver con esta historia. -¿Cómo te llamas?- preguntó Vicente. -David. -¿Porqué te perseguían? -Porque soy nuevo. Hugo había dejado de llorar. Estaban los tres sentados en el trono del pimpollo tratando de olvidar el mal rato que habían pasado. -¿Qué has venido a hacer a Santa Margarita?preguntó Vicente. -Mi padre es obrero de la carretera. Compró la casa en el pueblo porque por aquí ya está acabada y así no tiene que aguantar el ruido de las obras. Por la mañana, marcha a trabajar al siguiente pueblo, donde ahora están asfaltando. Dice que con esta nueva carretera el valor de la casa crecerá, que es una buena inversión comprar en lugar de alquilar mientras dure el trabajo. David era un chico extraño. Miraba todo como si fuera la primera ver que lo veía, y mientras hablaba no miraba a los ojos, sino en mil direcciones distintas, como con miedo a perderse algo que fuera a ocurrir en cualquier momento. Era prácticamente adulto, tenía la misma edad que los chicos que le perseguían y aún así soportaba su asedio. Eso deprimió un poco a Vicente, 41
como si esa vida de jugar al gato y al ratón con los gamberros no fuera a terminar nunca. -¿Te gusta este sitio? -¿El pueblo? Huele raro, como a caca de vaca. -No, el sitio donde estamos ahora- hacía mucho tiempo que Vicente no hablaba con un chico normal y no sabía muy bien como hacerlo. Quería invitarle a venir allá cuando quisiera, pero no sabía como encarar la pregunta –tenemos un cigarrillo pero no podemos encenderlo. Vicente extrajo el fardo de paja del bolsillo y se lo mostró a David. Cuando lo tuvo frente sus ojos descubrió con tristeza que se había partido en dos. -No te preocupes- dijo el joven –traigo de los míos. Sacó de su bolsillo un libreto de papel y una bolsa llena de tabaco esponjoso. En verdad aquel chico era casi un adulto, hacía cosas de adulto y corría como un adulto. Sin que Vicente se diera cuenta, ya tuvo liado un cigarrillo con movimientos rápidos y gráciles, se lo llevó a boca y lo encendió con una cerilla que guardaba con cariño. Después de una calada se lo pasó a Vicente, quien lo disfrutó como el paso definitivo a la virilidad y la vida madura. Ese día en que se conocieron fumaron el cigarro con parsimonia, como si se tratara de una eucaristía. Era la pipa de la paz, el elemento que les vinculaba para siempre como amigos y les introducía a cada uno de lleno dentro la vida, la infancia y el recuerdo de los otros dos.
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Con su trabajo, Hugo hizo feliz a su madre. No soportaba tenerlo en casa tragando como una mula sin ofrecer nada a cambio, y el que trajera cada mes un escueto sueldo para la mesa la hacían la mujer más dichosa del mundo. Ya no le gritaba tanto ni le llamaba por adjetivos, ahora era simplemente Hugo o “el crío”. 46
El que no pudieran ver a Vicente tan a menudo no fue solamente debido al trabajo. Vicente estudiaba ahora en el instituto de un pueblo cercano, cursaba su último año y estaba a punto de marcharse a la ciudad para empezar en la universidad. Aquel iba a ser el último verano que pasarían juntos. El siguiente otoño Vicente lo haría entre grandes edificios y bloques de hormigón. El instituto pasó rápido, sin fama ni gloria, sin nuevos amigos ni viejos conocidos. Se enamoró de una chica a la que nunca dirigió la palabra y sacó buenas notas pasando completamente inadvertido en una esquina de la clase. La mayoría de sus compañeros pensaban que era mudo, al resto ni siquiera le importaba. Cada tarde, al regresar al pueblo, se encontraba con Hugo y con David, quien ya había terminado la instrucción en Baeza y había regresado con un nuevo y flamante uniforme verde. -Tengo dos camisas- decía como si fuera la cosa más fabulosa que le hubiera pasado nunca –las dos para el uniforme y no he tenido que pagar nada por ellas. Era evidente que David estaba encantado con su profesión. Las ancianas lo saludaban por la calle, las mujeres le miraban y sonreían y los gamberros ya no se metían con él, al menos en la cara. Por todo eso y por mucho más, David se convirtió al poco tiempo en un agente ejemplar, y también precisamente por eso se tomó tan en serio el asunto de María. La chica apareció al principio de ese mismo otoño. Cuando los días eran todavía cálidos y las noches sofocantes, cuando de vez en cuando una brisa fresca prometía un alivio verdadero y una repentina lluvia 47
regaba el musgo sobre las piedras. El sol era abrasador, pero alguna que otra noche fría. Ese otoño en que la cabeza de Vicente estaba más pendiente de empezar una nueva vida en un lugar lejano y desconocido, ese otoño en que Hugo pasaba las horas tristes por llevarse con ellas al único y verdadero amigo que jamás tuviera, ese otoño que a David le iba a brindar la oportunidad de resolver el caso más importante de su vida. Ese otoño, la hija de los Pomar desapareció una mañana. Sus padres dijeron que la última vez que la vieron fue jugando en el jardín trasero de su casa. No hacía nada en especial, sostenía unas muñecas y las acicalaba tanto como podía con perfumes y maquillajes de su madre (Cosa que tenía completamente prohibido, pero que ahora carecía de importancia) Los Pomar eran vecinos de Vicente y su padre, sus jardines eran colindantes, como el de Hugo, y por eso no se salvaron de contestar a una serie de preguntas protocolarias que les hiciera la policía. -¿Han visto a alguien extraño por la zona? -¿Estaba María enfadada por algo? -¿Notaron algo extraño los días anteriores? Y la lista de preguntas se alargaba hasta el infinito. En un principio nadie se alarmó, María tenía doce años y había sido muy precoz. En el colegio todos aseguraban que era imposible que le hubiera pasado nada malo, que sin duda la chica se habría marchado a la ciudad por su cuenta para convertirse en actriz o alguna tontería por el estilo; que pronto sabríamos de ella, que María no era de la clase de chicas que 48
desaparecía sin más, que era demasiado popular para eso. Ese optimismo general fue decayendo tras la primera semana. Ni un aviso, ni una carta, solo la promesa que realizó a sus amigas diciendo que algún día dejaría ese pueblo para tener una vida de verdad. Se organizó una búsqueda general entre los vecinos que barrió el bosque y la llanura. Nunca se había vivido nada igual en aquel pequeño lugar. Fueron días excitantes para quienes no conocían de cerca a la pequeña, en el comedor de la escuela no se hablaba de otra cosa y los alumnos más escabrosos sacaban tremendas teorías de donde aparecería su cuerpo y donde su cabeza. Mientras, sus padres deambulaban cabizbajos por la carretera esperando recibir alguna señal que nunca llegaba. Vicente vivió de cerca la desaparición de María. Estuvo escuchando durante todos aquellos grises días a hombres y obreros hablando sobre ella, repitiendo lo mismo una y otra vez. Enrique, el panadero, insistía en que se había fugado mientras que Juan, de la tienda de marcos, siempre opinaba lo peor. Estaba Vicente harto ya de escuchar los mismos argumentos cuando esa tarde entró David a tomarse un café y a descansar tras la guardia. -Esos dos no tienen ni idea- dijo cuando su amigo le hubo servido en la barra –estoy estudiando la conducta criminal en el cuartel, y si hace tanto tiempo que la chica se ha marchado es que, o le van muy bien las cosas, cosa que dudo, o tiene verdaderos problemas. Una niña no aguanta quince días durmiendo al raso por un sueño preadolescente. -Tal vez alguien la está ayudando. 49
-Querido amigo, tú siempre tan inocente. Nadie hace nada por nada, esa niña vale más perdida que encontrada, pero sus padres no han recibido ninguna nota de rescate, pero también vale más viva que muerta, aunque tampoco existen señales de que se encuentre bien así que, créeme, esto resultará ser un lamentable accidente cuyo causante no quiere decir nada por miedo y vergüenza. Este pueblo es minúsculo, todos se conocen y las cosas no se olvidan. -Y menos si se les ha dado tanto bombo y platillo. -Exacto. Cuando sea Detective me encargaré de esta clase de casos, pero ahora solo puedo sentarme contigo en el bar a especular como los palurdos de la mesa de ahí atrás. David había envejecido más rápido que Vicente. En verdad tenía más años, pero su oficio era de los que convierten a un joven en un hombre de la noche a la mañana. -¿No va a venir Hugo hoy?- preguntó apurando el café. -No tiene descanso hasta las cuatro. -Ya son las seis. De repente alguien abrió la puerta del bar y una corriente fría se introdujo de soslayo entre la charla de los dos amigos. Era una prueba más de que el verano llegaba a su fin, que el camino que les alejaba de su niñez continuaba recto y angosto, y una premonición del olvido en que caerían más adelante esos años. Pero ese día no, no esa tarde ni aquella hora. Un hombre entró apresuradamente chocando contra la mesa del panadero, el café y la copita de jerez fueron a parar al suelo pero no pareció que a nadie le 50
importara. Tenía una prisa endiablada, un semblante pálido y apresurado, con la boca entreabierta, como si tratara de balbucear palabras coherentes pero no supiera como hacerlo. -María- dijo llanamente, y con ese nombre quedó exculpado de todo desorden. Incluso los viejos que jugaban al ajedrez en el fondo del local enmudecieron para escuchar al hombre –María… la han encontradopero con la cara que traía, esa no parecía ser una buena noticia. El pueblo entero se congregó siguiendo a aquel hombre. La noticia corrió de boca en boca hasta alcanzar los desdichados oídos de sus padres, quienes saltaron del asiento para reencontrarse con su hija. Bastaba con salir de casa. Quienquiera que abriera la puerta de entrada no tenía más que seguir a quienes por delante de ella pasaban con andares ligeros. Nadie en el pueblo se dirigía a otro lugar, y pronto se encontraron todos en la carretera nueva que conducía a las afueras. Vicente se encontró con Hugo al salir del bar, ese día no habría dulces para él, solamente prisas. David corrió más que el resto y siguió corriendo hasta donde el campesino quería llevarles, lugar donde unos policías ya separaban a la gente y escribían sandeces en unas carpetas. -Que no se acerque nadie, que no se acerquengritaba uno tratando de motivar a sus hombres. Vicente pasó al lado de unas chicas que lloraban desconsoladamente en un pequeño cerco, como si necesitaran compañía en el dolor. Más adelante, otro grupo de niñas, esta vez de unos siete años, estaban siendo interrogadas por agentes de uniforme verde 51
mientras trataban de encontrar de nuevo su mirada. Trató de colarse entre los cuerpos amontonados de curiosos para ver algo, pero lo único con lo que se encontró fue con señoras gritando, mujeres que lograron ver lo que no podían aguantar. Toda la situación era un caos. El momento en que apareció María se había convertido en lo más importante jamás acontecido en aquel pueblo, pero la expectación levantada no compensaba su desenlace. Vicente vio un brazo pálido saliendo de una alcantarilla de la cuneta. Era fino y delgado, más que blanco, marmóreo, lechal, sin vello ni adornos. Notó como se le hacía un nudo en la garganta, y sin sentir lástima ni pena le saltaron lágrimas de los ojos. Aquel brazo estaba carente de vida, tieso y húmedo por las aguas que las lluvias guiaban por los desagües en la cuneta. Notó un empujón en la espalda y en seguida se volvió para detener a Hugo. Era preciso que no viera tal horror, pero con la envergadura de su amigo, al girarse descubrió que hacía ya tiempo que no podía evitarlo. Su semblante era serio, no mostraba ningún sentimiento y ninguna impresión. Hugo veía a aquel cadáver como quien viera llover. ¿Cómo alguien que lloraba al ver un conejo muerto se mantenía tan firme ante una niña asesinada? Un agente se percató de nuestra presencia y nos hizo retroceder rápidamente. En cuestión de minutos la zona estuvo acordonada y tuvieron que marcharse. -He hablado con mi jefe- les dijo David entre el gentío –dejará que nos ocupemos del caso, así que iros ahora que ya os mantendré informados. 52
Vicente asintió con la cabeza pero no dijo nada. Al cabo de un segundo notó un movimiento entre la multitud y luego un llanto tan desgarrador que no podía pertenecer a un ser humano. Los padres de María habían llegado.
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David estaba en el cuartel, en plena reunión. Nadie les había explicado ni a él ni a sus compañeros el motivo de tal encuentro, pero no hacía falta. María estaba muerta y los ánimos de la gente tan encendidos que podrían estallar como la pólvora. El sargento se apresuró a mencionar ese dato para que a ninguno se le ocurriera filtrar la información que oyeran en aquella sala. Cualquier dato, por pequeño que fuera, podría dar lugar a un linchamiento popular con pasmosa facilidad, por lo que todas las acusaciones debían hacerse sobre seguro. -El informe del forense- dijo entre pausas –indica que la chica ha sido reiteradamente violada de la forma más salvaje que se pueda imaginar. Contra natura. Tuvo un brazo y varias costillas rotas durante días antes de morir, lo que debió ocasionarle un dolor inaguantable. Durante la última semana no comió ni bebió nada. 53
Los agentes permanecieron callados como si estuvieran asistiendo a un funeral. Nadie hacía las bromas típicas ni resoplaba por el aburrimiento. Por primera vez, el tema era tan serio que asustaba. -Todo parece indicar que estuvo encerrada en algún lugar húmedo durante todo este tiempo. Tenía las uñas de las manos rotas y varios dientes partidos, indicios que indicar que trató de escapar aunque no lo lograrahizo una pausa –tal vez hubiera cavado en la tierra húmeda o Dios sabe qué. La cuestión es que no ha sido una muerte accidental. Alguien ha violado y matado a esa niña y nosotros somos los encargados de dar a ese hijo puta su merecido. Sentado en un banco del parque, David repetía las palabras de su sargento para que Vicente y Hugo las oyeran. Les había hecho prometer que no dirían nunca nada y que todo lo que les dijera se lo llevarían a la tumba. -¿Cuánto hace que nos conocemos?- dijo Vicente dando a entender que podía confiar en ellos. David trató de hacer memoria pero no pudo responder a tal pregunta. -“Muchos años”- pensó, y dijo –Tan solo hacía unas horas que el cadáver estaba en la cuneta. Estos días no ha llovido lo suficiente como para llevarse el cuerpo por lo que el asesino debió arrastrarlo hasta el lugar desde su escondrijo. -¿Arrastrarlo? ¿A plena luz del día? -Exacto. Suena extraño, por eso creemos que el lugar donde estuvo encerrada se encuentra cerca de donde 54
hayamos el cuerpo, es decir, en la carretera nueva, cerca de vuestras casas. Hugo comenzó a darse golpes en la oreja con el puño, como no queriendo oír nada de eso. -Lo estás asustando. -No era mi intención. De todas formas puedes estar tranquilo, Hugo, encontraremos a ese cabrón en menos de quince días. Cuando David dijo aquello, realmente lo pensaba. El pueblo entero estaba volcado en descubrir a quien fuese capaz de tal atrocidad y en el cuartel se le había dado tanta prioridad al caso que prácticamente no se investigaba otra cosa. Por otro lado, poco más tenían que hacer los agentes en aquel lugar perdido y vacío. Algún campesino que denunciaba a su vecino, algún que otro robo… pero todos ellos postergaron sus enfrentamientos si con ello encontraban antes al asesino. “Asesino”, esa era la palabra. Sonaba horrorosa, como una enfermedad venida de lejos y que nadie vio nunca antes. La gente moría en Santa Margarita, como en todos los sitios, los “garrulos” del pueblo eran capaces de las más crueles bestialidades contra los niños, los animales y las mujeres, pero el asesinato era algo que venía de fuera. Los primeros aires de una carretera nueva que no solamente traía camiones de la cuidad, sino también los delitos de esta. En verdad David pensaba que el caso estaría resuelto en cuestión de semanas. Pero no fue así. A medida que fueron pasando los días sus compañeros se encontraban cada vez más perdidos. El móvil era claro, pero no encontraban ninguna pista que relacionase a María con 55
algún posible sospecho. Interrogaron a sus amigos, interrogaron a su familia y ante la carencia de pistas, interrogaron a los delincuentes habituales. El grupo de Rafa y sus matones se sintió alagado por ser los primeros en pasar por comisaría, pero no encontraron nada contra ellos, sencillamente porque ellos no habían sido.
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Tal vez fuera por eso que Vicente se arrepintió de su amistad con David. Nunca está de más tener a alguien cerca con el que poder hablar y que entienda tus palabras, aunque con ellas se juegue a unos niveles difíciles de comprender, y más viviendo de Vicente, un chico inquieto que no dejaba de pensar. Pero aquella amistad podía terminar muy mal. La tarde en que le salvaron de una paliza les unió durante años ¿Quien podía imaginar que esa época de amistad, en que el dúo se convirtiera el trío y la compañía en multitud, iba a tener un precio tan elevado? David podía ver cada día la desesperación de sus compañeros y jefes al ir al trabajo, notaba como las bolsas de debajo sus ojos se hacían cada día más grandes y su carácter cada segundo más arisco. Estaban sometidos bajo una presión popular que exigía unos 56
resultados que no llegaban. Los encargados del caso empezaron a soltar nombres de sospechosos, sin ton ni son, para que los principiantes se dedicaran a demostrar su culpabilidad o inocencia. A David le dio la sensación de haber hablado con todos los padres de todas las casa del pueblo. Se acusaba sin pruebas, se investigaba sin orden ni concierto y pronto todos los varones del pueblo cayeron en algún momento bajo sospecha. David se acercó a la plaza de la iglesia, allá había un par de chicas sentadas en un banco, en silencio, haciéndose mutua compañía. David las reconoció en seguida, eran el grupo de amigas que lloraban desconsoladas cuando encontraron el cuerpo de la pequeña María, seguramente de su misma clase, y claramente la idolatraban. -Buenos días- saludó David. Y en verdad eran buenos, el otoño se resistía a venir y regalaba unos últimos días soleados antes de sucumbir para siempre. Los días eran buenos, los tiempos malos. -Buenos días- contestaron las chicas casi al unísono, desconcertadas, como si hubieran sido extraídas de un extraño sueño. Se extrañaron cuando el joven no continuó su camino. -Me llamo David. -Lo sabemos. Lo sabían. -Estoy investigando el caso de vuestra amiga. Una tragedia, ya sé que habréis contestado mil veces a las mismas peguntas, pero a mi me gustaría saber las cosas sin importancia. Esas cosas que parecen insignificantes. -¿Cómo qué? 57
David se quedó perplejo, de saberlo ya lo habría preguntado directamente en otra ocasión, lo que deseaba era que fueran ellas quienes soltaran alguna frase o palabra que inspirara un nuevo camino de investigación. -No sé. Si había comprado ropa últimamente, si el día anterior no había hecho los deberes, si le gustaba un chico de su clase. En ese momento las dos chicas comenzaron a reír de escondidas. David sonrió con ellas sin saber a qué venía aquel repentino buen humor. -¿Tenía novio?- preguntó finalmente. -No. -¿Le gustaba un chico? -Tú deberías saberlo- dijo una. De no ser porque David nunca había tenido trato con María, habría jurado que aquellas chicas daban a entender que estaba enamorada de él. No sería tan raro, a su edad las jovencitas suelen enamorarse de chicos mayores y llevan su amor por dentro, como una condena, hasta que algún niñato inexperto les hace tocar de nuevo con los pies en el suelo ¿Podía ser que María estuviera enamorada de David sin él siquiera saberlo? Aquel era un pueblo pequeño, todos se conocían de vista. Pero era imposible, aún doliéndole el orgullo, David tuvo que descartar esa posibilidad. Pero, entonces… -¿Porqué tendría que saberlo yo?- preguntó inquisitivo. Las chicas se miraron sin estar seguras de hacer lo correcto, como si un secreto fuera un secreto aún después de la muerte, como si una promesa fuera 58
irrompible bajo ningún pretexto. Pero en sus ojos se leía la inocuidad de sus acciones, la estupidez de proteger a quien no necesitará más protección jamás. -Tú deberías saberlo porque era de tu amigo de quien estaba enamorada. -¿Vicente? -Nosotras no te lo hemos dicho. -Pero es así. Las chicas asintieron coquetas. David se despidió cortésmente, igual cómo se había presentado, y se encaminó hacia el bar de Vicente. No pensaba decirle nada, al menos por el momento. Tal confesión no haría más que atormentar al voluble chico, David conocía su delicado carácter, y saber que la chica fallecida suspiraba por una mirada, un gesto o una sonrisa suya cuando él ni siquiera sabía que existía podría traerle grandes remordimientos de conciencia. O tal vez no ¿Podía ser Vicente un sospechoso? David agitó la cabeza para desechar ese pensamiento. Por mucho que meditara, conocía a su amigo desde hacía cantidad de años. Juntos habían escapado de las veloces ruedas de Rafa y Andrés, habían despertado a los deseos lascivos viendo pasear a las chicas que se hacían mujeres y ambos habían sido el escudo, los guardianes, y los hermanos mayores de Hugo. El chico por el que había llegado a sentir un gran cariño. ¿Era posible que Vicente llevase una doble vida, un asunto del que ni siquiera ellos se hubieran enterado? Tal vez su amigo de la infancia tuviera una relación más estrecha con María de lo que nadie pensara, ni siquiera sus amigas. Daniel volvió a agitar la cabeza. 59
Si era cierta la teoría de esa doble vida, entonces debía ser de una clase especial de hombres que no necesitara dormir, pues entre las clases y el trabajo apenas le quedaba tiempo para ver a sus amigos de siempre, y mucho menos cortejar a una niña en secreto. ¿Avergonzado? Tal vez fuera eso. María era varios años más joven que él, no estaría bien vista una relación de ese tipo; pero era un buen móvil de asesinato según su instrucción. Dinero, poder, vergüenza y, por supuesto, accidente. Por eso mismo David no descartó la culpabilidad de su amigo, bien sabía que no era capaz de semejante atrocidad, pero los accidentes pueden ocurrirle a cualquiera. Agitó la cabeza. No podía creer que llegase a pensar eso en verdad. Miró por la ventana antes de entrar en el bar y observó a Vicente limpiando la barra de migas de pan con la mano. Estaba tranquilo y relajado, a esa hora no había clientes y podía dedicarle tiempo a esas pequeñeces que en otras circunstancias sería precioso. No parecía la estampa de quien guardase un terrible secreto, en absoluto, por eso decidió no comentar con nadie sus sospechas, y mucho menos compartir su información con los compañeros. Se armó de valor y trató de olvidarlo, se plantó una sonrisa en la cara y entró alegre en el bar con toda la intención de ganarse un bocadillo gratis. -Hola Vicente, ya te queda menos para limpiar la mierda en otra parte. El chico sonrió. Sabía exactamente a lo que se refería y en verdad no se equivocaba. Ya estaba matriculado en la universidad de la cuidad y el año académico comenzaba en pocos meses. No había que 60
ser un lumbreras para ver que el dinero que se llevaba no le duraría ni un semestre, que tendría que trabajar en algún comercio del centro, que pasaría de fregar el suelo de su pueblo a fregar el suelo de una ciudad extraña. -Ahora mismo eso es lo que menos me preocupa. David se sentó en la barra y atendió confidente. -Hugo lleva unos días muy raro- continuó Vicente – como enojado. No quiere hablar conmigo y hace una semana que no viene por sus dulces después de comer. -Está triste por que te vas- a David no le cabía duda que la relación que mantenía con Hugo no era más que una ínfima parte de la que este mantenía con Vicente. Ellos habían sido amigos desde siempre y eso era difícil de igualar. -Lo sé, y aunque a mí también me da lastima, a veces tengo miedo. No por mí, sino por él. Miedo de que haga alguna tontería. -Es lo mínimo que cabe esperar de un tonto. -No digas eso. -Pero es verdad, tú siempre lo dices- y Vicente se quedó callado. -¿Podrías vigilarlo?- dijo finalmente –tan solo los primeros días. No te pido que quedes con él si no te apetece, pero sí rondarle de vez en cuando. Estoy seguro que con el tiempo se olvidará de mí como de un viejo juguete. -Yo no creo eso. Y Vicente en verdad tampoco lo creía.
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II. INVIERNO 1
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-David ¿qué te sucede?- le preguntó su compañero de turno. Al principio no respondió. Se quedó callado pensando lo mucho que echaba de menos a Vicente y dejando que la semilla de la duda, que se había alojado hace tiempo en su interior, floreciera de nuevo después de todos esos meses. -En realidad nada, solo estaba pensando. Cuando Vicente se marchó a la ciudad nadie más le echó de menos. Las cosas de repente estaban cambiando; el odio febril y la sangre hirviendo poco a poco fueron dando paso a lágrimas y resignación. Ya nadie se preguntaba quién se había llevado a la pobre María antes de que pudiera comenzar a disfrutar de la vida; el pueblo se dedicaba a llorarla y a tratar de seguir adelante. Los jóvenes continuaban marchándose con cuenta gotas y las obras de la carretera estaban ya tan lejos que no se veían obreros ni en el horizonte, pero los camiones seguían pasando, pesados y veloces, llevándose por delante a gatos y puerco espines. 69
Ahora David se dedicaba a prevenir a las jovencitas para que no marcharan solas por el campo. Aquella horrible experiencia había puesto de manifiesto la futilidad de la policía en aquel pueblo ante un problema cuya única solución parecía estar en la previsión. En la plaza central volvían a reunirse las chicas después del colegio, habían logrado superar el miedo y volver a hablar sobre los únicos temas que tendrían que tratar las jovencitas de su edad. David se acercó poco a poco. El día se había acortado mucho y ya casi era de noche. -Señoritas…- empezó a decir, pero se quedó mudo cuando descubrió que, al lado del reducido grupo, había un enorme individuo de amplias espaldas y gigantescos brazos peludos. Tenía un hombro más alto que otro y el cuello estirado hacia delante con la cabeza siempre orientada hacia el suelo. En seguida adivinó de quién se trataba. -Hola Hugo ¿qué haces aquí? -No hago nada- contestó avergonzado. -¿Os está molestando?- preguntó David a las chicas. -¡Para nada!- dijo una con demasiado énfasis. Probablemente habrían estado discutiendo sobre ese mismo tema hacía poco. -¿De verdad?- David dirigió rápidamente la mirada a su amigo -¿Las has molestado? -No David- dijo el grandullón trabándose con sus palabras –solo me siento aquí y escucho, lo prometo. El agente no se quedó muy convencido. Permaneció observando a Hugo con mirada inquisitiva, por si tuviera algo más que confesar, pero sus ojos no se encontraron ni por un momento. 70
-Señoritas, ya es hora de que vuelvan a casa- y todas obedecieron con más celeridad que si se lo hubiera ordenado su padre. Cuando David y Hugo se encontraron solos, se sentaron en silencio haciéndose compañía. Vicente le había pedido que se preocupara de Hugo durante los primeros días y todavía no lo había hecho. Se cruzó de piernas y le posó un brazo en la espalda. La noche se hizo oscura, impenetrable, y los dos amigos respiraron al unísono bajo el resplandor de una vieja farola sobre su banco. Por la calle ya no quedaba ni un alma, excepto ellos, primera señal de un invierno que se presentaba duro. -¿Cómo estás Hugo?- dijo David frotando su espalda. El enorme niño se quedó medio adormecido. -No estaba haciendo nada malo. -Lo sé. -Me gusta sentarme y mirarles el pelo. Es tan claro y brilla tanto… -Ja, ja, ¡y eso es solo una parte de lo que enseñan! Estás hecho un bribón. David volvió a dejar que pasara un rato. Miró a su alrededor, a la plaza, a los edificios con la ropa aún tendida y, finalmente, al campo. Entonces, como una enfermedad, volvió a pasar otra posibilidad rauda por su cabeza y su risa se convirtió en duda. -Oye Hugo, ¿a ti te gustan las mujeres? Y Hugo, ignorando lo seria que era la pregunta, se echó a reír estúpidamente con un quejido similar al hipo cada vez que tragaba aire. Estaba avergonzado, pero le hacía gracia que alguien quisiera saber eso. En parte se 71
alegraba, pues era el típico tema del que nunca podría hablar con Vicente, y también un tema que le acercaba al mundo de los adultos cuando él pertenecería por siempre al de los niños. -Claro que me gustan, me gustan mucho. -¿Te gustan las chicas como las que estaban aquí hoy? -Si, si, así es- continuaba riendo Hugo cada vez más avergonzado. Entonces David no supo como enfocar su pregunta. Era delicado y no quería dar a entender demasiado por el momento. -Te gustan… sexualmente. Aquella palabra era demasiado para Hugo. Dejó de reír y comenzó a negar con la cabeza de forma abrupta. Tenía los labios prepararos, en posición para decir “No”, pero ningún sonido llegó a salir de su boca. Comenzó a agitarse nervioso y se puso en pié. -Hugo, Hugo lo siento. No quería incomodarte. -Tengo que ir a casa. -Hugo, espera. -Tengo que ir a casa. Y mientras se alejaba, a David se le resbaló una lágrima por la mejilla.
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Andrés regresó al pueblo después de una larga temporada en la sombra. Lo primero que hizo fue ir en busca de Rafa, que vivía con una mujer alcohólica que pasaba todo el día y parte de la noche durmiendo. Rafa dejó el colegio para dedicarse a pegar a los chicos a jornada completa, luego apareció Remedios, su mujer, y tras una corta temporada de cortejo dejó su temprana afición y se puso a trabajar para conseguir un lugar donde follar con ella. Cuando la relación se convirtió en estable, y la chica bajó del pedestal donde Rafa la había subido, como objeto femenino y, como tal, extraño y fascinante, volvieron a entrarle ganas de castigar el costillar de alguien, y quien siempre tenía más cerca era a ella, por lo que el alcoholismo de Remedios podía ser más consecuencia de sus efectos sedantes que no lúdicos, pues sobretodo bebía para quitarse el dolor de los golpes. La vida de Rafa se convirtió en un ciclo vacío. Encerrado con una persona a la que no aguantaba, sin nada que esperar, sin ilusiones y sin cambios. Sabía que algún día ese hastío, esa singularidad perpetua vendría, pero lo había hecho demasiado pronto. Su vida estaba acabada en un presente continuo, sin futuro. Entonces Andrés llamó a la puerta. -Acabo de salir del trullo ¿Puedo quedarme una temporada?- dijo. Sin saludos, sin presentaciones, pasó por delante de Remedios como si no estuviera. A punto estuvo de sentarse encima de ella. 73
-Claro, como no ¡Pero debes contarme qué hiciste para que te llevasen tan lejos!- precisamente por esa falta de variedad, por ese aburrimiento cotidiano en una vida triste y gris, tener un viejo amigo por invitado subía el ánimo de Rafa, sin embargo Andrés continuaba con semblante serio, y no era para menos. Al fin y al cabo venía de la cárcel, no de unas vacaciones en la costa. Se acomodaron en el salón y sirvieron dos copas de brandy bajo la inquisitiva mirada de Remedios, que no podía soportar que se tomaran su bebida. -Lo de siempre- dijo Andrés –pero cada vez me retienen más tiempo, saben que no voy a cambiar. Cuando el grupo de Rafa ya no tuvo edad para montar en bicicleta, se fueron disolviendo. Unos se casaron, como era su caso, mientras que otros emigraron a otros pueblos donde no les conocieran para empezar una nueva vida desde cero. Rafa sabía que él nunca podría escapar de Santa Margarita, que se quedaría allí para siempre. No tenía la cabeza ni el coraje necesario para tomar las riendas de su vida, para escapar de una situación que no soportaba. Tal vez por eso pegara a los empollones de la clase, pues sabía que su futuro sería más brillante que el suyo, por lo tanto quería que su pasado fuera un infierno para compensar brillante futuro. -¿En que tienda ocurrió aquello?- le preguntó a su amigo. -En un colmado de la carretera. Con lo larga que es la jodida tienen que poner gasolineras cada poco, y ahora está de moda hacer la compra en ellas. Mientras esa moda no pase yo me haré de oro, es dinero fácil en 74
medio de ninguna parte, como poner los billetes en medio del asfalto esperando que alguien pase y los coja. Andrés había pasado desde los diecisiete años entrando y saliendo de la cárcel. Suerte había tenido que nomás le trincaron en los asuntos más vulgares, que eran también en los que invertía menos cuidado, pues sin duda había realizado otras fechorías por las que le podrían caer condenas eternas y consecutivas. Andrés era un hombre de hielo. Su mirada vacía no mostraba ninguna clase de sentimiento, como si fuera incapaz de poseerlos o los hubiera perdido hace tiempo. Durante los meses anteriores a estar entre rejas se había dedicado a recorrer la carretera con una palanca y una navaja, entrando a robar en todas las gasolineras, una tras otra, hasta que se encontró con el típico dependiente que se piensa que el negocio es suyo. Se resistió, y Andrés tuvo que golpearlo prácticamente hasta la muerte. De no ser por el detalle de su detención, esa noche tuvo mucha suerte, primero de no matar al dependiente, y segundo de arrearle con los puños y no con la navaja, por lo que el juez dictaminó que no había sido un atraco a mano armada, por lo que la condena se redujo y no pudieron atribuirle los otros atracos.
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Hugo caminaba por la carretera con las manos llenas de grasa. Los pies le pesaban, no por cansancio, pues hoy apenas había tenido trabajo, sino por hastío. Un camión pasó veloz por su lado y le lanzó arena a la cara. Su robusta anatomía ni siquiera se tambaleó, achinó la mirada y escupió el polvo que le había entrado en la boca. Hugo tenía las manos manchadas de grasa y no se había quitado el delantal del trabajo, como si fuera un carnicero, y es que a Hugo no le cabía ningún mono de currante. Desde que Vicente se había ido tenía mucho tiempo libre. Ya no iba al bar a robar dulces, aunque los primeros días sus pies le arrastraran allá automáticos, al igual que un burro llega solo al destino acostumbrado con su jinete dormido encima. Cuando llegaba miraba por el escaparate y se acordaba de que Vicente ya no trabajaba ahí, entonces arrastraba de nuevo sus pies a casa. Hicieron falta dos semanas de caminar en balde para que Hugo aprendiera que tenía que ir del trabajo directamente a casa. Estaba triste, aunque la mayoría de veces ni siquiera recordara el porqué. -Hugo- escuchó decir, y siguió caminando. -¡Hugo!- en esta ocasión más fuerte y esa voz le extrajo de sus pensamientos, levantó la mirada y vio a David siguiéndole lentamente con un coche del cuartel. -¡Hola David! ¡Que coche más bonito! ¿Tiene sirenas? -Claro que tiene sirenas, las más fuertes y brillantes. ¿Te apetece venir a dar una vuelta? 76
Hugo se detuvo en seco y comenzó a dar saltos. Aún dentro del coche, David pudo notar temblar el suelo. Tenía una sonrisa tan abierta que podía vérsele la campanilla a través de los blancos dientes e hilos de baba. Era una maravilla ver reír a Hugo, tenía una expresión tan sincera y alegre que invitaba a reír con él. Su felicidad era sincera, no soterrada, fingida, o estudiada como las sonrisas de la demás gente. -¡Puedo subir, puedo! -Claro que puedes, pero tienes que prometerme que responderás a unas preguntas- y antes de que terminara la frase, Hugo ya estaba en el asiento del copiloto haciendo sufrir los amortiguadores. David aceleró y abrió la ventanilla para que Hugo disfrutara con la sensación de velocidad que otorgaba el aire en la cara. -¿Podemos poner la sirena ya? -No hasta que hayamos salido del pueblo. Pronto pasaron por delante de su casa y la de Vicente, por lo que enseguida se encontraron rodeados de cosechas, campo y llanura. Allá cerca estaba el lugar donde encontraron el cuerpo de María. Todo cuadraba. Tal vez David se hubiera despistado tratando de buscar en Vicente al sospechoso perfecto que sin duda era Hugo. Un hombre fuerte, con apenas control sobre sus actos, alguien capaz de forzar con violencia a una niña hasta partirle los brazos y desgarrarla por dentro. Alguien que quizás no supiera lo que estaba mal o se dejase llevar por sus instintos más primitivos. -¿Echas de menos a Vicente? -¿Son estas las preguntas ya? 77
-Sí Hugo, has prometido que contestarías. -¿Y la sirena? -Cuando respondas. Hugo supuso que era un buen trato, al fin y al cabo el juego no lo había inventado él, y si David le decía “primero respuestas, luego sirenas” debía fiarse. Era de las pocas personas en el mundo de las que se podía fiar. ¡Y tenía tantas ganas de escuchar las sirenas! -Sí, le echo mucho menos de menos. Pero sé que es más feliz rodeado de gente lista. -Entonces te gustaría que se hubiera quedado- David no sabía qué buscaba exactamente, tal vez una especie de confesión o alguna clase de pista. En la academia le enseñaron que lo mejor en un interrogatorio es dejar que el sospecho hable, hacer las preguntas justas para que nunca se esté callado, pero rápidas y cortas para dejar que se explique. -Yo quiero a Vicente, es mi “más” amigo porque es bueno y listo, y por eso también lo quieren los demás. -¿A que te refieres? -A las chicas. Me dijeron cosas buenas sobre Vicente, yo sabía que solo se acercaban a mí porque era su amigo, pero no me importaba porque me gusta mirar como les brilla el pelo. “Por eso le dejaban estar con ellas” pensó David. En verdad le había extrañado que un grupo de preadolescentes coquetas toleraran la presencia del tonto del pueblo sin echarse a reír cruelmente de él, y al instante todo encajó como un puzzle. Las jovencitas se acercaron a Hugo para que él las acercara a Vicente, pero no a todas, claro, solamente a María, la líder, la que sin duda tomaba las decisiones estando viva. Una 78
vez enterrada debió estallar en su grupo la discusión de si debían seguir permitiendo que Hugo se acercara a ellas cuando ya no tenía nada que ofrecer, pues la interesada había desaparecido, y por eso aquella frase desproporcionada la noche que las conoció. “¡Para nada!” había gritado una joven al preguntar si Hugo las molestaba. En verdad, demasiado énfasis. -¿Y a ti te gusta alguna, Hugo? El joven volvió a enrojecer, pero esta vez no sonrió. La situación le recordaba horrores la de la otra noche, cuando David quiso saber si Hugo había sufrido ya el despertar sexual. -No, solo me gusta su pelo. Es suave y delicado. -¿Seguro que no te gustaba María? Ya está, había hablado demasiado. De no tratarse de Hugo aquella pregunta habría sido toda una declaración de intenciones. Al menos para David estaba claro: Hugo se encuentra de repente frecuentando un grupo de chicas bonitas, nota una sensación nueva en la entrepierna y piensa que es amor. ¿De quien se habría enamorado entonces? Pues como todos los niños, siempre de la más guapa, de la más popular, el problema es que ella, aun siendo especialmente amable con él, lo hace para acercarse a otro hombre, uno al que jamás podría odiar. Vicente. Solo puede hacer una cosa, raptar a la joven y llevarla a algún lugar oculto donde disfrutar de ella. Siendo vecinos y teniendo la fuerza de un toro, debió ser coser y cantar. Tal vez su muerte se tratara de un accidente, pero eso debería esclarecerlo Hugo en su defensa. -¿Por qué quieres saber eso?- preguntó Hugo. 79
-Bueno, ya sabes… somos amigos y los amigos se lo cuentan todo. -¿Todo, todo? -Absolutamente todo, solamente así pueden ayudarse. Y tú y yo somos amigos ¿verdad? Porque solo le dejo tocar la sirena del coche a los amigos. -¡Claro que somos amigos!- se apresuró a decir con miedo. -Entonces cuéntamelo todo. Hugo se encogió de hombros, casi no cabía en el coche y tocaba con la cabeza el techo. Parecía un oso de circo que los payasos hubieran enseñado a conducir un mini. Pero él no conducía, solo pensaba con dificultad y decidía si debía contar a David sus secretos. -Yo no amaba a María. La odiaba- dijo bajo el asombro de David –la odiaba con todas mis fuerzas, quería quitarme a Vicente y marcharse con él. Siempre me preguntaba que cuándo podía presentárselo para irse a dar paseos juntos, pero si Vicente se iba a dar paseos con María, no los daría conmigo. Por eso odiaba a María. David recordó vívidamente el semblante serio que Hugo mostró cuando encontraron el cuerpo. Realmente no había sufrido nada, no estaba atormentado ni dolido, más bien frío y tal vez secretamente complacido. Era capaz de llorar durante horas si alguien mataba a un conejo, cuando los abusones pegaban a Vicente, o cuando había tormenta, pero no lo hizo cuando su amiga perdió la vida. Esa crueldad, esa frialdad le aterró. -Le… bueno… ¿hiciste daño a María?- dijo David sin saber como enfocar la pregunta. 80
-Un poco- fue su respuesta. David detuvo el auto en el arcén y se quedó mirando fijamente a su amigo. Tenía la cabeza gacha, como avergonzado sin saber exactamente de qué. David recordó el día en que lo conoció. Gracias a él se libró de una buena paliza, pero también demostró que de un solo manotazo era capaz de quitarse de encima a un delincuente tan peligroso como Andrés, incluso tirarlo al suelo. ¿Qué no haría con una delicada niña? David giró el volante y cambió de sentido para regresar de nuevo al pueblo. -Ahora ya puedes poner la sirena si quieres- dijo, y Hugo se puso tan contento al escucharla que saltó encima del asiento.
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EN LA CIUDAD 5
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Eric era un hombre que tenía problemas. Caminaba por los barrios bajos de la ciudad como perdido, tratando de pasar desapercibido pero incapaz de hacerlo por mucho tiempo. Cada día necesitaba salir de su agujero y hacer un recado, de ese recado dependía su vida y su existencia, y aunque deseara con todas sus fuerzas correr a esconderse bajo una piedra a esperar que todo se solucionara, no podía porque… tenía problemas. 99
Cruzó la esquina del barrio Francés, donde las fachadas de los edificios eran de ladrillo visto de terracota y las fachadas gemelas. Oscuras, sucias y estrechas. En todos los lugares apestaba a orina excepto en las esquinas en que habían arrojado azufre, entonces era mejor no respirar. Estuvo a punto de pisar la mano de un borracho que dormía con desparpajo sobre la acera, pero en lugar de eso, chutó sin querer su botella de vino vacía y empezó a rodar hasta la calzada. Tenía muchos problemas, pero el mayor de todos era su carencia de dinero. Podía conseguirlo, siempre se las arreglaba para eso, pero ahora no disponía de él, el momento en que más no necesitaba. Llegó al callejón más oscuro de la ciudad y se introdujo sin miedo hasta lo más profundo, justo donde un muro de cemento impedía su paso. Una rata salió correteando de los enormes contenedores de basura persiguiendo a un gato acobardado y, detrás de ellos, un hombre con chaqueta de cuero esperaba tranquilamente apoyado en la basura. -Eric, viejo amigo, vas a convertirte en mi mejor cliente. -No tengo dinero- dijo tratando de dar lástima, con el rostro pálido y las ojeras violáceas. -Entonces yo tampoco tengo nada que darte. -Chino, Chino, no puedes hacerme esto. Sabes que siempre cumplo. Era curioso como todo el mundo llamaba a aquel hombre “el Chino” cuando tenía lo mismo de oriental que Enrique IV. -Eric- dijo con tono paternal mientras le ponía la mano sobre el hombro –Eric, no lo hago por mí, ni por 100
el dinero, lo hago por ti. Si te fiara y por casualidad no pudieras devolver la pasta, dejarías de ser mi cliente, ¿entiendes? Dejarías de ser el cliente de nadie, y yo te aprecio. -Dame entonces la mitad- replicó con la misma cara de haber descubierto la penicilina –dame la mitad y tendré el dinero antes. Mañana como muy tarde. El Chino lo miró fijamente a la cara. Se fijó en su palidez transparente, en el sudor que le pegaba el pelo a la frente, en las muñecas nerviosas que chirriaban por dentro. -Espero que sepas lo que haces- dijo extrayendo un pequeño paquete del bolsillo. Eric lo cogió con prisa y salió del callejón complacido.
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18 Eric caminaba perdido por las calles del centro sin saber que hacer. Dio varias vueltas a la manzana en una dirección y luego otras tantas en la contraria. No podía estarse quieto. Caminaba arrastrando los zapatos y murmurando palabras incomprensibles de las que de vez en cuando surgía algún insulto que obligaba a la gente a cruzar de acera. Eric tenía problemas, y problemas serios. Todas las complicaciones que había tenido hacía unas semanas se habían convertido en meras ridiculeces comparadas con los nuevos problemas que tenía ahora. Encima, esa cochina “ansia” 151
no le dejaba pensar ni dormir. Era consciente de ello pero no podía evitarlo, hasta que no calmase sus nervios no podría pensar con claridad y tratar de salir del atolladero. Respiró profundamente y se inundó de determinación. Al levantar la cabeza del suelo y dejar de mirarse los pies, descubrió que su ebrio caminar le había llevado justo donde quería ir, al callejón mas destartalado del centro. Era tan estrecho que el cielo nublado no podía iluminar sus esquinas y el olor a orina y basura acumulada se acrecentaba a cada paso. Ningún gato salió a su encuentro asustado, pero al poco rato, Eric distinguió la chaqueta de cuero del Chino en una esquina mientras fumaba un cigarro. -No puedo creer que estés aquí- dijo el Chino –ni siquiera puedo creer que estés vivo. Estoy viendo un fantasma, eso mismo, eres un jodido fantasma. -Chino, tienes que ayudarme hermano. -Nadie puede ayudarte amigo, lárgate corriendo de aquí como si tuvieras un cohete en el culo. -No tengo dinero… -Ya me conozco ese cuento. -…y necesito que me fíes, te lo devolveré, lo prometo, lo devolveré todo. Sólo necesito más tiempo. -Escucha Eric, me caes bien, pareces un buen tipo pero no puedo seguir fiándote amigo. Tu jefe y el mío no son muy amigos que digamos, y todo lo que yo te doy no son deudas tuyas, sino de Valentín hacia mi jefe. Él ha pagado tu cuenta, pero tú a él no le has devuelto ni un céntimo. Si continúas vivo es gracias a ese bombón de hermana que tienes, si no fuera por ella estarías bajo tierra hace mucho tiempo y no aquí 152
incordiándome para que te fíe cuando me lo han prohibido terminantemente. -Será la última vez, lo prometo. Necesito estar bien despejado para solucionar este asunto. -Si quieres tener la cabeza clara no tomes esta mierda. Me hablas como si fuera la primera vez que me encontrara con un colgado como tú, lárgate y que no te vuelva a ver. Eric se quedó pasmado, sabía que era el momento en que debía dar media vuelta y marcharse, pero se quedó petrificado sin poder aceptar el marcharse con las manos vacías. Su mente se quedó en blanco, luego trató de recordar los diferentes caminos por los que había transcurrido su vida hasta llegar a ese momento en que la persona más importante del mundo era para él un desconocido mugriento en lo más oscuro de un sucio callejón al que llamaban “El Chino” -He dicho que te largues- fue la frase que le extrajo de su letargo, y cuando recobró el sentido, vio como aquel hombre desalmado caminaba hacia él con la mirada encendida. -¡Ya me marcho, ya me marcho!- dijo Eric, entonces salió disparado del callejón corriendo calle abajo. Al poco tiempo disminuyó el paso y comenzó a caminar. Su corazón latía con fuerza y le picaba el cuero cabelludo porque había empezado a sudar. Tomó aliento y trató de comportarse. No estaba todo perdido, mientras hay vida, hay esperanza (o eso suele decirse), tan solo necesitaba algo de dinero para poder pagar a Valentín ¡Que se lo descontara del sueldo! Al fin y al cabo trabajaba para él, lo malo es que si tenía que descontarle todo lo que le debía, tendría el sueldo 153
retenido hasta jubilarse. No, no podía jugar de nuevo esa baza. Y lo peor, si conseguía reunir algo de dinero… ¿a quien se lo daría, a Valentín o al Chino? Era lo peor de aquella situación. Le debía dinero a Valentín, pero estaba convencido que, de lograr conseguirlo, lo gastaría todo en comprarle mercancía al Chino. Antes de alejarse del centro, cuando tomó calles más amplias y transitadas, comenzó a fijarse primero en los bolsos de todas las señoras que se cruzaban con él y más tarde de las cajas registradoras que podían verse a través de los escaparates de elegantes tiendas. Estaba desesperado, lo suficiente como para dar un tirón a cualquiera de esos bolsos o para robar cualquiera de esas cajas. Necesitaba dinero con desespero y temía lo que fuera capaz de hacer para conseguirlo. Se mordió el labio hasta hacerlo sangrar y se clavó las uñas en las palmas de las manos de tanto apretar los puños, finalmente consiguió llegar a los suburbios sin hacer ninguna tontería. Algo más relajado, cruzó las oxidadas vías del tren, un campo estéril de acero y gravilla que se extendía de un lado a otro del descampado, yermo y vacío como… como una fábrica abandonada. Al alcanzar el otro lado, unos apartamentos de hormigón se alzaban todos idénticos, enormes y perennes como mazacotes en medio de ninguna parte, una ciudad dormitorio más cercana al polígono que a las tiendas del centro, más cerca del trabajo que del ocio. En aquel lugar cada semana había un asesinato debido a disputas entre yonkis, trifulcas en que la policía ya no se inmiscuía. 154
Al acercarse a la entrada de uno de los edificios, sorteó a varios hombres durmiendo en los jardines y portales. Todos tenían su mismo aspecto deplorable, pero Eric al menos se movía. -¿Qué haces?- le dijo una voz cuando estaba a punto de entrar en el edificio. Eric bajó la vista y descubrió que el indigente apostado en la entrada, bajo tres mantas y una gorra de baseball, era su compañero de piso. -Necesito descansar un poco. -No aquí. -¿Dónde si no? -Hazme caso. Han venido los hombres de Valentín preguntando por ti, y no venían a charlar. -Maldita sea. Solo necesito más tiempo, más tiempo y reuniré el dinero. El hombre del suelo se retorció incrédulo y al hacerlo chocaron varias botellas que escondía bajo las mantas. No parecía dudar de las palabras de Eric, su incomodad venía por otro lado. -¿No lo sabes?- preguntó. -¿Saber el qué? El hombre volvió a retorcerse. -No puedo creer que no lo sepas, todo el mundo lo sabe- hizo una pausa, haciéndose de rogar para que Eric preguntase, pero al mantenerse callado, decidió ser él quien diese la noticia –Valentín no te busca por el tema del dinero. Le diste a tu hermana que es mucho más valiosa, pero no le dijiste que tenía un amiguito… -¿Un amiguito? Eso es una estupidez, si mi hermana tuviera un “amigo” yo lo sabría. -Pues eso no es lo grave. Por lo visto ese “amigo” suyo le ha pateado el culo a Valentín y está muy, pero 155
que muy cabreado. Quiere encontrar a ese loco, y por eso busca a tu hermana ¿Aciertas por qué ha venido Valentín a verte hoy?- tosió con tanta furia que Eric creyó se le iba a salir un pulmón por la boca -No quiero ser gafe, pero ahora que lo dices, todo indica pensar que Valentín no va a aceptar a tu hermana como medio de pago. Yo de ti me pondría a ahorrar ahora mismo si no quieres acabar bajo las vías del tren. “Problemas”, fue la primera palabra que le vino a la cabeza, “problemas y más problemas”, como si no tuviera suficientes con los suyos, ahora también debía cargar con los de su hermana. Se sentía furioso, pero no podía reprocharle nada. Era una especie de justicia divina, al fin de cuentas era él quien creaba problemas a todos cuantos le rodeaban, casi de forma profesional. Victoria nunca había estado de acuerdo con salir Vicente, lo había rechazado desde un principio, y aún así accedió a tener una cita con aquel espantoso hombre por amor a su hermano. Para saldar sus deudas. -No se donde está mi hermana. Ya puede venir Valentín o el ejército del aire que si no está en su casa que me ahorquen si sé donde mueve su culo- miró de reojo al hombre del suelo -¿tienes grifa? El hombre abrió su mano enguantada y en su palma apareció una pequeña piedra oscura. Eric rápidamente se la arrebató de las manos antes de que pudiera acabar su frase: “Tan solo me queda es…” -Gracias hermano, necesito relajarme.
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III PRIMAVERA 1
2 Rafa se levantó al medio día y cogió una cerveza. Remedios, su mujer, hacía horas que estaba en pié pero no se puso a limpiar la cocina hasta que escuchó los pasos de su marido bajando por la escalera. Siempre se 171
levantaba de mal humor, por lo que era preferible no dirigirle la palabra hasta que hubiera comido algo. Pero esa mañana era Rafa quien tenía ganas de hablar. -¿Dónde está Andrés?- preguntó. Hacía semanas que tenían a Andrés como invitado y prácticamente nunca sabían donde se metía. Desde que salió de la cárcel estaba más reservado que de costumbre. No había sido un chico muy hablador pero al menos de niños podían charlar como amigos. Ahora daba la sensación de que el favor lo hiciera Andrés al regalarles su compañía en la casa, un favor que concediera a regañadientes. -Hoy ha salido pronto- contestó Remedios. Con el tiempo la mujer aprendido que la mejor forma de evitar una bofetada era no discutiendo, y la mejor forma de no discutir era no hablar sin que te preguntasen, y de hacerlo, contestar rápido y conciso. Por supuesto que tenía ganas de discutir con su marido, de gritarle y arañarle la cara, de preguntarle porqué tenía que estar ese hombre viviendo con ellos. Ese hombre que le daba escalofríos. Remedios era la persona más infeliz del mundo, y ni siquiera se le pasaba por la cabeza abandonar a Rafa. -¿Ha dicho donde iba? -No. -Tengo hambre. La puerta de la calle se cerró con un portazo y Andrés se plantó en el salón con esa cara de odiar al mundo entero y ganas de demostrarlo. Vestía elegante para lo que era normal en él, con un viejo traje oscuro y 172
zapatos de suela tan desgastada que notaba los dibujos de las baldosas al caminar. -Tengo hambre- fue lo único que dijo, como si hubiera escuchado a Rafa decir esa misma frase tan solo unos segundos antes. Remedios corrió rápidamente a encerrarse en la cocina. No quería saber nada de sus asuntos. -¿Dónde has estado?- preguntó Rafa con miedo de hacerlo enfadar. -Por ahí- contestó –esto no ha cambiado muchodesparramó encima de la mesa todo su tabaco y separó las ramas de las hojas para liarse un cigarrillo –necesito dinero. Rafa se lo temía. Venía dándole dinero todas las semanas, más de lo que el respeto a un viejo amigo requería; por suerte, la hacienda de su padre era generosa y le libraba de trabajar y de ahogarse a final de mes. -Casi no me queda dinero- empezó a excusarse –ha sido un mal año y el campo está seco. -Hoy he visto al amigo del tarado ¿Recuerdas? Seguro que él se acuerda de nosotros- saltaba de un tema a otro como si nada tuviera importancia. Andrés era lo suficientemente listo como para saber que hoy no sacaría nada de Rafa, pero también lo suficientemente convincente como para hacerse con su dinero más adelante, aunque tuviera que robárselo –iba acompañado por una chica hermosa, muy hermosa. Tenía unas tetas como cocos, de esas que se aguantan sin sujetador. Seguro que son duras como dos piedras. A esa la reventaba yo toda la noche, la ponía mirando al norte y no me volvía a ver la cara durante dos horas. 173
-¿Tan buena esta? -Comparado con ella tu mujer es un guisante con patas. Bueno, comparado con cualquiera, tu mujer sigue siendo un cayo. Yo no le echaba un polvo ni borracho, y eso que acabo de salir de la cárcel. -Por aquí no hay mucho donde elegir. -Lo sé, por eso me extraña que el pringao se pasee con un bombón como aquel. ¿Recuerdas las palizas que le dábamos a él y al retrasado de su amigo? -La chica de la ciudad, se ve a la legua. Nadie la había visto antes y llegaron juntos no hace mucho. Andrés permaneció callado, mirando hacia la pared blanca con una mirada carente de alma. En la cocina, Remedios hacía ruido con los cacharros. Rafa se incomodó por no lograr siquiera atisbar lo que Andrés estaba pensando; finalmente, un ligero brillo entró en sus ojos, el justo para que Rafa supiera que continuaba vivo, entonces, cuando recobró el habla, solo dijo una cosa. -Necesito que me des dinero.
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Cuando Vicente salió de la casa de su padre, no sabía por que, pero estaba triste. Anduvo lánguidamente por la calle y miró al cielo. El sol estaba justo encima de él. Lo miró, pero no sintió nada. Continuó caminando hacia su casa, donde Victoria lo aguardaba, y dio una patada a la grava del suelo. Al hacer la carretera se preocuparon mucho en que el asfalto fuera recto y uniforme para que pasaran los camiones, pero no hicieron aceras frente las casas. Seguramente se sliera del presupuesto. Cuando estuvo a punto de llegar a su portal un claxon lo alarmó extrayéndole de sus pensamientos. Al levantar la vista se encontró con un coche patrulla detenido justo enfrente. No le sorprendió mucho cuando vio salir de sus entrañas a su viejo amigo de la infancia: David. -Vicente, te he estado buscando- dijo sin quitarse las gafas de sol. -¿He hecho algo malo? David rió complacido por la broma. -Desde que me enteré de que habías vuelto te he estado buscando- dijo mostrando los dientes en una amplia sonrisa –quería darte la bienvenida. -No hay muchos delincuentes hoy. -Exacto, poco trabajo- se dieron un fuerte apretón de manos y Vicente sonrió abiertamente. Echaba de menos a su amigo a pesar de hacer años que su amistad simplemente fuera “correcta”- verás, quería comentarte algo antes de que te enteres por otra persona. Vicente frunció el ceño extrañado. La actitud de David no parecía la de quien va a dar una mala noticia, 179
sino más bien la de alguien arrepentido pidiendo clemencia. -Adelante, te escucho. -Verás, mientras estuviste fuera detuvimos a HugoDavid pudo ver como el rostro de Vicente palidecía, luego se le llenó el cuello de venas y el blanco marmóreo dio paso al rosado rojizo de la furia – teníamos pruebas suficientes para pensar que él mató a la pequeña María. -Sabes que Hugo es incapaz de hacer daño a una mosca- dijo tratando de tranquilizarse. -Ha confesado. -Incluso yo se que la confesión de alguien como él no sirve de nada. Estoy seguro que ni siquiera sabía qué estaba confesando, posiblemente ni de lo que estaba hablando- clavó su mirada en David y repitió –sabes que Hugo no haría daño a nadie. -Tal vez lo hiciera sin querer. Es muy grande y tiene mucha fuerza. Tenía un buen móvil y pudo arrastrar el cuerpo sin dificultad desde su casa hasta la cuneta, que curiosamente es donde la encontramos. -¿Dónde está ahora?- preguntó Vicente sabiendo que esa conversación no le iba a llegar a ningún lado. Se sentía traicionado. Hugo había sido quien le librara de una paliza de muerte cuando eran niños y ahora le devolvía el favor arrestándolo. Vicente se sentía responsable de Hugo, por lo que las acusaciones que cernían sobre él también lo hacían sobre sí mismo. No pudo evitar sentirse culpable por haber abandonado a su amigo durante todo aquel tiempo. Si Vicente hubiera estado, nada de eso hubiera pasado. 180
-Hugo está libre de momento, trabajando en el garaje de Toni como siempre. Creo que no se acuerda de nada, me saluda como si nunca lo hubiera arrestado y hace una vida completamente normal a espera del juicio. Vicente cerró los puños con tanta fuerza que se le pusieron blancos los nudillos. Solo de imaginar el miedo que debió pasar en comisaría hacía que le ardieran las entrañas. Aquellas frías paredes, rodeado de desconocidos haciéndole preguntas durante horas, debió ser una pesadilla para el pobre Hugo. -Sabes que no ha sido él, y sin embargo lo acusaste para ganarte una mierda de ascenso. Eso no tiene nombre. Si estabas tan seguro de que era culpable ¿Qué hace libre? David se quito la gorra y se rascó el pelo apelmazado por el sudor. Todavía era joven, pero tenía unas incipientes entradas en la cabeza. Ahora volvía a parecer nervioso. -Eso no es todo- dijo –cuando estuviste fuera hubo otro asesinato- Vicente se quedó de piedra –Aurora Cirer, iba con nosotros a clase… -Me cuerdo de Aurora Cirer. -Pues la encontraron estando Hugo retenido, pero la autopsia determinó que podría haber muerto el mismo día que detuvimos a Hugo, por lo que sigue siendo sospechoso. Se están haciendo avances increíbles en lo que a crímenes se refiere, ahora tenemos un psicólogo y todo en el cuartel. Tal vez lo conozcas, fue a la universidad. Vicente sonrió por la ingenuidad de David, era infantil pensar que la universidad fuera un club social donde todos se conocían. 181
-No creo. -De todas formas piensa en esto, y recuerda que lo que te cuento es absolutamente confidencial. Los brazos y las piernas de Aurora volvieron a aparecer rotos, la vagina desgarrada y heridas “postmortem” por no haber sangrado. Descartamos que se trate de otro asesino diferente. Los ojos inyectados en sangre de la víctima nos dicen que fue estrangulada. También violada repetidas veces, incluso después de muerta ¿Quién sería capaz de algo así de no ser “diferente”? El psicólogo dice que nos preparemos, que ahora que ha repetido sabe que puede matar cuando quiera, o cuando esté cachondo. La primera vez pudo ser accidental, se le presentó la ocasión y la aprovechó, ahora va a ir a buscarlo. -Hugo es diferente, pero no está enfermo. -Al principio sospechamos de un extranjero, alguien que viniese, por ejemplo, a asfaltar la carretera. Pudo matar a la chica y luego se marcharse con las obras al siguiente pueblo. Estuvimos meses esperando noticias de alguna muerte en un municipio cercano, y en lugar de eso, nos encontramos con el asesino en casa. No es alguien de fuera, sino uno de nosotros alguien que conocemos y que vemos a diario. Sé que has venido con una chica de la ciudad, todo el pueblo está babeando por ella, incluso yo. Dime, te gustaría que le pasara lo mismo que a esas chiquillas. Solo te pido que la cuides. Hoy por hoy este no es un lugar seguro, y menos si Hugo está cerca. -Eres una rata, una cochina rata de carretera. Daniel apretó los labios llevado por la furia, no quería decir nada de lo que pudiera arrepentirse, al fin y 182
al cabo, él era un agente del orden y enfrente tenía a un viejo amigo de la infancia. Pero se sintió ofendido. Se puso la gorra con un gesto rápido y dijo: -Venía a saludarte, me alegra ver que estas bien. Hasta pronto- y volvió al coche para salir derrapando de la carretera. En ese momento un enorme camión pasó por delante de Vicente a tal velocidad que el viento casi lo tiró al suelo. Se sacudió el polvo de los pantalones y las pequeñas ramas del pelo y entró en su casa.
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