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Spanish Pages 597 Year 2014
SANTIAGO VÁZQUEZ
SABANA SANTA LO NUNCA CONTADO
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OBERON
© Copyright de los textos: Santiago Vázquez Gomariz © EDICIONES OBERON (G. A.), 2014 ISBN: 978-84-415-3554-1 Depósito legal: M. 8.976-2014 Impreso en España-Printed in Spain
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
«YO SOY LA LUZ DEL MUNDO; EL QUE ME SIGA NO CAMINARÁ EN LA OSCURIDAD, SINO QUE TENDRÁ LA LUZ DE LA VIDA.» ]UAN
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A Abba, que siempre guía nuestros pasos y quien nos ayuda en silencio. A Jesús de Nazaret, Maestro de maestros, sea o no el Hombre de la Sábana Santa. A mis padres, por haberme traído al Mundo y por darnos siempre lo mejor. A mi hermano Fernando, compañero de viaje y testigo de la gestación de esta obra. A Pilu, cuyo sufrimiento no ignoro, con la certeza de que Dios la recompensará. A D. Germán de Argumosa, mi maestro, que me ayudó a ser persona. A Teresa, sin cuyo apoyo y colaboración, esta publicación no hubiera visto la luz. A cada persona que me ha enseñado algo. Y a usted, amigo lector. Espero que disfrute leyendo esta obra, /ruto de muchos años de esfuerzo, estudio, trabajo y reflexión. Que saque lo mejor de ella.
El autor Madrid, a 25 de marzo de 2014
AGRADECIMIENTOS DEL AUTOR
Quiero expresar, desde estas líneas, mi más profundo agradecimiento al Centro Español de Síndonología (CE.S.) y, muy especial-
mente, a su Presidente, D. Jorge Manuel Rodríguez Almenar -actualmente, uno de los más destacados y reconocidos eruditos en el Mundo sobre la Sábana Santa de Turín y de otras importantes reliquias del cristianismo+-, ya que sin su inestimable apoyo, esta obra no hubiera visto la luz. Agradezco al Profesor Rodríguez que atendiera mi petición para que realizara el Prólogo del libro que el lector tiene ante sí en estos momentos. Por tanto, mi gratitud más sincera al C.E.S. -uno de los Centros más destacados de nuestro planeta dentro de este ámbito- por haberme autorizado también a extraer la información precisa -éscrita y gráfica- para elaborar una parte importante del presente trabajo, tanto a través de la revista del Centro, "Línteum '; así como de las fotografías de su magnífica página web www.linteum.com. Sin el consentimiento y absoluta colaboración de tan prestigioso Centro, este libro hubiera sido imposible de publicar tal y como estaba pensado. Gracias, sobre todo, a su Presidente por hacerlo posible. Gracias al C.E.S. También deseo manifestar mi gran admiración y mi recuerdo más entrañable para la Fundadora del CE.S.: Dña. Manuela Corsini de Ordeig, cuyos dos libros ("El Sudario de Cristo" e "Historia del Sudario de Cristo") he manejado, con cierta frecuencia, en algunos de los capítulos de esta obra (especial y más concretamente en el 4 y en el 7), con el fin de ilustrar este trabajo, dada su enorme calidad y por ser -las obras
mencionadas- unas de las más rigurosas y magistrales que he encontrado en mi trabajo de documentación y redacción del texto. Vaya desde aquí, por tanto, mi recuerdo y gratitud para tan insigne mujer. También quiero dedicarle un recuerdo muy especial, cargado de afecto y cariño, al Padre jorge Loríng SJ., fallecido el 25 de diciem-
bre de 2013, con quien hablé telefónicamente poco antes de su partida 'al otro lado' y quien me dio plena libertad para exponer en este libro la información que yo precisase y que aparece en dos de sus magníficas obras ("La Sábana Santa. Invalidez de la prueba del Carbono 14" y "La Sábana Santa, Dos mil años después"). Dichos datos, figuran, principalmente, en los Capítulos 4 y 7. Le agradezco, allá donde se encuentre, su absoluto apoyo a esta publicación. Siempre le recordaré, Padre Loring. Gracias por todo. Descanse en Paz. Por otra parte, es un gran honor contar con las fotografías del Hombre Sindónico tan magistralmente reproducido, en diversas esculturas, por el prestigioso Profesor D. Juan Manuel Miñarro, quien ha tenido la deferencia de poner a nuestra disposición su Dossier Fotográfico con el fin de ofrecerle al lector dichas tomas fotográficas con la máxima calidad. Desde estas líneas, nuestro mayor reconocimiento al Profesor Miñarro por tan excepcionales trabajos. Gracias, en definitiva, a todos los autores -como Juan A/arcón Benito, Francisco Ansón o Carmen Porter- que, mediante la difusión de la información que se recoge en sus publicaciones, han contribuido como fuente- a la documentación y redacción del texto de este libro.
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Por último, quiero resaltar, con mi gratitud, la calidad humana y el buen hacer de todo el equipo de profesionales de ANAYA, que me han ayudado en todo momento y que han realizado un inmejorable trabajo con la obra de este humilde escritor. Gracias a todos los que han hecho posible la publicación de esta obra.
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INDICE
AGRADECIMIENTOS DEL AUTOR
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PRÓLOGO .ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA RELATIVA A}ESÚS DE NAZARET CAPÍTULO
1
LAS HORAS QUE CAMBIARON LA HISTORIA CAPÍTULO
17
21
2
CONOCIENDO LA SÁBANA SANTA DE TURÍN: PRIMERA APROXIMACIÓN AL OBJETO CAPÍTULO
77
3
"TESTIGO EN EL SEPULCRO". ¿HABLAN LOS EVANGELIOS DE LA SíNDONE?
93
14
Índice de contenidos
CAPÍTUL04 ¿DEJERUSALÉN A TURíN? RECORRIDO HISTÓRICO DE LA SÁBANA SANTA CAPÍTULO
117
5
"REALIDAD INVERTIDA". EL NEGATIVO FOTOGRÁF1CO ES UN PERFECTO POSITIVO CAPÍTULO
141
6
"CON LA SíNDONE ENTRE LAS MANOS". INVESTIGACIÓN Y CONCLUSIONES DEL STURP CAPÍTULO
153
7
¿EL QUINTO EVANGELIO? RADIOGRAFÍA DE LAS TORTURAS CAPÍTULO
8
"JAQUE AL CARBONO
14".
¿ UNA FALSIFICACIÓN MEDIEVAL? CAPÍTULO
167
221
9
"UNA OBRA IMPOSIBLE". ¿CÓMO SE FORMÓ LA IMAGEN DEL CRUCIFICADO? CAPÍTULO
263
10
"IDENTIFICANDO EL CADÁVER". ¿Es JESÚS DE NAZARET EL HOI\1BRE DE LA SÍNDONE? CAPÍTULO
289
11
"¿LA FOTOGRAFÍA DE LA RESURRECCIÓN?" ¿ EL MOMENTO MÁS TRASCENDENTAL DE LA HISTORIA GRABADO EN UN LIENZO FUNERARIO DEL SIGLO I?
301
Índice de contenidos
15
CAPÍTULO 12 "EL MESÍAS ESPERADO POR EL JUDAÍSMO". ¿Es EL HOMBRE DE LA SÁBANA SANTA EL MESÍAS?
359
CAPÍTULO 13 ".ARGUMENTOS EN CONTRA". OBJECIONES A LA SÁBANA SANTA
377
CAPÍTULO 14 OTROS ENIGMAS Y MISTERIOS DE LA SÁBANA SANTA
453
CAPÍTULO 15 UNA VOZ MUY AUTORIZADA: ¿CONFIRMANDO LA AUTENTICIDAD DE LA SÍNDONE?
477
EPÍLOGO "REFLEXIONES Y CONCLUSIONES FINALES". ¿RESUCITÓ JESÚS DE NAZARET? ¿EXISTE DIOS?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y DE INTERNET
511 563
PRÓLOGO ALGUNAS REFLEXIONES SOBRELA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA RELATIVA A JESÚS DE NAZARET
N ABRIL DE 1987 NACIÓ EN VALENCIA EL CENTRO ESPAÑOL DE SIND0N0L0GÍA (C.E.S.) dedicando su actividad a difundir lo estudiado sobre la Sábana (Síndone) de Turín y todo lo relacionado con ella de forma directa o indirecta. Sin embargo, ya en 1994, amplió su objeto social redefiniéndose como una asociación cultural dedicada a la figura histórica de Jesús de N azaret a través de los documentos1 que se conserven de Él. Los medios que se propone el C.E.S. para ello son tanto la investigación propia y el fomento de la investigación ajena, como la divulgación, a través de cualquier medio de comunicación, de los estudios realizados sobre dicha materia. Desde el punto de vista religioso, algunos de los estos documentos a los que nos referimos son considerados 'reliquias', pero para nosotros, como entidad, nos interesan en la medida en que constituyen un medio de conocimiento de los hechos que se atribuyen al personaje.
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l. En sentido literal 'documento' es, según el diccionario, cualquier «escrito que ilustra acerca de algún hecho, principalmente de los históricos». Evidentemente, entendemos aquí el concepto 'documento' en el sentido más amplio posible, incluyendo cualquier objeto que nos proporcione información, se trate de un escrito o no.
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Es por esto que hemos establecido dos requisitos para delimitar nuestro campo de actuación: Que se trate de documentos que se atribuyan a Jesús de Nazaret y que hayan sido, o puedan ser, objeto de estudio científico. De esta manera, podemos plantearnos, en torno a ellos, un diálogo objetivo, más allá de opiniones o interpretaciones de carácter subjetivo. No se dirigen nuestros esfuerzos a demostrar la autenticidad de dichas reliquias (¿qué sentido tendría defender la autenticidad de objetos que fueran supercherías o que no nos pueden proporcionar ningún tipo de informacióni'), sino a la lectura e interpretación de la información que contengan. Establecidos estos parámetros, creo que se puede entender que la finalidad última del C.E.S. es constituir el mejor fondo de datos posible y colocarlos al alcance de los estudiosos que quieran profundizar en la figura de Jesús, empezando por nuestros miembros. Por eso mismo, el C.E.S. no asume las actividades o las opiniones que los socios, a título particular, puedan expresar en sus publicaciones, sobre todo cuando se trata de temas opinables. Lo que nos une es el interés por conocer, con la mayor exactitud posible, la figura histórica de Jesús de Nazaret, por lo que, consecuentemente, únicamente les pedimos que mantengan el máximo rigor cuando utilicen los datos objetivos extraídos de los estudios realizados y que se planteen el tema con la seriedad que requiere. Podría pensarse, desde fuera, que nuestros socios tienen un pensamiento muy uniforme, pero no es así. Aunque nosotros no preguntamos sobre creencias y opiniones al acceder a la Asociación, para conocer la pluralidad de nuestros asociados nos basta con saber que su extracción social es muy diversa y que tenemos desde religiosas a laicos de diversos credos o incluso no creyentes. Podemos suponer, sin miedo a equivocarnos, que opinan de forma diferente sobre muchos temas, e incluso sobre la identidad del mismo Jesús. Y es que no hay que olvidar que estamos hablando de un personaje que ha dividido la Historia en un antes y después, por lo que el interés por su figura no se puede restringir al ámbito de la fe cristiana, aunque dicha creencia sea la más extendida del mundo. Hay quien considera que no es posible ser objetivo cuando se trata de hablar de Jesús por las implicaciones personales que suscita,
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pero nosotros creemos que es posible si uno es capaz de plantearse el tema con honradez intelectual ... y, después, lógicamente, con inteligencia y competencia profesional. Afortunadamente, a diferencia de lo que ocurría en siglos anteriores, los actuales medios globalizados han colocado, al alcance de estudiosos y divulgadores, datos y conocimientos que antes no salían del reducido mundo académico. Así que ahora, paradójicamente, tantos siglos después, podemos encontrarnos más cerca que nunca del personaje estudiado y entender mejor los hechos acaecidos. Conocer a Jesús exige conocer el marco de su existencia y también las circunstancias en las que se produjeron los acontecimientos que marcaron su vida. Basta con ver cómo el papa Benedicto XVI, el teólogo Ratzinger, en sus tres tomos del libro Jesús de Nazaret ha dedicado muchas líneas a comentar datos que las ciencias, y no sólo la teología, nos aportan hoy sobre Jesús. Y es que, en el siglo XXI, ya no se puede abordar un tema tan complejo y con tantas implicaciones científicas, humanas, filosóficas, religiosas y personales, olvidando la multidisciplinariedad. En un mundo globalizado y multicultural, en el que las barreras entre las distintas ramas del conocimiento han ido desapareciendo, ya nadie se plantea un estudio tan amplio como el que nos ocupa abordando el tema desde un único punto de vista. Por ello, quienes quieran plantearse el estudio del caso de Jesús, tendrán que apoyarse en los documentos escritos (empezando por los Evangelios Canónicos, que -desde un punto de vista científico- son los textos mejor documentados de toda la historia de la Humanidad), pero no podrán olvidar ni despreciar las fuentes de conocimiento que estén contrastadas. ¿Quién podría desconocer, a estas alturas, los avances que la Arqueología, la Historia, la Teología y tantas otras disciplinas han realizado en las últimas décadas sobre esta materia? Dicho todo lo anterior, y como presidente del C.E.S., no puedo sino saludar y apoyar las iniciativas que nuestros socios tengan en nuestro ámbito de estudio, y el caso de Santiago Vázquez es un verdadero paradigma de lo que estoy diciendo y creo que lo ha hecho bien. Ha realizado una profusa investigación personal sobre Jesús, añadiendo genio, estudio y creatividad. Sus conclusiones, evidente-
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Santiago Vázquez
mente, son las suyas, pero me gusta que se haya apoyado en algunas de nuestras publicaciones, textos e imágenes, contribuyendo así a divulgar el estudio que tanto trabajo nos cuesta sacar adelante (y · que sin la ayuda personal y material de socios como él no podríamos realizar). El estudio d~ la figura de Jesús de N azaret -desde todos los puntos de vista- ha sido y es abordado actualmente por muchos autores de muchas partes del mundo. Personalmente creo que se trata de una materia fascinante· que ha ocupado y ocupa a investigadores y divulgadores de las más diversas ramas. Me alegro mucho, por tanto, que uno de ellos sea Santiago y que lo haga de una forma amena y rigurosa. Estoy convencido de que el lector quedará tan satisfecho del resultado como yo mismo, y 'me temo' que tendrá que reservar algo de su tiempo a reflexionar sobre el contenido de lo leído. O sea, algo que hay que hacer siempre con los buenos libros. Pues adelante. Empieza la aventura ... Jorge Manuel Rodríguez Almenar Presidente del Centro Español de Sinodología (C.E.S.)
CAPÍTULO 1 LAS HORAS QUE CAMBIARON LA HISTORIA
E
L SOL SE ACABA DE OCULTAR TRAS LAS MONTAÑAS QUE SE DMSAN
desde las afueras de Jerusalén. La escena es bella, evocadora, quizás algo melancólica, pero, a fin de cuentas, hermosa. Una extraña calma se puede percibir en el ambiente. Las más brillantes estrellas empiezan a parpadear en lo alto del cielo. La Luna, compañera inseparable del ser humano a través de los siglos, también adorna, casi llena, el firmamento de una de las noches más recordadas en la Historia de la Humanidad. Los habitantes de la ciudad santa se encuentran en sus hogares. Unos saborean ya la cena. Otros están a punto de empezar a hacerlo. Jesús, conocido como "El Nazareno", y sus Apóstoles inician la que será su última cena juntos. Mientras degustan la comida preparada para tan señalada ocasión, hablan y conversan animadamente. El Nazareno cae en un mutismo absoluto. Empieza a intuir las horribles horas que le esperan. Sus íntimos se percatan de la seriedad de su Maestro. Un silencio denso se percibe en el ambiente. Todos observan a Jesús esperando unas palabras. El Rabí" deja que su penetrante mirada se pierda en el vacío. «Ha llegado mi hora. No estaré mucho más tiempo con vosotros» -les dice con gesto grave. «¿Qué estás diciendo, Maestro? ¿Nos abandonas ahora?» -le pregunta Pedro con enorme extrañeza y excitación. «Ya os dije que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los gentiles. Será humillado, azotado y le crucificarán, pero al
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tercer día resucitará. Acordaos bien de mis palabras para que vuestra fe no decaiga cuando llegue la hora». En ese instante, el corazón de los Apóstoles queda herido, traspasado por el dolor. « Y os digo que uno de vosotros me entregará» -afirma con evidente dolor y rotundidad, 1 Los Doce se miran unos a otros con desconfianza y perplejidad. Judas esconde la mirada entre sus manos temblorosas. 2 «Judas: lo que has de hacer, hazlo pronto» -le ordenaJesús. El Iscariote, confuso y abrumado, se incorpora, se pone de pie con paso lento y vacilante, y, sin perder de vista el rostro de su mentor, sale de la estancia. El corazón parece salírsele del pecho; le cuesta respirar. En realidad, no pretende que nadie acabe con la vida de Jesús, muy al contrario, en el fondo de su corazón siente un gran amor por Él. Dentro, continúa la preocupación. Los rostros de los once Apóstoles se han tornado en tristeza, abatimiento y confusión. ¿ Por qué Jesús -se preguntan-, al que tanto aman y al que llevan acompañando desde hace más de tres años, tiene que abandonarles ahora? ¿Por qué les ha dicho que ya no va a estar más tiempo con ellos? ¿Adónde irá? ¿Dónde está Judas? ¿Qué significan las palabras que acaban de escuchar de labios del Rabí? Se hacen muchas preguntas. El desconcierto entre los Apóstoles es total. Ellos creen en Jesús y confían en Él. Creen que es el Mesías" prometido por Dios en las Escrituras. Si, verdaderamente, es el Mesías esperado, ¿por qué les abandona? No hay consuelo para sus corazones. Sus esperanzas se han desvanecido. ¿Dónde quedarán ahora -se plantean en su interior- todas las promesas del Maestro referentes al nuevo Reino de Dios? No han entendido plenamente el mensaje de Jesús. Más de tres años acompañándole, presenciando sus milagros, escuchando sus parábolas, recibiendo sus enseñanzas y no han sido capaces de comprenderle. Sus inteligencias, en estos momentos, están embotadas. Les es imposible digerir las repentinas palabras que acaban de escuchar. El Nazareno, adivinando sus pensamientos, como percibiendo su angustia, toma la palabra: «Así está escrito» -dice Jesús dirigiendo su mirada hacia Simón, llamado Cefas."
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Después, y con enorme dulzura, va posando su mirada en los ojos de todos y cada uno de sus Apóstoles. Algunos, entre ellos el joven Juan, el hijo de Zebedeo, no pueden contener la emoción y algunas lágrimas recorren sus mejillas. «Juan, mi muy amado Juan» -le dice Jesús. «No tardando mucho, tu tristeza se tornará en júbilo y en dicha. No has de entristecerte por Mí. Yo vuelvo al Padre, de donde vine. Y cuando vuelva junto al Padre, os enviaré a mi Santo Espíritu, que os ayudará a llevar a cabo la tarea que yo os he encomendado. Yo soy la alegría y la paz, el consuelo y el perdón. Ahora no podéis entender mis palabras ni el significado de mi encarnación en la vida, pero pronto lo haréis. Para el Padre no hay nada imposible; todo es posible para Él. El Padre y yo somos Uno. Yo os elegí a vosotros y, al elegiros como mis íntimos, os saqué del mundo. Vosotros ya no pertenecéis al mundo. Ahora sois enviados de lo Alto.» Santiago, el hermano de Juan, interrumpe, atropelladamente, a Jesús: «Pero Señor, ¿qué haremos sin ti? ¿Adónde iremos si Tú no estás junto a nosotros? Yo deseo estar siempre contigo. Señor, por favor, no te marches de nuestro lado» -le suplica Santiago rompiendo a llorar amargamente. El Maestro, conmovido en su corazón y enternecido por las palabras y súplicas de su íntimo, se levanta y se acerca al Apóstol. «Santiago -le dice con infinito amor-, Yo siempre estaré contigo, siempre estaré con todos vosotros, con todos aquellos que guarden mis palabras y que crean en Mí. Ciertamente, no me veréis, pero habitaré en vuestros corazones y moraré en vosotros. Mi presencia en vuestras almas será vuestro auténtico alimento». «Santiago -añadió Jesús abrazándose a él-, Yo siempre estaré contigo hasta el final de tus días en la Tierra, y después te reunirás conmigo. Ten fe en mis palabras». El Apóstol, de larga barba, queda apaciguado. Una reconfortante sensación de paz le invade y su llanto se torna en gozo. Jesús vuelve a sentarse. Los Apóstoles contemplan el rostro de Jesús. Un brillo especial parece emanar de Él. Sus ojos rebosan bondad. Jesús perfuma, con su presencia y con su mirada, la estancia entera. Cada gesto, cada movimiento, exhala una paz inefable.
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«Vosotros seréis mis testigos. Como el Padre me envió, os envío Yo a vosotros. Daréis testimonio de la Verdad y proclamaréis Mi Palabra allá donde mi Espíritu Santo os lleve». Aquellos once hombres, en su modestia y sencillez, no terminan de comprender el significado de las palabras que Jesús acaba de pronunciar. A medida que el Rabí les habla, van, poco a poco, situándose más cerca del lugar que Éste ocupa, hasta formar un corro en torno a Él. Algunas lámparas de aceite contribuyen a contemplar el rostro del Maestro. Nunca han visto a Jesús así. Parece como si ya no estuviera en este mundo. Es cierto que han presenciado múltiples escenas en las que Jesús parecía más divino que humano, pero ahora es muy diferente. El Rabí se muestra, ante ellos, como lo que es: el Hijo del hombre, el Mesías enviado por Dios, el Ungido por el Espíritu del Todopoderoso." Jesús, en repetidas ocasiones, ha hablado en público y en privado acerca de su verdadero origen. ¿Qué es lo que, realmente, ha dicho de sí mismoi" Se acuerdan ahora de aquella pregunta que les hizo, hace ya tres años, al comienzo, en Cafarnaúm': «¿Quién dicen los hombres que soy Yo?»3 Aquella noche, en ese momento, el tiempo pareció congelarse. Los Doce se miraron unos a otros sin saber qué responder. La pregunta, realizada con semejante gravedad, les dejó sin palabras. Después de un silencio, Felipe, mirando a los demás, dijo casi musitando: «Muchos dicen que eres Elíasé, que ha vuelto a la vida». De nuevo, se hizo el silencio. Jesús, con gesto serio, les observaba con atención. Pasados unos segundos, Juan espetó bruscamente: «Otros creen que eres el Bautista, que ha resucitado». El Maestro sonrió ligeramente y negó con la cabeza. «La mayoría cree, Señor, que eres uno de los Profetas, que ha regresado a la vida» -dijo con vehemencia Andrés. Nuevamente, en el rostro del Rabí se dibujó otra leve sonrisa y volvió suavemente a negar con su cabeza. Su vista se perdió durante unos segundos en las llamas que brotaban de la hoguera. Los Doce fijaron entonces toda su atención en Él. Tras unos instantes,Jesús, con voz suave pero firme, les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?»4 La pregunta les sorprendió.
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Un mutismo total se apoderó de ellos. Los segundos parecían pasar muy despacio. A decir verdad, parecían no pasar. Ninguno de los Apóstoles se atrevía a responder a semejante pregunta. El sonido de la madrugada se hizo entonces más presente. La voz de Jesús retumbaba en sus mentes: «Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?». El Maestro levantó su vista hacia lo alto del cielo, contemplándolo con gran admiración, a juzgar por la expresión de sus ojos. Se quedó como extasiado durante unos instantes. Nadie se atrevía a responder. Pero en el interior de uno de los Apóstoles empezó a hacerse la luz. Simón, al que Jesús llamaría después Pedro, se inquietó e incorporándose rápidamente se situó justo delante de Él. Pedro miró fijamente a su tan amado Rabí y, después de contemplarle, le dijo: «Tú eres el Cristo, el Mesías anunciado por los Profetas. Tú eres el Hijo de Dios».5 El Rabí, mirando profundamente a Simón, le amó. El Apóstol cerró sus ojos y, sobrecogido, tapó su cara con las manos. En ese momento, el de Cafarnaúm fue, por vez primera, consciente de ante Quién se encontraba. «Dios, hecho hombre, está entre nosotros. No soy digno ni de rozar su manto. Yo soy un hombre pecador. Gracias, Señor, por concederme esta enorme gracia» -discurrió en su corazón. Jesús, acercándose, posó su mano derecha sobre el hombro de Simón y, con una honda bondad, le dijo: «Simón, hijo de J onás, levanta tu cabeza y mírame sin miedo». El Apóstol se sintió descubierto. El Maestro conocía sus pensamientos. Simón levantó, pausadamente, su cabeza y abrió sus ojos. Jesús, conociendo sus sentimientos, prosiguió: «Simón, no te avergüences por nada. El Padre conoce tu corazón y sabe que no eres un hombre malo. Tu corazón es noble y humilde. Por ello, el Padre y Yo te hemos sacado del mundo». «Tú dices que Yo soy el Hijo de Dios, y dices bien. Bienaventurado eres, Simón, hijo de J onás, porque lo que se te ha revelado no lo han hecho ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos».6 Se hizo entonces el silencio. Jesús acababa de reconocer, ante sus íntimos, su divinidad. Ya en otras ocasiones, sus palabras, sus enseñanzas y, sobre todo, sus milagros como signos de su poder, habían hecho evidente el origen divino del Galileo", pero ésta era la primera vez que Él lo confirmaba, privadamente, ante ellos.
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«¡Bendito sea el Señor!» -susurró tembloroso el joven Apóstol Juan. «Dios se ha encarnado entre nosotros» -dijo Andrés fijando sus ojos en el rostro de Jesús como si no pudiera asimilarlo. Y así se fueron sucediendo los comentarios de algunos Apóstoles mientras otros caían en un silencio absoluto. El Maestro había dicho por fin Quién era. Acababa de dejar muy claro que no era un hombre más, que no era un mortal más. «Él es el Hijo de Dios, el Unigénito, Dios hecho hombre, y los demás sólo somos hombres. Pero Él, aparte de ser hombre, es Dios también» -pensaba para sí Simón Pedro. En aquel momento, el Nazareno interrumpió su discurso interior. «Simón -le dijo-, no te abrumes con esos pensamientos. La voluntad del Padre ha sido enviarme hasta vosotros. Es verdad que el Padre y yo somos una misma cosa. Os amo a todos con infinito amor. No te avergüences por nada». Pedro quedó desconcertado. Jesús le miró complacido, lleno de alegría. Repentinamente, el rostro del Rabí empezó a cambiar, y pasó de un júbilo desbordante a una amarga tristeza. «Vendrán días en los que os matarán por proclamar Mi Nombre y por anunciar que Yo he resucitado. »Os digo que resucitaré al tercer día, y muchos no lo querrán creer. »Y para que creáis que Yo Soy, al tercer día resucitaré de entre los muertos. »En tiempos que están por venir, muchos morirán proclamando mi nombre y anunciando que Yo soy el Cristo, el Hijo de Dios. Muchos encontrarán la muerte defendiendo la Palabra del Hijo del hombre. »Pero también os digo que muchos de los que defiendan que Yo Soy, harán perecer a cientos de inocentes que no creerán en Mí. »Sed libres. No impongáis Mi Palabra por la fuerza. El que quiera escuchar, que escuche. El que desoiga vuestras palabras, a Mí me desoye. En el día de su juicio, no podrán decir que no se les visitó. »El que crea en Mí deberá hacerlo libremente. Ése es el verdadero discípulo, el que se acerca a Mí porque su corazón grita Mi nombre y reclama mi amor. No impongáis Mi nombre a nadie, tan sólo invitad a las gentes a que se acerquen hasta Mí, a que guarden Mis enseñanzas.
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»Ríos de sangre correrán porque unos y otros intentarán inculcar su fe. Y la fe no se impone, sino que brota del interior del corazón como una semilla que empieza a germinar y que, al final, se convierte en un árbol hermoso y robusto. »El alma de los seres no se conquista con la espada, sino con el Amor. »Muchos intentarán imponer su fe con la espada, y a espada perecerán. » Y para que creáis que Yo Soy, después de ser entregado en manos de los extranjeros, humillado, flagelado, crucificado y muerto, el Hijo del hombre resucitará de la muerte según está escrito por los Profetas. Tened confianza y que vuestra fe en Mí no vacile. »Yo he venido a este mundo para salvar a los hombres. Todo aquel que escucha Mis Palabras y las pone en práctica, ése se salvará. El hombre se redime a sí mismo con el cumplimiento de la Ley de Dios, mi Padre Celestial. »No penséis que Mi Sangre os purificará de toda maldad que hayáis cometido. Uno mismo es el que tiene que purificar sus malas obras. Mi Espíritu asistirá a todos aquellos que deseen mejorarse en el camino que conduce a la vida eterna. Cada uno es responsable de sus propias obras. No lo olvidéis. Nadie puede saldar las deudas de otro. Ésta es la Ley de mi Padre Eterno». Éstas fueron las palabras que clausuraron aquella noche inolvidable en Cafarnaúm. Los Apóstoles, más reflexivos que en ninguna otra ocasión, se retiraron a descansar a una gran cueva cercana en una de las montañas próximas al lugar. Allí pasaron el resto de la madrugada. Algunos de ellos apenas pudieron conciliar el sueño, pensando en las reveladoras palabras pronunciadas por Jesús en torno a la hoguera.
De nuevo en Jerusalén, donde se encuentran reunidos los Apóstoles con Jesús, la conversación continúa. Los Once se encuentran situados alrededor de su Maestro. Una gran solemnidad se respira en el ambiente. Incorporándose ligeramente, el Nazareno coge entre sus manos un generoso trozo de pan y, cerrando los ojos, dice: «Éste es Mi Cuerpo. Cuerpo que es entregado en manos de los hombres. Tomadlo todos y comed de Él. Haced esto en recuerdo mío».7
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Bendiciéndolo y dando gracias, parte en dos el pan y le entrega una mitad a Juan, a su derecha, y la otra a Andrés, a su izquierda. «Repartidlo entre vosotros» -les dice. Con enorme respeto pero sin entender del todo las palabras que acaban de escuchar, los Once se entregan unos a otros el pan que Jesús acaba de partir para ellos. El Maestro permanece con los ojos cerrados, quieto, casi inmóvil. Los Apóstoles, mientras mastican el pan, le contemplan esperando algunas palabras más. Jesús vuelve a abrir sus ojos. Su mirada es más resplandeciente y penetrante que nunca. Se vuelve a incorporar suavemente y coge un sencillo cuenco de madera. Lo llena de vino, lo acerca hasta su pecho y, tras cerrar nuevamente los ojos y permanecer así durante unos segundos, levanta el recipiente y dice: «Ésta es Mi Sangre. Sangre que va a ser derramada por amor a los hombres. Bebed todos de él porque os digo que no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios».8 Le entrega el cuenco a Santiago, el de Zebedeo. ¿Por qué a Santiago? -se preguntan los demás. «De todos vosotros, Santiago será el primero en compartir mi gloria» -les dice. Ninguno, ni el mismo Santiago, comprenden el significado de estas palabras. Y es que Jesús sabía que Santiago sería el primero en morir, decapitado por la espada de la persecución. i Uno tras otro, van bebiendo el vino, sin hablar. Algunos de los Apóstoles permanecen con los ojos cerrados, otros se miran entre sí y tres de ellos no dejan de contemplar a su Rabí. Son Pedro, Santiago y Juan. Todos esperan que su Maestro siga hablándoles. Jesús, después de esbozar una cálida sonrisa, toma la palabra. «El que de vosotros quiera ser el primero en el Reino de mi Padre, que sea el último de todos.9 Porque todo el que se ensalce a sí mismo será humillado, y el que se humille será ensalzado y encumbrado. Los primeros serán los últimos y los últimos llegarán a ser los primeros y ocuparán los primeros puestos en el banquete de mi Reino.'? ¿Quién es mayor, el que sirve o el que está sentado a la mesa? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Os digo que el humilde de corazón dará mucho fruto y le sobrará, mientras que aquel en quien reside la soberbia se pierde a sí
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mismo y arruina su alma. ¿De qué le sirve al hombre ser el primero a los ojos del mundo si al morir y nacer a la Vida es enviado al último lugar? Más le vale al hombre ser un siervo fiel y prudente, para que cuando sea llamado en su último día, Yo le colme con la recompensa de su humildad. Recordadlo, la humildad siempre es premiada y agrada al Padre Eterno. La altanería, el orgullo y la soberbia son los grandes enemigos de vuestras almas que acaban por devorarlas. »Yo he venido al Mundo para mostraros el camino que conduce a la Vida, y he de cumplir la voluntad de mi Padre hasta el final. Muy pronto ya no estaré en el Mundo y todo se habrá consumado». Con estas palabras, Jesús dio por terminada la Cena y se dirigieron a un lugar llamado Getsemaní i, uno de los parajes preferidos del Maestro. Es tarde, ya entrada la madrugada. Hace algo de frío. Una ligera brisa agita, suavemente, las ramas de los olivos que pueblan Getsemaní. El cielo, cuajado de estrellas, parece más oscuro que nunca. Jerusalén duerme. Entran silenciosamente en el lugar. El Galileo se adelanta y sus tres íntimos le siguen de cerca, aunque el sueño y el cansancio se empiezan a apoderar de ellos. Se acomodan a los pies de un viejo y robusto olivo mientras Jesús se separa del grupo. Los Apóstoles, vencidos por la fatiga del día, se duermen. El corazón del Rabí comienza a ser traspasado por dolorosos sentimientos: la amargura de la soledad, la tristeza de la incomprensión, la angustia del sufrimiento que se le avecina. Tiene miedo porque no es un fanático. Es, ante todo, un hombre. Se siente solo, terriblemente desamparado. Un gran abatimiento invade su alma. Se pregunta si las gentes han comprendido, verdaderamente, su mensaje. Todo lo que ha hecho le parece poco. Lo ha dado todo a cambio de nada. Desde muy joven se preparó para su misión espiritual. Siendo todavía un niño comenzó a sentir una poderosa llamada interior, llamada que atendió sin demora y que le llevaría a formular, con tan sólo doce años, aquella pregunta a sus padres: «¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?»!' Fueron años de búsqueda, de hacerse mil preguntas, de dudas y de certezas, de creer incluso que estaba enloqueciendo, de querer olvidarse de todo y ser uno más, de duras pruebas, de tentaciones
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que intentaban apartarle de su camino, de laborioso y constante trabajo interior, hasta que llegó a saber Quién era y a qué había venido al Mundo. Cuando fue plenamente consciente de su identidad y origen espiritual y de su misión, se hizo bautizar por Juan en el Jordán y después se retiró al desierto para comenzar, posteriormente, su vida pública. En ella recorrió, una y otra vez, aldeas, pueblos y ciudades, enseñando, curando y exorcizando. Como muestra de su poder y de su compasión, sanó a leprosos -aquellos que vivían repudiados por todos a las afueras de las poblaciones-, hizo ver a los ciegos, levantó de su lecho a paralíticos, devolvió el habla a más de un mudo, el oído a los sordos, resucitó a varios muertos, expulsó a los espíritus malignos del cuerpo de los poseídos, perdonó a los arrepentidos, consoló a los afligidos, dibujó un nuevo y bello horizonte para todos aquellos que habían perdido toda esperanza, se juntó con aquellos que eran rechazados por la sociedad, comió y bebió con ellos en repetidas ocasiones ... En definitiva, un ser que pasó por este mundo haciendo el bien y viviendo no para sí, sino para los demás, algo tan inusual en el ser humano. Cuando la mayor parte se preocupa, mayormente, de sus pertenencias, de sus haciendas y dineros, de su posición social, de su prestigio, sin pensar apenas en las necesidades de los demás, aparece la figura de un ser que tan sólo tenía, como posesiones materiales, una túnica y unas sandalias, durmiendo muchas veces al raso y, más de una vez, ayunando porque no tenía qué comer. Ése fue Jesús de Nazaret. De nuevo en Getsemaní, Jesús cae de rodillas y se tapa el rostro con las manos. La tristeza y la angustia se adueñan, paulatinamente, de su mente y de su alma. Sus Apóstoles se han quedado dormidos. Haciendo un esfuerzo por huir de estos sentimientos que atenazan su ser, levanta sus ojos al cielo buscando a su Padre. «¡Padre!» -exclama. «¡Padre mío!» -vuelve a decir agitadamente con una gran dosis de malestar. «Confórtarne en esta hora». Con la vista clavada en el cielo y levantando sus manos dice: «Padre, si es posible, aparta de Mí este cáliz» -refiriéndose a los tormentos que le esperaban.12 Tras unos segundos de intensa agonía,
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dice: «Mas no se haga Mi voluntad, Padre mío, sino la tuya, ya que para esto he nacido»." Tras unos instantes, el Rabí rompe a llorar amargamente. Las lágrimas comienzan a brotar copiosamente de sus ojos y su rostro queda empapado por ellas. Su llanto continúa y se prolonga durante unos minutos. Siente tanto dolor que no puede abandonar el llanto. Vuelve a esconder su cara entre las manos y su profunda aflicción se sigue exteriorizando en lágrimas que bañan sus pómulos y mejillas en el transcurso de un inalterable silencio. Comienzan a desfilar por su mente imágenes, escenas de su Pasión que están por venir. Contempla cómo va a ser ínsultado, maltratado, humillado ... Ve su propia flagelación, siente los azotes en sus carnes, las carcajadas y burlas de sus verdugos, cómo le cargan el madero a sus espaldas, su peso, su asfixia. Oye llantos y risotadas, palabras de piedad y de mofa. Ve cómo le clavan al madero atravesándole las muñecas y los pies, siente la punzada de los clavos. Su agonía es cada vez mayor. Comienza a sudar copiosamente. El ritmo de su corazón se acelera y su respiración se entrecorta. Es una verdadera y honda agonía. Sabe lo que le espera. Conoce que va a morir y de qué forma. Por unos momentos se marea. Siente desvanecerse. Es tal su sufrimiento que comienza a sudar sangre. Su piel queda salpicada por cientos de puntos rojizos. (Es el sudor mezclado con la sangre que ha salido al exterior a través de las glándulas sudoríparas, fenómeno conocido actualmente en hematología como hernatohidrosis.") La agonía de Jesús no se prolonga por mucho más tiempo. Pronto va a termínar. Un bellísimo resplandor aparece ante Él. El Maestro, todavía inmerso en las escenas de su Pasión, abre los ojos y se percata de lo que está sucediendo. Una penetrante luminosidad le rodea. Es una luz difícil de describir. Se diría que inefable. Es más radiante que el Sol y, sin embargo, no ciega. Desprende un amor y una bondad difíciles de concebir. A pesar de ello, a Jesús le resulta muy familiar. Ha podido contemplarla en más de una ocasión durante su vida. Un ser de enorme belleza aparece ante él y le dice con voz pausada: «Así está escrito desde los tiempos de los Profetas. El Cristo, que es el Unigénito de Dios, será entregado en manos de los gentiles, que se burlarán de él, le azotarán y le crucificarán. Pero también está
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escrito que el Cristo, al tercer día, resucitará de entre los muertos. Y así conviene que suceda para gloria de Dios Padre, para la salvación de legiones de almas y para honrar el nombre del Hijo de Dios que es Dios mismo». La agonía comienza a desaparecer en segundos. Ese frío interior que sentía se esfuma gradualmente. Ya no tíembla, ni llora, ni suda. Todo parece estar en una perfecta calma y armonía. La presencia de aquel ser le conforta, le hace sosegarse y recuperar su paz interior. Sigue de rodillas. El ser que le acompaña le sonríe amorosamente y le dice: «Señor, si no murieras de la forma que acabas de contemplar, tu mensaje no tendrá valor para los hombres y mujeres de las generaciones venideras. Tú mismo has dicho más de una vez que no hay mayor amor que el de aquel que da su vida por sus amigos. Al pasar por este amargo trance y terminar así tus días en la Tierra, serán muchos los que, a lo largo de los siglos, se arrodillarán ante el Cristo crucificado, que lo dio todo y hasta el final. ¿Se puede dar algo más que la propia vida? Por ello, es voluntad del Padre Celestial que todo suceda como está escrito y como les fue revelado a los Profetas para la salvación de las almas». Jesús, ya confortado, asiente con la cabeza pareciendo conocer ya las palabras de aquel ser celestial. Entonces dice: «Hágase la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Si así Él lo quiere, que así sea y que así se cumpla». El ser, sonriendo nuevamente y rebosante de gozo y dicha, junta sus manos a la altura del pecho y haciendo una reverente inclinación dice: «Que así sea». En aquel instante, la aparición se desvanece. Todo se esfuma. Han desaparecido el ser y la luz. De nuevo se hace la oscuridad. Todo parece ahora tranquilo, en calma. Prácticamente reina un silencio absoluto en Getsemaní. Se escuchan algunos lejanos ladridos de perros. Los Apóstoles han caído en un profundo sopor e incluso se pueden percibir los ronquidos de algunos de ellos. Las hojas de los olivos del lugar se mueven delicadamente. La región entera duerme, excepto unos pocos. Un tímido grupo de nubes cruza ahora el firmamento. Lo profundo del cielo está cuajado de centelleantes estrellas que parecen ser testigos de lo que está sucediendo.
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El Galileo se levanta y se dirige al lugar que ocupan sus Apóstoles. Se acerca y los ve dormidos. La tristeza se adueña de nuevo de su corazón. «¿No habéis podido velar conmigo en este tiempo de angustia?» -les dice en voz alta en un tono teñido de pesar. De nuevo se siente solo. «Velad y orad para no caer en tentación. El · espíritu está pronto, pero la carne es débil».14 Estaba pronunciando estas palabras cuando, de fondo, se oye un rumor. Un grupo numeroso de personas se acerca al lugar donde están. Vienen con paso firme y acelerado. Se empiezan a divisar algunas antorchas. Entran en Getsemaní: Los Once, uno tras otro, se van despertando. Se van poniendo en pie. No saben lo que ocurre. Están desorientados. El grupo se para en la entrada del lugar. La silueta de uno de ellos se acerca. Es Judas, el Iscariote. Viene hacia Jesús, lenta pero decididamente. Aún no se le distingue el rostro, pero quienes le conocen bien saben que es él. Judas se sigue aproximando hasta que se sitúa frente al Maestro. Se para y, clavando en Jesús su mirada, le besa, suavemente, en la mejilla derecha. Los Apóstoles contemplan la escena. Judas mira a Jesús. El Rabí observa entristecido al Iscariote. «Judas: ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?» -le pregunta Jesús. 15 En ese instante, el grupo que permanece en la entrada se moviliza y también se acerca apresuradamente. «¡Ése es! [Prendedle!» -exclama uno de los hombres que encabezan el grupo. Armados con espadas y palos se abalanzan sobre el Maestro precipitadamente. Rodean al Galileo y le apresan con agresividad. «Yo no soy ladrón ni salteador» -dice. «Me prendéis como si fuera uno de ellos. Nada he hecho a escondidas. He predicado a las muchedumbres en las calles y en el Templo y nunca me escondí de vosotros, y ahora venís a mí para apresarme porque mi palabra pesa sobre vosotros. Ella os declara culpables y todo el que no escucha mi palabra no pertenece a la Verdad».16 Uno de los Once interrumpe las palabras del Rabí. «¡Judas!» -grita con desgarro y desesperación Simón Pedro. -.).P.l