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Spanish Pages [289] Year 2007
Ladislao Vadas
RAZONAMIENTOS ATEOS UNA ANTITEOLOGIA ¿Cuál debe ser la meta de una humanidad huérfana de dios?
Ediciones Meditación BUENOS AIRES
Del mismo autor: El universo y sus manifestaciones (Ensayo cosmológico) Ediciones Sapiencia, Buenos Aires, 1983 Diálogo entre dos inteligencias cósmicas (Ensayo dialogado sobre el mundo, la vida, el hombre, y el futuro de la Humanidad) Ediciones Tres Tiempos, Buenos Aires, 1984
Naves extraterrestres y humanoides Alegato contra su existencia (Ensayo cosmobiológico) Imprima Editores, Buenos Aires 1978 Impreso en Argentina - Prínted in Argentine Todos los derechos reservados Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723 © 1987, Ladislao Vadas Ediciones Meditación ISBN: 950-43-1642-5
Índice Prólogo________________________________________________
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Libro I ARGUMENTOS QUE FAVORECEN LA IDEA DE UN DIOS CREADOR CONSERVADOR Y GOBERNADOR DEL MUNDO Primera parte EL APARENTE ORDEN Y PERFECCIÓN DE LA NATURALEZA (biológico, geológico y astronómico) Capítulo I. El orden biológico ___________________________________
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Capítulo II. El orden geológico____________________________________
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Capítulo III. El orden astronómico ________________________________
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Segunda parte EXISTENCIAS QUE PARECEN REFORZAR LOS ARGUMENTOS DE LA TEOLOGÍA NATURAL Capítulo I. El psiquismo humano ______________________________
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Capítulo II. La lógica, la matemática y las ciencias_________________
36
Capítulo III. La moral, el libre albedrío, la verdad y la justicia_________
40
Capítulo IV. La necesidad de la creencia religiosa____________________
43
Capítulo V. La idea de perfección y la idealización del ser perfecto por excelencia ____________________________________________
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Libro II LAS PRUEBAS DE LA NO EXISTENCIA DEL DIOS IDEADO POR LOS TEÓLOGOS Advertencia _________________________________________________
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LADISLAO VADAS Primera parte PRUEBAS BIOLÓGICAS
Capítulo I. La supuesta creación y el dilatado lapso de tiempo necesario para la formación de la vida y su evolución _______________
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Capítulo II. Las pruebas de la evolución de las especies contra el fixismo creacionista ____________________________________
55
Capítulo III. Críticas a la admisión de una creación continua mediante el mecanismo de la evolución ________________________
59
Capítulo IV. El azaroso mecanismo genético y la brutal selección natural de las especies _____________________________________
64
Capítulo V. La despiadada lucha por la supervivencia. Sexo y alimentación ____________________________________________
67
Capítulo VI. Los animales carniceros y depredadores ________________
70
Capítulo VII. Los vegetales "asesinos" .____________________________
75
Capítulo VIII. El mito del equilibrio biológico perfecto _______________
78
Capítulo IX. La naturaleza no es sabia___________________________
81
Capítulo X. Las imperfecciones de los seres vivientes (defectos congénitos) _______________________________________________ _
84
Capítulo XI. La lucha contra las enfermedades; los accidentes y la terrible senectud ________________________________________ _
88
Capítulo XII. El parasitismo _____________________________________
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Capitulo XIII. ¿Qué es el hombre? ___________________________________
94
Capítulo XIV. El hombre no es el summum de la perfección ni el tope de la evolución __________________________________________
97
Capítulo XV. Las luchas del hombre con el hombre ____________________
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Capítulo XVI. Las atrocidades cometidas por el hombre _________________
105
Capítulo XVII. Las causas del comportamiento humano negativo y
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el origen de su capacidad cerebral ________________________
109
Capítulo XVIII. El planeta Tierra no ha sido creado para los seres vivientes _____________________________________________
113
Segunda parte PRUEBAS GEOLÓGICAS Capítulo I. El proceso telúrico primitivo_______________________ 119 Capitulo II. La burda formación de los continentes; los movimientos orogénicos; los movimientos sísmicos y el vulcanismo _____ 122 Capítulo III. Las glaciaciones, las tempestades y los períodos de grandes diluvios alternados con los períodos de grandes sequías ___________________________________________
127
Capítulo IV. Degradación y envejecimiento del planeta ___________ 129 Capítulo V. La ausencia de garantía para la integridad del globo Terráqueo _________________________________________
131
Capitulo VI. Cómo planearía el hombre un futuro planeta para ser Habitado __________________________________________
134
Tercera parte PRUEBAS ASTRONÓMICAS Capítulo I. El sistema solar y las inexactitudes matemáticas ______
139
Capítulo II. La ausencia de garantías para la integridad del sistema solar _____________________________________________
142
Capítulo III. Lo que les ocurre a las estrellas ___________________
145
Capítulo IV. El comportamiento de las galaxias ________________
149
Capítulo V. Teorías cosmogónicas, la supuesta creación de la nada, y mi cosmología ______________________________________
152
Capítulo VI. La circunstancialidad y la transitoriedad de las leyes físicas que rigen el universo ______________________________
156
Capítulo VII. El proceso de la formación de los astros y el elemento
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LADISLAO VADAS hidrógeno ________________________________________________
158
Capítulo VIII. La fugacidad del proceso hominal frente a las transformaciones del universo ___________________________________
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Cuarta parte PRUEBAS ANTIMETAFISICAS Capítulo I. Nuestro relativo raciocinio y la idea de perfección ___________
165
Capítulo II. El fracaso de la prueba fundada en el orden moral __________
169
Capítulo III. El fracaso de la prueba fundada en las supuestas verdades eternas y el escollo de éstas para la teología _________________
173
Capítulo IV. El fracaso de las pruebas tomistas de las cinco vías _________
176
Capítulo V. Contradicciones en la aceptación de un dios máximamente perfecto frente a las imperfecciones de su supuesta creación ______________________________________________________ 185 Capítulo VI. Contradicciones en la aceptación de un dios máximamente bueno frente a la maldad ______________________________
190
Capítulo VII. Contradicciones en la aceptación de un dios omnipresente frente a los hechos universales ________________________ 194 Capítulo VIII. Contradicciones en la aceptación de un dios inmutable y eterno frente al acto de la creación, y su presencialidad ________ 198 Capítulo IX. Contradicciones en la aceptación de un dios que posee "ciencia de visión", frente al libre albedrío ______________________
204
Capítulo X. Unilateralidad de los atributos del dios de la teodicea y repaso final de los mismos __________________________________
208
Capítulo XI. Las dificultades en confrontar el concurso divino con el libre albedrío ____________________________________________ 210 Capítulo XII. Crítica del libre albedrío ______________________________ 212 Capítulo XIII. Las dificultades en confrontar la causalidad divina universal con la existencia del mal ____________________________
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Capítulo XIV. La existencia del mal, escollo de gigantescas proporciones para la teología ___________________________________
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Capítulo XV. Resumen final de las pruebas antimetafísicas ______
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Libro III MEDITACIONES METAFÍSICAS Y EL FUTURO DE LA HUMANIDAD Capítulo I. La bienaventuranza lograda, ¿y después qué? _________
233
Capítulo II. El supuesto poder satánico, ¿fuera del marco de la presunta divinidad? ________________________________________
236
Capítulo III. Argumentos de rechazo de un mundo poblado de seres espirituales ____________________________________________
241
Capítulo IV. Materia y espíritu ________________________________
245
Capítulo V. ¿Puede existir algún otro dios que no sea el ideado por los teólogos, ni sugerido por los mitos? ____________________
249
Capítulo VI. Posibilidades de la existencia de suprainteligencias naturales en el universo __________________________________
252
Capítulo VII. El universo cíclico, las distintas civilizaciones posibles y la ausencia de sentido _______________________________
257
Capítulo VIII. El futuro de la Humanidad _______________________
262
Capítulo IX. El superhombre _________________________________
266
Capítulo X. El psiquismo independizado del cuerpo, y el futuro lejano ___________________________________________________
269
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA ______________________________
275
ÍNDICE ANALÍTICO Y ONOMÁSTICO __________________________
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Prólogo
Esta obra no es un ataque a dogma alguno. Se trata de un puro razonamiento fundamentado tanto en las ciencias naturales, como en la misma metafísica que ha idealizado a un ser "suma perfección" a quien denomina dios. Su intención no es otra que la de rebatir el razonamiento teológico surgido del terreno de la teología natural o teodicea, es decir, la que trata de la demostración de la existencia de un dios, asimismo como de sus atributos y perfecciones a la luz de los principios de la razón. En cambio, no abarca específicamente a la teología dogmática o sobrenatural que trata de un dios con sus atributos y perfecciones a la luz, según se dice, de los principios "revelados". De modo que el beato y pacífico creyente dogmático, munido de sus sagradas creencias, aunque rechace todos mis argumentos no me incomoda, ni debe él sentirse molesto por mis ideas. No obstante, una cosa es hallarse abrazado a un dogma religioso con sus componentes místicos que encierran misterios y razones ocultas, con sinceras cargas devocionales por parte del creyente (quien al aceptar gratuitamente lo sobrenatural se escuda tras la incondicional fe sin preocuparse por los interrogantes metafísicos), y otra cuestión muy distinta es que para pretender Justificar la creencia en un ser supremo se recurre a los principios de la razón, esgrimiendo argumentos extraídos tanto del ámbito psíquico como del mundo físico exterior a la mente, es decir de un terreno exclusivamente natural como lo hace la teodicea. Entonces se impone una legítima respuesta crítica. En eso consiste el presente trabajo. Este ensayo tan sólo trata de demostrar que tal ente supremo como el que propone la teología natural no puede existir, tanto por no ser necesario frente a la luz arrojada por la Ciencia Experimental, como por las contradicciones en que Incurre la propia teología al concebirlo, describirlo en sus perfecciones y demás atributos, para confrontarlo luego con el mundo, y el hombre, su supuesta creación. Los tres libros que componen esta obra se hallan ligados entre sí.
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El primero consiste en un alegato a favor de la teología con el objeto de poner de relieve cómo se pueden evaluar las cosas desde un punto de vista particular, y de qué modo se aprecian después desde otro ángulo 'más objetivo. En el segundo, trato de rebatir los tres argumentos fundados respectivamente en la biología, la geología y la astronomía, y añado las pruebas antimetafísicas que anulan la segunda parte del primer libro, extendiéndome en las contradicciones (antinomias y aportas) que encierra el razonamiento teológico en su afán de idear el ser perfectísimo. Todo lo cual se constituye en las razones de mi ateísmo. El tercer libro contiene especulaciones que igualmente desembocan en la negación o imposibilidad de un dios de cualquier naturaleza de que se trate, para finalmente proponer la fórmula del futuro para la Humanidad, razón del presente tratado en sus tres libros.
Libro I Argumentos que favorecen la idea de un dios creador, conservador y gobernador del mundo
Primera Parte El aparente orden y perfección de la naturaleza (biológico, geológico y astronómico)
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Capítulo I
El orden biológico
Es natural y lógico tomar del mundo viviente que nos rodea por doquier, y que aun habita en nuestro interior, las pruebas irrefutables de la existencia de un orden y armonía perfectos. El razonamiento lógico viene de inmediato: si hay un orden, tuvo que haber un ordenador. Así es como basándose en ese orden se habla de un creador, una de cuyas obras es el maravilloso mundo de los animales y de las plantas. No hay más que realizar una excursión campestre en primavera con interés observador, para captar la belleza y armonía de la naturaleza. Llanuras húmedas, bosques exhuberantes, serranías, e incluso los jardines cultivados por el hombre, nos muestran un despliegue de formas, colores y relaciones que nos maravillan. Los insectos pronubos (abejas, abejorros, mariposas de vistosos atuendos, etc.) nos señalan que hay sabiduría en la naturaleza porque de paso que estos seres del reino animal se alimentan del dulce néctar de las bellas y perfumadas flores, las polinizan para que subsista buena parte del reino vegetal que depende de ese mecanismo. ¿Puede imaginarse un sistema más perfecto montado para la supervivencia? El reino animal que se nutre del reino vegetal se encarga a su vez de perpetuar las especies vegetales polinizándolas. Y no es esto todo. La cadena es larga. Si incursionamos en la ciencia ecológica comprobaremos que todo lo relativo al sostenimiento de la vida comienza en el Sol. Allí se producen las reacciones físicas que generan los vitales fotones que inundan de día nuestro mundo. Esta forma de energía, la luz, es captada por las moléculas de clorofila esparcidas por el mundo verde de los vegetales, para formar hidratos de carbono con agua y dióxido de carbono que las plantas toman del ambiente. Los vegetales, que además extraen los minerales del suelo en que enraizan, o del agua de mares, lagos y ríos en donde crecen, sirven así de alimento básico para la fauna, además de cumplir con el papel de oxigenadores del aire. Se calcula, por ejemplo, que e) plancton marino renueva el oxígeno atmosférico en un 80%.
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Es posible representar este sistema mediante una pirámide en cuya base podemos colocar los vegetales. Sobre esta capa fundamental se pueden representar luego, sucesivamente y en orden ascendente, los demás seres vivos como biomasas que se van reduciendo en volumen a medida que nos aproximamos al vértice. Así, tenemos por ejemplo los animales herbívoros, granívoros, frugívoros, comedores de plancton, de néctar, polen, jugos vegetales, etc., que se instalan inmediatamente sobre la franja vegetal que ocupa la base piramidal. Luego podemos instalar encima los omnívoros, que aprovechan alimentos tanto de origen vegetal como animal, junto con los carnívoros de primer orden, para finalmente ubicar los carnívoros de segundo orden en el vértice. Esta cadena alimentaria constituye, para el observador y para aquel que incursiona en la lectura de temas ecológicos, una auténtica y armoniosa maravilla. Los vegetales se constituyen así en la base de todo el proceso viviente, y no sólo eso, también contienen en sus raíces, tallos, hojas, flores y frutos, principios activos que sirven como medicina para un sinnúmero de dolencias. No sólo el hombre, también los animales utilizan los vegetales para medicarse. Sabemos que la primitiva medicina se basaba en su mayor parte en las propiedades de las hierbas y plantas diversas. ¿Puede esto considerarse tan sólo como una obra del azar? Muy pocos son los que pueden dudar que se trate de un plan, ya sea elaborado por una inteligencia creadora o por la misma sabia Naturaleza que sabe lo que hace. Si continuamos nuestra indagación de la naturaleza o leemos los tratados sobre la vida vegetal y animal y sus relaciones, hallaremos a cada paso nuevos motivos para el asombro. Las organizaciones de los insectos sociales como abejas, termes, hormigas y avispas, son sorprendentes. ¿Quién no conoce el orden, la disciplina, la perfecta distribución del trabajo y la solidaridad que reina en la vida de una colmena? Los casos de asociaciones mutualistas entre vegetales con otros vegetales, animales con vegetales y animales con otros animales, son otras tantas muestras del ensamble ecológico que garantiza la perpetuidad de las especies vivientes. Las simbiosis constituyen ejemplos patentes que demuestran el perfecto mecanismo de supervivencia montado en el planeta Tierra. Dos especies, por ejemplo, se asocian para convivir obteniendo beneficios mutuos. Todos conocen el caso del cangrejo y la actinia; de la yuca y cierta polilla, y otros múltiples más. Nuestra flora intestinal, que ayuda a la digestión, no es otra cosa que un caso más de simbiosis. Nosotros proveemos de habitáculo (nuestros intestinos) y nutrimento a una serie de bacterias saprofitas
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benéficas que, a cambio, nos permiten digerir mejor los alimentos y hasta nos proporcionan ciertas vitaminas que ellas elaboran, importantes para nuestro organismo. Se ha calculado que en 1 mg de materia fecal humana existen más de 140 millones de gérmenes que representan aproximadamente los 2/3 del volumen de las heces desecadas.' Este fenómeno de simbiosis es común en otras especies vivientes. Es como si tales organismos hubiesen sido creados para beneficiar a otros y viceversa. También el fenómeno de las migraciones de las aves nos habla de una especie de sabiduría programada. Las aves migratorias se comportan como si poseyeran un mapa geográfico en su cerebro. Así recorren miles y miles de kilómetros para regresar luego a su lugar de origen. Fuera de las aves, en el resto de la escala zoológica, no es menos sorprendente el fenómeno de los desplazamientos faunísticos. Peces como la anguila y el salmón encuentran las rutas adecuadas para dirigirse hacia los lugares de desove. Mientras el salmón remonta los ríos para reproducirse, la anguila se dirige desde las aguas dulces hacia el mar con el mismo fin, dando con las rutas precisas sin equivocarse. También los grandes mamíferos terrestres emigran en busca de alimento. ¿Qué fuerza misteriosa empuja a enormes masas de estos seres obligados a recorrer fabulosas distancias por aire, tierra y mar? El instinto se puede considerar como una sabiduría programada antes del nacimiento. No es posible tampoco dejar de asombrarnos ante los casos de mimetismo y atavismo que presentan los pequeños seres del mundo zoológico como los insectos, igual que los grandes felinos. Entre éstos, el Jaguar, por ejemplo, que gracias a sus máculas se confunde en la jungla con el claroscuro que producen las filtraciones de la luz solar a través del follaje. La extraordinaria habilidad de muchas aves para construir su nido es otro de los temas cautivantes para el observador de la naturaleza. El "pájaro sastre", que confecciona su nido utilizando su pico como aguja para coser los bordes de las hojas; el "hornero", que edifica su confortable habitáculo de barro y paja, y las habilidades del boyero para tejer un nido colgante, son proverbiales ejemplos escogidos entre innumerables casos de habilidad. Para el amante de la ornitología constituyen indudables muestras de ingenio. Las formas de propulsión de pulpos y calamares, el vuelo de los 1
Según Cohendy, citado por Bernardo A. Houssay y colaboradores, Fisiología humana, Buenos Aires, El Ateneo, 1969, pág. 485.
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insectos y aves; la Iluminación propia producida por las luciérnagas, y peces abisales; el sistema de sonar de murciélagos y delfines; los nidos de "papel" construidos con simetría por las avispas; la posibilidad de detección del calor por parte de ciertos reptiles crotálidos mediante órganos especiales, son otras tantas maravillas de la naturaleza que cualquier lector puede hallar en los libros de divulgación de la ciencia de los animales. En el mundo vegetal también existen cosas no menos geniales que sorprenden al botánico. Entre los silenciosos y cloróticos seres de ultra lentos movimientos que son las plantas, se observan con asombro los ingeniosos mecanismos de la reproducción que consisten en la polinización y el transporte de las semillas. De esto se pueden encargar las aves, los ya mencionados insectos, el viento, el agua y otros vectores como los mamíferos cubiertos de lana que diseminan la simiente prendida a las hebras mediante ganchos. ¿Cómo es que una semilla puede formar ganchos durante su desarrollo que le permitirán adherirse luego a los eventuales vehículos diseminadores? El polen, las flores y las semillas presentan sorprendentes formas que los hacen aptos para las funciones reproductoras. Pero esos órganos sexuales que son las flores no sólo ostentan belleza en virtud de su vistoso colorido, sino que atraen a sus polinizadores con el aroma y el Jugo azucarado (néctar) que segregan. El deslumbrado observador directo de la naturaleza, tanto como el espectador de las pantallas de televisión donde se pueden ver documentales sobre el tema, y el lector de obras ilustrativas, no dudan que detrás de todo eso debe existir un gran Diseñador del mundo. La producción de vitaminas, azúcares, almidón y proteínas por parte de los vegetales, precisamente para proveer de esos elementos indispensables para la vida a los animales, por si sola constituye una prueba sólida y convincente de que las bases de la vida han sido eficientemente calculadas, lo cual implica de manera automática a un suprainteligente Fundador. Los alimentos que ofrece la naturaleza al hombre, tan variados, nutritivos y ricos en sabores, en forma de frutos, granos, raíces, tallos, hojas, flores, miel, lácteos y deliciosas carnes de mariscos, peces, aves y mamíferos, nos hablan de un mundo natural especialmente acondicionado para el hombre, ya que éste necesita para su metabolismo precisamente todas estas cosas. Con mayor nitidez se percibe esto cuando acudimos a la ciencia paleontológica; ella nos indica que el hombre aparece hacia el final, con las capas geológicas más modernas, como corolario de la creación. Un indispensable mecanismo, a veces visto con repugnancia por el
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hombre, es el saneamiento planetario llevado a cabo por las bacterias de la putrefacción y por una serte de pluricelulares como las larvas de insectos necrófilos comedores de cadáveres, y los mismos carroñeros (hienas y buitres). Sin la presencia de estos transformadores de restos orgánicos en humus, la superficie de los continentes del planeta y los lechos oceánicos y marinos, así como de lagos y ríos, se hallarían repletos de cadáveres de animales y restos vegetales intactos, que por acumulación harían imposible la prosecución de la vida. Imaginemos capas superpuestas de restos orgánicos en continuo crecimiento que obligarían a los vegetales a desarrollar raíces cada vez más profundas hasta agotar por completo todas las reservas del suelo, extinguiéndose entonces esas formas de vida tan fundamentales. ¿Resultaría factible imaginar un mecanismo más perfecto para mantener el equilibrio ecológico? El equilibrio biológico en que está inserto el hombre es precisamente el acertado para sostener todos sus requerimientos como especie viviente, como ser orgánico considerado el más perfecto. Por ello es que hoy se defiende la naturaleza primigenia que existió antes de la era tecnológica. La tecnología precisamente amenaza con romper el delicado ecosistema preparado especialmente para sostener a la Humanidad. La defienden los que han tomado clara conciencia de la compleja cadena de relaciones ecológicas de los seres vivientes, ideada con inteligencia y precisión; tan frágil hoy ante el avance demográfico humano y el tecnicismo. Pocos dudan del sacro, perfecto e insobornable orden de la naturaleza que se traduce en un delicado, complejísimo y perfecto equilibrio biológico que no puede ser transgredido so pena de extinguirse la misma especie humana. El plan ecológico destila sabiduría y apenas cabe duda alguna de que, si a pesar de todo no se cree en un Gran Diseñador, entonces al menos hay que aceptar que la naturaleza es sabia y sabe lo que hace. Sin embargo... si se rechaza a un Diseñador pero se reconoce que la madre naturaleza es sabia ¿no se está deificando a la mismísima naturaleza? ¿Y de dónde iba ésta a sacar por sí misma sabiduría y conciencia (puesto que sabe lo que hace) si no le fueran dadas desde fuera estas capacidades? Así es como se cae en un círculo vicioso del cual es posible extraer dos conclusiones: o la naturaleza es obra de un Gran Diseñador inteligente que actúa desde el exterior, o la misma naturaleza es el Gran Diseñador que obra a conciencia, cayéndose así en un panteísmo.
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Pero la duda acerca de algo Consciente Inteligente que ajustó las cosas de modo tan ordenado, como se puede apreciar claramente a través de las relaciones de los seres vivientes y sus maravillosas creaciones, difícilmente pueda asomar. O se rinde homenaje a un Absoluto Creador y Conservador del mundo, o se venera a la naturaleza como ente sabio que hace que el que incursione en ella vaya de asombro en asombro. Para rematar con argumentos de fuste que la naturaleza es una maravilla de organización, consideremos el funcionamiento de nuestro propio organismo. Basta con acudir a los extensos tratados de anatomía y fisiología humanas que se estudian en la carrera médica, para persuadirnos de lo harto compleja que es nuestra arquitectura biológica y lo casi incomprensiblemente complicado de nuestro funcionamiento orgánico. Pocos son los que dudan de que una Inteligencia Excelsa tuvo que haber ideado y plasmado nuestra maquinaria biológica capaz de marchar en forma autónoma durante 70; 80, y a veces hasta más de 100 años. Un organismo que elabora sus propias defensas para hacer frente a los ataques de otros organismos como virus, bacterias, hongos y protozoarios patógenos; un organismo que sabe seleccionar las proteínas, las sales minerales, lípidos, hidratos de carbono y vitaminas de los alimentos; que contiene enzimas para la digestión; que posee el maravilloso aparato circulatorio, el extraordinario laboratorio químico que es el hígado, el eficiente filtro en que consiste el riñón, el mecanismo reproductivo, el prodigioso mecanismo de nuestra visión que nos permite la mejor forma de tomar conciencia del mundo y ... el portento, la maravilla por excelencia que es nuestro cerebro que nos permite concebir las complejas matemáticas, crear y entender las ciencias, meditar tanto sobre el cosmos y sus elementos ubicados a miles de millones de años luz de distancia, como especular sobre las partículas nucleares en el campo microcósmico. Todo esto basta y sobra para aceptar una Inteligencia Absoluta, un Ser Superior a todo. El orden biológico es una de las garantías contra toda duda antiteológica, junto con el orden geológico y el orden astronómico con los que se complementa. Vayamos ahora al orden geológico.
Capítulo II
El orden geológico
Nuestro planeta avistado desde un avión que vuela a una altura de 11 kilómetros, o desde un satélite artificial, constituye un espectáculo maravilloso. Entre los claros dejados por las nubes es posible distinguir los bordes de las masas continentales que presentan una regularidad tal que parecen trazados con la fina iniciativa de algún ingeniero cósmico eficiente. Los casquetes polares no dejan de ser también un atractivo que añade belleza a nuestro planeta avistado desde un satélite. Ubicados ya en la superficie podemos apreciar en un día despejado el azul del cielo y el brillo del sol radiante, cuya luz baña de colores nuestro entorno. El color es importante. Hace más placentera la existencia. Si nuestra visión no fuese cromática, quizás el mundo, que aparecería triste, nos contagiarla su tristeza. El color es un excelente invento para la alegría. Si fijamos nuestra atención en la corteza sobre la que se asienta la Humanidad y acudimos a los tratados de geología, mineralogía y cultivo de suelos hallaremos también aquí ocasión para el asombro. Tal como lo encontramos cuando tratamos de la flora, la fauna y sus relaciones. La corteza planetaria contiene precisamente los elementos minerales necesarios para el sostenimiento de la vida. Es como si se tratara de algo también premeditado para formar y mantener el mundo orgánico. Todas las sales minerales necesarias para la vida; abundancia de agua, el elemento más indispensable; riquezas minerales de utilidad tecnológica que parecen haber sido preparadas adrede, de antemano, en los tiempos prebióticos, esperando en las capas geológicas hasta que un día el hombre pudiera explotarlas con el fin de crear su civilización; depósitos de agua y canales de riego naturales consistentes en lagos, nos y arroyos; terrenos sueltos aptos para los cultivos; rocas arena, cal, arcilla, yeso, para las construcciones; yacimientos petrolíferos y carboníferos como fuentes energéticas; la abundancia del
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hierro, del cobre, del aluminio y otros metales y minerales de especial utilidad; todo esto y mucho más parece haber sido calculado desde los albores de la formación planetaria o aun antes, para un futuro que es hoy y será mañana. Si analizamos nuestra atmósfera hallaremos en ella otra razón más para no pensar en el azar. Nuestra singular atmósfera planetaria contiene un 21% de oxígeno libre. Este puede considerarse como un porcentaje entre otros, quizás sin importancia aparente ya que podría ser otra su proporción. Sin embargo, si la cantidad de oxígeno del aire fuera mayor en proporción con los otros gases de la mezcla, todos los humanos y los animales se extinguirían. Además de ser irrespirable nuestra atmósfera con un mayor porcentaje de oxígeno, los combustibles naturales se harían altamente inflamables. Sería difícil vivir en un mundo en donde se produjesen constantes incendios difíciles de controlar. El nitrógeno que se halla en un porcentaje del 78% en el aire es para nosotros un elemento inerte, que entra y sale de nuestros pulmones sin afectarnos. Si se tratara de otro gas, amoníaco por ejemplo, nuestra atmósfera sería irrespirable. Pero el nitrógeno por otro lado forma parte de los compuestos proteínicos, de los aminoácidos, sillares de la vida, y es captado por ciertas bacterias localizadas en las raíces de las plantas leguminosas. De este modo, este elemento se incorpora a los suelos y los enriquece. Por su parte, como ya hemos dicho, el plancton marino se encarga de renovar el oxígeno atmosférico en un 80%. ¿Existe o no una armonía entre las relaciones edáfico-atmosféricas con el orden biológico? Nuestro geoide se comporta como un sustrato preacondicionado para la vida y ésta se desarrolla y perpetúa en una íntima interacción con el planeta. Hay un constante fluir de material planetario hacia el torrente de la vida y un constante reflujo de masa viviente hacia el mundo físico. La vida es la hechura del planeta, y el planeta Tierra no parece ser un ente ciego, inerte, que sólo espera que se extraigan sus nutrientes, sino que se comporta a través de los evos geológicos como un ente dinámico, un globo que cambia constantemente su fisonomía. El movimiento telúrico es constante. Hay plegamientos montañosos, erosión de cordones orogénicos de todas las edades; costas de formación y costas de abrasión en los litorales marítimos; circulación atmosférica, corrientes marinas; intercambio gaseoso con las aguas oceánicas; calentamientos, enfriamientos; ciclos de las aguas que fertilizan las tierras al disolver los minerales que entran en el torrente viviente; protección estratosférica de las radiaciones letales como la capa de ozono que impide que el sol nos envíe radiación deletérea.
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Igualmente ocurre con el campo magnético que rodea la Tierra. Es como si ésta poseyese la inteligencia suficiente como para haberse rodeado de esa fuerza desviante con el fin de proteger la vida que pulula sobre su superficie. Gracias a las líneas de fuerza magnética del globo terráqueo, los rayos cósmicos llegan debilitados a su superficie. Pero he aquí un detalle curioso. Es en la faja ecuatorial donde los rayos cósmicos caen más debilitados que en las zonas cercanas a los polos norte y sur. Pero es también en la zona intertropical en donde la densidad de vida es mayor, de modo que hay coincidencia. Es como si la Tierra protegiese su masa viviente precisamente allí donde la vida es más abundante. Volviendo a la atmósfera, ésta también impide que se expanda el calor hacia el espacio. Incluso pulveriza constantemente los meteoritos que son atraídos por la gravedad e impide que nos bombardeen. ¿Hay mejores argumentos para pensar que algo o alguien lo dispuso todo así para garantizar nuestra supervivencia de terráqueos? Es como si la Tierra nos defendiera de las amenazas que rodean su mundo biológico. Las napas subterráneas de agua potable parecen ser obras de ingeniería preparadas y hechas por un Gran Artífice que sabía ya de antemano o daba por descontado que alguna vez el ser humano iba a descubrirlas y aprovecharlas. La posibilidad del fuego fue otro recurso escondido en la naturaleza. La abundancia de oxígeno en el aire lo hizo factible. Esa milagrosa combustión del elemento carbono presente en el material orgánico facilitaría al hombre, su descubridor, todo un cambio en su modo de vida primitivo y una acción sobre su entorno al permitirle crear herramientas metálicas. La obtención del fuego era fácil, pues los vegetales secos abundaban por doquier. Gracias a la lumbre, incluso las poblaciones humanas pudieron avanzar hacia latitudes más frías. El bronce, descubierto posteriormente, estaba también como aguardando en las capas geológicas, para ser algún día aprovechado. Pero lo más extraordinario fue el secreto de la energía eléctrica insita en la esencia misma del mundo, que parece haber sido planeada para sorprender a la criatura humana destinada a gozar de su aprovechamiento. Hoy, las comunicaciones radiales, el cine, la televisión, el maquinismo, la iluminación, las computadoras, el transporte, y en fin, el deleite, dependen del potencial electrónico encerrado en nuestro geoide natal desde los albores de su formación y en el universo, como si se tratara de una invención de un Totisapiente Artífice, destinada para que la criatura cósmica por excelencia, el Hombre, rey de la creación, la disfrute.
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Desde el punto de vista de la ubicación de nuestro geoide en el espacio con respecto a la radiación solar, fuente de vida, es necesario señalar que la distancia de la Tierra al Sol es ideal. La órbita terrestre está como marcada por un invisible trazo en el espacio, y la Tierra parece estar colocada allí, ni más cerca, ni más lejos del astro de la vida. Si se hallara más cercana al Sol o más alejada de él, las temperaturas serían tórridas en el primer caso y gélidas en el segundo. La vida en un mundo glacial, si existiera, se vería limitada a unas escasas especies, pues como podemos apreciar en nuestro globo, la zona más rica en fauna es la comprendida entre los dos trópicos, que corresponden a un clima cálido y las dos zonas templadas norte y sur. Si, por el contrario, se tratara de un mundo tan abrasador como es el caso de Mercurio, por ejemplo, entonces las proteínas de la vida se coagularían cocinadas por el intenso calor. El eje terrestre inclinado parece ser a todas luces un artilugio montado adrede para hacer más interesante la vida del hombre, cuya naturaleza requiere cambio; necesita de la tensión y el relax; cierta penuria seguida de bonanza precisamente para que esta última sea mejor apreciada, para no caer en el hastío de las cosas siempre iguales. Así se comporta el clima planetario con las cuatro estaciones. El otoño y el invierno retraen, entristecen, los fríos molestan. En cambio, la primavera es como una especie de liberación, un renacer, un canto a la vida bajo cuyas temperaturas benignas cantan las aves, se reproducen las especies, se abren los capullos florales, revolotean las mariposas y se alegra el hombre. El verano de los frutos maduros de las zonas templadas es otra variación que hacia el final, al cerrar el ciclo, prepara al hombre para la nueva tristeza de los árboles sin hojas y la retracción de la fauna. El eje inclinado que produce las cuatro estaciones hace más interesante la existencia. La sabiduría que conoce la naturaleza humana así lo ha dispuesto, no cabe duda para la mayoría. Todo tiene que haber sido hecho con premeditación. El orden geológico añadido al orden biológico parece eliminar toda idea de azar. Pasemos ahora al orden astronómico.
Capítulo III
El orden astronómico
Cuando en una noche clara salimos a mirar el cielo estrellado, nos subyuga el espectáculo de calma que reina entre las innumerables luminarias. Mayor deslumbramiento nos produce el panorama si contemplamos la Vía Láctea en el campo. Las constelaciones que desfilan ante nuestra vista todas las noches a la misma hora, a lo largo de nuestro paseo por el cielo alrededor del sol viajando sobre el globo terráqueo, las veremos siempre igual a lo largo de toda nuestra existencia. Parecería que nada se moviese allí, salvo los planetas y sus lunas. La astronomía nos dice que cada una de las incontables estrellas es un sol. Nos dice también que esos soles se mueven dentro de un conjunto de ellos que se denomina galaxia, pero no podemos percibir sus movimientos dada nuestra corta existencia comparada con los evos cósmicos. Ahora bien, si en nuestra propia galaxia Vía Láctea hay cientos de miles de millones de soles en pleno movimiento — muchos de ellos sin duda acompañados de planetas—, ¿cómo es que nuestro mundo no ha chocado con alguno de ellos a lo largo de los miles de millones de años de existencia que se calcula para nuestro globo terráqueo? Y el Sol, nuestro Sol que es un millón de veces mayor que la Tierra y posee una potente fuerza de atracción, ¿cómo es que no ha sufrido algún serio percance espacial y se mantiene radiante durante tantos evos cósmicos? Es que el espacio es fabulosamente inmenso. La separación entre unos y otros es de tal magnitud, que todo parece haber sido calculado para que nuestro geoide natal no encontrara obstáculos en su camino espacial acompañando al Sol. Todo parece indicar que basado en un plan inteligente, magnamente eficiente, el sistema solar ha sido lanzado cual maquinaria perfecta, como si se tratara de un mecanismo de relojería automático, capaz de autosostenerse sin deterioros ni merma en el impulso. Un sistema autónomo capaz de marchar durante miles de millones de años,
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sin hallar obstáculos en su cósmica senda, todo garantizado por el espacio de sobra. Cosmos es sinónimo de orden, armonía y belleza. Es de opinión unánime de los observadores del cielo, que mejor denominación no pudo habérsele otorgado al universo. El giro de la Tierra sobre sí misma, que produce el día y la noche, parece haber sido calculado para la actividad y el descanso de los seres vivientes. Si bien existen muchos animales nocturnos, esta inversión biológica no obsta para considerar que la neta separación de luz y oscuridad divide la jornada de 24 horas e invita a la inactividad del sueño para reponer energías. Parece ser hasta un milagro que la rotación y la atracción gravitatoria se hallen tan bien combinadas que impide que seamos despedidos hacia el espacio. El mecanismo se puede denominar perfecto porque hay ausencia de ejes, pivotes, engranajes, fricciones que pudieran producir roce, desgaste, frenamiento, como sucede con las máquinas creadas por el hombre. En el espacio no hay roce, porque los astros, aun los que contienen atmósfera, están rodeados de vacío. Además..., ¿qué más perfecto que una esfera? De los cuerpos geométricos tridimensionales, el estado esférico de un gas, líquido o sólido, configura la forma más perfecta. Precisamente, todos los astros importantes (salvo los asteroides, las lunas de Marte y otros cuerpos como los cometas), estrellas, planetas y lunas, presentan esa forma que ofrece la menor superficie entre todos los cuerpos de la geometría del espacio. Nuestro Sol, como las demás estrellas, posee un mecanismo de supervivencia de larga duración. La astronomía ha calculado que el Sol ha brillado como en la actualidad desde unos cinco mil millones de años. También se han calculado unos cuatro mil millones de años para la existencia de nuestro sistema solar en el estado en que hoy se encuentra. Estas son cifras fabulosas para nuestra escala del tiempo. Pero también se calcula que nuestro sistema solar podrá aún existir durante miles de millones de años más. La astronomía dice que el Sol y todas las demás estrellas extraen su energía radiante del proceso de la fusión nuclear y emplean el combustible más abundante del cosmos: el hidrógeno. Este combustible rinde mucho, es de larga duración, y se transforma en helio. Pero este "desecho" es a su vez aprovechable. En las estrellas de gran masa, la cadena de la formación de los elementos químicos se continúa. Así, es como del helio se pueden formar sucesivamente el
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carbono, el oxígeno, el magnesio, el silicio, y todo el resto hasta completar con el uranio los 92 elementos químicos naturales. Las estrellas masivas, fábricas de elementos químicos, es decir creadoras de posibilidades de vida, luego estallan. Son las supernovas. Sus materiales dispersados pueden formar planetas como la Tierra; y los planetas especiales como el nuestro, con ese material pueden mantener la vida. ¿Puede entenderse un mecanismo más eficiente que este proceso macrocósmico dentro del cual, si lo analizamos, la vida, el hombre y su pensamiento se gestaron en estrellas supernovas, si nos atenemos a la teoría evolucionista? Empero, para los creacionistas fixistas, el proceso tampoco carece de importancia, porque esa fabricación de elementos más pesados que el hidrógeno, serviría luego de sostén para la vida una vez creada ésta en forma súbita. El acondicionamiento del mundo para el rey de la creación parece venir de lo recóndito del espacio y desde muy lejos en el tiempo. Por otra parte, tenemos también una radiación universal adecuada para la vida. Lo mismo que dijimos acerca de las especiales condiciones que presenta el globo terráqueo para albergar la vida (y la conciencia del universo que es el hombre), también las posee el universo todo. Vivimos realmente en un mundo sumamente improbable y nuestra propia existencia es de una improbabilidad casi increíble. Por ejemplo, si la temperatura producida por la radiación cósmica de fondo que proviene desde todas las direcciones del espacio y baña todo el cosmos fuese más elevada, por ejemplo cien veces mayor que la detectada, entonces difícilmente se podría haber formado y mantenido la vida. Si fuera 1.000 veces mayor haría inclusive imposible la existencia de las mismas estrellas. Ni estrellas ni galaxias en consecuencia existirían hoy. La moderna ciencia astronómica acepta en general un universo en expansión que se originó en una gigantesca explosión de toda la materia que lo compone cuando ésta estaba concentrada (el big bang). Durante ese big bang pudieron haber ocurrido muchas cosas. ¿Por qué precisamente se formó un universo frío que permitió la formación a su debido tiempo de estrellas y galaxias? Podríamos llegar a preguntarnos, ¿por qué hay estrellas?, ¿por qué hay galaxias?, ya que pudo haber ocurrido que nunca se formaran. Algunos científicos calculan que si durante la explosión primigenia se hubiera formado deuterio en vez de hidrógeno, entonces el universo estaría compuesto casi en su totalidad de helio. Por consiguiente, no existirían estrellas como el Sol munidas de un combustible de larga duración como el hidrógeno. El agua que es dióxido de hidrógeno, elemental para la vida terráquea, tampoco existiría.
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También se calcula que son muchos los hechos que pudieron haber sucedido a partir del big bang, y múltiples los caminos seguidos por los procesos transformativos del universo, de modo que si el big bang se repitiera cien veces, habría cien universos distintos, casi ninguno de ellos compuesto de estrellas, planetas y galaxias, y menos conteniendo vida, pues no hubiera habido siquiera oportunidad de que se crearan elementos más pesados que el hidrógeno o el helio, que entran en su composición. ¿Cómo es que todo ocurrió precisamente de una manera ordenada y eficiente a lo largo de todo el tiempo transcurrido desde el primigenio estallido que se calcula acaeció hace unos 15.000 millones de años, hasta desembocar en la posibilidad de la vida y la conciencia? Todo el colosal despliegue de la materia-energía del cosmos parece justificarse. Todo ese quizás aparente derroche de elementos componentes del universo parece haber confluido hacia un excelso objetivo. El accionar de ese conjunto total de átomos del universo que los físicos cósmicos calculan en 1080(un uno seguido de ochenta ceros) parece haber obedecido a un magno plan. La moderna astronomía con su teoría del big bang o gran explosión y espansión del universo galáctico, parece haber reeditado el antiguo concepto centrista denominado con dejos relativistas como "antropocentrismo". La Tierra fija alrededor de la cual se mueven los astros, la idea tolemaica, fue una forma de antropocentrismo, luego comprobada falsa. Una vez demostrado el movimiento terrestre, destronada la Tierra como centro del universo, quedaba el Sol como núcleo del mundo. Pero una vez desplazado aun el Sol como centro del universo, colocado en un brazo de la galaxia Vía Láctea, a un costado cualquiera, como un astro ordinario, e incluso considerada esta galaxia como una más entre millones de ellas en expansión, sin privilegio alguno, la posición del hombre como rey de la creación quedó resentida. Máxime cuando se comenzó a hablar de otros posible.s mundos también poblados de seres vivientes y civilizaciones extraterrestres. Sin embargo, hoy la astronomía parece dar pábulo nuevamente al antropocentrismo, pero no como una ilusión, sino como una palpable realidad. En efecto. Toda la transformación evolutiva del Cosmos se. puede considerar una Causa Final El primigenio estallido; el nacimiento de las estrellas que algunos astrónomos estiman en principio en diez mil millones de billones1; la fabricación de elementos químicos más pesados a partir del hidrógeno; 1
Asimov, I.: Las amenazas de nuestro mundo, Barcelona, Plaza y Janes S.A., 1980, pág. 57.
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la formación de planetas; la radiación general del universo no extrema, etc., todo esto y mucho más parece haber tenido un solo objetivo: el acondicionamiento de un lugar como el globo terráqueo, para ser instalada allí la maravilla de la creación, el hombre, quien se asombra de sí mismo en su ciencia porque nota hoy más que nunca que su existencia es el colmo de la improbabilidad. Su capacidad de asombro lo hace maravillarse de su propio ingenio, de sus creaciones, de sus concepciones filosóficas y científicas acerca del universo, es decir de sus cosmologías, de su ciencia, de su tecnología y de su arte. Todo parece deberse a la Tierra y a su Hombre. Desde los más recónditos sitios del universo llegan influencias hacia la Tierra, por más insignificante y lateral que ésta parezca Junto con su Sol frente a la inmensidad, por más "descentralizada" que se la considere en el concierto universal. ¿Es el universo con su Humanidad un accidente, o toda una magna creación suprainteligentemente planificada por un Ser, pura sabiduría y bondad? Todo parece indicar a la luz de la moderna cosmología que se trata de un inteligente fruto de un plan tan colosal, tan magno, que el cerebro humano, tan pobre a pesar de todo lo recientemente expresado, apenas puede comenzar a comprender. Veamos ahora lo que pueden decir los argumentos más metafísicos a favor de esto.
Segunda Parte Existencias que parecen reforzar los argumentos de la teología natural
Capítulo I
El psiquismo humano
La maravilla de la mente humana raya en lo Inconcebible para la misma mente humana, cuando ésta se dispone a repasar y analizar las facultades intelectuales de que está munida. Recordar, imaginar, crear historias ficticias, representar escenas, cosas y seres del pasado que ya no existen, calcular el futuro, fantasear, razonar, planificar..., todas estas posibilidades psíquicas y muchas más, no hacen otra cosa que admirarnos de nuestras propias capacidades, al punto de que nos obligan a rechazar, con toda la fuerza de nuestro convencimiento, una causa material como productora de las facultades mentales. Algunos autores afirman que el cerebro humano podría albergar una información tan colosal como la que llenaría algo así como unos veinte millones de volúmenes. Que el cerebro es un reservorio increíble de datos lo atestiguan los extensos tratados de algunos autores que tocan temas no recopilados, resumidos o copiados de otros textos, sino emanados de su propia mente, como si ésta fuese una supercomputadora inigualable por la técnica, capaz de almacenar astronómicas cifras de datos, procesarlos y elaborar ideas, hipótesis y teorías propias que antes nadie había conocido. ¿De dónde surgió tanta asombrosa capacidad? ¿Acaso por evolución? "La función crea al órgano", se dice. ¿Acaso el Homo sapiens, para sobrevivir como especie tanto en el pasado como en el presente, ha necesitado y necesita de una capacidad tan formidable como la que posee para concebir las intrincadas fórmulas matemáticas, los engorrosos pero factibles cálculos aritméticos, los teoremas y fórmulas físicas? ¿Acaso era y es imprescindible para la supervivencia, la capacidad mental para concebir los abstractos, laberínticos, intrincados y extensos tratados filosóficos? ¿Acaso son necesariamente imprescindibles la ciencia y tecnología
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actuales para evitar la extinción de la Humanidad? ¿No será más bien a la inversa? El peligro de extinción existe ahora, no hace 2000 o 4000 años atrás. La autodestrucción de la Humanidad ya se encuentra como posibilidad real en sus propias manos, cosa que no existía o al menos había mayores garantías en la antigüedad remota con un conocimiento precario comparado con el actual. En un mundo primitivo donde sólo era menester ser eficiente cazador, recolector o poseedor de ciertas rudimentarias técnicas para el cultivo de las tierras, el hombre poseía más garantías que ahora para sobrevivir, aun acosado por innúmeras enfermedades que le acortaban el promedio de vida. Este último podríamos decir que es uno de los más formidables éxitos que ha logrado el hombre con su ciencia y su técnica: prolongar su existencia; pero a costa de un peligro mayor, el de la desaparición de toda la raza humana en virtud del descubrimiento del terrible secreto encerrado en la esencia misma de la materia: la energía nuclear. No es necesario reiterar que la inmensa mayoría de la Humanidad, por no decir casi toda, ha sobrevivido durante milenios sin necesidad de recurrir a profundas filosofías elaboradas por unos pocos; sin ingeniosas, teorizadas y complicadas cosmologías para explicar el mundo; sin computadoras, sin profundos conocimientos experimentales del Cosmos en el campo de la macrodimensión, ni de la física nuclear y subnuclear en el terreno de la microdimensión. Pero a pesar de la autocrítica que realiza el hombre de su propio y querido avance en el conocimiento que lo enfrenta con la terrorífica perspectiva de la nada, es decir de la autoaniquilación total, es necesario reconocer que la capacidad de penetración de la mente en los secretos de la naturaleza y en el profundo mundo metafísico es más que impresionante, ya tan prodigiosa que raya en lo sobrenatural. En efecto, ¿de dónde le viene al hombre esa capacidad que tan abismalmente lo separa de los animales? ¿No es éste un salto demasiado grande como para no ser considerado el hombre como una creación a imagen y semejanza de algo infinitamente superior? Es como si en su naturaleza animal (puesto que come, metaboliza, crece, se reproduce como un animal) se hubiese insuflado algo espiritual. Es como si le fuese dada una porción de otro orden de cosas que nada tiene que ver con el mundo sensible al que se halla amarrado el animal con su puro instinto. Pareciera ser que se le ha iluminado con una parte alícuota de un espíritu del mundo que se ha dado en llamar alma racional. Esta parece ser la mejor explicación de tanto prodigio como es el cerebro humano. Lo sobrenatural elimina toda dificultad del entendí-
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miento, suelta todo nudo gordiano que impide conocer en su esencia el funcionamiento de nuestro intelecto y sintetiza lo que parece ser un laberinto inextricable, un dédalo traumatizante para la ciencia. El alma simple, como principio espiritual que anima al cuerpo humano, es una existencia aceptada por todos los pueblos primitivos y paradójicamente hoy día es nada menos que la ciencia moderna la que se encuentra más cómoda, aceptándola.
Capítulo II
La lógica, la matemática y las ciencias Basta con introducirse por simple curiosidad en el mundo de la lógica aristotélica, en el famoso texto del "organon", para darse cuenta cabal de lo que puede encerrar la mente humana. Los denominados "universales" (categorías, géneros, especies), ya sean existencias reales como sostienen unos, ya pertenezcan tan sólo al plano nominal como afirman otros, no dejan por ello de ser necesarios para entender el mundo. De todos modos, ontológica o nominalmente son "existencias" (valga el contrasentido) y la mente por puro razonamiento ha dado con ellas. (Qué sugestiva coincidencia! ¿La mente se halla amoldada a las existencias exteriores a ella o dichas existencias están amoldadas a la mente? Pero, sin embargo, aparte de las disyuntivas, lo cierto, lo positivo es que las categorías existen, los géneros y especies los podemos comprobar aun entre los seres vivientes. Hay especies de plantas, hay especies de animales. Cada especie se define por un conjunto de características y propiedades. Por ejemplo, la forma del pico de las aves sirve para su clasificación porque es una característica morfológica que permite identificar las especies; la infecundidad entre especies diferentes permite confirmar las clasificaciones basadas en los caracteres morfológicos, etc. No en vano la ciencia biológica adoptó en su rama, la taxonomía, el sistema binario de clasificación de todos los seres vivientes del planeta: género y especie, porque esto es una realidad palpable para todo biólogo. Pero el mecanismo mental apto para concebir los denominados en filosofía "universales", ¿de dónde surgió? ¿Cómo nació en la especie "sapiens"? ¿Por "mera casualidad"? El diccionario filosófico dice que "lo universal considerado ontológicamente, es la forma, la idea o la esencia que puede ser compartida por pluralidad de cosas y que da a las cosas mismas su naturaleza o sus caracteres comunes", y considerado lógicamente es "lo que por su na-
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turaleza puede ser predicado de pluralidad de cosas" (según Aristóteles). Pero resulta que la mente humana no necesita estudiar lógica primero para luego entender las ciencias. Por el contrario, ya todos somos lógicos de antemano. Somos lógicos de nacimiento, nos formamos lógicos en el útero, y toda experiencia que nos viene del exterior (e incluso las intuiciones que nos vienen de nuestro interior) las asimilamos a nuestra lógica. Todos poseemos una lógica natural para discurrir con acierto sin ayuda alguna de la ciencia, y por el contrario es la ciencia, nuestra ciencia la que es construida sobre la base de nuestra lógica. A su vez, la lógica por definición está considerada como la ciencia de las formas, modos y leyes del conocimiento científico. Sin nuestra lógica innata, el mundo se nos presentarla incoherente al no poder hallar en él las verdades necesarias para nuestra supervivencia. Todo nos parecería ser un mar de locura en el que naufragaríamos irremisiblemente. Retornemos ahora a la pregunta. ¿Es el entorno el que imprimió en nuestra especie “sapiens” la lógica, o ésta nace de lo profundo de nuestro ser como algo dado gratuitamente por el Espíritu Universal? Pero si la lógica es sorprendente como mecanismo para entender el mundo, por su parte la matemática es impresionante como correspondencia entre mente humana y realidad. ¿Por qué? Porque si se extinguieran los pueblos civilizados quedando tan sólo los analfabetos, lo primero que nacería de nuevo como conocimiento serían la matemática y la lógica, y esto sin necesidad de recurrir a experiencia objetiva alguna. ¿Por qué? Porque los conceptos aritméticos y geométricos son innatos, están como programados en nuestra mente esperando ser hallados y desarrollados. No en vano proponía Sócrates su método de la mayéutica, que consiste lisa y llanamente en "sacar a luz los conocimientos que se forman en la mente". La matemática y la lógica, igual que el lenguaje, se hallan encerradas potencialmente en la naturaleza psíquica del hombre. ¿Puede haber mejor argumento que éste a favor de la existencia del espíritu en contraposición a la materia? Si existe un espíritu identificado con cada uno de nosotros los humanos, es fácil y necesario admitir la existencia de un Espíritu Universal, más amplio, más perfecto, del cual somos emanación o pálido reflejo, pues si no, ¿de dónde nos vendrían esas verdades eternas que encierra la matemática como que dos más dos son cuatro; que la raíz cuadrada de dos es un uno seguido de infinitos números decimales; que el diámetro de una circunferencia entra 3,1416∞ veces
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en su longitud; que la suma de los ángulos de un triángulo es Igual a dos rectos; que la cuadratura del círculo es Imposible; que las órbitas de los planetas son elípticas; que E = m c2 (energía es igual a masa por velocidad de la luz al cuadrado), etc.? El desarrollo de nuestro mecanismo mental matemático y lógico, en coincidencia con la realidad exterior, es más que sospechoso. Ningún mecanismo evolutivo que haya obrado a ciegas parece poder explicarlo satisfactoriamente. Máxime cuando aunque más no sea por curiosidad hojeamos extensos tratados matemáticos escritos para estudiantes del nivel universitario. Es increíble comprobar hasta dónde ha sido capaz de llegar nuestro cerebro para elaborar los intrincados rompecabezas aritméticos y geométricos con sus respectivas y lógicas soluciones. La agudeza, profundidad de concepción, retención y cálculo lógico son tan colosales que nuestra propia capacidad de asombro queda colmada cuando de la maravilla de nuestro cerebro se trata. ¿Cómo la materia, los simples átomos podrían haber jamás creado por sí solos semejante capacidad para desentrañar lo complejo? Las habilidades o la capacidad de aprendizaje son un mecanismo evolucionista que garantiza la supervivencia, y fuera de este objetivo no tiene sentido, se dice. Pero, sin embargo, nuestra monstruosa capacidad para la matemática no es imprescindible para nuestra supervivencia como especie, ya que, vuelvo a reiterar una vez más. los primitivos hombres cazadores, recolectores y agricultores no necesitaban de la lógica aristotélica, ni del cálculo infinitesimal, ni del análisis matemático, ni de teoremas geométricos, ni de fórmulas químico-físicas, y ni siquiera del cálculo físico matemático de la resistencia de los materiales. En todo caso les bastaba simplemente con saber contar (sumar, restar y dividir) para repartirse equitativamente sus productos de la cacería o de las cosechas. ¿Cómo se explica entonces tanta capacidad latente, tanto potencial cerebral escondido entre miembros de tribus primitivas, muchas de ellas saqueadoras y embrutecidas? Aptitud oculta que sólo se iba a revelar cuando los pueblos, al pasar de una economía de caza a una economía agrícola se hicieron sedentarios. Sólo entonces algunos individuos obtienen tiempo para dedicarse al arte y al conocimiento. Gracias a las reservas alimentarías que permite el régimen de la agricultura, algunos miembros de la comunidad se desligan de las tareas manuales y se dedican ya sea al arte, o al pensamiento abstracto y a la teorización basada en la experiencia. Así nacen la matemática, el pensamiento filosófico, la astronomía y otras disciplinas. Pero no como una necesidad que deba cubrir la evolución biológica y la selección natural, sino como ocupaciones al margen, como suertes
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de hobbies, y ahí es donde de pronto comienza a revelarse el genio oculto en el hombre de la tribu, en aquel mismo hombre de las hordas salvajes invasoras que jamás utilizó su cerebro para calcular los "pozos negros del espacio", ni para la mecánica de Newton, ni para las ecuaciones de la física cuántica. Y sin embargo, en la especie humana ya estaba encerrado el potencial para ello. Sólo fue necesario que las hordas se asentaran y se sosegaran para que el genio, cual volutas de humo, comenzara a asomarse para luego llegar arrolladoramente al maquinismo, a la electrónica y a la conquista del espacio exterior. ¿Cómo es que de pronto el bruto se revela en genio hasta llegar a asombrarse de sí mismo? Después de un largo letargo intelectual que abarcó muchos milenios, luego de un prolongado régimen de vida que se limitaba a las luchas tribales territorialistas y contra las fieras carniceras, cacerías, y alguno de que otro atisbo de arte rudimentario, seguido luego de arte exquisito, en dos milenios y medio se desarrolla la ciencia como si el cerebro humano hubiera sido súbitamente iluminado. ¿Estaba en aquellos tiempos primitivos ya todo ese asombroso potencial calculado y preparado de antemano, para irrumpir de pronto, consolidarse lentamente al principio, y al final, ya en nuestro siglo, revelarse explosivamente en la ciencia y tecnología actuales? Si compiláramos todo el conocimiento científico del mundo actual en una gran colección enciclopédica analítica, ¿cuántos volúmenes de gran formato serian menester para contenerlo? ¿Acaso se justificaría poseer en una biblioteca particular todos esos libros que desde ya requerirían una colosal construcción con anaqueles, anexa a nuestra vivienda? De ningún modo, porque toda la vida de un hombre solo alcanza para abrevar apenas en una ínfima parte alícuota de toda la montaña de conocimientos acumulados hasta el presente. Ahora bien. Todo ese conocimiento científico dispersado en la actualidad por las bibliotecas del orbe, ¿acaso no podría representar la sabiduría de un colosal supercerebro o más bien de una Suprainteligencia espiritual? ¿Y a la inversa, esa Suprainteligencia no podría estar precisamente representada por todos los cerebros humanos que existieron y existen como creadores de la ciencia? Indudablemente, para la inmensa mayoría, esta inteligencia así revelada a través de los selectos de la humanidad, no puede ser otra que un Dios omnisciente creador de todo lo existente. Creo que este argumento es sustancialmente fuerte a favor de la teodicea.
Capítulo III
La moral, el libre albedrío, la verdad y la justicia Una de las existencias que más acercan al hombre hacia la Idea de una sustancia divina, es la ética. La ética, como la matemática, la lógica y el lenguaje, es una existencia innata. Todos los pueblos, primitivos o civilizados, han tenido y tienen sus reglas morales. Kant, quien sostuvo la imposibilidad de la demostración de la existencia de un dios en los terrenos ontológico, cosmológico y físico-teológico o teleológico (de los fines), halló en cambio una vía abierta para la aceptación de un Ser Supremo en el argumento moral. "Todo el mundo deberá reconocer que una ley moral tiene que llevar consigo una necesidad absoluta y que consiguientemente el fundamento de esta obligación absoluta no puede buscarse en la naturaleza del hombre o en las circunstancias del mundo en que se encuentra metido, sino que se ha de buscar a priori únicamente en los conceptos de la razón pura"1, dice Kant en su "Fundamentación de la metafísica de las costumbres". Las leyes de la moral son válidas para todo ser racional. Ya se trate de un terráqueo o de un ángel o de un extraterrestre de otra galaxia. No cometer injusticias es un "mandamiento" válido para todo ser racional que se halle instalado en el Cosmos, y tanto para el pasado como para el presente y el futuro, y siempre, en la eternidad. Tanto en esta expansión universal según la moderna teoría astronómica, como durante posibles nuevas expansiones en que pueda aparecer vida consciente, si es que el universo es cíclico y pulsante, la justicia deberá prevalecer porque así como dos más dos son cuatro, la ética que cuadra a lo justo es una realidad eterna esculpida en un orden de cosas que se halla más allá de todo tiempo, materia y ser racional. Pertenece 1
1963.
Kant, Obras, IV, 389, "Fundamento a la metafísica de las costumbres", Madrid,
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a otro mundo, al mundo inteligible, fijo, eterno como la matemática y la lógica. El círculo siempre podrá reaparecer, lo mismo la esfera, el triángulo, las órbitas elípticas, la posibilidad de la suma, la resta, la multiplicación, la división y también la necesidad de suyo, la lógica y forzosa necesidad de la justicia, ya que nuestra mente se resiste a la idea de la posibilidad futura de un mundo injusto en otros ciclos, en otras expansiones de otros evos cósmicos en que pudieran nacer nuevos seres racionales. ¿Acaso no nos altera, incluso, cuando se trata injustamente a los seres irracionales que nos acompañan en este mundo? Toda nuestra existencia de relación social y todo lo que percibimos del mundo exterior con nuestros sentidos (experiencias) y todo lo que nace de nosotros, desde lo más profundo de nuestro interior, parece encajar en ciertos moldes preexistentes al mundo. Moldes o estructuras (para denominar materialmente de alguna manera lo inmaterial, invisible) que pueden sobrevivir al mundo. Aunque el universo todo se contraiga para formar un nuevo supersol como el que existía, según la teoría del big bang, en los albores de su formación, o por el contrario aunque el cosmos continúe expandiéndose infinitamente según otra teoría que se aferra a la idea de un universo abierto, una vez desaparecida la posibilidad de vida no por ello se perderán las verdades eternas. La ética aún continuará como flotando en el Todo, la necesidad de la justicia seguirá como telón de fondo, como existencia no palpable pero necesaria, absolutamente necesaria, y si luego de muchos infinitos eones se diera nuevamente la posibilidad de seres racionales en cualquier futuro mundo de cualquier naturaleza que éste fuera, la justicia seguirá siendo una realidad necesaria para la vida de relación, igual que la matemática para entender el mundo. De la necesidad de la moralidad y de la existencia del libre albedrío se deduce de inmediato otra necesidad: la de la existencia de un Ser Supremo que ha establecido desde siempre ese telón de fondo, ese marco o estructura invisible que es el mundo inteligible ajeno a las galaxias, estrellas, planetas, fotones, rayos cósmicos, espacio, tiempo y todo lo demás perteneciente a este universo temporal. Lo intemporal, eterno, que es la justicia absoluta como virtud y la ética como valor absoluto, son verdades que entroncan con el bien y se identifican con él. Y el bien por excelencia, el bien absoluto, ¿no se identifica acaso con un Ser Supremo, espíritu puro atemporal, eterno y omnipresente, que puede subsistir sin el mundo, esfumarlo, crearlo de nuevo con todos sus ingredientes como masa, energía, tiempo, espacio, y... leyes físicas? ¿No puede acaso, si así lo deseare, crear nuevos seres, nuevas con-
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ciencias, puros espíritus o espíritus unidos a cuerpos? Pero todos estos seres, si se crean racionales deberán encajar dentro del marco "preestablecido" o mejor dicho eterno: la ética, que... en definitiva no es otra cosa que la misma naturaleza del bien por excelencia que es el Ser Supremo. La moralidad conduce a la idea de un Ser Supremo y el Ser Supremo se identifica con lo ético por excelencia, donde no puede haber, donde no hay cabida para lo injusto. Esta verdad hizo que grandes pensadores como Kant y Hegel no dudaran de que detrás de todo existe un Gran Espíritu. Según Hegel, por ejemplo, el fin de la conducta humana es el Estado y el Estado es la "totalidad ética", y esta totalidad ética es Dios. "El Estado es Dios que se ha realizado en el mundo" (aunque ninguno de los existentes se ha realizado plenamente), llegó a afirmar Hegel, para quien la mismísima historia de la humanidad es una revelación de Dios. Lo que deja la vía abierta para hallar a un Ser Supremo en Hegel, es la inmortalidad y la libertad absoluta o libre albedrío. El orden moral, perfecto fuera del hombre y fuera de todo ser racional semejante al hombre, que se pueda instalar en el Cosmos, pues, así es concebido por la mente humana, exige un premio o un castigo que no puede realizarse en esta vida. No hay justicia en la vida, dicen aquellos que ven frustrados sus propios sanos esfuerzos y los de los demás, y tienen razón. Pero cómo serla inconcebiblemente mostruoso que todo nuestro desvelo, toda nuestra lucha por lo Justo, por lo ético, por los valores eternos frente a lo inicuo, quedara sin recompensa; cómo sería monstruosamente absurdo que fuésemos engañados en nuestra existencia como inocentes niños; cómo es tremendamente ridículo que nuestro papel en el Cosmos se redujera a simple comedia, a una desalmada y triste farsa; cómo esto no sería otra cosa que una traición de la vida, una tragicómica mueca existencial, una injusta burla a nuestras esperanzas y dignidad de seres excelsos cuando nos proponemos serlo y lo logramos, entonces, ¿a qué nos induce todo esto? ¿A qué nueva conclusión metafísica nos obligan a arribar las anteriores meditaciones metafísicas? Primero, a la necesidad de la existencia de nuestro libre albedrío, esa libertad absoluta de elegir entre el bien y el mal. Segundo, a la idea de la (mortalidad, y tercero, a la idea del alma inmortal, un trocito del espíritu universal que somos. De aquí a la aceptación de un mundo intemporal donde reina un Ser Supremo ya hay un solo paso, pues las ideas de inmortalidad y libre albedrío del alma conllevan la noción de existencia necesaria de un Gran Juez. Todos estos argumentos son de gran peso a favor de la teología.
Capítulo IV
La necesidad de la creencia religiosa
La natural inclinación del hombre de todos los tiempos y lugares del planeta hacia la aceptación de un mundo espiritual separado del material y de un mundo escatológico, más allá de la muerte, es otra prueba a favor de la teodicea. Si todos los pueblos de todas las razas, de todos los tiempos, de todo el orbe han coincidido y coinciden en la aceptación del espíritu, no es posible entonces que se trate tan sólo de una idea transmitida por tradición, difundida desde algún centro por contacto entre los pueblos, porque muchos de ellos habitaban regiones totalmente aisladas unas de otras para que llegasen noticias en unos acerca de lo que pensaban otros. Habría que situar muy lejos en el tiempo al supuesto humano que tuvo la primera idea acerca del espíritu en contraposición a lo material, para difundirse luego a todo el orbe. Si bien la especie humana tuvo su origen en algún punto determinado del planeta y todas las razas distribuidas por continentes e islas tienen un tronco común, es muy difícil que por tradición oral haya pasado la supuesta primera ocurrencia de un solo humano, muy antiguo, hacia toda la población global. Cuando los arqueólogos, historiadores y antropólogos comenzaron sus investigaciones por el globo, hallaron que en cada región se creía en un sinnúmero de dioses distintos, por cuanto la tradición no se habría transmitido en forma lineal, si aceptamos un foco de dispersión de una sola idea original. En cada pueblo se habría distorsionado esa idea original según el ambiente habitado por cada uno. Así, habrían nacido los espíritus de la montaña, los espíritus del bosque, los espíritus de las praderas, los espíritus de las aguas, etc. Pero es muy universal, demasiado universal la idea de espíritu para ser considerada como tan sólo la ocurrencia de un único antiquísimo poblador del planeta difundida luego por doquier. Más bien parece ser un fenómeno repetido en todos los rincones del globo con creaciones autóctonas de seres espirituales de toda índole y gradación.
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Buenos, malos, terribles, bajos, excelsos, etc., y en tal profusión y con tanto convencimiento que es difícil aceptar una mera transmisión tradicional. La mente humana ha sido siempre activa en este sentido. La creación de seres espirituales ha sido viva y continua. Lo mismo ha sucedido con las creencias religiosas. En todo punto habitado del globo ha nacido alguna creencia religiosa como una ineluctable necesidad. ¿De dónde vino esta tendencia? ¿No obliga esto a aceptar algo así como una penetración de ese otro orden de cosas que nada tiene que ver con el mundo físico, en nuestra mente, en nuestra alma de naturaleza también espiritual? ¿Una especie de iluminación o inducción? Veamos en el capítulo siguiente el progreso de estas dispersas y a veces borrosas ideas sobre lo espiritual.
Capítulo V
La idea de perfección y la idealización del ser perfecto por excelencia Después de que los pueblos primitivos hubieron vivido rodeados de dioses; espíritus diabólicos y benévolos; fantasmas, trasgos, silfos, duendes...; espíritus errantes o espíritus encerrados en lugares tales como montañas, ríos, etc., o identificados incluso con los astros, sobrevino una idea depuradora. Los dioses dispersos en la naturaleza pronto se redujeron en su número. Del politeísmo se pasó al oligoteísmo, mientras algunos pueblos aceptaban un solo dios creador del universo. Aunque esto no haya sido rigurosamente así en orden cronológico (caso del brahmanismo que data de 1500 años a.C. y acepta un Dios supremo impersonal, lo mismo que el Dios hebreo que figura en escrituras que se aceptan fueron escritas hace unos 1200 años1 a.C.), lo cierto es que las ideas acerca del mundo espiritual evolucionaron. Todos nacemos llevando en nosotros la idea de la perfección. El hombre siempre tiende a realizar las cosas lo más perfectas posibles, ya se trate de monumentales construcciones como las pirámides de Egipto, la fortaleza de Sacsayhuaman del Perú, un cuadro, una composición musical o una máquina. De ahí que durante las especulaciones metafísicas, la mente haya buscado y hallado al ser perfecto por excelencia. Y lo ha logrado en plenitud como conducida por un hilo, como yendo por un laberinto con flechas indicadoras, en la seguridad de arribar a la meta. Los atributos entitativos y operativos de un dios sumo como la bondad, la verdad, la unicidad, la infinitud, la inmensidad, la omnipresencia, la omnipotencia, la omnisciencia, la inmutabilidad, la infalibilidad, y todas las perfecciones que puedan imaginarse para un ser absolutamente perfecto, no las posee ningún mortal sobre la Tierra, y sin embargo la mente humana ha dado con ellas, las ha intuido. Ningún hombre es omnisciente, por ejemplo, y sin embargo la mente humana concibe la omnisciencia. No pudo haber obtenido estas ideas por experiencia, ya que no 1
Según E. Fromm, Y seréis como dioses, México, Paidós, 1984, pág. 10.
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existe nada absolutamente perfecto en el mundo. Tampoco por azar, porque se trataría de demasiada casualidad, y aunque así fuese, habría hallado verdades y no ficciones. Maimónides2, por ejemplo, en su afán de buscar la idea de máxima perfección para un dios, llegó a afirmar que El no posee ningún atributo positivo porque los atributos implican impureza. Por el contrario, piensa que mediante los atributos negativos es como se llega al conocimiento más alto de Dios. Es decir que mencionando lo que Dios no es. se llega al concepto más puro de su máxima perfección. Apartándonos de tal extremo, volviendo a los atributos que hacen a lo absolutamente perfecto de un ser, éstos pueden tomarse como verdades descubiertas, no hipótesis inventadas; como verdades semejantes a la matemática, lenguaje universal válido para toda criatura que se halle instalada en el cosmos; como las verdades de la lógica y de la ética igualmente válidas para todo ser racional. Este es otro fuerte argumento a favor de la existencia de otro orden de cosas además del mundo físico. No de otra dimensión como la que menciona la física, sino otro mundo, el mundo inteligible más allá del espacio, del tiempo y de la materia-energía. Se trata de un mundo fijo, intemporal, establecido por toda la eternidad, ajeno a lo que fluye, a lo que cambia, envejece y perece. Ese otro orden de cosas, en el que podemos colocar la matemática, la lógica, la moral, y ahora las ideas de perfección junto con el Ser por excelencia concebido perfecto, se nos figura inmune a los avatares del tiempo, a los accidentes de la materia, a la acción de toda existencia pasajera y a todo accidente cósmico en gran escala. El cosmos podrá continuar en expansión infinita o tal vez pulsando eternamente, o también sufriendo infinitas transformaciones, pero las cosas señaladas permanecerán incólumes por siempre; existirá en ese orden de cosas espiritual un solo accidente posible, el que emerge del libre albedrío que poseen criaturas como el hombre, o... los ángeles. En efecto, de esa elección entre el bien y el mal en virtud de nuestro libre albedrío, surgirá lo accidental: la salvación o la condenación. Algo que no estaba escrito, ni planificado, ni calculado desde la eternidad, sino nuevo que se dará como accidente espiritual. El espíritu elige libremente. De esa elección surgirá una situación nueva que antes no existía, pero el marco de fondo, la estructura del mundo inteligible sin hallarse en ninguna parte tiene que existir eternamente. El mundo del espíritu tiene que ser eterno. Estos argumentos son arrolladores y están en un todo a favor de la teodicea. 2
Moisés Maimónides (1139-1205), filósofo de la Edad Media.
Advertencia Antes de entrar en tema es necesario recalcar lo anticipado en el prólogo de esta obra. No pretendo aquí agredir a teólogo o dogma alguno, sino exponer lisa y llanamente puros razonamientos. Mi intención es sólo una: arribar al final de este ensayo, proponiendo una fórmula de amor, justicia, paz y solidaridad universal para toda la Humanidad.
Libro II Las pruebas de la no existencia del dios ideado por los teólogos
Primera Parte Pruebas biológicas
Capítulo I
La supuesta creación y el dilatado lapso de tiempo necesario para la formación de la vida y su evolución Según lo señalado en el "Libro 1º" relativo a los atributos entitativos y operativos de un ser perfecto, engarzamos con un ente necesario que está fuera de este "mundo", de nuestro mundo palpable que vemos, tocamos y oímos, con un Ser Supremo absoluto que es ominisciente, omnipotente y omnipresente entre otras cualidades que hacen a su perfección. Ahora bien. ¿Qué nos eneñan ciencias como la geología y la biología? ¿O mejor, qué podemos leer en las superpuestas capas geológicas que contienen restos fósiles de seres vivientes extinguidos? Las dos ciencias, a saber la geología con su sistema de datación del carbono 14 y otros métodos, y la biología con una de sus ramas, la paleontología, han calculado que la formación de la Tierra como planeta biógeno, la aparición de vida sobre su faz y su posterior evolución, han demandado un dilatadísimo período, tan extenso que no condice con acción creadora alguna por parte de un ser supremo omnipotente, es decir que todo lo puede, hasta crear la Tierra y toda la vida existente sobre ella en un instante, o en breves etapas. En efecto, habría que pensar que para un ente tan poderoso como el ideado por los teólogos esto sería perfectamente posible, puesto que el término omnipotente aplicado a un ser absolutamente perfecto involucra precisamente lo Absoluto, para lo cual nada, absolutamente nada, debe ser imposible. Sin embargo, en la naturaleza todo se ha realizado a pasos, y no precisamente mediante pasos firmes, seguros, infalibles, sino tambaleantes, inseguros, infinitas veces vanos por haber intentado transitar por inútiles senderos truncados. Todos hemos oído hablar de la evolución de las especies vivientes. Al principio esta idea se tomó como un insulto al creador, pero hoy la ciencia está persuadida de que la evolución de la vida es un mecanismo real y no una idea; un hecho y no tan sólo una hipótesis o teoría. Hay seguridad sobre su existencia porque es un hecho demostrable. La paleontología, la anatomía comparada, la genética, la embriología,
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la ecología, la serología, y hasta la misma psicología animal y la moderna etología (ciencia del comportamiento animal y humano), entre otras muchas disciplinas, se aúnan para demostrar el hecho de la transformación evolutiva de las especies vivientes ya sean estas animales, vegetales o virus. Todo se conjuga para que no haya dudas. Pero no es sólo esto. También es la lógica, nuestra lógica, la que encuentra en el hecho de la evolución una perfecta explicación de la presencia en nuestro planeta de las tan variadas flora y fauna. Tan lógico es pensar en una evolución de las especies como el hecho de descubrirla y demostrarla, y es tan lógico como impresionante pues raya en lo irrefutable. Es tan racional que asusta, tan dialéctico que desilusiona al principio a quien siempre creyó en la creación desde la nada, quien finalmente, si no se halla obnubilado en extremo por una poderosa fe, debe ceder ante un razonamiento tan lógico como el que exige la presencia de los seres vivos en continua acción transformativa a la luz de la Ciencia Experimental, Con mayor fuerza se experimenta el convencimiento dentro de este razonar lógico, si a ello añadimos el factor tiempo, el tremendo lapso de tiempo que fue necesario para cristalizar (provisionalmente) la evolución. La geología nos dice por ejemplo que la Tierra se formó hace unos 5000 millones de años a partir de gas y polvo interestelares. Los primeros organismos vivientes que aparecieron hace unos 4000 millones de años según cálculos paleontológicos eran rudimentarios. Pero si escarbamos aun más en los orígenes, la astronomía nos sale al paso con una cifra realmente "astronómica" para el origen del universo: 15000 millones de años. Sin embargo, en virtud de estar tratando en este capítulo el tema desde un punto de vista biológico, detengámonos en la cifra calculada para el tiempo transcurrido desde la primigenia forma de vida planetaria: 4000 millones de años. ¡Es una cifra que hace pensar...! Analicémosla detenidamente. Pensemos en su significado, en la cantidad de minutos, horas, días, meses, años y evos transcurridos desde el caldo orgánico en donde una incidencia energética (rayo cósmico, descarga eléctrica, radiactividad natural planetaria, etc.) dio comienzo a la cadena de reacciones bioquímicas que por lentísima complejización originó la vida y su variabilidad. Es esto una petición de principio, dirán algunos, porque supongo precisamente lo que hay que demostrar. Doy por sentado lo indemostrable, es decir la existencia de una atmósfera primitiva esencial para el fenómeno vital incipiente, la formación de un imaginario caldo de cultivo, la incidencia energética, la cadena bioquímica, etc. Pero no es así, porque precisamente la bioquímica, con el apoyo de
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los últimos datos astronómicos que indican la impresionante profusión de elementos cósmicos existentes (galaxias, estrellas y planetas), en nuestros días ya se halla en condiciones de afirmar que tal evento fue posible, y que lo es aún hoy en diversos puntos del universo galáctico. Si bien la teología podría salir al cruce de estas dificultades y aducir que para su dios 1000 o más años son un instante o que incluso 4000 millones de años no significan tiempo para un ser atemporal, de todas maneras lo cierto es que la naturaleza ha procedido gradualmente. El hombre ha llegado a conocer que todo en el universo se cumple por etapas, muy lentamente, en una secuencia que exige que primero sea A, luego B, después C... y así sucesivamente, y esto demanda tiempo para el hombre. El dilatado camino recorrido por la evolución es un hecho real que encierra infinitos procesos sucesivos, graduales, paso a paso. ¡Cuatro mil millones de revoluciones planetarias alrededor del Sol para la creación de los oganismos complejos! ¡Esta es una barbaridad de tiempo para admitir de paso un ente creador omnipotente! En cambio, ¡qué bien cuadra esta descomunal dilatación temporal para una evolución bioquímica de la vida, paso a paso, por tanteos al azar, por eliminación de caminos errados que constituyen casi el ciento por ciento! Primero los coacervados, luego los genes libres, según las hipótesis en boga. Luego quizás los virus hasta formarse la primera célula viviente en el verdadero sentido de la palabra. Es decir, un ser constituido de núcleo, protoplasma y membrana celular. En el núcleo, el código genético determinante de las formas vivientes y su comportamiento, contenido en los cromosomas en forma de ácido desoxirribonucleico (ADN o genes). Los comienzos pudieron haber sido otros que los señalados por las teorías en boga, pero esto no tiene importancia. Lo cierto es que la formación de vida y su evolución es bioquímicamente posible desde el punto de vista científico, sin necesidad de intervención de ente todopoderoso alguno, sin necesidad de principio vital alguno que organice la materia viviente. Todo paso a paso, por sondeo azaroso, error, vuelta a empezar y... tiempo sobrante. Una molécula más otra molécula y... ¡nada! Millones de combinaciones idénticas y... ¡nada! Trillones de combinaciones; descomposiciones; recombinaciones... hasta que por fin se obtiene cierto éxito, pero sin indemnidad futura: la producción de moléculas gigantes y complejas que aun nada tienen que ver con la vida. Luego, otra vez trillones de combinaciones, desintegraciones y recomposiciones, hasta lograrse un proceso autónomo de admisión de nuevas moléculas, en un encadenamiento de hechos casi todos ellos
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fallidos, hacia la composición de un organismo viviente, aunque más no fuera un gene libre, una cadena de ADN capaz de dar calcos de sí misma. Y esto a lo largo de millones de años para poder hablar de un ser rudimentario que metaboliza, crece y se reproduce, producto de la "casi nada" de éxitos. Si existiera una inteligencia total, omnipresente y todopoderosa, sena ridículo que semejante ente se valiera de tan dilatado lapso de tiempo y de puros tanteos al azar (el 99,999% de ellos truncos e inútiles)1 para lograr una flora y una fauna como las actuales y un ser consciente como el hombre. Ese ultralento y vacilante mecanismo bioquímico más bien concilla con una concepción evolucionista natural por eliminación azarosa de infinitos procesos naturales ciegos, que se instalan a cada instante en el mundo, casi todos ellos carentes de posibilidades de supervivencia. Y no es eso todo. El ínfimo porcentaje, la casi nada que puede continuar adelante como proceso viviente, ¡no posee garantía alguna de supervivencia perenne! Una prueba de ello es que la fauna y flora preexistente a la actual era infinitamente más rica en formas, si bien éstas menos complejas. Lo que hoy nos rodea es una florifauna residual de un proceso viviente casi todo él extinguido por falta de garantías frente al medio ambiente fisicobiológico. Si existiera un creador eficiente, entonces las formas "creadas" desde un principio según el fixismo, hubiesen obtenido mayores garantías de supervivencia. Lo mismo ocurriría con las nuevas formas aparecidas sucesivamente si se tratara de una creación continua, según sostienen otros. Tiempo excesivamente dilatado, ceguedad de las transformaciones biológicas por mutaciones genéticas al azar y ausencia de indemnidad frente al medio, se oponen entonces a la idea de un supremo hacedor eficiente, dominador de un mundo creado por él. Por el contrario; si se insiste en admitir un ente espiritual creador separado de la materia-energía, habría que concebirlo algo así como una relativa y titubeante potencia que se va abriendo brecha en un medio denso y viscoso (el mundo) para ordenar y encaminar de manera perenne un mundo que se le resiste o tiende a escapársele de su accionar. Un mundo que jamás es conservado en su totalidad, pues posee tendencia al desorden. Pero esto ya no condice con el ser perfecto ideado por los teólogos, porque al restársele el atributo de la omnipotencia, deja de ser absolutamente perfecto. 1
Según Ernst Mayr, citado por Heinrich K. Erben, ¿Se extinguirá la raza humana?, Barcelona, Planeta, 1982, pág. 95.
Capítulo II
Las pruebas de la evolución de las especies contra el fixismo creacionista A esta altura de la investigación científica parecería ser hasta una perogrullada insistir sobre la realidad de la evolución biológica con el fin de refutar al viejo y caduco fixismo creacionista. Pareciera ser intempestivo insistir sobre algo tan axiomático si no fuera porque en algunos medios religiosos se trata aún de reflotar esta última posición mediante una critica a lo que se denomina simplemente como "teoría evolucionista" con el fin de minimizar una verdad. Refutar la evolución de las especies equivale a negar la redondez de la Tierra, la forma de la Luna y características de su superficie visible y oculta, o pretender ignorar el mecanismo meiótico de la reproducción celular o el de la transmisión de la malaria. Sin embargo, con obstinación, en ciertos ambientes se insiste en la minimización del fenómeno descubierto, denominándolo "posición evolucionista", como si cupiera otra postura frente a un hecho demostrado por medio de múltiples vías, comparable a la certeza que existe acerca de la composición de una nebulosa espiral o de que el Sol es una estrella más de la galaxia. Dicha oposición se torna más acentuada cuando se trata del tema de la aparición del hombre sobre el planeta. El hallazgo de fósiles en la corteza terrestre fue el primer toque de atención para los biólogos, pero pronto surgió una explicación satisfactoria anclada en el mito del diluvio "universal" narrado por sumerios e israelitas. Los fósiles hallados por doquier no podían ser otra cosa que restos de los animales ahogados durante el gran cataclismo diluviano supuestamente ocurrido en el nivel planetario (los rastros de su presunto alcance global jamás se han encontrado). Pero pronto esta interpretación fue desmentida cuando un estudio detallado de las capas geológicas con sus contenidos fósiles, superpuestas en orden cronológico, arrojó resultados coherentes. Las capas geológicas resultaron ser un verdadero libro abierto que hablaba a las claras. En orden de antigüedad aparecían primero las formas más simples, trilobites, braquiópodos, etc., luego los peces, después los anfibios, más adelante los reptiles, a continuación aves y mamíferos y por último
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el hombre junto con elefantes, caballos, camellos, asnos, cerdos y otras formas zoológicas. Todo en un orden ascendente tan notorio, tan lógico, tan constante en toda las regiones del globo, que la única explicación plausible era que la fauna había experimentado una larga transformación evolutiva a lo largo de 4000 millones de años. Esta comprobación se reforzó con el hallazgo de fósiles de origen vegetal, de los que se deduce que también estas formas de vida han seguido una secuencia evolutiva semejante a la de la fauna, notable sobre todo en la complejización de sus mecanismos reproductores. Sin embargo, esta clara interpretación de los hallazgos fósiles datados según la antigüedad de las sucesivas capas geológicas que los contienen, productos de la sedimentación, fue larga y tenazmente resistida por aquellos que permanecían anclados en la posición creacionista fixista. Se había creído durante muchos siglos la fijeza de las formas vivientes según su género para que de pronto se aceptara, de buenas a primeras, lo contrario. Se recomendaba cautela tanto en las observaciones como en las interpretaciones. Se advertía sobre apresuramientos en las explicaciones, pero a pesar de todo en las capas geológicas primitivas, como las pertenecientes al ordoviciano, se hallaron fósiles de peces, corales, trilobites y moluscos, pero no de anfibios, que aparecen en el devónico, como tampoco hay rastros de reptiles ni aves. En el triásico existen los primeros dinosaurios, pterosaurios (reptiles voladores) y mamíferos ponedores de huevos, pero no se hallan más los anfibios primitivos, ni hay señales aún de aves, y mamíferos placentarios. En el cretácico aparecen las primeras aves modernas. En el paleoceno ya no se hallan los dinosaurios ni múltiples formas del pasado. En el oligoceno hay ascensión de los antropoides y así sucesivamente. Cada periodo significa varios millones de años de lentos cambios para la adaptación de nuevas formas, como residuos que quedan de un astronómico número de pruebas al azar, de extinciones continuas en todas las ramas filogenéticas. A veces se hallaron fósiles considerados modernos en capas que estaban más abajo que las que contenían fósiles más antiguos y viceversa. Pero esto se debe a las inversiones de las capas geológicas durante el proceso de los plegamientos orogénicos. Cuando se pliega el terreno y se forman cordones montañosos, algunos plegamientos suelen "recostarse"; aparecen entonces capas modernas por debajo de las antiguas, que afloran luego por erosión y dan la impresión de ser antiguas. Pero un análisis especializado del terreno basta para poner en evidencia el fenómeno de la inversión. Así también por causa de los plegamientos orogénicos y los efectos
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de la erosión pueden aparecer restos fósiles de antiguos lechos marinos en las crestas montañosas. No obstante esta evidencia paleogeológica, se han intentado múltiples argumentos a favor de la fijeza de las especies vivientes, como el de la inseguridad del método de datación de las capas geológicas basado en el carbono 14. Pero lo cierto, lo irrefutable, es que en orden a la aparición de formas nuevas, donde hay peces primitivos no se encuentran anfibios, reptiles, aves ni mamíferos; donde aparecen peces evolucionados y anfibios, aún no hay rastros de reptiles, aves y mamíferos y así sucesivamente, y este detalle no lo puede resolver a su favor el fixismo creacionista. La paleontología es sin duda una de las fuentes más fidedignas para constatar la evolución.y la ayuda que ha recibido de ciencias como la genética, la embriología, la serología y la anatomía comparada por ejemplo, ha sido confirmativa. El ciego mecanismo de las mutaciones genéticas al azar en los núcleos de las células gonadales que se producen continuamente en todos los seres vivientes y alteran la descendencia, explican a las mil maravillas las causas de la complejización de los organismos. Un millón de mutaciones genéticas puede significar un millón de extinciones si los cambios obrados en la descendencia son deletéreos. Entre dos millones de cambios mutacionales puede que uno o dos de ellos signifiquen por azar una ventaja para el descendiente. Este queda mejor dotado para enfrentarse a un medio determinado. Pero la cosa no es tan simple. Generalmente los genes mutados negativos, que son casi el ciento por ciento, se acumulan, y llegan a ser letales sólo cuando se manifiestan en un carácter neopatológico o anómalo que torna inepto al individuo descendiente (falta de respuesta inmunológica a los agentes patógenos, visión o audición deficiente, etc.). A su vez, los genes mutados que ofrecen ventajas a la descendencia, que son los infinitamente menos, también se pueden acumular para entonces manifestarse provechosamente. Este mecanismo azaroso, producto del choque de una partícula energética ciega con moléculas-códigos de ADN, explica de un modo tan racional, lógico y claro la presencia de la variedad de formas vivientes de la flora y fauna actuales, que no cabe otra explicación. Finalmente, en apoyo de la paleontología y la genética, tenemos por ejemplo la embriología. Durante el desarrollo del embrión de un ave o de un mamífero, por ejemplo, incluido el hombre, es posible seguir paso a paso las sucesivas etapas evolutivas por las que atravesaron los primitivos seres vivientes. Así es como el embrión humano se parece en cierta etapa a un pez
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o renacuajo con hendiduras branquiales y cola, y sucesivamente y por comparación a un embrión de reptil, de ave y de mamífero en las siguientes etapas. Por último debemos agregar que son clásicas las pruebas serológicas entre distintos animales de la escala zoológica. Así la sangre humana que se mezcla con la de un chimpancé ofrece una reacción menos violenta que si se pone en presencia de la sangre de un perro, por ejemplo, Los órganos residuales, como nuestras "muelas del Juicio", el apéndice cecal, los músculos encargados de mover las orejas, el vello del cuerpo, además de las soldaduras y fusión de las piezas óseas múltiples que se encuentran en el esqueleto de los peces, en animales superiores a éstos como los anfibios y reptiles y más aun en aves y mamíferos, son otras tantas pruebas provenientes de la anatomía comparada que se suman a las serológicas y demás para confirmar el hecho de la transformación evolutiva. En definitiva, ante la luz que la Ciencia Experimental encendió para explicar el origen de las especies hay que descartar definitivamente el fixismo creacionista. La posición que defiende la fijeza de las especies vivientes como creaciones subitáneas queda entonces desvirtuada, pero en consecuencia permanece, al parecer, incólume el creacionismo evolutivo. En efecto. Parece posible una creación que consistiera precisamente en el mecanismo evolutivo como medio para lograrla. ¿Posee visos de realidad esta posición? De ello se tratará en el capítulo siguiente.
Capítulo III
Críticas a la admisión de una creación continua mediante el mecanismo de la evolución Dentro de este tema que versa sobre la creación de las especies vivientes, en el que han hincado los teólogos — aparte de haberlo hecho en la cosmogonía y en lo propiamente metafísico— a la teología, le queda un solo reducto frente al acorralamiento impuesto por la Ciencia Experimental. Este baluarte es la creación evolucionista. Son varios quienes se han adherido a esta posición. Incluso el sistema teilhardiano con su carga herética la sostiene. Ahora, desde esta postura, la propia evolución es el mecanismo de la creación. El "Espíritu Absoluto" creador existe, y su método para crear consiste en la transformación evolutiva de la vida, por cuanto estamos en presencia de una creación continua. Nosotros los humanos somos el producto de un momento dado de esa creación por etapas. Primero los unicelulares, luego los pluricelulares invertebrados, más tarde los vertebrados. Entre éstos, primero los peces; luego los anfibios; después los reptiles que se bifurcan en aves y mamíferos. Muchas formas del pasado subsisten y conviven con las modernas. Las mutaciones fueron episodios que sucedieron por turno y una sola vez, de modo que ya hoy no puede haber transformación de peces actuales en anfibios, ni reptiles actuales en aves y mamíferos, ni existir mamíferos que originen otra vez al hombre primitivo, ni viceversa. De este modo, ciencia y teología no se oponen. Por el contrario, hay perfecta coincidencia entre la transformación evolutiva de las especies vivientes descubierta por la Ciencia Experimental y la posición creacionista1. El dios de estos teólogos se vale ahora de una sutil herramienta cuya eficacia se revela sólo a través del tiempo. Se vale pues también de la sucesión de hechos en el tiempo y necesita mucho, muchísimo tiempo. Pero el resultado está a la vista: el corolario de toda esta lenta 1
Posición creacionista en el sentido de oposición a la que sostiene la formación de las especies vivientes sin la intervención de un creador.
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obra creadora es el hombre, el ser consciente, la maravilla del cerebro humano. Muchos son, si no la mayoría, los teólogos que se muestran renuentes aún ante esta concepción. Otros no saben qué hacer y prefieren mantenerse en una posición cautelosa al respecto, mientras que algunos ya aceptan abiertamente una creación evolutiva continua que aún prosigue; o al menos una creación que se hizo por etapas y ya se halla concluida en el hombre como último episodio de la misma. Y todo esto sin necesidad de caer en panteísmo alguno que identifica al mundo con el dios creador. Sin obligación de admitir por ejemplo que la materia-energía, y quizás el mismo espacio y el tiempo, consistan en la propia naturaleza de un dios que se está haciendo, desarrollando, creando cosas de sí mismo. Posición esta última muy combatida, tenazmente resistida, y rechazada por la teología por ser demasiado "materialista". En cambio, la acción por parte de un "Espíritu Supremo" que obra sobre la naturaleza separado de ella, que la organiza y perfecciona evolutivamente, repugna menos que el panteísmo. Un dios separado del mundo, de la materiaenergía, del tiempo y del mismo espacio, que toma átomos, los empuja para que se unan formando moléculas, con las que compone tejido orgánico al que perfecciona a través del tiempo, hasta modelar las formas vivientes que conocemos, concilia mejor con la razón y... ¡con el descubrimiento de la ciencia! ¿Pero puede ser plausible esta posición? ¿Puede sostenerse ante un análisis exhaustivo? Veamos. Volveremos a considerar aquí al azaroso, ciego y burdo mecanismo de la evolución. ¿Efectivo al fin de cuentas? Esto también lo pondremos en tela de juicio. Ya sabemos cómo se origina y cómo obra la evolución. Es necesario arrancar desde la mutación genética. El Cosmos, se dice, es el artífice de la evolución. Para el teólogo equivale esto a decir que es el dios creador quien se vale de una estrella supernova, es decir de un accidente cósmico, una explosión estelar que genera rayos cósmicos, algunos de los cuales, a pesar del derroche e "inútil" dispersión, a la larga incidirán en el núcleo de una célula gonadal de un ser viviente en la pequeñísima Tierra para realizar un cambio, una mutación en el ADN, la que a su vez va a producir una variación en la descendencia. Ingenioso mecanismo para pasar de la primera célula viviente al hombre, a lo largo de 4000 millones de años. El ser omnipotente habría renunciado entonces a la idea de una creación súbita de todas las formas vivientes según su género, optando por una creación gradual mediante rayos cósmicos y códigos genéticos, ayudado por el factor tiempo.
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Sin embargo, al principio en el capítulo V de la Segunda. Parte del Libro I, hablamos de los atributos de un ser absolutamente perfecto, y entre otros mencionamos también el de la infalibilidad. Si bien el atributo de la omnipotencia parece quedar por ahora salvado, surgen problemas con la calidad de "infalible". Resulta que las mutaciones genéticas conducen casi en un ciento por ciento hacia el fracaso, hacia manifestaciones letales en la descendencia. Sólo un porcentaje ínfimo, casi despreciable se salva conduciendo a un relativo éxito y, ¡tan sólo una ínfima fracción de esa fracción conduce a su vez hacia un éxito pleno! Como ya dijimos en un ejemplo inventado, de billones de mutaciones sólo unas pocas sirven para algo, porque el hecho de la mutación, esto es la incidencia de la partícula energética que producirá cambios en la estructura genética, es un hecho burdo, azaroso, ciego, consecuencia de un derroche de tanteos al azar. Tan sólo por una muy improbable casualidad puede ese hecho ciego ser positivo y ofrecer una aleatoria ventaja al mutante. ¿Cómo conciliar tanto azar, tanto derroche, tanto error tanta burda ceguedad de los acontecimientos mutágenos, con un atributo tan excelso como la infalibilidad? Si existiera una inteligencia infalible que obra en el Cosmos, entonces cada mutación, toda mutación, no podría ser más que un acierto, una nueva ventaja para la descendencia de los seres vivientes, y la evolución hubiese durado muy breve tiempo. ¡Claro que..., si centramos ahora nuestra atención en los resultados y pasamos por alto los medios, quizás nos sorprenda la eficiencia del método! El dios creador "jugaría a los dados" en la seguridad de que a la larga el resultado será positivo. Valiéndose del azar, de la improbabilidad (o de la remota o casi nula probabilidad), del choque fortuito entre los elementos formadores del mundo, habría llegado a estos resultados que hoy vemos y somos: la flora, la fauna y el hombre. Y todo a sabiendas de que con seguridad se iba a arribar a ello dada su omnisciencia. Pero resulta que el mismo resultado deja mucho que desear en cuento a perfección. Más adelante veremos cuáles son las fallas de la naturaleza, y en cuanto al hombre, ya podemos adelantar que es un verdadero error de la evolución, porque se halla en sus propias manos la capacidad y el ánimo para autodestruirse como especie. Si la supuesta creación hubiese sido efectuada en línea recta mediante un mecanismo infalible ajeno al tanteo azaroso, y si el resultado de hoy en día fuese un mundo perfecto, entonces sí habría que aceptar una inteligencia suprema munida del atributo de la infalibilidad. Los hechos a la vista desdicen tal supuesto. Lo cierto es que el
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mundo y el proceso viviente se acomodan como pueden dentro de un brutal y ciego accionar de los elementos universales. Pero esta certeza trae consecuencias tremendas porque sume al hombre, quien siempre ha tratado de asirse a algo sólido, en una insondable vacuedad, en una especie de desconsoladora sinrazón, desde donde tan sólo lo azaroso permite emerger algo significativo como son las formas vivientes e incluso el cosmos todo. En efecto, desaparece el dios creador omnipotente e infalible porque ya no es necesario. Las piezas dispersas del mundo, los "ladrillos" del cosmos por si solos son capaces de acomodarse mediante combinaciones, recombinaciones y una selección natural que, si bien no elimina toda nueva forma dejando en pie tan sólo un porcentaje ínfimo, éste resulta ser tan ínfimo que sería despreciable en una escala corta de tiempo. Más en una escala de evos cósmicos, permite una acumulación de formas exitosas como las vivientes que llegaron hasta nuestros días, tan complejas y especializadas, aunque vuelvo a repetir, ¡sin garantía alguna de supervivencia absoluta! Aquí es donde más se nota la ausencia de un supremo y perfecto hacedor. Ahora estamos en presencia de un mayúsculo obstáculo para aceptar un perfecto ser inteligente. Si existiera tal ente, no sería perfecto porque primero se valdría del juego de azar, del continuo tanteo pleno de errores, que acierta muy de vez en cuando para adelantar la perfección de los seres así creados. Pero luego resulta que éstos, una vez aparecidos, tampoco poseen garantía absoluta de supervivencia. Después de un sinnúmero de errores inútiles se llega a un resultado inseguro. Entre millones de mutantes, una ínfima cantidad, casi nada, obtiene éxito y queda, se acumula, pero sin garantía completa de supervivencia. ¿Se presiente aquí la acción de algún dios eficiente, necesario y absoluto? Un ente así concebido, ¿necesitaría de semejante mecanismo ciego, aleatorio, titubeante e inseguro para lograr fines también inseguros? Pero esto no es aún todo ni mucho menos, porque en segundo término tenemos las cuestiones referentes a la lógica y a la ética que nos llevan a plantear una serie de interrogantes. 1º) Si ese supuesto "Espíritu" que se está haciendo a sí mismo es eterno y se halla realizándose desde la eternidad, ¿cómo es que aún no ha alcanzado la meta? Esta pregunta no es nueva. Ya ha sido planteada por los críticos del sistema hegeliano, pero no pierde actualidad porque aún hoy se insiste en un creacionismo evolutivo posthegeliano. Un ente creador así concebido ya habría arribado al final, y éste que
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habitamos debería ser el mejor de los mundos posibles, pero todos sabemos que dista muchísimo de serlo con el colmo de que el mismo hombre, supuesta criatura de ese dios, ¡lo puede concebir mejor! ¡Incluso planificarlo y realizarlo mejor! (Esta última posibilidad la analizaremos más adelante.) 2°) Pero lo que aquí viene a continuación, tomado desde el punto de vista moral, es grave. Realmente aterrador y éticamente inaceptable. ¿Cómo puede un ente así, la suma perfección según la teología, permitir el error trágico, el dolor hasta límites insoportables, el drama martirizante, el accidente ciego y fatal, la angustia y desesperación de seres inocentes, el genocidio en masa, la tortura, el abuso, y mucho más? Sacrificios humanos a sus dioses, avasallamientos y saqueos a pueblos enteros por parte de los conquistadores, guerras entre fanáticos religiosos, masacres entre grupos racistas, condenas a la hoguera por haber intuido o descubierto verdades, luchas ideológicas, terrorismo, destrucción y muerte en poblaciones enteras víctimas del vulcanismo, terremotos, tifones, inundaciones, pestes, hambrunas, aparición de seres anómalos..., ¿condice todo este horror con una "Inteligencia Absoluta" pura bondad, piedad y amor para con sus criaturas? Dejemos de lado la creencia sustentada por la mayoría acerca de que un supuesto poder demoníaco tienta al individuo humano. Prescindamos de ella al menos por ahora. Esa sería cuestión personal, de cada uno, a resolver por cada individuo. Aquí se trata de miles o millones de seres honestos, inocentes, niños, adultos y ancianos (y aún de criaturas no nacidas) los que se ven arrastrados hacia la tragedia, hacia la vorágine de la sinrazón. ¿Es todo esto ético? ¿Condice todo esto con un ser ético y piadoso que se estaña haciendo a sí mismo mediante la evolución del mundo? Si a este precio se está realizando este dios según los creyentes en la creación divina mediante la evolución, más valdría tildar a semejante ente de indeliberado, indolente y cruel antes que considerarlo como una suma de perfecciones.
Capítulo IV
El azaroso mecanismo genético y la brutal selección natural de las especies Ahora bien, si el resultado máximo de la presunta creación, el hombre, deja mucho que desear como obra acabada digna de un supuesto ente supremo perfecto, si dejamos aparte los accidentes físicos y los errores humanos que causan daño, queda aún para muchos el argumento del “libre albedrío” y del “pecado”. Pero discutiremos estas cuestiones en la cuarta parte de este libro, en los capítulos VII y IX y en el Libro III, capítulo II. Por ahora, si aceptamos provisionalmente que las sombrías perspectivas para la Humanidad son el resultado del pensar y accionar del mismo hombre y no errores de su supuesto creador. Si los males mayores que aquejan a la Humanidad son causados por la criatura con libre albedrío que peca, volvamos entonces a referirnos al medio, abandonando por un momento el fin. El medio es la evolución, el fin es el hombre. El fin, es decir el hombre, tiene fallas, pero es por su culpa, porque elige mal. No sabe usar de su libertad absoluta para pensar y obrar. No emplea para el bien ese don otorgado por su creador. Tiene todas las posibilidades y oportunidades de ser perfecto pero no las aprovecha. Entonces las posibilidades de ser perfecto como obra acabada perfecta le han sido dadas por el creador perfecto, pero es la criatura la que rechaza la factibilidad de ser perfecta. Ella es la que arruina la obra perfecta del creador, la echa a perder con el pecado. Admitamos entonces que el fin ha sido la factibilidad de lo perfecto en manos de la criatura, y si ésta no llega a serlo es por su culpa y no del creador. Entonces nos quedan los medios, es decir el cómo, o más bien el "mecanismo" mediante el cual se habría cristalizado esa factibilidad de perfección que sería realmente el hombre, de no usar negativamente su potestad del libre albedrío. Pero resulta que este medio, o método, no satisface, no condice con su supuesto empleador, un ser excelso. En efecto, aparte del azaroso mecanismo de las mutaciones genéticas del que ya hablamos, ¿qué otro método se ha añadido para el escalamiento de las formas vivientes
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hacia una mayor complejidad orgánico-psíquica y mayor posibilidad de supervivencia? Ese factor de perfeccionamiento es la selección natural de las especies, un mecanismo no menos ciego que las mutaciones, pero con el agravante de su brutalidad. Tan aleatorias son las mutaciones genéticas que se manifiestan en la descendencia, como la supervivencia del organismo mutado, es decir de la nueva forma de vida: variedad, raza o especie. La nueva forma debe hacer frente a un medio siempre hostil. El clima de la región es un factor que limita el éxito del mutante. A la humedad ambiental, al régimen de lluvias, a la temperatura, a la altura, a los accidentes del terreno, al régimen de vientos y otros múltiples factores físicos, se suman los enemigos biológicos naturales. El nuevo ser mutado casi siempre una monstruosidad por acumulación de caracteres, es lanzado a una aventura de la vida totalmente incierta, desamparado, totalmente desvalido, sin garantías de supervivencia, como una prueba, como un simple tanteo al azar. Por ello el éxito es casi siempre nulo. Pero no existe arquetipo perfecto. Todo es monstruosidad o nada es monstruosidad. No hay con qué comparar a los mutantes para conocer en ellos a un monstruo o a un ser más perfecto. Si tomamos como ejemplo a un mamífero cuadrúpedo que presenta para nuestra convención o punto de vista, una cabeza, cuello, cuerpo y extremidades proporcionadas, entonces un elefante, una jirafa, un rinoceronte y un delfín son monstruosidades porque el primero posee un exagerado apéndice nasal, la segunda un cuello descomunal, el tercero un exagerado alargamiento del cráneo con los ojos fuera de lugar y el cetáceo presenta las extremidades modificadas y atrofiadas. Con este criterio, también el hombre seria una monstruosidad por su exagerado alargamiento de las extremidades inferiores comparado con la forma viviente ancestral de la cual deriva. Pero estas monstruosidades han favorecido a los mutantes. Así el elefante posee una poderosa probóscide que le sirve para alimentarse y defenderse. El largo cuello de la Jirafa permite a ésta ramonear a alturas donde no pueden hacerlo otras especies al delfín desplazarse en las aguas gracias a su anatomía fusiforme. Al hombre correr y posibilitarle la libertad de usar sus extremidades anteriores para múltiples tareas, etc. Pero resulta que las formas actuales son el resultado de millones de formas extinguidas que han aparecido a su turno, al no hallar ventajas frente al medio físico-biológico. Han sido brutalmente arrancadas de la existencia en una cruel competición. Si el resultado actual, el sistema ecológico, se ha logrado basado en
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un mecanismo tan burdo, tan salvaje, mal podemos hablar de algún ente suprainteligente y bondadoso creador. De acuerdo con la naturaleza de tal ente, los seres creados Inculpables deberían hallar siempre un ambiente suave, acogedor, en lugar de pura agresividad. Habíamos dicho antes que uno de los atributos del dios de los teólogos era precisamente la bondad. Como esto falta en la naturaleza donde tan sólo existe el ejemplo de la hostilidad del medio para casi toda forma de vida aparecida por azar (sea luego culpable o no), debemos concluir que tal supuesto ente está ausente.
Capítulo V
La despiadada lucha por la supervivencia. Sexo y alimentación Si analizamos el cuadro total de las relaciones interespecíficas de todos los millones de seres vivientes del planeta, no hallaremos otra cosa que decepción si lo que buscamos es paz y armonía en la naturaleza. Muchas personas de las ciudades, hastiadas o atormentadas por tanta "civilización", acuden a la naturaleza para hallar paz, armonía y belleza. Y la encuentran a su manera a pesar de que lo que les rodea dista mucho de pertenecer a un mundo natural pacífico. La realidad suele pasar inadvertida para el neófito ciudadano y aun para el campesino poco observador, absorbido por sus labores. Es necesario dedicar no sólo algunas horas o días para observar la naturaleza, sino años de pacientes estudios en una búsqueda y atención constantes en contacto con los seres vivientes. En las profundidades marinas, en los lagos, ríos y arroyos, en las praderas, montañas y bosques, e incluso en una gota de agua bajo un microscopio, es posible observar los dramas cotidianos de la vida de billones de seres a merced de la fatalidad. Ni entre los animales, ni entre los vegetales existe nobleza alguna y menos pacificidad. La persecución, la cacería, la muerte es moneda corriente entre la fauna planetaria, ya se trate de animales inferiores ya de superiores. Los insectos, por ejemplo, devoran sin piedad tanto a otros insectos como a las plantas, a las cuales ocasionan tan ingentes daños, que la recuperación de extensas áreas devastadas resulta penosa. La agresividad territorialista para defender recursos alimentarios o para apropiarse de nuevas áreas ya ocupadas por otros no nos habla precisamente de un mundo justo, éticamente ordenado, como tampoco nos dicen nada al respecto los datos antropológicos sobre las conductas humanas en las primitivas organizaciones en donde por supervivencia se entablaba la lucha tribal; se sacrificaban seres humanos a supuestos dioses, y eran comidos unos seres humanos por otros seres humanos. Lo que hoy, a la luz de la "civilización", se califican como
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abominables actos de fanatismo religioso y canibalismo, otrora fueron necesidades. En efecto, esos seres humanos no eran perversos, como no lo fueron ni lo son los actos de canibalismo entre insectos, serpientes, lagartos y mamíferos. Aquellos humanos que comían el seso de otros humanos, lo hacían para adquirir la sabiduría de sus enemigos, y los que sacrificaban a inocentes lo hacían porque sinceramente creían hacer un bien a la comunidad aplacando las iras de alguna alevosa divinidad. El macho que lucha con otros machos por sus hembras hasta morir desangrado, realiza un acto tan horriblemente lógico como inocente. Lo hace porque así se dio en este planeta el mecanismo de la supervivencia. El lobo marino o el elefante marino macho que se traba en duelo con otros machos para formar su harén, no posee egoísmo sino necesidad ciega de supervivencia. En definitiva, los seres vivientes no tienen culpa de sus conductas porque obedecen ciegamente a sus instintos. ¿Instintos programados? ¿Por quién? ¿Por una inteligencia suprema infinitamente sabia, bondadosa y Justa? Acerca de ello surge una duda aterradora. No es el mecanismo ecológico cruel en sí, no son los animales que se lanzan a una lucha sin cuartel por la supervivencia, los perversos, sino que lo inicuo, lo aterrador, es el presunto "plan trazado para obtener esa supervivencia", el cruel y despiadado método que arrastra ciegamente a los seres vivientes, a pesar de ellos mismos, munidos de puro instinto, tan ciego como las mismas mutaciones genéticas que apuntan hacia cualquier dirección. Pero en el caso de los instintos ya hay algo dado, efectivo, que marcha aun ciego y todo. Mientras que las mutaciones apuntan hacia algo incierto que puede o no darse o seguir adelante, la ceguedad de los instintos ya es algo fatalmente instalado y es perverso como plan de la naturaleza. Cada viviente se ve arrastrado hacia la vorágine del saqueo, la usurpación, la cacería, la agresividad, la matanza si su desgraciada existencia se lo exige. Quiéralo o no, cada ser debe competir en una lucha que comienza ya antes de nacer y termina con la muerte. Tanto una bacteria como una ballena, un árbol o el hombre, deben luchar contra un medio siempre hostil. Lo tremendo, lo descorazonante es pensar que es el "plan" y no el individuo lo perverso. Si escasean peces en las costas marinas, son por millones las aves que mueren de inanición en las playas, y no hay nada ni nadie que se apiade de ellas. Durante las prolongadas sequías que abarcan extensas áreas conti-
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nentales del planeta mueren de hambre millones de seres. Incluso humanos, sin que sean respetados por nada ni por nadie ni siquiera los niños. Si hay epizootias, epidemias, pestes y enfermedades por avitaminosis o parásitos, mueren millones de seres, incluso personas de todas edades, sin que nada ni nadie se apiade de ellas. Sin embargo esto viene sucediendo desde hace millones de años en el planeta Tierra, mucho antes de que existiera el hombre quien, según lo admitido provisoriamente en la página 64 del capítulo IV sería el culpable de todo mal por causa de sus faltas. Los animales están abismalmente distanciados del hombre y no merecen tanta lástima, se dirá. Sin embargo, todo aquel humano que entiende a los animales y ha compartido con ellos muchos días de su vida, sabe de los ojos suplicantes de un perro apaleado, de su nobleza e inteligencia; de las alegrías de un simio en cautiverio cuando es devuelto a su selva natal. Si existiera una inteligencia sabia, justa y sensible a la aflicción y al dolor de sus criaturas, ¿permitiría el sufrimiento de millones de seres a lo largo de millones de años? Más que eso. ¿sería capaz un ente piadoso de inventar un plan ecológico donde existe la ley del más fuerte, pícaro, alevoso, taimado, despiadado y sagaz para asegurar su supervivencia? La rapiña, el saqueo, la violencia, el engaño, el egoísmo, la simulación, el atropello, la prepotencia, el alarde...,¿son conductas éticas de la naturaleza que condicen con un ser superior ético? ¿Podemos tomar ejemplo de la naturaleza? Lo ético aquí lo extiendo hacia toda la fauna, aunque en la concepción común y tradicionalmente aceptada atañe únicamente al hombre y al dios de los teólogos. Pero vayamos al hecho de que el creador de todo, según la teología, es un ser ético por excelencia. Es éste uno de sus atributos. ¿Se refleja de alguna manera esta eticidad en su supuesta obra que es la naturaleza impía cruel y ciega al dolor?
Capítulo VI
Los animales carniceros y depredadores La gacela es sorprendida pastando. Comienza la implacable persecución. El felino se lanza al ataque cuando ya jadeante, perdidas sus fuerzas el pequeño rumiante cede en su carrera. La acometida es feroz y la presa es muerta a dentelladas en el cuello, arrastrada y devorada según un plan ecológico aparentemente bien trazado. Un plan precisamente trabado y eficiente en el cual el vegetal que extrae nutrimento del suelo con sus raíces y del aire con sus hojas, se transforma luego en animal carnicero, pasando primero por el estado de animal herbívoro presa. Este drama biológico se ha repetido a cada instante durante millones de años entre peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos, artrópodos (insectos, arácnidos, crustáceos), gusanos, moluscos, equinodermos, etc. El vegetal es insensible, es cierto, y el carnicero aunque sensible pero poderoso y feroz no tiene a quien temer, pero... ¿y el puente? ¿Y la inocente e inofensiva presa que debe pagar tan injustamente tributo a la supervivencia de los depredadores? ¡Claro! Hay que observar mejor. Existe un plan inteligente en la naturaleza, se ha dicho infinitas veces. Porque... ¿de qué otro modo se mantendrían a raya las especies en el número de sus individuos? Si no existiera el felino carnicero, por ejemplo, entonces las poblaciones de antílopes (gacelas, gamuzas, gnus, saigas, etc.) se harían tan numerosas que devastarían extensas áreas de vegetación, y dejarían sin alimento a otras especies. Existen otras, cuya reproducción es tan abundante que de no tener enemigos tapizarían toda la superficie del planeta, como se dice por ejemplo de las estrellas de mar, del salmón y de la ostra. (Se calcula que una sola hembra de salmón produce 28.000.000 de huevos, y una ostra puede desovar hasta más de 114.000.0000 de huevos en una sola puesta1. Es necesario, imprescindible entonces — se dice— un ecosistema como el actual en donde se mantiene un equilibrio biológico basado en los 1 Edward O. Dodson, Evolución, proceso y resultado, Barcelona, Omega, 1963, pág. 18.
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carniceros, depredadores, parásitos y agentes patógenos como virus, bacterias, protozoarios y hongos. También las inundaciones, sequías, plagas, hambrunas, pestes, guerras...son necesarias, se añade. ¿Plan inteligente? ¿Orden perfecto en la naturaleza? ¿Sistema justo y único posible establecido para garantizar la supervivencia de todos? Veamos. En primer lugar, no es necesaria una proliferación tan exagerada como la presentan algunos animales. Si bien tal proliferidad está compensada por algún enemigo natural que se encarga de frenar la exagerada reproducción, ésta no es necesaria como tampoco lo es el enemigo común. En segundo término — y ésta es la verdadera clave inteligente— existen y pueden existir perfectamente otros métodos incruentos para mantener a raya el número de las especies, aun si fuesen vegetarianos el león, el tigre, el jaguar, el lobo, los peces carniceros, todos los insectos y los arácnidos, por ejemplo. La naturaleza (si fuera consciente e inteligente) se ha perdido una bella oportunidad (que favorecería a la posición teológica) para lograr una fauna realmente armónica, inofensiva, pacífica. ¿Cuál podría ser, por ejemplo, uno de los mecanismos incruentos de regulación poblacional? Existe un mecanismo de freno en la reproducción de ciertos animales basado en la visión. Cuando hay aumento exagerado de individuos de una especie, se inhibe automáticamente el instinto sexual2. La población se mantiene a raya de esta manera sin necesidad de que carnívoro depredador o carnicero alguno intervenga. El león, el águila y el cocodrilo, munidos de dentición y aparato digestivo de herbívoros, podrían pastar pacíficamente en las praderas, y la orea y el tiburón podrían alimentarse sólo de algas marinas si éstas fuesen más abundantes. ¿Acaso no hay descomunales ballenas que se alimentan de plancton? ¡Qué oportunidad desaprovechada! Si existen los insensibles vegetales, ¿para qué son necesarios los carnívoros? Incluso el hombre podría ser vegetariano. Una ecología incruenta montada exclusivamente sobre la base de seres insensibles al dolor, como los vegetales, sería propio de un plan ingenioso que hablaría por sí mismo de un artífice inteligente y piadoso. ¿Qué mejor que una biomasa planetaria asentada exclusivamente sobre el reino vegetal, que provee de todos los elementos necesarios para el metabolismo animal, a saber: proteínas, hidratos de carbono, vitaminas y sales minerales? 2
Irenäus Eibl-Eibesfeldt, Etología, Barcelona, Omega, 1974, págs. 400 y 401.
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Sin embargo, todo lo echa a perder la existencia de la fauna carnívora. Tan sólo los carroñeros se justificarían como necesarios en todo caso para limpiar de cadáveres el planeta. El animal carnicero y el hombre omnívoro, son errores de la naturaleza, la que podría marchar maravillosamente si contuviera tan sólo dos formas de metabolismo: el extractor de elementos y elaborador de sustancias alimenticias (vegetal), y el vegetariano exclusivo (animal). Esta oportunidad incruenta se la ha perdido el proceso viviente, y el carnicero depredador se constituye en una lacra para el supuesto orden natural, y una fea mácula para un supuesto planificador piadoso que, según de dice, ama sumamente a todas sus criaturas. Durante millones de años ha existido en el planeta la persecución, el sufrimiento, la muerte prematura. Los animales-presa han tenido que "jugar" a las escondidas continuamente, condenados a estar siempre alertas, a huir, defenderse o engañar, y siempre con relativo éxito. Tanto en los océanos como en los continentes. ¿Es ésta una vida digna y noble para el animal? ¿Puede ser considerada esta relación interespecífica como un sistema compasivo digno de un superser piadoso, o más bien la obra de un ser sin escrúpulos si insistimos en aceptar un creador? Pero no sólo existe el recelo, el constante alerta, el pavor, el nerviosismo, el sobresalto, el sufrimiento, entre la fauna-presa con respecto a la fauna depredadora, sino que en algunos casos, individuos de una misma especie se atacan y devoran sin miramientos. El canibalismo existe principalmente entre los peces, reptiles, arácnidos y otras formas primitivas, pero también aparece entre los mamíferos en ciertas circunstancias. Esta costumbre repugna al hombre; sin embargo, éste también ha practicado el canibalismo. ¿Son necesarias estas aberraciones para evitar una excesiva proliferación de ciertas especies? Si el freno de la reproducción excesiva, mediante la inhibición del instinto sexual, se extendiera hacia toda forma viviente animal, entonces sí, podríamos exclamar legítimamente: ¡Qué sabia es la naturaleza! o...mejor quizás: ¡Qué suprainteligente, bondadoso y lleno de piedad es el creador del mundo quien ha dispuesto las cosas con tanto ingenio y suavidad! Si todos los animales, desde la ameba hasta los grandes mamíferos, fuesen exclusivamente pacíficos vegetarianos, sin necesidad siquiera de luchar los machos por sus hembras, ¡Qué maravilloso sería el mundo animal! Tan sólo el hombre contendría agresividad, felonía, egoísmo... y sufriría penurias en la lucha por la vida, pero...todo ello por una razón ya mencionada: el pecado. (Dentro ya del terreno dogmático) De este modo, sí sería concebible el sufrimiento en la Tierra, estando
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en paz la fauna, pero...en el estado de cosas que han reinado a través de millones de dramáticos años para toda la fauna ancestral anterior a la existencia del hombre y la presente, ¿es posible hablar aún de un omnisciente piadoso que supo hacer "bien las cosas"? Hay más con respecto a las luchas por causa del sexo. ¿Acaso el mecanismo de la reproducción sexual que poseen los animales con sexos separados, es el único posible en el mundo? Sin ir más lejos, tenemos muchos ejemplos en la fauna actual. Sin necesidad de tener que lanzarnos a fantasear acerca de posibles formas de vida de otras galaxias, podemos fijar nuestra atención en los animales terráqueos que se reproducen escindiéndose en forma directa, o en los vegetales que no necesitan agredirse, como los ciervos machos, por sus hembras por ejemplo. Además, la florifauna planetaria podría convivir dentro de una incruenta y perfecta simbiosis total, en una solidaridad absoluta que sirviera de ejemplo al hombre. Son innumerables las especies diferentes que viven en solidaridad y que se benefician mutuamente, como hemos visto en el Libro I. Basta con acudir a los tratados de divulgación de la zoología para conocerlos. Incluso el hombre vive en simbiosis con su flora intestinal con beneficios mutuos. ¿Están agotados los recursos incruentos para un equilibrio perfecto de la naturaleza? De ninguna manera. La ciencia permite especular sobre innumerables otros mecanismos que podrían hacer de este mundo un ámbito perfecto, dentro del cual todo ser viviente sensible hallase su armonía perenne. ¿Su felicidad a su manera según la escala zoológica que ocupa? Al menos una existencia justa, sin sobresaltos, sin tristeza de madres animales evolucionadas que tengan que lamentar la muerte de sus crías, sin cachorros destinados a perecer de inanición por muerte de sus madres destinadas a ser alimento de otros animales en un burdo y despiadado ecosistema. El dios ideado por los teólogos se halla Irremisiblemente ausente aquí. Esta triste visión panorámica de la descarnada realidad faunística habla a las claras y por sí sola de la ausencia de un ser bondadoso, piadoso y genial. Las madres desesperadas por la pérdidas de sus cachorros, el animal destinado a ser presa en este mundo deambulando por la selva o la pradera semidesangrado, agusanado, infectado o fracturado porque el carnicero no pudo del todo con él, destinado a sufrir durante días hasta morir indefectiblemente, amén de otros dramas que se instalan a cada instante entre la naturaleza, se hallan muy lejos del concepto ilusorio de un orden establecido.
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La pareja de aves exasperadas o Impotentes victimas del rapiñador que les quitó los huevos del nido. Los ojos suplicantes de la foca víctima del depredador. Los infinitos accidentes que se suceden a cada momento en la biosfera del planeta Tierra, que casi pasan inadvertidos para el hombre, y que ocurrieron sin solución de continuidad aun antes de que el hombre existiera, son muestras elocuentes de la ausencia de un ser espiritual perfecto, tan perfecto que algunos teólogos de la Antigüedad afirmaron que nada puede decirse de él (Filón de Alejandría, 25 a.C.-40 d.C. y Plotino 204-269 d.C.). La simple mención de un atributo implicaría impureza, y agregan que más bien habría que optar por definirlo mediante los atributos negativos, diciendo lo que ese dios no es, es decir que no es injusto, que no es impotente, que no es impiedoso, etc. (Moisés Maimónides, 1139-1205). Ese dios, tan puro, tan inefable, indefinible precisamente por su grado absoluto de perfección como creador del plan ecológico siempre vigente en la Tierra, no existe, porque de ser así no podría producir semejante sistema ecológico injusto basado en la impiedad.
Capítulo VIl
Los vegetales "asesinos"
Otra palmaria prueba de que todo en la naturaleza marcha a los tumbos, de la manera más grosera, lo tenemos en las relaciones interespecíficas de los vegetales. Quien observa superficialmente la flora puede quedar maravillado del mundo verde con su follaje, sus diversos tonos, su porte, sus infinitamente variadas y bellas flores, sus aromas e incluso sus "ingeniosos" mecanismos de reproducción. También admirables son las virtudes curativas de múltiples vegetales sobre las que se basó la medicina antigua, algunas de cuyas recetas aún figuran en la farmacopea actual. El hombre en general adora el mundo verde, y el ansia a veces inconsciente de regreso hacia la naturaleza por parte del habitante de las urbes, se revela en los balcones repletos de macetas y plantas colgantes que adornan el cemento, y también en el afán por las excursiones campestres. Es que el mundo vegetal ofrece paz, tranquilidad y alegría. Es lo que añora nuestra especie que antaño vivía en contacto íntimo con la naturaleza. El mundo vegetal carece de violencia, del apuro que atormenta a los animales hambrientos y al hombre. Parece ser un silencioso mundo de paz, armonía y lentitud que obra como sedante para el hombre cansado o tenso por tanto trajín ciudadano. ¿Pero es realmente así? Indudablemente que la lentitud y el silencio constituyen auténticas realidades del mundo verde, pero, ¿es cierto que allí reina la armonía y la paz? Si filmamos todo el acontecer vegetal en largos intervalos con una cámara automática especial, para luego proyectar las secuencias tal como se hace con el fin de conocer en forma acelerada la germinación y el crecimiento de una planta, o el desarrollo de una flor desde el pimpollo hasta la apertura de los pétalos, observaremos un panorama que dista mucho de ofrecer la armonía y el pacifismo supuestos. Con la actual técnica, la película se puede proyectar a una velocidad
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tal que los lentos movimientos de los vegetales se transformen en ultrarrápidos pareciéndose entonces a las violentas contracciones y extensiones musculares de los animales depredadores. Entonces veríamos cómo una planta trepadora invade violentamente un árbol quitándole la luz solar y la posibilidad de la fotosíntesis. El bejuco sólo busca un sostén, un armazón que le permita trepar para alcanzar el máximo de luz solar para fabricar su clorofila. Lo que "desea" es sobrevivir, nada más. En realidad, la trepadora no busca, ni desea, ni necesita nada en sentido psíquico o intencional, porque se trata de un proceso físico automático, tan mecánico que es reductible a puras fórmulas físicas, a puras ecuaciones matemáticas. Nada sobrenatural hay en el desarrollo vegetal. Pero para que el hombre entienda es menester emplear su propio lenguaje. Es necesario seguirle la corriente de su interpretación del mundo que le rodea y hay que hablar como si el vegetal pensara y tuviese voluntad. El vegetal, dijimos, busca luz, vital energía solar en forma de fotones para elaborar azúcares y almidón, de cuyos hidratos de carbono obtiene la energía vital para continuar creciendo y reproduciéndose. Pero resulta que no "parece importarle" la vida de los demás vegetales porque en muchos casos el árbol sustrato o vegetal sostén, se seca irremisiblemente al ser prácticamente tapizado por el bejuco invasor. ¿Hay aquí alguna diferencia con lo que ocurre entre la fauna por razones de supervivencia? Si continuamos observando la película podremos ver cuadros como éste. Una liana se abraza a un tronco arbóreo. Da vueltas a su alrededor y trepa hasta alcanzar su copa, pero no logra asfixiar a la planta que le sirve de asidero porque se extiende hacia las copas de otros árboles. Sin embargo, la liana abrazada al tronco se comporta como un grueso cable de acero que estrangula a su víctima. Mientras que el árbol sostén crece engrosando su tronco, el tallo leñoso del bejuco se hinca en la corteza hasta terminar por matar a su huésped. Existen en gran número especies vegetales "estranguladoras de árboles"1. Sin ir más lejos, la conocida hiedra puede llegar a ser un peligroso enemigo del árbol al que se abraza, lo mismo que la higuera de Bengala2. Son innumerables las especies vegetales invasoras como la gramilla que diezma a otras especies. Los hongos, si bien existen muchos beneficiosos como los que tapizan 1
RH. Francé, La maravillosa vida de las plantas, Barcelona, Labor, 1948. George L. Clarke, Elementos de ecología, Barcelona, Omega, 1958, págs. 446 y 447. 2
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las raíces de ciertas plantas y las benefician por facilitarles la absorción de humedad, en general son enemigos vegetales de otros vegetales como el oidio de la vid. Plantas de gran porte matan en virtud de su crecimiento y fronda a las plantas de menor talla que antes proliferaban en cierto terreno. Otras parasitan, enferman, deforman, destruyen. La ley de la selva no queda limitada a la vida animal; se encuentra vigente también en el reino vegetal, y no sólo en las relaciones intervegetales. Las plantas insectívoras, verdaderas trampas de la naturaleza, hablan poco sobre el pacifismo del reino vegetal. La drosera, la nepentes y otras formas que poseen engañosos mecanismos de supervivencia, no condicen con un "creador" ético. Más bien parecen pertenecer al plan de un pícaro hacedor de artimañas. La "pasiva agresividad" del reino vegetal se pone de manifiesto en las plantas espinosas y venenosas. También el reino animal es "agredido" por las plantas. Si bien no se trata de una agresión activa directa, los vegetales se constituyen con sus espinas en verdaderas trampas punzantes, cuyas consecuencias para el animal pueden ser el dolor, la infección o la ceguera y la muerte. Las plantas luchan constantemente entre sí por la luz, por el alimento, por la humedad... Cada especie se acomoda al ecosistema como puede..., o sucumbe. Nada garantiza nada. Mientras unas especies empujadas, dominadas y asfixiadas por otras se extinguen, otras nuevas se incorporan a la azarosa aventura de la vida planetaria sin garantía de supervivencia. La naturaleza es oportunista. No importa a nadie ni a nada la extinción de especies completas, ni que determinada especie sea invadida, "asfixiada", estrangulada, robado su sustento del suelo donde arraiga, sustraída su humedad imprescindible, quitados los vitales rayos solares, o atacada por otro vegetal parásito. El equilibrio biológico perfecto no existe, y en el reino vegetal tampoco es posible vislumbrar la mano de algún dios perfecto, por la sencilla razón de que su obra viviente debería ser armónica y solidaria en su totalidad y no lo es.
Capítulo VIII
El mito del equilibrio biológico perfecto Mucho se ha hablado de un supuesto sagrado equilibrio biológico. De un equilibrio intransgredible so pena de provocarse una extinción en cadena de los seres vivos. Los ecologistas han dado un toque de atención y continúan insistiendo en la protección de los recursos naturales relativos tanto a la fauna como a la flora, mientras alertan también acerca de la contaminación ambiental, y todo esto está muy bien. El peligro existe, pues el hombre, dueño del planeta que lo formó, orgulloso de su ciencia ya ha dañado seriamente su entorno vital y lo continúa haciendo sin pensar en sus descendientes, en las futuras generaciones. Mientras que la naturaleza no supo aprovechar las oportunidades "éticas", el hombre por el contrario es un aprovechador de las circunstancias contemporáneas y parece no importarle legar a la Humanidad del futuro un páramo yermo en lugar de un planeta ubérrimo. Por egoísmo, por ignorancia, por negligencia, por desaprensión, y mil cosas más, el hombre ya ha destruido buena parte del ecosistema en que se halla inmerso, pero gracias a los ecologistas también ha tomado conciencia para salvar la vida planetaria, pues lo peligroso es precisamente una ruptura brusca, de gran monta, que puede ser catastrófica para la vida. Sin embargo, no es a esto a lo que me referiré con respecto al equilibrio biológico que debe ser protegido por todos los países del mundo contra el depredador número uno que es el hombre, sino al concepto tenido por clásico. No voy a atacar ni al concepto, ni a la ecología, ni a creyente en la naturaleza alguno, para quien el equilibrio biológico puede ser sacratísimo. Sólo deseo desmenuzar la cuestión, clarificar la realidad, con el fin de demostrar la Inexistencia de un ser perfecto creador y sostenedor del mundo. Por ello me veo en la necesidad de explicar qué es el equilibrio biológico. En primer lugar, es menester señalar que no se trata de relaciones
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inmutables de los seres vivientes entre sí y con el medio como si el ecosistema fuese algo fijo, intocable, sabiamente dispuesto de una vez para siempre por algún omnisciente artífice. Por el contrario. Se trata de un sistema dinámico, fluctuante, cambiante, despiadado, cruel y ciego como ya hemos visto al tratar de los animales depredadores y de los vegetales "asesinos". Lo que hoy nos rodea es tan sólo un residuo de lo que fue. Un resto de una flora y de una fauna más ricas que han florecido por turno dentro de sucesivos equilibrios ecológicos rotos, desplazados y siempre reemplazados. Hubo infinidad de equilibrios biológicos desde que se instaló la vida en el planeta. Todos han sido rotos obligando en cada ruptura a un reacomodamiento de las especies vivientes. El actual equilibrio, considerado intocable, también se rompe constantemente, aun sin la intervención del hombre. Son las mismas especies biológicas las que se encargan de hacerlo en su ciego avance de unas sobre otras. Mientras que unas especies retroceden, otras proliferan en un fluctuar ininterrumpido que conduce, a la larga, a la extinción de especies enteras, las que son reemplazadas por nuevas formas mutadas al azar. Los rayos cósmicos no descansan. Las mutaciones por ellos obradas son continuas, y las variedades nuevas de plantas y animales que se producen tienen magnitud astronómica. Casi nada de ellas queda, pero lo ínfimo que permanece se acumula y a lo largo del tiempo todo cambia. El equilibrio fijo, intocable, inviolable, es un mito que nace de una breve y errónea visión del proceso viviente. Este error a su vez procede de las escasas posibilidades que posee el hombre para observar la naturaleza en su conjunto y a lo largo de extensos períodos que requiere el ecosistema para variar y ser reemplazado. La vida humana es muy efímera para apreciar procesos que requieren evos para su desarrollo, como el proceso viviente, el geológico y el cosmogónico universal. Sin embargo, la Ciencia Experimental, gracias al acopio y fijación de datos y en virtud de la constante observación en que se basa precisamente su método, ha detectado los sutiles cambios que por acumulación a través del tiempo van trastornando permanentemente el ecosistema. Esta constante perturbación, esta perenne ruptura del ecosistema se constituye a mi criterio, por sí solo, en una prueba más de la ausencia de un eficiente previsor, de una eficaz providencia que haya creado un sistema fijo y perfecto.
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Uno se pregunta, ¿para qué existieron los ammonites?, ¿para qué el oso de las cavernas?, ¿para qué el megaterio y el gliptodonte?, ¿para qué los gigantescos dinosaurios?, si ya todos están extinguidos y no fueron ni son necesarios para éste nuestro actual equilibrio ecológico que puede existir muy bien sin ellos. Claro que, siempre hay alguna respuesta que no se hace esperar porque la capacidad de fantaseo humano no tiene límites. No obstante, aunque se ofrecieran miles de respuestas aduciendo que así es como todo se halla sabiamente dispuesto, ante nuestra ignorancia, y que cada pieza viviente que ha existido fue clave para nuestro ecosistema actual, lo cierto es que aun así, con estos argumentos infundados, estamos abismalmente alejados de aquel dios que una vez decidió crear el mundo de la nada e hizo a los seres de una vez para siempre tal como son ahora en su género y especie, según se dice. Si hubiese habido una creación perfecta, hubiese bastado entonces con este actual equilibrio añadiéndole tan sólo la fijeza. Con un fluctuar, sí, dentro de ciertos márgenes, pero capaz de recomponerse siempre sin cambios ingentes que lo hagan tambalear, romperse y ser reemplazado, como ocurrió y está ocurriendo, aun sin la intervención humana.
Capítulo IX
La naturaleza no es sabia
Otro mito consiste en considerar a la naturaleza como un ente sabio, consciente, es decir que sabe lo que hace y lo hace siempre bien. Esta idea que algunas personas poseen acerca de la naturaleza puede presentar dos aspectos. Uno relativo a un dios creador; al aseverar por ejemplo que "la naturaleza nunca se equivoca", la frase implica a un creador perfecto que realiza una obra perfecta. El otro sentido está desprovisto de la idea. de un dios. Si el creyente en la naturaleza no es teísta, entonces cuando afirma que "la naturaleza es sabia" es a ésta en sí y separada de toda deidad a quien atribuye la calidad de sapiente. Ya hemos visto al tratar de los animales carniceros y depredadores, que ese tipo de relación interespecífica que consiste en devorarse los unos a los otros debe considerarse aberrante. Otra forma de correspondencia más excelsa basada en la misericordia y la solidaridad universal podría haberse instalado en nuestro planeta, existiendo como existe la gran oportunidad para una fauna exclusivamente vegetariana. Ya hemos visto que el sufrimiento entre los animales, por razones de supervivencia, carece de sentido metafísico porque no tiene por qué existir, y si existe es por error de la naturaleza. Pero vayamos ahora hacia otros errores que también echan por tierra aquel mito de "la sabia naturaleza". Tomemos por ejemplo a un organismo enfermo atacado por un tumor maligno asentado en algún órgano vital. Si ese individuo es liberado del mal mediante la extirpación completa de dicho órgano que contiene el tejido anómalo, y si en su lugar se le injerta un órgano sano donado por otro individuo, este órgano es rechazado. El trasplante fracasa porque el organismo toma al tejido sano implantado como si se tratara de un cuerpo extraño nocivo. No sabe diferenciar un órgano sano beneficioso de un cuerpo extraño realmente dañino. Pero el colmo resulta cuando experimentalmente se reimplanta, en los animales por ejemplo, el órgano propio y enfermo, porque éste es aceptado aunque ello signifique el aniquilamiento progresivo del individuo.
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Otro caso lo constituye el de la futura madre con RH negativo en la sangre, cuyo organismo toma al feto con RH positivo que se desarrolla en su matriz, como un cuerpo extraño maligno al que trata de destruir. Si el niño nace puede padecer una grave enfermedad. ¿Hay sabiduría en la naturaleza que no sabe distinguir a un verdadero enemigo? Siguiendo con otros ejemplos podemos mencionar el caso de shock anafiláctico. Todo organismo se halla equipado para reaccionar ante la invasión de un cuerpo extraño o sustancia dañina como el veneno de la abeja o de víbora. Sin embargo, en algunos individuos sensibilizados la respuesta ante la picadura de una simple avispa puede ser tan exagerada que puede llevarlo a la muerte por espasmo de la glotis. Esto no es sino otro error de la naturaleza. También la inmunodeficiencia congénita es una prueba de las fallas naturales. Ciertos individuos, hombres, animales y plantas no pueden hacer frente al ataque de virus, bacterias, parásitos y hongos por hallarse genéticamente mal equipados para una respuesta inmunológica. Sus organismos no forman anticuerpos y se hallan destinados a morir prematuramente. Y así por el estilo podríamos citar múltiples casos más. El que cae en el agua sin saber nadar abre la boca y traga agua precipitando su muerte. Las personas muy asustadas quedan paralizadas por el terror y dan tiempo al enemigo que quiere aniquilarlas para que cumpla su cometido. El abismo atrae peligrosamente a ciertas personas, etc. La naturaleza no es sabia sino ciegamente oportunista. ¿Por qué digo ciegamente oportunista, cosa que puede parecer absurda? Porque a la luz de las ciencias naturales, son infinitamente mayores en número e "ingeniosidad" las oportunidades desaprovechadas que las aprovechadas. Cuando tratemos del hombre en el capítulo XTV veremos que esta forma viviente no es la más perfecta como se supone ni mucho menos. Para adelantar algo acerca de la criatura tenida por el corolario de la evolución, baste decir que una forma más perfecta que el hombre como adaptación a todos los ámbitos del planeta sería un imaginario ser alado, aéreo, anfibio y terrestre a la vez, con más pares de extremidades de las que posee el hombre. Tres pares como los insectos por ejemplo o mejor cuatro como los arácnidos. De este modo podría correr velozmente y permitirse el lujo, cuando fuere conveniente, de apoyarse sólo en un par. quedando libres los otros tres para las labores y utilizar como remos o aletas para nadar en el ambiente acuático, etc. Munida de estas cualidades se trataría de una forma viviente
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adaptada a los tres medios (aéreo, acuático y terrestre) como ciertas aves, pero con ventajas sobre éstas, al poseer un cerebro superior y extremidades para crear arte y tecnología. Otras infinitas formas de vida mucho más adaptadas, más perfectas, más longevas e Inteligentes que el hombre son posibles según los arquetipos anatómicos y fisiológicos que la ciencia biológica, basada en la física y la química, concibe. Lo que asombra al hombre cuando incursiona en la naturaleza, es tan sólo una pálida muestra de las posibilidades de la biogenia. La biogenia terráquea se ha perdido las más maravillosas oportunidades de "crear" seres cuasi ángeles, o realmente angélicos, tal como los candorosos ángeles Ideados por los hombres. Lo que rodea al hombre, para el hombre constituye una verdadera maravilla. ¿Quién lo duda? Pero..., ¿no lo dudaría un ser con una capacidad intelectual cien veces superior a la del hombre? ¿Acaso algunos hombres sabios no conciben ya un mundo más perfecto? ¡Con cuánta razón este mundo actual que nos rodea parecería torpe ante un genio cien veces más inteligente que nosotros! Y no es ésta una petición de principio. La naturaleza nos asombra en virtud de nuestra ignorancia. Podría y puede ser más armónica. Incruenta, desprovista de sufrimientos, agresividad, odios... ¡Cuánta oportunida desaprovechada! Ahora bien, si se ha aprovechado tan sólo lo mínimo, ¿no es dable pensar en la ceguedad del proceso biogénico? SI la biogenia "supiera lo que hace" (esto va para los creyentes en la naturaleza) y más lejos aun, si la naturaleza fuese el producto de un ser sapiente superior al hombre (esto va para los creyentes en un dios creador y sostenedor del mundo), entonces esta naturaleza, ¿no nos está Indicando a las claras una pobreza, un defecto, una incapacidad o... mezquindad por parte de ella o del mencionado supuesto ser? Verdaderamente, si así es, entonces el creador, si existiera, seria un ser carenciado que no supo aprovechar todas las oportunidades creativas para producir un mundo superior al actual (perfectamente posible). No supo inventar una naturaleza que aprovechara plena, absolutamente todas las mejores oportunidades. Este no es el mejor de los mundos posibles. ¿Es el peor? No lo sabemos porque desconocemos aún a ciencia cierta dónde estamos situados con él, como productos de él, en la escala de las factibilidades. Pero lo positivo, lo indudable, es que no vivimos en el mejor de los mundos posibles y esto, nada más que esto, basta para tornar absurda toda idea acerca de algún dios creador absoluto, omnisciente y omnipotente, como el concebido por la teología.
Capítulo X
Las imperfecciones de los seres vivientes (defectos congénitos) Otra prueba de que todo marcha a la deriva son los defectos individuales de los seres vivientes. No existe organismo que no posea algún defecto. O es el corazón el que presenta alguna anomalía grande o sutil, o son el hígado, el páncreas, los riñones, los órganos que no funcionan correctamente en términos absolutos. Puede ser la piel excesivamente delicada propensa a enfermar, o una deficiencia inmunológica; una predisposición hacia la adquisición de una enfermedad degenerativa a cierta edad, o cualquier otro defecto evidente o solapado, lo que hace que la supuesta obra de un creador tenido por perfecto sea imperfecta. ¿Por qué un omnipotente ser perfecto iba a crear seres imperfectos? "El hecho de que Dios no pueda hacer una cosa no arguye falta de poder divino, sino imposibilidad absoluta o relativa de la cosa misma. No debe decirse que Dios no pueda hacerla, sino que la cosa no puede ser hecha" 1 dice la teología. Esto significa que la perfección depende absoluta o relativamente de la cosa misma. Ya hemos visto que este mundo no es el mejor posible, pero puede ser mejor, muchísimo mejor, hasta perfecto absoluto, ¿No se ha desaprovechado entonces la oportunidad de hacer las cosas lo mejor posible? La teología también dice que: "Los órdenes de la posibilidad son infinitos, porque infinitos son también los posibles. No hay, pues, un supremo en el ámbito de la posibilidad. Ni este mundo ha agotado la omnipotencia infinita de Dios, ni otros sin número de ellos cada vez mejores podrían agotarla"2. Pero aquí entonces estaríamos en presencia de un dios mezquino, quien pudiendo haber creado un mundo más perfecto, no lo hizo. Además, si siempre será posible un mundo mejor, por mejor que lo 1 Ángel González Alvarez, Tratado de metafísica - Teología natural, Madrid, Credos, 1968, pág. 469. 2 Ibídem, pág. 469.
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hubiese creado, esto significaría que lo factible supera siempre la capacidad de ese dios. Está más allá de él, o sobre él. Por su parte, lo factible, es decir el mundo de las posibilidades, ¿quién lo creó? ¿De dónde surgió? ¿Lo creó ese mismo dios o existía desde siempre fuera de ese dios, aun antes de haber creado éste nuestro mundo tan imperfecto? Si las posibilidades infinitas existieron desde siempre fuera de ese dios y éste aprovechó tan sólo algunas de ellas por no poder agotarlas por ser infinitas, entonces estamos en presencia de un dios limitado, no absoluto, un dios enfrentado a algo que no es él mismo, es decir al mundo de las factibilidades infinitas de las cuales sólo puede extraer algunas sin agotarlas todas jamás. Para un dios absolutamente perfecto todo debe ser posible, aun el agotar él todas las posibilidades de perfección. Este tema lo vamos a discutir mejor en la última parte de este Libro II, cuando trate la cuestión desde un punto de vista metafísico. Baste por ahora este adelanto donde se señalan los errores del razonamiento teológico. Vayamos de nuevo a la biología. En el anterior capítulo habíamos dicho que la naturaleza no era sabia en el nivel general, como proceso. Ahora, acercándonos más a lo individual, hallamos que no existe un solo ser viviente exactamente igual a otro, y que todo individuo se desvía en algún detalle del patrón de perfección que escogemos. Pero aun este patrón de perfección que elegimos entre múltiples posibles, es en sí de algún modo imperfecto. Siempre es posible concebir otro más perfecto. O es perfecto en un aspecto e imperfecto en otro. Un animal puede ser resistente al frío gracias a su pelaje, pero ser vulnerable a las altas temperaturas. También puede estar adaptado a ambos climas, frío y tórrido. Transportado o emigrado a una zona tórrida puede perder pelaje o hacerse éste más corto y adaptarse entonces, pero puede ser vulnerable a los parásitos del trópico, etc. Las adaptaciones de los seres vivientes al ecosistema son infinitas y su descripción llenaría muchos gruesos volúmenes, pero el ser perfecto no existe en el planeta. A esto hay que añadir los cambios mutacionales que se producen continuamente en la descendencia. Ya dijimos que casi todos los cambios genéticos apuntan hacia un error. Mientras los errores se van acumulando lentamente permiten la supervivencia de los individuos, pero cuando se suman en demasía sobreviene la extinción. En algunos casos las señales defectuosas son apenas perceptibles. En otros, aparecen con el correr de los años.
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En otras ocasiones son tan conspicuos que provocan sentimiento de lástima en el observador humano. Si separáramos de los cinco mil millones de individuos humanos que pueblan el orbe, a los contrahechos, a los idiotas, enanos, ciegos de nacimiento, deficientes cardíacos, renales y con anomalías en otros órganos, los aquejados de errores del metabolismo, albinos, desviados sexuales, etc., y los recluyéramos en una isla como un triste muestrario de los errores biológicos congénitos, ¡cuan extensa debería ser esa isla para albergarlos a todos! Los defectuosos generalmente están ocultos. ¡Qué asombro experimentaríamos si los viéramos reunidos componiendo la población de un país entero del tamaño de Europa con unos 500 millones de habitantes, por ejemplo! ¿Exagerado? Hasta allí y mucho más podríamos llegar. Todo dependería de la calidad y del grado de los defectos escogidos. En efecto. Si deseáramos realizar una selección aun más prolija separando a todo individuo que poseyera algún rasgo físico de imperfección o algún carácter psíquico negativo, entonces con asombro veríamos que tal empresa sería imposible porque ningún continente podría albergar a una población tan numerosa de defectuosos. Entonces habría que obrar distinto, a la inversa, seleccionando a los más perfectos de los cinco mil millones de humanos, los que cabrían en una pequeña isla. Los animales y plantas silvestres se encuentran más seleccionados naturalmente, pero todo criador sabe que las cepas que domestica tienden a degenerarse continuamente, viéndose obligado a realizar una constante selección. Sin embargo, si en un momento dado, nos imagináramos a nosotros mismos como omnipresentes dioses y pudiésemos echar un vistazo a toda la flora y la fauna planetaria mientras varia, nos llevaríamos la sorpresa mayúscula: comprobaríamos con asombro que el defecto es el común denominador de la naturaleza. Si fuésemos ubicuos cual dioses, veríamos a enormes masas de animales y plantas recién nacidos destinados a la extinción por erores de la naturaleza. Animales lerdos presas de voraces depredadores. Otros desprovistos de resistencia al ambiente; otros dejados a la intemperie por madres degeneradas que han perdido el instinto materno; entre estos casos, por ejemplo, crías de aves condenadas a la extinción por desprotección de los padres, o nidos mal construidos; colmenas con su población en plena merma por causa de una reina excesivamente zanganera; pariciones defectuosas en los mamíferos por causa de anomalías anatómicas... En una palabra, observaríamos en la naturaleza infinitamente más errores que aciertos.
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¿Qué dios omnisciente y omnipotente absolutamente perfecto, permitiría que el proceso viviente se desviara en forma constante hacia el error? ¿Cómo un creador absoluto, para quien todo es posible, se podría valer del error para perfeccionar su mundo que tiende perennemente al desvío? Si el error fuese la excepción seria desde luego más perdonable, aunque aun así indigno de un ser absoluto. Pero el error no es la excepción; por el contrario es una constante biológica que no permite pensar en un eficiente gobernador del mundo. Tampoco pecado alguno puede ser causa de los defectos porque animales y plantas no pecan como tampoco lo hacen las inocentes criaturas nacidas con defectos congénitos o destinadas desde el nacimiento a padecer cruentas enfermedades hereditarias en la adultez. ¿Que éstas heredan los pecados de sus mayores? Peor aberración de pensamiento no puede existir si se acepta un castigo que va a recaer sobre los inocentes. Y especulación teológica aparte, ¿si los cinco mil millones de humanos que pueblan actualmente el globo estuviesen a prueba en el mundo entre el bien y el mal, no deberían empezar por ser genéticamente perfectos todos por igual a fin de tener así idénticas oportunidades en la vida? (Lo mismo para los miles de millones de personas que ya pasaron por la existencia a lo largo de los milenios de existencia del hombre.)
Capítulo XI
La lucha contra las enfermedades; los accidentes y la terrible senectud Las imperfecciones de los seres vivientes empalman directamente con el tema de las patologías. No existe célula viviente que no pueda enfermar. El espermatozoide y el óvulo destinados a formar el cigoto mediante su unión, aun separados ya deben soportar agresiones del medio. Luego, tanto la gestación uterina o el desarrollo embrionario en el interior del huevo en los animales ovíparos, como el mecanismo de la fecundación de las plantas y las transformaciones del gametofito con su fase octonucleada en los vegetales, y el posterior desarrollo de la semilla, se constituyen todos en verdaderas aventuras de la vida con infinitas probabilidades de fracaso. Después, con el nacimiento del animal o de la planta comienza una larga lucha contra el entorno hostil, un ambiente siempre más agresivo que acogedor. Los seres vivientes que poseen psiquismo, trabados en una lucha ciega y sin cuartel por la supervivencia, se agreden, maltratan, acechan, vigilan. Mas los que se hallan desprovistos de células neuronales o las poseen muy rudimentarias compiten más ciegamente aun, y suelen enfermar a otros seres. Los organismos, todos los organismos, incluso antes de nacer, deben luchar contra la agresión constante del medio biológico. El sistema inmunológico se ve exigido durante toda la existencia del ser vivo. La marcha de todo organismo es una perenne lucha célula por célula contra agentes patógenos. Virus, bacterias, hongos y protozoarios patógenos, auténticos autómatas filogenéticamente "programados", son procesos biológicos ciegos que han quedado retenidos en el gran tamiz ecológico con relativas posibilidades de sobrevivir. Pero para ello han caído en el nada simpático y saludable papel de entorpecedores de otros procesos orgánicos, enfermando a sus huéspedes. Aquí es donde se aprecia claramente la sinrazón y la ceguedad de las relaciones entre los seres vivientes. Los seres microscópicos que por pura casualidad dieron con la misión
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de favorecer a otros seres y beneficiarse al mismo tiempo (simbiosis) como es el caso de las bacterias intestinales, ahí están, sin obedecer a plan inteligente alguno porque fueron casuales. Por su parte, los microorganismos perjudiciales también se dieron por pura casualidad sin formar parte de plan inteligente alguno, y ahí están, sin necesidad alguna para la flora y la fauna, ya que si se eliminaran absolutamente todos o nunca hubiesen aparecido, no por ello dejaría de ser posible un perfecto sistema ecológico gobernado por una inteligencia superior como se supone, y desde cuando pueden existir otros mecanismos naturales de regulación poblacional totalmente incruentos, según hemos visto en el capítulo VIH. Si los billones de seres enfermantes son prescindibles en la naturaleza, mal podemos aceptar a un dios misericordioso que, de existir, no hubiese observado durante los evos geológicos bióticos más que padecimientos entre todos los seres vivientes desde que comenzó la vida hasta el presente, por causa de las enfermedades. ¿Que las enfermedades podrían ser mecanismos que hacen al fortalecimiento de las especies vivientes al ser eliminados los individuos débiles? ¿Pero acaso la teología no nos habla de un dios que lo puede y lo gobierna todo? ¿Por qué se tendría que valer entonces de la crueldad de las patologías para mantener fuertes a sus criaturas? ¿No seria más racional y justo que las mantuviera a todas fuertes sin excepción, en virtud de su omnímodo poder? Una prueba de la prescindibilidad del flagelo mórbido de las patologías es lo que ha hecho el hombre con su ciencia. La medicina ha controlado y aun eliminado un sinnúmero de causantes de enfermedades letales como la rabia, la viruela negra, la tuberculosis y la poliomielitis, flagelos que nunca fueron necesarios para el sistema ecológico. Por el contrario, hoy vivimos mejor sin ellos, por supuesto. Las infecciones bacterianas que ayer podían conducir hacia la muerte, hoy son controladas por los antibióticos. Nunca fueron necesarias para la especie humana como formando parte de algún plan biológico, y sin embargo, ¡cuántas vidas útiles cercenadas! ¡Cuántos grandes hombres que podían haber dado aun mucho más de lo que ofrecieron a la Humanidad, han sufrido horrible muerte en plena juventud! ¡Cuántos niños con final prematuro o baldados de por vida! ¿Para qué existió todo eso durante miles de años, si hoy ya no existe y la Humanidad marcha mejor? ¿Y las actuales enfermedades, como los tumores malignos, para qué existen si mañana podrán ser curadas o prevenidas?
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¿O es que los seres humanos del pasado poseían menos derecho para existir sin estos flagelos que los del presente? Uno se pregunta si realmente hoy los seres supuestamente "a prueba en el mundo" somos más privilegiados al vernos libres de las enfermedades que tuvieron que padecer nuestros ancestros y a su vez menos privilegiados que los que vendrán en el futuro. A todo esto, lo curioso es que el teólogo Tomás de Aquino ha idealizado a un dios feliz. En efecto, su dios "tiene todo cuanto necesita en sí mismo. Por lo tanto, él se deleita y goza", dice en su Suma contra los gentiles, Libro I, cap. XC. Entonces uno se pregunta, ¿cómo puede gozar ante un mundo que le atañe por ser su creación, en donde mueren animales y niños por epidemias? Si a las enfermedades padecidas por todos los seres vivientes durante millones de años, añadimos los accidentes y el triste y muchas veces desesperado final en la senectud, tendremos un cuadro completo que nos revela que si éste aun no es el peor de los mundos posibles, poco le falta para serlo. El optimismo que nos embarga en nuestra juventud o durante los períodos plácidos de nuestra existencia no nos permite a veces discernir en su verdadera magnitud el drama perenne de la vida, pero cuando nos vemos perdidos, entonces adquiere su auténtica dimensión la tragedia que es vivir. Si este mundo fuese la mejor obra del mejor de los artífices posibles, entonces no debería existir la posibilidad del accidente. La fuerza de la gravitación por ejemplo es un factor muy importante para la formación de los astros, los elementos químicos y la cohesión del grupo galáctico, entre otras cosas, pero también es un elemento que ha jugado infinitas malas pasadas a los seres vivientes. En un planeta con menor gravitación viviríamos mejor. Las caídas bruscas no serían tan fatales. Otra posibilidad sería la de habitar un planeta líquido o al menos dentro de una atmósfera líquida. Los animales marinos, por ejemplo, no sufren fatales caídas hacia los abismos submarinos y si dentro de este ambiente fuésemos seres casi líquidos como las medusas, elásticos, blandos con maniobrabilidad de calamares, con toda seguridad nos veríamos libres de muchos accidentes fatales que nos ocurren en la Tierra por causa de la rigidez de nuestra estructura biológica y la dureza del entorno. Empero aquí no es necesario hacer ciencia-ficción, pues seria interminable la serie de ejemplos de mundos mejores en donde habitan seres vivos mejores. Lo único dable de advertir es que pueden existir mundos mejores, y si existe, como afirman muchos, el mejor de los artífices posibles, ¿por qué no diseñó entonces el más suave de los mundos posibles?
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Por último, para terminar este capítulo vayamos a lo que acontece con el animal u nombre que llega al final de la etapa vital. Ver morir un perro o un caballo de vejez o ver agonizar a un ser humano en la senectud es lo mismo. Todos se debaten entre la vida y la muerte con igual similitud. La aventura de la vida siempre termina mal, y en muchos casos el drama es tremendo. Si pensamos por un momento en lo que les está ocurriendo en este mismo instante a millones de seres que se encuentran en la fase terminal de sus existencias, verdaderamente deberíamos sobrecogernos de angustia. La gente es renuente a meditar sobre estas cosas y prefiere ignorarlas, pero esto no quita que sean realidades. Millones de ancianos que han vivido una vida digna, que han destinado buena parte de sus desvelos para la comunidad, se hallan hoy, como en cualquier momento de la historia humana, padeciendo atroces dolores, angustias... desesperación. Carcomidos por fatales enfermedades, muchos pasan meses y años esperando la muerte. Ciegos, tullidos, mutilados..., en un grito mucho de ellos, esperando la muerte que no llega. Si existiera un ser supremo piadoso que vela por el bien en el planeta, entonces hubiese programado con toda seguridad una senectud plácida para los justos, una agonía para ellos comparable al éxtasis que siente el fumador de opio o marihuana. El morir debería ser un acto de placer y todo cadáver debería ostentar una sonrisa en lugar de presentar esa boca abierta en actitud desesperada como pidiendo más vida a pesar de todo. El consuelo del hombre ante estos cuadros es pensar en una "compensación en la otra vida". Más adelante, en otro capítulo analizaremos la sinrazón de este supuesto.
Capítulo XII
El parasitismo
A todos nos repugna la sola mención de un parásito. El solo aspecto de semejante ser repele. Mas, si pensamos en su forma de vida, ese sostenerse a expensas de otro ser viviente, ello completa nuestra repulsa. No obstante, si penetramos profundamente en la naturaleza con neta objetividad y analizamos todos los sistemas de vida en sus relaciones interespecíficas centrando nuestra atención en el parasitismo, pronto será el mundo viviente entero el que nos dará asco. Artrópodos, moluscos, peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos y vegetales son susceptibles a los parásitos. Si bien la fauna depredadora puede considerarse parásita de los vegetarianos, en ella hay actividad consistente en persecución y lucha para obtener el alimento. ¿Debemos otorgarle mérito por ello? Por supuesto que no, aunque logren su supervivencia con trabajo, dado lo cruel del método. Aunque la culpa no sea del depredador habría culpa si existiera un creador. Pero la forma de vida a que me referiré ahora, desde el punto de vista humano, supera en abyección a la fauna carnívora. En efecto, esa inercia, esa pasividad, ese aprovechamiento del trabajo de los demás que se afanan en conseguir su alimento, es lo que más repugna. El régimen de vida de una tenia intestinal que sólo espera que el alimento le llegue servido sin necesidad de serpentear, perseguir, atrapar como lo hacen otros animales, es indignante. Si bien el parásito no se comporta absolutamente como un perfecto pasivo receptor de nutrimento, puesto que desarrolla cierta actividad propia, nunca puede ser comparado con aquel que gracias a un esfuerzo se gana su sustento. Hay parásitos que ocasionan ingentes molestias a su huésped sin llegar a aniquilarlo, de modo que el parasitismo en ciertas formas ni siquiera sirve para contribuir al equilibrio biológico de turno, puesto que tampoco constituye alimento para otros seres. En el caso de la tenia saginata, por ejemplo, el huevo ingerido pasa al tubo digestivo del huésped intermediario en donde el embrión queda en libertad para atravesar la pared intestinal. Si bien el anillo de una tenia
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saginata que contiene huevos ingerido por un vacuno puede constituirse en cierto alimento al disolverse, no veo en qué se beneficiaría un animal tan grande como un buey que necesita varios kilos de pastura. Aquellos parásitos entonces que ni siquiera cumplen la cruenta función de diezmar las poblaciones de seres vivientes para evitar excesos de población como la que realizan los depredadores, ¿qué función cumplen en el ecosistema? Los zoólogos sugieren que se trata de formas modificadas otrora libres, que adquirieron el hábito parasitario por mutación genética. Bien, esto puede ser casi seguro, pero ¿adelantamos así algo frente al interrogante más arriba expresado? A los parásitos internos debemos añadir los externos. Toda una cohorte de abyectos seres como el acaro arador de la sarna, toda la variedad de piojos, chinches, pulgas, garrapatas, etc., aquejan a buena parte de la fauna. La maravillosa naturaleza tan admirada, cantada y poetizada por aquellos que sólo la observan superficialmente, se esfuma, dando paso a una realidad que da asco. Gusanos, larvas, ácaros, pilladores, se han instalado cual bandidos u holgazanes en la naturaleza sin que dios alguno por razones éticas o estéticas dignas de un ser excelso los haya eliminado o impedido su aparición. Una suprainteligencia omnisciente y absolutamente perfecta jamás hubiese permitido la instalación de semejantes seres, tan repugnantes e inútiles que sólo causan serios trastornos o permanente molestia a sus huéspedes, que se ven impedidos de desprenderse de ellos y obligados a nutrirlos gratuitamente y muchas veces pagando con la vida sus "propios servicios". De la naturaleza verdaderamente no podemos tomar buenos ejemplos en estos casos.
Capítulo XIII
¿Qué es el hombre?
Luego de pasar revista a las relaciones mutuas de la fauna y de la flora y con el hombre, pasemos a considerar a este último ser en sí a fin de conocer quién es. Para hablar de hombre es necesario hablar de proceso viviente como es el caso de todos los animales y plantas. Es un proceso viable mas, que se abrió paso en el ecosistema global en el cual encajó, no precisamente por sus cualidades físicas individuales como forma viviente, sino en virtud de su tendencia hacia la asociación y por su inteligencia que rebasó los límites tan sólo necesarios para la supervivencia. El hombre es suprainteligente comparado con el resto de la fauna, pero podría considerarse un infradotado comparado con grados superiores de inteligencia para otros posibles seres en el cosmos. Esto último no es tan sólo una creencia, sino una teoría muy bien fundada en la biología, en la psicología y en la ciencia astronómica. Científicos modernos de renombre han arribado rápidamente a esta conclusión. No sabemos aún a ciencia cierta qué puesto ocupa el hombre en el universo a pesar de que muchos han escrito sobre el tema, dando por sentado que el hombre es el único ser inteligente del cosmos. Casi ninguno de los vetustos pensadores "serios" de antaño se atrevía a pensar en una escala psíquica. ¿Quién podía imaginarse en la Antigüedad que el psiquismo humano podía ser considerado muy inferior frente a otros seres naturales de otros mundos? Sólo los ángeles podían serlo. Siempre se consideró único al hombre; la única creación natural a "imagen y semejanza" de una divinidad, y su mundo, su planeta, el Sol, otros planetas y algunos astros (estrellas fijas) eran el todo, lo único creado. Hoy esta imagen del mundo se encuentra tan alejada de la realidad como la Tierra plana de la Tierra redonda y quizás aun mucho más. Todo autor de antaño e incluso la inmensa mayoría de los actuales sólo piensan en el hombre y su mundo cuando de creación se trata. Este mundo terráqueo que pisamos y nada más. Lo demás son astros lejanos
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que se encuentran allá perdidos en la inmensidad y carecen de interés para la teodicea. Están demasiado lejos para tener algún significado en la meditación acerca del puesto del hombre en el universo, y siempre se cae, casi inevitablemente, en el antropocentrismo como por propia gravitación. Esto ocurre porque el hombre no puede desprenderse tan fácilmente de su naturaleza y de su mundo para pensar en otras posibilidades de psiquismo y en otros mundos. En otros tiempos no muy lejanos, hasta la primera mitad de este siglo aproximadamente, hubiese parecido descabellada toda especulación acerca de la posibilidad de la existencia de otros seres más inteligentes que el hombre en otras galaxias. El rigor y la "seriedad" científica de ese entonces no permitían semejante hipótesis. Sin embargo, la teoría de la relatividad y el desmenuzamiento de la materia en los aceleradores de partículas ya daban un mentís a la necesidad de un exceso de rigor científico. Si bien luego sobrevino una verdadera explosión de hipótesis exageradamente descabelladas y se cayó en el abuso — quizás como reacción lógica ante tanta "seriedad" y cautela científicas—, la misma relatividad del tiempo y del espacio ya era una idea bastante "descabellada" como otrora lo fue la redondez y los movimientos terrestres, porque echaba por la borda toda una serie de conceptos considerados sólidos e inamovibles de la ciencia física. La evolución de las especies vivientes, idea acuñada audazmente por Spencer y llevada al terreno experimental por el genial Darwin, también fue tenazmente resistida en su tiempo, y sin embargo hoy ningún científico serio duda de ese hecho. Un avance más en la audacia especulativa lo constituye la idea de otros mundos poblados por civilizaciones que nos aventajan en miles de años, forjadas por inteligencias muy superiores a la que posee el más capaz de los terráqueos. Con estas especulaciones no pretendo caer en las fútiles creencias de los "platos voladores" ni en sus tripulantes, sino simplemente y de acuerdo con datos biológicos y astronómicos, situar a posibles suprainteligencias cósmica en remotas galaxias. Dada la inconcebible cantidad de estrellas que pueblan el universo, al punto que un eminente astrónomo nos sugiere que el número total es mayor que todos los granos de arena de todas las playas del planeta Tierra1, ello nos permite especular bastante cómodamente acerca de la existencia de posibles seres naturales infinitamente superiores al hombre. El hombre, por lo tanto, no tiene por qué haber agotado las posibilidades intelectuales en el cosmos. No tiene por qué hallarse ya próximo a 1
Cari Sagan, Cosmos, Barcelona, Planeta, 1983, pág. 196.
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ser un dios, sino que puede encontrarse aun en un estado larvario en comparación con otros seres de otros mundos. El hombre no puede considerarse a sí mismo como un pináculo de la evolución de las especies y menos como un ser cuasi divino, cuando es posible que en el cosmos, en nuestro cosmos de galaxias que habitamos, existan inteligencias diez, cincuenta... cien veces superiores. ¿Aquí terminan las posibilidades? ¿Pueden existir inteligencias más de cien veces superiores a la humana? Dejémoslo por ahora en esa cifra y meditemos en ella. Ya es concebible en nuestros días que las computadoras podrían superar al cerebro humano. No en capacidad de amar quizás, ni en creatividad tal vez, aunque poseamos ciertas dudas con respecto a esto último, pero sin duda que son superiores en cuanto a la capacidad de albergar datos, y a dar respuestas exactas a toda pregunta de tipo enciclopédico. ¿Dónde se hallaría el límite para un incremento de la inteligencia humana mediante una autoevolución basada en el manipuleo genético? Si existiera un creador que se valga de la evolución, entonces el hombre, su creación, seria sólo una ameba comparado con un ser inteligente cien veces superior, y aun así no se trataría este último de una especie de dios omnisciente. A la inversa, si el hombre se debiera considerar, como se cree, un ser acabado, la más perfecta creación de un dios omnisciente, dejaría bien mal parado a su supuesto creador precisamente por la pobreza de su creación, poco digna de un ser tan excelso como el ideado por los teólogos.
Capítulo XIV
El hombre no es el summum de la perfección ni el tope de la evolución Se suele decir con firme convicción que el hombre es el más perfecto de los seres de la Tierra. Esto por lo menos en lo q«e toca a su físico, pues ya sabemos que desde el punto de vista psíquico adolece de múltiples defectos a la par de sus virtudes. Sin embargo, si ahondamos un poco en las posibilidades biológicas que encierra nuestro planeta para la obtención de un ser mucho más perfecto que el hombre, echaremos de ver que no es el más perfecto concebible. Incluso — también somáticamente— es inferior en muchos aspectos a otros seres que le rodean en la Tierra. En primer lugar, es dable señalar que uno de los principales obstáculos que presenta la arquitectura humana y su consistencia, es la rigidez de sus piezas de sostén. En efecto, su esqueleto óseo es totalmente inadecuado para un ambiente como el terráqueo. La propensión hacia las fracturas es un problema que conllevan desde hace millones de años los vertebrados terrestres y voladores. Tan sólo los vertebrados acuáticos poseen ciertas ventajas, sobre todo en lo que atañe a la fuerza gravitatoria compensada por un medio más denso que el aire como es el agua. Ellos no pueden caer bruscamente y estrellarse contra el fondo. En cambio, ¡cuántas caídas fatales! ¡Cuántas roturas de cráneo, brazos, piernas, columna vertebral y costillas, han sufrido los vertebrados terrestres por causa de la terrible fuerza gravitatoria que los atrae fatalmente hacia el centro de la Tierra y por la poca densidad del acéano de aire en que se mueven! Este tipo de sostén, el esqueleto óseo, es un verdadero error de la naturaleza que comparte el hombre con el resto de la fauna vertebrada terrestre. El blando pulpo, la babosa y la lombriz, por ejemplo, poseen por cierto mejores ventajas en el ambiente telúrico. También los insectos, gracias a su pequeñez. El hombre es excesivamente pesado para el ambiente terráqueo donde vive. Pesado, rígido y torpe. Si fuéramos como insectos, incluso con su esqueleto exterior
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quitinoso, seguramente hubiésemos tenido más éxito en la Tierra. Y sobre todo como insectos alados. Y también anfibios. Los insectos sí que dominan el mundo. Observemos un ditisco (escarabajo acuático) o una chinche de agua (Lethocerus) cómo vuelan de noche, caminan sobre tierra cuando quieren, y nadan en las aguas con suma facilidad, subiendo y bajando para respirar oxigeno atmosférico y en busca de alimento. Nuestro cerebro, por supuesto que no entraría en la cabeza de un insecto, pero... ¿es realmente necesaria una masa cerebral tan voluminosa para contener nuestro intelecto? ¿No es posible una miniaturización natural? Recordemos lo que ha logrado la técnica humana en materia de miniaturización en el campo electrónico. O bien nuestro planeta debiera poseer menor atracción gravitatoria, o contener una atmósfera más densa o líquida, o bien nosotros debiéramos ser acuáticos como el delfin, o aéreos pero del tamaño de una abeja. Calculemos, comparando con nuestro caso, la enorme distancia del suelo a que puede caer una abeja con las alas cortadas sin hacerse daño. Proporcionalmente, a esa misma distancia nosotros quedaríamos deshechos. Incluso las aves superan con creces nuestras capacidades físicas frente al medio. Sobre todo aquellas que dominan los tres ambientes: terrestre, aéreo y acuático. Existen muchos animales como el lince y las águilas que superan con ventaja nuestra visión. Carecemos del sentido del radar de los murciélagos, del olfato y audición del perro, de la visión de la abeja que ve con los rayos ultravioleta y de la capacidad de las serpientes crotálidas para detectar el calor emitido por animales de sangre caliente, gracias a órganos especiales que poseen delante de los ojos. Estos son sólo escasos ejemplos entre innumerables casos. Un defecto que nos causa grandes incomodidades en nuestro desenvolvimiento ambiental son nuestras torpes articulaciones que limitan nuestros movimientos Si bien gracias a nuestras manos hemos construido la civilización, ¿qué no podríamos hacer si poseyéramos tres o cuatro pares de doblegables brazos terminados en múltiples filamentos flexibles en todo sentido a modo de prácticos dedos? Brazos y dedos inarticulados, capaces de amoldarse o acomodarse a los abjetos más complicados en su estructura, verdaderamente podrían crear maravillas de delicadeza y precisión. Otro craso error de la naturaleza al conformarnos tal como somos, ha sido la ubicación de un órgano tan vital como es nuestro cerebro, en la zona más alta de nuestro cuerpo siendo así vulnerable a toda clase de accidentes.
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Una caída de nuca, el golpe de una rama o de una piedra pueden ser suficientes para terminar con nosotros. La cabeza expuesta al sol nos puede provocar insolación. El enemigo puede decapitarnos quitándonos todo lo que somos en la vida en lugar de cercenar tan sólo un brazo, una pierna u otro apéndice regenerable (según un modelo viviente más efectivo frente al ambiente agresivo) que podría estar ocupando el lugar de la cabeza si fuéramos diferentes y más perfectos. Y a propósito de enemigos. ¡Cuántos seres humanos han sido asesinados por la espalda por no poseer al menos un ojo suplementario en la nuca! La visión frontal puede ser muy ventajosa como se dice, pero podría estar complementada por una visión en la nuca, o hallarse el cuerpo munido de una corona de ojos, o poseer ojos polifacéticos y globulosos como los tienen los insectos, o todo el cuerpo revestido de células de la visión. Un ser de arquitectura y capacidad más ideal para el ambiente físico biológico de nuestro planeta sería sin duda un blando organismo alado, con el cerebro protegido en las partes más profundas y centrales, a su vez munido de varios pares de tentáculos movibles en todo sentido como los pulpos y calamares, al mismo tiempo que desprovisto de cutícula dura externa o esqueleto rígido interno. En todo caso, sostenido por un endoesqueleto cartilaginoso y provisto de una cutícula elástica como una goma que revistiera una cavidad conteniendo líquido. Algo semejante al habitáculo acuoso en donde se desarrolla el feto humano. El lugar del feto lo ocuparía el delicado cerebro y otros órganos vitales. Muy feos pareceríamos entonces para nuestro sentido humano de la belleza, empero como la belleza es una elaboración puramente mental, seríamos en aquel caso seres realmente bellos para nosotros mismos. En efecto. Si analizamos objetivamente nuestro cuerpo, realizando un esfuerzo para escabullimos de nuestra subjetividad que nos hace apreciar como bellos, notaremos que con respecto a otros animales más proporcionados, como el gato por ejemplo, somos desgarbados y desproporcionados. Nuestras extremadamente largas extremidades inferiorer articuladas rematadas en un feo talón; un largo pie con atrofiados dedos; nuestra prominente nariz; nuestras salientes y antiestéticas orejas y nuestra zona glútea hendida, todo esto y muchos otros detalles más hacen que no seamos tan estéticos como creemos. Es sólo nuestra mente y por razones de supervivencia la que nos hace ver estéticos. Además, si aun de acuerdo con nuestro patrón ideal de belleza física, absolutamente todos los terráqueos fuesen bellos, de armoniosas proporciones, entonces realmente podría sospecharse la existencia de un
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artista supremo estético, pero el observar en un viaje por el globo a seres humanos esmirriados, feos, desproporcionados, insignificantes, etc., contradice lo anterior. Otro detalle que nos inferioriza sobremanera con respecto a algunos animales que paradójicamente ocupan escalas bajas de la evolución de las especies, es nuestra mengua en la capacidad regenerativa de los tejidos, tanto de los órganos internos como de las extremidades. Los lagartos y lagartijas, por ejemplo, pueden regenerar su extremidad caudal; los cangrejos, sus extremidades ambulatorias y las que sostienen las pinzas; muchos animales inferiores seccionados en varias partes pueden regenerar el cuerpo completo a partir de un fragmento, como es el caso de las planarias (turbelarios). Las estrellas de mar pueden también regenerar un individuo completo a partir de uno solo de sus brazos. Los anfibios vuelven a formar patas y colas amputadas. En algunos animales incluso el mismo órgano puede regenerarse varias veces después de sucesivas amputaciones, sin que se note una disminución en esta capacidad. En cambio nosotros apenas podemos regenerar algunos tejidos como por ejemplo la piel. En resumen, el ser más perfecto de la Tierra sena aquel que se hallara equipado naturalmente para dominar los tres ambientes telúricos más necesarios, es decir el acuático, el terrestre y el aéreo, con el agregado de la suprainteligencia con respecto al resto de la fauna. Este ser alado, munido de múltiples extremidades flexibles, blando, capaz de adquirir en el aire líneas aerodinámicas y en el ambiente acuático líneas pisciformes, sería el ideal, y el hombre dista mucho de este modelo. En cuanto al supuesto que la mayoría sostiene en el sentido que somos el tope de la evolución de las especies vivientes; que ocupamos el vértice de la pirámide que representa la supuesta creación sin más posibilidades, es un mito. El hombre no es nada definitivo, acabado, "hecho" así como es para siempre. Por el contrario, como dije en el capítulo anterior, el hombre es un proceso en marcha, la Humanidad toda es un proceso físico, químico, biológico, psíquico, sin término en el campo de las posibilidades biológicas. La transformación evolutiva que produjo al hombre actual no se ha detenido. Este continúa transformándose, aunque para sí mismo en forma imperceptible. El hombre actual difiere poco y nada del hombre de hace 4000 años, pero es diferente del que existió hace 500.000 años, y lo será marcadamente del que existirá dentro de un millón de años si es que no se extingue antes la Humanidad por causa de algún accidente en el nivel cósmico o tecnoideológico.
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Las mutaciones son continuas, y en la actualidad nos estamos viendo a nosotros mismos como en una fotografía, como detenidos en el tiempo biológico, pero indudablemente no seremos así como somos, con nuestra figura ni mentalidad actual, dentro de varios cientos de miles de años. Pero lo más probable es que el hombre autoevolucione en virtud de su tecnología cuando sepa manejar sus mapas genéticos a voluntad, acelerando de este modo su perfeccionamiento físico y mental, hasta lograr equipararse a aquellos teóricos seres posibles, suprainteligentes pobladores de otras galaxias. Ahora bien, si el hombre, ni física, ni mentalmente es el summum de la perfección, y si tampoco se trata de un corolario de la supuesta creación, ningún ser definitivo, creado ipso Jacto o por evolución, sino un ser en transición hacia otra cosa muy diferente, entonces mal podemos hablar de una creación "a imagen y semejanza" de una deidad perfecta. Si así fuera, esa deidad seria el summum de la imperfección. Si la imagen y semejanza se entendiera como alusión exclusiva a lo corpóreo, entonces ese supuesto dios creador tendría la figura de un ser burdo, pura adaptación a un ambiente físico biológico particular de un planeta entre tantos. Si por el contrario tomamos el sentido de la frase como referente al intelecto, nos hallamos ante un supuesto creador munido de toda especie de cualidades menospreciables que hacen muy poco honor a un ser perfecto, tales como la iracundia, la vengatividad, los celos, la terquedad, la envidia, la presunción, y otras que nacen espontánea e inconscientemente en la mente humana, aun en la de inocentes niños, todas transmitidas cual "semejanzas" a sus criaturas. Por supuesto que si el ser humano fuese, en el aspecto moral, realmente la imagen y semejanza de un hacedor identificado como un dechado de virtudes, entonces todo párvulo aún no contaminado con los malos ejemplos deberla ser como un ángel sin tendencia malsana alguna, cosa que desmiente la realidad, pues la naturaleza innata de los niños debe ser constantemente corregida por los mayores. Si por último nos aferramos a la especulación de que ese dios irá perfeccionando su inacabada obra, a su hombre, nos hallaríamos ante un creador débil que necesita demasiado tiempo para perfeccionar su creación basado en errores y sufrimientos de sus criaturas. En los capítulos siguientes analizaremos con mayor detalle la Índole negativa del nombre.
Capítulo XV
Las luchas del hombre con el hombre
Una de las cualidades más feas del hombre es su permanente proclividad hacia las reyertas, la lucha de mano o armada. Incluso los niños, aun durante su etapa de inocencia, presentan tendencia hacia la agresividad. Si rastreamos el pasado, la historia no nos habla más que de malos entendidos, enconos, intrigas, duelos, asesinatos, batallas (asesinatos "lícitos"). Esto entre los pueblos organizados en naciones y más o menos civilizados. Si consideramos los pueblos primitivos o los que vivían primigeniamente en clanes o tribus, no hallamos otra cosa que luchas territoriales. La conquista fue el común denominador de la conducta humana en sociedad a todo lo largo de la historia, formando parte de un círculo vicioso de guerra-paz-guerra. Cuando se está en paz, se anhela la guerra porque se cree poder vivir mejor. Cuando se está en guerra se suspira por la paz para mejor vivir. Esta es una constante. Mil motivos hacen que la agresividad humana aflore para hacer que el hombre embista ciegamente al hombre. A las primitivas razones territorialistas hay que añadir otras como las religiosas, vengativas, ideológicas políticas, etc., que hacen que la belicosidad asome en la especie humana. Con frecuencia los pueblos tratan de resolver sus diferendos con las armas. Desde que el primitivo hombre asomó en la superficie del globo hasta el presente, ¿cuántos asesinatos, masacres de prisioneros, muerte» de soldados y civiles, saqueos, abusos, devastaciones y usurpaciones territoriales se han producido? Por intereses egoístas sobre bienes materiales, por no pensar igual en materia política, por no aceptar otras creencias religiosas o por simple encono histórico tradicional entre naciones cuyas nuevas generaciones parecen querer vengarse por lo que hicieron otras a las que nunca conocieron; por raza, color de la piel y mil cosas más, el hombre ha agredido, matado y torturado a sus congéneres.
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Pero aquí viene lo triste y paradójico a la vez. En muchos casos, cada pueblo en pugna con otro ha masacrado a su enemigo en nombre de su dios. ¿Puede concebirse algo más terrible que esto en el aspecto teológico? Dejemos de lado la creencia tan arraigada de la infiltración maligna por parte de un espíritu malvado del mundo en los asuntos humanos. Aquí no cabe la malignidad cuando de la defensa de un credo se trata, porque el defensor de su creencia lucha en nombre de su dios y cree hacer un bien. Está convencido de estar en lo justo. Que el supuesto "espíritu maligno del mundo" se vale del engaño para hacer caer a su criatura elegida, ¿puede ser aceptable racionalmente? No, porque resulta que dicha criatura caída en batalla en la creencia de que estaba luchando por una causa Justa, no puede ser condenada por razón de su inocencia. Entonces mal puede el susodicho presunto maligno hacer caer en sus redes, mediante engaño, a criaturas no condenables. ¿Qué queda entonces? Queda en pie el supuesto hacedor del mundo. Y queda algo más atroz aun: su permisión, la tolerancia del error, la contemplación de ese acto horroroso e inconcebible que es el masacrarse los pueblos entre sí por error, en la creencia de estar cada uno haciendo Justicia por su parte, y a veces, ¡invocando los dos bandos enemigos al mismo dios! Si existiera realmente un dios pleno de los atributos que le otorga la teología, ¿podría este ente excelso permitir el enfrentamiento, la masacre de inocentes obrada por inocentes en nombre de sus sagrados principios que a él mismo atañen, por el solo hecho de disentir en algún punto tal vez insignificante del dogma?¿Podría tolerar semejante deidad las matanzas entre seres lanzados ciegamente hacia encarnizadas luchas cual beodos o como si se tratara de inconscientes y ciegas galaxias en colisión, con el único objeto de defender al mismo dios creador del universo que los está contemplando? Pero es que ni siquiera se justifica que haya luchas por distintos dioses. Con menos razón desde luego cuando se trata de un mismo dios al que oran y rinden culto. ¿Podría este dios sentirse feliz así, como afirma Tomás de Aquino? Es que tampoco se justifica una lucha por el territorio, por el alimento, por nada, ya que si existiera un dios eficiente hubiese creado un planeta ubérrimo con sobrante alimento para el hombre, el que ni siquiera necesitaría comer a otros seres. Podría tratarse de un ser con clorofila en la piel, como las plantas en su corteza y sus hojas. También munido de apéndices radicales para sorber elementos del suelo
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disueltos cuando lo desee, como lo hacen las plantas, y nutrirse con energía solar como todos los vegetales clorofílicos. También manso, para dejar en paz tanto a sus congéneres como al resto de la fauna y la flora. ¿Es sabia esta disposición natural que inserta al hombre en la ecología planetaria como a un huracán devastador, como un peligro incluso para sí mismo, como un potencial destructor de su propia especie? Y es que lo puede hacer en nombre de su propio dios. El holocausto será entonces la propia y entera Humanidad.
Capítulo XVI
Las atrocidades cometidas por el hombre Dejemos ahora por un momento de lado la cuestión de la malignidad en lo que atañe a la conducta humana. Olvídese el lector creyente por ahora de aquel "espíritu maligno del mundo", que en todo se inmiscuye, que todo lo echa a perder, ¿por placer morboso? ¿Por travesura? No importa por ahora. Todo esto lo veremos parcialmente al final de este capítulo y en detalle en la parte metafísica, más adelante. Vayamos al hecho en sí de la supuesta creación del hombre. ¿Es posible que un ser consciente omnipotente y absolutamente piadoso haya creado: primero las posibilidades infinitas de delinquir, y luego a una criatura polifacética como el hombre capaz de echar mano hasta del más inconcebible recurso para delinquir, a fin de insertarlo allí en el mundo, con libertad absoluta, con todo a su alcance? Esto equivale a colocar a un tigre hambriento entre párvulos, a una serpiente venenosa ante un animalito indefenso. Desde el vamos, en materia teológica ya nos hallamos frente a un problema de ética, porque antes de ser creado el mundo, o durante su creación, ya el creador tuvo que haber calculado todos, absolutamente todos los delitos que iba a cometer la criatura humana a punto de ser creada. Pero la cosa no iba a ser entre malvados exclusivamente, sino que hacia esa vorágine delictiva iban a ser arrastrados los justos inocentes. También éstos pueden cometer delitos involuntariamente, por ignorancia o error. Lo más frecuente es que el malvado prospere a costa del justo. ¿Es moral un sistema así para obtener a justos y pecadores, a fin de ser premiados los unos y castigados los otros? ¿Obtener pecadores? ¿Para qué obtener pecadores? Al libre albedrío lo cuestionaremos en las pruebas antimetafísicas, más adelante. La supuesta compensación de todo sufrimiento injusto en la otra también supuesta vida después de la muerte, también la cuestionaremos más adelante. ¿No hubiera sido mejor un mundo en el que un dios
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misericordioso hubiese creado un Juego de obstáculos salvables para sus criaturas con el fin de edificarlas? ¿No hubiese sido producto de una inteligencia superior, un mundo en el cual la criatura no hallara en su camino más que lecciones de la vida para perfeccionarse, en lugar de injustas tragedias que pueden acabar despiadadamente con incipientes vidas, o arruinar existencias de por vida? ¿No hubiese sido más racional y misericordioso un mundo desprovisto de horrorosos sufrimientos hasta el grado de lo Insoportable para sus criaturas? ¿No hubiese sido más lógico, si existiera una providencia exquisita, un mundo con sufrimientos breves, pasajeros, que sirvieran a modo de sustos para morigerar a las criaturas con tendencias hacia los desvíos de lo ético, con iguales oportunidades para todos? ¿No hubiese sido más piadoso un sistema en el cual todo ser lanzado al mundo tuviese todas las oportunidades de elevarse hacia lo sublime sin necesidad de asesinar brutalmente a su prójimo primero, para arrepentirse luego y lograr la bienaventuranza? ¿No hubiese sido más digno de un magno hacedor, un camino de vida siempre sembrado de nuevas oportunidades como lo proclama el budismo, pero sin necesidad de cometer genocidios, torturar, odiar hasta la muerte, equivocarse, embrutecerse, para luego, algún día, iluminado, mediante un acto de contrición, merecer el paraíso habiendo dejado en la Tierra el tendal de inocentes sufrientes o masacrados? Cuestión de ética. ¿Nada más? No. Hay más, o mejor dicho no puede haber un dios exacto, Justo, como lo propone la teodicea. Si aceptamos a un creador, nos veríamos obligados también a recriminarle por haber dejado a la traviesa y peligrosísima criatura humana "ante el mundo", para que hiciera con el mundo y consigo misma lo que más se le antojara. Esta especie de "mono suelto" realmente ha realizado los más inconcebibles actos, las más delirantes atrocidades. A tal punto que el mismo Homo, asombrado de su propia capacidad para cometer horrores, los ha denominado "actos inhumanos", para salvar quizás su prestigio aunque más no fuera ilusoriamente. Ante el horror de sus propios actos pareciera ser que el hombre trata de achacarlos a algo extrahumano. Pareciera ser que rechaza la idea de que su propia especie sea la responsable de tanta atrocidad, y trata entonces de liberarla de culpa y cargo. Pero paradójicamente los actos más "inhumanos" son precisamente los cometidos por humanos. El hombre tortura con sadismo, viola sexualmente por placer morboso, destruye con saña, extermina y conquista por ambición desmedida, todo sin límites, nunca se satisface. Arruina vidas humanas
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jóvenes al prostituirlas o lanzarlas hacia el vicio de las mortales drogas para beneficiarse; comercia con órganos humanos para la medicina y asesina para obtenerlos; es decir vive y goza a expensas de sus propios congéneres, se vuelve contra su propia especie. Extermina a los que no piensan igual, posee fanatismos ideológicos. Atenta maquiavélicamente contra inocentes mediante actos terroristas para lograr sus objetivos. En todo esto y mucho más se distingue de los animales y suele hablar de actos inhumanos. Ante este panorama antrópico, es una verdadera locura pensar que un dios "que sabe lo que hace" haya colocado sobre el mundo a un ser tan peligroso para el mundo y para sí mismo, a una criatura tan quisquillosa, inconstante e intolerante con libertad absoluta para delinquir. Es como si ese dios le dijera a sus criaturas: "Aquí os ofrezco el mundo, haced con él y con vosotros lo que os plazca. Si queréis, podéis matar, violar, torturar, cometer actos de canibalismo, equivocaros, crear dioses, sacrificarles seres humanos, emborracharos, prostituiros, conquistar arrasando pueblos, esclavizaros, vender y comprar a vuestros siervos, intoxicaros con sustancias nocivas, comerciar con vuestros cuerpos, castrar para obtener fieles eunucos, lucrar con el dolor ajeno, estafar, matar para vender clandestinamente órganos humanos, secuestrar criaturas para venderlas, cazar y maltratar animales por placer, arruinar vuestro planeta y su equilibrio biológico, envenenar su atmósfera, guerrear, exterminar a inocentes durante las contiendas bélicas, crear campos de concentración, Inventar instrumentos de tormento, cometer genocidios, armaros "hasta los dientes" con sofisticados artefactos de destrucción al punto que podáis pulverizar vuestro planeta entero si lo deseáis..., todo esto y mucho más..., pero..., ¡os prohibo que hagáis todo eso porque es inmoral!" Es como si primero le diera "un cuchillo al mono" (en este caso al Homo sapiens) y luego le dijera: "¡Cuidado con lo que haces!" Es como ofrecerle la casa abierta y con sus ocupantes ausentes al ladrón; es como ofrecerle al criminal armas sofisticadas; al tigre una presa atada. Estos ejemplos no representan a este upo de hombre que puede llegar a ser en muchos casos casi como el ángel bueno creado por la imaginación, sino que se refiere a la "libertad frente al mundo y a sí mismo", de que habría sido dotada esa criatura para hacer todo lo que le viniera en gana. Si las "pruebas" fuesen leves, si se salvaran los inocentes, si no hubiese habido jamás sacrificios humanos en holocausto de imaginarios dioses, ni hubiesen aparecido nunca las instituciones de la barbarie como la "Santa Inquisición", ni la posibilidad del genocidio en masa como en la era hitleriana y muchas otras atrocidades, entonces sí podríamos aceptar un "mundo de pruebas" inventado por una deidad piadosa. Pero lamentablemente, luego de incursionar en los conocí-
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mientes antropológicos y después de repasar la historia de la Humanidad, sólo nos queda el amargo sabor, la fuerte impresión de que tal ente creador de existir, ha cometido un garrafal yerro al crear a un ser con libertad absoluta para delinquir, o más bien nos queda la persuasión de que tal ente jamás existió porque el mundo se halla librado a la ventura, a merced de los accidentes mentales. Si a pesar de todo, se insiste en un creador, pero se achacan todas las maldades de la criatura humana a la influencia de un poder demoníaco, esto no varía la situación, porque entonces esa libertad absoluta para delinquir se trasladaría con mayor fuerza hacia otro ser de naturaleza distinta de la humana, también creado por la misma divinidad. En este caso, son el hombre y el poder demoníaco de consuno los responsables, pero en última instancia la causa de todo sigue siendo el yerro garrafal del creador de las posibilidades para delinquir sin límites, y éste jamás puede tratarse del ser ideado por la teología, porque se lo ha imaginado infalible.
Capítulo XVII
Las causas del comportamiento humano negativo y el origen de su capacidad cerebral Las causas del comportamiento negativo del hombre no hay que buscarlas en sobrenaturalismo alguno. Ningún espíritu maligno interfiere en la vida humana para empujarlo hacia la maldad. Semejante ente no puede existir por dos razones de fuste, además de las que trataré más adelante en el Libro III, capítulo II. Primero, porque su supuesto accionar quedaría fuera de lugar ante la presencia del inocente que causa daño involuntariamente a sus semejantes por error, al creer defender la justicia, el deber o a su dios, como ya hemos señalado. El daño así infligido puede ser a veces horroroso, como ocurrió durante la Inquisición, pero el inocente dañino no es condenable, ni siquiera posee culpa leve porque actúa en la creencia de hacer un bien. Segundo, porque la antropología explica a las mil maravillas la índole humana, el porqué el hombre es egoísta, agresivo, territorialista, depredador, etc. El origen del hombre no es distinto del de otros animales. Es un producto más de las mutaciones genéticas de formas inferiores, y su lucha por la supervivencia lo explica todo y demasiado claramente para tener necesidad de incluir en su existencia planetaria, desde su vida cavernaria, algún espíritu dañino que le aconseje obrar de manera malsana, despertando sus instintos. El hombre ha sido "lanzado" al mundo, podríamos decir, como un verdadero paria de la naturaleza. Un ser físicamente desvalido que sólo ha sobrevivido como especie gracias a su inteligencia. Sus fuerzas físicas eran muy inferiores con respecto a muchas especies animales con las que se veía obligado a competir. Ya el Pitecántropo poseía más lucidez que otras especies, y gracias a su ingenio pudo cazar sus presas y evadirse de sus depredadores u ocasionales enemigos entre la fauna. También pudo hacer frente a algunas enfermedades utilizando con ingenio diversas plantas medicinales. Desde los albores de su existencia como ser consciente inteligente descendiente de los lemúridos, los társidos y túpalas o tal vez de la
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musaraña o alguna forma similar (o quizá de otras formas de primates cuyos fósiles no han sido aún hallados, pero esto no importa), el hombre ha estado inmerso en un medio hostil donde podía sobrevivir tan sólo el ser más egoísta, el más agresivo, el más sagaz, veloz o munido de formidables defensas. El hombre carecía de esto último, pero su mente primitiva poseía egoísmo, agresividad, sagacidad, cierto ingenio y sentido gregario. Luego su cerebro evolucionó por deriva hacia una capacidad intelectual que nunca necesitó agotar en el pasado. El fenómeno que produjo el acumulo de capacidad mental puede ser comparable a la adquisición de una adaptabilidad que no es usada en animales y plantas. El perro, el caballo o el vacuno no "saben" que pueden nadar hasta tanto no caen en el agua. Puede que nunca tengan oportunidad de hacerlo, pero poseen esa habilidad en forma innata. El mono no sabe que puede pedir alimento haciendo sonar una campanilla hasta tanto el hombre no se lo enseñe. Los animales de circo aprenden habilidades que nunca emplean en la vida silvestre. El hombre tardó decenas de miles de años hasta que se dio cuenta de que su cerebro podía concebir el teorema de Thales, el pensamiento filosófico y la teoría de la relatividad. ¡Claro! ¡Aquí está el escollo! La habilidad innata que posee el perro para nadar es simple, en cambio un cerebro capaz de pensar como el de Aristóteles, Kant o Hegel es acombrosamente complejo. Pero lo complejo es la trama cerebral, y las combinaciones posibles de sus elementos. Sin embargo los elementos, las neuronas, si bien no son simples, no parecen ser tan infinitamente intrincadas a simple vista. Hasta una rana las posee y sin embargo no puede aprender lo que un mono antropomorfo. Esto no quiere decir que la neurona de la rana sea igual a la del ser humano, pero no cabe la menor duda en considerar a la neurona de un chimpancé si no idéntica, muy semejante a la neurona humana. Es la cantidad de elementos, la posibilidad de sus combinaciones y la oportunidad de emplearlas lo que hace tan superior al hombre con respecto al resto de la fauna. Un primitivo de la selva amazónica no necesita del análisis matemático ni del cálculo infinitesimal, y sin embargo contiene en su cerebro los elementos necesarios para emplearlos si se diera la oportunidad para ello desde niño. Si se perdiera accidentalmente todo el saber de la Humanidad acumulado hasta el presente, el hombre retrogradaría a los tiempos primitivos y se transformaría en un ser tan bruto como el primitivo Cro-Magnon.
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¿A qué quedaría reducido entonces eso que llaman alma tan expansiva, tan plena de cultura tal como existe hoy entre gente civilizada? Ello es sólo tradición, transmisión de datos hacia masas cerebrales vírgenes de las sucesivas generaciones Se tardarían miles de años para arribar nuevamente a la conclusión de que la Tierra es redonda, y que el Sol es una estrella más alrededor de la cual gira nuestro mundo. Los elementos cerebrales son finitos, las combinaciones posibles dan cifras astronómicas que ningún mortal puede agotar. No hay alma, no existe espíritu en el ser humano, lo que hay es capacidad rebasada en su cerebro, una capacidad que agranda su mundo humano y agiganta su propio asombro en la medida del acumulo de datos. Ello le permite a su vez entender mejor su entorno y crear ciencia y tecnología, y eso no es espíritu sino penetrar en el mundo que es complejo y obliga a complejizar nuestras ideas al respecto. El hombre ha tardado muchos milenios, ¡demasiados!, para conocer la aplicabilidad de la electricidad, la creación del automóvil, del avión y el empleo de la energía nuclear. Se dice ahora que quizás el delfín se encuentre con su masa encefálica en una situación parecida a la del hombre primitivo, y no es una hipótesis descabellada. Al delfín quizás le falten oportunidades para entender la matemática o crear arte. Es un ser más torpe que el humano salvo en su habilidad para nadar. Carece de manos y vive en un medio que no le exige mucho. Le sobra tiempo para jugar después de alimentarse, pero se ve trabado su potencial para manifestarse inteligente y creativo. Quizás no sea del todo así y los opinantes que defienden esta hipótesis pequen de exagerados. La técnica humana aplicada a la investigación quizás devele en el futuro la verdad acerca de la capacidad cerebral de este animal y de otros que puedan encerrar capacidades ocultas, pero en virtud de lo acontecido con el hombre, la hipótesis, repito, no es nada fantasiosa, como ha dejado de serlo la que sugiere la existencia de seres inteligentes muy aventajados con respecto al hombre, en el cosmos. Volviendo ahora al comportamiento anómalo del hombre para con su propia especie y para con todo otro ser viviente, así como también respecto a su planeta ya tan contaminado y castigado en su ecología, se hace necesario afirmar que la especie humana es el genuino producto de una ciega y brutal naturaleza que hostiga perennemente a los seres vivos. Es el resultado de luchas sin fin con el medio físico y el ambiente biológico. Es el fiel reflejo del oportunismo, de la necesidad de territorio, de la necesidad de la agresión y del egoísmo para sobrevivir.
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Esta y no otra es la explicación lógica de su ambigua conducta que hace de él un ser peligroso para toda la flora, la fauna y para sí mismo como especie. Su cerebro primitivo aún le manda lanzarse hacia el desenfreno sexual, hacia la conquista territorial, hacia el abuso y aprovechamiento de sus semejantes más débiles o tontos, para vivir mejor a expensas de ellos. El instinto tribal belicoso y territorialista aún campea en la especie sapiens. Como contrapartida, su neocerebro aparecido y conservado como elemento exitoso que le permitió sobrevivir en solidaridad gracias a los principios éticos adoptados, es un constante freno para los instintos conservados desde los tiempos primigenios cuando era aún animal inconsciente. Este choque continuo entre el primigenio cerebro y la neocorteza moderadora lo empuja hacia conflictos con su propia naturaleza psíquica. En forma continua es arrastrado por su primitivismo hacia actos reprobables por el neocerebro. y este neocerebro censor debe servir de modo continuo también de dique de contención frente a los desbordes egoístas. Entre el perro que cuida su hueso, gruñe y ataca a dentelladas al que se lo quiere quitar y el ser humano que cuida su posición económica desahogada aunque a su derredor existan niños ajenos desnutridos sumidos en el pauperismo, no hay la menor diferencia. Es que el hombre, antes de evolucionar era como un perro. Perro y hombre eran antes de ser mamíferos, unos reptiles puramente instintivos. De allí viene todo. Del reptil, del pez, ... etc., y aquello que muchos denominan intromisión de algún "espíritu maligno" no es otra cosa que el afloramiento de nuestra naturaleza primitiva agresiva y egoísta encerrada en cada clan, en cada tribu frente al medio hostil. Si existiera un creador excelso, entonces el hombre jamás podría ser el producto bruto de un entorno hostil; sería por el contrario como un manso cordero y lleno de virtudes sin su contrapartida: las antivirtudes. Si hubiese sido moldeado por un ente exquisito estaría muy lejos de ser belicoso, egoísta, envidioso, celoso, etc., por naturaleza, tal como ha sido engendrado por el ambiente natural bestial que exige constante lucha.
Capítulo XVIII
El planeta Tierra no ha sido creado para los seres vivientes
Para finalizar, con este capítulo, la primera parte de este segundo libro, cabe añadir que es falsa la idea acerca de las bondades de nuestro entorno para la vida. Es necesario señalarlo para quitar toda duda acerca de la existencia de un burdo, aleatorio, tanteador mecanismo que consiste en un perenne acomodamiento al medio por parte de las cambiantes formas vivientes. No es correcto entonces afirmar que gracias al oxígeno m reo existente en la debida proporción es posible la vida, sino una vida, esta vida particular que conocemos aquí, desde el momento en que la bioquímica y la biología nos aseguran hoy que son posibles otras formas de vida, incluso anaerobias. Tampoco el agua depositada es imprescindible, ni la temperatura media planetaria, ni el día y la noche, ni la presión atmosférica, ni las cuatro estaciones, ni una estrella como nuestro Sol. Es Inadecuado también creer que las vitaminas producidas por los vegetales fueron "creadas" o calculadas para nosotros que las necesitamos imprescindiblemente. Ni las proteínas animales o vegetales, ni los hidratos de carbono como el almidón y los azúcares, ni la miel, ni el néctar para las abejas y mariposas, ni las presas para el predator, son esenciales. Aquellos que creen que un dios formó sabiamente el mundo para que se instalara allí luego la Humanidad, también creen que nada es casual. Ellos piensan que el mundo ha sido hecho a nuestra medida. Nada más ilusorio. Nada, absolutamente nada, en la Tierra ha sido preparado para nadie. ¿Cómo puede ser esto? Para entenderlo es necesario razonar a la inversa y decir que todo ser viviente terráqueo es una adaptación al planeta, y esto incluye por supuesto al hombre. Nada ha sido previsto, todo es adaptación a un medio particular. Mil planetas distintos unos de otros y diferentes del nuestro poseerían mil formas de vida distintas adaptadas a sus respectivos medios. No precisamente cuerpos de superficie yerma como la Luna o
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el planeta Mercurio, por ejemplo, pero sí otros cuerpos de distintos tamaños, densidad, gravitación, provistos de atmósferas de una composición muy dispar de la terráquea. Incluso un planeta líquido, semilíquido, o gaseoso, quizá como Júpiter y Saturno, puede generar sus formas de vida específicamente adaptadas. Con esto no quiero insinuar que en nuestro sistema solar exista otro cuerpo planetario con vida aparte de la Tierra, ni que exista en otro sistema solar próximo, y tal vez ni siquiera en nuestra galaxia, porque la vida es un proceso muy improbable en el cosmos. Sin embargo, dada la incalculable cantidad de soles existentes en todas las galaxias, "más que los granos de arena de todas las playas de la Tierra", es posible que existan seres vivientes exóticos en planetas de lejanas galaxias. Muchos de ellos más inteligentes que nosotros. Lo que antes se concebía como exclusivamente terráqueo, la vida, hoy es aceptado como panuniversal con base en los modernos conocimientos. La ciencia teórica y la Ciencia Experimental han pulverizado todo dejo de antropocentrismo al descentrar no sólo al planeta Tierra, al Sol y a la galaxia que los contiene, sino también al hombre como "rey de la creación". A la luz de la ciencia actual, el hombre es un ser más, adaptado a un planeta particular entre innumerables seres también conscientes e inteligentes productos de sus respectivas adaptaciones a sus mundos particulares. El hombre, repito, es un proceso más del Cosmos, adaptado con relativo éxito a otro proceso cósmico que es la Tierra, el Sol y la galaxia Vía Láctea. Toda la Humanidad es un proceso en marcha sujeto al cambio, como lo es la vegetación que tapiza el planeta, como lo es el resto de la fauna desde la ameba hasta los mamíferos. No hubo ni hay creación de un mundo para el hombre. Es a la inversa: él es un producto de su mundo, una adaptación física, química, biológica, psíquica a su entorno planetario. El creador de los teólogos no aparece aquí por ninguna parte. No fue ni es necesario porque no hubo ni hay creación alguna, sino únicamente procesos. Procesos galácticos, estelares, planetarios, biológicos, psíquicos. Procesos que son el producto del devenir universal, que han quedado como viables retenidos en el tamiz de las posibilidades por donde han desfilado y pasan infinitos procesos que a cada instante se inician casi todos ellos con destino trunco. Esta y no otra debe ser la visión que debe tener toda persona acerca del universo y sus manifestaciones1. La sustancia universal se manifiesta en infinitas formas. La mayoría 1
1983.
Cf. Ladislao Vadas, El universo y sus manifestaciones, Buenos Aires, Sapiencia,
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se dirige hacia la nada. Sólo un ínfimo porcentaje pudo ser galaxia, sol, planeta, ser viviente, ser consciente (este último en ínfima proporción). Casi un ciento por ciento del universo está formado por hidrógeno, el elemento número uno, el más simple. Un ínfimo porcentaje lo constituyen los elementos más pesados, y una casi nada son los seres vivos. Aquí en esta secuencia, vemos claramente cómo ha obrado el proceso universal general por eliminaciones. De lo mucho, del casi todo inerte sin significado, va quedando la casi nada como compleja organización que es el ser consciente, como el hombre y otras formas posibles. ¿Qué esto seria entonces la creación para algunos? ¿Mediante tantos infinitos caminos errados como ya hemos visto en el capítulo III de esta Primera Parte del Libro II? Allí he explicado cómo también esta ilusión se desvanece. Finalmente, al término ya de esta Primera Parte de las pruebas de la no existencia del dios ideado por la teología relativas a la biología, sólo queda por añadir que con lo argüido hasta aquí, creo haber refutado lo tratado al principio, en el capítulo primero de la Primera Parte del Libro I.
Segunda Parte Pruebas geológicas
Capítulo I
El proceso telúrico primitivo
La formación de nuestro mundo que nos sustenta, no fue un hecho aislado ni mucho menos. Hoy resulta ridículo hablar de "creación del mundo" refiriéndonos tan sólo al nuestro. Más bien habría que decir: formación de trillones de mundos como el nuestro y no precisamente en forma simultánea. Trillones de esferas gaseosas, líquidas o sólidas, con o sin atmósfera, sujetas por gravitación a una estrella, con o sin lunas o satélites naturales que en definitiva no se diferencian de los planetas ya que en nuestro propio sistema solar existen lunas casi tan grandes como el planeta Mercurio. Tan sólo en el ámbito de nuestro sistema solar son conocidos más de 40 de estos cuerpos, a saber 9 planetas y más de 31 satélites naturales de planetas, sin contar los asteroides por supuesto. Tan sólo para nuestra galaxia se calcula un número de estrellas del orden de los 400 mil millones. Muchas de ellas constituyen sin duda sistemas planetarios con sus planetas a su vez rodeados de lunas. Se calcula que 1/3 de las estrellas puede tener planetas con sus lunas. Entonces el total de sistemas planetarios para nuestra galaxia seria aproximadamente igual a unos 130 mil millones1. Tomemos 100 mil millones en cifras redondas. Si cada sistema poseyera un promedio de 40 esferas planetarias y lunares, entonces nuestra galaxia Vía Láctea contendría unos 4 billones de mundos. Tan sólo nuestra galaxia. Si multiplicamos esta cifra por tan sólo un millón de galaxias (se calculan muchos miles de millones de ellas) 2 obtenemos 4 trillones de mundos. Supongamos que los cálculos astronómicos sean algo exagerados. Tomemos un promedio de sólo 20 globos entre planetas y lunas por cada sistema solar del millón de galaxias y obtendremos 2 trillones de mundos. 1 2
Cari Sagan, Cosmos, Barcelona, Planeta, 1983, pág. 300. Ibídem, pág. 247.
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Podemos reducir aun más las cifras, pero si calculamos un número mayor para las galaxias aún no avistadas, que lo serán sin duda cuando entren en funcionamiento telescopios de mayor alcance que los actuales elevando las cifras a miles de millones, entonces la cantidad de mundos se va hacia lo descomunal, casi inconcebible. Ahora caben las preguntas. ¿Para qué tanto derroche de mundos? ¿Para qué tanta repetición en el vasto universo de procesos como el que formó nuestra Tierra? Si en el reciente pasado la Tierra fue destronada como reina del universo, porque la ciencia la transformó, de centro del mismo , en un planeta más de los 9 que orbitan el Sol, hoy no es más que un granito de arena flotando en la vastedad. La mayoría de los mundos, planetas y lunas, carecen de seres vivientes. ¿Para qué están ahí entonces, orbitando soles de galaxias tan alejadas, cuya influencia en mundos como nuestra Tierra es despreciable, prácticamente nula? Todo se debe a todo, se dirá, pero las distancias cósmicas son tan tremendas que los hechos lejanos que hoy se producen a diez mil millones de años luz, por ejemplo, nunca nos tocarán en forma de energía que se desplaza a la velocidad de la luz. Por otra parte, analizando todo esto racionalmente, fuera del marco creacionista, ¿no concilla mejor acaso con la concepción de un mecanismo azaroso que se cumple ciegamente en la vastedad del Todo? ¿En lugar de aceptar una creación del mundo, de nuestro mundo como supuesto centro de todo (tomado aún así hoy día inconscientemente por casi todos los autores), no resulta más plausible hablar de resultado? ¿En vez de creación, de un resultado aleatorio y pasajero producto de un incalculable derroche de procesos en forma de planetas o de lunas que han dado casi todos como consecuencia sólo parajes yermos, inhóspitos, sin vida alguna? Trillones de procesos consistentes en condensación de polvo interestelar o trozos de estrellas arrancados que se constituyen en la formación de esferas casi todas ellas inútiles en el cosmos. (Estas son dos teorías distintas para explicar la formación de los planetas, pero para el caso no importa cuál de ellas es la acertada). De todo ello, un ínfimo porcenteje adquiere significado, como la Tierra con su proceso viviente y su ser consciente inteligente: el hombre. El resto de los mundos vaga sin sentido en el inconmensurable espacio. Demasiadas son las esferas que vagan en la infinitud. ¿No se repite aquí acaso lo que dijimos relativo al mecanismo evolutivo basado en puros tanteos?
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Ahora tenemos ante nosotros un universo cuyos materiales actúan por tanteos y forman aquí o acullá muy escasos cuerpos aptos para la vida como lo es la Tierra, debido a la ineptitud para tal fin de trillones de mundos. Si existiera un creador del mundo, ¿no hubiese bastado con nuestro mundo? ¿No hubiese sido suficiente en todo caso nuestro sistema solar solo, para mantener el equilibrio físico de nuestro planeta? Admitamos también como necesarios quizás, nuestra galaxia Vía Láctea y el grupo galáctico local al que pertenece. Y así y todo, ¿era necesario tanto derroche de material cósmico, interestelar, tantas estrellas y tantos planetas y lunas? Yo creo que la supuesta creación por parte de un ser omnipotente está de más aquí. Por el contrario, en oposición a ella, ¡qué bien se explica la existencia de nuestro planeta como proceso perentoriamente exitoso (como un destello hablando en tiempo cósmico), mediante la fórmula: de lo mucho, poco; del vasto derroche, la casi nada; del ciego tanteo, algo ínfimo significativo; del casi todo que discurre por laberintos que conducen a callejones sin salida como los planetas, yermos, inútiles, la casi nada que puede producir algo espectacular como la vida y la conciencia! Si hubiese un creador como el que propone la teología, su creación debería ser más directa, no por tanteos ciegos al azar.
Capítulo II
La burda formación de los continentes; los movimientos orogénicos; los movimientos sísmicos y el vulcanismo La formación de un planeta como la Tierra a partir de polvo cósmico según una teoría, o a partir del desprendimiento de materia estelar según otra, fue un proceso natural, espontáneo, a la vez que grosero, sin orden ni dirección, tal como lo fueron los 39 restantes cuerpos del sistema solar cada uno con sus características. No existe patrón creativo alguno en el cosmos según el cual todo cuerpo planetario debería seguir las mismas secuencias para obtener igual masa, igual composición química, igual atmósfera, igual inclinación de su eje de rotación, etc. Por el contrario, cada cuerpo de los conocidos posee en su composición distinta cantidad de agua o ausencia de ella, distinta proporción de hierro, de oxígeno, de carbono, etc. Todo nos indica a las claras que se trata de procesos a la deriva, de un acomodamiento azaroso de los materiales sin planificación alguna. Hay leyes físicas, se dice, y esto basta para comprender que todo se debe a ellas. Y si existen tales leyes, se añade, entonces alguien las tuvo que haber establecido. Se hace necesario un legislador. Más adelante, en el capítulo VI de la Tercera Parte de este Libro II, veremos que las leyes físicas tenidas por fijas y eternas, son también eventuales y transitorias, productos de las circunstancias que vive el universo por turno. Si comparamos entre sí a los 40 cuerpos esféricos que rodean al Sol, vemos que no existe uno igual a otro. De esta heterogeneidad se desprende que falta acción directriz, que todo se ha acomodado como pudo, a la ventura. Pero si centramos nuestra atención en nuestro planeta comprobamos que las cosas no han ocurrido de modo diferente. Las masas continentales, por ejemplo, carecen de formas simétricas. No son perfectas y van a la deriva. Según la teoría de la deriva de los continentes, una masa única de
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tierra emergente del único océano, se fraccionó de la manera más burda para alejarse luego los bloques unos de otros. Aunque esta teoría de Wegener, la más aceptada ahora, no fuese del todo correcta, esto no quita que la formación de los continentes ha seguido el más desorientado de los rumbos. Las costas marinas y oceánicas presentan las más variadas irregularidades, en donde playas y acantilados se alternan burdamente. Hay costas de formación y costas de abrasión, indicando ello un movimiento continuo y desordenado que se halla muy lejos de una creación perfecta. Todo más bien parece haber sido hecho al capricho de algún hacedor chapucero. América del Sur, por ejemplo, es apenas un basto triángulo que dista sobremanera de la geometría perfecta. Norteamérica, por su parte, es el colmo de la irregularidad sobre todo en sus confines del norte, en donde las tierras aparecen fragmentadas en un océano glacial. El inmenso continente eurasiático parece ser un derroche de tierras, demasiado extenso para haber sido calculado por algún gran geógrafo, porque faltan más mares interiores con sus costas y sus riquezas. África tan redondeada y mal ubicada, con sus desiertos, y Oceanía tan pequeña, desentonan con el resto, al igual que el continente Antártico, en donde se hace difícil el asentamiento humano. Finalmente las islas, sembradas por toda la superficie del planeta en la forma más caprichosa, sin sentido alguno, nos hablan de la ausencia de un ordenamiento lógico. Un planeta cuadriculado o triangulado en sus continentes y mares sería sin duda una muestra de que algún ingeniero perfecto hubiera creado la perfección. Si todos los continentes fuesen cuadrados, triangualares o perfectamente circulares, rodeados de mares de idéntica anchura y longitud, entonces sí que habría cabida para pensar en algo más que en un grosero acomodamiento a la deriva de la corteza planetaria. Un ser perfecto como el que propone la teología no puede crear un sistema oceánico, continental o insular tan irregular, tan basto, tan desordenado, mal ubicado e ilógico como es la superficie de nuestro globo terráqueo. Luego tenemos los movimientos orogénicos, tan a la deriva como los movimientos continentales. Cuando hablé del hombre, dije que éste no es un ser acabado, que no es una creación final, sino un ser en transición, en plena transformación hacia otra forma.
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Ahora vuelvo a insistir en lo mismo respecto del globo terráqueo, y digo que nuestro planeta tampoco es algo definitivo, creado así como es de una vez y para siempre, sino que se trata de un proceso en marcha. La Tierra es un cuerpo inquieto que se transforma continuamente como todos los astros. Lejos de ser una creación, se trata de un resultado provisorio en constante transformación. Lo que ayer fueron lechos marinos, hoy son cimas montañosas. Lo que hoy son montañas mañana serán suaves ondulaciones; las costas de abrasión retrocederán achicando los continentes; las costas de formación crearán nuevas tierras emergentes. Bloques pétreos emergerán del mar, otras plataformas enteras se hundirán. La Tierra seguirá arrugándose en ciertas áreas como la faja cordillerana andina, y continuará desgastándose en áreas de plegamientos más antiguos. Luego surgirán nuevos plegamientos que se desgastarán también, hasta que todo envejezca, aplanado, yermo. ¿Para siempre? No, por supuesto, porque todo el sistema solar será "tragado" alguna vez por acontecimientos mayores, en nivel cósmico, para entrar en otro tipo de transformaciones, y así por siempre. Existen varias clases de tiempo dentro de cuyos lapsos ocurren acontecimientos de larga o corta duración. Hay tiempo cósmico , tiempo geológico y tiempo humano. El tiempo cósmico es inconcebible; el tiempo geológico se mide en miles de millones de años; y el tiempo humano es una fracción ínfima, una casi nada del tiempo geológico. Esto quiere decir que el hombre está aprovechando precisamente un pequeño lapso de la vida planetaria. Lapso que permite su asentamiento. Luego será distinto. Esto significa que el planeta Tierra no es un cuerpo concluido, hecho especialmente para ser habitado por el hombre. Nada más lejos de la realidad que pensar en él como una obra acabada. A la luz de los conocimientos actuales hay que razonar distinto y decir que es el hombre quien aparece en un momento favorable de la existencia del planeta Tierra y se halla aprovechando este pequeño lapso de tiempo geológico. Estas condiciones que reinan en este lapso pudieron no haber aparecido. Las cosas pudieron haber derivado distintas y haber sido imposible la vida y la Humanidad. Pero las cosas se dieron así y aquí estamos, empero no en un planeta preparado para nosotros, sino que estamos aprovechando un momento propicio de sus continuas y desordenadas transformaciones. Hubo una coincidencia de dos procesos, nada más. El proceso
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"hombre" encajó dentro de un lapso favorable del proceso telúrico, que fue Inhóspito durante miles de millones de años atrás y quizá lo sea en el futuro. La Humanidad, con toda su historia y prehistoria, es un episodio recientísimo para la vida planetaria. Empero, no todo son bondades aun ahora para la vida. Unas de las pruebas de que nuestro planeta "no nos quiere", o al menos no le "interesa" nuestra existencia sobre su faz, son los movimientos sísmicos y las erupciones volcánicas que quiebran edificios, aplastan a sus moradores los unos, y sepultan ciudades y pueblos con lava, ceniza y piedras los otros. Estos catastróficos eventos también constituyen otras aterradoras pruebas de la ausencia total de algún ser protector, gobernador del mundo que vela por sus criaturas. Hombres y mujeres útiles y justos, junto con niños, nacidos o en gestación, fueron y pueden ser aniquilados por el planeta madre en su ciega actividad sísmica o volcánica. Si existiera algún ser supremo creador, habría que admitir sin retaceos que se trataría de un aprendiz de brujo, a quien los elementos naturales no responden, se le escapan de "sus manos", son ingobernables. Además, si esa divinidad debe ser también puro amor por sus criaturas, como afirman los teólogos, entonces ocurre una de dos cosas: O se trata de un ser limitado en su potencia al no poder detener cataclismos en cierne, o se trata de tan sólo una fantasía mental humana, un ser quimérico. Y si se trata de un ser limitado, ya no se cumplen entonces las condiciones de perfección absoluta porque uno de sus atributos, la omnipotencia, está ausente. Los ayes de dolor de niños sepultados bajo los escombros de sus viviendas son testigos elocuentes de la ausencia de amparo, garantía, patrocinio de alguna eficiente providencia. Si bien el ser humano posee algo de culpa por asentar sus poblaciones en áreas sísmicas utilizando frágiles materiales, ello no quita la inutilidad de los sismos para un supuesto planeta como excelente obra creada una vez por un hacedor previsor. Además, los antiguos pobladores que sabían poco y nada acerca de áreas sísmicas se extendieron a lo largo de los cinturones de peligrosa actividad tectónica con toda la buena fe y la inocencia del mundo, confiando en la bondad y protección de un ser supremo sin sospechar la "traición". El mundo no ha sido bien hecho para ser habitado por inocentes
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hombres de fe. No ha sido calculado el poblamiento de áreas peligrosas o más bien nada ha sido calculado. Todos hemos leído las crónicas de episodios sísmicos en que quedan aprisionados moribundos seres humanos, malvados, justos, inocentes, enfermos, por igual... todos sin excepción, sin posibilidades de ser liberados, condenados a sufrir horrorosamente hasta la muerte, sin que dios alguno se apiade de ellos. Si uno entre diez es salvado, se exclama "gracias a dios", olvidándose de los 9 condenados al tormento de la agonía o a la tristeza de la invalidez. Si algún edificio no es demolido por el remezón o sepultado por la lava se dice "gracias a la divina providencia", y se ignora inconscientemente el resto aniquilado en su mayor parte, y así es como el hombre trata de tapar la masacre catastrófica pregonando la excepción como prueba de la existencia de un hipotético, eventual, parcial y débil interventor providencial que a pesar de todo ¡"ama a sus criaturas"! Un ser a todas luces totalmente alejado de la teodicea.
Capítulo III
Las glaciaciones, las tempestades y los períodos de grandes diluvios alternados con los períodos de grandes sequías El globo terráqueo en su totalidad se comporta de la manera más ciega e indiferente para la vida que nutre y sustenta. El proceso orogénico es uno de ellos; el proceso oceánico con sus corrientes marinas es otro; el proceso atmosférico con su recalentamiento, enfriamiento, carga de humedad y precipitaciones, etc., es un tercero; el proceso tempestad eléctrica es un cuarto añadido. Son ejemplos. Hay muchos más. Esta suma de procesos compone a su vez y en mayor escala el proceso más general denominado planeta. Pero todos en conjunto indican falta de ordenamiento, de ciclos perfectos, de plan inteligente. No hay disposición o providencia alguna a favor de las criaturas si así pueden llamarse, puesto que lejos de tratarse de seres creados (de ahí viene el vocablo criatura), más bien parecen ser (y lo son sin duda) productos aleatorios de los avatares telúricos. El proceso de avance de los hielos, llamado glaciación por ejemplo, es una de las pruebas de la caguedad de los acontecimientos naturales, tal como una inútil tempestad en Marte o una terrible tormenta eléctrica (no más útil) en la atmósfera Joviana. Claro está que siempre cabe la sugerencia de que todo está sabiamente dispuesto, perfectamente tramado, incluso los géisers y las auroras boreales, y que nosotros somos tan miopes que no advertimos su utilidad para el concierto planetario. Sin embargo, si lo enfocamos todo desde otro ángulo, podemos también afirmar que nada es imprescindible para la vida, ya que ésta se pudo haber acomodado a procesos planetarios totalmente distintos. Esto ya lo hemos visto en el capítulo XVIII de la Primera Parte del Libro II. El mundo no ha sido creado para los vivientes, sino que éstos se han adaptado a un medio particular. Así los congelados polos no son necesarios (si los continentes estuviesen bajo agua podríamos ser acuáticos), como tampoco las tempestades eléctricas, los tifones marinos, los tornados, las torrenciales lluvias sobre los océanos, el exceso de precipitaciones pluviales conti-
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neníales que anegan extensas áreas, ni los períodos de intensas sequías, ni los desiertos permanentes. Nada es imprescindible porque nada obedece a plan providencial alguno. Por el contrario, los vientos de arena que barren los enormes desiertos son tan inútiles como las aguas producto de torrenciales lluvias que arrasan con extensas áreas continentales y arrastran toneladas de manto útil para la vegetación. Lo que apreciamos como una sabia disposición es tan sólo un punto de vista. Todo podría ser distinto. La innecesaria y extensa violencia de los meteoros y la insensible crueldad de los vaivenes climáticos en que se alternan grandes diluvios con marcadas sequías, que diezman poblaciones enteras de personas, animales y plantas, son otras pruebas de la ausencia de alguna "mano protectora" de los seres vivientes o de una regulación del tiempo que supere el ingenio y la tecnología humanos. El tornado, por ejemplo, no pide permiso, ni puede ser desviado de su curso mediante oraciones. Por el contrario, en su ciega y furiosa carrera arrasa todo lo que halla a su paso sin importarle los justos y malos y ni siquiera los inocentes que están por nacer. Siembra la destrucción y la muerte sin que "mano" providencial alguna intervenga para aplacar sus furias. La caída de un rayo no está dirigida hacia los inicuos. Bajo sus efectos pueden sucumbir tanto inocentes animalitos, como niños que aún no experimentaron con el "bien y el mal". Tampoco estos seres son respetados por las avalanchas de las aguas que inundan vastas regiones, ni por las trombas de agua, ni por los maremotos que castigan las costas. La furia de los elementos es ciega, tan ciega aquí en nuestro globo como en el planeta Saturno, y tan inútil aquí como allá. Una vez desatada nada ni nadie puede frenarla. Si existiera un dios todopoderoso y protector de sus criaturas entonces nuestro clima planetario seria apacible, manso, ingeniosamente regulado de polo a polo.
Capítulo IV
Degradación y envejecimiento del planeta
Hemos dicho que nuestro globo terráqueo es un conjunto de procesos enlazados, los que a su vez constituyen un proceso general planetario. Como todo proceso, éste tampoco escapa al cambio. El momento que hoy aprovecha la vida instalada sobre su faz es efímero si lo comparamos con los evos cósmicos. Es un instante en la "vida" del universo. SI comparamos todo el proceso planetario desde su estado de nebulosa hasta la solidez de su presente, veremos que es demasiado el tiempo preparatorio para instalar la vida. Lo mismo ocurre con la evolución de ésta. Fue demasiado largo el período evolutivo de las especies para hablar de creación. Así también la historia de nuestro planeta es demasiado larga para hablar de una creación del mundo por parte de algún hipotético ente tan sabio y poderoso como lo imagina la teología. Además hay otro detalle para añadir a esa falta de celeridad de la supuesta creación. Es la ausencia de un sistema perfecto de reciclaje en el proceso planetario. El globo terráqueo envejece, se dirige como proceso hacia la degradación con pérdida de su atmósfera, humedad, frenamiento de su rotación, etc. Alguna vez presentará siempre la misma cara al Sol como lo hace nuestra Luna con respecto a la Tierra. Se transformará su superficie en un páramo yermo inhóspito para todas las formas de vida que hoy pululan en ella. Todo es efímero, incluso la capa de ozono que protege de la radiación ultravioleta desaparecerá alguna vez. Si todo se tratara de un verdadero mecanismo exacto lanzado al espacio como un aparato de relojería que se diera cuerda a si mismo, facultado para recomponerse constantemente, sin sufrir deterioro irreversible alguno, entonces sí este nuestro mundo podría considerarse como el producto de un hacedor perfecto. Pero lamentablemente, desde cuando se trata de un proceso planetario más entre trillones de ellos, con una breve posibilidad de
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albergar vida, ésta como proceso añadido, entonces se diluye toda idea de un dios sumo, de un artífice insuperable. Esta idea se pierde porque ese hipotético ente deja de ser necesario. Entre trillones de procesos planetarios ciegos, sin dirección ni meta algunas, uno de ellos tuvo que producir la casualidad de la vida durante un breve instante de la existencia del universo. Dos cosas fundamentales hay aquí que son las que prohíben entonces pensar en un supremo hacedor: Una, es la tremenda cantidad de procesos planetarios dispersos por el universo de galaxias. La otra es la ausencia de un mecanismo autónomo que garantice una marcha regular y para siempre de nuestro planeta. Si todo girara alrededor de nuestro terráqueo mundo, como se creía anteriormente a las ideas copernicanas, entonces sí se haría necesario pensar en un dios supremo. Si todo lo que existe en el universo se debiera tan sólo a la Tierra, si ésta fuese el centro de la creación, si todo lo que la rodea, hasta la galaxia más lejana, cumpliera una misión para sostener a nuestro globo natal, entonces sí se haría necesario un creador para explicar este hecho. Pero desde el momento en que somos con nuestro globo un punto tan insignificante entre infinitos otros similares y tan efímero en duración; desde que hemos sido como "pateados" del centro del universo para aparecer a la luz de la ciencia como un granito de arena más, perdido en la galaxia Vía Láctea, a su vez perdida ésta como un punto entre millones de otras galaxias, ya entonces repito, no se hace imprescindible la idea de un ser necesario ordenador. Es posible que todo marche por sí sólo y a ciegas, para producir de vez en cuando algún breve chispazo como la conciencia humana, pero nada más que como un fenómeno aleatorio, intrascendente para el Todo sordo y ciego. Un hecho tan fugaz para la existencia del Todo, que raya en la insignificancia.
Capítulo V
La ausencia de garantía para la integridad del globo terráqueo
Si el hecho de que todo el proceso telúrico, desde el estado de nebulosa hasta la aparición de la conciencia en el hombre, se explica naturalmente con fundamento en la física, la química y la bioquímica, no menos impresionante en el sentido de prescindibilidad de una divina providencia es el hecho de la total desprotección que presenta nuestro globo terráqueo en el espacio. Nada ni nadie puede garantizar su integridad. .Ni siquiera la continuidad de la vida sobre su faz se halla segura. Cuando los astrónomos escudriñan el cielo comprueban que el accidente es posible en cualquier punto del universo. Las amenazas de nuestro mundo siempre existieron, y si hasta el presente éste se ha salvado de sufrir un cataclismo en nivel cósmico, ha sido por pura casualidad y no por la intervención continua de alguna divina providencia gobernadora y garantizadora del mundo. Las colisiones de los astros son posibles; las de galaxias enteras entre sí, también lo son. Los estallidos de los soles también son factibles. ¿Conocemos con seguridad el futuro comportamiento de nuestro Sol? Un aumento desmesurado de su actividad podría terminar con la vida sobre la Tierra, y su explosión con el sistema solar. Una entrada de nuestro Sol con su cohorte de planetas hacia el centro de la galaxia Vía Láctea, podría hacer que la temperatura se elevara a niveles peligrosos para la vida, y aumentase de paso las posibilidades de colisiones con otros astros dada la mayor condensación de estrellas en dicho centro. Vuelvo a insistir. Verdaderamente, si nuestro planeta ha salido ileso hasta el presente de todos los peligros cósmicos, o más bien anticósmicos que lo acechan, es por puro azar y no porque se trate de algún cuerpo privilegiado. La física cósmica da buena cuenta de ello. De los estudios astronómicos se desprende que lejos de ser el nuestro un mundo especial, protegido contra todo posible evento destructivo en el
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concierto espacial, por el contrario, se halla tan expuesto como cualquier otro astro al accidente fortuito. La casualidad lo ha empujado transitoriamente hacia una zona espacial en la que existe relativa calma, lo cual ha permitido la instalación de la vida, su evolución y la toma de conciencia. Trillones de astros apiñados en los centros galácticos sufren el efecto de cataclismos de violencia inconcebible para nuestro pobre cerebro humano. Radiofuentes, cuasares, agujeros negros del espacio, nos hablan más bien de un caos que de un orden, y nuestra efímera Tierra ha escapado a todo ello por azar y sólo hasta el presente. No posee garantía alguna de futuro. Sin embargo, es dable sospechar que aun en el pasado ha sufrido colosales sacudidas que si bien no lograron partirla en fragmentos, sí han tenido que afectar seriamente su corteza y movimientos. Los estudios geológicos parecen demostrar que muchos importantes lagos del mundo no han tenido otro origen que los impactos de cuerpos de gran masa como los asteroides y núcleos cometarios. Una prueba fehaciente de la violencia cósmica nos la ofrecen el cráter del meteoro de Arizona, EE.UU. de 1,2 kilómetros de diámetro, y el desastre de la cuenca del río Tunguska, en Siberia. El primero formado a raíz de un impacto meteorítico consistente en una masa férrea espacial que chocó contra la Tierra en tiempos remotos, y que según cálculos pudo haber liberado una energía equivalente a 4 megatones. El segundo acontecimiento ocurrido en 1908 en Siberia fue una bola ígnea que se resolvió en una gigantesca explosión arrasando 2.000 kilómetros cuadrados de área boscosa, que resultó quemada en el lugar cercano al impacto. Si observamos astros como nuestra Luna, Mercurio, Venus, Marte, Fobos, Calisto, Ganímedes, etc., veremos que sus superficies se hallan plagadas de marcas producidas por los ciegos eventos cósmicos. Los cráteres de impacto de sus superficies son mudos testimonios de la violencia cósmica, y si la Tierra no presenta conspicuamente las señales de dichos impactos es por causa de la erosión obrada por los elementos atmosféricos e hidrosféricos. No cabe duda de que nuestro astro natal se ha visto tan expuesto como el resto de los cuerpos vecinos a los bombardeos de meteoritos, asteroides y cometas. A pesar de que nuestra atmósfera nos protege de la entrada de pequeños meteoritos pulverizándolos para que no se comporten cual peligrosos proyectiles, no lo puede hacer con cuerpos de gran masa. Ningún poblador, ninguna ciudad del mundo se hallan exentos de
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recibir una andanada de material espacial de gran masa de efectos mortíferos. Nos hallamos totalmente desprotegidos frente al cosmos (o más bien anticosmos); sin techo, sin cubierta que impida algún cataclismo como el que se cree fue factor de extinción de los grandes dinosaurios. Pero lo más penoso es reconocer que tampoco nada sobrenatural garantiza la integridad de globo terráqueo. Ninguna potencia divina ha impedido ni puede impedir el ciego accionar de los elementos de este Anticosmos.
Capítulo VI
Cómo planearía el hombre un futuro planeta para ser habitado
Finalmente, para terminar con estas pruebas geológicas debemos decir que si un ingeniero humano se viese abocado a diseñar un planeta ideal para ser habitable para el hombre, desde ya que estaría muy lejos de adoptar un modelo como nuestro globo terráqueo con todas sus imperfecciones. Por supuesto que trataría de distribuir mucho mejor los continentes con sus arroyos, ríos, lagos, y napas subterráneas para un aprovechamiento racional por parte de los seres vivientes. Lo mismo haría con las tierras ubérrimas y con los paisajes para la recreación. También los mares y océanos reflejarían el ingenio humano en su disposición exacta. Si algún día, la técnica humana fuese capaz de construir un décimo planeta solar utilizando para ello materiales dispersos como los asteroides por ejemplo, sin duda no incluiría en su planificación a los desiertos, suelos estériles, ni extensas tierras que rodean el Ártico, ni el continente antártico. Los continentes serian por ejemplo círculos perfectos cuyas costas se hallarían protegidas con rocas para evitar la violenta abrasión. Las aguas formarían quizás tan sólo canales en lugar de mares u océanos; el régimen de precipitaciones pluviales estaría perfectamente regulado de modo que región alguna padeciera de intensas sequías con mortandad de seres vivientes por hambrunas, ni excesos de lluvias, granizo o nevadas,... o en todo caso alguna otra forma de irrigación de los suelos sin necesidad de apelar a las precipitaciones. Tampoco cabría en la cabeza de los ingenieros del futuro un cuerpo planetario con actividad volcánica, ni sísmica y ni siquiera con un eje inclinado que hiciera variar drásticamente el clima. Eliminarían toda posibilidad de erupciones volcánicas, terremotos, maremotos, tifones, el peligro de las tormentas eléctricas, y asegurarían un clima benigno constante de polo a polo, quizás mediante desniveles en las alturas de los continentes y mediante corrientes atmosféricas perfectamente reguladas que calentarían los polos y enfriarían la zona ecuatorial.
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No entraría en sus cálculos la posibilidad de olas de intenso frío ni abrasadoras olas de calor, que aquí en la Tierra, de vez en cuando cobran sus victimas. Por tratarse de un planeta con atmósfera gaseosa con motivo de nuestra adaptación a respirar oxígeno aéreo, tratarían de que poseyera menor gravedad que la Tierra para evitar fatales accidentes de los seres vivos tal como ocurre en nuestro globo por causa de las bruscas caídas. Crearían un reciclaje perpetuo de los elementos indispensables para la vida como el oxígeno y el agua, y garantizarían así su continua producción en la medida de su pérdida para evitar el gradual deterioro de las condiciones ambientales, así como mediante otras técnicas impedirían el envejecimiento del globo. Tratarían de obtener tierras tan ubérrimas para los cultivos ayudadas por un clima benigno, que el hambre fuera imposible en ese planeta ideal con superabundancia. Todo estaña previsto allí. La protección de las criaturas seria lo prioritario. La fauna quedaría en paz mediante la producción de carne sintética. La ingeniería genética por su parte planificaría animales exclusivamente vegetarianos. Haría desaparecer a los carnívoros depredadores en un planeta justo, donde ningún ser se viera obligado a sobrevivir a expensas de otro ser sensible. Y esto no es todo por supuesto. La sana ingeniería genética diseñaría una Humanidad del futuro más inteligente, pacífica, sin inclinación hacia la maldad Diría; "¡Basta a la dualidad del bien y el mal! ¡Basta de odios, agresiones, territorialismos y vicios!" Dejaría en el mundo tan sólo el bien. El mal sería borrado por la tecnología. Desde su misma raíz genética, el hombre del futuro tendería sólo hacia el bien. Se trataría de un diamante tallado, perfeccionado por sí mismo, obra superior a la actual atribuida a cualquier deidad admitida, como creadora de un mundo injusto, que permite el mal. Todo esto no es utopía, vana ilusión futurista, trasnochada lucubración, vanagloria o soberbia humana. Por el contrario, se trata de un futuro posible al que se está arribando rápidamente mediante la ciencia y la tecnología. En el terreno astronómico, los avances son tan espectaculares como en el biológico. La ingeniería espacial promete tanto como la ingeniería genética. El propio planeta Tierra será perfeccionado junto con su flora y fauna si el hombre logra superar sus diferencias ideológicas sin autodestruirse como especie. Se recobrarán tierras aptas para los cultivos. Se regulará el régimen de las lluvias, se controlarán las catástrofes climáticas. Todo el orbe será
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transformado, perfeccionado, regulada su población humana acorde con los recursos económicos, vencidas las enfermedades, asegurada la longevidad... y mucho más. Y todo esto obligadamente. No habrá más alternativa si la Humanidad desea sobrevivir. La propia índole del hombre deberá ser transformada desde su base genética. Ahora bien. Aquí arribamos al momento crucial de la cuestión. El razonamiento es el que sigue. Si el hombre, "criatura de dios" según se dice, es capaz de concebir y de formar un mundo mejor que el que supuestamente ha creado su presunto creador, ¿a qué categoría queda reducido ese divino hacedor? ¿Cómo es que puede superarlo su propia criatura "inferior"? Es decir que, en este caso el efecto es superior a la causa. Más, ¿no será que esta "criatura" es la que paradójicamente ha creado mentalmente a su "dios creador"? Verdaderamente, o se trata de un ser poderoso a medias, a quien la materia-energía del universo se opone, un ser limitado o más bien un chapucero, o por el contrario hay que admitir que tal ente creador, organizador y gobernador del universo no existe. No cabe otra alternativa. Este que habitamos dista mucho de ser el mejor de los mundos posibles. Más se asemeja a un mundo creado por las circunstancias azarosas donde todo se ha acomodado como pudo, donde existe la más brutal incidencia de los elementos ciegos, donde reina la más cruel e injusta ley de la selva, donde sobrevive el más fuerte, el más pícaro, el más agresivo y osado, el más egoísta, ya se trate de planta, animal, hombre o nación. El resultado de todas estas reflexiones es que, sea como fuere, el dios omnipotente, perfecto de los teólogos no puede existir. Creo que hasta aquí, finalizando ya los argumentos antiteológicos basados en la geología, palidece lo argüido en el capitulo segundo de la Primera Parte del Libro I a favor de la teología.
Tercera Parte Pruebas astronómicas
Capítulo I
El sistema solar y las inexactitudes matemáticas
En el pasado, uno de los argumentos esgrimidos con mayor certeza a favor de un supremo hacedor y gobernador del mundo, ha sido la supuesta regularidad del curso de los astros. El sistema tolemaico aceptado durante 1.500 años era considerado perfecto. Se trataba de un mecanismo de relojería tan regular que requería imperiosamente de la idea de un constructor omnisciente para explicar tanta precisión. Incluso después, en los tiempos de Copérnico y Kepler, se consideraban las órbitas planetarias como círculos perfectos. El círculo era tenido por la figura geométrica perfecta. La creación pues era perfecta, lo cual evidenciaba a las claras la existencia de un creador perfecto. Un mecanismo de relojería no puede crearse solo. Si tal máquina existe es imprescindible un relojero que la haya construido. El Sol era considerado como el astro puro, sin máculas; los planetas incorruptibles, perfectos; el mundo entero con su mecanismo de relojería era una de las pruebas más contundentes de la existencia de un Gran Organizador, al punto que a ese mundo aparente se le denominó cosmos que significa orden, armonía, belleza. Pero he aquí que la moderna ciencia astronómica desdice tal afirmación. El concepto de cosmos-orden se diluye cuando el astrónomo enfoca puntos del universo de galaxias donde reina el caos si no la extrema violencia. Más adelante trataremos este tema, en el capítulo V. Por ahora vayamos a la matemática relacionada con el supuesto cosmos-armonía. Resulta que el concepto de perfección que el hombre posee acerca de la aritmética y la geometría no es aplicable a nuestro entorno. Nada es exacto en el mundo físico. Johannes Kepler dijo que la geometría coexistía con el creador desde siempre y que éste se valió de ella para crear el mundo perfecto, pero ninguna rotación de astro ni órbita alguna son perfectas, así como
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tampoco existe la esfera perfecta en el universo, ni el cubo perfecto,... ni figura geométrica alguna absolutamente perfecta. La geometría perfecta existe tan sólo en el terreno abstracto, es decir en lo abstraído de la realidad física exterior a la mente e idealizado, lo cual equivale a decir que existe tan sólo en la mente, jamás en el mundo exterior. Tanto en la macrodimensión cósmica como en la microdimensión cuántica la exactitud se halla ausente. El principio de incertidumbre de Heinsenberg dice que alternandamente se puede retener el control sobre el movimiento de una partícula subatómica, a costa de una gran inseguridad sobre su posición. O a la inversa, se puede medir con precisión su localización a costa de introducir una perturbación aleatoria y totalmente indeterminable en su movimiento. Todo es tambaleante, transitorio, inexacto. El Sol es un proceso irregular con sus períodos de mansedumbre y sus picos de gran actividad. La Tierra es un esferoide, no una esfera perfecta, como tampoco lo son los restantes globos satélites del Sol y sus lunas. Ya hemos visto que la Tierra tiende hacia el frenamiento de su rotación sobre sí misma y alarga así sus días y sus noches. También su órbita varía sin cesar, lo mismo que su distancia del Sol. Nuestra luna hace lo propio con respecto a la Tierra. No hay cuerpo de nuestro sistema solar que no varíe en su forma, rotación y traslación. Los 40 globos que orbitan el Sol dejan muy mal parada a la matemática. Esta ciencia concebida por el hombre como exacta no es aplicable en su exactitud al mundo exterior a la mente, porque éste es inexacto, imperfecto y varía constantemente. Dada la brevedad de nuestra existencia, creemos ver los días y las noches siempre iguales en su duración a lo largo de los años, con sus variaciones estacionales. También la duración del año nos parece exacta y medimos nuestras existencias con el tiempo de traslación del globo terráqueo alrededor del Sol y decimos por ejemplo que tenemos 55 años de vida, y sin embargo no es así. No tenemos 40, 50 ó 60 años matemáticamente exactos de vida, porque en el transcurso de esos lapsos la duración del año ha variado. Jamás podríamos conocer a ciencia cierta nuestra edad exacta porque no existe punto de referencia exacto alguno. La exactitud matemática es un mito y todo asidero se nos escapa. Tan sólo nos debemos conformar con promedios, aproximaciones y con lo que la ciencia de hoy en día ha dado en llamar estadística o probabilidades. El dominio de la matemática ha llegado a su fin. Lo que antaño se consideraba aplicable tanto al átomo como al cosmos para demostrar que el universo era un aparato de relojería
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exacto, hoy se considera tan sólo como un mecanismo mental inaplicable al entorno. El universo mecánico, calculable en su accionar hasta el mínimo detalle, ha perdido vigencia. El universo que se desarrolla uniformemente con exactitud matemática al obedecer a algún plan divino exacto, ya no existe a la luz de la ciencia nuclear ni a la luz de la ciencia astronómica. La idea de antaño de un mundo exacto en el que todo se desenvuelve armónicamente, es cautivante. En cambio, la demostración de un universo anárquico que tiende al caos y que sólo en algunos puntos ofrece casos fugaces de equilibrio, es enervante, pero no menos real. Cuando se emplea la matemática para representar algo fijo y conocido como el conteo de estrellas, por ejemplo, se supone que los símbolos matemáticos sustituyen a los objetos y estaremos acertados en los resultados, pero cuando se la pretende aplicar a algo más sutil como el proceso planetario que nos contiene, fracasamos rotundamente al punto de que no nos es posible construir un almanaque perfecto, ni entender cómo el diámetro de una circunferencia entra 3,14159... veces en su longitud, ni comprender el problema de la cuadratura del círculo, pues se esperaría que el resultado fuese exacto. La desmitificación del mundo matemático ha sido un rudo golpe para la teología que habla de un gobierno exacto de los acontecimientos cósmicos.
Capítulo II
La ausencia de garantías para la integridad del sistema solar
Aquí es necesario repetir lo que ya hemos dicho respecto de la Tierra acerca de las amenazas que se ciernen sobre el perentorio equilibrio de los procesos universales, con el añadido de los peligros de gran magnitud que acechan a todo nuestro sistema solar. Nuestro sistema solar se halla navegando en un espacio lateral de nuestra galaxia Vía Láctea entre sus brazos espirales. Hay espacio suficiente para su veloz desplazamiento (la velocidad del Sol es de 200 Km por segundo). Sin embargo, se ha calculado que nuestra estrella más cercana (el Sol) que nos da la lumbre y vida, ha entrado y salido muchas veces de los brazos espiralados. Dentro de estos brazos es posible que encuentre a su paso mayor densidad de materia cósmica. ¿Qué puede ocurrir si nuestro Sol se lleva por delante masas de densas nubes de materia interestelar? Puede incrementar su propia masa por adición gravitatoria de partículas, lo cual significaría un desequilibrio que afectaría a todo el sistema solar. Incluso se formarían nuevos planetas con el material hallado al paso. Además la Tierra entraría en un período de glaciación tan intenso que su atmósfera e hidrosfera se transformarían en un bloque de hielo que imposibilitaría la continuidad de la vida. Esto sucedería porque el Sol se vería opacado por la densa nebulosa gaseosa o nubes de polvo interestelares. Hoy se habla de cuasares, ventanas negras y antimateria, cosas que se desconocían o apenas se sospechaban no hace mucho tiempo. Puede que los cuerpos de antimateria del espacio capaces de colisionar con la materia para aniquilarla sean improbables. Puede que las ventanas negras (pozos negros o agujeros negros), sean tan sólo hipotéticos, pero lo cierto es que la astronomía se ha encontrado de pronto ante hechos inquietantes que han borrado totalmente la imagen de paz, armonía y orden del universo de galaxias, y si nuestro sistema solar se halla incólume a pesar de todo, es por pura casualidad, ya que pudo haberse formado en alguna zona peligrosa de la Vía Láctea o haber aparecido en otra galaxia de comportamiento violento. Estamos aprovechando un momento de relativa calma de la vida de
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nuestro sistema solar. No siempre ha sido así en el pasado ni lo será en el futuro. Hay cierta garantía de estabilidad por un lapso cósmico breve dada la ubicación del sistema en la galaxia según cálculos astronómicos de hoy día, pero no sabemos aún con seguridad a qué peligros estamos expuestos. La mansedumbre de nuestro Sol es relativa, no sabemos a ciencia cierta si algún agujero negro podría incursionar en nuestra área para succionarnos violentamente y comprimir toda la masa solar y planetaria a volumen nulo, para hacernos desaparecer de escena, ni sabemos si en el centro de nuestra galaxia alguna vez se podría desencadenar un violento cataclismo que nos tocaría de lleno. Cataclismo quizás ya producido, cuyos efectos nocivos estarían por llegarnos, pues muchos violentos eventos se hacen perceptibles sólo al cabo de miles de años de haber ocurrido. Por ejemplo, la distancia que hay desde el Sol hasta el centro de la Vía Láctea es de 30.000 años luz, y ésa es precisamente la cantidad de años necesarios para que el efecto de alguna titánica explosión originada en el centro galáctico nos alcance. Aun una miniventana negra podría causar estragos en las órbitas planetarias a su paso, o chocar con el Sol y quedar atrapada en su centro por la gravitación solar, haciendo que nuestro astro se hundiera en ella para desaparecer. Supongamos también que un "trozo" de antimateria proveniente de algún grupo galáctico compuesto por ella misma, incursionara en nuestro sistema solar. La aniquilación sería mutua. El Sol y su cohorte de cuerpos esferoides quedarían reducidos a la nada. Una supernova que estallara en las proximidades de nuestro Sol, también podría arrasar todo nuestro sistema planetario. Las posibilidades de estos eventos son puramente especualtivas, pero, ¿acaso existe seguridad alguna de que no puedan transformarse en nefastas realidades.? Nada garantiza nada. Las colisiones son posibles, los enlaces entre los soles también, los estallidos de estrellas se pueden observar mediante los telescopios, al igual que la desaparición de materia y el "canibalismo galáctico". Lo que parece ser eterno puede tornarse efímero, el accidente es el común denominador en el universo de galaxias porque éste posee de suyo naturaleza dinámica y descontrol. Si todo estuviese controlado por alguna "potencia celeste" como la que imaginan los teólogos, entonces nuestro sistema solar sería inmune a los embates anticósmicos (eventos desordenados), pero basados en los hechos que observa el astrónomo, que ocurren en todos los rincones del universo, nos es posible calcular que también pueden ocurrir aquí, en nuestras cercanías. Con más razón desde cuando nuestro Sol, al arrastrar a su cohorte de pequeños cuerpos esféricos, puede penetrar en zonas peligrosas como el
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centro galáctico en donde existe gran agitación y densidad de estrellas. Allí los planetas podrían ser incluso arrebatados por otros soles, y desintegrarse así el sistema.
Capítulo III
Lo que les ocurre a las estrellas
Las estrellas, otros soles, son astros de la más variada composición, masa y tamaño, que forman parte de una miscelánea, fiel exponente de cómo se han acomodado los elementos universales del modo más aleatorio. Sin orden constante alguno, las estrellas vagan por el espacio y sufren continuos accidentes que se reflejan en sus aspectos, como el color, brillo y enlaces con otros cuerpos. Si bien estos astros, en general, siguen una secuencia de nacimiento, transformación evolutiva, degradación y muerte, el accidente suele trastocar su curso normal. Los sistemas binarios que consisten en el enlace de dos estrellas que rotan alrededor de un centro gravitatorio común, son un ejemplo de accidente. Las novas y supernovas son muestras de violentos eventos que ocurren en todo el universo. En los sistemas binarios es donde se suelen producir los accidentes denominados "novas" por los astrónomos. Como se sabe, estos sistemas a veces están formados por una estrella gigante roja y una estrella enana blanca. Cuando los elementos de estos pares se encuentran muy próximos pueden tocarse. Entonces es cuando comienza a fluir materia incandescente de la estrella roja hacia la enana blanca. Este flujo de materia y su acumulo en la enana blanca provocan una reacción termonuclear que aumenta súbitamente el brillo de la estrella enana blanca a la que se denomina entonces "nova". El espectáculo podrá ser muy bello avistado cómodamente desde nuestra Tierra mediante un telescopio, pero cualquier romántico se espantaría si supuestamente, por algún futurible artificio de "ciencia-ficción", se hallara en las cercanías de semejante evento. Una erupción volcánica puede ofrecer belleza a un astronauta que orbitara la Tierra en su cápsula espacial. Al pasar por el hemisferio a oscuras donde se ha producido el cataclismo podrá observar una lucecita que se destaca entre el claro de las nubes. Pero a nadie le agradaría
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permanecer cerca del cráter volcánico mientras tiembla y retumba el suelo, y el fuego y la lava se expanden en derredor. Así también son las "bellezas" del cosmos que el hombre, eterno romántico, suele tomar por pruebas de un espíritu divino que todo lo impregna y maneja para solazarse en ello y también llenar de admiración a sus criaturas. Pero una cosa es la miope visión del terráqueo cuando escudriña el universo, y otra muy distinta es la realidad catastrófica que ocurre en el lugar observado, o más exactamente que ha ocurrido hace cientos o miles de años atrás. Pero si una nova es un accidente que puede espantar a un observador cercano, un cataclismo "supernova" sería ya aniquilante para todo espectador próximo. Un accidente supernova es un cataclismo tan colosal que el resplandor emitido durante el hecho puede ser mayor que el que irradia toda la galaxia en la que se produce el fenómeno. Tremenda masa de materia es lanzada hacia el espacio formando una nube expansiva alrededor del resto de estrella que ha quedado. Esto nos indica la violencia anticosmica a que están sometidos los cuerpos estelares, incluso nuestro Sol, y todo esto nos muestra también que el universo anda a los tumbos. No hay creación definitiva. Los cielos no están creados y en calma, más bien son un proceso en marcha que toma el rumbo que puede y tiende siempre hacia el caos. El fenómeno estrella es circunstancial. Mañana (en tiempo a escala cósmica que puede consistir en miles de millones de años) ya el proceso estrella no será posible, salvo que se cierre un ciclo y nazca otro según la teoría del universo pulsátil que estalla, se expande y luego se contrae para volver a estallar. Pero es que los ciclos tampoco tienen por qué ser eternos. Alguna vez serán imposibles y no habrá más gran explosión (big bang) y por ende no habrá por siempre jamás estrellas. Ahora bien, si es impresionante conocer lo que la moderna astronomía detecta en éste que podríamos denominar con mayor propiedad "semicosmos" para señalar un semiorden (en lugar de cosmos-orden), no menos turbador y decepcionante es conocer el destino final de las estrellas. Cada astro sufre a lo largo de su existencia una serie de cambios que lo conducen indefectiblemente hacia su "muerte". La estrella colapsada, la estrella neutrónica sin brillo, es el resultado del proceso-estrella. Pero antes puede sufrir un sinnúmero de accidentes de toda índole, lo cual habla a las claras de una ausencia de regularidad en los acontecimientos. No se adivina direccionalidad alguna en los hechos, alguna evolución ordenada que curse siempre por los mismos cauces, sino por el contrario, la estrella nace como puede, a expensas de mucho o poco material
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formador; con o sin elementos químicos pesados. Tendrá poca, mediana, mucha o excesiva masa, en cuyo último caso se verá obligada a expulsar el exceso para mantener en equilibrio su rotación. La estrella luego recorrerá una aventura cósmica o anticosmica. Todo dependerá del azar. Si se halla en el núcleo de una galaxia tendrá oportunidad de colisionar con otras luminarias; si se halla en un cúmulo extragaláctico satélite, quizás poseerá más espacio para evolucionar, pero sin garantía absoluta. Podrá enlazarse con otros soles y componer sistemas dobles o triples. Podrá estallar o no. Quizás sea tragada por una ventana negra si por azar le toca incursionar cerca de un objeto de semejante poder de succión. No hay un proceso-estrella ordenado, único, que conduzca a estos astros por idénticas secuencias. Reina la heterogeneidad y la anarquía. Todo evento catastrófico es posible. Ahora bien. La astronomía calcula hasta el presente un número de soles en el universo de galaxias del orden aproximado de los diez mil millones de billones de estrellas (10.000 trillones ó 1022). Este es un cálculo estimativo. Quizás haya que agregar algo más a esta cifra o restarle algún número no significativo, pero ello no tiene importancia. Entonces, ante este magno e inconcebible derroche de elementos universales cabe la misma pregunta que hicimos en el capítulo I de la Segunda Parte de este libro relativa entonces a los planetas, ahora aplicable a las estrellas. Si hubo creación, ¿para qué tantos astros, la mayoría de ellos con destino infructuoso? (Qué lejos se halla esta nueva imagen del universo de aquella idea de antaño cuando se aceptaba el mundo de Tolomeo reducido a la Tierra como centro inmóvil, un Sol, una Luna, los planetas Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, las estrellas fijas visibles y... nada más! Es aquellos tiempos por supuesto que se podía concebir fácilmente la idea de un creador de un mundo que se debía exclusivamente a la Tierra del hombre. Pero en la actualidad uno se pregunta, ¿Fue necesaria una "creación" de más cantidad de estrellas que el total de granos de arena de todas las playas de la Tierra? ¿Qué todo se debe finalmente a la Tierra y es necesario que exista? Sin embargo, hay eventos que se producen en lejanías tales que jamás sus efectos tocarán a la Humanidad, la que se extinguirá mucho antes. ¿No concuerda todo esto más bien con la idea de un universo ciego, indiferente, insensible, que actúa por tanteos sin intencionalidad alguna, y que en virtud de la colosal cifra de sus elementos formadores como los globos estelares, logra producir aquí o acullá lo más improbable, que es la conciencia de sí mismo?
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El hombre y otros posibles aunque también muy improbables seres de lejanas galaxias, pueden considerarse como la conciencia del universo. Somos el colmo de la improbabilidad, pero posibles después de todo en virtud de la inconmensurable cantidad de elementos universales puestos en juego, miles de trillones de estrellas y todo lo demás. En un juego azaroso donde se elimina casi todo para obtener la casi nada como posibilidad, como lo es la vida y la conciencia. Y esto ya por sí sólo, expulsa la idea de un creador directo de todas las cosas. Más bien nos infunde la noción de mecanismo ciego, azaroso, que marcha por sí solo, automáticamente, debatiéndose entre el caos, entre catástrofes y accidentes sin fin con breves destellos locales que podemos llamar cosmos-orden.
Capítulo IV
El comportamiento de las galaxias
Si bien lo que sucede con las estrellas resulta desconcertante cuando buscamos en ellas, en su curso existencial regular, algún orden, alguna lógica, alguna razón de ser de tanta cifra y variedad, podríamos inclinarnos a pensar que quizás en las galaxias ( esos colosales conglomerados de soles) se halla la verdadera armonía de los cielos. Sin embargo, una vez más la astronomía se encargará de desilusionarnos. También en este caso se habla de miles de millones de ellas en otro exagerado derroche de elementos cósmicos que alejan aun más la vieja idea de un centro del universo que ocuparíamos nosotros ya que, no con nuestra Tierra ni con nuestro Sol, al menos con nuestra galaxia Vía Láctea. La propia Vía Láctea con sus 400 mil millones de estrellas1 se nos transforma en un punto en el concierto universal. Un punto nada privilegiado aunque momentáneamente —hablando en tiempo a escala cósmica— se encuentre en estado más o menos manso. Si echamos una ojeada minuciosa a estos universos-isla que son las galaxias, advertiremos que lejos de representar un cosmos-orden regular, armónico, donde reina la paz, por el contrario nos invitan a pensar más bien en un anticosmos-desorden. En primer lugar, nos daremos cuenta de la heterogeneidad de formas que presentan con sus diversos tamaños. Espirales más o menos normales; espirales con bandas de polvo interestelar y gases ubicadas en forma transversal que las transforma en barradas; desde pequeñas e insignificantes que se denominan enanas elípticas, hasta colosales supergalaxias elípticas, gigantes que pueden contener más de un billón de soles. Una inacabable variedad de galaxias irregulares de las formas más caprichosas nos indican a las claras que tampoco estos objetos del espacio se hallan exentos de sufrir accidentes. 1
Cari Sagan, Cosmos, Barcelona, Planeta, 1983, pág. 10.
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Hay galaxias que enlazadas giran una alrededor de la otra al mismo tiempo que establecen puentes de materia formada de soles y gas. Hay colisiones entre galaxias que se interpenetran. Existe el canibalismo galáctico, es decir, una galaxia de gran masa puede "engullir" a otra aumentando así su volumen y masa. Hay galaxias que estallan y su número es más alto que lo sospechado. Si el estallido de una estrella de gran masa que se convierte en supernova es un accidente tremendo dentro de una galaxia, con cuanta más razón entonces debemos considerar la explosión de toda una galaxia como un titánico cataclismo que borra toda imagen de orden, regularidad y mansedumbre del universo. Hay galaxias que presentan chorros de materia o chorros de radiación de miles de años luz de longitud. La desorganización cunde por doquier, la tendencia hacia el desorden en todos estos cuerpos no nos indica precisamente la existencia de algún gobernador totipotente del mundo, sino más bien un universo encabritado, indócil, que se acomoda como mejor puede con tendencia hacia la disociación, al escape y a la extinción. Pero si a pesar de todo se insiste en un principio organizador, en un "algo" que trata continua y desesperadamente de ordenar lo que tiende al caos, en un dios ya sea separado del mundo (un dios espiritual creador del mundo) o identificado con él (panteísmo), entonces estaremos en presencia de un dios pobre, débil ante el Todo o de un dios-mundo (panteísmo) que no hace más que tratar de organizarse frente a la tendencia hacia el escape de sus propios componentes. Si se trata de un dios creador separado del mundo, parecería ser que toda su creación se le resiste, que se le "escapa de sus manos", que se anarquiza a cada instante; él, el dios, debe realizar ingentes esfuerzos para volver al cauce "normal" los acontecimientos universales, y el comportamiento de las galaxias se constituye en una prueba de ello. Si por el contrario se tratara de una divinidad identificada con el propio mundo de galaxias según la idea panteísta, entonces el comportamiento díscolo de esos conglomerados estelares nos pintaría a un ser universal que fluctúa en un tambaleante punto de equilibrio de sí mismo, un ente que perennemente trata de hacerse a sí mismo, de dominar su propio caos interno. O se trataría, en resumen, de un dios que se debate con relativa potencia frente a un viscoso y resistente mundo exterior que se le opone, o de un entemundo vacilante que lucha consigo mismo para no perder del todo su equilibrio, pero nunca de un dios totipotente, dominador absoluto del Todo como pretende la teología. Además, si aceptamos a un dios limitado exterior al mundo o identificado con él, surgen de inmediato interrogantes metafísicos como
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éste: ¿Por qué se habría lanzado semejante ente hacia semejante aventura cuando entre medio, entre su continuo "tapar agujeros" y la constante tendencia hacia el accidente, existen criaturas como el hombre destinadas a padecer por los embates de un mundo hostil? Además, si se tratara de un dios-mundo que se está realizando, ¿desde cuándo lo hace? Si desde la eternidad, entonces ya tendría que haberse realizado y éste que habitamos debería ser el mejor y más perfecto de los mundos posibles, y ya hemos visto que dista mucho de serlo. Si comenzó una vez (¿con el big bang?), ¿qué sentido tiene el error; el sufrimiento; la tragedia, en el concierto universal frente a un ente inteligente, bondadoso y piadoso como debería ser ese dios?
Capítulo V
Teorías cosmogónicas, la supuesta creación de la nada, y mi cosmología
Creación continua de materia; universo eterno; gran explosión inicial (big bang) ; universo pulsátil..., son teorías en boga hasta el presente aunque la más aceptada es la del big bang y la menos tenida en cuenta quizás sea la de la creación continua de materia en el espacio1. También se habla de un universo abierto (el universo de De Sitter), y de un universo cerrado, curvo y finito (el universo de Einstein) , pero sea como fuere, a mi entender, siempre se está tomando la parte por el todo, y a continuación, voy a resumir mi propia hipótesis al respecto. A mi juicio, lo que el hombre toma como el Todo, es decir este Universo de galaxias que puede ser avistado con los más potentes telescopios o percibido con los mejores radiotelescopios del mundo, es en realidad un punto en el Todo. El hombre en su pequeñez no puede apreciarlo todo, aunque con asombro se habla de objetos como los cuasares y masas cósmicas aún no clasificadas, denominadas "lentes gravitacionales", distantes 5.000 o 10.000 millones de años luz de nosotros, con masas de un poder gravitacional equivalente a mil galaxias. El "globo" espacia] formado de galaxias en donde estamos comprendidos con nuestro sistema solar y la Vía Láctea, cuyos límites nos lo dan tan sólo los alcances del instrumental que poseemos hasta el presente (y por ende son fronteras provisorias), esta cápsula cuyos elementos internos atisbamos con los telescopios y "oímos" con los radiotelescopios, a saber estrellas, galaxias, radiofuentes, etc., no tiene por qué ser todo el universo, ni aun añadiendo a su radio otros 10.000 millones de años luz y más. Yo sostengo que este universo de galaxias que el hombre toma por el Todo es tan sólo el resultado de un supersol que estalló y se está expandiendo hasta el presente. Pero este universo de galaxias cual pompa
1 Los matemáticos ingleses Herman Bondi y Thomas Gold, calcularon que la creación de nueva materia debe realizarse en la proporción de un átomo de hidrógeno por hora y por cada milla cúbica de espacio intergaláctico.
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de jabón que se expande está rodeado de "más allá". Se trata tan sólo de una burbuja en el Todo y lo denomino microuniverso. Este microuniverso debe considerarse como una miniatura que se halla enclavada en el Todo al que denomino Macrouniverso2. Pero hay más todavía. Pienso que no sólo existe este microuniverso que nos contiene, sino que admito la existencia de otros supersoles de la naturaleza del nuestro. Unos en formación, otros en pleno estallido, algunos en proceso de expansión como el nuestro, otros contrayéndose en un proceso inverso y finalmente otros ya compactados y prontos a estallar. A estos supersoles concentrados o formando ya galaxias en expansión, los imagino rodeados de sustancia universal no galáctica, ni siquiera atómica, que forman una región, la región de la posibilidad de los microuniversos. A su vez esta región donde transitoriamente se pueden formar microuniversos, la imagino rodeada de otras regiones "más allá", donde es imposible que se formen galaxias, estrellas, planetas o átomos. Pienso también que alguna vez estas regiones del Todo, es decir del Macrouniverso, que circundan a la región productora de supersoles (microuniversos), absorberán a ésta y la harán entrar en un torbellino en donde ya la materia será imposible, imposibles los objetos. No podrá haber nada de eso por tratarse de algo continuo, no puntiforme como nuestro mundo compuesto de átomos. Así es como ya no habrá entonces más objetos para contar, no más cantidades, números, nada, sino sustancia universal continua. Allí entonces desaparecerá la posibilidad de la matemática tenida por eterna. No podrá haber ciencia de la cantidad porque no habrá nada que contar. La geometría carecerá de razón de ser puesto que no habrá objetos, y lo que a nosotros nos parecen ser hoy realidades eternas dejarán de existir, máxime cuando no serán ya posibles tampoco los seres vivientes ni las conciencias como la humana. Mucho se ha especulado en el terreno mitológico. Yo especulo en el terreno de las posibilidades, aunque esto sea metafísica y no fruto de la experiencia. Puede que algún día la astronomía me dé la razón. Puede que con telescopios mucho más potentes que los actuales se detecten otros universos pulsando más allá del nuestro, y se hable entonces de pluralidad de supersoles o microuniversos que forman parte de una región del Macrouniverso total. Esta hipótesis cosmogónica mía la añado como posibilidad a todas
2 Cf. Ladislao Vadas, El universo y sus manifestaciones, Buenos Aires, Sapiencia, 1983, la. parte, Cap. IV.
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las teorías ya existentes. Pienso que el Macrouniverso es eterno, que la posibilidad de la existencia de los supersoles es transitoria, lo mismo que la vida y la conciencia. Aquí en este modelo de universo o más bien ahora Macrouniverso, la creación no tiene cabida, porque esta entidad absoluta preexiste desde la eternidad a todo acontecimiento y es dinámica por naturaleza. Dado que la naturaleza íntima de semejante universo posee un potencial para una mayor acción, para una actividad acrecentada a desencadenarse en forma espontánea, es posible entonces el accidente. Las distintas regiones componentes pueden adquirir carácter dinámico explosivo. Esto basta para luego formar en cadena cosas que antes no existían como los quarks, protones, neutrones, electrones, neutrinos y todas las demás partículas subatómicas. También admito para mi modelo de universo la posibilidad de hallarse entrelazados o paralelos varios mundos, o diversas versiones de mundos. Así, en nuestro universo de galaxias, en nuestro propio planeta, pueden existir mundos paralelos o entretejidos con el nuestro, indetectables para nosotros. Nosotros, con nuestros limitados sentidos y nuestro relativo cerebro, podemos captar e interpretar respectivamente tan sólo una versión entre los múltiples mundos3. Empero ya la ciencia nuclear y la astronomía comienzan a sospechar la existencia de otras dimensiones. La teoría cuántica admite tal posibilidad. Cuando se habla de antimateria, de posibles mundos espejados con el nuestro, también se está rozando mi hipótesis. Lo mismo cuando se mencionan los "agujeros negros" del espacio capaces de compactar la materia a volumen nulo, haciéndola pasar quizás a otra dimensión a través de un "túnel topológico". Se habla de una cuarta dimensión. No se descartan otras dimensiones más allá de la cuarta y muchas cosas por el estilo, como el raro descubrimiento del principio de incertidumbre de Heinsenberg, según el cual es imposible determinar a la vez la posición y la cantidad de movimiento de una partícula con perfecta precisión. Si un experimento está proyectado para medir una de ellas exactamente, la otra se volverá indeterminada y viceversa, como ya hemos visto más arriba. El Macrouniverso eterno es entonces el que "crea" o más bien suscita situaciones circunstanciales como nuestro actual microuniverso de galaxias, originado a partir del big bang. Esto significa que acepto la teoría del big bang como la más plausible en cuanto al comportamiento de todas las galaxias que huyen unas de otras según comprobaciones espectroscópicas fundadas en el efecto 3
Cf. Ladislao Vadas, El universo y sus manifestaciones, Buenos Aires, Sapiencia, 1983, págs. 13, 15, 24, 59 y Tercera Parte, Cap. III, pág. 237 y sigs.
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Doppler-Fizeau, señal de una titánica explosión. Admito entonces que nos hallamos comprendidos dentro de un gran cataclismo que abarca a todas las galaxias. En lo que difiero de la astronomía clásica es en el concepto de la estructura del universo, y pienso que la ciencia astronómica está tomando la parte (nuestro microuniverso de galaxias) por el Todo. No obstante, aun si nos atenemos a los modelos ya clásicos de universo, esto es al universo abierto de De Sitter o al universo cerrado, curvo y finito de Einstein, uno u otro como único, igualmente podemos prescindir perfectamente de un creador. En efecto. Basta con añadir la eternidad a dichos modelos para pensar que alguna vez se tuvo que haber producido lo que hoy somos y nos rodea. Una creación de la nada choca con nuestra razón. Más lógico es admitir un universo increado, eterno, en constante dinamismo que ora compone galaxias, estrellas, planetas y vida, ora se conturba de tal modo que ya nada de eso es posible. Ya vimos desde los aspectos biológico, geológico y ahora astronómico, que la sinrazón es el telón de fondo de todo acaecer. Al universo no le importa el sufrimiento, la tragedia, el error, la conciencia de nadie. Prosigue ciego, sordo y mudo su marcha repletado de accidentes en niveles biológico, planetario, estelar, galáctico y mayores aun como lo fue la catástrofe del big bang según esta teoría. Por consiguiente, la creación de la nada es una ficción frente a la eternidad del Todo. Por otra parte, una creación modeladora, esto es, obrada por un ser exterior al mundo quien toma sustancia universal — llamémosle quarks, protones, neutrones, electrones, etc.— y la empuja, agrupa, domina y forma galaxias, estrellas, planetas, vida, inteligencias, conciencias, este dios modelador por supuesto, no coincide con el ideado por la teodicea, porque ya vimos que en este caso seria un dios limitado, no absoluto. Se trataría de un poderoso a medias, ya que el mundo se le "escapa de las manos" a cada instante. El accidente le juega malas pasadas pues, tiende todo hacia la desorganización, al caos según hemos visto que sucede con las estrellas y las galaxias. Y por fin, de vuelta a la cuestión panteísmo, si el dios creador es el mismo universo, entonces debemos concluir igualmente que se trata de un hacedor débil que Jamás logra realizarse ya que, si fuera eterno y eficiente — tanto se hallara inmanente al mundo, o el mundo consistiera en su emanación— ya tendría que haberlo logrado y entonces éste que habitamos debería ser el mejor de los mundos posibles, y sabemos, y lo vuelvo a repetir, que dista abismalmente de serlo.
Capítulo VI
La circunstancialidad y la transitoriedad de las leyes físicas que rigen el universo1
Ligado al tema de la estructura del universo — para mí Macrouniverso—, cuya hipótesis he comentado en el capítulo anterior, se halla el tema de las leyes físicas. Primero es necesario aclarar qué entiendo por leyes físicas. Según mi cosmovisión, las leyes físicas no consisten tan sólo en las que se deducen de las experiencias y especulaciones que las dividen en física de los corpúsculos, átomos, electrones, protones, neutrones, neutrinos... quarks, gluones, etc.; física del electromagnetismo o estudio de las radiaciones y física mecánica de los cuerpos rígidos y de los fluidos incluida la mecánica celeste. Las leyes físicas las hago extensivas no sólo a la química y bioquímica sino también a la biología y el psiquismo. Tomar a nuestro psiquismo, por ejemplo, como un proceso que obedece a otro orden de cosas, es tan sólo el síntoma de nuestra ignorancia acerca de cómo se produce el pensamiento en nivel angström o en nivel "quarks", cosa que algún día explicará la física corpuscular o subatómica. Luego, todo obedece a las leyes físicas, según mi concepción de la sustancia universal que dibuja objetos, formas energéticas, y entra en la producción de procesos como soles, planetas, vida, conciencia... Él Hombre en general acepta que las leyes universales no sólo son las mismas en todos los rincones de su universo, sino también constantes. Nada más lejos de la realidad ante un panorama como el que propongo, basado en un Macrouniverso contenedor de múltiples regiones heterogéneas. Tan sólo una de esas regiones puede contener las leyes físicas que nosotros detectamos por doquier. Se trata de nuestro universo de galaxias o microuniverso en expansión, y quizás también de otros supersoles similares que atraviesan por similares circunstancias. 1
Cf. Ladislao Vadas, El universo y sus manifestaciones, Buenos Aires, Sapiencia, 1983, págs. 31, 32 y 33.
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El resto del Todo agaláctico, sin corpúsculos (átomos, quarks, gluones), sino formado de sustancia continua, sin cuerpos, sin objetos, sin radiaciones, carece de leyes físicas, por cuanto las que aquí conocemos son leyes circunstanciales que han advenido en virtud de la configuración actual, y el momento que está "Viviendo" nuestro supersol en expansión resuelto en galaxias. Más allá de él todo debe ser diferente. Pero hay más. Estas leyes accidentales advenidas en un momento dado de la vida del Macrouniverso y en un punto de él que es nuestro microuniverso de galaxias, no son constantes y menos eternas por supuesto, como tampoco lo son las posibilidades de la matemática (véase el capítulo anterior). Cuando nuestro universo de galaxias sea absorbido por las regiones circunvecinas del Macrouniverso, o mucho antes, las actuales leyes físicas dejarán de tener vigencia reemplazadas quizás por otras, o diluidas en una región sin leyes y sin posibilidades de que ocurra ya más nada. La Humanidad, aunque exista aun millones de años más, difícilmente será testigo de este acontecer, aunque no se puede descartar la posibilidad de que nuestra tecnología del futuro, mediante algún ultrasensible instrumental, detecte las sutiles variaciones de las leyes físicas tenidas hasta ahora por constantes. La desaparición de las leyes físicas que hoy rigen los acontecimientos de nuestro entorno, asimismo como nuestro propio proceso psicosomático, traerá aparejado también el desvanecimiento de las leyes químicas, bioquímicas, biológicas y psíquicas. Nada de esto será posible ya entonces, y aquí es donde también tambalean los valores tenidos como eternos. La ética, el amor, la lógica, lo grande, lo pequeño, la posibilidad de la concepción del triángulo (puesto que no habrá más conciencias), se diluirá en otras dimensiones en donde ningún valor de nuestra razón tendrá sentido porque ya nunca será posible inteligencia alguna. Esto es relatividad pura, nada es constante, eterno, ni la idea de un dios creador. Todo es circunstancial, transitorio, perecedero. Esta es mi cosmovisión.
Capítulo VIl
El proceso de la formación de los astros y el elemento hidrógeno
Entre las pruebas astronómicas de la no existencia de un dios creador tenemos el ejemplo de los átomos del hidrógeno. ¿Qué sucede con el elemento químico número uno en el universo de galaxias? Simplemente llama poderosamente la atención su fabulosa sobreabundancia. Hacia cualquier región del espacio donde se enfoque el instrumental astronómico se detecta hidrógeno. Después del hidrógeno, el elemento más abundante es el helio, al punto de que podemos calcular que un 99% del universo de galaxias está formado por hidrógeno y helio1. ¿Qué nos sugiere esto? Que todo encaja perfectamente dentro de una explicación evolutiva azarosa de nuestro microuniverso sin la necesidad de la intervención de ente creador alguno. Todo en franca oposición por supuesto a una serie de actos subitáneos de creación de la nada de todas las cosas complejas hoy existentes. Si el casi todo universal lo constituyen el hidrógeno y el helio — los elementos más simples—, y la casi nada son los elementos pesados como los que se encuentran en la Tierra, esto significa que lo improbable, como nuestro planeta y la vida, se formó a expensas de la tremenda cantidad de elementos simples. También ocurre que cuanto más complejo un proceso, menos común es. Así es como la vida y sobre todo el psiquismo, que es tan harto complejo, deben ser tan improbables que sin duda se hallan esparcidos en forma muy dispersa en nuestro universo de galaxias. Otra cosa muy distinta resultaría ser si por el contrario lo más abundante fuesen los elementos químicos más pesados que el hidrógeno, junto con los procesos más complejos. 1
Cari Sagan, Cosmos, Barcelona, Planeta, 1983, pág.224.
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Si esto fuese común en el universo, entonces sí habría que sospechar algo. Pero desde el momento en que existe un 99 % de elementos simples como el hidrógeno y el helio, esto nos habla a las claras de una posibilidad de evolución natural o mejor de una complejización según un mecanismo que va de lo simple sobreabundante hacia lo complejo que en proporción con lo primero constituye una casi nada. Hay también otra señal que nos indica la ausencia de una creación súbita del mundo desde la nada, y este signo es la existencia del plasma o cuarto estado de la materia. Este caótico bailoteo de electrones y iones podríamos decir que es el estado "normal" de la casi totalidad de la materia del universo en las estrellas, mientras que los estados sólido, líquido y gaseoso "normales" para nosotros, son una excepción de la naturaleza. Alguien quizás podría inclinarse a pensar que es precisamente este hecho lo que nos indica alguna intervención en la materia en estado caótico para ordenarla, formar el mundo y gobernarlo. Sin embargo, lo que invalida este argumento es el colosal derroche de elementos simples, como el hidrógeno y el helio, y el tremendo despilfarro del plasma estelar, todo lo cual resulta excesivo para justificarlo como necesario para la existencia de un puntito tan insignificante como lo es la Tierra en la contextura universal. Recordemos la cantidad de estrellas calculadas para la totalidad de nuestro universo citada en el capítulo III. Hay entonces dos hechos similares que no requieren de ningún creador que súbitamente haga surgir el mundo de la nada como de una galera mágica. Estos hechos son la evolución del universo de galaxias y la evolución de la vida. Ambos procesos han partido de lo simple para complejizarse luego. La diferencia está en que el resultado de la evolución del microuniverso, como los planetas, aun es harto simple, comparado con los resultados de la evolución biológica, como el cerebro humano.
Capítulo VIII
La fugacidad del proceso hominal frente a las transformaciones del universo El heterogéneo y eterno Macrouniverso, y un finito (en su forma) microuniverso comprendido en aquél como un punto. El todo infinito y un supersol que estalla en una de sus regiones. El big bang que lanza materia-energía concentrada hacia el espacio. La formación de galaxias, estrellas, planetas y sistemas solares. Todos estos acontecimientos han requerido un tiempo tremendo comparado con la breve existencia del hombre. Sin embargo, más allá de la formación del supersol que luego iba a dar, como resultado de su explosiva expansión, el universo de galaxias, ya existía el Todo, desde siempre. Luego, según esta visión de la eternidad, el episodio big bang (el gran estallido), desde su inicio hasta la expansión actual se nos presenta como un breve chispazo en la eternidad. Los astrónomos han alargado la antigüedad del universo de galaxias, y modificado las cifras que se aceptaban en otros tiempos, y lo siguen haciendo a medida que penetran más y más en sus profundidades. Así es como, por ejemplo, antes se admitía que la edad de la Tierra era de 3.000 millones de años. Entonces se razonaba que si nuestro planeta tenía esa antigüedad, las galaxias deberían tener por lo menos miles de veces más, es decir se calculaba en proporción a su tamaño y se hablaba de por lo menos 10.000 millones de años. Hoy la cifra ya ronda por los 15.000 millones de años y algunos astrónomos, quizás para cubrirse de futuros cálculos, atribuyen una antigüedad para nuestro universo de galaxias entre 15.000 y 20.000 millones de años. Hay tendencia hacia el alargamiento de la edad del universo. Pero, sin embargo, sea como fuere, aunque su antigüedad se duplicara según cálculos del futuro, ello no quita que este proceso, comparado con la eternidad, sea un instante en la vida del Macrouniverso. Ahora bien. Si todo el proceso de expansión de nuestro universo de galaxias, desde el big bang hasta el presente, debe considerarse como un chispazo en un instante de la vida del Macrouniverso, ¿cuál será la duración de toda la Humanidad desde su nacimiento hasta su extinción en el futuro?
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Debemos contestar figurativamente que, ¡tan sólo una fracción de instante hablando en tiempo cósmico! El hombre siempre tiende a medir todo lo que sucede a su alrededor por el intervalo que abarca su propia existencia. Ello lo empuja a hablar de eternidades que no son tales. Así es como suele decir: "la música eterna", "el bronce eterno", "las verdades eternas"... No obstante, evistado nuestro acontecer desde la perspectiva de la eternidad, todo proceso cambiante es efímero comparado con ella, y las verdades consideradas eternas no tienen por qué ser tales, desde que en algún momento el que las piensa dejará de existir eternamente. Es el ser humano el que produce dichas verdades eternas, las que morirán Junto con la Humanidad extinguida para ya nunca jamás poder ser posible. Más adelante veremos cómo una pura contemplación estática por toda la eternidad es imposible. En el capítulo primero del Libro III explicaré que la bienaventuranza y la nada son lo mismo. Esta fugacidad del proceso nominal que denominamos Humanidad o historia humana, frente a la existencia y acaeceres de un Macrouniverso quizás infinito pero eterno, sordo y ciego, se constituye en una prueba más de la circunstancialidad de lo que llamamos nuestro mundo. Si bien caben otras teorías como la de un universo de galaxias pulsátil, que se expande y se contrae rítmicamente cual un corazón cósmico, ello no quita la instantaneidad en la eternidad de dicho objeto pulsátil cíclico. En este caso, lo perentorio será el ciclo. Nuestro microuniverso pulsará determinadas veces y ofrecerá quizás oportunidades para la instalación de nuevas humanidades o algo parecido durante algunas expansiones, pero una vez cerrada la posibilidad de los ciclos, una vez absorbido el supersol por la esencia caótica del entorno, no podrá haber ya más conciencias tanto se trate de humanos, humanoides o de las más variadas formas vivientes inteligentes que pueden componer los quarks. Sin embargo, aunque descartemos mi hipótesis de un Macrouniverso que contiene en su seno uno o varios microuniversos, si nos atenemos tan sólo a nuestro clásico universo de galaxias, tomado hasta ahora por el todo, no varía la fugacidad del episodio nominal que se Ínstala sobre la Tierra entre la fauna a partir de la rama de los primates, Junto con otras formas contemporáneas del Terciario. Si se necesitaron entre 15.000 y 20.000 millones de años para arribar al hombre que data en su forma moderna, tal como ahora lo conocemos, a partir de Cro Magnon de unos 40.000 o 100.000 años —sin considerar las formas inferiores como el Pitecántropo— muy poco se puede hablar de una creación en todo caso basada en la evolución. Tal como lo he señalado en el capítulo 1 de la Primera Parte del Libro
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II, es demasiado tiempo para un creador todopoderoso. Este ente, si existiese, se habría tomado un tiempo demasiado exagerado para plasmar su obra, detalle que no coincide con su atributo de eficiente totipotente. Más se asemejaría al dios de Hegel, al de Spinoza o al de Averroes, que se manifiesta desperdigado, por ejemplo en cada ser humano, y que se está haciendo a sí mismo o desenvolviéndose en el mundo. Lo que dije en el capítulo I de la Primera Parte del Libro II (pág. 52) relativo al exceso de tiempo geológico, lo repito ahora en relación con el tiempo cósmico. En aquella oportunidad, decía que 4.000 millones de años para la creación de los seres vivientes de la actualidad y del hombre que aparece al final, como un episodio reciente, era una excesiva cantidad de tiempo para un creador totipotente. Ahora digo que 15.000 millones de años es una verdadera exageración para plasmar a la Humanidad como meta. En resumen, para finalizar con estas pruebas astronómicas, podemos recapitular diciendo que la inexactitud matemática; la falta de garantía para la integridad del sistema solar y la vida; el comportamiento heterogéneo y accidental de estrellas y galaxias; los eventos catastróficos de extrema violencia como los estallidos de estrellas (supernovas), de galaxias enteras y colisiones entre estos universos-isla, así como la existencia amenazante de superpotentes objetos como los cuásares, lentes gravitacionales y agujeros negros del espacio capaces de hacer convergir hacia la disolución o hacia la nada a las estructuras circundantes, junto a una imagen general de un universo que lejos de ser conservado en un orden perfecto posee tendencia hacia el desorden; el hecho de hallarnos comprendidos en una catástrofe de primera magnitud iniciada con el big bang, y en el contexto de la eternidad el habitar en un mundo "chispa" de una fracción de instante como el nuestro (el planeta), puro accidente que tenía que ocurrir tarde o temprano dado el tremendo despliegue, de elementos universales en acción aleatoria; todos estos argumentos esgrimidos como pruebas astronómicas de la inexistencia de dios alguno, creo que son suficientes para rebatir lo expresado al principio a favor de la teodicea, esto es en el capítulo III de la Primera Parte del Libro I.
Cuarta Parte Pruebas antimetafísicas
Capítulo I
Nuestro relativo raciocinio y la idea de perfección
"Todo lo racional es real, todo lo real es racional". Esta es la raíz de la filosofía de Hegel. El lo dijo así. Esto puede suponer que cuanto concibe la razón debe ser una realidad, como los atributos de perfección aplicados a un idealizado "Ser Supremo", según la idea cartesiana. También Ángel González Alvarez en su Tratado de metafísica. Teología natural, dice en la página 365. "... la realidad universal tiene una contextura racional, y no una estructura antinómica y contradictoria".1 Sin embargo, las últimas penetraciones de la Ciencia Empírica en la naturaleza universal nos obligan a arribar rápidamente a la conclusión contraria. Hay realidades irracionales. La física cuántica — en el terreno de la microfísica— nos sume realmente en un extraño mundo de locura lleno de sorpresas y plagado de vericuetos, elementos y eventos desconcertantes que hasta hace muy poco no se sospechaban siquiera. Partículas que surgen cual fantasmas para esfumarse luego en la nada, de la misma manera como advinieron en las cámaras de niebla de los aceleradores como por ejemplo el ciclotrón, el bevatrón, el sincrotón y el cosmotrón. Familias de subparticulas atómicas que se multiplican. Muones, leptones, quarks, gluones, antimateria... "charm" y otros entes por el estilo que hoy obtiene la microfisica, mantienen desconcertados a los estudiosos. La maravillosa figura atómica, esa representación de Bohr, esa estructura comparable a un sistema solar en miniatura con sus esferas orbitantes, se ha esfumado de pronto. Hoy ya no es posible representar gráfica ni mentalmente un átomo, y menos definirlo.2 El principio de incertidumbre de Heinsenberg, citado en el 1
Ángel González Alvarez, Tratado de metafísica-Teología natural, Madrid, Credos, 1968, pág. 365. (La bastardilla me pertenece.) 2 Harvey E. White, Física moderna universitaria, México, UTEHA, 1965, pág. 628.
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capítulo V de la Tercera Parte, página 154, es otra pauta de que nuestra razón flaquea ante la naturaleza esencial del universo. ¿Puede nuestra mente imaginar a la antimateria chocando con la materia para aniquilarse ambas? La microfísica no anda menos desconcertada cuando se las tiene que ver, por ejemplo, con las "ventanas negras" del espacio, que comprimen la materia a volumen nulo. Se habla de una cuarta dimensión y aun de otras posibles dimensiones. ¿Puede la razón representar una masa reducida a volumen nulo, y la cuarta dimensión? El mismo universo curvo y finito de Einstein y la relatividad general y especial son un desafió a la razón. ¿Cómo podemos concebir la realidad demostrada de que una masa aumenta 22 veces a un 99,9% de la velocidad de la luz, con respecto a la misma masa en reposo, y que según una ecuación relativista si la masa se moviera a la misma velocidad de la luz se volvería infinita? ¿Cómo puede concebir la razón que una varilla que se mueve a la velocidad de la luz se contraiga a longitud cero? Esto significa, por extensión, que cualquier objeto como la Tierra, el Sol, etc., que se mueva a la velocidad de la luz será comprimido a longitud nula.3 ¿Cómo puede concebir la razón el hecho de retrasarse los relojes a una velocidad próxima a la de la luz? ¿Cómo se explica que mientras un astronauta emplea (según su tiempo) unos pocos años para realizar un viaje espacial de ida y vuelta a una velocidad próxima a la de la luz, para los habitantes de la Tierra habrán transcurrido varios siglos o milenios? ¿Es racional la realidad? Yo más bien creo en la relatividad cerebral. Pienso que nuestro cerebro es una hechura limitada, acomodada a un entorno particular, al que interpreta también de un modo particular entre múltiples otras maneras posibles. Esto último significa que otras formas de vida inteligente consciente podrían extraer de ésta que nosotros los humanos tomamos por única realidad, otras realidades muy distintas y extrañas para nuestra razón. Bastaría para ello trastrocar nuestros sentidos de percepción. Por ejemplo, ver con las ondas acústicas, oír la luz, "oler" el calor o detectarlo en distinto grado como lo hacen los reptiles crotálidos, percibir de alguna manera la luz ultravioleta o infrarroja, detectar las ondas hertzianas sin aparatos artificiales, etc. Pero no sólo los sentidos son responsables de la elaboración de una 3 Harvey E. White, Física moderna universitaria, México, UTEHA, 1965, págs. 410, 413 y 414.
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"realidad" sui géneris. También lo es la estructura cerebral particular. Otros seres con distinto cerebro y capacidad de interpretar lo exterior podrían concebir un mundo diametralmente opuesto al nuestro, aun en contacto con nuestro propio ambiente e incluso munidos de los mismos sentidos que nosotros. (Con más razón por supuesto si poseyeran también otros sentidos.) Jamás los entenderíamos, así como ellos tampoco entenderían nunca nuestra forma de pensar4. Nuestro cerebro no tiene por qué dar precisamente en la tecla de la realidad, ya que es relativo y se trata de una adaptación a un entorno particular como un proceso que se formó a la deriva de un modo no único posible para concebir ese entorno tan complejo y entenderse a sí mismo (aun más complejo). De ahí entonces las infinitas versiones filosóficas de la realidad según el pensamiento relativo de cada autor, ninguno de los cuales coincide plenamente con los demás. A la luz de la realidad de nuestra relatividad cerebral, mal podemos entonces tener confianza en nuestro raciocinio cuando concebimos las ideas de perfección. Descartes estaba equivocado cuando, fundado en las ideas innatas de perfección, concebía en su mente a un dios absolutamente perfecto (Discurso del método, 4a. parte). Cuando pensamos en lo perfecto, ello tan sólo .puede tratarse de un mecanismo de supervivencia, una manera de tener una guía en la vida que atañe a nuestra especie viviente toda. Con la idea de perfección como meta podemos proyectar, realizar, aumentar nuestras satisfacciones. Sin ella seríamos apáticos, dejados, desordenados, y el caos haría presa de nuestra sociedad. ¿Cómo advino en nuestra condición humana esta tendencia hacia la perfección? Por mutación genética aleatoria pero salvadora, tal como lo hicieron el instinto sexual, el instinto de conservación, la idea de un "más allá de la muerte", de un alma inmortal, y la idea de algún dios protector. Fuimos posibles entre trillones de estrellas y planetas, precisamente por todas estas cosas que se dieron aleatoriamente entre trillones de fracasos. Quedamos como depurados entre trillones de intentos fallidos, que no condicen con ninguna clase de dios eficiente. Y estamos aquí. Por eso estamos aquí, porque entre trillones de vanos intentos biológicos en otros puntos del universo de galaxias y entre trillones de Intentos psicógenos fracasados en otros mundos, hoy existimos, porque en este punto que estamos se dio el crisol de hechos que nos hizo posibles así como somos. 4
Cf. Ladislao Vadas, El universo y sus manifestaciones, Buenos Aires, Sapiencia, 1983, págs. 13-15-24-59 y Tercera Parte, Cap. III, pág. 237ysigs.
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Pero esto no quiere decir que ente suprainteligente alguno haya Intervenido para "juntar azar" favorable en este punto, la Tierra, para hacernos posibles, sino que somos la hechura genuina de un Todo sordo y ciego que forjó por un instante de su existencia a esta Humanidad como proceso al que pertenecemos. Somos un proceso más del Macrouniverso, un proceso recortado del entorno aunque íntimamente dependiente de él, que obtuvo momentáneo éxito entre Infinidad de procesos que se instalan continuamente en el universo con destino de fracción de fracción de instante. Nosotros al menos como Humanidad, como proceso histórico, duramos una fracción de instante en la eternidad, mientras que los demás procesos truncos, la mayoría, no alcanzan a esa parte de instante. Duran Ínfimas fracciones de instante porque adolecen de alguna falla, o duran -muchos evos pero carecen de trascendencia y significado. Luego, si somos fruto de lo aleatorio, circunstancial, mal podemos arrogarnos la capacidad mental de entenderlo todo, de deificar nuestra razón o asemejarla a algún presunto "Espíritu Absoluto" desperdigado por un supuesto cosmos-orden. Por el contrario, nuestra razón es relativa y participa tan sólo de una pobre visión de la realidad extrapsíquica. De ahí que no podemos dar fe a nuestras ideas de perfección proyectadas hacia una supuesta divinidad munida precisamente de esas perfecciones ideadas por nuestra mente, como sus atributos. Jamás podremos extraer la verdad absoluta de nuestra razón, ni siquiera nuestra realidad y la del mundo, sin la ayuda imprescindible de la Ciencia Experimental. Aquí es donde fracasa la prueba ontológica de la demostración de la existencia de un dios perfecto. Los argumentos vertidos en este capitulo son suficientemente elocuentes como para rebatir lo que expresé a favor de la teología en el capitulo V de la Segunda Parte del Libro I, relativo a la idealización del ser perfecto por excelencia.
Capítulo II
El fracaso de la prueba fundada en el orden moral
Entre las expresiones que se suelen emplear en teología, se dice por ejemplo con una seguridad y confianza sólidas: "La existencia de las leyes naturales inmutables, universales y necesarias que rigen el dinamismo de los seres sólo puede ser negada por quienes no quieran abrirse a una concepción metafísica de la naturaleza"1. Si analizamos el contenido comprobaremos de inmediato que existe una velada petición de principio, es decir que se da por sentado de antemano precisamente aquello que hay que demostrar: que las leyes naturales son inmutables, universales y necesarias. Ya hemos visto en el capítulo VI de la Tercera Parte del Libro II, que es posible admitir la relatividad de las leyes naturales, que estas no tienen por qué ser invariables, universales, ni por supuesto necesarias. Sin embargo, los metafísicos van más allá y dicen: "que el hombre en cierto modo, trae ya consigo una concepción naturalmente recibida, una impresión, un diseño, de sus derechos fundamentales, cuyas leyes no son productos de la razón, pues ya vienen dadas entitativamente en su racionalidad..."2. Es decir que la moral como "ley natural" y por consiguiente eterna y universal como toda ley natural según la susodicha petición de principio, se halla fuera de la especie humana, como escrita en la eternidad, aún fuera del perecedero mundo material, como enclavada en otro orden de cosas. Esta suposición ha sido tomada por muchos como fuerte argumento a favor de la existencia de un "Gran Legislador", y quién sino Kant fue uno de los más altos exponentes de tal criterio. ¿Qué mejor prueba de la existencia de un "Ser" ético por excelencia que el argumento deontológico? Sin embargo, podemos señalar con igual fuerza dos argumentos antimetafísicos. Natural uno, y nutrido de la propia metafísica el otro. 1
Ángel González Alvarez, Tratado de metafísica- Teología natural, Madrid, Credos, 1968, pág. 297. (La bastardilla es mía) 2 Ibídem, pág. 299.
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1) El argumento natural sustentado por las ciencias naturales consiste en el hecho de la existencia de un código genético en todos los seres vivientes, que produce no sólo las formas características de cada especie en su aspecto somático, sino también en el psíquico, que se traduce en el comportamiento específico. La especie humana posee pautas de comportamiento primarias emanadas precisamente del código genético. Si la Humanidad ha sobrevivido hasta el presente, ha sido porque en su acervo hereditario han aparecido pautas de comportamiento para con los demás congéneres, que han permitido la supervivencia de la especie. Las leyes morales naturales han aparecido como tendencias hacia conductas que no atenten sobre la supervivencia de la misma especie. Han advenido como nuestras manos para obrar y nuestros pies para caminar; como nuestro instinto sexual, como nuestro instinto de conservación y otras cosas que hacen a la supervivencia. Esto lo ignoraban Kant y todos aquellos que se devanaban los sesos tratando de explicarse el origen de lo ético. Ninguna metafísica puede explicar mejor que las ciencias naturales este fenómeno. Todo intento metafísico es vano, porque la explicación se halla en la genética, en los cromosomas, en los genes, en las mutaciones aleatorias a veces ventajosas que sufre cada especie viviente. No hay leyes morales eternas. No existe un orden ético más allá de la Humanidad. Por el contrario, es la especie humana la que ha "creado" sus propias leyes de conducta para sobrevivir y éstas morirán algún día junto con la especie. Quizás esté mal dicho que la especie haya "creado" sus propias leyes. Más exacto es decir que fueron las circunstancias naturales que se dieron cita en el sistema Tierra-Sol las que formaron a los vivientes y sus conductas psíquicas. Si la rana sudamericana se transformara en especie inteligente conservando algunos de sus instintos, quizás debería incluir en su código moral "el no comerse a sus hijos renacuajos" porque posee tendencia hacia ello3. El hombre necesita de la ley "no matarás" porque posee naturaleza agresiva y es capaz del asesinato. El hombre requiere de la ley "no mentirás" porque es proclive a la falacia. El hombre ha creado la ley "no robarás" porque su naturaleza psíquica puede traicionarlo. Luego, todas las demás leyes que hacen a su conducta debida y que llenan gruesos volúmenes del Derecho, no son otra cosa, por supuesto, que creaciones efectuadas en la medida de sus necesidades. 3
Marcos A. Freiberg, Vida de batracios y reptiles sudamericanos, Buenos Aires, Cesarini Hnos., pág.47. S/F.
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Entonces las leyes del deber llamadas naturales no difieren en su origen de las leyes de los códigos penales surgidas en la medida de su necesidad ante nuevas figuras del delito. Las leyes morales fueron necesarias para preservar la especie humana de su autoextinción. Aparecen como primarias, porque primarios son también los instintos de agresión, del engaño, del egoísmo y otros, herencia de los animales precursores nuestros. Nuestro cerebro aun con dejos reptilianos, y aun más atrás, con resabios de las conductas de las formas más primitivas como los peces, es el responsable. Si las reglas de conducta no hubiesen aparecido en su forma primitiva no escrita, no discutida, ni "legalizada", entonces el hombre tiempo ha hubiese devorado la hombre. "Homo homini lupus", dice un refrán. (El hombre es lobo para el hombre.) Y este ser peligroso para sí mismo como especie es el único y genuino productor de la ética que nace de lo más profundo de su naturaleza psíquica dictado por los genes, los mismos genes que nos dan los conceptos matemáticos. Pero no es que los genes obren "milagros" como ladrillos o burdos cascotes capaces de emanar directamente leyes naturales. Esto es absurdo. Pero los genes son constructores, guías para estructurar una construcción: nuestra trama cerebral. Allí es donde aparecen los resultados en virtud de las interrelaciones de las neuronas del tejido cerebral particularmente construido. La matemática, la lógica y las leyes morales son el producto de una trama física particular que es nuestro cerebro diseñado por el código genético. No comprendemos cómo el cerebro programado puede producir esto porque se desconoce aún la microfísica en profundidad, cuyas acciones ocurren en nuestra trama psicógena en nivel angström, en nivel quark. Ahí está el secreto de todo, y esta ignorancia no nos autoriza a echar mano de un principio espiritual para explicar el misterio de nuestro pensamiento, porque en este caso estaríamos otra vez haciendo una petición de principio, es decir, aceptando de antemano algo que tenemos que demostrar. Yerra entonces la teología cuando afirma que "la naturaleza humana constituye (tan sólo) el soporte de la ley natural, pero no su causa!" 1. Esto es totalmente falso. Al principio de este capítulo (pág. 169) he anticipado dos argumentos antimetafisicos. Uno de ellos ya está expresado. 2) Con respecto al segundo, basta racalcar lo que advertimos en el 1 Ángel González Alvarez, Tratado de metafísica-Teología natural, Madrid, Gredos, 1968, pág. 301. (La bastardilla es mía)
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capítulo III de la Primera Parte del Libro II relativo a las críticas a la admisión de una creación continua mediante el mecanismo de la evolución, donde se pone en tela de juicio la eticidad del propio supuesto autor de la creación al permitir el error, el sufrimiento y la injusticia. Ahora ha llegado el turno de hacer extensiva esta falta de eticidad al modelo de creador que sostiene la teología clásica, aquel que, cual mago hace surgir el universo de la nada. Si la supuesta creación divina por evolución —según los que sostienen el creacionismo evolutivo— involucra el ciego tanteo, el error, la injusticia, no menos debe admitir todo esto la otra posición que sostiene el creacionismo fixista, a causa del estado actual del mundo. En efecto, el mundo se halla plagado de brutalidad, crueldad e injusticia según ya hemos visto en la Primera, Segunda y Tercera Partes del Libro II, y esto no es ético ni mucho menos. Esto significa, por si el lector no lo ha advertido, que el propio modelo (el creador) no es ético. Con lo antedicho he rebatido el argumento expresado a favor de la teodicea relativo a la moral como prueba de la existencia de un "Gran Legislador". Esto se ha visto en el capítulo III de la Segunda Parte del Libro I y en consecuencia también lo argumentado en el capítulo II, ibídem, relativo a la lógica y la matemática.
Capítulo III
El fracaso de la prueba fundada en las supuestas verdades eternas y el escollo de estas para la teología "El todo es mayor que la parte"; "dos más tres son cinco"; "la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos ángulos rectos"; "todo agente obra en vista de un fin..." ¿Son éstas verdades eternas? Si lo son, ¿coexisten con el dios idealizado como eterno, desde la eternidad? ¿No fueron creadas por él entonces? Si están fuera de él, por consiguiente hubo desde siempre algo más que un dios solo, quien en un momento dado crea el mundo y se acompaña de él. Ese ser fue acompañado de verdades eternas a las cuales en cierto modo estuvo sujeto en el supuesto acto de la creación. No pudo hacer que la suma de los ángulos de un triángulo no diera dos ángulos rectos; ni pudo impedir que la cuadratura del circulo fuera imposible, ni anular la regla de sabiduría que expresa: "el bien que dura es preferible al que pasa". Tuvo obligación de sujetarse a esas verdades y crear un mundo ajustado a ellas, no cualquier mundo. Luego ese dios no es absoluto. Se trata de un creador condicionado por algo que estaba más allá de él, es decir el mundo de los posibles. Se vio compelido por la factibilidad hallándose absolutamente obligado a renunciar a los imposibles. No pudo crear lo imposible. ¿Qué clase de ente totipotente seria éste, entonces? ¿O es que, al fin, esas posibilidades son él mismo, o mejor dicho forman parte de su naturaleza? "Si la verdad existe por encima del espíritu, hay que identificarla con Dios: pues el Creador tiene que haber contemplado la razón de las cosas que producía y no las ha podido ver fuera de sí mismo: suponerlo seria sacrilegio", dice Grison.1 Vamos a recordar que en realidad no existen tales verdades eternas, sino tan sólo verdades circunstanciales, transitorias como las leyes físicas de que ya he tratado. Así, dichas verdades existirán en todo caso únicamente en la mente humana, hasta tanto la Humanidad 1
Michel Grison, Teología natural o teodicea, Barcelona, Herder, 1968, pág. 86. (La bastardilla es mía)
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no se extinga, o hasta tanto esta porción del Todo universal que nos rodea presente las características naturales que nos obliguen a aceptar que hay objetos, cosas para contar y pensar... En realidad las supuestas verdades eternas ya han sido rebatidas en el capítulo VI de la Tercera Parte de este Libro II relativo a la circunstancialidad y transitoriedad de las leyes físicas que rigen el Universo de galaxias y la vida. En la página 157 he señalado que desde el momento en que todo cambiará como las leyes físicas, químicas, biológicas y psíquicas, tambalearán también los valores tenidos por eternos ya que no habrá más objetos y ni siquiera seres que puedan concebir un triángulo. No obstante haber sido esto ya tratado, en virtud de hallarnos ahora en este nuevo capítulo dentro del tópico metafísico, vamos a suponer que hubo una creación a pesar de todo, pero que las "verdades eternas" en lugar de separadas se hallan en la propia naturaleza del creador. Entonces esta clase de dios tuvo que haberlas extraído de sí mismo y lanzádolas hacia el mundo durante el acto de su creación, o bien ajustar a ellas el mundo, ya que de otro modo éste sería imposible. Pero aquí surge un interrogante. Si este presunto creador existió como se dice, desde siempre en la eternidad pretérita, ¿para qué necesitaba él de esas verdades eternas antes de ser creado el mundo si no existía nada, ningún objeto ni ser inteligente consciente fuera de él y por ende tampoco el engaño? Si lo verdadero también implica un contrario que es la falsedad, entonces cabe la pregunta: ¿de dónde nació la posibilidad de lo falso? Si no existía más que este creador solo, antes del acto creativo, la falsedad no podía hallarse en su naturaleza junto a la verdad porque ello contradice a la teología. Pues entonces o la anti-verdad estaba desde siempre paralela a él, o apareció con el mundo durante el acto de la creación. Pero esto último es imposible porque implicaría una creación ipso Jacto de la posibilidad de lo falso por parte de un ser que es la purísima verdad. Pero esto no es todo. Si continuamos analizando estas cuestiones caemos nuevamente en la cuenta de que, aunque se hallen integradas a la naturaleza del presunto creador esas pretendidas "verdades eternas", por sí solas condicionan a ese dios, quien tuvo que ajustar el mundo a ellas. No pudo ir más allá de los posibles y realizar lo imposible. Lo posible está siempre por sobre él. Lo mismo si se tratara de una creación ipso Jacto tampoco le seria posible sustraerse a los posibles. Esto es si dichas verdades en lugar de hallarse en él para emanar de su propia naturaleza, o de encontrarse fuera de él desde la eternidad, fuesen creadas como algo nuevo en un
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momento dado para la eternidad del futuro, aun así los posibles siempre lo condicionan. No puede hacer que el pecador absoluto no arrepentido merezca un premio, ni que el probo absoluto sea reprobado. Sean o no pretéritamente eternas las supuestas "Verdades eternas", estén o no añadidas a una supuesta naturaleza divina, ello no impide la gravitación de los posibles sobre el acto creador de un mundo lógico, quitándole así el carácter de libre absoluto al presunto hacedor. Además, y esto ya es paradójico, es la misma teología la que desautoriza cierto argumento relativo al tema cuando expresa: "Si separamos a la verdad (verdad eterna) del ser en que se realiza (el hombre) resulta imposible introducirla en una prueba de la existencia de Dios", razonando así: "suponiendo que en un momento dado nada fuera verdad, esto seria aún una verdad; de donde se pretendería concluir directamente a la necesidad de una inteligencia eterna"2. Y también: "El argumento que pretende pasar a Dios desde las verdades eternas, por su carácter de interna necesidad en un orden inteligible-ideal, sin "descender" a su real fundamentación noética, en el ser como tal, verifica un tránsito de lo ideal a lo real, sin posibilidad de justificación" 3. Tan sólo en el sujeto que piensa estas verdades, que las abstrae, y en quien se "realizan", es posible, se dice, llegar a la realidad de un dios por vía de la causalidad, pero para decepción de esta última esperanza teológica en esta cuestión, debo remitir al lector nuevamente al capítulo I de esta Cuarta Parte, donde pongo de relieve el relativo y nada fiable mecanismo de nuestro raciocinio y de la "idealización". Y precisamente es en la dimensión de lo ideal donde se hallan las denominadas "verdades eternas", por cuanto son relativas.
2
Michel Grison, Teología natural o teodicea, Barcelona, Herder, 1968, pág. 84. Ángel González Alvarez, Tratado de metafísica-Teología natural, Madrid, Gredos, 1968, pág. 287. (La bastardilla es mía) 3
Capítulo IV
El fracaso de las pruebas tomistas de las cinco vías1
la. Vía: Prueba por el movimiento, que dice: a) Es evidente, nuestros sentidos lo atestiguan, que en este mundo algunas cosas se mueven. b) Pero todo lo que se mueve es movido por otro. c) Ahora bien, si lo que mueve a otro, es a su vez, movido, es necesario que lo mueva un tercero, y a éste, otro. Mas no se puede seguir indefinidamente, porque así no habría un primer motor, y por tanto tampoco habría otros motores, puesto que los motores segundos sólo mueven en la medida en que son movidos por el primer motor, del mismo modo que el bastón no se mueve si no es manejado por la mano. d) Por consiguiente, es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie, y éste es el que todos entienden por Dios. Este argumento, tan convincente para la mentalidad de la Edad Media, hoy cae verticalmente por su base ante la Ciencia Empírica. Hoy la mecánica moderna reconoce la espontaneidad en el movimiento de los sistemas materiales, es decir la no-causalidad, y rechaza la máxima escolástica que dice: Todo lo que se mueve es movido por otro"2. Por otra parte, ¿de dónde dedujo Tomás de Aquino que la inmovilidad absoluta es posible en el universo? Basta con atribuir a la sustancia universal una naturaleza dinámica eterna para invalidar la hipótesis de un "primer motor". El cero absoluto (inmovilidad absoluta) no existe en ningún rincón del universo. El estatismo absoluto no es posible entonces, y todo es movimiento eterno3. De lo único que pudo haber extraído ese teólogo la idea de la inmovilidad absoluta, es de una engañosa visión del mundo de los objetos, y por consiguiente se equivocó garrafalmente. 1
Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, y Suma teológica. Mario Bunge, Causalidad, Buenos Aires, EUDEBA, 1972, pág. 122. 3 Cf. Ladislao Vadas, El universo y sus manifestaciones, Buenos Aires, Sapiencia, 1983, Primera Parte, Cap. III. 2
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Si se supone que una bola se halla inmóvil sobre la mesa, para que se mueva necesita de un empuje, de algún "motor" que le comunique el movimiento. Pero resulta que ni la bola puede hallarse jamás inmóvil porque es arrastrada por los múltiples movimientos de la Tierra (rotación sobre si misma; nutación; traslación alrededor del Sol; desplazamiento en el espacio arrastrada por este astro; acompañamiento del movimiento galáctico, etc. etc.) ni los átomos que la componen se hallan quietos. Nada hay inmóvil en el Macrouniverso y si éste es eterno, también lo es su propio dinamismo. Aparte, modernamente, ya sabemos que de acuerdo con la teoría del big bang y del "universo pulsátil", es posible que el universo de galaxias, en virtud de la gravitación y de la fuerza centrífuga, puede darse "cuerda" a sí mismo, sin necesidad de primer motor alguno. En consecuencia, las dos fuerzas que forman un ciclo, la de la eterna gravitación universal que condensa en forma centrípeta la materia de todas las galaxias, y la de repulsión originada por dicha concentración, que expande la materia, explican tan satisfactoriamente el automatismo del universo que no hay cabida para la intervención de dios omnipotente alguno. 2a. Vía: Prueba de las causas eficientes del ser, que dice: a) Comprobamos, al observar las cosas sensibles, que hay un orden entre las causas eficientes... b) Pero, lo que no se da y que no es posible, es que una cosa sea la causa eficiente de sí misma, la cual la supondría anterior a sí misma, cosa imposible. c) Ahora bien, no es posible, tampoco, que nos remontemos hasta el infinito en las causas eficientes: pues, entre todas las causas eficientes en serie, la primera es causa de los Intermediarlos y tos intermediarlos son causa del ultimo término, cualquiera que sea el número de los intermediarlos, tanto si son muchos o solamente uno. Por otra parte, si suprimimos la causa, suprimimos también el efecto. Por lo tanto, si no hay primero en el orden de las causas eficientes, no habrá ni último ni intermediarios. Ahora bien, remontarnos hasta el infinito en las causas eficientes sería suprimir la primera; por consiguiente, no habría ni efecto último, ni causa eficiente intermediaria, lo cual es evidentemente falso. d) Por lo tanto, hay que suponer necesariamente una causa eficiente primera a la cual todos llaman Dios. Este argumento que parece ser tan firme y seguro a primera vista, palidece ante la concepción de "causa" y "efecto" que se tiene hoy día. En primer lugar, debemos abandonar la clásica idea de causa y
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efecto que requiere de pasado, presente y futuro. En segundo término, es necesario formarse una noción de complejidad, concomitancia, continuidad y de influjo recíproco o relatividad en los acontecimientos tal como ocurren. Lo primero significa que el pasado y el futuro no existen, a no ser como retenciones mentales o cálculos de los sucesos respectivamente. Hay una constante proyección hacia el "futuro" en los acontecimientos, y lo que denominamos causas ya son al mismo tiempo efectos de modo que no hay ni causas ni efectos sino continuidad de acaeceres. Casi podríamos afirmar que no hay pasado, presente ni futuro, a pesar de tener la impresión psíquica de que hay un tiempo que avanza del pasado hacia el futuro. No hay tal paso de algo exterior (tiempo) al espacio-tiempo como si el movimiento se realizara en un tiempo separado. En todo caso habría que hablar de un eterno presente. Lo segundo significa que todo acaecer se halla enclavado en un entorno del cual recibe influencia. Cada una de nuestras células, cada molécula que la compone, cada átomo que subyace, cada quark, se hallan influenciados por el medio en que se encuentran inmersos y a su vez influencian en cierto modo al entorno. Si amalgamamos todas las cosas, esto es la ausencia de causa y efecto con la complejidad, la continuidad y la relatividad o influencia mutua de los acontecimientos, sólo nos queda un proceso universal que se basta a sí mismo como "causa" de los hechos, aquel proceso de que he hablado al principio, esto es nuestro universo de galaxias con sus influencias locales enclavado en un Macrouniverso que contiene también sus procesos locales más allá de las galaxias. Si a esta idea añadimos el antedicho dinamismo universal, mal podemos hablar de una causa primera. Todo proceso se debe a distorsiones locales de un Macrouniverso en perenne acción, y nuestro episodio supersol, que es un breve chispazo en la eternidad, tiene por propia "causa" la complejidad de la naturaleza universal y su dinamismo. En cuanto a las causas eficientes, éstas no se ven en el universo donde todo procede por tanteos, donde hay accidentes, eliminación de procesos y transitoriedad de lo mínimo ordenado por azar. En los capítulos relativos a "las pruebas astronómicas de la no existencia de un dios" (Tercera Parte del Libro II) ya hemos visto con mayor claridad la innecesaria concurrencia de alguna causa primera para explicar una supuesta serie de "causas" y "efectos". En cuanto al punto b), carece de fuerza por su ingenuidad y vacuidad desde que pone como ejemplo algo que no existe: un objeto anterior a sí mismo, y pierde de vista el hecho de tratarse en todos los casos de complejos procesos en marcha continua y no de cosas fijas o
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procesos fragmentados en lapsos temporales inexistentes. No existen objetos sino procesos, no hay cosas sino acontecimientos. Incluso una piedra es un proceso, un acontecimiento atómico que sucede porque sus elementos químicos se encuentran en interacción entre sí y condicionados por el entorno. (Una adición de calor a un sólido, lo puede transformar en gas.) Verdaderamente, el argumento de la 2a. vía consiste en una trampa mental. En definitiva, no hay causas ni efectos, sino transformación continua de lo subyacente, es decir de la sustancia universal que forma lo que denominamos cosas (procesos) y como el universo se da "cuerda" a sí mismo según lo demuestra la Ciencia Experimental (se expande y se contrae cíclicamente o saca de sí mismo actividad renovada), tampoco es necesaria ninguna causa primera. 3a. Vía: Prueba por la contingencia de los seres perecederos, que dice con la ayuda de otros teólogos: a) Entre las cosas encontramos unas que pueden ser o no ser, a saber, los seres sujetos a la generación y ala corrupción. b) Pero resulta imposible que todas estas cosas existan siempre, porque lo que es posible de no ser, alguna vez no es. c) Entonces si todas las cosas son posibles de no ser, alguna vez nada existió. Pero entonces tampoco ahora nada existiría, puesto que lo que no es sólo empieza a ser por algo que es. Luego, si nada existió, fue imposible que algo comenzara a ser, y de esta manera no existiría nada, lo cual vemos que es falso. d) Luego no todos los seres son posibles, sino que debe existir algún ente necesario. e) Pero todo ente necesario, o no posee causa de su necesidad o la tiene en otro ente. f) Sin embargo, no es posible remontarse al infinito en la serie de los seres necesarios que tienen causa de su necesidad, así como tampoco lo es cuando se trata de las causas eficientes, como se ha demostrado. g) Luego necesariamente debe existir algún ente necesario por sí mismo, que no tenga causa de su necesidad, sino que dé su causa de necesidad a los otros necesarios, al cual todos llamamos Dios. En primer lugar, para entender hoy día este argumento es necesario saber a qué llama nada Tomás de Aquino. Para este teólogo simplemente las cosas o son o no son, y punto. Hay algo o no hay nada, pero nada en absoluto. No hay procesos, es decir no existe el átomo, los quarks, lo subyacente dinámico que interactúa en todo cuerpo, aquello permanente, la sustancia universal
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que ora dibuja un pájaro, ora un esqueleto, ora un árbol, ora una montaña, ora una estrella. Para él hay o pájaro o nada; esqueleto o nada; árbol o nada... Luego dice en el punto a), que las cosas son posibles de ser y posibles de no ser, e Ignora que se trata tan sólo de formas o estados de algo subyacente, la materia-energía o más profundamente la sustancia universal. Luego, según el punto c) cuyo argumento resulta verdaderamente infantil, ya entonces es posible la nada absoluta, y tampoco ahora existiría nada si no fuese porque un ser necesario por sí mismo lo hubiese creado todo. Aquí se evidencia la falacia, es decir el fundamento falso en que se apoya el sofisma. Si la nada no existe, e incluso el vacío es algo, mal podemos deducir que el universo surgió de la nada absoluta a partir de la voluntad de un ente creador todopoderoso y eterno. Más bien adjuntemos tal eternidad a la propia naturaleza universal que permanece cuando se modifican las formas y obtendremos la no necesidad de un ente creador. O en otras palabras, basta reemplazar al dios eterno por la sustancia universal dinámica eterna que se manifiesta multifacéticamente, para no tener ya necesidad de ningún creador y obtener así la solución del planteo tomista. Si no existen el pájaro, el árbol, la montaña, existen los quarks capaces de formar todo eso, y si no existe tampoco el quark capaz de componer átomos por ser quizás tan sólo teórico, subsiste entonces la sustancia universal dinámica y eterna con capacidad de dibujar formas perentorias como supersoles, galaxias, estrellas, planetas, hombres, etc., y punto4. 4a. Vía: Prueba por los grados de perfección, que dice: a) La cuarta vía procede de ¡os grados que se observan en las cosas. b) En efecto, vemos que las cosas son más o menos buenas, más o menos verdaderas más o menos nobles, y así con atributos semejantes. c) Ahora bien, el más y el menos se dicen de las cosas diversas según que diversamente estas cosas se aproximen a algo que es máximamente; por ejemplo, se dirá que es más caliente aquello que se acerca más al máximo calor. d) Hay, pues, alguna cosa que es verísima, soberanamente buena, soberanamente noble, y por consiguiente también, máximamente ser. e) Por otra parte, lo que se dice soberanamente tal, en un género 4 Cf. Ladislao Vadas, El universo y sus manifestaciones, Buenos Aires, Sapiencia, 1983, Primera Parte, Cap. I.
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cualquiera, es causa de todos los casos de este género, como el fuego, caliente hasta el máximo, es causa del calor de todo lo demás. f) Por tanto, hay alguna cosa que es para todos los seres causa de ser, de bondad y de toda perfección. Es lo que llamamos Dios. El teólogo Tomás de Aquino nos presenta aquí a una especie de dios radiado, comparable con nuestro Sol, cuyos rayos se debilitan con la distancia. Parte de la idea de las gradaciones del ser. Desde lo menos perfecto, lo más burdo o abyecto hasta lo más excelente. Esta idea no pinta otra cosa que un dios limitado, cual foco eminente en cuanto a foco en sí, pero que se debilita y desluce a lo largo de su creación radicalmente cada vez menos prefecta. Más grave aun es todo esto para la teología. Ese dios ya no puede participar en un todo en toda su creación como pretende la propia teología, sino que su participación es gradualmente descendente, degradada. Aquí retornamos entonces con estas ideas al dios que trata de abrirse camino, que se debate en un entorno tumescente que no es él, un ente que está tratando de dominar un caos sin lograrlo jamás plenamente, que lucha contra un medio viscoso que se le resiste. Esto y no otra cosa pueden significar los "grados de perfección" de la filosofía tomista. Si su dios está en todas partes e intimamente en todas las cosas (omnipresencia), entonces vuelvo a reiterar, éste que habitamos debería ser el mejor de los mundos desprovisto de todo ser abyecto. Además, ¿por qué semejante dios iba a crear cosas cada vez menos buenas en grado descendente? ¿Para resaltar él en todo caso como el mejor? ¿Lo lograría a pesar de deslucirse con una creación poco digna de su naturaleza? ¿Lo conseguiría añadiendo a su limitación como ente ya no todopoderoso otros defectos como la vanidad y ese apetito desordenado de ser preferido a otros llamado soberbia? Esto último lo veremos más adelante. Creo que con esto basta para anular en forma cortante la cuarta vía. 5a. Vía: Prueba por la finalidad, o por el orden en el mundo, o por el gobierno del mundo, que dice: a) Vemos que las cosas privadas de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran en vista de un fin, pues siempre, o las más de las veces, obran del mismo modo para realizar lo mejor; de donde vemos que no es por casualidad, sino en virtud de una tendencia determinada por lo que llegan al fin. b) Ahora bien, lo que está privado de conocimiento no puede tender a un fin si no es dirigido por algún ser cognoscente e inteligente, como la flecha es dirigida por el arquero.
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c) Por lo tanto, hay un ser inteligente, por quien todas las cosas naturales son orientadas hacia su fin, y a este ser lo llamamos Dios. Desde el vamos advertimos que el punto a) no refleja la realidad pues se basa en una visión antigua, muy pobre de las cosas, porque hoy podemos preguntarnos qué finalidad tuvieron millones de formas de vida extinguidas en la prehistoria; la caída de miles de aerolitos en la superficie de la Luna, de Mercurio o de Marte; las tempestades de Júpiter; la existencia de las lunas de Urano, o el planeta que acompaña a la estrella de Barnard, o los eventos de otras galaxias que depositarán su tenue influencia en la Tierra cuando ésta ya sea un páramo yermo desprovisto de vida. Pero es el mecanismo de la evolución de las especies vivientes el que corta toda idea finalista de la quinta vía tomista. El fin de todo ser viviente es su supervivencia y todo termina allí. El hombre tampoco escapa a esta finalidad. Todo el azar concluye en la posibilidad de sobrevivir. El azar, cual rayos convergentes desde el entorno semicósmico hacia la vida en la Tierra sólo posibilita la supervivencia por el bravísimo lapso de tiempo que ocupa la vida en el universo, desde su nacimiento hasta su total extinción. Las aleatorias mutaciones genéticas no obran hacia un fin porque el ciento por ciento de ellas constituyen eventos ciegos que por puro azar pueden significar alguna ventaja para el mutante. El éxito es casual y constituye una excepción. Sin embargo, el "evolucionismo" como posición filosófica (Spencer) repugna a la teología tomista que defiende la quinta vía, pero es evidente en nuestros días que la Ciencia Empírica hace caso omiso de las críticas hacia dicho sistema filosófico, porque se halla apartada 'de toda metafísica y habla de la evolución de las especies como un hecho demostrado y no como de una teoría o filosofía. Sin embargo, desde el ámbito filosófico, la rama de las ciencias naturales que investiga la evolución de la vida ha recibido andanadas tan ingenuas como la que sigue: "En presencia de las mismas condiciones exteriores dos líneas evolutivas divergentes llegan a idéntico resultado, mientras que dos líneas paralelas alcanzan resultados diferentes. La hipótesis del evolucionismo mecanicista nos llevaría a admitir, por ejemplo, que una misma causa exterior, la luz, produce, por reacción de dos fisicoquímicas diferentes, como las de un molusco y un vertebrado, dos órganos semejantes igualmente adaptados para la visión" (según las ideas de Bergson). Aquí uno se pregunta, ¿y las mutaciones genéticas? ¿Acaso los filums no se relacionan por sus bases? ¿Acaso el esbozo de la visión no
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pudo haber estado ya codificado en una forma inferior que dio origen a los vertebrados y a los moluscos aunque los ojos de ambas formas sean considerados como órganos análogos? Sabemos que embriológicamente, el ojo de los moluscos cefalópodos se desarrolla en la piel, mientras que el ojo de los vertebrados deriva del encéfalo (excepto el cristalino que procede de la piel), pero no nos olvidemos que tanto la piel como el encéfalo con esbozos de ojos se originan a partir del ectodermo. Luego en ambas formas de vida, moluscos y vertebrados, el ojo deriva del ectodermo embrionario. Evidentemente, es aquí la ignorancia del mecanismo evolutivo por parte de los finalistas lo que ha llevado a afirmar absurdamente que la luz por sí sola "como causa" podría haber producido el órgano de la visión de un molusco y de un vertebrado. Se ignora el ADN, se ignoran las mutaciones genéticas que proceden por tanteos, se ignora el código genético que puede ya estar apuntado hacia ciertas manifestaciones como la visión en formas inferiores, se ignoran los fenómenos de convergencia, se ignora que un 99,9 por ciento de las formas vivientes aparecidas sobre la faz de nuestro planeta están extinguidas por causa de su inviabilidad y que la casi nada de éxitos se deben a circunstancias puramente azarosas. ¿Se adivina en todo esto algún dejo de causas finales? Todas estas ignorancias hacen exclamar por ejemplo que: "La suprema sabiduría de Dios le ha hecho elegir las leyes del movimiento más adaptadas y más convenientes a las razones abstractas o metafísicas... Mas he encontrado que es preciso recurrir también a las causas finales y que estas leyes no dependen del principio de necesidad, como las verdades lógicas, aritméticas y geométricas, sino del principio de conveniencia, es decir de la elección de la sabiduría de Dios para quienes pueden penetrarla", (según Leibniz, Principes de la nature et de la grace, n.II). Este, aunque mal le pese a Leibniz, es un razonamiento antiteológico a despecho de haber sido esgrimido a favor de la teología , porque si analizamos en profundidad, hallamos la paradoja teológica de que ese dios "que elige leyes las más apropiadas", está fuera del marco de las posibilidades. En este caso él no es "las posibilidades", sino que éstas se hallan por encima de él, y las mejores, las más perfectas lo uncen, lo compelen a elegirlas porque son las mejores. ¿Han pensado los teólogos acerca de estas factibilidades que se colocan por encima de su dios? Según ellos nada puede estar por encima de su deidad. Tomás de Aquino dice por ejemplo en su Suma contra los gentiles (Libro I, cap. LXXXVII) que: "Nada puede ser causa de la voluntad divina".
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En resumen, tan sólo el hecho del mecanismo de la evolución, ciego y azaroso suprime toda idea de finalidad en la naturaleza. En cuanto al planteo del punto b) que compara la "finalidad" de los seres desprovistos de conocimiento con la flecha que dirige el arquero, cede ante la visión inversa del mundo. Nada tiende a un fin, nada ha sido preparado para la vida por ejemplo, ni el planeta Tierra, ni el Sol, etc., sino que por el contrario, la vida es una adaptación a un ambiente determinado. La luz no tuvo una finalidad como tampoco el oxígeno atmosférico ni la abundancia de agua en la Tierra. Son los seres quienes han encajado en estas condiciones que pudieron haber sido otras muy distintas. Esta quinta vía tomista, entonces, a pesar de los esfuerzos antimecanicistas y antievolucionistas de posteriores pensadores, sus ingenuos defensores, cae de la misma forma que las cuatro anteriores ante un análisis fundado en la Ciencia Empírica, única posición ésta válida para el hombre enfrentado consigo mismo y con su entorno5.
5 Para disipar aun posibles dudas véase el capítulo II de la Primera Parte del Libro II titulado: "Las pruebas de la evolución de las especies contra el fixismo creacionista", página 42 y siguientes.
Capítulo V
Contradicciones en la aceptación de un dios máximamente perfecto frente a las imperfecciones de su supuesta creación Uno de los clásicos atributos del dios ideado por los teólogos es la absoluta perfección. Dios es máximamente perfecto, se dice, pero ¿frente a qué? Frente a lo imperfecto por supuesto, pero ¿qué es lo imperfecto? No vamos a tomar aquí los conceptos aristotélicos de potencia y acto que esgrimen los teólogos tomistas, porque no se ajustan a la realidad. No es que la perfección se pueda medir por el acto y la imperfección por la potencia al punto de llegar a afirmar que "una cosa es tanto más perfecta cuanto más en acto es". Esto carece de sentido para la realidad dinámica de la naturaleza universal señalada más atrás al rebatir la primera vía tomista que suponía un primer motor inmóvil. Vayamos entonces al siguiente razonamiento. Si todo lo existente separado de ese dios es su propia creación, ¿de dónde surge entonces lo defectuoso, lo tosco, lo anormal, lo grosero? ¿Debe ser considerado todo esto como una parte del mundo inacabada, incompleta? ¿La creación entonces se hallaría inconclusa? Desde dos enfoques son cuestionables las cosas aquí. 1º Desde el punto de vista de la creación ex novo o de un creacionismo evolutivo. 2º Desde el punto de vista de la potencia gobernadora y providente. 1) Si éste ser creador que parte de la nada es el summum de la perfección, ¿por qué creó un mundo gradual donde existe una escala que va desde lo más tosco e imperfecto hasta lo más perfecto? Si por otra parte este ser creador se vale de la herramienta de la evolución, ¿cómo es entonces que nos hallamos aún inmersos en una obra inacabada llena de imperfecciones? Tanto en el primero como en el segundo caso es indigno de un ser absolutamente perfecto el haber creado un mundo lleno de imperfecciones.
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2) Si semejante ente gobierna el mundo con suma eficiencia como cuadra a un ser absolutamente perfecto, ¿por qué hay accidentes? ¿Por qué hay yerros en la naturaleza? ¿Por qué hay tanteos al azar en las filogénesis? ¿Por que hay ausencia de garantías para la existencia de la vida, de nuestro planeta y del sistema solar entero? Vaya la siguiente digresión de carácter dogmático. Si tal dios necesita realizar "milagros" para cambiar el curso de los acontecimientos, ¿cómo puede gobernar con eficiencia el mundo natural entonces? (Si es omnipotente y todo está "en sus manos", por supuesto que no necesitaría recurrir a la suspensión de las leyes naturales.) La teología trata de explicar todo esto echando mano de los grados de perfección. Este argumento dibuja en nuestra mente algo así como una figura con simetría radiada como aquel modelo tomista, como un foco central de suma perfección cuyos rayos se debilitan en razón de la distancia hasta la acción nula. Ese dios seria comparable con nuestro Sol, cuya potencia radiante se debilita hasta perderse en la negrura de la noche universal. Pero ya hemos visto que un ente así, limitado en su acción, no condice con aquel omnipotente dios creador y gobernador del mundo. Si por otra parte anclamos en supuestas motivaciones que no entendemos, según las cuales las cosas deben ser misteriosamente tal como son, aun esto no satisface puesto que con este criterio deberíamos también aceptar otras contradicciones en otros terrenos e incluso cosas descabelladas. No conforma porque da pie a eternos interrogantes lógicos que puede formular cualquier "criatura" inteligente, como por ejemplo éste: Si ese dios optó por crear un mundo gradualmente perfecto, que va de lo más imperfecto a lo más perfecto hasta desembocar en él como suma perfección, ¿lo hizo así con la finalidad de resaltar "El" como la suma perfección frente a algo inferior? Si esto fuera así, ya aquí tenemos entre manos a un ser que no reúne todas las perfecciones posibles, porque peca de soberbia y vanidad. Se trataría, según esta suspicacia, de un ente soberbio y vanidoso que necesita glorificarse a sí mismo y crea un mundo inferior a sí mismo; necesita también ser glorificado y reconocido como el más "perfecto" (entre comillas porque demostramos que tampoco lo es) por parte de sus imperfectas criaturas. Afirmar entonces que el mundo ha sido creado por un dios así, equivale a exclamar (por parte de ese dios): "YO, YO soy mejor que mi creación. YO ser perfecto, glorioso, soy SUPERIOR al mundo creado por MI". ¿Consecuencias? Se trataría de un dios jactancioso, es decir manchado por un feo defecto.
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Esta vanagloria de que adolecería semejante ser, atenta por partida doble contra la teología. Primero, no es posible que se tratara de un ser máximamente perfecto. Segundo, su vanagloria también seria infundada al no ser el summum de la perfección, creyendo serlo. En todo caso el sentirse de todos modos más perfecto que su creación, le ensoberbecería. Mas si hubiese creado un mundo tan perfecto como él. Si sus criaturas fuesen tan perfectas como él, ello equivaldría a decir a sus criaturas en el acto de la creación: "¡Existid y sed dioses perfectos como yo lo soy!" ¿Tendría sentido un mundo así? ¿Un dios multiplicado en cada una de sus criaturas? ¡Claro que no, salvo que semejante ente deseara abandonar su soledad! Pero si todos fuesen como él, si todos fuesen él; no habría diferencia, y ello equivaldría a ser Uno otra vez. Siempre Uno y solo. ¿Acaso se sentiría menos sola una persona cuya imagen se viera multiplicada en muchos espejos? ¿Puede ser éste el motivo por el cual este hipotético ente "ha creado" los grados descendentes de perfección hasta lo más despreciable? El teólogo debería aceptar esto, es decir, que las cosas imperfectas han sido creadas, puesto que antes de la creación del mundo, según la teología sólo existía un dios que era perfecto. Nada había fuera de él, ni siquiera las imperfecciones porque el mundo aún no estaba hecho. ¿Cómo me pueden explicar esto los teólogos? ¿No se cierra aquí toda posibilidad de aceptar a un creador absolutamente perfecto? Alguien podría añadir el argumento de que finalmente tal creador perfecto existe, porque ante la opción: o crear otros seres tan perfectos como él, (es decir multiplicarse a sí mismo sin crear nada) o crear gradaciones de perfección, decidió realizar esto último por ser más lógico que lo primero. Pero he aquí que este razonamiento acarrea más dificultades, y muy serias por cierto, que atañen directamente a la supuesta existencia de un ente supremo. Consisten en caminos que se cierran en un cuarto con paredes corredizas que aplastan al supuesto creador. En efecto. Si este ente, como ya vimos, hubiese creado seres perfectos como él, todos serían absolutamente perfectos como copias exactas de él. Se trataría del mismo ente multiplicado con absoluta exactitud como la imagen no invertida en una serie de espejos. Esto seria absurdo. Ahora bien. Si por otra parte este dios (ya condicionado por lo conveniente o por el principio de razón suficiente de Leibniz)1 tuvo que optar por crear un mundo gradual con escalones descendentes, conte1
Leibniz, Monadología, 31, 32.
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niendo criaturas inferiores a él para no ser él, entonces nos vemos ante dos cosas: frente a un dios obligado a realizar una cosa y no otra, y ante una creación indigna de un ser absoluto, pues ante un mundo plagado de cosas viles y despreciables no podemos aceptar a un artífice perfecto. Si por último creó un mundo inferior para resaltar él como el mejor pecando de soberbia, damos de bruces nuevamente con un ser defectuoso. Luego el dios creador de los teólogos no puede existir, es un imposible porque se halla como encerrado en un recinto cuyas paredes se le acercan, lo aplastan, lo trituran, lo transforman en la nada. Una pared es la falta de sentido de la creación de réplicas exactas de sí mismo para estar acompañado de ¿sí mismo? El otro muro que se le viene encima es la obligatoriedad que se coloca por encima del hacedor impidiéndole crear un mundo tan perfecto como es él. La tercera pared es la imposibilidad de la creación de un mundo pleno de vileza, abyección, bajeza, indigno de un excelso creador. Finalmente la cuarta representa la vanagloria de que estaría munido este ser de haber creado un mundo inferior para relucir él. El resultado es un dios victima de una implosión que lo aniquila. No puede existir como fruto de semejante razonamiento implosivo. Algo similar ocurre cuando consideramos el orden y el desorden en el universo de galaxias. Según la teología, si su dios estaba solo antes de crear el mundo, ¿existía ya la posibilidad del desorden? Si existía, entonces ya algo preexistía al mundo junto con ese dios. Si no existía esa posibilidad del desorden, tuvo que haberla creado ese mismo dios, de modo que no creó tan sólo el orden sino también la posibilidad del desorden. O creó todo en desorden para ordenarlo después permaneciendo aún el Universo con tendencia hacia el desorden. ¿Cómo se explica esto teológicamente? ¿No hay aquí un tremendo nudo gordiano? Si la mente humana ideó gratuitamente un ser máximamente perfecto, también cayó víctima de sus propias trampas mentales al hilvanar ideas que le conducen a callejones sin salida. ¿No nos está indicando todo esto la falencia de nuestro mecanismo mental cuando intentamos idealizar un ser absoluto que se contradice a sí mismo? En efecto, reiterando, ese ser absoluto opta por crear algo inferior a él, precisamente para resaltar "El". Pero esa creación no es digna de un ser absolutamente perfecto por cuanto no cabe aceptarlo como tal. Por otro motivo se ve condicionado. No puede crear "cualquier mundo" sino un mundo que va de lo más degradado hasta la perfección suma que falsamente se atribuye a él.
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También se dice en teología que ese dios no es tan sólo más perfecto que todos los entes reales, sino también más que todos los posibles. Y aquí viene el interrogante que empalma con lo ya dicho: ¿entonces la posibilidad limitaría a ese dios puesto que echó mano tan sólo de los posibles? Sea como fuere, más digno de ese dios hubiera sido haber creado seres Inferiores a él para destacarse de ellos, pero más perfectos de lo que son, sin esa posibilidad de la "caída" al utilizar el "libre albedrío". La creación del libre albedrío ya seria una imperfección porque permite optar por lo erróneo. La posibilidad de lo erróneo de consecuencias funestas, ya es también una imperfección en la "creación", cosa que no existía antes del acto creativo. Si el ente creador creó el "libre albedrío" y la posibilidad del error porque era lo conveniente a pesar de todo, entonces dicho creador estuvo condicionado, la conveniencia estuvo por encima de él restándole la calidad de absoluto... y así podemos continuar hasta el infinito.
Capítulo VI
Contradicciones en la aceptación de un dios máximamente bueno frente a la maldad Dentro de esta cuestión se plantea el mismo problema que en el capítulo anterior relativo a las perfecciones. Dios es bueno, se dice, y se añade que "es bueno para las cosas, porque es la causa primaria de todas ellas, y para sí mismo porque es perfecto". Y punto. Esta afirmación tomada a la ligera parece bastar para persuadir a todos, puesto que, ¿quién podría ponerse a discutir algo que convence de suyo? Sin embargo me pregunto, ¿es bueno frente a qué? ¿Frente a su propia creación donde hay maldad? ¿Frente al mundo inventado por él donde hay vileza, crueldad, egoísmo, agresividad... tanto entre las plantas y animales como entre los hombres según hemos visto en varios capítulos de las "Pruebas biológicas"? Aquí estamos en la misma posición interrogativa que al principio del capítulo anterior. El dios de los teólogos crea el mundo, luego parece renegar de su creación porque hay en ella cosas viles, repugnantes, bajezas, fealdades, malignidad... Entonces es cuando él reluce con su bondad infinita que no se refleja en un todo en su creación. Fabrica un mundo lleno de maldad para quedar él como el bueno absoluto. No podemos adherirnos aquí a la explicación tomista del mal, según la cual el mal es limitación del bien, y veremos por qué a continuación. Decir que el mal es la limitación del bien o ausencia del bien, aparte de ser una concepción unilateral, significa lo mismo que representarse nuevamente a un dios focal comparable con nuestro Sol, o cualquier estrella, cuyos rayos poseen un limitado alcance efectivo y decreciente hasta perderse en la negrura universal. Hasta donde alcanzan y según su intensidad, "hay bien". Valga esta práctica comparación con nuestro sistema solar. Si los rayos solares fuesen "el bien", entonces cerca del Sol, en Mercurio por ejemplo donde son muy intensos habría "mucho bien". En cambio en el lejano Plutón habría "menos bien" o "poco bien"; en Marte por
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ejemplo "regular bien"; mientras que más allá del sistema solar reinaría sólo el mal. ¿No es ésta la imagen que crea la idea tomista? Cuanto más cerca del ser "Perfecto" se encuentre otro ser, más bueno será, cuanto más alejado, más malo será. Tomás de Aquino dice en su Suma contra los gentiles (Libro I, cap. LXX): "... la nobleza o vileza de los seres se mide por su cercanía o distanciamiento de Dios que es la cumbre de toda nobleza". Si bien esto se podría tomar en sentido moral, Tomás de Aquino es muy claro y en el mismo capitulo expresa: "Cuanto más potente es una fuerza activa, tanto más extiende su acción a objetos remotos..." Y también: "Y de Dios distan las criaturas más nobles no menos que las últimas criaturas distan de las supremas". ¿Es correcto este razonamiento? Podría ser correcto si se tratara de un dios averroísta, spinoziano, hegeliano, teilhardiano o scheleriano, un dios coincidente con las ideas panteístas identificado con el mundo, o un espíritu relativo que usa al mundo para realizarse a sí mismo, una especie de dios que se debate en un universo que se le opone, o que "ilumina" con su perfección un limitado entorno, sumido en la noche universal, pero nunca un dios absoluto y omnipresente. Aquí es donde debemos recalar ahora. En la supuesta omnipresencia ¿Concilia con la idea tomista del límite de bien, o ausencia de bien que es lo que explica el mal? Por supuesto que no. Por el contrario, caemos nuevamente en la idea de un dios limitado. Jamás ubicuo porque hay cosas y hechos a los que no alcanza "su bondad". Esa ausencia de bien que Tomás de Aquino identifica con "el mal" no es una nada. Es algo palpable, real, que nos puede afectar. Es un objeto o un hecho que nos puede herir, atormentar, aniquilar. El mal no es ausencia, no es una nada, sino que esa palabra puede identificar un accidente, una enfermedad, un arrebato de ira homicida, un ataque de locura asesina, una injusticia... Son objetos o sujetos los que al obrar causan daño. No hay fantasmas o "entes vacuos", inexistentes, porque no les hayan alcanzado los rayos del bien, sino cosas palpables, reales, existentes, que obran o estorban, afligen, atormentan o matan. No es cierto entonces, como dice Tomás de Aquino, que "el mal no tiene ninguna naturaleza" (Suma contra los gentiles. Libro III, cap. VII). Tampoco tiene razón cuando dice que "el bien es la causa del mal", o "que el mal se funda en algún bien" (ibídem, caps. X y XI).
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Convencido de que el mal no es un ser, dice también que "lo que no existe no puede ser causa de nada" (ibídem, cap. X). Luego concluye que es el bien la causa del mal porque sus rayos de bondad no alcanzan a ciertas cosas y hechos. Luego afirma también que la causa del mal es accidental por parte del agente, con lo cual confiesa que el agente del bien por excelencia, su dios creador, causa el mal accidentalmente. Pero de todo este razonamiento tan sofistico sólo sacamos en conclusión lo ya señalado: que el dios de Tomás de Aquino es un ente limitado cuyas emanaciones de bondad no alcanzan el Todo, y que se controvierte aquí el atributo de ubicuidad otorgado a tal ente. Si se trata de un "Espíritu" omnipresente, que lo abarca todo, desde el quark hasta la más remota galaxia o cuasar, entonces no cabría el mal en el universo. Podemos pasar ahora a otra cuestión. Al enfoque ya utilizado recientemente tomando en cuenta el "libre albedrío". Lo habíamos tratado en función del error. Ahora lo relacionaremos con la posibilidad del mal. Si antes del acto de la creación no existía nada más que un dios, según afirman los teólogos, y si ese dios posee absolutamente todos los atributos de la perfección, entre ellos la bondad absoluta, ¿de dónde nace la posibilidad del mal? ¿De dónde surge la viabilidad de la bajeza, de la vileza, de los seres repugnantes, de las criaturas inmundas? Dejemos de lado lo que la mente humana en su exquisitez toma como feo, inmundo y repugnante entre la naturaleza, como el aspecto de ciertos animales y algunos actos. Esto puede ser tan sólo un modo antrópico de ver ciertos aspectos de la realidad. Vayamos al mal en si, hacia aquello que nos puede hacer sufrir, que nos puede mermar injustamente la felicidad lograda con ingentes sacrificios, aquello que nos puede sumir en la más atroz desesperación y angustia sin causa justificada. Pensemos en ese algo solapado, siempre en cierne en nuestra existencia, algo siniestro, agazapado, que de pronto nos inflige dolor físico o moral sin justificación alguna, seamos niños sin uso de razón, huérfanos o no, con uso de razón, adultos o ancianos. El "libre albedrío", esa oportunidad de elección muy cuestionada por cierto (y para mí inexistente en términos absolutos) sólo puede explicar un aspecto del mal. El de la culpabilidad individual. Ese poder de elegir entre lo bueno y lo malo, cuando se inclina por lo último, explica para muchos todos los males a los que llaman frutos del pecado. Pero según hemos visto, ello pretende esclarecer tan solo una parte del mal en el mundo, el mal justo por causa del pecado. Pero, ¿y los otros males? (La cuestión del mal en general como escollo de
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gigantescas proporciones para la teología, la veremos más adelante. Por ahora consideramos el mal sólo en relación con el "libre albedrío"). Si el dios perfectísimo de los teólogos "creó" el libre albedrío para muñir de él a sus criaturas, o si se quiere a la inversa, creó criaturas "con" libre albedrío, esta libertad absoluta para el pensar y el obrar, ¿acaso no presupone ya la existencia o la preexistencia de lo bueno y de lo malo? Lo bueno, ya sabemos que la teología lo ubica en su mayor excelencia en su dios. Pero lo malo, ¿de dónde surgió? ¿Estaba ya como factibilidad desde toda la eternidad junto con ese dios? ¿Estaba fuera de él? No, porque él era lo único existente y se trataba y se trata de un ente absolutamente bueno. ¿Estaba entonces como algo agible, oculto o latente en su propia naturaleza, como algo posible de ser lanzado a la existencia en el acto creativo? No, porque se da lo mismo que en el interrogante anterior. Un dios suma perfección no puede contener en sí el germen del mal, la posibilidad de crear el mal, ni puede producirlo durante el acto de la creación del mundo. Conclusión: no existe ningún dios como lo quiere la teología porque es un ser imposible.
Capítulo VIl
Contradicciones en la aceptación de un dios omnipresente frente a los hechos universales La teología dice: "dios está en todas las cosas íntimamente"; "dios está en todos los lugares". Esto equivale a especificar que este dios está tanto en el núcleo atómico, en el protón, neutrón, neutrino y en los quarks..., como en las capas electrónicas que rodean dicho núcleo. Se hallaría tanto en cada fotón, como en todo el universo de galaxias hasta el más alejado cuasar distante 10.000 o 20.000 millones de años luz de nosotros, puesto que también se lo imagina a este ente como inmenso, en el sentido de aptitud para existir en todo objeto y lugar. Mas, como según mi hipótesis (expresada en el capítulo V de la Tercera Parte del Libro II) el verdadero universo no termina en la última galaxia o en el último cuasar, sino que se continúa más allá como Macrouniverso, en consecuencia ese dios puede extenderse hasta el infinito, lo cual concuerda con lo que también afirma la teología: "dios es infinito" tanto respecto a la duración que se llama "eternidad" como en su sentido propio que es la no mensurabilidad. Inmensidad e infinitud se aúnan entonces en el mismo ser. Pero luego la teología se esfuerza en querer explicar en forma algo oscura que este dios inmenso, infinito y ubicuo puede estar presente en todo "sin circunscribirse a nada". También sus argumentos se tornan confusos cuando dice que tratándose de un dios incorpóreo, "debemos abandonar la presencialidad dimensiva para analizar la presencia espiritual (puesto que este dios es un espíritu separado del mundo, de su creación) o presencia en las obras por modo de causa agente". También cuando dice que: 1º) "Su presencia puede estar en los seres como objetiva como lo conocido en el cognoscente y como lo amado en el amante, esto es presencia particular". 2º) "Su presencia puede estar en los seres como efectiva por potencia, por conocimiento y por esencia, es decir en forma general". Sin embargo, si analizamos en profundidad el concepto de ubicuidad y lo confrontamos con las cosas y hechos de este mundo
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hallaremos contradicciones al vernos obligados a reconocer que ese dios, o está en todas las cosas y en todo lugar pero es imperfecto, o no está en algunas cosas y algunos lugares y por ende no es omnipresente ni perfecto. Más claramente aun. O este dios posee absoluta conciencia de absolutamente toda su creación, o la posee tan sólo parcialmente. Esto último es imposible porque le quita la omnipresencia. Sólo nos queda la posibilidad de una conciencia absoluta de Todo. Luego nada escapa a su conocimiento, ni el protón, cada protón, todos los protones, ni el quark, cada quark, todos los quarks, en una palabra sabe qué hechos produce la materia-energía total del universo en un instante dado. Luego cada átomo, cada molécula, cada célula viviente, cada organismo vivo o muerto, sano o enfermo, cada cerebro animal, cada conciencia humana, están adosados a su propia conciencia porque se halla presente a todo. No importa cómo se lleve a cabo esta presencia, por contacto íntimo, por esencia, por potencia o por conocimiento; como lo conocido en el cognoscente o como lo amado en el amante. Lo que aquí importa es que hay conciencia absoluta de toda su creación, y de que fuera de ésta no hay ya nada más que "El" mismo. No puede haber nada no conocido. Todo esto traerá, como veremos, una incongruencia con la naturaleza del mundo. Y todo se agrava aun más, porque más adelante la teodicea dice que su dios está presente en todas las cosas íntimamente, no tocando su exterioridad sino de un modo radical, profundo, penetrando su interioridad, tocando la raíz íntima. Aunque su presencia sea como se dice "por modo de causa agente", ello no quita que este ente posea una absoluta conciencia de Todo, tal como la misma teología lo manifiesta: "está por presencia, en cuanto todas las cosas están desnudas y abiertas a sus ojos por conocer todo por esencia". Ahora viene la dramática consecuencia de todo este razonar para la teodicea. ¿Cómo se entiende que un "Ente" semejante, absolutamente ubicuo, consciente de todo lo que acontece en su creación y causa agente de todo bien (¿en un mar de males permitidos que no se sabe de donde surgieron como factibilidades?) puede soportar el yerro, la tragedia, la injusticia, el cataclismo? Y... para aquellos que aceptan una fuerza maligna universal "fruto del libre albedrío", ¿cómo se puede concebir a este dios, no adosado o yuxtapuesto, sino penetrado hasta la raíz íntima en esa supuesta potencia maligna? Puesto que, o está en todos los seres o no se halla en algunos. Si se halla presente en todos, también lo debe estar en los malignos o los que usan mal del "libre albedrío". Si en éstos no se halla presente, carece entonces del atributo de la omnipresencia.
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Si está también en ellos, ¿cómo una "suma bondad", "el amor absoluto" puede hallarse penetrado hasta la médula misma del ser maligno o enraizado en la mismísima injusticia soportándola? ¿Cómo nos lo podemos imaginar introducido íntimamente, "llenando con su abundancia", en la mente de un asesino? ¿O en el cerebro de un criminal demente? ¿Cómo podemos representarnos a este ser piadoso, puro amor por sus criaturas radicalizado en el cerebro de un animal depredador carnicero que hiere o mata a sus presas sin piedad? Una criatura que si bien no posee maldad porque mata para sobrevivir no por ello deja de ser pieza clave y activa de un sistema ecológico injusto. ¿Cómo lo podemos aceptar introducido en un parásito intestinal que vive a expensas de su huésped enfermándolo; en un virus, bacteria, hongo o protozoario patógenos que se hallan conduciendo hacia la muerte a vidas útiles; en una serpiente venenosa que mata a un niño...? Si todas estas cosas son abominables para la sensibilidad humana ¡con cuanta más razón deberían serlo para una divinidad suprasensible! "Dios conoce los seres viles", dice Tomás de Aquino (Suma contra los gentiles. Libro I, cap. LXX), "porque siendo de un poder infinito en su conocimiento necesariamente éste se extiende hasta lo más remoto". Volvemos a preguntar, ¿Cómo un ser así, tan excelso como el imaginado por los teólogos podría "soportar el mundo" hallándose presente en toda iniquidad, incluso en la mente de un genocida durante las sangrientas batallas y en plena masacre? La ubicuidad atribuida tampoco concuerda con la teología tomista cuando ésta trata de explicar la existencia del mal por la ausencia del bien, pues como este dios es el sumo bien parecería ser que no lo abarca todo cediendo al mal ciertas áreas límites para su accionar. Un mal que existe precisamente como "privación de bien". Si nada escapa a este ente y tal como la misma teología lo define en cuanto se halla en todas partes aparte de encontrarse en todos los seres: "Dios está en todos los seres por presencia, en cuanto todas las cosas están desnudas y abiertas a sus ojos"1, creo que nadie se puede explicar cómo soporta el mundo ni cómo pudo haber creado semejante mundo. Tampoco se explica cómo estando en presencia en los genes de todos los seres vivientes de la Tierra, permite la mutación genética aleatoria que apunta casi siempre hacia el yerro, cuya consecuente acumulación de errores conduce al fracaso de las especies vivientes, ni cómo permite que un tumor maligno carcoma lentamente un 1
Ángel González Alvarez, Tratado de metafísica-Teología natural, Madrid, Gredos, 1968, pág. 384.
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organismo hasta su agonía extrema entre terribles tormentos estando "El" infiltrado (según la definición teológica está en todas las cosas y las células tumorales son cosas y no ausencia de bien) en esa misma masa tumoral y en cada una de sus células degeneradas, en cada una de sus mitosis equivocadas como objetos o seres que siguen un curso ciego, incontrolado y fatal, como si se tratara de otro ser vivo añadido a la victima. Ante todo este triste panorama retorna hacia nosotros como una burla aquella noción de Tomás de Aquino quien ha ideado a un dios feliz. "No sólo desea la felicidad como nosotros sino que ya la goza. Luego Dios es feliz", dice en su Suma contra los gentiles (Libro I, cap. C). Volvemos a la pregunta planteada en la Primera Parte de este II Libro, cap. XI, pág. 90: ¿Cómo podría sentirse feliz ante este calamitoso mundo por él creado? Por supuesto que aquí no podemos aceptar que sólo desea el bien para sus criaturas. Luego, en vista de todo lo expuesto, hay un máximo impedimento para la existencia de un ser omnipresente puro amor y bondad, y piedad por sus criaturas. O no es ubicuo y por ende limitado, o es ubicuo pero no bondadoso ni piadoso ni omnipotente, además de Indolente.
Capítulo VIII
Contradicciones en la aceptación de un dios inmutable y eterno frente al acto de la creación, y su presencialidad ¡Eternidad! Esta idea analizada en profundidad asombra y sobrecoge. Significa ser desde siempre y por siempre, sin principio alguno, ni fin. (Aunque también puede significar no ser). Nuestra mente acostumbrada a comprobar el comienzo de todas las cosas y su finitud, apenas sale de su asombro cuando incursiona en la idea de infinitud. Tal es así que atribuye al mundo un principio y un final. Claro. Aun antes de nacer la criatura humana comienza ya a experimentar comienzos y cesaciones. Recibe por ejemplo vibraciones, presiones o movimientos en el útero materno, que comienzan y cesan. Después de nacer nota por ejemplo que la luz comienza, luego desaparece. Lo mismo la oscuridad. Oye ruidos que principian y luego tocan a su fin. Cuando niño aún, conoce que la vida tiene un comienzo y un final; una novela, un cuento, una historia tienen un principio y un final. El día, la noche, el mes, el año, comienzan y terminan. Luego el mundo tuvo que haber tenido alguna vez un principio y deberá tener entonces por lógica también un final. Pero hay un supuesto ente ideado por los teólogos que según éstos jamás tuvo principio ni tendrá fin. Este ser eterno es su dios. Este dios, dicen, existe desde siempre, sólo, único, perpetuo, en una duración continua, simultánea, inmóvil y a ello añaden que es absolutamente inmutable, es decir que no puede sufrir cambio alguno. Nada puede acaecerle, ni siquiera una mutación intrínseca, es decir ni sustancial, ni accidental, ni moral. La inmutabilidad moral significa que incluso la voluntad libre, que por ejemplo empieza a querer lo que no quería, es un imposible. Ahora imagínese el lector a un ente así, espíritu puro, absolutamente inmutable, para quien toda mutación, todo cambio es imposible, existiendo así desde siempre, esto es desde toda la eternidad hacia toda la eternidad, siempre igual, sin posibilidad absoluta de cambio, como una realidad siempre viva, igual, idéntica y acabada a perpetuidad... ¡Pero de pronto! ¡Hay un cambio! Aparece en escena, ante ese
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"Ente", algo que antes jamás había existido: la materia-energía. Ese ser puro espíritu simple crea el mundo, es decir crea historia, algo que nunca jamás existió antes en la eternidad de la existencia de ese ente creador. ¿Alguien podría afirmar por ventura que no hubo cambio? ¿Alguien osaría sostener que en ese ser simple, puro espíritu, no ha ocurrido una novedad? ¿Alguien se atrevería a negar que en la conciencia de ese dios único (puesto que como espíritu pleno de atributos como los que le otorga la teología hasta la infinitud, debe» tener conciencia de sí mismo, de que los posee, de lo contrario no sería nada), no se ha producido una primicia, una mutación en el acto de la creación? Joseph Meréchal dice al respecto que el "dios creante" no es el mismo que "dios no creante" y "el 'cómo' de la actividad divina es para nosotros un misterio indescifrable", refiriéndose a la siguiente pregunta que le habían formulado: "¿No hay medio de concebir un cambio sin ninguna pasividad en la voluntad divina?" Y J. Javaux aclara también al respecto: "Sería necesario no admitir paso alguno de potencia a acto, ni género alguno de aventura en la actividad de Dios. Sólo podría tratarse de otra presentación de un conocimiento ya poseído, que permitiera a Dios seguir la historia de su pueblo y de las personas que lo integran"1. Aunque la idea del mundo, tan sólo como idea inmaterializada, haya coexistido dentro de esa "conciencia" por toda la eternidad anterior al acto de la creación, aun así y todo es innegable que hubo un cambio consistente en la materialización de dicha idea. Este razonamiento trae a colación varias consecuencias graves para la teología traducidos en interrogantes. Por ejemplo, ¿qué hacía su dios antes del acto de la creación? ¿Acaso se pasaba desde siempre, desde la eternidad, rumiando su idea del mundo destinada a ser plasmada alguna vez en realidad material? ¿Cómo un ser concebido absolutamente inmutable desde siempre y para siempre puede vérselas de pronto con un mundo donde comienza a existir el mal y donde aparecen criaturas con "libre albedrío" que jamás existieron antes y añaden a la inmutabilidad un episodio inédito para ese dios: la alternativa, la opción por el bien o por el mal por parte de dichas criaturas con libertad absoluta de pensamiento y acto? ¿Cómo, siendo inmutable, anteriormente a la creación, en la eternidad, no juzgaba a nadie, y sin embargo cuando aparece el ser con libre arbitrio se halla de pronto en el papel de Juez que precedentemente jamás había asumido? Y para agravar las cosas Tomás de Aquino incluye entre los 1
J. Javaux, ¿Dios demostrable?, Barcelona, Herder, 1971, págs. 365, 366.
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atributos de su dios el libre arbitrio. Dice efectivamente en su Suma contra los gentiles (Libro I, cap. LXXXVIII), que "en Dios se da el libre albedrío". Ahora bien, si ese dios puede elegir, decidir, y si una vez decidió crear el mundo, ¿cómo concilia esto con su inmutabilidad? Evidentemente, o esta clase de dios creador no existe, o no se le puede atribuir el libre albedrío puesto que toda decisión involucra cambio de pensamiento. Si antes pensaba "blanco" y luego piensa "negro" hubo mutación. Si se mantuvo inalterable desde toda la eternidad y de pronto toma la decisión de lanzar a la existencia algo desde la nada, ello implica mudanza interna en su ser, y externa a su naturaleza. No podemos aceptar tampoco ese absurdo de gigantescas proporciones en que cae la teología cuando atribuye a su dios "la ciencia de visión" de lo cual trataré detalladamente en el siguiente capítulo. Según este absurdo, ese dios viviría en un eterno presente, para quien pasado y futuro entrarían también en ese presente y por consiguiente el acto de la creación, el mundo y sus criaturas existirían desde siempre al no poder ubicar su comienzo en ningún pasado para esta divinidad. La eternidad sería entonces un mito al confundirse con el "comienzo" del mundo (¿?), ya que pasado, futuro y creación enlazados en un continuo y único presente serian la misma cosa para la conciencia de semejante ente. Sería entonces lo mismo decir tanto que el mundo tuvo un comienzo como que existe desde la eternidad; que el futuro ya es presente y que a la postre ni siquiera hay acaeceres. Nada ocurre fuera del tiempo. Intemporalidad donde se halla enclavado este supuesto ente creador a quien nada ocurre jamás. Tomás de Aquino dice al respecto: "Así, pues, por ser Dios eterno, es necesario que su conocimiento tenga la modalidad de la eternidad, que consiste en existir todo simultáneamente, sin sucesión..." Esto significa que su dios conoce todo acaecer no de modo sucesivo en el despliegue del tiempo, sino absolutamente todo a la vez porque simultáneamente abarca todos los tiempos. Este es un laberinto que no conduce a nada, pues ocluye todo razonamiento. Javaux en su obra ¿Dios demostrable? (Barcelona, Herder, 1971, pág. 367) confiesa: "... su conocimiento [el de Dios] es un Eterno Presente, existencial en todos sus pensamientos, y fundamentalmente inconcebible para los espíritus en devenir, y en buena parte abstractos, que somos nosotros. Nos encontramos ante el misterio..." (la bastardilla es mía). Después de los puntos suspensivos no sigue más, y pasa a otro apartado. Por otra parte, prosiguiendo con la serie de interrogantes que com-
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prometen a la teología, tenemos los siguientes enigmas que se plantean siguiendo el hilo de los teólogos: "Dios es simple", dice la teología, y añade, "En Dios no hay composición de partes cuantitativas" ... "en Dios no hay composición de supuesto y naturaleza" ... "el ente divino no se compone de esencia y existencia" ... ¿Qué es entonces? Es simple, no compuesto se responde repitiendo. Sí, claro, pero, ¿cómo concilla esa simplicidad con el atributo de ser inmenso si no es divisible en las partes del mundo al que impregna? ¿Cómo puede ser omnipresente en un radio de 20.000 millones de años luz (radio calculado para nuestro universo de galaxias)2 y no poder ser divisible en las partes cuantitativas donde se halla ubicado? ¿Es un punto infinito que barre simultáneamente toda el área universal material, o lo impregna todo con su esencia a pesar de no tener dimensión? Aquí continúa presente el planteo frente al atributo de la inmensidad, pues la inmensidad incluye la idea de extensión. ¿Sería entonces extenso sin límites este dios aunque no existiera el mundo? ¿O el universo está contenido en él como un punto penetrado por su esencia? Tampoco esto porque la teodicea dice que su dios "es una pura forma irrecepta, irreceptible e irreceptiva", y según esto último nada puede recibir y, por ende, tampoco contener. Entonces el mundo no puede estar contenido en "El", porque a su existencia nada puede agregársele por incidencia o inhesión, y el mundo es algo advenido por creación que no puede ser añadido a la esencia de semejante creador. Los teólogos idearon muchas cosas que plantean problemas insondables. Si su dios es inmenso, ¿qué ámbito ocupaba antes de haber sido creado el mundo es decir la extensión, si nada había más que ese dios? Si su dios es omnipresente y está en todas partes, ¿qué lugares ocupaba antes de haber sido creados los lugares? Si está en todas las cosas, ¿dónde estaba antes de haber sido creadas las cosas? Si no ocupa lugar, ¿qué es entonces? ¿Un punto divisible al infinito o un inmenso todo sin límites? En definitiva, ¿es algo o no es nada? Si no posee presencialidad dimensiva según tratan de explicar los teólogos, porque es un dios incorpóreo, entonces habrá que concluir en que se trata de un ser verdaderamente misterioso que está y no está al mismo tiempo en las cosas y lugares, o que sólo se halla 2
L. Rudaux y G. de Vaucouleurs, Astronomía, Barcelona, Labor, 1962, pág. 561.
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presente como modo de causa agente. Pero, ¿qué es ser agente? En general, es quien toma la iniciativa de una acción. Sin embargo, esto no añade nada a la cuestión de que se trata si abandonamos el antiguo dualismo aristotélico del "ser en acto" y "ser en potencia", que ya no se sostiene frente a la física actual. Un dios en acto puro no nos aclara nada, como tampoco nos convence ya la vieja noción de causa y efecto (según hemos visto en el cap. IV de la Cuarta parte de este Libro II, donde se rebaten las pruebas tomistas de las cinco vías), por cuanto debemos rechazar aquella explicación relativa a que la "virtud del agente debe estar unida inmediatamente al efecto que produce". Por supuesto que también nos vemos obligados a prescindir de "un primer motor inmóvil, como primera causa incausada" (según hemos visto también en el mismo capítulo, en el punto relativo al universo de galaxias que "se puede dar cuerda a sí mismo"). De modo que a los teólogos sólo les queda como recurso el escudarse tras la palabra misterio. Un "misterio" apenas concebible para la mente, que al fin es el resultado de sus propias especulaciones. Pero... ¿quién "le dijo" a la mente humana que puede existir semejante ente misterioso? ¿No es más razonable acaso aceptar que tales especulaciones se reducen a un absurdo mental? ¿No cuadran mejor aquí, ante este confuso panorama, las ideas panteístas que identifican al propio mundo pero ya eterno, como un dios, o con las ideas hegelianas, por ejemplo? Tampoco estas ideas son aceptables como ya hemos visto en otros capítulos (como el III de la Primera Parte del Libro II), pero no obstante ello, un universo eterno, increado, sin dios alguno ínsito o separado de la sustancia universal (materia-energía para la física), concilia mejor con nuestra razón. Un universo en eterno dinamismo creador de procesos ciegos, aleatorios, casi siempre truncos, sin sentido alguno, no obstante productor a veces de "chispazos" locales como nuestra vida y conciencia con significado para sí misma y nada más, que pronto se diluyen en la nada; un Macrouniverso caótico en cuyos puntos casi nunca pueden producirse efímeros episodios como la Humanidad con significado para sí misma mientras existe, pero que a pesar de todo se produce, todo esto, ¿no resulta más congruente que los inextricables vericuetos del pensamiento teológico que más que razonamiento semeja un dédalo en donde la razón se pierde en callejones sin salida? ¿O bifurca mil veces para dar con nuevos obstáculos que obligan eternamente a buscar nuevas salidas también siempre infructuosas, y todo encerrado en un círculo vicioso? El mismo Descartes, quien creyó haber hallado la fórmula ideal con sus tres sustancias (una sustancia infinita que es un dios, y dos sustancias finitas que no son "El", a saber el espíritu y la materia), conduce al "materialismo" y al ateísmo.
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¿Por qué? Porque ante la pregunta, ¿dónde se halla su dios?, se ve obligado a responder según sus principios: ¡en ninguna parte! Esto es debido a que, al rechazar la existencia del espacio vacío y negarse a aceptar una "extensión espiritual", no deja lugar en el universo para su propio dios que es espíritu. De este modo, a pesar de haber ideado una magnífica prueba a prior! de la existencia de un dios separado del mundo, Descartes lleva al ateísmo al excluir a su dios del mundo. Un dios que no posee extensión sustancial y, por ende, no puede estar en parte alguna.
Capítulo IX
Contradicciones en la aceptación de un dios que posee "ciencia de visión", frente al libre albedrío En la teodicea se dice que su dios, al no tener pasado ni futuro, no sólo conoce las cosas pasadas sino también las futuras. Pero añade que entonces las cosas, todas las cosas, deben hallarse contenidas en la propia esencia divina para que de este modo, conociéndose a sí mismo, las conozca. Esto lo dicen para contradecir a Aristóteles según cuya reflexión, conocer implicaría algún perfeccionamiento del sujeto cognoscente respecto de la cosa conocida. Esto por lógica restaría perfección a un dios absoluto que aún no lo conociera todo. Por ese motivo, la teodicea sale al paso y explica que siendo el mundo la obra de ese dios, ya fue conocido de antemano en la intemporalidad, antes de haber sido creado, en ese presente eterno del creador, y que por tanto ese hacedor, al conocer el mundo, se conoce a sí mismo y a la inversa, conociéndose a sí mismo ya conoce su creación sin añadir nada, ningún nuevo conocimiento a su inmutabilidad. Pero entonces es necesario aceptar lo que dice la teología: "que las cosas deben estar contenidas en la esencia divina, en Dios mismo para que conociéndose, las conozca", y agrega que: "efectivamente están en El como en su causa efectiva"1 sin advertir que esto contradice lo señalado en otra parte que reza: "Dios no es sólo irrecepto e irreceptible, sino también irreceptivo, por cuanto nada puede recibir, por nada ser determinado o completado"2. Y, sin embargo, ahora se dice que "las cosas deben estar contenidas en Dios mismo, en su esencia para que conociéndose las conozca", y estas cosas son el mundo, y resulta que el mundo que antes no estaba y ahora se halla materializado, se añade a la esencia divina, está contenido en ella como novedad material con historia. ¿Alguien podrá desarrebujar esta madeja? Menos se la podrá desenmarañar si introducimos otro enredo que se 1
Ángel González Alvarez, Tratado de metafísica-Teología natural, Madrid, Gredos, 1968, pág. 420. 2 Ibídem, pág. 351.
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origina al afirmar que el dios creador también conoce los futuros contingentes, es decir, aquello que puede o no suceder. Con respecto al conocimiento de las cosas pasadas y futuras, Ángel González Alvarez es categórico al decir: "Se concluye, pues, que Dios conoce todas las cosas que son, que fueron y que serán; todo lo que acontece, aconteció y acontecerá en el universo; todo lo que los seres hacen, han hecho y harán; todo lo que los hombres piensan, han pensado y pensarán, y todo lo que quieren, han querido y querrán; todo lo que hubieran pensado, querido y hecho si hubiesen podido, es decir, si hubiesen estado en las innúmeras circunstancias posibles"3. Todo se complica aun más si incluimos en los futuros contingentes al libre albedrío. Dice Grison al respecto: "Hay contingencia en la naturaleza: el sembrador puede conjeturar que el grano de trigo se convertirá en espiga; sin embargo, un obstáculo fortuito puede impedir la germinación. De este modo la contingencia aparece también en el libre albedrío: el acto libre no está determinado en modo alguno por las circunstancias que lo explican o los móviles que intervienen en él. En estos casos, conocer la causa, no es jamás conocer con certeza el efecto que de ella procederá. Pero Dios no conoce los efectos en sus causas, los ve como actuales, con una sola mirada que domina todos los tiempos"4. Ahora bien. Si este dios conocía desde siempre, aun antes de crear el mundo, todo el futuro hasta la infinitud, si sabia desde siempre que se iban a producir la primera y segunda guerras mundiales, el empleo de la energía nuclear para la destrucción de poblaciones humanas y cada destino de cada uno de los millones y millones de seres humanos que existieron, existen y existirán en la Tierra, ¿para qué creó el mundo y la Humanidad entonces? Esto es lo mismo que si un desvelado artista del dibujo planea en su mente durante la noche una historia completa desde el principio hasta el final, para luego, al día siguiente, dibujarla en el papel en tiras sin omitir ni añadir ningún detalle de lo concebido in mente. Para un artista así, todos los personajes de su historieta poseen ya de antemano su destino señalado. Cada personaje cumplirá allí un papel predeterminado, ningún otro rol ni acción añadidos sobre la marcha de su obra. El artista ya conoce tanto el principio, como el desarrollo y el final por haber imaginado, pensado y repensado toda la trama. La obra tendrá entonces valor como trama, como historieta, sólo para los lectores a quienes ha sido destinada. Para el artista, la única novedad que se añade 3
Ibídem, pág. 419. Michel Grison, Teología natural o teodicea, Barcelona, Herder, 1968, págs. 178 y 179. (La bastardilla es mía.) 4
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es ver plasmada en el papel su obra concebida ti mente. El desarrollo y el final carecen de Interés para él porque ya lo conoce todo. Este es un caso semejante al del dios creador y poseedor de presciencia y previsión que cita la teología. Presciencia en cuanto puede conocer lo que todavía no existe y previsión en cuanto conoce lo que sucederá. Pero hay una diferencia. Esta desemejanza se halla en que mientras el artista humano del ejemplo plasma su obra para alguien, la creación del artista divino en cambio carece de destinatario. Este dios por supuesto que no ha creado su mundo para algún espectador (¿quizás también divino?), puesto que se lo concibe como único. Ni para sí mismo, puesto que lo conoce todo al mínimo detalle. Tampoco para sus maltratadas criaturas, porque en lugar de espectadores son verdaderos actores y víctimas a la vez. Se trataría entonces de un artista solitario, sin público; un artífice que rumiaría su propia obra lo cual no tiene sentido. Ahora surgen las preguntas: ¿cabe aquí el libre albedrío? ¿No sería todo una farsa pretender que un autor de una historieta como el descrito, o el dios de la teodicea que ya sabe de antemano y desde siempre qué va a suceder en el año 10.000, en el 100.000 o en el 1.000.000... en la Tierra si aún existe, conceda libre albedrío a sus personajes? El "conocer" el mundo por parte de ese dios desde siempre, aun antes de ser creado, su presciencia, y luego el advenir y devenir de tal mundo destinado a cursar un rumbo prefijado al pie de la letra, sin desvío en absoluto de lo preconcebido, ¿no se iguala a un determinismo fatal según el cual todo, absolutamente todo deberá suceder indefectiblemente? En el terreno dogmático, cada individuo humano de todos los tiempos y lugares de la Tierra ya estaña condenado o salvado, aun antes de aparecer en el escenario del mundo. Desde siempre. Lo mismo un supuesto ser espiritual no humano destinado a la caída (ángel malo) y al arrastre tras de sí de muchos seres humanos aún no nacidos, según se cree. Si ese dios es inmutable y conoce el mundo conociéndose a sí mismo desde la eternidad, entonces también desde siempre conoce todos los errores y horrores de la Humanidad; todas las injusticias; todos los premios; todos los castigos... Y si ya lo conocía todo "in mente", ¿para qué materializó el mundo? ¿Para que los actores concebidos o pensados desde siempre, ahora de carne y hueso, neuronas y nervios, susceptibles al dolor moral y físico, padecieran "en carne propia" a sabiendas por parte de tal divinidad de quiénes se iban a condenar y quiénes a salvar? ¿Es esto ético? Sabiendo que a los seres pensados desde siempre, a multitud de ellos, les esperaba un aciago destino de injusticia y tragedia, sufrimiento, dolor moral y físico, ¿para que los lanzó a la existencia materializada? El dibujante de historietas se salva en parte éticamente porque sus personajes destinados quizás a la tragedia y a padecer la injusticia,
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trasladados al papel son de ficción y no sufren en la realidad. En cambio el dios de la teodicea no tiene perdón porque materializa seres predestinados a sufrir en "carne propia", y más vale decir que no se puede perdonar a quien no existe. No puede existir, pues un ente así sería más que misterioso e incomprensible, el colmo de la contradicción: Puro amor y bondad por sus criaturas pensadas desde la eternidad, y pura Indiferencia luego ante sus sufrimientos sin límites una vez materializadas. Pura justicia y verdad antes de la creación y pura apatía frente a las injusticias y los errores después de la creación que involucra precisamente todas estas cosas. Pura perfección antes de aparecer el mundo, pero conteniendo paradójicamente ya en sí el germen de la imperfección al pensar un mundo imperfecto, injusto, a plasmar en realidad material alguna vez. Verdaderamente en este tema tratado en este capitulo relativo a la presciencia y previsión del dios de los teólogos, jamás podremos desenredar la madeja. El padre J. Maréchal, que tanto hurgó en estos temas, confiesa modestamente: "En mi humilde opinión, el problema de la presciencia divina de los futuros contingentes — problema idéntico en el fondo al de la creación— rebasa los medios de que dispone nuestro entendimiento". (Citado en J. Javaux, ¿Dios demostrable?, Barcelona, Herder, 1971, pág. 366.)
Capítulo X
Unilateralidad de los atributos del dios de la teodicea y repaso final de los mismos En resumen, ¿qué dice la teodicea acerca de su dios, y qué podemos interrogar y responder nosotros? Dios es perfecto. ¿Frente a qué? Ante un mundo imperfecto creado por él. Dios es puro amor. ¿Frente a qué? Al odio que está en el mundo creado por él. Dios es bueno. ¿Frente a qué? A la maldad enclavada en el mundo creado por él. Dios es justo. ¿Frente a qué? A la injusticia reinante en un mundo creado por él. Dios es misericordioso. ¿Frente a qué? A la crueldad en el mundo creado por él. Dios es la verdad1. ¿Frente a qué? A la posibilidad de la mentira y el error que deben existir desde que se creó el mundo o "el libre albedrío". Dios es feliz2. ¿Frente a qué? A la infelicidad creada con el mundo en los seres vivientes... Podríamos continuar, pero estos ejemplos bastan. Todo esto nos presenta a un dios suma excelsitud confrontado siempre con algo que no es él. Pero resulta que ese algo no es otra cosa que un mundo pura vileza e iniquidad que ha salido de su propia naturaleza puesto que, si "El" es el creador de ese mundo, también debe serlo de la posibilidad de la imperfección, del odio, de la maldad, de la injusticia, de la crueldad, de la mentira, de la infelicidad, de la calda en el mal..., porque si todas estas cosas preexistieran a la creación, entonces ese dios se hallaría enfrentado con ellas como cosas fuera de él y como cosas que se iban a introducir luego en su creación: el mundo; o por el contrarío, sería también imperfecto si todas esas viles posibilidades se hallaran como potencial en su propia naturaleza. Por otra parte, si intentamos explicar esto diciendo que ese dios, al mismo tiempo que creó las posibilidades de todas esas antivirtudes, de 1 2
Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles. Libro I, cap. LX. Ibídem, cap. C.
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todos esos polos opuestos a sus propios atributos de divinidad excelsa, creó también la posibilidad de libre albedrío para sus criaturas de modo que éstas pudieran elegir entre parecerse a "El" o identificarse con lo vil del mundo, igualmente nos queda la irrefragable sensación de que semejante ente no puede producir la posibilidad de la vileza en el mundo so pena de perder sus propias virtudes de perfección. O las cosas viles se hallan fuera de "El", o "El" es imperfecto aun tildado de bondadoso, justo, veraz, piadoso, etc. , porque si "El" es todo eso, lo es frente a lo que "El" no es, pero lo que "El" no es, ¿de dónde surgió?¿Preexistió al mundo, coexistió con "El" o fue creado con el mundo? Aquí desembocamos en dos temas cruciales para la teología que vamos a tratar a continuación. Estos son el libre albedrío y el mal.
Capítulo XI
Las dificultades en confrontar el concurso divino con el libre albedrío
Entre los atributos llamados "operativos" del dios de la teología natural, se hallan la potencia creadora, conservadora, gobernadora y providente, y el concurso divino. ¿Qué es esto último, el concurso divino? "Por la creación y conservación Dios es la causa primera del ser de las criaturas; por el concurso, es causa primera de su obrar" — se dice—, y se añade: "El concurso divino es la causalidad de Dios aplicada a la acción de las criaturas"1. Esto significa que ese dios es causa de todo pensar y obrar de sus criaturas puesto que en el momento de una elección no se puede obrar sin antes haber pensado lo que se va a hacer. Si la criatura elige el bien o el mal, ¿quién elige en este caso? ¿Su dios o la criatura, o ambos a la vez ya que hay concurso divino? Vanos han sido los esfuerzos de muchos teólogos para dilucidar esta duda racional que los filósofos denominan aporía. M. Schmaus, por ejemplo, manifiesta sinceramente que "Las dificultades con que tropiezan ambas teorías (la del español Luis de Molina (1536-1600) y la de Tomás de Aquino), demuestran que el problema relativo a la conjunción y coincidencia de la libertad humana y de la causalidad divina es un misterio inescrutable. No hay solución alguna que sea capaz de disipar la oscuridad. El molinismo esclarece puntos que el tomismo deja sumidos en la oscuridad. Viceversa, el molinismo no puede explicar aspectos que quedan esclarecidos en el tomismo"2. También el español Antonio Pacios López en el apéndice de su libro El amor (Barcelona, J. Janés Editor, 1952) trata de explicarlo expresando 1
Michel Grison, Teología natural o teodicea, Barcelona, Herder, 1968 pág. 202. M. Schmaus, Teología dogmática, Madrid, L. García Ortega y R. Drudis Baldrich, 1960, págs. 155 y sigs. (La bastardilla es mía) 2
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algo así: "...a Dios se debe que sea, y a la voluntad (humana) el que sea tal: y como no puede ser tal sin que sea, ni Dios ni la voluntad pueden obrar separadamente ni aun bajo el aspecto que a cada cual le es propio". Lo cual equivale a decir que su dios da la señal de partida: ¡Sea! Luego...que sea lo que fuere (que sea tal), un acto sublime o una acción criminal. Finalmente Ángel González Alvarez en su Tratado de metafísica-Teología natural (Madrid, Gredos, 1968, pág. 518) concluye: "Sobre el modo concreto de la conciliación entre la moción divina y la libertad humana poco podemos agregar... Es demasiado densa la zona de misteriosidad que envuelve este asunto". Presciencia, previsión y concurso divinos son cuestiones que entre otras conducen a la teología hacia atolladeros muy difíciles de salvar. Es la misma mente humana la que con sus propias lucubraciones arriba a callejones sin salida a los que denomina luego humildemente misterios. ¿Fracaso de la mayéutica socrática? La metafísica se halla salpicada de aporías, y su pretensión de sacar a luz los supuestos conocimientos encerrados en la pura razón asequibles a prior!, fracasa a menudo y a lo largo de la historia, ya que, si Sócrates hubiese tenido razón, tiempo ha todos coincidiríamos en una sola verdad. En la página 37, Sócrates parecía tener razón.3 Ahora no. Esto nos hace sospechar que toda la base especulativa de la teodicea puede estar mal asentada. Si coincidiendo con Kant, es imposible demostrar la existencia de un dios mediante la experiencia. Si es imposible aceptarlo tomando como prueba de su existencia su supuesta obra: el universo, que ha dejado de ser un dechado de perfección al destruirse el mítico modelo antiguo cuando se hablaba de la pureza, perfección, inmutabilidad, orden y eternidad de los astros entre los que se entreveía un dios. Si tampoco la naturaleza de la Tierra tan llena de errores, accidentes, crueldades, sufrimientos e injusticias, como hemos visto, sirven para persuadirnos de la existencia de algún perfecto hacedor. Si por último, las especulaciones metafísicas tampoco satisfacen. Entonces nos vemos compulsados a rechazar a dicho ente como viable.
3
Véase supra, Libro I, Segunda Parte, cap. II.
Capítulo XII
Crítica del libre albedrío
No sólo las leyes penales y el castigo del culpable, sino también la mismísima razón de ser del hombre en el mundo según los diversos dogmas, se hallan asentados en la autenticidad del libre albedrío, esa libertad absoluta de elección. El asesino hallado culpable sin atenuantes es acreedor de prisión perpetua o de silla eléctrica. El que posee méritos suficientes obtenidos a lo largo de su existencia va al Paraíso o se merece el Nirvana, (también el que se arrepiente va al cielo). El culpable absoluto irá al infierno o tendrá oportunidad de reencarnarse en un ser inferior como castigo para iniciar otra prueba. ¿Pero existe en realidad y sin lugar a dudas la culpabilidad absoluta? El actual conocimiento científico hace dudar, y mucho, al respecto. ¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando tomamos una determinación? Cuando elegimos rojo o verde en lugar de marrón, ese acto, ese decidir en el instante de la elección, ¿viene de lo intemporal, de lo puramente espiritual, inmaterial, situado más allá de los átomos, de los protones, neutrones y electrones, o de los quarks y gluones que componen las neuronas de nuestro tejido cerebral? ¿O se genera en el nivel neuronal, o en el subneuronal, es decir en lo material, entre átomos, protones, neutrones, electrones o partículas subnucleares? Todo depende de nuestras creencias. Si creemos en el alma inmaterial nada puede afectar nuestra convicción de la existencia del libre albedrío. Pero si la existencia de lo espiritual se pone en tela de juicio, ya entonces la duda nos asalta. La primera posición no puede ser probada por experiencia alguna. La segunda postura, la negación de la existencia del alma, obtiene pruebas en la Ciencia Experimental. Unas pocas gotas de alcohol etílico en contacto con el tejido cerebral pueden alterar nuestra capacidad de juicio, el razonamiento, el sentido del deber y de responsabilidad y empujarnos hacia la comisión de actos que jamás seriamos capaces de realizar estando sobrios. Algo similar ocurre bajo los efectos de las drogas estupefacientes.
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Existen sustancias químicas, moléculas, átomos, que unidos a nuestro cerebro pueden alterar nuestra personalidad. Las hormonas masculinizantes y feminizantes pueden transformar la mente. La del hombre haciéndolo sentirse mujer y la de la mujer, sentirse hombre. En los estados de shock profundo no queda ningún residuo del yo que pueda testimoniar la existencia de un espíritu simple inmune a los traumatismos y a la acción química de los elementos. Sólo en los casos de muerte aparente por accidente o paro cardíaco el paciente puede recordar algunas vivencias fantasiosas porque el cerebro aún se encuentra en una actividad semejante a la onírica. Muchos autores serios1 y no serios han especulado, basados en estos casos de muerte incompleta, para demostrar que hay vida después de la muerte, pero estas experiencias no demuestran nada fehacientemente. Cuando el shock es agudo y anula la actividad cerebral por falta severa de irrigación sanguínea del cerebro, el paciente no recuerda nada. También la edad altera el carácter y la personalidad del individuo, y en ciertos estados de senilidad pueden observarse serios trastornos de la conducta que Junto con los casos anteriormente señalados contradicen toda noción de libre albedrío o responsabilidad absoluta de los actos porque confirman que el juicio, el raciocinio, el pensamiento en general y todas las facultades mentales se generan en el nivel neuronal, es decir energético subatómico. Consecuentemente, si todo eso se da en condiciones de alteración por influencias de sustancias químicas o por falta de aporte correcto de oxígeno o por sustancias tróficas al cerebro, podemos asumir que también puede darse en condicionas "normales". Normalidad que Jamás podríamos hallar en términos absolutos en individuo alguno por más mentalmente sano que se lo considere. Se hace harto difícil aceptar un funcionamiento absolutamente perfecto para organismo alguno. La normalidad absoluta no puede existir. Ni para el corazón, ni para el hígado, ni para el riñón... ni para el cerebro. Todo gira alrededor de ciertos patrones ideales de perfección que jamás organismo alguno alcanza en la realidad. De allí que sea dudoso que nuestra capacidad de Juicio, de razonamiento y de responsabilidad de nuestros actos sea absoluta. Pero no es esto todo. Además de estos aspectos fisiológicos los hay de índole genética y ambiental. No existe vaso sanguíneo, nervio, hueso, músculo... y en una palabra no hay célula orgánica no heredable. 1
R.A. Moody (h.), Vida después de la vida, México, Edaf, 1982; A. Soto y V. Oberto, Más allá de la muerte, Madrid, Edaf, 1983.
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A esta especie de determinismo o fatalismo biológico tampoco escapa nuestra mente. El tejido cerebral se hereda y con él la índole humana, la forma de ser homínida, su capacidad de lenguaje, de razonamiento, su comportamiento, etc., en niveles específicos. Son los genes los que determinan a la Humanidad con todas sus manifestaciones antrópicas que la distinguen de los psitácidos, de los felinos, de los cánidos, etc. Pero en el nivel individual no es menos fuerte la herencia. Cada individuo hereda de sus progenitores sus tendencias, inteligencia, capacidades innatas y toda una serie de características que forman el temperamento individual. Luego, sobre esta cera ya inscripta que de ningún modo es la famosa tabula rasa de muchos filósofos (la expresión "tablilla no escrita" se halla por vez primera en Alejandro de Afrodisia, comentarista de Aristóteles), se sobreimprime aquello que proviene del entorno mediante la experiencia. Así es como se forma el carácter individual. Ahora bien. Si al hecho de que ningún sujeto puede ser dueño de una capacidad absoluta de juicio, razonamiento y responsabilidad, añadimos el factor genético y el factor vivencial formativos de la personalidad individual, mal podemos adjudicar a un ser tan relativo, producto de complejos factores endógenos y exógenos, una capacidad absoluta de elección entre lo que es bueno y lo que es malo. Para un primitivo cazador de la época tribal era bueno matar al competidor territorial e incluso comer su carne, o su cerebro para adquirir su sabiduría. Para un Judío era terriblemente malo que un miembro de su comunidad fuese incircunciso. Todo esto es convencional, relativo. Vayamos ahora hacia lo que ocurre en un cerebro humano cuando éste toma una determinación que según la ley y los dogmas obedece a un acto absolutamente libre que lo puede condenar o mantener exento de culpa y cargo. Ante idénticas circunstancias apremiantes, dos o más individuos van a reaccionar, pensar y actuar de distinto modo según su dote genética, sus experiencias anteriores, y según también el estado de ánimo del momento, sin descartar tampoco el estado fisiológico circunstancial al cual puede estar o no ligado dicho estado anímico generado por felices o aciagos eventos recientes. Un individuo puede llegar a matar por una afrenta porque fue lo que ha visto en su niñez o lo que la vida le ha enseñado en su azarosa existencia en concomitancia con su innata agresividad (genética) o provocada por el ambiente formador. Otro, en idénticas circunstancias puede llegar a perdonar porque en su hogar se ha practicado esta virtud y se halla desprovisto de una dote genética agresiva y de componentes ambientales en tal sentido. Nada hay de absoluto en la determinación de ambos individuos. Nada
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hay más allá de los componentes genéticos, temperamentales, ambientales, fisiológicos, anímicos, etc. , que pueda considerarse el reino de una libertad absoluta. Por el contrario, nadie es culpable absoluto, ni inocente adulto absoluto. Todo individuo es víctima o privilegiado de las complejas circunstancias que inciden en el mecanismo psíquico de la toma de una decisión. Somos esclavos de las circunstancias, no entes absolutos con libertad absoluta. Somos fantoches cuyos hilos son manejados por los elementos, los hechos e influencias que nos dan el ser. Nada hay por encima de nosotros como proceso físico, químico, biológico psíquico que somos, y de nuestras circunstancias en las cuales nos hallamos inmersos. Cada determinación , cada elección, cada acto nuestros se forjan por concurrencia de complejos componentes que pueden provenir tanto de nuestra primera infancia como de episodios recientes que nos han impresionado. Un individuo en estado de duelo por la muerte de un ser entrañablemente querido verá todo gris a diferencia de otro que acaba de recibir una feliz nueva, ambos reaccionarán no con libertad ante un nuevo hecho que se añade a sus experiencias, sino condicionados por su estado anímico. Un niño criado en un hogar donde sólo ha existido la violencia, el vicio, la deshonestidad, podrá convertirse en un criminal cuando adulto, pero no será por ello culpable absoluto. Otro niño fruto de un hogar modelo podrá cursar una existencia honrosa sin poseer por ello mérito absoluto como si fuese todo su propia hechura. El libre albedrío es relativo. Cala hasta cierta profundidad más allá de la cual ya hay componentes compelentes que pueden venir de muy lejos, coadyuvados o exacerbados por circunstancias recientes, y todos estos factores aunados hacen que el elector no obre con libertad absoluta. Vayamos a continuación a una serie de matafísicos interrogantes como éstos: ¿Qué clase de Juego sería éste que consistiera en lanzar al mundo a seres inocentes para que tengan la oportunidad de contaminarse de iniquidad? Si nacemos inocentes, ¿por qué no permanecer así hasta la muerte? ¿No viviríamos en un mundo harto mejor? ¿Por qué crear dos polos para valorar un mérito? ¿Por qué tiene que existir el demérito? ¿No suena esto como demasiado antropomórfico? ¿No se parece a las justas deportivas que inventa el hombre para entretenerse? ¿A las carreras con obstáculos para llegar meritoriamente a una meta? ¿Por qué la prueba? ¿Para qué exponer a seres nacidos inocentes al
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peligro de tentación? ¿Para conocerlos? ¿Para saber cómo reaccionarán en la vida ante el bien y el mal con un cuestionable libre albedrío? Pero aunque el libre albedrío fuese una realidad, ¿acaso este supuesto ser creador no lo conoce todo según la idealización teológica de su naturaleza? ¿No podría haberse ahorrado entonces el lanzar a la existencia a seres condenables cuyo destino ya conocía desde siempre? ¿No suena todo esto a farsa? Empero aun si fuera así, ¿no valdría más la pena el lanzar al mundo a seres inocentes sí, tal como nacemos, pero hacia un entorno no contaminante? Un mundo de candorosos ángeles es posible, sobre todo para un todopoderoso. ¿Por qué entonces este hipotético ser no creó criaturas absolutamente buenas? Y a propósito de la "prueba en el mundo", valga la siguiente acotación al margen. Si a todos los individuos se les ofrecieran idénticas oportunidades en la vida, como en las justas deportivas que inventa el hombre, entonces de esa realidad se desprendería algún indicio del accionar de alguna inteligencia superior. Pero infortunadamente sabemos que esto no existe. Y en este sentido el hombre superaría a dicha suprainteligencia de existir ésta, al poseer capacidad de planificar mejor sus entretenimientos. Oligofrénicos y dementes tienen por cierto nulas posibilidades de participar en "las pruebas" y sin embargo sobreviven. Pero veamos esta definí torta paradoja: niños que mueren antes de tener uso de razón, ¿pasaron la prueba? En el otro extremo, ancianos de más de 80 ó 90 años con reblandecimiento cerebral, quienes ya ni saben cómo se llaman y que a pesar de todo continúan vegetando, ¿se hallan aún a prueba? ¿Qué se puede esperar de ellos en materia de libre albedrío si carecen de capacidad de claro juicio? ¿Por qué mueren prematuramente los primeros y para qué sobreviven los segundos? ¿Acaso no nos está indicando esto la ausencia de plan de prueba alguno y por ende de inteligencia suprema alguna en el papel de Juez? Si cada ser lanzado al mundo estuviera destinado a recorrer idéntico sendero sembrado de salvables escollos y tentaciones que todos los demás, entonces, ¿quién dudaría de un montaje obrado por algo superior con capacidad de juzgar los actos humanos? (en el caso de que no se los conociera de antemano en virtud de la "ciencia de visión"). Un mundo sin posibilidades de accidentes fatales para sus criaturas, por ejemplo, donde todo ser humano pudiera alcanzar una edad suficiente para pasar por idénticas pruebas, es decir un mundo exacto digno de un
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ser superior exacto hablaría a las claras a favor de este último. Pero la realidad es burda y todo sucede a la deriva azarosa. El libre albedrío no es una necesidad en cuanto opción para el bien o el mal. Ya vimos que no existe, pero aunque existiera, su necesidad o su razón de ser sería muy discutible como autodeterminación o autocausalidad frente a una deidad absoluta que ofrece a la criatura la tentación del mal o la permite. Con menos razón se sostiene su indefectibilidad cuando se le pretende atribuir el carácter de absoluto, puesto que la libertad se halla condicionada por las posibilidades. Sin embargo, aun dejando de lado estos motivos que la invalidan y suponiendo su existencia tal como la aceptan en sus términos absolutos los que en ella creen, ¿se constituye acaso en argumento con suficiente peso para descartar otras posibilidades? Puedo elegir mil cosas buenas entre millones de cosas buenas. Lo reprochable es que la elección se realice entre lo bueno y lo malo. Es la posibilidad de lo malo inventada, lo inaceptable. Lo innecesario es ese "ofrecer" a la criatura con el fin de probarla, el "fruto del bien y el fruto del mal" para que elija, para conocer si su naturaleza es buena o mala según su inclinación. Desde ya que si resulta ser absolutamente mala, no valdría siquiera la pena de lanzarla a la existencia. Si es mala pero puede arrepentirse y ser luego buena, entonces se justifica ofrecerle la oportunidad. Esto marcharía bien. Se Justificaría en el caso de que la deidad creadora no supiera el resultado. Al no conocer el desenlace, la elección del fruto bueno o del fruto malo la intriga ante lo desconocido. Justificaría la libertad absoluta, porque sólo después de la elección vendría el premio o el castigo. Pero resulta que tal como lo hemos visto en el capitulo IX, la deidad de marras posee "ciencia de visión", es decir que conoce todo lo que va a suceder, de modo que toda decisión humana carece de valor absoluto porque está ya contenida en el conocimiento de un ser absoluto aceptado como tal por los teólogos. A todas luces la existencia de lo malo se constituye en una falla del sistema del mundo, y si esta aberración fue ideada o mejor dicho estaba contenida como idea eterna en un ser eterno, ello quita existencia a dicho ser eterno como perfecto. La libertad es cara a todo ser humano. Es sagrada para la Humanidad y sobre todo valorada cuando se la pierde. Este y no otro es el motivo de la idealización del libre albedrío cuya existencia se da por sentado, se acepta de suyo. Mas si analizamos y profundizamos en su significado y vamos hasta el fondo mismo de la cuestión, hallamos que su existencia no es
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necesaria en cuanto aplicada a la posibilidad de elección del mal (con esa idea no se añade perfección al ser) ni es tampoco posible. Toda esta critica del libre albedrío no va a favor de la teología, la que en ciertas circunstancias, como la confrontación con el concurso divino por ejemplo, no sabe qué hacer con él. Por el contrario, mina de tal forma las mismas bases teológicas que todo el edificio deífico se derrumba irremisiblemente. El dios de los teólogos se convierte en una especie de titiritero o artista creador de historietas, cuyo desarrollo y final "El" ya conoce, para componer así la gran comedia conocida como la historia de la humanidad, programada, predeterminada, fruto secuencial de un determinismo fatal latente desde toda la eternidad, cuyo desenlace y final por lógica también han sido previstos por ese imaginado ente creador viviente en un eterno presente, para quien pasado y futuro carecen de sentido. Y por ende también carece de él todo accidente, toda novedad, todo lo incierto que puede advernir a continuación del acto de un supuesto libre albedrío que en realidad no existe y ésta no existencia lo anula todo, incluso a esa presunta divinidad.
Capítulo XIII
Las dificultades en confrontar la causalidad divina universal con la existencia del mal
Cuando tratamos la cuestión relativa a la omnipresencia del dios de los teólogos, este supuesto ente se nos figuraba ante el mundo como una especie de "convidado de piedra" presente en todo. En todo objeto y en todo lugar, en todo pensamiento y en todo acto, dando prueba de una insensibilidad o indiferencia pasmosa frente al ataque de un asesino hacia una inocente criatura, ante la mordedura de un ofidio venenoso de una inocente víctima, el ataque de una fiera feroz o el arrebato de locura de un indivuduo que siembra el pánico y la muerte a su derredor sin causa racional alguna. Pero ahora viene algo más grave aun. Antes se trataba de un simple espectador entremezclado en los átomos del mundo, abarcándolo todo, que estaba en todas partes del universo como ser espiritual incorpóreo y en ninguna parte físicamente, pero consciente al fin de todo lo que ocurre en virtud de su ubicuidad. Ello tan sólo restaba perfección a semejante ente, porque le quitaba el atributo de ser misericordioso y lo transformaba en indolente ante el sufrimiento y las injusticias padecidas por sus criaturas. Mas ahora vamos a tratar de un ser que, según lo pinta la teología, es nada menos que causa de todas las cosas. En efecto, la misma teología confiesa que la dificultad relativa al mal sube de punto ante un dios como causa universal de todo aquello que posee entidad. Ya hice notar que la teología echa mano de las ideas tomistas una y mil veces para explicar estas cosas, aduciendo que el mal carece de ser y que se trata de una limitación de bien o una privación de una perfección. Pero con este argumento no estamos en ninguna otra parte más que al principio, pues el problema tiene dos nombres. Se llama causalidad y permisión. ¿Por qué un ente todopoderosos permite la "privación" de una perfección debida? La explicación es un tanto ingenua porque parte de un hecho comparativo.
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El ser finito (el hombre, por ejemplo) como causa produce accidentalmente privaciones que se revelan en sus efectos defectuosos. Así también la divinidad como primera causa productora de todo ser finito parece "olvidar" u "omitir" alguna perfección, y en ello consiste el mal físico. ¿Es convincente esta explicación? Yo creo que no, porque el "ente finito" es falible; en cambio el susodicho ente infinito posee el atributo de la infalibilidad. Si existiera, jamás podría privar accidentalmente de perfección alguna a sus obras. También se ensaya otra explicación. Se dice que el mal físico se justifica como secuela de la limitación de la criatura. Esta limitación es lo que "hace resplandecer mejor el orden universal". "Dios crea un cosmos y no un caos, un universo ordenado y no un mundo sin medida. Pero el orden implica jerarquía y subordinación de lo inferior a lo superior"1. ¿Es convincente este argumento? Creo que no porque aun así, de todos modos no se salva dicha deidad de haber creado lo Jerárquicamente más bajo, vil, es decir, el mal para que "resplandezca el bien". Luego desesperadamente y ya sin fuerzas se añade que: "Vivimos en un mundo donde la muerte de unos seres sirve a la vida de otros, y donde la parte está al servicio del todo. El mal del individuo es asumido en el bien del conjunto, como el dolor de una parte sirve a la totalidad"2. No veo cómo el sufrimiento hasta límites terroríficos puede justificarse para el bien de la totalidad. ¿No bastaría un susto, un dolor soportable para aleccionar al individuo en la vida? Y los seres que sufren horrores y mueren en las guerras, lejos de sus familiares, ¿a quién benefician? ¿Sirven para que otros puedan vivir? Puede que sí y puede que no. Todo es relativo. Los ancianos desprotegidos ya sin familiares que agonizan durante largos meses o penan durante años; ¿hacen más feliz al conjunto de la Humanidad? También añade la teología como para dar punto final al problema del mal físico: "El dolor, el mal y hasta la muerte misma pueden ser la condición de una existencia superior para la misma criatura. Cuando se trata del hombre parece indudable que el centro de gravitación de la vida, distendida entre el pasado, el presente y el futuro, se encuentra precisamente en este último, más allá inclusive de la muerte. Sólo a esta luz podemos valorar rectamente la vivencia de los males presentes y el recuerdo de los de lores pretéritos"3. 1
Ángel González Alvarez, Tratado de metafísica - Teología natural, Madrid, Credos, 1968, pág. 521. 2 Ibídem. 3 Ibídem.
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Estos argumentos, cada vez más débiles no se sostienen porque de ese modo señalado, aquel inocente que ha sufrido más horrorosamente, tendrá igual mérito en la supuesta vida después de la muerte, que aquel inocente que ha llevado igualmente una vida digna pero no ha sufrido tanto. Si por otra parte, el motivo del mayor sufrimiento del primer individuo fuese el otorgarle en la otra vida una mayor recompensa, igualmente se caerla en una injustificable situación preferencial con respecto al segundo. Esto no tiene sentido, porque contraviene y desnaturaliza todo esfuerzo por lograr una existencia honesta a través de las tentaciones y oportunidades para el mal obrar a fin de recibir un premio Justo. Otros, niños incluso que no han tenido tiempo de cursar todas las pruebas de la vida, al morir entre horrendos dolores, ya por este mismo motivo merecerían lo que otros se han ganado luchando contra el arrastre hacia el mal, y quizás más que éstos. Pero si a pesar de todo se pretende afirmar que sólo la supuesta deidad conoce los "corazones" de sus criaturas y sabe cómo obrar con cada una de ellas en particular "para hacer Justicia", esto consiste en tan sólo una suposición carente de toda prueba. Además, ya sabemos a ciencia cierta y por experiencia de las injusticias que padecen niños con o sin uso de razón, adultos y ancianos. Bastaría realizar una especie de encuesta o estudio socio-psicológico y biográfico tomando como base cierto número de individuos extraídos de todos los ámbitos del planeta para confirmarlo. Para colmo, Tomás de Aquino en su Suma contra los gentiles (Libro III, cap. LXXI) dice que "Hay en las cosas muchos bienes que no existirían si no se diesen ciertos males; por ejemplo, no existiría la paciencia de los justos sin la maldad de los perseguidores, ni tendría lugar la Justicia vindicativa sin el delito; y entre las cosas naturales, no habría generación de muchas cosas sin la corrupción de otras". Sin advertir que por una parte es antitético y en cierto modo maquiavélico valerse de la injusticia para obtener la justicia, y por otra parte que todo esto condiciona a su dios y le obliga a echar mano del mal, de la Injusticia, de la corrupción, para lograr el bien cuando este ente es situado precisamente por encima de todo y en virtud de ser todopoderoso y ético por excelencia debería entonces haber creado el más Justo y bueno de los mundos sin apelar a la injusticia, al delito y al dolor sin limites. A. Pacios López en El amor4 intenta explicarlo así: "Dios pone formalmente el bien, y a eso dirige su actividad; la voluntad pone formalmente el mal, el desorden: y del concurso de los dos sale el acto libre pecaminoso, el desorden moral, que se imputa a la voluntad (humana) y 4
Antonio Pacios López, El amor, Barcelona, J. Janés, Editor, 1952, pág. 626.
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no a Dios, porque en cuanto tal desorden moral es obra exclusiva de la voluntad, que pudo poner un orden bueno, aunque es Dios quien presta la realidad a esa relación desordenada; pero no es mala por ser real -bajo ese aspecto es buena-, sino por ser tal relación". Es como si se dijera que ese dios "lanza la piedra al azar", luego ya no se responsabiliza más. Caiga donde cayere, eso ya no le incumbe. ¿Sería ético este proceder? Pero hay más. Tampoco sería así analizado desde otro punto de vista, el de la previsión de ese dios. En efecto, este dios "lanza la piedra", presta concurso a la voluntad, la motiva y en realidad es la causa del acto voluntario porque "El" es la causa del ser de la acción de sus criaturas, pero resulta que "El" conoce perfectamente qué va a ocurrir, a dónde va a caer la piedra, en virtud de su "ciencia de visión", en consecuencia si va a caer mal "El" ya lo sabe desde siempre. Entonces, ¿cómo queda la explicación de A. Pacios? Mal parada, por supuesto, porque todo mal acaecido y por acaecer en el mundo ya ha sido como "orquestado" desde toda la eternidad por su dios, o al menos conocido de antemano, por cuanto todo mal aparecido a continuación del acto del libre albedrío carece de sentido novedoso para ese dios que ya contaba con su producción. Esto combina bien con aquel determinismo fatal biológico-ambiental de que he hablado en el capítulo de la crítica al libre albedrío (pág. 212 y sigs). No hay salida para la teología. Todos los caminos se hallan bloqueados cuando se trata del tema del mal y la causalidad divina.
Capítulo XIV
La existencia del mal, escollo de gigantescas proporciones para la teología La aporía del conocimiento divino y el mal. La aporta de la universal causalidad divina y la existencia del mal. La permisión divina del mal. Estos son problemas y "misterios" insondables para la teología. "El mal no tiene ninguna naturaleza". "El mal se da en las cosas inintencionalmente". "En las cosas naturales el mal accidental sólo puede ser efecto del bien". "El mal es privación de un bien". "Ningún ser en cuanto tal es malo". Así por el estilo Tomás de Aquino ha tratado de salir del atolladero. Pero sea como fuere, lo realmente grave es aceptar un dios puro amor, que no obstante permite el mal. Esta permisión es lo dramático, lo que de suyo aterra a los teólogos, y para los analistas no teólogos constituye un factor que anula a ese dios puro amor para transformarlo en un ser monstruoso, quien impasible, inconmovible, displicente, sordo y ciego ante lo inicuo continúa causando actos preconocidos que se bifurcarán por uno de dos senderos, el de la benignidad o de la malignidad. Sin intervención alguna en el segundo caso porque en su eterno presente en que "vive" este ente ya todo ha ocurrido, aun aquello que sucederá en el orden temporal dentro de 20.000 millones de años, por ejemplo. ¿Hay forma de salir de este contrasentido o debemos negar categóricamente la existencia de un ente Ideado de esta manera por la mente de los metafísicos? Todo este panorama se complica y agrava aun más cuando se pretende, como Grison lo formula, que los males tienen como causa alguna culpa, la que si no es hallada en la vida del individuo hay que buscarla en los orígenes de la Humanidad. "¿Es verdad que nuestros sufrimientos y sus causas tienen su origen en el pasado? Sí, de hecho es así", afirma categóricamente Grison en su Teología natural o teodicea (Barcelona, Herder, 1968, pág. 223). Luego añade: "Un sujeto puede sufrir una pena por una falta que le ha alcanzado realmente y que lo ha manchado: [esto es el] pecado original transmitido en razón de nuestra solidaridad misteriosa con nuestro primer padre"
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Aquí, en este punto, la razón choca frontalmente con el absurdo. ¿Cómo concebir que cada uno de los millones de seres humanos no bautizados pertenecientes a diversos credos entre los 5.000 millones de habitantes del globo terráqueo, más los millones que existieron en todos los tiempos y lugares del planeta que no conocieron estas cosas, más los millones que existirán en el futuro en iguales condiciones, puedan tener culpa alguna y sufrir por esa causa sin poseer conciencia de ello? Pero aquí penetramos en un terreno demasiado dogmático -de la mano de Grison a pesar de haber escrito una teología natural- que no condice con el carácter de esta obra que sólo pretende rebatir una teología desgajada de todo componente religioso específico, es decir una teología natural. Sólo conviene citar estos absurdos para prevenirse ante posibles argumentos que puedan provenir del terreno mítico con la finalidad de explicar el mal en el mundo. Dentro de la teodicea estricta, entonces, hay que destacar dos aspectos del mal que la vapulean: El enigma de su origen y el "misterio" de la permisión. El primer aspecto ya ha sido tratado someramente en el capítulo VI de la Cuarta Parte de este Libro II, pág. 193 Ahora vamos a verlo en su mayor profundidad. La teología dice que su dios ideal existe desde la eternidad y que el mundo "antes" no existía. Bien, el mundo no viene de la eternidad, al menos materializado, pero sí como proyecto, porque el dios de marras es inmutable y todo lo que aconteció y acontecerá ya es un hecho amarrado a su eterno presente en que vive. Ahora bien. A esta altura de la exposición, aquellos interrogantes de la pág. 193, ¿de dónde surgió el mal? ¿Existía ya como posibilidad desde la eternidad junto con un creador? ¿Estaba fuera de él?, se contestan solos frente a la eternidad e inmutabilidad de ese dios. Es decir que la misma teodicea tiene la respuesta: El mal estaba desde siempre contenido, escondido, adjunto, implícito o enclavado en la mismísima naturaleza de ese dios como factibilidad a revelarse, manifestarse, exteriorizarse una vez materializado el mundo posible desde siempre en la "mente" de ese dios. Pero esto además de ser algo alucinante raya en la más pura y genuina sinrazón. ¿Cómo es posible que en un ente sublime por excelencia, el bien sumo, puro amor, haya estado contenido el germen del mal a revelarse alguna vez con el mundo advenido como realidad material? Esto es un imposible absoluto. ¿Cómo es posible que en la "mente" de un ser tan excelso del cual habló Tomás de Aquino, autor de una obra monumental al respecto y digna de
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admiración, diciendo: Todo cuanto existe, existe por Dios", cómo es posible repito, que haya existido también desde la eternidad la idea "del mal en el mundo" a ser creado? "...Luego necesariamente todo lo que no es Dios ha de reducirse a él como a la causa de su existencia [...] Por consiguiente nada puede existir sino dependiente de Dios". "Las cosas imperfectas tienen su origen en las perfectas... Y Dios es el ser sumo y perfectísimo" (Suma contra los gentiles. Libro II, cap. XV). Ante esta tremenda antinomia demoledora del dios de la teodicea, no existe otro recurso que claudicar y declarar abiertamente que ningún dios de esta naturaleza puede existir. Para colmo de males, para la teología aquí se añade otro mayúsculo problema creado por ella misma: la unicidad de su dios al decir, "dios es único". Si por otra parte nos atenemos al otro aspecto del mal, en cuanto éste sería permitido por el supuesto ser divino absoluto, entonces no cabe más que adherirse a la herética posición de la existencia de dos principios eternos, el bien y el mal coexistiendo desde siempre. Ormuz y Ahrimán en eterno conflicto en medio de quienes habría que situar a la zarandeada Humanidad cuyos individuos deben "elegir" en virtud de su "libre albedrío". Ya hemos explicando que el "libre albedrío" es una falsa ilusión, como un espejismo que reconforta al viajero de la vida que es el hombre, haciéndole sentirse independiente de su entorno que le da el ser y determina su voluntad. En cuanto a la paridad de dos fuerzas potencialmente equiparadas que coexisten conflictivamente desde la eternidad, es un concepto maniqueo (relativo a la secta de Maniqueo o Manes) que es considerado herético por la teología clásica, por cuanto ya no estaríamos en presencia del dios único o tan sólo acompañado de si mismo por su ideas anudadas en un presente eterno. Se tratarla en todo caso de un dios concebido por el dualismo ya mencionado como uno de los dos primeros principios: el Sumo Bien causa de todas las cosas buenas, frente al Sumo Mal principio de todos los males. O en todo caso de un dios supremo y de varios dioses inferiores no creados, pero subordinados, con libre albedrío y por ende con capacidad de rebelarse como lo propone el henoteísmo. Estas últimas posiciones sin embargo concuerdan mucho mejor con nuestra lógica de terráqueos que la de la teodicea que refuto. Alejan toda antinomia, superan el problema de la unicidad y se evaden de toda sinrazón en que cae la posición teológica clásica y unánimemente aceptada del dios único, solitario al principio pero acompañado siempre de sus ideas del mundo por venir, con sus males y horrores incluidos, quien de pronto crea de la nada lo preconcebido desde toda la eternidad
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materializando sus ideas, y entre éstas "el mal en el mundo", cristalizado en su creación. El mazdeísmo, aun con toda su carga mítica, es después de todo más convincente por ser más racional que el tomismo, por ejemplo. Aunque hay que reconocer que la obra de Tomás de Aquino ha constituido un esfuerzo descomunal de la mente humana y posee su mérito propio como obra minuciosa, que sin embargo, analizada en profundidad se halla plagada de antinomias como las podemos hallar también en Aristóteles y Platón, dos gigantes del pensamiento. Si por otra parte nos atreveríamos a admitir una especie de dios nuevo, moderno, propio de la era tecnológica, de la ciencia, de la evolución de las especies y de la evolución del universo de galaxias en expansión. Un dios científico desprendido de toda tradición religiosa antigua para crear una especie de neorreligión, la de un dios creador único y universal válido para los cinco mil millones de habitantes del globo terráqueo, un dios alejado de toda teología clásica que pudiera coexistir perfectamente con la Ciencia Experimental, aun así pronto nos veríamos en dificultades. En efecto. Encontraríamos serlas dificultades porque si bien ese dios podría quizás coexistir en armonía con la moderna ciencia, no podría coexistir con la noción del mal, con la ética. "¿Por qué Dios nos ha gratificado con una libertad que puede ser mal empleada y a cuyo obrar pecaminoso se compromete El mismo a concurrir?", dice González Alvarez en su Teología natural, para añadir luego, "Este abuso de la libertad pudo ser impedido por Dios con sólo proporcionarnos una forma de libertad distinta de la que efectivamente nos dio. ¿Por qué no lo hizo? La sola formulación de este interrogante nos advierte de la vecindad al más impenetrable misterio del quehacer metafísico"1.
1
Ángel González Alvarez, Tratado de metafísica-Teología natural, Madrid, Gredos, 1968, pág. 523. (La bastardilla es mía.)
Capítulo XV
Resumen final de las pruebas antimetafísicas
Para terminar con ésta última parte de este libro podemos realizar un sucinto repaso, con algunos agregados, de las aportas, antinomias y absurdos en que incurre la metafísica en cuestiones teológicas. En primer lugar se habla de un dios omnipotente que se encuentra en cada objeto y lugar, y que posee plena conciencia absoluta de todo lo que ocurre en el universo, desde el más lejano cuásar hasta el núcleo de todo átomo. Pero al mismo tiempo que se le añaden los atributos de la bondad y de la misericordia, se entiende que se halla también presente en todo ser maligno o que sin serlo puede causar terrible daño por error o por supervivencia, es decir en un demente criminal, en una serpiente ponzoñosa, en el tigre, en el leopardo, en el león, en el jaguar, quienes con asombrosa insensibilidad cobran sus inocentes victimas. Lo tenemos ahí, en el mundo, presenciando sin condolerse los desastres de la naturaleza, hallándose en todo objeto o fenómeno capaz de causar accidentes como una roca por derrumbarse, un alud, un rayo, un huracán, etc. Así como también asiste conscientemente a tristes cuadros como hambrunas, pestes y cataclismos que diezman a niños inocentes y adultos justos, sin intervención alguna por su parte. Luego se dice también que ese dios no tan sólo es un "convidado de piedra" (según se desprende del razonamiento metafísico) que asiste a la escena de su mundo, sino que es nada menos que causa de todas las cosas sin poder resolverse la aporía que se presenta al confrontar este atributo de causalidad universal con el mal en el mundo. Las cosas se complican aun más cuando se dice que posee ciencia de visión, esto es que conoce todo el pasado y el futuro enlazados en un eterno presente. Luego, para enredarlo todo aun más, se le atribuye el acto de la creación del mundo al mismo tiempo que se le añade la inmutabilidad, y se genera así un conflicto entre las ideas de inmutabilidad y creación (cambio novedoso). Para tratar de arreglarlo se explica que ese dios poseía la idea del mundo con toda su historia con antelación, desde siempre, y que no hizo
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más que plasmar dicha idea en la creación. Pero se deja dé lado un problema mayúsculo. Si ese ser poseía desde la eternidad pretérita la idea del mundo a ser creado y de todo lo que iba a acontecer en él, también entraba en ella "el mal en el mundo", por cuanto este ente se transforma en el creador del mal cuando se había dicho que era absolutamente bueno. Avanzando aun más se entreveran sobremanera las cosas. Cuando la teología añade a todo esto la existencia del libre albedrío en las criaturas como el hombre, no tiene en cuenta que antes había afirmado la presciencia y previsión del supuesto creador de todo. Si este creador conocía desde toda la eternidad el mundo y todo lo que iba a ocurrir en él fatalmente, aun las decisiones "libres" de cada individuo humano, y aun quién se iba a salvar y quién a condenar (en el terreno dogmático), ¿para qué creó el mundo? Además, ¿este detalle no anula acaso la validez de las decisiones humanas al quitarles originalidad? También resulta absurdo el hecho de que semejante ser excelente haya creado un mundo a sabiendas de que sus criaturas "libres" le iban a ser ingratas, para apiadarse luego de ellas como si no las hubiese conocido antes de crearlas. Es como si un niño moldeara figurillas de arcilla poniendo al vuelo su imaginación para transformarse en un dios de sus personajes de ficción que "actuarán" Púdicamente por supuesto) de acuerdo con las directivas que la mente del niño les imponga, aun sobreañadiéndoles un ficticio libre albedrío. Es como si tal niño atribuyera maldad, ingratitud y ofensa a alguna de sus criaturas para con él, irritándose primero para condolerse de ellas después, y hacer que se arrepientan de su actitud, todo recluido en su imaginación. Así también ese dios actuaría con su creación mundanal. Luego todavía se afirma que este dios es único, que no existe ninguna otra potencia par que le pueda hacer frente, pero se acepta un principio maligno que "le hace la vida imposible" al creador del "libre albedrío". Este ente entonces crea la posibilidad del mal, luego el mal entra en acción y complica el mundo del hombre y su propio mundo creado cuyas cosas viles son despreciadas como pertenecientes a "lo mundano", como si lo mundanal no hubiese emanado de su propia naturaleza. Es decir, crea su mundo preconcebido a sabiendas de cómo iba a ser, y luego desprecia su propia creación, la menoscaba, desdeña las cosas viles como si se hubiese equivocado siendo paradójicamente infalible, pero el absurdo mayor es que precisamente desdeña las cosas viles que ya se hallaban en su "mente" desde toda la eternidad como proyectos. Y como se trata de un ser único, al fin y al cabo "El" es el autor de todo lo que no es "El" y se nos representa como un círculo vicioso o (aunque el ejemplo sea burdo) como "una serpiente que se revuelve en su propio veneno". También se dice que es un ser perfectísimo pero que crea un mundo
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Jerárquico que va desde la suma perfección que es "El" hasta lo más bajo y vil que se pueda pensar, ¿para relucir él como lo mejor? Si así es. ello le resta perfección y lo transforma en un ser henchido de vanagloria. Aparte se presenta como un ser envanecido que exige adoración por parte de sus criaturas, y no sólo reclama veneración sino también súplicas. Este engreimiento le resta aun más perfección al quitarle humildad y transformarlo en un ente munido de soberbia con un fuerte apetito de ser preferido a todo lo que no sea "El", capaz de realizar favores siempre y cuando sus criaturas se rebajen ante él. En lugar de realizar una obra digna de un artista absoluto, crea un mundo degradado que contiene criaturas imperfectas, luego lo menoscaba todo. Pero he aquí lo curioso, ¡no pudo hacer otra cosa!, puesto que si hubiese creado seres absolutamente perfectos como él, entonces serian él mismo, como sus propias imágenes espejadas, no habría otras cosas sino su propia naturaleza multiplicada. Luego se vio obligado a crear un mundo de gradaciones hasta lo más inferior. Pero un ser absolutamente excelso no puede crear lo vil porque seria indigno de él, pero tampoco puede ser obligado a hacer una cosa y no otra porque nada puede haber por encima de él ya que es el summum. Luego, tal ente que a pesar de estar por encima de todo se vio compelido ante lo inconveniente y esto se colocó paradójicamente por encima de él, es un imposible, no puede existir como lo ha idealizado la teodicea. ¡No es ni la sombra de ese dios! Pero es ese propio especular metafísico el que ha creado un ser imposible. Es la misma mente humana la que en su afán de idear el ser más perfecto posible ha creado al ente más imposible. El dios de los teólogos no existe entonces, porque es absolutamente imposible.
Libro III Meditaciones metafísicas y el futuro de la Humanidad
Capítulo I
La bienaventuranza lograda, ¿y después qué?
Después de haber expuesto racionalmente todos los absurdos que surgen cuando se confrontan entre sí los elementos metafísicos que hacen a la idealización de un ser perfecto absoluto, y luego de la confrontación de este ser así pensado con el universo, la vida y el hombre, sólo nos queda un resultado: la imposibilidad de la existencia de tal ente. Ahora cabe realizar en este libro algunas especulaciones relativas a la posición teológica dogmática desconectada de la demostrabilidad o indemostrabilidad de un dios ideal, pero que sin embargo nos conducirán igualmente hacia conclusiones de inaceptabilidad de la existencia de tal ente. Todo individuo humano aspira al bienestar. Bienestar material y bienestar "espiritual" (para mi, psíquico). A veces el bienestar material trae sosiego a la inquietud psíquica. A veces no lo es todo si entra en escena la desmedida ambición. Mientras que otras veces el bienestar mental es suficiente para el individuo aunque éste viva en la indigencia. Se dan infinitos casos diversos, pero lo que parece ser ley general es la tendencia innata del ser hacia el bienestar y esto se hace extensivo a los animales. Estos también huyen del sufrimiento, del peligro, por obvias razones de supervivencia, impulsados por el naturalmente programado instinto de conservación, ya que si así no fuera estarían extinguidos. Así es como tratan de escapar de la incomodidad, y buscan la satisfacción sexual, alimentaría, lúdica o simplemente la placidez asoleándose en paz. Pero el camino de la vida es harto espinoso para el ser, y él ser consciente, a diferencia de los animales, posee mayor conciencia del peligro. Sin embargo, también se halla munido de la facultad de soñar y así evadirse de la realidad muchas veces cruel. Como el anhelo de felicidad acucia al ser durante toda su existencia, y la paz total luego de una tormentosa experiencia Jamás se alcanza, la mente humana proyecta la bienaventuranza plena hacia otra supuesta vida más allá de la muerte. Pero lo hace sin interrogarse acerca de la Índole de tal estado de felicidad perpetua. Para el budista, por ejemplo, es el anonadamiento total. No más
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acucia, no más deseos. El Nirvana es la cesación de todo motivo existencial. Ya no más antojos ni nada que hacer. Finalmente el yo queda absorbido, y se reduce a la nada como ser consciente. Para los judeocristianos consiste en un acercamiento y una pura contemplación de la divinidad1, pero conservando su conciencia. Mas en definitiva ambos paraísos, el Nirvana y el judeocristiano constituyen la morada del aniquilamiento, el fin de la acucia existencial, el cese de toda motivación que impulsa a seguir adelante en la existencia, ya sin meta alguna, todo alcanzado y... ¡pasividad absoluta! ¡Pura contemplación y nada más! En resumen, todo sumido en una holgazanería total, en un ocio enervante que equivale a una nada existencial. ¿Alguien ha meditado acerca del significado de una situación de esta naturaleza? ¿No es acaso comparable con un estado de sopor o más bien de parálisis psíquica durante la cual ya nada motiva para ser alcanzado? Pero además, a este estado de éxtasis se le atribuye eternidad, y he aquí lo difícil de comprender cuando se piensa que un ser que otrora, durante su vida terrena, se hallaba proyectado hada un futuro siempre cambiante, novedoso, que le ofrecía motivos para vivir, de pronto se ve detenido, paralizado, sin transcurso, sin agregado de más historia ad infinitum... ¿Ha pensado largamente alguien lo que significa permanecer extático, ilapso, con todas las sensaciones exteriores anuladas, en absoluta quietud por toda la eternidad? ¿No es esto anularse de modo parecido a la absorción del Buda en Brahma? ¿No es casi una muerte, una consustanciación con la casi nada? ¿No es sumirse en un torpor ya sin estímulo vital alguno? ¿No se trata entonces de un "no a la existencia"? ¿De un "basta" a las nuevas emociones? La existencia de un ser inteligente y consciente como el hombre consiste precisamente en una constante apertura hacia lo novedoso, hacia las emociones, hacia lo espontáneo que sacude la inercia existencial. Aunque Bernhard Welte diga en su libro £1 hombre entre lo finito e infinito (Buenos Aires, Guadalupe, 1983, pág. 34), "... lo que el hombre puede realizar no puede nunca satisfacer sus aspiraciones, y lo que él siempre piensa y podría satisfacer esas aspiraciones nunca resulta para él plenamente realizable", ello no obsta para que durante el camino, mientras se va de emoción en emoción, se viva feliz en ciertos periodos, y en ello consiste la existencia, en cursar el sendero de los obstáculos de la vida, que sin estorbos carecería totalmente de sentido. La vida, cual mezcla de "parque de diversiones" con "carrera de obstáculos" adquiere sentido en el constante salvar dificultades. Si todo 1
R. deja Grasserie, Psicología de las religiones, México, Ediciones Pavlov, pág. 25a s/f.
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se hiciera fácil, llano y directo hacia toda meta, o no hubiera nada que hacer en el mundo, entonces la existencia no tendría sabor a nada. Si bien de ningún modo se Justifica el sufrimiento hasta más allá del límite de lo soportable y la injusticia más indignante de lo cual está plagado nuestro mundo, cualquier proyecto de mundo modelo o del mejor de los mundos por parte de algún ser inteligente y capaz, éste debería incluir el obstáculo en el curso de las existencias conscientes para otorgar gusto a la vida mediante el estimulo de pequeños o grandes éxitos. Cuanto más importante sea el escollo salvado, más grande será el sabor del éxito. Si no hay aliciente, si no hay nada que hacer, si no existen perspectivas de éxito a ser alcanzado, se frena toda iniciativa y se anula la razón de ser. El éxtasis infinito, la parálisis existencial por toda la eternidad equivale a una nada, por más arrobadora que fuere la perenne contemplación. El hastío y la nada son lo mismo. Sólo el hacer cosas, realizar algo que se tiene in mente da razón a toda existencia consciente. El paraíso paralizante es problemático. Sólo pensado y "dejado así" puede quedar como una sabrosa perspectiva para quien desea tener vida eterna o para quien no halla paz en la Tierra — la mayoría de la humanidad— . Sólo cerrando los ojos al ¿y después qué? puede ser subyugante esta idea, porque analizada a la luz de las razones existenciales de todo ser inteligente consciente resulta enigmática. En todo caso la Walhalla y el Paraíso de Mahoma serian "lugares" más halagadores, aunque se trate de una felicidad egoísta porque resulta de la satisfacción de gustos adquiridos en la Tierra. Sin embargo, si a esta clase de felicidad añadimos la eternidad, ¿no se caerla Igualmente en el enervante hastío? Jocosamente y en sentido figurado —y aunque no coincida con la teodicea— hasta podríamos presumir que el mismo dios de los teólogos, hastiado de sentirse solo desde la infinitud pretérita, decidió una vez crearse un mundo para complicarse la existencia y obtener emociones al lanzarse a la tarea de corregir entuertos y juzgar los desatinos instigados por un "ángel malo" y ejecutados por los hombres, y darse de este modo a sí mismo motivos existenciales.
Capítulo II
El supuesto poder satánico, ¿fuera del marco de la presunta divinidad?
En el capitulo XVII (Primera Parte, Libro II) ya he explicado, desde el punto de vista biológico, las causas del mal comportamiento humano. En este capitulo veremos cuáles serían las perspectivas racionales para aquellos que rechazan los argumentos de las ciencias naturales para explicar el mal en el mundo. Según la teología, su dios crea no sólo hombres sino también seres inmateriales, puros espíritus simples con libre albedrío. Según el dogma judeocristiano, por ejemplo, uno de esos sutiles e imponderables seres protagonizó cierta vez un episodio de rebelión, transformándose desde ese entonces en el ser maligno por excelencia, el llamado "príncipe de los demonios", quien toma para si una cohorte de adeptos también espirituales arrastrados hacia su "causa". Todos los creyentes de ese signo aceptan a un ser perverso que trata por todos los medios de atraer voluntades humanas, recurriendo a la tentación. Trato de este supuesto ser en este libro porque, considerado superior al hombre en poderes, podría ser tomado por una especie de dios. ¿Pero alguien se ha interrogado acerca de los motivos de la rebelión de este supuesto ente? ¿Lo habría hecho por envidia para obtener poder y ser como su creador? Pero el querer gobernar a otros sin ser a su vez gobernado por un superior, y sin sujetarse a él, es el pecado de soberbia y esto huele a antropomorfismo. No obstante sigamos la corriente. SI fue para adquirir poder a sabiendas de que nunca lo iba a lograr en plenitud, entonces su conducta resulta ser absurda ¿Cómo podría jamás pensar que alguna vez llegaría a ser capaz de dominar a su dios; ni tan siquiera igualarlo en poder, siendo éste absolutamente todopoderoso creador de jerarquías inferiores dentro de las cuales el rebelde estaría comprendido? Esto lo sabe la teología y lo deberla saber también el supuesto ángel malo. Todo su esfuerzo seria vano al tener su suerte ya señalada como ser
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inferior destinado a la caída final, y se trataría de un ente verdaderamente temerario, o tonto. ¿Qué otro motivo podría haberlo Impulsado a rebelarse? ¿Una disconformidad con la creación de su dios? ¿Se habría dado cuenta de que éste mundo podría ser mucho mejor, sin crueldades en la naturaleza, sin enfermedades ni accidentes, ni dolor e injusticias para sus criaturas? Amparado así en razones éticas, ¿se habría atrevido a hacer frente a su dios? Es claro que, siendo Jehová la causa de todas las cosas y presente en todas ellas, según dice Tomás de Aquino en su Suma contra los gentiles: "... si existen algunas formas fuera de Dios, necesariamente han sido producidas por él" (Libro I, cap. LI); "Todo cuanto existe, existe por Dios" (Libro II, cap. XV); "Dios es la causa y acción de todos cuantos obran" (Libro III, cap. LXVII); "Dios está en todas partes y en todas las cosas" (Libro III, cap. LXVIII), entonces podemos presumir que ese dios es quien ha comandado huestes, carros de guerra, caballerías, ejércitos con espadas o lanzas ... y que también como causa que se refleja en sus efectos y se halla en ellos ha estado en los cañones, tanques de guerra, bombarderos... armas nucleares, etc. En consecuencia, ¿cómo no iba a rebelarse Satanás si por acaso disentía con todo eso? ¿Entonces el mejor intencionado sería Satanás y no su creador belicoso y cruel? ¡Esto parece una extravagancia! Si, por otra parte, según otra idea alejada de Tomás de Aquino, ese supuesto creador no estuviera en todas las cosas, sino separado de ellas y sin ser causa directa de cuantos obran, de igual modo, ¿no sería Satanás el mejor ante un dios indolente, impasible frente al dolor, quien deja librada al azar a la naturaleza que procede por tanteos y es oportunista? ¿El rebelde habría concebido un mundo mejor a lograrse mediante acción directa, obviando obstáculos para eliminar todo dolor e injusticia en el planeta mediante una poderosa intervención? ¿Y todo en la confianza infinita de que su dios le respetaría su libre albedrío hasta el final aun siendo inferior a él? ¿Satán tratando de eliminar el mal en el mundo para perfeccionar la defectuosa creación de su dios, la destruye primero, o socava, "ablandando" a su creador mediante sus "diabluras", para una vez arruinada su obra, crear un mundo de puro bien, amor y justicia? ¿Trataría de obtener sus prosélitos mediante un ardid? ¿Buscaría perder tan sólo transitoriamente a los hombres caídos en su trampa, condenados por su dios al "tormento perpetuo" (que no sería tal, sino provisorio) para una vez "ablandado" éste y logrado el triunfo satánico, escudado tras la ética, rescatarlos, redimirlos y transformarlos en seres buenos? ¿Inicuos, criminales y toda clase de seres abyectos transformados en ángeles buenos?
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¿El malo sería el bueno y viceversa, el "bueno" (cruel e Indolente) seria el malo? Sin embargo, esta supuesta farsa provisoria montada por semejante ente no nos convence en absoluto. Su procedimiento inmoral se nos figura totalmente repugnante por más loables propósitos que albergara. Este ser maquiavélico que no hesita en emplear los recursos más viles, inmorales y repugnantes para lograr alguna vez un excelso objetivo, no puede ser aceptado por mente recta alguna. Al valerse precisamente de aquello que desearía erradicar del orbe para fundar un mundo mejor, es decir al echar mano de la injusticia, del dolor, del odio, de la agresividad y de toda lacra que padece la Humanidad, se comportaría como un ente vil y despreciable, jamás aprobado por ningún ser ético. Por más que se tratara de una farsa provisoria con su postrer recompensa, de una comedia orquestada por un "enmascarado" ser "bueno", ello no justificaría de ningún modo el horror del sufrimiento sin límites experimentado como real y desesperante por la criatura humana, víctima de los seres "poseídos por el maligno", también humanos. ¿Cómo se podría concebir como bien intencionado a un ser que no obstante desear el bien absoluto para las criaturas, se vale del mal y asume el papel de malvado villano en el mundo? Satán no puede existir así de ningún modo, como salvador de la Humanidad. Pero su dios creador tampoco, como ya hemos visto. Ambas existencias son contradictorias. El demonio no puede existir porque siendo inferior, todo intento de dominio sobre su creador seria vano. A pesar de todo, si confiado en que su creador respetará su libre albedrío, aunque "el mundo se viniera abajo" por su culpa, se vale del mal para lograr un bien, se trata siempre de un ser inmoral, vil, imperfecto y jamás podría reconocerse como el verdadero dios enmascarado absolutamente bueno escudado tras la ética. Hay así un contrasentido en su naturaleza igual que en la de su creador, quien le permite actuar. Por consiguiente, ninguno de los dos pueden erigirse en dioses perfectos. El uno por ser perverso y el otro por permitir el mal, y al fin y al cabo ambos extremos se tocan, hallándose infinitamente lejos del dios ideal de la teología. Pero no obstante todo esto, sigamos analizando ahora dos posibilidades, la de que se trate realmente de un personaje inferior a su dios, y la de que sea tan poderoso como él. Primero volvamos a colocamos en el nivel de aquellos que a pesar de todo, rechazan todos estos argumentos y continúan creyendo en dos poderes. Omnipotente y Absoluto el uno; y subalterno el otro pero munido de un libre albedrío respetado por el primero. ¿Qué otro motivo podría poseer éste para muchos inquietante y
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temido ente bautizado "príncipe de las tinieblas" para no realizar más que siniestras y abyectas "travesuras" al sembrar el odio, la destrucción, el dolor y la muerte por todo el orbe? Analicemos este caso relativo a un ser espiritual de Jerarquía muy superior al hombre, pero creado por el dios de los teólogos, y por ende de Jerarquía inferior a éste, pero caído en estado demencial. ¿Una criatura del dios "perfectísimo de los teólogos" que realiza el mal por el mal mismo y tan sólo para satisfacer su naturaleza enferma y pervertida comparable a aquellos humanos sádicos? Tampoco puede existir un demonio demente creado porque entonces su dios todopoderoso y creador — para quien nada es imposible— por pura ética y por simple lógica se vería obligado, si no a destruir de un plumazo a semejante sujeto que ha perdido el juicio y siembra el odio, la destrucción, el dolor y la muerte, al menos subyugarlo para que dejara en paz a la Humanidad. Porque ... que el dios de los teólogos respete el libre albedrío de un cuerdo es una cosa aceptable, pero que "respete" el libre albedrío de un criminal genético o de un delincuente impulsado por el efecto de las drogas, o de un "ángel demente" caído en la iniquidad, esto ya es muy grave. Más aún. Para un dios como el que describe la teología, bastaría que una de sus criaturas con poderes presentara sólo algún defecto moral — sin necesidad de llegar a ser un demente— para que en virtud de su condición de justiciero interviniera con su poder anulando su accionar. Bastaría con que se tratara de un ente exacerbadamente ambicioso que se propusiera arruinar la obra de su excelso creador abusándose de su libre albedrío y de la debilidad humana ante la tentación, para que se constituyera en argumento más fuerte que el incondicional respeto del libre albedrío de toda criatura. Además, si el motivo de su libertad fuese la espera de un arrepentimiento, entonces se trataría de una aberración sin nombre por parte de la deidad esperanzada. Sería comparable al genocida que masacra a media humanidad para luego arrepentirse hasta la muerte y merecer el mismo premio que el justo. Por lógica todo debe tener un límite, también el accionar de supuestas criaturas "a prueba". ¿Un Hitler arrepentido hasta la muerte, mereciendo el paraíso? Creo que el límite debe existir exigiblemente. El exceso de maldades cometidas ya sería suficiente argumento para injustificar un ilimitado respeto del libre albedrío. Eso debería ser razón suficiente para neutralizar toda acción de semejante estorbo en el mundo. Razón suficiente que no le quitaría el carácter de summum (argumento contra Leibniz), sino que le añadiría perfección. Conozco que en el terreno dogmático existe la esperanza de que esto ocurra alguna vez, cuando el dios bueno venga en gloria después de haber
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"precipitado a los abismos" al sujeto maligno, pero ... ¿y mientras tanto qué? ¿Se justificaría tanto padecimiento inútil por causa de un ser pervertido destinado a sucumbir indefectiblemente o a ser frustrado en sus ambiciones, y todo por injustificado "respeto" a su libre albedrío? ¿O se trata de una falta de poder pleno para dominarlo ya en la actualidad o para haberlo subyugado aun antes que entrara en su demencial acción? Además, todo esto contradice el atributo de la inmutabilidad otorgado por la teología a su dios, según el cual a éste nada puede sucederle, ni siquiera un contratiempo obrado por el supuesto "ángel malo". Ningún ser puede hacerle "la vida imposible" al dios de la teología. Este no puede entonces luchar contra el mal y triunfar alguna vez, y aquí es donde resalta lo absurdo que es todo esto. Por ello no pueden existir ni el uno ni el otro. La criatura maligna no puede tener existencia como creada por un ser perfectísimo, ni éste puede tampoco existir como tal de hallarse libre semejante engendro compelido hacia el mal por una naturaleza fallida. Desde el punto de vista puramente ético, no pueden existir como absolutamente éticos ni el uno ni el otro. ¿Qué nos queda entonces? ¿No estarán equivocados aquellos que consideran al maligno como inferior a un dios supremo? ¿Quizás se trate de un engendro fallido del cosmos o del anticosmos originado por sí solo, es decir no creado por ningún dios supremo? ¿Un ser patológico, un espíritu superior demente equiparado en poderes al dios bueno de la teología? ¿Un orate cósmico que hace la vida imposible al hombre y que provoca incomodidades al dios bueno? ¿Un ente, especie de dios poderoso desequilibrado generado en el misterio, proveniente de las tinieblas? ¿Un engendro anticósmico cuya locura lo impele a obrar destructivamente tan sólo por placer morboso? ¿Un Ahrimán demente pero poderoso nacido de la noche anticósmica que existe tan sólo para destruir la obra de un Ormuz, también poderoso hijo de la luz? ¿Tendría sentido esta conflictiva situación entre dos potencias perennes, morbosa la una y sensata la otra, con sus poderes equilibrados? ¿O se trataría de una potencia maligna en su sano juicio, increada, ambiciosa al grado sumo, en perenne contienda con su par sólo por envidia esperando algún triunfo final para adueñarse totalmente del mundo sin importarle la criatura humana? Si bien esta cosmovisión extraída del mito mazdeísta de Zarathustra concilla mejor con nuestra lógica, de igual manera, sea como fuere, con esa especie de Ormuz estamos muy alejados del dios de la teodicea, de aquel dios omnímodo, omnipotente y único que no admite absolutamente nada que se le equipare, tal como ya lo hemos visto en el capítulo XIV (Cuarta Parte, Libro II).
Capítulo III
Argumentos de rechazo de un mundo poblado de seres espirituales ¿El mundo intelectivo o espiritual entraña ya en escena a través de los animales inferiores? ¿Lo haría al penetrar débilmente en sus cerebros para aumentar en claridad a través de las distintas gradaciones hasta llegar a los animales superiores para adquirir un alto exponente en el hombre? ¿Es posible que ese supuesto mundo del espíritu se encuentre separado de los seres vivientes? ¿Es posible que sea intuido por el hombre en su mayor claridad? ¿O finalmente todo ese supuesto mundo del entendimiento es una exclusiva creación de la mente humana, una lucubración cerebral acerca de algo inexistente en la realidad exterior a la mente? Un dios o dioses espirituales; ángeles buenos; ángeles malos; almas humanas sobrevivientes al cuerpo, ¿tienen posibilidades de existir? Yo presumo que no. Sin embargo, en el capitulo V (Tercera Parte, Libro II, pág. 154), el lector habrá advertido que admito la existencia de mundos paralelos o entretejidos con el nuestro, coexistentes con éste que captan nuestros sentidos. Sugiero allí la existencia de mundos vedados a nuestra percepción y tan sólo intuidos a través de ciertas señales halladas en el campo astronómico y en el campo microfisico. ¿Por qué no admitir entonces que alguno de esos mundos paralelos o entretejidos con el nuestro visible, audible y palpable, se trate precisamente de un mundo espiritual? ¿Por qué no aceptar entonces la idea que los antropólogos han captado al estudiar a los más diversos pueblos primitivos del planeta? Todo primitivo "sabe" que se halla rodeado de espíritus. Espíritus que moran en los objetos inanimados, en los animales, o espíritus libres. Este es el mundo común del animismo de los primitivos. También es el mundo de los creyentes actuales. Los demonios, o "El" demonio, pueden estar por doquier. Las almas sobrevivientes al cuerpo pueden hallarse en el paraíso, en el purgatorio, en el infierno, o errantes por el mundo. Un dios espiritual puede impregnarlo todo. Varios dioses, o los santos ubicados fuera del tiempo y de toda materia pueden estar pendientes de cada acontecimiento que acaece a la criatura humana durante
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su vida terrena. Pueden intervenir si se los invoca o mantenerse indiferentes ante la ausencia de plegarias. Pueden torcer el destino, influir en los acontecimientos, apartar los males, otorgar dicha y felicidad a quienes son sus adeptos. Poseen facultades para suspender las leyes físicas, burlarse de las rigurosas experiencias científicas modificando los efectos calculados en base a causas conocidas; pueden hacer aparecer o desaparecer objetos y seres vivientes, así como los males físicos, "espirituales", etc. En una palabra, poseen el poder de-transformar el mundo físico, matemático, calculable mecánicamente, resistente e implacable, en un mundo mágico, plástico, manejable, dominable. ¿Es posible todo esto? Según algunos sí, porque creen que a ellos les ocurre. Otros lo niegan rotundamente porque su mundo siempre se les resiste. ¿Los primeros viven de ilusiones en un mundo puramente subjetivo y son victimes de las falsas apariencias? ¿Son los otros quienes se hallan en la realidad? Vayamos por partes. Si fuera cierta la existencia de los seres puramente espirituales y sus influencias en el mundo físico, desde ya que todos los laboratorios experimentales del mundo serían los primeros receptores de todo fenómeno extranormal, y sin embargo no lo son. Paradójicamente la inmensa mayoría de los que aseguran haber sido testigos, beneficiarios o víctimas de fenómenos extranormales o paranormales, no son investigadores sino personas legas en temas científicos y más generalmente pertenecientes al vulgo. Los "milagros", por ejemplo, han decrecido en la medida en que ha avanzado nuestra civilización, igualmente los santos y las apariciones espectrales. Por otra parte, por más esfuerzos que se realicen, no existe forma de experimentar supuestas pruebas de la existencia de lo espiritual. Ello escapa totalmente a la Ciencia Empírica, y queda tan sólo recluido en el campo creencial y en el ámbito subjetivo. Ningún laboratorio físico del mundo tendría la posibilidad de detectar influencia alguna de supuestos poderes emanados del mundo del espíritu por más bien equipado que se hallare para ello. Toda experiencia montada para obtener resultados naturales calculados con precisión produce tales resultados previstos bajo idénticas circunstancias, aunque la prueba sea repetida millones de veces. Si lo paranormal y extrafisico fuese realidad, entonces no podrían funcionar los relojes, ni los automóviles, ni los aviones... Todo el mundo de la tecnología se hallaría confundido, trabado, desconcertado, y los científicos al verse a menudo frente a fallas ilógicas de los mecanismos y reacciones químicas, tiempo ha hubiesen optado por renegar de la Ciencia, cerrar todas las universidades del orbe y confiarse tan sólo a la oración, los mediums, la
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clarividencia, la telepatía y todo lo que hace al dominio del mundo por medio de poderes supranaturales. Finalmente, para rematarlo todo habría que destruir todos los libros de ciencia por contener tan sólo experiencias relativas a una versión del mundo inconsistente, que puede ser afectada por poderes de otra dimensión, la del espíritu y por ende jamás confiable. La medicina, la física, la química, la ingeniería estarían de más. De la combinación del cloro y el sodio en el laboratorio químico, por ejemplo, podría resultar a veces cloruro de plata en lugar de cloruro de sodio (sal común), y de la aplicación de la ley de la palanca en una máquina podría salir un "monstruo mecánico" capaz de reducir al absurdo todas las leyes físicas. Puentes y diques construidos con materiales calculados al detalle para su resistencia cederían. Lo mismo los grandes edificios. Cundiría la desconfianza total. Todo fallaría en el mundo, incluso la mecánica celeste y toda la tecnología humana aplicada sería imposible. Si opino que pueden existir mundos paralelos al nuestro sensible, o entrelazados con él, ello no significa que estos otros mundos pertenecientes a otras dimensiones intervengan en el nuestro. Además, no los supongo simples, sin composición alguna como se concibe lo espiritual. Por todo lo antedicho no podemos tener la certeza absoluta de la existencia del espíritu por no haber modo experimental alguno para comprobarlo. En cambio el fiel de la bajanza se inclina hacia la persuasión de que todo lo relativo al "espíritu" no es otra cosa que una pura lucubración de la mente humana. A esta conclusión nos lleva también el siguiente razonamiento. ¿Quiénes concibieron con mayor riqueza el mundo espiritual? Fueron precisamente los pueblos más atrasados sumidos en el animismo. A medida que la Humanidad se civilizaba, disminuían en número los espíritus pobladores del mundo. Pero sin embargo el monoteísmo no es el último reducto. El hombre común aún acepta a sus santos preferidos para orarles a fin de que influyan de algún modo para torcer favorablemente los acontecimientos. Ellos representan a los antiguos dioses menores del politeísmo. No obstante, este fenómeno continúa en las capas más populares en donde se manifiesta con mayor intensidad. No tanto, en las capas más intelectuales. Esto indica a las claras que la idea de lo espiritual es una brillante salida de la mente humana ante lo desconocido. La idea de espíritu nace de la pura ignorancia de la física nuclear. El día que se conozca a ciencia cierta cómo actúan los elementos subnucleares tales como los quarks y los "gluones", entonces se develarán
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muchos misterios como la vida, la influencia del código genético en el desarrollo embrionario y el mecanismo de nuestro pensamiento. En ese entonces ya no será necesario echar mano de la idea simplista de "espíritu" para explicar cómo pensamos, cómo razonamos, cómo recordamos o cómo se forman nuestras ideas.
Capítulo IV
Materia y espíritu
Desde tiempo inmemorial se habla de materia y espíritu como de dos cosas contrapuestas. Materialismo y espiritualismo son conceptos que nos remontan a viejas y eternas polémicas. Ya la concepción de Demócrito apunta hacia un materialismo neto al reducirlo todo a los átomos, incluso el pensamiento humano. Este no seria más que un movimiento de los átomos. También Epicuro dice que con cuerpos y espacio, todo el ser queda . explicado, y el "espíritu" no es otra cosa que materia más fina y sutil que la que compone otros cuerpos. El "alma", una parte del cuerpo como la mano y el pie, divisible y mortal como el cuerpo. Los materialistas son los menos entre la Humanidad de todos los tiempos, pero siempre los hubo. Son fenómenos antrópicos que siempre se repiten a través de las generaciones. Hablan en términos semejantes, descreyendo de las divinidades y de las religiones. Son tipos humanos que parecen reaparecer genéticamente tal como lo hacen el osado, el pusilánime, el avaro, el dadivoso, el práctico, el teórico, el místico, el esteta, el político, y las múltiples personalidades características humanas. Así también aparecen y reaparecen los superespiritualistas, quienes contraponen a los materialistas sus propios argumentos de defensa de un orden superior a la "burda" materia. Sin embargo, estas discusiones que hasta hoy se prolongan, casi siempre se encaran desde posiciones que pueden considerarse auténticas peticiones de principio, porque se parte se supuestos que antes hay que demostrar. De ahí que muchas veces la filosofía deba ser llamada la disciplina del supuesto saber sin supuestos. Casi todos hablan de lo espiritual como si la existencia de lo inmaterial con pensamiento y voluntad fuese una realidad absolu-
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tamente demostrable o dada por sentado. Por otra parte, casi todos los que sustentan la opinión contraria -y también los espiritualistas-hablan de materialismo como si la materia fuese lo más conocido del mundo, cuando por el contrario se puede considerar aun hoy día como lo más desconocido en su esencia más íntima. Ayer se hablaba de protones, neutrones y electrones como los últimos componentes de la materia. Luego se añadieron los antiprotones, los antineutrones y los positrones como exponentes de la antimateria. También se añadieron al núcleo atómico los "fantasmales" neutrinos. Por otra parte, bailones, mesones y leptones fueron términos para designar un número indefinido de subpartículas que surgieron cual fantasmas en las placas de los aceleradores. Hoy se habla de quarks. De familias de quarks que no parecen terminar nunca. También de "gluones" como especies de "resortes" que mantienen unidos a los quarks. Incluso se hace mención ahora de un quinto estado de la materia denominado "quagma"1 formado de quarks y gluones. Estado en que se hallaría la materia en los orígenes del universo. ¿Se puede entonces hablar de la materia como de algo conocido, a la " luz de la microfísica actual? Por el contrario, continúa siendo una de las cuestiones más enigmáticas hasta el presente, tal como se desprende tanto de los mencionados datos de la microfísica, como de las noticias astronómicas acerca de cuasares y pozos negros del espacio, por ejemplo, sin dejar de lado la complejidad de las funciones cerebrales del hombre que sin duda son generadas por los mismos quarks. Ahora bien. No se trata tan sólo de un ente que se llama materia, sino de una forma de algo que se esconde tras esa apariencia: la energía. A su vez la energía es una forma de la materia. Es necesario hablar entonces de materia-energía en lugar de limitarse muchas veces a mencionar un "mundo material" en contraposición a un "mundo espiritual". Pero ambas formas, materia y energía a su vez enmascaran algo subyacente, algo escondido, vedado para nuestras percepciones sensoriales y para nuestra concepción mental: la sustancia o esencia universal que "dibuja el mundo" 2. No obstante, centremos nuestra atención en una de las manifestar clones de la sustancia universal: la energía.
1
Agregado a los demás estados, es decir sólido, líquido, gaseoso e ionizado (plasma). Cf. Ladislao Vadas, El universo y sus manifestaciones, Buenos Aires, Sapiencia, 1983, Primera Parte, Cap. I. 2
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¿Por qué lo que se denomina espíritu no podría ser una forma de energía? De este modo los "materialistas" deberían denominarse "energialistas", lo mismo que los espiritualistas. En este punto arribamos a la paradoja de que ambos conceptúan la misma cosa aunque la nombran de dos modos distintos. "Energialistas" y "espiritualistas" conceptúan el mismo fenómeno, es decir una forma de energía, la energía psíquica. Por supuesto que resulta difícil que un ladrillo pueda pensar. Un trozo de piedra, madera, metal, etc., es lo que siempre se ha tomado como modelo de materia. Comparando luego estos cuerpos inertes toscos con el pensamiento humano, lógicamente se torna absurdo que esa "materia" sea la que crea al espíritu, según Epicuro de Samos. Pero si se piensa que en los átomos que componen un ladrillo, un leño, una roca, un metal, hay encerradas formas energéticas que pueden viajar a velocidad de la luz, imantar, electrificar, irradiar con luz visible, rayos ultravioleta, rayos infrarrojos, rayos gamma, producir ondas hertzianas y todo el resto de la gama del espectro electromagnético e incluso con poder de transmutar elementos químicos mediante el bombardeo de los núcleos atómicos, como por otra parte dibujar imágenes electrónicas (televisión) y reproducir sonidos en bandas magnéticas, ya estamos entonces cerca de lo "espiritual" de lo "mágico" o más bien de lo psíquico. Si un punto electrónico puede dibujar en la pantalla de radiotelevisión fidelísimas imágenes vía satélite de lo que está ocurriendo a miles de kilómetros de distancia, y si por otra parte una computadora puede ofrecernos al instante resultados de cálculos que nos demandarían muchas horas de esfuerzo mental, ¿por qué entonces el acto recordatorio, las imágenes mentales, las fantasías, el raciocinio y todos los fenómenos psíquicos, no pueden ser productos de un mecanismo energético que aún desconocemos? Un acto puramente físico, tan físico como las ondas que se pueden transmitir, incluso a distancias interplanetarias, para transformarse en nuestros receptores tecnológicos en imágenes y sonidos tal como ocurrió durante el alunizaje. Esto es asombroso y se asemeja a la "magia" de nuestro psiquismo. El espacio, en lugar del interplanetario, puede ser el que ocupa nuestro cerebro e incluso menor, y los elementos emisores, las partículas nucleares o subnucleares de nuestras neuronas que poseen almacenada la energía psíquica como potencial. No tengo la menor duda de que el día en que se pueda entender y reproducir artificialmente en macro con fines ilustrativos, todo lo que ocurre en nuestro cerebro en el nivel angström e incluso en el subangs-
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tróm, entonces tendrá que desecharse definitivamente toda idea de alma espiritual como productora de las facultades mentales. El secreto del psiquismo se halla sin duda en la física nuclear. Luego si no hay espíritu en el hombre, nos resulta muy difícil aceptar que lo haya en otro orden, porque concluimos en que se trata tan sólo de una idea concebida por una mente atómica, una estructura cerebral compuesta de quarks unidos por gluones, que mediante procesos micro-físicos genera imágenes, ideas, fantasías como el centauro, los gnomos, los fantasmas, las gorgonas, la hidra de siete cabezas, las figuras zodiacales... y todos los Innumerables frutos de la imaginación humana. Entre tantas fantasías, la idea del alma, de espíritu inmaterial, es una de ellas con casi toda seguridad, y por supuesto que también entre ellas, la idea de espíritu universal también debe estar comprendida.
Capítulo V
¿Puede existir algún otro dios que no sea el ideado por los teólogos, ni sugerido por los mitos? Después de todo lo expuesto sobre las pruebas antiteológicas podemos presumir que es la propia teología la que ha fracasado en sus ingentes esfuerzos por conciliar entre si sus propias idealizaciones de un ser perfectísimo. La propia mente humana en su afán por idear al ser más perfecto posible para enfrentarlo luego con el mundo (la supuesta creación de semejante ente), se ha tendido una trampa a sí misma. Todo razonamiento profundo nos induce a rechazar la existencia de tal ser absoluto. Todo análisis minucioso nos conduce hacia aportas y antinomias irresolubles. Los mismos teólogos poseen conciencia de ello y confiesan humildemente su impotencia como hemos visto en el Libro II (págs. 210 y 211, por ejemplo). Pero si es imposible la existencia del dios de la teología, ¿lo será la de alguna otra especie de dios? Son muchos los pensadores que han caído en la tentación del panteísmo porque desde esa posición "frente al mundo" se torna más fácil una teología. Se explican mejor las cosas y no existen las dificultades que surgen cuando se quiere confrontar con el mundo a un dios perfectísimo y espiritual separado del mundo. Por el contrario, un dios identificado con los protones, neutrones, electrones, neutrinos... quarks..., con las formas de energía como los fotones, rayos cósmicos, ultravioleta, infrarrojos, y con todo el espectro de la radiación electromagnética, con la gravitación universal y todas las leyes naturales, un dios consustancial al mundo; el mundo mismo un dios, parece ser más racional. Y más racional aun se nos configurará todo esto si añadimos a este "diosmundo" o "mundo-dios", el concepto de evolución. Entonces todo queda explicado. El mundo-dios no está acabado. Se está haciendo, y esto lo vemos en la naturaleza. En los astros y en los seres vivientes que evolucionan. También en el hombre que avanza científica y tecnológicamente. Se trata entonces de un dios inmanente al mundo que se está realizando, y en este detalle coincidimos en cierto
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aspecto con la idea hegeliana. pero con la diferencia de que para Hegel se trata de espíritu y naturaleza como modos sucesivos de lo absoluto, pues para él la naturaleza es la idea en su ser otro. El espíritu absoluto es la síntesis de la naturaleza y el espíritu, y se está realizando a sí mismo. En el lenguaje de Hegel: "La idea divina es justamente eso, resolverse, desentrañarse y sacar de sí ese otro y reasumirlo de nuevo en sí, y por esta vía hacerse subjetividad y espíritu" (Obras IX, 49, Glockner, 1951). En cambio, el dios del panteísmo identificado substancialmente con el universo es quien a sí mismo transforma creando cosas, hechos, seres, historia. Un caso extremo lo tenemos en las hipótesis de GAIA sustentadas por J. Lovelock y K. Pedler, según quienes, GAIA -que era la diosa Madre Tierra en la mitología griega- es una forma de vida comprometida a perpetuarse a sí misma. Al respecto se llega a decir que si el género humano insiste en agredir a la Tierra (GAIA) y la daña, como lo está haciendo mediante la contaminación ambiental y otros deterioros, la misma Tierra cual diosa con voluntad y poder sería capaz de reaccionar y aniquilar a la Humanidad, pues se trata de un sistema gigantesco u organismo que puede controlar la temperatura, la composición atmosférica y de los océanos, y la acidez del suelo para proporcionar condiciones óptimas para la vida. Quizás para el autor de esta teoría y sus seguidores no se trate de una diosa Tierra sino de un "organismo", producto de la combinación de los sistemas vivientes con los no vivientes, pero da lugar a una interpretación panteísta en el terreno teológico. Pero sea como fuere, el dios spinoziano por ejemplo, ¿concilla mejor con la realidad palpable que el dios hegeliano? Spinoza sostiene que su dios es absolutamente infinito, es decir, sustancia que posee un número infinito de atributos infinitos. Pero atributo para él puede ser tanto la extensión como el pensamiento. Las cosas creadas no son más que modos de la sustancia divina. Para Spinoza la naturaleza, la sustancia, es un dios y ésta obra expresándose en un amplio espectro de modos creados. También el hombre es un modo de una única sustancia, y dios es la única sustancia, luego el hombre también es dios o más bien una parte del universodios. Pero lo cierto es que, en resumidas cuentas, ni el dios de Hegel, ni el dios de Spinoza pueden ser éticos ni misericordiosos. Por el contrario, monstruosamente crueles al desenvolver aquello negativo que necesariamente deben encerrar en sí, esto es el odio, la vileza, la crueldad, la indolencia, el error, la injusticia, el accidente y todo lo demás según hemos visto en los capítulos del Libro II de esta obra, puesto que, si así no fuere, ¿de dónde habrían salido esas lacras?
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Si el universo-dios se despliega en modos, como afecciones mediante las cuales se expresa la sustancia-dios a través de sus atributos, y muchos de estos modos son verdaderas abyecciones de la naturaleza, mal podemos estar entonces en presencia de un ente venerable. Tan sólo nos queda una posibilidad dentro del panteísmo. La de un diosuniverso parcial, limitado en su acción, quien continuamente emerge del caos y de la sinrazón, que trata esforzadamente de ordenar y mantener en orden al menos una porción de un universo encabritado, proceloso y, en su mayor parte, indómito. Un ente divino también arrastrado por la vorágine de su entorno universal, presa de poderosos vórtices accidentales de los que constantemente debe emerger airoso para continuar sosteniendo a duras penas el mundo-cosmos (cosmos=orden) a su alcance y, sobre todo, la bondad, el amor y la justicia en la Tierra. Este no sería de ninguna manera un dios absoluto sino restricto, y aquí, en este punto desembocamos en otro tema. En el capítulo siguiente veremos otras posibilidades que nada tienen que ver con el panteísmo.
Capítulo VI
Posibilidades de la existencia de suprainteligencias naturales en el universo
Hace algunos años atrás, si algún autor respetable llegaba a insertar en su obra la creencia en vida extraterrestre y la defendía, hubiera pasado de inmediato a la categoría de pensador poco serio, fantasioso o quizás fatuo. Sin embargo hoy día, eminentes científicos no hesitan en defender tal hipótesis, y asi tenemos por ejemplo al astrónomo Sagan que hace la defensa entusiasta de la hipótesis de que la vida y las civilizaciones son fenómenos multiplicados en el universo; también el astrónomo Hoyle, quien sostiene firmemente que la vida es un fenómeno común en el cosmos. No en vano se han enviado mensajes al espacio fuera del sistema planetario con el fin de poder ser eventualmente detectados por alguna civilización alienígena de nuestra Vía Láctea o de otras galaxias. Y no en vano se está rastreando el espacio exterior en forma constante mediante potente instrumental, para captar algún mensaje codificado de alguna civilización extraterrestre. De modo que si incluyo este tema en mi antiteología creo que es legitimo y que no por ello mi obra perderá el carácter de seriedad con que ha tratado el tema hasta ahora. La teoría de la evolución química de la vida llega rápidamente a la categoría de ser un hecho, como lo es la evolución de las especies vivientes. Si con unos 40 elementos químicos entre los 92 existentes en la Tierra, se ha generado la vida en nuestro planeta1, y basados en que "nuestro" universo de galaxias está compuesto de los mismos elementos químicos según experiencias espectroscópicas, y en virtud de la casi inconcebible cantidad de soles, muchos de ellos sin duda acompañados de planetas (según se desprende de las trayectorias sinuosas de muchas estrellas atraídas por invisibles masas) que pueblan este universo, es 1 Cf. D' Ancona, Humberto, Tratado de zoología, Barcelona, Labor, 1960, pág. 26
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fácil concluir en que la vida debe ser un fenómeno repetido fuera de la Tierra. Son numerosos los astrónomos y biólogos que llegan hoy día a esta conclusión. ¿Qué tiene que ver esto con la teología o con la antiteología?, se preguntará el lector. Quizás con la teología que idealiza un dios infinito, único, absoluto y perfecto no, pero sí con la posibilidad de la existencia de dioses no totipotentes ni infinitos. Efectivamente. Después de lo que he expuesto a lo largo de este ensayo, sólo nos queda una posibilidad respecto de la existencia de lo que el hombre da en llamar dioses. Los únicos dioses posibles son los naturales, originados en planetas biógenos. ¿Pero qué clase de dioses podrían ser éstos? Veamos este ejemplo. Si con nuestra tecnología nos trasladáramos a un lugar de los pocos que aún quedan en el planeta en donde existan reductos de nativos de vida primitiva que no han contactado con elementos de la civilización, y nos presentáramos ante ellos, en sus chozas, con un aparato de televisión comandado por control remoto, verdaderamente creerían que somos magos. Si luego captáramos sus imágenes en un videotape para proyectarlas de inmediato en la pantalla a fin de que los personajes se vieran allí actuando y hablando, no cabrían en su asombro. Si grabásemos sus voces en cinta magnética para reproducirlas luego "misteriosamente", moviendo objetos a distancia mediante señales electromagnéticas y otros "prodigios", podríamos convertirnos en verdaderos dioses para esas gentes incultas. Lo mismo acontecería si un extraterrestre que nos aventajase en mil años de civilización se presentara ante nosotros y nos mostrara incomprensibles prodigios tecnológicos que tomaríamos por milagros. Ante esta clase de seres, pareceríamos algo así como animales muy inferiores. A su vez ellos para nosotros, representarían verdaderos dioses. Supongamos, como lo supone el entusiasta Sagan, que por evolución química de la vida se hayan formado en nuestra Vía Láctea o en otras galaxias vecinas, otras civilizaciones más adelantadas que la nuestra. ¿Cual podría ser el límite para la inteligencia? Ya he señalado en el capítulo XIV (Primera Parte, Libro II) que el hombre no es el corolario de la evolución y que por el contrarío continúa matando genéticamente y por ende transformándose a lo largo de las generaciones. Esta transformación natural puede luego acelerarse una vez que el hombre o cualquier otro ser inteligente de otro planeta haya arribado al perfecto conocimiento de los mecanismos hereditarios. Por ejemplo, aquí en la Tierra ya se habla de ingeniería genética y
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manipuleo de los códigos genéticos, con incalculables proyecciones de futuro para mejorar la especie humana. Si todo componente somático es heredable, también lo es la capacidad intelectual. Supongamos que otras formas de vida inteligente mucho más avanzada científica y tecnológicamente que nosotros hayan logrado el dominio de sus propios cuerpos y psique mediante el comando genético. ¿Hasta dónde podrían haber incrementado su inteligencia? ¿Podrían haberla duplicado, triplicado, decuplicado...? ¡¿O quizás centuplicado?! Esto último parece una barbaridad; sin embargo, creo que no tiene por qué haber límite en las posibilidades de incremento de la capacidad psíquica. El tránsito de la inteligencia del hombre hacia la de los dioses productos de la evolución, se podría comparar con el tránsito del cerebro de un pez hacia el hombre. Y efectivamente, para nosotros un ser que poseyera un cerebro cien veces más inteligente que el más inteligente de los humanos no sería otra cosa que un dios de "carne y hueso" o quizás de otro material biológico desconocido en la Tierra. ¿Pero consistirían aun es eso? Es decir, ¿seres corpóreos, sólidos, con formas definidas? ¿O se trataría ya de puros paquetes de energía organizada con inteligencia, capaces de desplegarse en acciones sobre su medio material y energético, o de replegarse en un haz que pudiera viajar a la velocidad de la luz? ¿Pura fantasía? Recordemos lo señalado en el capítulo IV (Libro III) relativo a nuestro desconocimiento de la materia-energía y sus posibles manifestaciones. Por supuesto que un psiquismo pura energía organizada independizado de la materia podría poseer un amplio dominio sobre ésta y tomarla a discreción para "darse el ser", cual maquinaria robótica que por sí sola tomara combustible del ambiente, o como lo hace el ser viviente terráqueo autótrofo quien toma alimentos, agua y oxígeno del entorno para darse el ser. Esas formas energéticas libres de todo cuerpo orgánico, aunque dependientes de moléculas, átomos o energía circundante "para alimentar su ser", serían ya verdaderos dioses capaces de obrar sobre el entorno para crear cosas, mundos y seres vivos. Sin artefacto alguno, como conjunto de energía pura, podrían transferirse a cualquier lugar y por doquier, quizás respetando la velocidad máxima que es la de la luz (o al menos la que hasta hoy se acepta como insuperable). Una vez transferidas esas formas, y luego ya desplegadas, podrían actuar sobre el medio creando mundos artificiales con los materiales galácticos. ¿Son posibles estos quiméricos seres? ¿Seremos nosotros en un caso,
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el producto del accionar de semejantes dioses energéticos del espacio? ¿O en otro caso, productos sí de una evolución natural, pero iniciada ésta a partir de una "siembra" de células primarias que contienen códigos genéticos, realizada por dioses extraterrestres? ¿la teoría de la panspermia tendría entonces visos de realidad? En este caso se trataría de una panspermia inteligentemente dirigida y la siembra de vida sobre la faz de nuestro planeta no sería obra del acaso. ¿Una siembra adrede de células destinadas a evolucionar y abandonadas luego al albur? ¡No! Demasiada especulación muy alejada de la Ciencia Experimental. Aquí realmente se rompe abruptamente este sueño fantasioso de ser nosotros quizás el producto calculado por supuestas Inteligencias cósmicas. Se desvanece este espejismo de esta especie de panspermia inteligentemente realizada porque, efectivamente, en el primer caso, ¿dónde es posible notar dirección, gobierno o sostenimiento alguno de la vida vegetal, animal y de toda la Humanidad, cuando vemos que todo marcha a la deriva según hemos señalado en la Primera, Segunda y Tercera Partes del Libro II? Si por otra parte en el otro caso fuimos programados y luego abandonados por errantes dioses energéticos, ¿cómo queda ante nosotros, seres sensibles, la moral y la sensibilidad de semejantes dioses sembradores de vida en las galaxias? Si se trata de inteligencias que nos superan en decenas de veces en capacidad, ¿habrían omitido perfeccionar sus propias capacidades éticas y sus virtudes, entre éstas la misericordia y la Justicia? ¿Cómo seres tan evolucionados podrían programar una Humanidad en el código genético de las primeras células destinadas a evolucionar, calculando la misma evolución de la vida hasta el hombre, para luego dejar abandonado a éste frente a los accidentes, el cáncer, el hambre, el error, la ignorancia, las guerras de exterminio y otras muchas cosas? ¿O es que lejos de haber sido abandonados somos sus objetos de observación? Esto es más que dudoso, pues, aun con menos razón podríamos aceptar el ser vigilados por semejantes dioses "buenos" (como suponen algunos que creen en visitas periódicas a nuestro planeta de extraterrestres que obran prodigios). ¿Cómo se explicaría en este caso la total indiferencia de semejantes inteligencias superiores frente a la primera y segunda guerras mundiales con sus injustas atrocidades, durante las cuales pobres soldados y civiles fueron mutilados, y entre estos últimos, también inocentes niños de todas las edades? ¿O es que estos dioses son una especie de sádicos cósmicos, o amantes
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del espectáculo cruel, como aquellos romanos que gozaban con las luchas a muerte de los gladiadores o el sacrificio de los primeros cristianos? Mal podríamos denominar como supercivilizados a semejantes engendros que dieran muestra de tan monstruosa impiedad. ¿Seres superiores que no se conduelen en lo más mínimo frente al dolor y las injusticias que padece la Humanidad, pudiendo intervenir con sus poderes correctivos que se supone debieran poseer junto' con los creativos al realizar visitas periódicas a la Tierra para conocer cómo van nuestros asuntos (como se dice)? Estos seres insensibles, incapaces aún de detener una guerra nuclear de exterminio, tal como no lo han hecho con ninguna guerra de las innumerables que azotaron a la especie humana a lo largo de todos los tiempos, si existieran, no pueden ser elevados a la categoría de dioses buenos y perfectos, sino tan sólo a la de suprainteligencias defectuosas, abortos cósmicos indiferentes al dolor y la injusticia. Otra cosa es si existen en lugares remotos de nuestra Vía Láctea o en otras galaxias fuera de contacto con nosotros, en cuyo caso no son ya nuestros dioses.
Capítulo VIl
El universo cíclico, las distintas civilizaciones posibles y la ausencia de sentido Sobre la teoría del big bang o gran explosión ya se ha comentado algo en la Tercera Parte del Libro II, (por ejemplo, páginas 154 y 155). Ahora vamos a hacer hincapié en el posible carácter cíclico de este fenómeno y en el posible número de civilizaciones galácticas que pudieran existir. Varios astrónomos, entre ellos Tolman, basados en la hipótesis de Lemaitre del "átomo primitivo" o "supersol" y del universo en expansión y anclados en la teoría de la relatividad, sostienen la teoría de un universo (para mí universo de galaxias) pulsátil, que cual cósmico corazón produce sus sístoles y diástoles. En la actualidad se halla en diástole, es decir en plena expansión a partir del big bang. Luego entrará en contracción cuando todas las galaxias detenidas en su carrera inviertan el sentido de sus direcciones para convergir en un punto central y componer todas ellas concentradas y compactadas nuevamente un supersol1 como el que dio origen al big bang. Este supersol estallará nuevamente para repetir todo el ciclo de expansión y contracción, y así sucesivamente. ¿Podrían ser eternos estos ciclos de expansiones y contracciones? Por mi parte lo dudo, tal como ya lo he expresado (véase página 161), señalo que incluso los ciclos deben ser transitorios en el Macrouniverso. Allí digo también (y remito al lector al capítulo VIII, Tercera Parte, Libro II) que una vez cerrada la posibilidad de los ciclos, también se anulará la posibilidad de la instalación de nuevas humanidades o de nuevas conciencias del universo pertenecientes a cualquiera otra forma de vida extraterrestre como producto de los quarks (pág. 161). Pero, ¡mientras tanto...! Mientras exista la posibilidad de que nuestro universo de galaxias pulsará por un período en la eternidad, ¡cuántas civilizaciones nuevas se podrían instalar en cada ciclo expansivo! 1
O tal vez un objeto "miles de veces más pequeño que un núcleo atómico", o "un punto matemático sin dimensión alguna" (Sagan, Cosmos, 7° edic. pág. 246), según las teorías en boga.
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Hay astrónomos que creen, como Sagan, que el universo se halla plagado de civilizaciones técnicas y las calculan por millones2. Pero también incluye la posibilidad de que las civilizaciones técnicas que hayan logrado descubrir la energía nuclear u otra fuente de energía para autodestruirse estarían autoinmolándose a la nada. Mientras nuevas civilizaciones estarían surgiendo continuamente, otras se encontrarían autoaniquilando por haber arribado a una etapa crucial con su tecnología de destrucción y diferencias ideológicas, tal corrió estaría por ocurrir en nuestra propia civilización destinada quizás a desencadenar una guerra nuclear de exterminio total. "Las civilizaciones tardarían en nacer después de miles de millones de años de tortuosa evolución, y luego se volatilizarían en un instante de imperdonable negligencia" (C. Sagan, Cosmos, Barcelona, Planeta, 1983, pág. 301). Pero una cosa es pensarlo, decirlo y dejarlo así, y otra cosa es avanzar metafísicamente más allá para interrogarse acerca del sentido de tal estado de cosas. Lo alarmante es que tales alucinantes posibilidades son creíbles si tenemos en cuenta los cálculos realizados para obtener alguna cifra acerca de la cantidad de planetas que pueden poblar el universo de galaxias. De ello podríamos tener una idea aproximada si tomamos como base el cálculo relativo a nuestra galaxia Vía Láctea. Cálculo que arroja una cifra del orden de más de 1 billón de planetas que se obtiene así: el número total de sistemas planetarios se calcula en 1,3 x 1011 (ciento treinta mil millones) y si cada sistema poseyera en promedio 10 planetas entonces el total debería ser de 1.3 x 1012 (más de 1 billón)3. Esto sólo para nuestra galaxia, cuyo guarismo podríamos reducir a un billón. Imaginemos un poco la cifra que obtendríamos extendiendo los cálculos hacia el resto del universo conocido. A 1 millón de galaxias por ejemplo. Esto nos da 10l8(l millón de billones = 1 trillón). Sagan, en colaboración con I. S. Shklovskii en su libro. Vida inteligente en el universo (Barcelona, Reverte, 1981, pág. 400) habla de una posibilidad de planetas en el universo accesible de hasta 1022 (diez mil trillones). Pero en su libro Cosmos (página 301) Sagan calcula que en unos mil millones de planetas situados tan sólo en nuestra galaxia han hecho su aparición por lo menos una vez civilizaciones técnicas. Quizás estos cálculos sean exagerados. Quizás el fenómeno vida, siendo tan poco probable, sea menos frecuente en el universo, y las civilizaciones tecnológicas mucho menos aun. 2 3
Cari Sagan, Cosmos, Barcelona, Planeta, 1983, págs. 300 y sigs. Cari Sagan, Cosmos, Barcelona, Planeta, 1983, pág. 300.
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Nuestra existencia es verdaderamente un accidente de una Improbabilidad fabulosa, pero... ¡las cifras astronómicas son realmente "astronómicas"! Máxime si tomamos en cuenta el universo de galaxias todo. Y aunque los cálculos exageren, ello no quita que las probabilidades de la existencia de otras conciencias, además del nombre en el universo de galaxias, sean casi ciertas. Pero no sólo eso. ¡Son también aterradoras! ¿Por qué habría que considerarlo así? En efecto, si así fuese, si en cada pulsación de este supersol de galaxias se formaran múltiples civilizaciones, muchas de ellas destinadas a sucumbir por accidentes anticósmicos, biológicos (enfermedades) o por autoaniquilación, ¿qué conclusiones metafísicas podemos extraer de un universo de esta naturaleza relacionándolo con la idea de algún supuesto creador omnipresente, totipotente, totisapiente, absolutamente bondadoso, misericordioso, justo, etc.? Esta especie de dios — a la luz de nuestra astronomía actual y sus especulaciones— ya no se estarla haciendo a sí mismo en este nuestro único mundo en el que pensaba Hegel. Tampoco en otros, ni en el universo entero que denomino Macrouniverso, porque... ¡verdaderamente!, ¿cómo encajaría semejante dios en un universo que en cada expansión, a partir de un nuevo big bang. produce siempre nuevas civilizaciones con destino trunco en un ciclo tonto? ¿Tonto? ¡Claro que sí! Porque en cada nueva expansión aparecerían en escena los seres primitivos lanzados hacia una ciega evolución basada en el tanteo, en el error, en la extinción de formas inviables. Siempre una nueva aventura de la vida plagada de crueldades, de luchas interespecíficas, de matanzas, enfermedades, hambrunas, cataclismos naturales, etc., para a la postre aparecer alguna forma viviente destinada a elevarse intelectualmente. Todo en una recapitulación, si no exacta, al menos aproximada de lo acaecido en nuestro planeta. Nuevamente, en cada expansión supergaláctica y por millones en cada una de ellas, apareciendo por doquier nuevas civilizaciones con sus luchas, errores, creencias religiosas, fanatismos que las empujan a cometer atrocidades en aras de la nada, avance tecnológico, efímero bienestar para algunos, penurias para las mayorías, guerras de exterminio en nivel planetario, y al fin y al cabo todo en vano ¡millones de veces repetido! para siempre volver todo a empezar en un nuevo ciclo. Si estos supuestos fenómenos de la formación continua de mundos con sus civilizaciones humanas, humanoides o de cualquier clase de formas de vida muy disímiles de las nuestras conocidas — lo cual es más probable— lo relacionamos con algún supuesto creador excelso que está "haciendo el mundo", vuelve sobre el tapete lo alucinante, lo espantoso.
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lo éticamente inaceptable que se resuelve en una serie de interrogantes. Suponiendo que algún espíritu universal se esté realizando en el mundo — según Hegel, por ejemplo— o se trate del mismo mundo-dios, según Spinoza, el que se halla en evolución, una vez alcanzada la meta, una vez que la creación esté cumplida, ¿después qué? ¿Alguien se ha hecho esta pregunta? ¿Empezar de nuevo otro camino? ¿Otro big bang y nueva expansión del universo de galaxias? ¿Nueva vida, nueva conciencia, nuevo "camino" otra vez plagado de errores y horrores para alcanzar otra vez la excelsa meta? ¿Una inútil repetición de todo como si se obedeciera a alguna ley fatal del curso de las civilizaciones? ¿Y así siempre en cada sucesiva expansión universal? Algo más tonto que esto no se puede concebir. Ante este hipotético panorama, el "espíritu" absoluto o el "Dios-Mundo", se nos transforma en un idiota. ¿Múltiples mundos habitados, múltiples civilizaciones que se están realizando, que evolucionan entre equívocos y espantos para lograr alguna vez alguna meta... o autoaniquilarse quizás por diferencias ideológicas utilizando armas de exterminio? ¿Y aunque aquella meta se alcanzase, no se hallarían acaso igualmente destinadas a perderse irremisiblemente, absorbidas por las condiciones adversas instaladas al entrar en contracción el universo de galaxias para reiniciar otro big bang a partir de un supersol, y así siempre? ¿Puede pensarse en un mundo más vano que éste, que se halla evolucionando según la hipótesis de una creación continua? Si el PLAN es fusionarse alguna vez el "espíritu" con el mundo — según el profesor Hoimar von Ditfurth4— ¿qué seria todo esto? ¿Acaso un juego para ese "espíritu"? ¿Un entretenimiento repetido hasta el hartazgo? Puesto que si la meta es la fusión, volvemos a preguntar, ¿y después qué? ¿Nuevo estallido y a comenzar todo otra vez? ¿Expandirse, separarse del mundo, crear caos para volver a ordenarlo todo y fusionarse nuevamente? ¿Cuál sería su meta definitiva? ¿O es que no hay meta para toda la eternidad sino que todo consiste en el "transcurso", en el "mientras tanto" como en las películas de suspenso con final tonto? Todo esto frente a las ideas panteístas y a las que se les aproximan. Ahora bien. ¿Qué sucede cuando a este universo cíclico plagado de civilizaciones lo enfrentamos con un dios como el de la teología clásica, quien crea ese mundo de la nada, pero que a la luz de las teorías del universo pulsátil lo lanza hacia una serie de expansiones y contracciones con una historia repetida como la señalada? Este universo de galaxias, frente a semejante dios espiritual separado 4
Cf. Hoimar von Ditfurth, No somos sólo de este mundo, Barcelona, Planeta, 1983, pág. 212.
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de él, se convierte en algo así como una pista de carrera de obstáculos y de prueba, que se abre en cada ciclo expansivo para las civilizaciones que va a contener. Una especie de camino escabroso plagado de dificultades y tentaciones para unos seres libres que pueden elegir entre el bien y el mal en sus respectivos planetas. Pero en este caso se vuelve a plantear el eterno problema ético aunque no ya relativo a un solo mundo, el del hombre como antes se aceptaba, sino a múltiples mundos que se pueden contar por millones, o billones... de casos repetidos en todas las galaxias y a lo largo de cada ciclo expansivo. ¿Por qué se tendría que repetir el error, el sufrimiento inútil de seres inteligentes primitivos como el hombre cavernario, destinados a tecnificarse?, etc. etc. Aunque aquí no estemos ya en presencia de un dios idiota, al menos nos hallamos ante un ente indolente reiterativo, estereotipado y vano, pero nunca ante el dios ideal de los teólogos. Pero más razonablemente nos encontramos en presencia de un universo autónomo, sordo y ciego, sin dios alguno, que pulsa sin sentido, pero que de paso genera transitoriamente fenómenos de toma de conciencia de sí mismo por única vez, en una serie de ciclos expansivos y contractivos que luego desaparecerán.
Capítulo VIII
El futuro de la Humanidad
No se si he logrado convencer al lector de que hemos llegado a la conclusión de la ausencia de todo dios. Supongamos que para algunos efectivamente hemos arribado a esa conclusión. Estamos pues entonces huérfanos de dios, ¿y ahora qué? El lector se preguntará sin duda con qué finalidad me he propuesto destruir lo que para muchos puede ser lo más sagrado, una cara ilusión, el motivo existencial por excelencia: tender hacia un dios y hacia una bienaventuranza eterna. El lector quizás se volcará hacia el pensamiento de que, al dejar sin un dios a la Humanidad, ésta podría lanzarse hacia el libertinaje más grosero y que, por lo tanto, resulta peligroso tratar de persuadir al creyente de que ningún dios existe. Pero no es así. La especie humana tiene necesidad de la ética venga ésta de donde venga, por razones de supervivencia, aun liberada del temor a un ser supremo y a un castigo. El motivo de todo este razonamiento expresado en las páginas de esta obra no es otro que el presentar a la Humanidad una fórmula de convivencia pacífica en plena solidaridad en todo el planeta. Partiendo de la idea de que estamos huérfanos de un dios absoluto, perfecto, ideal, y ante la nueva idea de que estamos desprotegidos en el universo de galaxias y, hasta el presente, solos en esta región de la Vía Láctea, sin contacto con supuesta civilización extraterrestre alguna (como tampoco a merced de "espíritu" maligno alguno), es necesario entonces concientizarnos de que lo único que poseemos es la riqueza de nuestra buena voluntad y esa otra riqueza que se llama Ciencia Experimental. Si aunamos ambos tesoros obtendremos la Humanidad que todos deseamos. La Humanidad actual, como producto bruto de las circunstancias anticósmicas y cósmicas que se dieron cita en nuestro proceloso planeta, debe ser declarada como un proceso fallido de dicho anticosmos-cosmos, si es que no llega a enmendarse a sí misma. Para que no termine — como lo sospechan muchos— en una hecatombe
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total y en la nada, es necesario que eche mano con todas sus fuerzas y buena voluntad de esa única herramienta de salvación que puede hacer de esta Tierra si no el mejor de los mundos posibles, al menos un mundo mejor. Esa herramienta, como ya lo he expresado, es exclusivamente la Ciencia Empírica manejada con cordura. Imbuidos de la idea de un supuesto mundo espiritual pleno de altos valores morales, es posible transcurrir una existencia virtuosa y a veces apaciguada, pero no obstante ello, los males pueden estar socavando los cimientos de la misma sociedad dormida tan plácidamente en la ilusión de un mundo ya hecho, acabado, bueno y amparado. El desastre puede precipitarse desde las sombras en el momento menos esperado y de mayor placidez, por falta de una visión práctica de la existencia y por la consecuente ausencia de previsión. Echarse a soñar mientras los males continúan corroyendo a la Humanidad es grave, máxime cuando sólo se persigue una egoísta y utópica salvación personal. ¡O se salva la Humanidad toda de polo a polo o no merece ser salvo nadie! Este debería ser el verdadero axioma de solidaridad universal. ¿Cómo la Ciencia puede salvar a la Humanidad de su extinción si precisamente "gracias" a ella, ésta se halla al borde del holocausto final? No es la Ciencia la culpable. La Ciencia es conocimiento develado; el culpable es el hombre, algunos hombres que aplican mal ese conocimiento. Por eso dije que es necesario sumar buena voluntad y Ciencia. ¿Cómo podría entonces la Ciencia Experimental rescatar a toda la Humanidad y crear un Paraíso en la Tierra? Es que ya lo está tratando de hacer en parte aunque este mundo aún diste mucho de ser un Paraíso. Jamás el hombre ha disfrutado antes de las comodidades y seguridades actuales. Muchas enfermedades, verdaderos flagelos del pasado como la viruela negra, la tuberculosis y la poliomielitis, han sido si no erradicadas totalmente al menos prevenidas, asegurándose así. Junto con la técnica quirúrgica, más larga vida. Los modernos medios de comunicación permiten un mejor acceso a la cultura y las posibilidades artísticas se han multiplicado, lo mismo que las satisfacciones que brinda la tecnología. ¿Pero qué es lo que falla entonces? ¿Qué es lo que hace exclamar muchas veces que vivimos aún en la civilización de la barbarie? No es precisamente la Ciencia la causa, sino la naturaleza humana que lo echa todo a perder. Muchas cosas son bien pensadas, con buena voluntad, por unos, pero luego vienen otros que todo lo estropean con su propensión hacia el delito, hacia el interés creado, hacia la envidia, hacia la agresividad, y
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hacia las mil y una lacras que padece la Humanidad enferma de iniquidad. Como hechura que es de un entorno brutal que ha estampado desde los albores de la cruel evolución todo lo positivo para el animal salvaje que es hoy todo lo negativo en la naturaleza humana, el hombre se traiciona a sí mismo. Aquello que en los tiempos primitivos de brutal competición era imprescindible para sobrevivir tanto al hombre como a los animales inferiores a él, tal como la agresividad, el egoísmo, el engaño, el territorialismo, etc., hoy es molestia para el hombre, quien aun detrás de la máscara de la civilización no puede sustraerse a esas tendencias que le empujan a actuar a veces inconscientemente. Su neocerebro censor resulta ser insuficiente muchas veces cuando afloran los bajos instintos y las pasiones, para frenarlos. ¡Nuestro mundo! ¿Un paraíso entonces, con semejante naturaleza humana siempre proclive a arruinar todo lo hecho con las mejores intenciones? Por supuesto que ésta se constituye en una verdadera utopía. Ningún sistema sociopolítico-económico lo logrará jamás. ¿Qué hacer entonces sin ninguna clase de dios y con una Humanidad defectuosa, arma de doble filo para sí misma, cuyos síntomas mórbidos apuntan hacia un suicidio en masa? La fórmula es clara: cambiar la mismísima naturaleza humana desde su propia base genética. Esto significa que dicho cambio no se logrará en la Humanidad, tal como es en la actualidad, sólo con bienestar pleno para la sociedad global, ni con buenos consejos y concientización. Esto es imposible porque siempre, en todo tiempo y lugar aflorará la índole negativa del hombre con su carga de malsanas tendencias hacia el vicio o la ruptura de un estado de cosas bien establecido, aunque más no sea por placer morboso de romper "la monotonía" o por afán de cambios impulsado por la ambición, aunque estos cambios signifiquen el derrumbe de la vida plácida. La historia de la Humanidad es un documento demasiado elocuente para no dejar de buscar aun algún upo de esperanza de una sociedad ideal. Ha habido periodos de mucha holgura y bienestar para muchos pueblos, que sin embargo cayeron en la molicie y en el desastre de la corrupción y la decadencia, aun con la idea de un dios aceptado como castigador del desatino humano. Sin dios alguno, por supuesto que es también imposible que esta clase de Humanidad tal como es, sobreviva o forme una sociedad ideal. Es necesario reemplazarla por otra entonces. ¿Quién puede lograrlo si no hay poder divino? La respuesta es: la Ciencia Empírica que cultiva el mismo hombre. Así como en otra parte he manifestado que el hombre es capaz de crear un planeta mejor que el globo terráqueo, ahora y aquí digo que también
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posee capacidad para crear una Humanidad mejor desde su misma raíz genética. La mayor gloria de este ser, aún en estado larvario, que sin embargo ha producido el prodigio de la Ciencia, será metamorfosearse artificialmente en el ser adulto liberado de toda malsana tendencia larval. Este tendrá que ser el superhombre auténtico. No el natural entrevisto borrosamente por Nietzsche, sino el superhombre genéticamente programado por el hombre.
Capítulo IX
El superhombre
Aún le falta mucho a la ciencia genética para poder programar psíquica y somáticamente un futuro ser viviente, lo sé. Pero pienso que es la única opción que le queda a la Humanidad para transformarse de defectuosa larva en sublime mariposa. Mientras tanto, es necesario que esta Humanidad, previa aplicación de la eugenesia para ir depurándose de antemano, se prepare para el cambio, destinada a sucumbir en aras de una descendencia de angelicales superhombres mansos, para quienes la injusticia, el odio, las guerras, sean Imposibles, y sus motivos existenciales consistan en la ciencia, la tecnología, el arte, la cultura, el perfeccionamiento..., en suma "hacer algo" placentero y constructivo. El ángel bueno debe surgir de la propia naturaleza humana actual en bruto. Y esto no es ocupar el lugar de ningún dios perfecto que ya vimos no existe por ser un imposible. Es crear dioses pura bondad, en cuya sociedad pueda insertarse todo nuevo ser con la garantía de un seguro mundo de amor con el que hoy sueña utópicamente toda madre humana para sus hijos. Esa idea del dios perfecto que posee esta Humanidad larval, debe ser cristalizada precisamente en una futura Humanidad hija. Lo peor que podría hacer el hombre es dejarse estar así como se encuentra, creyendo ser algo acabado, un corolario de una creación o de la evolución. Lo más funesto seria aceptarse tal como es, sin especular acerca de una enmienda de la misma naturaleza desde el programa genético. Todos los grandes idealistas han buscado siempre la posibilidad del mejor de los mundos, dejando intacta la naturaleza humana intima, como si ésta fuese intocable, lo mejor hecho, lo imperfectible en su esencia heredable "antes de contaminarse con el mundo", o perfectible tan sólo en la crianza, con métodos consejeros o ejemplares, e Ignoran que existen tendencias malsanas filogenéticamente enraizadas en la especie que siempre tienen posibilidades de aflorar como el vicio. El hombre es corregible. Los consejos morales y la amenaza de castigo son las fórmulas, se dice. Estos supuestos se dan por sentado sin atender a que es la misma
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índole humana lo que hay que corregir de raíz, desde cuando el hombre no es ninguna obra acabada, ningún pináculo, tal como lo he señalado en el capítulo XIV (Primera Parte, Libro II). No cabe aquí la despectiva y condenatoria frase que reza: "el hombre quiere reemplazar a su dios", sino que es necesario admitir la necesidad de crear dioses verdaderos, los superhombres, de origen natural, con todos los atributos de perfección ideados, porque los dioses sobrenaturales no existen. Seria inicuo, absurdo e irracional que existieran dos poderes en el mundo. Maligno el uno y bondadoso el otro. También es inicuo que continúe existiendo la maldad natural en este mundo. El dolor, las injusticias deben desaparecer junto con esta vieja especie natural humana, para dar paso a otra especie sublime destinada a poblar esta área de la Vía Láctea mientras ello sea posible. El sufrimiento no tiene ninguna razón de ser en el cosmos ni en el anticosmos. Si ya ha sido paliado en parte en la Tierra mediante la Ciencia, ¿por qué no erradicarlo totalmente si está esta posibilidad en manos de la ciencia humana? ¿Por qué continuar sumisos y aceptar este estado de cosas como si el mundo no tuviera arreglo? ¿Por qué aceptar las posibilidades del accidente, de las desgracias, de las guerras, si es concebible y realizable un mundo más perfecto que esta burda obra del acaso, inacabada y mal hecha producto de la naturaleza ciega universal? ¿Por qué aceptar, aun inconscientemente, que la naturaleza humana es intocable y que es suficiente con tan sólo intentar inclinarla tal como está, hacia el bien? La tecnología del futuro podrá crear planetas perfectamente planifiados al utilizar los materiales en bruto de nuestra Luna, de los planetas Mercurio, Venus y Marte, por ejemplo. El paraíso natural es posible. Las ideas de perfección que posee el hombre pueden proyectarse hacia una palpable realidad. Son necesarios para ello Ciencia, Técnica, tiempo y buena voluntad. ¿Qué puede contener de pecaminoso o reprobable el pretender establecer un paraíso de amor que orbite alrededor de nuestro Sol, que reemplace a esta inicua Tierra, o múltiples paraísos también aquí o alrededor de otras estrellas de nuestra vecindad galáctica? Sin un dios sobrenatural es posible vivir como dioses naturales o artificiales, los descendientes de los humanos, la especie nueva: el Homo super u Homo sublimis. Por el contrario, lo alucinante y aterrador seria que el mundo espiritual inventado por el hombre, en donde chocan dos fuerzas antagónicas, fuese realidad. Un mundo sobrenatural donde oscuras fuerzas del mal se oponen a "luminosos" poderes del bien. Donde las criaturas advenidas a la existencia, inocentes, tienen las sombrías perspectivas de ser arras-
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tradas por dichas potencias malignas hacia las tinieblas y la condenación. Por el contrario, un mundo de puro amor, poblado de puros ángeles buenos es mejor. Un mundo donde ninguna inocente criatura destinada a nacer tenga la desgraciada posibilidad de ser arrastrada hacia el mal por causa de su debilidad; donde la "salvación" sea la única posibilidad, la "caída" un imposible y la felicidad una garantía avalada por la Tecnología. ¿No es éste el mejor de los mundos comparado con el mítico mundo del "bien y del mal" y del "libre albedrío", donde se debaten fantochescas criaturas destinadas a salvarse o a condenarse? En este Nuevo Mundo propuesto, todos, absolutamente todos los pobladores del planeta Tierra y de cualquier otro habitáculo espacial extraterrestre natural o artificial, deberán tener ineluctablemente una única posibilidad: la de vivir buenos en felicidad. Estos serán los superhombres del futuro, libres de toda enfermedad y tara hereditaria. Sin tendencia hacia vicio alguno; sin proclividad hacia el delito, puramente solidarios, sólo podrán cursar sus existencias apartados de toda maldad, en forma unilateral hacia el bien, sin leyes penales, sin cárceles, sin policía ni cerrojos, sin fronteras, sin ejércitos, sin naciones, en un Estado único. En vez de hallarse como el hombre actual a merced de dos presuntas fuerzas: el bien y el mal, que como hemos visto no son otra cosa que "emanaciones" de su propia índole, ellos, los pertenecientes a la nueva especie se verán obligados genéticamente a cursar sus existencias sólo en el bien. Pues hay que recalcar una y mil veces que no es otra cosa que la actual naturaleza humana la que genera el bien y el mal proyectados hacia el exterior de la psique. El bien y el mal como presuntas potencias no existen fuera del psiquismo humano. No hay nada de eso fuera de la mente del hombre. Luego es la mente del nombre la que debe ser reformada mediante una inteligente planificación del cerebro. La verdadera "salvación" del hombre se halla en lo mejor que ha creado para si mismo: La Ciencia Empírica. La desesperación, la tragedia, el horror, los ayes de dolor, deben ser erradicados de la vida por ser todas cosas injustas. Vivimos en un mundo atroz donde lo peor es siempre posible. Podemos ser arrastrados por las peores tragedias, incluso hasta la muerte prematura, sin que muchos hayan tenido la oportunidad de pasar por las supuestas "pruebas" a fin de demostrar su valer y obtener el mérito. Toda madre normal desearía para su hijo que lleva en el vientre el mejor de los mundos posibles, sin posibilidades de dolor, desvíos delictivos, penas de cárcel o muerte prematura. La Humanidad con su Ciencia y buena voluntad estará sin duda en perfectas condiciones de realizarlo.
Capítulo X
El psiquismo independizado del cuerpo, y el futuro lejano
Ante las perspectivas señaladas en los dos capítulos precedentes, se vuelven a plantear los problemas tratados en el primer capítulo de este libro III, titulado. "La bienaventuranza lograda, ¿y después qué?" Ahora se plantea el siguiente caso: un futuro superhombre, el poblamiento galáctico, la supertecnificación, el saberlo todo, ¿y después qué? El hastío más absoluto puede ser la peor amenaza para futuros dioses. Ya he planteado en otra parte la siguiente metafísica pregunta: ¿aquel dios idealizado por los teólogos como ser eterno, al crear una vez el mundo lo hizo quizás con el fin de evadirse de su aburrimiento? Al menos esa idealización de eternidad en soledad a la que luego añade el acto de la creación con el consecuente "complicarse" la existencia con el mundo lleno de problemas, da lugar a este herético interrogante. Siempre, claro está, siguiendo la corriente de la fantasía, en el terreno ideal. Nadie puede conocer hasta qué punto es posible incrementar la inteligencia humana. En el capítulo VI de este Libro ya he tratado acerca de la posibilidad de la existencia de supuestos dioses no totipotentes, ni infinitos, sino productos de la tecnología de supercivilizaciones extraterrestres que hayan arribado a la etapa del dominio total de la materia circundante, y permanecido ellos como formas de energía pura organizada. ¿No podría seguir la Humanidad el mismo derrotero? Nadie lo puede afirmar, como tampoco nadie refutar categóricamente esta posibilidad. Por otra parte, nadie tiene derecho a tachar este tema de poco serio, totalmente utópico o cargado de necedad, pues aún no sabemos qué puesto ocupamos en el cosmos o en el anticosmos, porque recién comenzamos a "asomarnos" al universo con nuestro conocimiento astronómico experimental. Los doctos teólogos del pasado no sólo hubieran rechazado toda insinuación al respecto, sino también -esbozando una compasiva sonrisa- tildado de mentecato a todo aquel que incluyera en sus argumentos antiteológicos estas cuestiones. Tal vez ni siquiera se
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hubieran ocupado de continuar la lectura de su obra al hallarse en alguna página con semejante "disparate". Sin embargo, al leer a muchos teólogos y pensadores de la Antigüedad no es raro hallar "disparates" tales como que el espacio es un dios (Henry More), o que la atracción de las masas es la acción del espíritu de un dios que empuja los cuerpos o los átomos (Newton), y asimismo tira de ellos para que no se junten demasiado y hagan del mundo una masa única concentrada (Richard Bentley). Y a propósito de vida extraterrena, el teólogo Nicolás de Cusa en su obra La docta ignorancia (capítulo XII, Libro II) habla de habitantes del Sol, de la Luna y de otras regiones pertenecientes a las estrellas. Incluso dice sospechar que los habitantes del Sol son más claros, iluminados e intelectuales; más espirituales que en la Luna en donde son más lunáticos, y en la Tierra donde son más materiales y groseros. Los teólogos de la actualidad, quizás sean más elásticos al respecto, aunque muchos de ellos aún se muestren renuentes a la aceptación de posibles suprainteligencias "cósmicas" pura energía organizada, capaces de dominar, no al universo de galaxias entero, por supuesto, pero sí a la materia circundante obligándola "a darles el ser". Este destino de dioses quizás le esté reservado a la Humanidad del futuro, más allá todavía del superhombre suprainteligente, aunque aún de "carne y hueso". El fenómeno vida es muy improbable y lo es aun más el fenómeno conciencia inteligente. Quizás seamos casi únicos en nuestra especie en el universo de galaxias. Esto es lo más probable. Sin embargo, como ya hemos dicho, no podemos descartar en absoluto la posible pluralidad de supercivilizaciones como lo creen muchos científicos. Pero aquí viene el metafísico interrogante: ¿estas hipotéticas formas energéticas organizadas como suprainteligencias, independizadas de todo cuerpo orgánico, pueden ser eternas? Ello es sobremanera dudoso, puesto que ni el propio universo de galaxias es eterno en su forma, desde que se expande indicando un proceso que terminará alguna vez. Además, si el dominio de sistemas solares en determinadas áreas galácticas fuera posible, es dudoso que alcanzara a abarcar toda una galaxia. Las zonas galácticas que contienen civilizaciones en expansión pueden ser conturbadas de tal modo que sean aniquiladas dichas civilizaciones. Pero, ¡tratándose de dioses con pleno dominio sobre la materia! Admitamos que estos entes dominaran toda una galaxia, ¿podrían abarcar otras? Quizás sí, si se tratasen de galaxias próximas pertenecientes a una metagalaxia o grupo galáctico.
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¿Podrían incluso abarcar todo el universo de galaxias? Es muy dudoso ante los limites de velocidad que hoy admite la física (300.000 km por segundo: velocidad de la luz). Otra cosa sería si la física actual estuviese equivocada al respecto, aunque no conviene aquí entrar en detalles acerca de otros impedimentos porque ello rebasaría la índole de este ensayo, como por ejemplo el choque entre legiones de "dioses" provenientes de diversos orígenes naturales de diversas galaxias, etc., pues es posible que no todos estos hipotéticos entes sean pura bondad, frutos de la buena voluntad como los que propongo para la Humanidad. Al no existir entonces tiempo suficiente (aún tomando en cuenta la relatividad einsteniana: retraso del tiempo a velocidades próximas a la de la luz) para dominar toda la materia del universo de galaxias y obligarla a un comportamiento planificado, por causa de la "lentitud" de los desplazamientos de esas hipotéticas formas energéticas organizadas suprainteligentes, es muy probable que el Anticosmos (Macrouniverso) absorba dichas formas energéticas o dioses para aniquilarlas mucho antes de su expansión total. Recordemos el big bang, el universo pulsátil y los pozos negros del espacio, que cual embudos anticósmicos succionan materia hasta comprimirla a volumen cero e impiden el escape de partículas que se mueven con la velocidad de la luz. ¿Podrían estos "dioses" sobrevivir a pesar de todo a la contracción de todo el universo de galaxias e impedir la formación de un nuevo supersol listo para el siguiente big bang, o dominar una ventana o pozo negro del espacio? Esto ya raya en una ingenua fantasía. Sin embargo, mucho antes de que el universo de galaxias entre en un ciclo de contracción para comprimirlo todo, aun a los "dioses pura energía organizada", habrá ocurrido otro hecho complicante que atañe exclusivamente al psiquismo de semejantes entes teóricos. Algo consustanciado con las mismas razones existenciales de todo ente inteligente. Ese hecho es haber ya explorado y experimentado todo. El haber conocido todo. El no tener ya más nada que hacer en el universo. Sagan y otros se imaginan otras civilizaciones galácticas y extra-galácticas ocupadas en un perenne quehacer. Siempre habrá para ellas algo que descubrir, algún nuevo artificio que crear y esto obviará todo aburrimiento. Sin embargo, nadie se formula la pregunta ¿qué harán los seres inmortales cuando lo sepan todo, cuando lo hayan ensayado y realizado y repetido todo hasta el cansancio? Aunque escaparan de los "pozos negros". Aunque impidieran una concentración universal aniquiladora y un nuevo big bang, y sean entonces eternos, ¿que harían? ¿Crearían acaso cada cual un mundo propio para obtener motivos exis-
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tendales, o para gozar de él como dicen los teólogos que lo hizo su dios creador único? "Dios se goza en sí y en los otros seres" (Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles. Libro I, cap. XC). ¿Qué clase de mundos podrían crear si ya todo habrá sido explorado, todo arte agotado, toda posibilidad de novedad utilizada? Lo mismo que el dios de los teólogos, quien desde la eternidad sabía del mundo a ser creado y de todos sus aconteceres (detalle que le impide existir como creador tal como ya lo hemos visto), así también cada mundo de cada dios natural aburrido sería algo ya conocido y carente de sentido. Si para el dios de los teólogos quien vive en un eterno presente y conoce todo el pasado y el futuro, el mundo debe carecer de interés por conocido hasta el mínimo detalle con toda su historia pasada, presente y futura, también para las teóricas suprainteligencias creadoras conocedoras de todas las posibilidades, todo debe ser inútil. El dios de los teólogos como ente absoluto no puede existir como ya lo explicamos en virtud de que, si todo ya es conocido por él desde la eternidad hasta la eternidad, entonces carece de sentido tanto su creación como su supuesto goce, y su propia existencia como creador. En cambio, los dioses de origen natural realmente podrían existir pero no siempre, so pena de caer en el más completo hastío y perder toda razón de existir como no la tiene tampoco el dios sobrenatural de la teología, salvo que optaran por aneciarse para empezar siempre de nuevo. Pero borrar todo recuerdo equivale a una muerte. Se asemejarían a la fábula del ave Fénix que siempre renace de sus cenizas, pero toda vez con una conciencia distinta. Esos dioses no podrían ser inmortales. Necesitarían de la muerte para huir del hastío total, para dar lugar a nuevos seres conscientes destinados a recorrer el mismo camino. Conformémonos entonces con el "mientras tanto", con el "camino" que aún nos queda por transitar hasta la etapa de "dioses energéticos independizados de la materia", previo paso por la etapa del superhombre de "carne y hueso", para luego, ya como tales dioses, aun continuar siempre en el "sendero". En una "senda", cuyo trayecto como ya dijimos, deberá consistir en "hacer siempre algo", "crear cosas", como investigar, tecnificar, buscar emociones sanas en el arte y la cultura, hallar deslumbramiento en la expansión cósmica de la civilización, obtener satisfacciones por lo hecho y curiosa expectación por todo aquello que aun queda por hacer. En suma, buscar motivos existenciales sanos y "vivir". Para el mantenimiento de las condiciones "normales" de nuestro sistema solar se calculan aún muchos millones de años. Los astrónomos calculan para el Sol, por ejemplo, una vida de unos 5.000 millones de años más. No podemos saberlo a ciencia cierta. Además, la Tierra
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perderá sin duda sus actuales condiciones aptas para la vida tal como ésta se halla adaptada a su medio, mucho antes que muera el Sol. Pero de todos modos aún le quedan a la Humanidad muchos millones de años para ultratecnificarse, metamorfosearse genéticamente e incluso escapar de cualquier evento catastrófico que pudiera ocurrirle al Sol o acaecer en las cercanías de nuestro sistema planetario. Lo principal es que sepa soslayar la posibilidad de la catástrofe autodestructiva en cierne en nuestra generación actual. Como corolario de esta obra sólo resta recalcar que, sin dios alguno, solos en este transitorio semicosmos que nos rodea, inmerso a su vez en un cataclismo magno, cual es el universo de galaxias en expansión, fruto de una titánica explosión, debemos conformarnos con ser mortales aunque extraordinariamente longevos en el futuro. El Anticosmos nos rodea proceloso, más allá de nuestro pequeño cosmosorden que no abarca siquiera nuestra galaxia entera, sino tan sólo una región de ella. Ya hemos visto que en la propia Vía Láctea ocurren hechos de extrema violencia. Pero el espacio que nos rodea inmediatamente, que abarca una constelación, que contiene por ahora astros que se comportan más o menos mansamente, puede ser incursiona-do por nuestras naves del futuro, y en su seno el hombre, o el superhombre, está llamado a crear maravillas. Desde ya que si el hombre posee suficiente idea innata de perfección y capacidad técnica para reformar y perfeccionar lo que la burda naturaleza por sí sola ha formado, ¡qué no haría un superhombre! A su vez, si éste se transformara en un dios o semidiós energético independizado de la materia orgánica, ¡cuántas maravillas podría crear! Estos, el superhombre como producto de la autometamorfosis del larval hombre actual, y el dios energético concebido y producido a su vez por el superhombre, serían los verdaderos creadores de perfección. . En sus mundos creados no tendría por qué existir el odio, la ambición ni la violencia. La infinita gloria, el más grandioso mérito de la actual Humanidad que entra ya en el siglo XXI, sería la creación de seres sublimes en el futuro, erradicado el mal de esta área del universo de galaxias. Por lo menos hasta donde alcancen sus posibilidades y hasta donde se lo permita el tiempo necesario para expandirse. Si más allá existen horrores, injusticias y dolor, pero son ignorados, es como si no existieran. Sin embargo, la misión de esos dioses del futuro podría extenderse incluso hacia otras civilizaciones, si existen, para angelizarías si poseen naturaleza tortuosa proclive hacia la maldad, como la tiene el hombre actual. Al hallar estos dioses buenos a otras civilizaciones inferiores en estado lastimoso de desentendimiento (si es que tienen razón los que sostienen su existencia) en pie de guerra o con perspectivas sombrías de
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supervivencia por razones Ideológicas, como es el caso de nuestra civilización actual, deberían intervenir pacíficamente con sus poderes por obligación moral para frenar tal desatino y cambiar la propia naturaleza de semejantes seres. Para epilogar, tan sólo queda por repasar concretamente lo ya analizado. Lo espiritual no existe. No hay pruebas. Los posibles "mundos paralelos", esos mundos o antimundos de otras dimensiones separados o entretejidos con el nuestro, sospechables y aceptables por la Ciencia Experimental, no constituyen pruebas de la existencia de lo sobrenatural que tendría influencia sobre el mundo material-energético. No puede existir ninguna clase de dios como lo idealiza la teología natural, porque se trata de un ser imposible frente al mundo e idealmente contradictorio. No puede existir tampoco un dios-mundo según el panteísmo. Tampoco dos principios poderosos antagónicos, uno superior al otro o equiparados en fuerza, que luchen uno por el bien, otro por el mal. Finalmente, resulta harto difícil aceptar a ciertos dioses naturales, frutos de supuestas civilizaciones extraterrestres con alta tecnología y dominio biológico, que nos hayan planificado o que nos vigilen. Estamos solos en nuestro pequeño cosmos rodeados del proceloso Anticosmos, a merced de poderosos catalismos naturales, telúricos y anticósmicos; asimismo a merced de los propios desatinos humanos. Pero tenemos la solución para asegurarnos en la existencia y tornarla más plácida. Somos los que podemos transformarnos en dioses, o especies de ángeles buenos para terminar con el mal. Para lograrlo poseemos Ciencia, Tecnología e idea de perfección. Sólo nos hace falta buena voluntad.
Orientación bibliográfica
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Índice analítico y onomástico Agujero negro, 132, 142, 143, 154, 162 Ahrimán, 225, 240 Albedrío (libre albedrío), 41. 64, 189, 192, 193, 199, 206, 209, 225, 228, 268 Alejandro de Afrodisia, 214 Angström, 171 Antimateria, 142, 143, 154. 165, 166 Aristóteles, 37, 110, 204, 226 Asimov, Isaac, 28 Atributo de la bondad, 45, 66 Atributos negativos del dios de ciertos teólogos, 46, 74 Averroes, Ibn-Rosckd, 162 Bentley, Richard, 270 Bergson, Enrique, 182 Bienaventuranza, 161 Big bang, 27, 28, 41, 146, 151. 152. 154. 155, 160, 162, 177, 257, 259, 260, 271 Bohr, Niels, La figura atómica de, 165 Bondi, Herman, Creación continua de materia, 152 Canibalismo, 67, 68, 72 Cataclismo, Estamos comprendidos en un, 155 Ciencia de visión. 200, 204 y sigs. Civilizaciones extraterrestres, 28, 257 Compensación en la otra vida, 91 Contemplación estática en la bienaventuranza, y la nada, 161 Copérnico, Nicolás, 139 Corazón cósmico, 161, 257 Cosmos pulsátil, 46
Creación: continua de materia, 152 de la nada, 155 de trillones de mundos, 119 si todo lo sabía, ¿para qué creó el mundo?, 206, 228 Creacionismo: evolutivo, 172 fixista, 56, 172 posición creacionista, 59 Creacionistas fixistas, 27 Cualidades negativas transmitidas a las criaturas, 101 Cuarta dimensión, 154, 166 Cuasar, 142, 192 dios está en los cuasares, 194 Cuasares, 132, 142, 152, 162 Cusa, Nicolás de, 270 Darwin, Carlos R, 95 Defectos, el pecado no es causa de los defectos, 87 Demócrito. 245 Descartes, Renato, 167, 202, 203 De Sitter, 152. 155 Determinismo biológico, 214, 222 fatal, 206. 218 Dimensión Cuarta dimensión, 154, 166 Otra dimensión, 46 Otras dimensiones, 154 Dios atributos negativos de, 46, 74 el dios – a quien el mundo se le "escapa de las manos", 150, 155 – condicionado, 173, 188, 189 – condicionado por las posibili-
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dades, 85, 174, 175 – "convidado de piedra", 219, 227 – creador y omnipotente que desaparece, 62 –de Averroes, 162, 191 – debajo – – de las posibilidades, 173, 183 – – de lo factible, 85 – débil, 101, 150, 155 – de Tomás de Aquino, 192 – Estado, de Hegel, 42 – focal, 181, 190 – hegeliano. 162, 191, 250, 259 – irreceptivo, 204 – jactancioso, 186 – limitado, 85, 125, 136, 150, 155, 181. 186, 191, 192 – – quien del mundo de las factibilidades tan sólo puede escoger algunas, 85, 183 – mezquino, 83, 84 – multiplicado en cada una de sus criaturas perfectas como él, 187 – mundo – – idiota (dios-mundo), 260, 261 – – que se está realizando, 60, 151,249 – obligado a crear un mundo de gradaciones, 229 – el dios que – – está emergiendo del caos y de la sinrazón, 251 – – está presente en los seres ma lignos, 227 – – juega a los dados, 61 – – primero crea el mundo y lue go reniega de su creación, 190 – – resalta de su creación como lo mejor. 181, 186 – – se abre brecha en un medio denso y viscoso, 54, 150, 181 – – se debate en un medio visco-
so, 150, 181 – – se realiza a sí mismo ya de bería estar realizado, 62, 151 – el dios – – radiado, 181, 186, 190, 191 – – restricto que se debate en un mundo con tendencia hacia el caos, 150, 251 – – scheleriano, 191 – – separado del mundo, 60, 150 – – soberbio, 181, 186 – – solitario quien aburrido de cidió una vez crear el mundo, 235, 269 – – spinoziano, 162, 191, 250, 259 – – teilhardiano, 191 – – titiritero, 218 – – universo, limitado, 251 – – vanidoso, 186 la Implosión de dios, 188 Ditfurth, Hoimar von, 260 Einstein, Albert, 152, 155, 166 Energías organizadas inteligentes "que se dan el ser", 254, 270 Epicuro, 245, 247 Estallido galáctico, 150 Estrellas más estrellas que granos de arena, 114 nova, 145 su número – en el universo, 28 – en nuestra galaxia, 119, 149 supernova, 146 Evolución de las especies. Crítica, 182, 183 Existencia de seres más inteligentes que el hombre, 94, 95, 96 Expansión universal, 40, 41 Extraterrestres, civilizaciones, 257, 258 Factible, lo factible está por encima del dios de la teología, 85
RAZONAMIENTOS ATEOS Fromm, Erich, 45 GALA, hipótesis de, 250 Galaxia, número de estrellas en la, 119, 149 Galaxias canibalismo galáctico, 143, 150 estallido galáctico, 150, sus formas, 149 Gluones, 156, 165, 212, 243, 246, 248 Gold, Thomas, 152 González Alvarez, Ángel, 84, 165, 205, 211, 226 Grison, Michel, 173, 205, 223 Hegel, Jorge G.F., 42, 110, 162, 250, 259, 260 Heinsenberg, W., 140, 154, 165 Herencia, no hay tejido orgánico no heredable, 213 Hombre el hombre – clorofílico, 103, 104 – como error de la – – evolución, 61 – – naturaleza, 72 – como un proceso más, 114, 124, 125 – del futuro, 135. 136 – es una forma viviente muy imperfecta, 82, 83 – evolucionará artificialmente, 101, 135 – ha controlado muchas enfermedades, 89 – no es el pináculo de la evolución, 96, 100. 123, 253, 267 – puede concebir y crear un mundo mejor, 63, 83, 134 y sigs., 136 – su improbable existencia, 29 – su puesto en el universo, 94, 95 – tiene todas las posibilidades y oportunidades de ser perfecto, 64
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Homo homini lupus, 171 Homo sublimis, 267 Hoyle, Fred, 252 Humanidad del futuro, 135 Idea de perfección, 45, 274 Ideas acerca de otras formas de vida inteligente, 94, 95, 96 Improbabilidad de nuestra existencia, 27, 29 Inocentes castigados, 87 Inteligencias cien veces superiores a la humana, 83, 96, 254 Javaux. J., 200, 207 Jehová, 237 Kant, Manuel, capacidad mental, 110 prueba moral, 40, 42, 169, 170 pruebas experimentales, 211 Kepler, Johannes, 139 Krebs, Nicolás de (Cusa), 270 Leibniz, Godofredo, G., 183, 239 principio de razón suficiente de, 188,239 Lemaitre, Jorge, E., 257 Lentes gravitacionales, 152, 162 Leyes físicas que dejarán de tener vigencia, 122. 157, 173 Libre albedrío, 41, 46, 64, 189, 192, 193, 195, 199, 206, 209, 225, 228, 268 Lógica aristotélica, 36 Lovelock, J., 250 Macrouniverso, 153, 154, 156, 157, 160, 161, 178, 194, 202, 257, 259, 271 Maimónides, Moisés, 46, 74 Mal, 135, 193, 225, 226 Manes, 225 Maniqueo, 225 Maréchal, Joseph, 199, 207 Matemáticas lenguaje universal, 46 su desaparición, 153, 157
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Materia, creación continua de la, 152 Mayéutica, 37, 211 Mazdeísmo, 226, 240 Medio denso y viscoso en que se está abriendo brecha el creador, 54, 150, 181 Microuniverso, 153, 154, 156, 157. 160, 161 Molina, Luis de, 210 More, Henry, 270 Mundo como – aparato de relojería, 25, 129, 139, 140 – medio denso y viscoso que se opone a un dios con potencia relativa, 54, 150, 181 el mejor de los mundos, 90, 221, 235, 266, 268 este que habitamos no es el mejor de los mundos posibles, 63, 83, 84, 90, 136, 151, 155, 181, 221. 237 intelectivo que entra en escena ya en los animales inferiores, 241 inteligible, 46 mundos paralelos o entretejidos, 154.241,243.274 perfecto, 61, 83 si todo lo sabía, ¿para qué creó ese dios el mundo?, 206, 228 un mundo mejor, 63, 263 vivimos en un mundo improbable, 27 Naturaleza y malos ejemplos, 69, 93 Newton, Isaac, 270 Nietzsche, Federico, 265 Nova, 145 Ormuz, 225, 240 Pactos López, A., 210, 221, 222 Panteísmo, 60. 150, 155, 191. 202,
249,250,251,260,274 Paraíso de Mahoma, 235 natural, 267 Pecado como causa de los sufrimientos del hombre, 73 no es causa de defectos, 87 Pedler, K.. 250 Petición de principio, 169, 245 Planeta artificial, su construcción, 134 Plasma o cuarto estado de la materia. 159 Platón, 226 Posición creacionista, 59 Principio de incertidumbre de Heinsenberg, 140, 154, 165 Procesos en general, 114, 115, 124, 125, 127, 129, 130, 146, 156, 168, 178, 179 Quagma, 246 Quark, 171. 178, 195 Quarks, 154, 155, 156, 161, 165, 180, 212, 243, 246. 248. 249, 257 el dios que está en los quarks, 195 Recompensa después de la muerte, 104 Relatividad einsteniana, 271 teoría de la, 166, 257, 271 Sagan, Cari. 252, 253, 257, 258, 271 Satanás, 237 Schmaus, M., 210 Senectud, 90, 91 Seres más inteligentes que el hombre en otras galaxias, 94, 95 Shklovskii, I.S., 258 Sistema solar su existencia futura, 272 tiempo de su existencia, 26 Sócrates y la mayéutica, 37, 211 Spencer, Herbert, 95, 182 Spinoza, Baruch, 162, 250, 260
RAZONAMIENTOS ATEOS Supernova, 146 Supersol, 41 Sustancia universal, 153, 156, 179, 180,202 actividad espontánea de la, 154 Tabula rasa, 214 Teoría de la relatividad, 166, 257, 271 Tiempo, exceso para la supuesta creación, 162 Tierra, edad de la, 52 Tolman, 257 Tomás de Aquino, 90, 103, 176 y sigs., 183, 191, 192, 196, 199, 200, 210, 221, 223, 225, 226, 237 Universo abierto, 41, 152, 155 cíclico, 40 curvo y finito, 152, 155, 166
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edad del, 52 increado, 155 indómito, 150, 251 pulsátil, 40, 146, 152, 161, 177, 257, 260, 271 temporal, 41 Ventana negra, 142, 143, 147. 154, 166, 271 Verdades eternas, dejarán de tener sentido, 157, 161 Vida como proceso improbable, 114 Violencia en el cosmos, 139 Walhalla, 235 Wegener y la teoría de la deriva de los continentes, 123 Welte, Bernhard, 234 Zarathustra, 240 "Zona de misteriosidad", 211
Este libro se terminó de imprimir en los Talleres EDIGRAF S.A., Delgado 834, Buenos Aires, República Argentina, en el mes de setiembre de 1987