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Spanish Pages 477 [480] Year 2021
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«Mujeres ricas y libres»
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Liliana Pérez Miguel
«Mujeres ricas y libres»
Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS EDITORIAL UNIVERSIDAD DE SEVILLA DIPUTACIÓN DE SEVILLA
Sevilla 2021
Catálogo de la Editorial Universidad de Sevilla Colección Americana Catálogo Diputación de Sevilla Servicio de Archivo y Publicaciones Serie: Nuestra América Núm.: 45 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y su distribución. Este original ha sido galardonado con el premio del concurso de monografías Nuestra América 2018, convocado por la Diputación de Sevilla, la Universidad de Sevilla y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
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© Editorial Universidad de Sevilla 2021 C/ Porvenir, 27 - 41013 Sevilla Tlfs.: 954 487 447; 954 487 451; Fax: 954 487 443 Correo electrónico: [email protected] Web: © Consejo Superior de Investigaciones Científicas 2021 Editorial CSIC Vitruvio, 8 - 28006 Madrid, España Correo electrónico: [email protected] Web: © Diputación de Sevilla. Área de Cultura y Ciudadanía Servicio de Archivo y Publicaciones 2021 Menéndez Pelayo, 32 - 41071 Sevilla Web: © Liliana Pérez Miguel 2021
EDICIÓN DIGITAL DE LA EDICIÓN IMPRESA EN 2020 Catálogo general de publicaciones oficiales
Motivo de cubierta: Composición a partir de las pinturas Matrimonios de Martín de Loyola con doña Beatriz ñusta y de doña Ana María Lorenza de Loyola Coya con don Juan Enríquez Borja (Museo Pedro de Osma, Lima; Iglesia de la Compañía de Jesús, Cuzco; y Beaterio de Copacabana, Lima). Autores de la composición: Cristina del Val Velasco y Enrique Chávez Lanao. e-NIPO: 833-20-178-X e-ISBN de la Editorial de Sevilla: 978-84-472-3090-7 e-ISBN del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: 978-84-00-10712-3 e-ISBN del Servicio de Archivo y Publicaciones de la Diputación de Sevilla: 978-84-7798-478-8 DOI: http://dx.doi.org/10.12795/9788447230907 Diseño de cubierta y maquetación: Archivos y Publicaciones Scriptorium, S.L. Realización interactiva: Santi García. [email protected]
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS ................................................................................ PRÓLOGO, por José de la Puente Brunke .................................................. INTRODUCCIÓN ........................................................................................
13 17 21
Parte I MUJERES ENCOMENDERAS EN LOS ANDES (1535-1600) 7
Capítulo 1. ENCOMENDERAS EN LOS ANDES: CONSIDERACIONES JURÍDICAS Y SOCIALES .............................
39
1. Aproximación a la institución de la encomienda en el Perú (s. XVI) .. 1.1. Inicios de la institución de la encomienda ................................ 1.2. Etapas de la encomienda peruana en el siglo XVI ...................
40 41 43
2. La concesión de encomiendas a mujeres ........................................... 2.1. Concesiones en primera vida .................................................... 2.2. La sucesión femenina a la encomienda .................................... 2.3. Encomenderas incas. Políticas de concesión de encomiendas a mujeres indígenas .................................................................. 2.4. Las encomenderas mestizas ......................................................
46 46 48 52 55
3. Heterogeneidad y magnitud del grupo de encomenderas .................. 3.1. Encomenderas en cifras ............................................................ 3.2. Sobre los beneficios económicos de las encomiendas ..............
63 65 71
4. Encomenderas y políticas monárquicas ............................................. 5. El matrimonio en el grupo encomendero .......................................... 5.1. Matrimonio en la primera generación y movilidad social ........ 5.2. Las hijas de los encomenderos: matrimonios en la segunda generación................................................................................. 5.3. Matrimonio y sucesión: fraude, matrimonios forzosos y otras estrategias .................................................................................
73 80 82
7
83 85
ÍNDICE
Parte II INÉS MUÑOZ. UNA ENCOMENDERA EN EL PERÚ VIRREINAL
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Capítulo 2. POBLADORA DE LOS TERRITORIOS PERUANOS..........
117
1. Inés Muñoz. Una sevillana en el Nuevo Mundo ............................... 1.1. Un célebre cuñado: Francisco Pizarro ...................................... 1.2. El inicio de la empresa americana: el viaje al Nuevo Mundo .. 1.3. “Soy la primera muger casada que en ella entró…”.................
118 119 123 127
2. Consideraciones sobre los pobladores y conquistadores ................... 2.1. Inés Muñoz pobladora del Reino del Perú ............................... 2.1.1. Trigo, olivos y frutas de Castilla.....................................
129 132 134
3. Relaciones de méritos y servicios y movilidad social ....................... 3.1. Ascenso de un conquistador: el caso de Francisco Martín de Alcántara................................................................................... 3.2. Méritos de una pobladora .........................................................
138
4. Redes relacionales en el siglo XVI .................................................... 4.1. Movilidad social y creación de redes ....................................... 4.2. Las Relaciones de méritos y servicios y la conformación de las redes relacionales ................................................................
148 150
Capítulo 3. INÉS MUÑOZ ENCOMENDERA (1541-1569).....................
165
1. El privilegiado grupo encomendero .................................................. 1.1. Las encomiendas del capitán Francisco Martín de Alcántara... 1.2. Muerte y sucesión: doña Inés encomendera .............................
166 167 170
2. Usurpación, pleitos y otras estrategias .............................................. 2.1. Litigio con el gobernador Vaca de Castro ................................ 2.2. El enfrentamiento con el licenciado Pedro de la Gasca............ 2.3. Más usurpaciones y pleitos: María de Escobar, Ginesa Guillén y Mari Sánchez “la Millana” ....................................................
175 175 180
3. Consolidación y expansión de las redes: matrimonio con don Antonio de Ribera ............................................ 3.1. Don Antonio de Ribera: breve retrato de un conquistador ....... 3.2. Don Antonio de Ribera tutor y curador .................................... 3.3. Procurador de los encomenderos y otras actividades ...............
8
140 145
154
184 194 196 200 203
ÍNDICE
9
4. Doña Inés viuda ................................................................................. 4.1. Consideraciones sobre las viudas en la Edad Moderna ............ 4.2. Consolidación y perpetuación: don Antonio de Ribera “el Mozo” ................................................................................. 4.3. “Y sacar los repartimientos de mugeres inútiles para todo”. Pleito con el virrey Francisco de Toledo ..................................
205 205
Capítulo 4. ADMINISTRANDO LAS ENCOMIENDAS (1541-1569) ....
219
1. Las encomiendas de Huánuco ........................................................... 1.1. Huánuco en el siglo XVI .......................................................... 1.2. Desorganización tributaria e intentos de regulación: las Visitas Generales ................................................................. 1.3. Visitas y tasas a las encomiendas de Huánuco ......................... 1.3.1. La visita y tasa de Pedro de La Gasca (1548-1549) ....... 1.3.2. Tributo de los chupachos hasta 1549 .............................. 1.3.3. La tasa de 1549 ............................................................... 1.3.4. Consideraciones acerca de la tributación de los chupachos ....................................................................... 1.3.5. Negociando los tributos: la retasa de 1552 ..................... 1.3.6. La retasa de 1562: el conflicto continúa ......................... 1.3.7. La encomienda de ichoc-huánuco: visitas, tasa y tributo .............................................................................
219 221
207 211
222 225 225 227 231 234 241 248 249
2. Encomiendas de la Jurisdicción de Lima .......................................... 2.1. La encomienda del valle de Jauja ............................................. 2.2. Tasa y tributo de los ananhuanca .............................................. 2.3. Adoctrinamiento y cristianización de los anahuanca ............... 2.4. Las encomiendas de Manchay y Carabayllo en la Ciudad de los Reyes ...................................................................................
251 251 254 259
3. Tributarios, tributos e inversión .........................................................
263
4. Obligaciones de las encomenderas ....................................................
267
5. Administración de la encomienda ......................................................
271
6. Encomiendas y diversificación económica ........................................ 6.1. Encomenderas y obrajes. El obraje textil de La Sapallanga ..... 6.2. Otras actividades económicas................................................... 6.2.1. Minería ...........................................................................
279 280 287 287
9
262
ÍNDICE
6.2.2. Ganados y cultivos ......................................................... 6.2.3. Otros negocios: compañía de comercio ..........................
288 291
Capítulo 5. FUNDADORA Y ABADESA (1573-1594) .............................
297
1. Aproximación al contexto religioso femenino en la Ciudad de los Reyes .................................................................................................
298
2. Encomenderas y obras pías................................................................
300
3. El Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes. Motivos fundacionales.......................................................................
309
4. La orden de la Inmaculada Concepción ............................................ 4.1. La Orden de la Inmaculada Concepción en la Ciudad de los Reyes ........................................................................................ 4.2. La Regla de la Orden de la Concepción ................................... 10
5. Demografía del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes ........................................................................................ 6. Composición social del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes .......................................................................... 6.1. Las beneméritas del Monasterio de la Concepción .................. 6.2. Indígenas y mestizas en el Monasterio de la Concepción en el siglo XVI ..................................................................................
313 315 317 324 326 334 339
7. Asuntos terrenales. Aspectos económicos del Monasterio de la Concepción ........................................................................................ 7.1. La dotación y manejo administrativo ....................................... 7.2. Problemas económicos ............................................................. 7.3. Disolución de la sociedad .........................................................
342 344 348 358
8. Asuntos celestiales. La última voluntad ............................................
359
9. Patrimonio y poder en el Monasterio de la Concepción ..................... 9.1. Los retratos de doña Inés Muñoz y don Antonio de Ribera ..... 9.2. Madera y prestigio ....................................................................
366 368 374
EPÍLOGO ....................................................................................................
377
10
ÍNDICE
ANEXOS
11
I. Encomenderas de la Audiencia de Lima, encomiendas y tributos ............................................................................................
385
II. Carta acordada sobre sucesión en las mujeres e hijos de los conquistadores a pedimiento de Francisco de Alcántara vecino de la Ciudad de los Reyes .................................................
403
III. Cédulas de concesión de encomiendas por parte de Francisco Pizarro a Francisco Martín de Alcántara .................................
405
IV. Encomienda del Licenciado Castro a don Antonio de Rivera “el Mozo” .........................................................................................
411
V. Carta de Doña Inés a su Majestad pidiendo la devolución de unos indios .......................................................................................
415
VI. Relación de Repartimientos del Piru que están en la cabeça de mugeres y de los salarios que en cada uno se pagan de la Caxa Real en cada ciubdad de aquel Reyno ...............................
417
VII. Recomendaciones caseras de doña Jordana Mejía a su administrador, 1568 ........................................................................
423
VIII. Carta de doña Inés, fundadora del Monasterio de la Concepción de los Reyes, pidiendo mercedes, 1575 ....................
425
MAPAS .........................................................................................................
429
LISTADO DE IMAGENES, MAPAS, GRÁFICOS Y TABLAS .................
441
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA .................................................................... Archivos consultados ............................................................................. Fuentes publicadas ................................................................................. Bibliografía ............................................................................................
447 447 447 451
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AGRADECIMIENTOS
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El presente libro es la culminación de un largo, emocionante y no poco extenuante trabajo, cuyo inicio se remonta a mi Suficiencia Investigadora dentro del programa de doctorado, Castilla y León y América. Relaciones Históricas y Culturales, que cursé en la Universidad de Burgos. Fue en ese momento en el que descubrí al hilo conductor de mi investigación, Inés Muñoz, mujer que hasta la fecha no deja de sorprenderme y a quien dedico parte del presente libro. Si bien para el DEA mi investigación se centró particularmente en el Monasterio de la Concepción y en su fundadora, la tesis doctoral, que desarrollé en el marco del mencionado programa de doctorado, se dedicó al análisis de las encomenderas en la Audiencia de Lima en el siglo XVI y al estudio de caso de Inés Muñoz, y este libro que el lector tiene hoy entre sus manos es fruto de dicho trabajo doctoral. Son muchas las personas a las que debo un gran agradecimiento, siendo la primera mi directora de tesis de la Universidad de Burgos, Adelaida Sagarra Gamazo, quien ha sido fundamental en el desarrollo de este trabajo, ayudándome no solo a definir las líneas de investigación y desarrollo de mi tesis, sino brindándome también un apoyo incondicional durante la elaboración de la misma. También deseo agradecer de manera especial a José de la Puente Brunke, coasesor de la tesis y actual decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Pontificia Universidad Católica del Perú, cuya destacada obra sobre los encomenderos peruanos me animó a seguir esta línea de investigación y cuyos aportes han sido de suma importancia y valor para este trabajo. En la PUCP, también debo un especial agradecimiento al jefe del Departamento de Humanidades, Francisco Hernández Astete, por su apoyo institucional para culminar la presente obra. En la misma institución deseo agradecer a mis colegas Claudia Rosas, Miguel Costa y Jesús Cosamalón, grandes conocedores del virreinato peruano, por sus valiosas sugerencias y su confianza en este proyecto. Asimismo, debo expresar mi gratitud al director del Programa de Estudios Andinos de la
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
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PUCP, Marco Curatola Petrocchi, destacado y reconocido especialista del mundo andino. Son varias las becas que me han posibilitado realizar investigaciones en diversos repositorios de gran importancia para este trabajo. Para culminar mi DEA conté con una Beca de Investigación MAE-AECI, la cual me posibilitó viajar a Perú y poder acceder a sus fondos documentales, así como conocer a destacados especialistas del mundo colonial andino más temprano. Entre estos quiero agradecer, de manera póstuma, a la etnohistoriadora María Rostworowski por sus preciados comentarios acerca de este proyecto. Una estancia en la John Carter Brown Library me permitió desarrollar investigaciones relativas a los aspectos jurídicos de las encomenderas, mientras que durante mi investigación en la Huntington Library pude centrarme en los aspectos sociales, particularmente los vinculados con el alzamiento de Gonzalo Pizarro. Finalmente, una beca de movilidad de la AUIP me permitió trabajar con Isabel Testón y Rocío Sánchez, profesoras de la Universidad de Extremadura, cuyo trabajo acerca de los vínculos familiares ha tenido una gran influencia en la dirección de esta obra. La presente investigación ha requerido de un gran trabajo en diversos repositorios documentales y deseo agradecer al personal de todos los archivos y bibliotecas. A Laura Gutiérrez Arbulú, del Archivo Arzobispal de Lima, quien me asesoró y apoyó con documentación relativa al Monasterio de la Concepción y otros conventos, y a Melecio Tineo Morón por su apoyo con los expedientes. Al personal del Archivo General de Indias en Sevilla y del Archivo General de la Nación y de la Biblioteca Nacional del Perú, en especial a Patricia Soto. En la Biblioteca Central de la PUCP, a Lola Pachioni y al resto de trabajadores, siempre tan amables y competentes. Finalmente, reservo un especial agradecimiento a las religiosas del Monasterio de la Concepción de Lima, en especial a la que fue la Rvda Madre Abadesa María Mercedes de San José, Ma Aránzazu Sorazu, quien nos dejó en febrero, la actual Madre Abadesa y a la Hermana archivera M.P. Sin su generosidad y apoyo a lo largo de todo este proceso, esta obra no habría sido apenas posible ni estaría completa. También deseo dar las gracias al jurado del Premio Nuestra América 2018, por confiar en este proyecto y permitir que su publicación se haya convertido en una realidad. Del mismo modo agradezco a los miembros del jurado de mi tesis doctoral: Alfredo Moreno Cebrián, Carmen Salazar-Soler, Isabel Testón y Carmen Ruigómez, cuyos valiosos comentarios me ayudaron a dar forma al presente libro. Son varios los colegas y amigos a los que 14
Agradecimientos
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quiero dar las gracias, ya que con gran generosidad han dedicado su atención y tiempo a esta obra, proporcionándome valiosas sugerencias e importantes referencias documentales. Asunción Lavrin ha realizado una revisión de varios capítulos, haciéndome llegar multitud de interesantes comentarios y recomendaciones, de invaluable ayuda. Jeremy Mumford ha leído los primeros borradores de varios capítulos y me ha dado importantes consejos y sugerencias, al igual que Marina Zuloaga y Karoline Cook. También Amelia Almorza Hidalgo me ha brindado, además de importantes datos, valiosas sugerencias. José Carlos de la Puente Luna generosamente me ha proporcionado información de gran valor sobre doña Inés y sobre los ananhuancas, que tan bien conoce. Rocío Delibes me brindó datos de gran interés sobre Trujillo y con ella pude conversar sobre diversos aspectos del norte del virreinato. Con Donato Amado he podido conocer mejor a las tan esquivas encomenderas incas y con Juan Castañeda Murga, a algunas de las trujillanas. Karen Spalding y Marina Zuloaga me han ayudado a comprender la complejidad de las relaciones en los repartimientos y Renzo Honores los entresijos de la litigación colonial temprana. Con Sara Guenguerich, Elizabeth Montañez-Sanabria y María Elena Arce he mantenido interesantes conversaciones sobre el complejo mundo andino. Todos estos aportes me han ayudado a comprender mejor la compleja y poliédrica sociedad virreinal peruana más temprana. No puedo finalizar sin agradecer a Íñigo Terry Gómez de Terreros, sin cuya decisiva ayuda el manuscrito no habría llegado a tiempo a su destino, a Cristina del Val Velasco y a Enrique Chávez su apoyo con la elaboración de la portada, a Marina Borges, quien me ha ayudado con varias transcripciones de la presente obra, al igual que Marcos Alarcón, quien me ha apoyado con la revisión de los textos paleografiados. Gracias al geógrafo Arnold Cabanas, con quien he desarrollado los presentes mapas, y a José Luis Incio Coronado, quien ha elaborado gran parte de los gráficos. Agradezco a Noa Velasco por su minucioso trabajo con la edición de gran parte del texto, y asumo la responsabilidad por los errores en las partes que no han sido revisadas. Para poder acabar la presente monografía he contado con el apoyo de mi institución, la Pontificia Universidad Católica del Perú, y el Dpto. de Humanidades. Y por último deseo dar las gracias a mi familia. A Enrique, por su apoyo, por hacer todo posible y por estar a mi lado en los momentos más difíciles de este proceso, que me consta han sido bastantes. Gracias a mis hermanos y también al resto de mi familia extendida en España: Miguel y Marisol, quienes me han apoyado durante todo este proceso, brindándome siempre, más que 15
«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
una casa, un hogar que entre otros me ha permitido poder finalizar este trabajo; Miguel y Aurora, por su invaluable apoyo. Gracias también a todos mis amigos y colegas a uno y otro lado del continente, aquellos con los que he podido compartir los avances de mis investigaciones, mis alegrías y mis penas… Ya sabéis quiénes sois. Y finalmente un especial agradecimiento a mis padres: mi madre, María Luisa, y mi padre, Juan Miguel, quienes durante estos largos años me han dado su apoyo, aliento y amor en la distancia. En este libro hay un poco de todos vosotros.
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PRÓLOGO
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Liliana Pérez Miguel es ya una peruanista reconocida, con una sólida trayectoria de investigación, y que en este libro nos ofrece una contribución de primer orden para profundizar en el mayor conocimiento del siglo XVI peruano, y sobre todo del papel decisivo de la mujer en esa etapa crucial de la historia de nuestro país. Conozco a Liliana desde hace más de diez años, en el curso de los cuales he podido comprobar su genuina vocación por la investigación histórica, al igual que su creciente identificación con el Perú. Formada como historiadora en la Universidad de Burgos, llegó a nuestro país con el propósito de desarrollar su investigación doctoral, ya centrada desde entonces en el interés por la historia de la mujer. Precisamente este libro es el fruto de esa investigación, que en 2014 se hizo acreedora al Premio Extraordinario de Doctorado en la Universidad de Burgos. Estamos ante un libro importante, por varias razones. Si bien en los últimos años –y décadas– han aparecido contribuciones muy valiosas en torno al papel de la mujer en la historia del Perú –sobre todo a partir de la inclusión del concepto de género en el análisis–, sigue siendo mucho lo que queda por investigar, y más aun tratándose del siglo XVI. Es así que este libro nos presenta a más de ciento treinta mujeres que fueron titulares de encomiendas en el siglo XVI en el territorio de lo que fue la Audiencia de Lima; no solo españolas, sino también indígenas, mestizas y criollas. Esto puede parecer sorprendente, dado que, en principio, se suponía que las mujeres no podían ser titulares de encomiendas, salvo en caso de viudez, y no teniendo hijos el encomendero difunto. Pero no solo se presenta a estas mujeres, lo cual ya es una contribución apreciable. Uno de los objetivos centrales del libro es el de demostrar cómo las encomenderas fueron agentes históricas activas en la gestación del Perú virreinal, con actuaciones en ámbitos muy variados. Ya hace varias décadas James Lockhart, en su clásico libro El mundo hispanoperuano, había afirmado que el papel de las mujeres españolas había sido crucial en la formación de esa nueva sociedad. Este libro de Liliana Pérez no solo confirma
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
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rotundamente tal tesis, sino que pone de relieve también la importancia del rol de las mujeres mestizas, criollas e indígenas. Como sabemos, la “encomienda de indios” fue una institución establecida en el contexto de la conquista, con la finalidad de premiar los méritos de quienes contribuyeron a incorporar tan inmensos y ricos territorios al patrimonio de la Corona de Castilla. Por eso, en principio, no hubo mujeres encomenderas en esos tiempos iniciales, excepción hecha de dos casos entre la treintena de primeros encomenderos de Chile. Sin embargo, desde fines del siglo XVI se hicieron más frecuentes las concesiones de encomiendas a favor de mujeres, incluso en primera vida. Casos especiales fueron los de varias mujeres de la élite inca, descendientes de Huayna Capac y Atahualpa, que sí recibieron encomiendas a lo largo de ese siglo. Igualmente notable es el caso de Francisca Pizarro, la hija mestiza del conquistador, quien fue encomendera de Conchucos y de Huaylas. En conjunto, pues, el número de mujeres encomenderas fue bastante elevado. Liliana Pérez concluye que hubo momentos en esa centuria en que las mujeres –tanto las que recibieron directamente sus mercedes como las que accedieron a ellas por sucesión– representaron una cuarta parte del total de encomenderos. Esta es una de las grandes contribuciones del libro: frente a la idea reiterada sobre el escaso número de mujeres en el conjunto de encomenderos, se constata que ellas significaron “un extenso y destacado grupo con una amplia presencia”. En su trabajo, Liliana Pérez se ha nutrido también de variadas y recientes contribuciones académicas en torno a la historia de la litigación en el siglo XVI peruano, y en ese sentido ha examinado cómo muchas mujeres encomenderas utilizaron de forma muy diligente los esquemas judiciales de entonces, con el fin de defender sus intereses patrimoniales o su propio honor y el de sus familias. Utilizando fuentes judiciales, pero también documentación de otro tipo, ha dado un paso más: ha analizado en detalle los modos mediante los cuales las encomenderas intentaron –muchas veces con éxito– preservar, incrementar y transmitir su patrimonio. Así, la lectura de este libro nos lleva a corregir la idea del papel supuestamente pasivo de las mujeres en el Perú virreinal. Como la propia autora señala al inicio, ha buscado estudiar el complejo panorama de la interacción entre hombres y mujeres como protagonistas de la historia, y así poner de relieve el activo papel de estas en los ámbitos social, económico y aun político. Por tanto, en este libro veremos a mujeres encomenderas creando o consolidando redes sociales de relación; o participando en estrategias matrimoniales; o velando de modo muy diligente por sus correspondientes patrimonios, entre otras cosas. Ellas fueron, en efecto, “mujeres 18
Prólogo
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ricas y libres”, tal como las definió el virrey Francisco de Toledo, aunque tal situación fue vista con suspicacia por la Corona. Sin embargo, no fueron pocos los casos –estudiados también en este libro– de mujeres que heredaron encomiendas y que luego fueron forzadas a casarse con determinados españoles, a quienes ciertas autoridades deseaban favorecer. La estructura del libro es muy coherente. La primera parte consta de una presentación general del panorama de la encomienda y los encomenderos en el Perú del siglo XVI, con detallada referencia a las mujeres que gozaron de tales mercedes, y al marco jurídico vigente, estudiando en especial la institución matrimonial. La segunda parte aborda un fascinante estudio de caso, centrado en una figura excepcional: la de Inés Muñoz de Ribera, quien fue la primera mujer española casada en llegar al Perú. Su caso nos revela las variadas facetas de su trayectoria como pobladora, encomendera, fundadora de un monasterio y abadesa. Tal fue su importancia en los primeros tiempos del mundo hispanoperuano, que varias fuentes no dudan en referirse a ella, en efecto, como “pobladora”, e incluso como “conquistadora”. Esto es atribuible a sus propias actuaciones y méritos –como lo demuestra Liliana Pérez–, y no al hecho de haber sido cuñada de Francisco Pizarro, por su primer matrimonio con Francisco Martín de Alcántara. Es más, a raíz del asesinato de aquellos, doña Inés no dudó en litigar en los estrados judiciales para recuperar los bienes y las encomiendas que habían sido de su marido. Doña Inés estuvo presente en el acto de la fundación de Lima, y a ella se le atribuye también la introducción en el Perú del trigo, al igual que de varias frutas y semillas de Castilla. Dos años después de la muerte de su primer marido, en 1543, Inés contrajo nupcias con otro benemérito del Perú: Antonio de Ribera, importante encomendero, y posteriormente representante de los encomenderos peruanos con el propósito de solicitar del monarca la perpetuidad de las encomiendas. Ribera murió en 1564, y tras esta segunda viudez doña Inés siguió manifestando gran actividad, como cabeza de familia, al ser aún menor de edad su único hijo, a quien más adelante también sobrevivió. Así, en el contexto de las encomiendas de las que fue titular, podemos ver cómo Inés Muñoz se dedicó a actividades económicas muy diversas, y con gran dinamismo. En 1573 concretó lo que Liliana Pérez denomina, con razón, su proyecto más ambicioso: la fundación del Monasterio de Nuestra Señora de la Concepción en Lima, que fue el segundo cenobio femenino establecido en la capital virreinal. A partir de la figura de la fundadora, este libro plantea una muy completa visión de lo que fue el desarrollo de ese monasterio en 19
«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
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los siglos XVI y XVII, y de su importancia en los ámbitos religioso, social y económico. El libro se completa con la transcripción de un conjunto de documentos clave para entender tanto la importancia de las encomenderas en general, como la singular trayectoria de la ya mencionada Inés Muñoz. Debo destacar especialmente la lista que se nos ofrece con los nombres de las 137 mujeres que fueron beneficiarias de encomiendas, con la indicación específica de los repartimientos de indios de los que fueron titulares, al igual que del monto del tributo que recibían. Esta lista, sin duda, ayuda a ponderar la importancia social y económica que alcanzó ese grupo de mujeres. Además, son muy ilustrativos los mapas en los que se indican las encomiendas con beneficiarias femeninas a lo largo del siglo XVI. Ha sido paciente y rigurosa la labor de investigación de archivo en la que se fundamenta esta obra, a partir de la cual nos ofrece importante información antes no conocida sobre la encomienda en el Perú, y en particular sobre las mujeres que poseyeron tales mercedes. Además de los diversos repositorios españoles y peruanos consultados –incluyendo archivos regionales en el Perú–, debe destacarse la consulta de documentos del Archivo Histórico del propio Monasterio de la Concepción, cuyos fondos prácticamente no habían sido consultados previamente por historiadores. En definitiva, el lector tiene en sus manos un libro que supone un notable avance en los conocimientos sobre la formación del mundo hispanoperuano. Su autora, española de origen, pasa con todo merecimiento a integrar la ilustre nómina de estudiosos extranjeros que, afincados en el Perú, se dedicaron con pasión al estudio del pasado de nuestro país. Valoramos mucho esa pasión en Liliana Pérez, ya que es una genuina prueba de su identificación con esta tierra. José de la Puente Brunke Lima, noviembre de 2019
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INTRODUCCIÓN
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El modo en que las mujeres contribuyeron a la formación de las primeras estructuras sociales, económicas, políticas, culturales o religiosas de América, más en concreto de los territorios que conformarían el virreinato peruano, es sin duda un hecho histórico que merece un minucioso análisis. Sin embargo, a pesar de la importancia de esta cuestión, los estudios sobre la participación femenina continúan siendo escasos. No es de sorprender esta carencia, ya que, usualmente, la mujer ha sido ignorada como sujeto histórico y desterrada, salvo excepciones, de crónicas y otras narraciones. No obstante, a pesar de la poca relevancia otorgada a su participación, multitud de documentos y otros vestigios materiales dan fe de la importancia de su actuación en el territorio americano en el siglo XVI. Entre estas mujeres se encuentra un interesante grupo que debido a su privilegiado lugar en la élite de la sociedad colonial tuvo oportunidad de incursionar en múltiples actividades. Este grupo fue el de las encomenderas, es decir, aquellas mujeres que disfrutaron de la merced de la encomienda, por la cual la Corona “encomendaba” al beneficiario o beneficiaria un grupo de indígenas para que, a cambio de cierto tributo, les protegiera e instruyera en la doctrina católica. Este heterogéneo conjunto, compuesto por más de un centenar de mujeres, incluyó a españolas, incas, mestizas y criollas. Es poco lo que se sabe acerca de las encomenderas. Hasta ahora se conocen o se han interpretado muy someramente solo algunas cuestiones relativas a ellas. El intento de paliar el vacío historiográfico acerca de estas mujeres en la Audiencia de Lima durante el siglo XVI fue uno de los principales motivos que me llevó a emprender esta investigación, además de realizar una contribución al conocimiento sobre la mujer en la historia colonial andina más temprana. Así, uno de los principales objetivos al realizar este estudio fue observar la manera en que las encomenderas fueron agentes históricos con participación en diversos ámbitos. Precisamente pude comprobar cómo, en un período fronterizo extremadamente convulso y belicoso como fueron
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las primeras décadas de conquista del Perú, la génesis y consolidación del tejido social dependió en buena parte de las mujeres. En este contexto, muchas fueron evolucionando de ser meras consortes o hijas de encomenderos hasta convertirse en encomenderas, a veces cabezas de familia con un amplio margen ejecutivo. Respecto a dicha capacidad ejecutiva, la abundante literatura jurídica, como los pleitos, proporcionó un valioso testimonio de la actividad de las encomenderas en los circuitos legales. Gracias a su privilegiada posición, varias beneficiarias de encomiendas alcanzaron una destacada y relevante presencia y utilizaron el sistema legal emergente para construir su propia experiencia histórica y redefinir los discursos legales dominantes. De este modo encontré muchos ejemplos de encomenderas involucradas en demandas judiciales, como Inés Muñoz, María de Escobar, Ginesa Guillén, Lucía de Luyando, Jordana Mejía o Beatriz de Isásaga, quienes, preocupadas por su patrimonio, su honor o su descendencia, jugaron un activo papel en los tribunales, lo cual es un signo de emprendimiento notable y más en el caso femenino. Asimismo, pude observar de qué manera estas mujeres tuvieron la posibilidad de incursionar en diversas actividades económicas, a veces solas y otras acompañadas de sus esposos, gracias en muchas ocasiones a los beneficios derivados de sus encomiendas tales como la fundación de obrajes, la venta de ganado o las compañías comerciales, participando así de la creación del incipiente sistema económico local y regional. Su privilegiada posición económica también les posibilitó la construcción de espacios propios, a veces en sentido nato –como la fundación de monasterios– y otras en sentido amplio, ya que por necesidad e iniciativa asumieron responsabilidades, posiciones y roles no solo en la dimensión privada o en el ámbito familiar, sino también proyectados, tímidamente primero y luego abiertamente reconocidos, en el ámbito público o social, que consolidaron una importante inserción en la res publica. Respecto a la encomendera en el contexto de la política imperial americana más temprana, me interesaba de manera especial observar la actitud de las autoridades virreinales sobre esta figura y la relación entre ambos para, de esta manera, poder ponderar las decisiones de estos últimos, en atención a la principal de sus competencias político-administrativas, es decir, la mediación y adaptación regional del corpus jurídico general. Así, quise observar, por un lado, las estrategias y dinámicas de preservación, incremento, consolidación y/o transmisión del patrimonio material e inmaterial de las 22
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encomenderas, tanto en beneficio propio como de sus redes relacionales, y por otro la actuación de los virreyes y funcionarios, en servicio de la monarquía, o a veces propio. Al realizar el estudio de estas las mujeres se han podido rescatar aspectos como su nombre y vivencias personales, lo que ha posibilitado poder profundizar en aspectos como las redes parentelares de las que formaron parte, su posicionamiento político o sus actividades económicas entre otros. Algo necesario por varios motivos, como la necesidad de ordenar datos dispersos sobre las encomenderas y aclarar las múltiples incorrecciones detectadas sobre la identidad y características de esta figura, así como dotar de una merecida visibilidad a más de 130 mujeres beneficiarias de encomiendas e incorporarlas en el acontecer histórico del Perú virreinal para tener una más amplia y correcta comprensión del mismo.
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Algunas consideraciones sobre la Historia de las Mujeres y de Género El presente estudio acerca de las encomenderas se enmarca dentro de los estudios de Historia de las Mujeres y en él se ha aplicado, entre otras categorías analíticas, la de género, atendiendo del mismo modo a variables raciales, étnicas, sociales económicas, religiosas y espaciales entre otras.1 Dicha categoría analítica reivindica el papel de todas las mujeres como agentes históricos, tratando así de superar trabajos referidos únicamente a actuaciones y mujeres excepcionales o aquellos que las invisibilizan. Tanto Mary Nash como Gerda Lerner llaman la atención sobre dicha “desaparición”, ya que a pesar de que el sexo femenino representa y ha representado la mitad o más de la población humana, las diversas corrientes historiográficas, tanto tradicionales como renovadoras, han marginado a la mujer de sus estudios.2 Sin 1. La categoría analítica de género nos permite analizar la organización social basada en las diferencias sexuales a través de las que se estructura la construcción de las diversas relaciones de poder, dominación y subordinación, las cuales no son fijas ni naturales, sino que poseen significados diferentes en las distintas culturas, grupos sociales y períodos históricos (Scott, 1988). Entre los diversos los autores que han profundizado en la categoría analítica de Género e Historia de las Mujeres destacan, entre otros, los trabajos de Mary Nash (Nash, 1982 y 1984), Asunción Lavrin (Lavrin, 1985), María Dolores Ramos Palomo (Ramos Palomo, 2015), María Dolores Ramos Medina (Ramos Medina, 2005), Cecilia Blondet y Patricia Oliart (Blondet y Oliart, 1996), Margarita Zegarra (Zegarra, 1999) Francisco Fuster (Fuster, 2009), Celia Amoros (Amoros, 1993), Gisela Bock (Bock, 1991), Margarita Ortega López (Ortega, 1987-1988), Margarita Birriel (Birriel, 2000) y Gerda Lerner (Lerner, 1975 y 1981). 2. Nash, 1984 y Lerner, 1975.
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embargo, esto no las excluye del proceso histórico: “hay mujeres en la historia y hay hombres en la historia, y sería de esperar que ningún planteamiento histórico de un determinado período pudiera haberse escrito sin tratar las acciones de ambos”.3 De este modo, en el presente estudio se ha buscado abordar en toda su complejidad las relaciones entre mujeres y hombres como protagonistas de la historia. Esto nos ha ayudado a cuestionar la imagen de la mujer pasiva y ajena a las esferas de participación económica, política y social que prima usualmente y nos ha permitido observar y analizar diversos hechos como el rol de las encomenderas en la familia; su participación en las estrategias matrimoniales; su intervención en la creación y consolidación de redes relacionales; la política de género que operó en la creación, reproducción y perpetuación de la élite virreinal; o el cuidado de su patrimonio y el de sus descendientes, entre otros. Se ha tratado, de este modo, de insertar su historia personal en una narrativa histórica mayor, ayudando así a completar un relato incompleto.4 En términos historiográficos, la trayectoria de la Historia de las Mujeres en los últimos años está marcada por una riqueza de estudios plurales y por una gran capacidad de expansión.5 De este modo, desde el último tercio del siglo XX se ha asistido a un imparable crecimiento de estudios a partir de numerosos y diversos enfoques teóricos conceptuales y metodológicos surcados por variables imprescindibles como la raza, clase, religión o sexualidad, necesarias para poder abordar tan compleja materia en toda su profundidad. Respecto a las investigaciones relativas a la mujer en el virreinato peruano, es destacable el auge de estos estudios durante las últimas décadas y son varios los autores que han dedicado su atención a los avances historiográficos destacando algunos el afán comprobatorio dentro de la historiografía de los años 70 destinado a demostrar la participación de las mujeres en la historia, relacionado con la denominada segunda ola de feminismo.6 Por su parte, los 80 habrían estado particularmente influenciados 3. Lerner, 1981 y Nash, 1984: 10. 4. Eso si, hay que evitar, tal y como advertía Mary Nash, en caer en concepciones de la mujer que la retratan bien como eterna víctima pasiva de una sociedad patriarcal, o como una constante luchadora de la transformación social. Por lo tanto, es necesario aplicar un enfoque que permita superar esta dicotomía para reconocer la fuerza individual y colectiva, aunque sin ignorar las restricciones sufridas por la mujer en el devenir de los siglos, e incorporando sus aportes. (Nash, 1984: 17). 5. Ramos Palomo, op.cit.: 212. 6. Tello, 1995: 7-9. Otras reflexiones historiográficas: Nancy E. van Deusen (Van Deusen, 2002) y María Teresa Díez Martín (Díez, 2004). Por su parte Virginia Bouvier en 2002, analizaba las tendencias
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por el compendio realizado por Asunción Lavrin,7 quien abrió nuevas preguntas en el panorama sobre investigaciones acerca de mujeres en Latinoamérica y el camino a una nueva corriente que en los siguientes años profundizaría en el estudio de hombres y mujeres como parte de los problemas sociales, afrontando temas como ilegitimidad, concubinato, divorcio o religión.8 Del mismo modo, los estudios de la década de 1990 habrían estado decisivamente influenciados por la obra de Scott y la aparición del género como categoría analítica, subrayándose de este modo el carácter histórico, social y culturalmente construido de la diferenciación sexual sobre la que bascula un sistema de poder que impregna las relaciones sociales.9 A partir de la misma se habrían investigado diversos aspectos como los antes señalados acerca de la sexualidad, el matrimonio o la familia, según señalaba Steve Stern, en un intento de “romper las cadenas mentales conscientes o inconscientes forjadas de imágenes culturales fuertes con tendencia a naturalizar el género y reafirmar los roles apropiados a este como base del orden social y bienestar”.10 En la actualidad, la interdisciplinariedad entre los diversos campos está contribuyendo al desarrollo de investigaciones destinadas a determinar el papel de las mujeres en la historia, como se puede observar en las obras publicadas en las últimas dos décadas relativas al tema.11 Sin embargo, es indudable que queda mucho camino por recorrer y muchos temas por investigar para poder alcanzar una historia integradora y completa.
historiográficas de las últimas décadas en la Historia colonial de América Latina, pero a partir de la producción de EEUU, sin hacer un análisis del corpus latinoamericano (Bouvier, 2002). 7. Lavrin, 1985 y 1989. 8. Estudios como los de Noble David Cook (Cook, 1981), James Lockhart (Lockhart, 1968), Magdalena Chocano (Chocano, 2000), María Emma Manarelli (Manarelli, 1990 y 1993), Asunción Lavrin ( Lavrin, 1989 y 1985), Steve Stern (Stern, 1995), Ann Twinan (Twinan, 1999), Nancy Van Deusen (Van Deusen, 1995) Bernad Lavallé (Lavallé, 1999) o Luis Miguel Glave (Glave, 1998), entre otros, formarían parte de esta corriente. 9. La historia de género contempla, en su importancia, las interconexiones entre las diferentes relaciones sociales, entendidas como relaciones desiguales marcadas por desequilibrios de poder (Ramos Palomo, op.cit.). 10. Stern, 1995. 11. Una recopilación de los trabajos publicados en las últimas décadas referentes al período colonial más temprano excede, con mucho, los límites de nuestra obra. Por ese motivo nos limitamos a señalar algunas de las obras colectivas referidas a la Historia de Perú colonial más destacadas, y publicadas desde el año 2007: Meza y Hampe, 2007, Guardia, 2012 y Rosas, 2019.
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Nuevos retos, nuevas metodologías
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Para la presente investigación decidí realizar no solo un estudio general de las encomenderas como grupo social y sus particularidades, sino centrarme en el caso de estudio de una encomendera en particular: la sevillana Inés Muñoz, quien fue, según ella misma declaraba, la primera española casada en entrar en los territorios peruanos junto con su esposo, Francisco Martín de Alcántara, medio hermano materno del conquistador Francisco Pizarro. Aunque considero que no hay ningún caso que pueda representar al heterogéneo grupo de las encomenderas, el de Inés Muñoz era particularmente paradigmático y, además, tenía abundante documentación relativa a esta figura. Su caso presentaba rasgos que me permitían abarcar diversos aspectos tales como la movilidad social, la construcción de redes familiares o la diversificación de actividades desarrolladas en el Nuevo Mundo, entre otros. Es por este motivo que decidí utilizarla como hilo conductor de la investigación en un intento de analizar su desarrollo vital en sincronía con el particular contexto histórico en el que se circunscribe su vida y la de sus allegados.12 Eso sí, no se trata de una mera descripción de hechos, sino del despliegue de una panorámica de posibilidades y planos vitales de una mujer castellana en Perú con tal diversidad de actividades y tal complejidad de actuaciones que viene a representar, en sí misma, el equivalente a la carrera indiana o al cursus honorum de altos cargos y funcionarios. Al respecto del uso de la biografía para el análisis histórico, mientras algunos autores han puesto en duda su utilidad, como Pierre Bourdieu quien la calificó como disparate científico,13 otros varios como Giovanni Levi, Natalie Zemon Davis, o Carlos Ginzburg han demostrado las posibilidades y beneficios de su uso.14 Arnaldo Momigliano subrayó su ambigüedad y fecundidad al sostener que “no sorprende que la biografía se encuentre en el corazón de la investigación histórica”.15 Del mismo modo, coincidimos con la apreciación 12. Gran parte del enfoque de la presente obra está inspirado en el destacado trabajo de Efraín Trelles sobre Lucas Martínez de Vegazo y sus encomiendas en Arequipa (Trelles, 1991). 13. Pierre Bourdieu ha discutido sobre la “ilusión biográfica”, respecto a la necesidad de reconstruir la superficie social en la que el individuo actúa en una pluralidad de campos y de momentos (Bourdieu, 1986). Por su parte Giovanni Levi alerta de varios peligros al escribir sobre la vida de un individuo, más allá de la ausencia de fuentes, como asumir un modelo de racionalidad anacrónica y limitada, con una cronología ordenada, una personalidad coherente y estable, acciones sin inercia y decisiones sin dudas (Levi, 2019: 196-197). 14. Levi, op.cit., Zemon Davis, 1988 y Ginzburg, 2001. 15. Momigliano, 1984: 464.
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de Giovanni Levi en su estudio sobre los usos de la biografía, al señalar que ésta es percibida como un lugar ideal para probar la validez de hipótesis científicas, las cuales atañen a las practicas y al funcionamiento efectivo de las leyes y de las reglas sociales.16 El autor menciona varios tipos de biografía, entre los que queremos destacar la prosopografía y la biografía modal. En ambos casos, la biografía individual interesaría en la medida en que ilustraría comportamientos asociados a condiciones sociales estadísticamente más frecuentes.17 Asimismo, la biografía modal, presentaría numerosas analogías con la prosopografía al constituir no solo el estudio de una persona en particular, sino la de un individuo que concentraría gran parte de las características de un grupo.18 De este modo, una vez precisadas la diferencias, permanecería lo estructural y estadísticamente inherente al grupo estudiado. Este tipo de biografía aplicado a nuestro caso de estudio, es decir a Inés Muñoz, nos permitiría vislumbrar tanto el desarrollo vital de la protagonista, así como las características y particularidades del grupo de encomenderas peruanas en el siglo XVI. Del mismo modo, el denominado Life and times, o biografía y contexto caracterizaría el presente estudio, al ser la época, el entorno y el medio enfatizados como factores capaces de explicar parte de la trayectoria de Inés Muñoz en su singularidad.19 Tal y como Giovanni Levi señala: “No se trataría de llevar las conductas a comportamientos tipos, sino de interpretar las vicisitudes biográficas a la luz de un contexto que los hace posibles y, por ende,
16. La biografía posibilita una descripción de las normas y su funcionamiento efectivo permitiendo mostrar como el poder, por grande y coercitivo que sea, no deja de proporcionar un cierto margen de maniobra a los que están subyugados al mismo. Así la biografía permitiría observar cierta libertad frente a las formas rígidas y a los orígenes de la reproducción de las estructuras de dominación (Levi, op.cit.). 17. Michel Vovelle indica que esta historia de las masas proporcionaría voz a “aquellos que nunca se pudieron dar el lujo de una confesión ni siquiera literaria” y que generalmente se encuentran excluidos de todo tipo de biografía (Vovelle, 1985: 191). En Levi, op.cit. 18. Para Pierre Bourdieu, La infinidad de combinaciones posibles a partir de experiencias estadísticamente comunes a las personas de un mismo grupo determinaría “la infinidad de diferencias singulares”, como la “conformidad y la manera” del grupo. En Levi, op.cit. 19. El uso de la biografía y contexto remite, a dos perspectivas diferentes. Por un lado, la reconstrucción del contexto histórico y social en el que se despliegan los acontecimientos permitiría comprender aquello que parece inexplicable y desconcertante. Esto es lo que Natalie Zemon Davis define, haciendo referencia a su trabajo sobre Martin Guerre: “reemplazar una práctica cultural o una forma de comportamiento en el marco de las prácticas culturales de la vida en el siglo XVII” (Zemon Davies, 1988). La otra interpretación es la que propone Daniel Roche en su obra sobre el vidriero Menétra, que tiende a normalizar comportamientos que resultan típicos de un medio social, perdiendo su carácter de trayectoria individual (En Levi, op.cit.: 202)
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normales”.20 Finalmente, el uso de la biografía individual con relación al estudio de un grupo permitiría considerar la especificidad de las acciones de cada individuo, muchas de las cuales serían pertinentes y significativas. Así, a través de esta biografía máxima podemos adquirir idea de las poliédricas dimensiones y trayectorias de la vida de las mujeres encomenderas, siendo la de Inés Muñoz un esquema de categorías a aplicar al resto de las mujeres pertenecientes a este grupo. De este modo, nuestra investigación lejos de enmarcarse en el campo de la casuística, puede ser utilizada para el estudio de otras mujeres que atravesaron por unas circunstancias parecidas durante los primeros años del virreinato peruano como pobladoras, emprendedoras, administradoras de sus encomiendas, pleiteantes, promotoras, fundadoras o benefactoras. En un intento de superar dificultades tales como la escasez de fuentes referidas a las encomenderas o las limitaciones de aquellas existentes que, usualmente, privilegian las actuaciones excepcionales y los acontecimientos extraordinarios, se ha procedido tanto a la búsqueda de nuevas fuentes como a la relectura de otras existentes desde una perspectiva integradora y globalizante.21 Varios autores hacen hincapié en la necesidad de una nueva metodología adecuada para estos estudios. Como señalaba Mary Nash a tenor de los primeros avances de la nueva historiografía de la Historia de la Mujer, “no solo se ha reivindicado la experiencia histórica de la mujer como objeto de investigación, sino que se ha construido un marco conceptual y elaborado instrumentos metodológicos necesarios para tal estudio”.22 En este sentido han sido de especial utilidad para el presente trabajo documentos como los protocolos notariales, vinculados tanto con las prácticas familiares como con el desarrollo vital de las encomenderas, que han posibilitado penetrar la esfera personal e intuir otras actividades desarrolladas por
20. Para Levy esta utilización de la biografía reposa en una hipótesis implícita que puede ser formulada de la siguiente manera: independientemente de su originalidad, una vida no puede ser comprendida a través de sus desviaciones o singularidades, sino, por el contrario, llevando cada diferencia aparente a las normas, para hacer manifiesto que participa en un contexto histórico que lo define (Levi, op.cit.). El autor destaca la importancia de mantener el equilibrio entre la especificidad de la trayectoria individual y el conjunto del sistema social, evitando convertir el contexto en un telón de fondo inmóvil. 21. Para Fuster debe permitir pasar de lo “cuantitativo y accesorio a lo cualitativo y sustancial”. Esta etapa de reflexión teórica ha resultado en la creación de nuevos esquemas y nuevas categorías de análisis (Fuster, op.cit.: 249). También Margarita Ortega López señala la necesidad de aplicar nuevas metodologías (Ortega, op.cit.: 162). 22. Nash, 1984: 10.
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estas mujeres, como las comerciales.23 Tal y como el historiador Efraín Trelles señalaba, “allá donde no llega el cronista está el escribano y el notario”.24 De la misma manera, al igual que la historiadora Cristina Segura, creemos que “el estudio de la documentación de hechos totalmente cotidianos como puede ser un contrato de arriendo o la escritura de la propiedad a un poblador es donde verdaderamente encontramos la realidad de la actuación de la mujer en la sociedad”.25 Otra de las piedras angulares de este estudio son los documentos relativos a procesos judiciales y las solicitudes de mercedes pertenecientes a la Audiencia de Lima en los que se detecta una activa presencia y participación femenina de encomenderas, aunque siempre teniendo en consideración que fue su elevado estatus como parte de la élite colonial lo que les posibilitó acceder a dichos circuitos legales, inaccesibles para un gran sector de la población. Asimismo, no debemos olvidar que su voz está mediatizada por procuradores, abogados y otros miembros de la profesión legal. En el caso de las relaciones y probanzas también debemos ser especialmente cautos a la hora de su manejo, ya que estas fueron principalmente utilizadas para destacar los méritos de los solicitantes omitiendo datos que pudieran resultar inconvenientes para lograr sus objetivos. Finalmente, se debe mencionar la carencia de rastro documental de aquellas encomenderas que no realizaron 23. Para esta investigación se ha realizado un trabajo de búsqueda, recopilación, trascripción y análisis crítico de documentos de diversos archivos públicos y privados. En Perú el Archivo General de la Nación, el Archivo Arzobispal, la Biblioteca Nacional, la colección del P. Vargas Ugarte en la UARM y el Archivo Histórico del Monasterio de la Concepción, todos ellos en Lima. Respecto al Archivo del Monasterio de la Concepción, debemos indicar que ha sido un permiso especial, y de tipo excepcional el que nos ha posibilitado un acceso puntual y limitado a parte de sus documentos. Este archivo es privado y no está abierto al público bajo ninguna circunstancia, al pertenecer a un centro de clausura femenino. Los protocolos notariales del Archivo General de la Nación de Perú, así como las Causas Civiles, con diversos procesos de litigio, y la sección de Derecho Indígena y Encomiendas, han sido de especial valor para nuestra investigación. También en la Biblioteca Nacional de Perú hemos localizado documentación sobre repartimientos y acerca de destacadas encomenderas. Fuera de la capital hemos podido acceder al Archivo Regional del Cusco, el Archivo Regional de La Libertad y el Archivo Regional de Junín. En Estados Unidos se ha podido consultar los fondos de la John Carter Brown Library, la Huntington Library, y parte de la rica documentación de The Library of Congress. En España se trabajó en el Archivo Histórico Nacional, la Biblioteca Nacional y el Archivo General de Indias en Sevilla. En este último repositorio ha sido de particular importancia el fondo correspondiente a la Audiencia de Lima, donde hemos podido localizar las informaciones y relaciones de méritos y servicios, involucradas en esta “economía de mercedes”. Asimismo, en la sección Justicia y Patronato Real, hemos encontrado causas judiciales y sentencias, sobre la posesión de repartimientos y otros asuntos de interés sobre las encomenderas. 24. Trelles, 1991. 25. Segura, 1982: 63.
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actividades que dejaran huellas en los registros o que lo hicieron en jurisdicciones más pequeñas y de menor relevancia a nivel administrativo y político, como la de Chachapoyas. Las fuentes primarias se han complementado con un amplio e interdisciplinario repertorio bibliográfico de estudios referidos a la Historia de la Mujer, Historia Social, Económica, Regional, Política y de las Instituciones religiosas en el Perú del siglo XVI, entre otras líneas de investigación. A través del uso de todas las fuentes he querido dar voz a un conjunto de mujeres apenas estudiadas, analizando entre otros aspectos sus motivaciones, aspiraciones o estrategias destinadas a la conservación de sus encomiendas. Esta última cuestión nos ha permitido observar cómo los repartimientos supusieron una posibilidad de rápido, a veces vertiginoso, ascenso social, algo más difícil en la más estática sociedad de la metrópoli, pudiendo además ampliar posteriormente su patrimonio a través de la diversificación empresarial. Respecto al marco geográfico, decidimos delimitar el presente estudio al territorio jurisdiccional de la Audiencia de Lima, aproximadamente los límites del actual Perú, siguiendo el modelo ofrecido por la obra de José de la Puente Brunke acerca de las encomiendas en dicho territorio.26 Al igual que el autor, hemos agrupado las encomiendas en base a las consideraciones del siglo XVI dentro de los términos de las siete principales ciudades: Cuzco, Huamanga, Huánuco, Arequipa, Lima, Trujillo y Chachapoyas. No obstante, a pesar de que el presente estudio se ha limitado a este espacio, actualmente estoy ampliando el análisis a todo el virreinato peruano, así como otros territorios del Imperio Hispánico donde existió la encomendera, con el objetivo de observar particularidades y continuidades, así como rupturas, en las dinámicas relativas a esta figura. En cuanto al marco temporal, la investigación comienza con los albores de la conquista, fecha en la que doña Inés llega al territorio peruano, hasta finales del siglo XVI. La muerte de doña Inés en 1594 nos posibilita justificar la elección de esta década, siendo además el inicio del ocaso de la institución de la encomienda, variando en gran medida sus características en el siglo XVII. El período elegido reviste un especial interés al ser un estadio fronterizo y de formación, especialmente hasta la década de 1570, con el programa de organización del virrey Francisco de Toledo.
26. Puente Brunke, 1991.
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Sobre encomiendas y encomenderas
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Aunque las encomenderas jugaron un destacado rol en la formación de las incipientes estructuras virreinales, sin embargo, al comenzar esta investigación nos percatamos de la parquedad de investigaciones relativas al tema, en particular en el período de conquista y colonización, tanto para Perú como para otros países donde existió la encomienda. De este modo, si bien hay una relativa abundancia de estudios sobre tan destacada institución, son pocos los investigadores que han profundizado de manera particular sobre el rol de las mujeres en la misma.27 No obstante, debemos señalar como estos estudios más generales acerca de la encomienda nos han proporcionado valiosos datos de este grupo de mujeres. Para el caso peruano, que es el que nos ocupa, debemos destacar el trabajo de José de la Puente Brunke, quien, en su excelente y ya clásica obra acerca de la encomienda y los encomenderos en la Audiencia de Lima desde el siglo XVI al XVIII, al analizar diversos aspectos como los orígenes sociales de los encomenderos, la sucesión o el manejo de las encomiendas, señala el caso de diversas encomenderas.28 Del mismo modo, existen varias relaciones 27. Se han realizado diversos estudios acerca de la institución de la encomienda. Entre los más tempranos para el caso peruano están los de Manuel Belaunde (Belaunde, 1945) y Enrique Torres Saldamando (Torres, 1967). Una obra fundamental es la del historiador José de la Puente Brunke, cuyo trabajo incluye, además, dos apéndices; uno con los repartimientos cada jurisdicción de la Audiencia, y otro con las pensiones y sus beneficiarios: (Puente Brunke, 1991). Teodoro Hampe realiza un minucioso recorrido sobre la historiografía de la encomienda (Hampe, 1983, 1979 y 1986). Por su parte, Efraín Trelles dedica una minuciosa investigación al encomendero arequipeño Lucas Martínez de Vegazo y al funcionamiento de sus encomiendas (Trelles, 1991). James Lockhart también profundiza en el grupo encomendero en un capítulo de su obra: (Lockhart, 1968). En cuanto a estudios regionales, para Huánuco: Miguel León Gómez (León Gómez, 2002). Respecto a estudios sobre encomiendas en otras regiones del Imperio Hispánico debemos mencionar varios trabajos como la destacada la obra de Silvio Zavala para nueva España (Zavala, 1935 y 1978) así como la de Robert Himmerich y Valencia (Himmerich y Valencia, 1996), Francisco Luís Jiménez Abollado (Jiménez, 2005) y Manuela Cristina García Bernal para la zona de Yucatán (García Bernal, 1975). Para Nueva Granada Julián Bautista Ruiz Rivera (Ruiz, 1975) y Camilo Zambrano, (Zambrano 2011). Para Tierra Firme Perdomo, (Perdomo, 2016) y para Tucumán Adolfo Luis González Rodríguez (González, 1984). Para Paraguay Michael Austin Shawun (Shawn, 2015), y para Chile Domingo Amunategui y Solar (Amunategui, 1909-10). Para Charcas el estudio de Ana María Presta (Presta, 2000) y para Quito Javier Ortiz de la Tabla Ducasse (Ortiz, 1993). Finalmente, para Filipinas contamos con el trabajo de Patricio Hidalgo Nuchera (Hidalgo, 1995). 28. Puente Brunke, 1991. Asimismo, en su apéndice final, el autor recoge un listado con los nombres de hombres y mujeres beneficiarios de repartimientos en la Audiencia de Lima, el cual fue de suma utilidad a la hora de realizar la presente investigación. Al respecto debemos señalar que algunas de las encomenderas que hemos localizado en nuestra investigación no han sido consignadas por José de la Puente Brunke. Del mismo modo, hemos encontrado información relativa a estas encomenderas que, en ocasiones, contradice a la presentada por el autor.
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de encomiendas como la contenida en la obra Los repartos de Rafael Loredo,29 las publicadas por Teodoro Hampe, correspondientes a 1561 y 1601,30 o las presentes en las visitas de Pedro de La Gasca31 y el virrey Francisco de Toledo.32 Todas ellas ofrecen valiosos datos acerca de los repartimientos, tales como el nombre de los o las beneficiarias, el número de tributarios, el valor relativo del repartimiento y los bienes en los que se pagaba el tributo. No obstante, únicamente se brinda dicha información sin dar mayores datos acerca de los titulares. Por otro lado, son varias las monografías de carácter regional en que se analiza o hace referencia a diversas encomiendas, dándose cuenta de algunas mujeres beneficiarias. Entre estos estudios podemos señalar el valioso trabajo de Efraín Trelles dedicado al encomendero Lucas Martínez de Vegazo.33 El autor, además de investigar acerca de uno de los primeros encomenderos de Arequipa y realizar un exhaustivo análisis sobre el funcionamiento de sus repartimientos, ofrece importante información referente a dos encomenderas de su entorno: doña María de Ávalos, la que sería su esposa y sucesora de sus encomiendas; y Ana de Villegas, hija de su gran enemigo, el burgalés Jerónimo de Villegas, también encomendero y conquistador. Otro notable estudio dedicado a la región de Arequipa en el período colonial es Los hijos del volcán, donde sus autores, Noble David Cook y Alexandra P. Cook, a partir de una amplia y documentada base histórica profundizan sobre las complejas dinámicas de relación entre los indígenas y los encomenderos en el valle del Colca durante el más temprano período de conquista, dedicando su atención a varios de los encomenderos y encomenderas de esta zona, como doña Juana de Mercado.34 Otros estudios regionales que debemos señalar relativos a encomenderos, en esta ocasión para Huánuco, son los trabajos de Marina Zuloaga Rada y de 29. Loredo, 1958. 30. Hampe, 1986 y 1979. 31. Rostworowski, 2005: 252-302. 32. Cook, 1975. 33. Trelles, 1991. 34. Cook y Cook, 2011. Otro destacado trabajo sobre la sociedad y organización del valle del Colca en el siglo XVI y XVII es el de Franklin Pease, que si bien no trata acerca de ninguna encomendera si nos ayuda a la hora de comprender las dinámicas entre españoles e indígenas en esta región (Pease, 2003). También en la obra de Víctor M. Barriga, sobre Arequipa podemos encontrar referencias a encomenderas. No obstante, dicha documentación carece de un análisis crítico y sistematizado (Barriga, 1939-1955, 2). Para Arequipa ver también: Neira, 1990. En esta misma línea de estudios regionales, debemos mencionar el trabajo de Jorge Zevallos sobre los fundadores de Trujillo. A diferencia de Barriga, Zevallos profundiza en los principales vecinos y fundadores de Trujillo durante el siglo XVI, dedicando incluso un volumen a biografiar a dichos conquistadores y sus allegados, entre ellos sus esposas e hijas, muchas de ellas encomenderas o vinculadas con este grupo (Zevallos, 1996).
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Miguel León Gómez, donde encontramos interesantes e importantes referencias a beneficiarias de repartimientos en esta área.35 Quizás el único trabajo acerca de una encomendera en particular es el de María Rostworowski sobre la mestiza doña Francisca Pizarro.36 Sin embargo, su estudio se enfoca más en los avatares de la vida de la hija del conquistador Francisco Pizarro que en su función como encomendera, la cual solo se analiza en un capítulo. Asimismo, en dicho trabajo, Rostworowski también presenta el caso de Beatriz Clara Coya, encomendera inca, y realiza una reflexión comparativa entre ambas ñustas.37 También en varias obras acerca de Historia de la Mujer en el virreinato peruano se dedica en algún momento atención a las beneficiarias de repartimientos. Entre ellas debemos destacar el trabajo de Amelia Almorza, quien en su estudio sobre la emigración femenina al Perú en el siglo XVI y XVII nos presenta a algunas encomenderas, analizando particularmente el recorrido de Jordana Mejía.38 También podemos mencionar el artículo de Elizabeth Puertas en el que realiza un breve repaso a aspectos como la sucesión de encomiendas. Sin embargo, la autora menciona la existencia de normas contrarias en todo momento a la adjudicación de repartimientos a mujeres, lo que, como veremos más adelante, no corresponde con la legislación indiana. Asimismo, indica de manera incorrecta que Florencia de Mora, encomendera de Huamachuco en La Libertad, era mestiza, siendo en realidad hija del conquistador Diego de Mora y de Ana Pizarro, y por lo tanto una de las primeras y más notables criollas de Trujillo.39 Del mismo modo, Judith Prieto Zegarra, quien en su obra dedica un capítulo a las beneficiarias de repartimientos, confunde la identidad de Florencia de Mora señalándola como descendiente de la élite indígena del norte del Perú.40 Esta confusión acerca de la identidad de las encomenderas es algo usual 35. Zuloaga, 2012 y León Gómez, op.cit. Gómez realiza un detallado estudio sobre las principales familias encomenderas de Huánuco colonial. 36. Rostworowski, 2003. 37. Otro destacado trabajo de Rostworowski acerca de Beatriz Clara Coya es el artículo sobre sus encomiendas de Yucay (Rostworowski, 1970). 38. Almorza Hidalgo, 2018. 39. Puertas, 2007. 40. Prieto, 1980. Aunque Judith Prieto de Zegarra, incluye un capítulo dedicado a las encomenderas, la autora no profundiza en cuestiones relativas a las mismas, ofreciendo, mayormente un listado de nombres de encomenderas y sus encomiendas, siendo muchos de los datos que menciona erróneos, como el relativo a la identidad de Florencia de Mora, o los nombres de los repartimientos de los que estas mujeres eran beneficiarias. Así menciona que Paula de Silva era beneficiaria de Pucara en lugar de Guaynacota, Cayaotambo, Unchurco Condorcalla y Locoto. Del mismo modo, señala a Luisa de Mendoza, encomendera de Cherrepe, como beneficiaria del valle de Guadalupe y Moro. (Prieto, op.cit.: 207).
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en la bibliografía que hemos consultado. Otro caso a señalar es el de Luis Martín, quien, en su trabajo sobre las hijas de los conquistadores, al dedicar su atención a las encomenderas incurre en varios errores acerca de la identidad, logros y circunstancias de estas mujeres. De este modo identifica a Lucia de Montenegro como española, siendo mestiza, y a Beatriz de Isásaga, o Ysásaga, como indígena hija de Atahualpa, siendo una española casada con el conquistador Garcí Holguín.41 También señala como beneficiaria de un repartimiento a Mari Sánchez “la Millana”, quien nunca llegó a ser acreedora de esta merced. Por último, respecto a trabajos que abordan el tema de las encomenderas desde la Historia del Derecho y la legislación, debemos destacar la obra de José María Ots Capdequi, quien en su trabajo acerca de la mujer en la legislación indiana dedica una especial atención a esta figura.42 También María Teresa Condés, en su estudio acerca de la capacidad jurídica de la mujer en el derecho americano, trata en uno de los capítulos el caso de las encomenderas.43 Tampoco podemos olvidar la gran obra de James Lockhart sobre el mundo hispanoperuano desde 1532 a 1560. Aunque el autor no dedica ningún apartado en específico a las encomenderas peruanas, realiza un minucioso y revelador trabajo acerca del grupo social de los encomenderos y las españolas que es de gran interés para esta investigación.44 Para finalizar, debemos mencionar los trabajos acerca de las beneficiarias de encomiendas fuera de los límites de la Audiencia de Lima, como el de Robert Himmerich y Valencia quien dedica un minucioso estudio a los y las beneficiarias de encomiendas del virreinato de Nueva España, desde 1521 hasta 1555.45 Por su parte la obra de Camilo Alexander Zambrano estudia a las encomenderas de Santafé y Tunja, en la actual Colombia, y el de Oscar Perdomo se centra en las de Panamá en el siglo XVI.46 También la historiadora Ana 41. Martín, 2000: 53-76. Beatriz era hija legítima de Pedro de Isásaga o de Isásiga y de Doña María de Cervantes, hermana de Francisco de Isásaga, vecino de los Reyes y Tesorero Real. También señala de manera incorrecta que doña Inés Muñoz fue la fundadora de la Encarnación, en lugar de la Concepción. 42. Ots Capdequi, 1921. 43. Condés, 2009, También Daisy Rípodas, en su trabajo sobre el matrimonio en América, analiza varias cuestiones relativas a disposiciones legales sobre los enlaces del grupo encomendero, así como un esbozo de las circunstancias históricas de la conquista y la sociedad en las primeras décadas (Rípodas, 1977). Asimismo, Javier Ortiz de la Tabla Ducasse aborda la cuestión matrimonial de los encomenderos en Quito y Lima (Ortíz de la Tabla Ducasse, 1995). 44. Lockhart, quien realizó una exhaustiva labor de búsqueda documental acerca de hombres y mujeres con diversas ocupaciones en los primeros momentos de la conquista y colonia del Perú, demuestra la utilidad y validez de la prosopografía en el estudio de la sociedad colonial peruana. (Lockhart, 1968). 45. Himmerich y Valencia, op.cit. 46. Zambrano, op.cit. y Perdomo, op.cit.
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María Presta en un artículo sobre las mujeres de la élite de Charcas, incluye a una encomendera.47 El presente libro está divido en dos partes y consta de cinco capítulos. La primera parte comprende un primer capítulo dedicado a aspectos sociales y jurídicos relativos a las encomenderas. En él se analizan de forma temática diversos temas tales como mecanismos de acceso, sucesión y transmisión de sus encomiendas o las políticas imperiales relacionadas con ellas. Asimismo, diversas fuentes nos permiten observar algunas de las herramientas usadas por las beneficiarias de repartimientos tales como el matrimonio o alianzas con influyentes personajes de la época.48 En la segunda parte iniciamos nuestro estudio de caso de Inés Muñoz. Esta sección se ha estructurado de manera lineal o temporal, en su mayoría, y a través de los cuatro capítulos contenidos en ella se ha tipificado el análisis de diversos aspectos como la vida de Inés Muñoz en Castilla y su emigración a las Indias, el período de conquista y población del territorio peruano o la formación de las primeras estructuras sociales, económicas o religiosas, entre otros. Asimismo, se profundiza en sus redes familiares, clientelares y de amistad. Abordar el caso de estudio de doña Inés nos ha permitido observar su relación con algunas de las familias más destacadas de la historia del Perú del siglo XVI, como los Pizarro y la implicancia de este parentesco. Por ese motivo, hemos prestado especial atención a los miembros más importantes de sus redes como sus dos esposos, Francisco Martín de Alcántara y Antonio de Ribera; así como de su célebre cuñado, el conquistador Francisco Pizarro. El segundo capítulo abarca desde la salida de Inés Muñoz de su Sevilla natal hasta su llegada al Nuevo Mundo. En él se vislumbran los motivos que llevaron a esta y a otras mujeres a emprender la aventura americana. Asimismo, se analiza el rol de Inés como pobladora y la importancia que esta 47. Presta, 2000b. Asimismo, en su investigación sobre el grupo encomendero de La Plata (Charcas), aunque no hace mayores referencias a las encomenderas, sino a las esposas de los encomenderos, analiza las dinámicas familiares y económicas de este grupo (Presta, 2000a). Del mismo modo, Clara López Beltrán en su trabajo sobre las redes parentelares de La Paz en el siglo XVII señala el caso de mujeres vinculadas con los encomenderos (López, 1998). También Shirley Cushing, en su trabajo acerca de las viudas en Nueva España durante el período colonial menciona el caso de encomenderas (Cushing, 2013). 48. Para la realización del análisis de los datos se ha creado una base de datos que ha permitido una gestión más eficiente de la información. A partir de dicha base de datos se está procediendo a la elaboración de un diccionario biográfico de las 137 encomenderas que hemos identificado para la Audiencia de Lima entre 1534 y 1600. Este diccionario incluirá datos como la trayectoria vital de las beneficiarias de encomiendas, el nombre y jurisdicción de sus repartimientos o el número de tributarios y el monto de tributo percibido. En el presente trabajo se ha incluido un Anexo que incluye el nombre de la encomendera y de sus encomiendas, así como los tributos de las mismas. Cfr. Anexo I.
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actuación tuvo para la política Imperial. El tercer capítulo se centra en la etapa de encomendera de Inés Muñoz, abarcando entre otros aspectos el modo en que accedió a la titularidad de las encomiendas, así como los diversos avatares relacionados con la posesión de las mismas. En este contexto se presentan los pleitos en que estuvo involucrada al ser despojada de sus encomiendas por las autoridades, así como la conformación de sus redes parentelares durante esta etapa, prestando especial atención a su segundo matrimonio con el caballero soriano don Antonio de Ribera y a su hijo, don Antonio de Ribera “el Mozo”. Por su parte, el cuarto capítulo está dedicado al manejo y particularidades de sus repartimientos, y si bien no es objetivo del presente trabajo hacer un análisis sobre el mantenimiento, funcionamiento y entresijos de la administración de la encomienda, sí consideramos que no solo es de interés, sino también necesario profundizar en las de Inés Muñoz debido a la importancia de las implicaciones de la misma para nuestro estudio. En este sentido, interesa destacar como los grandes recursos y beneficios de las encomiendas de doña Inés –las cuales contaban con un amplio número de tributarios–, además de situarla entre los más prósperos encomenderos y pobladores del virreinato peruano, le permitieron incursionar en diversas actividades económicas como la textil, la ganadera o la comercial. El quinto y último capítulo está dedicado a su rol como fundadora y abadesa del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes. En el mismo, se abordan aspectos como los motivos de la fundación, la dotación y la composición social del Monasterio, conformada por un gran número de hijas de encomenderos y conquistadores. Este capítulo considera la fundación del monasterio como un emprendimiento más de Inés Muñoz, posible en gran medida gracias a los beneficios obtenidos a partir de la encomienda y otras actividades económicas. El presente trabajo quiere ofrecer una nueva interpretación de la institución de la encomienda, pero, sobre todo, desea poner el foco en sus beneficiarias femeninas, aquellas llamadas “mujeres ricas y libres” por el virrey Francisco de Toledo, y analizar su rol en la construcción del virreinato peruano más temprano. Esperamos que este libro sea de interés no solo para aquellos estudiosos de la Historia de la Mujer y de Género o el temprano Perú del siglo XVI, sino también para los interesados en otras líneas de investigación como la Historia Social, Transoceánica, Regional, Económica, Política o de las Instituciones Eclesiásticas. Finalmente, espero haber hecho justicia a estas mujeres, hasta ahora silenciadas, dándoles voz a través de estas páginas. 36
Parte I MUJERES ENCOMENDERAS EN LOS ANDES (1535-1600)
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Capítulo 1 ENCOMENDERAS EN LOS ANDES: CONSIDERACIONES JURÍDICAS Y SOCIALES
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Llame a mi cámara a Diego López de Zúñiga que era uno de los capitanes más válidos y de más amigos, porque era de mejor casta que los otros, y le dixe la voluntad que tenía de hacelle merced en nombre de V.M y que, por tener tan poco paño como había y tantos con quien cumplir, que lo quería casar con doña Beatriz de Santillán, de buena casta, sobrina del licenciado Santillán, que aunque viuda, moza y de buen parecer y sin hijos que tenía un repartimiento que vale siete mil pesos y más de veynte e cinco mil en esclavos y otras haciendas […]. Misiva del virrey marqués de Cañete al emperador Carlos V.1
Desde los primeros años de conquista y población de los territorios americanos por la Monarquía Hispánica, varias mujeres pudieron disfrutar de la merced de la encomienda, mediante la cual la Corona encomendaba al beneficiario o beneficiaria un grupo de indígenas para que, a cambio de cierto tributo que incluía diversos productos y servicios, les protegiera e instruyera en la doctrina católica. En contra de lo que se podría pensar a priori, las encomenderas no fueron únicamente mujeres españolas pertenecientes a la élite, sino que conformaron un heterogéneo grupo compuesto por españolas, incas, mestizas y criollas. Tampoco su presencia fue ni puntual ni meramente anecdótica. 1. Carta del virrey marqués de Cañete a S.M. Los reyes 3 de noviembre, 1556 (Torres de Mendoza, 1865, tomo IV: 112-113).
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Por el contrario, fue una figura de importancia y relevancia más que considerable. De este modo, en la Audiencia de Lima hemos podido localizar, por el momento, alrededor de 137 beneficiarias de repartimientos para el período comprendido entre 1540 y 1600. A lo largo del presente capítulo, además de realizar un breve esbozo de la institución de la encomienda y su importancia, analizaremos diversos aspectos jurídicos y sociales relativos a las encomenderas del virreinato peruano tales como los mecanismos de acceso, sucesión y transmisión de sus repartimientos o la postura de la Corona frente a esta ambivalente y compleja figura. 1. Aproximación a la institución de la encomienda en el Perú (s. XVI)
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La encomienda indiana fue una de las instituciones más destacadas del sistema colonial americano, constituyendo el principal eje de organización económica y social del territorio. Mediante la concesión de la encomienda, el monarca encomendaba temporalmente, es decir, ponía bajo el cuidado de un beneficiario –al que se denominaba encomendero– un grupo de indígenas para recompensarle por algún servicio prestado a la Corona tal como su participación militar en la conquista, pacificación o población de un territorio. El encomendero tenía la obligación de cuidar y, sobre todo, de adoctrinar a sus encomendados y, por su parte, recibía de ellos un determinado tributo y diversos servicios. De este modo, la encomienda indiana desarrollaba una importante función social en una triple vertiente: por un lado, garantizaba el control y adoctrinamiento de los indios; por otro, aseguraba la fidelidad de los que estaban siendo recompensados con la concesión de la merced; y, finalmente, incentivaba y consolidaba la población de los nuevos territorios.2 Asimismo, a través de esta institución la Corona española ejecutaba un control económico, regulando un sistema de trabajo indígena que beneficiaba tanto a los encomenderos como a la Corona. La institución de la encomienda tiene su origen en la Baja Edad Media española, donde consistía en una clase especial de señorío feudal con forma de cesión de un dominio territorial temporal –por parte del rey, de un magnate, de un monasterio o de una orden militar– a favor de un noble o de un caballero para que asumiese “el amparo, protección y defensa de las tierras, 2. Zavala, 1935.
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lugares o castillos cedidos”.3 Otra de las instituciones medievales castellanas en las que se basaba la encomienda americana era el repartimiento que, a diferencia de la encomienda, constituía un premio en forma de tierras, casas o heredades concedido a aquellos que habían tomado parte en la Reconquista.4 En el territorio americano, ambos términos se usaron como sinónimos y a lo largo de este libro también usaremos las palabras repartimiento y encomienda como tales. Aunque la encomienda americana se originó a partir de instituciones de la España medieval, la versión que se desarrolló en los nuevos territorios fue nueva, creada a partir de las particulares características sociales y económicas de la América colonial. De este modo, es importante destacar que, para el caso americano, las encomiendas fueron una merced de hombres y no de tierras, que entrañaban el señorío de un beneficiario sobre los indígenas de su encomienda. 41
1.1. Inicios de la institución de la encomienda La institución de la encomienda indiana sufrió una evolución paulatina en función de las diferentes vicisitudes que fueron surgiendo a lo largo de su desarrollo. Desde los primeros instantes de la conquista, se realizaron varios esfuerzos por establecer un corpus jurídico y determinar los atributos que caracterizarían a las encomiendas. Ya en la temprana fecha de 1503, en el Memorial Anónimo atribuido al obispo castellano Juan Rodríguez de Fonseca, se pedía un buen tratamiento a los indios y, asimismo, se sugerían las líneas de actuación de la Corona con sus nuevos vasallos, enfatizándose en todo momento la necesidad de su evangelización.5 En este memorial se esbozaban las bases de lo que más tarde constituirían las encomiendas, según se refleja en la Real Provisión de 20 de diciembre de 1503, con la que se inició el establecimiento legal de las mismas. De este modo, se establecían algunas de sus características tales como la libertad de los indígenas o la obligatoriedad de que realizasen trabajos para los encomenderos a cambio de salario y manutención. Por su parte, los 3. Puente Brunke, 1991a: 13. 4. José de la Puente Brunke realiza un estudio sobre los precedentes medievales de las encomiendas y las sustanciales diferencias entre las encomiendas castellanas y las americanas. Ibíd.: 13-15. 5. Sagarra Gamazo, 2005: 59.
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encomenderos quedaban comprometidos a proteger y educar a los indios en la fe cristiana.6 Sin embargo, la normativa referente a la encomienda no era suficientemente clara, al ser las primeras instrucciones sobre los repartimientos muy imprecisas, ya que en ellas no se mencionaban aspectos tales como la duración de la merced o el número de encomendados. De este modo, las primeras concesiones se hicieron sin apenas control e intervención de la Corona, lo que daba plena capacidad a los gobernantes para actuar a su antojo y de manera totalmente arbitraria.7 Así lo expresaba Diego Colón en una información realizada en 1516, donde señalaba que el Almirante Nicolás de Ovando y “los otros gobernadores que han sido de las dichas islas [Santo Domingo] tuvieron uso y costumbre de repartir los dichos indios y caciques a su voluntad, como querían, dándolos y encomendándolos a unas personas y quitándolos a otras […] sin que en esto hubiese contradicción ni reclamación”.8 En 1509, en un intento de normativizar el reparto de indígenas, el monarca emitía una nueva ordenanza en la que mandaba que una vez que se hubiera pacificado la tierra, el adelantado, gobernador o pacificador, o a quien correspondiese dicha facultad, debía repartir los indios entre los pobladores para que cada uno se encargase de sus encomendados y los defendiese e instruyese en la doctrina cristiana.9 Estas disposiciones para el reparto de indígenas fueron utilizadas en todo el territorio americano que se iba incorporando a la Corona.10 Asimismo, fueron de especial importancia las modificaciones y precisiones realizadas a través de las Leyes de Burgos de 1512, de Valladolid de 1513 y de Granada de 1526.11 Sin embargo, a pesar de las recomendaciones de la Corona, los gobernadores continuaron repartiendo indígenas sin observar las disposiciones, ocasionando graves daños a la población indígena encomendada.
6. Real provisión para que los indios de la Isla Española sirvan a los españoles, Medina del Campo 20 de diciembre de 1503. En Colección de documentos para la Historia de la Formación social de Hispanoamérica, I: 16-17. 7. Mira Caballos, 2000: 83. 8. Ibíd.: 103. Información del Almirante Diego Colón. Madrid 5 de septiembre de 1516. El autor señala que Ovando repartió a los indios a su antojo “a unos muchos y a otros pocos”. 9. Recopilación, libro VI, tít. VIII, ley I. En la ley III se dan indicaciones para “que los indios que se pacificaren sean encomendados a pobladores, donde residieren los indios”. 10. Zavala, 1935. 11. Para Leyes de Burgos y Valladolid ver: Sagarra Gamazo, Martínez y León, 2012 y Pérez Bustamante, 1991.
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1.2. Etapas de la encomienda peruana en el siglo XVI Gran parte de los estudiosos de la institución de la encomienda para el territorio peruano han distinguido la existencia de tres etapas durante el siglo XVI, que serían las siguientes:12 1ª Etapa: 1532-1548
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Este período, que abarca aproximadamente desde la llegada de Francisco Pizarro hasta la derrota de su hermano Gonzalo por Pedro de La Gasca, habría estado caracterizado por el dominio de los Pizarro y su clan. Durante el mismo, se habría formado y fortalecido una élite de encomenderos cercanos a este grupo. Desde 1532, el gobernador Francisco Pizarro procedió al reparto de indígenas en los denominados depósitos, que permitían encomendar un determinado número de indios a los conquistadores designados por Pizarro hasta que la Corona dispusiera una legislación al respecto.13 En estos depósitos ya se vislumbraban las características que las encomiendas peruanas tendrían más tarde, es decir, un trabajo procedente de los indios encomendados frente a los servicios requeridos por el beneficiario, quien a cambio recibía la obligación de doctrinarlos.14 Sin embargo, son las cédulas expedidas en 1536 las que marcaron un importante momento en la encomienda peruana al señalarse que, en adelante, debían tasarse los tributos de las mismas. La Corona, informada de una serie de irregularidades que se habían cometido en el reparto de depósitos, urgía a Francisco Pizarro a que, conjuntamente con el obispo Fray Vicente de Valverde, procediera a realizar la tasación del territorio y, en función de la información resultante, realizara una redistribución más equitativa de los repartimientos en los casos que fuera necesario.15 Con este objetivo, en 1540 se nombraron unos visitadores destinados a realizar una evaluación tanto del número de indígenas aptos para trabajar como de su capacidad de pago de tributos de acuerdo con sus posibilidades reales, lo que permitiría a la Corona un mayor conocimiento tanto del –por 12. 13. 14. 15.
Hampe, 1983: 174. En 1533, Pizarro adquirió el permiso de la Corona para poder realizar encomiendas de indios. Puente Brunke, 1991a: 13, nota 11. AGI, Lima, 566, L4, F. 2.r. y v.
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ahora casi desconocido– territorio peruano como de los grupos que iban a ser encomendados.16 Las disposiciones de la Corona no obtuvieron los frutos esperados, ya que la reticencia de Pizarro y del grupo encomendero, sumada a la gran inestabilidad del territorio, impidió realizar una visita general. Tras el asesinato de Pizarro, la Corona ordenó al licenciado Vaca de Castro realizar la tasación y la pertinente reforma, con especial atención a los repartimientos adjudicados por el conquistador a sus parientes y personas más allegadas. La Corona también dio orden de que, desde ese momento, tan solo el gobernador pudiera otorgar títulos de encomienda.17 Las diversas restricciones impuestas sobre la concesión y tamaño de las encomiendas suscitaron un gran rechazo y suspicacias entre el grupo encomendero, quien incluso aspiraba a lograr la perpetuidad de la merced.18 Sin embargo, la mayor oposición frente a estas medidas se dio cuando las protestas por la concesión de repartimientos realizadas por los defensores de los indígenas –encabezados por fray Bartolomé de las Casas–, unidas a las peticiones de varios españoles que no habían conseguido ninguna encomienda, lograron materializarse e imponerse a través de la implantación de las denominadas Leyes Nuevas de 1542.19 Esta legislación que, entre otros, pretendía supeditar los territorios indianos al control de la Corona, restringía notablemente el marco de actuación de los encomenderos sobre sus repartimientos, a la vez que acababa con la sucesión de los mismos al señalar la ley XXX que, tras el fallecimiento del beneficiario, su repartimiento sería incorporado a la Corona.20 El intento de implantación de estas leyes en el territorio peruano ocasionó un levantamiento de encomenderos, acaudillado por Gonzalo Pizarro, hermano del difunto gobernador Francisco Pizarro. Víctima del mismo, falleció el primer virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, encargado de hacer valer 16. Ver cap. 4.1.2 Desorganización tributaria e intentos de regulación. 17. Para ampliar el tema ver: Puente Brunke, 1991a: 22. 18. El debate de la cuestión de la perpetuidad se mantuvo durante gran parte de mediados del siglo XVI, llegándose incluso a enviar procuradores a España en 1561 a negociar la cuestión con el monarca Felipe II. Para el debate sobre la perpetuidad ver: Marvin Goldwert (Goldwert, 1955-1958), Luciano Pereña (Pereña, 1976), Carlos Romero (Romero, 1923), Hidefuji Someda (Someda, 1981) y Héctor Omar Noejovich (Noejovich, 2009). 19. Aunque dichas leyes confirmaron el triunfo del discurso lascasiano a favor del mejor tratamiento a los indígenas historiadores como José de la Puente indican que la pretensión última de las autoridades hubiera sido la de terminar con el sistema de encomiendas (Puente Brunke, 1991a: 23). 20. Las Leyes Nuevas de 1542-1543: ordenanzas para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los indios (Muro, 1961).
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las nuevas –y polémicas– leyes.21 Podemos entender el interés del grupo encomendero en defender sus privilegios, ya que, durante el siglo XVI, la encomienda fue una de las mercedes más codiciadas de las Indias al garantizar, además de un importante beneficio económico, un lugar en las esferas sociales más altas de la sociedad indiana, constituyendo los encomenderos una suerte de “nobleza de Indias”. No olvidemos que el grupo de encomenderos que se asentaría durante este período mantendría su poder a lo largo de casi todo el virreinato. 2ª Etapa: 1548-1569
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El segundo período comenzaría con la gestión de La Gasca y finalizaría con el gobierno del virrey García de Castro. En estos años se trató de regular la encomienda con las visitas y la tasación de los tributos, medidas con las que la Corona intentó controlar y decrecer el poder del grupo encomendero. Pedro de la Gasca tras derrotar a Gonzalo Pizarro y sus aliados en la Batalla de Jaquijahuana en 1548, procedió a una Visita General y a un nuevo reparto de encomiendas.22 La reglamentación y tasación realizada por La Gasca hizo que la encomienda tomara la forma característica que tendría hasta su desaparición y que Solórzano Pereira describe de la siguiente manera: […] un derecho concedido por merced real a los beneméritos de las Indias para recibir o cobrar los tributos que se les encomendare por su vida, y la de un heredero, conforme a la ley de Sucesión, con cargo de cuidar del bien de los indios en lo espiritual y temporal, y de habitar y defender las provincias donde fueren encomendados, y hacer cumplir todo esto, homenaje o juramento particular […].23
Después de La Gasca, el virrey marqués de Cañete, al verse imposibilitado de hacer un nuevo reparto de encomiendas como el de su predecesor, introdujo algunas novedades en la institución de la encomienda, siendo quizás la más destacable la creación de las pensiones o situaciones.24 Cañete dejó vacantes algunas de las encomiendas que volvían a la Corona para, con las rentas 21. Para profundizar en el levantamiento de Gonzalo Pizarro ver: Guillermo Lohmann Villena (Lohmann, 1977), Ana Laura Drigo (Drigo, 2006), Ana María Lorandi (Lorandi, 2002) y Gregorio Salinero (Salinero, 2017). 22. Para Pedro de la Gasca ver: Hampe, 1989. 23. Solórzano, 1648. Libro III, cap. III. 24. Puente Brunke, 1991a: 28.
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provenientes, poder cumplir con dos o tres beneficiarios. De este modo, aunque un gran número de beneméritos –y sus familiares– no pudo acceder a una encomienda, si lo hizo a una pensión. 3ª Etapa. 1569-1600
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En este período, marcado por el gobierno del virrey Francisco de Toledo, la Corona continuó intentando limitar las pretensiones y el poder del grupo encomendero. Asimismo, en esta etapa se produce el inicio del declive de la institución de la encomienda.25 No obstante, hay que tener en cuenta que si bien es durante los dos primeros períodos que los beneficiarios de repartimientos detentaron un mayor poder económico, social y político, esto no significa que su importancia desapareciera desde la década de 1570, sino que, a pesar de la decadencia de la institución, mantuvo sus prerrogativas.26 Así, aunque desde finales del siglo XVI varios factores fueron determinantes para que la encomienda perdiera paulatinamente su importancia económica, el prestigio social que suponía ser encomendero se mantuvo. La encomienda permanecerá durante el siglo XVII y comienzos del XVIII, cuando el monarca Felipe V proceda a su total abolición a través de dos decretos de 1718 y 1720. Sin embargo, todavía en 1724, María Vicenta Arias pudo acceder a la encomienda de Collique, e incluso el marqués de Lara fue encomendero a comienzos del siglo XIX.27 2. La concesión de encomiendas a mujeres 2.1. Concesiones en primera vida La encomienda nació como una concesión en recompensa a los méritos y actuaciones en el proceso de conquista y colonización de los nuevos territorios. Es decir, estaba destinada a premiar la actuación y los servicios prestados por un individuo a la Corona. Por ese motivo, durante los primeros años de esta institución, los principales beneficiarios de la merced de la encomienda fueron 25. Sobre declive de la institución: Puente Brunke, 1991a: 64 y 273. 26. Hampe, 1982: 175-176. 27. Puente Brunke, 1991a: 28.
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los descubridores y conquistadores que estuvieron presentes en los principales acontecimientos bélicos de la conquista de los territorios americanos. Aunque el grupo de beneficiarios de esta merced estaba formado casi exclusivamente por hombres, hubo casos excepcionales y algunas mujeres fueron recompensadas por sus méritos en el campo de batalla, como la extremeña Inés Suárez, célebre conquistadora de Chile y compañera de Pedro de Valdivia. Inés tuvo un papel vital en la conquista y defensa de los territorios chilenos que estaban siendo incorporados a la Corona, particularmente de la primera ciudad allí fundada, llamada Santiago del Nuevo Extremo. Por este motivo, ella y otra conquistadora, Catalina Díez, estuvieron entre los primeros treinta y dos depositarios de encomiendas de dicha región.28 Además de los méritos militares hubo otros motivos para poder ser beneficiario de encomiendas en primera vida, es decir, por concesión directa y no a través de sucesión, como la participación en la pacificación de los nuevos territorios, así como el linaje y los méritos familiares.29 En cuanto a la postura de la Corona respecto a la concesión femenina en primera vida, el jurisconsulto Juan de Solórzano Pereira en su Política Indiana señalaba que, si bien en un principio no deberían otorgárse nuevas encomiendas de indios a mujeres, la realidad era que se había introducido por común práctica –tanto en el Supremo Consejo de las Indias como entre los virreyes y gobernadores– concederles repartimientos en primera vida, haciendo directamente “en sus cabezas” la investidura y el título de ellas, aunque ya estuviesen casadas o se casasen después.30 El jurisconsulto mencionaba una misiva del virrey de Montesclaros al rey Felipe III en la que señalaba que, si bien en los comienzos de la colonización se estableció una ley de derecho sucesorio universal para mujeres, siempre hubo ánimo de excluirlas. Sin embargo, 28. Amunategui, op.cit.: 66-67. Respecto al caso de la sevillana María de Estrada en la conquista de México, hay varias dudas ya que si bien, algunos autores señalan que debido a su destacada actuación en los eventos militares Hernán Cortés le hizo beneficiaria de varios repartimientos, otros indican que habría sucedido en los mismos tras el fallecimiento de su esposo, el también conquistador Pedro Sánchez Farfán (Himmerich y Valencia, op.cit.) y (Lorenzo, 2017). 29. A pesar de que algunos autores indican que varias mujeres españolas pudieron acceder a estas mercedes gracias a sus méritos en el proceso de población, esto no es correcto, por cuanto ellas no accedieron a una encomienda en primera vida por este motivo, si no por sucesión tras el fallecimiento de sus esposos. Así, Luis Martín, erróneamente, señala a doña Inés Muñoz y María de Escobar, como ejemplo de mujeres que debido a su aporte con los primeros cultivos de trigo se habrían hecho merecedoras de una encomienda en primera vida (Martín, op.cit.: 64-65). 30. Solórzano señalaba que, debido tanto a la ley de la sucesión como a la “liberalidad” que se quiso tener con las mujeres en las Indias, no solo podían heredar las encomiendas de sus padres o maridos, sino que también podían recibirlas en primera vida (Solórzano, op.cit.).
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habiéndose acabado las rigurosidades de esta primera etapa, “por justas causas de piedad y conveniencia se ponen ya rentas en cabezas de mujeres por primera situación”.31 También el jurisconsulto y cronista Antonio de León Pinelo atestiguaba la costumbre de conceder encomiendas a mujeres en primera vida, señalando que él había visto muchos casos en los que se había puesto “el título en su cabeza”, mencionando entre otros ejemplos el de doña Isabel de Cabrera, a la que se habían encomendado los repartimientos de Pacchas, Cascangas, Tasangumaray y Mungas, o el de doña Sancha de Ribera y Verdugo, mujer de don Fernando de Castro, a quien a comienzos del siglo XVII se le confirmó la mitad de la encomienda de Cantabeque, Taguatia y Maranga.32 Tal y como señalaban los jurisconsultos, la concesión directa de encomiendas a mujeres hasta finales del siglo XVI en el territorio de la Audiencia de Lima era poco habitual. Esta concesión, además, habría estado limitada casi exclusivamente a las mujeres de la élite inca y en especial a las descendientes de Atahualpa y Huayna Cápac. No sería hasta comienzos del XVII cuando esta práctica se hizo más frecuente por parte de algunas autoridades, como el mencionado virrey de Montesclaros, tal y como podemos atestiguar tanto por los casos expuestos por Pinelo y Solórzano, como por los aquí analizados para el siglo XVI. 2.2. La sucesión femenina a la encomienda A pesar de que las mujeres pudieron ser depositarias de encomiendas por concesión directa, el modo más frecuente de acceso a la encomienda fue a través de la sucesión tras la muerte de su padre o marido, es decir, en segunda vida, la cual debía ser ratificada por las autoridades coloniales en un plazo de seis meses (gráfico 1).33 ¿Pero cuáles fueron las circunstancias que originaron que las mujeres pudieran suceder en tan importante merced? Desde los primeros años de la 31. Carta del marqués de Montes Claros del 7 de abril de 1612. En Torres de Mendoza, 1865, tomo 2: 273. 32. León Pinelo, 1630: 630. Cédula en San Lorenzo. 29 de mayo de 1615. 33. De lo contrario, el beneficiario perdía todos los ingresos provenientes del repartimiento desde el día en que había vacado hasta la fecha en que se le concediera de nuevo el título. Instrucciones dadas por R. Licenciado D. Lope García de Castro, por la cual se le comete y manda lo que había de hacer en las provincias del Perú, Madrid, 16 de agosto de 1563. En Levillier, 1921, 3: 635, 636.
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2% 1% 9%
Muerte esposo
Muerte padre 29%
59%
Desconocido Concesión en primera vida Muerte abuelo
Gráfico 1. Modos de acceso de las mujeres a la merced de la encomienda.
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conquista, en los nuevos territorios americanos surgió la necesidad de determinar la actuación de las autoridades frente a la muerte de los conquistadores y primeros pobladores, ya que, tras su fallecimiento, en numerosas ocasiones dejaban a sus viudas e hijos sin recursos. De este modo, la Corona tuvo que atender las solicitudes realizadas por parte de los gobernadores, quienes pedían poder dejar a los indios encomendados en manos de las esposas e hijos del difunto, aunque fuera ilegítimos, para que estos tuvieran de qué sustentarse y, asimismo, a las viudas les fuera más fácil encontrar un nuevo esposo, contribuyendo de esa manera a la población de los nuevos territorios.34 Sin embargo, posteriormente, provisiones dadas para Nueva España establecían que, al morir los poseedores, se hicieran reparto en personas beneméritas y no se reconociera derecho alguno a los herederos, ni aun siendo legítimos.35 Frente a la divergencia de actuación de las autoridades en lo referente a la sucesión, se fue haciendo cada vez más evidente la necesidad de 34. Por ejemplo, en 1528 los vecinos pobladores de la ciudad de Santiago de Cuba escribían al emperador con el fin de solicitar “remedio de las necesidades generales”. Uno de los asuntos tratados por el procurador de la ciudad, don Andrés de Parada, era el de la sucesión de las encomiendas, solicitándose que: […] cuando algún vecino casado muriere en esta isla, si tuviere hijos, le quede a la mujer y hijos los indios del tal vecino, o si no tuviere hijos, le quede a la mujer con que sostenga la honra en que su marido la tenía, y se case, por que con esto se casará muy ahina y se poblará la isla y permanecerá en ella, aunque sean bastardos, no habiendo legítimos […]. Capítulos de petición a Su Magestad acordados en Junta por los procuradores de la ciudad y villas de la isla Fernandina para remedio de las necesidades generales. Año de 1528, febrero 24 a marzo 13. En Torres de Mendoza, 1865, tomo 4: 12. 35. Al respecto, Antonio de León Pinelo señalaba que la Segunda Audiencia de Nueva España, que llegó en enero de 1531, no llevó facultad para encomendar, sino para que las encomiendas que vacasen por muerte de su beneficiario fueran incorporadas a la Corona en lugar de pasar a sus descendientes (León Pinelo, op.cit.: 22).
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establecer una legislación apropiada para todo el territorio indiano, es decir, una Ley General de Sucesiones. León Pinelo sitúa el origen de dicha ley en Nueva España al señalar que, dado que en ese territorio al morir el encomendero sus repartimientos se incorporaban a la Corona y, por lo tanto, en numerosas ocasiones su mujer e hijos quedaban desamparados sin tener qué comer, la Audiencia decidió actuar por la vía de la disimulación, es decir, permitiendo que la viuda continuara percibiendo los tributos de la encomienda, aunque sin darle a esta un nuevo título. La actuación de la Audiencia fue aprobada por el emperador, quien ordenó lo siguiente: […] de aquí adelante cuando muriere algún conquistador, e vezino desta tierra, proveáis que se den a la muger, o hijo que dexare los indios que su marido o padre tenía: si os pareciere que es gran cantidad, de lo que así vacare por su muerte, lo que os pareciere que se le debe dar, para su sustentación y mantenimiento […].36
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Varios jurisconsultos como el citado León Pinelo o Juan de Solórzano Pereira consideraron extremadamente beneficiosa la política real de la disimulación y de la segunda vida, ya que favorecía la población de los nuevos territorios, uno de los principales objetivos de la Corona. Antonio de León Pinelo indicaba que anteriormente las mujeres no habían querido contraer matrimonio, puesto que al fallecer el encomendero los indios volvían a la Corona y ellas quedaban sin tener de qué sustentarse. No obstante, con la nueva política imperial de la disimulación, las mujeres, viendo que tenían posibilidad de tener indios, habrían estado más dispuestas a contraer matrimonio. De esta manera se comenzó a ratificar la sucesión de encomiendas de indios mediante cédulas. Sin embargo, “como esta merced comenzó a hacerse de ordinario y por evitar el trámite de solicitarla”, se promulgó la Ley I de Sucesión, que contenía lo citado en la respuesta del monarca: “Si muriere algún encomendero, […] y si el encomendero no tuviere hijo legítimo, y de legitimo matrimonio nacido, se encomendarán los indios a su muger viuda”.37 Por otro lado, la Ley II del mismo capítulo sobre sucesión establecía quién podía suceder y la duración de la merced:
36. Ibíd.: 22. Para León Pinelo, es de esta respuesta de donde se derivaría la posterior “Ley General de Sucesiones”. 37. Recopilación, ley I, libro VI, tít. XI. De la Sucesión El emperador D. Carlos y la Emperatriz Gobernadora de Valladolid a 28 de septiembre de 1534. En Madrid a 26 de junio de 1535 y a 26 de mayo de 1536. El príncipe Gobernador allí a 26 de mayo de 1546.
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[…] si el tenedor de los indios muriese sin dexar hijos varones y dexase hijas, si no sucediere la mayor, porque no quiere o por otro algún impedimento pase la sucesión a la hija segunda y por consiguiente a la tercera hasta acabar con las hijas y en defectos de hijos e hijas venga la sucesión a la muger de el tenedor, según la ley de sucesión, de forma, que después de la vida del primer tenedor de los indios no ha de haver más de una sucesión en hijo, hija o muger y no se han de volver a encomendar a otro hijo, hija o muger del primer tenedor […].38
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La Ley General de Sucesión varió en los diferentes territorios americanos, permitiéndose dos vidas en Perú y hasta tres o cuatro en Nueva España y otros territorios. Pero no todas las mujeres podían suceder en una encomienda. Por ejemplo, estaba prohibido que las mujeres, hijas, allegados y parientes hasta el cuarto grado de los “virreyes, presidentes, oidores, corregidores, gobernadores y oficiales reales” accediesen a un repartimiento.39 No obstante, esta disposición era frecuentemente desoída, siendo numerosos los casos en que esposas o hijos e hijas de dichos funcionarios reales ostentaron la merced. También ellos mismos poseyeron encomiendas de indios, pretendiendo, incluso, algunos virreyes obtener repartimientos o gozar de rentas situadas en indios vacos.40 Tampoco las religiosas podían ser beneficiarias de una encomienda, aunque Pinelo señalaba que, siendo seglares, podían tener ayudas de costa situación o entretenimiento en las Cajas Reales. Sin embargo, tenemos el caso de algunas mujeres que entraron en religión y siguieron disfrutando de encomiendas como Isabel Estete. A mediados del siglo XVI, la abadesa del Monasterio de la Encarnación escribía al monarca señalándole que en su monasterio tenía más de 50 religiosas “algunas hijas de hombres principales que han servido al rey”. Entre ellas, había una llamada Isabel Estete, que tenía el repartimiento de Tayacaja en Huamanga en el que había sucedido tras la muerte de su padre. La abadesa solicitaba que Isabel no perdiese su derecho a los frutos del repartimiento y que, además, se hiciese al monasterio merced perpetua del mismo, para que las monjas pudieran sustentarse.41 El monarca, en vista de lo
38. Recopilación, ley I, libro VI, tít. XI. De la sucesión de encomiendas, entretenimientos, y ayudas de costa. Ley II. Para Ots Capdequi con el establecimiento de esta legislación se cerraría la que se puede denominar primera época en la historia de esta institución (Ots Capdequi, 1921: 84). 39. León Pinelo, op.cit.: 55. Solórzano, op.cit.: 284-286. Ots Capdequi, 1920. 40. Para concesiones de encomiendas y pensiones a funcionarios de diversas instancias de la administración en el virreinato peruano: Puente Brunke, 1991a: 246 y Puente Brunke y Hampe, 1986: 85-108. 41. AUARM. Colección P. Rubén Vargas Ugarte, tomo 36: 15.
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solicitado permitió que Estete conservase por su vida las dos terceras partes del tributo de su repartimiento, pasando el resto a la Corona.42 La ley también declaraba incapaces a ilegítimos, extranjeros, mulatos y mestizos, aunque estos últimos pudieron acceder con beneplácito del monarca. Del mismo modo, la legislación también vetaba el acceso a la merced de la encomienda a los “furiosos, mentecatos, ciegos, mudos, sordos, cojos, lisiados y demás impedidos”.43 Esto posibilitó que algunas mujeres pudieran suceder en las encomiendas de sus esposos frente a la incapacidad de sus descendientes. Tal fue el caso de doña Luisa de Vivar, viuda del conquistador español y fundador de la ciudad de Arequipa, Garcí Manuel de Carbajal.44 En 1552, el encomendero falleció y poco después, el 17 de marzo, su viuda, doña Luisa de Vivar, daba poder a Pedro de Espinoza y Pedro Núñez Vélez para que, en su nombre, solicitasen al virrey la confirmación de sus derechos sobre la encomienda de los indios Ubinas de su difunto esposo. A pesar de que había quedado un hijo legítimo llamado Diego de Carvajal, este presentaba cierta discapacidad mental que le imposibilitaba ser encomendero, por lo que fue doña Luisa quien sucedió en la encomienda. Finalmente, en 1542, tras la implantación de las Leyes Nuevas se prohibió la sucesión en las encomiendas señalándose que, en adelante, nadie –ni hombres ni mujeres– podría suceder. Sin embargo, en 1545, tras la derogación del capítulo XXX, volvió a establecerse la sucesión y las mujeres pudieron de nuevo heredar la merced de la encomienda que, por filiación paterna o matrimonial, les correspondía. 2.3. Encomenderas incas. Políticas de concesión de encomiendas a mujeres indígenas Las consideraciones legales relativas a la concesión de encomiendas a mujeres se aplicaron tanto con las españolas como con las mestizas y las indígenas, aunque siempre atendiendo a factores como el linaje y la legitimidad. De este modo podemos observar como desde los primeros años del período de conquista del territorio peruano la Corona concedió, en primera vida, 42. Puente Brunke, 1991a. También la condesa de Lemos, Catalina de la Cerda y Sandoval, por disposición real siguió gozando de sus repartimientos tras ingresar a un monasterio alrededor de 1632. 43. Solórzano, op.cit.: 280. Libro III, cap. VI. Cédula dirigida a la Audiencia del Nuevo Reino de Granada fecha en Valladolid en 27 días de febrero de 1549. 44. Neira, op.cit.
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encomiendas a mujeres descendientes de la realeza inca en atención a su linaje y “méritos de sus antepasados”. Tanto las autoridades civiles como eclesiásticas se habrían sentido obligadas a realizar una política de auxilio en atención a la situación de necesidad en la que habían quedado las mujeres pertenecientes a la élite incaica, ahora en su mayor parte viudas y huérfanas, y que estaban bajo la responsabilidad de la Corona. Esto se puede inferir a partir de diversa documentación, como la cédula dirigida a Vaca de Castro el 15 de junio de 1540 en la que el emperador le ordenaba que se diese a estas mujeres, especialmente a las hijas de Huayna Capac, una dote y un repartimiento, para que de esta manera se les pudiera encontrar un esposo correspondiente a su calidad:
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[…] se nos a hecho relación que en esa tierra ay muchas señoras, especialmente en la ciudad del Cuzco, hijas de Guaynacaba [Huaina Cápac] las quales se dexan de casar con hijosdalgos e otras personas de calidad por no tener dote al presente avendoselo dexado su padre e que convenía mandásemos que de su propia legitima se les diese dote y repartimiento con que bivan y se casen onradamente e que a otra hija de Guaynacava [Huaina Cápac] que en dicha ciudad estava casada se la diese también repartimiento con que se pudiese sustentar […] por que vos mando que a las hijas de Guaynacaba que en esa tierra oviere las ayudes y favorezcáis y probeáis que se remedien […].45
Consideramos, al igual que la historiadora Kerstin Nowack,46 que esta cédula sería una respuesta a la carta remitida al emperador por el obispo fray Vicente de Valverde el 20 de marzo de 1539, en la que señalaba que “en esta tierra quedaron algunos hijos e hijas de Atalipa [Atahualpa] y hijos y hijas y nietos de Guaynacava [Huaina Cápac] y pues era suya la tierra vuestra magestad tiene obligación de les mandar dar de comer”.47 De esta manera, algunas mujeres indígenas descendientes de la realeza inca se convirtieron en beneficiarias de repartimientos en primera vida. En el siglo XVI habrían ostentado dicha merced al menos cuatro encomenderas incas: doña Juana Mamaguaco Coya, doña Beatriz Manco Cápac –hija de Huaina Cápac–, doña María Coya y doña Beatriz Clara Coya –hija del Inca Sayri Túpac Yupanqui y de la Coya Cusi Huarcay–, aunque está última habría 45. Cédula “para que faborezcan a las hijas de Guaynacava”. AGI, Lima 566, L.4. ff. 272r-272 v. Madrid 15 de junio de 1540. 46. Nowack, 2003. 47. Ibíd.: 49, nota 34. Carta de fray Vicente de Valverde al emperador, 20 de marzo de 1539. La carta esta publicada en: Porras, 1959: 311-335.
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accedido a la encomienda por sucesión tras la muerte de su padre y no por concesión directa como el resto.48 La encomendera de la que poseemos menor información es doña Juana Mamaguaco Coya, miembro de la élite incaica, quien obtuvo por título y merced del virrey don Francisco de Toledo la encomienda de Alpasandor, situada en Huarocondo en la Jurisdicción del Cuzco, aunque solamente por una vida. Tampoco disponemos de muchos más datos acerca de doña María Coya encomendera de Omachiri. Debió de residir en el Cuzco y perteneció a la nobleza Inca, pudiendo estar relacionada con la descendencia de Paullo Inca, Carlos Inca y Melchor Carlos Inca, quienes eran encomenderos de los repartimientos vecinos de Pichiguana, Coporaque –también llamado Hatun Cana en la jurisdicción de Cuzco– y Collasuyu, donde también María Coya tenía su encomienda de Omachiri.49 María Coya tuvo un hijo llamado Juan Gómez, quien al tiempo de la visita aparece como titular de la encomienda y es mencionado como mestizo y residente en el Cuzco.50 Mayor es la información disponible acerca de doña Beatriz Manco Cápac Yupanqui, hija del Inca Huayna Cápac y hermana de Inés Huaylas Yupanqui, compañera de Francisco Pizarro y madre de sus hijos Francisca y Gonzalo.51 Tras la conquista española, el conquistador Mancio Sierra de Legízamo mantuvo una relación con Beatriz y, aunque tuvieron un hijo llamado Juan Sierra, Mancio nunca llegó a desposarse con ella.52 Por el contrario, contrajo matrimonio con una española. Tras esta relación, por mandato de Pedro de la Gasca, Beatriz contrajo primeras nupcias con el también conquistador español Pedro de Bustinza, al que un escrito de 1541 denominaba pobre hijodalgo, con el que tuvo tres hijos y que falleció durante el levantamiento de Gonzalo Pizarro que él mismo secundó. Tras su muerte, Pedro de la Gasca de nuevo intervino en el futuro de doña Beatriz, casándola esta vez con Diego Hernández, de quien se murmuraba había sido sastre, episodio que veremos más adelante.
48. Ver gráficos 1 y 3. 49. Comunicación personal con el Dr. Donato Amado. 50. Cook, 1975: 114. Puente Brunke, 1991a: 33. 51. Se la ha llamado erróneamente en varias ocasiones Beatriz Huayllas Ñusta, asignándole el patronímico de su hermana Inés. Asimismo, hay confusión alrededor de este personaje. Por ejemplo, José Antonio del Busto distingue entre Beatriz Huaylas Coya que casó con Pedro de Bustinza y Beatriz Yupanqui Coya que casó con Mancio Sierra, siendo la misma mujer, y no llegando además a ser esposa de Mancio Sierra (Busto, 1984: 365). 52. Dunbar, 2009: 96.
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Doña Beatriz Manco Cápac era beneficiaria de la encomienda de Juliaca y de Urcos, ambas en la jurisdicción del Cuzco.53 Asimismo, era una de las mujeres de mayor rango e importancia en esta jurisdicción, tal y como el propio Diego Hernández, su esposo, señalaba: “en el Cuzco, do ella residía, no había quedado señor, hombre ni mujer principal como ella”. Por este motivo, el virrey Cañete le habría encargado actuar como mediadora en las negociaciones que se estaban llevando a cabo con su sobrino Sairy Tupac Yuapanqui, alzado en Vilcabamba.54 La última encomendera inca de la que tenemos constancia sería la ñusta doña Beatriz Clara Coya, hija del Inca Sayri Túpac Yupanqui y de la Coya Cusi Huarcay, quien sucedió en las ricas encomiendas de su padre tras su fallecimiento y cuyo caso observaremos con mayor detalle más adelante. Para finalizar, debemos enfatizar que no fueron únicamente motivaciones de justicia altruistas, o de reconocimiento de prerrogativas a la nobleza local, las que habrían movido al emperador a llevar a cabo una política de concesión de mercedes a mujeres descendientes de la realeza inca. A través de la concesión de un repartimiento, la Corona transformaba a estas nobles descendientes de los incas en acaudaladas encomenderas a las que, en caso necesario, podían desposar con algún soldado o benemérito a quien se desease recompensar por sus méritos en la conquista y pacificación u otro valioso servicio a la Corona, como se puede observar en los casos expuestos. De esta manera, el monarca no solo cumplía con su obligación de auxilio y realizaba una concesión a los antiguos señores de la tierra, a la vez que controlaba los destinos de estas mujeres, sino que, además, lograba un medio de recompensa destinado a afianzar la tan necesaria lealtad de sus soldados, así como asegurar su permanencia en el territorio. 2.4. Las encomenderas mestizas Aunque según la ley de sucesiones los mestizos y mestizas estaban imposibilitados para ser beneficiarios de encomiendas ni en primera vida ni como sucesores, Solórzano matizaba esta prohibición al señalar que sería “cosa 53. Respecto a sus repartimientos, a pesar de que en varios documentos como la Relación de encomenderos de 1561 se menciona a Diego Hernández como titular, la posesión correspondía a doña Beatriz Manco Cápac (Hampe, 1979: 15). Incluso el cronista Garcilaso señala que los indios de doña Beatriz eran suyos y no de su marido (De la Vega, op.cit., tomo V, libro VI). 54. Nowack, op. cit.: 41.
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inhumana excluirlos solo por la sangre mezclada, si se hallase que nacieron de legitimo matrimonio, y que o por sus partes, méritos y servicios o por los heredados y hazañosos de sus pasados, son de los muy antiguos y beneméritos de esas tierras”.55 Asimismo, señalaba que también los virreyes habían tenido esto en consideración y se habían dado buenas encomiendas a mestizos sin que hubiera habido problemas al respecto. Por este motivo entendemos que los mestizos pudieron ser encomenderos, aunque siempre con conformidad de la Corona. No obstante, las beneficiarias de repartimientos mestizas fueron muy escasas. De hecho, solo hemos identificado a cuatro hasta 1600: Francisca Pizarro, Lucía de Montenegro, Inés Barba y Lucía Sierra de Leguízamo (gráfico 3). Nuestra primera, y sin duda más célebre, encomendera mestiza es Francisca Pizarro Yupanqui, nacida en 28 de diciembre de 1534 fruto de la unión entre el conquistador Francisco Pizarro y la ñusta Inés Huaylas Yupanqui, hija del Inca Huayna Cápac.56 Poco después de su nacimiento, su padre se separó de su madre y tomó como compañera a otra ñusta llamada Cuxirimay Ocllo, quien más adelante sería bautizada como Angelina Añas. Mientras tanto, la madre de Francisca, Inés, era desposada por mandato de Pizarro con el conquistador Francisco de Ampuero.57 En 1541, cuando Francisca contaba con tan solo siete años aconteció el asesinato de su padre a manos de la facción rival de los almagristas. Sin embargo, antes de su muerte, el 29 de junio de 1539, el conquistador Pizarro había hecho cesión a su hija, “en consideración a sus propios méritos”, del cacicazgo de Chimú en Trujillo, con aproximadamente mil tributarios, y del cacique de Lima con el principal Chuquitanta.58 Asimismo, le había encomendado los repartimientos de Huaylas y de Conchucos.59 La encomienda 55. Solórzano, op.cit. 56. María Rostworowski ha dedicado un meticuloso y documentado estudio de esta “ilustre mestiza” como ella misma la denomina. Los datos que nosotros consignamos a continuación han sido extraídos, en su mayor parte, de esta obra. Para ampliar la información sobre Francisca Pizarro ver: Rostworowski, 2003. Dicha obra ha sido compilada con mínimos cambios: Rostworowski, 2015a. 57. Para su enlace, Pizarro hizo dotación a Inés Huaylas de varios bienes y propiedades. Fruto de la unión con Ampuero fueron tres hijos (Rostworowski, 2003: 42). Sobre Inés Huaylas ver también: Guengerich, 2016. 58. Rostworowski señala que no fue hasta la muerte de su padre que sucedió en el último repartimiento de Lima (Rostworowski, 2003). 59. AGI Escribanía. 496 B. En dicho documento se halla la tasa y el tributo que los indígenas debían entregar a la encomendera. Una confirmación de la merced de la encomienda de Huaylas fue realizad en La Ciudad de los Reyes, el 19 de mayo de 1540. Hay un traslado de este documento con fecha de 18 de febrero de 1552. Pizarro había recibido permiso del monarca en 1537: […] Asimismo, en lo que pedir que vos haga mercedes del pueblo de guaylas para doña Francisca Picarro vuestra hija que dezis que fue de sus pasados
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de Huaylas correspondía al curacazgo de su abuela materna, la madre de doña Inés Huaylas, y era una de las más ricas del virreinato peruano al contar con más de tres mil tributarios. La cuantiosa fortuna de Francisca aumentó tras el fallecimiento de su hermano Gonzalo, ya que quedó como la única heredera de las encomiendas y posesiones de su padre, lo que la convirtió, sin duda, en una de las más acaudaladas encomenderas del Perú. Sin embargo, la posesión de sus encomiendas no estuvo exenta de problemas, ya que su padrastro Francisco de Ampuero trató de despojarla de su rico repartimiento de Huaylas señalando los derechos de su esposa Inés, la madre de Francisca, sobre el mismo. También se vio envuelta en otro litigio cuando fue despojada de sus encomiendas por la Corona, primero por Vaca de Castro y después por La Gasca, quien entregó al conquistador Diego de Mora su repartimiento de Chimú alegando que este solo poseía el de Chicama, y que Francisca poseía demasiadas y muy extensas encomiendas. Según La Gasca, simplemente con la de Huaylas “podían sustentar a dos vecinos”.60 Durante el pleito, Diego de Mora señalaba que Francisca no debía haber sucedido en esta encomienda “ansy como es muger mestiza y no hija legítima […] como porque está mandado que los gobernadores ni sus hijos no tengan indios en encomienda”.61 Estas declaraciones de Mora sobre la ilegitimidad de Francisca no se correspondían con la realidad ya que tanto ella como su hermano Gonzalo, habían sido legitimados en 1537 a pedido de su padre por el emperador Carlos V, lo que sin duda habría facilitado el trámite de sucesión y concesión de encomiendas.62 A pesar de esto, finalmente, Francisca perdió el pleito y tuvo que renunciar a la encomienda de Chimú. Las autoridades españolas, intranquilas por la presencia de la heredera y su hermano en Perú, decidieron enviarla a España, ya que no convenía “que he mandado que se aya la misma ynformacion de la calidad de la cosa venida y siendo cosa moderada lo que pedís se terna respecto a vuestros seruicios para hazer e ello a vuestra hija merced que ouiere lugar […]. Real cédula a D. Francisco Pizarro, por la que se le concede la gracia de marqués y veinte mil vasallos y se trata de otros muchos asuntos de la tierra. Monzón 10 de octubre de 1537. En Levillier, 1921, 2: 52. 60. (Rostworowski, 2003: 43 nota 7) y (Varón, 1996). 61. AGI, Justicia 398. N2. En Varón, 1996: 57-58. 62. […] por parte del marques don Francisco Piçarro padre de vos don Gonzalo Piçarro y doña Francisca Piçarro nos a sido fecha rrelacion que no siendo el casado ni obligado a matrimonio os obo y procreo por sus hijos naturales en doña Ynes vuestra madre natural de la dicha provincia del Perú siendo asimismo soltera y no obligada a matrimonio y nos suplicó que porquel no thenia otros hijos algunos legítimos ni naturales que heredasen sus bienes y hacienda vos mandásemos ligitimar y abilitar […]. Traslado de una provisión real, legitimando a don Gonzalo y doña Francisca Pizarro, hijos del marqués don Francisco. Monzón 12 de octubre de 1537. Ibíd.
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quedasen en esa tierra”.63 El 15 de marzo de 1551, a la edad de 17 años, doña Francisca partía a la metrópoli acompañada de su padrastro Francisco de Ampuero, su medio hermano Francisco, su media hermana Isabel de Ampuero y su aya española, Catalina de la Cueva. Tras su llegada, Francisca se reunió con su tío Hernando Pizarro en el Castillo de la Mota en Medina del Campo (Valladolid), donde este se encontraba preso. Al poco tiempo de su llegada, tío y sobrina contrajeron matrimonio, fruto del cual tuvieron cinco hijos: Francisco, Juan, Gonzalo, Isabel e Inés. La pareja vivió en el castillo, aunque más tarde se trasladó a La Zarza, cerca de la localidad de Trujillo en Extremadura, tierra natal de los Pizarro y donde la pareja también residió varias temporadas en un magnífico palacio donde todavía es posible ver un busto de la encomendera (imágenes 1 y 2). En 1578, Hernando Pizarro fallecía y pocos años después, en 1581, doña Francisca contraía un nuevo matrimonio con Pedro de Portocarrero, hijo de los segundos condes de Puñonrostro y hermano de la esposa de su hijo Francisco. Tras el casamiento, doña Francisca se trasladó a Madrid, donde residió hasta su muerte (el 30 de mayo de 1598) a los 64 años de edad. Las autoridades coloniales se manifestaron en varias ocasiones contra la posibilidad de que los mestizos pudiesen suceder. El virrey Francisco de Toledo señalaba en una misiva al monarca que “no estando espresado por vuestra magestad que todos los géneros de gentes suso dicha no puedan tener yndios ny encomiendas se debe prohibir”.64 Toledo exponía el caso reciente de la sucesión de un mestizo, hijo de un conquistador y su criada indígena, indicando que “seria negocio de arto mal exemplo para esta tierra y peor para el seruicio de Dios se permitiese que los hijos de las yndias o negras con quien se casasen los hespañoles a la ora de su muerte viniesen a subceder en las encomiendas pues hera llamarlos a biuir amancebados y dexar el nombre de hijos sin serlo y vendrían a quedar los feudos de esta tierra en mestizos y mulatos”.65 Otro significativo caso citado por el virrey es el de nuestra siguiente encomendera mestiza: Lucía de Montenegro, hija del mestizo Hernando de Montenegro “el Mozo” y nieta del célebre conquistador Hernando de Montenegro, 63. Varón, 1996: 45. La corona también deseaba el mismo destino para los otros descendientes de Juan y Gonzalo Pizarro, pero estos murieron y la única que hizo el viaje fue la hija de Gonzalo, llamada Inés, aunque no lo hizo junto a Francisca. 64. Carta de D. Francisco de Toledo a S. M. sobre negocios de gobierno y justicia. Los Reyes, 9 abril 1580. En Levillier, 1924, 6: 249. 65. Ibíd.
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Imagen 1. Palacio de Hernando Pizarro y Francisca Pizarro en Trujillo.
quien era natural de Villanueva de Alcorón (Guadalajara) y encomendero de Andajes y de Atavillos en la Jurisdicción de Lima.66 Según Toledo, el gobernador García de Castro había querido beneficiar a la sobrina del oidor Pedro Sánchez de Paredes, Ana Bravo de Paredes, quien iba a casarse con Hernando de Montenegro “el Mozo”. Sin embargo, al ser este mestizo, solo podía suceder en los bienes de su padre, mas no en los repartimientos.67 Como para legitimar al “Mozo” no deseaban casar a Hernando de Montenegro “el Viejo” con la madre de Hernando, una indígena nativa de Tumbes llamada Elena, idearon que el padre hiciese dejación de las encomiendas, es decir, que renunciase
66. Puente Brunke, 1991a: 429, nota 2. 67. Hernando de Montenegro “el Mozo” fue legitimado “para heredar, honras y oficios en Indias”. AGI. Lima, 567, L.7. Sin embargo, no podía suceder en las encomiendas ya que el Consejo de Indias acordó hacer merced a Hernando de Montenegro de legitimar a sus hijos para que le sucedan en sus bienes, pero no en los indios. AGI. Indiferente,738, N.67.
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Imagen 2. Busto de Francisca Pizarro e Inés Huaylas Yupanqui.
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a ellas para que, una vez vacas, le fueran otorgadas en primera vida a su hijo, Hernando “el Mozo”, por García de Castro. A sabiendas de que la transacción no era muy segura “por no estar acordado que S.M. diese encomiendas a mestizos y estar prohibidas las renunciaciones de los indios”, el oidor y García de Castro idearon que Hernando “el Mozo” renunciase a las encomiendas, que de nuevo fueron otorgadas a su padre. Tras la concesión, el veterano conquistador se casó finalmente con la madre de Hernando “el Mozo”, mientras que este contrajo matrimonio con Ana Bravo de Paredes.68 No obstante, después de tantos enlaces y trámites, la sucesora de los repartimientos fue su nieta, Lucía de Montenegro, ya que Hernando “el Mozo” falleció antes que su padre. También nuestra siguiente encomendera mestiza, doña Lucía Sierra de Leguízamo, era nieta de uno de los más célebres y veteranos conquistadores del territorio peruano: Mancio Sierra de Leguízamo. Mancio había estado presente en el episodio de Cajamarca, donde le cupo en el reparto, además de dos mil pesos en oro, un sol de este material perteneciente al Ccoricancha o templo del Sol, afirmando la leyenda que lo perdió en una apuesta jugando a las cartas. También había participado en el famoso cerco del Cuzco en 1536, así como en las guerras civiles entre españoles. De hecho, parece ser el más longevo de los conquistadores, ya que falleció en 1589. Su veteranía era tal que contar con sus testimonios en una probanza acerca de hechos acaecidos en las primeras décadas de la conquista constituía por sí mismo una garantía.
68. Puente Brunke, 1991a: 429, nota 2.
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Encomenderas en los Andes: Consideraciones jurídicas y sociales
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Como señalamos anteriormente, Mancio Sierra mantuvo una relación con doña Beatriz Manco Cápac, hija mayor de Huayna Cápac, fruto de la cual tuvo un hijo que no le sobrevivió: Juan Sierra de Leguizamo. Sin embargo, nunca llegó a contraer matrimonio con doña Beatriz. Por el contrario, se casó con la española doña Lucía de Mazuelas, hija del también conquistador y encomendero Gómez de Mazuelas. Con ella tuvo cinco hijos legítimos: el mencionado Mancio, Francisco, Petronila, Pablo y Miguel. El hijo mayor de Mancio se casó, según consta en el propio testamento del conquistador, contra su “obediencia y voluntad”.69 Fruto de este matrimonio nacieron tres hijos del que conocemos el nombre de dos: Lucia y María. Mancio había recibido la encomienda de Alca, en la Jurisdicción del Cuzco, por manos del marqués Francisco Pizarro durante el primer año de conquista del territorio.70 Al parecer había renunciado a ella para que fuese encomendada a su hijo mayor, a pesar de las disposiciones que en contra de esto existían. Quizás los destacados méritos del conquistador hicieron que las autoridades hiciesen una excepción, como sucedió con otros muchos casos. Tras el fallecimiento del hijo de Mancio, su hija primogénita, es decir, la nieta del conquistador, sucedió en la encomienda acorde con la ley de sucesiones existente. Mancio indicaba que “por verme pobre me ha puesto un pleito, y así entiendo que no socorrerá a los dichos mis hijos para que se ayuden á sustentar”.71 De esta afirmación podemos intuir que el conquistador habría tratado de recuperar la encomienda tras el fallecimiento de su hijo, pero su nieta, haciendo uso de su derecho como sucesora, habría defendido su titularidad de manera exitosa, ya que en la tasa de 1597 ella constaba como titular del repartimiento.72 69. El disgusto por este matrimonio fue tal que Mancio incluso omitió el nombre de la esposa de su hijo en su testamento. Gutiérrez señala que probablemente fuese de apellido Saravia, ya que sus hijas tenían ese apellido (Gutiérrez J.R, 1877, 8: 584 a 585, Documento 3). 70. Según Mancio Sierra, el repartimiento de Alca contaba con 940 tributarios y rentaba 4.000 pesos cada año. Leguízamo indicaba que, por estar al servicio de su Majestad, los tiranos le habían quitado la encomienda y habían cobrado los tributos tres veces. Asimismo, declaraba que además de Alca, le había cabido en reparto otro repartimiento en la provincia de Catanga y Callanga. El conquistador, sin embargo, señalaba que al poco de su concesión “el marqués [Pizarro] tuvo necesidad que yo se la volviese a dar, para contentar con ella a don Paullu Inca, como sucesor de los Incas y señores de este reino, por haber sido aquella provincia de su padre en el tiempo que reinaba en este reino. Porque el dicho don Paullu Inca nos ayudase contra los propios hermanos y parientes, por asegurarse este reino y que estuviese pacífico debajo de la real corona”. Por ese motivo solo le había quedado la encomienda de Alca (Ibíd.). 71. Ibíd. 72. José de la Puente Brunke cifra en esa fecha el tributo libre de costas en 2769,4 y los tributarios en 702 (Puente Brunke, 1991a: 338).
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Nuestra última encomendera mestiza es Inés Barba, quien creemos que era hija de Leonor Barba y de Martín de Ampuero Yupanqui, hijo primogénito de Inés Huaylas Yupanqui –princesa inca madre de Francisca y Gonzalo Pizarro– y de Francisco de Ampuero. En 1601 se la consignaba como encomendera del repartimiento de Pachacamac y de Anan Piscas, ambos en la jurisdicción del Lima. Como podemos observar, los casos en que las mestizas pudieron acceder a la merced de la encomienda fueron excepcionales, siendo uno de ellos comprensible al ser la propia hija del gobernador Francisco Pizarro y estando, además, legitimada por el monarca. Debemos asimismo señalar, que en esta ocasión Francisca recibía parte de los repartimientos por mano de su padre por concesión directa y no por sucesión.73 El caso de Inés Barba sigue esta misma línea de concesión en atención a los méritos de sus antepasados y su linaje, al ser descendiente de Huayna Cápac. Finalmente, los dos casos restantes, el de Lucía e Inés, obedecerían a la importancia de sus abuelos –veteranos conquistadores– y a la estrategia de la dejación, mediante la cual habrían logrado o pretendido alargar las vidas de la encomienda, aunque en el caso de Montenegro, debido al fallecimiento de “el Mozo”, no habría sido necesario. Aunque en estos casos las encomenderas eran legítimas y habrían contado con beneplácito de la Corona, esta habría sido generalmente reacia a las concesiones a mestizas y mestizos, tal y como podemos observar a través de la propia legislación y las declaraciones de autoridades virreinales como el Francisco de Toledo, quienes expresaron su disconformidad con este tipo de concesiones por los peligros, mal ejemplo e inconveniencia que podría suponer en el virreinato.74
73. Este sería, junto con las encomiendas a las descendientes de la realeza inca antes mencionadas, los únicos casos de concesiones a mujeres en primera vida que hemos identificado para el siglo XVI. 74. Kathryn Burns destaca la propensión de los monarcas a tratar a españoles y americanos como dos tipos distintos de gente que debían ser mantenidos separados en dos “repúblicas”. Ya en la década de 1540, algunos españoles habían manifestado los temores que la creciente población mestiza despertaba en ellos. Para la siguiente década, las advertencias en cartas e informes dirigidos al rey se hacían más estrictas. Fenómenos como el denominado “motín de los mestizos”, de 1567, no hicieron más que avivar estos temores y suspicacias, a pesar de que parece que estuvieron involucrados tanto españoles e incas como mestizos. El gobernador García de Castro, escribió varías quejas en contra de la población mestiza a la cual caracterizó como inquieta, altamente peligrosa y que crecía cada hora. Por su parte el virrey Francisco de Toledo fue mucho más decisivo que sus predecesores en lo que respecta a la cuestión de los mestizos (Burns, 2008: 22-33). Sobre las políticas de la Corona sobre el mestizaje y la compleja configuración social colonial, particularmente sobre la percepción y rol de los mestizos en Perú ver: Ares, 2005, 2004a, 2004b y Burns, 2008, entre otros.
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Encomenderas en los Andes: Consideraciones jurídicas y sociales
1%
9%
1ª Generación 47%
2ª Generación 3ª Generación
43%
Desconocido
Gráfico 2. Beneficiarias de encomiendas según generación.
3. Heterogeneidad y magnitud del grupo de encomenderas
63
Durante la primera etapa del proceso de conquista y colonización, que situamos desde 1532 hasta 1560,75 casi la totalidad de las beneficiarias de encomiendas fueron mujeres españolas, esposas o hijas de conquistadores, siendo minoritario, como hemos podido comprobar, el caso de encomenderas mestizas o indígenas, perteneciendo además estas últimas a la realeza inca. A partir de esta fecha –es decir, desde la década de 1560– y hasta finales del siglo XVI, encontramos que las acreedoras de encomiendas serán principalmente españolas llegadas desde la península o hijas de los conquistadores encomenderos, principalmente nacidas en el territorio peruano (gráfico 2). A este último grupo de mujeres es al que denominaremos encomenderas de la segunda generación. Respecto al grupo de la primera generación, es decir, las primeras mujeres llegadas al territorio peruano durante los inicios del proceso de conquista, debemos destacar su marcado carácter heterogéneo en atención a diversos indicadores tales como su lugar de procedencia o el grupo social al que pertenecían, quedando patente la ausencia de un perfil típico de encomendera. Ahora bien, a la hora de enfrentarnos a la conformación de este heterogéneo grupo debemos ser cautos con la información de la que disponemos, ya que, tal y como James Lockhart señala, muchas veces los datos referidos a las mujeres, o bien se omitían deliberadamente, o bien no se documentaban 75. Al igual que James Lockhart consideramos las mencionadas fechas para el período de conquista y pacificación del territorio peruano. El autor señala que no es hasta después del gobierno del virrey Cañete que las estructuras informales de la primera etapa de gobierno comenzaron a desaparecer, así como la influencia de la primera generación de conquistadores. (Lockhart, 1968: 16-17).
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
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de manera adecuada. Por ejemplo, a las españolas en los registros legales se les reconocía como tales simplemente al no ser identificadas como mestizas, mulatas o negras. Sin embargo pudo haber confusiones con las moriscas, muchas de ellas españolas de nacimiento además de caucásicas, o con las mestizas, cuyos orígenes pudieron ser deliberadamente ocultados, particularmente los de las hijas de los más prominentes conquistadores y encomenderos.76 Esta parquedad u omisión de información impide, además, reconocer en muchas ocasiones a las “criollas” de la segunda generación, ya que hasta fines del siglo XVI no se introdujo en el Perú la palabra criollo con su uso actual, es decir, descendiente de españoles pero nacido en territorio americano, y durante gran parte de ese siglo la segunda generación de mujeres nacidas en el territorio peruano eran llamadas únicamente españolas como sus padres.77 Así, a la hora de tratar de profundizar en este complejo grupo nos enfrentamos tanto a la ausencia de fuentes como a la, en ocasiones esquiva o confusa, información contenida en ellas. Si el estudio del período de la conquista presenta numerosas dificultades, estas barreras se acrecientan cuando se trata de investigar el paso de las mujeres.78 Ellas no suelen aparecer registradas en la documentación oficial y hay que rastrearlas en crónicas, cédulas, cartas, registro de pasajeros, tasas, probanzas o pleitos. Incluso en estos tipos de documentos, datos como su lugar de origen, edad al llegar al Perú, legitimidad u ocupaciones desarrolladas en la península son en la mayor parte de los casos omitidos, mencionándose normalmente los referidos a sus esposos o parientes masculinos.79 Respecto al grupo de encomenderas mestizas hay que tener en cuenta que la ausencia de información, muchas veces por omisión voluntaria si la familia era influyente, es mucho mayor para este grupo que para el de las españolas. De este modo, su identificación es en algunas ocasiones una tarea complicada si no imposible. En el gráfico 3 presentamos los porcentajes de beneficiarias femeninas de encomiendas en la Audiencia de Lima, españolas, incas, mestizas y criollas, desde el año 1532 hasta el año 1600, aunque debemos tener en cuenta las limitaciones y precauciones anteriormente señaladas. La ausencia de datos, así como las dudas sobre parte de la información obtenida, permite únicamente ofrecer estimaciones basadas en datos dispersos 76. Lockhart, 1968: 194. 77. Ibíd.: 217. 78. Tello, op.cit.: 13. 79. Muchas veces la beneficiaria de repartimiento es mencionada como “muger de” o “hija de” omitiéndose el nombre de ella. Ver Anexos I y VI.
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Encomenderas en los Andes: Consideraciones jurídicas y sociales
3% 2%
5%
5%
Española
39%
9%
Criolla/Española sin determinar Criolla Desconocido Española sin confirmar Inca
37%
mestiza
Gráfico 3. Encomenderas españolas, incas, mestizas y criollas en la Audiencia de Lima en el s. XVI.
65
que, como hemos señalado, han de ser manejados con las precauciones correspondientes. Por ejemplo, el origen de un 5% estas mujeres es desconocido y el 5% de las identificaciones de españolas es solo una estimación. Por último, no podemos corroborar el origen de un 37% de encomenderas que, aunque pertenecientes a la segunda generación, no sabemos si nacieron en el territorio peruano, o bien llegaron desde España a una temprana edad a América (gráfico 3). Aun así, en base a estos datos podemos afirmar que la mayor parte de las beneficiarias de encomiendas femeninas fueron españolas y descendientes de españoles frente a una minoría de mestizas e indígenas. 3.1. Encomenderas en cifras El número de beneficiarias de encomiendas fue considerablemente elevado a lo largo del siglo XVI, superando en algunos momentos el 25% de los beneficiarios totales. A continuación, consignamos varios gráficos que ilustran una estimación del porcentaje de encomenderas, en las décadas de 1560 y 1570, frente al de encomenderos en las diversas jurisdicciones de la Audiencia de Lima (gráficos 4 y 5).80
80. Estos gráficos han sido elaborados principalmente en base a la información contenida tanto en la Relación de encomenderos y repartimientos de 1561 como en la Visita General realizada por el Virrey Toledo en la década de 1575, así como en la obra de José de la Puente.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
Jurisdicción de Arequipa
Jurisdicción de Cuzco
1 4%
8 17%
7 21%
27 79%
Encomenderos Encomenderas
Jurisdicción de Huamanga 66
38 83%
Encomenderos Encomenderas
Jurisdicción de Huánuco 2 7%
5 20% 20 80%
Encomenderos Encomenderas
Jurisdicción de San Miguel de Piura 3 14%
Jurisdicción de Chachapoyas
26 93%
Encomenderos Encomenderas
24 96%
Encomenderos Encomenderas
Jurisdicción de Lima 5 14%
31 86%
Encomenderos Encomenderas
Jurisdicción de Trujillo
3 13%
19 86%
Encomenderos Encomenderas
21 87%
Encomenderos Encomenderas
66
Gráfico 4. Beneficiarios de repartimientos en las jurisdicciones de la Audiencia de Lima en 1561 (Datos extraídos de Hampe, 1979).
Encomenderas en los Andes: Consideraciones jurídicas y sociales
34 13%
Encomenderos Encomenderas 234 87%
Gráfico 5. Beneficiarios de repartimientos en la Audiencia de Lima en 1561 (Datos extraídos de Hampe, 1979).
67
Como podemos apreciar en el gráfico 5, el porcentaje total de encomenderas en 1561 es de un 13% frente al 87% de beneficiarios masculinos. Sin embargo, hemos de destacar que en algunas regiones como la jurisdicción del Cuzco el porcentaje se eleva hasta un 17%, llegando incluso al 20% en Huamanga y al 21% en Arequipa (gráfico 4). Estos porcentajes se incrementan en la década de 1570 (gráficos 6 y 7). Podemos observar en los gráficos 6 y 7, cómo el número de beneficiarias de encomiendas aumentó de manera progresiva en todas las jurisdicciones de la Audiencia de Lima desde la década de 1560 hasta la de 1570, llegando a constituir un 22% del total de encomenderos en este período. En algunas jurisdicciones este porcentaje fue notablemente elevado, como en la del Cuzco con un 23%, aunque la jurisdicción que presenta una mayor proporción de beneficiarias femeninas de encomiendas es Huamanga con un 30%. Estos datos serían altamente significativos, máxime teniendo en cuenta la notable inferioridad numérica de las mujeres españolas frente a la población masculina en las primeras décadas de conquista y población de los territorios peruanos. A pesar de la inexistencia de datos demográficos precisos, ya que únicamente disponemos de estimaciones sobre la población española en las diversas ciudades del virreinato, se calculan unos 2.000 españoles en total para 1536 y entre 4.000 a 5.000 para mediados de 1540, los cuales habrían aumentado a 8.000 hacia 1555.81 Por su parte, el cronista Pedro de León Portocarrero señalaba que a principios del siglo XVII la mayor parte de las villas al interior del Virreinato únicamente contaban entre 100 y 200 vecinos 81. Lockhart, 1968: 21.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
Jurisdicción de Arequipa
Jurisdicción del Cuzco 18 23%
6 19%
5 16%
77% 62
25 81%
Encomenderos Encomenderas
Jurisdicción de Huamanga 68
Encomenderos Encomenderas
Jurisdicción de Huánuco
19 70%
Encomenderos Encomenderas
20 77%
Encomenderos Encomenderas
Jurisdicción de Trujillo 9 23% 31 77%
Encomenderos Encomenderas
26 84%
Encomenderos Encomenderas
Jurisdicción de Lima 8 20%
6 23%
8 30%
Jurisdicción de Chachapoyas
Gráfico 6. Beneficiarios de repartimientos en las jurisdicciones de la Audiencia de Lima en la década de 1570 (Visita General del virrey Francisco de Toledo [Cook, 1975]).
68
32 80%
Encomenderos Encomenderas
Encomenderas en los Andes: Consideraciones jurídicas y sociales
60 22%
Encomenderos Encomenderas
215 78%
Gráfico 7. Beneficiarios de repartimientos en la Audiencia de Lima en la década de 1570 (Visita General del virrey Francisco de Toledo [Cook, 1975]).
69
españoles, existiendo excepciones como Trujillo, que contaba con 1.500 habitantes.82 Respecto al número de mujeres, James Lockhart señala que en 1537 solo había 14 españolas en la Ciudad de los Reyes, cifra que aumentaría a 300 o 400 en 1543.83 Esta cifra se habría incrementado de manera lenta pero constante hasta 1548, cuando tras el fin del conflicto con Gonzalo Pizarro llegaron al territorio un gran número de mujeres de todas las regiones de España, estando las andaluzas a la cabeza.84 De los 8.000 los españoles en el virreinato, estimados por el virrey Cañete en 1555, unos 1.000 serían mujeres.85 Por su parte, Boyd Bowman señala que de 1540 a 1559 se embarcaron 1.480 mujeres y de 1560 a 1579 5.031, llegando gran parte de las mismas al territorio peruano.86 Finalmente, debemos considerar a aquellas mujeres que habrían entrado al territorio peruano de manera ilegal.87 Las cifras facilitadas por Richard Konetzke, así como por James Lockhart, nos permiten realizar una estimación estadística de la proporción de españolas comparada con la de españoles. Según estos autores, hacia la década de 1540 en adelante, en Perú había una mujer española por cada siete u ocho 82. León Portocarrero, 2009. 83. Lockhart, 1968: 194-195. 84. Ibíd.: 194-195. Lockhart indica que una lista de españoles, y supuestamente de españolas en el Perú desde 1532 a 1560 arrojaría un total de 550, pero esa cifra sería ambigua al estar generalmente excluidas las mujeres de protocolos notariales y oficiales. Por ese motivo sería tan solo una pequeña fracción del número real. 85. Ibíd. 86. Boyd-Bowman, 1964: 80. 87. Sánchez y Testón, 2002b. Cook, K., 2016.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
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hombres.88 Este porcentaje habría aumentado de manera progresiva desde 1560 con la mencionada llegada masiva de españoles y españolas.89 Finalmente, también debemos tener en consideración factores como el número total de beneficiarios de encomienda tanto masculinos como femeninos en el territorio peruano. Lockhart señala que no habría habido más de 500 encomenderos, alcanzándose dicha cifra en 1540, momento desde el cual se habría mantenido bastante estable. Por su parte, José de la Puente Brunke en su estudio acerca de la encomienda identifica 274 repartimientos en el territorio peruano para la década de 1540, mientras que Rafael Loredo eleva esta cifra a 338 encomiendas tras la rebelión de Gonzalo Pizarro. Para la época toledana se habría producido un incremento en el número de encomiendas, señalando José de la Puente que en 1570 había 464 repartimientos (tabla 1). El motivo de este aumento sería, principalmente, la partición de muchas de las grandes encomiendas realizada en base a la política de reformación de la Corona. Desde esta fecha se habría producido un marcado descenso hasta llegar a 83 en 1720.90 Dichas cifras ponen de relieve que, frente a lo que varios autores afirman, no hubo tantos encomenderos respecto a la población total española. Tabla 1. Número de encomiendas en la Audiencia de Lima en el siglo XVI (Puente Brunke, 1991a: 139-141). Década
Cuzco
Huamanga
Huánuco
Arequipa
Lima
Trujillo
Chachapoyas
Total
1540
86
22
34
37
45
45
5
274
1550
133
27
34
46
51
48
7
346
1560
163
29
34
45
49
55
23
398
1570
191
30
36
40
54
65
48
464
1600
148
30
36
29
50
63
54
410
Para concluir podemos señalar que, aunque la mayor parte de los datos presentados consisten en estimaciones, nos permiten calcular grosso modo el 88. Konetzke, 1945: 123-150. Lockhart, 1968: 194-195. 89. Amelia Almorza Hidalgo en su estudio sobre la emigración femenina al Perú, realiza un detallado análisis acerca de las primeras españolas en este territorio ofreciendo un cálculo de las mujeres emigrantes a partir de las regiones de origen. Asimismo, incluye un análisis de la población en Lima durante el siglo XVI y XVII a partir de diversas fuentes como los censos administrativos y eclesiásticos, y los registros parroquiales (Almorza Hidalgo, op.cit.: cap. 1 y 3). 90. Puente Brunke, 1991a: 139-141.
70
Encomenderas en los Andes: Consideraciones jurídicas y sociales
71
porcentaje de encomenderas en la Audiencia de Lima. En base a esta información observamos como, dada la población española femenina existente en ese período, así como el número total de encomenderos, hubo un elevado porcentaje de beneficiarias de repartimientos presente en las décadas de 1560-70. De este modo, podemos afirmar que las encomenderas, lejos de constituir un grupo pequeño y de presencia puntual, como tradicionalmente se ha considerado, por el contrario, conformaron un extenso y amplio grupo con una notable presencia. Habrían sido las particulares condiciones del período de conquista y de guerras civiles, con la rebelión almagrista o el levantamiento de Gonzalo Pizarro, entre otros, las que propiciaron un elevado número de conquistadores fallecidos hasta 1560. Por ese motivo muchas mujeres, bien sus huérfanas –si no habían tenido hijos varones–, o bien sus viudas –en caso de que no hubieran tenido una descendencia legítima–, tuvieron la posibilidad de acceder a la merced de la encomienda a través de la sucesión.91 Del mismo modo, a partir de la década de 1570 un elevado porcentaje de los primeros conquistadores llegados al Perú habría fallecido debido a su elevada edad, posibilitando nuevamente la sucesión a sus hijas o viudas. 3.2. Sobre los beneficios económicos de las encomiendas Desde el primer reparto de depósitos realizado por el conquistador Francisco Pizarro, la Corona y los encomenderos comenzaron a recibir tributos y servicios de los indígenas encomendados. Podemos distinguir tres tipos de tributos, siendo el primero el que percibía la Corona procedente de los repartimientos puestos “en cabeza de su magestad”. El segundo correspondería a los encomenderos, y el tercero al tributo de los repartimientos vacos. Para tener una idea referencial, podemos señalar que existían grandes encomiendas que tenían ingresos que oscilaban entre los 5.000 y los 10.000 pesos. Las más importantes podían llegar a rentas de 15.000 a 20.000, existiendo, incluso, algunas encomiendas de alrededor de 50.000 pesos en el Alto Perú.92 Sin embargo, debemos abandonar la idea de que todas las encomiendas proporcionaban elevados ingresos, ya que aunque la mayor parte oscilaba entre los 5.000 a 2.000 pesos, también existían encomiendas de menos de 1.000 91. Ambas situaciones fueron muy probables dadas las frágiles estructuras familiares presentes en las primeras décadas de conquista y poblamiento del territorio americano. Ver cap. 2 sobre la formación de redes en el territorio peruano. 92. Lockhart, 1968.
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pesos de renta. Finalmente, algunos repartimientos daban únicamente unos cientos de pesos, siendo a todas luces una cantidad insuficiente para poder sustentar a los beneficiarios. Así sucedía en el caso de las encomiendas con menor número de tributarios, de las cuales podemos encontrar varias en Chachapoyas. Por ejemplo, la encomendera Isabel de Céspedes, a pesar de ser beneficiaria de tres repartimientos (Choscón y Olto, Jumbilla y Quistancho), percibía menos de 300 pesos. Por su parte, Isabel Jaimes, encomendera de Bagasán y Bagua, solo tenía 56 tributarios y percibía menos de 100 pesos.93 Otra de las regiones en la que se registraban menores rentas es Piura, donde el 85,7% de los repartimientos brindaba un tributo inferior a los 500 pesos.94 Por el contrario, la mayor parte de los repartimientos que brindaban los mejores tributos estaban en el Cuzco, produciendo nueve de ellos más de 5.000 pesos de renta libre de costas.95 Entre estas encomiendas se encontraban las de doña Francisca de Guzmán, viuda de Diego de Maldonado “el Rico”, los cuales daban una tributación líquida anual de más de 18.000 pesos, convirtiéndola en la encomendera más rica de la Audiencia de Lima. Son varias las mujeres que, al igual que Francisca, poseyeron ricas encomiendas en el territorio peruano, como Jordana Mejía, encomendera de Cajamarca, quien con solo un repartimiento recibía 5.747 pesos.96 De hecho, en 1601, de la nómina total de encomenderos de la Audiencia de Lima, los mayores beneficiarios 93. Ver Anexo 1. 94. En relación al tributo debemos considerar el paulatino declive que la tributación experimentó a lo largo del siglo XVI debido a diversos factores como el colapso de la población andina, particularmente en la costa. Es indiscutible que la llegada de los españoles trajo consigo un dramático descenso de la población nativa tanto por los enfrentamientos bélicos durante la conquista como, principalmente, por la rápida propagación de enfermedades desconocidas en América hasta el momento, careciendo la población nativa de defensas contra ellas. Del mismo modo, los malos tratos y las terribles condiciones laborales que enfrentaban, particularmente en las minas, fueron decisivos en esta “catástrofe demográfica”, como la ha denominado Noble David Cook, quien cifra en unos 6 millones la población existente a la llegada de los españoles indicando que cincuenta años después esta se situaría alrededor del millón de habitantes siendo en 1620, solo 600.000, es decir, una décima parte de la población a comienzos del siglo XVI (Cook, 2010). Esto ocasionó que desde la década de 1570 el rendimiento económico de las encomiendas sufriera un pronunciado descenso, particularmente en regiones como Trujillo, Lima, Arequipa y Chachapoyas. Finalmente, habría que considerar otros factores como la fuga de los encomendados de los repartimientos, y los fenómenos naturales como terremotos o inundaciones. Hacia 1606, la encomendera Juana Rodríguez declaraba no haber podido cobrado ningún tributo “por haber venido los indios en mucha disminución y despoblándose el pueblo de Alca por haberle llevado el río sus chacras y estancias” (Puente Brunke, 1991a: 338). Sobre relación de españoles y población nativa en la conquista: Stern, 1986, Ramírez Horton, 2002, Cook, 2010, Watchel, 1998, Lamana, 2008, entre otros. 95. Puente Brunke, 1991b: 272-273. Para un estudio detallado sobre la magnitud y rendimientos de las encomiendas de la Audiencia de Lima en el siglo XVI ver: Puente Brunke, 1991a: 113-167. 96. Ibíd.: 275. Para ampliar información acerca del tributo de la encomienda de Jordana ver: Remy, 1983: 80.
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eran tres mujeres: la mencionada Jordana Mejía; Lucía de Montenegro, encomendera de Andajes y Atavillos, que recibía casi 5.000 pesos anuales; y doña Beatriz de Marroquí, sucesora de Sebastián Sánchez de Merlo, quien recibía una renta de más de 4.500 pesos.97 La magnitud del tributo constituyó un factor decisivo a la hora de posicionar a los encomenderos, provocando una gran diferenciación entre los beneficiarios, ya que, si bien algunos gracias a ellos pudieron acceder a una situación económica privilegiada e incluso acrecentar de manera sustancial su status y patrimonio, a otros no les permitió vivir con la holgura deseada. Por este motivo no debemos asumir que todas las encomenderas, por el mero hecho de serlo, detentaron una gran capacidad económica. En este sentido debemos considerar, que para muchos beneficiarios de repartimientos fueron otras actividades, como las agrícolas o las comerciales, las que les proporcionaron mayores ingresos.98 Sin embargo no debemos olvidar que, a pesar de lo mencionado, tener una encomienda siempre fue un símbolo de gran prestigio social. 4. Encomenderas y políticas monárquicas La posesión y sucesión femenina de encomiendas fue un asunto de gran importancia y controversia, tanto para las autoridades coloniales como para los jurisconsultos y abogados. En este sentido encontramos sumamente significativo que Juan de Solórzano Pereira, en su Política Indiana, dedicase tres capítulos a cuestiones relacionadas con las mujeres y la sucesión de repartimientos.99 Del mismo modo, fueron frecuentes las consultas de virreyes y otras autoridades al monarca acerca de diversas cuestiones relativas a esta figura. 97. Hampe, 1986: 186. 98. James Lockhart señala cómo, en muchas ocasiones, el verdadero patrimonio económico residía en la fuerza de trabajo indígena a su disposición ya que podía utilizarla para otras actividades como la cría y venta de ganado o los obrajes textiles y aumentar así sus ingresos de manera sustancial (Lockhart, 1968: 34). El historiador Hugo Pereyra coincide al señalar que el tributo de las encomiendas del área andina constituyó, para muchos beneficiarios el respaldo de gran parte de las empresas que emprendieron. (Pereyra, 1996). 99. Solórzano, op.cit., lib. III, capítulos: XXII “De la succession de las mujeres en las Encomiendas de los maridos. Y si gozan de ellas las esposas de futuro, y las de preferente, antes de haver consumado matrimonio, y estar en mutua cohabitación”, XXIII “Si la ley que llama a las mujeres a la succession de las Encomiendas de sus maridos a falta de hijos admitirá por el contrario a sus maridos en las encomiendas de sus mugeres. Y del matrimonio putativo o presunto” y XXIV “De otras cuestiones prácticas que pertenecen a este punto de la Succession de las mujeres en las Encomiendas de sus maridos”.
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Pero ¿cuál era la postura de la Corona frente a la existencia de encomenderas y la sucesión femenina? Como pudimos observar anteriormente, desde el inicio de la conquista el monarca se había mostrado favorable a que tras el fallecimiento del encomendero los descendientes, o en todo caso la viuda, pudieran acceder a la merced de la encomienda “para no quedar sin tener de qué sustentarse”. Y, aunque con las Leyes Nuevas de 1542 la sucesión –tanto femenina como masculina– quedó temporalmente prohibida, sin embargo, esta disposición fue derogada en 1545 y las mujeres pudieron seguir sucediendo en los repartimientos. Por su parte el jurista Juan de Solórzano puntualizaba al respecto de esta cuestión, señalando que varias cédulas, como las emitidas en los años 1536 y 1564, revelarían la voluntad de la Corona de no encomendar ni dar titularidad de repartimientos a mujeres. En las citadas cédulas se disponía claramente que: “si algún hombre se casare con mujer que por sucesión de sus padres o primer marido este gozando de alguna encomienda, se le provea de nuevo y ponga el título en cabeza o persona del marido”.100 Según el jurisconsulto, una de las principales razones sería que la mujer, por sí sola, no podía ejercer ni la protección de los indios ni la defensa de la tierra, así como otras tantas tareas que conllevaba el cargo de encomendero. Por esta razón, aunque la mujer fuera legalmente la beneficiaria, debía nombrarse como titular de la misma al esposo, quien ejercería dichas cargas, siguiéndose de esta manera el modelo de los feudos militares españoles de mujeres, donde los substitutos estaban obligados a servir en las cosas “que a ellas no fueren hábiles para hacerlo personalmente”. A esta incapacidad militar varios juristas añadían otra: la de ser las mujeres “inconstantes y poco calladas”.101 Sin embargo, Solórzano concluía señalando que, finalmente, las mujeres no solo podían suceder en las encomiendas, sino también recibirlas en primera vida. Recordemos la misiva del marques de Montesclaros, quien siendo virrey había hecho encomienda “en cabeza de mujeres”, ya que, a pesar de ser estas poco capaces para cumplir con sus obligaciones, al igual que sucedía con los mayorazgos en España, sus esposos eran quienes finalmente se ocupaban de las mismas. El jurista Antonio de León Pinelo matizaba las palabras que describían a las mujeres como incapaces de tener indios al señalar que dichas declaraciones eran “enunciativas, no decisivas”, motivo por el que 100. “pero con declaración que no ha de durar más de la vida de la muger”. Ibíd.: 253-254, libro III, cap. VI. 101. Ibíd.
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se habría seguido observando la ley de sucesiones, permitiendo a las mujeres ser admitidas como beneficiarias de esta merced.102 Respecto a las autoridades coloniales en varias ocasiones se manifestaron en contra de que las mujeres pudieran ser encomenderas, siendo el virrey Francisco de Toledo uno de los mayores críticos de esta figura “por causar mucho yncovnuiente”, intentando incluso suprimirla a lo largo de su período de gobierno.103 En 1571, en una misiva dirigida al rey, Toledo expresaba la conveniencia de la prohibición de la sucesión femenina argumentando que las mujeres, además de no estar capacitadas para los deberes que su cargo conllevaba, no habían servido al rey y quitaban repartimientos que se podrían otorgar a hombres que sí habían servido y que podían defender adecuadamente el territorio e indios encomendados. El virrey indicaba al monarca que, al despojarlas de los repartimientos, “vuestra magestad gana poder proveer y cumplir con los que an servido y pueden servir con sus armas y cavallos y sacar los repartimientos de mugeres inútiles para todo”.104 Toledo exponía los notables inconvenientes derivados de la posibilidad de que las mujeres pudieran suceder señalando que al comienzo de la conquista y población de los nuevos territorios dicha sucesión estuvo justificada debido a la escasez que había de mujeres y siendo la pretensión principal de la encomienda el incentivar y asegurar la población y multiplicación de los pobladores en los nuevos territorios. Sin embargo, esto ahora carecía sentido, ya que en esos momentos “las mugeres superabundan de manera que aun convenía sacar dellas y fauorecer los monesterios que se hazen y que vuestra magestad mandase revocar la cédula de la sucesión en las que ya no tuviesen derecho por ser casadas”.105 Asimismo, alegaba otras razones como los matrimonios fraudulentos que se realizaban con el único objetivo de acceder a una encomienda. En función a lo expuesto, el virrey solicitaba quitar a las mujeres el derecho de poder ser beneficiarias de encomiendas y otorgárselo exclusivamente a sus hermanos varones, dándoles a cambio una pequeña ayuda de alimentos conforme a la renta del repartimiento sin ninguna otra obligación. Toledo indicaba que la prohibición sería triplemente ventajosa. Por un lado, solucionaría los problemas derivados de la incapacidad de la encomendera para 102. León Pinelo, op.cit.: 59. 103. Carta de Don Francisco de Toledo a S. M. sobre materias y negocios de guerra. Cuzco, 25 marzo de 1571. Levillier, 1921, 3: 455 y 456. 104. Ibíd.: 458. 105. Ibíd.
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algunas obligaciones. Por otro, acabaría con los matrimonios fraudulentos y, finalmente, proveería a la Corona de repartimientos vacos con los cuales premiar a quienes habían servido en la conquista y pacificación del reino, algo tan necesario en esa época de inestabilidad política y frecuentes alzamientos. La prohibición, además, sería sumamente beneficiosa desde el punto de vista económico, ya que, según el virrey, en esos momentos en el reino había “cerca de cien mil pesos de renta en mugeres que usan dellos como mugeres ricas y libres”.106 La Corona debió de encontrar bastante convincentes los diversos argumentos utilizados por el virrey, ya que le respondió mostrando su interés, solicitándole que indicase cual sería la reacción de los pobladores frente a esta medida en caso de ser ejecutada, es decir, si podría traer problemas o alzamientos.107 Toledo contestaba a la Corona de manera favorable señalando que “entenderán todos en esta tierra serles beneficio y que las mugeres que oy tienen de adquirir derecho no ternan de que quexarse”.108 Asimismo, el virrey indicaba que “en lo del no suceder las mugeres, que si yo entendiera que no se tomara bien que no lo propusiera”.109 Creemos que Francisco de Toledo, con el objetivo de respaldar sus argumentos, así como de evaluar los repartimientos de encomenderas, mandó a sus agentes recopilar información acerca de las encomiendas correspondientes a beneficiarias femeninas, la cual plasmó en un documento titulado Relación de repartimientos del Pirú que están en cabezas de mujeres y de los salarios que en cada un año se pagan de la caja real en cada ciudad de aquel reino (imagen 3).110 En dicho documento figura el nombre de la encomendera –o el de su padre o esposo–, el nombre de la encomienda y lo que producía de renta. Toda la información se halla ordenada por ciudades entre las que se incluyen la Ciudad de los Reyes, Cuzco, Trujillo, Huánuco, Huamanga, Chachapoyas y Arequipa entre otras (Anexo VI). Consideramos que dicha información, probablemente, fue extraída de la Visita General realizada por Toledo como parte de su programa de control y 106. Ibíd.: 456. 107. “Subcesion de yndios que avise lo que él siente de cómo lo tomara la tierra el quitar la sucesión a tas mugeres por que paresce bien lo que apunta en esto”. Sumario de vna carta escripta a su magestad por don Francisco de Toledo visorey del Perú. 1 de marzo de 1572. Levillier, 1924, 4: 262. 108. Ibíd. 109. Carta del virrey D. Francisco de Toledo a H. M. en materia de guerra y sobre asuntos de Chile. Cuzco, septiembre 24 de 1572. Levillier, 1921, 3. 110. AGI, Lima, 199, N,36. A pesar de que no tiene fecha lo hemos podido datar alrededor de 15781579, período que coincide con el gobierno del virrey Francisco de Toledo.
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Imagen 3. Repartimientos del Pirú que están en cabezas de mujeres. (AGI, Lima, 199, N, 36).
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14 23%
Si constan No constan 46 77%
Gráfico 8. Titulares femeninas de encomiendas a finales de la década de 1570 en censo atribuido al virrey Francisco de Toledo (elaboración a partir de AGI, Lima, 199, N, 36. Datado alrededor de 1579).
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reorganización del territorio andino.111 Con este documento, Toledo habría reforzado su petición de desposesión de encomiendas a las mujeres al mostrarle a la Corona la sustanciosa suma de la que podría disponer en caso de que se suprimiera la sucesión femenina. Por otro lado, este documento le permitía saber que encomenderas y, por ende, que repartimientos podrían estar disponibles para, ocasionalmente, poder negociar sus matrimonios con personas a las que fuera necesario recompensar. Es decir, Toledo poseería una especie de base de datos de encomenderas viudas y huérfanas disponibles para los propósitos políticos de la Corona. En la relación de 1579 fueron consignadas 46 encomenderas, lo que constituye un 35% del total de las 137 identificadas en la Audiencia de Lima en el siglo XVI (gráfico 8). En los gráficos 9 y 10 podemos apreciar una clasificación de los repartimientos en base a la renta que proporcionaban. Tal y como señalaba Toledo, un considerable número de estos repartimientos eran realmente sustanciosos. Más del 33% daba un ingreso superior a los 3.000 pesos. Respecto al resto de repartimientos, un 33% proporcionaba entre 1.500 y 3.000 pesos, seguidos de un 28% de encomiendas que arrojaban entre 1.000 y 500 pesos de renta, siendo solo un 4% las que ofrecían menos de 500 pesos. Debemos ser cautos con las cifras indicadas en este documento ya que, como hemos señalado, seguramente fue elaborado con el objetivo de 111. Para información sobre la Visita General de Toledo ver: Cook, 1975 y Mumford, 2012 y 2011. Para ampliar sobre la figura de este virrey: Merluzzi, 2014.
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Gráfico 9. Rentas de los repartimientos femeninos en censo atribuido al virrey Francisco de Toledo (elaboración a partir de AGI, Lima, 199, N, 36. Datado alrededor de 1579).
4%
79 33%
28%
menos de 500 pesos 500-1500 pesos 1500-3000 pesos más de 3000 pesos
35%
Gráfico 10. Clasificación de los repartimientos del censo de encomenderas atribuido al virrey Francisco Toledo según rentas (elaboración a partir de AGI, Lima, 199, N, 36. Datado alrededor de 1579).
convencer a la Corona de los grandes beneficios económicos en caso de que las mujeres fueran desposeídas de sus encomiendas, por lo que las cifras, probablemente, fueran aumentadas a propósito. Por ejemplo, en el caso de la encomendera de Tarma, Mariana Avalos de Ribera, mientras que la tasa realizada por Toledo en 1575 señalaba que recibía como tributo final, libre de costas, 1.976 pesos, el documento de 1579 indicaba una renta de 4.000 pesos. Sucede lo mismo con Ana Gutiérrez, encomendera de Socovaya y Porongoche en Arequipa, mientras en 1572 al parecer solo recibía 238 pesos como tributo total, la cifra que ofrece el documento pocos años más tarde es 79
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de 1.000 pesos. Sin embargo, quizás los casos más significativos sean el de la encomendera de Cuzco, Francisca de Guzmán cuya renta de 15.714 pesos en 1572 es aumentada a 26.000 pesos en 1579, o el de Beatriz Marroquín de Montehermoso, quien pasa de recibir 4.644 pesos en 1575 a 8.000 pesos en 1579. A pesar de que las cifras consignadas en el documento hacen referencia a los tributos del repartimiento sin descontar las costas, sin embargo, la notable diferencia en algunos casos entre los totales de la tasa y estas cifras nos induce a considerar una manipulación de las mismas. Para finalizar debemos señalar que, a pesar de las solicitudes de autoridades como el virrey Toledo y las supuestas ventajas de la desaparición de las encomenderas, la ley sobre la sucesión no fue modificada y las mujeres pudieron seguir siendo beneficiarias hasta finales de la institución, en el siglo XVIII.
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5. El matrimonio en el grupo encomendero El matrimonio constituyó una de las herramientas más importantes de la temprana sociedad colonial del siglo XVI para lograr diversos objetivos tales como: el ascenso social; el incremento, protección y transmisión patrimonial; la ampliación de redes relacionales; o la inclusión en la esfera política. También para el grupo encomendero el matrimonio fue una estrategia de vital importancia, convirtiéndose en una más de sus empresas destinadas en muchos casos a acrecentar y salvaguardar sus bienes, incluyendo las propias encomiendas.112 James Lockhart destaca la importancia de esta práctica dentro del grupo encomendero, siendo además de obligado cumplimiento, dado que la ley ordenaba “que los que no fueren casados se casen dentro de 3 años que tuviera en la encomienda y lleven sus mujeres a la provincia de su vecindad, excepto si tuviera en tal edad o justo impedimento que les relieve”.113 Algunos beneficiarios de repartimientos como el sevillano Rodrigo de Esquivel, encomendero del Cuzco, intentaron dilatar el tiempo para buscar esposa solicitando permiso a la Corona, argumentando que el 112. Presta, 2000a: 35. Para políticas matrimoniales en el grupo encomendero en Quito y Lima ver: Ortiz de la Tabla Ducasse, 1995. Para profundizar en la cuestión del matrimonio y su importancia en los grupos de la élite durante el período colonial ver: Latasa, 2016 y 2005; Lockhart, 1968; Rípodas, op.cit.; Lavrin, 1979 y 1989; Almorza Hidalgo, op.cit. y López Beltrán, 1998. 113. Recopilación, lib. VI, tít. IX, ley XXXVI, “Que el prelado y gobernador persuadan a los que tuvieran indios que se casen dentro de 3 años”.
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tiempo estipulado no era suficiente para encontrar a una acorde a la calidad de su persona.114 Este plazo era menor en el caso de las mujeres encomenderas, ya que la ley señalaba que las hijas solteras de los encomenderos que sucediesen en el repartimiento debían contraer matrimonio en un tiempo no superior a un año “contado desde el día en que sucedieren, si ya tienen edad para casarse y si no desde que lleguen a tenerla”, obligación que según el jurisconsulto Juan de Solórzano se guardaba “floxamente”, tanto por parte de los encomenderos como de las encomenderas.115 Respecto a las viudas, no había ninguna ley que les obligase a casarse de nuevo tras suceder en las encomiendas. Solórzano señalaba como el gravamen de casarse no les había sido impuesto “atendiendo que segundas bodas se pueden tolerar, pero no mandar como lo enseña el derecho”.116 De hecho, muchas viudas encomenderas beneficiarias de ricos repartimientos lograron permanecer solteras, como Beatriz de Isásaga o Florencia de Mora. Sin embargo, no era infrecuente que las encomenderas viudas contrajesen segundas y terceras nupcias, como Francisca de Guzmán o María de Escobar, e incluso cuartas, como Lucía de Padilla. Estos matrimonios ser realizaban bien de manera voluntaria o bien siendo forzadas a ello por autoridades y familiares, como veremos a continuación. La ley, además, solicitaba a los gobernadores que en la provisión de las encomiendas prefiriesen “a los casados a los que no lo fueran”.117 Para Lockhart, además de las disposiciones sobre el cumplimiento del matrimonio, que en la mayor parte de los casos eran “letra muerta”, estaría el deseo de los propios encomenderos españoles de casarse con mujeres españolas y de esta manera perpetuar su linaje y poder transmitir sus bienes, entre ellos los repartimientos.118 Los encomenderos eran plenamente conscientes de la imposibilidad de traspasar sus encomiendas a sus descendientes en caso de que estos fueran ilegítimos. Los datos presentados por el autor son significativos en este sentido y muestran solo a 32 encomenderos solteros del total de todo el virreinato peruano en 1563.119
114. 115. 116. 117. 118. 119.
Ares, 2004: 19. Solórzano, op.cit.: 350. Libro III, cap. 22. Ibíd. Conforme a lo dispuesto por la ley V, título V del libro IV. Ibíd. Lockhart, 1968: 99. Ibíd.
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La mayor parte de los beneficiarios de encomiendas, a excepción de aquellos que ya habían contraído matrimonio en España, procedieron a concertar sus enlaces preferiblemente con hijas, viudas y parientes del grupo encomendero, constituyéndose de este modo un grupo mayormente endogámico. Así, las encomenderas formaron parte de las complejas estrategias matrimoniales, o como agentes activos –procurando estos enlaces y encontrando en ellos un medio de ascenso social y económico– o pasivos –siendo en muchas ocasiones forzadas a contraer nupcias contra su voluntad–, bien por las autoridades coloniales o por sus propios familiares, a pesar de la existencia de disposiciones canónicas contrarias a esto. También, en algunas ocasiones los matrimonios resultaban beneficiosos para ambas partes, las cuales accedían de buen grado al enlace que se convertía en una alianza estratégica destinada a mejorar y consolidar los bienes o la posición social de los contrayentes. 120
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5.1. Matrimonio en la primera generación y movilidad social Durante los primeros años de la conquista y población del territorio americano, una movilidad social ascendente mucho más flexible y dinámica que en la península permitió que muchos hombres y mujeres sin hidalguía accedieran a un estatus “práctico” asimilable, en muchos aspectos, al de la nobleza en España. La participación en la conquista y población del nuevo territorio que estaba siendo incorporado al Imperio fue el principio organizador de la nueva sociedad indiana. La antigüedad y actividad en el territorio americano compensaba falta de virtudes tales como la hidalguía, estando en muchas ocasiones por encima de criterios como la nobleza de la sangre. De este modo, conquistadores, descubridores y pobladores conformaron la élite y el grupo dominante.121
120. Robert Himmerich y Valencia, en su estudio sobre los encomenderos del virreinato de Nueva España, realiza un análisis de las pautas de matrimonio entre las familias encomenderas, atendiendo a factores tales como los lugares de nacimiento de los cónyuges, destacando los frecuentes matrimonios con personas pertenecientes a la misma región, así como los intentos por conservar las encomiendas en la familia (Himmerich y Valencia, op.cit). Para el caso de Charcas ver: Presta, 2000a. 121. Tal y como señala Juan Marchena, la antigüedad, el prestigio militar en la guerra, el volumen de ingresos tras los repartos (encomiendas y otras propiedades), y sus relaciones de preeminencia y subordinación a manera de círculos de poder entre capitanes de la hueste, entre otros factores, permitieron que se reconociera el prestigio social que se asignaban a sí mismos convirtiendo ese reconocimiento colectivo en estatus (Marchena, 1992: 321-326).
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La mayor parte de este grupo de beneméritos fue beneficiada con la merced de la encomienda, siendo esto posible en gran medida debido a su presencia en acontecimientos bélicos clave como la captura de Atahualpa en Cajamarca o la toma del Cuzco, los cuales hicieron que los participantes, sean cuales fueran sus orígenes, se convirtieran en encomenderos.122 De esta manera, un gran número de conquistadores y pobladores con humildes orígenes en la península, pero presentes en los primeros y decisivos años, cambiaron radicalmente su condición, pasando a conformar la élite de las Indias. Dicha movilidad social afectó de igual manera a las esposas españolas de los conquistadores y futuros encomenderos, algunas de las cuales habían viajado junto con ellos desde la península, como María de Escobar o Inés Muñoz, cuyo caso analizaremos con detalle a lo largo de los siguientes capítulos. Aquellos conquistadores que no estaban casados al salir de España tuvieron oportunidad de hacerlo en el Nuevo Mundo y aunque en algunas ocasiones, debido a la premura impuesta por la legislación, no tuvieron muchas opciones a la hora de elegir esposa, en otras se casaron bajo condiciones mucho más ventajosas de las que habrían tenido en la metrópoli gracias a su nuevo estatus como beneméritos. Por ejemplo, Pedro de Alconchel, el famoso trompeta de Cajamarca, a pesar de tener un origen plebeyo y carecer de hidalguía, gracias a su papel en la conquista pudo convertirse en encomendero y procurarse un buen matrimonio con doña María de Aliaga, miembro de una respetable familia de Segovia. 5.2. Las hijas de los encomenderos: matrimonios en la segunda generación Las hijas de los encomenderos, pertenecientes a la segunda generación gracias a los méritos de sus padres –en su mayor parte conquistadores y pacificadores–, tuvieron ocasión de poder ascender socialmente o permanecer en el estrato más privilegiado de la sociedad virreinal peruana. De nuevo hacemos alusión al caso de Pedro de Alconchel, ya que Lockhart lo señala como ejemplo de cómo, aun procediendo de una familia sin hidalguía, no solo pudo obtener una buena esposa hidalga, sino que además ambas hijas de la pareja pudieron ascender a círculos sociales cada vez más aristocráticos. Así, su hija 122. James Lockhart indica que cada uno de los 170 hombres que participaron en la captura de Atahualpa en Cajamarca adquirió derecho a una encomienda en la zona central, si así lo deseaba, convirtiéndose en los más grandes encomenderos. Lockhart, 1968: 99.
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Catalina de Alconchel y Aliaga se casó en 1568 con Pablo de Montemayor y Aguilar, oriundo de Soria e hijo del Licenciado Bernardino Rodríguez de Montemayor, veterano conquistador en Veragua, Tucumán y Río de la Plata y encomendero en Huamanga.123 Las hijas de los encomenderos, particularmente hasta la década de 1570, eran las novias ideales para cualquier español en busca de matrimonio. Además de tener origen europeo eran posibles herederas de repartimientos o, en caso de tener hermanos varones, se esperaba que al menos recibirían una buena dote. Por último, y no menos importante, su matrimonio permitía al cónyuge ingresar al exclusivo grupo de los encomenderos. Estos matrimonios se realizaban en muchas ocasiones entre familiares de otros miembros del grupo encomendero, dotando a este grupo de un perfil tendente a la endogamia. Entre algunos casos que ilustran este hecho podemos mencionar el de la encomendera doña Inés Muñoz, que acordó un matrimonio entre su hijo y Ana de Pizarro, hija del encomendero trujillano Diego de Mora. Asimismo, tras el temprano fallecimiento de esta, volvió a concertar un segundo matrimonio con María de Chávez, hija del conquistador Diego de Gavilán vecino encomendero de Huamanga. También en la familia Silva, vecinos del Cuzco, predominaron los enlaces entre y con encomenderos. Tanto Paula como Feliciana, hijas del capitán Diego de Silva estuvieron casadas con beneficiarios de repartimientos y fueron encomenderas.124 Del mismo modo, podemos mencionar el caso de los Farfán y los Jofre en el corregimiento de Piura. Catalina de Prado Canales Jofre, hija del conquistador y encomendero Pedro González de Prado y de la encomendera Elvira de Oyón, tras la muerte de su padre contrajo matrimonio con Gonzalo Farfán de los Godos, encomendero de los repartimientos que habían sido de su padre. Sin embargo, los encomenderos debían tener cuidado a la hora de contraer matrimonio con otro beneficiario de encomiendas, ya que la ley señalaba que solo uno de ellos podría conservar sus repartimientos, permitiendo además unir únicamente dos encomiendas por vía de casamiento “hasta en suma y quantia de doze mil pesos”.125 En algunas ocasiones esta elección no era tan obvia, ya que podía suceder que la beneficiaria de los mejores 123. Lohmann, 1993: 200. 124. Feliciana y Paula eran hijas del capitán don Diego de Silva, natural de Ciudad Rodrigo (Salamanca) y de doña Teresa Ordoñez, hija de doña María de Valverde, hermana del obispo del Cuzco Fray Vicente de Valverde. 125. AGI. Patronato, 278, N.1, R.36.
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repartimientos fuera la esposa. Sin embargo, si elegían estos, debían hacerlo conforme a la calidad de vidas que ella tenía, es decir, que si había sucedido en ellos por su padre o anterior marido, solo quedaba una vida útil y si la mujer fallecía, la encomienda debía regresar a la Corona, perdiendo el esposo la oportunidad de suceder en ellos. En el caso de la encomienda de María de Escobar y su segundo esposo Francisco de Chávez, también encomendero, al elegir cuál escoger, la pareja optó por la rica encomienda que Pizarro había concedido a Chávez en la Jurisdicción de Lima, que contaba con más de 2.000 tributarios y que además se encontraba en primera vida. Debemos señalar, no obstante, que la actuación de la Corona frente a los diversos casos fue dispar dependiendo en muchas ocasiones de la voluntad de las propias autoridades, opuesta en algunas ocasiones a las disposiciones existentes.126 Finalmente, José de la Puente señala, que los matrimonios entre miembros del grupo encomendero y de otros grupos de poder político como los virreyes y los ministros de las Audiencias fueron frecuentes a pesar de la prohibición que había de que estos, ni sus familiares cercanos como sus esposas o hijas, detentaran la merced de un repartimiento. Tal y como señala el autor, a través de estos matrimonios los encomenderos fortalecían su influencia, mientras que los ministros se incorporaban a la aristocracia de la tierra y a los grupos de poder económico. 127 5.3. Matrimonio y sucesión: fraude, matrimonios forzosos y otras estrategias Uno de los principales argumentos –utilizado por los virreyes para solicitar la supresión de la concesión de encomiendas a mujeres– era la posibilidad 126. Esta cuestión suscitó dudas entre las autoridades, quienes se las elevaron con frecuencia al monarca: “[…] en la carta que VM escrive se declara que muriendo la muger que tenía yndios en segunda vida luego vacan los yndios puesto caso que este hecha encomienda dellos al marido. Ay necesidad que vuestra magestad mande declarar dos dudas que en esta materia se ofrecen. La una es si un ombre que tenía yndios en encomienda casa con una muger que aya sucedido en algunos y escoge los yndios de dicha la muger si vacan los de la muger por la muerte della, pues los quiso escoger el marido saviendo que por muerte della vacaran, o si quedaran en el marido por rrazon que dexo indios. Y si muerto el sí sucederá el hijo pues sino escogiera los yndios de la muger avia de suceder. La otra duda es si escogiendo el marido que tenía yndios en encomienda los que el tiene en primera vida y quitándose a la muger con quien se casa los que ella tenía por sucesión y muriendo el marido y dexando hijos si bernan los yndios del marido a la muger por su vida, pues se le quitaron los que ella tenía, o al hijo. Y ya que queden a la muger por su vida si después de ella bernan al hijo”. Carta a S. M. del Licenciado Castro con relación de los negocios más importantes del Gobierno del reino. Los Reyes, 5 de junio de 1566. Levillier, 1921, 3: 169. 127. Puente Brunke, 1991a: 249-252.
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de que las encomenderas se involucraran en matrimonios fraudulentos, perjudiciales a los intereses de la monarquía. Muchos encomenderos solteros o viudos sin hijos legítimos, a la hora de su fallecimiento, se enfrentaban a la posibilidad de que tras su muerte sus encomiendas volvieran a la Corona. En estas circunstancias, algunos se casaban bien para favorecer a familiares, allegados o amigos, o para percibir a cambio una sustanciosa suma. Muchos de estos matrimonios se realizaban días e incluso horas antes del fallecimiento del beneficiario de la encomienda. Francisco de Toledo lamentaba cómo mujeres pobres usaban “trucos y hechizos” para casarse con encomenderos viejos, que estaban in articulo mortis, y que, tras el matrimonio, algunas llegaban a asesinar a sus propios hijos para garantizarse su derecho de sucesión en la encomienda.128 Toledo incluso declaraba escandalizado cómo algunas de estas jóvenes eran mujeres “indias, mestizas o incluso negras”. El virrey ilustraba su afirmación con el caso de Pedro de Portocarrero, de casi 80 años, quien una hora antes de morir se había casado con su sirvienta india alegando que tenían un hijo de siete meses juntos. Portocarrero deseaba legitimar al bebé para que pudiera sucederle como encomendero. Sin embargo, Toledo ponía en duda esta paternidad señalando que “los ochenta años [de Portocarrero] que había dizen que no y otros indicios que para ello hay de que [el niño] hera un mulato”.129 Frente a esta situación, Toledo puso la encomienda en la Corona y destinó sus tributos a la paga de la guardia de a pie de los virreyes. Por otro lado, Toledo y otras autoridades llamaban la atención del monarca acerca de cómo las viudas, al fallecer sus esposos encomenderos, buscaban maridos jóvenes, la mayor parte de ellos sin méritos, quienes a su juicio no merecían los repartimientos.130 El virrey Cañete señalaba que incluso la iglesia estaba involucrada en estos irregulares matrimonios, ya que, si bien anteriormente los curas hacían que los conquistadores devolvieran 128. Carta de Don Francisco de Toledo a S. M. sobre materias y negocios de guerra Cuzco, 25 marzo 1571. Levillier, 1921, 3: 455. 129. Carta del Virrey D. Francisco de Toledo a S. M. sobre distintas materias de gobierno justicia, hacienda y guerra. Los Reyes, 12 diciembre de 1577. Levillier, 1924, 6: 18-21. Toledo utilizó el caso de Portocarrero en varias ocasiones para recordar al monarca que sería “de arto mal exemplo para esta tierra y peor para el servicio de Dios se permitiese que los hijos de las yndias o negras con quien se casasen los españoles a la ora de su muerte viniesen a subceder en las encomiendas pues […] uernian a quedar los feudos de esta tierra en mestizos y mulatos” Carta de D. Francisco de Toledo a S. M. Los Reyes, 9 abril 1580. Levillier, 1924, 6: 249. 130. Carta del Licenciado Castro al Consejo de Indias Los Reyes, 26 de abril de 1565. Levillier, 1921, 3: 73.
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sus encomiendas a su muerte para que no pasaran a personas sin méritos que podrían tratar mal a los indios, recientemente su postura había cambiado e instaban a que los encomenderos se casaran, casi en articulo mortis, con jóvenes doncellas necesitadas para “favorecerlas y remediarlas en sus necesidades”.131 El inca Garcilaso ilustra esta situación a través de un significativo fragmento de sus Comentario Reales. El autor narra cómo el capitán Alvarado, en su trayecto desde España a Perú, había hecho una parada en Huahutimallan (actual Guatemala). Con motivo de su estancia se le brindó una fiesta a la que asistieron un gran número de conquistadores, así como varias mujeres españolas que le habían acompañado en este viaje para asentarse en los nuevos territorios. Garcilaso describe de esta manera la escena:
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[…] acaeció que, estando todos los conquistadores sentados en una gran sala, mirando un sarao que había, las damas miraban la fiesta desde una puerta que tomaba la sala a la larga. Por la honestidad, y por estar encubiertas, una de ellas dijo a las otras: dicen que nos hemos de casar con estos conquistadores. Dijo otra: ¿con estos viejos podridos nos habíamos de casar? Cásese quien quisiere, que yo por cierto no pienso casar con ninguno de ellos; dolos al diablo, parece que escaparon del infierno según están estropeados; unos cojos y otros mancos; otros sin orejas, otros con un ojo, otros con media cara, y el mejor librado la tiene cruzada una y dos y más veces. Dijo la primera: no hemos de casar con ellos por su gentileza sino por heredar los indios que tienen; que según están viejos y cansados se han de morir presto y entonces podremos escoger el mozo que quisiéremos en lugar del viejo, como suelen trocar una caldera vieja y rota por otra sana y nueva […].132
Según el autor, uno de los conquistadores que estaba cerca de la puerta, tras oír la conversación, enojado, les reprochó a las señoras sus palabras, contando a continuación a sus compañeros lo que había escuchado. Después marchó a su casa, donde mandó llamar a un párroco para que le casase con una mujer indígena noble con quien tenía dos hijos naturales con el objetivo de legitimarlos y que pudiesen suceder en sus indios “y no el que escogiese la señora, para que gozase de lo que él había trabajado y tuviese a sus hijos por 131. Carta a S. M. del Licenciado Castro. Los Reyes, 12 de enero de 1566. Levillier, 1921, 3: 73141. Hay que observar esta declaración con precaución ya que la Iglesia también trató de impedir estos matrimonios fraudulentos (Puente Brunke, 1991a). 132. De la Vega, op.cit.: 484 y 485. Libro segundo, capítulo primero “Don Pedro de Alvarado va a la conquista del Perú”.
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criados y esclavos”. Finalmente, Garcilaso señalaba que algunos en el Perú habían hecho lo mismo, siendo los menos, ya que la mayoría se había casado con españolas, quedando los hijos naturales sin derecho alguno al no ser legitimados. Precisamente el propio Garcilaso había sido víctima de la situación que describía. Su padre, el capitán Garcilaso de la Vega, a pesar de haber tenido a su hijo con la princesa inca Palla Chimpu Ocllo, nieta de Huayna Cápac, nunca contrajo matrimonio con ella, sino con la española doña Luisa Martel de los Ríos, hija de Gonzalo Martel de la Puente y Guzmán, Señor de Almonaster, Regidor de Panamá, gobernador y capitán general de Tierra Firme, y de Francisca de Mendoza de los Ríos. La joven Luisa tenía solo 14 años cuando se casó con el encomendero, de casi 50, siendo fruto de este matrimonio dos hijas legítimas: Blanca de Sotomayor y Francisca de Mendoza. Tras la muerte del capitán, ellas heredaron sus bienes, y Blanca de Sotomayor le sucedió como encomendera de Guamanpalpas y Guayllamissa en la Jurisdicción del Cuzco. Sin embargo, ambas fallecieron al año siguiente y la sucesión de las encomiendas finalizó aquí volviendo estas a la Corona.133 Aunque el capitán Garcilaso legó a su hijo Gómez Suárez de Figueroa, conocido como el Inca Garcilaso de la Vega, una chacra de coca en Havisca y 4.000 pesos para que se trasladara a estudiar a España, sin embargo no tuvo oportunidad de poder suceder en sus encomiendas.134 Frente a los casos de matrimonios fraudulentos como los anteriormente expuestos, la Corona se encontraba en muchos casos legalmente incapacitada para tomar medidas al respecto. Solórzano indicaba que, además, estos engañosos enlaces no solo eran buscados por mujeres necesitadas, sino también por hombres deseosos de incorporarse al privilegiado grupo encomendero. El jurisconsulto explicaba que se habría admitido la sucesión femenina “para que los antiguos conquistadores, pobladores y pacificadores recibiesen mayor remuneración y se alentasen con esto a casarse y quedarse en las Indias, procreando hijos que hiciesen lo mismo y atrayendo, con las esperanzas de esta sucesión, doncellas nobles de estas y de aquellas partes que se quisiese ir a casar con ellos”. Sin embargo, esta razón no podría aplicarse respecto a la 133. En 1562 La viuda, Luisa Martel, emprendió un pleito contra la Corona, destinado a la recuperación de dichas encomiendas. AGI. Justicia,433. N1. Pleito fiscal de Luisa Martel de los Ríos, viuda del capitán Garcilaso de la Vega, casada en segundas nupcias con Jerónimo Luis de Cabrera, vecinos del Cuzco, contra el fiscal de la Audiencia de Lima y Antonio Vaca de Castro, sobre el derecho a la sucesión en la encomienda de los indios Quichuas. 134. Greene, 1999: 199.
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sucesión masculina, ya que los hombres cuando se casaban con encomenderas por la esperanza de poder suceder en sus encomiendas lo hacían con motivos fraudulentos: […] suelen ser hombres sin méritos y advenedizos y por la mayor parte dellas buscan viejas por heredarlas más presto en que se ve que no ponen la mira en la procreación de los hijos y población de la tierra y que sólo se da ocasión de fraudar y frustrar en todo […] apoderando de las mejores encomiendas de las Indias en perjuicio y grave desconsuelo de los beneméritos de ellas lo cual nunca se debe admitir ni permitir […].135
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La preocupación de los virreyes y jurisconsultos sobre los matrimonios de las encomenderas pone de relieve la frecuencia de una práctica que se enmarca dentro de un complejo escenario de estrategias de movilidad social ascendente desplegadas por los vecinos y pobladores de los nuevos territorios. Los matrimonios con encomenderos posibilitaban el acceso de mujeres sin orígenes ni medios económicos a este exclusivo grupo de la élite colonial. Para James Lockhart, el matrimonio con encomenderos habría constituido la única oportunidad de una mujer de origen humilde para integrar la élite.136 Un factor que habría posibilitado esta circunstancia era la ya mencionada inferioridad numérica de mujeres frente a hombres durante la conquista. Los encomenderos, empujados por la legislación a concertar rápidos casamientos, no habrían tenido excesivas posibilidades de elegir esposa y debido a los criterios sociales de la época, una española, aunque sin riqueza, belleza e incluso virtud y/o apellido, seguía siendo una opción más deseable que una indígena, a menos que esta perteneciera a la realeza y tuviese una buena encomienda o una jugosa dote. Tal y como exponía el Inca Garcilaso, durante las primeras décadas de la conquista los beneméritos, muchos de ellos beneficiarios de repartimientos, preferían casarse con españolas, aunque carecieran de recursos a pesar de tener hijos naturales con mujeres indígenas, muchas de ellas pertenecientes a la élite.137 Al respecto debemos recordar las políticas de la Corona acerca de la sucesión de mestizos, quienes únicamente podían hacerlo siendo legítimos y con el consentimiento de las autoridades. Por otro lado, los altos índices de mortalidad de encomenderos, debido a factores de índole militar, favorecieron la aparición de acaudaladas 135. Solórzano, op.cit.: 350. Libro III, cap. 22. 136. Lockhart, 1968: 99. 137. Sobre relaciones de españoles con las naturales ver: Ares, op.cit.
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encomenderas viudas y huérfanas, tal y como decía Toledo “mugeres ricas y libres”, que constituían una preocupación para la Corona. Durante las primeras décadas de la conquista y población de los territorios americanos, ser beneficiario de un repartimiento confería automáticamente no sólo beneficios económicos, sino también una posición social privilegiada y gran poder, ya que eran considerados “la nobleza de las Indias”, siendo una de las mercedes más deseadas en la América española. Si bien, como señalamos anteriormente, acontecimientos clave de la conquista habían permitido a los conquistadores de los más diversos y humildes orígenes llegar a ser encomenderos. Sin embargo, desde la consolidación del virreinato, alrededor de la década de 1550, factores como el interés de la Corona en restar poder al grupo encomendero y recuperar repartimientos o la llegada de la verdadera nobleza de España, que comenzaba a acaparar las pocas encomiendas disponibles, hicieron que las posibilidades de ser encomendero fueran cada vez menores.138 Así podemos entender la tenacidad de las autoridades coloniales en la recuperación de las encomiendas para un mayor control del territorio y la feroz resistencia del grupo encomendero por retenerlas, y con ello su influencia y privilegios. Dada la dificultad de obtener una encomienda, los que deseaban una intentaban diversas estratagemas, siendo una de las más usuales la venta de repartimientos disfrazada de matrimonio. Uno de los casos más conocidos y representativos es el del encomendero de Arequipa y empresario Lucas Martínez de Vegazo y doña María de Ávalos.139 Viendo que comenzaba a envejecer y no teniendo ni mujer ni hijos legítimos que heredasen su encomienda, Lucas Martínez pensó sacar algún provecho económico de sus repartimientos y, a la vez, impedir que pasaran a manos de su gran enemigo, el burgalés Jerónimo de Villegas, quien las estaba reclamando. Lucas concertó un rápido matrimonio con doña María de Ávalos, hija de Nicolás de Ribera, primer alcalde de Lima, y de doña Elvira Dávalos, quien se ocupó de orquestar el enlace. El historiador Efraín Trelles señala que la novia, de 25 años, aportó como supuesta dote la previamente pactada cantidad de 16.000 pesos y que el reciente esposo pasó toda la luna de miel en la cama, pero porque estaba tan gravemente enfermo que falleció solo nueve días después del enlace, dejando a su viuda convertida en una rica encomendera.140 El fiscal de la Corona comenzó un pleito contra la joven alegando que se encontraban ante una venta 138. Lockhart, 1986-1987 y Puente Brunke, 1991a: 227-235. 139. La mayor parte de los datos expuestos proceden de la obra de Efraín Trelles acerca del encomendero Lucas Martínez de Vegazo y sus repartimientos. Trelles, 1991. 140. Ibíd.: 139- 141.
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de encomiendas disfrazada de matrimonio. Sin embargo, doña María no dudo en ampararse en unos buenos procuradores y abogados, quienes defendieron la legitimidad del enlace y el pleito resultó favorable para la joven viuda, que logró quedarse con la encomienda. Otro curioso caso de matrimonio fraudulento es el de la española Mencía Valtodano, o Mencía Díaz, quien se casó cuatro veces, nada excepcional si hubiera esperado al fallecimiento de su primer esposo en la península para contraer su segundo matrimonio en Perú. Mencía Valtodano se había casado en primeras nupcias en Casa Rubios del Monte, en España, con Juan Vizcaíno bajo el nombre de Mencía Díaz. Al parecer, tras enfermar Vizcaíno, con quien no debía tener muy buena relación, Mencía vio la oportunidad no solo de “valer más”, sino de reinventarse en el Nuevo Mundo. Al poco tiempo de su llegada al territorio americano, Mencía contrajo matrimonio con Álvaro Martín, quien falleció poco después.141 Tras su fallecimiento, la viuda contrajo nuevas nupcias con Alonso de Orihuela, que era encomendero de los indios Aymaraes en el Cuzco.142 Tampoco este matrimonio duró mucho y tras el fallecimiento de Orihuela, Mencía le sucedió como beneficiaria de la encomienda. Previamente, Alonso de Orihuela había puesto un especial énfasis en defender los derechos sucesorios de su mujer y descendientes, solicitando una real cédula confirmatoria. El 27 de julio de 1540 desde Madrid se le despachó una provisión “sobre la tasación y sucesión de las encomiendas en la mujer e hijos del encomendero” que debería guardarse tras su muerte. Así, tras el fallecimiento de Orihuela, Mencía sucedió en el repartimiento y contrajo un cuarto enlace con Francisco de Acuña, quien en 1561 figuraba como titular del mismo. Parece que las noticias de Mencía en el Perú llegaron a su primer esposo, Juan Vizcaíno, quien, ya recuperado de su enfermedad, interpuso un pleito en el Consejo de Indias. Vizcaíno alegaba que Acuña no tenía derecho sobre el repartimiento al no ser válido su matrimonio, ya que doña Mencía estaba todavía legalmente casada con él. Por lo tanto, se encontraban ante un caso de bigamia.143 Vizcaíno solicitó a las autoridades mandar de regreso a Mencía a 141. Carlos Vega señala que se le conocía por dos nombres, uno Mencía Díaz y el otro Mencía Valtodano, y que antes de casarse con Orihuela ya había contraído nupcias con Juan Vizcaíno y Álvaro Martín quienes no habían fallecido (Vega, 2007: 17), aunque como señalamos Álvaro Martín si había muerto. 142. En la relación de 1561 de encomenderos y repartimientos publicada por Teodoro Hampe se cita como Aymaraes (Hampe, 1986: 16). Sin embargo, José de la Puente la denomina Chalhuanca, aunque señala que también fue conocida como Aymaraes. (Puente Brunke, 1991a: 353, nota 57). 143. Para otro caso de bigamia relacionado con encomenderos del virreinato peruano ver: Cook y Cook, 1992.
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España con sus posesiones para que continuaran juntos la vida maridable. Seguramente la mejora económica de su esposa pesaba más para Vizcaíno que su abandono y sus otros tres matrimonios en el territorio peruano. En 1565 el matrimonio entre Mencía y Acuña se daba por nulo, quedando arrestado este último y el repartimiento puesto en la Corona hasta que el conflicto quedase solucionado. Acuña procedió entonces a tratar de quedarse con la encomienda en base a sus propios méritos.144 Sin embargo, este argumento no debió ser de suficiente peso para la Corona y finalmente Acuña perdió el repartimiento que fue encomendado a Francisco de Grado en 1568.145 La posibilidad de ascenso social y económico a través del ingreso al poderoso grupo encomendero, así como la eventual sucesión a la merced de una encomienda, no pasó desapercibida para muchas mujeres que usaron diversas estrategias a su alcance, como estos matrimonios de última hora o matrimonios bígamos, para poder lograr su objetivo. En otros casos, aunque en un comienzo las mujeres fueron simples peones de las estrategias de los conquistadores para poder conservar sus encomiendas, supieron aprovechar su situación para un beneficio propio, acabando con los planes de los que habían sido objeto, como hizo la joven abulense Juana de Mercado y Peñalosa con los Vergara. Juan Pérez de Vergara, estando lleno de deudas y enfermo, sucedió en la encomienda de los indios Cabanas de Arequipa de su tío Miguel de Vergara en atención a los méritos de ambos. Sin embargo, el virrey, siguiendo la política de la Corona referente a los matrimonios de encomenderos, le indicó que para 144. AGI, Justicia, 1084. N1, R2. Francisco de Acuña vecino de la ciudad del Cuzco con el fiscal de la corona de SM sobre que se de la cédula de posesión de ciertos indios de que ha sido despojado injustamente. 1568. 145. Acuña logró un oficio de regidor en Cuzco. Asimismo, solicitó una encomienda en base a sus propios méritos durante la pacificación del rebelde Girón, y otros eventos. Para ello hizo una información de méritos y servicios en 1569. AGI, Patronato, 151, N5, R2. AGI, Lima, 177, N.49. La historiadora Jane Mangan también menciona este pleito. Sin embargo, señala que Acuña finalmente se quedó con la encomienda. No compartimos la opinión de la autora cuando asegura que la cuestión del derecho y desposesión sobre el repartimiento sería no solo relativa al matrimonio, sino también a una cuestión de género, por ser Mencía mujer. La autora señala que la Corona nunca esperó que las mujeres se hiciera cargo de las encomiendas, sino sus esposos, lo que habría sido tenido en cuenta por la Corona durante el pleito y en la sentencia. Como señalamos, Acuña no pudo conservar el repartimiento, debido a el fraude cometido por su bígama esposa, perdiendo ambos el derecho sobre el mismo, por lo que esta sentencia no habría atendido al sexo de los pleiteantes, como señala Mangan, lo que además generaliza para las mujeres del 1500: “En los casos en que las mujeres actuaron de manera destacada contra las normas legales y sociales los maridos son los que disfrutaron del soporte de la Corona”. Mangan, 2015: 94-96. Consideramos que, por el contrario, son varios los casos de encomenderas que pudieron retener las encomiendas en pleitos contra personas del otro sexo, como Juana de Peñalosa como veremos a continuación, o incluso contra el fiscal de la Corona, como María Dávalos, Inés Muñoz o Ginesa Guillén, por poner algún ejemplo.
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que se hiciese válida la concesión de la encomienda era necesario que se casase. De esta manera, debido al grave estado de salud del novio, se concertó un matrimonio de urgencia entre Juan Pérez de Vergara y la doncella doña Juana de Mercado.146 Fray Domingo de Loyola señalaba como este matrimonio era doblemente beneficioso tanto para “servir a Dios y no dejar a los indios vacantes” como para remediar a una joven doncella. De esta manera, y a pesar de la reticencia de los futuros cónyuges, el 17 de octubre de 1549 se ofició la ceremonia. Al momento del enlace Juana fue forzada a jurar que, tras la muerte de Juan Pérez de Vergara, se casaría con su sobrino, Juan de Vergara, con el fin de mantener la encomienda en la familia. Asimismo, juró que cumpliría con el pago de las deudas de su esposo y que ninguna de sus propiedades, excepto la encomienda, la correspondería. Tres días después del matrimonio, Juan Pérez de Vergara falleció y Juana sucedió en el rico repartimiento. Tras recibir noticias del fallecimiento de su tío, Juan de Vergara se apresuró a salir de Potosí rumbo a Arequipa para casarse con doña Juana tal y como se había concertado. Asimismo, Pedro de la Gasca deseaba recompensar al joven Juan en servicio a sus méritos durante la batalla de Jaquihajuana y Huarina. Por ese motivo, decidió encomendarle los indios Cabanas, pero solo bajo la condición de que no podría poseerlos hasta que se hubiera casado, según lo estipulado por la Santa Madre Iglesia, con la viuda de su tío, Juana de Mercado.147 Sin embargo, tras su llegada a Arequipa, la novia, a pesar de lo prometido, rechazó cualquier propuesta de matrimonio. Frente a esto, Juan de Vergara decidió denunciar la situación al corregidor de la ciudad solicitando la encomienda para su persona.148 No obstante, el corregidor, viendo que Juana se negaba al matrimonio, decidió declarar vaca la encomienda de los indios Cabanas e incorporarla a la Corona a la par que designaba a un funcionario para recoger los tributos. Los que apoyaban la causa de Juana, ya que estaban interesados en que esta mantuviera la encomienda para poder enfrentar el pago de las deudas a las que se había comprometido, declararon a su favor. Los testigos indicaban que el matrimonio había sido válido, ya que se había celebrado según la santa madre Iglesia y habían hecho vida maridable y “dormido en la misma cama”. La parte contraria desacreditaba dichas afirmaciones sobre la consumación del 146. Gran parte de los datos que presentamos sobre Juana y el pleito proceden de la obra de Cook y Cook (Cook y Cook, 2011). Para más datos sobre el pleito ver: Barriga, op.cit., 1: 222-224. 147. Cook y Cook consideran que La Gasca era consciente de que el matrimonio era fraudulento y mediante ese trámite deseaba proveer justicia para los Vergara (Cook y Cook, 2011: 62-63). 148. AGI, Justicia, 399 Nº 1, R. 1(1551-1553).
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matrimonio, haciendo hincapié en la incapacidad física del capitán Vergara debido a su grave estado de salud. Mientras se desarrollaba el juicio, doña Juana de Mercado contrajo segundas nupcias con Diego Hernández de la Cuba Maldonado, natural de Ávila al igual que ella.149 Las protestas de Juan de Vergara no tuvieron un resultado positivo y el 4 de mayo de 1550 doña Juana y su segundo esposo presentaron una real cédula de la Audiencia de Lima al cabildo de Arequipa en la que se confirmaban sus derechos sobre la encomienda. Así, Juana, junto con el corregidor de la ciudad, procedió a la ceremonia de posesión del repartimiento con el cacique de los Cabanas llamado Alacalache. Juan de Vergara continuó con el pleito, declarando que el nuevo esposo de Juana había entrado de manera ilegal al Perú, cuando la inmigración se había prohibido. Sin embargo, el virrey Antonio de Mendoza, el 4 de noviembre de 1551, haciendo caso omiso de estos argumentos, dio título a Diego Hernández de la encomienda de su esposa. Frente a esto, Juan de Vergara solicitó que el litigio fuera llevado a España. Durante el juicio, el fiscal de la Corona, el licenciado Martín Ruiz de Agreda, argumentó sobre la invalidez del matrimonio, señalando que este solo se había hecho para “defraudar a su magestad”. Sin embargo, la sentencia de 1554 fue favorable a Juana de Mercado y su esposo, confirmándoles su derecho sobre la encomienda. Incluso años más tarde el Virrey de Cañete acrecentó en una vida la misma.150 Cook y Cook señalan que la pérdida del juicio no habría sido enteramente culpa de Vergara, ya que, en el intrincado sistema judicial colonial, una litigación exitosa dependía en gran medida de las conexiones y contactos de los litigantes, así como de su capacidad económica. En este caso, Vergara no estaba en condiciones de asumir una empresa con posibilidades de triunfo, ya que no disponía de un capital suficiente como para asegurarse un resultado favorable a sus peticiones. Incluso en 1552 había solicitado cancelar varias tasas relacionadas con el pleito por carecer de bienes para hacer frente a ellas.151 Así, los medios disponibles por Juana y su esposo habrían inclinado de manera determinante la balanza a su favor.152 149. Cook, 1975: 302. Natural de Fontiveros, en Ávila, figura como titular del repartimiento en visita del Virrey Toledo. 150. Hampe, 1979: 20. 151. Cook y Cook, 2011: 60. 152. Ibíd.: 224. Doña Juana falleció por causas naturales en1579. Tres días después de su muerte, Francisco Toledo ordenó que la encomienda se incorporase a la Corona frente a lo que su viudo, comenzó un pleito destinado a la recuperación de la encomienda, aunque no lo consiguió.
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Como podemos observar, no fueron pocos los casos en los que el enlace se había producido a pocas horas o días del fallecimiento del encomendero, lo que según los virreyes confirmaba la intención de defraudar a la Corona. El virrey Castro presentaba otro significativo caso similar; el de Barrionuevo, vecino de más de noventa años, quien al parecer estaba muy enfermo. Según narraba el virrey, antes de fallecer, Barrionuevo fue convencido de la conveniencia de casarse con una joven doncella para “dejarla remediada”. De esta manera, 22 días antes del deceso se habría producido el matrimonio y a su muerte la joven le había sucedido como encomendera.153 Ante estos y otros casos similares, las autoridades requerían por parte del monarca una legislación adecuada para poder remediar estas actividades fraudulentas que, además de perjudicar a la Corona, podían llegar a provocar problemas con los soldados.154 El licenciado Castro señalaba en una carta como daba “muy gran descontento en esta tierra a los que an servido ber venir los yndios en poder de estas mugeres y después berlas casar con quien no a servido”.155 Por su parte, el virrey conde de Nieva también se quejaba al monarca de estos fraudes cada vez más frecuentes, pidiendo una solución: […] ay algunos viejos y tan viejos que son impotentes para el matrimonio los quales tienen repartimientos y carecen de hijos y viendo esto otras personas que tienen hijas de a seis y siete años, mayores y menores, tratan con los encomenderos, aunque sean impotentes y muy viejos, que se casen por palabras de presente, aunque sean menores de siete años, y porque lo hagan a trueque de dalles el dinero que les paresce se casan sin aver pensamiento de parte de ella ni de el de matrimonio sino solo a fin y hefecto de defraudar a VM y quitalle lo suyo y que ellas queden con los tales repartimientos sin razón ni aun color alguna, y esta es flor que anda en estos estados y no solo en este caso pero pesa que muchos hombres encomenderos en sus enfermedades cercanos a la muerte se casan solo por este fin de defraudar […] y paresce convernia que VM mandase sobre esto tratar y platicar a los de su Real consejo sobre el remedio de esto […].156
Dichos fraudes no solo involucraban matrimonios de menores, sino que, además, encubrían ventas de encomiendas como el anteriormente citado caso de Lucas Martínez de Vegazo. En la misma misiva, el virrey conde de Nieva 153. Carta del Licenciado Castro al Consejo de Indias Los Reyes, 26 de abril de 1565. Levillier, 1921, 3: 73. 154. Ibíd. 155. Carta a S. M. del Licenciado Castro. Los Reyes, 12 de enero de 1566. Levillier, 1921, 3: 141. 156. Carta del Conde de Nieva. 1562. Levillier, 1921, 3: 455- 459.
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aprovechaba para sugerir una solución proponiendo que “para subceder la tal muger se entienda aviendo sido casada y velada en haz y faz de la Santa Madre Iglesia […] el qual tiempo se podría moderar y declarar como a vuestra magestad y a su Real consejo paresciese porque cesase todo fraude”.157 Las peticiones de las autoridades frente a esta situación tuvieron su expresión jurídica en la provisión expedida por el monarca dirigida al virrey don Francisco de Toledo en 1575 mediante la que se establecía que: “los que conforme a la ley de la sucesión hubieren de suceder en qualesquier encomiendas, o repartimientos de indios, no puedan si no fuere habiendo estado, y vivido realmente casados in facie Ecclesiae, seis meses […] y no viviendo casados el tiempo referido en la forma susodicha, queden vacos los repartimientos, y encomiendas”.158 Tras esta disposición, Toledo escribió al monarca para agradecerle señalando “quan conuiniente y acertada prouision hauia sido” e informándole de los buenos resultados obtenidos.159 También juristas como Juan de Solórzano Pereira y Antonio de León Pinelo alababan esta medida señalando la conveniencia y urgencia de esta ley para evitar matrimonios fraudulentos.160 Es interesante observar la flexibilidad y el dinamismo de la ley en este primer período y su continua evolución y adaptación frente a las diferentes circunstancias que aparecían en los nuevos territorios. Tal y como señala el historiador de derecho José María Ots Capdequi, la legislación tuvo que evolucionar a la par que la propia institución de la encomienda.161 En este sentido deseamos destacar, al igual que Levillier, el papel de los virreyes como mediadores de la Corona, los cuales, como acabamos de observar, tuvieron un relevante rol en la traslación y creación de legislación para los nuevos territorios de la Monarquía Hispánica. Estos gobernadores tuvieron que ejercer como una especie de modernos antropólogos, atentos observadores de la 157. Ibíd. En esta misiva el virrey exponía el caso de Pablo de Meneses, el cual veremos más adelante, que implicaba tanto un fraude a la corona como el matrimonio con una menor. A raíz de este complicado caso, Nieva exponía los peligros relacionados con el fraude, así como una posible solución. 158. Recopilación, lib. VI, tít. XI, ley VI. 159. Carta del Virrey D. Francisco de Toledo a S. M sobre los casamientos de los vecinos. Los Reyes, 12 diciembre 1577. Levillier, 1924, 6: 18-21. 160. “[…] las dichas células fueron justificadas pues por ellas se atajan los fraudes y malicias que referido […] porque, aunque no se puede negar que es válido el matrimonio, aunque se contraiga en el artículo de la muerte […] y que lo mismo sucede en los que se casan en edad decrépita y ya moribundos […] tampoco se puede dudar que los matrimonios fraudulentos no deben ser favorecidos ” Solórzano, op.cit., cap. XXII “de la sucesión de las mujeres a las encomiendas de los maridos y si gozan de ella las esposas de futuro y de presente antes de haber consumado el matrimonio y estar en mutua cohabitación” p. 350. 161. Ots Capdequi, 1921: 81. Sobre legislación colonial temprana ver Duve y Phlajamäki, 2015 y Honores, 1999 y 2018 y 2019.
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realidad del virreinato, sugiriendo a partir de sus experiencias propuestas y soluciones en ocasiones no tan éticas como les correspondía, como funcionarios responsables de hacer cumplir la ley con todo rigor, intentando compaginar sus obligaciones con la salvaguarda de los intereses de la corona. Del mismo modo, en varias ocasiones las autoridades aprovecharon su privilegiada situación para utilizar la legislación en pro de su conveniencia y de la de sus familiares y allegados, muchas veces a costa de los destinos de estas mujeres encomenderas, como veremos a continuación. Matrimonios forzosos
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Una solicitud por parte de los virreyes para atajar los inconvenientes derivados de los matrimonios fraudulentos de las encomenderas fue poder casarlas con quien más conviniese, política mediante la cual podían, además, premiar a los conquistadores con sus repartimientos como dote. Esta práctica, paradójicamente, acababa ocasionando matrimonios fraudulentos, ya que en la mayor parte de las ocasiones las jóvenes no tenían posibilidad de escapar de estas uniones que se hacían generalmente contra su voluntad. Uno de los virreyes que más usó y abusó de esta praxis fue el virrey Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete. Incluso ha llegado hasta nuestros días un memorial escrito por el factor Bernardino de Romaní en que se describen los abusivos matrimonios que este virrey habría realizado por la fuerza para favorecer a allegados, deudos y amigos.162 La mayor parte de las mujeres que aparecen en dicho memorial eran encomenderas como Teresa de Avendaño, beneficiaria de los repartimientos de Lucanas-Laramate, a quien el marqués de Cañete había casado con su sobrino Pedro de Córdoba y Guzmán, llegado con él al Perú en 1556 como parte de su séquito. Cañete también arregló el matrimonio entre la encomendera de Angaraes doña Inés de Villalobos, hija de la viuda doña María de la Milla, y don Amador de Cabrera, famoso primer propietario de la mina de azogue de Huancavelica, antes de que pasara a la Corona. 162. “Memorial hecho por el Oficial Real de Hacienda Romany, de las cosas que recibieron el Marqués de Cañete, sus hijos, su sobrino don Pedro de Córdoba y algunos criados, así como de los casamientos que hizo el Virrey” En Levillier, 1921, 2: 448. Asimismo, envió una carta al monarca relatando más abusos e irregularidades: Carta del factor Bernardino de Romaní al presidente y señores del Consejo de las Indias contra el virrey marqués de Cañete, enumerando sus atropellos y prodigalidades. Los Reyes, 23 diciembre 1557. Levillier, 1921, 2: 484.
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Otra víctima de los abusos de Cañete fue doña Beatriz de Santillán, encomendera de Parinacocha en el Cuzco a quien el virrey casó con Pedro de Villagra. Al parecer, el virrey Cañete habría nombrado a su hijo don García de Mendoza Gobernador de Chile, motivo por el cual procuró que Villagra no volviera a esta región. Como compensación le casó con doña Beatriz de Santillán, quien tenía un repartimiento que valía de renta más de 6.000 pesos y, además, le prometió la mitad de una encomienda que tenía Alonso Álvarez de Hinojosa.163 Bernardino de Romaní señalaba que este casamiento había sido ofrecido primero a Diego López de Zúñiga y cuando este lo rehusó, el virrey lo embarcó y envió a España. El propio virrey había informado de su intención a través de una misiva al monarca:
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[…] Llame a Diego López de Zúñiga que era uno de los capitanes más válidos y de más amigos, porque era de mejor casta que los otros, y le dixe la voluntad que tenía de hacelle merced en nombre de V.M y que, por tener tan poco paño como había y tantos con quien cumplir, que lo quería casar con doña Beatriz de Santillán, de buena casta, sobrina del licenciado Santillán, que aunque viuda moza y de buen parecer y sin hijos que tenía un repartimiento que vale siete mil pesos y más de veynte e cinco mil en esclavos y otras haciendas. Y, respondiome que no era su honra que por su muger parecíese que se le dava de comer sino por sus servicios […].164
Quizás uno de los casos más impactantes sea el de María Gutiérrez, hija del conquistador Diego Gutiérrez, vecino de San Miguel de Piura y de María de Sandoval. Tras la muerte de su padre, siendo una pequeña niña de apenas unos nueve o diez años de edad, María le sucedió como encomendera en sus repartimientos. Según narra Bernardino de Romaní, el virrey marqués de Cañete forzó el matrimonio entre ella y Luis del Canto –hijo de su médico–, quien apenas contaba con unos 10 años de edad.165 En el citado memorial se mencionan otros matrimonios en los que habrían estado involucradas encomenderas:
163. Guevara, 1901: 24, nota 1. 164. Carta del virrey marqués de Cañete a S.M. Los reyes 3 de noviembre, 1556. En Torres de Mendoza, 1865, tomo 4: 112 y 113. 165. Carta del factor Bernardino de Romaní al presidente y señores del Consejo de las Indias contra el virrey marqués de Cañete, enumerando sus atropellos y prodigalidades. Los Reyes, 23 diciembre 1557. Levillier, 1921, 2: 454-455.
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[…] A don Pedro de Mercado su pariente con la muger de Mercadillo vecino de Loja y diole los yndios della por dos vidas acabándose en la de ella y diole mas otros yndios que tenia siendo hombre recién venido de Castilla y que no a servido en esta tierra. Casó a Barrientos su, maestre de sala, con hija de Cárdenas y encomendole los indios que eran de Pedro Ortiz su primer marido que los tenía perdidos porque fue traidor en lo de Francisco Hernández. A Hernando Pantoxa secuaz de Gonzalo Pizarro por respeto de Lorenzo de Aldana le caso con doña Bernardina de Heredia y le encomendó los yndios de Gualeba y los del capitán Mosquera […].166
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Pero no solo Cañete utilizó a las encomenderas. Otros varios virreyes trataron de favorecer a sus deudos y familiares a través de matrimonios con algunas de estas acaudaladas mujeres. Don Luis de Velasco, marqués de Salinas, quiso casar a don Bartolomé de Osnayo, su deudo y criado, con la hija de don Joseph y doña Catalina de Alconchel. Para ello, Velasco concertó que doña Catalina de Alconchel hiciese dejación del repartimiento de Mala a don Pablo de Montemayor, su hijo, a quien se le concedió por dos vidas.167 También el virrey Toledo utilizó el matrimonio para favorecer a sus familiares al casar a doña Francisca de Guzmán, una de las encomenderas más ricas del Perú, viuda de “Maldonado el rico”, con su sobrino don Jerónimo de Figueroa.168 Esta práctica fue conocida y condenada por las autoridades de la metrópoli según se refleja en la instrucción al virrey Luis de Velasco en la que se le apercibía sobre el asunto: […] y porque una de las mayores quejas de los vecinos, y que causa más descontento en la tierra, es la poca libertad que las encomenderas tienen en sus casamientos porque sucediendo alguna en algún buen repartimiento los virreyes las 166. Ibíd. En el memorial también se mencionaban otros matrimonios de mujeres vinculadas al grupo encomendero casadas contra su voluntad, siendo incluso una de ellas asesinada por su esposo: “Casó a doña Catalina hija del licenciado Martel con un guanuco rrico y contra su voluntad porque diz que no avia buena rrelacion della […] Juan rodríguez de Villalobos vezino del cuzco fue secuaz de Francisco Hernández aunque durante la guerra se pasó a servir a su magestad hizo que [el virrey Cañete] dotase con ellos [tres mil pesos] a doña Graciana Duarte con quien le caso matola a puñaladas sin culpa y el fue encubado […]”. El encubamiento se aplicaba en casos de parricidio, entendiendo como tal matar a padres, hermanos o cónyuges. Durante la Edad Media encubar consistía en introducir al reo en un saco junto a un mono, un perro, una víbora y un gallo, que eran arrojados de inmediato al río, mar o laguna más cercana. En la Edad Moderna, el reo pasó a ser ahorcado y después quemado. 167. Asimismo, el virrey dio el repartimiento de Mañazo –que había pertenecido a Pedro Arias Dávila y que valía sobre 4.500 pesos– en propiedad por dos vidas a don Joseph de Rivera, marido de doña Catalina, con 2.000 pesos de renta anual. Torres de Mendoza, 1865, tomo 4: 493. 168. Busto, 1986: 144.
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casan con deudos y criados suyos, o ellos lo procuran y consiguen con su favor, qué es causa de que muchos repartimientos y de los mejores se hallen al presente en personas que no han servido. Estaréis advertido de no embarazarlos ni tratar de dichos casamientos, sino que la dejéis correr con la libertad que es justo y necesario, antes procurando que dichas encomenderas se casen con las personas que fueran más a propósito para mí servicio, pacífico estado y conservación de la tierra […].169
Las mujeres más susceptibles de sufrir este tipo de abusos por parte de las autoridades o familiares fueron las más vulnerables, es decir, aquellas que carecían de la protección de su grupo o familia tales como las viudas o las huérfanas y menores.170 Incluso el cronista Garcilaso dedica un capítulo a describir la habitual práctica de imposición de poder y abuso por parte de las autoridades hacia las viudas de encomenderos en aras de su política de afianzamiento, creación de alianzas y recuperación de encomiendas: 100
[…] es de saber que como en las guerras pasadas hubieron muertos muchos vecinos que tenían indios, y sus mujeres los heredasen, porque ellas no casasen con personas que no hubiesen servido a Su Majestad, trataron los Gobernadores de casarlas de su mano, y así lo hicieron en todo el Perú. Muchas viudas pasaron por ello; a otras muchas se les hizo de mal: porque le cupieron maridos más viejos que los que perdieron […].171
El autor relata cómo muchas viudas encomenderas habrían sido forzadas a casarse contra su voluntad, en muchos casos con personas elegidas por la Corona para ser premiadas con sus dotes, siendo, en ocasiones, personas de avanzada edad o de inferior alcurnia. De este modo viudas, no solo españolas, sino también mestizas e incas, fueron obligadas a contraer matrimonio como parte de la política de control y reorganización del territorio andino. Así sucedió con un gran número de miembros de la élite incaica como Beatriz Manco Cápac, descendiente de Huayna Cápac y encomendera de Urcos y Juliaca. Tras el fallecimiento de su primer esposo, el conquistador Pedro de Bustinza, 169. Instrucción al virrey Luis de Velasco. 22 de julio de 1595. José de la Puente señala como estas órdenes no fueron obedecidas y los abusos siguieron, ya que estos mismos términos son reiterados en las instrucciones a los virreyes conde de Chinchón y marqués de Mancera (Puente Brunke, 1991a: 42, nota 101). 170. Pérez Miguel, 2011: 65-94. 171. De la Vega, op.cit.: 11. Libro Sexto. Capítulo III. “Casamientos de viudas con pretendientes. Los repartimientos que se dieron a Pedro de Hinojosa y a sus consortes. La novedad que en ellos mismo causó”.
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doña Beatriz fue forzada a casarse con un soldado llamado Diego Hernández, de quien se decía que había sido en su juventud sastre. La princesa, tras conocer de estas circunstancias, intentó rehusar el casamiento alegando, según el cronista Garcilaso, “que no era justo casar la hija de Huayna Cápac Inca, con un Ciracamayo [sastre]”. A pesar de las súplicas de doña Beatriz y de que varias personalidades de Cuzco como el obispo y el capitán Diego Centeno intervinieron en su favor, no hubo resultados favorables para la encomendera, quien en última instancia mandó a llamar a su hermano Cristóbal Paullu, quien no solo no la apoyó, sino que reprobó su actitud diciéndole “que no le convenía rehusar aquel casamiento, que era hacer odiosos a todos los de su linaje real, para que los españoles los tuviesen por enemigos mortales y nunca les hiciesen amistad”. Finalmente, aunque de mala gana, doña Beatriz accedió a casarse. Garcilaso relata que la novia al ser preguntada por un intérprete si quería por esposo a Diego de Hernández, respondió en quechua diciendo “Ichach munani, Ichach manamunani, que quiere decir, quizá quiero, quizá no quiero”.172 Otra mujer inca que no tuvo mejores perspectivas, a pesar de ser una de las más acaudaladas encomenderas de Perú, fue la princesa Beatriz Clara Coya, hija del Inca Sayri Túpac Yupanqui, quien desde su más temprana edad fue utilizada como un simple peón de las estrategias políticas coloniales. En 1558, las negociaciones del virrey Cañete con el entonces soberano Sayri Túpac, tratando de lograr su salida de Vilcabamba donde se hallaba alzado culminaron de manera exitosa. A cambio de someterse a la obediencia de la Corona el Inca recibió varias encomiendas en el Cuzco y unas tierras en Yucay, donde podría vivir de acuerdo a “la calidad de su persona”.173 Tras su salida de Vilcabamba, se trasladó a dicha localidad con su esposa y hermana, la coya Cusi Huarcay, y su pequeña hija Beatriz. Sin embargo, poco después, en 1561, Sayri moría asesinado, se cree que envenenado por el curaca cañarí de Yucay Francisco Chilche, sucediéndole Beatriz en sus ricas encomiendas del Cuzco.174 172. Otros autores dan una interpretación diferente al suceso. Sara Guenguerich, señala que la reticencia de doña Beatriz se debería, más que a la inferior alcurnia de Hernández, a la obligación de abandonar la ciudad del Cuzco (Guengerich, 2015). 173. Entre los repartimientos otorgados se encontraba el de Yucay, el cual había pertenecido previamente al propio conquistador Francisco Pizarro y luego a su hijo Gonzalo. Los otros repartimientos de Jaquijaguana, Gualaquipa y Pucara habían pertenecido al encomendero rebelde Francisco Hernández Girón y tras su ajusticiamiento habían vuelto a la Corona.En 1561 los repartimientos de Jaquijahuana, Yucay, Guallaquipa y Pucara estaban tasados en unos 15.000 pesos (Hampe, 1979: 15). 174. Nunca se pudo demostrar la responsabilidad de Chilche quien fue liberado tras un año encarcelado.
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Tras la muerte de su padre, la ñusta Beatriz que contaba con tan solo cinco años edad fue llevada al monasterio de Santa Clara en el Cuzco, donde se recogían hijas de conquistadores y otras personas notables del reino, para “ser criada y aprender las buenas costumbres”.175 Sin embargo su madre, la ahora viuda Coya Cusi Huarcay, bautizada como María Manrique, la sacó del centro para criarla en la casa de Arias Maldonado, uno de los vecinos más acaudalados del Cuzco con quien había trabado una estrecha relación y con el que al parecer había tenido dos hijos ilegítimos.176 Arias Maldonado y su hermano menor, Cristóbal, conocedores de la cuantiosa fortuna de Beatriz, habían planeado su unión con Cristóbal para quedarse con sus encomiendas. Incluso corrieron rumores de que Cristóbal había violado a la pequeña, de unos ocho años de edad, para forzar sus derechos en un matrimonio que habría sido realizado en secreto hacia 1566.177 Este enlace suponía un gran inconveniente para las autoridades españolas, quienes planeaban utilizar a la pequeña Beatriz Clara Coya para lograr la paz con el nuevo gobernante Inca en Vilcabamba; Titu Cusi, tío de la ñusta, quien había ocupado el poder tras la muerte de Sayri Túpac. Una de las condiciones establecidas por Titu Cusi para abandonar Vilcabamba era el matrimonio entre su hijo Quispe Titu y su sobrina Beatriz.178 Las autoridades españolas se opusieron inmediatamente a la unión entre Beatriz y Cristóbal, que perjudicaba sus intentos de pacificación con Titu Cusi, tal y como señalaba el Gobernador Vaca de Castro en una misiva dirigida al rey, en la que además solicitaba una dispensa papal para que Beatriz pudiera casarse con su primo.179 Asimismo, el enlace con Cristóbal amenazaba 175. Burns, 2010: 27. Dicho monasterio fue una institución de particular importancia debido a la relevancia que tuvo en la conformación de las estructuras sociales y religiosas coloniales del siglo XVI, así como al papel clave que ejerció sobre doña Beatriz y otras jóvenes mestizas descendientes de la nobleza Inca. 176. Dumbar, 1950: 110. 177. Cristóbal tenía mala fama de muchacho pendenciero. No solo se había visto envuelto en varias riñas y disputas, sino que, además, había sido acusado de haber seducido y abusado de la hija del capitán Jerónimo Zurbano (Rostworowski, 1970). 178. Según Hemming, este matrimonio otorgaría legitimidad a su hijo, quien al casarse con la hija de Sayri Túpac se convertiría en digno competidor legitimado frente a Túpac Amaru, el otro candidato a Inca que en esos momentos tenía más derechos que él (Hemming, 2004: 557). Asimismo, la holgada situación económica que alcanzaría debido a la cuantiosa renta que arrojaban estos repartimientos habría influenciado a la hora de poner esta condición. Ver también Lamana, 1996. 179. “[…] se contiene que este niño se case con hija [Beatriz] que quedo de Sayretopa por manera que son primos y primos dos vezes porque acá estos en su ynfidilidad se casauan hermanos con hermanos y ei padre y la madre del niño y el padre y la madre de la niña todos quatro son hermanos hijos de vn padre y no madre y anbos dos muchachos no pasan de nueve años el que más ha es menester que vuestra
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con minar la potestad de la Corona en esta región, otorgando, por el contrario, un excesivo poder a los hermanos Maldonado. El licenciado Castro transmitía al rey su preocupación señalando que, si ya su preeminencia había aumentado tras su participación en el levantamiento de Girón, este matrimonio les otorgaría aún más poder: “[…] no conbiene que este [Cristobal Maldonado] tenga el repartimiento que tiene la muchacha teniendo su hermano el repartimiento de Hernando Pizarro que serán tan poderosos que nadie les pueda ir a la mano en el Cuzco […]”.180 La Corona reaccionó rápidamente y tras conseguir una bula papal para anular el matrimonio, en un principio consumado, doña Beatriz fue devuelta al convento.181 De esta manera podrían proseguir las negociaciones con Titu Cusi y, asimismo, evitaban un peligroso fortalecimiento de los Maldonado, quienes al mismo tiempo eran acusados de conspirar en una revuelta conocida como “motín de mestizos”, en la que estaban involucradas muchas personas de renombre procedentes de Huamanga, Cuzco y la Ciudad de los Reyes, y que tenía por objetivo asesinar al virrey. Cristóbal, acusado de conspiración, fue enviado a España junto con otros sospechosos de sedición.182 La Corona tenía el camino libre para disponer de la ñusta, pero entonces, inesperadamente, Titu Cusi murió y su hermano Túpac Amaru le sucedió liderando la resistencia en Vilcabamba, por lo que las negociaciones con la Corona se rompieron. Frente a este acontecimiento, Beatriz volvió a ingresar al convento, donde permaneció hasta aproximadamente los quince años de edad, cuando el virrey Francisco de Toledo le hizo elegir entre el matrimonio o seguir como profesa, ante lo que la ñusta, según Toledo, manifestó su preferencia por lo primero.183 El virrey planeaba casar a doña Beatriz con una persona de su elección al igual que había hecho anteriormente con su madre la Coya Cusi Huarcay magestad mande que se trayga dispensación de Roma pues la causa es tan bastante para que su santidad la de que es bolberse estos cristianos y la paz y sosiego deste Reyno […] porque por el proceso que alla hes ydo parece que esta niña la casaron con Cristobal Maldonado sepa vuestra magestad questa niña al tiempo que la casaron no hauia ocho años cumplidos y aun ahora no ha nueve enteros y a reclamado deste negocio y casamiento […]”. Carta del Licenciado Castro, dirigida al Consejo de Indias, Los Reyes, 12 de enero de 1566. En Levillier, 1921, 3: 155-156. 180. Ibíd. El virrey sugería quitar el repartimiento a la ñusta dándole a cambio una renta para ella y su madre. 181. AGI. Patronato, 3, N.25. Sentencia relativa a la validez del matrimonio contraído por Cristóbal Maldonado con Beatriz de Coya, en Calca, obispado de Cuzco. Madrid, 15 de junio de 1578. 182. Carta a S. M. licenciado Castro con larga relación del motín que tramaban, entre otros, Arias y Cristóbal Maldonado. Los Reyes, 1567. En Levillier, 1921, 3: 229-246. 183. Rostworowski, 2003: 21.
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a quien forzó a contraer matrimonio con un soldado sin rango ni bienes llamado Juan Fernández Coronel.184 En esta ocasión Toledo encontró al candidato ideal para la ñusta en uno de sus principales frentes de batalla: Vilcabamba. En 1572, tras largos meses de ofensiva, el ejército español había vencido a las tropas incas rebeldes en Vitcos, donde capturaron al soberano Inca Túpac Amaru, tío de doña Beatriz. Uno de los principales artífices de la captura era el capitán Martín García Óñaz de Loyola.185 Así, el Virrey Toledo orquestó un cínico matrimonio entre la sobrina del ajusticiado, la joven ñusta doña Beatriz, y su captor, don Martín García. Frente a esta propuesta, el soldado aceptó por servir al rey, aunque la novia “fuese yndia y de su traje” señalando que “quería servir a su magestad en casarse con esta yndia para que por su causa no hubiese pretensión ni desasosiego”.186 Al igual que Hemming, consideramos que dicha decisión estuvo influenciada, más que por una voluntad de servicio, por la cuantiosa herencia paterna que sería restituida a la princesa una vez que se efectuara el desposorio.187 La boda se llevó a cabo con el lujo correspondiente a la unión de familias tan importantes en los Andes y España: la novia, princesa inca, y el novio, nieto sobrino de Ignacio de Loyola, uno de los fundadores de la orden jesuita, perteneciente a la más antigua y legendaria nobleza de Vizcaya. Existen varias pinturas representando este acontecimiento, así como el matrimonio de la hija de la pareja188. Una de estas versiones se encuentra en la capilla de la Iglesia de la Compañía, en la Plaza de Armas de Cuzco (imagen 4). En el lado izquierdo observamos a doña Beatriz Clara Coya con su esposo don Martín García Óñaz de Loyola. Junto a ellos se distingue la figura del fundador jesuita, San Ignacio de Loyola, y detrás de la pareja podemos observar a parte de la familia de la ñusta, como su padre Sayri Túpac, su madre la Coya Cusi Huarcay y don Felipe Túpac. Todos ellos están engalanados con bellos ropajes incaicos. La coya Cusi Huarcay usa una ñañaca o tocado inca y presenta un papagayo en su mano. Por su parte, tanto Sayri como Felipe ostentan una mascapaicha símbolo de poder imperial inca, que consistía en una borla de fina lana roja. Asimismo, ambos llevan un cetro además de 184. Fruto de este matrimonio nacieron dos hijos legítimos: Juan Fernández Coronel Inca y Melchora Sotomayor Coya (Dumbar, 1950: 10-122). La coya nunca se resignó a su situación y consciente de su calidad, como hija de Huayna Cápac y miembro de la nobleza Inca no dudó en elevar sus protestas. Sin embargo, siguió casada y tutelada por Coronel (Pérez Miguel, 2011). 185. Hemming, op.cit.: 557-558. 186. Carta del virrey Toledo a S.M. Cuzco, 24 de septiembre de 1572. En Levillier, 1924, 4: 483. 187. Hemming, op.cit.: 558. 188. Se sabe que existieron al menos media docena de versiones. Las que estaban en Juli y Maranganí han desaparecido y quedan únicamente cuatro; dos en Lima y dos en Cuzco.
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Imagen 4. Matrimonios de Martín de Loyola con doña Beatriz ñusta y de doña Ana María Lorenza de Loyola Coya con don Juan Enríquez Borja (Iglesia de la Compañía de Jesús, Cuzco).
un escudo. Como fondo arquitectónico, encontramos una representación de la Iglesia de la Compañía de Jesús del Cuzco, donde en la actualidad se halla esta pintura.189 En el extremo inferior izquierdo hay dos indígenas a modo de emisarios. Uno de ellos esta tocando un pututu o pututo, es decir una caracola marina usada como instrumento de viento, y utilizada para llamar a reuniones o dar avisos de importancia. El otro sostiene una cartela en la que consta una inscripción que proporciona información acerca de lo que se está representando: Don Martín de Loyola, gobernador de Chile, sobrino de nuestro padre San Ignacio, hijo de su hermano mayor don Beltrán de Loyola. Casó con doña Beatris ñusta heredera y princesa del Perú como hija de don Diego Ynga su último rey por haber muerto sin hijos su hermano mayor don Phelipe Ynga. De don Martín y de doña Beatris [sic: Beatriz] nació doña Lorenza ñusta de Loyola, que pasó a España por orden de nuestros Reyes Católicos, y la casaron en Madrid con el 189. Para un estudio de los aspectos iconográficos del cuadro: Choque, 2014.
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excelentísimo señor don Juan de Borja hijo de San Francisco de Borja y embajador del señor rey Phelipe II a Alemania y Portugal. Con este matrimonio emparentaron entre si y con la Real Casa de los Reyes Yngas de Perú, las dos casas de Loyola y Borja cuya sucesión está oy en los excelentísimos Señores Marqueses de Alcañises, grandes de primera clase.
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Al lado derecho se encuentra la hija de doña Beatriz y don Martín; Ana María Lorenza de Loyola Coya, quien se encuentra ataviada a la usanza de la nobleza castellana. Junto a ella está su esposo Juan Enríquez de Borja y Almansa, caballero de la Orden de Santiago, y al lado de la pareja, sosteniendo una calavera, encontramos a San Francisco de Borja. En la parte de atrás se representa el momento del enlace de la pareja. Otras otras versiones del cuadro representan la misma escena con algunas variantes. Por ejemplo, en una segunda pintura, que se encuentra actualmente en el museo Pedro de Osma en Lima, consta una leyenda prácticamente idéntica, la cual solo difiere en la frase final, y, además, contiene la fecha en que fue realizado: “[…] Con este matrimonio se emparentaron con la real casa de los yngas las dos casas de Loyola y Beltrán. Año de 1718.” (imagen 5). Asimismo, al igual que en la versión del Cuzo, observamos a parte de la familia de la ñusta ostentando las mismas insignias de poder, prendas y accesorios de la otra pintura, como el papagayo que presenta la Coya Cusi Huarcay en su mano. Una tercera versión que se conserva en el Beaterio de Copacabana de Lima, presenta también una cartela, aunque es en la parte inferior del cuadro donde se amplia la información acerca de los protagonistas de la pintura (imagen 6).190 Tras el matrimonio, el virrey confirmó el derecho de los esposos al repartimiento de Yucay, del cual tomaron posesión el 29 de octubre de 1572.191 Sin embargo la posesión del mismo y del resto de encomiendas de doña Beatriz no estuvo exenta de problemas. En 1571, durante la Visita General realizada por el visitador Pedro Gutiérrez Flores por orden del virrey Toledo, 536 tributarios fueron sacados de los repartimientos de Yucay y Jaquijaguana y puestos en la Corona.192 Todo esto se realizó sin avisar ni escuchar a la encomendera, doña 190. En dicha cartela únicamente se señala: “Casamiento y lo probeido deste matrimonio que prevaleze en la Europa e sus desendientes don Martín de Loyola, Caballero de la Orden de Calatrava, señor de la Casa de Loyola, gobernador y capitán general del reyno de Chile, sobrino del glorioso San Ignacio patriarca de la Sagrada Compañía de Jesús con la señora doña Beatriz Clara Coya Yndia del Perú”. 191. Rostworowski, 2003: 82. 192. Toledo se propuso reducir a pueblos a los indios yanaconas de Yucay. Para ello empadronó a 418 indios como tributarios, poniéndolos en la Corona Real y reducíendolos a los pueblos de San Benito de
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Imagen 5. Matrimonios de Martín de Loyola con doña Beatriz ñusta y de doña Ana María Lorenza de Loyola Coya con don Juan Enríquez Borja (Museo Pedro de Osma, Lima).
Beatriz, quien en esos momentos era menor de edad.193 En enero de 1574, Martín García Oñaz de Loyola interponía un pleito contra la Corona sobre la Alcántara, Santiago de Oropesa, San Bernardo de Urubamba y San Francisco de Maras. María Rostworoski ha realizado un estudio introductorio y publicado parte del pleito. Los datos aquí presentados han sido extraídos de su artículo. Rostworowski, 1970: 156. 193. Tampoco pudo actuar su tio Titu Cusi, quien se encontraba alzado en Vilcabamba. Asimismo, el tutor de la princesa, Atilano de Anaya, se encontraba en los montes de Vilcabamba intentando negociar con el tío de Beatriz su rendición. Ibíd.
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Imagen 6. Matrimonios de Martín de Loyola con doña Beatriz ñusta y de doña Ana María Lorenza de Loyola Coya con don Juan Enríquez Borja (Beaterio de Copacabana, Lima).
posesión de dichos tributarios a los que en 1576 doña Beatriz sumó otros tantos de los que había sido despojada. El pleito se alargó varios años, falleciendo en el transcurso del mismo el capitán Martín García Oñaz de Loyola y la propia doña Beatriz. Tras su muerte, la hija del matrimonio, doña Ana María Lorenza, continuó con el litigio.194 Tampoco el matrimonio de Beatriz le proporcionó la tranquilidad que hubiera sido deseada. Tras el pago de una fianza, Cristóbal Maldonado volvió al Perú reclamando sus derechos como primer esposo de la ñusta. Sin embargo, en la década de 1580, tras varios años de proceso, el litigio se resolvió a favor del segundo esposo, don Martín195. Así el destino de Beatriz quedó sellado tras haber sido, casi toda su vida, objeto de las negociaciones tanto para asegurar la lealtad de los Incas rebeldes a la Corona como para premiar los servicios dados a la Monarquía. 194. En 1617 aparece una sentencia de revisita. Ibíd.: 158. 195. Hemming, op.cit.: 558.
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Tras el matrimonio, Francisco de Toledo recomendó al rey enviar a don Martín y a doña Beatriz a España temiendo tener en Perú a los hijos y descendientes de los antiguos señores quienes podían albergar pretensiones de poder.196 Aunque dicha propuesta no se concretó, sin embargo, en 1591, don Martín fue nombrado gobernador de Chile, decisión que no fue del agrado del entonces virrey de Perú, García Hurtado de Mendoza, quien en una carta tildaba a don Martín de “gran mercader, muy mísero y no soldado”.197 El capitán partió a la provincia de Chile, siguiéndole posteriormente doña Beatriz. Se establecieron en Concepción, donde nació su hija, Ana María Lorenza, falleciendo pocos años después, en 1598, don Martín en un ataque de los araucanos en Curalava.198 En 1599, tras la muerte de su esposo, doña Beatriz se trasladó a Lima acompañada de su hija Ana María; su hermanastra por parte de madre Melchora de Sotomayor Coya; y una sobrina de su marido. Beatriz residió en la Ciudad de los Reyes hasta su fallecimiento el 21 de marzo del año 1600.199 En cuanto a su hija, Ana María Lorenza, la Corona, continuando su política de destierro para con los miembros de la nobleza incaica, ordenó que la niña, se trasladara a España. En 1611 doña Ana María se casó con don Juan Enríquez de Borja, caballero de Santiago perteneciente a la más alta nobleza, nieto de San Francisco de Borja, y procedente de las Casas de los duques de Gandía y de Alcañices. La coya contaba con una cuantiosa herencia que consistía en los numerosos repartimientos de su abuelo Sayri Tupac, concedidos a perpetuidad, y una pensión de 1500 pesos anuales otorgados a su padre por 196. “[…] que la dicha doña Beatriz con su marido fuesen a esos reynos [España] para que del todo estas provincias quedasen desarraigadas de la ocasión que a traydo para todo el daño desta tierra espiritual y temporal el nombre y apellido destos yngas”. Carta a S. M. del virrey D. Francisco de Toledo La Plata, 30 noviembre 1573. Levillier, 1924, 5: 216-218. Dicho miedo era constante entre las autoridades virreinales, y explica gran parte de su política de expulsión de la nobleza Inca de Perú a España. Toledo procedió con el exilio de los incas del Cuzco: “a quien no se cortaron las cabezas los mande desterrar y sacar deste reyno a todos los varones dellos que hallaron en la dicha provincia los que fueron a hazer aquella guerra y castigo” (Levillier, 1924, 5: 216-218). Respecto a las mujeres, parece que la política de Toledo fue más flexible: “Atento que heran niñas y mugeres y que era de nyngún inconveniente […] mande que los repartiesen entre algunas vecinas de la ciudad para que allí fuesen doctrinadas y enseñadas en las cosas de nuestra sancta fee catholica y que las casasen” (Nowack, op.cit.: 27). 197. Dumbar, 1950: 114. 198. Su cráneo, considerado un trofeo por los araucanos, fue utilizado como vaso por los indios en sus rituales hasta que sea rescatado en 1641 por el marqués de Baides, al celebrar las paces con los araucanos. Dumbar, 1950: 114. 199. Rostworowski, 2003: 83-84. En su testamento destaca, sobre otros aspectos, la desfavorecida situación económica en la que la noble inca se hallaba inmersa. Casi todos los objetos de valor a los que se refería Beatriz estaban empeñados o impagos. Su testamento ha sido publicado por Ella Dunbar Temple (Dunbar, 1950) y republicado por Gonzalo Lamana quien, además, ha añadido su codicilo (Lamana, 1999).
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la captura de su tío abuelo. Además, En 1614, la joven recibió la dignidad de adelantado del Valle de Yupanqui y el título de marquesa de Oropesa, con una renta de diez mil ducados. En 1615, doña Ana María y su consorte visitaron Perú. En un principio permanecieron en Lima, donde la pareja tuvo tres hijos varones. Sin embargo, poco después se trasladaron a su marquesado en Yucay donde vivieron durante siete años en una gran mansión en Urubamba. La llegada de la pareja Borja-Loyola al Perú fue especialmente recibida por los jesuitas, ya que dichos esposos representaban la alianza de dos de los santos fundadores de la orden. Por ese motivo los religiosos, comisionaron las anteriormente citadas pinturas para conmemorar la unión de los santos jesuitas y los reyes Incas (imágenes 4, 5 y 6). En 1627 doña Ana María y su esposo regresaron a la ciudad de Madrid, donde ella residió hasta su muerte en 1630. La utilización de las encomenderas como un peón en las estrategias de virreyes y gobernadores, encargados de velar por la adecuada configuración del tejido político del virreinato, fue algo habitual desde el comienzo de la conquista. Sin embargo, dichas autoridades, como ya pudimos observar, también utilizaron estas uniones a su conveniencia. Pero no solo los virreyes forzaron enlaces de encomenderas, sino que también sus familiares y tutores las obligaron a contraer matrimonio como parte de estrategias de la perpetuación del patrimonio familiar, como vimos en el caso de Juana de Peñalosa, o para conseguir favores políticos. Así sucedió con la encomendera de Huánuco, Bernardina de la Barrera, a quien su tío, el oidor Alonso de Santillán, la casó con el encomendero Cristóbal de Torres. La historiadora Marina Zuloaga señala como el codicioso oidor, anhelando la encomienda de Torres, quien no tenía descendencia, casó a su sobrina con el encomendero en un matrimonio de “último momento”, ya que el esposo falleció a los pocos días del enlace.200 Tras la muerte de su esposo, Bernardina contrajo segundas nupcias con el médico Pedro Alvarado de Torres. Aunque no se menciona en el pleito si estos Torres, Pedro y Cristóbal eran de la misma familia, parece oportuno considerar que nos encontramos ante un caso de matrimonio concertado para hacer que la encomienda permaneciera dentro de la misma familia, algo usual en las políticas matrimoniales de los encomenderos del siglo XVI como hemos visto en el caso de los Vergara. Otra joven encomendera forzada a contraer matrimonio fue Ana de Villegas. Tras la muerte de su padre, Jerónimo de Villegas, se nombró como 200. Zuloaga, 2012: 81.
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tutor de Ana a Juan de la Torre, uno de los de la Isla del Gallo, quien estaba siendo juzgado por su actuación contra la Corona en la rebelión de Gonzalo Pizarro. Para ganarse el favor de uno de los jueces, el licenciado Hernando de Santillán, Juan de la Torre ofreció arreglar un enlace entre el sobrino del licenciado, llamado también Hernando de Santillán, y Ana de Villegas. Según relata una carta del doctor Cuenca, el tutor de la joven, Juan de la Torre, indujo a Hernando de Santillán a violar a la pequeña Ana, quien apenas contaba con unos 10 años de edad, para hacer su matrimonio inevitable.201 La cuestión de la edad de los contrayentes así como de las relaciones forzadas era un asunto controversial, siendo las opiniones de los jurisconsultos diversas e incluso contradictorias. Solórzano dedica varías páginas de su obra a analizar si las esposas de futuro “o las que por palabras de presente se desposaban antes de tener la edad que para el matrimonio requiere el derecho”, es decir, 12 años, podían suceder en las encomiendas de sus maridos.202 En verdad eran frecuentes, como hemos podido observar, las ocasiones en que se presentaba esta problemática, siendo el caso de María de Robles uno de los más representativos de esta cuestión. La pequeña María era hija del conquistador y encomendero Martín de Robles y de Juana de los Ríos. Los rumores afirmaban que Juana mantenía una aventura con el amigo de su esposo, el también conquistador y encomendero Pablo de Meneses. Con ánimo de probar su inocencia, Meneses, de unos 60 años de edad, se comprometió con la hija de Robles de tan solo unos siete años. El matrimonio se debió producir poco antes de la muerte de Pablo de Meneses. Debemos señalar que Meneses, poco antes de fallecer, había solicitado poder hacer dejación de sus encomiendas en la Corona para que en consideración a sus servicios fuesen dadas a su sobrino Bernardino. El marqués de Cañete accedió a dicha petición en atención a los méritos de Meneses y, seguramente, debido a varios favores y regalos hechos por el conquistador y encomendero. De ese modo se procedió a confirmar un nuevo título de encomienda por dos vidas al sobrino. Sin embargo, el siguiente virrey, el conde de Nieva, se lo quitó señalando que dicha confirmación no debía haberse realizado, ya que el marqués de Cañete no tenía privilegio de conceder encomiendas y que, además, Bernardino no tenía los suficientes méritos para disfrutar de dicha 201. Trelles, 1991: 100, nota 17. Aunque Trelles señala que la edad mínima eran 10 años la legislación la estableció en 12, tal y como explicamos más adelante con mayor detalle. 202. Solórzano, op.cit.: 350. Libro III, cap. 22. “De la sucesión de las mujeres a las encomiendas de los maridos y si gozan de ella las esposas de futuro y de presente antes de haber consumado el matrimonio y estar en mutua cohabitación”.
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merced. Nieva añadía que solo podía haber sucesión de padre a hijo “y en defecto de hijo o hija a su mujer”, más no de tío a sobrino. Bernardino comenzó un pleito solicitando la recuperación de la encomienda. Sin embargo, al recibir una respuesta negativa adoptó otra estrategia y contrajo matrimonio con María de Robles, la joven viuda de su tío, reclamando la encomienda para su actual esposa como viuda legítima de Meneses. De este modo la Corona ya no disponía de argumentos para negarse a la solicitud de Bernardino. Como podemos comprobar, la legislación no siempre constituía una herramienta infalible para solucionar los pleitos relativos a la sucesión de encomiendas, tema que supuso un constante quebradero de cabeza para las autoridades. En 1562, el virrey conde de Nieva exponía al monarca la enrevesada situación haciendo énfasis en que, al casarse por segunda vez, la viuda no llegaba a los doce años. Sin embargo, según la ley, aunque efectivamente la esposa no tenía en ninguno de los matrimonios la edad permitida, era una esposa de futuro, por lo que los juristas señalaban que de acuerdo a la legislación canónica este tipo de matrimonios era válido. El virrey se lamentaba de que era “una cosa muy fuera de razón y digna de remedio en estos estados que en el artículo de la muerte él encomendero casase en efeto por solo defraudar la provisión de vuestra magestad”.203 Finalmente, doña María sucedió en el repartimiento de su difunto primer marido, Pablo de Meneses, y no se confirmó por lo tanto la merced por dos vidas al sobrino. De este modo, tras la muerte de doña María el repartimiento volvió a la Corona perdiendo Bernardino cualquier derecho sobre el mismo.204 Tal y como señalaba Nieva en una misiva, a tenor del caso de Meneses, “personas que tienen hijas de a seis y siete años mayores y menores tratan con los encomenderos, aunque sean ynpotentes y muy viejos, que se casen por palabras de presente”.205 Solórzano, en su Política Indiana, señalaba que la legislación habría tenido la intención de excluir de la sucesión a las esposas de futuro a través de requisitos como que para suceder hubieran tenido que vivir y estar casados in facie ecclesiae al menos seis meses. Y, si esto ya se solicitaba a la mujer que se casaba en edad legal, aún con mayor razón habría de 203. Carta del conde de Nieva a S.M, 1562. En Levillier, 1921, 1: 456 y 457. (Platt, BouysseCassagne y Harris, 2006). 204. El virrey Toledo puso sobre los tributos de la mitad de Chayanta una situación de 3.000 pesos ensayados en Juana de los Ríos, los cuales fueron administrados por su nuevo esposo, Iñigo de Ayala; y otra de 2.000 pesos en Bernardino de Meneses. Creemos que Toledo pudo conceder dicha renta en base a la anteriormente comentada amistad que le unió a don Pablo Meneses quien, según el propio virrey, se había criado en casa de sus padres como su deudo. Levillier, 1921, 1: 374 y 361. 205. Carta del Conde de Nieva. 1562. En Levillier, 1921, 1: 458.
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ser considerado en la que contrajo matrimonio por palabras de presente antes de tener edad legítima para ello.206 El jurista también se cuestionaba si el matrimonio era válido en caso de ser un matrimonio “de presente” con los seis meses de convivencia cumplidos, pero no consumado. Para él la respuesta sería de nuevo negativa, dado que la principal intención de la Corona era la población de los nuevos territorios, lo que no podría producirse sin cópula, por lo que un matrimonio no consumado no sería un matrimonio pleno perfecto y por lo tanto válido para la sucesión. Solórzano añadía que incluso algunos autores argumentaban que “no bastaría que entre los tales casados haya habido cópula si esa fue antes del matrimonio”. 207 Respecto a los enlaces en que se había forzado la cópula para validarlos, es decir, se había producido una violación, como el de Beatriz Clara Coya o el de Ana de Villegas, Solórzano citaba a otros jurisconsultos como Baldo, Tiranquelo y Tomás Sánchez, los cuales señalaban que “aunque el marido puede aprovecharse de su mujer y forzarla para ello, cuando no quiera, esto se ha de entender después que haya pasado a su casa y poder pero no si todavía está en la casa de sus padres o en el camino porque antes no parece haber adquirido en ella entero dominio”.208 Por ese motivo, dicho matrimonio tampoco podía considerarse perfecto y, consecuentemente, válido para sucesión. Sin embargo, a pesar de los sólidos argumentos expuestos por Solórzano, y respaldados a su vez por otros connotados autores, otros juristas defendían lo contrario argumentando que “no podemos negar a los esposos y esponsales de presente todos los efectos provechos y privilegios del verdadero matrimonio”.209 Para zanjar la cuestión, Solórzano señalaba que aunque uno de los principales objetivos de la concesión de encomiendas habría sido la población, esa consideración fue secundaria porque “la primera y principal fue remunerar a los beneméritos de las Indias y mirar por su comodidad y consuelo”. 206. Un conocido caso era el del duque del infantado, quien quería suceder en una rica encomienda de su difunta esposa, la duquesa y marquesa de Montesclaros. El marqués alegaba que había estado “casado con ella por palabras de presente mas de 6 meses, aunque no consumo el matrimonio ni la había llevado a su casa por ser muy niña” (Solórzano, op.cit.: 350-351. Libro III, cap. 22). 207. Ibíd. “[…] antes de la cópula y cohabitación no parece que se puede llamar pleno y perfecto como lo dicen algunos textos de derecho y lo muestra aún el modo vulgar de hablar en que hasta que esto sea da no damos al matrimonio nombre de casamiento sino de desposorio y a los casados desposados, aunque se haya contraído por palabra de presente porque juzgamos que con ellas se comienza y con la cópula se consuma como lo dicen otros textos e infinitos doctores […]”. 208. Ibíd. 209. “no son menores el número ni estimación de doctrina los autores que afirman que sólo los esponsales de presente bastan aún antes de intervenir cópula o cohabitación [Pablo de Castro y Bartolo]”. Ibíd.
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Tras examinar los diversos casos expuestos relativos a matrimonios de encomenderas, consideramos, al igual que Noble David Cook y Alexandra P. Cook, que la complejidad y matices de los diversos enlaces, los cuales incorporan políticas matrimoniales, cuestiones de género, política de propiedad y sucesión, muestran tanto la falta de un modelo arquetípico, así como la multiplicidad de las estructuras sociales de los primeros años del Perú virreinal y la importancia de las encomenderas en la formación y perpetuación de las mismas.210 Del mismo modo, Berta Ares nos recuerda que no habría “un único modelo ni una pauta única de comportamiento. Lo que encontramos es, ante todo, una pluralidad de actitudes y prácticas, una pluralidad de discursos e imágenes..., pluralidad, en fin, que nos muestra casi con tozudez que la sociedad colonial estaba lejos de ser esa sociedad monolítica y bipolarizada que nos acostumbraron a pensar”.211 Precisamente, a lo largo de los siguientes capítulos analizaremos con detalle la trayectoria vital de la encomendera Inés Muñoz, que nos permitirá analizar, entre otros, aspectos como la conformación de esta compleja temprana sociedad virreinal, las posibilidades de ascenso en los territorios americanos, las estrategias desarrolladas para acceder o conservar esta posición, o las actividades económicas desarrolladas por las encomenderas. Del mismo modo podremos observar los enormes retos, las grandes dificultades o las extraordinarias posibilidades que conllevó para Inés, y otras mujeres, ser beneficiarias de un repartimiento.
210. Cook y Cook, 2011. 211. Ares, op.cit.: 39.
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Parte II INÉS MUÑOZ. UNA ENCOMENDERA EN EL PERÚ VIRREINAL
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Capítulo 2 POBLADORA DE LOS TERRITORIOS PERUANOS
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Sepa V. M que yo fui casada con el capitán Francisco Martín de Alcántara, hermano del marqués don Francisco Pizarro, que murió en su defensa junto con el, y vino a conquistar esta tierra en su compañía, e me trajo consigo. Soy la primera muger casada que en ella entró Carta de doña Inés al emperador Carlos V, 1543.1
Durante los primeros años de conquista y colonización del Perú, varios hombres y mujeres se unieron a la “aventura americana”. Entre estas personas se encontraba una sevillana llamada Inés Muñoz, quien a pesar de sus humildes orígenes llegó a formar parte del exclusivo grupo encomendero y se encumbró como una de las mujeres más conocidas, respetadas y adineradas del virreinato peruano, logrando de este modo su objetivo de “valer más” en el Nuevo Mundo. A pesar de que consideramos que no hay ningún caso típico que pueda representar por completo al heterogéneo y complejo grupo de encomenderas en el siglo XVI, el de Inés Muñoz nos ofrece pautas significativas que pueden ayudarnos a ampliar nuestros conocimientos acerca del mismo. De este modo, un acercamiento a su recorrido desde la península al territorio americano, así como sus primeras actividades en el Perú, nos permitirá establecer un relato que ayude al análisis y comprensión de otros casos de encomenderas que atravesaron procesos de similares características, y por ende, a un mayor entendimiento de la sociedad virreinal peruana más temprana. 1. AGI. Patronato, 192, N.1, R.32, 2f. Carta de Doña Inés a su Majestad pidiendo la devolución de unos indios. 20 de mayo de 1543.
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1. Inés Muñoz. Una sevillana en el Nuevo Mundo Al oeste de la ciudad de Sevilla, a tan solo unos kilómetros de distancia, se encuentra una pequeña localidad llamada Bollullos de la Mitación. Continuando por esa ruta de la comarca del Aljarafe está Castilleja del Campo. Por lo señalado por la propia Inés Muñoz en su testamento creemos que pudo ser originaria de una de estas dos localidades, probablemente de la segunda a pesar de que varios autores insisten en su origen extremeño:2 Ytem mando que de mis bienes y hacienda se tomen tres mill ducados […] consinados [sic] al cauildo Justicia y regimiento de la villa de Castilleja del Campo, ques cerca de la ciudad de Sevilla […] los repartan entre mis parientes, y parientas dentro del cuarto grado que bivieren, y moraren asi en la dicha villa como en Bollullos, y en las otras partes y lugares de los dichos reinos de Castilla.3 118
Respecto a la fecha de su nacimiento, no existe un consenso acerca de la misma. Mientras que el historiador Rubén Vargas Ugarte, uno de los mayores conocedores de su persona y obra, la sitúa en torno al año 1484 aduciendo entre otras razones que a su muerte, el 3 de junio de 1594, contaba con 110 años,4 por su parte la etnohistoriadora María Rostworowski, al igual que el cronista Bernabé Cobo, datan su nacimiento en 1488.5 Recientemente, una restauración de un retrato de doña Inés desveló una cartela en la que se podía leer que había fallecido en 1594 a la elevada edad de 105 años, por lo que su nacimiento se situaría aproximadamente en 1489.6 Sin embargo, diversos factores tales como la edad que tendría al momento del nacimiento de su hijo Antonio, fruto de su segundo matrimonio alrededor de 1545, o su edad al fundar el monasterio nos inducen a considerar que el año indicado tanto por los cronistas como por la cartela sería incorrecto, ya que al momento de dar a luz al hijo fruto de su segundo matrimonio, Inés hubiera tenido alrededor de 60 años y supondría un caso excepcional de maternidad tardía. Asimismo, en una probanza realizada el 8 de julio de 1559 a pedimento de don Gonzalo, el cacique del valle de Lima, doña Inés, al comparecer como 2. Autores como Rómulo Cúneo Vidal, o Jesús Adalid atribuyen a doña Inés y a su primer esposo un origen extremeño, más concretamente de la villa de Alcántara (Cúneo, 1928) y (Sánchez Adalid, 2015). 3. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusula 19, f. 9 (1582). 4. Vargas Ugarte, 1960: 29. 5. Rostworowski, 2003: 41. Cobo, 1956: 430. 6. Ver imagen 18. Retrato de doña Inés Muñoz de Ribera, abadesa del Monasterio de la Concepción.
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testigo y ser preguntada sobre su edad señalaba que era “de más de cuarenta años”.7 Por estos motivos situamos la fecha de su nacimiento en los primeros años de la década de 1510. 1.1. Un célebre cuñado: Francisco Pizarro
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Aunque carecemos de datos acerca de la niñez y adolescencia de Inés Muñoz, es probable que se criara en, o muy cerca, de Castilleja del Campo, donde habría conocido al que sería su primer marido, Francisco Martín de Alcántara, medio hermano por parte materna del conquistador Francisco Pizarro y originario de esta localidad. A pesar de que diversos historiadores, al intentar vincular sus orígenes regionales con los de su célebre medio hermano uterino, han señalado que era oriundo de Trujillo o de la villa de Alcántara en Extremadura, lo cierto es que una cláusula del testamento de Inés no deja duda al respecto, ya que señala que su difunto marido era natural de dicha localidad sevillana.8 Francisca González, madre de Francisco Martín de Alcántara y de Francisco Pizarro, era hija de unos labradores y había trabajado como criada en el Monasterio de San Francisco el Real de la Puerta de Coria en Trujillo, Extremadura. El historiador José Antonio del Busto señala que Francisca había sido la criada de la freila doña Beatriz Pizarro, monja profesa y hermana del abuelo de Francisco Pizarro. Esta circunstancia habría propiciado el encuentro entre el capitán Gonzalo, sobrino de doña Beatriz, y Francisca. Como señala Raúl Porras Barrenechea, no sabemos si fue seducida o forzada, solo que el resultado del encuentro fue el nacimiento de uno de los más ilustres trujillanos.9 Ya embarazada, Francisca fue despedida por las monjas. Busto señala que “la moza, agobiada ya por la preñez, corrió al arrabal de San Miguel a buscar refugio en casa de Juan Casco”, lugar en el que, alrededor de los primeros días de abril de 1478, dio a luz a su primogénito, Francisco Pizarro.10 7. Rostworowski, 1981. 8. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusula 19, f. 9 (1582). “[…] capitán Francisco Martín de Alcántara, mi primero marido difunto natural que fue de la dicha villa de Castilleja del Campo”. Para los historiadores que atribuyen a Martín de Alcántara origen extremeño ver: Mendiburu, 1931-1934, 1: 200. Torres, op.cit. Porras, 1936: 56. Busto, 2010. 9. Porras, 1936. Sobre Pizarro ver: Busto, 2010; Porras, 1936 y 1978; Lavallé, 2005: 33-47; Varón, 2006 y Lohmann, 1986. 10. Busto, 2010: 10. Porras recoge la misma versión del nacimiento en casa de Juan Casco (Porras, 1978: 12-13).
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Los principales biógrafos del conquistador, como Raúl Porras Barrenechea, José Antonio del Busto Durthuburu o Bernard Lavallé, coinciden al señalar que el nacimiento de Pizarro fue vox populi a pesar de no ser legitimado por su padre, el capitán Gonzalo Pizarro. Porras indica que, sin embargo, Gonzalo no se habría olvidado de Francisca y la había casado con un tal “Martín” de Alcántara, lo que podría indicar que era oriundo de dicha localidad de Alcántara en Extremadura.11 Siendo ese el caso, la pareja podría haberse trasladado años más tarde a Sevilla a la localidad de Castilleja del Campo, donde nacería su segundo hijo, Francisco Martín.12 Respecto a la elección de Sevilla, no podemos olvidar la cercanía existente entre esta localidad y Extremadura, así como los múltiples vínculos entre ambas regiones, considerando particularmente el modo en que muchas de las actividades comerciales o familiares que involucraban a los habitantes de estas zonas hacían que los desplazamientos fueran relativamente frecuentes. No resultaría extraño, por lo tanto, pensar que la madre de Francisco Pizarro pudo haber tenido parientes en Sevilla, donde se habría trasladado tras abandonar Trujillo. Sean cuales fueran las circunstancias, en un momento anterior a 1492 Francisca se trasladó junto con su hijo a las tierras andaluzas de Castilleja del Campo, alejándose de los parientes trujillanos de la familia Pizarro. Así, aunque la leyenda narrada por López de Gómara indica que Francisco Pizarro era porquerizo a cargo de unos cerdos propiedad de su padre y que, al perderlos, lleno de miedo huyó a Sevilla uniéndose a unos caminantes, parece más oportuno pensar que el verdadero motivo del indiscutible abandono de Pizarro de la ciudad de Trujillo hubiera sido el traslado con su madre a Sevilla. Francisco habría radicado en la localidad de Castilleja del Campo hasta comenzar su actividad militar en Italia. Esto explicaría parte de los denominados “años perdidos” por José Antonio del Busto, comprendidos entre 1492 y1495, en los que se desconoce cualquier dato acerca del conquistador.13 11. Porras, 1936. 12. También cabe la posibilidad de que Francisca hubiera decidido trasladarse a Andalucía y fuera allí donde contrajo matrimonio con Alcántara. Al respecto, la historiadora Isabel Testón, en su estudio sobre relaciones y matrimonios en Extremadura en el siglo XVI, señala que muchas segundas nupcias se celebraban en una localidad diferente, ya que “casarse donde vive una población que conoce el pasado y controla los actos del individuo, puede ser una situación embarazosa, pero que tiene una solución factible; marchar de su pueblo natal y contraer matrimonio en otro próximo, y con mayor número de habitantes para evitar ese control social” (Testón, 1985). 13. López de Gómara, 1992. Varios historiadores coinciden a la hora de señalar la falta de datos relativos a la infancia del conquistador extremeño. Como señala Bernard Lavallé “el historiador debe
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Durante su estancia en Sevilla habría forjado una cercana relación con sus parientes maternos y, probablemente, durante estos años habría nacido su hermano Francisco Martín de Alcántara. Prueba de la relación con esta rama familiar sería la cláusula del testamento en la que el propio Francisco Pizarro señalaba que debían entregarse a “Juan Martín de Alcántara hermano del dicho Francisco [Martín de Alcántara] 500 pesos de oro e a su hermana María Fernández o a sus hijos 500 pesos de oro”.14 Pizarro habría alternado temporadas en esta localidad hasta su salida a las Indias en 1501, cuando, tras unos años de formación militar en Italia, y seguramente en España, marchó a la isla de La Española.15 Su carrera militar americana le llevaría al Mar del Sur, donde participó en la conquista del Darién bajo el mando de Vasco Núñez de Balboa. Tras varias actividades de descubrimiento y conquista en esa área, se tienen noticias del traslado de Pizarro a Panamá, donde estuvo entre los primeros pobladores de la recién fundada ciudad de Nuestra Señora de la Asunción de Panamá. Los méritos militares de Pizarro, unidos a su cercanía con el gobernador Pedrarias Dávila, del que era lugarteniente, le situaban en una privilegiada posición en la incipiente sociedad colonial del Istmo. Pedrarias, incluso, le concedería una encomienda en reconocimiento a sus méritos, lo que posibilitaría a Pizarro formar parte de la élite panameña como vecino, encomendero y regidor del Cabildo.16 Sin embargo, la acomodada situación de la que disfrutaba parece no haber sido suficiente, ya que, a pesar de estar entre los más privilegiados vecinos de Panamá, cuando se presentó la oportunidad de una nueva exploración hacia las tierras del Sur, el conquistador no dudó en involucrarse, consciente de las oportunidades de mejora social y económica que esta nueva empresa podía conllevar. El imaginario social de los conquistadores de la época, alimentado reconocer con pesar, que no sabe casi nada de la infancia de Francisco Pizarro” (Lavallé, 2005: 33-47). Nuestro intento de reconstrucción de los vínculos de Pizarro con Sevilla y su familia materna, así como la mención de su carrera indiana y sus actividades militares y de conquista, obedecen, más que al intento de aportar nuevos datos a la biografía del conquistador, a ampliar nuestro conocimientos acerca de los mecanismos de formación y funcionamiento de las redes parentelares y su importancia en el fenómeno migratorio al Nuevo Mundo, particularmente en el caso de doña Inés y su esposo, tema principal de nuestra investigación. 14. Testamento de Pizarro. F. 25. V. Cláusula 28 o 27. En Porras, 1936: 551. A pesar de las dudas acerca de la legitimidad del testamento y la polémica minuta enmendada, es incuestionable el recuerdo y conocimiento que el conquistador tiene de sus familiares maternos a quienes destinaba la generosa cantidad de 500 pesos de oro. 15. Rafael Varón sugiere que Pizarro pudo haber tomado esta decisión buscando un mejor porvenir del que le ofrecía España. Por ese motivo habría acudido al encuentro de su tío Juan Pizarro, vecino y encomendero de la villa de la Vera Paz (Varón, 1996: 34-35). 16. Lavallé, 2005: 33-47.
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por los recientes sucesos de México, hacía que los soldados percibiesen lo desconocido como “un reto necesario y como la posibilidad más efectiva de enriquecimiento y movilidad social”, por lo que la decisión de Pizarro sería perfectamente comprensible.17 Durante sus años panameños, Pizarro entabló una cercana relación con otro soldado conquistador, Diego de Almagro, con el que había realizado varios negocios desde 1519. Alrededor de 1524, Francisco de Pizarro junto con Almagro y Hernando de Luque decidieron formalizar una compañía destinada al “descubrimiento y la conquista del Levante”.18 Pizarro y Almagro –vecinos, amigos y socios– habían decidido unir sus personas, experiencias y fortunas en una compañía cuyo objetivo era el descubrimiento y conquista del territorio peruano. Como principales miembros de la compañía, ambos eran responsables de tareas como la organización de la expedición, conseguir las naves y aprovisionarlas o el reclutamiento de la tripulación y tropas necesarias.19 En varias ocasiones, Pizarro y su socio trataron de conseguir que la Corona les garantizara la exclusividad de una empresa que rápidamente estaba comenzando a generar un gran interés en otros conquistadores y expedicionarios, ávidos de los bienes y riquezas que las tierras del sur les podían proporcionar. Por ese motivo, Pizarro no dudó en trasladarse personalmente a España con el fin de encontrarse con el emperador y convencerlo de su capacidad y experiencia para poder ejecutar un proyecto de tal envergadura. Pizarro y Almagro contaban con la ventaja de haber realizado ya dos viajes exploratorios previos, en 1524 y 1526. Francisco Pizarro llegó a España en 1529 y tras desembarcar en Sevilla fue puesto entre rejas debido a unos antiguos asuntos relacionados con un impago. Tras su liberación por órdenes del emperador Carlos V, se dirigió a Toledo para concretar las condiciones de la empresa de la conquista. Su exposición debió ser lo suficientemente convincente y satisfactoria, ya que se otorgó la exclusividad de la empresa conquistadora a la compañía de Pizarro y Almagro.20 A través de la Capitulación de Toledo, la Corona concedía a Francisco Pizarro licencia para continuar el descubrimiento, conquista y población del Perú en nombre de la Corona de Castilla y, además, le otorgaba los títulos
17. 18. 19. 20. de 1529.
Varón, 1996: 40. Durand, 1958. Lavallé, 2005: 53. Varón, 1996: 57-61. Debido a la ausencia del monarca, el beneplácito fue otorgado por la Reina Juana el 26 de Julio
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de gobernador y capitán general, adelantado y alguacil mayor de Perú entre otros privilegios.21 Tras salir de Toledo, Pizarro se encaminó a Sevilla en busca de parientes y paisanos que le apoyaran en su empresa indiana, tratando de apresurar los preparativos del viaje para salir lo antes posible hacia el nuevo territorio. Mientras que algunos historiadores como Bernard Lavalle señalan que en su camino hacia Sevilla Pizarro se detuvo en su tierra natal, Trujillo, donde puso a sus hermanos al corriente de su aventura, Raúl Porras Barrenechea por el contrario señala que, acorde con la información existente en el expediente relativo a la concesión del hábito de Santiago del conquistador, este no habría pasado por Trujillo. Los testigos incluso declaraban que hacía mucho tiempo que Francisco Pizarro no iba a dicha ciudad y afirmaban que estaba en Sevilla alistándose para el viaje y reuniendo gente para la aventura.22 Es más que probable que antes de partir de Sevilla Francisco Pizarro pasase por la localidad de Castilleja del Campo, donde residía parte de su familia materna. Es en ese momento cuando se habría reencontrado con su hermano Francisco Martín de Alcántara, ya casado con Inés, y les habría ofrecido la posibilidad de acompañarlo en el viaje. De esta manera, Inés y Francisco habrían comenzado su empresa migratoria uniéndose a la expedición de Pizarro y partiendo con él, rumbo a Panamá, el 26 de enero de 1530.23 1.2. El inicio de la empresa americana: el viaje al Nuevo Mundo A pesar de que no es propósito del presente libro realizar un estudio acerca del proceso migratorio al Nuevo Mundo a inicios del siglo XVI, si creemos que es necesario esbozar algunas de las características relativas al mismo para de esta manera poder tener en consideración aspectos como las motivaciones que impulsaron a Inés Muñoz y otras mujeres a optar por un futuro incierto, en un mundo desconocido.24 21. Porras, 1936: 116-123. Para más datos acerca de la empresa de conquista y la compañía de levante: Maticorena, 1966. Varón, 1996. 22. Lavallé, 2005: 75. Porras, 1936. 23. Alfonso Rubielo, vecino de Panamá señalaba como “se halló en la ciudad de Panamá quando el señor gobernador pasó de España con el qual vio que vino Francisco Martyn e su muger”. AGI. Patronato, 93.F.7.r. 24. Para emigración femenina a Perú y otras partes del territorio americano ver: Almorza Hidalgo, op.cit.; Jacobs, 1983; Konetzke, op.cit.; Martínez Rodríguez, 1999 Y 1992; Mangan, 2016; Martínez Martínez, 1996 y López de Mariscal, 2002.
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Centrándonos particularmente en la emigración femenina, un amplio número de casos podrían ser explicados en base a las leyes promulgadas para obligar a los pasajeros a viajar con sus esposas o traer a América a las que se habían quedado en Castilla. Al respecto, la legislación señalaba que estaba prohibido que embarcasen y pasasen a las Indias “todos los casados, y desposados en estos reynos, si no llevaren consigo sus mujeres, aunque sean virreyes, oidores, gobernadores” o tuvieran cualquier otro cargo de “guerra, justicia y hacienda”.25 En el caso de los encomenderos, la legislación ponía en peligro sus privilegios y posesiones en América. En 1524, una disposición de las Ordenanzas de Buen Gobierno ordenaba “que todas las personas que toviesen indios e fuesen casados en Castilla, o en otras partes, traigan a sus mujeres dentro de un año y medio, so pena de perder los indios e todo lo con ellos adquirido e granjeado”.26 A través de esta normativa la Corona trataba de incentivar su objetivo prioritario de población y permanencia en los nuevos territorios. Para ello se trató de dar una serie de facilidades como que las mujeres que debieran reunirse con sus esposos podrían hacerlo con un permiso de la Casa de la Contratación, sin ser necesaria una licencia Real, o que en caso que un poblador no tuviese con él a su esposa y careciera de medios económicos suficientes para costear su viaje, sería ayudado por la Corona dando fianzas.27 De hecho, todo el proceso migratorio estaba supervisado por la Corona, ya que a pesar de que se deseaba fomentar la población de los nuevos territorios, también se debía extremar la precaución de por quién y cómo se hacía. Por este motivo, se indicaba que las casadas debían pasar “en compañía de sus maridos o constando que ellos están en aquellas provincias, y van a hacer vida maridable”.28Asimismo, había un grupo de mujeres a las que se prohibía hacer el viaje bajo ninguna circunstancia entre las que se encontraban las gitanas; familiares de reconciliados, quemados o herejes; conversas y las moriscas libres 25. Recopilación, lib. IX, tit. XXVI, ley XXVII. Incluso, la Corona establecía un plazo máximo en que los pobladores debían traer a sus esposas a los nuevos territorios bajo pena de multa, desposesión de sus bienes, e incluso cárcel. Podemos ilustrar este caso a través de una misiva en la que, en 1571, Luis Martín, vecino de México, le indicaba a su hijo que cuando viajase para reunirse con él no viniera sin su esposa e hijos “porque hay pragmática que hombre casado ninguno que sin su mujer este en Castilla no viva en esta tierra, si no que le envíen con prisiones a hacer vida con su mujer”. En Sánchez y Testón, 2002a. Sin embargo, muchas mujeres eran abandonadas por sus esposos, y quedaban solas en la península (Sánchez y Testón, 1997). 26. Martínez Rodríguez, 1992: 20. Aunque en la realidad no tuvo cumplimiento inmediato, sirvió como antecedentes a toda una serie de leyes relativas a las esposas que quedaban en España (Ibíd.). 27. Recopilación, lib. IX, tít. XXVI, ley XXV y XXVI. En Martínez Rodríguez, op.cit.: 20. 28. Recopilación, lib. IX, tít. XXVI, ley XXIV.
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y esclavizadas, así como las berberiscas, aunque no estuvieran penitenciadas por la Inquisición.29 Sin embargo, como podemos imaginar, siempre hubo maneras de burlar la ley e ingresar a los nuevos territorios.30 A pesar de que la legislación puede ayudar a explicar muchos de los casos de emigración femenina, dista mucho de ser el único factor causante de este proceso. Gracias a diversas fuentes, como las epístolas entre particulares podemos conocer otros de los motivos que habrían impulsado estas migraciones tales como la creciente crisis económica en España así como la esperanza de encontrar mejores condiciones en los territorios americanos.31 Además de estos factores de tipo económico, otros de tipo social, como la particular relación de personajes influyentes con un determinado entorno regional, habrían sido determinantes en los procesos migratorios de ciertas localidades. En el caso de Extremadura, Ida Altman señala que el vínculo de los Pizarro con dicha región habría sido uno de los factores principales del éxodo de sus habitantes al territorio peruano, lo que en parte contribuiría a explicar el alto, casi desproporcionado, número de colonizadores procedentes de dicha localidad.32 Otra región que se habría destacado en el proceso migratorio sería la andaluza y particularmente Sevilla, lo cual no ha de extrañarnos al ser esta localidad, tal y como señalaba Lope de Vega, “el puerto y puerta a las Indias” (imagen 7). De este modo, fuentes como el catálogo de Pasajeros a Indias, nos permiten observar una constante presencia de mujeres andaluzas entre los viajeros a los nuevos territorios.33 En el caso de Inés Muñoz, se reunirían casi todas estas condiciones expuestas. Por un lado, era pariente de los Pizarro, –más concretamente cuñada del conquistador Francisco–. Asimismo, era sevillana y, finalmente, tanto ella como su esposo, carecían de una situación económica y social favorable. Aunque no disponemos de ningún tipo de documentación que avale esta afirmación, dadas las insinuaciones sobre sus ocupaciones, así como su falta de hidalguía, nos inclinarnos a pensar que Inés posiblemente trabajaría en la casa 29. Recopilación, libro. IX. Tít. XXVI, ley XVII y XX. Cook, K., op.cit. 30. Sánchez y Testón, 2002b, pp. 13-21. JACOBS, A. P, 1983: 439-481. Cook K., op.cit. 31. Boyd-Bowman, op.cit. 32. Altman, 1992. 33. Amelia Almorza Hidalgo en su detallado estudio acerca del proceso migratorio femenino al territorio peruano, analiza tanto las motivaciones del mismo, así como los principales lugares de procedencia. La autora señala que no solo la ciudad de Sevilla, sino toda el área se situaba a la cabeza del proceso migratorio, seguida de Toledo y Cáceres. Asimismo, tal y como señalamos anteriormente, las fuentes atestiguan que el mayor número de mujeres que partió hacia el Perú lo hizo desde la ciudad de Sevilla (Almorza Hidalgo, op.cit.: 67-70).
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y en las faenas del campo. Lo que si podemos asegurar es que ni Francisco ni Inés sabían leer ni escribir, según se señala en los documentos en los que participaron después de su llegada a Perú.34 Viendo la posición social y ocupaciones de la pareja en la península podemos entender, la decisión de abandonar su Andalucía natal en busca de ir a “valer más” al Nuevo Mundo. Esta oportunidad se habría materializado gracias a su relación con su pariente Francisco Pizarro, quien en ese momento ya gozaba de un relativo prestigio militar y cierta holgura económica como próspero vecino encomendero de Panamá. A su cercanía con el conquistador, y las posibilidades que su relación les ofrecía, se sumaría la incipiente situación de crisis en Sevilla, azotada por una serie de sucesivas malas cosechas seguidas de epidemias desde comienzos del siglo XVI, siendo particularmente notables las de 1507 y 1529.35 El 26 de enero de 1530, Inés, su esposo y sus dos pequeñas hijas –Bárbola, y Angélica o Ángela–, se embarcaron junto a Pizarro rumbo a Panamá. Las largas travesías trasatlánticas conllevaban varios peligros que, sumados a las penosas condiciones del viaje, hacían que el trayecto fuera un grave riesgo para aquellos más propensos a enfermar como los ancianos y los niños.36 Por este motivo, muchos viajaban solos hasta asegurarse de tener medios económicos suficientes, así como un lugar apto, para poder acoger y mantener a todos los miembros de la familia. Quizás, para Inés y su esposo resultaba más complicado y costoso planear un futuro viaje de reencuentro que viajar todos juntos. Además, tenían la seguridad de poder disponer de alojamiento en casa de Francisco Pizarro tras su llegada a Panamá. Finalmente, toda la familia se embarcó en el largo viaje, sin embargo, desafortunadamente, las pequeñas no resistieron los rigores del largo trayecto y enfermaron, falleciendo antes de llegar a Panamá.37 Tras desembarcar en el Istmo, Inés y su esposo residieron en casa de Francisco Pizarro, realizando, según varios testigos, diversas labores para él.38 Según Alonso Rabuelo, un vecino de Panamá, ambos le servían “como si fueran esclavos en lo qual 34. “Y porque la dicha señora otorgante, que yo el presente escribano publico doy fe, que conosco, dixo no sabía escribir, firmó a su ruego uno de los dichos testigos”. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera (1582). 35. Borrero, 1991: 39-55. 36. Sobre la organización y desarrollo del viaje ver: Almorza Hidalgo, op.cit.: capítulo 2 y López de Mariscal, 2002. 37. Declaración del conquistador Pedro de Alconchel en 1550. AGI, Justicia, 397, N.2, R.3. 38. : “le servían en todo lo que podían y en ello recibían trabajo por le servir”. AGI, Patronato 93, N9. R2. (1539). Informe de Méritos de Francisco Martín de Alcántara.
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Imagen 7. Vista de Sevilla. Atribuido a Alonso Sánchez Coello (Museo de América). 127
padecieron muchos trabajos”.39 Aunque no sabemos exactamente qué tipo de tareas habrían desempeñado, sin embargo, al considerar este testimonio, debemos tener en cuenta que el conquistador ya era beneficiario de una encomienda y seguramente contaba con mano de obra indígena encargada de las labores de su casa. Por lo tanto, no parece posible que su hermano y cuñada ocuparan un puesto de servidumbre. Sí parece más oportuno pensar en Francisco Martín de Alcántara como criado del marqués, en el más amplio sentido de la palabra, es decir como persona de máxima confianza de su hermano en una relación clientelar, además de parentelar. 1.3. “Soy la primera muger casada que en ella entró…” Después de aproximadamente ocho meses de estancia en Panamá, a comienzos de 1531, Francisco Pizarro, zarpó rumbo a Perú con aproximadamente 180 hombres, entre los que se encontraba su medio hermano, Francisco Martín de Alcántara. Y, mientras su esposo participaba en la conquista del territorio peruano, Inés Muñoz permaneció en Panamá, en casa de su cuñado. A finales de 1532 o inicios de 1533, Martín de Alcántara aprovechó uno de sus 39. Ibíd.
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viajes de reclutamiento de tropas para reunirse con su esposa y llevarla con él a la ciudad de Jauja.40 De esta manera, Inés Muñoz pasaba a ser una de las primeras mujeres españolas que entraba al Perú. La propia Inés, en una probanza dirigida a su majestad en 1543, afirmaba que ella era “la primera muger casada que en ella entró y comenzó a poblar”.41 Dicha declaración ha sido aceptada y transmitida por varios cronistas e historiadores, aunque con algunas variaciones y errores. Por ejemplo, el cronista Bernabé Cobo, quien dedica varias páginas de su obra a Inés Muñoz, indica que ella habría sido la “primera mujer española” que entró en las tierras del Perú,42 aunque como acabamos de ver, la propia protagonista matizaba esta afirmación indicando que ella era la “primera española casada” que había llegado a estos reinos. También el historiador Clements Robert Markham señala a doña Inés como la primera europea en pisar Perú.43 Del mismo modo, Julio de Lazúrtegui, afirma “que Inés Muñoz, esposa de Francisco Martín Alcántara, hermano de Pizarro, fue la primera española que entró en el Perú”.44 Al respecto debemos señalar que, tanto Isabel Rodríguez, como Beatriz de Salcedo, la morisca que llegó al Perú en 1532 como esclava del veedor real, García de Salcedo, reclamaban ser la primera española venida al Perú. Sin embargo, según Raúl Porras Barrenechea, este honor se reservaría a Juana Hernández, quien había llegado con Hernando de Soto.45 Finalmente, Nancy O´Sullivan afirma que doña Inés no fue la primera casada que entró en el Perú, sino “la Valterra”, dama valenciana, que marchó con su marido y las tropas de Alvarado, y que murió de frío en el paso de los Andes. Sin embargo, la propia autora admite la posibilidad de esta contradicción ya que al haber muerto en el viaje no pudo afincarse definitivamente en Perú como lo hizo doña Inés. Asimismo, la autora señala a doña Inés como una de las mujeres que más destacó durante este período: “ejemplo de virtudes femeninas en los duros tiempos de la conquista”.46
40. El conquistador Nicolás de Ribera señalaba que “después el dicho Francisco Martin volvió a Panamá por mandado del dicho governador e traxo a la dicha su muger”. AGI, Patronato, 192, N.1, R.32. 41. Ibíd., f. 8.v. 42. Cobo, 1956a: 406-407. 43. Markham, 1892: 163. 44. Lazúrtegui, 1924: 265. 45. Porras, 1970. 46. O´Sullivan-Beare, 1963: 149.
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2. Consideraciones sobre los pobladores y conquistadores
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Son varios los documentos que hacen referencia a la participación de Francisco Martín de Alcántara durante el proceso de conquista y colonización, siendo calificado como capitán, descubridor, conquistador y poblador. El uso de tales apelativos no deja duda de la condición que habría adquirido al haber llegado al territorio peruano junto con los primeros españoles que acompañaron a su hermano Francisco Pizarro. También Inés Muñoz recibe el calificativo de pobladora en varias crónicas. Incluso, como acabamos de ver, ella misma no duda en adjudicarse este atributo, así como el de conquistadora. Durante el siglo XVI, el término descubridor, conquistador o poblador, aludía a una categoría bien definida que no podía ser utilizada al azar. El jurisconsulto Antonio de León Pinelo distingue y define cuatro categorías: descubridores, conquistadores, pacificadores y pobladores. El orden de preeminencia sería el indicado ya que, según Pinelo, “primero se descubren las provincias, luego se conquistan o pacifican y después se pueblan sustentan i conservan”.47 Al integrar una, o varias de las categorías mencionadas, una persona se constituía, por derecho propio en benemérito y, por lo tanto, en potencial pretensora de mercedes tales como una encomienda, una pensión o un oficio, entre otros. También los descendientes y otros parientes cercanos se veían beneficiados por su parentesco con los beneméritos pudiendo solicitar mercedes en base a los méritos de sus familiares. Para León Pinelo, los primeros que tenían derecho a recibir un reconocimiento y premio por parte del monarca eran los descubridores, es decir aquellos que entraban primero a los nuevos territorios. En el caso peruano destacarían los denominados “trece de la fama”, que protagonizaron el famoso episodio en la Isla del Gallo. Les seguirían en importancia los conquistadores quienes, tal y como su propio nombre señala, serían aquellos precursores en la conquista de las provincias. En Perú, dicho grupo estaba conformado por los primeros que habían entrado con Francisco Pizarro.48 En el siglo XVI, existía un consenso entre juristas y cronistas, así como entre el resto de la sociedad, acerca de la importancia y preeminencia que confería este título, el cual sería el más honorífico de las Indias. Para el Inca Garcilaso los primeros conquistadores eran los, aproximadamente, 170 españoles que estaban con Pizarro en 47. León Pinelo, op.cit.: 51 y 52. 48. Ibíd.: 51 y 52.
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el episodio de Atahualpa y los segundos aquellos llegados posteriormente con Almagro y Alvarado.49 Respecto a los pobladores, Pinelo señalaba que eran aquellos que habían contribuido a la población de las ciudades siendo sus primeros vecinos y “acudiendo a los gastos, gobierno y conservación de la Republica conforme a lo que esta ordenado”.50 El jurisconsulto señalaba que, para ser considerado un verdadero poblador, la persona tenía que haber estado presente en la fundación y reparto de solares de las primeras ciudades y haber residido en ellas al menos durante cinco años. La Corona, desde un primer momento de la conquista, otorgó un gran valor a este acto, lo que se manifestó en un trato de favor tanto a los pobladores como a sus descendientes legítimos, siendo ambos considerados hijosdalgo en las Indias.51 Por último, se encontraban los pacificadores, y aunque el jurisconsulto señalaba que este término se utilizaba indistintamente con el de conquistador ambos tenían significados y connotaciones completamente distintas. De este modo los pacificadores eran únicamente aquellos que, después de las primeras entradas y estando la tierra ya poblada y pacificada, habían sofocado rebeliones y alzamientos esporádicos de indios o de españoles.52 Como señalamos anteriormente, la antigüedad en la tierra, había sido el principio organizador de la nueva sociedad indiana, impuesto por el grupo dominante, conformado por los conquistadores, y reconocido y aceptado por el resto, incluso por la Corona. Así, epítomes como “el Mozo” o “el Viejo”, más que hacer referencia a la edad la hacían usualmente a su antigüedad en los nuevos territorios, aunque también podía ser utilizado para distinguir al padre e hijo con el mismo nombre.53 Esta antigüedad, incluso, compensaba la falta de otras cualidades como la hidalguía, ya que estaba por encima de criterios como la nobleza de la sangre: “el título de conquistador se adquiere con valor personal, i méritos propios sin atención de calidades” y “si bien es notorio que 49. Marchena, op.cit. 50. León Pinelo, op.cit.: 51-52. 51. Recopilación, lib. IV, tít. VI, ley V y VI. 52. A estas consideraciones de Pinelo cabría añadir las Ordenanzas del Bosque de Segovia u Ordenanzas de descubrimientos, nueva población y pacificación de las Indias, dadas por Felipe II en julio de 1573, en las que se definía las figuras de conquistador, descubridor, poblador o pacificador, a la vez que se establecían los derechos asociados a cada una de ellas. Vas Mingo, 1985: 83-102. 53. León Pinelo, op.cit.: 52. Este sería el caso del primer alcalde de Lima Nicolás de Ribera al se le llamaba “el Viejo” por haber participado desde el inicio en la conquista, diferenciándole así de su homónimo, el regidor de Salamanca, nacido en 1485, dos años mayor que “el Viejo”. Debido a su entrada al Perú después del otro fue llamado “el Mozo”.
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muchos fueron de la mejor sangre de España, no hay más glorioso título que el de conquistador y no es justo que nadie lo usurpe, los pobladores o pacificadores ni sus descendientes”.54 Dicha particularidad era motivo de grandes tensiones entre el grupo de conquistadores y el de los nobles de título llegados con posterioridad a los territorios peruanos. El historiador James Lockhart ilustra este enfrentamiento entre la “nueva” y la “vieja” nobleza con un célebre incidente acaecido en Trujillo, entre María de Lezcano y doña Ana de Velasco.55 María de Lezcano, era viuda del veterano conquistador y encomendero Juan de Barbarán, quien había estado presente en el célebre episodio de Cajamarca. Ambos se encontraban entre los primeros vecinos de la ciudad de Trujillo en Perú. Debido a la importancia de su fallecido esposo, y a su propia antigüedad y condición de pobladora, María ocupaba una posición de gran preeminencia en Trujillo. Asimismo, era miembro de la élite encomendera, ya que además de ser viuda de uno, varios de sus familiares poseían repartimientos. De este modo, a pesar de no pretender ser llamada “doña”, su prestigio en Perú era innegable.56 Por otro lado, se encontraba doña Ana de Velasco, esposa del capitán don Alonso de Alvarado, quien pertenecía a una de las más nobles familia de Castilla, ya que estaba emparentada con el duque de Frías de Burgos y relacionada con la nobleza cortesana. Sin embargo, su antigüedad en el territorio era mucho menor, al haber llegado alrededor de 1548. El incidente relatado por Lockhart tuvo lugar en una iglesia de Trujillo, donde ambas mujeres discutieron acerca del derecho del uso de un cojín del banco. Según declaraba María de Lezcano, doña Ana de Velasco humillada y furiosa, con deseos de vengarse del agravio cometido por una mujer de un origen humilde, habría convencido a su esposo, el capitán Alvarado, de contratar a dos matones quienes, además de darle una cuchillada en el rostro, le cortaron su cabello. Tras el ataque, María entabló una querella en la Real Audiencia 54. Ibíd.: 51. 55. Lockhart, 1968: 203. También José Antonio del Busto Durthuburu (Busto, 1970: 521) y Jorge Zevallos relatan este suceso (Zevallos, 1996, 1: 76). Por su parte, Ricardo Palma dedica a este evento uno de sus relatos titulado “Nariz de camello”. Recibe ese título ya que, según Palma, cuando los malhechores la cortaron las trenzas, también la hicieron “un feroz chirlo en la nariz, dejándosela como nariz de camello según hizo escribir la víctima en la querella que interpuso ante la autoridad”. El autor, erróneamente, apellida a María “de Lezcana”, en lugar de “Lezcano” (Palma, 1894). 56. Lockhart señala cómo muchas esposas de encomenderos en la década de 1530, al haberse casado en España antes de que sus esposos se hicieran ricos o habiendo sido elegidas entre mujeres generalmente plebeyas no ostentaban el título de doñas en las Indias, a pesar de pertenecer a la élite en dichos territorios (Lockhart, 1968: 196). El de María Lezcano es un buen ejemplo.
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de Lima e hizo que se persiguiera hasta Charcas y Chile a los hombres que la habían asaltado. Alvarado fue declarado culpable de un delito grave, e incluso fue condenado a muerte, aunque la pena no llegó a ejecutarse.57 El atentado, que tuvo gran alcance en todo el virreinato, llegó hasta los oídos del rey Felipe II a través del Conde de Nieva quien le informó acerca de como “dos soldados comprados con dinero [fueron] a casa de una mujer muy principal y biuda muger que hauia sido de un conquistador y la trataron muy mal y le dieron una muy gran cuchillada por la cara”.58 Este caso es, sin duda, revelador de la gran importancia social de los beneficiarios de encomiendas, conquistadores y pobladores y de la consideración que hacia ellos y ellas tenían no solo los vecinos sino también las autoridades. 2.1. Inés Muñoz pobladora del Reino del Perú 132
Gran parte de la información acerca de las actividades de Inés Muñoz durante sus primeros años en las tierras peruanas nos es proporcionada por el padre Bernabé Cobo. El cronista décadas después del fallecimiento de doña Inés, alrededor de 1629, recogió varios datos acerca de su vida y actividades. Creemos que gran parte de dicha información procedería del testimonio de las religiosas del Monasterio de la Concepción, fundado por esta sevillana en los últimos años de su vida. Bernabé Cobo en su obra no duda en calificar a Inés Muñoz como “una de las primeras pobladoras desta ciudad y república”.59 Dicha condición habría sido adquirida no solo debido a su parentesco con su esposo y su popular cuñado, sino a sus propios méritos y actuaciones, como hemos señalado anteriormente. Desde su llegada al territorio peruano, Inés y su esposo habían estado presentes en algunos de los principales acontecimientos de la conquista. Cobo señalaba como ella se había hallado:
57. Jorge Zevallos señala que, en 1561, tras localizar a los supuestos responsables, María de Lezcano los perdonó, a cambio de una disculpa de Alvarado y su esposa, acompañada de la suma de 600 pesos en concepto de indemnización por los agravios (Zevallos, 1996, 1: 76). Por su parte, Lockhart indica que después de años de pleitos, Alvarado pagó 12.000 pesos fuera de la corte y recibió una multa relativamente leve, que se negó a pagar, manteniendo su inocencia durante todo el proceso (Lockhart, 1968: 203). 58. Carta del Conde de Nieva a S.M. desde Lima a 16 de diciembre de 1562. Ibíd. 59. Cobo, 1956b: 206.
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en todos los trabajos y peligros que pasaron en la conquista de esta tierra, con tan varonil pecho y ánimo que no solamente los toleraba sin muestras de flaqueza, sino que alentaba y esforzaba a su cuñado y compañeros para que no desistiesen de la empresa rendidos a las dificultades que se les ponían por delante, de manera que podemos decir muy bien haber tenido esta gran matrona no menos parte en la conquista de este reino que el mismo marqués Pizarro, porque el esfuerzo y ánimo con él consiguió tan grandes victorias y triunfos.60
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Según narra el cronista, doña Inés apoyaba y cuidaba al conquistador: “lo alimentó y sustentó con regalos y comidas que por sí misma le aderezaba, para que pudiese perseverar en tantos reencuentros y batallas como cada día con los indios tenía”.61 Deseamos destacar la óptica a través de la que Bernabé Cobo relata estos acontecimientos, la cual es reveladora de la percepción de la imagen femenina vigente en las mentalidades del siglo XVI. El activo rol de doña Inés en el campo de batalla soportando “trabajos y peligros de la conquista” distaría mucho del tradicional papel de la mujer en el ámbito doméstico. Pero, para poder explicar tan excepcional actuación la protagonista sería investida de atributos y cualidades masculinas más acordes con el contexto referido, convirtiéndose en una “mujer de varonil pecho y ánimo”. Sin embargo, Cobo en seguida la devuelve al hábitat que le correspondería: entre ollas y pucheros, alimentando a Pizarro, quien gracias a sus cuidados habría podido “perseverar en las batallas con los indios”. El 20 de abril de 1534, Francisco Martín de Alcántara e Inés Muñoz se hallaron presentes en la fundación de Jauja, figurando Francisco Martín en la primera lista de vecinos, a los que señalaba que se les concederían depósitos de indios.62 A finales de 1534, doña Inés y su esposo, seguramente acompañando a Francisco Pizarro, se trasladaron desde Jauja, la hasta entonces capital, hacia la Ciudad de los Reyes. Ambos se encontraron presentes en la fundación de la nueva capital, asistiendo al reparto de solares realizado el 18 de enero de 1535, adquiriendo por derecho propio la calidad de pobladores y vecinos de dicha ciudad. La pareja fue beneficiada con unos solares contiguos a la casa de Francisco Pizarro, lugar donde ubicaron su casa principal: “en la plaza, que alinda con una calle que va al rio, y con otra calle que va a Santo Domingo” (imagen 8).63 60. 61. 62. 63.
Ibíd. Ibíd. Lohmann, 1986: 169. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción. Cláusula 24 F.
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Su morada era colindante a la de Gerónimo de Aliaga y se encontraba a la derecha de la residencia de Francisco Pizarro, en la manzana que alberga actualmente la plaza Perú y que sustituyó a la plaza Pizarro, donde antiguamente se ubicaba la estatua del conquistador.64 Esta privilegiada ubicación sería explicable tanto por los méritos de Alcántara así con su parentesco con Pizarro. Del mismo modo, la concesión atestiguaría la posición social y poder económico que estaban adquiriendo en el Perú. 2.1.1. Trigo, olivos y frutas de Castilla
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Desde su llegada a los nuevos territorios americanos, un gran número de españolas desarrollaron un activo papel como pobladoras y transmisoras del patrimonio cultural y valores de la península. Autoras como Analola Borges, para el caso peruano, o Lucía Gálvez, para el argentino, señalan como estas mujeres dotaron a los incipientes núcleos poblacionales de unas mejores condiciones de habitabilidad.65 Gálvez indica que entre sus múltiples tareas estuvo la de dotar a sus casas de usos y comidas de sus tierras natales. Además, ellas fueron las principales encargadas de transmitir a las nuevas generaciones los valores hispanos que se deseaban preservar.66 Lockhart corrobora esta afirmación al señalar como, a pesar de su escaso número, estas españolas de la primera generación “ricas o pobres, concubinas o beatas, hicieron la contribución más importante del país al educar a los que las rodeaban en los usos de su tierra natal”.67 Podemos imaginar una recién fundada Ciudad de los Reyes, una localidad en la que, como en el resto del territorio que estaba siendo incorporado a la Corona, destacaría la ausencia de insumos básicos utilizados cotidianamente en España, tales como trigo, aceite de oliva o vino. Probablemente, la 64. También el cronista Bernabé Cobo nos da noticia de este hecho y del emplazamiento de la morada de la pareja: “en el repartimiento que se hizo de solares para su fundación, le cupo [a Francisco Martín de Alcántara] la esquina que cae entre las casas reales y Casas de Cabildo, calle en medio, y en el labró las casas de su morada, que al presente por haberse renovado son de las buenas y suntuosas desta ciudad”. La información proporcionada por Cobo, relativa al reparto de solares, procede de una copia original guardada en el archivo del cabildo. En dicha relación se menciona como se dio a “Francisco Martín de Alcántara, hermano del Gobernador y encomendero de Huamaguama [sic Huamanga], en Jauja, Santa y Caraguayllo [sic Carabayllo], un solar con esquina a la plaza, que linda con el Gobernador, con calle en medio”. Cobo, 1956a: 406. 65. Gálvez, 1990. Borges, op.cit. 66. Gálvez, op.cit.: 15, 42-43. 67. Lockhart, 1968: 209.
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Imagen 8. Plano de Lima de Pedro de Nolasco (1687) con detalle de la casa de Francisco Martín de Alcántara e Inés Muñoz, y de otros puntos de importancia.
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carencia de estos elementos animó a Inés Muñoz, y a otras españolas, a introducir productos castellanos con los que estaban familiarizadas. En el caso de Inés, su experiencia previa en tareas agrícolas habría sido de gran utilidad, al dotarla de conocimientos acerca del desarrollo y cuidado de ciertos cultivos. Lo cierto es que, tras instalarse en la Ciudad de los Reyes, alrededor de 1535, doña Inés era investida como la Ceres peruana atribuyéndosele la introducción del trigo y del lino, así como de varias frutas y semillas de Castilla. Bernabé Cobo, es quien nos narra como “con su ingenuidad y diligencia dio los primeros pasos para traer de España la mayoría de árboles y plantas de los que disfrutamos hoy, y acabó siendo la persona que dio trigo a este Reino de Perú, y de aquí el trigo se extendió más tarde al resto de las provincias de esta América del Sur”.68 Según el cronista, en 1535, año de la fundación de la Ciudad de los Reyes, Inés iba a preparar un potaje a Pizarro y estaba limpiado arroz que había venido en un barril de España cuando, entre los granos encontró algunos de trigo que apartó para intentar sembrarlos, comprobando si se aclimataban a las nuevas tierras. Afortunadamente, el cultivo respondió favorablemente a los cuidados y “nació y creció con notable lozanía y dio muchas y grandes espigas”. Según Cobo, tras esta primera cosecha, el trigo se volvió a sembrar a mano y “con grandísimo gozo de los moradores de esta ciudad, por la esperanza que concibieron que de tan pequeños principios había de resultar el sustento y hartura deste reino, como sucedió”.69 El resultado de estas primeras cosechas habría sido tan bueno que a los tres o cuatro años, hacia 1539, se levantaron los primeros molinos en la Ciudad de los Reyes y se comenzó a moler trigo y a elaborar pan. La autoría de Inés Muñoz sobre este importante hecho no es aceptada de manera unánime ya que algunos cronistas, como el Inca Garcilaso de la Vega, atribuyen este mérito a la también pobladora y encomendera María Escobar.70 Por otro lado, el padre Capp. y el José de la Riva-Agüero señalan como autora de este logro a Beatriz “la morisca”, esposa del veedor García de Salcedo.71 Inés Muñoz es también considerada junto a su segundo esposo, don Antonio de Ribera, la responsable de la introducción de los primeros olivos en el 68. Cobo, 1956a: 407. También José de la Riva Agüero, Cristóbal Real, Manuel Mendiburu, Manuel Atanasio Fuentes, Víctor Manuel Maúrtua, Fernando Montesinos, y Carlos García Irigoyen le atribuyen este hecho: Contreras y Romero, 2008: 124. Riva Agüero, 1935. Real, 1944: 363. Mendiburu, op.cit. Fuentes, 1866: 422. Maúrtua, 1906: 53-54. 69. Cobo, 1956a: 407. 70. Luis Martín señala erróneamente que María Escobar habría recibido una encomienda como recompensa a la introducción del trigo. Martin, op.cit.: 53-76. 71. Contreras y Romero, op.cit.: 124.
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Perú. De nuevo es Cobo quien afirma cómo “a esta casa de doña Inés Muñoz, debe esta república el pan y aceite que en ella se cogen”, logro confirmado por otros varios autores y por la propia Inés, como veremos más adelante.72 La leyenda referida a este hecho cuenta como don Antonio de Ribera, que había ido a España en 1560, como Procurador General de los Encomenderos, en su viaje de regreso a Perú, a petición de Inés trajo consigo “dos grandes tinajas con muchas posturas de olivo del Aljarafe de Sevilla, aunque de las cuales solo dos o tres llegaron vivas”. Una de las posturas habría sido puesta en la custodia del Santísimo Sacramento el día del Corpus, e incluso hay noticias de que se conservaba viva en 1650, después de diseminarse sus vástagos por todo el Perú.73 La otra postura fue robada y llevada a Chile, a pesar de las medidas de seguridad que habría tomado don Antonio de Ribera, que incluían su custodia por parte de 100 negros y 30 esclavos. Sin embargo, gracias a un edicto de excomunión que se publicó al respecto fue devuelta a los tres años.74 También se le atribuye a Inés Muñoz la introducción en el Perú de una gran variedad de frutas de Castilla. Cobo señala que doña Inés “por su industria y diligencia hizo traer de España los más de los árboles y plantas que ahora goza esta tierra”.75 Asimismo, en una cartela presente en un retrato de doña Inés en el Monasterio de la Concepción se puede leer: “Esta señora fue la primera conquistadora que entro en Piru por manos de la qual [truxeron] todas las plantas desde el trigo asta los olibos de que se mantienen todos estos reinos” (imágenes 9 y 18). Dichas frutas, desconocidas hasta entonces en el territorio peruano, entre las que se encontrarían higos, melones, granadas, naranjas, pepinos o duraznos, se plantaron en la denominada Huerta Perdida, propiedad de doña Inés.76 72. Ibíd.: 407. 73. Mendiburu, op.cit.: 95. Los olivos presentes en la actualidad en el parque del olivar, en el distrito de San Isidro en Lima, procederían de las posturas traídas por don Antonio de Ribera. 74. Ricardo Palma, basándose en las informaciones de Mendiburu, relata este acontecimiento en una de sus Tradiciones. Según Palma, el autor del robo era un caballero de Valparaíso, quien al ver la amenaza confesó su crimen. Don Antonio encontró de vuelta su estaca y mil duros, beneficiándose con el negocio ya que “en Sevilla la estaca le había costado media peseta”. “Una Excomunión Famosa”, en Palma, op.cit.: 393-394. Para la relación entre Mendiburu y Ricardo Palma ver Brito, 2011. 75. Cobo, 1956a: 407. 76. Mientras que algunos autores sitúan dicho huerto cerca de las riberas del río Rímac y el cementerio de El Ángel, al límite entre el Cercado de Lima y El Agustino, otros señalan que se encontraba en lo que actualmente es Huatica, en Barrios Altos. Sin embargo, según un plano del Monasterio de la Concepción, esta huerta, se ubicaba en el Hospicio de Santa Teresa, hoy Av. Abancay cuadra 10, y comprendía desde el fuerte de Santa Catalina hasta la antigua muralla, en la actual Avenida Grau (ver imagen 8). http://blog. pucp.edu.pe/item/137843/vida-e-historia-de-la-huerta-perdida .
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Imagen 9. Cartela en retrato de doña Inés Muñoz, abadesa del Monasterio de la Concepción.
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Mendiburu destaca que los elevados ingresos que doña Inés y su esposo habrían obtenido a partir de la venta de las frutas, legumbres y olivos de su huerta a un alto precio, habrían ascendido a la cuantiosa suma de 200.000 pesos. A pesar de que esta cifra nos parece excesiva, debemos tener en consideración como en estos años, los viajes desde la península, e incluso desde Panamá, eran escasos y costosos y, sobre todo, estos codiciados productos apenas llegaban a los territorios americanos, haciendo que el costo de los mismos pudiera incrementarse de forma abusiva.77 Esto nos ayuda a comprender tanto el encarecimiento de dichos insumos, así como el intento de Inés, y otros pobladores, de autoabastecerse de productos básicos para el autoconsumo y actividades diarias.78 Asimismo, estas crónicas y relatos nos permiten formarnos una idea de la gran importancia que estos primeros cultivos, y otros aportes, tuvieron en las incipientes estructuras económicas y en la formación de los primeros circuitos comerciales del virreinato peruano. 3. Relaciones de méritos y servicios y movilidad social Los conquistadores y pobladores fueron conscientes de la importancia de su participación en el proceso de conquista y población del territorio americano, y de que dicha actuación merecía ser premiada por parte de la Corona. De 77. Al respecto debemos considerar que las ganancias en esta primera etapa, solían ser superiores 100%. Empresas como la de Gonzalo Hernández y el virrey Hurtado de Mendoza cobraban 14 pesos por botija de vino español cuyo costo era de 3 pesos (Suárez: 1995: 36, nota 53). 78. Mendiburu, op.cit., 7: 94 y 97. José Luis Martínez muestra los elevados precios de los insumos y de las herramientas de trabajo procedentes de la península. Martínez Rodríguez, op.cit.: 48.
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esta manera, el monarca se vio en la obligación de recompensarla, siempre y cuando se hubieran justificado adecuadamente a través de los canales establecidos. El medio más adecuado para llevar a cabo dicha solicitud y acreditación fueron, además de las misivas destinadas al rey, las relaciones de méritos y servicios y las probanzas.79 Estas últimas, incluía las declaraciones de testigos, derivadas, normalmente, de un interrogatorio.80 No solo los beneméritos podían realizar una solicitud de relación de méritos y servicios, sino que la iniciativa también podía ser promovida por su esposa o hijos. A través de las informaciones o relaciones de méritos, el individuo, a manera de curriculum vitae, exponía y probaba los servicios prestados a la Corona con el ánimo de solicitar una merced o recompensa, destacando particularmente aspectos como sus virtudes, o los esfuerzos y sacrificios que había tenido que realizar en su servicio al monarca. Entre las mercedes que se podían solicitar estaban los cargos remunerados, el título de hidalgo, una renta, o las tan anheladas encomiendas. La tradición de administración de privilegios por parte de la Corona se remonta a la época medieval. Este privilegio era, según las palabras de Salustiano de Dios, “uno de los medios más cualificados en poder del príncipe para hacer prevalecer su soberanía”.81 El creador de la primera legislación destinada a reglamentar la administración de mercedes sería Alfonso X “el Sabio”, quien la incluyó en su obra Las Siete Partidas.82 En los territorios americanos este proceso se adaptó a las nuevas y particulares condiciones. Factores tales como una creciente, y más flexible movilidad social, una mayor distancia entre las autoridades coloniales y las de la metrópoli, así como la necesidad del control de los nuevos territorios que se estaban incorporando al Imperio Hispánico, hicieron que el sistema medieval de administración de mercedes
79. Robert Folger, en su definición de relaciones de méritos, señala que eran el más común de los procedimientos que proporcionaban información a la Corona, el cual era promovido por un individuo con el objetivo de dejar constancia de su actuación en las Indias. Por su parte Rolena Adorno las describe como “un documento escrito que consiste en la explicación detallada de un caso, junto con el testimonio de testigos, amigos favorables, quienes corroboran la petición” (Folger, 2011). 80. Covarrubias define como Probar el “averiguar con testigos y escrituras y otros medios ser verdad lo que dize o pretende y como “Provança” “el examen que se hace de la cosa que se va averiguando jurídicamente” (Covarrubias, 1611). 81. Ibíd: 18. Deseamos añadir que de la misma manera que la Corona se atribuía todas las prerrogativas para la concesión de mercedes, también lo hacía para el despojo de las mismas. 82. Las siete partidas del rey don Alfonso. Alfonso X, señala que una de las principales obligaciones y prerrogativas del monarca es distribuir justicia, “poniendo a cada uno en su lugar que le conviene por su linaje o por su bondad o por su servicio”. Partida II, título X, ley II, fol. 92. En Folger, op.cit.: 29.
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evolucionara a un complejo proceso, perfeccionado a través de un estricto control burocrático.83 A pesar de los recelos por parte de algunos historiadores a utilizar este tipo de documentación debido, en parte, a la posible falta de veracidad de la información contenida, varios estudiosos, a los que nos sumamos, han destacado su enorme utilidad desde un punto de vista no solo histórico, si no también antropológico, lingüístico y literario.84 Dichos documentos, particularmente las probanzas, al dar voz directa y cierto margen de libertad, fuera de las fórmulas oficiales establecidas, permiten a los testigos explayarse en determinados detalles y darnos ricas, valiosas e inesperadas informaciones.85 De este modo, consideramos que las relaciones de méritos y servicios pueden ser utilizadas desde una doble vertiente. Por un lado, estos documentos constituyeron en muchas ocasiones un instrumento de movilidad social, ya que, al probar sus actuaciones a favor de la Corona, muchos obtuvieron importantes beneficios como encomiendas o destacados puestos políticos en la administración, lo cual posibilitó, una movilidad ascendente. Así, el análisis de estos documentos nos permite profundizar en el estudio de dicho proceso de movilidad y observar algunas de las pautas significativas que se dieron en este sentido, principalmente en las primeras décadas de conquista y población de los nuevos territorios. Por ejemplo, gracias a ellos podemos observar el proceso de construcción de identidad frente a la Corona y de articulación de un discurso con el objetivo de obtener beneficios. Por último, nos permiten acercarnos y profundizar en el proceso de formación de las primeras redes relacionales o de sociabilidad (clientelares de paisanaje y/o parentelares, entre otras), base de las primigenias estructuras sociales del virreinato. 3.1. Ascenso de un conquistador: el caso de Francisco Martín de Alcántara Desde la década de 1530, se comenzaron a dictar las primeras provisiones destinadas a estipular las condiciones del proceso de acreditación de méritos y servicios en los nuevos territorios de las Indias.86 Dicha legislación explicaría, en parte, la gran abundancia de relaciones albergadas en diversos archivos, debido a que se exigía que “los servicios hechos en la carrera y defensa 83. 84. 85. 86.
Folger, op.cit.: 39. Chamberlain, 1948. Jiménez Núñez, 2006: 64. Folger, op.cit. Macleod, 1998. Cunill, 2014. Suñe, 1984: 84. Recopilación, lib. III, tít. II de la provisión de oficios y mercedes.
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de las Indias se deven reputar por hechos en ellas para ser premiados en oficios y cargos”, así como con otras mercedes.87 Uno de los conquistadores que procedió a solicitar confirmación de sus actuaciones fue Francisco Martín de Alcántara. Su solicitud nos permite observar parte del proceso de ascenso social de Francisco, quien habría variado de manera notable su condición desde su llegada de la península, como un simple campesino, siendo ahora capitán, conquistador, poblador y encomendero. En este vertiginoso ascenso social, le habría acompañado su esposa, Inés, quien disfrutaría de su nueva posición como pobladora y esposa de un próspero encomendero, siendo ahora conocida como “doña”.88 En 1539, Francisco Martín de Alcántara realizaba su relación de méritos y servicios, debido a la “necesidad que tenía de hacerlo”.89 Según figura en su expediente, la razón que le empujaba a dicho trámite era la solicitud de un escudo de armas. Asimismo, esta relación podría evitarle en el futuro posibles inconvenientes con la posesión y sucesión de sus bienes, e incluso le brindaba la posibilidad de ser beneficiado nuevamente por las autoridades. Recordemos que, en el supuesto caso de que varios aspirantes beneméritos con iguales méritos concurrieran a la solicitud de una merced, la Corona disponía que debían ser preferidos “aquellos descendientes de los primeros descubridores de las Indias y después los pacificadores y pobladores, y los nacidos en aquellas provincias, y primeramente remunerados los que fueran casados” al ser voluntad de la Corona “que los hijos y naturales de ellas sean ocupados y premiados donde sirvieron sus antepasados”.90
87. Recopilación, lib. III, tít. II, ley XXXXIII. 88. James Lockhart señala como dicha partícula estaba asociada sino a la nobleza si a una hidalguía. Asimismo, el autor hace hincapié en que a pesar del proceso de devaluación que el uso del doña sufrió durante el siglo XVI, tanto en España como en los territorios americanos, sin embargo, seguían existiendo límites, y era inconcebible que la hija de un artesano o un plebeyo usara tal distintivo. El autor señalar que, Inés Muñoz y Francisca Jiménez, teniendo riqueza y antigüedad, deseosas de reconocimiento externo solicitaron y recibieron una cédula real mediante la cual se les concedía el uso de doña. Por nuestra parte no hemos encontrado dicha cédula ni referencia a la misma, ni para doña Inés ni para la otra mujer que señala Lockhart. Asimismo, indica que los españoles consideraban incompatible el uso de doña con un apellido plebeyo, señalando erróneamente que por ese motivo Inés Muñoz recurría a los apellidos de su primer y segundo esposo; Alcántara y Rivera (Lockhart, 1968: 196-198). No hemos encontrado en la documentación consultada este supuesto, apareciendo siempre como doña Inés Muñoz o doña Inés Muñoz de Ribera, pero nunca como Inés Ribera o Inés Alcántara. 89. AGI, Patronato 93, N.9, R.2. 21-4-1539. Suponemos que esta solicitud estuvo acompañada de una relación de méritos en la que se hacía el pedido del privilegio al monarca. 90. Recopilación, lib. III, tít. II, ley XIV. Esto nuevamente corrobora el inmenso interés por parte de la Corona en la población permanente en sus nuevos territorios americanos.
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La Corona estipulaba la manera precisa en que se debía evaluar a los aspirantes; “a través de instrumentos auténticos o informaciones de los méritos y necesidad de la persona”.91 Es decir, la relación de méritos y servicios, era un proceso homogeneizado, totalmente controlado por el Estado, cuyos pasos estaban claramente detallados. Tal y como, Robert Folger señala: “las leyes relativas al proceso de realizar relaciones de méritos y servicios, muestran como los individuos en las colonias solo podían esperar aparecer ante las autoridades concluyentes, es decir el Consejo [de Indias] y el Rey, si se habían seguido los caminos a través de las jerarquías de la burocracia”.92 En primer lugar, el solicitante debía rellenar una petición con la Audiencia. Esta instancia suponía el primer filtro ya que, si la petición era desestimada, el proceso se detenía en ese punto y el aspirante no podía llegar a solicitar la merced al monarca. Esto indica que no todos podían optar a una merced ya que, si se quería culminar de manera exitosa, había factores decisivos a tener en cuenta tales como la fama personal, tener buenos abogados y, sobre todo, contactos influyentes, como algún miembro de la Audiencia de Lima o del Consejo de Indias. En el caso de la probanza que Francisco Martín remitía a Su Majestad, además de su condición de conquistador y poblador de los territorios peruanos, existía el factor decisivo de su parentesco con el gobernador Francisco Pizarro. A continuación, el pretensor a la merced debía adjuntar una serie de preguntas destinadas a probar, es decir, a corroborar la verdad de sus afirmaciones, así como una lista de testigos. A pesar de que el objetivo principal del interrogatorio era verificar las declaraciones del solicitante, en relación a los méritos que había realizado y confirmar su calidad de benemérito e idoneidad para la merced pretendida, también servía para comprobar la calidad y validez de los testigos propuestos.93 Normalmente todas las probanzas seguían una estructura similar. En primer lugar, se confirmaba de quién era hijo o familiar el solicitante. A continuación, se interrogaba acerca de la calidad de su persona, para dar paso a cuestiones más particulares, todo lo cual debía ser corroborado por los testigos. En el caso de la probanza de Francisco Martín de Alcántara las preguntas estaban mayormente destinadas a ratificar cuestiones tales como su relación fraternal con Francisco Pizarro, su viaje desde España con su esposa, o su paso desde Panamá a Perú con su hermano, el marqués, lo 91. Ibíd. Ley XV. 92. Folger, op.cit.: 39. 93. Ibíd.: 29.
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que le había convertido en uno de los primeros conquistadores y pobladores. Asimismo, se destacaba su diligente y activa participación en el proceso de conquista, pacificación y población. A través de las preguntas y respuestas del interrogatorio, los testigos, nos proporcionan interesantes detalles sobre Francisco Martín de Alcántara, y su esposa Inés. Pero, además, el cuestionario nos permite rescatar y observar el ideario y conjunto de valores que primaban en los territorios peruanos en los primeros momentos de la conquista. Es decir, tanto Francisco Martín como sus testigos, darían prioridad a determinados comportamientos, los cuales sabían que eran de especial valor y relevancia para la Corona, articulando un discurso diseñado en base a una serie de fórmulas estipuladas por la burocracia de la monarquía española. Encontramos, al igual que Folger, sumamente interesante el objetivo estatal que subyace en este proceso de absorber la individualidad del solicitante transformándolo en un vasallo de la Corona, apto para ejercer un rol en el cuerpo político del estado moderno “reconocido y legitimado por la máxima autoridad (el Rey)”.94 El solicitante se auto-percibe y se define en función de lo que la Corona quiere escuchar, para poder ser considerado acreedor de un beneficio, según se detalla en la legislación indiana; “servidor de su Majestad y perfecto vasallo”, una imagen emanada de la “ideología del estado”.95 Según podemos percibir a través de la información extraída de la probanza de Francisco Martín de Alcántara, en este contexto se concedería especial relevancia a la condición de conquistador o poblador, de la cual Francisco era acreedor según el mismo declaraba: “en la qual dicha conquista yo he trabajado y servydo mucho a su magestad e ansy por tierra como por la mar e ansy mismo de como soy vezino en esta cibdad y tengo my casa poblada en esta cibdad tengo mys cavallos y armas para servir a su magestad en todo lo que se ofresca por tanto a vuestra merced […]”.96 Poseer una casa poblada era un componente de vital importancia en la sociedad de la época. Consistía en tener una casa grande llena de gente; una esposa, preferiblemente española; una mesa donde se alimentaban varios huéspedes; esclavos negros; sirvientes indígenas; criados y mayordomos españoles, así como otros clientes
94. Ibíd. 95. Ibíd. El propio individuo tenía oportunidad de retratarse y distinguirse como persona, lo que nos permite penetrar en el proceso de construcción identitaria de los mismos, siendo su relación de méritos un espejo y al mismo tiempo una proyección. Comunicación personal con Asunción Lavrin. 96. AGI, Patronato 93, N.9, R.2. 21-4-1539.
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y una caballeriza.97 Por lo tanto, poseer una casa poblada confería automáticamente un determinado estatus. Del mismo modo, era relevante desde el punto de vista económico ya que su mantenimiento implicaba un considerable gasto. Las declaraciones de Francisco sobre su calidad eran corroboradas por los diversos testigos que a lo largo del interrogatorio señalaron como, tanto el cómo su esposa, eran “de los primeros conquistadores e pobladores de esta tierra”. Dichos testigos, a partir de las preguntas diseñadas por Alcántara y su abogado, no perdían oportunidad de dar fe de sus actuaciones bélicas a lo largo del proceso de conquista, destacando como Francisco había hecho “todo lo que se ofreçio e convino a la dicha guerra […] con mucha diligençia e cuidado e con mucho trabajo de su persona por servyr a su magestad”.98 Gracias a estas declaraciones sabemos que Francisco Martín se trasladó por pedido de Pizarro a Panamá, y que fue “por capitán por la mar como por tierra a pacificar e traer gente a esta tierra para la pacificación”. También sabemos que estuvo presente en el cerco de la Ciudad de los Reyes de 1536, y “se halló en esta cibdad con sus armas e cavallo e trabajo en ello todo lo que pudo como honbre de honra”.99 Dado que no se menciona su participación en el episodio de Atahualpa podemos confirmar que no se habría hallado en Cajamarca, aunque varios investigadores lo confunden con otro Francisco y señalan lo contrario.100 Observamos como las relaciones de méritos tendrían un alto componente autobiográfico, aunque, en cierta medida, condicionado con el objetivo ulterior del mismo, es decir, el logro de la concesión de una merced. Asimismo, muchas veces, la vida del solicitante se inscribe en una narración de eventos históricos de mayor importancia.101 En el caso de Francisco Martín, en el proceso de conquista y, en el caso de doña Inés y su segundo esposo, Antonio de Ribera, tanto en la conquista como en los enfrentamientos entre españoles tales como el conflicto almagrista, la rebelión de Gonzalo Pizarro o el levantamiento de Hernández Girón. Don Antonio incluso está relacionado con acontecimientos más distantes como la Guerra de Flandes o la toma de San Quintín, como veremos más adelante.
97. Lockhart, 1968: 32. 98. AGI, Patronato 93, N.9, R.2. Testimonio de Diego de Agüero. F. 9.v. 99. Ibíd. Testimonio de Crisóstomo de Ontiveros. F. 11.r. 100. Probablemente se encontraba en su trayecto a Panamá buscando refuerzos a pedido de Pizarro. 101. Folger, op.cit.: 34-35.
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Si se seguían todos los trámites y se presentaban todos los elementos solicitados: una petición; un reporte de los méritos del aspirante (y de los de sus antepasados en caso que fuese pertinente), y evidencias corroboradas por testigos (sumadas a las consultas de las autoridades locales), se configuraba un dossier con grandes posibilidades de éxito ya que seguía todas las reglas estipuladas por el Estado. Así sucedió con Francisco Martín de Alcántara, quien el 18 de septiembre de 1540, recibía confirmación de la concesión de un privilegio de armas cuyo diseño consistía en un águila negra en el cuarto superior izquierdo, atravesada por una banda azul y en Imagen 10. Privilegio de Armas concedido medio una estrella de oro en campo a Francisco Martín de Alcántara (AGI MPESCUDOS, 49). de oro. Además, tenía por orla ocho cabezas de tigres en campo colorado y por timbre un yelmo grande y sobre el que se alzaba medio león “con un estandarte blanco en las manos con sus trascoles y dependencias y follajes de colorado azul y oro” (imagen 10).102 3.2. Méritos de una pobladora Inés Muñoz, al igual que su esposo, y otras muchas de las primeras pobladoras del virreinato, fue consciente de que sus actividades le posibilitaban formar parte del selecto grupo de los beneméritos y, por lo tanto, le brindaba la posibilidad de obtener reconocimiento y favor de la Corona. De este modo, no dudó en utilizar su calidad de benemérita para obtener mercedes, u otros beneficios como un veredicto favorable en un litigio. Así, en una misiva, en 1543, en el marco de un pleito en el que reclamaba la devolución de unas 102. AGI, Lima 566, L4, F.112.
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encomiendas que le habían sido usurpadas, y que veremos con mayor detalle más adelante, Inés Muñoz se declaraba “la primera muger casada que en ella entró [en el Perú] y comenzó a poblar”.103 Asimismo, en 1574, en una probanza inserta en otro litigio, una de las testigos, Catalina Juárez, declaraba que había oído decir que doña Inés “fue la primera muger casada que en el entró con su marido y la primera que començo a sembrar labrar y cultivar las cosas contenidas en este reyno”.104 Catalina, iba más allá al declarar que ella misma “la a bisto que a fecho sembrar en este reyno trigo y cevada y lino e olibos y otros árboles frutales de Castilla y los a cultivado y labrado e cultivado el dicho lino y dado yndustria e manera para que otros lo hagan e con su mucho travajo e ingenio e industria a fecho en este reyno mucho provecho”.105 Estos testimonios corroboran el conocimiento de las mujeres acerca de la importancia, dada por la Corona, a sus actuaciones como pobladoras e incluso conquistadoras.106 No olvidemos que, dado que uno de los principales objetivos de la Corona era precisamente la población y afianzamiento de los nuevos asentamientos en los territorios americanos, las actividades relacionadas con este proceso fueron unas de las más incentivadas, reconocidas y premiadas.107 La encomendera Mariana de Ribera, es otro ejemplo de como muchas mujeres fueron conscientes de la valía de sus actuaciones, y/o de sus familiares, durante la conquista y primeros años de población de los territorios americanos, y no dudaron en acudir al monarca en busca de mercedes, preferiblemente encomiendas o pensiones sobre las mismas. Mariana era viuda del capitán Jerónimo de Silva, a quien, debido a sus destacados servicios en 103. AGI, Patronato120, N.1, R.32. Cfr. Anexo V. Carta de Doña Inés a su Majestad pidiendo la devolución de unos indios. 1543. 104. Ibíd. Declaración de Catalina Juárez (AGI, Patronato120, N.1, R.32.). 105. Ibíd. 106. Es sumamente significativa la actuación de Isabel de Guevara solicitando mercedes a la princesa Juana en base a su actuación en la conquista de Asunción. “Carta a la Princesa doña Juana (1556)”. En Cunningham, 1921. 107. Esta política se materializó a través de la concesión de diversas mercedes a los pobladores para incentivar su asentamiento y permanencia, algo de vital importancia para la supervivencia de la empresa imperial. Incluso una abundante normativa estuvo orientada a tal fin. Por ejemplo, en una instrucción al Licenciado Vaca de Castro en 1540, se ordenaba que “todos los vecinos de aquella provincia que tobieren indios se apliquen a labrar y planta tierras y criar ganados […] e tener otras granjerías que según la disposición de la tierra se pudiesen hazer”. AGI, Lima, L.4. Instrucción al Licenciado Vaca de Castro. Madrid 15 de junio de 1540. También se obligaba a los encomenderos a construir su casa en piedra, para tratar de asegurar su permanencia en el territorio. Del mismo modo la normativa referente a que los casados trajeran a sus esposas, o los solteros contrajesen matrimonio, estaría dirigida a este propósito.
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el territorio peruano, el virrey conde de Nieva había otorgado una considerable merced de ciertos repartimientos en Charcas.108 Sin embargo, Jerónimo no pudo disfrutar de dicha merced ya que el virrey Castro, señalaba que los indios encomendados a Silva por el conde de Nieva no estaban disponibles al tiempo que se le otorgaron, ni lo estaban en esos momentos. Las demandas de Silva intentando hacer valer su merced se alargaron hasta después de su muerte, teniendo que continuar la viuda, doña Mariana de Ribera, con las mismas. En 1570, Mariana, solicitaba al virrey Francisco de Toledo que mandase guardar la cedula de 1561 de la situación hecha por Nieva. De nuevo, en 1587, Juan del Castillo, en nombre de Mariana pedía en el Consejo de Indias que se le diesen indios que estuviesen vacos, o los primeros que vacasen, hasta los 3.500 pesos que les había dado Nieva.109 No sería hasta el 15 de septiembre de 1589, cuando el Consejo ordenaba dar cedula de encomienda a Mariana para que el virrey le situase 600 pesos ensayados de renta en cada un año por los días de su vida en los indios que el conde de Nieva había señalado a su difunto esposo hacía más de 25 años, en 1562. Sin embargo, la victoria de Mariana sería breve ya que, tras la sentencia, el fiscal de la Corona, el licenciado Alonso Pérez de Salazar, suplicó el auto, solicitando que se revocase señalando que doña Mariana, no podía pretender sucesión ya que su marido nunca había tomado posesión al no estar vacos los indios.110 Finalmente, el 7 de mayo de 1590, el Consejo confirmaba el decreto.111 108. El 23 abril de 1561, mediante una cedula firmada en Toledo, el monarca Felipe II, había ordenado al virrey que, si el capitán Jerónimo de Silva no estaba gratificado, en consideración a sus méritos y calidad de su persona se procediera a hacerlo de inmediato en tributos de indios que estuvieran vacos. El 30 de enero de 1563, el virrey Nieva, viendo que los indios que tenia Silva valían 2.548 pesos y 4 tomines, y que con ellos no se podía sustentar “conforme a su calidad” le señalaba por dos vidas hasta 3.000 pesos de plata ensayada de valor de cada uno de 450 maravedís, en los tributos de los indios de Totora, Chirumatas, Lepes, Condes y Sipesipe, que estaban en la provincia Charcas. 109. AGI, Lima 1, N.101. 110. Mariana, no solo solicitó rechazar la suplicación del fiscal, sino también los 600 pesos otorgados que estaban muy por debajo de los 3.500 proveídos por Nieva originalmente y que le correspondían en segunda vida. 111. A pesar de la sentencia a su favor, doña Mariana interpuso una demanda por la reducción de la situación a solo 600 pesos, suplicando aumentar la misma teniendo en cuenta los muchos y notables servicios de su difunto esposo, y que la merced se había hecho hace unos 30 años y no se había gozado, motivo por el cual se habían perdido unos 90.000 pesos. Asimismo, Mariana señalaba que estaba empeñada en mas de 40.000 pesos que el dicho su marido debía, y, además, que había gastado mucha suma en este largo pleito, razón por la que estaba pobre y necesitada no pudiendo sustentarse conforme a su calidad. En 1591, el Consejo de Indias se declaraba a favor de la viuda encomendera con las contundentes palabras “Pues esto es justicia Hágase”. Ibíd.
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También la encomendera María Martel, alegaba los méritos de su padre y hermano en la conquista y pacificación para solicitar mercedes, en este caso la dejación de la encomienda a un deudo suyo, como veremos más adelante. Los presentes son solo algunos de los numerosos ejemplos de mujeres encomenderas que, conscientes de la importancia de sus actos o de sus familiares beneméritos, no dudaron en ampararse en los mismos para proteger sus intereses o los de sus allegados, culminando de manera exitosa gran parte de las demandas, aunque en algunas ocasiones los intereses políticos de la Corona pesaron más que sus méritos y alegatos, como comprobaremos en los siguientes capítulos. 4. Redes relacionales en el siglo XVI
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La mayor parte de los primeros pobladores, de los territorios americanos compartían el hecho de haber dejado tras de sí, en sus respectivos lugares de origen, parte o, incluso, a toda su familia, amigos y vecinos. Muchos de ellos habían iniciado su aventura americana a finales del siglo XV o comienzos del siglo XVI, en el Caribe, Panamá y Centroamérica y habían continuado en Nueva España o en Perú. Aunque en algunos casos se habían reunido con algunos de sus parientes, o habían comenzado una nueva familia, debemos tener presente las débiles estructuras familiares frecuentes en este período de conquista. A pesar de su fragilidad, la existencia de unidades familiares básicas era imprescindible para el desarrollo y supervivencia del individuo en la sociedad.112 En el caso americano, en el que factores como la emigración, las guerras civiles y de conquista, o lo temprano de los asentamientos, propició la aparición de múltiples casos en los que hubo o una inexistencia o una gran debilidad de dichos núcleos familiares, hubo que compensar esta carencia mediante
112. Jean Pierre Dedieu y Christian Windler al analizar el Antiguo Régimen en España, señalan como en el hipotético caso de que una persona no tuviese ninguna vinculación familiar detectable, dedicaría mucho tiempo y grandes esfuerzos a construir una red de familiares indispensable para la supervivencia del individuo en el sistema. Asimismo, refuerzan la importancia de la familia al indicar que no se pueden analizar las estructuras de poder desde el individuo sino desde la familia (Dedieu y Windler-Dirisio, 1998: 210). Rocío Sánchez e Isabel Testón analizan en varias de sus obras la conformación de las redes parentelares en el territorio americano: (Sánchez y Testón, 2016 y 2002a). También Amelia Almorza Hidalgo realiza un análisis acerca de la construcción de las redes, así como su importancia, tanto en el proceso migratorio como en la llegada a los territorios americanos (Almorza Hidalgo, op.cit.).
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la creación de otro tipo de redes de soporte tales como las amistosas, las regionales o las clientelares. Entre los diversos vínculos, el que cohesionaría de manera más fuerte a sus miembros sería el de parentesco. Los familiares, es decir, los individuos que poseían un vínculo por consanguinidad, afinidad, adopción, matrimonio, etc., conformarían las denominadas redes parentelares.113 A continuación, le seguirían las redes amistosas: aquellas relaciones entre cierto conjunto de individuos unidos por lazos derivados de la amistad. Como hemos señalado, no todos los que se trasladaron a América contaban con familiares allí. O, aun en el caso que los hubieran tenido, las relaciones parentelares en esta etapa primigenia eran muy frágiles, y debían ser reforzadas con otro tipo de vínculos.114 Ahí es donde cobrarían protagonismo las relaciones con los amigos. Las historiadoras Isabel Testón y Rocío Sánchez hacen hincapié en la importancia de estos lazos afectivos “nacidos de la propia experiencia americana, bien por cuestiones laborales o profesionales o bien por relaciones de servicio y clientelismo”.115 Dichos lazos habrían estado también propiciados por experiencias compartidas de tipo personal. Incluso, la amistad en los nuevos territorios se sobredimensionaría ya que finalmente estaría cumpliendo, en gran parte de los casos, la función que le correspondería a la parentela, sobre todo, en las unidades domésticas relacionalmente débiles.116 Estos vínculos, pueden vislumbrarse, frecuentemente, en las relaciones de méritos donde los testigos a veces especifican la naturaleza de su unión con el interesado, así como las experiencias que han compartido. En el caso del grupo encomendero las experiencias comunes fueron en muchas ocasiones origen de vínculos de amistad, o de una relación muy cercana, los cuales propiciaron la creación de relaciones entre los individuos que contribuyeron a cohesionar el grupo, integrado en su mayoría por conquistadores y sus familiares. Finalmente, deberíamos mencionar la existencia de las redes de paisanaje y las redes clientelares. Las primeras estarían conformadas por un grupo de individuos con una procedencia común, por ejemplo, una localidad o región de Extremadura o, incluso, a un nivel más amplio, Andalucía o 113. Dedieu y Windler definen como familia al grupo amplio de parientes cuyos límites fijan, basándose en los límites del parentesco eclesiástico, alrededor del quinto grado, es decir los descendientes del abuelo de un bisabuelo común. Dedieu y Windler-Dirisio, op.cit.: 211. 114. Sánchez y Testón, 2002a: 30. 115. Ibíd., nota 77. 116. Ibíd.
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la península Ibérica. Por último, en las redes clientelares se relacionarían un grupo de individuos unidos por vínculos de dependencia (protección, tutela o cierto tipo de beneficio).117 Este grupo incluiría a los criados y a los allegados, definiendo la legislación indiana a estos últimos como aquellos que habían llegado en compañía de un determinado individuo, con sus licencias y bajo su amparo.118 Un individuo podía estar ligado a otro por varios lazos, es decir, podría ser tanto un familiar, como un cliente, y pertenecer a la misma región que otro. Del mismo modo, las redes no eran estáticas, sino que, por el contrario, estaban dotadas de una flexibilidad acorde a las diversas circunstancias. Por ejemplo, en muchas ocasiones las redes de amistad, podían transformarse en redes parentelares a través de los vínculos matrimoniales. Las relaciones parentelares, de amistad, clientela o de paisanaje jugaron un rol fundamental, y su estudio nos permite profundizar en la conformación de las primeras estructuras sociales del virreinato. Tal y como señalan Testón y Sánchez “el estudio de la familia como célula social, permite al historiador ir desentrañando, desde la dimensión microanalítica, las redes de relación con la que se teje el entramado social del Antiguo Régimen”.119 Así, un análisis de las redes de sociabilidad que involucraron a Inés Muñoz y sus esposos nos permitirá vislumbrar diversos aspectos acerca de las primeras redes relacionales de la élite encomendera peruana. 4.1. Movilidad social y creación de redes Tras su paso desde Panamá a Perú, la posición social de Francisco Martín de Alcántara y su esposa Inés cambió de manera sustancial. A pesar de sus humildes orígenes en Castilla el hecho de su llegada al territorio peruano, para 117. Para profundiza en las redes clientelares en el virreinato peruano en el siglo XVI y XVII ver: Suárez: 2017. 118. Asimismo, los allegados estarían en su casa “sin tener pleito o negocio particular, que les obligue a ello, haziéndole acompañamiento o servicio, o ocupándose en sus cosas familiares y caseras” Recopilación, lib. III, tít. II, ley XXVIII. Dicha definición se aplica para allegados y familiares. Covarrubias amplia este concepto definiéndoles como aquellos “que se valen de la sombra de un señor” (Covarrubias, op.cit.). Respecto a los criados, según Boyd-Bowman, en el período de 1550 a 1559, uno de cada diez emigrantes era denominado criado. Dicha proporción que se eleva al 13% entre 1560-1579 (Boyd-Bowman, op.cit.: 80). Por otra parte, en la Recopilación de Leyes de Indias se define como “criado” a toda persona que llevare salario o u acostamiento de alguien. Recopilación, lib. III, tít. II, ley XXVIII. 119. Sánchez y Testón, 2002a: 30.
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su conquista y población, supuso un factor decisivo en la movilidad social ascendente de la pareja. Como hemos podido observar, por un lado, Francisco Martín de Alcántara accedió a la categoría de conquistador, pacificador y poblador. Además, ambos, por derecho propio, adquirieron el estatus de pobladores de los nuevos territorios. Este creciente prestigio se materializó a través de hechos como su nombramiento como capitán, la concesión de varias encomiendas o un privilegio de armas. Todo esto habría sido posible, gracias a una notable apertura en los procesos de movilidad social que, a diferencia de la metrópoli, se dio durante los primeros años de la conquista y población de los territorios americanos. A esto contribuiría, tal y como James Lockhart señala, que ni Francisco Martín ni Inés habrían hecho plena exposición pública de sus trabajos y actividades previas a lo desarrollado posteriormente en los nuevos territorios, es decir, no habían realizado actividades que les identificase como campesinos o villanos. De este modo, a pesar de su carencia de hidalguía, era posible ascender socialmente y ser admitido como parte de la élite, siempre que se contara, además, con otros factores tales como antigüedad en el nuevo territorio y méritos militares.120 Finalmente, un factor decisivo, en el caso de la pareja, serían los vínculos familiares que tenían con la figura más importante del Perú en esos momentos: el mismísimo gobernador de los nuevos territorios, Francisco Pizarro. La pareja, que formaba parte de la red parentelar de Pizarro, se había integrado en el más íntimo círculo social del conquistador. Martín de Alcántara parece haber sido persona de máxima confianza de su medio hermano, siendo no solo aliado en el proceso de conquista, sino, además, encargado de varias tareas personales encomendadas por éste. Así, a pesar de su discreta aparición en las primeras crónicas, quizás debido a la escasez general de información por lo temprano del momento, las probanzas y relaciones de méritos contienen declaraciones que atestiguan la importancia de sus acciones militares.121
120. Lockhart, 1968: 29. 121. Ya señalamos cómo destacados testigos como el veedor de la Hacienda Real, García de Salcedo, indicaban que Pizarro había enviado “al dicho Francisco Martin por capitán por la mar como por tierra a pacificar e traer gente a esta tierra para la paçificacion e socorrer al cerco que se esperaba sobre esta cibdad [Jauja]”. Rodrigo de Herrera, corroboraba dicha información al señalar que “le vio venir de Panamá estando en la cibdad de Xauxa e vio que traxo gente como el dicho señor Governador le avia mandado para el socorro de esta tierra e conquista de ella”. AGI, Patronato120, N.1, R.32, f. 6.r.
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Asimismo, figura como testigo en un gran número de documentos y transacciones relacionadas con Francisco Pizarro, como una carta de obligación del conquistador a Juan de la Torre prometiéndole pagar antes de seis meses 1.000 pesos de oro por un caballo. 122 Del mismo modo, en una escritura de 1538, Alcántara aparece de testigo en una carta de obligación de su hermano al capitán Hernán Ponce de León en relación a 23.000 pesos de oro que Pizarro debía a Almagro.123 Asimismo, aunque en algunas ocasiones solo aparece como testigo en otras podemos encontrar a Francisco Martín realizando diversas transacciones en nombre de su célebre pariente.124 Varios historiadores corroboran los estrechos vínculos existentes entre los hermanos. Rafael Varón Gabai, uno de los mayores conocedores del clan Pizarro, indica como el grupo de parentesco más compacto que actuó en el Perú fue el de Francisco Pizarro con sus hermanos. En este grupo, incluiríamos a doña Inés Muñoz, a quien el propio Pizarro llega a llamar hermana.125 La idea de complementariedad habría sido una constante en el clan familiar. Así, entre 1539 y 1540, mientras Francisco estaba entre Trujillo y Lima, Hernando estaba en España, justificando su acción contra Almagro; Juan y Gonzalo habían quedado a cargo del Gobierno político del Cuzco, y Francisco Martín de Alcántara traía de regreso a don Diego de Almagro de Panamá.126 Por su parte, Inés, se hacía cargo de los hijos del marqués, y cuidaba las propiedades en Lima de ella y su esposo. De este modo, a pesar de la discreta relación entre Francisco Martín de Alcántara con su hermano Pizarro, no dudamos de la importancia de sus vínculos. Esta relación se habría materializado en hechos como el nombramiento de Martín de Alcántara como albacea del testamento del conquistador y como regidor perpetuo del cabildo de Lima, así como la 122. The Harkness Collection in the Library of Congress: Documents, 1: 18. También el 26 de septiembre de 1537, es testigo en una carta de poder de Francisco Pizarro junto con Antonio Picado, inseparable secretario del marqués, y Alonso Rodríguez Picado. Ibíd. También aparece como testigo, en un finiquito de su hermano a Hernando de Sepúlveda y Cristóbal de Burgos el 7 de febrero de 1538. Lohmann, 1986: 102. 123. En dicha escritura Pizarro señalaba haber pagado 12.180, quedando 11.250 pesos pendientes, que el conquistador se comprometía a pagar antes de un mes. 28 de mayo Ciudad de Los Reyes. Ese mismo día Alcántara aparece como testigo de otra carta de obligación de Pizarro a Francisco de Chávez, su lugarteniente, prometiendo pagarle antes de 8 meses los 12.180 pesos de oro que este ha pagado en su nombre a Hernán Ponce de León (The Harkness Collection in the Library of Congress: Documents, 1: 34). 124. Carta de obligación de Francisco Pizarro a Mateo de Lezcano prometiendo pagar 750 pesos de oro por un caballo. 16 de junio de 1537. Ibíd.: 67, 73-74. 125. Porras, 1936: 40. Clausula 31 del testamento de Francisco Pizarro. 126. Varón Gabai, estudioso del clan Pizarro, señala como Martín participó tanto de la intimidad familiar como de los beneficios económicos (Varón, 1996: 191).
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concesión de Pizarro a su hermano de diversas encomiendas, desde 1534 hasta poco antes de su muerte el 23 de mayo de 1541.127 Respecto a la relación de Inés y Francisco Pizarro, recordemos nuevamente como este había confiado a su cuñada y a su hermano el cuidado de sus hijos Francisca y Gonzalo, aun estando viva su madre indígena, doña Inés Yupanqui.128 Tal era la confianza depositada por Pizarro en Inés, que, incluso, en su última voluntad, disponía que, en caso de su fallecimiento, los niños permaneciesen con ella y su esposo: […] por qué el dicho Francisco Martín de Alcántara my hermano e Ynés muñoz my hermana los an tenydo e criado e al presente los tienen encomendados, quyero y es mi voluntad que a lo menos hasta que sean de hedad de seys años los crien e curen como agora los tienen […] para que sean doctrinados y en todas las virtudes y todas las maneras e doctrina y enseñamiento que todos los hijosdalgos deven […].129 153
María Rostworowski, quien ha dedicado una obra a la célebre mestiza hija de Pizarro, también hace hincapié en la importancia que Inés Muñoz tuvo en su crianza, sin que la madre biológica, la ñusta Inés Yupanqui o Quispe Sisa, tuviera apenas capacidad de intervenir, ya que Pizarro deseaba para sus hijos una educación española y en la doctrina cristiana.130 Sin embargo, nos atrevemos a señalar, que Inés Yupanqui no perdió el contacto con sus pequeños hijos, quienes vivían en la misma ciudad, y que, además, mantuvo relación con Inés Muñoz, aun después de la muerte de Francisco Pizarro.131
127. Lohmann, 1986. 128. Poco después del nacimiento de su hijo Gonzalo, Pizarro, la casó con uno de sus soldados llamado Francisco de Ampuero. Para Inés Yupanqui ver: Rostworowski, 2003. 129. Asimismo, Pizarro en su testamento nombraba a Martín de Alcántara como curador y tutor de Francisca Pizarro: “[…] e para lo destas partes e provincias del Perú nombro por tutores y curadores de las personas e bienes de los dichos mis hijos a los dichos Hernando Pizarro e Francisco Martín de Alcántara, mis hermanos, e al dicho Francisco de Chávez e al dicho Antonio Picado mi secretario […]”. En Lohmann, 1986: 300 y 308. 130. Rostworowski, 2003: 37. 131. Ambas mujeres se habrían conocido y habrían mantenido relación durante su estadía en la ciudad de Jauja. Probablemente, cuando Pizarro salió en 1534 hacia la costa, en un viaje en busca del emplazamiento de la nueva capital, Inés Muñoz se quedó al cargo de Inés Yupanqui y su pequeña hija. Asimismo, es llamativo que ambas mujeres ostenten el mismo nombre. Quizás la amistad entre ambas hizo que la coya Quispe Sisa o Pizarro eligieran el nombre de su cuñada en su bautizo, nombre que también elegiría Francisca Pizarro para su hija.
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4.2. Las relaciones de méritos y servicios y la conformación de las redes relacionales
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Tal y como señalamos anteriormente, tomando las precauciones necesarias, las relaciones e informes de méritos y servicios y las probanzas constituyen una herramienta de gran utilidad a la hora de analizar, entre otros, la creación y conformación de redes relacionales, y, por lo tanto, la formación de las estructuras sociales en los primeros momentos del siglo XVI. Asimismo, varios historiadores han llamado la atención sobre la particular importancia de otro tipo de documentación para este propósito, tales como las cartas privadas, las cuales también aportan personal y valiosa información acerca de los vínculos que se mantuvieron o crearon, al igual que los protocolos notariales y los testamentos, los cuales mostrarían relaciones entre individuos, como otorgantes, tutores, notarios, beneficiados o escribanos, entre otros.132 En el caso de nuestra investigación, aunque carecemos de cartas privadas de Inés o dirigidas a ella si embargo, si disponemos de otras fuentes de importancia como las mencionadas relaciones de méritos y servicios y probanzas y diversa documentación relacionada con procesos judiciales. En dicha documentación, serían de particular utilidad las listas de testigos, las cuales nos permiten reconstruir parte de las redes relacionales de los solicitantes, en este caso de Inés Muñoz y Francisco Martín de Alcántara, miembros de la élite encomendera. El que fuera el propio interesado el que sugería una lista de testigos, nos ayuda a definir con más certeza cuales fueron algunas de las personas que formaron parte de su círculo de relaciones o, incluso, en qué momento se conocieron o tuvieron una mayor relación. Frente a la opinión de Beatriz Suñe quien señala que la aparición de ciertos nombres repetidos en las probanzas indicaría que estos testigos eran de pago y que este sería un oficio más para ellos, consideramos, que en el caso de la temprana América colonial, en la mayor parte de los casos, los testigos tuvieron una relación directa con el solicitante y no serían meros asalariados.133 Del mismo modo, haber sido elegido como testigo para una probanza ya es indicativo de la naturaleza del vínculo entre estos individuos. Es decir, el solicitante necesitaba un testimonio 132. Sánchez y Testón, 2002a: 17. Sánchez y Testón, 2016. Otros autores que analizan y hacen hincapié en el valor de estas misivas: Almorza Hidalgo, op.cit., Otte, op.cit. Martínez Rodríguez, op.cit. 133. Suñe, 1984. Incluso, determinados testimonios como el del conquistador Crisóstomo de Ontiveros, uno de los más antiguos en el territorio americano, eran importantes y muy codiciados, al ser testigo y actor de los principales acontecimientos (Trelles, 1991: 128).
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claramente favorable, por lo que la relación entre estos sería, si no de amistad, por lo menos de respeto o insertada dentro de un clientelismo, existiendo una relación de dependencia entre ambos donde, incluso, podría haber en juego algún tipo de recompensa o beneficio. Finalmente, la colaboración como testigo, apoyando los intereses de un individuo contribuiría a afianzar y reforzar los lazos ya existentes entre ellos. En la probanza realizada por Francisco Martín de Alcántara el 21 de abril de 1539, los testigos fueron el veedor García de Salcedo, Rodrigo de Herrera, Alonso Rubielo, Nicolás de Ribera, Diego de Agüero y Crisóstomo de Ontiveros.134 Todos estos personajes tuvieron una gran relevancia en la sociedad peruana de ese momento y presentan unos elementos comunes. Al igual que el solicitante, todos eran conquistadores, encomenderos y pizarristas, es decir, de una manera u otra formaban parte importante de las redes del conquistador Francisco Pizarro, lo que sin duda habría propiciado el vínculo de Alcántara con ellos. Diego de Agüero conocía a don Francisco y doña Inés desde su llegada a Panamá y había seguido manteniendo una relación con ellos en Jauja y la Ciudad de los Reyes, donde ahora eran vecinos. Agüero, procedente de Extremadura había pasado a las Indias con Pizarro, en 1530, y estuvo presente en los acontecimientos de Cajamarca.135 Asimismo, había sido nombrado encomendero de Lunahuaná por Francisco Pizarro. En 1536, al igual que Francisco Martín de Alcántara, estuvo presente en el cerco de la Ciudad de los Reyes protagonizado por Titu Yupanqui. Tras la muerte de Pizarro y Alcántara, a manos de la facción almagrista, fue perseguido por estos, aunque logró escapar de la Ciudad de los Reyes, uniéndose a Vaca de Castro para luchar contra ellos. También el segundo testigo, el conquistador Crisóstomo de Ontiveros estaba presente cuando Inés Muñoz llegó de Panamá a Jauja con su esposo.136 Criado de Hernando Pizarro y su administrador en el Perú, Crisóstomo formaba parte del círculo de Pizarro, quien le había hecho encomendero de los repartimientos de Angaraes, Chocorbos y Huachos, en Huancavelica. Asimismo, fue uno de los primeros vecinos de Jauja, al igual que Francisco Martín e Inés. En 1539, quizás poco después de comparecer como testigo en la probanza de Alcántara se trasladó a Huamanga donde fijó su vecindad. 134. AGI, Patronato, 93, N.9, R.2. 135. Guillermo Lohmann sitúa su nacimiento en Deleitosa en 1510 (Lohmann, 1983, 2: 14-15), mientras que José Antonio del Busto lo hace en 1511 en Plasencia (Busto, 1986: 28-31). 136. Lohmann, 1983, 2: 219.
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Respecto al testigo Nicolás de Ribera, aunque en la probanza no se aclara si es “el Viejo” o “el Mozo”, consideramos que habría sido el primero, presente desde el inicio de la conquista.137 Al igual que Ontiveros indicaba que también había conocido a doña Inés y Francisco desde su desembarcó junto a Pizarro en Panamá.138 Tanto en caso de ser “el Viejo” o “el Mozo” su relación habría continuado en tierras peruanas, donde, al igual que Alcántara, ambos eran vecinos de la Ciudad de los Reyes. Respecto a Nicolás de Ribera “el Viejo”, este había sido vecino de Jauja y era uno de los trece de la Isla del Gallo y primer alcalde de Lima. Perteneciente al círculo Pizarrista fue hombre de máxima confianza de Pizarro quien le hizo merced de la encomienda de Ica donde se halló al momento del asesinato de Pizarro, aunque salió de allí para luchar contra los almagristas. Su manifestó pizarrismo le llevó a secundar a Gonzalo Pizarro, aunque también acabó apoyando la causa realista.139 Por otro lado “el Mozo”, gracias a mercedes de Francisco Pizarro y el licenciado Vaca de Castro, confirmadas después por Pedro de La Gasca, había sido nombrado encomendero de los repartimientos de Maranga, Huaura o Vegeta y Canta.140 Perseguido por los almagristas, luchó junto a Vaca de Castro, regresando posteriormente a la Ciudad de los Reyes, donde era uno de los vecinos más prominentes. El tercer testigo, Rodrigo de Herrera, había pasado en el mismo navío que Francisco Martín de Alcántara desde Panamá a tierras peruanas. Sin embargo, a diferencia de este, había estado presente en los acontecimientos de Cajamarca.141 Ambos coincidieron de nuevo en la Ciudad de Jauja, donde Herrera vio llegar a Francisco de Panamá en compañía de Inés. Lockhart señala que Herrera mantuvo, desde muy temprano, una estrecha relación con Francisco Pizarro, como su criado, al igual que Crisóstomo.142 Encomendero del Cuzco, llegó a ser miembro del Cabildo de esta ciudad. Al parecer en 1539, el mismo año en el que declara como testigo en la probanza de Alcántara, regresó a España, a su villa natal de Carrión de los Condes en Palencia. Sobre Alonso Rubielo apenas disponemos de información. Sabemos que ya estaba en Panamá cuando llegaron Alcántara e Inés, y que, asimismo, era 137. Lohmann, 1983, 2: 263. 138. AGI, Patronato, 93, N.9, R.2. 139. Lockhart, 1986-1987. Lohmann, 1983. Busto, 1986. 140. Nacido en Vitigudino (Salamanca) en 1506. Falleció en la Ciudad de los Reyes el 3 de diciembre de 1582 (Lohmann, 1983: 263). 141. Lockhart, 1986-1987: 89. 142. Ibíd.
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vecino de la Ciudad de los Reyes donde según sus declaraciones “todo el tiempo que aquel conoçe en esta cibdad al dicho Francisco Martyn e a presente le vee tener su casa poblada como persona honrada tenyendo moços e cavallos e mula”.143 Por último, García de Salcedo, veedor de la real Hacienda, había pasado en el mismo navío que Alcántara de Panamá a Perú, y, al igual que Rodrigo de Herrera, era un personaje muy cercano a Francisco Pizarro, quien le había concedido la encomienda de Nasca.144 Salcedo aparece en un gran número de documentos firmando junto a Francisco Martín de Alcántara y no dudamos que su mutuo vínculo con Pizarro propició si no su amistad, su cercanía. Otro documento de gran relevancia para nuestro análisis es el Informe de méritos y servicios, realizado en 1574 por Inés Muñoz, sobre ella y sus dos maridos; Francisco Martín de Alcántara y don Antonio de Ribera. En él, los testigos describen, de manera bastante detallada, su relación tanto con Inés como con su primer y segundo esposo.145 Además, gran parte del interrogatorio, corrobora hechos acaecidos en las primeras décadas de población, lo que nos ayuda a observar la continuidad y relación de los personajes contenidos en el proceso. En dicho interrogatorio figuran los siguientes testigos: Francisco de Ampuero, Joan Sánchez Falcón, Alonso de Palomares, Juan Bayón de Campomanes, Baltasar Calderón, Alejo González Gallego, Catalina Juárez, Andrés García, Francisco de Ysásaga (o Isásaga), y Fray Joan del Campo. De nuevo, observamos como la mayor parte de estos personajes jugó un destacado papel en la política y sociedad de ese momento. Asimismo, volvemos a encontrar dos denominadores comunes en muchos de los testigos; pertenencia al grupo encomendero y pizarrismo, sobre todo en aquellos que conocieron personalmente a Inés y a su primer esposo y cuñado. Este es el caso del primer testigo, Francisco de Ampuero, quien, a fecha de la probanza, era vecino y alcalde ordinario de la Ciudad de los Reyes. Ampuero, señalaba que conocía a doña Inés, sus esposos y su hijo hacía mucho tiempo. No es de extrañar que Ampuero formara parte de las redes de doña Inés, ya que, desde su llegada en 1535, había integrado el más cercano círculo pizarrista. Aunque había llegado junto a Hernando Pizarro, al poco tiempo estaba bajo las órdenes de Francisco, como su paje. Tanta fue la cercanía entre ambos que, incluso, Pizarro 143. AGI, Patronato, 93, N.9, R.2. 144. Puente Brunke, 1991a: 449. 145. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2.
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el 20 de junio de 1548, le casaría con doña Inés Huaylas Yupanqui, madre de dos de sus hijos, (Francisca y Gonzalo). Poco después, en 1539, Ampuero eran nombrado regidor del cabildo y diputado. Asimismo, Pizarro le concedió las encomiendas de Yauyos y Chaclla. Al momento del asesinato de Pizarro y Martín de Alcántara, Ampuero también se encontraba en el palacio, siendo uno de los testigos del fatal acontecimiento, hecho que nos corrobora la cercanía con Pizarro y su hermano. También tenía vínculos con Antonio de Ribera debido a su relación con Gonzalo Pizarro. También el segundo testigo, Joan o Juan Sánchez Falcón, aseguraba conocer a todos hacía unos 30 o 35 años.146 Falcón de unos 60 años de edad había llegado al Perú con la hueste de Alvarado alrededor de 1534, y estuvo presente en alguno de los acontecimientos claves de la conquista como el cerco de la Ciudad de los Reyes de 1536 y la batalla de Chupas contra los almagristas. También participó en la conquista de los Chachapoyas, y más tarde en la fundación de la ciudad de León de Huánuco, donde además de vecino fue encomendero por cedula del marqués Francisco Pizarro.147 Su encomienda estaba cercana a la de los indios Chupachos de Francisco Martín e Inés situada en esta misma región. El tercer testigo, Alonso de Palomares, también conocía a todos, de “vista y trato”, señalando que conocía a Francisco Pizarro a su hermano y a doña Inés de cuarenta años poco más o menos, a don Antonio de Ribera de 25 años y al “Mozo” desde que nació.148 También había llegado en la expedición de Alvarado y tenía relación con el gobernador Francisco Pizarro. El noveno testigo, Francisco de Isásaga era otro veterano conquistador, y aunque era vecino de la ciudad de la Plata, donde Francisco Pizarro le había hecho beneficiario del repartimiento de los Carangas en Charcas, mantenía lazos con el entorno pizarrista.149 De hecho, señalaba que conocía a Ines Muñoz “de más de quarenta e dos años, al marques don Françisco Piçarro y a Françisco Martín de Alcántara su hermano ya difuntos en este reyno quando lo descubrieron poblaron e conquistaron de más de quarenta e dos años a esta parte y al dicho comendador con Antonio de Ribera de más de treinta años”.150 146. Ibíd. 147. Datos extraídos de la relación de méritos y servicios de Juan Sánchez Falcón, parte de la cual ha sido transcrita y publicada por Edmundo Guillén (Guillen, 1997). Para ampliar información sobre Falcón ver: León Gómez, op.cit. 148. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2. 149. Presta, 2000a: 257. 150. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2. Declaraciones de Francisco de Ysásaga, f. 82.r.
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En el caso de Catalina Xuarez, mujer de Julián de Aranda a pesar de no pertenecer al grupo encomendero, si formaba parte del estrecho núcleo clientelar de Inés Muñoz.151 Según ella misma declaraba conocía a doña Inés desde que tenía 10 años, por lo que debía haberse criado y vivido en su casa. Respecto al resto de los testigos que comparecieron en 1574, parecen más allegados al círculo del segundo marido de doña Inés, don Antonio de Ribera, ya que la mayor parte de ellos no conocieron más que de oídas a Pizarro y a Alcántara, fallecidos ya hacía más de tres décadas. Así sucedía con el encomendero de Huacho o Huaura, Juan Bayón de Campomanes,152 del que doña Inés era comadre, o Andrés García y Baltasar Calderón, Gentil Hombres de la Compañía de las Lanzas de S. M. Este último había sido compañero en la conquista de Cartagena de don Antonio de Ribera al igual que el sexto testigo Alejos González Gallego. Por último, Fray Joan del Campo, parece haber tenido únicamente vínculos con doña Inés al ser Provincial del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes, fundando por ella en 1573. Del mismo modo, las listas de testigos en los pleitos en los que Inés Muñoz se vio involucrada, principalmente por la usurpación de sus encomiendas por las autoridades, también son de gran interés. En uno de los litigios llevado acabo entre 1550 y 1559, consta una probanza en la que prestan su declaración los siguientes personajes: Alonso de Santana, Pedro de Alconchel, Pedro de Miranda, Nicolás de Ribera, Rodrigo Nieto, Alonso de Ruano, Juan Esteban Silvestre y Hernando de Montenegro. Observamos la presencia de destacados conquistadores y encomenderos como Pedro de Alconchel, celebre trompeta que anuncio la llegada de refuerzos españoles durante el sitio del Cuzco. Pizarrista declarado, fue perdonado por su apoyo a Gonzalo Pizarro pudiendo conservar sus encomiendas de Chilca y Mala, en la jurisdicción de Lima.153 También aparece Hernando de Montenegro, pizarrista, dos veces alcalde de Lima, encomendero de Andajes y al que se le atribuye haber plantado la primera vid de Sudamérica. Otro celebre conquistador de la lista es Nicolás de Ribera “el viejo”, quien, recordemos, ya había participado como testigo en la probanza en 1539. Dado que los testigos están declarando en el contexto de un litigio por una encomienda ubicada en Huánuco, no es extraño que haya varios encomenderos de dicha jurisdicción. Entre estos encontramos a Juan Esteban Silvestre, 151. Declaraciones de Catalina Xuarez. Ibíd. 152. Puente Brunke, 1991a. 153. Para ampliar ver. Busto, 1986: 47 y Lockhart, 1986-1987.
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regidor y encomendero de Chachapoyas. Debido a sus méritos en la pacificación de Huánuco, Pizarro le concedió un repartimiento en dicha región. Su pizarrismo también se manifestó en su apoyo a Gonzalo durante su sublevación. Sin embargo, acabó apoyando la causa realista. También Rodrigo Nieto, era encomendero de Huánuco, más concretamente de los Aneyungas, por lo que, probablemente, su vínculo con Inés Muñoz se debería a su condición de vecinos encomenderos. Finalmente debemos mencionar a Pedro de Miranda. Aunque desconocemos el momento en que estableció un vínculo con doña Inés, sabemos que fue una persona muy cercana y constante en su vida desde la década de 1540.154 Precisamente, en otro pleito, celebrado en 1575, encontramos nuevamente a Pedro de Miranda y también al conquistador Francisco de Ampuero, quien, asimismo, aparece en otra probanza de 1592 referente a una solicitud de mercedes para el Monasterio de la Concepción. Para nuestro caso de estudio también hemos encontrado documentos en los que Inés Muñoz figura como testigo. Así sucede en una probanza realizada por el curaca de Lima don Gonzalo en 1559.155 Resulta interesante comprobar cómo, en esta ocasión, muchos de los otros declarantes son personajes constantes en su entorno, como Pedro de Alconchel, Francisco de Ampuero y la esposa de éste, Inés Huaylas Yupanqui. Como señalamos anteriormente, el análisis de las listas de testigos, permitiría reconstruir parte de las redes relacionales de los solicitantes, y profundizar en las mismas, al incluirse, en muchos de los casos, datos de relevancia como la duración y naturaleza de su vínculo. Esta documentación, también posibilita observar el desarrollo de las redes relacionales de Inés Muñoz y en algunos casos su continuidad, ya que algunos testigos, como los conquistadores Nicolás de Ribera o Francisco de Ampuero aparecen en más de una ocasión. Incluso, en el caso de Ampuero, el contacto se mantendrá a lo largo de los años, figurando sus nietas como profesas del Monasterio que doña Inés fundará en 1573. Otros documentos que serían de ayuda para profundizar en el entramado de estas primeras redes sociales del período de la conquista y primeras décadas del virreinato, son los listados de vecinos presentes en la fundación de las primeras ciudades, como Jauja (1534) o la Ciudad de los Reyes. Dado el reducido número de vecinos y vecinas presentes en dichas fundaciones, podemos afirmar que todos se conocían y que mantenían algún tipo de vínculo. 154. Mientras que a veces aparece como su procurador, en otras lo hace como su socio. Ver cap.3. 155. Rostworowski, 1981.
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Recordemos como Lockhart señala que, según una relación en 1537, en la Ciudad de los reyes apenas había 14 mujeres españolas, siendo tan solo unas 150 o 200 en todo el Perú en 1541.156 En la fundación de Jauja figuran, entre otros vecinos, personajes ya mencionados relacionados con la pareja como el veedor García de Salcedo, Jerónimo de Aliaga, Nicolás de Ribera “el viejo”, Diego Gavilán, Rodrigo de Mazuelas, Pedro de Alconchel, o Crisóstomo de Ontiveros. Aunque solo aparecen los nombres de los conquistadores, quedando el nombre de sus esposas en el anonimato, debemos considerar que muchas de ellas también estuvieron presentes en la fundación por lo que debemos tenerlas en consideración, dotándolas así de una merecida visibilidad en tan importante proceso. Algunas de estas mujeres “fundadoras” serían, entre otras, Inés Muñoz, Beatriz de Salcedo “la morisca”, Isabel de Chávez, Elvira Dávalos y Solier, Inés Yupanqui, Francisca Pinelo o Isabel Rodríguez en la Ciudad de los Reyes, y María de Escobar en Trujillo. Finalmente, un documento de vital importancia para penetrar en el entramado relacional del individuo sería el testamento. Asunción Lavrin, destaca la importancia de este documento a la hora de observar las redes y lazos familiares: “las nuevas relaciones e intereses creados y consolidados a través del matrimonio o simplemente a través de la vida, se reflejan en los testamentos”.157 Así, el testamento de Inés Muñoz, que veremos con mayor detalle en el capítulo 5, nos permite reconstruir parte de este complejo entramado, así como otros aspectos de su fascinante recorrido vital.158 La forja de redes relacionales o de sociabilidad fue no solo conveniente sino imprescindible para la supervivencia del individuo en los territorios americanos que estaban siendo incorporados a la Corona. Estos complejos vínculos de diversa naturaleza, como familiar, clientelar o de paisanaje, ampararon a sus miembros posibilitándoles, en muchas ocasiones, un ascenso social que en ocasiones conllevó el acceso a un repartimiento, como en el caso de Inés y Francisco. Estas redes permitieron, asimismo, el aumento, transmisión, e incluso la defensa del patrimonio, como podremos observar en el siguiente capítulo.
156. Lockhart, 1968: 195. Relación del Reino del Perú por Diego Trujillo. 157. Lavrin, 1979: 281 y 300. 158. El testamento de Inés Muñoz fue publicado en mi suficiencia investigadora acerca del Monasterio de la Concepción (Pérez, 2005). Un análisis de dicho testamento y del de otras encomenderas forma parte de un estudio mas detallado, y su publicación incluirá una reproducción completa del testamento de Inés Muñoz.
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Tabla 2. Relación de testigos en informaciones de doña Inés Muñoz, don Antonio de Ribera y Francisco Martín de Alcántara. 1539-1575. Probanza de Francisco Martín de Alcántara 21-4-1539159
Probanza curaca de Lima Gonzalo 1559160
Veedor García de Salcedo
Doña Ynes Muñoz de Ribera Alonso de Santana
Rodrigo de Herrera
Antón Sánchez
Pedro de Alconchel
Alonso Rubielo
Pedro de Alconchel
Pedro de Miranda
Nicolás de Ribera
Fray Gaspar de Carvajal
Nicolás de Ribera
Diego de Agüero
Marcos Pérez
Rodrigo Nieto
Crisóstomo de Ontiveros Enrique Hernández 162
Pleito encomiendas chupachos 1550-1559161
Alonso de Ruano
Domingo de Destre
Joan Esteban Sylvestre
Francisco de Ampuero
Hernando de Montenegro
Martín Pizarro Pedro de Balboa Gomez Caravantes Mazuelas Leonor Bilco Cacica Fray Miguel de Orens Ynes Yupanqui Bernaldo Ruiz Hernando Llaxaguayla Santiago Chimamaca
159. AGI, Patronato, 93, N.9, R.2. 160. AGI, Patronato 205. 161. AGI, Justicia 397.
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Tabla 2. Relación de testigos en informaciones de doña Inés Muñoz (continuación). Información de Francisco Martín de Alcántara doña Inés y don Antonio de Ribera 1574162
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Pleito encomiendas doña María de Chávez 1574-1575163
Francisco de Ampuero
Garci Díaz de San Miguel
Joan Sánchez Falcón
Pedro de Miranda
Alonso de Palomares
Capitán Juan Ruiz
Juan Bayón de Campomanes
Alonso Álvarez
Baltasar Calderón
Julián de Aranda
Alejos González Gallego
Garci Pérez de Vargas
Catalina Xuarex
Lucas de Salazar
Andrés García
Alonso de Palomares
Francisco de Ysasaga
Andrés García - Lanzas
Fray Joan del Campo
Francisco de Ampuero Capitán Ruibarba Cabeza de Baca Capitán Yñigo López Carrillo Juan de Vergara Capitán Nicolás de Ribera Baltasar Méndez- Lanzas Pedro de Enciso Alonso Díaz Merino, Lanzas
162. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2. 163. AGI, Justicia, 448, N.2.
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Capítulo 3 INÉS MUÑOZ ENCOMENDERA (1541-1569) Suplico a V. M, que los dichos yndios se tornen a los dichos hijos del marqués y a mí, y se nos den algunos más para con que podamos remediar más necesidades, y no permita que se nos haga tan gran sin razón ni quedar tan mal galardonados 165
Carta de Doña Inés a su Majestad en 1543.1 Vuestra Magestad gana poder proveer y cumplir con los que an servido y pueden servir con sus armas y cavallos y sacar los repartimientos de mugeres inútiles para todo Carta del virrey Francisco de Toledo a S.M. 1573.2
Desde los inicios de la conquista, la merced más codiciada del territorio indiano fue, sin ninguna duda, la encomienda. Símbolo de éxito y reconocimiento, constituía no solo un medio que generalmente garantizaba unos cuantiosos ingresos, sino que, lo que es más importante, era una puerta de acceso a la élite, siendo los encomenderos considerados los Señores de las Indias (imagen 11).3 A lo largo de este capítulo analizaremos de qué manera este inmenso y, en ocasiones, desmedido poder supuso una constante amenaza a los intereses de la Corona quien intentó limitarlo durante todo el 1. AGI, Patronato, 192, N.1, R.32. Carta de Doña Inés a S.M pidiendo la devolución de unos indios (1543). 2. Carta del virrey D. Francisco de Toledo dando cuenta a S. M. de cuanto tocaba al gobierno temporal. La Plata 30 de noviembre de 1573. Levillier, 1924, 5: 232-233. 3. Puente Brunke, 1991a: 38.
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siglo XVI, aunque no sin encontrar una gran oposición de los beneficiarios de repartimientos, reacios a disminuir sus privilegios e influencia y dispuestos a luchar por sus derechos sobre esta merced. 1. El privilegiado grupo encomendero
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El grupo encomendero fue de gran importancia para el desarrollo de la vida colonial, tanto en el ámbito social como político y económico. Tal y como James Lockhart señala, un gran número de españoles residía en su casa poblada o trabajaba para ellos. Los bienes de sus encomiendas, bien en forma de productos Imagen 11. Encomendero según Guamán para la venta, o de gastos en metáPoma de Ayala. lico, eran imprescindibles en el naciente sistema de comercio local y regional. Asimismo, el trabajo de sus encomendados era vital para el sostenimiento de la agricultura y minería. Finalmente, los cabildos y otros organismos políticos estaban compuestos mayormente por miembros o personas vinculadas a este grupo.4 Tal y como señalaba el cronista Diego Fernández: “la situación de los encomenderos era tan importante que la vida era inimaginable sin ellos”.5 Durante las primeras décadas de la conquista, en el territorio peruano se conformó un heterogéneo grupo de beneficiarios de repartimientos en el que cada estrato social y región debió haber estado representado en alguna familia encomendera.6 El grupo encomendero fue evolucionando socialmente,
4. Lockhart, 1968: 32-33. 5. Fernández, Diego (el Palentino), op.cit.: 128. En Lockhart, 1968: 33. 6. Lockhart, 1968: 47.
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reflejando las vicisitudes del contexto histórico de este período, tales como las guerras de conquista o civiles. 1.1. Las encomiendas del capitán Francisco Martín de Alcántara
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Desde su llegada a Perú, Francisco Martín de Alcántara formó parte del más íntimo círculo del conquistador Francisco Pizarro. Ser hermano y aliado del gobernador le permitió poder obtener múltiples beneficios. Así, en 1534, durante el primer repartimiento que tuvo lugar en la ciudad de Jauja, Pizarro, en recompensa a la actuación de su hermano materno durante las guerras de conquista, le otorgaba el cacique Alaya “junto con sus indios y principales”.7 Sin embargo, poco después de la concesión, Martín de Alcántara era despojado del repartimiento, el cual se otorgó al también conquistador Hernando Gómez. En 1541, tras el fallecimiento de Gómez, Alcántara solicitaba la recuperación de los indios de Jauja señalando que había sido desposeído de ellos “por la fuerza y sin ser oído”. Sus reclamos fueron escuchados y el 3 de abril de dicho año su hermano Francisco le hacía de nuevo encomienda del cacique Alaya y de sus indios, eso sí, previa renuncia de otros que le habían sido concedidos en Cuzco, quizás para paliar la pérdida de los de Jauja. Pizarro, haciendo uso de las fórmulas habituales en las cédulas de concesión de encomiendas, señalaba los méritos de su hermano como conquistador y poblador, los cuales le hacían merecedor del depósito de indios:8 […] soys de los primeros casados que pasaron conmigo a estas partes de los reynos despaña a servir a S.M. y soys de los primeros conquistadores y pobladores de los dichos reynos y siempre aveis servido a S.M en ellos con vuestras armas e cauallos a vuestra costa y misión atento que soys caballero y persona de calidad y como tal teneys vuestra casa e criados en lo qual se os han peresçido y peresçen muchos gastos y en la dicha conquista y después que acabo la guerra aveys servido a S.M como buen servidor dando siempre buena quenta de todo lo que a vos a sido encargado y mandado y S.M a servido que a las personas de vuestra
7. AGI, Justicia, 448, N.2. F. 98.r. Anexo III. 8. Era habitual comenzar las cédulas de encomienda reseñando las cualidades y méritos del encomendero, y terminar recomendando el adoctrinamiento y buen tratamiento de los indios. En el medio se encontrarían aspectos sustanciales de la encomienda como el nombre del curaca principal, el número de tributarios o los pueblos que la componían. Trelles, 1991: 143.
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calidad y que tan bien le han servido y tienen yntincion de permanecer en la tierra sean provechados y honrados della […].9
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Tal y como podemos observar en la cédula, el principal motivo para este tipo de concesiones tempranas, conocidas como depósitos, además de la recompensa de las actuaciones de los conquistadores era poblar los territorios americanos, objetivo prioritario de la Corona. A través de esta merced, el monarca brindaba sustento al beneficiario, y se aseguraba de su asentamiento en la tierra. Asimismo, el aspecto espiritual quedaba cubierto, ya que el beneficiario debía procurar a sus encomendados una adecuada instrucción religiosa. Poco después del primer reparto, el 2 de octubre de 1535, el marqués Francisco Pizarro, quien en esos momentos estaba en la ciudad de Cuzco, hacía nuevamente una concesión de varios depósitos de indígenas.10 Entre los beneficiados se encontraba de nuevo su hermano materno, Francisco Martín de Alcántara, a quien, en esta ocasión, se le hacía merced del repartimiento de Manchay a las afueras de la Ciudad de los Reyes.11 Cinco años más tarde, el 8 de octubre de 1540, Alcántara era beneficiado con la encomienda de Collique, la cual también se encontraba muy cerca de la capital.12 La ubicación de las encomiendas otorgadas a Francisco Martín de Alcántara era privilegiada, ya que la normativa relativa a la vecindad obligaba a los encomenderos a residir en las cercanías de sus repartimientos con el objetivo de que pudiesen cumplir de manera eficaz con sus obligaciones de defensa del territorio y de los encomendados, así como con su evangelización.13 A pesar del énfasis de la Corona, hubo casos de algún encomendero 9. Cédula de encomienda del cacique Alaya en Francisco Martín de Alcántara. AGI, Justicia, 448, N.2, f. 98.r. Cfr. Anexo III. 10. Aunque el 8 de marzo de 1533 mediante cédula real Francisco Pizarro fue autorizado a repartir indios, ya antes había lo había hecho a través de los depósitos siendo el primero en 1532 en San Miguel de Piura antes de ir a Cajamarca. En las cédulas del 13 de marzo y 26 de mayo de 1536 Pizarro fue autorizado para repartir encomiendas no sólo por el plazo de la vida de los agraciados sino también por la de sus inmediatos herederos. (Puente Brunke, 1991a: 18-19). 11. “hasta que haga el repartimiento general os deposito el pueblo de Manchae con el cacique que se llama Vilcaguaxi con todos sus indios y principales para que de ellos os sirváis conforme a los mandamientos reales”. Cédula de concesión de encomienda de Manchay dada por Francisco Pizarro a Francisco Martín de Alcántara. 1535. AGI, Justicia, 448, N.2, f. 96.r. Cfr. Anexo III. 12. Cédula de encomienda de Collique-Carabayllo 1540. AGI, Justicia, 448, N.2, f. 97, r. Cfr. Anexo III. Pizarro, al realizar la concesión de esta encomienda, que había pertenecido anteriormente a Domingo de la Presa, indicaba que serviría para “ayuda al sustentamiento de vuestra persona y casa de más de los yndios que teneys”. 13. Las autoridades coloniales pusieron un especial énfasis en la vecindad y, ya desde 1538, a través de provisiones como las del marqués de Cañete para la ciudad del Cuzco, se señalaba que los
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que logró eludir su obligación, como Juan de Barbarán, beneficiario del repartimiento de Lambayeque en el distrito de la ciudad de Trujillo, quien residió e incluso fue alcalde de la Ciudad de los Reyes. Quizás su condición de veterano en la jornada de Cajamarca posibilitó que recibiese ese trato de favor. Sin embargo, otros encomenderos como Diego Gavilán no pudieron evitar cumplir con la vecindad y, aun a pesar de sus ruegos a las autoridades, debieron residir en las ciudades cabeza de sus encomiendas, en esta ocasión Huamanga.14 En el caso de Francisco Martín de Alcántara e Inés Muñoz, dado que parte de sus repartimientos pertenecían a la jurisdicción de Lima, pudieron residir legal y permanente en la Ciudad de los Reyes, donde se ubicaba su casa principal. María Rostworowski señala cómo era una práctica usual que los encomenderos que poseían grandes repartimientos en territorios alejados a la capital contasen con otros de poca extensión cercanos a su residencia. Gracias a esta medida tenían acceso a mano de obra indígena, proveniente de sus encomiendas, para el cuidado de sus huertas, sus casas o su ganado.15 A pesar de que la posesión de todas las encomiendas señaladas procuraba a Francisco Martín de Alcántara y a su esposa un número más que considerable de tributarios, Pizarro, poco antes de su fallecimiento, concedía una cuarta encomienda a su hermano uterino. El 23 de mayo de 1541, mediante cédula real, se hacía merced a Martín de Alcántara del rico repartimiento de los indios chupachos en la jurisdicción de Huánuco, encomendándole a los curaca principales Guanca, Chipana y Xagua.16 La encomienda ascendía hasta tres mil indígenas, señalando Pizarro que en caso de que “no hubiere el dicho número os encomiendo los indios que faltaren en los caciques repartimientos deberían ser encomendados únicamente a “vecinos comarcanos”. La disposición sobre la vecindad se matizó prohibiéndose que los encomenderos residieran en los pueblos de sus encomendados (Puente Brunke, 1991a: 53). 14. Puente Brunke, 1991a: 53-54. 15. Rostworowski ilustra esta disposición con el caso de la encomendera Francisca Pizarro quien tenía más de 3.000 indios en Huaylas y que asimismo poseía encomiendas de menor extensión en la Ciudad de los Reyes (Rostworowski, 2003: 43). 16. Cedula de encomienda de los indios chupachos del marqués Francisco Pizarro al capitán Francisco Martín de Alcántara (23 de mayo de 1541). AGI, Justicia, 397. Segunda pieza. F. 5.v-7v. Anexo III. José de la Puente llama la atención acerca de cómo las primeras cédulas de encomienda eran más bien vagas e imprecisas, indicándose el nombre del cacique y pocos datos más. Según avanzó el conocimiento del territorio andino, las cedulas fueron cada vez más detalladas, incluyendo información sobre los indios contenidos en la encomienda, los ayllos e incluso límites territoriales (Puente Brunke, 1991a: 20-22). También Efraín Trelles, recuerda el desconocimiento de los españoles, en tan tempranas fechas, sobre las regiones que estaban encomendando (Trelles, 1991: 143, nota 6).
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principales y pueblos e indios más propincuos a los caciques y principales arriba declarados”.17 Sin duda, los vínculos parentelares y clientelares que unían a Francisco Martín de Alcántara con Pizarro habrían sido decisivos a la hora de ser nombrado beneficiario de los ricos repartimientos que le situaban, junto con su esposa, entre los más prósperos y poderosos encomenderos de Perú. 1.2. Muerte y sucesión: doña Inés encomendera
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Como vimos en el primer capítulo, durante los primeros años de la conquista del territorio peruano, la legislación referente a la sucesión de encomiendas fue un asunto complejo y sujeto tanto a debate como a modificaciones. De este modo, aunque estaba dispuesto que los sucesores del encomendero continuaran beneficiándose del repartimiento en segunda vida, es decir, tras la muerte del primer beneficiario, factores como el cambiante contexto político, así como las nuevas regulaciones, hicieron que en algunas ocasiones se cuestionase el derecho de los sucesores, ocasionando que la encomienda volviese a la Corona. Por ese motivo, muchos beneficiarios preferían asegurar la sucesión a través de una confirmación real para que, tras su eventual fallecimiento, sus descendientes o sus viudas, en caso de no haber hijos legítimos, no tuvieran problemas al suceder en las encomiendas. Esta petición era una práctica usual, ya que en el contexto de la conquista un inesperado fallecimiento era algo habitual. Uno de los encomenderos que solicitó dicha confirmación fue Francisco Martín de Alcántara, consciente de la situación de desamparo en la que podría quedar su esposa Inés, o sus hijos en caso de que tuvieran descendencia. Su petición fue aceptada y el 8 de julio de 1538 el Consejo de Indias ratificó su derecho.18 No le faltaba razón a Martín de Alcántara para tomar estas precauciones, ya que poco tiempo después, el 26 de junio de 1541, moriría asesinado junto con su hermano Francisco a manos de los partidarios de Diego de Almagro, antiguo socio de Pizarro. El origen de la disputa entre Francisco Pizarro y su colega se remontaba a la Capitulación de Toledo (1529), donde Almagro había quedado resentido por la inequidad en el reparto de beneficios por parte de la Corona, ya que, a pesar de ser socios a partes iguales, Pizarro había salido más beneficiado tras 17. AGI, Justicia, 397. Segunda pieza. F. 5.v-7v. 18. AGI, Patronato 277 N4 R86 (1538). Carta acerca del traspaso de indios y tasación. Cfr., Anexo II.
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su encuentro con el emperador, Carlos I. Por otro lado, en 1534 se había establecido la gobernación como sistema de control del territorio, entregando la de Nueva Castilla (actual territorio peruano, aproximadamente) a Francisco Pizarro y la de Nueva Toledo (parte del actual territorio chileno) a Diego de Almagro. No obstante, la jurisdicción de la ciudad del Cuzco fue objeto de disputa, ya que Almagro señalaba que quedaba dentro del límite de su gobernación, mientras que Pizarro afirmaba lo mismo. Sin esperar la decisión de la Corona, Almagro, animado por los escasos beneficios que reportaba la región chilena, tomó la ciudad del Cuzco por la fuerza, lo que desencadenó varios enfrentamientos entre el bando pizarrista y el almagrista que culminaron en la batalla de Salinas el 6 de abril de 1538. En este enfrentamiento, Diego de Almagro fue capturado por Hernando Pizarro y llevado al Cuzco, donde fue condenado a muerte. Tras estos acontecimientos, los almagristas, liderados por el único heredero de Almagro, su hijo Diego de Almagro “el Mozo”, decidieron vengar su muerte y luchar por los derechos del sucesor. El 26 de junio de 1541, un grupo de almagristas encabezados por el capitán Juan de Rada entró a la residencia de Francisco Pizarro, donde lo asesinaron junto con su hermano Francisco Martín de Alcántara, entre otros (imagen 12).19 Años más tarde, la encomendera Isabel de Ovalle, esposa de Cristóbal de Burgos, declaraba en una probanza cómo al salir de la catedral después de oír misa vio venir a los almagristas conjurados que, momentos más tarde, protagonizarían el sangriento evento. Otro de los testigos presenciales de la tragedia fue Catalina Juárez, quien en el momento de los sucesos vivía en la casa de doña Inés. Varios años después, en 1574, Catalina narraba con gran detalle lo acaecido esa noche. Según su testimonio, tras la irrupción de los almagristas en el palacio del gobernador y el posterior asesinato de Francisco Pizarro y su hermano, Inés Muñoz llegó al lugar de los hechos, donde encontró los cadáveres de su esposo y su cuñado en el suelo. Entonces, con gran valentía y ayudada por los presentes, los puso en un repostero que había llevado desde su casa para poder llevarlos a enterrar adecuadamente.20 Catalina declaraba como en esos dramáticos momentos “vio y oyó dar voces a doña Inés” 19. Para más datos acerca del conflicto entre Pizarro y Almagro, así como del asesinato de Francisco Pizarro ver: De la Vega, op.cit., libro III, cap. VI, y VII. Lavallé, 2005; Porras, 1936 y 1978; Busto, 1970 y 1984; Mira Caballos, 2018 y Munda, 1985. 20. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2. Testimonio de Catalina Juárez recogido en la probanza de doña Inés realizada en 1574. La testigo no indica quien enterró los cuerpos de Pizarro y su hermano, ya que no lo vio por estar cuidando a los hijos del marqués Pizarro en casa de doña Inés.
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contra los asesinos, gritándoles “¡matadme a mí aquí con mi marido y cuñado pues los abeis muerto a ellos a trayçion!”. La testigo afirmaba con vehemencia que doña Inés había puesto en gran riesgo su vida, ya que, poco antes de proferir estas palabras, la gente de don Diego de Almagro “el Mozo” había ido tras Inés con una lanza para matarla. Catalina señalaba que ella y otra mujer tuvieron que sujetar a doña Inés y meterla por la fuerza en la casa para evitar que también fuera asesinada. Francisco de Ampuero, quien también se hallaba en la residencia del marqués, corroboraba la valerosa actuación de Inés señalando que ella y su gente “sin otra ayuda ni persona alguna hizo llevar a enterrar a los dichos marqués don Francisco Pizarro y capitán Francisco Martín de Alcántara su marido”. Ampuero añadía que nadie osó ayudar “ni fueron al entierro por miedo de don Diego de Almagro. Doña Inés se puso en muy gran peligro e riesgo de su vida por que los dichos tiranos ahorcaban y mataban a todas las personas que volvían y favorecían al marqués y a su hermano”.21 También Joan Sánchez Falcón, vecino encomendero de Huánuco, coincidía con este testimonio y señalaba que lo hecho por Inés era notable, ya que “se había puesto a gran riesgo e peligro de la vida porque se dezia que le avia llamado a bozes y en su presençia que heran tiranos y traidores que avian muerto sin culpa al gobernador de S.M. y al dicho capitán Françisco Martín de Alcántara”.22 Tras el asesinato de su marido y de su cuñado, doña Inés se hizo cargo de sus sobrinos Francisca y Gonzalo. Al ser los legítimos herederos del gobernador Francisco Pizarro, eran un objetivo de los almagristas, ya que podían poner en jaque sus reivindicaciones. Porras señala que doña Inés, sabiendo que Diego de Almagro y su gente tratarían de asesinarlos, intentó esconderlos en un monasterio.23 Poco después, Almagro, ahora gobernador del Perú, ordenó su destierro, por lo que Inés y los pequeños fueron embarcados en un navío en la Ciudad de los Reyes.24 Llegados a este punto, debemos señalar que existen diferentes versiones en relación a estos acontecimientos. Por un lado, la etnohistoriadora María Rostworowski utiliza la del cronista Bernabé Cobo, según la cual, ante la inseguridad existente, doña Inés habría abandonado de manera voluntaria la 21. Testimonio de Francisco de Ampuero. Ibíd., f. 20v. Otra versión afirma que fue el conquistador Juan de Barbarán, quien se hizo cargo del cuidado de los menores, así como de los cuerpos de Pizarro y Francisco Martín de Alcántara (Varón, 1996: 78-79). 22. Testimonio de Joan Sánchez Falcón. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2, f.30v. 23. Porras, 1978. 24. Catalina Juárez, habría acompañado a doña Inés y los hijos de Pizarro en el navío. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2, ff. 68-71.
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Imagen 12. La muerte de Francisco Pizarro (Manuel Ramírez Ibáñez. 1877. Museo Nacional del Prado).
Ciudad de los Reyes con destino a Tumbes pagando 3.000 pesos por el pasaje. Este relato, sin embargo, difiere del de Diego Méndez, secuaz de Diego de Almagro, al cual se acusaba de haber apresado a doña Inés y sus sobrinos con intención de embarcarlos y posteriormente abandonarlos en una isla desierta para que perecieran.25 Años más tarde, en la probanza antes mencionada, Francisco de Ampuero declaraba que Inés había escondido a los hijos del marqués hasta que se aseguró de que don Diego de Almagro no los matase o desterrase “y así los desterró y les cedió un navío para que se fuesen y doña Inés se fue y embarcó con los dos hijos de Pizarro en el puerto del Callao”.26 25. Rostworowski, 2003: 39. 26. Ampuero afirmaba que sabía esta información por cartas que doña Inés “y las demás personas que iban con ella” le habían escrito a él y a quienes se habían quedado a cargo de la casa de Inés Muñoz en la capital. En estas cartas explicaba como había llegado al puerto de Tumbes y que una vez allí se había embarcado viajando hasta Quito “en lo cual gasto mucha cantidad de pesos de oro y pasó muy grandes peligros y trabajos”. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2, f. 21r.
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Ninguna de las versiones señala en qué momento exacto se produjo la captura de Inés y los pequeños ni el destierro o abandono de la Ciudad de los Reyes. Lo que sí indica Raúl Porras Barrenechea es que, dieciséis días después del asesinato de Francisco Pizarro, una enlutada doña Inés se presentó ante el Cabildo de Lima con su pequeño sobrino Gonzalo de la mano y en posesión de la última voluntad de Pizarro, exigiendo, con gran valentía y determinación, los derechos del menor como sucesor legítimo de su padre, lo que indicaría que la salida de la capital se produjo tras esa fecha.27 Respecto a lo sucedido en el navío, de nuevo las versiones difieren. Pero si nos mantenemos fieles al testimonio de nuestra protagonista y sus testigos, una vez en el barco, Inés Muñoz habría logrado que el maestre del navío –a cambio de ciertas joyas de oro y otros objetos por valor de unos 3.000 pesos que había logrado salvar del saqueo almagrista– los dejase en el puerto de Tumbes.28 Desde este lugar partieron a Ecuador en busca del licenciado Vaca de Castro, quien se dirigía al territorio peruano en nombre del emperador para enfrentarse a los almagristas y pacificar el Reino. Poco después de llegar a Tumbes, ya de camino hacia Quito, Inés recibió una carta del licenciado en la que le indicaba que estaba llegando al Perú y solicitaba que le esperara, y que no fuera en su busca, ya que el camino era “muy fragoso y muy malo para mugeres”.29 Una vez reunidos en el norte, doña Inés y sus sobrinos emprendieron junto con Vaca de Castro y su séquito el camino hacia Trujillo, donde doña Inés, los pequeños y quienes viajaban con ella se quedaron a petición del licenciado “hasta que vengase la muerte del dicho marques y su hermano”.30 Tras su llegada a Perú, Vaca de Castró trató de reunir al mayor número posible de conquistadores fieles a la Corona para luchar contra los rebeldes. El encuentro final tuvo lugar en la Batalla de Chupas, cerca de Huamanga, el 16 de septiembre de 1542, siendo los almagristas derrotados y su cabecilla, Diego de Almagro “el Mozo”, quien había huido al Cuzco, capturado y ejecutado en la Plaza de Armas. Tras estos acontecimientos, doña Inés y sus sobrinos regresaron a su residencia en la Ciudad de los Reyes, donde Inés trató de 27. Porras, 1936. 28. Catalina Juárez, señalaba como ella había acompañado a Inés y los pequeños en el destierro “porque en este tiempo estava en cassa de la dicha doña Ynes la qual bido este testigo hablar muchas vezes en secreto con el mastre [sic] del dicho navio en que yban e que le dio çiertas joyas de oro y otras cosas e que cree y tiene por çierto este testigo que lo hizo porque el dicho maestre los llevasse con el dicho su navío al puerto de Tumbez como en efeto los llevó”. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2, f. 69v. 29. Ibíd., ff. 68-71. 30. Ibíd.
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hacer valer sus derechos como viuda sucesora de su difunto esposo y los de sus pequeños sobrinos como herederos de Pizarro. Sin duda el asesinato de Francisco Pizarro y la rebelión de los almagristas supusieron un gran revés para los intereses de los pizarristas, quienes se vieron afectados por los saqueos y agresiones de los secuaces de Almagro. Tal y como Rafael Varón Gabai señala, Diego de Almagro “el Mozo” y sus seguidores, al asesinar a Francisco, lograron no solo vengar la muerte de Almagro, sino también usufructuar los bienes que les habían sido negados por los Pizarro.31 Sin embargo, para un gran número de pizarristas, entre los que se encontraban Inés Muñoz y sus sobrinos, la actuación del licenciado Vaca de Castro ejecutando los planes reformistas y centralizadores de la Corona resultaría más perjudicial que los saqueos almagristas, como veremos a continuación. 2. Usurpación, pleitos y otras estrategias 175
2.1. Litigio con el gobernador Vaca de Castro Tras el asesinato de Francisco Martín de Alcántara, al no haber hijos legítimos fruto de su matrimonio, Inés sucedió en los repartimientos de Huánuco, Jauja, Manchay y Collique, convirtiéndose en una acaudalada viuda encomendera. Sin embargo, en 1543, poco tiempo después de la confirmación de la merced, el gobernador Vaca de Castro la despojó del repartimiento de Huánuco, la más valiosa de sus encomiendas, para entregársela a Pedro de Puelles, teniente de gobernador y capitán de la ciudad de León de la provincia de Huánuco. Según indicaba Castro, Puelles contaba con méritos más que suficientes para ser acreedor del repartimiento, ya que no solo había servido en el descubrimiento y conquista de Quito, sino que, además, le había apoyado en la época de alzamiento de Diego Almagro “el Mozo”.32 Tras ser notificada de la desposesión, Inés comenzó diversos trámites judiciales destinados a proteger sus intereses.33 Así, el 2 de abril de 1543, su 31. Varón, 1996: 137. 32. Tras su victoria, Puelles había sido el responsable de poblar la ciudad de León de Huánuco y del descubrimiento de la provincia y tierras aledañas de Rupa-ropa. Su actuación en la región habría sido de vital importancia, ya que dicha zona se encontraba en crisis debido a las guerras civiles entre los conquistadores y a la resistencia protagonizada por Illatúpac desde Piura hasta Huánuco (Varallanos, 1959: 159-160). 33. Para prácticas judiciales y la actividad de los procuradores ver: Honores, 1999, 2003 y 2018.
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procurador Pedro de Miranda solicitaba ante el alcalde ordinario de la Ciudad de los Reyes, Pedro Navarro, una copia de la cédula de encomienda y posesión de los indios de Huánuco para que doña Inés pudiese demostrar legalmente sus derechos sobre el repartimiento del que era beneficiaria. Asimismo, dado que dicha documentación debía salir de la Ciudad de los Reyes a Panamá como parte del proceso legal, una copia prevendría que la cédula original sufriera algún daño “porque enbiando la dicha original se le podría perder por fuego o agua o robo o por otro caso fortuito e su derecho”.34 La causa se presentó ante la Real Audiencia de Panamá35, la cual el 16 de abril de 1543 ratificaba los derechos de la viuda agraviada a la que Vaca de Castro, contra lo dispuesto por provisión real, había “despojado de los dichos indos sin ser oída y vencida”.36 La Audiencia ordenaba a Vaca de Castro restituir a los indígenas junto con todos los tributos y rentas, bajo diversas penas contenidas en la notificación.37 Sin embargo, a pesar de la sentencia, dicha restitución no se produjo y el 5 mayo doña Inés daba una carta de poder al comendador Hernando Pizarro, a Sebastián Rodríguez y al contador Joan de Cáceres para “presentar peticiones y apelaciones y cedulas de encomienda” y solicitar que sus indígenas fueran “vueltos e restituidos con todos los frutos e rentas e tributos [e intereses]” desde que se los habían quitado.38 Mientras se llevaba a cabo este proceso, doña Inés decidía apelar directamente a la máxima instancia: el emperador Carlos I. El 20 de mayo de 1543, la viuda enviaba una misiva explicando lo sucedido y solicitando la devolución de los encomendados arrebatados tanto a ella como a sus jóvenes sobrinos (Anexo V).39 Doña Inés, además, aprovechaba para pedir algunos indígenas más que pudieran “remediar sus necesidades” y se declaraba pobre y viuda sin más amparo que el de su majestad: “[…] y la voluntad de V.M nunca se arta ni cesa de azer semejantes mercedes y buenas obras especialmente en fabor 34. Petición y autorización por copia de la cedula de los indios de Huánuco por Pedro de Miranda ante Pedro Nabarro, alcalde ordinario y Johan Franco, notario (2 pp. ). [reg. Franco] 494. 2 de abril de 1543. En The Harkness Collection in the Library of Congress: Documents, 1: 152-156. 35. Al no haberse creado todavía la Real Audiencia de Lima, los pleitos eran atendidos por la de Panamá. 36. Apelación de doña Inés Muñoz ante la Audiencia de Panamá. AGI, Justicia 397. F, 22, r. Transcrito en Ortiz de Zúñiga, 1972, 1: 280. 37. Ibíd.: 281. 38. Carta de poder a Hernando Pizarro y Sebastián Rodríguez, residente en la corte de su Majestad; y al contador Joan de Cáceres, vecino y regidor de Los Reyes. Library of Congress. Harkness Collection. Franco, 516. The Harkness Collection in the Library of Congress: Documents, 1: 162-164. 39. AGI, Patronato, 192, N.1, R.32. Carta de Doña Inés a su Majestad pidiendo la devolución de unos indios (1543). Ver Anexo. V.
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de huerfanos y viudas y pobres como lo soy yo y estos hijos del marques don Francisco Pizarro […]”.40 Haciendo uso de una hábil retórica, Inés Muñoz denunciaba la injusta situación de la que estaban siendo víctimas y reclamaba justicia, subrayando los méritos y actuaciones, tanto suyas como de su difunto marido y cuñado, durante la conquista: […] dar a V.M quenta de quien soy y de mis trabajos y perdidas y de algunas sin razones que se me an hecho y azen a mi a estos hijos del marqués y suplicarle que me haga merced de mandar […] que nos tornen lo que nos an tomado. Sepa V.M que yo fui casada con el capitán Francisco Martín de Alcántara, hermano del marqués don Francisco Pizarro, que murió en su defensa junto con el, y vino a conquistar esta tierra en su compañía, e me trajo consigo. Soy la primera muger casada que en ella entró y comenzó a poblar sirvio mucho a V. M asy en toda la conquista y alçamientos desta tierra y pacificación della en lo qual aventuró muchas beces su vida y derramo mucha de su sangre y todo a su costa […]. 177
A continuación, en la misiva se detallaba tanto el origen de las encomiendas y su magnitud, así como la persecución y represión que habían sufrido a manos de los almagristas. Finalmente, doña Inés denunciaba la abusiva actuación del licenciado Vaca de Castro, quien en lugar de ayudarles les había perjudicado, por lo que solicitaba justicia para ella y sus sobrinos: […] el licenciado Vaca de Castro que por V. M. gobierna al presente sin causa ni razón alguna y sin ser oyda me a quita[do] y despojado de los yndios de Guanuco y los a dado a un Pedro de Puelles. Lo que me dexa son tan pocos y tan trabajados y alcançados que no bastan ni tienen para sustentarme y a los hijos del marques les a quitado y despojado de todos los yndios que su padre les avia dado sin dejarles más de […] prinçipal de doçientos yndios de servicio que tienen en esta çibdad. […] Suplico a V. M que los dichos yndios se tornen a los dichos hijos del Marqués y a mí, y se nos den algunos más para con que podamos remediar más necesidades, y no permita que se nos haga tan gran sin razón ni quedar tan mal galardonados […].41
La presente carta nos revela como Inés Muñoz y sus procuradores habrían sabido realizar un adecuado uso de los canales legales establecidos para defender tanto su patrimonio como el de sus jóvenes sobrinos. Apelar a la 40. Ibíd. 41. Ibíd.
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máxima instancia aumentaría sus opciones de éxito en la demanda emprendida contra el licenciado Castro en la Real Audiencia. Asimismo, tanto la retórica empleada en la misiva como el contenido de la misma nos revelan un conocimiento no solo acerca de la importancia de su parentesco con el conquistador Francisco Pizarro y los méritos de él y su difunto marido, sino también de su propia gesta como pobladora, actuación que la Corona consideraba como merecedora de mercedes. Por este motivo, doña Inés no dudaba en declararse “la primera mujer casada” que había entrado en el Perú.42 Mientras tanto, el 21 de junio de 1543, Vaca de Castro hacía merced a Pedro de Puelles del repartimiento del “cacique Guanca, señor del pueblo de Puños, con todos los pueblos principales e indios e mitimaes según que los tuvo y poseyó el capitán Francisco Martín de Alcántara” además del “cacique principal de la provincia de los chupachos que se llama Paucar Guamán hijo del cacique Xagua” junto con el resto de caciques principales de los chupachos.43 Esta y otras concesiones similares formaban parte de la política de reformación de la Corona, así como de creación y consolidación de alianzas y apoyo militar. Vaca de Castro buscaba no solo premiar la gesta pacificadora de Puelles en esta escabrosa región y asegurarse su fidelidad, sino, además, solucionar los presuntos abusos que Pizarro había realizado en los primeros depósitos, donde gran parte de sus familiares, deudos y criados como Francisco Martín de Alcántara habían sido beneficiados con encomiendas de gran magnitud. El 6 de septiembre de 1541, en un intento de frenar y corregir posibles excesos, la Corona había ordenado a Pizarro y al licenciado Vaca de Castro realizar, de modo conjunto, una “reformación”, es decir, menguar los repartimientos excesivos, agrandar los que eran muy pequeños y dar a los conquistadores que no tuvieran nada algunos indios en atención a sus méritos, antigüedad y calidad de su persona.44 Tras la muerte de Pizarro, Vaca de Castro 42. Ver capítulo 2.2 y 2.3. 43. Encomienda a Pedro de Puelles En AGI, Justicia 397. ff. 101-107. 44. “ […] porque fuimos informados que vos el marqués no teniendo al principio entera relación de las cosas de las provincias e de su calidad de los repartimientos de yndios que había derecho avian sido excesivos entre las otras cosas que lleva […] os mandamos que vos informásedes de los repartimientos que estaban hechos en esa provincia a los hermanos, parientes criados e familiares de vos dicho nuestro governador y los que hallasedes que reexceso los reformásedes e quitasedes el exceso que en ello oviese hecho esto e todo lo demas vosotros ambos y dos juntamente hiciésedes la reformaciòn teniendo siempre yntento a la población y perpetuidad desa tierra”. AGI, Justicia 397, ff. 108v - 110r. Cédula al marqués Francisco Pizarro y al Licenciado Vaca de Castro para hacer la reformación. Fuensalida, 6 de septiembre de 1541.
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había continuado con la reformación, con especial atención a las mercedes hechas por Francisco Pizarro. Los primeros afectados habían sido miembros del grupo pizarrista, como los hijos del marqués –Francisca y Gonzalo– o su cuñada Inés.45 La pertenencia de estos al más íntimo círculo del clan Pizarro les situaba en una posición crítica. Además, se encontraban en una condición particularmente vulnerable al haber perdido gran parte del amparo y protección de su grupo familiar, lo que les dejaba más expuestos a situaciones de abuso tales como el despojo de sus bienes.46 En este contexto, el licenciado Vaca de Castro había privado a los hijos de Pizarro de casi todas sus encomiendas y, además, había recolectado tributos de las mismas para su campaña contra los almagristas.47 Asimismo, Castro había despojado a Inés de su más extensa y rica encomienda apoyándose en la provisión de la reformación y esgrimiendo el argumento de que sus repartimientos eran excesivos, ya que poseía uno en Huánuco, otro en Jauja y otros dos en la Ciudad de los Reyes. Según Vaca de Castro, al ser excesivo el número, era justo quitarle los indios de Huánuco, que le serían concedidos a Puelles en recompensa por sus méritos. A pesar de estos argumentos, el 5 de septiembre de 1543 la Audiencia de Panamá, en atención a los méritos de doña Inés y sus familiares, ratificaba sus derechos, ordenando nuevamente al licenciado devolver y restituir los indios y caciques principales.48 Tras la sentencia favorable, doña Inés y su ahora esposo don Antonio de Ribera enviaron una carta de poder a Manuel de Britos para que, en su nombre, tomara posesión, de los indígenas. El 26 de noviembre de 1544, Martín de Guzmán, alcalde de la ciudad de León de Huánuco, procedía a ejecutar la provisión real “en la posesión Paucar Guaman cacique principal de la provincia
45. Parece, sin embargo, que Vaca de Castro, había aprovechado esta reforma con fines menos encomiables, si atendemos a las acusaciones que señalaban que lo había hecho con la intención de “hacer bien y provecho a sus deudos, criados y allegados, y lo hacía sin se informar de los indios que reformaba y aprovechamiento que tenían y lo que daban y podían dar de tributo”. Cargos del oidor Alonso Álvarez en la residencia de Vaca de Castro, en Residencia de Vaca de Castro, Lima, año de 1544, AGI, Justicia 467, ff. 9. (Varón, 1996: 83 nota 32). 46. Pérez Miguel, 2011. 47. En Huaylas, el principal Vilairima afirmaba haber dado “oro, plata, ropa, jáquimas, alpargatas y otros productos cuando el gobernador Vaca pasó por ahí en camino de Quito a Lima”. AGI, Justicia 467, ff. 12, 13v 28v-29v; AGI, Justicia 1054, n. 3, r. 1. En Varón, 1996: 83, nota 34 y 35. El encargado de la recolección había sido Cristóbal de Rojas. Otro mayordomo de Vaca de Castro habría tomado para su señor oro y plata del curaca de Chimú. 48. AGI, Justicia 467, f. 25.
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de los chupachos” y a tres principales suyos llamados “Vilca Condor, Xava y Rupa Caucha”.49 Tras un extenuante proceso, doña Inés lograba recuperar lo que por derecho le correspondía: ser beneficiaria de todas las encomiendas de su difunto esposo, las cuales ahora pasarían a la titularidad de su nuevo marido, don Antonio de Ribera. 2.2. El enfrentamiento con el licenciado Pedro de la Gasca
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Tras la recuperación de la encomienda de Huánuco, doña Inés y su segundo esposo, don Antonio de Ribera, no tuvieron mucho tiempo para disfrutarla ya que en 1548, tan solo cuatro años después del pleito con Vaca de Castro, Inés era de nuevo despojada de la encomienda, esta vez por el licenciado Pedro de la Gasca quien se la otorgaba a los capitanes Gómez Arias Dávila, Antonio de Grado y Juan de Argama en recompensa por su apoyo durante la reciente campaña contra el sublevado Gonzalo Pizarro. Doña Inés, ahora junto a su nuevo esposo, se veía inmersa una vez más en un largo y complicado proceso judicial destinado a recuperar la más valiosa y rentable de sus encomiendas, compuesta por casi 3.000 tributarios.50 Los elevados ingresos procedentes de las grandes encomiendas nos ayudan a entender la ferocidad e insistencia con la que los beneficiarios defendían sus mercedes. Asimismo, debemos comprender las importantes consecuencias de estos litigios, ya que, como James Lockhart señala, la encomienda no era un asunto concerniente a un individuo, sino que siempre estaban involucradas las redes del mismo, que podían estar compuestas por parientes, amigos y criados, entre otros. De este modo, la pérdida de un repartimiento afectaba a todo este conjunto de personas, que podían incluso perder la forma en que se ganaban la vida, por lo que en caso de peligro se trataba de recuperar o proteger la encomienda a toda costa.51 El 8 de febrero de 1550 comenzaba ante la Real Audiencia de Lima un pleito en el que doña Inés y don Antonio exigían la restitución de los indios chupachos y sus caciques principales. Antonio Rodríguez, procurador de la 49. Ibíd., f. 26, r. Parte de este pleito esta transcrito en la visita de Huánuco de Iñigo Ortiz de Zúñiga. Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 284. 50. El juicio se extendió durante casi una década, desde el 8 de febrero de 1550 hasta el 21 de junio de 1559. AGI, Justicia 397 N2 R3 (1553-59). 51. Lockhart, 1968: 27-28.
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pareja, alegaba el derecho de sus clientes sobre la posesión en base a la restitución que se les había hecho en 1544. Rodríguez indicaba que además del legítimo título de encomienda dado por el marqués don Francisco Pizarro, tuvo también confirmación del Licenciado Vaca de Castro, restituyéndola a su posesión en cabeza de su segundo marido y que, “últimamente, fueron despojados sin citación por el presidente La Gasca, ofreciendo al don Antonio otro repartimiento que no pudo aceptar por no perjudicar el derecho de su mujer”.52 Por otro lado, Iñigo de Mondragón, procurador de la parte contraria, se oponía a la validez de la posesión del repartimiento por doña Inés y su esposo utilizando tres argumentos. En primer lugar, Mondragón aludía a la reformación hecha, en virtud de Reales Cédulas por el Licenciado Vaca de Castro en los indios de doña Inés, como parte de la política de reformación de encomiendas dadas por Pizarro a sus deudos y criados. El letrado señalaba que la sentencia era justa, ya que Pizarro había hecho mercedes de repartimientos a Francisco Martín de Alcántara, estando prohibido que “ningún gobernador de aquellas partes pudiese dar ny encomendar indios a su hermanos y deudos”.53 En segundo lugar, doña Inés tenía varias encomiendas y nadie, según establecía la legislación, podía tener muchos repartimientos y menos de gran magnitud y/o en pueblos distintos.54 Finalmente, Iñigo de Mondragón señalaba que la posesión tomada por Antonio de Ribera y su esposa era nula por haberse hecho “en los tiempos de alteraciones”.55 Según el fiscal, al momento de la restitución del repartimiento de Huánuco, el virrey Núñez Blasco de Vela estaba encarcelado y Gonzalo Pizarro actuaba como gobernador. Asimismo, Pedro de Puelles, a quien se había concedido en primera instancia la encomienda de los chupachos, había participado en el bando Pizarrista apoyando la rebelión en Quito, por lo que había sido despojado de su repartimiento de Huánuco, que, por lo tanto, había
52. Ibíd. Ya señalamos anteriormente cómo al contraer dos encomenderos matrimonio, debían elegir que repartimiento se quedaban. En caso que eligiesen el de la esposa, debían hacerlo aceptando las vidas que quedaban a la merced. Asimismo, si se ofrecía a un encomendero un repartimiento, no podía aceptarlo sin devolver los que ya tenía. En este caso, dada la magnitud de la encomienda de Huánuco, es comprensible que Antonio rechazara la ofrecida por La Gasca. 53. AGI, Justicia, 397. f. 41. 54. Recopilación, lib. VI, tít. VIII, ley XXVI. Para ilustrar este impedimento, Mondragón insertaba en el proceso una sentencia del pleito llevado a cabo entre Luis de Ribera y el tesorero Alonso de Riquelme sobre un repartimiento de la provincia de Charcas. En dicho pleito, el licenciado Vaca de Castro había concedido a Ribera los indios de Riquelme argumentando que este último: “no podía tener muchos indios en muchas partes”. 55. AGI, Justicia, 397. f. 41.
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quedado vaco y La Gasca podía disponer de él libremente para encomendarlo a quien juzgara conveniente.56 Frente a los argumentos de Mondragón, y pese a la documentación presentada por doña Inés y don Antonio para sustentar su caso, el 19 de diciembre de 1555, el Consejo de las Indias, ratificaban los derechos de la parte contraria.57 Don Antonio y doña Inés apelaron la sentencia por “considerarla injusta y de gran agravio”, haciendo énfasis en que las encomiendas habían sido otorgadas de manera legítima por el mismísimo gobernador Francisco Pizarro en atención a los méritos del difunto Martín de Alcántara como “primero conquistador, descubridor e poblador de dicha provincia”.58 La pareja, asimismo, señalaba que tras la muerte de Martín de Alcántara, doña Inés había sucedido en ellos de manera legítima por virtud de la provisión acordada el 25 de septiembre de 1540 sobre la sucesión de los indios en los hijos y viudas de los encomenderos. Respecto a la reformación, el procurador de la pareja, sostenía que esta se había de hacer “conforme a la calidad de la persona y a sus méritos e servicios e a la calidad de los yndios e al servicio que hacían y se habían de mirar y considerar otras muchas cosas para las cuales se había de llamar e oyr la parte”, lo que no se había respetado en el caso de doña Inés.59 Finalmente, Rodríguez señalaba que tras la desposesión que Vaca de Castro había hecho en favor de Puelles por sobrecarta de Panamá, se había ordenado la restitución a la agraviada, por lo que ni Puelles había tenido derecho sobre ellos ni habían estado vacos, al contrario de lo que indicaba La Gasca. Por ese motivo el despojo se había hecho sin ningún sustento. A pesar de los alegatos hechos por la pareja y su abogado, en 1559 el Consejo ratificaba la sentencia a favor de Gómez Arias Dávila, Juan de Argama y Antonio de Grado, despojando definitivamente a doña Inés y su esposo de sus encomiendas en la jurisdicción de Huánuco. 56. Ibíd. Mondragón señalaba que Puelles había tenido sus repartimientos de manera legítima hasta que “por el delito de traición y rebelión que cometió los perdió y quedaron vacos y en este estado estaban” cuando el licenciado de La Gasca se los dio a Argama, Grado y Gómez Arias en remuneración por los servicios que habían hecho en aquella provincia. Sin embargo, a lo largo del juicio, Mondragón también presentaba otra versión según la cual Puelles había accedido a renunciar a su repartimiento de Huánuco a cambio de otro mejor en otra provincia y que, por lo tanto, Pizarro habría podido hacerle de nuevo encomienda del mismo a Antonio de Ribera e Inés Muñoz sus antiguos poseedores. Sin embargo, esta versión no correspondería a la realidad ya que, tras la sobrecarta de Panamá, se había restituido el repartimiento de Huánuco a su legítima beneficiaria Inés Muñoz. 57. AGI, Justicia, 397. ff. 32. Sentencia dada en Valladolid, 19 diciembre de 1555. 58. Suplicación de la sentencia de don Antonio y doña Inés Muñoz “Por ser injusta y muy agraviada y pide se revoque”. Ibíd, f. 33. 59. Ibíd, f. 34.
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Creemos que la decisión del Consejo habría estado claramente condicionada por varios factores, siendo uno de los principales la necesidad que Pedro de la Gasca tenía de encomiendas vacas tanto para premiar a los conquistadores que le habían apoyado, así como para atraer y conservar colaboradores dispuestos a defender a la Corona en tan lejano territorio, máxime tras el reciente levantamiento encomendero protagonizado por Gonzalo Pizarro. El licenciado sabía que no disponía de suficientes repartimientos y que esto ocasionaría graves problemas, tal y como le había dicho Gonzalo Pizarro antes de ser ejecutado: “No deseo de vos otra venganza que la que tendrá al repartir la tierra”.60 Otro factor de importancia sería la política realista destinada a castigar a aquellos que habían manifestado abiertamente apoyo a la causa de Gonzalo durante su rebelión, aunque más tarde hubieran abrazado el bando realista. Tanto Inés Muñoz como Antonio de Ribera tenían un estrecho vínculo con los hermanos Pizarro y formaban parte de su clan. Recordemos que Inés era cuñada de Francisco, así como la encargada del cuidado de sus hijos. Incluso su matrimonio con Antonio de Ribera se habría realizado por recomendación de Gonzalo Pizarro. Respecto a Ribera, este había participado con Gonzalo en la jornada de la Canela y desde entonces mantenían una estrecha relación, la cual le había llevado a apoyar su sublevación. La pública y notoria filiación pizarrista de la pareja era ratificada por el virrey marqués de Cañete en una misiva dirigida al monarca en 1558, poco antes del fin del pleito: […] los encomenderos, que ay algunos dellos muy pobres y los que son ricos no se si convienen en la tierra algunos dellos, en especial don Antonio de Ribera porque tiene muy vivo, el y su muger [doña Inés], la opinión de Pizarro y es de los que he hallado peor relación y asi creo que si le hallara en este reyno le oviera ynbiado del como a otros su muger es de tan buen recado que le llenara mas de ciento y cinquenta mili pesos y con algo que vuestra magestad alla le haga merced quedaran los yndios en su rreal corona que son razonables y les estara muy bien pues no tienen mas de un hijo […].61 60. Loredo, 1958: 215. Carta de Pedro de La Gasca, 25 de septiembre de 1548. 61. Carta del Marqués de Cañete, Virrey del Perú, a S. M. en la cual se duele de que el Consejo haya revocado todo lo hecho por él, tocante a los repartimientos y encomiendas que dio. Los Reyes, 28 de febrero de 1558. 70-1-28. En Levillier, 1921, 1: 321. También en la relación de repartimientos que existían en el Perú al finalizar el alzamiento de Gonzalo Pizarro, sacada de los papeles de Pedro de la Gasca y reproducida por Rafael Loredo, se menciona el repartimiento de Huánuco, y aunque La Gasca señala el moderado valor del mismo, indicaba la conveniencia de despojar a don Antonio y doña Inés como beneficiarios, concediéndole al primero a cambio un beneficio: “conviene mucho a aquella ciudad estos indios sean repartidos, dándole otra cosa a don Antonio en equivalencia”. En esta ocasión se justificaba el
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Finalmente, la Corona tenía oportunidad de disminuir el poder de los encomenderos más poderosos como don Antonio y doña Inés, cuestión prioritaria máxime después del levantamiento de Gonzalo Pizarro. Sea cual fuere el factor decisivo sobre la decisión del Consejo, el resultado final fue que doña Inés y su esposo don Antonio tuvieron que renunciar a cualquier esperanza de recuperar su rica y disputada encomienda de los chupachos en Huánuco. 2.3. Más usurpaciones y pleitos: María de Escobar, Ginesa Guillén y Mari Sánchez “la Millana”
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A lo largo de la presente investigación nos ha llamado la atención la frecuencia con la que encontramos a mujeres encomenderas, o pertenecientes a este grupo, embarcadas en procedimientos judiciales, pleiteando por sus derechos y patrimonio o el de sus allegados. Al respecto debemos tener en consideración que, usualmente, solo los más privilegiados tuvieron los recursos necesarios para afrontar un litigio. Para otras muchas mujeres y hombres, pertenecientes a grupos sin gran capacidad económica, poder exigir sus derechos y hacer oír sus demandas fue mucho más difícil, si no imposible, al ser tan arduo y costoso el acceso a los complejos engranajes administrativos y judiciales. Inés Muñoz, gracias a sus amplios recursos económicos, habría podido asumir los costos derivados de un pleito, tales como el pago a sus abogados y procuradores o apoderados, entre otros. De no haber contado con estos medios, probablemente habría tenido que resignarse a la usurpación de su repartimiento por Vaca de Castro. Recordemos que tal y como Cook y Cook señalan, en el intrincado sistema judicial colonial, una litigación exitosa dependía en gran parte de las conexiones y contactos de los litigantes, así como de su capacidad económica.62 Sin embargo, también hemos podido comprobar como en ocasiones pertenecer a la poderosa élite encomendera y ser una de las familias más acaudaladas del virreinato no era garantía de un proceso legal exitoso si el contendiente era un agente de la Corona, como La Gasca, defendiendo intereses políticos monárquicos, tales como la pacificación, centralización y control del territorio andino.
pedido alegando que los indios chupachos tenían unas trescientas casas aledañas a la ciudad de León de Huánuco y que con ellos se podía reformar el pueblo (Loredo, 1958: 229). 62. Cook y Cook, 2011: 60.
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El caso de doña Inés no es excepcional, ya que fueron varias las beneficiarias y beneficiarios de encomiendas que se vieron perjudicados por la actuación de las autoridades virreinales. Recordemos la usurpación de los repartimientos de Francisca Pizarro, también efectuada por La Gasca tras vencer a su tío Gonzalo. Entre los varios casos existentes deseamos exponer el de María de Escobar, el cual hallamos sumamente significativo por tratarse de una encomendera que habría atravesado una situación prácticamente idéntica a la de Inés Muñoz. En su caso podemos observar la mayor parte de ingredientes presentes en el expediente de doña Inés: antigüedad en el territorio americano; fuertes vínculos y simpatía con el círculo pizarrista; grandes encomiendas; y usurpación de sus repartimientos, primero con Vaca de Castro y después con La Gasca. María de Escobar, al igual que Inés Muñoz, era natural de Castilla, más concretamente de Sahagún (León).63 El historiador Juan Bromley la nombra como una de las más importantes figuras femeninas de la élite de la primera sociedad peruana junto con Inés Muñoz, Elvira Dávalos, Luisa de Garay, Francisca Jiménez, doña Inés Bravo de Lagunas y María Lezcano, todas ellas esposas de conquistadores y encomenderos.64 María se había casado en primeras nupcias con Martín de Estete, con quien no tuvo descendencia. Juntos vivieron en la villa de Santa María del Darién hasta enero de 1534, momento en que se unieron a una expedición capitaneada por Alvarado que desembarcó en las tierras de Puerto Viejo, en Ecuador. Desde este lugar iniciaron una fatigosa marcha por las nevadas sierras del volcán Cotopaxi, hasta los valles de Riobamba. Bromley señala como en esta terrible marcha, debido al hambre la fatiga y el frio, perdieron la vida dos mil indios de servicio y más de cien españoles, entre ellos cinco mujeres castellanas. Una de las pocas supervivientes fue María de Escobar.65 Desde Riobamba el grupo se dirigió hasta el valle de Chimo donde, debido a la benignidad de esta zona, se decidió fundar la villa de Trujillo, designándose como teniente de gobernador a Estete. En la fundación estuvieron presentes unos cincuenta españoles, perteneciendo María de Escobar a este grupo de fundadores y primeros pobladores.66 Pizarro otorgó 63. Lockhart, 1986-1987. 64. Bromley, 1956: 136. Puente Brunke, 1991a: 273, nota 159. Lockhart asegura que era hermana de Pedro de Mendoza y según el cronista Fernández de Oviedo era criada o asistente de la mujer del gobernador Pedrarias Dávila, doña María de Bobadilla, con la que llegó a Santa María del Darién en 1514 (Lockhart, 1986-1987). 65. Bromley, 1956: 128-130. 66. Ibíd.: 130.
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encomiendas a estos nuevos vecinos, correspondiéndole a Estete las de Mansiche, Nasapac, Piscobamba y Conchucos. Entre las actividades de Estete destacó el huaqueo. En 1535, gracias a informaciones del cacique de Chimo, Estete halló el Templo del Sol, del que extrajo un gran tesoro compuesto por oro, plata y piedras preciosas y que sus coetáneos valoraron en unos 100.000 pesos. Al parecer Estete esquivó el quinto real en esta ocasión y otras posteriores, motivo por el cual se le interpuso un pleito y destituyó de su cargo.67 Cuando Estete falleció en 1536, el cronista Fernández de Oviedo, quien le había conocido personalmente y por el que no manifestaba mucho aprecio y respeto, señaló que “fue muy rico, e al tiempo que más tuvo destos bienes de fortuna, fue a dar cuenta de sus obras a la otra vida dexando a su mujer, [doña María de Escobar], cargada de oro y plata e joyas”.68 Tras enviudar, María se trasladó a la Ciudad de los Reyes, donde sería una de las más principales y acaudaladas vecinas, destacando en la naciente sociedad de la capital siendo la madrina de varios de los pertenecientes a la primera generación de limeños, como Martín de Ampuero, hijo de Francisco de Ampuero y de Inés Yupanqui. Alrededor de 1540 se casó en segundas nupcias con el conquistador trujillano Francisco de Chávez, hombre de confianza del marqués Pizarro y teniente gobernador de la Ciudad de los Reyes entre 1537 y 1539.69 Chávez fue un personaje muy cercano a Pizarro, quien le encomendó en 1536 el repartimiento de los indios de Lurigancho.70 Poco después, en 1538, Pizarro le hacía merced de los indios de Yauyos y Tantacaja, los cuales habían pertenecido previamente a Hernán Ponce de León.71 La casa de la 67. Entre las maravillas halladas estaba un fabuloso trono de oro macizo, decorado con perlas, que Estete desarmo para fundirlo en lingotes de oro, lo que causó gran enojo del obispo Tomás de Berlanga, quien señaló que dicha silla debería haber sido enviada al monarca castellano. Bromley, 1956: 130. Zevallos, 1996, 1: 146-147. 68. Bromley, 1956: 135. Zevallos, 1996, 1: 148. 69. Busto, 1986, 1: 417, 418 y 419. 70. Cédula de encomienda de indios de Francisco Pizarro a Francisco de Chávez. En Library of Congress. Harkness Collection. reg. Franco 539. ff. 153-155. Pizarro indica que le deposita “el cacique principal de Buricancho que se llama Vulcari con sus yndios e principales ecebto el principal Chuquitanata e sus principales e yndios e los del otro principal que se llama Colla”. También se incluye la merced de Pizarro al capitán Francisco de Chávez, del cacique de los Lurigancho y otros principales. Transcrito en The Harkness Collection in the Library of Congress: Documents, 1: 170-177. 71. “[…] Os deposito por dexacion del capitán Fernan Ponce de Leon el cacique de Xaquixa con todos sus yndios y principales e sus subjetos”. 8 de mayo de 1538. Finalmente, en 1540, solicitaba “la posesión de Mochanga yndio de Xaquixa por sy e en nonbre de todos los yndios e caciques de Xaquixa”. Ibíd. Chávez, sin embargo, no solo es recordado por su rol de encomendero, sino por su ignominiosa actuación reprimiendo a los indígenas alzados de Huaura, Atabillos, Huaylas, Huánuco y Conchucos.
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pareja estaba situada frente al Convento de Santo Domingo, frente a una plazuela que durante varios años recibió, precisamente, el nombre de María de Escobar. Asimismo, poseían una extensa huerta que estaba donde años más tarde se ubicó el colegio de San Martín. El 26 de junio de 1541, día del asesinato de Pizarro por los almagristas, María de Escobar quedó viuda por segunda vez, ya que su esposo perdió la vida en casa del conquistador. Según José Antonio del Busto, Francisco de Chávez se encontraba allí para cenar con Pizarro cuando llegó Juan de Rada con el resto del grupo y, aunque pensó que podía calmar la situación, acabó siendo asesinado. Tras su fallecimiento, al no tener descendencia legítima, doña María le sucedió en la posesión de los repartimientos de Lurigancho y Yauyos (en la jurisdicción de Lima) hasta que en 1543 recibió la noticia de la desposesión de sus indios por parte del gobernador Vaca de Castro. María, al igual que Inés Muñoz, actuó con rapidez entregando el 29 de marzo de 1543 unas cartas de poder a sus procuradores, para que pudieran solicitar, entre otros, copias de instrumentos públicos en relación a sus pleitos en la corte.72 Al día siguiente otorgó una carta de poder a Luis de Céspedes Gil y otra a Arias de Acevedo, vecino y regidor de Panamá, con el objetivo de que pudieran comparecer en su nombre en la Audiencia de Panamá para confirmar las cédulas de encomienda que Francisco Pizarro le había hecho a su difunto esposo y solicitar respeto a la posesión de sus repartimientos.73 Asimismo, el 23 de mayo María solicitaba ante Juan de Barbarán, alcalde ordinario de la Según narran los cronistas y la leyenda, Chávez asesinó en Conchucos a 600 menores a los que hizo decir su nombre en vez del de Jesús al momento de acabar con su vida. Busto indica que, en 1551, en la ciudad de Insbruck, una real cédula dispuso que de la encomienda que había pertenecido a Chávez se diera comida y vestido y escuela para 100 menores naturales en compensación a esta matanza (Busto, 1986, 1: 418-19). 72. Carta de poder de María de Escobar a Tomás Vidal y Francisco Hernández para pleitos, causas, transacciones comerciales y recoger en su nombre oro, plata o esclavos, entre otros, que le pertenezcan por contratos públicos, traspasos o sentencias. Da poder para solicitar copias de instrumentos públicos relativos a sus asuntos y presentarse en su nombre en la corte. Firmada ante el notario Joan Franco en 29 de marzo. En Library of Congress. Harkness Collection. reg. Franco, 485. Es más que probable que ambas encomenderas tuvieran una relación bastante cercana. Los maridos de las dos eran personajes muy cercanos a Pizarro y ambos fallecieron junto a el. Asimismo, las dos eran de las pocas mujeres que vivían a inicios de la década de 1540 en la Ciudad de los Reyes. No descartamos, por lo tanto, que al atravesar por el mismo proceso, ambas mantuvieran comunicaciones e incluso compartiesen a los mismo asesores y otros profesionales legales. 73. Carta de poder de María de Escobar para aparecer ante los soberanos y la Audiencia de Panamá, para pedir la confirmación de las cedulas de encomienda que ella tiene de Francisco Pizarro, y que ninguno de sus indios sea tomado de ella, o molestados. En la carta María solicitaba poder continuar con los casos de apelación, especialmente aquellos relacionados con los daños que ella ha recibido del gobernador licenciado. Vaca de Castro. También poderes generales en todas las causas, y transacciones comerciales. En Library of Congress. Harkness Collection. reg. Franco 486.
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Ciudad de los Reyes, reconocer sus derechos sobre las encomiendas y presentaba las cédulas originales de los repartimientos para su traslado, ya que estas debían ser enviadas a España.74 Finalmente, el 12 de octubre de 1543, María presentaba una carta de poder a Juan de Cáceres para solicitar al real Consejo de Indias que se le devolviesen sus encomiendas, amparándose en una cédula de Francisco Pizarro que contenía una real provisión en favor de las esposas e hijos de los conquistadores. Del mismo modo, solicitaba un reembolso por la pérdida de cosechas y rentas durante el tiempo en que sus indios le habían sido usurpados.75 En esta ocasión, al igual que doña Inés, sus reclamos fueron exitosos y obtuvo la ratificación de la Corona sobre sus derechos. María de Escobar también estuvo íntimamente vinculada con el círculo pizarrista. De hecho, varios cronistas le adjudican un papel protagónico como inspiradora del alzamiento encomendero y como coautora del secuestro del virrey Blasco Núñez de Vela, que culminó con su encierro precisamente en sus casas. Durante toda la rebelión, la encomendera manifestó su completo apoyo a la causa de Gonzalo Pizarro, con quien mantenía una gran amistad, no temiendo declarar que Gonzalo “tenía el reino pacificado, por lo que todos lo querían y lo amaban, y que estaban muy bien con él”.76 Su férrea actitud la hizo ganarse el apodo de “la Romana”, en referencia a las fuertes y decididas matronas de la Antigua Roma. El vínculo de María con los pizarristas se hizo más patente cuando, en una fecha entre 1544 y 1547, Gonzalo Pizarro la casó con don Pedro de Portocarrero, su apreciado Maestre de Campo.77 Tras el enlace, la pareja disfrutó de las encomiendas de las que María era beneficiaria. Sin embargo, la calma no duraría mucho tiempo, ya que pocos años más tarde, en 1548, el gobernador Pedro de la Gasca, que acababa de vencer a los 74. Library of Congress. Harkness Collection. reg. Franco, 539. ff. 153-155. 75. Ibíd. Franco, 525. 76. Declaración de María de Escobar en la Probanza contra el Virrey Blasco Núñez Vela sobre los alborotos y escándalos que ocasionó en aquellos reinos en el año 1544. Los Reyes, noviembre-diciembre de 1546. En Levillier, 1921, 2: 332. Parece que María al igual que otras encomenderas, como Inés Muñoz, apoyó las actividades militares de los pizarristas proveyendo alimentos y asilo en sus encomiendas y propiedades. 77. Portocarrero, fundador y vecino de Guatemala, desde su llegada a Perú había sido muy cercano a Francisco Pizarro. Tras su muerte, apoyó a Vaca de Castro contra los almagristas. Aunque fue seguidor de su hermano Gonzalo durante los primeros años de su alzamiento, antes de su derrota se pasó al bando realista, apoyando también a la Corona contra Hernández Girón (Bromley, 1956: 139). Zevallos señala de manera errónea que María de Escobar contrajo terceras nupcias con Antonio Muñoz de Ribera equivocándolo, probablemente, con Antonio de Ribera, esposo de doña Inés Muñoz (Zevallos, 1996, 1: 146).
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encomenderos rebeldes encabezados por Gonzalo Pizarro, despojó a María Escobar y a su tercer esposo de sus repartimientos de Yauyos y Lurigancho para concedérselos al arzobispo don Jerónimo de Loayza. El 5 de febrero de 1549, La Gasca, en consideración a la actuación de Loayza durante la campaña militar y como asesor durante el polémico reparto de Guaynarima, le hacía beneficiario del repartimiento “de yndios yungas y serranos que tenía en términos desta Ciudad de los Reyes María de Escobar muger que es de don Pedro Portocarrero con todos los caciques en indios”.78 La Gasca respaldaba la validez de su actuación argumentando que nadie podía poseer tantos repartimientos y que la pareja había preferido conservar la encomienda de Portocarrero en Cuzco. Sin embargo, consideramos que, entre los principales motivos, al igual que en el caso de Inés Muñoz, subyacería tanto la acuciante necesidad de La Gasca de recuperar encomiendas con las que premiar a quienes le habían apoyado en su campaña contra Pizarro, así como la animosidad contra Portocarrero y María Escobar debida a sus estrechos vínculos con el rebelde Gonzalo Pizarro a pesar de que Portocarrero, al igual que Antonio de Ribera, en el último momento se había pasado a la causa realista. El arzobispo Jerónimo de Loayza tomó posesión de la encomienda de Escobar en febrero de 1549 a pesar de que la legislación impedía que los religiosos fuesen beneficiarios de repartimientos.79 Frente a esto, María comenzó un nuevo pleito.80 Sin embargo, el 29 de abril de 1553 la Audiencia notificaba una resolución adversa para el matrimonio, ya que ratificaba la posesión de las encomiendas a Jerónimo de Loayza, quien disfrutaría de las mismas hasta 1561, año de su fallecimiento, pasando después los repartimientos a la Real Corona.81 A pesar del duro golpe que suponía esta pérdida, la situación de la pareja mejoró notablemente tras la llegada del virrey don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, quien hizo varias mercedes a los esposos. Bromley narra cómo llegado Cañete a Perú, desembarcó en Paita y que en su camino a Lima, cerca de Trujillo, Pedro de Portocarrero alcanzó al virrey 78. Fernández Valle, 2007: 126. 79. La legislación estipulaba que ni los eclesiásticos ni los religiosos podían ser beneficiarios de repartimientos. Recopilación, lib. VI, tít. VIII, ley XII. Aunque el caso más conocido es el de Loayza, Puente Brunke menciona el del clérigo Rodrigo Bravo en Arequipa y Fernando de Bazán, canónigo de la catedral de Sevilla (Puente Brunke, 1991a: 35). Tal y como vemos, dicha disposición era “papel mojado”, por cuanto destacadas personalidades eclesiásticas y civiles gracias a su influencia pudieron acceder a este beneficio. 80. AGI, Justicia, 397, N.2, R.1. 81. Puente Brunke, 1991a: 440 y 447.
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proporcionándole varios camellos montados por negros ataviados a la usanza morisca. Dichos camellos, los primeros que habían llegado a Perú, habían sido adquiridos por Portocarrero y María de Escobar por la elevada cantidad de 7.000 pesos. Portocarrero y Escobar, también improvisaron un oasis para el virrey cerca de Pasamayo. Bromley describe que arbustos y plantas floridas habían sido colocados junto a grandes toldos bajo cuya sombra se ofrecían jarras de vino de castilla, y deliciosas viandas.82 Este recibimiento, sin duda, ayudó a que los esposos establecieran una provechosa relación con Cañete. Asimismo, tuvieron excelentes relaciones con el virrey Conde de Nieva, quien otorgó una nueva encomienda en el Cuzco a Portocarrero. Encontramos este caso, junto con el de Inés Muñoz, sumamente representativo de la política imperial. La usurpación de repartimientos en el contexto de la pacificación habría sido utilizada no solo para premiar a los beneméritos, sino también para castigar y despojar de poder al peligroso núcleo pizarrista y, por ende, a gran parte de los beneficiarios de repartimientos.83 Es innegable el decidido interés de la Corona en someter al cada vez más poderoso grupo encomendero, el cual, como acababa de comprobar, podía desafiar su poder y poner en peligro sus intereses. Precisamente en el proceso de conformación y reforma de un estado cada vez más centralizado que estaba llevando a cabo el monarca, no convenía la existencia de una nueva nobleza americana con rezagos señoriales-feudales. Si bien en un comienzo los conquistadores habían sido imprescindibles para el sometimiento y población del espacio americano, pasado este período era prioritario establecer un estado moderno, y la rebelión de Gonzalo Pizarro, que había supuesto un duro golpe y un gran desafío para la Corona, se presentaba como una excelente oportunidad para despojar de poder a los encomenderos y pizarristas. Concordamos con José de la Puente al señalar como la realidad española y europea había dejado atrás el contexto que sustentaba el poder señorial de los encomenderos –como el reciente período de la Reconquista–, presentándose, por el contrario, el avance de un modelo político cuya principal característica era la búsqueda del poder del monarca.84 82. Bromley señala que incluso habrían traído nieve desde Huarochirí (Bromley, 1956: 140). 83. El juicio se extendió durante casi una década, desde el 8 de febrero de 1550 hasta el 21 de junio de 1559. AGI, Justicia 397 N2 R3 (1553-59). 84. Puente vincula la aparición de la figura del corregidor de indios como parte de dicha política. Del mismo modo, la cuestión de la perpetuidad de las encomiendas formaría parte de esta tensa relación y pugna por el poder entre el grupo encomendero y la Corona. Para ellos lograr la perpetuidad de sus mercedes les ratificaría y conservaría como los señores de las Indias” (Puente Brunke, 1991a: 76 -78 y 234).
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Esta política estatal también habría sido decisiva para que otros encomenderos y encomenderas conservaran o recuperaran los repartimientos despojados por La Gasca, como Ginesa Guillén, beneficiaria de varias encomiendas en Arequipa.85 Ginesa nació alrededor de 1516 en Sevilla. Hija de Isabel Guillén, se crio en la ciudad de Santo Domingo de la isla La Española, donde falleció su padre. Ginesa se casó con el conquistador Lope de Alarcón, uno de los fundadores de la ciudad de Arequipa y regidor de la misma en 1542, 1546 y 1547.86 Alrededor de 1542, se trasladó con su esposo, su madre y con sus hermanas, Francisca e Isabel de Angulo, al Perú, más concretamente a la jurisdicción de Arequipa, al ser su esposo encomendero de los repartimientos de los indios Ocoña y Arones por concesión del marqués Francisco Pizarro.87 En 1548, durante el alzamiento de los encomenderos, Lope de Alarcón fue asesinado por orden de Gonzalo Pizarro, siendo ejecutado por su capitán Francisco de Espinosa en las casas de Lucas Martínez de Vegazo, mientras Ginesa Guillén y varias mujeres de Arequipa estaban presas en el Cuzco por orden de Gonzalo. Aunque Ginesa afirmaba que su marido había sido asesinado porque Pizarro deseaba casarse con ella, algunos vecinos insinuaban que ella había incitado dicho asesinato. Tras la muerte de Lope de Alarcón, Ginesa le sucedió como encomendera. Sin embargo, el licenciado de La Gasca la despojó de sus repartimientos, que fueron otorgados a Hernando de Ribera en recompensa a su actuación durante el conflicto. Comenzó entonces un largo pleito entre Hernando de Ribera y Ginesa Guillén, quien exigía la restitución de las encomiendas de las que era sucesora, al no haber dejado su marido Lope de Alarcón hijos legítimos. A lo largo del juicio se acusó a Ginesa de colaboracionismo con Gonzalo Pizarro, así como dar malos tratos a los indios de sus repartimientos, siendo inculpada de azotarlos, emparedarlos e incluso de quemar a varios caciques “por sacarlos mucho oro y porque no se lo daban”.88 Hernando de Ribera presentó en el pleito un memorial sobre los malos tratos y crueldades que Ginesa Guillén había hecho a los indios Ocoñas y Arones de sus encomiendas. En dicho memorial se relataba, entre otros hechos, como Ginesa 85. La mayor parte de los datos de esta biografía han sido extraídos de los documentos de Arequipa de Víctor Barriga en su obra: Barriga, op.cit. 86. Busto, 1986, 1: 41. 87. Anexo 1. 88. AGI, Justicia, 424, N.1424. 15 de febrero de 1549. “Memoria de los malos tratamientos que Ginesa Guillén hizo en vida de Lope de Alarcón su marido a los indios de Ocoña y Arones...”. 25 de Julio de 1556. Gran parte de este pleito ha sido transcrito y recogido por Barriga. En Barriga, op.cit., 1: 251.
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tras azotar a un cacique llamado Ahinasco, lo había colgado de los pies hasta que la soga se había roto por el peso y a otro llamado Luruma, “por no haberla dado oro y plata que ella le había solicitado”, le había hecho emparedar, teniéndole con una cadena al cuello durante dos meses. Según un testimonio, doña Ginesa le ordenó ir por “plata y oro amenazándolo con emparedarlo de nuevo si no traía dichos metales”. Ante la amenaza, y preso del pánico, el cacique se suicidó ahorcándose. En el memorial se mencionaban a más caciques maltratados por la encomendera a los que había ordenado traer metales y ganados e incluso descubrir huacas. Entre ellos estaba Elio Quintape, al que azotaba cinco o seis veces al día y “al que por no mostrarle donde estaban las huacas mando echar a quemar y así medio quemado lo llevo a Arequipa sin comer, donde murió”.89 Otro cacique de los Arones llamado Quecaña habría sido también torturado diariamente por Ginesa con ccosniche, es decir, haciendo que aspirase humo de ají quemado. Este cacique, por miedo a más torturas, también se habría suicidado. En el citado memorial, los testigos afirmaban que Ginesa les forzaba a trabajar los domingos y fiestas y que, además, les obligaba a entregarle dos tomines de oro diarios, azotando al que no lo traía. A pesar de que las acusaciones fueron ratificadas en el pleito por varios testigos vecinos de Arequipa, así como por varios principales, sin embargo, el 14 de agosto de 1554, el Consejo de Indias ordenaba a Hernando de Ribera que restituyese a Ginesa los repartimientos.90 En este caso, consideramos que el acuerdo al que Ginesa llegó con la Corona, según el cual podría cobrar los frutos de su encomienda hasta 1560 y más tarde renunciar a la misma en cabeza de S. M. –exceptuando las minas que se descubriesen–, habría sido decisivo para el desenlace del pleito.91 De este modo podemos observar cómo ni su sospechoso colaboracionismo pizarrista, ni los malos tratos a sus encomendados, ni la magnitud de sus encomiendas habrían ocasionado la pérdida del repartimiento. Ginesa se trasladó a su ciudad natal de Sevilla, ya que tenemos
89. Ibíd: 279. 90. AGI, Patronato 282, N.2, R.23 y Patronato 284, N.2, R.89. Ejecutoria del pleito de Ginesa Guillén. 91. AGI, Patronato 188, R.35., N.2, R.89. Asiento que hizo Ginesa Guillén, viuda de Lope de Alarcón, vecino de Arequipa, con Su Majestad, sobre el repartimiento y encomienda de indios llamados Oconas y Arones. Asimismo, Ginesa propuso a la Corona poder cobrar por nueve años, a partir de su renuncia, la mitad de sus tributos y que la Caja Real le devolviera las fianzas entregadas para viajar a la metrópoli. El arreglo fue pactado con el virrey Andrés Hurtado de Mendoza, siendo aceptado por la Corona, por Real Cédula el 18 de enero de 1562.
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noticias de ella allí el 26 de junio de 1569 realizando la compra de un esclavo morisco de 7 años por 36 ducados.92 Sin embargo, el colaboracionismo pizarrista sí fue determinante en el caso de otra arequipeña, Mari Sánchez “la Millana”, quien al contrario que Ginesa no pudo conservar los repartimientos a los que le correspondía suceder. Mari Sánchez era la esposa del encomendero y conquistador Cristóbal Pérez, fallecido durante el conflicto almagrista en la batalla de Salinas, en 1538. Tras su muerte, su hijo Juan de Arbés sucedió en la encomienda de su padre de los indios Cabanas-Urinsaya. Al igual que Inés Muñoz y María Escobar, en 1543 Mari “la Millana” tuvo que reclamar en su nombre y en el de su hijo menor la desposesión que Vaca de Castro hizo de su rica encomienda, siendo el resultado, al igual que en el de los otros dos casos, exitoso.93 Sin embargo, en 1549, en agradecimiento a sus servicios a la Corona durante la conquista y levantamiento, Pedro de la Gasca premiaba al conquistador Juan de la Torre con la encomienda de Juan de Arbés, fallecido durante el conflicto pizarrista apoyando al rebelde. En ese momento, Mari Sánchez, junto con su nuevo esposo Pedro Calderón, trató de recuperar la encomienda. Durante el pleito de la Torre hizo hincapié en los nexos pizarristas de “la Millana”, a lo que ella se defendió alegando su lealtad a la Corona y señalando que siempre había colaborado con su majestad y que en varias ocasiones había aconsejado a su hijo no servir a Gonzalo Pizarro. Asímismo, indicaba que había escondido a varios soldados en su encomienda a los que además había dado alimento y cobijo.94 Sus argumentos resultaron insuficientes y si, como señalamos antes, Ginesa, a pesar de los malos tratos y las sospechas sobre su Pizarrismo, pudo conservar sus indios gracias a su trato con la Corona, “la Millana” no logró retener la encomienda, que perdió definitivamente alrededor de 1550.95 Como hemos podido observar, son varios los ejemplos de encomenderas enfrentadas a la Corona por la defensa de sus derechos sobre los 92. Fernández y Pérez, 2009. p. 107. El historiador Jorge Zevallos señala que Ginesa murió en España alrededor de 1586 (Zevallos, 1996). 93. Poder de Mari Sánchez “la Millana” a Hernando Pizarro y Hernando Verdugo de Henao. Para solicitar la devolución de sus indios. 5 de mayo de 1543. Library of Congress. Harkness Collection. Franco, 527. ff. 127-128. Transcrito en The Harkness Collection in the Library of Congress: Documents, 1: 164-166. 94. Barriga, op.cit. Cook y Cook, 2011: 52-53. 95. Asimismo, en base a lo señalado por la legislación Mari Sánchez “la Millana” no tendría derecho a suceder en la encomienda de su hijo, ya que las 2 vidas se habrían extinguido con este, a menos que la Corona se la hubiera concedido en primera vida tras la muerte de su padre Cristóbal Pérez.
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repartimientos.96 La pugna entre ésta y los beneficiarios de repartimientos parece ser una constante en las primeras décadas de la conquista. María Escobar, Inés Muñoz, Ginesa Guillén, Francisca Pizarro, María de Ávalos o Mari Sánchez “la Millana” son solo algunos ejemplos de las encomenderas que tuvieron que luchar por sus encomiendas y, aunque en algunas ocasiones sus demandas y estrategias judiciales tuvieron éxito, en otros momentos fueron infructuosas y debieron desarrollar otras tácticas para mantener sus privilegios. Sin embargo, sin importar el contendiente o el resultado de los litigios, su actuación ante los tribunales nos permite no solo observar la iniciativa y agencia de las encomenderas, sino también repensar el uso del Derecho por parte de estas y otras mujeres en los más tempranos años del virreinato.97 3. Consolidación y expansión de las redes: matrimonio con don Antonio de Ribera 194
Dos años después del fallecimiento de su primer esposo, en una fecha comprendida entre el 5 de mayo y el 20 de Julio de 1543, doña Inés contrajo segundas nupcias con don Antonio de Ribera, caballero originario de Soria. James Lockhart sugiere que esta unión pudo haber estado motivada por dos razones. En primer lugar, don Antonio, a pesar de tener orígenes hidalgos entroncados con la nobleza castellana, carecía de encomiendas y el matrimonio con doña Inés le daba la oportunidad de acceder a la titularidad de estas. Por otro lado, Inés Muñoz, que carecía de linaje al haber nacido en el seno de una familia campesina, adquiría un vínculo con la nobleza, favoreciéndose así de un matrimonio con un cónyuge perteneciente a un estrato social más elevado.98 Aunque coincidimos con los argumentos de Lockhart, sin embargo consideramos que tras este enlace se encuentran mecanismos más complejos que un mero deseo de encomiendas o linaje. Como hemos señalado anteriormente, si bien el matrimonio era uno de los medios de acceso a repartimientos para aquellos que no habían participado en los principales capítulos de la conquista 96. Ya en el primer capítulo observamos el caso de doña María de Ávalos, encomendera de Arequipa, viuda de Lucas Martínez de Vegazo. También Inés Nieta, viuda de Juan García de Samamés y vecina de Chachapoyas, tuvo que enfrentarse con el fiscal licenciado Ramírez de Cartagena sobre la posesión del repartimiento de los indios de Cajamarquilla y Luya, que poseía en encomienda por suceder a su difunto marido. 97. Ver también pleito de Jordana de Mejía y Beatriz de Isásaga en capítulo 4.4. 98. Lockhart, 1968: 59.
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–como Cajamarca– y habían perdido más tarde la oportunidad de acceso a las mismas, consideramos que en el caso concreto del enlace entre don Antonio y doña Inés, la necesidad de consolidación de sus redes relacionales en el Perú habría sido decisiva. Tras el asesinato de Francisco Martín de Alcántara y Francisco Pizarro a manos de los almagristas, doña Inés habría quedado en una doble situación de desamparo y vulnerabilidad. Por un lado quedaba viuda y privada de gran parte de su núcleo familiar, compuesto por su esposo y su cuñado, ya que al abandonar la península de camino a Panamá había perdido sus dos hijas, fallecidas durante la travesía. Por lo tanto, solo un pequeño segmento familiar había podido asentarse y constituirse en el territorio americano. Asimismo, tras la muerte de Francisco Martín sin heredero legítimo, Inés había quedado sin prole y encargada de dos de sus pequeños sobrinos –Francisca, de apenas siete años, y Gonzalo, de cinco– sin más amparo parentelar que el de su cuñado Gonzalo. A esta difícil situación se sumaba la adversidad política, ya que, tras el asesinato de Francisco Pizarro, la facción almagrista había tomado el poder y ejercido fuertes represalias contra los pizarristas. Ya anteriormente observamos como doña Inés había estado a punto de ser asesinada y su casa había sido saqueada. En esta vulnerable situación había sido también víctima de las autoridades coloniales como Vaca de Castro, quien la había despojado de parte de sus encomiendas. De esta forma, un matrimonio constituía una oportunidad de rehacer sus redes familiares, necesarias para superar su vulnerabilidad y sobreponerse al adverso entorno. El candidato ideal sería una persona respetada y con suficiente peso social y político. Asimismo, debería contar con vínculos –o al menos una buena relación– con el entorno pizarrista. Don Antonio de Ribera reunía todas estas características. A su favor jugaba su linaje como hijo de don Antonio de Ribera, natural de Valladolid y paje del príncipe don Juan, y de doña Isabel de Beteta, o de Hoces, ambos miembros de reputadas familias castellanas.99 Por su parte, don Antonio se veía beneficiado de un matrimonio que colmaría sus anhelos económicos, permitiéndole el acceso a la titularidad de las encomiendas de doña Inés y, consiguientemente, su ingreso al prestigioso y exclusivo grupo encomendero. Además, tenía estrechos vínculos con el clan de los Pizarro, ya 99. Pruebas para la concesión del título de Caballero de la Orden de Santiago de Antonio de Ribera y Beteta, natural de Lima, originario de Valladolid. AHN. OM-CABALLEROS_SANTIAGO, Exp. 6955. Su padre era propietario de bienes rústicos en la localidad burgalesa de Tardajos (Lohmann, 1983: 258).
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que había “tenido por señor al marqués” y mantenía una estrecha relación con Gonzalo.100 Su matrimonio con Inés Muñoz no solo le daba una encomienda, sino que le consolidaba en las redes clientelares de la influyente familia Pizarro a la vez que le permitía conformar una estable red parentelar, algo de vital importancia en el territorio americano.101 De este modo, este enlace se perfilaba mutuamente beneficioso y necesario por varios motivos. 3.1. Don Antonio de Ribera: breve retrato de un conquistador
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Don Antonio de Ribera fue un personaje de gran importancia en la sociedad virreinal del siglo XVI y estuvo presente en varios acontecimientos clave de estos años.102 Manuel de Mendiburu señala que Ribera había entrado al Perú en 1534 y que poco después había sido parte de la expedición de Cartagena del licenciado Juan Badillo, en 1537. Tras esto, marchó a Cali y después a Quito, donde fue maestre de campo de Gonzalo Pizarro en el descubrimiento de la provincia de la Canela. Al mando de la guardia ocupó Quijos y otros puntos, estando presente en la infortunada exploración en la que Francisco de Orellana abandonó a Pizarro, y navegó el Amazonas hasta salir al Atlántico. Parece razonable pensar que durante dicha jornada don Gonzalo y don Antonio forjaron una amistad y que, quizás, esta habría sido uno de los factores que influirían en la decisión de don Antonio de apoyar a su camarada como adalid de los encomenderos contra el virrey Blasco Núñez Vela. Tras su aventura en la provincia de la Canela, don Antonio de Ribera se trasladó a la Ciudad de los Reyes, donde seguramente gracias a su conexión con el círculo pizarrista conoció a Inés Muñoz. A juzgar por las declaraciones del licenciado Ramírez de Cartagena, el conquistador Gonzalo Pizarro habría sido el artífice del matrimonio entre su colega y amigo don Antonio y doña 100. AGI, Escribanía 496-A, f. 123.v. En Varón, 1996: 197, nota 28. 101. Testón y Núñez analizan la importancia de los matrimonios en la construcción de las redes parentelares y clientelares y sus beneficios: (Sánchez y Testón, 2002c: 55). 102. Gran parte de la información que exponemos a continuación procede de la obra de Manuel de Mendiburu (Mendiburu, op.cit., 7: 378-380), y Guillermo Lohmann Villena (Lohmann, 1983). Varios historiadores han realizado breves biografías sobre él basándose principalmente en los datos proporcionados por los cronistas, particularmente por aquellos dedicados al período de las Guerras Civiles, donde don Antonio tuvo participación. Para crónicas sobre las Guerras Civiles ver: Pedro Cieza de León, (Cieza de León, 1984 y 1989), Agustín de Zárate, (Zárate, 1995) Diego Fernández “el Palentino” (Fernández, el Palentino, 1963), Gutiérrez de Santa Clara (Gutiérrez de Santa Clara, 1927), Calvete de la Estrella (Calvete, 1889), Francisco de Jerez (Jerez, ) y Francisco López de Gómara (López de Gómara, 1992).
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Inés, cuñada de su medio hermano Francisco: “la casó [a doña Inés], Pizarro [Gonzalo], estando revelado en estos reinos con don Antonio de Ribera”.103 Incluso Hernando Pizarro había manifestado su alegría al ser informado por su hermano Gonzalo sobre el casamiento, ya que ambas familias tenían vínculos en la península: “Huelgo que doña Inés esté casada con ese caballero Andrés [sic Antonio] de Ribera. Su primo es acá muy grande amigo mío. Vuestra merced hizo bien en dar a la señora doña Francisca quien la doctrine”.104 Quizás entre los motivos de Gonzalo se encontraba el deseo de recompensar de alguna manera a su amigo Antonio por su fidelidad en la campaña que habían compartido, y una buena manera de hacerlo era a través de las valiosas encomiendas de las que doña Inés era beneficiaria y de las que Antonio, según lo establecido por la legislación, sería titular tras el matrimonio. Por otro lado, Gonzalo podría cumplir de esta manera con parte de las obligaciones de cuidado y reciprocidad que le ataban a sus parientes, beneficiando a doña Inés con un matrimonio que le reportaría seguridad y un prestigio social debido al linaje y a los méritos de la familia Ribera. Además, Gonzalo Pizarro le procuraba un esposo de confianza ligado a su círculo Pizarrista. Finalmente, a través de este matrimonio Gonzalo ayudaba y protegía a sus dos sobrinos, Francisca y Gonzalo, por quienes demostraba una constante preocupación.105 Como habíamos visto anteriormente, doña Inés y su esposo Francisco Martín de Alcántara, a petición del propio Francisco Pizarro, habían sido los responsables de la educación y cuidado de los menores. Tras la muerte de Pizarro, aunque su hermano Gonzalo se había convertido en su tutor, Inés continuó al cargo de su cuidado.106 Tras el matrimonio de Inés Muñoz y Antonio de Ribera, los hijos de Pizarro, en ausencia de otros parientes cercanos, 103. Carta a S. M. del Licenciado Ramírez de Cartagena acerca de asuntos y negocios tocantes a la hacienda real y la oposición sistemática de la Audiencia a los actos del Virrey. Los Reyes, 7 abril 1575. Levillier, 1924, 7: 265. 104. Pérez de Tudela, 1964, 1: 167. Carta de Hernando Pizarro a su hermano Gonzalo Pizarro (Original f. 217) De la Mota de Medina a 2 de diciembre de 1544. 105. Compartimos la afirmación de Testón y Núñez acerca de que la parentela estaba sustentada a base de relaciones que creaban compromisos mutuos de asistencia y solidaridad entre sus miembros (Sánchez y Testón, 2002a: 25). La situación de los hijos de Pizarro había sido un tema principal en la correspondencia de los hermanos Pizarro. En 1544, Hernando había escrito a Gonzalo diciéndole que sentía tanta pena por los niños que no quería hablar de ello y en 1546 Gonzalo escribía a Hernando informándole acerca de la situación de sus sobrinos. Asimismo, en otra misiva enviada por Francisco Carvajal a Gonzalo Pizarro daba datos de su sobrina informándole de lo hermosa y grande que estaba (Pérez de Tudela, 1964, 1: 470). 106. Pizarro en los testamentos otorgados en 1537 y 1539 había incluido entre los tutores y curadores de estos dos hijos a su hermano Francisco Martín de Alcántara. Cláusula XXXI del testamento de Francisco Pizarro del año 1537 y 1539. Ibíd.
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quedaron bajo el cuidado temporal de la pareja. En una declaración, don Antonio indicaba que cuando salió Gonzalo Pizarro de Lima, Francisca vivía en su casa con él y con su esposa Inés.107 Asimismo, varios testigos indicaban que estos dos hijos del marqués estaban bajo el cuidado de doña Inés. Incluso el conquistador Alonso de Villar (o Billar) declaraba que antes de que su tío Gonzalo regresase de la expedición a la provincia de la Canela, los tributos de los repartimientos de doña Francisca Pizarro se le pagaban a ella.108 La tutoría y cuidado de los pequeños por parte de la pareja no estuvo exenta de riesgos. En un momento del levantamiento de Pizarro, el virrey Blasco Núñez de Vela tomó como rehenes a Francisca y Gonzalo, junto con Antonio de Ribera e Inés Muñoz, y los encerró a todos en un barco que estaba atracado en el Callao, donde también se encontraba encerrado el licenciado Vaca de Castro.109 Al parecer, el virrey, temeroso de alguna actuación contra su persona por parte de los partidarios de Gonzalo Pizarro, que no eran pocos, habría decidido asegurar su protección con la captura de los pequeños. Este hecho conmocionó nuevamente a la población de los Reyes, ya escandalizada por el reciente asesinato del factor Illán Suárez de Carvajal a manos del virrey. El oidor licenciado Zárate acudió a hablar con el Núñez de Vela rogándole que sacase a los pequeños del mar, preocupado particularmente por Francisca “por ser ya doncella hermosa y rica y que no era cosa decente traerla entre los marineros y soldados”.110 Sin embargo, el virrey, no sólo no liberó a la joven sino que, además, amenazó con “tomar a doña Francisca la hija del marqués y embarcarse con ella y llevalla a Sevilla y ponella en la putería” si los vecinos seguían molestando.111
107. Ibíd. AGI, Escribanía 496-A, f. 123v. 108. Declaración de Alonso Villar en Sevilla 7-11-1583. AGI, Justicia 1054, n. 3, r. 1, 2 a pieza, f. 157 (Varón, 1996). Varón Gabai también sostiene que sería Juan de Barbarán el que se habría hecho cargo de los menores al figurar en los documentos como el responsable legal de su tutoría. También Francisco de Ampuero, su padrastro aparece relacionado con su patrimonio. 109. El encargado de vigilar la nave habría Diego Álvarez de Cueto”. En López de Gómara, 1992, cap. CLX. La prisión del virrey Blasco Núñez de Vela. 110. Zárate, 1995, libro V, cap. XI. De la gente que salió para prender y tomar los despachos a Balthasar de Loaysa. Este hecho es también recogido por Francisco López de Gómara y el Inca Garcilaso, quien incluso menciona la obra de Zárate y repite con exactitud sus palabras. En De la Vega, op.cit., libro II, tomo IV, cap. XIV. 111. Antonio de Ribera declaraba como testigo que estas palabras habían sido muy públicas y notorias, y que a muchos les pareció mal, aunque el virrey no llegó a ponerlo en práctica. Provanza que manda levantar entre vecinos el procurador de la Ciudad de los Reyes don Francisco de Benavides contra el virrey Blasco Núñez de vela sobre los alborotos y escándalos que ocasionó en aquellos reinos en el año 1544. En Levillier, 1921, 2: 316-331.
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El vínculo entre Inés, Antonio de Ribera y Gonzalo Pizarro se mantuvo durante el alzamiento del último. Incluso le apoyaron durante los primeros momentos de la sublevación, siendo varios los cronistas que atribuyen a Ribera un activo rol durante esos años. Los rumores apuntaban a que don Antonio habría trabajado para Gonzalo en el alzamiento y mantenido inteligencias con Francisco de Carvajal, uno de los más cercanos hombres de Gonzalo Pizarro, mientras este estaba venciendo al virrey Blasco Núñez de Vela en Piura.112 Asimismo, Carvajal, atestiguaba este apoyo al informar a Gonzalo Pizarro acerca de los servicios de don Antonio y doña Inés:
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[…] pues don Antonio de Rivera no sería honesto que se quedase en el tintero, ni la señora doña Inés, pues sus servicios son tan notorios porque si algunos males se trataban ellos eran a quien se venían a revelar por medios y exquisitas formas y mediante competentes salarios, que de su propia hacienda a los que avisaban hacían pagar, y demás de esto sosteniendo gentes en su casa para que sirviesen a vuestra señoría, porque los traidores no se osasen atrever. Por gran maravilla tengo ser vivo ninguno de ellos, según las maldades en esta tierra se han tratado […].113
Ya en 1544, tras ocupar la Ciudad de los Reyes, Gonzalo había nombrado como alférez general a don Antonio de Ribera, entregándole el estandarte del ejército. Asimismo, en una misiva Carvajal informaba a Pizarro acerca de como había amañado que don Antonio de Ribera y Ribera “el viejo” fueran elegidos alcaldes de la Ciudad de los Reyes en 1545 y 1546: “pareciéndome que conviene al servicio de vuestra señoría”. Carvajal indicaba que Francisco Pizarro había hecho por el lo mismo en Cuzco en 1540 y 1541, a pesar de las leyes existentes contra ello, señalando que “algún rato, para lo que conviene, bien pueden descansar las leyes”.114 En 1547, Antonio de Ribera llegó a la Ciudad de los Reyes con tropas para Gonzalo Pizarro, quien salió con su ejército hacia el sur, dejando a Ribera como teniente. El cronista Inca Garcilaso señala que tanto don Antonio como los alcaldes Martín Pizarro y Antonio de León, entre otros, se quedaron con pretextos en Lima, y cuando Pizarro estaba a 20 leguas le desoyeron y se abrazaron a la causa realista acogiéndose al perdón general de La Gasca que 112. Mendiburu, op.cit.: 93-94. 113. Huntington Library, Gasca Collection, pl. 562. Carta de Francisco de Carvajal a Gonzalo Pizarro. Ciudad de los Reyes, 25 de octubre de 1545 años. 114. Pérez de Tudela, 1964, 1: 473.
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llegaba.115 Respecto a su paso a la Corona, el cronista Diego Hernández “El Palentino” se hace eco de una versión que aseguraba que el abandono de la causa pizarrista por Ribera había sido previamente pactado con Gonzalo Pizarro.116 Por su parte, el Inca Garcilaso opinaba que habría sido intencional dejar como lugarteniente a Ribera, a quien Gonzalo Pizarro amaba, tanto por el parentesco que los unía como por los servicios que le había prestado.117 Era importante para Gonzalo que don Antonio lograra acogerse al perdón general de La Gasca, ya que en su poder quedaba su sobrina doña Francisca Pizarro.118 3.2. Don Antonio de Ribera tutor y curador
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En 1547, tras la salida de Gonzalo Pizarro hacia el Callao, don Antonio de Ribera, ya unido al bando realista, se convirtió en tutor y curador de doña Francisca Pizarro, cargo que ostentó hasta 1553. El 26 de Julio de 1547, don Antonio se presentaba junto con Francisca ante el alcalde Martín Pizarro, expresando que “por ser persona que es, y por haberla tenido en su casa por el cargo que le tiene, y porque tuvo por señor al señor marqués, su padre difunto, por amor de Dios y por qué su hacienda no se pierda”, quería aceptar el cargo.119 Estas declaraciones ponen nuevamente de manifiesto tanto los vínculos pizarristas de Ribera, como sus obligaciones parentelares cómo tío de Francisca y esposo de Inés. Una de las primeras acciones de Ribera como tutor y curador fue cumplir con la obligación de Francisca Pizarro de defensa de la tierra como encomendera, mediante el envío de un soldado a caballo para que se uniese en su nombre a las tropas de La Gasca en Jauja para luchar contra su propio tío Gonzalo. Tras la derrota de Pizarro, Pedro de la Gasca ordenó enviar con la máxima premura a los hijos de Francisco, de Gonzalo y de Juan Pizarro a España. En 115. De La Vega, op.cit. 116. Fernández, Diego (el Palentino), op.cit. 117. De la Vega, op.cit. 118. Años más tarde en una probanza, al narrar su actuación en el levantamiento, don Antonio haría todo lo posible por minimizar su pasado pizarrista, enfatizando su apoyo a los intereses de la Corona en la campaña, indicando que “en el alzamiento que Gonzalo Pizarro hizo contra el servicio de su magestad en estos reinos había servido en toda la jornada que el licenciado Pedro de la Gasca hizo contra el dicho Gonzalo Pizarro con su persona y con sus armas y cavallos y sustentando a su mesa muchos soldados servidores de su magestad que yban a la dicha jornada”. AGI, Patronato 120, N.1, R.2. 119. AGI, Escribanía 496-A. En Varón, 1996: 147, nota 48. La mayor parte de los datos consignados en este subcapítulo proceden de la obra de Rafael Varón Gabai, quien a su vez los recogió del pleito llevado a cabo entre Hernando Pizarro y don Antonio de Ribera en AGI, Escribanía 496-A (Varón, 1996).
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un intento de retrasar su marcha doña Francisca, a través de su tutor don Antonio de Ribera, dirigía una petición a la Audiencia de Lima aduciendo entre otras razones el perjuicio que su brusca partida supondría para sus bienes dispersos en lugares como Charcas, Cuzco o Arequipa, los cuales serían malvendidos. Asimismo, solicitaba un plazo prudencial para su venta por parte de su tutor y curador, lo cual le fue concedido. Coincidimos con Rafael Varón Gabai, quien señala que Antonio de Ribera, a través de estas ventas, habría tratado de proteger al máximo los intereses de los menores, ahora sus sobrinos, consciente de que en cuanto partieran, sus bienes pasarían a manos de la Corona. Sin embargo, no habría podido hacer nada con los bienes mayores, como las casas principales en la Ciudad de los Reyes o las ricas encomiendas, que quedarían vacantes o que ya habían sido usurpadas por La Gasca como la de Yucay.120 El desempeño de don Antonio como tutor y curador fue evaluado en varias ocasiones al estar establecido que los oidores y alcaldes supervisaran los gastos efectuados por los tutores con el fin de evitar cualquier posible malversación. En 1549, don Antonio compareció ante el oidor don Andrés Cianca con la cuenta de los gastos debidamente justificados. Cianca examinó los datos confirmando la información con la propia doña Francisca, que tendría entonces unos 13 años. Tras apuntar una pequeña suma que Antonio debía por diferencias entre egresos e ingresos, las cuentas fueron aprobadas. El proceso se repitió sin mayores problemas en 1551. Sin embargo, quien sí cuestionaría su actuación sería el tío y futuro esposo de doña Francisca: Hernando Pizarro. A finales de 1551, doña Francisca, acompañada de su hermano Gonzalo, su padrastro Francisco de Ampuero y su aya Catalina de la Cueva, entre otros, marchaba a Castilla con destino a Medina del Campo, donde se encontraba prisionero su tío Hernando. En febrero de 1552, don Antonio comparecía ante la Audiencia de Lima como tutor y curador de doña Francisca y don Gonzalo, pidiendo licencia para enviarles dinero “por cuanto los dichos menores ternan necesidad de dineros para sus alimentos y otras necesidades e yo les querría enviar los tributos de su encomienda deste año a su riesgo y ventura”.121 A mediados de 1552, doña Francisca Pizarro contraía matrimonio con su tío, que desde este momento sería el encargado de llevar los asuntos 120. Ibíd. cap. 5. 121. Ibíd.: 156-157. Para ampliar la información acerca del viaje y matrimonio de doña Francisca Pizarro ver: Rostworowski, 2003 y 2015a.
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financieros de la joven, aunque la tutoría de don Antonio duró hasta 1553. Desde el instante en que Hernando asumió la tutoría de Francisca, trató de reconstruir en la medida de lo posible el maltrecho patrimonio familiar que quedaba en el territorio peruano, devastado, entre otros, por el conflicto almagrista, el levantamiento de Gonzalo Pizarro o la administración de los tutores. Una de las primeras acciones fue reexaminar la tutoría de Ribera, que había durado 6 años, 2 meses y 21 días.122 Si bien las cuentas del viaje de Francisca –así como 10.700 pesos de oro que Antonio de Ribera les había entregado para ello– fueron aprobadas, el ahora tutor cuestionó los egresos e ingresos practicados por Ribera durante su gestión. La Audiencia dio paso a la demanda a pesar de que Ribera sostenía que el oidor Cianca había examinado y aprobado las cuentas en varias ocasiones.123 Comenzaba así un largo proceso judicial que el propio don Antonio no vería finalizar en vida y cuyas consecuencias tendría que asumir doña Inés como su viuda y tutora de su legítimo sucesor. Hernando Pizarro solicitaba, entre otros, que Ribera restituyese unas cantidades no justificadas, principalmente los tributos de los repartimientos de Huaylas, Chuquitanta y Lima hasta 1548. Por su parte, los apoderados de Ribera indicaban que los tributos no se habían cobrado en 1548 “porque no había tasa” y por las guerras entre Gonzalo Pizarro y La Gasca.124 En 1565, la Audiencia disponía que doña Inés y su hijo debían pagar una suma a determinar por los contadores, aunque no ordenó la ejecución de la sentencia. En 1571, el Consejo de Indias confirmaba la sentencia y concretaba las cantidades que debían ser abonadas: 1.178 pesos y 3 granos de oro fino; 13.267 pesos, 5 tomines y 6 granos de plata ensayada; y 5.215 pesos y 11 granos de plata corriente, “por el dicho faltante de las cuentas, entre otras cantidades”. Tres años después, en 1574, llegaban a Sevilla “14.000 y tantos pesos” pagados por doña
122. Varón, 1996. 123. Varón Gabai señala que la premura con la que Gonzalo, envuelto en plena rebelión, había abandonado la Ciudad de los Reyes, impidió que dejara un inventario de cuentas claro, algo que tampoco pudo realizar don Antonio, lo que a la larga le ocasionó problemas legales, como este largo pleito con Hernando Pizarro (Ibíd.). 124. Varón Gabai indica que, en 1548, varios repartimientos no cumplieron con sus tributos debido al alzamiento de Gonzalo Pizarro. Por ese motivo, el oidor Cianca y otros revisores de las cuentas, habrían aceptado el impago de estos tributos. Varón Gabai en su estudio recoge una versión según la cual, Gonzalo Pizarro se llevó al cacique principal de Guaylas “y la mayor parte de los indios, y los tuvo consigo hasta que le mataron [a Gonzalo], que pasó tiempo más de un año, en todo el cual tiempo los dichos indios no dieron ni pudieron dar ningún tributo por estar el dicho cacique ausente y estar los indios ocupados en la guerra, y servían a los españoles que iban en servicio de Su Magestad” (Ibíd.).
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Inés y su hijo don Antonio en Perú.125 Parece que el intento de restructuración y recuperación del patrimonio pesó más que los vínculos familiares y clientelares de don Antonio y doña Inés con Hernando Pizarro.126 3.3. Procurador de los encomenderos y otras actividades
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A comienzos de 1554, don Antonio de Ribera era nombrado, junto con don Pedro de Luis de Cabrera, Procurador General de los encomenderos con el objetivo de defender los intereses de los vecinos que tenían repartimientos en el Perú.127 Ambos debían acudir como representantes de los encomenderos a Castilla al encuentro con el monarca para presentar “sugerencias y recomendaciones a la Corona para evitar la rebelión, enfatizando la necesidad de trabajo indio y recomendando que se otorguen a perpetuidad [las encomiendas], para el progreso del reino y el bienestar de los indios”.128 Para esta misión se les asignó un salario de 6.000 pesos anuales durante 2 años y medio, el cual, posteriormente y por decisión unánime del comité, fue aumentado a 12.000 pesos. 125. 25 de mayo de 1574. Ciudad de los Reyes. The Harkness Collection. Documents, op.cit.: 249. Asimismo, en 1552, Antonio de Ribera se había obligado a cumplir con unas instrucciones señaladas por carta real de 1550 en las que se ordenaba que el repartimiento de Yucay fuese puesto en la Corona, pero Francisco Pizarro (hijo) recibiera sus tributos de por vida, con la provisión de que la mitad fuese dada a Francisca Pizarro y que 6.000 ducados (unos 5.000 pesos) se entregasen a las hijas de Juan y Gonzalo Pizarro para su matrimonio. El 8 de julio de 1575 se otorgaba un documento en el que constaba que Rodrigo Bravo había recolectado de doña Inés Muñoz dichos 6.000 ducados que estaban siendo reclamados por Hernando Pizarro en nombre de doña Inés Pizarro –hija de Isabel Pizarro y nieta de Juan Pizarro. 8 de Julio de 1575, Ciudad de los Reyes. Solicitud de copia certificada del instrumento ejecutado ante el notario Esteban Pérez. En The Harkness Collection. Documents, op.cit. Sobre documentación de Francisca Pizarro en España, entre la que se incluyen documentos relativos a este pago ver: López Rol, 2014. 126. Varón Gabai señala, sin embargo, que Hernando debió mantener una relación amistosa con don Antonio de Ribera (Varón, 1996: 168, nota 55). 127. Las elecciones fueron hechas por un comité de representativos de varias ciudades y pueblos elegidos por ciudadanos en el ejército real, entonces ocupado en sofocar la rebelión Girón. Entre los encomenderos del comité elector y los procuradores se encontraban figuras prominentes como los capitanes y conquistadores Garcilaso de la Vega, Hernán Bravo de Lagunas o Hernando de Montenegro. Asimismo, estaban presentes el alcalde Martín Pizarro y varios encomenderos de Huánuco, Huamanga, Arequipa, Chachapoyas, Guayaquil y Trujillo. 128. 1554 enero 2-Feb 22, Ciudad de los Reyes Monasterio de San Francisco. Ibíd. También se les proporcionó instrucciones solicitándoles que, además del pedido de “encomienda perpetua y licencia para el empleo de indios en las rancherías, minas y campos de coca”, se le dieran a la Corona otras recomendaciones, tales como: la concesión de recompensas tanto a las personas que habían sufrido en las rebeliones como a los hijos de los hombres caídos en la guerra; la recuperación de los niños tomados por los indios; la concesión de mercedes de encomienda a los más necesitados descendientes de Huayna Cápac; y el aumento de religiosos destinados al adoctrinamiento de los naturales.
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Antes de partir al encuentro del monarca en España, don Antonio participó en el enfrentamiento contra Hernández de Girón. Su previa experiencia con la rebelión de Gonzalo Pizarro habría sido decisiva en su decisión de apoyar rápidamente al bando realista. En esta ocasión, fue uno de los capitanes a caballo nombrados por la Corona, estando en las operaciones del general Pablo de Meneses contra Girón en la jornada de Pachacámac.129 En 1556, don Antonio se trasladó desde la Ciudad de los Reyes hasta Flandes, donde se encontraba el recientemente coronado monarca Felipe II en guerra contra Francia. Tras su llegada, Ribera participó en varias campañas como la célebre batalla de San Quintín, acaecida el 10 de agosto de 1557, en el marco de las Guerras Italianas entre el ejército español y el francés, gastando según su testimonio más de cincuenta mil pesos.130 Mientras se encontraba en la península, don Antonio aprovechó para solicitar su nombramiento como Caballero de la Orden de Santiago, lo que logró en 1558, adquiriendo el prestigioso título de Comendador.131 En 1560, don Antonio retornaba a la Ciudad de los Reyes, aunque al parecer sin haber cumplido con demasiada diligencia las labores que le habían sido confiadas como defensor del grupo encomendero, ya que a su regreso fue denunciado por los miembros del municipio, quienes le acusaron de haber descuidado las gestiones que le correspondían dando preferencia, por el contrario, a sus asuntos personales como el citado ingreso a la Orden de Santiago.132 El municipio incluso entabló una acción judicial destinada a obtener la devolución de los viáticos malgastados por don Antonio. Sin embargo, no parece que esta denuncia hiciera mella en su posición, ya que en 1563 era nombrado nuevamente alcalde de la Ciudad de los Reyes. Además de su faceta política, Ribera tuvo un activo papel como hombre de negocios desarrollando diversas actividades mineras y comerciales, estas últimas relacionadas con ganados y textiles, lo cual veremos con mayor 129. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2. 130. Ibíd. En recompensa por sus servicios, el virrey conde de Nieva le haría más tarde merced “de doze mil pesos de renta en repartimientos de indios” en el Cuzco. Sin embargo, dicha concesión nunca tuvo efecto, ya que los repartimientos encomendados estaban en litigio con la Compañía de los Gentiles Hombres de Lanzas, de manera que ni Antonio de Ribera padre ni hijo pudieron gozar de tal renta. Asimismo, parece que Antonio prefería los repartimientos de su esposa y habría optado por no aceptar esa merced. 131. AHN. OM-CABALLEROS_SANTIAGO, exp. 6955. 132. Lohmann señala que en su viaje de vuelta sufrió la pérdida de cierta cantidad de oro y plata que había embarcado en la nao «Santa Cruz» que zozobro en la costa de Zahara (Cádiz). Solo pudo rescatarse una mínima porción. AGI, Justicia, 779, N° 2. En Lohmann, 1983: 259.
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detalle en el siguiente capítulo. El 18 de enero de1564, habiendo dejado testamento indicando su última voluntad, don Antonio fallecía, dándose cuenta de su muerte en el libro de Cabildo.133 4. Doña Inés viuda 4.1. Consideraciones sobre las viudas en la Edad Moderna
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Tras la muerte de don Antonio de Ribera, doña Inés quedaba por segunda vez viuda y privada nuevamente de una importante parte de su red parentelar, aunque en esta ocasión contaba con un hijo fruto de su matrimonio. Tal y como señalamos con anterioridad, las viudas, junto con las huérfanas, fueron consideradas como el grupo social más dependiente de la sociedad americana colonial y, por lo tanto, el más débil frente a los vaivenes de la coyuntura económica y social.134 Además de sufrir una pérdida a nivel emocional, quedaban en una situación de desprotección y vulnerabilidad, particularmente en América, donde carecían en la mayor parte de los casos de un apoyo parentelar.135 Sin embargo, si bien no negamos dicha situación de fragilidad, varias investigaciones están desterrando la imagen de una viuda desvalida, y comienzan a revelar como –si bien debido a su consideración de personas vulnerables eran objeto de una particular atención por parte de las autoridades– desde luego no todas eran tan débiles. De hecho, autores como Amaia Nausia destacan “la enorme fuerza con la que aparecen en la documentación”, siendo el sector femenino más pleiteante en las instancias judiciales del Antiguo Régimen para defender “sus derechos, propiedades y privilegios”.136 Hernández y Santillán presentan dos modelos arquetípicos. Por un lado estaría la viuda pobre, completamente desprovista, que no posee ni bienes raíces ni rentas, ni desempeña ningún trabajo remunerado. Por otro, tendríamos a una viuda que cuenta con medios procedentes de su dote, herencia o adquisiciones –normalmente usufructuarias de los bienes del esposo–. También dentro de este grupo incluiríamos a aquellas que desempeñan una actividad u oficio que les permita tener ingresos suficientes para una vida acomodada, 133. Lohmann, 1983: 228. 134. Arnaud y Martín Escudero, 1994: 154. 135. Pérez Miguel, 2011. Hernández y Santillana analizan la vulnerabilidad de las viudas en Extremadura (Hernández y Santillana, op.cit.: 1240. 136. Nausia, 2006.
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tales como una compañía de comercio.137 En este último grupo podríamos incluir a gran parte de las encomenderas de la Audiencia de Lima que, al igual que las viudas que Birriel, o Nausia, sabrían negociar y manejar sus propios asuntos económicos, exportando de la metrópoli en el período de la conquista esta actuación junto con las leyes que regulaban su nueva condición.138 Estamos de acuerdo con la afirmación de Birriel al señalar que las consecuencias de la pérdida del cónyuge eran mayores en la mujer que en el hombre, ya que “a ellos, la viudez les modifica poco su estatus, mientras que las mujeres ven transformado por completo su lugar social y capacidad de obrar”.139 Tanto en la península como en Perú, desde el momento del fallecimiento del esposo, la viuda recuperaba su “mayoría de edad”, librándose de la tutela del marido, adquiriendo el derecho a actuar por su cuenta sin necesidad de tutor o aval, excepto en el caso de la mujer indígena, considerada una “eterna menor de edad” y, por lo tanto, siempre necesitada de tutoría legal.140 La viuda, al convertirse en cabeza de familia, disponía de libertad para gestionar sus bienes, adquiriendo capacidad para emitir cartas de aval o de poder, alquilar, comprar o vender bienes inmuebles, así como realizar otros negocios. Al momento de enviudar podía recuperar su dote, así como adquirir bienes gananciales entre los que podía haber inmuebles y ganado.141 En caso de que el marido hiciera alguna otra donación en el testamento, no podía ser descontada de los gananciales que le pertenecían a la viuda. En la Corona de Castilla era frecuente que los maridos dejaran como usufructuarias de todos sus bienes a sus viudas, al igual que sucedería en los territorios americanos. Cuando la viuda era la usufructuaria –además de cabeza de familia y en ocasiones tutora– se situaba en una posición de mayor poder 137. Margarita Birriel expone el caso de diversas viudas extremeñas que llevaban a cabo gestiones relacionadas con comercio textil, muchas de las cuales habían heredado dicha actividad de sus maridos (Birriel, 2008b). 138. Para un estudio más pormenorizado sobre viudas, ver el dossier de la revista Chrónica Nova sobre este tema. En la Introducción, Margarita Birriel destaca el interés suscitado por las viudas en los últimos años y el carácter multidisciplinar de las investigaciones (Birriel, 2008a y 2008b). 139. Birriel, 2008a. 140. Condés, op.cit.: 155. Por ejemplo, la Coya Cusi Huarcay, viuda del soberano Inca Sayri Tupac Yupanqui, ni siquiera podía acceder a la renta que le correspondía tras la muerte de su esposo para “mantener a los indios de los que es señora” sin permiso de sus curadores y tutores (Pérez Miguel, 2001). 141. En el derecho castellano, trasladado desde Castilla hasta América a través de las Siete Partidas o las Leyes de Toro, existía la comunidad de gananciales que establecía la calidad de condueños que tenían el marido y la mujer de los bienes adquiridos durante el matrimonio y los frutos de los bienes propios, aunque fuera el marido quien, como cabeza del hogar, los administrase. Una vez que se disolvía el vínculo, el cónyuge supérstite, viudo o viuda, o sus herederos podían disponer de ellos, procediéndose a dividir por la mitad tal y como se estipulaba por la ley XIV de las Leyes de Toro (Birriel, 2008a: 33).
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en el hogar, convirtiéndose en una poderosa señora, aunque esto podía depender de factores tales como la aceptación del testamento de los descendientes o el control de los parientes, sobre todo de los del marido.142 Precisamente, la ausencia de parientes en las primeras décadas de la conquista habría brindado a muchas de las viudas encomenderas una mayor libertad sobre sus bienes y una mayor autonomía en sus decisiones. Recordemos como en el caso de las encomenderas viudas, así como aquellas cuyos maridos estaban ausentes, debían asumir la jefatura del hogar, adquiriendo el papel de mater familia “por que como les han faltado los maridos quédales a ellas todo el cuidado y así han de ser padre y madre para sus hijos y señor para sus criados”.143 Vigil señala como las mujeres viudas competentes, de carácter enérgico, “están en todo, hacen negocios, mantienen pleitos y arreglan los casamientos de sus hijos los cuales les deben por lo general una obediencia absoluta”.144 Así estas encomenderas debían ser capaces de administrar sus negocios y patrimonio, salvaguardar el de sus hijos y asegurar su sustento material y espiritual. Tras leer estas descripciones no podemos evitar considerar a Inés Muñoz como un exponente de esta viuda enérgica que tras el fallecimiento de sus esposos habría tomado las riendas familiares y se habría encargado de asegurar el futuro de sus descendientes y allegados. 4.2. Consolidación y perpetuación: don Antonio de Ribera “el Mozo” Tras el fallecimiento de Antonio de Ribera, doña Inés quedó, por disposición testamentaria de don Antonio, como tutora y curadora del hijo de ambos, don Antonio de Ribera “el Mozo”, quien en ese momento tenía menos de 25 años.145 Como su responsable, era la encargada de velar por el bienestar de su vástago, y una de las cuestiones más importantes y delicadas era la relativa a su matrimonio, elección que determinaría buena parte de su futuro. Ya en el primer capítulo observamos la importancia del matrimonio en el territorio americano y más en concreto para los encomenderos al constituir una de 142. Ibíd. 143. Nausia, 2013: 36. 144. Vigil, op.cit.: 201. 145. Don Antonio había nombrado a doña Inés por curadora y administradora de sus bienes en un codicilo de su testamento añadido poco antes de su fallecimiento. Esta curaduría fue confirmada el 7 de abril de 1564 ante Lorenzo de Estupiñán y Figueroa, alcalde de la Ciudad de los Reyes. AHMCL. Codicilo al testamento de don Antonio de Ribera, 1564.
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las más eficaces herramientas para la cohesión, ampliación y consolidación de las redes relacionales, así como para la transmisión, perpetuación y/o incremento patrimonial. La intromisión de los padres a la hora de seleccionar la persona con la que se casarían sus hijos era un modo de conducta generalizado en la Europa moderna, que consiguientemente se trasladó al territorio americano.146 De este modo, don Antonio de Ribera “el Mozo” se encontraba bajo la autoridad familiar, detentada en estos momentos por su madre, quien disfrutaba de una amplia potestad para elegir con quién debía casarse su hijo y para ello se aseguraría de buscar la mejor candidata posible. El matrimonio de don Antonio debía cumplir con varios requisitos. Por un lado, su futura esposa debía ser alguien de igual calidad, lo que garantizaría la perpetuación, y, si era posible, el incremento del patrimonio familiar. Asimismo, el enlace constituía una oportunidad de generar alianzas familiares. Por este motivo, los candidatos más probables se encontrarían o dentro de sus parientes, algo difícil en los territorios americanos debido a lo fragmentado y débil de las estructuras familiares, o en todo caso entre sus amigos o conocidos –de preferencia cercanos a la familia–, los cuales, tras el vínculo matrimonial, pasarían a convertirse en parientes. Finalmente, lo más deseable era que la futura consorte procediese, al igual que “el Mozo”, del grupo encomendero. Doña Inés logró satisfacer todos sus requisitos al dar con la candidata ideal: doña Ana de Mora y Pizarro, “muchacha de conocida calidad y honra”, quien además pertenecía a una de las familias más prestigiosas y acaudaladas del círculo encomendero y del clan pizarrista. Doña Ana era la segunda hija del conquistador encomendero y fundador de Trujillo don Diego de Mora y de doña Ana Pizarro –prima de Francisco Pizarro e hija legitima de Francisco de Valverde y Elvira Pizarro–.147 El padre de la novia, Diego de Mora, era una de las más importantes figuras del virreinato peruano. De orígenes extremeños, su aventura americana comenzó en Nicaragua, de donde marchó a Panamá. De allí pasó con el mismo Pizarro en barco a Perú. Quizás fue en esta ocasión cuando conoció a Francisco Martín de Alcántara. A Mora y Pizarro les unían estrechos vínculos tanto clientelares –Mora era su Teniente de Gobernador– como parentelares –Mora estaba casado con su prima, Ana 146. Testón, op.cit.: 52. 147. Zevallos, 1996, 2: 226. La mayor parte de los datos sobre Ana Pizarro han sido extraídos de la obra de Jorge Zevallos. Ana de Mora era hermana de otra célebre encomendera; Florencia de Mora.
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Pizarro–. Debido a la confianza que Pizarro le tenía, Diego de Mora fue nombrado Tesorero de la Real Hacienda. Además, el gobernador le concedió una encomienda en el valle de Chicama. Tras el fallecimiento del marqués, Mora se mantuvo unido al clan de los Pizarro, apoyando a Gonzalo en su insurrección, viniendo a ser, según Zevallos, el hombre más importante desde Panamá a Lima, porque bajo su cuidado se operaba toda la comunicación. Tan estrecha era la relación entre ambos que incluso los rumores afirmaban que al regreso de Yñaquito el triunfante Gonzalo Pizarro se había alojado en la casa de Diego de Mora en Trujillo. Esta cercanía con el círculo pizarrista sin duda habría ocasionado encuentros con doña Inés o don Antonio de Ribera, y habría sido decisiva para acordar el matrimonio entre sus hijos.148 El 28 de abril de 1564, don Antonio de Ribera “el Mozo” y doña Ana de Mora y Pizarro contrajeron matrimonio. La novia aportó una impresionante dote que ascendía a la suma de 40.000 pesos en barras de plata ensayada y marcada, 2.000 pesos en joyas de oro y otros 2.000 en ropas y arreos. Asimismo, llevó al matrimonio la renta anual de un censo de 4.000 pesos impuesto sobre las casas de la morada del gobernador Juan Roldan Dávila en la plaza pública de la ciudad. Por su parte, el novio, don Antonio de Ribera, dio 15.000 pesos de oro sellado de arras “por la honra, calidad y virginidad de la novia”.149 El matrimonio se avecindó en Lima, seguramente en la casa de doña Inés. En 1565 nacía la hija de don Antonio y doña Ana, aunque lamentablemente fallecía poco después. Tenemos noticia del dolor causado por esta pérdida a través de una carta escrita en abril de ese año por Pedro de Miranda, socio de doña Inés y don Antonio: “A mi señora doña Ynes se le a fallecido su nieta que cierto lo a sentido como es razón y todos los de su casa aunque don Antonio lo a sentido mucho que nunca tal pensé, en fin son hijos y se siente”.150 A esta desgraciada muerte se sumaría la de su esposa Ana de Pizarro. Aunque no conocemos la fecha exacta de la misma, sí sabemos que falleció sin dejar descendencia con don Antonio.151 Asimismo, conocemos las últimas disposiciones de doña Ana, entre las que se encontraba la donación de 148. Diego de Mora finalmente abandono el partido pizarrista, uniéndose a los realistas de La Gasca, lo que le permitió seguir conservando sus encomiendas y posición. 149. Ibíd: 240, nota 65. ADT, carta dotal, Trujillo IV, 1564 a Juan López de Córdoba. 150. AGN. Causas Civiles 9.48 Lima, 01 de mayo de 1565. 151. Zevallos señala que a los diez años del enlace doña Ana enfermó e hizo su testamento, muriendo poco antes del mes de agosto de 1574. Esto no es posible, ya que don Antonio “el Mozo” tras enviudar casó en segundas nupcias con María de Chávez, enlace que tuvo que producirse antes de su muerte en el año 1573 (Zevallos, 1996, 2: 226). Nosotros creemos que falleció alrededor de 1571.
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una considerable suma a la Hermandad de la Caridad de Lima con el objetivo de que pudiera sacarse renta para dotar a doncellas pobres, nobles y huérfanas para su casamiento o para su profesión religiosa. Doña Ana también dejaba un legado de 15.000 pesos para los naturales del repartimiento de Chicama.152 El temprano fallecimiento de doña Ana sin descendencia truncaba los planes de doña Inés, para su hijo.153 Por ese motivo, poco después de la muerte de su nuera, hizo uso de sus redes relacionales para concertar un segundo enlace a don Antonio “el Mozo”. Al igual que en el primer matrimonio, doña Inés buscó opciones dentro del grupo encomendero y la elegida en esta ocasión fue doña María de Chávez, hija legítima del capitán Diego Gavilán, conquistador y encomendero de la ciudad de Huamanga. Diego Gavilán, a quien James Lockhart y José Antonio del Busto relacionan con un origen mercader, participó en la jornada de Cajamarca y formaba parte de la red clientelar del gobernador, aunque no era abiertamente un criado de este. Gracias a sus buenas relaciones con Pizarro fue nombrado Regidor de Lima y encomendero de Huamanga, ciudad a la que se trasladó en 1559, aunque no sin grandes reticencias al tener que alejarse de los circuitos comerciales de la Ciudad de los Reyes, centro del naciente comercio peruano. Al igual que Diego de Mora, también apoyó a Gonzalo Pizarro tras su levantamiento, del mismo modo que lo hizo con Hernández Girón, aunque volviendo en ambas ocasiones a tiempo al bando realista.154 De nuevo tres ingredientes esenciales: calidad de la novia, pertenencia al grupo encomendero y vínculos pizarristas. Diego de Gavilán dio su aprobación a este enlace que se produjo entre 1572 y 1573. Esta unión tampoco dejó descendencia, ya que, desafortunadamente, poco después del 152. Su hermano, don Diego de Mora Pizarro, quiso unirse al donativo cargándolo sobre su ingenio y demás haciendas, pero cuando intento llevarlo a carta notarial los indios de Chicama ya se habían repartido unos 8.000 pesos del total. La comunidad ofreció devolverlos, pero al parecer don Diego se los perdono e impuso sobre sus bienes los 15.000 completos. Zevallos señala que la disposición relativa a la Hermandad de la Caridad no fue cumplida y esta reclamó por la vía judicial al hermano de la difunta (Zevallos, 1996, 2: 226). 153. Lohmann, 1983: 260. En septiembre de 1567, doña Inés recibió la facultad de poder instituir un mayorazgo en cabecera de su hijo, don Antonio de Ribera. De este modo, se aseguraba un heredero a quien transmitir todo el patrimonio y que continuara el linaje familiar. En el mayorazgo, Inés consignaba varios inmuebles situados en la plaza mayor de la Ciudad de los Reyes –seguramente entre ellos se hallaba su casa principal– estimados en 20.000 pesos así como otros contiguos a la carnicería, valorados en 15.000 pesos. También incluía una renta de 4.000 pesos; un fundo valorado en 35.000 pesos; las heredades de Comas y Manchay, tasadas en unos 20.000 pesos cada una; y la de Carabayllo, tasada en 10.000 pesos. Dichos bienes permiten formarnos una idea de las posesiones y riqueza de la familia Ribera-Muñoz. 154. Lockhart, 1986-1987: 94-96. Busto indica que, durante el alzamiento de Gonzalo Pizarro, cuando don Antonio de Ribera entró a Huamanga por caballos, gente y armas, Gavilán le entregó tres caballos, una armadura y 600 pesos de plata. Busto, 1986: 151-152.
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mismo don Antonio de Ribera “el Mozo” falleció, acabando con cualquier esperanza de Inés Muñoz de perpetuar su estirpe en el territorio americano. 4.3. “Y sacar los repartimientos de mugeres inútiles para todo”. Pleito con el virrey Francisco de Toledo
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En 1573, don Antonio de Ribera “el Mozo” fallecía víctima de una enfermedad, acontecimiento que tuvo graves repercusiones tanto para la recién viuda, María de Chávez, como para su madre, Inés Muñoz. Tras la muerte de su segundo esposo, doña Inés había recuperado la titularidad de las encomiendas. Sin embargo, en 1569 había solicitado al virrey, el licenciado Lope de Castro, poder hacer renunciación de las mismas “por verse fatigada vieja y enferma”, es decir, renunciar de manera voluntaria a la posesión y titularidad de los repartimientos para que estos fuesen concedidos a su hijo.155 Aunque la legislación prohibía que se encomendasen indios por “donación, venta, renunciación, traspaso, permuta ni otro título prohibido”, las autoridades frecuentemente hacían caso omiso y re encomendaban el repartimiento, sobre todo si el solicitante era persona de grandes méritos en el territorio americano.156 Así sucedió en este caso, ya que el virrey, en vista de los importantes servicios de doña Inés y sus esposos –a lo que habría que sumar el parentesco de estos con Francisco Pizarro–, accedió a la renunciación e hizo una nueva encomienda en primera vida a don Antonio de Ribera “el Mozo” (Anexo IV).157 Tras el fallecimiento de don Antonio y según las leyes de sucesión de encomiendas, a falta de descendencia legítima le correspondía a doña María de Chávez, como su viuda, suceder en la posesión de los repartimientos. Sin embargo, el virrey don Francisco de Toledo ordenó que los oficiales reales cobrasen los tributos del difunto alegando que las encomiendas debían volver a la Corona, ya que habían pasado por más de tres vidas. Doña María emprendió entonces un pleito destinado a la recuperación de los repartimientos, para lo que contó con el apoyo de su suegra doña Inés, quien ya poseía amplia experiencia en temas judiciales similares. 155. AGI, Patronato, 120, N.1, R.2. 156. Recopilación, lib. VI, tít. VIII, ley XVI. 157. Ver Anexo IV. AGI, Justicia 448, N2. Pleito fiscal: María de Chaves, viuda mujer que fue de don Antonio de Ribera difunto vecina de la Ciudad de los Reyes. Con el Fiscal de S.M Sobre la Succesion de la encomienda de indios que tuvo el citado su marido. (1573-1575) Ff. 8v 13 r. Encomienda del Licenciado Castro a don Antonio de Rivera “el Mozo”.
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En el proceso, los procuradores de doña María de Chávez –Miguel Ruiz y Alonso de Herrera– se enfrentaron al fiscal de la Corona –el licenciado López de Sarriá– acerca de los derechos de la joven viuda sobre las encomiendas de indios ananhuancas en el valle de Jauja y los indios yungas de los valles de Manchay y Carabayllo. Como acabamos de señalar, el fiscal argumentaba que ya habían pasado dos vidas y, por lo tanto, la viuda no tenía derecho a una tercera, estando esto explícitamente prohibido en el virreinato del Perú por la ley de sucesiones de encomiendas.158 Por su parte, el procurador de doña María indicaba que su caso era distinto, ya que, como acabamos de señalar, tras la renuncia de doña Inés a las encomiendas en 1569, estas se habían hecho de nuevo a su hijo por dos vidas en atención a los méritos de sus progenitores. Por lo tanto, solo habría transcurrido una vida y la viuda tenía derecho a suceder en la segunda. Asimismo, defendían la validez del matrimonio señalando que doña María había sido “casada y velada según orden de la santa madre iglesia” con don Antonio de Ribera “el Mozo” y que durante el dicho matrimonio “hicieron vida maridable como tales marido y mujer”, según establecía el derecho canónico.159 Entre finales de 1574 y comienzos de 1575, en el marco del pleito, Inés Muñoz solicitó realizar una información de méritos y servicios tanto de ella como de sus difuntos esposos.160 En dicha información daba cuenta de sus destacadas actuaciones, tal y como atestigua el resumen enviado a Madrid: “Por ella consta ser la primera y mas antigua muger principal deste reino que fue casada con el capitán Francisco Martín de Alcántara hermano del marques don Francisco Pizarro primero conquistador y descubridor del y que ambos sirviendo a V. M, fueron muertos por los tiranos don Diego de Almagro y sus sequaces”.161 La información contenía una extensa probanza en la que, a lo largo de veintiséis preguntas, diez testigos corroboraban los méritos de doña Inés y sus esposos, así como los principales episodios de su vida. De este modo se señalaba como Inés había sucedido en los repartimientos de Alcántara, tras cuya muerte había contraído matrimonio don Antonio de Ribera, conquistador de 158. Dicha ley señalaba que, de manera fraudulenta, “los encomenderos hacían dexaciones y renunciaciones que tenían en última vida” en manos de virreyes y gobernadores para que se les volviesen a encomendar a sus hijos y acrecentaran las vidas. Ibíd. 159. Ibíd. Declaraciones del padre de doña María de Chávez, Diego Gavilán en probanza realizada el 22 junio 1573, en Huamanga. 160. AGI, Patronato 120, N.1, R.2. 161. Ibíd.
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Cartagena y Popayán y pacificador de los reinos del Perú. Asimismo, se explicaba que, tras la muerte de su segundo esposo, Inés había hecho dejación de sus indios en su hijo, que también había fallecido dejando muchas deudas. Finalmente se mencionaba que, tras la muerte de su hijo y al no tener descendientes, doña Inés había emprendido la fundación de un monasterio en el que ella misma había ingresado junto con su nuera, María de Chávez, y otras veinte religiosas. Doña Inés indicaba que la fundación se había hecho exclusivamente con su patrimonio sin recibir ningún tipo de ayuda de la Corona. Por ese motivo solicitaba al monarca que le hiciese “la merced que sea servido atento a ser para obra tan pía y de que Dios Nuestro Señor y V. M serán muy servidos y muchas hijas de hombres que an servido remediadas”.162 Creemos, que esta información estaría destinada a inclinar la balanza a su favor en el pleito por los repartimientos. Como se puede deducir a través de la petición de la merced, se esperaba, si no recibir la titularidad, al menos una renta de los tributos para el mantenimiento del monasterio.163 Meses antes de finalizar el juicio, Inés Muñoz escribía una misiva al monarca, acción que ya le había favorecido en su primer pleito con Vaca de Castro. En su carta, esta vez identificándose como fundadora del Monasterio de la Concepción, Inés explicaba la situación de necesidad y solicitaba una merced (Anexo VIII): […] A Vuestra Majestad suplico que por servicio de Nuestro Señor y de su bendita madre en cuyo nombre se a fundado esta casa sea servido de le hazer merced de mandarle señalar la renta deste repartimiento para el mantenimiento y labor desta casa atento que la obra que es para loor de Nuestro señor dios y que Vuestra Merced será muy servido en el remediar muchas donzellas hijas dalgo e de conquistadores para cuyo fin se hace y pide o la parte que Vuestra Majestad fuere servido […].164
Por otro lado, las autoridades también se hacían eco del conflicto informando al monarca sobre el mismo. El propio virrey Francisco de Toledo explicaba en una misiva lo sucedido, y solicitaba despojar a la viuda de sus repartimientos, lo que en su opinión supondría un útil precedente a la hora de 162. 31 de enero de 1575. Ibíd, ff. 1 r y 1 v. 163. No afirmamos que el Monasterio fuese únicamente fundado con el objetivo de ganar el pleito, sino que la fundación fue utilizada para reforzar sus argumentos. Retomaremos este tema en el último capítulo, dedicado a la fundación del Monasterio de la Concepción (cap. 5). 164. Anexo VIII. Carta de doña Inés, fundadora del Monasterio de la Concepción de los Reyes, pidiendo mercedes. 12 de marzo de 1575.
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atajar situaciones similares.165 Además, indicaba que con los repartimientos que se recuperasen “su magestad gana poder proveer y cumplir con los que an servido y pueden servir con sus armas y cavallos y sacar los repartimientos de mugeres inútiles para todo”.166 La misma opinión sostenía el fiscal, el licenciado Ramírez de Cartagena, quien en una misiva al monarca, relataba cómo “en esta ciudad ovo un hermano de leche o de madre de don Francisco Pizarro […] que se llamó Francisco Martín de Alcántara y fue casado con una doña Ynes Muñoz natural de junto a Seuilla”. A continuación, detallaba lo sucedido señalando que, cuando María acudió a ratificar su merced de encomienda, el virrey Toledo, le dijo “que no avia lugar y puso el dicho repartimiento en la Corona” mandando la Audiencia depositar los tributos en la Caja Real concluyendo el pleito en base a la Ley de Malinas.167 El fiscal, al igual que Toledo, solicitaba un fallo contra la demandante, ya que “si lo de encomendar yndios por renunciación o dexacion se convenga a introducir tarde vacara nyngun repartimiento y todos pasaran a muchas subcesiones”.168 A pesar de los esfuerzos de doña María y doña Inés, su causa fue desestimada por el Consejo de Indias, que el 10 de noviembre de 1575 falló en contra de la viuda. Doña María, desolada por el fallo, decidió apelar, sin embargo, el 9 de diciembre de 1575, el Consejo de Indias se pronunció de nuevo a favor del fiscal de su majestad, acabando definitivamente con las esperanzas de doña María de Chávez de poder recuperar sus encomiendas.169 En este caso, la intervención directa del virrey Toledo, junto con su firme deseo de desposeer a la viuda de su repartimiento y aplicar esta política con otros encomenderos como parte de su política estatal de control, fue más efectiva que las estrategias judiciales y los influyentes contactos de doña Inés, doña María y Diego Gavilán. 165. Toledo entraba en contradicción al señalar que Castro había hecho nueva encomienda y que “los dichos yndios avian venido en subcesion tres vidas que avian sido del marido primero de la doña ynes y después la dicha doña ynes su muger y después don Antonio de Ribera su hijo y del segundo marido y que pretendían otra quarta vida que fuese la de la muger del dicho don Antonio”. Carta del virrey D. Francisco de Toledo dando cuenta a S. M. de cuanto tocaba al gobierno temporal. La Plata 30 de noviembre de 1573. Levillier, 1924, 5: 232-233. 166. Ibíd. 167. Ramírez también señalaba que tras la muerte del “Mozo” “la suegra y nuera que son muy ricas dotaron un monesterio en esta ciudad de monjas que nombran la Concepción y metiéronse ambas dentro”. Carta del licenciado Ramírez de Cartagena acerca de asuntos y negocios tocantes a la hacienda real y la oposición sistemática de la Audiencia a los actos del Virrey. Los Reyes, 7 de abril 1575. Ibíd, vol. 1. p. 265. 168. Ibíd. 169. AGI, Justicia, 448, N2.
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Sin embargo, debemos señalar que esta disposición judicial y otras similares no habrían estado conducidas exclusivamente por un deseo de observancia de la ley por parte de las autoridades. Por el contrario, la política de concesiones y ampliaciones de vidas funcionó a voluntad de los virreyes y en ocasiones, ante un escenario similar, hubo actuaciones contrarias a lo establecido por la legislación. Este sería el caso de Ana Suárez, encomendera de Huarochirí y esposa de Antonio Picado, secretario de Francisco Pizarro, uno de los primeros pobladores de Lima y conquistador de Nicaragua y Perú. El marqués Francisco de Pizarro había concedido a Picado el repartimiento de Huarochirí en la jurisdicción de la Ciudad de los Reyes en 1535 y, tras morir sin descendencia, Ana Suárez le sucedió como encomendera.170 Ana se casó en segundas nupcias con Sebastián Sánchez de Merlo, vecino de la Ciudad de los Reyes. Tras el matrimonio, Ana Suárez hizo dejación de su derecho sobre la encomienda en su esposo, no sabemos si de manera voluntaria o forzada, y en 1542 Vaca de Castro le otorgaba a Sebastián Sánchez de Merlo la encomienda en primera vida. Dicha concesión le fue más tarde ratificada por La Gasca en 1548 y por el marqués de Cañete en 1550. Tras la muerte de Ana Suárez, Sebastián Sánchez de Merlo se casó con Beatriz Marroquín de Montehermoso, quien tras la muerte de su esposo pasó a sucederlo como encomendera de Huarochirí, concediéndosele en 1562 la sucesión en segunda vida de dicha encomienda171. Beatriz contrajo segundas nupcias con Diego de Carvajal, vecino de la Ciudad de los Reyes, quien a fecha de la Tasa tenía la encomienda en Huarochirí por la vida de su esposa.172 Del mismo modo podemos señalar el caso de doña Lucía de Montenegro, quien había accedido a la titularidad del repartimiento sucediendo a su abuelo Hernando de Montenegro y que logró que su encomienda se alargase una vida y su esposo pudiese disfrutar de ella. Lucía de Montenegro se casó con don Juan Gutiérrez Flores. Tras su muerte la encomienda debía volver a la Corona ya que Lucía había sucedido en ella en segunda vida. Doña Lucía solicitó al Consejo de Indias una prórroga de una vida para que su hijo, Pedro Alfonso Flores y Montenegro, pudiera sucederla. En 1622 por Consulta del Consejo de Indias, y en atención a los servicios y méritos de su abuelo Hernando de 170. AGI, Patronato, 278, N.2, R.96. Real Provisión concediendo a Antonio Piçado, vecino y regidor de la Ciudad de los Reyes, que el cacique de Huarochirí que tiene encomendado con su pueblo, lo sean de por vida y la de un heredero. Lima, 565, L.3, f. 191v. Real Provisión por la que le manda guarde la cédula dada sobre sucesión de las encomiendas para Antonio Piçado. 171. AGI, Escribanía, 497-C. En Puente Brunke, 1991a: 43. 172. Puente Brunke, 1991a: 438.
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Montenegro, uno de los primeros conquistadores y pobladores del Perú, el Consejo acordó proceder de manera positiva y se despachó una cedula con la confirmación el 5 de diciembre de 1622.173 También el virrey Castro escribía al monarca solicitando poder aceptar una dejación de encomiendas de García de Melo para ser re encomendada. El virrey indicaba que Melo, que tenía un repartimiento, carecía de hijo legítimo, teniendo únicamente una hija mestiza casada con “hombre que a seruido a vuestra magestad en esta tierra”. Castro solicitaba que Melo hiciese dejación para que una vez que los indios estuviesen vacos pudiesen ser encomendados al yerno. Así, pedía al monarca hacer la merced, ya que el gobernador no podía “encomendar los yndios que ansí vacaren por dexacion sin consultallo primero con vuestra magestad puesto caso que los pasados que an governado nunca han guardado esta cédula porque en haziendo dexacion la muger que tenía los yndios luego hazian nueua encomienda al marido”.174 Precisamente, el virrey mencionaba entre estos casos el de Ana Suarez. Finalmente, el monarca dio su conformidad realizándose la encomienda en primera vida. Otro caso en que las autoridades coloniales habrían aceptado la dejación de un repartimiento es el de María Martel, hija de Alonso Pérez Martel y hermana de Bernardino Martel y encomendera de los Mitmás de los Mancos y Laraos en la jurisdicción de Lima. En 1575 se presentaba ante el Consejo de Indias un informe de servicios donde se señalaban los méritos del padre y hermano de María durante la conquista y pacificación del Perú175. Según el expediente, su padre, Alonso Pérez de Martel, había pasado al Perú en 1542 donde sirvió a la Corona hasta su ejecución con garrote durante la rebelión de Gonzalo Pizarro, por haber mantenido correspondencia con La Gasca. También el hermano de María habría servido contra Gonzalo, pero había fallecido en su viaje desde Perú a España. En la información se señalaba que ni el padre ni el hijo habían sido recompensados por sus servicios, y que María Martel, estaba en los reinos de España con licencia por tiempo limitado. Doña María que poseía en la jurisdicción de Lima un repartimiento en el que había sucedido por muerte de Francisco de Herrera, su primer marido, suplicaba poder hacer dejación en su deudo Florencio de Esquivel con cargo de que este residiera en
173. Ibíd. 174. Carta del Licenciado Castro a S. M. Los Reyes, 2 de septiembre de 1567. Levillier, 1921, 3: 264. 175. AGI, Lima, 206, N.17 Informaciones de oficio y parte de María Martel.
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dichas provincias y acudiera a ella por su vida con la mitad de la renta del repartimiento.176 Para ello, María alegaba los servicios de su padre y de su hermano, y señalaba que no tenía ni marido, ya que se había divorciado de su segundo esposo, ni hijos con quienes volver a residir en el Perú. Finalmente indicaba que Florencio había servido muchos años en aquellas provincias. Por su parte, Florencio de Esquivel solicitaba la misma merced renunciando a cambio al derecho que tenía de 2.000 pesos de renta que la Corona le había dado por cédula de septiembre de 1578 en indios vacos por dos vidas conforme a la ley de sucesión. El 20 de septiembre de 1576, la Corona, “atento a lo referido y que Florencio a servido bien y que está estropeado de un brazo”, otorgó a María licencia para hacer esta dejación, encomendándose a su deudo la encomienda de María por dos vidas, con la condición de que acudiera a ella con la mitad de la renta del repartimiento por los días de su vida y después de ellos la mitad se pusiese en la Real Corona.177 Los consignados son solo algunos ejemplos de familias que lograron conservar sus repartimientos por varias generaciones a pesar de lo señalado por la ley. Desafortunadamente, no fue así con doña Inés, quien, tras más de cuatro décadas luchando por los derechos sobre sus encomiendas y tratando de retenerlas en su núcleo familiar, en 1575 se veía definitivamente privada de las mismas. Sin embargo, debemos considerar el cuantioso patrimonio acumulado procedente de estos repartimientos, antes de su pérdida, como de otras actividades económicas en las que doña Inés y sus familiares estuvieron involucrados y que veremos con detalle en el siguiente capítulo.
176. El repartimiento rentaba unos 2.800 pesos de plata ensayada libres de costa. En 1561 aparece como esposa del licenciado León (Hampe, 1979: 25). Asimismo, en la Tasa de la Visita General de Toledo se señala que María Martel había sucedido a su primer esposo Francisco de Herrera y que al presente estaba casada con Hernando Martel con quien estaba en España desde hacía 3 años (Cook, 1975: 283-284). 177. Asimismo, se apartaba a Florencio de su derecho sobre los 2.000 pesos. AGI, Lima 1, N.81. Los ingresos de esta encomienda debían ser considerables ya que también se menciona que había muchas minas de plata, y un gran socavón en los Laraos, encima del pueblo de Atun Larao.
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Capítulo 4 ADMINISTRANDO LAS ENCOMIENDAS (1541-1569) [Doña Inés] hizo el primer obraje de lanas de Castilla en su repartimiento y encomienda de Indios del Valle de Jauja, dando traza como las lanas que hasta ahora se perdían se aprovechasen Bernabé Cobo, Historia de la Fundación de Lima.1
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Tras la muerte de su primer esposo, doña Inés le sucedió como beneficiaria de las encomiendas. En este capítulo haremos una aproximación a dichos repartimientos con el objetivo de observar características tales como su magnitud y rentabilidad, en especial de los más relevantes situados en la jurisdicción de Huánuco y de Lima. Un análisis de aspectos como los tributos y tributarios nos permitirá formarnos una idea acerca de la capacidad económica y las posibilidades de mano de obra que tuvieron a su disposición. Finalmente, observaremos la incursión y desempeño de Inés Muñoz y sus familiares en otras actividades económicas, diversificación posible en gran medida gracias a los beneficios obtenidos a partir de estos repartimientos. 1. Las encomiendas de Huánuco Entre las encomiendas con las que el conquistador Francisco Pizarro benefició a su medio hermano Francisco Martín de Alcántara se encontraban unos ricos repartimientos de la jurisdicción de Huánuco que comprendían, por un lado, a 1. Cobo, 1956b.
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los ichoc-huánuco con el curaca principal Guanca y, por el otro, a los chupachos, cuyo curaca principal se llamaba Xagua. En la cédula de encomienda de 1541, Pizarro señalaba que encomendaba a su hermano ambos caciques con “todos los indios e pueblos e principales sujetos a ellos hasta un número de tres mil”, indicando que en caso de que no hubiere el suficiente número de indígenas, le encomendaría los que faltasen para alcanzar esa cifra entre los “caciques e principales e pueblos e indios” más próximos a los que se le estaban concediendo (mapas 1 y 9).2 Gracias a los diversos juicios que doña Inés mantuvo en relación a la posesión de estos repartimientos tanto con el gobernador Vaca de Castro como con el licenciado Pedro de La Gasca, disponemos de valiosos datos acerca de los mismos.3 Entre la documentación incluida en estos pleitos se encuentran tres visitas, siendo dos de ellas correspondientes a las cuatro guarangas de los indios chupachos: una realizada en 1549 a solicitud del licenciado La Gasca y otra en 1562, por Iñigo Ortiz de Zúñiga bajo el encargo de la Real Audiencia de Lima. La tercera pertenece a la encomienda de ichoc-huánuco y fue realizada en 1549 por el Capitán Miguel de la Serna y por Juan de Espinosa.4 Dichas visitas contienen importante información como el número de tributarios en los repartimientos, su organización sociopolítica o los servicios y productos brindados como parte del tributo tanto al Incas –antes de la llegada de los españoles– como a su actual encomendero. Sin embargo, desafortunadamente carecemos de datos acerca de aspectos relativos a la organización interna de la encomienda, como la recepción, uso e inversión del tributo. A pesar de esto, la información disponible nos permite esbozar un panorama del funcionamiento, características y rentabilidad de los repartimientos de los que disfrutaron Inés Muñoz y sus familiares.
2. AGI, Justicia 397.F. 5v-7v., “Doña Inés y Antonio de Ribera contra el capitán Gómez Arias Dávila, Antonio de Grado y Juan de Argama, vecinos de la ciudad de León de Huánuco, sobre la posesión de los repartimientos que le han sido arrebatados”. Esta cédula ha sido publicada también en la Visita de la provincia de León de Huánuco en 1562 de Iñigo Ortiz de Zúñiga y en los documentos de la Harkness Collection: Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 272-273. The Harkness Collection. Documents, 1543, abril 2, LR: Incorporado: Copia de encomienda de indios de Francisco. Pizarro a Martín de. Alcántara, mayo 23, 1541. reg. Franco, 494. Anexo III. 3. Ver capítulos II y III para el contexto en que se produjo la concesión de estas encomiendas, así como los pleitos relacionados con la posesión de las mismas. 4. Para más información sobre las visitas y encomiendas de Huánuco: Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1. Helmer, 1951. Rostworowski, 2005a. Anders, 1991. Espinoza Soriano, 1975, Varallanos, op.cit. León Gómez, op.cit.
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1.1. Huánuco en el siglo XVI
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La jurisdicción de Huánuco en la época colonial abarcaba un amplio territorio que corresponde, aproximadamente, con parte de las actuales regiones de Huánuco, Ancash, Pasco y Junín. En el territorio de la Jurisdicción de Huánuco existen diversos climas y tipos de relieve: desde gélidas y altas cordilleras (situadas a más de 4.000 m. s. n. m.) hasta fértiles valles interandinos (ubicados entre 2.100-3.500 m. s. n. m.), así como valles bajos de cálidas temperaturas y aptos para el cultivo del maíz y diversas frutas. Durante los primeros años de conquista y población del territorio Mapa 1. Encomiendas de Francisco Martín de Alcántara en Huánuco por el Imperio Hispánico, esta zona tuvo un particular –y en cierta medida marginal– desarrollo al no verse afectada por el emplazamiento directo de centros destacados de producción minera ni grandes complejos urbanos o centros de intercambio comercial. Por el contrario, esta área presentó un predominio agrario, propio de la encomienda, con dedicación ganadera, producción de granos y una tendencia creciente hacia la manufactura textil a partir del algodón y la lana.5 Dentro de la jurisdicción de Huánuco se encontraban diversas encomiendas cuyos límites geográficos no coincidían necesariamente con la ubicación original de los diversos grupos étnicos presentes. Entre estos repartimientos estaban los de los ichoc-huánuco y los chupachos, situados entre los fecundos valles interandinos y los valles más bajos, a una altura entre 3.000 y 3.200 m. s. n. m.6 El repartimiento Ichoc-Huánuco constituía, junto con Allauca-Huánuco y Guamalli-Huánuco, una parte de lo que en tiempo preincaico había sido el 5. Varallanos, op.cit.: 27-30. 6. Espinoza Soriano, 1975.
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reino de Guanuco, en la actual provincia de Huamalíes, y parte de la de Dos de Mayo, en la actual región de Huánuco. Por su parte, el repartimiento de los chupachos se emplazaba en lo que había constituido el reino Chupacho, en la actual provincia de Huánuco, y colindaba con la ciudad de León de los Caballeros. 1.2. Desorganización tributaria e intentos de regulación: las Visitas Generales
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El beneficio de la merced de la encomienda incluía, entre otros, la recepción de un tributo por parte de los indígenas encomendados, el cual, además de diversos productos, podía incluir servicios como trabajo en la casa y tierras de cultivo del encomendero. Durante los primeros años, este tributo no estuvo definido a pesar de los intentos por parte de la Corona de hacerlo y estaba incluso relacionado con factores tan subjetivos como el grado de crueldad y avaricia del beneficiario del repartimiento o incluso de sus administradores.7 Al no estar establecido el tributo de manera precisa, el encomendero podía exigir lo que quisiera sin ningún tipo de control por parte de la Corona, ocasionando en muchos casos una situación de abuso y una preocupante merma de la población encomendada.8 De esta manera, a pesar de que gracias a los excedentes del imperio inca gran parte de las exigencias de los conquistadores, ahora encomenderos, estaban cubiertas, en muchas ocasiones los indígenas no podían satisfacer sus excesivas demandas, sobre todo en lo relativo a metales como el oro y la plata. Los encomendados se quejaban de esta injusta situación de abuso por parte de sus encomenderos. Así, los chupachos de Huánuco aseguraban que daban “sin orden ni tener tasa de lo que habían de dar”.9 Declaraciones similares eran recogidas en varias partes del territorio andino, como en Huaylas, donde los curacas señalaban que “no había orden ni manera en el servirse de los indios porque cada uno [encomendero] se servía de lo que más podía”.10
7. Rostworowski, 2005b. 8. Varios historiadores destacan la arbitrariedad del tributo durante los primeros momentos de la conquista: Rostworowski, 2005c: 252-302. Mellafe, 1972. Mayer, 2004. 9. Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 32-33. 10. Declaración de Xagua, curaca principal de los chupachos en la visita de 1562. Mellafe, op.cit.: 331. Zuloaga, 2012: 82.
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La Corona, alertada de los abusos cometidos, que además de constituir un atropello contra los indígenas encomendados ponían en peligro los propios intereses imperiales, trató de imponer orden y una de sus primeras medidas fue “poner tributo y tasa en que los indios han de servir a sus amos” a través de una orden emitida en 1535 por el emperador Carlos V a Francisco Pizarro. De nuevo, en 1536, mediante dos cédulas reales se reiteraba esta obligación, insistiendo en dar un buen tratamiento a los naturales, así como un adoctrinamiento cristiano. Fray Tomás de Berlanga, obispo de Panamá, sería el encargado de realizar la dicha tasación. Las relaciones entre Francisco Pizarro y Berlanga fueron tensas desde su primer encuentro. El conquistador impidió al religioso proceder con lo solicitado por la Corona argumentando que todavía no era el momento para realizar la tasación, debido a que el territorio aún no estaba pacificado y si se limitaban las ganancias de los encomenderos, podía darse una despoblación. De este modo, Berlanga no pudo realizar su comisión y únicamente pudo mandar unos informes muy negativos a la metrópoli, informando de la situación y reclamando establecer urgentemente tasaciones para evitar los abusos de los españoles, que trataban a sus indígenas “peor que perros”.11 El 7 de diciembre la Corona ordenaba a Pizarro llevar a cabo una Visita General junto con fray Vicente de Valverde para “hacer la tasación de los tributos que los indios debieran pagar a los encomenderos por cuya falta se han seguido y siguen muchos inconvenientes”.12 Dicha visita, permitiría conocer con detalle las características del territorio y de los grupos indígenas encomendados.13 A partir de la información se podría hacer una valoración adecuada del entorno, fijar los tributos de los naturales y, a la vez, limitar el poder de los beneficiarios de repartimientos. Por este motivo, las visitas supusieron una fuente de conflicto con el grupo encomendero, quien veía en ellas una amenaza a sus intereses, por lo que trataba de entorpecerlas en la medida de lo posible. En 1540, se llevó una visita dispuesta por Pizarro la cual constituyó el inicio del primer repartimiento general. Sin embargo, las condiciones del territorio andino, sumido en un gran desorden debido a las guerras de conquista y a 11. Puente Brunke, 1991a: 19-20, nota 17. 12. Ibíd.: 20, nota 19. 13. Para Rostworowski, y otros autores a los que nos sumamos, tanto esta visita, como las que se hicieron posteriormente ordenadas por los virreyes Toledo, Cañete o Martín Manríquez, corroborarían el gran interés y necesidad de la Corona por conocer el territorio y el tributo incaico y su aplicación. Rostworowski, 2005c: 254.
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los levantamientos de los propios conquistadores, hicieron imposible una inspección completa. Solamente tras la derrota del sublevado Gonzalo Pizarro la Corona pudo realizar una necesaria Visita General.14 En estos momentos, en los que muchos de los españoles que habían apoyado a Pedro de La Gasca contra los rebeldes solicitaban su recompensa, se antojaba aún más necesario realizar una tasación del valor de cada repartimiento. El principal encargado de esta complicada labor fue el licenciado Pedro de la Gasca, responsable de la victoria sobre el rebelde. En 1548, La Gasca designó a 72 vecinos en la ciudad del Cuzco para que, divididos en parejas, visitasen todos los repartimientos del virreinato. En 1549, los visitadores, provistos con amplios poderes y un minucioso cuestionario, comenzaron la visita con el encargo de recopilar información acerca de cuestiones como las características de las comunidades indígenas, su producción agrícola, las condiciones climáticas de cada zona o la existencia de minas, entre otros. La Gasca recomendaba que todo se hiciera “poniendo más atención a la conservación de los naturales y no al interés de los encomenderos”.15 De hecho, entre los amplios poderes estaba la posibilidad de castigo a los remisos de los interrogatorios, aunque fuesen los beneficiarios del repartimiento. A partir de la información recopilada, debía elaborarse una tasa de lo que anualmente tenían que pagar los indígenas tanto a sus encomenderos como a los clérigos encargados de su adoctrinamiento. Idealmente debía estar basada en la capacidad real de los naturales y no debía constituir una carga pesada.16 En las tasas, además de los productos a tributar, se detallaban aspectos como las condiciones de entrega o los distintos servicios que debían realizar para el encomendero como parte de su pago.17 Dichas cantidades fueron frecuentemente impugnadas tanto por encomenderos como por encomendados, tal y como veremos más adelante.
14. Rostworowski, 2005c: 251-302. 15. Mellafe, op.cit.: 336. 16. Rostworowski, 2005c: 258. 17. Coincidimos con el criterio de José de la Puente Brunke al distinguir tres etapas en la evolución de la tasa. La primera hasta 1548 estaría caracterizada por ser desordenada y anárquica dependiendo de la voluntad de los encomenderos. La segunda desde 1550 a 1560, aproximadamente, protagonizada por La Gasca quien realiza las primeras tasaciones introduciendo cierto orden. En este período, aunque sigue el servicio personal va aumentando el pago en moneda. Finalmente, una tercera etapa iniciada por el virrey Toledo en la que se uniformará progresivamente el pago del tributo en dinero y se caracterizará por las reducciones (Puente Brunke, 1991: 187 y Puente Brunke, 1991b: 268).
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1.3. Visitas y tasas a las encomiendas de Huánuco 1.3.1. La visita y tasa de Pedro de La Gasca (1548-1549)
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Las primeras visitas de los repartimientos de Francisco Martín de Alcántara e Inés Muñoz en Huánuco se realizaron durante el gobierno de Francisco Pizarro. Sin embargo, no disponemos de mayores datos acerca de las mismas aparte del nombre de los visitadores: Juan de Vargas y Antonio de Garay, ambos vecinos de León de Huánuco.18 Mucho más amplia y abundante es la información de la Visita General de Pedro de La Gasca en 1549. Al respecto debemos recordar que precisamente el licenciado La Gasca había sido responsable, tan solo unos meses antes, de despojar a doña Inés de sus repartimientos de Huánuco, haciendo encomienda de sus indios chupachos al Capitán Gómez Arias de Ávila y de los ichoc-huánuco a Juan de Argama y Antonio de Grado. Tras este hecho, doña Inés y su segundo esposo, Antonio de Ribera, habían iniciado un proceso judicial destinado a la recuperación de sus repartimientos, proceso que se alargó durante más de una década.19 De este modo, aunque en la tasa elaborada en 1549 constan como beneficiarios Gómez Arias de Ávila, Juan de Argama y Antonio de Grado, la titularidad de estos repartimientos estaba en pleito, siendo doña Inés la legítima beneficiaria de los mismos hasta pocos meses antes. Por este motivo, los datos consignados en las visitas y tasas correspondientes siguen siendo de especial utilidad e importancia para el estudio acerca de la composición, magnitud y funcionamiento de las encomiendas de Inés Muñoz y sus familiares. Los designados por Pedro de La Gasca para realizar la visita a los indios chupachos fueron los vecinos de León de Huánuco Juan de Mori y Hernando Alonso de Malpartida, quienes el 13 de junio de 1549 emprendieron su recorrido acompañados de una comitiva formada por Paucar Guamán, curaca principal de los chupachos, Chinchao, curaca de la parcialidad o guaranga de los Queros, y el intérprete Diego, al que los visitadores denominaron indio ladino. Al momento de ser interrogado sobre la composición territorial, Paucar Guamán informó a los visitadores acerca de la existencia de cuatro guarangas o parcialidades cuyos principales eran Quirin, Chinchao Poma, Marca Pare y él mismo. Respecto al número de tributarios,
18. Loredo, 1958: 222-223. 19. Desde 1549 hasta 1560. Cfr. Capítulo 3.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
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Guamán señalaba “que en tiempo de los incas solían ser cada una de todas cuatro mil indios”.20 Al momento de la visita, estos repartimientos conservaban parte del elaborado sistema organizativo político incaico por el que el territorio se encontraba segmentado en mitades compuestas por un número determinado de guarangas, integradas por 1.000 unidades domésticas y subdivididas a su vez en pachacas de 100 unidades. Además, existía una división a nivel inferior de diez unidades domésticas, llamada chunga, y otra de familias. Cada guaranga, pachaca y chunga tenía su curaca, y además había un principal encargado de todas las guarangas de su mitad.21 En las visitas de 1549 y de 1562, los curacas y visitadores seguían haciendo referencia a las guarangas o parcialidades de cada principal, pero sin las connotaciones de tiempos de los incas, particularmente las demográficas. Tal y como señala la historiadora Marina Zuloaga, la complejidad de los sistemas andinos y su incorporación a sistemas más amplios de organización social suscitan una gran dificultad a la hora de entender los niveles organizativos políticos en los ámbitos locales y regionales. Por este motivo, debemos ser especialmente cautelosos con la terminología referida a estos conceptos.22 Una misma guaranga podía constituir un repartimiento, una parcialidad de un repartimiento, una reducción o una parte de ella, dependiendo de ciertas coyunturas específicas y/o de la posición de su
20. María Rostworowski, señala que el equivalente a la parcialidad en quechua sería el suyu. Así, Hanansuyu sería la parcialidad de arriba y Hurinsuyu de abajo. Sin embargo, la autora también señala que por parcialidad se refiere a una parte de un todo, a la porción de un territorio. En este caso, las cuatro parcialidades serían las cuatro guarangas a las que se hace referencia repetidamente a lo largo de la visita (Rostworowski, 2005b). 21. En la visita de 1562, varios caciques proporcionaban más datos sobre este antiguo sistema de organización sociopolítico. Por ejemplo, el principal don Diego Xagua señalaba que “en tiempos del ynga eran cuatro mil indios que son cuatro guarangas, los cuales eran todos varones casados que tributaban y servían al ynga y hacían lo que los mandaba” (Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 23-25). Por su parte, don Cristóbal Xulca Cóndor, principal de la parcialidad de los Queros, indicaba a los visitadores que “el ynga mandaba al cacique principal de las cuatro guarangas que tuviese cuenta con los otros caciques de cada guaranga, que los de las guarangas la tuviesen con los de las ciento que eran las pachacas y estos de las pachacas la tuviesen con los de las chungas que son los mandones de a diez indios y estos tenían cuenta con todo ello y sobre todo acudían al cacique principal”. Ibíd.: 34-36. 22. Zuloaga señala como la definición dada por la etnohistoriadora María Rostworowski a las unidades sociopolíticas fundamentales andinas, las cuales denomina macroetnias y define como “grupos étnicos mayores gobernados por sus atun curaca, señores de varias guarangas, es decir un jefe que aglutinaba bajo su mando a varios curacas subalternos”, podría aplicarse tanto a los reinos y confederaciones anteriores a la conquista inca –en este caso el Reino de los Chupachos y el reino de Guánuco– como a las mitades de la conquista inca y a las encomiendas en época colonial (Zuloaga, 2012: 21, nota 19).
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Administrando las encomiendas (1541-1569)
guaranga en un contexto más amplio, tal y como sucede en las visitas a los chupachos.23 1.3.2. Tributo de los chupachos hasta 1549 Una de las principales preocupaciones de los visitadores fue averiguar acerca de los servicios y tributación que los indígenas encomendados, en este caso los chupachos, habían realizado tanto con el Inca como con sus actuales encomenderos.24 A la primera cuestión, los chupachos declaraban que las cuatro guarangas, es decir unos 4.000 tributarios, le habían brindado al Inca lo siguiente (tabla 3):25 Tabla 3. Tributo entregado por los chupachos al Inca.* 400 obreros con sus mujeres en Cuzco para construcción de templos, palacios o fortalezas
227
400 cultivadores para las tierras que rodeaban Cuzco 150 yanaconas para el padre del Inca; Huaina Cápac (servicio de los indios muertos) 150 guardianes de la momia de su abuelo Túpac Inca Yupanqui 10 yanaconas para la custodia de sus armas 200 soldados para la guarda de los Chachapoyas. 200 soldados de guarnición en Quito 20 indios para la guarda del cuerpo de Huayna Cápac después de muerto 120 tejedores de plumas 60 recolectores de miel silvestre
23. A estas consideraciones, habría que añadir la necesidad de tener en cuenta el tipo de documento en que se está mencionando la guaranga, y quien habla de ella, siendo completamente distinto su significado al ser mencionada por un curaca, o un funcionario, o en un contexto fiscal, que en un contexto político. Ibíd. 24. También en la visita de 1562 consta lo que se brindaba al Inca, aunque el de 1549 es más preciso. 25. Esta visita fue publicada por primera vez por Marie Helmer en el Boletín del IFEA en 1951 (Helmer, op.cit.: 3-50), y posteriormente editada por Murra (Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 298-310). Como señalamos anteriormente nosotros hemos trabajado con la visita original contenida en el pleito entre doña Inés y los capitanes Gómez Arias Dávila, Argama y Grado (AGI, Justicia, 397, N.2, R.3,) además de con las mencionadas transcripciones. La cifra resultante de 4.398 es ligeramente superior a la de los tributarios: 4.000. Esto podría deberse al hecho de que los cazadores de pájaros eran chicos jóvenes y que los guardianes de las Acllas y de huacas eran hombres de más de 60 años. A esto podemos añadir que algunos podrían haber realizado más de una tarea y que la mitad de los mineros eran mujeres.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
400 tejedores de cumbi26 40 tintoreros 240 pastores para la guarda de camélidos 40 guardianes para guarda de las chacras. (El maíz era llevado al Cuzco y a colcas o depósitos) 40 indios para la siembra de ají. (Posteriormente era llevado a Cuzco) 60 salineros. (A veces la cantidad se reducía a 40 o 50) 60 obreros para preparar hojas de coca para Cuzco y depósitos de Huánuco27 40 ojeadores para las expediciones de caza de venados del Inca 40 zapateros que hacían sandalias. (Eran llevadas o al Cuzco o a los depósitos) 40 carpinteros que hacían platos y escudillas para el Inca. (llevados a Cuzco) 40 olleros que hacían ollas que eran llevadas a Huánuco 68 indios para la guarda del tambo de Huánuco 80 porteadores transporte de mercancías28
228
40 guardias para guardia de las mujeres del Inca. (Acllas) 500 soldados para ir con el Inca a la guerra o para las hamacas29 500 cultivadores para las tierras de los Incas en Huánuco 240 mineros, para las minas de oro todo el año (6 por cada 100) 120 mineros para las minas de plata. (60 hombres y 60 mujeres) *
Elaboración propia basada en la Visita de los indios chupachos de Malpartida en 1549. AGI, Justicia, 397, N.2, R.3. ff. 166.r.-168.
Los chupachos, además de detallar lo que le habían dado al Inca, indicaban lo que le habían entregado a su primer encomendero, Francisco Martín de Alcántara, señalando que “no le habían dado otra cosa sino maíz y madera y sillas y jáquimas y cinchas”.723 Este testimonio debe ser tomado con precaución debido tanto a la imprecisión del mismo como a lo escueto de lo entregado, a juzgar por lo tributado anterior y posteriormente. 26. “Hacían ropa de lana, que los ynga se la daban e la hacían”. El cumbi, elaborado por los cumbicos era considerado el textil más fino y elaborado, a diferencia de los tejidos de abasca que era usado de manera cotidiana y tejido en las unidades domésticas. Debido a su exquisitez, el cumbi fue comparado por los cronistas con la seda. 27. La cantidad variaba entre 200 costales y 40. 28. El transporte era de Tambo a Bombón y de Hatun Cancha hasta Tambo. 29. Estos soldados estaban destinados a Quito u otros lugares donde el Inca tenía enfrentamientos.
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En la visita también se indicaba la tributación que se había brindado al siguiente encomendero, es decir a Inés Muñoz y, tras su matrimonio, a su segundo marido y titular del repartimiento, Antonio de Ribera. Parte de esta tributación correspondía a una mita minera para una explotación aurífera en una compañía que tenía don Antonio junto con Francisco de Barrionuevo, exgobernador de Panamá. Los chupachos señalaban que, después de abandonar esta tarea, don Antonio les había ordenado entregarle “cada dos meses cincuenta piezas de algodón, algunas ovejas de la tierra (camélidos), y maíz, y alpargatas […] sin orden ni tener tasa de lo que habían de dar”.30 Asimismo, los encomendados señalaban que habían hecho una casa para su encomendero, aunque este les había dado todos los materiales para ello. Finalmente, los chupachos informaban de lo que daban al actual encomendero, Gómez Arias Dávila, aprovechando para señalar la imposibilidad de cumplir con la cantidad de ciertos productos requeridos y solicitando una disminución de los mismos (tabla 4). Dado que uno de los principales propósitos de la visita era la conservación y bienestar de los naturales, los visitadores también consultaron a los caciques acerca del trato dado por el encomendero o cualquiera de sus administradores. Los chupachos respondieron que su encomendero “los trataba y había tratado muy bien” y que tampoco otra persona les había maltratado. Asimismo, al ser consultados acerca de su capacidad para cumplir con la tasa “sin que por ello vinieran a disminución ellos ni sus naturales y que lo vean bien visto”, los curacas dijeron que podían entregar lo que habían solicitado “dar en adelante sin recibir molestia alguna” y que estarían contentos de ello.31 Tabla 4. Declaración de los indios chupachos acerca de cuanto entregan a su encomendero en 1549 y lo que solicitan entregar desde entonces.* Cantidad a tributar
Producto
Periodicidad
Total mensual
Modo de entrega Casa encomendero
Lo que dan
solicitan dar
100
80
Quincenal
200
Coca
90 costales
80 costales
Trimestral
30
Maíz
20 fanegas
15 fanegas
Semanal
80
Ropa de Algodón
32
30. AGI, Justicia, 397, N.2, R.3, f.14. r. Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 33. 31. Ibíd.: 169. 32. Piezas de manta y camiseta.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
Producto Papas Cantaros de miel Ají
230
Periodicidad
Total mensual
Modo de entrega
Lo que dan
solicitan dar
10 fanegas
6 fanegas
Semanal
40
12
10
Quincenal
24
Casa encomendero
No indica
Panes de sal33
40
Igual
Mensual
40
Tambo o pueblo que diga el encomendero
Panes de cera
50
40
Quincenal
100
Casa encomendero
Costales Cabuya
20
Igual
Quincenal
40
Casa encomendero
Alpargata cabuya
80 pares
60 pares
Mensual
80
Casa encomendero
Gallinas
10
6
Diarias
300
Ovejas
2
2
Semanal
8
Carpinteros obras
20
Igual
Cumbicos
30
Igual
40
Igual
34
Mitimaes servicio casa Pescadores
6/10 cuaresma
Indios guarda cerdos
8
Igual
Indios siembra de trigo y algodón35
10
Igual
Indios para la siembra de coca36
60
Igual
Tejeros y olleros
8
Igual
Yanaconas e indias de servicio
29
Igual
Indios para hacer casa y molino encomendero37 *
Cantidad a tributar
Los necesarios
Elaboración basada en la Visita de los indios chupachos en 1549. AGI, Justicia, 397, N.2, R.3, f. 168. r. “Lo que declaran los indios que le dan a Gómez Arias de Ávila” (Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 307). La mayor parte de los productos se entregaban en casa del encomendero, aunque los panes de sal se daban en los tambos o los pueblos señalados.
33. 34. 35. 36. 37.
Veinte en invierno. Con sus mujeres para hacer ropa de lana. El encomendero da la lana. Se habían sembrado cuatro chacras de trigo, cuatro de maíz y dos de algodón. De los cuales treinta eran hombres y treinta mujeres. Los chupachos declaraban que esto sería “hasta que se acabe la tarea. Después no darán más”.
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1.3.3. La tasa de 1549
231
La inspección, que concluyó el 25 de agosto de 1549, incluyó la visita a 143 pueblos distribuidos en cuatro parcialidades o guarangas que estaban aledañas a la ciudad de León de Huánuco y que ocupaban unas 20 leguas de ancho (unos 96 kilómetros) y 20 leguas de largo, dando una extensa área total de aproximadamente 10.000 km2. Respecto al número de tributarios, a pesar de que los curacas habían declarado que las cuatro guarangas en época inca tenían 4.000 unidades domésticas en total, los visitadores contabilizaron solo mil doscientos dos indios, y cuatrocientas treinta y seis viudas, algunas de ellas solteras.38 A pesar de que es indiscutible el gran descenso demográfico de la población nativa andina en este período debido a los terribles estragos de la conquista,39 debemos tomar esta cifra con cautela, ya que los curacas, muchas veces actuando junto con sus encomenderos, escondían recursos tanto humanos como materiales durante las visitas.40 Los curacas encargados de guiar al visitador no solían llevarle a todos los pueblos y ocultaban sistemáticamente recursos, ya fueran tributarios, ganados, minas o incluso pueblos enteros para asegurarse un menor monto de la tasa. La Corona –consciente de este peligro– utilizaba estrategias como los interrogatorios entre indios comunes, curacas y encomenderos por separado, para más tarde contrastar sus respuestas. Sin embargo, estas técnicas no siempre resultaban tan efectivas como era deseable.41 Tras la visita, Juan de Mori y Hernando Alonso de Malpartida hicieron llegar al licenciado La Gasca un informe con todos los datos recogidos y su propio parecer. Entre otras conclusiones, los visitadores indicaban que “la tierra ni es muy fría ni muy caliente, sino de buen temple y muy abundante de bastimentos por que se da en ella trigo, maíz y papas y chuño, frijoles y quinua y camotes y todo género de comida de indios en abundancia”.42 Asimismo, destacaban que se daba “en mucha cantidad el algodón” e indicaban la existencia de sembrados de coca “en dos o tres partes” y minas de oro y plata, “de las que esta tierra es muy aparejada”.43 38. Lo que dicen los visitadores. En Ortiz de Zúñiga, Iñigo, op.cit., 1: 309. 39. Cook, 2010. Rostworowski, 2005c. 40. Rostworowski, 2005c: 257 y Helmer, op.cit. El historiador Rolando Mellafe señala, que con esta práctica todos, excepto la Corona, salían beneficiados con el fraude, y que, además, este tácito entendimiento contribuía a limar asperezas existentes, entre curacas, encomenderos, doctrineros y corregidores (Mellafe, op.cit.: 336). 41. Mellafe, op.cit.: 337-339. 42. Ortiz de Zuñiga, op.cit., 1: 308- 310. 43. Ibíd.
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Los visitadores finalizaban su informe señalando que, después de lo observado, consideraban que los indios tenían capacidad para dar “todo lo que dicho tienen y, de aquí en adelante, mucho más cuanto más fuere de la ropa como de coca y de todo lo demás”, aduciendo la fertilidad de las tierras y la capacidad de estas para producir buenas cosechas, particularmente de algodón.44 Después de este informe, Pedro de La Gasca dispuso la tasa de los productos y servicios que debían brindar al encomendero (tabla 5): Tabla 5. Tasa del Licenciado Pedro de La Gasca de 1549 para los chupachos.* Producto/ Servicio
Cantidad tributo anual
Oro y plata
232
Detalle
Total mensual
Modo de entrega
12 cestos
Casa encomendero
No se menciona En cada mita de cosecha de coca
Coca
70 cestos
Maíz
1.000 fanegas
Trigo
200 fanegas
34 fanegas
En Huánuco
Papas
100 fanegas
17 fanegas
En Huánuco
Frijoles
12 fanegas
2 fanegas
167 fanegas En Huánuco
Vestidos de algodón
1800
Piezas de manta y camiseta
Colchón de algodón
3
Casa encomendero
Toldo mediano algodón
3
Casa encomendero
Tablas de manteles
6
1
Casa encomendero
Pañizuelos de algodón
60
10
Casa encomendero
Vestidos de cumbi
100
17
Casa encomendero
Cojines de algodón
4
Casa encomendero
Alfombra
1
Casa encomendero
Reposteros
2
Casa encomendero
Ovejas
53
Corderos
3
El encomendero dará lana para ello
150 piezas
9
44. Ibíd.
232
Casa encomendero
Administrando las encomiendas (1541-1569)
Producto/ Servicio
Cantidad tributo anual
Cerdos
50
O por cada 3 cerdos 2 ovejas
Gallinas
700
mitad hembras
Frutas Huevos
Cantaros de miel
Total mensual
Modo de entrega
9 117
En Huánuco
Durante el año 30
Pescado
233
Detalle
Cada semana de cuaresma 200 Alguno durante Cuaresma
En Huánuco
168
28
En Huánuco
Panes de cera
300 panecillos
50
En Huánuco
Sal
12 fanegas
2
En Huánuco
Maderos
20
Hasta 25 pies largo
En Huánuco
Sillas de caderas
4
Casa encomendero
Mesa mediana
1
Casa encomendero
Platos escudillas madera
50
Casa encomendero
Bateas pequeñas
20
Casa encomendero
Bateas grandes
2
Casa encomendero
Magueyes
50
Casa encomendero
Tablas
36
Halcones
4
6
En Huánuco Casa encomendero
Alpargatas de cabuya
450 pares
75
Casa encomendero
Alpargatas de algodón
75 pares
12.5
Casa encomendero
Costales
90
15
Casa encomendero
Mantas para caballos
12
2
Casa encomendero
Mandiles
12
2
Casa encomendero
Cinchas con sus látigos
65
11
Casa encomendero
Jáquimas con sus cabestros
65
11
Casa encomendero
233
«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
Producto/ Servicio
234
*
Cantidad tributo anual
Detalle
Total mensual
Modo de entrega
11
Casa encomendero
Jáquimas sueltas
65
Sogas para lazos y sobrecargas
18
De a 5 brazas
3
Casa encomendero
Sogas de cabuya para atar petacas o carneros
90
De a 5 brazas
15
Casa encomendero
Indios servicio de la casa
20
En Huánuco
Carpinteros
2
En Huánuco
Olleros
3
En Huánuco
Indios en Huánuco
6
Indios para cuidado de ganado y cuidado huertas
6
Indios para siembra y recogida de maíz y de trigo
60
O los que disponga el cacique para siembra y recogida.
Indios para regar y guardar la sementera
16
siembra a recogida
Elaboración propia según la Tasación de La Gasca a los indios chupachos, 1549. Relación de algunos repartimientos de los reinos del Pirú de la cantidad de yndios que tienen y tributos que han sacado de la visita y tasa primera que se hizo por mandato del presidente lizenciado Gasca (Rostworowski, 2005c: 298-300). Publicada también en: Rostworowski, 1983-1984: 53-102.
1.3.4. Consideraciones acerca de la tributación de los chupachos El tributo, bien en bienes o en metálico según se estableciese en la tasa correspondiente, se cobraba dos veces al año: el día de San Juan y el de Navidad.45 Aunque debía entregarse en los pueblos de los indígenas, frecuentemente se daba en la propia casa del encomendero o en sus tambos. Estaban obligados a pagarlo todos los varones encomendados entre los 18 y 50 años, así como los menores de 18 que estuviesen casados quedando exentos del pago los curacas 45. En un principio se contempló un pago tres veces al año, pero no se llegó a implantar, por ese motivo en la documentación se mencionan pagos de tercios, siendo semestrales. (Puente Brunke, 1991a: 188).
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y sus hijos mayores, los enfermos, y los indígenas con oficios dependientes de cabildos e iglesias.46 Al observar la tasa establecida por La Gasca para los chupachos, lo primero que nos llama la atención es que, a diferencia de otras tasas como las del cercano repartimiento de Chinchaycocha o la de Huaylas, no se consigna el tributo en efectivo que debe entregarse al encomendero a pesar de que, como hemos señalado, los visitadores declaraban que la tierra era “bien aparejada” en minas. También los propios curacas habían indicado que en sus tierras tenían minas de oro y otros metales.47 Los chupachos además habían declarado que, en tiempo de los Incas, de cada cien indios se destinaban tres hombres y tres mujeres a labores mineras, y que todo lo extraído era llevado al Cuzco. Además, sesenta indios procedentes de las cuatro guarangas estaban dedicados de manera permanente, durante todo el año, a la extracción argentífera en los Yaros, cuya producción también era llevada a Cuzco. Por estos motivos, no es tan clara la razón de la ausencia de tributo en metal. Esto podría deberse a varios motivos, siendo uno de ellos que durante el primer período de las tasas las exigencias en metálico fueron menores, y la mayor parte del tributo se daba en productos, lo que cambió tras el período del virrey Francisco de Toledo, convirtiéndose el dinero en la parte principal del tributo indígena.48 También podríamos argumentar, al igual que Trelles para la encomienda de Lucas Martínez de Vegazo, que los productos agropecuarios eran tan variados y abundantes que podrían haber ocasionado que se eximiera el tributo en metálico. Otra posibilidad es que se considerara que no había suficiente metal para solicitar una determinada cantidad de manera periódica. Esto nos llevaría a otra duda respecto a los datos: ¿por qué el licenciado La Gasca señalaba que las minas eran muy pobres?, si, como acabamos de comprobar, tanto los visitadores como los indígenas señalaban que estaban bien aparejadas y, además, una parte considerable del tributo a los incas se realizaba en metales. Finalmente, debemos tener en cuenta que los chupachos parece que tuvieron cierto margen de opinión acerca de cómo brindar el tributo: si en productos 46. Recopilación, lib. VI, tít. V, ley, XVIII. 47. “tienen en su tierra en cuatro partes de ella minas de oro y la una se llama Tomaylica, la otra Pauvima y la otra se llama Uris, y dijeron otrosí que tienen minas de cobre en una parte que se llama Ayancocha”. AGI, Justicia, 397, f. 166 r- 166 v. 48. Trelles, 1991. Teodoro Hampe señala como desde su gobierno, un 70% del tributo, aproximadamente, sería en metálico, bien oro o plata, y el 30% restante en productos, bien cultivos o bienes manufacturados como los textiles (Hampe, 1986: 175). Sobre monetización del tributo ver Puente Brunke, 1991a: 205. Noejovich, op.cit.: 67-88.
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y labores o en servicio de trabajo en mina y metales. En 1549, tras la visita, los principales eran consultados acerca de su preferencia: “dar, esto que tienen dicho o andar a las minas como solían y cuál sienten por mayor trabajo”. Los indígenas se inclinaban por lo primero, indicando que “quieren dar eso que dicho tienen, que no andar a las minas, y que lo darán con menor trabajo”.49 De este modo, nos parece más oportuno considerar que, frente a la dificultad que entrañaba tanto el trabajo en las minas, así como mantener una tasa constante en metales, los encomendados preferían una tasa con diversos productos, entre ellos textiles, así como efectuar diversos servicios para el encomendero. Asimismo, frente a la carencia de una tasa en metálico debemos considerar que, tal y como el historiador Efraín Trelles sostiene en relación a las encomiendas de Lucas Martínez de Vegazo en Arequipa, hacia la década de 1550 la avidez de los españoles por las minas habría provocado que los indígenas perdieran todo acceso a ellas.50 En el caso de las encomiendas de Huánuco, acabamos de ver como los naturales señalaban que Ribera las había estado explotando en una compañía. Respecto al resto de tributación contenida en la tasa de 1549, es relevante su variedad y abundancia, ya que aparecen diversos productos, tales como coca, maíz, trigo, gallinas, algodón, pescado, miel o sal. Muchos de los productos que aparecen –como el trigo, las gallinas o los puercos– son de origen europeo y estarían sustituyendo a bienes dados en tiempos del Inca como las ojotas.51 Su aparición en la tasa revela su temprana difusión en las comunidades andinas.52 Por ejemplo, respecto al trigo, los chupachos indicaban que este se cultivaba donde antes se sembraba el maíz.53 A partir de esta afirmación nos surge la misma duda que a otros investigadores: ¿esta decisión de cambio de cultivos habría sido por iniciativa de los indígenas o más bien forzada por los encomenderos debido a sus intereses comerciales y particulares?54 A la hora de abordar el análisis de los productos de la tasa, dada la gran variedad de la misma, agruparlos en categorías afines puede ayudarnos a comprender de manera más precisa e íntegra la magnitud del tributo entregado al beneficiario. A grandes rasgos, podríamos dividirlos en grandes 49. 50. 51. 52. 53. 54.
Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 309. Trelles, 1991: 189. Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 37. Mellafe, op.cit.: 330. Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 37. Trelles, 1991.
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categorías: ropa, cultivos (maíz, trigo y coca), servicios de trabajo y aperos y complementos para la casa y el trabajo. Finalmente podríamos considerar los productos destinados al consumo interno, tales como huevos, sal, papas o pescado, los cuales probablemente no habrían estado destinados al intercambio comercial, sino al consumo en la propia encomienda.55 Las tres primeras categorías, es decir, la ropa, los cultivos y la fuerza de trabajo, corresponderían tal y como señala Trelles “a las mercancías altamente cotizadas en el mercado monetario”, constituyendo los productos mayores y generales del tributo.56 Textiles
237
Entre los textiles encontramos desde finos ropajes de cumbi a ropa de algodón como mantas, camisas o cojines, que ocupan un amplio porcentaje de la tasa de los chupachos. Tal y como señalan varios autores, la ropa era un producto que desempeñaba un papel protagonista en la tasa.57 Incluso los propios principales iniciaban con este elemento la enumeración, lo cual refleja el conocimiento de tasadores y tasados, de la importancia de este producto en la economía prehispánica y su continuidad en la tasa colonial.58 Las medidas de la ropa solían estar estandarizadas o ser muy similares, y parece que, tal y como señala Catherine Julien, basada en medidas prehispánicas del tiempo del tributo a los incas. La ropa estaba compuesta por cuatro piezas básicas que componían el traje femenino y masculino indígena: manta, camiseta, añaco y liquida o “lliklla”.59 En la tributación de los chupachos, la manta y el añaco o anaco debían medir dos varas y media de ancho por dos varas y cuarto de largo, y la líquida una vara y tercio de largo y una vara de ancho.60 Por su parte, la camiseta debía ser de dos y ochava en largo, y en el ancho del ruedo dos varas más ochava. La ropa de la tasa era tejida tanto por 55. A la hora de realizar el análisis de la tributación seguimos, el modelo propuesto por Trelles en su estudio de las encomiendas de Lucas Martínez de Vegazo en Arequipa, el cual resulta de suma utilidad para sistematizar el análisis de una tributación tan variada y tiene muchos en común con las encomiendas de doña Inés (Trelles, 1991). 56. Ibíd.: 191. 57. Ibíd.: 194. Rostworowski, 2005c. 58. Julien, 2000, http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=247018471004. 59. La manta era grande y de algodón, y las mujeres la llevaban pegada al cuerpo y sujeta con unos prendedores, llamados tupus, de plata o cobre. Esta manta se ceñía con una faja de algodón de colores. La liquilla, era otra manta más pequeña cuadrada que se ponía sobre el añaco. 60. Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 37. Una vara equivalía a unos 78 cm.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
hombres como por mujeres y se tardaba aproximadamente unos cuatro meses en acabar una pieza de algodón. El tributo vertical
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Algunos de los artículos de la tasa como la sal se encontraban a cierta distancia del territorio de los chupachos. En tiempos de los incas, su disponibilidad dependía del denominado “control vertical” o sistema de “archipiélagos verticales”, mediante el cual podían abastecerse de productos que no había en su territorio debido a la altitud.61 Murra señala que, a pesar de que estaban apenas compuestos por unos pocos miles de unidades domésticas, controlaban recursos alejados de sus centros de mayor población a través de colonias permanentes. Por ejemplo, a unos tres días de distancia de los núcleos serranos, camino a Ichu, Marcaguasi o Paucar, manejaban rebaños y explotaban salinas. A unos cuatro días en sentido opuesto tenían cocales o algodonales (gráfico 11). Estos recursos, como las salinas o los pastos, a su vez eran compartidos con otros grupos étnicos diferentes que se encontraban a gran distancia de sus lugares de asentamiento. De este modo, recursos como la sal eran obtenidos a un día de trayecto de su núcleo poblacional. En el caso de los cocales y las salinas, había un determinado número de indígenas mitimaes reservado para dicho propósito, los cuales eran colonos permanentes en dichos lugares. Los chupachos en el siglo XVI seguían disponiendo de varios de estos bienes ubicados a cierta distancia de sus núcleos poblacionales, tal y como se reflejaba en su tasa. En la visita de 1562 señalaban que todas las cosas que tributaban se encontraban en sus tierras, excepto la sal, la cera y la coca, que estaban a 6 y 7 días de distancia respectivamente, y para cuya extracción estaban dedicados un número determinado de indios.62 La extracción de la cera era tan complicada que preferirían dar plata en su lugar. Los chupachos indicaban que la recogida de cera y de coca era en un clima cálido, por lo que varios caían enfermos, motivo por el cual solicitaban la exoneración de estos productos junto con la miel, sugiriendo que fuesen sustituidos por animales de granja o papas.63 61. Murra señala como este sistema pone de relieve la complejidad de las estructuras económicas y habitacionales prehispánicas e incluso pre incas. Murra, 1972. Para economía prehispánica ver: Espinoza Soriano, 2009. 62. Diez para la sal. Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 29. 63. Ibíd.: 42- 93.
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Administrando las encomiendas (1541-1569)
239
Gráfico 11. Análisis del caso de los chupachos por John V. Murra 1972: 433.
Productos manufacturados y servicios La tasa también contenía múltiples objetos manufacturados hechos de cabuya, algodón o madera, tales como bateas, cabestros o sogas. Si bien algunos serían usados para el desarrollo de tareas al interior de la encomienda, como las bateas para los trabajos mineros, el resto habría sido utilizado por el encomendero junto con la ropa y algunos cultivos como el trigo para intercambio y/o venta en los nuevos circuitos económicos que se estaban gestando, proporcionando jugosos beneficios. Precisamente, la encomienda de Huánuco estaba situada en un enclave estratégico en medio de la ruta de la plata de Potosí y camino de Lima desde Quito, en la antigua ruta de importancia inca de Huánuco Pampa, lo que habría incentivado la producción y venta de ciertos productos. Rolando Mellafe señala como, ya desde la época incaica, esta área era un punto de confluencia de caminos, convirtiéndose en el siglo XVI en una importante zona de paso de corrientes comerciales andinas y de exportación de 239
«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
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productos agrarios. La zona estaba ubicada en uno de los dos caminos longitudinales que existían en Perú: el de la sierra, que conectaba Quito, Loja, la ciudad de los Chachapoyas, Huánuco, Cuzco Collao y el Alto Perú, siendo el otro el de los llanos, que conectaba Quito, Trujillo y Lima y los Valles del sur. El camino en que se encontraba Huánuco era, en palabras de Mellafe, “el eje transversal por donde Potosí extendía su extenso radio de absorción comercial agraria y manufacturera”, siendo Huánuco una pieza fundamental.64 De este modo, los encomenderos intentaban sacar máximo provecho de esta ubicación estratégica a través de sus actividades comerciales.65 En el caso de Inés Muñoz, creemos que la temprana pérdida de esta encomienda seguramente impidió que pudiera beneficiarse del privilegiado enclave, para desarrollar un fuerte mercado a partir de los bienes procedentes de sus repartimientos de Huánuco. Finalmente, la tasa de los chupachos exigía servicios de los naturales en diversas tareas como el trabajo de la casa, la guarda de sembrados y ganados o incluso la construcción de la vivienda y molino del encomendero dentro del repartimiento. Respecto a esta cuestión debemos señalar que, aunque el servicio personal era componente habitual del tributo de los encomenderos, la Corona, a mediados del siglo XVI, prohibió el mismo.66 Sin embargo, en las primeras concesiones hechas por Pizarro se detallaba e incluía este servicio para “haciendas, y labranzas y minas y granjerías”.67 De este modo, los encomenderos usaban a los indígenas para construir sus casas, molinos, cuidar sus chacras y otras labores. Incluso el licenciado Vaca de Castro, en sus ordenanzas, acerca del trabajo minero contemplaba que una cuarta parte de los indígenas tributarios se distribuyesen en haciendas y minas en períodos de 4 meses.68 José de la Puente señala como la diferencia entre estas disposiciones y la posterior mita minera impuesta por Toledo estribaba en que el trabajo de los indios en las minas dependía de su decisión, con el fin de ayudar a completar el 64. Mellafe, op.cit.: 330. 65. La historiadora Ana María Presta, al analizar las encomiendas de Charcas, destaca como gran parte de los bienes extraídos y manufacturados en las encomiendas y haciendas cercanas al circuito de Potosí se mercantilizaban allí. Asimismo, los bienes de producción doméstica llegaban en calidad de tributo en especie de la encomienda, de manera que los encomenderos se beneficiaban de la producción inicial de plata y por este motivo tuvieron mayor oportunidad de participar en la producción, dominar la distribución y regular el consumo del naciente mercado interno (Presta, 2000a: 23). Sobre circuitos comerciales coloniales tempranos alrededor de Potosí ver: Bakewell, 1984, Salazar-Soler, 2009: 109-228 y Lane, 2019. 66. En el territorio peruano la tributación pudo darse en especies, metálico, sobre todo desde Toledo, y en trabajo o servicio personal. Assadourian, 1979. 67. Puente Brunke, 1991a: 179. Para servicio personal indígena ver: Zavala, 1978. 68. Puente Brunke, 1991a: 180.
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Administrando las encomiendas (1541-1569)
tributo. Sospechamos, al igual que este y otros autores como Silvio Zavala, que esta condición no se respetó, siendo prácticamente papel mojado. El 22 de febrero de 1549, el monarca ordenaba que se eliminasen de las tasas los servicios personales y que, asimismo, se revisasen las tasas excesivas. A pesar de la renuencia de los beneficiarios de encomiendas, la Audiencia decretó su suspensión, aunque permitió que esto se hiciera de manera lenta y gradual.69 En el caso de las encomiendas analizadas, como veremos a continuación, seguimos encontrando servicios personales aun después de 1549. 1.3.5. Negociando los tributos: la retasa de 1552
241
Si bien la tasa de los chupachos, al igual que las tasas de otros repartimientos, estaba supuestamente fijada en función de los recursos y tributarios disponibles, la realidad es que, a diferencia de la tributación inca, no contemplaba situaciones excepcionales como la particular condición de los mitimaes, la pérdida de cosechas debido a fenómenos naturales y/o guerras o el descenso de tributarios que, de manera alarmante, afectaba a casi todos los repartimientos. El desamparo de los indígenas frente a inesperados eventos meteorológicos se puede observar en el caso del repartimiento de Guañape, encomendado a Isabel de Escobar. En 1578, grandes riadas inundaron ciertas zonas de Trujillo, destruyendo los cultivos y los pueblos de indios, causando una hambruna. Los indígenas tuvieron que emprender un pleito contra los encomenderos de esta zona, solicitando la devolución de tributos de los dos últimos años, así como una condonación de los dos años siguientes, ya que las condiciones de los campos hacían imposible la obtención de lo tasado.70 Además, tampoco se tenían en cuenta circunstancias tales como la necesidad de los tributarios de encargarse de sus propias tierras o que los mitimaes no realizaban trabajos textiles. Estos factores habrían provocado un gran desamparo y miseria de los naturales, así como un consecuente pronunciado descenso demográfico.71 Los excesivos tributos, sobre todo las exigencias de metales y textiles y de algunos cultivos como la coca, ocasionaron una angustiosa situación entre los indígenas encomendados, los cuales se vieron muchas veces incapacitados 69. Ibíd. El autor indica que uno de los métodos de los encomenderos para burlar dicha prohibición era el pago de salarios ridículos para encubrir un servicio personal como trabajo pagado. 70. Vallejos, 2001: 72. 71. Rostworowski, 2005a: 307. Cook, 2010. Mellafe, op.cit.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
para cumplir con lo establecido. Frente a esta situación, podían pedir retasaciones más acordes con su capacidad, dados los recursos y tributarios disponibles. Recordemos como ya en 1549, al momento de la Visita ordenada por Pedro de la Gasca, los chupachos habían solicitado una reducción de los productos que entregaban a su encomendero. Parece que su principal problema era su tasa textil, ya que el curaca Paucar Guamán señalaba que hasta ese momento habían dado “cien piezas de ropa de algodón que son cada mes doscientas piezas”, pero indicaba que “de aquí en adelante darán ochenta piezas cada quince días, porque cien no las pueden dar”.72 No debió ser, no obstante, suficiente la rebaja señalada en la tasa de 1549, ya que poco después, en 1551, dos de los curacas principales, Paucar Guamán y Diego Xagua, solicitaban una retasa. Su petición obtuvo un resultado favorable por parte de la Real Audiencia de la Ciudad de los Reyes y el 8 de agosto de 1552, el escribano Pedro de Avendaño entregaba una nueva tasa a Diego Xagua en la que se moderaban las cantidades a entregar (tabla 6). 242
Tabla 6. Retasa ordenada para los chupachos el 6 de agosto de 1552.* 1. Para el encomendero.73 Producto/ Servicio Ropa de Algodón
Cantidad anual 1.000
Colchones
3
Toldos
3
Tablas de manteles
6
Pañizuelos
60
Ovillos de algodón
45
Observaciones Mitad de hombre mitad de mujer. Manta y camiseta añaco y liquilla
Medianos.
De a libra.
Coca
70 cestos
Maíz
1000 fanegas
Trigo
200
cantidad cada mita
72. Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 309. 73. La periodicidad de entrega de todos los productos era semestral y debía hacerse en casa del encomendero.
242
Administrando las encomiendas (1541-1569)
Producto/ Servicio Papas
Cantidad anual
Observaciones
100
Frijoles
12 fanegas
Gallinas
700
La mitad hembras
Ovejas
50
Cada pascua 1 oveja y 1 cordero adicional
Cerdos
50
1.5 años en adelante
30
Fuera de cuaresma 30 y cada semana de cuaresma 200
Fruta Huevos Pescado
243
Miel
100 cantarillos
Cera
2 arrobas
Sal
2 fanegas
Del tamaño acostumbrado
Palos de sauce aliso
20
Sillas
4
Mesa
1
Mesa liviana
Platos y escudillas
50
25 de cada uno
Batea pequeña
20
Batea grande
2
Tabla madera
36
Alpargatas
De 20 o 25 pies de largo
450 pares
Costales
90
Manta para caballo
12
Mandiles para caballos
12
Cinchas con látigos para caballos
75
Jáquimas con cabestros
75
243
«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
Producto/ Servicio
Cantidad anual
Observaciones
Sogas de cabuya
90
Para atar petacas y carneros. 5 brazas
Alpargatas de algodón
75
Indios guarda de ganado
8 Sembrar y recoger 6 fanegas de trigo y 4 de maíz en tierras del encomendero
Indios para la siembra *
Elaboración en base a la retasa de los indios chupachos de 1552. ANP. Derecho indígena y encomiendas. Legajo 1, cuaderno 4. En Ortiz de Zuñiga, op.cit., 1: 313-316.
2. Para el clérigo o religioso encargado de la doctrina.* Producto
244
Cantidad anual
Periodicidad
Maíz
2.5 fanegas
Mensual
Trigo
1.5 fanegas
Mensual
Cerdos
3
Papas
1 carga
1.5 años en adelante
Mensual Semanal
Gallinas
10
Mitad hembras
Semanal
Huevos
12
Cada día de pescado
Diaria
Pescado Alpargatas de lana Chicha Azumbres *
Especificaciones
Días de pescado 3 pares
Mensual
1 cántaro
Diario
2
Diario
Elaboración propia en base a la retasa de los indios chupachos de 1552. En la retasa realizada en 1552, a diferencia de las tasas anteriores, se especificaba lo que se había de entregar al clérigo o religioso encargado de adoctrinarlos ya que los indígenas, además del tributo encomendero, debían cubrir las necesidades del clérigo asignado para su instrucción.
En el siguiente cuadro consignamos los datos de lo declarado que se entregaba antes de 1549; lo que solicitaban entregar tras la visita de 1549; lo establecido por la tasa de La Gasca; y lo señalado posteriormente por la retasa (tabla 7). 244
Administrando las encomiendas (1541-1569)
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Al hacer una comparativa, observamos como una de las reducciones más drásticas del tributo es la referida al rubro textil. La retasa de 1552 rebajaba a 1.000 piezas mensuales las 1.800 fijadas en 1549, cantidad que, asimismo, ya había sufrido una reducción respecto a las 2.400 piezas que los chupachos declaraban que daban antes de la tasa. Recordemos como la carga textil, junto con la metálica, era la más pesada para los indígenas.74 A diferencia de los tiempos del Inca, en que este proporcionaba lana a los chupachos para hacer la ropa de cumbi, ahora ellos debían obtener por su cuenta este producto. Los chupachos señalaban que a veces les faltaba algodón y debían enviarlo a “rescatar” a tres o cuatro días de camino. Incluso en ocasiones, ante la falta de la ropa comprometida en la tasa, debían comprarla en las tiendas de la ciudad. Respecto al resto de la tasa, encontramos una leve disminución en productos puntuales como la miel, que pasa de 168 cántaros a 100, o las ovejas, cuyo número disminuye de 53 a 50, indicándose además que podían ser sustituidas por carneros en caso de que no hubiese ovejas. Por último, vemos una ligera disminución del número de hombres dedicados a servicios al encomendero, lo que podría deberse tanto al descenso demográfico como a las nuevas disposiciones sobre el mismo. Tabla 7. Comparativo de los tributos entregados por los chupachos antes de la tasa de 1549, solicitados a entregar desde 1549, fijados por la tasa de La Gasca en 1549 y por la retasa de 1552.* Producto/Servicio
Oro y plata75
Tributo anual dado en 1549
Tributo anual Tributo anual que Retasa del tributo Tasa de Pedro de piden dar en anual La Gasca 1549 1552 1549
No se incluye
No se incluye
No se incluye
No se incluye
Coca
180 cestos
160 cestos
14076
14077
Maíz
1042 fanegas
752 fanegas
1000 fanegas
1000 fanegas
74. Rostworowski pone el ejemplo de Acari, donde el gran número de prendas solicitadas fue causa de marcado absentismo de los varones, ya que al abandonar sus comunidades se libraban de la tasa textil y de los servicios directos al encomendero (Rostworowski, 2005c: 258). Asimismo, anteriormente vimos como al serles consultados si preferían entregar el tributo o ir a las minas, los chupachos expresaban su preferencia por lo primero. 75. En la tasa se señala que “Tiene en sus tierras minas de oro pobres”. 76. Setenta cestos en cada mita de la cosecha de la coca. 77. Ibíd.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
Producto/Servicio
Tributo anual dado en 1549
Tributo anual Tributo anual que Retasa del tributo Tasa de Pedro de piden dar en anual La Gasca 1549 1552 1549
Papas
520 fanegas
310 fanegas
100 fanegas
100 fanegas
Trigo
No incluido
No incluido
200 fanegas
200 fanegas
290
240
168
100
12 fanegas
12 fanegas
Cantaros de miel Ají
Sin cantidad
Frijoles
246
Sal-Panes/arrobas
360 panecillos
360 panecillos
12 fanegas
2 fanegas
Panes de cera
1200 panecillos
960 panecillos
300 panecillos
2 arroba de cera
Frutas
Sin cantidad
Sin cantidad
Huevos
30
3079
Pescado
Sin cantidad
Sin cantidad
78
Gallinas
3650
2190
700
700
Ovejas
52
52
53
5080
Cerdos81
50
50
Corderos
3 100
Vestidos de cumbi82
1800
1000
Pañizuelo algodón
60
60
Colchón de algodón
3
3
Toldo mediano algodón
3
3
Cojines de algodón
4
Ropa de Algodón83
2400
1920
Alpargatas de algodón Tablas de manteles
78. 79. 80. 81. 82. 83.
75 pares
75 pares
6
6
Diarios los viernes y días de pescado fuera de cuaresma. Cuaresma doscientos por semana. Ibíd. Se pueden sustituir por carneros, o pagar tres pesos por cabeza, y en cada pascua uno adicional. O por cada tres puercos dos ovejas. Lana a cargo del encomendero. Manta, camiseta, añaco y liquilla.
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Administrando las encomiendas (1541-1569)
Producto/Servicio
Tributo anual dado en 1549
Tributo anual Tributo anual que Retasa del tributo Tasa de Pedro de piden dar en anual La Gasca 1549 1552 1549
Ovillos de algodón Alpargatas de cabuya Costales de Cabuya
45 960 pares
720 pares
450 pares
450 pares
480
480
90
90
Alfombra
1
Reposteros
2
Platos y escudillas
247
50
Maderos sauce aliso
20
20
Sillas de caderas
4
4
Mesa mediana
1
1
Bateas pequeñas
20
20
Bateas grandes
2
2
Magueyes
50
Tablas de madera
36
Halcones
4
Mantas para caballos
12
12
Mandil para caballos
12
12
Cinchas con látigos para caballos
75
75
Jáquimas cabestros
75
75
Jáquimas sueltas
65
Sogas para lazos y sobrecargas
18
Sogas para atar petacas o carneros de cabuya
90
Carpinteros para las obras del encomendero
20
20
Cumbicos con sus mujeres para ropa lana
30
30
247
2
36
90
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Producto/Servicio
Tributo anual dado en 1549
Tributo anual Tributo anual que Retasa del tributo Tasa de Pedro de piden dar en anual La Gasca 1549 1552 1549
Tejeros y olleros
8
8
384
Mitimaes para el servicio de la casa
40
40
20
6 y 10 cuaresma
6 y 10 cuaresma
8
8
Pescadores Indios guarda cerdos Indios guarda de ganado y huertas
248
*
2685
Indios siembra y cosecha maíz y trigo
10
10
Indios siembra de coca
6087
6088
Indios para la siembra y recogida maíz y trigo
10
10
Yanaconas e indias de servicio
29
29
Indios para regar y guardar la sementera
10
10
886
16/6089
16
Elaboración propia en base a la información contenida en las diversas tasa y retasas de los indios chupachos hasta 1552.
1.3.6. La retasa de 1562: el conflicto continúa A pesar de lo consignado en la retasa de 1552, parece que esto no fue respetado por el encomendero, ya que casi una década después, en 1561, el principal Tomás Manta en nombre de Diego Xagua, cacique principal del repartimiento de los chupachos, solicitaba a la Audiencia obligar al encomendero a aceptar 84. Olleros. 85. Seis en Huánuco. 86. Solo para la guarda del ganado. 87. Treinta indios y treinta indias. 88. Treinta indios y treinta indias. 89. Dieciséis para el cuidado de las chácaras del encomendero de trigo y maíz, y sesenta cuando sea necesario sembrar y recoger. A los dieciséis el encomendero ha de proveer con tierras para que siembren sus comidas.
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Administrando las encomiendas (1541-1569)
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y cumplir la retasa y que, además, fuera castigado por no haberlo hecho. Finalmente, solicitaban una nueva visita y que se observase la retasa “hasta que una nueva fuera dada”.90 Frente a la denuncia, el encomendero Gómez Arias de Ávila respondía que la retasa se había hecho “sin su audiencia y sin visita del repartimiento conforme a lo señalado”, por lo que también solicitaba su suspensión y una retasa.91 El encomendero, además, alegaba que los indios eran muchos y que tenían mucha posibilidad de pagar sus tributos, por lo que pedía que lo siguieran haciendo como hasta entonces. En enero de 1562, el virrey conde de Nieva ordenaba una nueva visita. El encargado de llevarla a cabo era en esta ocasión Íñigo Ortiz de Zúñiga, quien el 24 de enero de 1562, tras prestar juramento en la iglesia de la Ciudad de León de Huánuco, comenzó su labor. El día 26 de enero, Ortiz de Zúñiga se reunía con los caciques principales y comenzaba la visita e interrogatorio en el que los chupachos declaraban que al presente sentían más trabajo en dar los tributos “por que antes eran muchos indios y ahora no eran tantos”, y además no disponían de gente ni tiempo suficiente para elaborar el tributo textil.92 Lamentablemente, no tenemos ni el parecer del visitador ni la decisión de la Audiencia basada en la visita, así como la nueva tasa proveída, en caso de que la hubiera.93 Por ese motivo no podemos saber si el tributo fue modificado y, en ese caso, de qué manera. 1.3.7. La encomienda de ichoc-huánuco: visitas, tasa y tributo En 1549, como parte de la Visita General de La Gasca, se encomendó al capitán Miguel de la Serna y a Juan de Espinoza, ambos vecinos de Huánuco, la visita al repartimiento de los ichoc-huánuco (mapas 1 y 9).94 Esta comenzó 90. AGN. Derecho indígena y encomiendas. Leg. 1, cuaderno 4. 91. Quizás la visita a la que alude Arias de Ávila sea aquella que se llevó a cabo por mandato del virrey Cañete y que se realizó por el licenciado Diego Álvarez, corregidor de la ciudad, en el año 1557. Visita perdida. 92. Ortiz de Zuñiga, op.cit., 1: 38. 93. Dichos documentos probablemente estaban incluidos en un legajo perdido que incluía parte de la visita a los chupachos (Ortiz de Zuñiga, op.cit., 1). 94. Debido a lo temprana de la concesión no existía ningún tipo de división entre los territorios encomendados: “Sin que en ellos haya división” (Espinoza Soriano, 1963: 59). Asimismo, señalar que al igual que sucedía con los chupachos, la titularidad del repartimiento estaba en disputa ya que, aunque había sido depositado por Pizarro en su hermano, Francisco Martín de Alcántara, hacía pocos meses que el licenciado Pedro de La Gasca se lo había encomendado a los conquistadores Antonio de Grado
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en el pueblo de Cotas, donde fueron recibidos por el curaca principal llamado Guanca. Como era habitual, la comitiva visitó todos los centros poblados, un total de treinta y seis, y se realizó un interrogatorio acerca de cuestiones como las características de la zona, los tributos o la existencia de minas, entre otros. A lo largo del recorrido se contabilizaron “cuatrocientos veintiséis indios tributarios, ciento sesenta y ocho casas pobladas de viejos y viudas”.95 Frente al bajo número de tributarios, los visitadores manifestaban su viva sospecha de que no habían contado a todos “porque la costumbre de los indios es esconderse”.96 Tras la visita, Miguel de la Serna y Juan de Espinoza concluían que la zona era “buena tierra para comidas de los naturales”, aunque no tanto para cultivos de España. Asimismo, comparaban su temple con el de las tierras de los vecinos indios chupachos. Sobre las autoridades étnicas, se indicaba que había dos principales correspondientes a cada parcialidad, Hanan y Urin. El de Urin, Bamba Guanca, poseía menos tributarios, ya que debido a su participación en el alzamiento contra los españoles había sido duramente castigado y su población reducida en las guerras. El otro, llamado Guanca Caxa, era más rico “porque salió de paz antes que el otro e no se le hizo tanto daño” y, además, este curaca residía cerca de las minas de oro de sus tierras. Respecto a los tributos, a diferencia de los chupachos, los ichoc-huánuco no daban datos concretos, señalando al ser preguntados acerca de las cosas que le daban al encomendero, “que [daban] las que solían servir al ynga que le daban algunas ovejas y venados para comer; e que cuando les piden maíz lo dan”.97 Asimismo, indicaban que tenían una chacra de algodón en el colindante territorio de los chupachos. Es de particular interés su respuesta en lo que se refiere a los metales, ya que los ichoc-huánuco mencionaban, entre otros servicios al encomendero, 200 indios en el río Choquibamba para sacar oro. Según los curacas, antes de la llegada de los españoles ya realizaban este tributo minero al Inca, declarando que daban oro de sus tierras y sacaban plata de las minas de Guari, para lo que tenían mitimaes, pero que muchos de ellos se habían quedado allí y ya no les servían. Los visitadores corroboraban su experiencia con el trabajo en las minas y los describían como “buena gente de mita y recia y de y Juan de Argama en recompensa a sus actuaciones contra Gonzalo Pizarro y en la pacificación de la región de Huánuco. 95. Ibíd. 96. Ibíd. 97. Ibíd.
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buen juicio”, indicando que eran “los mejores mineros de las minas de oro de la provincia de Guánuco e desde la edad de seis años acostumbran a labrar oro y asimismo indias y viejos y no reciben tanta pesadumbre en ellos como otros porque lo saben bien hacer”.98 Sin embargo, a pesar de su experiencia sacando oro, al ser preguntados acerca de su preferencia en dar tributo de metal o textil, los curacas se inclinaban por los segundo, señalando que “a veces el oro no se halla y aunque no saben hilar delgado aprenderán”.99 De nuevo aparece reflejada la dificultad de los naturales con el cumplimiento de la tasa en metal y textil, ya que a pesar de que los ichoc-huánuco señalaban su preferencia en hacer ropa, por otro lado indicaban que estaban concertados con el encomendero de entregar doscientas piezas de algodón cada mes, pero que no sabían si lo podrían cumplir. Por último, los curacas indicaban que servían al encomendero con carpinteros, alpargateros, cumbicos y en la guarda del ganado que el encomendero tenía en la ciudad, compuesto por puercos, vacas y ovejas. Al igual que los chupachos, los ichoc-huánuco declaraban que “en esto no ponían tasa por que hasta aquí sus encomenderos no les habían molestado en esto ni en otra cosa sino con lo que ellos buenamente les dan a su contento”. Por este motivo es difícil calcular el valor del tributo proveniente de esta encomienda, aunque Waldemar Espinoza señala que, en 1548, estaba alrededor de 800 pesos. 2. Encomiendas de la Jurisdicción de Lima 2.1. La encomienda del valle de Jauja Cómo vimos anteriormente, cuando en agosto de 1534, Francisco Pizarro realizó uno de los primeros repartos de depósitos del territorio peruano uno de los beneficiados fue su hermano materno, Francisco Martín de Alcántara, quien recibió en encomienda a los indios ananhuancas de Jauja.100 Este repartimiento se encontraba situado en el fértil valle de Mantaro, en la actual región de Junín, en la sierra central del Perú. Dicho valle ocupaba las actuales provincias de Jauja, Concepción, Huancayo y Chupaca (mapa 10).
98. Espinoza Soriano, 1975. 99. Ibíd. 100. AGI, Justicia, 448, N.2. f. 98. r.
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A pesar de estar rodeado por dos cordilleras andinas, el valle de Mantaro es de clima templado y excepcional fertilidad.101 Varios autores han coincidido al destacar las benignas condiciones climáticas y la gran productividad de sus tierras, gracias en parte a la presencia del río Mantaro, lo que lo convierte en un territorio óptimo tanto para cultivos como para ganados. Ya el cronista Francisco de Jerez señalaba como “el pueblo de Xauxa es grande y está en un valle hermoso y es tierra templada, pasa un rio poderoso por la una parte del pueblo”.102 Por su parte, en 1534 el cronista Miguel Estete coincidía al indicar que este valle era hermoso, de tierra templada y “abundoso de bastimentos y ganados”.103 Décadas más tarde, a comienzos del siglo XVII, el cronista Antonio Vásquez de Espinoza manifestaba la misma opinión señalando que era “muy abundante de maíz e trigo” y que “esta provincia y valle de Xauxa es muy fértil y abundante de mucho regalo y varata”.104 Otro cronista, Pedro Sancho, también describía esta región como un “lugar deleitable”.105 El historiador José Carlos de la Puente Luna, quien ha realizado un excelente y detallado estudio sobre las élites andinas en este valle, señala cómo desde los pueblos de Jauja se abastecía a los centros mineros colindantes y a la capital, la Ciudad de los Reyes, con semillas, frutas y unas 40.000 cabezas de ganado de Castilla y 2.000 de ganado porcino.106 Deseamos destacar la temprana presencia y particular abundancia de ganado porcino en esta región, sin duda introducido por los primeros pobladores castellanos establecidos en la primera capital del virreinato peruano y zonas aledañas. Al respecto, el cronista Vásquez de Espinoza indica que en la provincia de Jauja –y particularmente en el valle del Mantaro– se hacían los mejores tocinos y jamones del reino. Sin duda estas características, así como su conveniente ubicación relativamente cercana al océano Pacífico, influyeron en la decisión de fundar aquí el primer asentamiento español de la sierra central, destinado a ser la primera capital del virreinato, aunque esta luego fue trasladada a la costa. 101. Diversos aspectos del valle de Jauja han sido objeto de atención por parte de varios autores como José Carlos de la Puente Luna, (Puente Luna, op.cit.) Alberto Espinoza (Espinoza Bravo, 1964), Carlos Hurtado Amés (Hurtado, op.cit.), Waldemar Espinoza (Espinoza Soriano, 1971, 1975, 2001 y 1963), José Peñaloza (Peñaloza, 1995) y Aquilino Castro (Castro, 1992), entre otros. 102. Xerez, 1547. 103. Espinoza Bravo, op.cit.: 60. 104. Vázquez de Espinosa, op.cit., cap. 36: 1338. 105. Urani, 2007: 93. 106. Ibíd.
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En el siglo XVI, el territorio ocupado por la provincia de Jauja se correspondía con la demarcación de tres parcialidades utilizada por los Incas: Ananhuanca, Lurinhuanca y Atunjauja. Dicho territorio había detentado una particular importancia a nivel político y además llegó a tener un alto nivel de población. Cieza de León y Garcilaso de la Vega indican que al llegar los españoles tenía unas 30.000 unidades domésticas.107 Este alto índice poblacional se mantuvo durante los primeros años de ocupación española. Algunos autores afirman que en la plaza de Jauja llegaron a concurrir 100.000 personas en los días de intercambio de productos.108 A pesar de la posible exageración de estas cifras, es significativo lo percibido por los españoles, así como su importancia como lugar de intercambio de productos a nivel regional. La configuración geopolítica de la provincia de Jauja apenas sufrió alteraciones desde 1533 a 1572, manteniéndose la división de las citadas parcialidades de Atunjauja, Urinhuanca y Ananhuanca que dio lugar a tres repartimientos del mismo nombre.109 En 1565, en un intento de realizar una organización administrativa y territorial, se estableció de manera oficial el corregimiento de Jauja, basándose en los “límites” territoriales correspondientes a la provincia inca de los Guancas.110 El capitán Juan Pérez de Larrinaga, primer corregidor de Jauja, fundó tres pueblos en su demarcación provincial: Santa Fe de Atunjauja, San Jerónimo de Tunan y Santiago de León de Chongos, cada cual con su cabildo. El último, Santiago de León de Chongos, fue convertido en la cabecera de Ananhuanca. En 1572, la demarcación sufrió una gran variación a partir del proceso de Reducciones de 107. Cieza de León, op.cit. De La Vega, op.cit. 108. Cook, 2010. 109. Waldemar Espinoza señala que, tras la fundación de la Ciudad de los Reyes, la parcialidad Ananhuanca pasó a integrar los términos territoriales de la jurisdicción de Lima. No obstante, tras la fundación de Huamanga, el 29 de enero de 1539, el territorio Ananhuanca habría pasado a integrar la jurisdicción de Huamanga junto con Atunjauja. El objetivo habría sido que los encomenderos de dichas parcialidades tuvieran que residir en Huamanga o, en todo caso, nombrar a alguien para cumplir con obligaciones como la defensa del territorio, algo muy necesario ya que los incas de Vilcabamba amenazaban con la toma de Lima y, de este modo, Huamanga cumpliría una función de fortaleza destinada a cortar el paso a los posibles agresores. Esto justificaría que los encomenderos de los ananhuancas estuviesen unas veces avecindados en Lima y otras en Huamanga (Espinoza Soriano, 1963: 30). Mientras que Espinoza sostiene que Ananhuanca pertenece a Huamanga hasta la fundación del corregimiento, otros investigadores como José de la Puente Brunke o José Carlos de la Puente Luna la inscriben en la jurisdicción de Lima a lo largo de todo el siglo XVI. (Puente Luna, op.cit.), (Puente Brunke, 1991a). En la visita realizada por Pedro de La Gasca en 1549 publicada por María Rostworowski, la encomienda de ananhuanca se incluye en la jurisdicción de Huamanga (Rostworowski, 2005c). 110. Para ampliar la información acerca del corregimiento de Jauja ver: Puente Luna, op.cit. y Peñaloza, op.cit.
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Toledo. Incluso de 1572 a 1582 la cabecera de Ananhuanca cambió al pueblo de Santo Domingo de Chipaya, aunque en 1582 se trasladó al pueblo de San Juan Bautista de Chupaca.111 2.2. Tasa y tributo de los ananhuanca
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La primera encomienda que recibió Francisco Martín de Alcántara fue la de Ananhuanca o Hanan-Huanca, situada en el fértil valle de Mantaro en la jurisdicción de Lima y que, como acabamos de señalar, se correspondía aproximadamente con una de las tres parcialidades de los tiempos incaicos existentes en Jauja (mapas 2 y 10). En 1534, Pizarro depositaba a Francisco Martín de Alcántara “el cacique Alaya con sus indios y principales sus subjetos, forasteros y naturales” sin detallar el número de tributarios.112 Sin embargo, poco después, este mismo repartimiento fue depositado en el conquistador Hernando Gómez. El 23 de abril de 1541, Francisco Pizarro, atento a los argumentos y méritos de su hermano, y probablemente condicionado por sus lazos familiares, le devolvió la encomienda de los Ananhuanca, merced que disfrutó hasta su asesinato el 26 de junio de 1541, sucediéndole entonces su viuda, Inés. La parcialidad de Ananhuanca estaba compuesta por varias guarangas entre las que se encontraban la de Huancayo, Maca, Guarauni y Chongos. La primera visita a esta área se habría realizado en 1533 por encargo de Francisco Pizarro con objeto de ampliar su conocimiento acerca del número de naturales en dicha área, así como su composición territorial.113 La segunda visita de los repartimientos del valle de Jauja se produjo en 1540, esta vez por orden de Pizarro y el obispo Fray Vicente de Valverde con el objetivo de fijar la tasa tributaria. Desafortunadamente, la documentación relativa a ambas visitas se encuentra desaparecida, por lo que no disponemos de mayores datos acerca de las mismas. 111. Espinoza Soriano, 1963: 31-32. Acerca de la demarcación territorial de los Hanan-Huanca y la historia de Huanca Alta, Valle del Mantaro ver: Castro, 1992. 112. AGI, Justicia, 448, N.2. Encomienda que hizo Francisco Pizarro del cacique Alaya en Francisco Martín de Alcántara. Tanto Pizarro como Francisco Martín y doña Inés debían conocer parte del territorio de su encomienda, ya que habían residido en este lugar durante varios meses cuando Jauja era la capital. Anexo III. 113. Espinoza destaca la escasez de fuentes sobre Jauja en los primeros momentos del virreinato (Espinoza Soriano, 1963: 31-32).
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Mapa 2. Encomiendas de Francisco Martín de Alcántara en la jurisdicción de Lima.
Hay autores que señalan que el número de unidades domésticas en la encomienda de los Ananhuancas durante la década de 1530 era de 9.000,114 aunque nosotros consideramos que esta cifra sería excesiva, ya que en la visita realizada por La Gasca en 1549 se contabilizaban únicamente 847 tributarios.115 Por su parte, Inés Muñoz, en el marco de un pleito acaecido en 1543, señalaba que los tributarios ascendían a 600: “[…] El marques le encomendo tres mil yndios visitados y porque no avia sitio donde se los poder dar juntos se los señalo en tres partes, en Xauxa asta seysçientos, y en los llanos terminos 114. José de la Puente Brunke señala que en 1534 habría 9.000 tributarios, pasando a 2.500 en 1575. Asimismo, el autor, identifica de manera errónea a Atun Jauja como una de las encomiendas de Martín de Alcántara e Inés Muñoz (Puente Brunke, 1991a: 436-439). También José de la Puente Luna señala esta cifra obtenida a partir del informe del corregidor Vega de 1582, quien se referiría al período anterior a la conquista. Los ananhuancas eran un hunu conformado por 9 guarangas de mil unidades cada una, y estaban en relación proporcional con los otros dos repartimientos (6.000 y 12.000 tributarios): 2/9, 3/9 y 4/9 (Puente Luna, op.cit.). 115. Rostworowski, 2005c: 262. Sien embargo, en 1549 otra fuente cifraba en 1.700 los tributarios (Loredo, 1958: 222 y 223).
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desta çibdad otros doçientos en dos partes y los demas a cunplimiento de los tres mil en la provinçia de Guanuco”.116 Sin embargo, tampoco consideramos que esta cifra correspondiese con la realidad a tenor de los datos proporcionados por las fuentes señaladas. Durante la visita realizada por Pedro la Gasca alrededor de 1549, se fijaba la tasa del repartimiento de doña Inés, ya casada en segundas nupcias con don Antonio de Ribera (tabla 8).117 Tabla 8. Tasa del repartimiento de doña Inés y don Antonio en el valle de Jauja.* 1. Para el encomendero.118 Producto
256
Cantidad anual tributo
Observaciones
Modo de entrega
Oro y plata
2800 pesos
Mitad oro mitad plata 450 a maravedís
Casa encomendero
Coca
600 cestos
Tamaño acostumbrado en su mita
400 en Huamanga y 200 tambos pueblos que elija encomendero
Vestido cumbi
50
25 hombre y 25 mujer
Casa encomendero
Vestidos lana de hombre
55
25 piezas cumbi.
Casa encomendero
Vestidos de mujer
55
25 piezas cumbi.
Casa encomendero
Alfombra
1
Dos varas de ancho y tres de largo
Casa encomendero
Lana Cojines
6 arrobas
Casa encomendero
6
Casa encomendero
Maíz
1500 fanegas
Tambos o pueblos que elija el encomendero
Papas
100 fanegas
Tambos o pueblos que elija el encomendero
116. AGI, Patronato, 192, N.1, R.32. 117. Cuando La Gasca hace el reparto de encomiendas tras su triunfo sobre Gonzalo Pizarro confirma a don Antonio y doña Inés como encomenderos de Jauja, Carabayllo y Manchay. 118. La periodicidad de entrega de los productos era semestral, a excepción de las ovejas y los cerdos la cual era cada 4 meses.
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Producto
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Cantidad anual tributo
Observaciones
Modo de entrega
Ovejas
180 ovejas
Adicional pascua una oveja y dos corderos
Cerdos
51
De dos años aprox. Si no hay por cada tres cerdos dos ovejas
Casa encomendero
Gallinas
480
La mitad hembras
Tambos o pueblos que elija el encomendero
Huevos
40
Diarios los viernes de cuaresma y días pescado
Tambos o pueblos que elija el encomendero
Para velas
En la ciudad
Sebo
12 arrobas
Sal
60 arrobas
Tambos o pueblos que elija el encomendero
Alpargatas de cabuya
260 pares
Casa encomendero
Alpargatas de lana
100 pares
Casa encomendero
Ojotas
200 pares
Casa encomendero
Jáquimas anchas cabestros
60
Casa encomendero
Cinchas
60
Casa encomendero
Sogas para sobrecargas
24
Casa encomendero
Cuerdas atar carneros
400
Casa encomendero
Petacas
Casa encomendero
Sillas
6
Casa encomendero
Mesas
2
Casa encomendero
Bateas
8
En el tambo del valle
Costales caballos mulas
24
Casa encomendero
Mantas caballos mulas
12
Casa encomendero
Indios guarda de ganado
15
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2. Para el clérigo o religioso que los doctrinare. Producto Maíz
60 fanegas
Periodicidad Anual
1
Mensual
Cerdos
1
Mensual
3 cargas
Anual
Gallinas
4
Mitad hembras
Semanal
Huevos
6
viernes días pescado 15
Diaria
Alpargata de lana
258
Detalles
Ovejas
Sal
*
Cantidad a tributar
2 pares
Mensual
Elaboración en base a la Tasa de Pedro de La Gasca de 1549 (Rostworowski, 2005c).
En la tributación de los ananhuancas –o hanan-huancas–, podemos observar que, a diferencia de la tasa de Huánuco, en esta ocasión sí se consigna un tributo en metálico de 2.800 pesos. Respecto a los textiles, solo se solicitaban 110 prendas, en comparación con las 1.000 de Huánuco. Esto se debería principalmente al menor número de tributarios de este repartimiento, así como a la existencia de una tasa en metálico. Lo que sí podemos destacar es la presencia de un alto número de cestos de coca (600), así como el protagonismo del maíz (1.500 fanegas), no solicitándose trigo. Al igual que en Huánuco, encontramos animales de origen europeo como los cerdos y las gallinas. Finalmente, se mencionan varios productos manufacturados que, o bien pudieron ser utilizados para las labores de la propia encomienda y otros negocios, o bien para su venta. Entre 1570 y 1575, por encargo del Virrey Francisco de Toledo y como parte de su Visita General, se produjo una cuarta visita a la encomienda de los ananhuanca. En esta ocasión, los encargados de realizarla fueron Jerónimo de Silva y Juan Martínez Rengifo.119 Se consignaron entonces “dos mil y quinientos yndios tributarios Ananguancas del valle de Xauxa”, que pagaban un tributo anual de 9.928 pesos ensayados, de los cuales se descontaban
119. No se ha conservado el original, sino una copia de 1584 procedente del Archivo Silva de Cajamarca (Espinoza Soriano, 1963). Waldemar Espinoza publica uno de sus capítulos referente a las guarangas de Huancayo, Maca y Guarauni.
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para costas 4.074 pesos, quedando un monto de 5.874 pesos restantes libres de costas para la encomendera.120 Debemos señalar que cuando se efectuó dicha visita, Toledo acababa de despojar de la encomienda a María de Chávez, sucesora de Antonio de Ribera “el Mozo”, por lo que los 5.874 pesos se destinaban a otros pagos, distribuyéndose de la siguiente manera: a Lorenzo Baca de Silva, 1.500 pesos; a la Universidad, 2.500 pesos; a doña María Manrique de la Vega, 1.322 pesos y 1 tomín, y a la consignación de las Lanzas, 541 pesos y 7 tomines. En 1590 se hacía una revisita de la encomienda ananhuanca por provisión del virrey conde del Villar. El visitador Martín de Mendoza contabilizaba 2.000 tributarios, los cuales pagaban 8.000 pesos de tributos anuales.121 2.3. Adoctrinamiento y cristianización de los ananhuanca 259
Una de las más importantes obligaciones del encomendero era el adoctrinamiento de los naturales que tenía encomendados, constituyendo, junto con la población de los nuevos territorios, uno de los principales objetivos de la empresa imperial. El encomendero era el encargado de velar por que recibieran una adecuada instrucción religiosa y entre sus obligaciones se encontraba la de suministrar alimentos a los encargados de dar la doctrina a los indígenas e incluso colaborar económicamente con la construcción de lugares de culto. En el caso de los repartimientos de la parcialidad de los Ananhuancas, algunos autores señalan que Francisco Martín de Alcántara habría contratado al dominico fray Vicente de Valverde, quien permaneció con ellos alrededor de un año. Durante este período habría estado dedicado al bautizo y a la destrucción de idolatrías. Varallanos afirma que Valverde había mandado construir una capilla en el lugar donde había estado la célebre huaca de Huancayoc. También el fraile se dedicó a la prédica, aunque sin muchos resultados debido a su desconocimiento del idioma. Según el testimonio de los Anahuancas, el encargado de su adoctrinamiento después de Valverde fue un 120. AGN. Derecho Indígena, 3.36. Cuenta de tributos de los indios Ananguancas de Jauja. 1593. Como podemos observar, la cifra de tributarios es sensiblemente superior a la registrada por la visita de La Gasca. Otros autores señalan que, para la década de 1570, se habría dado un fuerte descenso demográfico y cifran en tan solo 500 a los tributarios en ese período. Wachtel, 1976: 89 y Cook, 2010: 100. 121. Cook, 2010. Del monto total se descontaban para las costas 3.251 pesos, un tomín y seis granos ensayados. Asimismo, se rentaba para los situados 4.748 pesos, 6 tomines y 6 granos ensayados. AGN. Derecho Indígena, 3.36. Cuenta de tributos de los indios Ananguancas de Jauja. 1593. Retasa del marqués de Cañete de 1590 y conformada por la provisión del conde de Villar.
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sacerdote enviado por Fray Jerónimo de Loayza, quien solo permaneció unos cinco meses en el área.122 La orden dominica fue la primera en establecerse en el valle de Jauja. En 1548, el cronista Cieza de León daba noticia de los sacerdotes presentes en esta área, señalando que “los señores del valle se han vuelto cristianos y hay dos clérigos y un fraile que tienen cargo de los enseñar en las cosas de nuestra fe católica.”.123 En 1565 ya tenían un convento en Chongos, reforzándose la presencia de esta orden religiosa décadas más tarde, durante el período de gobierno del virrey Francisco de Toledo. El 5 de enero de 1571, tras los resultados de la Visita General, Toledo dispuso la erección de un templo destinado a los dominicos, el cual debería ser costeado por la Corona, el encomendero –en este caso don Antonio de Ribera “el Mozo”– y los naturales, quienes debían aportar la mano de obra, además de materiales como adobes o piedra.124 Asimismo, Toledo daba provisiones sobre la erección de un convento franciscano en Jauja y la apertura de una escuela en el repartimiento de los ananhuancas.125 En esta provisión, el virrey ordenaba al encomendero que contribuyese con los costos de un tercio de las obras “sin excusa ni dilación” y que sus encomendados ayudasen con su trabajo, debido a que la obra sería “para su bien y conversión”. La multa en caso de que el encomendero no observara las órdenes ascendía hasta 1.000 pesos de oro. Toledo proseguía señalando que a partir de la visita al repartimiento Ananhuanca había observado la necesidad de fundar una escuela en el monasterio, donde se enseñase a leer, escribir y hablar la lengua española a los indios. Esto, por su parte, haría posible que hubiese indios cantores y músicos en el monasterio que realizasen “con más autoridad y decencia los oficios divinos”. Por ese motivo, se ordenaba la ejecución de dicha escuela en la que debería haber dos maestros: uno que enseñase a cantar y tañer flautas y otros instrumentos; y otro que enseñase a leer y hablar en lengua española. A estos maestros se les debía proveer de alojamiento y un salario de 20 pesos de plata corriente. Asimismo, debían recibir vestido de abasca (con camiseta y manta) y 12 fanegas de maíz, todo lo cual se debía pagar de la comunidad del repartimiento de los ananhuanca. En dicho monasterio también se debía alimentar a los niños pobres y huérfanos de la comunidad. 122. 123. 124. 125.
Varallanos, op.cit. Cieza de León, 1984, cap. LCXXXIV: 201, 254-257. Espinoza Soriano, 1963: 34. Saravia, 1996: 69-72.
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Finalmente, Toledo ordenaba que del repartimiento se diesen al convento ocho indios cantores y tañedores, mientras que se formaba a indios en la escuela que llevarían a cabo estas labores. Estos debían estar exentos de todos los servicios personales y mitas para poder trabajar todos los sábados, domingos, fiestas y vísperas de fiestas solemnes. A pesar de lo señalado, don Antonio incumplió las ordenanzas, lo que conllevó el pago de una multa para la cámara del rey.126 Fueron varios los encomenderos y encomenderas que se vieron envueltos en procesos judiciales acusados de no respetar las obligaciones religiosas para con sus encomendados, lo que pone de relieve la falta de cumplimiento de las mismas. Así sucedió en el caso de las encomenderas de Chachapoyas Juana de Gallegos y doña Isabel Jaimes, o la de Trujillo, doña Graciana de Lezcano, encomendera de Cherrepe.127 Incluso, Ana Gutiérrez, esposa de Hernán Vela, encomendero de los indios Aullagas, tras el fallecimiento de este tuvo que enfrentar los costos derivados de la multa impuesta a su esposo debido a los malos tratos dados a los indígenas de su repartimiento.128 Para pagar la cuantiosa condena de 65.000 pesos, Hernán Vela tuvo que vender la villa de Siete Iglesias en Trabancos en Valladolid (España), siendo, como señalamos, su esposa Ana la encargada de satisfacer dicho pago.129 Sin embargo, encontramos otras encomenderas que, a pesar de los manifiestos malos tratos dados a sus encomendados, no recibieron ningún castigo, o este fue muy leve, y siguieron disponiendo de su encomienda, como fue el caso de Ginesa Guillén. Continuando con los ananhuancas, en la década de 1580 en la ciudad de Chupaca, cabecera de Ananhuanca, residía un vicario dominico junto con seis frailes a su cargo. Uno de estos frailes habría sido el célebre cronista 126. Inés Muñoz señalaba que ella y su hijo habían sido condenados por el visitador Jerónimo de Silva al pago de 2.000 pesos de plata ensayada y marcada por los cargos con los indios de Jauja y por otros cargos resultantes de la visita de 1571. ADJ. Sin nomenclatura. Facilitado por el Mag. Victor Solier. 127. AGN. Derecho indígena y encomiendas. L. 14. C. 37. 128. AGI. Escribanía 497 A, B y C. El fiscal con Hernán Vela, encomendero de los indios aullagas, Ana Gutiérrez, su mujer, y los herederos de esta, sobre excesos en el repartimiento de tributos y malos tratamientos a los indios. 129. Ana Gutiérrez como heredera de Hernán Vela y en nombre de sus hijos Gonzalo e Isabel, apeló la sentencia, aunque sin éxito. Para enfrentar el pago de la condena la familia tuvo que vender sus propiedades, entre ellos la villa de siete Iglesias que fu pregonada para su pública subasta. Margarita Álvarez señala que el 14 de marzo de 1566, en la plaza mayor de Medina del Campo, se remató la villa de Siete Iglesias yendo sus juros y censos a manos del hijo del gobernador Cristóbal Vaca de Castro, don Antonio. Para una biografía de Hernán Vela, así como información sobre el pleito con los Aullagas y la villa de Siete Iglesias ver: Álvarez, 2002.
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Reginaldo de Lizárraga.130 En 1629, Antonio Vásquez de Espinoza señalaba que en “todos los pueblos del valle de Xauxa tienen muy suntuosas iglesias bien acabadas con buenas torres y campanas” y que había 7 repartimientos y en ellos 19 doctrinas correspondiendo 10 a Santo Domingo y 9 a San Francisco.131 2.4. Las encomiendas de Manchay y Carabayllo en la Ciudad de los Reyes
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Además de las encomiendas de Huánuco y del valle de Mantaro, Francisco Martín de Alcántara fue beneficiario de varias encomiendas a las afueras de la Ciudad de los Reyes: San Pedro de Carabayllo-Collique en el norte y Manchay en el valle de Pachacamac, al sur de la Ciudad de los Reyes (mapa 2 e imagen 13). La encomienda de Manchay, en el Valle de Pachacamac, le había sido concedida a Francisco Martín de Alcántara en la temprana fecha de 1535.132 Por otro lado, la encomienda de Carabayllo o Collique –llamada de esta manera por el grupo étnico de los collis que la componía– no le fue encomendada hasta 1540, fecha en que falleció su anterior beneficiario, Domingo de la Presa.133 El número de tributarios de ambas encomiendas era considerablemente menor que el de las de Jauja y Huánuco, ya que, según la propia doña Inés, sumando las encomiendas de Manchay y Collique apenas se llegaba a los 200 tributarios.134 Debemos considerar que, tal y como señalamos con anterioridad, el verdadero propósito de la concesión de dichas encomiendas era proporcionar la mano de obra necesaria para el mantenimiento de las huertas y realización de otras labores en la casa de los encomenderos debido a su cercanía con su casa principal.
130. El autor Aquilino Castro indica que dos frailes estaban a cargo de la doctrina de Santísima Trinidad de Huancayo, uno de Sicaya y Chongos y dos de los Andes. Asimismo, señala que en 1584, los dominicos encargados de la cristianización de los indios ananhuancas tenían bajo su jurisdicción las siguientes doctrinas: En el valle: San Juan Bautista de Chupaca (la cual era la cabecera), La Trinidad de Huancayo, Santo Domingo de Sicaya y Todos los Santos de Chongo. En la selva: Santo Domingo de Chongará, San Pedro de Paucarbamba y San Pedro de Vitoc (Tarma). (Castro, Aquilino, op.cit). 131. Vásquez de Espinosa, op.cit., cap. 36. 132. Anexo III. 133. Anexo III y Rostworowski, 1989: 38. 134. Patronato, 192, N.1, R.32. Ver Anexo V.
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Imagen 13. Encomiendas de Francisco Martín de Alcántara en el valle de Lima.
3. Tributarios, tributos e inversión A partir de los datos disponibles procedentes de todas las encomiendas de las que Inés Muñoz y sus esposos fueron beneficiarios, podemos comprobar como el alto número de tributarios de los que habrían dispuesto durante la década de 1530 y parte de 1540 les convertían en beneficiarios de algunos de los más prósperos repartimientos de la Audiencia de Lima. Como pudimos observar con anterioridad, durante los primeros años de conquista del territorio peruano se concedieron encomiendas de grandes dimensiones con un elevado número de tributarios, en gran medida debido al desconocimiento del territorio andino. Precisamente, las encomiendas dadas a Martín de Alcántara tenían una enorme extensión, así como un elevado número de tributarios. Francisco Martín e Inés formaban parte de un selecto grupo compuesto por los beneficiarios de mejores encomiendas, entre los que podríamos mencionar a Francisca Pizarro, Francisca de Guzmán, Gonzalo Pizarro, y Hernando Pizarro. Como podemos comprobar, muchas de 263
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estas grandes encomiendas estaban “en cabeza” de familiares y allegados de Francisco Pizarro. Respecto al número de tributarios de los repartimientos de Alcántara e Inés Muñoz, en una relación de las encomiendas que existían en el virreinato después del alzamiento de Gonzalo Pizarro publicada por Rafael Loredo, consta un listado de los encomendados que la pareja tenía para finales de esa década:
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[…] tiene don Antonio de Ribera en el dicho valle de Xauxa mil i setecientos indios por cédula que dellos tuvo del marques Francisco Martín su hermano; tiene más el dicho don Antonio de Ribera en Guánuco en los Chupacos que son 60 leguas de Lima, mil indios, están visitados por Juan de Vargas por cédula del marqués. Tiene más el dicho don Antonio el cacique Añasco en el dicho pueblo de Guánuco que serán otras 60 leguas de Lima, visitados por don Antonio de Garay, quatrocientos i quarenta indios por cédula del marqués Tiene más el dicho don Antonio en el valle de lima, dos leguas y media de Lima, cient indios por cédula del marqués. Tiene más el dicho don Antonio en Mancha cinco leguas de Lima cient indios por cédula del marqués, todos hubo de la mujer por muerte de Francisco de Alcántara su marido […].135
La suma de tributarios ofrecida por esta relación, hecha alrededor de 1548-1549, nos ofrece un total de 3.340 encomendados. Observamos en el caso de la encomienda de Huánuco un total 1.440 tributarios, cifra considerablemente inferior a la de la cédula de encomienda de Pizarro, en la que señalaban 3.000.136 A la vista de este dato, debemos tener en cuenta factores como posibles fallos e imprecisiones en la relación brindada, así como el vertiginoso descenso demográfico acaecido en las primeras décadas de la conquista. Del mismo modo, quizás los repartimientos retenidos por La Gasca ya no habrían sido incluidos en esta cuenta. Por los motivos expuestos, únicamente podemos brindar cifras aproximadas y principalmente referidas a los períodos de los que disponemos de mayor 135. Loredo, 1958: 222-223. 136. En 1541, al hacer la concesión de los indígenas de Huánuco, Pizarra señalaba que “vos encomiendo e pongo en vuestra cabeza número de tres mil indios” (AGI, Justicia, 397. Segunda pieza, f. 5.v-7v.). Sin embargo, en 1543, doña Inés al solicitar la devolución de los repartimientos de los que había sido despojada señalaba que “El marques, le encomendo tres mil yndios visitados y porque no avia sitio donde se los poder dar juntos se los señaló en tres partes: en Xauxa asta seysçientos y en los llanos terminos desta çibdad otros doçientos en dos partes y los demas a cunplimiento de los tres mil en la provinçia de Guanuco”. Esto arrojaría una cifra inferior de 2.200 tributarios. (Patronato, 192, N.1, R.32). Ver Anexo, III y V.
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información, como los años de las tasas y retasas y de la propia concesión de las encomiendas (tabla 9). Tabla 9. Tributarios de las encomiendas de Francisco Martín e Inés Muñoz de 1536 a 1575.
Ananhuancas Chupachos Ichoc-huánuco Manchay y Carabayllo Total tributarios
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1534-1539
1548-1549
1570-1575
2.500 tributarios aprox
1.700 tributarios137
2.500 tributarios138
3.000 tributarios139
Sin titularidad
Sin titularidad
–
Sin titularidad
Sin titularidad
200 tributarios
140
5.700 tributarios aprox.
141
200 tributarios
200 tributarios142
1.900 tributarios
2.700 tributarios
Respecto a los ingresos libres de costas, ya señalamos anteriormente que los repartimientos de las encomiendas de Alcántara y posteriormente de Inés Muñoz estaban entre los más ricos de la Audiencia. Recordemos como, para la década de 1570, José de la Puente Brunke señala que un repartimiento considerable brindaba unos 2.000 pesos y que únicamente 7 rendían más de 5.000 pesos. No obstante, al realizar una estimación de los tributos percibidos por doña Inés y sus familiares, debemos tener en consideración que el número de tributarios decrecería sustancialmente tras la perdida de las encomiendas de Huánuco en septiembre de 1548. Desde ese momento, únicamente habría contado con los tributarios de la jurisdicción de Lima, siendo, como podemos observar, los ananhuancas el grueso principal. Así habría sido hasta la cesión de las encomiendas de doña Inés a su hijo en 1569, y su posterior despojo en 1573, cuando el virrey Toledo denegó la sucesión a la viuda de “el Mozo”, doña María de Chávez, y depositó los repartimientos en la Corona (tabla 10). 137. La tasa de La Gasca publicada por María Rostworowski se mencionan “847 indios de visita” en el “repartimiento del valle de Xauxa encomienda en don Antonio de Ribera” (Rostworowski, 2005c: 263). 138. Puente Brunke, 1991a: 398. Puente Luna, op.cit.: 98. Otros autores nos ofrecen una cifra bastante inferior cercana a los 500. Cook, 2010: 100 y Wachtel, op.cit.: 89. 139. Incluyendo a los ichoc-huánuco. AGI, Justicia, 397. Cfr., Anexo III y V. 140. AGI, Patronato, 192, N.1, R.32. Cfr., Anexo III y V. 141. Loredo, 1958: 222-223. 142. Ibíd.
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Tabla 10. Tributos estimados de las encomiendas de Inés Muñoz en la Jurisdicción de Huánuco y Lima.* 1550
1570-1580
6.000 pesos
–
–
–
2.800 pesos más otros productos y servicios
4.964 pesos en 1575 (sin titularidad desde 1573)
Carabayllo- Collique
–
–
Manchay
–
111 pesos
Chupachos Ichoc-Huánuco Ananhuanca
*
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Elaboración a p artir de los datos proporcionados por José de la Puente (Puente Brunke, 1991a: 398-400), AGI, Justicia, 397, José Varallanos (Varallanos, op.cit), Rostworowski, 2005c: 263 y Teodoro Hampe (Hampe, 1986).
Para finalizar, a pesar de que no disponemos de datos precisos sobre el uso e inversión del tributo en las encomiendas de Inés Muñoz, datos provenientes del análisis de otras encomiendas de características similares pueden ayudarnos a forjarnos una idea acerca de esta cuestión. Efraín Trelles, en su obra acerca del encomendero de Arequipa Lucas Martínez de Vegazo, realiza un detallado análisis del uso del tributo en la encomienda a partir de las cuentas del mayordomo, quien se había encargado de la propiedad durante 15 años. Si bien el propio mayordomo señalaba que los gastos del tributo eran “indocumentables”, sobre todo los del consumo interno, afirmación con la que coincidía el propio encomendero en vida, los datos proporcionados no dejan de ser de gran valor y utilidad.143 A partir de las cuentas ofrecidas por el administrador podemos observar que la mayor parte de la ropa era utilizada para su venta, pudiendo alcanzar un 90% de la producción total. En el caso de Vegazo, la ropa se llevaba a Potosí y se vendía a 4 pesos la pieza, una cantidad considerable.144 Parte del resto de la ropa había sido destinada a vestir a yanaconas y a esclavos negros 143. Efraín Trelles analiza estos datos, conservados gracias a un pleito seguido por herederos y curacas contra la persona que tuvo a cargo la administración de las encomiendas. A través de esta información se puede observar, de manera bastante precisa, el cumplimiento y variación del tributo durante 15 años, y la manera en que se consumió la renta de la encomienda (Trelles, 1991: 192). 144. La ropa era uno de los productos más cotizados en el mercado estando la de cumbi en primer lugar, y la de algodón en cuarto, debajo de la coca y el ganado de la tierra. Ibíd.: 197, nota 19.
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del encomendero. También se destinaba a la venta gran parte de los cultivos, como el maíz y el trigo, siendo utilizada aproximadamente la mitad para exportación y la otra mitad para consumo interno en la encomienda, tanto para alimentar a los trabajadores y el propio encomendero como al ganado. En el caso de Arequipa, el trigo había sido comercializado a peso y medio por fanega. El dinero procedente gracias a la comercialización del tributo y lo extraído en las minas, habría supuesto un elevado ingreso a los beneficiarios de las encomiendas. En el caso de Inés Muñoz y su esposo, aunque no contamos con datos precisos sobre las cantidades destinadas al interior de la encomienda, o para su comercialización, ni de su costo, podemos usar a modo de baremo orientativo las cifras mencionadas de la encomienda de Vegazo, las cuales corresponden, además, a fechas muy similares.145 Parte del beneficio obtenido, así como de la mano de obra disponible en los repartimientos, fue empleado frecuentemente por los encomenderos en otras actividades económicas, como observaremos a continuación. 4. Obligaciones de las encomenderas La titularidad de un repartimiento conllevaba no solo unos beneficios económicos y sociales, sino también unas obligaciones que todos los encomenderos, sin importar ni su sexo ni su edad, debían cumplir. Como ha sido señalado con anterioridad, entre las cargas señaladas por la Corona estaba el adoctrinamiento de los indígenas encomendados y la defensa del territorio.146 Los encomenderos debían residir permanentemente en la jurisdicción donde estuviesen sus encomiendas con el objetivo de cumplir de manera más efectiva con dichas obligaciones. Si el beneficiario tenía repartimientos en dos jurisdicciones, debía elegir una para su residencia, preferiblemente la más grande, y poner un escudero en la otra.147
145. Desde 1550 hasta 1565. 146. Recopilación, lib. VI, tít. VIII, ley I. Dicha ley reúne la de Fernando V en Valladolid a 14 de agosto y 12 de noviembre de 1509 y Felipe II en Guadalupe a 1 de abril de 1580. Lib. VI, tít. VIII, ley LXIV, dada por Felipe II 1 de diciembre de 1573 y Carlos III y la reina 27 de febrero de 1575. Y lib. VI, tít. VIII, ley XV de 15 de enero de 1592. Lib. VI, tít., IX, ley IV, de 1552. Lib. VI, tít. IX, ley I, Carlos 10 de mayo de 1554. Carlos II. 147. Recopilación, lib. VI, tít. IX, ley V, 1590.
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A pesar de estas disposiciones, varios encomenderos hacían caso omiso y residían en otras localidades, como Jordana Mejía, beneficiaria de la encomienda de Cajamarca, una de las más grandes de Trujillo. En 1595, el vecino Francisco de Juara escribía al monarca quejándose de su ausencia y de la de otros encomenderos, “que con el favor que tiene de los visorreyes no hay poder la traer a su vecindad y so color de la dicha doña Jordana valerse de lo referido están otros ausentes que son más de 20 encomenderos y ansi no asisten en esta ciudad si no son cuatro o cinco”. Juara solicitaba a la Corona hacer cumplir con esta obligación, debido a los prejuicios que resultaban de su ausencia “porque en las ocasiones de piratas que en esta Mar del Sur han entrado no se hallan presentes a la defensa desta ciudad sino tan solamente los que se pueden traer de ocho o diez leguas desta ciudad”.148 Respecto a dicha obligación de defensa de la tierra, las mujeres y los menores de 25 años, eran considerados incapaces de cumplir con sus responsabilidades militares, por lo que necesitaban nombrar a un escudero que lo hiciese por ellos.149 Así, la encomendera de Reque Ana de Velasco eligió a su sobrino Juan de la Cueva Carvajal, hijo de Juan Daza Carvajal. También la encomendera Francisca Pizarro tuvo que cumplir con dicha obligación para lo que su tutor, don Antonio de Ribera, envió en su nombre un soldado a caballo para que se uniese a las tropas de La Gasca en Jauja. Son varios los autores que han relacionado la obligatoriedad del matrimonio de la encomendera con la defensa del territorio. Según estos, al quedar viuda debía casarse de nuevo para que el esposo asumiera las labores de defensa militar.150 Sin embargo, como acabamos de señalar, esta podía contratar a alguien para realizara esta carga y, además, únicamente existía obligatoriedad de matrimonio para las encomenderas solteras, mas no para las viudas.151 148. AGI. Lima, 111. Dato facilitado por la Dra. Rocío Delibes. Recordemos como esta encomendera tras su segundo matrimonio residía en la Ciudad de los Reyes, donde era una de las vecinas más prominentes. 149. Recopilación, lib. IV, tít. IX, ley VII. 1578. La ley estipulaba que “los tutores o curadores de encomenderos pupilos o menores de veinte y cinco años, mientras dure la tutela o la curaduría nombren escudero […]”. Quizás la mencionada ley tuvo origen en la petición del virrey Francisco de Toledo en 1572, donde solicitaba una disposición oficial que obligara que la mujer o menor que sucediera en una encomienda, en tanto que la mujer estuviera viuda y el hijo no tuviere edad para servir, designaran una persona que cumpliera sus obligaciones. El virrey señalaba que, aunque esto era lo que él practicaba, le parecía necesario expresarlo por título (1 de marzo de 1572. Levillier, 1924, 4: 212). Si el servicio de defensa no se realizaba, se podía retener la encomienda, aunque si estaba a nombre de la mujer sólo podía hacerse mientras durara el matrimonio, siendo la Corona obligada a otorgar a la encomendera una cantidad suficiente para su alimentación, proporcional “a la calidad de su persona”. 150. Presta indica que las mujeres que habían heredado una encomienda debían contraer matrimonio para cumplir con sus obligaciones militares y garantizar la vecindad (Presta, 2000b: 251). 151. Recopilación, lib. VI, tít. IX, ley XXXVI y lib. III, tít. XI, ley III.
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Finalmente, señalar que también se dieron casos en que las encomenderas participaron directamente de la defensa del territorio, como doña Paula Piraldo Herrera, encomendera de Paita, Colán y Catacaos, en Piura, quien en 1615 tuvo un papel fundamental en la defensa de Colán contra el ataque del corsario neerlandés Joris van Spilbergen.152 Ya observamos anteriormente como otra de las obligaciones más importantes de los encomenderos era el adoctrinamiento, cuidado y buen tratamiento de los encomendados. El beneficiario del repartimiento era el encargado de velar por que recibieran una adecuada instrucción religiosa y entre sus obligaciones se encontraba la de suministrar alimentos a los encargados de dar la doctrina a los indígenas e, incluso, colaborar económicamente con la construcción de lugares de culto. Como señalamos previamente, esta obligación era incumplida de manera sistemática por gran parte de los beneficiarios de repartimientos a pesar de que las autoridades realizaron con frecuencia juicios de residencia en un intento de controlar su cumplimiento, y varios beneficiarios de la Audiencia de Lima se vieron involucrados en estos procesos. Los encomenderos también tenían la obligación de controlar y mantener los tambos que pervivían del período inca y que, en el período colonial, subsistieron abastecidos por los diversos repartimientos. En 1543 Cristóbal Vaca de Castro, a través de unas ordenanzas delimitaba los caminos y tambos que debían ser utilizados, así como los encomenderos que debían hacerse cargo de su mantenimiento. El beneficiario del repartimiento era el responsable del trabajo de los indios y del abastecimiento del tambo.153 Dicha obligación era supervisada por los funcionarios coloniales con sede en la cabecera de la provincia y en caso de incumplimiento podía multarse al encomendero. En dicha ordenanza, vemos cómo Inés Muñoz, habría sido responsable del mantenimiento de un tambo cercano a su obraje de La Sapallanga154, y de otro en el
152. Puente Brunke, 1991a. 153. Cristóbal Vaca de Castro ordenaba que los encomenderos “pueblen y tengan poblados y bastesidos de comida para los caminantes que pasaren y que huvieren en la provincia de cada tambo, y que no sean obligados a dar carne a los yanaconas ni a los yndios ni yndias que los españoles llevaren consigo y que, assi mismo, tengan en los dichos tambos, agua, leña y yerba de yndios como de antes solían estar en dichos tambos, para llebar las cargas” En Ordenanzas de tambos de Cristóbal Vaca de Castro (Cusco, 1543). Ministerio de Cultura. Proyecto Qhapaq Ñan - Sede Nacional. 2018: 84. 154. “y desde allí́ han de ir al tambo que dizen Llacaxa Paraleanga [sic: Llacsa Pallanga] que es Yca, con los yndios de doña Ynés Muños, muger de Francisco [Martín] de Alcántara, en el qual han de servir los dichos indios” (Ibíd.: 66).
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camino de la Ciudad de los Reyes a Trujillo.155 Del mismo modo, encontramos a otras encomenderas como María de Escobar, responsable también del abastecimiento y cuidado de un par de tambos.156 Finalmente, la Corona también disponía que el beneficiario del repartimiento velara por el cuidado de su familia, teniendo la obligación de alimentar y mantener a su madre mientras fuera viuda y a sus hermanas siempre y cuando éstas no tuvieran otro modo de sustentarse. La manutención debía ser proporcional a las rentas del repartimiento y a la “calidad de sus personas”.157 Esta idea del encomendero o encomendera como protector de la familia era de nuevo recogida por la Corona en el año 1559, cuando, debatiéndose la conversión a perpetuidad de un cierto número de repartimientos, el emperador Carlos V hizo llegar unas indicaciones al virrey Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva, acerca del modo de sucesión y obligaciones de los encomenderos en el caso de que los repartimientos llegaran a otorgarse en perpetuidad. Si esto sucediera, la Corona establecía de manera similar a la legislación vigente que si por falta de varón sucedía una mujer que tenía hermanas, estaba obligada a darles dote proveniente de las rentas y frutos del repartimiento para que estas “se casaran, metieran monjas o vivieran recogidas conforme a la calidad de sus personas y la cantidad de frutos y rentas del feudo siempre que no tuvieran otro modo de sustentarse”.158 Asimismo, se disponía que si el encomendero al morir dejaba una viuda, el hijo o hija que sucedía estaba obligada a dejarle, mientras viviera, la cuarta parte de la renta para que ella se pudiera sustentar y vivir “casta y honestamente”, aunque solo mientras fuera viuda.159 Por último, la encomendera que sucedía en un repartimiento estaba obligada a pagar las deudas que pesaran sobre sí misma, así como las costas, en caso de pleito, sobre su legítima.160
155. “[…] se tiene de ir al tambo de don Domingo de la Presa, en el qual han de servir los yndios del dicho don Domingo, de que se sirve ahora doña Ynés [de Muñoz], muger que fue de Francisco [Martín de Alcántara] con los otros yndios que suelen servir en el dicho tambo”. Este tambo correspondería al sitio arqueológico de Tambo Inga, localizado en el distrito limeño de Puente Piedra (29 kilómetros al norte de la ciudad de Lima), en el valle bajo del río Chillón (Ibíd.: 76, nota 103). 156. “[…] Y desde Xauja han de ir al tambo de Chupayco, donde an de servir los yndios de María de Escobar y de Francisco de Herrera vezinos de Lima” (Ibíd.: 66). “Y desde allí́ han de ir al tambo de Pariacaca donde han de servir los yndios de la dicha María de Escobar y de Juan Fernandes, y también de Francisco Ampuero” (Ibíd.: 84). 157. Recopilación, lib. VI, tít. XI, ley IV, 4 de marzo de 1552 y 7 de Julio de 1550. 158. Carta del Rey Felipe II al virrey conde de Nieva en: Zabálburu y Rayón, 1896: 22. 159. Ibíd.: 23. 160. Ots Capdequi, 1920: 305, 366-367.
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5. Administración de la encomienda
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Al acceder a la merced de la encomienda, bien por concesión en primera vida, o bien por sucesión en segunda, las mujeres adquirieron las mismas responsabilidades que sus homólogos masculinos, lo cual también incluía el manejo del repartimiento.161 Respecto a las tareas de administración, las encomiendas eran normalmente manejadas a través de administradores conocidos como mayordomos, personas de confianza quienes llevaban los asuntos relacionados con la encomienda, principalmente la delicada cuestión del cobro del tributo. Dependiendo de la magnitud de la encomienda, un encomendero podía llegar a disponer de varios administradores o mayordomos.162 A pesar de que muchos percibían como pago un porcentaje del tributo correspondiente al encomendero, sin embargo, se fue imponiendo, de manera cada vez más frecuente, un salario fijo que podía llegar en el caso de grandes encomiendas a 2.000 pesos, aunque en las pequeñas rondaba los 200 o 300 pesos anuales. No obstante, indistintamente de su salario anual, el mayordomo podía llevar a cabo otras actividades económicas por su cuenta, incrementándose de esta manera, notoriamente, sus ingresos.163 La figura del administrador daba continuidad a la empresa de la encomienda al estar siempre presente, al contrario que los encomenderos, que debían ausentarse frecuentemente. Sin embargo, aunque estos administradores eran figuras de cierta importancia en la sociedad colonial, su empleo no era tan bien considerado ni deseado, ya que les obligaba a alejarse del modo de vida urbano, más hispanizado, al tener que residir cerca de los indígenas encomendados, particularmente los estancieros cuya principal función era controlar el ganado y tierras de cultivo, a pesar de las reticencias y disposiciones de la Corona en contra de esto.164 El manejo de las encomiendas de Inés Muñoz no fue una excepción y estuvo bajo la supervisión de varios administradores, particularmente en las encomiendas de mayor magnitud como las de Huánuco y Jauja. El 30 de marzo 161. En caso de que la encomendera estuviese casada, la tarea recaía sobre su cónyuge, al igual que las obligaciones de defensa, a pesar de que ella continuaba siendo legalmente la beneficiaria del repartimiento y a la muerte del esposo ella recobraba la titularidad. 162. Lockhart, 1968: 34-36. 163. En el caso de la encomienda de Cajamarca de Jordana Mejía, sabemos que uno de sus administradores cobraba un salario anual de 180 pesos de plata corriente, aunque parece que sus labores no habrían incluido la recepción de tributos, sino la organización de trabajos en la encomienda y la casa de la encomendera. 164. Ibíd.
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de 1543, estando en la Ciudad de Los Reyes, doña Inés Muñoz daba una carta de poder a Diego Ramírez y Nicolás de Ribera para que pudieran administrar en su nombre sus encomiendas de indios chupachos e ichoc-huánuco. El poder les autorizaba a recoger los tributos de los indígenas y enviárselos, así como tomar posesión y cargo de las minas, empleando indios como mineros con pagas razonables. Esta carta de poder también los habilitaba para cobrar cualquier tipo posible de deuda que se debiera. 165 Durante el pleito por la devolución de la encomienda de los chupachos concedida a Gómez Arias de Ávila, Alonso de Santana, alguacil mayor de la ciudad de León de Huánuco, declaraba que en el repartimiento vivía “Francisco de Barrionuevo “el Viejo”, y un tal, Pedrarias”, ambos con poder de doña Inés y don Antonio para administrar y cobrar en su nombre los tributos.166 Santana señalaba que los indios incluso habían hecho una casa para que vivieran en ella Barrionuevo y Pedrarias. Debemos señalar, no obstante de las declaraciones, que Barrionuevo estaba implicado en negocios relacionados con la minería al interior de la encomienda, además de ser él mismo encomendero en La Plata, motivo por el cual descartamos que ejerciera esta función de administrador o mayordomo y por la que consideramos que, en todo caso, el administrador habría sido este tal Pedrarias. Respecto a las encomiendas de la jurisdicción de Lima, uno de los encargados de su administración era Garci Pérez de Vargas, natural de Castilleja del Campo y familiar cercano de doña Inés, ya que, según él mismo declaraba, sus madres eran primas. Vargas era parte de la “casa poblada” de la encomendera e, incluso tras su fallecimiento, su hija Leonor ingresó con beca como religiosa de velo negro en el Monasterio que fundaría doña Inés.167 Desafortunadamente, como señalamos con anterioridad, por el momento no contamos con documentos acerca de la administración de los repartimientos que nos permitan conocer con mayor detalle cuestiones como el destino de los tributos, o el sueldo y obligaciones de los administradores y mayordomos, entre otros. 165. Tal y como declaraba doña Inés, daba poder “para que por mi e en mi nombre puedan tener en su administración todos mis bienes muebles e raíces, e indios e chácaras e sobre lo que yo he e tengo en dicha ciudad en la provincia de Guánuco” (AGI, Justicia 397. Pleito recogido también en la Visita de Iñigo Ortiz de Zúñiga (Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 311). 166. Ibíd. Varallanos equivocadamente lo identifica como encomendero del repartimiento tras Puelles, cuando solo residía allí en calidad de representante de doña Inés y don Antonio (Varallanos, op.cit.). 167. “Garci Pérez de Bargas ha estado en mi casa como mi deudo dándole el sustento, vestidos, y dineros, y otras cosas, demás de lo qual tuvo a su cargo la cobranza de los tributos de los yndios de Xauxa”. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusula 35, f. 15 (1582).
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Llegados a este punto, no creemos que hubiera una diferencia significativa entre el manejo de la encomienda por parte de Inés Muñoz y otros encomenderos, ya que, como hemos indicado, el trato entre los tributarios –principalmente los curacas– y los encomenderos se hacía a través de intermediarios, por lo que una titularidad masculina o femenina no debía suponer cambios significativos. Los curacas mediante una ceremonia de toma de posesión del repartimiento acataban la autoridad del nuevo encomendero o encomendera, sin embargo continuaban manteniendo como contacto entre ellos y los beneficiarios a los mayordomos encargados de la recepción del tributo y otros servicios.168 No obstante, tampoco debemos pensar que, dada la presencia de administradores, las encomenderas sistemáticamente perdían injerencia y poder de decisión a favor de una administración masculina. Aunque varias beneficiarias de encomiendas no pudieron intervenir en la administración de las mismas, por encargarse de ello o bien sus esposos u otros parientes masculinos, muchas otras encomenderas fueron las responsables directas de manejar sus repartimientos. En el caso peruano, el turbulento contexto de inestabilidad del territorio, particularmente hasta la década de 1560, propició que varias mujeres quedaran viudas y sucedieran en los repartimientos. Del mismo modo, otras tantas tuvieron que soportar la ausencia de sus esposos por largos periodos, ya que estos debían cumplir con obligaciones militares tanto de conquista como de pacificación.169 Esta excepcional situación fronteriza permitió y alentó el desarrollo de roles particularmente activos por parte de las mujeres pertenecientes a la primera generación del grupo encomendero, como María de Escobar o Inés Muñoz por poner algún ejemplo. Del mismo modo, podríamos considerar algunos casos de viudas de encomenderos que, aunque no se convirtieron en titulares por tener hijos menores, tuvieron que asumir las cargas de la misma convirtiéndose a efectos prácticos, 168. Dicha ceremonia de posesión se realizaba de idéntica manera con un beneficiario masculino o femenino. Si bien no consideramos que la existencia de poderes femeninos prehispánicos hubiese influido en la capacidad de gestión de las encomenderas, sí consideramos que en ciertas ocasiones pudo haber facilitado la aceptación de la autoridad femenina por parte de los encomendados. 169. Son varios los historiadores que llaman la atención acerca de cómo, ya desde fines de la Edad Media, los juristas manejaban un concepto muy amplio que definía como viuda tanto a las mujeres que habían perdido al marido como a aquellas cuyos esposos habían sido capturados por los enemigos, desterrados, encarcelados y otros casos similares. Asimismo, se podía hacer referencia a las que tenían maridos ausentes, eran divorciadas o permanecían solteras a cierta edad (Domínguez 1987: 151-162. Hernández y Santillana, 2012: 1237). También la mujer separada del marido a petición de este era considerada viuda y algunos juristas incluían, además, a las mujeres que pasados los cincuenta años nunca habían tenido marido (Bouzada, 1997).
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aunque no legales, en encomenderas. Este sería el caso de Ana Pizarro, viuda del encomendero de Trujillo Diego de Mora. Sus dotes organizativas se pusieron de manifiesto de manera notoria durante la viudez, manteniendo las responsabilidades de los negocios derivados del ingenio que tenía en Trujillo y la defensa de los intereses de su repartimiento frente a la Corona.170 Así, las encomenderas viudas (o con maridos ausentes), que no tenían hijos (o estos eran menores), y que, además, carecían de un grupo familiar consolidado, habrían dispuesto de una mayor libertad para el manejo de sus repartimientos y otras actividades económicas en las que estaban involucradas. Este sería el caso de la encomendera Jordana Mejía, quien, tras el fallecimiento de su esposo Melchor Verdugo, a falta de descendencia legítima, le sucedió como encomendera del extenso repartimiento que comprendía las guarangas de Cajamarca con más de 2.600 tributarios.171 Al momento de suceder, Jordana no solo asumió la gerencia del mismo y de los negocios relacionados con el, sino que también tuvo que hacerse cargo del pleito que existía sobre la encomienda desde hacía más de una década, y que involucraba a otra encomendera también viuda, doña Beatriz de Isásaga. Jordana Mejía natural de Espinar de Villacastín (Segovia) era hija legítima del capitán Rodrigo Mejía y Francisca Arévalo.172 “Mujer muy principal” según las palabras del mismísimo virrey Toledo, Jordana se había casado en primeras nupcias en 1553, con Melchor Verdugo, procedente de Ávila, caballero de la Orden de Santiago, conquistador y vecino encomendero de la ciudad de Trujillo. Verdugo estuvo presente en Cajamarca y debido a su participación, Francisco Pizarro le había hecho merced de la encomienda del repartimiento de Cajamarca, que comprendía siete guarangas: Bambamarca, Cuisimanco, Chuquimango, Chondal, Cajamarca, Pomamarca y Mitmás.173 170. Doña Ana además tuvo a su cargo el patronazgo del Hospital de Indios de Chicama, de la capilla funeraria en la Iglesia Mayor de Trujillo, así como la administración de las fundaciones y obras pías establecidas por su marido (Zevallos, 1996, vol. 2: 240 y 292). 171. “Mujer muy principal” según las palabras del mismísimo virrey Toledo, Jordana se casó en primeras nupcias en 1553 con Melchor Verdugo, procedente de Ávila, caballero de la Orden de Santiago, conquistador y vecino encomendero de la ciudad de Trujillo (Zevallos, 1996, 1: 193-200 y 413-428). Jordana Mejía era natural de Espinar de Villacastín (Segovia) e hija legítima del capitán Rodrigo Mejía y Francisca Arévalo (Almorza Hidalgo, op.cit.). Gran parte de los datos acerca de Jordana Mejía y de Beatriz de Isásaga, aquí ofrecidos, han sido extraídos de la obra de Jorge Zevallos Quiñones (Zevallos, 1996, 1: 193-200 y 413-428). También Amelia Almorza Hidalgo dedica un análisis a esta encomendera (Almorza Hidalgo, op.cit.). 172. Almorza Hidalgo, op.cit. 173. Regidor Perpetuo del Cabildo de Trujillo, fue también corregidor y justicia mayor de la ciudad en 1556. Verdugo no gozaba de buena fama en gran parte debido al maltrato que daba a los indios de sus encomiendas (Zevallos, 1996).
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Sin embargo, en 1542, el gobernador Cristóbal Vaca de Castro desgajó el repartimiento de Verdugo, y otorgó tres de las guarangas a Hernando de Alvarado. Verdugo comenzó un proceso destinado a recuperar dichas guarangas, enfrentándose con Alvarado y después con el conquistador García Holguín. Tras la muerte de este último, doña Beatriz de Isásaga, viuda de Holguín y sucesora en las encomiendas de Cajamarca continuó con el litigio.174 Holguín había tenido poca suerte en el reparto de encomiendas, ya que en 1535 Pizarro le había adjudicado la encomienda de Guambacho, en Santa, pobre y de escasa tributación. Gracias a su actuación en el conflicto con Gonzalo Pizarro, Pedro La Gasca le cambió su encomienda por tres de las siete Guarangas de Cajamarca: Pomarca, Bambamarca y el Chondal. No obstante, como señalamos anteriormente, Melchor Verdugo reclamaba como suyas las siete.175 Tras la muerte de Holguín en 1557 y de Verdugo en 1567, sus viudas y sucesoras, doña Beatriz de Isásaga y doña Jordana Mejía, continuaron el litigio con la misma determinación que sus difuntos esposos.176 El Consejo de Indias demoró durante largo tiempo la sentencia y doña Beatriz debió sufrir durante este proceso bastantes penurias económicas a juzgar por las ventas que realizó de su patrimonio.177 El juicio acabó finalmente en la década de 1570 con sentencia definitiva del Consejo favorable a doña Beatriz de Isásaga, ordenándose a Jordana la devolución de las tres guarangas 174. Hija legítima de Pedro de Isásaga o de Isásiga y de doña María de Cervantes. Hermana de Francisco de Isásaga, vecino de los Reyes y Tesorero Real. También se la menciona como Ysásaga o Ysásiga. Sevillana de nacimiento, se casó, probablemente en Lima, con el conquistador Garcí Holguín, fundador de Trujillo, quien ya había participado en la conquista de México y que, asimismo, fue un personaje principal de la gesta americana, participando en los principales acontecimientos bélicos junto a Cortés, Alvarado, Pizarro o Almagro (Zevallos, 1996, 1: 193-94). 175. Pedro de la Gasca decidió suspender la tributación semestral de Holguín hasta solucionar el conflicto. Asimismo, La Corona encargó la ejecución de un censo demográfico de dicha provincia, cargando dicho viático a Jordana Mejía y a Beatriz de Isásaga, quienes se encontraba en pleito por la posesión de las tres guarangas del repartimiento de Cajamarca. 176. Garcí Holguín falleció en mayo de 1557, siendo sepultado en la Iglesia mayor de la ciudad bajo el altar mayor. AGI. Justicia, 415, N.2. Doña Jordana Mejía tras enviudar se casó en segundas nupcias con Don Álvaro de Mendoza, Caballero de Alcántara, quien era considerablemente más joven que ella (Zevallos, 1996, 1: 423, nota 33c). Zevallos señala que hay razones que inducen a sospechar que no se trató precisamente de un matrimonio únicamente motivado por el amor, sino que también hubo motivaciones económicas a juzgar por los documentos que revelan como Mendoza hizo vender a Jordana gran parte de los bienes de Verdugo tales como chacras, platería y joyas. Doña Jordana y Álvaro de Mendoza se trasladaron a vivir a Lima y tampoco hubo descendencia de este matrimonio. 177. Entre dichas ventas se encuentra la de parte del solar de su casa que fue vendido en 1559, a Juan de Mata, y que actualmente ocupa el Archivo Regional de Trujillo, quedándose doña Beatriz únicamente con el área que ocupa hoy la casa que se encuentra en la esquina de la Plaza de Armas de Trujillo, en el Jirón Independencia. Fue reedificada y actualmente es la sede de la Caja Rural de La Libertad, quien la ha restaurado y la utiliza como su sede. Comunicación personal con Juan Castañeda.
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cajamarquinas. Sin embargo, el conflicto no estaba terminado, ya que todavía quedaba pendiente el pago de costas, lo cual supuso otros cuatro años de litigación. Poco pudo disfrutar doña Beatriz de su victoria, ya que, bastante enferma, otorgaba testamento cerrado en Trujillo el 7 de noviembre de 1576 más un codicilo cinco días después ante el notario Diego Muñoz Ternero. El 12 de noviembre de 1576 fallecía doña Beatriz, siendo sepultada en la Iglesia Mayor junto a su esposo.178 A través de la documentación podemos inferir la activa participación de ambas encomenderas en el litigio. Beatriz de Isásaga habría seguido de cerca cada paso del proceso legal, ya que casi todos los documentos del pleito están firmados de su puño y letra.179 También Jordana Mejía siguió cada parte del litigio y a través de sus reclamos es posible vislumbrar su decisión y capacidad. Precisamente, muestra de dicha capacidad ejecutiva sería una carta que, en 1568, la recientemente viuda Jordana Mejía le hacía llegar a uno de sus administradores, Jiménez do Campo, acerca de lo que debía hacerse tanto en su residencia como en las tierras de su encomienda (Anexo VII).180 A lo largo de su misiva, Jordana daba directrices muy concretas que denotan un gran conocimiento sobre la organización, características y necesidades de la encomienda. Por ejemplo, solicitaba que tuvieran “la casa muy limpia y muy guardada” y que nadie entrase al aposento enladrillado donde ella tenía sus pertenencias “porque es cosa en que yo recibiré mucho enojo y no lo tendré por bueno”. Asimismo, pedía “tener quenta con mirar siempre el acequia de la cozina de manera que no se reviente” y “que los carreteros traigan mucha leña”, “que los bueyes anden en parte que puedan comer y que los yndios no los carguen si no es para lo que yo mando porque si otra cosa me enojaré porque no es mi voluntad que mis carretas y mis bueyes anden en más de lo que yo mando”.181 178. Zevallos, 1996, 1: 197. En este documento dejaba como heredera a su sobrina carnal Beatriz de Isásaga o Isásiga, hija de su hermano Francisco, a la que había criado desde la niñez y que se encontraba casada con Alonso Muñoz. Por su parte, doña Jornada redactó su testamento en 1600 y en 1601 añadía un codicilo. AGI. Bienes de difuntos: Jordana Mejía. Contratación, 360, N.3, R.11. Jordana dejaba como heredera a su hermana Isabel Mejía. Respecto a su fecha de defunción, mientras que Jorge Zevallos señala que no falleció hasta 1624 con una avanzada edad de alrededor de 90 años, Amelia Almorza Hidalgo ubica su muerte en 1602, fecha que a nuestro parecer sería más plausible que la ofrecida por Zevallos (Almorza Hidalgo, op.cit.: 215). 179. Zevallos, 1996, 1: 196. 180. Cfr., Anexo VII. Recomendaciones caseras de doña Jordana Mejía a su administrador. 1568. 181. Ibíd.
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Doña Jordana no limitaba sus órdenes al interior del hogar, sino que, por el contrario, también organizaba los servicios de los indígenas encomendados en sus tierras: “García traeros yerba para el caballo y también otro yanacona que se llama Alonso para tener quenta con la huerta con la qual se tenga grandísimo cuidado así con los arboles como en hacerla regar de manera que este tratada con mucho cuydado”. En su misiva, la encomendera además hacía referencia a Francisco Gómez, quien parece otro administrador, señalando que le había escrito para organizar diversos aspectos relativos a las actividades agrícolas de la encomienda, tales como proporcionar semillas o las raciones de consumo alimentario para los trabajadores y sirvientes:
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[…] Yo escribo a Francisco Gómez que de la carne que fuere menester para cada día y también que de el trigo que fuere menester para cada semana de sebo para alumbrarse por manera que para cada mes le mando que de dos fanegas de trigo y para cada día de carne dos arreldes y para cada día de pescado un to[roto] para huevos y pescado.” “Esa negra que queda ahí se le dé cada día de ración dos panes y un poco de carne y no se me envíe a quexar que me pesara dello.182
Finalmente, doña Jordana Mejía, daba directrices acerca de como proceder con las labores de las tierras de la encomienda, lo que revela su manejo y conocimiento sobre trabajos con los cultivos y la propia tasa: […] El trigo de la chácara se ha de segar a su tiempo y encerrarse en espiga todo en casa sin que quede un ganado sin encerrar”, “Yo escriví a Francisco Gómez las provea y tener quenta se siegue que no se hurte y segarlo todo junto […] para segarlo queda Miguel y Cristóbal y Alonso el hortelano y García y si no hubiere gente hablar al señor corregidor para que mande dos mitayos los quales se pasaran de la tasa […] que se le de en cada mes medía fanega de maíz a cada uno en todo esto que aquí digo y en to[roto] demás que se ofreciere os obliga [roto].183
Estos documentos permiten visibilizar la agencia y desempeño de las encomenderas. Dados los casos analizados hasta la fecha, parece que dicha agencia fue más notable en la primera generación, particularmente en el caso de viudas como la propia Jordana Mejía, Inés Muñoz, o aquellas con 182. Ibíd. 183. Ibíd.
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esposos ausentes que habían delegado en ellas sus responsabilidades. Estas mujeres españolas llegadas al Nuevo Mundo y pertenecientes ahora al privilegiado grupo encomendero, tuvieron la oportunidad de desempeñar destacados roles ejecutivos y administrativos. Pero esto no sería excepcional para el caso americano, y ya analizamos anteriormente como varios autores destacan las actuaciones de las viudas de la metrópoli. La historiadora Enriqueta Vila, al igual que otros autores, hace hincapié en que frente al estereotipo de mujer sumisa y pasiva presentada por los autores de la época, como Luis Vives en su Perfecta casada, la realidad, por el contrario, estaba conformada por activas mujeres presentes en transacciones comerciales o pleitos.184 Los protocolos notariales de mediados del siglo XVI analizados por Mary Elizabeth Perry para Sevilla, nos presentan a comerciantes, mercaderes, propietarias de negocios, agricultoras, impresoras, prostitutas, alcahuetas, curanderas o monjas, entre otras, las cuales componían una polifónica y compleja sociedad castellana del descubrimiento.185 Esto nos permite cuestionar la tradicional y limitada concepción transmitida por varios autores acerca de que la mujer española de los siglos XVI y XVII habría estado más dedicada a su hogar y familia que el resto de las europeas y que sus principales actividades fuera del hogar se habrían limitado casi exclusivamente a las relacionadas con los cultos religiosos y a alguna que otra corrida de toros u obra de teatro de modo ocasional.186 Dentro de este heterogéneo grupo de mujeres, las esposas de los comerciantes, miembros de una incipiente y cada vez más poderosa burguesía, habrían tenido un rol especialmente interesante y destacado al mando de sus lujosas casas, ejecutando las mandas testamentarias de sus esposos y tratando de perpetuar y ampliar su patrimonio a través de estratégicas uniones matrimoniales.187 Podríamos ejemplificar esta afirmación a través del caso de dos mujeres residentes en Sevilla particularmente paradigmáticas: doña Brígida Corzo, esposa de Juan Antonio Corzo, y doña Gerónima Anfriano, esposa de Tomás Mañara. En ambos casos, tras su viudez, estas mujeres 184. Vila, 1997: 47. 185. Perry, 1993. 186. Ibíd.: 59, nota 40. Del mismo modo sucede para el caso americano. Al respecto Asunción Lavrin, que en su obra también expone el caso de activas mujeres que participaron de manera exitosa en los negocios, plantea la necesidad de repensar la idea establecida de que las mujeres coloniales estuvieron mayormente ocupadas en actividades familiares, postulado al que nos suscribimos con el presente trabajo (Lavrin, 1979: 281 y 300). 187. Perry, 1993: 59 y 66.
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asumieron un rol como matriarcas de la familia y detentaron una gran capacidad ejecutiva y administrativa. Del mismo modo, el territorio americano permitió y propició un espacio de emprendimiento para estas mujeres esposas o viudas de encomenderos, muchas de las cuales llegaron a ser algunas de las más exitosas empresarias del virreinato como veremos a continuación. Sin embargo, esto no implica en ningún caso que todas las viudas disfrutaran de tal libertad. Varias delegaron sus obligaciones y responsabilidades en parientes y allegados. Respecto a la segunda generación de encomenderas, la posterior aparición y desarrollo de un núcleo familiar más compacto generó redes parentelares que pudieron interferir, limitar o evitar, eventualmente, un control directo. Respecto al caso de las encomenderas indígenas, a pesar de la existencia de precedentes de poder prehispánico –como las coyas, las cacicas o las capullanas–, su nuevo rol en el contexto colonial hizo que la limitada capacidad jurídica que le fue impuesta le impidiera tener libertad para poder desempeñar este cargo a cabalidad, siendo sus esposos los verdaderos encargados de la gestión de sus encomiendas, aunque no los beneficiarios a efectos legales. 6. Encomiendas y diversificación económica El tributo proveniente de la encomienda no constituía, generalmente, el principal ingreso del encomendero o de la encomendera. El beneficiario únicamente percibía el “tributo libre” que, como señalamos anteriormente, era el resultante una vez descontadas las costas o cargas salariales entre las que estaban el pago a los doctrineros y a los defensores de indios, el pago a los curacas y otros diversos aportes obligatorios para posibles contingencias como la construcción de iglesias u hospitales. En ocasiones el margen de beneficio, sobre todo en el caso de las encomiendas con menos tributarios o menos recursos, era muy reducido. Sin embargo, el tributo libre, junto con los productos y la mano de obra de los indígenas encomendados, permitía que frecuentemente los encomenderos aumentaran sus fuentes de ingreso de manera sustancial. Asimismo, existían diversas actividades económicas que se articulaban alrededor de la encomienda y se nutrían con la mano de obra disponible en la misma. Por ejemplo, un obraje, además de valerse de mano de obra de la encomienda, optimizaría el uso de las lanas procedentes de la cabaña ganadera 279
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que poseían en las estancias aledañas y que de otra manera se perdería. Por otro lado los textiles, procedentes tanto del tributo como del obraje, podían ser comercializados en los incipientes circuitos comerciales, como el anteriormente mencionado surgido alrededor de Potosí. También las chacras alrededor de la casa principal se valían de la mano de obra indígena para su cuidado y mantenimiento, y los cultivos o árboles de los huertos podían ser utilizados para el consumo o la venta. A través de este esquema hemos querido mostrar un modelo típico de funcionamiento de un repartimiento y, aunque está basado en la encomienda de Jerónimo de Villegas que había pertenecido a Lucas Martínez de Vegazo, encomendero de Arequipa, puede ser aplicado a gran parte de las grandes encomiendas existentes en el virreinato peruano. En este caso, hemos utilizado como ejemplo la de los chupachos (gráfico 12). El tributo y mano de obra de las encomiendas permitían a sus beneficiarios incursionar en diversas actividades y aumentar de manera sustancial su patrimonio, y son varios los encomenderos y encomenderas que participaron de las incipientes oportunidades empresariales presentes en las tierras americanas en el siglo XVI. En el caso de Inés Muñoz, aunque gracias a los cuantiosos ingresos de sus repartimientos disponía de unos beneficios más que notables, sin embargo no dudó en involucrarse en el ejercicio de otras actividades igual de rentables, o incluso más, que la propia encomienda. 6.1. Encomenderas y obrajes. El obraje textil de La Sapallanga Alrededor de 1545, Inés Muñoz estableció el que se cree primer obraje textil del Perú en su encomienda de Jauja, en el pueblo de La Sapallanga, ubicado en el valle del Mantaro, actual provincia de Huancayo en el departamento de Junín. Se cree que el obraje estaba localizado a legua y media al sur de Huancayo. Sin embargo, debido al crecimiento urbano del distrito de su nombre, originado a partir del obraje y de la ausencia de restos materiales, no es posible señalar con precisión su ubicación.188 Fernando Silva Santiesteban, en su estudio acerca de los obrajes del Perú virreinal, señala como la alta demanda de tejidos en América hizo imposible que la metrópoli pudiese abastecerla. Los textiles llegaban tarde y con precios excesivos, lo que hizo que
188. Hurtado, op.cit.: 45.
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Gráfico 12. Esquema del funcionamiento de la encomienda de los chupachos (modelo realizado a partir del de James Lockhart y Stuart B. Schwartz, op.cit.: 97 sobre la encomienda y propiedades de encomendero Jerónimo de Villegas en Perú, hacia 1550).
varios españoles, muchos de ellos encomenderos, comenzaran a fundar sus propios obrajes. 189 En el caso del de Inés Muñoz, creemos que factores como el intento de aprovechar las lanas, con un gran sentido emprendedor, fue decisivo en su 189. Para obrajes en el Perú colonial ver: Silva, 1964 y 1986. Salas, 1998 y 2009. Pereyra, 1996. Escandell, 1997. Miño, 1993. Contreras, 1999.
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establecimiento. El cronista Bernabé Cobo señala cómo doña Inés “hizo el primer obraje de lanas de Castilla en su repartimiento y encomienda de Indios del Valle de Jauja, dando traza como las lanas que hasta ahora se perdían se aprovechasen”.190 También otros cronistas como Vásquez de Espinoza dan noticia de este obraje: “a legua y media deste pueblo [San Jerónimo de Tunán] adelante hay un obraje de sayal y jerga de doña Inés de Ribera”.191 El cronista también señalaba que este obraje había sido el primero que se estableció en Perú, y agregaba una nota en la que señalaba que, al escribirse esta relación, Inés Muñoz, se encontraba de abadesa del Convento de la Concepción, que ella y su nuera habían fundado.192 En el obraje de la Sapallanga se tejía con la técnica aborigen, en telares simples y primitivos, y se producían mayormente telas vastas como ponchos, sayales, cordellates, jergas y bayetas. Silva Santisteban señala que esto era habitual debido en parte a la poca competencia existente y la carencia de medios con los que trabajaban los indígenas. Estas técnicas debieron mejorarse a lo largo del siglo XVI y comienzos del XVII, ya que más tarde se percibe una diversificación de tejido. De este modo ya no habrá solo “jergas, cordellates, bayetas y frazadas y otros estambres de poco precio, como al principio solían hacerlo, sino paños buenos de todas suertes y jerguetas y rajas y otros tejidos de igual estima, que casi se pueden comparar con los mejores que se labran en España”.193 En 1559 se dieron algunos privilegios para el comercio y trabajo de lanas del obraje. Además, don Antonio de Ribera importó las técnicas castellanas de tejido al Perú, contratando al maestro tejedor español Felipe de Segovia Briceño de Valderrábano, quien se trasladó a La Sapallanga acompañado de su hijo Felipe –también tejedor–, nueve oficiales, dos cardadores,
190. Cobo, 1956b: 406 y 407. 191. El sayal era una tela muy basta labrada de lana burda. La jerga también era una tela gruesa y tosca. 192. Vázquez de Espinosa, 1969. Silva Santiesteban indica que el primer obraje fue, probablemente, el del Batán fundado por Melchor Verdugo en Cajamarca hacia 1540, ya que se menciona en la visita de Barrientos. Sin embargo, señala que no posee datos que puedan corroborar este hecho aparte de la cita de Barrientos en la que se indica que los indios daban a su encomendero “indios para hacerle ropa de lana e paños de corte” (Silva, 1986: 34). 193. El cordellate era un tejido basto de lana, con una trama que forma cordoncillos, y usado en mantas y pantalones gruesos. El sayal era una tela de lana burda, usado normalmente para para alforjas. La bayeta era de mejor calidad y de lana floja. Por su parte, la jerga era la tela más rústica y barata. Fabricada con lana negra, no se teñía y era utilizada para hacer costales y aperos de cabalgaduras. Finalmente, los paños eran las telas más finas y mejor acabadas (Ibíd.: 30 y 51).
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dos tundidores y un tintorero.194 Tras varios años de compañía, Felipe de Segovia abrió su propio obraje en La Mejorada, también en el valle de Mantaro. El historiador Guillermo Lohmann señala que seguramente don Antonio conoció y trabó amistad con el mencionado Felipe en 1560, durante su viaje de vuelta a Perú, tras haber ido a España a cumplir su labor como procurador general de los encomenderos.195 No olvidemos que don Antonio, oriundo de Soria, al igual que parte de su familia estuvo involucrado en comercio con textiles, por lo que no es difícil que tuviera contactos con gente del gremio. Lohmann indica que el obraje de La Sapallanga de doña Inés y don Antonio utilizaba ochenta y dos obreros indígenas. Respecto a las instalaciones, en el siglo XVI se componían normalmente de un galpón techado con paja donde trabajaban los indios hilanderos y de otras varias habitaciones con bardas de adobe y un cobertizo de paja donde se guardaban las lanas y el algodón. Había además otros aposentos donde funcionaba la urdidera, lugar en el que se lavaba la lana y donde estaban la prensa y las planchas de bronce. Asimismo, había otro espacio para el tinte azul. Usualmente, los complejos incluían una cocina y un horno para cocer pan.196 Un inventario de 1746 nos da información acerca de los utensilios de los que disponía en esa fecha el obraje de La Sapallanga, lo que nos puede ayudar a formar una idea de su infraestructura en los siglos XVI y XVII.197 — 31 telares corrientes con sus lizos y peines de bayetas, pañetes y cordellates — 10 lizos sueltos con sus peines corrientes — 2 tijeras de tundes — 2 romanas corrientes — 2 pesas de cruz — 129 tornos — 1 fondo pequeño roto
— 1 banco frisador — 1 telar de fresadas corrientes con peine y lizo — 1 mesa grande — 1 escaño grande — 1 molino corriente — 1 asador — 1 azuela de picar brasil y tara — 1 carreta — 7 candados
194. AGI, Lima. 268 L. 9 f. 280. 195. Licencia para embarcarse de Nuevo a Perú en 5 de enero de 1560. (Catálogo pasajeros a Indias Madrid 1980 IV núm. 121. En Lohmann, 1983. 196. Descripción del obraje de Jordana Mejía. En Silva, 1964: 36. 197. ARJ, Protocolos Notariales, tomo XX, f, 368v. En Amés, op.cit.: 163.
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2 prensas 5 tinacos 1 piedra de moler añil 31 pares de cardas 1 batán corriente
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3 peines 1 barreño grande 2 urdidores corrientes 2 barretas de fierro
En relación a los beneficios económicos provenientes de este obraje en el siglo XVI, aunque por el momento no hemos podido localizar datos concretos que permitan cifrarlos con exactitud, documentación existente para los siglos XVII y XVIII, demuestra cómo estos no eran escasos. De este modo, sabemos que en 1610 el obraje estaba arrendado a un tal Francisco Mansilla, residente en Jauja, junto con los frutos y aprovechamientos del obraje y hacienda de la Sapallanga, incluyendo el “ganado vacuno, ovejuno y de cerda, y tierras de panllevar”.198 Asimismo, tenemos constancia de que el administrador del obraje y de las haciendas de la Sapallanga en la década de 1630 era Francisco Gómez, quien además en 1632 había comprado 1.208 cabezas de ganado del mismo.199 Por esa época, el obraje contaba con la nada desdeñable cantidad de 12.208 cabezas de ganado ovejuno. En 1681, el capitán Juan Bautista de Iparraguirre, quien tenía el obraje alquilado, solicitaba renovación de su contrato. Y en 1696 parece que es el capitán Diego de Urreta quien lo tenía alquilado.200 En 1721, don Francisco Jiménez de Cisneros, azoguero y minero del Nuevo Potosí, otorgaba una escritura de arrendamiento del obraje al Monasterio de la Concepción por la cantidad de 6.000 pesos. Hacia 1730, la propiedad estaba alquilada a don Antonio de Homboni, regidor de Jauja. Asimismo, don Gerónimo Francisco de Obregón, caballero de la orden de Santiago y contador mayor del tribunal de cuentas en Lima, tenía una gran cantidad de dinero invertida en el mismo. También Francisco de Talavera tenía invertidos unos 20.000 pesos en el obraje “entre mejoras de traspasos 198. AAL. Monasterio de la Concepción. I: 14 1610. 199. AAL. Monasterio de la Concepción. V: 23 1632. Sin embargo, parece que Gómez no cumplió con su pago, ya que en 1635 el licenciado Pedro de Guzmán, presbítero y mayordomo del monasterio de la Concepción, emprendía un pleito contra Gómez por deber al monasterio el arrendamiento del obraje de la Sapallanga y las más de 1.000 ovejas que se le habían vendido. AAL Monasterio de la Concepción. VI: 22 1635. 200. AAL. Monasterio de la Concepción. XXII: 29 y XXIV: 43 El capitán fundaba un aniversario de legos de 352 pesos de a ocho reales de renta asegurando 4,400 cabezas de ganado ovejuno propias, las cuales producían esa renta, para aliviar el trabajo y gravamen de los indios de la doctrina del obraje.
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y otros efectos”.201 Carlos Hurtado señala que, en el siglo XVIII, La Sapallanga era el obraje con más altos precios de arrendamiento por año y que la mayor parte de sus arrendadores eran miembros de la élite española, muchos de ellos involucrados en el gobierno de la región, miembros del clero o comerciantes.202 También otras encomenderas tuvieron obrajes de gran importancia en el virreinato peruano, como Florencia de Mora, dueña del obraje de Sinsicap en Huamachuco, el más conocido del norte del Perú, y Jordana Mejía en Cajamarca.203 Respecto de la última encomendera, Fernando Silva Santiesteban señala que su esposo Melchor de Verdugo había fundado un obraje en la década de 1540, indicando Hugo Pereyra que, probablemente, la gran tradición artesana textil desarrollada en esta área, heredada de la época prehispánica, habría influido en esta fundación. Entre las instalaciones del obraje se encontraba un batán, máquina hidráulica con la que se daba a las telas la forma final. Debido a la existencia de este artefacto, el obraje de Verdugo fue conocido como El Batán. Pereyra señala que en 1593 el obraje tenía diez telares y setenta y cinco tornos en los que trabajaban ochenta y siete indios. Además, estaba el citado batán para el encurtido y acabado de las piezas de tela.204 Hacia la segunda mitad de la década de 1570, doña Jordana Mejía, ya viuda, fundó otro obraje en Porcón a tres leguas de Cajamarca. Dicho obraje se paralizó temporalmente en tiempos del virrey Toledo, cuando éste mandó “por las nuebas tassas que los encomenderos no se pudiessen servir de sus indios”. Sin embargo, el 21 de abril de 1579, a instancias de la encomendera, Toledo ordenó al corregidor de Cajamarca que hiciera “dar a la dicha doña Jordana los yndios que ubiere menester para el dicho obrage”.205 Así, el 24 de agosto del año siguiente, Pedro de Arévalo, apoderado de Jordana Mejía, obtuvo del corregidor Francisco Álvarez de Cueto 150 naturales para el servicio del mismo. En 1593 trabajaban 87 indios mitayos en los diez telares y setenta y cinco tornos y se les pagaba medio real diario a los adultos y un cuartillo a los muchachos.206 201. Hurtado, op.cit.: 45-47. 202. Ibíd.: 45-47. 203. Silva Santiesteban señala como en el caso de Cajamarca el cronista Vázquez de Espinosa señalaba que “ay muchos obrajes donde se labran paños y cordellates que son de encomenderos”. Silva, 1986: 37. 204. Pereyra, op.cit. 205. Zevallos, 1996, 1: 422, nota 33. 206. Ibíd.: 35-36.
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Sin embargo, el obraje más importante del norte del Perú fue el de Sinsicap, propiedad de los encomenderos de Huamachuco Juan de Sandoval y Florencia de Mora. El obraje había sido iniciado por el primer encomendero de Huamachuco, llamado Diego de Aguilera, pero parece que dicho obraje no prosperó ya que, posteriormente, el tercer encomendero de este repartimiento, Juan de Sandoval esposo de doña Florencia de Mora, levantó un nuevo obraje textil en los cimientos del anterior.207 En el obraje se tejían paños y bayetas, cordellates, jerga, pañetes, sayales, además de otros productos relacionados con las actividades ganaderas, tales como aperos para las cabalgaduras (cinchas, cintas, riendas y cintas). En su momento de mayor auge contaba con casi 10.000 ovejas.208 Zevallos señala que la mayor parte de ingresos de la pareja provenía de este obraje y no de las rentas de su repartimiento de Huamachuco, las cuales no eran para nada desdeñables, ya que tenían unos 2.500 tributarios y recibían unos 4.000 pesos de tributo libre de costas.209 Aunque no tenemos cifras exactas relativas a los ingresos provenientes del obraje de Florencia de Mora, en una carta enviada por el obispo de Trujillo al rey en 1678 refiriéndose a la generosa donación de dos haciendas y obraje por parte de Sandoval y Florencia, se señalaba que producían sin costas más de 11.000 pesos.210 Más allá de los rendimientos y dividendos reportados por Sinsicap, El Batán o La Sapallanga, así como de la indudable relevancia de que este último sea, probablemente, el primer obraje textil español del Perú, está la importancia de la participación femenina, en este caso de las encomenderas, en la formación de las incipientes estructuras económicas virreinales. Debemos considerar la magnitud de las implicaciones que tuvo el establecimiento de los obrajes, ya que estos, conjuntamente con la explotación de las minas, fueron dos pilares fundamentales de la economía colonial, especialmente en los siglos XVI y XVII. Tal y como señala Santiesteban, constituyeron de algún modo la forma en cómo se inició en América una temprana etapa industrial.211
207. 208. y 1986). 209. 210. 211.
Zevallos, 1996, 1: 351. Ibíd. También Silva Santiesteban proporciona información sobre este obraje (Silva, 1964 Ibíd. y Puente Brunke, 1991a. Zevallos, 1996, 1: 351. Silva, 1964: 19.
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6.2. Otras actividades económicas 6.2.1. Minería
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Durante los primeros años de la conquista, varias regiones del territorio peruano atravesaron por una fase provisional de minería de oro hasta que los grandes yacimientos argentíferos comenzaron a desarrollarse.212 En este período, los principales aspirantes a las vetas de oro más ricas fueron los encomenderos, más concretamente los de la región de Charcas, zona rica en yacimientos de este tipo. Sin embargo, estos pronto abandonaron la propiedad y explotación directa de las minas y comenzó a surgir gradualmente una clase independiente de empresarios mineros.213 Entre estos primeros empresarios encomenderos que probaron fortuna en el mundo de la explotación de minas auríferas estuvo Antonio de Ribera. Durante la década de 1540, Ribera se asoció con Francisco de Barrionuevo, un exgobernador de Panamá dedicado a la extracción de oro y, según el historiador James Lockhart, una figura bastante oscura. Para llevar a cabo su negocio, Barrionuevo poseía una fuerza compuesta por más de 45 esclavos negros. Barrionuevo tenía ya experiencia en la zona sur de Perú y en el centro del Porcón, en la antes mencionada región de Charcas. De este modo, mientras que Barrionuevo habría aportado su experiencia minera y su fuerza de trabajo esclava a la compañía, Ribera habría contribuido con mano de obra indígena y otros recursos provenientes de sus encomiendas, incluyendo las propias minas. Tal y como vimos anteriormente, en las encomiendas de los chupachos y de los ichoc-huánuco existían minas tanto de oro como de cobre. Los propios curacas principales habían declarado que parte de su tributo al Inca se hacía en oro y los visitadores habían confirmado la experiencia y capacidad de los ichoc-huánuco para el trabajo minero. Asimismo, podemos confirmar la presencia de Francisco de Barrionuevo “el Viejo” en Huánuco, donde varios testigos confirmaban su ejercicio de la actividad minera. En la visita realizada a los chupachos en 1562, uno de los principales declaraba que, siendo encomendero don Antonio de Ribera, había llegado Francisco de Barrionuevo “vecino de La Paz con cincuenta negros para sacar oro y que con las molestias que les hacían y por temor del dicho Barrionuevo se ahorcó un cacique que 212. Lockhart y Schwartz, op.cit.: 99-100. 213. Ibíd.: 101
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se llamaba Cacha”.214 Los chupachos, asimismo, declaraban que debían aprovisionar a los mineros con doscientos indígenas y con toda la comida que les pedían, “que por ser tanta algunas veces no la podían dar”. Además, les proporcionaban bateas y otros materiales para sacar el oro, para cual tenían asignados en los montes a ocho carpinteros.215 El principal chupacho del pueblo de Atcor de la pachaca de los Queros señalaba que “en tiempo de Barrionuevo, sacaban oro en el río Tampatay que es cerca del pueblo Pillao”, y añadía que no sabía nada de otras minas.216 Desconocemos si Inés también tuvo injerencia en el negocio aurífero de su esposo, que se llevaba a cabo en las encomiendas de las que ella era titular, aunque nos aventuramos a creer que fue tan solo una compañía operada entre Ribera y su paisano soriano, Francisco de Barrionuevo. Lo que sí parece es que dicha compañía se disolvió alrededor de 1547, ya que los chupachos declaraban que “después que Barrionuevo dejo de sacar oro y salió del repartimiento”, don Antonio sustituyó su servicio minero por otros productos y labores. Asimismo, a comienzos de la década de 1550, Barrionuevo abandonaba el territorio americano y regresaba a la metrópoli.217 6.2.2. Ganados y cultivos Entre los múltiples negocios llevados a cabo por Inés Muñoz estaba el de la cría de ganado. Aquilino Castro indica cómo, desde los primeros momentos de la colonia, doña Inés habría comenzado sus intentos por poblar el nuevo territorio, para lo cual trató de asentar ganado en sus encomiendas del valle de Mantaro.218 Doña Inés también poseía ganados en sus encomiendas de Huánuco, además de una abundante cabaña ganadera a las afueras de la Ciudad de los Reyes, en el Valle de Pachacamac, cerca de una de sus encomiendas. María Rostworowski señala como los encomenderos se apropiaron, de manera lícita o ilícita, de las tierras de los indígenas, usualmente cercanas a 214. AGI, Justicia, 397, N.2, R.3. f. 168. r. 215. Ortiz de Zúñiga, op.cit., 1: 32. 216. Ibíd.: 193. 217. Al pedir su licencia declaraba que “hace mucho está en Perú donde ha servido en todo lo que se ha ofrecido gastando gran parte de su hacienda”. El 23 febrero de 1552 recibía una Real Cédula con licencia por 2 años para ir a España sin que se le quitasen los indios de su encomienda de La Plata. Esta licencia se ampliaba a 3 años el 12 de mayo de 1557 y a 8 años más en 1558, por lo que parece que Barrionuevo se quedó definitivamente en la metrópoli. 218. Castro, op.cit.
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sus repartimientos, con el objetivo de formar huertas personales, haciendas o tierras de pasto para sus ganados. De esta manera, varios encomenderos compraron en condiciones abusivas tierras a los indígenas en el valle de Pachacamac, como Pedro de Portocarrero, segundo esposo de la encomendera María Escobar, o la propia Inés Muñoz, que compartía parte de su cabaña con su hijo Antonio de Ribera y con Pedro de Miranda, su procurador, socio y persona de confianza. Gracias a un proceso llevado a cabo contra los encomenderos de Pachacamac y Piscas en 1573 sabemos que Antonio, su madre y Pedro de Miranda eran propietarios de alrededor de 1.000 yeguas, potros y potrancas.219 A esto se sumaban más cabezas que don Antonio poseía con Pedro de Miranda y que suponían unas 1.000 vacas y manadas de burros y camellos. Al respecto de este último animal, el cronista Garcilaso daba noticia de camellos en Perú atribuyendo la importación de los primeros ejemplares a Juan de Reinaga, natural de Bilbao, quien había vendido 6 hembras y un macho al anteriormente citado Pedro Portocarrero por 7.000 pesos, y según los indígenas poseía alrededor de 40 cabezas.220 Al parecer, los ganados de doña Inés y su hijo eran cuidados tan solo por dos o tres negros, por lo que, según declaraban los naturales que habitaban en el valle, los animales destrozaban los cultivos, se comían las plantas tiernas y deshacían las acequias sin que nadie pudiera evitarlo. De hecho, los indígenas señalaban que los ganados que más destrozos causaban en las tierras de cultivo del valle de Pachacamac eran los de Antonio de Ribera, doña Inés y Pedro de Miranda.221 A pesar de que los naturales cercaban los campos con vallas, los animales siguieron ocasionando numerosos daños, comiéndose incluso los algodonales, declarando los indígenas que debido a esto se habían visto imposibilitados de cumplir con su tasa textil.222 Encontramos otras referencias a los ganados del valle de Pachacamac de doña Inés a través de su propio testimonio, más concretamente en las cláusulas de su testamento, donde, por descargo de su conciencia y la de su segundo esposo –don Antonio de Ribera–, dejaba varias yeguas a sus indios chupachos
219. Rostworowski, 1999: 20-23. 220. Ibíd. 221. Ibíd.: 23, 70. 75, y 87. 222. Ante esta situación, los pachacamac y los caringas se quejaron ante la Real Audiencia, quien tras darles la razón ordenó que se les pagara 400 pesos, de los cuales 200 fueron repartidos entre los naturales y los otros 200 se entregaron al curaca don Luis Loyan y al procurador. Rostworowski señala que las autoridades se quedaron con el dinero y que los indios no recibieron nada (Rostworowski, 1999).
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de Huánuco y los indios de Santa. En ambos casos, los beneficiarios debían recoger las yeguas en sus corrales del valle de Pachacamac.223 Entre las encomenderas dedicadas a los negocios ganaderos destaca la antes mencionada encomendera obrajera trujillana doña Florencia de Mora y Escobar, hija de Diego de Mora y doña Ana Pizarro, quien poseía una de las mayores cabañas ganaderas del virreinato peruano en el siglo XVI, mérito notable en una época marcada por el predominio masculino en este tipo de actividades. Dada la magnitud de su rebaño, el virrey conde de Villar hizo concesión a doña Florencia de cincuenta indios mitayos para el beneficio de sus haciendas en la sierra y de seis indios para sus sementeras del valle. Sin embargo, en 1590 la encomendera solicitaba una nueva provisión al virrey marqués de Cañete en la que se reservase de mitas y tambos a sus indios ovejeros y vaqueros que poseía en la provincia de Huamachuco. Asimismo, pedía aumentar la cantidad de cincuenta mitayos a ochenta. Según doña Florencia, sus haciendas de la sierra habían aumentado y necesitaba más indígenas para su cuidado “por tener como tenía 2.500 vacas en dos estancias y 22.000 cabezas de ovejas, y 10.000 del obraje, y trescientas cabezas de yeguas caballos potros y mulas”.224 Otra trujillana dedicada al negocio ganadero fue doña Ana de Velasco, encomendera de Reque, y su esposo Salvador Vázquez. Existe varia documentación comercial relativa a esta mujer que señala como ella y su esposo trataban con ganados menores, así como con venta de harina triguera, miel y melados.225 Zevallos señala que los ingresos de sus negocios habrían superado con creces a los provenientes de sus repartimientos, cuya renta les dio más de un problema. La posesión de ganados estaba íntimamente vinculada con la de los obrajes en los que se aprovechaban las lanas. Como podemos observar, varios encomenderos y encomenderas que poseían ganados también fundaron y manejaron obrajes, como Florencia de Mora, Jordana Mejía o Inés Muñoz.226 Asimismo, Las actividades ganaderas solían ir de la mano con las agrícolas, campo en el que también incursionaron Inés y su esposo. Recordemos como 223. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusulas 10 y 11 (1582). 224. BNP. 1591 A 262 - Provisión de Indios a Florencia de Mora- 9 de Octubre de 1585. 225. Vázquez se dedicó a la exportación de productos de la tierra a través del puerto de Reque, negocio que progresivamente fue desplazando al de crianza de cerdos, cabras y ovejas. Gran parte del trigo era procesado en el molino de su encomienda (Zevallos, 1996, 1: 393, nota 1) y (Zevallos, 1996, 1: 397 notas 4 y 5). 226. En el caso de Cajamarca, Vázquez de Espinosa señalaba que “ay muchos obrajes donde se labran paños y cordellates que son de encomenderos”. Silva, 1986: 37.
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Antonio de Ribera, en su viaje de regreso de España a Perú como Procurador General de los encomenderos, trajo a pedido de su esposa Inés varias posturas de olivos de Sevilla, su tierra natal, y otras plantas y frutas que posteriormente fueron cultivadas en la citada Huerta Perdida.227 Vimos cómo los ingresos procedentes de la venta de estos cultivos estaban cifrados, según Mendiburu, en alrededor de 200.000 pesos, cantidad que superaría con creces a la obtenida tan solo por los tributos de sus repartimientos. 6.2.3. Otros negocios: compañía de comercio
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Además de en las actividades económicas señaladas, Inés Muñoz también incursionó en el comercio de mercadurías. Ya su segundo esposo, don Antonio de Ribera, había participado en transacciones con ropas y otros productos procedentes de Castilla en un negocio en el que participaron familiares de Soria de don Antonio, más concretamente su primo don Jorge de Beteta y su esposa doña María Cotiño.228 En 1564, poco después del fallecimiento de don Antonio, doña Inés junto con su hijo, Pedro de Miranda y Alonso Rodríguez Franco fundaba una compañía de comercio para adquirir géneros de Castilla en la ciudad de Nombre de Dios –en Tierra Firme en la costa atlántica de Panamá– con el propósito de revenderlos en la Ciudad de los Reyes.229 Las compañías de comercio fueron habituales en el Perú desde mediados del siglo XVI, estando inspiradas las castellanas en las “commenda” o “compagnia” italianas, las cuales eran formas de asociación desde los siglos XII y XIII. Mediante estas compañías, los mercaderes y socios se unían de manera temporal para efectuar una o más operaciones comerciales. Normalmente, dos o más socios aportaban un capital –en este caso doña Inés, su hijo y su socio Pedro de Miranda–. Tal y como señala la historiadora Margarita Suárez, las compañías “compartían los riesgos, las pérdidas, los beneficios y las esperanzas”.230 Usualmente se establecían con una duración de un determinado número de años, no solo por un viaje o una operación, y sus condiciones solían ser muy flexibles, ya que dependían del grado de implicación de los diversos socios. Por 227. 228. 229. 230.
Ver capitulo III. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusula 14, f. 8v (1582). AGN. Real Audiencia. Causas Civiles. Leg.9.1567. C48. ff. 364. y f.45. r. Suárez, 1995: 58. Ver también Suarez, 2019.
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ejemplo, quienes anticipaban la mayor parte del dinero podían llegar a recibir el 50% o más de los beneficios y reintegro del capital inicial. Al respecto debemos considerar que las ganancias en esta primera etapa solían ser superiores al 100%.231 Empresas como la de Gonzalo Hernández y el virrey Hurtado de Mendoza cobraban 14 pesos por botija de vino español, cuyo costo era de 3 pesos.232 Esto era posible debido a la escasez de mercaderías en las colonias, lo que colocaba en manos de las compañías de comercio –y principalmente de los mercaderes sevillanos– el manejo casi total del comercio americano.233 Asimismo, Lima era un punto neurálgico del comercio colonial y actuaba como conector de regiones, que sin ella no habrían podido intercambiar productos. En este circuito era fundamental la existencia del puerto del Callao, en el que se descargaban mercaderías que en algunos casos estaban destinadas a provincias. De este modo, en este trajín de mercancías, tanto el mercader como el capital y el transporte eran limeños.234 Seguramente las posibilidades de una ganancia rápida y la previa experiencia de Pedro de Miranda, don Antonio y doña Inés fueron decisivas a la hora de fundar una compañía. No tenemos completamente claro si se trataba de una compañía tradicional o nos encontramos ante un recibo o un factoraje. El factoraje únicamente funcionaba para un viaje y operación definida, que podía ser en este caso comprar mercadurías en Castilla, quizás Sevilla, y venderlos en la Ciudad de los Reyes y provincias. La ganancia del factor, es decir del mercader itinerante, oscilaba entre el 1% y el 30% del valor de las mercaderías. Por su parte, el recibo era la asociación por excelencia para llevar a cabo negocios vinculados con el tráfico atlántico. Al igual que en el factoraje, su duración se definía por un viaje de negocios. El mercader sedentario anticipaba el dinero al factor, quien lo transportaba a su destino, compraba los géneros y llevaba la compra a Lima, bien en persona o a través de un agente. Este factor tenía sustitutos que en caso de su fallecimiento estaban encargados de concluir el negocio. El éxito de la empresa suponía un ingreso del 60% al 80% de las ganancias líquidas, aunque las pérdidas eran su entera responsabilidad.235
231. Lockhart, 1968: 106. 232. Suárez, 1995: 36, nota 53. 233. Ibíd.: 33. 234. Suárez señala como por ejemplo la brea de Nicaragua que llegaba a los viñedos del sur de Perú, o las harinas de Trujillo que se consumían en Panamá se comercializaban por y a través de Lima (Ibíd.: 1995: 58-59). 235. Ibíd.: 1995.
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En este caso, a partir de los documentos consultados creemos que los principales socios capitalistas eran Inés Muñoz, su hijo Antonio y Pedro de Miranda, quien además sería el mercader residente en Lima. Miranda ya había mantenido negocios con anterioridad en la zona del Istmo. Creemos que pudo ser miembro del clan Miranda de Burgos. Lockhart señala como los burgaleses, como representantes de Castilla la Vieja, habían monopolizado el comercio, particularmente de esclavos, en el Caribe junto a los italianos, los vascos y los andaluces, y en esta época, en Perú, se imponían en el tráfico de negros.236 Al igual que un gran número de mercaderes residentes en la Ciudad de los Reyes, Pedro de Miranda habría comenzado como itinerante para luego instalarse en la capital virreinal. Circunstancias como el ascenso demográfico de la ciudad, su condición de capital del virreinato y la congregación de los órganos políticos que la convertían en residencia de oidores y virreyes, entre otros, habrían contribuido al asentamiento de diversos mercaderes en ella.237 Por su parte, Alonso Rodríguez Franco sería el mercader itinerante encargado de hacer las compras de las mercadurías que importarían a la Ciudad de los Reyes. Margarita Suárez destaca la importancia de los mercaderes que, como Rodríguez, recibían el dinero en Lima y luego debían soportar “el tortuoso viaje por el mar, llegar a una plaza, comprar, vender, hacer contrabando y por último regresar a la Ciudad de los Reyes si aún se hallaban vivos”. De ellos dependía en gran medida el éxito o fracaso de cualquier transacción marítima.238 El 7 de agosto de 1564, doña Inés y su hijo formalizaron la entrega de 4.962 pesos a Alonso Rodríguez Franco mediante una escritura ante su escribano habitual, Francisco de la Vega. Asimismo, le dieron poderes para cobrar un importe de 11.394 pesos y siete tomines a Baltasar Rodríguez procedentes de la dote de la esposa de don Antonio de Ribera “el Mozo”, doña Ana de Pizarro.239 Por su parte, Pedro de Miranda hizo entrega de más de 10.000 pesos en agosto del mismo año. Posteriormente, doña Inés, su hijo y Miranda entregaron más capital a Rodríguez Franco “para los emplear conforme a lo capitulado en la compañía que con ellos tiene”.240 Pocos meses más tarde, en 236. Lockhart, 1968: 102-103. 237. Suárez: 1995: 54-55. 238. Ibíd.: 89. 239. Diego de Barrionuevo había procedido a depositar en nombre de “el Mozo” esa cantidad en el dicho Baltasar Rodriguez, vecino de Trujillo antes el escribano Antonio Pérez. 240. AGN. Real Audiencia. Causas Civiles. Leg.9.1567. C48. ff. 364. Auto seguido por D. Antonio de Ribera y Pedro de Miranda, contra Alonso Rodríguez Franco. f. 46.v.
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noviembre de 1564, Alonso Rodríguez gastaba unos 34.700 pesos de plata en la compra de varias mercadurías a Sebastián Pérez, Juan de Carrión y Joan Rodríguez de Mercado, entre las que había diversos productos como diferentes textiles, principalmente sedas, barriles de vinos y esclavos negros.241 Sin embargo, en esta ocasión Alonso Rodríguez no cumplió su parte del trato, y doña Inés y Pedro de Miranda emprendieron un pleito destinado a la recuperación de los pesos entregados que “no habían sido empleados según lo acordado”.242 Además de los negocios textiles, las encomenderas incursionaron en otros campos comerciales, bien en compañía de sus esposos o por su cuenta, como María de Escobar, a quien Lockhart señala como una de las mujeres más acaudaladas gracias a sus matrimonios con importantes hombres de la colonia y los acertados negocios en los que estuvo envuelta con ellos.243 Sabemos que estuvo involucrada en una compañía de huaqueros, quizás incursionando en ella a través de su primer esposo Miguel de Estete.244 Asimismo, es probable que participase de los negocios ganaderos de su tercer esposo, Pedro de Portocarrero, en el valle de Pachacamac. Otra encomendera que parece siguió con las actividades comerciales de su esposo tras su fallecimiento es la antes mencionada Florencia de Mora. Zevallos indica que con un tal Lorenzo Ruiz tenía “una cordonería de cabuya con una atarazana en la que se hile y tuerza […] e jarcia de navíos, cables e guindaleras y ságulas y cuerdas”. En esta compañía, doña Florencia aportaba la madera y el hierro necesarios, además del jornal y la comida para los indios yanaconas que trabajaban en ella. Por su parte, Ruiz se llevaba la quinta parte del valor de la jarcia y al final del contrato recibía 150 pesos de 9 reales el peso.245 Sin embargo, el principal negocio en que Florencia estaba involucrada era el de compra y venta de ganado –incluyendo toros, vacas, novillos, yeguas, caballos y mulas, entre otros– siendo, como hemos señalado antes, probablemente la más poderosa ganadera de la región. También la encomendera Jordana Mejía incursionó en el comercio con mercadurías tras la muerte de su esposo. En 1567, aparece en una escritura de obligación por la compra de 350 botijas de vino de Castilla a 9 pesos la botija
241. Dichas mercancías eran compradas rápidamente por mercaderes siendo normalmente los gobernantes y encomenderos los primeros consumidores. 242. AGN. Real Audiencia. Causas Civiles. Leg.9.1567. C48. f. 364. 243. Cfr. apéndice pp. 573 y 459. 244. Comunicación personal con Rocío Delibes. 245. Zevallos, 1996, 1: 352-353, nota 34.
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con el mercader Diego Pérez de Gobantes.246 Asimismo, invirtió cantidades considerables en la compra de otros productos de Castilla para su venta en Perú. Como podemos observar, los beneficios a partir de la diversificación fueron más que considerables, suponiendo en varios casos un ingreso mucho mayor al proveniente de la encomienda. Con esos beneficios, varias encomenderas emprendieron no solo negocios, sino diversas obras pías, siendo las fundaciones de instituciones la mayor expresión de ellas, como veremos en el siguiente capítulo.
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246. Ibíd.: 427. AGI, Contratación 360, N.3, R.1. Bienes de difuntos de Jordana Mejía.
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Capítulo 5. DOÑA INÉS FUNDADORA Y ABADESA (1573-1594)
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En alguna satisfacción de las muchas ofensas que contra la divina majestad hemos cometido, y por dar el ejemplo que debemos a los naturales de estos reinos aumentando el culto divino. Que en el tengan algún remedio muchas hijas de conquistadores pobres que hay en esta ciudad gran suma de ellas y padecen grandes riesgos e necesidades. Carta de doña Inés Muñoz de Ribera, abadesa del monasterio de Nuestra Señora de la Concepción, al rey Felipe II.1
En 1573, Inés Muñoz emprendió el que constituyó su proyecto más ambicioso: la fundación del monasterio de Nuestra Señora de la Concepción de la Ciudad de los Reyes, el segundo fundado en la capital del virreinato peruano y uno de los más importantes del mismo. El 2 de julio de 1573, con unos 60 años de edad, se presentaba ante el arzobispo fray Jerónimo de Loayza expresándole su deseo de instituir un monasterio “en el que ella misma se había de encerrar”.2 Pocas semanas después de recibir la aprobación, el 15 de septiembre, se realizaba la escritura del documento fundacional ante el escribano Francisco de la Vega en la que doña Inés otorgaba en dote su casa, además de gran parte de sus valiosas posesiones. El análisis de la actuación de Inés Muñoz como fundadora y abadesa nos ayudará a ampliar nuestro conocimiento acerca de su rol y el de otras encomenderas en la conformación de las 1. Recurso de la Capellana del Convento de Monjas de la Concepción de los Reyes, pidiendo mercedes. AGI, Lima 270. 12 de marzo de 1575. Anexo VIII. 2. Vargas Ugarte, 1960: 13.
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primeras estructuras religiosas, más en concreto de las instituciones monásticas femeninas, en el más temprano virreinato peruano. 1. Aproximación al contexto religioso femenino en la Ciudad de los Reyes
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Desde los primeros años de la conquista de los territorios americanos, aspectos como el traslado de las instituciones eclesiásticas al Nuevo Mundo y la evangelización de los naturales constituyeron una de las prioridades de la Corona. Así, a través del Real Patronato Indiano concedido por la Santa Sede, los monarcas incentivaron y controlaron la cristianización de los nuevos territorios incorporados a la Monarquía Hispánica. Surgieron de esta manera diversos centros religiosos para la “predicación doctrina enseñanza y propagación” de la fe, los cuales no podían ser erigidos sin expreso consentimiento del monarca.3 Y, mientras en América se comenzaba a extender la doctrina católica, Europa se enfrentaba a la Reforma, fruto de la cual tendría lugar uno de los acontecimientos eclesiásticos de mayor importancia del mundo moderno: el Concilio de Trento (1545-1563). Los cambios doctrinales surgidos a partir del mismo afectarían la vida religiosa femenina tanto de las órdenes de España como de las del Nuevo Mundo, marcando un desarrollo eclesiástico que, en las provincias americanas, adquirió unas características específicas. Por ejemplo, la evolución de la vida religiosa en el virreinato peruano, y más concretamente en su capital, la Ciudad de los Reyes, se vio afectada por factores como la alta mortalidad –producto de las guerras de conquista y civiles–, la inestabilidad política y los elevados índices de migración, lo que convirtió a la capital en un centro de recepción de españoles y sede del establecimiento de las principales instituciones. Este particular contexto demográfico y social fue clave para la aparición de una serie de fundaciones femeninas, como las casas de recogimiento, los beaterios o los monasterios, destinadas a recoger y educar a mujeres.4 La Corona, a la vista de las circunstancias y necesidades, permitió la erección de estos centros, 3. Recopilación, lib. I, tít. VI, ley II. 4. Van Deusen, 2007: 37. En su obra, la autora analiza tanto el desarrollo del discurso de género sobre los recogimientos durante los siglos XVI y XVII, así como la creación, funciones y características de dichos espacios. Van Deusen ha realizado también investigaciones acerca de otras instituciones como la Casa de las Divorciadas (Van Deusen, 1995).
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Doña Inés fundadora y abadesa (1573-1594)
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autorizando en 1561 la fundación del Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación, el primero de la Ciudad de los Reyes.5 Desde el momento de su creación, los monasterios indianos fueron espacios donde se desarrollaron funciones tanto religiosas como sociales, económicas o culturales. En ellos se daba refugio a un heterogéneo grupo de mujeres –religiosas y seglares–, a pesar de que el espíritu de la Contrarreforma, a través de las directrices trentinas, insistía en la existencia de instituciones diferentes para ambas. De esta manera, los grandes monasterios de Lima, así como otras instituciones femeninas, ofrecieron una opción de vida para aquellas que deseaban alejarse de la bulliciosa y complicada vida al exterior de los muros, llena de violencia y peligros, creándose de esta manera una gran comunidad de mujeres dentro de estos centros.6 Para historiadores como Rubén Vargas Ugarte, el interés de las autoridades, cabildo y vecinos principales en estas fundaciones de carácter multifuncional, que “remediarían muchas doncellas desafortunadas”, corroboraría la necesidad que había de estas instituciones.7 Esta preocupación no era ni gratuita ni desinteresada, ya que el proceso de institucionalización habría sido percibido por la Corona como una excelente posibilidad para la creación y consolidación del nuevo estado. En estos espacios femeninos las mujeres reproducirían las intenciones de la conquista, siendo las religiosas las encargadas de proteger y preservar la obra eclesiástica, y los monasterios un lugar privilegiado para aprender y enseñar los preceptos cristiano-católicos que debían transmitirse y conservarse en lo cotidiano de la vida colonial.8 Asimismo, el monarca a la vez realizaba una necesaria labor social que le correspondía, amparando y protegiendo a las esposas, viudas e hijas de los conquistadores y otros pobladores del territorio americano. Las propias intenciones de la Corona, sumadas a las condiciones de la conquista, hicieron de estos centros algo único. De este modo, si bien 5. Parece haber habido reticencias iniciales de la Corona a autorizar la fundación de monasterios femeninos debido a que uno de sus objetivos prioritarios era la población de los nuevos territorios por los súbditos españoles, lo cual era incompatible con el ingreso de estas mujeres, posibles candidatas a casamiento y repoblación, a la clausura. Así lo manifiesta esta disposición de la Corona emitida en 1538: «Acá ha parecido que por ahora no debe haber en las Indias monasterio de monjas y así he mandado que no se haga ninguno», Cédula Real a los obispos de México, Guatemala y Antequera, 23 de agosto de 1538 (González De Cossío, 1973: 78). Sin embargo, el gran número de mujeres necesitadas, pasadas las primeras décadas iniciales habrían hecho variar el parecer del monarca, lo que se manifiesta a través de las tempranas fundaciones en el virreinato peruano. 6. Van Deusen, 1995: 96. Van Deusen, 2007. 7. Vargas Ugarte, 1953: 357. 8. Burns, 2008. Martínez y Álvarez, 2000 y Vargas Ugarte, 1953.
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los monasterios femeninos del virreinato peruano fueron fundados bajos las mismas normativas y bulas que sus homólogos en la metrópoli, rápidamente adquirieron una identidad propia debido a las particulares circunstancias de los lugares donde fueron erigidos, e incluso permitieron a sus moradoras desarrollar en numerosas ocasiones un modo de vida con una amplia autonomía. 2. Encomenderas y obras pías
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Durante el siglo XV y comienzos del XVI observamos en el ámbito hispano un auge de obras pías que se trasladó al territorio americano.9 El concepto de obra pía es bastante controvertido debido al amplio espectro que abarca, pudiendo hacer alusión tanto a una institución piadosa como a una simple voluntad pía, según las fuentes romanas clásicas. Los juristas hispanos acotaron este término al señalar que para la calificación de causa pía era necesario que el acto de disposición se orientase al bien del alma. Por lo tanto, una causa pía debería contener al menos estos tres elementos: estar hecha para gloria de Dios, ejercer la caridad cristiana y, finalmente, atender al bien espiritual o del alma.10 Las obras pías podrían realizarse, bien mediante un acto inter vivos, es decir, mediante una donación en vida, o también por un acto mortis causa, es decir, tras la muerte del testador, en forma de legado, testamento o fideicomiso. En el espacio peruano, al igual que en el peninsular, obras pías como las fundaciones monasteriales o las capellanías constituyeron un instrumento de prestigio social, permitiendo a los grupos más preeminentes dejar constancia de su privilegiada situación y perpetuar su recuerdo más allá de su muerte. Para Gisela Von Webeser habrían sido tres los factores determinantes para su realización. Por un lado, estarían las motivaciones económicas, ya que a través de algunas de estas obras pías como las fundaciones o las capellanías se 9. Gisela Von Webeser llama la atención acerca de como, a raíz del Concilio de Trento, se habría propagado la idea del purgatorio, por lo que la población buscaba un medio para lograr la salvación de sus almas (Von Webeser, 2005: 9). Se creía que entre las diferentes vías existentes para encaminar el alma hacia la salvación estaban los rezos, las penitencias, las donaciones piadosas, la celebración de misas, la adquisición de bulas de difuntos y las limosnas (Martínez, Von Webeser y Muñoz 1998: 13). Para profundizar en el trasfondo religioso virreinal, más concretamente Novohispano ver: Von Webeser, 2005, cap.4: 95 y Von Webeser y Vila, 2009. 10. Rubio, 1977: 154
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podía ayudar al sostenimiento de algún miembro de la familia.11 Le seguirían los motivos sociales al considerarse un símbolo de estatus, el cual se medía por la dimensión de la donación. Finalmente, y no por ello menos importante, hallamos los motivos religiosos, ya que mediante estas obras aumentarían las posibilidades de salvación eterna.12 Asimismo, debemos considerar que en el siglo XVI, en el espacio americano, a diferencia de la metrópoli, muchas obras pías tuvieron entre sus objetivos la finalidad de restituir parte de la riqueza obtenida en la conquista, siendo el grupo encomendero, compuesto principalmente por conquistadores y otros beneméritos, uno de los más afectados por esta denominada crisis de restitución.13 En la doctrina jurídica clásica española, el concepto de obra pía incluía tanto a los legados píos como a las instituciones y fundaciones eclesiásticas, siempre que implicasen la donación de un capital destinado a apoyar a los sectores más vulnerables, tales como huérfanas, doncellas pobres, o viudas sin recursos.14 De este modo, las fundaciones piadosas no solo habrían atendido al fin de la salvación de las almas, sino que además habrían propiciado el surgimiento de una estructura de solidaridad y apoyo mutuo. Como acabamos de señalar, son varias las mujeres encomenderas, bien beneficiarias de repartimientos –como Inés Muñoz– o esposas de encomenderos, que llevaron a cabo algunas de las más importantes obras pías de la Audiencia de Lima, siendo su manifestación más destacada las fundaciones monasteriales. Un claro exponente sería el patronazgo del Monasterio de la Concepción, realizado por Inés Muñoz y su nuera María de Chávez, el cual analizaremos con detalle a lo largo de este capítulo. Asimismo, debemos 11. Entendemos como capellanía la fundación a través de la que se disponía la celebración de un determinado número de misas en una capilla o altar a partir de los bienes o rentas que se disponían para tal efecto. El fundador establecía las condiciones concretas, tales como el encargado de administrar los bienes, el número de misas a dar o la duración de la capellanía (Ots Capdequi, 1943, 2: 162-164). 12. Von Webeser, 1998: 780. Levano, 2004: 119. 13. Un gran número de los primeros conquistadores del territorio indiano sufrieron una crisis de conciencia acerca de sus actuaciones durante dicho proceso que los llevó a tratar de restituir los bienes arrebatados a los naturales y a compensar en alguna medida los daños causados a sus encomendados mediante donaciones y diversas obras pías, bien al momento de dar sus últimas voluntades, en su testamento, o en vida. Algunas de estas manifestaciones fueron fundaciones o donaciones a cofradías de indios, hospitales para naturales, o a indígenas pobres y necesitados. Esta crisis estuvo claramente influenciada por la corriente lascasiana de defensa de los naturales. Son varios los autores que han abordado esta cuestión como Efraín Trelles en su estudio sobre el encomendero Lucas Martínez de Vegazo (Trelles, 1988). Por su parte Guillermo Lohmann Villena ha analizado la influencia de Bartolomé de Las Casas así como las diversas doctrinas formuladas al respecto (Lohmann, 1966). También Lewis Hanke, ha dedicado varios estudios a la prédica lascasiana y sus consecuencias (Hanke, 1965 y 1968). 14. Rubio, op.cit.
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mencionar el Monasterio de la Encarnación, la primera fundación de clausura femenina en la Ciudad de los Reyes, instituida por doña Leonor de Portocarrero y su hija doña Mencía de Sosa, viuda del encomendero rebelde Francisco Hernández Girón. Tras el ajusticiamiento de su esposo, debido a su sublevación contra la Corona, doña Mencía decidió entrar en religión junto con su madre, doña Leonor, viuda de Hernando Alonso de Almaraz, gobernador de Tierra Firme y tesorero de la Hacienda Real de Lima. En un comienzo, madre e hija se recluyeron en su propia casa, frente a la actual iglesia de San Marcelo. En el año 1558, el prior del convento de San Agustín y vicario provincial, padre Andrés de Santamaría, les propuso fundar un convento de clausura bajo la advocación de Nuestra Señora de Los Remedios, pero la falta de medios económicos originó que esta fundación se tuviera que hacer en su casa.15 Sin embargo, lo que comenzó como una simple casa de recogimiento llegó a ser uno de los monasterios más destacados y de mayor extensión del virreinato peruano.16 Gracias a diversos bienes, procedentes en gran medida de las distinguidas profesas que acogieron, pronto pudieron adquirir una casa en el extremo sur de la ciudad, a tan solo cinco manzanas de la plaza principal (imagen 8, ver página 135). También el monasterio de la Santísima Trinidad de la orden de San Bernardo, el tercero fundado en la Ciudad de los Reyes, fue instituido por miembros del grupo encomendero: doña Lucrecia de Sansoles, viuda de Hernando de Vargas y Juan de Rivas –vecino de la paz y encomendero de Viacha–, y su hija doña Mencía de Vargas (imagen 8). Doña Lucrecia era sucesora de la encomienda de su primer esposo en Chuquiabo y tras enviudar por segunda vez se trasladó a Lima, donde decidió fundar un monasterio junto con su hija, doña Mencía, viuda de Tomás González de Cuenca, encomendero de Pucarani. La ceremonia de fundación, que contó con la aprobación del cabildo, se realizó el 2 de febrero de 1579, acudiendo a la misma el virrey Francisco de Toledo, así como otras personalidades destacadas de la ciudad.17 En 1584, cuando las fundadoras ampliaron la escritura de fundación, ya habían hecho gasto de la elevada cantidad de 100.000 pesos, lo que denota el gran poder adquisitivo de madre e hija. Por si esta dotación no era suficiente, añadieron una 15. Guerra, op.cit.: 164. 16. El primer terreno tenía un área de media manzana. Posteriormente, sus dimensiones se extendieron hasta 40.323 metros cuadrados. Ibíd. 17. Guerra, op.cit.: 307 308.
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renta anual de 3.000 ducados de oro y 6.000 pesos ensayados procedentes de la hacienda de doña Mencía en Pucarani.18 Las fundaciones monasteriales de encomenderas no se dieron exclusivamente en la Ciudad de los Reyes. Doña Lucía de Padilla, beneficiaria de los repartimientos de Arones Yanaquihua, Colani y Ocoña de Pacheco en Arequipa, instituyó en dicha ciudad el Monasterio de Santa Catalina de Siena –el cual más tarde sería trasladado al Cuzco– (imagen 14). Tras morir el hijo que había tenido con su tercer esposo, y no teniendo más en su cuarto matrimonio, doña Lucía, quien para entonces era mujer muy bien considerada en la ciudad y de gran riqueza, decidió emprender junto con su cuarto esposo –el capitán Jerónimo de Pacheco– la fundación de un monasterio en el que ella y su hija Isabel se recluyeron.19 Además de fundar el monasterio, doña Lucía fue benefactora de los jesuitas, a los que donó un viñedo en el valle de Churunga, en Arequipa, para la construcción de una escuela. También encontramos casos en los que religiosas familiares de miembros de la élite encomendera salieron de un convento para acometer otra fundación, como el de doña Inés de Ribera y Doña Beatriz de Orozco –hermanas del marqués de Mortara– y de María de Orozco, fundadora del monasterio de la Concepción de Loja. Ambas hermanas, que habían dejado su ciudad natal de Chuquisaca para ingresar al Monasterio de la Concepción de Lima, salieron para fundar un nuevo convento de concepcionistas pero recoletas, es decir, reformadas que vivían las reglas originales de su orden sin mediaciones.20 Precisamente una encomendera, doña Inés de Sosa –beneficiaria del repartimiento de Checras en la jurisdicción de Lima–, apoyó los inicios de esta fundación mediante la donación de unas casas principales que tenía en la ciudad.21 Inés de Sosa, quien era esposa de Francisco de Cárdenas e hija de Francisco de Talavera, uno de los primeros pobladores de Lima, en su testamento ordenaba la compra de un terreno para esta fundación y, además, legaba todas sus casas, valoradas en unos 16.000 pesos, para la construcción del convento. Del mismo modo, señalaba que el número de profesas no debía superar la cantidad de trece, ya que de otra forma no se cumpliría todo el rigor de la Regla.22
18. 19. 20. 21. 22.
Ibíd.: 309. Burns, 2008. La autora incluye en su trabajo una biografía de esta encomendera. Guerra, op.cit. AGI, Lima 214, N.14. Informaciones: Leonor de Rivera y Beatriz de Orozco (1601-1604). Fuentes, 1866: 430.
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Muchas otras encomenderas y familiares de encomenderos, si bien no acometieron empresas de la magnitud de una fundación monasterial, sí fueron destacadas benefactoras y efectuaron diversas obras pías. Los cuantiosos ingresos acumulados gracias a su privilegiada situación les permitieron hacer donaciones de bienes raíces, como Catalina de Mori, encomendera y vecina de Huamanga, quien junto con su esposo Hernando de Chávez donó un solar para la construcción del Convento de San Agustín de dicha ciudad. En el Cuzco, la encomendera doña Beatriz de Santillán y su esposo Alonso Rodríguez fueron benefactores del Colegio y Universidad de San Ignacio de Loyola, al que donaron alrededor de 12.000 pesos. En agradecimiento, el padre Juan de Atienza les concedió la capilla de Nuestra Señora para su enterramiento.23 Otra benefactora de esta institución religiosa fue la encomendera doña Paula de Silva, quien donó 20.000 pesos ensayados “para que se echasen a renta”. Doña Teresa de Ordóñez, madre doña Paula, también aportó otros 10.000 pesos ensayados, así como varias joyas de oro y plata. Con ese dinero se acabó de pagar el solar donde estaban asentados los jesuitas en Cuzco, que había costado alrededor de 12.500 pesos. Además, con el sobrante los jesuitas adquirieron una estancia de ganado de ovejas en el Collao, junto al pueblo de Chungará. Doña Teresa Ordoñez también donó a los jesuitas una rica casa que poseía en Cuzco en el valle de Yucay, así como varios objetos para la decoración de la iglesia, entre los que se incluían: una tapicería con varios doseles de damasco; más de una docena de reposteros de cumbe; un dosel de raso carmesí y terciopelo; candeleros de plata; una alfombra grande para el altar mayor de unos 1.000 pesos; y un costoso claviórgano para el coro.24 La historia del colegio de los jesuitas en el Cuzco registra el nombre de varias benefactoras encomenderas a lo largo del siglo XVI, como: Beatriz de Saldaña; Mariana de Chávez, esposa de Capitán Francisco de Loayza; y Agustina de Soto, “señora rica y principal y encomendera de indios, vecina de Chuquiabo y natural y residente del Cuzco y mujer del Capitán Alonso Osorio, corregidor Villa de Potosí”.25 Asimismo, se menciona el nombre de varias esposas de encomenderos, como Bernardina Maldonado, esposa de Francisco de Valverde encomendero del Cuzco, o Teresa de Vargas, mujer del capitán Tomas de Vargas. 23. Vega, 1948. 24. Ibíd.: 27. 25. Se les menciona como “encomenderos de los más ricos y principales desta ciudad”. Agustina de Soto era sobrina del arzobispo de Sevilla, Valdés, y su marido del arzobispo de Lima Jerónimo de Loayza (Ibíd.).
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Imagen 14. Retrato de doña Lucía de Padilla.26 Monasterio de Santa Catalina de Cuzco. 26. El retrato de doña Lucía de Padilla es atribuido a Gregorio Gamarra, pintor peruano manierista, seguidor de Bernardo Bitti y uno de los más reconocidos en Cusco en los primeros años del siglo XVII, ciudad a la que llegó en 1607 proveniente de Potosí. Dado que doña Lucia falleció en 1608, es probable que Gamarra pintase en esa fecha este retrato, con el cuerpo de la difunta presente, y por lo tanto sus rasgos correspondan realmente a los de la encomendera.
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Pero sin duda una de las más destacadas y reconocidas benefactoras del virreinato peruano fue la encomendera de Huamachuco en Trujillo, Florencia de Mora y Escobar. Ella y su esposo Juan de Sandoval protagonizaron destacadas donaciones, siendo la mayor de ellas la del obraje de Sinsicap a los indígenas de su encomienda. En marzo de 1582, al no dejar descendientes, Sandoval determinó llevar a cabo esta magna donación junto con su esposa Florencia, decidida defensora de los naturales. De este modo, en su testamento nombraba a los indios de Huamachuco como únicos dueños del obraje con todo lo que este contenía más 6.000 ovejas de Castilla. Probablemente uno de los factores determinantes para esta donación fue el mencionado espíritu de restitución a los naturales, que tan presente estuvo en el grupo encomendero.27 Dado que los indígenas tenían condición jurídica de menores de edad, Sandoval y Florencia mantuvieron la propiedad fáctica haciendo que los beneficiarios recibieran anualmente las utilidades del obraje. Del mismo modo, los beneficios del ganado lanar se repartirían entre los más necesitados y sus familias. También la renta anual proveniente del obraje, una vez sacados los gastos y salarios, debía distribuirse entre los indios más pobres. En caso que los ejecutores se demorasen en el cumplimiento, serían responsabilizados. Finalmente, en la donación se estipulaba que ni el obraje ni su ganado podían mudarse de lugar ni ser “vendido, cambiado, hipotecado, obligado, ni censuados por los nuevos dueños ni los patrones de la Obra que les acompañaban en el administración”. Asimismo, la donante estipulaba que nadie podía entrometerse en la manda, ni siquiera los virreyes.28 Para asegurarse del cumplimiento de su donación, doña Florencia fundó un patronato como perpetuo guardián, situándolo en su persona mientras ella viviera y después en la de sus sucesores. En caso de que su linaje se extinguiese, el patronato pasaría al prior del convento de San Agustín de Huamachuco y al cura párroco de la iglesia mayor de Trujillo. Finalmente, doña Florencia disponía que en caso de que se diesen discrepancias que condujesen a pleitos, sobrevendría la anulación de todo lo dispuesto. En tal caso se dividiría el obraje y el ganado, siendo una mitad para quien fuera el patrón o 27. Jorge Zevallos, señala como las donaciones, condicionadas por la prédica lascasiana, tuvieron un efecto muy negativo en los patrimonios del grupo conquistador encomendero, ocasionando en algunos casos largos litigios e incluso la ruina absoluta. El autor pone, precisamente, como ejemplo el caso de Diego de Mora, célebre conquistador trujillano, encomendero y padre de Florencia de Mora, así como de sus hijos Diego y la mencionada Florencia (Zevallos, 1996, 1). 28. Ibíd.
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patrones, y la otra para producir renta con la que poder aumentar el número de misas y capellanías que había establecido en el altar de Los Ángeles de la Iglesia de San Agustín de Trujillo.29 Parece que las precauciones tomadas por Florencia fueron adecuadas, ya que alrededor de 1580 el virrey Martín Enríquez se entrometió en esta obra pía nombrando a un tal Cristóbal Cornejo como administrador del obraje, dándole a su vez facultad de nombrar personas españolas para que le ayudasen y por salario los beneficios del ganado. Los huamachuquinos no dudaron en querellarse en la Audiencia de Lima, ganando el pleito en 1583. Cornejo fue expulsado de Sínsicap y llevado a Cajamarca para que el corregidor le tomase cuentas. Doña Florencia además realizó diversas obras pías de importancia. Obsequió a los indios de Huamachuco un extenso solar en la denominada “Huerta Grande” para que cuando sus familiares viniesen a visitarlos tuvieran donde alojarse. También fue una destacada protectora del Convento de Santa Clara de Trujillo ya que le regaló las tierras de Collambay y dotó a sus novicias. Asimismo, un año antes de fallecer dio un censo de 1.500 pesos de capital con renta de 107 pesos y un real y medio al año sobre algunas propiedades –tierras, casa, trapiche, dos caballos moledores, esclavos, etcétera– en la villa de Saña, compradas a Juan Calderón Lezcano.30 Finalmente, tenemos constancia de que era patrona de la limosna y renta para los indios pobres de Huanchaco y de la fiesta de la Presentación en la iglesia de Santo Domingo. Tal fue la huella que su obra pía y la de su esposo dejó en Trujillo que hasta el siglo XVIII se realizaban misas en la iglesia de San Agustín por el descanso de su alma. A día de hoy, Florencia de Mora sigue siendo una de las figuras femeninas históricas más apreciadas en la región. También la antes mencionada obrajera y encomendera doña Jordana Mejía dispuso en su testamento que los indios cajamarquinos recibieran 1.000 pesos de renta anuales sobre su obraje textil. Jordana encargó su administración de manera perpetua al cacique principal y a su Cabildo de Naturales, solicitando que la renta que se obtuviere se repartiera anualmente entre los indios pobres de las cuatro guarangas de las que había sido encomendera con su esposo, Melchor de Verdugo. Del mismo modo, solicitaba que se les diera las frazadas, cordellates y sayales que necesitaran. Jordana indicaba que era 29. Ibíd.: 357 y 352, nota 31. La mayor parte de la información relativa a esta encomendera y su obra procede de la obra de Jorge Zevallos sobre los fundadores de Trujillo (Zevallos, 1996, 1). 30. Ibíd.: 358, nota 5.
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su voluntad que no se pudiese poner administrador por ninguna autoridad, “atenta a los notables daños molestias y vejaciones que los dichos indios reciben de los tales administradores sobre lo cual encargo la conciencia de los señores virreyes y descargo la mía”.31 Hacia 1623 el obraje había sido arrendado al limeño Bartolomé de Azaña por 9.000 pesos anuales. Para 1630, el obraje ya había sido heredado por los indios, y en 1642 funcionaba con aproximadamente 300 trabajadores y daba 10.000 pesos de renta cada año.32 También Inés Muñoz dejaba establecida una renta de 2.000 pesos sobre su obraje de La Sapallanga para sus encomendados del valle de Jauja. Sin embargo, el motivo de dicha renta era la condena que ella y su hijo, Antonio de Ribera “el Mozo”, habían recibido del visitador Jerónimo de Silva, por no atender adecuadamente la instrucción de sus indios. En la sentencia se establecía que parte de lo procedente de la renta debía distribuirse en medicinas para curar a los pobres del hospital del repartimiento en las tres parcialidades que tenía en encomienda ella y su hijo.33 Para cumplir el pago de la multa, doña Inés situó 2.000 pesos de plata ensayada y marcada a censo sobre La Sapallanga, para que cada año se pagasen 142 pesos y seis tomines y once granos de tributo sobre el dicho obraje el cual, indicaba la poseedora, estaba libre de censo, tributo e hipoteca y enajenación alguna.34 Asimismo, estipulaba que si el tributo daba mas de 2.000 pesos debía hacerse donación del sobrante a los encomendados del valle de Jauja, por las muchas y buenas obras que de ellos había recibido. Doña Inés también fue la encargada de velar por el cumplimiento de las mandas de su difunto segundo esposo, don Antonio de Ribera. Así, el 13 de enero de 1566, daba una carta de poder ante el escribano Alonso de Valencia, para realizar el deseo de don Antonio de entregar 3.000 pesos a los indios 31. Zevallos, 1996, 1: 427. 32. Ibíd. p. 428. Pereyra, op.cit. 33. ADJ. Sin nomenclatura. Facilitado por el Mag. Víctor Solier. Agradezco a Víctor Solier la información brindada sobre las particularidades de este censo que aquí exponemos. 34. Ibíd. Doña Inés establecía varias condiciones siendo la primera que, una vez que la deuda estuviese satisfecha ella y sus sucesores así como el obraje quedarían libres de ningún otro compromiso. Asimismo, señalaba que en caso de no cancelar la deuda se perdería el obraje, al cual se comprometía a dar el mantenimiento necesario anualmente so pena de decomiso. Finalmente, doña Inés indicaba que ni ella ni sus herederos podrían “vender, empeñar, trocar, cambiar, ni enajenar el obraje a ningún hombre rico, ni otra ninguna persona que sea rica, ni a caballero, ni escudero, ni a dueña ni, doncella, ni iglesia ni monasterio ni cofradía, ni otra persona alguna de orden ni de religión ni de guerra de otros reinos”. En caso de que se quisiere hacer debería ser en persona legal sana que pudiera asegurar la cobranza del tributo a los indígenas, la cual debería ser aprobada previamente por los caciques e indios de sus repartimientos, bajo pena de decomiso.
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ananhuancas de su encomienda de Jauja y otros 3.000 pesos para usar en dotes con las que casar huérfanas pobres de su repartimiento. Doña Inés indicaba que por ser “causa y manda justa” había adjudicado y situado a censo estos 6.000 pesos sobre varias casas que tenía en la ciudad, –una en la que vivía la mujer y herederos de Pedro González de Mesa, otra en la que residía Pedro de Miranda, además de varias viviendas que se habían dado a censo a Garci Pérez de Vargas–, indicando que la renta de todas ellas superaba la cantidad estipulada. Podemos detectar en estas donaciones y fundaciones factores antes mencionados, tales como un deseo de aumentar y consolidar prestigio, así como los beneficios directos que en el plano religioso estas obras pías podían procurar, siendo el más anhelado dar ventaja a su alma en la “carrera a la salvación”. Sin embargo, a pesar de la presencia e importancia de estos elementos, no podemos obviar las decisivas motivaciones particulares que empujaron a estas mujeres a realizar sus patronazgos, haciendo de cada proceso algo único, tal y como podremos comprobar a continuación. 3. El monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes. Motivos fundacionales El 2 de julio de 1573, doña Inés Muñoz de Ribera se presentaba ante el arzobispo fray Jerónimo de Loayza expresándole su deseo de fundar un monasterio dedicado a la advocación de la Virgen de la Concepción en la Ciudad de los Reyes. El 15 de septiembre de 1573, tras recibir la aprobación, se realizaba la escritura fundacional y de dotación.35 El cronista Bernabé Cobo, en su Historia de la Fundación de Lima, narra las milagrosas circunstancias que habrían provocado que doña Inés Muñoz de Ribera se embarcase en este proyecto fundacional. Según Cobo, tras haber enviudado de su segundo esposo, el comendador don Antonio de Ribera, su único hijo enfermó gravemente. Un día, estando en la cama y despertando de un sueño le dijo a su madre: Por cierto Señora, que durmiendo soñaba que vi a vuestra merced, con hábito de monja de la limpia y pura Concepción de la Madre de Dios, en compañía de
35. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción (1573).
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otras muchas, y no puedo creer que tan grande bien haya sido soñado, y así pido a vuestra merced que se acuerde de esto, si Dios me llevare de esta enfermedad.36
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Doña Inés, impresionada por las palabras de su hijo le aseguró que, en caso de que falleciera, le daba su palabra “de cumplirlo así y hacer verdadero su sueño”. No sabemos hasta qué punto el milagroso relato de Cobo está basado en la realidad, pero lo que sí es cierto es que doña Inés, tras el fallecimiento de su único vástago, tomó la decisión de realizar este patronazgo.37 De este modo, cabe cuestionarnos acerca de las razones que llevaron a Inés Muñoz a emprender una obra de tal envergadura a la considerable edad de unos 60 años. Por supuesto que no podemos considerar únicamente la narración de Cobo sobre la premonitoria y divina visión de su convaleciente hijo, ya que claramente existieron más motivos, y de mayor complejidad, que su muerte. Si atendemos a lo que la propia doña Inés señalaba en la escritura fundacional, el monasterio se había instituido “en alguna satisfacción de las muchas ofensas que contra la divina majestad hemos cometido, y por dar el ejemplo que debemos a los naturales de estos reinos aumentando el culto divino”.38 Asimismo, doña Inés añadía otro importante motivo para su fundación, “la necesidad en que este reino esta de presente, y los méritos de las personas que en el pueden tener hijas que hayan de entrar en religión”. Esta declaración 36. Cobo, 1956b: 430. Cobo complementa su narración con una breve biografía de doña Inés, en la que hace referencia a algunos de los principales episodios de su vida, tales como su temprana llegada al Nuevo Mundo, el asesinato de su primer esposo y su célebre cuñado, o su segundo matrimonio. Sin embargo, incurre en algunos errores al señalar que doña Inés había tenido un hijo llamado Macabeo que murió muy joven y, además, omite a las pequeñas hijas de doña Inés y Francisco Martín que habían fallecido en el viaje a Panamá. 37. Son varios los cronistas que dan noticia acerca de la fundación del Monasterio de la Limpia y Pura Concepción de Nuestra Señora de la Ciudad de los Reyes. Bernabé Cobo señala como este fue fundado por “suegra y nuera de las más principales, ricas y estimadas de esta ciudad y en todo el reino” (Cobo, 1956b: 430). También fray Diego de Córdoba y Salinas se refiere a esta fundación en su Teatro de la Santa Iglesia, (Córdoba y Salinas, [1650], 1958), al igual que el cronista agustino Antonio de la Calancha (Calancha, 1638). Del mismo modo, la historiografía actual se ha ocupado de esta institución, siendo el estudio del padre Rubén Vargas Ugarte, Un monasterio limeño, el más completo. Escrita y publicada a mediados del siglo XX, este trabajo constituye una síntesis de la historia del Monasterio desde su fundación hasta la fecha de la publicación. (Vargas Ugarte, 1960). Entre otras obras que mencionan el monasterio debemos destacar La mujer en la conquista y la evangelización en el Perú (Lima, 1550-1650), donde las autoras le dedican un capítulo (Guerra, op.cit.: 307). También el trabajo de Ybeth Arias abarca un estudio acerca de este Monasterio junto con el de la Encarnación en la época borbónica (Arias, 2009). Finalmente, señalar que algunos autores han brindado información errónea sobre este centro y sus fundadoras, como el autor Luis Martín, quien incurre en un error al atribuir a doña Inés la fundación del Monasterio de la Encarnación de Lima en lugar del de la Concepción (Martin, op.cit). 38. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, f. 2.r (1573).
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atestigua la precaria situación en la que se encontraba el virreinato peruano tras las guerras de conquista y civiles, donde había fallecido un gran número de conquistadores, pacificadores y habitantes de los territorios, dejando varias mujeres viudas y una generación de descendientes –legítimos, ilegítimos y naturales–, muchos de los cuales sin recursos suficientes para sustentarse. En este dramático contexto, estas mujeres viudas y huérfanas se encontraban en una delicada situación de vulnerabilidad en la que incluso algunas habían sido despojadas de sus bienes y privilegios.39 De esta manera se habría producido la aparición y expansión de un grupo de marginadas y desamparadas que constituían una preocupación para la Corona.40 La propia doña Inés era una de estas mujeres afectadas por el belicoso contexto de la conquista. Tras el asesinato de su primer esposo, Francisco Martín de Alcántara, y de su cuñado, el conquistador Francisco Pizarro, ella había sido perseguida y despojada de sus bienes y repartimientos. Asimismo, tenía una nieta llamada doña Inés Ribera, hija ilegítima de don Antonio de Ribera “el Mozo” y quizás mestiza. Así, la fundadora era consciente de la situación de desamparo que enfrentaban las jóvenes españolas, naturales y mestizas de los nuevos territorios americanos. Quizás por ese motivo en la cláusula decimonovena de su testamento estipulaba que, dado que uno de los motivos que la habían movido a realizar la fundación “fue para que redundase en bien de los naturales”, las mestizas, a pesar de no poder ingresar como profesas, podrían hacerlo como freilas, siempre que fueran cristianas y no hubiera española que deseara entrar antes que ellas. Otro factor que debemos considerar a la hora de analizar la fundación del Monasterio de la Concepción serían las circunstancias particulares que estaban atravesando en ese momento las fundadoras –doña Inés y su nuera doña María de Chávez–. En el tercer capítulo observamos cómo tras el fallecimiento del segundo esposo de Inés, las encomiendas de Jauja, Manchay y Carabayllo habían vuelto a su titularidad. Sin embargo, en 1569 ella había renunciado a las mismas y había solicitado que dichos repartimientos, en consideración a sus méritos y los de sus maridos y su cuñado, fueran depositados en primera vida en su hijo don Antonio de Ribera “el Mozo” (Anexo IV). Sin embargo, tras el fallecimiento de éste, su viuda, doña María de Chávez, no pudo suceder a los repartimientos, ya que el virrey Francisco de Toledo los declaró vacos y los incorporó a la Corona. Toledo señalaba que las dos vidas de 39. Pérez Miguel, 2011: 75-77. 40. Van Deusen, 2007.
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la encomienda ya se habían agotado y que no correspondía a la viuda suceder en los mismos, haciendo caso omiso a las protestas de doña María y de doña Inés, quienes en 1573 iniciaron un pleito destinado a la recuperación de los repartimientos. Consideramos que doña Inés y doña María habrían aprovechado esta fundación para respaldar el pedido de la devolución de los repartimientos despojados por Toledo, o al menos de una renta sobre los mismos. Finalmente, debemos agregar un último e importante motivo. Tras el fallecimiento de su único vástago, doña Inés, ya viuda, quedaba sin familia en el Perú. Dada su avanzada edad de más de 60 años, un viaje de retorno a su Andalucía natal se presentaba como una opción bastante inviable. Por esa razón debía efectuar una maniobra que le asegurase una situación estable durante los últimos años de su vida, a la par que le permitiera invertir lo que le quedaba de patrimonio en el modo en que ella desease. Sin un sucesor, y sin posibilidad de un tercer matrimonio debido a su edad, un monasterio podría convertirse en heredero de sus bienes, a la vez que le proporcionaría un lugar donde vivir los últimos años de su vida y donde, además, ella sería la máxima autoridad. Anteriormente observamos cómo esta decisión no era inusual entre aquellas mujeres victimas del turbulento período colonial más temprano. Diversos factores como las guerras habían provocado frágiles estructuras familiares compuestas a menudo por mujeres viudas –como las fundadoras del vecino Monasterio de la Encarnación: doña Leonor de Portocarrero y doña Mencía de Sosa– y en muchos casos sin descendencia –como las propias doña Inés y doña María–. Ante la ausencia de redes parentelares, estos espacios les brindaban la posibilidad tanto de resguardar su honor, así como de mantener una capacidad ejecutiva en caso de que asumieran un puesto destacado como el de abadesa o vicaria. Y, finalmente, les aseguraban tranquilidad y cuidados para sus últimos años de vida. Tal y como señala Ángela Atienza, una parte importante de las fundaciones femeninas en este período estuvo impulsada por mujeres que buscaron en sus patronazgos su propio acomodo debido a varios factores, como una iniciativa propia, una opción religiosa personal y/o debido a las imposiciones sociales imperantes que no concebían que una mujer permaneciese sola. De este modo, aquellas que dispusieron de los recursos necesarios, como doña Inés y otras encomenderas antes mencionadas, gestionaron fundaciones para sí mismas.41 41. Atienza, 2008, cap.7. La autora ilustra su estudio con varios casos de fundaciones realizadas por mujeres en España en el siglo XVI y XVII; “fundaciones de mujeres para mujeres”.
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4. La orden de la Inmaculada Concepción
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Desde el comienzo de la vida monacal, doña Inés y el resto de las monjas adoptaron la Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción, aprobada en España en 1511.42 Esta orden femenina había sido fundada en España por Beatriz de Silva, noble dama de origen portugués, hija de Ruy Gómez de Silva y de Isabel de Meneses, cuyo padre, Pedro de Meneses, conde de Viana, estaba emparentado con la realeza castellana.43 Nacida hacia el año 1437 en Campo Maior, en el Alentejo portugués, doña Beatriz llegó a Castilla como miembro de la corte acompañando a la infanta doña Isabel de Portugal, futura esposa de Juan II, y madre de Isabel la Católica. Todos los testimonios que componen la biografía de Beatriz de Silva coinciden a la hora de alabar su proverbial belleza que, según la tradición, le habría ocasionado múltiples enemistades femeninas, incluida la de la propia reina Isabel de Portugal. Según la leyenda, la reina, celosa, “la encerró en un cofre, donde la tuvo tres días, sin que en ellos se le diera de comer y de beber”.44 En su encierro, Beatriz de Silva no paró de rezar a la Virgen María, quien se le apareció “con hábito blanco y manto azul y el Niño Jesús en brazos. Tras consolarla, le instó a fundar en su honor la Orden de la Purísima Concepción, con el mismo hábito blanco y azul que ella llevaba”. Gracias a la intervención de don Juan Meneses, tío de Beatriz, esta fue encontrada con vida dentro del cofre. Después del incidente, Beatriz salió de Tordesillas camino de Toledo para obedecer el mandato de la Virgen de fundar la Orden de la Concepción, instalándose en el Monasterio de Santo Domingo el Real de monjas dominicas de Toledo, donde vivió treinta años dedicados a la oración.45 En este tiempo forjó 42. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, cláusula 3, f. 2 (1573). 43. Tanto la Fundadora, doña Beatriz, como su institución, han sido objeto de diversos estudios. Varias leyendas componen la hagiografía de esta santa, incluso Tirso de Molina le dedica una obra (Molina, 1999). La hagiografía de mayor antigüedad es el llamado “Testimonio de Juana de San Miguel” escrito alrededor de 1512, publicado en 1618. Desde entonces se han publicado varias obras sobre esta Santa: Alonso, 1964; Gutiérrez, 1967; Meseguer, 1984; Graña, 2003 y Omaechevarría, 1976. Respecto a la Orden concepcionista, López Cuétara efectúa una extensa revisión de los principales documentos relativos a la misma y su fundadora (López Cuétara, 1993). También en las Actas del I Congreso Internacional del Monacato Femenino podemos encontrar varios estudios relativos a las Concepcionistas entre los que podemos mencionar: García de Pesquera, 1993; Canabal, 1993 y García Santos, 1993. 44. Tirso de Molina señala que fue en un armario (Molina, op.cit.). 45. Según cuenta la tradición, en su camino se le aparecieron San Francisco de Asís y San Antonio de Padua. En la hagiografía atribuida a Juana de San Miguel, no aparece ninguna de estas maravillas que nutren su leyenda, indicándose únicamente que frente a varios pretendientes ella optó por “ofrecer su virginidad y castidad a su esposo Jesucristo” (Graña, 2003a: 16-17).
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una estrecha relación con la reina Isabel la Católica, quien la protegió y apoyó su fundación donando en 1484 unas casas de los palacios reales de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo, emplazamiento al que se trasladó Beatriz con otras doce mujeres. En febrero de 1489, Beatriz de Silva presentó una “súplica” al Papa Inocencio VIII, rogándole la aprobación de la Orden y confirmación del monasterio. Sin embargo, aunque a través de la bula Inter Universa de 1489 lograron el beneplácito del Monasterio y modo de vida por parte del Sumo Pontífice, no consiguieron la fundación de una nueva orden, algo prohibido desde el del IV Concilio Lateranense para evitar una excesiva diversidad de reglas y fundaciones.46 Por este motivo Inocencio VIII las adscribió a la Orden del Císter, donde permanecieron hasta 1494, cuando el Papa Alejandro VI, a petición de la Reina Isabel y la abadesa Felipa de Silva, mediante la bula Ex supernae providentia concedió la supresión de la Regla del Císter y aprobó la Regla de Santa Clara. Beatriz de Silva no pudo ver concluida su obra, ya que según la leyenda recibió en visión de la Virgen Inmaculada un anuncio de su muerte, que aconteció, según la tradición concepcionista, en el mes de agosto de 1492.47 Tras su fallecimiento surgieron desavenencias entre sus compañeras, quienes se agregaron a las benedictinas de San Pedro de las Dueñas, de Toledo. El 1 de septiembre de 1494, por súplica de la Reina Isabel, el Papa Alejando VI, mediante la bula Apostolicae Sedis, ordenó que se procediese a la extinción del monasterio de San Pedro de las Dueñas y que se fusionase la comunidad benedictina con la comunidad concepcionista de Santa Fe para formar un solo convento: el de la Concepción.48 Asimismo, a petición de la abadesa y la comunidad del convento de la Concepción de Toledo –cuna de la Orden Concepcionista–, se solicitó volver a la inspiración y carisma original de la fundadora Beatriz de Silva. El 17 de septiembre de 1511, el Papa Julio II a través de la Bula Ad Statum Prosperum aprobaba la Regla de las monjas de la Concepción Bienaventurada de la Virgen María, desligándolas de las anteriores reglas del Císter y de Santa Clara. De este modo, después de veintidós años concluía el proceso fundacional y la nueva orden monástica quedaba confirmada y legitimada.49 46. Bula Inter Universa de 30 de abril del año 1489. Powell, 1979: 265-276. 47. El Martirologio Romano designa el día 17 de agosto para ser conmemorada por la Iglesia Católica. 48. Omaechevarria, 1976. 49. Bulas Pontificias en: Regla y Constituciones Generales de la Orden de la Inmaculada Concepción. Texto actual aprobado por la Congregatio pro Institutis Vitae Consecratae et Societatibus Vitae
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La Orden de la Inmaculada Concepción es heredera de su tiempo, estando teológica e históricamente definida y diferenciada del resto de instituciones religiosas femeninas de su época, dedicándose a la contemplación y oración bajo la advocación del misterio de la Inmaculada Concepción en un momento en que la disputa acerca de esta cuestión estaba en pleno auge.50 Asimismo, varios autores coinciden al señalar la novedad y excepcionalidad de esta Orden, ya que se logró la aprobación y ratificación pontificia de un proyecto religioso femenino ideado y promovido por mujeres, convirtiéndose en la segunda regla monástica específicamente femenina aprobada por la Santa Sede tras la de Santa Clara.51 Otra de sus particularidades más destacadas serían sus importantes promotoras y mecenas, como: la reina Isabel la Católica, defensora de Beatriz de Silva; Beatriz Galindo “La Latina”, quien fundó dos conventos y un hospital dedicados a la Inmaculada;52 o Ana de Austria, hija de don Juan de Austria, abadesa de las Huelgas Reales de Burgos, quien escribió al Pontífice Gregorio XV para solicitarle la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción.53 Si bien esta Orden nació en Castilla, pronto se popularizó y extendió fuera de la península, siendo la primera comunidad religiosa femenina en implantar su forma de vida en el Nuevo Mundo. En 1540 se fundaba el primer Monasterio de la Concepción en la capital del virreinato de Nueva España y en 1573, en la Ciudad de los Reyes del virreinato del Perú. 4.1. La Orden de la Inmaculada Concepción en la Ciudad de los Reyes Doña Inés determinó acometer su obra abrazando la Orden de la Concepción, pero ¿qué fue lo que le hizo escogerla frente al resto e instituir el segundo monasterio concepcionista en toda América? Consideramos que la mencionada promoción isabelina en España, la cual había contribuido a popularizar la devoción a la Inmaculada, habría ayudado a poner de moda una Orden con un marcado sello femenino, cuya iniciativa institucional estaba protagonizada Apostolicae. Roma 22-02-1993. Comunicación personal con hermana M.P del Monasterio de la Concepción de Lima. 50. Rambla, 1954: 192-210. 51. Ver López Cuétara, op.cit. y Graña, 2003a. 52. Para más datos sobre la devoción Inmaculista de doña Isabel y sus damas: Graña, 2003b: 19. 53. Sagarra Gamazo, 1994: 349.
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por mujeres. Además, la devoción a la Virgen Concepcionista tenía una especial difusión en Andalucía, tierra de doña Inés. Por ejemplo, en la localidad de Castilleja de la Cuesta en el Aljarafe, muy cercana a Castilleja del Campo, villa natal de su primer esposo y probablemente de ella, la Inmaculada Concepción era Patrona Coronada de la ciudad desde el siglo XV, momento en que se estableció por la Orden Tercera de San Francisco la devoción a esta Virgen.54 También es oportuno señalar que dicha devoción no era ajena a su familia, siendo su cuñado Francisco Pizarro un fervoroso seguidor de la misma. Incluso en su testamento, Pizarro solicitaba erigir en un lugar preeminente de su Trujillo natal un templo dedicado a la Virgen de la Concepción “de quien yo he sido muy devoto” y “he tomado y he tenido por señora e abogada en todos mis hechos”.55 Esta devoción habría propiciado que dedicase a esta Virgen la primera iglesia en la ciudad de Jauja. También es significativo que el nombre del asentamiento poblacional cercano al obraje textil de la encomienda del Valle de Jauja de doña Inés Muñoz, desde el siglo XVI, tenga el nombre de La Concepción, el cual detenta hasta la fecha. Finalmente, esta Orden encajaba a la perfección con el proyecto de doña Inés, ya que, al igual que en los conventos peninsulares, las profesas procederían de algunas de las más destacadas familias, en este caso de conquistadores y/o encomenderos. De este modo, factores como su propia devoción, la popularidad de la advocación, las connotaciones elitistas relacionadas con esta orden, así como su fama de su rectitud, tan necesaria en aquellos años de reforma de las instituciones religiosas, habrían sido decisivos para que doña Inés se inclinara por esta Orden y la adoptara para su monasterio en la Ciudad de los Reyes, desde donde se difundiría al resto del territorio americano.56 Esta preferencia habría sido justificada y legitimada a través del suceso en el que la Virgen se aparecía al hijo de doña Inés vistiendo el hábito de la Concepción y que, décadas más tarde, era recogido por el cronista Bernabé Cobo.
54. En el año 1400, los miembros de la orden bautizaron una ermita que se encontraba en el camino Real con el nombre de Santa María de la Concepción. 55. Porras, 1936: 705-706. 56. Del Monasterio de la Concepción salieron en 1603 las religiosas que fundaron el Monasterio de la Concepción en Panamá: Leonor Velázquez Isabel Pantoja Juana Bautista y Francisca de la O (Vargas Ugarte, 1960: 41).
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4.2. La Regla de la Orden de la Concepción
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Al adoptar la Orden de la Concepción, doña Inés quiso observar la Regla de idéntica manera que sus hermanas de Toledo.57 Sin embargo, parece que su empeño en emular a la metrópoli, así como de cumplir adecuadamente con las directrices de sus superiores, no siempre dio los frutos deseados. Por ejemplo, en 1578 los visitadores eclesiásticos don Bartolomé de Cuellar y fray Luis López, prior del Monasterio de San Agustín, objetaban a las religiosas acerca del modo en que estaban realizando las profesiones. Quizás estas y otras observaciones hicieron que en 1621 la abadesa Aldonsa de Vivero solicitara una copia compulsada de la Regla de la Orden al Real Monasterio de la Concepción de Toledo por “su mucha devoción que tienen a esta sancta casa de Toledo por ser la primera de su orden e deseando imitarla y militar debajo de sus constituciones”.58 A través de doce capítulos, la regla concepcionista regulaba de manera estricta casi todos los aspectos de la vida de las monjas: desde la indumentaria y los horarios que regirían sus actividades hasta su comportamiento en el interior del Monasterio. En la regla se daba una particular importancia a los aspectos relativos a la pobreza en común y a la clausura perpetua, señalando que las profesas debían vivir “siempre en obediencia sin propio y en castidad con perpetuo encerramiento”.59 En las capitulaciones, conscientes de la dureza de la Regla, se señalaba que las novicias serían instruidas e informadas de las cosas que deberían respetar como profesas y que, asimismo, podrían probar por un tiempo determinado esa vida para que después no se quejasen de “la aspereza y dificultades que en este divino camino algunas veces son halladas”. Si después de un año de prueba la novicia lo deseaba y estaba preparada, podía profesar. En los estatutos se delimitaban los requisitos exigidos para el ingreso al monasterio, siendo la legitimidad, la limpieza de sangre y la cristiandad imprescindibles, señalándose que no se podría recibir en el Monasterio “ni hija ni nieta de reconciliado, ni quemado, ni que sus padres y abuelos hayan tenido, o obedecido otra ley que la de Jesuchristo” y exigiendo, al menos, tres
57. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, cláusula 3, f. 2 (1573). 58. La Regla de esta Orden se recoge en un libro compuesto por doce capítulos a través de los que se regula, el comportamiento que han de observar las religiosas concepcionistas. AHMCL. Códice con Regla de la OIC. (1621). 59. AHMCL. Códice con la Regla de la OIC. (1621). Cap. 1, f. 4.
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generaciones de cristianos.60 Asimismo, para poder ingresar al convento como profesa, la aspirante debía ser examinada con diligencia para comprobar que su cristiandad estuviera fuera de dudas. Si bien no había una edad mínima de ingreso como seglar, la edad mínima para profesar era 16 años, aunque, de acuerdo a las disposiciones de Trento, con la aprobación expresa del obispo esta edad podía descender hasta los 12 años. Tampoco la edad de profesión podía ser tan elevada que impidiera llevar a cabo las obligaciones de la religiosa, aunque en esto no se cumplió en todo rigor, como en el caso de doña Inés que, al momento de realizar su profesión, contaba con más de 70 años de edad. Respecto al hábito de la orden concepcionista, se ordenaba que este fuera “una túnica y un hábito y un escapulario todo esto blanco y un manto de estameña o de paño basto de color azul”.61 Las religiosas debían usar una cuerda de cáñamo para ceñir sus hábitos y podían usar como calzado “alpargatas o suelas o zapatos o cueros o corchos”. Por último, debían llevar cortos sus cabellos y cubrirlos con una toca blanca que tapara “frente mejillas y garganta honestamente”. En el caso de las profesas de velo negro o de coro, sobre la toca, además, debían llevar un velo negro. El decimosegundo capítulo regulaba aspectos relativos al silencio de las profesas, estableciendo que debían dormir “todas en sus hábitos vestidas y çeñidas, en un dormitorio, donde esté toda la noche una lanpara ençendida, y cada una en su cama.”62 Dichas camas debían ser austeras y la de la abadesa se encontraría en medio para poder controlar al resto de las monjas. Sin embargo, no creemos que esta disposición fuera observada. Por el contrario, consideramos que la mayor parte de las profesas del Monasterio de la Concepción, al igual que las de los otros Monasterios Grandes de la capital, habrían desarrollado la mayor parte de sus actividades, incluido su descanso, en sus celdas o espacios personales. El término celda, así como la austeridad preconizada por la orden, puede inducir a formarnos una imagen errónea de estos lugares que, en la mayor parte de las ocasiones, no tenían nada de austeros ni se parecían a lo que comúnmente concebimos como celda. Hasta nosotros ha llegado una descripción de una celda del Monasterio de la Concepción del año 1653. Gracias a 60. Ibíd., cap. 9, f. 2 v. 61. El manto y el escapulario debían, además, tener “una imagen de nuestra Señora cercada de un sol con sus rayos y con su hijo en brazos y coronada de estrellas en la caveza”. Ibíd., cap. 9, f. 2 v. De las formas del avito desta religión. 62. AHMCL. Códice con Regla de la OIC. (1621). Capitulo 12, f. 18.
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esta sabemos que el aposento constaba de dos plantas que contenían las siguientes dependencias: cuadra de estrado, cuadra de dormir, recámara con una pieza adicional, cuarto de enfrente, patiecillo, cocina, despensas, alacena, tinajeras y gallinero.63 Asimismo, antiguos monasterios coloniales, como el de Santa Catalina en Arequipa, conservan en excelentes condiciones las celdas de sus profesas y nos permiten conocer con gran precisión cómo fueron estos espacios que, en muchas ocasiones, no tenían nada que envidiar a las habitaciones de su casa familiar. Cada monja era “reina de su celda” y si procedía de una familia con recursos económicos, estaba autorizada para dotarla con las mismas comodidades que había disfrutado en su casa. En algunos monasterios, estos espacios permitían a las internas realizar una vida independiente del mundo exterior e incluso del convento. En las celdas las internas leían, recibían visitas o se reunían con otras profesas para hacer música, conversar u otras actividades.64 La monja tenía la posibilidad de adquirir un derecho a este espacio por un período de tiempo determinado. Dado que, técnicamente, poseer una celda iba contra el voto de pobreza, la historiadora Asunción Lavrin indica que la compra se disimulaba adquiriendo el derecho al uso de la misma mediante un contrato enfitéutico o de arrendamiento a largo plazo. Dicha compra solía ser por una o varias vidas y pasado el plazo estipulado la celda volvía a quedar a disposición del convento, quien podía volver a venderla.65 El costo de una celda podía llegar a ser bastante elevado, máxime si estaba destinada al uso de varios miembros de una familia.66 Estos espacios conventuales eran muy codiciados y solo aquellas con suficientes recursos podían optar a ser dueñas de una celda. Los grandes monasterios, como la Encarnación o el la Concepción, en sus primeras décadas dispusieron habitualmente 63. Durán, 1994: 125-126. 64. Guibovich, 2003. Martín, op.cit.: 175. 65. Asunción Lavrin indica, que la propiedad enfitéutica de celdas conventuales probablemente no fue un concepto reconocido por las profesas señalando como el término compra se encuentra en muchos escritos legales, referidos a compra y venta de celdas (Lavrin, 2006). Esto se puede ver a través de diversos expedientes como la causa seguida por doña Clara Portocarrero contra la abadesa del monasterio de la Concepción por haber vendido en 400 pesos una celda de su propiedad que le servía de despensa y para guardar sus trastes (AAL. Archivo de la Concepción. Leg. IV: 21), o la seguida por doña Catalina Merchán y doña María Guerrero contra doña María de Montoya, sobre la posesión de una celda que compró doña Aldonza de Vivero para las demandantes (AAL Archivo de la Concepción. Leg. VII: 9). 66. En el Monasterio de la Concepción doña Floriana de España, en 1671, ordenó construir una celda para seis religiosas entre las que se encontraban sus hijas y sus hermanas, pagando por ello la elevada cantidad de 40.000 pesos. Asimismo, doña Feliciana de Bustamante, viuda del capitán Alonso de Medrano, en 1662 pedía a Francisca Ortiz, religiosa del monasterio de la Concepción, 4.600 pesos que su marido le había prestado para comprar una celda. AAL. Archivo de la Concepción. Leg. XV: 50 1662/1665. Lima.
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de espacio suficiente para poder acoger nuevas edificaciones.67 Sin embargo, según aumentó la población de los monasterios comenzó a escasear el espacio necesario para construir todas las celdas demandadas por sus profesas, por lo que estas debían esperar al fallecimiento de la dueña de una para poder tener oportunidad de acceder a la misma. Esto ocasionó que las religiosas en varias ocasiones tuvieran que compartir dichos espacios, situación que generó no pocos problemas.68 La clausura
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Dentro del compendio de ordenanzas de la Regla de la Orden de la Concepción se daba un especial énfasis a la clausura. A través de una amplia y minuciosa normativa se establecía cada pequeño detalle sobre la observancia de la reclusión, dedicándose a este aspecto más capítulos que a cualquier otro de la vida de las religiosas, lo que pone de manifiesto la gran importancia que la clausura tenía en los monasterios femeninos. Desde el mismo momento de su nacimiento, la mujer estaba tutelada y supeditada a los hombres de su entorno. Acorde con la mentalidad imperante en la época, existía una ideología que justificaba la preponderancia masculina atribuyendo a las mujeres un menor temple moral. Así, el discurso teológico y social justificaba este encerramiento y aislamiento de las mujeres, cuya debilidad hacía que la separación física del mundo fuera el único garante de la virtud y rectitud de las internas.69 Palabras de autores como Fray Luis de León: “son los hombres para lo público, así las mujeres para el encerramiento”, nos ayudan a comprender el imaginario social vigente.70 Así, para una soltera o una viuda en menor medida no existía otra manera de vivir honrosamente que en el claustro, debido al condicionamiento moral de la sociedad del siglo XVI y XVII que priorizaba la 67. Son varios los expedientes que nos permiten comprobar el proceso de construcción de nuevas celdas al interior de los monasterios. Véase como ejemplo la solicitud de licencia que pide doña Juana de Nuñovero para labrar un sitio que compró en las casas junto al molino que se incorporaron a la clausura del monasterio de la Concepción para sus hermanas, a fin de construir en el una celda alta y baja y callejón para poderlo vender (AAL. Archivo de la Concepción. Leg. XIV: 37 1660. Lima). 68. Muestra de ellos serían los autos seguidos por doña Catalina Arias del Castillo, religiosa profesa, contra doña María de Ampuero Barba, hija de Martín de Ampuero, acerca del uso de una celda y un servicio de cocinilla que le había vendido doña María Perosa, solicitando que doña María de Ampuero, con quien tenía que compartir la mitad, “no la hostilizare por ello”. AAL. Archivo de la Concepción. Leg. V: 25 1632. Lima. 69. Eiximenis 1542: 8 En Carrasco, 2007. 70. Sánchez Lora, 1988: 148-149.
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salvaguarda de la virtud femenina.71 Luis Vives en su obra sobre la instrucción a la mujer cristiana sintetiza el parecer de la época acerca de la conducta femenina. Para él, la mujer sólo debía dejarse conducir por el padre, el hermano, el marido o el confesor. Sin embargo, la única manera de evitar tentaciones, dada la frágil naturaleza femenina, sería entrar al estado religioso, donde la clausura ayudaría a evitar cualquier tipo de posible desviación.72 Desde el Concilio de Trento se hacía particular hincapié en la obligación de cumplir de manera estricta con la clausura, aspecto que se había descuidado en muchas instituciones. La rigurosidad en la contemplación de dicho precepto aumentaba el respeto y honor de las instituciones femeninas y este énfasis en el encerramiento se manifestó con toda su dureza en las reglas y constituciones de las diversas órdenes religiosas. Así, en la Orden de la Concepción, ya en el capítulo primero se señalaba que las profesas serían obligadas a vivir siempre en perpetuo encerramiento dentro en la clausura interior del monasterio.73 Asimismo, a través de los capítulos séptimo y octavo se detallaban cuestiones tanto generales como particulares sobre la clausura, regulando la actuación de las profesas frente a cualquier eventual suceso, como un fuego o una guerra.74 Finalmente, el noveno capítulo se ocupaba de regular la entrada al monasterio, ordenando que ninguna persona pueda entrar en la clausura salvo los visitadores “cuando tuvieren necesidad de ejecutar su oficio y los confesores para administrar los sacramentos y los médicos para visitar las enfermas y los oficiales que fueren menester para reparo de la casa”, advirtiéndose que el que no observase estos preceptos incurriría en sentencia de excomunión.75 En los casos en que la entrada a la clausura estaba permitida, como la visita de un médico a una profesa enferma, el que ingresaba debía hacerlo en compañía de la abadesa o vicaria y las porteras, las cuales tenían que ir por delante tañendo una campanilla para que las monjas se recogieran, y mientras que permaneciesen en el monasterio, las monjas debían llevar el velo 71. Ibíd. Atienza, op.cit. Lavrin, 2018, Ramos, 1995. 72. Vives, [1528], 1948. 73. AHMCL. Códice con Regla de la OIC. (1621). Cap. 1, f. 3. 74. En tales casos se señalaba que las religiosas “tengan liçencia para salir y remediarse pasando a algún lugar convenible donde estén en honesta clausura hasta tanto que les sea proveído de monesterio”. AHMCL. Códice con Regla de la OIC. (1621). Cap. 7, f. 11 r. De la Clausura. En los capítulos incluso se detallaba de qué manera debían estar diseñadas las puertas y el torno, estableciéndose que este último fuera “de tal altura y anchura que nadie pueda entrar ni salir por él” (AHMCL. Códice con Regla de la OIC. (1621). Cap. 8, ff. 11v.-12r. De las clausuras particulares desta Orden). 75. AHMCL. Códice con Regla de la OIC. (1621). Cap. 9, f. 14 r. Del Entrar en el Monasterio.
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tapando sus rostros, “porque no deben desear ser vistas sino de su esposo Jesuchristo”.76 La copiosa y detallada normativa relacionada con la clausura revela no solo su importancia en los monasterios femeninos, sino también los frecuentes problemas existentes con el cumplimiento de la misma. Una abundante literatura relativa tanto al Monasterio de la Concepción como a otros monasterios virreinales y peninsulares expone la problemática realidad, la cual fue motivo de frecuentes tensiones y enfrentamientos entre las autoridades eclesiásticas y las comunidades religiosas a quienes debían controlar. La documentación, más abundante para los siglos XVII y XVIII que para el XVI, nos brinda varios casos que nos permiten ilustrar estas desavenencias, como cuando en 1663 múltiples testigos aseguraron haber visto a unos hombres entrando con unas reses vivas en el interior del claustro del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes, donde las religiosas habían organizado una corrida de toros. El resultado de esta aventura fue, además del profundo enojo del arzobispo, la excomunión tanto de los hombres que habían traspasado sin permiso los muros, como de las internas relacionadas con el caso.77 Más escandaloso, sin embargo, fue un evento sucedido en 1705. En esta ocasión, el arzobispo don Melchor de Liñán y Cisneros había recibido información de que las monjas, con motivo del cumpleaños de la abadesa, estaban ensayando una obra de teatro seglar en la que iban a interpretar papeles tanto masculinos como femeninos. Además, dicha obra iba a realizarse no solo ante la comunidad, sino también frente a amistades seglares y benefactores. El arzobispo, tras tener noticia de sus intenciones, tres días antes del evento emitió órdenes para la cancelación de la representación. Sin embargo las monjas, haciendo caso omiso, continuaron ensayando. El 12 de septiembre, miembros de las más distinguidas familias de la sociedad limeña asistieron al estreno de la obra apareciendo en lujosas calesas. La obra duró desde las 8.00 p.m. hasta 76. Ibíd. En la normativa se ponía un especial empeño en este aspecto, es decir, a que los rostros de las religiosas no pudieran ser observados más que por sus propias compañeras y nunca por seglares, para lo que se proporcionaban todas las herramientas posibles tales como el recogimiento a las celdas, el uso de velos por las profesas o el de lienzos y paños en el monasterio para ocultarlas en aquellos lugares donde se podría ocasionar un encuentro, como por ejemplo el locutorio (AHMCL. Códice con Regla de la OIC. (1621). Cap. 8, f. 12 v. De las clausuras particulares desta Orden). 77. AAL. Monasterio de la Concepción. Leg. XVI: 11 (1663). Quizás la reincidencia de las religiosas ocasionó que las autoridades en el siglo XVIII considerasen necesario incluir en un auto arzobispal la prohibición de meter dentro del monasterio toros, terneras o vaquillas vivas: “Que no entren chirimiyeros con la ocasión de festejo en las elecciones de abadesas ni otro motivo ni toros terneras y novillos para jugarlas y celebrar funciones” (AHMCL. Auto de visita del arzobispo D. Pedro Antonio Barroeta y Ángel (1754).
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pasadas las 10 de la noche. Durante la representación, las profesas interpretaron papeles masculinos y femeninos disfrazándose para ello, aunque sin dejar de vestir sus faldas. Para mayor escándalo, tras el acto las monjas, algunas de ellas todavía disfrazadas, se mezclaron con sus invitados y a su salida los acompañaron desde la puerta del convento hasta la portería, donde sus calesas estaban esperando. Podemos imaginar el enfado del arzobispo frente a lo sucedido. Las monjas habían burlado y desafiado su autoridad episcopal actuando independientes de cualquier sujeción canónica, y todo ello a la vista de toda la ciudad. El arzobispo mandó realizar una exhaustiva investigación sobre lo sucedido y aunque algunas de las religiosas declararon no haber visto la obra “porque vivían apartadas de todo esto”, otras confirmaron lo sucedido. También el capellán mayor declaró que sabía que iban a realizar una representación y que avisó de que no debían hacerlo. El arzobispo, tras concluir las averiguaciones, dispuso relevar a la abadesa doña María Dávalos de su cargo, al igual que a la vicaria y a las porteras, declarándolas incursas de excomunión. Respecto a las profesas actrices, las declaró privadas de voz activa y pasiva. Finalmente, nombró presidenta del monasterio a doña Petronila Leal, a quien la exhortó a velar porque se guardase la regla.78 Sin duda, la administración y control de los monasterios y conventos femeninos de la Ciudad de los Reyes supuso un enorme problema para las autoridades, ya que en la mayoría de los casos las ordenanzas orientadas a imponer disciplina eran desobedecidas de manera sistemática por las religiosas.79 No tenemos constancia documental de si el Monasterio de la Concepción en los albores de su fundación presentó tales conflictos.80 Es probable que la considerablemente menor población del monasterio, compuesta por apenas una veintena de religiosas más las donadas y esclavas, hizo más sencillo manejar el interior del mismo. Quizás los superiores eclesiásticos fueron más flexibles 78. AAL. Monasterio de la Concepción. Leg. XXIX: 33 (1705). Autos seguidos contra la abadesa, vicaria y otras religiosas del monasterio de la Concepción, por haber realizado festejos con concursos y comedias, so pretexto del santo de las preladas. Este incidente también ha sido recogido por el padre Vargas Ugarte en su estudio sobre el Monasterio de la Concepción (Vargas Ugarte, 1960: 69-70). 79. Viforcos, 1993: 689. Este desorden no era exclusivo de los centros indianos. Para el caso español, el historiador Maximiliano Barrio señala como, a pesar de los esfuerzos de autoridades eclesiásticas y civiles por imponer el modelo tridentino, las monjas encontraron estrategias para poder preservar su entidad personal y relativizar la imposición de la clausura estricta (Barrio, 2010). 80. Para el siglo XVI, solo hemos encontrado una visita y las recomendaciones acerca del modo de profesar. Para el siglo XVII y XVIII contamos con diversas visitas como las del arzobispo Lobo Guerrero y el arzobispo Ángel Barroeta, efectuadas en el marco de una reforma general de los monasterios femeninos del virreinato.
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en cuanto al comportamiento de las internas o no dispusieron de suficientes herramientas para su vigilancia. O, simplemente, las desavenencias no llegaron a traspasar los muros, al contrario de lo sucedido a partir de la mitad del XVII, a juzgar por los numerosos pleitos entre las religiosas y sus superiores, que revelan una continua pugna por el control de dichos centros. 5. Demografía del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes
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En 1573, al momento de la fundación, la población del monasterio estaba constituida por una veintena de mujeres aspirantes a profesas, entre las que se encontraban las fundadoras, doña Inés Muñoz de Rivera y doña María de Chávez. El 20 de septiembre de 1573, día de la fundación de la casa, el arzobispo don Jerónimo de Loayza imponía el velo a un buen número de estas mujeres, entre ellas las fundadoras.81 En la segunda ceremonia, además de las fundadoras estuvieron presentes dieciocho religiosas: Inés de Ribera –hija ilegítima de don Antonio de Ribera, segundo esposo de doña Inés–, Guiomar de Ayala, Magdalena de Sotomayor, Isabel Flores, Juana Bautista, Paula de Jesús Puertocarrero, Francisca de San Gerónimo, Leonor de San Juan, Juana de Quesada, Isabel de Jesús Leonor de los Reyes, Petronila de la Vega, Magdalena Velázquez, Francisca de Salazar o Ribadeneyra, Leonor de Salas, Águeda Ruiz, Bernaldina de Orihuela y Petronila de los Ríos.82 Dos años después, el 22 de septiembre de 1575, el arzobispo Jerónimo de Loayza daba comisión al padre fray Luis Álvarez, provincial de la Orden de San Agustín, para que pudiera recibir los votos y profesión de las monjas novicias, las cuales ya estaban debidamente examinadas, y les diera los velos “con las debidas ceremonias”. Los testigos en esta ocasión fueron el doctor Antonio de Molina, su juez y vicario, y Pedro de Miranda, antiguo conocido y allegado de doña Inés. Durante esta ceremonia se procedió además a designar como vicaria a doña Juana de la Concepción, procedente del Monasterio 81. La fecha recordatoria para la fundación del Monasterio es el 20 de septiembre, día de la toma de hábito y de la bendición del convento, puesto que, a la firma de la escritura, doña Inés todavía era seglar. Posteriormente la Santa Sede confirmará y aprobará la fundación canónica del Real Monasterio de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora, en Lima-Perú según Breve de Gregorio XIII, dado en Roma el 11 de octubre de 1578. Comunicación personal con la hermana M. P. 82. El nombre religioso de las nueve últimas profesas era: Juana de la Concepción, Leonor de la Cruz, Petronila de la Cruz, María Magdalena, Francisca de la O, Leonor de San Juan, Águeda de Santa Pablo, Bernardina de Jesús y Petronila de Sant Pedro, respectivamente.
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de la Encarnación, quien sería la encargada de regular los comienzos de la vida conventual. La población del monasterio mantuvo un crecimiento constante desde su fundación hasta la primera mitad del XVII. En el momento del fallecimiento de la fundadora, en 1594, el número de profesas había aumentado considerablemente desde las 20 de la fundación inicial, en 1573, hasta 141. Pocos años después, en 1603, ya había 172 profesas.83 Con respecto al siglo XVII, el cronista fray Buenaventura Salinas indica que en 1630 había 190 religiosas de velo negro, 20 de velo blanco, 23 novicias, 15 donadas, 25 seglares y 254 esclavas, algunas de las cuales eran propiedad de las monjas y otras del convento.84 Bernabé Cobo aporta datos similares señalando que alrededor de 1639 el Monasterio de la Concepción contaba con “doscientas cincuenta monjas y otras tantas criadas y esclavas”.85 Pocos años después, en 1660, Pedro de Villagómez, en una carta dirigida al Pontífice para dar cuenta de la cantidad de clérigos y religiosas en la ciudad de Lima, señalaba que en el monasterio había 263 monjas de velo negro, 7 monjas de velo blanco, 29 novicias, 26 donadas, 65 esclavas del monasterio y 297 pertenecientes a las monjas. Asimismo, señalaba que entre el monasterio de la Encarnación y el de la Concepción había un total de 158 criadas libres.86 En el año 1700, el virrey conde de la Monclova realizaba un censo del convento de la Concepción y encontraba que dentro de su claustro vivían 1041 mujeres. De ellas, 257 eran religiosas de velo negro, 10 novicias, 14 religiosas de velo blanco, 47 donadas profesas y novicias, 162 seglares, siendo 147 de ellas españolas y el resto medio españolas, 290 criadas libres y 271 criadas esclavas. De este modo, los datos nos presentan a 571 mujeres libres, esclavas y criadas frente a solo 271 monjas con votos de pobreza y clausura. Cifras análogas para el Monasterio de la Encarnación, el otro gran monasterio limeño, nos hacen pensar en un modelo frecuente en los monasterios grandes de la Ciudad de los Reyes.87 83. AGI, 215. N6. Esta cifra es mayor a la ofrecida por algunos autores como Margarita Guerra quien señala que a principios del Siglo XVII había alrededor de 80 religiosas (Guerra, op. cit.). 84. Guerra, op. cit.: 260. 85. Cobo, 1956b: 282-283. 86. AUARM. Colección P. Rubén Vargas Ugarte, tomo 29: 183, 30 de junio de 1660. De nuevo, en 1669, Pedro de Villagómez, proporcionaba el número de religiosas al Papa: 284 monjas de velo negro, 16 monjas de velo blanco, 21 novicias, 19 donadas, 10 esclavas del monasterio y 127 pertenecientes a las monjas (AUARM. Colección P. Rubén Vargas Ugarte, tomo 29: 184, 2 de enero de 1669). 87. El fenómeno de aumento de la población de los claustros fue general tanto para el virreinato del Perú como de Nueva España e incluso la península. Al respecto, el historiador Ramón María Serrera señala
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6. Composición social del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes
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La composición social del Monasterio de la Concepción en el siglo XVI, al igual que el resto de monasterios fundados en el Nuevo Mundo, estuvo condicionada por las particulares circunstancias de los territorios conquistados. En Perú, los primeros centros religiosos se tuvieron que adecuar a la compleja realidad social existente compuesta por un heterogéneo grupo de mujeres españolas, indígenas, mestizas, criollas, mulatas y negras, entre otras. Estas mujeres se integraron a las comunidades de los monasterios y conventos, reproduciéndose en ellos las estructuras sociales jerarquizadas coloniales existentes en el exterior de los muros basadas en criterios raciales, económicos, sociales y morales, cuyo reflejo serían los diversos rangos de las religiosas. En la Ciudad de los Reyes, los denominados monasterios grandes como el de la Encarnación o de la Concepción, utilizaron estos rangos para dividir a las profesas dependiendo de los criterios antes mencionados.88 Así, las internas del monasterio pudieron ser monjas de velo negro, monjas de velo blanco, donadas, esclavas o seglares. Monjas de velo negro En el Monasterio de la Concepción, las monjas velo negro o de coro eran conocidas como doñas y conformaban el estrato más alto de la comunidad. La mayor parte eran hijas y nietas de conquistadores, pacificadores y/o personas beneméritas, y pertenecientes a la élite limeña, aunque en algunos casos con pocos medios económicos. Desde el siglo XVI, las monjas de coro eran, salvo en contadas excepciones, mujeres españolas, entendiendo como tales no solo a las oriundas de la península, sino también a las descendientes de padre y madre español nacidas en el territorio peruano. Las monjas de velo negro participaban en todos los asuntos concernientes al Monasterio de carácter tanto material como espiritual y podían votar en las elecciones de abadesa, así como que la “saturación” de estas fundaciones llegaba hasta tal punto que incluso las autoridades, a través de sucesivas disposiciones, intentaron atajar este fenómeno, aunque sin mucho éxito. Por ejemplo, el marqués de Varinas en un memorial sugería una bula que, entre otras cosas, dispusiera que en 16 años no entrasen en los conventos ni clérigos ni monjas “porque son tantos que es el número infinito” (Serrera, 2009: 17-18). 88. Eran considerados Monasterios Grandes de la Ciudad de los Reyes el de la Encarnación, Concepción, Trinidad, Santa Catalina, Santa Clara y el Monasterio de las Descalzas.
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acceder a los cargos de más categoría.89 Normalmente poseían amplios recursos económicos, lo que se reflejaba a través de su dote, su celda y la posesión de una o varias esclavas.90 A inicios de la fundación, la dote de las monjas de velo negro consistía en 1.000 pesos de oro de plata ensayada y un ajuar, que estaba compuesto por dos colchones, dos frazadas, cuatro sábanas y almohadas, un par de hábitos, una caja de madera, una mesa, una silla y dos velas de cera –una para la ceremonia de toma de hábito y otra para la profesión–.91 Asimismo, en caso de que la religiosa lo desease, además de la dote podía dar lo que ella quisiera, tanto en renta como en posesiones, lo cual se añadiría a los bienes del monasterio. Dicha dote era inferior a la solicitada en instituciones religiosas similares, la cual fluctuó en los siglos XVI y XVII entre los 2.000 y los 4.000 pesos para las profesas de velo negro, 1.500 pesos para el velo blanco y 1.000 pesos para donadas.92 ¿Cuál fue el motivo de imponer una dote tan reducida, aun a sabiendas del enorme gasto que implicaría el sostenimiento de las profesas y otras necesidades del monasterio? La respuesta a esta cuestión se encontraría en la propia carta fundacional del monasterio. Doña Inés, al momento de la fundación, consciente de la difícil situación de carestía de muchos de los habitantes del virreinato, señalaba que: “considerando la necesidad en que este reino esta de presente, y los méritos de las personas que en el pueden tener hijas que hayan de entrar en religión, y que si hubiese exceso en la dote dejarían muchas de conseguir sus santos propósitos, y el estado de tanta perfección”.93 La fundadora estipulaba, además, que no se podría aumentar ni la dote ni el ajuar. Sin embargo, a pesar de las disposiciones iniciales, diversos factores como los cuantiosos gastos necesarios para el mantenimiento tanto de las internas como del templo hicieron comprender a la fundadora que era necesario aumentar la 89. Burns, 2002: 90. Guibovich, op.cit. 90. Entendemos como dote la cantidad de dinero, o su equivalente pagado por una postulante a un monasterio o convento en el cual desea hacer profesión. Dicho dinero, esta principalmente destinado al sostenimiento de la profesa. Para dotes en Nueva España ver: Lavrin, 1979. 91. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, cláusula 8, f. 2 (1573). 92. Carecemos de un estudio pormenorizado de dotes en Lima que nos permita cifrar de manera certera las dotes de exigidas para optar al velo negro en los grandes monasterios como el de la Encarnación. Margarita Guerra y otras autoras sostienen que la dote de velo negro para dicho monasterio era de 3.195 pesos, según consta en un expediente. Esto podría tratarse de un caso puntual y no de una dote estandarizada para todas las aspirantes al velo negro (Guerra, op.cit.: 190). Por otro lado, Nancy Van Deusen señala que las dotes dadas en el virreinato peruano y en Nueva España eran bastante similares (Van Deusen, 2007, cap. 5, nota 31 y 32). 93. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, cláusula 8, f. 2 (1573).
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dote solicitada, la cual se incrementó hasta 2.000 pesos, duplicando así la cantidad inicial. No obstante, en algunas ocasiones dicha dote era rebajada o incluso exonerada al considerarse que la aspirante poseía otros atributos que compensaban el importe. Entre los argumentos más frecuentes a la hora de solicitar dicha exoneración estaban los relativos a las cualidades musicales necesarias para el coro. Los monasterios grandes de la capital eran conocidos por sus destacadas actuaciones musicales durante el culto. El Monasterio de La Encarnación de Lima contaba con nueve orquestas y más de cincuenta expertos en música.94 De hecho, los monasterios rivalizaban por ser los mejores y por eso era vital contar con las mejores músicas y voces. Así, doña Ana de la Torre y Vargas, hija del organista Cristóbal de la Torre, solicitaba una reducción alegando sus méritos como organista.95 También doña Magdalena del Prado en 1663 solicitaba ser admitida como velo negro por solo 1.000 pesos de dote “en consideración de ser música y necesaria para el servicio del coro”. Magdalena afirmaba ser “diestra en canto de órgano, en dulsayna, tiplillo, arpa y demás instrumentos”.96 También eran sumamente apreciados los conocimientos médicos, tanto propios como de sus parientes. Por ejemplo, en 1628 Isabel de Soto pedía ingresar como monja de velo negro y que se le perdonase la dote por ser muy útil por saber curar enfermedades de mujeres y “ser más acertada que los médicos”.97 En el caso de doña Juana de Utrilla, novicia de 17 años, quien también solicitaba ser exonerada, se cumplían los dos requisitos antes mencionados, ya que alegaba “voz y destreza” y ser hija del médico Gregorio de Utrilla, que curaba gratuitamente a las monjas.98 Del mismo modo, la dote fue usada en algunas ocasiones para el pago de deudas contraídas. Así, en 1721 la abadesa del vecino monasterio de Santa Clara, doña Josefa Bravo de Bedoya, solicitaba al arzobispo aceptar la profesión de la hija de Juan de Legarda a cuenta de los 1.604 pesos que se le debía por la carne que ha proveído al centro.99 Finalmente, también el origen familiar era otro argumento usual y decisivo en las solicitudes de exención. Por ejemplo, doña Úrsula de Molina 94. 95. 96. 97. 98. 99.
Mellafe y Loyola, 1993: 61.. AAL. Monasterio de la Concepción. Leg. VIII: 21 (1642). AAL. Monasterio de la Concepción. Leg. XVI: 1 (1663). AAL. Monasterio de la Concepción. Leg. IV: 1 (1628). AAL. Monasterio de la Concepción. Leg. VIII, 17 (1641-1656). AAL. Monasterio de Santa Clara. Leg. XXV, 32 (1721).
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fue aceptada como religiosa de velo negro sin dote por ser pobre y descendiente de los fundadores de Chile.100 Ser descendiente de benemérito habría sido un factor prioritario para doña Inés en los comienzos de la fundación. Como señalamos anteriormente, el contexto de la conquista propició la aparición de un gran número de mujeres familiares de beneméritos con graves problemas económicos. Recordemos como la propia doña Inés, entre las razones para la fundación del Monasterio, había señalado que lo hacía para “que en el tengan algún remedio muchas hijas de conquistadores pobres que hay en esta ciudad gran suma de ellas y padecen grandes riesgos e necesidades”. Por este motivo, en la cuarta cláusula de la carta de dotación y fundación, doña Inés establecía que debía haber perpetuamente doce monjas sin dote, entre las cuales se debería preferir a las parientas de las fundadoras y, en caso de que no hubiese, se debía privilegiar a las hijas de los conquistadores, “personas antiguas en este reino” prefiriéndose las doncellas frente a aquellas que no lo fueren.101 Sin embargo, en su testamento, realizado en 1582, doña Inés cambiaba esta disposición señalando que “el discurso de tiempo, que ha pasado después que hize la dicha fundación, ha dado a entender que sea esta elección por el abadesa y el prelado” y que sería mejor elegir a “doncellas útiles, al dicho monasterio así por ser de mas ejemplo, como por ser mas suficientes para ello y para otros oficios, aunque no sean hijas de los tales conquistadores, y personas antiguas, sino otras cualesquier que sean”.102 Esta decisión nos plantea una nueva duda. ¿Qué fue lo que le hizo cambiar de opinión? Quizás el desempeño y actuación de las becadas descendientes de beneméritos no fue el esperado por la fundadora, por lo que prefirió dar la oportunidad a jóvenes que tuvieran, además de buena reputación, verdadera inclinación religiosa y que estuvieran más dispuestas a cumplir con las obligaciones que les correspondían como profesas. Recordemos que muchas jóvenes que ingresaban en los monasterios, muchas veces no lo hacían por voluntad propia y/o llevadas de una inclinación religiosa, sino que encontraban en su ingreso la única solución a su estado de desamparo al encontrarse huérfanas o viudas. La carencia de redes de apoyo parentelar, debido a las frágiles estructuras de la conquista, ocasionó que recurriesen a otras redes de asistencia como las generadas en el 100. AAL. Monasterio de la Concepción. Leg. IV, 9 (1629). 101. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción (1573), cláusula 4, ff. 2r-2v. 102. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera (1582).
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interior de estos centros religiosos femeninos. Por otro lado, muchas mujeres que entraban a religión lo hacían al carecer de un importe suficiente para poder cubrir una dote matrimonial. Si bien en las primeras décadas de la conquista la ausencia de mujeres españolas en los territorios americanos hizo que casi ninguna de las mujeres tuviera problemas a la hora de concertar un enlace –aun careciendo de medios económicos para ello–, conforme avanzó el siglo XVI la llegada de un gran contingente de mujeres de la península –algunas con gran capacidad económica– supuso una enorme competencia y muchas se vieron excluidas del competitivo mercado matrimonial. Tal y como señalaba el virrey Toledo en la década de los 70, “las mugeres superabundan de manera que aun convernia [sic] sacar dellas y fauorecer los monesterios que se hazen”.103 De este modo, los monasterios se presentaban como la única alternativa honorable a su situación. Por este motivo, muchas de estas mujeres carecían de una verdadera vocación religiosa y seguramente la dureza de la regla, particularmente en los aspectos relativos a la clausura y la pobreza, ocasionaría la falta de cumplimiento y compromiso con sus obligaciones religiosas. Ni siquiera las propias fundadoras o abadesas estaban exentas de esta problemática. Por ejemplo, el arzobispo Toribio de Mogrovejo, a través de una misiva al pontífice Clemente VIII, expresaba su malestar y preocupación por la incapacidad de las fundadoras del Monasterio de la Trinidad, doña Lucrecia de Sansoles, encomendera de Chuquiabo y viuda de Hernando de Vargas y Juan de Rivas, y su hija doña Mencía de Vega, para llevar a cabo las labores que su cargo requería. Ambas mujeres habían obtenido un breve de Gregorio XIII a fin de que una y otra pudieran ser abadesa y priora de por vida del monasterio. Sin embargo, el arzobispo señalaba que “de ello se siguen graves inconvenientes por lo que muchas rehúsan ingresar en el y aun cuando en las visitas practicadas, se ha dispuesto que por un sexenio dejen el cargo las susodichas no lo han hecho”, por lo cual solicitaba al Papa tomar medidas al respecto.104 Como podemos comprobar, ser religiosa de velo negro, o incluso abadesa, no era garantía de un correcto desempeño religioso e institucional.
103. Levillier, 1921, 3: 455. Carta de Don Francisco de Toledo a S. M. Cuzco, 25 marzo 1571. 104. Clemente VIII, tras consultar a la Sagrada Congregación de obispos y regulares, ordenaba deponerlas por autoridad apostólica y que, en adelante, cada trienio se eligieran estos cargos. AUARM. Colección P. Rubén Vargas Ugarte, tomo 29: 166, 23 de noviembre de 1595.
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Monjas de velo blanco
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En el segundo escalafón estaban las religiosas de velo blanco, quienes, si bien tomaban votos, no estaban obligadas al oficio de coro, aunque en ocasiones asistían al mismo e incluso participaban en los cantos y recitaban ciertas oraciones. Su dote era menor que la de las monjas de coro o velo negro, equivaliendo normalmente a la mitad de la misma. Entre las profesas de velo blanco era posible encontrar mujeres españolas o criollas cuyas circunstancias económicas no les habían permitido acceder al velo negro, ya que no habían podido asumir la elevada dote ni habían podido conseguir una exención de esta obligación. De hecho, varias profesas que ingresaban como monjas de velo blanco pedían poder ser de velo negro si lograban reunir la dote requerida. También se daba el caso de mujeres que debido a su avanzada edad tampoco habían sido aceptadas como religiosas de coro a pesar de contar con una dote suficiente. Muchas de estas religiosas tenían sirvientas o esclavas y poseían una celda. Asimismo, aunque pertenecían a una categoría inferior al velo negro, eran tratadas de doñas. Freilas o donadas En el Monasterio de la Concepción encontramos la presencia de freilas o donadas, cuya función consistía principalmente en trabajar como siervas religiosas, dedicándose tanto al servicio de las profesas como a las tareas religiosas que les correspondían. Las donadas pagaban usualmente una pequeña dote que equivalía aproximadamente a la mitad de la dote requerida para el velo blanco.105 Muchas de las niñas abandonadas y criadas en los conventos y monasterios se convertían en donadas, bien por motivos económicos o por su ascendencia, siendo en su gran mayoría nativas, mestizas, mulatas o negras. Las donadas vestían permanentemente de blanco.106 Asimismo, asumían los oficios humildes del convento, tales como la cocina, la enfermería o la ropería, sin poderse excusar de ninguno, al tener siempre en la memoria que 105. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, cláusula 19, f. 3v (1573). 106. En las constituciones de uno de estos centros se señalaba que las hermanas serviciales debían llevar un paño blanco, a manera de velo sobre la cabeza, motivo por el cual algunos autores han confundido a las profesas de velo blanco con las donadas. No todos los monasterios contaban con donadas o freilas.
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“entraron al convento para servir a las religiosas y no para ser servidas”.107 Sin embargo, sus labores no se limitaban exclusivamente al desarrollo de tareas domésticas, ya que debían cursar el noviciado al menos durante un año, tras el que realizaban sus votos de pobreza, castidad y clausura. Esclavas
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La población del monasterio incluía un gran número de esclavas, las cuales podían pertenecer al monasterio o ser propiedad de las monjas. Un aspecto que llama particularmente la atención es la amplia presencia de esclavas y esclavos en los monasterios coloniales, cuyo número en el siglo XVIII llegó casi a triplicar al de profesas. Si bien este grupo ya estaba presente en los monasterios españoles, la abundancia de las mismas es significativa para el caso peruano.108 Para muchas mujeres pobres, necesitadas de vivienda y alimentación, servir en el monasterio era una opción bastante atractiva.109 Además, el nivel de vida de las esclavas de las monjas de velo negro solía ser bastante mejor que el del resto, ya que vivían en las celdas de sus dueñas, vestían ropas de mejor calidad y solo estaban dedicadas a las labores ordenadas por sus amas. En el Monasterio de la Concepción, ya desde su fundación hay constancia de la presencia de esclavos. En la carta fundacional de 1573, doña Inés solicitaba al Pontífice poder meter para servicio del monasterio “seis negras grandes, y chicas”.110 En 1594, a través de una bula el Papa Clemente VIII permitía que el Monasterio pudiese tener treinta criadas negras. Esta cifra aumentó de manera sustancial, contabilizándose en el censo del conde de la Monclova, en 1700, doscientas setenta y una criadas esclavas, algunas de las cuales carecerían de dueño concreto, aunque, al igual que las otras, vivían dentro del monasterio. La relación de los miembros del monasterio con los esclavos llegaba en ocasiones a ser muy cercana y familiar. Por ejemplo, es posible encontrar casos de esclavas liberadas y dotadas por su dueña para poder convertirse en 107. Desde mediados del siglo XVII y XVIIII podemos encontrar múltiples casos de donadas que poseían sus propias criadas e incluso ocupaban algunas de las celdas destinadas inicialmente para las profesas de velo negro o velo blanco. Para el caso del Monasterio de la Encarnación ver: Ruiz Valdés, 2010: 243. 108. Domínguez Ortiz, 1970: 126. 109. Guibovich, op.cit. 110. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, cláusula 22, f. 3v (1573).
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donadas profesas. Otro testimonio de esta estrecha relación la encontramos en las palabras que la fundadora dedicaba en su testamento a nueve esclavos y esclavas del monasterio: […] tengo por mis esclavos que sirven en el dicho monasterio […] a María, y Pasquala, y Bartola, y Francisca, e Panamá, y María mulata, Inés y Benito, y otra Francisquilla, que son todos nueve piezas a los quales he criado, y las quiero mucho que nacieron en mi casa […] y el dicho monasterio y perladas los traten bien, y curen sus enfermedades, y den lo necesario a costa del dicho monasterio […].111
El mismo tratamiento reservaba para su sirvienta personal, Juana, ordenando que se le diesen “veinte pesos de a nueve reales el peso de renta en cada un año durante los días de la vida de la dicha doña Juana para las cosas que ella quisiere” por los servicios que le había hecho.112 333
Seglares Para finalizar este esbozo de la población del monasterio debemos mencionar a las seglares, es decir, mujeres creyentes pero que no pertenecían a ninguna orden religiosa. Los grandes monasterios de la capital dieron espacio a estas mujeres, que convivían junto con las profesas a pesar de que las directrices trentinas señalaban lo contrario. Aunque algunas de estas seglares más tarde se convertirían en profesas, otras tan solo deseaban apartarse del mundo exterior por diversos motivos, aunque no tenían intención de seguir la carrera religiosa. Las seglares constituían un heterogéneo grupo en el que era posible encontrar, entre otros, a viudas, divorciadas, amantes de destacados personajes políticos, o mujeres separadas que deseaban escapar de los malos tratos de sus esposos. Generalmente residían en alojamientos independientes. Asimismo, a pesar de no ser profesas, debían acogerse a las mismas normas de recato que el resto de las pobladoras del Monasterio, lo cual no siempre se cumplía y era objeto de observación frecuente por parte de las autoridades eclesiásticas, quienes, en no pocas ocasiones, solicitaron que no se recibiese en los monasterios a mujeres que no pretendieran ser religiosas. 111. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusula 28, f. 10 (1582). 112. Ibíd. Cláusula 43. F 12, 12 V.
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Por último, no debemos olvidar a las pequeñas niñas que se aceptaban para que recibiesen educación en los valores y fe cristiana, aunque sin el compromiso de tomar el hábito o profesar cuando tuvieran edad para ello. En el caso del Monasterio de la Concepción, en 1618 el papa Paulo V, concedía un breve otorgando licencia a la abadesa y monjas del Monasterio, para que pudiesen recibir a niñas y doncellas y encargarse de su educación y crianza.113 Las niñas deberían tener más de siete años y menos de veinticinco, y deberían ingresar sin criadas. Asimismo, tendrían que usar un hábito modesto “sin collares ni gargantillas de oro ni cosa de seda” y guardar las leyes del locutorio y clausura, pudiendo disponer de celdas aparte y solamente para ellas. Finalmente se ordenaba, que una vez que salieran del monasterio no podrían volver a entrar si no quisieran ser monjas profesas. Asimismo, al cumplir 25 años estarían obligadas a abandonar el centro.
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6.1. Las beneméritas del Monasterio de la Concepción El 24 de marzo de 1592, doña Inés Muñoz de Ribera, fundadora y abadesa del Monasterio de la Concepción de la Ciudad de los Reyes, junto con doña María de Jesús, vicaria del mismo, realizaban una información del centro y sus profesas con el objetivo de solicitar una merced al monarca debido a la complicada situación de carestía y necesidad que estaban atravesando. En dicha información se destacaban tanto los beneficios de la fundación para la Corona como los méritos de las religiosas profesas y de sus familiares. Para esto último se incluía una Memoria de las monjas que ay en el convento de la Limpia Conçepçion hijas y nietas de conquistadores.114 En base a lo presentado, doña Inés solicitaba una renta conforme a los grandes recursos materiales necesitados por el monasterio, así como a la calidad de las profesas residentes en él. La memoria presentada es de gran utilidad, ya que nos posibilita observar con mayor detalle la comunidad primitiva del Monasterio, constituida en gran medida por familiares de beneméritos, muchos de ellos pertenecientes al grupo encomendero. Consignamos a continuación una lista con datos relativos a algunas de las profesas mencionadas en dicho documento: 113. El pontífice señalaba que habiendo solicitado la abadesa y monjas poder recibir a éstas “por ser muy cortas y tenues las rentas y para que juntamente las niñas y doncellas de la dicha ciudad se críen mejor en buenas costumbres y ellas más fácilmente sean aconsejadas” se daba dicha licencia. AUARM. Colección P. Rubén Vargas Ugarte, tomo 24: 5, 9 de febrero de 1618. 114. AGI, Lima, 209, N.16. Informaciones: Monasterio de la Concepción de Lima (1592).
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— Doña María de Jesús, vicaria del Monasterio de la Concepción. Su nombre antes de entrar en religión era doña María Enríquez. Viuda de Antonio de Venero, conquistador, descubridor y pacificador de los territorios americanos, quien, asimismo, había participado en el bando real contra las sublevaciones de Gonzalo Pizarro y Francisco Hernández Girón. — Doña Inés de Ribera. Hija del comendador don Antonio de Ribera, segundo esposo de doña Inés Muñoz. Don Antonio había sido descubridor, conquistador y pacificador, participando en la rebelión de Hernández Girón y de Gonzalo Pizarro. También había apoyado al Monarca en Europa estando presente en acontecimientos como la toma de San Quintín. Don Antonio pertenecía al grupo encomendero, e incluso había sido nombrado procurador del mismo. — Doña Francisca Pinelo y sus dos hermanas doña María y doña Ana. Hijas del pacificador y conquistador Hernando de Acuña y nietas del conquistador y descubridor Cristóbal García. — Doña Leonor Pantoja y doña Isabel de Heredia. Hijas del capitán Hernando Pantoja y nietas de Gonzalo Pantoja, ambos conquistadores y miembros del grupo encomendero. Su otro abuelo, el capitán Pedro de Heredia, murió decapitado en defensa de la Corona contra españoles rebeldes en Quito. — Doña María y doña Ana de Peñalosa. Hijas de Pedro de Añasco conquistador, pacificador y miembro del grupo encomendero. Nietas de Rodrigo de Contreras, gobernador de Nicaragua, y biznietas del primer gobernador y conquistador de Tierra Firme y Nicaragua, don Pedro Rodríguez Dávila. — Doña Ana de Rojas y doña Isabel Pinelo. Hijas de Diego de Rojas, pacificador y poblador y encomendero. Nietas de Cristóbal García, al que “mataron los indios en la conquista”. — Doña María de Ampuero y doña Isabel Barba. Descendientes de la nobleza inca. Hijas de Martín de Ampuero, nietas del conquistador Francisco de Ampuero y biznietas de Huayna Cápac. Asimismo, por parte materna eran nietas del capitán Barba. Todos ellos miembros del grupo encomendero.
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— Doña Petronila de la Vega. Hija de Pedro de Murguía, pacificador de los reinos y provincias de Chile. — Doña Francisca Tello. Hija de Francisco Ramírez pacificador y vecino encomendero de Arequipa. — Doña Bernardina de Orihuela y doña Petronila de los Ríos. Hijas del pacificador Juan de Orihuela. — Doña Bernardina Dávila. Nieta de Muñoz Dávila capitán de la Corona. — Doña Catalina Rojas. Nieta del benemérito Lope Rojas, conquistador, poblador y pacificador de los reinos del Perú. — Isabel Ortiz. Nieta del capitán Gómez de Ocampo e hija del pacificador Diego de Ocampo, quien participó en el bando real en las alteraciones de Gonzalo Pizarro y de Francisco Hernández Girón y además pasó un año “en la prisión del capitán inglés”, probablemente Sir Francis Drake. Se presenta ante nuestros ojos una primera generación de profesas descendientes de beneméritos e integrantes de la élite del Perú virreinal. Tal y como señalaban los testigos que participaban en la información: “muchas dellas son hijas y nietas de conquistadores e pobladores destos reynos del Piru e otras hijas de personas que han fecho muchos serviçios a su Magestad en las rebeliones de tiranos que en ellos ha avido”.115 La nómina de testigos nos revela algunos de los apoyos y protectores con los que contaba el monasterio. En ella figuran personas pertenecientes al entorno religioso del centro, como el canónigo Antonio de Molina o los clérigos presbíteros Cristóbal Méndez y el padre Pedro del Cobar. Asimismo, encontramos personajes de gran relevancia política como: Juan Martínez Rengifo, asesor del virrey; el visitador del Colesuyo, Joan Gutiérrez Flores; y Lorenzo Estupiñán de Figueroa, conquistador, alcalde de Lima en 1561 y encomendero de Huánuco. Precisamente, el testimonio de Estupiñán pone de relieve la relación entre las profesas del monasterio con los beneficiarios de repartimientos: “entre las dichas monjas ay algunas hijas y nietas de vezinos 115. AGI, Lima. 209, N, 16.
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encomenderos de yndios que sirvieron a su Magestad en las guerras y alteraciones pasadas e algunas de las dichas monjas son nietas de conquistadores e pobladores deste reyno”.116 De nuevo, en 1603, en una nueva información realizada para solicitar mercedes en base a la necesidad del monasterio, se destacaba la calidad de las profesas “muchas mugeres principales e hijas que ayudaron a la conquista deste reyno”.117 De este modo se señalaba que para la fecha había 162 mujeres entre monjas profesas, novicias y donadas, siendo las primeras “gente principal y la mas ylustre destas partes”, todas las cuales vivían con “grande virtud, onestidad y recojimiento y con gran relijion” sin descuidar las constituciones. La abadesa no dudaba en señalar el gran ejemplo que daba el monasterio por “la santidad, disçiplina y recogimiento con que en él se bibe”. En esta ocasión, uno de los testigos era el capitán Martín de Ampuero, hijo de Francisco de Ampuero y de Inés Yupanqui, vecino y regidor perpetuo de la ciudad de Lima, de 50 años poco más o menos, quien tenía tres hijas en el monasterio. A través de sus declaraciones corroboraba lo señalado indicando que “casi todas [las profesas] o las mas dellas son hijas e nietas de conquistadores las quales save este testigo an bibido y biben con mucha birtud, recoximiento y exemplo de todo este reyno”.118 Como señalamos anteriormente, en los monasterios y conventos virreinales del siglo XVI, factores como la calidad de las profesas y la importancia de sus patrones o benefactores elevaban el prestigio del centro, convirtiéndolo en un atractivo reclamo para nuevas novicias. En el caso del Monasterio de la Concepción, su fama de rectitud y cristiandad había hecho que mujeres de lugares como La Plata, Arequipa, Cuzco, Huánuco, Chachapoyas, o las villas de Ica, Cañete y Chancay llegaran hasta él para tomar el hábito. Era además importante que quien estuviera al frente del gobierno de la institución fuera una mujer española de moral incuestionable que pudiese transmitir los preceptos cristianos a las internas y guardar el orden al interior del claustro.119 116. AGI, Lima. 209, N, 16, f. 13 r.-v. Declaración de Lorenzo Estupiñán de Figueroa. Lorenzo Estupiñán era benemérito y encomendero y conocido de doña Inés antes de la fundación. Ambos habían sido beneficiarios de jugosas encomiendas en la jurisdicción de Huánuco. Asimismo, doña Inés para edificar el monasterio había comprado unas casas de Estupiñán “en la calle que iba a la parroquia de Santa Ana”. 117. AGI, Lima, 215, N, 6. 118. Ibíd. 119. Para abadesas en Nueva España ver: Lavrin, 2018. La autora analiza el discurso y construcción de la figura de las abadesas novohispanas, principalmente del siglo XVIII, a partir de los sermones funerarios y señala como algunos de los valores y virtudes mas apreciados y ensalzados en las abadesas eran la defensa de la rectitud en el cumplimiento de las reglas de la institución y el celo en la observancia espiritual de las profesas.
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Por otro lado, las internas ideales eran mujeres españolas o criollas de intachable comportamiento, preferiblemente doncellas hijas de conquistadores y/o de miembros del prestigioso grupo encomendero. Los primeros monasterios americanos fundados en el siglo XVI habrían estado conformados en gran parte por estas mujeres pertenecientes a la élite colonial al haber sido concebidos con el objetivo de acoger a las hijas y viudas de los conquistadores y otros beneméritos. Como vimos anteriormente, incluso algunas órdenes como la de la Concepción eran garantes de esta exclusividad y elitismo. Por ejemplo, el primer convento concepcionista fundado en México en 1540 habría estado destinado a alojar a las hijas de conquistadores.120 También el Monasterio Real de la Limpia Concepción de la ciudad de San Francisco de Quito, fundado en 1575 poco después del de la Ciudad de los Reyes, había sido instituido con este objetivo.121 Uno de los principales promotores, un clérigo llamado Juan Yáñez, deseaba fundar este lugar “como refugio y recogimiento de muchas doncellas pobres, hijas de conquistadores”. En 1583, a raíz de una petición de ayuda económica por parte del monasterio, el monarca Felipe II destacaba la calidad de las profesas: “muchas hijas de personas que me sirbieron en el descubrimiento y pacificación de las dichas provincias”.122 Del mismo modo, el vecino monasterio de conceptas de Loja, fundado en 1597 por Juan de Alderete, había sido concebido como un reducto de hijas de beneméritos. En una descripción del convento hecha por don Blas Aguirre de Ugarte se señalaba que en él había varias hijas y nietas de conquistadores, quienes, además, habían entrado con la mitad de la dote fijada para el resto de las monjas.123 Finalmente, tenemos que considerar que el beneficio resultante de la presencia de estas profesas en una institución religiosa fue mutuo, desarrollándose lo que Kathryn Burns tilda de simbiosis flexible.124 El ingreso de un familiar a un gran monasterio suponía no solo un gran prestigio para la familia, sino una oportunidad de acceso al poder y a jugosos beneficios económicos. En su análisis acerca de la economía espiritual de los monasterios cuzqueños femeninos, Burns destaca como entre las instituciones y los mecenas locales se 120. Ramírez Méndez, 2018: 55 y 56. 121. Aunque la fundación se realizó en 1575, sin embargo, el Obispo se hallaba ausente y no se cumplió con el requisito canónico de la licencia del Ordinario. Por ese motivo, el Cabildo Eclesiástico impugnó la fundación, la cual se volvió a realizar el 13 de enero de 1577, día en el que las primeras nueve monjas recibieron la profesión. (Navarro y Enríquez, 2004). 122. Ibíd.: 124. 123. Anda, 1995: 86-87. 124. Burns, 2008: 197.
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forjaban un nuevo conjunto de relaciones con tratos mutuamente beneficiosos. Las familias que enviaban a las hijas recibían crédito de las arcas conventuales, teniendo posibilidad de “obtener propiedades, ganancias, un buen crédito y la salvación”.125 Asimismo, sus descendientes podían alcanzar puestos de poder y responsabilidad en las más influyentes instituciones religiosas del virreinato como eran los monasterios grandes. No olvidemos las tremendas luchas intestinas que se generaban en el interior de estos centros entre facciones opuestas, particularmente al momento de la elección de las abadesas. Por su parte, los monasterios recibían las cuantiosas dotes de sus profesas, donativos de alimentos a las religiosas y grandes sumas de dinero y otros bienes en los testamentos de sus familiares, definiéndose de esta manera una economía espiritual de asistencia y beneficio mutuo. Para ello era vital contar con benefactores y promotores influyentes, por lo que era necesario estar en buenas relaciones con la élite local. Doña Inés, gracias a sus poderosos vínculos familiares y su pertenencia al poderoso grupo encomendero garantizaba al monasterio integrar ese círculo de poder y beneficio económico. 6.2. Indígenas y mestizas en el Monasterio de la Concepción en el siglo XVI Tras observar la composición del Monasterio de la Concepción podemos comprobar como en él se reprodujeron los esquemas de diferenciación social que regulaban los comportamientos desarrollados fuera de sus paredes. En este centro, al igual que en el resto de los denominados Monasterios Grandes femeninos de la Ciudad de los Reyes, la mayor parte de las monjas profesas de velo negro o blanco fueron, salvo en algunas excepciones, de origen español o criollo. Las instituciones particulares objetaron y dificultaron el acceso de mestizas e indígenas, bien a través de sus documentos fundacionales, o bien en sus normas de ingreso, incluyendo cláusulas prohibiendo su admisión y permitiendo únicamente la de las hijas de padres españoles. Esta posibilidad, de que cada centro pudiese imponer sus normas restringiendo el tipo de profesas, consolidó la tendencia de convertir los claustros en reductos de mujeres españolas. 125. Ibíd.: 71. Entre estos beneficios económicos destacan las dotes de las profesas además de los bienes raíces donados por las familias o procedentes de testamentos. Asimismo, se establecían rentas en la forma de censos o capellanías. Finalmente debemos tener en consideración que muchos monasterios ejercieron como instituciones crediticias. Para economía conventual ver: Suárez, 1993 y Espinoza Ríos, 2012. Para Cuzco: Burns, 2008 y 2002. Para Nueva España: Lavrin, 1986,1985, 1979 y 1975.
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La admisión de indígenas y mestizas durante las primeras décadas del siglo XVI implicaba en muchos casos permitir la profesión religiosa de hijas ilegítimas, sin limpieza de sangre y con peligrosas influencias de sus parientes nativos.126 Por ese motivo, o bien su ingreso estaba vetado, o bien podían hacerlo tan solo en una categoría inferior, es decir, como freilas o donadas. Sin embargo, en los monasterios grandes de la capital del virreinato peruano se dieron casos excepcionales en los que jóvenes mestizas o naturales pudieron acceder a la distinguida condición de monjas de coro o velo negro. Por ejemplo, en el Monasterio de la Concepción la hija del segundo esposo de doña Inés, ilegítima y probamente mestiza, fue admitida como monja de velo negro con todos sus privilegios, una renta por vida y una criada personal. En cuanto a su nieta, también ilegítima, en su testamento la fundadora señalaba que si quisiera ser monja profesa en el monasterio, debía ser recibida “como si fuera mi nieta” como monja de velo negro o coro y se le debía pagar el dote de sus bienes, además de un ajuar, hábitos y lo demás necesario para recibir el velo y profesión.127 En esta ocasión la excepción sería comprensible dado su parentesco con la fundadora. Asimismo, la existencia de otras dos mestizas profesas de velo negro en este monasterio también sería explicable por tratarse de descendientes de destacados conquistadores españoles, así como de miembros de la realeza cuzqueña. Dichas profesas, doña María de Ampuero y doña Isabel Barba, eran hijas de Martín de Ampuero y nietas del conquistador Francisco de Ampuero y de Inés Yupanqui o Inés Huaylas, madre de dos hijos de Francisco Pizarro. En este caso, además existían lazos parentelares que unían a doña Inés con Francisco de Ampuero y, particularmente, con Inés Huaylas, ya que no olvidemos que Inés Muñoz había sido la encargada de la crianza de sus dos hijos Francisca y Gonzalo. Estos factores sin duda habrían sido decisivos en su ingreso al monasterio como monjas de velo negro. El ingreso de mestizas bajo la categoría de profesas de velo negro no fue siempre aceptado por las autoridades religiosas al cargo. Un ejemplo de ello sería la entrada de las hijas del capitán Alonso de Alvarado en el Monasterio de la Encarnación, lo que supuso un gran problema con la jerarquía agustina a pesar de la más que generosa dote de 20.000 pesos que aportaron.128 Seguramente el carácter ilegitimo de estas mestizas, al contrario que el de las hijas 126. Burns, 2008: 41. Para ampliar sobre el mestizaje y los monasterios en el Cuzco ver: Burns, 2008, cap. 1: 29-61. 127. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusula 47, f. 13 (1582). 128. AGI, Lima 324, 16 de marzo de 1585.
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de Ampuero, fue un factor decisivo en su rechazo por los agustinos, quienes se ampararon en un capítulo provincial de 1560 que prohibía tajantemente el ingreso de mujeres nativas o mestizas: “Por cuanto en esta ciudad de Lima se han empezado a recibir religiosas de nuestra orden, mandamos, que las de aquí en adelante se hubieren de recibir, sean para que estén en la comunidad, y que ninguna que se reciba sea mestiza, sino de padres españoles”.129 Frente a esta situación, las fundadoras solicitaron el apoyo del arzobispo Jerónimo de Loayza, quien finalmente aprobó las profesiones de doña Isabel y doña Inés. Observamos como los monasterios de la capital del virreinato, como el de la Concepción, habían sido concebidos como un refugio de viudas, hijas y nietas de conquistadores, pacificadores y/o personas beneméritas, pertenecientes a la élite española. La sola presencia de indígenas o mestizas en el interior de un monasterio de clausura femenino en la categoría de velo negro podía ocasionar un dañino descrédito al centro. No obstante, si bien las naturales y mestizas estaban vetadas del acceso a los claustros como profesas de coro, esto podía cambiar si las candidatas pertenecían a un rango social que pudiese equipararlas con las españolas. Así, el linaje de una profesa perteneciente a la nobleza indígena siempre la distinguiría del resto de las indias. Su origen no constituiría un impedimento para el acceso al velo negro, siempre que estuviese acompañado, preferiblemente, por medios económicos y legitimidad. De este modo, las mujeres pertenecientes a la élite inca o relacionadas con ella habrían tenido más posibilidades, aunque siempre dentro de la excepcionalidad, de poder llegar a formar parte de los exclusivos círculos de poder de estos centros. Sin embargo, en ese punto acabarían las concesiones. Las hijas de curacas o de otros miembros de la élite indígena, pero no descendientes reales, no tendrían lugar en estos establecimientos y deberían buscar amparo en otros espacios, tales como los beaterios, donde sí tendrían oportunidad de ocupar los más altos cargos.130 Esto sería aún peor para las indias y mestizas del común, quienes únicamente podrían ocupar las jerarquías más bajas de los claustros en calidad de legas o donadas. La imposibilidad de que mestizas o nativas fueran admitidas en los monasterios capitolinos en calidad de monjas 129. Al respecto, autores como Vargas Ugarte (Vargas Ugarte, 1953), o Kathryn Burns (Burns, 1998) señalan que este hecho fue determinante para zanjar las relaciones entre las fundadoras y el prior del convento de San Agustín. Desde ese momento, pasaron a estar bajo obediencia del ordinario, aunque continuaron con el hábito y regla de San Agustín (Guerra. op.cit.: 167). 130. Pérez Miguel, 2019b: 148, 149. Para el caso mexicano ver: Lavrin, 2006 y 1986.
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de coro más que de modo excepcional propició, principalmente en la segunda mitad del siglo XVII, la aparición de espacios alternativos como las casas de recogimiento o los beaterios.131 Este aspecto diferenciaba las instituciones capitolinas de las de otras partes del territorio andino, como el Cuzco, donde los centros monásticos femeninos habrían estado orientados desde sus comienzos al amparo y educación de mujeres de la élite cuzqueña, tanto indígenas cómo mestizas. Kathryn Burns muestra como algunas descendientes de los más prominentes miembros de la realeza o de la élite incaica fueron acogidas en monasterios creados con ese propósito, sobre todo en el Cuzco, donde radicaba la mayor parte. Uno de estos monasterios fue el de Santa Clara, donde estuvo la encomendera Beatriz Clara Coya, hija del Inca Sairy Tupac y la Coya Cusi Huarcay, así como una hija de Juan de Betanzos y Angelina Añas Yupanqui: doña María de Betanzos. Sin embargo, aunque estas mujeres habrían podido ingresar en calidad de religiosas de coro, según avanzó el siglo XVI se dio paso a una preeminencia de españolas y criollas a través de la anteriormente mencionada categorización de velos negros y blancos. Asimismo, las abadesas siempre fueron españolas o en todo caso criollas.132 Esta circunstancia se habría dado en otras partes del Imperio Hispánico como el virreinato de Nueva España, donde si bien en un comienzo se pensó que centros como el Monasterio de la Concepción de la capital podría acoger a la población indígena, pocos años después esta idea habría sido desechada y la única función que terminó teniendo para con los naturales fue como “ejemplo de virtud”.133 7. Asuntos terrenales: aspectos económicos del Monasterio de la Concepción En las últimas décadas hemos asistido a un renovado interés por el estudio económico de las instituciones eclesiásticas desde la Edad Media hasta finales 131. Otra institución que acogió a mestizas fueron los recogimientos, los cuales asumían funciones tanto de escuela, como de asilos bajo las órdenes de la Corona y en ocasiones estaban ligados a órdenes religiosas. Las mujeres que poblaban estos recogimientos podían tener los orígenes sociales más dispares. Para un detallado estudio y análisis acerca de los recogimientos del virreinato peruano ver: Van Deusen, 2007 y González Del Riego, 1995: 197-217. Para el beaterio de Copacabana ver Lara, 2014. 132. Burns, 2008: 49-60. 133. Ramírez Méndez, op.cit.
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de la Edad Moderna.134 Gran parte de este auge obedece, tal y como Antonio López señala, a que, a pesar de que en los monasterios primaba la función religiosa, podemos analizar y observar estas instituciones como centros de una compleja empresa económica orientada a la obtención tanto de recursos necesarios para mantener una creciente comunidad de religiosos y dependientes, así como para la celebración, con el esplendor preciso, de unos cultos que en buena parte eran la justificación de la existencia de la dicha comunidad.135 Para la obtención de estos recursos, el monasterio contaba con un patrimonio inmobiliario compuesto por inmuebles rústicos y urbanos, de cuya explotación se obtenían rentas o beneficios. Asimismo, disponía de recursos monetarios con los que poder desarrollar una función crediticia, lo que le brindaba acceso a los réditos que este capital proporcionaba. Finalmente, la comunidad daba una serie de servicios religiosos por los que recibía diversos pagos.136 Autores como Antonio López o Felisa Cerrato han llamado la atención sobre las diferencias presentes entre los centros masculinos y femeninos en España. Por un lado, el acceso a los recursos económicos fue diferente en ambas instituciones, ya que siendo la capacidad económica de la mujer usualmente inferior que la del varón y su libertad más restringida, su patrimonio generalmente quedaba bajo el control paterno.137 Por ese motivo, los monasterios femeninos para asegurarse su sostenimiento debieron procurarse rentas fijas, además de las dotes de las profesas y los bienes fundacionales. Asimismo, los centros femeninos se destacaron por su preferencia en los bienes de interés capital y los inmuebles urbanos, particularmente aquellos ubicados en las ciudades.138 Estas pautas analizadas para los monasterios de España serían aplicables al virreinato peruano. En el caso del Monasterio de la Concepción, gran parte de sus bienes raíces se localizarían principalmente en la capital y sus alrededores. Asimismo, buena parte de sus ingresos procederían de los bienes fundacionales. Así, el cuantioso patrimonio acumulado por doña Inés, tanto a través de los beneficios directos de los repartimientos, así como de las diversas actividades económicas realizadas por ella y sus esposos, y materializado 134. No es nuestro objetivo realizar un análisis económico detallado del Monasterio de la Concepción en época virreinal por escaparse a los intereses del presente estudio. Para administración y asuntos económicos de monasterios femeninos en el virreinato peruano ver: Suárez, 1993; Burns, 2008 y Espinoza Ríos, 2012. Para Nueva España: Lavrin, 1986, 1985, 1979 y 1975. 135. López Martínez, 1992: 26-27. 136. Ibíd. 137. Cerrato, 2000: 54. 138. López Martínez, op.cit. Cerrato, op.cit.: 13.
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posteriormente en la adquisición de estos y otros bienes, habría sido determinante para que pudiese realizar su patronazgo y mantener la institución durante los primeros años. 7.1. La dotación y manejo administrativo
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Al momento de realizar la fundación del Monasterio de la Concepción, Inés Muñoz fue consciente de las enormes necesidades materiales necesarias tanto para la construcción y ornato del edificio como para la vida que habría de desarrollarse en él a posteriori, por lo que realizó una gran concesión patrimonial, la cual quedó consignada en la carta de fundación y dotación.139 A través del vigésimo cuarto capítulo, la fundadora establecía la dote inicial de su patronazgo, que entre otras propiedades incluía su casa principal “en esta ciudad en la plaza, que alindan con una calle que va al rio, y con otra calle que va a Santo Domingo”.140 Asimismo, donaba la denominada Huerta Perdida, “que entre los demás árboles tiene más de mil olivos, con la tierras, y sitio a ella anejo y perteneciente”, la cual se encontraba a las afueras de la ciudad. También dotaba al monasterio con sus heredades de Comas, “con todas las tierras, huertas, y molino que en ella hay, e un molino de dos ruedas en el río desta ciudad que al presente está desbaratado, y unas tierras que tengo pasado el río que llaman Langay, e otras tierras en el término de Carabayllo”. Por último, incluía 20.000 pesos de oro sobre las haciendas del veedor García de Salcedo por cesión de su sobrina doña Francisca Pizarro.141 Dado que desde el momento de la dotación los bienes pasaban a considerarse beneficiales o de fundación, convirtiéndose por lo tanto en no enajenables, doña Inés decidió reservar para su disposición personal una chacra, ganados y varias haciendas que tenía en el valle de Manchay. Asimismo, conservó unas tierras que poseía en el valle de Jauja, donde se encontraba su célebre obraje de La Sapallanga, cuya renta debería usarse para el mantenimiento 139. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción (1573). Asimismo, en su testamento y codicilo, de 1582 y 1592 respectivamente, añadió y modificó las condiciones establecidas en la dotación original. 140. Ibíd, f 3v- 4. Capítulo 24. 141. Los actos de posesión de las propiedades se efectuaron en octubre de 1573 por el Provincial de la Compañía de Jesús, Jerónimo Ruiz Portillo, y el licenciado Don Bartolomé Martínez, arcediano de la Ciudad de los Reyes. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, f. 5v (1573).
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de la obra del monasterio.142 En la carta fundacional, Inés Muñoz establecía que durante el tiempo en que no hiciera profesión podría gastar, y distribuir las rentas “en utilidad de la dicha casa y monesterio, según y de la manera que nos pareciere sin que se nos pueda pedir ni demandar quenta alguna dello por el perlado, ni por la persona que le bisitare, ni por otro alguno”.143 Medidas similares tomaron otras encomenderas fundadoras con el objetivo de poder seguir disfrutando de sus bienes. Doña Lucía de Padilla, fundadora del Monasterio de Santa Catalina, nunca llegó a profesar para que la Corona no pudiese arrebatarle sus repartimientos, por lo que murió siendo novicia “como una santa y grandes actos de contrición”.144 También Mencía de Vargas, fundadora del Monasterio de la Trinidad con su madre, solicitó al virrey Toledo poder gozar de los frutos de su encomienda “por ser obra tan santa”. La encomendera acordó hacer dejación de su repartimiento en la Corona a cambio de poder recibir sus rentas durante el tiempo que ella viviere.145 Sin embargo, el caso de doña Inés sería diferente ya que logró poder conservar sus bienes aun después de profesar por disposición del Pontífice, a pesar de que la normativa trentina estipulaba que todas las posesiones de las profesas debían pasar al monasterio y convertirse en bienes de comunidad, perdiendo las titulares su derecho sobre las mismas en consonancia al voto de pobreza.146 La actuación de la fundadora, pone de manifiesto su firme deseo de detentar el mayor control posible sobre la institución y sus bienes a pesar de la citada normativa, las disposiciones de la propia regla de la Concepción, y la obediencia debida a sus superiores eclesiásticos. Ya en la primera cláusula de la escritura fundacional, Inés Muñoz dejaba plasmada su pretensión de autonomía, no estando dispuesta a permitir intromisiones ni por parte del mismísimo monarca Felipe II:
142. La designada para la administración del obraje fue la vicaria María de Jesús, a quien concedió las mismas prerrogativas que ella misma poseía. 143. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, claúsula 18, f. 3v (1573). 144. Burns señala que a pesar de que cuando doña Lucía comenzó su vida monacal llevaba una vida austera, sin embargo, continuaba atendiendo durante el día sus negocios (Burns, 2008). 145. Puente Brunke, 1991a: 121. 146. De nuevo en el testamento y en el codicilo recordaba el permiso papal que poseía, el cual le permitía ejercer un control total sobre sus bienes. “y porque conforme a la escritura de fundación del dicho monesterio aprobada, y confirmada por su santidad yo tengo de traer la administración, y gobierno de los dichos bienes después de profesa mientras viviere”. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusula 45, f. 13 (1582). AHMCL. Codicilo al Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, f. 14 (1592).
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Primeramente, hacemos e instituimos esta dicha fundación, y dotación, con condición que no se pueda entremeter, ni entremeta en ella, el rey nuestro señor en probeer patronos ni en disponer en cosa alguna de la renta y bienes que tubiere, sino que siempre se entienda, ser como es, patronazgo hecho de nuestros propios bienes y hacienda.147
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Esta cláusula no debió ser en absoluto del agrado del arzobispo don Jerónimo de Loayza, quien manifestó su desacuerdo con la misma ordenando a doña Inés que la modificara “con el acatamiento y palabras que a su majestad el rey nuestro señor se debe, pues es ordinario que su majestad ha mandado y siempre manda favorecer semejantes obras y no dará lugar a que contra las voluntades de los patronos y fundadores sus ministros ni otras personas se entrometan en perturbar las dichas obras”.148 Sin embargo, doña Inés nunca procedió a su enmienda y dicha cláusula permanece intacta en el documento fundacional hasta la fecha. Inés también trató de vetar las intromisiones de sus superiores tanto durante su vida como tras su fallecimiento. Así, la fundadora ponía como condición al arzobispo Loayza aprobar, confirmar, guardar y cumplir, inviolablemente, las capitulaciones y condiciones contenidas en la carta fundacional para dar su obediencia.149 Del mismo modo, se reservó un margen para futuras modificaciones, el cual le permitiría añadir, quitar o corregir los capítulos y condiciones que le pareciera conveniente sin que el prelado pudiera interponerse.150 Doña Inés también dispuso la independencia de patronazgo del Monasterio al omitir nombrar patrón de su obra. Mientras que al momento de la fundación en 1573 su socia doña María de Chávez decidió elegir a su padre Diego Gavilán, ella decidió reservarse la decisión. Casi diez años más tarde, en 1582, al redactar su testamento decidía no señalar patrón: “por algunas causas que me han movido y ha parecido y para dejar mas libre, y por hacer mas bien al dicho monasterio he acordado de no nombrar patrón, porque el verdadero patrón es dios nuestro señor, y su bendita madre, a quienes encomiendo el dicho monasterio”.151 147. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, cláusula 1 (1573). 148. Ibíd. 149. Ibíd., cláusula 30, f. 5v (1573). 150. Ibíd., cláusula 28, f. 5 (1573). Dicha posibilidad será recordada y utilizada en su testamento: “que yo pueda añadir, y quitar, y enmendar lo que me pareciere de los capítulos de la dicha escritura de fundación”. AHMCL. Testamento de doña Inés Muñoz, cláusula 29. ff. 10- 10v (1582). 151. AHMCL. Testamento de doña Inés Muñoz, cláusula 46, f. 13. (1582).
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La fundadora también manejó de manera meticulosa todos los aspectos relativos a la administración de los bienes del monasterio. Para ello, en uno de los capítulos estipulaba que debía haber una caja con tres llaves donde se conservase la renta procedente de los bienes, práctica habitual en otros monasterios.152 Ella tendría las tres llaves, las cuales pasarían después de su fallecimiento a la siguiente abadesa y a otras dos monjas. También ordenaba que se realizara un inventario de los mismos bienes y que hubiera siempre un libro con las cuentas detalladas del monasterio incluyendo los ingresos y gastos. Finalmente, la fundadora señalaba que se podría nombrar personas de confianza para ayuda en la administración y cobranza de los mismos, aunque siempre con el beneplácito del monasterio. Sin duda, el manejo de sus encomiendas, así como del resto de los negocios en los que había estado involucrada, habrían contribuido a que adquiriera un bagaje de conocimientos suficientes para ayudarla a la hora de afrontar un proyecto de tal magnitud como el manejo de un gran monasterio, siendo esta institución, desde un punto de vista administrativo, una empresa más. Coincidimos con Angela Atienza cuando señala que, con una cierta frecuencia, varias viudas fundadoras concibieron sus fundaciones conventuales no sólo como el lugar en el que retirarse, sino también desde el que seguir ejerciendo un papel relevante de mando y preeminencia acorde con su posición social, siendo este el caso de Inés Muñoz.153 Aunque con su retiro al claustro estas mujeres habrían secundado ese ideal de viuda retirada y apartada del mundo, sin embargo no habrían renunciado a su posición encumbrada ni a conservar dentro del claustro su potestad, reservándose para sí mismas el cargo de priora o de abadesa, aun cuando en algunas ocasiones no estuvieran suficientemente capacitadas para su desempeño, como pudimos observar en el caso de doña Lucrecia de Sansoles y de doña Mencía de la Vega, del Monasterio de la 152. También existía una caja de tres llaves, o caja de convento, en el Monasterio de la Encarnación (Guerra, op.cit.: 191). Esta práctica también era habitual en la administración pública. Desde la caja de la Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla hasta cualquiera de las Cajas Reales americanas funcionaban con esta medida, teóricamente anticorrupción. 153. Atienza, op.cit., cap.7. Asunción Lavrin también destaca la capacidad ejecutiva detentada por las abadesas en Nueva España en el siglo XVIII, aunque nos recuerda las limitaciones que tuvieron en su ejercicio del poder tanto a través de las propias reglas de sus órdenes como de sus superiores eclesiásticos y la Corona “debemos entender la prelacía como un promontorio dentro de un bosque de leyes y reglas que emanaban del estado, de la Iglesia, y de su Orden en particular, así como de costumbres aceptadas en el entorno social. La abadesa presidía desde ese promontorio, siempre consciente del complejo engranaje de poderes y autoridades con los cuales tenía que lidiar. Hoy en día es pertinente recordar como el factor género empapaba todos los medios de comunicación personal e institucional entre monjas, prelados y seculares” (Lavrin, 2018: 27).
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Trinidad. Debemos señalar al respecto de doña Inés que no accedió al cargo de abadesa hasta abril de 1584, cargo que ostentó hasta su fallecimiento en junio de 1594. La precedieron doña Juana de la Concepción y doña María de Jesús, esta última monja del Monasterio de la Encarnación. Ambas religiosas con experiencia previa fueron encargadas de guiar los inicios de este Monasterio. La razón que explica el tardío acceso de doña Inés a su cargo como abadesa sería que no realizó su profesión hasta el 8 de diciembre de 1582 (imagen 15). 7.2. Problemas económicos
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A pesar de su elevada edad, Inés Muñoz estuvo involucrada de manera activa a lo largo de todo el proceso constructivo del monasterio, así como de su posterior manejo, teniendo que enfrentar situaciones tan difíciles como el terremoto que asoló la Ciudad de los Reyes en 1586, el cual ocasionó graves daños a la estructura del edificio.154 En 1592, en un intento de conseguir los recursos necesarios para su reparación, doña Inés otorgaba un codicilo de su testamento en el que ordenaba que las posesiones que se había reservado y que no habían entrado en la dote del monasterio, es decir, las chacras, tierras, ganados y haciendas que tenía en el valle de Manchay y en Jauja, fueran empleadas para “la obra de la iglesia y casa”.155 Asimismo, nombraba a un sucesor encargado de recaudar la renta correspondiente para finalizar la edificación en caso de que esta no se hubiera concluido a su muerte. Dicha persona debería sacar anualmente 1.000 pesos de las rentas de las haciendas de Jauja para enviarlos a España con el fin de adquirir bienes materiales necesarios para las religiosas del monasterio como sus hábitos. Inés Muñoz también revocaba la decimonovena cláusula de su testamento, en la que establecía 3.000 ducados, de a 365 maravedíes cada uno, para los parientes más cercanos, suyos y de su primer marido Francisco Martín de Alcántara, ordenando que “no se envíen ni se cunpla la dicha manda, y quiero que se gasten los dichos tres mil ducados en la obra de la dicha iglesia, y casa, que se va haciendo”.156 154. Para ampliar sobre el terremoto y sus consecuencias ver: Pérez-Mallaina, 2000. 155. AHMCL. Codicilo al Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, f. 14 (1592). 156. AHMCL. Testamento de doña Inés Muñoz de Ribera. Cláusula 35, f.11 y Cláusula 43, ff. 12 v y 13 (1582). No obstante, no descuidó su obligación de hacer cumplir las disposiciones del testamento de sus maridos. Por ese motivo estipuló que, en caso de no haber bienes suficientes para el pago de las mandas, podrían sacarse de las ventas de las propiedades con que estaba dotando el monasterio, a condición de que se mantuviera intacto lo dispuesto para las becas de las muchachas que se admitirían sin pago de dote. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, capítulo 24, f. 4 (1573).
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Imagen 15. Profesión de doña Inés Muñoz.
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Sin embargo, parece que estas medidas no fueron suficientes dados los grandes gastos que debía asumir, por lo que doña Inés, en mayo de ese año, presentaba una solicitud de ayuda al monarca. En ella, la abadesa señalaba la situación de necesidad por la que estaban atravesando debido, en gran medida, al terremoto, el cual había arruinado el monasterio “en tal manera que lo abrió e derribó muchas paredes que ha sido forzoso irlo reparando para poder vivir en el”.157 En la información, doña Inés denunciaba que el destrozo había sido tan grande que era necesario reconstruirlo casi entero, lo que conllevaría un egreso de más de 150.000 pesos. Asimismo, detallaba, de manera pormenorizada, varios de los gastos que había que realizar: […] balen los materiales maestros e peones muy caros porque el cahiz de cal vale veynte e quatro pesos y el millar de adobes cinquenta y el de ladrillos treinta y el maestro lleba de manos de sola albañiria nueve mil pesos y cada peón ocho reales cada día y la madera y el hierro vale a exçesibo presçio e sola la yglesia costará sesenta mil pesos.158 350
Inés Muñoz también aprovechaba para indicar los elevados costos de las actividades litúrgicas y de los implementos necesarios para las mismas. Debemos señalar al respecto, que el Concilio de Trento había promulgado disposiciones acerca del culto y su magnificencia para manifestar la fe en la presencia sustancial y real de Jesucristo en la Eucaristía. Dichas disposiciones debían ser observadas, incluso, en situaciones de penuria, “por la dignidad de lo relativo a Dios”. Quizás, por ese motivo, en su petición no escatimaba detalles sobre los altos precios relativos a los materiales necesarios para el cumplimiento de dicho culto: […] la dicha iglesia tiene necesidad de vestuarios, ornamentos y para las capillas tapiceria como es uso y costumbre en este reyno, y de seis campanas que cada libra de metal cuesta a trece reales y el quintal de cera doscientos y treinta pesos ensayados de a quatro arrobas e cinquenta maravedís cada peso. Y la botija de vino de Castilla veinte pesos y es necesario para decir misa, y una arroba de aceite treinta pesos y una bara de tela para casullas quarenta pesos y la bara de terciopelo a quince pesos y del damasco y raso a seis y siete pesos y de tafetán a veinte reales y la bara de manteles a siete pesos y la barra del ruan a dos pesos […].159 157. AGI, Lima, 209, N16. 158. Ibíd. 159. Ibíd.
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Por último, se detallaban los gastos cotidianos de las profesas del monasterio, muchas de las cuales estaban becadas o habían entrado con una baja dote: […] la fanega de trigo y del maíz ha valido e vale a cinco e quatro pesos y una gallina de ordinario doze reales y un carnero diez reales y una fanega de garbanzos diez y seis pesos y una botija de manteca diez pesos y una arroba de pescado seis pesos y la vara del paño blanco y azul que visten las religiosas a diez pesos y la vara de las tocas a veinte reales y cada par de chapinicos a quatro pesos y las botillas a diez reales y una frezada cinco pesos y una vara de cañamazo a diez reales […].160
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El manejo de los precios que Inés Muñoz expone en su petición, pone de relieve una mentalidad empresarial, la cual se manifiesta en la clave presupuestaria con que analiza la situación. Su interés en los costos, relativos tanto a la reparación del monasterio, como al mantenimiento de las profesas y desarrollo de las actividades religiosas, pone de relevancia una capacidad ejecutiva, probablemente adquirida a través de su ejercicio como encomendera y empresaria. Tras exponer la falta de recursos y necesidades, doña Inés solicitaba al monarca que les hiciese merced de una renta de 6.000 pesos sobre la que ya tenían, indicando que sería “en aumento de la cristiandad y religión del dicho monasterio y edificación desta ciudad y de todo este reino e remuneración de los servicios que los padres y abuelos de las dichas religiosas y ellas han hecho a su Magestad”.161 La abadesa no desaprovechaba la ocasión para recordar al monarca como la Corona había despojado injustamente a doña María de Chávez de las encomiendas de su hijo fallecido, las cuales rentaban unos 8.000 pesos, lo que le había dejado “con nescesidad e muchas de sus haziendas e ganados perdidos por falta de guarda y beneficio”. Por último, señalaba que gran parte de la dotación hecha al monasterio no se había podido cobrar “por haber sido en tierras que han quedado desiertas por no haber gente que las labre, e otras por tener pleitos sobre ellas por faltar los títulos 160. Ibíd. 161. Seguramente dicha renta dataría de 1575, momento en que doña María había perdido su pleito contra el fiscal de la Corona por las encomiendas de su difunto marido. En esa ocasión, doña Inés también había acudido al monarca y a través de una misiva había expuesto la situación en que se encontraba su patronazgo, indicando que había realizado la fundación del monasterio con gasto de más de 12.000 pesos “en el sitio y edificio del y ornamentos” y “en confianza de la renta de estos indios [ananhuancas] porque como mi hijo dejo mas de cien mil pesos de deudas por los muchos gastos que hizo no sé si podré salir con lo comenzado”. Cfr., Anexo VIII. Carta de doña Inés, fundadora del Monasterio Concepción de los Reyes, pidiendo mercedes, 1575.
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que se perdieron quando la gente de Chile mataron al dicho Francisco Martin de Alcántara su primer marido con el marqués don Francisco Pizarro”. Además, tampoco se habían recibido otros ingresos, como los procedentes de una deuda de 20.000 pesos contra don Antonio Sara y un molino que rentaba 1.000 pesos anuales, los cuales estaban en litigio.162 Los testigos, de manera unánime, apoyaban la solicitud en auxilio al monasterio y a sus internas “cuyos padres e abuelos sirvieron mucho en este reino a su Magestad” señalando como “en consideración a todo era muy justo se les haga la merced”. Incluso algunos sugerían duplicar lo solicitado, alegando que “se haría mucho servicio a Dios nuestro señor e se socorrerían muchas necesidades de pobres doncellas e seria remuneración de lo que sus padres y abuelos de las dichas religiosas han servido a su Magestad en este reino y la dicha abadesa e vicaria”. La petición iba acompañada de una carta dirigida al Rey y firmada, entre otros, por el encargado de llevar a cabo la información, el oidor Alonso Criado de Castilla. Sin embargo, a pesar de que obtuvo un parecer favorable, no fue el esperado, ya que la Corona concedió tan solo una renta de 1.000 pesos durante 8 años a pesar de que la solicitada era de 6.000 pesos. En 1603, ya fallecida doña Inés, la nueva abadesa doña Rafaela Celis de Padilla realizaba otra solicitud a S. M. pidiendo alargar la renta para el sostenimiento del monasterio debido a su pobreza.163 El mayordomo Pedro de Burgos Paredes, solicitaba sacar un traslado de una información sobre la “proveça [sic] y necesidad que tiene el dicho conbento” que se había realizado años atrás, y enviarlo al monarca para obtener las mercedes que necesitaba la institución “atento a que cada dia ban a mas sus nesçessidades con los edificios y reparos que en el dicho conbento se hazen”.164 La información, realizada en Lima entre marzo y abril de 1603, contenía 16 preguntas a través de las que se indagaba sobre diversas cuestiones, tales como la fundación y patronazgo del monasterio o la destacada calidad de las profesas “mugeres principales e hijas que ayudaron a la conquista deste reyno”. En la tercera pregunta se señalaba como muchas de ellas –incluyendo la fundadora– eran beneficiarias, o bien de repartimientos, o bien de rentas 162. AGI, Lima, 209, N16. . 163. AGI, Lima 215, N6. Informaciones de oficio y parte: Monasterio de la Concepción de Lima, de religiosas hijas y nietas de conquistadores. Información sobre su pobreza y necesidad en la que constan Pedro de Burgos Paredes, su mayordomo, Inés de Rivera, su fundadora, Antonio de Rivera, cofundador, y Rafaela Celis de Padilla, abadesa. Información contenida de 1603. 164. Ibíd. f.2r
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y pensiones sobre los mismos, mercedes a las que habían tenido que renunciar tras entrar al centro.165 Uno de los testigos, el anteriormente mencionado capitán Martín de Ampuero, vecino y regidor perpetuo de la ciudad de Lima e hijo de Francisco de Ampuero y de Inés Yupanqui, señalaba que doña Inés había tenido el repartimiento de Atun Jauja “que valdría quatro o cinco mil pesos de renta el qual por dexaçion que del hizo se incorporó en la corona real y en el dicho monesterio metió mas de treinta mil pesos”.166 Sin embargo, ni tal afirmación ni la pregunta de la probanza corresponderían con la realidad, ya que recordemos que doña Inés en 1569 había hecho renunciación en su hijo, no en la Corona. Asimismo, había sido el virrey Toledo quien despojó de los repartimientos a la viuda de don Antonio de Ribera “el Mozo” tras el fallecimiento de este. Finalmente, la encomienda era la de Ananhuancas y no la de Atun Jauja. Del mismo modo, el licenciado Francisco de Medina, clérigo presbítero, incurría en estos errores al indicar que cuando doña Inés entró al monasterio “dexo un repartimiento de yndios en Guarocheri que valía muchos pesos de renta el qual se puso en la corona real”.167 Por su parte, el presbítero padre Pedro de Escobar declaraba que había visto fundar el monasterio y que “fue público y notorio [que] dexo los repartimientos de Xauxa y de Carguaillo [sic Carabayllo] y Manchay los quales se pusieron en la Corona Real”.168 Aunque en esta ocasión Escobar nombraba correctamente los repartimientos, sin embargo incurría en el mismo fallo sobre la dejación que los anteriores. Pero ¿cuál sería el motivo de que tanto la pregunta como los testimonios apuntaran a una supuesta renuncia de doña Inés antes de profesar, cuando dicha dejación se había hecho varios años antes pero a su hijo y no a la Corona? Probablemente, tanto la abadesa como aquellos que la habían ayudado a diseñar las preguntas de la probanza viesen conveniente evitar mencionar ni el pleito ni a doña María de Chávez, verdadera beneficiaria de las encomiendas tras la muerte del hijo de doña Inés que ya no estaba en el Monasterio de la Concepción, sino en el de Santa Clara de Huamanga. Asimismo, una renuncia 165. “[…] que las mas dellas tenian encomendadas rentas de yndios y en particular la dicha doña Ynes de Rivera en cantidad de mas de treinta mil pessos en cada un año y que por averse entrado en el dicho monesterio hizieron dexacion dellas a su magestad y ansi se pusieron en su cabeza”. Ibíd., f. 3r. 166. Ibíd. Testimonio tomado a Martín de Ampuero el 10 abril 1604. El testigo declaraba tener 50 años “poco más o menos”, e indicaba que tenía tres hijas en el monasterio. Nótese que es hijo de Francisco de Ampuero y de Inés Yupanqui, personas cercanas a doña Inés desde la década de 1530. 167. Ibíd. Testimonio tomado el 11 de abril de 1603. 168. Ibíd., f. 8v. Testimonio tomado el 15 de abril de 1603.
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voluntaria a favor de la Corona aumentaría las posibilidades de una merced en atención a la responsabilidad del monarca sobre el bienestar de la institución y sus profesas, las cuales le habían beneficiado con sus dejaciones. El resto de las preguntas de la probanza estaban orientas a demostrar el aumento de las profesas y sus gastos frente a una disminución de las rentas, por lo que se hacía imposible poder mantener ni a las internas ni al edificio, máxime después del anteriormente citado terremoto. De este modo se señalaba que desde la fundación no había más rentas que las procedentes del obraje de La Sapallanga, así como unas tierras del valle de Comas y una pequeña huerta a las afueras de la ciudad, (imaginamos que la Huerta Perdida). Respecto al obraje, se indicaba que estaba “muy enpeñado por no sacarse d[e] él con qué poder pagar a los yndios que en el travaxan a caussa de averse aumentado los salarios y tasas que de antes avia señalados por don Francisco de Toledo, y que ansi en el resumen de las quentas que se tomaron el año pasado se halló haver de deuda más de honze mil pessos”. Del mismo modo, se señalaba que el aprovechamiento que se sacaba de las tierras y la huerta era muy poco por lo que nadie se atrevía a rentarlas. Además, aunque se disponía de algunos censos procedentes de las dotes de las profesas, estos habían venido a menos “por averse arruynado las cassas sobre qu[e] estaban ynpuestos como por aver quebrado y faltado de su crédito muchas de las personas que los tenían i no tener hazienda con que sanearlos”. Los testigos corroboraban la información, señalando Martín de Ampuero, en calidad de administrador de varias haciendas del monasterio, que las rentas habían disminuido tanto por el aumento del salario de los indios como por la disminución en la producción de las tierras. Por este motivo, aunque el monasterio había tratado de alquilar las haciendas “de por vida”, nadie las quería tomar.169 En la probanza, la abadesa también hacía alusión al proceso de edificación de la iglesia principal indicando que la necesidad que padecían había impedido terminar la obra. Solo hacer la capilla mayor había supuesto un gasto de más de 130.000 pesos y para terminarla necesitaban por lo menos 169. Este testimonio era compartido por el bachiller Pedro Díaz de Castro, presbítero, confesor de las religiosas, capellán y también administrador de algunas haciendas del monasterio. Por su parte, Diego de Ocampo, gentilhombre de la compañía de los arcabuces, señalaba que los censos procedentes de las dotes de las profesas “an benido a menos por la ruyna de los temblores desta tierra por averse caydo algunas de las possesiones en que estaban ynpuestos”. Respecto a las propiedades rurales, coincidía con Ampuero al señalar que eran “de muy poco aprovechamiento respecto de los grandes gastos que consigo traen de los jornales de los yndios y ser las tierras canssadas”. Ibíd., f. 10r. Testimonio tomado el 18 de abril de 1603. El testigo declaraba tener 78 años aproximadamente y una hija en el monasterio.
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otros 50.000 pesos. Asimismo, los dormitorios, oficinas y celdas requerían costosas refacciones de al menos 100.000 pesos. Juan de Montoya, exadministrador del monasterio, indicaba que se habían gastado más de 20.000 pesos “de ocho años a esta parte” en las obras de la casa e iglesia, y que el monasterio estaba empeñado en más de 14.000 pesos “que deben a personas particulares”.170 También Ampuero señalaba que hacía más de 16 años que comenzaron la obra de la iglesia “la qual no está acavada mas de tan solamente la capilla mayor por falta de plata como ni mas ni menos lo están los dormitorios y çeldas de las dichas monxas”. Por su parte, el presbítero Pedro Díaz indicaba que las viviendas de las monjas eran “unas paredes viejas que se están cayendo”.171 La carencia de medios impedía, del mismo modo, cubrir otros gastos relativos a “botica, médicos, çurujanos [sic] y barberos y otros ofiçiales nescessarios”, por los que a la fecha se adeudaba una considerable cantidad de pesos correspondientes a dichos servicios. En base a lo expuesto, la abadesa solicitaba ayuda de costas para la realización de las obras o una renta procedente de tributos vacos, es decir, de una encomienda que estuviese en la Corona, y que los gastos médicos fuesen descontados de la Real Hacienda como se había hecho con otros monasterios. A pesar de que no dudamos de los problemas económicos del monasterio ocasionados principalmente por el terremoto, debemos tomar estas declaraciones y la información en ellas contenida con las debidas precauciones. Otros documentos nos revelan que la renta del obraje de La Sapallanga no era tan escueta como señalaba la abadesa. Por el contrario, era una de las rentas de obrajes más elevada del valle de Mantaro, e incluso un documento de mediados del siglo XVII señalaba como ésta había aumentado de 7.000 pesos en su comienzo a 9.000 pesos.172 Del mismo modo, la chacra de Comas, que a finales del siglo XVI se arrendaba en 3.300 pesos, ahora se arrendaba en 5.600 pesos, al igual que otros bienes inmuebles que habían aumentado su valor sumando casi otros 5.000 pesos.173 Respecto a las dotes de las religiosas, estas se 170. Ibíd., f. 11r-v. Testimonio tomado el 18 de abril de 1603. 171. Ibíd., f. 7r. Varias declaraciones atestiguaban la situación de necesidad declarada por la abadesa, así como las deudas del monasterio. El licenciado Francisco de Medina, presbítero, capellán del convento y administrador de sus haciendas señalaba que estaba empeñado en más de 35.000 pesos. Por su parte, Martín de Ampuero indicaba que había prestado varias veces dinero al mayordomo para gastos del Monasterio al igual que el padre Pedro de Escobar, quien al final de su testimonio mencionaba que tenía deudas con el monasterio, pero “que no por ello había dejado de decir verdad” (Ibíd., f. 9r.). 172. Ver capítulo 4. 173. AAL. Monasterio de la Concepción. Legajo XVI: 1, 1663.
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habían duplicado y, además, las profesas podían aportar otros bienes raíces y muebles a su ingreso. Asimismo, dada la calidad de gran parte de ellas, no dudamos de los generosos aportes realizados por parte de sus familias a través de dotes, testamentos y otras fórmulas. Finalmente, a pesar de las supuestas estrecheces, la abadesa Rafaela de Félix y Padilla un año antes había concertado la decoración del techo de la iglesia a base de maderas labradas, según el modelo tradicional del alfarje. Para ello habían contratado a tres carpinteros, siendo el responsable Alonso Velázquez, autotitulado maestro de arquitectura. A cambio de su trabajo recibiría la cantidad de 25.000 pesos, elevada cifra a la que la abadesa accedía considerando que “había hecho muchas obras así en esta casa como los conventos de esta ciudad todas ellas muy suntuosas y graves y que de todas ellas ha dado muy buena cuenta”.174 Asimismo, menos de una década después, el monasterio contrataba a uno de los más prestigiosos artistas de España, Juan Martínez de Montañez para la realización de un costoso retablo dedicado a San Juan Bautista, siendo el precio de una cruz que iría en el mismo de más de 2.000 soles. Entendemos que un monasterio grande, como el de la Encarnación o el de la Concepción, debía poseer unas instalaciones acordes con su prestigio y la calidad de sus profesas, lo que por otra parte garantizaría el ingreso de las hijas de las mejores familias. Sin embargo, también consideramos que las suntuosas obras de la iglesia y los elevados costos de las mismas, en los que no se escatimaba ni un tomín, atestiguarían la capacidad adquisitiva tanto del centro como de muchas de sus profesas, a pesar de la declarada situación de completa ruina. La solicitud fue efectiva, y el 28 de abril de 1603 el monarca extendía la merced por ocho años “en tributos de yndios que vacaren”. Asimismo, 6 años después, el 31 de marzo de 1609, se indicaba que por haber todavía necesidad se alargaba dicha merced.175 Esta práctica de solicitud de auxilio a la Corona era muy común. No son pocas las peticiones de socorro enviadas al monarca por parte de los monasterios femeninos del virreinato peruano, incluso de los denominados monasterios grandes, a pesar de la calidad de sus profesas y de
174. Vargas Ugarte, 1960: 51. 175. AGI, Lima, 215, N6. Parecer de la Audiencia de 1609. “[…] por ser el dicho monasterio de mucha religión y ejemplo en que hay número de más de cien monjas de velo y, aunque tienen algunas haciendas, respecto de los grandes gastos de esta tierra y tener la casa y iglesia por acabar no basta para todo lo que es necesario y no parece ser qué siendo vuestra majestad servido les podrá hacer merced de 1.000 ensayados en cada un año por ocho años en tributos de indios que vacaren […]”.
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la suntuosidad y magnificencia de sus templos.176 Así, el vecino Monasterio de la Encarnación también había solicitado una merced de una renta de 2.000 pesos por 10 años en indios vacos para reparos de su edificio a causa del terremoto de 1586, frente a lo que había recibido una respuesta negativa.177 Por ese motivo, en 1595 había elevado una nueva solicitud, logrando en esta ocasión la concesión de una merced, aunque inferior a la solicitada y por un período de 6 años.178 Estas solicitudes eran frecuentemente avaladas por las propias autoridades eclesiásticas. Ejemplo de ello es la petición de limosna anual para las religiosas de los monasterios de la Concepción y la Encarnación, que el 6 de septiembre de 1591 hacía llegar Toribio de Mogrovejo al monarca.179 Con el devenir de los años, estas obligaciones ocasionaron una preocupante carga económica a la Corona y un obstáculo en la reforma y control de los monasterios.180 Este sería uno de los motivos por el cual, desde finales del siglo XVII y principalmente durante mediados del siglo XVIII, se trató de impedir nuevas fundaciones monásticas femeninas que perjudicaran las ya maltrechas arcas reales.181 176. José de la Puente indica que fueron numerosas las instituciones religiosas que gozaron de pensiones de monasterios y menciona el caso del Monasterio de Santa Clara del Cuzco, de Huamanga y de Trujillo, así como los de la Encarnación de Lima y Trujillo (Puente Brunke, 1991a: 67 y 37). 177. AGI, Lima, 1, N.132. 178. AGI, Lima, 1, N.15. Consulta del Consejo de Indias, 29 de diciembre de 1595. Este monasterio ya disfrutaba de una renta previa otorgada por el marques de Cañete por 20 años, renta que en 1608, solicitaban alargar al monarca a través de una misiva, solicitando, asimismo, que la aumentase ya que la renta era solo de 800 pesos y no les alcanzaba para sus necesidades. UARM. Colección P. Rubén Vargas Ugarte, tomo 36: 187. Carta del Monasterio de la Encarnación de Lima al Rey de España para solicitarle mercedes para las monjas que allí viven. Lima, 1608. 179. UARM. Colección P. Rubén Vargas Ugarte, tomo 11: 93, f.1. Carta del Arzobispo Toribio de Mogrovejo sobre monasterios de la Concepción y la Encarnación. Lima, 1691. También, en el mismo año, solicitaba una asignación de indios para el servicio del Monasterio de Santa Clara, a lo que el monarca contestaba de forma favorable, pidiendo al virrey favorecer la obra y con “un reparto de indios para ella y para el servicio de la casa y que si hubiese algunas tierras vacas que poder aplicar al monasterio se las aplique”. AUARM. Colección P. Rubén Vargas Ugarte, tomo 29: 53, 6 de agosto de 1592. 180. Testimonio de esa problemática en el siglo XVIII sería una descriptiva carta del virrey don José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda, informando sobre las comunidades religiosas de Lima: […] Las rentas no son bastantes a mantenerlas, y es tan poco lo que les dan, que cada una busca por si el modo de subsistir, o se mantienen a expensas de sus padres y parientes; esto hace muy difícil la reforma porque la prelada ruega y no manda, y cuando no obedece disimula no teniendo que responder cuando le dicen que están buscando con qué comer y vestir […]. Campos, 2011, 2: 1234-1235. Relación que escribe el conde de Superunda, Lima, 15-VI-1756. 181. Ángela Atienza destaca la frecuente oposición del clero secular, a lo largo del Antiguo Régimen, a la instalación de nuevas comunidades religiosas por el perjuicio económico que una nueva institución religiosa les significaba y recelando de la competencia que implicaba. Atienza, op.cit., cap.8.
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7.3. Disolución de la sociedad
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A lo largo del presente capítulo hemos enfatizado la labor y protagonismo de doña Inés en la fundación, dotación y manejo del monasterio, dejando de lado la contribución de su cofundadora doña María de Chávez. Esto se debe a que la asociación entre estas mujeres no duró mucho tiempo y doña Inés quedó como única patrona y fundadora. En 1582, cuando Inés Muñoz redactó su testamento, doña María ya no se encontraba en el Monasterio de la Concepción, sino en el Monasterio de santa Clara de Huamanga, donde su padre era vecino principal y encomendero. De hecho, doña Inés en su última voluntad enfatizaba que la fundación y patronazgo del monasterio era sólo suya, no pudiendo pretender ni María, ni sus sucesores, derecho alguno sobre la fundación. Pero ¿cuáles fueron los motivos que provocaron la ruptura entre las fundadoras y la marcha de doña María a Huamanga? Para comenzar, debemos tener en cuenta que, a pesar de la existencia de una sociedad para acometer la fundación, esta no fue en ningún momento igualitaria. A través de la documentación observamos como la participación y prerrogativas de doña Inés en este patronazgo eran cualitativa y cuantitativamente muy superiores a las de doña María. Por ejemplo, de las doce becas establecidas para doncellas pobres, ocho serían otorgadas a voluntad de doña Inés, mientras que doña María solo podía conceder cuatro de ellas. Asimismo, aunque ambas tenían derecho a usar la capilla del monasterio para su sepultura, doña Inés se había reservado la mano preferente, quedando la otra para su nuera. El prestigio y cuantioso patrimonio de doña Inés se había materializado en una mayor capacidad ejecutiva. Frente a los numerosos bienes muebles e inmuebles otorgados por ella para la fundación, tales como su casa principal y huertas en la Ciudad de los Reyes, doña María únicamente había aportado unos censos sobre unos terrenos y 20.000 pesos de oro en plata ensayada y marcada de 450 maravedíes cada uno, los cuales, además, eran parte de su dote matrimonial con don Antonio.182 Doña Inés lo recordaba al señalar que era ella quien había comprado el sitio donde se había fundado el monasterio y había dado “ornamentos y ornato para la iglesia, y ornato de casa, y esclavas”. Asimismo, doña María de Chávez se había comprometido a pagar la tercera parte de los gastos de edificación de la obra. Sin embargo, doña Inés señalaba que ella había tenido que cubrir este importe al no haber cumplido
182. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, cláusula 25, f. 4 (1573).
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doña María con lo acordado.183 Probablemente, ambas esperaban salir airosas del pleito sobre la recuperación de las encomiendas de la jurisdicción de Lima y, con el tributo de estas, o al menos una renta equivalente concedida en compensación a la perdida de la titularidad, haber cubierto esa tercera parte de los gastos. El infructuoso fin del litigio habría provocado la incapacidad de doña María para hacerse cargo de los montos comprometidos. Asimismo, su inferior capacidad ejecutiva habría sido un factor de importancia para que la joven viuda prefiriese volver a su Huamanga natal, donde estaría respaldada por su destacada familia, contando con un apoyo parentelar del que carecía en la Ciudad de los Reyes.184 8. Asuntos celestiales. La última voluntad
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El 6 de diciembre de 1582, doña Inés Muñoz realizaba su testamento siendo testigo Toribio de Mogrovejo. Diez años después, en 1592, añadía un codicilo a través del cual derogaba y modificaba algunas cláusulas de su última voluntad.185 La redacción de ambos documentos se ajustó al modelo preceptivo utilizado por la mayoría de los otorgantes en este período, haciendo uso de fórmulas usuales, y siguiendo una estructura estandarizada con datos usualmente presentes, tales como información sobre el estado de salud del otorgante. La expresión de la última voluntad reflejada a través del documento testamentario supone una valiosa fuente de datos no solo referente a aspectos legales y económicos, sino también sociales y personales, permitiendo en algunos casos profundizar tanto en el imaginario colectivo de la época como en la intimidad del testador.186 Asunción Lavrin, en su estudio acerca de testamentos, señala como estos documentos nos permiten vislumbrar las relaciones personales, lazos familiares y actividades desarrolladas: “las nuevas relaciones e intereses creados y consolidados a través del matrimonio o 183. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusula 16, f. 9 (1582). 184. Aunque no sabemos la edad exacta de doña María cuando fundó el Monasterio con doña Inés, calculamos que tenía entre dieciocho y veinticinco años. 185. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera (1582). 186. Acerca de la percepción de la muerte en Castilla y las prácticas testamentarias ver: García Fernández, 1996. Para testamentos de mujeres españolas en Perú ver Almorza Hodalgo, op.cit. Para Nueva España: Lavrin, 1979. Para testamentos de mujeres indígenas en el Perú colonial y territorio americano. ver: Nowack, 2006 y Graubart, 2000. Kellogg, 1998. Presta, 2002.
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simplemente a través de la vida, se reflejan en los testamentos”.187 Para la autora, si la dote representa el primer reconocimiento legal de la personalidad de una mujer y marca la formación de una nueva unidad, el testamento expresa los resultados de la vida personal. Estos documentos son uno de los pocos lugares donde se hace presente la voluntad y deseos de las mujeres, aunque su voz esté condicionada por la férrea normativa que rodea la redacción del testamento, así como por la supeditación a voluntades de familiares o tutores encargados de ellas. Del mismo modo, debemos considerar que el escribano era responsable de la redacción, y que un gran número de mujeres –indígenas, esclavas o incluso europeas o criollas pertenecientes a las más altas esferas– no sabían leer ni escribir, por lo que se limitaban a estampar su firma como sello de conformidad al final del documento. Esto no implicaría de ningún modo un desconocimiento de la información y directivas contenidas en el mismo. Así sucedería en el testamento de doña Inés Muñoz, quien a pesar de no saber escribir ni firmar, expresó claramente su voluntad de forma que el escribano tuvo conciencia nítida de lo que debía consignar por escrito. Incluso la encomendera Florencia de Mora, aquejada por una paralizante hemiplejia que la había privado casi por completo del habla, expresaba su conformidad a lo plasmado por su escribano en su última voluntad.188 Al momento de redactar su testamento doña Inés, señalaba que se encontraba con ciertas indisposiciones del cuerpo, razón seguramente por la cual decidía realizar este trámite. Tras encomendarse a Dios, a través de 52 cláusulas precedidas de las habituales fórmulas de “otorgo, y conozco, que hago y ordeno”, Inés Muñoz establecía una serie de disposiciones destinadas tanto a salvar su ánima y la de sus familiares como a conseguir que su fundación siguiera adelante.189 Las siete primeras cláusulas se ocupaban del asunto de su salvación y en ellas establecía una enorme cantidad de misas para su entierro, quizás atormentada por el remordimiento lascasiano. La fundadora solicitaba una misa de réquiem cantada con su vigilia y letanía y ofrendada, “el cavo de año con la misma solemnidad y misa cantada que la de cuerpo presente”, todas las misas rezadas que se pudieran decir aquel día o trescientas 187. Lavrin, 1979: 281 y 300. 188. Zevallos señala como la redacción de su testamento se hizo preguntándole a la testadora cuestión por cuestión, sobre mandas que tenía anteriormente dispuestas, a lo que doña Florencia respondía con rotundidad “si o no, en su propia lengua” ante el notario (Zevallos, 1996, 1: 355). 189. El testamento de Inés Muñoz ha sido publicado en la Suficiencia Investigadora dedicada al Monasterio de la Concepción (Pérez Miguel, 2007).
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misas rezadas por su alma y por las ánimas de las personas a quien pudiera tener alguna obligación.190 Doña Inés no se limitaba a solicitar ceremonias para su enterramiento, sino que, siguiendo la costumbre de la época de establecerlas en fechas de especial importancia o significado personal, solicitaba que los días de santa Inés, santa Catalina Mártir, santa Ana y san Juan Bautista “de cada un año, perpetuamente para siempre jamás”, se pusiera sobre su sepultura “la cruz alta y dos hachas encendidas” y que la misa mayor fuera por su alma y por su intención, debiendo constar la memoria de esto “perpetuamente en la tabla de las otras memorias que tuviere a cargo el dicho monasterio”.191 Además, solicitaba cumplir con las misas encomendadas por su marido, don Antonio de Rivera, quien había dejado ordenado “que se dijesen ciertas misas por su ánima en cada un año para siempre jamás”.192 Respecto al emplazamiento para su enterramiento, escogía la capilla mayor del monasterio. Asimismo, manifestaba su intención de trasladar a dicha capilla los cuerpos de su segundo marido y de su hijo, don Antonio de Ribera “el Mozo”, así como de la primera esposa de este, doña Ana Pizarro, y su hija, todos los cuales yacían sepultados en el Monasterio de San Francisco. Del mismo modo, mandaba anular las obligaciones concertadas por su marido e hijo con dicho monasterio, las cuales pasarían a ser asumidas por el de la Concepción. La fundadora también se reservaba el derecho de poner en cualquier parte del monasterio los escudos de insignia de armas, suyos y de sus esposos, así como “las rejas, tumbas, paños de seda, o paño” que quisiera. Doña Inés estipulaba que podría “labrar, y hacer sepulturas con las rejas y ornatos que nos pareciere sin que, en nuestros días ni después de ellos para siempre, se puedan quitar ni deshacer”. Tras leer esta manda, no podemos evitar pensar en el deseo de Inés Muñoz de pervivencia de la memoria de su fundación y linaje a través de los escudos y los sepulcros en la capilla mayor de su institución. 190. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusula 6, f. 8 (1582). 191. Además de estos cultos, en la carta fundacional doña Inés había solicitado que se realizaran misas por ella en los días de San Juan Evangelista y San Juan anteporta latina, y que, en todos los oficios del coro, las profesas fuesen obligadas a hacer cada día conmemoración por las ella como fundadora y por sus difuntos, así como por los patronos y aquellas personas con las que tenían obligación. AHMCL. Carta de fundación y dotación del Monasterio de la Concepción, cláusula 17, f. 3 (1573). 192. Doña Inés fijaría esta cantidad en tres misas semanales “por la capellanía que en el instituyó” y otras misas que se debían decir según su parecer. Finalmente, solicitaba que en todas las fiestas indicadas se repartiera limosna “entre indios pobres y, a falta de ellos, entre españoles al parecer del prelado, la abadesa y patrón”.
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Esta y otras acciones como los informes de méritos revelan el afán de doña Inés y otras encomenderas en que sus actuaciones pervivieran en el tiempo. Así vemos como la también encomendera María de Escobar, decidida a asegurarse un buen lugar para el descanso eterno y a hacer perdurar su memoria y de sus allegados, obtenía el 25 de marzo de 1542 permiso de los sacerdotes de Nuestra señora de la Merced de la Ciudad de los Reyes para construir a su costa la capilla mayor de su iglesia con sus escudos, quedando dueña del suelo de dicha capilla para poder ser enterrada en él, así como sus herederos.193 Doña Inés no olvidaba a los parientes peninsulares y en la cláusula 19 daba varias disposiciones para sus familiares de Castilleja del Campo y de Bollullos de la Mitación y los de su primer esposo. También los familiares de Soria de su segundo esposo eran recordados, ordenando doña Inés que se cumpliera la manda de don Antonio de Ribera en la que solicitaba enviar a la ciudad de Soria 400 ducados para sus dos hermanas monjas. Desde la cláusula 14 hasta la 26 se nos presentan varios personajes pertenecientes al entorno de doña Inés con los que mantenía obligaciones, lo que nos ayuda a profundizar en las redes parentelares y clientelares de las que formaba parte. En estas cláusulas, además de sus familiares directos encontramos a personas omnipresentes en su recorrido vital, tales como Pedro de Miranda, su procurador, persona de confianza e incluso socio en la compañía de comercio y en actividades ganaderas; o Martín de Ampuero, quien era nombrado como uno de los albaceas. También se mencionan a otros con los que habría mantenido vínculos de tipo clientelar o comercial como doña María de Cotiño, a quien debía cierta cantidad por unos textiles traídos de Soria a Lima; Gerónimo de Alemán, su procurador; o Garci Pérez de Vargas, primo sevillano de doña Inés y encargado de la cobranza de los tributos del repartimiento de Jauja, cuya hija, a la fecha del testamento, era profesa becada por doña Inés en el Monasterio de la Concepción. A partir de la cláusula número 27 encontramos disposiciones directamente relativas al monasterio en las que se delimitan actuaciones en asuntos relacionados con las profesas y la administración del mismo. En ellas, la fundadora nombraba al Monasterio de la Concepción como heredero de sus bienes “rayzes y muebles, deudas, derechos y acciones, y otras cosas que, por mi profesión, o por mi fallecimiento quedaron”. Respecto al cumplimiento de su última voluntad y el pago de estas posibles deudas, doña Inés nombraba como albaceas al licenciado Carbajal, fiscal de su Majestad en la Real Audiencia; 193. Bromley, 1956: 141.
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Diego Barrionuevo de Ribera, pariente de su segundo esposo; su deudo Garci Pérez de Vargas; el capitán Hernán Carrillo de Córdova; a Martín de Ampuero, hijo de Francisco de Ampuero; y a la siguiente abadesa del Monasterio de la Concepción. Finalmente, las cláusulas de la 8 a la 13 resultan de particular interés para nuestra investigación, ya que hacen referencia a sus encomiendas y encomendados a quien doña Inés destinaba varios caballos:
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[…] 8 -Yten mando se den a los indios del valle de Xauja que fueron encomendados en el capitán Francisco Martín de Alcántara mi primer marido y en mi treinta yeguas xicas y grandes para que sean de la comunidad de los dichos indios así por algún cargo y obligación en cuales podamos ser no este satisfecho como por ser ansi mi voluntad. 9 -Yten por cuanto el dicho Capitán Francisco Martín de Alcántara mi primer marido tuvo lo indios del pueblo de Santa en encomienda cierto tiempo mando por descargo de la concienciadle dicho mi marido se le den a los dichos indios para la comunidad de ellos cuarenta yeguas xicas y grandes y se les de aviso que envíen por ellas. 10 -Y en por cuanto yo y el dicho don Antonio de Ribera mi marido tuvimos en encomienda a los indios Xupacos y otros en término de la ciudad de Guánuco mando por descargo de mi conciencia y de la del dicho mi marido se les den a los dichos indios Xupacos cincuenta yeguas xicas y grandes en el valle de Pachacama donde las tengo. 11 -Yten mando a los indios de Santa por descargo de ni conciencia y de la del Dicho mi marido veinte e cinco yeguas xicas y grandes para la comunidad de los dichos indios y se las den en el dicho valle de Pachamama encerradas en Corral. 12 -Yten mando que se den veinte yeguas a los yndios de Carabaillo i otras veinte ieguas a los indios i todas chicas i grandes por algunos cargos que io i los dichos mis maridos les podemos tener. 13 -Yten mando que por razón de las dichas mandas de yeguas deste testamento no se impida el poder vender si quisieren las dichas yeguas por que en lugar de ellas mando se les de a cada legatario lo que dellas procediere a cada uno lo que hubiere de haber y si yo las vendiere les acudiré con ello”.194
Como hemos apuntado, la “angustia premortuoria de remordimiento lascasiano” podría ayudarnos a explicar el número de misas ordenado, así como las disposiciones favoreciendo a los indígenas de su encomienda y el decidido
194. AHMCL. Testamento de Doña Inés Muñoz de Ribera, cláusulas 8 a 13, ff. 8-10 (1582).
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interés en hacer cumplir las mandas de ella y sus esposos.195 Vemos no solo entre los encomenderos, sino también las encomenderas, un deseo de poner su alma en carrera de salvación, para lo que no dudaron en hacer donaciones y restituciones. Recordemos como la encomendera Jordana Mejía había dispuesto en su testamento que los indios cajamarquinos recibieran 1.000 pesos de renta anuales sobre su obraje textil que hacia 1630 sería heredado por los indígenas.196 Del mismo modo, la encomendera doña Florencia de Mora y su esposo Juan de Sandoval habían donado su obraje textil de Sinsicap a sus encomendados. Por su parte, vimos cómo, aunque doña Inés no legó el obraje de la Sapallanga a sus indígenas encomendados de Jauja, destinó las rentas del mismo al mantenimiento del Monasterio, y estableció una renta de 8.000 pesos para las huérfanas y pobres del valle de Jauja, donde estuvieron sus encomiendas.197 Doña Inés falleció el 3 de junio de 1594 según consta tanto en sus retratos del Monasterio de la Concepción como en el libro de profesiones, siendo enterrada tal y como había dispuesto en la capilla mayor. Aunque en la actualidad no se conserva el sepulcro original debido a las sucesivas reformas y mutilaciones que ha sufrido el edificio, sí existen varias descripciones del mismo. El padre Rubén Vargas Ugarte, gran conocedor de la institución, nos brinda una descripción del sepulcro, quizás la más temprana, recogida de la obra de fray Diego de Córdoba Salinas (1649). El cronista señalaba como el sepulcro se encontraba en el presbiterio del lado del evangelio de la capilla mayor y que sobre él había un epitafio que decía: “ Este sepulcro es de los muy Nobles y 195. Trelles, 1988. Para crisis de conciencia de encomenderos ver también: Lohmann, 1966. Uno de los testimonios y testamentos más representativos al respecto de esta cuestión es el del encomendero y veterano conquistador de Cajamarca Mancio Sierra de Leguízamo, quien al otorgar su última voluntad en 1589 realizaba uno de los más explícitos alegatos en favor de los naturales y de la corriente de restitución: […] por lo que toca al descargo de mi ánima, a causa de haber yo sido mucha parte en el descubrimiento y conquista y población de estos reinos […] y que entienda S.M católica que el intento que me mueve á hacer esta relación es por el descargo de mi conciencia y por hallarme culpado en ello […] y habiendo venido este reino a tal rotura, en ofensa de Dios, entre los naturales por el mal ejemplo que les habemos dado en todo […] demás de lo cual aquellos que eran Reyes y señores y tan obedecidos, tan ricos y de tanto gobierno, como eran los incas, han venido ellos y sus sucesores a que su necesidad y pobreza es tanta, que ellos son los más pobres del reino […] y es bien que S.M lo entienda y lo remedie por descargo de su conciencia y de los que lo descubrimos y poblamos y dimos causa a ello. Advierto a S.M, que no soy parte para más remedio del daño, y con esto suplico A mi Dios me perdone mi culpa, que es la ocasión de ello yo confieso que la tuve y tengo y me muevo A decirlo, por ver que soy el posterior que muero de todos los descubridores y conquistadores […] y pues en esto entiendo que he descargado mi conciencia, empiezo mi testamento en esta manera […]”. En Gutiérrez, J.R. 1877: 584 a 585. 196. Pereyra, op.cit. 197. ADJ. Sin nomenclatura. Facilitado por el Mag. Víctor Solier.
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muy Ilustres don Antonio de Rivera, Caballero del Orden de Santiago y de doña Inés Muñoz de Rivera, su muger, fundadora de este insigne Monasterio que se fundó año de 1573 siendo Arzobispo desta ciudad el Iltmo Señor Don Gerónimo de Loayza”.198 En algún momento a mediados del siglo XVIII, ese epitafio fue sustituido por otro en el que figuraban los siguientes versos:
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Este cielo animado en breve esfera depósito es de un sol que en el reposa el sol de la gran madre y generosa Doña Inés Muñoz de Rivera Fue de Anaguanca encomendera de Don Antonio de Rivera esposa de aquel que tremoló con mano airosa del Alférez Real, la Real Bandera Fundole este, a María, gran convento quien esta urna erigió noble victoria del tiempo eterno monumento un temblor afear pudo su gloria más Doña Paula Vélez con su aliento redimió de las ruinas su memoria.199
Tal y como señalamos, la capilla mayor que albergaba el sepulcro de doña Inés sufrió varias refacciones a lo largo de los siglos XIX y XX, perdiendo gran parte de su espacio debido a diversos planeamientos urbanísticos. A mediados del siglo XIX, el presidente Ramón Castilla expropió media manzana del monasterio de la Concepción. Asimismo, debido a la construcción de la avenida Abancay, parte de la capilla central fue mutilada. Vargas Ugarte señala que durante dicha refacción los huesos de doña Inés y su esposo fueron localizados, por lo que creemos que han sido trasladados al nuevo monasterio, donde esperamos que los restos de la fundadora puedan por fin descansar.
198. Vargas Ugarte, 1960: 61, 63. 199. Atanasio, 1858: 425 y Vargas Ugarte, 1960: y 63. La mención a esta abadesa permite datar este texto, ya que doña Paula Vélez, ejerció su mandato dos trienios: de 1711 a 1714 y de 1717 a 1720, por lo que estos versos fueron escritos tras estas fechas. También Ricardo Palma en la Tercera Serie de sus Tradiciones Peruanas, en “Una excomunión famosa” repite esta leyenda del sepulcro de la Fundadora (Palma, op.cit.).
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9. Patrimonio y poder en el Monasterio de la Concepción
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Desde el momento de su fundación en el año 1573, el Monasterio de la Concepción fue adquiriendo un impresionante patrimonio artístico, gran parte del cual ha sido conservado hasta la actualidad gracias al extraordinario celo, cuidado y dedicación de las actuales profesas. Sin embargo, no es objetivo de la presente investigación realizar un análisis pormenorizado de las obras pictóricas y escultóricas presentes en el monasterio más que para señalar de qué manera este participó en los primeros circuitos culturales que surgieron en la capital del virreinato peruano como comprador de obras de los más preciados Imagen 16. Grabado del siglo XIX. artistas del virreinato, lo cual deMonasterio de la Concepción. nota tanto la capacidad adquisitiva de sus distinguidas profesas como de la propia institución, cuyo prestigio, además, se reforzaría a través de este tipo de operaciones. La belleza y grandiosidad del Monasterio de la Concepción fue objeto de admiración para sus coetáneos, y gracias al testimonio de varios cronistas podemos conocer algunos detalles acerca del mismo (imágenes 16 y 17). El padre Bernabé Cobo en su obra Fundación de Lima realiza una breve descripción de la comunidad de monjas y el templo, haciendo particular hincapié en la calidad y belleza del templo y sus ornamentos, destacando sus magníficos retablos: […] Tiene de sitio cuadra y media, dista de la plaza a tres cuadras […] tiene una muy grande y agradable iglesia con la capilla mayor y crucero de bóveda y el cuerpo de la cubierta de madera de costosa labor de lanes y artesones dorados curiosos altares y retablos magníficos, uno de ellos traído entero de España con
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Imagen 17. Interior del Monasterio de la Concepción. todas sus figuras de talla de muy perfecta mano y un bulto de crucifijo de mucha devoción que costó 2.000 pesos […].200
Otro cronista que nos proporciona información sobre el templo y sus moradoras es fray Antonio de la Calancha, quien alrededor del 1630, en su Crónica Moralizadora, dedicaba casi un capítulo al Monasterio de la Concepción ensalzando entre otras cosas las cualidades de las profesas “de celebradas voces”, así como la belleza del templo, “el más precioso desta república”, el cual, señalaba, no sería igualado por ninguno de Europa. El padre Calancha nos proporciona mayores detalles que Cobo sobre las características de la iglesia y describe sus hermosos techos artesonados de madera, pintados de azul y oro “en cada hueco una piña dorada, i por orla continuados nichos con la misma obra, desde el arco toral hasta el altar mayor”. También alaba los finos 200. Cobo, 1956b: 283. El retablo al que hace alusión es el elaborado por Martínez Montañés dedicado a San Juan Bautista (imagen 21).
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lienzos de las paredes y los coros alto y bajo, los cuales estaban finamente trabajados y eran muy costosos.201 También el carmelita andaluz padre Antonio Vázquez de Espinosa nos brinda una descripción de la iglesia del monasterio: “su templo es ilustrísimo todo artesonado de flores de oro de maravillosa obra que se acabó siendo abadesa doña Rafaela de Celis y Padilla. Entre altares que tiene excelentes es sumptuosísimo el del gran Bautista de tan rico retablo y ornato que puede competir sin recelo con cualquier santuario del mundo” (imágenes 17 y 21).202 Vargas Ugarte señala que a partir de la descripción de los cronistas se puede deducir que el templo era de bóveda en la capilla mayor y el crucero, y en el cuerpo de la única nave de rico y costoso alfarje hasta el coro, disposición que conservó hasta 1854 con algunos cambios menores. Desafortunadamente, como acabamos de mencionar, varias refacciones y modificaciones urbanísticas, como la expropiación de casi la mitad del terreno del Monasterio para la construcción de un mercado sufrida durante el gobierno de Ramón Castilla en 1845, ocasionaron drásticas modificaciones en la composición del templo. Asimismo, el terremoto de Pisco de 2008 ocasiono graves daños en la ya desmejorada y abandonada iglesia.203 De este modo, las descripciones de las crónicas y algunos viejos grabados y fotografías son el único testimonio del glorioso pasado y belleza de la iglesia del Monasterio de la Concepción, del que no queda en su interior apenas ningún resto. 9.1. Los retratos de doña Inés Muñoz y don Antonio de Ribera Entre los fondos pictóricos del Monasterio de la Concepción podemos encontrar obras de gran valor como la célebre colección de Arcángeles de Francisco de Zurbarán. Asimismo, hay cinco retratos funerarios de monjas virtuosas y una serie de doce retratos de abadesas elaborados desde el siglo XVI hasta el XXI, dos de ellos correspondientes a doña Inés Muñoz (imágenes 18 y 20).204 Asimismo, podemos encontrar uno de su segundo esposo, don Antonio de Ribera (imagen 19).205 201. Calancha, 1974-1981. 202. Vázquez de Espinosa, 1969, libro 4, cap. 23. 203. A inicios de siglo XXI, las religiosas se mudaron a Ñaña, una localidad a las afueras de Lima. 204. Para mayor detalle sobre los retratos ver: Guerrero, 2005. 205. Dichos retratos fueron elaborados para su capilla sepulcral en el presbiterio de la iglesia, sin embargo, debido al traslado del monasterio actualmente se encuentran en el nuevo edificio ubicado en Ñaña. Para ampliar información sobre estos retratos ver: Guerrero, op.cit. y Wuffarden, 2004.
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Doña Inés fundadora y abadesa (1573-1594)
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Imagen 18. Retrato de doña Inés Muñoz de Ribera (Monasterio de la Concepción).
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El conocimiento de la autoría de estos retratos se remonta a 2003, momento en que se procedió a la restauración de los cuadros, los cuales presentaban graves desperfectos originados por el paso de los siglos y catástrofes como los terremotos de 1687 y 1746. Hasta ese momento varios autores habían especulado sobre la datación y autoría de los lienzos. Por ejemplo, el historiador Rubén Vargas Ugarte, gran conocedor del monasterio, los ubicaba a mediados del siglo XVII. Solo tras el trabajo sobre una de las pinturas fue posible determinar el autor responsable, quien no era otro que el manierista Mateo Pérez de Alecio, cuyo nombre figura en una cartela en la que se puede leer “ALLECIO F.”, es decir, Alleccio Fecit. El autor italiano Mateo Pérez de Alecio, procedente de Lecce, es considerado junto con los también italianos Bernardo Bitti y Angelino Medoro iniciador de la pintura colonial andina. Alecio viajó en 1584 desde Italia a Sevilla, ciudad en la que al poco tiempo de su llegada realizó el grandioso mural de San Cristóbal en la Catedral. Tras una estancia de unos cinco años viajó a las Indias en compañía de su discípulo Pedro Pablo Morón. En 1589 ya estaba instalado en la Ciudad de los Reyes como pintor de cámara del virrey García Hurtado de Mendoza, aunque también efectuó diversos encargos para destacadas instituciones como el cabildo catedralicio, los agustinos o el Monasterio de la Concepción. Se cree que siguió trabajando en la capital hasta su muerte, alrededor de 1616.206 En el primer retrato, doña Inés es representada de rodillas en actitud orante, sujetando entre sus manos un rosario y ataviada con el hábito concepcionista, con una medalla sobre el pecho y otra sobre el hombro derecho con la Virgen y el Niño, y sosteniendo el báculo, símbolo abacial (imagen 18). En la esquina derecha del lienzo se puede apreciar un cuadro de la Inmaculada Concepción sobre un altar en el que se halla representado el escudo de armas de la fundadora. Como señalamos anteriormente, en el retrato hay una cartela con una breve semblanza biográfica de doña Inés en la que se ensalza su faceta de pobladora haciéndola responsable de la introducción de todas las plantas de estos reinos.207 Asimismo, en la parte derecha hay otra pequeña cartela en la que se lee: “Doña Ynes Muños de Ribera Fundadora y Abadesa de este Convento Vivió 105 años”. Para el historiador del arte Luis Eduardo 206. Gisbert y Mesa, 2006. Wuffarden, op.cit. 207. En la cartela se puede leer: “Convento de la Limpia Concecion de nuestra Señora […] Esta ciudad de los Reies edad sua ciento cinco años. 1594. Esta señora fue la primera conquistadora que entro en Piru por manos de la qual tra […] todas las plantas desde el trigo hasta los olibos de que se mantienen todos estos reinos. ALLECIO F.”.
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Doña Inés fundadora y abadesa (1573-1594)
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Imagen 19. Retrato de don Antonio de Ribera (Monasterio de la Concepción).
Wuffarden, el retrato de doña Inés constituye con toda probabilidad el retrato religioso más antiguo del país.208 Así mismo, sugiere que el enérgico y personalizado tratamiento del rostro y otros detalles veristas indican que Alecio tuvo a la vista un boceto natural, quizás trazado por él mismo, frente al 208. Wuffarden, op.cit.: 185.
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
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cadáver de la abadesa, de ahí el contraste de las estereotipadas y alargadas manos frente al realismo de su rostro. El retrato de don Antonio de Ribera sigue un esquema compositivo idéntico, siendo presentado orante de rodillas frente a un altar (imagen 19). Debido a la ausencia del modelo original, ya que el representado había fallecido hacía muchos años, Alecio parece reflejar el prototipo de conquistador que aunaba el valor de su linaje con el fervor religioso. De esta manera, don Antonio es representado con sus armas y escudo, así como su armadura, en la que aparece la Cruz de Santiago al ser don Antonio comendador de dicha Orden. En los pies de don Antonio se ven unas brillantes espuelas, aludiendo a su condición de Capitán de Caballería.209 El segundo retrato de doña Inés Muñoz de Ribera que se conserva en el Monasterio de la Concepción ha sido recientemente restaurado, ya que mostraba un gran deterioro fruto de intervenciones evidentes (imagen 20). Los fragmentos del siglo XVI corresponderían también al autor manierista Mateo Pérez de Alecio, “por el evidente parecido tanto en su técnica, como por el mensaje de los trazos del dibujo y la calidad plástica comparables con el lienzo de doña Inés en posición de rodillas”.210 En este retrato aparece una leyenda en la que podemos leer “La reverenda Madre doña Inés Muños de Ribera. Abadeza y Fundadora de este Monesterio. 15 de septiembre de 1573 + 3 de junio de 1594”. En esta ocasión se la representa en actitud orante, pero de pie, vistiendo el hábito de la Concepción, con las medallas de la Virgen y el niño al pecho y al hombro, y sujetando el báculo abacial. Estas obras denotarían el gran poder adquisitivo adquirido por el Monasterio de la Concepción, así como su prestigio y relevancia en la esfera social y cultural, ya que cuando estos retratos fueron realizados, Alecio se encontraba en la cima de su carrera, siendo solicitado por algunas de las más destacadas instituciones religiosas –como el Monasterio de Santo Domingo– y personalidades como el mismísimo virrey García Hurtado de Mendoza. De este modo, la importancia de estos retratos es doble al constituir unas de las obras de arte más destacadas del virreinato peruano más temprano, así como testimonio del notorio rol detentado por el Monasterio de la Concepción.
209. Ibíd.: 185-186. 210. Informe de restauración realizado por el Taller Rosán- Palma. AHMCL.
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Doña Inés fundadora y abadesa (1573-1594)
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Imagen 20. Retrato de doña Inés Muñoz de Ribera (Monasterio de la Concepción).
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
9.2 Madera y prestigio
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El rico patrimonio artístico que posee el monasterio no se limita al campo pictórico, ya que también es el propietario de obras de algunos de los más destacados escultores castellanos del Siglo de Oro como el célebre Juan Martínez Montañés, a quien sus coetáneos llegaron a llamar “dios de la madera”211. Montañés realizó varios encargos para el Monasterio de la Concepción a comienzos del siglo XVII, destacando su impresionante retablo de San Juan Bautista que actualmente está en la Catedral de Lima (imagen 21).212 Es posible que Inés Muñoz, tuviese noticia de su destacado paisano sevillano, y que pensara en hacerle algún encargo para el Monasterio antes de su fallecimiento. No obstante, sería la abadesa Rafaela de Celis y Padilla la encargada de llevar a cabo esta empresa, cuyo encargo fue llevado a Sevilla por el vecino de Lima Francisco Galeano. Parece que Montañez firmó el contrato en 1607 e hizo la última entrega en 1622 ocupándose del ensamblaje el entallador Diego López Bueno y del dorado y estofado, Gaspar de Regis.213 El retablo, en el que se representan momentos importantes de la vida del Santo, consta de dos cuerpos sobre la mesa de altar con tres calles cada una, siendo la central más ancha que las laterales. Dicha calle está presidida en el primer cuerpo por un grupo del Calvario. Martínez Montañés realizó, además del citado retablo, varias obras para las profesas. Por ejemplo, en 1617, elaboró una talla de un San Juan Evangelista niño para doña Ana Pinelo, quien también había adquirido otra obra, aunque no sabemos exactamente de qué se trata al no constar contratos sobre ella. También doña Petronila Bernarda de la Vega, monja del monasterio y una de las fundadoras, envío 121 patacones a Montañés por la hechura de un niño bautista de la altura del evangelista de doña Ana Pinelo.214 Parece que esta religiosa también costeó parte o todo un retablo de las once mil vírgenes y una imagen de Santa Úrsula.215 La capacidad adquisitiva tanto de la institución como de las propias religiosas les habría permitido participar de los primeros circuitos culturales que surgieron en la capital del virreinato peruano como 211. Fray Juan Guerrero a mediados del siglo XVII se refiere a el como “dios de la madera”, “Lisipo andaluz” y “asombro de los siglos presentes y admiración de los por venir” (Hernández Díaz, 1987). 212. El retablo se trasladó a la Catedral de Lima, lugar donde se encuentra a la fecha de esta publicación. 213. Arellano, 1988: 348. 214. Quizás este Bautista sea el San Juan Bautista niño que las religiosas todavía conservan en la actualidad. 215. Vargas Ugarte, 1960: 91.
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Doña Inés fundadora y abadesa (1573-1594)
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Imagen 21. Retablo de San Juan Bautista (Catedral de Lima).
promotoras y adquisidoras de obras de los más preciados artistas de la época, lo cual muestra tanto la calidad y agencia de sus profesas como el creciente poder y prestigio de esta institución. 375
«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
En la actualidad, las religiosas del Monasterio de la Concepción continúan devotamente con la obra religiosa iniciada por su fundadora y preservando, asimismo, con gran celo y cuidado los bienes que han podido ser conservados desde su fundación en 1573 hasta la actualidad. Estos atestiguan la preeminencia que llegó a detentar durante varios siglos este monasterio fundado por Inés Muñoz, la que un día fue una sencilla campesina sevillana y que llegó a ser encomendera de algunos de los más ricos repartimientos del virreinato, así como fundadora y abadesa de uno de los monasterios grandes de la Ciudad de los Reyes. Espero que las líneas del presente libro contribuyan a dar una merecida visibilidad a su destacada y notoria labor.
376
376
EPÍLOGO
377
La excepcional situación fronteriza del espacio americano durante la conquista y pacificación no solo posibilitó, sino que además alentó roles particularmente activos y protagónicos de las mujeres en los territorios americanos que estaban siendo incorporados a la Corona. En el territorio peruano, las condiciones políticas de los primeros años de conquista hicieron que los participantes en eventos bélicos de gran importancia pudieran acceder, casi automáticamente, a una de las más codiciadas mercedes de la Corona: la encomienda, convirtiéndose en una suerte de “nobleza de las Indias” sin importar su anterior estatus en la península. Así, particularmente durante las primeras décadas, se dio una destacada movilidad social ascendente que no solo benefició a los conquistadores, sino también a sus esposas y descendientes. De este modo, mujeres como nuestra protagonista Inés Muñoz, procedentes de un entorno rural y carentes de hidalguía, pudieron acceder al exclusivo grupo encomendero y posicionarse como destacadas integrantes de la élite virreinal, pasando a ser “doñas” y, en gran parte de los casos, acumulando un destacado patrimonio. Pero estas mujeres no solo fueron consortes, sino que, gracias a las disposiciones legales de la Corona, tuvieron la posibilidad de acceder a esta codiciada merced como beneficiarias. El monarca, alertado por las autoridades acerca de la situación de desamparo en la que quedaban los familiares del encomendero tras fallecer permitió, a inspiración del feudo castellano, la sucesión que además de solucionar la situación de la viuda y sus hijos, alentaba la población de los nuevos territorios, objetivo prioritario de la Corona. Asimismo, las mujeres también pudieron acceder a la titularidad de los repartimientos gracias a su linaje, como algunas ñustas descendientes de los gobernantes Incas como Huayna Cápac. Respecto a este último supuesto, no fue únicamente un sentimiento altruista de auxilio el que movió a la Corona, sino también la posibilidad de premiar a los conquistadores con las encomiendas de estas mujeres a través de matrimonios, quedando así también ellas “encomendadas” a algún fiel soldado conquistador. Las escasas y frías
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«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
378
fuentes disponibles no nos permiten apenas conocer cuáles fueron los verdaderos sentimientos de estas mujeres, antes hijas y hermanas de los verdaderos señores de los Andes y ahora reducidas a una pieza más en el tablero de las políticas de la monarquía hispánica. En un aspecto en que los documentos sí son elocuentes es acerca de la polémica sobre el derecho de las mujeres a suceder y detentar encomiendas. No nos cabe duda, al ver toda la tinta vertida sobre este asunto, que la aparición de la encomendera constituyó un reto para las autoridades coloniales. La falta de precedentes legislativos en el territorio americano hizo que las leyes tuvieran que adaptarse a las diversas situaciones que se iban presentando, por lo que las disposiciones tuvieron que ser más flexibles y dinámicas que en la metrópoli. En este proceso, las autoridades, tuvieron que observar las características e idiosincrasia de los nuevos territorios, adaptando la legislación a las particularidades y necesidades existentes, cual modernos antropólogos. Aquellos que no lo hicieron corrieron el riego de perder, literalmente, la cabeza, como el virrey Blasco Núñez de Vela por su tozudez con la implantación de las Leyes Nuevas que tanto perjudicaban al, en esos momentos, omnipotente grupo encomendero. Las autoridades coloniales solicitaron poder utilizar a las encomenderas para beneficio de la Corona, aunque en muchas ocasiones lo hicieron para el suyo propio. Mediante matrimonios, forzados en su mayor parte, podían cubrir las necesidades estatales de recompensa a los soldados realistas, algo tan necesario en tiempos de continuos alzamientos, o introducir a sus deudos y familiares en el privilegiado grupo encomendero. Algunos virreyes fueron más allá y solicitaron directamente la desaparición de esta figura como Francisco de Toledo quien no dudó en defender apasionadamente las ventajas de dicha supresión desde el punto de vista militar, social y económico. En este contexto, las mujeres más propensas a sufrir abusos fueron las más vulnerables tanto por la carencia de apoyo de su grupo familiar, como las huérfanas o las viudas, así como aquellas con mayores limitaciones desde el punto de vista jurídico como las indígenas. No obstante, este trabajo también nos ha permitido comprobar cómo no todas las encomenderas fueron sujetos pasivos a merced de las estrategias de la Corona o de sus propios familiares. Por el contrario, múltiples documentos como pleitos, cartas de poder o testamentos nos han permitido observar la agencia e intervención de las encomenderas en ámbitos como el económico, jurídico, religioso o social en el siglo XVI. Uno de los mejores ejemplos sería el manejo de los propios repartimientos, siendo estas mujeres, en muchos 378
Epílogo
379
casos, encargadas directas de su gestión y administración. Más aun, muchas de ellas, gracias a los beneficios económicos de sus encomiendas, no dudaron en emprender otras actividades como las ganaderas, textiles o comerciales. Y si bien algunas lo hicieron acompañadas de sus esposos o parientes masculinos, en múltiples casos, al enviudar continuaron ellas solas con los negocios que habían emprendido de manera conjunta, o incluso desarrollaron otras actividades de manera autónoma. Esta incursión empresarial no era algo nuevo para las llegadas de la península, existiendo un amplio precedente, particularmente en Castilla, donde la tradición y las leyes posibilitaban a las mujeres, particularmente las viudas, ejercer un dominio sobre sus posesiones y tener un amplio margen de capacidad jurídica que les permitía realizar compras, ventas y otro tipo de transacciones, posibilitándoles la administración de sus negocios y salvaguardar su patrimonio o el de sus hijos como curadoras o tutoras. Gran parte de los beneficios económicos de las encomenderas y esposas de encomenderos se destinaron a obras de caridad, de beneficencia, donaciones e incluso patronazgos, que además de confirmar y elevar su estatus socioeconómico les permitían poner su alma en carrera de salvación y ayudar a sus allegados. Estas obras podrían ser interpretadas en muchos casos como manifestaciones de una crisis de conciencia, influenciada por la prédica lascasiana, que llevaría a intentar reparar parte de los perjuicios ocasionados a los naturales del territorio conquistado y a sus propios encomendados. Respecto al caso concreto de la fundación del Monasterio de la Concepción, si bien consideramos que pudo estar influenciada por dicha crisis de conciencia, también opinamos que fue un emprendimiento en el que la propia experiencia de Inés Muñoz y las dificultades experimentadas desde su llegada al Perú, así como la situación personal que estaría atravesando en ese momento, habrían sido vitales. La ausencia de herederos de su patrimonio tras la muerte de su primogénito habría sido un factor decisivo para la fundación de un lugar donde ella habría de refugiarse y pasar sus últimos años, y que, además, sería el heredero de todos sus bienes. Del mismo modo, no debemos olvidar el objetivo de doña Inés de ayudar y dar refugio a las desamparadas mujeres huérfanas y viudas de la Ciudad de los Reyes. Llegados a este punto podemos confirmar que el objetivo de Inés Muñoz se cumplió con creces y que los restos del Monasterio de la Concepción, que aún se alzan en el bullicioso centro de la que fuera la Ciudad de los Reyes, son testigos de la grandeza que un día tuvo y cuyas alabanzas nos han llegado a través de los cronistas. Asimismo, las monjas concepcionistas continúan la labor religiosa y social iniciada por doña Inés en un hermoso y plácido monasterio a las afueras de la capital. 379
«Mujeres ricas y libres». Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
380
Al realizar este trabajo hemos querido rescatar las voces de las encomenderas, y algunos de los documentos que nos ha permitido hacerlo y aproximarnos tanto a su trayectoria vital como a sus redes han sido los resultantes de los procesos legales en los que estuvieron inmersas. Muchas de estas mujeres, conscientes de su importancia durante el proceso de conquista, no dudaron en usar estas herramientas, bien para proteger sus intereses, como sus encomiendas, o para obtener nuevas mercedes para ellas o sus allegados. Esto fue posible debido a su privilegiada situación social –como beneméritas– y económica –como parte de la élite–. El análisis de las relaciones de méritos nos ha permitido comprobar como dicha documentación puede proporcionar interesante información sobre las redes relacionales, las cuales fueron de vital importancia durante los primeros años de conquista y población. En el caso de doña Inés, las redes de las que formó parte estuvieron mayormente integradas por miembros del grupo encomendero y personas vinculadas al mismo. Incluso la población del Monasterio fundado por ella estuvo principalmente conformada por hijas y nietas de encomenderos y conquistadores, algunos de ellos cercanos a su entorno desde su llegada a Panamá y Perú. Del mismo modo, debido a sus particulares circunstancias familiares, como cuñada de Francisco Pizarro fue un miembro destacado del clan pizarrista, el grupo más fuerte hasta mediados de la década de 1540, conformado por algunos de los principales conquistadores, quienes habían combatido mano a mano con Francisco Pizarro y sus hermanos, y que se habían visto recompensados con encomiendas, constituyendo de esta manera un grupo bastante homogéneo desde el punto de vista político. En el caso de Inés, sus vínculos pizarristas determinaron en gran medida tanto su salida de la península con su esposo, así como su posterior situación social, económica y política en el Perú. Así, Inés, y otras varias encomenderas como María Escobar, tras la muerte de Francisco Pizarro y la posterior caída en desgracia de su hermano Gonzalo, se vieron afectadas por su vinculación a este grupo y sufrieron la usurpación de sus repartimientos por parte de la Corona en aras de su política de control del territorio y centralización de su poder. Sin embargo, lejos de resignarse, desarrollaron diversas estrategias destinadas a la recuperación de sus encomiendas, tanto a través de los pleitos en los que demostraron una gran capacidad, así como su alianza con influyentes personajes, en el caso de doña Inés a través de un enlace con don Antonio de Ribera. Precisamente, el matrimonio fue de particular importancia en el grupo encomendero, siendo las mujeres una pieza fundamental, ya que a través de ellas se podía garantizar, entre otros, el acceso a una encomienda, la 380
Epílogo
381
conformación y consolidación de redes de parentesco o la ampliación y transmisión del patrimonio, incluidos los repartimientos. Para finalizar, quiero hacer énfasis en que las encomenderas constituyeron un heterogéneo grupo que en absoluto podemos considerar meramente anecdótico ni reducido. Los 137 casos identificados hasta el momento en la Audiencia de Lima desde 1535 hasta 1600 sustentan esta afirmación, máxime si consideramos factores como el escaso número de mujeres españolas en los territorios peruanos, lo que nos arroja una cifra significativamente alta de beneficiarias femeninas. Esto de ninguna manera lleva a sobredimensionar la importancia de esta figura, ya que hemos de entender los datos en combinación con las particularidades señaladas a lo largo del estudio para entender su rol y relevancia a cabalidad. Ante estas afirmaciones surgen varias dudas: ¿sucedió al igual que en Perú en el resto de los territorios de la Monarquía Hispánica en los que existía la encomienda?, ¿hasta qué punto las circunstancias coyunturales de cada territorio ocasionaron particularidades y cambios sustanciales en la figura de la encomendera? Estos y otros interrogantes me animan a seguir dando voz a estas “mujeres ricas y libres”, según el virrey Toledo, y a continuar rescatando sus historias para completar la nuestra.
381
382
ANEXOS
383
Anexos
384
385
décs. 1540-1550
décs. 1560-1590
Aguilar, Esposa e hija de Bartolomé
Alconchel y Aliaga, Catalina de
Almonte, María de
Arias, Catalina
2
3
4
5
Pacora
Copa Copa
Chilca y Mala
Ayabaca
Supe
Encomienda
Trujillo
Cuzco
Lima
San Miguel de Piura
Lima
Jurisdicción
1548 600 p7
Tributo antes 1561
Tributo relación de 15612
1575 517,4 p
1573 385 p
1575 705 p
1575 304 p
Tributos Tasa Toledo3
1.500 p
Tributo 1579 aprox.4
1591 787,6,8p
1598 220,4 p
Tributo a partir de 15795
124 p
283 p
304 p
Tributo relación 16016
1. déc. Abreviatura de década y p de pesos. 2. Hampe, 1986. Tasa de repartimientos en 1561 realizada a partir de la Visita del virrey Cañete. El tributo que se menciona no es libre de costas. 3. Cook, 1975. 4. Relación de Repartimientos del Piru que están en cabeça de mugeres y de los salarios que en cada un año se pagan de la Caxa Real en cada ciubdad de aquel Reyno. AGI, 199, N 36. 5. Puente Brunke, 1991a: 445. 6. Hampe, 1986. 7. Loredo, 1958: 266 y 274.
décs. 1570-1600
décs. 1570-1610
décs. 1570-1600
Acuña, Luisa de
Décadas/años aproximados beneficiaria
1
Encomendera
385
Anexo I. ENCOMENDERAS DE LA AUDIENCIA DE LIMA, ENCOMIENDAS Y TRIBUTOS1
Anexos
386
Caravantes, Isabel de
Cárdenas, María de
12
13
décs. 1550-1580
décs. 1540
décs. 1540
décs. 1550-1580
décs. 1540-1560
-Ocobamba
-Caci (Caxas)
Desconocida
-Papaconga y Languisupa.
-Masca de Otalo,
-Ychuana
-Hanan Piscas
-Pachacamac
décs. 1590-1600
Huamanga
San Miguel de Piura
San Miguel de Piura
Cuzco
Huánuco
Lima
Huamanga
-Lucanas -Laramate
Fin década 1570
décs. 1560-1580
Cuzco
Jurisdicción
-Chuyani -Callachica, Vinbilla y Quisalla.
Encomienda
1548 2.000 p11
Tributo antes 1561
8. Hampe, 1986. Consta erróneamente repartimiento de Puno y Chupa. 9. Ibíd. Consta como Guaylas. 10. Total, de las tres encomiendas. 11. También aparece como Cristóbal de Coto (Loredo, 1958: 274).
Calderón, María
Barrera, Bernardina de la
9
11
Barba, Inés
8
10
Avendaño, Teresa
7
Cáceres y Solier, Petronila de
Arias, María
6
Décadas/años aproximados beneficiaria
386
Encomendera
900 p
1.400 p9
3.200 p8
Tributo relación de 1561
1573 746,2 p
1572 1.114 p10
Tributos Tasa Toledo
1.000 p
2.000 p
6.000 p
5.000 p
Tributo 1579 aprox.
Tributo a partir de 1579
992 p
136 p
Tributo relación 1601
“Mujeres ricas y libres”. Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
décs. 1540-1560
Carrasco, Mujer de Fernando
Carrillo, María
Carvajal, María de
Castañeda, Juana de
Castro, Isabel de
Castro, Mariana de
Cerda, Violante de la
Cermeño, María
15
16
17
18
19
20
387
21
22
Huánuco Chachapoyas
Lima
Arequipa
Arequipa
Huamalíes -Santiago Yamón -Lonya -Lati -Humay y Limanazca -Guarco -Chimba -Valle de Tiyavaya -Achamarca y Chilpacas -Colca Guayba y Colán
Lima
Huamanga
-Lucanas -Andamarcas Manchay
San Miguel de Piura
Chachapoyas
Jurisdicción
-Catacaos -Piura
Desconocida
Encomienda
1549 2.000 p12
Tributo antes 1561
12. Ibíd. 13. En la relación de encomenderos consta como Mariana Díez (Hampe, 1986).
Fin déc. 1570
décs. 1560-1570
déc. 1560
décs. 1550-1560
décs. 1550-1570
décs. 1570
décs. 1560
décs. 1570-1580
Carranza, Inés de
14
Décadas/años aproximados beneficiaria
387
Encomendera
1.250 p13
Tributo relación de 1561
1571 2.839 p
1571 4.354,4 p
1575 783 p
1575 111 p
Tributos Tasa Toledo
5.000 p
3.000 p
Tributo 1579 aprox.
Tributo a partir de 1579
Tributo relación 1601
Anexos
388
Coya, María
31
14. Loredo, 1958: 263.
décs. 1540-1560
1561-1598
Coya Inca, Beatriz Clara
décs. 1570
décs. 1570-1580
30
Chaves, Jerónima de
27
Chachapoyas
-Choscón y Olto -Jumbilla -Quistancho
Cuzco
-Andaguaylas Collao
-Omachirí
Cuzco
1573 811 p
1575 33,4 p
1570 2350 p
1573 932,6 p
1572 736 p
1572 192 p
Tributos Tasa Toledo
Collas
15.000 p
2.200 p
Tributo relación de 1561
1572 1.237 p
1548 500 p14
Tributo antes 1561
-Jaquijahuana Canco
-Yucay
-Pucara y Quipa Cuzco
Cuzco
Huamanga
-Cabinas
-Caviñas o Cabinas
Arequipa
Chachapoyas
Jurisdicción
-Bagua
Encomienda
décs. 1550- 1560 -Machaguay
Coto, Hija de Contador Fin déc. 1570
Chacón, Ana
26
Décs. 1580-1590
29
Céspedes, Isabel de
25
déc. 1550
Colonia, Francisca de
Cervera, Juana de
24
décs. 1590-1600
28
Cervantes, María de (de Aguayo)
23
Décadas/años aproximados beneficiaria
388
Encomendera
6.000 p
1.500 p
1.500 p
Tributo 1579 aprox.
1591 206,7 p
Tributo a partir de 1579
1209 p
Tributo relación 1601
“Mujeres ricas y libres”. Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
-Sangarara
déc. 1560
Fin déc. 1570
décs. 1550-1560
Fin déc. 1570
Díaz, Mencía o Valtodano
De Ugarte, Catalina
Enríquez, Teresa
Escobar, Isabel de
Escobar, María de
Estete, Isabel
Figueroa, Ana de (o Mariana de Avalos (Dávalos) y Ribera)
33
34
35
389
36
37
38
39
-Lurigancho
1541-1548
Huánuco
Huamanga
Lima
Trujillo
Arequipa
Cuzco
Cuzco
Tributo antes 1561
2.300 p15
2.650 p
3.250 p
Tributo relación de 1561
1577 1.976 pesos
1573 1.350 p
1572 4.291,5 p
Tributos Tasa Toledo
4.000 p
1.500 p
5.000 p
Tributo 1579 aprox.
Tributo a partir de 1579
Tributo relación 1601
15. Consta como María de Martel y Licenciado León, erróneamente, cuando Martel es beneficiaria de Mitmas de mancos y Laraos (Hampe, 1986).
-Tarma
Tayacaxa
-Yauyos
-Guañape
déc. 1570
-Chuquibamba
-Arabaya y Condebamba -Tayruma -Picoy
Aymaraes
1567-1580
Dávalos de Ribera, María
déc. 1560
Jurisdicción
Tarapacá Pica, Loa, Lluta, Arica, Ilo e Ite Arequipa -Arica (Carumas) -Guaypar Yuminas
Encomienda
32
Décadas/años aproximados beneficiaria
389
Encomendera
Anexos
Gallegos, Juana de
Gallo, Beatriz
Gama, Elvira de la
García, Elvira
González, Catalina
Guerrero, Luisa
46
47
48
49
50
51
Fuentes, Catalina de
44
Gallardo, Elvira
Fin déc. 1570
Fuentes Quadrado, María de
43
45
décs. 1570-1580
Figueroa, Juana de
42
390
déc. 1570
déc. 1570
déc. 1570
décs. 1540-1550
déc. 1570
décs. 1570-1590
déc. 1570
déc. 1580
déc. 1570
Figueroa, Isabel de
41
décs. 1560- 1570
Figueroa, Beatriz de
40
Décadas/años aproximados beneficiaria
Cuzco Cuzco
Huamanga Trujillo Cuzco
-Achambi -Carabaya -Papres -Angaraes de Elvira García -Huambacho (parte) -Camán o Samán
Chachapoyas
-Chachas Levanto -Cabinas
Huamanga
Chachapoyas
Trujillo
Trujillo
Huánuco
Cuzco
Jurisdicción
-Guayllay
-Cascayungas, Huaira -Culquimangla San Jerónimo de Tuamocho
-Guambacho
-Nepeña
-Sinto
Huari, Ichoc
-Mitad de Parinacocha
Encomienda
Tributo antes 1561
390
Encomendera
8.000 p
Tributo relación de 1561
1573 2.498 p
1572 736 p
1575 404,4 p
1575 1.231,4 p
1575 1.698 p
1572 5.424 p
Tributos Tasa Toledo
300 p
2.000 p
800 p
300 p
2.500 p
4.000 p
Tributo 1579 aprox.
1589 80,4 p
Tributo a partir de 1579
38 p
Tributo relación 1601
“Mujeres ricas y libres”. Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
391
Guevara, Mariana de
Guillén, Ginesa
Gutiérrez, Ana
Gutiérrez, Ana
Gutiérrez, María
Guzmán, Catalina de
Guzmán, Francisca de
Herrera, Mariana de (Mariana de Castro)
53
54
55
56
57
58
59
60
déc. 1570
-Andahuaylas
1570-1579
-Urcos
Cuzco
Cuzco
Cuzco
Oruro, Pusquís y Lamai
décs. 1560
-Dueñas -Collanatambo y Cazcas Guascarquiguar -Sallauparco
Trujillo
Arequipa
Socovaya y Porongoche
7.000 p
2.000 p
600 p
3.200 p
Arequipa
Tributo relación de 1561
Cabanaconde (Hurin) 1548 600 p16
Tributo antes 1561
3.700 p
Cuzco
Cuzco
Jurisdicción
Arones/ OcoñaArequipa Oconas
-Velille
-Maras
-Velille
Encomienda
Pacora
décs. 1560
décs. 1540-1570
déc. 1560
1548-1560
décs. 1570
déc. 1570
16. Loredo, 1958: 196 y 202.
Guevara, Felipa de
52
Décadas/años aproximados beneficiaria
391
Encomendera
1571 869 p
1572 15.714 p
1572 238 p
1570 2.800 p
1571 787 p
Tributos Tasa Toledo
1.500 p
26.000 p
1.000 p
2.000 p
Tributo 1579 aprox.
Tributo a partir de 1579
Tributo relación 1601
Anexos
Jiménez, Francisca
Juárez, Mujer de Vasco déc. 1540
63
64
392
décs. 1590-1600
Lezcano y Mendoza, Graciana de
Lezcano, Luisa de
66
67
Jurisdicción
-Conchucos
-Cherrepe
-Chalata o Trata
-Cesuya
-Cascayungas Yumpit
-Guaros 19
-Huaraz18
-Bagasán -Bagua
Huánuco
Trujillo
Chachapoyas
Huamanga
Huánuco
Chachapoyas
-Guarangas de Chondal, Trujillo Bambamarca y Pomamarca
-Santa y Guambacho17
Encomienda
Tributo antes 1561
17. Hasta 1561. Después cede esas encomiendas a cambio de las 3 guarangas. 18. Ibíd. 19. Ibíd: 196-202.
déc. 1560
décs. 1590-1600
León, Ana de
65
déc. 1540
Jaimes, Isabel
62
Fin déc. 15901600
Isásaga, Beatriz de
61
1557-1576
Décadas/años aproximados beneficiaria
392
Encomendera
3.200 p
1.526 p
Tributo relación de 1561
1575 621,2 p
Tributos Tasa Toledo
Tributo 1579 aprox.
1588 237 p
1581 3.172 p
Tributo a partir de 1579
237 p
39 p
141 p
40 p
Tributo relación 1601
“Mujeres ricas y libres”. Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
393
déc. 1570
déc. 1560
déc. 1570-1590
Malaver, Catalina
Mamaguazo Coya, Juana
Manco Cápac, Beatriz
Marroquín de Montehermoso, Beatriz
Martel, María
Mazuelo, Catalina de
70
71
72
73
74
75
décs. 1570
décs. 1570
déc. 1570
Luyando, Lucia de
69
déc. 1570
Loaysa, María de
68
déc. 1570
Décadas/años aproximados beneficiaria Cuzco
Jurisdicción
Ilabaya
Mitmas de los Mancos y Laraos
-Mitmas de Huarochirí en los Chocorbos
-Indios de Huarochirí en los Chocorbos
Arequipa
Huamanga
Lima
Cuzco
Cuzco
-Alpasandor o Alposondor Juliaca /Urcos
Cuzco
Cuzco
-Guancane
-Marangani
-Nuñoa
-Atun colla
Huamantanga y Lima Checos
-Ocongate -Pampachulla
Encomienda
Tributo antes 1561
393
Encomendera
1.950 p
Tributo relación de 1561
1578 1.150 p 1570 49 p
1575 4.644 p
1572 77 p
1573 2.514,7 p
Tributos Tasa Toledo
1.500 p
3.000 p
8.000 p
2.000 p
6.000 p
Tributo 1579 aprox.
Tributo a partir de 1579
394 p
4.177 p
Tributo relación 1601
Anexos
394
déc. 1560
décs. 1570-1590
1582-1596
déc. 1560
Mercado y Peñalosa, Juana
Montenegro, Lucia de
Mora y Escobar, Florencia de
Morán, Mujer de Francisco
Mori, Catalina de
79
80
81
82
83
20. 21. 22. 23. 24.
-Andajes
décs. 1590-1600
Mendoza, Petronila
78
-Conchucos
Catacaos-
-Huamachuco
-Atavillos
Aneyungas
-Ichoc Huanuco
Todavía era titular Melchor Verdugo. Puente Brunke, 1991a: 452. Ibíd: 429. No consta en la Tasa de Toledo. Ibíd. Jurisdicción del Corregimiento de Piura.
décs. 1570-1600
-Cabanaconde (Hanan)
décs. 1560-1570
Mendoza, Luisa de (María)
77
Cherrepe
1567-1624
Mejía Arévalo, Jordana
Cajamarca (4 Guarangas: Cuismango, Chuquimango, Cajamarca y Mitmas)
Encomienda
76
Décadas/años aproximados beneficiaria
Huánuco
Trujillo24
Trujillo
Lima
Arequipa
Huánuco
Trujillo
Trujillo
Jurisdicción
Tributo antes 1561
394
Encomendera
1.200 p
3.000 p
5.400 p20
Tributo relación de 1561
1579 3.962 p22
1575 5.747 p21
Tributos Tasa Toledo
9.000 p
Tributo 1579 aprox.
1593 3.620,4.5 p
1586 3548 p23
Tributo a partir de 1579
1642,2 p
622 p
3962 p
174
272 p
5.747 p
Tributo relación 1601
“Mujeres ricas y libres”. Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
décs. 1590-1600
déc. 1560
Navarrete, Francisca
Nieta, Inés
Nieves, María de las (o Melchora de las)
Noreña, Ana de
Ovalle y Acevedo, Isabel de
86
87
395
88
89
90
1.500 p
4.964 p
Tributos Tasa Toledo
4.000 p
Tributo 1579 aprox.
1597 322,3 6 p
Tributo a partir de 1579
443 p
41 p
3.066 p
Tributo relación 1601
-Cajatambo
-Santiago Yamón -Lonya
-Mitad de Yachas
Lima
Chachapoyas
155 p
286 p Huánuco
4.000 p
6.200 p
Tributo relación de 1561
-Huamalíes de Sanchez
2.800 p25
6.000 p
Tributo antes 1561
187 p
Chachapoyas
Arequipa
San Miguel de Piura
Lima
Huánuco
Jurisdicción
-Cumilapa
Cajamarquilla, Conila, AtunLuya
Pampacolca
-Tumbes
-Carabayllo -Manchay
-Ananhuanca
Chupachos
Encomienda
25. Rostworowski, 2005c: 263. Cfr. Cuadro 3.
décs. 1590-1600
déc. 1570
Muñoz, María
85
déc. 1570
Muñoz, Inés
84
1541-1569
Décadas/años aproximados beneficiaria
395
Encomendera
Anexos
396
Padilla, Lucia de
Palomares, Mariana de
Palomino, Isabel
Paz, María de
Paz, María de
Peñalosa, Beatriz de
91
92
93
94
95
96
97
déc. 1570
déc. 1570
déc. 1560
déc. 1540
décs. 1560-1570
Trujillo
San Miguel de Piura
Trujillo
-Hurin Chilques Huamanga
-Saña
-Pabor o Pabur
-Jayanca 26
-Mitad de Pachacamac
déc. 1560
-Hanan Piscas
Arequipa
-Arones de Gerónimo Pacheco -Ocoñas de Pacheco -Colani
Lima
San Miguel de Piura
déc. 1560
-Motape, Solana, Bitonera, Guarua, Paita y Silla
26. Jurisdicción del Corregimiento de Piura. 27. Loredo, 1958: 269 y 272.
Oyon (de Hoyos), Elvira de
Jurisdicción
Encomienda
Décadas/años aproximados beneficiaria
1548 400 p27
Tributo antes 1561
396
Encomendera
3.500 p
2.000 p
2.100 p
Tributo relación de 1561
1575 1.033,6 p
Tributos Tasa Toledo
3.000 p
6000 p
Tributo 1579 aprox.
Tributo a partir de 1579
Tributo relación 1601
“Mujeres ricas y libres”. Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
397
102
déc. 1570-1590
Chachapoyas
Cuzco
-Ayllu de los Quispiguaranis -Chibalta y Quitaya
Trujillo29
Trujillo
Lima
-Olmos -La Chira
-Huaylas
-Indios del Principal Huamán
-Chimo y Huanchaco,
-Huaylas -Chuquitanta y Sevillay,
Parinacocha (mitad de Beatriz Figueroa)
8.000 p28
850 p
Tributos Tasa Toledo
Tributo 1579 aprox.
Tributo a partir de 1579
Tributo relación 1601
93 p
132 p
Chachapoyas
Tributo relación de 1561
Cascayungas Huaira,
Tributo antes 1561
23 p
Jurisdicción
-Yambajalca,
Encomienda
28. Loredo, 1958: 219. 29. Jurisdicción del Corregimiento de Piura.
Ramírez de Berrio, Francisca
déc. 1560
Prado Canales Y Jofre, déc. 1560 Catalina de
100
101 Prado, Barnola de
Pizarro, Francisca
1535- déc. 1560
décs. 1580-1600
Pérez de Badajoz, Mari
99
98
Décadas/años aproximados beneficiaria
397
Encomendera
Anexos
398
déc. 1570
déc. 1590
109 Ronquillo, Isabel
110 Salazar, Micaela de
111 Salazar, Luisa de
déc. 1570
déc. 1560
Rodríguez Mercado, Mujer de Alonso
107
108 Rojas, Elena de
déc. 1570
Rodríguez de Mendoza, María
106
105 Robles, Francisca de
Cuzco
-Curamba o Cataguacho
-Tantarcaya
Cuzco
Cuzco
Cuzco
-Ancohuanca -Omachiri
-Maras
Chachapoyas
Arequipa
Chasmal, Chilla, Timal
Acari
-Piti -Yabaguaras y Mara -Yanaguaras de dos encomenderos Chanca, -Pirca -Mollepata Cuzco
Lima
-Magdalena y otros -Caracoto,
Huamanga
-Mitmas de Mama
déc. 1570
décs. 1570-1590
Trujillo
-Guañape y Chao
décs. 1570-1580
Jurisdicción
Reguera Zamudio, Isabel de la
Ribera y Bravo de 104 Lagunas, Mariana de
103
Encomienda
Décadas/años aproximados beneficiaria Tributo antes 1561
398
Encomendera
1.500 p
750 p
Tributo relación de 1561
1573 1.169 p
1575 818 p
1575 2583 p
1575 648 p
Tributos Tasa Toledo
1.500 p
1.000 p
3.000 p
4.000 p
Tributo 1579 aprox.
1599 935.3 p
Tributo a partir de 1579
275 p
1629 p
Tributo relación 1601
“Mujeres ricas y libres”. Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
décs. 1570-1580
décs. 1560-1570
Saldaña, Beatriz de o Beatriz González
Sánchez de Ayala, Beatriz
112
113
-Alca
décs. 1590
399
déc. 1560
121 Sosa, Inés de
1557-1560
déc. 1560
120 Silva, Paula de
Sotomayor Coya, Blanca de
déc. 1570
119 Silva, Feliciana de
122
décs. 1570-1600
118 Silva, Catalina de
Sierra de Leguízamo, 117 Lucía
Cuzco
Guaynacota, Cayaotambo, Unchurco Condorcalla, Locoto
-Guamanpalpas -Guayllamissa
Cuzco
Lima
Cuzco
-Chalhuanca -Mudca y Pairaca
-Checras
Huánuco
Cuzco
Cuzco
Cuzco
-Arancay -Huarigancho
-Vito
-Pilpinto
décs. 1570
116 Santillán, Inés de
115
Achaya, Guataoma
Piura
-Valle de Xiona -Pacora
déc. 1570
Huamanga
Cuzco
Jurisdicción
-Totos
Matinga
-Laris
Encomienda
Santa Cruz, Mariana De
114 Sandoval, María de
Décadas/años aproximados beneficiaria Tributo antes 1561
399
Encomendera
12.000 p
1.500 p
Tributo relación de 1561
1575 761,5 p
1573 864,4 p
1575 97,4 p
1575 750 p
Tributos Tasa Toledo
2.000 p
2.000 p
2.500 p
1.500 p
Tributo 1579 aprox.
1597 2.769,4 p
Tributo a partir de 1579
Tributo relación 1601
Anexos
400
déc. 1570
déc. 1560
décs. 1580-1592
décs. 1560-1570
127 Vaca, Isabel
128 Valdespino, Leonor de
129 Vásquez, Beatriz
130 Velasco, Ana de
Lima
-Mitad Pachacamac
30. Puente Brunke, 1991a: 400. 31. Ibíd: 411. 32. Ibíd: 443.
133 Vera, Catalina de
déc. 1590
Arequipa
Andaguas y Chachas
Vera y Aragón, Leonor de
132
Huánuco
Trujillo
San Miguel de Piura
Huamanga
-Icho (Hanan)
-Reque
-Socola
-Tanquiguas
131 Velázquez, Antonia
décs. 1590-1600
Chachapoyas
-San Joan de Cebóla y los Chunches Mapacamayos
déc. 1570
126 Ulloa, Juana de
Arequipa
Chachapoyas
-Choco y Honda
déc. 1570
125 Ulloa, Francisca de
-Quinistaca
Lima
-Huarochirí
déc. 1560
124 Suarez, Ana
Cuzco
Jurisdicción
-Caracoto
Encomienda
Sotomayor y González 123 de Andía, Lorenza de déc. 1590 (M. de Villahermosa)
Décadas/años aproximados beneficiaria Tributo antes 1561
400
Encomendera
2.200 p
2.000 p
4.000 p
Tributo relación de 1561
207,7 p
30
Tributos Tasa Toledo
2.000 p
1.500 p
2.000 p
2.500 p
Tributo 1579 aprox.
1593 380 p32
Tributo a partir de 1579
1602 1545,1 p31
Tributo relación 1601
“Mujeres ricas y libres”. Mujer y poder: Inés Muñoz y las encomenderas en el Perú (s. XVI)
Pachacamac
Lima
Arequipa
Arequipa
-Tarapacá,Pica, Loa, Ilo, Ite, Lluta y Arica -Ubinas
Huamanga
Jurisdicción
-Angaraes de Cabrera
Encomienda
Tributo antes 1561
8.500 p33
2.700 p
Tributo relación de 1561 Tributos Tasa Toledo 3.000 p
Tributo 1579 aprox.
Tributo a partir de 1579
Tributo relación 1601
33. En ese año ya consta como titular Lucas Martínez de Vegazo (Hampe, 1986: 18). Incluimos el tributo para dar un valor referencial. Incluye también tributo de los Carumas.
137 Zepeda, Francisca de
déc. 1550
136 Vivar, Luisa de
décs. 1560-1570
décs. 1550
Villalobos, Inés de o Inés de la Milla
135 Villegas, Ana de
134
Décadas/años aproximados beneficiaria
401
Encomendera
Anexos
401
402
Anexo II CARTA ACORDADA SOBRE SUCESIÓN EN LAS MUJERES E HIJOS DE LOS CONQUISTADORES A PEDIMIENTO DE FRANCISCO MARTÍN DE ALCÁNTARA VECINO DE LA CIUDAD DE LOS REYES
403
[...] E agora por parte de Francisco Martin de Alcanthara, vecino de la çiudad de Los Reyes que es en esa tyerra, nos ha sido hecha relaçion que él nos ha servido en la conquista e pacificaçion de esa provinçia e que en remuneraçion de sus serviçios le fueron encomendados çiertos yndios los quales tiene y posee y me fue suplicado mandase que conforme a la dicha nuestra carta suso encorporada despues de sus dias quedasen a su muger e hijos o como la nuestra merced fuese lo qual visto por los del nuestro Consejo de las Yndias fue acordado que deviamos mandar dar esta nuestra carta para vos en la dicha razon e nos tovimoslo por bien por que vos mandamos que beais la dicha nuestra carta que de suso va encorporada y la guardeis e cumplays en todo y por todo segund y como en ella se contiene y contra el thenor y forma della ni de lo en ella contenido no vais ni paseis ni consintays yr ni pasar en manera alguna. Dada en la villa de Valladolid a ocho dias del mes de junio de mil e quinientos e treynta e ocho años. Yo la Reyna, yo Juan Bazquez de Molina, secretario de su Çesarea y Catholicas Magestades, la fize escrevir por su mandado. El doctor Beltran / liçençiatus Suarez de Carvajal / el doctor Bernal / el liçençiado Gutierre Velazques. Bernal Darias [rubricado].
403
404
Anexo III CÉDULAS DE CONCESIÓN DE ENCOMIENDAS POR PARTE DE FRANCISCO PIZARRO A FRANCISCO MARTÍN DE ALCÁNTARA Cédulas de concesión de encomienda de Manchay
405
[Al margen superior: Deposito que hizo Francisco Pizarro de los indios de Mancha] Don Francisco Piçarro, adelantado, capitan general e governador por sus magestades en estos reynos de la Nueva Castilla llamada Piru etcétera abida consideraçion que vos el capitan Francisco Martin de Alcantara, vezino desta çiudad de Los Reyes, aveys servido a su magestad en estas partes con vuestras armas e cavallos a vuestra costa e minsion en todo lo que se a ofrescido e por mi vos a sido encargado e soys persona de honra e no teneys con que os sustentar e demas desto soys casado e su magestad manda que los tales sean favoresçidos y honrados e se pueblen sus pueblos e porque seays remunerado en vuestros servicios por la presente en nonbre de su magestad e hasta tanto que se haga el repartimiento general vos deposito el pueblo de Mancha con el caçique d[e] él que se llama Vilcaguaxa con todos sus yndios y prinçipales para que dellos os sirvays conforme a los mandamientos reales. E que abiendo religiosos que dotrinen los hijos de los caçiques los traygays ant[e] ellos para que sean yndustriados en las cosas de nuestra religion cristiana e que dexeys al caçique principal sus mugeres e hijos e los otros yndios de su serviçio como su magestad manda con tanto que seays obligado a los dotrinar y enseñar en las cosas de nuestra santa fe catholica. E si ansi no lo hizierdes cargue sobre vuestra conçiençia e no sobre la de su magestad ni mia que en su real nonbre os los deposito e mando a qualesquier justiçias de la dicha çiudad de Los
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Reyes que vos pongan en la posesion de los dichos yndios. Fecha en la dicha çiudad a doze dias del mes de otubre de mil e quinientos y treynta e çinco años [insertado: Diose esta çedula en el Cuzco a dos de otubre de quinientos y treinta y çinco años no obstante que dize a doze] Francisco Piçarro [rubricado]. Por mandado de su señoria, Antonio Picado [rubricado]. Cédula de encomienda del cacique Alaya en Francisco Martín de Alcántara [Al margen superior: Encomienda que hizo Pizarro del cazique Alaya en Francisco Martin]
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El marques don Francisco Piçarro, adelantado, governador e capitan general en estos reynos de la Nueva Castilla por su magestad e del su Consejo etcétera por quanto al tienpo que se fundo la çibdad de Xauxa en el primero repartimiento que en la tierra se hizo yo, en nonbre de su magestad, deposite en vos el capitan Francisco Martin de Alcantara, mi hermano, como conquistador destos dichos reynos el caçique Alaya con sus yndios y prinçipales, sus subjetos, forasteros y naturales como pareçe por el libro del repartimiento e deposito que a la sazon se hizo a que me refiero despues de lo qual fue depositado el dicho caçique Alaya con sus yndios en Hernand Gonzalez, difunto, vecino que fue desta çibdad, el qual por razon del dicho deposito se sirvio dellos. E agora por vos el dicho Francisco Martin de Alcantara me ha sido pedido vos vuelva la posesion del dicho caçique e yndios por razon que dezis que fuestes [sic] despojado dellos sin ser oydo y vençido por fuero y por derecho y perteneçeros por razon del dicho deposito. Por tanto avido respeto que vos el dicho capitan Francisco Martin de Alcantara soys uno de los primeros casados que pasaron comigo a estas partes de los reynos d[e] España a servir a su magestad y soys de los primeros conquistadores y pobladores destos dichos reynos y sienpre aveys servido a su magestad en ellos con vuestras armas e cavallos a vuestra costa y mision atento que soys cavallero y persona de calidad y como tal teneys vuestra casa e criados en lo qual se os han recreçido y recreçen muchos gastos y en la dicha conquista y despues que se acabo la guerra aveys servido a su magestad como buen servidor dando sienpre buena quenta de todo lo que por mi os ha sido encargado y mandado y su magestad es servido que a las personas de vuestra calidad y que tan bien le han servido y tienen yntinçion de permaneçer en la tierra sean aprovechados y honrados 406
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en ella en nonbre de su magestad y si es neçesario de nuevo os encomiendo el dicho caçique Alaya con todos sus yndios e prinçipales, sus subjetos, forasteros y naturales para que os sirvays dellos conforme a los mandamientos y hordenanças reales por quanto aveys hecho dexaçion en mi de los caçiques e yndios que en los terminos de la çibdad del Cuzco teniades depositados o encomendados que heran de Antonio Perez de la Serna, difunto, con tanto que seays obligado a los dotrinar en las cosas de nuestra santa fe catolica y que aviendo religiosos en esta çibdad de Los Reyes traygays ant[e] ellos los hijos del dicho caçique prinçipal para que sean ynstruidos en las cosas de nuestra religion cristiana y les hagays buen tratamiento como su magestad manda e si ansi no lo hizierdes cargue sobre vuestra conciencia e no sobre la de su magestad ni mia que en su real nonbre os los encomiendo e pongo en vuestra cabeça. E mando a todas e qualesquier justiçias de toda esta governaçion que vos pongan e anparen en la posesion del dicho caçique Alaya con todos sus yndios segund arriba es dicho los quales son en la provinçia de Xauxa so pena de cada [sic] mil pesos de oro para la cámara y fisco de su magestad. Dada en la çibdad de Los Reyes a veynte e tres dias del mes de abril de mil e quinientos e quarenta e un años. El marques Piçarro [rubricado]. Por mandado de su señoria, Pe[r]o Lopez [rubricado]. Cédula de encomienda de los indios de Collique a Francisco Martín de Alcántara [Al margen superior: Deposito de los indios que tenia Domingo de la Presa en Francisco Martin] Por la presente en nombre de su magestad y hasta tanto que se haga el repartimiento general desta çibdad de Los Reyes deposito en vos el capitan Francisco Martin de Alcantara, vecino desta dicha çibdad, para ayuda al sustentamiento de vuestra persona y casa demas de los yndios que teneys todos los yndios de que se servia Domingo de la Presa, vecino que fue desta dicha çibdad, en la provinçia de Collique, terminos e juridiçion desta dicha çibdad, e mas todos los yndios e yndios yanaconas e naborias de quel dicho Domingo de la Presa se servia e dexo en esta dicha çibdad al tiempo que della partio. Todo lo qual vos deposito por su fin e muerte para que de todos ellos os sirvays conforme a los mandamientos reales y los dotrineys en las cosas de nuestra santa fee catolica e les hagays buen tratamiento como su magestad manda. E sy no lo hizierdes asy cargue sobre vuestra conciencia e no sobre la de su 407
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magestad ni mia que en su real nombre vos los deposito. E mando a qualesquier justiçias desta dicha çibdad que os pongan e anparen en la posesion de todos ellos so pena de trezientos pesos de oro para la camara de su magestad. Dada en la çibdad de Los Reyes a ocho dias del mes de otubre de mil e quinientos e quarenta años. El marques Francisco Piçarro [rubricado]. Por mandado de su señoria, Cristobal Garcia de Segura [rubricado]. Cédula de concesión a Francisco Martín de Alcántara de encomienda en Huánuco. 1541
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El marqués don Francisco Piçarro adelantado, governador e capitán general en estos reynos de la Nueva Castilla por su Magestad e del su Consejo Real e aviendo respecto que vos, el capitán Francisco Martín de Alcántara, mi hermano vecino de dicha Ciudad de los Reyes, soys uno de los primeros casados que conmigo pasaron a estas partes de los reynos de España a servir a su Magestad en estos dichos reynos y soys de los primeros conquistadores y pobladores dellos, y siempre habéis servido a su Magestad en ellos con vuestras armas e caballos a vuestra costa e misión y sois persona de honra y como tal tenéis vuestra casa y criados y en la dicha conquista y después del alzamiento que los naturales de sus reynos hizieron habéis servido a su magestad como buen servidor y siempre aveys dado muy buena quenta de todo lo que por mi vos a sido encargado, encomendado e por ser como soys persona de calidad se ofrece muchas costas e gastos e que su Magestad es servido por las personas de vuestra calidad e que tienen yntencion de permanecer en la tierra sean aprovechados en ella y gratificados por sus serviçios por la presente escriptura de su Magestad os encomiendo e pongo en vuestra cabeça en la provinçia de Guanuco el caçique prençipal que llama Guanca y un principal que llama Llapa, e otro que se dize Chipana, con todos los indios e pueblos e principales que sean subjetos al dicho cacique Guanca e a los dichos principales e que ellos más dan. E ansimismo el cacique que se llama Xagua con todos sus indios e principales subjetos al dicho cacique en los quales dichos caciques e principales con sus sujetos vos encomiendo e pongo en vuestra cabeza número de tres mil indios e si en los dichos caciques e principales e sus sujetos no obiere el dicho número de los dichos tres mil yndios, os encomyendo los yndios que faltaren para cumplir el dicho número en los caciques e principales e pueblos e indios más próximos de los caciques e principales arriba declarados para que dellos os sirváis conforme a los mandamientos e hordenanças reales e quedáis obligado a los doctrinar e enseñar en las cosas de nuestra santa 408
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fee católica.. E que aviendo religiosos en la dicha villa de Guanuco traigais antellos los hijos del dicho caçique prençipal para que sean ynstruydos en las cosas de nuestra religión cristianae prençipales hagays todo buen tratamiento como su Magestad manda e sy ansy no lo hizieredes cargue sobre vuestra conciencia e no sobre la de su Magestad ni mía que en su real nombre vos los encomyendo e pongo en vuestra cabeça e mano a todas e qualesquier justicias de la dicha valla de Guanuco e desta gobernación que vos pongan luego syn dilaçion alguna en la posesión de los dichos caçiques e prençipales e yndios segund dicho so pena de cada mil pesos de oro para la cámara de su Magestad, qual la dicha pena les mando que vos amparen en la dicha posesyon dada en la Ciudad de los Reyes a beynte e tres días del mes de mayo de mil quinientos quarenta e un años, las qual dicha posesyon manda que vos sea dada a vos el dicho capitán o a quien en vuestro poder obiere so la dicha pena ut supra. El marqués Francisco Pizarro refrendado por mandado de su señoría. Pero López. 409
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Anexo IV ENCOMIENDA DEL LICENCIADO CASTRO A DON ANTONIO DE RIVERA “EL MOZO” [Al margen: Encomienda del Licenciado Castro a don Antonio de Rivera]
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El licenciado Lope Garçia de Castro del consejo de Su Majestad presidente de la real Audiençia y chancilleria que por su mandado reside en la Ciudad de los Reyes y su gouernador destos reynos y prouinçias del etc. por quanto doña Ynes Muñoz muger que fue del capitán Francisco Martin de Alcántara hermano del marques don Francisco Piçarro gouernador de estos reinos y vezino de esta dicha çiudad de los Reyes difunto por estar ya en días y no querer tener cargo de indios hizo dexaçion en manos de Su Magestad y de my en su real nombre de los rrepartimientos e yndios que tenya en encomienda e auia subcedido en ellos por fin y muerte del dicho capitán Francisco Martín su primer marido ques el repartimiento delos Ananguancas y Chongos del Valle de Xauxa que son caçiques prencipales don Carlos Alaya e don Juan Cunyas con todos los demás caçiques prencipales e yndios a ellos subjetos segun y como ella los tenya e poseya e ansimysmo de los indios yungas que tenya en los Valles de Manchay y Caruallo [sic: Carabayllo] con sus caciques e prençipales para que su Magestad e yo en su real nombre los pudiesemos dar y encomendar y hazer merced dellos como yndios vacos e porque el dicho Francisco Martín y la dicha doña Ynes Muñoz vinieron casados de España en compañía del dicho marques don Francisco Piçarro quando vino a la conquista desta tierra y el dicho Francisco Martín de Alcántara ayudó y sirvió a Su Majestad muy prençipalmente en la dicha conquista pacificaçion y poblaçion della con mucho riesgo y peligro de su persona y en remuneraçion de los dichos sus seruiçios se le dieron y encomendaron los dichos indios y otros en la prouinçia de Guanuco sobre que se trata pleyto y la dicha doña Ynes Muñoz paso a esta tierra de las primeras mugeres que vinieron y poblaron luego en
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ella como se descubrió y estando en esta Ciudad de los Reyes quando don Diego de Almagro y sus sequaces mataron al dicho marques don Francisco Piçarro el dicho capitán Francisco Martín se puso en su defensa a la puerta de una camara y allí le mataron y a ella le tomaron y robaron toda su hazienda y como prendieron a los hijos del dicho marques para enbarcarlos y hecharlos en una ysla donde muriesen se enbarco ella con ellos y por su industria y lo que dio al maestre del nauio los lleuo a la prouincia de Quito donde estaua el gouernador Baca de Castro como todo consta y parece por la prouança que la susodicha hizo que ante my presento e por que después fue casada con don Antonio de Ribera cauallero de la orden de Santiago y durante su matrimonio huvieron y procrearon por su hijo legitimo a don Antonio de Ribera e atento a los seruiçios del dicho capitán Francisco Martín y de la dicha su madre es cosa conveniente y justa que se encomienden en el dicho Antonio de Ribera los dichos indios que la dicha doña Ynes Muñoz tubo En encomienda y por su dexacion están y quedaron vacos y Su Majestad me tiene dado poder para encomendar los indios que en esa tierra estuvieren vacos o bacaren según que por el parece su thenor del cual es este que se sigue: [incluye provisión de Felipe II, sobre el asunto fechada en Madrid a 16 de agosto de 1563] Encomiendo en el dicho don Antonio de Ribera hijo mayor legitimo del dicho don Antonio de Ribera y de la dicha doña Ynes Muñoz su muger el dicho repartimiento e indios Hananguancas e chongos con los dichos caçiques prencipales don Carlos Alaya E don Juan Cunyas E con todos los demas caçiques e preçipales e indios a ellos subjetos asi mytimas como naturales e ansimismo los dichos indios de los dichos Valles de Manchay y Caraullo [sic: Carabayllo] con sus caçiques e principales y con todos los pueblos y estancias a ellos pertenecientes segun y de la manera que la dicha doña Ynes Muñoz los a thenido y poseído conforme a la encomienda que dellos se les dio para que […] y lleve y cobre los tributos que los dichos indios están obligados a pagar conforme a la tasa que dellos Esta fecha o adelante se hiziere con apercibimiento que si della exediere aliende de yncurrir sobre las penas contenidas en las provisiones que sobre ello están dadas se descontara la tal demasía en parte de pago de lo que adelante oviere de auer conforme a la dicha tasa la qual dicha encomienda le hago conforme a las probisiones de Su Majestad que disponen sobre la subçesion de los yndios para ue por su fin y muerte subceda en los dichos indios que asi le encomiendo su hijo o hija mayor legítimos naçidos de legitimo matrimonio e no los auiendo su legitima mujer por la orden contenida y declarada en las dichas probisiones y con que Primero y ante todas cossas haga ante mi la solemnidad y juramento que en tal caso esta ordenado y 412
Anexos
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mandado se haga y con que no se sirua de los dichos indios por si ny por ynter pósitas personas de ningún servicio personal en su casa ni en otras haciendas ni granjerías ni obras que hiziere y tuviere so las penas conthenidas en las provisiones y cedulas de Su Majestad que sobre ello están mandadas dar y con que ansimismo los traten bien y procuren su conseruaçion amparo y defensa y los hagan doctrinar en las cossas de nuestra santa fe catolica ley natural y buena puliçia y si en ello algun descuido ubiere cargue sobre su conciencia y no sobre la de Su Magestad ni a quien en su real nombre se los encomendó E por esta mi carta e por su traslado signado del escribano publico mando a qualesquier justiçias de esta dicha ciudad y al corregidor que fuere en el dicho Valle de Xauxa y de otras partes que en […] fuere […] la posesión del dicho repartimiento e indios se la den y hagan dar sin […] poner ni consentir le sea puesto embargo ni inpedimento alguno y no consientan ni den lugar que della sea desposeyda sin ser primero oydo y vençido conforme a derecho y no dexen de lo así cumplir por alguna so pena de cada mil e quinientos pesos para la cámara de Su Majestad. Fecha en la Ciudad de los Reyes en seis días del mes de mayo de mil e quinientos y sesenta e nueue años. El licenciado castro. Por mandado de su señoría Álvaro Ruiz de Nabamuel. [rubricado].
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Anexo V CARTA DE DOÑA INÉS A SU MAJESTAD PIDIENDO LA DEVOLUCIÓN DE UNOS INDIOS. 1543
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Sacra Católica Cesárea Majestad. Como todos los subditos y naturales de V. M. no tienen en esta vida otro refugio ni remedio despues del de Dios si no es el de V. M. acuden con sus trabaxos y nesçesidades para ser remediados y manparados dello y por la bondad divina todos allan el remedio que procuran esperan y an menester y la voluntad de V. M. nunca se arta ni çesa de azer semejantes mercedes y buenas obras espeçialmente en fabor de huerfanos y viudas y pobres como lo soy yo y estos hijos del marques don Francisco Piçarro de cuya causa […] y dar a V. M. quenta de quien soy y de mis trabajos y perdidas y de algunas sinrazones que se me an hecho y azen a mi a estos hijos del marques y suplicarle que me haga merced de mandar [insertado: venir?] por estos hijos del marques don Francisco Piçarro y por mi y mandar que nos tornen lo que nos an tomado. Sepa V. M. que yo fui casada con el capitan Francisco Martin de Alcantara, hermano del marques don Francisco Piçarro, que murio en su defensa junto con el y vino a conquistar esta tierra en su conpañia e me trajo consigo. Soy la primera muger casada que en ella entró y comenzo a poblar. Sirvio mucho a V. M. asi en toda la conquista y alçamientos desta tierra y pacificaçion della en lo qual aventuro muchas bezes su vida y derramo mucha de su sangre y todo a su costa y mision. El marques, su hermano, en reconpensa de algo desto le encomendo tres mil yndios visitados para que se sustentara y porque no avia sitio donde se los poder dar juntos se los señalo en tres partes en Xauxa asta seysçientos y en los llanos terminos desta çibdad otros doçientos en dos partes y los demas a cunplimiento de los tres mil en la provinçia de Guanuco que hera todo sujeto a este pueblo. De todo ello le dio sus çedulas y tomo posesion y esto fue dos o tres meses antes que muriese y al tiempo que
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murio me los dejo por suyos conforme a la provision real de V. M. yo me servi algunos dias dellos quieta y paçificamente y porque don Diego y los demas tiranos sus secazes [sic] procuraron con toda ynstançia y diligençia de matar a todos los hijos del marques fueme forçado a esconderlos y salir destos reynos con ellos para los manparar y guaresçer y estando ausentes y muy lexos desta çibdad el licenciado Vaca de Castro que por V. M. gobierna al presente sin causa ni razon alguna y sin ser oyda me a quita[do] y despojado de los yndios de Guanuco y los a dado a un Pedro de Puelles. Lo que me dexa son tan pocos y tan trabajados y al-//cançados que no bastan ni tienen para sustentarme y a los hijos del marques les a quitado y despojado de todos los yndios que su padre les avia dado sin dejarles mas de […] prinçipal de doçientos yndios de servicio que tienen en esta çibdad. Tengolo por […] gran sinrazon y agravio porque segun lo mucho que meresçieron los grandes […] del marques su padre y del dicho mi marido y mios yo tuve por çierto que en recompensa dellos y de los muchos gastos y robos y perdidas que [he] hecho se les creçentara a ellos y a mi algo de lo mucho que fuera razon y no que se nos quitara nada de lo que teniamos ellos y yo les dexo su padre y mi marido. Suplico a V. M. mande acatando todo lo que tengo dicho que los dichos yndios se tornen a los dichos hijos del marques y a mi y se nos de algunos mas para con que podamos remediar nuestras nesçesidades y no permita que se nos aga tan gran sinrazon ni queden tan mal galardonados ellos y yo sobre lo qual encargo a V. M. su real conçiençia. Dios guarde y acreçiente vida de V. M. y ensalçe su ynperial corona con mucho acrecentamiento de reynos y estados ensalçando su fe catolica. Desta çibdad de Los Reyes a veinte de mayo de 1543. Besa los pies de vuestra sacara católica cesárea majestad, doña Ynes [rubricado].
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Anexo VI RELACIÓN DE REPARTIMIENTOS DEL PIRU QUE ESTÁN EN CABEÇA DE MUGERES Y DE LOS SALARIOS QUE EN CADA UN AÑO SE PAGAN DE LA CAXA REAL EN CADA CIUBDAD DE AQUEL REYNO.
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Çibdad de Los Reyes Don Diego de Carvajal casado con doña Beatriz Marroqui, muger que fue de Sevastian Sanchez de Merlo, tiene el repartimiento de Guadacheri que vale ocho mil pesos. Hernando Martel casado con doña Maria Martel, que fue muger de Pedro de Herrera, tiene el repartimiento de parte de Yauyos. Vale tres mil pesos. Don Lorenço de Figueroa casado con doña Mariana de Avalos y Ribera, muger que fue de Lorenço d[e] Estopiñan, tiene el repartimiento de Tarama. Renta quatro mil pesos. Don Juan de Mendoça casado con doña Mariana de Ribera, muger que fue de Geronimo de Silva, tiene el repartimiento de [en blanco] que valdra quatro mil [pesos]. Pablo de Montemayor que caso con doña Mariana de Alconchel, hija de conquistador, tiene el repartimiento de las hoyas de Mala que valdra mil e quinientos pesos. Juan de Cadahalso que caso con doña Luysa de Acuña, muger de Diego Piçarro de Olmos, tiene el repartimiento de Çupi. Valdra hasta mil pesos. Total 21.500 pesos.
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Çibdad del Cuzco
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Don Geronimo de Figueroa que caso con doña Francisca de Guzman, muger del capitan Diego Maldonado el Rico, tiene el repartimiento de Andaguaylas. Rentale mas de veynte y seys mil pesos. Martin Garçia de Loyola que caso con hija del Ynga tiene el repartimiento de Xaquixaguana y Yucay. Y renta mas de seys mil pesos. Nuño de Mendoça caso con doña Ysabel Ronquillo tiene el repartimiento de Cochacaxas. Renta hasta mil y quinientos pesos. Total 33.500 pesos Suma los tres repartimientos de atras del Cuzco 33.500 pesos. Doña Ynes de Santillan, hija del capitan Piedrahita, tiene el repartimiento de Chirquis. Renta dos mil pesos. Doña Catalina, muger que fue de Hernan Bravo de Laguna, tiene el repartimiento en Abancay que rentara mil e quinientos pesos. Beatris Gonçales, muger que fue de Diego de Trujillo, tiene el repartimiento de Yucay. Rentara mil e quinientos [pesos]. Doña Mariana, hija de Hernando de Santa Cruz, tiene el repartimiento en el Collao. Valdra dos mil pesos. Doña Catalina Malaver, hija de Juan Cavallero, tiene el repartimiento de Guancane. Renta dos mil pesos. Doña Petronila de Caçeres, muger de Caçalla, tiene el repartimiento de Vilcaconca. Vale dos mil pesos. Doña Elena de Rojas heredo el repartimiento de su padre Sancho de Rojas el repartimiento [sic] de Curaguaçi. Valdra mil pesos. Doña Francisca de Bolonia tiene el repartimiento de Urcos. Valdra mil e quinientos pesos. Doña Ana de Çianca caso con Pablo de Carvajal. Tiene el repartimiento de Vuanuquiste. Valdra seys mil [pesos]. La muger de Pedro Dure tiene el repartimiento de Maras. Valdra dos mil pesos de renta. Doña Maria de [en blanco], muger que fue de Martin d[e] Olmos, tiene yndios en Limatanbo y Atuncolla. Valdra çinco mil pesos. Hija del contador Çoto tiene el repartimiento de yndios en Andabayla en el Collao. Valdra mil e quinientos pesos. Muger de Calvo de Herrera tiene un repartimiento en el Collao. Valdra mil e quinientos pesos. Total 63.000 pesos. 418
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Çiudad de La Paz
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Gasion de Torres de Mendoça caso con doña Ana de Mena, muger que fue de Francisco de Barrionuevo, tiene el repartimiento de Caquingora. Valdra çinco mil pesos. Antonio de Torres caso con doña Beatriz Gallo, muger que fue de Francisco Delgado, tiene el repartimiento de [en blanco]. Valdra dos mil pesos. Baltasar Remon caso con doña Marina Navarro, hija de Antonio Navarro. Tiene el repartimiento de [en blanco]. Valdra seys mil pesos. Vasco Arias de Contreras caso con doña Teresa de Ulloa, hija de Antonio de Ulloa. Tiene el repartimiento de Caracollo. Valdra seys mil pesos. Francisco de Barrasa caso con doña Juana de Coronado, hija de Hernando de Coronado. Tiene el repartimiento de Guaqui. Valdra dos mil pesos. Doña Maria de Sosa, nieta de Alonso Ramires de Sosa, hereda la mitad del repartimiento de Guaqui. Valdra dos mil pesos. Total 23.000 pesos. Çiudad de La Plata Don Hernando de Çarate caso con doña Luysa de Bivar, muger que fue de Gomez de Solis. Tiene el repartimiento de Tapacari. Valdra seys mil pesos. Don Yñigo de Ayala caso con doña Juana de los Rios, muger del capitan Martin de Robles. Tiene la terçia parte del repartimiento de Chayanta que vale seys mil pesos. Francisco de Hinojosa caso con doña Ynes de Aguiar, muger de Pedro de Castro, tiene el repartimiento de Tarabuco. Valdra tres mil pesos. Doña Maria Barba, hija del capitan Cristoval Barba, tiene un repartimiento en los Moyos. Valdra quinientos pesos. Total 15.500 pesos Suman las quatro partidas de atras de la çibdad de La Plata 15.500 pesos. Doña Mayor Verdugo, muger que fue de Antonio Alvarez, tiene el repartimiento de Chuquicota. Renta seys mil [pesos]. El licenciado Torres de Vera caso con hija del governador Juan Ortiz de Çarate. Tiene el repartimiento de Totora. Valdra mil e quinientos pesos. Pedro de Çarate caso con doña [en blanco]. Tiene el repartimiento en los Chichas. Valdra de renta mil pesos. Total 24.000 pesos. 419
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Çibdad de Arequipa
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Antonio de Llanos caso con doña Maria Çermeño, muger que fue de Anbrosio Farela. Tiene el repartimiento de los Chilpacas. Renta çinco mil pesos. El capitan Pacheco caso con doña Luzia de Padilla, muger que fue de Juan San Juan. Tiene el repartimiento de los Arones y Ocoña. Valdra mas de quatro mil [pesos]. Juan Duran de Figueroa caso con doña Ysabel de Cortinas, muger del bachiller Cantalapiedra. Tiene un repartimiento que vale mil e quinientos pesos. Pedro de Melgar que caso con doña Maria de Mendoça tiene el repartimiento de Hacari. Valdra tres mil pesos. Don Alonso de Vargas y Carvajal caso con doña Maria Avalos de Ribera, muger de Lucas Martin. Tiene el repartimiento de Tarapaca. Renta cinco mil [pesos]. Doña Catalina de Maçuelo tiene un repartimiento que valdra mil e quinientos pesos. Juan de Castro caso con Ana Gutierrez. Tiene un repartimiento que valdra mil pesos. Total 21.000 pesos. Çiudad de Guamanga Diego de Romani caso con la hija de Pedro Ordoñes. Tiene un repartimiento que valdra tres mil pesos. Pedro de Ribera y Ponçe tiene otro repartimiento de su muger que valdra dos mil e quinientos pesos. Amador de Cabrera caso con doña Ynes de la Milla que tiene el repartimiento de los Angaraes. Valdra tres mil [pesos]. Don Pedro de Cordova tiene un repartimiento de su muger de los Lucanes. Valdra seys mil pesos. Garçi Gonçales de Gadea caso con Elvira Garçia. Tiene un repartimiento que vale dos mil pesos. Lope de Barrientos que caso con Doña Maria de Cardenas tiene un repartimiento que valdra mil pesos. Doña Elvira Gallardo tiene un repartimiento que valdra ochoçientos pesos. Total 18.300 pesos. 420
Anexos
Çiudad de Guanuco El licenciado Diego Alvarez caso con doña Ysabel de Figueroa. Tiene un repartimiento que renta quatro mil [pesos]. Montalvo que caso con muger de Valladolid tiene un repartimiento que vale dos mil e quinientos pesos. Total 6.500 pesos. Çiudad de Trugillo
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Don Alvaro de Mendoça caso con doña Jordana Mexia, muger del comendador Verdugo. Tiene el repartimiento de Caxamalca. Rentara nueve mil pesos. Don Pedro de Lescano caso con doña Juana de Figueroa, muger que fue de Diego de Vega. Tiene el repartimiento de Çinto. Valdra dos mil e quinientos pesos. Salvador Vasques esta casado con hija de conquistador. Tiene el repartimiento de Reque. Valdra dos mil [pesos]. Francisco de Barbarán caso con doña Ysabel Palomino, muger de Alonso Carrasco. Tiene el repartimiento de Jayanca. Renta seys mil pesos. Total 19.500 pesos Suman las quatro partidas de atras de la dicha çibdad de Trugillo 19.500 pesos. Hija de Alonso Gonçales, conquistador, tiene en el valle de Guanbacho unos yndios que le valdran trezientos pesos. Hija de Alonso Quadrado, uno de los de la ysla del Gallo, tiene otros yndios en este propio valle que valdran otros trezientos pesos. Total 20.100 pesos. Chachapoyas Doña Ynes Nieto, muger que fue de Juan Garçia de Samames, tiene el repartimiento de Caxamalquilla que le valdra quatro mil pesos. Doña Francisca, muger de Alexos de Medina, quedo con un repartimiento del marido que valdra dos mil e quinientos pesos. Doña Juana de Ulloa quedo con el repartimiento de Alonso Cansino, su marido, que valdra dos mil pesos. 421
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Ynes de Carrança, casada con Diego de Valdevieso [sic], tiene un repartimiento que valdra tres mil pesos. Total 11.500 pesos. Çiudad de Piura
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Ay otros quatro o çinco repartimientos en mugeres que todos ellos valdran hasta dos mil e quinientos pesos. Total 2.500 pesos En la Provincia de la Sarça, Guayaquil y Puerto viejo y San Francisco del Quito no tengo relaçion ninguna. […] Y suman y montan los repartimientos referidos de renta en cada un año dozientos y beinte mil y quatroçientos castellanos, aunque en esto creo que a subido en algunos la tasa y en otros abra baxado. [Al margen derecho: Son ducados. cclxiiiiUcccclxxx ducados] [Al margen izquierdo: Suma de todo lo [que] valen los repartimientos de maravedies ccxxUcccc]
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Anexo VII RECOMENDACIONES CASERAS DE DOÑA JORDANA MEJÍA A SU ADMINISTRADOR, 1568
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Memoria para entender Ximenes do Campo lo que a de hacerse en casa. Lo primero: Tener quenta con la casa muy limpia y muy guardada. Mucha quenta con que no se me abra ni llegue al aposento enladrillado donde yo tengo mi hato porque es cosa en que yo recibiré mucho enojo y no lo tendré por bueno. Tener mucha quenta con los yndios que anduvieren en la obra y pedirlos siempre al corregidor después que yo envíe recaudo por que los mandará dar. Y ten con que los carreteros traigan mucha leña y echar en el corral de abaxo y de quinze a quinze días se echen dos carretadas de leña una a la señora doña Isabel Justiniano y otra a la de Guisado.Tener mucha quenta con que los bueyes anden en parte que puedan comer y con que los yndios no los carguen si no es para lo que yo mando porque si otra cosa me enojaré por que no es mi voluntad que mis carretas y mis bueyes anden en más de lo que yo mando. Tener mucha quenta con saber las nuevas que de Panamá vinieren y de Lima y escribírmelas muy largas y con avisarme todas las cartas que para mi vinieren sin que se me pierda ninguna. Saber del licenciado Godoy si hizo dar la yndia al Beneficiado viejo y sobre todo lo que aquí digo acompañar siempre la casa y hazer lo que el Corregidor mandare. A García para tener para traeros yerba para el caballo y también otro yanacona que se llma Alonso para tener quenta con la huerta con la qual se tenga grandísimo cuidado asi con los arboles como en hacerla regar de manera que este tratada con mucho cuydado y al yndio que cuydara della le quedo un azadón para entender en la huerta en poder de María la vieja queda un hacha para cortar leña. El trigo de la chácara se ha de segar a su tiempo y encerrarse en espiga todo en casa sin que quede un ganado sin encerrar no se me gaste dello hoces.
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Yo escriví a Francisco Gómez las provea y tener quenta se siegue que no se hurte y segarlo todo junto. Para segarlo queda Miguel y Cristóbal y Alonso en hortelano y García y si no hubiere gente hasta hablar al señor corregidor para que mande [ilegible] de dos mitayos los quales se pasaran de la tasa. Tener quenta con mirar siempre el acequia de la cozina de manera que no se reviente y lo mejor será hacerla tapar de manera que no entre agua a las higueras pues no hay gallinas en el corral. Yo escribo a Francisco Gómez que de la carne que fuere menester para cada día y también escribo que de el trigo que fuere menester para cada semana. También le escribo de sebo para alumbrarse por manera que para cada mes le mando que de dos fanegas de trigo y para cada día de carne dos arreldes y para cada día de pescado un to [roto] para huevos y pecado [sic]. Esa negra que queda ahí se le dé cada día de ración dos panes y un poco de carne y no se me envíe a quexar que me pesara dello. Ración para los yanaconas. Yo escrivo a F[rancisco] Gómez que se le de en cada mes medía fanega de maíz a cada uno en todo esto que aquí digo y en to[roto] demás que se ofreciere os obliga [roto] Ximenez a escribir y yo me obligo a os pagar al respecto por cada un año ciento ochenta pesos de plata corriente. Corre vuestro salario desde seis días del mes de noviembre deste presente años de mil y quinientos y sesenta y ocho años y porque así lo cumpliré lo firmo de mi nombre fecho en Zumba a doze de noviembre de 1568 años. [rúbrica]
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Anexo VIII CARTA DE DOÑA INÉS, FUNDADORA DEL MONASTERIO DE LA CONCEPCIÓN DE LOS REYES, PIDIENDO MERCEDES, 1575
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Cesárea Católica Real Majestad: La causa que me da el atrevimiento Católica Real Majestad para esto, es que yo vine a estos reynos del Perú con el marqués don Francisco Pizarro al tiempo que en él el emperador nuestro señor de gloriosa memoria le hizo merced de la conquista de este reyno, casada con el capitán Francisco Martín de Alcántara su hermano. Y el dicho marido se halló en toda ella hasta tanto que el marqués la puso debaxo de la corona real y después en el alzamiento que hicieron los naturales della, por sus servicios le hizo encomienda de los yndios anahuancas. Falleció en la defensa y muerte del marqués su hermano, quando los mataron la gente de don diego de Almagro y a mi me robaron mi casa y hazienda e me desterraron deste reyno y me enviaron fuera del en un navio con los hijos del marqués e fui en el hasta hallar al licenciado Vaca de Castro que venia a gobernar este reyno por V. Majestad. E por la muerte de mi marido y no dexar hijos yo subcedí conforme a vuestra real cedula en los yndios que mi marido tenía en encomienda. Caseme segunda vez con el comendador don Antonio de Riuera que fue procurador general deste Reyno con la merced de doze mil pesos de renta de que V. Majestad le hizo merced; dende a pocos días falleció sin aversele cumplido la merced que se le hizo por el pleyto que trataba con los gentiles hombres de las lanças. E desde el tiempo que el marqués don Francisco Piçarro entró a gobernar este reyno hasta agora he servido a Vuestra Magestad en lo que se a ofrecido conforme a mi calidad e persona en el aprovechamiento deste reyno, yndustria que una mujer noble puede tener. Del comendador don Antonio de Riuera me quedó un hijo de hedad de veynte e cinco años e hallándome cargada de
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días para poder tener encomienda de yndios hize dexacion de los que tenía por encomienda por suspeccion [sic subcesión] de mi primero marido en Vuestra Majestad, y en manos del licenciado Lope García de Castro que a la sazón gobernaba este reyno en nombre de Vuestra Majestad. Y el considerando a los servicios que yo avia hecho en ese Reyno a Vuestra Majestad y que don Antonio de Ribera mi hijo era caballero y como tal tenía muy principal casa en esta corte e que con lo que tenía no se podía sustentar conforme a su calidad y que en lo que se avia ofrecido en servicio a Vuestra Magestad se avia hallado con su persona e hazienda el licenciado Castro le encomendó los yndios que yo tenía por la dexación que dellos avia hecho en Vuestra Majestad. E fue Nuestro Señor servido que no los gozó dos años y se le llevó para si, estando casado con Doña María de Chávez y sin dexar hijos legítimos. Y hallándome tan corta en servicio de Nuestro Señor Dios e de su bendita Madre e que por mis pecados me avia castigado en llevarme un solo hijo que tenía, doña Maria de Chávez, su mujer, e yo nos recoximos en un monasterio de Nuestra Señora de la concepción que hemos fundado e dotado en esta corte de nuestras propias haziendas para que en el tengan algún remedio muchas hijas de conquistadores pobres que ay en esta ciudad gran suma dellas e padescen grandes riesgos e necesidades porque en el an de estar perpetuamente doze doncellas pobres sin dote. A sido nuestro señor servido que con su favor e de su bendita madre y del de Vuestra Majestad yra muy adelante y será una de la mas principal Casa deste Reyno e Vuestra Magestad será en el muy servido. Doña María de Chávez muger de don Antonio mi hijo, conforme a la cedula real de Vuestra Majestad subcedió en la encomienda de los yndios que tenía su marido por no tener hijos e pidió la posesión dellos a don Francisco de Toledo, Visorrey deste reyno por Vuestra Majestad y aviendo de mandar dársela conforme a justicia y a Vuestra Real cedula, mandó poner en deposito los tributos della en la Real Caxa de Vuestra Majestad y remitió la causa a Vuestra Real Persona como va remitido. He dado esta Relación a Vuestra Magestad para que de el remedio que fuere servido para este Monasterio de nuestra Señora de la Concepción que hemos fundado en confiança de la renta de estos yndios porque como mi hijo dexo mas de cien mill pesos de deudas por los muchos gastos que hizo no se si podré salir con lo començado que con el favor de Nuestro señor e su bendita Madre en un año que a que la fundé somos mas de treinta monjas y con el favor e merced de Vuestra Majestad le tiene de hazer a de yr muy adelante como cosa de Vuestra Majestad. E de todo lo que en esta mi carta he dicho 426
Anexos
siendo servido Vuestra Majestad se le informará dello. El licenciado Lope García de Castro podrá dar relación dello. A Vuestra Majestad suplico que por servicio de Nuestro Señor y de su bendita madre en cuyo nombre se a fundado esta casa sea servido de le hazer merced de mandarle señalar la renta deste repartimiento para el mantenimiento y labor desta casa atento que la obra que es para loor de Nuestro señor dios y que Vuestra Merced será muy servido en el remediar muchas donzellas hijas dalgo e de conquistadores para cuyo fin se hace y pide o la parte que Vuestra Majestad fuere servido cuya real persona Nuestro Señor guarde y prospere con acrecentamiento de mayores reynos y estados como estas siervas capellanas de Vuestra Magestad, desean. De esta casa de la concepción de los Reyes del Perú a 12 de março 1575 años. C.C.R.Md. vesa los piues de V. Md su capellan (sic) Dominga [sic Doña Inés] de Ribera. /Decreto al dorso/ “No hay que responder”. [Rubricado] 427
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MAPAS*
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* Los presentes mapas se basan en los realizados por José de la Puente Brunke en su obra sobre las encomiendas en la Audiencia de Lima en el Siglo XVI (Puente Brunke, 1991a: 134-150). La mayor parte de las encomiendas ubicadas en los siguientes mapas siguen el modelo y ubicación de los presentados por José de la Puente Brunke, aunque se han incorporado algunas nuevas encomiendas y otras se han cambiado de ubicación en base a investigaciones realizadas sobre las mismas.
Mapas
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Mapa 3. Audiencia de Lima en el siglo XVI.
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Mapa 4.
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Mapa 5.
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Mapa 6.
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Mapa 7.
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Mapa 8.
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Mapa 9.
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Mapa 10.
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Mapa 11.
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LISTADO DE IMÁGENES, MAPAS, GRÁFICOS Y TABLAS
Listado de imágenes 441
Imagen 1. Palacio de Hernando Pizarro y Francisca Pizarro en Trujillo, Extremadura, España .............................................................................. Imagen 2. Busto de Francisca Pizarro e Inés Huaylas Yupanqui. Busto de Francisca Pizarro (izda.), y de su madre Inés Huaylas Yupanqui (drcha.) en el Palacio de la Conquista de Trujillo, Extremadura. En Rostworowski, 2015a: 235 ......................................... Imagen 3. Repartimientos del Pirú que están en cabezas de mujeres. “Relación de repartimientos del Pirú que están en cabezas de mujeres y de los salarios que en cada un año se pagan de la caja real en cada ciudad de aquel reino”. Archivo General de Indias. AGI, Lima, 199, N.36, f. 1r .................................................................... Imagen 4. Matrimonios de Martín de Loyola con doña Beatriz ñusta y de doña Ana María Lorenza de Loyola Coya con don Juan Enríquez Borja. 1670 – 1690. c.a. Anónimo cuzqueño. Óleo sobre tela. Iglesia de la Compañía de Jesús, Cuzco. Archivo digital de arte peruano. ARCHI. Fotógrafo: Daniel Giannoni. http://www.archi.pe/index.php/foto/index/8174 ...................................... Imagen 5. Matrimonios de Martín de Loyola con doña Beatriz ñusta y de doña Ana María Lorenza de Loyola Coya con don Juan Enríquez Borja. Anónimo, siglo XVIII (1718). Museo Pedro de Osma, Lima, Perú.........
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Imagen 6. Matrimonios de Martín de Loyola con doña Beatriz ñusta y de doña Ana María Lorenza de Loyola Coya con don Juan Enríquez Borja. Siglo XVIII. Anónimo. Óleo sobre tela. Beaterio de Copacabana, Lima. Archivo digital de arte peruano. ARCHI. Fotógrafo: Daniel Giannoni. http://www.archi.pe/index.php/foto/index/8190 ....................................... Imagen 7. Vista de Sevilla, con los barcos que van y vienen de América. Óleo sobre lienzo. Atribuido a Alonso Sánchez Coello. C.a. 1576-1600. Museo de América .................................................................................. Imagen 8. Plano de Lima de Pedro de Nolasco (1687). Plano de Lima de Pedro de Nolasco con detalle de la casa de Francisco Martín de Alcántara e Inés Muñoz, y de otros puntos de importancia. Archivo General de Indias. MPPERÚ_CHILE,13 ................................. Imagen 9. Cartela en retrato de doña Inés Muñoz, abadesa del Monasterio de la Concepción. Mateo Pérez de Alecio. c. a. 1594. AHMCL. ........... Imagen 10. Privilegio de Armas concedido a Francisco Martín de Alcántara. Escudo de armas de Francisco Martín de Alcántara, hermano de Francisco Pizarro. Archivo General de Indias. AGI MP-ESCUDOS, 49 ........................................................................... Imagen 11. Encomendero según Guamán Poma de Ayala. Cristiano. comendero de in[di]os deste R[ei]no. Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva Crónica y buen Gobierno (1600-1615). Imagen 548 [562]. The Royal Danish Library, Dinamarca, Copenhague. http://www.kb.dk/permalink/2006/poma/562/es/text/ ............................ Imagen 12. La muerte de Francisco Pizarro. Manuel Ramírez Ibáñez. 1877. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado. Número de catálogo P003384 ................................................................................... Imagen 13. Encomiendas de Francisco Martín de Alcántara en el valle de Lima. Archivo General de Indias. AGI. MP-PERU_CHILE, 33. Mapa de Lima y sus contornos ............................................................... Imagen 14. Retrato de doña Lucía de Padilla. Monasterio de Santa Catalina de Cuzco. Fotografía de la autora ........................................................... Imagen 15. Profesión de doña Inés Muñoz. AHMCL. Fotografía de la autora . Imagen 16. Grabado del siglo XIX Monasterio de la Concepción. AHMCL .... Imagen 17. Interior del Monasterio de la Concepción. AHMCL....................... Imagen 18. Retrato de doña Inés Muñoz de Ribera. Atribuido a Mateo Pérez de Alecio, c.a 1594. Óleo sobre lienzo. Monasterio de la Concepción de Lima ...................................................................................................
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gráficos y tablas
Imagen 19. Retrato de don Antonio de Ribera. Atribuido a Mateo Pérez de Alecio, c.a 1594. Óleo sobre lienzo. Monasterio de la Concepción de Lima ................................................................................................... Imagen 20. Retrato de doña Inés Muñoz de Ribera. Atribuido a Mateo Pérez de Alecio, c.a 1594. Óleo sobre lienzo. Monasterio de la Concepción de Lima ................................................................................................... Imagen 21. Retablo de San Juan Bautista. Juan Martínez Montañés. c.a 1607-1622. Catedral de Lima. Fotografía de la autora .....................
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Listado de mapas
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Mapa 1. Encomiendas de Francisco Martín de Alcántara en Huánuco ............. Mapa 2. Encomiendas de Francisco Martín de Alcántara en la jurisdicción de Lima ................................................................................................... Mapa 3. Mapa de la Audiencia de Lima en el siglo XVI ................................... Mapa 4. Encomiendas de beneficiarias femeninas en la jurisdicción de Arequipa en el siglo XVI ................................................................... Mapa 5. Encomiendas de beneficiarias femeninas en la jurisdicción de Cuzco en el siglo XVI........................................................................ Mapa 6. Encomiendas de beneficiarias femeninas en la zona central del Cuzco en el siglo XVI ........................................................... Mapa 7. Encomiendas de beneficiarias femeninas en la jurisdicción de Chachapoyas en el siglo XVI............................................................. Mapa 8. Encomiendas de beneficiarias femeninas en la jurisdicción de Huamanga en el siglo XVI................................................................. Mapa 9. Encomiendas de beneficiarias femeninas en la jurisdicción de Huánuco en el siglo XVI ................................................................... Mapa 10. Encomiendas de beneficiarias femeninas en la jurisdicción de Lima en el siglo XVI ......................................................................... Mapa 11. Encomiendas de beneficiarias femeninas en la jurisdicción de Trujillo en el siglo XVI ......................................................................
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Listado de gráficos
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Gráfico 1. Modos de acceso de las mujeres a la merced de la encomienda ....... Gráfico 2. Beneficiarias de encomiendas según generación .............................. Gráfico 3. Encomenderas españolas, incas, mestizas y criollas en la Audiencia de Lima en el s. XVI ............................................................. Gráfico 4. Beneficiarios de repartimientos en las jurisdicciones de la Audiencia de Lima en 1561 .................................................................... Gráfico 5. Beneficiarios de repartimientos en la Audiencia de Lima en 1561 ... Gráfico 6. Beneficiarios de repartimientos en las jurisdicciones de la Audiencia de Lima en la década de 1570 ............................................... Gráfico 7. Beneficiarios de repartimientos en la Audiencia de Lima en la década de 1570 ....................................................................................... Gráfico 8. Titulares femeninas de encomiendas a finales de la década de 1570 en censo atribuido al virrey Francisco de Toledo .......................... Gráfico 9. Rentas de los repartimientos femeninos en censo atribuido al virrey Francisco de Toledo ..................................................................... Gráfico 10. Clasificación de los repartimientos del censo de encomenderas atribuido al virrey Francisco Toledo según rentas .................................. Gráfico 11. Análisis del caso de los chupachos por John V. Murra ................... Gráfico 12. Esquema del funcionamiento de la encomienda de los chupachos ..
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Listado de tablas Tabla 1. Número de encomiendas en la Audiencia de Lima en el siglo XVI .... Tabla 2. Relación de testigos en informaciones de doña Inés Muñoz, don Antonio de Ribera y Francisco Martín de Alcántara. 1539-1575 ........... Tabla 3. Tributo entregado por los chupachos al Inca ........................................ Tabla 4. Declaración de los indios chupachos de lo que dan a su encomendero y lo que solicitan entregar (1549) .................................... Tabla 5. Tasa del Licenciado Pedro de La Gasca para los chupachos (1549) ...... Tabla 6. Retasa ordenada para los chupachos el 6 de agosto de 1552 ............... Tabla 7. Comparativo de los tributos entregados por los chupachos antes de la tasa de 1549, solicitados a entregar desde 1549, fijados por la tasa de La Gasca en 1549 y por la retasa de 1552 ..................................
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gráficos y tablas
Tabla 8. Tasa del repartimiento de doña Inés y don Antonio en el valle de Jauja ........................................................................................................ Tabla 9. Tributarios de las encomiendas de Francisco Martín e Inés Muñoz (1536 a 1575) .......................................................................................... Tabla 10. Tributos de las encomiendas de Inés Muñoz en la Jurisdicción de Huánuco y Lima .....................................................................................
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256 265 266
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FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
ARCHIVOS CONSULTADOS
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Archivo del Arzobispado de Lima (AAL) Archivo General de Indias, Sevilla (AGI) Archivo General De La Nación-Perú, Lima (AGN) Archivo Histórico del Monasterio de la Concepción de Lima (AHMCL) Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN) Archivo Regional de Cuzco (ARC) Archivo Regional de Junín (ARJ) Archivo Regional de La Libertad (ARL) Archivo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (AUARM) Biblioteca Nacional de Perú (BNP) Huntington Library (HL) John Carter Brown Library (JCBL) Library of Congress (LC)
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BERMÚDEZ PLATA, Cristóbal. Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Vols. 4-5, ROMERO IRUELA, Luís y GALBIS, María del Carmen (comp.); Sevilla, Imprenta editorial de la Gavida, 1980. BORREGÁN, Alonso [1533-1548]. Crónica de la Conquista del Perú. ed. y pról. de Rafael Loredo. Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1948. CALANCHA, Antonio de la [1655]. Crónica moralizadora. Ed. Ignacio Prado Pastor. Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1977. CALVETE DE LA ESTRELLA, Cristóbal. Rebelión de Pizarro en el Perú y vida de don Pedro de la Gasca. Madrid, 1889. CIEZA DE LEÓN, Pedro [1553]. Crónica del Perú. Tercera parte. Lima, Perú: Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial: Academia Nacional de la Historia, 1989. — Crónica Del Perú. Primera Parte. Lima: PUCP. Fondo Editorial: Academia Nacional de la Historia, 1984. COBO, Bernabé [1639]. Historia del Nuevo Mundo. Obras del Padre Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús. Ed. Francisco Mateos. Biblioteca de Autores Españoles. Vol. 92. Madrid, Ediciones Atlas, 1956a. — Historia de la Fundación de Lima, en Biblioteca de Autores Españoles. Desde la formación del lenguaje hasta nuestros días (continuación). Obras del Padre Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús II. Atlas, Madrid, 1956b. — Historia Natural, en Biblioteca de Autores Españoles. Desde la formación del lenguaje hasta nuestros días (continuación). Obras del Padre Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús II. Atlas, Madrid, 1956c. Colección de documentos inéditos para la historia de España. Volumen 52. Madrid. Imprenta de la Viuda de Calero. 1868. Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía sacados de los Archivos del Reino y muy especialmente del de Indias por D. Luis Torres de Mendoza. Madrid: Imprenta de Frías y Compañía. Misericordia 2, 1865. CÓRDOBA SALINAS, Fray Diego de O.M., [1587-1609]. Teatro de la Santa Iglesia metropolitana de los Reyes: Anales de la catedral de Lima. Introducción y notas de Rubén Vargas Ugarte, SJ. Lima: S/n., 1958. COVARRUBIAS OROZCO, Sebastián de. Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid, Imp. Luis Sánchez, 1611. DE LA VEGA, Inca Garcilaso (1617). Primera y Segunda parte de los comentarios reales que tratan del origen de los Incas, reyes que fueron del Perú de su idolatría, leyes y gobierno, en paz y en guerra de sus vidas y conquistas, y de todo los que fue aquel imperio y su república antes que los españoles pasaran a el. III Tomos, Madrid, 1829. FERNÁNDEZ, Diego, (el Palentino) [1571]. Historia del Perú, Madrid, ed. Atlas, 1963.
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Fuentes y bibliografía
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Liliana Pérez Miguel es licenciada en Humanidades y doctora en Historia por la Universidad de Burgos. Ha participado en diversos proyectos de investigación nacionales e internacionales, y realizado estancias en destacados centros como la Huntington Library en California, y la John Carter Brown Library en Providence. Actualmente es profesora de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Entre los reconocimientos que ha recibido se encuentra el Premio Extraordinario de Doctorado de la Universidad de Burgos. Es especialista en historia del virreinato peruano, y entre sus líneas de investigación destacan la historia de las mujeres y relaciones de género, el grupo social de los encomenderos, y las instituciones religiosas femeninas virreinales.
Sepa V.M. que yo fui casada con el capitán Francisco Martín de Alcántara, hermano del marqués don Francisco Pizarro, que murió en su defensa junto con él, y vino a conquistar esta tierra en su compañía. Soy la primera muger casada que en ella entró.
El 20 de mayo de 1543, en una misiva enviada al monarca Felipe II solicitando la devolución de los indígenas encomendados que le habían sido arrebatados por el licenciado Vaca de Castro, la sevillana Inés Muñoz se declaraba la primera española casada que había entrado al Perú. El caso de doña Inés como encomendera no es excepcional. Más de un centenar de mujeres tanto españolas como incas, mestizas o criollas formaron parte de un heterogéneo grupo de beneficiarias de repartimientos en el territorio peruano, siendo alguna de estas encomiendas las más ricas del virreinato. Esto llegó a constituir una preocupación para la Corona, hasta el punto de que el virrey Francisco de Toledo señalaba, que “cerca de cien mil pesos de renta” estaban en posesión de encomenderas, quienes los usaban “como mugeres ricas y libres”. Esta obra, al analizar diversos aspectos relativos a las encomenderas como el modo de acceso a los repartimientos y su manejo y administración, o las actividades económicas desarrolladas por las beneficiarias, permite rescatar las actuaciones y voces de estas mujeres, que no dudaron en utilizar diversas estrategias y herramientas a su disposición tales como enlaces matrimoniales, pleitos o patronazgos, para incrementar o defender su patrimonio, así como su honor y el de sus allegados. La presente investigación no solo realiza un análisis general de dichos aspectos, sino que ofrece el estudio de una fascinante mujer: la encomendera sevillana Inés Muñoz. Su biografía permite al lector introducirse en las poliédricas dimensiones y trayectorias de la vida de las mujeres encomenderas, quienes desarrollaron significativos roles en la conformación del virreinato peruano en el siglo XVI, como pobladoras, emprendedoras, litigantes, promotoras, benefactoras o fundadoras.