PENSAR COMO SÓCRATES 9788468523248


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PENSAR COMO SÓCRATES
 9788468523248

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Copyright © 2018. Bubok Publishing S.L.. All rights reserved. Cantero, J. (2018). Pensar como sócrates : Herramientas para aprender a pensar. Retrieved from http://ebookcentral.proquest.com Created from bibliotecafmhsp on 2019-03-09 10:10:15.

PENSAR COMO SOCRATES José Cantero

Herramientas para Pensar Mejor



© José Cantero © Pensar como Socrates ISBN formato epub: 978-84-685-2324-8 Impreso en España Editado por Bubok Publishing S.L. Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

“La vida carece de valor si no nos produce satisfacción. Entre éstas, la más valiosa es la sociedad racional, que ilustra la mente, suaviza el temperamento, alegra el ánimo y promueve la salud”. Thomas Jefferson.

A mis verdaderos tesoros. Amanda, Aurora y Octavio. Con el deseo que este libro sea una luz en el camino de la vida.

ÍNDICE Confesiones Las Apps Socráticas para Pensar Mejor El Imperio de la Mente: La vida de Sócrates CONÓCETE A TI MISMO Dios, Salomón y Sócrates Tu Misión Tus Fortalezas y Debilidades Las Tres Fuerzas Dominantes de la Mente El Cochero y su Carruaje de dos Caballos Sócrates, Franklin y la Areté PENSAR CON VIRTUDES Pensar con Justicia Pensar con Humildad Pensar con Valentía Pensar con Perseverancia Pensar desde la Serenidad PENSAR CON FILTROS Pensar con Claridad Pensar con Precisión Pensar con Fiabilidad Pensar con Amplitud Pensar con Profundidad Pensar con Relevancia Pensar con Significancia PENSAR CON TÉCNICAS Pensar con Curiosidad Pensar desde la Ignorancia Pensar con el Oído Pensar de Abajo hacia Arriba Pensar con Preguntas Pensar con Contraejemplos Pensar con Metáforas Pensar como Matemático Pensar como André Rieu Pensar en la Koinonía PENSAR EN TÉCNICAS DEFECTUOSAS Pensar en Falacias Pensar en el Egocentrismo Pensar en la Hybris Pensar en el Relativismo Pensar en el Escepticismo Pensar en los Dogmas PENSAR EN EL CAMINO

Pensar en la Razón Pensar en la Educación Pensar en el Tiempo Pensar en el Bien Pensar en la Libertad Pensar en la Eudaimonia Pensar en la muerte REFERENCIAS



Confesiones Antes que comiences la lectura de este libro, estoy obligado a hacerte unas confesiones. Terminé el colegio sin llegar a saber que tenía un cerebro. Pequeño detalle. Mi educación escolar fue una rutina de memorizar asignaturas tras asignaturas. Todo era cuestión de retener temporalmente algunas ideas, conceptos, fechas, sucesos y datos. Mi consigna, y parece que en la actualidad no es muy diferente, era retener lo memorizado hasta el día del examen. Con eso bastaba. En matemáticas y física no me servía valerme de la técnica de memorización, entonces recurrí a aprender la mecánica de las operaciones. Mi travesía por el colegio me resultó exitosa, en el sentido de que esta metodología fue suficiente para obtener muy buenas calificaciones. La única requisitoria era convertirme en una maquinita de memorizar. Al graduarme bachiller y lograr ser admitido en una universidad del exterior, me enfrentaba a un nuevo desafío al que me sometí muy confiado en mí mismo. Pero al arribar a la universidad, me topé ante un profundo precipicio. En el primer semestre me habían asignado como lectura obligada unos quince libros. Jamás había visto tantos en mis manos. Tengo que reconocer que fue estresante con sólo verlos. Ni idea tenía cómo abordar tanto material. La memorización no me iba a funcionar. Si obtenía malas calificaciones, debía retornar a mí país, lo que significaba el fracaso. En un momento dado, estuve tentado a preparar maletas. Comprendí que era inaplicable mi recurso de experimentado memorizador. Las circunstancias me obligaban a cambiar de metodología de aprendizaje. Lo peor era que no tenía un mentor que me guíe y oriente para sacar el mayor provecho de mi estadía en el exterior. Así como en el colegio, pronto descubrí que tampoco en la universidad existía un curso de “cómo pensar mejor”, ni siquiera de cómo pensar. En el ámbito universitario, las clases se impartían de forma muy distinta. En el colegio era un proceso prácticamente lineal. El profesor copiaba en el pizarrón lo que tenía escrito en sus notas de clases, y nosotros nos veíamos obligados a transcribir en nuestros anotadores, lo que él había escrito en la pizarra. Así, la educación era un proceso lineal que pasaba de los apuntes de notas del profesor, a la pizarra y de ahí a nuestros cuadernos. Era buen estudiante aquel que permanecía quieto y en silencio, pues su único propósito era actuar de escriba. Aquel que tenía su anotador completo, con las notas de clase del profesor, se perfilaba a obtener buen puntaje, pues el examen era el último eslabón de este proceso lineal. En la universidad fue diferente. Aunque también existía el esquema lineal que de las notas del profesor va a la pizarra, de ahí al anotador del alumno y, por último, al examen, con cierta

frecuencia existía una trasmisión oral de ideas desde la mente del profesor a la mente de los alumnos y de vuelta a la del profesor, en un proceso ya no lineal, sino interactivo y constructivo. En esta comunicación de las mentes, y ya no solo de un cuaderno al otro, adopté un nuevo sistema de aprendizaje. Así, inconscientemente, fui partícipe de discusiones, sin saber cuál era su metodología ni su propósito, mucho menos imaginar siquiera que se trataba de un sistema que se remontaba a la época de Sócrates. La gran herramienta que se utilizaba en las discusiones de clase era la pregunta. En algunas clases, el profesor lanzaba a los alumnos una seguidilla de interrogantes abiertas para alentar diálogos que puedan hacernos pensar, generar ráfagas de ideas, de tener un entendimiento más profundo o desde otros ángulos, para finalmente tener una mayor comprensión y entendimiento del tema. El conocimiento ya no como una imposición del profesor, sino como un proceso constructivo de indagación por medio del diálogo. En aquel entonces era incapaz de comprender la importancia de las discusiones y de las preguntas como esquemas y herramientas del pensamiento. Sin embargo, aunque ya había leído los principales diálogos socráticos, no obtuve la orientación suficiente ni tenía, tampoco, la madurez para comprender el verdadero propósito de estos diálogos. Lo tenía como un libro entretenido y desafiante que había que leerlo por obligación, dentro de las materias de pensamiento político y de introducción a la filosofía. Puedo afirmar que culminé la universidad con mayor capacidad de raciocinio, pero fijo en el mismo punto: seguía sin saber que existían técnicas milenarias para pensar mejor. Logré obtener dos licenciaturas con muy buenas calificaciones, pero mi capacidad de pensamiento racional seguía siendo limitada. Similar situación atravesé cuando cursaba mis dos maestrías. La vida estudiantil para mí no dejó de ser estresante, seguía dependiendo de mi antiguo esquema de retención de información, combinado con una cierta mayor capacidad de pensamiento. Seguía desconociendo las herramientas y prácticas para mejorar la capacidad del pensamiento racional. Ahora evalúo que si hubiese tenido a mi alcance las sencillas técnicas socráticas del pensamiento racional, hubiese obtenido mucho mayor provecho de mi época estudiantil, universitaria, laboral, así como en las otras dimensiones de la vida. Al iniciarme en el mundo laboral, mi esquema de pensamiento racional seguía siendo inconsciente y estrecho. La relación profesor–alumno, se había transformado a otra dimensión, pues en vez del profesor, surgía el jefe a quién se debía obedecer ejecutando sus órdenes. Puedo afirmar, sin equivocarme, que los primeros tiempos de vida laboral iba al trabajo sin llevar conmigo mi cerebro. Y creo que ésta sigue siendo la práctica en el mercado laboral. De ahí, los tan bajos niveles de productividad y competitividad. Al atravesar por unos veinte años de vida laboral, tanto en el sector público como privado, me inclino a pensar que la productividad, la eficiencia y el potencial competitivo, de cada persona, están positiva y significativamente correlacionados con la capacidad racional. El liderazgo solo emerge cuando existe claridad de pensamiento. El trabajo en equipo se manifiesta, en la medida en que se potencia la capacidad del pensamiento colectivo. La

creatividad solo surge cuando nos hacemos las preguntas correctas. La sociedad abierta, democrática y dinámica se alcanza cuando evitamos caer en las trampas mentales y comenzamos a desarrollar técnicas del pensamiento. La economía del conocimiento solo surge cuando comenzamos a activar el tremendo potencial que llevamos en nuestras cabezas. No sé con exactitud cuando realmente ocurrió, pero quizás fue la seguidilla de lectura de libros y de cursos que me han llevado a sumergirme en el pensamiento racional. Con el tiempo me adentré en otros tipos de pensamientos, como el creativo, emocional, y el estratégico. No me llevó mucho tiempo comprender que el pensamiento racional es la base e ingrediente principal de los demás esquemas de pensamientos, de ahí su importancia y la necesidad de desarrollarlo. Sigo el relato de cómo fue mi proceso de descubrimiento del pensamiento racional y de Sócrates como su principal protagonista. Debo reconocer que un día tomé la decisión de transformar mi forma de pensar. Razonaba que si a un atleta le era posible modificar su cuerpo, y lograr mayor masa muscular por medio del ejercicio físico, entonces era igualmente posible fortalecer la forma de pensar, incorporando nuevas técnicas de pensamiento. Al poco tiempo me puse como meta, transformar mi mente y mejorar mi forma de pensar. Los libros que iba leyendo me conducían en cascada a la fuente original; a una ciudad de Grecia, Atenas, a un periodo maravilloso de nuestra civilización, hace unos 2.450 años, donde el héroe principal de la aventura del pensamiento se llamaba Sócrates. Volví la mirada a los diálogos socráticos, pero ya no con el objetivo enfocado de obtener buenas notas en un examen. Tampoco me interesaba saber de qué trataba tal o cual diálogo. No tenía interés en comprender lo que Sócrates pensaba respecto a la justicia, de cómo estructurar una polis o de la justificación de la inmortalidad del alma. No pretendía convertirme en un especialista de la filosofía socrática. No, mi intención principal era leer entre líneas, para comprender su esquema mental, sus técnicas para pensar mejor, las herramientas del pensamiento racional, las claves para poner en marcha la fecunda magia que contiene el pensamiento. El proceso de conocerle a Sócrates sigue siendo muy enriquecedor en mi vida. En cierto sentido, percibo que me está convirtiendo en mejor persona. Descubrí que las técnicas para pensar mejor son muy sencillas, aplicables y siempre dan sus frutos. Que para convertirse en parte de la estructura mental, solamente requiere un poco de práctica cotidiana. Una vez que el hábito de implementar las técnicas se vuelven realidad, en la medida en que vamos tomando consciencia y evaluando constantemente nuestros pensamientos, entonces la estructura mental comienza a modificarse, a ganar elasticidad y masa muscular, tal como ocurre con el entrenamiento de un atleta. Pude notar que existen algunos hábitos positivos que tienen la virtud de gatillar otros hábitos positivos. El ejercicio físico es uno de ellos. Si una persona logra desarrollar el hábito de ejercitarse diariamente, muy pronto generará en cascada, y de forma automática, otros hábitos positivos. Esta persona, al poco tiempo, decidirá comer más sano, sin la necesidad de seguir una dieta rigurosa. Se encontrará durmiendo más y mejor, sin siquiera consumir diariamente una pastilla. A la vez, respirará mejor y, es posible que hasta deje de lado otros hábitos negativos como fumar o beber alcohol, por ejemplo. Hasta estará más feliz

y sonriente, sin siquiera recurrir a algún estímulo externo. Esta comprensión me llevó a concluir que el desarrollo del pensamiento racional es un hábito madre, capaz de generar otros hábitos positivos. La persona que se compromete a mejorar su capacidad de pensamiento, se encontrará ante un escenario de mayor equilibrio de sus estados emocionales y de mayor enfoque de sus energías hacia el logro de su misión en esta vida. Aquel que logra escalar su capacidad de raciocinio podrá comprender mejor a las personas y las situaciones, será capaz de lograr serenidad en su corazón, confianza en sus capacidades y alegría en su vida. También comprendí que el desarrollo del pensamiento es un proceso continuo, un viaje sin fin, una cruzada, que no termina con el título que obtenemos en el colegio o en la universidad ni en la experiencia laboral, pero que a la vez no requiere de credenciales, títulos académicos ni cargos laborales. Expandir la capacidad racional nos libera de las ataduras mentales. Es de acceso libre y universal, sin importar edad, ocupación, puesto laboral, género o cultura. En este corto viaje que comencé a emprender, me ha llevado a considerar al don de la inteligencia como el mayor de los dones que Dios nos ha regalado a cada uno de los seres humanos, sin ningún tipo de discriminación. Es una pequeña semillita con un potencial tan bello como inmenso. Nosotros tenemos la obligación de comprender cómo funciona, de reiniciarla cuando sufre algún desperfecto, de reprogramarla, de expandirla, de introducir nuevos software para que su funcionamiento sea mejor; más claro, preciso, profundo, y justo. Lo más fantástico de este proceso de crecimiento continuo del pensamiento fue entender que el verdadero potencial racional no está sólo en nuestra cabeza, sino en la conexión y su funcionamiento relacionado con otras mentes racionales. Además, no se trata sólo de asimilar técnicas duras o mecánicas, sino de incorporar filtros de valores del pensamiento. La lección de Sócrates es clave. Para pensar mejor tenemos que pensar armónicamente en equipo. Pero para pensar en equipo, debemos modificar nuestros valores, donde la humildad es quizás la pieza más importante a desarrollar. Lo más fantástico de pensar como Sócrates es que nos hace mejores personas, nos compromete a pensar racionalmente en sociedad para lograr una mejor convivencia. Este es un “librito” que podes leer de un tirón en pocas horas, quizás en un fin de semana. Pero te recomiendo que no lo tomes como una asignatura o como algo mecánico que tenés que realizarlo por obligación. Te invito a que sea una aventura de vida, que lo leas meditando, que lo releas nuevamente, planteándote nuevas preguntas, evaluando y pensando en tu forma de pensar y en cómo mejorarla. Considerá cada capítulo como una herramienta que debes incorporar, día a día, a tu sistema de pensamiento, hasta que se vuelva un hábito, a punto tal que se convierta en parte de tu esquema de pensamiento. La meta no es simplemente terminar de leer un libro más, sino que éste nos transforme, que nos ayude a mejorar y armonizar nuestras vidas, que nos convierta en mejores personas y en buenos ciudadanos. Es mi deseo que sigamos creciendo, que consideremos al desarrollo de la capacidad racional como una responsabilidad indelegable cuyo proceso de crecimiento continuo no tiene fin, y que el mejor comienzo es de la mano de Sócrates.



Las Apps Socráticas para Pensar Mejor El activo más valorable que poseemos los seres humanos es nuestra mente. La calidad de nuestras vidas, y de las quienes nos rodean, siempre será reflejo de cómo desarrollamos y utilizamos este precioso obsequio con el que todos vinimos al mundo. Somos seres racionales, pero no razonables. Somos seres con un potencial inmenso, pero poco dispuestos a emprender el camino que nos conduce a recorrer dicha ruta hasta completar y cerrar la brecha. Nuestra única y verdadera limitación es la falta de determinación para desarrollar a plenitud nuestros recursos mentales. Sócrates nos plantea el desafío más espectacular: orientarnos al potencial y hasta la frontera de la riqueza de nuestras mentes. ¿Estamos preparados? Imagínate por un momento que tenés a tu disposición seis Apps para pensar mejor, y que lo podes descargar directamente a tu cerebro. Al leer las instrucciones de los atributos de estas seis aplicaciones, notás que no te convertirán en un ser con una inteligencia artificial de una supercomputadora. No. Estas aplicaciones no tienen el propósito de que evoluciones a un organismo cibernético, como un Terminator. Más bien, tienen la intención de transformarte en un mejor ser humano, en una persona con capacidad racional integra e integral, con habilidades para pensar con justicia, perseverancia, significancia, valentía, serenidad, de pensar con metáforas, de razonar con filtros de claridad, de indagar con contraejemplos, de examinar de “abajo a arriba”, de orientar tu capacidad racional hacia su potencial de excelencia. ¡Sería fantástico! Al invitarte a leer este libro, espero que consideres cada una de sus seis secciones como si fuesen Apps, conteniendo ellas herramientas muy simples para pensar mejor, y confío que al leerlas y ejercitarlas se instalarán en tu cerebro, transformando tu ADN mental. El proceso será enriquecedor, aunque debo advertirte que, al comienzo, puede ser algo incómodo pero desafiante, y al final, muy gratificante. Antes de describir brevemente las seis secciones, te pido que orientes tu lectura con una mirada reflexiva, hasta meditativa, pues la intención es de internalizar las diferentes técnicas y conceptos que se presentan en cada una de ellos, para así asimilarlas como parte de tu sistema de pensamiento. Cada sección, con sus respectivos capítulos, está ordenada de tal manera a generar una consistencia ascendente entre ellas y lograr una armonía sistémica, como parte de un todo; como si se tratase de una única escalera que nos lleva hacia un nivel más elevado en nuestra capacidad de raciocinio. La primera sección, tiene la intención realizar de una introspección de nosotros mismos

como seres humanos, de la conciencia que debemos desarrollar, de que tenemos un don único y maravilloso, que es nuestra capacidad racional, y de que es nuestra responsabilidad desarrollarlo. Pensar en nosotros mismos como seres trascendentales y comprender que tenemos una misión en esta vida, y que sería infructuoso si la ignoramos o la encaramos sin el debido desarrollo de lo más valioso que es nuestra capacidad racional como guía de nuestras vidas y como ancla de las emociones y deseos que nos pueden hacer encallar. Conocernos a nosotros mismos implica reconocer que tenemos limitaciones, pero que a la vez contamos con un potencial de excelencia al que debemos direccionarnos como desafío de vida. Arroparnos de una armadura que nos permita encarar la vida con fortaleza y armonía es el desafío que se presenta en la segunda sección. Aquí, nos disponemos a incorporar las técnicas para pensar con justicia, con humildad, con valentía, con perseverancia y con serenidad. El pensamiento racional debe tener como base el pensamiento basado en virtudes. La tercera sección actúa como un filtro del pensamiento, y tiene el propósito de incorporar las técnicas para pensar con claridad, precisión, fiabilidad, amplitud, profundidad, relevancia y significancia. La aplicación de estas técnicas no debe ser considerada como instrumentos aislados o independientes, pues cada una de ellas se complementa y fortalece al combinar con el uso de las otras. Una vez internalizada la capacidad de pensar con filtros, nos adentraremos a las herramientas para pensar con técnicas, cuarta sección en la que existe una variedad de técnicas de fácil aplicación que nos permitirá fortalecer nuestro músculo racional, así como obtener mayor destreza por medio de las técnicas del pensamiento. Pensar con curiosidad, Pensar desde la ignorancia y Pensar con el oído, son tres capítulos que desarrollaran nuestro músculo racional. Los demás capítulos están orientados a perfeccionar nuestra técnica racional para obtener mayor destreza de pensamiento. Pensar en la orquesta y Pensar en Koinonía, nos lleva a una dimensión social del pensamiento racional, que sitúa a cada ser humano como un componente del sistema del razonamiento social. Nuestra capacidad racional se maximiza cuando pensamos en equipo. La quinta sección podría ser considerada parte antagónica de la cuarta. Para pensar con técnicas, debemos saber cuáles son las técnicas engañosas del pensamiento, las que actúan como un virus en nuestro sistema neuronal. En esta sección analizaremos cómo somos presas de las trampas mentales que se levantan en nuestra misma cabeza o que son preparadas, por actores terceros, para engañarnos y controlarnos. Estas trampas mentales o técnicas engañosas son las falacias del razonamiento, el egocentrismo, la fiebre del “hybris”, el relativismo, el escepticismo y el dogmatismo. Finalmente, la sexta sección sería el escalón más elevado del camino ascendente de nuestra capacidad racional, y que, a la vez, da sentido envolvente a las demás técnicas del pensamiento. Desde aquí tenemos una panorámica más amplia de nuestra proyección de vida como seres racionales. Desde esta altura comenzaremos a reflexionar sobre la confianza que debemos depositar en nuestra capacidad racional, de que la educación es un proceso continuo que depende de cada uno de nosotros, indelegable a ninguna fuerza externa ni limitada por condicionamientos externos. Comprenderemos que el hecho de ser seres racionales nos convierte en seres libres y sociales, pero esa libertad tiene sus costos, y que debemos estar

dispuesto a asumirlo con valor virtuoso, inclusive si nuestra vida depende de ello. En esta última sección, aprenderemos la lección fundamental de Sócrates de que la felicidad es el verdadero propósito de la vida, y por qué no debemos temer a la muerte, sino más bien debemos prepararnos para darle la bienvenida con serenidad y gozo. Las hojas de este libro no pretenden que encuentres técnicas para pensar mejor y así aventajarte sobre los demás. No es ese el propósito. Nuestro desafío es el mensaje que Sócrates nos ofrece a través de su vida; ser mejores pensadores, para ser mejores personas. Antes de adentrarte al libro, te invito a que exploremos la vida de Sócrates.



El Imperio de la Mente: La vida de Sócrates Los imperios, por ley natural, nacen, crecen y mueren. Pero entre ellos, existe otro tipo de imperio, muy distinto, del tipo que jamás sucumbe. A lo sumo se mantiene relegado o permanece algún tiempo en estado vegetativo para luego recobrar vitalidad con nuevas y mayores fuerzas de expansión. Un hombre de edad ya avanzada y con la frente ancha pero con pensamientos serenos, inclina su cabeza calva para beber, desde un recipiente de cerámica, el último sorbo de su vida: la cicuta. El veneno mortal comienza a mellar su físico. Los dedos de cada pie se congelan, al rato, sus piernas quedan frías y pesadas, luego sigue el abdomen que se entumece. Quienes los rodean, sus amigos más cercanos acongojados, son testigos de que ya no hay marcha atrás, que en el camino del torrente venenoso, el próximo órgano es el corazón. Finalmente, sus ojos quedan petrificados y, de pronto, destellan una última gota de luz que se pierde en el infinito. Aquel hombre, tan indefenso cuan virtuoso, tenía setenta años cuando fue declarado culpable y sentenciado a muerte por “corromper a la juventud”. Los quinientos que lo juzgaron representaban la pálida imagen de lo que hasta hacía poco fuera un imperio pujante, vigoroso y esplendoroso. Mientras el imperio ateniense ya no daba señal tangible de vida, un nuevo imperio comenzaba a emerger: el imperio de la mente. Sócrates nació el 470 A.C en Atenas, quizás en una modesta casa a las afueras de la ciudad. Era hijo de un escultor del que, de niño, adquirió el oficio de dar formas a las piedras. Su madre tenía la profesión de partera, y solía decir -en broma- que heredó de ella el mismo arte, ya que ayudaba a la gente a dar a luz sus propias nociones y concepciones. Quizás también habrá afirmado con el mismo aire jocoso, que del padre adquirió la destreza para esculpir hombres virtuosos, no aquellos estáticos que impone el mármol, sino los de carne y hueso que sean capaces de utilizar su inteligencia y construirse una vida más dichosa. Nos imaginamos a Sócrates de niño escuchando atentamente a su padre las narraciones, como si se tratasen de un cuento, de las proezas de Atenas. De cómo una pequeña ciudad se convertiría en el centro comercial y cultural del mundo helénico. Su padre le afirmaría que todo comenzó en el campo de batalla, cuando los hoplitas atenienses se enfrentaron contra las fuerzas de Darío I en Maratón, en 491 A.C. El pequeño Sócrates escucharía de primera fuente esta hazaña ya que todos los ciudadanos debían formar parte de las contiendas bélicas. Mientras las fuerzas atenienses, acompañadas por ciudadanos de otras ciudades griegas, no superaban los 20.000 hombres, los persas ascendían probablemente a 100.000, ventaja proporcional de cinco a uno. Mediante una táctica vigorosa, conducida por el estrategos

Milciades, los griegos, luchando por la libertad, lograron emerger victoriosos de una de las batallas más decisivas en la historia de occidente. El pequeño Sócrates, quien ya había escuchado decenas de veces a su padre con esta misma narración, sabía que lo que estaba por relatar era aún más impresionante; el segundo intento persa por subyugar a Grecia. Podemos imaginar a su padre decir, “diez años antes de que tu nacieras –estamos en el 480 A.C- el fin de Atenas era inminente”. Jerjes, hijo de Darío I, había reunido al ejército más grande que la humanidad haya conocido. Heródoto, quien había escrito estas contiendas en su Historia, estima, nada moderado por cierto, que se trataban de 2.641.000 combatientes del imperio persa. Esta cifra daba a sacar conclusiones que la pequeña ciudad ateniense sería borrada del mapa; el destino de los hombres sería la muerte más cruel, y el de las mujeres y niños, la esclavitud. Inclusive el Oráculo más infalible, el de Delfos, había sentenciado que toda Atenas sería destrozada y nadie estaría a salvo. Era el fin del mundo ateniense. Ante el riesgo de destrucción total, todas las mujeres, niños y ancianos tuvieron que abandonar la ciudad. La escena era desoladora. Los hombres abordaron sus navíos, desde donde divisaban su ciudad ardiendo en llamas. Al borde del fin inminente, los ciudadanos atenienses ponían todas sus esperanzas en sus botes, en su determinación a no rendirse jamás, y en el liderazgo de Temístocles. Todo se definiría en una sola batalla naval: la de Saliminas, un territorio marítimo angosto ya que la isla existente frente de Atenas, dejaba un canal de navegación sumamente estrecho. Jerjes, sentado en tierra firme, con toda su pompa, al pie del monte Egaleo, contemplaba lo que sería una masacre sangrienta y segura. Pero la historia siempre presenta giros inesperados. Los navíos persas resultaron muy grandes y pesados para maniobrar en el estrecho canal. Temístocles les había conducido a una trampa, a un espacio marítimo muy angosto, donde solo los trirremes atenienses podían sacar ventaja con su capacidad de maniobrabilidad y de alcanzar, por ser livianos y contar con alta innovación, velocidad en corto tiempo, convirtiéndolos en perfectos torpedos que embestían en los laterales de los navíos persas. Jerjes no solamente veía como sus barcos iban al fondo del mar, sino que se daba cuenta que al quedarse sin su flota, perdía la capacidad de provisión a su fuerza terrestre desde el mar. El sátrapa persa tuvo que emprender la retirada. Podemos imaginarnos al padre de Sócrates explicarle a su pequeño la significancia del triunfo sobre el tremendo alud oriental. Sócrates comprendería que Salamina representaba la simbología del triunfo de la democracia sobre la tiranía, la victoria de un sistema político inventado por los griegos contra un esquema social triangular o piramidal de antaño, donde el rey, monarca, faraón o sátrapa se encontraba en la cúspide de la sociedad, desde donde ejercía su poder total, imponiendo su voluntad sobre aquellos que ocupaban los estratos sociales inferiores. ¿Qué es la democracia?, le preguntaría el niño Sócrates a su padre. La democracia no surgió de interacciones espontáneas de la sociedad, más bien es una creación ateniense, que surgió en el 508 A.C de la mano de Clístenes, un aristócrata a quien se le había encomendado la responsabilidad de crear un nuevo código político-social que permita a la sociedad ateniense a no ser sometida bajo el yugo de un poder autoritario o a no ser arrastrada a

fricciones sociales entre clases que derivan en el caos de la anarquía y en las atrocidades de las guerras civiles. Así, Clístenes creó las bases de un nuevo estado basado en la isonomía o igualdad de los ciudadanos ante la ley. Con esta reforma, Atenas desechó la estructura de poder basada en el triángulo, en cuyo vértice superior se posiciona un rey, secta religiosa, oligarquía, o cualquier otra forma de dominio que controla toda la base de la estructura piramidal. Clístenes reemplazó el triangulo por una innovadora estructura de poder político, basado en el círculo como concepto de toma de decisiones. Una sociedad cuya estructura de poder está basada en un círculo es muy distinta a la del triangulo, pues en el se equipara el poder de todos, ya que nadie está por encima del otro y las decisiones se deben tomar en conjunto. Esta estructura circular, imponía a la vez responsabilidades a sus ciudadanos en el ámbito civil, religioso y militar. Pues bien, tras la victoria de Salamina, y la expansión de Atenas a lo largo del Egeo, el sistema de círculo comenzó a expandirse a otras ciudades griegas. La batalla de Salamina significó para la sociedad el triunfo del círculo sobre el triangulo, la victoria de la libertad y la democracia, contra la represión y la tiranía. Pero, también conllevó al inicio de la edad de oro ateniense, pues al replegarse las fuerzas persas, Atenas pasó a dominar el Egeo por medio de su supremacía naval que de ese modo, controlaba el comercio y le permitía recaudar los tributos de los estados que se beneficiaban con la mayor estabilidad y prosperidad de un imperio benéfico. Todo ese caudal de oro que ingresaba a Atenas era invertido en su reconstrucción para convertirla en ciudad modelo, admirada y envidiada por su belleza arquitectónica sin parangón. Las esculturas y columnas comenzaban a florecer en la Acrópolis o ciudad alta de Atenas, por medio de sus artífices, el escultor Fidias y los arquitectos Ictino y Calícrates a quienes fueron confiados el Partenón. Es fácil imaginar al joven Sócrates, en medio de una nube de polvo de mármol, ayudando a su padre en los trabajos de escultura en el complejo de la Acrópolis. En aquel entonces, las riendas de la democracia ateniense pasaron a manos Pericles, quien sería reelecto una y otra vez, como uno de los diez estrategos, por 30 años hasta el 428 AC. Pericles proyectaba un plan muy ambicioso en el que todo el genio de los atenienses y todo el trabajo de los desocupados eran puestos al servicio de un pretensioso programa de construcciones, encaminados a convertir a la Acrópolis en una maravilla arquitectónica y a Atenas en el centro cultural y promotor de las libertades. El plan de embellecimiento de Atenas también se complementaba con su fortificación por medio de la construcción de una “Gran Muralla” de unos trece kilómetros de largo, de este modo la ciudad venía a quedar convertida en un reducto fortificado abierto, en tiempo de guerra, solo hacia el mar. Pericles también puso sus ojos en el teatro, convirtiendo a Atenas en la gran ciudad meca del teatro griego. El género de la tragedia era esencialmente ateniense. El Siglo V es el periodo más brillante y refulgente de la tragedia. Durante unos ochenta años, este género teatral constituyó lo más sobresaliente que produjo el genio literario ateniense. Esquilo y Sófocles fueron sus paladines con una vasta producción. Las representaciones tenían lugar en las fiestas de Dionisios, en los meses de febrero y marzo. El espectáculo dramático, tragedia y comedia representaban el trío del culto que la ciudad le rendían a sus dioses. El público con

unos 15.000 espectadores se agolpaban bien de mañana y proseguían hasta la tarde, pues una tragedia se representaba sin interrupción desde el primer verso hasta el último, cortada solamente a intervalos muy breves interrumpidos por los cantos y coro. Sócrates, ya hecho un adulto, observaba desde las gradas las escenas teatrales. Así como sus compueblanos, de aquellas obras aprendía teología, leyendas, moral, historia, filosofía, política y el conocimiento profundo de la naturaleza humana. Todo ello, habrá infundido en su alma la conciencia de que existe un poder superior que regla nuestros destinos, al cual solo debemos aceptarlo con entrega y sabiduría. Sócrates, ya filósofo, probablemente en la medianía de sus cuarenta, contemplando desde las gradas la comedia “Las Nubes” del dramaturgo ateniense Aristófanes, se sorprendería, pues en ella lo tenía a él como objeto de mofa, con sus pensamientos orientados a ideas abstractas que más tienen que ver con la esfera de las nubes, que con las ideas concretas de la tierra. En la obra se lo presenta, equivocadamente, como un sofista o una persona que a cambio de una buena suma de dinero enseñaba a los jóvenes el arte del engaño por medio de la argumentación, con la finalidad de ganar demandas judiciales. Pero el filosofó estaba lejos de ser un sofista. Su propósito no era la audacia en la argumentación ni tenía por finalidad ganar debates para poder escalar en el escenario político o hacerse millonario por medio del triunfo en los debates de demandas judiciales. Sócrates, a diferencia de los sofistas, enfocó todo su raciocinio para comprender el alma humana, cómo convertirnos en mejores personas, en cómo aproximarnos a la virtud por medio del conocimiento. A diferencia de otros grandes maestros o filósofos no requirió ir al desierto a meditar, tampoco se sentó bajo un árbol para alcanzar la iluminación ni fue a una montaña para recluirse por un buen tiempo y de ahí bajar a la ciudad para iluminar con una nueva verdad. No, Sócrates emprendería un camino muy distinto, el de mezclarse con la gente para dialogar, razonar y alcanzar un mayor conocimiento. De joven fue discípulo de Arquelao de Mileto, de quien aprendió física, reflexionando sobre la naturaleza y los objetos celestiales. Como Arquelao fue discípulo de Anaxágoras, maestro de Pericles y Tucídides, es probable que haya instruido a Sócrates sobre los eclipses, de que el Sol era una masa de hierro candente y no un Dios, que la luna era una roca que reflejaba la luz del sol y procedía de la tierra. También es probable que hayan explorado otros campos de la ciencia, como la respiración de los peces o investigado sobre la anatomía del cuerpo humano. Arquelao, a diferencia de Anaxágoras, dio un paso más allá de la física y comenzó a dedicarse en la moral y acaso inclinó la atención de su discípulo desde la ciencia hacia la moral. Lo concreto es que Sócrates fue bajando la vista desde las estrellas y astros que se proyectan en el cosmos para fijar su atención en el ser humano como foco de análisis, con el propósito de mejorarlo, marcando así una línea divisoria con los filósofos anteriores a los que se les da el nombre de pre-socráticos. Según afirmó, “el mayor de los bienes el conversar a diario sobre la virtud y otros temas, examinándome a mí mismo y a los demás; pues una vida sin examen no merece ser vivida”. Desde joven, quizás a inicios de sus treinta, se lanzó en su ciudad, en las plazas, gimnasios, en el puerto, en el mercado, donde hubiera aglomeración de gente, para hablar cara a cara con

artesanos, políticos, militares, artistas, escultores, profesores de retórica, de modo a profundizar los conceptos y nociones que se tenían como creencias fundadas. Recorría la ciudad de Atenas dudando de todo, de las creencias milenarias, de los dogmas tenidos como incuestionables, de los axiomas preferidos. Ponía en tela de juicio las certezas tenidas como irrefutables. Dedicó su vida, quizás por un lapso de unos cuarenta años, desde treinta hasta sus setenta, para examinar el alma humana buscando la conexión con la eternidad, el nexo que pudiera existir entre el alma y la materia del ser humano. Podemos decir que su actividad se resumía en preguntar y cuestionar a los ciudadanos de la polis sobre la moral, la belleza, la virtud, la justicia, el coraje, el alma, y tantos otros temas que se tenían por sentados. Al hacerlo, se convirtió en un dinamizador del pensamiento de los demás. En definitiva, su búsqueda se centraba en los siguiente puntos, ¿Cómo podría crearse una moral nueva y natural? Es decir, ¿podría fundarse una moral basada en la naturaleza, independientemente de la religión?, y ¿cómo concebir un Estado inteligentemente administrado y estructurado? No fue un profesor que aleccionaba por horas como una fuente inagotable de sabiduría, sino que indagaba por medio de preguntas para encontrar un camino hacia la verdad. En este proceso de indagación, a veces, se encontraba en un callejón sin salida, es decir, sin una respuesta concreta ante el planteamiento, pero razonaba que ahora se encontraba en un mejor estadio pues ahora era consciente de que no sabía. Así, tras preguntar a aquellos que pasaban por más sabios y entendidos de la materia, Sócrates comprendió que ellos no eran sabios, por más que así lo creían, y así pudo comprender que él era más sabio que esos hombres, pero con una sutil diferencia: “que él cree saberlo, aunque no sepa nada, y yo, no sabiendo nada, creo no saber. Me parece, por tanto, que en esto, yo, aunque poco más, era más sabio, porque no creía saber lo no sabía”. Su método de razonamiento que utilizado en los diálogos era sencillo; primero pedía que se definiera algún tema fundamental, por ejemplo ¿qué es la virtud? Por medio de una seguidilla de preguntas aguijoneaba a las personas reclamando respuestas precisas y concepciones fundadas. A la primera respuesta la ponía en tela de juicio con otra pregunta, en un proceso tortuoso pero esclarecedor. De este modo, las preguntas que formulaba, y que venían una tras otra, les servían para analizar la respuesta desde varios ángulos, y comprender su consistencia o la falta de ella. Se valía de ejemplos situacionales, contraejemplos, analogías, metáforas, imágenes, y otras herramientas para validar o rebatir la hipótesis original. Con el uso de estas herramientas pretendía comprender un concepto general y abstracto, como el caso de la virtud. Yendo de lo particular a lo general, introdujo un nuevo método de pensamiento racional; el pensamiento inductivo, el cual varios siglos más tarde permitiría a la ciencia florecer por medio de este sistema de razonamiento que fuera reintroducido por Francis Bacon y luego por Newton. Este esquema de preguntas continuas lograba librarse del sistema de verdades establecidas, pero sin la intención de sustituirlas por otras. La pregunta deja en evidencia que la certeza incuestionable desde la autoridad tiene pies de barros. Las verdades decretadas desde la autoridad religiosa, o del estado, o de aquellos sabios que se jactan por ser considerados como conocedores de la verdad, no están asentadas en una roca de fondo. Las preguntas

socráticas pretenden dejar en evidencia esta realidad. Naturalmente, este sistema de preguntas que pretendía llegar a una nueva concepción o al hecho de que existe un desconocimiento de lo que es, causaba adversarios que le objetaban, a los que Sócrates siempre destruía, y, en la mayoría de los casos, confundía y no construía. En muchos casos la idea que pretendía esclarecer quedaba más oscura que antes. Esto irritaba a muchos, pero servía de método de aprendizaje para aquellos cercanos a él que comprendían su utilidad. El filósofo no tenía como propósito dejar leyes fundamentales de la filosofía, no pretendía sentar las bases de una filosofía socrática. No era su intención escribir sobre piedra o dogmatizar. Más bien, solo estaba seguro de de su capacidad racional como herramienta para abrir paso a la ignorancia y vivir una vida justa y virtuosa, pues, tal como afirmaba, quien conoce la verdad o la justicia sería incapaz de mentir o realizar el mal. La bondad o el hecho de hacer el bien, no es algo general ni abstracto, sino concreto y práctico, algo que se pueda percibir en el día a día, “bueno para algo”, tal como lo afirmaba que hasta un cesto es bello si está diseñado para su finalidad. El método socrático nos sigue invitando a plantearnos y pensar: ¿es posible una ética natural, una moralidad sin ataduras eclesiásticas, un código moral que provenga de nuestra capacidad racional? Nos propone que la capacidad racional es el camino o instrumento para llegar a concebir los códigos morales y sociales que nos permitirán ser mejores personas y convivir en una sociedad más justa. Sócrates, tal como lo afirmamos, marcaba una diferencia con los sofistas o sabios que afluían la cosmopolita Atenas. Estos enseñaban a los jóvenes atenienses a ganar debates y abrirse camino en la vida pública. Sócrates desestimaba el sistema confrontacional del debate, donde uno es el ganador y el otro es el perdedor, y optaba por el diálogo como herramienta de colaboración entre las partes para juntos explorar y lograr un mayor entendimiento de los temas en discusión. Además, contrastaba con ellos, en el sentido de que él no actuaba como un profesor sabelotodo que se encarga de dictar una clase o de afirmar que es poseedor de todas las verdades. Sócrates pretendía extraer el conocimiento que reside en la gente, por medio de la elaboración de preguntas que se van encajando para llegar a un sitio en concreto, que podía ser, o bien una interpretación más clara del tema, sabiendo que en ocasiones podía terminar en un callejón sin salida. El filósofo no pretendía enseñar otra cosa sino el arte de examinar las ideas y, a diferencia de los sofistas, no cobraba por su don de “partera”. El propósito de Sócrates era fortalecer la moralidad de las personas, y no la de ganar dinero como los sofistas. Como su principal actividad era preguntar, no era necesario deducir que mantenía una vida escasa en lo material. No buscó adquirir riquezas, en obtener créditos ni honores. Jenofonte coincide con la descripción de Platón respecto a sus costumbres. Envuelto siempre en la misma túnica sencilla y raída por el uso recurrente, prefería ir descalzo antes que utilizar sandalias. Sus pies también estaban libres del grillo que significa el afán de lucro. Se dice que cuando se paseaba por el mercado, se asombraba por el gran número de artículos innecesarios que se vendían y se maravillaba diciendo, “cuantas cosas hay que no deseo”. En otra oportunidad señaló “el no desear nada es semejante a los dioses y que cuanto menos se

desea más cerca se está de ellos”. Y en su apología sentenció: “Buen hombre, ¿cómo siendo ateniense y ciudadano de las más grandes ciudad del mundo por su sabiduría y por su valor, cómo no te avergüenzas de no haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir créditos y honores, en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría, y en no trabajar para hacer tu alma tan buena como pueda serlo?”. Sócrates, unos 400 años antes de Cristo, apelaba por el enriquecimiento del alma. “Toda mi ocupación es trabajar para persuadiros jóvenes y viejos que antes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, y que antes que cualquier otro cuidado, es el del alma y su perfeccionamiento; porque no me canso de deciros que la virtud no viene de las riquezas, sino por el contrario, que las riquezas vienen de la virtud y que es de aquí de donde nacen todos los demás bienes públicos y particulares”. El no solamente era pobre materialmente, sino que además era físicamente feo, lo cual también lo mantenía sin cuidado. La cabeza calva, sus ojos saltones, la nariz pequeña, chata y ancha, sus labios gruesos y su poblada barba que ocultaba el poco cuello que separaba esta grotesca cara de su fornido cuerpo. Alcibiades, un joven amigo y discípulo, en una oportunidad le dijo “tu no negarás que tu cara es la de un sátiro”. Pero Sócrates tomaba con humor su fealdad y aducía, con cierta ironía, que era el más bello entre todos, pues qué sus ojos eran bellos porque, siendo saltones le permitía ver mejor que los demás, y si su nariz ancha era bella porque tenía mayor capacidad olfativa que otros, y que por lo tanto tenía la belleza de olfatear fragancias que otros no podían. Pobre y feo, pero amado y admirado por sus allegados por su hermosa mente. Para sus discípulos era un ejemplo de vida de moderación y dominio de sí mismo. Pero sus allegados coincidían que no era un santo. El filósofo gustaba de la larga compañía de sus amigos. Pasaba más tiempo con ellos debatiendo ideas, que en casa en compañía de su esposa Jantipa y sus tres hijos. Bebía en abundancia, preferentemente vino, pero hasta la moderación. Del vino dijo que “humedece el alma” y que así como una lluvia moderada mantiene a las plantas rígidas, lozanas y produciendo abundante frutos, en cambio, cuando se les riega en demasía las plantas encuentran dificultad para erguirse y ya no dan señal de ofrecer ningún fruto. Atenas, como una planta erguida que daba sus frutos se encontraba amenazada. El horizonte se había ensombrecido ante el riesgo que implicaba la emergencia de Atenas en la balanza de poder del Peloponeso, en detrimento de Esparta y sus aliados. Una larga guerra estaba por iniciarse, la del Peloponeso que duraría sangrientos 27 años. Nos encontramos en el año 431 AC, la guerra es declarada en el mundo heleno entre Esparta y sus aliados contra la Liga de Delos liderada por Atenas. El filósofo forma filas como hoplita ateniense, adquiriendo rápidamente fama de soldado aguerrido en la batalla de Potidea, cuando le salvó la vida a su joven amigo Alcibiades, también se destacó en el enfrentamiento de Delion. En esta contienda, se dice que aventajó a todos en fortaleza, denuedo y valentía. Nos relata Plutarco, “Hubo una fuerte batalla en la que los dos sobresalieron por valor – Sócrates y Alcibiades-; y como Alcibiades había caído de una herida, Sócrates se puso por delante y le defendió; haciéndose visible con esto que le sacó salvo y con sus armas.” Era admirado por todos por su capacidad de soportar sin quejas el frío, el hambre y la fatiga. En Delion fue el último ateniense en retroceder ante el avance de los espartanos, expresando una fiera resistencia y

llegando a comprometer la valentía de nada menos que los espartanos. Estas hazañas demuestran que el filósofo no solo se preocupaba por perfeccionar su capacidad racional, sino por fortalecer su condición física y su destreza marcial. Era un hombre que buscaba el perfeccionamiento dimensionado por la mente, el cuerpo y el alma. En esta larga contienda bélica, también había tiempo para la vida en la ciudad amurallada. Los lapsos de no contiendas eran largos. La vida adulta de Sócrates la pasó rodeado de amigos y jóvenes interesados en encarar a profundidad todos los temas que hasta hoy agitan las discusiones en las sociedades modernas. Esta vida de indagar y filosofar la tuvo que compaginar en las batallas que le obligaron a demostrar su resistencia física, denuedo ante la adversidad y racionalidad para enfrentar los desafíos más peligrosos. Mientras fuera de la muralla se combatía y eran más las victorias espartanas que atenienses, en el interior se vivía la agitación política, caracterizada por la persecución de los allegados a Pericles; el proceso a Fidias por malversación, después a Aspasia, la amada de Pericles por impiedad. Pericles se vio obligado a dimitir, condenado a su vez por malversación. Tal como nos recuerda el teatro, el héroe no tiene dominio sobre su destino. Y después lo peor. Si los espartanos no pudieron ingresar a la fortificada Atenas, si lo pudo la peste y con ella la muerte de un tercio de la población. La peste hizo lo que las lanzas espartanas no pudieron, se llevó a Pericles, el hombre que hizo resplandecer a Atenas como centro cultural. La democracia se encuentra en decadencia. Las finanzas están arruinadas. Surge la demagogia, con líderes chatos que no ven más allá de su propio ego, orientando la guerra hacia aventuras que lo conducirían a la derrota total. Esparta es declarado vencedor. El muro de Atenas debe derribarse. La Liga de Delos deja de existir. El imperio ateniense, que una vez resplandeció, desde la decadencia encuentra la muerte. Sócrates vivió, en carne propia, el auge, declive y colapso del imperio ateniense. Ni la guerra ni el colapso ateniense lo detuvo en su búsqueda del conocimiento. El amor a la filosofía estaba por encima de cualquier adversidad. Con el fin de la guerra, unos treinta magistrados tomaron el poder de Atenas, ejerciendo un poder sin límites y reprimiendo todo intento democrático. A este grupo de oligárquicos, se los conoce como los treinta tiranos. Aunque fue un gobierno breve se cometieron atrocidades, exilio y confiscación de propiedades de líderes democráticos, y una matanza del 5% de la población. Uno de los treinta tiranos es Critias, quien fuera uno de los amigos, discípulos o pertenecientes al grupo de Sócrates. Entre las leyes bosquejadas por Critias había un decreto de prohibición de “instrucción en el arte de palabras”. Jenofonte nos relata que Sócrates no bajo la cabeza y se sublevó con una contestación sarcástica, que le pudo haber costado la vida: “si alguien fuera un pastor e hiciera su rebaño menor y más pobre, él no diría que es un mal pastor; si alguien fuera un líder de una ciudad e hiciera a sus ciudadanos más pobres, él no estaría avergonzado ni pensaría que es un mal líder”. En una oportunidad los treinta tiranos, así como hacían con otros ciudadanos para comprometerlos en sus injusticias, les dieron una instrucción a Sócrates y a otros cuatro hombres para hacer morir a León el salamiano. El filósofo desoyó la orden sin temer al riesgo que significa una insubordinación a un régimen tirano. “Entonces, yo hice ver, no con palabras, sino con hechos, que la muerte a mis ojos era nada... y que mi único cuidado

consistía en no cometer impiedades e injusticias. Todo el poder de estos treinta tiranos, por terrible que fuese, no me intimidó ni fue bastante para que marchara –a mi casa-, con tan impía tranquilidad”. Con el derrocamiento de los treinta tiranos y el retorno de una democracia, que de hecho era apenas una máscara de ella, se inició una casería de brujas de todo aquel que fuese antidemocrático. Cuando la democracia hubo retornado, la suerte de Sócrates estaba definida. El era considerado la cabeza intelectual del partido revolucionario. Sócrates representaba esa idea de líder revolucionario antidemocrático, con vínculos de amistad con uno de los treinta tiranos, su cuestionar interminable de los valores y las creencias, hasta de los mismos dioses tal como se le acusó. Sócrates era considerado el enemigo, un revolucionario silencioso que metía en la cabeza de la gente joven nuevas ideas contrarias a las costumbres. “Sócrates es culpable, porque corrompe a los jóvenes, porque no cree en los dioses del Estado y porque en lugar de estos pone divinidades nuevas bajo el nombre de demonios”, tal fue su acusación. La Apología o defensa, en la cual el primer mártir de la filosofía proclamó los derechos y la necesidad del libre pensamiento, se negó a justificarse a pedir perdón y a cesar de filosofar mientras viva, dando consejos y viviendo una vida ordinaria. Señaló que el peor mal no es el exilio, ni el despojo de los bienes materiales, ni siquiera la misma muerte, sino el hecho de cometer injusticia. “¡Ah! Atenienses, no es lo difícil evitar la muerte; lo es mucho más evitar la deshonra, que marcha más ligera que la muerte….Yo voy a sufrir la muerte, a la que me habéis condenado; pero ellos sufrirán la iniquidad y la infamia a que la verdad les condena”. El Consejo finalmente votó la pena de muerte. El acusado podía optar por un castigo alternativo como el exilio. Pero Sócrates planteó o bien era culpable y merecía la muerte o bien no lo era y entonces debía ser reconocidos sus servicios a la sociedad. Fue condenado a beber la cicuta, aceptó la sentencia con dignidad y murió sin sobresaltos, rodeado de sus amigos y seguidores. Tras la muerte de Sócrates, Jenofonte nos pinta como un hombre “tan recto que no causó nunca el menor daño a nadie… tan moderado que nunca antepuso el placer a la virtud; tan sabio que nunca erró en punto a distinguir entre lo bueno y lo malo…tan hábil para conocer el carácter de los demás y para inclinarlos a la virtud y al honor que parecía ser tal como debe ser el mejor y más feliz de los hombres. Su otro discípulo, Platón, también sentía la mayor estima como un hombre que apuntaba la excelencia, “era, en verdad, el más sabio y justo y el mejor de todos los hombres que he conocido”. El pensamiento socrático pudo haber ido con Sócrates a la tumba, sino no fuese por el valor literario de dos de sus discípulos; Platón y Jenofonte, ambos se encontraban en edad cercana a los treinta, cuando su maestro bebió la cicuta. Sócrates, que no buscaba ni riquezas ni honor, nunca escribió ni tampoco dictó lecturas con el afán de que sus palabras sean escritas por sus discípulos. Más bien, las enseñanzas del maestro caló hondo en el alma de sus discípulos, en especial de Platón que dedicaría su vida entera a la filosofía, escribiendo los diálogos socráticos, como género filosófico-literario inventado por Platón, donde Sócrates es la figura central.

El historiador norteamericano Will Durant dice sobre los diálogos “Nunca hasta entonces, podemos estar seguros de ello, la filosofía había podido vestirse con atavio tan esplendoroso, y, sin duda alguna, jamás ha vuelto a lucirlo después. Aún en las traducciones que se hacen de él, aquel estilo resplandece, centellea, palpita y burbujea”. Shilley, uno de los apasionados de los diálogos, nos muestra la rara unión de rima lógica estricta y sutil con el entusiasmo de la poesía, fundidos por el esplendor y la armonía de sus periodos, en una corriente irresistible de impresiones musicales que llevan los argumentos en precipitada carrera. “Platón es la filosofía y la filosofía es Platón”, sentencia Emerson. Y, probablemente la frase que encierra el pensamiento socrático es la de Alfred North Whitehead, “toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica”. En la ciudad de Atenas, un nuevo y diferente imperio estaba surgiendo, no desde la tenacidad y destreza de los hoplitas, sino de la pluma de un joven hombre en quien su maestro había calado hondo con sus enseñanzas: Platón. Los diálogos socráticos, escritos por él, representan el avance del imperio más importante de la humanidad: el de la mente. Entre líneas de estos diálogos podemos aventurarnos y extraer, de una forma práctica y sencilla, un conjunto de herramientas que nos ayudarán a pensar como Sócrates y ser también partícipes y constructores, así, de este gran imperio, el imperio de la mente.



CONÓCETE A TI MISMO



CONÓCETE A TI MISMO



¿

Sería posible mejorar mi forma de pensar y alcanzar niveles de pensamientos más elevados, sin antes conocerme a mí mismo? ¿Tiene sentido conocer el mundo externo, mientras desconozco el mundo interno mío? ¿Qué tan lejos puedo llegar como persona en el mundo exterior, si primeramente no indago el camino interno de mí ser? ¿Podría formar una familia, gestionar exitosamente una organización o gobernar un país, mientras soy incapaz de gobernarme a mí mismo? ¿Es requisito conocerme a mí mismo para ser un mejor pensador y alcanzar mis objetivos externos? Son muchas preguntas, pero todas ellas nos llevan a pensar que primero es lo primero. El paso inicial del pensamiento socrático es pensar sobre nosotros mismos. El filósofo nos plantea que tomemos las cosas con calma, que no nos abalancemos a la vida sin antes realizar una introspección de nosotros mismos. El pensamiento socrático es una invitación a pensar sobre ese ser que reside debajo de nuestra piel, no desde una mirada egoísta, sino desde una perspectiva de responsabilidad que debemos asumir como personas, pues no podremos desarrollar la madera de la que estamos hechos si antes no comprendemos su naturaleza. El autoconocimiento es la etapa previa, que actúa como base propulsora de las otras fases de la capacidad racional y, a la vez, es requisito fundamental para dar pasos certeros en nuestra vida. En una oportunidad Alcibíades, joven ambiciosos, amigo, y discípulo, le comenta a Sócrates que aspiraba a ser un político. Pero Sócrates le interrumpe y le recuerda que antes de ser gobernante y mandar sobre el pueblo, su primera tarea como hombre debe centrarse en gobernarse a sí mismo, y ello lo conseguirá sólo si antes se conoce a sí mismo. El primer paso de pensar como Sócrates, y mejorar nuestra capacidad racional, es dar un paso atrás y reflexionar sobre “¿cuál es mi misión en esta vida?”, “¿cuál es el propósito que me enciende como ser humano?”, ¿soy consciente de mis fortalezas y limitaciones?”, “¿tengo en mis manos las riendas que controlan mi raciocinio y emociones?”, “¿cuál es mi potencial de excelencia y cómo alcanzarlo?”. Conocerse a sí mismo es una obligación que supone adquirir conocimiento sobre la propia naturaleza y limitaciones, pues no podremos perfeccionar nuestra capacidad racional, desarrollar nuestra naturaleza, alcanzar nuestro potencial, si antes no indagamos en el interior de nosotros mismos. Comencemos.



Dios, Salomón y Sócrates “Sólo la inteligencia se examina a sí misma” Jaime Balmes

Al leer estas líneas, te invito a un ejercicio puramente imaginativo. Ahora mismo, en este instante, el preciso momento en que llegaste hasta estas líneas, imagínate que una luz cálida y radiante desciende desde el cielo y te ilumina, envolvente, con todo su resplandor. Sientes que de pronto, la luz cobra vida y hasta tiene sonido, pues escuchas una voz clara, como si se tratase de la mismísima voz de Dios, que con un tono tan alto como para que todos lo puedan oír, te dice: “A partir de ahora, tú eres el más sabio de entre todos los hombres, el más sabio de todos los habitantes del mundo”. Pasmado reflexionas, “ahora que ya conozco la verdad, que soy el hombre más sabio del mundo, enunciada por el Dios mismo, ya tengo mi vida hecha. Con el conocimiento otorgado, todo lo que me proponga estará a mi alance, todo lo que emprenda será exitoso. Tendré riquezas, poder, el mundo estará en mis manos, poseeré lo que quiera y mucho más”. Una noche estrellada, hace unos 3.000 años, el rey Salomón, quien reinó en Israel por cuatro décadas, entre 965 y 930 A.C, tuvo un encuentro celestial. Yahvé le dijo: “Pide lo que quieras que yo te daré”. El monarca no vaciló en responder, “dame ahora sabiduría y conocimiento”. Entonces, Dios le replicó: “Por cuanto esto estaba en tu corazón, y no has pedido riquezas, ni bienes, ni gloria, ni la vida de los que te odian, ni aun has pedido larga vida, sino que has pedido para ti sabiduría y conocimiento para poder gobernar a mi pueblo sobre el cual te he hecho rey, sabiduría y conocimiento te son concedidos”. El rey Salomón pudo haber elegido belleza, una vida larga y placentera o riqueza en abundancia. Rechazó los bienes sobre la tierra, rechazó todo, pero solicitó el don o tesoro más poderoso: la sabiduría, la inteligencia, la capacidad de discernimiento. Entre todos los dones del ser humano, ninguno se iguala al potencial del intelecto. Sin duda, la capacidad de raciocinio es el mayor regalo que Dios nos ha otorgado a los seres humanos. Es el único don, quizás, que nos separa del reino animal. Su potencial es tan vasto como el universo. Hoy en día, en el mundo moderno en que vivimos, nos preocupamos porque ni el 5% de nuestros teléfonos o dispositivos inteligentes utilizamos. Con tanta tecnología de punta a disposición, olvidamos que tenemos un software innato mucho más maravilloso en nuestro disco duro. Tenemos una mente infinita, bella y maravillosa que si la sabemos aprovechar no

encontraremos límites, pero si la dejamos de usar, es decir, la relegamos, no tardará en contraerse y atrofiarse. Pero debemos ser conscientes que el desarrollo de este potencial no es tarea sencilla, pues requiere un esfuerzo consciente activo y constante. Lastimosamente con rezar o implorar a Dios no basta para que nuestra capacidad racional se transforme, de la noche a la mañana, de una diminuta semilla a un frondoso árbol. La misma biblia, afirma que la sabiduría es un don que Dios “no regala” a cualquiera. Más bien es un potencial que pone a nuestra disposición. En efecto, el caso de Salomón es único en la sagrada escritura del antiguo y nuevo testamento. Si rezamos e imploráramos a Dios por Sabiduría, es probable que él nos responda, “ya te lo he dado, pero en forma de semilla, pero si lo riegas se convertirá en un árbol robusto, y de ahí a poco en un gran bosque”. Espero que comprendamos que para alcanzar nuestro potencial, no es fácil el camino, es intricado, requiere de incorporar técnicas, convertirlas en hábitos por medio de la práctica continua, hasta que el sistema de pensamiento vaya, escalón por escalón, alcanzando niveles cada vez más elevados. Pero este proceso, si bien riguroso, es mucho más divertido que el posible milagro, por el mismo hecho de que es desafiante. Sócrates, aunque no lo crean, también tuvo una experiencia cercana con Dios, un tanto similar a la de Salomón, pero en este caso se trató de Apolo, el Dios de los griegos. El encuentro de Sócrates con su Dios también estaba relacionado a la sabiduría. Sócrates tendría quizás un poco más de 30 años cuando Querefón, su amigo de infancia, fue a consultar a la Pitia o sacerdotisa de Delfos si había un hombre más sabio que Sócrates. La pitia que actuaba como intermediaria del mismo Apolo, le dijo que no había hombre más sabio que Sócrates, en otras palabras, que Sócrates era el más sabio del mundo. Sócrates, a diferencia de Salomón, no optó por sabiduría, sino que el mismo Dios sentenció que no había hombre viviente más sabio que él. Sócrates prácticamente se enteró por sorpresa cuando su amigo le comentó que el oráculo de Delfos había sentenciado que él era el más sabio del mundo. Imagínate, un hombre que se encuentra en su plena juventud es considerado el más sabio del mundo. ¿Qué harías tú en esa situación? ¿Te proclamarías rey? ¿Enviarías tu currículum vitae para enseñar en Harvard o en el MIT? Si todo el mundo se enterase de que eres el más sabio, te invitarían a una entrevista en CNN o dictarías conferencias en TED. ¿Cómo reaccionarias? ¿Te convertirías en una persona engreída, en un sabelotodo, un arrogante más? ¿Tu petulancia que dimensiones tendría? ¿Asumirías el rol del hombre más sabio, de qué se cree que está por encima de todos? Veamos lo que hizo Sócrates. Al enterarse Sócrates de esta revelación pudo haberse dormido sobre los laureles, e inflado de orgullo, dedicarse a cualquier cosa menos que a seguir filosofando, es decir, a seguir indagando y aprendiendo. Con tal título hasta pudo haber preferido tener una vida muy acomodada como lo hacían los sofistas, cobrando dinero por sus enseñanzas, pues con tal credencial podría cotizar la mayor tarifa por sus enseñanzas. En un mundo que veneraba a los sabios, Sócrates, si hubiese querido, hubiese sido el hombre más acaudalado y poderoso de su tiempo, tal como lo fue Salomón. Cuando le pusieron al corriente a Sócrates del concepto que el oráculo de Delfos tenía sobre él, del hombre más sabio del mundo, ni alardeó ni enloqueció ni proclamó alguna

posición. Sócrates, más bien, reflexionó sobre dicha sentencia, y lo abordó como si se tratase de un caso de estudio, de un experimento psicológico y social que debía ser testado, que debía ser analizado para probar si era cierto lo que decía el oráculo. Sócrates se valió de su única y verdadera arma, la capacidad crítica, para enfrentar al mismo Dios. Utilizó las herramientas del pensamiento racional para confrontar ante una sentencia muy poderosa. El filósofo primero dudo de la proclama de Apolo, luego se puso en acción para comprender si dicha afirmación era veraz o falaz. Encontró un motivo para buscar respuestas externas a la afirmación de su dios, y a la vez, halló una justificación para profundizar su conocimiento de sí mismo. Esta búsqueda externa e interna fue como un experimento de vida, que le ocuparía cuatro décadas de indagación, hasta que finalmente, en prisión, bebió la cicuta a su edad madura de los 70 años. Con la proclama de Apolo, Sócrates encontró una misión de vida, la de comprobar si el oráculo tenía razón o escudriñar hasta entender en qué sentido lo tenía. Al encontrar su misión de vida, Sócrates logró profundizar su conocimiento de sí mismo, trascender los tiempos y dejar la enseñanza vigente hasta nuestros días, de que lo más importante en la vida es “conocerte a ti mismo”. Quien conoce su misión en la vida, y reconoce su naturaleza humana, puede centrar toda la fuerza del pensamiento hacia el logro de ese propósito. Aquel que logra comprender el camino que debe recorrer en esta vida es capaz de encender su cerebro, como una llama perenne que alumbra su transitar. Quien se conoce a uno mismo tiene la mitad de la batalla de la existencia ganada, punto que deseo me acompañes a abordar en el siguiente capítulo.



Tu Misión “Lo importante no es llegar sino ir” Robert Louis Stevenson

Es natural que, en un mundo sobreabundado de supersticiones y poderes sobrenaturales, los sucesos terrenales de la vida apareciesen dependiendo de la voluntad de los dioses. En el mundo moderno también ocurre lo mismo. El futuro sigue siendo una incertidumbre, y esa incertidumbre causa temor. La falta de certeza sobre lo que vendrá es como emprender un trayecto en tinieblas, que de momentos se puede bifurcar en distintas direcciones, donde podrían acechar peligros ocultos. La duda de qué camino tomar, de qué dirección emprender en la vida nos paraliza y nos obliga a ser dominado por las emociones y a pedir a Dios por una guía, una señal. En la Grecia Antigua, el santuario de Delfos, era el lugar en el que la gente común, eruditos, “barbaros”, y hasta reyes acudían para consultar sobre el futuro, sobre las decisiones que debían tomar ante distintos tipos de situaciones. Las consultas la realizaban a las sacerdotisas de este templo, conocidas como Pitias, quienes respondían como intermediarios de los dioses que predecían el futuro. La consulta podía ir desde una nimiedad, como “encontraré el amor en esta vida”, hasta consultas trascendentales de Estado. Una de las anécdotas más conocida, relacionada al oráculo de Delfos, relata Heródoto en su libro Historias. Aproximadamente en el 600 A.C, Creso, rey de Lidia, consultó el oráculo para saber qué pasaría si cruzaba con su ejército el río que separaba a su país del imperio Persa para conquistarlo. La respuesta fue por igual clara como confusa: “Si cruzas el río, destruirás un poderoso imperio”. Su arrogancia llevó al rey Creso a malinterpretar el oráculo. Cruzó el río con su ejército, y al hacerlo, destruyó un gran imperio, el suyo. Darío, rey de Persia, incorporó a su imperio el reinado de Lidia. La arrogancia enceguecedora de Creso le llevó a tomar la decisión incorrecta. Creso, no solo malinterpretó la respuesta ambigua y laxa del templo, sino que ignoró una de las inscripciones o máximas de utilidad para la vida de los hombres que se exhibían en el patio de entrada del templo de Apolo en Delfos. La máxima decía: “Conócete a ti mismo”. Este adagio, que es atribuido a los 7 sabios de la antigüedad de Grecia (Cleóbulo de Lindos, Solón de Aténas, Quilón de Esparta, Bías de Priene, Tales de Mileto, Pítaco de Mitilene, Periandro de Corinto), es también una orden contundente e inquietante porque nos enfrenta a la necesidad de conocernos, comprendernos y aceptarnos a nosotros mismos; con

frecuencia también nos enfrenta a la evidencia de carecer de ese autoconocimiento y de no tener, tampoco, consciencia de lo propio y personal. La misión de conocernos a nosotros mismos nos lleva a encarar una de las actividades mentales más importantes: la introspección. Por ser tan obvia, casi siempre la pasamos por alto, bajo el supuesto de que naturalmente damos por hecho que realmente nos conocemos. ¿Por qué es importante conocerse a sí mismo? Naturalmente, el hecho de conocerse a uno mismo implica un esfuerzo mental de introspección. Pero, quien haya pasado por este proceso mental, y en cierto sentido, haya logrado contestarse esta pregunta, se posiciona en un nuevo sitial, desde donde podrá orientar mejor su fuerza racional. Es decir, quien logra conocerse a sí mismo, no tardará en convertirse en un mejor pensador y, consecuentemente, en diseñar su proyecto de vida. Parte de conocernos a nosotros mismos consiste en saber cuál es nuestra misión en esta vida, es decir, cuál es nuestro propósito, con qué finalidad venimos a este planeta. Aquel que realiza una introspección logrará conocer su misión en esta vida, logrará enfocar su mente a dicho propósito. Sus pensamientos ya no deambularán, vagando de una idea sin sentido a otra. Su energía mental ya no se desperdiciará en el divague. Más bien, aquel que conoce su propósito de vida, tiende a orientar su fuerza mental a dicho fin, convirtiéndose en mejor pensador. Entonces, si deseamos ser un mejor pensador o convertirnos en mejor persona, ¿cómo encarar la introspección para conocernos a nosotros mismos? Podemos dedicar horas, días y años para analizarnos a nosotros mismos. Creo que sería una actividad muy agotadora, frustrante, aburrida e inconclusa si no partimos de las preguntas claves, las más fundamentales. Para conocernos a nosotros mismos, primero debemos preguntarnos, ¿cuál es mi propósito en esta vida? ¿Cuál es la actividad a la que debo dedicar mi vida para realizarme como persona? ¿Cuáles son los objetivos que realmente me encienden, me llenan de energía y entusiasmo? ¿Para qué propósito fui creado? ¿Cuál es mi misión en esta vida? ¿Sería un propósito común el de desarrollar mis capacidades racionales y diseñar una vida plena y edificante? Como diría James Allem, aquel que no tenga un propósito central en su vida, cae presa fácil de preocupaciones banales, de miedos, de problemas y de autocompasión. Hasta que nuestros pensamientos no estén acompañados de un propósito específico, no obtendremos ningún logro productivo ni significante. El hombre debe concebir un propósito legítimo en su corazón, y luchar por alcanzarlo. Quien logra conocer su propósito en “su” vida, no tardará en hacer de este propósito el centro de su pensamiento. La persona que ha logrado en esta vida entender su propósito de vida, ya tiene media victoria ganada para el buen uso de sus ilimitadas facultades mentales. Al hacer de este propósito su tarea central, logra que sus pensamientos se activen, se orienten y se focalicen en ese propósito. Al conocer nuestra misión en esta vida, el pensamiento se encarrila al objetivo de vida y ambos, pensamiento y propósito, se enlazan en un vital y productivo círculo virtuoso. Los pensamientos infructuosos desaparecen, el divague de pensamientos no tiene cabida, los temores, preocupaciones, caprichos y fantasías negativas se esfuman. Cuando a Sócrates le comentaron que según el oráculo de Delfos, él era el hombre más

sabio del mundo, no se arrojó a conquistar el mundo como lo hizo Creso, sino que inició un proceso de introspección, de lucha interna, de análisis racional fundado en la duda. Nos cuenta Sócrates del proceso racional que atravesó y cómo, al final, la proclama de Apolo lo llevó a encontrar su misión en la vida, “Cuando supe la respuesta del oráculo, dije para mí: ¿Qué me quiere decir Dios? ¿Qué sentido oculta estas palabras?, porque yo sé sobradamente que en mi no existen semejante sabiduría, ni pequeña ni grande. ¿Qué quiere, pues, al declararme el más sabio de los hombres? Porque él no miente, el no puede mentir”. Tras formularse estas interrogantes, Sócrates señaló, “dudé largo tiempo del aserto del oráculo, hasta que por último, después de prolongado trabajo, me propuse a hacer la prueba siguiente: Fui a casa de uno de nuestros conciudadanos, que pasa por uno de los más sabios de la ciudad. Yo creí que allí, mejor que en otra parte, encontraría materiales para rebatir al oráculo, y presentarle un hombre más sabio que yo. Conversando con él, me encontré con que al que todo el mundo lo tenía por sabio, y que él mismo se tenía por tal, en realidad no lo era. De allí me fui a casa de otro al que se tenía por más sabio aún que el anterior, y me encontré con lo mismo”. Sócrates, tras indagar por prácticamente unos cuarenta años, a políticos, militares, poetas, eruditos locales y extranjeros, llegó a una conclusión. “Razonaba conmigo mismo y me decía. Puede muy bien suceder que ni él ni yo sepamos nada de lo que es bello y de lo que es bueno; pero hay diferencia: que él cree saberlo, aunque no sepa nada, y yo, no sabiendo nada, creo no saber. Me parece, por tanto, que en esto yo, aunque poco más, era más sabio, porque no creía saber lo que no sabía”. La vida de Sócrates fue maravillosa, su legado grandioso. El encuentro con su Dios lo llevó a comprender su misión en esta vida, la de descubrir en qué sentido la sentencia de que -“él era el más sabio”- era correcta. Esta misión de vida, a su vez, que implicaba un proceso de introspección, le llevó a conocerse a sí mismo, para descubrir que su capacidad racional es limitada, que sus conocimientos son parciales, que por medio de la indagación se puede seguir creciendo en sabiduría y como persona. Podemos preguntarnos, ¿qué hubiese ocurrido si él hubiese tomado como un hecho la sentencia de Dios de que él era el más sabio? ¿Cuál hubiese sido el destino de la filosofía o del pensamiento humano si él no hubiese dudado del significado de esa sentencia? ¿Qué hubiese ocurrido si Sócrates no hallaba en esa sentencia su misión en esta vida? Más importante aún, ¿qué ocurriría si tu no encuentras tu propósito en esta vida? Sócrates fue un gran hombre y un gran pensador, pues tenía una metodología de pensamiento en la que utilizaba algunas herramientas para pensar de forma más racional, la introspección y la indagación. Con su metodología halló el foco más importante del autoconocimiento: conocer nuestra misión o propósito en esta vida. Quien logre indagarse a sí mismo y encontrar su propósito en esta vida, se convertirá en amo absoluto, consciente e inteligente, de sus poderes mentales. La primera pregunta que debemos profundizar, y quizás la más importante es: ¿Cuál es mi misión en esta vida? Dedica un tiempo a estas interrogantes. Indaga en lo profundo de tu ser y encuentra respuestas a la pregunta racional más trascendental: ¿Cuál es tu propósito de vida?

Quien logra descubrir su misión en la vida y, a la vez, encausar sus energías hacia ese propósito de vida, será capaz de focalizar y orientar su pensamiento a dicho propósito. Así, en el camino de la vida, nuestra mente será nuestra aliada segura, iluminando el trayecto donde antes había solo tinieblas. La introspección que realices te llevará por algunas ramas, pero todas siempre derivan del mismo tronco: el perfeccionamiento de nuestra capacidad racional. Cualquiera fuese el sendero de vida, siempre tendrá la misma base, la de mejorar nuestras facultades mentales por medio de la adopción de técnicas del pensamiento. Antes de avanzar al siguiente capítulo, cierra por un momento el libro, y pregúntate, ¿Cuál es mi verdadero propósito en esta vida?, ¿qué es aquello que me enciende y me inspira para seguir avanzando?, ¿cuál es el objetivo supremo al que debo incorporar todas mis energías para materializarlo?, ¿perfeccionar mi esquema de razonamiento sería un objetivo de vida que trazar?, ¿qué acciones podría incorporarlas como hábito para ser un mejor pensador? Sigue indagando.



Tus Fortalezas y Debilidades “La fortaleza crece en proporción a la carga” Thomas Wentworth Higginson

Una vez que lográramos comprender nuestra misión en esta vida, debemos seguir orientando nuestro ejercicio mental hacia lo interior. Identificada nuestra misión de vida u objetivo externo al que debemos apuntar nuestras vidas, es requisito, entonces, reencauzar la introspección para analizar de qué estamos hechos, cuáles son nuestros puntos fuertes y cuáles son los débiles, conforme Sócrates recomienda a su joven amigo Eutidomio, en Memorias escritas por Jenofonte. El joven amigo comprende finalmente que “el conocimiento de sí mismo debe tener la máxima importancia”. En el encuentro con su joven amigo, Sócrates plantea un ejercicio mental muy sencillo de autoconocimiento, que nos puede ayudar a identificar nuestras fortalezas y debilidades como personas. Al realizar una introspección para comprender nuestros puntos fuertes y débiles, tendremos una noción más clara de qué estamos hechos, de cual, en verdad, es nuestra madera. Al tener este conocimiento podremos enfocar nuestras energías internas para mitigar nuestras debilidades y para potenciar nuestras fortalezas. Las personas que desconocen sus fortalezas y debilidades son incapaces de prepararse para enfrentar correctamente los desafíos que depara la vida y tampoco son aptas para aprovechar las oportunidades, “precipitándose en la desgracia” y “numerosos males por estar equivocados sobre ellos mismos”. Tomemos como enseñanza la siguiente recomendación que el filósofo le da a su joven amigo. Sócrates: Dime, Eutidemo, ¿has ido alguna vez a Delfos? Eutidemo: He ido dos veces, ¡por Zeus! Sócrates: ¿Leíste entonces en algún sitio del templo la inscripción “Conócete a ti mismo”? Eutidemo: Si. Sócrates: ¿Y ya no te preocupaste más de la inscripción, o prestaste atención e intentaste tratar de examinar cómo eres? Eutidemo: Eso no, pues creía que lo sabía muy bien. Difícilmente podría saber otra cosa si me desconociera a mí mismo.

Sócrates: En ese caso, ¿crees que se conoce a sí mismo uno que sólo conoce su propio nombre o quien actúa como los compradores de caballos, que no piensan que conocen al que quieren conocer hasta que examinan si es dócil o rebelde, fuerte o débil, rápido o lento, y en general cómo está en las cualidades convenientes e inconvenientes en cuanto al uso del caballo? ¿Es así también como él se examina a sí mismo sobre sus cualidades para su uso como hombre y como conoce su propio valor? Eutidemo: Yo creo que es así, que quien desconoce su propio valor se ignora a sí mismo. Sócrates: ¿Y no es evidente también que gracias a ese conocimiento de sí mismos los hombres reciben múltiples beneficios, y sufren, en cambio, numerosos males por estar equivocados sobre ellos mismos? Porque los que se conocen a sí mismos saben lo que es adecuado para ellos y disciernen lo que pueden hacer y lo que no. Haciendo únicamente lo que saben, se procuran lo que necesitan y son felices, mientras que se abstienen de lo que no saben, con lo cual no cometen errores y evitan ser desgraciados. Gracias también a ello son capaces de juzgar a los demás hombres y por el partido que sacan de ellos se procuran bienes y evitan perjuicios. En cambio, los que no se conocen y se engañan sobre sus propias posibilidades, se encuentran frente a las demás personas y situaciones humanas en la misma situación que consigo mismos, y ni saben lo que necesitan ni lo que tienen que hacer ni de quiénes se pueden valer, sino que se equivocan en todos estos asuntos, fracasan en la consecución de bienes y son proclives a precipitarse en las desgracias. Los que saben lo que hacen consiguen fama y honor cuando alcanzan sus aspiraciones, las personas de su mismo rango los tratan con agrado y los que fracasan en sus actividades están deseando ponerse en sus manos para que les aconsejen, ponen en ellos sus esperanzas de prosperidad y por todas estas razones los estiman más que a nadie. En cambio, los que no saben lo que se traen entre manos eligen mal, fracasan en lo que emprenden, y no sólo sufren con ello penas y castigos sino que encima tienen mala fama, son objeto de burla y viven despreciados y sin ninguna consideración. Puedes verlo también en las ciudades: las personas que desconocen su propia fuerza entran en guerra contra otras más poderosas, y unas son destruidas y otras se convierten de libres en esclavas. Eutidemo: Ten la seguridad de que creo firmemente, Sócrates, que el conocimiento de sí mismo debe tener la máxima importancia, pero ¿cómo hay que empezar a conocerse a sí mismo? Es algo por lo que pongo los ojos en ti por si quisieras servirme de guía. Sócrates nos insta a utilizar el pensamiento racional para conocernos a nosotros mismos, comprender de qué estamos hechos, para así evitar las penas y castigos ante emprendimientos infructuosos por una mala medición de nuestras fuerzas internas. Es tan difundida la expresión “Craso error”, que es probable la hayas escuchado. Conocer su origen, sí ya no es común. Y tan aleccionadora para explicar que quien no se conoce a si mismo, puede cometer un “Craso Error”. Nos encontramos en Roma, varios siglos después de la muerte de Sócrates. Marco Licinio Craso fue un acaudalado romano en la antigua Roma, balanceando el poder del afamado estratega Pompeyo y el ascendente poder que comenzaba a acaparar Julio Cesar, tras su

conquista de la Galia. Craso, Pompeyo y Cesar formaron un triunvirato –una forma de gobierno entre tres- como sistema de equilibrio de poder. Cada uno ostentaba suficientes credenciales militares que le permitía estar en dicha posición. Craso, además de ser un hombre acaudalado, había derrotado en su juventud al ejército de esclavos liderado por Espartaco. Pompeyo fue quien organizó la sublevación para el ataque a Hispania. En tanto, César era allegado de uno de los fundadores de Roma y conquistador de la Galia. Todos ellos se repartieron en mayor o menor medida los territorios que por aquel entonces poseía el imperio romano. Craso era un hombre muy influyente en la época y sobre todo extremadamente rico. Craso tenía en su poder un magnífico territorio de riquezas. Podría haber poseído más si la ambición de poder no se hubiera apoderado de él. Quiso imitar glorias pasadas y aumentar su territorio para poder controlar aún más a Roma. Para ello, pensó en cruzar el Éufrates e intentar la conquista del imperio de Partia, ubicado en la zona del actual Irán. Lo cierto es que su desmedida ambición, su idea de poder con todo lo que se le pusiera por delante y su deseo de hacerlo lo antes posible, y en especial su limitado conocimiento de sí mismo, lo llevaron a Craso a cometer un gran error, legendariamente recordado como “un Craso error”. Craso no era un genio militar, más bien era hombre de negocios, y estaba entrado en años cuando acometió tamaña empresa. Craso, al atacar el imperio parto, cometió un “Craso error”. Sus legiones fueron diezmadas. Su poder, desvanecido. Lo único que le sobrevivió fue la ya universalmente expresión “Craso error”. Craso no fue capaz de conocerse y aceptar sus limitaciones. Su exceso de ambición y arrogancia, su poca capacidad como genio militar, sus limitadas energías que suponían el paso de los años, conspiraron en este gran emprendimiento. En suma, su desconocimiento de sus fortalezas y debilidades llevaron a Craso a cometer lo que más tarde se popularizó como un “Craso error”. Uno se encamina a cometer un craso error o error fatal cuando desconoce sus limitaciones y fortalezas. En el mundo moderno de alta competencia en los negocios, la planificación estratégica se ha convertido en un ejercicio mental indispensable. Una de las herramientas del pensamiento estratégico más utilizada es la que por sus siglas se conoce como FODA (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades, Amenazas). Los ejecutivos se reúnen y realizan una mirada interna para identificar las Fortalezas y Debilidades de su organización y así poder maximizar las Oportunidades y afrontar las Amenazas externas. Lo que desde hace añares Sócrates nos plantea es que utilicemos esta misma herramienta del pensamiento estratégico para analizarnos a nosotros mismos –la mayor y verdadera empresa que poseemos-, que comprendamos cuáles son nuestros puntos fuertes y dónde se encuentran nuestras debilidades. El mayor conocimiento de nosotros mismos, nos permitirá enfrentar el ambiente externo que se presentan con amenazas y oportunidades. Sócrates nos insiste que invirtamos un tiempo para conocer nuestro interior, testar de qué está hecha nuestra madera, de evaluar con raciocinio y humildad para así cerrar las brechas de debilidad y maximizar el potencial de las fortalezas, para así proyectarnos al mundo exterior y direccionarnos hacia nuestro propósito de vida. Esta inversión en tiempo trae sus beneficios y

a la vez nos evita incurrir en costos que, además de elevado, podrían llegar a ser irreparables. ¿Conoces realmente cuáles son tus fortalezas? ¿Has reflexionado sobre tus debilidades? ¿Cuándo te enfrentas a una decisión difícil, alguna amenaza, oportunidad o cuando te propones un proyecto, lo sopesas con tus habilidades, destrezas, fortalezas, vicios, debilidades? ¿Qué medidas emprendes para limitar tus debilidades? ¿Dedicas tiempo para potenciar tus fortalezas? ¿Cuáles son las virtudes del pensamiento y de la acción que deben guiar tu vida? ¿Conoces los vicios y trampas mentales que te engrillan y que obstruyen tu crecimiento como persona? El filósofo nos invita a reflexionar sobre la necesidad de conocer y edificar nuestros valores y principios para vivir una vida justa y feliz. Pero también nos advierte los riesgos que implica la falta de introspección y autoconocimiento de nuestras debilidades y limitaciones. Debemos reflexionar sobre nuestra mortalidad como principal límite o debilidad de la condición humana. Esta afirmación parece tan elemental pero necesitamos que nuestra voz interna nos recuerde constantemente la mayor de nuestras limitaciones: nuestra mortalidad. Cuenta la historia que Marco Aurelio, emperador Romano, cuando llegaba victorioso de la guerra y entraba en Roma, “el pueblo entero estaba ahí para recibirlo, lo alababan, lo vitoreaban, hasta lo endiosaban… Como emperador y rey del mundo, Marco Aurelio gozaba de todo el poder, no obstante, se dice que siempre que entraba a la ciudad a recibir la gloria llevaba con él a un esclavo cuya única responsabilidad era estar siempre detrás de él repitiéndole: “recuerda que eres mortal”.



Las Tres Fuerzas Dominantes de la Mente “El primer mandamiento de la ley humana es aprender a pensar” José Ingenieros

Realizada la introspección de nuestra misión, y analizada nuestras fortalezas y debilidades, debemos dar un paso adicional. Sería imposible conocerse a uno mismo si no explorásemos las fuerzas que gobiernan e interactúan en el interior de nuestra mente. La mente cumple tres funciones distintas pero complementarias: pensar, sentir y desear. Todos pensamos. En efecto, es parte de nuestra naturaleza. Pero, te has preguntado, ¿cuál es la calidad de tu pensamiento? El pensamiento cuando lo dejamos por si solo puede ser distorsionado, falso y lleno de prejuicios. Monitorear conscientes y continuamente nuestra forma de pensar es la clave para buscar su perfeccionamiento. Pensar sobre nuestros pensamientos es una herramienta indispensable del pensamiento racional. Pero la mente no solo es el lugar donde se procesan los pensamientos, también donde sentimos y deseamos. Para conocerse a uno mismo, debemos comprender que estas tres fuerzas interactúan en nuestra mente de forma interrelacionada. El deseo o la emoción pueden incidir en nuestra forma de pensar. De igual forma, el deseo por obtener un bien puede afectar nuestra emoción, así como nuestra forma de pensar. Asimismo, nuestra forma de pensar puede afectar nuestras emociones y deseos. Entonces, el desafío no solamente consiste en pensar sobre nuestros pensamientos, sino también en nuestras emociones y deseos. Dejado a su libre albedrío, el razonamiento, la emoción y el apetito siempre estarán en conflicto, nunca en armonía, chocando uno contra otro, en una disputa donde el razonamiento quedará arrinconado. En esta interacción desordenada de los tres componentes de la mente – pensamiento, sentimiento y deseo- podríamos encontrarnos ante un espiral negativo, manteniendo un pensamiento distorsionado, falaz, egocéntrico, injusto, con sensaciones excesivas, perjudiciales, y apetitos egoístas, ilimitados y hasta sin sentido. Analicemos brevemente estos tres componentes, comenzando por el pensamiento. El pensamiento es lo que nos permite dar sentido al mundo en que vivimos. Es decir, el pensamiento crea las ideas a través de las cuales definimos las situaciones, establecemos relaciones entres las cosas y somos capaces de configurar soluciones a los escenarios que se presentan. Con el pensamiento podemos tener un entendimiento del mundo por medio de las siguientes facultades del razonamiento: comparar, juzgar, medir, percibir, analizar, indagar, comprender, clasificar, sintetizar, innovar, crear.

El problema del pensamiento es que puede ser distorsionado, incorrecto, puede estar atrapado en esquemas de pensamientos falaces, pensamientos egocéntricos. Podemos ser prisioneros de nuestro propio sistema de pensamiento, y ser autoengañados constantemente. Pero lo interesante es que todos tenemos la capacidad de liberarnos de las trampas y engaños que nos impone nuestra propia mente. Tenemos la capacidad de autoevaluar nuestro modo de pensar, para así detectar los errores y trampas. Tenemos la facultad de poner bajo crítica nuestro mismo pensamiento, y por medio de la autoevaluación, estamos en condiciones de poder corregir nuestra forma de razonar. Es decir, lo magnífico de nuestra facultad mental es que podemos “poner razón” a nuestro razonamiento. Entonces, podríamos decir que el pensamiento es lo más esencial entre los tres elementos ya que por sí solo es capaz de criticar y corregirse a sí mismo. Nuestro pensamiento puede testar con estándares racionales nuestras creencias y valores, y mantener aquellas creencias que consideramos racionalmente que son ciertas y vivir los valores que son verdaderamente morales. En resumen, el pensamiento racional es la base para vivir una buena vida, verdaderamente moral, libre de los auto engaños mentales. Las emociones, en tanto, son impulsos que continuamente nos indican cómo debemos sentirnos ante una situación favorable o desfavorable. Las emociones nos invaden como una fuerte corriente eléctrica que arrasa todo a su paso, imponiéndonos sentimientos: alegres, tristes, nerviosos, ansiosos, deprimidos, preocupados, estresados, excitados. En ocasiones, la descarga de emociones tiene el efecto de nublar la capacidad racional, de obnubilarla hasta someterla. ¿Cómo entrar en razón cuando estamos exaltados?, ¿cómo encontrar cordura cuando tenemos los nervios de punta?, ¿cómo realizar un cálculo razonado cuando estamos tristes o exaltados?, ¿cómo lograr la tranquilidad mental cuando estamos excitados por el éxito alcanzado? Nuestra mente no solamente puede ser gobernada por las emociones, sino también sometida por medio de los deseos, que nos atosiga continuamente en nuestra cabeza, exigiéndonos: “Necesitas comprarte ese auto”, “que bien te quedará esa nueva camisa. ¡Cómprala ya!”, “Necesitas alcanzar ese nuevo objetivo, ve por el”. Así como el pensamiento se autocorrige de uno distorsionado a otro racional, el pensamiento también es capaz de controlar, moldear o mitigar las emociones y el deseo. Es decir, lo grandioso del pensamiento racional es que no solo se corrige y perfecciona a sí mismo, sino que es capaz de regular y moderar los sentimientos y los deseos. La introspección que Sócrates plantea no es solo conocer la interacción entre estas tres fuerzas que actúan en nuestra mente. Sócrates nos invita a conocernos a nosotros mismos para mirarnos en nuestro espejo mental y analizar nuestra forma de pensar, nuestras pasiones, deseos y preguntarnos, ¿cuenta mi razonamiento los supuestos correctos o son simples engaños e ilusiones? ¿Es mi pensamiento distorsionado o falaz? ¿Son mis emociones las correctas o están tan sobrecargadas, a tal punto que nublan mi entendimiento y capacidad racional? ¿Es mi deseo racional o es fruto del impulso egocéntrico que solo busca mi beneficio insensato? ¿Soy esclavo de mis emociones y vasallo de mis deseos? ¿Es esta mi mayor debilidad? ¿Soy una persona racional capaz de gobernar los deseos y emociones que me van aflorando? ¿Qué herramienta tengo a mi alcance para analizar mi pensamiento, atemperar mis emociones y

controlar mis deseos? Plantéate todas estas preguntas como herramientas para lograr armonía entre las tres fuerzas, y así minimizar tus debilidades y potenciar tus fortalezas mentales. Sócrates nos aclara que conocerse a uno mismo implica conocer las tres fuerzas del pensamiento, y que de entre estos tres componentes debe ser privilegiado el razonamiento, gobernando sobre las emociones y deseos. Solamente el razonamiento es el que nos puede llevar por buen camino, hacia una vida más feliz. Los deseos y las emociones, no controlados, nos podrían conducir por senderos peligrosos, pero con el razonamiento correcto, podremos corregir nuestra forma de pensar y a la vez moderar nuestro apetito y atemperar nuestras emociones. El pensamiento socrático es una invitación a conocerse a uno mismo, comprendiendo los tres componentes del pensamiento, y a privilegiar el razonamiento sobre los impulsos de las emociones y los deseos. Para Sócrates la virtud “consiste en no ser esclavo de sus deseos, sino en hacerse superior a ellos”, viviendo con moderación y templanza, pues el hombre moderado es quien logra contener los impulsos del deseo y el que es templado tiene en sus manos las riendas de sus emociones. “La verdadera virtud es una purificación de toda suerte de pasiones”. Para tener un mayor entendimiento entre las tres fuerzas que gobiernan nuestras mentes, Sócrates nos ilustra con el mito del cochero que te invito lo leas en el siguiente capítulo.



El Cochero y su Carruaje de dos Caballos “Domina tu mente o ella te dominará a ti” Horacio

Venimos de planteamos las siguientes interrogantes. ¿Cómo debo fortalecer mis pensamientos sabiendo que existen tres fuerzas que gobiernan e interactúan en mi mente? ¿Debemos privilegiar la razón sobre la emoción o sería más conveniente permitir que la emoción cabalgue con rienda suelta? ¿Es la emoción enemiga de la razón? Si pensamos que la emoción nos puede llevar por mal camino, entonces, ¿no sería preferible suprimirla o inclusive eliminarla por medio de la razón? Los fanáticos de la serie televisiva Star Trek se fascinan con la superioridad racional de Mr. Spock, quien toma decisiones solamente por medio del análisis frío, analítico y calculado, y jamás se basa en las emociones y la intuición, ni mucho menos cae preso de los deseos. El hombre de Vulcano carece de emociones y deseos, su mente es eminentemente racional y lógica. La mente de Mr. Spock es una computadora racional donde no existe espacio para la compasión, el miedo, la ira, la rabia, los celos, la envidia, el amor, la arrogancia, el deseo. Es decir, en su mente no existen las emociones ni buenas ni malas. ¿Cómo sería la vida en la tierra con una mente como la de Mr. Spock? El neurocientista Antonio Damasio analizó un caso muy interesante, de un paciente a quien lo llamó Elliot, quien padecía de una disfunción cerebral. Elliot era un Mr. Spock en la tierra, la parte racional y lógica de su cerebro funcionaba de maravillas y su memoria funcionaba normalmente, pero quedó sorprendido al comprobar que al repertorio mental de Elliot le faltaba un elemento. Aunque su lógica, su memoria, su atención y las demás habilidades cognitivas no representaban ningún problema, Elliot carecía de algo fundamental: sentimientos. Debido a que el paciente carecía de tono emocional, Elliot era incapaz de valorar las cosas y, por lo tanto, de tomar decisiones racionales priorizando los temas. Lo paradójico era que no encontraba motivo alguno para hacer una cosa en vez de otra. Debido a que todos los actos tenían el mismo valor emocional, era incapaz de priorizar o distinguir entre aquello de alto interés o lo irrelevante, entre lo conmovedor y lo angustiante. Esta apatía paralizante, impactó en una forma devastadora en la vida de Elliot. De ser un próspero abogado pasó a perderlo todo, perdió su carrera, su fortuna y su familia. El caso de Elliot demuestra que la razón sin emoción es torpe, ciega, está paralizada, ya

que la emoción es lo que permite dar valor a las cosas. Por ejemplo, las cosas que amamos son las que valoramos positivamente, mientras que nos desagradan o tememos las que valoramos negativamente. Valoramos nuestra meta en la vida, los objetivos desafiantes, porque nos motiva ir más allá de lo realizable. Tendemos a apreciar lo gratificante y a temer los castigos o reprimendas causadas por acciones incorrectas. Sin este termómetro de valorización, que está arraigado en las emociones, corremos el riesgo de convertirnos en Elliot o en el personaje ficticio de Mr. Spock viviendo en la tierra; seres racionales sin emoción ni deseos. Entonces, ¿cómo encarar nuestras vidas? ¿Cómo debemos mantener la relación entre mente racional y mente emocional? Sócrates, en el diálogo de Fedro, nos presenta una alegoría muy ilustrativa, conocida como la del cochero del carruaje de dos caballos. Para interpretar la relación existente entre la parte racional y emocional de nuestro pensamiento, Sócrates lo presenta como la del auriga o cochero que conduce un carro tirado por dos caballos, el blanco y bueno, y el otro negro y malo. El caballo blanco simboliza la expresión de las emociones positivas del ser humano, tales como las relacionadas al amor, la bondad, la compasión, la justicia, el respeto, el deber, etc. En tanto, el caballo negro expresa las emociones negativas del hombre; deseo, placer, apetito, egoísmo, preocupación, miedo, angustia, ira, etc. Ahora bien, ¿qué representa el cochero? El auriga simboliza la capacidad racional que mantiene en sus riendas el control tanto del caballo blanco, como del negro. El cochero que confía en su capacidad racional es capaz de entrenar y guiar al unísono a estos dos briosos caballos. Por el contrario, una falta de dominio por parte del conductor hará que el par de caballos pierda el equilibrio y descarrile el carruaje. ¿Cuántas veces nos hemos descarrilado por no controlar a estos caballos? ¿Con qué frecuencia somos arrastrados por la decepción que conlleva el fracaso, la euforia del éxito, la preocupación de los desafíos o la culpa que nos atosiga? ¿Somos acaso consientes de que quien debe manejar el carruaje es el conductor y no los caballos? El cochero que deja que sus caballos se desboquen y salgan corriendo por voluntad propia se perderá en el camino de la vida. Quien sabe cómo controlarlos, con rienda, látigo y cuidado, podrá guiarlos por el sendero correcto. Todos tenemos un propósito en esta vida y lo queremos alcanzar de una manera placentera y gustosa. Para transitar correctamente en este mundo debemos comprender la interacción y preponderancia de estos tres actores: la razón, las emociones positivas y las negativas. En la mayoría de los casos debemos apretar las riendas al caballo negro y, en más de las veces, necesitamos aflojar las riendas al caballo blanco. El cochero experto es quien continuamente práctica el arte de la conducción y aprende de sus errores y capitaliza sus victorias. Para orientarnos a la vida que anhelamos, necesitamos conocer nuestros límites, valorar nuestra capacidad racional, las emociones positivas y negativas, esta es la única forma en que podemos encausar nuestras vidas y podremos conseguir lo que nos proponemos. Para ello requerimos que ambos caballos cabalguen en sintonía dirigidos por la razón. Es decir, que las emociones positivas y negativas estén siempre gobernadas por el pensamiento racional, como un gran equipo, liderado por el cochero, con la ayuda de sus dos caballos, transitando

armoniosamente el camino de la vida.



Sócrates, Franklin y la Areté “Alcanza la excelencia y compártela” Ignacio de Loyola

Vayamos un paso más en conocernos a nosotros mismos, y comencemos a reflexionar sobre nuestro potencial. Vivimos en un mundo que valora el éxito, la acumulación de riquezas, la alfombra roja, las luces de la fama. Pero en verdad, el éxito no tiene nada que ver con la cantidad de objeto que tenemos, sino con la persona a la que nos encaminamos a convertirnos. La explicación es muy sencilla, cada ser humano tiene inherente una riqueza incalculable, un potencial gigantesco que solo puede capitalizarse o desperdiciarse. Es una paradoja, pues cada uno de nosotros es una mina de oro y a la vez cada uno de nosotros es su propio minero que debe descubrir que existe una riqueza interior y que debe armarse de valor para alcanzar ese potencial, ese gran don que yace en nosotros mismos. Es la riqueza interna la que posibilita la riqueza externa, y no a la inversa. Conocerse a uno mismo implica convertirse en minero y adentrarse en su propia mina, para sacar a relucir el gran valor que yace en nosotros. Areté es un concepto muy arraigado en la cultura de la Grecia Antigua. En sus inicios tenía una connotación de la capacidad de excelencia de las cosas. Areté era aquello que hace que las cosas en general sean lo que les corresponde esencialmente ser, adquiriendo la perfección que les es propia. Por ejemplo, un barco tiene areté si es capaz de navegar con eficiencia o de enfrentar situaciones adversas en la travesía. Un caballo con areté es aquel que es rápido, resistente, fuerte y tiene capacidad para salvar obstáculos. De igual modo, un soldado valiente y con destreza de combate puede decirse que tiene areté. Para los primeros griegos guerreros de hace más de tres mil años, el único camino para alcanzar areté era mediante hazañas en la batalla. El ejemplo clásico es Aquiles, quien prefirió morir en combate, imponiendo su destreza y gallardía militar, antes que cualquier otra forma de vida. También, en la Grecia arcaica, el término areté se relacionaba con la astucia en las obras de Homero; cuando narraba las estratagemas de Ulises para valerse ante los escenarios más dificultosos inventando el caballo de Troya y creando artificios y engaños para salirse con la suya en su larga odisea hasta los brazos de su amada Penélope. El término castellano que mejor recoge el significado de areté es “excelencia”, pues areté es, en efecto, aquello en lo que reside la excelencia de una cosa, aquello que la hace excelente.

Sócrates, por su parte, comienza a girar la aplicación del término areté desde los objetos al ser humano. Y se refiere a areté del ser humano como a aquello que hace a éste mejor, mejor ser humano en general, pero, además y sobre todo, mejor en un sentido moral. Areté es, para Sócrates, aquello en lo que el ser humano encuentra su perfección o su “excelencia” en el sentido moral de ambos términos. El pensamiento socrático nos invita a pensar cuál es nuestro potencial como persona. Aquí, el ejercicio mental consiste en conocer y reconocer nuestro potencial como persona. Es decir, ¿conoces cuál es el don que Dios o la naturaleza te ha brindado? Pues aquel que hace una mirada interior y explora su potencial como ser humano, es capaz de conocerse a sí mismo. Entonces, una vez descubierto dicho potencial, debemos formularnos las siguientes preguntas: ¿cuál es la brecha o distancia que existe entre tu potencial como persona y tu situación actual? ¿Qué tan larga y desafiante es la distancia que te separa de tu potencial? ¿Qué actividades debes emprender y que hábitos debes desarrollar para cerrar dicha brecha? ¿Cuáles son las habilidades y virtudes que debes desarrollar para alcanzar tu areté? Alcanzar la excelencia o areté no es otra cosa más que lograr el éxito interno. El éxito se funda en el interior de la persona; en el desarrollo del carácter, los dones y las virtudes. La persona que, con el uso de su facultad racional, edifica su ser desde adentro, puede ser capaz de construir el mundo externo. La excelencia o areté es un crecimiento interno, pero sabemos que crecer duele y es difícil. Los adolescentes a partir de los 12 años sufren la ansiada transformación física y emocional. El conocimiento popular dice que las articulaciones y huesos duelen porque se están estirando. Lo mismo sucede con las plantas cuando germinan, la vida dentro de ellas lucha por liberarse. Hay una fuerza interna en cada semilla llamada totipotencia que impulsa la vida desde su interior. Entonces crecen hacia abajo afianzando sus raíces para iniciar un crecimiento hacia arriba que las haga fructificar. La excelencia o el proceso de cerrar la brecha entre el potencial y el estado actual, es muy parecida a este proceso de crecimiento interno. Debemos, primeramente crecer hacia adentro, afianzando nuestras raíces para poder llegar muy alto. La aventura de la vida es reconocer que el sacrificio y el dolor es parte complementario de la dicha. Ahora bien, dado que Sócrates concibe al hombre como un ser dotado de un alma capaz de pensar y de razonar, y encuentra que esta capacidad es la que más esencialmente define al hombre, concluye que la excelencia o areté de éste habrá de consistir en el ejercicio de dicha capacidad. Es decir, el hombre alcanza la excelencia perfeccionando su capacidad racional orientando una vida virtuosa. Y como entiende, a su vez, que tal ejercicio se halla orientado a la adquisición de saber y conocimiento, termina por identificar al areté del hombre con el saber y el conocimiento. “El mejor hombre, el hombre bueno, el que está a la altura de su perfección y de su condición humana, es el hombre que busca el camino de la sabiduría, que se aleja de la ignorancia. El que actúa mal, lo hace por ignorancia del bien, porque desconoce qué es “lo bueno”: nadie obra mal a sabiendas”. Benjamín Franklin fue un hombre excepcional que admiraba las enseñanzas de Sócrates y lo llevó a la práctica para convertirse en un hombre excelente o virtuoso. Franklin fue emprendedor, inventor, filósofo, escritor, diplomático, polímata, padre fundador de

Norteamérica. ¿Cuál fue la receta de Benjamín Franklin para alcanzar tal potencial, para alcanzar su areté? Benjamín Franklin encontró la fórmula del crecimiento interno, cultivando su carácter mediante un plan de trece virtudes que desarrolló a partir de los 20 años, estamos hablando del año 1726, y que continuó practicándolo de una forma activa por el resto de su vida. En su autobiografía lista sus trece virtudes como: 1. Templanza: No comas hasta el hastío, nunca bebas hasta la exaltación. 2. Silencio: Sólo habla lo que pueda beneficiar a otros o a ti mismo, evita las conversaciones insignificantes. 3. Orden: Que todas tus cosas tengan su sitio, que todos tus asuntos tengan su momento. 4. Determinación: Resuélvete a realizar lo que deberías hacer, realiza sin fallas lo que resolviste. 5. Frugalidad: Sólo gasta en lo que traiga un bien para otros o para ti; Ej.: no desperdicies nada. 6. Diligencia: No pierdas tiempo, ocúpate siempre en algo útil, corta todas las acciones innecesarias. 7. Sinceridad: No uses engaños que puedan lastimar, piensa inocente y justamente, y, si hablas, habla en concordancia. 8. Justicia: No lastimes a nadie con injurias u omitiendo entregar los beneficios que son tu deber. 9. Moderación: Evita los extremos; abstente de injurias por resentimiento tanto como creas que las merecen. 10. Limpieza: No toleres la falta de limpieza en el cuerpo, vestido o habitación. 11. Tranquilidad: No te molestes por nimiedades o por accidentes comunes o inevitables. 12. Castidad: Frecuenta raramente el placer sexual, sólo hazlo por salud o descendencia, nunca por hastío, debilidad o para injuriar la paz o reputación propia o de otra persona. 13. Humildad: Imita a Jesús y a Sócrates. Franklin relata que cada semana practicaba una virtud, no trataba de trabajar en todas ellas al mismo tiempo. En lugar de esto, él trabajaba en una y sólo una cada semana. Una vez que lograba cierto dominio, tras una semana de ejercicio, iba por la siguiente. Con los años, logró que estas virtudes sean un hábito inherente a su personalidad y modo de conducción de su vida. Aunque Franklin no vivió completamente según sus virtudes y, según el mismo admitía, incumplió sus preceptos muchas veces, él creía que el intentarlo lo hizo una mejor persona y contribuyó enormemente a su éxito y felicidad, por lo cual en su autobiografía -La vida privada de Benjamín Franklin-, dedicó más páginas a este plan que a cualquier otro punto. Allí escribió: “Yo espero, por lo tanto, que alguno de mis descendientes pueda seguir el ejemplo y cosechar el beneficio”.

Nos podemos imaginar que la vida de Sócrates no fue muy distinta a la de Franklin, en el sentido de que llevaba a la práctica cotidiana el desarrollo de las virtudes. Sócrates no fue un filósofo que se encerró en una biblioteca para reflexionar y catalogar las virtudes que el hombre debe desarrollar, sino que las llevó a la práctica buscando alcanzar su areté, pues este crecimiento interno era el dínamo para alcanzar su misión en la vida. ¿Cuáles son las virtudes que debes desarrollar para alcanzar tu areté? Lístalas y practícalas. Descubrirás que una persona virtuosa tiene su cabeza en calma y su capacidad racional siempre está en etapa de aprender y seguir creciendo. Sócrates nos insta a vivir una vida activa y focalizada al crecimiento interno, con el objetivo de conocernos a nosotros mismos, potenciar nuestros dones y cerrar la brecha que nos separa de nuestro areté. Esta batalla de alcanzar la excelencia de lograr una vida virtuosa se libra principalmente en la mente, por eso te invito a que te adentres en la siguiente sección. ¿Estás preparado?



PENSAR CON VIRTUDES



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Cuál es tu aspiración en esta vida? Si eres como la mayoría de las personas, quizás estarías soñando con ser feliz, tener un mejor pasar, una casa más confortable, un aumento de salario, ser una persona exitosa o con prestigios que sean reconocidos por todos. ¿Qué tal ser una persona virtuosa? Pero, ¿qué es la virtud? ¿Cómo alcanzarla? Una planta virtuosa es aquella capaz de producir un efecto positivo, por ejemplo, por medio de su capacidad medicinal, de curar una dolencia, o por el fruto alimenticio que provee. La virtud, sin dudas, está estrechamente vinculada con la predisposición y orientación a generar el bien. Toda acción virtuosa requiere de un pensamiento virtuoso que lo engendre. ¿Podríamos pensar en las virtudes del pensamiento? Sócrates opinaría que la virtud es aquello que nos ayuda a conseguir el bien mediante el razonamiento, a través del pensamiento trasparente, ecuánime, humilde, sereno y valiente. Con esto en mente, podemos afirmar que el pensamiento socrático es una invitación a predisponernos a evaluar nuestra forma de pensar y a modificarlo de tal manera a buscar el areté o perfección de su funcionamiento, pues, como dice el refrán, “mente sana, cuerpo sano” o, mejor dicho, “mente virtuosa, vida virtuosa”. ¿Qué es una mente virtuosa? Pues es aquella donde los pensamientos se forman y orientan de modo a actuar siempre de acuerdo con la naturaleza, que, para el caso del ser humano, concebido como ser racional, implica actuar siempre de acuerdo con la razón, evitando en todo momento dejarse llevar por todo lo vicioso que convive en nosotros, como el pensamiento injusto, el pensamiento soberbio, el pensamiento timorato, el pensamiento pasional y desenfocado. En suma, las virtudes del pensamiento debemos interpretarlas como una facultad activa que debe ser encendida como bien supremo, edificando constantemente nuestro ser. Como dijo Sócrates, “todas las virtudes humanas aumentan y se fortalecen al practicarlas”.



Pensar con Justicia “Ganamos justicia más rápidamente si hacemos justicia a la parte contraria” Mahatma Gandhi

Los despenseros y comerciantes de antaño solían utilizar una balanza de dos discos para medir el peso de cada mercadería, con lo cual establecían el precio justo de cada producto. Por ejemplo, si una persona quería comprar un quilo de azúcar debía insertar en uno de los platos cantidad suficiente de producto de tal manera que equilibre con el peso de la otra bandeja donde se depositaba la barrita de hierro de un quilo, hasta neutralizar el desnivel y equilibrar en la balanza el peso del producto con la de la barra de hierro. Podríamos imaginarnos que existían comerciantes deshonestos, así como los hay hoy, que actuaban con injusticia. Ellos contaban con barritas de hierro que pesaban por debajo del peso real, destinados a hacer trampas a sus clientes y con ello lograban ingresar más dinero por la mercadería que vendían. El cliente, en tanto, regresaba a su casa con menos mercadería de lo que había pagado. Nuestro pensamiento también actúa como un estafador, en el sentido de que constantemente está buscando beneficiarnos en detrimento de la otra persona. Aunque no lo tengamos en cuenta, en nuestra cabeza tenemos una balanza imaginaria de dos platos. Uno de sus discos sirve para poner todo aquello que nos beneficia, y el otro, para insertar todo lo que favorezca a la otra persona. Esta balanza tiende, siempre, a beneficiar nuestro interés, nuestros puntos de vista, nuestras creencias, valores. Además, así como el despensero, tratamos de disfrazar la parcialidad y arbitrariedad de nuestro pensamiento, equilibrando con artificios la balanza de tal manera a intentar quedar como personas justas ante los ojos de los demás. Pensar con justicia es un hábito muy difícil, que requiere, antes que nada, reconocer el hecho de que nuestra balanza interna esta desequilibrada y, por lo tanto, requiere de un trabajo interno para calibrar la tal balanza interna, de manera a valorar con equidad los distintos puntos de vistas, inclusive cuando entendemos que son contrarios a nuestros puntos de vista, conceptos o principios. No es cuestión de imponernos las nuevas ideas, nociones o puntos de vista de terceros, sino más bien de sopesarlos, analizarlos, internalizarlos, todo ello de forma equilibrada y racional, sin la interferencia de nuestro interés egoísta o de los intereses del grupo al que pertenecemos, ya sea la familia, comunidad, sociedad, o país. Implica, a la vez, reconocer que por nuestra naturaleza tendemos a prejuzgar los puntos de

vistas de otros, y a encasillarlos en rótulos o etiquetas de dos categorías que dicen, “esto es favorable para mi” o “esto no es favorable para mí”. Esta tendencia de agrupar los puntos de vistas, y también las informaciones, lo hacemos en un proceso automático, inconsciente y desde una perspectiva egoísta y simplista, sin el debido proceso de un pensamiento racional sino riguroso, al menos equilibrado y justo. Cuando somos mentalmente egoístas, le ponemos “barritas” con menos valor a las creencias o ideas diferentes a la nuestra y le adherimos más valor a aquellas que están en concordancia con nuestra forma de pensar, con nuestros principios y creencias. Pensar con justicia implica tratar cada punto de vista de una forma imparcial, despojada de prejuicios que tenemos hacia personas con cultura distinta a la nuestra o ideas que contradigan nuestra forma de pensar o hacia las ideas de los grupos de personas a las que tildamos como diferentes a nosotros. Pensar con justicia implica no juzgar a cada persona o grupo de personas, sin ponerles etiqueta alguna o estereotipo que descalifiquen. Pensar con justicia consiste más bien en valorar las ideas y opiniones por lo que son, independizándolas de las personas que las esgrimen. Cada idea, información o cifra, las debemos internalizar de forma equitativa y justa, independientemente de dónde provenga, de quien sea la fuente, de quien sea su vocero o de si perjudica o hasta de si beneficia nuestro punto de vista. Pensar con justicia significa recordar siempre que en nuestra mente existe esa balanza de dos platos y que nosotros somos los despenseros obligados a brindar un excelente servicio a nuestros clientes –que son las ideas, opiniones, puntos de vistas, conceptos- , internalizándolos con el peso justo. Plantéate las siguientes preguntas para encausar un pensamiento más justo: ¿Está mi balanza mental correctamente equilibrada o la estoy poniendo en un punto que sólo beneficia a mí, en detrimento de otros? ¿El pensamiento que estoy emprendiendo representa solamente mis intereses propios o los intereses del grupo al que pertenezco? ¿En qué sentido puedo simpatizar con los puntos de vista de los otros? ¿Cuáles son mis intereses y en que difieren con los de la otra persona? ¿Estoy encarando la discusión en una forma justa o la estoy llevando adelante con el único ánimo de defender mis intereses o del grupo al que pertenezco? ¿Estoy utilizando los conceptos, las ideas, nociones, datos e informaciones de una forma justa o la estoy manipulando de una forma irracional o falaz para sacar ventaja y ganar poder? ¿Cómo imagino que sería una sociedad en el que todas las personas tienen una elevada capacidad para pensar con justicia? Afirmamos que una persona es desequilibrada cuando pierde su juicio. ¿No podríamos también afirmar que una persona es desequilibrada, cuando pierde su justicia o su capacidad de razonar de forma justa y ética? Pensar con justicia es una meta maravillosa que nos podríamos imponer para aproximarnos a nuestro areté. Sin duda se trata de un desafío que requiere de un trabajo importante de autoevaluación para calibrar continuamente la balanza que llevamos adentro.



Pensar con Humildad “Piensa como piensan los sabios, más habla como habla la gente sencilla” Aristóteles

En el mundo en el que vivimos, la humildad se subentiende como debilidad y hasta falta de carácter. La humildad de una persona está reflejada con su estado de sumisión, falto de rendimiento o la presumida bajeza de su nacimiento. Cuando pensamos en una persona humilde, nos viene a la cabeza un ser de carácter débil o bien de escasos recursos o una persona que no exterioriza sus bienes materiales y cuya vida transcurre sin ostentación. En todos estos extremos, nos estamos refiriéndonos a la humildad desde una perspectiva externa. La humildad del pensamiento es muy diferente. Pensar con humildad significa tener una conciencia de los límites de nuestro propio conocimiento y entendimiento. Sócrates lo tenía bien claro al reconocer su estrechez intelectual como para proclamar que la única sabiduría que podemos tener es el reconocimiento nuestra propia ignorancia y sus consecuentes limitaciones. Por ello, Sócrates enfatizaba que él, más que ser un sabelotodo, era un filósofo o amante de la sabiduría, que al tiempo de reconocer sus limitaciones, no se rendía ni descansaba en su tarea de seguir indagando y buscando la verdad. El amante de la filosofía parte del reconocimiento de la ignorancia propia, y desde ese punto de partida, va ampliando su superficie de raciocinio con mucho entusiasmo y amor por la aventura, lo que le permite expandir el territorio de sus conocimientos, pero con la conciencia clara que dicho territorio es apenas una porción pequeña y muy ínfima del universo intelectual. Pensar con humildad significa que debemos reconocer lo limitado de nuestro conocimiento y que no podemos creernos superiores por la sabiduría de la que, en verdad, carecemos. La humildad del pensamiento no implica sumisión o falta de carácter. Más bien involucra las carencias de arrogancia intelectual o del exceso de presunción o de jactancia por el conocimiento o título que podemos poseer. El hecho de que uno tenga doctorado o Phd, no significa que uno ya tiene todo el conocimiento del universo a su disposición, tampoco implica que no puedan aprender de alguien que no ha tenido una formación académica. Es prudente evitar auto engañarnos y ser cautivos de espejismos mentales tergiversadores de nuestro entendimiento, que nos llevan a conclusiones siempre falsas de superioridad. ¿Cuál es este espejismo mental? Si bien lo que conocemos, sabemos o aprendemos es muy limitado,

nuestra mente nos puede inducir a creer que sabemos mucho, que estamos unas gradas por encima de otros. Este supuesto nos puede llevar a considerarnos seres superiores. Al considerarnos dueño de la verdad, quedamos bloqueados ante nuevos puntos de vista. El espejismo mental nos contagia de arrogancia intelectual, un gran obstáculo para el pensamiento que engrilla nuestro raciocinio a la ignorancia perpetua. La soberbia es una trampa mental peligrosa. Es el polo opuesto de la humildad. Es una máscara que aparenta fortaleza y superioridad pero detrás, esa arrogancia encarna sentimientos débiles y, justamente, para paliar esa fragilidad recurren a ella. Si la humildad nos lleva al conocimiento, la soberbia nos lleva al destino opuesto. Como diría Salomón, “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría.” Desafortunadamente, caemos con facilidad en la trampa de la superioridad aritificial. Tendemos a creer que la experiencia que vamos recogiendo con el transcurrir de los años, los pocos libros que hemos leído o los limitados conocimientos que vamos ganando, nos dan ciertas ínfulas de superioridad intelectual. Así, con el paso del tiempo, nos convertimos en personas soberbias, que creemos saber lo que no sabemos e ignoramos todo aquello que podría seguir edificando nuestro entendimiento. Esta trampa mental es causante de nuestro aislamiento del mundo exterior. La arrogancia intelectual es una enfermedad que, además de aislarnos, nos degrada como seres humanos, y nos mantiene excluidos, estancados, impidiéndonos crecer como personas. La arrogancia intelectual o carencia de humildad intelectual nos convierten en una plantita enferma sin capacidad de seguir creciendo. Al decir de Lao-Tse, “saber que no se sabe, eso es humildad. Pensar que uno sabe lo que no sabe, eso es enfermedad”. Cuando nuestro entendimiento o forma de pensar es amenazado por una idea contraria a la nuestra, tendemos a resistir, y no admitir nuestra equivocación. Tendemos a levantar un muro y, al hacerlo, aunque aparentemos ser humildes, nos tornamos intelectualmente arrogantes. Así, toda la energía de nuestro pensamiento se orienta a validar nuestra forma de pensar y a contradecir y descalificar la forma de pensar del otro. Nuestra obstinación es tal que no vemos nada enriquecedor en las opiniones o punto de vista del otro. Inclusive, interrumpimos al que habla para decirle: “desde mi humilde opinión, yo creo que esto es así…”! Cuando lo que en verdad estamos afirmando es: “lo que decís no tiene sentido. Es mejor que escuches al que sabe, lo que yo tengo que decir”, pensamiento para nada humilde, por cierto. Contra la arrogancia, pensar con humildad nos engrandece por permitirnos mejorar nuestra forma de pensar y elevar el nivel de nuestro pensamiento. Pensar con humildad nos mantiene en sintonía con las opiniones de otros, nos nivela con los demás, independientemente del género, cultura, experiencia, edad, altura, color de piel. Pensar con humildad nos hace reconocer que en nuestra cabeza existen trampas, ilusiones y barreras tales como prejuicios, falsas creencias, falacias de pensamiento. Todo ello nos conduce a sentimientos artificiales de superioridad intelectual. Este manto ficticio de superioridad mental es un impedimento para el aprendizaje. Como dice Epíteto, “Tú no puedes aprender, si crees que ya lo sabes”. Evalúa con frecuencia las siguientes preguntas para mantener bajo control tú soberbia intelectual y lograr mayor nivel de humildad intelectual.

¿Te consideras más inteligente que los demás? ¿En qué sentido? ¿Qué tan soberbio eres? ¿Tratas de amoldar, mitigar, eliminar tu arrogancia o le das rienda suelta a la soberbia? ¿Qué te hace suponer que tenés más conocimiento que la persona que está frente a vos? ¿Acaso es tu altura, edad, experiencia o cultura? ¿Te has planteado que siempre existe oportunidad de aprender algo, por más insignificante que sea, de cualquier persona o de cualquier situación? ¿Piensas en lo que podrías aprender de la otra persona? ¿Crees que porque tu billetera es más grande que la del otro, te hace intelectualmente superior? ¿Piensas que tu condición social o religión que profesas te convierte en dueño de la verdad y sólo tienen que escucharte a ti, mientras que tú desoyes a los demás? ¿Crees porque te llaman licenciado o profesor o doctor te encuentras posicionado en un pedestal por arriba de los demás? ¿Razonas que el puesto que ocupas en el lugar donde trabajas implica una superioridad intelectual? Evalúa continuamente tus pensamientos cuando estés conversando con otras personas. No seas presa de los espejismos mentales que te hacen ver más grande, derriba el castillo imaginario de superioridad que has construido en tu cabeza que te impide ver un paisaje muy basto a ser explorado. Quien tiene pensamiento humilde, no tiene muros, solo territorios por recorrer. Al despojarte de tu armadura de superioridad, te sentirás más ligero, menos estructurado, y mucho menos preocupado de posibles errores que puedas cometer. En definitiva, la persona que desarrolla su pensamiento basado en la humildad, es una persona flexible, libre, constructora de conocimientos, que no teme equivocarse, que formula preguntas, que indaga y busca respuestas, que escucha, que está abierto a ideas, que reconoce que el camino a seguir es largo, inexplorado, y que debe ser recorrido como una aventura, con entusiasmo y amor, donde uno es el actor y parte del todo. La humildad mental demanda nobleza de pensamiento. Como lo diría Ernesto Sábato, “para ser humildes se requiere grandeza”. Libérate de tu ficticia armadura de superioridad y viste el manto de humildad de Sócrates.



Pensar con Valentía “Lo contrario de la valentía no es la cobardía, sino la conformidad” Robert Anthony

El hombre virtuoso se enfoca en desarrollar la valentía de pensamiento. La valentía intelectual es un tanto diferente a la valentía de un militar que debe enfrentar al enemigo o que debe arriesgar su propia vida ante situaciones peligrosas o temerarias. La valentía del pensamiento es una valentía moral, que implica poseer un coraje superior y verdadero, en relación a la valentía física que es más bien un instinto animal. La valentía intelectual es la fortaleza mental de librar una lucha interna para enfrentar las creencias, ideas y punto de vistas, tanto propias como aquellas del grupo al que pertenecemos. Quien es intelectualmente valiente no teme del fracaso intelectual, ni del desprecio, calificaciones negativas o agravios que podría recibir por expresar sus propios pensamientos. Naturalmente, pensar con valentía implica reconocer, enfrentar y salir victoriosos ante nuestros miedos a quedar en ridículo, a ser excluidos, al fracaso, a la pérdida del prestigio, o de la seguridad de nuestras vidas. Como lo diría Nelson Mandela, “Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino el que conquista ese miedo”. Pensar con valentía también requiere pensar desde la humildad. Parece una paradoja, pero quien intelectualmente es humilde puede convertirse en intelectualmente valiente. El hecho de no enmascarar nuestras debilidades nos permite crecer y ese crecimiento se convierte en un acto de valentía. Valentía contra el pensamiento colectivo que impone, valentía contra ideas contrarias a las leyes naturales, valentía que enfrenta los contravalores que degradan la humanidad. ¿Por qué preferimos ir con la corriente del pensamiento colectivo? ¿Por qué con tanta facilidad damos por sentado las ideas, conceptos o puntos de vista aceptados por nuestros grupos de amigos o por la sociedad o cultura que pertenecemos? ¿Es acaso costoso valorar, analizar y expresar nuestras propias ideas, nociones, conocimientos? ¿Tenemos miedo de ser excluidos por cuestionar la forma de pensar del grupo? ¿Acaso nos da pavor ser un libre pensador? ¿Somos incapaces de juzgar con criterio nuestros actos, decisiones y comportamientos? Pensar con valentía implica acción mental. Requiere del coraje de cuestionar todos aquellos principios o conceptos que lo tenemos incorporados como verdaderos. Implica el

coraje de enfrentar conceptos contra nuestras propias creencias. Significa no tener miedo de oponerse a las opiniones y conocimientos de los demás. La cobardía del pensamiento ocurre debido a la ignorancia. Si indagamos a profundidad y comprobamos las ventajas que trae aparejada la valentía de pensamiento en la formación de nuestro carácter y en la construcción de nuestra vida, no dudaremos en optar por la valentía de pensamiento, desechando todo espacio de vacilación y cobardía de pensamiento. Es por ello, que la valentía de pensamiento surge del conocimiento, de pensar en nuestra forma de pensar, de analizar qué tan valiente somos mentalmente, de confiar en nuestra capacidad racional. Pensar valientemente implica conocer los peligros, tomar riesgos y cuestionar las ideas o conceptos de los especialistas e inclusive de la autoridad, pues no todo está escrito en piedra y hasta las cosas sagradas deben ser deliberadas. Quien piensa con valentía es capaz de borrar los miedos de ser rechazados por los demás. Pensar con valentía es no temer a cometer errores. Es reconocer que es razonable cambiar de postura o de punto de vista cuando nos damos cuenta de que estábamos equivocados. A fin de medir tu grado de valentía intelectual, te propongo las siguientes interrogantes: ¿Te has planteado cuáles son tus miedos internos, los más oscuros, que te encadenan mentalmente? ¿Cuáles son los que realmente impiden que alcances a tener una mente valiente? ¿Temes a perder poder? ¿Tienes miedo que tu imagen o reputación se deteriore? ¿Acaso tienes temor a quedar excluido por tus seres querido, amigos o inclusive por la sociedad? ¿Temes a perder la seguridad de tu estilo de vida, del trabajo que tienes? ¿Qué estrategia implementas para libertarte de los temores que te mantienen en paralizado? ¿Cuáles son las estrategias y acciones para ser mentalmente valiente? ¿Prefieres acomodarte a lo que dicen los demás o los cuestionas? ¿Temes quedar excluido por pensar diferente? ¿Te preocupa de lo que pueden decir de ti los demás? ¿Qué tan rápido te adaptas y subordinas a los comentarios de los expertos, de tu grupo de amigos o de la sociedad? ¿Qué tanta fe tienes en tu capacidad racional? ¿Se encuentra tu cerebro y tu capacidad de pensamiento totalmente delegado al grupo que perteneces o a lo que te dictan tus amigos o la sociedad? ¿Has hipotecado tu cerebro a otros, para que ellos piensen por vos o te apropias de tu cerebro y desarrollas tus ideas? ¿Temes pensar por ti mismo, por el temor que implica la equivocación y el fracaso? Los diálogos socráticos no son otra cosa que una invitación al coraje intelectual, a tener arrojo para pensar diferente, para encarar otros puntos de vistas, valentía para enfrentar las convenciones y resolver situaciones, y así ampliar nuestro entendimiento y lograr un mayor crecimiento personal. ¿Qué tan valiente puedes llegar a ser?



Pensar con Perseverancia “La energía y la perseverancia conquistan todas las cosas” Benjamín Franklin

En nuestras mentes siempre se libra una batalla interna; en un frente está concretar una actividad en la otra, posponerla, dejar de hacer. Es una lucha entre persistir para alcanzar un objetivo en particular contra discontinuar; se trata de una permanente puja entre profundizar el análisis contra analizar superficialmente; de terminar el desafío, por un lado, y postergarlo para el día siguiente, por el otro. Cotidianamente estamos ante una batalla interna que si es librada al azar o sin una conducción mental con determinación, siempre triunfa la falta de concreción, la postergación, el abandono, el tedio, la negligencia. Pensar con perseverancia es una disposición mental fuerte, orientada a enfrentar desafíos complejos difíciles de solucionar. Uno tiene perseverancia mental cuando no se rinde al estar dispuesto a encarar situaciones intelectuales complejas, problemas difíciles o situaciones que requieren de un pensamiento focalizado y continuo. Pensar con perseverancia también implica no doblegarse ante la cotidianeidad y la rutina que tiende a disipar nuestro enfoque de largo plazo para lograr nuestra misión en la vida. Pensar con perseverancia implica la determinación de ir paso a paso, de no detenerse, sino de proseguir, hora tras hora, día tras día, en el proceso de mejora, en el camino hacia nuestro areté. Lo contrario de pensar con perseverancia, es pensar con pereza. Quien mentalmente es perezoso, no puede profundizar un análisis y menos llegar a concluir un objetivo o propósito determinado. ¿De qué sirve conocer tu misión en la vida, sino vas a desarrollar el músculo del pensamiento perseverante. ¿Qué sentido tiene conocer la brecha que te separa de tu areté, si tu mente está dominada por el tedio, el aburrimiento o la conformista expresión “así nomás”? En nuestra mente existe una gran confabulación o sublevación que es liderada por la pereza, que ante cualquier síntoma de frustración respecto a la tarea que estamos realizando, resiste, se revela, y ataca el centro de mando de nuestra mente, obligándonos a dejar por el camino lo que intentamos hacer, es decir, a tirar la toalla. La pereza actúa primero internamente, en la mente, para luego, en forma externa, paralizar nuestras acciones, su forma material de exteriorizarse. Para Sócrates, la pereza de la acción era uno de los principales pecados capitales, al expresar que “no es perezoso sólo el que no hace nada, sino también el que pudiendo hacer algo mejor, no lo hace”.

Todo trabajo intelectual – y hasta físico- requiere enfrentar un desafío mental riguroso. Quien se da por vencido en este empeño mental, es como quien desenchufa su cerebro en medio del proceso o actividad que está emprendiendo. Sentarse en el sofá frente al televisor para ver un programa, es mucho más fácil que hacer ejercicio físico. Igualmente, resulta mucho más placentero que la mente divague sin ningún objetivo, antes que tenga que enfocarse en una actividad mental requirente de intensidad, esfuerzo o imaginación. Mantener al cerebro en punto muerto es una práctica muy común porque no requiere esfuerzo, pero a la vez, no conduce a ningún punto. No pensar, no criticar, no indagar, no focalizarse, no escuchar, no leer, no investigar, no cuestionar, no innovar, no crear. Todos son actos propios de la pereza intelectual. Para ir desde la parálisis mental, pasando por un pensamiento superficial, a uno de mayor profundidad de análisis, no hay otro camino más que evaluar constantemente nuestra forma de pensar y desafiarnos a nosotros mismos para tener mentes perseverantes. Tenemos que monitorear continuamente nuestro pensamiento, para sacarlo del divague y encausarlo a un estado más productivo. Debemos tener la capacidad de enfrentar los embates de la apatía, para luego acorralarlo y ahogarlo. Necesitamos reconocer que la pereza intelectual es sinónimo de pobreza intelectual. Pero a la vez, debemos ser conscientes que nosotros tenemos el switch para activar nuestros pensamientos desde el modo “off “ al “on”. El pensamiento con perseverancia es esencial para pensar a un nivel más elevado o profundo, sea cual fuese el campo o área de estudio. Se necesita perseverancia intelectual para enfrentar problemas complejos, para razonar correctamente con preguntas acertadas, inclusive para resolver situaciones en el día a día, o para anteponerse a situaciones que requieren de mayor nivel de creatividad. Seguidamente exploremos algunas preguntas que nos pueden ayudar a vigorizar nuestra perseverancia de pensamiento. ¿Revisas constantemente tu forma de pensar para determinar si está en modo “off” o en modo “on”? ¿Qué puedes hacer para ahogar al detractor que gobierna tu mente y te mantiene la cabeza clavada en la televisión o en el teléfono celular? ¿Sabías que solamente vos tenés el control para activar la perseverancia de tu pensamiento? ¿Cuáles son las sensaciones que experimentas cuando mantenés un bajo nivel de perseverancia de pensamiento? ¿Acaso sentís apatía, aburrimiento, dejadez? ¿Podrías enumerar los beneficios de mantener un pensamiento perseverante? ¿Crees que sería posible alcanzar tus aspiraciones o metas personales, si en tu mente reinan las ansias de abandono? Cuando calzamos la pereza intelectual, el trayecto a emprender es un sinsentido, mientras que nos encontramos ante un sendero fructífero cuando lo emprendemos con persistencia mental. Por tanto, es necesario tomar el control de nuestras mentes, apagando la apatía mental y encendiendo la perseverancia de pensamiento.



Pensar desde la Serenidad “La victoria y el fracaso son dos impostores, y hay que recibirlos con idéntica serenidad y con saludable punto de desdén” Rudyard Kipling

Realicemos un ejercicio de pensamiento visual. Sugiero la simbología que nuestra mente es un cántaro cargado de agua y con arena, pero en estado de continua agitación. Las aguas de este cántaro nunca están calmas si no en constante movimiento. En momentos, o casi siempre, la agitación es hasta violenta, infrenable. Ante tal convulsión, el agua arenosa tiene el color marrón y espeso. Ahora visualizá que la corriente se detiene, el barro se asienta y el agua se torna claro. Al lograr este estado, el agua pasa de espesa y marrón a ser clara y potable, sólo ahí, el potencial del pensamiento es inmenso. Una mente serena y calma es el objetivo del pensamiento racional. Si logramos contener la agitación de la mente y las emociones que las engendran podremos conquistar la batalla interna más crucial y, al obtener el dominio interno que significa la tranquilidad mental, podremos asentar las bases de un pensamiento más claro, creativo y productivo. Llevamos una vida ajetreada y conflictiva. Entre la rutina, el tránsito, las obligaciones, las metas impuestas y autoimpuestas, las ansias crecientes de adquirir bienes, el peso de la culpa, el qué dirán de mí, los flagelos del pasado, hasta el temor de lo que nos depara el futuro, todo ello dando vueltas en nuestra cabeza, en un remolino de pensamientos y emociones que se agolpan, entrelazan y terminan por entorpecer nuestra calidad y capacidad de pensar con serenidad y de forma racional. La mente es como una estampida de caballos salvajes, que debe ser apaciguada, controlada, guiada. De acuerdo a estudios recientes, el ser humano tiene 60.000 pensamientos diarios, de los cuales el 95% están relacionados a pensamientos de días anteriores, y el 80% de esos pensamientos son negativos. Así, la mente es un torbellino de miles de pensamientos improductivos, que no adhieren mucho valor y que, además, incuban emociones insensatas que nos alejan de la tranquilidad mental. Si no tomamos control de nuestra mente convulsa, ella seguirá tomando control de nosotros, de nuestros pensamientos, de nuestras emociones y hasta de nuestros actos. Para gobernar nuestra mente, primero debemos ser conscientes que es ella la que nos gobierna. La vida de Sócrates es una invitación para que tomemos el timón de nuestra mente y la desconectemos de todos los pensamientos redundantes e improductivos, así como de las

emociones dañinas que invaden nuestra mente, en un círculo vicioso, que contamina y hasta enceguece nuestra capacidad racional. En ocasiones las perturbaciones pueden provenir desde el mundo externo, como por ejemplo, a través de una ofensa, ya sea por medio de un agravio verbal o físico. Seneca, político y filósofo romano, relata cómo Sócrates utilizaba hábilmente el humor para amortiguador a los agravios más abusivos. En una oportunidad Sócrates se encontraba hablando con sus amigos, cuando un hombre irrumpió y por sorpresa le dio un golpe de puño en su oreja. En vez de enfurecerse, Sócrates hizo una broma de lo desagradable que resulta cuando uno sale de la casa y no está seguro si será un día para utilizar o no el casco. De este modo, Sócrates recurría al humor, y en ocasiones, la ironía, para no tomar en serio al agravio externo y mantener la serenidad. Esta forma de encarar situaciones de extremo agravio, con serenidad y humor, es mucho más efectiva para ridiculizar a quien te insulta, sin realmente insultar y evitar ingresar en un espiral de enfriamiento. ¿Debemos preocuparnos por los hechos o sucesos externos? Para Sócrates, de acuerdo a su modo de encarar la vida, la respuesta es un no categórico. A los sucesos externos lo podemos clasificar en tres categorías. Primero, aquellas cosas sobre las que no tenemos ningún control. Por ejemplo, cuando la persona con la que estamos tratando está malhumorada o el hecho de que está lloviendo o el tránsito impiden que llegue a tiempo al compromiso marcado. Pues bien, si nuestras acciones no tienen ningún efecto en estos hechos externos, entonces no debemos gastar tiempo en preocuparnos. En segundo término, existen acciones externas sobre las que tenemos cierto control, pero no un control total. Por ejemplo, cuando jugamos un partido de tenis y nos proponemos ganar o cuando nos imponemos metas que alcanzar en lo profesional o laboral. Nuestras acciones tienen cierto efecto en el logro del resultado, pero debemos ser consientes que existen diversas variables externas o exógenas a nuestras acciones que pueden actuar en nuestra contra. La tranquilidad mental no debe ser alterada en el caso del no cumplimiento de la meta, pues el objetivo que debemos proponernos debe estar centrado en alcanzar las metas internas y no las externas, como el caso en que perdemos un partido de fútbol cuando jugamos al máximo de nuestra capacidad o en el caso de una empresa, cuando no llega a la meta de rentabilidad pese a haber llevado adelante el emprendimiento empresarial con la máxima disciplina, seriedad, enfoque ético de los negocios y una orientación comercial con agresividad. Por último, están aquellas cosas que las podemos controlar en un cien por ciento, y estas no son otras que nuestros propios valores, principios, nuestra conducta ética, nuestra capacidad de discernimiento, nuestro control emocional, nuestra formación educativa, nuestro prejuicio, nuestros deseos, nuestras decisiones, nuestra determinación, nuestra actitud, nuestro pensamiento racional y creativo. Todos estos factores se encuentran en nuestro campo de dominio. La vivencia del filósofo nos enseña que debemos desconectarnos de las preocupaciones externas, los tormentos, los agravios de terceros, los temas intranscendentales del día a día, y de todo aquello que está fuera de nuestro control, y comenzar a volcar nuestra energía para

ocuparnos por lo único que está a nuestro alcance; el perfeccionamiento de nuestro mundo interior, de explorar la gran mina de oro que se alberga en nuestro interior, nuestros valores, emociones, raciocinio, conocimiento y conducta. Como bien lo enunciaba Marco Aurelio, emperador romano y filósofo del estoicismo que vivió varios siglos después de Sócrates: tu verdadero reino es tu mente. Es el único lugar que realmente es tuyo y de nadie más. Todos los bienes que te rodean no son realmente tuyos, sino que simplemente se presentan a tu disposición por cierto tiempo. El vaso que está en el aparador se puede romper, el auto que tienes en el garaje se puede descomponer o depreciar con el paso del tiempo. La casa donde vives puede dejar de ser tuya. Lo único que realmente es tuyo y debe estar bajo tu control es lo que tienes en la cabeza, en tu mente. Lo único que es tuyo es tu mente, los pensamientos que engendras, los valores que construyes, el conocimiento que edificas, el carácter que forjas y la conducta de tus acciones. No solamente tu pensamiento es tuyo, sino que es un reino que solo tú lo puedes construir, edificando tu fortaleza de seguridad, extrayendo las malas hierbas, purificando las tinieblas, cultivando un jardín de flores y frutales, con pensamientos conducentes, labrando las virtudes que nos acerca a la excelencia, a nuestro areté. Todo verdadero emprendimiento comienza en tu mente y su base es la serenidad. El sabio no es aquel que construye en el exterior un imperio de opulencias, sino el que primero edifica en su mente un mundo de serenidad, riqueza y felicidad. La serenidad socrática consiste en el buen orden de la mente, en construir tu propio reino interior, de modo a actuar acorde a esos pensamientos, conociéndonos a nosotros mismos y encaminando a las acciones cotidianas para alcanzar nuestra misión en esta vida. Las vicisitudes cotidianas están fuera del alcance de una mente serena. La sabiduría consiste en transformar el agua densa, oscura y tumultuosa del recipiente en agua cristalina y tranquila. Para ello, es necesario distinguir aquello que está a nuestro alcance, de aquello que está fuera de nuestro control. Plantéate las siguientes preguntas para practicar y fortalecer tu serenidad. ¿Tienes como objetivo lograr una mente serena? ¿Cuántas veces pierdes el control en el día? ¿Qué es lo que te saca de tus casillas? ¿Cuánto tiempo tardas en volver a un estado de serenidad mental? ¿En qué sentido la serenidad es mejor elemento disuasivo que la ira? ¿Cómo podrías permanecer sereno en medio de una tormenta? ¿Podrías practicar la serenidad cuando te enfrentas ante una situación complicada? ¿Qué crees que ocurriría si te pones como meta la serenidad? El hombre sereno es como un marino que no pierde el norte en medio de la tormenta. El está al control de la situación, porque en su mente las aguas son calmas. Quien controla sus pensamientos, y logra edificar su carácter, alcanza el máximo tesoro que se llama; serenidad. Aquel que cultiva la serenidad, puede alcanzar las metas externas, sin importar los obstáculos. La serenidad, nos enseña Sócrates a través de su vida, es la base del pensamiento racional y fundamento de una vida constructiva.

Comienza cada mañana practicando la plegaria de la Serenidad: “Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar las que puedo, y sabiduría para entender la diferencia”. Ahora que ya has comenzado a valorar la importancia de la serenidad mental y has internalizado el pensamiento con virtud, te encuentras en la etapa de proseguir en este camino de pensar como Sócrates y de iniciar a pensar con filtros.



PENSAR CON FILTROS



U

no de los aspectos intrínsecos del pensamiento socrático es la capacidad de evaluar constantemente nuestra forma de pensar. Para analizar nuestro modo de pensar debemos monitorear o examinar con cierta regularidad y máxima rigurosidad cómo estamos pensando para evitar que nuestro pensamiento sea opaco, difuso, superficial, poco relevante e irracional. Existen criterios o filtros del pensamiento que son universales y que actúan como herramientas que nos ayudan a calibrar nuestro pensamiento racional. Estos filtros debemos implementar, día a día, para testar nuestro pensamiento y así perfeccionar nuestra forma de pensar, hasta formar un nuevo hábito, de tal manera a que el monitoreo y la corrección de nuestra forma de pensar sea automático. Pues bien, ¿cuáles son estos criterios o estándares que actúan como filtros para pensar mejor? Según The Thinking Foudation, existen criterios o filtros del pensamiento socrático que nos ayudan a interpretar nuestro modo de pensamiento y a reencausarlos para mejorarlos. Ellos son: claridad, precisión, fiabilidad, profundidad, amplitud, relevancia, significancia. Cuanto más monitoreamos nuestros pensamientos, con el uso de estos criterios, nuestra capacidad de pensamiento se robustece como si se tratase de un músculo. Para perfeccionar el pensamiento racional debemos practicar e internalizar estos criterios hasta que se conviertan en una voz interna que nos guíen hacia un ascenso en la calidad del pensamiento. A modo de ejemplo, podemos preguntarnos regularmente, ¿estoy siendo claro con lo que estoy diciendo? ¿Es precisa la forma en que estoy abordando el tema? ¿Lo estoy analizando desde una perspectiva superficial o estoy introduciendo más informaciones para lograr mayor profundidad de análisis? Demos vuelta la página y comencemos a incorporar filtros al pensamiento.



Pensar con Claridad “Convertir lo simple en complicado está al alcance de todos; convertir lo complicado en simple, asombrosamente simple: eso es creatividad” Charles Mingus

La claridad es el valor esencial del pensamiento. Por medio del pensamiento nos comunicamos, explicamos, aprendemos. No tendría mucho sentido decir “yo aprendo matemáticas de una forma poco clara” o que un profesor diga con orgullo, “me siento realmente satisfecho porque he enseñado la lección de una forma no clara”. El propósito del pensamiento es mejorar nuestra forma de pensar para lograr mayor claridad o, dicho en términos contrarios, el objetivo es reducir las ideas confusas, las expresiones vagas, las argumentaciones borrosas, el pensamiento engorroso. Es necesario reconocer que en una etapa inicial del pensamiento, las ideas pueden no ser lo suficientemente claras o al menos comprender que siempre existe oportunidad para clarificar el punto de vista o la idea en cuestión. La falta de claridad del pensamiento obstaculiza nuestra forma de pensar, de comunicarnos, de explicar, de aprender. Es como un muro que nos separa de un mayor entendimiento. Imagínate por un momento un mundo donde todos piensan de forma opaca y confusa, donde nadie pueda comprender al otro por falta de claridad. Obviamente, la comunicación con uno mismo sería imposible, el conocimiento sería inexistente, y el desarrollo por medio de la colaboración de los seres humanos sería una Torre de Babel. Por tal motivo, el pensamiento con claridad es la base del pensamiento para escalar en conocimiento, para cooperar y crear las capas del desarrollo cultural de la humanidad. Pensar con claridad es la llave para los demás criterios o filtros del pensamiento, pues sin claridad es poco probable que uno pueda pensar de forma precisa, relevante, fiable, o amplia. De hecho, es poco lo que podríamos avanzar si la idea es confusa o poco clara. Tal como afirmamos, cuando el pensamiento es opaco, la comunicación resulta ser como un engrudo, difícil de digerir, de asimilar. De igual forma, si el pensamiento es confuso, la acción correspondiente no llegará a buen puerto. Es por eso, y lo reitero, que pensar con claridad es la roca básica de los elementos del pensamiento. Lo fundamental para lograr mayor claridad de pensamiento es primeramente suponer que nuestro entendimiento sobre el tema en análisis o discusión no es lo suficientemente claro, de que no contamos con una comprensión cabal y que por eso la idea debe ser sometida o

ampliada por medio de una mayor elaboración, ejemplificación e ilustración. La claridad de pensamiento implica la simplicidad, un estilo de valor fundamental para elaborar mejores ideas y comunicarnos de forma más efectiva. De hecho, las personas que logran claridad de pensamiento son capaces de trasmitir sus ideas de una forma muy sencilla, llana, sin rodeos. Cuando te encuentras expresando una argumentación o cuando estas investigando algún tema, es conveniente que analices qué tan claro está el tema y cuáles serían los mecanismos para clarificar o simplificar aquello que se presenta complejo. Recuerda que siempre existe espacio para lograr mayor claridad, independientemente de cuál sea la dificultad del tema que se está tratando. Piensa que todo aquello que es tenido por complejo puede ser clarificado. Inclusive un niño tiene capacidad para comprender temas complejos, cuando quien instruye es capaz de explicarlo de forma sencilla. Las técnicas para lograr mayor claridad de pensamiento son muy sencillas. Una de ellas sería descomponer el tema en sus partes fundamentales. Si estás analizando cómo funciona el conjunto de los órganos humanos, podrías focalizar el análisis en el funcionamiento del corazón, para luego comprender la interacción con otros órganos. Similar situación se daría cuando quieres conocer la totalidad de una casa. Primero ingresas a la casa por la sala, luego pasas al comedor, seguidamente a la cocina, de ahí a las habitaciones, pasando por el baño, hasta conocer todas las partes de la casa, para finalmente tener una idea clara del conjunto. Alternativamente, para lograr mayor claridad de pensamiento sobre un tema en particular podrías abordarlo desde el elemento más fácil y sencillo, pasando luego por lo más complejo. Así, comprendido el punto sencillo puedo subir de grada para abordar el nivel más difícil. Una vez avanzado todos los niveles de dificultad, es factible tener una claridad del conjunto del tema en análisis. A veces damos por sentado que la otra persona conoce el tema que estamos abordando y, por ello, tendemos a exponer el tema sin clarificar o profundizar. También podría ocurrir, y quizás esto con más frecuencia que el caso anterior, que creemos que nuestro conocimiento sobre el tema es muy claro y, por lo tanto, no hacemos el esfuerzo suficiente para detenernos y ponerle luz a nuestro pensamiento. Por ello, debemos de valernos de algunas preguntas socráticas para ayudarnos a lograr mayor claridad de pensamiento, las cuales se citan a continuación. ¿Podrías elaborar o profundizar un poco más lo que estas explicando? He escuchado que dijiste “____”. ¿Lo que escuché es correcto o te he mal interpretado? ¿Cuáles son las partes del todo que estoy analizando? ¿Existe algún caso similar, quizás en otro campo de la ciencia, que me podría ayudar para lograr una mayor comprensión del tema? ¿Cómo explicarías a un niño, el tema en cuestión? ¿Podrías definirlo? ¿Podrías ejemplificarlo? ¿Cuál sería un ejemplo o una ilustración que me permita comprender mejor el punto que estas señalando? La ejemplificación es una herramienta poderosa para clarificar una idea. Cuando analizamos por medio de un ejemplo, el tema o aspecto en discusión es conectado

inmediatamente con algo concreto del mundo real. El pensamiento o la idea en discusión se transforman o traduce a algo concreto, se conecta a un significado un hecho que podemos conocer, sentir, tocar o imaginar de un modo distinto. En la medida, en que jugamos con el concepto, ya sea visualizándolo o separándolo en las partes que lo componen, nuestro pensamiento se torna menos abstracto y se vuelve más real y claro. Para pensar con claridad tenemos que ser consientes que nuestro pensamiento es, por lo general, opaco. Las ideas y conceptos que manejamos no son tan claros como creemos que son. Es por ello, que de tanto en tanto debemos evaluar nuestra forma de pensar y cuando logramos reconocer que nuestro pensamiento es poco claro, debemos encender la linterna para clarificar las ideas. Lograr un pensamiento claro nos desata de la oscuridad. Al volvernos libre de la opresión que significan las ideas engorrosas, podemos elevar nuestras alas del pensamiento para volar a niveles más elevados.



Pensar con Precisión “El noble no expresa nunca su parecer sobre las cosas que no comprende. Busca la máxima precisión en sus palabras; esto es lo más importante” Confucio

Un filtro muy ligado a la claridad es la precisión del pensamiento. La claridad nos permite comprender un hecho o una situación de una forma sencilla y transparente, en tanto que, con la precisión logramos ir más allá de la claridad por medio de un entendimiento más enfocado. Si la claridad sería como comprender por medio del uso de una linterna, la precisión sería como analizar un tema con el uso de una lupa. A modo de ejemplo, si una persona dice “me siento enfermo, tengo fiebre”, uno tiene claridad de la situación en la que se encuentra la persona, pero si la afirmación se vuelve un poco más específica, “me siento enfermo, tengo fiebre, estoy con 37,5 grados de temperatura”, entonces tenemos una mayor precisión de la situación en la que se encuentra el enfermo. Es cierto, la persona tiene fiebre, pero por la información que tenemos no es tan preocupante. El caso hubiese sido mucho peor si la temperatura hubiese sido de 40 grados. Ante esta mayor claridad no hay por qué preocuparse e ir corriendo a consultar al doctor, basta con poner un paño húmedo sobre la frente del paciente. Obviamente existen situaciones en que no se requieren precisión o en que el grado de detalle ya es suficiente. Por ejemplo, si preguntas si está lloviendo afuera, la respuesta es “sí” o “no” y ya no se precisa mayor detalle. Pero, si un amigo acude a vos y te dice, “tengo un problema financiero, necesito tu ayuda”, sería lógico que le preguntes si tiene una deuda, con quién la tiene, de qué monto se trata, o cuando es el vencimiento de la obligación. Es importante asumir que el pensamiento o idea en discusión podría no ser preciso y, por lo tanto, requiere de una mayor especificación, puntualizando los temas concretos con sus detalles. Estas son algunas preguntas que deberías implementar con cierta regularidad para lograr mayor precisión de pensamiento. ¿Podrías ser más exacto o específico para comprender sobre lo que te estás refiriendo? ¿Cuál es el problema real, de qué específicamente se trata? ¿Me podrías dar algunos detalles de lo que estás diciendo? ¿Podrías especificar o cuantificar lo que estas apuntando? ¿Cómo definirías al concepto que estas puntualizando?

¿Cuáles son los datos, cifras o estadísticas que debería utilizar para comprender mejor este fenómeno? Existe una fórmula muy sencilla utilizada en la investigación periodística, la investigación policial y la investigación científica para lograr mayor claridad de pensamiento. Esta fórmula fue presentada por Rudyard Kipling, escritor y poeta británico, en su obra Just go Stories (1902), en donde en un poema abre de la siguiente manera: Tengo seis honestos sirvientes Me enseñaron todo lo que sé Sus nombres son Qué y Por qué y Cuándo Y Cómo y Dónde y Quién En la actualidad, está fórmula para lograr mayor claridad se la conoce como las cinco W y una H: ¿Qué? (What?), ¿Por qué? (Why?), ¿Cuándo? (When?), ¿Dónde? (Where?), ¿Quién? (¿Who?), ¿Cómo? (How?). Con estas preguntas elementales ya contamos con herramientas suficientes para clarificar cualquier hecho desde distintos ángulos. Como podrás comprobar, pensar con precisión es una tarea tan sencilla como fundamental. Al combinar la claridad con la precisión de pensamiento estamos escalando en nuestra capacidad de pensamiento. Pero, aún tenemos varias gradas para seguir escalando. Avancemos.



Pensar con Fiabilidad “Somos engañados por la apariencia de la verdad” Horacio

Uno puede ser claro, preciso pero al mismo tiempo poco fiable. En ocasiones la información o evidencia que utilizamos para precisar podría ser engañosa o falsa. Es por eso que requerimos de un filtro de fiabilidad para lograr mayor veracidad de pensamiento. ¿De qué sirve lograr claridad y precisión de pensamiento si carecemos de fiabilidad? Cuando hablamos de fiabilidad vamos más allá del uso de la lupa como mecanismo de pensamiento, pues en este nivel de pensamiento nos comenzamos a plantear la fiabilidad de la lupa. Examinemos el ejemplo del capítulo anterior para comprender el punto que se está señalando. Si una persona dice, “me siento enfermo, estoy volando de fiebre, tengo 40 grados de temperatura”, sería natural que nos preocupemos, pero también sería razonable que nos cercioremos si el termómetro está funcionando correctamente, pues de estar averiado, la temperatura sería incorrecta, y tomaríamos la decisión incorrecta. Con los datos y las cifras estadísticas pasa lo mismo, tendemos a utilizar las encuestas o cifras que mejor calzan a nuestro pensamiento o argumentación, sin antes pasar por la vara de la fiabilidad. Es por ello que el pensamiento debe ser claro, preciso, pero también fiable. Entonces, sería poco lógico concluir que con la claridad y precisión ya es suficiente. Veamos otro ejemplo. Una persona puede ser precisa pero poco fiable, diciendo que mide 1,97 cm, cuando en realidad solo mide 1,77 cm. El hecho de que alguien utilice estadísticas, o se base en alguna fuente de información no quiere decir que las mismas las conviertan en una afirmación creíble. Hay que tener cuidado y chequear todo aquello que respalda un pensamiento, opinión o argumentación, pues su fiabilidad es trascendental para lograr un mejor pensamiento. La fiabilidad del pensamiento, tal como afirmamos, está dada por la validez de la información que la utilizamos. Debemos preguntarnos, ¿cuál sería la consecuencia si las informaciones que utilizamos como base del análisis son erróneas y no reflejan la realidad? Un análisis, al igual que un argumento, es tan válido como lo son sus fuentes, tales como: informaciones, testimonios, evidencias, datos y estadísticas a los que se refiere. Si la fuente de información que sostiene un análisis o un argumento es errónea, entonces el pensamiento será también erróneo. Por lo tanto, para lograr mayor fiabilidad de pensamiento debemos

plantearnos las siguientes interrogantes: ¿Cómo podríamos verificar que los hechos son fidedignos o son los correctos? ¿Cuál es la fuente de la información y que validez tiene? ¿Has verificado si la afirmación que está en discusión es valedera? ¿Sería posible validar la fiabilidad de los datos, cifras o estadísticas utilizadas? ¿En qué sentido es confiable la información que sostiene el punto de vista? Es importante que siempre estés alerta de la validez de la información para que no caigas presa de ella. A las informaciones siempre tenemos que sopesarlas y “agarrarlas con pinza”, de ser necesario, para evaluar su validez. Sólo así podremos garantizar la fiabilidad de nuestro pensamiento, de lo contrario existe el riesgo de que el pensamiento sea impreciso. Por lo general, el pensamiento, así como la argumentación, no son siempre fiables y tienden hacia el uso de datos, cifras y fuentes de información, como los testimonios de personas, que beneficien nuestros propios intereses, llevando a conclusiones erróneas. Para tener cierta garantía que nuestro pensamiento sea fiable, es preciso estar seguros, ser rigurosos y chequear la veracidad de las informaciones, los supuestos, las cifras y los testimonios. Antes de pasar de capítulo, recuerda esta recomendación: no te dejes engañar por informaciones que utilizan terceros, ni mucho menos te auto-engañes con las que tú utilizas. Se siempre preciso de pensamiento.



Pensar con Amplitud “Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego” León Tostoy

El pensamiento tiende a ser estrecho, vemos solo el árbol y no el bosque. Es importante desarrollar la capacidad de ampliar nuestro horizonte y no encerrarnos en punto de vistas muy estrechos, sino de tener una mirada amplia, como la desde un helicóptero, para así incorporar otras perspectivas, dimensionar otros enfoques y ampliar nuestra capacidad racional. Pensamos en forma estrecha cuando desestimamos puntos de vistas que pueden ser pertinentes para un tema en discusión. Al descartar otras interpretaciones pensamos desde una perspectiva cerrada o con una mirada miope. Por lo general, nuestro pensamiento siempre opta por la misma tecla, cuando podríamos ejecutar una armonía con todas las teclas del piano. Es posible que esta conducta de una mente estrecha se deba a un conjunto de factores como una limitada educación, carencia de valor, de aventura o una mirada egocéntrica. Tendemos a ver como una amenaza los puntos de vistas que contradicen nuestra forma de pensar o con las del grupo social al que pertenecemos. Resulta mucho más fácil y conveniente ignorar otros puntos de vistas que considerarlos e interpretarlos. Cuando la mente es estrecha, el conocimiento es limitado. Cuando el pensamiento es miope, las oportunidades de crecimiento escasean. Es imposible ser un aprendiz o una persona predispuesta a expandir la frontera del conocimiento si nos limitamos a un entendimiento básico y defensivo que impide asimilar nuevas perspectivas, puntos de vistas o formas de pensar. Comienza a oxigenar y abrir tu mundo mental escuchando nuevas interpretaciones, digiriendo nuevas formas de pensar, asimilando perspectivas ajenas a las tuyas, observando desde lo alto el bosque. Si quieres ampliar el cuadro de tu paisaje mental debes emprender como hábito éstas preguntas: ¿Estoy analizando el tema desde la cúspide de la montaña o desde la planicie del valle? ¿Cuáles serían otros puntos de vista relevantes para el tema en discusión? ¿Qué puntos de vista he ignorado y cuáles debería incorporar? ¿Qué nuevos libros debería leer, a qué conferencias debería asistir o que nuevas habilidades podría desarrollar para ampliar mi perspectiva de pensamiento?

¿Cuáles son las personas o especialistas en el tema con las que debería interactuar para que me orienten y amplíen mi percepción del tema? ¿Quiénes son las personas no conocedoras del tema en cuestión que me podrían dar una interpretación distinta, de otro campo de observación? ¿Cuáles son las materias o ciencias que se relacionan o que son opuestas con el tema que estoy estudiando? ¿En qué sentido se conectan las ideas y opiniones de terceros para conformar un entendimiento más amplio? ¿Qué países, regiones o culturas debería visitar para tener un entendimiento más vasto? En los diálogos socráticos, se presenta al filósofo con conocimientos amplios en geometría, poesía, historia, escultura, ciencia, drama, gimnasia. Al parecer, Sócrates era un hombre de amplio conocimiento, un lector que conocía los textos de los poetas, historiadores y filósofos. Esta amplitud de perspectiva le permitía combinar las nociones y conocimientos de distintos campos para indagar y penetrar en nuevas áreas de estudio. El extenso conocimiento que poseía lo utilizaba como una caja de herramientas para plantear nuevas preguntas, explicar desde otras perspectivas, combinar conceptos de diferentes campos, y así contar con un pensamiento amplio para lograr una mayor comprensión. El pensamiento socrático también es una invitación para ensanchar nuestro horizonte mental y utilizarlo como herramienta para mejorar nuestra forma de pensar. Ahora que hemos incorporado la capacidad de pensar con amplitud, ¿estás listo para pensar con profundidad?



Pensar con Profundidad “Mantén la mente abierta, la verdadera ciencia comienza con la observación. Pensar con Profundidad” Brian Weiss

Observar el océano desde la playa es muy diferente a bucear en la profundidad. Lo mismo pasa con la forma de pensar, uno puede pensar un tema con amplitud de pensamiento y también lo puede abordar con mayor profundidad. Pensamos con profundidad cuando nos zambullimos y nos alejamos de la superficie, ya sea de temas que requieren amplitud o que son superfluos o triviales. Para pensar con profundidad debemos identificar los aspectos complejos del tema en discusión. No todos los temas o preguntas a tratar son profundos, también existen los cotidianos, simples o superficiales. El pensamiento superficial o simple es apropiado para los temas o aspectos superficiales, aquellos del día a día. Pero también debemos reconocer que los temas o preguntas complejos no se pueden resolver desde un pensamiento superficial. Si la pregunta es ¿Quién eres?, desde un punto de vista de la profesión que ejerces, la respuesta es muy sencilla, “yo soy un veterinario”, por ejemplo, lo que indica que una pregunta sencilla requiere de un pensamiento sencillo. Pero, si la misma pregunta “¿quién eres?” la formulamos desde un aspecto filosófico, ya nos encontramos en una dimensión más compleja. Así, la pregunta se torna profunda y, por lo tanto, requiere de un pensamiento más profundo. En ocasiones nuestro pensamiento tiende a simplificar contextos complejos y trata de resolverlo desde una dimensión sencilla. Tendemos a simplificar los temas y lo encaramos con una mirada incapaz de percibir la complejidad o profundidad que puede tener un tema. Para lograr una mirada más profunda, ante planteamientos complejos, es necesario preguntarse: ¿El tema, reflexión o pregunta que estamos discutiendo es simple o complejo? ¿En qué sentido se torna compleja? ¿Cuáles son las dificultades inherentes a este tema o problema? ¿Está tu pensamiento orientado a resolver el tema complejo o lo estas abordando desde una dimensión simplificada? ¿Qué tanta fuerza de voluntad o persistencia de pensamiento tengo para seguir indagando, investigando y desentrañando la complejidad del tema en análisis?

¿Existe algún fenómeno relacionado al tema complejo que me podría ayudar a comprenderlo desde otra mirada? ¿Qué tan complejo es el tema que estoy analizando? ¿La conclusión a la que estoy arribando se basa en un pensamiento simplista o es fruto de un análisis más riguroso? Una técnica muy sencilla para profundizar el pensamiento es por medio de la indagación persistente de un tema a través de la pregunta ¿cómo ocurre este hecho? o ¿por qué surge este fenómeno? Comprendido el hecho o fenómeno volvemos a utilizar las mismas preguntas sobre el tema esclarecido para escarbar en una superficie más profunda, y, así sucesivamente hasta alcanzar mayores grados de profundidad. Para comprender el uso y la importancia del pensamiento con profundidad valdría la pena realizar un paralelismo con el pensamiento. Disponemos de un pensamiento simplista cuando pretendemos comprender algún fenómeno o hecho desde una mirada rápida o por medio de un análisis superficial. Cuando tenemos el hábito de pensar de una manera simplista, arribamos a conclusiones de forma inmediata, sin procesar la información, sin comprender cabalmente el tema, pero sin un desgaste de tiempo y energía. Debemos tener en claro que sería erróneo aplicar un pensamiento simplista cuando nos enfrentamos ante la necesidad de realizar un análisis complejo. Resulta imposible conocer la profundidad del océano desde una mirada de la playa, así como no tendría sentido tener una idea de cómo es la playa por medio de una mirada desde el abismo del océano. A los temas que son complejos debemos encararlos desde un razonamiento con profundidad, mientras que a aquellos sencillos, desde una perspectiva simplista.



Pensar con Relevancia “El gusto de la concentración productora debe reemplazar, en un hombre ya maduro, al gusto de la desperdigación” Charles Baudelaire

Imagínate un arquero antes de disparar una flecha al blanco. Primero, el arquero se posiciona a una distancia frente al blanco. Posteriormente, lo mira con detenimiento al agarrar su flecha tensionándolo en la cuerda de su arco, y con un trazo de arriba abajo desciende el arco, hasta proyectar una línea recta e imaginaria entre la punta de su flecha con el centro del blanco. Acto seguido, respira lentamente sin perder el enfoque en el centro del blanco. Finalmente, suelta la flecha, y ésta impacta con precisión en el objetivo. Pensar con relevancia es orientar nuestro pensamiento y argumentación al tema central en discusión o en análisis. Realicemos un ejercicio situacional. En este momento te encuentras en una reunión de colegas de trabajo, para discutir sobre como ampliar las ventas en el interior del país. Al rato, la discusión gira y las personas comienzan a hablar de temas que no se relacionan directamente con el objetivo central de análisis. Un colega comenta que él es del interior y que en su ciudad la gente duerme a la siesta y tiende a ser muy hogareña. Otro comenta que en ocasiones suele ir los fines de semana al interior. Así, la discusión va perdiendo lentamente el foco central y la relevancia, pues ya todos están divagando y nadie se está centrando en el objetivo central. Nuestros pensamientos, al igual que nuestras argumentaciones, tiene el hábito de perderse por las ramas y desviarnos del tema central. El pensamiento irrelevante es una forma incorrecta de pensar porque nos desvía del cauce central. Perdemos capacidad de relevancia cuando el pensamiento se pierde por las ramas, desestimando el tema central de análisis o discusión. Por ello, debemos estar alertas y no ser arrastrados como el agua de un río que toma un cauce secundario alejándose de la corriente central del río. Para mantener el enfoque y no perder relevancia de pensamiento, es recomendable realizar un esfuerzo mental para comprender el tema en discusión, el alcance de la pregunta, o el aspecto que está bajo análisis. Si el tema en discusión es referente a la ética, entonces los principios éticos son relevantes. En caso que la discusión fuese sobre una ley, entonces los aspectos e interpretaciones legales son relevantes. Contrariamente, si la pregunta o discusión es sobre un tema ético, los aspectos legales podrían ser irrelevantes. Si el tema en discusión o análisis es “A”, pero tú te desvías inconscientemente a “X”, entonces has escogido un camino incorrecto en el análisis o discusión.

Es necesario realizar un continuo esfuerzo y ajustar el pensamiento a las demandas del tema que se está tratando o analizando. Para reencausar el pensamiento o al menos testarlo de que está por el camino correcto, es necesario evaluarlo por medio de las siguientes preguntas. ¿Cuál es el tema en discusión, cual es el objetivo del análisis que se está realizando? Si se desconoce cuál es el objetivo del tema en análisis cualquier opinión o comentario es válido. ¿En qué sentido se relaciona lo que estás argumentando con el problema en discusión? ¿Evalúas tu pensamiento con frecuencia para ver si es consecuente con el objetivo del análisis, para así reencauzarlo al tema central? ¿Estás divagando o te encuentras en el cauce correcto de la discusión? ¿Tienes el hábito de evaluar el pensamiento de los demás y los alertas cuando ellos se desvían del objetivo central? Se necesita cierta disciplina y capacidad de orientación mental para no desviarse del tema y, en caso que ocurra, la capacidad para reorientarlo a su cauce original. Los Diálogos Socráticos no son un divague de ideas. Ellos se centran en un determinado tema, analizándolo desde distintas perspectivas y profundidades, en todo momento se ve un esfuerzo para no perder el hilo conductor del pensamiento. Si Sócrates no hubiese enfocado su pensamiento con relevancia, los diálogos serían más bien digresiones, divagues o un conjunto de ideas sueltas, incapaces de alcanzar y crear nuevos entendimientos.



Pensar con Significancia “Fijar prioridades presupone que hay cosas más importantes que otras, aunque ¿importantes en relación a qué?” David Allen

Pensar con significancia es ir un paso más allá del pensamiento con relevancia. Sigamos con el ejercicio de visualización anterior. Una vez que el arquero se centra en el blanco, él debe ser capaz de seleccionar las flechas o proyectiles más importantes para alcanzar el blanco. Es probable que descarte las flechas de plástico y que se centre en flechas con un contenido más consistente. Cuando razonamos con significancia sobre algún tema relevante, podría surgir una batería de informaciones, ideas o conceptos, que muchos de ellos podrían ser de poca significancia, mientras que algunos, sí, de alta significancia para el análisis en cuestión. Ante tantos elementos o informaciones del tema en cuestión, podríamos quedar inundados de tanta información y a la vez atrapados al ser incapaces de distinguir aquellas ideas, conceptos o fuentes de información más importantes para analizar el punto de discusión. Podría darse el caso que las informaciones o elementos de la discusión son fiables, pero resultan ser de poca significancia para el tema en cuestión. Al caso contrario también hay que tomarle cuidado, cuando existe significancia pero carece del criterio de fiabilidad. Entonces, primero debemos enfocarnos en aquellos insumos significativos para el análisis y desechar aquellos carentes de significancia. Seguidamente, una vez identificado los significativos, podríamos categorizarlos por orden de importancia. Pensar con significancia implica focalizarse en los aspectos más sustantivos del tema en cuestión, en las fuentes más sólidas, en las consecuencias más importantes, en las implicancias más significativas. Se trata de un ejercicio mental, consistente en encontrar la roca fundamental del tema en análisis o en discusión. Por un momento en tu vida, piensa cómo aprovechas tu tiempo, en la forma en que utilizas tu tiempo en actividades triviales y poco importantes, en relación a aquellas que adhieren más valor. Dedica un tiempo para analizar los pensamientos que dan vueltas en tu cabeza, clasifica y, de ser posible, elimina aquellos que son poco significativos y céntrate en los pensamientos importantes que implicarán un cambio en tu vida. La misma técnica mental podes utilizar para identificar los elementos que estas considerando en una discusión o análisis de un tema. Las preguntas que debemos utilizar como

herramientas para lograr un pensamiento de mayor significancia son: ¿Cuál es la información más importante que debemos incorporar en esta discusión? ¿Podrías clasificar de mayor a menor importancia los elementos del análisis o la discusión? ¿Cuál de estas preguntas es la más significativa? ¿Cuál de estas ideas, conceptos, fuentes de información son las más importantes? ¿Cuáles son las menos significantes? Escoger la flecha correcta para impactar con precisión en el blanco debe ser incorporado como un esquema de pensamiento cotidiano que nos permitirá ser más asertivo en el análisis, nos llevará de una manera más inmediata, sin desperdicio de esfuerzo y tiempo, a contar con una interpretación más significativa del tema en análisis o en discusión. Sería como analizar un problema o situación con el uso de la fórmula de Pareto del 20/80. Es decir, si tengo el hábito de centrarme en el aspecto más significativo, dejando a un segundo plano otros factores, podría tener una mayor capacidad de análisis con menos esfuerzo. Una vez que has logrado conocerte a ti mismo, y a la vez ya has sido capaz de incorporar los pensamientos con virtudes y los pensamientos con filtros, estas en condiciones de avanzar y comenzar a pensar con técnicas.



PENSAR CON TÉCNICAS



U

n joven deseoso de obtener sabiduría se encontró finalmente con Sócrates y le pidió que le enseñe todo lo que sabía. El filosofo le respondió, “Yo no puedo enseñaros nada, sólo puedo ayudaros a buscar el conocimiento dentro de vosotros mismos, lo cual es mucho mejor que traspasaros mi poca sabiduría.” Tal era el proceder de Sócrates, pues él no era un libro abierto con respuestas a todas las preguntas. Pero, ¿cuál hubiese sido la respuesta de Sócrates si el joven le hubiese preguntado cuales son las técnicas para pensar mejor? Lastimosamente, tal planteamiento nunca sucedió. Quizás para responder esta pregunta debemos recurrir a los rastros que se encuentran en los diálogos socráticos, que nos podrían ayudar a descifrar las herramientas para mejorar nuestra capacidad racional. Naturalmente, luego de pensar con virtudes y pensar con filtros, nos encontramos en condiciones para pasar al siguiente nivel de pensamiento y comenzar a razonar con técnicas. Estas técnicas las debemos desarrollar, a tal punto, hasta convertirlas en nuestro ADN del pensamiento. Como un juego, una vez que las repeticiones continuas de las técnicas se convierten en hábitos, ellas serán parte integral de nuestro esquema de pensamiento. Sócrates nos ofrece una caja de herramientas para pensar con técnicas, tales como: pensar con curiosidad, vaciar la vasija, pensar con el oído, pensar de arriba abajo, pensar con preguntas, pensar con contraejemplos, pensar con metáforas, desarrollar el diálogo y promover un ambiente creador en koinonia. ¿Es posible alcanzar el conocimiento si desconocemos como pensar mejor? ¿De qué sirve tener colgado el título de licenciado o doctorado si no somos capaces de pensar por nosotros mismos? Pasemos ahora a conocer las técnicas que anfianzarán nuestra capacidad racional.



Pensar con Curiosidad “Siento menos curiosidad por la gente y más curiosidad por las ideas” Marie Curie

De niño somos criaturas curiosas, de adolecentes nos inclinamos a ser indiferentes y en la edad madura tendemos a volvernos desconfiados. La primera y la más simple emoción que descubrimos en la mente humana es la curiosidad. Lo único que no podemos enseñar a los niños es a ser curiosos. Esa curiosidad está vinculada a la naturaleza de mantener los radares prendidos ante cualquier señal y de formular preguntas. Los sentidos de los niños están siempre encendidos; observan, experimentan, sienten, huelen. Cada acción, cada fenómeno les produce curiosidad, asombro y la necesidad de seguir indagando. La lluvia, el trueno, el salto de una rana, el transitar de las hormigas, la luz cuando se enciende, las nubes que cambian de forma, los murciélagos que revolotean a la noche, el planear de un pájaro. Son pequeños pero con una gran curiosidad. Los niños son preguntones, su mente está llena de preguntas que requieren ser respondidas. Pero ante tantas preguntas de los niños que nos chillan en el tímpano; “¿por qué esto?, ¿qué es aquello?, ¿por qué lo otro?, ¿para qué sirve esto?”, los adultos no tardamos en encargamos de sepultar su curiosidad con respuestas cortantes; “porque así es”, “porque así siempre fue”, “porque yo quiero”, o, peor aún, “porque yo lo digo”. El niño no tarda en comprender que el precio de la curiosidad es el reproche, la indiferencia y, entonces, comienza a entender que es mejor aceptar las cosas tal como son y que ser curioso no es para nada un buen negocio. La curiosidad del pequeño se va transformando lentamente en una mente apática, dogmática, que acepta las cosas como son, que se amolda al pensamiento de los demás, que asiente las aseveraciones convencionales, que entienden que las cosas son porque son. Se trata de una involución, que va de la curiosidad al desinterés y, lo peor, al dogmatismo. Existe un dicho que dice “la curiosidad mató al gato”. En cuanto a los niños, la falta de curiosidad es la que termina por matar su interés de conocimiento. El sistema escolar también se encarga de contribuir a matar el deseo del niño por indagar, por ir más allá del cerco de lo conocido, por crear. En el colegio el conocimiento está estructurado, encasillado, enlatado. Las respuestas están en lo que dicta el profesor o en la página tal del libro asignado. Nacemos curiosos pero muy pronto nos enfrentamos contra la realidad de que las cosas son como son, y nos vemos obligados a aceptarlas como tales.

Pero siempre están los inadaptados, los que se resisten contra el convencionalismo, los que mantienen vivo la llama de la curiosidad. Sócrates, Arquímides, Leonardo da Vinci, Galileo Galilei, Albert Einstein fueron grandes genios no porque tenían un ADN diferente al común de la gente, sino por la sencilla razón de que eran extraordinariamente curiosos e inquisitivos, nunca se amoldaron a las convenciones, siempre quisieron escarbar más, ir a mayor profundidad, interpretar las cosas desde otro ángulo, mirar las cosas con otros prismas. La curiosidad es la piedra fundamental del método del pensamiento socrático. La curiosidad es el valor que mantiene la mente siempre rejuvenecida. Cuando la curiosidad decrece, la mente no tarda en apagarse. Es la llama que mantiene al cerebro con vitalidad. Es imposible cultivar amor al conocimiento y a la sabiduría, si no fomentamos el amor a la curiosidad. La curiosidad es un músculo mental a desarrollar, es la leña que da calor a la brasa del conocimiento. Sin leña no hay fuego, y sin curiosidad, es imposible el conocimiento y la creación. La curiosidad es la llave que nos permite abrir la puerta hacia nuevas ideas. Es la energía que mantiene vivo nuestros pensamientos. La ventaja de ser una persona curiosa es que ésta te convierte en un individuo de mente abierta hacia nuevas ideas, conceptos, valores, puntos de vista, conocimiento. Ser curioso te ayuda a abordar tareas intrincadas o situaciones problemáticas de una manera persistente y positiva. La curiosidad es la fuerza que permite alcanzar el pensamiento con profundidad. Sería difícil desarrollar una mente perseverante, determinada a lograr profundidad de pensamiento, si no existiese curiosidad. La curiosidad nos posibilita descubrir nuevas puertas, explorar nuevos campos, y ver posibilidades donde otros ven un murallón al final de la carretera. Para recuperar y acrecentar nuestra curiosidad debemos primeramente preguntarnos, ¿cuál es el significado de curiosidad? La curiosidad es un estado mental o, mejor dicho, una actitud mental activa que te permite estar extraordinariamente interesado en el mundo interno y externo. La curiosidad es la ambición de aprender más sobre un tema determinado, de explorar nuevos territorios. Es una fuerza interna que busca por todos los medios el esclarecimiento. Representa la fuerza motriz del libre pensador. La curiosidad es lo contrario a la apatía mental y la negación de todos los dogmas. De la vida de Sócrates podemos extraer algunas lecciones para cultivar nuestra curiosidad. La primera es que no importa cuántos años tengas, la curiosidad siempre puede mantenerse viva. Al cultivar la curiosidad, como lo hizo el filósofo, nuestra mente permanecerá siempre joven, como la de un niño, sin importar el transcurso de los años. Para permanecernos jóvenes, con la guardia siempre arriba como la de un boxeador, tenemos que estar en estado permanente de curiosidad intelectual. Como lo diría Salvador Paniker, pensador español, “La juventud de un ser no se mide por los años que tiene, si no por la curiosidad que almacena”. Uno de los aspectos más importantes que te ayudará a desarrollar la curiosidad es tener la mente abierta hacia todo lo que es nuevo en tu vida, puede que sea una pregunta, una tarea o cualquier fenómeno o situación a la cual te estés enfrentando. Bloquear o estrechar tu mente sólo disminuirá tu curiosidad, lo que significa que puedes perderte las oportunidades y desafíos. Hay que estar dispuesto a aprender algo nuevo, a utilizar el tiempo con curiosidad para descubrir lo nuevo en lo viejo, las oportunidades en la monotonía.

El entusiasmo te permitirá estar mucho más interesado en un tema determinado que si no lo tienes. Como si se tratase de un juego mental, uno de tus objetivos debe ser convertirte en un entusiasta, asociando la diversión y la alegría con las tareas que tienes que realizar, en lugar de esperar que sean una pérdida de tiempo, una carga agobiante o algo irrelevante. Otra excelente manera de ser entusiasta es detectar desafíos en tus tareas e intentar superarlas. Lucha y vence al aburrimiento. La pereza es un virus en el cerebro que apagan las neuronas. Somete a ese virus y enciende el universo de billones de estrellas que llevas dentro de ti. Al estar aburrido, constantemente disminuyes tu curiosidad hasta que alcanzas tu anticlímax. Con el fin de aumentar tu curiosidad, tendrás que evitar el aburrimiento por cualquier medio. El aburrimiento se acumula cuando no estás más interesado en los nuevos temas o cuando se cumplieron todas las metas que deseabas. Es notable, pero el aburrimiento se cura con curiosidad y la curiosidad no se cura con nada. Entonces, para eliminar el aburrimiento en tu vida tienes que estar continuamente interesado en aquellos temas que realmente desees explorar y aprender más acerca de eso. Infórmate sobre las tendencias, lee libros diferentes sobre otras áreas de estudio, inscríbete a nuevos cursos, ve conferencias en youtube, interrógate sobre el mundo externo, disfruta de las conversaciones con amigos o aprende un nuevo idioma. El otro enemigo de la curiosidad es la rutina que nos lleva a hacer las mismas cosas día tras día, a veces durante muchos años, lo que nos mantiene como ratones de laboratorio corriendo en la misma rueda giratoria sin ir a ningún lado. Así que en lugar de permanecer en la trampa de las rutinas fijas, podrías buscar lo extraordinario en lo ordinario o añadir nuevos campos desafiantes en tu vida. Para ampliar la curiosidad te planteo algunas interrogantes. ¿Cuál es tu nivel de curiosidad, del 1 al 10? ¿Qué te parece modificar algunas rutinas mecánicas del pensamiento por la rutina de la curiosidad? ¿Has pensado que ser curioso en otros campos de tu profesión, te permitirá ser más creativo en tu área de conocimiento? ¿Por qué no instalas un nuevo radar, mucho más potente, en tu cerebro, capaz de percibir, sentir olfatear, ver, oír, aquello que hoy lo captas como opaco e inerte? ¿Cuántas veces al día te podrías proponer pensar como un niño? ¿Has experimentado lo maravilloso de convertirte en un preguntón cuando dialogas o cuando lees un libro o cuando te enfrentas a una situación? Existen muchas recetas para que nuestro cerebro permanezca joven. Sócrates nos brinda un ingrediente fascinante; la curiosidad activa del pensamiento. Es tu obligación desarrollar el hábito del amor a la curiosidad. Un mundo que aún no ha sido descubierto te está esperando. Haz como Sócrates, y vuelve a ser niño para comenzar a ser sabio.



Pensar desde la Ignorancia “Para llegar a lo que no conoces debes seguir el camino de la ignorancia” T. S. Eliot

Nada ejemplifica mejor el principio de pensar desde la ignorancia que la lección de Zen, el maestro budista, a su discípulo. El aprendiz, ansioso de asimilar rápido la sabiduría de su maestro, sostenía en sus manos una vasija en la que el maestro empezó a cebar el té hasta que al poco tiempo comenzó a llenarse y luego desbordarse. Pese a ello, el maestro no paró de servir y el té ya se derramaba como raudal. “Maestro, maestro, la vasija está llena”, intervino el discípulo, quien luego añadió, “ya es suficiente, pare de cebar, se está desparramando”. El maestro sentenció, “Querido discípulo, la copa está tan llena como tu mente. ¿Cómo podré llenar una copa si no está vacía?”. Pensar desde la ignorancia impone vaciar la vasija. Es imposible adquirir un nuevo conocimiento si la vasija permanece llena. Es improbable que crezcamos como personas si antes no dejamos al costado, al menos por un tiempo, nuestros entendimientos, prejuicios, nociones, puntos de vistas, interpretaciones, experiencias y conocimientos. Jamás podremos profundizar con claridad un nuevo concepto, difícilmente podremos bucear nuevas ideas, si antes no vaciamos la vasija. Vaciar la vasija significa admitir que no es absoluto nuestro conocimiento, de que es limitado, tiene fallas, es inexacto, quizás poco claro. Ser consciente de la propia ignorancia, de que nuestro conocimiento es insignificante, es un gran paso hacia el saber. Vaciar la vasija es el paso fundamental del pensamiento socrático. Para reconocer que nuestro conocimiento es limitado, se requiere practicar voto de humildad. A muchas personas les resulta muy dificultoso vaciar su propia vasija y pensar desde la ignorancia, porque creen que lo saben todo. Creen que al vaciarla quedarán desprotegido, y realmente es todo lo contrario. Se sienten conocedores de la verdad porque creyendo que tienen la vasija llena, eso les enorgullece. Alardean del hecho de que mantienen su vasija llena. Se jactan del camino recorrido, de la experiencia adquirida. Su ego se les infla, y ya no escuchan a nadie, no prestan atención a otros puntos de vistas. Ellos se consideran dueños de la verdad, y que todos deberían reverenciar su vasija llena y tomar nota y aceptar lo que dicta su entendimiento. El que tiene la copa llena, es un ser ciego, sordo y, de tanto cotorrear, afónico. No comprenden que el conocimiento es un proceso continuo de cargar y vaciar la vasija.

Este acto dinámico de cargar y vaciar es muy saludable y enriquecedor. En cambio, la enfermedad del sabelotodo es ignorar su propia ignorancia. El sabelotodo mantiene una mente rígida, siempre mirando el mundo con los mismos lentes. Él no es consciente de que a medida que pasa el tiempo, el líquido en su vasija se estanca, pierde oxígeno, se pudre. En cambio, una mente flexible, constantemente está renovando sus ideas, está oxigenando sus pensamientos, combinando las nociones viejas con las nuevas interpretaciones, no teme en albergar nuevas opiniones y nociones. Al llenar y vaciar la vasija en un proceso continuo, encuentran nuevas luces, nuevos entendimientos, mayores horizontes. Para Sócrates, la ignorancia activa está entrelazada con el conocimiento. Como bien lo dijo, “La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia”. El reconocimiento de la ignorancia, reside en la humildad. Quien es humilde, es capaz de reconocer sus propias limitaciones, una de ellas y quizás la más fundamental, es nuestra limitación de conocimiento. Para Sócrates, nuestra comprensión del mundo interno que nos envuelve y externo que nos rodea es apenas una gota del mar del conocimiento. Solo Dios tiene el conocimiento supremo. La humildad no debe detenerse en el reconocimiento de la limitación de nuestro conocimiento. No debe ser una humildad pasiva. Más bien, por humildad nos referimos a una humildad activa, a una humildad inquieta y creadora, que si bien reconoce las limitaciones innatas, se esfuerza por alcanzar un nuevo entendimiento, para luego escalar hacia otro entendimiento, pero siempre conscientes de que es imposible albergar el océano de conocimientos en una vasija. Hay que cargar y descargar. Una madre no puede insertar, sin correr riesgos, más comida en la boca llena de su bebe. Del mismo modo, no podemos incorporar nuevos conocimientos en nuestra mente cuando están saturadas. El aprendizaje requiere un ejercicio continuo de vaciar la vasija de tanto en tanto, de divorciarnos transitoriamente con nuestro modo de ver las cosas, para recibir las nuevas nociones en un recipiente no contaminado. La humildad encierra en sí una paradoja. Ella es el principal atributo de la grandeza. La humildad es una virtud fuerte que nos prepara para todos los posibles cambios de la vida. Sin humildad no hay humanidad ni nobleza ni respeto al otro. Sin humildad no existe la curiosidad. Sin humildad el conocimiento puede quedar atorado en la fanfarronería. Sin humildad difícilmente podremos vaciar la vasija. Para vaciar la vasija te planteo meditar sobre los siguientes puntos. ¿Cuelgas tu título académico para que todos lo vean? ¿Te posicionas en un pedestal o te haces llamar licenciado o doctor? ¿Es posible ser aprendiz y especialista a la vez? ¿Cuándo fue la última vez que analizaste un tema desde otra perspectiva o campo de estudio? Pensar como Sócrates es un viaje sin fin hacia un mayor entendimiento, que implica el ejercicio de vaciar continuamente la vasija, de reconocer nuestro desconocimiento como base del crecimiento, tal como lo afirmó Albert Einstein, “un verdadero genio admite que no sabe nada”. Ahora que ya has vaciado tu vasija, que te parece comenzar a pensar con el oído.



Pensar con el Oído “Para saber hablar es preciso saber escuchar” Plutarco

Hagamos un ensayo imaginario: te encuentras a bordo de un avión como pasajero. Tu mente está vagando mientras observas desde la ventanilla el océano Atlántico que se extiende en todo lo ancho hasta confundirse con el firmamento. Todos los sonidos y ruidos de la cabina no lo procesás, están desconectados a tu procesamiento interno. De pronto, escuchas al piloto por el micrófono, que con una voz pausada dice, “Les habla el capitán. Estamos registrando problemas técnicos en ambas turbinas. Tendremos un aterrizaje forzoso en el mar en 30 minutos. Por favor no entre en pánico. Tendrán suficiente tiempo para comprender las instrucciones que recibirán a partir de ahora. Si usted atiende y sigue las siguientes instrucciones no habrá heridos ni pérdidas de vidas….” ¿Acaso no sacarás del modo “off” tu cerebro para escuchar con atención? ¿Acaso no realizarás preguntas claves y prestarás con atención a las respuestas? En efecto, en un instante, tu oído que era un órgano carente de importancia se convierte en un instrumento vital. Ahora comienzas a focalizar todas tus energías para comprender cada instrucción del piloto y las respuestas de las azafatas. En este momento tu oído comienza a despertar. Escuchar es un acto de pensamiento colectivo, que requiere al menos la interacción de dos personas. Tenemos el concepto, quizás equivocado, de que una persona es inteligente por lo que dice, pero nunca por su capacidad de escuchar. Uno de los déficits de nuestro sistema educativo es que no existe un curso de cómo escuchar mejor. El foco de todas las mallas curriculares se centra en lectura y comprensión, así como en redacción, y en menor medida la argumentación. Lamentablemente no existe espacio para aprender y perfeccionar nuestra capacidad de escuchar mejor. Tenemos que admitir que en las conversaciones, nuestro hábito es el de mantener los ojos abiertos, pero los oídos cerrados. Mientras pretendemos escuchar a nuestro interlocutor, por medio de gestos engañosos que hacen suponer que estamos escuchando, nuestra mente, sin escuchar, está procesando lo que vamos a decir a continuación. No nos importa lo que él o ella está diciendo, aunque fingimos con nuestra expresión facial y corporal que estamos escuchando con interés lo que dice, solamente nos interesa lo que nosotros diremos a continuación. Este hábito está lejos de ser un acto de respeto hacia la otra persona. Naturalmente, el primer ingrediente para elevar nuestra capacidad de escuchar es

aumentando el interés que ponemos en comprender aquello que se está comunicando. En la anécdota imaginaria del avión, obviamente el interés de comprensión es supremo porque nuestra vida depende de ello. Pero, ¿cómo incrementar nuestro interés cuando el mensaje no es de vida o muerte, cuando se trata de una conversación trivial? Escuchar significa respetar. Quien tapona su oído no solo es una persona descortés, sino una con limitadas posibilidades de crecimiento. El respeto original consiste en atender con interés lo que otra persona está exponiendo. La regla fundamental es respetar a la persona y poner el interés para escuchar sus ideas, opiniones, afirmaciones. Al escuchar a una persona como es debido, podrías encontrar valor de lo que la otra persona expone, de entender su forma de pensar, sus puntos de vistas y sus aspiraciones. Otro requisito para mejorar nuestra capacidad de atención es reconocer y valorar que escuchar es una función activa y no pasiva de la mente. Es decir, requiere que pongamos energía en el proceso de la conversación, del debate, diálogo o transmisión de información. Por ello, podemos afirmar que escuchar activamente implica el desarrollo del pensamiento del oído. Cuando no ponemos la energía suficiente para escuchar la comunicación, nos orientamos hacia un fracaso, una pérdida total de tiempo. Una técnica para mejorar nuestra capacidad de escuchar, que con frecuencia utilizaba Sócrates, era repetir lo que el interlocutor está mencionando. A través de este recurso, podemos internalizar, retener, procesar y comprender mejor la idea. En el diálogo Filibeo o el Placer, Sócrates utilizaba esta técnica. Sócrates: “¿No decís, Filibeo y tú Protarco, que esta manera de ser consiste en el placer, y yo que consiste en la sabiduría?” Veamos un ejemplo más cotidiano. “Creo que entendí lo que estabas diciendo, permíteme expresar en mis propias palabras para ver si lo que estabas señalando es tal como entendí….” Para perfeccionar nuestra capacidad de escuchar, debemos resumir, condensar, recapitular, hacer feedbacks del mensaje recibido. De esta manera la conversación va avanzando por medio de una mejor capacidad de escuchar. Las preguntas también son herramientas que nos permiten mejorar nuestra capacidad de escuchar. Ellas permiten clarificar cualquier falta de comprensión. Otro punto a tener en cuenta para mejorar nuestra habilidad de escuchar es que una comunicación puede ser separada en partes, las cuales componen un todo. Es decir, debemos interpretar cuál es la estructura de la comunicación, para luego realizar un esfuerzo de atender la relación y secuencia de sus partes, comprendiendo que constituyen un todo, que se orientan hacia una conclusión, un propósito. Es importante atender los puntos que se van levantando, para tener una visión de su importancia y de cómo va formando parte en un contenido más amplio. Quizás, algunos puntos sean inconsistentes, algunos más que otros sean relevantes, otros se apoyan en estadísticas, en cifras o en opiniones.

El desafío es analizar las partes y su coherencia con el todo, para ver cómo justifica el objetivo central. Con este foco doble, tanto en las partes como en el propósito, tendremos una comprensión más amplia y una experiencia diferente, al agudizar nuestra inteligencia del oído. Para ejercitar nuestro pensamiento a través del oído debemos preguntarnos: ¿Realmente escucho a la persona que me habla o simplemente estoy pensando en lo que voy a decir cuando él deje de hablar? ¿Cuál es el objetivo, propósito o cuestión al que quiere llegar la persona que está hablando? ¿Le solicito a la persona que clarifique mejor sus ideas de manera a que lo pueda comprender mejor? ¿Te has preguntado cuál es tu capacidad de escuchar cuando tienes de interlocutor a alguien de diferente edad, género, preferencias o condición social a la tuya? ¿Has evaluado cuál es tu capacidad de escuchar? ¿Cómo lo puntuarías del 1 al 10? ¿Qué nuevos hábitos desarrollarías para perfeccionar tu capacidad de escuchar? Escuchar es una actividad de la mente, por eso es tan importante como escribir, como leer, como hablar, como pensar. Haz como Sócrates y desarrolla con práctica este músculo y comienza a pensar con el oído. Detén tu lengua y activa tu tímpano. Habla menos y escucha más.



Pensar de Abajo hacia Arriba “No basta tener buen ingenio; lo principal es aplicarlo bien” René Descartes

El pensamiento socrático es direccional. Tiene como punto de partida lo particular y visible, y se proyecta hacia lo general y abstracto. A este tipo de pensamiento, los filósofos le dan el nombre de pensamiento inductivo. Sócrates no estaba interesado en clasificar su sistema de pensamiento. Es decir, no le dio un nombre ni lo desarrolló estrictamente desde la lógica, sino que lo utilizó sistemáticamente en conversaciones razonadas con la finalidad de encontrar una definición universal válida. Fue Aristóteles, discípulo de Platón, quien atribuyó a Sócrates como creador del razonamiento inductivo, afirmando que este sistema de pensamiento es “un tránsito que nos lleva de lo individual o particular a lo universal”, a través de un sistema de investigación filosófica que le permite a uno interrogar continuamente desde distintos puntos de vista. Pasemos a examinar cómo funciona este sistema de razonamiento, y cuál es su propósito. Sócrates, frente a un concepto digno de indagar, y manifestando su ignorancia, le solicita al interlocutor que exponga su significado. La definición la recibía con beneplácito, pero la sometía a una prueba de consistencia, demostrando situaciones en las que la definición carecía de sentido. De este modo, al poner en tela de juicio a la definición original, ponía en evidencia lo inadecuada de la definición, obligándolo a modificar, una y otra vez, hasta llegar a una definición universalmente más válida, yendo así, de un razonamiento de lo particular a lo universal Gregory Vlastos, un estudioso de Sócrates y profesor universitario en Princeton, describe al método de investigación socrática “como uno de los grandes logros de la humanidad”, debido a que hace que el método de investigación filosófica se convierta en una actividad común de la humanidad, accesible a cada ser humano, debido a que es un método sencillo de aplicar, basado en el sentido común, orientado a guiar la forma de razonar y vivir de las personas. Veamos un ejemplo sencillo de este tipo de razonamiento. Supongamos que hacemos una exploración por el continente y tomamos un registro de todos los cisnes que veamos en nuestro camino, tendremos un total de 30 ejemplares que son todos blancos. Entonces, se podría concluir que dado que si este cisne es blanco, y el otro también es blanco, y que los treinta cisnes son blancos, entonces podríamos concluir, de forma inductiva, partiendo de casos

particulares a una conclusión general, que todos los cisnes son blancos. Pero si un día viajásemos a Nueva Zelanda, nos encontraríamos con la sorpresa de que existen cisnes negros. Con esta observación, conocida como contraejemplo, refutamos la afirmación inicial, a la cual arribamos de afirmaciones particulares, de que todos los cisnes son blancos. Entonces, las evidencias últimas encontradas, nos llevan a modificar nuestra observación inicial, para concluir que todos los cisnes son blancos o negros. Ante la existencia latente del riesgo que eventualmente surja otro contraejemplo, solo podemos asumir que la conclusión arribada por el método inductivo es solo probabilístico, es decir, no tenemos la certeza plena de que sea cierto, pero al menos tenemos cierta seguridad de que existen hechos particulares que validan en cierto grado nuestra conclusión. De este ejemplo, podríamos sistematizar la metodología de Sócrates en algunos pasos. Primero, se toma un concepto o definición particular considerando como verdadero por la mayoría, a la cual se le da el nombre de tesis. En segundo lugar, se busca alguna excepción a la definición inicial, delatando los problemas, inconsistencia o contradicciones, con lo cual se concluye que el concepto inicial es vago, impreciso o falso, llegándose así al segundo momento o antítesis. El tercer momento es el de la síntesis o proposición que albergue la imprecisión en la nueva definición. Seguidamente, la síntesis se convierte en nueva tesis, reiterando así el proceso, hasta finalmente llegar a una síntesis que ya no pueda ser rebatida. Sócrates afirmaba que la verdad cuando es posible alcanzarla se encuentra en un concepto imposible de contradecir. Si analizamos nuestras ideas siguiendo los pasos de este método, seremos capaces de formular opiniones sólidas, del mismo modo que un herrero forja una espada indestructible. Sócrates al plantearse ¿qué es el coraje?, ¿qué es la justicia?, o ¿qué es la virtud? pretendía encontrar una definición general o universal que nos valiese para interpretarla y así encaminar nuestras acciones para ser mejores hombres en la búsqueda de nuestro areté o excelencia como seres humanos. Así, estimaba que si se encontraba una definición universal de la justicia, por ejemplo, de modo que no varíe en el tiempo ni de una cultura a otra, se podría contar con un elemento sólido, sobre el cual edificar una sociedad basada en una moral justa. El filósofo comprendía que el coraje, la justicia, la virtud, o el amor, son conceptos generales abstractos, inmutables e imperceptibles a nuestro sentido, similar al ejemplo que asumíamos del concepto de que todos los cisnes son blancos. Pero, lo único perceptible a nuestros ojos y sentidos son las cosas, acciones, hechos y sucesos particulares que ocurren en el mundo real, no así la justicia, el coraje, la amistad. Entonces, para comprender los conceptos que viven en el mundo abstracto, debemos inferir desde el mundo real. Al pretender comprender lo que es coraje, por ejemplo, debemos analizar los variados casos reales de donde surge el coraje, como en un enfrentamiento bélico, en una disputa deportiva, o ejemplo de personas que enfrentan una enfermedad, o se encuentran ante alguna dificultad que implica tomar decisiones. Al razonar y explorar estos ejemplos particulares del mundo real, podemos ir afinando nuestro entendimiento del significado del coraje de modo universal. Fue Sócrates quien le dio cuerpo a esta forma de pensamiento inductivo, examinando definiciones incompletas o menos adecuadas a definiciones más cabales y adecuadas, en la

búsqueda de una definición universal. Lo cierto es que en los diálogos socráticos, por lo general, no se llega a alcanzar esa definición universal que se buscaba, por lo que era visto por algunos como algo irritante, desconcertante e incluso humillante para aquellos cuya ignorancia quedaba de manifiesto. Aquellos que quedaban desconcertados por su propia incapacidad, tanto como por la incapacidad de Sócrates de encontrar una definición, no eran capaces de comprender que el propósito socrático no era humillarlos para dejar de manifiesto su ignorancia frente a los ojos de los demás, ni tampoco el de encontrar la definición, por el simple hecho de que eso nos permite alcanzar la sabiduría, sino más bien de tener un modo de razonamiento como vehículo para encaminarnos a esa búsqueda de descubrir la verdad por nuestro mismo razonamiento, y con ese nuevo entendimiento encaminar nuestras vidas por medio de una más virtuosa. Es decir, si no sabemos qué es la virtud o la justica, será un tanto difícil edificar una vida virtuosa y justa. Para Sócrates, el objetivo no era solo llegar a destino, sino el júbilo del viaje, la aventura de emprender una travesía inteligente en búsqueda de un mejor entendimiento y, así, crecer como personas. La ventaja de aplicar el método socrático es que nos vuelve menos pasivos y menos inclinados a seguir las opiniones de terceros sin siquiera ponerlos en tela de juicio. Hay que tener cuidado ante la semejanza del hombre con las ovejas. Si bien ni balamos ni tenemos lana, tendemos a seguir los pasos del rebaño pasivamente. Sócrates no nos plantea abandonar el rebaño, sino que cada uno seamos partícipes activos de nuestras comunidades por medio de la indagación razonada y continua. Lo más estimulante es que Sócrates nos pone a disposición una herramienta de pensamiento con un método muy sencillo, que para aprenderlo no se requiere de un curso riguroso en la universidad. Lo más desafiante que nos plantea el filósofo, es que “una vida sin reflexión, no vale la pena ser vivida”, y sin una herramienta coherente y rigurosa del pensamiento, difícilmente podremos pensar de forma coherente y eficaz.



Pensar con Preguntas “Una buena pregunta es una semilla que debe sembrarse para que produzca más semillas, con la esperanza de reverdecer el paisaje de las ideas” John Ciardi

¿Cómo sería el mundo si estuviese prohibido formular preguntas? Sin dudas, la vida sería muy difícil. Resulta imposible comunicarnos y socializarnos. Peor aún, nuestra capacidad de pensamiento sería muy limitada y, consecuentemente, nuestra capacidad racional y creativa sería demasiada estrecha. Pero, ¿por qué tenemos tanto miedo en realizar una pregunta? Por ejemplo, cuando estamos en una conferencia y llega el momento de realizar las preguntas al expositor, ¿por qué no nos abalanzamos para preguntar? Más bien, esperamos que otra persona sea valiente y que formule la primera pregunta o, mejor aún, que realice una similar a la que en nuestra cabeza hemos pensado formular pero que fuimos incapaces de expresarla. Preguntar no solo es traumático para quien formula, también puede serlo para el que recibe. ¿Por qué en ocasiones nos revuelve el estómago cuando tenemos que enfrentar una serie de preguntas? Tenemos la interpretación de que las preguntas son como puñales que vienen volando a toda velocidad hacia nuestra humanidad, y no vemos mejor opción que esquivarlas con vaguedad. La pregunta suele ser interpretada como una acción desagradable, irritante y, en algunas situaciones, hasta hiriente. En ciertas situaciones, la persona que debería formular la pregunta prefiere no hacerlo por los riesgos que implica. Tampoco le gustaría estar en los zapatos de quien recibe las preguntas, entonces, por cierta complicidad tampoco formula preguntas para no recibir réplicas. También consideramos que es muy riesgoso preguntar por el simple hecho de que creemos que está asociado con nuestra propia ignorancia o desconocimiento. Entendemos que quien fórmula una pregunta devela su propia ignorancia frente al resto del grupo. ¿Quién quisiera quedar como un tonto frente al grupo por no saber algo tan obvio o básico? El ego o ropaje que llevamos adentro siempre está alerta y en posición defensiva para protegernos del “qué dirán los demás”. Nuestro ego nos dicta y dice “cierra el pico, tu pregunta no es nada inteligente, es una pregunta de tontos, es mejor que te quedes callado, si formulas la pregunta demostrarás tu debilidad, no formules esa pregunta tan tonta porque el resto dirá que tú no sabes ni siquiera lo básico. Acaso ¿quieres ser un hazme reír

o exponerte a la burla?”. Preguntar, sin embargo, puede implicar un acto de valentía, ya que en ocasiones significa levantarse ante la voz interna que nos impone a cerrar el pico y permanecer en la oscuridad para que no se visualice nuestra propia ignorancia. En efecto, la capacidad de preguntar implica una fuerza interna de arrojo. Un paso clave en el proceso de mejorar nuestra forma de pensar, es reconocer que existe una fuerza que nos detiene, que nos exige mantenernos paralizados y que nos impide a formular las preguntas que están surgiendo en nuestro pensamiento. Una vez que reconocemos que hay un ser interno que nos detiene a formular preguntas, debemos arroparnos con un tipo de valentía muy especial: la valentía de la humildad. Al combinar la valentía con la humildad podemos comenzar a cambiar nuestra forma de pensar. La humildad siempre le aplasta al riesgo del quedar como tonto. Lo paradójico es que quien permanece callado por no parecer un tonto, permanece como tonto por el hecho de no haber formulado la pregunta. Mientras aquel que lucha contra su voz interna paralizante, y con humildad, reconoce su ignorancia y formula la pregunta, obtiene como recompensa un crédito de avance en su crecimiento personal. El pensamiento socrático se basa en la humildad del razonamiento. Saber y comprender que somos seres limitados, que nuestro conocimiento es muy estrecho, que no somos genios, sino simplemente viajeros en una vida en la que todo está por descubrirse. Este reconocimiento de humildad de nuestro conocimiento y de nuestras capacidades nos lleva necesariamente a la valentía del pensamiento. El hecho de formular una pregunta es una acción de valentía que se convierte en un paso más en nuestro proceso de crecimiento desde la obscuridad hacia la luz del conocimiento. Quien reconoce sus limitaciones no teme. Aquel que sabe que sus conocimientos son estrechos, que existe un mundo por descifrar, es capaz de encarar el mundo con una fuerza siempre transformadora que proviene de la humildad. Quien reconoce que el propio ego es un obstáculo para el crecimiento, ya ha dado su gran primer paso. La persona que comienza haciendo preguntas básicas, comienza a edificar un mayor conocimiento. Sobre las espaldas de Sócrates se cimentó el conocimiento de occidente, por la sencilla razón de que fue un gran preguntón. Cuando dejaba de pensar con el oído, pensaba con la lengua, solo para preguntar. Para convertirnos también en preguntones, debemos primero descifrar los tipos de preguntas que Sócrates utilizaba. Preguntas de apertura es un tipo básico de pregunta que sirve para llamar la atención o simplemente para enfocar o introducir la conversación en algo específico. Por ejemplo, si te pregunto ¿cuál es tu color preferido?, estoy centrando la conversación hacia tu preferencia sobre la gama de colores existentes. Es probable que mi intención sea explorar el efecto de la iluminación en los colores, pero me estoy adentrando al tema con algo genérico y que a la vez te llame la atención. Se trata de una pregunta introductoria, que pretende ser seguida de preguntas exploratorias. Otro tipo de preguntas al cual Sócrates acudía con frecuencia es la pregunta sugestiva, válidas para guiar al interlocutor, paso a paso, hasta llegar a una conclusión. Es decir, con la pregunta sugestiva lo que se pretende es obtener una respuesta particular que contenga

información para el examinador y así realizar una pregunta más específica para llegar a un nuevo entendimiento o en lo posible a una conclusión. Veamos un ejemplo ilustrativo. Sócrates: Si tú fueses el que está a cargo de elegir los mejores atletas, ¿lo seleccionarías por chance? Si tú fueses el que está a cargo de elegir los mejores navegantes para un barco, ¿seleccionarías a esa persona por chance? Interlocutor: Por supuesto que no. Sócrates: Entonces, ¿por qué elegimos a nuestros políticos por chance? En este ejemplo, Sócrates formula dos grupos de preguntas: la primera está enlazada con la segunda. Al obtener una respuesta categórica de la primera, entonces resulta lógico que se dé una respuesta similar y concreta a la segunda. Vemos que la metáfora o paralelismo entre el atleta y el navegante del primer grupo de preguntas, se relaciona con la segunda pregunta del político. De este modo, Sócrates logra llegar a un estadio de entendimiento más elevado al hacer un paralelismo de imágenes entre la primera pregunta con la segunda. Otro tipo de pregunta es la que se conoce como disparador de positivo-negativo. Con la pregunta disparador sabemos cuál es el objetivo y también cuales son las posibilidades de respuestas: sí o no. Es decir, con este tipo de preguntas se puede responder con un simple “sí” o con “no”. A modo de ejemplo, ¿está lloviendo afuera?, ¿fuiste hoy al shopping?, ¿mantuviste la reunión con Juan?, ¿es Carlos Antonio López el primer presidente de Paraguay?, ¿estudiaste en la Universidad de Barcelona? Otro tipo de pregunta es la abierta, pues este tipo de pregunta abre mayor posibilidad que las preguntas sugestivas o disparadoras. Sócrates, por lo general, no utilizaba preguntas abiertas, en las cuales las respuestas no están sugeridas y el interlocutor debe responder con su opinión de forma amplia, viéndose el examinador con menos control para reorientar el diálogo. A modo de ejemplo, una pregunta abierta sería, ¿cuáles son los factores que se toma a consideración cuando una sociedad selecciona a un político? En este caso, y a diferencia del primer ejemplo, la pregunta no deriva a una única respuesta correcta, más bien la intención es que surjan un abanico de posibilidades de respuestas. Has pensado que quien pregunta tiene el control del pensamiento interno y del externo. Aquel que formula preguntas es como un director de orquesta que con su batuta va dirigiendo el diálogo, a veces indagando, otras explorando, en ocasiones pretendiendo lograr mayor claridad, pero siempre buscando un mayor entendimiento. Piensa que una pregunta viene enmarcada con el signo de interrogación “¿”. Observa este signo por un momento. ¿A qué se parece? Pues a un anzuelo que debe ir al fondo del estanque para pescar nuevas interpretaciones, conceptos, opiniones, nociones, entendimientos e ideas. Conviértete en un pescador de ideas como lo fue Sócrates, formulando un sinfín de variados tipos de preguntas.



Pensar con Contraejemplos “El ejemplo es a veces un espejo engañoso” Pierre Corneille

En la caja de herramientas para pensar mejor, existe a nuestra disposición una herramienta que utilizamos con frecuencia para clarificar nuestro pensamiento y lograr mayor entendimiento de la idea o concepto que estamos pensando o discutiendo. Esta herramienta de gran utilidad y que es fácil usar es el ejemplo. El ejemplo cumple la misma función de una linterna, que con su luz nos da la capacidad de clarificar una afirmación general, por medio del uso de un hecho o afirmación particular. Con la ejemplificación logramos pensar con mayor claridad. Pero, ¿qué hay del uso del contraejemplo? El contraejemplo también es una herramienta muy válida para comprender una afirmación general, aunque su finalidad es distinta a la del ejemplo. Con el uso del ejemplo validamos una afirmación, mientras que el contraejemplo utiliza al ejemplo con la finalidad de rebatir la idea o tesis en discusión. Mientras la primera clarifica, la segunda tiene la intención de una destrucción, pero con propósito de clarificación posterior. Veamos su definición. El contraejemplo es un ejemplo, o un grupo de ejemplos, que se utiliza para rebatir la afirmación general que ha sido expuesta. Es decir, el uso contraejemplo, es una excepción que invalida la regla general. Tiene como propósito ejemplificar una excepción a una regla general propuesta, es decir, especificar algún detalle o componente de falsedad de una afirmación general o universal. Para mayor comprensión, ahora veamos un ejemplo del contraejemplo. Supongamos que consideramos la afirmación que “todos los matemáticos son inteligentes”. Como esta proposición es válida para todos los matemáticos, puedo demostrar su falsedad aduciendo al ejemplo de que Juan, que si bien es matemático, es un burro. En este caso, un matemático tonto es un contraejemplo a la afirmación de que “todos los matemáticos son inteligentes”. Una vez que el contraejemplo cometió su propósito de destrucción de la proposición o idea inicial, obtenemos un nuevo entendimiento al comprobar la falsedad de la afirmación inicial y, por tanto, nos encontramos en un nuevo estadio donde podremos replantear una nueva proposición o idea. Así, y volviendo al ejemplo, contamos con mayor claridad de que la afirmación general que fue sentenciada, “que todos los matemáticos son inteligentes” no es la correcta y, por lo tanto, se abren dos caminos. El primero sería refutar la afirmación general de que todos los matemáticos son inteligentes. La segunda opción es clarificar la afirmación

inicial y señalar que “la mayoría de los matemáticos son inteligentes”. Sócrates se valía con asiduidad del contraejemplo para encontrar inconsistencia en las afirmaciones o definiciones generales. En el diálogo Gorgias, Callicles afirmaba que las personas “mejores” que otras, son aquellas más poderosas. Sócrates arremete con una pregunta que contiene un contraejemplo, “en el orden de la naturaleza, ¿la multitud no es más poderosa que uno solo?”. Callicles hace un intento para rebatir este contraejemplo, pero no tardó en reconocer que el grupo es más fuerte o poderoso que una persona, inclusive si ésta es poderosa. De este modo, el contraejemplo tuvo la finalidad de contrariar la afirmación de que los “mejores son los más poderosos”. Pero, posteriormente, sería natural que Callicles redefina su tesis, diciendo que los “mejores son los más sabios”. Vemos, entonces, que la finalidad inicial del contraejemplo es la de refutar o encontrar la falsedad de la tesis o idea en discusión, por medio de un ejemplo. Así, el primer propósito del contraejemplo es invalidar la afirmación o regla general. Pero también, comprobamos que al invalidar la afirmación inicial con el uso del contraejemplo, finalmente nos obliga a redefinir un nuevo enunciado o tesis, proceso por el cual se tiende a clarificar el modo de pensar. En resumen, y a modo de conclusión, el contraejemplo es una herramienta del pensamiento que nos permite desbaratar una noción o idea, pero para luego clarificar con una más acertada, con el propósito de lograr un mejor un entendimiento.



Pensar con Metáforas “El que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo” Gustavo Adolfo Bécquer

Sócrates llevaba consigo una caja de herramientas muy amplia que le facilitaba pensar y expresar sus puntos de vista para comunicarlos de una forma más ilustrativa, clara y vívida. Pensar con metáfora es la habilidad de pensar visualmente. La alegoría es un recurso al que Sócrates recurría con cierta frecuencia para explicar lo complejo de forma vívida y elemental. La alegoría es una figura literaria que busca, por medio de la narración de una historia, generar un paralelismo que pueda explicar un conjunto de ideas. De este modo, se valía de una secuencia de imágenes que se entrelazan entre sí, como un film, para formar una narrativa, haciendo un paralelismo con un hecho real o actual. El pensamiento visual es una herramienta muy poderosa que debemos ejercitar para la comprensión de temas que podrían ser complejos. Una de las alegorías más célebres de Sócrates es la alegoría de la Caverna, narrada en el Diálogo de la República, que la utiliza para dar un entendimiento más palpable a su teoría de las formas, la cual se presentaba un tanto compleja para aquellos que lo escuchaban por primera vez. Sócrates describió en su alegoría de la caverna, a un grupo de seres humanos que habitaba en la profundidad del mundo, en un escenario cavernoso y oscuro. Estos hombres habitaban las profundidades desde su nacimiento. Ahí se encontraban en estado de prisioneros, sujetados por cadenas desde el cuello y las piernas de forma que únicamente podían mirar una pared del fondo de la caverna, sin siquiera poder girar la cabeza para visibilizar que había en los extremos o en la parte trasera. El filósofo relata que justo detrás de ellos, se encontraba un muro con un pasillo y, seguidamente y por orden de cercanía respecto de los prisioneros, una hoguera y, finalmente, la entrada de la cueva que conectaba al exterior. Por el pasillo ubicado detrás de los prisioneros caminaban hombres portando todo tipo de objetos, cuyas sombras, gracias a la iluminación del fogón, se proyectaban en la pared, las cuales los prisioneros podían observar. Estos prisioneros consideran verdaderas las sombras de los objetos que se proyectaban en el muro. Además, si la prisión tuviese un eco que viniera de las personas que se trajinan a espalda de los prisioneros, estos pensarán que el sonido proviene de las sombras que veían pasar. “Entonces, no hay duda de que los tales prisioneros no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos”.

Debido a las circunstancias de su prisión, se hallan condenados a tomar únicamente por valederas todas y cada una de las sombras proyectadas ya que no pueden conocer nada de lo que acontece a sus espaldas, ni mucho menos en el exterior de la caverna. Para ellos, el mundo real son las sombras que se proyectan en la pared y los ecos que, según creen, provienen de las sombras. Para pintarlo en un contexto actual, podemos imaginarnos a hombres que desde su nacimiento están atados en una sala de cine, y todo lo que pueden ver en sus vidas, es la película que el encargado de máquinas proyecta en la pantalla. Para ellos, la única realidad son los films que se presentan. O, visto desde una alegoría más real, podríamos decir que en la actualidad también estamos tan habituados al sentido común, a la rutina que nos enceguece y confunde, a los celulares con su mass media que nos tienen atrapados con videos e imágenes que no tardan en conducirnos hacia el hiperconsumismo. ¿No es la vida misma algo que sucede en el interior de una caverna? ¿Acaso no nos encontramos enclaustrados en la oscuridad que nos somete y nos aleja del mundo real, de la luz? El filósofo diría que en la modernidad también vivimos sometidos en una caverna, inclusive más profunda y oscura. Sócrates, posteriormente, se plantea, qué sucedería si uno de estos prisioneros fuera liberado de sus cadenas y obligado a levantarse súbitamente y volver el cuello y andar y mirar a la luz de la hoguera, experimentando, de este modo, una nueva realidad. Una realidad más fidedigna y completa ya que ésta es causa y fundamento de la primera que está compuesta sólo de apariencias sensibles. Una vez que el hombre se ha liberado y ha asumido esta nueva realidad, se encamina hacia fuera de la caverna. Al comienzo le dolerían sus ojos, pues tendría tan cargados de luz que le imposibilitaría ver el mundo. Lo que vería al comienzo serían sombras, pero luego, cuando su ojos se vayan acostumbrando, comenzaría a contemplar los objetos reales. Ahí, el hombre se quedaría estupefacto, apreciando una nueva realidad exterior. Comenzaría a percibir la hierba en sus pies, el frescor de la brisa en su rostro, se maravillaría con los colores de la vegetación, la pureza de los lagos, el trinar de las aves, la luminosidad de los astros. “Y, después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es el que produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible y es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas visibles”. “¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?”, se cuestiona. Sócrates sigue utilizando su imaginación y nos va relatando, que tras conocer el mundo exterior, el que fuera prisionero regresa a la profundidad de la caverna para “liberar” a sus antiguos compañeros de cadenas. “¿no crees que se le llenaría los ojos de tinieblas como a quien deja súbitamente la luz del sol?”. Sócrates sigue preguntando, “¿no daría de que reír, y no se diría de que él, por haber subido afuera, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni intentar semejante ascensión?”. ¡Oh sorpresa! cuando este prisionero intenta desatar y hacer subir a sus antiguos compañeros hacia la luz, éstos se resisten a tal punto que son capaces de matarlo y que efectivamente lo harán cuando tengan la oportunidad, con lo que se entrevé una alusión al

esfuerzo de ayudar a los hombres para llegar a la verdad. Por medio de esta fantástica narración de ficción, Sócrates nos ilustra, que vivimos encadenados en un mundo primario e irreal y que somos incapaces de utilizar nuestra propia inteligencia para comprender el lugar donde estamos y que existe un mundo superior al que debemos aspirar donde se encuentra el conocimiento y la esencia de las formas. Sócrates quizás fue uno de los primeros en utilizar regularmente el pensamiento visual, por medio de alegorías, metáforas y parábolas. El comprendió que una imagen vale mil palabras, que lo difuso se puede hacer sencillo, poniendo una narrativa, algunos actores y situaciones muy vividas que den sentido a las nociones complejas. La línea que separa al pensamiento crítico con el creativo es muy tenue; la una comienza a unirse con la otra, por medio del pensamiento visual. Sócrates, por medio del pensamiento con metáforas, nos invita a pensar visualmente. Nos dice que cualquier tema o situación, por más complejo que sea, puede ser comprendido por cualquiera desde la narrativa visual. ¡Qué esperas!, comienza a practicar la maravilla del pensamiento visual.



Pensar como Matemático “Si comenzase de nuevo mis estudios, seguiría el consejo de Platón y comenzaría con las matemáticas” Galileo Galilei

La herramienta más poderosa del pensamiento racional que tenemos a nuestra disposición son las matemáticas. Con esta herramienta podemos determinar desde cuánta insulina un diabético debe aplicarse, pasando por la capacidad para predecir el clima, para comprender el comportamiento de la sociedad, hasta la hazaña de llevar al hombre a la luna o descodificar la complejidad del universo. Todas las disciplinas de la ciencia se abren paso hacia nuevos campos del conocimiento por medio de las matemáticas. Y, sin embargo, tenemos la creencia de considerar a las matemáticas como una asignatura académica difícil, árida, de poca aplicación en nuestras vidas. Tanto es así, que rara vez nos cruzamos en la vida con un matemático. Y, cuando nos encontramos con uno, lo consideramos un Nerd, una persona abstraída del mundo, como si se tratara de un ser que no encaja con el mundo real. Sócrates, en cambio, nos plantea que tenemos que pensar como matemáticos. Más importante aún, el filósofo sostiene que todos tenemos el potencial para pensar como matemáticos. Veamos el Diálogo Menón para comprender el mensaje del filósofo. En este diálogo, Sócrates está analizando con Menón si la virtud puede ser comprendida o no. Tras un largo ida y vuelta de intento de definiciones, se encuentran imposibilitados en dar una definición adecuada. Menón se queda anonadado de que Sócrates tampoco tiene una respuesta a la interrogante, por lo que plantea si algo que no se conoce puede ser aprendido. Es decir, ¿es posible aprender algo que desconocemos? ¿Existe algún método para aproximarnos y conocer lo desconocido? El Diálogo toma un giro inesperado y fantástico. Sócrates pide a Menón que llame a uno de sus niños esclavos, a quien somete una compleja pregunta de geometría. Su amo sabe, de primera mano, que el niño no tiene conocimiento de geometría y que, por tanto, no podrá resolver el problema. Veamos que sucede. Acto seguido, el filósofo traza en el suelo un cuadrado, como si se tratase de una pizarra, estableciendo su perímetro y área, para posteriormente indagar al niño cómo se podría construir un cuadrado que duplique al cuadrado original, es decir, que su área sea el doble de la que había dibujado el filosofo en el suelo. A la vez consulta cuál sería el perímetro o medición de cada lado de dicho cuadrado. En esta interacción de profesor-alumno, Sócrates en ningún momento anticipó respuesta

alguna ni mucho menos le reprendió al esclavo en las ocasiones cuando se equivocaba en sus afirmaciones. Más bien lo guió de la mano con una seguidilla de repreguntas y nuevas afirmaciones, hasta que finalmente el pequeño esclavo pudo a llegar a resolver el problema, estableciendo que el perímetro del cuadrado que duplica el área del cuadrado original es la diagonal que corta dicho cuadrado en dos triángulos de ángulo recto. De este modo, el niño pudo, implícitamente, descubrir y comprender por sí solo y a través de la guía del profesor, el Teorema de Pitágoras, que establece que el cuadrado de la hipotenusa de un triangulo es igual al cuadrado de la sumatoria de los otros lados. Pasemos brevemente a enunciar el mensaje que Sócrates nos brinda en esta interacción con el niño esclavo. Primero, debo aclarar que con este capítulo no es mi intención que el lector tenga un entendimiento de todo el proceso que atravesó el niño para comprender que la diagonal del cuadrado conforma uno de los lados del doble del cuadrado original. Más bien la intención es entender los mensajes subyacentes. Entonces, el primer mensaje que Sócrates nos transmite, y no por orden de importancia, es que cualquier persona por medio del razonamiento es capaz de pensar matemáticamente y lograr resolver un problema inclusive cuando desconoce la respuesta. Segundo, que las matemáticas no son memorización de pasos o de mecánicas, sino todo un proceso de descubrimiento razonado. Tercero, que el proceso de descubrimiento implica una mente activa que se cuestiona continuamente, con la intención de comprender la esencia o fundamentos del mundo externo. Cuarto, solo aquel profesor que sabe de matemáticas puede enseñar preguntando y guiando, hasta lograr el estadio de descubrimiento por parte del alumno. Por último, a través de una predisposición en activar nuestras mentes y por medio del uso de preguntas, nosotros mismos podemos convertirnos en alumno-profesor para ir descubriendo nuevas capas de conocimiento. Para Sócrates las matemáticas eran esenciales para lograr mayor comprensión del mundo en que vivimos y así liberarnos de la prisión de la caverna que implica un entendimiento muy equivocado de la realidad. Para comprender como las matemáticas pueden liberarnos de nuestra percepción errónea de la realidad, hagamos un ejercicio imaginario. Supongamos que tenemos una pelota de fútbol y que una luz proyecta sobre ella una sombra esférica. Entonces, si nos planteásemos cuales de las dos imágenes tiene una dimensión más exacta con la de una esfera, no dudaríamos en responder que la pelota es un concepto más real de esfera que la sombra, ya que ésta puede ir modificando su forma en la medida en que la proyección de la luz va cambiando de ángulo. Ahora bien, si nos preguntásemos si la medición de la esfera de la pelota es más exacta que la del concepto matemático de esfera, no sería erróneo concluir que el concepto matemático de la esfera es mucho más exacto, ya que en el mundo real, ninguna pelota tiene una medición de esfera perfecta, por su misma complexión, y además, porque puede estar desinflada o dañada. Así, el conocimiento matemático de la esfera es a la pelota, lo que la pelota es a la sombra. Con el propósito de liberarnos de interpretaciones inexactas y lograr un sistema de razonamiento más riguroso, Platón, discípulo de Sócrates, abogaba un currículo de matemáticas con conocimientos en la aritmética, la geometría tanto la plana o de dos dimensiones como la de tres dimensiones, la astronomía o movimiento de los objetos de tres dimensiones, y la música que representa la armonía entre los ratios. Este quadrivium –

aritmética, geometría, astronomía y música- fue ampliado en la edad media con el trívium -la gramática, la lógica y la retórica- que representó por mucho tiempo la formación liberal de las personas. En la actualidad, nuestro desafío para pensar como matemáticos es más amplio que en la antigüedad y, por lo tanto, más desafiante y emocionante, ya que las ramas de las matemáticas se fueron combinando entre sí y ampliando a nuevos campos, tales como: algebra, cálculo, probabilidad, teoría del número, análisis, topología, etc. Para ir construyendo una mente de matemáticos, es aconsejable ampliar las recomendaciones de Sócrates, tomando en cuenta los siguientes puntos. Primero, este proceso depende de nosotros, de nuestra determinación y fuerza de voluntad. Segundo, debemos construir el conocimiento de lo simple a lo desafiante, yendo paso a paso con tranquilidad y determinación. Tercero, es recomendable vincular las nociones y problemas matemáticos con el mundo real para lograr mayor compresión. En cuarto lugar, es un proceso colaborativo y no competitivo, donde es enriquecedor trabajar en equipo para lograr una mayor comprensión. Por último, es recomendable reflexionar sobre los temas aprendidos para ir vinculando con otras áreas de la matemática y sirviendo de base para otros campos del conocimiento. En la actualidad existe una duda de si el inglés o el chino mandarín será el idioma dominante del futuro. Sócrates nos afirma, que el único idioma de todos los tiempos –pasado, presente y futuro- es la matemática. Con este idioma de números, somos capaces de develar el mundo que nos rodea y de activar el bello idioma que el universo imprimió en nuestros cerebros.



Pensar como André Rieu “La gente inteligente habla de ideas, la gente común habla de cosas, la gente mediocre habla de gente” Jules Romains

La Batalla de Maratón (490 A.C), la victoria de Salami (480 A.C) y posteriormente la de Platea (479 A.C), pusieron de manifiesto la valentía y destreza bélica ateniense. Persia, el imperio más poderoso que haya existido en oriente, comenzaba su etapa de declive tras enfrentarse a la capacidad combativa del hoplita. La fuerza ateniense basaba su poderío en la destreza de la espada, pero no era la única que en sus choques ponía brillo a su capacidad guerrera sino, que era muy sagaz también en el arte de la lengua. Para el ciudadano ateniense, la instrucción en la oratoria era tan fundamental como la práctica del combate. Contar con ingenio, destreza y fortaleza para vencer al contrincante en el campo de batalla era tan valorado, como ganar en la corte de justicia o en las deliberaciones de las juntas. El arte de la estrategia en la guerra era tan valioso como las estratagemas en el debate. Los sofistas cumplieron el rol que los estrategos castrenses impartieron en el campo militar preparando a los atenienses para la batalla, pero no lo hicieron con espadas o con lanzas, sino con los juegos de palabras, con la astucia de la verborragia. Los sofistas ocuparon un lugar importante en la sociedad ateniense, porque siendo los maestros del arte de la retórica, les dieron filo a la elocuencia del ciudadano ateniense. Ellos eran los entrenadores de aquellos gladiadores que debían triunfar en la política, y abrirse camino en la democracia por medio de la elocuencia y la sagacidad de la lengua. Las enseñanzas de los sofistas tenían un fin práctico: obtener triunfos en los debates públicos. El arte del debate o de la argumentación no es muy diferente al de la guerra, pues el objetivo es el mismo: triunfar, inclusive sin importar los medios. Las audacias del lenguaje, falacias, juegos de palabras y estratagemas son las herramientas para obtener la victoria en este juego de suma cero, en el que el triunfo de uno implica la derrota del otro. Tras 25 siglos, mucho no ha cambiado. Nuestra cultura nos sigue alentando hacia la confrontación del debate. Todos hemos sido criados y educado con el modelo de resolver conflictos por medio del debate. Quien no se ha sentido victorioso, cuando ha hecho callar a su contrincante –amigo, colega u oponente -por medio del debate. Resulta psicológicamente placentero rebatir a un contendiente utilizando la astucia de palabras y estructura de las ideas. La victoria es aún más aplastante cuando logramos imponer nuestras propias ideas.

El debate está tan actual y vivo en nuestra sociedad, que lo vemos más allá de las noticias periodísticas o del cotidiano enfrentamiento entre políticos. Lo encontramos en reuniones de grupos de amigos, entre colegas de trabajo, eventos familiares o cuando interactuamos en redes sociales. La discusión o debate implica la interacción de personas con puntos de vistas diferentes que entienden o conciben las cosas de modo distinto. En este ida y vuelta de intercambio de pareceres, el objetivo es siempre el mismo; yo gano y tú pierdes. Buscamos imponer nuestra forma de pensar, para acallar al rival, imponer nuestras ideas y levantar la mano con la “v” de la victoria. Consciente o inconscientemente, interpretamos que el triunfo en el debate es sinónimo de inteligencia. Yo gané la discusión, por lo tanto soy más inteligente. Pero también buscamos la victoria porque queremos la aprobación de los otros que están escuchando el debate, como espectadores de un partido de tenis. Aspiramos a obtener los aplausos del público. Otro modo de intercambio de opiniones, distinto al debate, es el diálogo. En el diálogo no aflora un vencedor, puesto que el objetivo no es ganar, sino que todos salgan gananciosos. El diálogo no es un juego de uno contra otro, sino de unos con otros. No es un juego de suma cero, sino de suma positiva; yo gano, tú ganas. Sócrates nos enseña, por medio de sus diálogos, que el debate es estéril, que imponer una idea sobre la otra, por el solo hecho de salir ganancioso, no tiene sentido. En esto, él se diferenciaba de los sofistas, pues mientras estos utilizaban el debate como arma de contienda, Sócrates se valía de la argumentación como herramienta colectiva de indagación de un tema, exploración de una respuesta, de búsqueda de una verdad. Por eso, mientras que el debate destruye, el diálogo construye. Esa es la gran diferencia. No hay dudas de que ambos, debate y diálogo, son actividades intelectuales. Pero tampoco debe existir vacilación en que se trata de metodologías distintas, con fines diferentes que no son necesariamente comunes. Mientras el debate puede ser interpretado como un partido de tenis, donde la consigna es ganar, el diálogo puede ser entendido como una pieza musical donde distintos instrumentos musicales intervienen en su momento y contribuyen con una melodía que nos trasporta hacia nuevos entendimientos. Sócrates, en cierto sentido, fue el creador del concepto de la sinfonía musical, donde en ocasiones interpretaba con algún instrumento, y en otras fungía de director de orquesta coordinando los distintos órganos. Muy parecido a André Rieu que dirige su orquesta con la batuta y, de tanto en tanto, acompaña con el violín. De este modo, el filósofo utilizaba las preguntas como si fuera la batuta del director de orquesta para dar sus indicaciones logrando armonía y creando nuevos conceptos musicales. Entonces, el diálogo, a diferencia del debate, puede servir no sólo para hacer comunes ciertas ideas o superar las diferencias y divisiones que desentonan, sino para crear algo nuevo. Así, en el diálogo, al igual que en un concierto, se crea el pensamiento colectivo, una mente única, una conciencia participativa y constructiva. El diálogo, por tanto, apunta a lograr una convergencia creativa donde las personas piensan de una manera cada vez más coherente y son capaces de pensar en conjunto. Este proceso

podría tener un gran poder. Pero debemos recalcar que no se trata de una ideología común con la finalidad de aplastar al individuo bajo el peso de la opinión de la mayoría, sino de una dinámica donde todas las voces tengan su espacio, un modo de inteligencia superior. El diálogo es una conversación entre mentes. Cuando el diálogo es emprendido apropiadamente, es un método de aprendizaje, donde las personas aprenden de sí mismas, y construyen un mayor nivel de entendimiento sobre el punto en discusión. Sócrates lo que nos plantea es que debemos, primeramente, reconocer, si estamos jugando un partido de tenis o estamos integrando una orquesta o, peor aún, si somos inconscientes y entramos a la orquesta con la raqueta de tenis o a la cancha de tenis con un instrumento musical. Cada vez que interactúas con personas deberías plantearte, primeramente, si estás emprendiendo un debate o un diálogo. Posteriormente, de tratarse de un debate, podrías plantearte si existe posibilidad de encaminarlo hacia el diálogo. No existe mejor forma de convertir un debate en un diálogo, que explicando a los interlocutores las diferencias de propósito de ambos métodos, que el partido de tenis es un juego de egos, donde la victoria de uno es recompensada con aceptación, aplausos, y engrandecimiento de la autoestima, mientras que la participación en una orquesta es un evento colectivo, que busca la armonía, la suma de habilidades e inteligencia, la creación de nuevos estadios. Podemos afirmar que Sócrates nos alienta a dejar de empuñar la raqueta de tenis y a ejecutar algún instrumento musical en compañía de las personas. Conformar una orquesta musical de primer nivel requiere de internalizar algunas reglas básicas y fundamentales, las que se presentan en el siguiente capítulo.



Pensar en la Koinonía “Para dialogar, preguntad primero; después..., escuchad” Antonio Machado

David Bohm, físico norteamericano realizador de importantes contribuciones a la física, particularmente en el área de la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, investigó sobre la vida de Albert Einstein y su modo de pensar. Notó que Einstein había utilizado la misma técnica que Sócrates hace 2.400 años y que sirvió para cimentar las bases del conocimiento por un pequeño grupo de griegos, orquestado por el maestro. Bohm descubrió que Einstein mantenía un estrecho vínculo de diálogo entre otros científicos, quienes compartían correspondencias de cartas con diálogos amenos, abiertos y transparentes. Por medio de la ida y vuelta de estas cartas, durante varios años, fueron capaces de establecer los fundamentos de la física moderna. Ellos intercambiaban ideas con mucho profesionalismo, no pretendían cambiar el punto de vista del otro, sino más bien lo valoraban, respetaban y sopesaban con otras ideas sin abrir la puerta a la argumentación por confrontaciones, más bien del diálogo respetuoso y constructivo. ¿Cómo fue posible que Einstein y sus colegas colaboraran de modo tan efectivo? ¿Cómo fueron capaces de desarroparse del pensamiento egoísta del que “todo lo sé” y de que “el otro es un necio”? ¿Qué hicieron para desapegarse de debates que solo buscan desacreditar al otro para obtener victorias aplastantes? ¿Cómo este pequeño grupo de científicos fue capaz de compartir sus preciosas ideas de un modo tan abierto y transparente? Este grupo de científicos descubrió las herramientas de la comunicación grupal para el intercambio y la creación de ideas, conocido como Koinonía, que Sócrates logró desarrollar en Grecia. Lo que hicieron fue simplemente aplicar sus reglas para obtener sus frutos. Sócrates mantenía reuniones con sus amigos para dialogar sobre diversos temas, de un modo abierto, no de confrontaciones, prestando atención a los diversos puntos de vistas, y construyendo desde varias interpretaciones una nueva mirada o entendimiento del tema que se trataba. La Koinonía es un diálogo constructivo muy diferente al debate que implica una puja de pareceres con el sólo objetivo de atacar, desarmar y derrotar con las palabras al contrincante, para luego aplicar la estocada final en señal de victoria. Muy distinto al debate, la Koinonia o diálogo armónico basado en reglas, no es la búsqueda de la victoria intelectual, ni tiene como objetivo imponer un pensamiento sobre otro, sino que se sostiene en principios o reglas que tienen como objetivo construir una nueva idea, a partir de puntos de vistas distintos. Pasemos

revista a dichas reglas. El diálogo armónico entre un grupo de personas nace cuando se aclara previamente entre todos los participantes las reglas del primer propósito de la discusión, consistente en compartir ideas, no con el objetivo de cambiar el modo de pensar del otro, sino de comparar y aceptar las diversas opiniones. Para ello, los participantes deben respetar, escuchar atentamente y no interrumpir. Así, la primera regla es comprender que en discusión está la idea no la persona que sostiene la idea. El propósito del diálogo es sopesar la idea, rebatirla, contrastarla, ponerla en tela de juicio, combinar con otras ideas, para luego enriquecerlas, alcanzar nuevos entendimientos. No es propósito atacar a la persona que expresa la idea, al contrario, la regla es respetar a la persona que expresa sus ideas. Se analiza la idea independientemente de quien la haya expresado. Como segunda regla, los participantes deben saber de antemano que el objetivo del diálogo no es pasar un buen tiempo hablando de un tema al otro, sino de aprender, de lograr un mayor entendimiento del tema que se ha escogido dialogar, clarificar las ideas que se está tratando, de obtener un mayor grado de verdad y no el de ganar una discusión en la disputa de una idea con otra. Antes de entablar el diálogo debe quedar claro que no todos los temas pueden ser tratados. Por ejemplo, los hechos no son discutibles. Debatir que el hombre piso la luna en la década de los 60 no tiene ningún sentido. Los conceptos y las ideas, en cambio, son discutibles, y en la medida en que las ideas sean más fundamentales son a la vez más controversiales. Otra regla inicial es comprender cuál es el tema escogido para la discusión. Todos deben ser conscientes de cuál es el tema a tratar para reencausar en caso que la argumentación se pierda por las ramas. También, como regla básica, tiene que existir el ambiente propicio para entablar el dialogo. Hay que elegir la ocasión adecuada, así como las personas correctas para dialogar. Es necesario encontrar un espacio en el mundo ajetreado en el que vivimos y compartir ese tiempo de discusión con personas predispuestas a intercambiar ideas en grupo y que a la vez, estén dispuestas a seguir algunas pautas básicas para entablar un buen diálogo. Otra condición es que debe primar un espíritu de colegiado, donde todos los participantes deben ser tratados como iguales. El encuentro no debe ser lugar para juzgar o prejuzgar al otro. Si un participante se siente superior al otro o, si en caso contrario, se siente inferior que los demás, entonces no hay espacio para el diálogo. Uno de los principales ingredientes del diálogo es la capacidad de escuchar con la inteligencia. Escuchar es un proceso más difícil que hablar, porque requiere de nuestra capacidad de liberarnos del pensamiento egoísta. Todos conocemos la experiencia de que cuando alguien está hablando, el otro, si bien permanece en silencio, no está escuchando porque está pensando en qué va a decir cuando sea su tiempo de hablar cuando el otro termine. Esta tendencia a no escuchar con atención mata el diálogo porque lo lleva por el camino del monologo. Si en un diálogo nadie escucha, entonces no es un diálogo, es simplemente una cotorreada. Si nadie escucha en una conversación, entonces lo que uno está diciendo no tiene relevancia. Por eso, escuchar es la parte más importante del diálogo, porque permite la construcción del

conocimiento. Clarificar tu forma de pensar o, mejor dicho, desactivar los supuestos o creencias que tenemos incorporados a nuestro entendimiento, es otra regla relevante para interactuar en un grupo de discusión creativa. Todos nosotros tenemos un tonel de creencias, prejuicios, interpretaciones de la vida, nociones que damos como válidas, las cuales nos bloquean o ciegan ante nuevas ideas. Debemos hacer un esfuerzo muy fuerte de humildad para clarificar nuestras mentes. Solo así, despojados de nuestras creencias y pseudo verdades, podremos ser capaces de valorar otros enfoques y comenzar a construir nuevas interpretaciones. Sócrates también nos enseña que para dialogar correctamente es recomendable comprender que la totalidad del tema puede ser dividida en partes para una mejor comprensión. Todo tema complejo puede ser analizado desde distintas partes. Así, el diálogo puede fluir desde una parte a la otra, hasta aproximarse hacia una conclusión. Otra regla clave de la Koinonía es la honestidad. Uno debe ser franco con el grupo, en el sentido de compartir con transparencia sus ideas, sin importar que las mismas sean controversiales. Una vez que la gente reconoce el riesgo que tomaste en expresar tu forma de pensar, ellos también estarán más predispuestos a desnudar sus puntos de vistas. Hay una regla muy importante en la koinonía, no estés de acuerdo ni en desacuerdo con la idea que la otra persona está expresando, hasta que hayas entendido bien lo que la otra persona ha dicho. Ponerte de acuerdo con su postura sin que hayas entendido su punto de vista es vano, es decir, no tiene mucho sentido. Y, estar en desacuerdo, sin haber comprendido la idea del que está hablando es impertinente. Para lograr un primer acercamiento con la idea del otro, es recomendable decir, “déjame decir con mis palabras lo que recién dijiste, vos dijiste que….” Una vez dicho esto, se debe preguntar “¿Es eso lo que dijiste?”. Sócrates, tal como vimos, utilizaba mucho esta técnica para realmente comprender lo que se estaba argumentando y así evitar levantar el freno de mano a la rueda del diálogo. Entonces, si la persona dice que efectivamente fue eso lo que dijo, uno está en una posición de decir “Estoy de acuerdo con la idea” o “no estoy de acuerdo con lo que señalaste”. Luego de aclarar estos puntos, debes detallar por qué estás de acuerdo o porque no estás de acuerdo. La koinonía nos enseña de que el conocimiento por medio del pensamiento racional y creativo surge más espontánea y abundantemente por medio del pensamiento colectivo. El método socrático de la koinonía nos revela que el conocimiento surge de la interacción de ideas, con personas que no actúan en calidad de opositores, que no alimentan su ego imponiendo ideas o comprobando que sus conocimientos son superiores, sino que interactúan en un ambiente de participación colaborativa, comprendiendo que las ideas están en constante cambio y desarrollo hacia nuevos sistemas de conocimiento. Una herramienta fundamental para construir conocimiento en equipo, tal como lo comprobó Einstein, es aplicar la koinonía. ¿Qué esperas?



PENSAR EN TÉCNICAS DEFECTUOSAS



P

ara conocer mejor algo, es recomendable llegar a conocer su opuesto. Lo mismo pasa con el pensamiento. Para pensar bien tenemos que saber cómo se piensa defectuosamente. Necesitamos explorar el pensamiento irracional para mejorar nuestra capacidad de pensamiento racional. Existen varios trucos mentales o pensamientos irracionales que nos convierten en sus presas. Somos víctima de estas irracionalidades tanto porque nuestro mismo pensamiento nos impone estos engaños o bien porque caemos en trampas y sistemas de pensamientos de otras personas. Tenemos una inclinación natural a presentar nuestras ideas y argumentos encubiertas con falacias, las cuales son tan sutiles que actúan como un camuflaje del pensamiento racional. El egocentrismo también está inserto en el ADN de nuestro pensamiento. Tendemos a valorar, interpretar y juzgar las ideas desde un prisma que ratifica y solidifica nuestras posturas, valores y creencias. Con este esquema mental, el pensamiento solo sirve para validar y fortalecer nuestros puntos de vistas y nociones, y no para tener un entendimiento más amplio y profundo del tema. El relativismo y el escepticismo también son otros engaños mentales que mantienen al pensamiento en punto muerto. El primero es indiferente de las opiniones, nociones e ideas, pues todas tienen el mismo peso. Este esquema mental es una desidia del pensamiento, pues da igual lo que cualquiera piensa, pues si es verdadero para el, entonces es verdadero para esa persona. El escepticismo, en cambio, es una forma de pensar que duda de todas las nociones, pues manifiesta que el conocimiento es imposible. El dogmatismo también conduce al mismo estancamiento mental. Aquí la idea, noción o conocimiento que es impuesta por una autoridad como si se tratase de un enlatado con una receta a la cual debemos subordinarnos. Todos estos trucos mentales obstaculizan el razonamiento. Mantienen el pensamiento en una forma disfuncional y, en otras, en modo neutro o apagado. Para pensar correctamente debemos ser consientes de estos trucos, y reconocer que estas trampas a veces son internas –operan en nuestras cabezas- y en ocasiones son externas e impuestas por un agente tercero. Reconocerlas y aplicar a nuestro cerebro un “anti-virus” es un paso importante para mejorar nuestra forma de pensar.



Pensar en Falacias “Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña” Adolf Hitler

El debate es como un juego de ajedrez con sus reglas y un número prácticamente ilimitado de movimientos que se agrupan en tácticas y en estrategias. Los jugadores menos experimentados son los que caen en trucos y engaños, entretejidos por los más avezados, y por lo tanto son vencidos con rapidez. No existe tanta diferencia entre el juego del ajedrez y el debate. Cuando uno se encuentra en una confrontación y no tiene un buen conocimiento de los engaños o falacias mentales que pudiesen surgir, uno puede ser destruido por las estratagemas del otro contendiente. Al desconocer los tipos de falacias que pudiesen surgir, uno se ve limitado en su capacidad de pensamiento, pues es engañado y conducido por un sendero poco claro y no trasparente. Peor aún, al desconocer estas formas equivocadas y engañosas del pensamiento, uno mismo puede ser su portavoz, con lo cual no solo es capaz de engañar a las demás personas, sino que puede ser auto-engañado por su forma errónea de pensamiento. Es importante reconocer que existe una diferencia entre la maestría en el juego del ajedrez y la maestría en el debate. A no todos les interesa el ajedrez, y aquellos que saben jugar lo hacen cuando les apetece. En cambio, todos nosotros estamos inmersos diaria y continuamente en debates y argumentaciones, ya sea con un interlocutor o ante un grupo de gente. También nuestra relación con terceros puede ser indirecta, cuando leemos el diario o vemos las noticias en televisión o cuando somos seducidos por una publicidad, e inclusive cuando somos engatusados por algún político o por algún comentario en las redes sociales. Se trata de una actividad diaria en la que uno debe estar preparado porque los engaños mentales abundan y son muy variados. Tener el conocimiento básico de cuáles son las falacias mentales hace más sencilla nuestra vida. Primero, porque al permitirnos evadir los engaños mentales, nos permite convertirnos en libre pensadores. En segundo término, nuestra capacidad de pensar mejora porque somos más precavidos para evitar caer en engaños e inclusive en ser presa de las trampas mentales que nos juega nuestra propia mente. Tercero, podemos desarrollar una forma más constructiva y ética, tanto de pensar como de argumentar, sin la necesidad de engañar y sin el riesgo de ser engañado. El propósito de este capítulo no es dotar de técnicas de engaños mentales para ganar

debates o argumentaciones. Más bien, el objetivo es identificar las principales falacias para estar alertas en las conversaciones, informaciones, debates, y argumentaciones en las que siempre estamos envueltos. Al tener un conocimiento de estos trucos mentales, y al no ser engañados o auto engañados por nuestra misma mente, nuestra capacidad de pensar puede llegar a ser más clara, profunda y justa. Cuando hablamos de falacias de la argumentación, debemos hacer una distinción entre las falacias formales y las informales. Las primeras tratan de cuando a la conclusión que se ha llegado no corresponde con la premisa de la conclusión. En tanto, una falacia informal no implica que sus premisas o su conclusión sean falsas ni que sean verdaderas. Un argumento puede tener premisas y conclusión verdaderas y aun así ser falaz. Justamente, el propósito de este capítulo es centrarnos en el segundo tipo de falacias, las informales. Si bien el estudio de las falacias se remonta a Aristóteles, quien identificó y clasificó en trece los tipos de falacias, debemos reconocer que Sócrates los ha enfrentado en su vida cotidiana poniendo al pensamiento racional como una lámpara capaz de debelar sus engaños. Dentro del estudio de los tipos de falacias, uno de los más habituales es “Apelar a la Autoridad”. Este tipo de razonamiento equivocado es muy habitual, pues pretende convencer por medio de la justificación o recomendación de un experto. Se convence al interlocutor no por la vía del razonamiento, sino más bien porque un experto, o alguien con autoridad, así lo sentenciaron. Por citar un ejemplo, en los comerciales de pastas dentales suele aparecer un odontólogo que valiéndose de su autoridad profesional, nos recomienda el producto. La publicidad no presenta un análisis de las ventajas de la pasta dental comparado a otros productos, simplemente el doctor nos persuade con su bata blanca que debemos comprar porque él, aparentando ser un profesional calificado, así lo indica. De igual modo, podemos realizar un argumento justificando que es correcta la medida planteada porque tal o cual científico así lo plantea. En el mundo empresarial se suele apelar de la siguiente manera, “si el jefe lo dijo, entonces es lo correcto, porque él sabe, tiene mucha experiencia”. Sócrates emprendió diálogos con hombres de vanguardia en los diferentes campos; estrategas militares, políticos, artistas, oradores, sofistas, escultores, poetas, hombres de letra y de ciencia. Eran personalidades de avanzada en sus respectivos campos. Antes de caer rendido a las opiniones y conocimientos de estos expertos, Sócrates prefirió indagar y cuestionar sus formas de pensar. En ningún momento les veneró ni tomó por sentado sus ideas, más bien las puso sobre una tela de juicio, valiéndose de su capacidad racional. ¿Cuántas veces desconectamos nuestra capacidad racional, cuando nos enfrentamos a las ideas que sostiene alguien que tiene mayor rango que nosotros o que sus bolsillos están más abultados o que su cabellera está más encanecida? La fama, el dinero, el rango, la experiencia no son autoridades superiores que la razón. Una de las falacias más comunes es la conocida por Ad Hominem. Este tipo de falacia se ve con mayor frecuencia en los debates y enfrentamientos políticos, pero también no es ajeno a los diálogos cotidianos. Por ejemplo, un político X está argumentando sobre su plan de educación en los colegios. Su contrincante Y, en vez de centrarse en los puntos señalados, expresa, “porque vamos a escuchar las políticas de educación de este candidato X si él ni

siquiera terminó la universidad”. Este razonamiento erróneo se centra no en desbaratar la idea del argumento ni mucho menos en complementarla, sino más bien en descalificar a su vocero. El argumento falaz ad hominem es totalmente irrelevante porque no contribuye en nada con el argumento original, solamente se centra en puntualizar las debilidades de la persona que está argumentando de modo a descalificarlo. Sócrates nunca emprendió este tipo de argumentación. Él pudo haber dicho “los dioses dicen que yo soy el más sabio, con lo cual tú eres un necio y, por lo tanto, lo que estas argumentando es un sin sentido porque eres un burro”. Todo lo contrario, Sócrates emprendía con humildad los diálogos, debatiendo las ideas sin descalificar a sus interlocutores, pero también sin dejarse ser descalificado. Apelar a la mayoría es otra forma de argumentación falaz. Este tipo de falacia funciona así; “si todos creen que X es cierto, entonces X es cierto”. Para contrarrestar este tipo erróneo de pensamiento debemos reconocer que la sociedad también puede estar equivocada, no porque todos crean algo, eso debe ser necesariamente cierto. En muchos casos, se necesita de valentía para enfrentar con la razón a la “verdad” de la mayoría. El mito de la caverna que ilustra Sócrates en La República es una representación muy gráfica de este tipo de falacia, pues no porque todos crean que la realidad sea la imagen de sombras que se proyecta en la pared, esa sea la verdad. Una autoridad más extrema o suprema es cuando el mismo Dios, casi siempre por medio de un intermediario, nos indica cómo debemos comportarnos o qué debemos hacer. A esta verdad divina se la conoce como Falacia de la Apelación del Cielo. La historia de Abraham e Isaac ilustra perfectamente este relato, cuando Dios le ordena a Abraham a sacrificar a su hijo Isaac en el altar. Abraham estuvo a punto de hacerlo hasta que Dios le dijo que ya no era necesario, pues había demostrado su acto de fe. Contrariamente, cuando Apolo le trasmitió a una sacerdotisa que Sócrates era el más sabio de los hombres, el no cayó en este tipo de falacia. Más bien, Sócrates dudó de la proclama de su Dios, y se puso a probarlo, interrogando a cada experto en la materia hasta descubrir que ellos pensaban que sabían, pero no sabían, mientras que él sabía que no sabía. A la falacia de Apelación del Cielo también se la conoce como el Dilema de Eutifrón, quien se encuentra con Sócrates y le comenta que había cometido un acto de gran piedad, pues acababa de presentar una acusación contra su propio padre, quien por descuido había dejado morir a uno de los jornaleros de su familia. Eutifrón aduce que su acto es sagrado y que responde a lo dictado por los Dioses. Eutifrón le dice a Sócrates que “es, ciertamente, pío lo que agrada a los dioses, y lo que no les agrada es impío”. Sócrates, para nada satisfecho con esta definición, hace una observación sutil, “no es porque una cosa agrada a los dioses que es pía, sino que, más bien, porque es pía agrada a los dioses”. Tratar de agradar los caprichos de los dioses no tiene mucho sentido desde la lógica socrática. Apelar a la naturaleza es otra forma de la argumentación falaz. Por ejemplo, un comercial que dice que fumar tabaco natura es bueno porque no tiene ningún aditivo. El hecho de que un tabaco sea 100% producto orgánico, no quiere decir que el tabaco natural sea bueno, porque de hecho está comprobado que fumar el tabaco es la causa del cáncer.

En el diálogo socrático Georgias nos encontramos con Calicles, quien denigra al sistema democrático ateniense por no ser natural, ya que en la naturaleza rige la ley del más fuerte. Entonces, argumenta Calicles que la sociedad debe ser reflejo de la ley natural, para lo cual el más fuerte debe gobernar a los más débiles. Ante esta aseveración, Sócrates entra con una argumentación que le dejó sin habla a su interlocutor, señalando que si la colectividad es más fuerte que un individuo, no importa cuán fuerte sea este, entonces ellos tienen el derecho de gobernar. Apelar a la clemencia es otra forma típica de razonar falazmente. Un estudiante le puede implorar a su profesora, “se que contesté mal en todas las preguntas, pero si no paso este examen no podré obtener la beca”. En Critón, otro diálogo socrático, podemos encontrar como el filósofo desbarata este tipo de falacia. Sócrates se encontraba en prisión esperando el día de su ejecución, cuando recibe la visita de su amigo Critón. Este le dice que ya tiene todo listo para su escape, argumentando que la sentencia es injusta, que sería muy triste perder un amigo, que sus hijos se convertirán en huérfanos, debido a que él no estaría presente para educarlos. Todas estas argumentaciones no hacen más que apelar a la clemencia y las emociones, pero no tenían valía para los principios y modo de razonar de Sócrates. Para el filósofo apelar a la clemencia no tenía sentido cuando su razón le dictaba que debía aceptar la sentencia, cumpliendo las leyes de la ciudad a las que siempre había acatado. Sócrates, hasta el último momento de su vida, no dejó de confiar en su capacidad racional, no se dejó arrasar por las múltiples falacias del pensamiento, más bien siempre estuvo por encima de las emociones, de las convenciones y modo de pensar de la sociedad. Sócrates se centró en debatir y profundizar las ideas y no en descalificar al interlocutor. Su modo de pensamiento siempre fue claro y recto, optando por no caer en los falsos puentes que tienden los trucos mentales. Ni presas ni portavoces de falacias del razonamiento, tal es la recomendación de Sócrates para elevar nuestra capacidad de raciocinio.



Pensar en el Egocentrismo “Aquel que es demasiado pequeño tiene un orgullo grande” Voltaire

Una de las trampas mentales en la que solemos estar atascado es el egocentrismo, o tendencia de creer que nuestro razonamiento, opinión, decisión, punto de vista o interpretación de un hecho es el correcto, mientras que lo que sostienen las otras personas es incorrecta. El pensamiento egocéntrico es dinámico, pues constantemente la persona egocéntrica está incorporando cualquier elemento o evidencia que justifique su punto de vista, mientras que rechaza, descarta, desoye y desvaloriza todo aquello contrario a su opinión. La estructura mental del egocéntrico funciona de forma automática, aceptando como realidad lo que encaja con su modo de pensar, acorde a la lente que utiliza para ver el mundo que le rodea. Tiende a no dar crédito o simplemente rechaza aquellos conceptos o ideas que ponen en tela de juicio su forma de interpretar las cosas. El término deriva del latín ego, que significa “yo”. Esta forma de pensar surge del triste hecho de que los humanos no solemos considerar los derechos y necesidades de los demás, ni solemos apreciar el punto de vista de otros o las limitaciones de nuestro punto de vista. Una persona egocéntrica no puede ponerse en los zapatos de los demás, y cree que todos buscan o deben buscar lo que él busca. Aunque pueda no manifestarlo de forma abierta, el individuo con personalidad egocéntrica es muy proclive a sentirse ofendido ante cualquier crítica. Considera que los demás no tienen suficiente nivel o autoridad para juzgarle, y que probablemente las críticas se deban a la envidia que despierta. Suelen mostrarse excesivamente susceptibles ante cualquier opinión, comentario, crítica. Ante este rechazo de la crítica, difícilmente es capaz de encarar un diálogo, más bien es proclive a entablar un monólogo, imponiendo sus ideas, descartando las que son contrarias a su modo de pensar y levantando una barrera, a veces agresiva, ante cualquier forma de crítica que pueda recibir. El egocentrismo es un engaño mental. En nuestra mente tenemos inserto una tendencia autodefensiva que nos protege y quiere prevalecer sobre los demás. Por lo general, vemos egocentrismo en otras personas, pero no tenemos la capacidad mental para identificarlo cuando surge en nuestra propia torre de control. Es muy difícil de percibir la tendencia al egocentrismo, pero, por ejemplo, constantemente estamos haciendo uso egocéntrico de la

información que recolectamos para validar nuestros puntos de vista. Tendemos a interpretar datos, cifras, o evidencias, sucesos con un sesgo egocéntrico para validar nuestros conceptos, nociones, interpretaciones, punto de vistas, ideas, ideologías. El apego al pensamiento egocéntrico puede ocurrir cuando nos sentimos que alcanzamos cierto grado de éxito en lo que emprendemos. En este sitial nos sentimos infalibles, creemos que nuestro olfato para tomar las decisiones es mejor que el de un perro de caza, que tenemos un instinto superior para detectar las cosas, que contamos con un entendimiento exacto de cómo interpretar, comprender, analizar las cosas y situaciones. La escalera ascendente nos lleva a una falsa credibilidad de que en cierto sentido contamos con una capacidad superior para analizar e interpretar las cosas. Desarrollamos una confianza, aunque irreal y engañosa, de que nuestras percepciones intuitivas son las correctas. En lugar de utilizar el pensamiento crítico, determinamos lo que creemos y lo que rechazamos, valiéndonos de estándares psicológicos egocéntricos. Estos son algunos ejemplos de los tipos de egocentrismos más utilizados, según la investigación de Foundation for Critical Thinking. “Es cierto porque creo en ello”. Este es el egocentrismo innato. Parto de la premisa que lo que creo es cierto, aún cuando nunca he cuestionado las bases de mis creencias. “Es cierto porque creemos en ello”. Es el caso del sociocentrismo innato. Aquí se parte de la premisa que las creencias dominantes dentro del grupo o sociedad al cual pertenezco son ciertas, aunque nunca haya cuestionado las bases de esas creencias. Es el típico caso en las organizaciones, “aquí se hace de esta forma, porque siempre se hizo así, por eso no debes cuestionar nuestro modo de trabajar”. “Es cierto porque quiero creerlo.” Este es un tipo de egocentrismo en que la persona cree aquello en lo que “se siente bien”, en todo aquello que apoye sus propias creencias, en aquello que no exija que cambie su modo de pensar de forma significativa y lo que no requiera que admita que se encontraba en el camino equivocado. “Es cierto porque así siempre lo he creído”. En este caso el egocentrismo consiste en una auto-validación innata. Es decir, es más fácil seguir creyendo aquello que siempre lo has tenido como verdadero. Es el deseo – y la comodidad- de mantener las creencias del pasado, aunque nunca hayas considerado hasta qué punto estén justificadas de acuerdo a la evidencia. “Es cierto porque me conviene creerlo”. Aquí estamos ante un egoísmo innato. Me aferro a las creencias de la persona o grupo que tenga más poder, dinero o ventajas, aunque sea consciente de que esas creencias no estén basadas en razones ni en la evidencia. “Si el jefe lo dice, entonces me adhiero a sus opiniones para no estar en contra corriente”. El egocentrismo es una imperceptible trampa mental. Para modificar y perfeccionar nuestras mentes, debemos tener consciencia del significado del egocentrismo, de cómo opera, de cuáles son sus características. Es menester que continuamente evaluemos nuestra forma de pensar para detectar este tipo erróneo de pensamiento y extirparlo sin vacilación. También debemos monitorear la forma de pensamiento de terceros, para no ser arrastrado por el egocentrismo de otros o por el sociocentrismo. El egocentrismo es un truco mental muy dañino porque mantiene nuestros pensamientos en

un ambiente muy estrecho, defensivo y rígido. Si podemos despojarnos de esta forma equivocada de pensar, lograremos modificar nuestras mentes por una más abierta, fresca y flexible.



Pensar en la Hybris “Si no se modera tu orgullo, él será tu mayor castigo” Dante Alighieri

Nuestra capacidad de raciocinio puede ser obstruida por la arrogancia desmesurada que aflora en nosotros cuando hemos alcanzado, o creemos haber logrado cierto nivel poder, autoridad o superioridad. Te has sacado un cinco felicitado en matemáticas o has sido ascendido al rango de jefe o has ganado una competencia o saliste en la portada del periódico. Ahora, tus amigos o la sociedad en general te ponen el rótulo de “Doctor”, “Maestro”, inclusive de “Gran Líder”, “Genio” o “El más Capaz” o “El Supremo” o “Mariscal”. Cualquiera de estos casos o de las credenciales que creemos llevar pueden derivar en el sentimiento de superioridad arrogante. Se trata de una enfermedad mental, denominada Hybris, por los griegos. Los síntomas de esta enfermedad son muy visibles: El pecho se hincha de orgullo, comienzas a mirar a los demás desde el hombro, como si se tratasen de personas minúsculas, tus pensamientos ya no necesitan del insumo externo pues eres autosuficiente, infalible, poseedor de la verdad. Las consecuencias de este orgullo extremo también están a la vista: como ya estás por encima de todos, y crees estar en el pedestal de un Dios, la arrogancia desmesurada que se apodera de tu mente, conlleva desde tu nueva posición a acciones desmedidamente injustas. La hybris es un concepto griego que no tiene una traducción concreta, pero puede interpretarse como orgullo desmesurado, que conlleva a la ceguera moral. Cuando la hybris toma el mando de control de la capacidad de raciocinio, es de esperarse acciones injustas, desproporcionadas y severas. Para los antiguos griegos no existía el concepto de pecado al estilo de la mentalidad judeocristiana. Sin embargo, la hybris era considerada un pecado capital, un vicio que atraía, eventualmente, la cólera y el castigo trágico de los dioses, siempre predispuestos a traer la ruina a quienes intentaban posicionarse más allá de sus capacidades, tratando de igualar poderío con los dioses. La hybris fácilmente se incuba en la mayoría de los jefes de Estado. La seducción del poder les provoca cambios psicológicos que no tardan en materializarse en la grandiosidad, el narcisismo y hasta el comportamiento irresponsable. Líderes que sufren de este síndrome Hybris creen que son infalibles, capaces de grandes obras, que de ellos se esperan grandes hechos, y creen saberlo todo y en todas las circunstancias, y operan más allá de los límites de la moral ordinaria. No tardan en desoír a sus consejeros y amigos, en violar las reglas

sociales acordadas, en cometer actos de corrupción, en realizar atrocidades que podrían costar la vida humana. Pero el sentimiento de hybris, de abuso de poder del más fuerte sobre el débil, también puede desarrollarse en la esfera privada; en la mente de un profesor o en la de un profesional o en la de un gerente o jefe de una empresa o en cualquiera que crea haber alcanzado cierta predominancia. Las personas que han sido infectadas por la hybris ya no tienen capacidad de raciocinio, pues están nubladas. El orgullo y el sentimiento de superioridad han hecho cortocircuito en su sistema racional. Su mente está gobernada por impulsos emocionales de superioridad. Como están por encima de todos, se creen capaces de determinar el trazo de la línea que separa el bien del mal, ubicándose siempre en la zona que ellos mismos consideran como el bien, por más que sus actos sean totalmente contrarios a la ética. Siempre tienen el dedo acusatorio para determinar quién es el culpable, quién es el que debe sufrir la tempestad de su ira. Ellos son quienes dictan la verdad y, por lo tanto, manifiestan que son infalibles y que no comenten error alguno. Siempre están exentos de culpa, pese sus abusos, fechorías e injusticia. Sócrates pudo haber sido presa de esta enfermedad mental, cuando le contaron que el Oráculo de Delfos lo había considerado como el más sabio de los hombres. También pudo haber contraído hybris cuando al dialogar con los expertos, comprendía que ellos no sabían lo que presumían saber. Pero Sócrates no se elevó en la grada de la arrogancia. Prefirió el campo llano donde el margen de movimiento y de expansión es mucho mayor. En algún momento de tu vida, la hybris pretenderá tomar control de tu sistema racional para manejarte como marioneta en un camino de acciones desmedidas e injustas. Inmunízate de esta enfermedad mental aplicándote la vacuna del pensamiento con humildad. No subas a ese peldaño engañoso donde el radio de crecimiento está enmarcado por la dimensión de una baldosa que limita con el precipicio. Opta por el campo plano, llano y basto de la humildad, donde el crecimiento de tu potencial no encontrará límites.



Pensar en el Relativismo “Cuando el relativismo moral se absolutiza en nombre de la tolerancia, los derechos básicos se relativizan y se abre la puerta al totalitarismo” Benedicto XVI

Existe otro engaño mental que enclaustra nuestra capacidad racional en una habitación estrecha y oscura. Uno de los obstáculos al pensamiento racional es el relativismo. Básicamente, es la afirmación de que aquello que vos crees como verdadero, es verdadero para vos, por el sencillo motivo de que es lo que vos crees. Así las cosas, este sistema de pensamiento disfuncional nos indica, erróneamente, que alcanzar el conocimiento sería una tarea muy sencilla al no requerir de ningún esfuerzo mental, pues lo que cualquier persona cree como veraz es verdadero para esa persona y, consecuentemente, no existe ningún espacio para la objeción, pues si es válido para él, entonces ya no existe necesidad de comprobar si la afirmación es errónea o acertada. El relativismo puede tener varias dimensiones, una es el relativismo de la moral, también puede existir el relativismo cultural, así como también existe el relativismo de la verdad. En el relativismo moral se otorga igual valor, legitimidad, importancia y peso a todas las opiniones morales y éticas, con independencia de quién, cómo, cuándo y dónde se expresan. Puede ser cualquiera de las posiciones: descriptivas, meta éticas o normativas respecto a los diferentes juicios morales o éticos que se dan entre distintas personas o culturas. Por ejemplo, si una persona o cultura cree que el genocidio es bueno, entonces es válido para esa persona o cultura. Es más, una acción puede ser mala o buena para un mismo sujeto dependiendo de cada circunstancia, y en la medida en que él lo crea así. El relativismo cultural afirma que la verdad es relativa para cada sociedad o cultura. Si una cultura cree que las enfermedades son causadas por una maldición, entonces es verdad para esa sociedad. En tanto, si otra cultura cree que las enfermedades están causadas por bacterias y virus, entonces es verdadero para esta sociedad. Además, no existe ninguna vara o base de entendimiento fuera de estas culturas para determinar si una o la otra está equivocada o no. Dada esta situación, ambas culturas están en lo correcto, en su forma relativa de pensar. Al relativismo de la verdad se lo conoce como relativismo alético, ya que la antigua Grecia Aletehia era la personificación de la verdad. Para poner un ejemplo, si una persona cree que la tierra es plana, entonces dicha aseveración es verdadera para esa persona. Si otra persona cree que la tierra es triangular, no habría ningún problema ya que es certeza verdadera para él.

Entonces, este caso nos enfrenta ante dos aseveraciones verdaderas que conviven mutuamente. Para una persona la tierra es plana y para la otra es triangular. ¿Cuál de éstas dos afirmaciones se asientan sobre la verdad? ¿Puede la verdad ser independiente a lo que nosotros podamos pensar o necesariamente ella depende de la interpretación de cada uno de nosotros? Para Sócrates, la verdad es objetiva y no relativa, y existe independientemente de lo que vos o yo podamos pensar. Si yo creo que el sol es un carro de fuego y vos crees que es una lámpara giratoria, ambos estamos equivocados porque dicha afirmación no está alineada o no corresponde al mundo real. El Sol es una estrella que se encuentra en el centro del sistema solar y constituye la mayor fuente de radiación electromagnética del sistema planetario. Esta verdad objetiva ha sido válida hace cientos de miles de años y seguirá siendo verdad, independientemente de las innumerables afirmaciones que podamos anunciar sobre el sol. La verdad objetiva, entonces, no depende de lo que yo o vos podamos creer como verdad, sino que existe ahí afuera para ser descubierta por medio de la razón. Obviamente, existe espacio para la verdad subjetiva, en que los gustos y preferencia juegan un rol importante. Por ejemplo, si yo digo que el helado de vainilla es el sabor más rico y, en cambio, María arguye que para ella el helado de limón es el de mejor gusto, entonces me encuentro ante una situación de preferencias, donde la parte subjetiva, y no la objetiva, es lo central. El punto es que tenemos que tener la capacidad racional, primero, para comprender lo ilógico e inconducente del modo de pensamiento relativista y, segundo, la capacidad para diferenciar los casos entre una verdad objetiva y una subjetiva. Es importante enfatizar que ante una verdad objetiva, el hecho de que uno crea algo como verdadero no hace que eso sea verdadero. La verdad objetiva es independiente de lo que podamos creer. En tanto, la verdad subjetiva podría ser relativa, aunque no siempre. Por ejemplo, si María afirma que para ella es saludable comer 10 kilos de helado de limón por día, es muy probable que esté equivocada. Sócrates se enfrentó al pensamiento del relativismo por considerarlo un modo erróneo de pensar, que degrada y obstaculiza el pensamiento racional. En una oportunidad, discrepó contra la noción de Protágoras, quien era un sofista o sabio, que enunciaba un relativismo del conocimiento y de los valores, esto es, negó que existieran valores y verdades universales para todos los hombres. Protágoras afirmaba que “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son”. Para el sofista no hay verdades objetivas, absolutas ni universales, sino que las cosas son tal y como son percibidas por cada uno de nosotros. Así, el relativismo impide establecer un criterio de verdad, teniendo todas las opiniones la misma validez. Esto nos lleva a permitirnos defender tesis contrarias al mismo tiempo, técnicas en la que el sofista destacó y que fue duramente objetada por Sócrates. Pasemos una vista rápida a uno de los pasajes en el que Sócrates analiza el relativismo. SÓCRATES: Esta definición, que das de la ciencia, no es de despreciar; es la misma que ha dado Protágoras, aunque se haya expresado de otra manera. El Tioinbre, dice, es la medida de todas las cosas, de la existencia de las que existen-, y de la no-existencia

de las que no existen. Tú has leído sin duda su obra. TEETETES: Sí, y más de una vez. SÓCRATES: ¿No es su opinión que las cosas son, con relación a mí, tales como a mí me parecen, y con relación a tí, tales como a tí te parecen? Porque somos hombres tú y yo. TEETETES: Eso es lo que dice efectivamente. SÓCRATES: Es natural pensar que un hombre tan sabio no hablase al aire. Sigamos, pues, el hilo de sus razonamientos. ¿No es cierto, que algunas veces, cuando corre un mismo viento, uno de nosotros siente frió y otro no lo siente, éste poco y aquél mucho? TEETETES: Seguramente. SÓCRATES: ¿Diremos entonces, que el viento tomado en sí mismo es frió ó no es frió? O bien tendremos fe en Protágoras, que quiere que sea frió para aquel que lo siente, y que no lo sea para el otro? TEETETES: Es probable. SÓCRATES: El viento, ¿no parece tal al uno y al otro? TEETETES: Sí. SÓCRATES: Parecer ¿no es, respecto a nosotros mismos, la misma cosa que sentir? TEETETES: Sin duda. SÓCRATES: La apariencia y la sensación son lo mismo con relación al calor y a las demás cualidades sensibles, puesto que parecen ser para cada uno tales como las siente. TEETETES: Probablemente. SÓCRATES: Luego la sensación, en tanto que ciencia, tiene siempre un objeto real y no es susceptible de error. La implicación lógica del relativismo de Protágoras es esta: nadie puede errar o equivocarse. Si yo creo que es cierto, entonces es cierto, y no puedo estar equivocado. Si yo creo que lo cierto es lo contrario, entonces también estoy en lo cierto. Entonces todos están en lo correcto, nadie está equivocado acerca de nada. Por lo tanto, si Protágoras está en lo cierto, nunca podremos ir más allá de una perspectiva subjetiva. Sócrates nos invita a pensar que con el pensamiento relativo nos encontramos ante un conocimiento muy limitado. Todo lo que puedo saber es lo que yo siento o percibo, relativo a mí, y todo lo que vos podes saber es como interpretas o sentís las cosas. Es como si fuese que cada uno de nosotros está encarcelado en su propia interpretación del mundo externo. Si todos estamos en lo cierto, no podremos diferenciar entre el maestro y el alumno, el delincuente y la víctima, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo justo y lo arbitrario. Si lo verdadero es relativo, entraremos en un mundo de apatía, donde pensar se torna innecesario. Y, por lo tanto, el crecimiento de la capacidad racional es un sinsentido.



Pensar en el Escepticismo “El entusiasmo es el pan diario de la juventud. El escepticismo, el vino diario de la vejez” Pearl S. Buck

¿Es posible el conocimiento? ¿Se puede alcanzar la verdad? El escepticismo deriva de la palabra “Skeptikoi”, una escuela que “no afirmó nada”. Por escepticismo nos referimos a la interpretación de que el conocimiento es imposible. Los escépticos piensan que nada es verdadero o falso o que todo es igualmente verdadero y falso y que estamos imposibilitados a comprender la diferencia entre algo verdadero y algo falso. En otras palabras, el escepticismo nos plantea que es imposible que los seres humanos puedan obtener el conocimiento o poseer la verdad. El sofista Georgia de Leontini, contemporáneo de Sócrates, aunque una generación más joven (485-380 AC), era un sabio capaz de congregar a una gran cantidad de personas en las ciudades que visitaba e invitaba a que le hagan preguntas de cualquier tipo. Una vez que la pregunta era realizada, desarrollaba un formidable discurso sobre el punto, deslumbrando con brillantes y capacidad oratoria. No importaba cual postura tomase, siempre encontraba la vuelta para salirse con la suya. Este sofista planteaba que el conocimiento es imposible, que solo tenemos a nuestro alcance opiniones que, con las que podemos jugar y utilizarlos como un ejército de confrontación para ganar, con el arte de la elocuencia, cualquier debate público. El escepticismo no sólo afirma que tenemos a nuestro alcance únicamente las opiniones y que el conocimiento es imposible, sino que además cualquier opinión es tan buena como la otra, que todas las opiniones son subjetivas, relativas, y que depende del gusto de cada uno. Para comprender si todo a nuestro alcance es solamente opiniones o si es posible alcanzar el conocimiento y, por consecuente la verdad, primero debemos distinguir las diferencias existentes entre una opinión y un conocimiento. ¿Qué es una opinión?, ¿cómo podríamos contrastarla de un conocimiento? La primera distinción es que la opinión es un punto de vista o apreciación de un tema o cosa, en el que puede coexistir una creencia, una duda, o una probabilidad. Por ejemplo, en mi opinión los colombianos son los mejores bailarines o yo creo que a la gran mayoría de las mujeres les gustan los hombres altos. Las opiniones son afirmaciones de que algo puede ser cierto o falso. Puedo opinar que el presidente de un país en particular va enfrentar un juicio político, y podría fundamentar los motivos. Eventualmente esta opinión podría llegar a ser verdadera o falsa. Debemos recalcar que la opinión solamente se convierte en un hecho cuando la acción

se concreta, pero en ese ínterin convive en el mundo probabilístico. Estas afirmaciones son muy diferentes a decir que en mi opinión dos por dos es igual a cuatro. En este caso, yo tengo la certeza, el conocimiento y no la duda o creencia de que esta premisa se basa en conocimiento fundamental. No sería lógico tener opiniones en el campo de la certeza. Sería ilógico opinar que la tierra es más pequeña que el Sol, porque de hecho esta es una realidad. Una segunda diferencia que podríamos notar es que las opiniones son debatibles y, por lo tanto, pueden llevar a un conflicto en la forma de debate. Al no existir certeza o una verdad comprobable sobre un tema, nos encontramos en el campo de las probabilidades y de los temas opinables. Un tema en particular puede tener una diversidad de opiniones, es decir, al mismo punto en discusión, lo podemos interpretar desde distintos puntos de vista, conforme a nuestra experiencia, cultura, género, etc. Entonces, podemos afirmar que mientras las opiniones son debatibles, el conocimiento no es debatible. Que la tierra gira alrededor del sol es un conocimiento. No sería tan lógico debatir con puntos de vistas dispares, opinando que es el sol que gira en torno a la tierra, o que ninguna de ellas giran ya que es opinable que el sol aparece en el este y desaparece en el oeste. También podemos afirmar que es muy lógico opinar y expresar los distintos puntos de vista cuando el tema es opinable. Un persona razonable puede estar en desacuerdo con una opinión y seguir siendo razonable. Cuando nos encontramos en un campo de temas opinables, podemos estar de acuerdo o en desacuerdo y lo mismo seguimos siendo razonables. Para seguir con este ejercicio de diferencia entre la opinión y el conocimiento, podemos afirmar que un tema opinable puede derivar en un consenso de opinión. Es decir, la gente puede acordar por mayoría el tema en discusión. Pero, no sería lógico lograr consenso del conocimiento. No por el hecho de que todos los sabios de la edad media, incluyendo el Papa, creían que la tierra era plana, la tierra era en verdad plana. Como sociedad nos organizamos por medio de una democracia para tomar decisiones en aspectos que conviven en el campo de las probabilidades, donde los temas son opinables, y las decisiones tienen sus costos y beneficios. Ahora bien, una vez comprendido que existe un mundo de opiniones y abordada la diferencia entre la opinión y el conocimiento, debemos seguir con nuestro ejercicio y analizar si es posible alcanzar el conocimiento. Partamos con la siguiente interrogante, ¿qué es la verdad? Al analizar qué es la verdad debemos ir paso a paso. Separemos este análisis en dos proposiciones. La primera, ¿qué es la verdad? Y, la segunda, ¿qué es verdadero? o, mejor dicho, ¿es posible alcanzar la verdad? Esta segunda pregunta, y quizás más difícil que la primera, nos desafía porque nos plantea si tenemos la capacidad racional para distinguir si una cosa es verdadera o falsa Vayamos a la primera pregunta, ¿qué es la verdad?, ¿qué es decir la verdad? De acuerdo al pensamiento Socrático, la verdad o, mejor dicho, decir la verdad, es cuando existe correspondencia entre lo que pensamos y lo que decimos. Cuando no existe discrepancia entre lo que pensamos y lo que decimos, nuestras palabras son reflejo de lo que pensamos de forma

clara y trasparente y, por lo tanto, existe la verdad. En el caso contrario, la mentira surge cuando lo dicho no es reflejo del pensamiento. Desde este punto, podríamos realizar otro ataque a los escépticos. Sabemos que para los escépticos es imposible alcanzar la verdad, y por lo tanto es imposible mentir. Entonces, bajo el supuesto de no existir algo verdadero, la ley de la correspondencia entre lo que pensamos y decimos no sería válida para los escépticos, lo cual es ilógico. Para los escépticos, la mentira es imposible porque todo lo que uno piensa es verdadero, con lo cual siempre existirá correspondencia entre el pensamiento y la palabra. Pasemos ahora al segundo punto; ¿es posible alcanzar la verdad? Así como decir la verdad es la correspondencia entre lo que pensamos y decimos, la verdad en la mente es la correspondencia entre lo que pensamos con la realidad, con el mundo en que nos rodea. Para Sócrates, una falsa proposición es cuando afirmamos la no existencia de algo que existe, o la existencia de algo inexistente. Aristóteles agregaría que la verdad en la mente humana consiste en la conformidad de la mente con la realidad que es. Pero, ¿cómo podremos saber si existe correspondencia entre lo que pensamos y aquello que percibimos del mundo real? Tal como afirmamos, es una tarea más sencilla el caso anterior cuando nos referimos a decir la verdad, pues simplemente implica un testeo interno de correspondencia entre lo que pensamos y decimos. Cada uno sabe cuándo mentimos y cuando decimos la verdad. Ahora nos enfrentamos a un caso más difícil de encontrar la correspondencia entre lo que pensamos con la realidad del mundo externo. Por un lado, tenemos nuestra mente, donde se forman las ideas y desarrollan las proposiciones. Por el otro, está la realidad, donde está la existencia, los hechos, las cosas que debemos conocer. A la realidad no le puedo preguntar, como si se tratase de Juan o María, pues la realidad no habla, no opina. Entonces, si no le puedo formular una pregunta a la realidad, ¿cómo podremos crear un vínculo entre lo que pensamos con el mundo real? Para enfrentar esta tarea difícil, pero no imposible, Sócrates utilizaba la regla de consistencia a la que también se le puede dar el nombre de regla de contradicción. Veamos un ejemplo para clarificar el punto. Supongamos que tenemos dos proposiciones, una dice “uno más uno es igual a dos” y la otra señala que “uno más uno no es igual a dos”. Lo primero que sabemos que las dos de ellas no pueden ser verdaderas. Partimos del principio de que la verdad es única, que no pueden convivir dos verdades. La consistencia entonces implica la ausencia de contradicción para determinar que una cosa es verdadera o falsa. Por de pronto llegamos a un estadio de superioridad, en el sentido de que podemos saber que mientras una proposición es verdadera, la otra es falsa. Al comprender que una es falsa, la podemos descartar, quedándonos con la segunda a la que inferiremos como verdadera. Pero alcanzar éste sitial no es suficiente porque el hecho de saber que una de ellas es la verdadera no nos permitirá definir cuál es la verdadera. Lo único que sabemos, hasta aquí, es que una debe ser verdadera y la otra falsa. Cualquiera de ellas podría ser verdadera y cualquiera podría ser falsa. Hasta el momento, dimos un paso trascendental pero nos encontramos en un punto que desconocemos cuál es verdadera y cuál es falsa. Para resolver este problema del conocimiento, debemos contar con ciertas verdades que

son incuestionables, como los principios, axiomas, hechos irrefutables – tal como que el todo es más grande que las partes que la componen- o percepciones verdaderas a los sentidos, como el caso en que en este momento mi mente me dice que estoy leyendo un libro y a la vez estoy sentado en el sillón en este mundo real. Con estas verdades percibidas, con los principios irrefutables y con el ejercicio del uso de la razón, puedo testar si la premisa es falsa o verdadera, hasta llegar a un sitial de verdad. Veamos un ejemplo práctico de cómo Sócrates hubiese refutado a Georgias. 1. Si el escepticismo es verdadero entonces es imposible saber si un átomo es más pequeño que una montaña o si la montaña es más pequeña que el sol. 2. Pero es absurdo pensar que una montaña es más pequeña que un átomo, o que el sol es más pequeño que la montaña. 3. Si las afirmaciones enunciadas son absurdas, entonces el punto de vista es equivocado. 4. Por lo tanto, el escepticismo es falso. El escepticismo es paradójicamente ilógico, ya que afirma que la única verdad es que no existe la verdad, entonces sí existe una verdad; “que no existe la verdad”. El punto es que el escepticismo es un truco mental, que si fuese cierto, el pensamiento crítico y el crecimiento personal sería imposible, lo cual es absurdo y falso. Nos queda un último truco mental que debemos conocerlo y enfrentarlo. Sigamos avanzando.



Pensar en los Dogmas “Cuanto mayor es la ignorancia, mayor es el dogmatismo” William Osler

La palabra “dogma” para los primeros filósofos significó “opinión”. No pasó mucho tiempo para ser interpretada como una aproximación a la verdad por medio de la razón, para luego ser entendida como una verdad incuestionable o “doctrina fijada”, “verdad absoluta”. Aún no hay dogma cuando una persona dice: “Esta es mi roca de fondo y ya no me haré más preguntas, pues he encontrado la verdad”. Pero esa verdad se convierte en dogma cuando pretende públicamente imponer a otros que algo es la roca de fondo y que sería ridículo creer en otra cosa, inclusive hacer preguntas, cuestionar, o enunciar algo contrario. El dogma es la verdad incuestionable decretada por la autoridad, a la que debemos estar sometidos. El dogma es una de las grandes amenazas a nuestro desarrollo como seres pensantes, como sociedad evolutiva. El dogma es un razonamiento erróneo que puede invadir nuestras mentes y convertirnos en autómatas. Bajo este sistema de imposición de pensamiento, la verdad revelada es incuestionable, no se discute porque ella emana de la autoridad, es decir, si la autoridad, ya sea la ciencia, la religión, el partido político, el dictador o la sociedad, lo dicen entonces es cierto y, por lo tanto, su doctrina debe ser aceptada sin discusión y con sometimiento pleno. Para las religiones, el dogma se identifica con aquellos postulados que deben ser creídos solo porque así lo ordena la autoridad eclesiástica o por algún profeta con conexión celestial. Hay tantas religiones como dogmas. Los dogmas provenientes del altar no deben ser sometidos a debates, examen, a demostración empírica o cualquier variante del pensamiento racional. Para las religiones el dogma es una verdad absoluta revelada por Dios que no es susceptible a discusión. Todas las religiones son poseedoras de un conjunto fundamental de creencias que definen determinada religión –catolicismo, protestantismo, hinduismo, budismo, islam, judaísmo, etc.y la distinguen de otras religiones. Por tanto, los dogmas no son ideas sujetas al cambio ni consenso, pues su campo de entendimiento convive en la fe y no en la razón. El dogma puede vivir en el corazón de los religiosos y también de los ateos. Los dogmas no habitan sólo en las grandes catedrales o templos religiosos, sino que viven en los lugares menos pensados. Los dogmas también pueden estar presentes en las

universidades y centro de investigación, donde los investigadores podrían eliminar evidencias que puedan contradecir una teoría existente que es considerada como verdad universal. En la política las doctrinas e ideologías radicalizadas también son verdades impuestas por los partidos políticos o por un líder político con la intensión de que sus adherentes se comporten, como rebaños de ovejas y, en otras, como jauría de lobos. El dogma vive en la política cuando los votantes se adhieren a los partidos no para discutir nuevas ideas, sino para apoyar visiones del partido inclusive cuando existe evidencia de que están trabajando en contradicción con el bien común. En todos los casos, el dogma tiene un actor principal que monopoliza y establece como fijo el cuerpo de la verdad que es la autoridad –Iglesia, la prensa, los partidos políticos, el Estado o una corriente de la ciencia. Esta autoridad, que actúa como portavoz de la verdad absoluta tiene como objetivo instrumentar un lavado de cabeza generalizado de sus súbditos, votantes, fieles, adherentes, creyentes, para mantener la unidad y el dominio del poder. Además del lavado de cabeza, el dogmatismo se impone por medio de otro instrumento muy efectivo: el castigo material y moral. Ay! de aquel que cuestione su autoridad, sus enunciados, principios, doctrinas o ideologías, porque ese será excluido, ignorado, ridiculizado, amenazado, expropiado e inclusive pondría en riesgo su propia vida o la de sus seres queridos. En esencia, el dogma es una fuerza que rechaza el derecho del individuo a pensar libremente. Es quizás la forma más distorsionada del pensamiento, pues se le impone a cada integrante de la sociedad de un chip en su cabeza en el que se programa un único sistema de pensamiento. La libertad de pensamiento es borrada para ser cambiada por un libreto impuesto por la autoridad. El dogmatismo es un sistema perfecto de manipulación. El racional de la manipulación es el siguiente, solo necesitas un grupo de persona para que se adhieran fervorosamente a tu creencia y lo podrás manipular como marionetas autómatas para que hagan lo que quieras, sin cuestionamiento alguno. En las sociedades, inclusive en las modernas, siempre existirá una autoridad que pretenderá imponernos verdades por medio de un lavado de cerebro, que nos dirá que pensar y que nos cargará de sanciones si nos desviamos de tal modo de pensamiento. Existe una tendencia humana de doblegarse a la autoridad –política, religiosa- que monopoliza un conjunto de ideas, y seguirle como una manada de ovejas zombies, por la sencilla razón de que creemos que es una buena moneda de cambio recibir seguridad y protección del líder a cambio de la delegación total de nuestra capacidad racional y nuestra libertad de pensamiento. Es realmente penoso, porque no solamente acallamos nuestros pensamientos sino que los convertimos en instrumento del poder totalitario. Sócrates nos recuerda que la independencia de pensamiento es indelegable y nos alienta a que nuestra mente salga del estado vegetativo y autómata, que recobre vida propia, que funcione por sí sola, y comience a dar señales de actividad, que levante muros y que se revista de coraje para enfrentar a los dogmas y todo tipo de trampas mentales. Para resistir, enfrentar y no ser presa del dogmatismo se requiere desarrollar el pensamiento con virtudes de valentía, humildad, justicia y serenidad. El filósofo nos invita a armarnos de ropaje racional, para que

la razón nunca sea sometida por dogmas y siempre esté a un paso delante de cualquier tipo de engaño mental.



PENSAR EN EL CAMINO



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n hombre busca a la luz de un farol, una moneda que hacía poco perdió. Un transeúnte que le estaba observando hace horas le pregunta qué está haciendo ya hace tiempo en ese lugar, él responde: busco la moneda que perdí. ¿La perdiste debajo del farol?, le vuelva a preguntar. Y él responde: No, fue por allá, pero no hay nada de luz en aquel lugar y por eso busco bajo la lámpara. Convirtamos esa moneda en nuestra vida y en el deseo de ser felices y analicemos cómo vivimos atrapados en el mismo absurdo; desperdiciando nuestra vida buscando la felicidad donde es más cómodo y sencillo buscar, pero dónde no existe lo que pretendemos encontrar. Buscamos en el dinero, en el poder, en el placer momentáneo, en el reconocimiento, en las posesiones, en los vicios. Buscamos en todos los terrenos más cómodos, pero todos ellos alejados de la felicidad. Todo esto nos lleva a la ineludible realidad socrática de que la verdadera felicidad consiste en reconocer que el farol lo llevamos en nuestras mentes. Que somos nosotros los que debemos encenderla. Que por medio de la educación continua podemos lograr que ese foco brille con mayor intensidad y que nos ilumine por donde sea que nos encontremos. Que debemos confiar en nuestra luz y no someterla al dictado de fuerzas externas. En fin, debemos reconocer que es nuestra decisión proteger, confiar y fomentar nuestra fuerza racional para que nos lleve por el camino del bien, pues la luz debe alumbrar para hacer el bien y nunca el mal. Así, una vida virtuosa que surge del conocimiento, se convierte en una vida plena y feliz. ¿Qué sentido tiene una vida de fama, fortuna, gloria, si la misma no es procedente de una vida virtuosa? ¿Qué sentido tiene la acumulación material cuando nuestro faro se mantiene en la oscuridad? Llegado el momento, cuando la hora de partir de esta vida ha dado su punto final, no tendremos temor de bajar el telón, porque sabremos como Sócrates, que aquel que vive una vida racional, plena y virtuosa está preparado para emprender el viaje y comenzar a vivir la verdadera vida dichosa.



Pensar en la Razón “Se puede tener por compañera la fantasía, pero se debe tener como guía a la razón” Samuel Johnson

Una chica de cinta negra en karate camina segura por las calles. Sabe que si surge algún peligro cuenta con su destreza marcial como arma perfecta de defensa. Así como la karateca que confía en su habilidad como karateka, el hombre racional debe experimentar la seguridad plena de su raciocinio para enfrentar cualquier tipo de escenario o situación. Una de las virtudes del pensamiento es la confianza plena en nuestra capacidad racional. La confianza en la razón es tomar consciencia de que tenemos a nuestra disposición una gran computadora, que es nuestra capacidad de raciocinio, con la capacidad de enfrentar situaciones complejas y el potencial de analizar hechos, sopesar informaciones, interpretar conceptos, dilucidar temas áridos y tomar decisiones acorde a nuestro discernimiento racional. Lo contrario a la confianza racional es la dependencia plena al pensamiento colectivo o al de un experto o consejero. La delegación total de nuestra capacidad racional a terceros es un modo para nada racional de conducir nuestras vidas. Esta dependencia o fuerza irracional nos seduce, nos atrapa, y por lo tanto, hasta es capaz de dirigir nuestro modo de pensar y actuar. Tener fe en nuestra capacidad racional es el mejor secreto de nuestro potencial como ser humano. Con esto no se está señalando que debemos desoír las opiniones, estadísticas, consejos y sugerencias. Todo lo contrario, ellos son una fuente importante de información que debemos procesarlas para tomar las decisiones correctas. Antes de confiar en nuestra capacidad racional, preferimos subordinarla a terceros. Por ejemplo, cuando nos encontramos ante una situación adversa. Ante un escenario económicosocial complicado tendemos a subordinar nuestra capacidad racional a líderes nacionales carismáticos. ¿Cuántas veces no hemos depositado nuestra fe en terceros para que nos ayuden a resolver un problema? ¿Por qué tendemos a confiar en los poderes espirituales? ¿Por qué encomendamos nuestro destino a líderes carismáticos? ¿Acaso ellos nunca se equivocan? ¿Por qué tenemos fe en el destino antes que en nuestra capacidad racional? ¿A qué se debe nuestra subordinación ante el pensamiento colectivo? ¿Por qué tanto apego a la forma de pensar de la comunidad?

La confianza en los demás es buena, pero es mala solo cuando subordinamos completamente nuestra capacidad de pensar. Es decir, cuando delegamos enteramente nuestra capacidad racional, por una falta de fe en nuestra propia facultad de raciocinio. Sin duda, un consejo de un guía espiritual puede ser sensato, así como la recomendación de un experto en determinada materia, pero esa información la debo digerir, procesar, evaluar. Otro elemento a tener en cuenta es que cuando nos enfrentamos ante ciertas circunstancias críticas, tendemos a confiar más en nuestros instintos que en nuestra capacidad racional. Nos apresuramos a tomar una decisión en base a nuestro instinto o en cómo nos sentimos en ese momento, sin siquiera evaluar la situación, comparar los datos, analizar la información con claridad, relevancia y precisión para dibujar escenarios probables y alcanzar alguna solución. Nuestro sentimiento, el modo en que nos sentimos en determinado momento, y no la razón, es lo que gobierna nuestra toma de decisiones. Quien tiene fe en su capacidad racional se convierte en una persona autónoma, capaz de dirigir su propia vida. Es decir, confiar en nuestra capacidad racional nos convierte en pensadores independientes, en personas autosuficientes y competentes. El pensador independiente confía en su capacidad racional y, por lo tanto, es capaz de analizar por sí mismo, y nunca descartando la ayuda de otros, situaciones complejas, como la resolución de problemas difíciles, o de proyectos complicados. El pensador autónomo no se desespera ante escenarios complejos que puedan surgir. Al tener fe en su capacidad racional, él es consciente que tiene el arma perfecta para alumbrar la oscuridad, profundizar el análisis, prevenir escenarios inoportunos, sacar conclusiones, tomar decisiones, incrementar su conocimiento. Quien logra una autonomía racional no se deja controlar por sus emociones ni por las emociones de los demás, no es capturado por la forma de pensar de la sociedad, no es seducido por el encanto de los líderes carismáticos o por las emociones de la masa. Él es capaz de tener luz propia y de alumbrar su camino. El pensador independiente es un hombre libre y, por ende, pleno y feliz. Quien tiene fe en su razón, pese al difícil escenario en que se pudiera encontrar, es un ser autónomo y libre de las ataduras externas que impiden nuestro crecimiento como seres humanos. El pensador independiente es aquel, como la karateca, que ha desarrollado musculatura y destreza de pensamiento y, al confiar en su fortaleza, construye su mundo, consciente de que las equivocaciones son parte del proceso de aprendizaje y crecimiento.



Pensar en la Educación “La clave de la educación no es enseñar, es despertar” Ernest Renan

Sócrates estaba ingresando a la edad madura años cuando se enteró de que el oráculo de Delfos lo había señalado como el más sabio entre los hombres. ¿Qué hubiese pasado si en ese momento decía misión cumplida, ya he aprendido todo lo que debo saber, hasta aquí llega mi educación? “La educación es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente”, diría Sócrates. La educación implica crecimiento, pero ¿qué tipo de crecimiento? El cuerpo humano crece hasta un punto, llegada la juventud ese proceso de expansión se detiene y entrando la edad madura comienza a revertirse. Lo mismo sucede con las plantas. No así con la mente, pues ella puede seguir creciendo cuando el cuerpo ha frenado su expansión e inclusive puede experimentar un proceso de expansión inclusive superior cuando el cuerpo comienza a declinar. La mente nunca pierde su poder de crecimiento mientras el cuerpo se mantiene sano. Lo que estamos afirmando es que todo aquello que deja de crecer no tarda en atrofiarse. Lo mismo que ocurre con el cuerpo ocurre con la mente, pero con una diferencia, el crecimiento de la mente es un proceso continuo que depende de nosotros. Aquel que decide adoptar un sistema de vida basado en la educación continua, siempre seguirá creciendo y dicho crecimiento se manifestará con una mayor capacidad de pensamiento racional, creativo o emocional. Podemos afirmar, con justa razón de que es negocio considerar a la educación como un proceso continuo, el cual no se debería detener tras haber terminado el colegio o la universidad, sino que ahí debe realmente comenzar. La vida de Sócrates es una experiencia fiel de que la verdadera educación comienza en la edad madura. Entonces, ¿podríamos afirmar lo contrario, de que no tendría sentido ir al colegio ya que la educación comienza en la edad madura? Permítanme responder con las palabras del pensador norteamericano Mortimer Adler. La educación en el colegio o en la universidad es necesaria porque nos introduce una serie de instrumentos que a la larga, con la madurez que nos dan los años, nos permite tener un mayor entendimiento. La sabiduría no puede ser aprendida en el colegio. No podríamos decir aquel niño o joven es un sabio, pero si podríamos afirmar que tiene un potencial inmenso, que las técnicas que va adquiriendo en la etapa inicial de la educación le permitirá adquirir un proceso ascendente en su educación en la etapa adulta. Una

persona aún inmadura no cuenta con la experiencia y seriedad de propósito para obtener un entendimiento superior. Una buena educación escolar debe brindar al joven las capacidades para descubrir por sí mismo, los misterios de la ciencia, además de ofrecer al joven las técnicas básicas para explorar las formas del arte, y así convertirlos en protagonistas centrales de su educación. ¿Cuál es el rol del profesor en la educación formal? En todo momento el profesor debe guiar y acompañar, para que el alumno por fuerza propia sea capaz de descubrir, explorar y experimentar las distintas ramas de la ciencia y el arte. El profesor está para ayudar, para asistir y orientar, pero es el esfuerzo del alumno el que debe primar. Un buen profesor es aquel que ayuda a que el alumno descubra por sí solo, nuevas avenidas que se conectan entre sí para lograr un mayor entendimiento. El profesor debe tomar el ejemplo de Sócrates, quien fue un gran maestro porque el actuaba como una partera, asistiendo y guiando a la gente a que puedan sacar a luz de nuevos entendimiento e interpretaciones. La educación debe contar con profesores capaces de cultivar el interés del alumno para convertirlos en exploradores del arte y la ciencia, y de desarrollar en sus alumnos las habilidades cognitivas del pensamiento racional, emocional y creativo. El mayor legado del profesor es inculcar al chico-adolecente a convertirlo en actor central de su educación, el estudiante debe comprender que la educación es un proceso continuo, que se vigoriza en la edad adulta, y que solo él es responsable de todo ese proceso. Lastimosamente la educación que recibimos cuando jóvenes dista de las premisas socráticas. Somos obligados a memorizar materiales, a seguir instrucciones, a almacenar informaciones e instrucciones, y nos estructuran para aprender algunos contenidos empaquetados. Pero a pesar de ello, toda esa experiencia, aunque en cierto sentido frustrante, la podemos inclusive capitalizar al ingresar a una etapa madura. Recién cuando comienzan a aflorar algunas canas podemos dar sustancia a las técnicas aprendidas en la etapa de educación formal. En la edad madura que nos dan los años, podemos lograr una interpretación más amplia y profunda de los diversos temas de estudio. Es una experiencia totalmente diferente leer el mismo libro a los 15 años que a los 35 o 70 años. Pasa igual con cualquier rama de la ciencia o del arte. Uno va encontrando luces, donde antes era opaco, carente de sentido e insulso. Al orientar nuestra vida hacia un proceso de educación continua uno se encuentra en un viaje edificante. Por ello, no existe un mayor desperdicio que tirar nuestra educación formal por la borda. No existe mayor irresponsabilidad que apagar nuestros cerebros cuando debería estar brillando con nuevas luces. Contrariamente, no existe nada más maravilloso y edificante que capitalizarlo por medio de la educación continua. La propuesta es que al culminar el colegio, la universidad o al entrar en la edad madura podemos seguir los pasos de Sócrates en nuestro proceso de educación continua. Lo primero es comprender lo que habíamos señalado, que la mente puede seguir creciendo independientemente de los años. Que este crecimiento es conveniente porque toda expansión implica vida. Que la el nivel de curiosidad determina los años de nuestro cerebro. Que la experiencia de la vida nos da una mayor capacidad para convertir la información y las técnicas aprendidas en la etapa estudiantil en conocimiento con profundidad. Hay un dicho que dice “a los perros viejos no se le puede enseñar nuevos trucos”. Resulta

que nosotros no somos perros y, por lo tanto, podemos seguir aprendiendo y, además, la educación no consiste en aprender trucos, sino en lograr un mayor entendimiento del mundo que nos rodea. El aprendizaje es un proceso de embellecimiento de la mente, solamente por medio del cuestionamiento continuo vamos sacando las capas de velo del mundo en el que vivimos, solamente por medio de una vida que pone a la educación como un proceso continuo podremos revestir nuestras vidas de virtudes que hacen que nuestro raciocinio sea más claro y nuestro actuar más justo. La educación continua depende exclusivamente de nosotros mismos, de nadie más. Esta responsabilidad es indelegable. Al culminar la educación formal, ya no están nuestros padres para obligarnos a estudiar, ya no están las asignaturas y tareas obligatorias que debíamos realizar. Ni padres ni profesores están para exigirnos y guiarnos. Solamente estamos nosotros, como únicos responsables, de mantener encendidas nuestra llama interna de la racionalidad. Mantener este fuego interno es crecimiento, es vida. Quien cree que la educación es una actividad exclusivamente escolar es como una planta a la que una vez crecida la encerramos en un cuarto oscuro. Lo más grandioso que disponemos es el don de pensar. Es un regalo de los dioses, a la que debemos regar todos los días para que su pureza y belleza oxigene nuestra existencia.



Pensar en el Tiempo “El tiempo de la reflexión es una economía de tiempo” Publio Siro

Miras por la ventana y ves que llueve. Al cabo de un tiempo sale el sol, es un día magnifico, temperatura ideal, lleno de verde, mariposa y flores. De pronto comienza a nevar. Al poco rato cae una tormenta cargada de rayos. Ahora ya es de noche, luego de día. Independientemente de la situación externa, te pregunto, ¿cómo utilizas tu tiempo? Te propongo otro ejercicio mental, aunque poco agradable. Imagínate que estás muy cómodo en tu sofá viendo el informativo de la noche. De pronto, ves en la pantalla al Presidente de la República declarando la guerra al vecino país. La contienda bélica, según expresa el propio mandatario, será cruenta, larga y costosa. El pánico no tarda en apoderarse de la gente. A los pocos días, la guerra ya es una realidad. Las madres, acongojadas, ven a sus hijos alistarse para tomar las armas. Con el correr del tiempo, se percibe destrozos por doquier. El país está en ruinas. Se ve penuria y sufrimiento. Los cuerpos sin vida yacen desparramados en los campos que se volvieron improductivos. Tus seres queridos mueren en manos del enemigo. La peste no tarda en entrar en las casas como una sombra maligna. La opulencia de otrora queda reducida a escombros, y el orgullo de la que una vez fue una nación pujante queda ahogado en la depresión colectiva. Pensar en casos extremos para imaginarnos cómo debemos actuar es una herramienta del pensamiento introducida por la filosofía estoica. Una contienda bélica es una de las tantas situaciones extremas por la que podríamos atravesar, pero no la única. La enfermedad también es un mal que nos puede asechar, al igual que la pérdida de un ser querido, así como también el hecho de caer en desgracia material, como la pobreza. Pero también podemos realizar el ejercicio inverso y visualizar una situación positiva en términos de convivencia social, de situación de salud o de condición económica. En nuestras vidas podemos pasar por distintos ciclos: negativos y positivos. El punto es cómo utilizaremos nuestro tiempo, independientemente de cuál fuese la situación en la que nos encontremos. Quizás, una forma sencilla y efectiva de dividir al tiempo, sea en tres segmentos; un tiempo neutro, un tiempo muerto, y un tiempo vivo. El tiempo neutro es el que lo desperdiciamos, día a día, dejándolo fluir por debajo del puente de la vida. En el tiempo neutro comanda la apatía, la dejadez. El tiempo muerto no es muy diferente al del tiempo neutro, aquí también nuestro

tiempo lo desaprovechamos día a día, pero el que gobierna ya no es la apatía, sino la depresión, la vacilación, el temor a comprometerse, la culpa de las fuerzas externas. Tanto el tiempo neutro, como el tiempo muerto, son un verdadero desperdicio. El tiempo vivo, en cambio, es muy diferente, pues implica acción para alcanzar algún objetivo o misión. El tiempo vivo no convive con los otros dos tiempos. No se puede estar en el tiempo vivo y a la vez permanecer en el tiempo neutro o muerto. El tiempo vivo implica llevar una vida activa, productiva, enfocada en la realización de una acción, conforme al propósito, meta o misión que nos hemos propuestos. La mayor invención del pensamiento surgió en medio del caos, en tiempos muy difíciles, en uno de los conflictos bélicos más cruentos y extensos de la humanidad, dominado por atrocidades, bañado de pestes, seguido por la derrota humillante, el caos social y dictadura. El pensamiento socrático surgió en medio de la Guerra del Peloponeso. En medio de tanta crueldad y bestialidad, Sócrates pudo haber orientado su acción hacia otros campos del pensamiento, como la táctica y la estrategia militar o, simplemente, pudo haber entrado en una apatía mental, en un estado depresivo, de angustia o de abandono. Pero ante tal adversidad, Sócrates orientó su energía creadora para convertir su día a día en algo muy productivo, invitando a las personas a pensar, a indagar los conocimientos que se tenían por sentado, a compartir y explorar nuevas ideas. Sócrates utilizó de una manera muy activa su tiempo, sin importar si en el exterior se avecinaba una tormenta, brillaba el sol o nevaba. No importa la circunstancia en la que te encuentres o la adversidad por la que estés atravesando. Es tu decisión utilizar el tiempo de un modo vivo, productivo, significativo. El día puede ser gris o florido, lluvioso o soleado, cálido o gélido, lo importante es que tu tiempo sea siempre vivo y no neutro ni mucho menos muerto. Una mente activa siempre le asfixia a la depresión, una mente curiosa y con propósitos nunca encuentra contratiempos, una mente edificante desoye las inclemencias y vicisitudes externas. Comienza a pensar en cómo utilizar tu tiempo, deja de culpar a las condiciones externas, y transforma tu tiempo en tiempo vivo, para reflexionar y construir de manera edificante. Al proponerte, tu educación continua no encontrará escollos, tu capacidad de alumbrar con la luz propia del raciocinio jamás será menguada por factores exógenos. Así, como lo hizo Sócrates, ante el mal tiempo, buena mente. Que tu luz interna del raciocinio sea capaz de alumbrar en todo momento, inclusive en tiempos oscuros.



Pensar en el Bien “La esperanza del bien es ya un gran bien” Constancio C. Vigil

“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, ofrécele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda”. Mateo 5.38-42. Las palabras de Jesucristo son revolucionarias y transgresoras por inducir a romper con la tradición varias veces milenaria de la venganza y del odio contra aquellos que nos causan un mal o comenten una injusticia contra nosotros. Noé, Moisés, y todos los patriarcas y profetas judíos del Antiguo Testamento, admitían el derecho a replicar el mal con el mal a quien lo haya infringido, para castigarlos y así repeler y acabar las acciones malignas. Encontramos en el Antiguo Testamento una serie de medidas de retaliación como mecanismos de justicia y de disuasión para contener el lado más primitivo de nuestra naturaleza humana, legitimando, así, las acciones de venganza equilibrada hacia los que nos infringen un daño físico. “El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada” (Génesis 9,6). “El que hiere a alguno, haciéndole morir, él morirá”. “Más si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Éxodo 21,22, 23-25). “Asimismo el hombre que hieres de muerte a cualquier persona, que sufra la muerte. Y el que causare lesión en su prójimo, según hizo, así sea hecho: rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente” (Levítico 24,17,19-20). El concepto de justicia en propias manos de la Antigua Grecia era similar pero muy diferente al judío, pues doblemente era peor. Decía Hesiodo, poeta griego y segundo solo de Homero, “si una persona comienza, diciendo o haciéndote algo dañino, entonces tú debes hacerle pagar doblemente”. Sin duda es mucho más vengativo que la tradición judía, porque duplica la escala de la represalia, suponiendo “rotura por doble rotura, ojo por dos ojos, diente por dos dientes”. El código de Dracón, introducido en el Ática hacia el 620 A.C, se lo calificaba como tan “draconiano” pues los que “robaban una calabaza o una manzana

sufrían la misma pena que los que cometían sacrilegio o asesinato”. A la par de las legislaciones de la antigüedad que proponían violencia por violencia, los griegos rendían culto a la vida serena de los sabios, quienes se abstenían de responder el mal con el mal. Uno de los hechos más conmovedores nos relata Plutarco en sus “Vidas Paralelas”. Cuenta que Licurgo, Rey de Esparta, recibió ciertas leyes del oráculo de Delfos que resolvió introducirlas para el bienestar de Lacedomonia. Ubiquémonos aproximadamente unos 700 o 600 años antes de la era cristiana. Los reyes, y la mayoría de los nobles, aceptaron introducir la nueva legislación, pero a regañadientes, solo como marco referencial indispensable para la estabilidad y seguridad de la sociedad. Un joven aristócrata, Alcandro, se opuso a tal grado que en ocasión de agredir a Licurgo, le arrebato un ojo. Plutarco, al relatarnos el hecho con su acostumbrada vivacidad, nos presenta uno de los caracteres más nobles de la antigüedad, tanto que representa la capacidad de responder el mal con el bien. “A pesar del daño recibido no se alteró Licurgo y únicamente se paró de frente y mostró a los ciudadanos su rostro bañado en sangre con su ojo saltado. Tan grande fue entonces la vergüenza y el sentimiento culposo que se apoderó de todos, que le entregaron a Alcandro para que el Rey lo castigara…Licurgo, después de agradecerle, se despidió de ellos, pero hizo ir con él a Alcandro, mandándole que entrase a su casa, sin decirle ni hacerle nada ofensivo…y solo ordenó que se le sirviese. Alcandro, persona de buen carácter, hacía cuanto se le ordenaba, sin protestar; y permaneciendo junto a Licurgo, observando la manera cómo vivía, pudo darse cuenta de la bondad y dulzura de su carácter, de su extraordinaria sobriedad y de su laboriosidad; y de esta suerte, de enemigo público que era, se convirtió en uno de sus más fervientes admiradores, y proclamó ante sus amigos que Licurgo no era áspero ni orgulloso, como había pensado, sino que era el más suave y afable de los hombres”. Sócrates, 450 años antes de Jesucristo, fue más allá de cualquier otro sabio que le precedió, porque por medio del razonamiento, no a través de las directrices que imparten los dioses, pudo comprender cómo un hombre justo debe vivir. Por medio de su razonamiento, fue capaz de construir un puente, largo y espacioso, que nos conduce desde la barbarie vengativa más primitiva del ser humano hacia un comportamiento más civilizado. Pero nos advierte que, debido a las dificultades que implica atravesarlo, solo algunos podrán transitarlo, en especial aquellos que cuenten con el entendimiento y el valor para emprender la travesía del camino. La idea de Sócrates es revolucionaria pues por medio de la razón nos indica el camino para nuestra transformación conductual. Es nuestro entendimiento el que debe guiarnos para comprender aquello que es justo, y por medio de nuestros discernimientos, las decisiones y actos, para encausarnos hacia la excelsa justicia. La proeza del pensamiento socrático de no a la retaliación es maravillosa. Sócrates nos plantea que la no retaliación o la no venganza, no deben circunscribirse solamente a la dimensión física, sino además moral. Para Sócrates no tiene sentido devolver odio por odio, envidia por envidia, mentira por mentira, ofensas por ofensas, injusticia por injusticia. En otras palabras, uno no debe replicar la maldad en ningún caso, ya sea física o psíquica. El filosofo nos plantea que si alguien te hiere con puñal, no devuelvas el acto, y si alguien te

ofende con su lengua, no envenenes la tuya injuriándolo. La conquista del filósofo fue doble al intuir que el mal puede ser tangible e intangible y que la respuesta no debe ser con el mal, sino con acciones y palabras virtuosas. Es decir, si alguien te pega en la mejilla dale la otra, pero si alguien te ofende en un oído, dale el otro oído. Más importante aún, la base de la filosofía socrática no nos proponía una vida virtuosa reactiva, es decir, que nuestras acciones virtuosas se motivaran solamente cuando debemos responder a las acciones dañinas o a los hechos injuriosos. Más bien, Sócrates nos planteaba una vida virtuosa activa, que implica orientar nuestras mentes y acciones para que, en todo momento, vivamos virtuosamente de forma activa y convivamos de manera fraternal y justa. Sócrates, por medio del uso de la razón, fue capaz de justificar por qué un hombre debe vivir de forma virtuosa, sin hacer el mal a las personas y a la sociedad, y propuso que nos encomendemos a una vida virtuosa, haciendo siempre el bien, sin importar que recibamos el mal como moneda de cambio. Sócrates se opone a la teoría y práctica de la retaliación y propone cinco principios a seguir para lograr una vida virtuosa orientada a la justicia. El primero, que el hombre nunca debe cometer injusticia. Segundo, y en línea con el primero, jamás debe retornar una injusticia con injusticia. Tercero, nunca hacer el mal a otra persona. Cuarto, y vinculado con el tercer punto, nunca responder el mal con el mal. En el quinto principio, hacer el mal a un ser humano no es diferente de actuar injustamente. En los diálogos se presenta el concepto del que el hombre justo es aquel que no solo hace el bien a sus amigos, sino que además hace el bien a los que lo han lastimado, buscando convertir al enemigo en amigo. El pensamiento que eleva una persona a la sabiduría es el de tener la capacidad mental de no responder al agravio con una postura ofensiva, sino neutra en algunos casos, defensiva en otros y constructiva en todos los demás. Sócrates era muy consciente de la naturaleza humana y de lo que implicaba un cambio tan radical en la forma de pensar y actuar. “Son pocos los que creen o van a creer estos principios. Y entre los que creen y aquellos que no creen no puede existir ningún punto en común”. Quien logra llevar adelante una vida virtuosa, viviendo una vida fraternal, sin cometer actos de venganzas, injurias ni maldad, es dueño de mantener tranquila su cabeza, afianzando la serenidad de pensamiento. Lo virtuoso lleva a lo virtuoso. Aquel que no comete injusticia, es capaz de mantener en todo momento un pensamiento sereno. Si la justicia conduce a la serenidad, el consecuente equilibrio mental nos permite crecer como persona de una forma constructiva. ¡Qué mayor bien que la paz mental construida a partir de la no retaliación! Sócrates nos insta que caminar siempre por el sendero de la verdad y del bien, desoyendo agravios, injurias e injusticia. Una vida tumultuosa de agravios, maldad y de actos injustos no valdría la pena ser vivida.



Pensar en la Libertad “Sólo es digno de libertad quien sabe conquistarla cada día” Goethe

La vida de Sócrates nos lleva a pensar que en nuestra mente existe un pequeño arbolito llamado libertad, que en cualquier momento puede ser pisoteado por un impostor. Si tomamos conciencia de su presencia, entonces debemos resguardarlo y regarlo para transformarlo en un frondoso árbol, capaz de protegernos ante eventuales tempestades externas o fuerzas dominantes que pretenden torcer o quebrar nuestra voluntad para someternos y direccionarnos hacia acciones viles, inmorales e injustas. ¿Cómo hizo Hitler para cometer millones de crímenes atroces? ¿Cómo fue capaz de llevar una masacre inhumana a una escala industrial como si se tratase de la fabricación mecánica de simples aparatos eléctricos? Sin dudas, estas acciones inhumanas pudieron haberse originado en la cabeza de un hombre, pero solo pudo haberse ejecutado a escala masiva, si un número de personas, de piel y hueso como tú y yo, obedecían sus órdenes. Este acontecimiento cruel que lo seguimos teniendo en nuestra memoria, no lo podemos tratar como un hecho histórico anecdótico o cómo algo que no pudiera ocurrir en nuestra vida cotidiana, ya sea a una escala menor o a niveles de elevada crueldad. El peligro siempre está al acecho. Sin darnos cuenta, inesperadamente, podríamos caer en la boca del lobo, devorados por un poder que somete nuestra voluntad y nos hace abandonar nuestra humanidad. Existe un riesgo de que, en algún momento, nos convirtamos en autómatas funcionales al servicio del deseo perverso de una persona, grupo de personas o institución que pretende usarnos como marionetas del mal. Stanley Milgram, Phd en psicología por la Universidad de Harvard, demostró que no hace falta estar bajo el dominio del nazismo o en medio de una cruel guerra, para que nuestra mente sea subyugada por un poder externo perverso que nos obliga a cometer actos atroces o injustos. Cualquier persona, en cualquier sociedad, ante cualquier situación, puede ser presa de una mente autoritaria, atrofiada, que quiere convertirnos en su herramienta del mal. En este momento, quizás estarías pensando que eso no te ocurriría a ti, que jamás serías presa de una fuerza externa villana, que tu integridad de persona no sería avasallada. Pero, Milgram por medio de un experimento realizado nos demuestra la vulnerabilidad de nuestras mentes, nos enseña que no tenemos un árbol frondoso, sino apenas un arbolito que fácilmente puede ser destroncado. Pasemos brevemente revista al experimento que condujo el afamado

psicólogo. Milgram realizó un experimento, conocido como Obediencia a la Autoridad, Se les pago una pequeña suma de dinero a un grupo de voluntarios para realizar un experimento en lo que suponía sería un estudio “sobre la memoria y el aprendizaje”. Una persona, con bata blanca, que aparentaba ser un científico, estaba a cargo de ambos voluntarios, uno de ellos cumpliría el rol de “profesor” y el otro de “aprendiz”. Al aprendiz lo ataban a una silla y le decían que debía recordar un listado de palabras. Si no podía recordarlas, el hombre de la bata blanca le debía instruir al profesor a descargar una pequeña carga eléctrica. Con cada respuesta incorrecta, al profesor se le obligaba a elevar el voltaje y a contemplar cómo el aprendiz iba pasando de pequeños gritos hasta fortísimos alaridos de dolor. Lo que el profesor desconocía es que el aprendiz era un actor y parte del equipo del experimento y, además, de que no había en realidad corriente eléctrica entre su caja de control y la silla eléctrica del aprendiz. El verdadero centro de experimento no era el aprendiz que fingía recibir la descarga, sino el profesor quien era obligado a incrementar el voltaje de las descargas por cada respuesta equivocada. El experimento confirmó que desobedecer es difícil. Existía un abismo entre manifestar que se estaba haciendo daño (algo que casi todos los sujetos hicieron) y oponerse realmente a seguir con el experimento. Milgram demostró que nuestro sentido moral tiende a inclinarse hacia la obediencia a seguir los dictados del deber y la lealtad a la autoridad. Poco a poco, paso a paso, nuestra mente va dejando espacio y cayendo en la trampa de la tiranía. ¿Por qué el profesor fue capaz de elevar la descarga eléctrica a niveles superiores a la capacidad de resistencia de un ser vivo? Según Milgram, el impulso natural de no dañar al otro se ve totalmente opacado cuando una persona es colocada en una estructura piramidal, por debajo de un líder autoritario a quien se debe obedecer por simple razones de supervivencia. Fueron muy pocos los “profesores” que desobedecieron por razones éticas o morales, y afirmaron sus creencias individuales a pesar de la insistencia de la autoridad. Sócrates se encontraría en este grupo. En la Apología, Sócrates relata que cuando los treinta tiranos ocuparon el poder, le ordenaron a él y otros cuatro a “conducir desde Salamina a León el salaminiano, para hacerle morir, porque daban estas órdenes a muchas personas para comprometer el mayor número de ciudadanos posible en sus iniquidades”. Pero Sócrates, al igual que pocos de los “profesores” del experimento, no se limitó a seguir ordenes o a demostrar el deber a la lealtad a la autoridad, sino que se reusó a seguir los dictados de la autoridad, prefiriendo ser leal a sus principios y valores. Sigue relatando, “mi único cuidado consistía en no cometer impiedades e injusticias. Todo el poder de estos treinta tiranos, por terrible que fuese, no me intimidó, ni fue bastante para que me manchara con tan impía iniquidad. Cuando salimos de Tolos, los otro cuatro fueron a Salamina y condujeron aquí a León, y yo me retiré a mi casa, y no hay que dudar, que mi muerte hubiera seguido a mi desobediencia, si en aquel momento no se hubiera verificado la abolición de aquel gobierno”. Tiranos pueden surgir en la familia, en los grupos sociales, en la empresa, en la comunidad. Pueden surgir de distintas formas y colores. Es por eso que debemos ejercitar nuestra mente.

Ser consiente a qué y quien nos enfrentamos. Reconocer que el deber tiene un solo camino, y no es el deber a cumplir órdenes, sino el deber a ser cada vez más humano, a ser hombres libres, a revalorizar nuestros valores. La libertad surge en la fortaleza de la mente. La tarea diaria que debemos practicar es convertir el arbolito de la libertad que llevamos dentro nuestro, en un árbol frondoso, capaz de resistir la brusquedad de las tormentas, para que siempre estemos dispuestos a aferrarnos a lo humano, lo edificante, lo justo. Quizás, uno de los principales ejercicios mentales para vigorizar nuestro arbolito y convertirlo en uno frondoso, es pensar en el propósito de nuestras vidas. ¿Estás dispuesto a pensar en la eudaimonía?



Pensar en la Eudaimonia “No está la felicidad en vivir, sino en saber vivir” Diego de Saavedra Fajardo

Se considera a Matthieu Ricard como “el hombre más feliz del mundo”. Científicos de la Universidad de Wisconsin, le sometieron a una prueba de nivel de felicidad, conectándole 256 electrodos en su cráneo para determinar, científicamente, el grado de su felicidad. Los investigadores se quedaron sorprendidos al comprobar que el nivel de felicidad de Ricard sobrepasaba el parámetro máximo que define la felicidad de un ser humano. Ricard no es un hombre cualquiera, se graduó con el título de doctor en biología molecular en el Instituto Pasteur. Pero eso no lo hace tan especial para ser considerado el hombre más feliz del mundo. Después de terminar su tesis doctoral, en 1972, en una visita a la India, decidió poner al costado su carrera científica y concentrarse en la práctica del budismo tibetano. Tomó el hábito de un monje y orientó sus energías hacia la meditación. Ricard es, además, fotógrafo, autor de varios best-sellers, reconocido conferencista, colaborador con universidades y centros de investigación relacionados al estudio de la mente, y además dedica gran parte de su tiempo a ayudar a la construcción y mantenimiento de clínicas, colegios y orfanatos de Asia. Si la felicidad es un anhelo innato en el ser humano, ¿por qué nos cuesta encontrarla y mantenerla? ¿Sería posible saber qué tan feliz podemos llegar a ser? ¿Existe alguna fórmula socrática que nos ayude a encontrar y acrecentar nuestra felicidad? Para responder con propiedad estas preguntas, primero debemos responder una interrogante más elemental; ¿Qué es la felicidad? El hecho de que sea una pregunta elemental no quiere decir de sea superficial o fácil de responder. Mattieu Ricard, en una de sus tantas conferencias que dicta a lo largo del mundo, definió la felicidad con el término griego de “Eudaimonia”, vinculando de este modo la interpretación oriental y budista de la felicidad con la concepción socrática. Sócrates planteaba que el objetivo central del ser humano es alcanzar la felicidad, pero las personas no logran alcanzarla porque ignoran su significado, porque desconocen qué es la eudaimonia. ¿Cómo sería posible alcanzar la felicidad si desconocemos su significado? Para comprender que es la felicidad primero podemos compararla con su opuesto. La ira, el odio, los celos, la arrogancia, el deseo obsesivo, la codicia, el egoísmo extremo, la venganza son todos sentimientos y actos contrarios a la felicidad. Mientras estos sentimientos

perversos nos invaden la mente, en reacción encadenada, más nos sentimos atormentados, miserables e infelices, pues es imposible que dos sentimientos opuestos convivan en simultáneo. Es absurdo que uno sienta al mismo tiempo ira y felicidad, así como tampoco puede convivir el deseo de venganza con el amor, o el egoísmo con la benevolencia o la arrogancia con humildad. Como diría Matthieu Ricard, “no puedes en un mismo gesto estrechar la mano y al mismo tiempo dar un puñetazo”. No solamente los sentimientos perversos son contrarios a la felicidad, sino también los actos de maldad y de injusticia nos distancian de la felicidad. La persona que obra con maldad o cometiendo injusticia es probable que se sienta culpable, inclusive si no existiese posibilidad de que sea encontrada culpable. La culpa y el hecho de sentirse miserable tienden a perturbar la cabeza y, por tanto, nos impide alcanzar la felicidad. La felicidad tampoco consiste en aferrarnos a los recuerdos del pasado o a disfrutar los momentos del presente o a recomponer nuestras esperanzas sobre un futuro próximo con mayor dicha. La felicidad no tiene nada que ver con volcar nuestra cabeza al pasado, con vivir el momento presente o con proyectarnos al futuro. Para Sócrates, la felicidad no es una cuestión de tiempo o lugar. Confundir la felicidad con el placer es otra equivocación que a menudo tendemos a cometer. El placer se consume a sí mismo con el simple paso del tiempo o conforme vamos experimentando la sensación. El auto 0 Km deja de enorgullecernos cuando sale al mercado un nuevo modelo, la cuarta barrita de chocolate ya no nos da tanto placer como la primera. El honor, la fama, el status, el prestigio, son ilusiones que ensanchan momentáneamente nuestros pechos y nos hacen suponer que son atributos indispensables que debemos poseer para ser felices. La riqueza y el poder también son otros atributos externos que nos hacen creer que si acrecentamos nuestra fortuna y fortalecemos nuestra influencia, seremos cada vez más dichosos. El control del mundo externo es temporal, limitado y, a menudo, ilusorio. Por supuesto que las condiciones externas positivas afectan favorablemente nuestro estado de ánimo, como los títulos académicos, visitar nuevos lugares, contar con libertad. Pero las cosas externas lindas no son bases suficientes para edificar nuestra felicidad, apenas son un apoyo auxiliar. ¿De qué serviría el departamento más grandioso, en el último piso del edificio más elevado de la ciudad si por dentro nos sentimos profundamente tristes? Quizás su único uso sea la ventana, por donde la persona desdichada pueda arrojarse, para escaparse de su soledad interna y de sus ilusas penurias que someten su raciocinio, según sostiene Ricard Entonces, ahora que analizamos los sentimientos, acciones, atributos contrarios a la felicidad y aquellos que son sólo puntos de apoyo, debemos volver al punto inicial y preguntarnos nuevamente; ¿Qué es la felicidad? Sócrates nos responde que el propósito de la vida es orientarnos a la eudaimonia, es decir, a lograr una vida plena, una vida en florecimiento, una vida virtuosa, en armonía y bienestar con nosotros mismos. Eudaimonia es una palabra griega compuesta de eu, que quiere decir bueno y daimon, el término de donde viene nuestra palabra demonio. Pero, para los griegos daimon no tiene nada que ver con la concepción moderna de demonio, sino todo lo contrario, significaba algo más parecido a nuestro ángel, a nuestra conciencia, al alma inmortal que habita en nuestro interior. Entonces, el significado etimológico de Eudaimonia sería el ángel bueno.

Sócrates nos plantea que debemos conocernos a nosotros mismos, y que al examinar nuestro interior descubriremos una esencia eterna, un alma pura, cristalina y eterna, una conciencia noble, un ángel bueno. Comprenderemos que para que resplandezca este ser interno que habita dentro de nuestro cuerpo material, debemos alimentarlo continuamente con pensamientos virtuosos, con palabras que transiten la verdad, con actos nobles. La felicidad para Sócrates consiste en que el ángel de nuestro interior goce de una esplendida salud. Y, las mejores medicinas que le podemos ofrecer no son la fama, la gloria, los títulos, la fortuna, las acciones injustas, los pensamientos perversos, las acciones dañinas. Todo lo contrario, las medicinas para la buena salud del ángel bueno son el pensamiento noble y las acciones virtuosas, que se orientan a la justicia, la serenidad, la compasión, el coraje, el autocontrol, la benevolencia, la piedad, la humildad, el areté. Además, el alma florece cuando descubrimos nuestro llamado, y al reconocer cuál es nuestra misión en esta vida, nos orientamos con todas nuestras energías, transitando el camino de la virtud. Solo así obtendremos una vida feliz, plena, con bienestar. La eudaimonia es una profunda realización en la virtud, que se traduce en la serenidad, el conocimiento y la sabiduría. El filósofo nos advierte que así como hay medicinas para el alma, también existen sustancias venenosas, como los sentimientos destructivos –el odio, la envidia, el egoísmo- y los actos perversos, inmorales e injustos. Las drogas, los estimulantes, el materialismo, son también sustancias tóxicas para el alma. No puede existir una persona feliz con un alma envenenada. No puede existir una persona dichosa con una mente con pensamientos viciosos. La fortuna externa es una desdicha cuando la persona está en quiebra en su interior. Es nuestra decisión, y de nadie más, de ofrecer el medicamente correcto a ese ser eterno que convive en nosotros. ¿Qué tanta toxina tiene tu mente? ¿Qué tanto veneno corren en las venas de tu alma? ¿Qué tan desviado es el trayecto que emprendes hacia una vida virtuosa y con propósito? ¿Qué tanto te aferrás para alcanzar tu areté? ¿Qué tan orientado está tu pensamiento racional para encaminarte a una vida en eudaimonia? Es probable que nunca seamos sometidos a un estudio científico, como lo hizo Matthieu Ricard, para determinar nuestro nivel de felicidad. Creo que no es nuestro objetivo de vida ser el hombre más feliz del mundo. Pero sería espectacular que comencemos a medicar nuestra conciencia o alma, con pensamientos y acciones virtuosas, para que ese ángel bondadoso, esa llama interna, que habita dentro de nosotros pueda complacerse, y con su sonrisa de alegría nos irradie para que vivamos una vida en eudaimonia. Ahora que sabemos en qué consiste la eudaimonia podemos comenzar a orientarnos a una vida plena y floreciente, sabiendo que nuestro objetivo de vida es ser felices y, a la vez, reconociendo que la muerte es parte de la vida.



Pensar en la muerte “Cada instante de la vida es un paso hacia la muerte” Pierre Corneille

Todos morimos, esa es la naturaleza de los seres vivos. Es una ley natural inquebrantable. Un destino común que pesa sobre nuestras cabezas. Es un estadio tan temible como natural. Cuando percibimos que ella está próxima, la desesperación agobia nuestra alma. Cuando la muerte se acerca queremos retrasarla para poder hacer todo aquello que finalmente descubrimos que tiene algún valor. ¿Cómo prepararnos mentalmente para entrar a ese campo tormentoso, arropados de serenidad? Sócrates, nos plantea la pregunta más importante, la que inclusive obviamos en preguntarnos: ¿Cómo nos preparamos para la muerte?, ¿puede el pensamiento racional ayudarnos en esta preparación? Desde un punto de vista racional, primero no debemos plantearnos que es la muerte, la primera pregunta que debemos formular es si alguien conoce la muerte. Sócrates, al hacerse este planteamiento, se contesta de que nadie conoce la muerte y sin embargo, se la teme, como si supiese con certeza que es el mayor de todos los males. Luego pregunta, “¿no es una ignorancia vergonzante creer conocer una cosa que no se conoce?”. “Temer a la muerte, no es otra cosa que creerse sabio sin serlo, y creer conocer lo que no se sabe”. Pero hay otras cosas que conocemos, como cometer impiedades, consumar injusticias, hacer el mal, desobedecer las leyes y los principios de convivencia. Son estos males que conocemos con certeza que son verdaderas enfermedades, y no la muerte que desconocemos, a los que deberíamos temer y estar siempre lo más alejado posible. La muerte, reflexiona Sócrates, no es un mal, es un destino, y por lo tanto, como no es un mal, no debemos temerla. Seguidamente Sócrates profundiza su análisis, ¿cómo es ese destino al que llamamos la muerte? Para él existen solamente dos opciones. Una opción es que la muerte sea un absoluto anonadamiento y una privación de todo sentimiento, como un descanso pacífico que no es turbado por ningún sueño. Entonces, ¿qué mayor ventaja puede presentar la muerte? Sería como la más tranquila de las noches, sin inquietud, sin turbación, sin los agobios mentales. “Si la muerte es una cosa semejante, la llamo con razón un bien; porqué entonces el tiempo todo entero no es más que una larga noche”. Pero, si la muerte es un tránsito de un lugar a otro, un paradero de todos los que han vivido, ¿qué mayor bien se puede imaginar? Porque si esto es así, entonces, quiere decir que el

hombre es portador de un alma inmortal que vive temporalmente en un cuerpo material. Entre ambas opciones, Sócrates cree en la segunda respuesta, la de la inmortalidad del alma y de que la muerte es un viaje. Razona el filósofo que tiene sentido vivir una vida filosofando y conociéndonos a nosotros mismos. Y que ese autoconocimiento, debe orientarse a comprender nuestra dualidad como seres humanos, que nuestro cuerpo mortal es portador de un alma inmortal. El cuerpo nos pone mil obstáculos, con sus deseos, pasiones e infinitas necesidades. “Todas las guerras no proceden sino del ansia de amontonar riquezas, y nos vemos obligados a amontonarlas a causa del cuerpo, para servir como esclavos a sus necesidades”. La muerte, para Sócrates, no es otra cosa que el desprendimiento de todas las restricciones y deseos que nos impone el cuerpo durante la vida. Con la muerte, el alma se libera de las ataduras y, libre de esta carga, se pertenece a si misma y obtenemos la sabiduría, pero mientras estamos en esta vida no nos aproximaremos a la verdad sino en razón de nuestro alejamiento del cuerpo, de sus pasiones y deseos, cediendo solo a las necesidades, “no permitiendo que nos infeccione con su corrupción natural y conservándonos puros de todas estas manchas, hasta que Dios venga a liberarnos. Entonces, libre de esta atadura del cuerpo…conoceremos por nosotros mismos la esencia pura de las cosas, porque quizá la verdad sólo en esto consiste; y no es permitido alcanzar esta pureza al que no es asimismo puro”. La vida es una preparación para la muerte. Es apenas un paso del alma hacia la eternidad. Conocer esta verdad nos hace libre de las ataduras que nos impone el cuerpo. Filosofar no solamente consiste en el arte de pensar, sino en llevar nuestra racionalidad para conocer la dualidad en la que vivimos; cuerpo y alma. Con esa comprensión, tenemos que utilizar nuestra capacidad mental para poder diferenciar lo malo de lo bueno, obligarnos a no cometer injusticias y a emprender una vida virtuosa y reflexiva. La vida, en cierto sentido, es una preparación continua para la muerte, pero una preparación basada no solo en el entendimiento, sino en la acción, en emprender el viaje por el camino de la verdad sin ser esclavos de los deseos, placeres y pasiones, en vivir con moderación entregados a las virtudes de la justicia, la fortaleza, la templanza y la purificación de toda suerte de pasiones. Pensar como Sócrates es vivir la vida preparándonos virtuosamente y con dulce esperanza para el viaje inexorable que nos espera. Para finalizar, veamos como Sócrates se despide de sus amigos, antes de beber la cicuta, para emprender el último viaje de la vida en uno de los episodios más significativos y emotivos de la humanidad. “Después de decir esto, se puso en pie y se dirigió a otro cuarto con la intención de lavarse, y Critón le siguió, y a nosotros nos ordenó que aguardáramos allí. Así que nos quedamos charlando unos con otros acerca de lo que se había dicho, y volviendo a examinarlo, y también nos repetíamos cuán grande era la desgracia que nos había alcanzado entonces, considerando simplemente que como privados de un padre íbamos a recorrer huérfanos nuestra vida futura. Cuando se hubo lavado y le trajeron a su lado a sus hijos -pues tenía dos pequeños y uno ya grande- y vinieron las mujeres de su familia, ya conocidas, después de conversar con Critón y hacerle algunos encargos que quería, mandó retirarse a las mujeres y a los niños, y él vino

hacia nosotros. Entonces era ya cerca de la puesta del sol. Pues había pasado un largo rato dentro. Vino recién lavado y se sentó, y no se hablaron muchas cosas tras esto, cuando acudió el servidor de los Once y, puesto en pie junto a él, le dijo: -Sócrates, no voy a reprocharte a ti lo que suelo reprochar a los demás, que se irritan conmigo y me maldicen cuando les mando beber el veneno, como me obligan los magistrados. Pero, en cuanto a ti, yo he reconocido ya en otros momentos en este tiempo que eres el hombre más noble, más amable y el mejor de los que en cualquier caso llegaron aquí, y por ello bien sé que ahora no te enfadas conmigo, sino con ellos, ya que conoces a los culpables. Ahora, pues ya sabes lo que vine a anunciarte, que vaya bien y trata de soportar lo mejor posible lo inevitable. Y echándose a llorar, se dio la vuelta y salió. Entonces Sócrates, mirándole, le -contestó: -¡Adiós a ti también, y vamos a hacerlo! Y dirigiéndose a nosotros, comentó: -¡Qué educado es este hombre! A lo largo de todo este tiempo me ha visitado y algunos ratos habló conmigo y se portaba como una persona buenísima, y ved ahora con qué nobleza llora por mí. Conque, vamos, Critón, obedezcámosle, y que alguien traiga el veneno, si está triturado y si no, que lo triture el hombre. Entonces dijo Critón: -Pero creo yo, Sócrates, que el sol aún está sobre los montes y aún no se ha puesto. Y, además, yo sé que hay algunos que lo beben incluso muy tarde, después de habérseles dado la orden, tras haber comido y bebido en abundancia, y otros, incluso después de haberse acostado con aquellos que desean. Así que no te apresures; pues aún hay tiempo. Respondió entonces Sócrates: -Es natural, Critón, que hagan eso los que tú dices, pues creen que sacan ganancias al hacerlo; y también es natural que yo no lo haga. Pues pienso que nada voy a ganar bebiendo un poco más tarde, nada más que ponerme en ridículo ante mí mismo, apegándome al vivir y escatimando cuando ya no queda nada. Conque, ¡venga! -dijo-, hazme caso y no actúes de otro modo. Entonces Critón, al oírle, hizo una seña con la cabeza al muchacho que estaba allí cerca, y el muchacho salió y, tras demorarse un buen rato, volvió con el que iba a darle el veneno que llevaba molido en una copa. Al ver Sócrates al individuo, le dijo: -Venga, amigo mío, ya que tú eres entendido en esto, ¿qué hay que hacer? -Nada más que beberlo y pasear -dijo- hasta que notes un peso en las piernas, y acostarte luego. Y así eso actuará. Al tiempo tendió la copa a Sócrates. Y él la cogió, y con cuánta serenidad, sin ningún estremecimiento y sin inmutarse en su color ni en su cara, sino que, mirando de reojo, con su mirada taurina, como acostumbraba, al hombre, le dijo: -¿Qué me dices respecto a la bebida ésta para hacer una libación a algún dios? ¿Es posible o no? -Tan sólo machacamos, Sócrates -dijo-, la cantidad que creemos precisa para beber. -Lo entiendo -respondió él-. Pero al menos es posible, sin duda, y se debe rogar a los dioses que este traslado de aquí hasta allí resulte feliz. Esto es lo que ahora yo ruego, y que así sea. Y tras decir esto, alzó la copa y muy diestra y serenamente la apuró de un trago. Y hasta

entonces la mayoría de nosotros, por guardar las conveniencias, había sido capaz de contenerse para no llorar, pero cuando le vimos beber y haber bebido, ya no; sino que, a mí al menos, con violencia y en tromba se me salían las lágrimas, de manera que cubriéndome comencé a sollozar, por mí, porque no era por él, sino por mi propia desdicha: ¡de qué compañero quedaría privado! Ya Critón antes que yo, una vez que no era capaz de contener su llanto, se había salido. Y Apolodoro no había dejado de llorar en todo el tiempo anterior, pero entonces rompiendo a gritar y a lamentarse conmovió a todos los presentes a excepción del mismo Sócrates. Él dijo: -¿Qué hacéis, sorprendentes amigos? Ciertamente por ese motivo despedí a las mujeres, para que no desentonaran. Porque he oído que hay que morir en un silencio ritual. Conque tened valor y mantened la calma. Y nosotros al escucharlo nos avergonzamos y contuvimos el llanto. Él paseó, y cuando dijo que le pesaban las piernas, se tendió boca arriba, pues así se lo había aconsejado el individuo. Y al mismo tiempo el que le había dado el veneno lo examinaba cogiéndole de rato en rato los pies y las piernas, y luego, apretándole con fuerza el pie, le preguntó si lo sentía, y él dijo que no. Y después de esto hizo lo mismo con sus pantorrillas, y ascendiendo de este modo nos dijo que se iba quedando frío y rígido. Mientras lo tanteaba nos dijo que, cuando eso le llegara al corazón, entonces se extinguiría. Ya estaba casi fría la zona del vientre cuando descubriéndose, pues se había tapado, nos dijo, y fue lo último que habló: -Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides. -Así se hará -dijo Critón-. Mira si quieres algo más. Pero a esta pregunta ya no respondió, sino que al poco rato tuvo un estremecimiento, y el hombre lo descubrió, y él tenía rígida la mirada. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos. Éste fue el fin, que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre, podemos decir nosotros, de los que entonces conocimos, y, en modo muy destacado, “el más inteligente y más justo”.



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