Obras escogidas VI. Herencia científica [6]
 9788477741800, 9788477741855

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Lev Semiónovich Vygotski

Obras Escogidas

Comisión editorial para la edición en lengua rusa (Academia de Ciencias Pedagógicas de la URSS) Director:

A. V. Z aporózhkts Miembros del Consejo de Redacción:

V. V. Davyydov, D. B. Eekonin, M. G. ¡aroshevski, V. S. Jelem iéndik, A. N. Leon tiev, A. R. Lurja, A. V. P etrovski, A. A. Smirnov, T. A. Veasova y G. L. Vygódskaia Secretario del Consejo de Redacción:

L. A. Radzijovski

lev Semiónovich Vygotski

Volumen 2- V I de la colección Machado Nuevo Aprendizaje

Edición en lengua rusa Verificación de textos

N. G. Yaroshevski Preparación de las obras de L. S. Vygotski T. M. L ifAnova

Preparación de índices L. A. Radzijovski Jeíe de redacción A. V. C hf.repánina Redactor S. D. Krékova Diseñador A. T. T ro iá n e r Redactor artístico Ye. V. G avrilin Redactor técnico T. Ye. M orózova Corrector V. S. Antónova

© Editorial Pedagógica, Moscú, 1983 © De la presente edición: M a c h ad o G rupo de D istrib u c ió n , S.L., 2017

С/ Labradores, 5- Parque Empresarial Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid) [email protected] www.machadolibros.com ISBN: 978-84-7774-180-0 (Obra completa) ISBN: 978-84-7774-185-5 (Tomo VI) Depósito Legal: M-13.064-2017 Impreso en España - Printed in Spain Colas, S.A. Móstoles (Madrid)

índice

Págs.

E l instrumen to y ex signo

en el desarrollo del n i ñ o ..................................

9

Capínilo 1. El problema del intelecto práctico en la psicología de los animales y en la psicología del niño ........................................................................

11

Experimentos sobre el intelecto práctico del n iñ o ........................................... La función del lenguaje en el empleo del instrumento. El problema del inte­ lecto práctico verbal...................................................................................... El lenguaje y el acto práctico en el comportamiento del n iñ o ........................ Desarrollo de las formas superiores de actividad práctica en el n iñ o ............. El camino de desarrollo a la luz de los hechos.................................................. Función del lenguaje socializado y egocéntrico................................................ Variación de las funciones del lenguaje en la actividad práctica.....................

12 23 26 31 34 37 39

Capítulo 2. Función de los signos en el desarrollo de los procesos psíquicos su­ periores .......................................................................................

43

Desarrollo de las formas superiores de percepción........................................... División de la unidad primaria de las funciones sensomotoras...................... Reestructuración de la memoria y la atención.......:.......................................... Estructura arbitraria de las funciones psíquicas superiores.............................

44 47 52 54

Capítulo 3. Las operaciones con signos y la organización de los procesos psíqui­ cos ...........................................................................................................................

59

El problema del signo en la formación de las fundones psíquicas superiores.. Génesis social de las funciones psíquicas superiores......................................... Reglas fundamentales del desarrollo de las funciones psíquicas superiores

59 61 62

Capítulo 4. Análisis de las operaciones con signos del n iñ o ..................................

67

Estructura de la operación con signos............................................................... Análisis genético de las operaciones con signos................................................ Desarrollo ulterior de las operaciones con signos.............................................

68 72 77

Capítulo 5. Metodología del estudio de las funciones psíquicas superiores........

83

Conclusión. El problema de los sistemas funcionales.............................................

89

7

Pdgs.

Empleo de los instrumentos por parte del animal y del hom bre.................... La palabra y la acción..........................................................................................

91 94

D o c tr in a de las em o cio n es..................................................................................

101

Investigación histórico-psicológica............................................................................

103

Acerca de la psicología de la creatividad del ac to r...................................................

331

Epílogo.........................................................................................................................

343

Indice de nom bres.......................................................................................................

373

Bibliografía.........................................................................................................................

377

Relación de las obras de L. S. Vygotski.....................................................................

381

Relación de trabajos sobre L. S. Vygotski.................................................................

401

índice alfabético de los trabajos de L. S. Vygotski incluidos en la colección en seis tom os..............................................................................................................

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El instrumento y el signo en el desarrollo del niño

C a p ít u l o

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El problema del intelecto práctico en la psicología de los animales y en la psicología del niño1

A comienzos del desarrollo de la psicología infantil como una rama espe­ cial de las investigaciones psicológicas, K. StumpP intentó describir el carácter de la nueva esfera científica, comparándola con la botánica. Sabemos que C. Linneo3 -decía- llamaba a la botánica una ciencia agradable. Eso le va mal a la botánica actual... Si alguna ciencia es merecedora del título de agradable es precisamente la psicología de la infancia, la ciencia de lo más apreciado, que­ rido y agradable que existe en el mundo, de la que nos ocupamos en especial y por cual estamos obligados a estudiarla y comprenderla4. Tras estas bellas comparaciones se ocultaba algo más profundo que la sim­ ple aplicación a la psicología infantil del epíteto que daba Linneo a la botánica. Tras él se ocultaba toda la filosofía de la psicología infantil, una concepción es­ pecífica del desarrollo del niño, que en todas las investigaciones partía silencio­ samente de la premisa defendida por Stumpf. El carácter botánico, vegetal, del desarrollo infantil saltaba en esa concepción a un primer plano, y el desarrollo psíquico del niño se interpretaba en lo fundamental como un fenómeno de cre­ cimiento. En este sentido, la psicología infantil actual tampoco se ha liberado definitivamente de las tendencias botánicas que pesan sobre ella y le impiden reconocer las particularidades del desarrollo psíquico del niño en comparación con el crecimiento de las plantas. Por eso tiene verdadera razón A. Gesell5 cuando señala que nuestras ideas corrientes sobre el desarrollo infantil están lle­ nas de comparaciones botánicas. Hablamos del crecimiento de la personalidad infantil, denominamos jardín al sistema de la educación en la edad temprana. Solo en el proceso de largas investigaciones, que han abarcado decenas de años, la psicología ha sido capaz de superar las ideas iniciales de que los procesos de desarrollo psíquico tienen lugar y transcurren según un modelo botánico. En nuestros días, la psicología comienza a dominar el pensamiento de que los pro­ cesos de crecimiento no agotargtoda la complejidad del desarrollo infantil y que con frecuencia, sobre todo cuando se trata de las formas de comportamiento más complejas y específicas del hombre, el crecimiento (en el sentido lato del voca­ blo) forma parte dej.componen te general de los.procesos, de desarrollo, pero no como magnitud-jdetenninante, sino subordinada. Los propios procesos de desarrollo

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también descubren complejas transformaciones de unas formas en otras, como diría Hegel, de unos cambios de la cantidad en calidad y viceversa, respecto a las cua­ les el concepto de crecimiento no resulta ya aplicable. Pero si la psicología actual en su conjunto ha abandonado el prototipo bo­ tánico del desarrollo infantil, al avanzar, como si dijéramos, por la escala ascen­ dente de las ciencias está llena hoy día de ideas relativas a que la evolución del niño no es en esencia otra cosa que una variante más compleja y desarrollada de las formas de comportamiento que observamos ya en el reino animal. El cau­ tiverio botánico de la psicología infantil lo ha venido a sustituir el cautiverio zoológico, y muchas de corrientes actuales de nuestra ciencia Has más potentesbuscan la respuesta directa a los interrogantes sobre la psicología del desarrollo infantil en los experimentos sobre animales. Estos experimentos se trasladan, con insignificantes modificaciones, del laboratorio de psicología animal a la habita­ ción infantil, y no en vano uno de los más autorizados investigadores en este campo se ve obligado a reconocer que los éxitos metodológicos más importan­ tes en la investigación del niño se deben a los experimentos zoopsicológicos. El acercamiento de la psicología infantil a la psicología animal ha contri/ buido enormemente a la fundamentación biológica de las investigaciones psi\ cológicas. Ha conducido en realidad a establecer numerosos e importantes aspectos, que aproximan el comportamiento del niño y el del animal en el ám­ bito de los procesos psíquico^inferiores^ y elementales. Pero últimamente asis­ timos a una etapa extraordinariamente paradójica del desarrollo de la psicología infantil, cuando el capítulo de la evolución de los procesos intelectuales supe, riores, característicos precisamente del hombre, que se está creando ante nues­ tros ojos, se forma como continuación directa del correspondiente capítulo de la zoopsicología animal. Este intento paradójico de comprender lo específica­ mente humano en la psicología del niño y su devenir a la luz de formas de comportamiento de los animales superiores que no se refleja en ningún sitio con toda claridad como en la doctrina del intelecto práctico del niño, cuya fundón más importante (del intelecto) es el empleo de instrumentos.

Experimentos sobre el intelecto práctico del niño El comienzo de la nueva y fructífera serie de investigaciones viene marcado por los conocidísimos trabajos de W. Kohler6 sobre los monos antropoideos. Como sabemos, Kõhler comparaba de tiempo en tiempo en los experimentos las reacciones del niño con las del chimpancé en situaciones análogas. Eso re­ sultó fatal para todos los investigadores posteriores. La comparación directa del intelecto práctico del niño con los actos análogos de los monos se ha conver­ tido en el hilo rector de todos los experimentos ulteriores en este campo. Por consiguiente, a primera vista puede parecer que todas las investiga­ ciones que tienen su origen en el trabajo de Kõhler deben ser consideradas

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como continuación directa de los pensamientos desarrollados en su trabajo, que se ha convertido en clásico. Pero la cuestión parece así tan solo a primera vista. Si nos fijamos atentamente es fácil descubrir que, dentro de su seme­ janza externa y aparente podríamos decir que los nuevos trabajos representan en esencia una tendencia contraria en lo fundamental a la que sirvió de guía " a Kõhler. , Una de las ideas fundamentales en este último, como señala acertadamente /Lipmann7, era la de la afinidad entre el comportamiento de los antropoides y leí hombre en. la esfera del intelecto práctico. A lo largo de todo su trabajo, Kõhler procura de hecho mostrar que el comportamiento de los antropoides se asemeja al del hombre. En ese intento admite, en calidad de silenciosa premisa, que todos conocen de la experiencia directa el correspondiente compor­ tamiento del hombre. Los nuevos investigadores, que tratan de trasladar al niño las regularidades del intelecto del mono, descubiertas por Kõhler, se regían por la tendencia contraria, magníficamente definida en la interpretación que da el propio autor a los experimentos de K. Bühler8. El investigador relata sus ob­ servaciones sobre las más tempranas manifestaciones del pensamiento práctico del niño. Se trata de actos, según sus palabras, totalmente análogos a los actos de los chimpancés. Por eso, a la mencionada fase de la vida infantil se la puede denominar acertadamente edad dejsemejanza con el mono. En el niño some­ tido a observación, este período abarcaba los meses 10, 11 y 12 de vida. En £' la edad de semejanza con el mono, el niño realiza sus primeros intentos, pri­ mitivos en extremo, naturalmente, pero extraordinariamente importantes en el aspecto espiritual, según considera Bühler. En su aplicación al niño, la metodología de Kõhler deberá evidentemente modificarse en muchos aspectos. Pero el principio de la investigación, su con­ tenido psicológico fundamental, siguen siendo los mismos. Bühler recurría al juego del niño de coger algo para analizar su aptitud de recurrir a rodeos con у el fin de alcanzar el objetivo y utilizar instrumentos primitivos. Algunos de los experimentos consistían en trasladar directamente los de Kõhler al niño. Tales eran los que exigían para cumplir la tarea planteada quitar una anilla de un y palo o las pruebas con la cuerda atada a una galleta. Los experimentos realizados por Bühler le condujeron a un descubrimiento importante: las primeras manifestaciones del intelecto práctico del niño (cuyos primeros rudimentos deben remontarse a la edad más temprana, al 6.°-7.° mes de vida del niño, según constató posteriormente también Ch. Bühler9 en sus experimentos), lo mismo que los actos del chimpancé, son totalmente inde­ pendientes del lenguaje. K. Bühler establece el hecho, altamente importante en el aspecto genético, de que antes del lenguaje existe un pensamiento industrial, y es decir, el asimiento de acoplamiento mecánico y Ja invención de medios me­ cánicos para objetivos mecánicos finales. El pensamiento real, práctico, del niño precede, por consiguiente, a los pri­ meros rudimentos de su lenguaje y contribuye evidentemente en el aspecto ge-

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nético la primera fase de desarrollo del intelecto. La idea fundamental de Büh1er aparece ya en estos experimentos con extraordinaria claridad. Si Kohler trata de descubrir en los actos de los monos superiores su semejanza con el hombre, Bühler intenta mostrar la semejanza de los actos del niño con los del chimpancé. Esa tendencia permanece invariable, salvo raras excepciones, en todos los investigadores posteriores. En ella se manifiesta con mayor claridad el men­ cionado peligro de zoologización de la psicología infantil, que, como hemos dicho, es el rasgo predominante de todas las investigaciones en este campo. No obstante, en la investigación de Bühler este peligro es mucho menos serio. Büh­ ler se ocupa de niños antes de que se desarrolle en ellos el lenguaje, y en este sentido las condiciones fundamentales necesarias para justificar el paralelismo psicológico entre el chimpancé y el niño pueden mantenerse. Es verdad que el propio Bühler subestima el valor de la semejanza entre las condiciones prin­ cipales, al decir que los actos de los chimpancés son totalmente independien­ tes del lenguaje y que en la vida posterior del hombre el pensamiento técnico, instrumental, guarda mucha menos relaciérn con el lenguaje y con los conceptos que otras rumias. Je pensamiento. Por consiguiente, Bühler parte del supuesto que la relación característica para el niño de diez meses entre el pensamiento práctico y el lenguaje -la indepen­ dencia entre los actos inteligentes y el pensamiento a través del lenguaje— se mantiene también la vida ulterior del hombre y que, por tanto, el desarrollo del lenguaje no modifica en esencia nada en la estructura de las operaciones de inteligencia práctica del niño. Como veremos más adelante, este supuesto de Bühler no se ve confirmado de hecho por la vía de la investigación experimental, encaminada a aclarar la conexión entre el pensamiento a través del lenguaje en los conceptos y el pensamiento práctico, instrumental. Nuestros experimentos muestran que la independencia característica del mono entre los actos prácticos y el lenguaje no tiene cabida en el desarrollo del intelecto práctico del niño, que sigue precisamente el camino opuesto -el del estrecho entrelazamiento entre el pensamiento a través del lenguaje y el pensamiento práctico. Sin embargo, como ya hemos dicho, la premisa errónea de Bühler es com­ partida por la mayoría de los investigadores, en cuyos experimentos intervie­ nen niños de edad más madura, que ya dominan el lenguaje. No tenemos la posibilidad de realizar un examen más o menos completo y detallado de las principales investigaciones sobre este problema. Nos detendremos tan solo en las conclüsiones centrales, que pueden ser de importancia actual para nuestro tema fundamental -la relación entre los actos prácticos y las formas simbólicas en el desarrollo del niño. Las magníficas y sistemáticas investigaciones realizadas por O. Lipmann y H. Bogen10 han llevado, como es sabido, a estos autores a una conclusión que diverge poco con las tesis de Bühler. Para ellos, que han utilizado una meto­ dología de investigación más complicada, que permite atrapar en las redes del experimento el intelecto práctico del niño de edad escolar, queda en lo fun-

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damental demostrado experimentalmente el dogma de la semejanza con el mono de los actos del niño, es decir, de la identidad esencial entre la natura­ leza psíquica de las operaciones animales y humanas de empleo de instrumentos, de la unidad básica entre el camino que sigue el desarrollo del intelecto prác­ tico en los monos y el del niño, que en ambos casos progresa en base a hacer más complejos los aspectos internos que determinan la operación que nos in­ teresa, aunque sin cambiar esencialmente su estructura. Ya Bühler señalaba con razón que espiritualmente el niño es mucho más in­ estable, está menos formado biológicamente y es menos vigoroso que un chim­ pancé de cuatro años o que uno casi adulto de siete. Este camino es el que siguen también las investigaciones sucesivas, planteando otras y otras, que no son de principio, sino que se mantienen en el mismo plano de diferenciación entre las operaciones del niño y del chimpancé. Lipmann y Bogen ven la dife­ rencia principal en que en el comportamiento del niño domina la estructura fí­ sica y no la óptica, que es ¡a que prevalece en el comportamiento del mono. Si en los experimentos que exigen el empleo de instrumentos, el comportamiento del mono lo determina en lo fundamental, como ha puesto de manifiesto Koh, 1er, la estructura del campo visual, en el niño salta a primer plano en calidad I de factor determinante la «física.ingenua», es decir, la experiencia ingenua, que f se refiere a las propiedades físicas de los objetos que le rodean. H. Bogen resumen de la siguiente manera los resultados de la compara­ ción entre los actos de los niños y de los antropoides. Mientras que el acto fí­ sico pone de manifiesto perfectamente la dependencia de los componentes estructurales ópticos de la situación, entre el niño y el mono existen solo di­ ferencias del grado. Pero si la situación exige incluir conscientemente las es», fracturas físicas de las propiedades de las cosas, habrá que reconocer que los actos del mono se diferencian de los del niño. Mientras no se disponga de nue­ vas interpretaciones en lo que respecta al comportamiento del mono, las dife­ rencias se podrán explicar diciendo, de acuerdo con Kohler, que los actos de ; este último lo determinan preferentemente las correlaciones físicas. Vemos, por consiguiente, que toda la diferencia entre el desarrollo del in­ telecto práctico del niño y del mono se reduce a la sustitución de las estruc­ turas ^ópticas; jror J ,^ . físicas, es decir, que la determinan de hecho aspectos puramente biológicos, que radican en la diferencia biológica entre el hombre y el chimpancé. El autor admite, en verdad, la modificación de esta tesis, de acuerdo con las nuevas investigaciones sobre los actos de los monos, aunque no espera, al parecer, que en un análisis futuro los actos del niño den preci­ samente motivo para revisar la tesis planteada. No es extraño, por tanto, que al finalizar sus experimentos Lipmann y Bogen se hayan visto obligados a reconocer que ya las descripciones de Kohler, relati­ vas al chimpancé, ofrecen cosas muy importantes respecto al comportamiento del niño. 1síán en cierto grado en contra de Kohler, el cual dice que en la des­ cripción de los actos prácticos del hombre nos encontramos ante una terra in-

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cognita, ante un campo no explorado en absoluto. Por eso no cabe esperar de antemano que la comparación entre los actos del niño y del mono proporcione algo esencialmente nuevo. Para los autores, toda la importancia de su investiga­ ción consiste en que permite mostrar con mayor claridad la similitud y las di­ ferencias señaladas ya por Kohler. No es extraño, por tanto, que lleguen a la conclusión de que sobre la base de experimentos con niños no pudieran obte­ ner en realidad otro cuadro acerca del aprendizaje de actos conscientes que el que tan magnífica y convincentemente descubre Kohler en sus experimentos con monos. Por eso se ven obligados a llegar a la conclusión de que, como mues­ tran los experimentos realizados por ellos, no cabe establecer en el aprendizaje una diferencia cualitativa entre el comportamiento del niño y del antropoide. Las investigaciones ulteriores en este campo se distinguen básicamente poco de los correspondientes experimentos de Btihler y Borgen. Pruebas análogas realizadas con niños retrasados mentales y con niños poco dotados se aproxi­ man más a la metodología de Kohler. Igualmente, la aplicación de semejantes experimentos en la selección psicotécnica, en niños sordomudos, su utilización como test mudos y, finalmente, su empleo sistemático para el estudio compa­ rativo de niños de distinta edad, no'han proporcionado por principio nada nuevo en el aspecto que nos interesa. Pondremos como ejemplo uno de los últimos experimentos, publicado en 1930. Se trata del trabajo de Breinard, que repite paso a paso, con la máxima exactitud posible, los experimentos de Kohler. El autor llega a la conclusión de que en todos los niños sometidos a prueba se descubren iguales directrices, procedimientos y métodos de resolución de las tareas. Los niños de mayor edad las resuelven, dice, con mayor habilidad, pero con ayuda de los mismos pro­ cesos. El niño de tres años tropieza más o menos con las mismas dificultades para resolver la tarea que el mono koehleriano. La ventaja del niño está en el lenguaje y en la comprensión de las instrucciones, mientras que la de los monos consiste en la mayor longitud de sus brazos y mayor experiencia en el manejo de objetos toscos. Vemos, por tanto, que la reacción de un niño de tres años se equipara en principio a la del mono, mientras que la participación del lenguaje en el pro­ ceso de resolución de las tareas prácticas, que, por cierto, señalan todos los au­ tores, se equipara también a uno de los aspectos secundarios y no esenciales que representan una ventaja para el niño, en comparación con los brazos más largos del monoV que constituyen la ventaja de este con respecto a aquel. El que junto con el lenguaje el niño adopta una actitud básicamente diferente respecto a la situación global en que tiene lugar la resolución de la tarea práctica y que su propio acto práctico constituye en el aspecto psicológico una estructura total­ mente distinta, no lo reconocen en absoluto la mayoría de los investigadores. Resumiendo los resultados de los experimentos, Breinard dice abiertamente que el niño de tres años manifiesta casi la misma reacción de los monos adul­ tos respecto a tareas análogas.

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EJ primer intento de encontrar no solo la semejanza, sino también la dife­ rencia de principio entre el intelecto práctico del niño y el intelecto del mono se lleva a cabo en el laboratorio de M. Ya. Básov11. Así, S. A. Shapiro y Ye. D. Guierke señalan en la introducción a una serie de experimentos suyos que la experiencia social desempeña un papel predominante en el hombre. Al estable­ cer un paralelismo entre el chimpancé y el niño, los autores se proponen rea­ lizar esta comparación preferentemente bajo el punto de vista del último factor. Para ellos, la influencia de la experiencia social consiste en que, gracias a la imi­ tación y al empleo de instrumentos u objetos de acuerdo con un patrón esta­ blecido, no solo surgen en el niño modelos ya preparados, estereotipados, de - actos, sino que se llega a dominar, a. fin de cuentas, al propio principio de la mencionada actividad. Los actos repetidos, dicen los autores, se acumulan su­ cesivamente unos sobre otros, al igual que una fotografía colectiva, en la que se destacan los rasgos comunes y se difuminan los diferentes. En resumen, se cristaliza un esquema, se asimila el principio de acción. A medida que aumenta /la experiencia en el niño, aumenta la cantidad de modelos conceptuales que emi plea. Los autores consideran que los modelos son algo así como la representai ción refinada de los actos pasados del mismo tipo y el dibujo del proyecto de .todas las formas posibles de comportamiento en el futuro. No vamos a detenernos a detallar que la aparición de tales esquemas, que recuerdan la fotografía colectiva de F. Halton12, revive en la teoría del intelecto práctico la abandonada hace tiempo en psicología teoría de la formación de conceptos o de imágenes genéricas, correspondientes al significado verbal. De­ jaremos también a un lado la cuestión de hasta qué punto, a la vez que se procede a resolver tareas de esquemas que, como resultado de la repetición, surgen de forma puramente mecánica, entra en acción un factor distinto por ; principio del intelecto, que se interpreta como la función de adaptación a las nuevas circunstancias. Señalaremos únicamente que en el caso presente el pro­ pio significado~9e la experiencia social se intercepta exclusivamente desde el ! punto de vista de la exístencia de mjodelqs_válidos, que el niño encuentra en Vi medio que le rodea. Por consiguiente, la experiência social, sin modificar í nada ímportanteGfiria estructura interna de las operaciones intelectuales del j niño, introduce simplemente en estas operaciones otros contenidos, creando una / serie de clichés preparados, una serie de fórmulas rnõtilcéYesteroeotipadas, una yserie de esquemas motores, que el niño emplea en la resolución de las tareas. Es verdad que Shapiro y Guerke, como casi todos los investigadores restan­ tes, se ven obligados a señalar en la descripción real de sus experimentos el papel específico que desempeña el lenguaje en la adaptación prácticamente eficaz del niño. No obstante, este papel resulta verdaderamente específico, ya que el len­ guaje, según palabras de los autores, sustituye y compensa la verdadera adapta­ ción, sirve de puente para pasar a la experiencia pasada y al tipo puramente social de adaptación, que se realiza par.conducto del experimentador. Por tanto, el len­ guaje no crea una estructura básicamente nueva de actuación práctica del niño,

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y permanece en vigor la afirmación anterior sobre el predominio de esquemas preparados en su comportamiento y del empleo de clichés preparados procedentes del archivo de la vieja experiencia. Lo nuevo consiste en que el lenguaje es un sucedáneo, que sustituye la fracasada acción de la palabra o del acto ajeno. Con esto podríamos finalizar el resumen de las investigaciones experimen­ tadas más importantes dedicadas al problema que nos ocupa. Pero antes de llegar a una conclusión general, desearíamos recordar un trabajo publicado úl­ timamente, que permite destacar con claridad el defecto general de todos los trabajos mencionados y fijar el punto de partida para la resolución indepen­ diente del problema que nos ocupa. Nos referimos al trabajo de Guillaume y Meerson (1930), del que tendremos ocasión de volver a ocuparnos. Estos au­ tores han investigado el empleo de instrumentos por parte de los monos. Los niños no han participado en sus experimentos. Pero al comparar los resulta­ dos generales de los mismos con los correspondientes actos del hombre, los autores llegan a la conclusión que el comportamiento de los monos es análogo al de la persona que padece afasia, es decir, al comportamiento de la persona .. a quien se le ha desconectado el lenguaje. Esta indicación nos parece muy 'significativa y que toca el punto central del problema que nos ocupa. Retornamos en esencia a lo que hemos dicho en nuestro resumen. Si, como establecen los experimentos de Bühler, los actos prác­ ticos del niño antes de que desarrolle el lenguaje son completamente análogos a los de los monos, de acuerdo con las nuevas investigaciones de Guillaume y Meerson, los actos de la persona que ha perdido el lenguaje a consecuencia de un proceso patológico, comienzan básicamente a constituir de nuevo algo aná­ logo a los actos de los chimpancés. Pero, ¿toda la diversidad de formas de ac­ tividad práctica del hombre, comprendidas entre los dos asuntos extremos, todos los actos prácticos del niño parlante son también análogos a los actos de los animales que no poseen el don de la palabra? Ahí radica la cuestión principal que hemos de resolver. Para ello debemos recurrir a las investigaciones experi­ mentales que hemos realizado junto con nuestros colaboradores, partiendo de premisas distintas en principio de las que han servido de base a la mayoría de las que hemos mencionado, realizadas hasta la fecha. Hemos tratado de descubrir anteriormente todo lo específicamente humano en el comportamiento del niño, así como la historia del devenir de este comportamiepto. En particular, en el problema del intelecto práctico nos ha interej sado en primer lugar la historia de la aparición de aquellas formas de actividad ^ (^práctica que pudieran ser consideradas específicas del hombre. Ejes parecía que v 'en una serie de investigaciones anteriores, que se regían, en calidad de premisa metodológica fundamental, por la analogía zoopsicológica, faltaba ese elemento principal. La importancia de todas las investigaciones precedentes es indudable­ mente enorme: descubren la conexión entre el desarrollo de las formas humanas de actividad y sus precedentes biológicos en el reino animal. Pero no revelan en el comportamiento del niño nada aparte de lo que su comportamiento encierra ¡

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de Jas anteriores formas animales de pensar. El nuevo tipo de actividad hacia el medio, característico del hombre, las nuevas formas de actividad, que han con­ ducido al desarrollo del trabajo como forma determinante de la actividad del hom­ bre hacia la naturaleza, la relación entre el empleo de. instrumentos y el lenguaje, " todo ello queda fuera del alcance de los investigadores precedentes, debido a los principales puntos de partida que adoptan. Nuestra tarea ulterior consistirá pre­ cisamente en estudiar ese problema a la luz de investigaciones experimentales, en­ caminadas a descubrir las formas específicamente humanas de intelecto práctico en el niño y las líneas fundamentales de su desarrollo, / El estudio del empleo de signos por parte del niño y el desarrollo de esa í,operación nos ha llevado obligatoriamente a investigar corno surge y de dónde f procede la actividad simbólica del niño. A ese problema están dedicadas in­ vestigaciones especiales, divididas en cuatro series: 1) al estudio de cómo surge el significado simbólico en el juego experimentalmente organizado del niño con objetos; 2) el análisis en el niño de edad preescolar de la relación entre el signo y el significado, entre la palabra y el objeto que designa; 3) la investigación de la motivación que da el niño al explicar por qué a determinado objeto se le denomina con determinada palabra (según el método clínico de J. Piaget13); . 4) la misma investigación con ayuda del test selectivo (N. G. Morózova14). Si generalizásemos desde su aspecto negativo los resultados de los mencio­ nados trabajos llegaríamos a la conclusión de que esta actividad no surge ni siguiendo el camino según el cual se ha elaborado el hábito complejo, ni si­ guiendo el camino según el cual surge el descubrimiento o el invento del niño. La actividad simbólica del niño no la inventa ni la aprende este. Las teorías intelectualistas y mecanicistas carecen igualmente de razón, aunque los mo­ mentos de elaboración del hábito y los de los descubrimientos intelectuales se entrelazan repetidas veces en la historia del empleo de signos por parte del niño, pero no determinan la marcha interna de este proceso, sino que se incluyen en él en calidad de estructuras subordinadas, auxiliares, secundarias. L! sigilo surge como resultado de un complejo proceso de desarrollo,, en el pleno sen- ■ tido de esta palabra. En el comienzo del proceso se halla una forma transito- \ ría, mixta, que combina lo natural y lo uiltural en el comportamiento del niño. I La denominaremos estadio de primitivismo infantil o historia natural del signo*. (En contraposición a las teorías naturalistas del juego, nuestros experimentos nos 1 ¡llevan a la conclusión de que el juego es el camino principal de desarrollo c u l - / (tural del niño y en particular de desaxr^o-de^^mactmdad.simbólica. Los experimentos muestran que en el juego y el lenguaje al niño le resulta extraño el sentimiento de los convencionalismos, la arbitrariedad de la unión del signo y el significado. Para constituir el signo de las cosas la palabra debe disponer de soporte en las propiedades_del objétela designar. No «todo puede serlo todo» en el juego dTeFniño. Las propiedades reales de la cosa y su signi* N.° natural en el sentido de evolucionismo (Ciencias naturales).

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ficado simbólico descubren en el juego una compleja interacción..estructural. Igualmente, para el niño la palabra se relaciona con la cosa a través de sus pro­ piedades, entrelazándose en su estructura general. Por eso, en nuestros experi¡r mentos no está conforme con que al suelo se le pueda denominar vaso («por i él no se podrá caminar»), pero convierte la silla en tren, cambiando sus proí piedades en el juego, es decir, tratándola como si fuera un tren. El niño re( nuncia a cambiar el significado de las palabras «mesa» y «lámpara» porque «en ■ la lámpara no se puede escribir y la mesa arderá». Para él, cambiar la deno­ minación significa cambiar las propiedades de las cosas. No cabe expresar con mayor claridad el hecho de que el niño no descubre la relación entre el signo y el significado en el mismo comienzo de la apari­ ción del lenguaje, y durante largo tiempo no se da cuenta de esa relación. Los experimentos sucesivos muestran que tampoco la función denominativa surge mediante un descubrimiento momentáneo, sino que tiene también su historia , natural. Lo que se manifiesta al comienzo de la formación del lenguaje en el : niño no es el descubrimiento de que cada cosa tiene su nombre, sino la nueva \ forma de tratar. las...co.s.as.,._precisamente su denominación. Por consiguiente, las relaciones entre el signo y el significado, que, según los rasgos externos, gracias a su „forma, análoga de funcionamiento comienzan muy pronto a recordar los correspondientes nexos en el hombre adulto, son por su naturaleza interna formaciones psicológicas de un género totalmente distinto. Atri­ buir el dominio de la relación entre el signo y el significado al comienzo mismo del desarrollo cultural del niño significa ignorar la complicadísima historia, que se extiende a más de toda una década, de la estructura interna de esa relación. Cuando la función se enraíza, es decir, pasa al interior, toda su estructura experimenta una complicadísima transformación, que, según muestra el análi­ sis experimental, se caracteriza por: 1) la sustitución de las funciones; 2) la mo­ dificación de las funciones naturales (procesos elementales, que sirven de base _ a la función superior y forman parte de ella), y 3) la aparición de nuevos sis­ temas funcionales psicológicos (o sistemas de fundones), que se hacen cargo 1 en la estructura del comportamiento de la fundón que antes desempeñaban ' funciones particulares. Para abreviar, aclararemos los tres momentos internamente relacionados entre sí en el ejemplo de los cambios que se producen cuando las funciones superiores de la memoria pasan al interior. Ya en la forma más simple de re­ cordación mediata se manifiesta clarísimamente el hecho de la sustitución de las funciones. No en vano, A Binet15 denominó recordación mnemotécnica de la serie de cifras a la simulación de la memoria numérica. El experimento muestra que el factor decisivo en las recordaciones de este género no lo desem­ peña la fuerza de la memoria o su nivel de desarrollo, sino que la actividad combinatoria, la creación y el cambio de estructura de la percepción de las relaciones, el pensamiento en el amplio sentido de la palabra y otros proce­ sos que sustituyen la memoria en la citada operación son los que determinan

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el destino de toda la actividad. Cuando la operación se interioriza, la susti­ tución de ias funciones conduce a la verbalización de la memoria y a la re­ cordación en conceptos, relacionada con ello. Gracias a la sustitución de las funciones se desplaza también el proceso elemental de recordación, que ahora no se elimina por completo de la nueva operación, sino que pierde su im­ portancia central y pasa a ocupar una posición distinta con respecto a todo el nuevo sistema de funciones colaboradoras. Al integrarse en este sistema, co­ mienza a funcionar según ¡as leyes del conjunto de que ahora forma parte. Г Como resultado de todos los cambios, la nueva función de la memoria (pro) ceso internamente mediato) solo coincide de nombre con los procesos ele" mentales de recordación; según su esencia interna, se trata de una nueva i formación específica, con sus leyes particulares16. Este traslado del procedimiento social de comportamiento al sistema de for­ mas individuales de adaptación no es una vez más puramente mecánico, no se realiza automáticamente, sino que guarda relación con el empleo de la estruc­ tura y con la función de la operación en su conjunto y da lugar él mismo a todo un estadio en el desarrollo de las formas superiores de comportamiento. La compleja forma anterior de colaboración comienza a funcionar según las leyes del primitivo conjunto, en parte orgánica del cual se convierte ahora. Entre la afirmación de que las funciones psíquicas superiores (parte inalie; nable de las cuales es el empleo de signos) surgen en el proceso de colabcraI ción y comunicación social y la otra afirmación que estas funciones se í desarrollan a partir de raíces primitivas sobre la base de funciones inferiores o í elementales, es decir, entre la sociogénesis de las funciones superiores y su his­ toria natural, existe una contradicción genética y no lógica. La transición de la forma colectiva de comportamiento a la individual reduce en los primeros momentos el carácter de toda la operación, la incluye en el sistema de fun­ ciones primitivas y la sitúa a un nivel común para todas estas funciones. Las formas sociales de comportamiento son más complicadas, se desarrollan en el niño antes; al convertirse en individuales, descienden hasta funcionar según leyes más simples. El lenguaje agocéntrico17, por ejemplo, se halla por debajo como lenguaje y por encima como estadio en el desarrollo del pensamiento que el lenguaje social del niño de igual edad. Por eso, puede ser que Piaget lo con­ sidere como precedente al lenguaje socializado y no como forma derivada suya, j Llegamos, por consiguiente, a la conclusión de que la operación del emj pleo del signo, que figura al comienzo del desarrollo de cada una de las fun/ ciones psíquicas superiores, tiene obligatoriamente en los primeros momentos _„.^LeL carácter de actividad externa. Al principio, el signo es, por regla general, un / estímulo auxiliar externo, un medio externo de autoestímuíacíón. Eso lo conI dicionan dos causas: en primer lugar, que esta operación procede de la forma i colectiva de comportamiento, que pertenece siempre a la esfera de la actividad \ externa, y, en segundo lugar_a las leyes primitivas de la esfera individual de comportamiento, la cual no se ha desprendido aún en su desarrollo de la ac-

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í tividad

externa, no se ha emancipado de Ja percepción visual ni del acto exí temo (por ejemplo, el pensamiento visual o práctico del niño). Las leyes del : comportamiento primitivo dicen que el niño domina antes y con mayor faci, lidad la actividad externa que la marcha de los procesos internos. Por eso, la operación, al transformarse de interpsíq.uica en intrapsíquica, no se convierte de inmediato en un proceso interno de comportamiento. Conti­ núa largo tiempo existiendo y modificándose como forma externa de la acti­ vidad, antes de interiorizarse definitivamente. Para una serie de funciones el signo externo sigue siendo el último grado de desarrollo que alcanzan. Otras funciones van más allá en su evolución y se convierten paulatinamente en fun­ ciones internas. Adquieren el carácter de procesos internos al final de un p ro -, longado desarrollo. Al interiorizarse, vuelven a modificar las leyes de su actividad y van a parar otra vez a un nuevo sistema, donde rigen nuevas leyes. No podemos detenernos ahora con detalle en el proceso de transición de las funciones superiores del sistema de actividad externa al de actividad interna, omitiremos muchos de los incidentes del desarrollo relacionados con esto, pero trataremos de ofrecer en breves rasgos los momentos más importantes relacio­ nados con la transformación de las funciones superiores en internas. Para estudiar detalladamente la estructura y el desarrollo de ¡a función de percepción hemos recurrido como material experimental a los test mudos de S. Kohs18, que suelen servir para probar la actividad combinatoria. Al resolver el test, el niño debe combinar con cubitos cuyas caras son de colores diferen­ tes, una figura más o menos difícil de distintos colores, que le había sido mos­ trada a través de un modelo. Esto nos brinda la posibilidad de observar cómo percibe el niño el modelo y el material, cómo transmite la forma y el color en distintas combinaciones, cómo compara su construcción con el modelo y el material, cómo transmite la forma y el color en distintas combinaciones, cómo compara su construcción con el modelo y otros muchos momentos, que ca­ racterizan la actividad de su percepción. La investigación abarcó a más de 200 personas sometidas a prueba y fue llevada a cabo en el aspecto genéticocomparativo. Junto a niños (de 4 a 12 años) de diferentes medios sociales y niveles y personas psíquicamente nerviosas, que padecían histerismos, afasia, es­ quizofrenia, y niños sordomudos y oligófrenos (L. S. Gueshélina19). La investigación ha puesto de manifiesto, deteniéndonos en lo que se re­ fiere а Ц conexión que nos interesa tan solo en lo principal y más general de sus resultados, que los datos empíricos no confirmen el concepto habitual de la independencia entre los procesos de percepción y el lenguaje, de la esponta­ neidad de principios de las funciones psíquicas de la percepción, de la posibi­ lidad de investigar la forma adecuada mediante test mudos la naturaleza de las funciones de percepción a todos los niveles de su desarrollo, y además de forma totalmente independiente del lenguaje, no lo confirman los datos reales. Los hechos muestran todo lo contrario. Del mismo modo que en nuestros experimentos sobre la transmisión del contenido de estampas mediante des-

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cripciones verbales y actos a base de juegos hemos podido constatar profundí­ simos cambios, introducidos por el lenguaje en el proceso de la percepción, exactamente igual hemos logrado observar en esta investigación especial, al com­ parar la solución de una misma tarea por un niño sordomudo y otro que oía normalmente, un afésico y uno normal, uno perteneciente a una etapa tem­ prana de desarrollo y otro a una posterior, cómo el pensamiento a través de! lenguaje, de cuyo sistema pasan a formar parte cada vez más los procesos de percepción, transforma las propias leyes de la percepción. Eso es muy fácil de observar, porque las leyes de una y otra función manifiestan en los estadios tempranos tendencias opuestas: la percepción es integral; el lenguaje, analítico. En los procesos de percepción directa y de transmisión de la forma perci­ bida, sin haberlo sido de forma mediara por el lenguaje, el niño capta y con­ solida la impresión del conjunto (una mancha de color, los rasgos principales de la forma, etcétera), careciendo de importancia la exactitud y el primitivismo con que lo haga. Cuando comienza a intervenir el lenguaje, su percepción deja de guardar relación con las impresiones inmediatas del conjunto; en el campo visual surgen nuevos centros y nuevas conexiones, fijadas por las palabras, entre « diferentes puntos y estos centros; la percepción deja de ser la «esclava del campo visual», e independientemente del grado de exactitud y perfección de la solu­ ción, el niño percibe y transmite la impresión deformada por la palabra. De aquí se desprenden conclusiones muy importantes en relación con los test mudos: resolver la tarea en silencio no significa, como muestra la investi­ gación que hemos llevado a cabo, que se resuelva sin ayuda del lenguaje. La capacidad de pensar humanamente, pero sin palabras, la proporciona única­ mente la palabra. Esta tesis de la lingüística psicológica (A. A. Potebniá20) la confirman y justifican plenamente los datos de ¡a psicología genética. La investigación de la función de formación de los conceptos, iniciada por nuestro colaborador L. S. Sájarov, que ha elaborado con cal fin una metodo­ logía experimental especial, ha mostrado que la utilización funcional del signo (palabra) como medio de dirigir la atención, de abstracción, de establecimiento de conexiones, de generalización, etc., de las operaciones que forman parte de la función en cuestión es parte necesaria y central de todo el proceso de na­ / I cimiento del nuevo concepto. En este proceso participan todas las principales funciones psíquicas elementales en una combinación singular y encabezadas por el empleo del signo (L. S. Sájarov21, Yu. Kotiélova22, Ye. I. Pashkóvskaia).

La función del lenguaje en el empleo del instrumento. El problema del intelecto práctico verbal Los dos procesos de extraordinaria importancia a que está dedicado este ar­ tículo, el empleo de instrumentos y la utilización de símbolos, han estado hasta ahora en psicología aislados e independientes uno de otro.

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Durante largo tiempo ha existido en la ciencia la opinión que la actividad intelectual práctica, relacionada con el empleo de instrumentos, no guarda re­ lación sustancial con el desarrollo de las operaciones con signos o símbolos; por ejemplo, el lenguaje. En la literatura psicológica casi no se le ha dedicado nin­ guna atención a la cuestión de la relación estructural y genética de estas dos funciones. Por el contrario, toda la información de que podía disponer la cien­ cia actual estaba orientada más bien a la interpretación de estos procesos psí­ quicos como dos líneas de desarrollo totalmente independientes, las cuales podrían posiblemente establecer contacto, pero no tenían nada en común una con otra. En la investigación clásica de utilización de instrumentos por parte de los monos, W. Kohler observó una forma de comportamiento que puede ser de­ nominada cultura pura del intelecto práctico, suficientemente desarrollada, pero que no guarda relación con el empleo del símbolo. Después de describir mag­ níficos ejemplos de utilización de instrumentos por los monos antropoideos, muestra en sus investigaciones sucesivas lo inútiles que son todos los intentos de desarrollar en los animales ni siquiera las más simples operaciones con sig­ nos y símbolos. El comportamiento intelectual práctico de los monos no resultó totalmente independiente de su actividad simbólica. Los intentos ulteriores de desarrollar el lenguaje de los monos (véanse los trabajos de R. Yerkes23 y E. Lerned) también han dado resultados negativos, los cuales han mostrado una vez más que el com­ portamiento ideatorio práctico del animal se desarrolla de forma autónoma y ais­ lada de la actividad del lenguaje y que este estará fuera del alcance del mono, a pesar de la semejanza existente entre su aparato fónico y el del hombre. El reconocimiento del hecho que los comienzos del intelecto práctico pue­ den observarse casi en su totalidad en los períodos precedentes al hombre y al lenguaje han llevado a los psicólogos a la siguiente suposición: el empleo de instrumentos, que surge como una operación natural, sigue siendo el mismo en el niño. Una serie de autores, que estudian las operaciones prácticas en niños de diferentes edades, han tratado de establecer con la máxima exactitud el m o­ mento hasta el cual el comportamiento del niño en todos los aspectos recuerda el del chimpancé. La adición del lenguaje al niño la valoraban estos autores como algo completamente extraño, secundario, que no guardaba relación con las operaciones prácticas. En el mejor de los casos, el lenguaje era considerado como algo adjunto a la operación, a semejanza del acompañamiento que sigue a la melodía principal. Por eso, es natural que al investigar los signos del in­ telecto práctico se observara una tendencia a ignorar el lenguaje y que la ac­ tividad práctica del niño se analizase restando simplemente el lenguaje del sistema integral de la actividad de aquel. La tendencia a estudiar aisladamente el empleo de los instrumentos y la actividad simbólica ha enraizado bastante en los trabajos de los autores dedi­ cados a estudiar la historia natural del intelecto práctico; los psicólogos que han investigado el desarrollo de los procesos simbólicos en el niño mantenían

básicamente esa misma línea. El origen y desarrollo del lenguaje y de cualquier otra actividad simbólica era considerado como algo que no guardaba relación con la actividad práctica del niño, como si se tratara simplemente de un su­ jeto que razona. Semejante actitud respecto al lenguaje conducía obligatoria­ mente a proclamar el puro intelectualismo, y los psicólogos inclinados a estudiar el desarrollo de la actividad simbólica no tanto como historia natural, sino es­ piritual del desarrollo del niño atribuían con frecuencia el nacimiento de esta forma de actividad al descubrimiento espontáneo por parte de aquel de las re­ laciones entre los signos y sus significados. Ese feliz momento es, según la co­ nocida expresión de W. Stern24, un importantísimo descubrimiento en la vida del niño. Eso se produce, según afirman numerosos autores, entre el primer y segundo año de vida y se considera resultado de su actividad consciente. Por consiguiente, el problema del desarrollo del lenguaje y de otras formas de ac­ tividad simbólica se eliminaba y la cuestión se consideraba como un proceso puramente lógico, que se proyectaba en la temprana infancia y encerraba en forma terminada todos los grados del desarrollo ulterior. De la investigación de las formas simbólicas de la actividad a través del len­ guaje, por un lado, y del intelecto práctico, por otro, en calidad de fenómenos aislados, no solo se desprendía que el análisis genético de esas funciones llevaba a considerarlas como procesos cuyas raíces son completamente distintas, sino que su participación en una misma actividad era considerada como un hecho casual, que carecía por principio de importancia psicológica. Incluso cuando el lenguaje y la utilización de instrumentos estaban estrechamente enlazados en una misma actividad, eran enfocados aisladamente, como procesos pertenecientes a dos clases esenciales diferentes de fenómenos, y la causa de su existencia con­ junta se valoraba en el mejor de los casos como externa. Si los autores que estudiaban el intelecto práctico en su historia natural lle­ gaban a ja conclusión que sus formas naturales no guardan la menor relación con la actividad simbólica, los psicólogos de la infancia que estudiaban el len­ guaje llegaban a iguales suposiciones desde el lado contrario. Al analizar la evo­ lución psíquica del niño, establecían que a lo largo de todo un período de desarrollo de los procesos simbólicos, el lenguaje, al acompañar la actividad ge­ neral del niño, descubre un carácter egocéntrico, pero al existir en principio aisladamente del acto no coopera con él, sino que sigue un camino paralelo. J. Piaget describe desde ese punto de vista el lenguaje egocéntrico del niño. No concede al lenguaje un papel más o menos importante en la organización del comportamiento de este, no reconoce en él una fundón comunicativa, pero se ve obligado a constatar su importancia práctica. Una serie de observaciones nos ha llevado a pensar que es completamente erróneo estudiar aisladamente el intelecto práctico y la actividad simbólica. Si en los animales superiores lo uno no podía existir sin lo otro, de aquí se desprende naturalmente que el conjunto de dos sistemas es precisamente lo que debe ser considerado como característico en el complejo comportamiento del hombre.

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Como resultado de ello, la actividad simbólica comienza a representar un papel organizador específico, penetrando en el proceso de utilización de los instrumentos y asegurando la aparición de nuevas formas básicas de comportamiento. A esa conclusión nos ha llevado el atento estudio del niño y nuevas in­ vestigaciones, que han permitido descubrir las particularidades funcionales que distinguen su comportamiento del de los animales y al mismo tiempo el ca­ rácter específico del mismo como comportamiento humano. Las investigaciones sucesivas nos han llevado al convencimiento de que nada puede ser más falso que los dos puntos de vista que hemos analizado anteriormente, los cuales consideran el intelecto práctico y el pensamiento a través del lenguaje como dos líneas de desarrollo independientes una de otra. La primera expresa, como hemos visto, la forma extrema de los conceptos zoológicos, que al haber descubierto una vez las raíces naturales del compor­ tamiento humano en el de los monos tratan de considerar las formas supe­ riores del trabajo y el pensamiento humano como continuación directa de esas raíces, ignorando el salto que representa la transición del hombre a la forma social de existencia. El segundo punto de vista, que defiende el origen inde­ pendiente de las formas superiores del pensamiento humano y lo considera como un «importantísimo descubrimiento en la vida del niño», que tiene lugar en vísperas de su segundo año de vida y consiste en que se da cuenta de las relaciones entre el signo y el significado, expresa en primer lugar una forma extrema del esplritualismo de una parte de Jos psicólogos actuales, que inter­ pretan el pensamiento como un acto puramente espiritual.

El lenguaje y el acto práctico en el comportamiento del niño Nuestras investigaciones nos lian llevado no solo al convencimiento de lo equivocado de semejante enfoque, sino al mismo tiempo a la conclusión po­ sitiva de que el momento genético más importante en todo el desarrollo inte­ lectual, del que han surgido las formas puramente humanas del intelecto práctico y cognoscitivo, consiste en la conjunción de dos líneas de desarrollo totalmente independientes al principio. La utilización de instrumentos por el niño recuerda a la actividad de los monos mediante su empleo únicamente mientras que el primero se halla en la fase de desarrollo anterior al lenguaje. En cuanto el lenguaje y el empleo de sig­ nos simbólicos se incluyen en la manipulación, esta se transforma totalmente, su­ pera las leyes naturales anteriores y engendra por vez primera formas humanas propias de utilización de los instrumentos. A partir del momento en que el niño comienza con ayuda del lenguaje a adueñarse de la situación, después de haberlo hecho previamente de su propio comportamiento, surge una organización radi­ calmente nueva de comportamiento y surgen también nuevas relaciones con el medio. Asistimos aquí al nacimiento de las formas específicamente humanas de

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comportamiento, que al desprenderse de las formas animales de comportamiento crearán en el futuro el intelecto y se convertirán a continuación en la base del trabajo: la forma específicamente humana de empleo de los instrumentos. Esta unión se manifiesta con toda claridad en el ejemplo genérico experi­ mental tomado de nuestras investigaciones. La primera observación de un niño en situación experimental, semejante a la situación en que Kohler observaba la aplicación práctica de los instrumentos por los monos muestra que aquel no solo actúa al tratar de alcanzar el objetivo, sino que al mismo tiempo habla. Por regla general, el lenguaje surge espontáneamente en el niño y se prolonga ininterrumpidamente a lo largo de todo el experimento. Se manifiesta con gran constancia y se intensifica cada vez que la situación se complica y el objetivo no resulta tan fácil de alcanzar. Los intentos de obstaculizarlo (como han mos­ trado los experimentos de nuestra colaboradora R. Ye Liévina2>) o no condu­ cen a nada o detienen la acción, entorpeciendo todo el comportamiento del niño. En una situación de este tipo parece natural y necesario que el niño hable a medida que actúa. Y los experimentadores suelen tener la sensación de que el lenguaje no solo sigue a la actividad práctica, sino que desempeña en ella un papel específico importante. Las impresiones que hemos obtenido como re­ sultado de experimentos semejantes a estos plantean a los investigadores los dos siguientes hechos, que tienen gran importancia: 1. El lenguaje del niño, parte inalienable e internamente necesaria del pro­ ceso, es tan importante como la acción para conseguir el objetivo. De acuerdo con la impresión del experimentador, el niño no solo habla de lo que hace, sino que el hecho de hablar y la acción constituyen en este caso una compli­ cada función psíquica única, encaminada a resolver la tarea. 2. Cuando más complicada es la acción que exige la situación y menos di­ recto el camino de su resolución, más importante resulta el lenguaje en el pro­ ceso global. A veces, el lenguaje llega a ser tan importante que sin él resulta incapaz el niño de culminar la tarea. Estas observaciones nos hacen llegar a la conclusión de que el niño resuelve la tarea práctica no solo con ayuda de los ojos y las ma nos, sino también del lenguaje. La unidad de la percepción, el lenguaje y la acción, a que da lugar la reestructuración de las leyes del campo visual, es lo que constituye el ver­ dadero y más importante objeto del análisis, encaminado a estudiar el origen del carácter específico de las formas humanas de comportamiento. Al estudiar experimentalmente el lenguaje egocéntrico del niño que participa en tal o cual actividad, hemos conseguido establecer también el siguiente hecho, muy im­ portante para explicar la función psíquica y la descripción genética de esta etapa en la evolución del lenguaje del niño: el coeficiente del lenguaje egocéntrico, calculado según Piaget, crece claramente a medida que en la actividad de aquel se introducen dificultades e impedimentos. Según han puesto de manifiesto nuestros experimentos, para determinado grupo de niños el coeficiente casi se

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duplica en el momento en que surgen las dificultades. Este hecho nos ha obli­ gado a suponer que el lenguaje egocéntrico del niño comienza muy pronto a desempeñar la función de una primitiva forma de pensar a base del lenguaje: pensar en voz alta. El análisis ulterior del carácter de este lenguaje y de su re­ lación con las dificultades han confirmado plenamente nuestra suposición. Sobre la base de estos experimentos hemos lanzado la hipótesis que el len­ guaje egocéntrico en el niño debe ser considerado como una forma de tran­ sición entre el lenguaje interno y externo. De acuerdo con la hipótesis propuesta, el lenguaje egocéntrico es un lenguaje interno sí tenemos en cuenta su función, pero externo por su forma de expresión. Desde este punto de vista estamos indinados a atribuir a! lenguaje egocéntrico la función que en d com­ portamiento desarrollado del adulto desempeña el lenguaje interno, es decir, una función intelectual. Desde el punto de vista genético, somos partidarios de considerar la secuencia general de las fases más importantes del desarrollo del lenguaje como lo formula, por ejemplo, J. Watson26: lenguaje externo susurro - lenguaje interno, o con otras palabras: lenguaje externo - lenguaje egocéntrico - lenguaje interno. ¿Cuál es precisamente la diferencia de los actos del niño que domina el lenguaje en comparación con la resolución de una tarea práctica por parte del icono? Lo primero que sorprende ai experimentador es la incomparablemente mayor libertad en las operaciones que realizan los niños, su incomparable mayor independencia de la estructura de la situación visual o práctica concreta que el animal. El niño constata con las palabras muchas mayores posibilidades que lo que el mono puede realizar en sus actos. El niño puede liberarse más fácilmente del vector que dirige la atención inmediatamente hacia el objetivo y realizar una serie de complicados actos complementarios, utilizando una re­ lativamente larga cadena de métodos instrumentales auxiliares. Es capaz de in­ troducir por su cuenta en el proceso de resolución de la tarea objetos que no se hallan ni en el campo visual inmediato ni periférico. Al crear con ayuda de las palabras determinadas intenciones, el niño realiza un círculo relativamente mayor de operaciones, utilizando en calidad de instrumentos objetos que no solo tiene a mano, sino buscando y preparando los que pueden serie útiles para resolver la tarea y planeando los actos sucesivos. Entre las transformaciones experimentadas por las operaciones prácticas, gra­ cias a lá inclusión en ellas del lenguaje, dos son dignas de señalar. En primer lugar, las operaciones prácticas del niño que domina el lenguaje se vuelven mucho menos impulsivas y espontáneas que en los monos antropoideos, los cuales para resolver la situación dada realizan una serie de intentos incontro­ lados. La actividad del niño que domina el lenguaje se divide en dos partes sucesivas: en la primera, el problema se resuelve en el plano del lenguaje, con ayuda de la planificación mediante este último, y en la segunda, en la sim­ ple realización motora de la solución preparada. La manipulación directa es

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reemplazada por un complicado proceso psíquico, en el que el plan interno y la creación de la intención se aplazan y ellos mismos estimulan su desarrollo y realización. Estas estructuras psicológicas totalmente nuevas están ausentes en una forma más o menos compleja en los monos. En segundo lugar, y este es un hecho de importancia decisiva, con ayuda del lenguaje se incluye también el comportamiento propio en la esfera de ob­ jetos que pueden ser transformados por el niño. Las palabras encaminadas a resolver el problema se refieren no solo a los objetos del mundo exterior, sino también al propio comportamiento del niño, a sus actos e intenciones. Con ayuda del lenguaje, el niño es capaz por vez primera de dominar el propio com­ portamiento, «tratándose a sí mismo como desde fuera», «considerándose a sí mismo como un cierto objeto». El lenguaje le ayuda a dominar ese objeto me­ diante la organización previa y la planificación de los actos y el comportamiento propios. Los objetos que se hallaban fuera de la esfera accesible a la actividad práctica, gradas al lenguaje se convierten ahora en accesibles para la actividad práctica del niño. El hecho descrito no puede ser considerado tan solo como un momento particular en el desarrollo del comportamiento. Aquí vemos cambios cardina­ les en la propia actitud del individuo hacia el mundo exterior. Un examen más detallado permite establecer que los cambios son extraordinariamente profun­ dos. El comportamiento de los monos, descrito por Kohler, se limita a las ma­ nipulaciones del animal inmediatamente dentro del campo visual dado, mientras que la resolución del problema práctico por el niño capaz de hablar se aleja notablemente del campo natural. Gracias a la fundón planificadora del len­ guaje orientado hacia la actividad propia, el niño crea, junto con los estímu­ los que le llegan del medio, otra serie de estímulos auxiliares, que están entre él y este último y que dirigen su comportamiento. Gracias precisamente a la segunda serie de estímulos creada con ayuda del lenguaje, el comportamiento del niño alcanza un nivel más elevado, consiguiendo una relativa libertad res­ pecto a la situación que le atrae, y los intentos impulsores se transforman en un comportamiento planificado y organizado. Los estímulos auxiliares (en este caso el lenguaje), que desempeñan la fun­ ción específica de organización del comportamiento, no son otra cosa que los signos simbólicos que hemos estudiado aquí. Le sirven en primer lugar al niño como medio de contacto social con las personas que le rodean y comienzan también a ser utilizados como medio para influir en uno mismo, como medio de autoestímulo, originando por consiguiente una forma nueva, más elevada, de comportamiento. Un interesante paralelismo para los hechos anteriormente citados y que se refieren al papel del lenguaje en la adquisición de formas de comportamiento específicamente humanas puede ser encontrado en los interesantísimos experi­ mentos de A. Guillaume y H. Meerson, que analizan el empleo de instrumentos por los monos. Nuestra atención la han atraído las conclusiones de este tra-

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bajo, en las que las operaciones intelectuales de los monos se comparan con el proceso de resolución de las tareas por los afásicos (estudiadas clínica y ex­ perimentalmente por H. Head27)- Los autores encuentran que los procedi­ mientos de ejecución de ¡a tarea por un afásico y por un mono antropoíde son básicamente iguales y coinciden en momentos muy importantes. Este hecho confirma, por tanto, nuestro pensamiento de que el lenguaje juega un impor­ tante papel en la organización de las funciones psíquicas superiores. Si en el plano genético hemos visto la unión de las operaciones prácticas y ¡as realizadas con ayuda del lenguaje y el nacimiento de una nueva forma de comportamiento, el paso de las formas inferiores de comportamiento a las su­ periores, cuando se deshace la unidad del lenguaje y del acto notamos un mo­ vimiento opuesto -la transición del hombre de las formas superiores a otras inferiores-. Los procesos intelectuales en la persona que tiene alteradas las fun­ ciones simbólicas, es decir, en un afásico, hacen no solo que disminuya ¡a fun­ ción del intelecto práctico y se vea dificultada su realización, sino que descubren un nivel más primitivo de comportamiento, precisamente es formación gené­ tica que hemos descubierto en el comportamiento del mono. ¿Qué es lo que falta en los actos del afásico y a qué se debe, por con­ siguiente, su origen, el lenguaje? Basta analizar el comportamiento de un enfermo de afasia en la situación práctica nueva en él para ver cuánto se distingue del comportamiento en análoga situación a Ja persona normal que domina el lenguaje. Lo primero que salta a la vista cuando se observa a un afásico es su excepcional turbación. Por lo general, no hay aquí alusión al­ guna a una planificación más o menos complicada de la resolución de la tarea. La creación de la intención previa y su realización sistemática conse­ cutiva no están en absoluto al alcance de tal enfermo. Cada estímulo que surge en la situación y atrae la atención del afásico provoca un intento im­ pulsivo de responder directamente a la reacción correspondiente sin calcu­ lar la situación y la resolución en su conjunto. La compleja cadena de actos, que presupone la creación de la intención y su realización sistemática con­ secutiva, no está al alcance del enfermo y se transforma en un grupo de prue­ bas desorganizadas y separadas. A veces, los actos se demoran y adquieren una forma rudimentaria, a veces se transforman en una masa de actos prácticos. Si la situación es lo suficien­ temente compleja y puede realizarse solo mediante un sistema consecuente de operaciones previamente planeadas, el afásico se desconcierta y se ve comple­ tamente impotente. En casos más sencillos resuelve la tarea con ayuda de sim­ ples combinaciones simultáneas dentro de los límites del campo visual y de procedimientos de solución que se diferencian poco en principio de lo obser­ vado por Kohler en los experimentos con monos antropoides. El afásico, carente de lenguaje, que le habría librado de la situación visual y permitido planear una sucesión coherente de actos, resulta cien veces más esclavo de la situación inmediata que el niño que domina el lenguaje.

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Désarroi.Io de las formas superiores de actividad práctica en el niño De lo expuesto se desprende la conclusión que, tanto en el comporta­ miento del niño como en el del hombre adulto culto, la utilización práctica de instrumentos y las formas simbólicas de actividad guardan relación con el lenguaje y no constituyen dos cadenas paralelas de reacciones. Forman una com­ pleja unidad psicológica, en la que la actividad simbólica está orientada hacia la organización de operaciones prácticas mediante la creación de estímulos de segundo orden y mediante la planificación del propio comportamiento del su­ jeto. En contraposición a los animales superiores, en el hombre surge una complicada relación funcional entre el lenguaje, el empleo de instrumentos y el campo visual natural. Sin analizar esta relación, la psicología de la actividad práctica del hombre permanecería siempre incomprendida. Pero es completa­ mente erróneo considerar, como hacen algunos behavioristas, que la mencio­ nada unidad es simplemente el resultado del adiestramiento y de los hábitos y constituye directamente la línea de desarrollo natural, que parte de los anima­ les y solo casualmente adquiere carácter intelectual. Igual de erróneo es consi­ derar el papel del lenguaje, como hace una serie de psicólogos infantiles, resultado de un repentino descubrimiento efectuado por el niño. La formación de la compleja unidad entre el lenguaje y las operaciones prác­ ticas es producto de un proceso de desarrollo que se adentra en las lejanas pro­ fundidades, en el que la historia individual del sujeto se halla estrechamente ligada a su historia social. Por falta de espado nos vemos obligados a simplificar el problema real y tomar los fenómenos que nos interesan en sus formas genéricas externas, com­ parando únicamente el principio y el fin del proceso de desarrollo que esta­ mos estudiando. El propio proceso de desarrollo, con su gran variedad de fases y con los nuevos factores que van apareciendo cada vez, queda al margen de nuestro análisis. Tomamos conscientemente el fenómeno en su forma más desarrollada, pasando por alto los estadios mixtos intermedios. Eso permite mos­ trar con la máxima claridad el resultado final del desarrollo y, por consiguiente, valorar la dirección principal de todo el proceso. Semejante unión, como en este caso, de los planteamientos lógicos e históricos en la investigación, que oculta arbitrariamente una serie de estadios del proceso a estudiar, ofrece pe­ ligros, que han destruido más de una teoría que parecía irreprochable. El in­ vestigador debe evitar el peligro y recordar que este es tan solo un camino para estudiar el fenómeno, tras el cual está la historia; al análisis de esta debe re­ currir indefectivamente. No podemos detenernos en todos los cambios sucesivos del proceso. Aquí podremos destacar únicamente el eslabón central, de unión, cuyo examen es suficiente para poner en claro el carácter general y el curso de todo el proceso de desarrollo. Deberemos, por consiguiente, recurrir de nuevo a los resultados de los experimentos.

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Hemos observado la actividad del niño en experimentos de estructura aná­ loga, pero que se prolongan más y que representan una serie de situaciones de creciente dificultad. Hemos establecido un momento importante que omitían los psicólogos, el cual permite caracterizar con toda precisión la diferencia entre el comportamiento del mono y el del hombre en el plano genético. Las observaciones precedentes nos han permitido realizar esto en lo que respecta a la estructura de la actividad, ya que la actividad del niño estudiado por nos­ otros variaba a lo largo de una serie de experimentos, no limitándose simple­ mente a perfeccionarse, como sucede en el proceso de adiestramiento, sino experimentando cambios cualitativos tan profundos que deben ser caracteriza­ dos como desarrollo en el sentido propio de la palabra. En cuanto hemos pasado a analizar la actividad desde el punto de vista del proceso de formación (en una serie de experimentos desplazados en el tiempo), hemos tropezado inmediatamente con que de hecho no estábamos ya anali­ zando la misma actividad en su manifestación concreta, sino que a lo largo de una serie de experimentos iba cambiando el propio objeto de la investigación. Por tanto, en el proceso de desarrollo hemos obtenido formas de actividad to­ talmente distintas en cuanto a su estructura. Eso, que habitualmente consti­ tuye una desagradable complicación para todos los psicólogos que querían conservar a toda costa la invariabilidad de la actividad a examinar, para nos­ otros se ha convertido inmediatamente en el hecho central, al que dedicar nues­ tros esfuerzos investigados. Nos ha llevado a la conclusión de que la actividad del niño se distingue de la del mono por su organización, estructura y formas de acción, que no se obtiene de golpe ya terminada, sino que va surgiendo de los cambios sucesivos de estructuras psicológicas legadas genéticamente, for­ mándose así un proceso histórico integral de desarrollo de las funciones psí­ quicas superiores. Este proceso es la clave para comprender la organización, estructura y for­ mas de actividad en el desarrollo del niño, observado por nosotros. En él nos inclinamos a ver bajo un nuevo punto de vista una diferencia básica, que dis­ tingue el complicado comportamiento del niño del comportamiento del mono. De hecho, el empleo de instrumentos por los monos permanece invariable a lo largo de toda la serie de experimentos, si prescindimos de momentos se­ cundarios, relacionados más bien con el paulatino perfeccionamiento de las fun­ ciones como resultado del estudio de las mismas, que con cambios en su organización. Ni Kôhler ni cualquier otro investigador del comportamiento de los animales superiores han observado en los experimentos la aparición de ope­ raciones cualitativamente nuevas, que se hayan formado en la serie genética en el transcurso del tiempo. La constancia de las operaciones descritas por ellos y su invariabilidad en distintas situaciones constituían una de las características más destacadas de todas esas investigaciones. En el niño se producía algo totalmente distinto. Al simultanear en el ex­ perimento una serie de transformaciones y al crear, por consiguiente, una es-

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I pecíe de modelo de desarrollo, nunca hemos observado (a excepción de casos extremos de niños con retraso mental) una constancia, una invariabilidad en la actividad. En cada nueva etapa del experimento, aparecía claramente ante nosotros una auténtica reestructuración del proceso de la actividad. D escribim os el proceso de transform ación an te todo desde el lado negativo.

Lo primero que atrae nuestra atención, y eso puede parecer paradójico, es lo siguiente: a lo que menos recuerda el proceso de formación de la actividad intelectual superior es a un proceso desarrollado de transformaciones lógicas. Eso significa que el sujeto forma, une y divide las operaciones entre sí según una ley de conexión distinta de la que debería unirlas en el pensamiento lógico. Con gran frecuencia, el proceso psíquico de desarrollo del pensamiento infantil se asemejan al proceso de descubrimiento de los procedimientos del pensamiento lógico. Se afirma que primero capta el principio fundamental del pensamiento y que después se extraen, según el procedimiento deductivo, formas concretas individuales y diversas. De tan fundamental descubrimiento realizado por el niño se desprende una conclusión lógica y no genética. Aquí, el proceso de desarro­ llo se interpreta erróneamente; la afirmación real de Kohler de que el intelectualismo no es en ningún sitio más falso que en la teoría (y nosotros hemos de añadir, en la historia) del intelecto, se justifica aquí. Esa es la primera y más importante conclusión que nos ha sugerido nuestra investigación. El niño no inventa nuevas formas de comportamiento y no las deduce lógicamente, sino que las crea, del mismo modo que el caminar desplaza al gateo y el lenguaje lo hace con el balbuceo no porque se convenza de sus ventajas. Otra tesis que debemos rechazar a la luz de nuestros experimentos es la opinión de que las funciones intelectuales superiores se desarrollan en el pro­ ceso de adiestramiento del niño y que todas las cualitativamente distintas for­ mas de comportamiento son cambios del mismo tipo que Jos del texto recordado cuando lo repetimos. Ese tipo de posibilidades lo hemos excluido desde el principio porque todas las veces se producía en el experimento una situación nueva, que exigía que el niño se adaptase de forma adecuada a lascondiciones y métodos nuevos para resolver el problema. Pero la cuestión no se agotaba ahí: con el desarrollo, las tareas que se le planteaban ai niño pre­ sentaban exigencias nuevas y cualitativamente distintas. La complejidad de la estructura en la resolución de las tareas crecía de acuerdo con las exigencias, de modo que incluso la solución que parecía más sólida y que se había visto más reforzada con el adiestramiento resultaba obligatoriamente inadecuada a las nuevas exigencias y se convertía más bien en el obstáculo que en un fac­ tor que ayudase a resolver el nuevo problema. A la luz de los datos que caracterizan el proceso de desarrollo que discuti­ mos, queda claro que no solo desde el punto de vista de los hechos, sino tam­ bién desde el de la teoría, dos de las tesis que habíamos rechazado al principio han resultado erróneas. De acuerdo con una de ellas, la esencia del proceso se considera como resultado de la acción intelectual; según la otra, es el producto

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del proceso automático de perfeccionamiento del hábito, que aparece como «insight» al final del proceso. Ambas tesis ignoran por igual el desarrollo y re­ sultan poco satisfactorias ante los hechos.

El camino del desarrollo a la luz de los hechos El proceso real, como se deduce de nuestros experimentos, se produce de la siguiente forma. Nuestros protocolos muestran que ya en las más tempranas etapas de desarrollo del niño el factor que traslada su actividad de un nivel a otro no es ni la re­ petición ni el descubrimiento. La fuente de desarrollo de la actividad radica en el entorno social del niño y se manifiesta concretamente en las relaciones espe­ cíficas con el experimentador, que impregnan toda la situación, que exige la uti­ lización práctica de instrumentos y le proporciona la vertiente social. Para reflejar la esencia de estas formas de comportamiento del niño, características del esta­ dio inicial del desarrollo, hay que decir que aquel no se relaciona de manera inmediata con la situación, sino que loTace a través de otra persona. Por tanto, llegamos a la conclusión que el papel del lenguaje, que hemos destacado como un momento especial en la organización del comportamiento práctico del niño, es decisivo para comprender no solo la estructura del comportamiento, sino tam­ bién su génesis: el lenguaje se halla en el comienzo mismo del desarrollo y se convierte en su factor más importante, decisivo. El niño, que habla a medida que resuelve una tarea práctica relacionada con el empleo de un instrumento y une el lenguaje a la acción en una es­ tructura, aporta por consiguiente el elemento social a su acto y determina el destino del mismo, así como el camino futuro de desarrollo de su comporta­ miento. Con ello, el comportamiento del niño se traslada por primera vez a un nuevo plano, comienza a regirse por nuevos hechos y lleva a la aparición de estructuras sociales en su vida psíquica. Su comportamiento se socializa. Pise es precisamente el factor determinante principal de todo el desarrollo ulterior de su intelecto práctico. La situación en la que las personas comienzan a ac­ tuar como las cosas adquiere para él en su conjunto un significado social. La situación se le ofrece como una tarea planteada por el experimentador y se da cuenta dç que detrás de todo se encuentra siempre el hombre, independiente­ mente de que esté o no inmediatamente presente. La propia actividad del niño adquiere su importancia en el sistema del comportamiento social, y al estar orientada hada un objetivo determinado se manifiesta a través del prisma de las formas sociales de su pensamiento. Toda la historia del desarrollo psíquico del niño nos enseña que desde los primeros días su adaptación al medio se consigue con ayuda de procedimien­ tos sociales a través de las personas que le rodean. El camino de la cosa al niño y de este a aquella pasa a través de otra persona28. La transición de la senda

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I biológica de desarrollo a la social constituye el eslabón central en el proceso de la evolución, que es un punto cardinal en la historia del comportamiento del niño. El camino a través de otra persona es la via central de desarrollo del intelecto práctico, como han puesto de manifiesto nuestros experimentos. El lenguaje desempeña aquí un papel primordial. Ante el investigador se abre el siguiente cuadro. El comportamiento de niños muy pequeños en el proceso de resolución de la tarea constituye una fusión muy específica de dos formas de adaptación: a las cosas y a las personas, al medio y a la situación social, que se diferencian solo en los adultos. Las reac­ ciones a los objetos y a las personas constituyen en el comportamiento de los niños una unidad elemental no diferenciada, de la que posteriormente surgen, гато los acros orientados hacia el mundo exterior como las formas sociales de comportamiento. En ese momento, el comportamiento del niño constituye una extravagante mezcla de lo uno y lo otro -la mezcla caótica (como les parece a los adultos) de contactos con las personas y las reacciones a los objetos-. La unión en una actividad de diferentes objetos de comportamiento, que en­ cuentran la explicación en la historia precedente de desarrollo del niño a par­ tir de los primeros días de su existencia, se observa en cada experimento. El niño, dejado solo e impulsado a actuar por la situación, comienza a hacerlo de acuerdo con los principios de las relaciones con el medio que antes se ha­ bían establecido en él. Eso significa que la acción y el lenguaje, la influencia psíquica y física, se mezclan de forma sincrética. A esta particularidad central en el comportamiento del niño la denominamos sincretismo de los actos, por analogía con el sincretismo de la percepción y el sincretismo verbal, tan pro­ fundamente estudiados en la psicología actual, gracia a los trabajos de E. Cla­ parède29 y J. Piaget. Los protocolos de los experimentos que hemos realizado con niños ponen de manifiesto un cuadro análogo de sincretismo de los actos en su comporta­ miento. Un niño pequeño puesto en una situación en que la consecución di­ recta del resultado parece imposible revela una complicadísima actividad, que puede describirse como una desordenada mezcla de intentos directos de alcan­ zar el objeto deseado, un lenguaje emocional, que expresa a veces el deseo del niño y a veces reemplaza la satisfacción real, inalcanzable con el sucedáneo ver­ bal, de los intentos de hacerse con el objeto mediante la formulación a través de la palabra de procedimientos dirigidos al experimentador en demanda de ayuda, etc. Estas manifestaciones son una enredada madeja de actos, y el expe­ rimentador tropieza al principio con dificultades ante tan rica, con frecuencia grotesca, mezcla de formas de actividad, que se interrumpen unas a otras. Al continuar analizando ¡os experimentos nuestra atención se ve atraída por una serie de actos, que a primera vista quedan fuera del esquema gene­ ral de la actividad del niño. Después de que este ha llevado a cabo una serie de actos razonables y correlacionados, que deben ayudarle a resolver con éxito la tarea que le ha sido propuesta, de repente, al tropezar con una di-

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ficultad en la realización de su plan, interrumpe bruscamente los intentos y se dirige al experimentador pidiéndole que le acerque al objeto, lo que le permitirá dar cumplimiento a la tarea. El obstáculo que encuentra el niño en su camino interrumpe su actividad y el recurso verbal a otra persona representa un intento de compensar esa rup­ tura. Las circunstancias, que desempeñan aquí un papel psicológico decisivo, consisten en lo siguiente. Al solicitar la ayuda del experimentador en el mo­ mento crítico, el niño muestra con ello que sabe lo que hay que hacer para alcanzar el objetivo, pero no puede lograrlo solo, muestra que en lo funda­ mental el plan de la solución está preparado, aunque no está al alcance de sus propias acciones. Por eso, el niño, que antes separaba la descripción verbal del acto en sí, emprende el camino de la colaboración y socializa el pensamiento práctico, compartiendo su actividad con otra persona. Precisamente, gracias a eso la actividad del niño entra en una nueva relación con el lenguaje. El niño, al incluir conscientemente las acciones de otra persona en sus intentos de re­ solver la tarea, no solo comienza a planear su actividad en la cabeza, sino a organizar el comportamiento del adulto de acuerdo con las exigencias de la tarea. Gracias a ello, la socialización del intelecto práctico lleva a la necesidad de socializar no solo los objetos, sino también los actos, creando con ello las premisas seguras para realizar la tarea. El control del comportamiento de otra persona se convierte en este caso en parte necesaria de toda la actividad prác­ tica del niño. La nueva forma de actividad, encaminada a controlar el comportamiento de otra persona, todavía no se destaca del conjunto sincrético. Más de una vez hemos observado que durante la ejecución de la tarea, el niño, mezclando bur­ damente la lógica de su propia actividad con la lógica de la resolución de la tarea en colaboración, incluye en su propia actividad los actos de una persona extraña. Parece como si el niño uniera dos planteamientos a su propia activi­ dad, mezclándolos en un conjunto sincrético. A veces, el sincretismo de los actos se manifiesta en el marco del pensa­ miento primitivo del niño, y en una serie de experimentos hemos observado cómo este, al no encontrar remedio para sus intentos, se dirige directamente al objeto de la actividad, al objetivo, pidiéndole que se acerque a él o que des­ cienda, en función de las condiciones de la tarea. Aquí vemos la mezcla del lenguaje; y de los actos de la misma persona. Con semejante mezcla tropieza uno con frecuencia cuando el niño, al realizar los actos, habla con el objeto, operando con él con palabras lo mismo que maneja el palo. En los últimos casos vemos una demostración experimental de lo profunda e inseparablemente unidos que están el lenguaje y la acción en la actividad del niño y lo mucho que esta unión se diferencia de la unión entre ellos que podemos observar con frecuencia en el adulto. El comportamiento del pequeño en la situación descrita es, por consi­ guiente, un complicado complejo, en el que se mezclan los intentos directos

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I de alcanzar el objetivo, el empleo de instrumentos y el lenguaje dirigido a la persona que realiza el experimento o que acompaña simplemente a la acción y que incrementa, al parecer, los esfuerzos del niño dirigidos al objetivo. A veces, el lenguaje, por paradójico que parezca, va dirigido directamente al objeto de la actividad. La extravagante fusión del lenguaje y los actos resulta absurda si la miramos fuera de la dinámica. En cambio, si la analizamos en el plano ge­ nético, siguiendo las etapas de la evolución del niño, o en forma condensada en una serie de experimentos sucesivos, esa extraña fusión de dos formas de actividad descubre su función plenamente determinada en la bistoria de la evo­ lución del niño y también la lógica interna de la misma. Nos detendremos en dos momentos de la dinámica de este proceso tan com­ plicado, los cuales desempeñan un papel decisivo en la aparición de las formas superiores de control de su comportamiento.

Función del lenguaje socializado y egocéntrico El primero de los procesos que hemos estudiado (lenguaje egocéntrico) está relacionado con la formación del lenguaje para sí, que, como hemos señalado más arriba, regula los actos del niño y le permite llevar a cabo de forma or­ ganizada la tarea planteada, mediante el control previo sobre sí mismo y sobre su actividad. Si se estudian atentamente los protocolos de nuestros experimentos con niños pequeños se puede observar que a la vez que se dirigen al experi­ mentador en demanda de ayuda ponen de manifiesto toda la riqueza de su lenguaje egocéntrico. Sabemos ya que las situaciones complicadas provocan un abundante lenguaje egocéntrico y que en presencia de una gran dificul­ tad el coeficiente del mismo casi se duplica en comparación con las situa­ ciones no complicadas. En otro caso, tratando de estudiar más a fondo la relación entre el lenguaje egocéntrico y las dificultades que surgen ante el niño hemos procedido a crear complicaciones experimentales en la activi­ dad del mismo. Estábamos convencidos de que la situación que exige la utilización de ins­ trumentos, cuyo momento central lo constituye la imposibilidad de realizar actos directos, es la que brinda las mejores condiciones para la aparición del lenguaje egocéntrico. Los hechos han confirmado nuestra suposición. Los dos factores psicológicos están relacionados con dificultades: la reacción emocional y la desautomatización de los actos, que exige incluir el intelecto en el pro­ ceso, son los que determinan en lo fundamental la naturaleza del lenguaje ego­ céntrico y la situación que nos interesaba. Para comprender acertadamente la naturaleza del lenguaje egocéntrico y poner de manifiesto sus funciones gené­ ticas en el proceso de socialización del intelecto práctico del niño es impor­ tante recordar el hecho que se desprende de los experimentos y que hemos

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subrayado que el lenguaje egocéntrico está relacionado con el lenguaje social del niño a través de miles de estadios transitorios. Con mucha frecuencia, no comprendíamos lo suficiente las formas transi­ torias para determinar a qué forma de lenguaje se podía atribuir tal o cual ex­ presión del niño. La semejanza e interdependencia de ambas formas de lenguaje se manifiestan a través de la estrecha relación entre las funciones del niño que realizan estas dos formas de actividad a través del lenguaje. Es erróneo pensar que el lenguaje social del niño consiste exclusivamente en llamamientos al ex­ perimentador pidiéndole ayuda; el lenguaje del niño encierra invariablemente momentos emocionales y expresivos, comunicaciones sobre lo que piensa hacer, etc. Durante el experimento bastaba retener su lenguaje social (por ejemplo, el ex­ perimentador salía de la habitación, ignoraba las preguntas del niño, etc.), para que el lenguaje egocéntrico se intensificase de inmediato. Si en los niveles más tempranos de desarrollo del niño el lenguaje egocén­ trico no encierra todavía indicaciones sobre el modo de resolver la tarea, eso se manifiesta en el lenguaje dirigido al adulto. El niño, desesperado por al­ canzar el objetivo por el camino directo, se dirige al adulto y formula con pa­ labras el procedimiento que no puede emplear él mismo. En el desarrollo del niño se producen enormes cambios cuando el lenguaje está socializado, cuando, en lugar de dirigirse al experimentador con el plan de solución de la tarea, se dirige a sí mismo. En el último caso, el lenguaje que participa en la resolu­ ción de la tarea se transforma de categoría interpsíquica en función intrapsíquica. El niño, al organizar su propio comportamiento según el tipo social, emplea consigo mismo el procedimiento de comportamiento que antes em­ pleaba con otro. La fuente de actividad intelectual y control de su comporta­ miento en la resolución de una tarea práctica complicada no consiste, por consiguiente, en inventar cierto acto puramente lógico, sino en aplicar una ac­ titud social para consigo mismo, en trasladar la forma social de comportamiento a su organización psíquica propia30. Una serie de observaciones nos permite perfilar el complicado camino que sigue el niño cuando pasa a interiorizar el lenguaje social. Los casos que hemos descrito, cuando el experimentador a quien el niño se dirigía antes en demanda de ayuda abandonaba el lugar del experimento, demuestran con la máxima cla­ ridad este momento decisivo. Precisamente, en tales condiciones pierde el niño la posíbijidad de dirigirse al adulto, y entonces esta función socialmente orga­ nizada pasa al lenguaje egocéntrico y las indicaciones sobre el modo de resol­ ver la tarea le llevan a realizarla por su cuenta. Una serie de experimentos sucesivos repartidos en el tiempo nos permite destacar varios estadios de este proceso, con lo que la formación de un nuevo sistema de comportamiento de modelo social resulta mucho más compren­ sible. La historia de este proceso es, por tanto, la historia de la socialización del intelecto práctico del niño y al mismo tiempo la historia social de su fundón simbólica.

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f Variación de las funciones del lenguaje en la actividad práctica

Quemamos destacar también la segunda transformación, no menos im­ portante, experimentada por el lenguaje del niño en nuestros experimentos. Al descubrir las relaciones mutuas entre el lenguaje y los actos del niño en el tiempo y al estudiar esta estructura dinámica, hemos conseguido establecer el siguiente hecho: la estructura no es constante a lo largo de los experimentos; el lenguaje y el acto modifican su relación mutua, dando lugar a un sistema móvil de funciones con un carácter no constante en relaciones mutuas. Si prescindimos de una serie de complicados cambios, interesantes para nos­ otros en otro plano, tendremos que destacar el desplazamiento funcional princi­ pal de este sistema, que ejerce una influencia decisiva en su destino y le lleva a reestructurarse interiormente: el lenguaje del niño, que antes acompañaba a su ac­ tividad y reflejaba sus principales altibajos, así como su forma incoherente y caó­ tica, se desplaza cada vez más hacia los momentos de viraje e iniciales del proceso, comienza a adelantarse a la acción, aclarando la acción pensada, pero aún no realizada. En el desarrollo del intelecto práctico hemos observado un proceso aná­ logo al que tiene lugar en otro proceso dinámico de funciones: en el dibujo con la parricipación del lenguaje. Análogamente a cómo al principio el niño dibuja y solo al ver los resultados de su trabajo reconoce y designa con palabras el tema del dibujo, en la actividad práctica, primero fija en las palabras el resultado de la misma o momentos aislados suyos. En el mejor de los casos, no denomina el re­ sultado, pero refleja el momento precedente de la acción. Y lo mismo que en el proceso de desarrollo del acto de dibujar la denominación del tema del dibujo se desplaza hacia el comienzo del proceso, en nuestros experimentos el esquema de los actos comienza a formularlo el niño inmediatamente antes del comienzo de la acción, que se anticipa a su ulterior desarrollo. Semejante desplazamiento representa no solo un cambio témpora del len­ guaje respecto a la acción, sino también del centro funcional a todo el sistema. En la primera etapa, el lenguaje, siguiendo a la acción, reflejándola e intensi­ ficando sus resultados, se mantiene en el aspecto estructural sometido a ella, se pone a su disposición; en la segunda etapa, el lenguaje, desplazándose hacia el momento inicial de la acción, comienza a dominar sobre ella, a dirigirla, de­ termina su tema y su desarrollo. Por eso, en la segunda etapa nace verdadera­ mente la función planificadora del lenguaje, y de esa forma comienza a determinar la tendencia de la acción en el futuro. La función planificadora del lenguaje se solía examinar aisladamente de su función representativa e incluso se la contraponía. El análisis genético mues­ tra, no obstante, que semejante contraposición se basa en la construcción pu­ ramente lógica de ambas funciones. En los experimentos hemos observado, por el contrario, que existen diferentes formas de conexión interna entre ambas fun­ ciones, y de este hecho se desprende la conclusión que la transición de una función a otra, la aparición de la función planificadora del lenguaje a partir

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de la representativa es precisamente el momento genético crucial que correla­ ciona las funciones inferiores del lenguaje con las superiores y explica su ver­ dadero origen. Precisamente gracias a que al principio el lenguaje del niño es una copia verbal de la actividad o de sus partes y refleja la acción o intensifica sus re­ sultados, en la etapa posterior comienza a desplazarse bacia el comienzo de esta última, a pronosticarla y orientarla, formándola de acuerdo con la copia de la actividad precedente, que había sido fijada antes en el lenguaje. Este proceso de desarrollo no tiene nada en común con el de la deducción lógica, con la conclusión lógica del principio descubierto por el niño sobre la aplicación práctica del lenguaje. Las investigaciones señalan a cada paso hechos que nos obligan a suponer que ese lenguaje resumen, creador de la copia del camino recorrido, desempeña un importante papel en la formación del pro­ ceso, gracias al cual adquiere el niño la posibilidad no solo de acompañar sus actos con el lenguaje, sino pulsar con su ayuda el camino acertado para resol­ ver el problema. A medida que el lenguaje se convierte en función intrapsíquica, comienza a preparar una solución previa del problema en el plano verbal, que a lo largo de nuestros experiméntos sucesivos se perfecciona, y del len­ guaje-copia, que resumía lo ya realizado, se convierte en una planificación ver­ bal previa del acto futuro. Esta función representativa del lenguaje nos ayuda a poner de manifiesto el proceso de formación de su compleja función planificadora, a comprender sus raíces genéticas verdaderas. Obtenernos la posibilidad de ver el origen de los grados superiores de la actividad intelectual en toda su complejidad, con todo el conjunto de funciones sucesivas de una etapa a otra. Lo que antes se consideraba como un proceso de descubrimiento repentino del niño, se nos ofrece como el resultado de un prolongado y complejo desarrollo, donde las funciones emocional y comunicativa del lenguaje primario y la función repre­ sentativa, así como la creación de la copia de la escala genética. La escala co­ mienza en las reacciones primitivas de la mirada del niño y culmina en una compleja actividad, planificada en el tiempo. La historia del lenguaje, que transcurre durante el proceso de la actividad práctica, está relacionada con profundas reestructuraciones de todo el com­ portamiento del niño. Eso representa algo más que el simple hecho indicador que el lepguaje, que al principio era un proceso interpsíquico, se convierte ahora en una función intrapsíquica, que si al principio representaba un desvío de la resolución del problema, al final del camino genérico comienza a desempeñar un papel intelectual, convirtiéndose en el instrumento de la resolución orga­ nizada de la tarea. Semejante reestructuración del comportamiento tiene un sig­ nificado incomparablemente más profundo. Si al principio de la senda genética, el niño manipulaba en la situación inmediata, dirigiendo directamente su ac­ tividad hacia los objetos que le atraían, ahora la situación se complica nota­ blemente. Entre el objeto que atrae ai niño como objetivo y el comportamiento

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del mismo surgen estímulos de segundo grado, dirigidos no ya inmediata­ mente hacia el objeto, sino hacia la organización y planificación del comportamienro propio. Los estímulos del lenguaje, dirigidos hacia el propio niño, que en el proceso de evolución se transforman de medios de estímulo de otra persona en estímulo del comportamiento propio, reestructuran radicalmente todo su comportamiento. El niño se halla en disposición de adaptarse a la situación que le ha sido ofrecida por conducto de un camino mediato, a través del control previo sobre sí mismo y de la organización previa de su comportamiento, y eso se distin­ gue básicamente del comportamiento de los animales. El comportamiento del niño encierra en calidad de factores internos necesarios la acritud social hacia sí mismo y hacia sus actos, que se convierten en actividad social trasladada al interior del sujeto. Eso, que consigue el niño como resultado del camino de desarrollo realizado, le proporciona la libertad de comportamienro con respecto a la situación, esa independencia de los objetos concretos que le rodean, que le falta al mono, el cual es, según la clásica expresión de Kohler, «esclavo del camino visual». Es más, el niño deja de actuar en el espacio dado inmediata­ mente y de forma evidente. Al planear su comportamiento, al movilizar y ge­ neralizar su experiencia anterior para organizar su actividad futura, pasa a las operaciones activas, desplegadas en el tiempo. En el momento en que la idea del futuro pasa, con la ayuda planificadora del lenguaje, a formar parte de la actividad del niño como componente activo de la misma, todo el campo psíquico en que opera cambia radicalmente y todo su comportamiento se reorganiza por completo. La percepción del niño comienza a estructurarse según nuevas leyes, distintas a Jas del campo visual natural. La fusión de los campos sensorial y motor es superada y los actos impul­ sores directos, con los que reaccionaba a cada objeto que aparecía en el campo visual y le atraía, ahora se retienen. Su atención comienza a actuar de forma nueva y su memoria deja de ser un registrador pasivo y pasa a desempeñar una función de selectora activa y recordadora activa e intelectual. Con la inclusión del complicado nivel mediato de las funciones psíquicas superiores se produce la transformación radical del comportamiento sobre una base nueva. Después de estudiar el progreso genético, que es el resultado de haber incluido en el desarrollo los procedimientos de utilización de los ins­ trumentos y de las formas simbólicas de actividad, debemos ocuparnos ahora de analizar las reestructuraciones originadas por este progreso en el desarrollo de las funciones psíquicas principales.

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C a p ít u l o 2

Función de los signos en el desarrollo de los procesos psíquicos superiores

i Hemos analizado un fragmento del comportamiento del niño y hemos lle­ gado a la conclusión de que en una situación relacionada con el empleo de instrumentos el comportamiento de un niño pequeño se distingue en princi­ pio del comportamiento de un mono antropoide. Podríamos decir que se ca­ racteriza en alto grado por la estructura contraria y que en lugar de la total dependencia de la operación con instrumentos de la estructura del campo vi­ sual (en el mono), observamos en el niño una considerable emancipación de él. Gracias a la participación del lenguaje en la operación, el niño adquiere in­ comparablemente mayor libertad que la que se observa en el comportamiento de los monos cuando emplean instrumentos; al niño le resulta posible resol­ ver la situación práctica del empleo de instrumentos que no están en el campo visual de su percepción; el dominio previo de sí mismo y la organización pre­ via del propio comportamiento le permiten adueñarse de la situación exterior. En todas estas operaciones se modifica esencialmente la propia estructura del proceso psíquico, los actos directos, dirigidos al medio son sustituidos por complejos actos mediatos. El lenguaje, que pasa a formar parte de la opera­ ción, resulta ser el sistema de signos psicológicos que adquiere un significado funcional completamente especial y da lugar a la total reorganización del com­ portamiento. Una serie de observaciones nos lleva al convencimiento de que semejante reorganización cultural es característica no solo de la complicada forma de com­ portamiento, relacionada con el empleo de instrumentos, que hemos explicado. Por el contrario, incluso procesos psíquicos aislados de carácter más elemental y que forman parte integrante del complicado acto del intelecto práctico se modifican y se reestructuran notablemente en el niño, en comparación con lo que les sucede a los animales superiores. Estas funciones, que suelen ser con­ sideradas las más elementales, se subordinan en el niño a unas leyes comple­ tamente distintas que en niveles más tempranos del desarrollo filogenético y se caracterizan por la estructura psicológica mediata que hemos examinado en el complicado acto de utilización de instrumentos. Un análisis detallado de la

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estructura de los procesos psíquicos aislados que participan en el acto del com­ portamiento infantil que hemos descrito permite llegar al convencimiento de ello y muestra que incluso la doctrina de la estructura de procesos elementa­ les aislados del comportamiento infantil necesita ser revisada radicalmente.

Desarrollo de las formas superiores de percepción Comenzaremos por la percepción, acto que siempre parecía estar comple­ tamente subordinado a las leyes naturales elementales, y trataremos de mostrar que incluso ese proceso, que es el que más depende de la situación concreta actual en el desarrollo del niño, se reorganiza sobre una base totalmente nueva, y aunque conserva exreriormente una analogía fenotípica con la misma fun­ ción del animal, por su composición interna, su estructura y forma de activi­ dad, por toda su naturaleza psicológica pertenece ya a las funciones superiores, que se han formado durante el proceso de desarrollo histórico y tienen una historia especial en la ontogénesis. En la función superior de la percepción tro­ pezamos ya con regularidades muy disfintas de las descubiertas por el análisis psicológico en sus formas primitivas o naturales. Es evidente que las leyes im­ perantes en la psicofisiología de la percepción natural no se destruyen con el paso a las formas superiores que nos interesan aquí, pero parecen relegarse a un segundo plano y continúan su existencia dentro de las nuevas leyes que rigen en estado latente y en situación subordinada. En la historia del desarro­ llo de la percepción del niño observamos un proceso análogo en esencia al que ha sido bien estudiado en la historia de la estructura del aparato nervioso, donde los sistemas inferiores, genéticamente más antiguos, con sus funciones más pri­ mitivas, pasan a formar parte de etapas más nuevas y superiores y continúan existiendo en calidad de estadios subordinados dentro del mismo conjunto. Después de los trabajos de Kohler (1930) es conocida la decisiva impor­ tancia que tiene la estructura del campo visual en el proceso de la operación práctica del mono; todo el curso de la resolución de la tarea propuesta, desde el momento inicial al final, es de hecho una función de percepción del mono, y Kohler pudo decir con pleno fundamento que esos animales son esclavos del campo sensorial en mucho mayor grado que las personas adultas, que los monos sop incapaces de seguir con ayuda de esfuerzos libres la estructura sen­ sorial efectiva. Es precisamente en la subordinación al campo visual que Koh­ ler ve lo que acerca el mono a otros animales, incluso tan lejanos en cuanto a su estructura como las cornejas (experimento de M. Hertz). En efecto, cree­ mos no equivocarnos si en la servil dependencia de la estructura del campo sensorial vemos una ley general que domina sobre la percepción en toda la va­ riedad de sus formas naturales. Este rasgo común es propio de cualquier percepción, ya que no sobrepasa los límites de las formas psicofisiológicas naturales de organización.

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Al convertirse en percepción humana, la percepción del niño no se desarrolla como continuación directa y perfeccionamiento ulterior de las mismas formas que observamos en los animales, incluso en los más próximos al hombre, sino que da un salto de la forma zoológica a la forma histórica de la evolución psíquica. Una serie especial de experimentos que hemos organizado para aclarar este problema permite descubrir las regularidades de principio características de las formas superiores de percepción. No podemos detenernos aquí en este problema con toda la amplitud y la complejidad necesarias, por lo que nos limitaremos a analizar tan solo un momento, eso sí, de importancia capital. Para ello, lo más cómodo es recurrir a los experimentos dedicados al desarrollo de la per­ cepción de estampas. Las pruebas que nos han permitido describir las particularidades específi­ cas de la percepción infantil y de su dependencia de la inclusión de los me­ canismos psíquicos superiores fueron realizadas ya en lo fundamental por A. Binet y analizadas deralladamente por W. Stern (1922). Ambos autores, al exa­ minar la descripción de una estampa, realizada por un niño pequeño, estable­ cieron que ese proceso no es igual para diferentes niveles de desarrollo infantil. Si un niño de dos años, al describir lo que ve en la estampa, suele limitarse a señalar objetos aislados, transcurrido algún tiempo pasa a describir acciones, para después señalar ya las complicadas relaciones entre los objetos sueltos re­ presentados. Esos datos empujaron a Stem a establecer un camino determi­ nado en el desarrollo de la percepción en la edad infantil. Estos daros, que la psicología actual acepta como sólidamente establecidos, siembran en nosotros serias dudas. En realidad, basta con reflexionar sobre este material para ver que contradice todo lo que sabemos sobre el desarrollo del comportamiento infantil y sus mecanismos psicofisiológicos principales. Una serie de hechos indudables señala que el desarrollo de los procesos psicofisio­ lógicos comienza en el niño a partir de formas difusas e integrales y que ya después pasa a otras más diferenciadas. Considerable número de observaciones fisiológicas muestran esto para la motricidad; los experimentos de H. Volkelt31, H. Werner32 y otros llevan el convencimiento que este mismo camino lo recorre también la percepción vi­ sual del niño. La afirmación de Stern de que el estadio de percepción de ob­ jetos aislados precede al de la percepción global de la situación contradice por completo todos estos datos. Es más, continuando el pensamiento de Stern hasta el final lógico, estamos obligados a suponer que en fases aún más fraccionado y parcial y que a la percepción de elementos aislados precede un nivel en que este se halla en estado de percibir partes o cualidades aisladas suyas, que solo después reúne en objetos, pasando posteriormente a agrupar estos en situacio­ nes activas. Tenemos ante nosotros un cuadro del desarrollo de la percepción infantil, penetrado de racionalismo, el cual contradice todo lo que conocemos de las últimas investigaciones:

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La contradicción que observamos entre la línea fundamental de desarrollo de los procesos psicofisioíógicos en el niño y los hechos descritos por Stern puede explicarla tan solo el hecho que el proceso de la percepción y el cuadro descrito es mucho más complejo que un simple acto psicofisiológico natural y que en él se incluyen nuevos factores, que reestructuran radicalmente el men­ cionado proceso. Nuestra primera tarea ha consistido en mostrar que el proceso de la des­ cripción de las estampas, estudiado por Stern, no se adecúa a la percepción di­ recta del niño, cuyos estadios trata de descubrir este autor con sus experimentos. Una sencillísima prueba nos ha permitido constatarlo. Ha sido suficiente pro­ poner a un niño de dos años que nos transmita a base de pantomimas el con­ tenido de la estampa presentada, excluyendo de la descripción el lenguaje, para convencemos que el niño, que se halla, según Stern, en el estadio de los obje­ tos, percibía perfectamente toda la situación real y la repetía con gran facilidad*. Tras la fase de la percepción de objetos se ocultaba en realidad una percep­ ción viva e integral, completamente adecuada a la estampa propuesta, y que destruía la hipótesis del carácter elemental de las percepciones en esa edad. Lo que se solía considerar propiedad de la percepción natural del niño resultó ser en realidad una particularidad de su lenguaje o, con otras palabras, una parti­ cularidad de la percepción verbalizada. Observaciones sobre niños de más temprana edad nos han mostrado que la función primaria de la palabra utilizada por el niño se reduce de hecho a indicar, a destacar, el objeto en cuestión de toda la situación global percibida por el niño. Los expresivos gestos que acompañan a las primeras palabras in­ fantiles, así como una serie de observaciones de control nos han confirmado lo dicho. Ya desde los primeros pasos de desarrollo del niño, la palabra se mez­ cla en su percepción, separando elementos aislados, superando la estructura na­ tural del campo sensorial y formando al parecer nuevos centros estructurales introducidos artificialmente y móviles. El lenguaje no solo acompaña a la per­ cepción infantil, la cual comienza ya a participar activamente en ella desde las etapas más tempranas; el niño comienza a percibir el mundo no solo a través de sus ojos, sino también de su lenguaje. Es precisamente a ese proceso a lo que se reduce el momento principal del desarrollo de la percepción infantil. Esta estructura de la percepción, compleja y mediata, es la que se refleja en el carácter de las descripciones obtenidas del niño por Stern en los experi­ mentos conklas estampas. Aquel, al referirse a la estampa que le ha sido pre­ sentada, no se limita a verbalizar las percepciones naturales que ha obtenido, expresándolas de forma imperfecta a base de palabras; el lenguaje fragmenta su percepción, destaca del complejo global los puntos clave, introduce en la per-

* Hemos utilizado en nuestras pruebas las originales estampas de Stern, las cuales, gracias a su dinamismo, nos han permitido poner de relieve la percepción suficientemente adecuada por parte del niño de las mencionadas estampas que en una escena pantomímica vive.

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cepción el momento analizador, con lo cual sustituye la estructura natural del proceso examinado por otra compleja, psicológicamente mediata. Posteriormente, cuando los mecanismos intelectuales relacionados con el len­ guaje se transforman, cuando la función divisora del mismo se convierte en una percepción nueva, sintetizadora, la percepción verbalizada experimenta cambios sucesivos, superando el carácter inicial divisor y transformándose en formas más complejas de percepción cognoscitiva. Las leyes naturales de la percepción, que pueden ser observadas con especial claridad en los procesos receptores de los ani­ males superiores, gracias a la inclusión del lenguaje divisor reestructuran sus fun­ damentos, y la percepción humana adquiere un carácter completamente nuevo. El hecho que la inclusión del lenguaje ejerce en realidad en las leyes de la percepción natural determinada una influencia reestructuradora se percibe muy claramente cuando el lenguaje, al mezclarse en el proceso de recepción, difi­ culta y complica la percepción adecuada, construyéndola según leyes notable­ mente distintas de las leyes naturales de la representación de la situación. Donde mejor podemos ver la reconstrucción verbal de las percepciones en el niño es en una serie de experimentos realizados especialmente*.

División de la unidad primaria de las funciones sensomotoras El paso a formas cualitativamente nuevas de comportamiento del niño no se limita en absoluto a los cambios que hemos descrito dentro de la esfera de la percepción. Mucho más importante es que varía también la relación entre la percepción y otras funciones que participan en la operación intelectual glo­ bal, varía su lugar y papel en el sistema dinámico de comportamiento, rela­ cionado con la utilización de instrumentos. En los animales superiores la percepción nunca actúa de forma indepen­ diente y aislada, sino que siempre forma parre de un conjunto más complejo, en conexión con el cual es como únicamente pueden comprenderse las leyes de esa percepción. El mono no percibe pasivamente la situación visual que se le ofrece, pero, sin embargo, su comportamiento está orientado a apoderarse del objeto que le atrae. Y la estructura compleja, que constituye la trama real de los momentos instintivos, afectivos, motores e intelectuales, es el único ob­ jeto real de la investigación psicológica, del que solo mediante la abstracción y eí análisis cabe aislar la percepción como un sistema relativamente indepen­ diente y cerrado. Las investigaciones experimentales genéticas de la percepción muestran que todo este sistema dinámico de conexiones y relaciones entre di­ ferentes funciones se reorganiza en el proceso de desarrollo del niño de modo menos radical que momentos aislados en el propio sistema de la percepción.

* Véase con más detalle en el capítulo 1.

N o ta d e l red.

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De todos los cambios que desempeñan un papel decisivo en el desarrollo psíquico del niño, el primer lugar, en lo que a importancia objetiva se refiere, debe ocuparlo la relación fundamental: percepción-movimiento. Hace ya mucho que se estableció en psicología el hecho que cualquier per­ cepción tiene su continuación dinámica en el movimiento, pero solo última­ mente se ha superado definitivamente la tesis de la vieja psicología, según la cual la percepción y el movimiento como elementos independientes aislados pueden participar uno con otro en una conexión asociativa, lo mismo que dos sílabas carentes de sentido en los experimentos de aprendizaje. La psicología actual asimila cada vez más la idea de que la unidad inicial de los procesos sensoriales y motores concuerda mucho más con los hechos de la hipótesis que la doctrina sobre su aislamiento inicial. Ya en los reflejos primarios y en las reacciones más sencillas observamos semejante fusión de la percepción y el mo­ vimiento, la cual muestra de forma convincente que estas dos partes son dos momentos inseparables de un proceso psicofisiológico dinámico integral único. La adaptación específica de la estructura de la respuesta motora al carácter de la excitación, que constituía un enigma irresoluble para las viejas concepcio­ nes, encuentra explicación únicamente si admitimos la unidad inicial y la in­ tegridad de las estructuras sensomotoras. Semejante correspondencia entre las estructuras sensoriales y los procesos motores, que tiene su explicación en el carácter dinámico de la percepción, la encontramos no solo en las formas elementales de los procesos reactivos, sino en las altas etapas del comportamiento, en los experimentos con operaciones intelectuales y en el empleo de instrumentos por los monos: ya la observación de experimentador (W. Kohler33) muestra que los objetos parece como si ad­ quirieran vectores y se movieran en el campo visual en dirección al objeto cuando se analiza la situación que ha de resolver el mono. La insuficiente in­ trospección de este la sustituye por completo aquí la magnífica descripción de sus movimientos, que son como prolongación dinámica directa de sus percep­ ciones. E. Jaensh34 hace un acertado comentario experimental (hemos tenido ocasión de comprobarlo en su laboratorio) en sus pruebas con eidéticos, que resolvían esa misma situación siguiendo un camino puramente sensorial; por cierto, que el movimiento que realiza de hecho el mono lo sustituía en ese caso el desplazamiento del objeto en el campo visual. Por consiguiente, la uni­ dad de los procesos sensoriales y motores en la operación intelectual se mani­ fiesta aquí en toda su pureza; el movimiento ya está implícito en el campo sensorial, y los mecanismos internos que explican la correspondencia entre las partes sensorial y motora de la operación intelectual en el mono resultan com­ pletamente comprensibles. En los experimentos dedicados a estudiar la motricidad ligada a los proce­ sos afectivos internos, hemos mostrado: la reacción motriz está tan unida al proceso afectivo y participa en él de modo tan inseparable, que puede ser el espejo reflector, en el que es posible leer literalmente la estructura del proceso

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afectivo, oculta a la observación directa. Es precisamente ese hecho de impor­ tancia básica el que permite convertir un reflejo motor conjugado arbitrario en un magnífico medio sintomatológico, que hace posible constatar objetivamente, tanto las sensaciones ocultas de la persona sometida a prueba (experimentos con el diagnóstico de las huellas del crimen) como los complejos desplazados, ocultos al sujeto (sugestión poshipnótica, huellas afectivas subconscientes, etc.). Como muestra la investigación genética experimental, la correlación natu­ ral inicial entre la percepción y el movimiento, su inserción en un sistema psi­ cológico único, se descompone en el proceso de desarrollo cultural y es sustituido por otras correlaciones estructurales totalmente distintas, desde que la palabra u otro signo se introduce entre las etapas inicial y final de este pro­ ceso y toda la operación adquiere un carácter indirecto, mediato. Precisamente con semejante destino de las estructuras psicológicas y con la eliminación de la correlación inicial entre la percepción y el movimiento, eli­ minación que tiene lugar sobre la base de insertar en la estructura psicológica nuevos, en cuanto a su significado funcional, estímulos-signos, resulta posible superar las formas primitivas de comportamiento, lo cual constituye la premisa necesaria para desarrollar todas las funciones psíquicas superiores específicas del hombre. En este caso, la investigación genético-experimental ve también en una antigua serie de experimentos, uno de los cuales puede servirnos de ejemplo instructivo, el complicado y sinuoso camino del desarrollo. Al estudiar el movimiento del niño ante la difícil reacción de la elección en condiciones experimentales, hemos podido establecer que su movimiento no permanece completamente igual en los diferentes grados, sino que, por el contrario, realiza una evolución, cuyo momento central y crítico lo constituye el cambio radical en la correlación entre las partes sensorial y motora del pro­ ceso reactivo. Hasta un momento determinado el movimiento del niño está fu­ sionado directamente a la percepción de la situación, sigue ciegamente cualquier desplazamiento en el campo y refleja igual de directamente la estructura de la percepción en la dinámica del movimiento, lo mismo que en el conocido ejemplo de Kohler, la gallina en la valla del jardín repite con movimientos la estructura del campo que percibe. La situación experimental concreta permite seguir ese proceso. Por ejemplo, proponemos a un niño de cuatro-cinco años que ante determinado estímulo pulse una de cinco teclas. La tarea supera las posibilidades naturales del niño, y por eso no provoca en él dificultades intensas y aun instintos más intensos de resolverla. Nos hallamos ante un proceso real de elección, a diferencia del análisis de la reacción aprendida, que sustituía siempre el proceso de la verda­ dera elección por el funcionamiento estereotipado del hábito. Lo más notable es que todo el proceso de elección del niño no está separado del sistema motor, sino que ha sido situado fuera y concentrado en la esfera motora: el niño elige, realizando de inmediato también los movimientos posibles a que le impulsa su situación de elección. La estructura de su acción no recuerda en nada a la de

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la persona adulta, la cual adopta una decisión previa, que luego lleva a cabo en forma de un movimiento ejecutado único. La elección del niño recuerda más bien la selección algo tardía de los movimientos propios; las oscilaciones en la estructura de la percepción hallan aquí reflejo inmediato en la estructura del movimiento: el gran número de pruebas difusas de tanteo que se ven re­ tenidas en el propio proceso, las cuales se interrumpen y se sustituyen unas a otras, representa para el niño el proceso de elección. Como mejor podríamos expresar la esencia de lo que distingue los procesos de elección del niño y el adulto es diciendo que en aquel a la elección la susti­ tuye una serie de movimiento de prueba. No elige el estímulo (la tecla necesa­ ria) como punto de partida del movimiento siguiente, sino que elige el movimiento, comprobando su resultado con las instrucciones. Por consiguiente, el niño resuelve la tarea de elegir no en la percepción, sino en el movimiento, cuando duda entre dos estímulos y su dedo se mueve de un estímulo a otro, re­ trocediendo a mitad del camino: cuando traslada la atención a un nuevo punto, creando un nuevo centro en la estructura dinámica de la percepción, regulada por la elección, su mano, formando un todo único con su ojo, avanza directa­ mente hacia el nuevo centro. Abreviando, el movimiento del niño no está des­ vinculado de la percepción: las curvas dinámicas de los dos procesos coinciden casi por completo en ambos casos. Y, sin embargo, esta primitiva y difusa estructura del proceso reactivo se al­ tera radicalmente en cuanto al proceso de elección directa se le incorpora una función psíquica compleja, que transforma el proceso natural, presente ya en su totalidad en los animales, en una operación psíquica, característica del hombre. Al niño, en el que acabamos de observar un proceso de selección motora impulsivo-difuso, fundido orgánicamente con la percepción, le proponemos fa­ cilitarle la tarea de elección, poniendo ante cada tecla los signos auxiliares co­ rrespondientes, que habrían de servir de estímulos complementarios que orientasen y organizasen el proceso de elección. Un niño de cinco-seis años rea­ liza ya con gran facilidad esta tarea, al marcar con un signo complementario la tecla que debe pulsar cuando se le muestra un estímulo determinado. El em­ pleo de un procedimiento auxiliar no constituye, sin embargo, un hecho se­ cundario y complementario que solo complica algo el carácter de la operación de elección: la estructura del proceso psíquico se reestructura radicalmente bajo la influencia de un nuevo componente, a la operación natural primitiva la sus­ tituye aquí otra nueva, culta. El niño, que recurre al signo auxiliar para hallar la tecla adecuada al estímulo dado, no realiza los inseguros movimientos de palpación en el aire, que surgen directamente al percibir los impulsos motores, y que hemos observado en la reacción primitiva de la elección. La utilización del signo orientador infringe la uni­ dad de los campos sensorial y motor, introduce entre los momentos inicial y final de la reacción cierta barrera funcional, instituyendo a base de contactos previos realizados con ayuda de los sistemas psíquicos superiores el reflujo directo de ex-

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citación en la esfera motora. El niño, que antes resolvía de forma impulsiva la tarea, la resuelve ahora restableciendo interiormente la conexión entre el estímulo y el correspondiente signo auxiliar, y el movimiento, que era. el que antes efec­ tuaba la elección, actúa ahora tan solo en provecho de los objetivos de ejecución. El sistema simbólico transforma radicalmente la estructura de esta operación, y el niño hablante domina el movimiento sobre una base totalmente nueva. La incorporación de la barrera funcional traslada los complicados procesos reactivos del niño a otro plano: desconecta los intentos impulsivos ciegos, afec­ tivos por naturaleza, que distinguen el comportamiento primitivo del animal del comportamiento intelectual del hombre, basado en combinaciones simbó­ licas previas. El movimiento, al separarse de la percepción directa y subordi­ narse a las funciones simbólicas incorporadas al acto reactivo, rompe con la historia natural del comportamiento y descubre una nueva página, la de la ac­ tividad intelectual superior al hombre. El material patológico nos permite convencernos con especial evidencia de que la incorporación del lenguaje y de las funciones simbólicas superiores re­ lacionadas con él al comportamiento reorganiza la propia motricidad, trasla­ dándola a una nueva etapa, superior. Liemos tenido ocasión de observar que en la afasia, con la pérdida del lenguaje surgía la barrera funcional que hemos descrito, y el movimiento volvía a ser impulsivo, fundiéndose en un todo con la percepción. En una situación experimental, análoga a la descrita, hemos ob­ servado en una serie de afásicos impulsos motores difusos y prematuros, que tanteaban los intentos de realizar movimientos, con ayuda de los cuales lleva­ ban a cabo los enfermos la elección. Esos intentos mostraban que los movi­ mientos habían dejado de subordinarse a la planificación previa en los estadios simbólicos, que a partir de los movimientos de la persona adulta culta daban lugar a un comportamiento verdaderamente intelectual. Nos hemos detenido en la génesis y el destino de dos funciones funda­ mentales en el comportamiento del niño. Hemos visto que en la compleja ope­ ración del empleo de instrumentos y de los actos prácticos intelectuales estas funciones, que desempeñan efectivamente un papel decisivo, no permanecen invariables en el niño, sino que realizan una complicada transformación du­ rante el proceso de desarrollo y no solo alteran su estructura interna, sino que establecen nuevas relaciones funcionales con otros procesos. La utilización de instrumentos, como lo observamos en el comportamiento del niño, no es, por consiguiente, en lo que a su composición psicológica se refiere, una simple re­ petición o continuación directa de lo que la psicología descubre en este acto rasgos importantes y cualitativamente nuevos, y la incorporación en él de fun­ ciones simbólicas superiores, históricamente creadas (de las que aquí hemos ana­ lizado el lenguaje y el empleo de signos), transforma el primitivo proceso de resolución de la tarea sobre una base completamente nueva. Es verdad que, a primera vista, en la utilización de instrumentos por parte del mono y del hombre se observa cierta semejanza externa, que ha dado pie

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a los investigadores a considerar estos dos casos como básicamente afines. La analogía está relacionada exclusivamente con que, tanto en un caso como en otro actúan funciones análogas en cuanto a su destino final. Sin embargo, la investigación muestra que estas funciones, exteriormente parecidas, se distinguen entre sí no menos que las estratificaciones de la corteza terrestre correspondientes a diferentes épocas geológicas. Si en el primer caso las funciones de la formación biológica resuelven la tarea que le ha sido presentada al animal, en el segundo, en cambio, saltan a primer plano funciones análogas de la formación histórica, que comienzan a desempeñar un papel rector en la soIlición de la tarea. Estas últimas, que en la vertiente de la filogénesis no son producto de la evolución biológica del comportamiento, sino del desarrollo his­ tórico de la personalidad humana, en el aspecto de la ontogénesis cuentan tam­ bién con su historia especial de desarrollo, estrechamente ligada a la formación biológica, pero que no coincide con ella y constituye junto con esta última la segunda línea de desarrollo psíquico del niño. A estas funciones las denomi­ namos superiores, teniendo en cuenta en primer lugar su puesto en el desarrollo, mientras que a la historia de su formación, a diferencia de la biogénesis de las funciones psíquicas superiores, refiriéndonos en primer lugar a la naturaleza so­ cial de su aparición. La aparición en el proceso de desarrollo del niño de nuevas formaciones históricas, junto con las capas relativamente primitivas de comportamiento, es, por tanto, la clave sin la cual el empleo de instrumentos y todas las formas superiores de comportamiento constituyen un acertijo para el investigador.

Reestructuración de la memoria y la atención La concisión del ensayo no nos permite analizar con detalle todas las fun­ ciones psíquicas principales que participan en la operación que nos ocupa. Nos limitaremos por eso a recordar en rasgos generales el destino de las más im­ portantes, sin las cuales la estructura psicológica del empleo de instrumentos habría resultado confusa. Por el grado de participación en esta operación, el primer lugar debe corresponderle a la atención. Todos los investigadores, co­ menzando por Kohler, señalan que la orientación correspondiente de la aten­ ción o el desvío de la misma constituye un factor destacado en el éxito o fracaso de la operación práctica. El hecho señalado por Kohler conserva su valor en el comportamiento del niño. No obstante, es importante señalar que, a diferen­ cia del animal, el niño resulta estar por primera vez en condiciones de des­ plazar de forma independiente y activa su atención, al reconstruir su percepción, liberándose con ello en un altísimo grado de su subordinación a la estructura del campo visual de que dispone. En una determinada etapa de su desarrollo, el niño que liga el empleo de instrumentos al lenguaje (que al principio forma parte de esta operación sincréticamente y luego sintéticamente) traslada por

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ello la actividad de su atención a un nuevo plano. Con ayuda de la función denominativa de las palabras, que ya hemos señalado más arriba, comienza a dirigir su atención, creando nuevos centros estructurales de la situación que percibe y modificando con ello, según la acertada expresión de G. Kafka35, no el grado de claridad de tal o cual parte del campo percibido, sino su centro de gravedad, el significado de algunos de sus elementos aislados, destacando del fondo general nuevas y nuevas figuras y ampliando con ello infinitamente las posibilidades de dirigir los actos de su atención. Todo eso libera la atención del niño del poder de la situación inmediata actual que actúa sobre él. Al crear con ayuda del lenguaje, junto con el campo espacial también un campo temporal para actuar, tan visible y real como la si­ tuación óptica (aunque más confuso, quizá), el niño parlante adquiere la po­ sibilidad de dirigir dinámicamente en atención, actuando en el presente desde el punto de vista del futuro campo y comportándose con frecuencia respecto a los cambios activos producidos en la situación actual desde el punto de vista de sus actos pasados. Precisamente gracias a la participación del lenguaje y a la transición a la libre distribución de la atención, el futuro campo de acción se transforma de la vieja y abstracta fórmula verbal en la situación óptica ac­ tual; en él, como configuración principal que es, resaltan claramente todos los elementos que integran el plan de la futura acción, con lo que se destaca del fondo general de los posibles acros. En el hecho que el campo de la atención, que no coincide con el de la percepción, selecciona este y con ayuda del len­ guaje los elementos del actual futuro campo consiste precisamente la diferen­ cia específica entre la operación del niño y las operaciones de los animales superiores. El campo de la percepción lo organiza en el niño la función verbalizada de la atención, y si al mono ¡e basta la falta del contacto óptico para que la tarea sea irresoluble, el niño elimina fácilmente esta dificultad mediante la intervención verbal, reorganizando su campo sensorial. Gracias a esta circunstancia surge la posibilidad de simultanear en el campo único de la atención la figura de la situación futura, compuesta por elementos del campo sensorial pasado y presente. De esta forma, el campo de la atención no abarca una sola percepción, sino una serie de percepciones potenciales, que forman una estructura dinámica general sucesiva distribuida en el tiempo. La transición de la estructura simultánea del campo visual a la sucesiva del campo dinámico de la atención se lleva a cabo como resultado de la reestructuración -sobre la base de la inclusión del lenguaje- de todas las conexiones principales entre las funciones aisladas que participan en la operación: el campo de la aten­ ción se separa del de la percepción y se desarrolla en el tiempo, incluyendo la situación actual dada como uno de los momentos de la serie dinámica. El mono, que percibe el palo en un momento, en un campo visual, ya no le presta atención en el momento siguiente, cuando su campo visual ha cam­ biado. Debe, ante todo, ver el palo para fijarse en él; el niño tiene que pres­ tar atención para ver.

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La posibilidad de simultanear en el campo único de la atención elementos del campo visual pasado y presente (por ejemplo, el instrumento y el objetivo) conducen por su parte a la reestructuración básica de otra importantísima fun­ ción que participa en la operación: la memoria. Del mismo modo que la ac­ ción de la atención, según acertada observación de Kafka, se refleja no en la intensificación de la claridad de una u otra parte del campo sensorial, sino en el desplazamiento del centro de gravedad, en su estructura, en el cambio di­ námico de esta última, en la variación de la figura y el fondo, tampoco el papel de la memoria en la operación del niño se refleja simplemente en la amplia­ ción del fragmento del pasado que se funde actualmente en un todo con el presente, sino en el nuevo procedimiento de unión de los elementos del pa­ sado con el presente. El nuevo procedimiento surge sobre la base de la inclu­ sión en un foco único de la atención, las fórmulas de lenguaje de las situaciones y actos pasados. Como hemos visto, el lenguaje forma la operación según leyes diferentes que el acto inmediato y exactamente igual funde, une, sintetiza, de otro modo, el pasado, liberando la acción del niño del poder de la recorda­ ción inmediata.

Estructura arbitraria de las funciones psíquicas superiores Continuando el análisis de la operación del intelecto práctico, relacionado con la utilización de instrumentos, vemos que el campo del tiempo, creado para la acción con ayuda del lenguaje, se extiende no solo hacia atrás, sino hacia delante. La anticipación de los momentos sucesivos de la operación en forma simbólica permite incluir en la operación en curso estímulos especiales, cuya tarea se reduce a representar en la situación presente momentos de la ac­ ción futura y poner en práctica realmente su influencia en la organización del comportamiento en el momento actual. Tampoco aquí la inclusión de las funciones simbólicas en la operación, como hemos visto en el ejemplo de las operaciones de la memoria y la atención, con­ duce a la simple prórroga de la operación, sino que crea las condiciones para un carácter completamente nuevo de las relaciones, de los elementos del presente y el futuro (los elementos percibidos actualmente en la situación presente se in­ corporan a un mismo sistema estructural con los elementos del futuro simbóli­ camente representados), crea un campo psicológico completamente nuevo para la acción y conduce a la aparición de las funciones de formación de la inten­ ción y de la acción con un destino determinado previamente planificada. Esta alteración en la estructura del comportamiento del niño está relacio­ nada con cambios de orden mucho más profundo. Ya Lindner, al comparar la resolución de una tarea por niños sordomudos con los experimentos koehlerianos, se fijó en que los móviles que incitan al mono y al niño a conseguir el objetivo no pueden ser considerados los mismos. Los motivos instintivos que

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predominan en el animal pasan en el niño a ocupar un segundo plano ante los nuevos motivos, de origen social, cjue no tienen un motivo análogo natu­ ral, a pesar de lo cual alcanzan gran intensidad en el niño. Estos motivos, que tienen también importancia decisiva en el mecanismo del acto volitivo desarro­ llado, los denomina K. Lewin36 cuasinecesidades*, y señala que su inclusión es­ tructura de modo nuevo los sistemas afectivo y volitivo en el comportamiento del niño, modificando en particular su actitud hacia la organización de las ac­ ciones futuras. Dos momentos principales son los que constituyen la peculia­ ridad de esta nueva capa de «motores» del comportamiento humano: en primer lugar, en el momento en que hace acto de presencia, el mecanismo ejecutor de la intención está separado de la motricidad, y, en segundo lugar, encierra un impulso a la acción, cuya ejecución se ha trasladado al campo futuro. Estos dos momentos faltan en la acción organizada por la necesidad natural, donde la motricidad es inseparable de la percepción directa y toda la acción se con­ centra en el presente del campo psíquico. El procedimiento de aparición de la acción dirigida al futuro, que no está todavía lo suficientemente claro, se descubre desde el punto de vista de la in­ vestigación de las funciones simbólicas y de su participación en el comporta­ miento. La barrera funcional entre la percepción y la motricidad, que hemos constatado anteriormente y que debe su origen a la inserción de la palabra y otro símbolo entre los momentos inicial y final de la acción, explica la sepa­ ración entre el impulso y la realización inmediata del acto, separación que por su parte es un mecanismo de preparación aplazado para el futuro. Es precisa­ mente la inclusión de las operaciones simbólicas lo que posibilita la aparición de un campo psicológico de composición totalmente nueva, que no se apoya en lo que está presente en el momento actual, sino que bosqueja el futuro y crea, por tanto, una acción libre, independiente de la situación inmediata. El estudio de los mecanismos de las situaciones simbólicas, con ayuda de los cuales la acción parece desprenderse de las tres conexiones naturales pri­ marias, dadas ya gracias a la organización biológica del comportamiento, y tras­ ladarse a un sistema psicológico de funciones totalmente nuevo, nos permite comprender a través de qué caminos llega el hombre a la posibilidad de crear «cualquier intención», hecho al que hasta ahora no se le ha prestado la aten­ ción suficiente y que, según la acertada observación de Lewin, diferencia a la persona adulta del niño y del ser primitivo.

* Con el paso a las necesidades establecidas artificialmente, el centro emocional de la si­ tuación se traslada del objetivo a la resolución de la tarea. En esencia, la «situación de la tarea» en el experimento con el mono existe únicamente en los ojos del experimentador, para el ani­ mal solo existen el cebo y los obstáculos que le impiden conseguirlo. El niño, en cambio, trata ante todo de resolver la tarea que le ha sido planteada, incorporándose con ello a un mundo de nuevas relaciones con el objetivo. Gracias a la posibilidad de formar cuasinecesidades, el niño se halla en disposición de-descomponer-Ja operación, transformando cada una de sus partes ais­ ladas en un tarea independiente, que formula para sí mismo con ayuda del lenguaje.

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Si intentamos sumar los resultados del análisis realizado sobre cómo bajo la influencia de la inclusión de los símbolos varían algunas funciones psíqui­ cas y sus relaciones estructurales y comparar en su conjunto la operación sin palabras del mono con la verbal del niño encontraremos que su relación recí­ proca es igual a la que se da entre el acto volitivo al arbitrario. El punto de vista tradicional incluye en actos volitivos todo lo que no es inicial o secundariamente automático (instinto o hábito). Sin embargo, son po­ sibles actos de tercer orden, que no sean ni automáticos ni volitivos. A ellos se refieren, como ha mostrado K. Koffka37, los actos intelectuales del mono, que no consisten en automatismos preparados de antemano y que tampoco tienen carácter volitivo. Las investigaciones en que nos basamos nos aclaran qué es lo que le falta precisamente al acto del mono para convertirse en volitivo: el acto volitivo comienza solo donde se logra dominar el comportamiento propio con ayuda de estímulos simbólicos. Al alcanzar ese grado de desarrollo del comportamiento, el niño salta de la acción «consciente» del mono a la consciente y libre del hombre. Por consiguiente, a la luz de la teoría histórica de las funciones psíquicas su­ periores, los límites corrientes de la psicología actual, que separan unos procesos psíquicos y unen otros, se confunden. Lo que antes se atribuía a diferentes es­ feras ha resultado unido en una y lo que se reducía a una clase de fenómenos ha resultado de hecho perteneciente a niveles totalmente distintos de la escala genética y subordinado a leyes diferentes. Por eso, las funciones psíquicas supe­ riores forman un sistema de carácter genético único, aunque heterogéneo en lo que respecta a las estructuras que lo integran. Por cierto, que este sistema está construido sobre fundamentos completamente distintos de los que sirven de base a las funciones psíquicas elementales. El factor cimentador de todo el sistema, que determina si pertenece o no a él tal o cual proceso psíquico concreto es la comunidad de origen de las estructuras y el carácter de su funcionamiento. Su rasgo genético principal en el plano de la filogénesis es que se han for­ mado no como producto de la evolución biológica, sino del desarrollo histó­ rico del comportamiento, que conservan su historia social específica. Desde el punto de vista de la estructura, en el plano de la ontogénesis, en particular consiste en que a diferencia de la estructura inmediata de los procesos psíqui­ cos elementales, que son reacciones inmediatas a los excitantes, se configuran basándose en la utilización de estímulos que actúan de forma mediata (signos), debido a lo cual su carácter es mediato. Finalmente, en el aspecto funcional se caracterizan porque desempeñan un nuevo e importante papel en comparación con las funciones elementales e intervienen como producto del desarrollo his­ tórico del comportamiento. Todo ello incorpora estas funciones al extenso campo de la investigación ge­ nética, y en lugar de ser interpretadas como variantes inferiores o superiores, de las mismas funciones que se manifiestan de modo constante paralelamente unas a otras, comienzan a ser consideradas como diferentes estadios de un proceso

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único de formación cultural de la personalidad. Desde este punto de vista, con el mismo fundamento con que hablamos de la memoria lógica o de la atención arbitraria podemos hablar de la atención lógica, de las formas arbitrarias o lógi­ cas de percepción, que se diferencian notablemente de las formas naturales de esos mismos procesos, que actúan según leyes propias de otro estadio genético. Como consecuencia lógica del reconocimiento de la importancia decisiva que tiene la utilización de signos para la historia del desarrollo de las funciones psí­ quicas superiores, al sistema de categorías psicológicas se incorporan también formas simbólicas externas de actividad, corno la comunicación a través del len­ guaje, la lectura, la escritura, el cálculo y el dibujo. Generalmente, estos proce­ sos eran considerados extraños y auxiliares con respecto a los procesos psíquicos internos, pero desde este nuevo punto de vista de que partimos se incluyen en el sistema de funciones psíquicas superiores como equivalentes a todos los demás psíquicos superiores. Nos inclinamos ante todo a considerarlos como formas es­ peciales de comportamiento que se originan durante el proceso de desarrollo sociocultural del niño y forman la línea externa de evolución de la actividad simbólica, que existe paralelamente a la interna, representada por el desarrollo cultural de formaciones como el intelecto práctico, la percepción, la memoria. No solo la actividad relacionada con el intelecto práctico, sino todas las res­ tantes funciones, igual de primarias e incluso con frecuencia más elementales, que se remontan a las formas de comportamiento que se han estructurado bio­ lógicamente, revelan en el proceso de desarrollo las leyes que hemos descubierto al analizar el intelecto práctico. El camino recorrido por el intelecto práctico del niño constituye, por consiguiente, la línea general de evolución de todas las fun­ ciones psíquicas principales, cada una de las cuales, al igual que el intelecto prác­ tico, tiene en el reino animal una forma análoga a la del hombre. Ese camino es semejante al que hemos examinado en páginas anteriores: comienza también a partir de las formas naturales de desarrollo, a las que supera rápidamente, dando lugar a una reforma radical de las funciones elementales sobre la base del empleo de signos como medio de organización del comportamiento. Por tanto, por extraño que parezca desde el punto de vista del enfoque tra­ dicional, las funciones superiores de la percepción, la memoria, la atención, el movimiento, están internamente ligadas con la actividad del niño mediante sig­ nos, y solo se pueden comprender basándose en el análisis de sus raíces genéti­ cas y de la reestructuración que experimentan en el proceso de su historia cultural. Nos encontramos ahora ante una conclusión de enorme trascendencia teó­ rica. Analizaremos brevemente el problema de la unidad de las funciones psí­ quicas superiores, basado en la notable semejanza que se manifiesta en su origen y desarrollo. Funciones como la atención arbitraria, la memoria lógica, las formas superiores de percepción y movimiento, que hasta ahora se estu­ diaban aisladamente, como hechos psicológicos sueltos, actualmente a la luz de nuestros experimentos, intervienen de hecho como fenómenos del mismo orden, únicos por su génesis y estructura psicológica.

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CAPÍTULO 3

Las operaciones con signos y la organización de los procesos psíquicos

El problema del signo en la formación de las funciones psíquicas superiores Los materiales recogidos nos conducen a resis psicológicas cuya importan­ cia supera con mucho los límites del análisis del reducido y concreto grupo de fenómenos que constituían hasta ahora el objeto principal de nuestro estudio. Las leyes funcionales, estructurales y genéticas que se descubren al analizar los datos reales resultan ser, tras un detallado examen, regularidades de orden más general, que nos llevan a la necesidad de revisar la estructura y génesis en ge­ neral de todas las funciones psíquicas superiores. A semejante revisión y gene­ ralización nos llevan dos sendas. Por un lado, un estudio más amplio de otras formas de actividad simbó­ lica del niño muestra que no solo el lenguaje, sino todas las operaciones rela­ cionadas con el empleo de signos, dentro de toda la diferencia relacionadas con el empleo de signos, dentro de toda la diferencia de formas concretas, ponen de manifiesto las mismas regularidades de desarrollo, estructura y funciona­ miento que el lenguaje, en su papel, que hemos examinado más arriba. Su na­ turaleza psicológica resulta la misma que la naturaleza de la actividad del lenguaje, que hemos tratado, en lo que están representadas en forma completa y desarrollada las propiedades comunes a todos los procesos psíquicos. Debe­ mos examinar, por tanto, a la luz de lo que hemos sabido de las funciones del lenguaje, otros sistemas psicológicos afines a él, independientemente de que se trate de procesos simbólicos de segundo grado (escritura, lectura, etc.) o de formas de comportamiento tan importantes como el lenguaje. Por otro lado, no solo las operaciones relacionadas con el intelecto prác­ tico, sino también otras funciones tan primarias y con frecuencia incluso más elementales, pertenecientes al inventario de aspectos de actividad biológicamente formados, descubren en el proceso de desarrollo regularidades que hemos en­ contrado al analizar el intelecto práctico. El camino que recorre el intelecto práctico del niño y que hemos estudiado antes es por tanto el camino general de desarrollo de todas las funciones psíquicas fundamentales; las une al inte­ lecto práctico eLq.ue todas ellas tienen en el reino animal formas análogas a las del hombre. Ese camino es semejante al que hemos observado: después de

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partir de formas naturales de desarrollo, las supera pronto, reestructurándolas radicalmente sobre la base del empleo del signo como medio de organización del comportamiento. Por consiguiente, por extraño que parezca desde el punto de vista de la doctrina tradicional, las funciones superiores de la percepción, la memoria, la atención, el movimiento, etc., están interiormente ligadas al desarrollo de la actividad simbólica del niño y solo se las puede comprender basándose en el análisis de sus raíces genéticas y de la reestructuración a que se han visto sometidas en el proceso de la historia de la cultura. Nos encontramos ante una conclusión de gran importancia teórica: ante nos­ otros se manifiesta la unidad de las funciones psíquicas superiores sobre la base de un origen y un mecanismo de desarrollo iguales en esencia. Formas como la atención arbitraria, la memoria lógica, las formas superiores de percepción y mo­ vimiento, que hasta ahora se examinaban aisladamente, como hecho psicológico particulares, resultan ser, a la luz de nuestros experimentos, fenómenos de un mismo orden psicológico, productos de un proceso histórico de desarrollo del comportamiento, único en su fundamento. Con ello, todas estas funciones se in­ cluyen en el amplio campo de la investigación genética, y en lugar de la coexis­ tencia paralela de variedades inferiores y superiores de una misma función se las reconoce como lo que son en realidad: diferentes estadios de un proceso único de formación cultural de la personalidad. Desde tal punto de vista, con el mismo fundamento con que hablamos de memoria lógica o de atención arbitraria po­ demos hablar de memoria arbitraria, atención lógica, de formas de percepción arbitrarias o lógicas, que se diferencian notablemente de la naturaleza. Consecuencia lógica del reconocimiento de la importancia trascendental de la utilización de los signos en la historia del desarrollo de todas las funciones psíquicas superiores es la inclusión en el sistema de conceptos psicológicos de las formas simbólicas de actividad (lenguaje, lectura, escritura, cálculo, dibujo), que corrientemente eran consideradas como algo extraño y adicional respecto a los procesos psíquicos internos y que desde el punto de vista que defende­ mos forman parte del sistema de las funciones psíquicas superiores, junto con todos los restantes procesos psíquicos superiores. Nos inclinamos a considerar­ los ante todo como formas singulares de comportamiento, que se suman a la historia de la evolución sociocultural del niño y forman la línea externa de desarrollo de la actividad simbólica, junto con la interna, que representa el desarrollo cultural de funciones tales como el intelecto práctico, la percepción, la memoria, etcétera. Por consiguiente, a la luz de la teoría histórica de las funciones psíquicas superiores desarrollada por nosotros, los límites que dividen o unen los pro­ cesos aislados, habituales en la psicología de hoy; lo que antes se distribuía en diferentes cuadrículas del esquema pertenece de hecho al mismo ámbito y al revés; lo que parecía referirse a una clase de fenómenos encuentra de hecho su lugar en fases totalmente distintas de la escala genética y está sometido a re­ gularidades completamente diferentes.

Las funciones superiores resultan ser, por tanto, un sistema psicológico de naturaleza única, aunque de composición variada, estructurado sobre bases to­ talmente diferentes que el sistema de las funciones psíquicas elementales. Los momentos unificadores de todo el sistema, que determinan la inclusión en él de tal o cual proceso psíquico particular, los constituye la unidad de su ori­ gen, estructura y funciones. Genéticamente, se diferencian en que en el plano de la filogénesis no han surgido como producto de la evolución biológica, sino del desarrollo histórico del comportamiento; en el plano de la ontogénesis tie­ nen también su historia social especial. En lo que respecta a la estructura, sus particularidades se reducen a que, a diferencia de la estructura reactiva directa de los procesos elementales, están construidos sobre la base del empleo de es­ tímulo-medios (signos), y debido a ello tienen un carácter indirecto (mediato). Finalmente, en el aspecto funcional se caracterizan porque desempeñan en el comportamiento un papel nuevo y esencialmente distinto, en comparación con el de las funciones elementales, ya que realizan la adaptación a la situación or­ ganizada, con el dominio previo del comportamiento propio.

Génesis social de las funciones psíquicas superiores Si la organización a base de signo es, por consiguiente, el rasgo diferendador más importante de todas las funciones psíquicas superiores, es evidente que la primera cuestión que se le plantea a la teoría de las funciones superio­ res es la del origen de este tipo de organización. Mientras que la psicología tradicional buscaba el origen de la actividad sim­ bólica bien en una serie de «descubrimiento» o de otras operaciones intelec­ tuales del niño o bien en los procesos de formación de las conexiones convencionales corrientes, en las que veía tan solo el producto de la invención o de una forma compleja de hábito, a nosotros, todo el desarrollo de nuestra investigación nos obliga necesariamente a subrayar la historia independiente de los procesos de los signos, que constituyen una línea especial dentro de la his­ toria general del desarrollo psíquico del niño. En esta historia hallan también su lugar subordinado diversas formas de hábitos, relacionados con el total funcionamiento de un determinado sistema de signos, así como complejos procesos del pensamiento, necesarios para la uti­ lización racional de estos hábitos. Por tanto, unos y otros no solo no pueden dar una explicación completa del origen de las funciones superiores, sino que ellos mismos encuentran explicación únicamente en una conexión más amplia con los procesos de que son parte auxiliar. En lo que se refiere al proceso del origen de las operaciones relacionadas con el empleo de signos no solo no puede deducirse de la formación de hábitos o de inventos, sino que es, en general, una categoría que по де puede deducir mientras se permanezca den­ tro de los límites de la psicología individual. Por su propia naturaleza es parte de

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la historia de la formación social de la personalidad del niño, y solo dentro de ese conjunto pueden ser puestas de manifiesto las regularidades por que se rige. El comportamiento del hombre es producto del desarrollo de un sistema más amplio que el simple sistema de sus funciones individuales, en concreto del sistema de afirmaciones, afinidades y relaciones sociales, de las formas colecti­ vas de comportamiento y cooperación social. La naturaleza social de cualquier función psíquica superior ha permanecido hasta ahora al margen de la atención de los investigadores, a quienes no se les podía ocurrir considerar el desarrollo de la memoria lógica o de la tensión ar­ bitraria como parte de la formación social del niño, ya que en su desarrollo, biológico al principio y psicológico al final, esta fimción se manifiesta como una función individual, y solo el análisis genético descubre el camino que une los puntos inicial y final. El análisis muestra que el punto culminante de la función psíquica era antes una forma singular de cooperación psicológica y solo después se convirtió en una forma individual de comportamiento, trasladando al interior del sistema psicológico del niño la estructura que durante el traslado conserva todos los rasgos de la textura simbólica, modificando únicamente en lo fundamental su situación38. ' Por consiguiente, el signo se manifiesta al principio en el comportamiento del niño como un medio de relación social, como una función interpsíquica; al convertirse después en un medio para dominar el comportamiento propio, solo traslada la actitud social al sujeto dentro de la personalidad. La más importante y fundamental de las leyes genéticas a que nos conducen la investigación de las funciones psíquicas superiores dice que toda actividad simbólica del niño fue en tiempos una forma social de cooperación y que a lo largo de todo el camino de desarrollo hasta los más altos niveles conserva la forma so­ cial de funcionamiento. La historia de las funciones psíquicas superiores se ma­ nifiesta aquí como la historia de la transformación de los medios de comportamiento social en medios de organización psicológica individual.

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Reglas fundamentales del desarrollo de las funciones psíquicas superiores

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Las tesis generales que sirven de base a la teoría histórica de las funciones psíquicas superiores desarrolladas por nosotros nos permiten llegar a determinadas conclusiones, relacionadas con importantísimas reglas que rigen el proceso de desarrollo que nos interesa.

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1. La historia del desarrollo de cada una de las funciones psíquicas superiores no es continuación directa y perfeccionamiento ulterior de la corres- § pondiente función elemental, sino que presupone un cambio radical en la ¡ dirección del desarrollo y el consecuente avance de proceso en un plano com- | pletamente distinto; cada función psíquica superior es, por tanto, una nueva | formación específica. J

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En el plano de la filogénesis, el descubrimiento de esta tesis no ofrece nin­ guna dificultad, ya que la formación biológica, así como la histórica de cual­ quier función, están tan delimitadas una de otra y pertenecen tan claramente a formas heterogéneas de evolución, que constituyen dos procesos puros y aisla­ dos. En la ontogénesis, ambas líneas de desarrollo están complicadamente en­ trelazadas, y por eso han inducido repetidas veces a error al investigador, fundiéndose para el observador en un todo inseparable, debido a lo cual siem­ pre surgía la ilusión de que los proseos superiores son la simple continuación y desarrollo de los inferiores. Expondremos tan solo una consideración real, que confirma nuestra tesis en el material de complicadísimas operaciones psíquicas: nos detendremos en el desarrollo del cálculo y de los procesos aritméticos. En una serie de investigaciones psicológicas se ha establecido el punto de vista que las operaciones aritméticas del niño constituyen desde el principio una complicada actividad simbólica y van creciendo a partir de formas ele­ mentales de operaciones con cantidades a través de un desarrollo continuo. Los experimentos realizados en nuestro laboratorio (Kuchurin, N. A. Menchínskaia39) muestran convincentemente que no se puede hablar en este caso de un perfeccionamiento directo y paulatino de los procesos elementales, y que el cambio formal de las operaciones de cálculo es un profundo cambio cuali­ tativo de los procesos psíquicos que intervienen en ellas. Las observaciones han puesto de manifiesto que si al principio del desarrollo la operación con canti­ dades se reduce únicamente a la percepción directa de determinadas magnitu­ des y grupos numéricos y que el niño en general no cuenta, sino que percibe la cantidad, el desarrollo ulterior se caracteriza por la ruptura de esta forma inmediata y su sustitución por otro proceso, en el que participa una serie de signos auxiliares mediatos, en particular tales como el lenguaje disgregativo, la utilización de los dedos y de otros objetos auxiliares, que llevan al niño al pro­ ceso de contar. El desarrollo sucesivo de las operaciones de cálculo se vuelve a relacionar con reorganizaciones radicales de las funciones psíquicas que parti­ cipan en ellas y los cálculos con ayuda de complicados sistemas vuelven a cons­ tituir una formación psicológica cualitativa nueva. Llegamos a la conclusión de que el desarrollo del cálculo se limita a la par­ ticipación en él de las funciones psíquicas principales, de que el paso de la arit­ mética preescolar a la escolar no es un proceso simple y continuo, sino un proceso de superación de las leyes elementales primarias y su sustitución por otras nuevas más complicadas. Mostraremos esto en un ejemplo concreto. Si para el niño pequeño el proceso de calcular lo determina íntegramente la percepción de la forma, en el futuro esta relación cambia y la propia per­ cepción de la misma la determinan las tareas disgregativas del cálculo. En nues­ tros experimentos le hicimos al pequeño contar la figura de una cruz realizada con pifias. El resultado obtenido era invariablemente erróneo: el niño, que per­ cibía esta figura como el sistema integral de la cruz, contaba dos veces el ele­ mento central integrante del sistema que se cruzaba. Solo mucho después

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pasaba a otro tipo de proceso; la percepción la determinaban desde el princi­ pio las tareas del cálculo y se descomponía en tres grupos aislados de elemen­ tos, que eran contados sucesivamente. En este proceso no podemos dejar de ver el cambio de dos formas psicológicas de comportamiento, en las que pro­ duce una emancipación de la conexión inmediata entre los campos sensorial y motor y una transformación de la percepción a consecuencia de complicadas orientaciones psicológicas. Todas estas investigaciones muestran de forma convincente que en el estu­ dio del desarrollo del comportamiento infantil el evolucionismo debe ceder el puesto a ideas más adecuada, que tienen en cuenta el carácter completamente singular, dialéctico, del proceso de estructuración de las nuevas formas psíquicas. 2. Las funciones psíquicas superiores no son como la segunda planta de los procesos elementales, sino que constituyen nuevos sistemas psicológicos, que incluyen un complicado entrelazamiento de funciones elementales, las cuales, al formar parte del nuevo sistema, comienzan a actuar según nuevas leyes; cada función psíquica superior es, por consiguiente, una unidad de orden superior, determinada en lo fundamental por la singular combinación de una serie de funciones elementales en el nuevo conjunto. Esta tesis, de importancia decisiva en la investigación de la formación y la estructura de las funciones psíquicas superiores, ha sido ya objeto de examen por nuestra parte en los experimentos que hemos realizado sobre la reorgani­ zación de la percepción al incorporar el lenguaje y más ampliamente en el mutuo y profundo cambio de funciones al formarse el complicado sistema psi­ cológico «lenguaje-operación intelectual práctica». En los mencionados casos, hemos observado realmente la formación de complejos sistemas psicológicos con nuevas relaciones funcionales entre elementos aislados del sistema y los co­ rrespondientes cambios de las propias funciones. Si la percepción relacionada con el lenguaje comienza a funcionar ya no según las leyes del campo senso­ rial, sino de acuerdo con leyes organizadas por el sistema de la atención, si el encuentro de la operación simbólica y el empleo de instrumentos origina nue­ vas formas de dominio mediato del objeto con la organización previa del com­ portamiento propio, nos vemos obligados a hablar en este caso de cierta ley general de desarrollo psíquico y de formación de nuevas funciones psíquicas. En series de investigaciones psicológicas hemos llegado al convencimiento de que tanto las más primitivas como las más complejas funciones psíquicas superiores son objeto de semejante transformación; la prueba psicológica de la imitación realizada en nuestro laboratorio (L. I. Bozhóvich40 y L. S. Slávina41) han mostrado que las formas primitivas del representado mecanismo de la imi­ tación, al incorporarse al sistema de operaciones con signos, dan lugar a un nuevo conjunto, comienzan a organizarse según leyes totalmente nuevas y pasan a desempeñar una función nueva. En otros experimentos, dedicados al análisis psicológico del proceso de formación de conceptos, según la metodo­ logía de Sájarov, nuestras colaboradoras Kotiélova y Pashkóvskaia han mostrado

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que también en las etapas superiores de los procesos psíquicos la incorpora­ ción de las complicadas funciones del lenguaje se relaciona con la creación de formas completamente nuevas de comportamiento catégorial, que hasta ahora no habían sido observadas en absoluto. 3. Cuando en los procesos morbosos las funciones psíquicas superiores se descomponen, se destruye en primer lugar la conexión entre las funciones sim­ bólicas y naturales, debido a lo cual se separan una serie de procesos natura­ les, que comienzan a actuar según leyes primitivas como estructuras psicológicas más o menos independientes. Por tanto, la descomposición de las funciones psíquicas superiores, cuando representa un proceso cualitativamente inverso al de su creación. Es difícil representarse con mayor claridad que en la afasia el desmembra­ miento de las funciones psíquicas inferiores. Las deficiencias que se observan en este llevan también implícitas en ese caso la pérdida (o serias alteraciones) de las operaciones con signos; si embargo, esta pérdida no constituye en ab­ soluto un monosíntoma aislado, sino que arrastra alteraciones generales y pro­ fundísimas de la actividad de todos los sistemas psíquicos superiores. En series especiales de investigaciones hemos podido establecer que el afásico que ha per­ dido la capacidad de realizar operaciones superiores con signos está subordi­ nado en sus actos prácticos a las leyes elementales del campo óptico. En otra serie, hemos establecido experimentalmente profundos cambios, característicos de la actividad del agásico, la cual retorna a la primitiva indivisibilidad de las esferas sensorial y motora: la manifestación motora inmediata de los impulsos y la imposibilidad de formar la acción propia y crear una intención diferida, la ineptitud para transformar con ayuda del desplazamiento de la atención una imagen que haya surgido, la incapacidad de abstraerse en los razonamientos y ios actos de las estructuras de que se tiene consciencia y a las que se está acos­ tumbrado, el retorno a las formas primitivas de imitación representativa son las profundísimas consecuencias relacionadas con las lesiones de los sistemas simbólicos superiores. Las investigaciones de la afasia muestran de forma extraordinariamente con­ vincente que las funciones psíquicas superiores no se limitan a coexistir con las inferiores ni a estricto por encima de ellas; en realidad, las primeras penetran hasta tal extremo en las inferiores y reforman todo, incluso las capas más pro­ fundas del comportamiento, que su descomposición, relacionada con la exfolia­ ción de los procesos inferiores y de sus formas elementales, cambia radicalmente toda la estructura del comportamiento, convirtiéndolo en el tipo más primitivo, «paleopsicología» del mismo.

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CAPÍTULO 4

Análisis de las operaciones con signos del niño

Estamos en situación de cerrar el círculo de nuestro razonamiento y retor­ nar a lo que decíamos al comienzo de este trabajo, de que las leyes que rigen el desarrollo del intelecto práctico del niño son tan solo un caso particular de las regularidades de la estructura de todas las funciones psíquicas superiores. Las conclusiones a que hemos llegado confirman la mencionada tesis y muestran que las funciones psíquicas superiores surgen como formaciones específicas, como un nuevo conjunto estructural, caracterizado por las nuevas relaciones fun­ cionales que se establecen en su interior. Hemos señalado ya que estas relacio­ nes funcionales guardan conexión con la operación de la utilización de signos como el momento central y principal en la organización de cualquier función psíquica superior. Esta operación resulta, por tanto, el rasgo común a todas las funciones psíquicas superiores (incluido el empleo de instrumentos, de que hemos partido todo el tiempo), que debe ser sacado fuera del paréntesis y ser objeto de un examen especial en la conclusión de nuestra investigación. Una serie de trabajos llevados a cabo durante los últimos años por nosotros y nuestros colaboradores ha sido dedicada al mencionado problema, y ahora podemos, apoyándonos en los datos obtenidos, describir esquemáticamente las principales regularidades que caracterizan la estructura y el desarrollo de las ope­ raciones con sis:nos del niño. O El experimento es el único camino con ayuda del cual podemos penetrar con la profundidad suficiente en las regularidades de los procesos superiores; precisamente, en el experimento podemos provocar en un proceso único arti­ ficialmente creado los complejísimos cambios, espaciados en el tiempo, que con frecuencia están latentes durante años y que en la génesis natural del niño nunca están al alcance de la observación en todo su conjunto real ni pueden ser abar­ cados directamente por una mirada única ni correlacionados entre sí. El in­ vestigador, que trata de alcanzar las leyes del conjunto y que desea penetrar tras los rasgos externos en la conexión causal y genética de estos momentos, se ve obligado a recurrir a una forma especial de experimentación, que más adelante caracterizaremos metodológicamente y cuya esencia consiste en crear procesos que descubran la marcha real, el desarrollo, de la función que inte­ resa al investigador.

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La investigación genético-experimental es la que nos permite estudiar el pro­ blema en tres aspectos relacionados entre sí: describiremos la estructura, el ori­ gen y el destino ulterior de las operaciones con signos del niño, que nos conducirán de lleno a comprender la esencia interna de los procesos psíquicos superiores.

Estructura de la operación con signos Nos detendremos en la historia de la memoria infantil, y en el ejemplo de su desarrollo trataremos de mostrar las particularidades generales de las opera­ ciones con signos dentro de los límites establecidos más arriba. Para el estudio comparativo de la estructura y del modo de acción de las funciones elemen­ tales y superiores, la memoria ofrece un material altamente ventajoso. El examen de la memoria del hombre en el plano filogenético muestra que ya en los grados primitivos del desarrollo psicológico pueden distinguirse clara­ mente dos procedimientos, básicamente diferentes uno de otro. Uno de ellos, predominante en el comportamiento del hombre primitivo, se caracteriza por la reproducción inmediata del material, por la simple consecuencia de la sen­ sación actual, por la conservación de las huellas mnemónicas, cuyo mecanismo estudió en formas especialmente claras E. Jaensch en el fenómeno del eidetismo. Esta memoria es tan inmediata como la percepción directa, con la que aún no ha roto la conexión directa, y procede de la influencia inmediata de la impre­ sión externa en el hombre. Desde el punto de vista de la estructura, el carác­ ter inmediato es precisamente el rasgo principal del hombre con la del animal, lo que nos da derecho a llamar memoria natural a esta forma de memoria. No obstante, la mencionada forma de funcionamiento de la memoria no es la única ni siquiera en el hombre más primitivo, por el contrario, incluso en él se observan junto a ella otras formas de recordación, que en un examen mi­ nucioso resultan pertenecer a una serie genética completamente distinta y nos conducen a una formación totalmente diferente de la psique humana. Ya en operaciones relativamente tan sencillas como el empleo de un nudo o una muesca para recordar, la estructura psicológica del proceso cambia por completo. Dos momentos importantes distinguen esta operación de la conservación ele­ mental ед la memoria: por un lado, el proceso supera claramente en este caso los límites de las funciones relacionadas de modo inmediato con la memoria, y es sustituido por complicadísimas operaciones, que de por sí pueden no tener nada en común con la misma, pero que en la estructura general de la nueva operación desempeñan una función que antes realizaba la impresión inmediata. Por otro lado, la operación sobrepasa también aquí los límites de los procesos naturales e intracorticales, incluyendo también en la estructura psicológica ele­ mentos del medio, que comienzan a ser utilizados como agentes activos que di­ rigen desde fuera el proceso psíquico. Ambos momentos ofrecen como resultado 68

un tipo de comportamiento completamente distinto; al analizar su estructura interna, podemos calificar de cultural esta variedad de comportamiento. Un momento importante en la operación mnemónica es la participación en ella de determinados signos externos. El sujeto no resuelve aquí la tarea de mo­ vilizar de forma inmediata sus posibilidades reales; recurre a determinadas ma­ nipulaciones en el exterior, organizándose a través de la ordenación de las cosas, creando estímulos artificiales, que se distinguen de los otros porque poseen ac­ ción inversa: no van dirigidos a otras personas, sino a uno mismo y le permi­ ten realizar el recordamiento con ayuda de un signo externo. Un ejemplo de semejantes operaciones con signos, que organizan el proceso de la memoria, lo vemos muy pronto en la historia de la cultura. El empleo de chapas y nudos, los rudimentos de la escritura y los signos primitivos constituyen un inventario indicador de que en las fases iniciales del desarrollo de la cultura el hombre se salía ya de los límites que le brindaba la naturaleza de las funciones psíquicas y pasaba a una nueva organización, cultural, de su comportamiento. Es totalmente comprensible que en una operación tan altamente simbólica como el empleo de signos para la recordación nos hallemos ante un producto de un complicadísimo desarrollo histórico; el análisis comparativo muestra que esa clase de actividad no existe en ninguna especie animal, ni siquiera en las es­ pecies superiores, y disponemos de todos los fundamentos para pensar que es producto de las condiciones específicas del desarrollo social. Está claro que se­ mejante autoestimulante solo podría surgir después de que estímulos análogos hubieran sido creados para estimular a otra persona, y que ello encierra una enorme historia especial. La operación con los signos recorre, al parecer, el mismo camino seguido en la ontogénesis por el lenguaje, que antes era un medio para estimular a otra persona y se convierte después en una función intrapsíquica. Con la transición a las operaciones con signos no solo pasamos a procesos psíquicos de alta complejidad, sino que abandonamos de hecho el campo de la historia natural de la psique y entramos en la esfera de las formaciones his­ tóricas del comportamiento. La transición de las funciones psíquicas superiores a través de su acción me­ diata y de la organización de la operación a base de signos puede ser obser­ vada exitosamente en el experimento con el niño. Con tal fin, podemos pasar de las pruebas elementales con una reacción inmediata a la tarea a otras en que el niño realiza esta última con ayuda de una serie de estímulos auxiliares, que organizan la operación psicológica. En la tarea de la recordación de una determinada cantidad de palabras, podemos ofrecer al niño una serie de obje­ tos o estampas que no repitan la palabra propuesta, pero capaces de servirle de signo convencional que le ayude después a repetir la palabra necesaria. El proceso estudiado por nosotros en esta prueba debe, por tanto, distinguirse os­ tensiblemente de la recordación simple, elemental; la tarea deberá resolverse en este caso a ira\v> de una operación mediata, estableciendo una determinada relación entre el estímulo y el signo auxiliar; en lugar de la simple recorda-

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don, se trata de un proceso integral, que presupone un proceso mucho más complicado de organización del comportamiento que el que es propio de las funciones psíquicas elementales. De hecho, si cada forma elemental de com­ portamiento presupone, a fin de cuentas, una cierta reacción inmediata a la tarea que le ha sido planteada al organismo y puede expresarse con la sencilla fórmula E-R, la estructura de la operación a base de signos es mucho más com­ plicada. Entre el estímulo y la reacción, unidos anteriormente a través de una conexión inmediata, aquí aparece un miembro intermedio, que desempeña un papel muy particular, notablemente distinto de todo lo que podíamos obser­ var en las formas elementales de comportamiento. Este estímulo de segundo grado debe ser incluido en la operación con la función especial de servir a su organización; debe establecerlo especialmente ¡a personalidad y ser capaz de rea­ lizar una acción inversa, provocando reacciones específicas; el esquema del pro­ ceso reactivo simple lo reemplaza aquí, por tanto, el esquema complicado de un acto mediato, donde el impulso inmediato a la reacción está detenido y la operación se desarrolla mediante un rodeo, estableciendo un estímulo auxiliar que lleva a realizarla de forma mediata. Un análisis atento muestra que en los procesos psíquicos superiores vemos esta estructura en forma mucho más elevada que en el esquema elemental que hemos ofrecido. El miembro mediato del esquema es, como podíamos supo­ ner, un simple procedimiento de mejorar, perfeccionar, la operación; al dispo­ ner de la función específica de acción inversa, traslada las operaciones psíquicas a formas más elevadas y cualitativamente nuevas, que permiten al hombre ser dueño desde fuera de su comportamiento, con ayuda de estímulos externos. La utilización del signo, que es al mismo tiempo un medio autoestimulante, conduce al hombre a una estructura de comportamiento totalmente nueva v específica, que rompe con las tradiciones del desarrollo natural y crea por pri­ mera vez una nueva forma de comportamiento psicológico-cukural. Los experimentos realizados en nuestro laboratorio (A. N. Leóntiev42, 1930) utilizando para la recordación un signo externo han mostrado que esta forma de operaciones psíquicas no solo es esencialmente nueva en comparación con la re­ cordación inmediata, sino que también ayuda al niño a traspasar los límites es­ tablecidos para la memoria por las leyes naturales de la mnemotecnia, es más, constituye preferentemente en la memoria el mecanismo sujeto a desarrollo. La presencia de esos caminos superiores o de rodeo de la recordación, lo mismo que la posibilidad de realizar operaciones indirectas análogas, no es algo que se desconozca. El mérito de haberlas destacado empíricamente pertenece a la psicología experimental. Sin embargo, las investigaciones clásicas no han conseguido ver en ellas formas de comportamiento nuevas, específicas y úni­ cas, adquiridas en el proceso de desarrollo histórico. Operaciones de ese género (por ejemplo, la recordación mnemotécnica) eran presentadas ni más ni menos que como combinaciones artificiales de una serie de procesos elementales, como resultado de cuya feliz coincidencia se obtenía de por sí el efecto mnemotéc-

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laico; este procedimiento creado en la práctica no lo consideraba la psicología como una forma de memoria de hecho nueva, como un nuevo procedimiento de su actividad. Nuestros experimentos nos llevan a una conclusión totalmente opuesta. Al examinar la operación de recordación con ayuda del signo externo, al analizar su estructura, llegamos al convencimiento de que no se trata de un simple «truco psicológico», sino que tiene todos los rasgos y todas las propiedades de una función realmente nueva e integral y representa una unidad de orden superior, partes aisladas de la cual está unida por relaciones que no se pueden reducir ni a las leyes de la asociación ni a las de la estructura, bien estudiadas en las operaciones psíquicas directas. Estas relaciones funcionales específicas las determinamos como una función a base de signos de estímulos auxiliares, sobre cuya base tiene lugar precisamente una relación distinta en principio de los procesos psíquicos incluidos en la citada operación. El carácter integral y específico de la operación con signos podemos ob­ servarlo con especial claridad en los experimentos. Estos muestran que si las relaciones a que recurre el niño que trata de recordar por medio de un signo la palabra que le ha sido dada se forman según las leyes de las asociaciones o las estructuras (no entraremos ahora a fondo en la resolución de esta tarea) no pueden explicar la propia especificidad de la operación mediante signos. En rea­ lidad, la simple relación asociativa o estructural carece de reversibilidad, y el signo relacionado con la palabra no tiene por qué recordar la palabra dada al ser mostrado de nuevo. Disponemos de muchos casos en que un proceso que se ha desarrollado según las leyes corrientes de las relaciones estructurales o aso­ ciativas no ha conducido a una operación mediata, y al serle presentada por segunda vez al niño la estampa provocaba en él nuevas asociaciones, en lugar de retornarle a una determinada palabra. Hace falta aún que el niño haya re­ conocido el carácter dirigido hacia un fin determinado de toda la operación para que surja en él una actitud específicamente de signo hacia el estímulo au­ xiliar, y solo entonces la relación estructural o asociativa adquirirá su carácter reversible obligatorio, y la presentación repetida del signo devolverá obligato­ riamente al niño sometido a prueba la palabra fijada con ayuda de ese signo. Más adelante nos detendremos en las raíces de tan complicados procesos psíquicos; aquí querríamos señalar únicamente que solo dentro de los límites de la operación a base de instrumentos los procesos asociativos o estructurales comienzan a desempeñar un papel auxiliar, mediato. Ante nosotros se despliega aquí no una combinación casual de funciones psíquicas, sino una realmente nueva y específica forma de comportamiento. El proceso que hemos descrito es característico únicamente de la organiza­ ción de las formas superiores de la memoria. Sin embargo, estaríamos equivo­ cados si pensáramos que tales operaciones mejoran tan solo cuantitativamente la actitud de las .funciones psíquicas. Experimentos especiales muestran que el esquema descrito constituye un principio general de organización de las fun-

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dones psíquicas superiores y que con su ayuda se crean también nuevas es­ tructuras psicológicas que antes no tenían lugar y evidentemente imposibles sin semejante operación con signos. Ilustraremos esta tesis con el ejemplo de la investigación genética de la ac­ tividad de la atención arbitraria en el niño. AI situar a un niño de siete-ocho años en circunstancias que exigen una tensión elevada y constante de la atención (por ejemplo, al proponerle decir el color de los objetos a que se refieren las preguntas, sin repetir dos veces el mismo color y sin nombrar dos colores prohibidos) obtenemos la total impo­ sibilidad de resolver acertadamente la tarea cuando el niño trata de ejecutarla directamente. No obstante, bastará con que adopte el camino de la organiza­ ción mediata del proceso, empleando determinados signos auxiliares, para que la resuelva fácilmente. En las pruebas realizadas en nuestro laboratorio (A. N. Leóntiev) dábamos al niño dos estampas de colores, que le proponíamos utilizar para facilitarle la tarea. En los casos en que no se apoyaba en ellas en su actividad (por ejemplo, no co­ locaba a un lado los colores prohibidos y no los retiraba del campo fijado), la tarea quedaba sin resolver. No obstante, la resolvía con facilidad si sustituía la de­ nominación directa de colores de la complicada estructura de las respuestas, apo­ yándose en los signos auxiliares: colocaba en el campo fijado dos colores prohibidos y movía hacia allí el color que ya había nombrado una vez, formando de esa ma­ nera un grupo de estímulos prohibidos, que controlaba las respuestas sucesivas. Al responder cada vez por medio de los estímulos-signos auxiliares, el niño orga­ nizaba desde fuera su atención activa y se adaptaba a tareas que no podía resol­ ver inmediatamente, con ayuda de formas elementales de comportamiento.

Análisis genético de las operaciones con signos Nos hemos detenido en el carácter mediato de las operaciones psíquicas como rasgo específico de la estructura de las funciones psíquicas superiores. Pero sería un enorme error suponer que este proceso surge de forma puramente lógica, que el niño lo inventa y descubre como una suposición instantánea (sen­ saciones de conformidad), con ayuda de la cual asimila para siempre la rela­ ción entre Api signo y el modo de emplearlo, de modo que todo el desarrollo ulterior de esta operación fundamental tiene lugar ya según un procedimiento puramente deductivo. Igual de equivocado sería pensar que la actitud simbó­ lica hacia determinados estímulos la alcanza el niño por intuición, como si la extrajese de las profundidades de su espíritu, que las simbolizaciones un apriorismo kantiano primario, irreducible, una facultad de crear y conseguir símbolos que existen desde siempre en la conciencia. Estos dos puntos de vista, tanto el intelectualista como el intuitivista, eli­ minan metafísicamente de hecho el problema de la génesis de la actividad sim-

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bélica, ya que para uno de ellos las funciones psíquicas superiores han sido dadas de antemano, antes de cualquier experiencia, y parece como si estuvie­ ran en la conciencia en espera de la ocasión de manifestarse al tropezar con el conocimiento empírico de las cosas. Este punto de vista conduce inevitable­ mente a la concepción apriorista de las funciones psíquicas superiores. Para la otra opinión, el problema del origen de las funciones psíquicas superiores no es tal problema, ya que admite que estos signos se inventan y en el futuro todas las correspondientes formas de comportamiento se deducen de ellos como con­ secuencias de premisas lógicas. Finalmente, hemos recordado de pasada la in­ consistencia, desde nuestro punto de vista, de los intentos de deducir la complicada actividad simbólica de la simple interferencia y suma de hábitos. Después de observar a lo largo de una serie de experimentos diferentes fun­ ciones psíquicas y de estudiar paso a paso el camino de su desarrollo, hemos llegado a una conclusión totalmente opuesta a los conceptos que acabamos de exponer. Los hechos nos han descubierto el proceso de tan profundo signifi­ cado, que nosotros denominamos historia natural de las operaciones con sig­ nos. Nos hemos convencido que estas operaciones surgen tan solo como resultado de un complejísimo y largo proceso, que descubre todos los rasgos típicos del verdadero desarrollo y se halla sometido a las regularidades funda­ mentales de la evolución psíquica. Eso significa que los niños no inventan sim­ plemente las operaciones con signos o las adquieren de los adultos, sino que estas surgen de algo que inicialmente no era tal operación y se convierte en ella solo después de una serie de transformaciones cualitativas, de las que cada una condiciona el grado siguiente, a la vez que está condicionada por el pre­ cedente, lo que las liga, convirtiéndolas en estadios de un proceso único, his­ tórico en cuanto a su naturaleza. En este aspecto, las funciones psíquicas superiores no son una excepción de la regla general y no se distinguen de los restantes procesos elementales: están igualmente subordinadas a la ley funda­ mental, que no conoce excepciones, del desarrollo; surgen no como algo apor­ tado desde fuera o desde dentro al proceso general de desarrollo psíquico del niño, sino como resultado natural de ese mismo proceso. Es verdad que al incluir la historia de las funciones psíquicas superiores en el contexto general del desarrollo psíquico y al tratar de llegar a su origen par­ tiendo de sus leyes debemos modificar inevitablemente la interpretación co­ rriente de ese proceso y de las mismas; ya dentro del proceso general de desarrollo se distinguen claramente dos líneas fundamentales, cualitativamente singulares: la línea de la formación biológica de los procesos elementales y la de la formación sociocultural de las funciones psíquicas superiores, de cuya in­ terrelación surge la historia real del comportamiento infantil. Habiendo aprendido a lo largo de nuestras observaciones a distinguir las mencionadas dos líneas, hemos tropezado, no obstante, con un hecho que nos ha sorprendido y ha puesto en claro el origen de la función de los signos en la ontogénesis del niño: en una serie de investigaciones, hemos establecido ex-

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perimentalmente la existencia de una conexión genética entre ambas líneas y con ello de formas transitorias entre las funciones psíquicas elementales y su­ periores. Ha resultado que la más temprana maduración de las complicadísi­ mas operaciones con signos tiene ya lugar en el sistema de las formas naturales puras de comportamiento y que, por tanto, las funciones superiores tienen su «período uterino» de desarrollo, que las relaciona con los fundamentos natu­ rales de la psique del niño. La observación objetiva ha puesto de manifiesto que entre la capa natural pura de funcionamiento elemental de los procesos psíquicos y la capa superior de las formas mediatas de comportamiento existe un enorme campo de sistemas psicológicos transitorios; entre lo natural y lo cultural en la historia del comportamiento existe el campo de lo primitivo. Estos dos momentos -la historia del desarrollo de las funciones psíquicas superiores y su conexión genética con las formas naturales de comportamiento—son los que denominamos historia natural del signo. La idea del desarrollo resulta ser aquí la clave para conseguir la unidad de todas las funciones psíquicas y al mismo tiempo de la aparición de las formas su­ periores, cualitativamente distintas; llegamos, por tanto, a la tesis de que las más complejas formaciones psíquicas proceden de las inferiores a través del desarrollo. Los experimentos dedicados al estudio de la recordación mediata nos brin­ dan la posibilidad de observar el proceso de desarrollo en toda su amplitud. El primer estadio de empleo del signo lo caracteriza en alto grado el conocido primitivismo de todas las operaciones psicológicas. Un estudio atento muestra que el signo, utilizado aquí para recordar determinado estímulo, todavía no se ha independizado totalmente de él; forma parte, junto con el estímulo, de cierta estructura sincrética general, que abarca el objeto y el signo, pero que aún no constituye un medio de recordación. El niño que se halla en el primer estadio de desarrollo no se da todavía perfecta cuenta del objetivo que persigue la operación relacionada con el em­ pleo de signos, y si recurre a una estampa auxiliar para recordar la palabra que le han dado, eso no significa aún que le resulte igual de fácil el camino in­ verso; la repetición de la palabra al serle mostrado el signo. El experimento con semejante reproducción muestra que el niño que se halla en ese estadio no suele recordar el estímulo inicial al serle mostrado el signo inicial, pero reproduce a continuación toda una situación sincrética, a la cual le empuja el signo, y que entre otro,s elementos puede incluir también el estímulo principal. Él es el que debe ser recordado gracias al signo dado. El período en que el signo auxiliar no constituye un estímulo específico que retorna obligatoriamente al niño a la situación inicial, sino que es siempre tan solo un impulso para el desarrollo sucesivo de toda la estructura sincrética de que forma parte, es indudablemente típico del primer estadio, primitivo, de la historia del desarrollo de la opera­ ción con signos. Una serie de hechos nos lleva al convencimiento de que en este estadio de desarrollo el signo actúa aún como una parte de toda la situación sincrética.

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1. Cualquier signo está todavía muy lejos de servir para la operación del niño y lo está también de poder unirse con cualquier significado. El empleo limitado del signo guarda relación con su obligada pertenencia a un determi­ nado complejo ya preparado y que incluye el significado principal y el signo ligado a él. Esta tendencia se manifestaba sobre todo en los niños de cuatroseis años. El niño busca entre los signos que le muestran uno que disponga ya de una relación con la palabra a recordar. Manifestaciones de que entre las estampitas auxiliares que le han sido mostradas «no hay ninguna que valga» para recordar el estímulo propuesto, son típicas de los niños de esa edad. Mientras recuerda fácilmente la palabra propuesta, con ayuda de la estampa que forma parte junto con esa palabra del complejo ya preparado, no es capaz de utili­ zar cualquier signo, ligarlo a la palabra dada, con ayuda de una estructura ver­ bal auxiliar. 2. En los experimentos en que hemos mostrado como material recordativo (L. V. Zankov43) figuras desprovistas de sentido, hemos tropezado con frecuencia no con la renuncia a utilizarlas ni con la tendencia a relacionarlas con la pa­ labra mediante un determinado procedimiento artificial, sino con intentos de convertir la figura en el reflejo inmediato de la palabra a través de una cone­ xión mediata dada, en su dibujo inmediato. En ninguno de los casos se rela­ cionaba la figura auxiliar con el significado propuesto, sino que resultaba algo así como el dibujo directo, inmediato, de la palabra. Por consiguiente, la inclusión en el experimento de un material a base de signos carentes de sentido no solo no estimulaba, como podíamos suponer, el paso del niño de utilizar nexos preparados, constituidos ya, a la creación de otros nuevos, sino que le llevó a un resultado totalmente opuesto, a la tendencia a ver de inmediato en la estructura en cuestión la representación esquemática de tal o cual objeto y a renunciar a la recordación, donde resultaba imposible. 3. Un fenómeno semejante lo hemos observado, por regla general, también en los experimentos con niños pequeños, en los que servían de estímulos auxi­ liares estampas comprensibles, que no guardaban relación directa con la pala­ bra propuesta. Las pruebas de Yusiévich han mostrado que en gran número de casos la estampa auxiliar tampoco era utilizada de hecho como signo, pero el niño trataba de ver inmediatamente en ella el objeto que tenía que recordar. Así, recordaba fácilmente la palabra «sol», con ayuda de una estampa en la que estaba dibujada un hacha, y señalando una pequeña mancha amarilla en el di­ bujo decía «eso es el sol». Al complicado carácter mediato de la operación lo sustituye aquí el intento elemental de crear con ayuda de un signo auxiliar una imagen «eidetoide» del contenido propuesto. Por tanto, en ninguno de los dos casos podemos decir que el niño, al repetir la palabra dada, recuerda igual que cuando al mirar una fotografía decimos el nombre del original. Los hechos enumerados muestran que en esta fase de desarrollo la palabra se une al signo según leyes completamente diferentes que en la operación con signos ya desarrollada. Precisamente con tal motivo todos los procesos psíqui-

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cos que forman parte de operaciones mediatas (por ejemplo, la elección de un signo auxiliar, el proceso de recordar y restablecer un significado completo) tiene lugar aquí de modo muy distinto. Y precisamente este hecho constituye la comprobación funcional y la confirmación de que el estadio intermedio de desarrollo entre los procesos elementales y los totalmente mediatos se rige de hecho por sus propias leyes y correlaciones de conexiones, de las que solo des­ pués se desarrollará por completo la operación mediata terminada. Experimentos especiales nos han permitido analizar con más detalles la his­ toria natural del signo. El estudio de su empleo por el niño y el desarrollo de esta actividad nos ha llevado obligatoriamente a investigar cómo surge la acti­ vidad con signos. A este problema le hemos dedicado pruebas especiales, que se pueden dividir en cuatro series. 1. Investigación de cómo el significado del signo surge en el niño durante el proceso del juego experimentalmente organizado con objetos. 2. Estudio de la relación entre el signo y el significado, entre la palabra y el objeto. 3. Estudio de las manifestaciones del niño, al explicar por qué determinado objeto se denomina con determinada palabra (de acuerdo con el método clí­ nico de J. Piaget). 4. Investigaciones realizadas según el método de la reacción a la elección. Estas investigaciones, si exponemos sus resultados en forma negativa, nos lle­ van a la conclusión de que la actividad con ayuda de signos surge en el niño de modo diferente que los hábitos complicados, los inventos o los descubrimientos. Este no la inventa, pero tampoco la aprende. Las teorías intelectualistas y mecanicistas son igualmente falsas. A pesar de que los momentos de desarrollo de los hábitos o los de «descubrimientos» intelectuales se enlazan con frecuencia con la historia del empleo del signo por el niño, sin embargo, no determinan el desarrollo interno de este proceso y forman parte de él únicamente como com­ ponentes auxiliares, subordinados, secundarios, de su estructura. Las operaciones con signos son resultado de un complejo proceso de des­ arrollo. Al principio del mismo se pueden observar formas transitorias, mixtas, que unen tanto los componentes naturales como los culturales del comporta­ miento infantil. A esta forma le hemos denominado estadio de primitivismo infantil o historia natural del signo. En contraposición a las teorías naturalis­ tas del juego, nuestros experimentos nos llevan a la conclusión de que el juego es el camino principal de desarrollo cultural del niño, y, en particular, de desarrollo de su actividad mediante signos. Los experimentos muestran que en el juego y el lenguaje el niño está lejos de darse cuenta del convencionalismo de la operación con signos, de darse cuenta de lo arbitrario del nexo establecido entre el signo y el significado. Para convertirse en signo de la cosa (en palabra), el estímulo debe disponer de apoyo en las cualidades del objeto a denominar. No todas las cosas son igual de im-

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portantes para el niño en semejante juego. Las cualidades reales de las cosas y su significado como signos intervienen en el juego en relaciones mutuas es­ tructurales complicadas. Por tanto, para el niño la palabra está relacionada con la cosa a través de sus cualidades y forma parte de la estructura común. Por eso, en nuestros experimentos, el niño no está de acuerdo con denominar el suelo espejo (no puede caminar por el espejo), pero transforma la silla en tren, utilizando sus cualidades en el juego, es decir, manipulando con ella como un tren. Renuncia a llamar lámpara a la mesa y al revés, ya que «no se puede es­ cribir en la lámpara y la mesa no puede lucir». Para él, sustituir la denomina­ ción es sustituir la cualidad de las cosas. No sabemos de nada que muestre de forma tan evidente el hecho que cuando el niño comienza a dominar el lenguaje no ve todavía la menor relación entre el signo y el significado, que la conciencia de esta relación tarda mucho en apa­ recer. Como muestran experimentos sucesivos, la función denominativa no surge de un descubrimiento aislado, sino que tiene su propia historia natural; al pare­ cer, a comienzos del desarrollo del lenguaje, el niño no descubre que cada cosa tiene su nombre, pero domina nuevos procedimientos de actuación con las cosas. Por tanto, las relaciones entre el signo y el significado, que debido a la ima­ gen análoga de funcionamiento y a su semejanza externa comienza muy pronto a recordarnos las correspondientes relaciones en los adultos, son en realidad por su naturaleza interna imágenes psicológicas de un género totalmente dis­ tinto. Remitir el dominio de esta relación al comienzo del desarrollo cultural del niño significa ignorar la complicada historia de la formación interna de unas relaciones, una historia que dura más de diez años.

Desarrollo ulterior de las operaciones con signos Hemos descrito la estructura y las raíces genéticas de las operaciones del niño con signos. Sin embargo, sería erróneo pensar que la acción mediata con ayuda de ciertos signos externos es la forma eterna de las funciones psíquicas superiores; un análisis genético atento nos lleva precisamente al convencimiento de lo contrario y nos hace pensar que también esta forma de comportamiento es tan solo una etapa determinada en la historia del desarrollo psíquico, que surge de sistemas primitivos y presupone la transición a grados sucesivos de formaciones psicológicas mucho más complejas. Ya las observaciones sobre el desarrollo de la recordación mediata que hemos realizado más arriba señalan un hecho extraordinariamente particular: si al principio las operaciones mediatas tenían lugar exclusivamente con ayuda de signos externos, en etapas posteriores de desarrollo la acción mediata ex­ terna deja de ser la única operación con cuya ayuda resuelven los mecanismos psicológicos superiores las tareas que tienen planteadas. El experimento mues­ tra que aquí se alteran no solo las formas de empleo de los signos, sino que

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también se altera radicalmente la propia estructura de la operación. Este cam­ bio podemos expresarlo si decimos que de ser exteriormente mediato pasa a serlo interiormente. Eso se manifiesta en que el niño comienza a recordar el material que le ha sido presentado, según el procedimiento que hemos descrito más arriba, pero ya no recurre a la ayuda de signos externos, que a partir de este momento le son innecesarios. Toda la operación de recordación mediata se desarrolla ahora como un pro­ ceso puramente interno, por cuyo aspecto exterior no se puede decir que se dis­ tingue en algo de la forma inicial de recordación inmediata. Si juzgamos tan solo por los datos externos puede parecer que el niño se ha limitado simplemente a recordar más y mejor, que ha perfeccionado y desarrollado su memoria, y, lo más importante, que ha vuelto al procedimiento de recordación inmediata, del que le había apartado nuestro experimento. Pero el retorno hacia atrás solo es apa­ rente: el desarrollo, como sucede con frecuencia, no se mueve en círculo, sino en espiral, volviendo sobre una base superior al punto ya recorrido. Este traslado de las operaciones hacia dentro, esta interiorización de las fun­ ciones psíquicas superiores, relacionado con nuevos cambios en su estructura, lo denominamos proceso de enraizamiento, teniendo en cuenta fundamental­ mente lo siguiente: el que las formas psíquicas superiores se organizan origi­ nariamente como formas exteriores de comportamiento y se apoyan en el signo externo no es en modo alguno casual, sino que, por el contrario, lo determina la propia naturaleza psicológica de la función superior, que, como hemos dicho más arriba, no surge como continuación directa de los procesos elementales, sino que constituye un procedimiento social de comportamiento, aplicado a uno mismo. El traslado de los procedimientos sociales de comportamiento al interior del sistema de las formas individuales de adaptación no es en absoluto un tras­ lado puramente mecánico; no se efectúa automáticamente, sino que está rela­ cionado con el cambio de la estructura y la función de toda la operación y constituye un estado especial en el desarrollo de ¡as formas superiores de com­ portamiento. Trasladadas a la esfera del comportamiento individual, las formas complejas de colaboración comienzan a funcionar según las leyes del conjunto primitivo, del que ahora forman parte orgánica. Entre la tesis de que las fun­ ciones psíquicas superiores (parte inseparable de las cuales es el empleo de sig­ nos) surgen en el proceso de cooperación e interacción social y la tesis de que estas funciones se desarrollan a partir de raíces primitivas, sobre la base de fun­ ciones inferiores o elementales, es decir, entre la sociogénesis de las funciones superiores y su historia natural, existe una contradicción genética y no lógica. El paso de la forma colectiva de comportamiento a la individual reduce al prin­ cipio el nivel de toda la operación, ya que esta se incorpora al sistema de fun­ ciones primitivas, adoptando cualidades comunes a todas las funciones de este nivel. Las formas sociales de comportamiento son más complicadas y su desarrollo se anticipa en el niño; al convertirse en individuales, descienden y comienzan

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a actuar según leyes más simples. Por ejemplo, el lenguaje egocéntrico como tal es de estructura inferior al lenguaje corriente, pero como estadio en el des­ arrollo del pensamiento está por encima del lenguaje social del niño de igual edad, y por eso es posible que Piaget lo considere como predecesor del len­ guaje socializado y no como derivado de él. Por consiguiente, llegamos a la conclusión de que cada una de las funcio­ nes psíquicas superiores tiene inevitablemente al principio el carácter de acti­ vidad exterior. Primero, el signo es, por regla general, un estímulo auxiliar externo, un medio externo de autoestímulo. Eso lo condicionan dos causas: en primer lugar, las raíces de semejante operación se hallan en las formas colec­ tivas de comportamiento, que siempre pertenecen a la esfera de la actividad exterior, y en segundo lugar, eso es consecuencia de las leyes primitivas de la esfera individual del comportamiento, que todavía no se han separado de la actividad externa, no se han aislado de la percepción inmediata y de la acción exterior, por ejemplo, del pensamiento práctico del niño. El hecho de la «interiorización» de las operaciones con signos ha sido es­ tudiado experimentalmente en dos actuaciones: en pruebas masivas de niños de diferentes edades y en pruebas individuales, mediante la experimentación prolongada con un niño. En el trabajo de Leóntiev, ha pasado con tal fin por nuestro laboratorio un gran número de niños de edades que oscilaban entre los siete años y la adolescencia, con lo que se han llevado a cabo experimen­ tos de recordación inmediata y mediata. La variación de la cantidad de ele­ mentos rellenos en ambos casos constituye dos líneas, que descubren la dinámica de las operaciones con signos a lo largo de todo el proceso de la evolución in­ fantil. El dibujo muestra la línea de desarrollo de la recordación inmediata y mediata en las distintas edades*. Una serie de momentos salta de inmediato a la vista: las dos líneas no están distribuidas casualmente, pero descubren cierta regularidad. Está completamente claro que la línea de recordación inmediata está debajo de la de recordación mediata, y que ambas manifiestan cierta tendencia a crecer. No obstante, el cre­ cimiento no es uniforme en distintos períodos del desarrollo infantil: si hasta los diez-once años crece bruscamente la recordación mediata externa, respecto a la cual la línea inferior muestra un claro retraso, precisamente en este proceso se produce un cambio, y la memoria mediata exterior manifiesta un crecimiento dinámico particular en la edad escolar superior. En lo que al ritmo se refiere, adelanta a la línea de desarrollo de las operaciones mediatas exteriores. El análisis de este esquema, que hemos llamado convencionalmente paralelogramo del desarrollo, el cual se mantiene estable en todas las pruebas, muestra que lo condicionan formas que desempeñan un papel primordial en el desarrollo de los procesos psíquicos superiores en el niño. Si la primera etapa de desarro-

* En el manuscrito no figuran los dibujos. Véase: Leóntiev, A. N., Obras escogidas de psico­ logía, en dos tomos, Moscú, 1983, t. 1, págs. 55, 56, 58. [Nota del redactor.]

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lio se caracterizaba porque el niño estaba en condiciones de lograr que su me­ moria fuese mediata recurriendo tan solo a determinados procedimientos ex­ ternos (de ahí el brusco crecimiento de la línea superior), manteniendo retenida casi mecánicamente en la memoria la recordación que no se apoya en signos externos, en la segunda etapa de desarrollo se produce un brusco salto: las ope­ raciones externas con signos llegan en su conjunto al límite, pero en cambio el niño comienza ahora a reorganizar el proceso interno de recordación, que no se apoya en signos externos; el proceso natural se convierte en mediato, el niño comienza a utilizar determinados procedimientos internos, y la brusca elevación de la curva inferior señala el cambio que se ha producido. En el desarrollo de las operaciones mediatas internas, la fase de utilización de los signos externos juega un papel decisivo. El niño pasa a los procesos in­ ternos con signos porque ha superado la fase en que estos procesos eran ex­ ternos. Ello nos lo confirma la serie de experimentos individuales: después de medir el coeficiente de recordación natural del niño, realizamos con él durante un cierto tiempo experimentos de recordación mediata exterior y luego volve­ mos a comprobar las operaciones que no se apoyan en el empleo de signos ex­ ternos. Los resultados muestran que incluso en el experimento con un niño retrasado mental se produce al principio un notable crecimiento de la recor­ dación mediata externa y después de la recordación inmediata, que tras una serie intermedia de pruebas de un efecto dos-tres veces mejor trasladando, como muestra el análisis, los procedimientos de la operación con signos ex­ ternos a procesos internos. En las operaciones descritas, asistimos a un proceso de dos tipos: por un lado, el proceso natural es objeto de una profunda reorganización, transfor­ mándose en un acto de rodeo, mediato; por otro, la propia operación con sig­ nos varía, dejando de ser externa para pasar a constituir complicadísimos sistemas psicológicos internos. La doble variación la simboliza nuestro esquema con el cambio que se produce en ambas curvas, que coinciden en un punto y señalan la dependencia interna de estos procesos. Asistimos aquí a un proceso de enorme importancia psicológica: lo que era una operación externa con un signo, un determinado procedimiento cultural de dominarse a sí mismo desde fuera, se transforma en una capa intrapsicológica nueva, engendra un sistema psicológico nuevo, incomparablemente más elevado por su composición y por su génesis psicológico-cultural. El proceso de enraizamiento de las formas culturales de comportamiento, en el que acabamos de detenernos, está relacionado con profundos cambios en la actividad de las funciones psíquicas principales, con la reestructuración radical de la actividad psíquica sobre la base de las operaciones con signos. Por un lado, los procesos psíquicos naturales dejan de existir en forma pura, como los vemos en los animales, incorporándose al sistema de comporta­ miento estructurado en un nuevo conjunto sobre la base psicológico-cultu­ ral. Este nuevo conjunto incluye obligatoriamente las funciones elementales

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anteriores, que, sin embargo, continúan existiendo abiertamente en él, ac­ tuando ya según nuevas regularidades, características del nuevo sistema en su to talid ad .

Por otro lado, se reorganiza bruscamente la propia operación de empleo del signo externo. Al tratarse de una operación importante, decisiva, para el niño de poca edad, su sustitución se produce aquí esencialmente según nue­ vas formas; el proceso interiormente mediato comienza a utilizar conexiones y procedimientos completamente nuevos, que no se parecen a los que eran ca­ racterísticos de la operación con signos externos. El proceso experimenta aquí cambios análogos a los que se observaban cuando el niño pasaba del lenguaje externo al interno. Como resultado del proceso de enraizamiento de las ope­ raciones psicológico-culturales obtenemos una nueva estructura, una nueva fun­ ción, de los procesos utilizados anteriormente y una composición totalmente nueva de los complicados procesos psíquicos. Seria sumamente primitivo pensar que la reorganización ulterior de los procesos psíquicos superiores bajo la influencia de la utilización del signo tiene lugar sobre la base del traslado de toda la operación con signos al interior; sería igualmente erróneo considerar que en el sistema desarrollado de los procesos psíquicos superiores se produce la adición de una planta a los inferiores y la existencia simultánea de dos formas de comportamiento relativamente inde­ pendientes, la natural y la mediata. De hecho, como resultado del enraizamiento de la operación cultural obtenemos un nuevo entrelazamiento cualitativo de los sistemas, que distingue notablemente la psicología del hombre de las fun­ ciones elementales de comportamiento del animal. Estos complicados entrela­ zamientos continúan sin ser estudiados todavía y ahora podemos señalar tan solo algunos de los momentos principales que los caracterizan. En el enraizamiento de las funciones, es decir, cuando se desplazan hacia el interior, se produce una complicada reorganización de toda su estructura, los principales momentos de la cual son, como muestra el experimento, los si­ guientes: 1) la sustitución de las funciones; 2) el cambio de las funciones na­ turales (de los procesos elementales que constituyen la base de la fundón superior y forman parte de ella); 3) la aparición de nuevos sistemas psicológi­ cos funcionales (o funciones como sistemas), que adoptan para sí en la es­ tructura general del comportamiento el papel que hasta entonces realizaban funciones aisladas. Estos tres momentos, relacionados entre sí, podríamos explicarlos breve­ mente en los cambios que se producen cuando se enraízan en las funciones superiores de la memoria. Incluso en las formas más simples de la recordación mediata, el hecho de la sustitución de funciones se manifiesta con una evi­ dencia total. No en vano consideró A. Binet mnemotecnia a la recordación de una serie de números como modelo de memoria numérica. El experimento muestra que en este tipo de recordación el factor decisivo no lo constituyen la fuerza de la memoria o el nivel de su desarrollo, sino la actividad relacionada

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con la combinación, la organización de las estructuras, el criterio de las rela­ ciones, el pensamiento en el amplio sentido y otros procesos que sustituyen a la memoria y determinan la estructura de esta actividad. Cuando la actividad se interioriza, la propia sustitución de funciones conduce a la verbalización de la memoria y de acuerdo con ello a la recordación a través de conceptos. Gra­ cias a la sustitución de funciones, el proceso elemental de la recordación se desplaza del lugar que ocupaba al principio, pero no se separa aún de la nueva operación, sino que utiliza su situación central en toda la estructura psicoló­ gica y pasa a ocupar una nueva posición respecto a todo el sistema nuevo de funciones que actúan. Al incorporarse a este nuevo sistema, comienza a fun­ cionar de acuerdo con las leyes del conjunto del cual forma parte ahora. Como resultado de todos los cambios, la nueva función de la memoria (que se ha convertido ahora en un proceso interno) solo por el nombre se parece al proceso elemental de la recordación; en lo que respecta a su esencia interna, se trata de una formación específica nueva, que tiene sus leyes propias.

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CAPÍTULO 5

Metodología del estudio de las funciones psíquicas superiores

La metodología del experimento psicológico actual está ligada con estre­ chos lazos a las cuestiones generales de principio de la teoría psicológica y ha sido siempre, al fin y al cabo, el reflejo de cómo se resolvían los problemas más importantes de la psicología. Precisamente por eso la crítica de los pun­ tos de vista fundamentales de la esencia y el desarrollo de los procesos psíqui­ cos deberá llevar inevitablemente implícita también la revisión de las principales tesis relacionadas con la metodología de la investigación. Dos psicologías, que más arriba hemos caracterizado como la psicología del espiritualismo puro, por un lado, y la del naturalismo puro, por otro, han dado lugar también a la creación de metodologías completamente independientes de la investigación psicológica, que han adoptado con el tiempo formas consu­ madas, y que deberán ser revisadas básicamente en cuanto su fundamento fi­ losófico sea objeto de crítica. De hecho, si la primera psicología veía en los estados de la conciencia un objeto específico de investigación, al considerar que estas formas superiores son una propiedad particular del espíritu humano, que no cabe someter a ulterior análisis, en cambio, la fenomenología pura, la descripción interna y la intros­ pección han resultado la única metodología adecuada para la investigación psi­ cológica. Un momento ha resultado fatal para los intentos espiritualistas de crearuna metodología de estudio de los procesos psíquicos: las funciones psíquicas superiores siempre se han zagado de los intentos espiritualistas de establecer su origen y estructura. Precisamente porque eran histórico-sociales por su génesis y mediatas por su estructura, se mantuvieron siempre fuera del alcance de la descripción espiritualista. En la psicología infantil fue donde estas metodolo­ gías encontraron el terreno menos propicio, pudiéndose decir que allí sufrie­ ron de hecho una derrota antes de que las premisas filosóficas principales ocultas tras ellas fueran objeto de crítica y revisión. El segundo grupo de sistemas psicológicos ha resultado en la esfera de la psicología infantil mucho más estable. Partiendo del supuesto de que las for­ mas superiores de comportamiento del niño son continuación ininterrumpida de las formas conocidas ya del estudio del animal y que aunque se diferencian de ellas por su mayor complejidad tienen, en principio, igual estructura, este

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informe ha encontrado que el mecanismo del movimiento de respuesta a la excitación exterior, conocido ya de la zoopsicología y la fisiología, puede ac­ tuar perfectamente como mecanismo fundamental del comportamiento infan­ til. La correlación S-R se ha conservado, como suponían estos psicólogos, tanto en los actos más simples del comportamiento como en los más complicados, y al tratarse de un esquema universal ha permitido, por tanto, asegurar la uni­ dad de la investigación psicológica en un amplísimo campo. Está completamente claro que semejante idea general de la estructura de los procesos psíquicos se había de concretar en una metodología de la investiga­ ción, que los autores consideraban adecuada para sus fines y que históricamente se ha limitado a trasladar simplemente a la psicología de la edad infantil los procedimientos empleados en la fisiología y psicología del animal. No obstante, se ha introducido durante las ultimas décadas en la mayoría de los laboratorios psicológicas, que han participado largo tiempo en el progreso del experimento psicológico. Encaminada ante todos a estudiar las respuestas primitivas o com­ plejas con que el organismo se adaptaba al medio, ha constituido siempre una metodología estructurada de acuerdo con el tipo conocido ya de los experimentos con los reflejos simples: el psicólogo mostraba un excitante a la persona some­ tida a prueba y estudiaba atentamente las reacciones de respuesta, considerando terminada la tarea cuando había conseguido describir esas reacciones con la su­ ficiente amplitud y objetividad científico-natural. En esta metodología había dos momentos muy dudosos. Aunque objetiva, no era, sin embargo, objetivamente: la tarea fundamental que se le planteaba al psicólogo y que consistía precisamente en sacar a la luz los mecanismos psi­ cológicos ocultos, con ayuda de los cuales se llevaban a cabo las complicadas reacciones psíquicas, continuaba sin resolver. Si para estudiar los actos reflec­ tores simples el método era adecuado, a¡ intentar comprender con su ayuda la estructura de los procesos psíquicos complicados (todos los procedimientos in­ ternos con los que se llevaban a la práctica permanecían ocultos, sin sacarlos al exterior), el investigador se veía obligado, quisiera o no, a recurrir a la res­ puesta verbal de la persona sometida a prueba, si quería saber algo más com­ pleto sobre esos procesos. El segundo defecto del método predominante en la psicología experimen­ tal del niño, el del «estímulo-reacción», consistía indudablemente en su orien­ tación pppfundamente antigenética. Al enfocar desde el mismo esquema del experimento funciones de diferente grado de complejidad y distintas etapas en la historia del niño, al repetir, de hecho, con este los mismos experimentos realizados con animales, el mencionado método estaba condenado a ignorar el desarrollo relacionado con la aparición de formaciones cualitativamente nue­ vas y con la participación de las funciones psíquicas en unas relaciones mu­ tuas básicamente nuevas. Siguiendo los pasos de W. Wundt en lo que se refiere a la estabilidad de la metodología empleada, en la repetición múltiple y uni­ forme del mismo experimento en condiciones que posiblemente no varíen, la

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metodología del estudio del comportamiento reactivo se cortó para siempre el camino de estudio de las correlaciones específicas del desarrollo. Finalmente, y esto nos parece también importante, toda metodología ba­ sada en este principio resultaba inadecuada a las tareas de investigación de las funciones psíquicas superiores; al descubrir el mecanismo reactivo, describía tan solo una categoría retirada, presente en todos los procesos psíquicos, incluso en los elementales, y con ello convertía a priori la investigación en absurda y estéril, rechazando de hecho todo lo que es característico de los sistemas psi­ cológicos superiores, lo que los distingue de los inferiores, lo que los convierte en superiores. La singularidad de la génesis, de la estructura y del funciona­ miento de los procesos psíquicos superiores, permanecía, por consiguiente, fuera por completo del alcance de esta metodología psicológica elemental. En nuestros experimentos hemos seguido otro camino. Al estudiar el desarrollo del niño, hemos establecido que se basa en un profundo cambio de la propia estructura del comportamiento infantil y que en cada nueva fase el niño no solo cambia la forma de la reacción, sino que la lleva a cabo en gran parte de modo distinto, haciendo que participen nuevas formas de comportamiento y sustituyendo unas funciones psíquicas por otras. Un prolongado análisis nos ha permitido establecer que el desarrollo sigue ante todo el sentido de la ac­ ción mediata de las operaciones psicológicas que en las primeras etapas reali­ zaban las formas inmediatas de adaptación. La complejidad y el desarrollo de las formas de comportamiento infantil se reduce precisamente a la sustitución de los medios que participan en esta tarea, a la incorporación a la operación de los sistemas psicológicos que no están interesados y a la correspondiente reor­ ganización del proceso psíquico. Es fácil ver, como hemos señalado antes, que un mecanismo importante de semejante reorganización lo constituye la crea­ ción y utilización de toda una serie de estímulos artificiales, que juegan un papel auxiliar y permiten al hombre dominar el comportamiento propio, pri­ mero desde fuera (y luego mediante operaciones internas más complicadas). Está completamente claro que ante semejante estructura de desarrollo psí­ quico el proceso no tiene cabida en el esquema elemental S-R y que la meto­ dología del estudio sencillo de las respuestas reactivas deja de ser adecuada a la complejidad y singularidad del proceso que estamos estudiando. Esta meto­ dología, que fija con facilidad los movimientos de respuesta del sujeto, se vuelve totalmente impotente cuando el problema principal se centra en el es­ tudio de los medios y procedimientos con ayuda de los cuales la persona so­ metida a prueba organiza su comportamiento en las formas concretas más adecuada a cada tarea concreta. Al dirigir nuestra atención a estudiar precisa­ mente estas formas (internas o externas) de comportamiento, debemos revisar radicalmente la propia metodología del experimento psicológico. Consideramos que la metodología más adecuada a nuestra tarea es la me­ todología funcional del doble estímulo. Deseosos de estudiar la estructura in­ terna de los procesos psíquicos superiores, no solemos limitarnos a mostrar al

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niño que realiza la prueba estímulos sencillos (excitantes elementales o tareas difíciles, da lo mismo) de los que esperamos una respuesta inmediata. Al mismo tiempo lo mostramos una segunda serie de estímulos, que funcionalmente deben desempeñar un papel especial o servir de medios organizadores del com­ portamiento propio. Estudiamos, por tanto, el proceso de resolución de la tarea con ayuda de medios auxiliares conocidos y toda la estructura psicológica del acto nos resulta accesible a lo largo de todo su desarrollo y en toda la diver­ sidad de cada una de sus fases. Ejemplos de los experimentos llevados a cabo por nosotros muestran que precisamente ese procedimiento de trasladar afuera los medios auxiliares de comportamiento permite observar toda la génesis de las complejísimas formas de los procesos psíquicos superiores. Cuando estudiamos el desarrollo de la recordación en el niño, promocionándole medios auxiliares externos y observando el grado y carácter del do­ minio mediato de la tarea; cuando recurrimos a este procedimiento para estudiar cómo organiza el niño su atención activa con ayuda de medios exteriores co­ nocidos; cuando analizamos el desarrollo del cálculo infantil, obligando al niño a manipular con cualesquiera objetos externos y a utilizar con ellos procedi­ mientos que le hemos propuesto o que ha «inventado» él mismo, en princi­ pio, seguimos siempre el mismo camino, estudiando no el efecto final de la operación, sino estructuras psicológicas específicas de la misma. En todos estos casos, la estructura psicológica del proceso en desarrollo surge ante nosotros de una forma mucho más rica y variada que en el caso de la metodología clásica del simple experimento de S-R. Consideramos que en especial dos momentos merecen ser recordados aquí. Si la metodología «estímulo-reacción» era una metodología psicológica obje­ tiva, que se limitaba a estudiar los procesos que eran ya externos en el com­ portamiento del hombre, nuestra metodología puede ser denominada con pleno derecho objetivamente; en ella, la atención principal se centra precisamente en los procedimientos y estructuras psicológicos internos, ocultos a la observación directa. Sin embargo, nuestra metodología, al plantearse la tarea de estudiar precisamente estos procedimientos y estructuras, al trasladar afuera las opera­ ciones auxiliares, con ayuda de las cuales el sujeto domina tal o cual tarea, nues­ tra metodología las hace accesibles al estudio objetivo, con otras palabras, las objetiva. Consideramos que el camino de la objetivación de los procesos psí­ quicos internos es incomparablemente mucho más acertado y más adecuado a los fines de la investigación psicológica que el de estudiar respuestas objetivas preparadas, porque solo el primero permite al análisis científico descubrir las formas específicas y no artificiales del comportamiento superior. En un aspecto, el plan utilizado por nosotros se diferencia notablemente de los que predominaban en la psicología infantil moderna. Si el experimento solía estar separado del procedimiento genético-comparativo de estudio y ana­ lizaba tan solo las formas relativamente estables de comportamiento, y el men­ cionado procedimiento solía no guardar relación con el experimento, nosotros 86

hemos seguido precisamente el camino inverso, uniendo ambas líneas de in­ vestigación en un método genético-experimental único. Con ayuda de la me­ todología del doble estímulo podemos plantearle al niño que realiza la prueba tareas calculadas para fases no iguales de desarrollo y provocar en él en forma reducida procesos de dominio por su parte que permiten examinar en el ex­ perimento etapas sucesivas del desarrollo psíquico. D istribuyendo nuestras condiciones por dificultades, sacando afuera los procedimientos de dom inio de la tarea y consiguiendo que el experim ento abar­ que cierto núm ero de series sucesivas, podem os observar en el laboratorio el proceso de desarrollo en sus rasgos principales y conseguir, por tanto, analizar los factores que participan en él. Incorporando a la operación el lenguaje y ex­ cluyéndolo de ella, p roporcionando al niño que efectúa la prueba signos y m e­ dios que aún no había utilizado, retirando estos signos al sujeto ya desarrollado, obtenemos una idea lo suficientemente completa de estadios aislados del desarrollo, de sus particularidades, de su sucesión y de las leyes principales de organiza­ ción de los sistemas psicológicos superiores.

Al utilizar un conjunto de procedimientos genético-experimentales, la psi­ cología de la edad infantil plantea por vez primera una serie de cuestiones con­ cretas relacionadas con la génesis de las estructuras psicológicas superiores y con la estructura de su propia génesis. En las investigaciones experimentales no estamos obligados a ofrecer cada vez al niño que realiza la prueba un medio exterior preparado, con ayuda del cual resuelva la tarea propuesta. El esquema básico de nuestro experimento no se resiente en absoluto si en lugar de proporcionar al niño un medio exterior preparado esperamos a que utilice de forma espontánea el procedimiento au­ xiliar, incluyendo en la operación cualquier sistema auxiliar de símbolos. Gran parte de nuestros experimentos ha sido realizada precisamente según esta metodología. Al mismo tiempo que proponíamos al niño que realizaba la prueba recordar algo (estímulo), le pedíamos que dibujara alguna cosa para que le resultara más fácil conservar el material en la memoria (símbolo auxiliar). Con ello creábamos las condiciones necesarias para reconstruir el proceso psí­ quico de recordación y utilización de un medio auxiliar determinado. Al no dar al niño un símbolo preparado, podíamos observar cómo en el proceso es­ pontáneo de utilización de los procedimientos se ponen de manifiesto los me­ canismos principales de la complicada actividad simbólica del niño. Probablemente, nuestros experimentos de utilización del lenguaje y de la reorganización con su ayuda de toda la estructura del comportamiento infantil constituyen el mejor ejemplo de la metodología de la acción mediata activa. Si el lenguaje era considerado generalmente, bien como un sistema de reacciones (behavioristas) o como el camino para alcanzar el mundo interior del sujeto (psicólogos objetivistas), nosotros lo consideramos precisamente como un sistema de símbolo-medios auxiliares, que ayudan al niño a reorganizar el comportamiento propio. Observaciones relacionadas con la génesis y el empleo

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activo de estos medios no permiten observar al mismo tiempo las raíces reales de los procesos psíquicos superiores y analizar el papel que desempeñan las ope­ raciones mediatas en diferentes fases del desarrollo infantil. Todo lo que hemos dicho sobre el carácter específico de la metodología empleada por nosotros nos conduce a una conclusión: precisamente con su ayuda nos resulta posible salir de la colisión en que se hallaba la psicología de­ bido al enfrentamiento entre las concepciones espiritualistas y mecanicista. Si la primera de ellas inclinaba al psicólogo a descubrir simplemente el compor­ tamiento espontáneo, considerándolo una forma especial e irreducible de pro­ cesos vitales, y la segunda llevaba a estudiar el comportamiento reactivo, que representa de hecho el mecanismo experimental existente ya en las fases infe­ riores de la escuela genética, nuestro planteamiento del problema nos conduce a investigar una forma singular del comportamiento humana distinta, tanto de los procesos espontáneos como de los reactivos. Esta forma singular la vemos en las funciones psíquicas mediatas (superiores), que, habiendo surgido histó­ ricamente (y no siendo producto del espíritu libre), han sido las que han tras­ ladado el comportamiento de las formas elementales, creando a partir de las formas elementales de comportamiento del animal el comportamiento del hom­ bre culto.

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CONCLUSIÓN

El problema de los sistemas funcionales

H em os dado fin al fatigoso análisis de los m om entos principales y de la evolución del intelecto práctico del niño y del desarrollo de su actividad sim ­ bólica. N os queda reunir y generalizar las conclusiones a que hem os llegado, hacer el balance del exam en de los problem as de desarrollo del intelecto prác­ tico e indicar las im portantes conclusiones teóricas y m etodológicas que p u e­ den desprenderse de sem ejantes investigaciones, cuando cada una de ellas está dedicada a uno u otro problem a particular.

Si intentamos abarcar con una mirada todo lo dicho sobre la evolución del intelecto práctico del niño, podremos ver lo siguiente: el contenido principal de esta evolución se reduce a que en lugar de una función única y simple ade­ más del intelecto práctico, que se observa en el niño antes de que domine el lenguaje, en el proceso de desarrollo surge una forma de comportamiento com­ plejo, múltiple, en la que se entrelazan diferentes funciones. Como muestra la investigación, durante el proceso de desarrollo psíquico del niño tiene lugar no solo la reorganización interna y el perfeccionamiento de funciones aisladas, sino que se alteran radicalmente las conexiones y las relaciones interfuncionales. Como resultado de ello aparecen nuevos sistemas psicológicos, que unen en una complicada cooperación toda una serie de funciones elementales aisladas. Estos sistemas psicológicos, estas unidades de orden superior, que sustituyen a las fun­ ciones homogéneas, únicas, elementales, las denominamos convencionalmente funciones psíquicas superiores. Todo lo dicho hasta ahora nos obliga a recono­ cer que a la formación psicológica real, que en el proceso de desarrollo del niño sustituye a las operaciones elementales prácticas e intelectuales de este, no puede dársele otro nombre que el de sistema psicológico. Este concepto incluye la com­ plicada combinación de la actividad simbólica y práctica, sobre la que hemos insistido todo el tiempo, y la nueva correlación de una serie de funciones in­ dividuales, característica del intelecto práctico del hombre, así como la nueva unidad a que en el curso del desarrollo ha conducido este conjunto de com­ posición heterogénea. Llegamos, por tanto, a una conclusión completamente opuesta a la esta­ blecida por E. Thorndike44 (1925) en la investigación del intelecto. Como es sabido, Thorndike parte de la suposición de que las funciones psíquicas supe­ riores no son más „que el desarrollo ulterior, el crecimiento cuantitativo de los nexos asociativos del mismo orden que los nexos que sirven de base a los pro-

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cesos elementales. En su opinion, tanto la filogénesis como la ontogénesis des­ cubren una identidad de principio entre la naturaleza psicológica de los nexos que sirven de base a los procesos inferiores y superiores. Nuestra investigación, contraria a semejante suposición, nos obliga a reco­ nocer que las formas específicas nuevas, que denominamos sistemas psicológicos o funciones psíquicas superiores, se caracterizan por otro orden de conexiones. Como la tesis de Thorndike, según reconoce él mismo, va dirigida contra el dua­ lismo tradicional en la doctrina de las formas inferiores y superiores de com­ portamiento y como la cuestión de superar ese dualismo tradicional constituye una de las tareas metodológicas y teóricas principales de toda la psicología cien­ tífica actual, analizaremos obligatoriamente qué respuesta hemos de dar a este problema (dualismo o unidad de las funciones superiores e inferiores) a la luz de las investigaciones experimentales que hemos llevado a cabo. Pero siempre hemos de aclarar un posible equívoco. Las objeciones a la teo­ ría de Thorndike pueden ir encaminadas ante todo no de acuerdo con la línea que nos interesa en este caso, sino con la de explicar la inconsistencia general del asociacionismo y de toda la concepción mecanicista del desarrollo intelec­ tual, que se establece sobre la base de este punto de vista. Dejaremos ahora a un lado la cuestión relativa a la inconsistencia del principio asociativo. Nos in­ teresa otra cosa. Lo mismo si reconocemos el carácter asociativo o estructural de las funciones psíquicas, la cuestión principal se mantiene en pie: ¿pueden ser reducidas las funciones psíquicas superiores en regularidades importantes y determinantes a funciones inferiores; son únicamente una expresión más com­ pleja y enrevesada de esas mismas regularidades que predominan en las formas inferiores o deben su aparición en lo que respecta a su esencia, estructura, forma de actividad, a la acción de nuevas leyes, desconocidas en el plano de las for­ mas elementales de comportamiento? Creemos que la resolución de este problema está relacionada con el cam­ bio del punto de vista fundamental en que insiste en la psicología actual K. Lewin y que denomina transición del punto de vista «fenotípico a genéticocondicional». Creemos además que el análisis psicológico que penetra la visión exterior de los fenómenos y descubre la estructura interna de los procesos psí­ quicos y en particular el análisis del desarrollo de las formas superiores nos obliga a reconocer la unidad, aunque no la identidad, de las funciones psí­ quicas superiores e inferiores. El problema del dualismo de las funciones inferiores y superiores no des­ aparece cuando se pasa del punto de vista asociativo al estructural. Eso lo apre­ ciamos en que también dentro de la psicología estructural continúa la discusión entre representantes de las dos mencionadas concepciones sobre la naturaleza de los procesos superiores. Insisten en reconocer la diferencia entre dos tipos de procesos psíquicos y llegan a distinguir seriamente las dos formas principa­ les de actividad, una de las cuales se suele definir como tipo reactivo de acti­ vidad y la otra, cuyo momento decisivo consiste en que, al parecer, procede

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inicialmente de la personalidad, como tipo espontáneo de actividad. Los re­ presentantes de esta corriente defienden la tesis de que en psicología están obli­ gados a partir de la interpretación dualista en principio de unos y otros procesos. El servicio, dicen, no solo es un sistema que provoca excitación, sino que persigue un fin. El punto de vista opuesto lo mantienen los enemigos de separar brusca­ mente los procesos superiores, como actividad espontánea, de los inferiores, como actividad reactiva. Tratan de mostrar que ese brusco dualismo, esa con­ traposición metafísica entre los dos tipos de actividad que suelen plantear, no existe en realidad. Intentan descubrir el carácter reactivo de numerosos mo­ mentos, de las formas interiormente espontáneas de comportamiento, y el ca­ rácter activo de los momentos, dependientes de la estructura interna del propio sistema, en los procesos reactivos. Muestran que también en ios denominados procesos espontáneos el comportamiento del organismo depende asimismo de la naturaleza del excitante y viceversa: en los procesos reactivos el comporta­ miento depende también de la estructura interna y del estado del propio sis­ tema. Otros, como Lewin, ven en el concepto de necesidad la solución de esta cuestión, que para ellos consiste en que los objetos del mundo exterior pue­ den tener una relación determinada con las exigencias. Pueden tener un «ca­ rácter de mandato» positivo o negativo. Vemos, por tanto, que la renuncia a la teoría asociativa y el punto de vista estructural no resuelven de por sí sin una investigación especial el problema, pero retiran o dejan a un lado la cuestión que nos interesa. Es verdad que el nuevo punto de vista ayuda a superar el carácter metafísico del dualismo psi­ cológico tradicional y reconoce la unidad de principio entre los momentos in­ ternos y externos que actúan en unos y otros procesos. Pero aquí surgen inevitablemente dos nuevas cuestiones, para las que no encontramos respuesta de principio en lo que respecta a la solución que se suele proponer. La primera consiste en que los momentos externo e interno, obligatoria­ mente presentes en los procesos de uno y otro tipo, pueden tener distinto peso específico y, por consiguiente, determinar cualitativamente de diferente forma todo el proceso del comportamiento en ambos casos. ¿Debemos o no, sin em­ bargo, no metafísicamente, sino empíricamente destacar los procesos superio­ res en comparación con los inferiores? Y la segunda radica en que la división entre las formas espontáneas y reactivas de comportamiento pueden no coin­ cidir con la separación de los actos, dirigidos preferentemente por necesidades internas, y los dirigidos por excitantes externos.

Empleo de los instrumentos por parte del animal y del hombre En el aspecto genético, funcional y estructural, los procesos superiores ofre­ cen, como muestran las investigaciones, tanta diversidad que es necesario in-

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cluirlos en una dase especial, pero la separación entre las funciones superiores e inferiores no coincide con la división de las dos clases de actividad a que nos hemos referido más arriba. La forma superior de comportamiento existe siem­ pre donde se dominan los procesos del comportamiento propio y, en primer lugar, de sus funciones reactivas. El hombre, al someter a su poder el proceso de la reacción propia, adopta una actitud nueva en principio con respecto al medio exterior, pasa a utilizar funcionaimente de una forma nueva los elementos del mismo en calidad de estímulos-signos, con la ayuda de los cuales, apo­ yándose en medios externos, orienta y regula el comporramiento propio, se do­ mina a sí mismo desde fuera, obligando a los estímulos-signos a influir en él y a provocar las reacciones deseables para él. La regulación interna de la acti­ vidad conveniente procede inicialmente de la regulación externa. La acción reac­ tiva, provocada y organizada por el propio hombre, deja ya de ser reactiva y se transforma en una actividad orientada hacia un objetivo. En este sentido, la historia filogenética del intelecto práctico del hombre está estrechamente ligada no solo al dominio de la naturaleza, sino al domi­ nio de uno mismo. La historia del trabajo y la historia del lenguaje difícil­ mente podrán ser comprendidas la úna sin la otra. El hombre no solo creó los instrumentos de trabajo, con ayuda de los cuales sometió a su poderío las fuer­ zas de la naturaleza, sino también los estímulos que activaban y regulaban su propio comportamiento, que sometían a su poderío sus propias fuerzas. Eso se percibe ya en las fases más tempranas de desarrollo del hombre. En Borneo y Célebes, cuenta K. Bühler, se han encontrado unos palos es­ peciales para cavar, a los que en su extremo superior les habían sido adopta­ dos unos palitos de pequeñas dimensiones. Cuando al sembrar el maíz se mulle la tierra, el palito produce un sonido, que es algo semejante a una exclama­ ción de trabajo o a una orden, cuya misión es regular rítmicamente la labor. El sonido del dispositivo acoplado al palo para cavar sustituye la voz humana o desempaña una fundón análoga. El entrelazamiento interno del signo y el instrumento, que halló su expre­ sión simbólica material en el palo primitivo para cavar, indica lo pronto que comienza el signo (y después, su forma superior, la palabra) a participar en la operación de empleo de los instrumentos por parte del hombre y a desempe­ ñar un papel funcional singular, que no puede compararse con nada, en la es­ tructura general de estas operaciones que están presentes en ios mismos comienzos del desarrollo del trabajo humano. Este palo se distingue radical­ mente del palo de los monos, aunque es indudable que guarda con él una re­ lación genética. Si nos preguntamos en qué consiste la diferencia psicológica radical entre el instrumento del hombre y el del mono nos veremos obligados a responder a nuestra pregunta con otra, que planteó Bühler, con motivo de la discusión de los actos de los chimpancés, orientados hacia el futuro y guia­ dos por la idea de las condiciones externas, que deberían comenzar en un fu­ turo próximo o lejano: ¿a qué limitación de las facultades de los chimpancés

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cabe atribuir la circunstancia de que no manifiestan los menores rudimentos de desarrollo cultural, a pesar de que toda una serie de hechos con que sole­ mos tropezar únicamente en las civilizaciones, aunque se trata de las más pri­ mitivas, puede ser constatada sin duda en estos animales? El hombre más primitivo, dice Kohler desarrollando esta idea, prepara el palo para cavar, incluso cuando no piensa efectuar de inmediato esa operación, cuando las condiciones objetivas de empleo del instrumento no se han visto realizadas de un modo más o menos sensible. El hecho de que se provea de un instrumento con antelación guarda indudable relación con el comienzo de la cultura. La acción del hombre, surgida durante el proceso de desarrollo históricocultural del comportamiento, es una acción libre, es decir, independiente de la necesidad vigente -q u e capta directamente la situación-, una acción orientada hacia el futuro. Según una observación que hace Kohler en otro lugar, los monos son mucho más esclavos del campo visual que el hombre adulto. Todo esto deberá tener su fundamento, y no resulta difícil ver que semejante fun­ damento constituye al mismo tiempo el criterio más seguro de división gené­ tica, funcional y estructural de los dos tipos de actividad a que nos hemos referido más arriba. Pero impulsados por nuestras investigaciones, en lugar de fundamentar metafísicamente esta división, proponemos la división histórica, que concuerda por completo con los hechos establecidos por Kohler sobre el comportamiento de los chimpancés. Por tanto, los dos tipos de actividad, que el psicólogo debe distinguir básicamente, son el comportamiento del animal y el del hombre; la actividad producto de la evolución biológica y la actividad surgida durante el proceso tic la evolución histórica del hombre. La vida en el tiempo, el desarrollo cultural, el trabajo, todo lo que distingue en la esfera psi­ cológica al hombre de] animal, está muy íntimamente ligado al hecho de que paralelamente al dominio de la naturaleza exterior el proceso de la evolución histórica del hombre implica el dominio de sí mismo, de su propio compor­ tamiento. El palo de que habla Bühler es el palo para el futuro. Es ya un ins­ trumento de trabajo. Según la extraordinaria expresión de Engels «el hombre mismo ha sido creado por obra del trabajo» (K. Marx, F. Engels, Obras, t. 20, pág. 486), es decir, que el trabajo creó las funciones psíquicas superiores, que distinguen al hombre como tal. El hombre primitivo, al hacer uso del palo, se adueña con ayuda del signo, desde fuera, de los procesos de su comportamiento y subordina sus actos al objetivo al que obliga a que sirvan los objetos exte­ riores de su actividad: el instrumento, la tierra, el arroz. En este sentido, podemos retornar de nuevo a la observación de K. Kofka, a la que más arriba nos hemos referido de paso. ¿Tiene sentido, pregunta, llamar actos volitivos a los actos de los chimpancés en los experimentos de Kohler? Desde el punto de vista de la vieja psicología, estos actos, como ins­ tintivos que son, no automatizados y además conscientes, deben ser eviden­ temente incluidos en la clase de actos volitivos. Pero la nueva psicología

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responde negativamente con pleno fundamento a esta pregunta. En este sen­ tido, Koffka tiene indudable razón. Solo el acto del hombre sometido a su poderío es un acto volitivo. L. Lewin, en su magnífico análisis de la psicología de los actos intencio­ nados, destaca clarísimamente la intención libre y la volitiva como producto del desarrollo cultural histórico del comportamiento y como rasgo diferenciador de la psicología del hombre. Es sorprendente de por sí, dice, el hecho de que el hombre posea una excepcional libertad de crear toda una clase de in­ tenciones, incluso inverosímil. Esta libertad es propia del hombre de cultura. Es propia, en un grado incomparablemente menor, del niño y, al parecer, tam­ bién del hombre primitivo, y probablemente distingue en mayor grado a este último de los animales más cercanos a él que su más desarrollado intelecto. Esta delimitación coincide con el problema del dominio. El desarrollo de la acción libre, como hemos tratado de mostrar más arriba, se halla en dependencia funcional directa del empleo de los signos. La singu­ lar relación palabra-acto, de que hemos tratado todo el tiempo, ocupa también el lugar central en la ontogénesis del intelecto práctico del hombre, a pesar de que en la esfera de las funciones superiores esta repite la filogénesis mucho menos que en la de las funciones elementales. Quien observe desde este punto de vista el desarrollo de la acción libre del niño estará de acuerdo con la afir­ mación de Bühler de que la historia de la evolución de ia voluntad infantil aún no se ha escrito. Para dar comienzo a esta historia, hay que aclarar ante todo la relación entre ia palabra y la acción, que se halla al comienzo de la formación de la voluntad infantil. Junto con ello se habrá dado el primer y decisivo paso para esclarecer el problema de los dos tipos de actividad del hom­ bre, de que hemos hablado más arriba.

La palabra y la acción Para unos psicólogos todavía está en vigor la antigua máxima: primero fue la palabra. Para las nuevas investigaciones no cabe casi duda alguna de que la palabra no figura en los comienzos del desarrollo de la inteligencia infantil. Como señala acertadamente Bühler, con análogo motivo se dijo que al prin­ cipio del, proceso de formación del hombre figura el lenguaje. Quizá. Pero antes de este existe ya el pensamiento mediante instrumentos. El intelecto práctico es genéticamente más antiguo que el verbal; la acción es más primitiva que la palabra, incluso la acción inteligente es más primitiva que la palabra inteligente. Pero ahora, al confirmar tan acertado pensamiento, se suele sobrestimar la cuestión en perjuicio de la palabra. Corrientemente consideran que la relación entre la acción y la palabra, característica de la más temprana edad (indepen­ dencia del acto con aspecto a la palabra y primacía de la acción), se mantiene durante todas las fases sucesivas de desarrollo e incluso durante toda la vida.

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El mismo Bühler es más precavido que otros, pero cuando manifiesta en esen­ cia la opinión general considera que también en la vida ulterior del hombre el pensamiento técnico, instrumental, guarda mucha menos relación con el len­ guaje y los conceptos que otras formas de lenguaje. Este convencimiento se basa en la suposición errónea de que las relaciones primitivas entre funciones aisladas se mantienen invariables a lo largo del desarrollo. Sin embargo, la investigación nos enseña lo contrario. Nos enseña a reconocer a cada paso que toda la historia del desarrollo de las funciones psí­ quicas superiores no es más que la alteración de las primitivas relaciones y co­ nexiones interfuncionales, la aparición y el desarrollo de nuevos sistemas funcionales psíquicos. En particular, esto se refiere íntegramente a la relación interfuncional entre la palabra y la acción, que ahora nos interesa. Diremos junto con Gutzman: «Si incluso renunciamos, de acuerdo con Goethe, a la elevada valoración de la palabra como palabra que suena y tra­ ducimos junto con él la expresión bíblica “Primero fue el acto”, cabe leer este verso e interpretarlo desde el punto de vista del desarrollo, acentuándolo de otra forma: “Primero fue el acto”»'*5. Pero Gutman46 comete otro error. Aunque se oponía con pleno fundamento a la doctrina de G. Lipmann sobre la apraxia, el cual se inclina a considerar la relación entre la acción y el lenguaje y sus alteraciones en la apraxia y la afasia como una relación entre lo general y lo particular, él mismo adopta la posición de reconocer la total independencia entre la palabra y los actos. Para Lipmann la afasia es solo un caso particular de la apraxia, y el lenguaje como forma especial de movimiento, solo un caso particular de la acción en general. A esra concepción, que diluye la palabra como función específica en el con­ cepto general de acción, se opone con razón Gutzman. Señala que solo el mo­ vimiento, como concepto más general, puede abarcar por un lado los movimientos expresivos (el lenguaje) y por otro las acciones como subordina­ das, paralelas, coordinadas, correlacionadas, como conceptos más particulares. Considerar el lenguaje como un caso más particular de la acción significa apo­ yarse en una definición del concepto de acción errónea desde el punto de vista filosófico y psicológico. Esta concepción, según la cual el lenguaje y la acción son conceptos y pro­ cesos lógicos paralelos e independientes, conduce irremisiblemente a un punto de vista antigenético, a negar el desarrollo, a elevar metafísicamente (y, por con­ siguiente, a la no intersección del lenguaje y la acción) al rango de ley eterna de la naturaleza, a ignorar la variabilidad de los nexos y relaciones funciona­ les como sistema. Gutzman adopta un solo momento, como él mismo señala, el punto de vista de la historia del desarrollo, pero solo para delimitar lo que sucedió antes y después. En la vieja máxima, en la que únicamente se habla del comienzo, altera.ran solo el.acento lógico. Le interesa lo que había al prin­ cipio y lo que surgió después, por consiguiente, qué es lo que pertenece a for-

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mas más primitivas, elementales, inferiores, de comportamiento y qué es lo que debe atribuirse a funciones más desarrolladas, complejas y superiores. El len­ guaje, dice, significa siempre un grado superior de desarrollo del hombre, más elevado incluso que la más alta expresión de la acción, el acto. Pero en este caso Gutzman, lo mismo, por cierto, que la mayoría de los autores, adopta una posición lógico-formal. Considera la relación entre el len­ guaje y la acción como una cosa y no como un proceso; la toma no dinámi­ camente, en movimiento, sino estáticamente; la considera eterna e invariable, en tanto que es histórica y adopta en cada fase de desarrollo una expresión concreta distinta. Todas nuestras investigaciones nos llevan al convencimiento ele que no puede existir una fórmula única que abarque toda la diversidad de relaciones entre el lenguaje y la acción en todas las fases del desarrollo y en todas las formas de descomposición. El carácter verdaderamente dialéctico del desarrollo de los sistemas funcionales no puede verse reflejado de forma ade­ cuada en ninguno de los esquemas constructivos lógico-formales de la relación de los conceptos: ni en el esquema de Lipmann, ni en el de Gutzman, ya que ni uno ni otro tienen en cuenta el movimiento de los conceptos y los proce­ sos que está tras ellos, ni la variabilidad de las relaciones, de la dinámica y la dialéctica del desarrollo. Según formula Gutzman su pensamiento, la acción realizada prácticamente no tiene nada en común con el lenguaje, incluso si tomamos esta palabra en el sentido más amplio. Si la tesis de Gutzman es válida para el comienzo de la evolución y caracteriza los estadios primarios de desarrollo de la acción, para otros estadios posteriores del mismo proceso es absolutamente falsa. Refleja un momento, pero no todo el proceso en su conjunto. Por eso, las conclusiones teóricas y clínicas que pueden extraerse de esta tesis tienen vigor en una esfera muy limitada, precisamente en la de los estadios iniciales de desarrollo de las relaciones que nos interesan, y presentarlas como la característica del proceso en su totalidad significa caer en una contradicción irreconciliable con los datos reales del desarrollo y la descomposición de las formas superiores del mismo. Detengámonos en las contradicciones entre la teoría y los hechos. Gutzman ve la diferencia principal entre la acción y la palabra en que la acción volitiva, considerada por él, de acuerdo con Wundt, como afecto, es la actitud personal unilateral claramente manifiesta de la persona que actúa hacia el mundo exterior; la comunicación de los estados internos, característica del lenguaje y de todos los movimientos expresivos, pasa a un plano posterior y adquiere significado secundario. Mientras que el carácter interno de la acción es preferentemente personal, egocéntrico, incluso con fines altruistas, la natu­ raleza del movimiento expresivo es contraria a eso. Incluso en el contenido ego­ céntrico pone de manifiesto, como si dijéramos, una especie de altruismo: es «tucéntrica»*, afirma Gutzman, tiene siempre inevitablemente carácter social. De la palabra «tuismo», que Vygotski utiliza como antónimo de «ego». Nota del red.

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Pero lo más notable de lo que tiene lugar con la acción y la palabra en el proceso de desarrollo queda aquí a un lado: la aparición del lenguaje egocén­ trico y de la acción tucéntrica, la transformación del procedimiento social de comportamiento en función de adaptación individual, la transformación interna de la acción con ayuda de la palabra, la naturaleza social de todas las funcio­ nes psíquicas superiores, incluida la acción práctica en sus formas superiores. ]\fo es extraño, por tanto, que la acción volitiva se equipare ai afecto, con la diferencia de que conduce a cambios externos, que destruyen el propio afecto. El dominio, como momento interno importante del acto volitivo, queda fuera del campo de vista del investigador. La nueva actitud de la acción hacia la per­ sonalidad, que surge gracias a la palabra y lleva a dominar la acción, esta nueva actitud de quien actúa hacia el mundo exterior, que se descubre en la acción libre, dirigida y guiada por la palabra, todo ello surge no al principio del pro­ ceso de desarrollo y por eso no es tenido absolutamente en cuenta. No obstante, podríamos examinar en toda una cadena de hechos cómo du­ rante el proceso de desarrollo se socializa la acción del niño, cómo la pérdida del lenguaje en la afasia da lugar a que la acción práctica descienda al nivel de una forma zoopsicológica ambiental. Quien no preste atención a esto comprenderá sin remedio equivocada­ mente la naturaleza psicológica, tanto del lenguaje como de la acción, ya que el origen de sus variaciones radica en su entrelazamiento funcional. Quien ig­ nore este hecho fundamental y trate, con el fin de que el esquema de clasifi­ cación de los conceptos sea puro, de presentar el lenguaje y la acción como dos líneas paralelas que nunca se acortan, limitará, quiera o no, la verdadera plenitud de uno y otro concepto, ya que la plenitud de contenido está ence­ rrada ante todo en la conexión entre uno y otro concepto. H. Gutzman limita el lenguaje a las funciones expresivas, a la comunica­ ción de estados internos, a la actividad comunicativa. Y todo el aspecto psico­ lógico individual, toda la actividad transformadora interna de la palabra, los deja simplemente a un lado. Si esta relación paralela e independiente entre la pala­ bra y el acto se mantuviese durante todo el desarrollo, el lenguaje sería impo­ tente para modificar algo en el comportamiento. El aspecto activo de la palabra se excluye de modo mecánico, por eso surge inevitablemente la subestimación de la acción volitiva, de la acción en sus formas superiores: de la acción rela­ cionada con la palabra. Como muestran las investigaciones de los nexos entre la palabra y los actos en la edad infantil y en la afasia, toda la esencia consiste en que el lenguaje eleva a la fase superior la acción que antes no dependía de él. Tanto el desarrollo como la descomposición de las formas superiores de acción lo confirman. En contra de la tesis de Lipmann, para quien la afasia es un caso particular de apraxia, Gutz­ man afirma que los trastornos apráxicos deben ser considerados paralelos a la afa­ sia. No es difícil ver aquí una continuación directa de su idea fundamental sobre la independencia entre la acción y el lenguaje. Pero los datos clínicos hablan en

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contra de semejante punto de vista. Los trastornos de las formas superiores de ac­ ción relacionados con la palabra, la descomposición de las formas superiores y el desgaje de la acción que ello implica y el funcionamiento de esta última según leyes primitivas independientes, en general, el retorno a una organización primi­ tiva de la acción en la afasia y su descenso en principio a otro nivel genético, que hemos podido constatar en todos nuestros experimentos, todo ello prueba que la desintegración patológica de la acción y el lenguaje, lo mismo que su estructura­ ción, no se realizan según dos líneas paralelas que no se cortan. Por cierto, que nos hemos detenido con suficiente detalle en ello cuando hemos expuesto nuestro tema; en esencia, solo a eso estaba dedicado el con­ tenido de nuestro trabajo. La tarea consiste ahora en condensar todo este con­ tenido en una fórmula concisa, que refleje con la mayor exactitud posible lo más esencial de lo hallado por nosotros en nuestras investigaciones clínicas y experimentales de las funciones psíquicas superiores en su desarrollo y des­ composición, en particular en el análisis del intelecto práctico. No podemos detenernos, como se desprende con suficiente claridad de todo lo expuesto hasta ahora, ni en la fórmula evangélica ni en la goethiana, cual­ quiera que fuera la palabra que acentuáramos. Pero no podemos por menos de advertir que todas estas fórmulas, incluida la de Gutzman, exigen obligatoria­ mente una continuación. Hablan de lo que ocurrió al principio. Pero, ¿qué su­ cedió después? El comienzo solo es el comienzo, es decir, el punto de partida del movimiento. El propio proceso de desarrollo incluye obligatoriamente la negación del punto inicial y el movimiento hacia las formas superiores de ac­ ción, que no están al principio, sino al final del camino de desarrollo. ¿Cómo se realiza eso? El intento de responder a la pregunta nos ha llevado a escribir este trabajo. Hemos tratado de mostrar a lo largo de él cómo la palabra, al intelectualizarse y desarrollarse sobre la base de la acción, lleva a esta a un grado superior, la subordina al poder del niño, aplica a la acción el sello de la vo­ i luntad. Pero como queríamos ofrecer en una fórmula breve, presentarlo rodo i en una fase, podríamos decir: si al comienzo del desarrollo está el acto, inde­ I pendientemente de la palabra, al final de él está la palabra, que se convierte en acto. La palabra, que convierte en libre la acción del hombre.

Notas a la edición rusa A 1 El trabajo lo escribió L. S. Vÿtotski en 1930. Se edita por primera vez según el texto del manuscrito. Contiene en forma compendiada una serie de tesis fundamentales de la teoria histórico-cultural de desarrollo de la psique y se correlaciona directamente con tales obras de Vygotski como «Pensamiento y lenguaje», «Historia del desarrollo de las funciones psíquicas su­ periores», «El método instrumental en psicología», etcétera. 2 Stumpf Karl (1848-1936). Véase t. 1, pág. 461. 3 Linno Carlos (1707-1778). Véase t. i, pág. 471. 4 Compárese con el artículo de introducción de Vygotski a la edición rusa del libro de K. Bühler «Ensayo sobre el desarrollo espiritual del niño» (t. 1, págs. 196-209).

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5 Gesell «Arnold (1880-1961). Véase t. 4, pág. 408. 6 Kohler Wolfgang (1887-1967). Véase t. 1, pág. 460. Autor de numerosos trabajos de in­ vestigación de la percepción. Más detalladamente sobre la actitud de Vygotski hacia los trabaios de Kohler, véase: «El instrumento y el signo en el desarrollo del niño», presente tomo; «Pensamiento y lenguaje», t. 2, págs. 89-118; prólogo de Vygotski a laversión rusa del trabajo de Kohler «Investigación del intelecto de los monos antropomorfos» (t. 1, págs. 210-237). 7 Upman Otto (1880-1933). Véase t. 3, pág. 343. 8 Bühler Karl (1879-1963). Véase t. 1, pág. 465; t. 2, pág. 484; t. 4, pág. 407. у Bühler Charlotte (1893-?). Véase t. 4, pág. 405. 10 Bogen Helmut (1893-?). Psicólogo alemán, especialista en psicología infantil. Sobre los tra­ bajos de Lipman y Bollen, véase también: L S. Vygotski, «Ei problema del desarrollo en ia psi­ cología estrucn.]rai», r. 1, pág. 265. 11 Bdsov Mijail Iakovlevich (1893-1931). Psicólogo soviético, desarrolló una de las primeras variantes de la teoría de la actividad en psicología. 12 Hallan Francis (1822-3911). Véase t. I, p. 464. Desarrolló el método de la denominada fotografía colectiva a (popular a comienzos d el siglo XX), cuando en un cuadro se fotografiaban rostros de muchas personas. Como resultado, los rasgos análogos destacaban, los individuales se difuminaban. Halton consideraba este método una buena analogía para ilustrar el mecanismo psicológico de la formación de los conceptos. Véase también L. S. Vygotski, «Sobre los sistemas psicológicos», t. 1, págs. 109-131. 13 Piaget Jean (1896-1980). Véase t. 1, pág. 464; t. 4, pág. 409. Más detalladamente sobre la actitud de Vygotski hacia los trabajos de Piaget, véase: «Pensamiento y lenguaje», t. 2, págs. 2379, así como el prólogo de Vygotski a la edición rusa del libro de Piaget «El lenguaje y el pen­ samiento del niño» (Moscú, 1932). 14 Morozova Natalia Grigórivna (n. 1910). Psicóloga soviética, defectóloga, discípula de L. S. Vygotski. 35 Binet Alfred (1857-1911). Véase t. 1, pág. 462. 16 La presente investigación consrituye el desarrollo de las ideas manifestadas por Vygotski en el artículo «El problema del desarrollo cultural del niño». Rev. Pedología («Pedologuia»), 1928, N.° 1. ,v Sobre el lenguaje egocéntrico, véase: «Pensamienro y lenguaje», r. 2, págs. 5-361. 18 Kohs Samuel Kalman (1890-?). Psicólogo norteamericano, especialista en psicología infan­ til, autor de una serie de textos. Sobre la apreciación que da Vygotski a los trabajos de Kohs, véase también su artículo «Sobre los sistemas psicológicos», t. 1, págs. 109-131. !'; Cueshélina Lía Solomonovna (1892-?). Pedagoga, especialista en instrucción preescolar. 20 Potebniá Alexandr Afanasievich (1835-1891). Véase t. 2, pág. 386; t. 3, pág. 349. Desarro­ lló el problema de la correlación entre el lenguaje y el pensamiento, la doctrina sobre la «forma interna de la palabra», etc. Los trabajos de Potebniá ejercieron gran influencia en Vygotski; véase: «Pensamiento y lenguaje» (t. 2, págs. 5-361), «Psicología del arte» (1968). 21 Sdjarov Liev Solomonovich (?-1928). Véase t. 2, pág. 486. Se trata de su trabajo «Sobre los métodos de investigación de los conceptos» (1930). Sobre la apreciación que da Vygotski a este trabajo de Sájarov, véase también: «Pensamiento y lenguaje», cap. V: Investigación experimental del desarrollo de los conceptos. 22 Kotiélova lidia Vladimirovna (1905-1980). Véase t. 2, pág. 486. 23 Yerkes Roben (1876-1956). Véase t. 2, pág. 485- Más detalladamente la apreciación que da Vygotski a estos trabajos, véase: «Pensamiento y lenguaje», t. 2, págs. 89-118. 24 Stern William (1871-1938). Véase t. 2, pág. 464. Más detalladamente sobre la apreciación que da Vygotski a los trabajos de Stern, véase: «Pensamiento y lenguaje», t. 2, págs. 80-89. 25 Liévina Roza Ievguiénvna (n. 1908). Véase t. 1, pág. 46926 Watson John Broadus (1878-1958). Psicólogo norteamericano, líder del behaviorismo. Se trata de su trabajo «La psicología como ciencia del comportamiento». Sobre la apreciación que da Vygotski a las ideas-de Watson, véase también: «Pensamiento y lenguaje», t. 2, págs. 89-118. Antes de Watson, esta idea la manifestó el filólogo inglés M. Müller.

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27 Head Henry (1861-1940). Véase t. 1, pág. 467. 28 Esta idea de Vygostki la han desarrollado posteriormente sus discípulos, concretamente D. B. Elkonin (1971, págs. 16-25). 29 Claparède Eduard (1873-1940). Véase t. 1, pág. 463; t. 2, pág. 482. 30 Compárense los trabajos de Vygotski: «El problema del desarrollo cultural del niño», «His­ toria de las funciones psíquicas superiores». 31 Volkelt Hans (1886-?). Psicólogo idealista alemán, perteneciente a la escuela de Leipzig. 32 Werner Heinz (1890-,;). Psicólogo alemán, especialista en psicología infantil y en psicolo­ gía de la percepción. 33 Más detalladamente sobre la apreciación de Vygotski, véase su prólogo al trabajo de W. Kohler, «Investigación del intelecto de los monos antropomorfos» (t. 1, págs. 210-237). 34 Iaensch Erik (1883-1940). Véase t. 1, pág. 464. 3:> Kafka Gustav (1883-?). Psicólogo alemán. Se trata de su trabajo (G. Kafka, 1922). 36 Leivin Kurt (1890-1947). Véase t. 1, pág. 465. Sobre la actitud de Vygotski hacia sus tra­ bajos, véase más detalladamente: «El instrumento y el signo en el desarrollo del niño» (presente tomo); «Conferencias sobre psicología»; Conferencia 6. El problema de la voluntad y su desarrollo en la edad infantil (t. 2, págs. 454-465). 37 Koffka Kurt (1886-1941). Véase t. 1, pág. 460. 38 Compárese la conocida fórmula de Vygotski: «Podemos formular la ley genética general del desarrollo cultural de la siguiente forma: en la ley genética del desarrollo cultural del niño toda función aparece en escena dos veces, emdos planos: primero en el social, después en el psicológico, primero entre los hombres, como categoría interpsíquica, después dentro del niño, como categoría intrapsíquica» (t. 3, pág. 145). 39 Manchínskaia Natalia Alexándrovna (n. 1905). Psicóloga soviética, discípula y colabora­ dora de Vygotaski. Posteriormente, especialista en psicología de la enseñanza. 40 Bozhóvich, Lidia Ilínichna (1904-1981). Psicóloga soviética, discípula de Vygotski, espe­ cialista en psicología de la personalidad del niño. 41 Sldvina Lía Solomonovna (n. 1906). Psicóloga soviética, discípula de Vygotski, se ocupa de problemas de psicología especial. 42 Leóntiev Alexiéi Niloláevich (1903-1979). Véase t. 1, pág. 404; t. 2, pág. 483. Partiendo de estas tesis de Vygotski, ha realizado investigaciones experimentales, reflejadas en la mono­ grafía «-Desarrollo de la memoria» (Moscú, 1931). 13 Z.ankov Leo}iid Vladimirovich (1901-1977). Psicólogo soviético, discípulo de Vygotski. Es­ pecialista en psicología de la memoria, de la enseñanza, en defectología. ■|4 Thorndike Edward (1874-1949). Véase r. 1, pág. 461; r. 2, pág. 485; r. 5, pág. 34543 Se trata de la escena de «Fausto» de Goethe (p. 1, escena «Despacho de Fausto»), donde Fausto pone en duda la máxima bíblica «Primero fue la palabra» y la sustituye por «Primero fue el acto». Véase también: «Pensamiento y lenguaje», t. 2, págs. 295-361. 46 Gutzman Herman Albert Karl (1865-1922). Psicólogo alemán, especialista en psicología del lenguaje. 47 Lipmann Hugo (1863-1925). Psiquiatra alemán. Su doctrina sobre las apraxias está ex­ puesta en; «Drei Aufsátze aus dem Apraxiegebiet», Berlín, 1908. Desarrolló también el problema de las alucinaciones visuales, estudió la afasia.

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Doctrina de las emociones

Investigación histórico-psicológica1

i El autor de la famosa teoría de las emociones K. G. Lange2 considera a Spi­ noza uno de quienes su teoría precedió a la teoría orgánica de las emociones. Esta teoría la desarrollaron, como es sabido, casi simultáneamente dos investi­ gadores, independientemente uno de otro: Lange en 1865 y W. James en 18843. Según expresión de J. W. Goethe, ciertas ideas maduran en una época deter­ minada, lo mismo que los frutos caen simultáneamente en distintos huertos. «No sé -dice Lange- si se demostró alguna vez una teoría de las emo­ ciones semejante en la psicología científica; por lo menos, no he encontrado ninguna indicación en este sentido. Quizá sea Spinoza quien más se haya aproximado a semejante punto de vista cuando considera que las manifesta­ ciones corporales de las emociones no solo no dependen de movimientos es­ pirituales, sino que las sitúa junto a ellas, colocándolas incluso casi en el mismo plano» (1896, pág. 89). Lange se refiere a la conocida definición del afecto en la doctrina de Spinoza. «Entiendo por afectos -dice Spinoza- los estados del cuerpo que incrementan o reducen la capacidad de actuar del pro­ pio cuerpo, la favorecen o la reducen, y al mismo tiempo las ideas de estos estados» (1933, pág. 82). G. Dumas'1, al analizar la génesis de la teoría orgánica de las emociones, tal y como la formula Lange, señala su seria discrepancia con los evolucionistas, concretamente con Ch. Darwin5 y H. Spencer6 y «cierta clase de reacción an­ tiinglesa en las opiniones de Lange» (cita del libro: G. Lange, 1896, cap. XI). En efecto, Lange reprocha a Darwin y en general a los partidarios de la teoría evolucionista el haber deformado la cuestión relativa al estado afectivo, que en ellos el aspecto histórico prevalece sobre el mecanicista y el fisiológico. Dice: «En general, es dudoso que haya que aplaudir como un feliz acontecimiento la brusca orientación evolucionista que bajo la influencia de las investigaciones de Darwin ha tomado la psicología contemporánea, en particular la inglesa; con­ sidero que probablemente no se debe aplaudir. Por lo menos, tratándose de la psicología de los afectos, ya que en ella la corriente evolucionista ha dado lugar a que se menosprecie por el análisis especialmente fisiológico, a través de ellos se ha obligado a la psicología a abandonar el único camino verdadero por el que habían tratado de llevarla los psicólogos, y que de haberlo seguido habrían logrado su objetivo, si en su tiempo hubieran sido conocidos fenómenos tan importantes como las funciones vasomotoras» (ibidem, pág. 85).

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Para comprender correctamente la propia esencia de la teoría orgánica de las emociones, el hecho que acabamos de señalar tiene grandísima importan­ cia. Posteriormente servirá de punto de apoyo a nuestro análisis crítico, cuya tarea consiste en descubrir todo el antihistoricismo de esta teoría. Ahora, este hecho nos interesa por otro motivo. Aclara bien desde el aspecto negativo no solo los precursores ideológicos de la teoría orgánica de las emociones, sino que muestra también con qué corrientes del pensamiento filosófico y cientí­ fico tiene afinidad espiritual y con cuáles se enfrenta abiertamente. «Se remite más gustosamente —dice Dumas, refiriéndose a Lange—a los par­ tidarios franceses de la concepción mecanicista del mundo, de los que de hecho es su discípulo tardío. La descomposición de la alegría y la tristeza en fenó­ menos motores y psíquicos, la supresión de las esencias ilusorias de fuerzas con­ fusamente determinadas, todo es ha sido hecho según las tradiciones de N. Malebranche7 y Spinoza» (ibidem, pág. XII). E. Titchener8 constata que «sería completamente erróneo -y para James y Lange eso constituiría un pequeño cumplido- suponer que esta teoría representa algo totalmente nuevo» (1914, pág. 163). Las definiciones sobre los componentes orgánicos de las emociones en la realidad son tan viejas como la psicología sistemática. Titchener las busca comenzando por Aristóteles y terminando por H. Lotze9 (H. Lotze, 1852, S. 518) y H. Mandsley10, es decir, por los contemporáneos de Lange y James. Al bus­ car lo más o menos cercano a la teoría orgánica de las emociones, Titchener no destaca una determinada corriente del pensamiento filosófico o científico, incluida la filosofía de Spinoza, en calidad de principal precursor histórico de la teoría en cuestión. Señala, sin embargo, que en Spinoza figuran definicio­ nes en ese mismo sentido v se remite en este caso a la definición de afecto, arriba citada, dada en la «Etica» (Spinoza, 1933, pág. 82). El propio James no se da cuenta, en verdad, como hace Lange, de la afi­ nidad histórica o ideológica entre su teoría y la doctrina de las pasiones de Spinoza. Por el contrario, James se inclina, en contra de la opinión de Tit­ chener y casi en contra de la opinión universal establecida en la psicología cien­ tífica, a considerar su teoría como algo absolutamente nuevo, como una criatura sin abuelos, y contraponerla a todas las investigaciones sobre las emociones de carácter puramente descriptivo, dondequiera que figuren -e n las novelas, en las obras de filosofía clásicas o en los cursos de psicología—. Según palabras de James, esta literatura puramente descriptiva, desde Descartes hasta nuestros días, constituye el apartado más aburrido de la psicología. Es más, al estudiarlo, se da uno cuenta de que la división de las emociones que se ofrece a los psi­ cólogos es en la mayoría de los casos una simple ficción o muy fútil. Si el propio James, por consiguiente, no se inclina a ver una relación de sucesión entre la teoría de las pasiones de Spinoza a la teoría orgánica de las emociones desarrollada por él, otros lo hacen en su lugar. No nos referimos a los autorizados testimonios de Lange, Dumas y Titchener, que hemos apor­ tado más arriba, que, de hecho, dedican sus afirmaciones en igual medida a la

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teoría de James que a la de Lange. Estas dos teorías representan una misma teoría, por lo menos desde el punto de vista de su composición ideológica bá­ sica, que solo pueden interesarnos cuando se trate de esclarecer la génesis de cualquiera de ellas; las divergencias entre ambas se refieren, como es sabido, a mecanismos fisiológicos más pormenorizados, determinantes de la aparición de las emociones; en eso centraremos en adelante nuestro análisis crítico. Para terminar con el análisis de la tesis que hemos lanzado de que la doc­ trina de Spinoza sobre las pasiones se suele relacionar con la teoría de James y Lange, nos remitiremos únicamente a la circunstancia y convincente inves­ tigación de J. Sergi11, a cuyos resultados habremos de recurrir en adelante. En su observación sobre el nacimiento de la teoría orgánica de las emociones, Sergi se detiene en el punto crítico de ella, concretamente en que en el desarrollo lógico consecuente de la mencionada doctrina las emociones se reducen a la sensación confusa, no diferenciada, global de un estado orgánico general. La consecuencia de ello es que ya no existen ni pasiones ni emociones, sino úni­ camente sensaciones. Este resultado a que llega la teoría orgánica en su punto crítico, según palabras del investigador, aterroriza a James hasta tal punto que le obliga a ir a parar a la teoría de Spinoza. Señalemos de paso que Sergi llega en general respecto al verdadero origen de la teoría de las emociones a con­ clusiones que divergen seriamente de los puntos de vista universalmente ad­ mitidos que hemos mencionado más arriba. En lo sucesivo tendremos que recurrir aún a estas conclusiones y apoyarnos en ellas para esclarecer algunas cuestiones importantes relacionadas con el problema fundamental de nuestra investigación. Ahora, esta circunstancia nos interesa tan solo en la medida en que refuerza la «objetividad y la imparcialidad» de la tesis aducida más arriba sobre la naturaleza spinozisra de la teoría de james. No continuaremos enumerando diferentes puntos de vista sobre esta cues­ tión, además no hay necesidad de hacerlo. Lodos ellos, aunque se diferencian unos de otros en matices de los pensamientos, coinciden en el tono funda­ mental de las afirmaciones. Vistos en su totalidad no se puede por menos de señalar que todos ellos representan la opinión arraigada con suficiente firmeza en la psicología actual, opinión que, según el proverbio francés, cuanto más varía en manifestaciones aisladas, más fiel a sí misma permanece. Incluso aun­ que esa opinión no resulte al estudiarla de cerca más que un equívoco o un prejuicio, nos veríamos obligados, sin embargo, a comenzar por investigar esa tesis, ya que la lucha que se ha desarrollado ante nuestros ojos alrededor de la teoría de James y Lange nos sitúa directamente en el mismo centro del pro­ blema que nos interesa. Aquí, según la opinión generalizada, tiene lugar algo no solo de gran importancia para todo el destino de la psicología de las emo­ ciones, sino algo relacionado directamente con la doctrina de Spinoza sobre las pasiones. Incluso, aunque esta relación esté de acuerdo con la opinión gene­ ral, deformada, tras ella, a pesar de que se trate de un prejuicio, se ocultarán determinados hilos objetivos que unan la doctrina de Spinoza con la lucha ac-

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tuai y con la reestructuración que se está llevando a cabo en uno de los capítulos fundamentales de la psicología científica de nuestros días. Por eso, si queremos in­ vestigar el destino de la doctrina spinozista de las pasiones en el seno del tejido vivo del saber científico actual debemos comenzar por esclarecer sus relaciones con las ideas de Lange y de James sobre la naturaleza de las emociones humanas.

2 Pero antes hemos de detenernos en el contenido de la propia teoría de lamesLange e investigar qué encierra de verdadero y de erróneo desde el punto de vista de la severa comprobación por parte del pensamiento teórico y de los he­ chos a que se ha visto sometida desde el momento de sus primeras formulacio­ nes hasta nuestros días. Es verdad que la teoría empírica creada hace más de medio siglo ha llegado viva hasta nuestros días, a pesar de la estructura crítica a que se ha visto sometida desde diferentes lados. Es verdad también que hasta ahora cons­ tituye aún un centro viviente, alrededor del cual, lo mismo que alrededor del eje principal, se está produciendo ahora un'giro en la doctrina psicológica de la na­ turaleza del sentimiento humano. Asistimos, al parecer, al último acto del desen­ lace de todo el drama científico, el nudo del cual se remonta a los años 84-85 del siglo pasado. Asistimos al esclarecimiento definitivo de la sentencia histórica de esta teoría y a la resolución del destino histórico de toda una corriente del pensamiento psicológico, que no solo ha sido la principal de la psicología en el pasado, sino que está ligada directamente también con la determinación de los futuros caminos de desarrollo de este capítulo de la psicología científica. Es verdad que hasta ahora se acostumbra a pensar que esta teoría lia supe­ rado honrosamente durante medio siglo una ininterrumpida verificación cientí­ fica y se mantiene firme como fundamento inconmovible de la doctrina psicológica actual de los sentimientos del hombre. Por lo menos, así se expone la cuestión en la mayoría de los cursos de psicología. Pero no solo la psicología escolar, adaptada a las necesidades de la enseñanza, se mantiene firme en esta teoría, que, al parecer, solo espera ser eliminada, sino que también los represen­ tantes de las novísimas corrientes psicológicas intentan con frecuencia renovar esta tesis que no envejece a sus ojos y presentarla como el reflejo más adecuado de la naturaleza objetiva de las emociones. En cualquier caso, en muchas de las va­ riedades de la psicología norteamericana del comportamiento, de la psicología objetiva rusa y en algunas corrientes de la psicología soviética, esta teoría es con­ siderada como probablemente la única construcción teórica completa y válida apta para ser trasladada íntegramente de la vieja psicología a la nueva. Es digno de señalar que en las corrientes más extremas de la psicología ob­ jetiva actual, este capítulo se copia o se reproduce de las palabras de Lange y de James. A los actuales reformadores de la psicología les impone fundamentalmente por dos circunstancias. La primera, que ha asegurado a esta teoría su predomi-

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nio exclusivo a lo largo de medio siglo, guarda relación con el carácter de su ex­ posición. «La teoría de James-Lange -señala mordazmente Titchener- debe in­ dudablemente en gran parte su difusión entre los psicólogos de habla inglesa al carácter de su exposición. La exposición del movimiento emocional en los ma­ nuales de psicología tenía un carácter demasiado académico, demasiado conven­ cional, mientras que James nos ofreció material virgen, nos condujo a la fuente de la sensación real» (1914, págs. I62-163). En efecto, esta teoría es probable­ mente la única que resuelve satisfactoriamente con una coherencia plenamente lógica, que llega a lo paradójico, la cuestión relativa a la naturaleza de las emo­ ciones con tan patente sencillez, con tal convicción, con tal abundancia de de­ mostraciones que se ven confirmadas diariamente y que están al alcance de cualquiera, que se tiene involuntariamente la ilusión de veracidad y de irrebatibilidad de esa teoría, y no solo los lectores, sino también los investigadores ol­ vidan o no se dan cuenta que sus iniciadores, según la acertada observación de E Bard12, no la confirmaron con ninguna demostración experimental, sino que la basaron exclusivamente en argumentos y análisis especulativos. La segunda circunstancia, que convirtió en partidarios de esta teoría a los más radicales reformistas de la psicología actual, consiste en lo siguiente: al ex­ plicar las emociones, la mencionada teoría sitúa en primer plano su fundamento orgánico, y por eso la impone como una concepción estrictamente fisiológica, objetiva, incluso como la única concepción materialista de las emociones y las sensaciones. Aquí vuelve a surgir una sorprendente ilusión, que persiste con asombrosa obstinación, a pesar de que el propio James se preocupó desde el primer momento de explicar su teoría como una teoría no relacionada directa­ mente con el materialismo. «Mi punto de vista -escribía James, refiriéndose a su teoría—no puede denominarse materialista. En ella no hay ni más ni menos materialismo que en cualquier concepción que considere que nuestras emocio­ nes están condicionadas por procesos nerviosos» (1902, pág. 313). Por eso con­ sideraba incongruente refutar la teoría propuesta alegando que conduce a una interpretación materialista rastrera de los fenómenos emocionales. Sin embargo, eso resultó insuficiente para comprender que es igual de incongruente defender esta teoría basándose en su explicación materialista del sentimiento del hombre. La fuerza de esta doble ilusión resultó tan grande que hasta ahora se piensa que la teoría orgánica de las emociones ha superado honrosamente la ininte­ rrumpida verificación científica y se mantiene firme como inconmovible fun­ damento de la doctrina psicológica actual de los sentimientos del hombre. Desde el momento de su aparición, sus autores la contraponían orgullosamente a todo lo que se denominaba hasta entonces doctrina de las emociones. Ya hemos recordado cómo valoraba James todo el período precedente a esta doctrina: a todo lo largo de su historia no encuentra James «ningún principio rector fecundo, ningún punto de vista fundamental» (ibidem, pág. 307). (Se­ ñalemos entre paréntesis: eso, después de que Spinoza hubiera desarrollado su admirable doctrina de las pasiones, donde ofrece un principio rector, fecundo

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no solo para el presence, sino también para el futuro de nuestra ciencia. Es di­ fícil asegurarse mayor ceguera histórica y teórica que la que manifiesta James en el presente caso. Su causa la descubriremos más adelante.) «Las emociones se diferencian y matizan -continúa James- hasta el infinito, pero en ellas no encontrarán ustedes ninguna generalización lógica» (ibidem). No es menos severa la sentencia que pronuncia Lange. «Ya desde los tiem­ pos de Aristóteles disponemos de una literatura casi infinita sobre la influen­ cia de los afectos en el cuerpo, pero en lo que respecta a la naturaleza de las emociones, los datos acumulados a lo largo de siglos no han proporcionado resultados verdaderamente científicos, porque en esencia sobre esta cuestión no se dispone más que de notas... De hecho, cabe afirmar sin ninguna exagera­ ción que científicamente no comprendemos indudablemente nada en las emo­ ciones, que no tenemos ni siquiera la sombra de una teoría cualquiera sobre la naturaleza de las emociones en general y sobre cada una de ellas en parti­ cular» (1896, pág. 19). Todo lo que sabemos acerca de las emociones se basa, según opinión de Lange, en impresiones confusas que carecen de toda base científica. Algunas afirmaciones sobre la naturaleza de las emociones han re­ sultado casualmente acertadas, pero incluso es difícil relacionar con ellas una idea real cualquiera sobre el objeto. En una investigación histórica semejante a la nuestra, dedicada a analizar el pasado y el futuro del desarrollo de la doctrina de las pasiones y a estudiarlo a la luz de los conocimientos científicos actuales no podemos por menos de recordar que Lange y James repiten casi literalmente a Descartes, que hace trescientos años decía lo mismo acerca de la historia precedente de esta doctrina. Decía: «En nin­ gún otro sitio se puede ver con tanta claridad corno en la interpretación de las pasiones los enormes defectos de las ciencias que nos han transmitido los anti­ guos» (1914, pág. 127). Las doctrinas de los antiguos sobre las pasiones le pare­ cían tan pobres y en su mayor parte hasta tal punto vacilantes, que se vio «obligado a abandonar por completo los caminos corrientes para aproximarse a la verdad con cierta seguridad. Me veo obligado por eso -decía- a escribir como si se tra­ tase de un tema que antes no hubiera tocado nadie» (ibidem, pág. 127). Y, sin embargo, una simple nota histórica, que aporta con razón Titchener, muestra claramente que tanto el problema de Descartes como el de James-Lange los conocía ya Aristóteles y no le eran ajenos. Según el pensamiento de Aristó­ teles, el representante de la filosofía especulativa dice que la ira es la tendencia a la venganza o algo parecido. El representante de la filosofía naturalista dice que la ira es la ebullición de la sangre que rodea el corazón. ¿Quién de ellos es el verdadero filósofo? Aristóteles responde que el verdadero filósofo es el que une estos dos principios. Esta coincidencia no nos parece casual, pero su ver­ dadero significado se nos revela durante el curso ulterior de la investigación. Por muy equivocados que estuvieran los autores de la teoría orgánica res­ pecto a la novedad de su idea, esa equivocación conservó para sus seguidores hasta nuestros días el significado de una verdad indiscutible y genuina.

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Ya en nuestros días, К. Dunlap13, al hacer el resumen de cincuenta años de existencia de esta doctrina, afirma: no solo ha enraizado tan firmemente en el pensamiento científico, que prácticamente constituye en la actualidad la base para el estudio de la vida emocional, sino que ha dado lugar a que se desarro­ lle la hipótesis de la reacción o de la respuesta como el fundamento de toda la vida espiritual en su conjunto (en: W. B. Cannon, 1927, págs. 106-124). Se hace eco de él R. Perry14: esta famosa doctrina está tan consolidada con de­ mostraciones y tan confirmada por la experiencia, que es imposible negar la cer­ teza de su esencia. A pesar de las refutaciones tan escrupulosamente elaboradas, no muestra rasgo alguno de envejecimiento (en: W. B. Cannon, 1927, pág. 106). Pero digamos desde el principio: la teoría de James-Lange deberá ser reco­ nocida en la doctrina de las pasiones más bien como una equivocación que como una verdad. Con esto hemos manifestado de antemano la idea princi­ pal, la tesis fundamental del presente capítulo de nuestra investigación. Exa­ minemos más de cerca el fundamento de este pensamiento. La ilusión de la invulnerabilidad y de la impenetrabilidad crítica de la teo­ ría de James-Lange, igual que toda ilusión, es perjudicial en primer lugar por­ que no permite ver las cosas tal y como son. Una excelente demostración de ello lo constituye el hecho de que una serie de nuevas investigaciones, que tras un análisis objetivo y atento representan un golpe demoledor a la teoría de que nos estamos ocupando, constituye para los seguidores de ella una nueva demostración de su fuerza. Puede servir de ejemplo de semejante equivocación el destino de los primeros trabajos experimentales de W. B. Cannon15, que llevó a cabo un estudio experimental sistemático del problema de los cambios or­ gánicos que se producen durante los estadios emocionales. Sus investigaciones, traducidas al ruso11’, contienen de hecho una critica mortífera de la teoría or­ gánica de las emociones. Sin embargo, nuestro pensamiento científico las tomó y comprendió como una demostración completamente indiscutible de su razón. En el prólogo de B. M. Zavadovski17 a la traducción rusa de estas investi­ gaciones se afirma rotundamente que los pensamientos de James sobre la natu­ raleza de las emociones adoptan ante nosotros las formas reales y concretas de un experimento biológico (en: W. B. Cannon, 1927, pág. 3). Esta afirmación la refuerza la referencia al carácter revolucionario de las ideas de James, que pone de relieve las raíces puramente fisiológicas de los estados psíquicos. Este pensa­ miento general, indiscutible para todo biólogo que no considere la actividad psí­ quica sin su base material, se convierte en el denominador común que, gracias a la ilusión que hemos recordado más de una vez, permite identificar las ideas de James y los hechos presentados por Cannon, a pesar de que se hallan en irre­ conciliable contradicción. El propio Cannon muestra claramente que Zavadovski no está solo en su equivocación al valorar el significado de sus trabajos experi­ mentales. Su error lo comparten todos los que compartieron con él su ilusión. Según palabras de Cannon, los diversos cambios (estudiados detalladamente por éi) que tienen lugar en Iris órganos internos a consecuencia de una gran

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excitación fueron interpretados como confirmantes de la teoría de James-Lange. Pero a tenor de los hechos que ofrecen estas investigaciones debería estar claro que semejante interpretación es falsa. ¿Qué es lo que demostraron las investi­ gaciones de Cannon? Si nos detenemos en su resultado más importante y fundamental, que es el único que puede interesarnos en la presente investigación, hemos de decir lo siguiente: pusieron de manifiesto experimentalmente que el dolor, el ham­ bre y las emociones fuertes como el miedo y la ira provocan en el organismo profundos cambios corporales. Estos cambios se distinguen por su naturaleza reflectora y representan una reacción orgánica típica, que se revela gracias al automatismo heredado; por consiguiente, estos cambios descubren un carácter biológico racional. Como muestran las investigaciones de Cannon, los cambios corporales du­ rante la excitación, provocados por la elevada secreción de adrenalina por las glándulas suprarrenales, son análogos a los que provoca la inyección de adre­ nalina. La drenalina provoca una mayor descomposición de los hidratos de car­ bono y aumenta el contenido de azúcar en la sangre. Favorece el aflujo de sangre al corazón, a los pulmones, al sistema 'nervioso central y a las extremidades y su reflujo de los órganos inhibidos de la cavidad abdominal. La adrenalina eli­ mina rápidamente la fatiga corporal y eleva la coagulación de la sangre. Esos son los cambios principales que se observan en los casos de una fuerte excita­ ción, relacionados con el estado de hambre, el dolor y una intensa emoción. Su fundamento radica en la secreción interna de las glándulas suprarrenales. Todos estos cambios manifiestan, como ya hemos dicho, una dependencia in­ terna y una concatenación mutua, todos ellos en su conjunto manifiestan de forma inequívoca su significado racional de adaptación. W. Cannon descubre paso a paso en su investigación el significado del mayor contenido de azúcar en la sangre como fuente de energía muscular; el significado del mayor contenido de adrenalina en la sangre como contraveneno de la fatiga muscular; el significado del cambio del aporte sanguíneo a los ór­ ganos bajo la influencia de la adrenalina como circunstancia favorecedora de una mayor tensión muscular; análogo es el significado de los cambios de las funciones respiratorias; el significado racional de la coagulación acelerada de la sangre, que evita la pérdida de sangre. La claye de la explicación del significado biológico de todos estos fenóme­ nos la ve con razón Cannon en un viejo pensamiento, que últimamente ha vuelto a manifestar McDougall18 sobre la interrelación entre el instinto de huir y la emoción del miedo y entre el instinto de pelear y la emoción de la rabia. En condiciones naturales, a las emociones de miedo y de ira le puede seguir una intensificación de la actividad del organismo (por ejemplo, la huida o la riña), que exige una tensión prolongada e intensa de un gran grupo de múscu­ los. Por eso, parece muy probable que el aumento de secreción de adrenalina, como resultado de la influencia refleja del dolor o de intensas emociones, 110

pueda desempeñar el papel de factor dinamógeno en la producción del trabajo muscular. Si es verdad, como lo establece experimentalmente Cannon, que el trabajo muscular se realiza fundamentalmente a costa de la energía del azúcar y que en un intenso trabajo muscular es capaz de reducir notablemente la can­ tidad del glucógeno de reserva y del azúcar en circulación, es necesario admi­ tir que el incremento del contenido de azúcar en la sangre que compaña a las emociones intensas y al dolor aumentará notablemente la capacidad de los mús­ culos de realizar un trabajo prolongado. Las investigaciones ulteriores mostraron que la adrenalina que va a parar libremente a la sangre influye notablemente en la rápida recuperación de los músculos fatigados carentes de una excitación inicial y de la posibilidad de reaccionar con rapidez, análogamente a los músculos frescos, y con ello inten­ sifica la influencia del sistema nervioso en los músculos, favoreciendo su má­ ximo trabajo. El mismo fin tienen, al parecer, el aporte sanguíneo a los órganos y los cambios respiratorios; la imperiosa necesidad de atacar o huir exige el abundante abastecimiento de oxígeno a los músculos que trabajan y la rápida eliminación del cuerpo del ácido carbónico usado. Finalmente, la convenien­ cia de la pronta coagulación de la sangre puede también considerarse, proba­ blemente, como un proceso útil para el organismo. Generalizando estos datos, Cannon propone considerar todas las reaccio­ nes del organismo provocadas por una excitación volitiva y emocional como reacciones instintivas protectoras, que surgen naturalmente. Estas reacciones pueden ser interpretadas con razón como una preparación para la intensa ten­ sión que puede serle necesaria al organismo. Por tanto, dice Cannon, desde este punto de vista general, los cambios corporales que acompañan a estados emocionales fuertes pueden servir de preparación orgánica a la lucha inminente y a los posibles daños y condicionan naturalmente las reacciones que el dolor puede provocar por sí mismo. Si quisiéramos resumir brevemente el significado general de los hechos en­ contrados por Cannon habríamos de estar de acuerdo con su indicación sobre la acción dinamógena de las excitaciones emocionales como el momento prin­ cipal. Aquí Cannon sigue a Ch. Sherrington19, que señaló con mayor energía que cualquier otro esta faceta de los procesos emocionales. Las emociones, dice, se adueñan de nosotros desde el comienzo de la vida en la Tierra y su cre­ ciente intensidad se convierte en el estímulo soberano de un fuerte movi­ miento. Cada cambio corporal que se produce en los órganos internos -la interrupción de procesos digestivos (en ese caso se libera una reserva de ener­ gía que pueden utilizar otros órganos), el reflujo de sangre de los órganos in­ ternos cuya actividad se ha reducido hacia los órganos que participan directamente en la tensión muscular (pulmones, corazón, sistema nervioso cen­ tral); la intensificación de las contracciones cardíacas; la rápida desaparición de la fatiga muscular; la movilización de las grandes reservas de azúcar, que con­ tiene energía-, cada uno de estos cambios internos opera un beneficio directo 111

al fortalecer el organismo durante el enorme consumo de energía que provoca el miedo, el dolor o la rabia (véase: R. Krid y otros, 1935). Por este motivo, es muy importante la circunstancia de que en el período de una fuerte excitación se experimenta con frecuencia una potencia colosal. Esta sensación surge de repente y eleva al individuo a un nivel más alto de activi­ dad. En las emociones fuertes la excitación y la sensación de fuerza se funden, liberando con ello la energía de reserva, ignorada hasta ese momento, y ha­ ciéndole a uno consciente de las inolvidables sensaciones de un posible triunfo. Antes de ocuparnos de analizar teóricamente y valorar estos principios, al parecer, indudables, no podemos no retornar al problema principal de nuestra investigación, que está siempre presente en cada página de nuestros razona­ mientos: a la doctrina de Spinoza de las pasiones. Solo el camino algo insó­ lito y singular que hemos elegido para la investigación y que se desprende obligatoriamente de la propia esencia del problema que hemos planteado ha condicionado que una impresión superficial pueda dar la sensación de que nos hemos apartado de la resolución del problema principal. El estudio de la doc­ trina de Spinoza de las pasiones a la luz de la psiconeurología actual no puede realmente dejar de ser en igual medida'la revisión del estado actual de la na­ turaleza de las emociones a la luz de la doctrina de Spinoza de las pasiones,' así es que podríamos titular con el mismo derecho nuestra investigación con estas últimas palabras. Por eso, no podemos no recurrir a este primer principio fáctico que hemos obtenido de manos de la primera investigación experimental de las emociones para ligarlo con la correspondiente idea de Spinoza, que constituye el punto de partida de toda su doctrina de las pasiones. Si recordamos la definición de los afectos dada en la «Ética», que hemos citado más arriba, no podemos no ver que la demostración experimental de la influencia dinamógena de las emo­ ciones, que eleva al individuo a un nivel más alto de actividad, es al mismo tiempo también la demostración empírica del pensamiento de Spinoza, para quien los afectos son un estado del cuerpo que aumentan o disminuyen la ca­ pacidad de actuar del propio cuerpo, favoreciéndola o limitándola y al mismo tiempo las ideas de estos estados. Pero, como hemos recordado más arriba, precisamente esta definición de Spinoza la cita Lange como lo que aproxima la doctrina de Spinoza de las pa­ siones а Ц teoría orgánica de las emociones. Por eso es fácil deducir que la confirmación empírica de las ideas de Spinoza es al mismo tiempo la demos­ tración experimental en favor de la teoría de James-Lange. Así es como fue­ ron consideradas inicialmente estas investigaciones. Y, en efecto, a primera vista, un estudio superficial puede dar la sensación de que esta teoría se ve jus­ tificada plenamente en las investigaciones experimentales de Cannon y celebra su gran triunfo. Las serias variaciones orgánicas expuestas por Lange y James como fuente de los procesos emocionales, basándose en la observación coti­ diana, el análisis introspectivo y las teorías puramente especulativas resultaron

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no solo un hecho completamente real, sino que ahora nos parece que va mucho más lejos, abarca mucho más y es más trascendental para el cambio general de la actividad vital, es mucho más radical y fundamental de lo que podría su­ poner el más audaz pensamiento de los fundadores de esta doctrina. Pero ahora, si queremos mantenemos fieles al espíritu de la investigación crítica que rige permanentemente nuestro pensamiento, hemos de preguntar­ nos: ¿no volvemos a caer en una ilusión histórica, que perfila en un círculo vi­ cioso la famosa paradoja de la naturaleza limitada de las emociones y al confirmar su gran triunfo, que comparte con la victoria del pensamiento spinociano, no tomamos con ello la equivocación por verdad?

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Si enfocamos más atentamente el hecho que acabamos de describir nos da­ remos cuenta inmediatamente de que junto con la aparente confirmación de la teoría orgánica de las emociones encierra conclusiones que no hablan en ab­ soluto en su favor. Para descubrirlas, debemos pasar del análisis absoluto de este hecho al análisis relativo del mismo. De por sí, el hecho plantea sin duda alguna la tesis de que emociones fuertes como el miedo y la rabia van acom­ pañadas de profundísimos cambios orgánicos. Pero la esencia de la cuestión no estriba en esta tesis considerada por sí misma. Es difícil que a nadie le ofrezca serias dudas incluso antes de los experimentos de Cannon. Estos descubrieron el mecanismo fisiológico, la estructura y el significado biológico de tales reac­ ciones orgánicas. Pero no han añadido ni siquiera una jota a la autenticidad del propio hecho de la existencia de estos cambios. El quid de la cuestión consiste, por consiguiente, no en la existencia de estos cambios durante las emociones, sino en la actitud de estos cambios cor­ porales hacia el contenido psíquico y la estructura de las emociones, por un lado, y a su significado funcional, por otro. También la teoría clásica de las emociones, contra la cual se manifestaron Lange y james, consideraba un mo­ mento inalienable de todo proceso emocional la expresión corporal de las emo­ ciones. La nueva teoría consideró estas reacciones como fluente de las emociones. Todo lo paradójico de la nueva teoría en comparación con la clá­ sica consistía, como es sabido, en que presentó como causa de las emociones lo que antes se consideraba consecuencia suya. Eso no solo lo reconocían per­ fectamente los autores de la nueva teoría, sino que fue eso precisamente lo que adoptaron como centro de ella en calidad de idea principal y dominante. C. G. Lange, al definir el problema principal, reconoce claramente que plan­ tea la cuestión al revés (patas arriba). Como resultado de su investigación llega a la misma pregunta que hemos hecho más arriba como el punto central que separa las teorías clásica y orgánica de las emociones. «Ante nosotros —dice-, se plantea ahora una cuestión de gran interés en el aspecto psicofisiológico y

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que al mismo tiempo constituye el punto central de nuestra investigación: la cuestión de la naturaleza de las relaciones existentes entre las mociones y los fenómenos físicos que las acompañan. Generalmente se emplean expresiones como: fenómenos fisiológicos provocados por las emociones o fenómenos fi­ siológicos que acompañan a las emociones...» (1896, pág. 54). Sin embargo, la cuestión de las relaciones entre la emoción como tal y los fenómenos fisio­ lógicos concomitantes no se planteó con suficiente claridad. «Es extraño -dice Lange- que hasta ahora esta relación no se haya deter­ minado con exactitud. No sé de ninguna investigación que haya tratado de es­ clarecer su verdadera naturaleza... No obstante, a pesar de esta falta de claridad, hemos de decir que la psicología científica también comparte la teoría de que las emociones provocan y condicionan los fenómenos corporales que las acom­ pañan. No se plantea la pregunta de en qué consiste propiamente la particu­ laridad de las emociones de poder ejercer tal poder sobre el hombre» (ibidem, págs. 54-55). Lange critica la teoría clásica de las emociones, según la cual «las emociones son la esencia, los seres, las fuerzas, los demonios que se adueñan del hombre y provocan en él fenómenos físicos y mentales» (ibidem). La in­ consistencia de la teoría tradicional de las emociones, según la cual «cualquier acontecimiento al que sigue una emoción provoca primero de modo inmediato una acción puramente psíquica, etcétera, en cuanto a las manifestaciones cor­ porales de la emoción, constituyen únicamente fenómenos secundarios, que, aunque constantemente presentes, de por sí carecen por completo de impor­ tancia» (ibidem, págs. 55-56), la formula Lange en dos puntos fundamentales. La teoría tradicional le parece tan superficial como, en general, todas las hi­ pótesis metafísicas. Sin verse constreñidas por los experimentos, visten los pro­ cesos psíquicos con todo tipo de propiedades y fuerzas y estos últimos prestan siempre los servicios que precisamente se exige de ellos. ¿Puede explicar el te­ rror psíquico por qué se palidece, se tiembla, etc.? No tiene importancia si esto no se comprende. Se puede encontrar una explicación sin comprenderlo. De este modo, se han acostumbrado a tranquilizarse. El segundo punto de ataque a esta teoría consiste para Lange en la tesis de que «el sentimiento no puede existir sin sus manifestaciones físicas. Destruyan en un hombre asustado todos los síntomas físicos de terror, hagan que su pulso lata con tranquilidad, devuélvanle su mirada firme, el color sano de su tez, hagan que,sus movimientos sean rápidos y seguros, su habla potente y sus pen­ samientos claros, ¿qué quedará entonces de su terror?» (ibidem, pág. 57). Por eso, a Lange no le queda más que admitir que las manifestaciones corporales de las emociones pueden realizarse según un camino puramente físico y que la hipótesis psíquica resulta supérflua. En la formulación positiva de su teoría trata Lange de agrupar en una fuente común todos los cambios fisiológicos en las emociones y establecer con ello una conexión mutua entre estos fenómenos, simplificando en alto grado el conjunto de toda la relación y facilitando también su interpretación fisiológica, que re-

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sultaría difícil si tuviéramos que aceptar el origen inicial directo para cada uno de estos fenómenos. La fuente común, que une todos los cambios fisiológicos, Ja ve Lange en los cambios funcionales generales del sistema vasomotor. En la formulación clásica de su idea principal plantea Lange la reacción va­ somotora como la fuente y la base esencialísima del proceso emocional. Dice: «La vida vasomotora estriba en nuestras alegrías y tristezas, en nuestros días fe­ lices y desgraciados. Si las impresiones que perciben nuestros órganos externos de los sentidos no poseyesen la facultad de despertar su actividad, nuestra vida transcurriría como la de unos espectadores indiferentes e impasibles; todas las impresiones del mundo exterior enriquecerían únicamente nuestra experiencia, aumentarían el caudal de nuestros conocimientos, sin despertar en nosotros ni alegría ni ira, sin causarnos ni pena ni terror» (ibidem, pág. 77). De acuerdo ron ello, para Lange la verdadera tarea científica de esta serie de fenómenos consiste en la dctemnnación exacta de la reacción emocional del sistema va­ somotor respecto a diferente género de influencias. Después de lo expuesto, no debe quedar duda alguna de que el centro de la teoría alrededor del cual se desarrolla toda ella no estriba en la existencia en sí de reacciones fisiológicas en las emociones, sino en la actitud de estas reac­ ciones hacia el proceso emocional como tal. Todo esto se desprende también con no menor claridad de la teoría de James. El propio James lo formula en un fragmento clásico, que nos permitimos recordar: «Generalmente, se suele pensar que en las formas burdas de emoción, la impresión psíquica que per­ cibimos de un determinado objeto nos provoca un estado espiritual llamado emoción, la cual produce cierta manifestación corporal. Por el contrario, según mi teoría, la excitación corporal sigue inmediatamente a la excitación que ha provocado su hecho y la toma de conciencia por nuestra parte de esa excita­ ción en el momento en que se produce constituye precisamente la emoción. Generalmente, nos solemos expresar del siguiente modo: hemos perdido nues­ tros bienes: estamos afligidos y lloramos; hemos tropezado con un oso: nos asustamos y emprendemos la huida; nos ha ofendido un enemigo: nos enfu­ recemos y le golpeamos. De acuerdo con la hipótesis que defiendo, el orden de estos acontecimientos debe ser algo distinto, a saber: al primer estado es­ piritual no lo sustituye inmediatamente el segundo; entre ellos deben encon­ trarse manifestaciones corporales y por eso lo más racional es que se manifiesten del siguiente modo: estamos afligidos porque lloramos; nos enfurecemos por­ que golpeamos a otro; tenemos miedo porque temblamos, y no decir: llora­ mos, golpeamos, temblamos porque estamos afligidos, enfurecidos, asustados. Si las manifestaciones corporales no siguiesen inmediatamente a la percepción, esta última sería en lo que respecta a su forma un acto puramente cognitivo pálido, carente de colorido y de “calor” emotivo. En tal caso, podríamos ver un oso y decidir que lo mejor era huir, podríamos recibir una ofensa y en­ contrar que lo justo era parar el golpe, pero no sentiríamos en tal caso ni te­ rror ni indignación» (1902, págs. 308-309).

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Como vemos, también para James la cuestión consiste no en añadir a la descripción tradicional del proceso emocional la sucesión de estos momentos, establecer la verdadera relación entre ellos, establecer en calidad de fuente y causa de la emoción lo que antes considerábamos su consecuencia y resultado. La di­ ferencia principal entre James y Lange se reduce a dos momentos secundarios del punto de vista que nos interesa. En primer lugar, Lange funda la relación tradicional entre la emoción y su expresión corporal en tendencias materialis­ tas, mientras que James ve claramente que esta teoría no encierra ni más ni menos materialismo que cualquier concepción según la cual a nuestras emo­ ciones las condicionan procesos nerviosos, aunque su exposición encierra cierta réplica oculta dirigida a los psicólogos platonizantes, que consideran los fenó­ menos psíquicos como fenómenos relacionados con algo extraordinariamente vul­ gar. Pero James comprende que con su teoría puede estar conforme también la platonizante, es decir, la psicología consecuentemente idealista. El segundo mo­ mento de la diferencia consiste en el propio mecanismo fisiológico de las reac­ ciones emocionales. Si para Lange en este mecanismo adquiere un significado extraordinario el cambio del sistema vasomotor, James sitúa en primer plano el cambio funcional de los órganos internos y la musculatura del esqueleto. En lo restante, ambas teorías se parecen entre sí como los hermanos gemelos. Vemos, por tanto, que para resolver la cuestión de si los hechos encontra­ dos por Cannon hablan en favor o en conrra de la teoría orgánica, no pode­ mos limitarnos a examinar estos hechos aisladamente en su significado absoluto, sino que hemos de analizar en primer lugar su actitud hacia la realidad de los procesos emocionales y preguntar qué dicen estos hechos respecto a la depen­ dencia de causa a efecto que James y Lange consideran de común acuerdo lo fundamental de toda su teoría. Por consiguiente, la cuestión debe plantearse así: ¿confirman estos hechos la tesis de que los cambios orgánicos deben ser considerados como la causa directa, la fuente y la propia esencia del proceso emocional, sin las cuales la emoción deja de ser lo que es, o hablan a favor del punto de vista opuesto, inclinado a ver en los cambios corporales conse­ cuencias más o menos directas de los procesos psíquicos que sirven de base a las emociones, solo fenómenos concomitantes, empleando la lengua de Lange, que, aunque están presentes constantemente, carece de por sí de importancia? Con otras palabras, la pregunta puede expresarse clara y brevemente de otra forma: ¿debemos aceptar a la luz de estos hechos que los cambios orgánicos en las emociones constituyen el fenómeno principal y fundamental y su reflejo en la conciencia solo el epifenómeno o al revés: debemos admitir que la sen­ sación consciente de la emoción constituye el fenómeno principal y fundamental y los cambios corporales concomitantes solo un epifenómeno? Precisamente en eso estriba el quid de la discusión, el filo de la controversia entre las dos teo­ rías de las emociones. Tratemos de resolver la cuestión planteada. Basta con plantearla de forma como comenzamos a ver: las investigaciones experimentales de Cannon encierran no pocas cosas desfavorables para la teo-

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ría orgánica, lo que es capaz de reducir notablemente el triunfo de esta doc­ trina, que muchos percibieron a la luz de nuevos datos fácticos. Lo desfavora­ ble se manifiesta ante todo claramente en las dos conclusiones fundamentales que pueden extraerse de estas investigaciones. Primera conclusión: los cambios orgánicos, por profundos y biológicamente significativos que nos parezcan, por serias que sean las conmociones orgánicas que ocultan, actúan como sorpren­ dentemente parecidos en las emociones más distintas e incluso contrarias desde el punto de vista de las sensaciones. La aclaración de este punto, primordial para la cuestión que nos interesa, se vio favorecida tanto por una más exacta determinación del mecanismo fi­ siológico de estas reacciones, oculto en los procesos de secreción interna, como por el estudio estricto y sistemático de estas reacciones en condiciones experi­ mentales. Ya una investigación temprana de Cannon estableció lo siguiente. Los fenómenos viscerales que acompañan el terror y la furia, se ponen de mani­ fiesto con la participación de las neuronas del sistema nervioso simpático. Hay que recordar que estas neuronas sirven principalmente para las reacciones ex­ tendidas y no para las estrictamente limitadas. Aunque se trata de dos emo­ ciones completamente distintas (terror y furia), hechos conocidos por la fisiología hablan en favor de que los cambios viscerales concomitantes no se diferencian tan bruscamente unos de otros. Es más, existen hechos que mues­ tran convincentemente por qué los cambios viscerales en el terror y la furia no deben ser distintos, sino al contrario, más bien semejantes. Como ya hemos señalado, estas emociones acompañan a la preparación del organismo para ac­ tuar, y por la misma causa que las condiciones que las provocan dan lugar a la huida o a la resistencia (cada una de ellas exige quizá una tensión extrema), en cada una de estas reacciones las necesidades del organismo son las mismas. El mecanismo del sector del sistema simpático también entra en acción total o parcialmente en las emociones de tipo moderado, por ejemplo, en la alegría o la aflicción o la aversión, cuando se manifiestan con suficiente intensidad. Resulta, por consiguiente, que no tanto la naturaleza psicológica de la emo­ ción como la intensidad de su manifestación y su transcurso es lo que condi­ ciona en primer lugar los profundos cambios corporales provocados más bien por el alto grado de excitación del sistema nervioso central, que influye en el umbral de la excitación del sector del gran simpático y que altera las funcio­ nes de todos los órganos sometidos a la inervación de este sector. Por tanto, nos parece que los cambios orgánicos no son procesos estrictamente modifica­ dos según la naturaleza psicológica de las emociones, sino más bien una reac­ ción típica estándar, intensiva, que se activa mediante un procedimiento uniforme en las más diferentes emociones. W. Cannon extrae con razón de aquí la conclusión, mortífera para la tesis principal de la teoría de James-Lange: «Si diferentes emociones fuertes pueden manifestarse de esta forma en la actividad extendida de un sector del sistema autónomo, el sector que acelera el trabajo del corazón, inhibe el movimiento

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del estómago y del intestino, provoca la contracción de los vasos sanguíneos, el erizamiento del cabello, la liberación del azúcar y la secreción de adrenalina, cabe considerar que las condiciones corporales que, como suponían algunos psi­ cólogos, pueden permitir distinguir una emoción de otras no son aptas para este fin, que estas condiciones han de buscarse donde sea, pero no en los ór­ ganos internos... No afirmaremos, como hace James, que “estamos afligidos por­ que lloramos”, pero lloramos bien de tristeza o de alegría o de intensa ira o de un sentimiento de ternura; cuando está presente uno de estos distintos es­ tados emocionales, los impulsos nerviosos, siguiendo los caminos del gran sim­ pático, se dirigen a los diferentes órganos internos, incluidas las glándulas lagrimales. En el terror, la ira, la excesiva alegría, por ejemplo, las reacciones en los órganos internos parecen demasiado uniformes para ofrecer el procedi­ miento adecuado de diferenciación de los estados, por lo menos en el hom­ bre, teñidos con diferentes tonalidades subjetivas. Debido a ello, me inclino a pensar que los cambios viscerales comunican simplemente al complejo emo­ cional las sensaciones más o menos indeterminadas, pero, sin embargo, verda­ deras, de las alteraciones de los órganos, que corrientemente no llegan a nuestra conciencia» (1927, págs. 155-158). Estas palabras encierran ya, de hecho, la sentencia definitiva de la teoría que veía la resolución de la cuestión relativa a la naturaleza de las emociones en la percepción consciente de reacciones diversas, sutilmente diferenciadas de acuerdo con el género del proceso emocional. El propio Cannon modifica de forma totalmente inequívoca la tesis principal de James de modo que la rela­ ción principal entre las reacciones orgánicas y el proceso emocional no puede ser interpretada en modo alguno como una relación de causa y efecto. En limar de la tesis que se ha convertido en clásica: estamos afligidos porque lloramos, Cannon formula: lloramos o de tristeza o de alegría o de intensa ira o de un sentimiento de ternura. Dejando de momento a un lado la cuestión del golpe que asesta esta fórmula a la teoría tradicional de las emociones, no podemos ignorar que en lo fundamental nos retorna a la idea tan discutida por Lange y James, a la idea de que las manifestaciones corporales dependen del proceso emocional como tal. Como es sabido, C. G. Lange insiste en su hipótesis de que las expresio­ nes físicas directas que acompañan a la emoción originan cambios en las fun­ dones del aparato vasomotor diferentes para cada emoción. Construyó incluso un esquema de los cambios orgánicos para siete emociones: desencanto, aflic­ ción, terror, turbación, impaciencia, alegría e ira. James consideraba que su teoría conducía a una transformación radical de todo el problema de la cla­ sificación de las emociones. Si antes surgía la pregunta de a qué género o clase pertenece cierta emoción, ahora se trata de aclarar la causa de las emo­ ciones, aclarar qué modificaciones provoca en nosotros tal o cual objeto y por qué nos provoca precisamente unas modificaciones y no otras. Del análisis su­ perficial de las emociones pasamos, por tanto, a una investigación más pro­

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funda de orden superior. La clasificación y la descripción constituyen en el desarrollo de la ciencia una etapa inferior y pasan a un segundo plano en cuanto salta a la escena la cuestión de la relación causal en el campo científico de la investigación en cuestión. Ya que hemos aclarado que la causa de las emociones la constituyen in­ numerables actos reflejos que surgen bajo la influencia de objetos externos y de los cuales nos damos cuenta inmediatamente, nos resulta ahora comprensi­ ble por qué puede existir innumerable cantidad de emociones y por qué en individuos aislados estas pueden variar indeterminadamente tanto por su con­ tenido como por los motivos que las provocan. El hecho es que en el acto re­ flejo no hay nada invariable, absoluto, caben actos muy variados del reflejo y, como es sabido, estos actos varían hasta el infinito. Resumiendo, cualquier clasificación de las emociones puede considerarse ver­ dadera y natural en cuanto satisface su fin, y las preguntas del tipo, ¿cuál es la expresión real o típica de la ira o del terror? carecen de significado objetivo. En lugar de responder a semejantes preguntas debemos ocuparnos de aclarar cómo se ha podido producir tal o cual expresión de terror o de ira y qué es lo que constituye, por un lado, la tarea del mecanismo fisiológico y cuál es la historia de la psique humana, es decir, una tarea, que al igual que todas las ta­ reas científicas puede, de hecho, resolverse, aunque quizá sea difícil encontrar su -solución. Acerca de lo que dice la historia de la psique humana respecto a la teoría de que nos estamos ocupando, lo expondremos más adelante. En lo que res­ pecta a la mecánica fisiológica a que apela James, ha dicho casi su palabra de­ finitiva sobre esta cuestión y esta palabra no solo no defiende la hipótesis de James, sino que está en irreconciliable contradicción con ella. Mientras Lange afirma que la distinción entre las emociones debe hallar su explicación en la diferencia de las reacciones vasomotoras y James considera que el punto de vista que él propone explica la sorprendente variedad de emociones, la mecánica fi­ siológica establece el incontrovertible hecho de que los cambios orgánicos en las emociones surgen como una reacción estándar, uniforme para los más di­ versos afectos, semejante a la de los reflejos innatos de orden inferior, entre los que figura, por ejemplo, el reflejo del estornudo. «Los hechos aportados por mí, así como las observaciones de Sherrington -resume Cannon- permiten pen­ sar que los órganos internos desempeñan en el complejo emocional un papel insignificante, sobre todo en el sentido del reconocimiento de la naturaleza de las emociones» (1927, p. 157). Los experimentos que señalan la uniformidad de las reacciones viscerales hablan en favor de que los factores viscerales jue­ gan un papel insustancial en el origen de las diferencias existentes en los esta­ dos emocionales. P. Bard, al valorar el significado de este hecho para confirmar o negar la teoría, encuentra que constituye un serio argumento en contra de la afirma­ ción de Lange, pero carece de fuerza para ser aplicado a la formulación pos-

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terior, que diez años después de su primera publicación dio James a sus tesis principales. En una exposición ulterior de sus concepciones, no insiste ya con la misma precisión que antes sobre la posibilidad de distinguir las emociones en base a las diferencias en los cambios corporales. Sin embargo, en lo que respecta a la formulación posterior, el argumento crítico se mantiene, ya que también en ella subraya James la importancia de los factores viscerales, a ios que declara son la causa esencial de todo estado afectivo en la reacción emo­ cional integral. En respuesta al reproche de que la risa por las cosquillas, el temblor por el frío despiertan tan solo percepciones corporales puramente lo­ cales y no emociones reales de alegría o de terror, decía que en tales circuns­ tancias la reproducción de las reacciones emocionales es incompleta. Los factores viscerales de difícil localización faltan, y ellos son, al parecer, los más impor­ tantes de todos. Cuando se incorporan a consecuencia de cualquier causa in­ terna, nos hallamos en presencia de una emoción, y entonces el sujeto se siente dominado por un terror, una pena o una ira patológicos indefinidos. Por con­ siguiente, incluso en lo que se refiere a la formulación más tardía de la teoría de James, este argumento negativo conserva en lo fundamental, como vemos, toda su fuerza. La fuerza de convicción de estas consideraciones continúa siendo igual de firme incluso después de los comentarios con ayuda de los cuales muchos se­ guidores de la teoría de James tratan de preservar su doctrina de la fuerza des­ tructiva de este argumento. Así, J. R. Angelí20 admite que pueda existir una notable base estereotipada de cambios viscerales idénticos en lo fundamental en cualquier emoción, pero supone que se pueden encontrar rasgos diferen­ ciales en trastornos extraviscerales, concretamente en las diferencias de tono de la musculatura del esqueleto (en: W. B. Cannon, 1927, p. 108). R. Perry tam­ bién señala las estructuras propioceptivas, el lado motor de la expresión emo­ cional, en la que se pueden encontrar elementos que se diferencian entre sí para distintos estados afectivos. El sentido de los comentarios está completamente claro: tratan de sacrifi­ car el contenido real y concreto de la teoría para salvar su núcleo ideológico y teórico. Aunque a la luz de la fisiología actual resulten inconsistentes los me­ canismos concretos de las reacciones emocionales que señala Lange (el signifi­ cado unificador central de los cambios funcionales del sistema vasomotor) y los que sobreentendía James (reacciones viscerales), el significado básico de la teoría puede conservarse totalmente si se admite que estos mecanismos deben buscarse entre los procesos extraviscerales, concretamente motores y propioceptivos. En este caso, la teoría tendría necesidad quizá de correctivos reales, incluso de una revisión radical de toda la parte fisiológica, pero la tesis psicofisiológica fundamental que le sirve de base podría conservarse. No se puede dejar de tener en cuenta estas consideraciones, ya que tan solo atañen a las posiciones en que se asentaba la teoría orgánica, por lo que ha­ bremos de examinar más adelante los datos relacionados con la posibilidad de

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conservar la teoría de James sobre otra base real. Nos limitaremos de momento a señalar que este aspecto de la teoría se ha visto irremediablemente compro­ metido incluso ante los ojos de los seguidores más consecuentes de James-Lange. Como señala con razón Cannon, Lange no deja en su teoría el menor lugar a la posible fuente del origen de los procesos emocionales y James le atribuye un menor papel en comparación con el que desempeñan las partes orgánica y visceral de los cambios corporales en el origen de las emociones. Añadamos a estas consideraciones únicamente que los datos de la experiencia cotidiana con los que operan preferentemente Lange y James, apoyándose en la existencia en las sensaciones de las emociones de componentes que proceden de la percep­ ción de los cambios orgánicos, hablan en primer lugar en favor de los com­ ponentes viscerales y orgánicos y no de los extraviscerales, concretamente de les motores. Pero dejemos el juicio definitivo hasta tanto no analicemos toda la polé­ mica entablada entre los críticos y los defensores de la teoría orgánica. Solo añadiremos ahora que dentro de toda la uniformidad, de la estandarización de la reacción estereotípica descrita más arriba, hallamos evidentemente en su transcurso ciertas variaciones. Por ejemplo, no se puede negar el hecho de que en los diferentes estados emocionales tropezamos con distintas variaciones en los vasos sanguíneos (palidez o rubor). Sin embargo, también estos cambios, como señala Cannon, son poco importantes desde el punto de vista que nos interesa del transcurso uniforme de la reacción orgánica. El sistema del gran simpático, dice Cannon, entra en acción como una unidad en la que pueden producirse variaciones insignificantes, por ejemplo, la presencia o la ausencia de sudor, pero en los rasgos fundamentales, la integración de las reacciones con­ serva un aspecto característico. Podemos pasar ahora a la segunda conclusión, que guarda relación con la primera, pero que es más mortífera para la teoría de James Lange. La conclu­ sión se desprende directamente de las propias investigaciones tempranas de Cannon, de las que extrajimos también nuestro primer argumento crítico. La esencia del mismo consiste en que la uniforme reacción orgánica estereotipada, que, como hemos dicho, no ofrece fundamento alguno para diferenciar los es­ tados afectivos más distintos por su naturaleza afectiva, se manifiesta en la misma forma en estados que no guardan nada en común con la excitación emo­ cional. Por consiguiente, no encierra nada característico no solo para estados emocionales aislados, sino también para los estados emocionales en general, y es más bien resultado de un alto grado de excitación del sistema nervioso cen­ tral, cualesquiera que sean las causas de que dependa esa excitación y las cir­ cunstancias en que se manifieste. No podemos por menos de ver que esta nueva consideración paraliza definitivamente el intento de Angelí de adoptar una base orgánica estereotipada idéntica para todas las reacciones emocionales en general, base a la qtie se ajustan los componentes extraviscerales específicos de cada emoción.

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Las investigaciones muestran con toda la inexorable lógica de los hechos que la uniformidad general del fundamento orgánico no encierra nada especí­ fico para el estado emocional como tal y que es completamente idéntica a otros muchos estados de naturaleza indiscutiblemente no afectiva; por consiguiente, puede caracterizar la reacción emocional no por lo que tiene de diferente y particular, que la convierte en lo que es, sino solo por lo que tiene de común con otros estados no emocionales. Ya la primera investigación de Cannon estableció que la reacción estereo­ tipada del sector del gran simpático se observa no solo en el terror y la ira, sino también en estados como el dolor y la asfixia. Los fenómenos provoca­ dos por la asfixia son análogos a los que provoca ¡a excitación dolorosa y emo­ cional fuerte. Las investigaciones ulteriores confirmaron plenamente esta observación y mostraron que esa misma reacción se produce en los casos de un gran enfriamiento, de fiebre, de hipoglucemia, de asfixia y de intenso tra­ bajo muscular (por ejemplo, al correr). En todos los casos señalados, se activa el sistema del gran simpático exactamente igual a como sucede en los estados emocionales intensos. Según palabras de Cannon, eso se produce durante cual­ quier gran excitación en cualquier circunstancia. Como señalan de común acuerdo Bard y Cannon (en: W. B. Cannon, 1927), este fenómeno se halla en irreconciliable contradicción con las tesis prin­ cipales de James. Si recordamos lo siguiente: según James, la sensación en las formas ordinarias de emoción es resultado de sus manifestaciones corporales; después, James vio una demostración complementaria en favor de su teoría en el hecho de que al provocar una manifestación externa de tal o cual emoción, debemos experimentar la propia emoción; si recordamos finalmente las obje­ ciones de James aducidas más arriba, el argumento manifestado en contra de su teoría sobre la ausencia de emoción en el temblor a consecuencia del frío y de la risa a consecuencia de las cosquillas, resultará completamente claro que, según la teoría de James, en los estados no emocionales enumerados más arriba, en los que se observa la reacción típica del sector del gran simpático, debería­ mos experimentar una fuertísima excitación emocional. Porque aquí está pre­ sente todo el complejo de manifestaciones corporales como aparecen en el terror y la furia, aquí están presentes los factores viscerales, la ausencia de los cuales constituía para James la única causa de que las cosquillas provocan risa, pero no alegría,ry el frío provoca temblor, pero no terror. Aquí, finalmente, tiene lugar la exigencia planteada por el propio James que se desprende de su teo­ ría, es decir, que se dan las manifestaciones corporales que corresponden a un estado emocional intenso, pero el resultado, la consecuencia de la propia emo­ ción, como deberíamos esperar, según James, no se manifiesta. P. Bard dice que la completa refutación de la observación de James que hemos citado más arriba sobre la risa con las cosquillas y el temblor con el frío es que el temblor con el frio se produce como resultado de los mismos cambios viscerales que se observan en el caso del verdadero terror. En este es-

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tado no emocional y en otros (por ejemplo, al correr), la reacción total, in­ cluyendo los cambios viscerales, es la misma que durante el terror y, sin em­ bargo, se observa una notable ausencia de emoción que cabría esperar según la teoría de James. Eso mismo lo constata Cannon como resumen principal de estas investigaciones. Si, dice, «las emociones surgen a consecuencia de impul­ sos aferentes que proceden de los órganos internos, deberíamos esperar no solo que el terror y la furia se experimentaran del mismo modo, sino que el en­ friamiento excesivo, la hipoglucemia, la asfixia y la fiebre deberían sentirse úni­ camente de igual forma. Pero eso no tiene lugar en la realidad» (W. B. Cannon, 1927, pág. ПО). Vemos que la teoría de James-Lange no soporta la crítica de los hechos al primer intento de analizarla experimentalmente. Resulta ser una idea que no concuerda con su objetivo y, por consiguiente, según el axioma fundamental de Spinoza, deberá ser considerada más bien una equivocación que una verdad21.

4 A lo largo de otro capítulo, hemos de culminar la primera parte ya ini­ ciada de nuestra investigación, cuya tarea consistía en verificar en qué medida concuerda con su objetivo la idea de James-Lange, que suele ser considerada como la viva continuación de la doctrina spinoziana de las emociones. Debe­ mos, por tanto, continuar el análisis crítico desde el punto de vista de su con­ sistencia real. Pero al finalizar el análisis podemos recurrir de forma directa e inmediata a los experimentos críticos definitivos y a los datos de la psicología patológica de la vida emocional, agrupando alrededor de estos hechos experi­ mentales y clínicos (arrojan no poca luz al problema que nos ocupa) todas las consideraciones complementarias y auxiliares que figuran en esta aguda polé­ mica, que, al parecer, constituye la última página, incluso el epílogo de la his­ toria de la famosa y paradójica doctrina. Como es sabido, para Lange y James la demostración principal de su teo­ ría consistía no tanto en el hecho de que a los estados emocionales los acom­ pañan cambios fisiológicos (eso lo sabía ya la teoría clásica) como en que sin cambios fisiológicos no puede existir la propia emoción. De esto extraían la conclusión de que la emoción es resultado directo de lo que antes se conside­ raba como su manifestación corporal. La comprobación real de esta tesis no estaba al alcance de los autores de la teoría. Ellos podían tan solo realizar men­ talmente los experimentos necesarios y anticiparse teóricamente a los resulta­ dos de las investigaciones clínicas de los casos válidos para confirmar o negar su teoría. Hemos citado ya la conocida tesis de Lange: «Destruya en una per­ sona asustada todos los síntomas físicos del terror..., ¿qué es lo que quedará entonces de su terror?» (1896, pág. 57). A él es a quien pertenece la fórmula de que el sentimiento no puede existir sin manifestaciones físicas.

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Eso mismo lo expresa James, pero en forma más radical: «Ahora quiero em­ pezar a exponer el punto más importante de mi teoría, que consiste en lo si­ guiente. Si nos figuramos una emoción fuerte cualquiera y tratamos de sustraer de este estado de nuestra conciencia una tras otra todas las sensaciones de los síntomas corporales relacionados con ella, a fin de cuentas, de la mencionada emoción no quedará nada, ningún “material psíquico” a partir del cual podría haberse originado una emoción. Lo que quedará será un estado frío, indiferente de percepción intelectual... Yo no puedo figurarme en modo alguno qué es lo que queda en nuestra conciencia tras la emoción de terror si eliminamos de ella los sentimientos relacionados con palpitaciones más frecuentes, respiración más rápida, temblor de labios, relajamiento de los miembros, carne de gallina y ex­ citación interna. ¿Puede figurarse alguien el estado de ira v no relacionarlo in­ mediatamente con la agitación del pecho, el aflujo de sangre al rostro, la dilatación de las ventanas de la nariz, la apretura de los dientes y la tendencia a realizar actos enérgicos y, por el contrario, con la relajación de los músculos, la respiración regular y el rostro tranquilo? El mismo razonamiento es aplicable también a la emoción de tristeza: ¿qué ^tristeza sería sin lágrimas, sollozos, des­ censo de las palpitaciones, punzadas de angustia?» (1902, págs. 311-312). En todos estos casos deben faltar por completo, en opinión de James, la ira y la aflicción como tales, como emociones, manteniéndose tan solo un jui­ cio tranquilo, imparcial, perteneciente por completo al campo intelectual, un pensamiento claro de que determinada persona es merecedora de un castigo por sus faltas o que determinadas circunstancias resultan muy tristes y nada más. «Eso mismo se descubre —dice- al analizar cualquier otra pasión. La emo­ ción humana carente de cualquier fundamento corporal es un sonido hueio (ibidem, pág. 312). Naturalmente, que de semejante tesis se desprenden nece­ sariamente dos consecuencias. Primera: «Si se reprime la manifestación externa de una pasión, esta deberá extinguirse. Antes de dejarse dominar por la ira in­ tente contar hasta diez y el motivo de la misma le parecerá sobremanera in­ significante» (ibidem, pág. 315). Es curioso que Lange, con independencia total de James, también se remite al procedimiento de contar como medio para re­ primir la ira. Recuerda al «héroe de la comedia clásica de L. Holberg22 Her­ mann von Bremen, que siempre cuenta hasta veinte cuando su mujer le pega y entonces se halla en estado de permanecer tranquilo» (1896, pág. 79). Cuando el héroe «puenta hasta veinte -dice Lange-, con tan insignificante labor men­ tal sustrae tal cantidad de sangre de la parte motora de su cerebro que no le quedan ganas de pelearse con su mujer» (ibidem, pág. 79). Segunda conse­ cuencia: «Si mi teoría es justa -dice James- deberá verse confirmada con la si­ guiente demostración indirecta: según ella, al provocar en uno mismo con el alma tranquila las denominadas manifestaciones externas de tal o cual emo­ ción debemos experimentar la propia emoción» (1902, págs. 314-315). Eso mismo lo afirma también Lange: las emociones puede provocarlas numerosas causas que no guardan decididamente nada en común con los movimientos

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del alma y que con frecuencia pueden ser reprimidas o suavizadas con medios puramente físicos. Faltaba comprobar experimental y clínicamente ambas tesis: ¿1) es posible que surja una emoción sin su manifestación corporal, y 2) es posible que surja una emoción con total ausencia de un movimiento espiritual, provocada ex­ clusivamente a través de manifestaciones corporales artificiales? Eso se llevó a cabo en una serie de investigaciones que pasaremos a examinar. La respuesta a la primera pregunta la da Sherrington en su conocida in­ vestigación, en la que separando con un corte el nervio vago23 y la médula es­ pinal, consiguió aislar los principales órganos internos y un numeroso grupo de músculos del esqueleto de la influencia ciel cerebro. Por consiguiente, en sus experimentos fueron excluidas quirúrgicamente las manifestaciones corpo­ rales de las emociones, que surgen a través de un reflejo. Sin embargo, resultó totalmente indudable que en determinadas condiciones los perros objeto del experimento descubren reacciones emocionales sin cambios perceptibles en la manifestación de los síntomas característicos que corrientemente se consideran rasgos de ira, terror, satisfacción y aversión. Por tanto, la única conclusión que se puede extraer de estas investigaciones es a la que llega el propio Sherring­ ton: el cerebro continúa produciendo reacciones emocionales incluso después de estar aislado de los órganos internos y de numerosos grupos de músculos del esqueleto. Si confiamos, dice Sherrington, en los rasgos que se suelen considerar como manifestación de satisfacción, ira, terror y aversión no se puede dudar de que los animales descubren estos síntomas lo mismo después que antes de la ope­ ración. El autor se remite al ejemplo observado por él del terror experimen­ tado por un perrito operado al aproximársele y amenazarle un viejo macaco. La cabeza baja, el hocico torcido, la expresión asustada y las orejas separadas eran signo de la existencia de una emoción tan viva como la que manifestaba el animal antes de la operación (véase: R. Krid y otros, 1935, pág. 184). En la siguiente serie de experimentos, Sherrington llegó aún más lejos. Des­ pués de que los animales se hubieran repuesto de la primera operación, les cortó en el cuello los dos vagos y aisló el cerebro de todo el cuerpo, a excepción de la cabeza y de la región escapular. Por consiguiente, cierta duda que existía des­ pués de la primera intervención sobre el hecho de que las manifestaciones ex­ ternas de la emoción podían establecerse con antelación con ayuda de los impulsos aferentes procedentes de los órganos internos que quedaban fue ob­ jeto de comprobación experimental. Las reacciones afectivas de los perros ob­ jeto de las pruebas no variaron tampoco después de la segunda operación. Un perro muy emotivo que sufrió ambas operaciones continuaba dando, según los casos, intensas reacciones de ira, satisfacción y terror. La única duda que surge después de los experimentos de Sherrington, en los que se logró prácticamente eliminar por completo las reacciones viscerales y las reacciones de casi toda la musculatura del esqueleto la formuló C. Ll.

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Morgan24; los conductos de unión fueron seccionados después de que los cam­ bios viscerales y motores determinasen la génesis de la emoción, según la hi­ pótesis que admite semejante origen de las reacciones emocionales. Por tanto, a pesar de que habían sido inhibidas las influencias viscerales y motoras ac­ tuales, en los experimentos de Sherrington no se excluyeron, sin embargo, las huellas y los resultados de las primeras influencias (véase: R. Krid y otros, 1935, pág. 187). Por eso, cabría admitir que nos hallamos ante simples reacciones mímicas de naturaleza no emocional, análogas a las provocadas por V. M. Biéjterev25 en animales que carecían de correza cerebral. У, finalmente, cabría ad­ mitir una objeción más: los perros de Sherrington, que habían experimentado durante su vida anterior emociones condicionadas periféricamente, no volvie­ ron a experimentarlas después de la operación, cuando las emociones surgían siguiendo un procedimiento puramente cerebral, fuera de sus condiciones pe­ riféricas normales. A la primera objeción responde Sherrington remitiéndose al caso de un ca­ chorro de nueve semanas intervenido por él, que desde que nació no había sa­ lido de su habitáculo y, sin embargo, aborrecía la carne de perro. En este caso, es difícil admitir que en la experiencia anterior existiese una reacción estable­ cida y que ahora se activase de nuevo. No obstante, a pesar del significado completo claro de sus experimentos, Sherrington evita emitir una conclusión definitiva sobre la veracidad de la teoría de Lange y James, porque incluso des­ pués de la operación los animales siguen conservando suficiente cantidad de elementos periféricos (músculos, piel, vasos de la cabeza y del cuello) que con­ dicionen y descubran la emoción. Al mismo tiempo, Sherrington no puede dejar de señalar que sus experimentos no confirman en absoluto las teorías de Lange, James v Sergi sobre la naturaleza de las emociones: «Debemos retornar a la suposición de que la expresión visceral de las emociones es secundaria y que lo primario lo constituye la actividad de los hemisferios cerebrales y el co­ rrespondiente estado psíquico» (véase: R. Krid y otros, 1935, pág. 187). Recordemos de paso los experimentos de Pogano y Gemelli, Dezomar y Heimanz, que trataron de conseguir farmacológicamente condiciones análogas a las de los experimentos de Sherrington, las cuales refuerzan en lo fundamental sus conclusiones. No podemos no estar de acuerdo con las observaciones de H. Pieron26 respecto a la insuficiencia de los experimentos de los dos últimos autores y, por consiguiente, al carácter no definitivo de las conclusiones que se pueden extraer de estos experimentos (H. Pieron, 1920). No obstante, tam­ poco podemos dejar de ver junto con A. Binet el enorme significado histórico del primer paso dado por Sherrington en la nueva dirección: por primera vez, dice Binet, un fisiólogo se ocupa de un problema planteado por psicólogos y se dedica a estudiarlo empleando el método de la vivisección propio de él. La idea que sirvió de base a los experimentos de Sherrington ha sido lle­ vada a cabo no hace mucho por W. B. Cannon, J. T. Lewis y S. W. Britton (1927), siguiendo un camino mucho más audaz, en experimentos de extirpa-

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ción de todo el sector del gran simpático del sistema autónomo. De este modo, después de la operación practicada a los animales fueron excluidas todas las reacciones vasomotoras, la secreción de adrenalina, las reacciones viscerales, el erizamiento del pelo y la liberación de azúcar en el hígado. En estos animales, a los que se había practicado la simpatoectomía, no se descubrió ningún gé­ nero de cambios notables en las reacciones emocionales, que surgían de un modo completamente normal (a excepción del erizamiento del pelo) en las si­ tuaciones correspondientes. La ausencia de impulsos aferentes procedentes de los órganos internos no modificó en ningún aspecto su comportamiento emo­ cional habitual. Los gatos utilizados en el experimento manifestaban una reac­ ción emocional completamente normal en presencia de un perro que ladraba. En 1929, Cannon y sus colaboradores publicaron las observaciones poste­ riores realizadas sobre perros que habían sido sometidos a esta operación. Las observaciones confirmaron plenamente lo que había sido establecido al princi­ pio. La reacción estándar del sector del gran simpático del sistema autónomo estudiada tan detalladamente en los trabajos tempranos de Cannon como con­ comitante obligatoria de las emociones fuertes no existía en los animales ob­ servados; al mismo tiempo, después de una doble simpatoectomía, los animales no manifestaron cambios en su comportamiento emocional normal. Para terminar el examen de este argumento, quizá uno de los más impor­ tantes en contra de la teoría de James-Lange, hemos de interpretar sucintamente algunos momentos relacionados con las mencionadas investigaciones. Primer momento: los experimentos de Sherrington y de Cannon no ofrecen una de­ mostración directa de que las sensaciones procedentes de los órganos internos no jueguen un papel importante en la aparición del aspecto psíquico de la reacción y que este estado precede a la aparición corporal de la emoción (An­ gelí), así es que cabe admitir que al ser excluidas estas sensaciones la emoción deja de experimentarse de un modo específico como un sentimiento en la con­ ciencia del animal (Perry). En realidad, hay que reconocer que basándose en los experimentos que no encierran un testimonio directo de la vivencia psí­ quica de los animales no disponemos de la posibilidad inmediata de afirmar o negar la existencia de tal o cual sentimiento en la reacción emocional. Es evi­ dente que una demostración directa podría obtenerse solo en el hombre, el cual podría proporcionarnos datos de carácter introspectivo. A estos datos recurri­ remos aún. Pero tampoco ahora se puede dejar de observar que esta objeción se basa en un conocido error lógico: demuestra demasiadas cosas y por eso no de­ muestra nada. En cualquier caso, demuestra mucho más de lo que desearía. Porque, en general, nuestro juicio respecto a la vivencia emocional del animal se basa siempre en la conclusión procedente de manifestaciones externas de algún estado; por tanto, si ponemos en duda este criterio deberemos renun­ ciar en general a todo derecho a .atribuir al animal cualquier sentimiento y vi­ vencia y con ello mantener el punto de vista de Descartes, que consideraba a

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los animales como autómatas, como máquinas reflejas. Si admitimos que en los animales normales tenemos derecho a deducir la existencia de un estado psíquico emocional análogo al del hombre, aunque infinitamente lejano a él, a partir de la manifestación externa de alguna emoción, no disponemos de fun­ damento alguno para hacer excepciones en lo que se refiere a los animales ope­ rados por Sherrington y por Cannon, que conservan en su comportamiento todos los síntomas que en los animales normales nos obligan siempre a supo­ ner también la existencia del componente psíquico de la reacción emocional. Como observa acertadamente Sherrington en respuesta a esta objeción, «resulta difícil pensar que la percepción que provoca la plena manifestación de ira y el correspondiente comportamiento es al mismo tiempo impotente para provo­ car el sintimiento de ira» (véase R. Krid y otros, 1935, pág. 188). El segundo momento que exige ser interpretado consiste en que los nue­ vos experimentos de Cannon nos colocan ante una seria deficultad teórica, ya que están en clara contradicción con la interpretación que, de acuerdo con el autor, hemos dado más arriba a sus trabajos tempranos. Hemos visto que los cambios orgánicos, resultado de fuertes emociones, manifiestan una indudable utilidad biológica, cuya explicación constituye un logro no poco importante del pensamiento psicológico. Estas reacciones sirven, como hemos visto, de pre­ paración del organismo para una intensa actividad que sigue las emociones fuer­ tes en situaciones que requieren huir o atacar. Sin embargo, los nuevos experimentos parecen apuntar lo contrario. Postulan que la exclusión total de las reacciones orgánicas no produce ningún cambio aparente en el comporta­ miento de los animales. Las emociones fluyen igual que antes de la operación, el comportamiento del animal sigue siendo tan adecuado respecto a la situa­ ción y con sentido biológico tanto al aislar totalmente el cerebro de los órga­ nos internos como al eliminar por completo la sección simpática del sistema autónomo. Esta contradicción constituiría una barrera infranqueable para la crí­ tica experimental y teórica de la teoría orgánica de las emociones si fuera real, y no solo ilusoria. De hecho, entre los primeros resultados de las investigacio­ nes experimentales y los nuevos no solo que no hay ninguna contradicción, sino que, al contrario, están en plena consonancia. Cannon dice que bajo condiciones tranquilas del laboratorio, no se observa ningún tipo de diferencias de los animales con la sección simpática del sistema autónomo pliminada en comparación con animales normales en el comporta­ miento. Desde un primer momento, por tanto, podría parecer que el sistema simpático no tiene un gran significado para el funcionamiento corporal nor­ mal. Pero esa conclusión es errónea. En condiciones de la vida real, en situa­ ciones verdaderamente críticas, un animal operado apenas sería comparable con uno normal en cuanto a sus posibilidades reales de autosubsistencia. Tal como se estableció en los primeros trabajos de Cannon, el significado biológico de las reacciones orgánicas que surgen como resultado de la emoción y acompa­ ñan las emociones fuertes consiste exclusivamente en preparar el organismo para

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una actividad (correr, atacar), para un incremento del gasto de energía y para un ejercicio muscular intenso. Así, el significado biológico está relacionado no tanto con la emoción misma, con la emoción como tal, cuanto con las consecuencias funcionales de las emociones fuertes. Precisamente gracias a que las consecuencias funciona­ les (el ejercicio muscular intenso) son iguales para emociones tan diferentes como el miedo y la ira, las reacciones orgánicas correspondientes resultan no solo idénticas en la práctica, sino que también, teóricamente hablando, no pue­ den ser diferentes. Por consiguiente, el hecho de que la emoción como tal se preserve también al eliminar completamente las reacciones orgánicas, no cam­ bia nada en nuestra concepción del significado biológico de esos cambios or­ gánicos, al contrario, solo vuelve a confirmar que ese significado se reduce exclusivamente a preparar el organismo para la actividad que se desprende na­ turalmente de la emoción. Desde ese punto de vista resulta claro que bajo condiciones de laboratorio el animal operado no difiere de ninguna forma de uno normal. Al igual que el animal normal, muestra la emoción de miedo e ira, pero en condiciones na­ turales la diferencia entre ellos se manifestaría de inmediato y con gran fuerza. Justamente por la ausencia de cambios orgánicos que normalmente acompa­ ñan las emociones y preparan el organismo para un gasto intensivo de ener­ gía, el animal operado tiene que estar incapacitado para luchar o huir, lo que en condiciones naturales sucede inmediatamente las emociones de ira o miedo, y, en consecuencia, tiene que morir en el primer encuentro serio con un pe­ ligro real. Las emociones que se observan en estos animales, totalmente intac­ tas en condiciones de laboratorio, representan, por así decirlo, emociones sin fuerza, emociones que carecen de su significado biológico inherente, emocio­ nes, si se puede expresar así, carentes de su filo: el animal operado puede sen­ tir de forma adecuada y expresar el afecto de ira, pero es impotente cuando la situación le reclama las consecuencias naturales de ese afecto, la lucha o la huida. Si aceptamos la interpretación mencionada anteriormente de los dos pun­ tos cuestionables que han surgido como consecuencia de las nuevas investiga­ ciones, tendremos que llegar irremediablemente a la conclusión principal que hace Cannon de estas investigaciones. No tenemos, desde luego, ninguna base real para afirmar o negar la exis­ tencia de vivencias emocionales en animales operados. No obstante, tenemos sobradas razones para juzgar sobre la relación de esas experiencias en la teoría de James-Lange. James adjudica el papel principal en la vivencia emocional a las sensaciones viscerales. Lange lo reduce totalmente a la sensación del sistema vasomotor. Ambos afirman: si descontamos mentalmente esas sensaciones or­ gánicas de la vivencia emocional, entonces de ella no quedará nada. Sherring­ ton y Cannon con sus colaboradores realizaron quirúrgicamente la sustracción de las sensaciones. En sus animales imposibilitaron los impulsos recurrentes de los órganos internos. Según James, la vivencia emocional tendría que reducirse

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en gran medida a nada. Según Lange, tendría que desaparecer por completo. (Recuerdo que sin la excitación de nuestro sistema vasomotor las impresiones del mundo exterior no nos producirían ni alegría ni desconsuelo, no nos cau­ sarían ni preocupaciones, ni miedo.) Sin embargo, en la medida en que lo per­ mitían las conexiones nerviosas, los animales reaccionaban sin disminución alguna de la intensidad de las reacciones emocionales. En otras palabras, según la teoría mencionada, las operaciones que debieron de haber eliminado la emo­ ción en un grado significativo o por completo, a pesar de eso preservaron en el comportamiento de los animales la ira, la alegría y el miedo en la misma medida que se manifestaban antes de la operación. Junto con Sherrington, no obstante, nosotros preferimos abstenernos de hacer un juicio final respecto a la teoría en cuestión solo sobre la base de esos experimentos: por una parte, estos datos adquieren su verdadero significado, solo al compararlos con todos los demás resultados experimentales y, por otra, con los hechos clínicos que nos otorgan la evidencia indispensable sobre la vi­ vencia emocional consciente del hombre.

5 El poder de convicción del argumento experimental analizado anterior­ mente se incrementaría aún más si dispusiéramos de una evidencia recíproca a la realizada experimentalmente por Sherrington y Cannon. Dicho con otras palabras, si tuviéramos a disposición daros experimentales relativos al desenca­ denamiento artificial de reacciones orgánicas que acompañan las emociones fuer­ tes, podríamos sentir bastante más confianza respecto a aquellas conclusiones que se nos ofrecen de las investigaciones analizadas. Entonces, ante nuestros ojos habría, por decirlo así, un teorema directo y otro inverso, demostrados con la misma fuerza lógica: tanto el uno como el otro, tomados conjuntamente, nos permitirían alcanzar conclusiones bastante sólidas. Recordemos que James y Lange desarrollaron de la misma forma lógica un planteamiento puramente especulativo a favor de la teoría de las emociones y vieron dos de las principales evidencias de su teoría en que al reprimir las ex­ presiones corporales la emoción tiene que desaparecer, y en que al evocar artificialmenfe las expresiones corporales, la emoción inevitablemente tiene que surgir. Naturalmente, la comprobación experimental de la teoría debió de ha­ berse realizado de estos dos modos. Encontramos los primeros intentos de de­ mostrar un teorema inverso (la emoción no surge aunque se tengan todas sus expresiones corporales) en los experimentos analizados anteriormente, que mos­ traron qué son los estados no emocionales y cómo el enfriamiento excesivo, el sobrecalentamiento y la asfixia producen cambios orgánicos analógicos a los que se observan en el miedo y la ira, si bien la emoción no surge siguiendo estos cambios. La transición directa del experimento mental de James y Lange a un

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experimento real se llevó a cabo en las investigaciones de G. Marañón (en: W. B. Cannon, 1927, pág. 113). Los experimentos de Marañón constituyen una especie de evidencia del teo­ rema inverso en comparación con el que se basa en los experimentos de She­ rrington y Cannon. Esos experimentos mostraron que la inyección de adrenalina en dosis suficientes para que surjan todas las manifestaciones orgánicas típicas de las emociones fuertes no produce en los participantes en el experimento la vivencia emocional propiamente dicha, pese a estar presentes todas las expre­ siones corporales. Lo nuevo en los experimentos de Marañón es la utilización de la autoobservación, que pone en nuestras manos testimonios de las viven­ cias inmediatas de los participantes en el experimento. Esta es la ventaja de estos últimos experimentos en comparación con los realizados con animales. Así, con relación a las nuevas investigaciones, se suspende la objeción de que no disponemos de evidencias directas de la presencia o ausencia de vivencias emocionales correspondientes a las manifestaciones corporales. En los experimentos de Marañón, el campo visual del experimentador abar­ caba ambos planos, el objetivo y el subjetivo. El investigador podía hacer cons­ tar los cambios que transcurrían en la conciencia del participante en el experimento y de las manifestaciones corporales de la emoción a la vez, así como estudiar su relación mutua. Las vivencias de los participantes consistían en sen­ saciones de los latidos del corazón, de la pulsación arterial difusa, de la opre­ sión del tórax, del estrechamiento de la laringe, del temblor, frío y sequedad en la boca, de nerviosismo, de indisposición y malestar. En asociación con esas sen­ saciones, en algunos casos se producía un estado afectivo indeterminado, valo­ rado fríamente por el participante del experimento y carente de emoción real. Las declaraciones de los participantes eran de este tipo: «Siento como si estu­ viese asustado»; «Como si estuviese a la espera de una gran alegría, como si es­ tuviese emocionado»; «Como si estuviese a punto de llorar sin saber por qué»; «Como si sintiese un gran miedo y aun así sentirme tranquilo», etc. En las conclusiones de las investigaciones, Marañón apunta una clara dis­ tinción entre la percepción de los fenómenos periféricos de la emoción vege­ tativa (e.d. cambios corporales) y la emoción psíquica propiamente dicha, que no surgía en los participantes de su experimento y cuya ausencia les permitía darse cuenta de la sensación del síndrome vegetativo con una tranquilidad total, sin un sentimiento real. Es cierto que surgió una emoción genuína en una pequeña parte de los participantes durante los experimentos, por lo habitual, tristeza con lágrimas, llanto y suspiros. Sin embargo, esto ocurría solo cuando se podía notar con antelación la predisposición emocional del participante, con especial frecuen­ cia en hipertiroidismo. En algunos casos, ese estado se desarrollaba solo cuando se le administraba adrenalina tras una conversación con el participante sobre sus hijos enfermos o padres fallecidos. Por tanto, estos casos demuestran que la adrenalina tiene un efecto auxiliar en la génesis de emociones solo cuando

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existe anteriormente un estado emocional consonante. Apuntamos una cir­ cunstancia nueva extremadamente importante, hallada en los experimentos de Marañón y que habitualmente se omite cuando estos se utilizan de forma uni­ lateral para decidir sobre la pregunta tosca: «a favor» o «en contra». Esta cir­ cunstancia radica en la vinculación muy estrecha de los componentes psíquicos y orgánicos o, dicho de forma más precisa, de los componentes cerebrales y somáticos de la reacción emocional. En ese punto, los experimentos de Mara­ ñón indican no solo la relativa independencia de los unos y los otros y la po­ sibilidad de evocarlos por separado, sino también el que unos componentes pueden atenuar el desarrollo y el fortalecimiento de otros, pueden servirse de apoyo mutuo y entrelazarse, evocando así un afecto completo, indudablemente auténtico tanto en su vivencia como en sus manifestaciones corporales. En esos casos, cuando en los experimentos de Marañón se observa el desarrollo de ese afecto completo y auténtico, los componentes psíquicos y somáticos, evo­ cados de formas distintas, avanzan como si fueran al encuentro del uno con el otro, de modo tal que en el punto de su intersección, en el momento de su en­ cuentro, se enciende una verdadera conmoción emocional. Recordemos ese en­ trelazado, aunque mencionado anteriormente, fue insuficientemente destacado, que encontramos en las formulaciones de James y Lange y que constituyen casi el único punto acertado de su teoría. Así, Lange, haciendo recuento de los sín­ tomas físicos del miedo que deben ser eliminados para que no quede nada del miedo mismo, nombra, junto al pulso tranquilo y los movimientos rápidos, tam­ bién las ideas claras y el habla firme. En ese punto, Lange vulnera notablemente la armonía lógica de su argumento: ¿Quién iba a polemizar con su argumento paradójico, si se hubiese prestado atención a esa parte a primera vista nimia, pero, en realidad, de crucial importancia? De hecho, en la traducción al lenguaje teó­ rico eso significa un cambio radical en el postulado básico de Lange. En vez de su tesis: «eliminen en una persona asustada todos los síntomas físicos del miedo, ¿qué quedará entonces de su miedo?», en realidad, debió de haber dicho: «eli­ minen en una persona asustada todos los síntomas físicos y psíquicos del miedo», entonces uno no habría podido no darle la razón. Porque, ¿qué otra cosa puede significar la condición de hacer su habla firme y sus ideas claras, que cambiar todo el estado de su conciencia? Lo mismo, pero de forma menos acusada, aparece también en James. En la expresión anteriormente mencionada sobre la imposibilidad de concebir la ira en ausencia de sus manifestaciones corporales, James, junto a la dilatación de las narices y el apretar los dientes, menciona también la tendencia hacia ac­ ciones enérgicas, es decir, un punto que no solo caracteriza más un estado de conciencia que el de los órganos internos o de los músculos de una persona enfadada, sino también una vivencia, radicalmente diferente de las sensaciones de las manifestaciones corporales de la emoción, en la medida que la tenden­ cia puede diferir en general de un simple sentimiento o percepción. Si lo va­ loramos en todo su significado teórico, no podemos más que señalar, igual que

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respecto a la tesis de Lange, que aquí hay una cierta incoherencia lógica en los razonamientos de James. Esta incoherencia seguramente habría sido corregida de buena gana por James, si le hubiese prestado atención; pero, de hecho, esta conforma casi el único grano de verdad de toda la teoría, grano que contiene la idea de que la emoción no es una simple suma de sensaciones de reaccio­ nes orgánicas, sino que es, en primer lugar, una tendencia a actuar en una di­ rección determinada. Tendremos todavía la oportunidad de volver a ese grano de verdad que en­ contramos casualmente de la teoría de las emociones. Ahora, no obstante, no podemos omitir que solo en ese punto, en el que la teoría se traiciona a sí misma al constatar un entrelazado interno entre la vivencia y la reacción or­ gánica en el conjunto del afecto, y no su dependencia mecánica de causa-efecto, los experimentos de Marañón confirman el postulado de James y Lange; en todo lo demás, esos experimentos hablan en contra de la teoría. Una inyec­ ción de adrenalina evoca en la persona todas las manifestaciones corporales tí­ picas que acompañan las emociones fuertes, pero esas manifestaciones se viven como sensaciones y no como emociones. En ciertos caso, las sensaciones se ase­ mejan a la experiencia emocional anterior, pero no la reavivan y no la actua­ lizan de nuevo, y solo en casos excepcionales de una sensitivización emocional preparada anteriormente, los cambios corporales pueden llevar al desarrollo de un afecto real. Cannon señala que estos casos representan excepciones y no la regla, tal como lo supone la teoría de James-Lange; en los casos habituales, las manifestaciones corporales no producen vivencias emocionales como resultado directo (W. B. Cannon, 1927). Los experimentos de Marañón constituyen una transición natural a los datos de investigaciones clínicas, puesto que hacen que nos encontremos di­ rectamente con el hombre, introducen en el campo de visión del investigador el plano psicológico subjetivo y hacen accesible un análisis inmediato de la con­ ciencia. Al mismo tiempo, esos experimentos permiten no solo hablar en el idioma de los propios autores de la teoría, sino también reemplazar las infe­ rencias respecto a los estados psíquicos correspondientes a unas u otras mani­ festaciones corporales con la observación fáctica directa de aquellos estados. Hablando seriamente, por ese camino fueron también las primeras investiga­ ciones experimentales relacionadas con la comprobación de la teoría de James. Lo nuevo en los experimentos de Marañón consiste únicamente en la posibi­ lidad de una influencia experimental inmediata y profunda ejercida solo con medios físicos sobre los cambios orgánicos que acompañan las emociones. De los trabajos antiguos recordemos la investigación de A. Lehmann (1892), quien, basándose en la autoobservación, afirmó que incluso la idea primaria que evoca la emoción está teñida con un tono de sentimiento antes de la formación de sensaciones orgánicas teñidas emocionalmente. En consecuencia, concluía, el tono emocional no se puede considerar como una suma de las sensaciones or­ gánicas. En los experimentos de Lehmann, el tono de sentimiento surgía al

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mismo tiempo o justo después de la percepción primaria. La alteración de la circulación, por el contrario, asaltaba solo pasados uno o dos segundos des­ pués de la estimulación, por tanto, después del surgir del sentimiento. Aludimos a los datos de Lehmann solo porque han sido confirmados ob­ jetiva y experimentalmente en investigaciones posteriores. Resumiendo estas úl­ timas, Cannon, sin citar a Lehmann, presenta sus conclusiones en calidad de un nuevo argumento contra la teoría de James: los cambios viscerales surgen de forma demasiado lenta y, por tanto, no pueden considerarse como fuente de la vivencia emocional. Compara29 los datos de C. Stewart30, E. Sertoli31, D. Langley32, I. P. Pavlov y otros33, quienes constataron que el periodo de latencia de la reacción visceral es significativamente superior al período de Licencia de la reacción afectiva (W. B. Cannon, 1927, pág. 1 12), al que F. Wells3-1 (ibíd., pág. 112) establece en 0.8 segundos, abreviando así la duración constatada por Lehmann. Según la teoría James-Lange, las reacciones afectivas surgen como resultado de los impulsos recurrentes de los órganos internos, pero eso parece imposible si consideramos la duración del período de latencia de reacción de esos órganos, a lo que debemos añadir, además, el tiempo necesario para el re­ corrido de vuelta de los impulsos nerviosos hacia el cerebro. En esta compa­ ración de los viejos experimentos de Lehmann y los trabajos nuevos, vemos de nuevo lo fructífero que es el camino de investigación que combina el análisis de los aspectos objetivo y subjetivo de la reacción afectiva. Encontramos formas superiores de esa unión en los experimentos natura­ les en el estudio clínico de la psicopatología de la vida afectiva. Sin exagerar, se puede decir que sin esos datos, las cuestiones básicas relacionadas con la teo­ ría de James-J.ange no podrían ser resucitas, y, jo que es fundamental, no po­ dríamos acercarnos a una comprensión más adecuada de la naturaleza de los afectos y de su organización corporal. Por esta razón, los datos de los estudios clínicos han de ser tomados en consideración si queremos hacer un juicio final sobre esta controversia. En la resolución de esta siempre intentamos encontrar un punto firme de apoyo tanto para la comprensión adecuada de la natura­ leza de los afectos, como también para la valoración adecuada de la teoría fi­ losófica sobre las pasiones que nos interesa. Los mismos autores de la teoría orgánica recurrían a los datos de la pato­ logía esperando encontrar en ellos la confirmación directa de su teoría. «La mejor evidencia», dice James, «de que la causa inmediata de la emoción es el efecto físico de la estimulación externa de los nervios son esos casos patológi­ cos en los que la emoción no tiene un objeto correspondiente. Una de las prin­ cipales ventajas de mi punto de vista de las emociones es el que con su ayuda podemos poner bajo un esquema general tanto los casos psicopatológicos de las emociones como los normales» (1902, pág. 310). De esa forma, James no solo admitía la fórmula de la verificación fáctica de la teoría por los datos psi­ copatológicos, sino que veía en ellos la mejor evidencia de esa teoría, y consi­ deraba que la gran ventaja de su teoría es que explica los afectos normales y

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patológicos igual de bien. En todos los manicomios él esperaba encontrar muestras de afectos no motivados por nada que, en su opinión, demostrarían de la mejor forma la validez de sus postulados. Por eso es totalmente natural volver a considerar la medida en la que esas muestras, esos casos patológicos, realmente hablan a favor de la teoría analizada (o en contra de ella) y en qué medida esa teoría es realmente capaz de unir bajo un único esquema la vida afectiva normal y la patológica. C. G. Lange también consideraba que el último punto de apoyo de la hi­ pótesis sobre la emoción psíquica desaparece apenas abordamos el funciona­ miento anormal de los procesos emocionales. Incluso pensaba, que «el aparato vasomotor está especialmente en peligro de funcionar anormalmente puesto que constituye esa parte del sistema nervioso que disfruta del menor descanso y que con más frecuencia que las demás se somete a turbulencias emocionales. Cuando ocurren desajustes de ese tipo en cualquier sujeto, entonces este, según las circunstancias, está abatido o rabioso, aprensivo o desaforadamente alegre, tímido, etc., y todo eso sin causa alguna, si bien el que expresa esas emocio­ nes es consciente de que no tiene ninguna razón para enfadarse, tener miedo o alegrarse. ¿Dónde está aquí el punto de apoyo para la hipótesis de la “emo­ ción psíquica”?» (1896, págs. 62-63). Como vemos, Lange de nuevo coincide asombrosamente con James no solo en la formulación de sus postulados ge­ nerales, sino también en los detalles de la argumentación que él desarrolla. Pero James, a diferencia de Lange, comprendía claramente que la referen­ cia general y sumaria a los afectos patológicos, no motivados, es solo una evi­ dencia indirecta y bastante precaria a favor de su teoría. Till referencia, pues, no aporta en realidad nada nuevo en comparación con la observación del flujo normal de los afectos, ya que aun en los casos de afecto no motivado (si de­ jamos por ahora de lado el fenómeno de la llamada tristeza de corazón o miedo de corazón, en los que, según James, la emoción es simplemente la sensación del estado corporal y su causa es un proceso puramente fisiológico) la cues­ tión central de toda la teoría no queda en absoluto aclarada: ¿Qué hay que considerar en el afecto no motivado como causa y que como efecto, si el es­ tado psíquico y los cambios orgánicos se dan juntos al igual que en los casos normales? De hecho, la diferencia entre los factores patológicos y los norma­ les radica única y exclusivamente en que en aquellos la percepción, el motivo que evoca el afecto, está ausente, aunque, en realidad, en toda la teoría de James-Lange no se habla de ello. Ellos pretenden demostrar que la emoción como tal, y no su causa, es el resultado de las manifestaciones corporales de afecto, y ese postulado cardinal permanece en el afecto no motivado tan in­ demostrado e indemostrable como en la emoción normal. Obviamente, para la confirmación directa o la refutación de la teoría se necesitan fenómenos patológicos de un carácter totalmente distinto. James lo entendía. ÉJ indicaba que a su teoría le podrían servir solo esos casos pato­ lógicos en los que observaríamos la preservación o desaparición de la emo-

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cionalidad en sujetos no paralizados, caracterizados a su vez por una insensi­ bilidad total. El propio James señala algunas observaciones que se acercan a tales fenómenos, y los interpreta en el sentido favorable a su teoría. Los de­ jaremos de lado, al igual que los datos de Revault d’Allones y G. G. Meyerson, ya que estos, según la observación correcta de C. Landis35, representan unos casos interesantes de la historia y, por tanto, deben ser considerados como tales, ya que todos ellos están relacionados con un desajuste primario y con una alteración de la vida afectiva, por lo cual ahora han de ser valorados más bien desde el punto de vista del psicoanálisis que desde el punto de vista de la psicología fisiológica. El mismo W. James consideró irrealizables las condiciones que él había plan­ teado para el experimento crítico, si bien estas fueron llevadas a cabo primero en el experimento psicofisiológico de Sherrington, quien se aproximó, como bien señala Dume, a los requisitos de James, y después en las observaciones clínicas realizadas por C. Dana36 (C. Dana, 1921). Esas observaciones clínicas no solo nos permiten utilizar los datos de la autoobservación para la investigación fáctica^de las vivencias emocionales en casos patológicos, sino que también arrojan luz sobre un campo de hechos especial­ mente importante, al que hasta ahora habíamos dejado de lado, y el que aborda la teoría orgánica de las emociones. Hasta ahora hemos tratado mayoritariamente y casi exclusivamente con la dimensión visceral de las manifestaciones corporales de la emoción, es decir, con la función de la sección simpática del sistema nervioso central. Por las condiciones del experimento fisiológico, hemos dejado de lado las manifestaciones motoras y mímicas de la emoción, que en la teoría de James desempeñan un papel, si bien secundario, no obstante, muy significativo, de un factor generador la emoción. Más aún, al igual que suce­ día en los experimentos de Cannon y Sherrington, nosotros a menudo tenía­ mos que depender de la preservación de la dimensión motora y mímica de las manifestaciones corporales como evidencia también de la presencia de la parte psíquica de las emociones. Las investigaciones clínicas, que enseguida pasare­ mos a analizar, permiten darnos cuenta también respecto a este grupo de he­ chos y, de esa forma, nos aproximan directamente a los resultados definitivos, a la solución definitiva de la cuestión.

6 Como hemos visto, los partidarios de la teoría orgánica intentan salvarla introduciendo en ella una corrección fáctica esencial que podría reconciliar esa teoría con los datos unívocos de las investigaciones experimentales. Estos datos indican que los cambios viscerales no se pueden considerar como fuente de las emociones y, por consiguiente, se puede suponer que las sensaciones de tensión y movimiento de la musculatura esquelética forman la verdadera fuente

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de un estado emocional, variando de forma correspondiente según las dife­ rentes emociones. S. Wilson37 describió casos de manifestaciones patológicas de risa y llanto, en los que las manifestaciones externas claramente expresadas de la emoción no correspondían en absoluto a los verdaderos sentimientos de los pacientes. Sus vivencias emocionales transcurrían de forma totalmente normal, y ellos su­ frían porque sus sentimientos reales se volcaban en expresiones contradictorias. Los enfermos podían sentirse tristes mientras reían en voz alta y llorar cuando se sentían alegres. Wilson escribe que con todas las expresiones externas de ale­ gría y contento, incluyendo también reacciones anejas de los mecanismos vis­ cerales, estas personas podían no solo no sentirse felices, sino que el estado correspondiente de su conciencia podría esrar en un conflicto abierto con las expresiones externas de sus emociones (S. Wilson, 1924, págs. 299-333). Está completamente claro que la hipótesis de James-Lange tiene que ser cambiada radicalmente si pretende ser consonante con observaciones de este tipo, en las que no hay una confluencia plena de los componentes periféricos y cerebrales. S. Wilson cita casos contrarios que indican también la ausencia de un pa­ ralelismo entre los elementos psíquicos y somáticos de la emoción. Estos son casos de parálisis emocional del rostro, en la que los pacientes sienten las sen­ saciones y toman una clara conciencia de sus estados emocionales normales en las situaciones apropiadas. En ellos se observa una expresión tipo máscara de la cara, y tras esa máscara se conserva por completo el juego normal de las reacciones emocionales. Los pacientes sufren una ausencia completa de los mo­ vimientos expresivos de la cara. Según el testimonio de Wilson, estos eran muy sensibles a esa circunstancia y la veían como una gran desgracia que impedía mostrar a los demás que sentían alegría o tristeza. En una comparación figu­ rada de N. V. Konovalov”1, en los pacientes del primer o segundo tipo des­ critos por Wilson siempre hay esa discordancia de la vivencia emocional y su expresión externa que se parece a una máscara. Si en los pacientes del segundo tipo el rostro se parece a una máscara mortuoria puesta a una persona dotada de la plenitud de emociones vivas, entonces en los enfermos del primer tipo el rostro recuerda una máscara de un actor griego con la expresión emocional exageradamente patética que puede estar en una rotunda disonancia con el es­ tado interno del héroe o del actor que lo representa y las palabras que pro­ nuncia su personaje. En realidad, en los enfermos de este tipo observamos lo que V. Hugo describió en su novela L’H omme Qui Rit. S. Wilson cita los datos de la autoobservación de sus pacientes que pro­ testan contra que su risa o lágrimas sean tomados por los demás como indi­ cador de su estado afectivo real. Según Wilson, con eso no se puede reconciliar la conclusión de que las manifestaciones corporales, como las llama James, cons­ tituyen la emoción. Y al contrario, los pacientes con diplejía facial pueden man­ tener una expresión facial como si fuera una máscara y sentir «una risa interna». Desde el punto de vista de los clínicos, según sus palabras, él tiene que estar

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de acuerdo con los fisiólogos cuando piensan que los cambios orgánicos tie­ nen una importancia relativamente pequeña en comparación con los cambios cerebrales, con los que están unidos los componentes psíquicos de la reacción emocional. Pero, como señala Band, aún más importancia tienen los casos de una vida emocional normal intacta en pacientes que padecen una inmovilidad completa o casi completa de la musculatura esquelética. C. Dana informa que esos pa­ cientes conservan las reacciones emocionales subjetivas normales. A Dana le co­ rresponde la descripción de una observación admirable, la cual, en la opinión de Bard, da una repuesta directa a la objeción frecuentemente dirigida a She­ rrington sobre la falta de pruebas en sus experimentos respecto la presencia de vivencias emocionales en animales operados. La paciente, una mujer muy in­ teligente de 40 años, se rompió el cuello a la altura de la tercera y cuarta vér­ tebra cervical. La enferma padecía una parálisis completa de la musculatura esquelética, del tronco y de las cuatro extremidades, con la pérdida completa de la sensibilidad superficial y profunda desde el cuello hacia abajo. Vivió en­ torno a un año, y durante ese tiempo Dana observaba sus emociones de des­ consuelo, alegría, insatisfacción y afecto. No se ha podido detectar ningún cambio en su personalidad o carácter. Ella controlaba solo los músculos del cráneo, de la parte superior del cuello y del diafragma. La posibilidad de des­ cargas simpáticas de orden emocional estaba excluida. Desde el punto de vista de la teoría periférica es difícil de comprender cómo su afectividad no había sufrido ningún cambio mientras su sistema esquelético había sido prácticamente eliminado y el sistema simpático también había sido totalmente suprimido. Dana llega a la siguiente conclusión básica de esas observaciones: las emo­ ciones están localizadas centralmente y proceden de la actividad e interacción de la corteza y el tálamo. Los centros reguladores de la actividad del sistema nervioso vegetativo están situados principalmente en el tronco cerebral. Esos centros son excitados en primer lugar cuando el animal percibe algo que re­ quiere defensa, ataque o un esfuerzo activo. Estos, a su vez, excitan los múscu­ los, los órganos internos y las glándulas, y también se comunican con la corteza y producen emociones correspondientes al objeto percibido o a la idea surgida. Aún tendremos que examinar la parte positiva de las consideraciones teóricas de este clínico. Al igual que las razones negativas, esta concuerda to­ talmente con las conclusiones a las que llegaron los fisiólogos como resultado de sus estudios experimentales. Ahora continuaremos el examen de estos datos clínicos de importancia primordial que, como es de suponer, son capaces de responder directamente a la pregunta que nos interesa, y, junto con los datos del experimento examinados anteriormente, deshacer casi definitivamente ese nudo de contradicciones que se ha formado durante décadas respecto a la cé­ lebre teoría. H. Head describió casos de lesión unilateral del tálamo óptico: como sín­ toma característico en los enfermos se observaba una tendencia a una reacción

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excesiva a todos los estímulos afectivos posibles, un cambio hemilateral del tono emocional, que se expresaba en que un pinchazo con un alfiler, una presión dolorosa, el calentamiento o enfriamiento producían un efecto emocional mucho mayor en el lado afectado del cuerpo que en el sano. Los estímulos agradables también se vivían emocionalmente con más intensidad en el lado afectado. Un contacto cálido provocaba en los enfermos un sentimiento in­ tenso de placer que se manifestaba en expresiones faciales de alegría y en ex­ presiones de agradable satisfacción. Estímulos afectivos complejos, como por ejemplo la percepción de la música o del canto, podían producir vivencias emo­ cionales de tal fuerza (en el lado afectado) que se hacían insoportables para el enfermo. Uno de los pacientes de Head no podía permanecer en su lugar en la igle­ sia ya que no podía soportar el efecto del canto en el lado afectado. En otro paciente, al oír cantar surgía una sensación inaguantable en el lado enfermo. Uno de los enfermos relató que tras un ataque, que hizo el lado derecho de su cuerpo especialmente sensible a las sensaciones agradables y desagradables, se volvió más tierno. La mano derecha, decía, siempre necesita consuelo. Al enfermo le parece que su lado derecho constantemente reclama simpatía. Su mano derecha parece más «artística». Así pues, la parte del cuerpo con el tá­ lamo óptico afectado reacciona con más fuerza al elemento afectivo tanto de las estimulaciones externas como de los estados internos de ánimo. Existe una mayor sensibilidad de la parte afectada del cuerpo al estado de satisfacción e insatisfacción. E. Küppers39, quien va más allá que los demás en la valoración del papel del tálamo óptico como fuente de los estados psíquicos, formula los resultados de las observaciones de los enfermos de este tipo diciendo que una persona con una lesión unilateral del tálamo tiene a la derecha otra alma que a la izquierda. De un lado necesita más consuelo, es más sensible al dolor, más «artístico», más tierno y más impaciente que del otro. Dejando ahora de lado la interpretación que da James a esos casos, tene­ mos que extraer de ellos lo que se refiere directamente a la cuestión que esta­ mos tratando. En un primer momento nos pueden interesar dos puntos. El primero: como determinó Head, en un enfermo de este tipo se observa una gran diferencia entre el tono de sensibilidad de sensaciones separadas. Mien­ tras que unas sensaciones y percepciones no tienen ningún efecto emocional importante, otras afectan intensamente el lado enfermo. En concreto, como co­ rrectamente subraya Cannon, una importancia especial adquiere el hecho de que las sensaciones que surgen en distintas posiciones del cuerpo y posturas carecen absolutamente de un tono emocional. De aquí se desprende que los impulsos aferentes de la musculatura esquelética, en los que los seguidores de James solían ver, como ya se ha mencionado anteriormente, la principal fuente extravisceral de la emoción, no pueden considerarse, como la fuente real de la emoción después de eliminar las sensaciones viscerales en consecuencia de los experimentos críticos, porque carecen de esa cualidad específica y necesaria (el

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tono de sensibilidad), la cual única y exclusivamente podría hacemos ver en estos la verdadera causa del estado emocional. En consecuencia, el último re­ fugio de los que intentan salvar la teoría orgánica de las emociones resulta estar destruido por las investigaciones clínicas de Head. Ni los impulsos recurrentes de los órganos internos, ni los impulsos de los músculos inervados pueden ser­ vir de fuente de la cualidad específica de las emociones. El segundo punto que nos interesa: en las investigaciones de Head encon­ tramos datos que son totalmente inexplicables desde el punto de vista de la con­ cepción de James y, por tanto, entran en una inconciliable contradicción con esta. Ciertamente, desde ese punto de vista, ¿cómo se puede explicar el hecho del cambio unilateral de las vivencias afectivas cumpliéndose los supuestos bá­ sicos planteados por los autores? Como señala Cannon, ni la cavidad torácica ni los órganos del abdomen pueden funcionar con una mitad, y también el cen­ tro vasomotor representa una unidad; los enfermos de Head, por supuesto, no dan muestras de la risa y del llanto solo del lado derecho o izquierdo. Así, los impulsos enviados de los órganos periféricos trastornados tienen que ser idén­ ticos de los dos lados. Para explicar el sentimiento asimétrico tenemos que re­ ferirnos al órgano capaz de funcionar asiméfricamente, es decir, al tálamo óptico. Concluyendo la reseña de los datos clínicos relativos a la cuestión que nos interesa, vemos que hemos adquirido en estos nuevos datos un punto nuevo y fundamental de apoyo para solucionar la controversia teórica que estamos analizando. Como hemos mencionado, el mismo James, al publicar por pri­ mera vez su teoría, sostuvo que si alguna vez su teoría fuera a ser confirmada o rechazada de algún modo, solo podía ser a través de la clínica, ya que solo esta tiene en sus manos los datos necesarios para ello. Partiendo de diversas observaciones, ¡a clínica ha acumulado suficientes datos desconocidos en el mo­ mento de elaboración de la teoría analizada y de esa forma ha obtenido un medio real para la confirmación o refutación de la hipótesis de James. Des­ pués de lo dicho anteriormente, apenas puede caber duda de que las investi­ gaciones clínicas abogan unívoca y concretamente más bien por la refutación que por la confirmación de esta hipótesis. En las investigaciones clínicas encontramos otro punto que puede llevar nuestra investigación, tanto tiempo estancada en un punto, adelante. Al estu­ diar y dar sentido a los datos clínicos relativos a la vida afectiva en condicio­ nes patológicas, no podemos limitarnos solo a extraer de ellos evidencias adicionales que nos llevan a rechazar la hipótesis orgánica por no correspon­ der claramente a la realidad. Hay que ser teóricamente ciego para no ver este gran giro en toda la teoría de las emociones que se vislumbra de forma os­ tensible en estos datos clínicos. Si quisiéramos calificar en una frase el conte­ nido de este giro radical del pensamiento teórico que intenta profundizar en la naturaleza de la vida emocional, tendríamos que decir, junto con Bard: el mayor servicio (favor) que nos presta la nueva teoría consiste en el viraje de la investigación experimental de las emociones desde la periferia hacia el cere-

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bro. Este desplazamiento radical de la atención de la investigación y de la teo­ ría de las emociones de 180° entraña realmente toda una revolución en la vi­ sión científica de la naturaleza de los procesos afectivos. Pero para poder aclarar definitivamente el significado de dicha revolución y su relación hacia el pro­ blema básico de nuestra investigación, tenemos que examinar de forma crítica la polémica que ha surgido entorno a ella.

7 Si nos detuviéramos o, más bien, nos plantáramos en este punto al que hemos llevado el examen del vasto material experimental y fáctico acumulado en más de medio siglo que ha transcurrido desde la elaboración de la teoría orgánica (si bien podríamos presentar solo una parte nimia de este), e inten­ táramos abarcar con una sola mirada todo el panorama, toda la situación que se ha configurado al día de hoy en el estudio de las emociones, entonces no podríamos más que señalar que en los últimos tiempos han ocurrido en él cam­ bios esenciales. Si las primeras décadas aportaban ciertos planteamientos críti­ cos y hechos capaces de desestabilizar la teoría imperante de las emociones, como las investigaciones de Lehmann, Sherrington y otros, en las últimas dé­ cadas, debido a la gran acumulación de material proveniente de distintos lu­ gares, ya es simplemente imposible seguir acumulando tantos datos dispares. El propio proceso de desarrollo del pensamiento científico ha planteado la necesidad de generalizar y -lo que es lo más im portante- de intentar otra in­ terpretación y construir una teoría capaz de explicar adecuadamente el mate­ rial fáctico acumulado. De esa forma, los objetivos de hacer una crítica v revisión se han desplazado a un segundo plano en comparación con los obje­ tivos de elaborar la mencionada teoría de las emociones. Aceptar o rechazar la teoría de James resultó insuficiente. Nos hemos encontrado con la necesidad de elaborar una teoría nueva para los hechos nuevos, confrontarla con la vieja teoría e incorporar en ella todo lo verdadero en la hipótesis de James y Lange que había aguantado la prueba fáctica. Su hipótesis se ha justificado histórica­ mente ya solo porque ha engendrado una serie de investigaciones y ha impul­ sado así el pensamiento científico hacia el descubrimiento de fenómenos de la realidad desconocidos hasta entonces que ya por sí mismos han predetermi­ nado la dirección del movimiento del pensamiento teórico. El cambio de la situación y de todo el estado de la cuestión sobre las emo­ ciones que ha ocurrido en las últimas décadas consiste pues, en primer lugar, en que nos encontramos con dos teorías de las emociones mutuamente opuestas. Las investigaciones anteriores, cada una por separado, no eran capaces ni de de­ terminar el destino de la vieja teoría ni de proponer algunas hipótesis teóricas en su lugar. Los investigadores, como Sherrington, se abstenían de una aprecia­ ción definitiva y limitaban su labor a tendencias puramente críticas. Así se ex-

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plica esa situación paradójica en la que, a pesar del material crítico que se ha es­ tado reuniendo sistemáticamente década tras década, la teoría de James-Lange no solo ha seguido existiendo como una verdad científica ampliamente recono­ cida, sino que su significado y su vitalidad se han ido fortaleciendo, difundiendo su principio general por todo el campo de la psicología y creando a su imagen y semejanza corrientes totalmente nuevas en nuestra ciencia, que parten del prin­ cipio reflejo para explicar la psicología del hombre en su totalidad. Ni uno de los golpes propiciados a la teoría orgánica fue capaz de matarla, y según el famoso postulado, lo que no me mata, me hace más fuerte. Esto es totalmente aplicable a la teoría de James-Lange-. sus críticos no supieron sin­ tetizar, no fueron capaces de compararla con otra teoría mejor armada, no fue­ ron capaces de consolidar sus ataques con una interpretación positiva de los nuevos hechos. Estas metas tocaron en suerte en la última década. Esta -la década- cumplió dignamente las tareas que tenía ante ella, supo sintetizar la experiencia dispar de las décadas anteriores, enriquecerla con nuevos medios anteriormente imposibles y datos de la investigación científica y propi­ ciar el golpe contundente y definitivo a la vieja teoría. Supo elaborar una nueva teoría. Esto es lo más importante. Sin embargo, aun así, cumplía solo la parte primera y más elemental de las tareas. Como hemos visto en la revisión ante­ riormente realizada de las investigaciones, y como veremos aún con más clari­ dad al analizar después la teoría engendrada en la lucha y durante el proceso de crítica y revisión, nosotros hasta ahora -en la crítica de lo viejo y en la cons­ trucción de lo nuevo- no hemos salido todavía de ese círculo estrecho de pro­ blemas en los que la hipótesis de James-Lange acorraló al pensamiento teórico. No supimos elevarnos sobre la formulación del problema dado en sus hipótesis. En realidad, todos los opositores de esa hipótesis, no menos que sus se­ guidores, resultaron ser unos tímidos discípulos de James v Lange en el plan­ teamiento misino de los problemas fundamentales de la psicología de los aíecros. Por eso la crítica de la falsa teoría resultó estar trabada por ese planteamiento radicalmente falso de la cuestión que yace en la base de la teoría misma y que ha predeterminado en un cierto grado su falsedad. Eso también influyó en gran medida sobre el carácter de la nueva teoría que se engendró durante el pro­ ceso de revisión crítica de la hipótesis James-Lange. La nueva teoría, de forma semejante a la crítica, desplegó su construcción sobre el mismo fundamento, sobre el cual se erguió la vieja. Uno de los creadores de la nueva teoría -Cannon—la tilda de alternativa en relación a la hipótesis de james. Y realmente las dos teorías, la vieja y la nueva, son alternativas en el sentido que presen­ tan dos soluciones concretas y mutuamente excluyentes de un mismo problema. En este término se ha plasmado de la mejor forma el que la nueva teoría no ha podido convertirse en nada más que en una mera alternativa en relación a la vieja, y, por tanto, tampoco ha podido elevarse sobre el plano en el que du­ rante el último medio siglo el pensamiento psicológico ha sido aplastado y ator­ nillado a la tierra.

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Si nos preguntamos qué, al fin y al cabo, en resumen, nos ha aportado medio siglo de crítica de la vieja teoría y qué nos aporta ahora la nueva teoría que se consolida en vez de la anterior, entonces no se puede responder esa pregunta de una forma que no sea contradictoria: y mucho, y muy poco. Mucho, en cuanto a la refutación concreta de los viejos postulados, que a la luz de una revisión fáctica han manifestado su falsedad y, por tanto, tam­ bién la imposibilidad de demostrar la teoría construida sobre estos. Mucho, en cuanto al esclarecimiento de las circunstancias fácticas altamente significativas y fundamentales que han arrojado no poca luz sobre la organización y la ac­ tividad de las emociones, sobre su significado biológico, sobre su relación con otros procesos vitales y su lugar entre otras formas de actividad neuropsíquica. Mucho, finalmente, en cuanto a la síntesis teórica de un gran material fácrico, de carácter mayoritariamente psicológico y neurológico, una síntesis lógicamente consistente, elegante y bastante convincente para abarcar y explicar la mayoría de los hechos que conocemos. Pero a la vez, tanto la crítica como la nueva teoría nos han aportado, al fin y al cabo, muy poco. Poco, respecto a que la crítica no se ha desprendido del corte filosófico de la vieja teoría, no reveló y no derribó los fundamentos patológicos sobre los cuales fue construida, no denunció los errores psicológi­ cos en la propia formulación del problema, sino que, por el contrario, al acep­ tarla enteramente, ha introducido esos errores en la nueva construcción. Poco, en cuanto la nueva teoría, de forma semejante a la vieja, no ha hecho ni un mínimo acercamiento hacia la solución de la tarea principal y fundamental, la formación de la psicología de los afectos del hombre, por no mencionar el alto significado teórico de esre apartado en nuestra ciencia, o hacia la solución de cuestiones de índole filosófica de la investigación psicológica, la teoría psico­ lógica de las pasiones, sin la cual, al parecer, el problema mismo de los afec­ tos no se puede plantear correctamente en la psicología humana. En la introducción al último simposio11 que reúne la opinión de los re­ presentantes más notables de la ciencia psicológica sobre la naturaleza de las emociones, M. Bentley40 señala correctamente esa constricción de toda la psi cología contemporánea de las emociones impuesta por el planteamiento de la cuestión en la hipótesis orgánica de James-Lange. Bentley ve en el nefasto go­ bierno de la vieja teoría el trazo característico de toda la psicología contem­ poránea de las emociones. El pasado oprime el presente. Lo nuevo lucha incesantemente con lo viejo, pero lucha con sus mismas armas y por eso, a pesar de las visibles victorias, siempre acaba cautivo de la vieja falacia inútilmente derrotada. El muerto apresa al vivo. El poder del muerto sobre el vivo en la psicología contemporánea de las emociones crea esa desolación que obliga a Bentley formular en vísperas del simposio la pregunta fundamental: «¿Es la emoción algo más que el título de un capítulo?» (M, Bentley, 192.8, pág. 17). Durante el último medio siglo, dice Bentley, el estudio de las emociones ha ocupado en calidad de capítulo nuevo

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y relevante un lugar en los cursos generales y tratados de psicología. Pero, ¿cuál es el contenido de este capítulo? Un apartado dedicado a la clasificación de las emociones; un apartado dedicado a James-Lange (normalmente el más largo); un apartado sobre la expresión de las emociones; alguna que otra vez una pe­ queña descripción y una reflexión puramente práctica respecto a la utilidad y las inconveniencias de los trastornos emocionales. ¿Por qué -pregunta Bentleyseguimos hasta ahora afilando nuestros cuchillos sobre los fragmentos rotos de ese duro fósil constituido por exageraciones? ¿No será porque la psicología ofrece todavía en una mínima medida teorías dignas de respeto que tiene tanto miedo a dejar a una de estas que se desvanezca o muera? (ibíd., pág. 18). La situación de los críticos de esa teoría paradójica e inmortal recuerda al­ tamente una historieta popular burlesca, mencionada por V. I. DaP2, sobre un cazador que anuncia orgullosamente a sus compañeros que ha cazado un oso. A la sugerencia de los compañeros a que les traiga al animal capturado, el ca­ zador responde: —«¡Es que no puedo!» -«¡Pues ve tú solo!» -«¡Es que no me deja!». Al igual que en esta historia, no está del todo claro quién cazó a quién, si el cazador al oso, o el oso al cazador. Los propios críticos de la decantada teoría se encuentran en su poder y no solo no pueden llevar a la presa según su voluntad adonde se lo exige el desarrollo progresivo del estudio de los afec­ tos, sino que por sí mismos no pueden alejarse ni a un paso de la presa que han capturado. Ciertamente, las tareas no solucionadas por la crítica y por la nueva teoría que acabamos de mencionar representan por sí mismas unas tareas cuyo desafío, al parecer, será posible solo dentro de muchos años con la ayuda de amplias y profundas investigaciones. Por su propia esencia son irresolubles en el pro­ ceso de crítica incluso de la falacia más fecunda. Al contrario, la crítica cons­ tituye una premisa necesaria para el planteamiento mismo de esas tareas. Esta les abre las puertas, si bien nosotros creemos que ha llegado el tiempo para rea­ lizar el primer intento de entrar en esa puerta abierta de par en par e inten­ tar esbozar, de forma totalmente libre e imparcial, por lo menos las bases más generales para la elaboración de nuevas cuestiones en la psicología de los afec­ tos, cuestiones que no han soñado ni los viejos sabios. En la presente investi­ gación se realiza este primer intento y, necesariamente, un intento bastante limitado y modesto. Puedç parecer extraño que el primer paso en este nuevo camino lo inten­ temos dar desde arriba, desde las cumbres filosóficas de la teoría de las pasio­ nes. Con toda razón se puede objetar que existe un abismo entre esa teoría de índole fisiológica y neurológica, que garantiza desde abajo el desarrollo de la nueva teoría, y las cumbres de las generalizaciones teóricas, que permiten con­ templar todo el campo de las futuras investigaciones y toda la serie de nuevas cuestiones que llenan ese campo: este abismo puede ser rellenado solo con in­ tensos y prolongados esfuerzos de los que recogen los nuevos datos y abren nuevos caminos.

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Sin embargo, nos parece que el camino que hemos elegido es un camino totalmente lícito, pues todas esas investigaciones nuevas hay que hacerlas po­ sibles; desde abajo, sin lo que el pensamiento materialista científico no podría moverse y desarrollarse en el plano de los complejos y confusos problemas re­ lativos a la naturaleza psicológica de las pasiones humanas, y desde arriba, sin lo cual este no solo sería incapaz de superar las raíces metodológicas de los errores de la teoría orgánica de las emociones, sino que tampoco podría ver esa dirección que debería seguir la investigación para obtener como resultado conocimientos fiables y sólidos. Si comparamos el estado actual del estudio de los afectos en este respecto con otros campos básicos de la psicología contemporánea, no podemos ignorar que este representa una particular y triste excepción junto a otros de sus capítulos. Esta circunstancia se puede comprender fácilmente como causada irremediable­ mente por toda la historia del desarrollo del pensamiento psicológico científico. Además, la teoría de las pasiones se sitúa en un estado de triste excepción, por el cual -lo podemos afirmar sin vacilación alguna- esre capírulo, casi el más básico de la psicología, se presenta muy por debajo de todos los demás capítulos. Es como si estuviese paralizada en el desarrollo progresivo. Por dentro está desolada, y se rellena normalmente, como correctamente señala Bentley, con material muerto y despierta sospechas entre los investigadores más lúcidos: ¿consistirá en general en algo más que en un gran título de unas páginas no rellenas? Si concedemos incluso una rápida mirada al estudio actual de la percep­ ción, a la teoría actual de la memoria, al estudio tan desarrollado en las últi­ mas décadas del pensamiento y a la psicología del habla que tanto se desarrolla especialmente en los últimos tiempos, entonces no podemos dejar de sorpren­ dernos ante estos violentos contrastes que se manifiestan al comparar esos ca­ pítulos de la psicología de hoy en día con el estudio de los afectos. Los contrastes no consisten solo en que los capítulos enumerados son especialmente ricos en pensamiento teórico, con el lado fáctico ampliamente elaborado, lle­ nos de contenido vital y en un rápido desarrollo, mientras que el estudio de los afectos está hasta ahora encadenado, como un preso a una carretilla, en un punto en el que la historia hizo el célebre nudo de la teoría orgánica. Todo esto es más bien el resultado que la base de las diferencias. La diferencia con­ siste ante todo en que todos los demás capítulos de la psicología construyeron su camino, en el que alcanzaron un estudio auténticamente científico y au­ ténticamente psicológico de los problemas apropiados. Por eso apuntan de forma directa y osada hacia el futuro. Solo el estudio de las pasiones resultó ser ciego, sin rumbo, en un callejón sin salida, girado hacia atrás, hacia el pa­ sado lejano. Este ni siquiera ha elaborado su problemática y hasta ahora no se ha planteado la pregunta sobre la validez o la falsedad del viejo planteamiento de los problemas básicos y centrales de toda la teoría. Creemos que la causa de las diferencias reside en que en todos los aparta­ dos de la psicología, excepto en el apartado de las emociones, observamos un

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fenómeno general que se manifiesta con tal regularidad, tal consistencia en los campos más diversos, de forma tan fructífera para cada campo por separado y para la psicología en general, que de ninguna forma podemos calificarlo de ca­ sual. Al contrario, nos parece algo inevitable que emana de esta crisis que vive la psicología contemporánea y el único camino de salvación por el cual puede sacar, y en parte ya ante nuestros ojos la está sacando, a la ciencia de esta cri­ sis. Ese fenómeno consiste en una profunda tendencia filosófica que penetra en los campos más diversos de la investigación psicológica actual. En realidad, la tendencia de acercar los problemas filosóficos y psicológicos, de resolver las tareas filosóficas en base a un material concreto de la psique hu­ mana, de descubrir los instantes filosóficos contenidos de forma inmanente en los problemas más concretos y empíricos de la psicología humana, al examinarla de cerca, resulta ser bilateral. Se puede observar fácilmente desde dos cabos. Por un lado, la investigación filosófica, en su transición desde el análisis histórico de los sistemas filosóficos y del desarrollo dogmático de los viejos sistemas perfec­ cionados o renovados hacia un análisis concreto, se topa forzosamente con la ne­ cesidad de estudiar la realidad viva, tal сорю se presenta en la ciencia actual, y en particular, en la psicología contemporánea. Podríamos mencionar la vieja in­ vestigación de H. Bergson43 dedicada al problema de la memoria (1896) y las investigaciones más recientes de E. Cassirer44 sobre la psicología del habla (1925) para ilustrar este hecho, nuevo para la filosofía, que, para la resolución de sus problemas, el filósofo se sumerge en un material experimental y clínico concreto obtenido en los nuevos tiempos, y el pensamiento filosófico, prácticamente des­ prendido durante los últimos siglos del análisis concreto de la realidad viva y ba­ sado en los sistemas científicos de un pasado lejano, intenta de nuevo encontrarse directamente, cara a cara, con esa realidad, ante rodo mediante el conocimiento científico concreto y, en particular, el conocimiento psicológico. No obstante, también la investigación psicológica llega necesariamente a este punto de desarrollo cuando a veces, sin darse cuenta, comienza de hecho a so­ lucionar cuestiones de carácter filosófico. A menudo en la psicología contem­ poránea surge esta situación, a la que una de las participantes en el experimento de N. Ach45 (1921) sobre la formación de conceptos calificó con estas palabras, citadas por el autor en la introducción a toda la investigación: pero si esto es la filosofía experimental. El estudio de Ach sobre la formación de conceptos, de J. Piaget'sobre el desarrollo de la lógica infantil y sus categorías básicas, de M. Wertheimer46 y W. Kohler sobre la percepción, de E. Jaensch sobre la me­ moria, pueden servir de ejemplos de esta filosofía experimental que se filtra en las investigaciones psicológicas. Como ya se ha dicho, este fenómeno es para la psicología contemporánea más una regla que una excepción. Toda ella ronda los problemas filosóficos, auténticos fermentos del desarrollo de las principales teorías psicológicas contemporáneas. Solo el estudio de las pasiones constituye una excepción. Ciertamente, aquí también se produce lo que decía E Engels47: lo quieran o no los naturalistas,

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pero los filósofos los guían. Una de las tareas básicas de nuestra investigación es precisamente la revelación de ese pensamiento filosófico que guía a los na­ turalistas antiguos y actuales en sus teorías sobre la vida afectiva. No obstante, claro está, hay una diferencia esencial entre el servicio inconsciente o consciente de uno u otro pensamiento filosófico. Mientras que los demás campos de la psicología se han unido espontáneamente al camino de inclusión en el sistema general de la filosofía, el único capaz de sacarlos de la crisis, el estudio de las pasiones permanece hasta ahora en el punto de congelación de un empirismo intransigente. Es obvio que en el estudio de las pasiones estamos ante la tarea de elevarlo al nivel propio de otros campos de la psicología contemporánea. Dicho de forma más simple, estamos ante la tarea de erguir las bases, si bien las inicia­ les, de una teoría psicológica de los atéceos consciente de su naturaleza filosó­ fica, no temerosa a las más altas generalizaciones adecuadas respecto a la naturaleza psicológica de las pasiones, y digna de devenir uno de los campos de la psicología del hombre, tal vez incluso en el campo fundamental. La cons­ trucción de esa teoría, por supuesto, no puede llevarse a cabo en una investi­ gación, por más carácter abstracto que tuviese, sino que, como en todo asunto complejo, es necesaria una división del trabajo. Sin duda alguna, esta teoría puede ser construida únicamente como resultado de una serie de investigacio­ nes. Y entonces, creemos que en el desarrollo de esas investigaciones, de forma totalmente independiente del 300° aniversario de Spinoza, ha llegado el mo­ mento cuando ante los investigadores se fija el objetivo de sintetizar todo el camino andado y de trazar su continuación. Si, según una observación acer­ tada de Goethe58, solo todas las personas juntas conocen la naturaleza, enton­ ces en el conocimiento conjunto es necesaria la colaboración basada en una división del trabajo. Pensamos que gracias a esa división del trabajo, nuestra tarea (que surge de forma irremediable ante nuestros ojos y en los demás campos de la psicología) consiste en concentrar y sintetizar el diverso material fáctico, descubrir tras la lucha de teorías psicológicas concretas la lucha de las ideas filosóficas, trazar la concepción filosófica del problema psicológico de los afectos y abrir así el ca­ mino para las investigaciones futuras. Esa tarea no puede resolverse de otra forma que mediante una investigación especial. Por eso hemos introducido en el subtítulo del trabajo las palabras «Investigación histótico-psicológica», puesto que en él vemos una parte necesaria de la labor de construcción de la nueva teoría de las emociones. Dentro de la investigación misma existe su propia di­ visión del trabajo: no solo la recogida de los hechos, sino también su análisis, síntesis y la revelación de las ideas que los iluminan conforman la tarea directa de la investigación; consideramos el presente trabajo una investigación, no por­ que esta contenga ciertos suplementos de carácter concreto y fáctico del co­ nocimiento científico, obtenidos con nuestras propias manos durante el proceso de experimentación directa, sino porque el camino mismo hada una síntesis 147

real, hacia la toma de conciencia de los puntos teóricos superiores del estudio de las pasiones, no puede, según nuestras convicciones, ser otra cosa que solo la investigación. Hemos escogido para la investigación un camino extraño e ingenuo, la com­ paración de la vieja teoría filosófica con el conocimiento científico actual, pero ahora ese camino nos parece históricamente inevitable. No esperamos encon­ trar en los estudios de Spinoza sobre las pasiones una teoría hecha, adecuada para el uso del conocimiento científico actual. Al contrario, esperamos que en el transcurso de nuestra investigación, respaldados por la verdad de la teoría de Spinoza, aclaremos sus errores. Creemos que no disponemos de ningún arma más sólida y fuerte para la crítica de Spinoza que la revisión de sus ideas a la luz del conocimiento científico actual. Pero a su vez consideramos que el es­ tudio científico contemporáneo de las pasiones puede ser alejado del histórico callejón sin salida solo con la ayuda de una gran idea filosófica. Pese a la opinión establecida que ve en la psicología de Spinoza solo pin­ celadas sueltas de generalizaciones y comparaciones, proclamándola por com­ pleto patrimonio del pasado, nosotros en nuestra investigación intentamos revelar su parte viva. Por eso el principal punto de vista de la presente inves­ tigación se puede expresar de la forma más nítida y clara por oposición a la mirada tradicional, tal como fue formulada por uno de los investigadores de la Ética de Spinoza, quien considera que para un psicólogo de nuestros días su teoría de las pasiones puede presentar tan solo un interés histórico. En contraposición a esto, nosotros consideramos que la teoría de Spinoza de las pasiones puede tener para la psicología contemporánea un interés real­ mente histórico, no en el sentido de esclarecer el pasado histórico de nuestra ciencia, sino en el sentido de un punto de giro de toda la historia de la psi­ cología y de su desarrollo futuro. Liberada de los errores, creemos que la ver­ dad de esta teoría atravesará las bases de los problemas fundamentales, impulsados por el conocimiento de la naturaleza psicológica de las pasiones y de toda la psicología del hombre, dura y afilada, y los resolverá, igual que el diamante corta el cristal. Esta ayudará a la psicología contemporánea en lo más básico e importante, en la formación de la idea del hombre que pueda servir­ nos de tipo de la naturaleza humana.

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Pero volvamos de nuevo a la cuestión de la veracidad o falsedad de la vieja y nueva teoría de las emociones. Ya hemos aludido a que en la revisión crítica mencionada de la hipótesis orgánica hay una gran cantidad acumulada de nuevos datos que exigían im­ periosamente una aclaración y una síntesis. La crítica inevitablemente ha te­ nido que proceder a la elaboración de una nueva hipótesis. El movimiento del

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pensamiento teórico se ha encontrado y confluido en una corriente con las in­ vestigaciones procedentes de otras áreas -d e la neurología y la clínica- y esta­ ban impregnadas de la misma tendencia a crear otra explicación para los hechos descubiertos. De esa forma, del cruce de dos tipos de investigaciones ha sur­ gido lo que ahora podemos considerar como la teoría generalmente más acep­ tada y predominante de las reacciones emocionales, a la que, por su punto central, se suele llamar la teoría talámica. Al principio examinaremos, en sus rasgos más generales, la segunda serie de investigaciones que hasta ahora ha­ bíamos dejado desatendidos. La nueva teoría, al igual que la teoría de James-Lange, parte de la extrema afinidad que existe entre las sensaciones y las emociones. Sin embargo, esta re­ suelve la cuestión de la relación mutua de las dos clases básicas de procesos psíquicos de otra forma que la teoría orgánica. Esta última disuelve las emo­ ciones en las sensaciones, reduciendo las primeras a las segundas, viendo en ellas solo unas sensaciones de un tipo especial, en concreto, las sensaciones que surgen como resultado de las excitaciones de carácter intraorgánico. La nueva teoría llama ante rodo la atención no sobre la reducción del sentimiento a la sensación, sino al estrecho acercamiento, en algunas ocasiones, a la plena fu­ sión de lo uno y lo otro. Esa circunstancia encuentra su expresión directa tanto en el análisis fenomenológico de nuestra vivencia, como también en la auto­ nomía y fisiología del cerebro. K. Stumpf ha introducido para designar la fusión de la sensación y el sen­ timiento vividos directamente la denominación «la sensación del sentimiento». Según Kretschmer49, esto se puede ilustrar de la mejor forma en la sensación de dolor. Por supuesto, de forma mecánica y lógica podemos decir: el dolor es una sensación sensible «a», que viene acompañada por un determinado alecto, sentimiento de dolor «b». La vivencia real, de hecho, es, totalmente distinta: no es «b» lo que acompaña «a», sino que «b» y «a» son en la vivencia lo mismo. De forma puramente fenomenológica, el dolor es tanto sensación como tam­ bién sentimiento; estos son simultáneos en un único acto indivisible. Ese modo de ver tiene un significado fundamental también para nuestro pensamiento en el área de la fisiología del cerebro. La fuerte división de las sensaciones y sen­ timientos es lógicamente necesaria, no obstante, y a pesar de eso, a un nivel más bajo es abiológica y, en ese caso, constituye asimismo una abstracción nofenomenológica. Por primera vez, solo a niveles más altos de actividad de la percepción y la representación, actúan como contenido y afecto en una rela­ ción autónoma y mutuamente variable y hacen posible que después se consi­ deren como realmente separadas en la vivencia. El hecho de la indiferenciación de las sensaciones y sentimientos en la con­ ciencia primitiva en las etapas tempranas de desarrollo está estudiado y desarro­ llado de forma muy pormenorizada en la escuela de Leipzig de F. Krüger49, quien lo convirtió en el punto de partida de toda su psicología del desarrollo. Común para la mayoría de las comentes psicológicas actuales es la idea de que

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al inicio del desarrollo nos encontramos no con elementos separados de la vida psíquica desarrollada, sino con formaciones integrales indiferenciadas que solo en etapas superiores de desarrollo comienzan a diferenciarse en familias, espe­ cies y clases de los procesos psíquicos más o menos independientes y definidas. H. Volkelt, uno de los representantes de la escuela de Leipzig51, habla de aquellas formaciones, típicas de las etapas tempranas de desarrollo: solo en­ tonces, cuando se consigue caracterizar esas integridades, difícilmente suscep­ tibles a la descripción y todavía relativamente muy difusas, vemos en qué medida esas integridades primitivas se acercan a los sentimientos. De hecho, ningún tipo de vivencia del adulto, excepto los sentimientos, se acerca tanto a esos complejos primitivos que se encuentran en un estado de difusión tanto dentro de sí como también en cierta medida en relación a! entorno. Cuanto más descendernos en el mundo de lo primitivo, tanto más las integridades psí­ quicas, no solo en su forma general, sino también en su constitución se acer­ can a la esencia del sentimiento. Estas sensaciones y percepciones parecidas a las emociones han sido intro­ ducidas por Krüger en el área de los fenómenos que él denominó «el área de sentimiento-imagen». En su nueva exposición de la teoría de la naturaleza del sentimiento, este autor vislumbra la esencia de los sentimientos, la cual puede convertirse en la base de la teoría sistemática, en el complejo de cualidades que caracterizan las vivencias de cualquier formación psíquica íntegra. Si bien en la teoría general Krüger otorga al sentimiento un significado exclusivo y dominante en toda la organización de la vida psíquica, y en eso discrepa de muchas co­ rrientes psicológicas, en la afirmación particular de la fusión de la sensación y el sentimiento en las etapas tempranas de desarrollo encuentra apoyo de parte de la gran mayoría de los investigadores actuales. Como ejemplo se podría men­ cionar solo las posiciones desarrolladas por la psicología estructural actual, la que por boca de K. Koffka afirmó que en las etapas tempranas de desarrollo, el objeto para la conciencia es igual de imponente que negro, y que las prime­ ras percepciones parecidas a las emociones tienen que ser consideradas de hecho como el punto de partida de todo el desarrollo subsiguiente. La estrecha afini­ dad, que de vez en cuando conduce a la fusión total de la sensación y el sen­ timiento, no puede prescindir de bases anatómicas y fisiológicas. Esas bases están desarrolladas en la teoría de una serie de notables repre­ sentantes de la neurología actual. La conclusión común a la que llegan esos investigadores (I. Müller52, Herrick y otros) es el postulado de que todas las vías sensitivas y sensoriales que van de la periferia al cerebro (excepto las olfatorias) entran en el tálamo óptico y se interrumpen en él. De esa forma, el tálamo óptico forma anatómicamente un gran centro de distribución para todas las vías de sensación; en él hay amplias posibilidades para la reagrupación de los impulsos aferentes y para su distribución por vías de sensaciones separadas, que conducen más adelante hacia los campos específicos de proyección en la cor­ teza del cerebro. Por un lado, ese área tiene vías asociativas desarrolladas que

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la conectan con la corteza, y, por otro, ese área, si incluimos en ella no solo los centros sensoriales, sino también los motores y el centro de la coordina­ ción motora, está conectada con los órganos internos y la musculatura esque­ lética. Como dice Herrick, ningún impulso sensorial simple puede en circunstancias normales alcanzar la corteza cerebral sin que antes haya sido transformado en los centros subcorticales que llevan a cabo complejas combi­ naciones de actos reflejos y de diferentes acciones automáticas en correspon­ dencia con su estructura preformada. En consonancia con esto, Müller desarrolló una teoría relativa a las fun­ ciones del tálamo óptico (J. Müller, 1842). Según su teoría, esta área se con­ sidera justo el lugar del cerebro donde distintas sensaciones reciben un matiz emocional particular y un tono de sentimiento. En esta área surgen las sensa­ ciones corporales de dolor y satisfacción, mientras que la corteza cerebral es impórtame solo para la localización de sensaciones y percepciones. Esa área es también el punto de transmisión, en el que la excitación de las neuronas sen­ sibles se propaga a las neuronas semejantes del sistema vegetativo. Desde ese punto de vista, el área del tálamo óptico es el centro principal de las funcio­ nes sensoriales y de la vida afectiva elemental íntimamente ligada a estas. Junto con los centros del sistema nervioso vegetativo y los centros psicomotores del tronco cerebral situados cerca del tálamo óptico, esa área constituye un centro para las reacciones viscerales-afectivas. A concepciones similares, incluso antes de Müller, llegó Head, quien junto con G. Holmes53 adjudica a esa área funciones de producir estados conscientes. Basándose en sus observaciones de casos con lesiones unilaterales del tálamo óptico, Head llega a la conclusión, que ese órgano es el centro de la concien­ cia de ciertos elementos de sensaciones v que responde a todos los estímulos capaces.de evocar satisfacción o insatisfacción o la conciencia de cambio en el estado general. El tono emocional de las sensaciones somáticas o viscerales es producto de su actividad. Quien va más lejos de todos en ese respecto es Küppers, quien, como hemos visto al interpretar los casos con una lesión unilate­ ral del tálamo óptico, defiende la idea de que estos enfermos tienen de un lado un alma distinta a la del otro lado. Así, tiende a localizar en esta área no solo las funciones psíquicas esenciales, sino también casi el alma misma. Al parecer, independientemente de esta serie de investigaciones y, en todo caso, basándose en investigaciones de otro tipo, Dana y Cannon plantearon una teoría similar. Según su idea, las emociones surgen como resultado de la acti­ vidad del tálamo óptico. Cannon formula el postulado básico de la teoría del siguiente modo: «La cualidad específica de las emociones se une a la simple sen­ sación cuando se excitan los procesos talámicos (W B. Cannon, 1927, pág. 120). Lo que es esencialmente nuevo en esta variante de la teoría taiámica es la idea de la interacción de la corteza del cerebro y del tálamo óptico como substrato fisiológico real de los procesos emocionales. Ya hemos citado anteriormente las conclusiones a las que llega Dana en base a sus observaciones de la conserva-

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ción de las vivencias emocionales en ausencia de manifestaciones de las emo­ ciones de los enfermos. Recordemos que el punto básico de esas conclusiones es la idea de la localización central de las emociones que emana de la actividad y la interacción de la corteza y el tálamo óptico. Esta teoría, a la que Dana llegó independientemente de Cannon y que, como vemos, ha sido desarrollada simultáneamente por algunos investigadores con una sorprendente concordan­ cia y una asombrosa coincidencia en detalles concretos, nos recuerda de nuevo, al igual que la coincidencia de la teoría de James y Lange, el pensamiento de Goethe sobre las ideas que maduran en épocas determinadas y caen como fru­ tos al mismo tiempo en huertos distintos. Obviamente, la teoría talámica de las emociones es realmente una de esas ideas de nuestra época que maduró al mismo tiempo. El grado máximo de maduración y elaboración en la dirección que nos interesa ha sido alcanzado en los trabajos de Cannon, quien intentó desarrollarla no solo en una teoría psiconeurológica sistemática de las emocio­ nes, sino que también ha sido capaz de contraponerla con toda coherencia y perspicacia a la vieja teoría de James-Lange como la única explicación adecuada de una gran cantidad de datos de muy^diversa índole que conocemos de áreas de la vida afectiva normal y patológica. Por eso nos apoyaremos en adelante en los trabajos de Cannon para la exposición de esta teoría y en la revisión de la principal evidencia utilizada habitualmente en su defensa. Empezaremos con el esclarecimiento de la divergencia radical entre la vieja teoría y la nueva. En el diseño mencionado54, que nosotros tomamos de Cannon, están representados esquemáticamente y con una gran simplificación los mecanismos nerviosos que asientan las bases de las emociones, tal como lo con­ templan las teorías orgánica v talámica de las reacciones emocionales. Como se ve en ese diseño, según la teoría de James-Lange, cualquier objeto estimula los órganos receptores, los impulsos aferentes se dirigen hacia la corteza, pol­ io cual se produce la percepción de un objeto; en la corteza surgen excitacio­ nes centrífugas, dirigidas hacia los músculos y órganos internos, evocando en estos cambios complejos y diversos. Los impulsos aferentes de los órganos in­ ternos y los músculos vuelven de nuevo a la corteza, gracias a lo cual el ob­ jeto simplemente percibido se convierte en un objeto vivido emocionalmente: la emoción es sentir los cambios corporales tal como transcurren; un conjunto de elementos asociativos de sensaciones y motores lo explican todo. SegúnUa teoría talámica, tal como se presenta en el diseño, el mecanismo neurológico de la reacción emocional difiere de lo que acabamos de ver en dos puntos fundamentales. Primero, en el mecanismo están ausentes las vías tres y cuatro representadas en el primer plano, es decir, vías que propagan los im­ pulsos aferentes desde la musculatura esquelética y los órganos internos de vuelta hacia la corteza; impulsos que, según la vieja teoría, son la única fuente de vi­ vencias emocionales. Estas vías se omiten en el segundo esquema no porque no existan, sino porque, según la opinión de la nueva teoría, su significado para el estudio de las emociones es más que discutible. Obviamente, la nueva

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teoría busca la fuente principal de las vivencias emocionales en otro lugar, y en eso radica el segundo punto de su divergencia con el primer esquema; según la nueva teoría, las excitaciones sensoriales que van de la periferia al cerebro se interrumpen en el área del tálamo óptico. El tálamo óptico se considera como el centro de coordinación de las reacciones emocionales con abundantes cone­ xiones con la corteza y la periferia. Los procesos que en él surgen son la fuente de las vivencias afectivas. Todo el mecanismo de generación y curso de la emo­ ción es presentado por Cannon de la siguiente forma. La situación externa estimula los órganos perceptores, los cuales propagan la excitación resultante mediante impulsos, dirigiéndola hacia la corteza. Los impulsos en la corteza se asocian con los procesos reflejos condicionados que determinan la dirección de la reacción. O bien debido a que la reacción surge con la forma de una estructura determinada y por eso las neuronas corticales excitan los procesos talámicos, o bien porque los impulsos de los receptores en su trayecto centrípeto excitan los procesos talámicos, estos últimos están acti­ vados y preparados para la descarga. El que las neuronas talámicas actúen en una combinación determinada con una expresión emocional dada es evidente por lo estereotípico de la reacción en diferentes estados afectivos. Estas neuro­ nas no requieren una inervación detallada de los centros superiores para ser ac­ tivadas. La primera condición para su funcionamiento es su desinhibición, entonces realizan la descarga rápida e intensamente. Las neuronas internas o próximas al tálamo óptico, que participan en la expresión emocional, están si­ tuadas cerca de la interrupción de las vías sensoriales de la periferia hacia la corteza. Tenemos que admitir que cuando se realiza la descarga de esas neuroñas en una combinación determinada, estas no solo inervan los músculos y los órganos internos, sino que también excitan las vías aferentes que van hacia la corteza, bien mediante una conexión directa o bien mediante irradiación, Según la teoría, que se desprende naturalmente de ella misma, la cualidad es­ pecífica de las emociones se une a la sensación simple si los procesos talámi­ cos están activados. Ante todo, analizaremos las bases principales y fácticas de la nueva teoría. En primer lugar ha de situarse el hecho de que tras la eliminación de todo el cerebro frontal hasta el tálamo óptico en animales inferiores, la conducta ha­ bitualmente designada como furia se desinhibe; cuando se elimina también el tálamo, la reacción desaparece. En 1887, V. M. Béjterev expresó la idea de que la expresión emocional no depende de la corteza del cerebro, porque a veces esa expresión no puede reprimirse voluntariamente (la risa por hipo, el grito de dolor) porque los cambios viscerales siempre son parte de esa reacción, al ser independientes del control cortical, y porque, al fin y al cabo, esa reacción aparece justo después del nacimiento cuando la participación de la corteza en la organización del comportamiento es todavía insignificante. Posteriormente, Béjterev publicó los resultados de sus experimentos con la eliminación de los grandes hemisferios en distintos animales, en los que, incluso después de la ope-

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ración, los estímulos correspondientes seguían evocando reacciones de carácter afectivo. Esas reacciones desaparecían solo al eliminar el tálamo. De aquí Béjterev llegó a la conclusión de que el tálamo desempeña un papel predominante en las manifestaciones emocionales. A pesar de los intentos de R. Woodworth55 (en W. B. Cannon, 1927, pág. 115) y Sherrington de quebrantar su significado aduciendo que en sus experimentos los fenómenos fisiológicos de una fuerte excitación y las denominadas reaccio­ nes pseudoafectivas se habían conservado en gatos operados con el tálamo to­ talmente extirpado, el postulado de Béjterev ha sido confirmado en una serie de nuevas investigaciones y, por tanto, ha de considerarse como uno de los pos­ tulados más fiables y sólidos del estudio actual sobre la localización de las fun­ ciones psíquicas. Las investigaciones de Cannon y Britton, y posteriormente las investigaciones de Bard, han confirmado totalmente el postulado de Béjterev y dieron a los autores motivo para concluir que el tálamo óptico es un área que, al eliminar el control cortical, reacciona con impulsos que evocan un nivel ex­ tremo de actividad emocional, visceral y muscular. Esa afectividad difiere de lasreacciones pseudoafectivas de los animales en los experimentos de Sherrington primariamente en que en estos últimos los animales mostraban unos límites muy estrechos de la coordinación del comportamiento. En las reacciones, estos nunca llegaban a los actos reales de ataque o huida, mientras que con el tálamo in­ tacto la reacción afectiva del lado externo se preservaba en su totalidad. Fenómenos similares se han descrito numerosas veces también en investiga­ ciones clínicas. En algunas formas de hemiplejía los enfermos no son capaces de movimientos voluntarios de los músculos faciales en el lado paralizado, pero cuando estos enfermos están bajo un afecto triste o alegre los músculos que no obedecen al control voluntario enrran en acción y dotan a ambos lados de la cara de una expresión de disgusto o alegría. En esos casos, las vías motoras se interrumpen en la zona subcortical, peto el tálamo óptico permanece intacto. Fenómenos opuestos han sido observados en lesiones unilaterales del tálamo óptico. Por ejemplo, como consecuencia de un tumor unilateral del tálamo óp­ tico, en los enfermos se observa una risa unilateral o una mueca unilateral de dolor en las circunstancias correspondientes, a pesar de que el control cortical de esos mismos músculos es bilateral. Un paciente descrito por S. I. Kiriltsev56 (en W. B. Cannon, 1927, pág. 117) podía de forma voluntaria controlar simétricamente los movimientos de ambos lados de la cara. Pero cuando se reía o expresaba una mueca de dolor el lado derecho de su cara permanecía inmóvil. Durante la autopsia le encontraron un tumor de la mitad izquierda del tálamo óptico. Esa localización del aparato nervioso central que regula la expresión del pla­ cer y el sufrimiento está conectada con fenómenos emocionales observados ha­ bitualmente en la parálisis pseudoprebulbar. En esos casos hay habitualmente una parálisis bilateral de los músculos faciales. Los músculos faciales que no pueden contraerse voluntariamente funcionan, sin embargo, normalmente al reírse o gritar, al fruncir o levantar las cejas. Las manifestaciones emocionales

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ocurren como en arrebatos, sin control y de forma prolongada. Así se descri­ bió a un enfermo que empezó a reírse a las diez horas de la mañana y conti­ nuó con breves pausas hasta las dos de la tarde. F. Tilney57 y D. Morrison informaron sobre 173 casos de esa dolencia (en W B. Cannon, 1927, pág. 117). Entre estos, los investigadores encontraron tales paroxismos de llanto y risa en un 17%; solo de llanto, en un 16%, y solo de risa, en un 15%. Esos paro­ xismos ocurrían, al parecer, sin ningún motivo aparente. Los enfermos pare­ cían personas agitadas por la risa, pero no sentían nada que correspondiera a esas manifestaciones corporales. S. Wilson describió una serie de casos parecidos que le permitieron constatar lo siguiente: cuanto más seria es la parálisis voluntaria de la musculatura facial y motora, tanto más intensa resulta la inervación involuntaria de ese mismo me­ canismo (1924). Brisseau atribuye esas alteraciones a la lesión de una parte es­ pecial de las vías corticotalámicas, por causa de la cual el tálamo óptico se libera del control cortical. Brisseau considera que el tálamo tiene que estar intacto para que se manifieste la risa y el llanto espasmódicos e involuntarios. Wilson con­ tradice a Brisseau señalando que los fenómenos descritos pueden tener lugar tam­ bién cuando el propio tálamo está implicado en el proceso patológico (enfermizo). Posteriormente volveremos a la interpretación de esos casos. Recordemos algu­ nos casos de Fulton y Bayley, que observaron un completo negativismo emo­ cional en los enfermos durante el proceso patológico de la parte central del tálamo óptico. Así, uno de sus pacientes, desprovisto de cualquier expresión emocional, mostraba una irracional tranquilidad de mente con una completa ausencia de evaluación de la gravedad de su propio estado físico. En el caso de la narcolepsia con una lesión de la parte del tercer ventrículo, la expresión y el sentimiento de la emoción también pueden estar casi complexamente ausentes. Esos enfer­ mos afrontan las burlas y los insultos con una soberana indiferencia y no mues­ tran ninguna manifestación emocional en los acontecimientos más trágicos. En algunos casos se han encontrado en estos enfermos tumores en la parte inferior del tálamo óptico que a menudo afectaban todo el tálamo óptico. Finalmente, el tercer indicador a favor del postulado básico de la nueva teo ría es el hecho de la desinhibición de las reacciones involuntarias y a menudo prolongadas del llanto y de la risa al suprimir temporalmente el control cor­ tical de los centros inferiores con ayuda de la anestesia o al alterar ese control mediante algún proceso patológico. El último indicador, como señala Cannon, puede ser un argumento significativo a favor de la localización talámica de las manifestaciones emocionales, solo si lo consideramos en su conexión con los dos primeros planteamientos mencionados anteriormente. Los experimentos farmacológicos con anestesia de la corteza cerebral, cuando se elimina el con­ trol de los centros superiores, mostraron que el juego de las reacciones emo­ cionales en esos casos se expresa de forma extremadamente acusada. Los datos experimentales, clínicos y farmacológicos descritos conducen con­ juntamente, en primer lugar, a admitir la localización de las manifestaciones

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emocionales en el área del tálamo óptico y, en segundo, a la hipótesis que in­ tenta explicar todos esos fenómenos partiendo de la idea desarrollada en su tiempo por J. Jackson58 sobre la organización de la actividad cerebral. Según Jackson, la organización del sistema nervioso constituye una compleja jerarquía de centros superiores e inferiores, donde las reacciones primitivas, arcaicas de las viejas partes del cerebro, que cada vez podrían alterar las formas más dife­ renciadas y finas de la actividad de los centros superiores, experimentan una influencia inhibidora por parte de estos últimos, a raíz de lo cual, en condi­ ciones normales, no pueden manifestar libremente la actividad y desempeñar un rol dominante en el comportamiento. Cuando bajo estas u otras condicio­ nes el control cortical sobre los centros inferiores se debilita o se suprime to­ talmente, los últimos -antes instancias subordinadas- se convierten en independientes y actúan libremente, lo que conduce a la manifestación de su actividad involuntaria y extremadamente intensa. Los estímulos más débiles pue­ den evocar en estas condiciones unas reacciones extremadamente excesivas. Las manifestaciones emocionales son, según la nueva hipótesis, un producto de la actividad de los centros subcorticajes inferiores organizados según la re­ presentación de Jackson. Según Head, quien desarrolló la teoría de Jackson, todas las manifestaciones emocionales involuntarias descritas anteriormente tie­ nen que ser consideradas fenómenos de desinhibición de los centros inferiores como resultado del debilitamiento o eliminación del control cortical. Según esta interpretación, hay una intensidad extrema y una fácil excitabilidad de los ani­ males y personas con el control cortical de los centros inferiores alterado. La reacción inusual apunta a que el aparato nervioso que dirige las manifestacio­ nes emocionales está siempre preparado para una descarga energética y solo un control superior inhibe la revelación de su actividad. Quizá en contra de esa hipótesis se sitúan tan solo las reflexiones de Wil­ son, quien, a diferencia de Brisseau, considera, como hemos visto anteriormente, que los paroxismos involuntarios de risa y llanto pueden surgir no solo como resultado de una interrupción de las vías corticotalámicas con el tálamo óptico intacto, sino también con el mismo tálamo significativamente destruido. No obstante, en nuestra opinión, estas objeciones son refutadas de forma convin­ cente por Bard, quien muestra que cuando el proceso patológico (de enfer­ medad) afecta la base del área talámica, entonces también en la parte sustancial conectada ¿on la reacción de ira habitualmente podemos observar la ausencia de manifestaciones emocionales. Wilson, recordando estos hechos, los interpreta como resultado de la interrupción de las vías corticales, pero el poder de con­ vicción de sus razones se quiebra al no observarse ni un caso de parálisis emo­ cional como resultado de la lesión cortical. Al contrario, las lesiones que separan la corteza de los centros inferiores evocan normalmente una actividad ex­ traordinaria del comportamiento emocional. Así, los hechos abogan más bien a favor de la localización subcortical de las manifestaciones emocionales. En pleno acuerdo con esa idea se encuentran también las investigaciones mencio-

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nadas anteriormente de Head y Holmes (en: W. B. Cannon, 1927, pág. 118), que muestran que las lesiones unilaterales del tálamo óptico resultan en una tendencia hacia reacciones afectivas excesivas a estímulos ordinarios. Los auto­ res explican este fenómeno aludiendo a la liberación del tálamo óptico del con­ trol cortical. Su conclusión mantiene que la actividad del tálamo óptico es el substrato fisiológico del lado afectivo de la sensación. Si se suman los fundamentos fácticos analizados en el presente capítulo sobre los que se construye la teoría talámica de las emociones, y se unen a estos las consideraciones y los hechos mencionados en los capítulos anteriores, enton­ ces no se puede estar en desacuerdo con Cannon en que esta teoría, alterna­ tiva a la teoría James-Lange, está en armonía con todos los hechos que conocemos actualmente.

9 Si es cierto que la fuerza de la demostración de cualquier argumento se hace ver solo en comparación con la fuerza de los contraargumentos, en­ tonces la nueva teoría puede considerarse corno una verdad científica vic­ toriosa y consolidada, ya que no hay objeciones científicas fácticas mínimamente serias que se le opongan. Hace poco, E. Newman, E Perkins y S. Wilson intentaron presentar una recopilación sistemática de las obje­ ciones críticas contra la nueva teoría y movilizar a la vez todo aquello que pudiese servir para la defensa de la teoría orgánica. Basta con mirar la úl­ tima onda de demostraciones de la tesis paradójica de James-Lange, para ver la desesperación del planteamiento de la vieja teoría. Las demostraciones ron­ dan en el círculo vicioso que fue trazado por los propios fundadores de la teoría; aquí varían y vuelven a sus motivos, pero los autores no disponen de ningún dato ni directo ni indirecto capaz de fortalecer el edificio tam­ baleante de la teoría orgánica. Sin embargo, incluso en ese enfrentamiento de opiniones se generan resquicios aislados de verdad, que no puede pasar de largo quien desee valorar objetivamente el derecho real de la nueva hi­ pótesis de existir y ser reconocida. La primera objeción, y tal vez la central desde ese punto de vista, contra la nueva teoría consiste en mostrar su talón de Aquiles, su punto realmente débil, que es precisamente la ausencia de cualquier análisis psicológico de las emociones como tales. La contradicción que reside en el fundamento fáctico de la nueva teoría ha sido seguramente advertida por el lector durante el trans­ curso de nuestra exposición anterior. En realidad, salta a la vista que los nue­ vos investigadores utilizan las manifestaciones emocionales como evidencia de la presencia o preservación de la emoción, y a la vez, como resultado de su trabajo, llegan a la -negación total de los factores viscerales y motores como fuente de las emociones. Uno se pregunta: ¿Qué representa entonces esa cosa

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ilusoria, la emoción? Esa objeción, en todo caso, conserva su fuerza para todos los experimentos con animales que se han mencionado anteriormente. La respuesta a esa objeción conduce realmente al esclarecimiento de un punto sustancial de la nueva teoría, por una parte, y a una consolidación más firme de su fundamento fáctico, por otra. La nueva teoría acepta totalmente la definición de la emoción dada por James como un cierto tono sensible que se une a la simple percepción. La discusión versa solo sobre la fuente de la emo­ ción. La vieja teoría la ve en la sensación de las manifestaciones corporales, la nueva considera que esta cualidad específica se une a la percepción como re­ sultado de la actividad del tálamo óptico. Aquí, no obstante, ocurre una rami­ ficación dentro de la propia nueva teoría. Mientras que unos, siguiendo a Head, Küppers y otros, adscriben al tálamo óptico las funciones de conciencia de las emociones y lo consideran como el centro de la conciencia, otros, siguiendo a Cannon, introducen en ese punto de la teoría un anexo sustancial. W. Cannon no afirma que la conciencia de la emoción está conectada di­ recta e inmediatamente con la actividad del tálamo óptico. Al contrario, subra­ yando que la anestesia que conduce, a la eliminación total de la conciencia emocional deja intacta la manifestación emocional, que tiene un origen talámico, Cannon se opone así contra la localización del centro de la conciencia emocio­ nal en el área subcortical. Como señala, la reacción emocional evocada y orga­ nizada en el tálamo óptico se dirige por las vías de su descarga no solo hacia la periferia, determinando las manifestaciones emocionales, sino también hacia la corteza, en la que surge el sentimiento que se une a la sensación, como se ve en las lesiones talámicas unilaterales. En esa variante, la nueva teoría no afirma que el tálamo óptico sea el centro de las vivencias afectivas, sino solo que el tálamo óptico tiene que ser considerarlo fuente de fas vivencias ríe ese tipo, parecido a cuando los cambios en la retina son fuente de sensaciones visuales. Así, la nueva teoría difiere de la vieja no porque la vieja admitía la loca­ lización cortical mientras que la nueva propone la localización subcortical de las vivencias afectivas. La diferencia señalada puede ser referida solo a los par­ tidarios extremistas anteriormente mencionados de la teoría talámica. En la variante de la nueva teoría desarrollada por Cannon, Bard y otros, las dos teo­ rías coinciden totalmente en ese punto. Tanto en una como en otra, utilizan los procesos emocionales en calidad de substrato fisiológico de la conciencia emociorfal, pero su causa específica y su fuente específica, capaces de expli­ carnos en qué difieren esos procesos corticales de otros procesos corticales, son el substrato de las operaciones intelectuales, y ambas teorías lo localizan de forma distinta. Una ve esa fuente en los cambios periféricos; la otra, en los procesos centrales. La tesis de James, que dice que en el cerebro no hay centros especiales para la emoción, tiene que ser modificada a la luz de los nuevos datos. La corteza, por un lado, y el arco reflejo y los órganos periféricos, por otro, como fuente de los impulsos recurrentes, se presentan como una organización demasiado sim158

plificada que no corresponde a la complejidad real de las reacciones emocio­ nales. Entre la corteza y la periferia se sitúa el tálamo, un órgano de integra­ ción para los procesos emocionales, en el que surge la reacción estereotipada de las manifestaciones emocionales, por una parte, y las excitaciones específi­ cas dirigidas hacia la corteza, por otra. Así, la interacción de los centros cor­ ticales y subcorticales se consideran en la nueva teoría como la base real de la emoción. La alternativa propuesta por James —o bien existen centros especia­ les de las emociones o las emociones surgen en centros motores y sensoriales generales de la corteza- resulta inconsistente. La nueva teoría afirma en vez de la vieja opción «o-o» la existencia tanto de los procesos corticales como de los centros especiales de reacciones emo­ cionales. Solo los unos y los otros juntos pueden explicar adecuadamente la multiplicidad de los procesos emocionales. En realidad, también Dana defiende ese punto de vista. Como señala Bard, esta teoría es capaz de explicar tanto el hecho de que las emociones están siempre acompañadas por manifestaciones corporales estándar bajo condiciones normales (lo que dio pie al surgimiento de la teoría periférica de las emociones), como el que las manifestaciones emo­ cionales corporales y las vivencias emocionales puedan existir en condiciones experimentales especiales y patológicas también por separado, independiente­ mente las unas de las otras. La suposición de base de la nueva teoría de que la emoción es el proceso central en cuanto a su origen, asimismo explica bien la tercera serie de hechos, que es precisamente la desaparición tanto de las ma­ nifestaciones corporales de la emoción como de la vivencia afectiva cuando todo el tálamo óptico se ve afectado por un proceso de enfermedad, como sucede en los casos de Fulton y Bayley mencionados anteriormente. En la polémica de los partidarios de la vieja v la nueva teoría, esta pre­ gunta surgió en forma de problema de las relaciones mutuas entre el compor­ tamiento emocional y la vivencia emocional, es decir, entre el lado subjetivo y objetivo de la emoción. Según la teoría de James-Lange, ambos lados son siem­ pre inseparables. No puede haber comportamiento emocional sin una vivencia emocional, al igual que no puede haber una vivencia emocional sin cambios periféricos. Finalmente, la nueva teoría explica también la cuarta serie de he­ chos, y en especial el que la presencia de manifestaciones corporales, a veces incluso artificialmente evocadas, bajo condiciones conocidas, puede facilitar asimismo el surgimiento o el aumento de la emoción misma. De forma más breve, la nueva teoría, al explicar de forma bastante convincente tanto la pre­ sencia de conexiones como la posibilidad de una existencia separada de los fac­ tores periféricos y centrales de las emociones, realmente consigue cumplir la tarea de interpretar de forma uniforme y lógicamente consistente toda la ri­ queza de los hechos que conocemos. Y también, ante todo, ofrece una aclara­ ción convincente del hecho de que las manifestaciones corporales y la expresión emocional nos ayudan a menudo también a juzgar, bajo condiciones norma­ les, sobre la presencia de una vivencia emocional correspondiente.

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No vamos a analizar los enfrentamientos de las opiniones opuestas a raíz de cada punto de la crítica de la vieja teoría y de la fundamentación de la nueva. Hemos aludido a ellos en parte en el' transcurso de nuestra reflexión,' y en parte los hemos dejado desatendidos, ya que apenas pueden jugar algún papel significativo en la aceptación definitiva de una y otra teorías. Señalare­ mos solamente que todas las objeciones se refieren a argumentos secundarios, como el postulado de Cannon sobre la sensibilidad extremadamente baja de los órganos internos a consecuencia del bajo número de fibras aferentes en el sistema nervioso autónomo. En el grado extremadamente bajo de sensibilidad de los órganos internos (las fibras sensoriales constituyen en estos aproxima­ damente 1/10 de las motoras), Cannon veía otra evidencia más contra la con­ sideración de los cambios que transcurren en esos órganos como fuente de la vivencia emocional. Sus oponentes señalan a las sensaciones de la caja torácica, de la garganta, de los vasos, del área pancreática. Como justamente observa Cannon, aquí no se trata de los órganos viscerales en el sentido estricto de la palabra, sino de las sensaciones que surgen fuera de estos órganos en áreas abas­ tecidas por una multiplicidad de nervios sensoriales que experimentan un efecto solo como resultado de los cambios viscerales. Si dejamos de lado las objeciones secundarias, en la polémica quedarán solo los intentos de salvar de una forma u otra la vieja teoría, introduciendo en ella unas u otras correcciones correspondientes a los nuevos datos. Uno de esos in­ tentos de renunciar a las sensaciones viscerales como factor esencial de las emociones y trasladar todo el centro de gravedad de la vieja teoría a las sen­ saciones motoras, cinéticas, ya la examinamos anteriormente. El otro intento consiste en identificar las dos teorías, puesto que los nuevos autores tienden a localizar en el tálamo óptico el centro de esas reacciones moro ras y orgánicas que James señaló como la verdadera y única fuente de las emociones. Pero in­ cluso este intento, como aclara Cannon, es, en realidad, inconsistente, ya que los autores no ven la diferencia principal entre las teorías periférica y central de las emociones -diferencia en la que radica toda la esencia del debate. Nos detendremos solo en tres puntos que los partidarios de la nueva teo­ ría apuntan como su gran ventaja. En nosotros, esos puntos despiertan un in­ terés primordial tanto desde el punto de vista de la valoración de la nueva teoría como desde el punto de vista que venimos analizando especialmente en la pre­ sente investigación. El primero se refiere a la explicación de las emociones llamadas superiores, o más finas. Tanto la vieja teoría como la nueva tienen por objeto de investi­ gación emociones brutas (no refinadas), ligadas directamente a los instintos, en un amplio grado comunes al animal y al hombre, y surgidas, al parecer, en etapas tempranas del desarrollo; en resumen, las emociones inferiores. James señala en relación a las emociones superiores específicas del hombre, que las manifestaciones corporales y la intensidad de las sensaciones relacionadas con estas pueden ser débiles. Es cierto, como tuvo que admitir James, que estas

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emociones tan tranquilas, que transcurren sin excitación corporal alguna, sin duda pueden ser demostradas en el hombre. De esta forma, James no niega que puede haber placeres refinados; dicho de otra forma, que puede haber emo­ ciones determinadas exclusivamente por la excitación de los centros totalmente independientes de las corrientes centrípetas. Entre esas formas de sentir él sitúa, junto con las emociones estéticas, el sentimiento de satisfacción moral, de agradecimiento y de satisfacción tras la resolución de una tarea. W. James, sin embargo, intenta enseguida retirar sus declaraciones que con­ tradicen a toda su teoría, y salvarla señalando que, junto a esas emociones cen­ trales, las obras de arte pueden evocar emociones muy fuertes, en los que la experiencia está totalmente en armonía con los postulados teóricos que él ex­ pone. En las percepciones estéticas (por ejemplo, las musicales) el papel prin­ cipal lo desempeñan las corrientes centrípetas, independientemente de si junto a estas surgen excitaciones orgánicas internas o no. La propia excitación esté­ tica representa el objeto de la sensación, y en cuanto la percepción estética es objeto de una sensación directa, brusca y vivida, el placer estético relacionado con ella es brusco y acentuado. De forma aún más abierta, James intenta tomar la revancha por la decla­ ración momentáneamente forzada de la existencia de las emociones centrales puras en relación con otros sentimientos mencionados anteriormente. Él ad­ mite que estos pueden ser de procedencia puramente central. «Pero la debili­ dad y lividez de esos sentimientos, cuando no están ligados a las excitaciones corporales, representa un contraste bastante tajante con las emociones más bru­ tas. En todas las personas dotadas de sensibilidad e impresionabilidad, las emo­ ciones finas siempre están ligadas a la excitación corporal: la justicia moral se refleja en los sonidos de la voz o en la expresión de los ojos, ere.» (1902. pág. 317). Si la excitación corporal no tiene lugar, entonces, según james, lo que ocurre es una simple percepción intelectual de los fenómenos, que deben clasificarse más bien entre los procesos cognoscitivos que entre los procesos emo­ cionales y espirituales (ibidem). Basta con aludir a estos razonamientos de James sobre las emociones su­ periores para obviar la contradicción interna en la que cae el autor al expli­ carlas. Por una parte, los califica de emociones radicalmente diferentes de las emociones inferiores, como emociones que surgen de una forma puramente cen­ tral, y no centrípeta, como emociones no acompañadas por excitación corpo­ ral, y así admite que la teoría que desarrolló no puede servir de explicación adecuada de las emociones superiores, sino que se extiende solo al área de las emociones brutas o inferiores y no a los sentimientos específicos de la psique humana. Por otra parte, las niega, al clasificarlas como estados intelectuales y no emocionales de la conciencia, y al considerar que se convierten en emo­ ciones solo cuando muestran los atributos imprescindibles de las emociones bru­ tas, es decir, la excitación corporal o la procedencia periférica. Por consiguiente, James extiende también a estos su teoría básica, renunciando a ver la diferen-

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cia principal entre las emociones inferiores y superiores. Así, ante James se abrie­ ron dos caminos mutuamente excluyentes: o bien el dualismo abierto en la in­ terpretación de la naturaleza de las emociones superiores e inferiores o bien la identificación total de las unas y las otras. Es obvio que James siempre vacilaba respecto cuál de las dos vías elegiría. En ¡as formulaciones posteriores de su teoría, el autor admitió sus insuficien­ cias e introdujo en ella cambios sustanciales. Estas se refieren a dos puntos clave, que con una especial insistencia subraya el investigador ruso N. N. Lange59. En primer lugar, en la nueva formulación, james admite «que el mismo sen­ timiento de satisfacción y sufrimiento precede a sus manifestaciones corpora­ les y los evoca, y no es su consecuencia, si bien, a su vez, estas manifestaciones corporales ejercen una influencia recíproca, añadiendo vigor e intensidad a la emoción» (N. N. Lange, 1914, pág. 280). El segundo cambio se refiere a la naturaleza de las manifestaciones corpora­ les de las emociones. Si antes James las consideraba como una combinación de simples reflejos, entonces en la nueva formulación tiende a ver en estas unas for­ mas más complejas de reacciones centrípetas. Estas surgen no directamente del carácter específico de la estimulación externa, que actúa sobre el mecanismo ner­ vioso congênito, pero siempre suponen en el individuo conciencia de ese parti­ cular significado o sentido que él introduce en (atribuye a) esa impresión exterior. Las reacciones emocionales dependen de cómo el individuo entiende la impre­ sión exterior y si es para este un objeto de miedo o ira. «Esas dos correcciones introducidas por el propio James en su nueva formulación significan, en reali­ dad, el pleno rechazo del radicalismo estrecho de su teoría anterior» (ibidem). Ahora podemos interesarnos por esos vaivenes de James en la formulación definitiva de su propia teoría exclusivamente como una evidencia de la limi­ tación interna y la contradicción de la formulación clásica de su hipótesis y su inadecuación para explicar las emociones superiores. Como correctamente se­ ñala Cannon, el problema de las emociones superiores, que presentaba unas dificultades insuperables para la teoría de James, puede encontrar una explica­ ción fisiológica satisfactoria al admitir la hipótesis talámica. Recordemos que en los pacientes descritos por Head, las emociones que surgían de la memoria o la imaginación se vivían con más intensidad en el lado afectado, en el que el tálamo estaba libre del control motor de la corteza. Eso demuestra que los procesos corticales pueden evocar la actividad del tálamo, el cual, a su vez, re­ mite de forma recíproca impulsos afectivos a la corteza (W. B. Cannon, 1927, pág. 121). De este hecho, Cannon saca conclusiones relativas al problema de las emociones superiores, tal como se presenta a la luz de la nueva teoría. Cada objeto o situación, dice, pueden así añadir un matiz afectivo a cualquier vi­ vencia. De esa forma podemos comprender toda la excepcional complejidad, riqueza y variedad de nuestra vida emocional. Pero aparte de esa ventaja de la nueva teoría para explicar las emociones superiores que constituían un punto crítico para la vieja teoría, y en el que

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esta tenía que traicionarse a sí misma o contraer las emociones inferiores y su­ periores a un denominador común mediante algún tipo de arreglos, la nueva teoría propone un postulado más, que abre la posibilidad de una explicación más adecuada de una serie de fenómenos de importancia primordial en el área de la vida emocional. Ese postulado se refiere a una interrelación compleja que se establece entre la corteza y los centros subcorticales en la formación de los procesos emocionales. Desde el punto de vista de la vieja teoría, la descarga emocional se pro­ duce automáticamente, por reflejo, y de este mismo modo, tan automático y reflejo, surge la emoción. La tormenta afectiva transcurre entre dos polos: sur­ giendo en el cerebro, agita el cuerpo para excitar el cerebro mediante el flujo recíproco. En ese esquema simple no caben los fenómenos de la vida emocio­ nal más simples y conocidos de la experiencia cotidiana. Pongamos por ejem­ plo solo dos de esos fenómenos. McDougall llamó la atención sobre el primero, que reprocha a la teoría James-Lange e! haber situado el aspecto sensorial de las emociones en el centro. Esta no presta atención al carácter impulsivo cons­ tantemente presente y de vez en cuando dominante de la vivencia emocional. El reproche es totalmente válido. Al considerar la emoción como la toma de conciencia de los cambios orgánicos y periféricos, la teoría de James-Lange re­ duce así el sentimiento a la sensación, y a raíz de eso llega al resultado exac­ tamente contrario al que pretendía. El objetivo principal de sus aspiraciones fue la superación del intelectualismo en el estudio de los afectos y el hallazgo de ese atributo específico que diferencia el estado emocional de los estados de la conciencia puramente cognoscitivos e intelectuales. Pero a consecuencia del desarrollo lógico de la tesis de partida, la teoría llega a la disolución completa de los estados emocionales en un conjunto general de procesos sensoriales de la sensación y percepción. Para salvar la situación, esta admite que el propio objeto de esas sensaciones es específicamente distinto comparado con el objeto de todas las demás sensaciones. Pero en cuanto su naturaleza psicológica, los distintos objetos aún no hacen diferentes las propias sensaciones, y por eso la vieja teoría estaba condenada a considerar la emoción como un proceso esen­ cialmente pasivo y sensorial en su naturaleza psicológica, como una sensación de un tipo particular, y a no prestar atención a todos esos factores en el pro­ ceso emocional, en el que enlazan estrechamente la aspiración, la instigación a la acción y el impulso que intensifican nuestras emociones y las convierten en los motivos más influyentes del comportamiento. W. Cannon considera (1927, pág. 123) que la nueva teoría esquiva esa di­ ficultad con una gran facilidad. La localización de la reacción estándar de las manifestaciones emocionales en el área del tálamo óptico —un área que, de forma similar a la médula espinal, actúa directamente con la ayuda de auto­ matismos simples si no es frenada por los centros superiores- explica no solo el aspecto sensorial de la vivencia emocional, sino también el aspecto dinámico, la tendencia de las neuronas talámicas a la descarga. La presencia de impulsos

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muy potentes que surgen en el área del cerebro no relacionada con la con­ ciencia cognitiva, .y que gracias a eso evocan de forma ciega y autónoma una fuerte emoción, explica que esa emoción no consiste en la sensación. La vi­ vencia de una emoción es como si nos encontráramos en el poder de una fuerza oculta que nos obliga a actuar sin sopesar las consecuencias. W. Cannon deriva esta explicación del estudio del control doble que cons­ tituye una parte sustancial de la nueva teoría. De la misma raíz deriva también la explicación del segundo fenómeno, incomprensible desde el punto de vista de la teoría de James: los fenómenos de conflicto, de lucha entre el propósito consciente y la tendencia emocional o, dicho de forma más simple, las interre­ laciones entre las funciones voluntarias y las emociones. En realidad, al igual que el problema de la naturaleza impulsiva de las emociones, este problema re­ presentaba para la vieja teoría un obstáculo insuperable. Esas diversas relaciones psicológicas tan peculiares que existen entre la voluntad, que actúa consciente­ mente manifestándose en la decisión y el propósito, y el afecto, que se apodera de nuestra consciencia y que, como veremos posteriormente, representa el ver­ dadero centro psicológico y filosófico de todo el estudio de las pasiones, no solo han permanecido sin explicar desde el punto de vista de la vieja teoría, sino que simplemente no se percibieron y se omitieron en silencio. A pesar del silencio, nadie dudaba de que esos fenómenos no pueden ser de ninguna forma encajados en un esquema muy simplificado de la hipótesis orgánica y comprendidos con la ayuda del mecanismo reflejo que se plantaba en calidad de principio explicativo global de toda la vida emocional, en toda la variedad y riqueza de sus manifestaciones. Según la teoría de James-Lange, los procesos esenciales que asientan las bases de las emociones, en general se han llevado más allá de los límites del cerebro -ese órgano principal de la mente y la voluntad consciente—y se situaron en la periferia, conviniendo así el pro­ pio cerebro en un receptor pasivo de los cambios periféricos, en los que todos los demás procesos cerebrales básicos no solo no podían cambiar nada, sino que ni siquiera participaban en ellos activamente. Los procesos vitales, que trans­ curren cada día en la conciencia de cada persona, procesos de interacción entre la conciencia en su totalidad y su parte emocional, fueron toscamente tacha­ dos y declarados inexistentes. Precisamente porque reducía las emociones a procesos periféricos reflejados en el cerebro, la teoría periférica cavó un abismo entre las emociones y el resto de la conciencia: las primeras fueron desplazadas a la periferia; el resto, con­ centrado en el cerebro. La nueva teoría que establece una interacción extremadamente compleja de los centros subcorticales y corticales en los procesos de la emoción se acerca en un grado significativo a la posibilidad de explicar toda esa complejidad de las relaciones reales del afecto y la conciencia que constituyen un hecho psi­ cológico indiscutible. Esta supone una organización anatómica y dinámica de los procesos emocionales en los que los centros inferiores, al ser la fuente ver-

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dadera de la excitación emocional que se dirige hacia la corteza, y de las des­ cargas emocionales dirigida hada la periferia, se encuentran en una dependencia compleja de los centros superiores, formando una instancia subordinada y'controiada, que actúa bajo su mando no en calidad de una fuerza autónoma, sino de una vinculada. Solo en caso de debilidad funcional de los centros superio­ res o en caso de su separación de las instancias subordinadas a estos, esta se convierte en independiente y empieza a actuar de una forma autónoma parti­ cular. En ese caso, la ley neurobiológica general que E. Kretschmer60 formuló respecto a la histeria se manifiesta de la siguiente manera: si dentro de la es­ fera psicomotora la acción de la instancia superior se hace débil en la relación funcional, entonces la autonomía pasa a la instancia inferior más cercana con sus propias leyes primitivas. Esa organización jerárquica compleja del substrato anatómico y fisiológico del afecto puede realmente, como veremos, ser llevada a un consenso cuando menos con los hechos psicológicos básicos, centrales, como señalamos, para rodo el estudio de las pasiones. Nos detendremos ahora solo en un factor que ca­ racteriza esa organización, especialmente en el estudio del control doble. Como es sabido, James mismo intentaba analizar y rechazar dos posibles objeciones. La primera radica en el hecho de que «según muchos actores, al reproducir excepcionalmente con la voz, con la mímica facial y con los movi­ mientos corporales las manifestaciones externas de las emociones, no sentían precisamente ninguna emoción. Otros actores, según el testimonio de W. Ar­ cher61, afirman que en los casos cuando conseguían representar bien un papel, vivían todas las emociones que le correspondían» (W. James, 1902, pág. 315). James trata aquí un problema conocido con una gran importancia histórica, el de la reproducción escénica de las emociones, al que aún volveremos en el curso de nuestra investigación. Ahora nos interesa en la explicación de james solo su confesión de que «la excitación orgánica intema en algunas personas puede ser totalmente reprimida en la expresión de cada emoción, igual que la misma emo­ ción en un grado significativo; mientras que otras personas no tienen esa ca­ pacidad» (ibidem, pág. 315). Así, James, admite, expresándolo con sus propias palabras «que algunas personas son capaces de disociar totalmente las emocio­ nes y sus expresiones» (ibidem). Otra objeción aparece como opuesta a lo que justo se expuso. Consiste en el hecho que «a veces, al retener la manifestación de la emoción, la estamos reforzando. Es una tortura ese estado del espíritu que se siente cuando las cir­ cunstancias te obligan a retener la risa; la ira, reprimida por el miedo, se con­ vierte en el odio más fuerte. Al contrario, la manifestación Ubre de las emociones conlleva un alivio» (ibidem). W. James admite la posibilidad de incrementar la excitación interna «en los casos cuando suprimimos la expresión en la mímica facial o la posibilidad de reconvertir la emoción durante su retención voluntaria en una emoción total­ mente distinta, la cual, tal vez, va acompañada de una excitación orgánica dis-

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tinta más fuerte» (ibidem). La conversión de la emoción, que es el resultado de la combinación del objeto que la evoca con la inhibición de su influencia, ocurre, según James, por una vía puramente fisiológica: la excitación, al no poder fluir por los canales normales, comienza a desviarse por otros canales, en consecuencia de lo cual se crea un nuevo estado orgánico y la nueva emo­ ción que le corresponde. «Si yo tuviera el deseo de matar a mi enemigo, pero no me atreviera a hacerlo, entonces mi emoción sería completamente distinta en comparación a la que se apoderaría de mí si yo hubiese realizado mi deseo» (ibidem, pág. 316). No podemos sino estar de acuerdo con Cannon en que James da una res­ puesta contradictoria, ambigua y, en general, poco satisfactoria a todo tipo de posibles objeciones. Por una parte, él niega por completo las emociones. «Re­ nuncie a manifestar la pasión, y esta morirá. Cuente hasta diez antes de mos­ trar su enfado, y su cansa le parecerá ridicula.» Por otra parte, considera que la excitación orgánica con su supresión voluntaria no puede eliminarse y tiene que abrirse caminos nuevos, produciendo la conversión de una emoción en otra. La nueva teoría considera la presencia de un control doble —cortical y talámico- sobre los procesos corporales. Ese cdntrol conduce a unas relaciones muy complejas entre las dos instancias de control. Es evidente que los músculos es­ queléticos son dirigidos por dos instancias, la cortical y la talámica. Por ejem­ plo, podemos reírnos espontáneamente según la situación graciosa (la risa talámica), pero también nos podemos reír como consecuencia de un acto vo­ luntario (risa cortical). Es igual de evidente que los órganos internos se en­ cuentran solo bajo control talámico. No podemos producir mediante un acto directo de voluntad un aumento del azúcar en la sangre, la aceleración de la tasa cardíaca o el paro de digestión. En un control doble, las neuronas corti­ cales bajo condiciones normales, al parecer, dominan y pueden no ceder a la acción de las neuronas excitadas del tálamo óptico (si bien a veces lloramos y nos reímos a pesar de nuestros deseos). Por eso es posible el conflicto entre los controles superior e inferior de las fundones corporales. Pero la corteza puede inhibir solo esas funciones corporales que en condiciones normales se encuen­ tran bajo el control voluntario; al igual que la corteza no puede evocar, tam­ poco puede frenar procesos tan intensos como el aumento del azúcar en la sangre, la aceleración de la tasa cardíaca, el paro de digestión, característicos de una gran .excitación. Cuando la emoción se suprime, esta, en consecuencia, es suprimida solo en sus manifestaciones externas. Existen hechos que permiten pensar que en las manifestaciones máximas tiene lugar también una excitación interior má­ xima. Por eso es concebible que la supresión cortical de las manifestaciones ex­ ternas de la excitación conduce al final al debilitamiento de las alteraciones internas, las cuales serían más fuertes de haber estado acompañados de la libre manifestación de las emociones. No obstante, en el conflicto entre el control cortical y la actividad de los centros talámicos, las manifestaciones internas de

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Ias emociones, que no están subordinadas a la corteza cerebral, pueden alcan­ zar una fuerza notable. Es verdad que en lo que respecta a las funciones no subordinadas a la corteza cerebral là situación es en este caso mucho más com­ pleja de lo que puede parecer en base a las consideraciones aducidas. Como señala Cannon en otro lugar, si ¡a corteza cerebral carece de control directo sobre los órganos internos y no puede dirigir sus funciones, sí puede ejercer sobre ellos un control indirecto. Por ejemplo, podemos enfrentamos a un pe­ ligro y provocar de este modo en nosotros mismos un temblor, a pesar de que no podamos hacerlo mediante una simple resolución volitiva. Análogamente podemos evitar con frecuencia circunstancias que provocan terror, ira o aver­ sión, así como los trastornos viscerales que los acompañan. Para eso solo hemos de no acercarnos al punto que nos preocupa. Hemos desarrollado la teoría del doble control únicamente para mostrar cuánto más complejas son las condiciones de la interacción entre los procesos volitivos afectivos y conscientes que admite la nueva teoría en comparación con la vieja. En la aplicación en el último criterio que nos interesa de las ventajas de la teoría talámica de las emociones sobre la visceral esta teoría es capaz de decir la palabra decisiva. Lo que constituía obstáculos insuperables para la teo­ ría visceral admite su explicación desde el punto de vista de la teoría del doble control. «Si tiene lugar el doble control sobre el comportamiento -dice Cannon— resulta fácil explicar tanto el conflicto interno con su profundo acompañamiento emocional como la debilitación parcial de los sentimientos que le sigue en se­ mejante situación, cuando experimentamos un terror intenso a la vez que un sentimiento patético de impotencia, antes de que se produzca algún acto de comportamiento externo y cuando solo comienza a manifestarse el correspon­ diente comportamiento, la agitación interna empieza a disminuir y las fuerzas corporales se dirigen enérgica y eficazmente hacía la consecución de un resul­ tado útil. Los procesos talámicos estándar están dentro de la propia organiza­ ción nerviosa. Se asemejan a los reflejos en el sentido de su permanente disposición para despertar reacciones motoras, y cuando pueden poner de ma­ nifiesto su actividad actúan con gran fuerza. Sin embargo, se subordinan al control de los procesos corticales, procesos condicionados por impresiones pre­ cedentes de todo tipo. Por consiguiente, la corteza cerebral puede controlar todos los órganos periféricos, a excepción de los órganos internos» (Cannon, 1927, pág. 123). Los procesos inhibidos en el tálamo óptico no pueden hacer que accione el organismo, a excepción de las partes del mismo que no están bajo control volitivo, pero la excitación de los propios centros talámicos puede provocar emo­ ciones por el procedimiento habitual y probablemente con enorme fuerza gra­ cias precisamente a la inhibición. Cuando la inhibición cortical ha sido eliminada, el conflicto queda inmediatamente resuelto. Dos instancias contro­ ladoras, que antes se contraponían, comienzan ahora a colaborar. Las neuro-

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nas talámicas, al continuar activándose enérgicamente, crean las condiciones ne­ cesarias para que la emoción se prolongue, como lo exige James, incluso du­ rante su manifestación. Por consiguiente, la nueva teoría no solo evita las dificultades con que tropezaba la teoría de James-Lange, sino que explica sa­ tisfactoriamente también el hecho de la vivencia emocional aguda durante la inacción parecida a la provocada por la parálisis. Hemos finalizado el agotador y largo camino de la investigación de la con­ troversia teórica que durante la última mitad de siglo estaba en el centro de la doctrina psicológica sobre los afectos y determinaba en alto grado todo el desarrollo del pensamiento científico y de los conocimientos científicos en este campo. Las conclusiones a que llegamos como resultado de la investigación son diáfanas y evidentes. En ellas no hay ambigüedad alguna. Hemos visto que la vieja teoría periférica de los afectos no solo no puede resistir el demoledor em­ puje de las investigaciones críticas, que le asestan golpes mortales desde todos los lados, sino que hace mucho que ha sucumbido. Si reunimos todos los argumentos aducidos en contra de esta teoría a lo largo de medio siglo, resulta que, unidos por la fuerza de su facultad de per­ suasión y su convincente carácter, hacen en realidad inútil y ridicula la empresa de enterrar la teoría de James-Lange con complicadas ceremonias, según la ocu­ rrente observación de Bentley. Luchar contra ella es luchar contra los muertos. Y nunca hubiésemos pensado emprender la investigación si su único resultado hubiese sido constatar la muerte histórica de doctrina tan paradójica y brillante. La justificación de nuestras búsquedas agotadoras la vemos en otra cosa. Al investigar y verificar punto tras punto la vieja y moribunda doctrina, hemos podido también seguir paso a paso el nacimiento de la nueva teoría, lo que renía de viral su predecesor» y explicar adecuadamente la enorme riqueza de los nuevos hechos, acumulados durante medio siglo por los incansables esluerzos del pensamiento. De por sí, la crítica de cualquier doctrina anticuada, por fuctífera que haya sido, no puede significar jamás la culminación de toda una época histórica en el desarrollo del pensamiento científico. Solo cuando entre las ruinas de lo viejo comienzan a despumar los broces de la nueva vida, culmina una época en la historia del pensamiento científico y se inicia otra. La búsqueda de semejante frontera histórica, que separa dos épocas en la doc­ trina de las pasiones, ha constituido el objetivo directo e inmediato de nues­ tra investigación. Pero al mismo tiempo y al parecer imperceptiblemente para nosotros hemos llegado a una conclusión más, que contradice ostensiblemente nuestras espe­ ranzas. Emprendimos la investigación de la teoría de James-Lange única y ex­ clusivamente porque en ella se acostumbra a ver la encarnación científica viva de las ideas spinozianas. Si es verdad que la doctrina de Spinoza de las pasio­ nes está indisolublemente ligada a los nombres de Lange y James y a su famosa y paradójica teoría de las emociones, esta doctrina, ya que continúa siendo parte viviente de la psicología científica moderna, deberá compartir el destino de las

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ideas que han predominado durante más de medio siglo y que se están mu­ riendo ante nuestros ojos. Se justifica la tesis, con la que no desearíamos estar de acuerdo, que afirma que la parte de la «Ética» que se ocupa de las pasiones puede ofrecer al psicólogo en nuestros días tan solo interés histórico.

10 Pero quizá convenga poner en duda la propia tesis de la afinidad espiritual interna existente entre la gran doctrina filosófica de las pasiones y la paradoja psicofisiológica que representó durante medio siglo el pensamiento científico sobre la naturaleza de las emociones humanas. Quizá guarden relación entre sí no a través del signo de semejanza, sino del de la oposición. Quizá las una no tanto la herencia histórica como los ondulatorios cambios de la tesis y la an­ títesis, tan necesarios e imprescindibles en la historia del pensamiento. Y en­ tonces puede ocurrir que desplazar al ámbito del pasado histórico la hipótesis tan famosa no solo no signifique lo mismo para el destino de la doctrina spinoziana, sino que, por el contrario, abra el camino para su desarrollo ulterior en la esfera de la ciencia psicológica. Investiguemos si esto es así. Si analizamos atentamente la génesis ideológica y la naturaleza filosófica de la teoría de James-Lange veremos que realmente no guarda relación en abso­ luto con la doctrina de Spinoza de las pasiones, sino con las ideas de Descar­ tes y Malebranche. La opinión de que la teoría de James-Lange se remonta con sus raíces a la «Ética» se basa en un equívoco. En realidad no es más que una opinión, en el sentido en que utiliza esta palabra la gnoseología spinoziana, que denomina así al género primero e inferior del conocimiento, por­ que este último está expuesto a un equívoco v nunca tiene lugar allí donde estemos convencidos, sino tan solo cuando se trate de una conjetura, de una suposición. Este equívoco debe su origen, por un lado, a la despreocupación filosófica del propio Lange y en parte de James, a quienes preocupaba poco la idea de la naturaleza filosófica de la teoría que crearon. Lange manifestó la con­ jetura, basada en su desconocimiento manifiesto de la doctrina spinoziana, de que la famosa definición spinoziana del afecto debe ser considerada casi como la única anticipación de su teoría, o, por lo menos, la que más se aproxima a su concepción. Esta conjetura fue creída por todos, se arraigó y adquirió el ca­ rácter de una verdad científica desde el momento en que fue incorporado a los manuales y se convirtió en patrimonio de la sabiduría escolar. Por otro lado, esta opinión errónea pudo ser aceptada como una verdad por todo el mundo -sin crítica, investigación ni comprobación- únicamente gracias a que en parte en la historia de la filosofía, pero principalmente en la historia de la psicología, predomina hasta ahora un equívoco de carácter más amplio: la. opinión sobre la afinidad interna y la herencia histórica existentes entre las doctrinas de las pasiones de Descartes y Spinoza. Mientras que en el

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campo de la metafísica la oposición entre las ideas de Descartes y Spinoza ha sido suficientemente comprendida, en el campo de la psicología, en el campo de la doctrina de las pasiones preferentemente, cierta semejanza exterior y cierta proximidad formal entre ambas doctrinas ocultan hasta ahora a los ojos de los investigadores la profundísima oposición existente en realidad entre estas doctrinas, basada en la propia esencia de las mismas. Evidentemente, es un hecho que la ideología de Spinoza se desarrollase his­ tóricamente en dependencia directa de la filosofía de Descartes. Sin embargo, en lo que respecta al espíritu general de la doctrina spinoziana nadie duda que ambos sistemas están relacionados entre sí, como lo están la afirmación y la negación, la tesis y la antítesis. Un gran genio, dice E. Heine62, se desarrolla con ayuda de otro gran genio no tanto mediante la asimilación como por el camino de la lucha. Un diamante talla otro. Así, la filosofía de Descartes no engendró en modo alguno la filosofía de Spinoza, sino que exigió más bien su aparición. De acuerdo con ello, Heine halla acertadamente que el momento común entre ambos pensadores lo constituye el método, copiado por el discí­ pulo al maestro. El contenido de la propia ideología, su significado interno y el pathos que inspira a ambos pensadores se contraponen más que se acercan. Pero cuando se trata de la doctrina de las pasiones, la mayoría de los in­ vestigadores se inclinan a ver en Spinoza tan solo al discípulo que desarrolla y en parte transforma las ideas del maestro. Los investigadores se inclinan a ver una simple evolución y reforma allí donde de hecho tuvo lugar una de las ma­ yores revoluciones del espíritu, un cambio catastrófico en el sistema precedente del pensamiento. Quien desarrolla este punto de forma más radical y conse­ cuente es K. Fischer63. «Hubo un tiempo -dice ese investigador- en que Spinoza era cartesiano en el sentido del discípulo sediento de saber. Hemos de añadir por nuestra parre: desde un cierto punto de vista, Spinoza siempre siguió siendo cartesiano y para nosotros nunca podrá dejarlo de ser. La oposición entre el pensamiento y la extensión, manifestada en forma tan exacta y con plena certeza como objeto del más claro y preciso conocimiento, constituye el núcleo de la doctrina car­ tesiana. ... Quien afirma esta contraposición tal y como él lo hace es y seguirá siendo cartesiano en uno de los rasgos más importantes de su contemplación del mundo. Quien niega esta oposición no es cartesiano» (K. Fischer, 1906, t. 2, pág. 274). Pasando a la solución definitiva de la cuestión relativa al origen y las fuen­ tes de la doctrina de Spinoza, Fischer se plantea de nuevo la pregunta de si Spinoza fue alguna vez cartesiano. Para responder a ella, el investigador pro­ pone distinguir el planteamiento más limitado y más amplio de la cuestión. De lo contrario, la propia pregunta resulta indeterminada y vacilante. Que Spi­ noza era cartesiano en el sentido estricto de la palabra no se puede demostrar basándose en documentos literarios; lo más natural sería suponer que en su

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desarrollo hubo un estadio en el que su punto de partida lo constituía la con­ templación del mundo. Si por el contrario tomamos Ja manera de pensar car­ tesiana en un sentido más amplio, cuyo significado y tendencia hemos examinado ya, nuestra respuesta será: Spinoza no solo fue cartesiano, sino que (en este sentido) nunca dejó de serlo. Difícilmente puede dudarse de que la afirmación acerca del pensamiento cartesiano de Spinoza se refiere en primer lugar a la doctrina de las pasiones, ya que el criterio para calificar así la ideología spinoziana consiste para Fischer en la idea de la oposición entre el pensamiento y la extensión, es decir, en la idea del paralelismo psicofísico. ¿Dónde puede manifestarse esta idea de forma más clara e inmediata como no sea en la doctrina psicológica de Spinoza, en su investigación sobre la naturaleza de los afectos? Si, en efecto, es en la doc­ trina del origen y la naturaleza de los afectos, en la doctrina de la esclavitud del hombre o de la fuerza de los afectos y en la doctrina de la fuerza de la razón (sobre los afecros) o de la libertad humana donde Spinoza desarrolla con­ secuentemente la idea del paralelismo psicofísico, entonces es imposible no estar de acuerdo con Fischer en que Spinoza nunca dejó de ser cartesiano. Si, por el contrario, la investigación nos hubiese llevado a la firme conclusión de que en esa doctrina desarrolló Spinoza la antítesis del paralelismo y, por tanto, del dualismo de Descartes, deberíamos reconocer inevitablemente como falsa la opi­ nión de Fischer. Eso es lo que constituye el núcleo principal de codo el pro­ blema de la presente investigación. Es verdad que Fischer, que al parecer se refería no tanto al contenido bá­ sico de la teoría de las pasiones como a su manifestación concreta, considera esta doctrina de las pasiones como a su manifestación concreta, considera esta doctrina la obra maestra de Spinoza v la pane más original de todo su sistema. Dice: «La teoría de las pasiones humanas es la obra maestra de Spinoza... Sa­ bemos en qué medida trazó Descartes en su obra sobre las pasiones el camino a nuestro filósofo y en qué medida este último dependió de su antecesor en su primera redacción de este tema, aunque ya entonces negaba la doctrina carte­ siana de la libertad. En la «Etica» lambién se pueden apreciar todavía las hue­ llas de este trabajo previo de profundo contenido, pero la fundamentación metodológica de los afectos es tan independiente y peculiar que en ella descu­ bre el filósofo su completa originalidad» (K. Fischer, 1906, t. 2, págs. 432-435). Pero de eso se desprende ya que Fischer reconoce la originalidad de Spi­ noza tan solo en lo que se refiere a la fundamentación metodológica de los afectos y no extiende evidentemente esta afirmación a la propia esencia de los criterios de principio. En cuanto al contenido básico de la teoría de las pasio­ nes, Fischer, al parecer, a diferencia de la fundamentación metodológica de los afectos, mantiene su punto de vista general, según el cual Spinoza desarrolla consecuentemente la idea principal de la doctrina de Descartes y de acuerdo con ella transforma sus principios. Es precisamente en ese espíritu evolucionista y reformista donde considera Fischer que Spinoza depende históricamente de

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Descartes: «A los testimonios biográficos suficientemente fidedignos y exactos que señalan que las obras de Descartes fascinaron a Spinoza e iluminaron sus ideas se unen los fundamentos internos que descubren con claridad y preci­ sión cómo el spinozismo surge de la doctrina cartesiana. Para eso hacía falta únicamente reconocer las tareas planteadas por Descartes a la filosofía, reco­ nocer el método para resolverlas y esclarecer las contradicciones en que se vio enredado el sistema del maestro en tal resolución. Esas contradicciones no es­ taban ocultas, sino que estaban manifiestas, y el camino para su resolución lo indicó tan claramente el propio Descartes que lo único que hacía falta era se­ guirlo sin vacilar» (ibidem, pág. 276). Por tanto, desde el punto de vista de Fischer, incluso donde existe un claro e irreconciliable desacuerdo entre la teoría de Spinoza y la de Descartes, Spi­ noza continúa siendo el primero y más consecuente discípulo de su maestro, un cartesiano puro, que resuelve las contradicciones siguiendo el camino se­ ñalado por el propio Descartes. Es difícil expresar con mayor claridad la idea de que incluso al negar a Descartes Spinoza continúa siendo cartesiano. Como aquí se trata del punto central de^ nuestra investigación y no de un punto secundario, habremos de intentar explicar con toda precisión la opinión cuya negación consideramos que constituye nuestra tarea principal, la opinión según la cual Spinoza es un cartesiano consecuente en la doctrina de las pa­ siones. El esclarecimiento de esto no ofrece grandes dificultades, basta solo con recurrir a la historia de la doctrina spinoziana de los afectos. En esa historia, Fischer señala dos épocas. En la época del «Breve tratado...»64, Spinoza depen­ día directamente de Descartes. En la «Etica» desarrolló independientemente la fundamentación metodológica de los afectos, descubriendo con ello una com­ pleta originalidad. Por consiguiente, el «Breve tratado...» se opone a la «Ética» como ¡a época cartesiana y original en la historia del desarrollo de la doctrina spinoziana de las pasiones. Veamos las mencionadas obras. En el «Breve tratado...», como señala acertadamente Fischer, «en la enu­ meración y designación de las pasiones, Spinoza sigue por completo a Des­ cartes, por cuyo trabajo sobre estas se rige probablemente. Encontramos ante todo las mismas seis pasiones primarias65, que Descartes reconoció como for­ mas principales de las pasiones... Siguen a continuación, casi en igual orden, los mismos grupos y formas de pasiones particulares tal y como las determina Descartes» (ibidem, pág. 232). De ahí deduce Fischer que Spinoza al desarro­ llar el tema de las pasiones sigue a Descartes y se apoya en él. «Podría extra­ ñarnos —según la idea de Fischer- que Spinoza no recuerde a su antecesor, del que tanto había copiado. No obstante, debemos tener también en cuenta en qué medida diverge Spinoza de Descartes en la valoración de las pasiones. No las explica, como su antecesor, partiendo de la unión del alma con el cuerpo, sino que las considera simplemente como fenómenos psíquicos, con­ dicionados exclusivamente por el género de nuestro conocimiento. Niega la li­ bertad de la voluntad humana, que Descartes afirmaba y que contraponía a

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las pasiones, ya que, en su opinión, estas pueden y deben subordinarse a la li­ bertad y estar creadas por sus instrumentos. Por eso, el razonamiento sobre la ventaja' y' el valor de las pasiones en su totalidad y en sus detalles tenía que ser distinto para Spinoza que para Descartes» (ibidem, pág. 234). Somos de la opinión de que no cabe decir con mayor claridad que en el citado fragmento lo que teníamos en cuenta más arriba cuando nos referíamos al criterio que utiliza Fischer al calificar la doctrina de Spinoza como carte­ siana. La originalidad de Spinoza se limita a fundamentar metodológicamente los afectos y una serie de diferencias parciales que en su conjunto dan otro as­ pecto a toda la doctrina de los afectos incluso en el «Breve tratado...». Toda la discusión estriba precisamente en qué es lo que debe considerarse como el con­ tenido básico de los afectos y cuál es su fundamentación metodológica. Opi­ namos -y a demostrarlo está dedicada principalmente nuestra investigación— que la cuestión debe plantearse de forma totalmente opuesta a como lo hace Fischer. Consideramos que incluso en lo que respecta al «Breve tratado...» el hecho de que Spinoza siga a Descartes en la enumeración de las pasiones pri­ marias y particulares es más bien una cuestión de la fundamentación metodo­ lógica de los afectos que la esencia básica de su doctrina, y el hecho de que Spinoza esté en contradicción manifiesta con Descartes en la negación de la li­ bertad de la voluntad, en la doctrina de la influencia y el destino de las pa­ siones, en su dinámica dentro de la vida general de la conciencia, en la doctrina sobre la relación de las pasiones con el conocimiento y a la voluntad y final­ mente en el enfoque de su naturaleza psicofísica es una cuestión que se refiere precisamente a la esencia de principio de la doctrina spinoziana. Más adelante trataremos de mostrar que aunque el «Breve tratado...» no encierre todavía los elementos más importantes de la doctrina de las pasiones tal y como se desarrolla en la «Etica», en lo que se refiere al contenido básico de la doctrina es, sin embargo, ya la verdadera antítesis de la doctrina de Des­ cartes. Pero, hablando con propiedad, eso se deriva directamente también de las propias palabras de Fischer si las comparamos con las otras suyas que hemos citado más arriba. Repitamos que para Fischer la diferencia entre el «Breve tra­ tado...» y la doctrina de Descartes estriba en primer lugar en que Spinoza no explica las pasiones según lo hace su antecesor como la unión del alma y el cuerpo, sino que las considera simplemente como fenómenos psíquicos condi­ cionados exclusivamente por el género de nuestro conocimiento. Como quiera que se interpreten estas palabras, es indudable que para Fis­ cher la discrepancia entre Spinoza y Descartes estriba en primer lugar en la in­ terpretación de la naturaleza psicofísica de las pasiones, es decir, en la relación del pensamiento y Ja extensión en el ser humano, ya que nos estamos ocu­ pando de sus afectos. El problema de la unión del alma y el cuerpo, del pen­ samiento y la extensión en la naturaleza psicológica de las pasiones constituye el punto fundamental de la divergencia entre el «Breve tratado...» y la doctrina de Descartes. Pero, como hemos dicho más arriba, es precisamente en la reso-

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lución de este problema donde vio Fischer el fundamento según el cual Spi­ noza, de acuerdo con nuestro criterio, fue siempre cartesiano (hagamos la sal­ vedad: Solo en esté sentido). Fischer dice que quien resuelva el problema de la relación entre la extensión y el pensamiento según el espíritu de Descartes es y seguirá siendo cartesiano. Quien niegue esta contraposición no es cartesiano. Pero el propio Fischer afirmaba que en el «Breve tratado...» Spinoza diverge de Descartes precisamente a consecuencia de que niega la solución del problema psicofísico aplicado a la naturaleza de las pasiones dado por Descartes. Por con­ siguiente, si somos lógicos y consecuentes hasta el final, hemos de reconocer que ya en el «Breve tratado...» Spinoza, al desarrollar su doctrina de las pasio­ nes, no era cartesiano. Es verdad que Fischer da aquí una interpretación a la divergencia entre Spi­ noza y Descartes que deforma radicalmente el propio significado de la solu­ ción spinoziana a la cuestión de la relación del alma y el cuerpo con el problema del afecto. Con esta interpretación habremos de tropezar aún en el curso de nuestra investigación. Para Fischer la diferencia entre las ideas de Spinoza y Descartes consiste en que el primero elimina la explicación de las pasiones de la unión del alma y el cuerpo, considerándolas sencillamente como fenómenos psíquicos condicionados exclusivamente por el género de nuestro conocimiento. Fischer afirma que Spinoza da un paso adelante en comparación con Descar­ tes en la dirección del espiritualismo, al transformar la psicología de las pa­ siones en la pura fenomenología de la conciencia. Semejante interpretación de las ideas de Spinoza la encontramos en mu­ chos investigadores no solo respecto al «Breve tratado...», sino también respecto a la «Etica». Precisamente en ese error cayó ). Petzoldt66 (1909), como señala V. F. Asmus6'. Los interpretadores idealistas de Spinoza se contentan habitualmente con constatar el paralelismo. Eso mismo hacen numerosos representan­ tes de la teoría del monismo psicofísico, popular entre los positivistas modernos. Pero semejante interpretación es insuficiente. Detenerse en el paralelismo sig­ nifica no comprender hasta el final a Spinoza. Bajo la envoltura de la teoría del paralelismo desarrolla Spinoza de hecho una concepción materialista. Si se hubiera limitado al paralelismo, para él no existiría ningún obstáculo de prin­ cipio para acomodar exclusivamente al pensamiento el conocimiento del alma con todos sus estados, considerando la relación de los estados espirituales com­ pletamente independiente de la relación de los estados corporales. Entonces, Spinoza hubiera podido construir su psicología como la fenomenología de los enlaces puro de la conciencia, incluso sin recurrir a analizar los procesos cor­ porales. Es difícil concebir algo más ajeno al espíritu del spinozismo. Pero es precisamente esta interpretación fenomenológica del «Breve tra­ tado...» ajena al espíritu del spinozismo la que da Fischer. En eso coincide con Petzoldt, que ve en la psicología de Spinoza únicamente el paralelismo. Como señala Asmus, «todo el que en la explicación de Spinoza no va más allá del paralelismo debe estar obligatoriamente de acuerdo con Petzoldt» (1929,

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pág. 54). Para Asmus, el mérito de Petzoldt consiste en que «al resaltar sus conclusiones, mostró lo absurdo de todas las investigaciones ideológicas del spi­ nozismo» (ibidem). Tal vez, el significado de la interpretación de Fischer y de Petzoldt tenga también otro aspecto positivo. La propia posibilidad de semejante interpreta­ ción de Spinoza obliga a prestar atención a un hecho notable que hasta ahora no ha sido suficientemente valorado: ya en el primer esbozo de la doctrina spinoziana de las pasiones en el «Breve tratado...» no hay nada del «Tratado de las pasiones...» cartesiano en su contenido básico, sino que este encierra algo completamente nuevo. Spinoza da al problema en sí un giro total. Si para Des­ cartes el problema de las pasiones es ante todo un problema fisiológico y un problema de la interacción entre el alma y el cuerpo, para Spinoza ese mismo problema se manifiesta desde el comienzo como un problema de la relación entre el pensamiento y el efecto, entre el concepto y la pasión. Esa es, en el pleno sentido de la palabra, otra cara de la Luna, que permanece invisible a lo largo de toda la doctrina de Descartes. Solo eso nos obliga a reconocer que el contenido básico incluso del primer esbozo de Spinoza y el « Tratado de las pasiones...» de su maestro no solo no coinciden, sino que descubren las más profundas diferencias posibles en el enfoque de un problema desde dos extre­ mos opuestos. En este sentido, las doctrinas de Descartes y Spinoza son polares. Repre­ sentan en efecto los dos polos opuestos de un mismo problema, que, como veremos más adelante, siempre se han contrapuesto uno a otro a lo largo de toda la historia del pensamiento psicológico. Semejante polarización de las ideas científicas constituye también la lucha moderna de las corrientes psicológicas en la doctrina de las pasiones. Si expresamos esta resis en conceptos y términos del pensamiento histórico moderno de la psicología, podemos decir que en las divergencias entre el «Breve tratado...» y el «Iratado de las pasio­ nes...» se perfiló con toda precisión la divergencia entre las corrientes natura­ lista y antinaturalista en la doctrina de los afectos, entre la psicología explicativa y la descriptiva de las emociones, que constituye la divergencia principal y cen­ tral que divide ahora el pensamiento psicológico en dos partes irreconciliables. En esta divergencia, Descartes estaba del lado de la psicología naturalista y ex­ plicativa; Spinoza, del lado de la psicología antinaturalista y descriptiva. El significado concreto y el sentido de la tesis que planteamos lo expon­ dremos durante el curso ulterior de nuestra investigación. Podemos decir in­ cluso que eso constituye el centro principal de la misma, ya que sin explicar la verdadera contraposición entre la psicología cartesiana y spinoziana de los afectos no se puede comprender acertadamente la doctrina de Spinoza ni su actitud hacia la psiconeurología moderna ni tener una idea correcta de los ca­ minos más cercanos de desarrollo de la propia ciencia de la conciencia humana. Pero ya ahora no se puede negar que la posición que hemos perfilado no encierra algo que a primera vista no puede dejar de parecer extremadamente

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paradójico. De hecho, lo paradójico consiste en la situación objetiva de las' cosas y no en la formulación de nuestras ideas. En realidad, hay algo paradójico en ligar el nombre de Descartes a la corriente científico-natural causal explicativa, más materialista en cuanto a sus tendencias espontáneas del pensamiento psi­ cológico y el de Spinoza a la corriente fenomenológica, descriptiva, idealista de la psicología moderna. Pero eso es realmente así. En ciertos aspectos, lo dicho corresponde a la situación objetiva de las cosas, que habremos de constatar, y en esa constatación consiste la parte de verdad que encierra la interpretación de Fischer y Petzold. La explicación de lo paradójico la buscaremos más ade­ lante, pero ahora señalaremos que la doctrina de Spinoza de las pasiones no comienza con la prolongación y el desarrollo de las ideas cartesianas, sino tra­ tando el mismo problema desde el otro extremo. Hecho que de por sí no ca­ rece de importancia y que explica el origen y la valoración general de la doctrina spinoziana. No menos notable es también el que Spinoza sitúe desde el principio en el centro del problema el aspecto del mismo, que, igual que la otra cara de la Luna, era invisible para todas las doctrinas naturalistas en psi­ cología y que debido a ello ha sido tratada más frecuentemente desde el punto de vista idealista casi a lo largo de todo su recorrido histórico. Quizá precisamente porque el centro de la doctrina spinoziana se convir­ tió desde el principio en el problema que dividía más bruscamente que otras las corrientes idealista y materialista en psicología, esta doctrina ha conservado hasta ahora el significado no solo histórico, sino vivo; por eso, al discutirla nos vemos obligados a girar constantemente en la esfera de los problemas más agu­ dos y actuales de la psicología de hoy. Porque la tarea del verdadero materia­ lismo no consiste en evitar los problemas que plantea el pensamiento idealista y ocultarles la cabeza en la arena, como el avestruz, declarándolos inexistentes. La tarea consiste en darles una solución materialista. En eso consistió precisa­ mente la tarea histórica directa de Spinoza. Y aquí se justifica una vez más la observación de que el idealismo inteligente está mucho más cerca del verda­ dero materialismo que el materialismo absurdo. Cualquiera que sea la solución a que lleguemos más adelante en esta cues­ tión y cualquiera que sea la explicación que hallemos a la paradoja señalada más arriba, podemos extraer ya una conclusión firme y al parecer correcta, con­ traria a la de Fischer. Podemos asegurar que desde su mismo comienzo la doc­ trina de Spinoza sigue fielmente a Descartes, cuyo trabajo sobre las pasiones le sirvió por lo visto de guía exclusivamente para fundamentar metodológica­ mente los afectos, para distribuir exteriormente su descripción y para ordenar su clasificación. Su independencia y originalidad se pusieron de manifiesto desde el comienzo en la contraposición de principio de su idea a la cartesiana. Ya en el «Breve tratado...», Spinoza no solo no fue un cartesiano que desarro­ lló y transformó el sistema del maestro y desenmascaró sus contradicciones, sino que se manifestó de inmediato como anticartesiano. El anticartesianismo de la doctrina de Spinoza se pone más de manifiesto en la «Ética».

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En el prólogo a la «Doctrina sobre el origen y la naturaleza de los afeetos»69, contrapone Spinoza su punto de vista no solo a quienes «escribían sobre los'afectos y sobre el modo de vida de las personas y hablaban, al parecer, no de cosas naturales que seguían las leyes naturales de la naturaleza, sino de cosas que estaban más allá de los límites de esta y presentaban al hombre en ella como un Estado dentro de otro, al creer que infringe el orden de la natura­ leza en lugar de seguirlo, que goza de un poder absoluto sobre sus actos y no se define más que por sí mismo. Aunque entre quienes escribieron sobre los afectos había también personas relevantes, autores de cosas magníficas, sin em­ bargo, por lo que yo sé, nadie determinó la naturaleza y la fuerza de los afec­ tos y en qué grado era capaz el alma de calmarlos. Es verdad que el celebérrimo Descartes, aunque pensaba que el alma goza de un poder absoluto sobre sus actos, trató, sin embargo, de explicar los afectos humanos a partir que permi­ tiría al alma tener poder absoluto sobre los afectos. Pero, en mi opinión, lo único que puso de manifiesto fue su gran ingenio, como lo demostraré en su lugar» (Spinoza, 1933, pág. 81). Así es que el propio Spinoza comprendía la relación de su teoría con el sis­ tema de Descartes. En su doctrina de las pasiones, Spinoza trató consciente­ mente de desarrollar un punto de vista opuesto y excluyente que demostrase que en el famoso «Tratado» Descartes no manifestaba más que su gran inge­ nio como autor. Después de esto es difícil que quede ni sombra de duda de que la originalidad de la doctrina de Spinoza estribaba no en la fundamentación metodológica de los afectos, sino en su contenido básico. En el prólogo a la «Doctrina sobre la fuerza de la razón o sobre la liber­ tad humana»70, Spinoza contrapone de nuevo tajantemente su pensamiento al de Descartes. Descartes, declara Spinoza, favorece no poco con su doctrina sobre ¡a acción mutua entre el alma y el cuerpo mediante la glándula pineal la erró­ nea opinión de que los afectos dependen plenamente de nuestra voluntad y podemos dirigirlos de modo ilimitado. Spinoza dice que no puede «dejar de extrañarse que un filósofo que se planteaba seriamente extraer conclusiones par­ tiendo solo de principios verdaderamente fidedignos y afirmaba únicamente lo que conocía de forma clara y precisa y que con frecuencia reprobaba a los es­ colásticos por querer explicar cosas oscuras mediante propiedades ocultas, cómo ese filósofo admite una hipótesis más oscura que toda propiedad oscura» (ibi­ dem, pág. 194). Al manifestarse contrario a esta doctrina de Descartes, Spi­ noza concluye: «Finalmente, no me refiero ya a lo que Descartes afirmó respecto a la voluntad y su libertad, ya que más arriba he mostrado suficientemente que todo eso es falso» (ibidem). Como vemos, Spinoza contrapone aquí su punto de vista al cartesiano pre­ cisamente en la parte que Fischer presenta como criterio para opinar que Spi­ noza fue y continuó siendo cartesiano: la doctrina de la naturaleza psicofísica del afecto. Nos encontramos aquí ante un caso que se repite con frecuencia en la historia de la psicología, que comenta H. Hoffding71 respecto a la investi-

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gación de los sentimientos realizada por J. F. Nahlovsky'2 (1862), psicólogo de .la escuela herbardtiana73. «Aquí sç ve -dice el autor- cómo la teoría espiritua­ lista sobre la relación entre el cuerpo y el alma puede entremezclarse en una cuestión psicológica especial» (H. Hoffding, 1904, pág. 186). Estas palabras son aplicables plenamente a la discusión que nos ocupa ahora entre Spinoza y Descartes, que puede servir de prototipo a todas las discusiones sobre la psi­ cología de las emociones, en las que la teoría espiritualista sobre la relación entre el cuerpo y el alma se entremezcla en la resolución de una cuestión psi­ cológica especial. Consideramos que lo dicho es completamente suficiente para explicar la cuestión que nos interesa sobre el aparente cartesianismo de Spinoza. Hemos encontrado la verdadera relación entre ambas doctrinas al descubrir su oposi­ ción interna. Con analogía a cómo posteriormente Hegel desarrolló los fun­ damentos metafísicos y racionalistas de la filosofía spinoziana, dando la única refutación posible al spinozismo, es decir, transformando la sustancia de Spi­ noza en idea absoluta, en espíritu absoluto, y presentó en su tiempo Spinoza la antítesis respecto a Descartes, pero una antítesis materialista. Tras la relación entre las dos doctrinas filosóficas descubierta por nosotros se halla la milena­ ria lucha de las corrientes fundamentales del pensamiento filosófico: el idea­ lismo y el materialismo, lucha que encontró en este caso su expresión más completa y concreta en la solución, al parecer, de una cuestión psicológica es­ pecial, que sin embargo tenía una gran importancia básica. A pesar de la falta de claridad de una serie de importantísimos momentos en la génesis de la doctrina spinoziana de las pasiones, a pesar de las serias contradicciones internas de esta doctrina, sin embargo, en lo principal y fun­ damental aparece ante nosotros como una doctrina totalmente opuesta a la doc­ trina cartesiana de las pasiones. Eso debería servir de punto de partida y punto final -alfa y omega- a toda nuestra investigación. Ambas doctrinas se contra­ ponen una a otra como solo pueden hacerlo la verdad y el error, la luz y la oscuridad: eso es lo que hay que demostrar. No obstante, puede crearse otra impresión debido a que los dos pensadores se ocupan de resolver el mismo problema y al parecer con igual objetivo final: resolver el problema de la li­ bertad humana. Pero, como hemos visto, el propio Spinoza está en contra, en primer lugar, de la doctrina cartesiana de la libertad de la voluntad. En una de sus cartas dice: «ves que para mí la libertad no consiste en la decisión libre, sino en la necesidad libre. Y en efecto, basta con descubrir el concepto de li­ bertad en Descartes y Spinoza para darse cuenta de que son totalmente dis­ tintos el uno del otro, y, hablando con el lenguaje de Spinoza, solo podrían parecerse en el nombre, lo mismo que se parecen la constelación del Can y el perro, animal labrador74. Sin embargo, esta contraposición la reconocen todavía mal muchos histo­ riadores de la psicología, concretamente los que analizan la teoría de James y Lange. Estos historiadores, apoyándose en la opinión de que, según la gnoseo-

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logia de Spinoza, está propensa a error y nunca tiene lugar donde estamos con­ vencidos, sino únicamente donde se trata de una conjetura y una opinión, co­ locan con frecuencia a Descartes y Spinoza uno al lado del otro y lo consideran juntos los creadores de la teoría orgánica de los afectos. Igual que todos los que recurren a este género primario e inadecuado de conocimientos, saben acerca de la cuestión, según la expresión de Spinoza, lo mismo que un ciego acerca de los colores. Pero la comparación de dos grandes nombres tiene también su significado cuando se trata del destino histórico del conocimiento científico actual de los afectos, aunque no es el que se da a esa comparación. Como hemos mostrado más arriba, lo menos que cabe decir de Spinoza es que es, junto a Descartes, el fundador de la concepción científica de la naturaleza de las emociones hu­ manas, que ha predominado durante la última mitad del siglo. Esta concep­ ción puede ser considerada bien cartesiana, bien spinoziana. Pero no puede ser a la vez lo uno y lo otro, debido a la propia naturaleza de las cosas. Y si en el presente capítulo hemos planteado la tesis, que hemos de demostrar, de que la teoría de James-Lange no guarda relación en absoluto con la doctrina de Spinoza de las pasiones, sino con las ideas de Descartes y Malebranche, con ello defendemos el concepto de que esta teoría es antispinozista. Pero sería com­ pletamente estéril y carecería de todo sentido prestar tanta atención en la in­ vestigación al destino de la doctrina spinoziana en el conocimiento científico moderno de esta teoría, como hemos hecho, si como resultado de ello pudié­ ramos constatar únicamente que la mencionada teoría no tiene nada que ver con la doctrina de que nos ocupamos. Debido precisamente a que la teoría de James-Lange puede considerarse como la encamación viva de la doctrina cartesiana, la investigación de su ve­ racidad y de su destino histórico no puede dejar de ser el comienzo de la in­ vestigación de la doctrina spinoziana de las pasiones. Como hemos visto, en el mismo comienzo del desarrollo de esta doctrina y en su centro se halla la lucha contra la idea cartesiana. Lo que ha sucedido en la psicología de las emocio­ nes durante el último medio siglo y lo que hemos intentado examinar en los capítulos precedentes no es más que la continuación histórica de la lucha, el prototipo de la cual consideramos que estriba en la contraposición de ambas doctrinas: la cartesiana y la spinoziana. Y exactamente lo mismo que sin acla­ rar esta contraposición es imposible comprender acertadamente la doctrina spi­ noziana, sin aclarar el destino de las ideas antispinozianas en la psicología de los afectos es imposible determinar con acierto el significado histórico del pen­ samiento spinoziano para el presente y el futuro de toda la psicología. Análogamente a cómo Spinoza no pensaba que había encontrado una fi­ losofía mejor, pero sabía que había conocido la verdad, así en la lucha de las teorías psicológicas modernas trataremos de encontrar no la que responde mejor a nuestro gusto, la que nos satisface más y por eso nos parece preferible, sino la que está más de acuerdo con su objeto y deberá por tanto ser reconocida

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como más verdadera, ya que el objetivo de la ciencia, lo mismo que el de la filosofía, es la verdad. La verdad es el testimonio de sí misma y del error. Al iluminar los errores históricos del pensamiento psicológico, abrimos el camino al conocimiento de la verdad sobre la naturaleza psicológica de las pasiones humanas.

11 Hemos de aclarar ahora si en efecto la teoría de James-Lange tiene su ori­ gen en la doctrina de Descartes de las pasiones. Con otras palabras, hemos de descubrir la esencia cartesiana de esta teoría. De este modo, esperamos descu­ brir iras la lucha entre hipótesis psicológicas concretas y especiales la lucha de principio entre diferentes concepciones filosóficas sobre la naturaleza de la con­ ciencia humana, concretamente sobre la lucha entre las ideas cartesiana y spinoziana en el conocimiento científico vivo moderno. La idea de que no es Spinoza, sino Descartes, el verdadero fundador de la teoría visceral de las emociones comienza a penetrar cada vez más en la psi­ cología moderna, a pesar de que no se reconoce su verdadero significado. Ha­ bitualmente se le atribuye tan solo el significado de correctivo real, el de una enmienda de la tesis sobre la relación histórica existente entre la hipótesis de James-Lange y la doctrina de Spinoza de las pasiones, pero no el significado verdaderamente propio de ella consistenre en el cambio de toda la valoración de principio de la esencia filosófica de nuestra teoría. La idea de que esta teo­ ría es cartesiana debido ya a su origen y a su fundamenración metodológica y por eso no puede ser reconocida como spinoziana es totalmente ajena a la psi­ cología moderna. Por tanto, si la psicología se ha dado cuenta de lo erróneo de semejante opinión tradicional, con cuya exposición hemos dado comienzo a nuestra in­ vestigación, y de acuerdo con la cual Spinoza es el antecesor de James y Lange, este fundamento deberá ser reconocido solo como parcial e insuficiente. Ha­ bitualmente lo erróneo de esa opinión se ve en que al lado de Spinoza y junto con él debe mencionarse a Descartes como fundador de nuestra teoría. Según sabemos, hasta ahora nadie ha manifestado la idea de que la teoría periférica de las emociones, de esencia cartesiana, debido a este solo hecho sea antispinoziana. Precisamente por eso, una serie de investigadores, como ya hemos re­ cordado antes, consideran a Descartes, junto con Spinoza, fundador de la doctrina que examinamos. Así, Titchener, al enumerar a los predecesores de la teoría periférica de las emociones, dice que en Descartes y Spinoza se tropieza con definiciones en ese mismo sentido. Se remite a la investigación de D. Irons (1895), que aclara la relación de las nuevas teorías con la de Descartes. En ella, Irons fue probable­ mente el primero en llegar a establecer objetivamente la conclusión correcta de

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que la teoría de James constituye en el conocimiento científico moderno la misma idea que defendió Descartes 200 años antes de que.surgiera la nueva hipótesis. Diga lo que se diga en nuestros tiempos sobre la ciencia moderna, el «Tratado de las pasiones...» permite, según palabras de Irons, comparar la doctrina expuesta en él con todo lo realizado durante los últimos años. Difí­ cilmente se puede encontrar un tratado de las emociones que lo supere en cuanto a su originalidad, profundidad e impresionabilidad. Descartes se man­ tiene en la misma posición que James, pero no se contenta con apoyar con palabras generales la opinión de que la emoción la provoca un cambio físico. Al llegar a la conclusión de la existencia de seis pasiones originarias, intenta demostrar la existencia de un conjunto especial de estados orgánicos que con­ dujeron a la aparición de cada una de ellas. Siguiendo a Irons75, J. Largnier de Bancels76 afirma que la teoría de JamesLange la contiene totalmente la doctrina de Descartes. De acuerdo con la ob­ servación de T. Ribot77, desde que fue desarrollada la teoría de Lange y James fueron retirados algunos ataques injustos a las ideas de Descartes, expresadas por él en el «Tratado de las pasiones del alma» (T. Ribot, 1897, págs. 106107). Por tanto, Ribot señala acertadamente que la teoría visceral de las emo­ ciones no solo ha sido la encamación científica de la doctrina cartesiana, sino que ha dado lugar a que esta doctrina resucite y se rehabilite ante el juicio del pensamiento científico. La teoría de James-Lange ha hecho renacer en la con­ ciencia científica actual la vieja e injustamente condenada doctrina cartesiana, transformándola en una tesis demostrada empíricamente y situándola con ello en el mismo centro de la psicología científica de las emociones. Así es cómo se podría formular la idea de Ribot. Según sus palabras, la ventaja de james y de Lange consiste en haber expuesto con claridad la teoría de Descartes, tra­ tando de reforzarla con demostraciones experimentales. Investigaciones históricas más exactas han mostrado que en el sentido de su génesis ideológica la teoría de James-Lange descubre, además de su relación directa con la teoría de Descartes, una relación a través de los representantes posteriores del cartesianismo, que. desarrollaron y llevaron hasta el fin las ideas del maestro. Suena en primer lugar el nombre de Malebranche, con cuya teo­ ría la hipótesis de James-Lange descubre realmente una indudable coinciden­ cia en sus rasgos fundamentales y esenciales. Dicho con propiedad, en este sentido, el nombre de Malebranche, antecesor de la teoría orgánica de las emo­ ciones, no puede contraponerse en modo alguno a Descartes. Por el contrario, la coincidencia de la teoría científica empírica de James-Lange con la teoría de las emociones de Malebranche hace aún más indudable y clara su relación con Descartes y manifiesta una vez más su esencia cartesiana. G. Dumas, que, como hemos visto, explicó correctamente la tendencia antiinglesa y antievolucionista de la teoría de Lange, lo denomina el último discípulo de los partidarios franceses de la ideología mecanicista. La des­ composición de la alegría y la tristeza en fenómenos motores y psíquicos,

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la eliminación de las quiméricas esencias, de fuerzas definidas confusamente, todo eso ha sido realizado siguiendo las tradiciones de Malebranche y Spinoza. En la obra del primero «Sobre la investigación de la verdad» buscó Lange su teoría vasomotora y cita este lugar con verdadera extrañeza. Pudo haber en­ contrado en ella otros lugares iguales de claros, que confirman su análisis de los elementos psíquicos y motores de la emoción. Malebranche llama pasiones a todas las emociones que el alma experimenta naturalmente en el caso de movimientos excepcionales de los espíritus vitales y de la sangre. Eliminen la expresión teológica de las relaciones entre el cuerpo y el alma y obtendrán en esencia la teoría de Lange: la emoción es tan solo la concien­ cia de los cambios nerviovasculares. Esta comparación podría llevarse mucho más lejos y demostrar sin gran es­ fuerzo que, a pesar de la diferencia de lenguaje, el mismo espíritu es propio tanto del filósofo cartesiano como del fisiólogo danés. Incluso en sus errores, señala más adelante Dumas, Lange recuerda a los cartesianos. Su excesivamente severa crítica de Darwin y de la psicología eyolucionista no es más que la aver­ sión consciente o inconsciente que cada investigador de ideología mecanicista, incluido Descartes, experimenta naturalmente hacia las explicaciones históricas. Creemos que en esta tesis de Dumas se establece mucho más que la simple coincidencia entre el contenido empírico concreto de la teoría de Lange y la de Malebranche. De por sí, esta coincidencia en la descripción del mecanismo psicofisiológico de la reacción emocional no constituye un hecho primario, sino dependiente y derivado. Se desprende como consecuencia necesaria de que una misma ideología mecanicista y antihistórica en la ciencia inspira a! filósofo car­ tesiano V al filósofo danés. Tanto la tendencia a explicar la psicología d e las pa­ siones de modo puramente mecánico como la aversión consciente o inconsciente hacia las explicaciones históricas la han heredado igualmente ambos -el filósofo cartesiano y el fisiólogo danés- de Descartes, del verdadero padre de la ideolo­ gía mecanicista en la ciencia moderna y concretamente en psicología. Por tanto, es probablemente Dumas el que por vez primera no reduce la cuestión relativa a las relaciones entre la teoría de James-Lange y la doctrina cartesiana de las pasiones a explicar la coincidencia existente entre ambas doc­ trinas en las definiciones y descripciones concretas del propio mecanismo psicofisiológico dé las pasiones y de la idea real acerca de su estructura y actividad, sino que la centra en el descubrimiento del fundamento metodológico común, de la concepción del mundo científica común, de la naturaleza filosófica común de estas doctrinas, separadas una de otra más de dos siglos. La propia coinci­ dencia de las definiciones concretas y de las descripciones reales del mecanismo emocional es tan solo el resultado, tan solo la consecuencia necesaria de este espíritu filosófico común a ambas teorías. Creemos que semejante planteamiento de la cuestión debe ser aceptado ple­ namente. Con independencia de qué caminos históricos y biográficos concre-

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tos hayan sido los seguidos para establecer de hecho esta relación entre los fun­ dadores de la concepción del mundo mecanicista y los creadores de la teoría científica, independientemente del grado en que los propios creadores de la teo­ ría comprendieran y aceptaran la afinidad espiritual e ideológica entre su obra y los tratados de Descartes y Malebranche, su teoría es objetivamente la en­ camación científica del espíritu cartesiano y deberá ser considerada como tal. Solo siguiendo este camino podemos plantear correctamente la cuestión rela­ tiva a la relación entre determinado sistema filosófico y una concepción cien­ tífica concreta y encontrar un denominador común que permita analizar su dependencia interna. El denominador común entre algún sistema filosófico y una hipótesis empírica concreta es siempre, como en este caso, la concepción del mundo científica encerrada en toda generalización más o menos amplia que se eleve algo sobre el nivel de la simple constatación y descripción de los he­ chos. Según la conocida expresión de Engels (véase: K. Marx, E Engels, Obras, t. 20, pág. 366, ed. rusa), lo quieran o no los naturalistas, son los filósofos quienes siempre los gobiernan. Descubrir la idea filosófica que rige todas las estructuras de la teoría de James-Lange significa encontrar el camino acertado para aclarar sus conexiones con uno de los sistemas filosóficos internamente contrapuestos. Las conclusiones de Dumas encierran otra tesis de primordial importancia. Establece, en contra de la primera, los puntos de divergencia entre la vieja doc­ trina filosófica y su encarnación científica posterior. En primer lugar, Dumas constata la diferencia de lenguaje que emplean Malebranche y Lange. La dife­ rencia de por sí se refiere precisamente al campo de la descripción fáctica del mecanismo emocional. Como hemos dicho, la descripción debe considerarse como el resultado de la coincidencia de las premisas metodológicas tic uno v otro autor. Es completamente natural que si una misma idea dirigía al filósofo cartesiano y al fisiólogo danés, habría de conducir a ambos investigadores a una descripción parecida y casi idéntica del mecanismo de la reacción emo­ cional en el lenguaje de la fisiología contemporánea de cada uno de los cien­ tíficos. Pero tras esto hay algo más que la simple diferencia de lenguaje: la diferencia de ideas fisiológicas concretas. En este caso cabría limitarse a tradu­ cir sencillamente de un lenguaje a otro, como lo hace Dumas, y sustituir el movimiento de las fuerzas vitales de Malebranche por los cambios nerviovasculares de Lange. Pero al realizar semejante traducción no solo sustituimos las viejas ideas fisiológicas del siglo XVII por las concepciones del siglo XIX, con­ temporáneas de Lange, sino que admitimos también cierto cambio básico en el propio espíritu de la vieja doctrina. Para que la traducción resulte posible hace falta, según manifiesta Dumas, eliminar la expresión teológica respecto a las relaciones entre el cuerpo y el alma. Unicamente si realizamos esta opera­ ción en la tesis de Malebranche obtendremos la teoría de Lange. Pero llevarla a cabo significa no solo sustituir unas palabras por otras, sino introducir tam­ bién cambios en el propio pensamiento que expresan las viejas palabras.

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Por consiguiente, Dumas, al señalar la diferencia entre la vieja doctrina y la nueva, señala, a la vez que las divergencias reales, otras de carácter básico, como había hecho al aclarar los puntos de coincidencia de ambas doctrinas. En este sentido, Dumas mantiene en toda su pureza el único planteamiento posible y el único planteamiento correcto de la cuestión. Al mismo tiempo, perfila en toda su plenitud el conjunto de los problemas con que se enfrenta el investigador que desee descubrir las relaciones reales entre la doctrina carte­ siana de las pasiones y la teoría orgánica de las emociones. Las dos tesis plan­ teadas por Dumas -la coincidencia y la divergencia entre las teorías en cuestiónfueron desarrolladas en la literatura posterior. Una y otra tienen sus aspectos fácticos y básicos. Hay que tener en cuenta que la primera no puede ser exa­ minada más que como resultado de la segunda. Si entre ambas teorías existe una coincidencia o una divergencia en algún punto real importante para cada una de ellas, tras eso se ha de buscar siempre la coincidencia o la divergencia de esas teorías en alguno de sus fundamentos básicos, si no se trata, natural­ mente, de un determinado error particular del pensamiento, o de un error de carácter lógico o real. Nos limitaremos a examinar el desarrollo ulterior de la tesis de Dumas por parte tan solo de los principales representantes de estas investigaciones histó­ ricas, ya que sus conclusiones pueden interesarnos únicamente en la medida en que sirvan para explicar las tareas de nuestra investigación. La mayoría de los investigadores llegan a conclusiones análogas a las tesis de Dumas sobre la coincidencia entre el espíritu filosófico de ambas teorías. En este sentido, es de gran importancia el hecho que la relación entre las doctrinas se manifiesta siem­ pre como una relación a través de la concepción del mundo mecanicisra ge­ neral. Concretamente, esta relación la considera fundamental G. Bretr L al investigar el desarrollo histórico de la teoría de las emociones. «Descartes —dice este autor-, que deseaba ardientemente desarrollar su fi­ siología, resucitó el método de Aristóteles, que asemejó los animales a máqui­ nas que se mueven gracias a fuerzas internas, al igual que las marionetas, que se ponen en movimiento con ayuda de hilos. Ese era un camino fácil para evi­ tar numerosos problemas difíciles y descubrir la posibilidad de reducir las emo­ ciones a las leyes de la mecánica. La dinámica de la dilatación y la contracción parecía adecuada para explicar los estados afectivos o pasivos. Ese punto de vista comenzó rápidamente a extenderse, porque toda la teoría guardaba relación en el tiempo con la claridad y la precisión de las ideas formuladas por Galileo. Se trataba de una simplificación engañosa, pero una simplificación tal que con frecuencia era aceptada con gran éxito. Podía unirse fácilmente a las fórmulas conservadas en la tradición aristotélica. Hobbes, inspirado en Galileo, trató de reducir todos los fenómenos psíquicos a diferentes géneros de movimientos y reprodujo textualmente su propia traducción de la «Retórica» aristotélica. Malebranche, envenenado por el vino cartesiano, subrayaba el papel de la con­ tracción y de la dilatación con tanto tesón, que fue declarado precursos de James

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y Lange, descubrimiento no muy notable si recordamos que el propio Lange se remite a Malebranche como a la persona que en realidad se había antici­ pado a su teoría. Continúa siendo una teoría estéril, 'testimonio de la inutili­ dad de todos los intentos de reducir el experimento psíquico a construcciones artificiales de la mecánica» (D. S. Brett, pág. 392). Por tanto, D. Brett llega de hecho a la misma conclusión que Dumas, tanto en lo que se refiere a la relación directa entre el vino cartesiano y la semisecular embriaguez del pensamiento psicológico -notable paradoja- como res­ pecto a lo que constituye la base de esa relación: la grandiosa idea que abarca globalmente la explicación de todo lo existente, incluidas las pasiones huma­ nas, con ayuda de leyes mecánicas. Otro de los aspectos de las conclusiones de Dumas lo desarrollan entre los aurores más antiguos Hoffding y entre los con­ temporáneos Dunlap. El primero ilustra preferentemente el aspecto básico de las divergencias entre la vieja y la nueva teoría. Dunlap, las discrepancias rea­ les que se desprenden de ellas. H. Hoffding señala la relación inversa existente entre la calidad del sen­ timiento y la fuerza de los cambios orgánicos que lo acompañan. En el caso de una fuerte agitación anímica, la particularidad cualitativa del sentimiento desaparece con frecuencia, siendo sustituida por una excitación general. El estado que al principio se condicionaba fundamentalmente por el carácter de la excitación, del acontecimiento o de la idea depende ahora exclusiva­ mente de las influencias orgánicas en el cerebro. Comienza idealmente, pero termina sensitivamente. En muchos casos, en la introspección cabe distin­ guir dos estadios en la aparición del sentimiento: el primero, cuando se ma­ nifiesta claramente la influencia de los elementos cognoscitivos, y de ahí procede la cualidad particular de la sensación, v el segundo, que corresponde a la influencia orgánica en el cerebro. Sin embargo, no existen fundamen­ tos para diferenciar bruscamente estos dos estadios, como hacían algunos au­ tores del campo espiritualista, al suponer que solo el último y no el primero guarda relación con los estados fisiológicos. Así, Descartes y Malebranche describían esta circulación como la interacción entre el alma y el cuerpo. Ultimamente, en completa oposición a la concepción espiritualista, se afirma que en cualquier agitación espiritual se dan únicamente sensaciones que co­ rresponden a la influencia de los órganos en el cerebro (H. Hoffding, 1904, pág. 227). H. Hoffding se refiere en este caso a la teoría de James-Lange que consi­ dera improbable, basándose en que en ciertos casos se observa el desarrollo del sentimiento a través de varios estadios. Se opone también a la conclusión de Lange de que las agitaciones anímicas las pueden provocar no solo ideas, sino también medios puramente físicos. Pero, ¿es que no es igual, supone Hoffding, que se reflejen o no en el sentimiento determinadas ideas? En el primer caso, el sentimiento adquiere un carácter y una orientación definidos, mientras que en el segundo se trata de un proceso indeterminado de excitación. Pero en la

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introspección esta diferencia tiene gran importancia, a pesar de que no salta a la vista para una persona ajena. Por consiguiente, el' propio Hoffding parte de una tesis más bien opuesta a la hipótesis de James-Lange que semejante a ella. Mientras que esta hipó­ tesis reduce todo el sentimiento a sensaciones sensitivas, Hoffding establece entre ellas una relación inversa: «... cuanto más fuerte sea el elemento del sen­ timiento, más desaparece el elemento propiamente perceptor sensitivo o cog­ noscitivo... En sus formas más elementales el sentimiento lo determina fundamentalmente la fuerza de la excitación y el grado en que interfiere en el curso de la vida orgánica. Eso se produce especialmente en las excitaciones que provocan movimientos sensitivos. Su particularidad cualitativa se oscurece por el impulso sensitivo y el ardor que provocan. Pero donde la particulari­ dad cualitativa de la sensación puede manifestarse con la fuerza que está a la altura del órgano de los sentidos, allí el sentimiento de la propia sensación adquiere una forma y un carácter determinados. Lo que pierde en fuerza lo gana en riqueza y en variedad de matices, así como en la independencia de la lucha directa por la existencia. Esa misma suma de energía que en el sen­ tido de la vida se concentra en su única pregunta «ser o no ser», en el bien­ estar orgánico se distribuye en sensaciones cualitativas y se reparte por diferentes corrientes. Por eso, la ganancia y la pérdida de la sensación, debido a la diferenciación cualitativa, depende de si aumenta la energía de la vida de las sensaciones, tomada en su totalidad, junto con su matiz cualitativo» (H. Hoffding, 1904, pág. 196). Al subrayar psíquicamente el momento cognoscitivo como el que desem­ peña el papel principal en el desarrollo de las sensaciones desde las formas elementales hasta las superiores y al señalar la disminución de la importan­ cia del momento puramente orgánico, Hoffding se conviene en uno quien desde el principio adopta alrededor de la nueva teoría la posición determi­ nada de su oponente. A estas consideraciones suyas habremos de retornar más adelante. Pero al mismo tiempo, Hoffding no puede dejar de constatar que la teoría de James-Lange es todo lo contrario del concepto espiritualista de Descartes y Malebranche, que describían la circulación de las emociones como la interacción entre el alma y el cuerpo. Es fácil de observar que Hoff­ ding se refiere a la misma divergencia entre ambas teorías de que hablaba también Dumas, el cual comprendía la necesidad de eliminar el punto de vista teológico sobre la relación entre el alma y el cuerpo para que resultase posible pasar de la fórmula de Malebranche a la de Lange. Por tanto, hemos mencionado el segundo principio de la ideología científica, que separa pre­ cisamente ambas teorías: el punto de vista espiritualista sobre la interacción entre el alma y el cuerpo en el mecanismo de la pasión, la concepción teo­ lógica del problema psicofísico de las emociones. Junto con el principio mecanicista, que hemos mencionado anteriormente, constituye todo el fundamento metodológico de la doctrina cartesiana de las pasiones.

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Pero exactamente igual a cómo partiendo de la tendencia general de la ex­ plicación mecanicísta de las pasiones se desprende inevitablemente la coinci­ dencia entre la doctrina cartesiana y la teoría orgánica en la descripción real del mecanismo psicofísico de la reacción emocional, de su divergencia de prin­ cipio en las opiniones sobre la naturaleza psicofísica de las emociones se des­ prende también como resultado necesario la divergencia entre la descripción concreta real de la estructura y el curso del proceso emocional. El aspecto de la cuestión que acabamos de describir lo subraya en especial últimamente Dun­ lap, quien ve en este punto más trascendental la oposición entre la doctrina de Descartes y la teoría de James y se inclina a culpar a la nueva teoría cen­ tral de las emociones de retomar al punto de vista cartesiano. «James pensaba que H. Münsterber79 había terminado con la vieja teoría, propuesta por Descartes, según la cual las corrientes aferentes despiertan pro­ cesos intelectuales y las eferentes provocan las pasiones del alma. Al parecer, James se equivocaba» (K. Dunlap, 1928, pág. 154). En opinión de Dunlap, la vieja teoría renace en la nueva doctrina, que contrapone a la hipótesis perifé­ rica la hipótesis central del origen de las emociones. Esta cuestión, dice Dun­ lap, constituye la divisoria que separa la teoría cartesiana (que supone que la emoción surge gracias a procesos de descarga que comienzan en el cerebro, es decir, gracias a sensaciones de inervación en el viejo sentido) por un lado y la teoría de James-Lange (que considera la emoción, al igual que la percepción, como resultado de sensaciones periféricas) por otro (ibíd., págs. 159-160). K. Dunlap forma parte de los seguidores de la teoría orgánica que inten­ tan transformarla para concordarla con los nuevos hechos. Supone que si in­ terpretamos acertadamente los nuevos hechos, que se suelen presentar como argumentos en contra de esta teoría, lograremos ver en ellos más bien su con­ firmación que su refutación. Dunlap reconoce que James nunca había aceptado plenamente su propia teoría y no solo se atenta al paralelismo psicofísico, sino que conservó no pocas sensaciones espirituales, que no quería subordinar a la burda condicionalidad corporal. Lo mismo que otros seguidores de la teoría orgánica, Dunlap subraya con razón la divergencia real entre las teorías carte­ siana y periférica, y a él se refiere plenamente lo dicho por Ch. Spearmen80 con motivo de otro intento de resucitar la teoría de James (respecto a la teo­ ría de McDougall). Spearman cita no solo a los predecesores directos de esta teoría -Ward, James y otros-, sino también a su fundador directo, Malebran­ che (Ch. Spearman, 1928, pág. 40). K. Dunlap intenta en efecto conservar la teoría de James-Lange, al consi­ derar la emoción como el fondo dinámico de todos los procesos psíquicos. La cuestión relativa a los cambios viscerales no le parece importante para la psi­ cología, por eso se inclina a considerar la nueva teoría como el desarrollo ana­ tómico ulterior de la teoría de James-Lange. Dunlap se adjudica el mérito de haber predicho basándose en esta teoría la uniformidad de los cambios visce­ rales en determinados estados emocionales de que se ocupó Cannon; son emo-

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dones estimulantes, y por eso debe existir entre ellas más semejanza que dife­ rencia (K. Dunlap, 1928, pág. 159). A pesar de todo, los resultados de la investigación de Dünlap no pueden dejar de tenerse en cuenta al resolver la cuestión que nos interesa. Estos re­ sultados nos parecen dobles. Por un lado, Dunlap, al mantener en lo funda­ mental la tesis de la hipótesis periférica, está embriagado, según expresión de Brett, con el vino cartesiano, sin darse cuenta de ello, y, por otro, señala un punto importante, en el que la hipótesis que defiende se opone con toda la fuerza a la doctrina cartesiana. A este punto -el problema de las sensaciones de inervación—deberemos retornar en el curso de nuestra investigación; ahora desearíamos señalar tan solo que se trata indudablemente de una divergencia objetiva entre la hipótesis de James y la doctrina de Descartes, una consecuencia directa de la divergencia de principio entre ambas teorías, que señaló Hoffding. En efecto, es imposible no ver que la admisión por parte de Descartes de la posibilidad de que las emociones surjan a través de un procedimiento centrífugo es función directa de su concepción de toda la circulación psicofísica de la pasión, concepción que tiene su fundamento en el punto de vista espiritualista sobre la relación entre el alma y el cuerpo. Esta conclusión es por el momento suficiente para nosotros, ya que culmina una serie de problemas que plantea esta parte de nuestra investigación. Podría­ mos agrupar toda la serie. Abarca dos problemas fundamentales, cada uno de los cuales se descompone en dos partes: la básica y la efectiva. En su totalidad, estas cuatro cuestiones que hemos podido extraer del estudio de las fuentes ago­ tan en lo fundamental todo el círculo de problemas relacionados con el escla­ recimiento de la relación real entre la doctrina cartesiana y la teoría psicológica, que desaparece ante nuestros ojos. Esta serie es: el principio mecanicista de la explicación de las emociones (descripción táctica del mecanismo psicofisiológico de las reacciones emocionales); la concepción espiritualista de la naturaleza psícofísica de las emociones (la cuestión relativa a la aparición de las emociones según el procedimiento centrífugo). Los dos primeros elementos de nuestra serie son comunes a ambas teorías, los segundos las separan. Podríamos terminar aquí el capítulo de nuestra investigación, cuya única tarea consiste en el planteamiento concreto del problema de la relación ideo­ lógica entre la doctrina cartesiana y la teoría de James-Lange. Hemos encon­ trado todo cuanto buscábamos. Pero antes de concluir el presente capítulo, consideramos necesario detenernos en la opinión de los propios autores de esta teoría sobre sus predecesores espirituales. Como hemos visto antes, W. James no los reconocía en absoluto. Cabe con­ siderar, aunque no lo dice explícitamente en ningún lugar, que, primero, re­ flexionó poco sobre la esencia filosófica de su hipótesis y, segundo, se inclinaba a contraponerla como concepción científica empírica a todas las concepciones filosóficas metafísicas existentes con anterioridad. En este sentido, no hacía dis­ tinción incluso entre las doctrinas filosóficas contrarias de las pasiones. Las re-

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futaba en igual medida y no admitía la idea de que pudieran tener significado alguno para el destino de la hipótesis desarrollada por él. Decía que la litera­ tura' puramente descriptiva sobre la cuestión que le ' interesaba, desde Descar­ tes hasta nuestros días, constituye el capítulo más aburrido de la psicología. James contrapone su hipótesis a todas las viejas teorías en su totalidad, en las que no ve ningún principio rector, ningún punto de vista fundamental, nin­ guna generalización lógica. Culpa a la vieja literatura de considerar cada una de las emociones como una esencia espiritual eterna, intangible, a semejanza de las especies, que en tiempo eran consideradas en biología invariables. Si a esto añadimos que James estaba en contra de la interpretación mate­ rialista de su hipótesis y que no vacilaba en reconocer la diferencia de princi­ pio entre la naturaleza psicológica de las emociones sutiles y las burdas obtendremos casi todo lo manifestado por él respecto a los fundamentos me­ todológicos de su hipótesis. Como podemos apreciar, es bastante poco. La des­ preocupación metodológica de James guarda relación directa con la corriente general que seguía en psicología, la cual puede ser definida como empirismo radical. Para él, la psicología no es más que un «cúmulo de material fáctico en bruto, una considerable divergencia de opiniones, una serie de débiles inten­ tos de clasificación y de generalizaciones empíricas de carácter puramente des­ criptivo... Pero ni una sola ley en el sentido en que empleamos esta palabra en el campo de los fenómenos físicos, ni una tesis de la que se puedan extraer conclusiones siguiendo un procedimiento deductivo... Resumiendo, la psicolo­ gía no es todavía una ciencia, es algo que promete en el futuro convertirse en ciencia» (W. James, 1902, págs. 412-413). Por consiguiente, James consideraba la investigación psicológica como la acumulación de material fáctico en bruto y de generalizaciones empíricas de carácter descriptivo, hn este aspecto, al parecer, tampoco excluía su teoría cic­ las emociones. Por eso no se dio cuenta de su esencia filosófica y su origen ideológico. No señala en ningún lugar que conocía las coincidencias entre su hipótesis y la doctrina cartesiana u otra teoría filosófica: ni en el sentido de la identidad básica de sus fundamentos, ni en el de la constatación real del me­ canismo emocional. En este aspecto, Lange, anátomo y fisiólogo, resultó más sagaz que James, filósofo de profesión y vocación. Sin embargo, la sagacidad de Lange tampoco le permitía reconocer hasta el final su dependencia de las doctrinas filosóficas del pasado. Pero no escapó a su atención el que esas doctrinas encerraban una descripción del mecanismo emocional que coincidía con la suya. Escribe: «Es notable que hace ya doscientos años se lograse una teoría vasomotora completa sobre las manifestaciones corporales de las emociones. Eso lo llevó a cabo Malebranche. Con la firmeza de principios de un genio descubrió la relación ver­ dadera entre los fenómenos en una época en que solo estaban engendrados los conocimientos fisiológicos, cuando no se conocían ni los músculos vasculares ni los nervios vasculares» (C. Lange, 1896, pág. 86). 189

Al citar la explicación de las emociones, en la que Maiebranche sigue a Des­ cartes, Lange concluye: «Traducido al lenguaje de la fisiología moderna, la teo­ ría de Maiebranche significa que cada impresión emociónál fuerte eleva la inervación vasomotora, lo que provoca un estrechamiento de las arterias. Si ese estrechamiento se extiende a las arterias del cerebro, este recibirá insuficiente cantidad de sangre y el resto del cuerpo un exceso de ella; la anemia cerebral produce fenómenos de parálisis general. Pero si, por el contrario, como sucede en otro género de emociones, las arterias de la cabeza se mantienen libres, mien­ tras que las restantes arterias del cuerpo se estrechan, la cabeza y la cara se lle­ nan de sangre. Cuando la fisiología no sabía nada acerca de la variación activa del calibre de los vasos, la teoría de Maiebranche parecía ser una hipótesis ca­ rente de fundamento y por eso no era objeto de la menor atención. A pesar de su inevitable insuficiencia y de sus errores en los detalles es, sin embargo, extraordinariamente notable por el genial punto de vista de su autor sobre los trastornos de la circulación sanguínea como fenómeno primario del que se des­ prenden todas las restantes manifestaciones físicas que acompañan a las emo­ ciones» (ibidem, págs. 87-88). A diferencia de James, C. G. Lange vio claramente que doscientos años antes que él se logró crear una teoría vasomotora completa sobre las manifestacio­ nes corporales de las emociones. Pero fue evidente solo a medias. Se fijó en la coincidencia de su teoría con la de Maiebranche en el aspecto fáctico. La cues­ tión básica seguía siendo para él oscura y difusa. Ya hemos citado en uno de los primeros capítulos la observación de Lange sobre Spinoza, que en su opi­ nión está más próximo que todos los demás al criterio desarrollado por él, ya que Spinoza no solo no considera que las manifestaciones corporales de las emo­ ciones dependen ele movimientos espirituales, sino que los equipara, incluso casi situándolos en un primer plano. Lange, lo mismo que james, no sospechó tan siquiera su afinidad real con la doctrina cartesiana de las pasiones y su total oposición a la de Spinoza. Según la metafórica expresión de Brett, influyó en ello la embriaguez provocada por el vino cartesiano, lo mismo que en el caso de Maiebranche.

12 Comencemos por el análisis detallado de una cuestión más particular, la misma que establece clara para Lange, a pesar de su embriaguez provocada por el vino cartesiano y por el triunfo de la ideología mecanicista en su propia teo­ ría, ese mismo triunfo que fue el primero en llamar la atención de los inves­ tigadores y críticos y dio lugar a establecer una afinidad entre la teoría mecanicista-espiritualista y la teoría de las pasiones del siglo XVII y su ulterior encarnación en el siglo XIX. La identidad de los hechos salta a la vista antes de que la de los principios. Tras el diferente lenguaje fisiológico de los siglos XVII

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y XIX, resultaba relativamente fácil observar y reconocer el mecanismo, de la reacción emocional, idéntico en sus fundamentos. Podernos apoyamos en una serie de investigaciones, que con sorprendente Coincidencia 'nos llevan a la misma conclusión. Por desgracia, no encontraremos el mismo apoyo ni la misma unanimidad de opiniones cuando se trata de resolver la coincidencia de principios entre ambas concepciones. Aquí habremos de abrirnos nosotros mis­ mos el camino. Por eso, tratemos primero de comprender con claridad el as­ pecto fáctico del problema. J. Sergi, a quien debemos la investigación más seria y quizá definitiva sobre esta cuestión, se muestra con razón indignado con James y Lange por haber desconocido o ignorado al verdadero fundador de la teoría fisiológica de las pasiones —Descartes-, Mientras que Ch. Sherrington en sus investigaciones sobre el reflejo recuerda con todo detalle ¡os presentimientos de Descartes, James ni siquiera lo nombra y Lange lo ignora abiertamente. Cita a Spinoza porque su olvido habría escandalizado a los lectores. En lo que respecta a Descartes, busca la frase más antifisiológica, más intelectualista de todo el «Tratado de las pasiones...», que contiene las raíces de su doctrina81. En este sentido, Lange estaba franca y evidentemente equivocado. Ya la de­ finición general que da Descartes a las pasiones no deja la menor duda de que su doctrina debe ser considerada como la más cercana a la teoría vasomotora que la de Spinoza. Descartes incluye las pasiones entre los procesos psíquicos que agrupa en su clasificación bajo el nombre de percepciones y que se dife­ rencian en primer lugar por su naturaleza pasiva. Junto a las percepciones que se refieren únicamente a los cuerpos -bien sea a los externos o a nuestro pro­ pio cuerpo-, tales como las sensaciones, los sentimientos (color, tono), los afec­ tos corporales como la satisfacción y el dolor y los impulsos corporales como d hambre y la sed; además, junto a las percepciones que se refieren solo al es­ píritu como la percepción involuntaria de nuestro pensamiento o deseo, Des­ cartes distingue también percepciones de tercera clase. Se caracterizan ante todo porque se refieren al mismo tiempo al espíritu y al cuerpo; en estas percepcio­ nes, debido a la influencia y a la cooperación del cuerpo sufre la propia alma. Descartes da el nombre de pasiones a esta clase de procesos psicofísicos pa­ sivos. Por consiguiente, la pasión es para él la expresión directa de la doble na­ turaleza espiritual-corporal humana. Se refiere al hombre lo mismo que el movimiento se refiere al cuerpo. Para Descartes, la pasión se distingue por su doble naturaleza espiritual-corporal. A excepción de las pasiones, Descartes no encuentra otros datos fácticos que nos permitan conocer la vida conjunta del espíritu y del cuerpo. En este aspecto, las pasiones representan el tercer fenó­ meno fundamental de la naturaleza humana, junto con el pensamiento y el movimiento. La inteligencia y la voluntad son posibles en la corporal y las pa­ siones solo en la humana, que une el espíritu y el cuerpo. La doble naturaleza del hombre es el único fundamento real de las pasiones, que por su parte son el único fundamento para conocer la naturaleza humana.

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Sí recordamos que para Descartes en toda la naturaleza existe solo un cuerpo relacionado con el espíritu, precisamente el cuerpo humano, que todos los cuer­ pos restantes carecen de espíritu y alma, qué todos ellos, incluso los cuerpos de los animales, son simples máquinas, resultará claro que las pasiones humana son para Descartes no solo la única manifestación de la vida conjunta del espíritu y el cuerpo en la naturaleza humana, sino en general un fenómeno único en todo el universo, en todo lo que existe en realidad, en el que se juntan dos sus­ tancias no unibles en ningún otro lugar. Es comprensible que, gracias a eso, la doctrina de las pasiones ocupe un puesto completamente excepcional en el sis­ tema de Descartes: en primer lugar, las pasiones constituyen un fenómeno único, en el que somos capaces de conocer en toda su plenitud la doble natu­ raleza del hombre, la vida conjunta del espíritu y el cuerpo; en segundo lugar, esta doctrina representa en rodo el sistema el único punto de intersección de la doctrina espiritualista de Descartes sobre el espíritu y su doctrina mecanicista de los cuerpos. Es comprensible también que gracias a semejante planteamiento de la cuestión las pasiones humanas son declaradas en el sistema de Descartes no solo algo totalmente incomparable con todas las restantes manifestaciones de la vida del hombre, sino también algo que no tiene nada que se le asemeje, algo absolutamente único en todo el universo. De acuerdo con semejante interpretación, Descartes define las pasiones como percepciones, como sensaciones o como movimientos del alma, que le pertenecen en realidad a ella, son provocadas por la actividad de espíritus vi­ tales y es el alma la que las mantiene y refuerza. Si recordamos que los es­ píritus vitales no son para Descartes intermediarios entre la materia y el espíritu, que no son, según su propia definición, más que cuerpos, finísimas partículas de sangre, extraordinariamente móviles y las más cálidas que se pro­ ducen en el corazón, como si dijéramos, por destilación, resultará clara de inmediato la proximidad entre esta definición clásica de las pasiones y las fórmulas de Lange y James. Descartes asemeja los espíritus vitales al viento suave, a la límpida y viva llama, que se eleva incesantemente formando una gran masa desde el corazón hasta el cerebro y de él penetra por los nervios en los músculos y comunica movimiento a todos los miembros. Estas partí­ culas sanguíneas, extraordinariamente móviles y ligeras, siempre materiales, se mueven según leyes mecánicas, produciendo en los órganos sensaciones y movimiento^, administrando auténticas funciones vitales. Constituyen en la filosofía de Descartes un concepto general y bastante vago, en el que aún no están diferenciados la circulación sanguínea y el flujo de la excitación ner­ viosa. Pero en cualquier caso, no cabe la menor duda de que bajo el nom­ bre de espíritus vitales Descartes sobrentendía un delicadísimo mecanismo corporal que actúa debido al calor del corazón y se mueve según leyes puras de la mecánica, las cuales son idénticas a las leyes de la naturaleza; el meca­ nismo que junto con el de nuestros órganos determina todos los actos y las funciones comunes al hombre y a los anímales y se realiza, al igual como el

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movimiento del reloj: exclusivamente por la fuerza de sus muelles y la forma de sus ruedecillas. No expondremos aquí con detalle la concepción 'fisiológica de Descartes. De hecho, el interés que ofrece es puramente histórico. Para nosotros, lo impor­ tante es la estructura general, la idea general de la configuración del mecanismo espiritual-corporal que sirve a Descartes de fundamento para explicar las pasio­ nes humanas. De acuerdo con la acertada observación de Sergi, las concepcio­ nes fisiológicas de Descartes deben ser sustituidas por otras nuevas, sus espíritus vitales deben ceder el puesto a los nervios motores. La glándula pineal, único y pequeñísimo centro nervioso de Descartes, debe ser sustituida por una enorme e indeterminada jerarquía de numerosos centros para ver que como resultado de semejante traducción al lenguaje fisiológico actual la doctrina de Descartes sigue siendo la doctrina que persiste hoy día. Para convencerse de ello basta re­ cordar que el principal pathos de toda la argumentación de Lange consiste en desenmascarar la inconsistencia de la hipótesis de la naturaleza psíquica de las emociones, su inutilidad y en demostrar el hecho de que las emociones pueden surgir mediante un procedimiento puramente físico, sencillamente a partir de la mecánica de trastornos de nuestro aparato vasomotor. La afirmación de Lange de que es al sistema vasomotor al que debemos toda la parte emocional de nuestra vida psíquica, nuestras alegrías y penas, nues­ tros días felices y desgraciados es en esencia la traducción de la fórmula de Descartes al lenguaje psicológico actual, según el cual las pasiones no son más que las percepciones del alma, provocadas, apoyadas e intensificadas por la ac­ tividad de los espíritus vitales, es decir, por las ligerísimas y extraordinariamente móviles partículas de sangre. Eso mismo se refiere por completo, como señala Sergi, también a orto p u n to de esta doctrina. Descartes distingue las pasiones de las percepciones de otros dos géneros, por tanto, por cuanto no las atribui­

mos a objetos externos ni a nuestro cuerpo, sino exclusivamente a nuestra alma. Esta tesis coincide plenamente con la idea que predomina en la psicología moderna y que tiene su origen en la teoría de James-Lange. Lange cita la tesis de Bard de que los fenómenos afectivos son puramente subjetivos y no pue­ den ser utilizados en modo alguno para conocer la realidad exterior, que siem­ pre se sienten como un estado actual de nuestro «yo», y no como una propiedad de determinados objetos. De 1650 a 1923, cuando fueron escritas estas palabras, señala Sergi, el «yo» y los fenómenos puramente subjetivos sustituyeron el alma. En otros aspectos, la diferencia entre la vieja y la nueva teoría ha aumentado. Aquí su carácter es puramente verbal y el pensamiento de Descartes continúa siendo nuestro pen­ samiento. Otros dos momentos de esta definición general de las pasiones merecen nuestra atención: el carácter perceptivo pasivo de las emociones y particular­ mente la peculiaridad del movimiento de los espíritus vitales que despierta en el alma la emoción.

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Difícilmente podrá ser objeto de duda alguna que Lange y James reduzcan en .esencia la emoción a la sensación o a la percepción de cambios orgánicos. Ahí es donde estriba la parte más débil de toda la teoría si la'consideramos desde el aspecto puramente fenomenal. En efecto, es difícil comprender, según esta teoría, cómo el sentimiento puede ser identificado con las sensaciones cor­ porales, con la sensación de temblor, con el aumento de las palpitaciones del corazón, con el llanto; en estos casos, nos hallamos ante sensaciones comple­ tamente claras o algo más vagas. De qué misterioso modo el conjunto de sen­ saciones que, según el estricto significado de la teoría, siguen siendo en todo momento sensaciones se transforma en sentimiento es totalmente desconocido y difícilmente admitirá una explicación razonable y comprensible desde el punto de vista puramente fenomenal. Hace muy poco E. Claparède ha seña­ lado esta dificultad: «Si la emoción es tan solo la conciencia de los cambios periféricos en el organismo, ¿por qué se percibe como emoción y no como una sensación orgánica? ¿Por qué si estoy asustado siento terror en lugar de reco­ nocer simplemente determinadas impresiones orgánicas: temblor, palpitaciones del corazón, etc.? No recuerdo que hasta el momento alguien haya intentado responder a esta objeción. Sin embargo -en opinión de Claparède-, esta res­ puesta no ofrece grandes dificultades. La emoción no es más que la concien­ cia de la forma, de la estructura de tan numerosas sensaciones orgánicas. Con otras palabras, la emoción es la conciencia de la disposición global del orga­ nismo» (E. Claparède, 1928, pág. 28). A ese género de percepciones generales y vagas del conjunto, que representan la forma más primitiva de la percepción, las denomina Claparède percepción sincrética. Pero precisamente esa respuesta descubre toda la inconsistencia de la teoría perceptiva de las emociones consi­ derada desde el aspecto fenomenal. Todo consiste en que, según la teoría de (ames-Lange, la emoción es una formación carente por completo de estructura desde el punto de vista psicológico, integrada por un conjunto de sensaciones por completo heterogéneas psíquicamente, compuestas según las leyes de la me­ cánica fisiológica. Nos inclinamos a afirmar que la teoría de James-Lange es básicamente una teoría de las emociones carente de estructura. En efecto, ¿cómo puede surgir el terror en calidad de una estructura psíquica y única y coherente, de una sensación integral, del sentimiento de la retención de la respiración, las palpi­ taciones del cbrazón, el sudor frío, el erizamiento del cabello, el temblor, la se­ quedad en la boca, el bostezo y otras manifestaciones corporales, que james tras Darwin enumera como la muestra de la mejor descripción de los sínto­ mas de la emoción? Porque el verdadero significado de esta teoría consiste en que el terror, la ira y otras emociones, como estructuras integrales, indivisibles son una simple ilusión, y si paso a paso restamos de ellas los elementos de las sensaciones corporales, esas estructuras dejarán de existir. Por tanto, la cons­ trucción de las emociones partiendo de átomos aislados, de elementos de sen­ saciones corporales es típica de esta teoría y la aproxima a las teorías atomísticas

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antiestructurales que interpretaban la percepción como una suma de sensacio­ nes. Esta teoría podría ser denominada estructural solo en el caso de que par­ tiera del reconocimiento de la primacía fenomenal y objetiva' del terror y la ira como tales y solamente encontrara el lugar y el significado de determinadas sensaciones orgánicas formando parte de una sensación integral. Pero nuestra teoría sigue el camino opuesto. Reconoce la realidad fenomenal y objetiva, el carácter primario tan solo de los elementos y trata de construir con ellos un conjunto carente por completo de estructura, que surge en realidad sincrética­ mente, es decir, a través de cualquier unión del todo con todo. Porque james consideraba la mayoría de las reacciones emocionales como casuales, no unidas biológica ni menos aún psicológicamente por una cone­ xión interna necesaria. En tan complejo organismo como es el sistema ner­ vioso, decía, deben existir numerosas reacciones casuales. Por tanto, la apelación de Claparède a principio explicativo tan difundido y omnipotente en la psi­ cología moderna como es el principio de la estructura, resulta mortal para la teoría que trata, aunque sea parcialmente, de defender. El signo de igualdad que se establece entre las emociones y las percepcio­ nes equipara por su parte la teoría de James-Lange con la doctrina cartesiana. Como este punto es central en cuanto a su significado para toda la teoría de James-Lange, la coincidencia de ambas doctrinas no puede ser una simple ca­ sualidad: porque las teorías científicas, a diferencia de las emociones en la idea de James, no pueden surgir por pura casualidad, corno la unión caótica de ele­ mentos extraños, y si dos doctrinas coinciden en un determinado punto cen­ tral para ambas, eso no puede ser testimonio de la afinidad estructural, sino de la identidad estructural de ambas. James insiste en que no existen centros especiales en los que puedan ser localizados los procesos emocionales, que estos transcurren en los dos centros motores y sensoriales de la corteza cerebral y que, por consiguiente, son idénticos a los procesos sensoriales corrientes que provocan sensaciones o percepciones. Dunlap, tras James, insiste en la posibi­ lidad de explicar las emociones partiendo del mismo mecanismo que sirve también de base a la percepción habitual. En dependencia directa de esto se halla la particularidad de la mencionada teoría, a la que prestó atención McDougall al reprochar a los creadores de la teoría de que ellos consideraban únicamente el aspecto sensorial de las emociones y no se fijaban en su carác­ ter impulsivo. Y para Descartes este punto tiene una importancia capital. Para él, las emociones son percepciones o sensaciones, es decir, estados de natura­ leza pasiva, y por eso los denomina pasiones. Descartes muestra que las pasiones surgen en el alma lo mismo que los ob­ jetos de los órganos sensoriales externos y son sentidos por ella de igual modo. Hasta que no se interrumpa la agitación del corazón, de la sangre y de los es­ píritus vitales, las pasiones estarán representadas en nuestro pensamiento como los objetos que percibimos cuando actúan sobre los órganos de nuestros sen­ tidos externos. Con respecto a esto, Sergi señala: en los involuntarios imita-

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dores de Descartes no encontramos nada más determinado, más claro. Él fue quien estableció los .fundamentos de Ja teoría visceral de las emociones, con plena conciencia de lo que hacía. Si, por consiguiente, Descartes resulta ser el verdadero fundador de la teo­ ría visceral, ya que redujo la emoción a la sensación de cambios viscerales, en igual medida merece ser reconocido como el verdadero fundador de la teoría desde el punto de vista de la interpretación de la propia teoría visceral de las emociones. Sergi llama la atención sobre el hecho de que Descartes atribuye la aparición, el mantenimiento, la intensificación de la emoción al movimiento específico de los espíritus vitales. Tras tan enigmáticas palabras se oculta la teo­ ría orgánica de las pasiones. La particularidad de la emoción estriba evidente­ mente en la particularidad de los procesos várales correspondientes. Somos capaces de peicibir los objetos gracias a un determinado movimiento de los espíritus. Del mismo modo, debemos la aparición de los recuerdos a ese mo­ vimiento específico de los espíritus. ¿En qué consiste precisamente esa parti­ cularidad del movimiento de los espíritus que determina la aparición de las pasiones? Para Descartes, tal particularidad consiste en que ese movimiento tiene un origen visceral y está condicionado visceralmente. La peculiaridad del método de Descartes en la investigación de las pasio­ nes consiste, como es sabido, en que trata de examinar primero el mecanismo de las pasiones tal y como actuaría en un aparato automático o en una má­ quina carente de sentimientos. Evidentemente, las pasiones se reducirían ex­ clusivamente a los movimientos característicos de ellas, no encerrarían nada psíquico y deberían tener otro nombre. Solo después de haber esclarecido el mecanismo automático y emocional, une Descartes al alma el imaginario apa­ rato automático carente de sentimiento capaz de experimentar pasiones. Semejante planteamiento constituye algo mucho más importante para roda la concepción que el simple procedimiento metodológico de análisis y de di­ visión de un problema complejo. Su significado es metodológico y de princi­ pio y resulta primordial para valorar en su conjunto la doctrina cartesiana de las pasiones. Pero para nuestro objetivo, lo más aleccionador, lo que extraemos del planteamiento de este análisis peculiar, que descompone la doble natura­ leza de la pasión en un mecanismo automático y en las percepciones espiri­ tuales de las funciones de este mecanismo, es lo siguiente: nos convencemos con nuestros propios ojos de lo íntima e indivisible que es la relación entre el aspecto básico de la doctrina y su aspecto fisiológico real. El análisis fisioló­ gico de las pasiones del aparato carente de sentimientos adquiere, por tanto, un profundísimo carácter de principio. «Semejante explicación de las pasiones debido a la naturaleza espíritu-cor­ poral del hombre -dice Fischer- es muy característica de la doctrina de Des­ cartes, tanto en lo que respecta a la hipótesis admitida por él como por su orientación básica. Con ayuda de los espíritus vitales y de los órganos del alma, como es la glándula cerebral, el filósofo intenta fundamentar el origen pura-

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mente mecánico de las pasiones. Ahí radica el centro de gravedad y la nove­ dad de su intento» (K. Fischer, 1906, t. 1, pág. 381). Para investigar este punto del problema central para toda la doctrina de­ bemos recordar brevemente la más importante de las suposiciones psicofísicas de Descartes. Descartes considera el cuerpo humano como una máquina com­ pleja, cuyas partes cooperan estrechamente unas con otras y por eso constitu­ yen en cierto aspecto un todo único e indivisible. Por eso, para Descartes el organismo no es más que una máquina desmembrada, una clase especial de un complejo mecanismo. En esta compleja máquina hay una parte que tiene un significado completamente excepcional. Es el lugar de ubicación del alma, es decir, del órgano ligado prelerentemente al alma y a través del cual esta se comunica con todo el organismo. Descartes considera que el organismo del alma es la glándula cerebral, situada en medio del órgano central de los ner­ vios y que constituye el lugar donde se realiza precisamente la cooperación real entre el alma y el cuerpo. En él, los movimientos de los espíritus vitales se transforman en sensaciones y percepciones del alma. En él se produce también la transformación inversa de los movimientos del alma en movimientos cor­ porales de la glándula, que se extienden desde allí a todos los órganos. Los espíritus vitales son los factores de las sensaciones y los movimientos, mediatizadores de la comunicación entre el alma y el cuerpo. Con ayuda de ese mecanismo psicofisiológico, localizado en la glándula ce­ rebral, debido a su posición central y a su carácter único como parte impar del cerebro, Descartes explica el origen mecánico natural de las pasiones. Si nos imaginamos que el aparato automático percibe una figura terrorífica cual­ quiera, los espíritus vitales pondrán en movimiento la glándula; esta, por su parte, determinará el sentido de su curso o puesto, gracias a lo cual surgirá el conocido cuadro de movimientos que caracterizan el terror y la huida. Simul­ táneamente con los movimientos, el curso de los espíritus vitales provocará tam­ bién en los órganos internos una serie de movimientos que caracterizan en su totalidad el aparato automático que se halla en situación de amenaza y de huida. Según sea la pasión de la máquina así será el estado visceral. A cada pasión le corresponde un cuadro particular y determinado de cam­ bios en sus órganos internos: en el corazón, el estómago, los pulmones, etc. Sergi resume esta tesis de Descartes con las siguientes palabras: según la cual la pasión, así será la fórmula visceral, así será la fórmula de la sangre, así será la dirección de los espíritus vitales, o traduciéndolo a nuestro lenguaje: según sea la emoción, así será la fórmula de la sangre, así será la fórmula cortical. Sin embargo, a Descartes no le satisface tan importante conclusión. Antes de conectar el alma a su máquina y examinar las pasiones desde el aspecto psi­ cológico, debe desarrollar una etapa más de su concepción fisiológica. Decía: según sea la pasión, así será la dirección de los espíritus. Se ve obligado a decir: según sea la dirección de los espíritus, así será la pasión. Y Descartes da en efecto este ulterior y decisivo paso. La dependencia entre un determinado género de

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pasión y determinado estado orgánico es reversible. Resulta posible la circula­ ción completa de las pasiones. En el ejemplo examinado anteriormente, la glán­ dula cerebral se ponía en movimiento desde fuera, el objeto exterior influía en los espíritus cuando salían de la glándula. Ahora, los espíritus empujan a la glándula de allí para aquí cuando penetran y no cuando salen de ella. La causa del movimiento de esta no es ya el objeto, que influye en los espíritus, sin la sangre, que determina estos movimientos y antes aún el estado general del or­ ganismo. La percepción del peligro da lugar en la máquina al estado orgánico de terror, y los espíritus surgidos de este estado lo mantienen e intensifican. Traduciéndolo al lenguaje de una fisiología más actual y sustituyendo los es­ píritus y la glándula por los correspondientes términos obtendremos el si­ guiente cuadro: la imagen del objeto amenazante en la retina provoca los reflejos de huida y determinados reflejos viscerales. Esa es la idea cartesiana, concluye Sergi, suprimiendo su anticuada expresión externa. En presencia de emociones, un estado visceral determinado provoca a través de los conductos sensoriales viscerales reflejos que prolongan y mantienen este estado. Pero así es como se presenta el mecanismo de las pasiones consideradas ex­ clusivamente en su aspecto físico. Se trata todavía de una pasión que se des­ encadena en un aparato automático carente por completo de alma según leyes puramente mecánicas. De acuerdo con Descartes, habremos de examinar qué es lo que sucederá con este mecanismo si le añadimos un alma capaz de ex­ perimentar cambios viscerales y emociones. Aquí, en el punto decisivo del aná­ lisis cartesiano, tropezamos con una cosa inaudita, inesperada y capaz de desconcertar a todo lector dispuesto al giro de toda la doctrina. Resulta que a! examinar el aspecto físico de las pasiones hemos agotado con ello casi todo su contenido. La incorporación del alma no añade nada esencialmente nuevo, como cabría esperar, a la circulación de las pasiones en la actividad del meca­ nismo emocional. Es sorprendente, pero el investigador debe constatar que la diferencia entre las pasiones de la máquina carente de alma y las de la propia alma no siem­ pre están suficientemente claras para Descartes. Parece que este se mantienefiel a su intención inicial, sobre la cual se manifiesta en el prólogo del tratado: «Mi intención es tratar las pasiones no en calidad de orador ni de filósofo mo­ ralista, sino en calidad de físico» (Descartes, 1914, pág. XIV). Este plantea­ miento fisicalista, mecánico de las pasiones, constituyó evidentemente desde el principio la idea dominante de Descartes, que mantiene casi a lo largo de toda la investigación. Es precisamente esa idea la que le obligó a escribir acerca de su tema como si antes de él nadie lo hubiera tocado y contraponer su inves­ tigación a la doctrina de los antiguos sobre las pasiones. Anteriormente, las pa­ siones humanas habían sido consideradas desde el aspecto psicológico. Su naturaleza corporal, mecánica, no fue descubierta. Descartes concentró preci­ samente toda la atención en ese aspecto del problema, pero singularmente agotó casi toda la totalidad del mismo. 198

Si analizamos el ejemplo que aporta Descartes de cómo se despiertan las pasiones en el alma, veremos que el cuadro del terror y la huida que hemos examinado más' arriba ¿s poco lo que cambia. De hecho, ya antes, al hablar de la igualdad entre la emoción y la percepción, hemos tocado lo nuevo que surge en este caso. Lo nuevo consiste únicamente en que el alma siente y per­ cibe los cambios que tienen lugar en el cuerpo. En este caso, los espíritus vi­ tales, al poner en movimiento la glándula cerebral, que es el órgano del alma, originan no solo determinados cambios motores y viscerales, sino también de­ terminadas sensaciones del alma. Lo fundamental para Descartes es su propia tesis de que las sensaciones surgen en el alma lo mismo que los objetos que perciben los sentimientos externos y esta toma conciencia de ellas del mismo modo. En el análisis de su ejemplo, Descartes llega a la conclusión de que en una situación de terror los espíritus vitales provocan un determinado movimiento de la glándula, movimiento que por su naturaleza sirve para conseguir que el alma capte esta sensación. Análogamente sucede en todas las demás pasiones provocadas por el movimiento de los espíritus vitales, que únicamente pueden dar lugar al aspecto corporal y espiritual de las emociones. La orientación de los espíritus hacia el flujo que se dirige a los nervios del corazón es suficiente para comunicar a la glándula un movimiento gracias al cual se despierta el te­ rror en el alma. En realidad, era difícil esperar mayor coincidencia con la teoría visceral de las emociones. Para Descartes, la fuente de la pasión espiritual estriba en ese mismo movimiento de los espíritus vitales, que es el que provoca en los órga­ nos internos determinados cambios para cada pasión. Retornamos, por tanto, al punto inicial de toda la doctrina: a la determinación de las pasiones como sensaciones o percepciones del alma, provocadas por la actividad de los espíri­ tus vitales, que originan al mismo tiempo una serie de cambios de carácter vis­ ceral, representados por el alma del mismo modo que esta representa objetos percibidos con ayuda de los órganos externos de los sentidos. La pasión no re­ sulta otra cosa que la percepción de cambios viscerales. Si, por consiguiente, encontramos una asombrosa coincidencia entre los principios fundamentales de la teoría cartesiana y la teoría periférica de las emo­ ciones, habremos de esperar también que las dificultades con que tropieza esta última, las irresolubles contradicciones en que se ve envuelta, las incongruen­ cias que pesan sobre ella desde sus mismos comienzos y que llegan al absurdo serán extraordinariamente cercanas a la doctrina de Descartes. Así es en reali­ dad. Dumas ha mostrado acertadamente que la teoría de Lange está en deuda con la doctrina cartesiana tanto en sus aspectos fuertes como débiles. Según palabras de Dumas, incluso en sus errores Lange recuerda a los cartesianos. Dumas relaciona la orientación antievolucionistas de esta teoría con la repulsa que todo seguidor de la concepción mecanicista, incluido Descartes, experi­ menta naturalmente hacia las explicaciones históricas.

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Detengámonos brevemente en explicar los errores, contradicciones e in­ congruencias en que con asombrosa semejanza se enredan ambas teorías. En primer lugar, recordemos la esterilidad fáctica de las' dos teorías en 'su explica­ ción y descripción real de las pasiones con ayuda de su método de investiga­ ción, que podemos definir audazmente como básicamente mecanicista. En electo, ambas teorías descubren la misma y completa impotencia cuando es ne­ cesario hacer avanzar el conocimiento científico concreto de las pasiones hu­ manas y enriquecerlo en el aspecto fáctico. Corno es sabido, K. G. Lange sometió a análisis las siete pasiones princi­ pales. Suponía, sin embargo, que eso era tan solo el brillante comienzo, al que debía seguir la investigación científica de la enorme diversidad de sensaciones emocionales. Parecía que siguiendo paso a paso el camino trazado por él po­ dríamos descubrir con ayuda de la clave que ofrecía todo el campo de las sen­ saciones humanas. Lange consideraba que las posibilidades de la nueva teoría eran ilimitadas e inagotables. Su argumentación se basaba en que la vieja hi­ pótesis, al esquematizar las emociones de forma totalmente arbitraria, constre­ ñía los hechos, estableciendo determinadas formas donde existe un número incalculable, tropezamos con frecuencia con dificultades para establecer en qué rúbrica corriente hay que incluir un determinado estado momentáneo. Con frecuencia nos conformamos con expresiones completamente indeter­ minadas para explicar que en el alma se experimenta cierta emoción al ser in­ capaces de incluir lo que sentimos en alguna de las emociones para las que el lenguaje tiene nombre. Lange confiaba sacar la investigación de ese estado es­ téril, planteándole una tarea verdaderamente científica para la serie de fenó­ menos en cuestión, tarea que consiste en determinar exactamente la reacción emocional del sistema vasomotor a diferente género de influencias. Compren­ día que la consecución de esc objetivo estaba aún muy lejos; consideraba que su problema consistía en señalar dónde había que buscar su solución. Desde entonces ha transcurrido más de medio siglo. Lo que más buscaban los investigadores de las emociones humanas era resolver el problema siguiendo la dirección señalada por Lange. Los resultados de las búsquedas los resumen los experimentos de Sherrington y Cannon, las observaciones clínicas de Wil­ son, Dana y Head. Ese resumen lo formuló Cannon: se puede considerar que las condiciones corporales, que, como suponían algunos psicólogos, pueden per­ mitir distinguir unas emociones de otras, no valen para este fin, que esas con­ diciones han de buscarse donde sea, pero no en los órganos internos (W. B. Cannon, 1927). La diversidad de cambios corporales en las diferentes emociones le parecía a Lange verdaderamente enorme. Suponía que de eso surge una serie de com­ binaciones distintas, representadas por diferentes emociones. «Como se trata de tres sistemas musculares distintos, cada uno de los cuales puede ser exci­ tado probablemente de un modo diferente y a veces tan solo uno o dos de ellos pueden presentar alteraciones de inervación, cabe calcular ciento veinti-

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siete combinaciones distintas para la expresión física de las emociones, incluso si se tienen en cuenta únicamente las alteraciones de inervación» (G. Lange, i 896, pág. 46)'. Como hemos visto, las esperanzas no habrían de verse realizadas. Los in­ interrumpidos esfuerzos de sesenta años dedicados a la búsqueda de diversas combinaciones no solo no descubrieron las ciento veintisiete cuya existencia suponía Lange, sino que mostraron que para las burdas emociones principales descritas por él existe, al parecer, una fórmula estereotipada estándar de las ma­ nifestaciones emocionales corporales. Las emociones más contrapuestas en el aspecto psicológico presentan manifestaciones corporales sorprendentemente análogas. Resulta que eso cabría esperarlo desde el mismo comienzo, como dicen los modernísimos investigadores de la vieja teoría, por ejemplo, Dunlap. La uniformidad de los cambios orgánicos se podía haber pronosticado basándose en la teoría de James-Lange recurriendo a un examen puramente analítico. La diferencia entre las emociones debe ser mucho más notable que su semejanza. Según la nueva variante de la teoría orgánica, la emoción no descubre la infi­ nita diversidad de formas y transiciones a que se referían los creadores de la hipótesis. No es ni más ni menos que un sencillo fondo dinámico, un monó­ tono segundo plano en el que se desarrollan los procesos psíquicos. El mismo destino fue el de la teoría de James: igual de enormes esperan­ zas y la más completa esterilidad. James no era discreto en sus esperanzas. Su­ ponía que había logrado capturar el ave del paraíso con su plumaje de oro o, utilizando el lenguaje de los cuentos ingleses, la oca de los huevos de oro. A sus antecedentes les faltaba lo principal: el fructífero principio rector, el punto de vista fundamental, la generalización lógica. La nueva teoría ofrecía esto en una fórmula. La receta de la aparición de las emociones era la misma para rodos los casos e igual de simple. Daba la impresión que los descubrimientos reales en el campo de las emociones debían sucederse unos a otros, debían manar a raudales a partir del productivo principio rector encontrado al fin. Pero el pro­ ductivo principio resultó estéril, como la higuera bíblica. W. James no daba gran importancia al establecimiento de la diferencia entre las emociones y a su clasificación. Para él, eso tenía el significado de unos simples medios auxiliares que debían hacer acto de presencia por sí mismos, una vez hallado el principio general. Se reía incluso de la enjundiosa confec­ ción de catálogos de las diferentes particularidades de las emociones, del grado y de la acción provocados por ellas: todo eso había sido necesario antes de que dispusiéramos de una receta general para todas las emociones. James, repeti­ mos, no era discreto en sus esperanzas. Consideraba que su teoría debía desem­ peñar en la doctrina de las emociones el mismo papel que desempeñó la idea de la evolución en biología, ya que para la una y la otra la diferencia de es­ pecies es producto de principios más generales. Consideraba su propia hipó­ tesis como algo de la envergadura del darwinismo. Por eso es natural que no le pudiera interesar el análisis concreto de las emociones ni la descripción real 201

de sus particularidades. Esa era una cuestión posterior. Lo fundamental estri­ baba en los principios. «Si poseemos ya la oca de los huevos de oro, describir por separado cada uno de los huevos que ha puesto es cosa secundaria» (W. James, 1902, pág. 303). Respecto al principio aurífero de James cabe repetir literalmente lo mismo que ya hemos dicho acerca de las esperanzas relacionadas con la teoría de Lange. Los ininterrumpidos esfuerzos de sesenta años no han conducido a nada. Des­ cribir cada uno de los huevos puestos ha resultado cosa imposible. Nos resul­ taría difícil nombrar otra hipótesis tan estéril en el aspecto fáctico, que se haya mantenido tantos años en la ciencia. Sin hablar de los afectos superiores, com­ plejos, sutiles, específicamente humanos, incluso en el conocimiento de las for­ mas más burdas de emociones como la ira, el terror, el amor, el odio, la alegría, la aflicción, la vergüenza, el orgullo (recurriendo únicamente a la relación es­ tablecida por el propio James), no hemos dado un solo paso con ayuda del nuevo principio aurífero. Hasta ahora todo gira alrededor de la discusión sobre el principio en sí. El camino desde la oca de los huevos de oro hasta la des­ cripción de cada huevo por separado ha resultado imposible. En realidad no ha habido huevo alguno. Hasta ahora los méritos y las ventajas de la más ex­ traordinaria oca se describen de diferente manera. W. James prometió que con ayuda de su hipótesis lograríamos en el análi­ sis de las emociones elevarnos por encima del nivel de las descripciones con­ cretas. Suponía que el punto de vista propuesto por él explicaría la sorprendente diversidad de las emociones, permitiría encontrar una salida del campo de las simples descripciones y clasificaciones. En lugar de describir los rasgos externos, la investigación científica puede ocuparse de esclarecer las causas de las emo­ ciones. «Del análisis superficial -dice James- pasamos, por tanto, a una inves­ tigación más profunda, a una investigación de orden superior. La clasificación y la descripción constituyen las fases inferiores de desarrollo de la ciencia. En cuanto salta a la escena la cuestión de la relación causal en la rama científica en cuestión, la clasificación y la descripción pasan a un segundo plano y con­ servan su significado solo en tanto en cuanto nos facilitan la investigación de la relación causal» (ibidem, pág. 314). Probablemente no hay ahora ningún adepto capaz de defender la idea de que después de los sesenta años transcurridos desde la publicación de esta teo­ ría hemos avanzado algo en el análisis de las relaciones causales en la esfera de la vida emocional, que hemos pasado en efecto a realizar investigaciones de orden superior, que hemos logrado explicar aunque solo sea un poco de la in­ finita diversidad de emociones, el descubrimiento de cuya naturaleza esperaba James, resumiendo, hemos conseguido que la famosa oca pusiera por lo menos un huevo de oro. Peor aún, incluso en el campo de las investigaciones de orden inferior, en el campo tan despreciado por James de las descripciones concre­ tas, del esclarecimiento de las particulares singularidades y de la acción espe­ cífica de cada emoción, en el campo de la clasificación y de la nomenclatura

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no ha habido posibilidad alguna de movimiento y desarrollo del saber cientí­ fico con ayuda del nuevo principio. Eso puede tener una causa común. Creemos que hay que buscarla en la falta básica de una estructura y en la inutilidad del principio aurífero. En efecto, desde los mismos comienzos, James propone como explicación algo tan lejano a la naturaleza psíquica de las emociones, algo que se halla en un plano me­ todológico totalmente distinto y que por consiguiente no puede en ninguna circunstancia servir de respuesta a la pregunta sobre la relación causal de los procesos emocionales. El principio que proponen Lange y James es incapaz por su propia esencia de descubrir relación comprensible alguna entre la natura­ leza psíquica de una emoción y la sensación orgánica que la ha provocado. El pathos fundamental de la doctrina consiste en el reconocimiento de la total ab­ surdidad básica de las emociones humanas, de la imposibilidad por principio no solo de alcanzar y comprender la estructura de la sensación correspondiente, su relación funcional con todo el resto de la vida de la conciencia, con su na­ turaleza psíquica, sino incluso en el planteamiento de la cuestión relativa a lo que representa esa emoción como determinado estado psíquico. Aquí nos hemos referido a lo más importante, a la cuestión fundamental de toda la crítica de la teoría de James-Lange y con ello a la doctrina carte­ siana, cuestión que hasta ahora no ha merecido la menor atención. Pero al mismo tiempo nos hemos referido a la cuestión cardinal de nuestra investiga­ ción y de toda la doctrina de Spinoza de las pasiones. Por eso hemos de de­ tenernos en su aclaración. W. James decía: «Si cuando vemos un acto justo o generoso no experi­ mentamos una excitación corporal, es difícil denominar emoción a nuestro es­ tado espiritual. De hecho, lo que aquí se produce es la simple percepción de un fenómeno que incluimos en el grupo de fenómenos justos, generosos, etc. Semejante estado de la conciencia, que consiste en un simple juicio, es atribuible más bien a un proceso cognoscitivo que a un proceso espiritual emo­ cional» (ibidem, pág. 317). Resulta difícil confirmar con mayor claridad la tesis de la total absurdidad de todo sentimiento. Porque, de acuerdo con la teoría de James, la excitación corporal periférica percibida por nuestra conciencia es la que constituye la esencia de la emoción. Sin ella, el sentimiento deja de ser un sentimiento y se transforma en un simple juicio. Se plantea uno: ¿qué sig­ nifica afirmar que el sentimiento de justicia y generosidad, al tratarse precisa­ mente de un sentimiento y no de un simple juicio, no es más que la sensación de una excitación corporal periférica de un género determinado constituido por una determinada combinación de elementos, sino que significa privar de sen­ tido el sentimiento de justicia y generosidad? ¿Qué puede explicarnos en el sen­ timiento de justicia moral el hecho de que, según palabras de James, se refleje en los sonidos de la voz o en la expresión de los ojos? W., James prometió que su hipótesis nos llevaría a una investigación de orden superior. Desde el viejo punto de vista, las únicas tareas posibles al ana-

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lizar las emociones eran la de su clasificación (a qué género o especie perte­ nece tal emoción) o su descripción (qué manifestaciones externas caracterizan tal emoción). Ahora de lo que se trata es de aclarar las causas de las emocio­ nes: qué modificaciones son precisamente las que nos provoca tal o cual objeto y por qué nos provoca precisamente esas modificaciones y no otras. Dejemos a un lado las emociones sutiles como la justicia y la generosidad y tomemos las formas burdas a que se refiere en todo momento James. Preguntémonos, ¿qué valor psicológico puede tener la explicación causal a que hemos llegado partiendo de las propias palabras de James y de acuerdo con el exacto signifi­ cado de su ejemplo: «Por qué experimentamos un sentimiento de espanto ante el pensamiento de la muerte de una persona querida»? - «Porque experimen­ tamos un sentimiento relacionado con la intensificación de las pulsaciones del corazón, la respiración febril, el temblor de los labios, el relajamiento de los miembros, la carne de gallina y la agitación interior». Hasta ahora, nadie ha recapacitado como es debido sobre la naturaleza filosófica de famosa fórmula de James que ofrece la clasificación del proto­ tipo de toda explicación causal de los sentimientos humanos. De lo contra­ rio, se habrían dado cuenta de lo monstruosamente absurda que es. En efecto, ¿qué significa desde el punto de vista de la explicación causal la tesis: estamos afligidos porque lloramos; nos enfurecemos porque golpeamos; ex­ perimentamos terror porque temblamos. ¿Es que no está completamente claro que desde el punto de vista de la explicación real de los hechos psicológicos esta fórmula tiene el mismo valor cognoscitivo que la afirmación: Sócrates fue a parar a la cárcel porque sus músculos se contraían y se distendían, y por eso le llevaron allí? Este famoso ejemplo platoniano de lo monstruosamente absurda que es la explicación causal lo ofrece uno de los más destacados representantes de la psi­ cología descriptiva moderna, F. Spranger82, para poner de manifiesto la incon­ sistencia de la denominada psicología explicativa científico-natural causal. Spranger, al igual que toda la corriente psicológica que representa, parte de que la propia psicología explicativa ha demostrado, mejor que podrían haberlo hecho cualquiera de sus enemigos, la imposibilidad de las explicaciones causa­ les en la investigación psicológica, ya que había olvidado el principio funda­ mental: la psicología debe ser elaborada empleando el método psicológico. A pesar de^ la evidente y total inconsistencia de la conclusión puramente idealista a que llega la psicología descriptiva basándose en los profundísimos errores del análisis psicológico explicativo, no puede menoscabar ante nuestros ojos la importancia y la justeza de la principal objeción crítica de Spranger res­ pecto a la psicología explicativa del tipo que ofrece la teoría de James: la ob­ jeción respecto a la imposibilidad lógica de las explicaciones causales, ejemplos de las cuales hemos aportado más arriba. Retornaremos aún al problema de la psicología explicativa y descriptiva de los sentimientos -a ese, en cierto sentido, problema central de toda nuestra in-

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vestigación—, y examinemos la resolución básica de la mencionada cuestión que encontramos en la doctrina de Spinoza de las pasiones. Pero ya ahora no po­ demos por menor de llegar a importantísimas conclusiones. Hemos de estar de acuerdo con que la explicación causal de los hechos psicológicos, tal y como se solía desarrollar en psicología, como la ofrece la teoría de James, como se desprende directamente del propio significado de la doctrina spinozana de las pasiones, no puede conducir más que al reconocimiento de la total inconsis­ tencia e imposibilidad de semejante psicología explicativa. Si en psicología no es posible una explicación causal diferente a la expuesta más arriba, la propia psicología explicativa será imposible como ciencia. W. Diltey83, uno de los primeros en reconocer la monstruosa absurdidad de semejante psicología explicativa y uno de los primeros en elegir el camino de la psicología idealista pura como ciencia de los fenómenos inmotivados, dice con razón: «Con ello, no obstante, se explica la bancarrota de la psicología ex­ plicativa independiente. Sus problemas pasan a manos de la fisiología» (1924, pág. 34). Pero en igual medida en que Diltey, Spranger y otros partidarios de la psicología teleológica descriptiva tienen sin duda razón en su crítica de la psicología explicativa del género de la psicología de las emociones de James, desenmascaran no en menor grado toda la inestabilidad e inconsistencia de las ideas que defienden de la psicología puramente descriptiva, carente de cual­ quier explicación causal. Muestran no solo con plena claridad, sino incluso con cierto cinismo y des­ vergüenza ideológicos, que la psicología descriptiva se alimenta únicamente de los fracasos de la psicología explicativa. El enfoque teleológico de los hechos psicológicos surge como una conclusión lógica de los errores del análisis cau­ sal. La psicología idealista es necesaria en primer lugar porque la psicología ma­ terialista no resolvió las tareas que se le planteaban, experimentó una bancarrota y puso sus problemas en manos de la fisiología. Por tanto, los partidarios de la psicología descriptiva, que, al parecer, tenían un punto de vista diametral­ mente opuesto y ridiculizaban con razón la incongruencia del análisis causal de la psicología cartesiana, de hecho explicativa, no solo no se habían alejado mucho de las premisas básicas que conducen irremisiblemente a tales incon­ gruencias, sino que están plenamente conformes con ellas y las aceptan. En esencia, la psicología descriptiva está mucho más próxima a la vieja psi­ cología explicativa, en lo que se refiere a sus premisas explicativas, que lo que podría parecer a primera vista y que lo que probablemente habrían deseado Diltey y Spranger. Es más, su psicología se basa por completo en las mismas posiciones de principio que la psicología causal que rechazan. No son en ab­ soluto enemigas, sino gemelas. Porque la psicología descriptiva parte también de la idea de que la única explicación posible en psicología es la que consi­ dera que la causa del encarcelamiento de Sócrates estriba en las contracciones musculares de sus piernas. Los representantes de la psicología descriptiva re­ conocen incluso’ en cierto grado la regularidad de semejante género de expli-

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cación, verdad es que para un sector más limitado de fenómenos psíquicos ele­ mentales. Lo único que exigen es una ampliación natural a semejante género de explicación, concretamente el análisis teleológico descriptivo de las mani­ festaciones superiores del espíritu humano. No solo no niegan el derecho a la existencia de semejante psicología explicativa, sino que incluso reconocen su necesidad junto con la explicativa. «La naturaleza la explicamos, la vida espi­ ritual la comprendemos» (W. Diltey, 1924, pág. 8). Esa tesis fundamental de toda la psicología comprensiva de Diltey determina la necesaria delimitación de las esferas de influencia y el campo de la colaboración mutua entre la psi­ cología causal y teleológica, explicativa y descriptiva84. La vida espiritual tiene una faceta natural y está sujeta al estudio cientí­ fico-natural y al análisis causal. Esa es la tarea de la psicología explicativa o fi­ siológica. Pero ninguna de las psicologías explicativas existentes en la actualidad puede servir de base a la ciencia del espíritu. No está en condiciones de dar no solo una explicación adecuada, sino de describir los procesos psíquicos su­ periores específicos del hombre. Por eso, junto a ella deberá existir la psicolo­ gía comprensiva, estructural, teleológica, descriptiva. Como sistema, la psicología explicativa no puede conducir ni ahora ni eñ el futuro al conocimiento obje­ tivo de las relaciones existentes entre los fenómenos psíquicos. Como hemos visto, es precisamente la falta de toda relación consciente y comprensible entre el sentimiento reducido a la sensación de la carne de gallina y la dilatación de las ventanas de la nariz y toda la vida espiritual restante la que constituye el rasgo diferenciador de la psicología explicativa de las emociones desarrollada por James. Por eso, el conocimiento de las relaciones entre estos fenómenos psíquicos deberá constituir el objeto de una ciencia especial. Pero esa ciencia especial no solo no justifica la supresión de la vieja psicología explicativa, sino que incluso, en opinión de Diltey, deberá garantizarle un fructífero desarrollo ulterior. Por consiguiente, entre la psicología explicativa y la descriptiva se es­ tablece una estrecha colaboración en base a la división del trabajo y a la esfera del conocimiento. La afinidad interna de ambas concepciones, al parecer opuestas, no es en modo alguno causal. Una de ellas presupone obligatoriamente a la otra. Solo juntas constituyen un todo acabado. El que ha dicho «a» debe decir también «b». El que reconoce tan solo la posibilidad de la anecdótica explicación cau­ sal de la psicología debe llegar inevitablemente a la negación de la psicología causal y a la creación de la psicología teleológica. Lo uno y lo otro brotan de la misma raíz: de la filosofía de Descartes, que está constituida a partir de la simetría total, del equilibrio ideológico total entre los principios mecanicista y espiritualista. Esta dualidad no se descubre con tanta claridad mejor que en la doctrina de las pasiones, consideradas como la única manifestación de la vida conjunta del espíritu y el cuerpo, por consiguiente, como fenómenos sujetos a explicación desde el punto de vista de las leyes de la mecánica y de los prin­ cipios de la teología. El cuerpo no es más que una máquina compleja, y como

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las pasiones reflejan la naturaleza corporal del hombre deberán ser explicadas según las leyes de la mecánica. El alma es cosa divina y por eso su vida de­ berá ser interpretada teleológicamente: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Por tanto, la idea de la psicología explicativa y descriptiva se halla conte­ nida ya «a priori» en la doctrina de Descartes de las pasiones. Como hemos visto, el reconocimiento de la total ausencia de estructura y la absoluta caren­ cia de sentido de la pasión considerada puramente de modo mecánico han lle­ vado obligatoriamente la teoría de James-Lange a una serie de dificultades y absurdos insuperables, que en esencia están encerrados también en la doctrina cartesiana. Naturalmente, si la nueva y la vieja teoría coinciden en tan im­ portante punto básico deberán tropezar inevitablemente con dificultades total­ mente iguales a medida que se desarrollen lógicamente. En efecto, es muy aleccionador saber que la historia se ha repetido al cabo de dos siglos, y en este aspecto con sorprendente exactitud. «El Tratado de las pasiones...» está lleno de descripciones de diferentes mo­ vimientos de los espíritus y los órganos: la dilatación y la contracción del co­ razón, la diferencia de tamaño, número y velocidad de las partículas sanguíneas y los espíritus, las variaciones en el estómago y los pulmones, con todo ello hace juegos de manos Descartes -según expresión de Sergi-, lo mismo que hacía James con la descripción de la carne de gallina y la dilatación de las ventanas de la nariz. Es verdad que Descartes reconoce la dificultad de la tarea. Com­ parte sus dudas con la princesa Isabel85. No es fácil, dice, estudiar los fenó­ menos orgánicos que corresponden a cada pasión, porque pueden estar mezclados. Hay que separar los hechos y buscar resultados exactos, apoyándose en la estadística, la comparación, la eliminación. Si recurrimos por ejemplo a los casos en que el amor se combina con la alegría no podremos conocer ni una ni otra de estas pasiones. Pero si comparamos amor-alegría con amor-pena, la diferencia deberá manifestarse con claridad. Por consiguiente, el Tratado pre­ supone directamente la continuación experimental, que el propio Descartes intentó llevar a cabo sin lograrlo, debido a la falta de medios, laboratorios y colaboradores. Se vio obligado a recurrir a los hechos que estaban al alcance de su observación. Como señala delicadamente Sergi, a pesar de que Descar­ tes aportó una serie de concreciones a nuestros conocimientos sobre el pulso, los cuales se enriquecieron algo gracias a los modernos esfigmogramas, vale más silenciar lo que dice Descartes respecto al cuadro visceral que corresponde a cada emoción. Pero no se trata de estos cuadros. Descartes profundiza más. La cuestión estriba en la dirección básica de la investigación. Debe descubrir la causa de los movimientos de los espíritus descritos por él en las principales pasiones. Esta causa resulta muy simple. En el caso del amor y la pena, el estómago manifiesta una gran actividad durante la digestión. En el odio y la alegría,

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por el contrario, esta actividad se reduce. ¿Por qué? Porque nuestras prime­ ras pasiones son de origen alimentario. Se trata de pasiones relacionadas con la alimentación, se han formado alrededor del conducto digestivo. Su poste­ rior sublimación, su historia es_ian solo una superestructura sobre esta base fisiológica inmóvil de los primeros días de nuestra existencia: el mecanismo de las pasiones del hombre adulto tiene su prototipo en la estructura y el funcionamiento de la máquina del feto. Este es probablemente el único lugar de la doctrina de las pasiones en el que Descartes elige el camino de bús­ quedas de explicación histórica. Por ingenuas que puedan parecer a la opi­ nión moderna, el significado de principio de este recurso a la historia del desarrollo como fuente de explicación junto con la mecánica fisiológica me­ rece gran atención. En este aspecto de la cuestión nos detendremos más ade­ lante, pero no podemos no señalar desde el mismo comienzo que Descartes plantea exactamente igual que James el problema de la causalidad en lo que se refiere a las pasiones. Debemos dedicarnos, dice James, a explicar cómo ha podido producirse tal o cual expresión de terror o de ira, y eso es, por un lado, tarea de la mecánica fisiológica y, por otro, tarea de la historia de la psique humana. Cabría pensar que James, Го mismo que Sergi, expone aquí simplemente la solución del problema de la causalidad, que encontró prepa­ rado ya en Descartes. Pero tanto en lo que respecta a las leyes de la mecánica fisiológica como a la historia de la psique humana el problema es igual de irremediable. La ca­ sualidad, la falta de estructura y lo absurdo de las relaciones entre las emo­ ciones y los cambios orgánicos saltan de inmediato a un primer plano y se manifiestan en cuanto al problema se refiere a la propia posibilidad metodo­ lógica de ia investigación real que se desprende de estos principios. Descartes relaciona el hambre con la pena y la anorexia con la alegría. Isabel protesta, Descartes cede y se manifiesta de acuerdo con una agrupación completamente opuesta: el estómago lleno produce pena; el estómago vacío, alegría. La desgracia consiste no en que a las consideraciones reales de Descartes les faltara todo fundamento empírico, y por eso, con facilidad, al amor capricho de la princesa podían ser sustituidas por otras opuestas; la desgracia consiste en que metodológicamente, admitiendo lo completamente absurdo que es la rela­ ción entre la emoción y su expresión orgánica, resulta igualmente posible cual­ quier relación. L¿i una no es más comprensible que la otra. La inversa es igual de probable que da directa. Sergi lo comprende. Señala melancólicamente que si la alegría se relaciona bien con la anorexia o bien con el hambre no pode­ mos seguir diciendo: según sea el estado visceral, así será la pasión. Toda la cons­ trucción se ve comprometida. No está en nuestros deseos investigar los aspectos fuertes y débiles de la teoría visceral de las pasiones. Señalaremos tan solo que James, Lange y Canon tropiezan también con este género de dificultades, difi­ cultades que surgen solo en el camino de teorías muy desarrolladas y no en la intuición de los anticipadores.

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Por tanto, las leyes de la mecánica renuncian a servir a la nueva teoría. La traicionan al primer intento de confiarlas al gobierno del curso de la investi­ gación real. No ofrecen tan siquiera la posibilidad de construir cualquier hi­ pótesis real. Pueden explicar con igual facilidad y arbitrariedad lo uno y lo otro. Las leyes de la mecánica fisiológica a las que apelaron igualmente Descartes y James resultan ser completamente iguales a las leyes jurídicas, acerca de las cua­ les dice en términos generales el proverbio: quien hizo la ley hizo la trampa. Pero en esta esterilidad de las leyes mecánicas para explicar las pasiones hu­ manas es fácil adivinar al cabo de doscientos años la esterilidad de la oca que prometió poner huevos de oro y no puso ni uno. Pero, ¿quizá las leyes de la historia de la psique humana sean más benévolas respecto a la teoría visceral? ¿Quizá encontremos aquí una explicación causal más fundamentada que no po­ damos hacer girar como el timón en sentido contrario? De las palabras de Dumas sabemos que Lange desarrolló su teoría en con­ traposición a la psicología evolutiva, que este último, lo mismo que Descartes, sentía aversión hacia las explicaciones históricas y, sin embargo, encontramos en él un intento profundamente aleccionador de responder, aunque sea en un plano de principios, a uno de los problemas fundamentales de la teoría de las pasiones: al problema del desarrollo. Se nos plantea de nuevo una cuestión de primerísima importancia. K. G. Lange comienza y termina su investigación recordando a E. Kant, re­ sumiendo así todo el tratado, como si dijéramos, dentro de un marco filosó­ fico. En efecto, en este principio y fin encontramos la expresión precisa de la segunda idea filosófica de la teoría visceral, que junto con la primera -con los principios de la concepción científica mecanicista del m undo- determina el fundamento filosófico de toda la teoría. Pero extrañamente, Lange comienza re­ plicando duramente a Kant y termina estando completamente de acuerdo con él (G. Lange, 1896, pág. 80). Resulta verdaderamente asombroso cómo el pro­ pio Lange no se da cuenta de la flagrante contradicción entre el comienzo y el final de su razonamiento. Al parecer, sin apercibirse concluye negando lo que afirmaba al principio. La teoría que desarrolla parece como si tuviese su propia lógica, independiente de la lógica del autor. Se desvía de la dirección que había tomado al principio, haciéndole seguir la opuesta. Se repite la historia del oso, que lleva en la dirección que desea al cazador que lo había capturado. Se repite la historia de Descartes y la princesa. Pero esta vez, la condescendencia deberá ponerse de manifiesto no en el ámbito de los flexibles y complacientes hechos, más obedientes y más supeditados a las leyes de la cortesía mundana que a las verdaderas leyes de la mecánica, sino en el ámbito del reconocimiento filosó­ fico de estos hechos, de su interpretación de principio. «En un lugar de su “Antropología”86, Kant determina los afectos como en­ fermedades del alma»; así comienza Lange su estudio psicofisiológico «Sobre los movimientos espirituales» (ibidem, pág. 13). «Al gran pensador le parece que el alma está sana únicamente mientras se halla bajo el poder incondicio-

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nal e indudable de la razón; todo lo que puede hacer vacilar este poder cons­ tituye ante sus ojos algo anormal, perjudicial para el hombre. Una psicología más real, que desconoce al hombre ideal abstracto y «lo toma tal y como es, deberá considerar extraña semejante ciencia del alma, triste idea del hombre, que considera la alegría y la pena, la conmiseración y la ira, la re­ signación y el orgullo como estados espirituales ajenos al hombre sano, anor­ males, a los que no ha de prestarse atención cuando se desee conocer la verdadera esencia de la naturaleza humana» (ibidem). K. G. Lange considera que estar de acuerdo con Kant significa limitar la esfera de nuestra vida espiritual, ya que si la facultad de admirar lo grandioso, entusiasmarse con lo magnífico, experimentar conmiseración hacia lo desgra­ ciado ha de considerarse como un fenómeno morboso, el hombre sano, nor­ mal será tan solo un escrutador impasible, al que cada impresión nueva le sirve únicamente de motivo para razonar. A Lange le parece sorprendente semejante punto de vista respecto a la interrelación entre las fuerzas espirituales, deseoso de ver algo casual en el fenómeno que desempeña en la vida espiritual de las personas un papel mucho más importante que el sentido común y que rige en mucho mayor grado que este último el destino no solo de individuos aislados, sino de pueblos enteros y de toda la humanidad. Sí en realidad los afectos son, como suponía Kant, tan solo enfermedades del alma, ¿quién querrá curar su alma enferma, pregunta Lange, si el trata­ miento deberá privar al hombre de todas sus emociones, que le permiten sim­ patizar con el prójimo, compartir con él las alegrías y las penas, entusiasmarse con ellas u odiarlas? ¡No! A Lange le parece indudable que «no podemos con­ siderar sano, íntegro y un hombre de verdad al que solo es capaz de pensar, conocer y razonar, pero es incapaz de sufrir, alegrarse y luchar, aunque quizá estas pasiones perjudiquen en algo su facultad de investigar y de razonar. Las emociones no solo desempeñan el papel de importantísimos factores en la vida de personajes aislados, sino que son en general las fuerzas de la na­ turaleza más potentes que conocemos. Cada página de la historia -tanto de pueblos enteros como de personas aisladas— demuestran su irresistible poder. Las tormentas de las pasiones han acabado con más vidas humanas, han de­ vastado más países que los huracanes. Su torrente ha destruido más ciudades que las inundaciones» (ibidem, pág. 14). Por eso Lange renuncia, a continua­ ción de Kaht, a ver en los afectos las más grandes de todas las fuerzas, que tienen al mismo tiempo enorme importancia en nuestra vida interior, una sim­ ple anormalidad y un mal (ibidem). AI parecer, tras tan claras, diáfanas, patéticas y hablando en rigor bellas pa­ labras, cabría esperar que Lange nos descubriría en su estudio de estas fuerzas, las más poderosas de las fuerzas naturales que conocemos, que tanta impor­ tancia tienen en la historia de pueblos enteros y de individuos, que rigen los destinos no solo de personas aisladas, sino de toda la humanidad y nos mos­ traría con ello, en primer lugar, debido a qué y cómo pueden tener precisa-

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mente las pasiones tan primordial importancia en la vida del hombre y en se­ gundo lugar cómo en una persona íntegra y verdadera no solo no desaparece como fenómeno casual y anormal la facultad de sufrir, alegrarse y temer, sino que crece y se desarrolla junto con la historia de la humanidad y con el desarro­ llo de la vida interior del hombre. Pero Lange defrauda nuestras ilusiones y es­ peranzas tan inequívoca y patéticamente como las despertó antes. Como es sabido, el principal resultado de la investigación de Lange es la tesis de que todos los momentos emocionales de nuestra vida psíquica, nues­ tras alegrías y penas, nuestros días felices y desgraciados se los debemos al sis­ tema vasomotor, exactamente a sus cambios reflejos periféricos. A esta idea principal la acompañan dos ideas colaterales que descubren su contenido me­ todológico. Resulta que desde el punto de vista de las leyes de la mecánica fi­ siológica y del desarrollo de la psique humana existe un antagonismo entre la vida intelectual y afectiva del hombre, antagonismo que nos permite precisa­ mente esclarecer más circunstanciadamente el destino del afecto en la vida y el desarrollo de la personalidad. La propia vida intelectual también depende de las funciones vasomotoras, aunque en un aspecto algo distinto que la vida de los sentimientos. La actividad intelectual presupone un incremento del aflujo de sangre al cerebro y está condicionada por él; por cierto que la san­ gre afluye de forma natural a otras partes del cerebro distintas de las que son excitadas preferentemente por las emociones. El carácter de la relación entre la actividad vasomotora y la vida intelec­ tual por un lado y los afectos por otro es en cierto grado opuesto. La primera influye en la segunda como derivativo de la sangre en el sentido literal de la palabra, y cuando Hermann von Bremen cuenta hasta veinte, con tan insig­ nificante trabajo mental sustrae de la parte motora de su cerebro tanta sangre que le desaparecen las ganas de luchar con su mujer. Ese es el primer pensa­ miento que complementa la tesis principal de Lange (ibidem, pág. 79). El se­ gundo establece el mismo antagonismo entre la vida mental y afectiva durante el desarrollo. «La instrucción -dice Lange- actúa en el mismo sentido. El objeto de la edu­ cación, que no debe confundirse con la instrucción, consiste en acostumbrar al individuo a reprimir, vencer y destruir los impulsos que son resultado de la in­ fluencia directa de nuestra organización física, pero que no corresponden a nues­ tras relaciones sociales. Desde el punto de vista fisiológico, cabe considerar la instrucción como el desarrollo de la facultad de reprimir los reflejos iniciales más sencillos o de sustituirlos por otros más elevados. Por tanto, nos acostumbramos así mismo desde la más tierna infancia a gobernar otros reflejos deshonestos en una sociedad decente» (ibidem, pág. 79). Desde este punto de vista, Lange equi­ para el destino de la reacción emocional al de los reflejos de la vejiga de la orina: los azotes consiguen igual que el niño pierda la costumbre de gritar cuando se enfada debido al espasmo emocional de los vasos, como de comportarse sin com­ postura debido a funciones involuntarias de los reflejos (ibidem).

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Para Lange, la ley fundamental, que se ve confirmada no solo en la onto­ génesis, sino también en el desarrollo de la humanidad en su conjunto, con­ siste en la oposición entre el intelecto y el efecto y en el paulatino desplazamiento del sentimiento junto con el progreso del desarrollo intelectual. «La propia historia condena la vida de los sentimientos a un marchitamiento paulatino y casi a una muerte definitiva. Las emociones son una tribu en pro­ ceso de extinción, que la historia desplaza paulatinamente de la escena de la historia junto con el crecimiento de la civilización y la cultura. La excitabilidad de aparato vasomotor es muy diferente en las distintas per­ sonas. En este sentido, tropezamos no solo con diferencias individuales, fre­ cuentemente heredadas. Condiciones de carácter más general desempeñan aquí comúnmente un papel muy importante. Las mujeres son presa más fácil de las emociones que el sexo fuerte, debido a una más fuerte excitabilidad del sis­ tema nervioso y especialmente del sistema vasomotor. Eso se observa también en los niños en comparación con los adultos. La regla general dice que lo mismo personas aisladas que pueblos enteros están tanto más expuestos a las emociones cuanto menor es su nivel de instrucción. Los llamados pueblos salvajes son más irascibles e indómitos y más desen­ frenados en sus alegrías, las penas les deprimen más en comparación con los pueblos civilizados. Igual diferencia se observa entre diferentes generaciones de una misma tribu. Nosotros somos más pacíficos y más dóciles que nuestros an­ tecesores bárbaros, que experimentaban enorme satisfacción entregándose a arre­ batos absurdos, a una furia combativa, pero que se sentían abatidos ante cualquier fracaso y se quitaban la vida por una pequeñez (ibidem, págs. 77-78). Entre personas de una misma generación, Lange encuentra la manifesta­ ción de la misma ley: un indudable rasgo de cultura lo refleja el tranquilo do­ minio con que se sobrellevan los golpes del destino, que provocan en las personas no instruidas incontenibles explosiones de pasiones. Y para que no quede la menor duda de que el desarrollo histórico de la psique humana lleva a la desaparición de las emociones, Lange formula la ley de la relación causal entre una y otra: «Esta represión del lado afectivo de la vida bajo la influen­ cia de la creciente instrucción, tanto en personas aisladas como en generacio­ nes enteras, no solo aumenta paralelamente al creciente desarrollo del aspecto intelectual de la vida, sino que es en gran parte resultado de ese desarrollo» (ibidem, pág. ^8). A la vez que establece este principio, Lange se encuentra inesperadamente para él ante una conclusión definitiva que está en irreconciliable contradicción con el punto inicial. En realidad, comenzó bailando y terminó llorando. Co­ menzó replicando duramente contra la tesis de Kant, cuyo criterio sobre los afectos como una enfermedad del alma lo considera Lange una lamentable idea del hombre y termina capitulando plenamente ante esta tesis, ante el punto de vista sobre las relaciones mutuas entre las fuerzas espirituales que quiere ver algo causal en ese fenómeno que desempeña un papel mucho más importante

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en la vida espiritual de las personas que el sentido común y que en mucho mayor grado que este último rige el destino no solo de personas aisladas, sino de pueblos enteros y de toda la humanidad. La lógica de la investigación resultó más fuerte que la del investigador. El oso lleva tesoneramente tras sí ai cazador. A Lange le queda tan solo recono­ cer eso y capitular plenamente ante Kant, cosa que hace en las palabras fina­ les de su estudio. «Con el transcurso del tiempo -dice-, los centros vasomotores, debido a su constante represión y a la falta de ejercicio, pierden cada vez más la energía de su actividad emocional. Y este resultado de la educación de la vida espiritual se transmite por herencia a las generaciones sucesivas. Las nue­ vas generaciones ven la luz en unas condiciones de inervación emocional de los vasos cada vez más atónica y de una inervación más fuerte de los órganos de la actividad espiritual. Si nuestro desarrollo continúa siguiendo la dirección adoptada, alcanzare­ mos a fin de cuentas el ideal de Kant: surgirá un ser puramente razonador para quien todo son emociones: alegría y pena, tristeza y terror -si todavía es propenso a tales seducciones- se convertirán tan solo en dolencias o en tras­ tornos mentales, igual de inconvenientes para él» (ibidem, págs. 77-80). Con tan desesperanzadora nota finaliza toda la investigación de Lange. El resultado a que hemos llegado no carece de importancia para nosotros. Ahora nos hacemos idea con plena evidencia de cómo se resuelve el problema del desarrollo de los afectos en la teoría que estamos analizando. Lange tuvo el valor de seguir hasta el final la lógica del desarrollo de su idea principal, de llevarlas hasta el límite, descubriendo con ello su verdadera esencia filosófica. James, más despreocupado en este sentido, manifiesta una falta de claridad en este punto. Sin embargo, incluso él, como hemos visto, apela, junto con las leyes de la mecánica fisiológica, a la historia de la psique humana. Por consi­ guiente, no solo no puede eludir el problema del desarrollo, sino que consi­ dera un mérito de su teoría el hecho de situar en primer plano este problema. Recordemos que James compara el principio fundamental de su teoría, la fa­ mosa oca de los huevos de oro, con la idea evolucionista de Darwin. Por eso, no puede dejarnos indiferente la respuesta que da James al origen de la reac­ ción emocional. Al examinar esta cuestión, James alega «las conjeturas de Spencer..., que se ven confirmadas por otros hombres de ciencia. Fue, según me consta -escribe James- el primer hombre de ciencia que lanzó la hipótesis de que muchos de los movimientos realizados en momentos de terror y de ira pueden ser consi­ derados como restos rudimentarios de movimientos que en un principio eran útiles» (W. James, 1902, pág. 336). En esta misma dirección van dirigidas las explicaciones de Darwin, P. Mantegazza87 y W. Wundt, que cita James (ibidem, págs. 337-338). De igual modo se refiere también James a otro prin­ cipio desarrollado por Wundt y por T. Piderit88 (T. Piderit, 1886), principio que quizá Darwin no valore con plena justicia. Consiste en la reacción análoga a

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estímulos sensitivos análogos (W. James, 1902, pág. 338). De acuerdo con este último principio, cabe examinar, como lo hace por ejemplo Wundt, «muchas de las reacciones más expresivas a motivos morales como expresiones utiliza­ das simbólicamente de sensaciones gustativas. Se trata de los mismos estados espirituales que el lenguaje denomina metafóricamente como de amargura, acerbidad, dulzura y que se caracteriza por movimientos mímicos de la boca, análogos a las manifestaciones de las correspondientes impresiones gustativas» (ibidem, pág. 338). Pero ambos principios, incluso adoptados conjuntamente, no son capaces de satisfacer a James. Su propia respuesta a la cuestión relativa al origen de las reacciones emocionales coincide de modo sorprendente, aunque enfocada desde un punto de vista algo distinto, con la resolución del problema del desarrollo que hemos encontrado en Lange. Si algunas de nuestras reacciones emocionales, dice James, «pueden ser ex­ plicadas con ayuda de Jos dos principios señalados (y el lector habrá tenido se­ guramente la ocasión de convencerse de lo problemático y artificial de esta explicación de numerosos casos), sin embargo, hay muchas reacciones emo­ cionales que no pueden ser explicadas en absoluto y que debemos considerar en la actualidad como reacciones puramente idiopáticas a excitaciones exter­ nas... En opinión de Spencer y de Mantegazza, el temblor que se observa no solo en el terror, sino en otras muchas excitaciones es un fenómeno puramente patológico. Tales son también otros síntomas fuertes de espanto, que resultan perjudiciales para quien los experimenta. En un organismo tan complejo como el sistema nervioso deberán existir muchas reacciones causales. Estas reaccio­ nes no podrán desarrollarse de forma totalmente independiente debido tan solo a la utilidad que podrían representar para el organismo. El mareo, las cosqui­ llas, la timidez, el amor a la música, la inclinación por diferentes bebidas em­ briagadoras deberían surgir causalmente. Sería absurdo afirmar que ninguna de las reacciones emocionales podría surgir causalmente» (ibidem, pág. 339). Por mucho que se diferencie la explicación de James de la teoría de Lange sobre el antagonismo entre la vida intelectual y afectiva en cuanto a su con­ tenido concreto, coinciden plenamente en dos puntos fundamentales y decisi­ vos, lo mismo que dos figuras geométricas iguales al superponerlas. La primera coincidencia consiste en la contradicción entre la premisa prin­ cipal y la conclusión a que llegan del mismo modo y en igual medida ambos autores. La manifestación de esta contradicción en Lange acabamos de tener ocasión de explicarla. En James se manifiesta igual de abiertamente y sin en­ mascarar, por lo que no es necesario el menor esfuerzo para descubrirla. Por el contrario, hace falta dar muestra de una confianza optimista muy elevada hacia su teoría para no observar tan inadmisible contradicción. Como podemos recordar, W. James prometió elevar con ayuda de su hi­ pótesis la investigación científica de las emociones al nivel de una investiga­ ción profunda, de una investigación de orden superior. Rechaza respectivamente

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la clasificación y la descripción como estadios inferiores en el desarrollo de la ciencia. Gradas a su fértil principio rector, promete abrir el camino al descu­ brimiento de la dependencia causal de las reacciones emocionales. Considera que la fuente de semejante explicación causal la constituye la mecánica fisio­ lógica. En este sentido, se equivocó atrozmente al tropezar con la completa in­ fructuosidad de la explicación causal y de la diferenciación de las emociones desde este punto de vista. Queda otra fuente: la historia de la psique humana. James considera que en esencia la tarea de la explicación causal histórica de las emociones se puede resolver, aunque es difícil encontrar su solución. No obs­ tante, acabamos de tener la posibilidad de convencemos de que en cuanto la cuestión llega a la realización real de esta esperanza estalla como una pompa de jabón. Las explicaciones que parten de los principios de Spencer, Darwin y Wundt resultan problemáticas y artificiales. Pero lo importante es que que­ dan muchas reacciones emocionales que no pueden ser explicadas en absoluto. Estas son palabras textuales del propio James. Por consiguiente, en contra de las esperanzas optimistas, el problema de la explicación histórica de las emociones resulta irresoluble, lo que estaba ya claro para James. Los sesenta años transcurridos desde su conclusión pesimista han confirmado esto plenamente. Difícilmente, la teoría de James se ha justificado tanto como precisamente en esta cuestión. Las reacciones emocionales deben considerarse, dice James, como reacciones puramente idiopáticas, es decir, in­ explicables, como reacciones a una excitación externa. Su importancia bioló­ gica no es solo problemática, sino que con frecuencia debe ser rechazada positivamente. Se trata de reacciones causales, que, en general, no pueden ser explicadas ni causal ni históricamente. Cabe preguntarse: ¿qué es lo que queda entonces de la ilusión de la investigación de orden superior? ¿Qué queda, aparte de una clasificación y una descripción, aparte del análisis superficial de las emociones, aparte de la descripción de sus rasgos externos? La teoría más ingeniosa no puede ofrecer más de lo que encierra. La segunda coincidencia entre las dos variantes de esta teoría única, surgi­ das independientemente, afecta a la esencia de la resolución del problema de! desarrollo. Lange debería haberse entregado a la conmiseración del enemigo -Kant—y reconocer junto con él que los afectos no son más que enfermedades del espíritu. James se inclina también a considerar los afectos como fenóme­ nos patológicos, nocivos para los seres que los experimentan. Lange habla con melancolía del destino de la tribu de las pasiones en trance de extinción. James también se ve obligado a considerarlas como restos rudimentarios, que al prin­ cipio eran útiles, pero que degeneraron en el curso del desarrollo, transfor­ mándose en innecesarios y absurdos apéndices de nuestro aparato psíquico, que no guardan relación alguna con su actividad restante. Quien ha iniciado el acto de privar por principio de sentido a las emociones, llegará inevitablemente al resultado, del reconocimiento de lo absurdo que es su derecho único a existir. Pero desde el principio hasta el fin de la investigación crece lo absurdo de toda

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Ia vida emocionai, incrementándose a cada nuevo paso que da la teoría en su desarrollo, alcanzando como conclusión una fuerza verdaderamente patética al reconocer las emociones como fenómenos rudimentarios, patológicos, causales, inexplicables. Quien siembra vientos recoge inevitablemente tempestades. Nos queda por esclarecer la última circunstancia, relacionada con el pro­ blema del desarrollo de las emociones, tal y como se plantea y resuelve en la teoría de James-Lange; nos queda por aclarar tan solo la necesidad interna, la inevitabilidad lógica precisamente de semejante planteamiento y precisamente de semejante resolución. La cuestión no estriba naturalmente en la aversión que hacia las explicaciones históricas deberá experimentar, según palabras de Dumas, todo representante de la concepción mecanicista que siga las huellas de Descartes. A finales del siglo XIX, después de Darwin, era difícil que semejante aversión pudiera explicarnos la in­ capacidad de cualquier teoría empírica de resolver el problema del desarrollo. Como hemos visto, Lange y James habrían deseado extremadamente encontrar la clave de la explicación histórica de las emociones. Sin embargo, no lo logra­ ron, igual que lo deseaba y no le resultó posible al fundador de la teoría vis­ ceral de las emociones, el gran Descartes. Evidentemente, la lógica de la propia teoría encierra la tendencia antihistórica que paralizaba todos los esfuerzos de los investigadores que seguían ese camino. Sus buenas intenciones se estrellaban siempre contra el interiormente impenetrable núcleo de su propia teoría. Este núcleo es en efecto absolutamente antihistórico. Excluye por completo debido a su propia esencia toda posibilidad de historia de las emociones hu­ manas. El núcleo de toda la teoría la constituye, como sabemos, la idea según la cual el origen y la causa real de las emociones son los cambios reflejos, pe­ riféricos de los órganos internos y del sistema muscular. Debido a ello, el nú­ cleo de la teoría se cubre de inmediato de dos espesas e impenetrables envolturas ideológicas inseparables de él. La primera surge de por sí del irrevocable hecho de que las manifestaciones corporales, que se toman por la causa verdadera, por la esencia real de la reacción emocional resultan tanto más sensibles cuanto más burda sea la emoción en cuestión. Por tanto, cuanto más primitiva sea la emoción, cuanto más baja esté en el estadio de desarrollo y más arcaica sea tanto más descubrirá los rasgos de una auténtica pasión. Por consiguiente, según el significado del principio fundamental de la teo­ ría, las emociones deberán atribuirse al período prehistórico más lejano, ante­ rior al hombre de la evolución psíquica. En el hombre se manifiestan tan solo en forma de rudimentos, de reminiscencias absurdas de la oscura herencia de los antecesores animales. En la historia de la psique humana no solo resulta imposible cualquier perspectiva en el desarrollo de las emociones, sino que, por el contrario, estas están condenadas a una sucesiva regresión y a fin de cuen­ tas a su desaparición. Las manifestaciones corporales que constituyen la esencia de las emociones son incomparablemente más ricas, más vivas y sensibles en los animales que

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en el hombre; más en el hombre primitivo que en el hombre culto; más en el niño que en el adulto. ¿De qué desarrollo, como no sea de un desarrollo en sentido contrario, de una adminoración, puede tratarse con respecto a las emo­ ciones? Su evolución no es más que una involución. Su historia es la historia de su desaparición y muerte. Por tanto, el propio concepto de desarrollo re­ sulta inaplicable a las emociones y es imposible en el campo de su investiga­ ción si se acepta la principal suposición de la hipótesis visceral. Como hemos visto, a semejante conclusión se ven obligados a llegar, de acuerdo con la ló­ gica de su propia teoría, Lange y James. La segunda envoltura que cubre el núcleo de su teoría surge de la separa­ ción existente entre las emociones y toda nuestra conciencia, separación que está encerrada en el propio núcleo de la teoría. Al separar las emociones del cerebro, al trasladarlas a la periferia, al reducirlas a cambios periféricos de los órganos internos y de los músculos, la teoría les crea hipotéticamente un subs­ trato orgánico distinto separado del substrato material del resto de la conciencia. Porque los órganos internos -el corazón, el estómago y los pulmones—son la parte del organismo humano que en modo alguno puede compararse, desde el punto de vista de su participación en el desarrollo histórico del hombre, con el sistema nervioso central, concretamente con la corteza cerebral. El desarrollo histórico de la conciencia humana está ligado en primer lugar al de la corteza cerebral. Evidentemente, eso no significa en absoluto que el organismo en su totalidad y sus restantes órganos no participen en la evolu­ ción. Sin embargo, es difícil poner en duda el hecho de que cuando hablamos del desarrollo histórico de la conciencia humana nos referimos en primer lugar y ante todo precisamente a la corteza cerebral como al fundamento material del desarrollo, que en este sentido se destaca cualitativamente de las restantes parte del organismo, al estar estrecha y directamente ligado a la evolución psí­ quica del hombre. En cualquier caso, este principio es reconocido universal­ mente para todas las funciones superiores, específicamente humanas de la conciencia. La teoría periférica de las emociones, que ve su origen en la actividad de los órganos internos, esas partes del organismo más inmóviles e invariables his­ tóricamente, más alejadas de la base orgánica directa del desarrollo histórico de la conciencia, excluye con ello las emociones del contexto general del desarrollo psíquico del hombre y las sitúa en posición aislada. Resultan como un islote separado del continente que es la conciencia y rodeadas por todos los lados del mar de los procesos puramente vegetativos y animales, puramente orgáni­ cos, en cuyo contexto reciben su verdadero significado. ¿Es sorprendente des­ pués de esto que las manisfestaciones corporales, que según la teoría visceral constituyen la verdadera esencia de la reacción emocional, resulten más cerca­ nas a las alteraciones vegetativas que observamos en el frío, la fiebre, la asfixia, que a estados emocionales como el terror y la ira? La propia localización del origen de las emociones, de donde procede la cualidad específica del senti-

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miento, fuera del cerebro, en la periferia, presupone ya la exclusión de los afec­ tos todo el complejo de nexos, de todo el sistema de relaciones, de toda la es­ tructura funcional que constituyen el verdadero objeto del desarrollo psíquico del hombre. Por consiguiente, este principio, contenido en el propio núcleo de la teo­ ría, se cubre de una nueva envoltura que, en igual medida que la primera, se­ para la teoría del problema del desarrollo. Por extraño que parezca, a esta circunstancia se le ha prestado muy poca atención. La apariencia biológica de la teoría producía la ilusión de que no solo no contradice la idea evolutiva en psicología, sino que la presupone directamente. Solo voces aisladas, que criti­ can la teoría en este aspecto, se dejan oír en la psicología moderna. Así, Brett dice con razón que «en toda la literatura sobre las emociones, se le dedica la máxima atención a las reacciones endosomáticas, con lo que se destaca con plena evidencia un solo aspecto de las emociones en su totalidad. Cuando pasamos de la investigación experimental a la clínica, nos parece que hemos ido a parar a un mundo totalmente distinto. Nos da la impresión de que es necesario diferenciar seriamente las emociones, tal y como suelen re­ presentarse, del género de sensaciones que describe la psicología clínica. La in­ fluencia de la psicología animal y de las escuelas fisiológicas enmascara terriblemente la cuestión relativa a la posibilidad de desarrollo de las emocio­ nes. No existen en absoluto datos apriorísticos que nos expliquen por qué las emociones no han de desarrollarse. Esa suposición nos parece una simple equi­ vocación. Si en cambio las emociones se desarrollan, el error más evidente con­ siste en no diferenciar los distintos niveles de desarrollo. Ese es el peor resultado de la interpretación que suele darse en teorías análogas a la de James-Lange. Precisamente porque tienen indudable razón hasta cierto punto, se equivocan en cuanto se salen de sus límites. Muchos autores abusan de la palabra bioló­ gico. Es completamente cierto que los instintos y sus compañeros viscerales son lo que son gracias a su significado biológico. Pero, en resumidas cuentas, este significado solo lo conoce el teórico. Naturalmente, el animal no manifiesta te­ rror o furia, debido a que el instinto de conservación es la primera ley de vida. La palabra biológico, si queremos darle un sentido especial, significa la relación entre un acto cualquiera y sus consecuencias para el individuo o el género. Esa relación no constituirá una parte del comportamiento hasta que no admitamos que a este lo rige la memoria o la aspiración. El comportamiento es biológico para el observador científico. Para el animal que actúa es psicológico. Desde este punto de vista era necesario tratar de llevar a cabo una inves­ tigación comparativa de las emociones. Es posible que todas las teorías tengan razón, pero habrán de ser selecciondas desde el punto de vista del principio evolucionista. En un extremo de esta escala comparativa, el tipo de reacción se aproxima al tipo de respuesta refleja. El instinto y la emoción no resultan aún tan diferenciados que deberá desaparecer la discusión acerca de estos tér­ minos. La excitación difusa general será igual de característica para todas las

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formas de comportamiento en esta fase de desarrollo. La emoción, como fac­ tor diferenciador, se manifiesta tan solo en el lugar de la mencionada escala de desarrollo en que sea posible establecer que la situación tiene algún significado, si empleamos esta palabra para definir cualquier forma de conexión entre la situación en cuestión y otras situaciones, lo mismo da que sean recordadas o anticipadas. En el nivel superior, determinado al fin y al cabo por el desarro­ llo del cerebro, deberán producirse formas modificadas de una reacción pri­ mitiva. Las manifestaciones corporales y la tensión psíquica deberán resultar aquí emocionales, en el sentido estricto de la palabra... La relación entre las ideas deberá saltar a un primer plano y a consecuencia de ello el carácter de las emociones deberá variar... El examen histórico de la teoría de las emociones termina en un enreve­ sado cuadro que exige insistentemente la total reconstrucción de la psicología de las emociones. Todos los esfuerzos más modernos en esta dirección nos lle­ van por el camino que marca el método evolucionista. El hombre ha alcan­ zado su estado actual de desarrollo mediante un lento proceso de crecimiento e integración, en los que vemos la explicación de funciones cognoscitivas es­ peciales. No existe fundamento alguno para separar estos fenómenos de los es­ tados orgánicos generales, pero tampoco tiene el menor sentido ignorar las posibilidades de las enormes diferencias que dependen del grado de desarrollo cerebral y de integración. Al parecer, aquí está encerrado el primer elemento de la teoría de James, que capta la diferencia entre las emociones más burdas y las más delicadas. Pero en semejante forma esta diferencia no responde ple­ namente al espíritu de la psicología científica. En lugar de contraponer una clase de emociones a otra, hay que admitir que cada emoción puede tener di­ ferentes formas, lo mismo que se distinguen, por ejemplo, la furia del animal y la justa indignación. Como una forma se desarrolla a partir de otra, en fun­ ción de la evolución general del hombre, puede conservar fácilmente una re­ lación con un tipo más primitivo de emociones o con otras reacciones relacionadas con ella. En cualquier caso, la relación entre la emoción y su expresión resulta menos fija e inmóvil a medida que el organismo se desarrolla, alejándose de las for­ mas instintivas y estereotipadas de reacción. Las emociones más complejas (su­ tiles) que carecen de una reacción específica (típica del comportamiento de los animales) ligada a ellas admiten diferentes manifestaciones, y la expresión pierde su relación directa con el elemento consciente de la emoción, circunstancia que puede ayudar a la teoría a explicar por qué lloramos igualmente de alegría y de pena» (D. S. Brett, 1928, págs. 393-396). Hemos ofrecido premeditadamente una conclusión algo larga relativa al es­ bozo histórico del desarrollo de las ideas psicológicas sobre la naturaleza de las emociones para apoyarnos en testimonios objetivos del historiador de la cien­ cia respecto al estado del problema del desarrollo en la psicología moderna de las emociones. El sentido compendiado de tan larga manifestación consiste en

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que la psicología de las emociones no dispone actualmente ni siquiera de los más elementales rudimentos de la teoría del desarrollo, en que representa un enrevesado cuadro en el que no figura la distinción entre las emociones supe­ riores y las inferiores, las animales y las humanas, las instintivas y las cons­ cientes, un cuadro que, en opinión de Brett, nos traslada de golpe de un mundo a otro. Los primeros y vacilantes intentos de investigar genéticamente las emocio­ nes y su ontogénesis nos permiten conocer algo más que la simple constata­ ción del echo que la vieja teoría excluía a priori la posibilidad del desarrollo emocional. Nos enteramos también por ellos del contenido apriorísticamente antihistórico del núcleo de la teoría, el cual, a la luz de la mencionada inves­ tigación, puede caracterizarse por dos rasgos fundamentales: la admisión de la naturaleza sensorial-refleja de la reacción emocional y la negación de su rela­ ción con los estados intelectuales. La primera suposición excluye el desarrollo debido a que las reacciones reflejas representan el elemento más estable, más invariable de todo el comportamiento y debido a que la reducción de las emo­ ciones a simples sensaciones dentro de los cambios orgánicos priva a las pri­ meras de todo papel eficaz, activo en la conciencia del hombre. Si la esencia del terror consiste en sensaciones de temblor y en la aparición de la carne de gallina, no hay fundamento alguno para admitir que estos fe­ nómenos se diferenciarán notablemente en el niño y en el adulto. Igualmente, la negación de relaciones entre los estados emocionales e intelectuales excluía de antemano toda participación de las emociones en el desarrollo general de la conciencia, en la que los cambios del intelecto ocupaban un notabilísimo papel central. Esta negación presuponía ya de antemano un planteamiento de la cues­ tión relativa a la naturaleza de las emociones que excluía por completo la pro­ pia esencia del problema de las emociones del hombre a diferencia de las del animal. El animal y el hombre, lo animal y lo humano en el propio hombre resultaron rotos, las emociones burdas y las delicadas resultaron pertenecientes, según expresión de Brett, a dos mundos distintos (ibidem, pág. 393), y solo un ciego no habría podido ver en esta encarnación inmediata, directa, manifiesta las viejas ideas, que constituían la base de la doctrina cartesiana. Parece como si Descartes estuviera presente de forma invisible en cada una de las páginas de las obras de psicología dedicadas a las emociones es­ critas en los /últimos sesenta años. Si es verdad que somos en la actualidad testigos de un viraje radical en el camino de sesenta años de la psicología de las emociones, de la total bancarrota de las ideas que han determinado su curso y sus resultados, la crisis actual de la doctrina de las emociones y el viraje radical que se perfila en ella hacia la investigación científica de las emo­ ciones y hacia la propia interpretación de la naturaleza de estas no puede tener más que un significado anticartesiano. Esta conclusión se desprende obligatoriamente de cada uno de los pasos del pensamiento dado en la nueva dirección. Cada una de las cuestiones concretas de la nueva teoría de las emo-

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dones se apoya en la necesidad de superar los principios cartesianos, que gra­ vitan sobre todo este campo de la psicología. Nos limitaremos tan solo a un ejemplo de este tipo. En la nueva psicología de las emociones salta cada vez más al primer plano el problema de la naturaleza dinámica del afecto. En las investigaciones de K. Lewin y M. Prince89, el aspecto dinámico, activo, energético de las emociones se presenta como el único procedimiento de interpretación del afecto que ad­ mite una explicación realmente científica, determinista y verdaderamente cau­ sal de todo el sistema de los procesos psíquicos. Semejante interpretación presupone lógicamente la superación del enfoque dualista de la vida afectiva y plantea la interpretación del afecto como una reacción integral psicofisiológica, que incluye unas impresiones y un comportamiento determinado y representa la unidad de los aspectos fenomenal y objetivo. La investigación de este aspecto dinámico de las emociones no podrá por menos de chocar con la teoría de James-Lange, que excluye por su propia esen­ cia la interpretación monista de las emociones como impulsos energéticos y motivadores determinantes de las impresiones y del comportamiento. «El exa­ men de las emociones como procesos dinámicos excluye sin duda alguna la in­ terpretación de su papel como “simples percepciones sensoriales” de las funciones viscerales..., como lo presupone la teoría de James-Lange, según la cual sus categorías deben determinar de por sí un comportamiento definido. Por eso, la emoción no puede ser considerada como un epifenómeno relacio­ nado con los reflejos, como hacen los behavioristas, sino que ella misma de­ berá ser interpretada como un momento necesario que participa en las descargas nerviosas, el cual determina de una u otra forma el carácter de la reacción. Por consiguiente, la emoción no puede desempeñar el papel pasivo de epi­ fenómeno. Debe hacer algo. Desde este punto de vista resulta más compren­ sible la función de la emoción respecto al organismo que si esta última no representa nada más que la conciencia de una descarga nerviosa de energía o el reconocimiento sensorial pasivo de la actividad visceral. Desde el último punto de vista podríamos pasarnos por completo sin emociones, sin ira o te­ rror o sin cualquier otro sentimiento, ya que actuaríamos como autómatas» (M. Prince, 1928, págs. 161-162). Para demostrar esta tesis, Prince hace algunas consideraciones. «En primer lugar, la observación cotidiana nos persuade de que la emoción está interior­ mente ligada a una descarga de energía dirigida a los órganos internos y a la musculatura arbitraria. ¿Pero de qué forma está ligada? Existen fundamentos para suponer que la emoción transcurre sincronizadamente con la descarga, que dura mientras en la conciencia persiste la propia emoción. Desde el punto de vista de la teoría de James Lange, que considera la emoción como una per­ cepción sensorial pasiva, esta deberá seguir a la reacción visceral. Si la emoción es un epifenómeno visceral pero supérfluo, incapaz de determinar nada en nues­ tra reacción a la situación, resulta incomprensible el hecho en sí de la sincro-

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nización, el cual constituye un problema importante que espera su resolución. Este es el segundo argumento. El tercero consiste en que la emoción como epifenómeno sería en el as­ pecto biológico un fenómeno totalmente inútil, que la evolución no admite, lo mismo que no admite “la naturaleza el vacío”. Finalmente, el último argu­ mento lo constituye el testimonio de la experiencia directa, que nos asegura que la pasión nos mueve, que proporciona energía a nuestros pensamientos y a nuestros actos. Reconocemos que la emoción y el sentimiento nos activan. Este reconocimiento es un hecho directo, que no depende de su interpretación ulterior. Todas estas razones tomadas en su conjunto obligan al autor a consi­ derar la emoción dentro de una indisoluble conexión interna con los procesos energéticos que tienen lugar en el organismo, ya que sin el concepto de ener­ gía el comportamiento no puede ser explicado en modo alguno» (ibidem, págs. 162-164). No nos resulta inesperado que con tal motivo Prince recuerde el nombre de Descartes y se remita a la doctrina cartesiana de las pasiones, ya que la cues­ tión pasa en efecto del ámbito de una investigación parcial al plano del pro­ blema filosófico de la naturaleza psicofísica de las emociones. Pero lo realmente inesperado es la afirmación de Prince de que la concepción que defiende en contra de la teoría de James-Lange es de hecho cartesiana. Nos encontramos ya por segunda vez con el intento de considerar la mencionada teoría como la antítesis de la doctrina cartesiana. Esta idea la encontramos por vez primera en Dunlap, que contraponía la hipótesis centrípeta de la teoría periférica a la tesis centrífuga de la aparición de las emociones, desarrollada por Descartes. Por tanto, aquí, la contraposición de ambas teorías se refería a la cuestión con­ creta del mecanismo fisiológico que constituye el substrato de las emociones. A esta cuestión retornaremos más adelante. Pero ahora se trata de algo más. La doctrina cartesiana se contrapone a la teoría de James-Lange desde el punto de vista de la interpretación básica de la relación existente en las emociones entre los procesos corporales y psíquicos. Por tanto, ambas teorías resultan contradictorias, no ya desde el punto de vista de una descripción práctica parcial, sino desde el de sus fundamentos básicos. Esta cuestión merece una aclaración de principio. Sigamos, por tanto, a Prince. En su concepción, que considera la emoción como energía y que contra­ pone tal punto de vista a la teoría de James-Lange y a la doctrina cartesiana li­ gada a ella, Prince recurre al punto de vista de la evolución emergente90, nueva doctrina idealista, que trata de hallar una salida al callejón de la alternativa del mecanismo o del vitalismo en que se apoyan todas las ciencias naturales mo­ dernas. La evolución emergente parte de la premisa de los súbitos saltos, al pa­ recer dialécticos, en el desarrollo, de la súbita aparición de nuevas cualidades, de la inexplicable transformación de unas cualidades en otras. Desde este punto de vista, Prince explica dos posibilidades existentes para su concepción. O bien hemos de admitir que las descargas emocionales de energía guardan relación con

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los electrones de la altamente compleja estructura atómica del sistema nervioso, descargas que emergen como emociones, ya que encierran en sí una energía no constatada objetivamente, pero que es resultado de la complejísima organiza­ ción de un enorme número de unidades de energía nerviosa, o bien hemos de aceptar que la energía nerviosa cinética centrípeta, al ser inmaterial, se trans­ forma en una energía psíquica igual de inmaterial, que, al fluir en sentido con­ trario, se transforma de nuevo, como un eslabón en la cadena de todo el proceso, en una energía psíquica inmaterial centrífuga, análogamente a la ley fí­ sica de transformación de la energía. Lo que es incognoscible con ayuda de los métodos objetivos emerge como accesible a la cognición psicológica, como un estado de la conciencia (ibidem, pág. 166). Es suficiente alegar esta tesis para que resulte claro el significado de la re­ lación existente entre la teoría de Prince y la doctrina cartesiana. Admitir la energía inmaterial, psíquica que actúa no obstante completamente igual que la energía material, física y guarda con ella una relación mutua simplemente me­ cánica constituye, como veremos detalladamente más adelante, una considera­ ble parte de la doctrina cartesiana de las pasiones, doble en lo que respecta a su propio fundamento. Por consiguiente, Prince contrapone un principio de la doctrina cartesiana -el espiritualista- a otro principio de esa misma doctrina -el mecanicista-. Con este hecho hemos tropezado ya antes. Al establecer el conjunto de problemas que plantea la investigación moderna sobre la correla­ ción entre la teoría de James-Lange y la doctrina cartesiana, hemos recordado también, citando a Dumas, este problema. Dumas lo denomina principio teo­ lógico, tomado por Malebranche de Descartes, principio que dividía la vieja y la nueva doctrina. En la lucha de Prince contra James nos hallamos, por tanto, como si dijéramos, ante dos partes irreconciliables, internamente contradicto­ rias de la doctrina cartesiana, que se vieron polarizadas por la psicología mo­ derna y se enfrentaron una y otra como las concepciones consecuentemente espiritualista y consecuentemente mecanicista de las emociones. Eso es indiscutible. Con ello no podemos estar en desacuerdo. El espíritu de la doctrina cartesiana se pone de manifiesto no solo en las teorías mecanicistas, análogas a la teoría de James, sino también en las nuevas teorías, que tratan de superar la imperfección de las hipótesis anteriores con ayuda de otro aspecto de la misma doctrina, que dio origen a las ideas de sus contrarios. No sospechan en esta cuestión que expulsan al diablo en nombre de Belcebú y no solo no se salen de los límites del círculo vicioso en que gira toda la psicolo­ gía moderna de las emociones, sino que estrechan aún más este círculo, tra­ tando de realizar por completo la vieja doctrina cartesiana, tratando de realizar por completo la vieja doctrina cartesiana. Su mérito consiste en que luchan ple­ namente conscientes por el triunfo de los principios cartesianos de la psicolo­ gía moderna. Lo único que hacen es complementar algo al anticuado Descartes con la modernísima teoría de la evolución emergente. Pero también esta, como veremos más adelante, no solo no es ajena al espíritu de la doctrina cartesiana,

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que guarda relación directa con ella, cosa que reconoce, por cierto, al pro­ pio Prince. Con el establecimiento de lo anterior, todo el cuadro de la lucha ideoló­ gica en la psicología actual de las emociones se clarifica. Es naturalmente mo­ nismo, dice Prince acerca de su concepción, y la única hipótesis alternativa es dualismo y paralelismo, es decir, epifenomenalismo y automatismo humano (ibidem, págs. 166-167). Con eso no podemos no estar de acuerdo. Todo el error consiste únicamente en que ambas hipótesis son consideradas como al­ ternativas. En efecto, en la doctrina de Descartes se presuponen mutuamente y solo en su conjunto constituyen el verdadero núcleo de su teoría de las pa­ siones. Aquí hay, evidentemente, una determinada incongruencia lógica, pero únicamente del género con que tropieza inevitablemente toda doctrina idea­ lista que tienda a convertirse en la explicación científica de hechos auténticos que tienen lugar en la realidad material y no desee romper con tales hechos. Semejante monismo (espiritualista) y semejante dualismo (paraleíístico) no solo no constituyen una verdadera alternativa, sino que más bien se presuponen uno a otro, por lo menos en la doctrina de Descartes y de sus continuadores James y Prince. Recordemos que exactamente igual era el método de investigación que uti­ lizaba Descartes en el conocimiento de la naturaleza de las pasiones. Primero considera al hombre como autómata insensible e investiga el mecanismo de las pasiones, cómo actúa en tan compleja máquina, sin relación alguna con su con­ ciencia. En eso, Descartes se anticipa a la teoría de James. Después incorpora al autómata el alma, estableciendo de antemano que sus percepciones, que sur­ gen de la actividad automática del mecanismo insensible, no pueden ser más que epifenómenos, y al introducir el principio espiritualista de la acción opuesta del alma sobre el autómata corporal, establece, por tanto, la interacción mecanicista entre el alma y el cuerpo; con ello se anticipa a la teoría de Prince. No es difícil ver que la emergencia de los psíquicos a partir de lo físico su­ puesta por Prince y la transformación inversa de la energía espiritual en cor­ poral tienen lugar minuto a minuto en tan monstruoso conjunto, integrado por el espíritu puro y por la compleja máquina construida por Descartes en su teoría. Unicamente que no denominó emergencia a este milagro que se pro­ duce cada minuto y reconoció francamente que constituye el punto más os­ curo, más confuso y más difícil de su doctrina. Todo se desarrolla de forma consecuente y lógica en esta teoría dualista mientras el espíritu y el cuerpo son considerados por separado. Para Descartes son dos sustancias que se excluyen mutuamente. Pero en cuanto surge el pro­ blema de unir ambas sustancias en el ser humano y precisamente en el punto en que la dualidad de la naturaleza humana se manifiesta directamente, las ti­ nieblas de lo inexplicable en las pasiones abarcan a la armoniosa doctrina ra­ cionalista penetrada de la luz de la razón. Contra este punto de la doctrina de Descartes arremetió en primer lugar, como recordaremos, Spinoza, al dar a la s in o

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hipótesis de la unión del espíritu y el cuerpo en la glándula pineal la deno­ minación de oscura, «más oscura que cualquier propiedad oscura... Sería muy deseable -decía Spinoza- que explicase esta relación a través de su causa más cercana. Pero para Descartes el espíritu estaba tan lejos del cuerpo que no podía mostrar ninguna causa única ni para esta relación ni para el propio espíritu y tuvo que recurrir a la causa de todo el universo, es decir, a Dios (1933, pág. 199). En esto consiste precisamente el principio teológico en la explica­ ción de las pasiones, a que se refería Dumas. A la pregunta de la princesa Isabel sobre cómo se explica la unión del alma y el cuerpo, el propio Descartes se remitía a la incognoscibiiidad de semejante unión. Pero, ¿es que no es eso mismo lo que sobreentiende también la evolu­ ción emergente? Descartes recurre a un milagro incognoscible. La nueva teo­ ría recurre a la inexplicable emergencia. En trescientos años solo ha variado la palabra, pero no la idea. Pero, ¿qué es la palabra? Un sonido huero. El espíritu humano, dice Descartes en su respuesta a la fatal pregunta, es incapaz de conseguir diferenciar claramente la esencia del alma y del cuerpo y al mismo tiempo su unión como debería comprenderlas él: como una esencia única y al mismo tiempo como dos esencias distintas, y eso se contradice. Por eso, se puede afirmar que el problema de las pasiones constituía el único obs­ táculo en todo el sistema de Descartes. De no ser por esta maldita cuestión, de no existir en la naturaleza del hombre con sus pasiones (para Descartes los ani­ males no son autómatas), la doctrina de las dos sustancias que se excluyen mu­ tuamente -la espiritual y la material- se habría desarrollado armoniosa y consecuentemente. Pero las pasiones, ese fenómeno fundamental del espíritu hu­ mano, son sus manifestaciones directas de la dualidad de la naturaleza humana, que une el espíritu y el cuerpo en una misma esencia. Es más, las pasiones cons­ tituyen el fenómeno, único en todo el universo, de la vida conjunta del espí­ ritu y el cuerpo. Por eso exigen obligatoriamente para su explicación la unión de los principios espiritualistas y mecanicistas, teológico y naturalista. Descar­ tes debería haber considerado las pasiones, en contra de sus propias palabras, no solo como físico, sino también como teólogo. Pero como en este punto del sistema deberían confundirse los dos principios contrapuestos, todo él no solo debería perder su pureza, sino seguir el camino de la ulterior interpenetración de sus dos fundamentos polares. Según la metafórica expresión de K. Fischer, la extensión es pertinaz. Si, hablando metafóricamente, el espíritu le da el dedo meñique, este se apoderará de toda la mano. Si la sustancia pensante está ubi­ cada en algún lugar, su independencia y su diferencia de la sustancia corporal se habrá perdido ya y no solo en uno de los aspectos, sino en todos ellos. Si el espíritu se localiza, con ello se materializa y mecaniza. El propio principio es­ piritualista comienza a tener la necesidad de que lo complemente el principio mecanicista, ya que el alma se incorpora al torbellino mecánico de las pasiones y ya que no puede participar en la actividad de ese mecanismo sin intervenir en calidad de fuerza mecánica (K. Fischer, 1906, t. 1, pág. 446).

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Pero al mismo tiempo deberá tener también lugar lo inverso. No solo es pertinaz la extensión, sino también el espíritu. Si el más insignificante órgano corporal -la glándula pineal- es capaz de ponerse en movimiento bajo la in­ fluencia de una fuerza puramente espiritual, el autómata humano resultará in­ evitablemente un simple instrumento de la sustancia pensante, un juguete de la energía espiritualista. Por tanto, la doctrina cartesiana resulta dualista no casualmente, sino por principio, y en la doctrina de las pasiones el dualismo no solo es la manifes­ tación del dualismo mitológico y gnoseológico general de Descartes. Como señala acertadamente Fischer, en la doctrina de Descartes se aúnan los siste­ mas teológicos y naturalistas (1906, t. 1, pág. 439). Anticipándonos, diremos que en el dualismo de la doctrina cartesiana está encerrado plenamente el dua­ lismo de la psicología explicativa y descriptiva. Aquí no puede interesarnos hasta qué punto están íntimamente ligadas lógica y armoniosamente las dos partes del sistema, nosotros analizamos esta unión tan solo en la doctrina de las pasiones. Aquí se manifiesta con toda su fuerza y descubre plenamente su naturaleza. Por un lado, Descartes traslada por completo a las pasiones humanas su tesis general de que el pensamiento y la extensión se distinguen sustancialmente. La esencia de la sustancia radica precisamente, dice Descartes, en que se ex­ cluyen mutuamente. «En realidad, dice Fischer, el espíritu y el cuerpo están completamente separados uno del otro, no existe entre ellos la menor comu­ nicación: esto lo conozco a la luz de la razón» (ibidem, pág. 443). El cuerpo actúa como un autómata insensible, sometido íntegramente a las leyes de la mecánica. El espíritu goza de una libertad absoluta e ilimitada de la voluntad, que representa nuestra semejanza a Dios. La voluntad o la libertad de la vo­ luntad, dice Descartes, es la única de todas las facultades que merced a mi ex­ periencia es tan grande que no puedo figurármela mayor. Esta facultad es fundamentalmente lo que gracias a ella me permita considerarme semejante a Dios. A estas dos tesis son completamente aplicables las palabras de Fischer pronunciadas por él respecto a la concepción ontológica de Descartes. En la primera afirmación se manifiesta el carácter naturalista del sistema; en la se­ gunda, el teológico. El carácter dualista del sistema lo provoca el principio, y por eso es algo de principio. Todo fue eít la realización satisfactoria de este principio dualista hasta que Descartes no tropezó con el indiscutible hecho de la unión de ambas sustan­ cias, que se excluyen una a otra, en un fenómeno, en las pasiones humanas. Como hemos visto, descubren sin duda alguna el indiscutible hecho de la uni­ dad del espíritu y el cuerpo en un fenómeno, en una esencia. Aquí, la lógica del sistema dualista tiene obligatoriamente que fracasar de un modo definitivo. «La naturaleza no enseña nada más claramente —dice Descartes— que el hecho que tengo un cuerpo que se siente mal cuando experimento dolor y que necesita alimentarse y beber cuando tengo hambre o sed. No puedo poner en

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duda que en estas sensaciones hay algo real. Mis afectos e instintos me hacen ver claro que me encuentro en mi propio cuerpo, no como el nadador en una barca, sino que estoy estrechamente relacionado, como mezclado con él, de forma que en cierto grado constituimos un solo ser. De lo contrario, debido a mi naturaleza espiritual, no sentiría dolor al sufrir un daño corporal y solo reconocería este daño como objeto del conocimiento, a semejanza de cómo el naviero enjuicia una rotura en su barco. Cuando el cuerpo tuviera necesidad de alimentos y bebida, me habría enterado de tales estados y no experimenta­ ría sensaciones confusas de hambre y sed. Estas sensaciones son de hecho ideas confusas, procedentes de la unión, por decirlo así, de la combinación del es­ píritu con el cuerpo» (ibidem, pág. 371)91. Debido a su absoluta claridad y energía, las tesis expuestas aquí por Des­ cartes podrían, dicho con propiedad, competir con su famoso cogito, ergo sum, y pretender convertirse en el punto de Arquímedes, el único punto de apoyo firme de toda la cognición filosófica. Es sabido que la filosofía de Descartes se inicia con la duda por principio y con la búsqueda del principio de la auten­ ticidad. «Arquímedes -dice- solo exigía un punto de apoyo inmóvil para le­ vantar la Tierra. Nosotros también podemos tener muchas esperanzas si encontramos algo, por pequeño que sea, establecido con firmeza y solidez» (ibi­ dem, pág. 305)92. Este punto de apoyo inmóvil lo encuentra Descartes, como es sabido, en la tesis: «Pienso, luego existo», en la tesis que en el momento en que expreso este pensamiento, es necesariamente verdadero. Por qué he de crearme otras fantasías, se pregunta Descartes, yo no soy el organismo deno­ minado cuerpo humano ni tampoco soy lo sutil que penetra los miembros de la esencia etérea, el viento, el fuego, el vapor o la respiración, nada de lo que soy en mi imaginación93. Pero, como hemos visto, el propio Descartes se ve obligado a reconocer que la naturaleza no nos enseña nada con mayor claridad que el hecho que poseemos un cuerpo. No podemos dudar de la realidad del dolor, el hombre o la sed que experimentamos. Nuestros afectos nos aclaran que constituimos junto con nuestro cuerpo una esencia. Son precisamente las pasiones las que constituyen el fenómeno principal de la naturaleza humana. En ellas se manifiesta con la máxima plenitud del hombre, ya que el pen­ samiento es posible tan solo en la naturaleza espiritual, y el movimiento, tan solo en la corporal. Al parecer, si la doctrina de las pasiones no se hallase al final, sino al principio de la filosofía cartesiana, su punto de Arquímedes de­ bería consistir en la evidencia y la autenticidad directa de la unidad de la na­ turaleza corporal y espiritual manifiesta en los afectos. Esta verdad absoluta que encierran las palabras anteriores de Descartes se ilustra a sí misma e ilustra mejor que cualquier apología y mejor que cualquier objeción crítica los principales errores de su sistema. Por tanto, las pasiones constituyen para Descartes no solo el fenómeno fun­ damental de la naturaleza humana, sino también el fenómeno completamente

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imposible, impensable desde el punto de vista de su sistema y, por tanto, in­ explicable de la unión en un ser de sustancias contrarias que se excluyen mu­ tuamente. Las pasiones humanas son imposibles desde el punto de vista del sistema de Descartes: ese es el hecho fundamental y central en cuanto a su sig­ nificado, del que se desprende como consecuencia obligatoria la tesis de la im­ posibilidad de toda psicología de las pasiones como ciencia. Pero si la contraposición o la división entre el espíritu y el cuerpo en la doctrina de Descartes son imaginables de forma clara y patente, en cambio, la unión de cambios a la luz natural de la razón debe parecer impensable e im­ posible, y si eso existe realmente contradice los fundamentos del sistema y su explicación somete a la doctrina de Descartes a la más difícil prueba. Hay que investigar si el filósofo es capaz de superar esa prueba sin negar sus principios. El resultado de semejante investigación muestra que esta prueba es fatal para todo el sistema de Descartes y que el dualismo de este lo destruye el concepto y el hecho de la existencia del hombre. La contradicción es tan evidente que la admite el propio filósofo. No citaremos las manifestaciones de Descartes en las que se refleja la con­ tradicción de sus concepciones. Manifestaciones en las que o bien reconoce la unión del espíritu y el cuerpo en el hombre como una unidad sustancialista y traslada de uno a otro la propiedad fundamental, considerando unas veces que el espíritu es extensible y otras que el cuerpo humano es indivisible, afirmando que el alma y el cuerpo no constituyen un todo, lo mismo que el brazo no constituye todo el cuerpo humano y por eso se necesitan uno a otro para com­ plementarse, al ser sustancias incompletas, o bien niega que su unión consti­ tuye la unidad de la naturaleza, al ver en él tan solo la unidad de su constitución, conservando íntegramente el dualismo de su sistema. A nosotros nos interesa otra cosa: la penetración mutua necesaria y obligada de los principios teológico y naturalista en la doctrina de las pasiones, princi­ pios que se presuponen uno a otro, como el lado derecho presupone el izquierdo, los cuales no pueden existir el uno sin el otro, igual que lo alto sin lo bajo. Para nosotros es importante mostrar que la división de ambos principios, que trata de poner en práctica la psicología científica actual en la existencia inde­ pendiente de la psicología explicativa y descriptiva, en la contraposición de la teoría emergente de las emociones de Prinz, en la hipótesis mecanicista de James no es más que una ilusión. Lo uno y lo otro son inseparables en la doctrina cartesiana y en la ciencia psicológica. Como hemos visto, las pasiones humanas son imposibles en el mundo cons­ truido por Descartes en su sistema. Para explicarlos tiene que modificar sus propios principios y admitir la mezcla del pensamiento y la extensión. Aquí comienza la caída de su filosofía, la mezcla de la teología y el naturalismo. Des­ cartes se ve obligado a admitir que el alma debe estar en contacto con el cuerpo y centra el lugar de ese contacto en la glándula cerebral, a través de la cual el cuerpo influye en el alma y esta en aquel. El punto en que entra en contacto 228

con el cuerpo o establece su conexión con él debe ser espacial, local, corporal: ahora el alma se localiza y ella misma se convierte en este sentido en espacial. No se ve en qué aspecto sigue siendo no espacial o inmaterial. Ahora la doc­ trina cartesiana adquiere otro significado, ya que solo los cuerpos tienen ca­ pacidad de movimiento e independientemente de la primera causa motriz únicamente pueden ponerlos en movimiento los cuerpos. A juzgar por esta tesis, el alma (que se mueve y es puesta en movimiento por el cuerpo) debe ser ella misma corporal, convirtiéndose en sustancia material, a pesar de todas las afir­ maciones de que es sustancia pensante, completamente distinta del cuerpo. La influencia y la relación mecánica existentes únicamente entre los cuerpos se ex­ tiende ahora al alma y al cuerpo. Como señalaba acertadamente la princesa Isabel, la unión de ambas sus­ tancias resulta impensable sin la extensión y la materialidad del alma. La an­ tropología cartesiana contradice no solo los principios dualistas de la metafísica, sino también los principios mecanicistas de la filosofía naturalista relativos a que la cantidad de movimiento se mantiene constante en el mundo, a que la acción y la reacción son iguales. Estos principios fundamentales de la doctrina del movimiento pierden su fuerza desde el momento en que los movimientos en los cuerpos pueden tener su origen en causas inmateriales. Por mucho que pensáramos en unir ambas sustancias en la naturaleza humana, como unidad y como suma, ambas interpretaciones contradicen el dualismo básico y llevan obligatoriamente a lo contrario a él. Es imposible decir hacia qué lado se desplazan más los principios funda­ mentales del sistema: hacia la teología o hacia el naturalismo puros. Al admi­ tir la interacción pura entre el alma y el cuerpo en el pequeño espacio de la glándula cerebral. Descartes incorpora en igual medida el alma a la circulación mecánica de las pasiones y subordina el cuerpo a ¡a influencia espiritualista de la energía inmaterial. Al igual que en la doctrina ontológica, parece a veces que en la doctrina cartesiana de las pasiones el elemento teológico alcanza un significado tan exclusivo y preponderante, que aquí el agustinianismo triunfa sobre el naturalismo; a veces, en cambio, parece indudable que los principios naturalistas penetran por completo en el campo de la doctrina del alma. Lo uno y lo otro se produce en igual medida, porque ambos son solo dos conse­ cuencias del mismo principio sobre la posibilidad de la interacción mecánica del alma y el cuerpo en las pasiones humanas. Por eso, hay que considerar un error de los investigadores, concretamente de Fischer, que sobrevaloren el triunfo del principio naturalista sobre el teoló­ gico en la doctrina de Descartes. Al considerar la lucha de estos principios en la doctrina ontológica de Descartes, Fischer dice: cuanto más retrocede y des­ aparece el elemento naturalista ante el teológico, «cuanto más se diluye la in­ dependencia de las cosas en la independencia de Dios, tanto más surge de nuevo en el elemento teológico el naturalista, tanto más el Dios cartesiano deja de ser una criatura sobrenatural, tanto más se naturaliza este concepto de Dios y

se aleja del agustinianismo, transformándose incluso más en todo lo contrario. De la fórmula dualista: Dios y la naturaleza, surge ya la monista: Dios o la naturaleza. Descartes solo la toca, Spinoza, en cambio, le da un significado pre­ dominante. Al parecer, al acercarse a San Agustín94, Descartes se acerca de hecho a Spinoza. Va a su encuentro y llega tan lejos que expresa ya la fórmula que incluye el spinozismo. Al sentirse por sus inclinaciones personales atraídos hacia el padre de la Igle­ sia y hacia el teólogo orientado hacia el agustinianismo y al regocijarse de que en su doctrina se aprecie una conformidad con el agustinianismo, Descartes prepara el espíritu de su doctrina hacia una orientación que culmina en el na­ turalismo y lo contrapone de la forma más aguda al sistema teológico. Los des­ tinos de la filosofía son más fuertes que las personas portadoras e instrumentos suyos. Descartes sigue el camino que conduce a Spinoza, pensando entretanto haber fundado la doctrina religiosa de la Iglesia. El principio fundamental de su sistema, que penetra por completo y subordina el sistema teológico es la corriente naturalista» (K. Fischer, t. 1, págs. 439-440). El indudable acierto de estas tesis de Fischer consiste en que los principios naturalista y agustiniano del sistema de Descartes están tan ligados mutuamente en la contradicción común que obligan continuamente a hacer vacilar ante nuestros ojos todos los conceptos fundamentales del sistema, a semejanza de las más conocidas imágenes que se nos aparecen tanto en una perspectiva di­ recta como inversa. Lo erróneo de la tesis de Fischer consiste en que subraya unilateralmente el triunfo del principio naturalista y subestima la fuerza y la vitalidad del sistema teológico en la doctrina de Descartes. El error se debe a que Fischer reduce el examen de esta cuestión a una perspectiva histórica muy limitada. Es verdad que el desarrollo objetivo del pensamiento filosófico que hizo saltar a un primer plano no es el sistema teológico, orientado hacia la Edad Media, sino el sistema naturalista de Descartes, y dio origen a una co­ rriente que culmina en el naturalismo y lo contrapone en la forma más tajante al sistema teológico. Pero es completamente falso que el desarrollo ulterior del pensamiento filosófico lo predeterminara la propia doctrina de Descartes. El triunfo histórico de la corriente naturalista tuvo lugar no solo independiente­ mente de Descartes, sino en contra suya. Dentro de su sistema, no se aprecia en absoluto este triunfo. La corriente naturalista no lo penetra en modo al­ guno y no subordina el sistema teológico. Este último no constituye en la doc­ trina cartesiana una simple añadidura teológica como en el sistema de Spinoza. En este sentido, entre Spinoza y Descartes más que una sucesión existe una ruptura. La corriente que culmina en el naturalismo y lo contrapone de la forma más tajante al sistema teológico se contrapone simultánea e igual de tajante­ mente al sistema teológico del propio Descartes. Pero aquí retornamos de nuevo al punto que ya hemos analizado, que nuestras sendas se han separado bruscamente de las investigaciones que deseaban, lo mismo que Fischer, ver en Spinoza al pensador que fue y siguió siendo cartesiano. Debido a este error 230

fundamental, Fischer valora unilateralmente también los resultados de la lucha entre los principios mecanicista y teológico en la doctrina cartesiana de las pa­ siones. Señala que gracias a la mezcla del alma y el cuerpo en la pasión hu­ mana aquella se localiza y mecaniza. Pero, como recordaremos, no fue contra este punto de la doctrina cartesiana contra el que dirigió Spinoza su principal objeción. Trató de superar el principio espiritualista en la doctrina cartesiana de las pasiones. Es verdad que Descartes trata de suavizar la brusquedad de esa contradic­ ción en que cae con los principios de su filosofía naturalista, al afirmar que los movimientos de la glándula cerebral y a través de ellos de todo el cuerpo puede provocarlos ia influencia directa de la voluntad sobre este órgano privi­ legiado y único de nuestro cuerpo. Intenta reducir casi a la nada esta influen­ cia del espíritu sobre la actividad automática del cuerpo, debilitarla, suavizarla, disminuirla. Le parece que de ese modo el significado de principio de su hi­ pótesis de la acción mutua se paralizará. Empieza por limitar territorialmente la mezcla de las sustancias espiritual y corporal en el hombre. Le parece de esa manera que modifica sus propios principios solo en un sector limitado, con­ servando su significado en todo el enorme territorio restante del cuerpo hu­ mano. Según la metafórica expresión de Fischer, le da únicamente un pulgar del alma, olvidando en este caso que si el territorio anatómico donde se pro­ duce esta mezcla y que resulta espacialmente un punto extremadamente redu­ cido y limitado, el significado básico de su suposición conserva todo su valor universal y absoluto (ibidem, pág. 446). Según expresión de Hoffding, si se admite que el pensamiento como tal es capaz de desplazar aunque solo sea un átomo del cerebro a una millonésima de milímetro todas las leyes de la natu­ raleza se infringirán. Descartes intenta presentar la cuestión de forma que el alma comunial al cuerpo en este insignificante punto espacial también movimientos de fuerza in­ significantes. En su opinión, la glándula cerebral, como dice Spinoza, «está sus­ pendida de tal forma en el centro del cerebro que el menor movimiento de los espíritus vitales puede hacerla moverse» (Spinoza, 1933, pág. 197). La glán­ dula puede girar con facilidad y de diversos modos, ya que está suspendida. Es más, Descartes admite que el alma modifica tan solo el sentido del movi­ miento físico, sin provocar el propio movimiento. Esta idea suya, que asimiló últimamente el conocido físico Maxwell95, permite, al parecer, coordinar la idea de la influencia mecánica del alma sobre el cuerpo con la ley de la conserva­ ción de la energía, la cual «enseña que cuando la fuerza actúa perpendicular­ mente al sentido del movimiento del cuerpo no realiza un trabajo, sino que solo modifica el sentido, pero no la magnitud de la velocidad. Por eso, la ener­ gía real, medida por el cuadrado de la velocidad, sigue siendo la misma. Pero semejante conclusión -dice Hoffding- pueden utilizarla únicamente quienes estén emcondiciones de hallarle al sentido del movimiento de las partículas ce­ rebrales, y en cualquier caso no podremos evitar la dificultad que se desprende 231

de la ley de la rutina si la interpretamos como que cada variación en el sen­ tido del movimiento exige una causa externa, es decir, corporal. A fin de cuen­ tas, toda la tarea se reduce a la cuestión de si la ley de la rutina en el sentido que le damos es válida también para los procesos cerebrales relacionados con los fenómenos de la conciencia. De la resolución de esta cuestión dependerá el reconocimiento de una u otra hipótesis. Y cuando se piensa que es posible esquivar tal cuestión se rechaza al mismo tiempo todo el problema relativo al alma y al cuerpo» (1904, pág. 60). Finalmente, siguiendo esa misma dirección, Descartes procura suavizar la contradicción que surge del hecho de que sitúa el alma en el centro del cere­ bro, en el conarion, donde lo mismo que recibe realiza el movimiento de los espíritus vitales y donde pone en movimiento el cuerpo y este a la vez la mueve. El alma y el cuerpo no están mezclados en la realidad, sino en cierto modo. Están adicionados, pero no unidos en el verdadero sentido de esta palabra. Sus diferencias son mucho mayores que su unión. No es difícil darse cuenta de que todos estos intentos de suavizar el significado del principio relativo a la interacción mecánica del alma y el cuerpo expresan solo la profunda alarma que provocaba en Descartes este punto de su propia doctrina, su total impo­ tencia para superarlo más o menos satisfactoriamente, la imperdonable inge­ nuidad de tan gran pensador, que al moderar cuantitativamente sus afirmaciones trataba de reducir a la nada su significado de principio y la completa imposi­ bilidad de reconciliar este punto con los principios fundamentales de todo su sistema. A Descartes solo le restaba (como respondió a la pregunta de la prin­ cesa Isabel de cómo explicar la unión del alma y el cuerpo) reconocer que somos incapaces de concebir con claridad la diferencia de esencia entre el alma y el cuerpo y al mismo tiempo su unión, ya que lo uno contradice lo otro.

13 Podemos considerar ahora plenamente aclaradas dos de las cuatro cuestio­ nes que nos habíamos planteado respecto a la relación entre la doctrina carte­ siana de los pasiones y la teoría periférica de las emociones: 1) la cuestión relativa a la casi completa identidad entre la descripción real del esquema del propio mecanismo de la reacción emocional en ambas doctrinas, y 2) la cues­ tión relativa a la comunidad existente entre el principio mecanicista como principio explicativo fundamental de ambas teorías. Pero en el curso de la re­ solución de estas dos cuestiones estábamos obligados a tocar también una ter­ cera cuestión relacionada directamente con la segunda, precisamente la cuestión relativa a la medida en que el principio espiritualista, ligado directamente en la doctrina cartesiana al mecanicista, une o separa ambas teorías. Para resolver esta cuestión hemos de aclarar con la mayor exactitud la relación existente en una y otra doctrina entre la emoción y otros procesos psíquicos. 232

Comencemos por la doctrina de Descartes, en la que el lugar central lo ocupa el problema de la relación entre las pasiones y la voluntad. Como ya hemos visto, Descartes admite la existencia de la libertad absoluta e ilimitada de la voluntad como una fuerza puramente espiritual, condicionante de nues­ tra semejanza a Dios. El principio fundamental, que, como veremos a conti­ nuación, es el punto de contraposición de la doctrina spinoziana y cartesiana, lo formula Descartes como una tesis según la cual por eso la voluntad es mayor que la mente. Descartes considera a esta última limitada, ya que mucho es inalcanzable a su comprensión y mucho lo concibe de forma vaga y con­ fusa. Pero no hay nada a lo que la voluntad no pueda referirse afirmativa, ne­ gativa o indiferentemente. Por eso, la esfera de su acción no la limita nada. Abarca tanto lo conocido como lo no conocido, determinando con sus reso­ luciones todo el destino de la vida espiritual y corporal del hombre. Repre­ senta una magnitud incondicional, que desconoce por completo los límites naturales y constituye la última y auténtica causa de todo lo que sucede en nuestra alma. De la idea acerca de la voluntad eviterna, absoluta, no limitada por nada y o subordinada a ninguna ley natural de la voluntad se desprende también la actitud hacia las pasiones. Como hemos visto, para Descartes el origen de las pasiones tiene una base puramente mecánica. Contrapone su doctrina a los vie­ jos errores, que consideraban las pasiones como fenómenos psíquicos y eran incapaces de ver en ellas su naturaleza corporal. Solo cuando se establece el doble carácter espiritual y corporal de las pasiones resulta comprensible por qué estas pueden dominar el espíritu y esclavizar su libertad. Por tanto, las pasio­ nes contraponen la propia esencia de nuestro espíritu. Generalmente, para ex­ plicar este hecho se dividía el espíritu en dos partes: «en la racional y en la irracional, en la superior y la inferior, y se atribuían las pasiones solo a esta última. Debido a ello, se perdía la unidad del espíritu, su indivisibilidad, era como si este se dividiera en diferentes partes, lo compusieran diferentes indi­ vidualidades o espíritus, lo que daba lugar a la negación de su propia esencia» (K. Fischer, 1906, t. 1, pág. 381). Descartes plantea de forma nueva la cuestión de la lucha de la razón o la voluntad con las pasiones. Reconoce el significado central de este hecho, pero supone, dice Fischer, que esta lucha no tiene lugar en la naturaleza espiritual del hombre, que, al parecer, se subleva contra él mismo. En realidad, la lucha se produce entre dos movimientos de sentido contrario, que se comunican a través de la glándula cerebral, este órgano del espíritu: uno, por el cuerpo, a través de los espíritus vitales; otro, por el alma, a través de la voluntad; el pri­ mer movimiento es involuntario y lo determinan exclusivamente las impresio­ nes corporales, el segundo es voluntario y lo motiva la intención, establecida por la voluntad. Las impresiones corporales que despiertan los espíritus vitales en el órgano del alma a través de él y en la propia alma se transforman en el espíritu en ideas sensitivas. Si pertenecen a la clase de sensaciones corrientes, 233

dejan tranquila a la voluntad y por eso el espíritu carece de fundamento al­ guno para combatirlas. Si por el contrario inquietan y excitan nuestra volun­ tad debido a su actitud directa hacia nuestra vida constituirán pasiones, que arremeten contra la voluntad y provocan por parte de esta una reacción. La influencia procede de causas corporales. Tiene su origen en una fuerza natural necesaria y se realiza según leyes mecánicas; la fuerza de las pasiones consiste en su intensidad; la reacción es libre, actúa espiritualmente a través de una fuerza impasible. Por eso puede luchar contra las pasiones y vencerlas: la resistencia de esta fuerza la condiciona su poder sobre aquellas. El alma, ase­ diada por las impresiones de los espíritus vitales, puede comenzar a sentir te­ rror, pero animada por su propia voluntad puede conservar el valor y vencer el terror suscitado al principio por la pasión. Puede imprimir diferentes senti­ dos al órgano del alma y junto con él a los espíritus vítales, gracias a lo cual los miembros son inducidos a la lucha, mientras que el miedo los inducía a huir. Ahora está claro qué fuerzas luchan en las pasiones unas contra otras. Lo que se consideraba como lucha entre la naturaleza inferior y superior del alma, entre el ansia y la razón, entre el alma sensible y pensante, consiste de hecho en un conflicto entre el cuerpo y el alma, entre la pasión y la voluntad, entre la necesidad natural y la libertad razonable, entre la naturaleza (materia) y el alma. Incluso las almas más débiles pueden gozar del movimiento de los espí­ ritus vitales mediante la influencia en el órgano del alma y con ello dirigir las pasiones consiguiendo dominarlas plenamente. La doble naturaleza del hom­ bre condiciona la doble naturaleza de las pasiones. Surgen e influyen en la vo­ luntad como fuerzas mecánicas, pero pueden ser vencidas por la energía espiritual opuesta de la voluntad. Ahora resulta completamente comprensible el principio básico sobre el que se apoya la teoría de las pasiones en el sistema cartesiano (ibidem, págs. 282-283). Está completamente claro que en Descartes los principios naturalista y teo­ lógico no se contradicen, sino que se complementan y que solo tomados en su conjunto pueden servir de base a su teoría de la interacción entre el alma y el cuerpo, en la que las pasiones son el eslabón intermedio que traduce la energía mecánica en espiritualidad y viceversa. En este aspecto, en la doctrina de Descartes la pasión desempeña dentro del sistema de fuerzas psíquicas el mismo papel que la glándula cerebral dentro del sistema de los órganos. Exac­ tamente igual* que la glándula representa al alma en el cuerpo, la pasión re­ presenta al cuerpo en el alma. La idea principal de Descartes, que da el tono a toda la música de su doc­ trina de las pasiones, consiste, por tanto, en el reconocimiento del poder ab­ soluto de nuestra voluntad sobre las pasiones. Eso solo es completamente suficiente para renunciar para siempre al pensamiento que defiende Fischer de que el principio naturalista subordina al teológico en el sistema de Descartes. El principio del predominio incondicional y absoluto de la voluntad sobre las pasiones prueba precisamente lo contrario, que en la explicación de estas últi-

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mas el principio naturalista está subordinado íntegramente al arbitrio absoluto a semejanza de Dios del alma. Tan solo por eso, las leyes de la naturaleza re­ sultan infringidas de una vez para siempre en la vida del ser humano. Lo so­ brenatural rige lo natural, y el principio del naturalismo resulta comprometido definitivamente. Es precisamente contra ese punto contra el que dirige Spinoza toda la fuerza de su crítica y, lo que es más extraordinario para la acertada compren­ sión de su doctrina, comienza con la refutación de la idea del poder absoluto de la voluntad sobre las pasiones refiriéndose a la experiencia. «Aunque los es­ toicos pensaban que los afectos dependen absolutamente de nuestra voluntad y que podemos dirigirlos de forma ilimitada, sin embargo, la experiencia, que clama contra semejante idea, les obligó a reconocer, en contra de sus princi­ pios, que para limitar y reprimir los afectos hace falta no poco hábito y sufri­ miento» (Spinoza, 1933, pág. 197). La opinión de Descartes coincide plenamente con esta doctrina de los estoicos. Reconoce que gracias a su unión con la glándula pineal el alma percibe a través de ella todos los movimientos que se despiertan en el cuerpo y puede poner a este último en movimiento solo con ayuda de la voluntad. «Descartes afirma finalmente que aunque cada uno de los movimientos de esta glándula está ligado por la naturaleza, al pa­ recer, desde el mismo comienzo de nuestra vida a actos aislados de nuestro pensamiento, el hábito puede, no obstante, relacionarlos con otros... De aquí llega Descartes a la conclusión de que no existe un alma lo bastante impotente para no ser capaz bajo una dirección adecuada de alcanzar un poder absoluto sobre sus pasiones. Ya que estas, según su definición, consisten en percepcio­ nes, sensaciones o movimientos, relativos especialmente a ella, producidos, mantenidos, incrementados mediante determinados movimientos de los espí­ ritus vitales. Y como a todo deseo podemos unirle cualquier movimiento de la glándula y, por consiguiente, también de los espíritus vitales, la determinación de la voluntad dependerá también únicamente a nuestro poder; una vez ha­ yamos determinado nuestra voluntad, merced a otros conocidos razonamien­ tos, gracias a los cuales deseamos orientar los actos de nuestra vida y hayamos unido a estos razonamientos los movimientos de las pasiones deseadas, conse­ guiremos un poder absoluto sobre nuestras pasiones» (ibidem, págs. 197-198). Spinoza está en contra del ejemplo de Descartes citado más arriba respecto a la voluntad sobre las pasiones. Dice; Seguidamente, desearía mucho saber cuán­ tos grados de movimiento puede proporcionar el alma a esa glándula cerebral y con qué fuerza es capaz de mantenerla suspendida, ya que no sé si esta glán­ dula la mueve el alma con mayor lentitud o rapidez que los espíritus vitales ni si los movimientos de las pasiones, estrechamente unidos por nosotros con ra­ zonamientos firmes, pueden volver a separarlos causas corporales. De donde se desprende que aunque el alma presuponga seriamente ir en contra de los peli­ gros y una a esta decisión el movimiento de la audacia, no obstante, en pre­ sencia del peligro la glándula adoptará un estado en que el alma será solo capaz 235

de pensar en huir. En realidad, si no existe acritud alguna de la voluntad hacia el movimiento, tampoco existirá correlación alguna entre el poder o las fuerzas del alma y el cuerpo y, por tanto, las fuerzas de este último no podrán deter­ minarlas en absoluto las fuerzas de la primera» (ibidem, pág. 193). Nos parece que la fuerza de la objeción de Spinoza es irrebatible. Si ad­ mitimos que la voluntad vence a las pasiones actuando en calidad de fuerza mecánica, surge naturalmente la pregunta de si esta fuerza puede vencer a la de los espíritus vitales e imprimir a la glándula un movimiento contrario en el caso de que resulte -precisamente como fuerza mecánica- mayor que la fuerza de los espíritus vitales. No cabe hacer nada: si el alma se incorpora al torbe­ llino mecánico de las pasiones y actúa como fuerza mecánica, deberá some­ terse a las leyes fundamentales de la mecánica. Por consiguiente, hay que admitir que siempre y en todas las circunstancias la voluntad, incluso la vo­ luntad del alma más débil, actuará con una energía que superará la fuerza de los espíritus vitales. Pero aquí surge la segunda objeción, igual de irrebatible que la primera. La propia voluntad la excitan en la lucha contra las pasiones los espíritus vitales, cuyo movimiento lo origina la pasión y, por consiguiente, en presencia del peligro la glándula puede llegar a una situación en que el alma solo será capaz de pensar en la huida. De nuevo no cabe hacer nada: si las pa­ siones surgen en el alma a través de un movimiento puramente mecánico, de­ terminarán, por tanto, la actividad de la propia alma y la privarán de la libertad absoluta que le es inherente de adoptar tales o cuales determinaciones y deci­ siones de la voluntad. Pero por muy irrebatibles que parezcan estas objeciones, dicho con pro­ piedad, no dan en el blanco. Tienen vigor mientras que, fieles al planteamiento spinoziano, nos mantenemos dentro del plano de la explicación natural y ló­ gica. Pero en cuanto, como hace Descartes, establecemos como fundamento de las pasiones lo sobrenatural y lo irracional, entonces la monstruosa incon­ gruencia de su explicación resulta propia del milagro que, a semblanza de Dios, realiza nuestra alma cada vez que vence a las pasiones. Que Descartes recurre conscientemente a un milagro al explicar el poder absoluto de la voluntad sobre las pasiones, que evita conscientemente toda ex­ plicación natural y racional de esta cuestión, que subordina, por tanto, cons­ cientemente el principio naturalista al teológico se desprende de la distinción establecida por él entre la explicación natural y la sobrenatural que adopta del poder de la voluntad sobre las pasiones. La lejana y confusa posibilidad de se­ mejante explicación natural brilla en diferentes partes de la doctrina cartesiana. Indudablemente, se le presentó repetidas veces a Descartes, pero siempre la re­ chazó decididamente. Hablando con propiedad, la confusa posibilidad de semejante explicación natural figura en el ejemplo que hemos aportado, en el que la voluntad, exci­ tada a la huida a causa del terror, imprime sentido opuesto al órgano del alma, incita al cuerpo a luchar, mientras que el miedo lo incitaba a huir. 236

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Recordemos el punto de la doctrina de las pasiones en el que Descartes desiste de analizar las pasiones como si se produjesen en un autómata carente de sentimientos y pasa a analizar las pasiones reales del hombre, añadiendo a la compleja máquina que produce las pasiones el alma, capaz de experimentar las sensaciones o las percepciones de los movimientos de los espíritus vitales. Los movimientos de estos últimos al percibir un peligro actúan, como recor­ daremos, de doble forma: por un lado, provocan un giro de la espalda y un movimiento de las piernas, que sirven para huir y por otro provocan cambios en el corazón, que, por su parte, con ayuda de los espíritus vitales, provocan en la glándula la emoción del terror, provocando, de acuerdo con esta emo­ ción, un movimiento destinado por la propia naturaleza a producir en el alma esta pasión. Por consiguiente, cuando se despierta cualquier emoción, el alma se ve envuelta en su torbellino. Cuando se percibe el peligro, al mismo tiempo de la idea del objeto surge la del peligro. La voluntad trata involuntariamente de defender el cuerpo huyendo o luchando; por eso, se pone en movimiento espontáneamente el órgano del alma y se proporciona al curso de los espíritus vitales el impulso que predispone a los miembros a luchar o a huir. La vo­ luntad de luchar es valentía; el deseo de huir, cobardía. Valentía y cobardía no son simples sensaciones, sino excitaciones volitivas. No son simples ideas, sino movimientos del alma o pasiones (K. Fischer, 1906, t. 1, págs. 380-381). Por tanto, la voluntad participa en toda emoción. Por eso, es natural admitir que en el caso de que nos ocupamos, cuando la voluntad vence al terror que sus­ cita la pasión e incita al cuerpo a luchar, mientras que el miedo le incitaba a huir, no se trata tan solo de la lucha de dos pasiones: porque la valentía y la cobardía son igualmente pasiones que puede provocarlas también la percepción del peligro. Parece como si la voluntad enfrentase dos pasiones: la valentía y la cobardía una contra otra, venciendo una de ellas por la fuerza. En otra parte de su doctrina Descartes se acerca aún más a esta posibili­ dad de explicación natural. Distingue, como es sabido, seis pasiones iniciales o primitivas, de las que pueden extraerse, como formas derivadas o combina­ das, todas las restantes pasiones específicas o particulares. Las seis pasiones pri­ mitivas, que constituyen la base de todas las restantes, son las siguientes: el asombro, el amor, el odio, el deseo, la alegría y la tristeza. En esta relación de pasiones originales, una de ellas, precisamente el asombro, ocupa un lugar to­ talmente exclusivo. Todas las pasiones originales son positivas o negativas, ya que, según la doctrina de Descartes, la pasión no la excita el objeto en sí, sino su valor, es decir, el beneficio o perjuicio que obtenemos de ella. Pero hay otros objetos que atraen nuestra alma con irresistible fuerza, debido a la potencia y novedad de la impresión, sin excitar en absoluto nuestra sensualidad. Son pre­ cisamente estos objetos los que despiertan en nosotros la extrañeza, que resulta, por consiguiente, la única pasión que no es ni positiva ni negativa. «De todas nuestras pasiones, ninguna de ellas es tan teórica y tan cómoda para el cono­ cimiento como el asombro. Descartes está de acuerdo con Aristóteles96 en que

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la filosofía comienza por el asombro que dirige nuestra voluntad hacia el co­ nocimiento. La extrañeza da involuntariamente rienda suelta a la corriente teó­ rica y la inclina hacia el conocimiento. Por eso, a los ojos de nuestro filósofo no solo es la primera de las pasiones entre las primitivas, sino la más impor­ tante de todas» (ibidem, págs. 394-395). «Otras pasiones -dice Descartes- pueden servir para obligarnos a prestar atención a objetos útiles y nocivos, pero únicamente el asombro se fija en ob­ jetos raros»97. Por consiguiente, Descartes se acerca, extraordinariamente a la ex­ plicación natural del aspecto superior, no mecánico, en la vida de las pasiones. No solo admite que a la propia voluntad la orienta inicialmente hacia el co­ nocimiento el asombro, es decir, la pasión, y que, por consiguiente, su actua­ ción no la determina ella de por sí, debido a su libertad absoluta, sino debido a las leyes obligatorias de la naturaleza espiritual y corporal del hombre, a las que están subordinadas todas las pasiones, incluido el asombro. Es más, ad­ mite la vaga y confusa posibilidad del camino que en la explicación de la na­ turaleza superior del hombre sigue después Spinoza. Algunos investigadores, más clarividentes que Fischer, señalan precisamente este punto de la doctrina cartesiana de las pasiones como el verdadero eslabón interno de conexión entre las teorías de Descartes y Spinoza, que aproximan ambas doctrinas en mucho mayor grado que la clasificación externa del esquema de las pasiones. Estos investigadores caen en otro extremo al suponer errónea­ mente que en el mencionado punto coinciden plenamente, sin tomar en con­ sideración, primero, que la propia idea de la explicación natural de la acción de la voluntad en la pasión forma parte ya en Descartes del número de ideas vagas y confusas y, en segundo lugar, que el propio Descartes pasó decidida­ mente por alto la posibilidad de la explicación natural y se pronunció abier­ tamente a favor del principio teológico. Así, S. F. Kechekyán98 es precisamente en el punto en que la doctrina de las pasiones se aproxima naturalmente a la explicación del aspecto superior de la vida de nuestras sensaciones y donde la psicología se junta directamente con la ética donde ve la sucesión directa entre Descartes y Spinoza. AI formular en la doctrina cartesiana la solución de ¡a cuestión que estamos tratando, el inves­ tigador dice: «Estudiar el mecanismo de las pasiones humanas, esclareciendo su significado para liberar el alma, significa cumplir una tarea de la ética. Precisa­ mente en ese p¡qnto se encuentra la ética con la psicología, donde se plantea la tarea de hallar tal propiedad espiritual, tai pasión que determina por sí misma el modo moral de vida. Como enseñaría posteriormente Spinoza que los afec­ tos pueden reprimirlos tan solo otros afectos, Descartes afirma que en el pro­ pio mecanismo de las pasiones se puede hallar otra pasión que conducirá al bien supremo: a la libertad de la voluntad humana. Es importante señalar que en Descartes la moral adquiere el significado de ciencia y que, como toda ciencia, sigue el único método correcto, el de la deducción, que es reconocido como el método del conocimiento natural (S. F. Kechekyán, 1914, págs. 8-9). 238

Es verdad que el autor no puede dejar de ver que en la doctrina de la li­ bertad de la voluntad Spinoza se mantiene en posiciones opuestas a Descartes, pero, en su opinión, aquí se refleja únicamente la inconsecuencia de Descar­ tes, y nada más. «Spinoza llega obligatoriamente a negar la libertad de la vo­ luntad y aquí vuelve de nuevo a ser más consecuente que Descartes. El pensamiento de la identidad de la voluntad con la afirmación y la negación le pertenece a Descartes. Pero este último no extrae de él conclusiones peligrosas para la libertad de la conciencia y mantiene la libertad de esta respecto al co­ nocimiento y a la ilimitada arbitrariedad de sus definiciones. Spinoza, por el contrario, al interpretar el pensamiento de Descartes, considera necesario fun­ dir la voluntad y el conocimiento, viendo en ello un nuevo argumento en favor del determinismo que defendía. Así es que no se puede hablar de libertad de voluntad en el sistema de Spi­ noza. La libertad, como lo contrario a la naturaleza, no puede tener cabida en él. La libertad puede ser tan solo un elemento de esa naturaleza, no lo con­ trario a la necesidad natural, sino únicamente una de las variedades de esa ne­ cesidad. «La libertad no destruye la necesidad, sino que la presupone -dice Spinoza59- (ibidem, pág. 111). Por tanto, la coincidencia entre las dos doctrinas parece más que dudosa, por eso, en el punto central difieren radicalmente, como solo pueden diferir el determinismo y el indeterminismo, el esplritualismo y el materialismo, la explicación natural y sobrenatural del predominio de la voluntad sobre el afecto. A fin de cuentas, se trata de si admite lo superior en el hombre, su voluntad libre y razonable, su dominio sobre las propias pasiones, la explica­ ción natural, que no reduce lo superior a lo inferior, lo razonable a lo auto­ mático, lo libre a lo mecánico, sino que conserva todo el significado de este aspecto superior de nuestra vida psíquica en toda su plenitud, o si para expli­ car lo superior habremos de recurrir inevitablemente a negar las leyes de la na­ turaleza, a introducir el principio teológico y espiritualista de la voluntad absolutamente libre, no subordinada a la necesidad natural. Con otras pala­ bras, se trata de si es posible o no el conocimiento científico de las formas su­ periores de actividad consciente, de si es posible o no la psicología del hombre como ciencia y no como metafísica aplicada, como lo es en todos los idealis­ tas consecuentes, comenzando por Descartes, continuando por Lotze y termi­ nando por Bergson. Es indiscutible que a Descartes se le brindaba la posibilidad de una expli­ cación científica, natural, de la naturaleza superior del hombre, aunque muy vaga y confusamente, pero la rechazó en su totalidad y adoptó definitivamente la segunda parte de nuestra alternativa. Spinoza desarrolló la primera. Por tanto, incluso aproximándose en cierto grado en un punto de su camino, ambos pen­ sadores marcharon posteriormente en sentidos opuestos, alcanzando de forma clásica dos polos del pensamiento humano, que trataba de conocer su propia naturaleza. Por eso, debemos considerar erróneo el desarrollo ulterior de la tesis

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relativa a la sucesión entre la doctrina de Spinoza y Descartes. Al examinar la resolución del problema de Ja libertad en la doctrina de Spinoza, Kechekyán llega a la conclusion de que «el camino señalado por Spinoza no es el de la es­ clavitud hacia la libertad, sino que, desde su punto de vista, es el de una clase de esclavitud hacia otra» (ibidem, pág. 146). Aquí, nuestro investigador repite sorprendentemente casi palabra por palabra el pensamiento del propio Descar­ tes, identificando cualquier necesidad natural con la esclavitud y admitiendo solo la solución metafísica de este problema en el sentido del reconocimiento de la contraposición absoluta de la necesidad natural a la libertad de la voluntad. «En este sentido, Spinoza repite el error de Descartes. Según este último, el bien supremo debe ser en cierto sentido objeto de nuestra sensualidad y por eso deberá existir una pasión que determine por sí misma el modo moral de vida. Ese es el punto en que la psicología y la moral se entrelazan estrecha­ mente una con otra. Lo mismo sucede, como hemos visto, con Spinoza. La razón debe actuar como afecto para asegurar una vida moral. Según Descar­ tes, la generosidad es la pasión que mantiene en sus manos las riendas de la vida moral. Mientras el alma se entregue a la sensualidad será juguete de las pasiones y solo podrá superar unas pasiones sometiéndose a otras. Por tanto, alguna pasión predominará obligatoriamente en el alma. La generosidad abre el camino a la libertad. Parece que Descartes olvida que la generosidad es una pasión, verdad que de género diferente a las restantes pasiones. Por eso, en lugar de la libertad caemos, de hecho, en una nueva esclavitud, huimos del fuego y darnos en las brasas: no nos liberamos definitivamente, sino que cambiamos de señor» (ibidem, págs. 146-147). Respecto al intento de comprometer la doctrina de Spinoza sobre la liber­ tad y de demostrar que para ese pensador la libertad no es más que otra clase de esclavitud, y respecto al intento, basado en el reconocimiento del parale­ lismo psicofísico del punto de vista fundamental de la doctrina spinoziana y en la definición puramente cartesiana del concepto de libertad y esclavitud, re­ tornaremos más adelante. De momento, dejaremos esto de lado. ^Ahora deberá interesarnos lo siguiente: el propio Descartes desarrolló su idea exactamente igual que los actuales críticos cartesianos de Spinoza. Este intento de acercarse a la explicación natural de las pasiones humanas no fue en realidad para Des­ cartes más que un simple error, que inmediatamente trató de corregir, mante­ niéndose fiel al espíritu de su doctrina. Según Descartes, la base de la vida moral consiste en regular nuestros de­ seos. Como las pasiones nos empujan a actuar a través del deseo que despier­ tan, hay que regular nuestros deseos: en eso estriba la principal ventaja de la moral. Recordemos que Descartes reconoce dos medios contra nuestros deseos vanos, el primero de los cuales consiste en un estado elevado y verdadero y el segundo en el razonamiento acerca de la eviterna determinación de la marcha de las cosas gracias a la divina providencia. El primero de tales medios perte­ nece al campo de las pasiones; el segundo, al conocimiento. Surge, por tanto, 240

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esta ilusoria posibilidad de explicación natural de la libertad de la voluntad como producto del desarrollo superior de la mente y de las pasiones. Descartes ter­ mina la obra sobre las pasiones del alma señalando el medio para reprimir nues­ tras pasiones y transformarlas en la fuente de una vida alegre. Este es el único camino de la sabiduría. Pero el camino de la sabiduría atraviesa el oscuro y pe­ ligroso valle de las pasiones. Como recordaremos, entre todas las pasiones pri­ mitivas Descartes señala el asombro como la primera y más elevada de ellas. Esta emoción de naturaleza teórica constituye precisamente el impulso natural que nos obliga a seguir el camino que tiene por finalidad la sabiduría100. «Mientras estamos excitados por la fuerza de la nueva y desacostumbrada impresión, no sentimos en absoluto la utilidad o el perjuicio del objeto, lo que constituye el tema fundamental de todas las pasiones restantes. Por eso, el asom­ bro las precede, es la primera de las pasiones, no tiene nada en común con la naturaleza de las restantes que admite lo contrario» (K. Fischer, 1906, t. 1, pág. 389). Entre las formas derivadas o particulares de las pasiones, Descartes distingue diferentes tipos de asombro, en función del objeto, la rareza del cual nos sorprende, según conste de valores extraordinarios de grandeza o de in­ significancias, según seamos nosotros este objeto o lo sean otros seres libres. Por consiguiente, el asombro lleva a la apreciación de otros valores, que se ponen de manifiesto en el respeto o el desprecio, y a la valoración que se ma­ nifiesta como generosidad y orgullo o como pusilanimidad y humildad. Descartes concede un significado muy especial a la propia valoración. «Nada salta a la vista en el comportamiento del hombre, en la expresión del rostro, en los gestos y en el andar como un excepcional sentimiento de buen humor o de abatimiento de la propia personalidad. Tanto uno como otro puede ser real o falso. El respeto real hacia uno mismo lo constituye la generosidad; por el contrario, el falso lo constituye el orgullo. A la resignación real la denomina pusilanimidad; a la falsa, humildad. El criterio que permite separar lo real de lo falso en nuestra propia valoración radica exclusivamente en el objeto de estas pasiones. Solo los seres libres pueden ser objeto de respeto y desprecio, y existe tan solo un objeto verdaderamente digno de respeto: nuestra libertad de vo­ luntad, gracias a la cual predomina en nuestra naturaleza la razón y las pasio­ nes se someten. Quien haya alcanzado esta libertad de voluntad y con ello el dominio sobre sí mismo gozará de una grandeza de alma, de la que se des­ prende la sensación verdaderamente elevada y la únicamente verdadera: el es­ tado de ánimo de la generosidad... Todo respeto hacia uno mismo que no dimane del sentimiento de la grandeza del alma y de la libertad será falso, igual que toda resignación basada en otras sensaciones y no en el sentimiento de impotencia de la propia voluntad» (ibidem, págs. 389-390). Por tanto, la libertad de la voluntad, que conduce al predominio sobre las pasiones, es el único objeto capaz de provocarnos esa elevada pasión de mag­ nanimidad, que constituye una forma derivada del asombro y un caso parti­ cular de nuestra propia valoración. Pero Descartes admite también la 241

dependencia opuesta. Si acaba de reconocer la libertad de voluntad como única fuente y causa de la pasión más elevada, inmediatamente después de ello, Des­ cartes está dispuesto a reconocer que esa elevada pasión es la fuente y la causa de nuestra libertad. El vicioso círculo lógico que describe aquí su pensamiento se resuelve de modo totalmente inesperado mediante el repentino abandono de la explicación natural de la relación entre la voluntad y las pasiones y el re­ tomo a la explicación sobrenatural con ayuda del principio teológico. Recordemos que el asombro es, según Descartes, una pasión puramente teó­ rica, al final de la cual está la sabiduría. Esa pasión libera de sus lazos el ins­ tinto del conocimiento, obligándole a ir hacia el verdadero conocimiento y la verdadera valoración propios. Por consiguiente, del instinto del asombro nace la inclinación hacia el conocimiento, de este último se desprende la duda sobre la propia autenticidad y de ahí, a la luz de la razón, el asombro, que tiene por objeto el mayor y más elevado de todos los patrimonios: la libertad de la vo­ luntad. De aquí dimana el movimiento del alma que Descartes denominó grandeza de alma, el cual mantiene en sus manos las riendas de la vida moral. El círculo vicioso lógico es absolutamente evidente: por un lado, del asom­ bro nace la inclinación hacia el conocimiento, el conocimiento y la valoración propios, inclinación que abre el camino a la libertad de la voluntad; por otro, de esta última dimana la magnanimidad, la más elevada de las pasiones. El asombro abre el camino a la libertad de la voluntad, que provoca el género particular de asombro que se denomina grandeza de alma. Con otras palabras, unas veces es la pasión la que abre el camino a la libertad de la voluntad, otras es esta última la que origina la pasión. Queda solo destruir de un solo golpe este círculo vicioso para salir de él. Descartes lo hace en la doctrina del arma propia del alma, con la que esta vence a las pasiones. Mientras el alma se entrega a las pasiones es juguete suyo, puede vencer a unas, sometiéndose al mismo tiempo a otras, y de esta forma cambia un dueño por otro. Ese triunfo lo celebra ilusoriamente no el alma, sino una de sus pasiones, en cuanto al alma en sí, continúa sin ser libre. Si, por el con­ trario, el alma, con ayuda de la fuerza de su voluntad y libertad, mediante un conocimiento claro y definido, ha conseguido elevarse por encima de estas an­ sias, entonces vencerá con su propia arma y por eso su victoria será verdadera. Esa victoria es el triunfo de la libertad del alma. «Lo que llamo su propia arma, aclara Descartas, son los inconmovibles y auténticos razonamientos sobre el bien y el mal, conforme a los cuales ha decidido actuar el alma. Solo las almas más débiles no pagan tributo al conocimiento y permiten a su voluntad seguir a diferentes pasiones, tanto en un sentido como en el opuesto. Estas pasiones dirigen la voluntad en contra suya, llevando el alma al más desastroso estado en que pueda encontrarse. Así, por un lado, el terror nos presenta la muerte como un grandísimo mal, que solo se puede evitar con la huida, mientras que, por otro lado, la ambición nos obliga a considerar tan vergonzosa huida como un mal todavía mayor que la muerte. Ambas pasiones arrastran la voluntad en 242

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diferentes sentidos y esta cae bajo la influencia de una o de otra, lucha per­ manentemente consigo misma, convirtiendo de este modo la situación del alma en servil y desastrosa» (ibidem, págs. 397-398; compárese: R. Descartes, Las pasiones del alma, parte 1, § 48). En este filosofema, el cual afirma que la voluntad vence a las pasiones con su propia arma, sin enfrentar una a otra, sin recurrir a la pasión de la mag­ nanimidad, que Descartes considera algo así como la clave de todas las demás virtudes y el principal medio contra la embriaguez de las pasiones, este úl­ timo, según la acertada afirmación de Fischer, «retorna a sus profundísimas tesis» (1906, t. 1, pág. 398), es decir, a la doctrina en la total contraposición entre la naturaleza espiritual y corporal del hombre y a la idea de la inde­ pendencia absoluta de la voluntad. Descartes considera de nuevo el triunfo de la voluntad sobre las pasiones como el triunfo del alma sobre la natura­ leza; podía haber repetido de nuevo la tesis que atacó Spinoza: no existe un alma tan importante que bien dirigida no se halle en situación de alcanzar un poder absoluto sobre sus pasiones; incluso las almas más débiles, mediante la influencia en el órgano del alma, pueden apoderarse del movimiento de los espíritus vitales y con ello dirigir las pasiones para lograr el total predominio sobre ellas. La posibilidad de explicar de forma natural lo supremo en el hombre, la libertad humana, resultó en efecto ilusoria. Como la telaraña más fina, como la sombra inmaterial de su principio naturalista, se trasluce a través de los só­ lidos hilos fundamentales de su sistema y se rompe sin llegar al final. Por eso, Descartes, como hemos visto, no logra siempre establecer con precisión la di­ ferencia entre las pasiones del alma y las de una máquina insensible. Por eso, el triunfo de la voluntad sobre las pasiones resulta, según la acertada observa­ ción de Fischer, no el triunfo de la naturaleza superior del alma sobre la infe­ rior, de las pasiones elevadas sobre las bajas pasiones, sino el triunfo de la voluntad sobre la pasión, de la libertad sobre la necesidad, del alma sobre la naturaleza (ibidem, págs. 398-399).

14 La relación entre las pasiones y la voluntad, como se perfila en la doc­ trina cartesiana, se nos aparece ahora en su verdadero y auténtico significado. Para esclarecer todo el problema falta aún examinar la relación entre las pa­ siones y el pensamiento, entre los elementos cognitivos y emocionales de nuestra vida psíquica. Durante largo tiempo, los más diversos investigadores consideraban la doc­ trina cartesiana de las pasiones como el máximo triunfo del intelectualismo, que reducía el sentimiento a procesos puramente cognitivos. Descartes, en efecto, asigna ese lugar en la doctrina de las pasiones al papel de los elemen-

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tos intelectuales; según acertada observación de Sergi, un investigador como Lange puede no apreciar en su «Tratado de las pasiones...» más que esos ele­ mentos y considerarle de buena fe el inventor de la teoría visceral. Sergi, en su aspiración a considerar a Descartes como al auténtico fundador de esta teo­ ría, está dispuesto incluso a lamentar en cierto modo que este último disperse un poco a lo largo de su «Tratado» la tesis según la cual la percepción, el re­ cuerdo, la opinión, la idea de cualquier objeto querido, odiado o terrible sea la causa del amor, el odio, la ira o el terror. Así, la alegría procede, según Des­ cartes, de la opinión de que somos dueños de un determinado bien. J. Sergi trata de tranquilizar su alarma, y señala: el lector que piense fisio­ lógicamente con madurez no puede tener nada en contra de la afirmación de Descartes de que la opinión es la causa de las emociones. Pero Sergi tiene que reconocer que todo marchó de forma sencilla y recta mientras vimos en el hom­ bre, que consta de cuerpo y alma, tan solo una máquina capaz de experimen­ tar una pasión gracias únicamente al juego de los órganos internos. El camino de la teoría visceral se convierte en pesado y difícil en el momento en que esta ha de tener en cuenta todas las restantes partes de la máquina y los demás as­ pectos del alma, concretamente, cuando junto con las pasiones ha de contar con las relaciones entre estas y otros fenómenos psicológicos. Y en efecto, aquí nuestra teoría tropieza con dificultades sin precedentes. La teoría comienza a oscilar claramente entre dos posibles causas de expli­ cación de las emociones. Por un lado, se considera que la causa de las emo­ ciones estriba en un estado orgánico específico, que a través de los espíritus vitales y de la glándula cerebral percibe el alma como una pasión. Por otro lado, aparece como causa de las emociones la sensación, la percepción, la opi­ nión, la idea. Parece como si la interpretación visceral e intelectual de las emo­ ciones se equilibrasen entre sí en los platillos de la balanza cartesiana. Pero eso es tan solo un equilibrio aparente. En realidad, el platillo con la explicación visceral pesa más. Descartes introduce la diferenciación entre las causas más cercanas o últi­ mas y las lejanas o causas originarias. La última (más cercana) causa de las pa­ siones del alma, dice Descartes, la constituye exclusivamente el movimiento que produce el alma en la pequeña glándula situada en medio del cerebro. Es ne­ cesario investigar la fuente de las pasiones y examinar sus causas originarias. Estas resultan ser las sensaciones y las ideas. Según considera Sergi, en esta di­ ferenciación,-la teoría visceral no cede a la intelectual ni un palmo de su te­ rritorio. La demostración de ello la ve en que la teoría es capaz de prescindir por completo de las causas lejanas, que pueden faltar en ciertos casos, condi­ cionados tan solo por la causa más cercana: el juego de los espíritus, determi­ nado por el estado general del organismo. Cuando estamos completamente sanos experimentamos el sentimiento de alegría, que no lo provoca ninguna función, sino simplemente las impresiones producidas en el cerebro por los mo­ vimientos de los espíritus. Exactamente igual nos sentimos tristes cuando es-

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tamos indispuestos, a pesar de que no sepamos en absoluto qué es lo que nos sucede. De este modo, Descartes mantiene pura su explicación inicial y delimita tajantemente, por un lado, los estados sensoriales e intelectuales que preceden a las emociones y, por otro, las pasiones. La sensación y el sentido le parecen separados hasta tal punto que incluso donde están tan estrechamente fundi­ dos, que, como hemos visto, dan motivo a muchos investigadores, a conti­ nuación de Strumpf, a destacar una clase especial de impresiones de las sensaciones de los sentidos (por ejemplo, la sensación de dolor), no encuentra relación interna alguna entre uno y otro elemento de la conciencia. Fiel a su principio, que reconoce la completa absurdidad de la impresión emocional, Descartes no encuentra una relación comprensible, explicable, posible en general y psicológicamente experimentada entre la emoción como tal y el estado sensorial o intelectual, que experimentamos fenomenalmente como momentos que se funden de inmediato con el sentimiento que los acompaña. Operando con abstracciones muertas, separadas de un modo ló­ gicamente formal, Descartes considera igualmente posible e igualmente com­ prensible para la conciencia cualquier combinación matemática entre las sensaciones y los sentimientos, cualquier cambio en las combinaciones que conocemos a través de la experiencia directa de la sensación y el sentimiento de una impresión. Así, Descartes establece una diferencia rigurosa entre la alegría y la pena por un lado y la satisfacción y el dolor por otro. Las primeras, como pasio­ nes, no solo se distinguen de las segundas, como sensaciones, sino que pue­ den ser separadas completamente de ellas. Es fácil figurarse que el dolor se experimentará con igual indiferencia emocional como la sensación más banal. Si penetramos hasta el fondo el significado del método cartesiano, podemos incluso admirarnos de que al dolor le acompañe con tanta frecuencia la pena y a la satisfacción la alegría, que la sensación de hambre y de deseo que se re­ flejan en el apetito constituyan fenómenos colaterales relacionados entre sí. No cabe expresar con mayor claridad y agudeza la tesis de la total absur­ didad, la absoluta causalidad, la completa carencia de estructura e incoheren­ cia que reinan en el campo de las relaciones entre las pasiones y los procesos cognoscitivos. Cualquier combinación resultará igual de absurda y por tanto igual de posible. Incluso la relación entre el hambre y el apetito resultaba in­ comprensible y absurda y provoca nuestro asombro, como, por cierto, toda re­ lación entre la sensación y el deseo, entre la percepción y el sentimiento. Aquí, donde la afirmación de lo absurdo de las pasiones alcanza su apogeo, donde cualquier unión de todo con todo se convierte en el único principio rector de la explicación psicológica, donde las combinaciones algebraicas de abstraccio­ nes muertas celebran su máximo triunfo, donde se ha hecho desaparecer el úl­ timo soplo de vida psíquica animada, donde la música de las pasiones, empleando el lenguaje del Salieripushkiniano, está descompuesta como un ca-

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dáver101, aquí, hablando con rigor, Descartes solo lleva a un final lógico la idea fundamental del origen mecánico de las pasiones. Es verdad, que como ya hemos señalado, no logra, no obstante, evitar lo que más teme: la explicación, de hecho sensualista, de las emociones. Con esto ha de estar de acuerdo Sergi, que trata a toda costa de demostrar el triunfo de la teoría visceral en la doctrina cartesiana de las pasiones. Supone incluso que en este punto crítico los caminos de Descartes y James divergen en sentidos opuestos. Este punto crítico de toda la doctrina se nos descubre en el minuto en que al diferenciar bruscamente las pasiones de las percepciones y las sensa­ ciones de los objetos externos, habremos de reconocer, queramos o no, que a fin de cuentas la pasión no es más que una sensación, confusa, no diferenciada, global, del estado general del organismo. Resulta entonces que ya no existen pasiones o emociones, sino únicamente sensaciones. Asustado de tal resultado, razona Sergi, James cae en la teoría spinoziana y se desvía del camino marcado por Descartes. Que eso no es así, lo hemos visto anteriormente al establecer, junto con Claparède, que también la teoría de James nos lleva inevitablemente a semejante disolución de las emociones en las pasiones. Al intentar salvar esta situación, Claparède expone el concepto creado por él de percepción sincrética. Si la emoción es tan solo el conocimiento de cambios orgánicos periféricos, ¿por qué se percibe como una emoción y no como una sensación orgánica? ¿Por qué, cuando estoy asustado experimento el sentimiento de terror y no unas simples sensaciones orgánicas de latidos del corazón, temblor, etcétera? Por tanto, contra este escollo sensualista se estrellan igualmente la teoría de James y la de Descartes. Claparède intenta salvar la situación recurriendo al principio estructural, actualmente de moda -esta nueva oca de los huevos de oro—. La emoción resulta ser una estructura que aúna diversas sensaciones or­ gánicas. No es más que una confusa percepción general de una serie de sen­ saciones unidas que el autor denomina percepción sincrética. Con otras palabras, la emoción es la conciencia del estado general del organismo. Como vemos, la interpretación de Descartes y de James se diferencian tan solo en una cosa: en el reconocimiento del carácter estructural o no estructural de las sensaciones a que ambos pensadores, en contra de su propia voluntad, se ven obligados a reducir la emoción. Si recordamos que el propio James se pasaba magnífica­ mente sin el correctivo estructural que añadía Claparède a su teoría y que en todo lo demás Sergi y Claparède, al interpretar cada uno la teoría de su ante­ cesor, coinciden plenamente, literal y textualmente, incluso en su formulación final, que reduce la emoción a la sensación global del estado orgánico general, se puede considerar que el acuerdo entre James y Descartes, que Sergi trató de hacer vacilar en este punto, se ha restablecido de nuevo. Ambos siguen el mismo camino y no resulta nada extraño que tropiecen con idénticas dificultades. La divergencia entre James y Descartes tiene efectivamente lugar, pero no se produce donde quiere verla Sergi: respecto a la explicación sensualista de las emociones, sino en cierto detalle, verdaderamente importante, de la descrip-

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ción real del propio mecanismo emocional. En este punto, la teoría de Lange mantiene una línea más estricta y consecuente respecto a la doctrina cartesiana que la hipótesis de James. Como es sabido, este incluye entre las manifesta­ ciones corporales de las emociones, que le sirven de fuente y de causa verda­ dera, junto con los cambios viscerales también los motores: mímicos, pantomímicos y la manifestación de las emociones en actos y procederes. Como señala acertadamente Sergi, Descartes está en este sentido cercano a James. En los movimientos, en los que se manifiesta la emoción, Descartes diferencia siem­ pre el movimiento interno (produce la sensación más emocional) y el movi­ miento externo (es la expresión de la emoción o sirve los intereses de la máquina que siente la pasión). Para Descartes, como para la opinión corriente, la huida no es la causa del terror y la agresividad no lo es de la ira. Podemos continuar experimentando terror o ira, interrumpiendo volunta­ riamente el movimiento de huida y ataque. Las pasiones continuarán estando presentes en el alma en tanto no se interrumpa el estado orgánico que las ha provocado, y lo único que puede hacer la voluntad es mostrarse disconforme con los actos que se desprenden de estas pasiones. Como recordaremos, la vo­ luntad puede dar al órgano del alma un sentido opuesto al que determina el terror, gracias a lo cual el cuerpo se ve incitado a luchar, mientras que el miedo lo incitaba a huir. La mímica que acompaña a nuestras emociones surge, en opinión de Des­ cartes, de modo casual, gracias a las conexiones de los servicios que la rigen con el aparato digestivo y respiratorio, gracias a que el nervio facial y el sexto par de nervios tienen su origen en las zonas vecinas del cerebro y los ponen simultáneamente en movimiento los espíritus vitales. Sergi señala con satisfac­ ción que también al explicar la mímica Descartes se mantiene fiel hasta el final a la idea fundamental, no encontrando en ella ni expresión, ni causa, ni con­ comitantes útiles de las emociones, no encontrando en general en ella sentido alguno, viendo tan solo un acompañamiento casual e indiferente que sigue el juego de las reacciones emocionales. Para él, el mérito de Descartes consiste en que se mantiene más fiel al punto de vista del fisiólogo y del físico que Darwin, Wundt y Spencer.

15 Al parecer, solo en un punto diverge radicalmente la teoría de James de la doctrina cartesiana. La cuestión relativa a la posibilidad de las emociones ante la total ausencia de cambios periféricos y concretamente viscerales separa a ambas teorías. Esta cuestión guarda relación directa con la posible existencia de sensaciones centrífugas. Como es sabido, James se manifestó duramente con­ tra la teoría de Wundt, que admitía semejante posibilidad en forma de la pre­ sencia de sensaciones de inervación.

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Esta posibilidad la admite también Descartes. En su doctrina, la corriente fisiológica, como dice Sergi, se cruza a cada paso con otras corrientes y no ofrece dificultad alguna extraer de su «Tratado» una teoría intelectualista o finalista, es decir, teológica de las emociones. Si estas ramificaciones del camino princi­ pal no pueden en lo fundamental hacer vacilar la concepción general de Des­ cartes, hay un punto en que el cruce de la teoría visceral con la intelectualista se manifiesta de forma tan patente que es imposible eludirlo. Ambas teorías se entrecruzan precisamente en la cuestión relativa a ¡a posibilidad de estados emo­ cionales que no surgen visceralmente. ¿Cabe admitir que junto con emocio­ nes-sensaciones existan emociones intelectuales, libres de toda confusión con un estado corporal? ¿Es posible experimentar una pasión cuando los órganos internos guardan un silencio total? Descartes responde afirmativamente a esta pregunta. Admite que todas las percepciones, incluidas las emociones, pueden surgir no solo mediante un pro­ cedimiento centrípeto, sino también centrífugo. Repite numerosas veces que la última causa material de la percepción la constituye el movimiento específico de los espíritus a su salida de la glándula en dirección del centro de los ner­ vios. La causa material más cercana de la percepción resulta no el movimiento central, sino centrífugo. Por tanto, la doctrina cartesiana encierra en su forma más general la teoría centrífuga de los fenómenos psíquicos. Comúnmente, para inducir a ¡os espíritus a salir de la glándula, lo que es necesario para Ja per­ cepción, hacen falta cambios en la retina, el oído, la piel, los órganos inter­ nos. Pero las alucinaciones, los sueños, las ilusiones de ¡os amputados muestran que el hecho puede producirse también de otra forma y que los espíritus pue­ den provocar sensaciones sin haber sido excitados por un objeto determinado. En ocasiones, Descartes generaliza esto y hace pensar que los movimientos de los espíritus, que provocan todas las percepciones, pueden ser debidos a cau­ sas distintas de las que las condicionan en los casos normales. La idea del mo­ vimiento de nuestros miembros, dice Descartes, consiste únicamente en que los espíritus salen de la glándula, dirigiéndose hacia fuera de un modo deter­ minado. Los movimientos de los miembros y sus ideas pueden ser causa unos de otras. Es suficiente que los espíritus salgan de la glándula y se dirijan hacia el nervio óptico para que percibamos un objeto cualquiera. Es suficiente que los espíritus se dirijan hacia el nervio motor para que sintamos el movimiento. Es suficiente que los espíritus se dirijan al nervio cardíaco y que seamos ca­ paces de contraerlo para que experimentemos la sensación de pena. Las pasio­ nes las producen los espíritus por tanto por cuanto se dirigen a la sexta pareja. Para que se produzca el movimiento de los miembros es necesario que los espíritus lleguen a los músculos, pero para que surja la percepción de este mo­ vimiento es suficiente que los espíritus salgan de la glándula del correspondiente modo. Por eso, para que surjan las emociones no hace falta que los espíritus provoquen en la periferia, en la cavidad torácica y en la cavidad abdominal la correspondiente tormenta visceral. Basta con que los espíritus abandonen la 248

glándula como convenga. El resultado de ello hace posible las pasiones man­ teniéndose en silencio total los órganos viscerales. Sin embargo, el propio Descartes no se da cuenta de todo el significado y toda la importancia de la teoría centrífuga de las emociones. No extrae de ella las conclusiones necesarias. Según observa Sergi, a Descartes se le pueden apli­ car plenamente en este sentido sus severas palabras pronunciadas con respecto a Aristóteles: solo causalmente logra decir algo acerca de la verdad. Tan solo los continuadores de Descartes llegaron a la conclusión más importantes de la teoría centrífuga -la posibilidad de emociones en ausencia de cambios visce­ rales—. Al propio Descartes se le pasó por alto esta conclusión. No obstante, parece que una vez se dio cuenta de ella. Tropezamos como de paso con una observación suya: cuando el objeto del amor, del deseo, del odio, de la pena o de la alegría ocupa hasta tal extremo el alma que todos los espíritus que se hallan en la glándula participan en el proceso de su representación en el alma y no pueden por tanto servir a una determinada manifestación motora, el cuerpo permanecerá inerte. Se trata de un éxtasis, de una gran emoción, sin manifestaciones internas y externas de ningún género. Esta observación es suficiente para hacer saltar por los aires toda la cons­ trucción precedente. Actúa como la chispa sobre la pólvora encerrada dentro de la teoría centrífuga de las emociones. Provoca una catástrofe. «¿Qué significa eso?» -pregunta desconcertado Sergi-. Estamos ante una emoción que se manifiesta en todo su esplendor, no solo sin participación alguna de los órganos viscerales, sino incluso sin la intervención de las neuronas motoras, sin la posibilidad de recurrir ni siquiera a la teoría centrífuga. Es la destrucción total de la teoría vis­ ceral, que nos precipita hacia el puro sensualismo o intelectuaíismo. Retornamos a la diferenciación clásica entre las pasiones como sensaciones y las emociones intelectuales, que no dependen del cuerpo. Se abren aquí nuevos horizontes, se ofrecen nuevos puntos de vista, el camino se vuelve más sinuoso y difícil. La teoría centrífuga de las emociones, que abre la posibilidad de negar por completo la teoría centrípeta opuesta a ella, que constituye el núcleo de la teo­ ría cartesiana de las pasiones, encontró también sus herederos y sus continua­ dores en la psicología experimental modernos, que hasta ahora está tan plenamente impregnada de las ideas de Descartes y las vive hasta tal punto que puede ser considerada con pleno derecho como su criatura. Se puede mostrar -y en eso consiste la tarea del presente apartado de nuestra investigación- que todas las contradicciones principales de la psicología moderna, tanto las que constituyen el fundamento de su crisis como las que se refieren a problemas aislados y particulares suyos son contradicciones originarias de la doctrina car­ tesiana de las pasiones. En este sentido, no conocemos ningún otro libro la investigación del cual sea tan central en cuanto a su significado para comprender el verdadero valor histórico de todo el pasado de la ciencia psicológica y de su crisis, actual como este último y culminante trabajo de Descartes, su «Tratado de las pasiones...». Se puede afirmar con plena razón que este «Tratado», que

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hoy día pocos conocen y que está muy lejos de ser central entre todas las obras de Descartes, constituye el principio de toda la psicología moderna y de todas sus desgarradoras contradicciones. Todas las contradicciones del sistema cartesiano, reunidas como en un foco en su doctrina de las pasiones -si recurrimos a un término musical-, el tema fundamental, respecto al cual toda la psicología moderna no es más que va­ riaciones que sostienen y desarrollan este tema fundamental. A lo largo de la evolución de la ciencia psicológica, la doctrina cartesiana se ha descompuesto en una serie de concepciones y corrientes aisladas, que por su aspecto externo o por el modo en que han sido tratadas por determinados investigadores o por determinados sistemas psicológicos constituyen algo así como corrientes inde­ pendientes, lógicamente acabadas, aisladas del pensamiento científico, brusca­ mente contrapuestas a otras corrientes que proceden de esa misma fuente cartesiana y que entablan con ellas frecuentemente una lucha encarnizada. El sistema de las ideas psicológicas de Descartes, internamente contradictorio en su propio fundamento, no podía no descomponerse a lo largo del desarrollo científico en corrientes teóricas independientes del pensamiento psicológico en­ frentadas unas a otras. Por eso es por lo que no encontramos en ninguno de los sistemas psicológicos modernos la realización completa de la doctrina car­ tesiana. Por doquier, fragmentos; por doquier, únicamente partes internamente desgajadas de la grandiosa construcción de esa doctrina. Pero si abandonamos los límites de corrientes psicológicas aisladas y de cien­ tíficos aislados, si nos elevamos por encima de ellos y dentro del plan de una investigación histórica examinamos las fuentes y raíces de tan opuestos siste­ mas, si con ayuda de una investigación teórica, en esencia filosófica, de los pro­ blemas fundamentales de la psicología moderna descubrimos su unidad y conexión internas y mostramos que tras esta lucha de opiniones se hallan las contradicciones inherentes a la propia doctrina cartesiana, veremos que con fre­ cuencia teorías polares no aparecen tanto como enemigas, sino como gemelas, no tanto como oposiciones que se excluyen unas a otras en el plano del saber empírico, sino como conceptos correlativos que se presuponen mutuamente y son imposibles el uno sin el otro, como lo es la derecha sin la izquierda. Esto lo hemos visto ya en el ejemplo de la contradicción fundamental de toda la crisis psicológica actual: en el problema de la psicología explicativa y descrip­ tiva. Ahora volveremos a tener ocasión de convencernos de ello con motivo del análisis de la citada más arriba doctrina de Descartes sobre las primeras y las últimas, las próximas y lejanas causas de las pasiones, ya que el problema de la explicación causal es el problema fundamental de la posibilidad de la psi­ cología como ciencia, que ha engendrado la división histórica en psicología ex­ plicativa y descriptiva. En este aspecto, el problema de la causalidad constituye la piedra angular de toda la crisis de la psicología. El verdadero conocimiento tan solo es posible como conocimiento causal. ¿Es posible la psicología como ciencia causal y en general es posible aplicar por 250 \

principio la explicación causal, que constituye la propia base de la cognición científica de las regularidades y del determinismo de todo lo que tiene lugar, al mundo de la vida psíquica superior? ¿Es posible, por tanto, la cognición cien­ tífica de lo supremo en el hombre? ¿Es posible en general la psicología del hom­ bre como ciencia o tan solo es posible como metafísica aplicada? Sobre esta cuestión y exclusivamente sobre ella gira la discusión entre la psicología expli­ cativa y la descriptiva. En este sentido, cabe decir que la aparente oposición entre los dos gemelos del conocimiento psicológico moderno está encerrada ya en germen en la unidad de la contradictoria doctrina de Descartes sobre la causa original y las causas próximas de las pasiones. Pero como del mismo modo que, tras este problema general de principio, del que depende toda la existencia, todo el destino de ¡a psicología como ciencia, se hallan las contradicciones de este, sistema, no resueltas en la doctrina cartesiana, que lleva a cabo, por un lado, el principio mecánico absoluto, matemático de la explicación causal mecánica, y por otro -que rebate ese mismo principio en un único e insignificante punto de infinita extensión-, en la glándula cerebral del hombre, las igualmente no resueltas contradicciones de la doctrina cartesiana de las pasiones, esta vez contradicciones de carácter real, como contradicciones entre las teorías centrípeta y centrífuga de las pasiones, que acabamos de constatar, están tras la controversia psicológica concreta y particular entre las doctrinas que ad­ miten únicamente el origen periférico de las sensaciones que surgen de la influencia del mundo externo en nuestros órganos de los sentidos y entre las doctrinas que admiten también, junto con el origen periférico de las sensaciones, su origen cen­ tral, el cual permite al alma conocer directamente qué actividad tiene lugar en su órgano principal, en el cerebro del hombre. En este sentido, consideramos que la conclusión a que llega Dunlap en su investigación histórica del aspecto teórico de la psicología es irrebatible y fun­ damental en cuanto a su significado. Descartes, dice este investigador, que es reconocido por todos como el primero entre los fundadores de la teoría psi­ cológica moderna, crea con su mano derecha el objeto de la psicología, mien­ tras que con la izquierda destruye, puede que involuntariamente, sus fundamentos y hace inclinarse decididamente hacia la derecha a toda la es­ tructura de esta ciencia, inclinación que se mantiene durante un prolongado período de su desarrollo ulterior. En el «Tratado de las pasiones del alma» co­ loca la primera piedra angular de la psicología fisiológica y de toda la teoría reactológica moderna, a pesar de que su teoría reactológica particular había sido abandonada. En los razonamientos sobre el método, así como también en sus «Principios...», se inclina a fundamentar el objeto de la psicología de acuerdo con el sentido común, preparando de antemano de este modo el camino a las nefastas doctrinas del paralelismo psicofísico y del dualismo epistemológico, que fueron desarrolladas directamente por Malebranche y adoptadas a través suya por J. Locke y que constituyeron el plano arquitectónico de la evolución de la psicología durante los tres siglos siguientes.

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Nos hallamos ante la sorprendente coincidencia de dos doctrinas, que lle­ van a partir de dos extremos opuestos al establecimiento del hecho que toda la discusión acerca del destino de la teoría periférica de las emociones tiene su origen, dicho con propiedad, en la contradicción entre las teorías perifé­ rica y central de las pasiones, contradicciones que, debido no solo al descuido del gran autor, se han visto unidas tranquilamente en la doctrina cartesiana. Una de estas investigaciones hemos tenido ya ocasión de citarla. Como hemos visto, muestra de modo convincente que en cierto aspecto la vieja y nueva discusión entre las teorías periférica y central del origen de las sensaciones y las emociones, es decir, la vieja discusión entre James y Wundt y la nueva entre los continuadores de James y fundadores de la moderna teoría central de las emociones, como Cannon, Dana, Head y otros, es de hecho la reno­ vación en una nueva forma y en una nueva etapa de desarrollo de la ciencia psicológica de la misma controversia que está latente en la doctrina de Des­ cartes de las pasiones. J. Sergi llega a establecer este hecho después de analizar el destino de la doctrina cartesiana en la psicología moderna de las emociones. Al hablar de la teoría centrífuga de las pasiones contenidas en la mencionada doctrina junto con la teoría centrípeta, Sergi recuerda con acierto a Wudt y a su fa­ mosa teoría de las sensaciones de inervación. De acuerdo con esta teoría, aparte de las sensaciones motoras periféricas, se admite la existencia de sensaciones motoras de origen central, las cuales surgen gracias a la interacción entre los centros motores y sensoriales, que permiten a la conciencia percibir directa­ mente los impulsos motores en el momento de su aparición. Este conocimiento directo de la aparición del impulso motor es precisamente la sensación de inervación. En los casos de parálisis y de la ausencia de cualquier excitación de los nervios sensibles de nuestra musculatura, por consiguiente, de la au­ sencia total e incluso de la imposibilidad de cualquier movimiento corporal podemos, sin embargo, conservar la sensación de nuestros impulsos motores, de nuestras intenciones motoras. Gracias a ello, un hemipléjico puede tener alucinaciones motoras. El significado de principio de la teoría de las sensaciones por inervación no está claro hasta el final ni para el propio Wundt ni para sus enemigos. Esta teoría despertó únicamente en el autor la conciencia de un principio totalmente nuevo, introducido por ella en la psicología fisiológica, de un principio que estaba en franca contradicción con la doctrina del origen periférico de cual­ quier sensación universalmente reconocida, la cual había encontrado induda­ bles confirmaciones reales, en la doctrina del origen periférico de toda sensación, finalmente, de un principio que permitía presentar de una forma más com­ pleta la relación entre los procesos psíquicos y fisiológicos en el acto de la in­ tención volitiva. Esta teoría descubría nuevos horizontes, aunque totalmente confusos. Per­ mitía confiar vagamente en que con su ayuda los complejos procesos volitivos 252 \

podrían obtener una explicación natural, causal, psicofisiológica, que no se ve­ rían reducidos, por un lado, al simple mecanismo de la costumbre, construido en el torbellino de los momentos centrales y periféricos de un acto motor cual­ quiera, y por otro, no serían confiados totalmente al criterio de las teorías es­ piritualistas, que excluían toda posibilidad de una explicación científico-natural. De eso se daban también cuenta sus enemigos. Por eso, la teoría fue objeto por una parte de una crítica despiadada, que no puede compararse con la crítica de la teoría periférica de las emociones de James. Los enemigos, lo mismo que el autor de la teoría, reconocían también insuficientemente su importancia de principio y la combatían más con argumentos de carácter reai que filosófico. Solo posteriormente quedó completamente claro que la teoría de las sen­ saciones por inervación, que no se contrapone de forma visible y manifiesta a la teoría periférica de las emociones, es en esencia su antagonista básico, ya que expresa la tendencia filosófica opuesta a la que se manifiesta en ella. Tras Wundt y su teoría de las sensaciones por inervación estaba Descartes con su teoría centrífuga de las pasiones, lo mismo que tras James y su teoría perifé­ rica de las emociones estaba el mismo Descartes con su teoría centrípeta del origen mecánico de los movimientos del alma como sensaciones y percepcio­ nes de los cambios viscerales. Aquí se produjo lo que dijimos anteriormente: el contradictorio sistema de la doctrina cartesiana se descompuso en sus elementos integrantes y a cada uno de sus enemigos le correspondió el honor de desarrollar y defender una de sus partes contra la otra. James combatía a Wundt y la teoría de las sensaciones centrales, que le parecía fantástica. El último rechazaba la teoría periférica de las emociones del primero. En ambos casos, una parte de la doctrina carte­ siana se rebelaba contra la otra, el sistema cartesiano se hacía pedazos a con­ secuencia de las contradicciones que le desgarraban. Pero en uno y otro caso la psicología fisiológica no logró salir del círculo vicioso de este sistema, que parecía ser la barrera fatal que limitaba el desarrollo del pensamiento psicoló­ gico: resultaba imposible superarlo. J. Sergi traró en todo momento de demostrar que la teoría de James-Lange está, por su contenido básico y real, dentro de la doctrina de Descartes. Eso lo consiguió mientras consideró un aspecto de la doctrina. En cuanto tuvo que tocar otro aspecto, que se refería a la teoría del origen centrífugo de las emo­ ciones, tuvo que olvidarse durante algún tiempo, como él mismo reconoció, de James y de Lange y recurrir a la tesis opuesta a todo el espíritu de su teo­ ría (que a James no le gustaba y a la que combatía) para buscar huellas de esa semiolvidada parte de la doctrina cartesiana, perdida en la psicología moderna. La mencionada tesis, dice Sergi, fue objeto de una dura crítica, pero el autor la desarrolló perfeccionándola y la tesis pudo renacer. Como veremos más ade­ lante, la predicción se cumplió en realidad. Sin embargo, antes de hablar de ello, hay que examinar más de cerca la relación entre la teoría de Wundt y la doctrina cartesiana.

Lo que encontramos en Descartes, dice Sergi sobre la teoría de las sensa­ ciones por inervación, tiene un significado mucho más general e incluye, junto con las sensaciones motoras, toda clase de percepciones, que abarcan también las pasiones. Descartes repite que la última causa material de las percepciones la constituye siempre el movimiento específico de los espíritus cuando salen, cuando fluyen de la glándula, cuando la abandonan, dirigiéndose desde el cen­ tro hacia los nervios. Reconoce que la causa material más cercana de toda per­ cepción no es el movimiento centrípeto, sino el centrífugo, y por eso su doctrina de las pasiones encierra plenamente y además en la forma más gene­ ral la teoría centrífuga de los fenómenos psicológicos. En su deseo de hacer una completa apología de la doctrina cartesiana, tan típica para una determinada corriente de la psicología moderna, deseosa de ver en ella la posibilidad de reconciliar los planteamientos naturalista y teo­ lógico del alma humana, Sergi defiende el siguiente pensamiento. Donde James se manifiesta contrario a Descartes, donde difiere de la teoría centrí­ fuga de las pasiones, ahí se pone en verdad del lado del gran filósofo y de sus continuadores, es decir, de los creadores de la teoría de las sensaciones por inervación -esta última encarnación de la idea cartesiana- Sergi encuentra para ello incluso confirmaciones reales. Le parece que la consecuencia natural de las ideas sobre el origen central de las sensaciones estriba en el reconocimiento del hecho de la posible existencia de las pasiones estando en silencio absoluto los órganos internos, ya que los espíritus provocan pasiones incluso sin llegar a alcanzar en algunos casos estos órganos y sin producir en ellos cambio al­ guno. Esta afirmación nos lleva inmediata y directamente a los experimentos de Sherrington: aun estando en cierto sentido el perro separado de los órga­ nos viscerales, conserva, sin embargo, la facultad de experimentar y manifes­ tar emoción. La teoría de James no es capaz de evitar las objeciones de Sherrington más que remitiéndose a la posibilidad de alucinaciones afectivas. Análogamente a la posibilidad de una percepción alucinante de origen absolutamente no peri­ férico, también son posibles emociones alucinantes, es decir, percepciones alu­ cinantes de cambios corporales, en las que por lo general la emoción se manifiesta en ausencia de estos cambios en la realidad. Descartes rechaza de­ cididamente tal posibilidad, a pesar de que, al parecer, su teoría centrífuga de las emociones hos lleva directamente a la necesidad de admitir alucinaciones afectivas. Sin remitirse a ellas, manteniéndose fiel a la lógica interna de su sis­ tema, la teoría del siglo XVII se adapta al conocimiento experimental moderno, menos dolorosamente que sus compañeros menores de éxitos. Sería, sin embargo, un gran error considerar que en este caso James se halla en el polo opuesto de la doctrina cartesiana. Es fácil precisamente convencerse de lo contrario: en que, aún discrepando con determinada parte de esta doc­ trina, se mantiene plenamente dentro de los límites de su sistema. Para de­ mostrarlo, desearíamos remitirnos a dos circunstancias. La primera guarda

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relación con la ya mencionada doctrina de James sobre las alucinaciones afec­ tivas, que puede decirse constituye el equivalente teórico de la teoría centrí­ fuga de las pasiones, algo así como otra variante de resolución de este mismo problema, que obligó incluso al propio Descartes a renunciar a seguir conse­ cuentemente la teoría periférica mecánica del origen de las emociones. La se­ gunda está relacionada con el significado metodológico de la teoría centrífuga de Descartes. Examinemos ambas circunstancias. G. Dumas, al investigar la historia del desarrollo de la teoría de las aluci­ naciones afectivas, dice que el experimento fisiológico no confirma la teoría de James-Lange, pero que no la desmiente del todo; la observación psicológica y clínica permite adoptar una posición más negativa respecto a esta teoría, ya que dispone de una serie de hechos que la teoría periférica es completamente impotente de resolver. En primer lugar, hay que mencionar aquí el problema de las emociones superiores o sutiles, de las que James intentaba desentenderse afirmando sin demostrarlo que se reducen bien a una satisfacción y a un su­ frimiento físico o bien a juicios, mientras que gracias a la ausencia o a la in­ significancia de las manifestaciones periféricas se nos aparecen como emociones de origen central. En segundo lugar, hay que situar las manifestaciones patológicas de alegría, que no se parecen ni a una excitación de alegría, ni incluso a un sentimiento de alegría experimentado con tranquilidad, porque las primeras son completa­ mente pasivas: se trata de una alegría estática, de la beatitud de los santos. De estos hechos cabe extraer un serio argumento en contra de la teoría periférica de la alegría. La introspección suele señalar en estos casos algo semejante a un estado cataléptico. Santa Teresa102 describe así su estado: «Incluso en los mo­ mentos de suprema admiración, el cuerpo parece con frecuencia estar muerto y dominado por la impotencia: permanece en la misma posición en que le sor­ prendió ese estado, de pie o sentado, con las manos separadas o juntas. En tales casos llegué a veces a perder casi por completo el pulso. Así afirman, por lo menos, las hermanas que se hallaban en esos momentos junto a mí». P. Janet103 describió muy detalladamente el estado patológico del éxtasis, cuando la sensación psíquica de alegría iba acompañada de una retardación de todas las funciones vitales. Los movimientos faltan, la respiración se debilita, la circulación sanguínea se retarda, el cuerpo está completamente inmóvil. Minyar investigó clínicamente el estado de alegría pasiva que observó incluso en idiotas, en personas que chocheaban y en paralíticos progresivos. Como resul­ tado de su labor llegó a la conclusión de que en el plano de los cambios psí­ quicos la alegría puede ir acompañada de la retardación de todas las funciones conscientes, intelectuales, afectivas y activas, a veces con una total inercia, y en el plano de los cambios físicos la alegría puede combinarse con todos los síntomas que se consideran comúnmente como rasgo característicos de depre­ sión: retardación de la respiración y de la circulación sanguínea, disminución de la tensión arterial, disminución de la temperatura y retención de la disges-

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tión. Finalmente, en un aspecto más general, la alegría puede combinarse con estados bruscamente manifiestos de caquexia y demencia, es decir, con estados de depresión física y moral. Minyar ofrece una explicación muy verosímil de estos estados, ligándolos completamente igual que la alegría activa a la ausencia de inhibición y a la plena realización de las tendencias. Existen propensiones a la quietud, lo mismo que a la actividad, y el sueño es una necesidad cuya realización no deja de ser agradable. La beatitud pasiva que describe y explica Minyar se acerca mucho a los objetivos de los epicúreos. W. James, al ver todas las dificultades con que tropezaba su teoría no pudo silenciar la objeción basada en la existencia de la alegría extática. El mismo menciona otros estados de alegría, al parecer aún más ricos, pero, sin embargo, poco característicos desde el punto de vista orgánico. «Si existe en efecto -diceuna emoción puramente espiritual, me inclinaría a limitarla a una sensación cerebral de plenitud y ligereza del alma, a una sensación de actividad del pen­ samiento, que no encuentra ningún obstáculo. Si se dan casos de emociones independientes, supongo que habría que buscarlas en estos entusiasmos del pen­ samiento puro» (1902, pág. 317). Esta tesis de James encierra la misma explicación de las emociones inde­ pendientes con ayuda de la plena realización de las tendencias, pero al mismo tiempo incluye también la concepción de la sinestesia cerebral, que de hecho habla en contra de la teoría puramente periférica de las emociones. Induda­ blemente, cabe admitir que en semejantes casos se trata de fenómenos aluci­ nantes. James lanza esta hipótesis para explicar la excepción que constituye, desde el punto de vista de la teoría, el estado de éxtasis, pero como la hipó­ tesis carece de cualquier otro fundamento que el de defender una opinión teó­ rica preconcebida, puede tener tan solo el significado de una simple cita. No es difícil ver que en la doctrina de las emociones independientes, de los afectos puramente espirituales, considerémoslos como alucinaciones afecti­ vas o como afectos completamente reales en toda la plenitud de su naturaleza psicológica, James llega literalmente, dicho sea con propiedad, a lo mismo que llegó también Descartes: a admitir precisamente emociones de origen puramente central. Evidentemente, la de un determinado sistema, lógica de los hechos que han sobrevivido al propio sistema, tiene su necesario desarrollo interno. Quien haya aceptadotuna de sus partes tendrá necesariamente que aceptar la segunda, por mucho trabajo que haya supuesto hacer desaparecer cualquier huella suya en la psicología científica y por brillante psicólogo que sea. Podemos afirmar ahora con perfecto derecho que la aplicación consecuente del principio mecanicista en la teoría periférica de las pasiones obligó a Des­ cartes a desarrollar el principio espiritualista opuesto en la doctrina del origen central de las emociones. De modo análogo, también en la teoría de James, si la tomamos en toda su plenitud, las leyes de la mecánica fisiológica a que ape­ laba como a la última fuente de explicación de la naturaleza de los sentimientos

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humanos, presuponen obligatoriamente como complemento de la idea de las emociones independientes la idea de las sensaciones cerebrales, es decir, cen­ trales, la idea de las emociones puramente espirituales, que dio lugar a que para James resultase imposible la teoría de las sensaciones por inervación de Wundt. El mecanicismo y el espiritualismo resultaron de nuevo unidos en una doc­ trina, como lo estuvieron en tiempos en la doctrina de Descartes de las pa­ siones del alma. Por eso, opinamos que Dunlap no tiene razón cuando, al examinar la dis­ cusión relativa a la concepción central o periférica del origen de la sensación de emoción que separa a los psicólogos modernos, relaciona con Descartes tan solo una parte de esta alternativa. Dunlap, este fiel seguidor de James, dice: considero la emoción como un proceso y cuando trato de saber cómo surge, lo único que puedo encontrar es un cambio en los órganos viscerales. Es en verdad que James no aceptó jamás su propia teoría íntegramente y hasta el final. No solo se aferraba al paralelismo psicofísico, sino que conservó tam­ bién numerosos sentimientos espiritualistas, que no quiso subordinar a la burda condicionalidad corporal. Ustedes saben que solemos percibir nuestro estómago y nuestros intestinos como algo bajo y vulgar. Es curioso que no admitamos que el cerebro, que biológicamente no está muy por encima de ellos, sea algo vil con respecto a nuestros sentimientos. La vieja teoría pro­ puesta por Descartes, según la cual las corrientes aferentes producen un es­ tado intelectual y las eferentes las pasiones del alma, le pareció a James desmedida definitivamente por Münsterberg. Evidentemente, James estaba equivocado (K. Dunlap, 1928, pág. 159). Dunlap ve el renacimiento de la vieja teoría de Descartes en la hipótesis talámica moderna del origen de las emociones. Por tanto, la moderna discu­ sión entre las teorías visceral y talámica le parece que solo en una de sus par­ tes se remonta a la doctrina cartesiana. El criterio que permite a Dunlap compartir por un lado la teoría cartesiana que admite el sentimiento por iner­ vación y la teoría de James-Lange por otro es para él la cuestión relativa al me­ canismo de la aparición de las emociones: centrífuga o centrípeia. Lo equivocado de semejante imagen se debe a dos causas. En primer lugar, Dunlap ignora la circunstancia de que la teoría de Descartes incluye no solo el origen centrífugo de las emociones, sino también el centrípeto. De ello hemos tenido ocasión de convencemos a lo largo de todo el examen prece­ dente de la cuestión. Por tanto, la alternativa del origen central o periférico de las emociones la incluye ya totalmente en ambas partes de la doctrina carte­ siana. Unos investigadores, como Sergi, sitúan en un primer plano de la men­ cionada doctrina precisamente la teoría periférica de las emociones. Otros, como Dunlap y Price, asignan el primer puesto en esta doctrina a la hipóte­ sis central. Finalmente, otros, como Spearman, ven en Malebranche al conti­ nuador directo de la línea cartesiana, al fundador general de todas las teorías modernas de la vida emocional: McDougall, A. Bain104, James, Wundt (Ch. E.

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Spearman, 1928, pág. 40). En efecto, Malebranche, como hemos visto, fue ante los ojos del propio Lange el único que doscientos años antes que él lograra crear una teoría completa del origen vasomotor de las manifestaciones corpo­ rales de las emociones, gracias a que consiguió con la penetración de un genio descubrir la verdadera relación entre los fenómenos. En segundo lugar, Dun­ lap también en otra investigación suya ve con pleno fundamento en Male­ branche al verdadero padre de toda la psicología introspectiva. Sabemos ya que heredó esta dualidad de Descartes. Por tanto, la corrección necesaria al análi­ sis de Dunlap que hemos ofrecido deberá consistir en el principio según el cual los dos miembros de la antítesis: las teorías central y periférica de las emocio­ nes deben igualmente su origen a Descartes, en cuya doctrina no figuran en absoluto como una alternativa, una antítesis, como concepciones opuestas, que se excluyen mutuamente. La segunda corrección le afectaría en esencial al propio Dunlap. Tenía que estar de acuerdo, como hemos visto, en que James no aceptó nunca hasta el final su propia teoría, que junto con la teoría periférica de las emociones con­ servó por completo también la concepción puramente espiritualista respecto a las sensaciones espirituales, admitiendo su origen central y al mismo tiempo también la posibilidad de las sensaciones centrales. Por consiguiente, también James, que rechazó con tanta decisión la teoría de las sensaciones por inerva­ ción, de hecho unía las dos partes contrapuestas de la doctrina cartesiana, sin ser capaz de reconciliarlas. Es notable la coincidencia de James con Descartes, no solo donde esa coincidencia la demostró y fundamentó tan brillantemente Sergi, es decir, no solo en la hipótesis visceral del origen de las emociones, sino también donde este ve —esta vez junto con Dunlap- la contraposición entre ambos investigadores. Descartes, como recordaremos, trata de reconciliar los puntos de vista opuestos encerrados en su doctrina sobre el origen de las emo­ ciones con ayuda de la diferenciación entre pasiones-sensaciones que surgen a consecuencia de los cambios en los órganos internos y las emociones intelec­ tuales, completamente independientes del cuerpo. James se refiere casi con iguales palabras a las emociones independientes, que provienen de sensaciones de la actividad del pensamiento puro, que no tropieza con obstáculo alguno. Con estas dos importantes correcciones del cuadro dibujado por Dunlap, cabe reconocer también en lo fundamental cierto su análisis histórico. Su mé­ rito consiste ¿jn haber logrado, partiendo desde un extremo opuesto del que había partido Sergi en sus investigaciones, llegar a idénticos resultados. Este partió de Descartes y llegó a la psicología moderna con sus desgarradoras con­ tradicciones entre concepciones opuestas de las emociones. Dunlap partió de esta controversia científica moderna y llegó a Descartes con su contradictoria teoría de las pasiones. Por consiguiente, las dos investigaciones, partiendo de extremos opuestos, se encuentran en un punto y coinciden en sus resultados y conclusiones definitivas. Esto puede servir para demostrar una vez más hasta qué grado los problemas cartesianos fundamentales no son reminiscencias ca258

suales y secundarias en la moderna psicología de las emociones, sino sus úni­ cos fundamentos auténticos y reales, hasta qué grado toda la psicología mo­ derna de las emociones, con todos sus logros y contradicciones, es cartesiana en el sentido recto de la palabra, no solo debido a su conexión histórica con la doctrina de Descartes, sino debido también a que hasta ahora vive y res­ pira, lucha y sufre dentro del círculo vicioso de esta doctrina. Para la psicolo­ gía moderna de las emociones. Descartes no representa un pasado lejano, sino la realidad viva de hoy. Lo mismo que el conocido héroe de Molière hablaba sin sospecharlo en verdadera prosa, la psicología moderna de las emociones habla sin sospecharlo en la prosa clásica pura del «Tratado de las pasiones del alma» cartesiano. Pero ambas investigaciones -la de Sergi y la de Dunlap- coinciden además en un punto de primerísima importancia. Como hemos visto, Dunlap se ve obligado a reconocer que James, al admitir la existencia de emociones pura­ mente espirituales e independientes, al complementar su teoría periférica con la concepción espiritualista, se aferraba de hecho al paralelismo psicofísico. In­ dependientemente de James, Sergi establece la misma relación entre la teoría centrífuga de las emociones en la doctrina de Descartes con el paralelismo. Por tanto, la coincidencia real entre Descartes y James se transforma en una estre­ chísima afinidad filosófica entre ambos pensadores. La teoría centrífuga de las percepciones, dice Sergi, ocupa un lugar muy específico en la historia del pa­ ralelismo cartesiano. La doctrina cartesiana de las pasiones y la teoría de James no solo unen la existencia de las hipótesis periférica y central del origen de las pasiones, sino algo mucho más importante, precisamente la resolución general del problema psicofísico, la respuesta general que dan a la pregunta sobre las relaciones entre el pensamiento y la extensión, entre el alma y el cuerpo en el sentimiento humano. Sin este punto, nuestro análisis de ambas doctrinas sería incompleto. Por eso, analizaremos en el resumen del capítulo este último punto de la presente parte de nuestra investigación. Hasta ahora, a lo largo de la misma, hemos subrayado unilateralmente tan solo un aspecto de la resolución cartesiana del problema psicofísico aplicado a la teoría de las pasiones. Hemos tratado de estudiar la hipótesis de la interac­ ción que se produce en la glándula cerebral entre el alma y el cuerpo y las consecuencias que se desprenden de estas hipótesis. Pero, como ya hemos dicho, la suposición de la influencia directa del espíritu en el cuerpo y de este en aquel es más bien una excepción que una regla en el sistema de Descartes. Está en irreconciliable contradicción con los principios fundamentales de todo su sistema, según el cual el pensamiento y la extensión son sustancias opues­ tas que se excluyen una a otra. El verdadero fundamento de la psicología car­ tesiana no estriba, por tanto, en la hipótesis de la interacción, sino en la teoría del paralelismo psicofísico. La contraposición entre el espíritu y el cuerpo constituyen para Descartes el punto fundamental de todo su sistema. Nada de lo pensante es extensible. 259

Nada extensible piensa. El pensamiento y la extension se diferencian, según se expresa Descartes en su discusión con Hobbes105. Pero si la contraposición o la división entre el espíritu y el cuerpo son ima­ ginables de una forma clara y precisa, en cambio, la unión de ambos a la luz natural de la razón deberá parecer inconcebible e imposible, y si semejante unión existe, de hecho contradirá los fundamentos del sistema, y su explica­ ción somete la doctrina de Descartes a la prueba más difícil. Hay que inves­ tigar si el filósofo supera esta prueba sin renegar de sus principios. Hemos visto ya que el sistema de Descartes no supera la prueba y se ve obligado en la hipótesis de la interacción a traicionarse a sí mismo, tomando el camino de negar sus propios fundamentos. No repetiremos ahora todo lo que hemos dicho anteriormente a este respecto. Recordaremos tan solo: debido precisamente a que el problema psicofísico ha resultado totalmente insoluble desde el punto de vista del dualismo absoluto del sistema cartesiano, Descar­ tes se vio obligado a admitir la interacción, intentando por todos los medios limitarla al único punto del universo, al insignificante territorio de la glándula cerebral, conservando en toda su fuerza para el resto del universo infinito el principio del dualismo. Por consiguiente, la hipótesis de la interacción no solo no resulta el punto fundamental del sistema, sino un obstáculo suyo; no resulta su fundamento, sino el lugar de su total fracaso y ruina. No existen objeciones más fuertes con­ tra este sistema que los indiscutibles hechos de la propia naturaleza. La ins­ tancia negativa del total dualismo de la naturaleza espiritual y corporal la constituye el hombre, ya que este es lo uno y lo otro juntos. El filósofo ex­ plica: en efecto, el espíritu y el cuerpo están totalmente separados el uno del otro, entre ellos no existe la menor comunicación, y eso lo conozco a la luz de la razón. La naturaleza humana nos convence de lo contrario, ya que ella representa esa comunicación. Según las ideas del dualista, las cosas naturales son espíritus o cuerpos. El hombre es la demostración viva de lo contrario: es un ser natural, que constituye al mismo tiempo lo uno y lo otro. La voz de la propia autenticidad le dice al hombre: eres espíritu. La voz de sus inclina­ ciones naturales y de sus necesidades le dice con igual claridad: eres cuerpo. La sustancialidad de la naturaleza espiritual y corporal y al mismo tiempo de su dualismo se estrellan contra el concepto y el hecho de la existencia del hom­ bre. La contradicción es tan evidente que eso lo admite el propio filósofo. Hemos visto que la hipótesis de la interacción contradice bruscamente todos los fundamentos del sistema cartesiano. Interpretada correctamente nos conduce a su completa negación. El alma se localiza y con ello se materializa y mecaniza. Móvil y puesta en movimiento por el cuerpo, la propia alma de­ berá ser corporal, convirtiéndose en cosa material, a pesar de todas las aseve­ raciones de que es una sustancia pensante, completamente distinta del cuerpo. La antropología cartesiana contradice no solo los principios dualistas de la metafísica, sino también las tesis mecanicistas de la filosofía natural. Los prin-

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cipios fundamentales de la doctrina del movimiento de que la cantidad de mo­ vimiento en el mundo es constante, que la acción y la reacción son iguales pierden su fuerza, ya que los movimientos de los cuerpos pueden tener su ori­ gen en causas inmateriales. Como quiera que se imagine uno la unión de ambas sustancias en la naturaleza humana -com o unidad o como suma-, en ambas interpretaciones contradice el dualismo de principio y lleva obligatoriamente a lo contrario suyo. Hemos recordado estas tesis, que ya habíamos examinado una vez, única­ mente para mostrar en qué medida la hipótesis de la interacción contradice el sistema cartesiano y, por consiguiente, que la resolución del problema psicofí­ sico no puede considerarse fundamental para el mencionado sistema. Eso, re­ petimos, no es más que una cosa singular, la única excepción en el mundo de la ley general sobre las relaciones entre el pensamiento y la extensión. ¿Cuál es la ley general? La respuesta no puede ofrecer la menor duda. Esta ley general es la ley de la existencia paralela e independiente de las sustancias del pensamiento y de la extensión, absolutamente contrapuestas y que se ex­ cluyen una a otra, que no se encuentran en ningún lugar y que no entran en comunicación entre ellas. En efecto, ¿qué otra cosa representa el paralelismo más que la afirmación que encierra la fórmula de Descartes de que en reali­ dad el espíritu y el cuerpo están completamente separados uno de otro y que no existe entre ellos comunicación alguna? ¿Qué otra cosa puede significar la hipótesis del paralelismo más que el dualismo absoluto de los procesos psíquicos y físicos? Ahora nos interesan dos momentos, relacionados directamente con la doc­ trina de las pasiones. Cabría pensar que Descartes sostiene la hipótesis del pa­ ralelismo para todo el sistema a excepción de su parte psicológica, en la que rechaza el paralelismo y se mantiene íntegramente dentro de las posiciones de la hipótesis de la interacción. Pero pensar así significaría caer en un craso error. Para demostrarlo, nos limitaremos, como ya hemos dicho, a examinar dos mo­ mentos, relacionados con la aplicación de la hipótesis del paralelismo a la ex­ plicación de las pasiones humanas. El primero, que señaló ya Sergi, guarda relación con la teoría centrífuga del origen de las emociones. El segundo está relacionado directamente con el problema de las sensaciones en la doctrina de Descartes y con la determinación de su naturaleza. Examinémoslos. Si como admite la teoría centrífuga cartesiana son posibles pasiones de na­ turaleza puramente espiritual, que no guardan relación alguna con estados cor­ porales, si existen emociones intelectuales, éxtasis puros del espíritu, sentimientos elevados sin manifestaciones externas o internas de ningún género, por un lado, si por otro son posibles pasiones sensitivas que surgen de modo puramente me­ cánico, lo mismo que hubieran surgido de un autómata insensible, pasiones de naturaleza puramente corporal, que, como hemos visto, el propio Descar­ tes no pudo distinguir estricta y consecuentemente de las pasiones del alma, de ahí no se puede extraer ninguna otra conclusión que la de la absoluta in-

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dependencia y el paralelismo entre los aspectos espiritual y corporal de las pa­ siones humanas. En las pasiones sensitivas, que se producen según leyes me­ cánicas igualmente en el autómata insensible que en el hombre dotado de conciencia, y en las emociones intelectuales, absolutamente independientes del cuerpo, empleando palabras de la fórmula cartesiana, en efecto, el espíritu y el cuerpo están totalmente separados uno de otro y no existe ninguna comu­ nicación entre ellos. Eso es paralelismo puro. Pero el paralelismo va mucho más lejos en la doctrina cartesiana de las pa­ siones. La interacción entre el espíritu y el cuerpo que admite esta doctrina constituye tan solo una infracción momentánea de la ley del paralelismo en el momento en que los espíritus vitales obligan al alma a experimentar una pa­ sión, pecado instantáneo del alma que entra en relación con el cuerpo. Antes de este insignificante instante y después de él, el cuerpo y el alma que han ex­ perimentado una pasión viven una vida totalmente independiente, subordinada a leyes contrapuestas. Para convencerse de ello, hay que recordar los tres ejem­ plos concretos examinados anteriormente que utiliza Descartes para desarrollar su pensamiento. El primero se refiere a la reacción emocional, tal y como se desarrolla en la máquina insensible. Como recordaremos, Descartes examina una figura ho­ rrible que influye en el autómata insensible y que provoca en él una serie de cambios en los movimientos de los músculos y de los órganos internos. Se origina el cuadro de una máquina viviente aterrorizada y que emprende la huida. Por tanto, la pasión no tiene en sí nada de psíquico. Se desarrolla según leyes puramente mecánicas y se explica exclusivamente con ayuda de un principio naturalista. Todo sucede como si el alma no fuera necesaria en absoluto y el cuerpo constituyese un autómata que actuase de modo com­ pletamente automático. Este ejemplo nos conduce directamente al segundo, en que Descartes de­ vuelve al autómata viviente el alma anterior de que le había desposeído. La unión de la actividad psíquica a la corporal no modifica de hecho nada al au­ tomatismo de las pasiones. A una serie de fenómenos que se desarrollan en el cuerpo se le añade otra serie que lo hacen en el alma y que consta de sensa­ ciones corporales, que surgen exactamente igual que las sensaciones de los ob­ jetos externos. La reducción de las pasiones a sensaciones y percepciones las transforma en Atados espirituales pasivos que no modifican nada el curso de la pasión automática. Descartes desarrolla con toda claridad la idea de los efec­ tos dobles, al afirmar que el movimiento de los espíritus vitales, despertado por la percepción de una figura horrorosa, produce dos efectos independien­ tes uno de otro: por un lado, pone en movimiento el automatismo corporal de la pasión y por otro provoca, mantiene e intensifica en el alma la emoción. Aquí, el paralelismo adquiere una forma completa y terminada. Finalmente, de estos dos ejemplos, en los que el epifenomenalismo de la emoción psíquica se manifiesta con la máxima claridad, en los que los efectos

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espiritual y corporal están tan desunidos uno de otro que pueden ser exami­ nados completamente por separado, pasamos al tercer ejemplo, a la lucha de la voluntad con las pasiones. Sabemos ya que las pasiones espiritual y corpo­ ral surgen ante la visión de una figura horrible como dos series de fenómenos independientes y paralelos. Dos líneas paralelas han coincidido, se han inter­ secado en un punto de un modo totalmente inexplicable, continuando des­ pués con plena independencia, de acuerdo cada una con sus propias leyes. Si el autómata viviente careciese en absoluto de alma y de la facultad de experi­ mentar pasiones, nada cambiaría en la aparición y el destino de la emoción. Por eso, a Descartes le resulta imposible establecer una estricta separación entre las pasiones del autómata y del alma. En el tercer ejemplo, Descartes incorpora al autómata no solo el aspecto pasivo de nuestra alma, capaz de sentir percepciones y emociones, sino tam­ bién su aspecto activo: la voluntad. Aquí nos encontramos con la misma si­ tuación, pero de aspecto contrario. El alma, excitada por el movimiento de los espíritus vitales, experimenta terror, pero la voluntad puede incitar a superarlo y comunicar al órgano del alma dirección contraria, y junto con él a los ór­ ganos vitales que provocan movimiento al cuerpo, comunicar direcciones opues­ tas a las inducidas al principio por la pasión. En lugar de huir, el cuerpo es incitado a luchar. De nuevo, las líneas paralelas se intersecan durante un ins­ tante, para seguir después una dirección paralela y desarrollarse según leyes pro­ pias. En la doctrina del poder de la voluntad sobre las pasiones, la propia serie corporal que caracteriza la pasión se transforma en epifenómeno. Como recordaremos, la lucha de la voluntad con las pasiones tiene lugar para Descartes no en la naturaleza espiritual del hombre —en el alma no tiene cabida alguna—, sino exclusivamente entre los aspectos espiritual y corporal de la naturaleza humana. En realidad, se produce un conflicto entre dos movi­ mientos de sentido opuesto, que se comunican al órgano del alma: uno por el cuerpo a través de los espíritus vitales y otro a través de la voluntad. El pri­ mer movimiento, que es involuntario, ¡o determinan exclusivamente impresio­ nes corporales; el segundo, voluntario, lo motiva la intención, que establece la voluntad. El alma vence a las pasiones con su propia arma y de acuerdo con su determinación dirige el movimiento del cuerpo. Los tres ejemplos culminan en la doctrina de las emociones espirituales puras, que pueden surgir y producirse independientemente del cuerpo. Así es que en los dos últimos casos podemos considerar las pasiones, según Descar­ tes, bien como un producto puro del automatismo corporal o bien como un resultado puro de la actividad espiritual. En los dos casos intermedios, lo uno y lo otro se encuentran durante un instante para retornar después a la situa­ ción inicial, independiente. Es suficiente abarcar de una ojeada estos ejemplos en su conjunto para convencerse de que el paralelismo constituye el funda­ mento no solo de todo el sistema de Descartes, sino también de la parte del mismo que se refiere a la doctrina de las pasiones. Y en las pasiones, al igual

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que en todo el universo, la extensión y el pensamiento son completamente in­ dependientes una de otro y entre ellos no existe más comunicación que la in­ tersección instantánea de líneas paralelas. Y en las pasiones nada extensible piensa ni nada pensante es extensible. Las paralelas se intersecaron durante un instante y volvieron de nuevo a ser paralelas hasta la siguiente interacción ins­ tantánea. Unicamente para explicar este instante se introduce la hipótesis de la intersección, que no es más que una concesión obligada respecto al incon­ testable hecho de la unión de la extensión y el pensamiento en el hombre. Pero esta concesión es una debilidad instantánea del propio sistema, que des­ concierta bastante al autor, algo así como una traición a sí mismo y no a su fundamento. El verdadero fundamento sigue siendo el paralelismo. Una demostración todavía más profunda del paralelismo, que constituye la base de la doctrina de las pasiones, la encontramos en la doctrina de Descar­ tes relativa a la relación entre las pasiones y las sensaciones. El examen de esta cuestión es la última tarea de la presente parte de nuestra investigación. En este sentido, dos puntos de la doctrina de las pasiones de Descartes tie­ nen importancia básica: en primer lugar, la reducción de las pasiones a la sen­ sación y a la percepción de los cambios intraorgánicos; en segundo lugar, el reconocimiento de las pasiones como patrimonio exclusivo de la naturaleza hu­ mana y la negación de las mismas en los animales. Como recordaremos, Des­ cartes atribuye las pasiones del alma a estados pasivos de nuestra conciencia, al considerarlos como un caso particular de la percepción. Habla de las pasio­ nes como de percepciones y sensaciones del alma, provocadas por la sensación de los espíritus vitales; en otros lugares de «Tratado» retorna repetidas veces a este pensamiento, al afirmar que las pasiones surgen en el alma exactamente igual que las sensaciones de los objetos, representadas por los órganos externos de los sentidos y que el alma tiene exactamente igual conciencia de ellas. Las pasiones son sensaciones, pero sensaciones de un género especial, que repre­ sentan para la conciencia cambios que no se producen en el mundo exterior, sino que son cambios del propio organismo. Según Descartes, los animales son también autómatas vivos. Descartes dis­ tingue rigurosamente el concepto de vida y el de ser animado. Un cuerpo vivo no es un cuerpo animado, el alma no es un principio físico. El cuerpo no vive porque el alma lo mueve y lo anima y no muere porque el alma lo aban­ dona. La vida po consiste en la relación entre el alma y el cuerpo, la muerte no es su separación. La vida y la muerte son la consecuencia necesaria de cau­ sas físicas. La vida es un mecanismo simple, la muerte es la destrucción de este mecanismo. Como dice el propio Descartes, la muerte nunca llega por­ que se destruya uno de los órganos fundamentales del cuerpo. Por eso, se puede decir que el cuerpo de un hombre vivo se diferencia del de un muerto lo mismo que el reloj (o un autómata de otro género, es decir, cualquier má­ quina automotriz), que encierra, junto con todas las condiciones necesarias para su actividad, el principio corporal de los movimientos que ha de reali-

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zar, se diferencia del complejo mecanismo del reloj en el que el principio motor ha dejado de funcionar. Los animales son cuerpos vivos, pero inanimados. Son puros autómatas. No obstante, gozan de sensaciones e instintos sensibles, que deben ser consi­ derados como movimientos corporales que se producen y se explican según leyes mecánicas. Por eso, todo lo que tienen en común el hombre y los animales debe considerarse inevitablemente como un fenómeno de naturaleza puramente corporal. Por eso, las sensaciones. Las pasiones en general (es decir, también respecto al hombre) han de ser consideradas como fenómenos mecánicos que no tienen nada en común con la actividad psíquica. El dualismo entre los animales y el hombre empuja a Descartes a la in­ evitable conclusión de que los animales carecen de pasiones, ya que considera a estas como movimientos del alma. Aquí se presenta una de las contradic­ ciones más irresolubles de todo el sistema, que abarca el problema de la sen­ sación. La doctrina de Descartes oscila en lo que se refiere a las sensaciones, y debido a los principios dualistas y antropológicos sigue tres direcciones com­ pletamente distintas. Las primeras consideraciones interpretan las sensaciones y las percepciones sensuales como hechos psíquicos y las atribuyen únicamente al espíritu. Las últimas consideraciones las conceptúan como hechos antropo­ lógicos y las atribuyen a las relaciones entre el alma y el cuerpo, y la compo­ sición de las pasiones les otorga solo el valor de hechos psíquicos corporales y atribuye las sensaciones y los instintos exclusivamente al cuerpo. El intento de explicar el problema nos enreda en las redes de la antinomia y el dilema. La sensación se reconoce bien como un hecho puramente corpo­ ral, objeto de explicación mecánica o bien como puramente espiritual, que exige un examen espiritualista. Manteniéndose dentro de los límites del sistema, re­ sulta igual de imposible admitir la sensación como negarla. Resumiendo, desde el punto de vista de la doctrina de Descartes, el hecho de la sensación no se explica ni es explicable. Esta contradicción nos interesa ahora exclusivamente con relación a la doctrina de las pasiones. Aquí la contradicción es aún más monstruosa. Por un lado, el autómata insensible es, como hemos visto, capaz por completo de experimentar pasiones, pero por otro, los animales carecen de pasiones. Por un lado, las pasiones no son más que sensaciones que surgen en el alma, y por otro, la sensación no es más que un fenómeno puramente cor­ poral. La única conclusión que cabe extraer es la siguiente: Descartes, mien­ tras se rige en la doctrina de las pasiones por el principio naturalista, llega inevitablemente al reconocimiento del epifenomenalismo puro y del automa­ tismo humano en la aparición y desarrollo de las pasiones, mientras que, al determinar la pasión como una sensación y esta como un fenómeno corporal, afirma, sin darse cuenta de ello, que la pasión no puede existir como un fe­ nómeno humano fundamental, es decir, afirma su doble naturaleza espiritual y corporal. Por un lado, todas las pasiones que guardan relación con el cuerpo son fenómenos puramente corporales, porque incluso la sensación, que es en

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esencia una pasión, considerada desde el aspecto psíquico, es propia del ani­ mal y constituye un fenómeno mecánico, una máquina que surge y se mueve. Por otro lado, existen pasiones puramente espirituales, independientes del cuerpo. El dualismo del pensamiento y la extensión, el paralelismo puro y con­ secuente ha dicho en este punto su última y decisiva palabra. Hay pasiones corporales y pasiones espirituales. No cabe pasión alguna que sea al mismo tiempo corporal y espiritual, en la que resulte posible una comunicación real entre el espíritu y el cuerpo, como no cabe que algo extensible piense ni que algo pensante sea extensible. Llegamos, por tanto, al último punto de toda la doctrina cartesiana de las pasiones, al punto que culmina la grandiosa catástrofe, la completa destruc­ ción de todo este heroico intento de explicar las pasiones humanas partiendo de los principios dualistas del sistema. El final de la doctrina es la completa y total negación de su comienzo. Las pasiones resultan divididas entre la natu­ raleza espiritual y corporal del hombre, y cada naturaleza actúa con total in­ dependencia de la otra. ¿Dónde hay cabida en esta doctrina para la pasión como fenómeno fundamental de la doble naturaleza espiritual y corporal del hom­ bre, que es el único fundamento real de las pasiones? El espiritualismo y el dualismo resultan también en la doctrina de las pasiones dos polos opuestos. El dualismo y el paralelismo son el fundamento real de la doctrina de las pa­ siones. El epifenomenalismo y el automatismo humano son el principio y el fin, la primera y la última palabra de toda la psicología de las pasiones.

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Que el paralelismo constituyó en efecto el pensamiento final de Descartes acerca de la naturaleza de las pasiones humanas se desprende de la última obra del filósofo dedicado a esta cuestión: su carta sobre el amor. En ella responde a la reina de Suecia106 en qué consiste la esencia del amor y que es peor un amor desmesurado que un odio excesivo. La carta es una exposición compen­ diada de los últimos pensamientos de Descartes sobre la esencia del amor, y al mismo tiempo sobre la esencia de toda pasión humana. «La carta es una pequeña obra maestra, en que cualquier conocedor del filósofo, que no sepa quién es el autd¡r ni los motivos de la carta y que solo preste atención al curso de la investigación, al carácter de las ideas, a la elección de las expresiones, diría de inmediato: se trata de Descartes. No existe ninguna otra obra de tan reducido volumen (ya que no sobrepasa los límites de una carta) que nos per­ mita conocer mejor a este pensador (K. Fischer, 1906, t. 1, pág. 258). Descartes comienza su carta distinguiendo de entrada el amor intelectual y afectivo, convirtiendo, por tanto, en punto de partida la diferenciación entre las pasiones espirituales y corporales, que en el «Tratado de las pasiones...» era tan solo el punto final. Existe amor como pasión espiritual y amor como pa-

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sión sensual. El primero surge de lo que consideramos el objeto, cuya pre­ sencia y posesión nos proporciona alegría y cuya ausencia y pérdida nos hace sufrir. Por eso tendemos hacia ese objeto con toda la energía de nuestra vo­ luntad. Queremos unirnos a él y formar juntos un todo y ser solo una parte de ese todo. El amor está relacionado obligatoriamente con la alegría, la aflic­ ción, el dolor y el deseo. Estas cuatro corrientes de la voluntad tienen sus raí­ ces en la naturaleza del espíritu y son propias de la conexión espiritual con el cuerpo. Están encerradas en la necesidad cognoscitiva del individuo pen­ sante. Por eso, la alegría y el sufrimiento del amor intelectual no son pasio­ nes, sino ideas claras. Si incluso el análisis del «Tratado de las pasiones...» no nos hubiera llevado a la conclusión de que Descartes admitía en su doctrina pasiones puramente espirituales, la carta debería convencernos de ellos. Al desarrollar de modo con­ secuente el pensamiento de la naturaleza puramente espiritual de la pasión in­ telectual, Descartes establece que solo su enmascaramiento puede dar lugar a un amor afectivo y sensual, resultante de la conexión del alma con el cuerpo. Se trata de estados y cambios corporales, a los que corresponde una cierta in­ clinación en nuestra alma, cuya semejanza y relación no es evidente para nos­ otros. Así surgen los deseos afectivos sensuales vagos que tienen objetos determinados que experimentan alegría cuando los poseen y sufrimiento do­ loroso cuando son otros los que están presentes, los afectuosos objetos de as­ piración y los aborrecedores objetos de repulsa: la alegría y la aflicción, el amor y el odio. Esas son las formas fundamentales de los deseos sensuales, las pa­ siones elementales y principales, cuya mezcla y cambio originan todas las demás; son las únicas que teníamos ya antes de nacer, ya que se manifiestan durante la alimentación en la vida embrionaria. El amor intelectual coincide con la necesidad de conocimiento en la natu­ raleza pensante, el amor sensual radica en las necesidades nutritivas de la natu­ raleza orgánica. Existen las ideas de inclinaciones dignas de objetos (amor intelectual) sin excitación ni deseo sensuales, del mismo modo que este último puede tener lugar sin cognición. Hay amor sin pasión y pasión sin amor. En el sentido cotidiano, en el amor humano se conjugan ambos elementos. El cuerpo y el alma están unidos de tal forma que determinados estados de la idea y la voluntad acompañan a determinados estados de los órganos corporales y se inervan uno a otra, lo mismo que el pensamiento y la palabra. De igual modo, el amor encuentra en la excitación del corazón al acelerarse el movimiento de la sangre su expresión corporal espontánea. Este amor espiritual-sensual, esta con­ junción de la comprensión y la aspiración origina la sensación, acerca de cuya esencia preguntaba la reina. Por tanto, la independencia inicial de la pasión intelectual y sensual, espi­ ritual y corporal, incomprensible e inexplicable, paralela, que acompaña a la evolución de una y de otra, plena de posibilidades para su existencia por se­ parado, la casualidad de su conjunción, que conduce únicamente al enmasca-

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ramiento del amor intelectual, resumiendo, todas las tesis fundamentales del paralelismo cartesiano en la doctrina de las pasiones, del paralelismo que lleva a la total separación de los principios espiritualista y naturalista, que el filó­ sofo trata en vano de unir en su «Tratado», surgen aquí claramente, sin dejar la menor duda acerca de la auténtica naturaleza de la doctrina de las pasiones de Descartes. Pero quien siga el camino cartesiano deberá llegar inevitablemente a su punto final, a las conclusiones cartesianas. Hemos visto ya que James no solo siguió ese camino, sino que tuvo inevitablemente que complementar su teoría automática de las emociones con la doctrina de los sentimientos intelectuales independientes del cuerpo. Tuvo que admitir la existencia de emociones y sen­ saciones de origen puramente central primero para explicar ¡a alegría estática. Pero exactamente igual, como señala acertadamente Dumas, la cuestión debe plantearse no solo respecto a la alegría pasiva, sino también respecto a la ac­ tiva. Si admitimos una vez la posibilidad de la sinestesia cerebral para explicar el éxtasis, perdemos toda posibilidad de afirmar que no desempeña papel al­ guno en todas las demás emociones. Si seguimos hasta el fin, dice Dumas, la teoría de Lange y James, podremos afirmar que la alegría activa se reduce al reconocimiento del tono muscular y de todas las reacciones periféricas. Pero acabamos de ver que la existencia de la sinestesia cerebral que provoca alegría fue admitida para explicar el éxtasis y por eso habremos de distinguir en la alegría activa el reconocimiento de la excitación orgánica y el de esta sineste­ sia cerebral. Lo mismo se refiere a la aflicción pasiva y activa. Continuando de hecho el pensamiento de James, Dumas admite, basándose en ¡os experimentos de Sherrington, en los hechos de la alegría pasiva y del es­ tupor melancólico, la concepción del sentimiento cerebral de satisfacción y de sufrimiento, que no admiten explicación periférica. Contra tal admisión habla el hecho firmemente establecido en fisiología de la ausencia de sensación cons­ ciente durante las excitaciones cerebrales eléctricas y traumáticas. Pero entre estas excitaciones burdas y no específicas y las específicas funcionales existe una gran diferencia, y podemos, sin contradecirnos con la fisiología, reconocer la si­ nestesia del cerebro. Como hemos visto, a eso mismo llega también la moderna teoría talámica de las emociones, para la que el tálamo óptico constituye la fuente real de la aparición del tono emocional específico. Este mismo punto de vista lo mantienen trida una serie de investigadores, que se apoyan en los datos de la cronaxia y construyen el mecanismo hipotético de esta sinestesia central. El propio Dumas considera que al reconocer las emociones de origen pu­ ramente central solo desarrolla y complementa la teoría de James. Al conceder a la teoría de Lange-James un lugar en el difícil problema de la naturaleza de las emociones, tratamos de introducir en esta teoría unas precisiones que pue­ den hacerla más compleja y más flexible, renunciando de este modo a fórmu­ las paradójicas y simplificadas con las que James quería sorprender nuestra imaginación.

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Nos queda tan solo mostrar que James, aun siendo, según la acertada afir­ mación de Dunlap, un paralelista consecuente que no admitía hasta el fin su propia teoría periférica y aceptaba la existencia de sensaciones puramente es­ pirituales, mantenía al mismo tiempo en su segunda teoría espiritualista todos los fundamentos básicos de su hipótesis principal. Recordemos que en esta hi­ pótesis James examina exclusivamente el aspecto sensorial, pasivo, de la reac­ ción emocional y llega al epifenomenalismo y al automatismo. Para él, las emociones son rudimentos innecesarios de mecanismos animales muertos hace mucho o reacciones causales de carácter patológico o idiopático, que no ad­ miten ninguna explicación sensata. En su doctrina de las emociones pura­ mente espirituales, James no solo se mantiene abiertamente dentro del punto de vista del esplritualismo puro, sino que lleva hasta monstruosas dimensiones la tesis del epifenomenalismo psíquico de nuestra emoción. Al desarrollar la hipótesis fundamental, James afirmaba que la emoción hu­ mana desprovista de cualquier base corporal es un sonido huero. En su opi­ nión, semejante sonido deberán componerlo todas las sensaciones superiores, que él no puede subordinar hasta el fin a las leyes de la mecánica fisiológica. Semejante sonido lo constituyen en mayor grado las emociones más espiri­ tuales que surgen de la actividad del pensamiento puro y que James consi­ dera independientes del cuerpo. En defensa de su hipótesis fundamental, James no afirma que esa emoción sea algo que contradice la naturaleza de las cosas y que los espíritus puros están condenados a una existencia impasible e inte­ lectual. Quiere decir tan solo que la emoción, exenta de toda sensación cor­ poral, es algo inconcebible. Cuanto más analizamos nuestros estados espirituales más nos convencemos de que las pasiones e inclinaciones burdas que experi­ mentamos las crean y provocan de hecho los mismos cambios corporales que comúnmente denominamos manifestaciones y resultados suyos, y nos co­ mienza a parecer cada vez más probable que si nuestros órganos se volviesen anestésicos, la vida de los afectos, tanto agradables como desagradables, nos resultaría totalmente ajena y tendríamos que arrastrar una existencia de ca­ rácter puramente cognoscitivo e intelectual. Aunque semejante existencia cons­ tituía el ideal para los sabios de la antigüedad, a nosotros, a quienes nos separan tan solo unas cuantas generaciones de la época filosófica que situó en un primer plano la sensualidad, nos debe parecer demasiado apática, apagada para que merezca la pena que tendamos obstinadamente hacia ella (W. James, 1902, págs. 316-317). Tres momentos pueden interesarnos en calidad de conclusiones definitivas que se desprenden de la comparación de estas dos teorías de James: la mecanicista y la espiritualista. El primero consiste en que la hipótesis fundamental de James admite la existencia de emociones desprovistas de cualquier base cor­ poral únicamente en la impasible existencia intelectual de los espíritus puros y la excluye en la existencia humana. Pero si en su segunda teoría James consi­ dera que las emociones superiores del alma surgen de la actividad del pensa-

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miento puro que no encuentra obstáculos y que no dependen del cuerpo, adopta las posiciones del espiritualismo puro, al aceptar la existencia en la con­ ciencia humana de emociones propias exclusivamente de la existencia puramente espiritual. El segundo momento se refiere a la valoración del papel que desempeña la faceta espiritual de nuestras emociones. Si en la hipótesis fundamental de James esta aparece como un apéndice innecesario, como un fenómeno secundario que no participa en modo alguno en la vida real del hombre, como el simple re­ conocimiento de cambios periféricos, deberá desvalorizarse hasta un grado tan absoluto que cualquier sentimiento humano que no sea más que la simple sen­ sación de temblor y de dilatación de las ventanas de la nariz deberá parecer un sonido huero, una actividad apática y apagada de la conciencia, que deberá arrastrar una miserable existencia de carácter puramente cognoscitivo. Este epifenomenalismo de la doctrina de las emociones alcanza dimensiones homéri­ cas en la hipótesis de James, según la cual todas las sensaciones superiores puramente espirituales de origen central deben ser consideradas simplemente como alucinaciones afectivas. Declarar que la vida superior del sentimiento es un simple entrelazamiento de sensaciones alucinantes, declarar que la emoción superior es una alucinación significa llevar hasta el último límite el epifenomenalismo contenido ya en la hipótesis fundamental de James. Si la alegría su­ perior accesible al hombre no es más que una alucinación, eso significa la última palabra en el hecho de privar de sentido el sentimiento humano. Finalmente, el tercer momento que se desprende del procedimiento de exa­ men que hemos adoptado, cuando una teoría de James aclara otra, es su asom­ brosa coincidencia con Lange en la determinación del destino definitivo de los sentimientos en la historia del desarrollo del hombre. Ya hemos tratado de mostrar anteriormente que la teoría de James excluye toda posibilidad de desarrollo de las emociones. Ahora podríamos ampliar esta tesis mostrando que de hecho presupone su total desaparición como único re­ sultado real de la evolución histórica del hombre. Al igual que Lange, James comienza entonando un himno en honor de las emociones sensitivas. Sin ellas, el individuo le parece apático y apagado; la existencia sin ellas, miserable e im­ posible para el hombre. Pero si nos preguntamos qué son esos sentimientos que llenan de significado y reavivan nuestra vida resulta que solo representan míseros rudimentos de la vida animal, pálidas metáfonas a nuestras reacciones sensuales, costumbres problemáticas y artificiales, idiopáticas y patológicas del género humano, reacciones simplemente casuales del organismo, que se refle­ jan de forma pasiva en la conciencia, bien se trata del mareo y las cosquillas, la timidez y el amor. Como el que está a punto de ahogarse, James se agarra al clavo ardiendo de la primera sensación corporal que tiene a su alcance, bastándole con que sea auténtica, viva, indudable. Fue él quien provocó en toda la psicología pos­ terior una elevada atención a las más mínimas, casi imperceptibles e insignifi-

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cantes manifestaciones corporales. Él es el inspirador de la idea de que en la tensión de las cuerdas vocales y de la lengua hay que ver el verdadero funda­ mento del pensamiento humano. Como señala acertadamente G. Stout107, identifica la actividad espiritual con determinadas sensaciones musculares. Al intentar mostrar qué representa el núcleo central de la actividad que denomi­ namos nuestra, James trata nuevamente, lo mismo que en la doctrina de las emociones, de agarrarse al clavo ardiendo que le salve de la muerte. Según sus palabras, encontró este núcleo en determinados movimientos intracefálicos que, como subjetivos, solemos contraponer a la actividad del mundo supracorporal. James dice para justificarse que solo ha planteado la cuestión de qué acti­ vidad merece la denominación de nuestra. Como somos individualidades con­ trapuestas al medio que nos rodea, los movimientos que tienen lugar en nuestro cuerpo figuran corno nuestra actividad, y James no puede señalar cualquier otra actividad que sea personalmente nuestra en el sentido estricto de la palabra. James plantea una tesis totalmente justa: como los pensamientos y las sensa­ ciones no pueden ser activos de por sí, se convierten en activos solo al des­ pertar la actividad del cuerpo. El cuerpo es el centro de un ciclón, el comienzo de las coordenadas. Todo gira alrededor del cuerpo, todo se siente desde su punto de vista. Todo eso es indudable. Todo eso es una verdad absoluta. Lo trágico de la posición de James y junto con él de toda la psicología moderna consiste úni­ camente en que no pueden hallar ningún camino para comprender de hecho una relación consciente entre nuestros pensamientos y sensaciones, por un lado, y la actividad de nuestro cuerpo, por otro. A fin de cuentas, empleando el lenguaje de James, toda la cuestión podría caber dentro de una cáscara de avellana: ¿cuál es la relación entre nuestra conciencia y nuestra vida real? Sin comprender esta relación, la conciencia resultará inevitablemente un epifenó­ meno, un miserable e inútil apéndice de la actividad automática de nuestro cuerpo, un reflejo pasivo de los cambios que se producen en él y, en el mejor de los casos, una cadena de alucinaciones del espíritu soñador. Pero la desgra­ cia consiste en que la cuestión de la conciencia y concretamente de las emo­ ciones la plantean y resuelven James y toda la psicología moderna de tal forma que la total imposibilidad de encontrar una relación consciente cualquiera entre las pasiones del alma y la vida real del hombre está prejuzgada de antemano. Por eso, James no puede hallar el camino de nuestros pensamientos y nuestras sensaciones, de nuestra actividad espiritual hacia la vida real del hombre en toda la inagotable riqueza de su verdadero contenido. Y se ve obligado a aga­ rrarse, lo mismo que el que está en trance de ahogarse, a un clavo ardiendo, al testimonio de la experiencia interna en cuanto a que la actividad espiritual consiste en movimientos que tienen lugar en la cabeza. De hecho, ningún camino comprensible y consciente nos lleva de las emo­ ciones en la interpretación de James -que tienen por fundamento las sensacio­ nes de la excitación de los órganos internos, la relajación de los músculos, la

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respiración acelerada—a los actos del hombre, a su lucha interna y externa, a su amor vivo y a su odio, a su sufrimiento y a su triunfo. Si la esencia de la emoción de terror consiste en realidad, como afirma James, en las sensaciones de palpitaciones y respiración aceleradas, temblor de labios, relajación de los miembros, carne de gallina y excitación interna, ninguna psicología, excepto la que cree en milagros, jamás será capaz de explicar la terrible debilidad del es­ píritu humano debido al terror, que denominamos renuncia y traición. Si el sentimiento de justicia moral consiste, como dice James, en cambios en el so­ nido de la voz y en la expresión de los ojos, etc., la psicología nunca será capaz de explicar por qué Sócrates permaneció encerrado y no huyó, como le acon­ sejaban los amigos, y no experimentó sentimiento de terror, acompañado de re­ lajación de los miembros y respiración acelerada. El terrible resultado a que nos lleva la psicología moderna de las emocio­ nes es la total carencia de sentido de las pasiones del alma y la total carencia de esperanzas de que comprendamos alguna vez el significado vital de las pa­ siones y, junto con ello, de toda la conciencia humana. De hecho, este resul­ tado lo encierra ya completamente la doctrina cartesiana que acabamos de examinar. Lo fundamental y más terrible de esta doctrina consiste en que se supone desde el principio hasta el fin que el alma está fuera de la vida, que no parti­ cipa en absoluto en la vida del cuerpo. Lo que tenemos en común nosotros y los animales -la vida- pertenece por completo a la extensión, con lo cual ex­ cluye toda posibilidad de la intimidad a que se refiere James, la imposibilidad de cualquier interés en la participación del alma en la existencia real y en el destino real del autómata que representa nuestro cuerpo. A pesar de que, según declara Descartes, los afectos nos hacen ver claramente que no nos encontra­ mos en nuestro propio cuerpo como el nadador en la barca, sino que estamos ligados a él muy estrechamente y como mezclados con él de modo que for­ mamos un ser108, en toda su doctrina de las pasiones afirma lo contrario. Su voluntad dirige las pasiones análogamente a cómo dirige el barco el naviero cuando algo se rompe en él. En el ejemplo del amor intelectual y sensitivo, Descartes muestra lo ab­ surdo, lo monstruoso, lo inalcanzable y lo inexplicable de la relación entre una y otra forma de pasión. ¿Qué puede haber en común entre las formas princi­ pales de pasiones sensuales de que disponíamos antes de nacer y que radican en las necesidades de nutrición durante el período de la vida embrionaria y las elevadas pasiones del espíritu, cuya fuente la constituye la necesidad de cono­ cimiento encerrado en nuestra naturaleza pensante? Comprendemos la afirma­ ción de Descartes de que pueden y deben existir por separado, pero no comprendemos en absoluto cómo pueden existir juntas. El propio Descartes afirma que la semejanza y la conexión entre ellas no están claras para nosotros. Por consiguiente, la resolución paralelista del problema psicofísico —el dua­ lismo del cuerpo y el espíritu, el dualismo entre los animales y el hombre-

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conduce inevitablemente al terrible pensamiento de Descartes, a la total sepa­ ración de la conciencia y la vida. Según este último, la vida no solo no in­ cluye la posibilidad y la necesidad de la conciencia, sino que excluye por completo tai posibilidad. Desde el principio, se supone que el alma está fuera de la vida. Esto nos conduce al hecho de que en la resolución de Descartes el problema psicofísico, ese problema, aislado de todos los demás, se convierte aquí en la cuestión relativa al papel y al significado de las pasiones del alma en la vida del hombre, cuestión que obtiene la más inesperanzada resolución de todas las que se le han planteado alguna vez a la humanidad: la vida re­ sulta completamente absurda; las pasiones, absolutamente carentes de vida. ¿Pero no es a eso mismo a donde nos conduce también la psicología ac­ tual de las emociones? Por un lado, la teoría de las emociones innatas, que existían ya antes de nuestro nacimiento, que radicaban en la naturaleza animal del hombre, sensaciones orgánicas, arcaicas, rudimentarias, casuales, totalmente absurdas e innecesarias. Por otro, la teoría de las emociones independientes, esas alucinaciones del espíritu, carentes de vida. Tiene razón M. Prince cuando dice que la psicología moderna se halla ante el dilema de llegar a una inter­ pretación cualquiera, aunque sea la más lejana y vaga, de la unidad entre la conciencia emocional y la vida o aceptar la hipótesis alternativa del dualismo y el paralelismo, es decir, del epifenomenalismo y del automatismo humano (M. Prince, 1928, pág. 167). La psicología moderna, lo mismo que el asno de Buridán, se halla entre estas hipótesis, no es capaz de elegir una de ellas, de resolver la cuestión fundamental, el problema de los problemas, que McDou­ gall formula en dos palabras: hombre o autómata. Sin exagerar, toda la psicología moderna de las emociones es, en igual me­ dida que la cartesiana, o bien la psicología de las pasiones de un autómata sin sentimientos o la psicología de las emociones independientes de los espíritus carentes de vida. Por eso, toda la psicología moderna de las emociones puede ser considerada como se quiera, pero no como la psicología del hombre. Como mejor se puede expresar lo que ha sucedido en la psicología moderna de las emociones es mediante la desesperanzada exclamación de un héroe de uno de los dramas chejovianos -u n decrépito anciano, al que han dejado en una casa abandonada con todas las ventanas condenadas: «¡Se han olvidado de una per­ sona!»109- . El pathos de la completa absurdidad de las sensaciones ogánicas y de la total carencia de vida de las emociones alucinantes independientes puede alimentar tan solo la psicología de los autómatas carentes de alma o la psico­ logía del individuo puramente razonador que representaba el ideal de Kant, cuya llegada precedía Lange en base a su teoría, la psicología de los espíritus puros condenados a una existencia intelectual impasible, que, según palabras de James, parece constituir el ideal de los sabios de la antigüedad. La muerte es la última palabra de toda la psicología moderna de las emo­ ciones, que, de acuerdo con Descartes, supone desde el mismo comienzo que el alma está fuera de la vida. No queda más que condenar sólidamente las ven-

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tanas de la casa vacía y abandonada, en la que, según afirman los que cono­ cen de verdad el espíritu humano, vibraba siempre una animada y apasionada vida y que constituye ahora la última morada del individuo olvidado. Pero en este acto final del drama, ante el espectáculo de tan desesperante colofón de la psicología clásica de las emociones, se apodera de nosotros el sen­ timiento de extrañeza que, según afirma Aristóteles y tras él Descartes, cons­ tituye el comienzo de la filosofía. Este sentimiento de extrañeza, preñado de reflexiones filosóficas, lo plasmó un poeta ruso. Vio a un leproso comiendo granos de beleño e intoxicándose con su veneno, el cual experimentaba ese es­ tado de suprema felicidad que Minyar observaba en los idiotas, imbéciles, ca­ quécticos y dementes, en los paralíticos y en los alienados en estado de completo decaimiento psíquico y moral. Si el destino de la alegría suprema es patrimo­ nio de los idiotas y los alienados, se nos plantea involuntariamente el pensa­ miento de la completa absurdidad de las pasiones humanas y junto con ellas de toda la vida de la conciencia.

17 Nos resta hacer el resumen del dilatado análisis de la naturaleza filosófica de la psicología moderna de las emociones y determinar en breves conclusio­ nes el destino de la doctrina cartesiana de las pasiones en el desarrollo del co­ nocimiento psicológico, cuyos problemas fundamentales surgen ante la psicología del futuro con motivo de la descomposición definitiva del pensa­ miento cartesiano predominante en este capítulo del saber experimental cien­ tífico. Creemos que todo el curso de la investigación precedente ha mostrado con suficiente claridad lo acertado de nuestra tesis fundamental: la teoría de James-Lange y todo el sistema de investigaciones críticas que se ha desarrollado a su alrededor ha llevado ante nuestros ojos a la construcción de una nueva teoría de las emociones, relacionada directamente, si esclarecemos su génesis ideológica y sus fundamentos metodológicos, no con la doctrina de Spinoza de las pasiones, sino con las ideas de Descartes y Malebranche. Nos queda tan solo extraer conclusiones de esta tesis y valorar teóricamente la importancia de este hecho para el desarrollo ulterior de la psicología como ciencia. Valorare­ mos ante todo* el carácter metafísico de principio de toda la tendencia filosó­ fica y científica del pensamiento que aúna y liga en una corriente las teorías de Descartes y James. Anteriormente hemos tenido ocasión de aclarar detalladamente que la teo­ ría de James y la teoría de Lange, aunque parezcan a primera vista teorías estrictas y consecuentemente biológicas, incluso en cierto sentido el triunfo supremo de la idea biológica en psicología, de hecho son en realidad teorías antibiológicas, a las que caracterizan dos rasgos fundamentales: 1) la total falta de posibilidad por principio de aplicar la idea del desarrollo a la esfera de la

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realidad que estudian; 2) la idea epifenomenalista del significado de las emo­ ciones que le sirve de base. No repetiremos lo que hemos dicho a este res­ pecto. Nos limitaremos tan solo a observar las raíces de esta concepción metafísica que excluye toda posibilidad de desarrollo en el campo de las emo­ ciones cualquier relación consciente entre estas últimas y la conciencia en su conjunto, entre las emociones y la vida real del hombre. Como es fácil de comprender, estas raíces se encuentran en la doctrina cartesiana de las pasio­ nes del alma. Como es sabido, a Descartes no le era ajena en absoluto la idea del desarrollo. A pesar de que la cosmología y la física de Descartes eran, como señala acer­ tadamente V. F. Asmus, invariablemente mecanicista, de que Descartes inter­ preta la interacción no como una reacción dinámica, sino como la transmisión mecánica del movimiento de un cuerpo a otro, sin embargo, introduce en cos­ mología la idea del desarrollo, su cosmología es al mismo tiempo cosmogonía. «Fue en realidad el primero que construyó en los tiempos modernos la gran­ diosa por su alcance sintético teoría cosmogónica» (V. F. Asmus, 1929, pág. 35). No obstante, incluso en el campo del problema cosmológico, Descartes conti­ núa siendo en mayor grado partidario consecuente de los principios teológico y mecanicista de su sistema que del principio del desarrollo. Continúa estando plenamente de acuerdo con la doctrina de la Iglesia de la creación del mundo, que para él constituye una verdad inmutable. «Es indudable -d ice- que el mundo fue creado originariamente en toda su perfección, ya que existían en él el sol, la tierra, la luna y las estrellas. En la tierra había no solo gérmenes de plantas, sino también las propias plantas. Adán y Eva no frieron creados como niños, sino como adultos. Eso nos lo confirman claramente la fe cristiana y la razón natural» (Descartes, 1914, pág. 7). Exactamente igual se mantiene Des­ cartes plenamente fiel al principio mecanicista de la explicación del mundo, al que considera como un infinito conjunto de cuerpos que actúan mecánicamente unos sobre otros. Para él, la ley fundamental de la naturaleza sigue siendo la ley de la rutina. Todos los cuerpos son divisibles infinitamente, como señala acer­ tadamente Fischer; la explicación cartesiana de la naturaleza se basa íntegramente en principios matemático-mecánicos. Aún más metafísica y aún más subordinada al principio mecanicista y teo­ lógico es la explicación de la vida y la conciencia en la filosofía de Descartes. Es verdad que también aquí nos encontramos con tímidas alusiones al pro­ blema del desarrollo, que llamaba él mismo a la puerta, pero para el que la puerta de la doctrina cartesiana resultó herméticamente cerrada. Para com­ prender mejor la naturaleza de las plantas o de los animales, decía Descartes, es preferible razonar que las han engendrado paulatinamente semillas que con­ siderar que han sido creadas por Dios al comienzo de la creación. En estas cir­ cunstancias, podemos descubrir conocidos principios fácilmente comprensibles. A partir de estos últimos como de los granos, podemos mostrar el origen de las estrellas, la Tierra y todo lo concebible para nosotros en el mundo visible.

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Como es sabido, Descartes se ocupaba del problema del desarrollo em­ brionario. Para él, la resolución del problema antropológico abarcaba cuestio­ nes de carácter fisiológico, psicológico y ético. La cuestión fisiológica, que se refería a los órganos y funciones del cuerpo humano, estaba para él estrecha­ mente ligada a la zoológica. La estructura del cuerpo humano debe ser cono­ cida partiendo de su origen, de la historia del desarrollo del embrión y esta última a su vez partiendo de la historia de la formación de los organismos ani­ males. El filósofo trata incansable y celosamente de penetrar en este campo con ayuda de investigaciones anatómicas de carácter comparativo. Aquí, extrae los datos directamente de la fuente de la naturaleza. Anatomiza los animales y trata, por consiguiente, de encontrar experimentalmente la solución del problema fi­ siológico. El que Descartes buscase la solución de los misterios de la vida con ayuda de la anatomía comparativa y la embriología constituye un sorprendente testimonio del carácter metodológico de su pensamiento, que al juzgar sus tra­ bajos biológicos debe situarse por encima del valor grande o pequeño de los resultados de tales ocupaciones. Ya desde muy temprano se ocupaba de la aparición de los animales y es­ cribió una obra sobre el cuerpo humano. Es su tratado sobre el hombre, que analiza la digestión, la circulación de la sangre, la respiración, el movimiento muscular, la acción de los órganos de los sentidos y de las sensaciones, los mo­ vimientos internos y las funciones del cerebro. Del rehacimiento del tratado surgió un nuevo trabajo, que abarcaba los animales y el hombre: la descrip­ ción de las funciones del organismo humano y la explicación de la formación del animal, o como dice el título: «Tratado sobre la formación del embrión»110. Que la idea sobre el origen de los animales y sobre el desarrollo embrio­ nario era cercana a Descartes se desprende de su carta a Isabel, en la que aborda la cuestión del rehacimiento del viejo «Tratado» a que acabamos de referirnos. Comunica que en la descripción de los animales y de las funciones humanas se había atrevido incluso a incluir y desarrollar la historia de la formación del animal desde los comienzos de su aparición. Habla del animal en general, ya que por carecer de la experiencia adecuada no puede estudiar lo que se refiere en particular al hombre. En la carta, Descartes perfila con plena claridad los límites de su idea del desarrollo. No cabe la menor duda que tenía una con­ cepción vaga del problema del desarrollo de los animales y del embrión. No obstante, también en este caso se ocupaba del mencionado problema refirién­ dose a los anímales en general y no al hombre en particular. Eso se lo impe­ día no solo la falta de experiencia, como explica Descartes, sino algo más básico y esencial. El propio fundamento de la psicología cartesiana excluye por completo la posibilidad de la aparición de una idea incluso vaga del desarro­ llo. Otra cosa son los animales. Es sabido que Descartes considera el organismo como un mecanismo automotor, subordinado íntegramente a las leyes de la naturaleza, por lo que exige una explicación naturalista. En cuanto al problema psicológico, a Descartes le liga el principio teológico.

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Del hecho que Descartes suponga desde el principio que el alma está fuera del cuerpo y considere el problema de la vida desde un plano exclusivamente mecanicista, del hecho que establezca un dualismo absoluto entre el hombre y el animal, del hecho, finalmente, que considere el pensamiento y la extensión en el hombre como sustancias totalmente separadas que se excluyen una a otra, se desprende lo siguiente: no solo se encuentra ante la imposibilidad por prin­ cipio de introducir en su doctrina de las pasiones ni tan siquiera los más vagos rudimentos y presentimientos de una explicación histórica, sino que se ve obli­ gado a desarrollar esa doctrina en el plano de un antihistoricismo de princi­ pio, de una doctrina puramente metafísica. Como ya hemos visto, para Descartes nuestras pasiones primitivas radican en la historia del desarrollo embrionario. Se trata de pasiones que tienen su ori­ gen en las necesidades vitales del embrión en cuanto a alimentación. Surgen al­ rededor del aparato digestivo. Independientemente de su posterior complejidad, toda su historia es tan solo una superestructura sobre la invariable base fisioló­ gica de los primeros días. El mecanismo de las pasiones del hombre adulto tiene su fuente en la estructura y el funcionamiento de la máquina embrionaria. Como recordaremos, es precisamente esta circunstancia la que sirvió de pretexto a Des­ cartes para resolver el problema de la explicación visceral de la naturaleza de nuestras pasiones. En este sentido, Descartes fue sencillamente más consecuente que sus discípulos posteriores. Si la pasión no es más que una variación de los órganos internos (estómago, intestino, corazón), se plantea la tarea de conseguir entre ellos una relación consciente y comprensible, hallar su causa más cercana. Descartes resuelve el problema encontrando la causa y el sentido de esta rela­ ción en el origen embrionario de las pasiones. A diferencia de otros investiga­ dores posteriores, no se conforma con la simple descripción del mecanismo de las pasiones, sino que desea explicar por qué en el amor y la aflicción da mues­ tras el estómago de una mayor actividad digestiva y en el odio y la alegría esta actividad disminuye. Carece de importancia que Descartes admita con igual satisfacción la re­ lación inversa entre la digestión y las pasiones. Ahora, la ilimitada condes­ cendencia del pensamiento permite aceptar que el embrión experimenta aflicción porque recibe una alimentación que no le corresponde y se entrega a la alegría porque su estómago se prepara a recibir buenos alimentos. Cual­ quiera que sea la estabilidad de las explicaciones y su capacidad real de per­ suasión, la posición de principio del hecho no varía por ello ni un ápice. Lo importante, y esa es una cuestión básica, es que Descartes trata de ofrecer una explicación causal al origen estomacal del amor y el odio, la alegría y la tris­ teza y que esa causa de las pasiones fundamentales del alma la encuentra en la ruda embrionaria. En tan pleno y básico significado de esta tesis, encuentra la teoría visceral de las pasiones su culminación y descubre los más profundos y últimos fun­ damentos. No podemos estar de acuerdo con Sergi, que considera que la in-

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estabilidad de las explicaciones reales de Descartes, su fácil condescendencia, su disposición a sustituir las conexiones establecidas entre las pasiones y las ne­ cesidades alimenticias del embrión comprometen toda su construcción. Por el contrario, solo en este punto adquiere el sistema su verdadero sentido y signi­ ficado. Aquí es precisamente donde Descartes interviene en la calidad del fí­ sico que había querido ser en el «Tratado de las pasiones del alma». Solo si tomamos en consideración la doctrina del origen embrionario de nuestras pasiones fundamentales del alma, podremos valorar con acierto toda la concepción de Descartes y comprender su verdadera relación con las teorías viscerales modernas de las emociones. Las pasiones fundamentales del alma ra­ dican ya en la vida embrionaria del hombre, es decir, existen antes de su na­ cimiento. Todas las posteriores pasiones complejas y derivadas no son más que variaciones y modificaciones de estados embrionarios. En su carta sobre el amor, Descartes dice sin rodeos que las formas fundamentales de deseos sen­ suales, las pasiones elementales y principales, de cuya combinación y variacio­ nes surgen todas las restantes, se manifiestan ya durante la alimentación de la vida embrionaria, radican en las necesidades alimenticias del organismo. Es por eso precisamente por lo que esas pasiones representan el simple reflejo en la conciencia de complejos estados orgánicos. No cabe desarrollar con mayor plenitud y claridad que lo hace Descartes la teoría de las pasiones innatas. Los razonamientos referentes a esta cuestión ofrecen una analogía directa con su doctrina de las ideas innatas. Como es sa­ bido, la idea de Dios aparece en la doctrina de Descartes como existente desde los comienzos, no mediatizada ni por los sentimientos ni de ningún otro modo, como una idea innata, que Dios ha imprimido en nosotros, lo mismo que el artista en su obra. Las pasiones fundamentales resultan ser particularidades in­ natas de la naturaleza corporal del hombre en la misma medida que las ideas fundamentales son particularidades innatas de la naturaleza espiritual. No afirmo, dice Descartes, que el espíritu del niño en el vientre de la madre re­ flexione sobre cuestiones metafísicas, pero tiene ideas sobre Dios, sobre sí mismo y sobre todas las verdades conocidas de por sí, tal y como lo son en los adultos cuando no piensan en absoluto en estas verdades. Análogamente a como Descartes reconoce innatas y propias del espíritu del niño en el vientre de la madre las ideas fundamentales que son conocidas de por sí, reconoce que el espíritu del niño en el vientre de la madre experimenta ya las principales pasiones del alma: el amor y el odio, la alegría y la tristeza, lo mismo que los adultos. La doctrina de que las pasiones fundamentales del alma radican en las ne­ cesidades alimenticias de la vida embrionaria, debido a lo cual son innatas, no solo no desvía a Descartes de su camino principal, no solo no representa una traición a toda su concepción fundamental, sino que, por el contrario, repre­ senta el punto culminante de su investigación. Llega al punto al que se había dirigido siempre. La idea de las pasiones innatas proporciona por vez primera 278

a toda la doctrina el valor de una concepción básica, de una construcción fi­ losófica acabada, fiel a los principios fundamentales de todo el sistema de Des­ cartes y le eleva por encima del nivel de las consideraciones y conjeturas fisiológicas simples, caducas en el transcurso del tiempo. Por vagas que fueran las ideas de Descartes sobre la fisiología real del organismo humano, su idea filosófica de la naturaleza de las pasiones fue para él diáfana y clara hasta el fin y sigue siéndolo para nosotros. Solo por eso ha podido sobrevivir siglos y mantenerse como parte viviente de toda la psicología posterior. Como ya hemos dicho, esta idea es la única que proporciona posible significado a toda la teo­ ría visceral de las emociones. Es la única que permite establecer la relación com­ prensible existente entre las pasiones del alma y la actividad de los órganos internos. Por eso representa la última palabra de la teoría visceral, sin la que, como veremos más adelante, quedan incompletas todas las demás variantes de esta hipótesis. El carácter innato de las pasiones es el último fundamento de la teoría visceral. Aquí divergemos decididamente con Sergi, que pasa por alto esa idea sin comprender su valor de principio y por eso se inclina a ver en ella más bien una desviación de la concepción general que su culminación. Llama a Des­ cartes el verdadero fundador de la teoría visceral de las emociones, apoyándose exclusivamente en las ideas puramente fisiológicas del filósofo. Sin embargo, solo la doctrina de las pasiones innatas, que corona toda la construcción, nos permite considerar a Descartes como el verdadero padre de toda la psicología moderna de las emociones, ya que esta gira, como alrededor de su eje, alre­ dedor de la hipótesis orgánica de la naturaleza del sentimiento humano. Tras la visión finalista, tras la doctrina de las emociones intelectuales, casi ajenas al hombre, tras las sensaciones, los recuerdos, los juicios, resume Sergi el contenido de la doctrina cartesiana, actúa un mecanismo que se puede es­ quematizar en breves palabras. La excitación externa y los fenómenos psicoló­ gicos intelectuales no pueden surgir sin unas corrientes nerviosas centrífugas muy diversas: algunas de ellas aseguran la adaptación más o menos afortunada de la máquina humana a las circunstancias externas, otras se dirigen hacia ór­ ganos ubicados profundamente y los cambios que provocan en ellos se trans­ fieren a la conciencia o al lenguaje de las sensaciones viscerales o al lenguaje de las emociones originales que no pueden reducirse a ninguna otra cosa, dice Sergi, omitiendo por completo la cuestión de las pasiones innatas. El camino elegido por él, continúa Sergi, que abrió y lo hizo practicable a tan gran dis­ tancia, lo hallaron posteriormente numerosos investigadores y continúa ahora siendo más actual que nunca. Con frecuencia se dice indulgentemente que fue su predecesor, pero si traducimos sus arcaísmos a nuestro lenguaje, si libera­ mos el pensamiento que le animó a errores reales, totalmente inofensivos ahora, deberá recibir el verdadero título de fundador de la teoría, afirma Sergi. Con esto no cabe estar en desacuerdo si se tiene en cuenta no solo lo que dice Sergi a lo largo de su investigación, sino el sentido filosófico de la teoría

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fundada por Descartes, que culmina en la doctrina de las pasiones innatas. Es precisamente esa parte de la doctrina la que ha sobrevivido a las variantes mo­ dernas de la hipótesis visceral. Por extraño que parezca, hasta ahora nadie se ha dado cuenta de que la teo­ ría de James-Lange representa a la de las emociones innatas. Las manifestacio­ nes corporales -esa fuente y esencia de la sensación emocional—surgen de modo puramente reflejo. Como los restantes reflejos, son reacciones innatas del or­ ganismo preestablecidas y preparadas por todo el curso del desarrollo zooló­ gico y embrionario. Son propias del hombre debido a la estructura de su organismo y hablando en rigor excluyen toda posibilidad de desarrollo. Como es sabido, para W. James, la enorme ventaja de su teoría consistía en que permite dar una explicación causal a las emociones (se encuentra en los actos reflejos) y en que su explicación nos permite comprender la sor­ prendente diversidad de las emociones. Ya sabemos que si James viviese ahora le defraudarían profundamente las esperanzas que había concebido de explicar, basándose en su teoría, la sor­ prendente diversidad de las emociones. Debería saber que las manifestaciones corporales de las emociones son extraordinariamente uniformes y estereotipa­ das, debido a lo cual no pueden ser la fuente de explicación de la enorme va­ riedad de las reacciones emocionales. Pero lo que ahora nos interesa no es esto. Es mucho más importante para nosotros establecer que al ver la causa de las emociones en innumerables actos reflejos, James confirmó en la psicología mo­ derna la doctrina cartesiana de las pasiones innatas. Es cierto que caben dife­ rentes actos del reflejo y que estos actos varían hasta el infinito. Pero aún es más cierto que el acto reflejo constituye una reacción innata del organismo, la más general en todos los individuos de la especie en cuestión, que es la forma más invariable y absoluta de todas las formas de comportamiento humano. Si la causa de las emociones son los actos reflejos, no nos queda ninguna otra posibilidad de explicarlas más que reconociendo que son pasiones inna­ tas. En todos los cambios, las emociones siguen siendo esencias eternas, in­ tangibles, análogas a las especies que en tiempos se consideraban en biología invariables. Como vemos, James acaba negando lo que estableció al principio. Lo mismo que en tiempos las especies fueron consideradas invariables debido a la ausencia de la idea del desarrollo y las teorías de la evolución, la teoría de las emociones, que excluye la posibilidad de desarrollo, nos lleva irremisible­ mente a recóhocer las emociones como esencias eternas, intangibles, invaria­ bles. Hemos intentado ya anteriormente mostrar que esta teoría excluye radicalmente toda posibilidad de desarrollo. La involución y no la evolución, la reducción y no el desarrollo, la muerte y la transformación en residuos ru­ dimentarios y no la complejidad y la metamorfosis en formas más elevadas, las funciones degenerativas, arcaicas, reminiscencias del lejanísimo pasado y no las progenéticas, que tienen futuro es lo que representa la teoría de James. Su úl­ tima palabra dice que la emoción es una reacción patológica casual, una re-

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miniscencia inútil e innecesaria del pasado, incapaz de desarrollo alguno. Esto se manifiesta aún con mayor claridad en la teoría de Lange, que se detiene ante el hecho que en su mayoría las emociones no las provoca la simple sen­ sación de un órgano de los sentidos cualquiera, sino causas psíquicas, el re­ cuerdo y la asociación de ideas, incluso cuando la propia asociación la provoca una impresión sensual. Para explicarlo, Lange desarrolla una teoría acorde ple­ namente con el espíritu de los reflejos condicionados, al mostrar que el acto reflejo, relacionado inicial y directamente con una impresión sensual, se rela­ ciona posteriormente, gracias a la continuación de la impresión recibida, con otros estímulos, con nuevos excitantes condicionados, que debido a ello se vuel­ ven capaces de provocarlo. «Como ejemplo de un sencillísimo caso -escribe Lange- quiero mostrar un hecho cuya veracidad confirmará toda madre. El niño grita cuando ve una cu­ chara con la que le han obligado repetidas veces a tomar una medicina que sabía mal. ¿Cómo se produce eso? Casos análogos han sido estudiados con re­ lativa frecuencia desde el punto de vista psicológico, y nuestra pregunta ha po­ dido ser objeto de respuestas muy diferentes. Unos dicen: grita porque considera la cuchara la causa de su sufrimiento anterior, pero con eso no se aclara en absoluto la cuestión. Otros: porque la cuchara despierta el recuerdo de un su­ frimiento pasado; eso puede ser completamente justo, pero no transfiere la pre­ gunta al campo de la fisiología. Responden también: porque la cuchara le despierta el miedo a un sentimiento desagradable futuro; la pregunta consiste precisamente en cómo la visión de la cuchara, debido a su utilización anterior, es capaz de producir miedo, es decir, provocar determinado género de activi­ dad en el centro vasomotor» (1896, pág. 70). La explicación de Lange consiste en que «cada vez que el niño toma la me­ dicina sus sentimientos gustativo y visual reciben una impresión simultánea: la primera, de la medicina; la segunda, de la cuchara. Ambas impresiones se ligan, se combinan, gracias a lo cual los recuerdos tienen la facultad de pro­ vocar emociones... Si mostramos una cuchara a un niño que no sospeche nada, que antes no haya experimentado el amargor de la medicina que contenía, en lugar de gritar, tratará de apoderarse de la cuchara. Sin embargo, si el niño ha visto más de una vez la cuchara con la medicina y ha notado que este fenó­ meno va siempre acompañado de una sensación gustativa repugnante, la sola visión de la cuchara (de por sí) tendrá la facultad de hacer que el niño grite, con otras palabras, hará actuar su centro vasomotor» (ibidem, págs. 70-71). K. G. Lange desarrolla la hipótesis del establecimiento de una relación fun­ cional nueva, inexistente antes, entre dos centros, gracias a la apertura de un nuevo camino cerebral. El mejor discípulo de Pávlov no habría sido capaz de explicar más consecuentemente el origen de las emociones psíquicas de acuerdo con los reflejos condicionados. Pero Lange era más consecuente que los fisió­ logos de su época y tuvo el valor de comprender hasta el final que la admi­ sión de la reacción emocional basada en los reflejos condicionados no modifica 281

en esencia nada en la naturaleza de la propia emoción. Todo consiste única­ mente en «el rodeo más largo que ha de hacer el impulso obtenido de fuera, antes de llegar al centro vasomotor. Pero según puedo juzgar -dice Lange-, los rasgos fundamentales del proceso fisiológico siguen siendo los mismos: la excitación desde los órganos centrales de los sentidos hasta las células de la sustancia cortical y desde estos últimos hasta las células vasomotoras de la mé­ dula oblonga» (ibidem, pág. 74). Con otras palabras, el reflejo condicionado continúa siendo total y absolutamente un reflejo, aunque lo provoquen nue­ vos estímulos. «Por consiguiente, tenía derecho a decir que la diferencia entre las emo­ ciones de origen físico y las provocadas por causas psíquicas no encierran desde el punto de vista fisiológico nada positivo, nada importante. Lo fundamental, el fenómeno que lo condiciona todo cuando surgen ambas emociones es el mismo: la excitación del centro vasomotor. La diferencia consiste únicamente en el camino que sigue el impulso para llegar al centro. A eso se le añade ade­ más la circunstancia de que en las emociones psíquicas indirectas la fuerza del impulso se intensifica debido a la actividad cerebral despertada anteriormente y que aún no se ha apagado, la cual se combina con el impulso de la impre­ sión exterior» (ibidem, págs. 74-75). En realidad, si consideramos la emoción como una reacción refleja innata del organismo, la posibilidad de su desarrollo o de su complejidad tendrá un carácter puramente ilusorio. ¿En qué consiste el desarrollo del reflejo condi­ cionado? Exclusivamente en que varían los estímulos que lo provocan y que ponen en movimiento el mecanismo reflejo. El perro en los experimentos de Pávlov agrega una determinada cantidad y calidad de saliva a la vista de la co­ mida. Seguidamente, una vez establecido el reflejo condicionado, comienza a responder con la misma reacción a un nuevo estímulo, que antes era neutral e indiferente, a la luz azul. Pero en este caso la reacción salival sigue siendo completamente invariable. El perro continúa segregando saliva en igual canti­ dad y de la misma calidad, pero únicamente por otro motivo. Eso mismo es igualmente aplicable a todos los restantes actos reflejos, concretamente a las reacciones emocionales. La reacción emocional de terror la provoca inicialmente la influencia di­ recta de la causa terrorífica. Posteriormente, la puede provocar cualquier otro estímulo que te combine repetidas veces con la causa inicial. El niño reacciona inicialmente con gritos y con miedo al tomar una medicina amarga. Poste­ riormente, la sola visión de la cuchara es capaz de provocar en él la misma reacción. Indudablemente, el motivo inmediato de la reacción ha variado, pero la reacción de miedo como tal no lo ha hecho. En forma general, podríamos expresar el mismo pensamiento del modo siguiente: si la esencia de las emo­ ciones estriba, según James, en innumerables actos reflejos, el único cambio posible de estas consistirá en que pueden variar los estímulos que las provo­ can, sustituyéndose unos a otros los excitantes reflejos, pero la propia emoción,

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el sentimiento que experimenta el hombre seguirá siendo siempre el mismo, igual a sí mismo, así es que en la historia del desarrollo de las emociones po­ drán variar los motivos concretos de su manifestación, pero no podrán hacerlo las propias emociones. Por eso Lange afirma con pleno fundamento: «... en realidad, la diferencia entre la furia de los intoxicados con oronjas venenosas o de los maníacos y la ira de quienes han sido objeto de una ofensa grave consiste tan solo en las di­ ferentes causas y también en la presencia o ausencia de la conciencia en las co­ rrespondientes causas» (1896, pág. 65). Por tanto, la teoría vertical, tanto para su creador Descartes como para sus involuntarios continuadores, no solo pasa por alto los problemas del desarro­ llo, sino que resuelve de hecho esta cuestión en el sentido de la plena y abso­ luta negación de toda posibilidad de desarrollo emocional del hombre. Esta es la inevitable conclusión de la doctrina de las pasiones innatas.

18 Directamente relacionada con el problema del desarrollo de las emociones está la cuestión central de nuestra investigación, la originalidad de las emo­ ciones del hombre en comparación con las de los animales. Se trata de la cues­ tión relativa al grado en que la doctrina de las emociones puede ser la principal en la psicología del hombre. En la resolución de la mencionada cuestión, los involuntarios continuadores de Descartes divergen seriamente, al parecer, con su maestro. Descartes establece una tajante e infranqueable diferencia entre el animal y el hombre. Separa con un abismo el organismo humano, capaz de experimentar emociones, y los organismos animales, carentes en absoluto de pasiones. Toda pasión constituye ya una ventaja diferenciadora del hombre. En la naturaleza animal no existe en absoluto nada semejante a las pasiones del alma, ya que en ella no existe la propia alma. Por consiguiente, la doctrina cartesiana de las pasiones se refiere íntegramente al hombre y únicamente a él. Ante nosotros, a primera vista se halla la doctrina de las pasiones, elaborada desde el punto de vista de la psicología del hombre. Por el contrario, para James y Lange la teoría de las emociones se refiere al hombre únicamente en la medida en que este representa en sí un animal superior. En esencia, su teoría es la teoría zoopsicológica de las pasiones, que se refiere al hombre tan solo en la medida en que este es un ser biológico. Eso se desprende indudablemente de la doctrina del origen animal de las pasiones humanas, de la afirmación de la comunidad entre las emociones fundamenta­ les de los animales y el hombre y finalmente de la idea fundamental de toda la teoría de la naturaleza innata, refleja, animal de las emociones. A este aspecto de la cuestión se le prestó poca atención, porque el pro­ blema del hombre en general no se le planteó a la psicología moderna. Pero

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ya desde el mismo principio, tanto los autores de la teoría como sus críticos comprendían que en la hipótesis visceral se trata en esencia de la naturaleza animal de las emociones humanas. Nos remitimos a Chabrier, que es quien lanzó esta idea en la forma más completa. Junto con esta cuestión, dice Cha­ brier, penetramos en el verdadero núcleo del problema y tocamos la objeción capital que se plantea contra la teoría periférica. Cuando se trata de los ins­ tintos, nos encontramos ante un mecanismo establecido absoluta e invariable­ mente, que se acciona automáticamente en cuanto surge la excitación correspondiente. Es posible que esto sea también verdad respecto a las emo­ ciones primitivas del niño, pero no puede serlo en lo que se refiere a las emo­ ciones corrientes de los adultos. Y no se trata únicamente de que de por sí los estados orgánicos que pro­ vocan ral o cual emoción dependen directamente de la organización de la con­ ciencia, del número y la sistematización de las ideas con cuya ayuda se elaboran las impresiones externas. Se trata únicamente de que nuestras emociones expresan estados del cuerpo, y los propios estados del cuerpo son la expresión del orden de nuestras percepciones. La cuestión se refiere en primer lugar y fundamen­ talmente al problema de las emociones especificas del hombre. El propio James se inclinaba a limitar su hipótesis al campo de las emociones burdas, sin ex­ tenderlas a sentimientos más sutiles y elevados. Sin embargo, parece que las emo­ ciones humanas deben ser incluidas en la clase de las emociones sutiles, ya que si dejamos a un lado a los idiotas, el hombre más limitado está siempre rela­ cionado con un ideal más o menos confuso, con una conciencia más o menos sensible. Los sentimientos más bajos surgieron por influencia de las tradiciones, las creencias o los prejuicios religiosos. No son tales que se los pueda conside­ rar como reacciones instintivas o excitaciones, independientes del sistema de ideas establecido. Por eso, si presionamos algo la fórmula de nuestro autor, podemos obligarle a reconocer que su teoría no es capaz de explicar nada en las sensa­ ciones del hombre. Por lo menos, él mismo no se preocupó de justificar las di­ ferencias que preveía y él mismo las rebate con sus propios ejemplos. W! James se remite por igual como ejemplo de posible aplicación de su teo­ ría al terror de un hombre ante un oso y a la pena de una madre al enterarse de la muerte de un hijo suyo. Pero si el primer caso se refiere al grupo de emociones burdas, no cabe decir lo mismo respecto al segundo caso y no puede dejar de, extrañarnos que el autor no lo incluya en la clase de sensacio­ nes sutiles. Si James no establece una línea divisoria quizá sea porque para él no existe. Parece que acepta la diferenciación clásica tradicional entre las sen­ saciones morales superiores que se refieren a objetos tan ideales como el bien y la belleza y que surgen de una actividad puramente espiritual y las sensa­ ciones físicas inferiores, cuyo principio y fin están relacionados con el cuerpo y que por eso pueden ser explicadas fisiológicamente. Chabrier se remite con plena razón a que el sentimiento de hambre, con­ siderado comúnmente dentro del grupo de sensaciones corporales burdas, en 284

el individuo civilizado es ya un sentimiento sutil desde el punto de vista de la nomenclatura de James, que la simple necesidad de alimentos puede adquirir significado religioso cuando da origen al rito simbólico de la comunicación mís­ tica entre el hombre y el ídolo. Y al revés, el sentimiento religioso, que se con­ sidera habitualmente como una emoción puramente espiritual, entre los caníbales devotos, que ofrendaban a su ídolo víctimas humanas, es difícil in­ cluirlo en el grupo de las emociones superiores. No existe, por consiguiente, una emoción que por su naturaleza pueda ser superior o inferior, lo mismo que no existe emoción que por su naturaleza pueda ser independiente del cuerpo y no guardar relación con él. El libro del propio James «Sobre la di­ versidad de la experiencia religiosa» muestra indiscutiblemente en qué medida las sensaciones superiores están estrechamente ligadas a todas las fibras de nues­ tro cuerpo. Por eso no se puede dividir el enorme campo de las emociones en dos par­ tes, respecto a una de las cuales quepa aplicar la hipótesis periférica y respecto a la otra no quepa. No existen sentimientos que debido a un privilegio de na­ cimiento pertenezcan a la clase superior, mientras que otros la propia natura­ leza los incluya en la clase inferior. La única diferencia es la de riqueza y complejidad, y todas nuestras emociones son capaces de ascender por todos los peldaños de la evolución sentimental. Cada emoción puede ser calificada tan solo desde el punto de vista de su desarrollo. Por eso, solo puede ser recono­ cida como satisfactoria la teoría de las emociones capaz de ser aplicada a todos los peldaños del desarrollo del sentimiento. Al separar las emociones del desarrollo del sistema de las ideas, al hacerlas depender exclusivamente de la estructura orgánica, James llega inevitablemente a la concepción fatalista de las emociones, que abarca por igual a los anima­ les y al hombre. Las profundas diferencias que manifiestan las emociones del hombre en función de la época, el grado de civilización, la falta de similitud entre la adoración mística de los caballeros hacia su dama y la noble galante­ ría del siglo XVII quedan sin explicar desde el punto de vista de esta teoría. Si nos figuramos, dice Chabrier, la riqueza infinita de la emoción más pobre, si prestamos menos atención a la imaginaria psicología de los organismos unice­ lulares que al magnífico análisis de los novelistas y escritores, si nos aprove­ chamos simplemente de los valiosísimos datos que nos proporcionan las observaciones de las personas que nos rodean, no podremos por menos de re­ conocer la total inconsistencia de la teoría periférica. En efecto, es imposible admitir que la simple percepción de la silueta femenina provoque automática­ mente una serie infinita de reacciones orgánicas, de las que pueda nacer un amor como el de Dante hacia Beatriz, si no se presupone de antemano todo el conjunto de ideas teológicas, políticas, estéticas y científicas que constituían la conciencia del genial Alighieri. Los partidarios de la teoría orgánica olvidaron en su hipótesis nada más que el espíritu humano. Toda emoción es función de la personalidad: es pre-

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cisamente eso lo que pierde de vista la teoría periférica. Por consiguiente, la teoría puramente naturalista de las emociones exige como complemento la ver­ dadera y adecuada teoría de los sentimientos humanos. Así surge el problema de la psicología descriptiva del hombre, que se contrapone a la explicativa, a la psicología fisiológica de las emociones. Busca el camino científico para los problemas del espíritu humano que resuelven los grandes maestros en las no­ velas y tragedias. Quiere hacer accesible en conceptos a la investigación lo que esos escritores convirtieron en objeto de imagen artística. El problema de las sensaciones superiores, relacionado con la doctrina de los valores, se considera generalmente como un campo totalmente inaccesible a la psicología, que se ocupa de investigar psicofísica y psicofisiológicamente los procesos elementales de la conciencia y de su substrato corporal. Así surge la psicología descriptiva teleológica de las sensaciones superiores, que debe su origen directo a la total inconsistencia de la psicología explicativa moderna de las emociones. Si es verdad, como afirma uno de los más importantes investi­ gadores de la psicología comparativa moderna, que las emociones alcanzan su máximo desarrollo en lo que se refiere a complejidad, sutileza y diversidad en el hombre, pero que su génesis, evolución y naturaleza psicológica siguen siendo las mismas que en los animales, la necesidad de otra psicología no explicativa resulta realmente inevitable. Incluso desde el punto de vista del afecto más com­ plejo de los monos más cercanos al hombre, los antropomorfos, resulta impo­ sible explicar las pasiones humanas más elementales. Por eso, la gran psicología deberá romper tajantemente con la psicología científico-natural, causal y bus­ car su camino fuera y aparte de ella. Como dice S. Freud111, esta psicología necesita enfocar el problema de las sensaciones de un modo totalmente dis­ tinto a como se formó durante siglos en la escuela oficinal de psicología, con­ cretamente en la psicología médica. A ella, al parecer, dice Freud, le interesan ante todo los caminos anatómi­ cos por los que se desarrolla el estado de terror. Refiriéndose a que dedicó mucho tiempo y trabajo al estudio del terror, el psiquiatra señala que no co­ noce nada que sea más indiferente para la comprensión psicológica del terror que conocer el camino nervioso que recorre esa excitación. ¿Qué representa en el aspecto dinámico el afecto?, continúa. En primer lugar, el afecto incluye determinadas inervaciones motoras o reflujos, energías; en segundo jpgar, una determinada sensación es de dos tipos; la percepción de los actos motores que tienen lugar y la sensación directa de la satisfacción y el desagrado que proporcionan, como se dice, al efecto su tono fundamental. Pero de aquí no se desprende que lo enumerado constituya la esencia del afecto. Parece que en otros afectos cabe mirar más profundamente y descubrir el nú­ cleo que une el conjunto enumerado. Así surge la psicología «de profundidad» de los afectos, que trata de des­ cubrir su núcleo interno y realiza el heroico intento de conservar estrictamente la psicología determinista causal de los afectos autoencerrándose en la esfera

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de la causalidad psíquica pura. Esta rama particular y específica de la psicolo­ gía pura, que va hacia la profundidad, surge como una reacción necesaria del pensamiento científico ante la inconsistencia de la psicología académica, que se ocupa tan solo de la superficie de los fenómenos. Evidentemente, no halla un lenguaje común con la psicología fisiológica. No piensen, dice Freud, que lo que acabamos de decir sobre el afecto es un logro de la psicología normal universalmente reconocido. Por el contrario, se trata de conceptos que han cre­ cido en el terreno del psicoanálisis y que solo este reconoce. Lo que se puede conocer sobre los afectos en psicología, por ejemplo, en la teoría de JamesLange, para nosotros los psicoanalistas es algo simplemente incomprensible y que no puede ser objeto de discusión. Así, el intento de mantener el enfoque estrictamente causal de los hechos psicológicos y al mismo tiempo de no lle­ var a la quiebra la psicología como ciencia independiente y no poner sus asun­ tos en manos de la fisiología induce a la psicología de profundidad a reconocer la total independencia sustancional de los procesos psíquicos y a la autonomía de la causalidad psíquica. Otra corriente de la psicología moderna de las emociones, surgida como una reacción contra la inconsistencia de la teoría refleja de las emociones, re­ suelve de otra forma esa misma tarea de la cognición psicológica adecuada de los afectos. Renuncia por principio al enfoque causal de los sentimientos y se desarrolla como una fenomenología puramente descriptiva de la vida emocio­ nal. Según palabras de M. Scheler ( 1923)112, uno de los más destacados repre­ sentantes de la mencionada corriente, se había olvidado hace mucho tiempo que junto a las leyes causales y las dependencias psicofísicas de la vida emo­ cional de los procesos corporales existen también leyes semánticas indepen­ dientes de los denominados actos y funciones emocionales, distintos de las sensaciones del sentimiento. La naturaleza intencional y vaiorativa-cognoscitiva de la vida de nuestros sentimientos elevados la volvió a restablecer Lotze, aun­ que, sin embargo, no la desarrolló, ya que confirmó únicamente en el aspecto más general la lógica del corazón, pero no la examinó detalladamente. Son suyas la idea y la sentencia de que nuestra razón posee en el sentimiento el valor de las cosas y de sus relaciones, un procedimiento de franqueza tan serio y tan importante como les sucede a los fundamentos de la investigación racional, en los que el instrumento de la experiencia resulta insustituible. Ya en sus primeros trabajos, el propio Scheler asimiló, desarrolló y convir­ tió en el fundamento de su ética el antiguo y grandioso pensamiento de B. Pascal acerca del orden del corazón, la lógica del corazón, la razón del cora­ zón. Desde ese punto de vista analizó los sentimientos éticos, sociales y reli­ giosos, en los que, según su opinión, el verdadero y profundo pensamiento de Pascal encontró una rígida demostración. Continuando en esa dirección, con­ sidera necesario someter a ese mismo análisis fenomenológico la esencia y la forma del sentimiento de la vergüenza, el terror y el espanto, el sentimiento del honor, etc. Prevé en su sistema estudiar lo más importante de los senti287

mien tos genéricos arriba señalados, de modo que junto a su análisis psicoló­ gico y teórico-valorativo encuentre su lugar el problema del orden de desarro­ llo de los mencionados sentimientos en el plano individual y genérico y el esclarecimiento de su significado en la estructuración y conservación, la formalización y la constitución de diferentes formas de la vida humana conjunta. Por tanto, junto con la teoría mecánica de las emociones inferiores, cons­ truida según las leyes de la mecánica fisiológica, la psicología moderna crea una doctrina puramente descriptiva de los sentimientos superiores, específicos del hombre, surgidos históricamente; doctrina que se convierte en una rama com­ pletamente independiente del saber y cuyo fundamento es opuesto a la teoría fisiológica. Como señala Scheler, las últimas raíces de esta doctrina guardan re­ lación con la metafísica y ella misma se transforma en un sistema metafísico determinado que tiene por base el reconocimiento de la irreductibilidad gené­ tica de las manifestaciones verdaderamente espirituales del sentimiento, básica­ mente distintas a sus manifestaciones vitales. Como Scheler aplica esta doctrina a la teoría del amor humano, retorna de hecho a la división cartesiana de las pasiones espiritual y sensual. Estas son las dos respuestas fundamentales que da la psicología moderna a la cuestión, irresoluble desde el punto de vista de la teoría refleja, relativa a la naturaleza de los sentimientos del hombre. La psicología moderna busca ex­ plicación al enigma, bien en las profundidades metafísicas de la psique humana, en là voluntad schopenhaueriana113 o bien en las alturas metafísicas, en las que la pasión resulta separada totalmente de las funciones vitales y encuentra su verdadero fundamento en las esferas terrestres. Pero, aunque la metafísica busque el último fundamento de las pasiones en las esferas subterráneas o superficiales, utilice gustosamente junto con Freud las imágenes del reino subterráneo, del infierno y de las extremas profundida­ des del espíritu humano o dirija junto con Scheler sus miradas a la música es­ telar de las esferas celestiales, continuará siendo una metafísica que en su forma teísta y en su forma superdemoníaca resulta un complemento inevitable de la psicología superficial de las emociones, que las reduce a la sensación de reac­ ciones viscerales y motoras. La intencionalidad de los sentimientos superiores, la comprensible conexión del sentimiento con el objeto, sin las cuales el sen­ timiento superior deja, en opinión de Frebes, de merecer este nombre, el sig­ nificado de Ц sensación humana, accesible a nuestra comprensión, lo mismo que nos resulta comprensible el desarrollo deducido de premisas, la voz del sen­ timiento humano exigen una explicación, que encuentran en la psicología teleológica, descriptiva. Por tanto, si tomamos la psicología moderna de los sentimientos en toda su plenitud, si comprendemos la necesidad con que la teoría mecanicista de los sentimientos inferiores presupone la teoría teleoiógica de las sensaciones su­ periores, lo mismo que la doctrina de la naturaleza animal de las emociones exige como complemento suyo la doctrina de los sentimientos extravitales, ex-

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travivos del hombre, resultará claro: a la psicología moderna de los sentimien­ tos, tomada en su conjunto, no se la puede culpar en absoluto de diverger de la doctrina cartesiana. Por el contrario, es su encarnación viva, su continua­ ción y desarrollo en forma pseudocientífica. No hay necesidad de añadir que a James-Lange les ha correspondido la tarea de desarrollar tan solo uno de los dos principios de esta doctrina, que su teoría se ha limitado a aplicar el punto de vista naturalista en la explicación de las emociones. Exactamente igual que en el sistema del propio Descartes la explicación naturalista de las pasiones del alma conduce a la doctrina espiritualista de los sentimientos intelectuales, como la teoría más consecuente y naturalista de las emociones en la psicología mo­ derna, crea en el otro polo, en calidad de contrapeso suyo, la doctrina teleológica de la lógica de la revelación de los sentimientos superiores. El equilibrio en que se mantiene el sistema cartesiano, vuelve a restablecer en la psicología moderna de las emociones, en la que los principios naturalista y teleológico se compensan. Si añadimos que James no solo no era enemigo del segundo procedimiento de enfoque de los sentimientos humanos, sino que incluso se aproximaba mucho a él en la doctrina de las emociones indepen­ dientes del cuerpo y en las experiencias sobre la diversidad de la experiencia religiosa, cabe convencerse fácilmente de que el propio autor de la teoría fi­ siológica de las emociones aceptaba en esencia la doctrina cartesiana en toda su plenitud, aunque desarrolló preferentemente una de sus facetas. Por tanto, si nos referimos al aspecto básico de la cuestión, también esta divergencia de James con Descartes es ilusoria. Podemos convencernos definitivamente de ello retornando de nuevo a la doctrina cartesiana. Como hemos establecido anteriormente, su aparente di­ vergencia con la teoría de James comienza con el problema del hombre. Des­ cartes atribuye las pasiones únicamente al hombre y las niega a los animales. James, por el contrario, considera las emociones del hombre como manifesta­ ción de su vida puramente animal. La divergencia real y no aparente consiste tan solo en que James, junto con toda la ciencia moderna, rechaza la concep­ ción cartesiana relativa a la separación absoluta entre el hombre y los anima­ les. Pero si recordamos en qué consiste la esencia de la doctrina de Descartes de las pasiones, resulta fácil ver que resuelve el problema de las pasiones hu­ manas en el mismo espíritu y en el mismo plano de principio que Descartes. También resulta ilusoria la idea de que, al parecer, Descartes, al considerar las pasiones como el fenómeno fundamental de la naturaleza humana, propia exclusivamente de ella, en cierta medida no resuelve, sino plantea el problema de las sensaciones humanas en toda su especificidad. Como hemos tratado de establecer más arriba, el dualismo entre las sensaciones superiores e inferiores conduce inevitablemente a que el hombre con sus pasiones vivas y conscien­ tes se olvide de la inexpresiva psicología de los espíritus inmateriales y de la absurda psicología de los autómatas carentes de sentimientos y se encierre her­ méticamente en ellas. 289

Por consiguiente, a Descartes se le pueden aplicar plenamente las palabras pronunciadas por Chabrier respecto a la teoría de James: si presionamos algo las fórmulas del autor, podemos obligarle a reconocer que su teoría no puede explicar nada sobre los sentimientos humanos. La resolución dualista del pro­ blema de las pasiones humanas en la doctrina cartesiana, la insolubilidad desde el punto de vista de esta doctrina del problema del desarrollo, del problema del hombre y de su vida encierra ya en esencia la descomposición de la psi­ cología moderna de las emociones en la teoría explicativa y descriptiva del sen­ timiento humano. Tras la teoría de James-Lange, que recurre a las leyes de la mecánica fisiológica como a la última instancia explicativa, y tras la teoría de Scheler, que recurre en calidad de esta instancia a la metafísica de las relacio­ nes intencionales teleológicas, se vuelve a plantear en toda su magnitud la gran­ diosa contradicción que sirvió al gran filósofo de fundamento de su doctrina de las pasiones del alma.

19 El segundo problema más general, desde el punto de vista del cual hemos de llevar a cabo el resumen de nuestra investigación sobre los últimos funda­ mentos de la antigua y moderna psicología cartesiana de las pasiones es el pro­ blema de las conexiones, dependencias y relaciones entre las pasiones y la restante vida corporal y espiritual del hombre. Este problema está relacionado directamente con el que acabamos de examinar del desarrollo y de las parti­ cularidades específicas de las sensaciones humanas. Como ya hemos visto, en él salta a primer plano la cuestión relativa a la explicación causal de las emo­ ciones. El verdadero conocimiento es posible únicamente como conocimiento cau­ sal. Sin él no cabe ciencia alguna. El esclarecimiento de las causas pertenece, como señala James, a una investigación de orden superior, constituye el grado más alto en el desarrollo de la ciencia. Por eso, es natural que también en la psicología de las pasiones, comenzando por Descartes y terminando por James y los investigadores modernos, el problema de la explicación causal de las sen­ saciones humanas se plantea como el problema central y fundamental de la doctrina de la^ pasiones. ¿Cómo es posible el análisis causal de los hechos re­ lativos a la vida emocional del hombre? Hemos recordado ya la mordaz observación de Spranger, uno de los más notables representantes de la psicología descriptiva, acerca de que la explica­ ción causal que da la psicología descriptiva recuerda extraordinariamente la cé­ lebre parodia de Sócrates sobre una explicación inadecuada114. Este ejemplo puede servir de paradigma en nuestro análisis del problema de la causalidad en la psicología cartesiana y spinoziana de las pasiones y en sus ramificaciones modernas.

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Como hemos intentado mostrar anteriormente, James y Lange pagaron un elevado precio por la explicación causal de las emociones, el precio de renun­ ciar totalmente a cualquier relación consciente de las emociones con la restante vida psíquica del hombre. Lo que gana, por tanto, la teoría al establecer, en opinión de sus autores, la verdadera relación causal entre las manifestaciones fisiológicas y las sensaciones emocionales, lo pierde en la posibilidad de esta­ blecer cualquier relación comprensible y consciente entre el sentimiento como función de la personalidad y toda la vida restante de la conciencia. Por eso no es extraño que la explicación causal a que se refiere esta teoría contradiga brus­ camente nuestra sensación directa, la relación real entre las emociones y todo el contenido interno de nuestra personalidad. La conexión experimentada di­ rectamente, que plantean los fundadores de la psicología descriptiva como la base de toda consecución de los hechos de orden espiritual, histórico y social, deberá convertirse realmente en objeto de una ciencia completamente especial, si la explicación causal del tipo que encierra la teoría de James-Lange es la única posible en la psicología explicativa. «De todas las dificultades expuestas más arriba -dice Diltey- nos puede li­ berar tan solo el desarrollo de la ciencia que, a diferencia de la psicología ex­ plicativa y constructiva, propondría denominar descriptiva y divisoria. Para mí, la psicología descriptiva es la representación de los elementos y relaciones que se manifiestan uniformemente en toda la vida humana espiritualmente desarro­ llada, los cuales se unen en una conexión única que no se inventa ni se reduce, sino que se experimenta. Por tanto, este género de psicología es la descripción y el análisis de la relación que nos es proporcionada originariamente siempre en forma de la propia vida. De aquí se desprende una importante conclusión. El objeto de esta psicología es la relación planificada de la vida espiritual desarro­ llada. Representa esa relación de la vida interna en cierto género de hombre tí­ pico» (1924, págs. 17-18). «La uniformidad que constituye el objeto principal de la psicología de nuestro siglo se refiere a fórmulas de un proceso interno. La potente realidad de la vida espiritual en cuanto a su contenido sobrepasa los límites de esta psi­ cología. La creación de los poetas, las reflexiones sobre la vida que manifies­ tan tan grandes escritores como Séneca, Marco Aurelio, San Agustín, Maquiavelo, Montaigne y Pascal encierran tal interpretación del hombre en toda su realidad que toda psicología explicativa queda muy lejos» (ibidem, pág. 18). Por tanto, la posibilidad de la explicación causal de las emociones descu­ bierta por la psicología explicativa excluye por su propia esencia tanto la po­ sibilidad de investigar la relación espiritual interna que experimentan las emociones como cierra las puertas a la investigación de su contenido, que solo nos queda o bien reconocer el testimonio directo de la experiencia interna que vive cada minuto toda persona por la ilusión carente de todo significado cien­ tífico o bien desarrollar una segunda psicología basada en principios totalmente opuestos, la cual, renunciando a la explicación causal sea capaz de alcanzar una

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conexión interna de la realidad de nuestros sentimientos «potente en cuanto a su contenido» con toda la vida interna restante de la personalidad. De esta circunstancia no pudieron no darse cuenta los propios autores de la teoría orgánica, orgullosos de la posibilidad descubierta por ellos de la ex­ plicación causal. «No dudo -dice Lange- que la madre que llora la muerte de su hijo se indignará e incluso quizá se escandalice si le dicen que lo que ex­ perimenta es cansancio y flacidez muscular, frío en la piel, falta de riego san­ guíneo, insuficiencia de fuerzas en el cerebro hacia los pensamientos claros y rápidos, todo lo cual lo ha iluminado el recuerdo de la causa que ha provo­ cado los mencionados fenómenos. Sin embargo, la apenada madre carece de fundamentos para indignarse: su sentimiento es igual de fuerte, profundo y puro, cualquiera que sea la fuente de donde procede» (1896, pág. 57). Estas palabras son probablemente las más sencillas, las más humanas y las más profundas de todo el contenido de este breve estudio. A pesar de que se refieren a un ejemplo trivial extraído de los manuales escolares de psicología, encierran un profundísimo problema, basado en un hecho, indudable para el propio Lange, que exige ser explicado científicamente. La indignación y el re­ sentimiento de la madre se desprende directamente de la más indudable y más evidente conciencia de su penoso sentimiento. ¿Es que esta sensación de pena deberá ser considerada totalmente falsa? ¿Por qué, en este caso, la madre que llora la muerte del niño experimenta pena y no «cansancio y flacidez muscu­ lar y frío en la piel, falta de riego sanguíneo»? Nos hemos detenido tan detalladamente en tan trivial ejemplo, porque para nosotros adquiere un significado de principio sin igual en ningún otro momento de la mencionada teoría. Dicho con propiedad, la cuestión de la madre que ha perdido a su hijo, imaginaria y controvertible desde el punto de vista de la psicología mecanicista, la continúa ya en la realidad toda la psico­ logía descriptiva. Sus puntos inicial y final, todo el sentido de su existencia, el único fundamento de su razón, que no puede impugnar ningún psicólogo y quizá incluso ninguna persona que haya experimentado alguna vez una pena real, constituyen un hecho que Lange pasa por alto con gran ligereza y con un sentido de superioridad. Realmente, nos hallamos ante el caso de que si los hechos no coinciden con la teoría, peor para los hechos. El sufrimiento de una pena es un hecho real y consciente. El propio Lange comprende que no se le puede considerar como un fantasma que no existe en realidad, como un des­ vario de la trastornada fantasía. Porque a él no le cabe la menor duda de que la madre al enterarse de la interpretación de su dolor a la luz de la teoría pe­ riférica se indignará y se escandalizará, es decir, reaccionará emocionalmente. La indignación y la irritación son también emociones tan indudables como el dolor, aunque se manifiesten en sensaciones musculares y cutáneas completa­ mente distintas. Según Lange, las emociones originadas por causas psíquicas no se distinguen sustancialmente de las emociones auténticas provocadas por una influencia física. Por consiguiente, el sentimiento de dolor capaz de pro-

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vocar en la madre las emociones reales de ira e indignación constituye el hecho más auténtico, más real, más indiscutible de la vida psicológica. La tarea científica consiste en dar una explicación causal a esta relación ex­ perimentada directamente. Aquí es precisamente donde se pone de manifiesto la bancarrota definitiva de la psicología moderna de las emociones, que al pri­ mer enfrentamiento con el caso más trivial, más simple del sentimiento hu­ mano se desintegra en dos partes que se desconocen una y otra, una de las cuales no encuentra nada mejor que repetir la parodia de Sócrates de la ex­ plicación causal. La otra da muestras de impotente asombro entre el dolor de la madre, sin lograr comprender científicamente la relación directa entre el sen­ timiento que experimenta y la restante vida de la conciencia, que le da sen­ tido y significado, declarando que esta relación se halla fuera de los límites de la interpretación científica. En el primer caso, tras la psicología explicativa, hay que arrancar de raíz todo testimonio de la experiencia interna directa y —«la razón en contra y a despecho de los elementos»- considerar al ser que llora, de acuerdo con la regla cartesiana, como un autómata carente de sentimientos, midiendo la fuerza, la profundidad y la pureza de sus sensaciones musculares y cutáneas y consolarse en las ruinas de la vida psicológica animada con el dudoso consuelo de que estas sensaciones pueden ser tan fuertes, profundas y puras como la tristeza más infinita. En el segundo caso, tras la psicología descriptiva, no nos queda otra posibilidad que renunciar al orgulloso deseo del conocimiento y la expli­ cación científica y fundirnos directamente con la llorosa madre, trasladarnos plenamente a su estado espiritual, penetrarnos del dolor que experimenta y de­ clarar que esta sencilla compasión de un transeúnte ajeno es la nueva psicolo­ gía, que es capaz por fin de transformar nuestro conocimiento de la vida psíquica en la ciencia del espíritu. En el primer caso, para conservar la vida de los sentimientos debemos re­ nunciar a su significado. En el segundo, para conservar la impresión y su sig­ nificado debemos renunciar igualmente a la vida. En ambos casos debemos renunciar igualmente a toda esperanza de comprender científicamente alguna vez al hombre y el verdadero significado de su vida interna. El camino de la psicología explicativa de las emociones que nos lleva al ca­ llejón sin salida de la explicación causal carente de sentido lo hemos analizado ya detalladamente y en vano. Lo conocemos en todos sus puntos y podemos no retornar a él. Examinaremos brevemente el camino que conduce a otro ca­ llejón sin salida - a la renuncia a toda explicación causal y al reconocimiento de la absoluta carencia de vida de los sentimientos, es decir, al camino de la psicología descriptiva de las emociones-. La psicología descriptiva de las emo­ ciones comienza con la cuestión relativa a la naturaleza de los sentimientos superiores. ¿Son las emociones superiores combinaciones complejas y modifi­ caciones de las elementales o son algo nuevo que exige un enfoque científico completamente especial? Para la psicología descriptiva la premisa fundamental

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la constituye la segunda parte del dilema, al considerar que la intencionalidad de los sentimientos superiores, su tendencia, su relación comprensible consciente con su objeto es la propiedad diferenciadora más importante. Sin la relación consciente con el objeto, que experimentamos directamente, la sensación su­ perior deja de ser ella misma. En uno de los trabajos tempranos, Scheler es precisamente donde funda­ menta la distinción establecida por él entre los sentimientos superiores e infe­ riores. La relación de los sentimientos inferiores con los objetos resulta siempre mediatizada, establecida por los actos sucesivos de la inclusión. A este senti­ miento no le es inmanente tendencia alguna. A veces tenemos incluso que bus­ car el objeto de nuestra pena. Por el contrario, el sentimiento superior va siempre dirigido a algo, exactamente igual que la idea. Se trata de un proceso consciente, en principio al alcance tan solo de la comprensión, mientras que los estados sensibles elementales admiten únicamente la constatación y la ex­ plicación causal. Cuando me alegro o me entristezco, las impresiones de valores provocan determinados sentimientos. Intencionales en el sentido estricto son, como se­ ñaló ya F. Brentano115, el amor y el odio. Amamos no sobre algo, sino algo. Por consiguiente, las sensaciones superiores exigen no una investigación psi­ cológica constatativa y explicativa causal, sino solo una psicología comprensiva, que no tenga más objetivo que alcanzar las relaciones que nos producen im­ presiones directas. La impresión de valores provoca determinadas sensaciones superiores no según la relación lógica entre unos y otros, a semejanza de las relaciones que unen en un silogismo las premisas y la conclusión. Aquí la re­ lación resulta teleológica. La naturaleza de la vida consciente está organizada de tal modo que respondo con alegría a rodo lo que me impresiona, como portador de cierto valor, y con ello mi voluntad despierta a las tendencias co­ rrespondientes. Esta relación admite únicamente una comprensión, unida a la impresión de su conveniencia; por el contrario, nos resulta incomprensible la relación según la cual lo dulce provoca satisfacción y lo amargo desagrado. Estas relaciones las puedo admitir tan solo como hechos que de por sí no son com­ prensibles para mí. La incomprensibilidad por principio de las sensaciones fundamentales o pri­ mitivas constituye, como hemos recordado, una de las piedras angulares de la doctrina cartesiana de las pasiones. Descartes afirma que la tristeza y la alegría como pasiones no solo se diferencia del dolor y de la satisfacción como sen­ saciones, sino que se las puede separar completamente de ellas. Cabe figurarse que el dolor se experimentará emocionalmente de modo tan indiferente como la sensación más corriente. Cabe extrañarse incluso que al dolor le acompaña con tanta frecuencia la tristeza y a la satisfacción la alegría. Cabe extrañarse que el hambre, esa simple sensación, y el apetito, ese deseo, estén tan íntima­ mente relacionados entre sí, que siempre acompañen uno a otro. Por tanto, la psicología descriptiva moderna de las emociones solo repite en boca de Scheler

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la vieja tesis cartesiana de la total carencia de sentido de las emociones ele­ mentales, que excluyen por principio toda posibilidad de comprenderlas, con­ cediendo privilegio únicamente a las sensaciones superiores. La doctrina de la naturaleza intencional de las sensaciones superiores, desarro­ llada por Brentano, Scheler, A. Pfender116, M. Geiger117 y otros, ha establecido los fundamentos de la psicología moderna de las emociones. Con ayuda de esta doctrina, la psicología descriptiva de las emociones trata de superar la teo­ ría naturalista del sentimiento, que ha entrado en un callejón sin salida y que se inclina a considerar la sensación superior como el complejo o el producto del desarrollo de elementos psíquicos más simples. Para Scheler, el error de la mencionada teoría no consiste en que explica erróneamente hechos de la vida de las sensaciones superiores, sino en que simplemente no ve estos fenómenos, en que es ciega respecto a ellos. Si la teoría naturalista viese simplemente fe­ nómenos del amor sagrado o espiritual, vería al mismo tiempo que no se los puede comprender en absoluto partiendo de hechos cualesquiera referentes a la esfera del amor vital ni deducirlos de ellos. Pero en eso es donde estriba el defecto fundamental de esta y otras opiniones de la teoría naturalista: todo su planteamiento la conviene en ciega respecto a que en el curso del desarrollo de la vida del hombre surgen hechos y cualidades totalmente nuevos, que pue­ den manifestarse constantemente, que estas cualidades se nos aparecen como surgidas desigualmente en el contenido más esencial y nunca pueden ser con­ sideradas como el desarrollo simple y paulatino de viejas formas, tal y como esto es admisible en lo que se refiere a la organización corporal del ser vivo. El objetivo de la teoría naturalista la convierte en ciega respecto a que en el curso del desarrollo vital pueden intervenir grados de existencia y de valores nuevos y más profundos por principio y en base a ellos pueden desarrollarse nuevos sectores de objetos y valores para la vida que se autodesarrolla, y solo a medida que la vida evoluciona estos nuevos sectores de existencia y valores comienzan a descubrir y a incluir en sí mismo toda la plenitud de las cuali­ dades que los determinan. Cada nueva cualidad significa para esta teoría una nueva ilusión. Al igual que toda filosofía naturalista representa una especula­ ción de principio que juega a la baja. En la vida de los sentimientos halla la psicología descriptiva el objeto más profundo y más vivo. «Aquí vemos ante nosotros el auténtico centro de la vida espiritual. La poesía de todos los tiempos encuentra aquí sus objetos. Los in­ tereses de la humanidad están dirigidos constantemente hacia la vida de los sentimientos. La felicidad y la desgracia de la existencia humana se halla en dependencia de ella, por eso, la psicología del siglo XVII, que dirigió con pro­ fundidad de pensamiento su atención al contenido de la vida espiritual, se con­ centró precisamente en la doctrina de los estados sensitivos, ya que esos eran sus afectos» (W. Diltey, 1924, pág. 56). W. Diltey parte de que los estados sensibles se oponen obstinadamente a ser divididos en tanto en cuanto son importantes y centrales. Nuestros senti-

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mientos se funden en su mayor parte en estados generales, en los que las par­ tes integrantes aisladas son ya indiferentes. Nuestros sentimientos, lo mismo que los impulsos, no pueden ser repetidos voluntariamente o ser llevados hasta la conciencia. Los estados espirituales solo podemos suponerlos de forma que provoquemos experimentalmente en la conciencia las condiciones en que sur­ gen los correspondientes estados. «De aquí se desprende que nuestras defini­ ciones de los estados espirituales no dividen su contenido, sino que señalan únicamente las condiciones en que se presentan los estados espirituales en cues­ tión. Esa es la naturaleza de todas las definiciones de los estados espirituales en Spinoza y Hobbes. Por eso, tenemos ante todo que perfeccionar los méto­ dos de estos pensadores. La definición, la nomenclatura exacta y la clasifica­ ción constituyen la primera tarea de la psicología descriptiva en este campo. Es verdad que el estudio de los movimientos expresivos y los símbolos de las ideas para los estados espirituales descubre nuevos medios auxiliares: en parti­ cular, el método comparativo, que introduce relaciones más sencillas en los sen­ timientos y los impulsos de los animales y de los pueblos primitivos permite salirse de los límites de la antropología del siglo XVII. Pero incluso el empleo de tales medios auxiliares no proporciona puntos de apoyo sólidos al método explicativo, que trata de sacar los fenómenos de este campo del reducido nú­ mero de los elementos definidos idénticamente» (ibidem, pág. 57). Diltey mezcla aquí tres tesis que no se justifican lógicamente en modo al­ guno, que coinciden en las conclusiones prácticas, pero que en el aspecto teó­ rico no solo no pueden unirse, sino que por el contrario representan el más claro modelo de la internamente contradictoria lógica anecdótica. En primer lugar, establece que los intentos reales de explicar la vida de nuestros senti­ mientos se hallan entre ellos en estado de lucha, la salida de la cual no se prevé decididamente. Ya las cuestiones fundamentales de la actitud de los senti­ mientos hacia los impulsos y la voluntad y de la actitud de los estados sensi­ tivos cualitativos hacia las ideas que se funden con ellos no admiten una resolución convincente. Por tanto, la psicología explicativa de los sentimientos resulta de hecho inconsistente y toda no realizada en verdad. El fracaso real de la psicología explicativa de las emociones lo convierte in­ mediatamente Diltey en el fundamento de la conclusión sobre la inutilidad y la imposibilidad de explicar el sentimiento. Si echamos una ojeada, dice, a la sorprendentemente rica literatura de todos los pueblos sobre las pasiones y los estados espirituales humanos no podemos por menos de ver que todas las tesis fructíferas que ilustran este campo no necesitan de semejante género de supo­ siciones explicativas. En ellas se descubren únicamente formas complejas y re­ levantes de procesos, en los que los diferentes aspectos mencionados están relacionados entre sí, y basta con profundizar lo suficiente en el análisis de los hechos notables en este campo para convencerse de la inutilidad de semejan­ tes hipótesis explicativas. Para demostrar este pensamiento, Diltey se remite al ejemplo del placer estético que provoca una obra de arte, que la mayoría de

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los psicólogos caracteriza como un estado de satisfacción. Pero el estético, dice, que investiga la acción de diferente género de estilos en las distintas obras de arte se ve obligado a reconocer la inconsistencia de semejante interpretación. El estilo de un fresco de Miguel Ángel o de una fuga de Bach se desprende del estado de ánimo de un alma que experimenta placer, una determinada forma de estado de ánimo en la que se dilata, se eleva y parece como si se extendiera (ibidem, págs. 57-58). Si Diltey confunde la inconsistencia real de la psicología explicativa de las emociones con la inutilidad por principio de las hipótesis explicativas en este campo y con la imposibilidad por principio de la explicación causal de las for­ mas superiores de los estados de ánimo, en los que el alma se dilata, se eleva y parece como si se extendiese, inmediatamente tras ello retorna de nuevo a la situación real de los hechos y se manifiesta dispuesto a reconocer que la psi­ cología explicativa todavía no ha madurado para resolver los problemas de los sentimientos y, por consiguiente, la filosofía descriptiva debe prepararle y lim­ piarle el camino. Esa es su tercera tesis. Por eso, dice Diltey, el campo de la vida espiritual todavía no ha madurado en realidad para su pleno tratamiento analítico. Hace falta que previamente la psicología descriptiva y la psicología divisora culminen su tarea en sus pormenores. Por tanto, la mezcla de las tres afirmaciones, diferentes en cuanto a su con­ tenido, recuerda sorprendentemente la lógica de la anécdota que menciona Freud en su investigación sobre el ingenio. La mujer a la que su vecina acusa de haber roto el puchero que le había prestado aduce para una mayor con­ vicción de su justificación tres argumentos de golpe: primero, dice, no me he llevado ningún puchero tuyo; segundo, cuando me lo llevé ya estaba roto; ter­ cero, te lo devolví completamente intacto. W. Diltey dice: primero, la psicología explicativa no ha dado hasta ahora explicación satisfactoria de la vida de nuestros sentimientos; segundo, seme­ jante explicación es totalmente inútil, innecesaria y, en general, no puede ser dada; tercero, la psicología descriptiva culmina hasta el fin la tarea de división y análisis. Semejante mezcla de tesis de contenido heterogéneo se incluye también en el programa positivo de la investigación que fija Diltey para la psicología des­ criptiva de los sentimientos. La investigación deberá seguir preferentemente tres direcciones. Refleja los tipos fundamentales del curso de los procesos espiri­ tuales. Lo que los grandes poetas y especialmente Shakespeare nos han ofre­ cido en imágenes trata de hacerlo accesible al análisis del concepto. Destacan ciertas relaciones fundamentales que pasan a través de la vida de los sentimientos y los impulsos del individuo y trata de establecer elementos aislados del estado de los sentimientos y los impulsos (ibidem, pág. 58). Para Diltey, la ventaja del método descriptivo y divisor ante el explicativo consiste en que se limita a examinar tareas resolubles. Evidentemente, la tarea de la psicología explica­ tiva de los sentimientos le parece irresoluble. En general, no hubo puchero al-

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guno, ni roto ni intacto, a pesar de que acabarnos de afirmar que el puchero se lo llevó roto y lo devolvió intacto. Esta contradicción la evita otro investigador, Münsterberg, que, lo mismo que Diltey y otros muchos, diferencia claramente la psicología causal y la ideo­ lógica como dos ciencias independientes y equitativas. Esta idea, sugerida por todo el curso histórico del desarrollo de la psicología moderna, maduró si­ multáneamente en diferentes investigadores: así, las manzanas caen, según pa­ labras de Goethe, simultáneamente en diferentes huertos. Pero Münsterberg fue más consecuente que Diltey y, aunque dedicó toda su labor concreta a resol­ ver las tareas de la psicología explicativa, desarrolló sin embargo más comple­ tamente el programa y el plan de investigación de la psicología descriptiva. «La desastrosa situación de la psicología moderna es que sabemos acerca de los hechos psicológicos incomparablemente más que nunca hasta ahora, pero mucho menos que lo que es en realidad la psicología. La psicología de nuestros días lucha contra el prejuicio de que al parecer existe tan solo un tipo de psi­ cología... El concepto de psicología encierra dos tareas científicas completamente distintas que hay que diferenciar por principio y para las que lo mejor es uti­ lizar una denominación especial. En realidad, existen dos géneros de psicolo­ gía, pero si predomina el prejuicio de que a la ciencia le basta con una de ellas, es natural que unos psicólogos cultiven solo la primera forma de psico­ logía y dejen a un lado la segunda, y que otros, en cambio, se preocupen pre­ cisamente de esa segunda forma y menosprecien la primera, o, finalmente, que ambas formas se confundan en una unidad imaginaria y que entre ellas se di­ vida arbitrariamente el material, o bien que una de ellas se entrelace más o menos con la otra. Todas las posibilidades están representadas en la psicología científica moderna. Es evidente que tan dispares formas de psicología no podrían existir una junto a otra y mantener conexión espiritual si no tuviesen nada en común. Ese común consiste ante todo en que toda la psicología se ocupa de las impresio­ nes del individuo. Eso la distingue de las ciencias relativas a la naturaleza cor­ poral y de las ciencias normativas. Por tanto, la personalidad constituye el punto de partida decisivo de toda la psicología» (H. Münsterberg, 1924, págs. 7-8). Tras este punto de partida común comienza la divergencia de principio entre las dos posibles psicologías. En cada pulsación de nuestra experiencia vital nos resulta evident^ que podemos interpretar de dos maneras nuestra propia vida interna, adquiriendo, por tanto, un doble conocimiento de ella. Concreta­ mente: en un caso alcanzamos el significado de nuestro sentimiento y deseo, de nuestra atención y pensamiento, de nuestro recuerdo y nuestra idea. Todo esto tratamos de comprenderlo y afirmarlo en la cualidad que está presente en cada impresión, es decir, en la cualidad de la actividad de nuestro «yo», como orientado hacia un determinado objetivo de la intención de nuestra persona­ lidad. Podremos entonces observar de qué modo un deseo incluye otro, cómo una idea señala a otra, cómo se descubre en nuestro espíritu el mundo de las

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relaciones internas. Pero podemos también mirar de un modo diferente nues­ tras impresiones. Podemos contraponernos a ellas no como una personalidad que actúa espiritualmente, sino como un simple espectador, en cuyo caso las impresiones se convertirán para nosotros en contenidos de nuestra percepción. Naturalmente que estos contenidos se diferencian de los contenidos de la na­ turaleza. Los delimitamos de los contenidos externos, como contenidos de nues­ tra conciencia, pero nos interesan lo mismo que lo hacen las cosas y los procesos externos. Y los contenidos de la conciencia los consideramos única­ mente desde el punto de vista del observador que describe su curso y alcanza su conexión necesaria, es decir, que trata de explicarlos. Mediante esta des­ cripción, el contenido de la conciencia se convierte en una combinación de elementos; mediante la explicación, estos elementos se convierten en el obje­ tivo de las causas y los actos. De este modo llegamos a una interpretación com­ pletamente distinta de esa misma vida espiritual. En un caso, a la comprensión de las relaciones internas y a la consecución de las intenciones internas y de las relaciones entre ellas y en otro a la descripción y la explicación de los ele­ mentos y sus actos. Si llevamos a cabo hasta el fin en ambas corrientes estos dos distintos pro­ cedimientos de interpretación de nuestra vida interna y les damos forma cien­ tífica acabada, debemos obtener en realidad dos disciplinas teóricas diferentes por principio. Una de ellas describe la vida espiritual como el conjunto del contenido de la conciencia y la explica. La otra interpreta y comprende esa misma vida espiritual como el conjunto de relaciones especiales y semánticas. Una es la psicología causal, la otra la teleológica e intencional. Aquí no existe ninguna división del material entre una y otra psicología, ya que cualquier ma­ terial debe ser examinado desde ambos puntos de vista. Lodo sentimiento, todo recuerdo y todo deseo puede ser interpretado tanto como categoría causal momo contenido de la conciencia- como también desde el punto de vista in­ tencional —como actividad espiritual- (ibidem, págs. 8-9). En la psicología histórica y moderna ambas formas se confunden en una unidad imaginaria, cada una de las cuales rara vez se manifiesta en realidad pura y consecuentemente. En la mayoría de los casos, la psicología teleológica se halla en cierto modo fundida exteriormente con elementos de la psicología causal. En tal caso, los procesos de la memoria, por ejemplo, se representan como causales y los de los sentidos y la voluntad como intencionales, confu­ sión que surge fácilmente bajo la influencia de ideas ingenuas de la vida coti­ diana... Así es que, junto con la psicología causal, podemos hablar de psicología intencional o de psicología del espíritu junto con psicología de la conciencia, o de psicología comprensiva junto con explicativa (ibidem, págs. 9-10). En esta delimitación de tareas de los dos tipos de psicología, Münsterberg desarrolla consecuentemente la idea hasta llegar a un final lógico. Excluye to­ talmente toda necesidad y posibilidad de explicación causal en la psicología des­ criptiva, la cual admite únicamente la comprensión y la consecución de

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relaciones especiales y semánticas entre las impresiones y exige, por consi­ guiente, examinar la actividad espiritual como un campo completamente au­ tónomo de la realidad, que está fuera de la naturaleza y la vida, que, empleando el lenguaje de Spinoza, no es una cosa natural que sigue las leyes naturales de la naturaleza, sino una cosa que está fuera de los límites de esta, algo así como un Estado dentro de otro. Pero es suficiente fijarse y pensar en la argumenta­ ción de Diltey y Münsterberg para descubrir inmediatamente su fuerza y su debilidad, sus polos positivo y negativo, su indudable razón y su igualmente indudable error. La fuerza y la razón de su argumentación estriba exclusiva­ mente en el reconocimiento de la inconsistencia, la insuficiencia, la inadecua­ ción por principio de las explicaciones dadas hasta ahora por la psicología fisiológica respecto a las manifestaciones superiores de la vida psíquica del hombre. Su razón y su fuerza estriban exclusivamente en que sitúa en primer plano problemas de importancia primordial de lo superior en el hombre, con lo que plantea por vez primera en toda su magnitud la cuestión de la psico­ logía del hombre vivo real. Pero en ese mismo punto estriba la debilidad y el error de la argumenta­ ción que nos ocupa. Hablando con propiedad, la nueva psicología no se dife­ rencia tanto de la vieja. A pesar de su aparente contradicción, coinciden plenamente en algo, incluso cabe decir que en lo más central e importante. Precisamente la psicología descriptiva acepta plenamente la idea fundamental de la psicología explicativa (la explicación causal no puede ser más que la re­ ducción mecánica de los procesos complejos y superiores a elementos atomís­ ticamente aislados de la vida espiritual). Con ello, la nueva psicología adopta plenamente las mismas posiciones a partir de las cuales se desarrolló siempre la vieja psicología. El reconocimiento de la causalidad mecánica como la única categoría po­ sible de explicación de la vida psíquica, la limitación de la explicación causal de la psicología a los estrechos límites de la parodia socrática constituye el punto común en que se encuentran y coinciden la nueva y la vieja psicología. Por tanto, el único argumento justo en favor del desarrollo de una psicología des­ criptiva independiente es la inconsistencia de la psicología explicativa, que no ha logrado rebasar los límites de la causalidad mecanicista en la explicación de la vida espiritual. En el puchero roto de su vecina ve la nueva psicología el único argumento en favor de que esta debe guisar la carne en un puchero pro­ pio y especial. La argumentación del puchero roto constituye al mismo tiempo la fuerza y la debilidad de los partidarios de la nueva psicología. Es totalmente indudable que, según la acertada observación de Scheler, no es que la psico­ logía explicativa explicara erróneamente los problemas genuinos de la psicolo­ gía humana, sino que simplemente no reparaba en tales problemas y estaba ciega respecto a ellos. Igual de indudable es que estos problemas deben ser planteados ante la psicología científica como tareas inmediatas y centrales que exigen insistentemente solución. Pero de lo dicho, razonando lógicamente, no

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se puede extraer en modo alguno otra conclusión que la necesidad de recons­ truir radicalmente los fundamentos en que se apoya la psicología moderna. De­ ducir, partiendo de estas premisas, que es necesario transferir la resolución de los mencionados problemas a una ciencia especial nueva que excluya por prin­ cipio en absoluto la posibilidad de la explicación causal significa justificar por completo el estado actual de la psicología explicativa con todos sus errores, com­ partir plenamente con ella los mismos, no elevarse por encima de ella y no su­ perarla, sino pedirle simplemente que se estreche y construir sobre sus corrompidos fundamentos, incapaces de mantener nada más que un castillo en el aire o una casita de cartón, el ilusorio edificio de la psicología del espíritu. Por eso, la teoría de James-Lange, con su parodia de explicación causal de los sentimientos humanos engendra inevitablemente la teoría de Scheler con su total renuncia a toda explicación de los sentimientos superiores, renuncia sustituida por la interpretación de la relación teleológica. Pero Scheler se alejó tan poco de James como toda la nueva psicología de la vieja. Junto con este último admite, al parecer, que la única explicación accesible a la psicología es la que parte de las leyes de la mecánica fisiológica. Por eso, al igual que toda la psicología descriptiva, no resuelve el problema, sino que lo elude. A la pre­ gunta planteada a la psicología moderna, que consideramos como el prototipo de todos los problemas fundamentales que exigen explicación causal, a la pre­ gunta por qué Sócrates permaneció encerrado en una mazmorra ateniense, a la teoría de James-Lange responde remitiendo a la distensión y relajación de los músculos que flexionan los miembros, y a la teoría de Scheler, indicando que la permanencia en la mazmorra tenía como objetivo satisfacer el sentimiento superior del valor... Lo uno y lo otro es tan indudable y tan evidente com o estéril. Lo uno y lo otro están igualm ente lejos de la respuesta verdaderam ente científica a la pregunta. Lo uno y lo otro no prestan atención a la verdadera causa.

El dolor real de la madre que llora la muerte de su hijo, recordando el ejemplo de Lange, guarda relación directa y estrecha con sus lágrimas, aun­ que pudo haber tenido lugar en su alma, sin acompañamiento de lágrimas, y estas podían haber sido también la manifestación de un sentimiento opuesto, por ejemplo, de alegría. Todo esto es indudable, pero ver en ello la causa sería, empleando las palabras de Platón, una completa estupidez. Igual de indudable y evidente es que la descripción de Sócrates de permanecer en la mazmorra guardaba relación con las persecuciones de un determinado ob­ jetivo vital y la satisfacción de un determinado sentimiento del valor. Pero la misma finalidad y carácter de valor lo hubiera tenido un sentimiento de sentido opuesto -su huida. En esencia, la renuncia a toda explicación causal y el intento de eludir el problema basándose en el análisis teleológico no solo no nos hace avanzar en comparación con la psicología explicativa de los sentimientos, con todas sus indudables imperfecciones, sino que por el contrario nos hace retroceder

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mucho. La definición, la nomenclatura exacta y la clasificación, afirmaba Diltey, constituyen la primera tarea de la psicología descriptiva en este campo (1924, pág. 57). Olvida, no obstante, que el camino de la definición y la clasificación que ha recorrido la psicología durante varios siglos hizo que la psicología de los sentimientos resultase el más estéril y aburrido de todos los capítulos de la cien­ cia, como escribió con razón James. W. Diltey nos invita consecuentemente a recurrir a la antropología del siglo XVII y a perfeccionar sus métodos. Es curioso que tome de los pensado­ res de aquel siglo, y concretamente de Spinoza, lo más anticuado, débil y apa­ gado: su nomenclatura, su clasificación y definición, que no descubren el contenido de nuestros afectos, sino que señalan tan solo las condiciones en que surge semejante estado espiritual118. Por tanto, de la doctrina de Spinoza de las pasiones, la psicología descrip­ tiva no utiliza la parte viva, dirigida hacia el futuro, sino la muerta, orientada hada el pasado. Para Diltey. la única posibilidad que tiene la nueva psicología de superar los límites de la antropología del siglo XVII consiste en utilizar el método comparativo en el estudio de los movimientos expresivos y los símbo­ los de los estados espirituales (1924, pág. 57). Pero lo uno y lo otro pone a nuestra disposición tan solo un medio auxiliar nuevo para resolver una vieja tarea sin sacamos básicamente fuera de los límites de la psicología de las pa­ siones del siglo XVII. De este modo, se borran de un plumazo casi trescientos años de desarrollo del pensamiento y el saber psicológicos y se declara que el movimiento de retroceso, por detrás del siglo XVII, en las profundidades de la historia es el único camino del progreso científico de la psicología. En cierto sentido, la psicología descriptiva, que en lugar de la explicación causal plantea el examen teleológico y espiritualista de los fenómenos espiri­ tuales, nos retorna a la época del pensamiento filosófico predominante antes de Spinoza. Fue precisamente este último quien luchó en favor de la explica­ ción natural determinista, materialista, causal de las pasiones humanas. Fue pre­ cisamente él quien luchó contra la explicación ilusoria con ayuda del objetivo. Fue precisamente él el pensador que fundamentó filosóficamente la propia po­ sibilidad de la psicología explicativa del hombre como ciencia en el verdadero sentido de la palabra y perfiló el camino de su ulterior desarrollo. En este sencido, Spinoza se contrapone a toda la psicología descriptiva mo­ derna como su más irreconciliable enemigo. Fue él quien combatió el dualismo cartesiano, el espiritualismo y el teleologismo que renacían en la psicología des­ criptiva moderna. En este aspecto habremos de contraponer nuestra interpre­ tación de la relación real entre la doctrina de Spinoza de las pasiones y la psicología moderna de las pasiones a la opinión de Diltey. Es notable que al plantear los problemas fundamentales de la psicología del hombre, la nueva corriente tuvo que recurrir a la psicología del siglo XVII, que dirigió con pro­ fundidad de espíritu su atención al auténtico centro de la vida espiritual, al

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contenido de nuestros afectos, y mencionar el nombre de Spinoza como el faro que alumbró el camino de nuevas investigaciones. Los partidarios de la nueva corriente encuentran en Spinoza no solo la nomenclatura y la clasificación de las pasiones, sino también ciertas relaciones fundamentales que atraviesan toda la vida de las pasiones y los impulsos, de importancia decisiva para la com­ prensión del hombre, las cuales constituyen el tema para el método descrip­ tivo exacto. Así es, por ejemplo, la relación fundamental consistente en lo que Hobbes y Spinoza designaban como instinto de autoconservación o de creci­ miento del «yo»: la tendencia hacia la plenitud de los estados espirituales, hacia la eliminación de uno mismo, hacia el desarrollo de las fuerzas y los impul­ sos. Por tanto, no solo el método, sino también el contenido de la doctrina spinoziana de las pasiones se plantea como principio rector para el desarrollo de la investigación en un sentido nuevo, en el de la comprensión del hombre. En esta afirmación, en este recurso a Spinoza, la verdad se confunde con la mentira hasta tal extremo que resulta difícil distinguirla del equívoco. Para hacerlo, es necesario recordar que ya hemos tropezado una vez con una indi­ cación semejante, mezcla de verdad y equívoco relativa a la relación entre la doctrina spinoziana de las pasiones y la psicología moderna de las emociones. Para comprender el significado del pensamiento de Diltey de que la psicolo­ gía descriptiva de los sentimientos deberá ser la sucesora de la psicología de Spinoza hay que recordar que también Lange consideraba a este último como al pensador que más se había aproximado a la teoría fisiológica de las emo­ ciones desarrollada por el propio Lange, debido a que Spinoza «no solo no considera que las manifestaciones corporales de las emociones dependen de mo­ vimientos espirituales, sino que las coloca junto a ellos e incluso las sitúa casi en un primer plano» (G. Lange, 1896, pág. 89). Por tanto, Lange y Diltey, la psicología descriptiva y la explicativa de las emociones, que constituyen los dos polos opuestos del conocimiento científico moderno de los sentimientos humanos, recurren igualmente como a fuentes propias a la doctrina spinoziana de las pasiones. La coincidencia no puede ser casual. Encierra un profundísimo significado histórico y teórico. Ahora ya te­ nemos que extraer algo esencial para nuestros fines del hecho que dos doctri­ nas opuestas coincidan en una intención única con el pensamiento spinoziano, considerándolo como su principio ideológico. Respecto a las relaciones entre la teoría de Lange y la doctrina de Spinoza de las pasiones, ya hemos hablado. Hemos podido establecer que en gran parte el reconocimiento de la relación histórica e ideológica entre la doctrina de Spi­ noza de los afectos y la teoría de James-Lange se basa en ilusiones. El propio Lange comprendía vagamente lo erróneo de su indicación sobre la proximidad de la doctrina de Spinoza con su teoría. Con un sentimiento de admiración encuentra la teoría vasomotora completa sobre las manifestaciones corporales de las emociones en malebranche119, que «con la penetración de un genio des­ cubrió la verdadera relación entre los fenómenos» (ibidem, pág. 86). Hallamos

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en efecto el mecanismo emocional, expresado en el confuso lenguaje de la fi­ siología de entonces, que permite su traducción al de la fisiología moderna y en esa forma, se le puede aproximar a la hipótesis de -James-Lange. Esa coin­ cidencia efectiva la estableció muy temprano Irons, el cual mostró que Des­ cartes mantiene la misma posición que James. Hemos visto que investigaciones posteriores, concretamente los trabajos de Sergi, han confirmado plenamente esta opinión. Pero esto es poco. Al final de nuestra investigación hemos pro­ curado aclarar que no solo la descripción efectiva del mecanismo de la reac­ ción emocional aproxima estas teorías, separadas casi tres siglos, sino también que la propia coincidencia efectiva es consecuencia de un parentesco metodo­ lógico más profundo entre ellas, parentesco basado en que la psicología fisio­ lógica moderna ha heredado de Descartes los principios naturalista y mecanicista de interpretación de las emociones. El paralelismo cartesiano, el automatismo y el epifenomenalismo son los verdaderos fundamentos de la hipótesis de James y Lange, lo que ha dado a Dunlap pleno derecho a llamar al gran filósofo padre de toda la psicología reactológica moderna. Vemos, por tanto, que la teoría de Lange se remonta de hecho no a la doc­ trina spinoziana de las pasiones del alma, sino a la cartesiana. En este sentido, cabe decir que Lange, en la nota final de su estudio, nombra en vano a Spi­ noza. Ese es en breves palabras el resultado a que hemos llegado al examinar esta cuestión. Podríamos ahora completar este resumen con un nuevo e importantísimo rasgo, que se manifiesta claramente al contraponer la psicología descriptiva y explicativa de las emociones: en determinado sentido, la doctrina spinoziana guarda realmente más estrecha relación con la psicología explicativa que con la descriptiva, por lo que deberá aproximarse más bien a la hipótesis de Lange, en la que los principios fundamentales de la psicología explicativa de las emo­ ciones han encontrado su expresión extrema, que al programa de la psicología descriptiva de los sentimientos que propone Diltey. En la discusión entre la psicología causal con la teleológica, en la lucha entre las concepciones deter­ minista e indeterminista de los sentimientos, en el enfrentamiento entre la hi­ pótesis espiritualista y materialista, Spinoza debe ser situado naturalmente del lado de quienes defienden el conocimiento científico de los sentimientos hu­ manos en contra del metafísico. Es precisamente en este punto en el que la doctrina spinoziana de las pa­ siones se aproxima a la psicología explicativa de las emociones, diverge del modo más irreconciliable con la psicología descriptiva. Esta vez es Diltey y no Lange quien recuerda en vano el nombre de Spinoza al comienzo de su programa de futuras investigaciones. En realidad, ¿qué pueden tener en común estas inves­ tigaciones, que resucitan conscientemente las concepciones teleológicas y me­ tafísicas de la antropología del siglo XVII, a las que combatió en todo momento Spinoza, con el severo determinismo, la causalidad y el materialismo de su sis­ tema? No en vano, como hemos señalado, sitúa en primer plano en la doc-

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trina de Spinoza la parte de ella más caduca, orientada hacia el pasado, for­ mal y especulativa, su nomenclatura, clasificación y definición. Los grandes principios del sistema spinoziano de la psicología no siguen solo el mismo ca­ mino que Diltey, sino que su propio camino únicamente puede abrirse com­ batiendo encarnizadamente estos principios. Después de todo lo dicho, es difícil que quede la menor duda que al re­ sucitar los principios espiritualistas y teleológicos del siglo XVII, la psicología descriptiva se remonta en su núcleo fundamental no a Spinoza, sino a Des­ cartes, en cuya doctrina de las pasiones del alma encuentra su completo y ver­ dadero programa. Spinoza, naturalmente, no estaba con Diltey y Münsterberg, con su doc­ trina de la vida espiritual autónoma e independiente, que existe exclusivamente gracias a conexiones especiales y relaciones lógicas, sino con Lange y james en su lucha contra las esencias espirituales invariables, eternas e intangibles, con­ tra las concepciones que consideran las emociones no como emociones del hom­ bre, sino como esencias, seres, fuerzas, demonios que están más allá de los límites de la naturaleza y que dominan al hombre. Spinoza, naturalmente, jamás habría estado de acuerdo en reconocer, y ahí tiene indudable razón Lange, que el terror psíquico puede explicar de por sí por qué se palidece, se tiembla, etc. Estaba del lado de quienes, lo mismo que James, consideran que la descrip­ ción y la clasificación son grados inferiores en el desarrollo de la ciencia y re­ conocen que el esclarecimiento de la relación causal constituye una investigación más profunda, una investigación de orden superior. Pero la cuestión la complica el hecho de que por evidente que sea lo erró­ neo del intento de apoyar la psicología descriptiva de los sentimientos en !a doctrina spinoziana de las pasiones, el intento encierra algo de verdad. Más arriba hemos intentado descubrirlas en el hecho que los problemas que plan­ tea la psicología descriptiva de los sentimientos -el problema de las particula­ ridades específicas de los sentimientos humanos, el problema del significado vital de los sentimientos, el problema de lo superior en la vida emocional del hombre-, todos estos problemas, ante los que estaba ciega la psicología expli­ cativa y que por su naturaleza están fuera de los límites de la interpretación mecanicista, los plantea realmente por vez primera en toda su magnitud la doc­ trina de Spinoza de las pasiones. En este punto, la doctrina spinoziana está en efecto del lado de la nueva psicología, en contra de la vieja, apoya a Diltey en contra de Lange. Nos hallamos, por tanto, ante un resumen definitivo, que puede con­ fundirnos, debido a la extraordinaria complejidad de los resultados que en­ cierra. Hemos visto que la línea del pensamiento spinoziano encuentra en algo una continuación histórica tanto en Lange como en Diltey, es decir, tanto en la psicología explicativa como en la descriptiva de nuestros días. Estas teo­ rías que luchan una contra otra encierran algo de la doctrina spinoziana. Al penetrar en la explicación científico-natural causal de las emociones, la teoría

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de James-Lange resuelve uno de los problemas centrales de la psicología ma­ terialista y determinista spinoziana. Pero, como hemos visto, también la psico­ logía descriptiva, al poner en un primer plano el problema del sentido y del significado vital de los sentimientos humanos, trata también de resolver con ello los problemas fundamentales y centrales de la ética spinoziana. Se puede definir en pocas palabras la verdadera actitud de la doctrina spi­ noziana de las pasiones hacia la psicología explicativa y descriptiva de las emo­ ciones diciendo que en la doctrina dedicada, hablando con propiedad, a resolver un problema único, el problema de la explicación determinista, causal, de lo superior en la vida de las pasiones humanas, está contenido parcialmente tam­ bién en la psicología explicativa, que ha conservado la idea de la explicación causal, pero ha eliminado el problema de lo superior en las pasiones del hom­ bre y en la psicología descriptiva, que ha eliminado la idea de la explicación causal y ha conservado el problema de lo superior en la vida de las pasiones humanas. Por tanto, la doctrina de Spinoza encierra, constituyendo su núcleo más profundo e interno, precisamente lo que falta en cada una de las partes en que se ha dividido la psicología moderna de las emociones: la unidad de la explicación causal y el problema del significado vital de las pasiones humanas, la unidad de la psicología descriptiva y explicativa de los sentimientos. Por eso, Spinoza está estrechamente ligado con la más importante, más aguda cuestión de actualidad de la psicología moderna de las emociones, cues­ tión de actualidad que pesa sobre ella, determinando el paroxismo de la crisis que la domina. Los problemas de Spinoza esperan su resolución, sin la cual es imposible el mañana de nuestra psicología. Pero, como hemos intentado mostrar más arriba, la psicología explicativa y la descriptiva de las emociones están contenidas por completo en la doctrina cartesiana de las pasiones del alma, mientras que Lange y Diltey, al resolver el problema de Spinoza, se alejan totalmente de su doctrina. Por tanto, la crisis de la psicología moderna de las emociones, que se ha dividido en dos partes irreconciliables que luchan entre sí, nos demuestra el destino histórico no del pensamiento filosófico spinoziano, sino cartesiano. Eso se aprecia con la má­ xima claridad en el punto fundamental que sirve de línea divisoria entre la psi­ cología explicativa y descriptiva en la cuestión referente a la explicación causal de las emociones humanas. Hemos visto, en efecto, que es precisamente en la doctrina cartesiana de las pasiones del alma donde están encerradas como dos partes independientes y equitativas, que coexisten una con otra, la doctrina extrictamente determi­ nista, mecanicista, causal de las emociones y la doctrina puramente espiritua­ lista, indeterminista, teleológica de las pasiones intelectuales. El amor espiritual y sensual dimanan cada uno de su fuente: el primero, de la necesidad libre, cognoscitiva del alma; el segundo, de las necesidades alimenticias de la vida em­ brionaria. Su relación es tan confusa que comprendemos con mucha mayor cla­ ridad su separación original que su efímera aproximación y comunicación.

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Como las pasiones espirituales y sensuales se distinguen bruscamente unas de otras, es natural que deban ser objeto de dos géneros completamente diferen­ tes de conocimiento científico. Las primeras deben estudiarse como manifes­ taciones de la actividad espiritual independiente y libre; las segundas, como subordinadas a las leyes de la mecánica de la manifestación del automatismo humano. En eso está ya contenida completamente la idea de la separación de la psicología explicativa y descriptiva de las emociones, idea que la doctrina cartesiana presupone con igual necesidad que la doctrina spinoziana de las pa­ siones presupone lo contrario, precisamente la unidad de la psicología expli­ cativa y descriptiva de los sentimientos. Al desarrollar la teoría visceral de las pasiones, Descartes presenta como causa inmediata y directa de las emociones unos estados orgánicos específicos que obligan al alma a sentir pasiones. El disfrute de un bien cualquiera no en­ cierra en sí como tal un sentimiento de alegría. Pero el movimiento de los es­ píritus vitales que van del cerebro a los músculos y los nervios, adopta el carácter del que debe desprenderse este sentimiento. La divergencia entre Descartes y los representantes posteriores de la teoría visceral consiste solo en particulari­ dades. Descartes considera como causa inmediata de las emociones solo los cam­ bios de los órganos internos, pero no los movimientos externos. Como dice Sergi, podemos figurárnoslos manifestando junto con James: no se nos com­ prime el corazón porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque se nos contrae el corazón. Sin embargo, nunca pudo decir: experimentamos terror porque huimos, estamos iracundos porque golpeamos. En este sentido, la teo­ ría de Descartes coincide más con la variante que le dio posteriormente Lange y se aleja algo de la que desarrolló James. Pero la idea fundamental de la ex­ plicación causal, automática de las pasiones se manifiesta en la doctrina de Des­ cartes con toda su grandiosa monstruosidad. Con esto no se agota, como hemos mostrado más arriba, la doctrina de Des­ cartes sobre las causas de las pasiones. Deberá ser complementada todavía con dos ideas relacionadas entre sí, que tienen un puente entre su doctrina y la mo­ derna psicología descriptiva de las emociones. Junto con los cambios viscerales, Descartes menciona repetidas veces como causa de las emociones las percepcio­ nes, los recuerdos, la idea del objeto querido, odiado o terrible. Por mucho que trata Sergi de salvar la contradicción encerrada aquí, difícilmente lo consigue. Es verdad que la distinción entre las causas cercanas y lejanas parece que le permite salvar esta contradicción. La última y más cercana causa de las pasiones del alma es el movimiento de la glándula cerebral provocado por los espíritus vitales. Pero causas lejanas y primeras de las pasiones pueden ser las sensaciones, los recuer­ dos, las ideas. En esencia, esto lo comprendieron plenamente también los segui­ dores posteriores de Descartes. Para James y Lange, exactamente igual que la causa cercana y última de las emociones lo es su manifestación corporal. Pero también estos investigadores están dispuestos a considerar como causas lejanas de las emo­ ciones las percepciones, los recuerdos y los pensamientos.

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La confusión en la cuestión relativa a la explicación causal de las emocio. nés oculta, hablando con propiedad, un problema de enorme importancia. Por un lado, se reconocen como las causas últimas e inmediatas de las emociones fenómenos que se desprenden del automatismo humano y que se realizan según leyes puramente mecánicas. Como corresponde a las leyes mecánicas, los fenómenos subordinados a ellas carecen de todo sentido. Plantear la propia cues­ tión de la comprensibilidad o del sentido de las relaciones causales en el men­ cionado plano es tan absurdo como buscarle sentido al hecho que una bola que rueda, al chocar contra otra inmóvil la ponga en movimiento mediante el golpe. Aquí se trata de un perfecto y absoluto disparate en lo que respecta a las relaciones mecánicas. Afirmar que hay que asombrarse por qué la sensación de hambre guarda relación interna con el apetito suena algo extraño, pero en cambio es consecuente hasta el fin. Hasta aquí todo está claro. Pero a partir de un determinado punto resulta que el perfecto disparate de las relaciones mecánicas no agota toda la plenitud del posible examen causal de las emociones. Por extraño que parezca las cau­ sas más indiferentes, más lejanas, las primeras causas de las emociones, que en modo alguno son necesarias para que surjan estos estados y en ausencia de las cuales las emociones pueden surgir igual de libremente que cuando existen, guardan precisamente una determinada relación consciente, están relacionadas directamente a través de una conexión comprensible con sus consecuencias. Si la opinión es la causa de las emociones, si es verdad que la idea del objeto querido es la causa del amor, lo mismo que la idea del objeto odiado es la causa del odio, si es verdad que la afirmación de Descartes que la alegría pro­ cede de la opinión de que gozamos de un bien cualquiera, resultará que las emociones no solo admiten, sino que exigen un examen y una explicación in­ manentemente lógica, valorada, intencional, es decir, relacionada con determi­ nada orientación hacia el objeto. Estas breves definiciones encierran plenamente toda la metodología de la diferencia entre las emociones superiores e inferio­ res en la doctrina de Scheler. Los dos procedimientos de examen de la vida emocional no tropiezan ni se cruzan en ningún sirio uno con otro como dos líneas paralelas. El uno no necesita el complemento del otro. En general, no pueden situarse en ninguna relación de principio entre sí. Cada emoción, como diría Münsterberg, puede elevarse tantd en la categoría causal como desde el punto de vista interna­ cional como actividad espiritual. Cada emoción debe ser considerada desde ambos puntos de vista, que desarrollados hasta el final nos conducirán a dos diferentes modos de interpretar nuestra vida interna, a dos disciplinas teóri­ cas básicamente distintas, una de las cuales describe y explica la vida espiri­ tual como el conjunto del contenido de la conciencia y otra interpreta y comprende esa misma vida espiritual como el conjunto de relaciones entre objeto y significados. Una de las disciplinas es la psicología causal; otra, la teleológica e intencional.

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Cabe naturalmente otra posibilidad, que también es necesario analizar hasta el fin. Podemos tal vez no estar de acuerdo con Münsterberg en que entre una y otra psicología no existe la menor delimitación de material, que'todo senti­ miento se puede interpretar tanto como categoría causal como también desde el punto de vista intencional. Pero entonces llegaremos inevitablemente junto con Scheler a una división del material entre los dos distintos procedimientos de cognición de las emociones en el que los sentimientos inferiores, relacio­ nados tan solo con el objeto de forma mediatizada, carente de toda orienta­ ción inmanente hacia el objeto, totalmente inaccesibles a una interpretación consciente y que admiten tan solo la constatación efectiva de las relaciones cau­ sales que les sirven de base, deberán ser el objeto de la psicología explicativa, mientras que los sentimientos superiores, a los que les es inherente desde los mismos comienzos la orientación inmanente hacia el objeto, exigen el análisis teleológico de sus relaciones y dependencias conscientes, constituyendo así el objeto inmediato de la psicología descriptiva del espíritu. Estas dos posibilidades, que fueron realizadas posteriormente por diferen­ tes corrientes de la psicología descriptiva, continúan abiertas, aunque ambas están contenidas íntegramente como conclusiones lógicas en la doctrina de Des­ cartes sobre el doble género de la condicionalidad causal de las emociones. Según esta doctrina, las emociones pueden considerarse una vez como dentro de la condicionalidad causal de las emociones. Según esta doctrina, las emo­ ciones pueden considerarse una vez como dentro de la condicionalidad causal de los cambios corporales que se desarrollan automáticamente y otra vez den­ tro de su dependencia consciente de las impresiones de valores. Los dos pro­ cedimientos de análisis son absolutamente independientes por principio y encierran en sí la verdad íntegramente. A esa misma conclusión llega la psicología moderna de las emociones, que se mantiene y cae junto con el reconocimiento de estos dos procedimientos equitativos y de iguales posibilidades, independientes uno del otro, de examen de la vida emocional del hombre. Ni Diltey, ni Münsterberg, ni ninguno de los partidarios de la psicología descriptiva niega, como hemos visto, el primer principio cartesiano, la explicación causal estrictamente mecánica de la vida emocional. Unos, como Münsterberg, admiten que todo sentimiento debe ser objeto de investigación tanto dentro de la categoría de la causalidad como de las categorías del objetivo. Otros, como Scheler, dando a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, reservan todo el poder de los sentimien­ tos inferiores a la psicología explicativa en calidad de esfera legítima de sus do­ minios sobre los sentimientos inferiores y a la psicología descriptiva del espíritu la esfera superior de los sentimientos humanos. Esta diferencia no altera el quid de la cuestión, no alerta la idea fundamental de la inevitabilidad del examen dualista de las emociones. K. G. Lange admite que, junto con las emociones causales que establece en su investigación, es posible también estudiar emociones que examinan como

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causa de ellas los recuerdos de un sufrimiento pretérito. Es verdad que esto no transfiere la cuestión al terreno de la fisiología. Esta es tarea de otra ciencia de las emociones. Pero la propia suposición que una vez se hablará del recuerdo como causa de la emoción y otra de la reacción vasomotora, la propia tesis de que ambos procedimientos de explicación causal son equitativos e indepen­ dientes uno del otro nos retorna plenamente a la doctrina cartesiana de la po­ sibilidad del doble examen de las emociones: bajo el punto de vista de la relación consciente con los recuerdos y las ideas y bajo el punto de vista de la dependencia mecánica de causas corporales. Pero, ¿es que esto se diferencia en algo de la idea de Münsterberg de que todo sentimiento puede ser interpre­ tado tanto en la categoría de la causalidad como desde el punto de vista in­ tencional? Probablemente, K. G. Lange se habría extrañado grandemente de haber sa­ bido que al cabo de muchos años P. Matorp120 repetiría en esencia esa misma diferencia de los dos posibles procedimientos de examen de los fenómenos psí­ quicos. Como se trata del descubrimiento de la regularidad causal de fenóme­ nos denominados psíquicos, el examen no puede ser otro que el estudio consciente, consecuentemente metodológico, no ligado a ningún prejuicio me­ tafísico, científico-natural, preferentemente fisiológico de los órganos de los sen­ tidos y del cerebro. Se trata sencillamente de una rama de las ciencias naturales, que en lugar de psicología vale más llamar fisiología. Pero junto a este estudio existe otro procedimiento para conocer la vida psíquica, cuya verdadera tarea consiste no en describir, no en explicar, no en aclarar la relación causal, sino en reconstruir todo lo concreto de lo que se ha experimentado. Ya que los fe­ nómenos psíquicos exigen una explicación causal y la admiten, constituyen el objeto del conocimiento fisiológico. Ya que se alcanzan en toda su diversidad interna, no exigen ni admiten aclaración alguna de la condicionalidad causal y pueden ser conocidos únicamente con ayuda de la completa reproducción de las vivencias en toda su concreción; su ideal no es la explicación, sino la tautología. El conocimiento científico no es capaz de hecho de añadir nada nuevo a lo que descubre directamente la propia vivencia. Puede tan solo afir­ mar tautológicamente que la única explicación de la relación entre las viven­ cias es la propia relación vivida. K. G. Lange comprende que la distinción entre las causas psíquicas y fís cas de las emociones deberá tener consecuencias que llegan muy lejos. Las di­ ferentes causas psíquicas incluso de las mismas emociones provocan en esencia fenómenos no idénticos. Por ejemplo, el terror de un fantasma no adopta la forma del terror ante una bala enemiga (G. Lange, págs. 60-61). Si reflexio­ namos hasta el final sobre estas afirmaciones de Lange, será necesario concluir que la verdadera tarea científica para esta serie de fenómenos estriba no solo en la definición exacta de la reacción emocional del sistema vasomotor a dife­ rente género de influencias, sino también en el esclarecimiento totalmente re­ gular de las formas o matices de las emociones en fundón de las causas que

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las producen. Si la tarea de la explicación causal no puede ser reconocida como secundaria para el conocimiento científico-natural, evidentemente el terror de un fantasma y el terror ante una bala enemiga como formas totalmente parti­ culares de terror no pueden ser explicadas y conocidas científicamente más que en relación con sus causas. Evidentemente, junto con la explicación fisiológica de las emociones deberá existir también la psicológica. Pero, ¿no nos retorna esto a la doctrina cartesiana de la posibilidad del doble examen causal de las pasiones, provocado una vez por el movimiento de los espíritus vitales y otra por la idea del objeto querido u odiado? Entre las emociones psíquicas y físicas existe diferencia en las causas y tam­ bién en la presencia o ausencia de la conciencia de las correspondientes cau­ sas. Como hemos visto, las causas y la conciencia de ellas no son indiferentes a la emoción experimentada, pero le proporcionan cada vez una forma com pletamente determinada y distinta de otras formas. Si se quieren distinguir las emociones basándose en ese principio (ibidem, pág. 66), no se puede sin duda estar en contra de ello. Es completamente natural que manteniéndose plena­ mente en el terreno de la fisiología, Lange no viera la posibilidad de estable­ cer una delimitación exacta entre las causas psíquicas y físicas de las emociones. Por eso, para él, en muchos casos, la semejanza entre emociones de distinto origen (psíquicas y físicas) salta con tanta fuerza a la vista que se manifiesta con mucha mayor claridad que la diferencia entre ellas. Pero todo esto se pro­ duce mientras permanecemos en el terreno de la fisiología de las emociones. Evidentemente, si nos ponemos a estudiar las emociones desde otro aspecto, el psicológico, la diferencia resultará mucho más importante que la semejanza. Como W. James y K. G. Lange rebasan los límites de la fisiología pura y desarrollan su investigación en el plano de la psicología fisiológica, al tratar de explicar de modo causal la impresión emocional como tal, sienten vagamente que no pueden evitar la confusión entre los puntos de vista causal y teleológico, que, según la acertada observación de Münsterberg, constituye el rasgo diferenciador de toda la vieja psicología. Cuando Lange, al describir la esencia del terror, menciona junto con el pulso y el color de la tez la fuerza del len­ guaje y la claridad de pensamiento, incluyéndolo en la misma serie de sínto­ mas físicos del terror, admite de la forma más evidente la confusión entre dos aspectos heterogéneos del estudio de las emociones. Exactamente igual, tam­ bién James, cuando refleja el estado de ira, que él reduce a una agitación del pecho, al flujo de sangre al rostro, a la dilatación de las ventanas de la nariz, a la apretadura de los dientes y a la inclinación a realizar acciones enérgicas, confunde claramente los enfoques intencional y causal en la investigación de las emociones. Porque, hablando en rigor, ¿qué tienen en común la apretadura de los dientes y la inclinación a realizar acciones enérgicas, la alteración del pulso y la ofuscación de los pensamientos? La teoría de James-Lange encierra oculta la exigencia de complementar el procedimiento de examen de las emociones con otro, realizado por la psico-

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logia descriptiva de los sentimientos. Eso se desprende de los siguientes: como hemos visto. James, reflexionando una y otra vez sobre su teoría, llega a afir­ mar que 'en las manifestaciones emocionales no nos hallamos ante simples re­ flejos, que siempre presuponen en el individuo la conciencia del sentido particular y del significado que él da a la mencionada impresión externa. El terror, la ira y otras reacciones y los actos impulsivos relacionados con ellas surgen debido a que el individuo comprende la impresión externa, que cons­ tituye para él objeto de terror o de ira. Estas palabras las habría suscrito gus­ tosamente Scheler, ya que encierran íntegramente la idea de la orientación intencional de la emoción hacia el objeto y la necesidad de explicar las cone­ xiones y relaciones de sentido que determinan y condicionan cada vez nues­ tros sentimientos concretos. Para que no quede duda alguna de la idea de la psicología descriptiva de los sentimientos la incluye como un eslabón interno necesario en la cadena de los razonamientos cartesianos y en la más consecuente de todas las teorías ex­ plicativas de las emociones -en la hipótesis de James-Lange-; recordemos la doctrina de Descartes de las pasiones puramente espirituales, intelectuales de las emociones, que pueden realizarse en toda su grandeza independientemente del cuerpo, doctrina en la que ve Sergi las ruinas de la teoría visceral. De acuerdo con esta doctrina, dice, la emoción guarda relación directa con las ideas y su juego. En este punto de la doctrina cartesiana ve con razón Sergi la tran­ sición de la corriente fisiológica a la intelectualista y finalista, la transición a puntos de vista absolutamente nuevos que abren nuevos horizontes. Esta nueva corriente, estos nuevos puntos de vista, estos nuevos horizontes los hemos exa­ minado ya con suficiente detalle y los conocemos bien. No representan más que el sistema metodológico de la psicología descriptiva de los sentimientos. De la misma manera, tampoco la doctrina de James de las emociones in­ dependientes, que son debidas a la actividad pura de nuestro pensamiento, no puede suponer en relación con su desarrollo ulterior nada más que la psicolo­ gía descriptiva consecuente de los sentidos, que estudia la emoción no dentro de las categorías de la causalidad, sino desde el punto de vista intencional, como una actividad espiritual, con ayuda del descubrimiento del mundo de las rela­ ciones internas que determinan la vida de nuestro espíritu. ¿Qué más que la interpretación intuitiva de las conexiones y relaciones semánticas que se des­ cubren directamente en las impresiones le queda al conocimiento científico de estos sentimientos puramente espiritualistas? Aquí podemos dar por terminada la investigación del problema de la ex­ plicación causal en la psicología moderna de las emociones y resumir los re­ sultados a que nos conduce. Hemos visto que la teoría naturalista de las emociones sedujo al pensamiento científico con la posibilidad encerrada en ella del conocimiento verdadero, es decir, causal de la naturaleza de las sensacio­ nes humanas. Esa fue la cima a que tendieron las hipótesis de Lange y de James y cuya culminación constituía el máximo triunfo. La creación de la psicología 312 ,\

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de las emociones como ciencia en el sentido estricto de la palabra, y la refu­ tación de las doctrinas metafísicas en este campo les parecía guardar relación diréct'a con la demostración de la posibilidad de una explicación estrictamente causal de la vida emocional. Pero es precisamente en el problema de la causa­ lidad donde la teoría naturalista sufrió la más vertiginosa catástrofe. La cima a que tendía se convirtió en el punto de su hundimiento y de su muerte. El problema de la causalidad escindió la psicología moderna de las emociones en ■dos partes irreconciliables, que interiormente se presuponían una a otra. La explicación causal exigía como complemento el estudio de la teleología. La explicación se convirtió imperceptiblemente en una interpretación intuitiva. En lugar de derrocar las doctrinas metafísicas, la psicología tuvo que recurrir a ellas como a su último y único fundamento. El pilar y la afirmación de la verdad en la doctrina de las emociones fueron hallados en la metafísica del siglo XVII. James declaró que la literatura puramente descriptiva sobre esta cues­ tión, desde Descartes hasta nuestros días, constituye el apartado más aburrido de la psicología para que Diltey pudiera remitirse a la antropología del siglo XVII como la única fuente de la psicología viva, cuyo camino pasa por el perfec­ s? cionamiento de los métodos del viejo espiritualismo. En este sentido, somos de la opinión de que Ribot, que en general era muy condescendiente con la teoría de Lange y James, comprendió más profunda­ mente que otros, tanto la dependencia interna de esta teoría de la doctrina cartesiana, al señalar que su teoría obligó a dar marcha atrás a los ataques in­ justos al pensamiento expresado por Descartes en el «Tratado de las pasiones del alma», como la inconsistencia interna de esta teoría, que se puso de mani­ fiesto más claramente en el planteamiento y la resolución del problema de la causalidad. «El único punto -dice Ribot- respecto al cual difiero de la teoría de James-I .ange, que me parece el intento de explicar los hechos por parte de quienes no admiten las esencias psicológicas que más se aproxima a la verdad, se refiere a la disposición de la teoría, pero no a su fundamento. Evidente­ mente, nuestros dos autores, inconscientemente o no, adoptan el mismo punto de vista dualista que los representantes de la opinión predominante con la que están en contra. Toda la diferencia entre ellos estriba en su opinión respecto a las causas y las consecuencias: unos ven la causa en las emociones; otros, en los fenómenos físicos. En lo que a mí respecta, el concepto de causa y efecto, toda relación en general de causalidad debe excluirse de esta cuestión y la tesis dualista debe ser sustituida por la monista unitaria. Me parece que la doctrina de Aristóteles sobre la materia y la forma es más cierta, si interpretamos por materia los hechos somáticos y por forma los correspondientes estados psíquicos. Por cierto, que estos dos términos guardan estrecha relación y solo pueden separarse mediante una abstracción. Debido a una importante tradición en la antigua psicología, las relaciones entre el alma y el cuerpo se estudiaban por separado. En cam­ bio, la psicología moderna no lo considera así. En realidad, si damos a la cues-

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tión un tinte metafísico no se tratará ya de psicología. Si continúa dentro de la esfera experimental no habrá que dividirlos, ya que van juntos. La concien­ cia no debe separarse de sus condiciones físicas: constituyen un conjunto na­ tural que debe ser estudiado como tal. Al estudiar una emoción aislada, encontramos que los movimientos de la cara y el cuerpo, las conmociones vasomotoras, los cambios respiratorios y se­ cretores expresan objetivamente lo que expresa subjetivamente el correspon­ diente estado de la conciencia, clasificado según cualidades basándose en la observación interna. Se trata de un mismo fenómeno, expresado de dos for­ mas. Este punto de vista unitario, que corresponde más a la naturaleza de las cosas y a las tendencias modernas de la psicología, nos libera en la práctica, según mi punto de vista, de muchas objeciones y dificultades» (T. Ribot, 1897, págs. 107-108). Lo más notable en la crítica de Ribot es que desenmascara la verdadera au­ sencia de la teoría de James y Lange. Ribot muestra que su teoría es lo que es, es decir, sencillamente la teoría de la dependencia de causa y efecto entre las impresiones y las manifestaciones emocionales vuelta del revés. Todo lo pa­ radójico de esta teoría consiste tan solo en que nos muestra el revés de la teo­ ría clásica. Pero en esencia, la nueva teoría conserva íntegramente la base dualista de la vieja. Tanto una como otra estudian las impresiones y manifes­ taciones emocionales desde el punto de vista de la dependencia de causa y efecto. Toda la diferencia entre ellas estriba en el punto de vista sobre las cau­ sas y los efectos. Unos ven la causa en las emociones; otros, en los fenómenos físicos. La causa y el efecto han cambiado de lugar, pero los miembros de la dependencia entre una y otro han seguido siendo los mismos. T Ribot tiene también razón cuando ve que el único procedimiento para superar la dualidad y lo metafísico de la teoría de James-Lange estriba en eli­ minar por completo las relaciones de causalidad, el concepto de causa y efecto de la explicación de esta cuestión. Propone sustituir la interpretación dualista por la monista, la hipótesis del paralelismo y la interacción, por la de la iden­ tidad psicofísica. Pero con ello, el problema de la causalidad en la psicología moderna de las emociones se transforma de inmediato en un problema psicofísico; su análisis debe constituir el eslabón final en nuestro examen de los re­ súmenes a que nos ha llevado la investigación de la vieja y la nueva psicología cartesiana denlas pasiones en las relaciones internas entre ellas.

20 La primera y más ingenua y directa impresión que se desprende inevita­ blemente de la teoría de James-Lange (desde el momento de su aparición hasta nuestros días) consiste en la idea de que guarda relación directa con determi­ nada solución del problema psicofísico en el campo de la doctrina de las emo-

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ciones. Por eso, la mencionada teoría suscita ante todo la ilusión de materia­ lista, ilusión que aunque ha sido desenmascarada repetidas veces, continúa manteniéndose y conservándose de forma estable, renovándose basta los últi­ mos tiempos con cada nuevo investigador. Ya el propio James se vio obligado a acompañar su teoría de una tesis justificativa: «Mi punto de vista no puede llamarse materialista». Evidente­ mente, para él estaba claro que esa cuestión necesitaba una aclaración, que su teoría puede parecerle a primera vista al lector como una teoría que conduce a una interpretación rastrera, materialista de los fenómenos de las emociones. «Ella no encierra ni más ni menos materialismo -dice James, refiriéndose a su teoría- que cualquier punto de vista, según el cual a nuestras emociones las condicionan procesos nerviosos» (1902, pág. 313). En forma general, esta tesis no provoca la indignación de nadie, pero en ella se descubre el mate­ rialismo en cuanto se trata de tales o cuales formas particulares de emoción. «Semejantes procesos los consideraron siempre los psicólogos platonizantes como fenómenos relacionados con algo extraordinariamente rastrero. Pero cua­ lesquiera que sean las condiciones fisiológicas de formación de nuestras emo­ ciones de por sí como fenómenos espirituales deberán permanecer tal y como son. Si constituyen hechos psíquicos profundos, puros, valiosos en cuanto a su significado, desde el punto de vista de cualquier teoría relativa a su ori­ gen, seguirán siendo para nosotros igual de profundos, puros, valiosos en cuanto a su significado que lo son desde el punto de vista de nuestra teoría. Encierran en sí mismos la medida interna de su significado, y demostrar con ayuda de la teoría de las emociones propuesta que los procesos sensitivos no deben distinguirse obligatoriamente por su carácter rastrero, material es ló­ gicamente tan impropio como refutar la teoría propuesta basándose en que conduce a una interpretación rastrera, materialista de los fenómenos de las emociones» (ibidem, pág. 313). W. James tenía, naturalmente, toda la razón cuando intentaba aclarar desde el principio la actitud de su teoría respecto al materialismo. Evidentemente, solo a una opinión ingenua puede parecerle que esta teoría encierra indispen­ sablemente una explicación materialista de la naturaleza de nuestras sensacio­ nes. La condicionalidad de los procesos psíquicos respecto a los procesos nerviosos constituye una verdad indiscutible para toda la psicología científica, y cualquier teoría fisiológica, donde quiera que vea la causa material de los procesos nerviosos, deja abierta la cuestión relativa a la interpretación mate­ rialista o idealista de las relaciones entre los procesos nerviosos y psíquicos. En este sentido, la teoría periférica de las emociones no encierra en efecto ni más ni menos materialismo que la teoría central o cualquier otra. Por eso, el punto de vista de la teoría reactológica moderna y del behaviorismo, según el cual la teoría de James debe ser considerada como la en­ camación viva del pensamiento materialista, científico-natural no puede constituir para nosotros más que una ilusión. Si James tuvo que defender su

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teoría de los enemigos que le culpaban de materialismo, los investigadores de nuestros días tienen que defender esta teoría de sus amigos y seguidores, que la alaban por su materialismo. Hasta ahora, era considerada como una teoría revolucionaria, que subrayaba de modo claro y preciso las raíces materiales, pu­ ramente fisiológicas de los estados psíquicos. Hasta se inclinan a ver en ella la manifestación de un atrevimiento excepcional. Con ello, la actual psicología del comportamiento rinde a la teoría de James tan inmerecido honor como los enemigos contemporáneos de James al culparla inmerecidamente. Esto resulta tan evidente y comprensible después de las aclaraciones de James y de lo que acabamos de decir respecto al carácter materialista e idealista de la mencionada teoría que la cuestión parece estar totalmente liquidada desde el mismo comienzo mediante el simple desenmascaramiento de la tan exten­ dida ilusión. Pero eso no es completamente así. La ilusión continúa siendo una ilusión. La teoría de James no encierra ni más ni menos materialismo, gracias a que desarrolla la hipótesis del origen periférico de las emociones, que la teoría contraria a ella que insiste en su origen central. Y de todos modos, la cuestión es mucho más enrevesada y compleja de lo que puede parecer a pri­ mera vista. No se agota en modo alguno mediante el simple desenmascara­ miento de la ilusión. Exige insistentemente una investigación. Creemos que hay un hecho que tiene importancia primordial para acla­ rar la cuestión: a pesar de la aclaración del propio James sobre el imagina­ rio materialismo de su teoría, esta ha entrado sin embargo en la historia de la psicología como la interpretación materialista de la vida emocional, y en este sentido ha compartido el destino de numerosas teorías explicativas, que, según la acertada observación de Diltey, más de una vez han sido relaciona­ das con el materialismo. Lo último lo constituye en todos sus matices la psicilogía explicativa. Toda teoría que se base en la relación entre los procesos físicos y que solo incluye en ellos hechos psíquicos es materialismo (W. Dil­ tey, 1924, pág. 30). El destino histórico de la teoría de James se ha puesto de manifiesto ante todo en que no solo la aceptó el ala más radical de la psicología científiconatural moderna, sino que ha generado a imagen y semejanza suya una influ­ yente y potente corriente que se suele llamar psicología de la reacción o del comportamiento. En esencia, la teoría de James se ha anticipado, como hemos mostrado más arriba, a la doctrina de los reflejos condicionados como base del comportamiento. Ya hemos citado la opinión de uno de los investigadores acerca de que toda la psicología moderna de las reacciones ha sido construida a ima­ gen y semejanza de la teoría visceral de James-Lange. Por tanto, la psicología biológica y mecanicista, que tiende espontáneamente hacia el materialismo científico-natural, ha resultado ser la continuadora directa de la obra de James. Sin embargo, la teoría de James ha sido capaz de contactar con las corrientes espiritualistas de la psicología. Si la relación entre esta teoría con la psicología científico-natural resulta comprensible de por sí a la luz de los principios na316

turalistas y mecanicistas que las unen, su relación con las corrientes espiritua­ listas necesita explicación. Esta relación resulta comprensible solo cuando recordamos el hecho, que hemos señalado más de una vez, de que los polos opuestos de la psicología mo­ derna están internamente unidos entre sí y se presupone uno a otro, que su unión se remonta a Descartes, que como hemos aclarado, puede ser considerado el padre de la psicología mecanicista y de la psicología espiritualista, que no se excluyen, sino que se complementan una a otra. Hemos visto más de una vez que en la explicación mecanicista consecuente de cualquier cuestión la teoría espiritualista ha encontrado el fundamento de sus propias construcciones. Este mismo papel lo desempeña la teoría de James-Lange en la psicología espiritualista moderna, el ejemplo más claro de la cual puede constituirlo la psicología de H. Bergson. Antes de esclarecer la actitud de Bergson hacia la teoría de James-Lange y la relación con cuya ayuda la incluye esta teoría en su psicología del sentimiento, hemos de subrayar, de acuerdo con el problema psicofísico que nos interesa ahora, precisamente este aspecto de la teoría. Utilizaremos las conocidas tesis de Bergson sobre el paralelismo psicofísico. En ellas se encierra de forma com­ pendiada la idea fundamental de este gran filósofo de la época actual sobre los fundamentos metafísicos de la psicología. 1. Si, dice Bergson, el paralelismo psicofísico no se distingue ni por su ri­ gurosidad ni por su carácter completo, si no existe una correspondencia abso­ luta entre cada pensamiento determinado y determinado estado cerebral, es cuestión de la experiencia señalar con aproximación creciente precisamente los puntos en que comienza y termina el paralelismo. 2. Si semejante investigación experimental es posible, medirá con una exac­ titud cada vez mayor la desviación entre el pensamiento y las condiciones físi­ cas en que trabaja este pensamiento. Con otras palabras, nos esclarecerá cada vez mejor la actitud del hombre como ser pensante y hacia el hombre como ser vi­ viente, y con ello esclarecer lo que se puede denominar significado de la vida. 3. Si el significado de la vida puede determinarse empíricamente con una exactitud y plenitud cada vez mayores, también será posible la metafísica po­ sitiva, es decir, indiscutible y capaz de un progreso rectilíneo e infinito. Las mencionadas tesis expresan no solo el objetivo fundamental de la psi­ cología metafísica, sino también el método con ayuda del cual trata de conse­ guir el objetivo y las premisas del mismo. Las premisas son las que deberán interesarnos en primer lugar, ya que en ellas se descubre el significado del pro­ blema psicofísico para toda la psicología espiritualista y el lugar que ocupa den­ tro del sistema de la metafísica aplicada. Se reduce a la determinación empírica del significado de la vida y constituye la tarea fundamental de la psicología metafísica. Se presupone, por tanto, que el significado de la vida crecerá a me­ dida que seamos capaces de señalar y constatar con plenitud cada vez mayor la divergencia mutua entre lo espiritual y lo corporal en el hombre.

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La indudable razón de semejante planteamiento de la cuestión relativa al paralelismo psicofísico consiste, como señaló G. Bellot121 durante la discusión de las tesis de Bergson, en que no solo nos retorna a los problemas no re­ sueltos de la metafísica cartesiana, sino que trata de situarlos en el terreno firme, científico de la investigación real. Esta tendencia de la filosofía moderna de trasladar la resolución de una serie de problemas filosóficos centrales al campo del conocimiento científico concreto, lo mismo que la tendencia opuesta de la psicología científica moderna de incluir conscientemente en el círculo de las investigaciones psicológicas una serie de problemas filosóficos contenidos di­ rectamente en la investigación empírica, la hemos señalado ya anteriormente como una de las tendencias más significativas de nuestra ciencia, que conduce inquebrantablemente a aproximar la filosofía con la psicología y a transformar profundamente toda la estructura y el contenido de la investigación filosófica y psicológica moderna. En cierto sentido, repetimos, la presente investigación, engendrada también por esta tendencia, trata de encontrar en ella su justifica­ ción interna. El método de Bergson es nuevo, dice Bellot refiriéndose a las citadas tesis, más gracias al empleo original e ingenioso que ha hecho de él su autor, que de por sí. Quizá huelgue recordar aquí que la mayor parte de la metafísica car­ tesiana la provocó el problema de la relación entre el alma y el cuerpo. Los cartesianos planteaban como tarea principal trasladar estas relaciones al ámbito de lo concebible, mientras que Bergson es el único que se mantiene en el te­ rreno de los hechos, y precisamente basándose en la constatación de la cono­ cida irregularidad de las relaciones psicofisiológicas mutua quiere deducir la necesidad de la hipótesis espiritualista. H. Bergson, en respuesta a la objeción que le hace Bellot, no solo no c sideró necesario refutar la relación entre el procedimiento de defensa de la hi­ pótesis espiritualista propuesto por él y el cartesiano, sino que se opuso a contraponer su método de defensa de la hipótesis espiritualista al método de Descartes. Bergson supone que el criterio de lo concebible que mantenían los filósofos cartesianos era mucho más empírico que lo que ellos mismos supo­ nían. Correspondía plenamente a la profundízación de su propia experiencia. Pero nuestra experiencia es mucho más amplia. Ha crecido tanto que hemos tenido que renunciar —pronto hará un siglo- a las esperanzas de las matemá­ ticas universales. Lo concebible se extiende, por tanto, poco a poco a nuevos conceptos que sugiere la experiencia. «¿Tendrían los cartesianos, si renaciesen ahora, la misma idea sobre lo concebible?, preguntaba Bergson, suponiendo que resultaría infiel al método de Descartes, al exigir la revisión de la doctrina car­ tesiana precisamente en el sentido en que exigiría también sin duda esa revi­ sión un filósofo cartesiano que tuviera ante sus ojos una ciencia más flexible y admitiera en los fenómenos de la naturaleza una complejidad de organiza­ ción difícil de transformar en mecanismo matemático. Si llamamos método a la conocida tesis de la razón respecto a su objeto, a la conocida adaptación de

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las formas de investigación hacia su materia, eso no significa mantenerse fiel al método, conservando sus procedimientos, mientras que los materiales con que opera esté método han variado 'radicalmente. Mantenerse fiel a un método conocido significa transformar constantemente la forma según la materia, de modo que se conserve siempre la misma exactitud de adaptación. Por tanto, Bergson se declara con plena conciencia defensor de la hipóte­ sis espiritualista siguiendo el camino trazado por Descartes. La diferencia entre la metafísica de Bergson y la cartesiana consiste únicamente en que intenta per­ feccionar el método, ampliando los límites de lo concebible de acuerdo con una experiencia científica más rica, y renunciando a los procedimientos con­ cretos de investigación introducidos por Descartes se mantiene fiel a su mé­ todo, adaptándolo al conocimiento científico moderno. De acuerdo con sus propias palabras, H. Bergson solo acepta la ciencia en su complejidad actual, y disponiendo de esta nueva ciencia como material renueva el esfuerzo, aná­ logamente a como hicieron los antiguos metafísicos apoyándose en una cien­ cia más simple. Rompe con los límites matemáticos y tiene también en cuenta las ciencias biológicas, psicológicas y sociológicas, y sobre tan amplia base cons­ truye una metafísica nueva. Ahí estriba la única diferencia de su espiritualismo con el cartesiano. El método fundamental de Descartes, el método de conse­ guir claramente la total separación del espíritu y el cuerpo, trasladado al te­ rreno del conocimiento científico moderno y transformado en el método para investigar experimentalmente las desviaciones del pensamiento respecto a las condiciones físicas en que este trabaja es precisamente el método de Bergson. Después de esto no deberán presentársenos dificultades especiales para com­ prender el procedimiento con ayuda del cual incluye Bergson la teoría de James-Lange en su concepción espiritualista. Por el contrario, ha de extrañar­ nos más bien la exactitud y la coincidencia incluso en los detalles con que se restablece en toda su plenitud en la nueva situación histórica, en la nueva ex­ presión científica, la estructura lógica de la doctrina cartesiana de las pasiones del alma, en la que el principio espiritualista y el mecanicista se equilibran. Ese equilibrio lógico lo consigue Bergson complementando su concepción es­ piritualista con la teoría mecánica de las emociones. En la investigación de la intensidad de los estados psicológicos, que Berg­ son antepone en calidad de introducción a su análisis del problema de la li­ bertad de la voluntad, acepta por completo la teoría de James relativa al origen centrífugo de las sensaciones de esfuerzo. Aplica la teoría de las sensaciones or­ gánicas como fundamento de la impresión de la intensidad de los estados psí­ quicos, por un lado, a la atención y al esfuerzo intelectual que la acompaña, y por otro, a las emociones violentas o agudas (ira, terror, algunas variedades de alegría, pena, pasiones y deseos). Los movimientos fisiológicos que acompañan a la atención no constituyen ni la causa ni el resultado de los fenómenos, sino una parte de la atención, expresan, como si dijéramos, la atención extendida en el espacio. En la tensión de la atención, cuando su trabajo se ha realizado

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ya, nos parece como si reconociéramos una creciente tensión del alma, unos crecientes esfuerzos inmateriales. Analicen esta impresión y descubrirán en ella tan solo el sentimiento de una tensión muscular que se extiende en el espacio o que modifica su esencia; por ejemplo, la tensión se transforma en presión, fatiga y dolor. Bergson no ve diferencia importante alguna entre la tensión de la atención y lo que cabría denominar esfuerzo de la tensión espiritual, por ejemplo, un deseo agudo, una ira furibunda, un amor ardiente, un odio rabioso. Por eso, la intensidad de las emociones fuertes no es otra cosa que la tensión muscu­ lar que las acompaña. Bergson cita como cosa notable la descripción de los síntomas fisiológicos del terror que da Darwin y reproduce James: «No esta­ mos, naturalmente, de acuerdo con James -dice Bergson- en que la emoción del terror se reduce a la suma de estas sensaciones orgánicas: el sentimiento de ira incluye siempre un elemenro psíquico irreducible, aunque fuera solo la idea de golpear o de luchar a que se refiere Darwin y que proporciona una direc­ ción común a tan distintivos movimientos. Pero si esta idea determina el sen­ tido del estado emocional y la orientación de los movimientos concomitantes, nos parece que la creciente intensidad del propio estado no es más que una conmoción cada vez más profunda del organismo. Excluyan todas las huellas de conmoción del organismo, todos los débiles intentos de contracción mus­ cular, y del sentimiento de ira les quedará únicamente la idea, o si no quieren renunciar a la emoción, una emoción carente de intensidad». Las últimas palabras de Bergson no dejan la menor duda de que su des­ acuerdo con James (Bergson ve este desacuerdo en la presencia de un ele­ mento psíquico que no se puede reducir a sensaciones periféricas: la idea de golpear o de luchar) es puramente ilusorio: James reconoció siempre la exis­ tencia de semejante idea en la emoción, solo que le negaba, exactamente igual a como reconoce también Bergson la cualidad específica de sentimiento expe­ rimentado, dejándole tan solo el derecho de llamarse estado puramente inte­ lectual. Pero es que Bergson hace exactamente lo mismo. Su afirmación: excluyan toda huella de conmoción del organismo, todos los débiles intentos de contracción muscular, y del sentimiento de ira nos quedará solo una idea, repite al pie de la letra la afirmación de James: repriman la manifestación ex­ terna de pasión y esta se extinguirá; supriman de este estado de nuestra con­ ciencia una-j tras otra todas las sensaciones de los síntomas corporales relacionados con él, y a fin de cuentas no quedará nada de la emoción en cues­ tión; la ira faltará por completo, y solo quedará un razonamiento tranquilo, impasible, perteneciente íntegramente al campo intelectual, es decir, la idea de golpear o luchar a que se refiere Bergson. La tesis de Bergson, incluso en lo que respecta a su estructura sintáctica, es completamente análoga a la misma afirmación de Lange: destruyan en una persona asustada todos los síntomas físicos del terror y ¿qué es lo que quedará de su terror? Bergson cita a Spencer, el cual dice que el terror intenso se ma-

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nifiesta en los gritos, en el esfuerzo por esconderse u ocultarse, en las con­ tracciones o el temblor. Vamos aún más lejos, y afirmamos, dice Bergson, que estos’ movimientos ' constituyen una parte del propio sentimiento de terror; transforman el sentimiento de terror en una emoción, capaz de recorrer dife­ rentes grados de intensidad. Reprimen totalmente estos movimientos y susti­ tuyen el terror más o menos intenso por la idea del terror, la idea intelectual de un peligro que hay que evitar. Lo mismo se puede decir del sentimiento agudo de alegría, pena, deseo, repugnancia, incluso vergüenza, la causa de cuya intensidad estriba en los movimientos reactivos automáticos que realiza el or­ ganismo y percibe la conciencia. Desde este punto de vista, Bersgon no ve una gran diferencia entre los sen­ timientos profundos, por ejemplo, el sentimiento de compasión, el sentimiento estético y otros y las agudas emociones fuertes que acabamos de mencionar. Decir que el amor, el odio, el deseo se intensifican equivale a decir que se pro­ yectan hacia fuera, que irradian hacia la superficie, que las sensaciones perifé­ ricas sustituyen a los elementos internos. Pero independientemente de cómo sean esos sentimientos, superficiales o profundos, bruscos o premeditados, su intensidad constará de numerosos estados simples, que nuestra conciencia dis­ tingue vagamente. Por tanto, H. Bergson, al renunciar, según sus propias palabras, a ver en el estado afectivo algo distinto a la expresión psíquica de la conmoción del or­ ganismo o a la respuesta interna a causas externas adopta plenamente el punto de vista de James. La teoría de James-Lange encuentra en la psicología espiritualista del espí­ ritu puro un lugar tan firme como en la psicología científico-natural del com­ portamiento. Si preguntamos qué función puede desempeñar esta teoría en el sistema psicológico espiritualista, con qué puede reforzar la psicología del es­ píritu, qué tarea auxiliar puede resolver en la defensa general de la hipótesis metafísica, cuál es su papel en este sistema, resumiendo, para qué le hace falta al renaciente método cartesiano, no podemos responder más que señalando que la teoría naturalista de las emociones desempeña en la doctrina neocartesiana el mismo papel que desempeñó en la doctrina del propio Descartes: rebajar las pasiones -ese fenómeno fundamental de la doble naturaleza del hombre- a sim­ ples manifestaciones del automatismo sin sentimientos de nuestro cuerpo y con ello despejar el camino al reconocimiento de la voluntad espiritual absoluta­ mente indeterminada, libre, independiente del cuerpo. Por eso, H. Bergson tiene toda la razón cuando dice que al defender la tesis espiritualista pretende continuar la labor de los cartesianos, pero teniendo en cuenta la mayor complejidad de la ciencia actual. Por eso es por lo que te­ nemos derecho a considerar el hecho de que incluya en la psicología de los sentimientos la teoría de James-Lange, muy importante en el aspecto sinto­ mático de principio. El hecho indica que la mencionada teoría, que representa, como hemos visto, el desarrollo tan solo de una parte no independiente de la

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doctrina cartesiana, adquiere su significado y verdadero sentido solo si vuelve de nuevo a formar parte de ese conjunto. Por tanto, la doctrina cartesiana, que incluye el prototipo de todas las teorías mecánicas de la vida emocional, por un lado, y la doctrina de Bergson, que aúna la parte naturalista y espiritua­ lista de la vieja concepción sobre la base científica de las ciencias naturales mo­ dernas, por otro, nos ilustran la naturaleza filosófica de la teoría considerada. Muestran cómo era cuando surgió, antes de diferenciarse y separarse del com­ plejo conjunto ideológico del que procedía y en lo que habría de convertirse inevitablemente cuando alcanzase su plena culminación, al ser incorporada de nuevo al sistema en su totalidad, del que es parte orgánica y aislada. Lo más admirable es que esta teoría, como ya hemos observado, conserva en el nuevo sistema, el espiritualista, el mismo papel que desempeñaba en la doctrina car­ tesiana. Reduce nuestras pasiones al nivel de simple automatismo para elevar por encima de ellas la actividad espiritual libre. De que esto es efectivamente así, podemos convencernos recurriendo a la investigación de Bergson dedicada a las relaciones entre el espíritu y el cuerpo. En ella, Bergson acepta y lleva hasta el límite lógico la concepción puramente mecanicista de la actividad cerebral. Aspira a demostrar que el cerebro es solo un instrumento de acción, un órgano capaz de crear automatismos motores, pero que no encierra ningunas otras posibilidades. Totalmente conforme con el es­ píritu de las ciencias naturales mecanicistas, Bergson procura seguir paso a paso el progreso de la percepción externa, empezando por las amebas y terminando por los vertebrados superiores. Encuentra que dentro del estado de un simple corpúsculo de protoplasma la materia viva goza de excitabilidad y contractibi­ lidad, que responde a las influencias externas y reacciona a ellas mecánica, fí­ sica y químicamente. Ascendiendo más en la serie de los organismos, nos damos cuenta de la división fisiológica del trabajo, de la aparición de diferenciaciones y uniones en el sistema de las células nerviosas. Al mismo tiempo, los anima­ les comienzan a reaccionar ante la excitación exterior con movimientos más va­ riados, pero se trata todo el tiempo de una reacción motriz automática. En los vertebrados superiores se establece, sin la menor duda, una diferencia radical entre los actos puramente automáticos, que rige siempre la médula es­ pinal, y la actividad consciente, que exige la intervención del cerebro. Y cabría imaginarse que en este caso la impresión recibida del exterior, en lugar de ex­ tenderse en forma de movimientos, se espiritualiza en el conocimiento. Pero, según supone Bergson, basta comparar la estructura del cerebro y de la mé­ dula espinal para convencerse de que entre las funciones del cerebro y la acti­ vidad refleja de la médula existe tan solo una diferencia en cuanto a su complejidad y no en cuanto a su esencia. Esta es la idea fundamental de la filosofía de Bergson. En realidad, las fun­ ciones del cerebro no se diferencian básicamente en nada de la actividad re­ fleja de la médula. Eso significa que todo el desarrollo de la percepción, comenzando por las amebas y terminando por los vertebrados superiores y el

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hombre, no da lugar a nada fundamentalmente nuevo, considerándolo desde el punto de vista de la organización de las condiciones fisiológicas. El desarrollo consiste únicamente en la complejidad del automatismo que existe ya en el or­ ganismo de la ameba y la diferencia entre las funciones del cerebro humano, y la excitabilidad y contractilidad de un simple cúmulo de protoplasma estriba solo en su complejidad, pero no en su esencia. No ver la diferencia de prin­ cipio entre la actividad del cerebro y de la médula espinal, reducir la actividad refleja de esta última a una mayor diversidad de automatismo motores en com­ paración con la actividad de las amebas significa negar el desarrollo como un proceso de ininterrumpido surgimiento de nuevas formaciones, es decir, redu­ cir toda la actividad cerebral superior al automatismo de un simple reflejo e incluso más a la excitabilidad del protoplasma. *

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La tarea de la presente investigación no incluye en modo alguno analizar la doctrina bergsoniana de la actitud del cuerpo hacia el espíritu. Para nos­ otros, lo importante era, al finalizar el análisis del destino de la doctrina car­ tesiana de las pasiones en la psicología moderna, mostrar que esta doctrina se polarizó respecto a los contradictorios principios encerrados en ella y encontró su encarnación en las concepciones mecanicistas y espiritualistas extremas de la psicología moderna.

Notas a la edición rusa ! Ы manuscrito fue escrito aproximadamente en 1931-1933. Tuvo diferentes títulos: «Doc­ trina de Descartes y Spinoza sobre las pasiones a la luz de la pisiconeurología actual», «Spinoza», «Ensayos sobre psicología. El problema de las emociones», «Doctrina de las emociones. Investi­ gación histórico-psicológica». Pequeños fragmentos del mismo fueron publicados dos veces: «Sobre dos corrientes en la interpretación de la naturaleza de las emociones en la psicología ex­ tranjera de comienzos del siglo XX». Problemas de psicología, 1968, n.° 2, págs. 149-156; «La doctrina de las emociones a la luz de la psiconeurología actual». Problemas de filosofía, 1970, n.° 6, págs. 119-130. En la presente edición, el manuscrito se publica por primera vez íntegro, según el texto de la única variante del autor que se ha conservado, datado en 1933. 2 Lange Carl Georg (1834-1900). Anatónomo danés. 3 James Wiliam (1842-1910). Véase t. 1, pág. 460. En 1990 vio la luz en Copenhague en lengua danesa el libro de G. G. Lange «Las emociones», que posteriormente fue traducido a otros idiomas, entre ellos al ruso (con el título de «Movimientos espirituales»). Vygotski lo cita de acuerdo con la edición rusa. En 1884 se publicó un artículo del psicólogo y filósofo norte­ americano W james: «¿Qué es la emoción?» (What is emotion?). Mind, 1884, v. 9. Las ideas expuestas en él las desarrolló posteriormente James en «Fundamento de psicología» (1890). 4 Dumas George (1866-1946). Véase t. 1, pág. 470. Vygotski se refiere al prólogo de Dumas a la traducción francesa del libro de G. C. Lange, incluido posteriormente en la edición rusa de 1896. 5 Se trata de la concepción de las emociones formulada por Ch. Darwin (véase t. 1, pág. 462) en el trabajo «Expresión de las emociones en los animales y en el hombre» (1872). Utilizando

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por primera vez el enfoque emocional y el método objetivo en el estudio de las emociones en el hombre y en los animales, interpretó los movimientos expresivos en las emociones como com­ ponentes del comportamiento adaptative -clase especial de- mecanismos, que surgen- en los ani­ males en la lucha por la existencia-. Los movimientos expresivos en las emociones en el hombree son considerados como rudimentos de su origen animal. 6 Spencer Herbert (1820-1908). Véase t. 1 pág. 471. Se trata de su trabajo «Principos de psi­ cología» (1855), que influyó concretamente en Darwin. Spencer consideraba los movimientos expresivos en el hombre durante las emociones como un comportamiento rudimentario. 7 Malebranche Nicolás de (1638-1715). Filósofo idealista francés, principal representante de ocasionalismo. Trató de compaginar el cartesianismo con la teología cristiana en su variante agustiniana. 8 Titchener Edward (1867-1927). Véase t. 1, pág. 471. 9 Lotze Rudolf Hermann (1817-1881). Véase t. 1, pág. 471. 1(1 Mandsley Henry (1835-1918). Psicólogo inglés de la corriente científico-natural y fisiólogo. 11 Serf José (1841-1936). Antropólogo italiano de orientación materialista, biólogo, psicó­ logo, historiador de la cultura. 12 Bard Philip (1898-?). Fisiólogo norteamericano. Trabajó en el campo de la psicología y de la fisiología de las emociones. 13 Dunlap Knight (1875-1949). Psicólogo norteamericano. Especialista en psicología general y social y en psicología de la religión. Se trata del prólogo escrito por él para una colección, en la que fueron reimprimidos trabajos de James y de Lange. Vygotski cita a Dunlop según un ar­ tículo de W. B. Cannon (1927). Sobre el trabajo de Dunlop se habla en la página 106 de este artículo. Debido a que Vygotski cita muchos trabajos según este artículo, en adelante señalare­ mos brevemente: cita según W. B. Cannon, 1927, pág. ??????? 14 Perry Ralf (1876-1957). Filósofo neorrealista norteamericano, discípulo de James, que ejer­ ció gran influencia en Cannon. 15 Cannon Walter Breadford (1871-1945). Fisiólogo norteamericano. La primera edición de su libro, dedicado al análisis de los mecanismos fisiológicos de los procesos emocionales «Cam­ bios corporales en el dolor, el hambre, el terror y la furia» file publicada en 1915. 16 La versión rusa del mencionado libro de Cannon, con el título de «Fisiología de las emo­ ciones. Cambios corporales en el dolor, el hambre, el terror y la finia», con un prólogo y bajo la redacción del biólogo soviético В. M. Zavadovski (1895-1951), se publicó en Leningrado en 1927. La traducción se realizó a partir de la 3.a reedición inglesa del libro de Cannon, publi­ cada en 1923. 17 Zavadovski Boris Mijáilovich (1895-1951). Véase t. 2, pág. 491. 18 McDougall William (1871-1938). Psicólogo y filósofo inglés y norteamericano. Contra­ ponía el behaviorismo y el asociacionismo a la denominada psicología hórmica integral. En su trabajo «Introducción a la psicología social» (1908), explicó los fenómenos sociales basándolos en los instintos. A este trabajo es al que se refiere W. B. Cannon (1927, pág. 153). 19 Sherrington Charles (1857-1952). Véase t. 1, pág. 462. 20 Angelí James Rowland (1869-1949). Psicólogo norteamericano, representante de la co­ rriente funcional. Cita según: W. B. Cannon, pág. 108. 21 Compárese: Spinoza. Etica, parte I, axioma 6: «La verdadera idea deberá estar acorde con su objeto». 22 Holberg Ludwig (1684-1754). Escritor danés, comediógrafo. Hermann von Bremen. Héroe de la comedia de igual nombre. 23 Nervio vago. En el hombre corresponde al décimo par de nervios craneano-cerebrales. El nervio mixto pareado contiene los filamentos motores, sensitivos y vegetativos (simpáticos y pa­ rasimpáticos). Los resultados de los experimentos a que se refiere aquí Vygotski se explican de­ talladamente en el curso de conferencias de Ch. Sherrington «Actividad interactiva del sistema nervioso. Conferencia 7. El reflejo como reacción de una adaptación permanente», publicado

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por primera vez en Londres en el libro: R. Krid, D. Denny-Brown, I. Ikldz, £. Diddell y Ch. Sherrington, «Actividad refleja de la médula espinal». En 1930, al preparar la edición del pre­ sente manuscrito de L. S. Vygotski, Z. S. Vygódskaia y A. R. Luria iñcluyeron éñ la bibliogra­ fía la versión rusa del mencionado trabajo de Sherrington, sin modificar, naturalmente, el texto del propio Vygotski. Por nuestra parte, hemos considerado posible remitir también al lector a la versión rusa del trabajo de Sherrington. En adelante, lo titularemos abreviadamente: Activi­ dad refleja..., pág. ????? 24 Morgan Conway L bid (1852-1936). Biólogo, zoopsicólogo, filósofo inglés. Uno de los crea­ dores de la teoría de la evolución emergente (véase nota 90). 25 Biéjterev Vladimir Mijdilovicb (1852-1936). Fisiólogo, neuropatólogo, psicólogo ruso. En el presente trabajo, Vygotski recuerda repetidas veces las investigaciones de Biéjterev sobre las reacciones emocionales de los animales a los que les había sido extirpada la corteza cerebral, concretamente el tálamo óptico. L. S. Vygotski data estos trabajos en 1887; se publicó en ale­ mán el artículo de Biéjterev: Die Bedeutung der Sehhügel auf Grund von experimentellen und pathologischen Daten. Virchows Arch., 1887, págs. 110, 102-154, 322-365. El artículo despertó el interés en el extranjero hacia los trabajos de Biéjterev. Así, W. Cannon, cuyos datos utilizó evidentemente Vygotski, lo recuerda (W. B. Cannon, pág. 115). En 1882-1887, Biéjterev pu­ blicó en Rusia una serie de artículos sobre este tema, entre ellos: Sobre los movimientos forza­ dos que se organizan cuando se destruye la corteza cerebral. Rev. Medicina rusa (Rússkaia ineditsina), 1885, n.° 1, págs. 6-8; n.° 3, págs. 54-55; Sobre las funciones del tálamo óptico. Rev. El médico (Vrach), 1883, n.° 4, pags. 51-52; n.° 5, págs. 68-70, y otros. 26 Pieron Henri (1881-1964). Psicólogo francés, discípulo de A. Binet y P. Janet. Trabajó en el campo de la psicología experimental, la psicología animal, la psicofisiología, la patopsicología y la psicología aplicada. 27 Marañón Gregorio (1887-1960). Endocrinólogo español. 28 Lehmann Alfred (1858-1921). Psicólogo danés. 29 Cannon compara los resultados de los siguientes trabajos: C. C. Stewart. Mammalian smoth muscle. The cat’s bladder. Amer. J. Physiol., 1990, n.° 4, págs. 185-208; E. Sertoli. Contribu­ tion a la physiologie generales des muscles lises. Arch, ital. de biol., 1883, n.° 3, pág. 86; D. N. Langly. On the physiology of the salivary Secretion, j. Physio!.. 1889, n.° 10, pág. 300; J. P. Pawlow, E, O. Xhumova-Simanowskaja. Die Innervation der Magendrüsen beim Hunde. Arch. f. Physiol., 1895, n.° 66 (véase: W. B. Cannon, pág. 112). 30 Steart Collin-Campbell (1873-?). Fisiólogo norteamericano. 31 Sertolli Enrico (1842-1910). Fisiólogo italiano. 32 Langley John Newport (1852-1925). Fisiólogo histiólogo inglés. ъъ Shùmova-Simanôvskaia Ekaterina Olímpievna (1852-1905). Fisióloga rusa, discípula de í. P. Pávlov. 34 Wells Frederic Lyman (1884-?). Psicólogo norteamericano, especialista en procesos cogniti­ vos. 35 Landis Komi (1897-?). Psicólogo norteamericano, especialista en psicología del desarrollo, patopsicología, psicología de las emociones. 36 Dana Charles (1852-1935). Médico norteamericano, neurólogo, historiador de la medi­ cina y de la literatura. 37 Wilson Samuel Alexandr (1878-1937). Neurólogo inglés, especialista en afasias. 38 Konoválov Niloldi Vasüivich (1900-1966). Neuropatólogo soviético. Junto con S. A. Wil­ son describió y propuso un sistema de tratamiento de la distrofia hepato-cerebral («síndrome Westphal-Wiison-Konoválov»). 39 Küppers Egon (1887-?). Psicólogo alemán. 40 Bentley Isaac Madison (1870-1955). Psicólogo norteamericano. Especialista en psicología general, infantil y social. 4] Vygotski se refiere al simposio sobre el problema de las emociones que tuvo lugar en el Colegio de Wittenberg (de ahí el nombre de wittenberguiano) en Springfield, Estados Unidos,

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estado de Ohio, dei 19 al 23 de octubre de 1927. La fecha del simposio se hizo coincidir con Ja inauguración de un nuevo laboratorio de psicología. En el simposio participaron los más des­ tacados especialistas en este problema,• entre ellos: A. Adler, V.-M. Biéjterev, E. Claparède, P. Janet, H. Pieron, W. Stern, K. Bühler, W. McDougall, W. Cannon, E. Titchener, R. Woodworth, E. R. Jaensch, M. Prince, V. PilJsberi y otros. En 1928, los materiales del simposio fue­ ron publicados con el título: Feelings and Emotions. The Wittenberg symposium. Worcester, 1928. Vygotski utilizó ampliamente estos materiales, concretamente los artículos de Brett, Cla­ parède, Prince, Bentley, Spearman y otros (véase Bibliografía). Bentley no escribió la «intro­ ducción» al simposio. Su artículo fue publicado por primera vez en los materiales del mismo (véase: M. Bentley, 1928). 42 Dal Vladimir Ivanovich (1801-1872). Véase t. 3, pág. 358. 43 Bergson Нетч (1859-1941). Véase t. 1, pág. 464. A comienzos de 1990, se convierte en el líder de las nuevas corrientes filosóficas (intuitivismo, «filosofía de la vida»). ц4 Cassirer Ernst (1874-1945). Filósofo alemán, historiador de la cultura, lógico. Jefe de la corriente neokantiana en la filosofía alemana. Uno de los creadores de la semiótica. 45 Ach Narciso (1871-1946). Véase t. 2, pág. 483. Más detalladamente sobre la actitud de Vygotski hacia los trabajos de Ach, véase: Pensamiento y lenguaje, r. 7, págs. 118-184. 46 Wertheimer Max (1880-1943). Véase t. 1, pág. 460. 47 Vygotski no cita textualmente las palabras de F. Engels en «Dialéctica de la naturaleza». El texto exacto dice: «La cuestión consiste en que a cualquiera que se ocupe de problemas teó­ ricos, los resultados de las ciencias naturales actúalos le constriñen con igual fuerza con que a los naturalistas modernos —lo quieran o no-, los cuales se ven obligados a llegar a conclusiones de carácter general. К. K. Marx, F. Engels, Obras, t. 20, pág. 366. 48 Se trata de la siguiente manifestación de Goethe: «La naturaleza es incognoscible precisa­ mente porque una persona es incapaz de conocerla, si bien toda la humanidad sí podría com­ prenderla. Pero, debido a que esta tan querida humanidad nunca está junta, consigue la naturaleza jugar tan bien con nosotros al escondite». Obras escogidas sobre ciencias naturales. Moscú, 1957, pág. 400. 49 Kretschmer Ernst (1888-1964). Véase t. 1, pág. 464. 50 Krüger Pelix Ernil (1874-1948). Psicólogo alemán, uno de los líderes de la denominada escuela de Leipzig. Trabajos dedicados al estudio del carácter, la psicología de la personalidad, etcétera. 31 Escuda de Lepzig. Una de las corrientes en Sa psicología alemana de la década de 1920. Se llamaba también psicología «integral» (Ganzheit), a diferencia de la psicología de la Gestalt. Sus principales miembros trabajaban en la Universidad de Leipzig. 32 Müller Johannes Peter (1801-1858). Fisiólogo y psicólogo alemán. Uno de los creadores de la fisiología como ciencia independiente. 53 Holmes Gordon Morgan (1876-1965). Fisiólogo y neurólogo inglés. 54 En el manuscrito de Vygotski falta el dibujo. 55 Woodworth Robert Sessions (1869-1962). Psicólogo norteamericano. 56 Kuriltsev Serguiéi Ivánovich (1858-?). Médico y fisiólogo ruso. 57 Yilney Fr^eric (1875-1938). Psicólogo norteamericano, fisiólogo, neurólogo, defectólogo. 58 Jacson John (1835-1911). Neurólogo y fisiólogo inglés. Uno de los creaedores de la neu­ rología actual. Cita según: W. B. Cannon, pág. 118. 59 Langue Nikolai Nikolaevich (1858-1921). Véase t. 1, pág. 460. 60 Vygotski se refiere a la siguiente tesis de Kretschmer: «Los síntomas histéricos son clases de reacciones del fundamento espiritual impulsivo filogenéticamente precedente» (1924, pág. 8). 61 Archer William (1856-1924). Crítico teatral inglés. 62 Vygotski se refiere al siguiente pasaje del trabajo de E. Heine «Sobre la historia de la re­ ligión y ía filosofía en Alemania»: «Un gran genio se forma con ayuda de otro genio no tanto por asimilación como a través del roce. Un diamante pule otro. Exactamente igual, la filosofía

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de Descartes no dio origen en modo alguno a la filosofia de Spinoza, sino que favoreció tan solo su aparición. Por eso, primero encontramos en el discípulo los métodos del maestro» (Obras, Moscú, 1958, t. 6,-pág. .64), 6} Fischer Кипа (1824-1907). Filósofo alemán, hegeliano. Autor de la «Historia de la nueva filosofía» en seis tomos (1852-1877). La edición rusa más completa, que es la que utiliza Vygotski, se publicó en Petersburgo en 1901-1909. El primer tomo se titulaba «Descartes»; el segundo, «Spinoza». 64 «Breve tratado de Dios, el hombre y su bienestar», la más temprana de las obras conoci­ das de Spinoza (1658-1660). 65 Las seis principales formas de las pasiones son, según Descartes: sorpresa, amor, odio, deseo, alegría, pena. 66 Petzoldt Josef (1862-1929). Véase t. 1, pág. 470. ' Asmus Valentín Ferdinándovich (1894-1975). Filósofo soviético, lógico, historiador de la cultura. 68 «Tratado de las pasiones» o «Las pasiones del alma». Obra de Descartes (1646-1649). m «Doctrina sobre el origen y la naturaleza de los afectos», así se titula la parte III de la «Etica», obra fundamental de Spinoza. La terminó en 1675. 70 «Doctrina sobre la fuerza de la razón o sobre la libertad humana», así se titula la parte V de la «Ética». 71 Hoffding Harold (1843-1931). Filósofo danés, historiador de la filosofía y psicólogo. Véase también t. 3, pág. 357. 72 Nahlovsky Joseph Wilhelm (1812-1885). Filósofo alemán, especialista en el campo de la ética. 73 Herbardt Johan Friedrich (1776-1841). Filósofo y psicólogo alemán. Uno de los fundado­ res de la pedagogía científica. Véase también t. 1, pág. 466. 74 Esta expresión de Spinoza («Ética», teorema 17, Escolio) pertenece a las comparaciones que más gustaban a Vygotski. Concretamente, con ella finaliza el «Significado de la crisis en psicología» (t. 1, pág. 436). 75 Iron David (1870-1907). Psicólogo y filósofo norteamericano. Especialista en el campo de la ética y de las emociones. Ribot Thvodule Armand (1839-1916). Véase t. 1, pág. 46>3. 8 Bren George Sid.net (1879-1944). Historiador canadiense de la psicología. ’’ Münsterberg Hugo (1863-1916). Psicólogo alemán. La valoración detallada por parte de Vygotski de sus concepciones metodológicas, véase en: «Significado histórico de la crisis en psi­ cología» (r. 1, págs. 291-436). 80 Spearman Charles Edward (1863-1945). Psicólogo inglés, especialista en psicología del pen­ samiento, psicología de las diferencias individuales, testología. 81 Vygotski se refiere a los siguientes pasajes del libro de C. G. Lange, «Movimientos espi­ rituales» sobre Spinoza: «Puede ser que Spinoza sea quien más se aproxima a sus concepciones sobre las emociones» (pág. 89); sobre Descartes; «Descartes determina la alegría de tener con­ ciencia de que el sujeto es dueño de sus dones, pero no sabemos por él en qué consiste, de hecho, esta alegría» (pág. 82). Véase; Descartes. Pasiones del alma, parte 1, §§ 35-36. De acuerdo con ello, en el libro de C. G. Lange, «Movimientos espirituales»; pena (págs. 23-28), alegría (págs. 28-31), terror (págs. 31-37), ira y fúria (págs. 37-44), impaciencia (pág. 44), des­ engaño (pág. 45). 82 Spranger Eduard (1882-1939). Véase t. 1, pág. 465. 83 Diltey Wilhelm (1883-19П). Filósofo alemán e historiador de la cultura, al cual se re­ montan las ideas de la filosofía de la vida como una de las tendencias idealistas. Propuso el plan de crear la psicología descriptiva o comprensiva. Véase también t. 1, pág. 465. 84 Sobre la correlación entre la psicología explicativa y descriptiva, desde el punto de vista de Vygotski, véase: «Significado histórico de la crisis en psicología» (t. 1, págs. 291-431); «His­ toria del desarrollo de las fundones psíquicas superiores» (t. 3, págs. 6-41).

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85 Isabel de Pfalz (1618-1680). Princesa, hija del elector de Pfalz, biznieta de María Estuardo. Mantuvo con Descartes en 1643-1650 una intensa correspondencia, que desempeñó cierto papel en la elaboración por parte de este .último del «Tratado de las pasiones». а6 Se trata de la siguiente tesis de E. Kant («Antropología», libro 3, § 71): «Subordinarse a los hechos y a las pasiones es en cualquier caso una enfermedad mental, ya que todos esos mo­ vimientos espirituales excluyen el dominio de la razón». s7 Mantegazza Paolo (1831-1910). Médico italiano, antropólogo, filósofo, psicólogo. 88 Piderit Theodor (1826-1898). Psicólogo y fisiólogo alemán. 85 Prince Morton (1854-1929). Psiquiatra norteamericano, especialista en patopsicología y psi­ cología de las diferencias individuales. 90 Evolución emergente (en ing. emergent, que surge repentinamente). Concepción que con­ sidera el desarrollo como un proceso a saltos, en el que el surgimiento de las cualidades supe­ riores lo condiciona la intervención de fuerzas inconcebibles. La concepción desarrollada de los conceptos de la evolución emergente se explica en los trabajos de S. Alexander, «Espacio, tiempo y divinidad» (1927), y C, Ll. Morgan, «Evolución emergente» (1927). 91 Comp.: Descartes. Reflexiones metafísicas. Reflexión 6. 92 Comp.: Descartes. Reflexiones metafísicas. Reflexión 2. 93 Comp.: Descartes. Reflexiones metafísicas. Reflexión 2. 91 Agustín (San) (354-430). Teólogo cristiano que elaboró, partiendo de la filosofía voluntarista idealista una doctrina sobre los procesos psíquicos. Véase también t. 2, pág. 488. 95 Vygotski se refiere a la interpretación del trabaja de Maxwell, «Substancia y movimiento» (§ 78), presentado por H. Hoffding (1904, p. 60). 96 Se trata de la siguiente opinión de Aristóteles: «Porque ahora y antes el asombro incita a las personas a filosofar» (Metafísica, parte I, cap. 2). Comp.: Descartes R. «Las pasiones del alma», parte II, §§ 69-76; parte III, §§ 211-212. 97 Descartes R„ «Las pasiones del alma», parte II, § 75. 98 Kechekyán Stepán Fiódorovich (1890-1967). Filósofo y jurista soviético. 99 Spinoza В., «Tratado político», cap. 2, § 11. 100 Véase: Descartes R., «Las pasiones del alma», parte II, §§ 211-212. 101 Se trata de monólogo de Salieri en la primera escena de la tragedia de A. S. Pushkin, «Mo­ zart y Salieri»: «Después de haber dado muerte a los sonidos, preparé la música como un cadáver». ,u' 'Teresa de Jesús (Santa) (151 5-1582). Monja española. Fue perseguida en vida por la In­ quisición, pero en 1662 la Iglesia católica la canonizó. 103 Janet Pierre (1859-1947). Véase t. 2, pág. 482. 104 Bain Alexandr (1818-1903). Véase t. 1, págs. 465-466. 105 Una vez terminada la obra «Reflexiones sobre la primera filosofía» (1636-1640), Descar­ tes, a finales de 1840, envió el manuscrito a una serie de personas, entre ellas al relevante filó­ sofo inglés T. Hobbes (1858-1679), que vivía entonces en París. En enero-febrero de 1961, Hobbes entregó a Descartes sus observaciones. Ai criticar a Descartes desde posiciones materia­ listas, Hobbes escribía que el sujeto del pensamiento lo constituye el cuerpo, que piensa, y el pensamiento es la actividad o la propiedad de ese cuerpo. El alma no es una sustancia original: las ideas claras dd alma se remontan a las impresiones claras de los órganos de la percepción sensual. Las observaciones críticas de Hobbes (lo mismo que las de otros oponentes) y la res­ puesta a ellas las incluyó Descartes en la primera edición de «Reflexiones» (1641). 106 Se trata de Cristina Augusta de Suecia (1626-1689), reina de Suecia en 1632-1654. En 1646, Chanut, amigo de Descartes, que vivía en Suecia, le envió unas preguntas de la reina. En febrero de 1647, Descartes escribió la respuesta en cuestión. 107 Stout George Frederick (1860-1944). Filósofo idealista inglés, representante de la deno­ minada psicología analítica. 108 Véase: Descartes R„ Reflexiones metafísicas. Reflexión 6. 109 Se trata de la comedia de A. P. Chéjov, «El jardín de los cerezos», 4.° acto. En su última réplica, el viejo criado Firs (aproximándose a la puerta y tocando el picaporte) dice: «Está ce-

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rrada. Se han marchado... (se sienta en el diván). Se han olvidado de mí...». La expresión me­ tafórica «se olvidaron de la persona» constituye una de las expresiones preferidas de Vygotski. La utiliza concretamente en «Historia de las funciones psíquicas superiores», t. 3 ,’p'ág. 72.’ 110 Con este título no existe una obra especial de Descartes. En su obra «Sobre la forma­ ción del animal. Descripción del cuerpo humano» (1648), la parte 4.a se denomina «Sobre la formación del embrión; sobre las partes que se forman en el semen». 111 Freud Segismundo (1856-1939). Véase t. 1,' pág. 462. 1,2 Scheler Max Ferdinand (1872-1928). Filósofo idealista y psicólogo alemán. 113 Schopenhauer Arturo (1788-1860). Filósofo idealista alemán, consideraba la «voluntad uni­ versal» como el fundamento metafísico de la existencia universal. 114 Se trata del conocido pasaje del diálogo de Platón «Fedón». «Fedón» (fecha de la acción: año 399 a. de J.C., fecha en que fue escrito el diálogo: segunda mitad de la década de los años 80-primera mitad de los años 70, siglo IV a. de J.C.) constituye la parte final del tríptico, las dos primeras partes del cual son: «Apología de Sócrates» y «Critón». El diálogo «Fedón» (Fedón de Elis, discípulo y amigo de Sócrates) relata las últimas horas de Sócrates, su conversación con los discípulos, su muerte. Sócrates discute con el filósofo naturalista griego de orientación ma­ terialista Anaxágoras de Clazomene (aprox. 500-429 a. de J.C.). Sócrates dice que según Anaxágoras el orden de las cosas se atribuye -de forma completamente absurda- al aire, al éter, al agua y a otras muchas sustancias, y continúa (citamos de acuerdo con la traducción moderna): «Según mi punto de vista, eso es lo mismo que si alguien declarase primero que todos sus actos se los debe Sócrates a la Muerte y después, al disponerse a explicar las causas de cada uno de ellos por separado, dijese: “Sócrates está ahora aquí porque su cuerpo consta de huesos y ten­ dones y los huesos son duros y están separados unos de otros por articulaciones, y los tendo­ nes pueden tensarse y relajarse y rodean a los huesos junto con la carne y la piel, que todo lo abarca. Y como los huesos se mueven libremente en sus articulaciones, los tendones al estirarse y tensarse permiten a Sócrates doblar las piernas y las manos. Por esa causa es por lo que está ahora aquí (en la cárcel -Red.) encogido”... No, llamar causas a semejantes cosas es un com­ pleto disparate. Si alguien dijese que sin esto: sin huesos, sin tendones y sin todo lo demás que poseo no podría hacer lo que considero necesario diría una verdad. Pero afirmar que son la causa de todo lo que hago... significa no distinguir entre la causa verdadera y lo que sin lo cual la causa no podría ser causa» (Platón. Obras en 3 tomos. Moscú, 1970, t. 2, pág. 68). ¡l’ Brentano Frauz (1838-1917). Véase l. 1, pág. 465. Uno de los antecesores de la corriente idealista de la psicología funcional y del fenomenalismo. ut, yOfender Alexandr (1870-1941). Véase r. 1, pág. 471. : Geiger Moritz (1880-?). Filósofo y psicólogo alemán. Trabajó en el campo de la estética. 1,8 Se trata del siguiente pensamiento de W. Diltey: «Es verdad que en el estudio de los mo­ vimientos expresivos y de los símbolos de las ideas para los estados del alma se descubren nue­ vos medios auxiliares; pero en particular, el método comparativo, que introduce relaciones más simples entre los sentimientos y los impulsos de los animales y de los pueblos primitivos, per­ mite salirse de los límites de la antropología del siglo XVII» (1924, pág. 57). 119 Se trata de la obra de Malebranche «Búsqueda de la verdad» (1674). 120 Natorp Paul Flerhardt (1854-1924). Véase t. 1, pág. 471. Trabajos fundamentales en el campo de la lógica y la pedagogía. 121 Bellot Gustav (1859-1929). Filósofo Francés. Especialista en el campo de la ética y de la psicología de la religión.

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Acerca de la psicología de la creatividad del actor1

La cuestión relativa a la psicología del actor en la creatividad teatral es al mismo tiempo extraordinariamente vieja y completamente nueva. Por un lado, no ha habido, al parecer, ni un solo pedagogo crítico teatral más o menos notable, ni en general ninguna persona relacionada con el tea­ tro que no haya planteado de una forma o de otra esta cuestión y que en su actividad práctica, interpretativa, pedagógica, en sus valoraciones no haya par­ tido de una u otra forma de comprender la psicología del actor. Numerosas personalidades del teatro han creado sistemas extraordinariamente complejos de interpretación teatral, en los que han hallado manifestación concreta no solo las aspiraciones puramente artísticas de sus autores, no solo los cánones del es­ tilo, sino también los sistemas de la psicología práctica de la creatividad del actor. Ese es, por ejemplo, el conocido sistema de K. S. Stanislavski, de cuya estructuración teórica completa carecemos desgraciadamente hasta ahora. Si intentamos examinar los orígenes de la psicología teatral nos retomarán a un pasado lejano y nos enfrentaremos con grandes problemas de difícil so­ lución en este campo, que durante siglos han preocupado de diferente forma las mentes de los mejores representantes del teatro. Así, la cuestión planteada por Diderot2 en su famosa «Paradoja del actor», se anticipa ya a las discusio­ nes más agudas entre los diferentes sistemas teatrales modernos, y a él por su parte se le anticiparon una serie de pensadores sobre el teatro que antes que Diderot plantearon esta cuestión de una forma algo distinta, aunque en el mismo plano que lo hace él. En este planteamiento de la cuestión hay algo fundamental, y cuando uno comienza a estudiar atentamente su desarrollo histórico se convence inevita­ blemente de que evidentemente radica en la propia esencia de la creatividad del actor, en cómo se manifiesta a la comprensión directa, que todavía se rige plenamente por el ingenuo asombro ante un nuevo fenómeno psicológico. Por tanto, si dentro de todos los cambios, en los sistemas teatrales el pro­ blema de la psicología del actor ha conservado como cosa central la paradoja de la emoción del actor, ya en los tiempos nuevos, a ese mismo problema se le han abierto caminos a partir de otras formas de investigación. Las nuevas investigaciones comienzan a incorporar la profesión de actor al círculo general de investigaciones sobre la psicología de las profesiones, situando en un pri­ mer plano el enfoque psicotécnico de la mencionada profesión. En el centro de la atención suele figurar la cuestión de cómo deben desarrollarse ciertas cua­ lidades y rasgos generales del talento del hombre para asegurar a su portador

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éxito en la creación teatral. Se crean test para investigar la fantasía, la motricidad, la memoria verbal, la excitabilidad de los actores, y sobre esa base se elabora un profesiograma del trabajo del actor, siguiendo el mismo principio según el cual se elaboran análogos psicogramas para cualquier otra profesión y luego de acuerdo con el registro de las cualidades establecidas se escogen para la profesión en cuestión las personas que más correspondan a esa relación. Solo últimamente observamos un intento de superar los defectos de uno y otro enfoque del problema que nos interesa y de darle un planteamiento nuevo. Se trata en este sentido de los trabajos de nuevo tipo, y en este sentido hemos considerado el problema de la psicología del actor una cuestión totalmente nueva y casi no investigada. Lo más sencillo es determinar el nuevo planteamiento del viejo problema, contraponiéndolo a las dos corrientes anteriores. Ambas tienen un defecto común aparte del vicio radicalmente metodológico específico que caracteriza a cada una de ellas por separado y que hasta cierto grado es opuesto en uno y otro sistema de investigación. El defecto común de las corrientes anteriores -su total empirismo, el in­ tento de partir de lo que se halla en la superficie- es el de constatar hechos captados directamente, elevándolos al rango de una regularidad científica des­ cubierta. Y aunque el empirismo con que tropiezan quienes se dedican al tea­ tro es con frecuencia un campo de fenómenos profundamente específicos y extraordinariamente importantes dentro de la esfera general de la vida cultu­ ral, a pesar de que ahí se opera con hechos como las creaciones escénicas de los grandes maestros, el significado científico de estos materiales no rebasa los límites de la reunión de datos reales y de reflexiones de carácter general sobre el planteamiento del problema. Semejante empirismo radical distingue también las investigaciones psicotécnicas del trabajo del actor, que son igualmente ca­ paces de elevarse por encima de los datos reales y abarcarlos con una inter­ pretación general del tema planteado de antemano metodológica y teóricamente. Aparte de eso, cada una de estas corrientes tiene, como ya se ha dicho, su propio defecto. Los sistemas escénicos, que parten del actor, de la pedagogía teatral, de las observaciones obtenidas en los ensayos y durante el espectáculo y que suelen constituir enormes generalizaciones de la experiencia de los directores de es­ cena o de lo^j actores consideran como los más importante las particularidades específicas, peculiares de las impresiones inherentes solo al actor, olvidando que estas particularidades deben ser interpretadas dentro del marco de regularida­ des psicológicas generales, que la psicología del actor constituye tan solo una parte de la psicología general tanto en el sentido abstracto-científico como con­ creto-real de esta palabra. Cuando estos sistemas intentan apoyarse en la psi­ cología general, los intentos resultan ser una relación más o menos casual, semejante a la que existe entre el sistema de Stanislavski y el sistema psicoló­ gico de T. Ribot.

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Por el contrario, las investigaciones psicotécnicas no toman en considera­ ción toda la especificidad, toda la peculiaridad de la psicología del actor, viendo en' la creatividad de éste tan solo úna combinación especial dé las mismas cua­ lidades psíquicas que en una combinación especial de las mismas cualidades psíquicas que en una combinación diferente se presentan en cualquier profe­ sión. Olvidando que la actividad del actor es de por sí una actividad especí­ fica de estados psicofisiológicos y sin analizar estos estados específicos en toda la diversidad de su naturaleza psicológica, los investigadores psicotécnicos di­ luyen el problema de la creatividad del actor en una psicología de test gene­ ral y por añadidura banal, sin prestar atención al actor y a todo lo peculiar de su psicología. El nuevo enfoque de la psicología de la creatividad del actor se caracteriza ante todo por el intento de superar el empirismo radical de una y otra teoría y comprender la psicología del actor en toda la originalidad cualitativa de su naturaleza, pero a la luz de regularidades psicológicas más generales. Junto a ello, el aspecto real de la cuestión adquiere un carácter totalmente distinto: de ser abstracto se transforma en concreto. Si el testimonio anterior de tal o cual actor, de tal o cual época era consi­ derar siempre desde el punto de vista de la naturaleza eterna e invariable del teatro, en cambio ahora las investigaciones tratan este hecho ante todo como un hecho histórico que se realiza y que debe ser interpretado ante todo en la completa complejidad de su condicionalidad histórica. La psicología del actor se plantea como un problema de psicología concreta, y muchos de los irrecon­ ciliables puntos de vista de la lógica formal, las contradicciones abstractas de los distintos sistemas, reforzados por igual con datos reales, encuentran explicación como una contradicción histórica viva y concreta entre distintas formas de la creatividad del actor, que varían de una época a otra y de un teatro a otro. Por ejemplo, la paradoja sobre el actor de Diderot consiste en que el autor que representa intensas pasiones espirituales en la escena y que consigue que el auditorio alcance la máxima conmoción emocional permanece ajeno a esa pasión que representa y que conmueve al espectador. El planteamiento abso­ luto de la cuestión por parte de Diderot suena así: ¿debe experimentar el actor lo que representa, o su interpretación es la máxima «monada» que imita la ima­ gen ideal? La cuestión relativa al estado interno del actor durante la represen­ tación escénica constituye el nudo central de todo el problema. ¿Debe o no debe el actor vivir el papel? Esta cuestión ha sido objeto de serias discusiones, por cierto que su mismo planteamiento presuponía la admisión de una reso­ lución unánime. No obstante, el propio Diderot sabía, al contraponer la in­ terpretación de dos actrices: Cleron3 y Dumenille4, que representan dos sistemas de interpretación distintos e igualmente posibles, aunque contrapuestos en cierto sentido. En el nuevo planteamiento de la cuestión a que nos referimos, la paradoja y la contradicción que encierra tiene su resolución en el enfoque histórico de la psicología del actor.

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Según las magníficas palabras de Diderot, «antes de pronunciar: “Está llo­ rando, Zaida” o “Permanezca ahí, hija mía”, el actor se escucha largo tiempo, se escucha también en el momento en que les conmueve y todo su talento no consiste en sentir cómo piensan, sino en transmitir sutilmente los rasgos externos del sentimiento y con ello engañarles. Los gritos de su aflicción se reflejan claramente en su oído, los gestos de su desesperación están impresos en su memoria y los había aprendido previamente ante el espejo. Sabe con absoluta exactitud en qué momento ha de sacar el pañuelo y cuándo le cae­ rán las lágrimas. Espérenlas en determinada palabra, en determinada sílaba, ni antes ni después. Esta voz temblorosa, estas palabras que se entrecortan, estos sonidos ahogados o lánguidos, las rodillas que se doblan, los desfalleci­ mientos, los arrebatos violentos son una imitación pura una lección previa­ mente aprendida de memoria, una mueca patética, una admirable “monada”» (D. Diderot, 1936, págs. 576-577). Todas las pasiones del actor y su expresión son, como dice Diderot, parte integrante del sistema de la declamación, están subordinadas a cierta ley de unidad, han sido seleccionadas y distribuidas armónicamente de un modo de­ terminado. En esencia, la paradoja de Diderot confunde dos cosas muy cercanas una a otra, pero que no se funden del todo. En primer lugar, Diderot se refiere al ca­ rácter superindividual ideal de las pasiones que el actor transmite desde la es­ cena. Se trata de pasiones y movimientos del alma idealizados, no son sentimientos naturales, reales de tal o cual actor, son artificiales, resultado de la fuerza creadora del hombre y deberán ser considerados como creaciones artifi­ ciales lo mismo que una novela, una sonata o una estatua. Gracias a eso se di­ ferencian por su contenido de las correspondientes sensaciones del propio autor. «El gladiador de la antigüedad -dice Diderot—, a semejanza del gran actor y este a semejanza de aquel, no mueren como se muere en la cama. Deberán repre­ sentar ante nosotros una muerte distinta para gustarnos, y el espectador se da cuenta de que la desnuda verdad de los movimientos no ha sido embellecida, aunque sea mezquina y contradiga la poesía del conjunto» (ibidem, pág. 581). No solo desde el punto de vista del contenido, sino desde el aspecto de las conexiones y encadenamientos formales que determinan su desarrollo, los sen­ timientos del actor se diferencian de los sentimientos reales de la vida. «Pero tengo grandes deseos de contarles como ejemplo -dice Diderot- cómo un actor y su esposa que se odiaban desempeñaban en la escena el papel de unos cariñosos y apasionados enamorados. Hasta entonces, ambos actores no pare­ cieron en sus papeles tan magníficos, no provocaron tan prolongados aplausos por parte del público. Decenas de veces interrumpimos esta escena con aplau­ sos y gritos de admiración. Eso sucedió en la tercera escena del IV acto de la pieza de Molière «Le dépit amoureux»* (ibidem, pág. 586). A continuación, El desengaño amoroso (nota del tr.).

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Diderot cita el diálogo del actor y la actriz, que denomina doble escena, es­ cena de los enamorados y escena de los cónyuges. La escena de la declaración amorosa' se entrelaza con lá de la riña familiar, y en ese entrelazamiento ve Di­ derot la mejor demostración de su razón (ibidem, págs. 586-588). Como ya hemos dicho, el criterio de Diderot se basa en hechos, y ahí es­ triba su fuerza, su imperecedero significado para la futura teoría científica de la creatividad del actor. Pero existen también hechos de carácter contrario, que, por cierto, no desmienten en nada a Diderot. Estos hechos consisten en la exis­ tencia real de otro sistema de interpretación y de otra naturaleza de las viven­ cias artísticas en la escena. Y la demostración está, si recurrimos a un ejemplo cercano, en toda la práctica escénica de la escuela de Stanislavski. Esta contradicción, insoluble para la psicología abstracta en el plantea­ miento metafísico de la cuestión, admite posibilidad de resolución si la enfo­ camos desde el punto de vista dialéctico. Ya hemos dicho que la nueva corriente plantea el problema de la psicología del actor como un problema de psicología concreta. En este caso no son las eter­ nas e invariables leyes de la naturaleza de las vivencias del actor en la escena las que sirven al investigador de indicaciones rectoras, sino las leyes históricas de las distintas formas y sistemas de la interpretación teatral. Por eso, desmintiendo la paradoja de Diderot, con la que tropezamos en muchos psicólogos, todavía se deja notar el intento de resolver la cuestión en un plano abstracto, prescindiendo de la concreta forma histórica del teatro cuya psicología analizamos. Sin embargo, la premisa fundamental de cualquier investigación orientada históricamente en este campo es la idea de que la psicología del actor expresa la ideología social de su época y que esta ha cambiado tanto durante el proceso de desarrollo histó­ rico del hombre como han cambiado las formas externas del teatro, su estilo y su contenido. La psicología del actor del teatro de Stanislavski se diferencia en mucho mayor grado de la del actor de la época de Sófocles que lo que un edi­ ficio actual se diferencia de un anfiteatro de la antigüedad. La psicología del actor es una categoría histórica y de clase y no biológica. Es precisamente en esta expresión donde se manifiesta el pensamiento central de todas las nuevas investigaciones que determina el enfoque de la psicología concreta del actor. Por consiguiente, no son las regularidades biológicas las que determinan en primer lugar el carácter de las vivencias escénicas del actor. Estas vivencias constituyen parte de la compleja actividad de la creatividad artística, que tiene una determinada función social y de clase, condicionada histórica­ mente por todo el estado del desarrollo espiritual de la época y la clase; por consiguiente, las leyes del entrelazamiento de las pasiones, las leyes de expli­ cación y el entrelazamiento de los sentimientos del papel con los del actor deben resolverse ante todo en el plano de la psicología histórica y no naturalista (bio­ lógica). Solo después de esa resolución puede surgir la pregunta de cómo desde el punto de vista de las regularidades biológicas de la psique es posible tal o cual forma histórica de interpretación del actor.

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Por tanto, no es la naturaleza de las pasiones humanas la que determina directamente las sensaciones del actor en la escena; esta última encierra en sí tan solo las posibilidades de que surjan numerosas formas, las más diversas y variables de encarnación escénica de imágenes artísticas. A la vez que reconocemos la naturaleza histórica del problema que nos in­ teresa, llegamos a la conclusión de que nos hallamos ante un problema que se apoya en un doble aspecto en las primeras sociológicas del estudio del teatro. En primer lugar, lo mismo que cualquier fenómeno psíquico concreto, la interpretación del actor constituye una parte de la realidad sociopsicológica, que ante todo deberá estudiarse y determinarse dentro del conjunto a que perte­ nece. Es necesario revelar la función de la representación escénica en la época en cuestión para la clase en cuestión, las tendencias fundamentales de las que depende la influencia del actor en el espectador y, por consiguiente, determi­ nar la naturaleza social de la forma teatral dentro de la cual las sensaciones es­ cénicas en cuestión obtienen una explicación concreta. En segundo lugar, al mismo tiempo que reconocemos el carácter histórico de este problema, al referirnos a las vivencias del actor, comenzamos a hablar no tanto del contexto psicológico-individual, sino psicológico-social en que están incluidos. Según una feliz expresión alemana, las vivencias del actor no son tanto el sentimiento de «yo» como de «nosotros». El actor crea en la escena sensaciones, sentimientos o emociones impersonales, que se convierten en emo­ ciones en todo el auditorio. Antes de convertirse en objeto de encarnación por parte del actor fueron estructuradas literariamente, flotaban en el aire, en la conciencia social. La angustia de las «Tres hermanas» de Chéjov, reconstituida en la escena pol­ los artistas del Teatro de Arte\ se convierte en una emoción de toda la sala, porque constituye en alto grado la estructuración cristalizada del estado de ánimo de amplios círculos sociales, para quienes su expresión escénica es, como si dijéramos, el medio de reconocerse e interpretarse artísticamente a sí mismo. A la luz de las tesis expuestas queda claro el significado del reconocimiento por parte de los actores de su propia interpretación. A lo primero que llegamos es a establecer el limitado significado de este material. El reconocimiento por parte del actor de sus sentimientos, los datos de su autoconciencia y de su estado de ánimo como actor no pierden, desde este punto de vísta, su gran importancia en el estudio de la psicología del actor, pero dejan de ser la fuente única y universal de juicio respecto a su natura­ leza. Muestran cómo se da cuenta el actor de sus propias emociones, qué re­ lación guardan con la estructura de su personalidad, pero no nos descubren la naturaleza de estas emociones en toda su verdadera plenitud. Tenemos ante nos­ otros tan solo un material rea1 parcial, que ilustra el problema únicamente en un plano, el de la autoconciencia del actor. Para extraer de este material todo su valor científico, tenemos que comprender la parte del todo incluido en él. Tenemos que comprender la psicología de tal o cual actor en toda su condi-

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cionalidad histórica y social concreta y entonces resultará clara y comprensible para nosotros la conexión regular entre la forma de la impresión.escénica..en cuestión y el contenido social que se transmite al público a través de esa vi­ vencia del actor. No hay que olvidar que las emociones del actor, en la medida que consti­ tuyen un hecho del arte, se salen de los límites de su personalidad y son una parte del diálogo emocional entre el actor y el público. Las emociones del actor experimentan lo que F. Paulhan6 denominó acertadamente «la feliz transfor­ mación de los sentimientos». Se vuelven comprensibles solo cuando son in­ cluidos en un sistema sociopsicológico más amplio del cual forman parte. En este sentido, no se puede separar el carácter de las vivencias escénicas del actor, tomadas desde el aspecto formal, del contenido concreto integrado por el de la imagen escénica, la actitud, el interés hacia esa imagen, el significado sociopsicológico y la función que desempeña en este caso la vivencia del actor Oi­ remos que las vivencias del actor que intenta ridiculizar determinado sistema de imágenes psicológicas y cotidianas y del actor que intenta hacer la apolo­ gía de esas mismas imágenes serán distintas. Aquí nos acercamos mucho a un momento psicológico extraordinariamente importante, la no aclaración del cual ha dado lugar, según nuestra opinión, a una serie de incomprensiones en el problema que nos interesa. Por ejemplo, la mayoría de quienes han escrito sobre el sistema de Stanislavski identificaban este sistema en su parte psicológica con las tareas estilísticas que inicialmente satisfacía, dicho de otra manera, identificaban el mencionado sistema con su práctica teatral. Verdad es que toda la práctica teatral constituye la expresión concreta de! sistema en cuestión, pero no agota todo el contenido del mismo, el cual puede tener otras muchas expresiones concretas; la práctica teatral no transmite todo el sistema en toda su amplitud. Un paso para separar el sis­ tema de su expresión concreta lo dio Ye. B. Vajtángov7, cuyas aspiraciones es­ tilísticas se diferencian tan ostensiblemente del naturalismo inicial del Teatro de Arte y que, sin embargo, reconocía su propio sistema como la aplicación de las ideas fundamentales de Stanislavski a las nuevas tareas estilísticas. Eso se puede mostrar en el ejemplo del trabajo de Vajtaángov dedicado a la realización de «La princesa de Turandot»8. En su deseo de no limitarse a transmitir desde la escena el contenido del cuento, sino reflejar su actitud mo­ derna hacia el mismo, su ironía, su sonrisa «respecto hacia el trágico conte­ nido del cuento», Vajtángov da un nuevo contenido a la obra. B. Ye. Zajava9 relata un hecho notable respecto a la realización de esta obra; «En los primeros ensayos, Vajtángov utilizó el procedimiento siguiente. Pro­ puso a los intérpretes no representar los papeles indicados en el texto de la obra, sino a los actores italianos que hacían esos papeles... Propone, por ejem­ plo, a la actriz que hacía el papel de Adelina desempeñar no a Adelina, sino a la actriz italiana que hace Adelina. Fantasea sobre el tema de que es la es­ posa del director del conjunto y la amante del galán, que lleva unos zapatos

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rotos que le vienen grandes y que al andar se separan de los talones y produ­ cen un chancleteo, .etc. Otra actriz, que hace Zelima, resulta una holgazana que no quiere actuar, lo que no oculta en absoluto al público (tengo ganas de dormir)» (1930, págs. 143-144). Vemos, por tanto, que Vajtángov modifica el contenido de la obra que le ha sido dado directamente, pero la forma de revelarla se apoya en el funda­ mento establecido en el sistema de Stanislavski: Stanislavski enseñaba a en­ contrar en la escena la verdad de los sentimientos, la justificación interna de toda forma escénica de comportamiento. «La justificación interna -dice Zajava-, que es la exigencia fundamental de Stanislavski, continúa siendo como antes una de las principales exigencias de Vajtángov, solo que el contenido en sí de estos sentimientos es en él totalmente distinto a Satanislavski... Admitamos que los sentimientos sean ahora diferen­ tes, que exigen otros medios expresivos teatrales, pero la verdad de estos sen­ timientos tal como era seguirá siendo siempre invariablemente el terreno en que solo pueden crecer las flores del verdadero gran arte» (ibidem, pág. 133). Vemos cómo la técnica interna de Stanislavski, su naturalismo espiritual se ponen al servicio de unas tareas estilísticas completamente distintas, opuestas en cierta medida a las que satisfacía al principio del desarrollo. Vemos cómo un determinado contenido dicta una nueva forma teatral, cómo el sistema re­ sulta mucho más amplio que su aplicación concreta en cuestión. Por eso, el reconocimiento por parte de los actores de su interpretación, especialmente el reconocimiento global, resultante de generalizar la experien­ cia propia y muy variada, que no tenga en cuenta todo el concenido, la forma de encarnación del cual constituye la emoción de! actor, no es capaz de ex­ plicar de por sí su carácter y su naturaleza. Hay que salirse de los límites de las vivencias directas del actor para explicarlo. Esta auténtica y admirable pa­ radoja de toda la psicología la han asimilado insuficientemente por desgracia hasta ahora una serie de corrientes. Para explicar y comprender una vivencia hay que salirse de sus límites, hay que olvidarla un minuto, abstraerse de ella. Eso mismo es también verdad respecto a la psicología del actor. Si la vi­ vencia del actor fuese un conjunto cerrado, un mundo existente en sí mismo, sería natural buscar las leyes que lo dirigiesen exclusivamente en su esfera, en el análisis de su composición, en la descripción detallada de su relieve. Pero si la vivencia del^actor se diferencia precisamente de la vivencia cotidiana en que es una parte de un sistema totalmente distinto, habrá que buscar la explica­ ción en las leyes de estructuración de este último. Como conclusión, desearíamos esbozar brevemente la transformación que experimenta en la nueva psicología la vieja paradoja sobre el actor. Dado el es­ tado actual de nuestra ciencia, nos hallamos todavía lejos de resolver esta pa­ radoja, pero estamos ya próximos a su planteamiento acertado en calidad de auténtico problema científico. Como hemos visto, el quid de la cuestión, que parecía paradójico a todos los que escribieron sobre ella, consiste en la reía-

don entre la emoción del papel creado artificialmente y la emoción real, viva, natural del actor que interpreta el papel. Creemos que es posible resolver esta cuestión si se tienen en cuenta dos momentos iguales de importantes para su correcta interpretación. El primero consiste en lo que expresa Stanislavski en la conocida tesis sobre la espontaneidad del sentimiento. Al sentimiento no se le puede ordenar, dice Stanislavski. Carecemos de poder directo sobre un sentimiento de tal carácter como sobre el movimiento o sobre el proceso asociativo. Pero si el sentimiento «no puede ser provocado... espontánea y directamente, cabe conseguirlo recu­ rriendo a un ardid, recurriendo a lo que depende más de nuestro poder, a las ideas»10 (L. Ya. Guriévich, 1927, pág. 58). En efecto, todas las investigaciones psicofisiológicas modernas de las emociones muestran que el camino para desarrollar las emociones y, por tanto, el camino para provocar y crear artifi­ cialmente nuevas emociones no se basa en la intervención directa de nuestra voluntad en la esfera de las sensaciones, como sucede en el campo del pensa­ miento y el movimiento. Este camino es mucho más sinuoso y, como dice acertadamente Stanislavski, se parece más a su consecución mediante ardides que a la provocación directa del sentimiento que necesitamos. Solo indirectamente, creando un complejo sis­ tema de ideas, conceptos e imágenes, de los que forma también parte una de­ terminada emoción, podemos provocar los sentimientos necesarios y con ello darle un colorido psicológico peculiar a todo el conjunto del sistema en cuestión y a su manifestación externa. «Estos sentimientos -dice Stanislavski- no son exacta­ mente los que experimenta el actor en la vida» (ibidem). Son más bien senti­ mientos y conceptos liberados de todo lo supérfluo, generalizados, carentes de su carácter indefinido. De acuerdo con la acertada expresión de L. Ya. Guriévich11, si han supe­ rado el proceso de formalización artística, se diferenciarán por una serie de ras­ gos de las emociones propias de la vida. En este sentido, estamos de acuerdo con Guriévich12 en que la solución de la cuestión, como suele suceder en las discusiones muy obstinadas y largas, «no está en medio de los dos extremos, sino en otro plano, que permite ver el tema desde otro punto de vista* (ibidem, pág. 62). A adoptar este nuevo punto de vista nos obligan tanto los documentos acumulados sobre la cuestión de la creación artística y los testimonios de los propios creadores-actores como también las investigaciones realizadas por la psi­ cología científica en la última década (ibidem, pág. 62). Pero este es tan solo un aspecto de la cuestión. El otro consiste en que en cuanto la paradoja sobre el actor se traslada al terreno de la psicología con­ creta, elimina una serie de problemas irresolubles que constituían antes su con­ tenido, y en su lugar surgen otros, pero ya fructíferos, resolubles y que empujan al investigador hacia nuevos caminos. Desde este punto de vista, no es a la ex­ plicación biológica-estética dada de una vez para siempre, sino a la psicológica concreta e histórica variable a la que corresponde cada sistema de interpreta-

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ción en cuestión, y en lugar de la paradoja sobre el actor de todos los tiem­ pos y pueblos dada de una vez para siempre se nos plantea en el aspecto his­ tórico una serie de paradojas históricas sobre los actores del medio en cuestión y de la época en cuestión. La paradoja sobre el actor se convierte en la inves­ tigación sobre el desarrollo histórico de la emoción humana y de su manifes­ tación concreta en los distintos estadios de la vida social. La psicología enseña que las emociones no constituyen una excepción de las restantes manifestaciones de nuestra vida espiritual. Al igual que las restantes funciones psíquicas, las emociones no permanecen dentro de la conexión en que han sido dadas inicialmente debido a la organización biológica de la psi­ que. Durante el proceso de la vida social de los sentimientos, estas conexiones anteriores se desarrollan y se descomponen; las emociones establecen nuevas relaciones con otros elementos de la vida espiritual, surgen nuevos sistemas, nuevas fusiones de funciones psíquicas, surgen uniones de orden superior, den­ tro de las cuales predominan regularidades especiales, interdependencias, nue­ vas formas de conexiones y movimientos. Estudiar el orden y las relaciones de los afectos constituye la tarea funda­ mental de la psicología científica, porque no es en las emociones tomadas ais­ ladamente, sino en las relaciones que unen estas últimas con sistemas psicológicos más complejos donde estriba la solución de la paradoja sobre el actor. Como se puede prever ya ahora, esta solución conducirá a los investigadores a una si­ tuación de fundamental importancia para la psicología del actor. Las vivencias del actor, sus emociones intervienen no como funciones de su vida espiritual personal, sino como un fenómeno que tiene significado y sentido objetivo so­ cial y sirve de etapa transitoria entre la psicología y la ideología.

N otas a la edición rusa 1 El artículo fue escrito en 1932 y publicado por primera vez en el libro: E M. Yákobson: «Psicología de los sentimientos escénicos del actor». Moscú, 1936, págs. 197-211. 2 üiderot Denis (1713-1784). Filósofo francés, representante de la Ilustración, autor de va­ rias comedias. «Paradoja sobre el actor» (1770-1773, redacción definitiva en 1778, publicada por primera vez en 1880) es una reflexión sobre la naturaleza de la maestría del actor, escrita en forma de diálogo, la preferida de Diderot. Le sirvió de motivo el folleto de un autor desco­ nocido sobre el famoso actor inglés Garrick, con quien Diderot polemiza. 3 Cleron, psAdónimo de Leris des Lathud (1723). Actriz dramática francesa, intérprete de tragedias de Corneille, Voltaire, Racine. Diderot consideraba que Cleron no se identificaba con sus personajes. 4 Dumenille, pseudónimo de Marchand María Francisca (1711-1803). Artista dramática fran­ cesa, intérprete de tragedias de Racine, Corneille, Voltaire. Diderot, al contraponerla a Cleron, consideraba que ella sí se identificaba con sus personajes. 5 Pieza de A. E Chéjov, «Tres hermanas», representada por vez primera en el Teatro Artís­ tico de Moscú (MJT) (realización de K. S. Stanislavski y V. I. Nemiróvich-Dánchenko) en 1901. 6 Paulhan Frederic (1856-1931). Véase t. 2, pág. 458. Sobre la actitud de Vygotski hacia sus trabajos, véase en «Pensamiento y lenguaje», t. 2, págs. 5-361.

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7 Vajtángov Yevguni Bagratiánovicb (1833-1922). Director de escena ruso soviético, discípulo de Stanislavksi. Fundó en 1913 el estudio estudiantil del Teatro Artístico de Moscú, denomi­ nado.posteriormente tercer estudio y a partir-de 1921 teatro- (a partir de 1926, Teatro Yev. Vaj-’ tángov). 8 «La princesa de Turandot». Pieza de Cario Gozzi (1762). El sujeto fue tomado de Nizami, a través de Lesage. Se ensayó en el estudio de Vajtángov desde 1920, estrenándose en 1922. A partir de entonces forma parte invariable del repertorio del Teatro Yev. Vajtángov e inaugura la temporada. 9 Zajava Boris Yevguiénevich (1896-1976). Autor soviético, director de escena, historiador y teórico teatral, pedagogo. Discípulo de Vajtángov. 10 Las manifestaciones de Stanislavski que se citan aquí y más adelante constituyen mate­ riales manuscritos de su archivo. Vygotski cita del libro L. Ya. Guriévich (1927). 11 Guriévich Liubov Yakovlevna (1866-1940). Escritora rusa soviética, traductora, historiadora teatral. 12 El libro de L. Ya. Guriévich «La creación del actor» tenía por subtítulo «La solución de una disputa secular». Guriévich definía así la esencia de la disputa: tiene o no tiene que «fin­ gir» el actor en la escena (pág. 5).

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Epílogo

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El contenido fundamental del tomo lo constituyen dos trabajos de L. S. Vygotski: «El instrumento y el signo en el desarrollo del niño» y la «Doctrina de las emociones» («Doctrina de Descartes y Spinoza sobre las pasiones»). Ambos tienen gran importancia para la intelección de la riqueza de las ideas que nos lia dejado, para la comprensión de la dinámica de su creación. En vida del autor no fueron publicados. El segundo de los mencionados trabajos no llegó a terminarse. Existen fundamentos para suponer que es precisamente en él donde se interrumpen las búsquedas filosófico-psícológicas del notable investigador soviético, que es precisamente este trabajo el que refleja el comienzo de una nueva fase en el desarrollo de su pensamiento teórico. No se pueden considerar las obras de Vygotski como algo homogéneo, que constituye un sistema concluido, totalmente elaborado. El lector conoce ya su intensa y complicada labor de búsqueda de nuevas sendas para resolver los proble­ mas en que estaban empeñadas las mentes de los psicólogos de esa época. No se pueden aislar las concepciones de que es autor del contexto de una época llena de controversias, de fenómenos de crisis, de intentos de transformar, partiendo de posiciones diferentes, toda la estructura del conocimiento psicológico. En lo que respecta a la posición filosófica del propio Vygotski, puede ser valorada dándole un significado único. Vygotski se regía de manera consciente y firme por la me­ todología dialéctico-materialista, cuyos principios le servían de brújula para de­ terminar las perspectivas generales de la ciencia psicológica. Como es sabido, hacia esa metodología se orientaban todos los psicólogos soviéticos. Pero la aplicación de sus principios al desarrollo de cuestiones concretas exigía de cada uno de ellos esfuerzos especiales y programas de investigación propios. Porque resoluciones pre­ paradas de antemano para estas cuestiones no había de donde extraerlas. La peculiaridad de la «ruta» que distinguía las búsquedas de Vygotski venía determinada por el estilo individual de su pensamiento, su habilidad especial para correlacionar la situación en la psicología mundial con las posibilidades que brindaba a los investigadores de la regulación psíquica de la actividad su interpretación filosófica marxista, que encerraba un nuevo contenido de los principios fundamentales de la explicación científica de la naturaleza del hom­ bre: el determinismo sociológico, el historicismo y el enfoque sistemático. Vygotski sentía como ningún otro los problemas agrupados por los auto­ res occidentales (L. Biswanger y otros) bajo el nombre de «criterio de la razón

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psicológica», corriente especial que se ocupa del propio conocimiento psicoló­ gico,, de sus conceptos fundamentales, sus estructuras catégoriales, su instru­ mentación metodológica. Vygotski ha sido un insuperable maestro del análisis metodológico concreto de la evolución y las estructuras de las ideas psicológi­ cas. Realizó una importante aportación al desarrollo de la «autoconcienciación» de la psicología, a la comprensión de la originalidad de su status como disci­ plina y de su dependencia de las necesidades de la práctica social. La relación de la psicología con esta práctica la consideraba Vygotski como una circunstancia decisiva en la afirmación de la nueva orientación metodo­ lógica de las investigaciones psicológicas concretas. Porque bajo la denomina­ ción de metodología encierra un sistema de principios (procedimientos) generales de organización e interpretación de los conocimientos y no solo los postulados teóricos en que se basa. Por eso, la cuestión relativa a la relación del saber con las posibilidades de aplicación práctica a la esfera de las reía ciones entre las personas era para Vygotski verdaderamente metodológica. Comprendía muy bien que la metodología de las investigaciones científicas concretas consistía en el procedimiento general de su estructura, que no lo agotan sus regulativos teóricos lógicos. La relación con los menesteres vitales de las personas, con la necesidad de acceder a las exigencias sociales prácticas las consideraba como un factor capaz de provocar en la composición conceptual de la psicología los cambios radi­ cales que esta necesita tanto en calidad de lógica histórica objetiva del desarrollo de la ciencia como de la sociedad que acaba de vivir una revolución trascen­ dental. El leitmotiv de las reflexiones de Vygotski lo constituye el pensamiento de que la filosofía del marxismo y la práctica de la nueva sociedad son la ga­ rantía de que la psicología saldrá de la crisis que la sucede. Vygotski se mani­ fiesta convencido de que el hecho de recurrir a la práctica conducirá irremediablemente al triunfo de la psicología explicativa, causal, afín, según el estilo de su pensamiento, a las ciencias naturales, cuyo éxito no solo enorgu­ llece al hombre, sino que este hace uso diario de él.

II Los resultados de las búsquedas metodológicas y científicas concretas de L. S. Vygotski, intensas y productivas, las refleja el manuscrito «El instrumento y el signo en el desarrollo del niño», que puede servir de extraordinario testi­ monio de los logros de la psicología soviética de vanguardia en los límites de la década de los años treinta, de sus ventajas científico-ideológicas en compa­ ración con otras corrientes del pensamiento psicológico mundial. Todo el es­ pectro de estas corrientes se halla invariablemente dentro del campo de la aguda atención de Vygotski. Los éxitos de las ramificaciones de la psicología genética (en las investigaciones sobre el comportamiento de los animales, los

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niños en los distintos períodos de edad, los pueblos culturalmente subdesa­ rrollados, las anomalías de desarrollo condicionadas por la descomposición de las funciones superiores) •han enriquecido el conocimiento científico de la psi­ que con potentes capas de material empírico y han hecho avanzar una serie de problemas de importancia fundamental para la teoría psicológica general. N in­ guna de las grandes escuelas psicológicas (el behaviorismo, el freudismo, el gestaltismo, la psicología francesa sociológicamente orientada) ha podido evitarlas en adelante y ha verificado su aparato conceptual en el análisis de estos pro­ blemas, pretendiendo establecer a través de la productividad de sus propios pro­ gramas de investigación su superioridad sobre otras. En esa situación histórica, la sintética mente de Vygotski, al correlacionar diferentes enfoques y soluciones, al sumirse en discusiones con partidarios de corrientes opuestas, destacó ideas y fenómenos capaces de servir para construir una teoría que respondiese, partiendo de una orientación metodológica bási­ camente nueva, a las exigencias cardinales de la lógica del desarrollo del co­ nocimiento científico. De acuerdo con la idea de Vygotski, esa teoría estaba llamada a descubrir las regularidades y los mecanismos de desarrollo de las fun­ ciones psíquicas superiores, que distinguen la actividad vital del hombre del comportamiento de los restantes seres vivos. Recordemos que los principios explicativos fundamentales de la psicología son los principios del determinismo, la existencia de un sistema y el desarro­ llo, cada uno de los cuales adquiere un contenido nuevo en el curso de la evo­ lución del conocimiento psicológico. A Vygotski le distinguía no solo que partía de los mencionados principios. Eran ellos los que dirigían el pensamiento investigador también en el desarrollo de otras concepciones, en la polémica y en la confrontación con las que se formó su doctrina. Solamente se puede com­ prender el significado y la estructura de esta si se tienen en cuenta esencial­ mente los nuevos rasgos con que se enriquecieron en Vygotski los tres principios explicativos principales. Hemos visto en qué grado valoraba el esquema determinista consecuente pavloviano de formación del reflejo condicionado. Pero este esquema (como la concepción behaviorista del comportamiento que experimentó su influencia) era biodeterminista y por tanto insuficiente para descubrir los hechos creado­ res de la organización psíquica del hombre, inicialmente social en cuanto a su génesis y ulterior desarrollo. El problema de la dependencia de las propiedades psíquicas del individuo de sus relaciones sociales lo plantearon una serie de investigadores, concreta­ mente P. Janet y J. Piaget, cuyos puntos de vista ejercieron cierta influencia en Vygotski. Ambos se regían por la idea de la transformación de «lo externo en interno», de lo interindividual (que se producía en la esfera de las rela­ ciones microsociales) en intraindividual (que formaba el plan interno del comportamiento). Esta idea, que pasó a formar parte del léxico científicopsicológico con el nombre de interiorización, permitía superar la atracción que

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ejercía en la psicología la idea dualista del carácter de la relación entre los actos externos, observados objetivamente, los contactos del individuo con otras personas y las operaciones internas de su mente, los procesos invisibles, que se consideraban abiertos únicamente a la «visión interior» del sujeto que los experimentaba. Esto constituyó un procedimiento nuevo de análisis determinista. Su im­ portante ventaja consistía en que fenómenos, la esencia fundamental de los cua­ les se consideraba la actividad espiritual inmanente del individuo, actuaban como derivados de procesos (que podían ser estudiados a través de los mismos medios positivos de que dispone cualquier otra ciencia) reales de interacción del sujeto con el medio exterior (social). Partiendo de estos procesos capaces de ser reproducidos y controlados objetivamente, el investigador penetraba en las «tinieblas» del alma ajena. La posibilidad de ello la garantizaba el que a ella misma se la representaba como creada mediante actos que se realizan en coor­ denadas espacíales-temporales objetivas. Naturalmente, conforme al comportamiento regulado psíquicamente, estas coordenadas tienen una característica específica. El individuo actúa en un medio especial no idéntico físico-químicamente y las relaciones entre los hombres son cualitativamente distintas a las relaciones entre los objetos naturales. Las rela­ ciones humanas las mediatizan dos potentes determinantes -el instrumento y la palabra—, independientes de la conciencia individual, pero que la forman. Ambos, como producto del desarrollo histórico-cultural, transformaron las for­ mas de la vida psíquica anteriores al hombre en verdaderamente humanas. Así estaban las cosas en la filogénesis. De acuerdo con Vygotski, a la psicología le corresponde la misión de descubrir su papel determinativo en la ontogénesis, en la formación de las funciones, cuyo sistema de interrelaciones sistemáticas constituyen el nivel superior del desarrollo psíquico. Recurriendo con tal fin a la idea de la interiorización, Vygotski adopta como factor decisivo de la transformación de los procesos externos observa­ dos objetivamente de la interacción del individuo con el medio real -m ate­ rial y hum ano- que le rodea la inclusión en los mencionados procesos de un sistema de medios instrumentales y de signos culturales. Son precisamente estos medios (instrumentos y signos, y ante todo signos verbales) los que propor­ cionan la integración original del niño en la comunidad microsocial, en cuyas entrañas se refitza el milagro de la transformación de sus funciones naturales, simplísimas, en funciones superiores, histérico-culturales. Las últimas consti­ tuyen una formación cualitativamente nueva, algo así como la corona del gran árbol del desarrollo histórico universal de la psique. Sus particularidades, au­ sentes en niveles más bajos de la evolución (regulación arbitraria del com­ portamiento en su conjunto y en procesos aislados: percepción, atención, memoria, etc., la iniciación de estos procesos por parte del sujeto sin estima­ ción externa directa) han constituido desde los tiempos más remotos el argu­ mento principal de las versiones indeterministas sobre el carácter único de la

conciencia, de la imposibilidad de deducirla de Ias condiciones reales, terre­ nales de la existencia humana. A nivel de la ontogénesis estas condiciones se ociiltan,'según Vygotski, e n ’ la «actividad simbólica del niño» organizada por los adultos. Inicialmente, esta actividad constituye una «forma social de cooperación». Las relaciones socia­ les, al tratarse de una cooperación mediatizada por instrumentos y signos, se transforman, a partir de las relaciones desarrolladas dentro de la comunicación exterior, directa, en capas profundas de la personalidad, capaz ahora, utilizando los medios asimilados en la práctica de la actividad conjunta, de dirigir arbi­ trariamente sus actos psíquicos también fuera de ella. Esta historia de la trans­ formación de los medios de comportamiento social en medios de una organización psicológica individual constituye en la interpretación de Vygotski 1э línea principal de formación de las funciones psíquicas superiores. El primero en manifestarse a favor de afirmar en psicología el punto de vista histórico, de transformarla en la ciencia sobre la historia del comportamiento fue P. P. Blonski. Pero al plantear estas exigencias se mantenía dentro del te­ rreno de las ideas reflexológicas. Porque también la doctrina de I. B. Pávlov sobre los reflejos condicionados está impregnada de la idea de que el com­ portamiento es «histórico»: cambia, se modifica, se reestructura, adopta nue­ vas formas en el proceso de desarrollo individual. En calidad de determinantes del desarrollo actuaban: a) la facultad del organismo de mediante señales coope­ rar con el medio (adquisición de funciones de señales a través de excitantes externos); b) la necesidad del organismo de conservar sus constantes vitales fun­ damentales (homeostasia), realizada gracias a la mencionada facultad. Mientras que el pensamiento científico se redujo a estos determinantes, no pudo liberarse en la prisión biológica. Las evidentes diferencias cualitativas entre las reacciones de los animales y del hombre se mantenían fuera de la zona de la explicación causal. En las búsquedas de la respuesta a la pregunta sobre el carácter específico de la actividad nerviosa superior del hombre, Pávlov llegó a la idea de dos sistemas de señales. Las «segundas señales» -orales—se interpretaban como sustitutivas de las primeras, que introducían en el trabajo de los hemisferios cerebrales un nuevo principio -la abstracción, la generaliza­ ción, el análisis superior y la síntesis-, todo lo que es privilegio del intelecto humano. Sin embargo, hay que señalar que el recurso a las señales verbales solo podía dar lugar a cambios radicales en la estructura catégorial del saber científico en el caso de que estas señales se interpretasen como propias de un nivel especial de interacción del organismo con el medio, diferente al homeostático de señales. El nivel de determinación a que nos referimos lo descubrió la filosofía mar­ xista. Este nivel lo representa la historia del trabajo, en el curso del cual, al modificar la naturaleza exterior, el hombre forma sus fuerzas psíquicas esen­ ciales y las subordina a su propio poder. El nuevo criterio histórico modificó decididamente toda la estructura del pensamiento. La palabra, en calidad de

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componente integral del comportamiento «en la fase del hombre» significó ahora algo básicamente diferente de la «segunda señal» pavloviana. Actuaba en calidad de «instrumento», operando con el cual el individuo domina sus actos, que adquieren rasgos de arbitrariedad, de control consciente, de planificación original. Para la vieja psicología estos rasgos eran testimonio de la imposibili­ dad de comparar la conciencia con ninguna de las otras realidades. En este as­ pecto, la conciencia era considerada como algo dado originalmente, no deducible de nada, como una esencia de género especial. Se suponía que se­ mejante punto de vista tenía una sola alternativa, el reduccionismo: la reduc­ ción de los hechos psíquicos a procesos nerviosos o a relaciones de estímulos reactivos. La imperecedera aportación de Vygotski Ja determina el hecho que estableció otra alternativa, lo que exigió pasar de la orientación hacia la doc­ trina de los reflejos condicionados de Pávlov a la doctrina de Marx sobre la esencia social del hombre. El contenido científico-natural de la concepción pavloviana se ha incorpo­ rado como una reliquia en la corriente del análisis psicológico propuesto por Vygotski. El significado de la revolución llevada a cabo por Pávlov consiste en haber elaborado una categoría científica especial, la categoría del comporta­ miento. Al asimilarla, Vygotski, apoyándose en la explicación marxista de los factores de formación del mundo interior, espiritual del hombre, introduce en el esquema del comportamiento individual nuevas variables, que proporcionan a cada uno de sus actos significado «instrumental», según la terminología de Vygotski, que incluye el proceso «natural» de formación de ¡a psique (percep­ ción, atención, memoria, etc.) en una serie sociocultural. Porque operando con los signos, los símbolos, transforma el individuo la estructura psíquica dada por Ja naturaleza en el aparato autorregulador de sus actos, registrados como historia de la cultura y como procedimiento de cooperación social. Al examinar la concepción histórico-cultural de Vygotski en su génesis, ex­ puesta en el manuscrito «El instrumento y el signo...», vemos que, al reflejar las necesidades individuales de desarrollo de la psicología, esta concepción nació gracias a la singular biografía científica de su autor. Su dedicación a la fisiolo­ gía y a la estética reflejan la influencia de A. A. Potebniá, a la interpretación subjetivo-idealista de cuyos trabajos (por parte de los seguidores de Potebniá) contraponían los estructuralistas (Vygotski se aproximó a ellos durante cierto tiempo) el antipsicologismo, orientación que separaba el producto de la cul­ tura de la actividad que había intervenido en su creación y que exigía consi­ derar este producto como organizado según leyes especiales que no tenían nada que ver con la psicología. No veían más posibilidad de interpretar los proce­ sos de la conciencia que desde el punto de vista de la psicología tradicional, que los encerraba dentro de los límites del mundo interior del sujeto. La doctrina pavloviana conducía a un camino distinto del tradicional; en sus conceptos, el comportamiento adquiría una explicación estrictamente ob­ jetiva. Esta doctrina, análogamente al estructuralismo, renunció a recurrir al

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plan subjetivo interno de la actividad vital. Pero si el estructuralismo se cen­ tró en el producto como en una creación objetiva, construida sobre funda­ mentos independientes de cualquier acto, Pávlov, en cambio, estudió los procesos y los mecanismos. Se refería a un comportamiento biológicamente con­ dicionado y no a la interacción de la personalidad en el mundo de la cultura. No obstante, ya que se referían a actos vivos reales y no a resultados suyos ais­ lados de la actividad, en los que los procesos de su engendramiento no se ponen de manifiesto, la doctrina pavloviana sirvió a Vygotski de punto de apoyo para superar con su ayuda sus orientaciones psicológicas tempranas. Al mismo tiempo, esta doctrina no podía servir de palanca para la construcción de la psi­ cología (ya que resultaba que lo subjetivo se estudia «más allá» del comporta­ miento). Después de superar la escuela de Potebniá y después de Pávlov, Vygotski recurre a la explicación marxista de la filogénesis de la conciencia, donde encuentra esa palanca. Los instrumentos-signos representan unos valo­ res culturales independientes del individuo. Ahí estriba su diferencia básica con las señales-excitantes, que son, según Pávlov, reguladores de las reacciones de respuesta. Pero estos signos culturales no son esencias extrañas a todo lo sub­ jetivo, como figuran en las concepciones estructuralistas. Trabajan ininterrum­ pidamente en la conciencia del sujeto que se comunica con otras personas, creando la compleja estructura de las funciones psíquicas. Vemos, por tanto, que las transformaciones realizadas por Vygotski en la psicología han sido posibles solo dentro de la atmósfera ideológica de la cien­ cia rusa. En el medio en que creció el talento de Vygotski, objetiva e inde­ pendientemente de las fuerzas de ese talento, circulaban ideas representativas de diferentes líneas de desarrollo del pensamiento científico. Se trata de la fi­ siología rusa, de la doctrina de los reflejos condicionados y de la concepción marxista del hombre, que penetró en la conciencia de los científicos soviéticos bajo la influencia de la práctica de la construcción de la nueva sociedad. Las concepciones de Vygotski deben ser consideradas de forma dinámica. Se fue­ ron desarrollando en espiral -desde las directrices culturológicas, estructuralis­ tas, que se convirtieron en un potente contraveneno del cuadro subjetivo idealista de la vida espiritual hasta la interpretación científico-natural de los mecanismos de esta vida, elaborada por Pávlov. Después se vio confirmado el principio de la determinación histórico-cultural del nacimiento de la concien­ cia humana, pero sobre las bases reveladas por el marxismo, lo que permitió crear una nueva variante de psicología objetiva. Las corrientes surgidas fuera de los límites de la psicología como una ciencia independiente (la filología pro­ gresiva y la estética, la doctrina de la actividad nerviosa superior, la teoría histórico-materialista de la sociedad) se fundieron en la obra de Vygotski en la concepción de las funciones psíquicas superiores, el exponente empírico de la cual lo constituye la investigación sobre el desarrollo de la psique infantil. La explicación de Marx de la filogénesis de la conciencia la utilizó Vygotski, como ya hemos señalado, para analizar el determinante de su ontogénesis. Pero

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en la filogénesis, los sistemas de signos surgen y se modifican en el crisol de la práctica histórico-social, el núcleo de la cual lo constituye el trabajo. En lo que respecta a la temprana infancia, el trabajo productivo no puede ser con­ siderado como determinante del desarrollo. No obstante, los actos prácticos rea­ les del niño adquieren, según Vygotski, el significado de un «importantísimo momento genético», cuando se combinan con el empleo de los signos simbó­ licos. Posteriormente, algunos psicólogos soviéticos, en sus observaciones críti­ cas sobre la teoría histórico-cultural, hicieron hincapié en que la distingue la tendencia a interpretar lo social únicamente como la interacción de las con­ ciencias (del niño y del adulto) fuera de la práctica material*. Pero con ello, se olvidaron que para Vygotski lo central era la cuestión del nacimiento de la conciencia individual (funciones psíquicas superiores), de la transición al tipo de regulación del comportamiento únicamente humano, el cual se forma du­ rante los primeros años de la vida del niño, cuando no se puede hablar de la «práctica material» en el sentido de producción social. En lo que respecta a las formas primarias de los actos prácticos («intelecto práctico»), Vygotski no solo incluía los procesos de manipulación por parte del niño de los objetos exter­ nos en la categoría de los factores más importantes para su desarrollo intelec­ tual, sino que descubrió la diferencia cualitativa entre estos procesos y los actos «instrumentales» de los animales superiores. Consideramos que no existen fundamentos para incluir a Vygotski en la categoría de partidarios de la fórmula de «lo social sin lo material», que siguió la escuela sociopsicológica francesa, que influyó, sin duda, en él, concreta­ mente con motivo de la inclusión por parte de Vygotski del principio del sociodeterminismo (de ahí la idea de la interiorización) en la explicación de la génesis de la psique humana. Al interpretar la comunicación como una actividad simbólica, la consi­ deraba un instrumento de signo verbal, que constituía un fenómeno de la cultura, es decir, algo que dependía no solo de la conciencia individual, sino también de los contactos directos de esta última con otras conciencias. La inclusión en la cultura (de la lengua, el arte, la ciencia y otras formas suyas) en calidad de un sistema de valores, creado por la sociedad, pero que no se puede disolver en los procesos de comunicación entre sus miembros, permitió estructurar el estudio de la conciencia sobre las bases del historicismo. Los signos culturales (símbolos) y los procedimientos de operaciones inscritos en elios (a semejanza de cómo el instrumento no es algo físico, sino una «concentración» material de operaciones laborales realizadas por el hom­ bre social) se introducen, según Vygotski, en la conciencia «desde fuera», «se enraízan» en ella. Pero aportan no solo la experiencia de los contactos in­ terpersonales. Gracias a ellos el individuo se convierte en copartícipe del * Véase concretamente «La ciencia psicológica en la URSS». Moscú, I960, t. 1, págs. 433 y otras.

gran mundo de la cultura*. Aún más infundado que los reproches que se le hacen a Vygotski de ignorar las formas prácticas de interacción del indivi­ duo con el medio material son las afirmaciones de que consideraba- los pro­ cesos psíquicos como reflejo de los fisiológicos en el cerebro. Todo el contenido de la concepción histórico-cultural se reduce a poner de manfiesto los determinantes externos respecto al sustrato corporal, que lo trans­ forman en portador de las funciones psíquicas superiores en calidad de regu­ ladores puramente humanos de la actividad. Naturalmente, a semejanza de cualquier otra teoría, la concepción histórico-cultural es una criatura de su tiempo. Pero se la ha de juzgar por lo nuevo que ha introducido en compa­ ración con el nivel precedente de conocimientos, por los avances que ha in­ troducido en el aparato catégorial general del pensamiento psicológico, por su influencia en el desarrollo ulterior de la ciencia. Enfocando con semejantes cri­ terios la aportación de Vygotski, disponemos de fundamentos para suponer que se remontan a el los principios explicativos que guiaron los esfuerzos de las ge­ neraciones posteriores de psicólogos soviéticos.

III El inacabado trabajo de L. S. Vygotski sobre la psicofisiología de las emo­ ciones debe ser analizado dentro del contexto de las búsquedas ideológicas ge­ nerales del autor. Su significado los determinaba la tarea de construir una nueva doctrina sobre la psique del hombre como un ser integral y en desarrollo en toda la plenitud de su vida. Hacia esta doctrina avanzaba Vygotski paso a paso. El movimiento de su pensamiento estaba dirigido en el sentido de abar­ car en un cuadro único toda la diversidad de las manifestaciones psíquicas, el esqueleto metodológico del cual lo constituían los principios del determinismo, el desarrollo y el sistema. Desde hacía mucho dirigían el conocimiento psico­ lógico, confiriéndole la dignidad de científico. Pero su contenido variaba de una época a otra, transformando tanto el contenido teórico de las ideas sobre la actividad vital como su investigación empírica. Entre los tres principios metodológicos mencionados figura como rector el determinismo, que encarna como idea inalienable la relación causal entre los fenómenos. «El problema de la explicación causal es el problema fundamental de las posibilidades de la psicología como ciencia» -afirm a decididamente Vygotski (págs. 394-395 del presente tomo). Vygotski consideraba que el factor central de la crisis que sufría la psico­ logía estribaba en la aguda confrontación de dos corrientes: la causal y la es-

* Señalemos, por cierto, que Vygotski no creó la «teoría histórico-cultural del pensamiento», sino la teoría de la formación de las funciones psíquicas superiores como reguladores especiales del comportamiento en la ontogénesis.

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piritualista. En el proyecto de división de «dos psicologías» se vieron refleja­ das algunas de las particularidades del desarrollo de los conocimientos sobre la psique en el período en cuestión. Si los denominados procesos elementales (sensaciones, percepciones, asociaciones, tiempo de reacción) eran incorpora­ dos exitosamente a la órbita del análisis determinista, otros (el pensamiento, la voluntad) se mantenían fuera de su dominio. En suma, la actividad psí­ quica integral del hombre era presentada en forma de órdenes heterogéneas de fenómenos. La conciencia resultó dividida en funciones inferiores y supe­ riores, en esencias pertenecientes a mundos diferentes, las cuales debían ser investigadas en conceptos carentes de todo tipo de conexión entre sí. El pen­ samiento de Vygotski luchaba tenazmente por superar la versión de las «dos psicologías». Renunciaba decididamente a seguir el camino de su unión ecléc­ tica, el camino de las soluciones de compromiso. «Igual que en la leyenda, los dos árboles unidos por las copas desgarraron en dos el cuerpo del viejo príncipe, todo el sistema científico se verá desgarrado en dos sí se une a tron­ cos distintos» (t. 1, pág. 642). El tronco capaz de asegurar el progreso de la psicología lo puede consti­ tuir, según Vygotski, tan solo el estudio científico-natural causal de los hechos psicológicos, dirigido hacia sus causas reales, oculto de la conciencia que se ob­ serva a sí misma (cualquiera que sea la penetración con que se lleve a cabo esa observación -bien se trate no solo de la psicología introspectiva tradicional, sino también de la comprensiva, la fenomenológica, la intencional o cualquier otra). Al referirse a la nueva psicología, capaz de hacer salir la investigación de su objeto de las controversias a que daba lugar la crisis, Vygotski suponía que la resolución de esta tarea no significaba en absoluto que los constructores del futuro hubieran de comenzar todo por el principio, negando como si se tra­ tara de una equivocación «el intento del pensamiento libre de dominar la psi­ que» (t. 1, pág. 659). En la categoría de estos esfuerzos incluía, junto con los trabajos de G. Eechner, H. Helmholtz, A. Binet y T. Ribot, la teoría periférica de las emociones de James-Lange. Esa fue la actitud inicial de Vygotski hacia esa teoría, cuando al adoptar el camino histórico de la psicología, destacó en él las ideas que cons­ tituían el tronco de la explicación científico-natural de las funciones psíquicas, cuyo desarrollo deberá establecer las bases de una nueva ciencia sobre estas fun­ ciones en la éppca posterior a la crisis. La teoría periférica de James-Lange, según la cual es primaria la reacción corporal al excitador y secundario el estado emocional ligado a él, encerraba en efecto elementos de explicación determinista. El sentimiento que durante siglos había sido considerado como fruto del alma (aunque acompañado de emociones corporales) se manifestó como el efecto de procesos dentro del or­ ganismo. Eso le proporcionó a Vygotski la base para suponer que en la teoría periférica (visceral) de las emociones estaba representada la orientación del campo que se contrapone al idealismo, el indeterminismo, la fenomenología,

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la psicología comprensiva. No obstante, unos años después, al ocuparse del pro­ blema de las emociones y después de analizar detalladamente la historia y la metodología de su estudio, Vygotski reconsidera su valoración. Llega a la con­ clusión de que la mencionada teoría reproduce el esquema explicativo creado por Descartes, que tanto la teoría como el esquema combinan lo incompati­ ble, concretamente la causalidad con el espiritualismo. Con ello, ambos se vie­ ron «unidos a dos troncos diferentes» y por eso «desgarrados en dos». A demostrar esta tesis está dedicado precisamente el apartado de la investigación según un amplio panorama de las emociones que tuvo tiempo de formular. Así, si durante los primeros pronósticos sobre los caminos para superar la situación de crisis consideraba que el futuro de la psicología consistía en que esta llevaría a cabo sus pretensiones de ciencia, siguiendo el curso causal de nniltisecular tradición, ahora en esta concepción general se introduce una im­ portante corrección: no toda causalidad es capaz de conducir la psicología a los nuevos objetivos. La variante cartesiana de la interpretación causal de la psique no contradice simplemente la espiritualista como antítesis, sino que es su indispensable doble, su inseparable acompañante. De aquí se deducía una interpretación básicamente nueva de las raíces de la crisis en psicología, que se manifestaba ahora no solo como la crisis de la concepción introspectiva carte­ siana de la conciencia (semejante concepción predominaba en la literatura psi­ cológica), sino también como la crisis de la interpretación cartesiana del determinismo, inseparable de ella. Por su parte, esto significaba que la tarea a resolver por el pensamiento metodológico del psicólogo para superar la situa­ ción de crisis en la ciencia no se agota con la transformación del punto de vista sobre la conciencia, heredado del siglo XVII, como una esencia que se preocupa de su propio contenido y de sus acros. Recordemos que el problema de la conciencia se hallaba en el epicentro de la crisis de la psicología. En el período en que la psicología se había de con­ vertir en una ciencia independiente tenía que definir su propio objeto, que la distinguía, tanto de la filosofía (sirvienta de la cual fue considerada durante si­ glos) como de la fisiología (gracias a cuyos logros se introdujo en ella el ex­ perimento). Como realidades únicas, no estudiadas por ninguna otra ciencia, se desta­ caron los fenómenos de la conciencia, dados al sujeto en su experiencia di­ recta. Se suponía que podrían conseguirse mediante una observación interna particular especialmente organizada. Según ese programa, de la psicología, que en los primeros momentos infundió ánimos a muchos jóvenes investigadores, se esperaba que se encargase de buscar los hilos que sirven para tejer la «ma­ teria» de la conciencia y de fijar las leyes según las cuales «se entrelazan». La conciencia era considerada como un determinado «campo» interno (carente, no obstante, de características espaciales), donde la reflexión encuentra sus ob­ jetos inmateriales (los fenómenos, los procesos). Ninguna ciencia se interesa por ellos. Son parte de la psicología.

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A pesar de que la version según la cual el objeto de la psicología consti­ tuye la cerrada esfera de la conciencia, en la que solo puede penetrar la in­ trospección, se mantuvo durante un período rio reducido! saltó por los aires en la frontera del siglo XX, gracias ante todo a los éxitos del freudismo y el behaviorismo. Para el primero la conciencia era un agente que enmascaraba la acción de numerosas fuerzas latentes. El segundo exigía terminar con la con­ ciencia como una reminiscencia de los tiempos de la escolástica y la alquimia. En semejante situación histórica, para la psicología de orientación marxista, la tarea de primordial importancia consistía en luchar por la conciencia, lo que, sin embargo, no significaba retornar a la caduca versión introspectiva, sino su­ perarla mediante el estudio de una nueva teoría de regulación consciente de la actividad psíquica. Vygorski actuó como iniciador de esta lucha y de este estudio. No se puede olvidar la peculiaridad de semejante periodo histórico. En aquel entonces, en las ciencias del hombre, se consideraba que el enfoque materialista lo cxpiesaba la fórmula «psicología sin conciencia». Vygotski atrajo de inmediato la aten­ ción con su informe «La conciencia como problema de la psicología del comportamiento» (t. 1). Luchar por la conciencia significaba entonces luchar contra la interpretación antigua de la misma, que se remontaba a San Agus­ tín, la cual continuaba rigiendo las mentes de quienes no estaban absorbidos por meditaciones metafísicas especulativas, sino por ¡a labor cotidiana en el la­ boratorio, rodeados de aparatos y protocolos de experimentos. A la crítica del introspeccionismo, a los ataques al método subjetivo se le de­ dicaron no poco tiempo y no pocas fuerzas. Parecía que una vez terminado con ese método la psicología comenzaría a pisar terreno firme. Vygotski, gracias a su penetrante análisis de los principios metodológicos generales de la psicología en el desarrollo histórico de estos, descubrió la conexión interna entre el introspec­ cionismo y el mecanodecerminismo. Con ello, resultó evidente que, a pesar de la agudeza de la crítica de las ideas introspectivas, era de por sí insuficiente sin la radical transformación del modo determinista de pensar, del que era insepa­ rable la concepción introspectiva clásica, que tantas dificultades había creado a la psicología. Y no es en esa concepción, cuya debilidad había sido demostrada en numerosas corrientes, sino en el determinismo (en su variante mecanicista), que parecía haber colocado a la psicología junto a otras ciencias naturales, en donde centra Vygotski los mortíferos golpes de su pensamiento crítico. El padre del mecanodeterminismo en psicología fue Descartes, y su obra psicológica principal, el «Tratado de las pasiones del alma». Las ideas de este «Tratado» constituyen, según Vygotski, el lugar central de toda la estructura metodológica de la psicología de los tiempos modernos, incluida su corriente experimental. «Todas las contradicciones principales de la psicología actual, tanto las que constituyen el fundamento de su crisis como las que se refieren a problemas aislados y particulares, son contradicciones originarias de la doc­ trina cartesiana de las pasiones. En este sentido, no conocemos ningún otro

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libro la investigación del cual sea tan central en cuanto a su significado para comprender el verdadero valor histórico de todo el pasado- de la ciencia psi­ cológica y de su crisis actual como en este último y culminante trabajo de Des­ cartes, su «Tratado de las pasiones...». En cierto sentido, se puede afirmar con plena razón que este «Tratado», que hoy día pocos psicólogos conocen y que está muy lejos de ser central entre todas las obras de Descartes, constituye el principio de toda la psicología actual y de todas sus desgarradoras contradic­ ciones» (pág. 393 del presente tomo). Examinada desde este punto de vista, ¡a crónica de la psicología -desde el siglo XVII hasta el período de la crisis incluido- constituía la traducción literal de la doctrina cartesiana de las pasiones. Eso fue lo que determinó el exhaus­ tivo examen de la mencionada obra realizado por Vygotski. Su análisis descu­ brió la limitación histórica del enfoque mecanodeterminista no solo de los estados emocionales del hombre, sino de todo el campo de la psicología en su totalidad. Por eso, el objeto del análisis histórico-metodológico de Vygotski lo constituye a la vez que las emociones (los sentimientos, los afectos) un amplí­ simo complejo de problemas psicológicos fundamentales: el psicofísico (la ac­ tividad de la conciencia hacia los fenómenos del mundo físico que engendra), el psicofisiológico (la actitud de estos fenómenos hacia el mecanismo corpo­ ral), el psicocognóstico (referente al papel cognitivo de los procesos psíquicos), la psicopráctica (la cuestión de la influencia de la conciencia y la voluntad en el comportamiento del individuo). Nos hallamos ante una de las principales particularidades del pensamiento de Vygotski -su facultad de examinar cada uno de los acontecimientos aisla­ dos en psicología a través del «cristal mágico» de la nueva metodología, que permite determinar de inmediato los numerosos hilos metodológicos que unen este acontecimiento con todo el frente del movimiento del saber científico.

IV El esquema cartesiano, que reprodujo históricamente la limitada forma del determinismo, se configuró en el período en que en el crisol de la actividad laboral se verificaba la nueva concepción de la relación causal entre las cosas, cuyas ventajas respecto a la filosofía naturalista medieval resultaba cada vez más evidente. El propio Descartes señalaba que en la explicación de la naturaleza le fue muy útil el ejemplo de ciertos cuerpos creados artificialmente por el hom­ bre. A semejanza del mecanismo cuyos componentes y principios de interac­ ción pueden ser verificados a través del experimento directo, Descartes pensaba en un cuerpo orgánico, el motor y organizador de todos cuyos actos era con­ siderado antes de Descartes el alma. Pero en su doctrina el hombre actuaba como la concentración de principios incompatibles: la conciencia, que solo piensa, y el cuerpo, que solo se mueve.

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El dualismo penetraba también 1os puntos de vista de Descartes sobre la vida emocional, el análisis de los cuales se hallaba en el centro del manuscrito de Vygotski publicado en este tomo. El psicólogo soviético se dirigió hacia el pasado, orientándose en la inves­ tigación histórico-metodológica y no simplemente histórica de los problemas de su ciencia. Aquí surge de nuevo ante nosotros una de las particularidades determinantes de su obra creadora: su firme tendencia a realizar los principios del historicismo para explicar no solo las regularidades de la psique, sino tam­ bién la actividad de la mente encaminada a conocer estas regularidades. Vygotski correlacionaba invariablemente los hechos psicológicos y la teoría, el contenido de las materias que integran el conocimiento de la realidad psíquica con el aná­ lisis de ¡os medios utilizados para la estructuración de este conocimiento. Se puede decir que su investigación avanzaba de forma sincronizada en dos niveles, correlacionando constantemente el análisis del hecho, las ideas, la hi­ pótesis con el esclarecimiento de los principios del trabajo del aparato intelec­ tual, que fue el que había conseguido estos productos. El hecho científico, la idea, la hipótesis son pensamientos del hombre de ciencia, que reflejan en dis­ tinto grado la adecuación de la realidad. Pero puede haber «pensamientos de segundo orden», que tengan por objeto el propio pensamiento, su estructura y dinámica, los cuales no son menos reales que los objetos independientes de la conciencia reproducidos por medio de ellos. Al referirse a los «pensamien­ tos de segundo orden», el investigador se convierte en lógico de la ciencia, en su metodólogo. La habilidad para combinar el enfoque lógico-metodológico con el científico-concreto condicionó los principales logros de Vygotski. Ya al co­ nocer su trabajo «Significado histórico de la crisis de la psicología» (t. 1), hemos podido convencernos de que en la interpretación de los problemas ló­ gico-metodológicos, el autor, educado en la filosofía del materialismo dialéc­ tico, desarrolló su interpretación innovadora, realizada de acuerdo con la situación de la psicología en los límites de los siglos X1X-XX, durante el período de descomposición de esta disciplina en numerosas escudas y corrientes. A di­ ferencia de L. Binswanger y otros autores occidentales, para quienes la tarea de la investigación metodológica consistía estrictamente en llevar a cabo una «crítica de los conceptos» lógica, Vygotski demostraba que los conceptos son criticados ininterrumpidamente en la propia práctica de la labor científica, en los procesos d i su correlación con ios datos empíricos. De ahí se desprendía que la tarea de la metodología no consistía en ordenar desde fuera a quienes operaban en un campo concreto que conociesen las normas y reglas de activi­ dad correspondientes a los criterios de la ciencia, sino en extraer los principios de organización eficaz de esta actividad de su dinámica real, de su historia. La idea de que el estudio lógico-metodológico de la ciencia puede combi­ narse íntimamente con el histórico era básicamente nueva. La perspicacia de Vygotki la podemos ver confirmada en la actualidad, cuando la descomposi­ ción de las concepciones metodológicas tradicionales en la filosofía occidental

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ha dado lugar a la aparición de la denominada escuela histórica (K. Popper, I. Lakatos, T. Кип у otros), cuyos representantes declaraban que la. filos.ofía de la ciencia (la lógica, la metodología) sin su historia es una ciencia huera. Esta corriente surgió en la época de la revolución científico-técnica con su dinamismo, cuando ante los ojos de una generación se desmoronan las, al pa­ recer, inconmovibles verdades científicas y nacen concepciones radicalmente nuevas, demostrando patentemente con ello la esencia histórica de la cogni­ ción científica. Mucho antes de estos procesos, Vygotski demostraba que la in­ vestigación metodológica del saber científico puede llevarse a cabo únicamente sobre una base histórica, y él mismo dejó muestras de semejante investigación, concretamente el análisis crítico del significado metodológico de uno de los principales capítulos de la psicología: la doctrina de las emociones. Ya antes de Vygotski se intentó reconstruir el pasado de esta doctrina. Por ejemplo, ofrece interés un ensayo histórico perteneciente al conocido historiógrafo canadiense G. Brett (su informe fue utilizado por Vygotski). Pero la atención de Vygotski no la absorbían los relictos, sino las ideas y principios surgidos mucho antes de la psicología experimental moderna, que no obstante germinaron en su carne y que continúan regulando cada uno de los pasos de quienes se dedican a ello.

V La concepción periférica de James-Lange, cuya genealogía cartesiana estu­ dió Vygotski, marcó el enfoque propio de la fisiología mecanicista. No intentó explicar el significado vital de las perturbaciones en los órganos internos, el efecto de los cuales lo constituyen, según la mencionada concepción, los esta­ dos subjetivos pertenecientes a la categoría de emociones. No obstante, la in­ vestigación experimental de ios cambios corporales en las emociones sirvió de impulso a la teoría alternativa de la teoría periférica. Fue denominada central, ya que desplazó el sustrato corporal de los senti­ mientos a los centros nerviosos superiores. Su autor fue el fisiólogo norteame­ ricano W. Cannon, cuyas conclusiones analizó detalladamente Vygotski. Al estudiar la causa de la retención de la secreción del jugo gástrico en un perro en estado de excitación emocional, sometido a experimento, Cannon llega a la conclusión de que para explicar este fenómeno hay que tener en cuenta el «fac­ tor adrenalínico» (segregación de adrenalina por parte de las glándulas supra­ rrenales), ligado internamente a las funciones del sistema nervioso del gran simpático. Este sistema es el responsable de las «tormentas» vegetativas que se observan en diferentes afectos (terror, furia, etc.). ¿Influyó la hipótesis de James-Lange en Cannon cuando este inició sus ex­ perimentos? Es difícil dudarlo. No solo porque Cannon fue discípulo de James en Harward y por eso pudo conocer sus puntos de vista, como si dijéramos, de primera mano. La idea crucial de James explicaba fisiológicamente los afec-

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tos partiendo de que su origen está encubierto en las profundidades del orga­ nismo. Parece que ese fue el camino que siguió también Cannon. La emoción se correlacionaba con cambios en los órganos internos (y no en el alma o en la conciencia). En el prólogo a la edición rusa del trabajo de Cannon «Los cambios cor­ porales en el dolor, el hambre, el terror y la furia», el biólogo soviético B. M. Zavadovski, redactor de la traducción, escribía que el libro de Cannon mues­ tra cómo la hipótesis de James «reviste ante nuestros ojos formas reales con­ cretas de un experimento biológico» (en el libro: W. Cannon, 1927, pág. 3). L. S. Vygotski impugna con razón esta apreciación, negándose a conside­ rar el trabajo de Cannon como la fundamentación fisiológica de la teoría pe­ riférica de las emociones. Esta teoría carecía de apoyo empírico. Sus autores correlacionaban sus hipótesis con experimentos imaginarios y no reales. Pro­ ponían suprimir de la emoción las modificaciones intracorporales, y entonces no quedaría nada de ella. La comprobación de la hipótesis de James-Lange en el laboratorio y no en la mente puso de manifiesto su inconsistencia. El primero en comprobarlo fue Sherrington, como señala con razón Vygotski, pero el que ofreció argumentos más sólidos contra la mencionada tesis fue el laboratorio de Cannon, donde a comienzos de los años veinte apareció un nuevo modelo experimental: un ani­ mal simpatectomizado, es decir, un animal al que se le había extirpado por completo el sector simpático del sistema nervioso vegetativo. Todas las reacciones emocionales, propias generalmente de estos animales, se mantuvieron plenamente. En presencia de un perro, el grato simpatectomi­ zado levantaba la pata con las unas sacadas, emitía sonidos amenazadores, en­ señaba los dientes. Sin embargo, al haberle sido extirpados los ganglios simpáticos no podía producirse cambio alguno a nivel de las reacciones peri­ féricas (vasculares y de otro tipo). Con ayuda del método de extirpación de diferentes partes del cerebro, Cannon, junto con sus discípulos, lanzó una hi­ pótesis según la cual el órgano principal del comportamiento emocional es el tálamo óptico. Los fisiólogos actuales consideran que las emociones no pueden tener por base neurohumoral determinado sustrato limitado. Dan preferencia a la idea de la interacción entre las estructuras corticales y subcorticales. Los datos experimentales y clínicos están en favor del papel decisivo del sistema h ip o tal ám iсо-11m b iсо. Vygotski no podía conocer todavía estos datos. Según James, las sensaciones viscerales, y solo ellas, dan a la percepción un aroma emocional, una cierta intimidad y una riqueza de impresiones. Apo­ yándose en un experimento fisiológico, Cannon llegó a la conclusión de que James había dotado a las sensaciones viscerales de funciones completamente im­ propias de ellas. Las señales procedentes de los órganos internos, al ser muy débiles, no pueden servir de medio para distinguir emociones tan fuertes como el terror y la furia. En tal caso, ¿dónde estriba el valor biológico de las varia­ das y sorprendentes manifestaciones de la actividad del sistema simpático?

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La acción que atribuían a los procesos viscerales James y Lange, al consi­ derarlos como el fundamento de las pasiones humanas, resultó ficticia.. ¿Cuál es, por tanto, la predestinación de estas reacciones vegetativas? La búsqueda de la respuesta a esta pregunta movió a Cannon a elaborar una de las teorías más sólidas y productivas de la fisiología del siglo XX -la doctrina de la homeostasis-, la conservación de la estabilidad del medio in­ terno del organismo, a pesar de la influencia de los factores que alteran la men­ cionada estabilidad. «Los procesos que tienen lugar en los órganos internos como resultado de la actividad del sistema del gran simpático son en realidad admirables muy variados. Para el organismo su significado no consiste en dar a las impresiones una tonalidad determinada, sino más bien en acomodar la “economía” interna de forma que no permita, a pesar de los desfases en las cir­ cunstancias externas, alterar sensiblemente el uniforme régimen de la vida in­ terna» (W. B. Cannon, 1929, pág. 358). Esta tesis, perfilada en la segunda edición del libro de Cannon, fue desarrollada en los trabajos sucesivos del fi­ siólogo norteamericano, a quien posteriormente se le dio el título de «padre de la homeostasis». Una vez formulada la doctrina de la homeostasis, Cannon incluyó también en ella su interpretación de los afectos como alteraciones de la «economía interna del organismo». «Los cambios que se producen en las perturbaciones emocionales, se mues­ tran a primera vista como alteraciones notables de la homeostasis. Así es cómo se presentan de por sí. Pero estoy convencido de que pueden ser explicados únicamente como la preparación de una fuerte tensión muscular. Cuando esta se produce, las alteraciones del medio interno resultan de inmediato útiles y las neutralizan rápidamente los efectos de la propia tensión (W. B. Cannon, 1932, pág. 216). Después de los trabajos de Cannon sobre la homeostasis, los cambios del medio interno en el afecto (los autores de la teoría periférica los habían ele­ vado al rango de su causa final, para la que no existía fundamento biológico alguno) actuaban no como algo primario, sino como secundario. Estos cam­ bios adquirieron el significado de fenómenos ligados a la movilización de las fuerzas corporales en las próximas «huida y lucha», que preparan el organismo para el restablecimiento del equilibrio dinámico del medio interno ante las prue­ bas que alterarán inevitablemente este equilibrio. Los mecanismos del restablecimiento de la homeostasis, a los que ahora se ligaban los cambios corporales en las emociones, los interpretaba Cannon como producto de la selección natural. Vemos, por tanto, que el procedimiento biodeterminista de análisis permitió a Cannon superar el mecanodeterminismo de su maestro James, cuya hipótesis periférica privaba también de significado, según mostró Vygotski, tanto los cambios corporales en las emociones como las propias emociones. Sin embargo, ni el «centralismo» de Cannon ni la in­ clusión por su parte del mecanismo corporal de las emociones en el esquema general de la homeostasis lograron que la investigación superara los límites de

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la fisiología. Las categorías dentro de cuyo sistema operaba no permitían des­ cubrir el carácter específico de las emociones como una realidad psíquica. Por ' eso, Vygotski, aunque coloca la teoría de Cannon por encima dé la de JámesLange, considera no obstante que también la primera es impotente para supe­ rar el dualismo. La limitación de la concepción científico-natural, causal de la psique, en cuya explicación el determinismo biológico avanzó notablemente en compara­ ción con su predecesor -el determinismo mecánico- no fue capaz, sin embargo, de dominarle a través de sus esferas centrales y dio un nuevo impulso al mo­ vimiento indeterminista en filosofía. Destacó las particularidades verdaderamente reales de la conciencia humana -en su actividad interna, el sentido persona­ lista de las sensaciones, la orientación hacia los valores espirituales y otros- como indiscutible índice de su inclusión inmanente en un orden completamente dis­ tinto de existencia que la segregación de adrenalina o la dilatación de las ven­ tanas de la nariz en la ira. Esta corriente rechazó el cartesianismo no solo en cuanto al cuadro mecánico del mundo exterior, sino también al cuadro in­ trospectivo del mundo interior, que, como se había señalado, dominaba en la psicología experimental, que se había separado de la filosofía y se orientaba hacia la búsqueda de los elementos primarios de la conciencia. A estos elementos se les atribuía una naturaleza sensorial (o bien casi sen­ sorial); en cuanto ai establecimiento de conexiones regulares entre ellos era con­ siderado como una tarea a resolver mediante métodos semejantes a los adoptados por las ciencias naturales. En lo que respecta a la cuestión relativa a las relaciones entre la conciencia y su sustrato corporal, ahí lo único com­ patible con los principios de las ciencias naturales (concretamente con la ley de la conservación de la energía), su resolución era considerada como parale­ lismo psicofísico. El manuscrito de Vygotski lleva a cabo por primera vez en la psicología so­ viética un análisis profundo de la nueva corriente idealista (entró en la histo­ ria con el nombre de filosofía de la vida), que se contraponía tanto al determinismo como al introspeccionismo clásico. Esta corriente defendía la tesis de que junto con la naturaleza física y la conciencia reflexiva (razón, juicio) existe un tercer principio que no puede reducirse a ella. Se le denominaba con la vieja palabra vida, incorporándole, sin embargo, rasgos que le diferenciaban de las ideas biológicas que se desarrollaban exitosamente en las ciencias natu­ rales sobre la báse de la doctrina darwinista. Estos rasgos incluían un princi­ pio especialmente vital, personalista, gracias al cual el individuo se realiza a sí mismo, como se acostumbró a decir posteriormente, realiza su existencia de forma única, irrepetible. La psicología comprensiva de Diltey fue una de las primeras ramificaciones de esta corriente. Aplicada a la esfera de las emociones, esta corriente se orientó hacia los cambios respecto a los cuales eran en general indiferentes las explicaciones fi­ siológicamente orientativas de sus fenómenos, bien se tratase de las teorías pe-

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riféricas o de las centrales. La oposición entre la causalidad y el esplritualismo, que había penetrado todo el camino histórico de la psicología se. manifestaba aquí bajo un nuevo ángulo. El carácter específico de las impresiones emocio­ nales del hombre, un ser histórico-social, inmerso desde el principio en un mundo de valores culturales, fue a caer, como muestra de forma convincente Vygotski, en las redes de la filosofía irracionalista, donde se vio mistificada, se­ parada de las conexiones prácticas reales de la personalidad humana con su rea­ lidad material, de su inclusión en la producción material y espiritual, con el desarrollo de la cual evoluciona también la personalidad, la riqueza de sus sen­ timientos. Por eso, aunque pareciera que la orientación culturológica en la in­ terpretación de estos fenómenos representados por W. Diltey, M. Scheler y otros, debería haber infundido respecto a Vygotski, centrado en la crítica del naturalismo, el mecanicismo y el dualismo, la rechaza con tal decisión como los intentos de deducir las emociones de las reacciones de los vasos, de las fun­ ciones del tálamo óptico o de movimientos expresivos que recuerdan al hom­ bre que procede del rebaño símico. Habiendo asimilado orgánicamente el concepto histórico-materialista de la conciencia humana, Vygotski reconoció en la concepción culturológica de Dil­ tey, Scheler y otros el mismo enfoque espiritualista, tras cuya superación con­ firmó la psicología y aplicados a sus realidades los principios que permitieron dar a la conciencia el significado de científica. Es más, Vygotski (comparando este enfoque de los procesos emocionales con los mecanicistas) muestra que ambos, aunque parecen contrapuestos, en realidad se complementan, más exac­ tamente, son compañeros inseparables. Así, Scheler, al plantearse el objetivo de describir las leyes semánticas independientes de los actos emocionales superio­ res y de las funciones («lógica del corazón», según R. Lorza), las considera como causas paralelas de las dependencias psicofísicas de los sentimientos respecto a los procesos corporales. En cuanto a la diferencia entre las emociones supe­ riores e inferiores en la concepción mecanicista de James, por su parte, coin­ cidía con la división realizada por el fenomenólogo Scheler. Estos conceptos, al parecer polares, tienen una raíz común, a la que, según Vygotski, sirve la doctrina cartesiana de las pasiones. Esta, criatura de la revo­ lución científica del siglo XVII, después de quebrantar hasta los cimientos el modelo medieval del hombre y de asegurar el proceso del conocimiento, hun­ dió al cabo de dos siglos y medio en el tremedal de una profunda crisis la nueva psicología, que había adoptado contornos empíricos de laboratorio. L. S. Vygotski mostró que la reflexión histórica, que había dirigido sus mi­ radas a ideas hacía tiempo caducas (¡qué puede ser más arcaico que la hipóte­ sis cartesiana de los espíritus animales, que hacen oscilar la glándula cerebral!) pone al descubierto, gracias al descubrimiento de la infraestructura metodoló­ gica de estas ideas, la fuente de las colisiones modernas. Es capaz de correla­ cionar la modernidad con las búsquedas de siglos precedentes tan solo porque a través de concepciones e hipótesis concretas penetra las profundidades de sus 361

esquemas catégoriales, que relacionan la remota antigüedad con la línea más avanzada de la ciencia. Vygotski era un maestro de tan sorprendente análisis. La metodología de la ciencia y su historia se conjugaban estrechísimamente en su pensamiento. La metodología era considerada como una forma histórica­ mente condicionada de organización del saber, la historia, como la realización en el irretornable tiempo, en los estratos de los acontecimientos concretos de los regulativos metodológicos estables del proceso cognoscitivo que variaban de una época a otra. El análisis histórico-metodológico está llamado, de acuerdo con Vygotski, no solo a observar la dependencia entre los acontecimientos que se desarro­ llan en la actualidad en la ciencia y sus raíces «genéticas». Al descubrir las regularidades de la evolución de la ciencia, este análisis está orientado hacia el futuro. Al mismo tiempo, permite valorar lo creado en épocas pasadas, no solo desde el punto de vista de las influencias que han condicionado los fe­ nómenos de crisis, sino también a buscar las resoluciones que se han con­ trapuesto a estas influencias, pero que sin embargo no se han desarrollado a pesar de su perspectiva, debido al dominio^ de otras fuerzas ideológicas, an­ tagónicas respecto a ellas. Semejante orientación la determina la tesis central en toda la investigación de Vygotski, según la cual, junto a la doctrina cartesiana de las pasiones que ha llevado a la psicología al torbellino de contradicciones sin salida, el siglo XVII ha elaborado otra doctrina, cuyo potencial ha permanecido sin ser utilizado, aunque ha sido precisamente él el que hubiera permitido reestructurar la teoría psicológica moderna sobre principios que la habrían liberado de estas contradicciones, de la división de las emociones en inferiores y superiores, de la aparición de unas bajo las leyes de la naturaleza y de otras bajo las leyes del espíritu, de la contraposición de la causalidad, de la teleología, de la acla­ ración de la descripción, etc. Semejante corriente anticartesiana la creó, según Vygotski, Spinoza. La fundamentación de esta conclusión exigía examinar detalladamente el carácter de las relaciones entre las doctrinas de estos dos grandes filósofos con la misma perseverancia y coherencia con que mostró Vygotski la genealogía car­ tesiana única de estas dos teorías incompatibles tan solo aparentemente: la teo­ ría visceral (periférica) de las emociones por un lado y la fenomenológica (intencional) ppr otro. Contrapone el centro metodológico de estas teorías a la línea, perfilada por Spinoza, que conduce al estudio de los impulsos y las impresiones humanas hacia un cauce básicamente nuevo. Si en el «Tratado de las pasiones del alma» de Descartes veía Vygotski el origen de la crisis moderna de la psicología, en la «Ética» de Spinoza veía las ideas que permitían superar todo el complejo de versiones dualistas sobre la re­ lación entre la psique y su sustrato corporal, el intelectual y el afectivo (motivacional), las formas «superiores» e «inferiores» del comportamiento emocional, involuntario y voluntario. Vygotski culminó tan solo la parte de la investiga362 \

ción emprendida por él, la cual preveía la explicación del papel metodológico del esquema cartesiano de las recientes ideas científicamente concretas. Que' partiendo de este esquèrrià, la posición de Spinoza no admite com­ paración, Vygotski no deja de recordárselo al lector. Somete a una crítica de­ cidida a los historiadores de la filosofía que interpretaban a Spinoza como al sucesor de Descartes. En su polémica con ellos, Vygotski exagera la tendencia espiritualista de la doctrina cartesiana de las pasiones del alma y subestima su orientación determinista. Vygotski habla del «agustinismo» de Descartes. Es verdad que el concepto introspectivo de la conciencia surgió en las entrañas de la metafísica religiosa: en los trabajos de Plotino y San Agustín. En Descartes este concepto se de­ pura de la interpretación religiosa y se «laiciza». De acuerdo con la concepción plotino-agustiniana, el hombre utiliza los fenómenos de su conciencia para en­ trar en contacto con el Altísimo como con la única realidad sólida. En Des­ cartes, sin embargo, el único objeto indiscutible de la introspección es su propio pensamiento. Se puede dudar de todo: de lo natural y de lo sobrena­ tural, no obstante, ningún escepticismo puede resistir al juicio «pienso», del que se desprende inexorablemente que también existe el portador de este jui­ cio: el sujeto pensante. Solo un hombre de nueva formación podía dar a la conciencia individual tal alto e independiente estatuto. A este aspecto filosófico y social no le prestó atención Vytotski, centrándose en el descubrimiento de las evidentes contra­ dicciones de la concepción psicológica cartesiana. Vygotski consideraba que su aspecto lo determina el mecanismo y el dualismo, que el determinismo de Des­ cartes en la interpretación de las pasiones del alma lo agota el modelo del cuerpo inanimado que trabaja mecánicamente (de la organización de los actos del or­ ganismo como cuerpo natural, la participación del alma se sustraía limpia­ mente). En contraposición a esto hay que subrayar que una determinada categoría de pasiones, precisamente las que según la terminología moderna lle­ van el nombre de emociones, no las consideraba Descartes en absoluto indi­ ferentes para la regularización activa del comportamiento humano. Según Descartes, bajo la influencia de las emociones, el organismo tiende a lo que le es útil o bien elude las influencias externas que le perjudican. Des­ cartes unió el concepto de emoción con la idea de la autoconservación del cuerpo viviente, que, como veremos, tiene importancia básica también para Spi­ noza. La autoconservación no se realiza automáticamente. La garantiza el apa­ rato de las emociones, que desempeñan una especie de función señalizadora. Independientemente de la facultad de pensar (reflexionar) sobre la ventaja y el perjuicio, las emociones como estados fruto (inanimado) del cuerpo humano lo orientan en el mundo circundante, dirigiéndole hacia unos objetos, des­ viándolo de otros, de acuerdo con las necesidades de autoconservación. Con ello, en la concepción cartesiana de las emociones, surgieron ideas que deshi­ cieron la red de categorías mecanodeterministas no desde la altura de la esté-

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ril y sustancional actividad que ia había invadido desde fuera, sino partiendo de las propiedades naturales inherentes al organismo. Entre estas propiedades surgieron dos conceptos conjugados desconocidos para el pensamiento del físico: el factor necesidad, la exigencia del organismo de comportarse «con parcialidad» respecto al mundo, con el fin de sobrevivir en él (posteriormente la exigencia pasó a formar parte de la categoría de la motivación), y el factor valía, que caracteriza no ya el estado del organismo, sino la propiedad de los objetos externos desde el punto de vísta de su im­ portancia para él (su provecho o perjuicio). Estas innovaciones de Descartes también pasaron desapercibidas para Vygotski. Tampoco examinó la evolución de las concepciones cartesianas ni tampoco su importante particularidad como es la tendencia a superar la interpretación inicial del organismo desde concep­ tos estrictamente físicos y la opinión acerca del animal como simple máquina. Las desviaciones por parte de Descartes del mecanicismo no atrajeron la atención de Vygotski, que trataba de reconstruir la doctrina cartesiana en la agu­ dización de la expresión consecuente de sus principios, por tanto por cuanto pre­ cisamente el mecanicismo y el dualismo y no los intentos de superarlos por parte del propio Descartes influyeron en el camino de desarrollo de la psicología. Como es sabido, la tarea central de Vygotski, el cual consideraba como de­ mostración de que en todos los parámetros el sistema spinoziano de ideas es antitético del cartesiano, que precisamente este último condujo las doctrinas psicofisiológicas concretas de los procesos emocionales a la situación de crisis. Para superarlo hay que retornar a Spinoza, que después de haber recorrido toda la escuela cartesiana creó la doctrina del hombre, de las fuerzas motrices de su comportamiento, contraria a los postulados de la misma. Vygotski consideraba que la concepción de los afectos de James-Lange, igual que la, al parecer, con­ cepción de las impresiones alternativa a ella de Diltey-Scheler, al ser cartesia­ nas en esencia, se mantienen en psicología solo porque en contraposición a ellas no se presentan otras concepciones capaces de alzarse por encima de la cartesiana. En este sentido, se trataba de no explicar los mecanismos concre­ tos del comportamiento emocional, no de clasificar manifestaciones aisladas suyas, no de otras formas del conocimiento empírico de los sentimientos del hombre, sino de puntos de referencia filosóficos generales, de los que depende la interpretación de estos mecanismos, manifestaciones, etc. El principalípunto de referencia para Spinoza lo constituía, según Vygotski, el naturalismo consecuente, sin compromisos, que no admitía ninguna esencia o fuerza supranatural y por eso rechazaba el punto de vista de que la pasión (sentimiento, afectos) era la expresión directa de la dualidad de la naturaleza humana. Pero el problema de la dualidad del comportamiento (a nivel del hom­ bre) no se limitaba a su aspecto emocional. De la doctrina de las emociones partían hilos invisibles, pero indisolubles hacia los más diversos problemas: ontológico (si es la existencia una sustancia única), gnoseológico (mediante qué procedimientos se conoce esta existencia),

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ético (cómo son posibles los actos del hombre en calidad de personalidad libre, moral), psicológico (cómo se correlacionan las diferentes funciones psíquicas: el pensamiento,- el sentimiento, la voluntad). Vygotski demostraba que en cada uno de los problemas la solución de Spinoza desmiente la cartesiana, y de ahí se desprendía inevitablemente la polaridad de su explicación de las emociones (pasiones, afectos).

VI Al trabajar en su manuscrito, Vygotski proyectaba exponer tras la parte crí­ tica la parte positiva, analizando detalladamente los principios metodológicos deducibles de la «Etica» de Spinoza, que se convirtieron en la base de una nueva corriente radical en el estudio de las emociones como uno de los capítulos cen­ trales de la psicología. Este proyecto lo recuerda repetidas veces Vygotski, re­ mitiendo al lector a la parte siguiente del manuscrito, que no llegó a escribir. No se sabe si Vygotski había perfdado ya el boceto de esta parte o si las ideas que pensaba exponer de forma sistemática no habían cuajado aún. Para com­ prender los puntos de que partía Vygotski y los vectores de su movimiento hacia el objetivo que motivó esta investigación, solo se dispone de material fe­ haciente donde en su crítica a Descartes se alia a Spinoza. Trataremos de re­ construir los posibles movimientos del pensamiento de Vygotski cuando analiza la filosofía de Spinoza desde el punto de vista de la construcción sobre su base de la nueva teoría de las emociones. En su discusión con Descartes, Spinoza exponía veladamente en sus con­ traargumentos sus propias convicciones. El conjunto de estos contraargumen­ tos que utiliza Vygotski permite dentro de ciertos límites darse una idea de Ioscontornos de las tesis cuya interrelación podría constituir el sistema de ideas -positivas, anticartesianas- capaces, como esperaba Vygotski, de transformar el capítulo de las emociones en parte integral de la doctrina acabada de la con­ ciencia humana, libre de contradicciones que obstaculizaban el desarrollo de la psicología determinista (ya que, según Vygotski, ninguna otra psicología podía ser científica). La primera y decisiva palabra en este sistema era el monismo. Spinoza -en contraposición a Descartes—declaró que la única sustancia la constituye la na­ turaleza. Con ello, privó a lo psíquico en cualquiera de sus formas (bien se trate del pensamiento, la voluntad, la conciencia) de significado sustancional. La na­ turaleza es infinita. La extensión, con la que la identificaba Descartes, es tan solo uno de sus innumerables atributos. Otro de sus atributos es el pensamiento. ¿Qué relación parece que puede existir entre este postulado de carácter fi­ losófico general y la doctrina psicológica especial de las reacciones emocionales del hombre? Pero ya hemos tenido ocasión de señalar que tras tal o cual desarro­ llo y significado de esta doctrina «local» se oculta todo un complejo de pro-

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blemas filosóficos globales. De la concepción ontológica de la sustancia como una naturaleza única, descubierta en el hombre en dos de sus atributos, se des­ prendía la idea de la inseparabilidad de lo psíquico y lo físico, y'con ello de la imposibilidad de que uno de ellos influya en el otro en calidad de esencias in­ dependientes. Como resultado de ello, se retiraba la pregunta que había dado lugar a numerosos callejones sin salida y a «barreras epistemológicas» no solo en filosofía, sino en las propias entrañas de la práctica investigadora del psicó­ logo, ocupado concretamente en esclarecer las dependencias determinativas entre los estados emocionales que vive el sujeto y los procesos que tienen lugar en el organismo en tales circunstancias. Según Spinoza, el hombre constituye una esencia natural integral. Y su pen­ samiento y su cuerpo extensible están incluidos en la misma serie causal. Fi­ jados por los mismos principios pueden establecer entre ellos relaciones determinativas. Existe solo una regularidad y una necesidad, el mismo orden tanto para las cosas (incluyendo una cosa como el cuerpo) como para las ideas. La cuestión de las interrelaciones entre los dos atributos de la sustancia (el pensamiento y la extensión) la interpreta Spinoza como un problema psicofísico y no psicofxsiológico. Se trata de la inclusión de una cosa «ideocorporal» única -el organismo humano- en el orden general del universo y no de las correlaciones entre el alma individual y el cuerpo individual fuera de la regularidad universal subor­ dinada inevitablemente a uno y a otro. Spinoza rechaza el desarrollo erróneo del pensamiento, cuando primero se divide lo indivisible, se procede a la hipóstasis de sus componentes (psíquico y corporal) y de las esencias indepen­ dientes (sustancias, cosas) y luego a buscar la relación entre lo que después de la operación practicada en la estructura integral e imposible interpretar corno ontológicamente afín y lógicamente homogéneo. En el plano ontológico, la idea de la unidad psicofísica exigía desmembrar el principio general, al que está subordinada cualquier cosa como un todo (en las dos características atributivas descubiertas en la razón humana: como ente psíquico y físico). Como ley universal de la existencia y de la variación de cual­ quier cosa concreta, Spinoza afirma la tendencia a la autoconservación, potente fuerza motriz («motivacional»), introducida por la naturaleza en cada una de sus realidades individuales. Ya hemos ¡tropezado con la idea de que las pasiones del alma nacen de la tendencia a la autoconservación propia del cuerpo. Ya la había enunciado Des­ cartes. En Spinoza, esta idea adquiere ulterior desarrollo de acuerdo con el mo­ nismo psicofísico que defiende inflexiblemente. Partiendo de la base de la existencia de cualquier cosa concreta, se transforma en el principio -d e hecho único- del comportamiento humano. Este principio (que se desprende, subra­ yémoslo una vez más, del concepto universal de la autoconservación) adquiere el estatuto de pasión, que «no es ni más ni menos que la propia esencia del hombre» (B. Spinoza, 1957, pág. 464).

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La atracción es un fenómeno psicofisiológico, ya que se refiere tanto al alma como al cuerpo. Aquí, la inseparabilidad de los'atributos de la sustaricia única se manifiesta no a «escala cósmica», no aplicada al universo infinito en su totalidad, sino aplicada al comportamiento del hombre concreto en toda la diversidad de sus pasiones, afectos, sentimientos. En la terminología moderna, el fenómeno denominado por Spinoza atrac­ ción se refiere a la categoría de la motivación. Por tanto, si traducimos el prin­ cipio filosófico de la unidad psicofísica al lenguaje científico de trabajo, se puede decir que en el tejido de la investigación real y de la explicación de los hechos de la actividad vital del hombre la motivación ha adquirido carácter básico. En ella, la unidad de lo psíquico y lo físico, de lo corporal y lo espiritual se ha visto encarnada de forma concreta. Es precisamente aquí donde se extiende el hilo directo que va de la interpretación general del lugar del hombre en la naturaleza al análisis de cada uno de los actos concretos de la regulación psicofisiológica de su comportamiento. Estos actos motivacionales figuraban en Spinoza con el nombre de afectos. «Sobrentiendo por afectos los estados del cuerpo que incrementan o reducen la facultad de actuar del propio cuerpo, favoreciéndola o limitándola, y al mismo tiempo las ideas de estos estados» (ibidem, pág. 456). Desde el punto de vista de Spinoza, el cuerpo es un sistema integral psicofísico, dinámico, que experimenta cambios, pasando de una perfección menor a otra mayor y viceversa. El flujo de los estados espirituales no solo refleja los avan­ ces en este sistema, sino también el sentido del incremento de su facultad para actuar. De aquí se desprendía que al parecer el alma sirve al cuerpo. Trata de dis­ poner de modelos de lo que favorece a este último y, por el contrarío, «le repugna imaginarse lo que reduce o limita la facultad de su cuerpo» (ibidem, pág. 467)Según Spinoza, la inclinación hacia la autoconservación está internamente relacionada con otros dos afectos fundamentales: la alegría y la aflicción. Estos afectos reflejan la transición del hombre de una perfección menor a otra mayor. Los afectos positivos incrementan la facultad de actuación del cuerpo y de cog­ nición del alma, los negativos la reducen. Por eso, en el contexto de la inter­ pretación spinoziana, la inclinación hacia la autoconservación (autoactualización) significa la tendencia no hacia el equilibrio (conservación de lo conseguido), sino a la «autoexpansión», al incremento, a la incesante intensificación de la activi­ dad, tanto en lo que respecta al cuerpo como al alma. De semejante interpre­ tación del principio de la autoconservación se desprende que el motivo básico del comportamiento lo expresa no la tendencia a conseguir un equilibrio con el medio, sino la orientación a superar su resistencia, a reforzar la capacidad del cuerpo humano para autodesarrollarse, para desplegar sus potencias psicofísicas. Al situar la motivación en el centro de su sistema psicológico Spinoza in­ tentaba superar no solo el dualismo corporal y psíquico en la estructura del comportamiento, sino también el dualismo de las fuerzas motrices inferiores

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(generadas por el cuerpo como cosa física) y superiores (procedentes de la es­ fera de la voluntad pura). «La voluntad y la razón (el intelecto) son lo-mismo» (ibidem;'pág. 447). Esta conclusión no debe interpretarse en el sentido de que, al parecer, Spinoza defendía al intelectualismo en contraposición al voluntarismo. En general, el intelecto no constituye para él una fuerza o una facultad independientes. Es inseparable del cuerpo, ya que el atributo del pensamiento es inseparable del atributo de la extensión. A ellos, lo mismo que a todos los restantes atributos del comportamiento humano los mueven los afectos. Entre ellos hay actos emo­ cionales (psicofísicos) de diferente nivel, pero por mucho que se diferencien su naturaleza es única, La idea del secular antagonismo entre la carne y el espíritu llevó a la divi­ sión de la esfera de la motivación en fuerzas contrapuestas. Como contrapeso a esta concepción, Spinoza demostraba la esencia corporal de los motivos (afec­ tos) de cualquier orden. Ante los ojos de los enemigos del materialismo, esto significaba la exaltación de las inclinaciones rastreras, carnales en perjuicio de los valores y los ideales superiores. Pero la idea real de la concepción spinoziana expresaba la esperanza de Trans­ formar estos valores en reguladores del comportamiento real, es decir, corpo­ ral. Su autor no sabía aún nada acerca de los mecanismos nerviosos y humorales de la motivación, de la interacción entre las estructuras corticales y subcorticales, etc. Pero sin conocer las características psicofisiológicas concretas del comportamiento emocional, confirmó el principio general sin el que esas mis­ mas características no habrían podido ser establecidas. Partiendo del postulado sobre la inseparabilidad del alma y el cuerpo, cuya ley de vida es la tendencia a la autoconservación, la experimentación de ale­ gría cuando aumenta la facultad de actuar y de aflicción cuando disminuye, Spinoza suponía que el comportamiento tiene siempre tonalidad afectiva, está siempre motivado. En Spinoza, el principio de la primacía de la razón, del aspecto intelectual en la esfera de la cognición (la experiencia sensual la atribuía al grado inferior) no transformó al hombre en un ser contemplativo, inactivo en la esfera del comportamiento. Según Spinoza, el factor de desarrollo de la psique lo cons­ tituye la actividad del cuerpo. «El que el niño o el adolescente posea un cuerpo capaz de muy poco y que dependa más que nadie de causas externas y tenga un alma que considerada de por sí no sabe casi nada ni de ella misma ni de Dios* ni de las cosas; y por el contrario, el que tenga un cuerpo capaz de mucho poseerá un alma que considerada de por sí gozará de grandes conoci­ mientos sobre sí misma y sobre Dios y sobre las cosas» (ibidem, pág. 615). El conocimiento no solo acerca de otras cosas, sino también acerca de la propia alma se consideraba función directa de la facultad de actuar del cuerpo. * Spinoza consideraba a Dios idéntico a la naturaleza.

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Por tanto, el principio de la causalidad lo combinaba Spinoza con el de los actos activos, que ampliaba las posibilidades tanto del cuerpo físico como de la organización psíquica, que constituía con él un conjunto inseparable. Lamentablemente, debido al carácter inacabado del manuscrito de Vygotski, resulta difícil determinar el espectro de ideas que el autor destacó en la doc­ trina spinoziana como punto de partida para elaborar sus decisiones propias relativas al problema de las fuerzas motrices del comportamiento humano. Sin embargo, las líneas magistrales se perfilan claramente. Eso se refería ante todo al determinismo. Para Descartes, este principio significaba el mecanodeterminismo, lo que implicó la interpretación de las emociones como estados pasi­ vos (pasiones) del alma, provocados por alteraciones en la «máquina del cuerpo». En cuanto a los estados humanos verdaderamente activos (pensamiento, vo­ luntad), pertenecían según la concepción cartesiana a actos incorpóreos, cuya instancia causal final era el sujeto individual. La superación del mecanodeterminismo y de sus inevitables compañeros: el epifenomenalismo (todo lo psíquico, engendrado por el cuerpo, puede ser únicamente una consecuencia, un resultado, pero carece de significado causal independiente, el indeterminismo en la interpretación de las funciones supe­ riores (ya que no son deducibles de la interacción mecánica de los cuerpos fí­ sicos), el dualismo (las contraposiciones entre los procesos psíquicos involuntarios y voluntarios) es como se figuraba Vygotski (como se desprende del texto llegado a nuestras manos) la misión histórica de Spinoza. Como Spinoza era un importantísimo determinista, de las ideas de Vygotski se deducía que en la filosofía de aquel nació una nueva forma de determinismo —como fundamento metodológico de una nueva teoría psicológica, libre de las supervivencias del modo cartesiano de pensar-. Según Vygotski, el objeto de esta teoría es el hombre como ser psicofísico integral y activo que tiende hacia el autodesarrollo, movido por necesidades corporales y espirituales únicas. La categoría clave de esta teoría la constituye el concepto de la motivación. Su método fundamental es la explicación causal sin compromiso alguno (y no la descripción, la interpretación, etc.). Después de descubrir el significado histó­ rico del gran paso dado por Spinoza en el camino que permitía eliminar los fenómenos de crisis en la psicología moderna (nacidos de la tradición carte­ siana superada por Spinoza), Vygotski no menciona en ningún sitio las limi­ taciones de esta teoría, que se estructuró sobre la base del naturalismo y que no constituyó para el psicólogo soviético la estrella polar del historicismo.

VII Quizá la parte final del trabajo no solo habría descubierto la grandeza de la aportación de Spinoza, sino que también hubiera ofrecido un análisis crí­ tico de su doctrina. Semejante opinión se basa tanto en la concepción general 369

sobre el desarrollo de los fenómenos psíquicos que ofrece Vygotski en otros de sus trabajos como-también una serie de tesis que planteaba referentes al ca­ rácter específico de los sentimientos humanos, concretamente en el ensayo sobre la psicología de la creatividad del actor, publicado en ese tomo. Este breve ensayo, que se refiere a un problema especial, refleja la orienta­ ción general del autor, su enfoque de la personalidad como fenómeno histórico-cultural. Verdad es que en el presente caso no se trata de «sensaciones vitales naturales», sino de pasiones idealizadas, resultado de la fuerza creadora del actor. (Lo que indujo en su tiempo a Diderot a revisar la cuestión relativa a cómo se correlacionan en la actividad del actor estas dos categorías de emociones.) Pero Vygotski partía de que la «psicología del actor constituye una parte de la psicología general» (pág. 519 del presente tomo) y la particularidad cualitativa de su naturaleza puede alcanzarse tan solo «a la luz de regularidades psicoló­ gicas más generales» (ibidem). Por eso sus razonamientos sobre el carácter es­ pecífico de las sensaciones del actor (donde se entrelazan los sentimientos del papel y los de la personalidad) reflejan el enfoque que dio a la psicología de las emociones en su totalidad. Señalaremos únicamente los puntos más importantes. Vygotski indica ante todo la necesidad de superar el empirismo, lo que se manifiesta en que al li­ mitarse a los índices de la introspección, a los testimonios del sujeto sobre los estados emocionales experimentados por él, los investigadores no logran ele­ varse por encima de estos hechos y abarcarlos con la interpretación metodo­ lógica general del objeto. Al parecer, nada le ha sido dado al hombre con tan directa certeza e intimidad como el sentimiento experimentado por él. Pero el verdadero conocimiento del mismo se adquiere tan solo a través de la expli­ cación de su génesis y de su significado, partiendo de regularidades objetivas que actúan tras los bastidores de la observación interna. Es evidente que con esta tesis Vygotski defendía la razón de la psicología explicativa de las vivencias en contraposición a la descriptiva y a la com­ prensiva. En su valoración de la psicología explicativa como la única cientí­ fica mantenía inquebrantablemente las mismas posiciones que el físico Descartes y Spinoza. Sin embargo, si para ellos la explicación significaba de­ ducir los fenómenos emocionales de las leyes de la naturaleza, Vygotski, en cambio, insistía en la necesidad de considerar las vivencias como un hecho que exigía remitirse a las leyes de la historia. No es la naturaleza biológica del hombre la que sirve de fuente a sus pasiones, sino el contexto histórico-cultural de su actividad. Descartes basaba la explicación de las emociones en un fundamento mecanicodeterminista; Darwin, en un fundamento biodeterminista. Para Vygotski, en cambio, el punto de partida lo constituye el sociodeterminismo, ya que el desarrollo histórico del comportamiento lo establece la acción de las fuerzas sociales. «En el proceso de la vida social - subraya—, los sentimientos se desarro­ llan..., las emociones establecen nuevas relaciones con otros elementos de la

370 \

vida espiritual, surgen nuevos sistemas, nuevas fusiones de las funciones psí­ quicas» (ibidem, pág. 531). Si du'ran'te el período precedente de sus reflexiones sobre ló's sistemas psi­ cológicos, Vygotski se había centrado en el análisis de las partes de los proce­ sos cognitivos en su conjunto (percepción, memoria, pensamiento, lenguaje), ahora en el centro de su análisis se entremezcla el problema de los sentimien­ tos, las impresiones, los afectos. Ahora, en la nueva fase de su obra creadora, siente con especial agudeza la necesidad de alcanzar la unidad de lo cognitivo y lo afectivo-motivacional en la actividad de la personalidad. Ocupado fundamentalmente en los problemas del pensamiento y el lenguaje, vio claramente la limitación de la orientación intelectualista, propia de las investigaciones más interesantes en este campo. Co­ mienza a dar importancia decisiva al problema de la relación entre el intelecto y el afecto. Interpreta la conciencia como un «sistema semántico dinámico, que representaba la unidad de los procesos afectivos e intelectuales» (t. 2, pág. 29). Ahora, no son las unidades del pensamiento verbal en sí (signos como porta­ dores del significado), sino su carga afectiva la que se convierte para Vygotski en el objeto fundamental de sus reflexiones sobre el carácter específico del aná­ lisis psicológico a diferencia del linguosemiótico. Subraya que «cada idea en­ cierra transformada la actitud afectiva del individuo hacia la realidad representada en esa idea» (ibidem). Esta tesis constituía un anticipo del último trabajo impreso de Vygotski, «Pensamiento y lenguaje», en el que se veía realizada la interpretación del sig­ nificado de la palabra como la unidad del pensamiento y el lenguaje, la gene­ ralización material y la comunicación entre las personas. Comprendiendo que era necesario ir más lejos, hacia la inclusión orgánica en el análisis psicológico del comportamiento humano -verdadero motor del proceso del pensamiento y el lenguaje- de las pasiones, las necesidades, las mo­ tivaciones, fue por lo que Vygotski recurrió al estudio de estos determinantes. El último libro de la Colección de obras de L. S. Vygotski vio la luz exac­ tamente medio siglo después de que su vida se viera segada muy temprano por la tuberculosis. Maestro de una provinciana ciudad de Bielorrusia, se convirtió en pocosaños en relevante psicólogo del siglo XX. La lógica objetiva del desarrollo de la ciencia y la situación social en la nueva Rusia condicionaron la aparición de Vygotski y de la más importante escuela científica de la psicología soviética agru­ pada alrededor de sus ideas, a partir de la cual se extendieron en forma de ra­ dios diferentes corrientes. Después de haber confirmado los principios del sociodeterminismo, el historicismo y la sistematización, Vygotski fue el primero en comprender la de­ pendencia entre el progreso de las corrientes de las ramas prácticas, dedicadas a un aspecto de la psicología (y con ello su facultad de servir directamente a 371

las personas), y la creación de la psicología general como metodología de «nivel medio», que establecía las categorías concretas a través de cuyo prisma se di­ ferencia la realidad psíquica en' calidad de objeto científico (diferente del co­ nocimiento a nivel de los conceptos «cotidianos»), accesible al estudio empírico, a la operacionalización y al control instrumental directo. La concepción de Vygotski ejerció imperecedera influencia en el destino de la psicología soviética. En lo que respecta a su percepción en Occidente, dis­ ponemos del testimonio de una persona tan parca en elogios como J. Brun­ ner: «Todo psicólogo que se haya dedicado el último cuarto de siglo a estudiar los procesos cognitivos y su desarrollo deberá reconocer la influencia que han ejercido en él los trabajos de Liev Semiónovich Vygotski» (J. Brunner, Psicolo­ gía del conocimiento, Moscú, 1977, pág. 9). M. G. Yaroshevki

h

372

T índice de nombres

A

j

Ach, N., 146, 326. Adler, A., 326. Agustín (San), 230, 291, 328, 354, 363. Alexander, S., 328. Anaxagoras, 329. Angelí, J. R., 120, 121, 127, 324. Archer, W., 165, 326. Aristóteles, 104, 108, 184, 237, 249, 274, 313, 328. Arquimedes, 227. Asmus, V R, 174, 175, 275, 327

157, 158, 160, 162-164, 166, 167, 187, 200, 252, 324-326, 357-360. Cassirer, E., 146, 326. Claparède, E„ 35, 100, 194, 195, 246, 326. Cleron (Leris des Lathud, C. H.), 333, 340 Corneille, R, 340. Ch Chabrier, 284, 285, 290. Chanut, 328. Chéjov, A. R, 328, 336, 340. D

Б ; !

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i

Bach, J. S., 297. Bain, A., 257, 328. Bard, R A„ 107, 119, 122, 138, 140, 154, 156, 158, 159, 193, 324. Básov, M. Ya., 17, 99. Bellot, G., 318, 329. Bentlev, I. M„ 143-145, 168. 325. 326. Bergson, H., 146, 239, 317-322, 326. Biéjterev, V. M., 126, 325, 326. Binet, A., 20, 45, 81, 99, 126, 325, 352. Binswanger, L., 356. Blonski, R R, 347. Bogen, H., 14, 15, 99. Bozhovich, L. 1., 64, 100. Breinard, 16. Brentano, E, 294, 295, 329. Brett, G. S., 184, 185, 188, 190, 218-220, 326, 327, 357. Brisseau, 155, 156. Britton, S. W„ 126, 154. Brunner, J., 372. Bühler, Ch., 13 Bühler, K., 13-16, 18, 92-95, 98, 99, 326

Dal, V. I., 144, 326. Dana, Ch., 136, 138, 151, 152, 159, 200, 252, 325. Dante, A., 285. Darwin, Ch., 103, 182, 194, 213, 215, 216, 247, 320, 323, 324, 370. Dennv-Rrown, D., 325. Descartes, R., 104, 108, 127, 169-193, 193199, 206-209, 216, 220, 222-268, 272280, 283, 289, 290, 294, 304, 305, 307-309, 312, 313, 317-319, 321, 323, 327-329, 343, 353-356, 362-366, 369, 370, Dezomar, 126. Diddell, E., 325. Diderot, D., 331, 333-335, 340, 370. Diltey, W., 205, 206, 291, 295-298, 300, 302-306, 309, 313, 316, 327, 329, 360, 361, 364. Dumas, G., 103, 104, 181-186, 199, 209, 216, 223, 225, 255, 268, 323 Dumenille (Marchand, M. F.), 333, 340. Dunlap, K., 109, 185, 187, 188, 195, 201, 222, 251, 257-259, 269, 304, 324.

Cannon, W. B„ 109-113, 116-123, 126-131, 133, 134, 136, 139, 140, 142, 151-155,

Elkonin, D. B., 100. Engels, F., 93, 146, 183, 326.

E

J

ïI

373

F Fechner, G. T., 352. Fedón (de Elis). 329. Fischer, K., 170-177, 196, 197, 225, 226, 229-231, 233, 234, 237, 238, 241, 243, 266, 275, 327. Frebes, 288. Freud, S., 286-288, 297, 329. G Galileo, G., 184. Garrick, D„ 340. Geiger, M„ 295, 329. Gemelli, A., 126. Gesell, A., 11, 99. Goethe, ]. W„ 95, 100, 103, 147, 152, 298, 326. Gozzi, C., 341. Gueshélina, L. S., 22, 99. Guierke, Ye. D., 17. Guillaume, A., 18, 29. Guriévich, L. Ya„ 339, 341. Gutzman, H. A. K., 95-98, 100. H Head, H., 30, 100, 138-140, 151, 156-158, 162, 200, 252. Hegel, J. G. F.. 12, 178. Hcimanz, 126. Heine, F,., 170, 326. Helmholtz, H., 352. Herbardt, J. F., 327, 329. Herrick, 150, 151. Hertz, M., 44. Hobbes, T., 184, 260, 296, 303, 328. Hoffding, H., 177, 178, 185, 186, 188, 231, 327, 328. Holberg, L„ 124, 324. Holmes, G. A4., 151, 157, 326. Hugo, V., 137.

I Ikklz, I„ 325. Trons, D„ 180, 181, 304. Isabel de Pfalz, 328,

I Jackson, J., 156. Jaensch, E. R., 68, 146, 326.

374

James, W„ 103-110, 112, 113, 115-124, 126, 127, 129, 130, 132-137, 139-144, 149, ■ 1 5 2 ,-157-166,-168, 169, 178-195, 201209, 213-219, 221-224, 228, 246, 247, 252-259, 268-274, 280, 282-285, 287, 289-291, 301-307, 311-317, 319-321, 323, 324, 352, 357-361, 364. Janet, P. M. F., 255, 325, 326, 328, 345. K Kafka, G., 53, 54, 100. Kant, E„ 209, 210, 212, 213, 215, 273, 328. Kechekyàn, S. F., 238, 240, 328. Kiríltsev, S. F, 154. Koflka, K„ 56, 94, 100, 150. Kohler, W„ 12-16, 24, 27, 29, 30, 32, 33, 4l, 44, 48, 49, 52, 93, 99, 100, 146. Kohs, S. C , 22, 99. Koiiovâlov, N. V., 137, 325. Kotülova, I. V., 23, 64, 99. Kretschmer, E., 149, 165, 326. Krid, R., 112, 125, 126, 128, 325. Krüger, F. E., 149, 150, 326. Kuchurin, 63. Kun, T., 357. Küppers, E., 139, 151, 158, 325. L Lakatos, L, 357. Landis, K.. 136, 325. Lange, C. G., 103-110, 112-121, 123, 126, 127, 129, 130, 132-135, 137, 144, 149, 152, 157, 159, 162-164, 169, 178-183, 185-195, 199-203, 218, 221-223, 244, 247, 253, 255, 258, 268, 270, 273, 274, 280283, 289-292, 301, 303-307, 309-314, 317, 319-321, 323, 324, 327, 352, 360, 364. Langley, J. N., 134, 325. Langue, N. N.. 326. Largnier des Bancels, J., 181. Lehmann, A., 133, 134, 141, 325. Leontiev, A. N., 70, 72, 79, 100. Lesage, A. R., 341. Lewin, K., 55, 90, 91, 94, 100, 221. Lewis, J. T., 126. Liévina, R. Y., 27, 99. Lindner, G. A., 54. Linneo, C., 11.

124, 141168, 207257, 287, 316, 357-

Lipmann, H., 95-97, 100. Lipmann, О., 13-15. Locks, J., 251. ' Lotze, R. H., 104, 239, 287, 324. Luria, A. R., 325. M Malebranche, N. de, 104, 169, 179, 181-187, 189, 190, 223, 251, 257, 258, 274, 324, 329. Mandsley, H., 104, 324. Mantegazza, P., 213, 214, 328. Maquiavelo, N., 291Marañón, G., 131-133, 325. Marco Aurelio, 291. Maria Estuardo, 328. Marx, K., 93, 183, 326, 348, 349. Maxwell, ]. C., 231, 328. McDougall, W„ 110, 163, 187, 195, 257, 273, 324, 326. Meerson, H., 18, 29. Menchinskaia, N. A., 63. Miguel Ángel, 297. Minyar, 255, 256, 274. Molière, J. B., 259, 334 Montaigne, M. E„ 291. Morgan, C. LL, 126, 325, 328. Morozova, N. G., 19, 99Morrison, D., 155. Mozart, W. A., 328. Müller, J. H, 150, 151, 526. Millier, M., 99. Münsterberg, H., 257, 298-300, 305, 308311, 327. N Nahlovsky, J. E, 178, 327. Natorp, P. H., 329. Nemirovich-Danchenko, V. L, 340. Newman, E. B., 157. Nizami, 341. P Pascal, B., 287, 291. Pashkóvskaia, Ye. L, 23, 64. Paulhan, F., 337, 340. Pavlov, I. P., 134, 281, 282, 325, 347-349. Pawlow, ]. P., 325. Perkins, F. T., 157. Perry, R., 109, 120, 127, 324.

Petzoldt, J., 174, 175, 327. Pfender, A., 295, 329. Piaget, ]., 19, 21, 25, 27,'35, 76, 79, 99', 146, 345. Piderit, T., 213, 328. Pieron, H., 1 2 6 , 325, 326. Pillsberi, V. B., 326. Platon, 301, 329. Plotino, 363. Pogano, 126. Popper, K., 357Potebniâ, A. A., 23, 99, 348, 349. Prince, M., 221-224, 273, 326, 328. Pushkin, A. S., 328. R Racine, ]., 340. Ribot, T. A., 181, 313, 314, 327, 332, 352. S Sájarov, L. S., 23, 64, 99. Salieri, A., 245, 328. Scheler, M. F., 287, 288, 290, 294, 295, 300, 301, 308, 309, 312, 329, 361, 364. Schopenhauer, A., 329. Séneca, L. A., 291. Sergi, J., 105, 126, 191, 193, 195-198, 207, 208, 244, 246-249, 252-254, 257-259, 261, 277, 279, 304, 307, 312, 324. Scrtolii, E.. 326. Shakespeare, \Xé, 297. Shapiro, S. A., 17. Sherrington, Ch. S., 111, 119, ¡25-131, 136, 138, 141, 154, 191, 200, 254, 268, 324, 325, 358. Shúmova-Simanóvskaia, E. O., 325. Slávina, L. S., 64, 100. Socrates, 204, 205, 272, 290, 293, 301, 329. Sófocles, 335. Spearman, Ch. E., 187, 257, 258, 326, 327. Spencer, H., 103, 213-215, 247, 320, 324. Spinoza, B., 103-105, 107, 112, 123, 147, 148, 168-180, 182, 190, 191, 203, 205, 224, 225, 230, 231, 235, 236, 238-240, 243, 274, 296, 300, 302 306, 323, 324, 327, 328, 343, 362-370. Spranger, E., 204, 205, 290, 327. Stanislavski, K. S., 331, 332, 335, 337-341. Stern, W„ 25, 45, 46, 99, 326. Stewart, C. C., 134, 325. Stout, G. F., 271, 328.

375

Stumpf, К., 11, 98, 149. T

-

■ ■

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Relación de las obras de L. S. Vygotski

La bibliografía de los trabajos de L. S. Vygotski la integran los títulos de mono­ grafías, reseñas, prólogos, conferencias, intervenciones y redacciones de una serie de ediciones. La multifacética actividad de investigación científica y pedagógica de Vygotski se refleja en sus numerosas conferencias e informes leídos en los centros de enseñanza de Moscú, Leningrado, Jarkov, Tashkent; participó en numerosos congresos, conferencias, plenos, reuniones. A través de fuentes procedentes de archivos se han logrado estable­ cer textos, manuscritos, intervenciones, artículos de Vygotski que no han sido inclui­ dos en la presente edición. Se ha conseguido encontrar una serie de artículos crítico-literarios, pertenecientes a la pluma de Vygotski cuando tenía 19-22 años. Una serie de artículos y notas pu­ blicados en las revistas «Letopís», «Nóvaia Zhizn» en 1916-1922, los firmaba a veces Vygotski con las iniciales «L. S.» o «L. V». De los trabajos encontrados que llevan esa firma, se han incluido en la bibliografía únicamente aquellos cuya paternidad ha sido establecida a través de su comparación con trabajos impresos posteriores del científico o bien por la mención que hace de ellos Vygotski y las notas que se refieren a los mis­ mos encontradas en su archivo personal. Los materiales han sido distribuidos en el índice bibliográfico según un orden cro­ nológico, de acuerdo con los años en que fueron escritos los trabajos, lo que brindará al lector la posibilidad de seguir la evolución de las concepciones científicas de su autor. En los casos en que no se ha logrado establecer la fecha del manuscrito, el vítulo ha sido incluido en la relación bibliográfica del año de su publicación. Dentro de cada año, los trabajos están distribuidos en orden alfabético. Si los libros o artículos han sido editados varias veces, se cita en todas las reedicio­ nes el año de la primera publicación, indicando el carácter de la modificación del texto. La bibliografía de los trabajos de L. S. Vygorski editados en el extranjero figura como la relación de las obras de acuerdo con el año de su publicación y, dentro de este, los títulos han sido distribuidos según el alfabeto latino. Si la edición del libro no pertenece al autor, sino a los editores, su contenido se descifra. En la confección de la bibliografía se han utilizado los siguientes materiales: 1. Catálogos general y sistemático alfabéticos de la oficina central de información y de la sección de información bibliográfica de la Biblioteca estatal V. I. Lenin de la URSS. 2. Periódicos, revistas, colecciones editados a partir de 1916. 3. Prontuarios bibliográficos y crónicas nacionales. 4. Psychological abstraer. Lancaster; American Psychological Association, 19311983, n. 75, vol. 1-70. 5. Index translationum. Paris, UNESCO Press, vols. 1-30. 6. Materiales procedentes de los archivos:

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a) Instituto Pedagógico de Leningrado a. i. Herzen; b) Instituto de Investigación científica de defectología de Ia Academia de Ciencias Pedagógicas (ACP) de la URSS; c) Instituto de Investigación científica de psicologia general y pedagógica de la ACP de la URSS; d) Archivo estatal de la región de Moscú; e) Archivo personal de L. S. Vygotski, que conserva la familia del científico; f) Archivo científico de la ACP de la URSS. La presente bibliografía ha sido confeccionada de acuerdo con la norma estatal (GOST) vigente en la URSS relativa a la descripción bibliográfica de las obras im­ presas (COST 7-1-16* del 28 de diciembre de 1976, n.° 2890. Fecha de entrada en vigor 1-1-1978). La Relación de obras que ofrecemos, basada en la «Bibliografía de las obras de L. S. Vygotski», fue ampliada y complementada por el propio autor. *

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1915 * 1. Tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca, W. Shakespeare, Archivo personal de L. S. Vygotski, Gómel, 5 agosto-12 septiembre 1915, manuscrito. 1916 2. «Comentarios literarios», Petersburg/}, novela de Andréi Bielyi, Rev. Novyi put, 1916, n.° 47, columnas 27-32, firma: L. S. Vygotski. 3. Reseña del libro: Andriéi Bielyi, «Petersburgo», Rev. Liétopis, 1916, n.° 12, co­ lumnas 327-328, firma: L. S. 4. Reseña del libro: Viacheslav Ivanov, «Surcos y lindes», M.: Rev. Musaiet, 1916, n.° 10, págs. 351-352. 5. Tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca, Archivo personal de L. S. Vygotski, M. , 14-28 febrero 1916, 12 cuadernos, manuscrito. Ibidem, en el libro: Vygotski, L. S., Psicología del arte, 2.a ed., corregida y au­ mentada, M.: Ed. Iskusstvo, 1968, págs. 339-496. 1917 6. Reseña del libro: Merezhkovski, D., «Habrá alegría», «Petersburgo», Rev. Liétopis, 1917, n., págs. 3-12. Kolbanovski, V. N., «Liev Semiónovich Vygotski», Rev. La psicotecnia soviética, 1934, n.° 4, págs. 387-396. Kolbanovski, V. N., «Los problemas del pensamiento y el lenguaje en las obras de L. S. Vygotski»», en el libro: Vygotski, L. S., Pensamiento y lenguaje, M., 1934, págs. 635. Kolbanovski, V. N., «Sobre las concepcines psicológicas de L. S. Vygotski», Rev. Pro­ blemas de psicología, 1956, n.° 5, págs. 104-114. Kolóminski, Ya. L., «Concepción psicológico-social de la ontogénesis a la luz de las ideas de L. S. Vygotski», en el libro: Creación científica de L. S. V, págs. 77-80.

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i

417

Indice alfabético de los trabajos de L. S. Vygotski incluidos en la colección en seis tomos

Tomo

Pdgs. texto

Pdgs. cornent.

2

3

4

Acerca de la psicología de la creatividad del actor

6

319-28

356

Acerca del artículo de K. Koffka «La introspección y el método de la psicología» En lugar de prefacio

i

99-102

463

Artículo de introducción a la versión rusa del libro de K. Bühler «Ensayo sobre el desarrollo espiritual del niño»

i

196-209

468

Conferencia de psicología

2

362-465

489-491

De intervenciones, informes, etc.

Título del trabajo i

5

322-332

356-357

Diagnosis del desarrollo y clínica paidológica de una niñea, difícil

5

257-321

353-356

Doctrina de las emociones. Investigación histérico-psicológica

6

« 90-318 .

350-356

El desarrollo de los niños difíciles y su estudio

5

175-180

353

El instrumento y el signo en el desarrollo del niño

6

5-90

348-350

El método instrumental en psicología

1

103-108

463

El problema de la conciencia

1

156-167

466-467

El problema de la edad

4

244-268

412-413

El problema del desarrollo de la psicología estructural Estudio crítico

1

238-290

468

El problema del retraso mental

5

231-256

El significado histórico de la crisis en psicología Investigación metodológica

1

291-436

355 469-472

419

Título del trabajo

Tomo

i ■ ■ ■

Pdgs. texto

Pdgs. cornent. "

4 '

2

'

Fundamentos del trabajo con nifios retrasados mental y físicamente

5

181-187

Historia del desarrollo de las fundones psíquicas superiores

3

5-328

La colectividad como factor de desarrollo de los niños anormales

5

196-218

354

La conciencia como problema de la psicología del comportamiento

1

78-98

462-463

La crisis de los siete años

4

376-385

415

La crisis de los tres años

4

368-375

415

3

353 354-360

La crisis del primer año de vida

4

318-339

414-415

La defectología y la doctrina sobre el desarrollo y la educación de niños anormales

5

106-173

353

La edad infantil

4

269-217

413-414

La infancia difícil

5

137-149

352

La primera infancia

4

340-367

415

La psicología y la doctrina sobre la localización de las funciones psíquicas

1

168-174

467

La psique, la conciéncia, el inconsciente

1

132-148

465-466 '

Los niños ciegos

5

86-100

350-351

Metodología de la investigación reflexológíca

1

43-62

459-460

Moral insanity

5

150-152

Paidología del adolescente Capítulos escogidos

4

5-242

404-412

Pensamiento y lenguaje

2

5-361

480-489

Prefacio al libro d^A. N. Leóntiev «Desarrollo de la memoria»

1

149-155

466

Principales problemas de defectología

5

6-84

343-350

Principios de educación social de los niños sordomudos

5

101-114

351-352

Prólogo a la edición rusa del libro de W. Kohler 1 «Investigación del intelecto de los monos antropomorfos»

210-237

468

420 \

353

Tomo

Pdgs. texto

Pdgs. cornent.

2

3

4

1

176-195

467-468

1

63-77

461-462

Prólogo al libro de Ya. K. Tsvéifel

5

219-221

355

Prólogo al libro de Ye. K. Grachova

5

222-230

355

Sobre el problema de la dinámica del carácter infantil

5

153-165

353

Sobre el problema de los procesos compensadores en el desarrollo de los niños retrasados mentales

5 5

115-136 115-136

352 352

Sobre el problema del plurilenguaje en la edad infantil

3

329-337

360

Sobre los sistemas psicológicos

1

109-131

464-465

Tesis fundamentales del plan de la labor de investigación paidológica en el campo de la infancia difícil

5

188-195

353-354

Título del trabajo i Prólogo a la versión rusa del libro de E. Thorndike «Principios de la enseñanza basados en la psicología Prólogo al libro de A. E Lazurski «Psicología general y experimental»

421