Mitología de la seguridad: la ciudad biopolítica
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Andrea Cavalletti

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La ciudad biopolítica

Cavalletti, Andrea Mitología de la seguridad. La ciudad biopolítica - 1*. ed. Buenos Aires : Adriana Hidalgo, 2010 322 p. ; 19x13 cm. - (Filosofía e historia) Traducido por: María Teresa D ’Meza ISBN 978-987-1556-40-3 1. Filosofía Contemporánea. I. D’Meza, María Teresa, trad. II. Título. CD D 190

filosofía e historia Título original: La citta biopolitica. Mitologie della sicurezza Traducción: María Teresa D ’Meza Editor: Fabián Lebenglik Maqueta original: Eduardo Stupía Diseño: Gabriela Di Giuseppe Ia edición en Argentina: agosto de 2010 1* edición en España: agosto de 2010 © 2005, Paravia Bruno Mondadori Editori © Adriana Hidalgo editora S.A., 2010 Córdoba 836 - P. 13 - Of. 1301 (1054) Buenos Aires e-mail: info(2>adrianahidalgo.com www.adrianahidalgo.com ISBN Argentina: 978-987-1556-40-3 ISBN España: 978-84-92857-23-4 Impreso en Argentina Printed in Argentina Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Esta edición se terminó de imprimir en Grafínor S.A., Lamadrid 1576 Villa Ballester, Pcia. de Buenos Aires, en el mes de julio de 2010.

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Agradezco a Giorgio Agamben y a Bernardo Secchi, con quienes he discutido desde el inicio las ideas de este libro; asimismo, a Giusa Marcialis, Attilio Belli y M arcel Roncayolo, que leyeron e hicieron sus críticas del borrador inicial. En Homo sacer, Agamben ha ofrecido su desarrollo del paradigma foucaultiano del biopoder, examinando las modalidades de inscripción de lasformas de vida en la esfera mítica que ya Benjamín llamaba nuda vida: el dispositivo jurídico de la excepción es, para Agamben, el actor de esta captura. A partir de Homo sacer, para mí se trataba de retornar al particular pliegue histórico que en su tiem po Foucault sacó a la luz: aquel en el que aparece el principio de población, y aparece -es la tesis del libro—como prin­ cipio propiamente espacial, capaz de guiar las nociones a primera vista lejanas de urbanismo y de gran espacio polí­ tico. En tal sentido, intenté definir el modelo denominado espacio-población en dos seminarios que Bernardo Secchi convocó en sus cursos universitarios entre 2001 y 2003. Aunque los materiales confluyeron allí sólo en una m íni­ ma parte, dichos seminarios fueron determinantes para la estructura del trabajo. Una sección de la investigación fue

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presentada en 2001 en la Universidad de Nueva York bajo el título “The Myth ofSecurity” [El mito de la seguridad], y luego se publicó en italiano, gracias a Clio Pizzingrilli, en la revista M arka. Así como hoy se presenta, el libro fue elaborado durante un posdoctorado en el Politécnico de Bari, con tutoría de Giovanni Leoni, sin el cual la inves­ tigación no habría podido encontrar su verdadera forma. A.C.

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1 E s p a c io y p o d e r

“No existen ideas políticas sin un espacio al cual sean referibles, ni espacios o principios espaciales a los que no correspondan ideas políticas.” Esta fórmula de Cari Schmitt, que resguarda un rasgo esencial de su procedi­ miento, se impone como un escollo harto difícil de eludir: no deja alternativas, puesto que en toda filosofía política descubre una razón espacial, mientras que revela el tenor filosófico-político de cualquier investigación que pretenda atenerse a un concepto de espacio neutral y ya determi­ nado. Toda investigación sobre las relaciones entre espacio y poder recae así dentro de una fórmula que no conoce sólo los dos términos, ni una relación entre ellos, sino la más estrecha coimplicación. Si un ámbito puede resultar circunscripto, o un principio espacial, definido, significa que actúa en él un contenido político disimulado, y con mayor fuerza precisamente donde se dan “objetos” (calle, casa, territorio, ciudad) y se usan genitivos objetivos (“historia de la ciudad”). Estamos muy acostumbrados a pensar en términos políticos no sólo el espacio del Estado, a partir del modelo cónico convergente en el centro del globo, sino también,

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y en el modo en que han indicado los situacionistas, la dimensión arquitectónica o urbana. Sin embargo, aquí no está en juego una simple extensión del dominio de las entidades espaciales a las cuales atribuir una cualidad política. El hecho de que esta connotación se piense en sentido absoluto, de que no se den en rigor espacios no políticos, implica un paso más allá de la extensión misma y de toda dimensión posible. Aunque a primera vista se las pueda acercar al espíritu de tantas investigaciones sobre las estrategias (por ejemplo, “urbanas”) de un determinado poder (por ejemplo, “eclesiástico”), las palabras de Schmitt constituyen, en cambio, su más radical confutación. Más allá de los dos términos aislados y antes de que se establez­ ca cualquier relación entre ellos, exigen que se piense la inseparable hendíadis espacio-poder. En la famosa conversación con Jean-Paul Barou y Michel Perrot, “L’oeil du pouvoir”, Michel Foucault ha­ blaba de la necesidad de “escribir toda una historia de los espacios, que sería al mismo tiempo una historia de los po­ deres [qui serait en méme temps une histoire despouvoirs\ ”.1 Es decisiva aquí la locución “en méme temps”. Es según este tiempo de la coexistencia que Foucault trazó sus cartografías y rompió así con el postulado de los poderes localizables. Sólo en esta contemporaneidad desaparece en efecto el lugar eminente, Estado o institución, al cual serían 1M. Foucault, “ L’ceil du pouvoir”, en D its et Écrits 1954-1988, vol. 2: 19761988, Paris, Gallimard, 2001, p. 190; trad. cast.: “El ojo del poder”, entrevista con Michel Foucault, en J. Bentham, E l Panóptico, Madrid, La Piqueta, 1989. 8

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reconducibles las diferentes formas de poder, y puede así manifestarse su topología más extendida y detallada. Si en Vigilary castigar el panóptico de Jeremy Bentham representó precisamente en ese sentido un dispositivo ejem­ plar, es porque este encierra la sutil fórmula de la coimplica­ ción espacial. No se trata, como es sabido, de un temible en tanto rígido aparato de internación, sino de una máquina abstracta capaz, en primer lugar, de “crear una relación de poder independiente de quien lo ejerce”. Por ello, si el pro­ yecto de Bentham encuentra su más adecuada aplicación como establecimiento industrial o carcelario, no por ello se reduce a centro de represión. Por el contrario, será la cárcel misma la que se librará ahora del modelo de clausura para alcanzar el grado de abstracción del panoptismo. Si los arquitectos en particular, al elegir analizar un edificio institucional desde el punto de vista de su función disciplinaria, “tienden a interesarse sobre todo en los mu­ ros”, estos “no son más que un aspecto de la institución”, y la arquitectura, continúa explicando Foucault, debe ser “precisamente pensada como inscripta en un campo de rela­ ciones sociales en cuyo seno introduce un cierto número de efectos específicos”. De este modo, si es cierto que la discipli­ na como tal “procede antes que nada de la repartición de los individuos en el espacio”, el proyecto benthamiano pone en juego la espacialidad de por sí inerte de los muros sobre la espacialidad móvil del poder, con la creación de un consi­ guiente efecto de resonancia. Por ello, el modelo representa el huevo de Colón en el orden de la política, desencadena el círculo virtuoso de un nuevo poder disciplinario, ya que

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inserta todo cuerpo bien plasmado en la masa ordenada. Por ello también tiene un papel central para el propio Foucault: la red panóptica funciona como una prueba que revela la aparición de una espacialidad inmanente a las relaciones de poder. El panóptico es una trampa de la visibilidad, y funciona, como es sabido, según el principio de la mirada oculta e inverificable. La eventualidad de que el guardián invisible en la torre en el centro del edificio esté en realidad ausente no puede ser verificada. De esta forma, la mirada oculta está totalmente difundida y siempre presente, puesto que actúa como si el custodio estuviera ahí, deviene el custo­ dio de sí misma. Por ello el panóptico no es tanto el lugar donde un poder obliga, sino aquel donde el sujeto “toma a su cargo sus propias constricciones [...]; las hace jugar es­ pontáneamente sobre sí mismo; inscribe en sí mismo la rela­ ción de poder en la cual interpreta simultáneamente ambos papeles y deviene el principio de su propio sometimiento”;2 en resumen, si el panóptico mantiene a los sujetos en una “situación de poder de la que ellos mismos son los porta­ dores”, todo eso es precisamente un indicador del carácter espacial de las prácticas de subjetivación: la palabra situation no tiene aquí nada de casual. No hay en ella exterioridad de la fuente de poder, y esta ya no concierne a colocación alguna; se da, en cambio, para Foucault, una espacialidad imposible de aislar, es decir, inmanente a la subjetivación

2 íd., Surveiller et Punir. Naissance de la prison, Paris, Gallimard, 1975; trad. it.: Sorvegliare e puniré. N ascita dellap rigió nc, Torino, Einaudi, 19933, p. 221; trad. cast.: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo X X I, 1989, p. 206. 10

Espacio y pod er

misma. La deslocalización continua es -primera condición del espacio-poder- la situación absoluta. Más o menos implícitamente, toda definición del espa­ cio como concepto separado implica una función de poder y queda en él inconclusa. Por lo tanto, sólo a una historia de los espacios que sea al mismo tiempo historia de los poderes podría abrirse un horizonte ya no reconducible a un concepto político-espacial preciso. El hecho de que no parezca darse, en Foucault, una salida del complejo de las relaciones de poder obviamente nada tiene que ver con la resignación y el derrotismo que de modo más o menos trivial muchos han querido atribuirle: indica, en cambio, y del modo más riguroso, la capacidad de atenerse a la inseparabilidad de la hendíadis, o sea, de trasladarse al nivel de espacio-poder y transformarlo en posibilidad. En sus diversas articulaciones, la historia, o arqueología, o genealogía foucaultiana no mira a su objeto desde lo alto —según la trascendencia de un saber—, sino que es propiamente la nueva forma que este puede asumir. La salida de las relaciones de poder no termina por ello en un lugar franco: es más bien la capacidad de captarlas en su continua deslocalización (o situación absoluta) la que constituye una línea de fuga posible. Si movemos estas consideraciones siguiendo a Deleuze, debemos retornar al tan abusado concepto de desterritorialización. Es preciso recordar que Deleuze lo acuñó refirién­ dose en primer lugar a la escritura, o mejor, a partir de la

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escritura misma. La oposición a la noción de autor no fue para él simplemente ilustrativa. Leer a Lawrence, Kerouac o Melville como escritores y no como autores es el devenirescritura deleuziano, que no es ubicado en el ámbito litera­ rio sino encontrado y mantenido como tal. En Portraits andRepetition, Gertrude Stein llamó “genio” a la capacidad de dar vida a un retrato hablando y escuchan­ do a la vez, dando y recibiendo la palabra, no como si fueran una sola cosa ni como si fueran dos cosas, sino como dos partes de la misma, una que se mueve gracias a la otra que también la hace moverse, “como el motor, dentro, está en marcha, y el auto está moviéndose”. Es decir, se trata de la posibilidad de desencadenar un movimiento doble y uni­ tario, por ello inmanente, irrelativo y, en suma, inaparente: “Si fuera posible un movimiento lo suficientemente vivo, debería existir con tanta plenitud que no sería necesario ver­ lo moverse respecto a algo para saber que está moviéndose”.3 Así, para Deleuze, genio retratista, la línea de fuga no conoce pausas, puesto que la escritura, liberada del sujetoautor, se mueve en la escritura misma, atravesándola y haciéndose atravesar por ella. Un devenir recorre imper­ ceptiblemente toda escritura y —corazón móvil de quien la hace moverse y gracias a la cual esta se mueve—la hace lo suficientemente viva. “En verdad, escribir no tiene su fin en sí mismo, precisamente porque la vida no es algo personal ”4 i

3G. Stein, “ Portraits and Repetition”, en Lectures in America (1935), Beacon Hill-Boston, Beacon Press, 1957, p. 170. 4 G. Deleuze, “ De la supériorité de la littérature anglaise-américaine”, en G. Deleuze y C. Parnet, Dialogues, Paris, Flammarion, 1996, p. 61; trad. it.: 12

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Aquí radica también la afinidad con Foucault. Se trata, según este otro gran sucesor de Nietzsche, “de promover nuevas formas de subjetividad rechazando el tipo de indi­ vidualidad que se nos ha impuesto durante varios siglos”. Y precisamente en la investigación sobre los dispositivos de subjetivación se abre una línea de fuga imperceptible, ya que sólo “el ensayo —que debe entenderse como prueba modificadora de uno mismo en el juego de verdad y no como apropiación simplificadora del otro con fines de co­ municación—es el cuerpo viviente de la filosofía, al menos si esta sigue siendo lo que una vez fue, o sea, una ascesis, un ejercicio de sí, en el pensamiento” .5 La palabra ejercicio, como unidad de vida y escritura, significa que una filosofía no es dada. La liberación de nuevas subjetividades no es la peculiar prestación tauma­ túrgica del filósofo, no deriva de su magisterio. Como para Karl Marx “la filosofía no puede realizarse sin la supresión del proletariado, el proletariado no puede suprimirse sin la supresión de la filosofía”, para Foucault esta existe sólo en el ejercicio, no está antes ni después, y la nueva subjetividad no es sino una subjetividad en ejercicio. Una ascesis filosófica “Sulla superiorita della letteratura anglo-americana”, en G. Deleueze y C. Parnet, Conversazioni, Verona, ombre corte edizioni, 1998; trad. cast.: “ De la superioridad de la literatura angloamericana” , en G. Deleuze y C. Parnet, Diálogos, Valencia, Pre-textos, 1980, p. 59. 5 M. Foucault, Histoire de la sexualité, vol. 2; L'usage des plaisirs, Paris, Gallimard, 1984, p. 16; trad. it.; Storia della sess-ualitá, vol. 2; Lusodeipiaceri. Milano, Feltrinelli, 1984; trad. cast.; Historia de la sexualidad, vol. 2 : El uso de los placeres, México, Siglo XXI, 1996, p. 12. 13

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que no se construya a su vez sobre la tradición disciplinaria podrá darse sólo como experimento genealógico. Es la razón del método de Foucault, que escapa notoriamente a los historiadores anticuarios precisamente donde los pensa­ dores de profesión no pueden reconocerla. Por lo tanto, no sorprende que también la historia de los espacios-poderes nazca de una carencia tan peculiar que, en tanto historia como tal, exija un nuevo ejercicio filosófico: En el m om ento en el que comenzaba a desarrollarse una política razonada de los espacios (a finales del siglo XV III), las nuevas adquisiciones de la física teórica y experimental desalojaban a la filosofía de su viejo dere­ cho a hablar del mundo, del cosmos, del espacio finito o infinito. Esta doble ocupación del espacio por parte de una tecnología política y de una práctica científica circunscribió la filosofía a una problemática del tiem­ po. Después de Kant, aquello en lo que debe pensar la filosofía es el tiempo. Hegel, Bergson, Heidegger. Con una descalificación correlativa del espacio, que queda del lado del intelecto, de lo analítico, de lo conceptual, de lo muerto, de lo fijo, de lo inerte.6

¿También el privilegio que la filosofía reserva a la tem­ poralidad -por el cual, en los términos de Ser y tiempo, “el tiempo es indicado como el nombre de la verdad del s e r correspondería, pues, a una operación político-espacial

6 íd., “L’oeil du pouvoir”, op. cit., p. 193: trad. cast. cit. 14

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particular? Si todo concepto espacial es un concepto políti­ co, ¿también el pensamiento de la temporalidad originaria deberá revelarse en una situación de poder precisa, de la cual a su modo se hace portador? ¿O quizá se trata, más que de una situación cualquiera, del puro lazo entre situación y poder? En ese caso, se halla en cuestión no tanto un carácter específico de la relación sino la conexión como tal. Lo que, por así decirlo, sitúa ontológicamente a la situación misma. También la fórmula de Schmitt, en la cual ambos términos se estrechan en una hendíadis, debería pues repensarse. Sólo a una historia de los espacios que sea al mismo tiempo historia de los poderes podrá abrirse quizás un horizonte no ya reconducible a un concepto político-espacial. ¿Es tal vez aquí donde la filosofía se pliega y cumple un ejercicio sobre sí misma? Si el ensayo ascético o cuerpo filosófico urge más allá de todo estatuto o forma disciplinaria, es porque su escritura no es un mero asunto personal. “La prueba de Foucault, llevada a cabo en la escritura, fue la de desplazar los límites tácitamente admitidos como obvios entre lo normal y lo patológico, por ejemplo, o la inocencia y la culpabilidad. En sus escritos arqueológicos y genealógicos, él ejerció -como se nos adiestra y pone en práctica—la constitución de sí mismo como sujeto transgresivo.” Así según Reiner Schürmann.7 “La escritura —dijo además Deleuze—tiene como único fin la vida, que se atraviesen las combinaciones que esta marca.”8 7 R. Schürmann, “Se constituer soi-méme comme sujet anarchique”, en Les Étudesphilosophiques, n° 4, 1986, pp. 468-469. 8 G. Deleuze, “Un entretien, qu’est-ce que c’est, a quoi 9a sert en G. De­ leuze y C. Parnet, Dialogues, op. cit., p. 12; trad. it.: “Che cos’é, a che cosa 15

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El ejercicio se hace posible lindando con una especial imposibilidad. Foucault la definía ya en La arqueología del saber. N o nos es posible describir nuestro archivo puesto que es dentro de sus reglas que hablam os [...] En su totalidad, el archivo no es descriptible; en su actualidad, es incontorneable [...] El análisis del archivo com porta, pues, una región privilegiada: próxim a a nosotros, pero a la vez diferente de nuestra actualidad, es la orla del tiempo que rodea nuestro presente, que se cierne sobre él y lo indica en su alteridad; es aquello que, fuera de nosotros, ños delim ita.9

Esta no-totalidad del archivo es el descubrimiento esencial de todo ejercicio arqueológico, que lo mantiene como tal. Extender la medida de este afuera, configurar de modo diferente el límite de nuestro presente, es la ascesis como posibilidad siempre abierta en toda actualidad, como posibilidad de la actualidad misma. Y si dentro del archivo foucaultiano el sujeto es una simple posición entre el total de los enunciados, a esta suerte suya corresponde por otra parte el archivista como actualidad pura e irreductible. En la más rigurosa definición de archivo se trata de este mantenerse serve una conversazione?”, en G. Deleuze y C. Parnet, Conversazionr, trad. cast.: “ Una entrevista, ¿qué es?, ¿para qué sirve?”, en G. Deleuze y C. Parnet, Diálogos, op. cit., p. 10. 9M. Foucault, LArchéologie du savoir, Paris, Gallimard, 1969, pp. 171-172; trad. it.: L ’archeologia del sapere, Milano, Rizzoli, 1971; trad. cast.: La arqueo­ logía del saber, México, Siglo XXI, 2006, pp. 221-222. 16

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in actUy de un nuevo movimiento constitutivo, de la filo­ sofía como acto del pensamiento.10 En las más famosas páginas de La voluntad de saber, Foucault distinguió el poder que se desarrolló a partir del siglo XVIII del concepto tradicional de soberanía, llamándolo poder sobre la vida o biopoder (biopouvoir*). Se trata, como es sabido, de la cesura que se habría producido cuando dejó de ejercerse esa pura relación de sometimien­ to que permitía al soberano sustraer bienes, apropiarse de riquezas, apoderarse del cuerpo o de la vida del súbdito, y cuando, en cambio, el poder comenzó a actuar sobre los individuos como miembros de una especie biológica que es tomada en consideración en tanto se la quiere utilizar para producir riquezas, bienes o incluso otros individuos; es decir, cuando sale a la luz la noción de población como principio económico-político fundamental, o máquina regulable a través de las tasas de estadísticas, observable en las tablas demográficas, gobernable a través de la gestión de las con­ diciones de vida (hábitat, ciudad, higiene, seguridad en el sentido más amplio del término), de sus flujos, el control de los nacimientos y las migraciones. Si esta población ya no es la multitud de súbditos simplemente desplazada o contenida dentro de límites preestablecidos, si esta deviene ahora la principal función de la economía de poder, enton­ ces también el territorio constituye ya una de sus variables. 10G. Deleuze, Pourparlers, Paris, Les Éditions de Minuit, 1990, p. 130; trad. it.: Pourparler 1972-1990, Macerata, Quodlibet, 2 00 0 ; trad. cast.: Conversa­ ciones 1972-1990, Valencia, Pre-textos, 1995, p. 155. 17

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Ahora se tratará de pensar el concepto biopolítico de población como un concepto espacial preciso, puesto que biopouvoir quizás en el fondo significa un poder coesencial al concepto espacial de población. Cualquier signo en el territorio, calle, canal o frontera deviene así, en todo caso, una marca impresa en el cuerpo de la población. Toda célula habitacional pertenece a este macroorganismo. De modo que una nueva metáfora biológica, médico-política, se im­ puso sobre aquella, de sello renacentista, del cuerpo y sus proporciones. O mejor aun, la razón de las proporciones ya no es la misma: hay algo a lo que el hombre-ciudad o el hombre-fortaleza de Francesco di Giorgio Martini no pertenecen más, y a lo cual el Modulor de Le Corbusier seguirá refiriéndose por siempre. Se trata de la proporción inmanente a la población misma, medida por los índices del confort y de la calidad de vida. Se trata de una espacialidad específica que actúa la integración del cuerpo en la especie mientras conecta oikos y polis, de un dispositivo más amplio, e implícito, de coimplicación del viviente en el espacio; dispositivo que opera a través de una serie de re­ ferencias internas, desde la escala más amplia hasta la de los cuerpos, desde el nivel estadístico o -dicho con el término de Georges Canguilhem y luego de Foucault—“regulativo” hasta el “disciplinario”, y de este al otro, desde el gran mecanismo o cuerpo social hasta el “hombre-máquina” de Julien Offroy de La Mettrie, pasando a través de la habita­ ción que no sirve al hombre “sólo como refugio, sino que es por así decirlo una máquina que se pliega a sus necesi­ dades y en lo posible secunda su actividad multiplicando

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los productos de su trabajo”, según las palabras no ya de Le Corbusier sino, antes incluso, de Adolphe Lance.11 Ahora bien, esta serie de lugares comunes foucaultianos no debe indicar un mecanismo ineludible, y así ponerlo en movimiento. Por el contrario, y una vez más: todo concepto espacial actuará como concepto político si ambos se mantienen separados; cuando su coimplicación per­ manezca desconocida, entrará en función un presupuesto precisamente biopolítico. Si junto al nombre de Schmitt, el de Foucault reapare­ cerá de continuo en estas páginas, ello por un lado corres­ ponde al intento de aferrar desde un punto de vista más próximo al suyo la propia coimplicación político-espacial, es decir, de llevar a cabo entre líneas una lectura foucaultiana de Schmitt. Con esto no se pretende ciertamente que de nuestro planteamiento derive por arte de magia una le­ gitimidad, como emanada del nombre del gran estudioso, o que una nueva operación deba llegar adonde mismo llegó ya Foucault. Es obvio que la autoridad del texto no exime al comentario de incurrir en los riesgos que le son propios, que toda investigación no sólo se mueve en los márgenes de su propio fracaso, sino que se define sólo a partir de la peculiar modalidad en la que este puede introducirse. El nuestro será, si bien dentro de sus pretensiones limitadas,

11 “En 1853 -escribió Fran sanidad\ etc. Pero cada árbol de cada derivación genealógica, explica 289 M . Foucault, LArchéologie du savoir, París, G allim ard, 1969, p. 188; trad. it.: Larcheologia delsapere, M ilan o, Rizzoli, 1971; trad. cast.: L a arqueología d el saber, M éxico, Siglo X X I, 2 0 0 6 , pp. 2 4 1 -2 4 2 .

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Foucault, también permite identificar entre todos los otros, algunos “enunciados rectores” (énoncés recteurs): seguir las raíces de una planta que se desarrolla hasta las hojas de los “descubrimientos” específicos.

Ahora bien, entre regularidad y enunciados rectores subsiste un vínculo preciso, ya que la propia condición de posibilidad de los enunciados exige una manifestación enunciativa específica. El problema de los orígenes biopolíticos del urbanismo, que de otro modo parecería resolver­ se en la tonalidad ya urbanística de la ciencia de policía -y así dar lugar a una serie de referencias y de anacronismos inversos—, ahora puede plantearse en estos términos: el urbanismo no es antes que todo una disciplina autónoma ni una disciplina nacida mal, en crisis perenne; este par­ ticipa de una familia de enunciados que se refieren bajo todos los aspectos al gobierno de los vivientes, una familia ciertamente ilimitada, en tanto indefinible, y es mítico el centro en torno al cual esta se reúne, la vida reducida a entidad biológica. Sin embargo, la urbanización tampoco puede dispersarse, reducirse a microsaber especializado, desaparecer entre ramificaciones demasiado numerosas o intrincadas: es un enunciado rector que comparte la regularidad enunciativa de la civilización y de la seguridad. Las páginas de Cerdá tienen para no^o- cs un valor especial en tanto exponen, a un nivel particular, no im­ porta —diría Foucault—si por primera vez o con un gesto demasiado repetido, la relación biopolítica fundamental como tal: la implicación entre vida y espacio. Es esta la especificidad propiamente urbanística que, ahora queda 272

D efección absoluta

claro, no puede tener a su vez una razón disciplinaria. Pero si el círculo vicioso puede evitarse, y si de veras podemos alejarnos de la que Tafuri llamaba “praxis tradicional”; si podemos eludir la circularidad “en la cual todas las etapas y todos los resultados resulten descontados”, esto podrá ocurrir sólo si también somos capaces de entender la urba­ nización, no como un modelo biopolítico ineludible, pero sí como el enunciado rector donde se manifiesta la propia condición de posibilidad de este dispositivo. En la rela­ ción entre continente y contenido se expone la relación precedente, que vuelve tal un contenido y hace legible una tabla estadística; pero también la relación sucesiva, que tiene que ver con un nivel “concreto”, continúa en sus articulaciones y se disimula sacando a la luz la ciudad en una particular teoría de detalles y vocablos técnicos. Aquí la puesta en juego es de veras muy alta, en tanto es precisamente a nivel de la racionalidad urbanística que la máquina, más que entrar en simple funcionamiento, se muestra en funcionamiento. Es en este mostrarse -verdadera y única razón del ejer­ cicio ensayístico—que las condiciones de posibilidad cam­ bian radicalmente de signo. Fue un atento lector de Lewis Mumford quien afirmó que “la mayor idea revolucionaria acerca del urbanismo no es en sí misma urbanística [laplus grande idée révolutionnaire a propos de iurbanisme nestpas elie-meme urbanistique] ”.290

2‘MG. Debord, La Sociétiduspectacle, París, Édicíons Champ Libre, 1967, p. 145; trad. cast.: La sociedad del espectáculo, Buenos Aires, La Marca, 1995, p. 143. 273

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Mostrar la máquina en funcionamiento significa em­ prender una crítica de las modalidades en las que esta cons­ truye su propia tradición. Dichas modalidades son aveces más elementales de lo que puede pensarse, pero no por ello menos eficaces. Por ejemplo, considérese la singular cate­ goría depréurbanisme a la cual recurre Fran Edwin Curley (intr. y ed.), Indianapolis-Cambridge, Hackett, 1994; trad. cast.: Leviatán, México, FCE, 1984. Horvath, Robert, “LOrdre divin de Süssmilch. Bicentenaire du premier traité spécifique de démographie (17411761)”, en Population, XVII, n° 2, 1962, pp. 267-288. Ingrassia, Giovanni Filippo, Informatione del pestífero et contagioso morbo: il quale affligge et have ajflitto questa cittá di Palermo e di molte altre terre di questo Regno di Sicilia nelVanno 1575 et 1576, Palermo, Mayda, 1576. Jesi, Furio, Rousseau, Roma, Astrolabio-Ubaldini, 1972. — , Esoterismo e linguaggio mitologico. Studi su Rainer M aria Rilke, Firenze, D ’Anna, 1976. Justi, Johann Heinrich Gottlob von, Grundsatz¿ der Policey-Wissenschaft, Góttingen, 1756; trad. fr.: Élémensgénéraux de pólice, démontrés par des raisonnementsfondés sur Pobjet dr la fin qu elle sepropose, Paris, 1768; trad. cast.: Elementos generales de policía, Barcelona, Eulalia Piferrer, 1784. — , Die Grundfeste zu der Macht und Glückseligkeit der Staaten oder ausfuhrliche Vorstellung dergesamten Polizeiwissenschaft, 2 vol., Kónigsberg, 1760-1761; reimpresión anastática Aalen, Scientia Verlag, 1965. Karsenti, Bruno, “Le criminel, le patrióte, le citoyen. Une 305

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Ín d ic e

N o t a ............................................................................................ 5 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

Espacio y p o d e r .................................................................. 7 Urbanización .....................................................................29 Principio de población ...................................................45 Seis m illones de habitantes ...........................................67 Ciencia ig n o m in io sa .................................................. 117 “ Expel that P a iri'......................................................... 173 “ Une nuit de Paris remplacera cela” ........................ 215 Frontera .........................................................................239 Defección absoluta .....................................................261

B ib lio g rafía........................................................................ 293