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Spanish Pages [61] Year 2013
MISTERIO enNavidad José Luis Navajo
"Esta aventura está dedicada a cada niño que sonríe, y de manera esp ecial a quienes les resulta difícil hacerlo.".
M isterio en N a v id ad © 2 0 1 1 Jo s é Lu is N avajo 1§ Edición 2007 2- Edición 2010 3§ Edición 2011 P u b lica d o en N a sh v ille , T e n n e s s e e , E s ta d o s U n id o s de A m é rica . Grupo Nelson, Inc. es una subsidiaria que pertenece com pletam ente a Thom as Nelson, Inc. Grupo Nelson es una marca registrada de Thom as Nelson, Inc. www.gruoonelson.com
índice 01 La tortura de los exám enes 02 Profes desesperados 0 3 iSe acabaron las clases! 04 Una so rpresa genial 05 Un lugar ideal oara navidad 06 La casa de enfrente 07 Unos extraños vecinos
E d ic io n e s N o u fro n t Ctra. del Pía de Sta. María, 285 nave 9 (polígono industrial de Valls) 43800 VALLS - Tarragona (España) Tel. 977 606 584 info@ edicionesnoufront.com / www.edicionesnoufront.com
0 8 Solos en casa 0 9 Una visita en la noche 10 ¡Atrapado! 11 Noche de miedo
Diseño de cubierta e interior; Droduccioneditorial.com Ilustración de cubierta e interior; Pedro Gómez
12 losué ha desaparecido
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1 4 i ¡Aparece!!
Depósito Legal; ISBN; 978-84-92726-80-6 Im preso en Estados Unidos de Am érica
13 La habitación oculta
15 Alfredo 16 Una Nochebuena muy especial 17 Navidad
MISTERIO enNavidad
01 LA T O R T U R A DE LOS EXÁMENES ¡¡Estoy hasta la coronilla de tanto estudiar!! ¡¡Los exám enes tenían que estar prohibidos porque pueden traum atizar a los niños!! Vaya, ¡menuda frasecita me ha salido! Pero es la pura verdad. Con tanto libro y tanto estudio seguro que pillo uno de esos cookies que te dejan tocada para toda la vida. ¡Ah, hola! Perdóname, estoy tan estresada que hasta se me olvidaba presentarme. Soy Miriam y tengo doce años. A lo mejor ya me conoces de aquella aventura tan flipante que viví en el Cam pam ento Misterioso. Desde entonces he crecido un poquito; aunque sería más correcto decir que soy un poco m ás mayor, porque lo que se dice creceeer... sigo siendo la m ás bajita de mi clase, que es 69 B. Antes estaba deseando ser mayor, pero ahora me doy cuenta de que es un verdadero rollo, solo se tienen responsabilidades y quebraderos de cabeza. Por ejemplo, este año me está tocando estudiar mucho m ás que el pasado. Pero lo de estos últim os días es dem asiado. Im agínate, me levanto a repasar cuando todos están durmiendo y por la noche, cuando ya no queda despierto ni el gato, yo todavía sigo estudiando. ¡Así durante toda una semana! Algunas ve ce s mi madre se com padece de mí, y antes de acostarse viene con un vaso de Nesquik. La otra noche, al traérm elo, pasó su mano por mi cabeza con mucho cariño, m ientras me decía; - Pobre hija mía... ¡cuánto tiene que estudiar! Yo la miré y puse el gesto de Bambi ultratriste.
- Estoy molida -dije con mi carita de dar pena-. Tengo un sueñooo... Pero de repente ella cam bió. Fue alucinante; algo a sí como el doctor Jeckill and Mister Hyde. Sacó otra personalidad y em pezó a decirme; - Mira guapa, si tienes que pegarte este atracón de libros es porque quieres. Porque si estudiases un poquito cada día, no sería necesario que ahora vivie ras de noche, como los vam piros. Me ralló cantidad, a sí que me bebí el Nesquik de un trago y volví a hincar m is codos para ver si se daba cuenta de que estaba muy ocupada y no era momento de soltar serm ones; pero ella seguía: - Adem ás, que sepas que por tu culpa tampoco podemos descansar los dem ás... porque, dime, ¿crees que yo me puedo dormir tranquila, sabiendo que tú estás aquí estudiando? ¿Tanto trabajo te cuesta dedicar todos los días un rato a estudiar para no tener que pegarte ahora este atracón? - Mira, m am á -le contesté para poner fin al sermón-, no puedo estudiar todos los días, porque estudiar es una tortura, y yo prefiero pasarla ahora, toda de una vez, antes que ser torturada todos los días del curso. Pero mi madre no lo entiende. Adem ás yo creo que mi respuesta le picó la moral, porque enseguida me contestó; - Bueno hija, pues que te aproveche el atracón de libros. Sarna con gusto no pica. Y se fue a la cam a sin una pizquita de remordimiento. No tengo ni idea de que significa eso de la sarna y el picor, pero tampoco se lo pregunté porque se habría vuelto a enrollar. Este sábado, por la tarde, estuve un rato con Noa, Dani y Josué, pero volví muy pronto a casa porque el lunes tengo dos exám enes. Im agínate como me sentí al ve r que ellos se quedaban en el parque, con una bolsa de chuches de ocho euros, y yo tenía que irme a estudiar. El que más lo sintió fue Randy, el perrito de Dani. Echó a correr detrás de mí, porque el pobrecito pensaba que estaba jugando, pero viendo que me m archaba y no era un
juego, se sentó en el suelo y se quedó mirándome con la cabeza ladeada y ojitos de pena. - Lo siento mucho, Randy -le dije, acercándom e y acariciándole la cabecita-, tengo que irme a estudiar, pero te prometo que la sem ana que viene jugarem os un montón. Después de una hora pegándole a las m ates, me notaba mazo de agobiada, a sí que cerré el libro de golpe y sa lí a la terraza. El frío casi me cortó la respiración. Me apreté muy fuerte bajo mi bata rosa y de mi boca com enzaron a salir nubecitas de vaho, y es que llevam os un invierno con un frío que pela, en el colegio no nos quitamos el abrigo en todo el día. Para que te hagas una idea, el otro día Nacho intentó escribir con los guantes puestos, y le salieron unas letras m ás grandes que cam iones. Hablando de Nacho, ¿te acuerdas de él y de sus preguntas? Pues sigue siendo el mismo. El pobre no tiene remedio. Este curso es delegado de clase, pero lo pasa fatal cada vez que tiene que hablar con los profes o con los padres. Hace poco, al m irarle, noté que me guiñaba el ojo. Le di un codazo a Irene y le dije: - Mira, Nacho está intentando ligar conmigo. - Miriam -me dijo riéndose-, no es que Nacho esté por ti. Lo del ojo le pasa siempre que se pone nervioso. Dentro de una hora tiene una reunión con el AMPA1 para organizar la excursión a la granja escuela, y el pobre ya está nervioso. Entonces observé que guiñaba el ojo a todas las chicas, y cuando vi que tam bién se lo guiñaba a los chicos, com prendí que Irene tenía razón; Nacho no estaba por mí, lo que estaba era atacado de los nervios. Volviendo a lo del frío, cuando peor lo llevo es por las m añanas, al ir al colé. ¿Sabes lo que me pasó un día? Pisé un charco congelado, resbalé y me di un porrazo alucinante. Lo que m ás dolió no fue el trasero, sino que me viera Ramón, el que me da un poco de su Phoskitos en el recreo. - ¿Qué pasa Miriam? -me dijo riéndose- ¿Ahora te ha dado por el baile?
Durante todo el día no paró de m eterse conmigo. - Chicos -le s dijo a los dem ás-, ¿sabéis que Miriam está ensayando para ir al «Mira quien baila»? Me enfadé mucho, porque si yo quisiera reírme de él, no pararía en todo el día. Por ejemplo, ¿tú crees que puede haber otro caso perdido como Ramón? El otro día le preguntó el Chumi -para los que no lo sepan, el Chumi es el profe de Natu- que cuáles son las estaciones m eteorológicas y ¿sabes lo que contestó? - Hombre profe, las estaciones «m etrológicas» son m uchísim as, porque el metro tiene m azo de estaciones. Pero yo sólo conozco tres; La de Portazgo, porque es donde vivo, la de Sol, porque en Navidad voy a ve r el Cortylandia y la de Carabanchel, donde vive mi tía Petra y mi am igo «el boñiga». Y luego va y se ríe de mí porque me resbalo en el hielo. Pero bueno, ya me estoy enrollando otra vez. Lo que yo quería contarte es que esto de los exám enes me trae por la calle de la am argura. Vaya, ¿de qué me suena esa frase? ¡Ah, ya! Me la dijo mi madre el otro día, cuando me dejé otra vez la cama sin hacer y los calcetines colgados de la lám para. «Miriam, me traes por la calle de la am argura». No entiende que de lo cansada que me acuesto sólo me quedan ganas de tirar los calcetines al aire y echarm e a dormir, y cuando me levanto no tengo fuerzas para estirar las sábanas, ni para ponerme a buscar calcetines. Menos mal que en medio de la tortura, en el colé a veces nos reím os un poco, porque hay cada episodio que es para partirse de la risa. 1. Asociación de Madres y Padres de Alumnos
- Pues m añana m ism o lo preguntas.
02
En cuanto llegué al colegio le pregunté a mi am iga Delia. - ¿Cómo se llama la Sargento York?
PROFES DESESPERADOS Por ejemplo, lo de Sergio fue flipante de verdad. El pobre es m ás inocente que un pitufo. Como pasa mucho de estudiar, le están cateando en todas, a sí que el Chumi le dio una nota, diciéndole; - Quiero que se la des a tus padres, para que sepan cómo te com portas en el colegio. Mañana me la devuelves firm ada por ellos.
Me miró con cara de sorpresa, se encogió de hombros y preguntó a Irene; - ¿Cómo se llama la Sargento York? Irene se rascó la cabeza, estuvo un rato pensando y miró a Alicia. - ¿Cómo se llama la Sargento York? Alicia nos miró con cara de alucinada y nos dijo; - ¿De qué vais?, ¿estáis flipadas o qué?, pues, Sargento York. ¿Cómo queréis que se llame?
Pero en vez de dársela a sus padres, imitó la firma y devolvió la nota al profe.
Desde entonces, cuando hablo de ella en casa, sólo digo;
Al ratito el Chumi le llamó;
«la profe de m úsica».
- Sergio -le dijo-, está muy mal que falsifiques la firma de tus padres; pero ya que lo haces, por lo m enos podías firm ar con el nombre de ellos, y no con el tuyo.
Pero volvam os al exam en. Ese día estuvim os sem brados. No sé que nos pasó a todos, pero dimos la nota y nunca mejor dicho.
¿Verdad que este chico no tiene remedio?
Mientras lo corregía, la profe no paraba de lanzar exclam aciones;
La pobre Delia sí que metió la pata en el exam en de m úsica. ¿Sabes qué le pasó?
- ¡ i Dios mío, qué disparate!! ¡¡Válgam e el Señor, lo que ha contestado éste...!!
La pregunta era; Enumera algu n as bandas de m úsica populares. Y ella contestó; Los Ñetas y los Latin King.
Casi acabó llorando, no sé si de pena o de la risa. De repente se puso en pie y dijo;
Luego quería justificarse delante de nosotros diciendo;
- Esto ya es el colmo, tiene que verlo Don Desiderio.
- Es que la Sargento York se ha pasado. Me ha preguntado lo m ás difícil.
Se fue en busca del director y le trajo a clase.
¿Qué quien es la Sargento York? Es la profe de m úsica. Mi madre me echó una buena bronca por llam arla así; - Me parece una falta de respeto muy grande -m e dijo muy enfadada-. Cada persona tiene un nombre y no está bien ir por la vida poniendo motes a los dem ás. Que sea la última vez. - Pero m am á, es que todos la llaman así. Te prometo que no sé su nombre.
- Lo siento chicos, pero este exam en es tan desastroso que no puedo llevarlo yo sola. Fíjese usted, Don Desiderio, lo que han contestado estos m uchachos. ¡Qué respuestas, Dios mío! La primera pregunta era; Define lo que es una orquesta, e indica el esquema de distribución de los instrumentos y criterio de colocación de los m ism os. Pues bien, va uno de estos pequeños delincuentes y responde; «La orquesta es cuando se guntan - así, como se lo leo, con "g"- mucha gente que toca, y toca la m úsica. Los instrum entos se colocan, pues depende, unos en el hombro, otros en la boca y otros en
las rodillas, esto último sobre todo cuando se ha acabado de tocar. Cuando se guntan para tocar, los m ás pequeños se colocan delante, por ejem plo el pito». Don Desiderio tenía unas ganas enorm es de reírse, pero por respeto a la «seño» no lo hizo. Anim ada por el silencio del director, continuó; - Escuche ahora, señor director, les he pedido que me expliquen características generales de la m úsica del renacim iento. Sencillo ¿verdad? Pues atento a la respuesta que ha dado un individuo; «Creo que hay un despiste en la pregunta, me parece que es la m úsica del regimiento. Voy a contestar a esto. La m úsica del regim iento es la que tocan los soldados cuando van a la guerra de conquista. Es muy importante y la tocan con cornetas y tam bores». Aquí Don Desiderio ya no pudo resistir los deseos de reírse, y comenzó a hacerlo, pero ante la mirada enfurecida de la profe, lo disim uló con un ataque de tos. - Sólo le m encionaré una pregunta m ás; aunque, desde luego, ninguna parte del exam en tiene desperdicio. Les pedí una serie de definiciones y fíjese usted lo que ha respondido un pequeño energúm eno de estos: Barítono; el que lleva la barita para dirigir a los otros. Tenor; es un cantante como Plácido Domingo. Soprano; ese no lo sé. Sinfonía: lo que tocan las orquestas. Movimiento adagio; eso no lo trae mi libro. Movimiento allegro; lo cantan los m úsicos cuando están contentos. El director estaba congestionado de aguantarse la risa. Se marchó m oviendo la cabeza, como intentando aparentar que estaba indignado, pero antes de salir nos guiñó el ojo. Yo creo que en el fondo le habíam os alegrado el día. En fin, lo cierto es que ahora me veo hincando codos de lo lindo. Yo te recom iendo que estudies todos los días un poco, a sí evitarás unem pacho de libros como el que yo tengo ahora mismo... pero claro, eso no voy a decírselo a mi madre.
De momento parece que mi esfuerzo va dando fruto. El otro día me pusieron un seis en m ates, y eso me ilusionó un montón. En el recreo empecé a contárselo a todos y cuando me escuchó María, sacó de su libro de m ates una hoja de cuadros diciendo: - Mira, Miriam, ¡que casualidad! Yo tengo aquí mi exam en de m ates. ¡Anda, si me pusieron un nueve! Me dio una rabia... Seguram ente te habrás preguntado, «¿y que hacía María con su libro de m ates en el recreo?». Pues te voy a responder a esa pregunta, «estudiar». Sí, a sí como lo oyes; María se baja el libro de m ates al recreo para estudiar. Mientras los dem ás jugam os al escondite o al pilla-pilla, ella está en un rincón, resolviendo ecuaciones y practicando con los números quebrados. Si la hicieran un reconocim iento médico seguro que le sacaban que no es de este planeta. No pude evitarlo, cuando María em pezó a hacerse la chulita con su nueve en m ates, abrí mi m onedero, saqué una foto dedicada por David Bisbal y se la enseñé. - ¡Anda!, mira María -le dije con mi sonrisa más inocente-, que casualidad, esta foto dice: «Para Miriam con un beso muy fuerte». Ella está coladita por Bisbal, así que lo hice para que también tuviera un poco de envidia cochina. La verdad es que esa foto me la regaló un primo mío que estuvo en un concierto, y lo de la dedicatoria seguro que la escribió mi primo, pero eso no se lo voy a decir a María. Bueno, volvam os a los exám enes. Mi madre me dijo que si aprobaba todas, me daría una sorpresa en estas vacaciones de Navidad, así que me estoy esforzando al máximo. Todo sea por la sorpresa. Ella me diría; - Miriam, no debes esforzarte en estudiar sólo por conseguir un premio sino porque tú vas a ser la más beneficiada el día de m añana. ¿O es que cuando seas m ayor quieres
trabajar mucho y ganar muy poco y que todos vivan mejor que tú? Así te lo suelta, todo seguido. Sin puntos ni com as. No sé como es capaz de hablar tan deprisa sin pararse a respirar. Bueno, pues este sábado, agobiada de estudiar, estaba apoyada en la barandilla de la terraza. El invierno era un fastidio... muchísimo frío, m uchísim os exám enes... pero al girarm e vi el árbol de Navidad que ya hem os colocado en el salón de casa. Las luces se encendían y apagaban. A su lado está el Belén con todas las figuritas. Lo pasam os guay adornando el árbol y montando el Belén. Mi padre es el que m ás disfruta. Siem pre le gusta m eter sus muñequitos. Un año colocó diez cliks de Playm obil, bomberos, pero cuando mi madre lo vio los quitó rápidam ente. - Desde luego, José, eres increíble -le regañó-, ¿cómo se te ocurre meter a todo el cuerpo de bomberos delante del cam ello de Baltasar? - Pero, cariño -in sistía mi padre-, déjam e ponerlos, no m olestan a nadie y yo disfruto. No consiguió meter a los bom beros en el Belén, pero cada año, cuando no le vem os, coloca allí las figuritas que nos salen en el roscón de reyes, a sí que no te extrañe ver a Bugs Bunny entre la muía y el buey, o a un pingüino en la puerta de la posada. ¿Qué le vam os a hacer? El hombre disfruta de esa m anera. A sí que esta tarde de sábado aunque estaba agobiadita, al pararme frente al Belén y m irar las luces del árbol de Navidad, me di cuenta de que estábam os en mitad de diciem bre, el m es m ás bonito del año. Me entró una ilusión tremenda y me acordé de que ¡¡¡las vacaciones de Navidad se acercaban!!! ¡¡¡Qué guay!!!
03 ¡SE ACABARON LAS CLASES! Entre exám enes y adornos navideños, fueron pasando los días y cuando me quise dar cuenta era 21 de diciembre. Era el último día de colé, a sí que me levanté muy ilusionada. La noche anterior, al preparar la m ochila, me aseguré de que no se me olvidara el spray de nieve. Es curioso, pero ese día, que era cuando m ás cansada debía estar después de todos los exám enes, me desperté antes que nunca, y sin gotita de sueño. Mi madre alucinó cuando pasó a despertarm e y vio la habitación vacía y la cam a hecha. Me encontró en la cocina, tomando mi tazón de leche con Krispis. - Hija mía, a sí da gusto. Ojalá te levantaras todos los días con e sas ganas... ¿qué mosca te ha picado? - No me ha picado ninguna m osca, mamá -resp on d í con mucha seriedad-. Lo ocurre es que soy una niña muy responsable.
que
- Ya, ya, muy responsable, sobre todo cuando se trata de hacer guerras de spray de nieve en la puerta del colegio, ¿verdad? ¿Cómo harán las m adres para enterarse siem pre de todo? Llegué al colé cuando todavía no habían abierto. Pero no sólo yo, sino que la mayoría ya estaban allí. ¡Hay que ve r lo que hace el saber que em piezan las vacaciones! Como estábam os casi todos, em pezam os la guerra spray antes de entrar, y cuando abrieron las puertas parecíam os m uñecos de nieve. Luego continuam os en clase, hasta que se abrió la puerta y entró la Sargento York, que adem ás de profe de m úsica es la tutora de nuestro curso; entonces nos param os en seco. Lo curioso es que no nos regañó. Es increíble lo que logra la Navidad. Se puso delante de todos y dijo; - Chicos, tengo dos noticias, una buena y una m ala. ¿Por cuál queréis que empiece?
- ¡¡Por la mala!! -gritam os pensando que siem pre es mejor dejar lo bueno para el final, por eso de quedarte con buen sabor de boca. - Pues em pezaré por la buena -ahora ya conoces otra característica de mi profe: le encanta llevar la contraria-. Aquí va: hoy os dam os las vacaciones. A pesar de que eso ni era noticia, ni era nada, pues lo sabíam os de sobra, todos em pezam os a gritar; el caso era arm ar bulla. Así som os en mi clase; si estam os contentos, lo expresam os con gritos, y si estam os enfadados gritam os también. - Bueno -dijo la profe intentando calm arnos-, ahora toca la m ala; os voy a entregar el boletín de notas. Y sin darnos tiempo a reaccionar se puso a leer nombres. Se hizo un silencio sepulcral, como si estuvieran leyendo la lista de los que iban a ser ejecutados. Lo único que se escuchaba era la voz chillona de la profe nombrando a los condenados. Cuando oí mi nombre, me puse en pie y caminé con pasos muy cortitos hasta la mesa de la profe. Ella estaba sentada, con la cabeza agachada, mirando la lista y con las gafas en la punta de su nariz. Ni siquiera me miró, sólo extendió su mano con la hoja maldita. Yo seguía observándola, paralizada por la impresión. La profe, extrañada de que no cogiera el boletín, levantó su cabeza y me preguntó; - ¿Te pasa algo, Miriam? Su voz me sacó del shock. Agarré el papel de la muerte, sin atreverm e a mirarlo y volví a mi sitio. Mientras regresaba podía escuchar algunos sollozos fruto de los cates justicieros. Como sé que estás deseando saber si me quedó alguna, iré al grano; bajé m is ojos y empecé a recorrer los renglones: m ates, soci, natu... Llegué a la última nota... y entonces grité con todas m is fuerzas; - ¡¡Ni una!! ¡¡A Super Miriam no le ha quedado ninguna!! ¡¡Las he sacado todas!! El susto que les di a todos fue alucinante, pero lo peor fue lo de la profe. Debido al
sobresalto, su silla se fue hacia atrás y ella cayó al suelo con las piernas para arriba. Nos quedam os helados, pero enseguida toda la clase empezó a reír; bueno, toda la clase menos ella. Se agarró a la m esa para poder levantarse, y me miró muy fijamente. Al ver su cara quedé paralizada. Tenía las gafas torcidas, el pelo totalmente alborotado y los ojos m uy chiquititos a causa de la furia. - ¡Miriam! -gritó con un tono estridente-. ¡Ven aquí ahora mismo! La obedecí, pero m is pasos eran aún m ás cortos que cuando me acercaba a por las notas, la profe me esperaba, muy impaciente, tam borileando con sus dedos sobre la m esa. - Miriam, cariño -lo dijo muy despacio, recalcando cada sílaba-. ¿Podrías venir un poco m ás deprisa? Estam os a veintiuno de diciem bre ¿Pretendes que nos tomemos aquí las uvas de Nochevieja? Ahora me acerqué corriendo. - Así que has aprobado todas, ¿verdad? - Sí, Sargent... estooo... profe -dije, temblando un poquito ninguna.
No me ha quedado
- ¿No has tenido ningún cero? -m e preguntó, con una sonrisa más falsa que un euro de chocolate. - No, seño. - Te equivocas -se levantó, se apoyó con una mano en la m esa, y me apuntó con un dedo delgadito y muy largo-. Acabas de llevarte un cero en conducta. Volvió a sentarse, agachó la cabeza y siguió leyendo nombres. Fue un pequeño palo, pero no me importó dem asiado. Casi me dieron ganas de volver a gritar de la alegría. ¡Había aprobado todas! ¿Verdad que tú te alegras?
Pues fíjate, hubo alguno que no se alegró ni una pizquita. Se m osquearon porque yo había aprobado todas y ellos no, a sí que les dije; - Oye majo, llevo una sem ana estudiando y sin dormir. Si querías aprobar, haberte dado un atracón a estudiar, como hice yo. Sarna con gusto no pica. Lo de la sarna, seguía sin tener ni idea de lo que significaba, pero lo solté para im presionar. Luego vino la reacción de mi madre. Entré a casa toda emocionada y casi salté a sus brazos m ientras le decía; - ¡Alucina mamá, he aprobado todas, no me ha quedado ninguna! Me miró con cara de incredulidad, antes de agarrar la hoja y leerla de arriba abajo, luego de abajo arriba y por último otra vez de arriba abajo. Estaba buscando los cates. Cuando quedó convencida de que no estaba leyendo mal, levantó sus dos m anos y gritó: - ¡Aleluya!, has aprobado todas, ¡Dios hace m ilagros! Dime si eso no es para rayarse un montón. Vale que Dios haga m ilagros, pero de eso a que sea un m ilagro que yo apruebe, hay una gran diferencia. Le quité el boletín con bastante mal humor y dije; - Ya veo la confianza que tienes en mí. Yo flipo. Y me fui a mi habitación un poquito enfadada. Pero enseguida se me pasó porque ¡habían com enzado las vacaciones de Navidad!
04 UNA SORPRESA GENIAL Era 22 de diciem bre, primer día de vacaciones, y yo estaba tan cansada, que me dieron las doce en la cam a.
Eso sí que me moló. Me entró una emoción tan alucinante que em pecé a notar un hormigueo en el estóm ago. Pero he aprendido que, cuando una cosa te ilusiona mucho no conviene aparentarlo, porque si m is padres notan que algo me mola de verdad, ya saben por donde pillarm e -com o habrás comprobado estoy entrando de lleno en la asquerosa adolescencia-. A sí que sólo mostré mi ilusión un poquito. - Ah, vale -dije-. Mola.
Me desperté a las once y media, pero al saca r la nariz de debajo de las m antas noté que hacía mucho frío, así que volví a taparm e, me hice un ovillo y aguanté otra media hora.
- ¿Mola? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? -m i padre se quedó hecho polvo-. ¿Llevam os dos m eses preparando esta sorpresa y todo lo que dices es «mola»?
¡Qué bien se está en la cama el primer día de vacaciones! Ni exám enes, ni libros, ni mochila, ni nada. Sólo descansar, ju gar y com er turrón.
- Que me ilusiona mucho, de verdad -tenía que arreglarlo. Me acerqué a ellos y les di un beso con resonancia y un abrazo-. Muchas gracias por la sorpresa. Van a ser unas navidades flipantes.
Las vacacion es son uno de los m ejores inventos que existen. Lo que me extrañó fue escuchar a m is padres yendo y viniendo por el pasillo. Había mucho jaleo, a sí que me levanté. - ¡Hombre, se despertó la bella durmiente! -era mi m am á que me recibía con una sonrisa. - Bienvenida al mundo de los vivos -saludó mi papá. - ¿Qué hacéis? -d ije señalando a las m aletas que había en la puerta de casa-. ¿A dónde os vais? - ¿Como que a dónde os vais? -rió mi m adre-. Será ¿a dónde nos vam os? - Bueno, pues ¿a dónde nos vam os? - ¡A la sierra! ¡a pasar las navidades entre nieve! - Pero ¿estáis locos? -le s dije-. ¿Las navidades entre nieve? Hace mucho frío. - Hija mía -dijo mi padre sacudiendo la cabeza-. Es que hay que explicártelo todo. No vam os a pasar las navidades enterrados en la nieve, sino en una casa que hay en la sierra. - En la casa de tu am iga -aclaró mi madre-. Vam os a pasar las vacaciones con Noa y sus padres.
Entonces com prendí que me había pasado.
- Tu am igo Josué tam bién estará -com entó mi padre. - ¡Mola! Pues entonces seguro que también irá Dani y se llevará a su Randy -d ije muy ilusionada. - Me temo que no -dijo mi m adre-. Al parecer Dani ha suspendido unas cuantas y por eso no le dejarán ir. Y tanto que ha suspendido unas cuantas. Pensé. Como que sólo ha aprobado plástica. En todas las dem ás le han cateado. Una vez, la profe de m úsica le tuvo que decir; hijo mío, me temo que no hay nada que hacer. Tien e s la cabeza tan llena de fantasías, que no te cabe ni una corchea. Es que ese chico siempre está en la inopia. La m ayor parte del tiempo no atiende, porque se despista con el vuelo de una mosca y cuando atiende no pilla ni la mitad. Me dio m uchísim a pena. Hubiera sigo guay poder pasar todos juntos las navidades, seguro que hasta nos encontrábam os con algún m isterio que resolver. - Los padres de Josué tampoco podrán estar -com entó mi padre-. La abuela de Josué está muy malita y cuando supieron que pasaríam os estas fiestas con Noa y sus padres, nos preguntaron si podíam os llevarle con nosotros, ya que ellos se pasan el día
en el hospital. Lo sen tí mucho por la abuelita de Josué, pero no podía evitar notar cosquillas en el estóm ago ante la idea de pasar unas navidades en una casa en la sierra, con mis am igos. ¡Iba a ser em ocionante! - Bueno, Miriam -m e dijo m am á-, ponte a preparar tu m aleta, querem os salir nada m ás comer. Acababa de decirm e eso cuando sonó el teléfono. Mi padre lo atendió y le escuché que decía.
Después de la comida llegó Dani. Sus padres le trajeron y se enrollaron a hablar con los míos de esas historias de las que hablan los m ayores; el trabajo, el precio de las hipotecas, lo caros que se han puesto los turrones este año y co sas así. - Pasad y os sentáis un rato -le s dijo mi madre. - No, que ya nos vam os, tenem os que hacer unas com pras de última hora. Pero de irse nada, allí seguían, de pie y habla que te habla. La madre de Dani es la mujer m ás grande que he visto en mi vida. Sin em bargo el padre es muy pequeñito.
- Pero Clotilde, mujer, déjale que venga. Seguro que ha aprendido la lección y se esforzará m ás a partir de ahora.
Hasta en los nom bres se nota la diferencia. Ella se llam a Clotilde, y a él, aunque su nombre es Florentino, todos le llaman Fio. Debe ser porque al verle tan chiquitín, piensan que es suficiente con un pedacito de nombre.
Cuando escuché que hablaba con la m am á de Dani me quedé a su lado intentando pillar de qué iba el tema. Mi padre es un negociante durísim o. Todo lo que quiere lo consigue, y cuando colgó el teléfono me miró con gesto Schw arzenegger y me dijo;
Una pierna de ella es m ás grande que él entero. A veces he pensado que debe tener un miedo horroroso por las noches, porque si m ientras duermen ella se da lavuelta y le aplasta, adiós Fio. A lo mejor veía venir el peligro y por eso se hizo médico.
- Objetivo alcanzado; tu am igo Dani también vendrá. He convencido a su madre. - ¡Bravo, papi! -le di un abrazo fuertísim o-. ¡Eres el mejor! - No tiene dem asiado mérito -reconoció mi padre-, porque Dani ya casi la tenía convencida. Dice Clotilde que no ha parado de llorar desde que le dijeron que no podría venir y por lo visto Randy tam bién está insoportable. - ¡¡Vamos a estar todos!! -grité. Luego recapacité, y pregunté un poco preocupada; - ¿Vendrán los padres de Dani? Mamá se rió. - ¿Por qué lo preguntas con miedo? -m e dijo-. ¿Por el tamaño de Clotilde? No te preocupes, la casa es grande. De todos modos ellos sólo irán a pasar el día de Navidad. Fio, el padre de Dani, tiene que trabajar la noche del veinticuatro. - Vaya -com entó papá-, es lo malo que tiene ser m édico, te pueden poner guardia cualquier día.
El caso es que iban a ir de com pras, pero al final se les hizo de noche y todavía seguían en mi casa. Pero a mí no me importó, porque Dani y yo nos lo pasam os muy bien jugando con Randy. Lo malo es que el perrito sigue con la dichosa costum bre de dejar su m arca por donde va, así que, en cuanto entró en mi habitación levantó la patita y se hizo pis sobre m is zapatos nuevos. - ¡Mis m anoletinas nuevas! ¡Randy, eres un cochino! -luego miré a Dani con ojos de furia-. Y tú, ya podías enseñarle m odales, mira como me ha dejado los zapatos. - ¿Qué quieres que haga? -se encogió de no hay forma de quitarle esa costumbre.
hombros-. Lo he intentado cien veces, pero
- i ¡Niños, venga, que nos vam os!! -m is padres entraron bastante nerviosos en la habitación-. ¡Qué tarde es!, vam os, ¿a qué esperáis? ¿Te das cuenta? Al final la culpa era nuestra. Estos adultos son trem endos. Se enrollan hablando de todo y luego nos culpan a nosotros por salir tarde.
¡Que paciencia hay que tener con ellos!
05 UN LUGAR IDEAL PARA NAVIDAD Poco después de salir de Madrid ya em pezam os a ver nieve, y m ientras subíam os la montaña de Entrepinos -el lugar donde tienen la casa los padres de Noa-, cada vez había más. - Esto se está poniendo feo -d e cía mi padre. - ¿Feo? Pero si está precioso -repliqué yo. - El paisaje es bonito -adm itió mi padre-, pero en cualquier momento el coche puede quedarse atascado en la nieve. Avanzábam os muy despacito, y después de mucho rato, por fin llegam os. En cuanto abrim os la puerta del coche, Randy saltó a la calle, pero al tocar la nieve lanzó un gemido y brincó a m is brazos. Cada vez estoy m ás convencida de que ese perrito no le tiene ningún cariño al agua. Al aproxim arnos a la casa de Noa nos quedam os asom brados. El jardín, que también estaba cubierto por la nieve, había sido decorado con un gigantesco trineo ilum inado, enganchado a cuatro renos también de luz. Al otro lado del enorme jardín había un muñeco de Papá Noel que debía m edir dos metros. Todo el perfil de la casa estaba bordeado por luces muy brillantes, lo m ism o que las ventanas. ¡Era precioso! Aquella casa iluminaba todo el entorno y alegraba m uchísim o. Randy, todavía en m is brazos, alzó un poco las orejas y miró con sorpresa todas aquellas luces. Noa y sus padres, que habían escuchado el motor del coche, salieron corriendo a recibirnos. - ¡Qué bien lo vam os a pasar! -gritó Noa dándome un abrazo fortísimo. - Pasad -dijeron Rocío y Carlos, los padres de Noa, señalando hacia la casa-. Aquí hace mucho frío.
Si el exterior era bonito, el interior de la casa no lo era m enos. Lo primero que llamó nuestra atención fue un gran abeto natural, colocado en un rincón del salón. - ¡Qué árbol m ás grande!
-com enté-. Casi llega al techo.
- S í -dijo Carlos-. Ya lo hem os usado otros años. Lo plantam os enesa m aceta, cuando termina la Navidad volvem os a replantarlo en el jardín.
y
Pero lo que más me gustó fue la chim enea. Era de piedra y con muchos calcetines navideños colgados a su alrededor. - ¡Qué bien se está aquí dentro! -dijo mi madre-. Qué calorcito m ás
agradable.
- Sí -afirm ó Rocío-. Esta chim enea da un calor fantástico. Venid, os voy a enseñar vuestras habitaciones, y a sí os podéis poner cómodos. Me encantó aquella casa. En la planta de arriba había tres dorm itorios y un baño, y en la de abajo, adem ás del salón y la cocina, había otras dos habitaciones y un baño más. Lo mejor es que a nosotros nos dejaron los dorm itorios de la planta baja. En uno dormirían Dani y Josué, y Noa y yo en el otro. Nuestros padres se acom odaron arriba. Me gustó mucho que nuestra habitación tuviera una ventana que daba al jardín. A través de ella podíam os ver el gran trineo y los renos, iluminando el suelo lleno de nieve. En el dormitorio había dos cam as bastante grandes y una m esita de noche separándolas. Me dejé caer sobre la mía y grité: - ¡Yuupiii! ¡Van a ser unas navidades geniales! Noa se puso de pie sobre su cam a y comenzó a saltar, m ientras también gritaba. - ¡Geniales de verdad! Adem ás, nos han dejado toda la planta de abajo. Si queremos hasta podem os sa lir a hacer excursiones nocturnas. - ¿Excursiones nocturnas? -me quedé mirándola, extrañada-. ¿Adonde vam os a hacer excursiones nocturnas? - Era broma, mujer -dijo riéndose-, aunque no te creas, pasear de noche por estos cam pos tan deshabitados tiene que ser muy emocionante.
No nos im aginábam os que poco después nos veríam os obligados a hacer varios paseos nocturnos, y pasaríam os verdadero miedo. - ¡Chicos! -escucham os enseguida-. ¡La cena está lista!
en estos días. Parece que todos nos queremos más. - Eso es muy bonito -repuso mi padre-. Pero ¿os im agináis si viviéram os a sí todo el año?
Moló un montón cenar delante de la chim enea y al lado de aquel árbol navideño tan grande.
- Sería fantástico, porque lograríam os que siempre fuera Navidad -concluyó mi madre.
- He preparado una sopa calentita -dijo la madre de Noa-. Pensé que después del viaje os vendría bien.
Los chicos no dijim os nada. Pero no creas que pasábam os del tema; estábam os muy atentos y nos gustaba m azo todo lo que estaban diciendo. Lo malo fue cuando Carlos, el padre de Noa, le dijo a Dani.
- Humm -exclam ó, encantada, mi madre-. No sabes cuanto te lo agradezco. Me gusta muchísimo la sopa, especialm ente con este frío. - Bueno -dijo Carlos-. Pues dem os gracias por los alim entos y vam os a disfrutarlos. Fue Rocío quien lo hizo, agradeciendo a Dios por la cena, y por la oportunidad de pasar unas navidades tan especiales. La sopa estuvo deliciosa y después tom am os unos sándw iches calientes, de jam ón y queso. Por último sacaron una gran bandeja llena de turrones y dulces navideños. - ¡Esto es lo mío! -exclam ó mi padre m ientras cogía un pedazo de turrón de chocolate-. Ahora sí que habéis acertado.
- Dani, ¿qué piensas tú de la Navidad? - ¿Que qué pienso? -preguntó extrañado- Pues que mola m azo. - Pero explícanos por qué -in sistió Rocío-. Cuéntanos lo que más te gusta. - Es queee... -se metía las dos manos en los bolsillos empujando tanto hacia abajo que yo creí que se iba a bajar los pantalones. - Es que le da mucho palo -d ije yo, saliendo en su ayuda. - Sí, es verdad -afirm ó él, mirándome con agradecim iento, me da palo. Pero si queréis puedo cantar un villancico.
Noa se rió al verlo y yo la dije;
- Me parece buena idea -dijo mi madre.
- Es como un niño. Tengo que tener una paciencia con él...
Yo pensé; «cuando acabe de cantar, ya me dirás si es buena ¡dea».
Cuando term inam os de cenar, y después de comer m uchos dulces, nos sentam os en los sillo nes, frente a la chim enea. El árbol de Navidad quedaba a nuestra izquierda y el fuego del hogar frente a nosotros. Entonces apagaron la luz y se creó un ambiente muy bonito. Aunque estaba un poco oscuro, eso no impidió al padre de Noa leer la historia que relata el nacim iento de Jesús. - «... y en la tierra paz a los hom bres fue el acontecim iento más grande de días. Estas fechas son muy especiales Cuando intentam os ayudar y hacer bien
de buena voluntad.» -Cuando terminó dijo-: ése la historia, y es lo que recordam os en estos cuando buscam os la paz y la buena voluntad. a los demás.
- Claro -añadió la madre de Noa-, por eso las personas son m ás sim páticas y am ables
No había term inado mi madre de hablar cuando Dani empezó a sacudir golpes a un pandero, que no sé de donde había salido, y se arrancó a cantar; «¡Pero mira como beben, los peces en el río, pero mira como beben, por ver a Dios nacido...!». Creo que ese no era el tipo de villancico que los m ayores esperaban, porque, con lo em ocionante que había sido todo hasta ese momento, Dani cortó el am biente de forma inmediata. Los padres de Noa miraron a los m íos, y todos se echaron a re irá carcajadas. Había destrozado la atm ósfera íntim a, pero era un chico que, en el fondo, transm itía una alegría muy especial. - Qué, ¿os ha gustado? -n o s preguntó, y sin dejarnos contestar, añadió-; ¿qué os
parece mi pandero? Es de tripa de cerdo auténtica. De ve z en cuando tengo que untarle un diente de ajo, para que se m antenga hidratado. Señora Solano -dijo, dirigiéndose a la madre de Noa-, ¿tiene usted ajo? - Sí, Dani, tenem os ajo, pero ahora no es el mejor momento para que lo hagas -Rocío no podía dejar de reír m ientras hablaba-. Pasaríais una noche terrible con el olor que iba a qued aren la habitación. Mañana te lo doy. Cantam os algún villancico m ás y enseguida nos acostam os. Todos estábam os muy cansados y necesitábam os recuperar fuerzas. Antes de meterme en la cam a me asom é para m irar otra vez el trineo ilum inado. Me encantaba. - Habéis decorado el jardín de una forma preciosa -le dije a Noa-. Se nota que os gusta la Navidad. - Es la época m ás bonita del año -respondió ella-. Yo pienso lo m ism o que dijo antes tu padre: debería ser Navidad todos los días. Al otro lado de la calle, había otra casa. La fachada se veía muy oscura. - ¿Vive alguien a llí enfrente? -pregunté. - S í -respondió Noa-. Pero los dueños no han venido este año. Y éstas son las dos únicas casas en un kilómetro a la redonda. Así que, este año estam os completamente solos. - ¿No os da miedo? -le pregunté, sintiendo un poco de temor. - ¡Qué va! Me encanta el silencio. ¿Tú sabes lo que es despertarte por las m añanas escuchando únicam ente a los pajarillos y que no se oiga el sonido de un coche en todo el día? Iba a echar la cortina cuando me pareció ve r luz en la casa de enfrente. Aunque las persianas estaban bajadas, observé que se filtraba resplandor por las rendijas. Estuve un rato mirando, y la luz desapareció. - Habrá sido una ilusión óptica -p e n sé -, estos adornos del jardín tienen tantas lám paras, que seguro que ha sido un reflejo.
06 LA CASA DE ENFRENTE Dormimos como troncos, y a la m añana siguiente me desperté escuchando que alguien arañaba nuestra puerta. En cuanto abrí, Randy saltó a m is brazos pillándome por sorpresa y haciendo que cayera de espaldas sobre la cam a. Enseguida se abalanzó sobre m í y com enzó a lam erm e la cara. - ¡Randy, quita, no seas cochino! -le aparté y me levanté. ¡Vaya despertar m ás alborotado! Cuando salim os al salón, la chim enea ya estaba encendida y el árbol de Navidad iluminado. Al expresar mi sorpresa, Noa me explicó; - Bueno, si tú supieras. El árbol no se apaga en toda la Navidad, ni siquiera por la noche, y la chim enea sólo para irnos a dormir. En cuanto nos levantam os mi padre la enciende. Disfruta como un niño mirando como arden los troncos. Enseguida salieron Dani y Josué. Éste último tenía cara de pocos am igos y los ojos muy hinchados. - ¡Vaya nochecita...! -no paraba de frotarse los ojos, y señaló a Dani-. Toda la noche roncando, y si paraba de roncar era para ponerse a gritar: «¡Soy el rey del mundo!». Pero ¿se puede saber qué te pasaba? - He soñado con Titanic -confesó Dani, mirando al suelo un poquito avergonzado-. Yo era Leonardo Dicaprio. - Pues tengo que conseguir unos tapones para los oídos. No aguanto una noche m ás así -dijo Josué sin dejar de frotarse los ojos. - ¡Qué exagerado eres! -decía Dani-. Adem ás, yo no hablo de noche, ni tampoco ronco. - ¿Y eso por qué lo sabes? -preguntó Josué ofendido de que se dudara de su palabra.
- Porque duermo todas las noches conm igo y nunca me he escuchado. - Mírale, que listo -s e rió Noa-. ¿Cómo v a s a oírte si estás durmiendo? - ¡Hola, chicos! -saludó el padre de Noa que acababa de bajar al salón-. ¿Tenéis hambre? - Tengo un hambre de lobo -replicó Josué-. No dormir me abre el apetito. - Pues os voy a enseñar como se prepara un desayuno espectacular -n o s dijo yendo hacia la cocina-. Venid y haced como yo; cogéis un tenedor de estos largos, pincháis una rebanada de pan y la acercáis al fuego de la chim enea. Procurad que al pan no le dé la llama directamente, porque si no se quemaría. Molaba m azo. Nunca había desayunado algo parecido. El pan estaba blandito, pero al tostarlo quedó crujiente. El padre de Noa siguió explicando; - Cuando el pan esté tostado, os acercáis a la m esa y echáis sobre él un poco de aceite de oliva. Os recom iendo también que pongáis una loncha de este queso, con el calor se fundirá, y os aseguro que acabaréis chupándoos los dedos. Nos pusimos m anos a la obra, y como siem pre, Dani empezó a hacer el ganso, haciéndonos cosquillas cuando intentábam os tostar el pan. Al final, fue su tenedor el que cayó al fuego y cuando intentó sacarlo casi se quema. - Desde luego, Dani -le dije-, siem pre serás el mismo.
- ¡Guay! -gritó Dani-. Eso es lo que m ás me mola, dar bolazos de nieve. Cuando salim os a pasear pude ver que aquello era mucho m ás bonito de lo que me había im aginado al verlo de noche. El día estaba muy despejado, sin una sola nube, y el sol se reflejaba en la nieve. Sólo con verlo me entraba una alegría im presionante. - Hoy hará un día radiante -asegu ró Carlos-. Es una oportunidad fantástica para recorrer los montes. - Cuenta conm igo para hacer una excursión por las m ontañas -respondió mi padre-. El senderism o es una de m is pasiones. - Pues eso está hecho -replicó la madre de Noa-. Después de com er nos vam os a recorrer los montes. - Con nosotros no contéis -dijo Noa-. La última vez que fui, llegué con los pies llenos de am pollas. - Bueno -concedió Carlos-. Si queréis podéis quedaros -m iró a mi padre y le guiñó el ojo-, a sí avanzarem os más deprisa. Miré alrededor; todo era campo nevado y árboles altísim os, tam bién cubiertos de nieve. Resultaba muy relajante. Al salir del jardín pude ve r la casa que había al otro lado de la calle. - Qué oscura es -le comenté a Noa-. Parece muy triste.
Luego, al echar aceite a su tostada, cayó m ás sobre su je rse y que en el pan. Pero todos nos reím os un rato y el desayuno nos supo riquísim o. Cada uno de nosotros se tomó tres rebanadas de pan con aceite y queso, adem ás de dos vasos de leche con Cola Cao.
- No es porque no tenga adornos -expliqué-. No sé, el color de la pared, tan oscuro, todas las ventanas cerradas...
- Está claro que el aire de la sierra abre el apetito -dijo mi madre m ientras se bebía su segundo café.
- ¿Cómo quieres que estén abiertas si no hay nadie? -D ani no perdía la ocasión de m eterse conmigo.
- ¿Qué vam os a hacer ahora? -pregunté. - Sugiero que demos un paseo para que conozcáis este lugar -dijo Rocío-, y luego, hasta la hora de la comida, podéis ju gar con la nieve, hacer guerra de bolas, o lo que os apetezca.
- La verdad es que, junto a tantos adornos que han puesto m is padres en el jardín, cualquier casa parece triste.
- ¿Seguro que no hay nadie? -pregunté-. Anoche me pareció ve r una luz a través de las rendijas de la persiana. - Ya está, Miriam la m isteriosa -D ani me empujó. - Que yo sepa los dueños no han venido estas navidades -dijo Noa encogiéndose de
hombros. - ¡Niños! -m i madre nos llam aba-. ¡Mirad que bonito! Dos ardillas, anim adas por el sol, habían salido de su refugio y escalaban por el tronco de un árbol. Fue un paseo muy relajante. - ¡Qué m aravilla! -dije respirando profundamente-. Es justo lo que necesitaba después de tantos exám enes.
- Eres un chucho cobarde -le grité riéndome-. Ya podías ayudarnos en v e z de huir. - No necesitam os ayuda -gritó Noa-. Nosotras solas podemos con ellos. Mira a donde va a parar esta bola de nieve. La tía tiene una puntería im presionante. Dio justo en la cabeza de Josué. - ¡Os va is a enterar! -gritaron, arm ándose de enorm es cachos de nieve y corriendo tras nosotras.
- ¡Mira qué gracioso! -dijo Noa señalando a Randy, que por fin se había anim ado a pisar la nieve-. Casi no se le ve; al ser blanco se le confunde con la nieve.
Nos alejam os a toda prisa y sin darnos cuenta entramos en el jardín de la casa de enfrente. Randy tam bién había buscado refugio allí, y junto a él nos escondim os, detrás de una mesa de piedra.
Era muy gracioso verle cam inar. Sus patitas se hundían en la nieve y las tenía que sacar, tirando con fuerza hacia arriba.
- Eh, eso no vale -s e quejó Dani sin atreverse a entrar-. Estáis en una propiedad privada. S a lir de ahí y enfrentaros si es que sois valientes.
Resultaba de lo m ás curioso. Luego, por donde él pasaba, quedaba una fila de agujeritos en la nieve.
íbam os a salir cuando observam os que Randy olfateaba por debajo de la puerta de aquella casa y luego gruñía.
Al mediodía regresam os a casa y nuestros padres entraron para p rep ararla comida.
- Venga, Randy -le llamé-, no seas gruñón y vayám onos.
- ¡¡Guerra!! -gritó Dani, lanzando el primer bolazo.
- Parece que ha olfateado algo -repuso Noa.
- Os avisarem os cuando esté lista la comida -dijo Rocío. - Vale, gracias... -no pude acabar la frase, porque la bola de nieve que había tirado Dani, me pegó en toda la cabeza. Cuando me giré pude ve r que se tronchaba de la risa. - ¡Dani! -le grité, enfadada, y lancé un proyectil helado, que dio en toda su boca abierta. El pobre se puso a toser y cayó al suelo, justo a tiempo para que Noa le alcanzara con otra bola de nieve en la nariz. - Eh!, ya os vale, abusonas -Josué había salido en defensa de su am igo y comenzó a bom bardearnos con pedazos de nieve. Lo malo es que uno de ellos le dio de lleno a Randy, a quien la nieve no le gusta nada. Lanzó un gemido lastim ero y corrió, alejándose de la guerra.
- Será algún animalito que se ha colado enla casa -respondió anuestras espaldas Josué, que se había acercado sin que le viéram os y dejó caer sobre nosotras un enorme pedazo de nieve. - ¡Traidor! -grité, m ientras montones de pedacitos de hielo caían sobre mi cara y mis ojos. Josué y Dani se reían, pero Randy seguía gruñendo. Salim os del jardín de aquella casa y nos giram os para llam ar a Randy. En ese momento un ruido nos sobresaltó. - ¿Qué ha sido eso? -replicó Dani-. Ha sonado como si algo se rompiera. - Vino de ahí dentro -se ñ a lé hacia la casa. - Sí -confirm ó Noa-. El ruido ha salido de allí. - ¡La comida está lista! -n o s llam aron desde nuestra casa-. Venga, chicos, que no querem os que se enfríe.
Antes de llegar a nuestro jardín nos giram os para m irar a la casa de enfrente. ¿Qué habría sido ese ruido? y ¿por qué gruñía Randy de esa manera?
07 UNOS EXTRAÑOS VECINOS - Mamá -preguntó Noa m ientras ayudaba a aliñar la ensalada-, ¿ verdad que no están los vecinos de enfrente? - No -dijo ella-, que yo sepa Laura y Alfredo no vinieron este año. ¿Por qué lo preguntas? - Es que nos ha parecido oír un ruido, como de algo que se rompía allí dentro. - ¿Habéis entrado a su parcela? No está bien m eterse en propiedades privadas -la madre de Noa se puso am bas manos en las caderas, adoptando la posición predilecta para echar una buena regañina, pero enseguida siguió preparando la comida m ientras decía-; de todos m odos, el ruido que escuchásteis, es fácil que fuera provocado por una corriente de aire que tiró algo. La explicación no nos convenció. Todas las ventanas se veían bien cerradas, por lo que no era posible que hubiera corrientes de aire. Luego, durante la comida, mamá comentó lo del ruido que habíam os escuchado, y nos tocó recibir otra reprimenda de mi padre. - No olvidéis -n o s dijo con mucha seriedad- que invadir propiedades privadas es un delito. - Lo cierto es que ese matrimonio resulta bastante extraño -reconoció el papá de Noa-. No sé, tienen algo enigm ático. Él es muy huraño, nunca saluda y siem pre parece enfadado. Ella, la pobre mujer, parece estar siem pre triste. - En una ocasión -intervino Rocío-, al poco tiempo de adquirir esta casa, me acerqué a la suya con la intención de invitarles a que vinieran a tom ar un café, pero cuando estaba en la puerta, a punto de llam ar, escuché como él gritaba mucho, y me pareció que ella lloraba. Esperé un rato, para asegurarm e de que la mujer no necesitaba ayuda, y luego me volví sin decirles nada.
- Bueno -dijo Carlos, desde la cocina-, dejem os los tem as tristes. Estam os de vacaciones y es Navidad -entró en el salón con la enorme bandeja de dulces navideños-, a sí que vam os a por los postres, y disfrutem os acumulando kilos. - ¡Buena idea! -aplaudió mi padre palm eándose el estóm ago- Ya quem arem os calorías durante la cam inata de esta tarde. Y como nosotros sudarem os lo nuestro subiendo m ontañas, yo propongo que los chicos se ocupen de fregar la vajilla. De este modo ahorram os energías para la escalada. - ¡Ahora la buena idea ha sido tuya! -sa ltó Carlos-. Mientras ellos friegan nosotros nos tom arem os el café junto a la chim enea. - Vaya morro que tenéis -se quejó Noa. - No seas quejica -replicó su m adre-. Nosotros hem os hecho la comida. La verdad es que nos lo pasam os bien m ientras fregábam os. Los cuatro nos pusim os m anos a la obra y enseguida la espum a del detergente em pezó a saltar a nuestras caras. Tan pronto era Josué el que cogía espuma en su mano y nos pringaba, como éram os nosotras las que corríam os detrás de ellos para enjabonarles. Al final todos acabam os con el pelo y la cara llenitos de jabón. Cuando nuestros padres se marcharon a escalar montes, Dani nos dijo algo importante; - Venid -s e había sentado en el suelo, junto a la chim enea, y nos llamó con cara de intriga. Todos nos sentam os cerquita del fuego, y Randy se acurrucó sobre mis piernas. - En la casa de enfrente hay alguien -lo dijo con total seguridad, dejándonos alucinados. Pero Josué no era fácil de convencer, y preguntó: - ¿Por qué estás tan seguro? - Cuando sa lí corriendo de la cocina, huyendo de la espum a, vi que la puerta de esa casa se abría y que alguien con un abrigo oscuro se asom aba. En cuanto se percató de que yo estaba fuera, entró a toda prisa y cerró.
- ¿No lo has soñado?
hay que frotarlo con ajo, y lo hice esta mañana.
- No lo he soñado -h ab lab a con un aplomo total-. Estoy totalmente seguro de lo que digo.
- ¿Y tienes el pandero guardado en la habitación? -Josué movía la cabeza con enfado-. Esta noche será im posible dormir con el olor que habrá en el dormitorio.
Todos m irábam os el fuego de la chim enea, pensando en lo que Dani nos acababa de decir.
- ¿Qué m ás te da? -se rió Noa-. De todos modos tampoco ibas a dormir por los ronquidos de Dani.
- ¿Se os ocurre algo para salir de esta duda? Se hizo un silencio absoluto m ientras pensábam os. - Creo que se me ocurre algo -Josué solía tener buenas ideas, y esta vez no fue m enos-. Podríamos acercarnos hasta allí con la excusa de cantar un villancico. Llam am os a la puerta y si nos abren cantam os un villancico, pero si no nos abren, sabrem os que la casa está vacía. - ¡Toma ya! ¡Buena idea! -a Dani sólo le faltó aplaudir-. ¡Vamos a ensayar! ¡Ande, ande, ande, la m arim orena, ande, ande, ande, que es la Nochebuena...! - Calla, por favor -Noa se tapaba los oídos-, vas a conseguir que se ponga a llover... Pero Dani había salido corriendo hacia su dormitorio y enseguida regresó trayendo su enorme pandero. - Mirad, es de los m ejores -dijo enseñándolo muy orgulloso-. Está hecho con tripa de cerdo. Escuchad como suena. - Dani, por favor -yo me tapaba los oídos-, ya nos dijiste que es de tripa de cerdo, y también nos torturaste bastante anoche. Deja de hacer ruido, por favor... Pero no hacía ningún caso. Creo que ni siquiera me escuchaba, porque no cesaba de aporrear el pandero con el m azo de m adera. - ¿Quieres parar? -gritó Noa-. Nos vas a volver locos. - Desde luego, que desagradecidos sois -replicó, muy ofendido-. Encima que me he m olestado en traerlo para m arcar el ritmo en los villancicos. - ¡Que mal huele! -dijo Josué olisqueando el am biente-. Aquí hay una peste a ajo que no hay quien lo aguante. - ¡Claro! -interrum pió Dani-. Ya os dije que para que se m antenga hidratada y tersa,
- Bueno, venga, vam os al grano -anim é-. Al final llegarán nuestros padres y seguirem os sin averiguar qué pasa en la casa de enfrente. ¿Nos acercam os con la excusa del villancico? A todos nos pareció bien, así que nos pusim os los abrigos y cruzam os la calle. De cam ino Dani iba sacudiendo su pandero con verdadera ilusión. Le dejam os que se pusiera delante, porque a su lado había un olor insoportable. En un momento Randy se acercó a él y olisqueó el pandero, pero enseguida se alejó a toda prisa, gimoteando. Cuando estuvim os delante de la puerta llam am os al timbre y esperam os, pero no ocurrió nada. Volvim os a llamar... - ¡Vamos a cantar m ientras esperam os! -gritó Dani com enzando a sacudir golpes al pandero. - Shhhh -N oa se puso el dedo sobre la nariz y la boca, pidiendo silencio-. Cállate Dani, me ha parecido escuchar algo. Acerqué el oído a la puerta y escuché. - Sí -asegu ré-. Se oyen pasos. Es como si alguien arrastrara los pies. ¡Se están acercando! Randy, aunque a una prudente distancia, había estirado sus dos patas delanteras, hasta poner la cabeza apoyada en el suelo, adoptando su posición de alerta. Tras olisquear el am biente, com enzó a gruñir. Nos retiram os de la puerta un poco asustados. Lo cierto es que la descripción que los padres de Noa habían hecho de sus vecinos, no nos dejó nada tranquilos. - ¡Mirad! -dijo Josué-. ¡Están deslizando algo por debajo de la puerta!
Efectivam ente, un papel se escurrió bajo la puerta, hasta quedar visible. Nos m iram os unos a otros, pero ninguno se atrevía a acercarse lo suficiente para cogerlo; teníam os miedo de que la puerta se abriera y un personaje siniestro apareciera frente a nosotros. - ¡Randy, busca! -ordenó Dani, empujando con el pie al pobre perrito-. ¡Agarra ese papel!
Estaba realmente enfadada, y los dem ás tam bién. En estos casos Josué es quien tiene m ás facilidad para conservar la calm a. - Bueno, chicos -dijo con mucha serenidad-. Ponernos nerviosos no servirá de nada. Por lo m enos tenem os una duda aclarada; ya sabem os que la casa no está vacía. Lo que ahora toca averiguar es quién está allí dentro. - ¿Creéis que debem os enseñarles esta nota a los m ayores? -preguntó Dani.
Randy primero le miró enderezando un poquito sus orejas, y luego se echó un paso hacia atrás.
- Pienso que es mejor que no lo hagam os -opiné-. No vale la pena am argarles las vacaciones de Navidad por una tontería.
- Sí que le tienes bien enseñado -le dije a Dani-. Bien enseñado a protegerse, porque lo que es protegernos a nosotros...
Para ese momento la tarde se había nublado bastante e incluso com enzaron a caer copos de nieve.
En ese instante, como si el anim alito hubiera entendido perfectamente lo que yo había dicho, nos miró a todos, uno por uno, soltó un ladrido y con la cabeza muy alta se acercó a la puerta. Cogió el papel entre sus dientes y echó a correr en dirección a nuestra casa. Cuando nos recuperam os de la sorpresa, corrim os tras él.
- Vam os adentro y juguem os a algo -sugirió Josué-. Nos ayudará a relajarnos un poco. De repente Randy se puso a ladrar mirando a la casa de enfrente, todos nos giram os justo en el momento en que la puerta se cerraba.
- ¡Randy! -gritaba Dani-. ¡Espéranos! -luego, girándose, me miró con gesto desafiante, y me dijo-: que, ¿tengo bien enseñado a Randy o no? ¿Sigues pensando que es un cobarde?
- Yo tam bién lo he visto -asegu ré-, y me ha parecido que la persona tenía el pelo moreno y bastante largo.
Preferí no contestar. Ya habíam os llegado al jardín de nuestra casa y Randy nos esperaba junto al enorme Papa Noel, con el papel todavía entre sus dientes. Dani lo cogió y todos nos acercam os mucho para poder leerlo. Sólo había una frase, escrita con grandes letras, que decía; «Niños Entrometidos, Dejadnos En Paz Y Marchaos O Lo Lam entaréis». Después de leer aquello nos quedam os sin palabras. Era una frase terrible, y no podíam os entender por qué nos am enazaban de esa m anera. - Pero, ¿qué hem os hecho nosotros para que nos hablen así? -se quejó Noa, totalmente indignada-. ¿Cómo se atreve a llam arnos entrom etidos y a decirnos que nos vayam os? Me dan ganas de ir y ajustarle las cuentas.
- He visto la m anga de un abrigo negro -com entó Dani-. El m ism o de antes.
08 SOLOS EN CASA
esperábam os verles aparecer en cualquier momento. Tras un tiempo que nos pareció infinito, sonó el teléfono de Noa; - ¡Son m is padres! -gritó, descolgando-. ¿Dónde estáis? -hablaba muy nerviosa-: ¿cómo...? pero, ¿estáis bien?
- Entremos, está em pezando a nevar bastante fuerte -in sistió Noa-. Seguro que nuestros padres llegarán enseguida.
Todos nos pusim os a su alrededor, intentando escuchar lo que decían.
Estuvim os un buen rato jugando al parchís, y casi acabam os discutiendo porque Dani no paraba de hacer tram pas.
- ¿Qué pasa? -pregunté en cuanto colgó-. ¿Les ha ocurrido algo?
- Dani -le dijo Noa bastante enfadada-. ¿Se puede saber por qué has avanzado once casillas? - ¿Por qué va a ser? Porque es el número que me ha salido en el dado. - ¿Once? -replicó Josué perdiendo los nervios-. Dani, ¿cómo pueden salirte once en un dado? - ¿Y yo que sé por qué me han salido once? -in sistió el caradura-. Suerte que tiene uno. La temperatura en el interior de la casa resultaba ideal. Era una delicia m irar el fuego de la chim enea y luego observar a través de los cristales y ve r la nieve cayendo en el exterior. Pero el tiempo pasaba y los m ayores no regresaban, por lo que em pezam os a preocuparnos. - ¿No os parece que es tarde para que nuestros padres no regresen? Estaba mirando por la ventana m ientras les preguntaba. Nevaba con mucha fuerza y ya había oscurecido. - Sí -adm itió Noa con preocupación-. La verdad es que me estoy em pezando a poner nerviosa. - Debemos estar tranquilos. Son m ayores y saben cómo hacer las cosas. No tenem os por qué preocuparnos -Josué intentaba aparentar calm a, pero su tono de voz dejaba ver que estaba tan preocupado como nosotras. Noa y yo no nos separábam os de la ventana. Con nuestras narices pegadas al cristal,
- Vale -dijo Noa, por fin-. No os preocupéis por nosotros. Un besito, y cuidaros. - Se han quedado bloqueados en la montaña a causa de la nieve. Los vigilantes han cortado los cam inos y les han obligado a hacer noche en un refugio de montaña, por lo visto allí arriba ha nevado m uchísim o, y hay peligro de avalanchas. Hay varias personas m ás y tienen com ida, a sí que están bien. A pesar de todo Noa y yo nos quedam os muy preocupadas. - Tranquilas chicas -D ani intentaba anim arnos-. Josué tiene razón; no son niños. Saben defenderse... - Voy a d escan sar un rato -dije, pasando a la habitación. - Te acompaño -dijo Noa entrando conm igo-, yo tam bién quiero descansar. Dani y Josué se quedaron en el salón mirando un program a de televisión. Bastante después llamaron a la puerta del dormitorio. Al abrir nos encontram os con la sorpresa de ver a Josué y Dani con un delantal puesto y un pañuelo en la cabeza a modo de cofia. Dani se inclinó en una reverencia y dijo; - Señoras, ¿tendrían la am abilidad de pasar al salón? La cena está lista y esperando. Al sa lir nos llevam os la gran sorpresa de nuestra vida. La m esa estaba montada a la perfección. Los platos, vasos y cubiertos perfectam ente colocados, e incluso habían decorado la mesa con velas encendidas. - ¡Madre mía! -exclam am o s a coro-. Menudo detallazo habéis tenido. - Tom en asiento, señoras -ahora fue Josué quien hizo la reverencia y a continuación retiró las silla s para que nos sentáram os-, nosotros nos ocuparem os de servir la
comida.
- Un golpe en vuestra habitación -dijo Josué-. Pasad a ve r qué es lo que ha sonado.
El menú no era dem asiado espectacular, porque todo lo que hicieron fue calentar unas pizzas en el m icroondas y de segundo pusieron jam ón, chorizo y queso. Eso sí, todo ello sobre unas rebanadas de pan que habían tostado al fuego de la chim enea.
- ¿Qué pasem os? -dije-. ¡Ni loca! Yo no entro allí sola.
- De verdad que os habéis lucido -q u ise anim arles-. Estoy alucinada con la cena; sim plem ente m aravillosa.
- Vayam os todos juntos -su girió Noa.
- Y eso -dijo Dani-, que Josué no me ha dejado preparar las judías con chorizo que yo pensaba cocinar, que si no, te habrías chupado los dedos. - No sea s bruto -rió Noa-. ¿Cómo vam os a tom ar judías con chorizo para cenar? - Anda, ¿qué tiene de malo? Nos m iram os unos a otros, moviendo la cabeza con resignación. Ese Dani es único. - Para agradecer este detalle -n o s dijo Noa-, cuando term inem os os enseñaré cómo asar castañas en el fuego. De todo lo que había en la mesa no quedó ni un pedazo de pan. Teníam os un hambre exagerada. Cuando term inam os nos sentam os junto a la chim enea y Noa sacó un recipiente m etálico, parecido a una sartén, pero con agujeros en la base. - Mirad -n o s dijo cogiendo un cuchillo-, sólo hay que hacer un pequeño corte en la castaña y echarla aquí. Nos pusimos a ello y cuando el recipiente estuvo lleno Noa lo acercó al fuego. Enseguida em pezaron a tostarse y a crepitar, y muy pronto la casa se llenó del delicioso aroma de castañas asadas. Estuvim os mucho tiempo comiendo castañas y contando chistes y eso nos ayudó a olvidarnos del incidente en la casa del vecino y del m ensaje am enazante que nos habían pasado por debajo de la puerta. Estábam os mucho m ás tranquilos hasta que... ¡¡PLOOMMÜ El sonido nos sobresaltó tanto que Noa y yo soltam os un grito; - ¡Aaaah! ¿Qué ha sido eso?
- Bueno -se quejó Dani-. Pues pasa tú Josué. - ¡Qué listo! ¿Porqué no pasas tú? Encendim os la luz y nos acercam os a la puerta cam inando lo m ás unidos posibles. Noa giró el pestillo y empujó. Una ráfaga de aire helado salió por aquella puerta. - Es la ventana -dije-. Está abierta. Los visillos se levantaban a causa del viento. - Está claro -replicó Dani-. Os dejasteis la ventana abierta y el viento la ha hecho golpear. Asunto resuelto. Cerram os la ventana y regresam os al salón, pero Noa no parecía convencida; - Yo aseguraría que cerré la ventana. Soy muy friolera, ¿cómo voy a dejarla abierta? - Venga, venga -D ani volvió a apagar la luz con im paciencia-. Dejaros de películas y escuchad este chiste: ¿Quién es mayor, el sol o la luna? Venga, venga, ¿a que no lo sabéis? Todos nos quedam os callados, aunque sabíam os el final. - Pues la luna -saltó Dani riéndose-, porque la dejan salir por la noche. - Dani -le regañé-, ese chiste lo has contado casi un millón de veces. ¿Es que no te sabes otro? - ¡Sí, escucha éste! Un hombre sube a un taxi y le dice al conductor: oiga no conduzca tan deprisa, es la primera vez que subo a un coche. ¡Qué casualidad! -responde el taxista-, yo es la primera vez que conduzco. - ¡Pero Dani! -replicó Josué-, ese le has contado un millón y medio de veces. ¿No sabes ninguno nuevo? - Pues no -reconoció el pobre-. Sólo me sé esos dos. - Estoy muerta de sueño -dijo Noa-. ¿Os parece que nos vayam os acostando?
Cuando estuvim os en la habitación le dije a Noa: - No logro quitarme de la cabeza el m ensaje. La verdad es que no es normal. ¿Qué pasará si dentro de esa casa se está llevando a cabo algo extraño?
tontería, nos estarían llam ando gallin as y cobardicas durante todas las vacaciones, así que me armé de valor y agarré la ropa de cam a. Iba a tirar de ella cuando... - ¡¡Noooü -N oa gritaba como histérica-. ¡¡No apartes la ropa!! ¡iSe m ueve, saltará...!!
- Miriam -m e dijo ella bostezando-, yo también estoy preocupada, pero te aseguro que lo mejor que podemos hacer ahora es dormir. Así que ¡a la cam a! -se acercó y me empujó, tirándome de espaldas sobre el colchón.
Me quedé inmóvil. Casi petrificada. Para ese momento los chicos ya habían escuchado los gritos y golpeaban la puerta de la habitación preocupados.
- ¡Casi caigo fuera! -me levanté y riéndome fui hasta ella y la empujé. Se tam baleó y también cayó de espaldas, pero ella sí que lo hizo fuera de la cama, y para intentar evitarlo se agarró de un perchero, que se fue con ella, provocando un ruido espantoso.
Lo hicieron, y se quedaron im presionados al ver a Noa presa de aquel ataque de pánico. No dejaba de señalar a la cama con su mano temblorosa.
- Ja, ja, ja, -m e reí-. Ha sonado como una bomba. Es que pesas mucho, ya te he dicho varias veces que tienes que ponerte a régimen. - ¿Qué pasa ahí? -gritaron los chicos-. Si vais a hacer guerra de alm ohadas, salid y la hacem os los cuatro. - ¡A dormir, que es muy tarde! -respondió Noa m etiéndose en la cam a. No había terminado de taparse, cuando lanzó un grito desgarrador. Me dio un susto mortal y al mirarla y ver como saltaba fuera de la cam a, me tem í lo peor. Del brinco que dio se plantó casi fuera de la habitación, gritando histérica, a la vez que pateaba el suelo. - ¿Qué te ocurre Noa? -pregunté, agarrándola de los brazos y sacudiéndola. Yo estaba muy preocupada-. Dime, ¿qué te ha pasado? Ella no podía dejar de gritar y llorar. Sólo señalaba a la cama con el dedo, y al hacerlo su mano temblaba m uchísim o. - Allí... allí... debajo de las sában as, lo he notado... allí... allí...
- ¿Qué ocurre? ¿Qué os está pasando? Vam os a entrar.
- Dice que hay algo aquí -expliqué-, pero no sabe explicarm e m ás. He ido a levantar las sábanas, pero no me ha dejado. - Pues no hay otra solución que averiguar lo que hay en esa cam a. Josué se acercó con decisión y retiró de golpe toda la ropa... nos quedam os sin aliento. Ante nosotros apareció lo que jam ás podríam os haber im aginado. Noa se llevó am bas manos a la cara, y todos m iram os aquello sin poder articular palabra. Hasta que, tras unos instantes acerté a decir; - ison conejitos! ¡conejitos blancos, como la nieve! Sobre el colchón de Noa, una conejita blanca, parecida a una gran bola de algodón, am am antaba a cinco crías dim inutas. Las sáb an as estaban su cias, lo cuál dem ostraba que aquel animal había parido allí m ism o a sus crías. - Ay, Dios mío -dijo Noa a punto de llorar-. Perdonadme por el susto que os he dado, pero al meter los pies y notar algo lleno de pelo que se movía, me entró un ataque de pánico que no pude controlar. - Por favor... -dije yo-. He estado a punto de morir del susto. Me asfixio de calor, voy a abrir un poco la ventana.
Al verla tan desquiciada, empecé a tener miedo de lo que pudiera haber bajo las sábanas. No tenía ni idea de qué habría visto, y ella era incapaz de explicárm elo.
- Son preciosos -dijo Dani acercando su mano y acariciando a la feliz fam ilia. La madre coneja le miraba con desconfianza, pero no se movió, aunque en su costado podía notarse que el corazón latía a mil por hora.
Por un momento pensé en llam ar a los chicos, pero si luego resultaba que era una
- Es un caso rarísim o -com entó Josué-. Las conejas suelen parir en sus m adrigueras,
- ¿Qué hay allí? -dije acercándom e a su cama.
pero está claro que el parto le pilló por sorpresa y sabía que si sus crías nacían sobre la nieve m orirían, por eso ha buscado este refugio. En ese momento ocurrió lo inevitable; Randy, medio adorm ilado, entró en la habitación y olfateó notando algo raro en el ambiente. Entonces saltó sobre la cam a. Cuando la pobre conejita, vio a aquel monstruo frente a ella, dio un salto mortal y escapó por la ventana que yo acababa de abrir. Randy se acercó y olisqueó con enorme curiosidad a aquellos anim alitos diminutos que emitían débiles gem idos, buscando a su mamá. - ¡Randy! -le regañé-. ¡Has asustado a su mamá y ahora los pobrecitos no podrán comer! El perrito retrocedió, asustado, cuando las crías em pezaron a rodearle, buscando donde seguir am am antándose. - ¡Le confunden con su mamá! -dije, disfrutando de la divertida situación que se estaba dando-. Claro Randy, como tú también tienes mucho pelo blanco... - Se me ocurre que podemos hacer algo -dijo Josué, riéndose al ver la sorpresa de Randy-. Pongám osles sobre una manta, junto a la chim enea, y dejem os una rendija abierta en la puerta de la calle. Una madre no abandona a sus crías, seguro que vuelve a buscarles. - Sí -dije-, los anim ales tienen un instinto fantástico. Seguro que vuelve. - Pues venga -dijo Noa, sentándose sobre su cam a. El sobresalto que acababa de sufrir la había dejado muy débil, y se la notaba cansada-, pongam os a los anim alitos allí, y a ve r si conseguim os dormir algo esta noche. ¡Qué asco! -arrugó la cara al mirar las sábanas-. Está todo lleno de sangre. Miriam, por favor, ayúdam e a cam biar las sábanas. - Vaya nochecita -d ije m ientras retiraba la ropa sucia de aquella cam a. Cuando todo estuvo resuelto, Noa se acostó rápidam ente y los chicos sacaron los anim alitos al salón. Pronto yo tam bién estaba en la cam a y por fin todo se quedó en silencio.
Un sueño muy dulce me em pezaba a envolver, cuando la voz de Noa me sobresaltó; - Miriam. - ¿Qué quieeeres? -dije, medio adorm ilada. - Se me ocurre que ya sé lo que ocurrió antes. Yo cerré la ventana, pero sin echar el pestillo, y la pobre conejita sintiendo que venían de cam ino sus hijitos y huyendo del frío, consiguió entrar empujando. El viento la ayudó y fue ahí cuando escucham os aquel golpe tan fuerte. Luego buscó refugió m etiéndose bajo las mantas. - Parece mentira la capacidad de razonar que tienes a estas horas -le dije, casi dormida-. Pues lo que yo creo es que ha tenido una suerte bárbara de no morir aplastada con todas sus crías. - ¿Morir aplastada? - Sí -expliqué-. Cuando antes te empujé, ¿te im aginas si no llegas a caer fuera de la cam a...? - Adiós conejos... -pero luego recapacitó un poco y replicó-: oye, ¿me estás llamando gorda? Respiré como si estuviera dormida, para evitar problem as
09 UNA VISITA EN LA NOCHE De nuevo quedó todo en silencio. Pero la quietud duró muy poco. Estaba em pezando a coger el sueño, cuando escuché un ruido en el exterior. Mantuve m is ojos cerrados y agucé el oído. No cabía duda, eran pasos. Alguien cam inaba cerca de la casa. ¿Serían nuestros padres? Im posible, -pensé-, nos habrían avisado por el teléfono móvil. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Pero enseguida se me ocurrió que podría ser la m am á de los conejitos, que venía en busca de sus crías. Volví a escuchar los pasos, esta vez m ás cerca. Estaba claro que no podían ser de un animal pequeño, sonaban dem asiado. - ¡Dios mío! -e xclam é , al recordar que la puerta de la calle estaba abierta-. ¿Cómo hem os podido ser tan inconscientes de dejar abierto? Inmediatamente decidí que tenía que poner algo bloqueando la puerta de entrada a nuestra habitación. Pero, ¿y los chicos? Su habitación estaba m ás adentro, por lo que ellos no tenían la oportunidad de escuchar los pasos y si alguien entraba, les pillaría por sorpresa. Adem ás, estaba tan aterrada que no me atrevía ni siquiera a saca r una mano de debajo de las mantas. Otra vez escuché el crujido de la nieve bajo los pies. «No hay m ás remedio. Tengo que bloquear la puerta de esta habitación, los chicos ya sabrán defenderse.» Fui a incorporarm e con la intención de poner la m esita de noche, y todo lo que pudiera, contra la puerta, cuando recordé algo que me hizo tem blar; después del susto que me dio Noa, abrí la ventana de mi habitación y no volví a cerrarla. El viento movió el visillo, confirmando que, efectivam ente, la ventana continuaba abierta. El sonido de las pisadas, cada vez m ás cerca, hizo que mi corazón se acelerara.
- ¡Noa! -su su rré, pero era inútil; dormía profundamente, ajena a que ahora era yo quien tenía el ataque de pánico, pero no me atrevía a gritar. Casi ni me atrevía a respirar. Me arrastré para evitar que se me viera desde la calle, aproxim ándom e a la ventana con la intención de cerrarla. Cuando estuve bajo los visillos me incorporé un poco y con mucho cuidado miré al exterior. Las luces navideñas me permitieron verlo. Enfoqué m ás la mirada y quedé petrificada; allí, a pocos m etros de mí, había una persona. Cuando pasó junto a los trineos ilum inados pude distinguir que vestía un grueso abrigo negro que casi le llegaba hasta los pies. Llevaba las solapas levantadas, por lo que no se le veía la cara; pero si pude ver el pelo, largo y moreno que le caía m ás abajo de los hombros. - ¡Se está acercando a la puerta! -d ije, como si alguien me escuchara-. ¿Será capaz de entrar en casa? Ya no pude evitarlo, lentamente cerré la ventana, me eché de nuevo al suelo para no ser vista y me acerqué a Noa. Una vez a su lado la sacu d í con fuerza hasta que despertó. En cuanto abrió los ojos le hice señas de que guardara silencio e indiqué con la mano que me acom pañara hasta la ventana. - Mira, allí, junto al trineo -susurré, muy cerca de su oído. - ¡Hay una persona! -m e lo dijo moviendo los labios, pero sin apenas pronunciar las palabras-. ¿Qué está haciendo en nuestro jardín? - No tengo ni ¡dea -resp on d í con un hilo de voz-, pero ahora no es momento de comprobarlo. Yo no salgo de esta habitación ni loca. Aquella persona se paró delante del trineo, levantó una piedra que había junto a los renos y depositó algo en el suelo, colocando de nuevo la piedra en su sitio. Luego se marchó. - Se va -dijo Noa bastante aliviada-. Vam os a cerrar la puerta de la calle, y por favor, asegúrate de que esa ventana está bien cerrada. - Salgam os fuera -le dije-. Vam os a coger eso que ha dejado.
- ¿Salir nosotras solas? ¿Te has vuelto loca? -replicó Noa-. Ni se te ocurra. Esperarem os a que se haga de día. - Pero... no sé, algo me dice que debemos coger eso cuanto antes. Puede ser algo importante. - ¿Qué algo te dice...? -m ovió la cabeza con resignación-. Tu curiosidad de mujer es lo que te carcom e... Bueno, si tenem os que salir es mejor que avisem os a los chicos. Corrim os hacia su habitación y aporream os la puerta. - ¿Qué ocurre? -Josué abrió una rendija. Tenía los pelos de punta y su rostro indicaba que le habíam os despertado-. ¿Qué os pasa? - Salid, rápido, tenem os algo importante que deciros. En cuanto estuvieron fuera les conté lo que habíam os visto; -Tiene un abrigo negro, con las solapas levantadas... parecía un vagabundo... ha levantado una piedra... -hablaba atropelladam ente, estaba realmente nerviosa. - Miriam -m e gritó Josué-, ¿quieres tranquilizarte? ¿Quién tiene un abrigo negro? ¿Quién parece un vagabundo? Venga, sentaros aquí, respirad profundamente y contarnos lo que sea. Nos sentam os en la alfombra, delante de la chim enea, que aunque estaba apagada, aún despedía algo de calor. Randy también salió totalmente adormilado. Seguram ente se preguntaba qué estaría pasando aquella noche. Olisqueó un momento a las crías de conejo que estaban tapadas con una manta, y luego se sentó a nuestro lado, poniendo su cabecita sobre mi pierna. Después de explicarles todo con detalle, Dani opinó: - Por la descripción que hacéis, parece que se trata de la persona que vim os ayer, asom ándose a la puerta de la casa de enfrente. - Pues no nos queda otra que salir y ve r qué es lo que ha dejado -sentenció Josué-. Pero antes debem os asegurarnos de que no haya nadie escondido ahí fuera. - Subam os a la habitación de m is padres -sugirió Noa-. Desde su terraza se puede ver
todo el jardín. Efectivam ente, aquella habitación tenía una gran terraza que dominaba todo el exterior, y desde allí m iram os con detenimiento hasta asegurarnos de que no había nadie. Luego nos pusim os el abrigo encima del pijama y abrim os muy despacito. El chirrido de la puerta sonó fuertísimo en medio de la noche. Nos detuvim os, casi sin respirar, temiendo que pudiera haberse escuchado desde la casa de enfrente, pero no observam os ningún movimiento, a sí que salim os al porche cubierto. Todavía nevaba copiosam ente. - ¿Cómo hacemos? -pregunté-. No vale la pena que nos m ojem os todos. Adem ás, tenem os la s zapatillas de estar por casa y en cuanto pisem os la nieve, se calarán de agua. Es mejor que sólo uno se acerque a esa piedra -creo que se notó mucho que era mi instinto de supervivencia lo que me hacía hablar así, y que en el fondo lo que yo quería era escurrir el bulto. Pero Dani, que no es tonto, dijo; - Pues echém oslo a suertes. Entonces Randy soltó un ladrido y me miró como diciendo «atenta a lo que voy a hacer». Ante nuestra sorpresa se lanzó a la nieve, acercándose al lugar preciso. Una vez allí, escarbó con am bas patas hasta retirar la piedra y rebuscó con el hocico, agarró algo entre los dientes y de dos saltos regresó junto a nosotros, depositando en el suelo un sobre que todavía conservaba pedazos de hielo. Me agaché adm irada. - Randy, iqué valiente eres! Perdóname porque antes dudé de ti. Cogí el sobre y pasam os de nuevo al salón. - No demos la luz -indicó Josué-. Si hay alguien observándonos, es mejor no darle facilidades. Nos sentam os bajo el árbol para aprovechar su ilum inación e intentábam os abrirlo cuando Randy se sacudió con fuerza a nuestro lado, salpicando todo a su alrededor. - ¡Randy! -exclam ó Noa-. ¡Nos has puesto perdidos de nieve! - Venga, Miriam -susurró Dani-, abre ya ese sobre, queremos saber lo que hay dentro.
Nos acercam os aún más a las luces del árbol de Navidad. Era curioso vernos casi tum bados en el suelo, bajo las ram as del abeto, alrededor de aquel sobre de color amarillo. La persona que lo había depositado en el jardín tuvo la precaución de m eterlo antes en una bolsa de plástico transparente, para evitar que la humedad lo destruyera. Abrí la bolsa, luego retiré el celofán con el que estaba cerrado el sobre y del interior extraje una hoja. - ¿Qué pone...? -dijo Noa con im paciencia-. ¿Qué tiene escrito...? Giré el papel de un lado y luego del otro, pero no había absolutam ente nada. La hoja estaba limpia, ni una sola letra por ningún sitio. - Vaya chasco -dijo Dani. - Pero, ¿para qué se va a m olestar alguien en salir de noche y bajo la nieve, para entrar en la propiedad de otros y dejar allí un papel en blanco? - Desde luego no tiene ningún sentido -afirm ó Josué desanim ado. - ¿Puede que haya algo m ás bajo aquella piedra? -su girió Dani. - No -respondí de inmediato-. Conocem os de sobra a Randy, si hubiera algo m ás seguro que lo habría traído. Estuvim os pensando en d iversas posibilidades, pero finalm ente nos dimos por vencidos. - Creo que lo mejor es que nos vayam os a d escan sar -Noa acababa de decir lo que todos llevábam os rato pensando-. Mañana verem os las co sas m ás claras.
¿Habría sido eso lo que hizo que Randy sacudiese su cabeza con disgusto?
10 ¡ATRAPADO! Nos fuim os a nuestras habitaciones y Randy se coló en la mía. - ¡Randy! - le llamó Dani-. Ése no es tu dormitorio, ven para acá. El anim alito puso sus patitas delanteras sobre m í y me miró con carita de pena. - Déjale -le pedí-. Hoy quiere dormir aquí. - No me extraña que quiera cam biar de habitación -brom eó Noa-. Entre los ronquidos que sueltas y el olor a ajo del dichoso pandero, allí no hay quien aguante. - Dímelo a m í -repuso Josué con resignación-. Estoy por salirm e a dormir al jardín. - Pero que graciosos sois -s e quejó Dani-. Me parto de la risa. Cuando cerré la puerta y Randy se vio en mi habitación, se puso tan contento que saltó sobre mi cam a y se acurrucó junto a mi alm ohada. Me acosté, pero era incapaz de dormir. Aquella hoja que todavía tenía en m is m anos, me m antenía desvelada y seguía m irándola por un lado y por el otro. Después de un rato escuché la respiración profunda de Noa. - ¡Qué suerte tiene la tía! -d ije para mí-. No hay nada que le quite el sueño. Acaricié a Randy que también parecía dormido; entonces se giró para agradecerm e la caricia, pero el lam etazo que iba destinado a mí, lo dio sobre el papel que tenía delante. Me resultó gracioso que arrugara su hocico y sacudiese la cabeza, como si algo le supiera a rayos. Miró al papel y gruñó. Le observé extrañada. El anim alito sacaba la lengua y la pasaba una y otra vez por el pelo de su hocico. Aquella reacción me dio una pista y una luz se encendió en mi mente. Aproxim é mi nariz a la hoja am arillenta. El olor era ácido.
- ¡Ya lo tengo! -grité. Pero Noa no me escuchó. Ni una bomba era capaz de despertarla-. Randy, nos va a tocar resolver esto a nosotros solos. Ven, acompáñam e. El anim alito ladeó la cabeza muy extrañado, pero enseguida saltó de la cama y me siguió. Fui a la cocina y cogí un cuchillo de metal. Envolví el m ango en una servilleta y enterré la cuchilla en las brasas de la chim enea. - Si es lo que yo pienso -le dije a Randy, quien me observaba como si entendiera perfectamente mi plan-, enseguida podremos leer el m isterioso m ensaje. Poco después tomé el cuchillo, ya caliente, sacudí las brasas que se habían quedado pegadas, y lo pasé repetidas ve ce s por encim a del papel. - ¡Perfecto! -grité, dando un gran susto a Randy-. ¡Mira, está apareciendo el mensaje! El m ensaje estaba escrito con zumo de limón, por eso te supo agrio, y por eso no podíam os leerlo. Las letras sólo aparecen cuando se aplica calor sobre lo escrito. Pronto quedó a la vista todo el m ensaje. Lo le í una ve z, y luego otra, y tuve que repasarlo una tercera vez... Entonces sen tí mucho miedo. El m ensaje me asustó: «Alfredo Está Enfurecido. Ha Dicho Que Esta Noche Hará Una Locura». - ¡Qué fuerte! -a caricié a Randy m ientras sentía un ligero temblor al volver a leer la nota-. Tenem os que hacer algo. Va a actuar esta misma noche. No podemos perder tiempo. Lo primero que hice fue acercarm e a la cam a de Noa. - ¿Qué haces, Miriam? -m e dijo enfadada después de que la sacudí hasta lograr despertarla-. Ya vale, ¿no? Déjam e dormir. - Noa, despiértate -se gu ía sacudiéndola-. Tenem os que hacer algo... he conseguido desvelar el m ensaje. Por fin logré que se sentara en la cam a, frotándose los ojos e intentando descubrir dónde estaba y qué estaba ocurriendo.
- Mira -encendí la lám para de la m esita de noche y puse frente a Noa la hoja con las letras que tenían el m ism o color que las tostadas de pan que nos hacíam os en la chim enea-. Lee esto. Estuvo mucho rato mirando el papel y luego me miró a mí. - ¿Es esta la hoja que trajo Randy de la calle? - Exactam ente -dije. Y a continuación le expliqué-: se me ocurrió que podía estar escrito con zumo de limón, entonces pasé sobre el papel un cuchillo caliente, y éste es el resultado. Por cierto, la nota habla de Alfredo. Es tu vecino, ¿verdad?
derecha para enum erar las alternativas que teníam os-. Una: quedarnos calentitos en casa y olvidarnos de toda esta historia, y la segunda: acercarnos hasta la puerta de aquella casa. Tal ve z escuchem os algo que nos ayude a saber qué pasos podemos dar. - Voto por la segunda -D ani se puso en pie, como dispuesto a todo-. Por un lado será una aventura flipante, y por el otro, tal vez ayudem os a esa persona que parece que está un poco m ajareta -s e puso el dedo índice sobre la sien y lo hizo girar. - Yo también voto por ir allí. No perdam os tiempo -anim é. Estoy muy preocupada con eso de que «esta noche hará una locura».
- Sí -afirm ó m ientras se retorcía los dedos con mucho nerviosism o-. Laura y Alfredo son las personas que viven allí enfrente. Hay que hacer algo.
- Está bien -replicó Josué-. No estoy convencido del todo, pero si vosotros v a is, yo también.
Enseguida volvim os a estar todos reunidos a la luz del árbol navideño. Los chicos se quedaron tan im presionados como nosotras.
- Es mejor que nos vistam os -sugirió Noa-. La noche es fría y debemos ir abrigados y bien calzados.
- ¿No creéis que deberíam os llam ar a nuestros padres y contárselo? -preguntó Noa.
- De acuerdo -Josué fue hacia su habitación, seguido por Dani-. Nos vem os en la puerta en cuanto estem os listos.
- No -d ije inm ediatam ente-. No podrán salir del refugio hasta que se haga de día. Contándoles esto sólo conseguiríam os preocuparles y que se angustiaran sin poder hacer nada.
Poco después estábam os caminando rumbo a aquella casa que cada vez nos parecía m ás oscura y tenebrosa.
- ¿Y si llam am os a la policía? -D ani lo dijo sin ninguna seguridad, pero era otra opción.
- ¿Recuerdas cuando me propusiste que hiciéram os excursiones nocturnas? -le dije a Noa.
- Veam os -Josué se rascaba la cabeza y se le veía muy concentrado-, si llam am os a la policía nos preguntarán qué nos ocurre. Entonces tendrem os que decirles: hemos encontrado un m ensaje escrito con zumo de limón; dice que alguien va a com eter una locura. Lo siguiente que nos preguntarán es nuestra edad. Cuando les digam os que el m ayor de nosotros tiene trece años, pedirán que les pasem os con nuestros padres, y entonces tendrem os que decirles que estam os solos. ¿No suena dem asiado a broma de niños? No tenem os ningún dato m ás. No creo que sea suficiente para que la policía suba hasta lo alto de un monte, en medio de una noche en la que está cayendo una nevada de mil demonios.
- Ni por lo m ás remoto podía im aginarm e que realm ente las haríam os. Y m enos por esta causa -m e respondió agarrándom e del brazo con bastante miedo.
- Entonces sólo nos quedan dos posibilidades -N oa levantó dos dedos de su mano
Dani se agachó para hablar con Randy; - Randy, no se te ocurra ladrar, ni tampoco gruñir. No debem os hacer ningún ruido. Nos detuvim os ante la puerta de acceso a la parcela. - ¿Entramos? -preguntó Josué-. Os recuerdo lo que nos dijo el padre de Noa; es un delito invadir la propiedad ajena sin permiso. - Ya lo sé -respondió ella-. Pero no olvides que lo hacem os por una buena causa. - Alguien pretende hacer una locura esta noche -dije, apoyando a Noa-; y lo que intentam os es evitarlo.
Pronto llegam os junto a una gran ventana cuya persiana estaba bajada casi del todo, tan sólo quedaban unas rendijas entre las lam as. Allí estuvim os durante un buen rato, intentando escuchar algo. - Todo está en silencio -susurró Noa-. Es como si no hubiera nadie... ¡MCraasssM! Un ruido tortísimo, parecido al estrépito de algo que se rompía, la interrumpió. Nos llevam os un susto tremendo. - ¡Alguien está llorando! -e xclam ó Dani. Pegam os la cabeza a la ventana y pudimos escuchar un sollozo. - Una mujer -dije aguzando el oído-. Es una mujer quien llora. - ¿Qué hacemos? -Josué se había levantado y cam inaba hacia la puerta-. No podemos quedarnos quietos. Al notar el jaleo , Randy pensó que la prohibición de ladrar se había terminado, así que se puso a hacerlo con todas sus fuerzas. - ¡Randy! -D ani se agachó cerrando el hocico del perro con am bas m anos, pero ya era tarde. - ¡¿Quién hay ahí fuera?! La pregunta vino del interior de la casa, y la voz parecía de un hombre realmente enfadado. - Nos han descubierto -dije-. ¡Tenem os que m archarnos! ¡Rápido! Pero Josué ya estaba delante de la puerta. No le dio tiempo a reaccionar, porque ésta se abrió y una mano, rápida como un relám pago, le agarró, m etiéndole a la casa. - ¡Eres un entrometido! -pudim os escuchar que le gritaba la misma voz de hombre-. Os dije que os m archarais. Ahora verás lo que hago con los m equetrefes curiosos. De nuevo escucham os el llanto de la mujer, pero ahora sonó m ás fuerte. Se dirigió al hombre, diciéndole; - No le hagas daño, por favor, no hagas locuras.
Las voces fueron escuchándose cada ve z m ás débiles, a medida que se alejaban hacia el otro extrem o de la casa.
en el hospital.
11 NOCHE DE MIEDO Los tres, junto con Randy, regresam os a nuestra casa, pero nos quedam os en el porche, mirando hacia el lugar por donde había desaparecido Josué. - Tenem os que hacer algo -dije con determ inación-. No podemos quedarnos aquí m ientras Josué corre peligro. - Sé que tenem os que hacer algo -afirm ó Dani, sintiendo que ahora le tocaba a él hacer el papel de protector-. Pero debem os planearlo. No conseguirem os nada apareciendo en la puerta y dejando que nos aprese a todos. - Pienso que lo primero es ve r si hay alguna posibilidad de entrar -com enté-. No hem os revisado la s ventanas, tal vez haya alguna abierta por donde podamos colarnos. - Está bien -concedió Dani-. Vayam os, pero lo mejor es que Randy se quede aquí. Ha sido por su culpa que nos han descubierto, y si se le ocurre volver a ladrar nos pondrá a todos en peligro. El pobre Randy, dándose cuenta de que Dani estaba enfadado con él, se tumbó en el suelo, tapándose el hocico con sus patitas delanteras, como si estuviera avergonzado. Cuando estábam os a punto de ponernos en m archa, Noa nos dijo; - ¿Qué os parece si antes de salir pedimos a Dios que nos ayude? A todos nos pareció buena idea, a sí que nos dimos la mano y Danime pidió que fuera yo quien lo hiciera. - Señor -com encé-, parece que estam os m etidos en un lío, y te pedimos que nos ayudes a resolverlo. No dejes que nadie haga daño a Josué, y permite que le encontrem os y que podam os volver todos a casa. De paso, te pedimos tam bién por nuestros padres, cuídales, i Ah! Y cuida también de la abuelita de Josué, ya sabes, está
Poco después estábam os caminando alrededor de la casa e intentando ve r algo a través de las ventanas. Todas estaban cerradas y con la persiana bajada. Cuando llegam os a la parte de atrás, vim os unas escaleras estrechas que conducían a una puerta. Al pie de e sas escaleras había bolsas de basura, por lo que nos im aginam os que aquella era la entrada a la cocina. - Hmmm, ¡vaya descubrim iento! -exclam ó Dani. - ¿Descubrim iento? -pregunté. - Mira, en esa bolsa de basura hay dos chuletas de cordero a medio comer. Si Randy las pillara... ¿se las llevam os? - ¡No seas tonto! -le regañó Noa-. ¿No se te ocurre pensar en otra cosa, estando Josué en peligro? - Bueno, mujer, no te enfades. Sólo intentaba alegrar un poco el ambiente. Voy a acercarm e a esa puerta -dijo, muy decidido-. Tal v e z no esté cerrada. - Ten mucho cuidado, por favor -le dije-. Si también te capturan a ti estarem os en un lío muy grande. Subió los peldaños muy despacio. Al verle ascender por la escalera me dio la im presión de que Dani ya no era tan ganso. Había madurado mucho. - ¡Está abierta! -susurró emocionado, haciendo señas con la mano-. Venid, podemos entrar por aquí. - ¿Estáis seguros? -N oa me miraba bastante asustada. No se atrevía a subir aquellas escaleras-. Lo que vam os a hacer ahora sí que es invadir una propiedad ajena. Se trata de un delito grave. - ¿Y no es un delito lo que ese hombre ha hecho con Josué? -le dije em pezando a subir-. No entiendo mucho del tem a, pero a m í me suena a secuestro. Noa me siguió. Nos acercam os a Dani y abriendo una rendija perm anecim os un rato escuchando. No se oía nada. Daba la im presión de que la casa estaba vacía, pero nosotros sabíam os que no era así. Entramos con mucho cuidado, cam inando de
puntillas y Dani em pezó a cerrar la puerta.
Mi corazón casi se paró, al notar que tocaban mi pie.
- Déjala abierta -su girió Noa, que cada ve z estaba m ás asustada-. Será m ás fácil escapar si tuviéram os que salir corriendo.
Estábam os perdidos. Nos habían descubierto.
Seguim os avanzando muy despacio, íbam os uno detrás de otro, arrim ados a la pared. Al salir de la cocina llegam os a un pasillo. Dani iba delante; yo creo que no le apetecía ni un poquito, pero con eso de que era el único hombre, ya se sabe... luego iba yo, y la última Noa. Me alegré de estar en medio, porque si alguien entraba, fuera por delante o por detrás, no me pillaría a m í la primera. - ¡Esperad! -N oa me tiró del abrigo, indicándom e que nos detuviéramos. - ¿Qué pasa? -susurré-. Detente, Dani. Noa ha visto algo.
No sólo tocaban mi pie, sino que algo me arañaba. Enseguida noté un líquido caliente que se deslizaba por mi pierna. ¡Dios mío! ¿Sería sangre? ¿Podía ser que a causa del arañazo estuviera sangrando? Pero e sas uñas, ese tacto peludo... - ¡Randy! -estu ve a punto de gritar. Me agaché rápidam ente y le cogí en brazos. Cuando le tuve de frente me di cuenta de que el líquido caliente que había notado en mi pierna no era sangre. - ¿Serás cochino? -le regañé-. ¡Te has hecho pis encima de mí!
- No, no he visto nada -dijo ella-, pero he oído pisadas por aquí detrás. Creo que en la cocina.
- Pobrecito, no ha podido contenerse -D ani salió enseguida en su defensa-. ¿No entiendes que está nervioso y asustado?
Nos detuvim os conteniendo la respiración. Si alguien nos había visto no había nada que hacer. Todo estaba muy oscuro, no teníam os linterna, ni conocíam os la casa. Estábam os perdidos.
- Yo también estoy nerviosa y asustada y no voy haciéndom e pis encim a de los dem ás.
Aguzam os el oído y, efectivam ente, se oían unos pasos muy leves que se acercaban. - Aquí -susurró Dani levantando una cortina muy grande que cubría un ventanal-. Vam os a escondernos detrás. A duras penas logram os meternos los tres. Yo notaba que los pies nos asom aban por debajo de la tela. Lo único que nos podía salvar era la oscuridad. Pronto notamos que las leves pisadas se habían acercado mucho. Estaban casi frente a nosotros y allí se detuvieron. - Dios mío -oré, apretando mucho los ojos-. ¿Te acuerdas de lo que te pedí antes de que saliéram os de casa? Pues ahora es el momento de hacerlo. Y si es que estás ocupado con la abuelita de Josué, déjala para luego, por favor. Lo nuestro es una em ergencia. Ahora pudimos escuchar una respiración. Lo extraño es que se oía casi al ras del suelo, como si alguien estuviera arrastrándose.
- Pero ¿cómo habrá conseguido entrar? -preguntó Noa. - Está claro -explicó Dani-, dejé la ventana de casa abierta, por el asunto de los conejitos, y por a llí se escapó. Luego entró aquí por la puerta de la cocina. Ya no queda m ás remedio que tenerle con nosotros. Pero, Randy -le dijo muy serio y muy cerca de su orejita-. Guarda silencio. No se te ocurra ladrar. - Y no se te ocurra hacerte pis otra vez, que te estoy llevando en brazos -le dije yo, m uy cerca de su oreja también. Seguim os avanzando, y el pasillo giró a la izquierda, entonces pudimos ver que al fondo había una sala, cuya puerta estaba abierta y la luz encendida. - Creo que es el salón de la casa -opinó Noa-. Acerquém onos con mucho cuidado, puede que estén allí. Cuando estuvim os m ás cerca pudimos escuchar un sollozo. - Alguien llora -señ aló Dani-. ¿Será Josué?
- No -dije-. Es el m ism o llanto que oímos desde la calle. Quien llora es una mujer.
- Os he preguntado que por dónde habéis entrado...
Estábam os como a dos m etros de la puerta de aquella sala.
Dani señaló a la cocina.
- ¡Oh, no! -s e lamentó Dani cuando sonó un fuerte ruido-. He tirado algo con el pie.
- ¿Por la cocina? -dijo ella-. Claro, olvidé cerrar esa puerta.
Nos param os en seco, y pronto escucham os que alguien se levantaba en la sala. Sus pasos, acercándose, se oían perfectamente.
Estuvo un rato m irándonos con mucho enfado y luego volvió a apuntarnos con su dedo m ientras nos decía;
Cuando se paró en la puerta del salón, la luz, a sus espaldas, hizo que su sombra cayera sobre el pasillo, y nos pareció gigantesca.
- Escuchad. No tenéis ningún derecho a invadir una propiedad privada. Es mejor que os vayáis ahora mismo.
- Ya no podemos hacer nada -susurró Dani-. Correr hacia la cocina es inútil, nos alcanzaría enseguida. Todo está muy oscuro y esa persona conoce la casa mucho mejor que nosotros.
- No nos irem os sin Josué -la voz de Dani sonó como un trueno. Yo me quedé alucinada de su valor-. Tam poco ustedes tienen derecho a secuestrar a nuestro am igo. ¿Dónde está Josué?
La persona que había en el salón dio un paso m ás, saliendo al pasillo. Nosotros podíam os verla, pero ella a nosotros no.
- No lo sé -confesó la mujer, derrum bándose por fin-. Alfredo, mi marido, está como loco y no sé lo que es capaz de hacer. Yo sólo soy una víctim a más de esta situación. No quiero que Alfredo haga lo que hace, pero no puedo evitarlo.
- ¿Alfredo? -preguntó-. ¿Eres tú? ¿Estás ahí? Para nuestro alivio, pudimos com probar que no se trataba del hombre, sino que era la mujer. Seguram ente la m ism a que habíam os escuchado llorar. Alfredo debía ser su marido, y era quien tenía previsto com eter una locura esa noche. Nos pegam os a la pared todo lo que pudimos. Tapé la boca de Randy con mi mano, aunque creo que no tenía intención de ladrar, porque metió la cabeza debajo de mi brazo, tem blando como si tuviera mucho frío. Aquella mujer encendió la luz. Ahora sí que habíam os sido descubiertos. Se quedó parada, m irándonos uno por uno. Luego se aproximó e intentó intim idarnos, señalándonos con el dedo en un gesto am enazante. - ¿Por dónde habéis entrado? -su voz sonaba chillona y desagradable-. ¿Cómo os atrevisteis a entrar en mi casa? No dijimos una palabra. Me di cuenta perfectamente de que, aunque intentaba asustarnos, no sería capaz de hacernos ningún daño. La pobre señora tenía mucha m ás tristeza que enfado.
- Pero, ¿qué le pasa a su marido? ¿Por qué está así? - Es por culpa de la Navidad. - ¿La Navidad? -preguntó Noa-. ¿Qué tiene que ver la Navidad con que ese hombre secuestre a un niño? - La Navidad le entristece m uchísim o. Le trae recuerdos muy duros de su niñez. Me dio mucha pena escuchar eso. La Navidad, la época más bonita del año... ¿Cómo podía alguien ponerse triste en la Navidad?
12 IOSUÉ HA DESAPARECIDO - Su padre aborrecía la Navidad -explicó-, y cuando llegaban estas fiestas, el ambiente en su casa era horrible, eso dejó en Alfredo una m arca muy grande. Cada año lo pasa peor, y este año creo que se ha vuelto loco. Randy saltó de m is brazos y se acercó a la mujer, poniendo am bas patitas sobre ella y dándole luego leves golpecitos con una de ellas. Se agachó conm ovida, y le cogió en sus brazos. Enseguida recibió una ración de lam etazos. Está claro que Randy tiene un corazón enorme. - ¿Podemos ayudar de alguna m anera? -preguntó Noa. - No -contestó rápidam ente. Estaba muy asustada-, lo mejor que podéis hacer es marcharos. Yo intentaré que suelte rápidam ente a Josué. - Pero -D ani no estaba convencido-, puede que necesite nuestra ayuda. ¿Dónde ha llevado a Josué? - A la habitación de arriba -señ aló a unas escaleras-. Me ha dicho que me quede aquí. Que no se me ocurra subir. - ¿Y si está haciéndole daño? -replicó Noa. Dani asintió con la cabeza y se dirigió a las escaleras. - Josué puede estar en peligro. Vam os a subir. - Esperad -suplicó la pobre mujer-. Yo iré delante, vosotros quedaos varios peldaños por detrás. Si me ve a m í no hará nada, pero si os descubre a vosotros, es capaz de cualquier cosa. No deis la luz, eso ayudará a que no nos vea. Com enzó a subir, deteniéndose cada dos escalones para escuchar. Pero el silencio era total. Después de unos quince peldaños llegam os a un pequeño rellano, y tras un giro, la escalera volvió a ascender. Cuando llegam os al final todo seguía en silencio. - Aquel es nuestro dormitorio -dijo señalando al fondo-. Y la puerta de al lado es la
habitación donde él lee y escucha m úsica. Allí se pasa horas encerrado. - No es una persona muy com unicativa, ¿verdad? -pregunté. - No se relaciona con nadie -reconoció ella-. Pero no le culpo. Es lo que aprendió... - Bueno -interrum pió Dani, un poco nervioso-, tenem os que averiguar si su marido y Josué están allí. - Esperaos aquí -dijo la mujer m ientras cam inaba hacia el dormitorio-. Entraré yo. Se acercó a la puerta y pegó el oído; luego nos miró, negando con la cabeza; al parecer no se oía nada. Giró el pomo y empujó. - Nada -susurró-. Aquí no hay nadie. Se aproximó a la otra habitación e hizo lo m ism o: escuchó, giró el pomo y empujó la puerta. - Es extraño -n o s hizo señas para que nos acercáram os-. Tam poco está aquí.
modos no cuesta nada intentarlo de nuevo. Marcó una vez más el número de Josué. - ¡Está dando señal! -gritó em ocionado-. ¡Ha descolgado! ¡Josué! ¿Me oyes? ¡Soy Dani, dinos dónde estás! ¡Dios mío! ¡¿Josué, qué te ha pasado?! ¡Contesta, por favor! - ¿Qué ha ocurrido? -todos nos abalanzam os hacia Dani, preguntando-: ¿qué le ha pasado a Josué? - Algo le ha ocurrido, pero no sé el qué -dijo muy preocupado-. Ha descolgado el teléfono, pero enseguida le escuché gritar y a continuación oí un golpe muy fuerte. - ¡Dios mío! -e xclam ó la mujer tapándose la boca con am bas manos. - ¿Qué haces? -pregunté a Noa, viendo que había sacado su teléfono móvil y em pezaba a m arcar. - Estoy llamando a la policía -respondió-. Es lo único que podemos hacer.
Pudimos com probar que en aquella pequeña habitación, la preferida de aquel hombre, había un montón de libros repartidos en desorden sobre la m esa, algunos estaban por el suelo, y en una gran estantería de la pared había muchos más. A un lado, sobre una pequeña m esita, estaba el equipo de m úsica y decenas de C D 's . Una silla y un sillón de una sola plaza componían el resto del mobiliario. Efectivam ente, a llí dentro no había nadie.
- ¡¡No!! -aqu ella mujer se lanzó sobre Noa y el teléfono salió despedido-. No lo hagáis, por favor.
La mujer, m ás inquieta por momentos, corrió al otro extrem o de la planta, donde había otras dos puertas. Entró en una y enseguida salió. Rápidamente se dirigió a la otra, abriéndola con celeridad.
- No llam éis a la policía -la mujer había em pezado a llorar de nuevo-. Es mi marido. Lo que hace no está bien, pero si lo denunciáis le acusarán de secuestro y term inará en la cárcel.
- ¡Nada! -y a casi gritaba-. ¡No hay nadie! ¿Cómo es posible que hayan desaparecido? Yo estuve abajo todo el rato y no les he visto salir.
- Creo que sería conveniente m irar alrededor de la casa -su gerí-. Si no está aquí, tal vez haya salido.
Se sentó en el suelo, totalmente frustrada y apoyó su cabeza en am bas manos, en un gesto de desesperación.
Bajam os a toda velocidad y revisam os con detenimiento el entorno de la vivienda, pero no vim os nada.
- Supongo que ya habréis intentado localizar a vuestro am igo en su teléfono móvil -n o s dijo.
No había nadie por a llí fuera, y lo peor es que em pezábam os a notar el cansancio, y el frío era realmente intenso; todos estábam os tiritando.
- Mil veces -replicó Dani-. Pero siempre está apagado o fuera de cobertura. De todos
- ¿Qué os parece si vam os a nuestra casa y m editam os en lo que podemos hacer
Noa se quedó mirando su teléfono que, después de volar varios metros, se estrelló contra el suelo, desm ontándose en varios pedazos. - ¡Hala! -se quejó-. Un móvil polifónico de última generación que me regalaron en mi último cum pleaños, hecho añicos.
m ientras entramos en calor? -recom endó Noa. Como sigam os aquí nos pondremos enfermos. - Me parece buena idea -dijo Dani-. Vam os a tom ar algo caliente, a ver si m ientras tanto se nos ocurre alguna cosa. - ¿Cómo se llam a? -pregunté a la mujer. - Laura -m e respondió mirando al suelo, angustiada. - Venga con nosotros, Laura. Le vendrá bien entrar en calor. En cuanto entramos en casa, Dani encendió la chim enea y yo puse leche a calentar. Estábam os congelados. O bservé a Laura y me quedé muy preocupada. Estaba sentada en un rincón, agarrándose las m anos y tiritando de miedo y frío. Tenía los labios am oratados y el pelo le caía por la cara muy desordenado. Me dio m uchísim a pena. - Acérquese al fuego, aquí estará m ás caliente -le dijo Noa-. Díganos, ¿qué es lo que le pasó a su marido para llegar a odiar tanto la Navidad? - Realm ente no lo conozco en detalle -reconoció la pobre mujer sin dejar de tem blar-. Nunca pudimos hablar mucho del asunto... en cuanto tocábam os el tema se enfurecía tanto que no podía seguir hablando. - Debió ser una infancia terrible -lam enté, m ientras servía la leche caliente en tazas. - Una vez me contó que lo que más odiaba de estas fechas era la llegada de Papá Noel y de los Reyes Magos. «Todos los niños salían a la calle con sus regalos nuevos -m e decía-, pero yo nunca tenía ningún juguete que enseñar.» La mujer había cogido la taza con am bas manos, para intentar en calor, y siguió relatando;
que éstas le entraran
- No era porque no tuvieran dinero. Sino que su padre insistía en que todo eso de la Navidad era un engaño com ercial y que ellos no darían un céntimo para m antener ese negocio. No se daba cuenta de que m ientras los dem ás niños aguardaban la Nochebuena y el día de R eyes con ilusión, Alfredo lo hacía con vergüenza y resentimiento.
Dani seguía arrim ando troncos al fuego de la chim enea cuando, de repente, recordó algo; - Esta noche, después de recoger su nota... - ¡La nota! -Lau ra nos miró y por primera vez en toda la noche sonrió-. ¡Qué inteligentes habéis sido para descubrir que estaba escrita con zumo de limón! Necesitaba pediros ayuda, pero tenía pánico de que Alfredo me siguiera y pudiera leer lo que había escrito. Por eso lo hice con esa tinta invisible. Recé para que pudierais detectarlo. - No fue sencillo -dijo Noa-, pero Miriam y Randy forman una fantástica pareja de detectives. - Todo el mérito es de Randy -reco no cí acariciando la cabecita de aquel animal tan inteligente-. Sin su ayuda nunca habríam os leído el m ensaje. Por cierto, ¿cómo estaba tan segura de que encontraríam os el sobre debajo de aquella piedra? La mujer volvió a sonreír, y a m í me pareció que era mucho m ás guapa cuando lo hacía. Luego respondió; - La verdad, no estaba segura de que lo fuerais a encontrar. Lo único que sabía es que si lo dejaba sobre la nieve, el viento se lo llevaría. Tal ve z tuve una corazonada. Me parecisteis inteligentes y sa g a ce s desde el primer momento en que os vi... jugando a guerra de nieve en mi parcela... Nuevamente nos sonrió, y en aquella sonrisa yo descubrí una añoranza tremenda, como si aquella mujer necesitara desesperadam ente verse rodeada de niños que juegan con la nieve. - Laura -D ani volvió al punto en el que había sido interrumpido-, le decía que después de recoger la nota, cuando nos acercam os a su casa, escucham os un ruido, como de algo que se rompía, luego oímos que usted lloraba. ¿Qué fue ese ruido? Nos miró otra vez, uno por uno, y luego siguió hablando. - Ese ruido... -parecía que le costaba trabajo responder; como si el tem a la agobiara especialm ente-. Bueno, todo comenzó por la tarde -entonces yo recordé que tam bién por la tarde, cuando jugábam os a guerra de nieve, escucham os un sonido parecido.
Laura, la mujer de Alfredo nos lo iba a explicar-: yo había preparado un regalo para dárselo a Alfredo m añana, día de Nochebuena. Pero al verle tan mal pensé que ese era un buen momento para intentar levantar su ánimo. Entonces saqué el regalo y le dije; «Feliz Navidad, Alfredo. Tom a este regalo. ¿Por qué no intentam os olvidar el pasado? Mira, ahora si tienes quien te obsequie en Navidad». Pero él se enfureció m ás todavía. Agarró la caja y la estrelló contra el suelo. Entonces em pezó a gritar, fuera de sí: «¿Que olvide el pasado? ¡Nunca lo olvidaré!». Ése fue el estruendo que escuchasteis, y esa la razón de m is lágrim as. Me asusté mucho. Alfredo tenía la mirada ida y los ojos fuera de sus órbitas. Luego, me miró fijam ente y me dijo: «De esta noche no pasa. Esta noche lo resolveré todo...». Yo me asusté m uchísim o. «¿Qué v a s a resolver?». Le pregunté. Pero él se fue hacia arriba sin responderm e. Fue entonces cuando decidí escribir esa nota, pidiendo ayuda. Primero pensé en dársela a vuestros padres, pero no podía salir a la luz del día, tenía que esperar a que Alfredo se durmiera. Vi que vuestros padres se marcharon, pero de todos modos decidí haceros llegar ese aviso. Luego, esta noche, poco antes de que él os encontrara ahí fuera y cogiera a vuestro am igo, en un intento desesperado por apartar de su cabeza cualquier tontería que estuviera pensando hacer. Saqué un segundo regalo que tenía reservado para m añana, y se lo entregué. Hizo exactam ente lo m ism o; lo lanzó contra el suelo. Han sido dem asiados años odiando la Navidad. Tem o que ya es tarde para ayudarle. La mujer agachó la cabeza y lloró desconsoladam ente. Noa se aproximó y la abrazó, intentando transm itirle consuelo. - No es tarde Laura -la dijo, sin dejar de abrazarla-. La Navidad es un tiempo de m ilagros, y ya verás como Alfredo será el m ilagro de esta Navidad.
13 LA HABITACIÓN O C U LJA - Cada v e z estoy más preocupado por Josué -dijo Dani. - ¿Dónde pueden haberse ido? -preguntó Noa. Pero nadie tenía la respuesta. - No deja de nevar -d ije pegando mi cara al cristal de la ventana. Entonces vi algo que me resultó extraño. - Laura, ¿hemos dejado las luces de tu casa encendidas? -pregunté. La mujer me miró extrañada.
- Creo que es Randy -dijo Dani-. Ya está haciendo de las suyas. - Viene precisam ente de esa habitación -le dije-. Me ha parecido que el ruido salía de allí. Nos acercam os y, efectivam ente, Randy estaba en su posición de defensa, con las patitas delanteras estiradas y la cabeza pegada al suelo. Gruñía mirando a la estantería, repleta de libros. - Puede que se haya colado algún insecto o algún pequeño reptil -exp licó Dani-. Le vuelve loco cazar lagartijas. - ¿Lagartijas en la nieve? -opinó Noa-. Me da la im presión de que Randy nos está indicando algo.
- ¿Las luces? Ni siquiera las hem os encendido para evitar que nos viera.
Me agaché junto a él.
- Pues ahora m ism o hay luz allí arriba. Mirad.
- Randy, ¿quieres decirnos algo?
Se acercaron aprisa, pero las luces se apagaron antes de que alcanzaran a verlas. - Las han vuelto a apagar -dije-. Eso significa que hay alguien en la casa. - Vam os corriendo -apresuró Dani. Enseguida estábam os allí. Ahora no tuvim os que entrar por la puerta de la cocina, sino que lo hicim os por la principal, porque Laura tenía llave. Volvió a subir delante, pero nosotros íbam os pegados a su espalda. De nuevo entró a su dormitorio. - No hay nadie -dijo saliendo deprisa para m irar en la siguiente habitación. - Está vacía, y esta otra también -corría de una a otra, revisando todas las estancias-. No lo entiendo, esto es para volverse loca. ¿Cómo es posible que...? - ¿Qué habitación da hacia la casa de Noa? -pregunté. - La de lectura de Alfredo. Su cuarto preferido -respondió Laura. - Pues esa es la ventana en la que yo vi luz -in sistí-. Tenem os que volver allí para... Un gruñido me interrumpió. - ¿Qué es eso? -preguntó la mujer extrañada.
Ladró dos veces y comenzó a escarbar con su pata sobre la alfombra. Luego em pezó a golpear los libros e incluso enganchó alguno con las uñas, tirándolo al suelo. - No cabe duda -asegu ró Noa-. Nos está diciendo algo. Laura observaba, sorprendida. - Si realmente os está queriendo indicar algo, es que ese animal es prodigioso. - No lo sabe usted bien -d ije abrazando a Randy. Pero enseguida se zafó de mi abrazo y volvió a arrem eter contra la estantería, ladrando con fuerza. - Está visto que no le gusta que le interrumpan cuando trabaja -dijo Laura, m ás im presionada cada vez. - Ayudadm e -D ani se había acercado a la librería y comenzó a retirar volúm enes-. Tenem os que quitar todos los libros. Nos pusimos m anos a la obra hasta am ontonar todos los libros en el suelo. Entonces Dani comenzó a golpear el fondo de la librería: Toe, toe, toe... toe, toe, toe... Recorría la superficie del fondo. Por arriba, por abajo, a la derecha... toe, toe, toe... hasta que llegó a la parte de m ás arriba y golpeó; tac, tac, tac... - ¡Aquí! -gritó-. ¿Notáis que suena a hueco?
Tac, tac, tac... Así era, sonaba distinto, como si detrás de la estantería hubiera un vacío. - Tenem os que retirar esta estantería -n o s indicó-. Ayudadme.
Term inam os de retirar aquella librería y nos acercam os a la entrada secreta. - Laura -dijo Dani, dirigiéndose a la asom brada mujer-, ¿no tendrá una linterna? Nos vendría muy bien.
Al principio nos costó. Parecía estar pegada a la pared, pero tiram os entre todos y el mueble se fue desplazando hacia nosotros.
- Aguardad un momento, siem pre tengo una en mi dormitorio. En estas casas de montaña la luz suele irse con facilidad.
Apenas lo hubimos retirado unos centímetros cuando Randy se coló entre nuestras piernas, metiendo su cabeza por el hueco que quedaba entre la librería y la pared y ladrando frenéticamente.
Mientras Laura buscaba la linterna nosotros m irábam os lo que había al otro lado de aquella m isteriosa entrada. No tenía puerta y se podía ver el inicio de una escalera, pero en el cuarto o quinto peldaño todo quedaba sumido en la oscuridad. Dani se aventuró a subir un poco, en un intento de ver algo m ás arriba, pero cuando iba a posar su pie en el tercer escalón, un chirrido espantoso nos sobresaltó a todos: ÑIIIIICK... Sonó igualito que la puerta del castillo de El Conde Drácula.
- ¡Silencio, Randy! -le gritó Dani-. No querem os que sepan que hem os descubierto esto. - Pero Dani -y o no term inaba de entenderlo del todo-. ¿Qué es lo que hem os descubierto? - ¿Todavía no te has dado cuenta? -m e preguntó incrédulo-. Retirem os un poco m ás el mueble y lo verás. Lo apartam os lo suficiente como para asom arnos y enseguida pudimos verlo. - ¿Te das cuenta ahora? - ¡Hay una entrada oculta detrás de la librería! -dije asom brada-. Es un acceso secreto. - ¡Claro! -adivinó Noa-. Por eso no les encontram os. Seguram ente están allí dentro. Laura era incapaz de reaccionar. Nos miraba con la boca abierta. Creo que intentaba cerciorarse de si todo estaba ocurriendo realmente o se trataba de un sueño. - Pero... -com enzó a hablar, pero le resultaba difícil term inar las frases-. Pero... llevo viniendo aquí por m ás de diez años... nunca supe de esa entrada... No tenía ni idea de que... ahora entiendo las horas que pasaba Alfredo aquí dentro y el empeño que ponía en que nunca viniera a interrum pirle... ahora entiendo las veces que desaparecía por arte de m agia y yo no le veía salir a la calle... ahora entiendo... La pobre mujer no salía de su asombro y mantenía la boca abierta y sus manos a am bos lados de la cara, en un gesto de sorpresa.
Dani saltó hacia atrás, bajando los tres escalones de golpe, y hasta Randy retrocedió sobresaltado, aunque enseguida se recuperó y apoyó sus patas delanteras sobre el primer peldaño, ladrando como un loco. Le agarré, tirando de él, y todos guardam os silencio. En ese momento llegaba Laura con la linterna.
14 ¡¡APARECE!! - Aquí tenéis chicos, creo que esta linterna os servirá, aunque... Noa se volvió hacia ella indicándola que guardara silencio. Plop, plop, plop... el sonido se acercaba por la escalera. ¿Eran pasos? Pronto salim os de dudas. Una pelota descendía rebotando en los escalones, y se paró a nuestros pies. Noa se agachó a cogerla. - Mirad -dijo-, lleva escrito el nombre de Josué. - Sí -asegu ró Dani-, es de Josué. Él y yo hem os jugado m uchas veces con ella. - Entonces ya no cabe la menor duda -afirm é-. Josué está ahí arriba. Tal vez ha intentado escapar, y por eso hem os oído el ruido de una puerta. Dani se rascaba la cabeza, pensativo. - Se me ocurre que puede habernos oído y ha dejado caer esta pelota como una señal, para indicarnos que está ahí. - Me parece una posibilidad muy acertada -dijo Laura-. ¿Os parece que suba para averiguarlo?
Justo cuando me acercaba para cogerle, dejó de ladrar y empezó a olfatear el suelo. El sonido de los pasos también cesó y todo quedó en silencio, quien fuera que estuviera descendiendo, se había detenido. Randy levantó su cabeza y olfateó el aire. Ante nuestro asombro se precipitó en la oscuridad de aquel pasadizo, subiendo rápidam ente los peldaños. - ¡Randy! -llam ó Dani, asustado-. ¡Ven, no subas e sas escaleras! Pero ya era tarde, el anim alito había desaparecido en la sombra. Aguardam os unos segundos e íbam os a subir para buscarle cuando volvim os a escuchar pisadas que descendían. Nos retiram os un poco m ás cuando... - ¡Josué! -N oa fue la primera en verle y en gritar su nombre, antes de que apareciera frente a nosotros, sosteniendo a Randy en sus brazos y muy sonriente. - ¡Qué miedo hem os pasado! -dije acercándom e y dándole un abrazo. Dani tam bién le abrazó m ientras le decía; - Estábam os muy preocupados por ti. Supongo que tienes un montón de co sas que contarnos. - Sí -dijo Josué con la voz bastante débil-, hay mucho que contar. Casi nos habíam os olvidado de la pobre Laura que, asustada y cohibida estaba detrás de nosotros. - Mi marido... ¿Y Alfredo? -se atrevió a preguntar, por fin-. ¿Está bien?
No nos dio tiempo a contestar. Randy dio dos pasos en dirección a la oscura entrada y se puso a gruñir. Enseguida volvim os a escuchar aquel chirrido estrem ecedor: ñiiiick... Una puerta se había abierto al final de aquellas escaleras; lo siguiente ocurrió muy deprisa; Randy ladraba con fuerza y Dani le cogió, obligándole a guardar silencio. En ese momento pudimos escuchar unos pasos. Alguien descendía muy lentam ente por la escalera.
- Lo siento -dijo Josué con tristeza-. Cuando escuchó ruidos aquí abajo, abrió la puerta y entonces supo que habíais encontrado la entrada. Fue ese el momento que yo aproveché para dejar caer la pelota, con la intención de que supierais que estaba ahí arriba. Él, al saberse descubierto, se deslizó con una cuerda a través de una pequeña ventana.
Movidos por el más puro instinto de supervivencia nos echam os hacia atrás, pero Randy logró escap ar de los brazos de Dani y volvió a abalanzarse hacia las escaleras.
- ¿Se ha ido a la calle? -la mujer estaba asustada-. Pero, ¿a dónde piensa ir tan de noche y con el frío que hace?
Estaba dem ostrando que era muy valiente.
- No lo sé -reconoció Josué-. Sólo me dijo que esperara cinco minutos después de que
él se m archara y entonces ya podía bajar. Señora -se acercó a ella y puso una mano sobre su hombro-, su marido está muy triste. Me ha contado m uchas cosas.
- Sí -dijo señalando las fotografías-, es lo que te im aginas. Ese es el papá de Alfredo, y el bebé que sostiene en brazos es mi marido, casi recién nacido.
Dani, miró a la mujer con mucha com pasión. Tam bién se acercó a ella y presionó un poquito su brazo, preguntándole;
Nos aproxim am os para ve r el álbum, y entonces entendimos. La cara del hombre m ayor que sostenía al pequeño en brazos estaba totalmente raspada, como si alguien hubiera querido desfigurar aquel rostro. Todas las fotos de su padre habían sido deterioradas, como si Alfredo se estuviera vengando de su padre, en sus fotos.
- ¿Podemos subir a ve r esa habitación? Asintió con la cabeza. No tenía fuerzas ni para hablar. La escalera era muy estrecha y sólo podíam os subir de uno en uno. Me pareció contar unos doce peldaños y entonces llegam os ante una puerta tan pequeña, que tuvim os que agacharnos para poder cruzarla. Al hacerlo nos vim os en una estancia cuyo techo se inclinaba en los lados. Sólo podíam os estar de pie en el centro de la habitación, porque la altura se reducía mucho al aproxim arnos a la pared. Olía a cerrado. La única ventana que había era muy pequeña y estaba totalmente camuflada para no ser vista desde el exterior. Ahora estaba abierta. Por allí había escapado Alfredo. - ¡Dios mío! Ha construido una habitación bajo el tejado de la casa... -Laura había entrado detrás de nosotros, y observaba aquella estancia con la boca abierta por la sorpresa. - Aquí hay un interruptor de luz -dijo Josué pulsándolo. Al estar iluminado pudimos apreciar mejor aquel lugar. - ¿Qué es todo eso? -D ani se había acercado a un rincón donde había m uchas cajas am ontonadas-. ¡Son juguetes! -dijo abriendo alguna de ellas-. ¡Mirad! Cliks de Playm obil, m is favoritos. Hay hasta un excalectric. - ¡Qué extraño! -la pobre mujer cada ve z entendía menos lo que estaba pasando allí-. ¿Qué significa todo esto? - Mirad... Dios mío, qué triste es esto -N oa sostenía en sus m anos lo que parecía un álbum de fotos-. Que no sea lo que me im agino, por favor... La mujer se acercó a m irar las fotos y se llevó una mano a la boca para tapar el sollozo. Luego asintió con la cabeza.
- Que odio tan tremendo ha acum ulado -d ije sintiendo un nudo en mi garganta-. Es lógico que no soporte la Navidad. Es im posible apreciar estas fechas con tanto rencor en el corazón. La última de las fotografías m ostraba a un niño pequeño, junto a un árbol de Navidad. - ¿Es tam bién Alfredo quien está junto al árbol? -pregunté. - Sí, es él. Pero mira. La mujer despegó la foto y al hacerlo se separó en dos partes; en una quedó el niño y en la otra el árbol de Navidad. - ¿Ves? -dijo al borde las lágrim as-. La foto es un montaje que él hizo. Un montaje de lo que le hubiera gustado vivir. Su padre jam ás le dejó pararse junto a un árbol de Navidad. Nunca tuvieron uno en su casa... Salim os de aquella habitación con el corazón encogido y nos sentam os en el salón, incapaces de hablar. Después de un tiempo de silencio Dani recordó; - Josué, cuando te llamé por teléfono, ¿qué te paso? Me llevé un susto enorme al oírte gritar y escuchar un golpe. - Sí -repuso Josué-, ya me im agino que te asustaste. En cuanto me capturó, Alfredo me quitó el teléfono y lo desconectó... - Ya nos dimos cuenta -interrum pió Noa-. No parábam os de llamarte. Debes tener como trescientas llam adas perdidas. - Nunca lo sabré -dijo Josué m ostrando su móvil totalmente desm ontado-. En un descuido de Alfredo recuperé mi teléfono. Cuando llam aste acababa de conectarlo y lo tenía en la opción de silencio. Como él estaba descuidado me aparté a un rincón y
descolgué, pero se dio cuenta, entonces golpeó mi mano, por eso oíste un grito, el móvil voló y se estrelló, ese fue el golpe que escuchaste. Y estos son los resultados -sostenía en am bas m anos los pedazos del teléfono.
15
- Lo siento mucho -replicó Laura-. Ya son dos los teléfonos destrozados -dijo mirando a Noa-. En cuanto pase todo esto os compraré unos nuevos.
ALFREDO
- No se preocupe -repuso Josué-. Lo importante ahora es encontrar a Alfredo. ¿Os parece que le busquem os por los alrededores? Son las cuatro de la m añana, y todavía falta mucho para que am anezca.
Al salir pudimos apreciar que había dejado de nevar, pero seguía haciendo un frío espantoso. Cruzam os la calle a la carrera y enseguida estábam os ante la puerta de nuestra casa.
- Josué -le dije levantándom e-, antes debes tom ar algo caliente. Debiste pasar mucho frío allí arriba.
- ¡Está abierta! -e xclam ó Dani, extrañado-. Estoy seguro de que yo la dejé cerrada.
- Es verdad -dijo Laura, incorporándose y dirigiéndose a la cocina-. Voy a preparar algo.
- Tal vez no llegó a encajar del todo -dijo Josué-, y el viento la abrió.
- Espere -N oa la tomó del brazo, cariñosam ente-. En nuestra casa tenem os la chim enea encendida y hay leche y cacao. ¿Por qué no viene con nosotros y tom am os algo allí?
- Qué raro -Noa miraba con preocupación a la puerta entornada. Randy, saltando de m is brazos y ladrando, terminó de convencernos de que algo extraño ocurría. - Ha olido algo -le dije a Dani, observando como Randy se acercaba a la puerta, olfateando. - Tenem os que pasar -dijo Josué-. Vam os todos juntos. Nos acercam os con precaución, la mujer se había puesto delante de nosotros en un intento de protegernos. Empujó la puerta para que se abriera del todo y entró despacio, enseguida se paró en seco. Como íbam os muy cerca de ella, chocam os contra su espalda. Entonces lo vim os. La tenue ilum inación de las bom billas del árbol navideño, dejaban ver que a sus pies había un bulto negro. Lo observam os con miedo y nos aproxim am os lentamente. De pronto em pezó a m overse. - Es una persona -dijo Noa sobrecogida-. Una persona está arrodillada bajo el árbol y tapada con un abrigo negro. - ¡Alfredo! -gritó entonces la mujer, y corrió, agachándose a su lado y abrazándolo.
Nosotros seguíam os en la puerta, paralizados. Ninguno de nosotros se atrevía a acercarse, pues no sabíam os qué intención tenía ese hombre. La mujer le mantenía abrazado y entonces notam os que él también sollozaba. - Esto es todo lo que yo quería de pequeño -dijo Alfredo, sin dejar de llorar, m ientras señalaba al árbol-. Un árbol de Navidad, una chim enea encendida, un regalo al pie del árbol, aunque sólo hubiera sido una carta de cariño de mi padre... cantar un villancico. - Tranquilo, Alfredo, ahora puedes tener todo eso...-le decía ella con m uchísim o cariño. - ¿Por qué no pude disfrutarlo de niño? -se había puesto en pie y golpeaba el aire con los puños-. ¿Porqué fui el único niño sin Navidad? ¿Por qué me robaron la Navidad? Al girarse nos vio y se quedó parado; luego se acercó lentam ente. Sentim os el impulso de sa lir corriendo, pero Josué nos retuvo y se dirigió al hombre; - Alfredo -le dijo con la voz muy firme-. Ésta puede ser su primera Navidad, si es capaz de perdonar y olvidar el pasado. Aún está a tiempo de disfrutarla como si fuera un niño. Aquel hombre miraba a Josué sin pestañear. Al ver que Alfredo escuchaba, me decidí a decirle un par de cosas. - Lo que le dice Josué es cierto. Mire, sé que usted lo ha pasado muy mal. No podemos hacer nada para cam biar lo que vivió siendo niño, pero está a tiempo de hacer algo con lo que todavía tiene para vivir. ¿No cree que es una tontería am argar su vida de hoy, por culpa de su vida de ayer? Sé que te resultará raro que una niña de doce años dijera co sas tan bien dichas. La verdad es que no sé como se me ocurrieron e sas palabras, yo misma flipaba al escucharm e; pero lo importante es que aquel hombre estaba escuchándolo todo. - Alfredo -ahora era Noa la que, acercándose a Laura y poniendo su brazo sobre el hombro de aquella mujer, le dijo-, una vez me enseñaron que la Navidad comenzó gracias al amor, y que m ientras haya amor, habrá Navidad. Laura le quiere m uchísim o, y eso tiene más valor que todos los regalos del mundo. ¿Se da cuenta de que todavía
está a tiempo de vivir una verdadera Navidad? Aquel hombre mantuvo su mirada fija en Noa m ientras le hablaba. Luego apartó los ojos para posarlos en el fuego que ardía en la chim enea. Se agachó para observarlo mejor. A continuación se acercó al árbol de Navidad y lo miró detenidam ente... - Se ha vuelto majareta -m e susurró Dani poniéndose el dedo índice en la sien-. El pobre está chiflado. - Shhh -le miré con enfado indicándole que se callara. Alfredo nos miró de nuevo y por primera ve z sonrió. - Una chim enea encendida -se volvió hacia el árbol y añadió-: un árbol iluminado -su s ojos se posaron en nosotros-, niños felices... -con la voz quebrada por la emoción se volvió hacia su esposa-. Y tú... esto es una verdadera Navidad... ¿Alguna vez te has aguantado las ganas de llorar y notabas como la garganta te dolía? Pues eso es lo que me pasaba a mí. Sentía un peso grandísim o en la garganta, pero pensaba que si ese hombre me veía llorar podría volver a enfadarse. Dani dio un paso hacia delante. - ¿Me deja que le cante un villancico? -s in esperar la respuesta corrió hacia su habitación y sacó el tem ible pandero. Cuando Alfredo lo vio se acercó a Dani. - ¡Un pandero! -gritó em ocionado-. Idéntico a los que se usaban cuando yo era pequeño. Hummm. Huele a ajo, como los de los chicos de mi barrio. La cara de Dani se iluminó. - ¿Veis? -por fin había encontrado a alguien que apreciara ese instrumento mortífero. Se volvió hacia nosotros muy orgulloso, y dijo señalando a Alfredo-: aquí tenéis a uno que sabe. Él entiende lo que es bueno, y se da cuenta de que un pandero de Navidad tiene que oler a ajo. Lo siguiente fue bastante emocionante. Volvim os a la habitación de lectura de Alfredo. - Menuda habéis liado en mi habitación preferida -sonreía al m irar el desastre que habíam os organizado-. Ni que hubiera caído una bomba. Acom pañadm e -n o s dijo
m ientras com enzaba a subir por las escaleras secretas. Una vez arriba nos mostró el montón de cajas que se apilaban en el rincón. - ¿Podríamos llevarlas a vuestra casa? Le m iram os, extrañados, porque no teníam os ni idea de qué era lo que pretendía, pero muy pronto el salón de nuestra casa se había convertido en un «Toys "R" Us». Resultaba curioso ver a aquel hombre sentado en el suelo, rodeado de juguetes. Alfredo tomó a Laura de la mano y la pidió que se sentara a su lado. - Voy a contarte algo que nunca te dije -e lla le miró con preocupación-. Todos estos juguetes se los quité a los niños de mi barrio. Sentía tal envidia por la felicidad que todos ellos m ostraban en Navidad, cuando les oía hablar de esos reyes m ágicos que dejaban regalos en el salón de su casa, pero que nunca se pasaron por la mía, que al mínimo descuido cogía sus juguetes y los guardaba en mi habitación. Pero nunca pude disfrutarlos, porque mi padre no permitía que en casa entrara nada que pudiera relacionarse con la Navidad. Escondía todo en el arm ario o bajo la cama, y por la noche, cuando m is padres dormían, jugaba en silencio. Me parecía terrible que un niño hubiera tenido que vivir aquello, y me emocionó muchísimo que ahora Alfredo volviera a sonreír. Se puso en pie y nos dijo, m ientras señalaba todas aquellas cajas: - Quiero que sean para vosotros. Me habéis hecho re cu p e rarla esperanza y lograsteis convencerm e de que aún estoy a tiempo de vivir la Navidad. - Alfredo -D ani sostenía algo en su mano-, me gustaría hablarle acerca de esto. - ¿Mis álbumes? -e l rostro de aquel hombre volvió a ensom brecerse-. ¿Qué quieres decirm e acerca de m is fotos? - No quiero hablarle de las fotos, sino de su padre. Perdone que me entrometa, pero creo que no podrá vivir la verdadera Navidad m ientras no sea capaz de ver la cara de su padre -D ani dijo esto m ientras señalaba aquel rostro desfigurado que aparecía en m uchas fotografías. - Alfredo -Lau ra se había acercado por detrás y abrazaba a su marido-, te lo he dicho
m uchas veces; el rencor te está am argando la vida. Debes perdonar a tu padre. Esta chica te ha dicho que la Navidad es amor, ¿no crees que decidiendo am arle lograrás crear una gran Navidad? Alfredo se acercó a la ventana y se puso a m irar el paisaje m ientras meditaba. Estaba em pezando a am anecer, pero ninguno de nosotros notaba el cansancio. Justo en ese momento Noa entró en el salón trayendo un cazo humeante. - Traigo chocolate calentito para todos. - ¡Bravo! -exclam ó Dani dando golpes a su pandero-. ¡Viva la Navidad! Me encantó la forma en que Laura se aproximó al ventanal, tomó el rostro de Alfredo con las dos m anos y besó su m ejilla, pero me gustó, aún m ás, la deliciosa sonrisa con la que ese hombre le devolvió el beso. Fue superromántico. - Voy a proponeros algo -n o s dijo Alfredo-. Escuchad... - Me parece un plan buenísim o -aplaudió Josué después de escucharlo. Todos estuvim os de acuerdo, especialm ente Laura. A sí que firm am os el pacto juntando nuestras m anos en el centro del salón. - ¡Todos para uno, y uno para todos! -gritam os m ientras reíamos. De pronto Randy comenzó a ladrar. Saltó del sillón en el que estaba acurrucado y se lanzó sobre la puerta ladrando insistentem ente. Enseguida pudimos escuchar el motor de un coche. - ¡Es un coche de policía! -e xclam ó Josué, mirando por la ventana-. ¡Está parando aquí! Alfredo se quedó pálido y miró a su esposa con una expresión de auténtico miedo. - ¿Llam asteis a la policía? -la voz de Laura tembló m ientras lo preguntaba. Sabía muy bien que lo que su marido había hecho al retener a Josué era un verdadero delito. - No, Laura -asegu ré-. Nosotros no hem os llamado a nadie. No sé por qué han venido. - ¡Esperad! -gritó Noa mirando a través del cristal-. ¡Vamos afuera, veréis que sorpresa!
Salim os corriendo al porche y nos quedam os alucinados al ve r a nuestros padres despidiéndose de los policías que les habían acercado a casa. -¡Papa, m am á, que bien que ya habéis llegado! - s a lí corriendo a abrazarles. - ¡Qué chulo! Habéis venido en el coche de la poli -dijo Dani, em ocionado. - Sí -exp licó Carlos-. Han sido muy am ables al ofrecerse a traernos desde el refugio -entonces vio a los vecinos-. ¡Alfredo, Laura! ¿Cómo ustedes por aquí? - Estaban tomando un chocolate con nosotros -le s aclaró Josué. - Bueno -dijo Rocío saludándoles-, les estam os muy agradecidos por haber cuidado de nuestros hijos. Estábam os muy intranquilos, de haber sabido que estaban ustedes no nos habríam os preocupado tanto. - ¿Y todos estos juguetes? -exclam ó mi madre al pasar al salón-. Pero bueno... ¿Ya ha venido Papa Noel? Vaya Navidad m ás chula... - Sí -dijo Alfredo m irándonos y sonriendo-. Es una Navidad muy especial. - Papá, m am á -le s dije, agarrándoles de la mano para que me prestaran atención-. Mañana tenem os que levantarnos pronto, porque... - ¿Pronto? -interrum pió mi m adre-. Claro, como vosotros habréis estado durmiendo hasta ahora mismo. Mira, hija, no hem os pegado ojo en toda la noche... - Yo creo que Miriam tiene razón -Noa me apoyó-. Hay un plan fantástico y muy importante que tenem os que cumplir... y tiene que ser precisam ente m añana. Entonces papá intervino en nuestra ayuda; - D éjalas, mujer, que disfruten, que para eso son las vacaciones. Debes saber que esa es la frase favorita de mi padre. En cuanto ve que yo quiero algo, y mi madre no está por la labor, siem pre dice lo m ism o; «Déjala, mujer». Un día en que mi madre estaba bastante atravesada le replicó; «me estás tocando bastante las narices con eso de "déjala, mujer"». Pero normalmente funciona, como en esta ocasión, pues mamá se encogió de hombros y dijo resignada: - Bueno, pues vosotras veréis. Si luego por la noche os caéis de sueño es vuestro problema...
- Sarna con gusto no pica -le dije-, ¿verdad mamá?
16
- Pues nada -dijo mi padre-. Si también va tu pandero, llevarem os nuestro coche. Tú y el pandero iréis en el de C arlos, por supuesto.
UNA NOCHEBUENA MUY ESPECIAL
- Mírale que listo -rió Carlos-. Bueno, yo ya he tomado el café. Si no hay m ás remedio, vám onos a ese viaje m isterioso.
Los m ayores se creían que por la mañana no íbam os a acordarnos de los planes y que dorm iríam os hasta tarde. Por eso se quedaron im presionados cuando, a las ocho en punto, escucharon el mortífero pandero de Dani, y su voz, más mortífera todavía.
- Para misterio el de anoche -se le escapó a Dani-. ¡Ay! -chilló al sentir mi puntapié por debajo de la mesa.
- «Esta noche es Nochebuena, y m añana Navidad, saca la bota María...» -repitió el villancico como quince veces. Randy se metió debajo de la cam a, porque en la calle nevaba, y nosotros estábam os desesperados.
- ¿Qué misterio fue ese de anoche? -preguntó mi madre, que es muy observadora y no se le escapa ni una. - Nada, nada. Eso forma parte del viaje que vam os a hacer ahora -respondió Josué. Laura y Alfredo estaban ya esperándonos afuera.
- ¿Te importaría cam biar de villancico? -le pedí am ablem ente.
- ¡Buenos días, vecinos! -saludó sonriente Alfredo-. ¡Feliz Navidad!
- ¿Qué día es hoy? -m e preguntó.
- ¡Feliz Navidad! -correspondió Carlos.
- Veinticuatro de diciembre.
Luego se volvió hacia nosotras y, hablando muy bajito, preguntó extrañado;
- Pues eso «¡esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, saca la bota María...!»
- ¿Qué mosca le ha picado para que esté tan am able y sonriente?
Poco después, a la s ocho y quince m inutos, aparecieron m is padres y los de Noa. No bajaban contentos precisam ente, pero hicieron un esfuerzo para sonreír.
- Habrá sido la m osca de la Navidad -respondió Noa.
- Feliz Navidad, chicos. Da gusto pegarse estos m adrugones en plenas vacacion es -dijeron con mucha ironía.
- Noa, por favor - le pedí-, ayúdam e.
- Venga, daos prisa -N oa les empujaba hacia la m esa del salón donde había preparado el desayuno para intentar que saliéram os cuanto antes-, tom aros el café, que tenem os que salir corriendo. - Eso si que no -se plantó Rocío-. Si no nos decís adonde vam os, de aquí no se mueve nadie. - Pero, m am á -replicó Noa-, querem os que sea una sorpresa. Ya te enterarás cuando lleguem os. Venga, vam os al coche y Alfredo os guiará. - ¿Alfredo?, ¿el vecino? -preguntó C arlos, extrañadísim o-. ¿Viene Alfredo con nosotros? - Y Laura también -añadió Dani-, y mi pandero también.
Ya estábam os subiendo a los coches cuando recordé algo; Entramos al salón y enseguida volvim os a salir cargad as hasta arriba con todas las cajas de juguetes que nos había dado Alfredo. - ¿Podríamos echar esto en el maletero del coche? -pregunté a Carlos. Me miró con sorpresa, pero se encogió de hombros m ientras abría el maletero. Los pobres padres no entendían nada, pero ya ni siquiera preguntaban. Por fin estábam os todos preparados. Papá acababa de arrancar, cuando grité; - ¡Espera, papá! -sa lté del coche y corrí hacia la casa. - ¿Qué se te olvida ahora? -se apoyó en el volante del automóvil con un gesto de desesperación. - ¡Debo dejar un hueco para que pueda entrar la mamá de los conejitos! -grité
m ientras abría una de las hojas de la ventana-. Ya está, con esta rendija será suficiente. Por fin pudimos ponernos en m archa. El viaje nos llevó m ás o m enos una hora. Josué y yo íbam os con m is padres y en el otro coche viajaban los padres de Noa, Laura, Alfredo y Dani. Bueno, también iba allí el pandero de Dani.
- Aquí estoy -dijo muy sonriente-. Os presento a César, mi padre -S e agachó junto al anciano, tomó su mano y le dijo-. Papá, te presento a unos am igos. Aquel hombre guardó silencio, pero en su rostro se apreciaba sorpresa y bastante emoción. Seguram ente estaría intrigado y se preguntaría por qué había ido su hijo a verle, y qué pintaban allí todas e sas personas. - Bueno, papá -le dijo agachándose a su lado-, tengo bastantes cosas que contarte, pero prefiero hacerlo a solas. ¿Te apetece que te lleve a dar un paseo?
Aunque había una buena distancia entre los dos autom óviles y las ventanillas estaban cerradas, podíam os escuchar perfectamente el sonido del dichoso pandero y a su dueño cantando villancicos.
El ancianito no dijo nada, sólo miraba a su hijo con un gesto de mucha tristeza. Alfredo nos despidió con la mano y se m archó empujando la silla de ruedas.
- No quiero ni pensar en el dolor de cabeza que tendrán los pobres acom pañantes de ese m uchacho -m i padre se reía al decirlo.
- Dios quiera que todo vaya bien -su sp iró Laura-. Hay m uchas cosas que dependen de esa conversación.
- Y yo no quiero ni pensar en el olor a ajo que tiene que haber en ese coche -replicó Josué, y ahora nos reím os todos. Por fin nos detuvimos junto a un edificio bastante grande. - Es una residencia de ancianos -dijo mi padre extrañado. Nos reunim os todos en la puerta. Alfredo estaba nerviosísim o, y los m ayores nos m iraban intrigados. - Ánimo -le dije-, todo irá bien.
- Ten confianza -dije, agarrando su mano y apretándola un poquito. - Por cierto -s e disculpó la mujer mirando a los m ayores-, ustedes todavía se estarán preguntando qué significa todo esto. ¿Me permiten que les invite a un café m ientras se lo cuento? Cuando nos dirigíam os a la cafetería, noté que faltaba Dani. - ¿Dónde ha podido m eterse este chico? - Id a buscarle -n o s dijeron nuestros padres-, os esperam os en la cafetería.
- ¿Me acom pañaréis? -Alfredo nos miró con ojos suplicantes. Más que una pregunta se trataba de una petición.
Aquel lu gar era enorme. Em pezam os a recorrer pasillos y salones, pero Dani no aparecía.
Subim os con él y tras recorrer algunos pasillos llegam os a una sala grande, muy bien decorada para la Navidad.
- Espera -dijo Josué deteniéndose-. Me ha parecido escuchar un sonido familiar.
- Es inútil buscar en esta sala -dijo Alfredo mirando el gran árbol de Navidad que la presidía-. Miremos por otro lado.
- Creo que viene de allí -m e dijo, dirigiéndose a una puerta.
Después de m irar por muchos sitios, optó por acercarse a un m ostrador y preguntar. - Esperadm e aquí un momento -n o s dijo después-. Volveré enseguida. Nos sentam os, y quince minutos después le vim os llegar empujando una silla de ruedas en la que transportaba a un hombre muy mayor.
Nos detuvim os y enseguida lo capté. Desde luego que era familiar. Al asom arnos vim os una im agen espectacular, tanto que nos dio un ataque de risa. Decenas de ancianos estaban rodeando a Dani. Algunos sentados en sus sillas de ruedas, otros recostados en sillones y con las piernas cubiertas por una manta. Tam bién los había, aunque eran los menos, que estaban de pie.
Pero todos, sin faltar ni uno, llevaban el ritmo con las palm as. Sí, -dije- el ritmo, porque Dani, en el centro de la sala, entonaba sus villancicos preferidos m ientras m arcaba el com pás con su inseparable pandero. Al vernos nos hizo señas.
Mientras tom aba mi coca-cola pude observar como el padre de Alfredo buscó la mano de su hijo y la apretó entre las suyas. Laura también lo vio y muy emocionada se inclinó para besar la mejilla de su suegro. Luego, con un pañuelo retiró las dos lágrim as que asom aron a los ojos del anciano.
- Venid, ayudadm e -no dejaba de sacudir el pandero con la m aza de madera-. Debemos alegrar la Navidad a estos abuelitos. Tienen mogollón de buen rollo.
Soltó la mano de su hijo y, para nuestra sorpresa, sacó de su bolsillo un teléfono m óvil. Sin decirnos nada marcó un número.
- ¿Qué dice ese m uchacho? ¿Qué som os un rollo? -m e preguntó uno de los ancianos que debía ser duro de oído.
- Vaya con papá -rió Alfredo-. Estás a la última. Nunca te im aginé con un teléfono móvil.
- No, que va -le tranquilicé-, lo que dice es que se lo está pasando genial con ustedes.
- Tráigalo, por favor -el anciano había hecho la petición en el auricular de su teléfono.
No nos quedó m ás remedio que cantar con él, y la verdad es que disfrutam os un montón viendo como aquellos ancianitos cantaban y reían. Era el día de Nochebuena y valía la pena hacer el sacrificio de escuchar los terribles golpes que Dani sacudía en aquel pandero. Incluso aguantar aquel insoportable olor a ajo.
Poco después apareció una de las auxiliares de la residencia, trayendo una pequeña caja muy bien envuelta. Incluso tenía un lazo.
Todo valía la pena. - Dani, nos tenem os que ir -le dijo Josué después de un buen rato-. Nos están esperando. - ¡¡¡Volved otro día!!! -n o s decían los abuelitos, sin dejar de aplaudirnos, cuando nos alejábam os. - ¡Cómo mola! -D ani estaba entusiasm ado-. Ya sé lo que siente Alex Ubago cuando actúa. Creo que he descubierto mi vocación; quiero ser artista. - Vale, Dani -le dije aguantándom e la risa-. Pues ya sabes, a presentarte al próximo casting de OT. - ¡Buena idea! -exclam ó todo entusiasm ado-. ¿Sabes cuándo com ienza? Cuando llegam os a la cafetería Alfredo y César, su padre, ya estaban allí. Sentí un gran alivio cuando les vi sonriendo a los dos. Estaba claro que la conversación había ido bien. - ¿Qué queréis tomar? -n o s preguntó Laura muy contenta. Se la veía feliz, como si le hubieran quitado un gran peso de encima.
- Aquí tiene, don C ésar -dijo la auxiliar entregándole el paquete. C esar lo cogió, pero enseguida se lo dio a su hijo. - Tom a hijo. Es un regalo para ti. Feliz Navidad. - ¡Papá! -Alfredo le miraba sorprendido, pero no acertaba a pronunciar palabra. Después de sostener un buen rato aquel regalo, por fin dijo -: ¿tú me haces un regalo de Navidad? No sé que decir... me resulta tan raro. Nunca pensé vivir ese momento -estaba realmente em ocionado. Había com enzado a desenvolver el paquete, pero se detuvo-: ¿sabes qué? Lo abriré cuando sean las doce de la noche, como siem pre soñé. - Eso fue lo que siem pre quisiste, ¿verdad? -e l anciano se tapó la cara con am bas m anos y sollozó-. Fue lo que siem pre quisiste; tener un regalo para desenvolverlo en la m edianoche de Nochebuena. ¿Cómo pude ser tan m alvado? Necesito que me perdones, hijo. Nunca podré devolverte la ilusión que te he robado... Desde que te casaste y no volvim os a vernos, cada vez que llegaban estas fiestas sentía un peso insoportable en mi corazón... Te hice tanto daño... - Papá, todo lo que hiciste ya está perdonado. Dejem os el pasado. Aún estam os vivos y a tiempo de disfrutar la Navidad. Hoy podemos volver a ser niños. Cuando les vi abrazarse ya no pude aguantar m ás las lágrim as. Todos estábam os
muy em ocionados, pero Dani se ocupó de relajar el am biente, poniendo m úsica a la escena. - Noche de Paz, noche de amor, todo duerme en derredor, entre los astros que esparcen su luz... -el tipo canta bastante mal, pero marca el ritmo con el pandero aún peor. - Propongo que hoy cenem os todos juntos -dijo mi m adre-. Es una noche muy especial. Salim os todos de allí, rumbo a la casa de la sierra. - Papá -le dije-. Sólo nos queda una parada m ás y luego podremos irnos a casa. - ¿Otra parada? ¡Hija mía, vaya m añana de sorpresas! Nos detuvim os en un edificio cercano, rodeado por una verja de hierro muy alta. Tras ella se extendía un enorme jardín. Pudimos entrar con el coche y lo aproxim am os hasta la entrada principal. - Esperad un momento -d ije a m is padres. Unos instantes después observam os como Alfredo descendía de su automóvil, ¡vestido de Papa Noel! Se acercó a nuestro coche y del m aletero em pezó a sacar todas las cajas de juguetes que habíam os cargado. - ¡Papa Noel necesita ayuda! -gritó y rápidam ente surgieron cuatro ayudantes; Noa, Dani, Josué y yo misma, que cogim os todos los regalos y nos dirigim os a la entrada. - ¿Qué edificio es éste? -preguntó mi padre. - Es un orfanato -respondió Laura-. Alfredo ha entendido que tal ve z él no tuviera el padre ideal, pero hay otros niños que ni siquiera tienen padre. Él siempre quiso recibir un regalo en Navidad, y ahora ha comprendido que la verdadera Navidad no consiste en recibir, sino en dar. Por eso quiere repartir todos estos regalos. Fue flipante ve r a todos los niños rodear a Alfredo, sentarse en sus rodillas y mirarle em ocionados. Pero el más em ocionado, sin ninguna duda, era el m ism o Alfredo. No dejaba de repetir; - ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!
Junto a él había un enorme árbol, a sus pies muchos niños felices, y en sus manos un montón de regalos. Todo lo que quiso tener cuando fue un niño. Ya no lo era, pero tampoco era tarde. Todavía podía disfrutar la Navidad. Por fin había descubierto el verdadero sentido de estas fiestas; no era recibir, sino Dar perdón, dar sonrisas, dar amor...
17 NAVIDAD ¿Cómo podría describir aquella Nochebuena para que te hagas una idea de lo que ocurrió? La verdad, es muy difícil, porque estoy segura de que nadie ha vivido algo parecido a lo que experim entam os aquella noche. Cuando llegam os a casa eran cerca de las cuatro de la tarde. Estábam os agotados, pero realmente contentos. Alfredo no paraba de sonreír y de saludar a todo el que se encontraba: - ¡Feliz Navidad! - decía a todo el mundo. A m í ya me daba un poco de le dije-: Alfredo, a lo mejor no hace falta que felicites a todos.
palo, y por eso
Pero él me miró, sin dejar de sonreír, y me dijo: - Miriam, llevo cuarenta y cinco años de retraso, a sí que tengo que recuperar el tiempo perdido. Yo dije para mí, «pues como piense recuperar todo el tiempo en estas fiestas, lo llevam os claro, le veo felicitando la Navidad a Randy, a las ardillas, a los conejos...». ¡Los conejos! Casi lo olvido. Te habrás preguntado qué fue de ellos, ¿verdad? Pues enseguida te lo cuento. Como te he dicho, cuando llegam os a casa eran casi las cuatro de la tarde y todavía nos quedaba preparar la cena de Nochebuena. - ¿Qué podríam os hacer para la cena? -preguntó mi madre. - ¡Judías con chorizo! -respondió Dani. Mi padre le miró extrañado, luego se volvió hacia mí, y con su mirada parecía preguntarme: «¿Este chico es normal?». Yo le hice un gesto de tranquilidad con la mano, como diciendo, «no le hagas caso, ya se le pasará...». - Había pensado traer un pavo y asarlo -se disculpó Rocío-, pero a última hora se me
olvidó. - A mí me ha ocurrido lo m ism o con el cordero -explicó mi m adre-. Mi intención era comprarlo aquí, porque en esta zona la carne es mucho mejor que la que venden en la ciudad, pero con eso de quedarnos atrapados en la nieve y todos los líos que hemos tenido, me ha resultado imposible. - No se preocupen -dijo Laura-. Vam os a m irar lo que tenem os en casa, ya encontrarem os algo para cenar. Lo importante es estar juntos y disfrutar. A mí me queda algo de jam ón y también tengo un queso muy bueno. Voy a prepararlo y lo traigo enseguida. - ¡Mirad! -dijo Noa nada m ás e n traren casa-. ¡Ha regresado la m am á de los conejitos! La im agen era preciosa. Sobre la manta que habíam os puesto al lado de la chim enea, la mamá estaba am am antando a sus crías. - ¿Conejos? -dijo mi padre con una mirada un tanto extraña-. Cariño, ¿dices que no sabes que poner de cena? Se me está ocurriendo algo genial -y volvió a m irar a los anim alitos con unos ojos que eran una am enaza. - Ni se te ocurra -salté- A esos conejos no les pones la mano encima. - Era una broma, mujer, hay que ver como te pones... Estábam os en eso cuando Noa gritó:
- ¡Cómo está esto de nieve! -replicó la enorme Clotilde, que a causa de su peso, se había enterrado hasta los tobillos. A Fio, sin em bargo, ni siquiera se le había hundido la suela del zapato, como pesa menos que una ardilla... - ¡Qué alegría! -dijeron m is padres al verles-. Precisam ente ahora estábam os pensando en qué hacer para cenar. Han surgido algu n as sorpresas que no nos han dejado tiempo de preparar nada. - Pues no os preocupéis por la cena -dijo Clotilde, sacando del maletero una fuente de barro casi tan grande como ella-Aquí traem os un cochinillo y un cordero. Ya vienen asados y todo. Lo eché por si acaso. Ya sabéis que a mí no me gusta pasar hambre. - ¡Yupiii! -gritó Dani, sacudiendo una nueva tanda de golpes a su pandero-. ¡Cómo me conoces, mamá! ¡Cochinillo asado, mi plato favorito! - ¡Hijo mío! -dijo la madre de Dani, emocionada al verle tan ilusionado-. Cómo te he echado de m enos; qué ganas tenía de darte un abrazo. Y no se quedó con las ganas, m ientras lo decía le atrajo hacía sí, con pandero y todo, y le enterró entre sus brazos. Nunca me acostum braré a esa im agen. Ver a Dani casi asfixiado en los brazos de su m adre, sacudiendo sus piernas en el aire, como pidiendo ayuda. Me da escalofríos... no logro superarlo.
- ¡Un coche! ¡Está parando un coche en nuestra puerta!
Aún seguía sacudiéndose, cuando escucham os el ruido de otro motor.
Salim os corriendo para ve r quien era y Dani se quedó con la boca abierta.
- ¡Otra visita! -e xclam ó Rocío-. Vaya día m ás ajetreado.
- ¡Mi madre! - Y también tu padre -le dije-. Que aunque se le vea menos también viene. Los padres de Dani se habían presentado a cenar, aunque no les esperábam os hasta el día siguiente. - ¡Clotilde, Fio, qué sorpresa! -dijo Carlos saludándoles. - Al final he conseguido que me cam bien el turno y me han dado la tarde libre -explicó el padre de Dani-, a sí que se nos ocurrió daros la sorpresa.
- ¡Son m is padres! -gritó ahora Josué, que había conocido el coche-. ¡Qué bien! ¡Les ha dado tiempo a venir! Se repitió la escena de saludos, abrazos y besos. - ¿Qué tal está la abuelita? -preguntó Josué. - La abuelita se encuentra mucho m e jo r-re sp o n d ió su padre revolviéndole el cabello cariñosam ente-. Está en el hospital muy bien atendida. Hoy comió todo lo que le pusieron y si sigue así pronto la tendrem os en casa. - Ha sido ella la que nos ha obligado a venir -añadió su m adre-. Si la lle gas a
escuchar como insistía; «esta noche es para que estéis todos juntos; yo estoy bien y no necesito que os quedéis, a sí que ya os estáis yendo con Josué». Casi nos echó del hospital. Mientras nos contaba eso se había acercado al maletero de su coche, y para nuestro asombro sacó un recipiente grandísim o. - T raigo un pavo asado que pesa por lo m enos seis kilos -dijo, enseñándolo orgullosa-. Lo he preparado siguiendo una receta nueva, y creo que me ha quedado muy jugoso. - ¡Y pensábam os que no íbam os a tener comida! -e xclam ó Rocío sorprendida-. Muchas gracias, pero no teníais que haberos molestado. - Traerlo no ha sido ninguna m olestia -replicó el padre de Josué, acercándose a oler el enorme pavo-. Hummm, y comerlo lo será m enos todavía. Enseguida llegaron Laura, Alfredo y César. Traían jam ón, queso y un montón de dulces navideños que la pobre mujer tenía escondidos, con la esperanza de que su marido admitiera celebrar la Navidad. ¡Y pudo celebrarla! Nunca olvidaré la im agen de aquella cena; la m esa era larguísim a, tanto que ocupaba todo el salón. Estaba perfectamente decorada; centros navideños, velas encendidas, piñas pintadas con purpurina... y com ida, m uchísim a comida; cordero, cochinillo, pavo, jam ón... En un extrem o de la m esa estaba la madre de Dani, que ocupaba casi tres sitios. Hubo que juntar dos sillas para que pudiera sentarse. Lo mejor de todo es que la mujer no tiene ningún complejo. Se ríe de todo y, por supuesto, come también de todo. De v e z en cuando agarraba algo del plato de su esposo diciendo; - Trae, que esta parte del cordero a ti no te cae bien -y se la zam paba ante la mirada resignada del pobre Fio y las risas de todos nosotros. El contraste era tan grande que cada vez que les miraba me entraba la risa. Él parecía un bolígrafo colocado al lado de ella. Apenas se le veía junto a aquella
gigantesca mujer. - Mamá -dijo Dani-, ¿te acuerdas el año pasado en la cabalgata del día de Reyes? Lo pasam os pipa. Llegam os muy pronto y pudimos ponernos en primera fila. Mi madre se em ociona mazo y no para de estirar los brazos para intentar coger los caram elos que tiran desde las carrozas; cómo ocupaba tanto los caram elos chocaban contra ella y casi ninguno pasaba para atrás. Fue chachi, llenam os tres bolsas con las chuches. - Si -dijo su padre-. Lo malo fue para los que estaban detrás; los pobres veían Clotilde por todos los lados, pero de las carrozas, nada. - J a , ja, ja, -la mujer reía con unas ganas contagiosas-. ¿Os acordáis cuando me quise agach ar a coger un caram elo del suelo? Al levantarm e y m irar hacia atrás vi que había tirado a tres personas con el final de mi espalda -y otra vez se tronchaba de la risa. Cuando las fuentes de carne em pezaron a vaciarse, César, el padre de Alfredo dio unos golpes con el tenedor en su copa, pidiendo silencio. - Quiero que sepáis que lo que está ocurriendo esta noche es un verdadero milagro. No podéis im aginaros cuántas veces he pedido poder ver este momento. Sentirme perdonado y libre. Hoy, estando entre vosotros, me doy cuenta de que la Navidad existe, y realmente es una época de m ilagros. Laura se inclinó hacia Noa y le dijo; - Noa, ¿recuerdas que e sas son las palabras que tú me dijiste anoche? - Sí -sonrió Noa. - ¿Y recuerdas -añadió la feliz mujer- que me aseguraste que Alfredo sería el m ilagro de esta Navidad? Noa volvió a lucir una sonrisa radiante, m ientras asentía con la cabeza. - Pues brindem os por el m ilagro de la Navidad -dijo Carlos levantando su copa. - Y ahora... -D ani inició la frase poniéndose en pie y agarrando su pandero, pero yo tiré de él hacia abajo. - No, Dani, villancicos no. Todavía estam os cenando.
- Vale, vale... hay que ve r que poco espíritu navideño tienes... tu mal humor te hace perder muchísimo...
Clotilde se había puesto en pie y cam inaba hacia la puerta de la calle, pisando con m uchísim a energía, m ientras decía;
Antes de que dieran las doce de la noche estábam os todos sentados en torno a la chim enea y con la única ilum inación del árbol de Navidad. A sí estuvim os un buen rato, meditando todo lo que había ocurrido. Me resultó extraña tanta tranquilidad.
- Pues salgam os afuera para ver quien se ha atrevido a subir al tejado de vuestra casa. Y como se le haya ocurrido hacerle daño a mi Daniel, ya puede prepararse.
- Qué raro que Dani no se haya arrancado con un villancico -dije, buscándole-. Pero ¿dónde está Dani? Miré a Josué, pero él se encogió de hombros. - No tengo ni idea de donde puede haberse metido. Com enzam os a recorrer las habitaciones de abajo, llam ándole: - ¡iD an iiiiü ¡¡Daniiiiü Era inútil, no aparecía por ningún lado. - Estará pringando de ajo su pandero -replicó Noa-. Ya veréis cuando venga y em piece a... - ¡Escuchad! -Laura interrumpió poniéndose en pie y señalando hacia arriba-. He oído ruidos, como de pisadas, me parece que suenan por el tejado. Randy saltó de m is rodillas, donde estaba acurrucado, y levantó sus orejas; luego apoyó sus patas delanteras en las escaleras y empezó a gruñir. - Es cierto -C a rlo s había subido a la primera planta y nos hablaba desde el rellano, señalando al tejado-. He escuchado un ruido, como de algo que se arrastraba, y ahora se oye perfectamente el sonido de pisadas en el tejado. - ¿Es posible que mi hijo haya subido hasta allí? -preguntó Fio, preocupado. - Lo veo bastante difícil -C arlo s negaba con la cabeza-. No hay acceso desde el interior. Y para subir por fuera hace falta una escalera m ás alta de la que él podría transportar. Mi corazón em pezó a latir con fuerza al ve r que Dani no aparecía y recordando todos lo que había ocurrido la noche pasada. «Más m isterios, no, por favor. Tengam os la Navidad en paz».
Me llamó la atención que Clotilde llevaba en su mano un pedazo de turrón de chocolate, y lo m ordisqueaba. Era increíble; no había nada en el mundo que pudiera quitarle el apetito. Aún no habíam os abierto cuando, de pronto, escucham os un fuerte golpe en el exterior de la casa. Randy se apoyó en la puerta y com enzó a ladrar. Asustados salim os al porche y nos quedam os perplejos al ve r a una persona sem ienterrada en la nieve del jardín. Iba vestida de Papa Noel y el gorro rojo tapaba su cara. Mi padre y Carlos corrieron y se arrodillaron junto a aquel cuerpo caído. Al retirar el gorro y la nieve que tapaba el rostro, se llevaron las manos a la cabeza... iera Dani! - ¡Mi hijo! -Clotilde gritó, asustada-, i Es mi hijo! - ¡Daniel! -Fio se había abalanzado sobre Dani y le daba pequeños golpes en la m ejilla- ¿Estás bien? No le m ováis -. Indicó a Carlos y a mi padre. Como médico que era, sabía perfectamente que era peligroso m overle hasta estar seguros de que no había sufrido ningún daño. Dani abrió los ojos. Miró extrañado a un lado y a otro, escupió los pedazos de nieve que tenía en la boca, y luego nos sonrió. - «Pa'berm e matao». Vaya porrazo que me he dado -se incorporó sacudiéndose la nieve de la ropa -. ¿Qué hacéis aquí a mi alrededor? ¿Por qué lloráis? - ¡Gracias a Dios! -gritó Clotilde fuera de sí-. A mi niño no le ha pasado nada -y se echó a la boca el pedazo de turrón que le quedaba, antes de envolver a Dani en otro de sus abrazos tipo Terminator. - Quería daros una sorpresa, pero me escurrí con el hielo -dijo Dani, cuando por fin se
vio libre de los brazos de su madre, y m ientras se sacudía el pelo, que lo tenía blanco por la nieve. No pudimos evitar reírnos a carcajadas. - Es un m ilagro que no te h ayas matado, cayendo desde el tejado. Pero, ¿cómo has hecho para subirte? -preguntó Carlos moviendo la cabeza con perplejidad. - ¿Caerm e desde el tejado? -D ani le miró con sorpresa- Si sólo me he subido a esa ventana, intentaba entrar para daros una sorpresa, me escurrí y caí a la nieve. ¿Creéis que iba a estar tan fresco si me hubiese caído desde el tejado? - Entonces -dijo Laura, mirando hacia la parte alta de la casa-, los ruidos que escucham os... ¿no era Dani? Desde el lugar en el que nos encontrábam os no alcanzábam os a ve r la inclinación del tejado, la terraza lo im pedía. Carlos entró corriendo a la casa y subió a la planta de arriba. Desde allí nos gritó; - ¡El sonido de pisadas continúa! ¡Hay alguien a llí arriba! ¡Corred hacia la parte posterior, desde a llí se puede ve r el tejado! Antes de que Carlos term inara de hablar, Josué ya había echado a correr. Al verle tomando la delantera yo pensé; «este chico es tremendo, no ha escarm entado con el encierro de esta noche. Siem pre tiene que ir él primero. Tiene m adera de héroe». Dani también fue, pero el traje de Papa Noel era grandísim o y no le dejaba avanzar, a sí que se recogió las perneras del pantalón con las m anos y echó a correr. La pinta que tenía era tan ridicula que, de no ser por la tensión tan grande que estábam os viviendo, me habría reído con ganas.
- Bueno, ahora tenem os que calcular esto muy bien -dijo Carlos-. Considerando que arriba puede haber una persona adulta, es necesario que subam os alguno de los m ayores. Pero tampoco es conveniente que lo hagam os todos; el tejado podría no resistir el peso... - Carlos -interrum pió Alfredo, dando un paso hacia adelante-, si no tienes inconveniente podría subir yo. Tengo bastante experiencia en eso de cam inar por los tejados -a l decirlo nos miró y le sonreím os-. Sugiero, adem ás, que estos dos chicos suban conm igo y se queden ubicados en el extremo del tejado, sin introducirse dem asiado, a sí las tejas no sufrirán y os podrán avisar si yo necesitara ayuda. La experiencia me servirá para ganar ventaja sobre quien pudiera haber allí. - Dani, Josué -m i padre les miraba muy serio m ientras les daba instrucciones-, agarraos fuerte a la escalera, y cuando estéis arriba cam inad muy despacio y aseguraos bien de donde pisáis; hay zonas que pueden estar muy resbaladizas. - Alfredo, ¿estás seguro de que no convendría que subiera algún adulto m ás contigo? -preguntó mi padre-. Yo creo que sería prudente. - Fio, ¿quieres acom pañarm e? -le ofreció-. Tú no pesas mucho. Fio tenía el tamaño de un niño, pero con cabeza de adulto. Desde luego que no rompería ninguna teja. - ¡Claro! -respondió enseguida-. Subiré con vosotros. Muy pronto estaban ascendiendo. Los nervios nos consum ían m ientras sujetábam os la escalera; observé que Noa m ovía los labios sin que se escuchara nada de lo que decía. Seguram ente estaba pidiendo por ellos. Clotilde, m ientras tanto...
- Nada -n o s dijo Josué cuando llegam os-. No hay nadie en el tejado.
¿Qué piensas que podía estar haciendo Clotilde?
- ¿Tenéis una escalera? -preguntó mi padre.
Exacto, mataba los nervios a base de turrón de chocolate.
- Sí -respondió Carlos echando a andar-. Acom páñam e al trastero.
- Ya están arriba -dijo Carlos. Y les preguntó-: ¿veis algo?
Enseguida salieron transportando entre los dos una escalera larguísim a. La apoyaron en el tejado y se aseguraron de que la parte inferior quedaba bien segura, enterrada en la nieve.
Alfredo negó con la cabeza y fue introduciéndose en el tejado, acom pañado por Fio. Dani y Josué perm anecieron en el extrem o, m irándoles fijam ente m ientras avanzaban. - ¿Qué veis? -gritaba Carlos echándose hacia atrás en un intento de abarcar m ás
campo de visión. No parecía muy conforme con eso de haberse quedado abajo. - No vem os ni escucham os nada -respondió Josué-. Sólo las pisadas de Fio y de Alfredo. No parece que haya nadie por aquí. ¡Espera, ya regresan! - ¡Alfredo, Fio! ¿Qué habéis visto? -gritam os todos, casi a la vez.
pisadas de reno... -Noa iba completando la secuencia. - ¡¡Papa Noel!! -Fue Josué quien dio con la conclusión. Fueron subiendo todos los m ayores y después, cuando descendían, lo hacían tan perplejos como nosotros. Sin atreverse a decir nada.
- Creo que es conveniente que subáis -respondió Alfredo-. Hacedlo por turnos, con mucho cuidado.
Resultaba extraño verles tan callados y pensativos, pero no era para menos. Esta sorpresa final era dem asiado grande como para asim ilarla rápidamente.
- ¡Dejadnos a nosotras primero! -G rité, casi sin darme cuenta. Pero es que los nervios me podían y la curiosidad me estaba corroyendo.
- Bueno, creo que es mejor que pasem os a casa -dijo por fin Carlos-. Todo esto resulta muy, pero que muy extraño.
- ¿Hay algún peligro? -quiso asegurarse mi madre, antes de autorizarlo. - Ninguno -asegu ró Alfredo-. Dejad que suban las niñas. Cuando llegam os arriba, Fio nos dio la mano y fuim os cam inando junto a Josué y Dani, por el borde del tejado. - Pisad en estos refuerzos -n o s indicaba Alfredo-. Es lo m ás seguro para todos y a sí el tejado no sufre. T ras un pequeño trecho, hicieron una seña para que nos detuviéramos. - Bien -n o s dijo-. Observad esto. ¿Veis las m arcas en la nieve? - Parecen huellas de algo parecido a esquíes -respondió Josué. - Exacto -asintió con la cabeza-. Y e sas otras, ¿qué os sugieren?
Hasta Dani estaba serio, aunque seguía resultando gracioso verle con aquel enorme traje rojo. - Ven conm igo, Dani -Alfredo le agarró del brazo y se retiró con él hacia las habitaciones de la planta alta. Poco después, eran dos los Papá Noel que bajaban por las escaleras; - Jo, jo, jo, -decían poniendo una voz profunda-. Venimos directam ente de Noelandia, y traem os regalos para todos. Todos recibieron sus regalos, que abrieron con m uchísim a ilusión. Los papeles se amontonaban en el suelo y los obsequios sobre la mesa. - Pues hem os term inado. Ya están todos los regalos abiertos.
- Son huellas echas con unas botas muy grandes -d ije, m ientras me agachaba a observarlo-, y la s de al lado parecen m arcas de patas de anim al.
- ¡No! -corrigió Alfredo, sacando de su bolsillo la pequeña caja que su padre le había entregado en el hospital- Papa Noel no ha abierto todavía el suyo.
- Marcas de pezuña de un anim al -afirm ó Alfredo-, pero mucho m ás pequeñas que las de un caballo.
Se sentó muy cerem oniosam ente y comenzó a despegar el celofán que sujetaba el papel.
- ¿De reno? -Dani abrió muchísimo los ojos m ientras lo preguntaba-. ¿Pueden ser de reno?
- Como pican estas barbas -dijo rascándose la cara bajo aquella barba blanca tan poblada-. ¡Un bolígrafo! -dijo muy ilusionado-. Es precioso. ¡Gracias papá! -s e levantó para darle un beso.
- Sin duda, son de reno -asegu ró Fio. - Pero, entonces... -yo no acertaba a decir lo que pensaba. - Pero, entonces... Huellas de esquíes, como los de un trineo... m arcas de botas y
- Ese bolígrafo es muy especial para m í -C é sa r lo tomó en su mano y lo adm iró-. Con él escribí los momentos y los pensam ientos m ás im portantes de mi vida. - ¡Allí queda un regalo! -dijo Noa, señalando bajo el árbol-. No lo habéis visto porque
está escondido bajo los papeles. - A ver... -D ani se agachó a cogerlo y leyó el nombre del destinatario-: éste también es para Alfredo. Tienes enchufe, Papa Noel -dijo a su compañero de reparto, entregándole el obsequio. - ¿Otro regalo para mí? -estaba realm ente ilusionado-. ¿Qué será? Se sentó junto al fuego y com enzó a desem paquetarlo. Bajo los papeles que lo envolvían apareció un cofre de m adera. Tenía inscripciones grabadas, y era realmente bonito. Mientras lo abría, el rostro de Alfredo m ostraba un gesto de intriga bastante curioso; pero cuando descubrió lo que había dentro, la intriga se convirtió en sorpresa. En el interior del cofre había un montón de hojas escritas, ordenadas cuidadosam ente y atadas con una cuerda. - Parecen cartas -dijo extrañado, m ientras lo desataba y extraía una de aquellas hojas. Com enzó a leerla. Aunque la m ayoría estaban distraídos hablando con los dem ás, yo no podía apartar la vista de Alfredo. Su padre también le miraba fijamente. Cuando terminó de leer, los ojos de Alfredo estaban llorosos. - ¿Las escribiste tú? -preguntó, acercándose a su padre. - Sí. Una cada Navidad -confesó él-. Ahora ya tienes las dos cosas; los pensam ientos m ás im portantes que he escrito, y el bolígrafo que usé para hacerlo. Porque desde que tu m am á murió, cada letra que he escrito ha sido para ti. Volcaba en el papel todo lo que era incapaz de decirte; lo mucho que te quería; lo que lam entaba hacerte sufrir tanto cada Navidad; lo mucho que me gustaría ser diferente de como era. Lo imposible que me resultaba ser de otra m anera... Ponía en el papel todo lo que debí decirte y nunca te dije. - Papá -le sonrió-. Ahora lo estás haciendo. Estas cartas han llegado a tiempo, y tus
palabras también. Te quiero. - Yo también te quiero, hijo. Feliz Navidad. - ¡Subid, rápido! -la voz de Rocío, desde la planta de arriba, nos sobresaltó. - ¡Aquí, mirad! -dijo, cuando hubimos subido. Estaba en su dormitorio y nos señalaba hacia la cam a de matrimonio-. Subí a coger una chaqueta, porque tenía un poco de frío, y al entrar a mi habitación encontré todo esto. Sobre la cam a había varias cajas, delicadam ente envueltas en papel de regalo. - ¿Quién puso eso ahí? -preguntó Carlos. Nadie respondió, pero m iram os a Alfredo. - ¿Todavía le quedaban m ás regalos escondidos? -preguntó Josué con una sonrisa. Alfredo levantó sus dos manos con las palm as hacia arriba, como diciendo; «a m í que me registren». - Yo no he sido, os lo aseguro. Entonces, todos, sin excepción, levantam os la cabeza, mirando al tejado; estaba visto que no acabarían las sorpresas. Lo sorprendente era que cada caja tenía puesto el nombre de uno. Lentam ente nos acercam os y cogim os el regalo que nos correspondía. - ¡Un móvil nuevo! -exclam ó Josué- ¡Igualito al que se me rompió! - ¡En mi caja tam bién hay un móvil, con cám ara de fotos! ¡Es igual que el que tenía! -gritó Noa. - ¡Mirad, un Ipod, de dos g ig a s de memoria! -y o alucinaba-. ¿ Cómo es posible? Es lo que m ás deseaba para esta Navidad. - Ni que lo d igas -afirm ó mi m adre-. Bien que nos has mareado para que te lo com práram os, pero costaba dem asiado caro. No comprendo quien ha podido hacer esto. - ¡Toma ya! «Manual del perfecto detective» -D ani saltaba de alegría al m irar el regalo que le había correspondido.
Uno y otro fueron abriendo sus cajas y la sorpresa era m ás y más grande, al observar que coincidían exactam ente con los deseos que cada uno tenía. La m ayoría ni siquiera había comentado lo que deseaba para Navidad, y sin embargo el regalo exacto apareció. - ¡Una caja llena de turrón de chocolate! -C lotilde daba saltos de alegría-. Esto es m ás de lo que podía im aginar. - Mirad -dijo Laura entregando una caja a C ésar y Alfredo-. Este regalo lleva el nombre de los dos. Fue el hijo quien com enzó a retirar el papel que lo cubría. Cuando estaba totalmente desenvuelto, miró a su padre muy sorprendido. - Papá, es mi álbum de fotos. No entiendo cómo vino a parar aquí. El padre comenzó a pasar la s hojas del álbum. Laura y los chicos m iraban la escena con gran preocupación, tem erosos de cuál sería la reacción de C ésar al ver su rostro desfigurado en las fotografías. - ¡Qué fotos tan bonitas! -sonreía m ientras las miraba. - Papá, espera, no quiero que... deja que te explique -. Alfredo tenía auténtico tem or a que su padre descubriera las atrocidades que había hecho en algunas de las fotos. - ¡Mira! -dijo el padre ilusionado-. En ésta te tengo en m is brazos cuando eras pequeñito. Los dos estam os guapísim os. Alfredo miró la im agen... el rostro del padre estaba totalmente restaurado. Cogió el álbum y pasó las hojas con frenesí. ¡Ni una! No había ni una sola foto deteriorada, todas estaban perfectas. C ésar no entendía el nerviosism o de su hijo. - ¿Qué te ocurre? -le preguntó- ¿Por qué no me dejas ver el álbum? Alfredo buscó la página en la había hecho el montaje de dos fotos, para aparecer junto a un árbol de Navidad. La despegó.
Era una sola. Las dos fotografías se habían unido, formando una. Se aproxim ó para observarlo mejor. - ¿Qué es eso que aparece en la foto, bajo el árbol? -sa có sus gafas de lectura y se acercó a la im agen todo lo que pudo-. Hay dos regalos al pie del árbol navideño...pero antes no estaban... -volvió a m irarlos, m ás cerca todavía-. ¡Dios mío! Nos pasó el álbum para que lo viéram os. Los chicos pudimos apreciarlo enseguida ya que nuestra vista estaba menos castigada por los años. Alguno de los m ayores necesitó ajustarse sus gafas para ver los dos pequeños objetos que estaban junto al niño de la foto. Y todos se quedaron asom brados. Un bolígrafo estaba apoyado sobre un cofre de m adera. Uno tras otro, m iramos la im agen y luego observaron a C ésar y Alfredo. Éste, con su mano un poco tem blorosa, señalaba al árbol de Navidad que presidía nuestro salón. Al pie del m ism o estaban los dos regalos que le había hecho su padre; el bolígrafo reposaba sobre el cofre de m adera, exactam ente igual que en la fotografía. Estábam os mudos por la emoción, y el silencio fue largo, hasta que Laura lo rompió, exclam ando, al borde las lágrim as; - Noa, ¡qué razón tenías al decir que la Navidad es un tiempo de m ilagros! Nunca podré olvidar ésta... ha cambiado nuestra vida para siem pre. Las últim as palabras fueron apagadas por el sonido de un pandero y por el canto desafinado de un villancico. - Uff -su sp iró la m am á de Dani- estas em ociones tan fuertes me abren el apetito de una m anera... -y viendo que su marido iba a m order un pedazo de turrón, se lo quitó diciendo-: trae, cariño, que estas co sas a ti te hacen daño. - ¡Otro villancico! -exclam ó Dani-. ¡Este final m erece un villancico! El canto desgañitado de Dani llenaba el ambiente, un olor insoportable a ajo llenaba la atm ósfera, y mogollón de alegría llenaba nuestros corazones. ¡Fueron unas navidades guays!
Era una sola. Las dos fotografías se habían unido, formando una. Se aproximó para observarlo mejor. - ¿Qué es eso que aparece en la foto, bajo el árbol? -sa có sus gafas de lectura y se acercó a la im agen todo lo que pudo-. Hay dos regalos al pie del árbol navideño...pero antes no estaban... -volvió a m irarlos, m ás cerca todavía-. ¡Dios mío! Nos pasó el álbum para que lo viéram os. Los chicos pudimos apreciarlo enseguida ya que nuestra vista estaba menos castigada por los años. Alguno de los m ayores necesitó ajustarse sus gafas para ver los dos pequeños objetos que estaban junto al niño de la foto. Y todos se quedaron asom brados. Un bolígrafo estaba apoyado sobre un cofre de m adera. Uno tras otro, m iram os la im agen y luego observaron a C ésar y Alfredo. Éste, con su mano un poco tem blorosa, señalaba al árbol de Navidad que presidía nuestro salón. Al pie del mismo estaban los dos regalos que le había hecho su padre; el bolígrafo reposaba sobre el cofre de m adera, exactam ente igual que en la fotografía. Estábam os mudos por la emoción, y el silencio fue largo, hasta que Laura lo rompió, exclam ando, al borde las lágrim as; - Noa, ¡qué razón tenías al decir que la Navidad es un tiempo de m ilagros! Nunca podré olvidar ésta... ha cam biado nuestra vida para siem pre. Las últim as palabras fueron apagadas por el sonido de un pandero y por el canto desafinado de un villancico. - Uff -su sp iró la mamá de Dani- estas em ociones tan fuertes me abren el apetito de una m anera... -y viendo que su marido iba a m order un pedazo de turrón, se lo quitó diciendo-: trae, cariño, que estas co sas a ti te hacen daño. - ¡Otro villancico! -e xclam ó Dani-. ¡Este final m erece un villancico! El canto desgañitado de Dani llenaba el am biente, un olor insoportable a ajo llenaba la atm ósfera, y m ogollón de alegría llenaba nuestros corazones. ¡Fueron unas navidades guays!