Manuel Rubín de Celis "El Corresponsal del Censor" 9783954879090

Edición comentada de "El Corresponsal" claro ejemplo de la prensa moral española del siglo XVIII. Reproduce la

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Spanish; Castilian Pages 380 Year 2009

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CONTENIDO
NOTA PREVIA
1 LA PRENSA MORAL EN EUROPA
2 MANUEL RUBÍN DE CELIS
3 ANÁLISIS DE EL CORRESPONSAL DEL CENSOR
4 EL CORRESPONSAL DEL CENSOR
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
ÍNDICE DE NOMBRES
ÍNDICE DE OBRAS
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Manuel Rubín de Celis "El Corresponsal del Censor"
 9783954879090

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CONTENIDO NOTA PREVIA....................................................................... 7 1 LA PRENSA MORAL EN EUROPA ............................................. 9 2 MANUEL RUBÍN DE CELIS ...................................................25 3 ANÁLISIS DE EL CORRESPONSAL DEL CENSOR .............................45 3.1 Informaciones generales .................................................45 3.2 Estructura de comunicación.............................................45 3.2.1 El autor ficticio: caracterización ambivalente.................47 3.2.2 Los lectores........................................................51 3.3 Crítica de costumbres ................................................... 54 3.4 Técnicas narrativas .......................................................56 3.4.1 Narración descriptiva ............................................56 3.4.2 Narración escénica .............................................. 57 4 EL CORRESPONSAL DEL CENSOR .............................................61 Tomo I: cartas I-XII .....................................................61 Tomo II: cartas XIII-XXIV ............................................ 127 Tomo III: cartas XXV-XXXVI ......................................... 191 Tomo IV: cartas XXXVII-LI ........................................... 252 Diálogo céltico transpirenaico...................................... 345

BIBLIOGRAFÍA GENERAL ....................................................... 355 ÍNDICE DE NOMBRES............................................................ 375 ÍNDICE DE OBRAS ............................................................... 379

NOTA PREVIA En las últimas décadas, hemos podido observar un creciente interés por la prensa del siglo XVIII en España, particularmente por los Espectadores o Spectators, género europeo por excelencia, cuyos textos permiten generalmente una introspección en las discusiones candentes de la época, tal como la moda, el papel social de las mujeres, la mudanza de las costumbres, la valorización del progreso y otras más. Pero es también la forma particular de esta prensa lo que ha suscitado el interés de los críticos literarios, en la medida que se suele nutrir de los procedimientos narrativos de la ficción. Ya existen reediciones actuales de algunos de los textos significativos de la serie de los Espectadores tal como El Censor (ed. de José Miguel Caso González, 1989), El Pensador (ed. de Yolanda Arencibia, 1999), La Pensatriz Salmantina (ed. de Inmaculada Urzainqui, 2004) o La Pensadora Gaditana (ed. de Scott Dale, 2005). Pero hay muchos otros textos todavía de difícil acceso. Por esta razón, estamos desarrollando un soporte electrónico adecuado para recuperar la totalidad de estos textos. Integraremos todo tipo de prensa moralística del ámbito europeo lo que permitirá estudios exhaustivos de la composición de la red periodística de la época. El texto de El Corresponsal del Censor que ofrecemos aquí reproduce la edición original impresa en Madrid por la Imprenta Real entre 1787 y 1788, a partir de la colección en cuatro tomos que se conserva en la Hemeroteca Nacional de Madrid, que incluye también el Diálogo céltico transpirenaico de Manuel Rubín de Celis y Noriega, publicados originalmente entre 1786 y 1788. Los números no llevan fecha. Sin embargo, es posible reconstruir la cronología a partir de los anuncios en la Gaceta de Madrid. Como en dicha colección falta la carta 39 y algunas páginas están defectuosas, hemos utilizado el ejemplar que se conserva en la Biblioteca Nacional de Berlín en forma de microfilme. Nuestra reedición es una transcripción literal ―hecha manualmente― de todas las cartas del Corresponsal del Censor reunidas en la edición conservada en la Hemeroteca. Transcribimos las 12 cartas del primer tomo (193 folios), las 12 cartas del segundo tomo (213) junto con los 30 folios del Diálogo céltico, los doce números del tercer tomo (178 folios) y los 12 últimos del cuarto tomo (283). Hemos adoptado la división en tomos según

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la recopilación de los años 1787-1788; referimos indicando tomos y cartas en números romanos, y páginas en arábigos, igual que en el original. También hemos respetado la ortografía y puntuación del texto original para mantener el tono auténtico del periódico. Igualmente, hemos reproducido las mayúsculas y las cursivas, aunque no sean expresivas, y no hemos corregido ni las faltas de ortografía ni de sintaxis. Finalmente, queremos agradecer la colaboración de Alexandra Fuchs, Ulrike Rieger y Birgit Stessl en la preparación técnica a la impresión del texto. Graz/Oviedo, verano de 2009

1 LA PRENSA MORAL EN EUROPA En el ámbito de la prensa moral del siglo XVIII incipiente, destaca un tipo de periódico, cuya influencia se puede observar no solamente en su contexto de origen inglés, sino en toda la Europa durante este siglo. Se trata de un prototipo de periódico, con pautas bien delineadas, que corresponden perfectamente al horizonte de atención de la época. Este modelo se desarrolló de una manera vertiginosa en Inglaterra, atravesó el Canal de la Mancha en pocos años, engendró traducciones e imitaciones en Ámsterdam por los intelectuales hugonotes franceses, exiliados en los Países Bajos, y se divulgó por esta vía de comunicación a otras culturas europeas. Dio lugar a más de 500 títulos, no solamente en Francia o en Alemania, sino también en países como Rusia, Polonia, Suecia y más tarde ―entre otros― Austria, Italia o España. La historia del éxito de dicho modelo hace suponer que los textos tenían que contener mensajes particulares, algo que tocó las fibras de sus lectores, algo que correspondió bastante bien a las expectativas de su tiempo. ¿De qué se podía tratar? ¿Cómo era posible que un género se desarrollara de esta manera vertiginosa que produjiera periódicos efímeros y que creara una serie de avatares y traducciones? Era como un fuego de artificio, con figuras de repeticiones y numerosas sorpresas. Parece que fue la condensación del espíritu de su tiempo, o mejor, de los discursos sociales de la época. Es harto conocido que los orígenes del «espíritu» del siglo XVIII provienen de Londres. Al principio del siglo, Londres dio el tono por su desarrollo protoliberal y protoburgués y constituyó la fuente de la cual se nutrieron los filósofos franceses de los decenios siguientes, como Voltaire o Diderot, que difundieron las ideas de las Luces en Europa. Sus escritos se basaron en la filosofía inglesa, con todo lo que contuvieron, como ideas de empirismo y de pragmatismo. Francis Bacon, John Locke y David Hume eran los autores de referencia seria y enriquecedora. No es nada fortuito que Paul Hazard, en su estudio pertinente sobre El Pensamiento europeo del siglo XVIII,1 haga referencia al año 1713, en el cual fue fundado el Scriblerus Club por el político inglés John Arbuthnot, especialista en filología y medicina, cuya meta era crear un foro, en el cual 1

Paul Hazard: La pensée européenne au XVIIIe siècle, Paris: Fayard, 1963, pp. 13-16.

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se podía criticar al espíritu tradicional de su época. Hazard alega la crítica universal como actitud vigente en el club londinense. Eran la ironía y la sátira los elementos clave en el tratamiento crítico de la cotidianidad, Horacio y Juvenal constituyeron las referencias más importantes en estos discursos. En la literatura, empezaron a dominar las pequeñas formas, tal como los epigramas, panfletos y cartas críticas. Travestir la musa épica era uno de los medios favorecidos de la época. Burlarse de los argumentos de su tiempo, criticar todo con espíritu, fue la nueva divisa. Se contempló Europa con ojos nuevos, tal cual los dos viajeros persas, Uzbek y Rica, en la novela de las Cartas persas (1721) de Montesquieu, que ―más tarde― sería el modelo para las Cartas chinas de Oliver Goldsmith o de las Cartas marruecas de José de Cadalso. En estos textos, se criticaron los usos y las costumbres de las naciones europeas, subrayando un enfoque externo tal como los puntos de vista de los viajeros persas, chinos o marroquíes. La percepción de la realidad se efectuó desde diferentes perspectivas, lo que introdujo un nuevo paradigma de observación y de descripción del mundo contemporáneo. Es la multiplicidad de las voces sociales que empiezan a definir lo que es la realidad y ―por consecuencia― la ley del momento. Hay que subrayar también el hecho de que las Cartas chinas de Goldsmith salieron a luz por entregas en un periódico moral antes de conocer una edición completa bajo el título The Citizen of the World. 2 Son estas cartas escritas por un residente chino en Londres, Lien Chi Altangi, las que esbozan una imagen satírica del mundo inglés. La relatividad de la percepción del mundo fue magnificadamente ilustrada por la novela utópica Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, en la cual se cuentan las experiencias del protagonista viajero por otros mundos inventados.3 Descubrieron los lectores los diferentes aspectos de percibir a los otros y, gracias a este truco, la percepción del ser humano en general. Se subrayan en estas imágenes burladoras los vicios del género humano como los errores, en los cuales vivimos. Ayudar a salir de estos errores fue una de las metas de los filósofos, periodistas y escritores de la época. Criticar las propias costumbres con nuevas perspectivas constituyó el lema de estas obras.

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Montesquieu: Lettres persanes, Paris 1721. Oliver Goldsmith: «The Chinese Letters», en John Newbery: The Public Ledger (24 de enero 1760-14 de agosto 1761). José Cadalso: Cartas marruecas, Madrid: Alianza, 2006 [1789-1793]. Jonathan Swift: Los viajes de Gulliver, London: Benjamin Motte, 1726.

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En el discurso social de los nuevos filósofos se percibió otra tendencia característica, es decir, las invocaciones de la felicidad, del bienestar, tal como lo subraya Alexander Pope en su Ensayo sobre el hombre.4 El hombre se encuentra en la búsqueda del bienestar, de cambiar su existencia por unas actitudes positivas para él y su entorno. Los protagonistas de estas narraciones están en el camino de otros continentes a fin de verificar que no haya modelos más gratificadores para la existencia humana que los modelos conocidos. En esta dinámica, surge una pluralidad de sugestiones e ideas propicias para traer un nuevo estilo de vida mucho más confortable y feliz. La búsqueda de la felicidad se encuentra en novelas y textos narrativos de la prensa moral. Samuel Johnson, periodista y escritor, crea el héroe novelesco Rasselas, hijo del emperador de la Abisinia, cuya meta es buscar dicho bienestar.5 No olvidemos la obra Robinson Crusoe de Daniel Defoe6 u otras muchas relaciones sobre la felicidad de los pueblos extraeuropeos.7 Durante el siglo entero se discutirá con fervor sobre la pregunta siguiendo particularmente al filósofo alemán Leibniz.8 Otro criterio nuevo en la explicación del mundo representa la universalización del método experimental. Siguiendo a Francis Bacon y John Locke, crece el interés por descubrir su entorno cotidiano por la propia experiencia, por criterios de la razón.9 Los argumentos puros de la deducción escolástica pierden su posición en el mundo filosófico, principalmente los acercamientos basados en las experiencias personales y razonables. Por consecuencia, el análisis se convierte en el método más favorable del siglo para explicar el mundo y sus seres. El espíritu es guiado por las luces de la propia experiencia y la razón. Dogmas tradicionales pierden su posición central, si se averigua que carecen de evidencia racional. Los desarrollos mencionados llevan a muchos de sus autores a poner en entredicho los dogmas religiosos. Con la pregunta de la accesibilidad de 4 5 6 7

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Alexander Pope: Essay on Man, 1734. Cfr. Hazard, 1967, pp. 23ss. Hazard, 1967, p. 24. Daniel Defoe: Robinson Crusoe, London: W. Taylor, 1719. Cfr. [Marquis de Lassay]: Relation du royaume des Féliciens, peuples qui habitaient dans les Terres Australes…, 1727, citado por Hazard, 1967, p. 25. El cuento Candide ou l’optimisme (Paris: Sirène, 1759) de Voltaire representa una de las ficcionalizaciones más representativas de dicho problema, llamado también el de la Teodicea. John Locke: An Essay Concerning Human Understanding, London: Penguin Books, 2004 [1690].

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las figuras emblemáticas de la religión llega la crítica de los dogmas revelados en general, así como el rechazo de todo lo que no se explica de manera razonable en el sistema religioso. En Inglaterra, los librepensadores como Toland, Collins, Thomas Gordon, Tindal10 o Wolston se dirigen con vehemencia contra la religión revelada y contra la jerarquía de la Iglesia anglicana. Los milagros representan la meta principal de sus ataques. Como el Dios cristiano va perdiendo paulatinamente su posición principal en el edificio social, se necesita otro instrumento para canalizar el sistema vigente de valores: se encuentra la sustitución de autoridad en la instancia de la virtud, creada más bien por una autonomía personal que por una heteronomía procedente de la instancia metafísica. La razón sustituye así la revelación, la persona razonable y responsable ante el universo se considera cada vez más el centro de la sociedad. Ateísmo o deísmo llegan a ser los sustitutos de la fe cristiana tradicional. Uno de los vehículos más trascendentes de dichos cambios de sistema se encontró en la prensa, particularmente en la prensa moral. Se desarrolló un tipo de escritura adecuada para expresar el nuevo acercamiento a la realidad europea. Eran hojas volantes, cuyos mensajes contenían un gran poder de atracción, no solamente por su contenido, sino más bien por su forma particular y su manera de distribución. Se llamaron Espectadores o Semanales morales por el hecho de que muchas de sus imitaciones siguieron a su prototipo, The Spectator de Londres. Solían contener un alto grado de ficcionalización, por lo menos en lo que tocaba a su manera de encuadrar los mensajes morales. Había generalmente un autor o un editor ficcionalizado, quien a su vez ponía en escena un público crítico. Generalmente, construyó también a su lectorado, en la medida que pretendió recibir cartas al director, cartas que habían salido, por lo tanto, de su propia pluma. Así, toda una máquina de argumentaciones se puso en marcha, con una multiplicidad de perspectivas y de opiniones, a fin de demostrar el funcionamiento de un público crítico e intelectual. El prototipo de esta prensa periódica era The Tatler. By Isaac Bickerstaff (El Hablador, 1709-1711), desarrollado por Richard Steele y Joseph Addi-

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Matthew Tindal: Christianity as old as the Creation, or the Gospel a Republication of the Law of Nature, New York: Garland, 1978 [London, 1730]. Cfr. Hazard, 1967, p. 67.

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son.11 Sacaron 271 números, que salieron los martes, miércoles y sábados. Se trataba de un periódico moral, con temas que tenían poco en común con las noticias de la época. Al contrario, ofrecieron temas de interés moralista, bajo una puesta en escena particular: lo nuevo se encontró en la presentación de los mensajes por la pluma de un autor seudónimo, Isaac Bickerstaff, quien escribió cartas de interés general a un público ávido de novedades.12 Esta instancia de autor se dejó ver también como editor en la medida que invitaba a su público a participar en la empresa, dirigiéndole a él cartas del lector con críticas, comentarios, preguntas, etc. El autor real quedó detrás de la máscara de Bickerstaff. Sólo en el penúltimo número del periódico, Steele dejó caer la máscara y se dio a conocer como autor real. Después de esta primera fase de su producción, el periodista había adquirido una buena experiencia en la manera de cómo tratar con tal empresa, cómo acceder al público y despertar su interés. Salió con el periódico que debía dar el nombre a todo el género que siguió en el siglo 13 XVIII, es decir, The Spectator (El Espectador, 1711-1712). Poco más 14 tarde salió The Guardian (El Guardián, 1713). ¿Cuáles son las características del nuevo género? La prensa moral tiene casi siempre un título característico y figurado en el sentido que se constituye como observador de la sociedad de su tiempo. El Hablador o El Espectador son buenos ejemplos de este tipo de acceso particular al público. Demuestra este juego con el título una relación particular con el público, cuyo interés por las nuevas entregas no deja de esperar. Funciona la prensa moral siempre como un enganche a sus lectores. Así el autor o editor, generalmente publica bajo un seudónimo altamente expresivo. Como este autor, bajo una máscara ficcionalizada, pone en escena no solamente los temas tratados, sino también su propia instancia, 11

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Richard Steele/Joseph Addison: The Tatler. By Isaac Bickerstaff, Esq. London: John Morphew (12 de abril de 1709-2 de enero de 1711), núms. 271Cfr. Peter Smithers: The Life of Joseph Addison, Oxford: Clarendon Press, 1954. Es interesante para el sistema literario saber que el seudónimo de Isaac Bickerstaff ya haya servido antes al escritor Jonathan Swift. The Spectator. To be Continued every Day (1a serie), ed. by Richard Steele y Joseph Addison, London: S. Buckley, J. Tonson (1 de marzo de 1711-6 de diciembre de 1712). The Spectator, edited with an Introduction and Notes by Donald Frederic Bond, Oxford: Clarendon, 1965 [1987], 5 ts. The Guardian. To be Continued every Day, ed. by Richard Steele, London: J. Tonson (12 de marzo de 1713-1 de octubre de 1713), núms. 1-175.

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crea una dinámica de recepción bien atractiva para un público ávido de novedades y ficciones. Las instancias observadoras se pueden colocar al mismo tiempo dentro y fuera de la sociedad, como participantes metidos en la vida pública y como observadores retraídos en su habitación, redactando sus textos o publicando las cartas del público. Este público siempre se ve invitado a participar en la tarea de radiografiar la sociedad contemporánea y dar ejemplos adecuados a fin de corroborar las tesis del director, o bien, a fin de contradecirle y darle motivos para nuevas argumentaciones. Los temas son de carácter ético-didáctico y más bien repetitivo. Muchas veces es la puesta en escena la que lleva una nota particular al texto. En sus formas, domina la carta moral, la sátira, la fábula, el ejemplo, la alegoría, el tratado moral, etc. Por la puesta en escena narrativa se crea una multitud de microtextos de diferentes tamaños, con una densidad literaria más o menos bien focalizada. En estas tramas así como en la autopresentación de las instancias narradoras reside el aspecto literario de los periódicos semanales. Otro aspecto importante se encuentra en la puesta en escena del público así como en el aspecto de la publicidad. Los periódicos estuvieron muy vinculados con la vida pública, es decir, que sus temas y contribuciones se discutieron en los cafés de Londres, lo que repercutió después de nuevo en los números siguientes del periódico. Cuando un artículo provocó discusiones en los círculos de los intelectuales, pudo ser que el autor en su próxima carta o un participante del círculo en su carta al director discutiera el tema en una de las entregas siguientes. Muchas veces, no se sabe en qué medida el autor participó en la redacción o en la reescritura de estos textos supuestamente externos, a fin de estimular la discusión en el futuro. De este modo, la prensa moral constituyó un receptáculo ideal para lo que se discutió en público, por lo menos en lo que tocó a temas de moral. No extraña, entonces, que haya habido también una escenificación del público así como de sus canales de transmisión. La prensa ofreció un mecanismo de comunicación interactiva con su público, añadiendo cuadros ficcionalizados, lo que garantizó un gran atractivo para toda la empresa. Había una plataforma ideal para el diálogo entre el periódico y el público, más tarde también entre los periódicos mismos. Es normal que, después de un cierto período de intensa comunicación, el mecanismo se cansara, y el periódico tenía que desaparecer o tomar otro título, con otras predisposiciones y otra problemática.

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No hay que olvidar el aspecto didáctico de la empresa. Steele y Addison habían escogido una especie de «ensayo periodístico», habían integrado los aspectos de la publicidad de los «ensayos familiares», cuyo modelo son los textos de Michel de Montaigne.15 Los dos periodistas habían desarrollado un modelo ensayístico muy particular, por un lado con fuertes ligues a la narrativa y al sistema literario, por otro, con pautas más bien rígidas, dentro de las cuales sus sucesores no tenían grandes márgenes de disposición. La libertad y la contingencia al mismo tiempo caracterizaron la empresa de las innumerables escrituras periodísticas que seguían durante el siglo. Por su arquitectura narrativa particular, los periódicos se encuentran en una relación interdiscursiva con el sistema literario, en particular con la producción de la novela. Según nuestra hipótesis, los sistemas narrativos de las culturas europeas han estado en una estrecha relación con este tipo de texto periodístico, no solamente por los temas y su representación, sino también por el hecho de que muchos novelistas habían participado en la prensa moral. Desde el punto de vista de la ética protestante, tal cual la describió tan bien el sociólogo alemán Max Weber, podemos decir que la prensa moral parece ser una de las expresiones de dicha ética, que nos lleva al espíritu burgués de Inglaterra.16 Los valores de la publicidad, el aspecto económico de la empresa, la libertad de la expresión personal, las virtudes de la autodisciplina y la autocrítica pública, la crítica de los estamentos tradicionales desenganchados de todo espíritu de producción dieron a las hojas morales un carácter de liberalismo. Siguiendo esta lógica, es obvio que los primeros avatares de la prensa moral surgieron en territorios de tinte protestante o, por lo menos, poco católicos. No hay que olvidar que el mismo Richard Steele, por sus actividades políticas así como por la redacción de The Spectator, pasó por un representante muy conocido del protestantismo inglés. Por último, podemos constatar el hecho de que la mayoría de los periódicos morales, surgidos en Europa y que siguieron la dinámica discursiva y pragmática de la Ilustración, han sido caracterizados en cierta medida por la estructura de sus prototipos ingleses, es decir, por The Tatler, The Spectator y The Guardian. Evidentemente, existía la posibilidad de integrar los temas morales ―o incluso costumbristas― de 15 16

Michel de Montaigne: Essais, Paris: Gallimard, 1950 [1588-1595]. Max Weber: Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus, München: Beck, 2004 [1904-05 y 1920].

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sus culturas y épocas respectivas, pero ―en lo que tocó a la forma― siguieron más o menos los programas de escritura de los prototipos.17 La primera fase de distribución pasó por los canales del mercado del libro francófono, mayoritariamente hegemónico en todo el continente. Pero los textos de la prensa moral no procedieron de Francia, sino de las Provincias Unidas, particularmente de Ámsterdan, donde las imprentas seguían unas orientaciones diferentes a las de París. Como hemos constatado antes, las zonas de ética protestante demostraron un interés mucho más importante que las regiones de tradición católica. Hubo entonces un gran interés por la primera gran serie de la traducción, publicada entre 1714 y 1726 en Ámsterdam bajo el título Le Spectateur, ou le Socrate Moderne. Où l’on voit un Portrait naïf des Mœurs de ce Siècle. Traduit de l’Anglois.18 Una serie de copias no autorizadas circularon en Holanda y Francia, unos decenios después en Alemania. Italia y España siguieron. Así las imprentas hugonotas y judías tomaron un papel importante en la difusión naciente del modelo a través de la Europa dieciochesca.19 Es conocido que la traducción de The Spectator salió mucho menos voluminosa que el original inglés. Parece que el traductor quiso eliminar las referencias a temas demasiado tipificados de la vida inglesa, porque no habrían podido ser fácilmente entendidos en el ámbito continental. Una tercera parte de los números no está representada en la traducción francesa. Fue esto una consideración muy importante del traductor para garantizar

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Cfr. Wolfgang Martens: Die Botschaft der Tugend. Die Aufklärung im Spiegel der deutschen Moralischen Wochenschriften, Stuttgart: Metzler, 1968. Fritz Rau: Zur Verbreitung und Nachahmung des Tatler und Spectator, Heidelberg: Carl Winter, 1980. Le Spectateur, ou le Socrate Moderne. Où l’on voit un Portrait naïf des Mœurs de ce Siècle. Traduit de l’Anglois. Amsterdam: vol. 1-3 ; David Mortier, vol. 4-6 ; Frères Wetstein, 1714-1726. Fritz Rau supone que la traducción ha sido realizada por el ilustre erudito Jean Le Clerc. Rau no está de acuerdo con la hipótesis según la cual Justus van Effen, el autor de Le Misantrope, la habría hecho. Hay que mencionar esta primera traducción menor de Justus van Effen bajo el título Le Misantrope, La Haye: T. Johnson, 19 de mayo de 1711 a diciembre de 1712, semanal, núms. 1-89. Cfr. también Le Misantrope, par Mr. V. E, Den Haag: Jean Neaulme, 1726, 2 vols. Cfr. la monografía de Fritz Rau (1980) sobre la difusión y la imitación de los prototipos ingleses.

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una recepción más larga en el ámbito europeo, por lo menos facilitó la imitación del prototipo. Además, con frecuencia se nota en la traducción el deseo de reinterpretar el texto original para adaptarlo mejor a sus lectores fuera de Inglaterra.20 Reelaboró el texto de tal manera que penetró en las otras culturas sin grandes dificultades y se convirtió en un nuevo texto de origen. La primera transposición de la idea de la prensa moral en Francia fue realizada por Marivaux con su Le Spectateur Français (1721-1724), cuyo 21 texto no está en estrecha conexión con el prototipo. En Alemania, por lo menos en su parte más bien protestante, no careció el interés hacia Le Spectateur. La primera traducción salió en 1719 bajo el título Der Spectateur Oder Vernünftige Betrachtungen über die verderbten Sitten der heutigen Welt.22 El modelo para la traducción en tres volúmenes no fue el texto original inglés, sino la traducción francesa. Pero la traducción es fiel a su original, salvo algunos galicismos y algunos detalles filológicos.23 Con anterioridad habían salido ya otras versiones más libres del prototipo, con títulos particulares para su entorno, la primera se editó en Hamburgo bajo el título Der Vernünfftler (El Razonable, 17131714).24 La ciudad de Hamburgo se convirtió en el primer centro de la prensa moral de tipo inglés en Alemania. Siguió allí otro periódico muy popular, Der 25 Patriot (El patriota, 1724-1726). En Zúrich como en Leipzig nacieron los otros Espectadores germanófonos, muy importantes para el sistema

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Cfr. Rau, 1980, pp. 161ss. Marivaux: «Le Spectateur français», en id.: Journaux et Œuvres diverses, ed. de Frédéric Deloffre y Michel Gilot, Paris: Garnier, 2001 [junio-julio de 1721octubre de 1724], pp. 105-437. Christoph Riegel: Der Spectateur Oder Vernünftige Betrachtungen über die verderbten Sitten der heutigen Welt, Frankfurt/Leipzig, 1719. Otros dos volúmenes se publicaron en 1725. Rau, 1980, p. 169. Der Vernünfftler. Das ist: Ein teutscher Auszug aus den Engeländischen Moral-Schrifften des Tatler und Spectator vormahls verfertiget mit etlichen Zugaben versehen und auf Ort und Zeit gerichtet von Joanne Mattheson, Hamburg [s. e.] 1721 [1713-1714]. Der Patriot vom Jahre 1724, 1725 und 1726 mit einem Register über alle drey Jahre. Hamburg [s. f.].

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literario de Alemania: Die Discourse der Mahlern (1721-1723)26 de los suizos Johann Jakob Bodmer y de Johann Jakob Breitinger así como Die vernünftigen Tadlerinnen (1725-1726)27 y Der Biedermann (1727-1729)28 de Johann Christoph Gottsched en Leipzig. En estas hojas se discutieron problemas generales de la literatura y de la crítica literaria. Otros Espectadores de Alemania y de Suiza trataron temas religiosos bajo el tinte protestante, es decir, que discutieron, en qué medida la razón tenía que intervenir en decisiones de tipo religioso. Como los redactores de dichas hojas se distanciaron de toda clase de obscurantismo o irracionalismo, podemos averiguar el peso del protestantismo en este asunto. Toda forma o toda expresión de falsa piedad han sido ―siguiendo la tradición protestante― duramente criticadas en los ensayos. A pesar de la coloración francamente protestante de muchas de las primeras imitaciones o adaptaciones, no impidió una entrada del prototipo al mundo católico. Pero se realizó unos decenios más tarde, es decir, que surgieron los primeros periódicos de este tipo en los años cincuenta y sesenta. En Austria, Italia y España ―muchas veces en zonas de comercio como Venecia o Torino, o bajo el despotismo ilustrado de las coronas católicas― se desarrolló un nuevo tipo de Espectador. Se integró bien en los discursos de la reforma y generó una pléyade de formas de expresión particulares, entre las cuales una focalización hacia las perspectivas apologísticas, es decir, la subversión del modelo inglés de la ética protestante por la católica o la atención hacia el mundo de las mujeres. Por este enriquecimiento, se desarrolló una red intertextual, que enramaba dialógicamente diferentes sensibilidades religiosas y sociales. Hay que observar que sucede este tipo de resplandor en un tiempo en el cual ya pasó de moda en su cultura de origen. Cuando los periódicos más visibles del mundo católico llegaron a su primer auge a mediados de los años sesenta, ya no estaban de moda en Inglaterra. 26

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Die Discourse der Mahlern, ed. por Johann Jakob Bodmer, Johann Jakob Breitinger y otros, Zürich: Joseph Lindinner [1 de mayo de 1721-finales de enero de 1723]. Cfr. también la edición de Theodor Vetter. Frauenfeld: J. Huber, 1887-1891. Die Vernünftigen Tadlerinnen, ed. de Johann Christoph Gottsched, parte I: Leipzig: Johann Adam Spörl, 1725, parte II: Leipzig: Johann Friedrich Brauns Erben, 1726. Der Biedermann, ed. de Johann Christian Gottsched, Leipzig: Deer [1 de mayo de 1727-4 de abril de 1729].

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Los primeros ejemplos de dicho fenómeno surgieron en Venecia, conocida por su puerto más libre que el de otras ciudades del sur de Europa. Empezó a florecer la moda de los Espectadores con la traducción de la revista femenina inglesa Female Spectator de Eliza Haywood bajo el título La Spettatrice en 1752, lo que demostró otra vertiente nueva del 29 periódico. Unos años más tarde, cuando la coyuntura de la prensa moral llegó a su 30 apogeo, siguió la Gazzetta Veneta de Gasparo Gozzi en los años 17601761. Se distingue este periódico de su prototipo en la medida que toca menos los problemas filosóficos habituales, sino que pone en escena la vida cotidiana de una manera más bien literaria. Se puede conjeturar que la tradición novelística de Italia, con todo su juego de enmarcar narraciones, ha dejado una influencia notable en los textos. Otros periódicos se llamaron Osservatore Veneto, bajo la redacción de Gasparo Gozzi y Pietro 31 Chiari, La Frusta Letteraria di Aristarco Scannabue de Giuseppe Baretti 32 y Il Caffè de Pietro y Alessandro Verri. Baretti había establecido estrechos lazos con Inglaterra y conocía muy bien los modelos, de manera que su periódico pasa por uno de los más reputados. Il Caffè, por lo tanto, tenía una posición importante en relación con las reformas jurídicas en Europa, dado que estaba en colaboración con Cesare Beccaria, cuyo libro sobre Dei delitti e delle pene prosiguió ―en un momento dado― la atención de todas las cortes de Europa.33 29

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The Female Spectator. By Mrs. Crackenthorpe, a Lady that knows every thing (8 de Julio de 1709-31 de marzo de 1710), ed. by Thomas Baker et al., núm. 1111 (recte 115) (lunes, miércoles, viernes), London: B. Bragge, A. Baldwin. La Spettatrice, ed. de Eliza Haywood, Venezia: [s. e.], 1752. Cfr. Rosa Maria Colombo: Lo spectator e i giornali veneziani del settecento, Bari: Adriatica, 1966 (=Biblioteca di studi inglesi 5), pp. 109s. Gazzeta Veneta, ed. de Gasparo Gozzi; más tarde de Pietro Chiari. Venezia 1760-1761 (más tarde Nuova Veneta Gazzetta hasta 1762). Cfr. la edición crítica Gazzeta Veneta di Gasparo Gozzi en 2 vols. de Bruno Romani. [Milano: Bompiani [1943]. L’Osservatore Veneto, ed. de Gasparo Gozzi und Pietro Chiari, Venezia, 17611762. Il Caffè, ossia brevi e vari discorsi distribuiti in fogli periodici, ed. de Pietro y Alessandro Verri, Milano: [s. e.], 1764-1766. Cesare Beccaria: Dei delitti e delle pene, ed. de Franco Venturi, Torino: Einaudi, 1965 [1764].

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En España, la coyuntura de los Espectadores empezó igualmente en los años sesenta, cuando Carlos III llegó en el año 1759 desde su Nápoles familiar a Madrid, donde buscó introducir nuevas pautas de organización social. En cierta medida, la prensa moral le sirvió de ayuda en las reformas. Los dos semanales más prominentes fueron El Pensador34 y El Censor.35 Salieron en decenios diferentes y reflejan el estado del discurso social de su época respectiva. Los dos se consideraron los portavoces de las grandes reformas de la monarquía, y funcionaron como órgano de educación moral para preparar a la población a la lógica protoliberal de tipo inglés. En España, la moda de los Espectadores se inició con la publicación de El Duende Especulativo sobre la Vida Civil.36 Fue editado bajo el seudónimo de Juan Antonio Mercadal y se orientó según el modelo de Le Misantrope de Justus van Effen. En la narración principal, hay un duende observando la vida y las costumbres de sus contemporáneos en la capital española. La tertulia con sus numerosas voces ocupa una función central en la obra, porque muchas veces son los tertulianos quienes narran y comentan los hechos notables. En la misma época ―y siguiendo la línea general de El Pensador― salió El Escritor sin título bajo el seudónimo del Licenciado D. Vicente Serraller y Aemor. Cristóbal Romea y Tapia era el autor real de las hojas humorísticas redactadas en la tradición de Quevedo.37 El Escritor no se 34

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El Pensador, por don Joseph Álvarez y Valladares [José Clavijo y Fajardo]. ...Si quid novisti rectius intis, candidus imperti: Si non, his utere mecum. Horat. Lib. Ep. VI, v. 671. Con licencia en Madrid. En la imprenta de Joachin Ibarra, 1762. El Pensador, ed. de Yolanda Arencibia, Las Palmas: Universidad de Las Palmas de Gran Canaria/Cabildo de Lanzarote, 1999, 6 vols. y cuaderno. El Censor. Obra periódica [ed. de Luis García del Cañuelo und Luis Marcelino Pereira], 8 vols., 167 discursos [Madrid 1781-1787]. El Censor (17811787). Antología, ed. de Elsa García Pandavenes, Barcelona: Labor, 1972. K.D. Ertler: Tugend und Vernunft in der Presse der spanischen Aufklärung: El Censor. Tübingen: Narr, 2004. El Pensador, ed. de Yolanda Arencibia, Las Palmas: Universidad de Las Palmas de Gran Canaria/Cabildo de Lanzarote, 1999, 6 vols. y cuaderno. K.-D. Ertler: Die moralischen Wochenschriften in Spanien: José Clavijo y Fajardos El Pensador, Tübingen: Narr, 2003. El Duende Especulativo sobre la Vida Civil, dispuesto por don Juan Antonio Mercadal (09.06.1761-26.09.1761), [Madrid: Manuel Martín, 1761]. El Escritor sin título. Discurso primero dirigido al autor de las Noticias de moda, sobre lo que nos ha dado a luz en los días 3, 10 y 17 de Mayo, traducido

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mostró muy satisfecho con todo lo que escribió en la prensa moral de la época. Así criticó severamente a El Pensador y a otras hojas por su actitud negativa hacia un género tan venerable y tradicional como los autos sacramentales. En la misma época, hubo otro semanal provocador titulado La Pensadora Gaditana, que participaba igualmente de la dinámica del semanal de José Clavijo y Fajardo.38 La supuesta autora firma con el nombre de doña Beatriz Cienfuegos, pero no parece corresponder a ninguna persona real de la época. Según el investigador norteamericano Scott Dale, el autor de la obra puede haber sido don Juan Francisco del Postigo, un cura de Cádiz, cuyas obras revelan algunas semblanzas con La Pensadora.39 La obra misma contiene una axiología bastante compleja ―e incluso paradoja―, que se celebraba como obra defensora de las mujeres, pero que las critica al mismo tiempo en tonos muy severos. En el año 1765, salió El Belianís Literario de Juan José López de Sedano, cuyo seudónimo es don Patricio Bueno de Castilla.40 El autor ficcionalizado se considera como un don Quijote de la época contemporánea, que defiende los valores de la hispanidad, contra todo tipo de intrusión del mundo de fuera. La crítica se hace en un tono barroco, contradiciendo irónicamente a las ambiciones de la modernidad. Después de la primera coyuntura de los Espectadores españoles, el género entró en una fase de eclipse durante dieciséis años, para conocer después un nuevo auge con El Censor, obra prestigiosa de los dos abogados Luis García del Cañuelo y Luis Marcelino Pereira. Tal como su predecesor, El Pensador, los textos tuvieron un impacto muy fuerte en la

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del español al castellano por el licenciado don Vicente Serraller y Aemor, Madrid: Manuel Martín, 1763. La Pensadora Gaditana, por doña Beatriz Cienfuegos, Madrid: Francisco Xavier García, 1763 [ed. antológica de Cinta Canterla, Cádiz: Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1996]. Cfr. también Klaus-Dieter Ertler/Renate Hodab/Andrea Maria Humpl: Die spanische Presse der Aufklärung. La Pensadora Gaditana von Beatriz Cienfuegos, Hamburg: Dr. Kovac, 2008. Scott Dale: La Pensadora gaditana por Doña Beatriz Cienfuegos, Newark: Juan de la Cuesta, 2005, pp. XIXss. Patricio Bueno de Castilla: El Belianís Literario. Discurso andante (dividido en varios papeles periódicos) en defensa de algunos puntos de nuestra Bella Literatura, contra todos los críticos partidarios del Buen Gusto y la Reformación, Madrid: Joaquín Ibarra, 1765.

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comunidad intelectual, por lo que surgieron otros títulos que entraron en diálogo con éste. Uno de los ejemplos más vistosos fue El Corresponsal del Censor de don Ramón Harnero, o mejor, Manuel Rubín de Celis, cuyo texto publicaremos aquí.41 En los próximos capítulos presentaremos la obra, así como también a su autor. Los últimos semanales morales fueron El Apologista Universal de Pedro Centeno, cuyas hojas iban ―tal como El Corresponsal del Censor― corroborando las intenciones del periódico de referencia.42 Llevó también una guerra contra los apologistas y entró a favor de las reformas de Carlos III. Desde el punto de vista de la profusión de títulos, hay que notar que este vástago de El Censor tuvo ―por su propio lado― también un vástago en la obra de El Corresponsal del Apologista Universal, que ―por lo tanto― no superó el primer número. Aspectos parecidos señala don Eugenio Habela Patiño en su obra El Teniente del Apologista Universal, cuya obra podría salir de la pluma del padre Centeno.43 Finalmente, hay que mencionar a uno de los sucesores directos de El Censor, es decir, El Observador de José Marchena, autor conocido por su abierta francofilia.44 Los últimos Espectadores de España, y de Europa al mismo tiempo, fueron El Duende de Madrid de Pedro Pablo Trullench45 y El filósofo a la Moda (1788),46 cuyo autor quedó anónimo.

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El Corresponsal del Censor, ed. de Manuel Rubín de Celis, Madrid: Imprenta Real [27 de abril de 1786-junio de 1788]. Cfr. la sinopsis muy instructiva de Inmaculada Urzainqui: «Autocreación y formas autobiográficas en la prensa crítica del siglo XVIII», en Anales de literatura española. Universidad de Alicante, núm. 11 (1995), pp. 193-226. El Apologista Universal. Obra periódica que manifestará no sólo la instrucción, exactitud y belleza de las obras de los autores cuitados que se dejan zurrar de los semicríticos modernos, sino también el interés y utilidad de algunas costumbres y establecimientos de moda, Madrid: Imprenta Real, [julio] 1786-[febrero] 1788. El Teniente del Apologista Universal. Por D. Eugenio Habela Patiño. Cliente y comisionado especial suyo, Madrid: Antonio Espinosa, 1788. El Observador, ed. de José Marchena. [s. l., s. e., 1787]. El Duende de Madrid. Discursos periódicos que se repartirán al público por mano de Don Benito, [Pedro Pablo Trullench], Madrid: Pedro Marín, 1787. El Filósofo a la Moda o el Maestro universal. Obra periódica que se distribuye al público los lunes y los jueves de cada semana. Sacada de la obra francesa intitulada Le Spectateur ou le Socrate moderne, Madrid: [s. e.], 1788.

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La muerte de Carlos III en 1788 así como la Revolución francesa en 1789 trajeron nuevos parámetros al sistema de publicaciones de España. Desaparecieron los Espectadores no solamente por su anacronismo, sino también por la baja de las reformas de la monarquía y por las reacciones frente a las noticias que llegaron desde más allá de los Pirineos. Cuando se cerró la prensa en el fatídico mes de febrero de 1791, murió también la prensa moral de este país. Klaus-Dieter Ertler

2 MANUEL RUBÍN DE CELIS Quien andando el tiempo habría de ser promotor y redactor de El Corresponsal del Censor, Manuel Santos Rubín de Celis Pariente y Noriega, vino al mundo en 1743, en la casona solariega de Santiuste, barrio de la parroquia de Buelna situado en el extremo oriental de Asturias, próximo a la capital del concejo, la localidad marinera de Llanes. Fueron sus padres Pedro Rubín de Noriega (1716-1761), juez imparcial de la Real Intendencia de Guerra y Marina de Llanes, y Juana Pariente, ambos del estado noble. Ejemplo típico de familia numerosa de la vieja aristocracia, del matrimonio nacieron ocho hijos, seis varones y dos hembras. De todos, especialmente de dos de ellos, Manuel y Miguel, tenemos noticias bastante circunstanciadas a través de diversa documentación de archivo.47 El mayorazgo, Fernando, fue juez de Marina del puerto de Llanes y alcalde mayor de la ciudad de San Luis de Potosí, en la Nueva España; el segundo, Antonio, ingresó en la Orden de San Benito, en la que ostentó los cargos de predicador mayor y abad de Santa María la Real de Obarenes, en las cercanías de Oña, y fue también calificador del Santo Oficio; Felipe, clérigo igualmente, fue cura de la parroquia ovetense de San Tirso el Real, canónigo examinador, juez sinodal y subdelegado de Cruzada de la 47

Fundamentalmente, del expediente de ingreso en la Orden de Santiago del segundo de ellos y de la voluminosa causa que provocó su conducta revolucionaria en Francia. En ellos se basan los datos familiares que maneja Antonio Elorza en la primera monografía dedicada a este personaje: «Absolutismo y Revolución en el siglo XVIII, (La emigración política de Miguel Rubín de Celis, 1789-99)», en Cuadernos Hispanoamericanos, 233 (mayo 1969), pp. 389-405; y son básicamente los que también utilizamos en nuestro libro sobre su hermano Manuel: Inmaculada Urzainqui, Álvaro Ruiz de la Peña: Periodismo e Ilustración en Manuel Rubín de Celis, Oviedo: Centro de Estudios del Siglo XVIII, 1983. En un trabajo posterior, añadí nuevos datos sobre este último procedentes del también voluminoso expediente a que dio lugar la petición de viudedad de la que fue su mujer, Gertrudis Sáez de Parayuelo (AHN, Hacienda, núm. 567/111): Inmaculada Urzainqui: «Los últimos años de Rubín de Celis. Algunas notas y una rectificación», en Ástura, 3 (1985), pp. 100-101. Informaciones mucho más amplias y aquilatadas sobre la apasionante y compleja trayectoria profesional y política de Miguel pueden verse en el reciente libro de Ramón Gutiérrez: El árbol de hierro. Ciencia y utopía de un asturiano en tiempos de la Ilustración (1750-1800), Gijón: Ediciones Trea, 2007.

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catedral y obispado de Santander, teniente de vicario de los Reales Ejércitos, canónigo del obispado de Burgos y prior de Roncesvalles. Tres años más joven que Manuel, Miguel, el futuro revolucionario y causante de muchas amarguras a la familia, optó, como él, por la carrera militar e ingresó en la primera promoción de la Academia de Artillería de Segovia, de la que fue uno de sus alumnos más brillantes48 y, en 1767, obtuvo el hábito de la Orden de Caballeros de Santiago. De espíritu aventurero y emprendedor, viajó a Francia comisionado por la Real Armada, y luego (1780) a América, donde residirá en el Río de la Plata y desarrollará una intensa y variada actividad vinculada a la explotación de minas, el comercio, la construcción, la industria y la investigación botánica. Convencido de las extraordinarias propiedades curativas de la quina calisaya, se constituyó en su primer importador a gran escala y envió a España una importante remesa en 1787, cuyos benéficos efectos movieron a Carlos III a ordenar que se fomentase su extracción y comercio.49 Tras regresar a España y retirarse del ejército (1788), viajó a Austria, Hungría y otros países europeos para informarse sobre las nuevas estrategias de amalgamación de la plata y negociar el azogue. Obligado a abandonar la corte por haber propuesto una contratación alternativa a la oficial en el abastecimiento de azogue, marchó apresuradamente a Bayona en septiembre de 1789, donde entró en relación con Marchena y el grupo de españoles revolucionarios. Imbuido de sus principios, colaboró con la Gaceta revolucionaria y publicó un Discours sur les principes fondamentaux d’une constitution libre (1792), que junto con otros folletos y actuaciones que se le atribuyeron, determinaron su fulminante condena, la confiscación de sus bienes (por real orden del 9 de noviembre de 1792) y el despojamiento público de su condición de caballero de Santiago (marzo de 1793). Nacionalizado francés, terminó sus días en 1799 sin haber logrado su rehabilitación ni la devolución de sus bienes. De sus otros dos hermanos varones, consta que Ramón fue catedrático de la Universidad de Valladolid, juez de Causas Pías, provisor del Obispado de Cartagena y racionero de la Catedral de Murcia; y Joaquín, el más pequeño, teniente coronel de infantería, agregado al Regimiento Provincial de Jerez de la Frontera y caballero de la Orden de Santiago 48 49

Cfr. Ramón Gutiérrez, 2007, p. 24. Según noticia que recoge la Gaceta de Madrid del 24 de febrero de 1807. Cfr. Inmaculada Urzainqui: «El revolucionario Rubín de Celis, primer importador de la quina calisaya», en Ástura, 9 (1993), pp. 179-180.

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(1779). Su hermana María, casada en El Pino (Aller) con Antonio Posada, fue madre del que sería después obispo ilustrado de Cartagena y liberal exiliado con Fernando VII, Antonio Posada Rubín de Celis. Por último, Micaela, la menor, se casó con el contador de la Real Armada y luego comisario de guerra de Marina José de Piles y Hevia, y fue madre de María Josefa de Piles Rubín de Celis, que con sólo doce años contrajo matrimonio con su tío Miguel al poco de su llegada a Francia. Después de haber luchado inútilmente durante años por la recuperación del patrimonio familiar, contrajo nuevas nupcias con el célebre geógrafo Isidoro de Antillón. Al igual que sus hermanos menores, nuestro protagonista salió pronto de la casa familiar, pues no figura en el padrón de Llanes de 1751, cuando tan sólo contaba ocho años. Por decisión paterna, debió de ser enviado a Madrid para adquirir la primera formación y preparar su carrera militar, probablemente se alojó en casa de los condes de Aguilar-Altamira, donde reside, con sus hermanos Miguel, Joaquín y Micaela, en 1758. Y en la misma casa vive todavía, con esta última, en 1766, mientras sus otros dos hermanos pequeños siguen su formación militar en el Real Colegio de Artillería de Segovia, creado en 1764. Sus destinos profesionales, hasta 1793, en que ostenta el cargo de contador principal de Rentas de la provincia de Jaén, los resume él mismo en la representación que dirige a Godoy el 12 de mayo de dicho año para que sea atendida su petición, hecha diez meses antes, en la que los honores de contador del ejército o los de comisario de guerra que otros en igual situación han obtenido, y cuyo bloqueo atribuye a la conducta revolucionaria de su hermano:50 Ocho años y medio ha servido el exponente a Su Majestad de Teniente en el Regimiento Provincial de Oviedo, y de éstos los cuatro y medio [sic] estuvo con licencia contrayendo mérito en la secretaría de embajada de Turín, cuando se hallaba en aquella corte de embajador de la nuestra el Excmo. Señor Conde de Aguilar.

Dado que el conde de Aguilar (Vicente Osorio y Moscoso) es destinado a Turín en septiembre de 1767,51 Rubín debió de permanecer en Italia 50

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Reproducimos el texto como apéndice I de nuestro libro: Urzainqui/Ruiz de la Peña, 1983, pp. 181-185. Según noticia de El Mercurio histórico y político de septiembre de dicho año: «El Excmo. Sr. Conde de Aguilar, Embajador del Rey con destino a la corte de

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desde ese año hasta 1771. Lamentablemente, de su vida en Madrid, su actividad como militar en Oviedo y como diplomático después en Turín no sabemos nada. Pero sobre lo que no hay ninguna duda es que antes de su partida a Italia se había despertado ya su vocación literaria, pues justo en ese año de 1767 publica sus dos primeras obras conocidas: el elogio fúnebre de la aplaudida actriz del momento recientemente desaparecida, Égloga pastoril. Lamentaciones a la muerte de María Ladvenant, primera dama del teatro,52 y su primera incursión en el periodismo, Discursos políticos y morales sobre adagios castellanos,53 una revista de contenido moral y crítica social que, con el original formato de glosas sucesivas a diversos refranes españoles, proclama la importancia de la educación, el esfuerzo y el trabajo, alerta frente a los daños que pueden ocasionar el amor, la adulación, las malas compañías o el amor propio y encarece la necesidad de meditar bien las decisiones y estar prevenido ante los cambios de fortuna. Y además de alguna otra obra que se le ha atribuido,54 tal vez corresponda también a esta época un texto de circunstancias escrito a petición de una dama: la descripción en verso octosílabo de un baile celebrado un 28 de mayo en un salón madrileño, que se conserva, autógrafo y firmado, en la Biblioteca Nacional de Madrid.55

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Turín, tuvo su audiencia de despedida con S. M. y demás personas reales el día 5 del corriente, y el inmediato emprendió su viaje...» (p. 71). Folleto publicado en Madrid, en 4.º, sin indicación de imprenta. Lo menciona Emilio Cotarelo y Mori: María Ladvenant y Quitante, primera dama de los teatros de la Corte, Madrid: Rivadeneyra, 1896, p. 138. Madrid: Antonio Muñoz del Valle, 1767, 9 núms. titulados Adagio I, II, etc., 172 pp. Su contemporáneo, y también asturiano, Carlos González de Posada, menciona como suya la Respuesta a D. Silvestre Manzano, sobre la impunnación al Paralelo que hizo Rubín entre la Juventud y la Vejez, papel en 4.º, impreso en Madrid, 1768 (Biblioteca asturiana o noticia de los autores asturianos, ed. José María Fernández Pajares, Gijón: Monumenta Historica Asturiensia, 1980, p. 99). También la cita Cejador (Historia de la lengua y literatura castellana, Madrid: Tip. de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1917, VI), aunque con la fecha de 1767. Y este último le atribuye igualmente Los primeros veinticuatro días del cortejo (1767). Ninguna de ellas las mencionan Palau ni Aguilar Piñal. Ms. 14599 (11). 10 hs., 22 pp. Tras una breve introducción que aclara el tenor del encargo («El superior precepto de una Dama obligó a Dn. Manuel Rubín de Celis a que describiese cierto baile, cuyo mandamiento, por no haber podido evadirse, cumple...»), y un diálogo del autor con Apolo solicitando su ayuda, sigue la descripción propiamente dicha, centrada fundamentalmente en

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Un escrito posterior, que verosímilmente podemos atribuirle y que ha permanecido inédito hasta fechas recientes, El Testamento político del filósofo Marcelo (1774), ofrece entre bromas y veras una estampa autobiográfica del protagonista que, además de encajar con lo fundamental de la noticia que tenemos de su vida hasta ese momento, añade algunos matices que, de ser ciertos, permitirán completar el escueto dibujo con que contamos. El primer párrafo alude a sus orígenes, primera formación y llegada a Madrid para iniciar la carrera militar convenientemente aleccionado por sus padres: El año 17 . . . me vio Asturias nacer. Que fue con alguna distinción, lo aseguro, bien que no lo refiero por vanidad, pues mi modo de pensar no me permite hacer aprecio de una circunstancia que la casualidad franquea o niega. Pusiéronme mis padres a estudios, y finalizados los de gramática y filosofía, determinaron éstos enviarme en forma de tercio a Madrid, sin más instrucciones que las de temer a Dios, amar al Rey, respetar sus ministros y huir del mayor enemigo que el hombre tiene, esto es, de las mujeres; poniendo por contera el infalible aviso de procurar mantener el honor y brillantez de mi solar. Con estas admoniciones, que yo tomé como preceptos, llegué a la corte.

A renglón seguido, da cuenta de una casi década de anodina vida madrileña sólo redimida por la dedicación a la lectura y el estudio de lenguas extranjeras y de su marcha a Italia, previo paso por Francia, en condiciones ventajosas: «y después de haber casi perdido en ella diez años de tiempo, pues sólo cuento por ganado aquél que invertí en el estudio de los idiomas extranjeros y en la lectura, pasé a Francia y desde allí a Italia buscando una ínsula, que encontré situada en el mismo paraje que SANCHO PANZA la suya».56 Luego seguirán las disposiciones testamentarias, a través de las cuales se hace patente su condición de hombre acomodado, de ideas ilustradas y poseedor de una nutrida biblioteca, con obras de Platón, Aristóteles, Lucrecio, Plutarco, Séneca, Malebranche,

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las damas que concurrieron a él, entre otras, doña María Antonia Ramos, de la que se confiesa «sumamente apasionado,/pues desde chiquirrito,/en su cuarto me he criado». (¿Se trata tal vez de la condesa de Altamira?). Finaliza con una décima escrita por un amigo de Rubín que elogia su talento. Testamento político del filósofo Marcelo con notas por D. Ramón Estrada Pariente y Valdés, ed. de Francisco Sánches-Blanco, Oviedo: Principado de Asturias, Consejo de Comunidades Asturianas, 1991, pp. 38-39. En cursiva y mayúsculas en el original. Aunque el editor no llega a afirmar que sea de Rubín de Celis, y apunta únicamente a una persona de su entorno, creo que hay razones suficientes para considerarlo obra suya.

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Hobbes, Newton, Locke, La Bruyère, Montaigne, el P. Mariana, Solís, Saavedra Fajardo, Feijoo, marqués de Santa Cruz, «un gran número novelas francesas, italianas, españolas e inglesas», etc. De ser cierto lo que afirma, se confirmaría la sospecha de que fue en Madrid, en esos años de juventud, donde asienta las bases de la sólida formación intelectual que se trasluce en sus obras, así como el conocimiento del francés que avalan sus traducciones. De lo que no habla nada aquí es de sus cuatro años de servicios militares en el Regimiento de Oviedo, que por lo que dice en su escrito a Godoy habría que situar entre 1762 o 1763 y 1767. ¿Acaso porque los compatibilizó con más o menos prolongadas estancias en Madrid? Es lo que cabe deducir de la publicación en 1767 de las dos obras mencionadas y del conocimiento que muestra de autores del momento como su compañero de armas Cadalso, Nifo, y el «sapientísimo» P. Sarmiento. Lo que evidentemente no pudo hacer, como se ha dicho, es opositar a una plaza vacante del cabildo de Oviedo en 1768.57 Porque aunque, efectivamente, un Manuel Rubín de Celis efectuó, sin éxito, la oposición, según consta en el Libro de Acuerdos Capitulares de la Catedral ovetense, tuvo que tratarse de un homónimo. Podría ser el catedrático de filosofía de la Universidad de Oviedo así llamado,58 o tal vez Manuel Rubín de Celis y Primo Terán (1712-1784), que fue canónigo de la Catedral de Palencia y luego ―justamente desde 1768― obispo, primero de Valladolid, y después, de Cartagena y Murcia.59 57

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Me refiero al trabajo de Natalio Grueso, Javier Junceda Moreno y Javier Val Fernández: «Asturias en el reinado de Carlos III: aproximación a la figura de Manuel Rubín de Celis, un liberal comprometido», en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos 129/XLIII (1989), pp. 157-168. Según la documentación del proceso, el opositor Rubín era colegial en el Mayor de Salamanca. Ramón Gutiérrez (2007, p. 21) descarta igualmente que se trate de nuestro autor. En el Archivo de Simancas (Gracia y Justicia, leg. 946), se conserva la propuesta, y aprobación de la misma, de un Manuel Rubín de Celis para la Cátedra de Filosofía de la Universidad de Oviedo, con fecha 28 de mayo de 1730. A su muerte, el poeta murciano Francisco Meseguer publicó un sentido elogio: Lamentos fúnebres por la muerte del Ilmo. Sr. Manuel Rubín de Celis, dignísimo obispo de Cartagena, y elogio poético que a su piadosa memoria escribía D. Francisco Meseguer, natural del reino de Murcia, Madrid: Hilario Santos Alonso, 1784. Lo anuncia el Memorial literario de septiembre de 1784, pp. 48-49.

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A falta de otras noticias sobre sus años italianos, no es difícil imaginar que su antigua vinculación con el embajador ―en cuya casa, como he dicho, había vivido los años precedentes― haría que su labor se desenvolviera en las mejores condiciones. Su literaria y no poco enigmática alusión a la cervantina ínsula Barataria así parecen confirmarlo. Por lo demás, la actividad que desplegará en los años inmediatos evidencia que, de Italia, llegó Rubín lleno de ideas y proyectos. Según lo que expone a continuación en su escrito a Godoy, su trabajo posterior experimenta un giro radical, que lo lleva al territorio de la gestión y docencia de manufacturas en Santiago de Galicia, Ribadeo y la capital del Principado: Restablecido a España, estableció de orden de Su Majestad, a consulta del Consejo, las fábricas de lienzos imitados a los de Westfalia, e igualmente los de cintería de hilo fino y ordinario en los Hospitales de Santiago en Galicia y Oviedo, como también la enseñanza de estas manufacturas en la villa de Ribadeo y en los cuarenta y otro pueblos de su jurisdicción.

Todo parece indicar que para entonces Rubín se hallaba pertrechado de sólidos conocimientos en la manufactura de hilados, pues de otro modo no se entiende que se le encargara promover sendas fábricas en Oviedo y Santiago, así como enseñar esas manufacturas en la villa de Ribadeo y los pueblos de su jurisdicción. Como precisa en su informe, el desempeño de estas actividades, más que una iniciativa privada, fue resultado de una orden real «a consulta del Consejo»; orden que, en efecto, encaja con la política de fomento industrial en que por esos años está embarcado el Gobierno con el poderoso impulso del fiscal del Consejo y hombre fuerte de la política, el conde de Campomanes, que es justamente quien redacta las Instrucciones para la organización de dichas fábricas.60 Aunque no dispongamos de datos al respecto, es fácil aventurar que éste jugó un papel fun60

Como previenen las Instrucciones para el establecimiento y régimen de las Casas-Fábricas, firmadas por él y por don Pedro José Valientes el 19 de agosto de 1774 (Archivo de Campomanes, leg. 38/24). El texto se publica en el Apéndice II del Discurso sobre la educación popular (1775) con el título «Instrucción que ha de observar el Director Don Joaquín Cester en la plantifiación, dirección, gobierno, cuenta y razón de las fábricas de crehuelas o coletas, brabantes o presillas, como también la centería fina y ordinaria que ha de establecer en el Reino de Galicia y Principado de Asturias para que en adelante se puedan propagar en los demás parajes del Reino» (Madrid: Antonio de Sancha, 1775, II, pp. 165-178).

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damental en el nuevo destino de Rubín de Celis, a quien como paisano y joven ligado estrechamente al conde de Altamira, sin duda, conocía. Tal vez incluso antes de su partida a Italia. Como buen ojeador de gente con talento y capaz de sintonizar con sus proyectos reformistas, no pudo pasar por alto la energía y las dotes intelectuales del joven militar. Pero a decir verdad la responsabilidad última de la empresa no es suya, sino de Joaquín Cester, antiguo director de las Reales Fábricas de cerámica de Talavera y hombre de confianza de Campomanes, que es a quien se nombra para la dirección de dichas fábricas el 17 de agosto de 1774. Las Prevenciones que éste le había dirigido el 25 de abril de ese mismo año sobre la organización de las mismas indican que ya había iniciado su trabajo en los meses anteriores. Y algo similar debió de ocurrir también con Rubín, en quien recae el nombramiento de contador, con la facultad de sustituir al director en caso de ausencia o enfermedad.61 De no haber mediado un conocimiento entre él y el fiscal, no sería fácil explicar ese cambio de rumbo en su vida profesional ni la traducción del Tratado del cáñamo de Marcandier, que publica ese mismo año acompañado sorprendentemente de un extenso Discurso sobre el modo de fomentar la industria popular.62 Y digo sorprendentemente, porque aunque de suyo cuadra muy bien con el carácter y objetivos de su nuevo destino, es un texto autónomo, no una introducción, que, además, plantea un inquietante enigma bibliográfico, toda vez que en el título interior del mismo figura como obra del traductor («Discurso del traductor sobre el modo . . .») y es básicamente el mismo que, de real orden, se difundirá meses después con la impresionante tirada de 30.000 ejemplares (el conocido tradicionalmente como de Campomanes, titulado Discurso sobre el fomento de la industria popular, impreso también, con idéntica tipografía, por Antonio de Sancha). Dada la importancia que este segundo Discurso ha tenido en el pensamiento económico español, así como su decisiva influencia para la creación de las sociedades económicas de amigos del país, la cuestión de su autoría ―sobre la 61 62

Véase. cap. XIII de las citadas Instrucciones. Tratado del cáñamo, escrito en francés por Mr. Marcandier, Consejero en la Elección de Bourges; traducido al castellano por don Manuel Rubín de Celis. Van añadidos otros tratadillos tocantes al lino, y algodón al fin, con un discurso sobre el modo de fomentar la industria popular en España, Madrid: Imprenta de don Antonio de Sancha, MDCCLXXIX. A costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros del Reino.

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que nos detuvimos ampliamente en nuestro libro de 1983―63 ha merecido una larga atención por parte de los estudiosos; bien es verdad que sin haberse resuelto todavía de manera plenamente satisfactoria. Por la precedencia del texto y otra serie de indicios tanto internos como externos, nuestra hipótesis era que, a partir del texto de Rubín (126 p.), Campomanes había reelaborado el suyo manteniendo lo sustancial de su estructura y contenido, pero introduciendo algunos cambios de estilo junto con diversas precisiones, matizaciones y añadidos forjados con nuevos datos y reflexiones (193 p.). Por eso, de algún modo, eran ambos autores del Discurso. El cambio de perspectiva que introdujo esta nueva visión de una autoría compartida, aunque ampliamente aceptada, propició también la revisión del asunto y la aparición de otras interpretaciones y lecturas. Así, mientras Donald Street no duda en llevar las cosas al extremo y acusa a Campomanes de plagiario,64 otros, como Gonzalo Anes65 o Vicent Llombart, se muestran reacios a aceptar la paternidad de Rubín, por más que reconozcan la dificultad de explicar el hecho de que proclame el Discurso como suyo. Al argumento principal de que todas las ideas que expresa Rubín encajan plenamente con el pensamiento económico de Campomanes, Llombart ha podido añadir otro particularmente significativo: la edición exenta y anónima de un texto idéntico al de Rubín, publicado también en 1774, pero sin la cláusula «De orden de S. M. y del Consejo» con la que saldrá la edición oficial en los últimos meses de ese año. De ello, deduce que se trata de una edición reducida que redactó el propio Campomanes, quizá con la ayuda de Rubín, durante los meses de abril o mayo a fin de presentar algunos ejemplares al rey y al Consejo para su aprobación y financiación.66 Esta interpretación, que resulta muy plausible, permitiría explicar que Rubín, por haber participado en su redacción, lo presentara al público como suyo, contando con el visto bueno de Campomanes, que seguro estaba al tanto de la edición. ¿Y en qué ha podido con63

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Urzainqui/Ruiz de la Peña, 1983, cap. III. «Una deuda de Campomanes con Rubín: el Discurso sobre el modo de fomentar la industria popular (1774)». Donald Street: «The authorship of Campomanes Discurso sobre el fomento de la industria popular: a note», en History of Political Economy 18/4 (1986), pp. 655-660. Prólogo a Discurso sobre el fomento de la industria popular (1774). Discurso sobre la educación popular y su fomento (1775), anexos de J. M. GómezTabanera, Oviedo: Grupo Editorial Asturiano, 1991. Vicent Llombart: Campomanes, economista y político de Carlos III, Madrid: Alianza Editorial, 1992, pp. 240-246.

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sistir esa participación de Rubín en el primero de los Discursos? ¿Hasta dónde llega su responsabilidad en el texto? La verdad es que hoy por hoy no podemos determinarlo. Lo que está claro es que las ideas y las propuestas de reactivación económica que expone tienen el sello inequívoco de Campomanes y que esas ideas pudo oírlas Rubín de su propia boca, dada la indudable relación que tuvo con él durante ese tiempo, como confirma, entre otros indicios, una carta de Cester a Campomanes, escrita desde Ribadeo el 2 de diciembre de ese año 1774, en la que al tiempo que le da cuenta de la marcha de las fábricas, le ruega que haga llegar cuanto antes a Rubín porque le necesita a su lado: «Estimaré a V. S. I. que mande a Rubín como ya me dice, que se ponga en camino con toda brevedad, pues es el que más falta me hace, y que no se olvide de hablar a los directores de Aduana».67 Como ha sido práctica común en los hombres de gobierno, resulta bastante verosímil que Campomanes, confiando en el talento de Rubín, hubiera pedido su colaboración para poner sus ideas por escrito. Pero tampoco se puede descartar que fuera Rubín quien, estimulado por las conversaciones que debió de mantener con él sobre el proyecto de las fábricas e imbuido de sus ideas, extendiera la primera planta del escrito y luego Campomanes lo reelaborara como cosa propia.68 Por lo demás, habida cuenta del conocido empeño de Campomanes por fomentar traducciones que contribuyeran al desarrollo económico de España, no parece aventurado sospechar que Rubín emprendió la de Marcandier (como las otras que realiza) por sugerencia suya. Avalaría esta sospecha el hecho de que no es él, sino Narciso Francisco Blázquez «en nombre de la Compañía de Impresores de esta corte» ―recordemos, impulsada por Campomanes―, quien solicita la licencia de impresión en septiembre de 1773; licencia que, 67

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Pedro Rodríguez de Campomanes, Epistolario. Tomo I (1747-1777), ed. de Miguél Avilés y Jorge Cejudo López, Madrid: Fundación Universitaria Española, 1983, pp. 543-544. Sobre la tendencia de Campomanes de aprovechar todo lo que pudiera considerar útil ―atestiguada por Pedro Jacinto de Ávila en una carta a Peñaflorida del 5 de mayo del 74, donde alude a la inminente publicación de la primera versión exenta del Discurso sobre el fomento de la industria popular―, véase Antonio Risco: «La Vascongada y la industria popular. Un testimonio inédito sobre Campomanes», en: La carta como fuente y como texto. Las correspondencias societarias en el siglo XVIII: la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, ed. Antonio Risco y José Maria Urkía, San Sebastián: Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, 2005, pp. 257-300.

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tras el informe favorable de Francisco Antonio de Angulo (de la Academia Española), se resuelve positivamente el 21 de noviembre del mismo año.69 Sea como fuere, la marcha de Rubín a Ribadeo debió de ser inmediata a la carta de Cester, pues en 1775 lo vemos actuando ya en sus nuevas funciones laborales.70 Esa fase de su vida se ignora por completo en la semblanza que refleja el Testamento del filósofo Marcelo. Lo que allí se dice únicamente es que, de regreso a su tierra natal, se enamora perdidamente y contrae matrimonio: «restituido a España, lleno de mil cuidados ociosos y dominado de un corazón capaz de abrigar cualquier pasión violenta, me hallé poseído sin sentirlo de la del amor. Por mucho que me daba a la filosofía para ver si podía apagar un fuego que me consumía con gusto, no hubo forma de que mi corazón se hiciese filósofo, y así determiné casarme para extinguir el incendio que poco a poco me iba destruyendo» (p. 39). Una noticia que, al igual que la posterior del nacimiento de sus varios hijos, hemos de tener por apócrifa y puramente literaria, pues habrían de pasar aún bastantes años hasta que el Rubín real llevara a una mujer al altar. De lo que no hay ninguna duda es que este período es clave en su producción intelectual, pues en el corto espacio de cinco años va a tener en su haber seis títulos de obras diferentes. Por el tiempo en que suponemos que vuelve a España, inicia su experiencia como traductor y da a la estampa la versión castellana del Arte de Barbero-Peluquero-Bañero de Garsault (1771), si es que, como razonablemente suponemos con Aguilar Piñal por la similitud de apellidos y seudónimos, es verdaderamente obra suya.71 Un 69

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AHN., Consejos, leg. 5534/13. Aunque el censor repara en algunos defectos de estilo y en la excesiva introducción de voces «puramente facultativas», entiende que debe dársele de paso «hecho cargo de que pueda ser este Tratado utilísimo al público porque en él se enseña el modo de beneficiar el cáñamo y se hacer ver las utilidades que pueden resultar de varias manufacturas a que pueden aplicarse». El Consejo resuelve que se publique con las correcciones expresadas en la censura. Según consta en el extracto del libro de actas del Ayuntamiento ribadense correspondiente a 1775: «Para aprendidas de la Fábrica de hilados se entregaron al Contador don Manuel Rubín 48 muchachas» (apud Fernando Méndez Sanjulián: Apuntes sobre Ribadeo, Ribadeo, 1884). Arte de Barbero-Peluquero-Bañero, que contiene el modo de hacer la barba y de cortar los cabellos; la construcción de toda clase de pelucas y partes de

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tratado publicado originalmente en 1767 y que, como muchos otros referidos al aprendizaje de oficios, aparecerá resumido en la relación que figura en el Apéndice II del Discurso sobre la educación popular. A finales de 1772 publica su ingeniosa apología de la conocida obra de Cadalso que había aparecido en octubre de ese año, Junta que en casa de D. Santos Celis tuvieron ciertos eruditos a la violeta; y parecer que sobre dicho papel ha dado él mismo a D. Manuel Noriega, habiéndosele éste pedido con las mayores instancias desde Sevilla,72 conformada como una tertulia a la que concurren cinco violetos y un erudito «pero no a la violeta» pariente del autor, que corrige sus desvaríos y se constituye en el defensor de la crítica de Cadalso. Cambia enteramente de registro en 1773 da a luz una documentada Carta histórico-médica sobre la inoculación de las viruelas73 que explica el origen de esta práctica y que encarece su eficacia; obra que, según declara en el prólogo, había escrito en Italia cuatro años antes a petición de un amigo, y que dedica a Campomanes como expresión de su profunda admiración y gratitud por «los muchos favores» que le franquea. Poco después (el 14 de enero de 1774), con el seudónimo de Ramón Estrada Pariente Valdés, solicita licencia para la publicación del citado Testamento político del filósofo Marcelo que, sin embargo, por el informe negativo del mismo censor que había actuado en la traducción del Tratado del cáñamo, Francisco Antonio de Angulo ―lo

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peluca para hombres y mujeres; modas de peinados; composición de las pelucas viejas, de suerte que queden como nuevas; preparación de los baños de limpieza y de salud; la de pastas depilatorias para dejar el cutis suave; la de pomadas para el pelo, opiatas para los dientes, etc. Escrito en francés por Mr. Garsault y traducido al castellano, con láminas finas, por Don Manuel García Santos y Noriega, Madrid: Andrés Ramírez [1771], 19 hs., 234 pp., 5 láms. La referencia de Aguilar Piñal en su Bibliografía de autores del siglo XVIII, s. v. Manuel Rubín de Celis. Hay edición facsimilar de 1992. Madrid: en la imprenta y librería de Manuel Martín, [s.a.]. Va fechada en Madrid el 10 de noviembre de 1772. La petición de licencia de impresión de Los eruditos a la violeta de Cadalso se hace en septiembre, y sale anunciada en la Gaceta del 13 de octubre. La aprobación del Suplemento, que aparecerá inmediatamente después de la obra de Rubín, es del 9 de diciembre, y su anuncio en la Gaceta el 29 del mismo mes. Carta histórico-médica, escrita por D. Manuel Rubín de Celis a un amigo suyo sobre la inoculación de las viruelas, en la que explica el origen de esta práctica, los efectos de ella, el modo de ejecutarla, y sus ventajas, Madrid: Juan Lozano, 1773, 8 hs, 24 pp.

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considera inútil e incluso perjudicial para el público― no llegará a ver la luz. Es también ese mismo año cuando publica la mencionada traducción de Marcandier y, a nombre de don Santos Manuel Pariente y Noriega, la de la Oración fúnebre de Carlos Manuel, Rey de Cerdeña y duque de Saboya, pronunciada el 17 de marzo de 1773 por M….Cura Vicario de la parroquia de S… en Chamberí,74 reeditada en Barcelona ese mismo año. Por último, en 1775 da a la estampa su traducción de mayor empeño, la voluminosa Historia de los progresos del entendimiento humano en las Ciencias exactas y en las Artes que dependen de ellas75 del francés Saverien, que igualmente dedica a su protector Campomanes. Si no tenemos datos fehacientes, aunque lo sospechamos, de que antes de marchar a Italia supo compatibilizar su pertenencia al regimiento de Oviedo con estancias prolongadas en Madrid, ocurre lo mismo respecto al tiempo que sigue a su regreso y adquiere estas nuevas obligaciones profesionales. De no haber frecuentado largamente la corte, no habría publicado en ella todas las obras que acabo de mencionar. Tampoco sabemos a ciencia cierta qué pasó en los años siguientes, ni en qué situación se halló después de la muerte de Cester, ocurrida en 1776. De sus palabras puede inferirse que continuó con dichas actividades durante bastante tiempo, hasta su nombramiento como contador principal de Rentas del partido de Ocaña (que tuvo lugar el 17 de julio de 1788): 76 Finalizada esta comisión, le nombró Su Majestad (cuando se incorporaron a la Corona algunas contadurías que se hallaban enajenadas de ella) por Contador en rentas reales del partido de Ocaña, habilitándose al mismo tiempo el Sr. Conde Lerena para que sirviese la subdelegación en las citadas rentas en ausencia y enfermedades del gobernador de la mencionada villa, conde de la Puebla de los Valles, la que desempeñó varias veces.

Pero da la impresión, como digo, que no debió de ser exactamente así, pues sin una transición madrileña, o estancias prolongadas en Madrid, no podría explicarse sus trabajos anteriores ni la intensa actividad editorial que desplegará también en los años ochenta.

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Madrid: por Joseph Doblado, 1774, 31 p. Madrid: Antonio de Sancha, 1775. A costa de la Real Compañía de Impresores del Reino, XXIV, 486 págs. Cfr. Inmaculada Urzainqui: «Los últimos años de Rubín de Celis. Algunas notas y una rectificación», en Ástura, 3 (1985), pp. 100-101.

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Tras la traducción de Saverien, sigue un período de silencio, que se rompe en 1783 con la entrada en la arena de la crítica literaria publicando en dos entregas sucesivas sus Cartas, observaciones y disertaciones sobre algunas bagatelas y parvuleces que se han impreso en Madrid de tres años a esta parte,77 que da la impresión iba a tratar de continuar con otros números. Jugando de nuevo con sus apellidos familiares, se escuda ahora con el seudónimo de don Santos Manuel Pariente y Celis para ridiculizar, en la primera, el Discurso sobre la pólvora de Juan Antonio Pintado, publicado en la imprenta de Ibarra el año anterior, y, en la segunda, el sermón sobre la inmortalidad del alma predicado en la catedral de Astorga por el catedrático don Francisco Guerra que, impreso, se vende igualmente en la corte.78 Esta iniciativa crítica, quizá estimulada en la lectura de su admirado Censor, le había de causar no pocas amarguras, pues al poco de ver la luz ambos escritos arremete contra ellos un Dr. D. Manuel Altamirano y Vaurragas (el poeta José María Vaca de Guzmán) con el folleto titulado Al primer tapón zurrapas79 para descalificar lo que considera extremada dureza, inconsistencia, ausencia de método, mal estilo y una larga serie de deslices. Semejante varapalo indigna a Rubín, y su réplica no se hace esperar. En tres días redacta, e inmediatamente publica, una mordaz Respuesta de buena crianza al autor de las Zurrapas, que merecerá a su vez otra nueva y airada respuesta del sevillano que abundará en sus anteriores incriminaciones. Esta vez, sin embargo, Rubín optará por dar la callada por respuesta, incluso aunque su contrincante insista en la contienda dirigiendo sus venablos contra la Junta añadida a Los eruditos a la violeta de Cadalso. Teniendo razones sobradas para hacerlo, pues el poeta no había entendido el verdadero carácter apologético del texto, debió de pensar que enzarzarse en polémicas estériles no merecía la pena; máxime, si ya estaba rondando entonces por su cabeza la idea de publicar un periódico en el que, como venía haciendo El Censor, podía expresar su pensamiento y ejercitar la crítica libre de condicionamientos externos. En efecto, apenas tres años después sale de nuevo a la palestra con El Corresponsal del Censor, su obra más comprometida y ambiciosa y la que 77

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Sigue al título: Carta I que tiene el gusto de dar a luz don Santos Manuel Pariente y Celis, Madrid: Imprenta de Josef Doblado, 1783. Carta II. Que tiene la complacencia de dar a luz don Santos Manuel Pariente y Celis, Madrid: Imprenta de Josef Doblado, 1783. Incluido después en las Obras de don Joseph María Vaca de Guzmán, II, Madrid, por Joseph Herrera, 1792.

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a la postre le daría más renombre. Su publicación se prolongará quincenalmente desde abril de 1786 hasta junio de 1788. En el último número ―Carta LI (fechada el 16 de junio)―, se despide de sus lectores con la siguiente postdata: «Acabada de escribir ésta, ocurre un asunto a que me es preciso atender con preferencia a todo, y dudo mucho me permita escribir a V.m. otra carta». ¿Qué asunto es este que le lleva a suspender la publicación? A la vista de su inequívoco enfrentamiento con Forner, claramente protegido por Floridablanca, en nuestro libro de 1983 apuntábamos como explicación un posible problema de censura. El omnipotente secretario de Estado, cada vez más cauteloso hacia la prensa por lo que se avecinaba en Francia, tenía medios suficientes para alejarlo de la circulación, incluso sin apelar a una prohibición expresa (que no hallábamos por ninguna parte). Desconocíamos entonces, sin embargo, la fecha real de su nombramiento como contador del partido de Ocaña, que situábamos aproximadamente diez años antes. Al saber luego que éste tiene lugar el 17 de julio de 1788, lo más razonable es pensar que el «asunto» que reclama toda su atención y le impide continuar en el empeño periodístico no es otro que su partida a Ocaña para hacerse cargo de su nuevo destino; un destino probablemente auspiciado por Campomanes como recompensa a su trabajo y que, como vamos a ver, le ligará a la Corona hasta su muerte, sin que se vea sustancialmente alterado por el conflicto de su hermano80 ni por la prohibición in totum de la revista, decretada por la Inquisición en 1791. Y con ese número cerrará su actividad editorial.81 Antes, al poco de aparecer El Corresponsal, había publicado con su nombre «de guerra» el Diálogo céltico transpirenaico e hiperbóreo entre El Corresponsal del Censor y su maestro de latinidad (1786), una chistosa crítica de las ideas y estrambótico estilo de García de la Huerta,82 y los dos 80 81

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Cfr. Urzainqui, 1985, pp. 101-102. Aunque Aguilar Piñal cita como suya una fábula aparecida en el Correo de Madrid (núm. 358, 1790, pp. 47-48), debe de tratarse de una confusión, pues como consta claramente en el ejemplar es de un colaborador habitual del periódico que firma como «El Aplicado». Tanto en el prólogo a su Theatro Hespañol (tomo I, 1785) como en su posterior defensa frente a los duros ataques que le llovieron, La Escena hespañola defendida en el prólogo del Theatro español de don Vicente García de la Huerta y en su lección crítica (1786). A ello alude en la segunda parte del título: en defensa de la Escena Hespañola, con apostillas de Don Vicente García de la Huerta. El folleto, de 30 páginas, salió sin indicación de lugar ni

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tomos de su notable Colección de pensamientos filosóficos, sentencias y dichos grandes de los más célebres poetas dramáticos españoles formada por El Corresponsal del Censor;83 una obra con la que pretende, como ampliamente explica en el prólogo (en el que al parecer algo tuvo ver Forner),84 ofrecer una antología de los pasajes de más enjundia y agudeza del antiguo teatro español a fin de demostrar el mérito de nuestros dramaturgos en este aspecto, facilitar a los jóvenes un curso completo de filosofía moral que resulte agradable de leer y fácil de retener y proponer modelos de estilo a los dramaturgos del día. Acorde con su propósito pedagógico, al frente de cada tomo pone un resumen de la vida y escritos de los autores seleccionados ―Calderón y Bances Candamo en el primero, Solís, Montalbán, Salazar y Moreto en el segundo― y organiza los fragmentos por orden alfabético de temas acompañados de una sucinta explicación, v. gr. «Agradecimiento en los nobles, eterno», «Para amar no es esencial la igualdad”, «Amor: sus edades», «Nadar, deben todos saber», «Estudio: sólo el que estudia sabe lo que fatiga», etc. Orientada ya su actividad profesional en el ámbito hacendístico, después de dos años de gestión en Ocaña pasa a Jaén en 1791, también con el cargo de contador, según él mismo relata en el citado pedimento: En el año de 91 se sirvió Su Majestad nombrarle por Contador principal de la superintendencia de Rentas en esta provincia de Jaén, habiendo desempeñado en los dos años que lleva de Contador catorce meses la intendencia de este reino interinamente, en los que cobró de atrasos a favor de la Real Hacienda más de cincuenta mil pesos.

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imprenta. Escrito en forma de un coloquio entre el periodista, que finge defender al colector, y su profesor de latín. Madrid: Imprenta Real, tomo I, 1786; II, 1787. Solicita licencia de impresión para el primer tomo a principios de julio de 1785 y la informa favorablemente Joaquín Ezquerra (uno de los redactores del Memorial literario) el 15 de diciembre; la solicitud para el segundo la presenta el 29 de abril del año siguiente, y es aprobada de nuevo por Ezquerra el 7 de junio de ese 1786. Según lo que el extremeño dice a Llaguno en carta del 23 de junio de 1786, fue él quien escribió el prólogo ante la insistente petición de Rubín, si bien éste luego lo modificó a su gusto, y se mostró muy huidizo con él. De ahí es muy posible que nacieran sus desavenencias (véase Urzainqui/Ruiz de la Peña, 1983, pp. 153-155).

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Hasta aquí sus palabras. Lo que hará en los años siguientes y otros aspectos de su vida familiar, a la que para nada alude en su escrito, debemos seguir buscándolos a través de otros conductos. De su vida personal y familiar sólo sabemos que a los diez meses de su llegada a Ocaña, el 3 de marzo de 1789, contrae matrimonio con doña Gertrudis Sáez de Parayuelo, sobrina de don Rosendo Sáez de Parayuelo, a la sazón director general de Rentas y, por tanto, su superior máximo. Contaba entonces con cuarenta y seis años. Por los datos que obran en el expediente de viudedad de doña Gertrudis, se deduce que el matrimonio no tuvo descendencia.85 Cabe suponer que a lo largo de todos estos años de ausencia hiciera algún viaje a su patria chica para visitar a su familia, que sin duda mantuvo estrechos vínculos de amistad con su paisano Jovellanos, como se desprende de dos anotaciones del Diario a su paso por el oriente asturiano el 10 de agosto de 1791 ―«visitas en casa de Inguanzo y Rubín», «Santiuste: descanso y desayuno»―86 y de una carta a Tomás de Verí, escrita en Sevilla el 22 de marzo de 1809, en la que le recomienda a Isidoro de Antillón, casado con su hermana Micaela: «…Cuando le conozca le apreciará como hombre de mérito y capaz de honrar la toga. Yo le aprecio por tal y también a su mujer, que es mi paisana y de familia a quien estimo muy particularmente»87. Otras menciones a un Rubín de Celis o al «oficial Rubín» que también aparecen en el Diario no permiten precisar si se trata de él o de su hermano Joaquín. En todo caso, lo que sí sabemos es que el ilustrado gijonés tenía en gran estima a El Corresponsal del Censor, revista de la que se declara uno de sus «apasionados» en la segunda de las colaboraciones que preparó para el Diario de Madrid bajo el seudónimo de «El Aechador» (1786), y que finalmente quedaron inéditas.88 85 86

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Cfr. Urzainqui, 1985. Gaspar Melchor de Jovellanos: Obras completas. Tomo VI. Diario, ed. José Miguel Caso González con la colaboración de Javier González Santos, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII-Ayuntamiento de Gijón, 1994, p. 150. Gaspar Melchor de Jovellanos: Obras completas. Tomo V. Correspondencia 4.º ed. José Miguel Caso González, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII-Ayuntamiento de Gijón, 1990, p. 76. Se conservan en la Biblioteca Pública de Gijón. Papeles de Jovellanos, XXXI (1986, noviembre) con el título, puesto por Somoza, de «Artículos humorísticos y satíricos de Jovellanos en la prensa madrileña bajo el

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Como a los demás miembros de su familia, también le salpicó el escándalo provocado por las actividades revolucionarias de su hermano Miguel, pues el 15 de noviembre de 1792, siendo ya contador de Jaén, dirige una representación al conde de Aranda para que desestime, con las oportunas averiguaciones acerca de su conducta irreprochable en el cargo, las acusaciones del corregidor de la ciudad que le vinculaban a las ideas del hermano. Según lo que indica en ella, éste le había enviado una copia del manifiesto escrito en defensa de las calumnias que circulaban sobre él, y le pareció justo enseñársela «a algunos con el solo objeto de que se desengañaren del error en que vivían en razón de la conducta del citado hermano». Lo que dio pie al corregidor a iniciar una investigación y a empezar a formar «la sumaria», considerando «sedicioso» el papel ―pese a no haberlo leído―, con el fin de remitírsela a Aranda.89 A diferencia de su hermano Fernando, que en nombre de la familia redactó un vehemente alegato contra su hermano, y de lo que él mismo dirá en parecido sentido un año después en su representación a Godoy, en esta reivindicación de Manuel no se advierte condena alguna. Se limita a consignar que recibió el escrito y que lo dio a leer a algunas personas a fin de que conocieran las razones que asistían a su hermano para rechazar las incriminaciones que

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pseudónimo de El Aechador». Planteadas como cribas ―aechos― de las obras y periódicos de publicación reciente, aborda en primer lugar la de El Corresponsal. Aunque hace algunas ironías sobre el título y el nombre (Harnero) del editor, no hay duda de que su visión de la revista es muy positiva: «Señores: al comenzar mi oficio, vino a mi criba el papel intitulado El Corresponsal del Censor, y al primer golpe que le di con gran suavidad, colaron el título y el nombre del autor. ¿Corresponsal? No me gusta. Supone una correspondencia mercantil, y no se trata de eso. Además, si el Censor no le responde, ¿a qué viene tanta correspondencia? Este papel pudiera tomar otro título, y ser el que fuere, como quadre al objeto de su obra. Yo soy de sus apasionados, y le doy este consejo. No tiene que temer la mudanza, pues la reputación de la obra ya no se apoya en el título. ¿Don Harnero? ¿en qué almanaque habrá encontrado este nombre? Así llamo yo con mucha propiedad a mi obra ¿No será mejor que se firme Don Plácido? Y si por suerte tuviere que hacer la guerra a algún malsín transpìrenaico, añada el apellido Guerrero, que yo le aseguro que no le tendrá menos respeto…pero, ¿Don Harnero? Como en esta obra suele haber buen grano, y yo no eché en la criba más que el de una semana, las aechaduras que salieron no merecen la noticia de los compradores». Representación de Manuel Rubín de Celis al conde de Aranda. Reproducimos el texto en el apéndice I de Urzainqui/Ruiz de la Peña, 1983, pp. 181-182.

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pesaban sobre él: lo que supone, tácitamente, que estaba de acuerdo con ellas. Era lo que razonablemente cabía esperar de un ilustrado de ideas avanzadas como era él y que debía de estar muy unido a su hermano. No ocurre así, sin embargo, en su posterior escrito a Godoy. En el párrafo que lo cierra se reconoce ya un absoluto distanciamientos con la postura del hermano y la descalificación se hace manifiesta: «La conducta de su hermano don Miguel Rubín es la causa de las penas y ansiedades que sufre el exponente, pues a no ser un desertor de todo sentimiento de honor, no podía dejar de serle muy dolorosa, no tanto porque consiguiente a ello se le hubiesen impuesto las penas en que le han hecho acreedor sus desvaríos, cuanto porque en la opinión común trasciende a sus hermanos el castigo, siempre que S. M., que Dios guarde, consiguiente a su innata piedad no la manifieste al mundo haciendo ver que si castiga su justicia al que delinque, también su justicia y bondad premia al que le sirve con fidelidad y amor». Quien conozca la obra crítica de Manuel Rubín de Celis y haya leído su vigoroso alegato a favor de la libertad de expresión que estampa en El Corresponsal por fuerza habrá de sentirse descorazonado ante estas tremendas palabras condenatorias. Pero eran, así lo creo, el triste peaje que por fuerza había que pagar en aquel oscuro tiempo de pánico y censura desatada para evitar el contagio revolucionario. En Jaén no va a permanecer mucho tiempo más. Fuera por petición personal, para librarse de la persecución del corregidor, o porque su traslado se dispusiera desde más altas instancias, en 1793 marcha a León en calidad también de contador mayor de Rentas de la provincia, y con el mismo y nada despreciable sueldo de 26.000 reales. Allí permaneció por espacio de casi diez años, hasta principios de 1804, en que pasa a Córdoba tras ser nombrado para el puesto de contador mayor de dicha provincia, vacante por fallecimiento de don Bernardo de Lorenzana. Y es allí, en Córdoba, donde le sorprende la muerte cinco años después, cuando contaba con sesenta y seis años. Inmaculada Urzainqui

3 ANÁLISIS DE EL CORRESPONSAL DEL CENSOR 3.1 Informaciones generales El periódico fue publicado de mayo de 1786 a junio de 1788 y en suma alcanzó 51 números. Las singulares ediciones se publicaron en intervalos quincenales, como indica un anuncio en la Gaceta de Madrid: «El Corresponsal del Censor. Cartas I y II. Se hallarán con las que vayan saliendo los jueves de 15 en 15 días, en la librería de Juan de Llera, Plazuela del Angel y de Manuel Pérez, calle de Montera».90 Como los números no tenían ninguna fecha de publicación no conocemos datos exactos. Inmaculada Urzainqui apunta que las fechas de publicación se pueden reconstruir a partir de los avisos regulares en la Gaceta y el Memorial literario: la primera y segunda carta fueron anunciadas el 26 de mayo de 1786 en la Gaceta y en el Memorial literario de junio de 1786, la séptima a décima carta en el Memorial de octubre de 1786. El Diálogo céltico transpirenaico fue anunciado en el mismo mes. Aunque este Diálogo no forma parte de los números del Corresponsal del Censor fue integrado en la colección del periódico porque también es de Rubín de Celis. Los números doce a diecisiete fueron anunciados en en Memorial literario de diciembre de 1786, después ya no se muestra ningún anuncio. El Corresponsal fue recopilado en cuatro tomos, que fueron todos vendidos en la librería de Gómez, en la calle de las Carretas. Los dos primeros tomos, que abarcan las 24 primeras cartas, fueron anunciados en abril de 1787 en la Gaceta. En julio de 1788, se presenta el cuarto tomo. En la portada de los tomos figuran los datos en cuanto al punto de venta (librería de Gómez), al lugar de imprenta y a la editorial. La colección fue hecha por la Imprenta Real en Madrid. No existen fechas de impresión de los singulares números del periódico, y tampoco está mencionado el precio de El Corresponsal. 3.2 Estructura de comunicación Cada número apareció en octavo y abarcaba en general dieciséis páginas, pero a menudo los números eran más largos. Contrariamente a la estructura de El Censor o de semanarios anteriores, los números individuales no aparecían como discursos o pensamientos, sino que eran concebidos 90

Gaceta de Madrid, 26 de mayo de 1786. Cfr. Urzainqui/Ruiz de la Peña, 1983, p. 105.

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como cartas enteras. Debido a esta forma de estructuración el periódico lleva el título El Corresponsal del Censor. Este corresponsal es un personaje ficticio que se presenta con el nombre de Ramón Harnero y que comunica con el autor ―también ficticio― del renombrado periódico El Censor. Cada carta está introducida por el título del periódico y su número. Continúa con el lema, que está relacionado con el discurso siguiente y que lleva a la cuestión palpitante del número. La posición del lema recuerda el modelo inglés, The Spectator. Las citas siempre están presentadas en la lengua original, pero también se añade una traducción española. En este último punto El Corresponsal del Censor difiere de The Spectator porque los autores de éste presuponían que sus lectores también eran capaces de entender citas en lenguas extranjeras. Después del paratexto, empieza la comunicación mensajera del Corresponsal. Los números concebidos como cartas empiezan generalmente con un encabezamiento directo del destinatario. Casi todas las 51 cartas tienen estos dos comunicadores, sólo en pocas excepciones hay una correspondencia directa entre un lector y el Censor a intermedios del Corresponsal. Una de las cartas (CC XXIII) no se dirige al Censor, sino a los censores de libros en general. En todos los casos se trata de una comunicación epistolar personal, pero que tiene al mismo tiempo carácter público ya que se hace accesible a un amplio público. Recordemos que los textos del periódico han sido escritos con esta intención. Por eso es interesante que el autor ficticio niegue en la mayoría de los casos que sus líneas estén dirigidas al público. Sólo habla de la comunicación epistolar privada y da a entender que intercambia ideas con el Censor. Sin embargo, esta comunicación epistolar entre dos personas es una ilusión puesta en escena conscientemente por el autor. Tiene el objeto de darle la impresión al lector real que puede observar personalmente el intercambio entre los periodistas. Como se trata sólo de una estrategia narrativa, el editor ficticio no espera ninguna respuesta por parte del Censor. El editor sólo anuncia que pretende escribir al Censor y utiliza, en efecto, este personaje ficticio del periódico modelo como punto de partida de su escritura: Tengo ánimo de seguir con vm. una correspondencia Epistolar de quince en quince dias, toda por este estilo, pues no sé otro. Haga su merced provisión de paciencia de leer mis delirios, que yo tambien tengo un grande almacen de ella para sufrir los de otros, previniéndole recibirá mis Cartas en el mismo dia que vm. nos comunica sus Discursos. (CC I, 16)

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La relación con El Censor aumenta el grado de notoriedad de su periódico y le concede más prestigio. Con esta interacción el autor de El Corresponsal logra integrar las ideas de El Censor, ya conocidas por la mayoría de sus lectores, en su propio periódico sin mencionar las similaridades abiertamente. Aunque el foco esté en el personaje ficticio de Ramón Harnero y sus pensamientos que deben llegar a la publicidad, el autor se disfraza también de varios lectores que se dirigen a El Corresponsal para quejarse de cuestiones de su vida. En suma hay 21 cartas, 16 de hombres y cinco de mujeres. Estos lectores llevan nombres expresivos como Simplicio Manso, María de las Angustias o Leocadia Matute y suelen expresar opiniones que difieren de la del editor ficticio. 3.2.1 El autor ficticio: caracterización ambivalente Rubín de Celis diseña el periódico en torno a la figura de editor o de autor con nombre de Ramón Harnero, cuyo retrato dibuja más y más detalladamente en el transcurso de los números. El editor ficticio es la instancia que es responsable ―en el plano ficticio― de la redacción del periódico. Es él quien elige los textos contribuidos por él mismo así como por otros autores ―periodistas, escritores o lectores―, y los introduce en el periódico. Además de esto, su tarea principal es dirigirse a su público y establecer un contacto bastante íntimo, una estrategia poco común para un periódico. En El Corresponsal del Censor el editor ficticio está sobre todo presente en los marcos, es decir, las introducciones y las conclusiones de los discursos. Interviene por ejemplo en los elementos paratextuales al principio de cada número anteponiendo un lema al discurso junto con su traducción y la indicación de las fuentes. Con estas informaciones prepara a los lectores para el discurso que viene y los introduce en el tema. El nombre escogido por el autor real para la figura de autor, don Ramón «Harnero» recuerda a una criba que examina y filtra. Indica que el escritor observa todo con precisión extremada y lo somete a un examen rígido. Esto corresponde con su estilización como hombre sociable al que le gusta hallarse en lugares frecuentados para comunicar con otros, pero también para observar a sus conciudadanos tranquilamente a lo lejos y para actuar como crítico de costumbres. En el segundo discurso el autor ficticio se presenta a sus lectores: cuenta que hace poco heredó un gran mayorazgo y por eso puede vivir en el lujo. Harnero se presenta entonces como un frívolo petimetre aristocrático que

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está orgulloso de su descuidado modo de vivir. Ofrece poca estimación hacia sus antecedentes, hacia su abuelo, sobre todo. Desdeña que éste haya alcanzado honores a causa de su conducta meritoria por el estado, porque estima que el abuelo se comprometía demasiado por el común de las gentes. La duodécima carta también sirve para la autopresentación del corresponsal Ramón Harnero: se retrata como un aristocrático que hace poco ha heredado mucho y que lleva la vida típica de un petimetre: Yo, Señor mio, heredé á la edad de veinte y quatro años por muerte de mis padres, unos mayorazgos, que segun dice mi Contador rendirán al año, no sé que tantos miles de ducados. Apenas habia entrado en posesion de ellos quando tomé todas aquellas precisas providencias que toman los mas de los que heredan las casas. Fue mi primer cuidado despedir los criados mas antiguos de la mia, pues aunque en ella habian pasado lo florido de sus años, ya considerará la prudencia y christianidad de vm. que de nada me podrian servir en una edad avanzada. [...] (CC II, 18s.)

El carácter del autor ficticio, como es presentado en los primeros números de El Corresponsal del Censor, no corresponde al protagonista típico de un periódico ilustrado, sino que representa un antihéroe que constantemente es objeto de risa. En las siguientes descripciones se intensifican las calidades que le identifican como petimetre despreocupado y no admiten duda de que el Corresponsal mismo es un afrancesado ignorante y egocéntrico, que no puede sacar gusto de corrientes modernas ―a pesar de la moda, naturalmente. En su actitud hacia los empleados Harnero se muestra como inhumano y egoísta. Conocemos que en su infancia tuvo un ayo al que trataba muy mal. La contraposición del Corresponsal con uno de sus antecedentes que llevaba una vida ejemplar ―una estrategia de presentación de gran valor informativo― subraya la superficialidad de su estilo de vida y le hace parecer ridículo al lado de la existencia heroica de su abuelo. Ramón se admira a sí mismo por su modo de vivir divertido y está orgulloso de ser un vividor al que le gusta presentarse en público: «Tengo dicho muchas veces en Cafés, Prado y Puerta del Sol (sitios que frecüentisimamente adorno, y en donde me hallará su merced infaliblemente a todas horas […]». (CC I, 1 s.) Además, le entusiasman el alboroto y la excitación emocional. Por eso admite su afición a los toros, aunque algunos desprecien este «deporte» a causa de su atrocidad. Es particularmente el carácter emocionante de este espectáculo lo que llama la atención de Harnero: […] se me cae la baba de placer siempre que veo matar hombres y caballos; asegurando á vmd. que cada vez que la fiera acomete á algun torero y le mal-

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trata hasta no mas poder, es tanta mi complacencia que ni me acuerdo que aquel infeliz es hermano mio de padre y madre, que yo he contribuido con mi dinero á su desgracia, [...]. (CC X, 138)

Además de la autopresentación de Harnero el autor también inserta descripciones del protagonista a través del punto de vista de otras figuras. Estos retratos tienen un efecto tan ambivalente como la caracterización propia del Corresponsal. Mientras una joven se queja del modo de escribir de Harnero (CC VIII), un hombre se revela como verdadero aficionado del Corresponsal y le elogia por su audacia en la crítica (CC X). En la octava carta, el Corresponsal es criticado en su papel de censor. Una mujer joven que resulta ser una lectora de su periódico reconoce al Corresponsal por su manera de hablar y le llena de reproches. Su crítica es sin indulgencia, incluso propone a Harnero dejar su actividad como escritor público: ¿Es vmd. el que ha tomado el árduo, aborrecible y arriesgado empeño de arrancar de quaxo las preocupaciones, de zurrar el bálago á toda casta de gentes, porque en toda casta de gentes hay muy mucho que zurrar? Pues amigo, para desempeñar tan dificil y escabrosa comision, permitame le diga que no tiene el suficiente talento, que no ha meditado lo bastante, ni estudiado lo que se necesita para el asunto. Pasando el tiempo en la Fonda, Puerta del sol y sus tiendas, Prado y visitas, como hace vmd. y otros muchos araganes, no se puede saber. Ha emprehendido la fatigosa carrera de desterrar errores, y abriga el de que yo estoy exímida de ayunar en ningun dia del año? Ciertamente que es vmd. para Escritor público muy poco sugeto, pero no me admira, pues en el dia hay en Madrid Escritores que aun no saben leer. Dexe vmd. Señor Harnero ese oficio, y abrace otro, pues me parece no es para su cabeza el que ha tomado. (CC VIII, 112f.)

En la décima carta obtenemos un retrato del Corresponsal, pintado por uno de sus lectores, cuando por casualidad le encuentra en la arena de toros. Ramón Harnero le cuenta al Censor orgullosamente que fue reconocido como Corresponsal por un aficionado en medio de una multitud de gente. Esto resulta bastante improbable, pero debe de expresar el grado de notoriedad del Corresponsal. El lector le explica al autor del periódico gracias a qué rasgos lo identificó, lo que puede ser visto como una estrategia del autor ficticio de presentarse a sí mismo por medio de la percepción ajena. El aficionado le describe asi: […] nariz larga, ojos chicos y vivos, maltratado el semblante de las viruelas, rizos flotantes, cargado de espaldas, estatura mediana, de aspecto melancólico, y en el andar ayre de esportillero hecho y derecho. (CC X, 141)

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Salta a la vista que el autor ficticio ―en sus autorretratos así como en los retratos pintados por ajenos― está esbozado mediante grandes paradojas. Es un personaje altamente controvertido que parece tener dos caras. Es sorprendente que el editor de un periódico moralístico no aparezca como un moralista burgués que intente presentarse como modelo para sus lectores. En vez de eso, el autor ficticio se caracteriza como uno de los ciudadanos que pretende criticar: un aristocrático perezoso y superficial que no se demuestra útil para la sociedad. Harnero observa con terror la introducción de ideas progresistas como las de Voltaire o Rousseau en España y espera que los españoles no se dejen influenciar por la nueva ideología. Por eso, le reprocha a su primo que lleve una vida demasiado ilustrada que no esté conforme con las tradiciones españolas. Es interesante que las calidades de la personalidad de Harnero estén sometidas a cambios inexplicables. Primero, el autor ficticio es representado como un petimetre ignorante y superficial que viene de una familia rica (CC II, CC XV, XVII), luego aparece como un ciudadano ilustrado que está interesado en el progreso de las ciencias (CC XXII, XVII, XXVII), que defiende el vulgo contra los aristocráticos (CC XVII) y que lucha contra la xenofobia (CC XI). El contraste no podría ser más grande. Suele vacilar entre dos polos, lo que sugiere que sus actitudes no son serias, sino que representan una fórmula dentro de un juego con las posiciones. Las paradojas son debidas a que Rubín de Celis emplea de manera muy extensa los medios de la ironía y la sátira. Las características de sus discursos son de una parte el tono crítico, de otra la tendencia a una perspectiva ingenua del narrador Harnero. Ironía y humor son rasgos marcados del protagonista ―se describe como «genio bastantemente burlón y satírico» (CC XXXIII, 215). Por eso no siempre es evidente a primera vista cuándo hace burlas y cuándo sus explicaciones tienen que ser tomadas en serio. Esta tensión se halla en el periódico entero y tiene como consecuencia que los lectores quedan libres para interpretar a su gusto los matices ideológicos. La tendencia a la ironía subvierte una presentación seria del personaje, así que el autor ficticio no tiene que tomar la responsabilidad ni por sus propias opiniones, ni por las de sus lectores. El efecto paradójico que se produce por las ambivalencias en la personalidad de Ramón Harnero nos lleva a preguntar para qué fin sirven. Un número tan grande de ambivalencias hace más complicado atribuirle al autor ficticio una clara posición ideológica. Como Harnero no se fija en nada sino que se estiliza siempre de otra manera, es al mismo tiempo conservador

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y progresista, estrecho de miras y abierto al mundo. Por eso, ni arriesga un conflicto con la censura ―ya que principalmente defiende pensamientos tradicionales, las ideas ilustradas sólo las anuncia moderadamente y a menudo con una porción de ironía― ni renuncia a su función como observador imparcial y mediador entre las posiciones. Con esta caracterización ―evidentemente una estrategia de presentación― El Corresponsal del Censor se distingue de los demás espectadores porque éstos en general tienen un hombre virtuoso como protagonista. Sólo El Apologista Universal emplea el mismo procedimiento: el autor ficticio critica puntos que en realidad intenta defender y situaciones que tendrían que ser condenadas. Para conocer el mensaje intentado por El Corresponsal es necesario aplicar un procedimiento de inversión, que cambia los polos contrarios. 3.2.2 Los lectores El Corresponsal del Censor está concebido principalmente como un diálogo epistolar entre Ramón Harnero y el Censor ficticio, pero esto no cambia nada en el hecho de que numerosas voces de lectores están integradas en la correspondencia. Aunque el Corresponsal funcione como personaje principal que aparece como narrador él mismo e introduce los discursos de otros en forma narrativa, sus contribuciones sólo alcanzan un poco más que la mitad del periódico entero. En general, están muy presentes las intervenciones de otras voces. Para la integración de las cartas de lectores hay dos procedimientos: o bien están integradas en el número de El Corresponsal y se introducen con pocas palabras de su parte, o bien se extienden sobre el discurso entero y son congruentes con el marco de la carta. En suma, aparecen 21 lectores, entre ellos sólo cinco personajes femeninos. En primer lugar son lectores ficticios que vienen de capas sociales diferentes que exponen su opinión sobre varias cuestiones. Al lado del pobre hidalgo Simplicio Manso participa también el aristocrático don Alberto Naranjo y Peralta, el licenciado Lázaro Cadébar de Miranda, un clérigo que no menciona su nombre y muchos otros que no se dejan identificar más exactamente. Las cinco mujeres tienen los rasgos siguientes: la lectora en la sexta carta es una petimetra que está orgullosa de su modo de vivir. Su retrato pintado por el autor resulta negativo. En las cartas novena y decimotercera dos mujeres con el nombre de María (María de los Dolores y María de las Angustias) se quejan de la supresión que vivían ―en el primer caso, una joven muchacha; en el segundo, una vieja religiosa.

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La extensión promedia de las cartas de lectores se extiende a 16 páginas. La más corta es el texto de Durón de Testa que constituye la introducción de una página a una sátira con el título de «Metrificatio invectivalis». La carta más larga es la de un desconocido en el número 46, que alcanza 32 páginas y media. Muchas de las cartas, en los dos primeros tomos sobre todo, se presentan como discursos narrativos. En el tercero y cuarto tomo no sólo el Corresponsal, sino también los lectores, utilizan más un estilo ensayístico, así que la narración queda postergada. Un clérigo critica la superstición que reina aun dentro de la Iglesia católica (CC XXIV). El desconocido lector de la carta 25 da propósitos para la renovación de la formación universitaria, y otro lector anónimo hace recriminaciones al Corresponsal y expresa sus pensamientos sobre la ficcionalidad de la escritura. A partir de los autores de las cartas al editor, el autor logra integrar una multitud de perspectivas en su periódico. Los lectores exponen ideas conservadoras así como progresistas, con que reflejan la opinión de gran parte de la población. Además, la inserción de cartas de lectores fingidas le permite al editor ficticio presentar la opinión de los coautores sin censurarla. No tiene que tomar posición por sí mismo. Si lo hace, sin embargo, busca apoyo en un lector que toma la misma actitud que él. Con mucha firmeza se puede sostener que los lectores que toman parte en El Corresponsal del Censor no son personas reales, sino personajes ficticios que han sido inventados por el editor para conferirle más autenticidad al texto y para establecer una relación más intensa con el público.91 Esta hipótesis se confirma por la semblanza de estilo entre las diferentes cartas y el estilo del editor. Sin embargo, hay algunas pocas excepciones de textos que provienen de lectores reales. Su autenticidad fue demostrada. La «Metrificatio invectivalis contra studia modernorum» de la quinta carta, cuyo autor firma con el seudónimo D.D.D. Mathîa de Retiro, es de Tomás de Iriarte.92 Introduce su contribución en latín macarrónico con una carta que escribe bajo el nombre de «el licenciado Durón de Testa». Sempere y Guarinos descubrió que la epístola en verso contra la

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Cfr. Paul Guinard: La Presse espagnole de 1737 à 1791. Formation et signification d’un genre, Paris: Centre de recherches hispaniques, 1973. Cfr. Urzainqui/Ruiz de la Peña, 1983, y Emilio Cotarelo y Mori: Iriarte y su época, Madrid: Impresores de la Real Casa, 1897.

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Oración apologética de Forner es de la mano de Bernardo María de Calzada, escrita bajo el seudónimo de Lázaro Cadébar de Miranda.93 Es interesante que no todos los textos epistolares sean cartas de lectores al director del periódico. El editor ficticio integra cuatro cartas en el periódico sin haberlas obtenido por el público. En la mayoría son cartas privadas; dos cartas provienen de la familia Harnero ―Ramón escribe a su primo, su padre exhorta a Ramón en una carta furiosa―, otras dos cartas son de un extranjero, que no conoce el Corresponsal del Censor y cuyas noticias llegan por casualidad a las manos del editor, como relata éste. Contienen los pensamientos de un desconocido que está de viaje e informa a su amigo de una cultura extranjera. Con esto, el autor utiliza el rasgo de la carta desde el extranjero para establecer un acceso a las costumbres de otro país. La extrañeza del contenido es reflejada en la ficción de marco, en la que Harnero menciona que la carta no lleva ni indicaciones de fecha ni de lugar. Por eso no se podría determinar en qué país había sido escrito el texto: No trahe dicha Carta fecha ni lugar; pero de la misma relacion se arguye no haber sido escrita en Europa, sin embargo de ser en idioma Europeo. Y persuadido yo á que no obstante su instruccion en las lenguas, podia ser factible no entendiese la en que está escrita dicha Carta, tuve á bien traducirla al castellano de este modo. (CC XX, 331)

El editor pone de relieve que la carta no fue escrita en Europa, lo que confiere al discurso una nota de lo exótico. No sólo los lectores residentes en España pueden participar en el desarrollo del periódico sino también un español que está lejos de su patria. La carta de lector en el duodécimo número de El Corresponsal es sintomática del efecto que el autor quiere provocar con su periódico: las palabras del comunicador don Alberto Naranjo y Peralta representan una reacción a una carta ya publicada. Con esta interacción ficcional Rubín de Celis establece una ficción de un intercambio dinámico de la opinión pública. Alberto hace una réplica a la carta de una mujer joven, que buscó un candidato de matrimonio en un número pasado del periódico. Inspirado por su anuncio se presenta a sí mismo y considera ponerse en contacto con esta dama. El mismo Harnero subraya que su periódico demuestra su gran valor para la sociedad cuando cumple, por ejemplo, la función de contratar matrimonios. 93

Cfr. Urzainqui 1995, pp. 193-226, aquí p. 214.

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Además de los lectores que consideran al Corresponsal como su consejero, a quien pueden confiar sus penas, también hay otros que no sienten simpatía hacia él; más bien les gusta confrontarle con crítica. Un ejemplo es la carta en el número 26, en la que un lector pone en duda si los envíos en los periódicos son reales, como pretenden los editores, o si las personas sólo fueron inventadas por los autores. El lector subraya con vehemencia que no puede creer en la existencia de los numerosos autores de cartas que hayan contribuido al Censor o al Corresponsal del Censor: […] porque hablando en verdad, yo no creo que haya ni Mr. Ennous, ni Conde de las claras, ni Leocadia Matute, ni Pedro Martir, ni otros mil personages que hablan como unos Catones, y escriben como unos Senecas. Yo me persuado que todo esto es fingido, toda una pura fábula. (CC XXVI, 428)

Trata a los periodistas de fabulistas que sólo inventan historias y le toman por tonto al público. Como hay varios autores que cuentan de las experiencias de su propia vida la confrontación de puntos de vista contrarios es fuerte. Al mismo tiempo el editor puede distanciarse de estos discursos. Se apoya en el hecho de que las opiniones presentadas no son las suyas y tampoco son necesariamente congruentes con las suyas, sino que se trata de cartas que procura a su público sin censura alguna. De esta manera el periódico contribuye a ficcionalizar la publicidad. Opiniones contrarias se encuentran una al lado de la otra y facilitan al público conocer puntos de vista diferentes, sin que se pueda decir claramente qué posición toma el editor ficticio. 3.3 Crítica de costumbres En la tradición de El Pensador y de El Censor, también El Corresponsal del Censor intenta realizar con su periódico una crítica de costumbres que inicie un cambio en la sociedad, que incite a los lectores a corregir su conducta. Lucha por una reforma profunda de las estructuras sociales y aborda temas en el dominio del estado, la economía, la religión o la educación. Con su estilo irónico y satírico espera despertar a la gente corrompida, que está contenta por todo y que no quiere cambiar nada. Intenta reforzar el pensamiento ilustrado en España, que hasta entonces no ha sido muy intenso entre los españoles. Para hacer su crítica de costumbres menos fuerte, la disfraza de pequeños discursos narrativos en diferentes formas: utiliza el cuento moral, la parodia, el diálogo, el retrato, la alegoría o cartas de lectores. Todas estas son formas de narración que dan una impresión

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anímica para describir los usos de una nación. Como los espectadores ingleses, también El Corresponsal del Censor participa en la crítica ilustrada de costumbres con cuestiones de la vida ordinaria, como la petimetría, la frivolidad, la pedantería, la ociosidad y la prodigalidad. Estos modos de conducta se critican para fomentar una forma de vida acorde a los ideales de la moral ilustrada: virtuosidad, razón y modestia. Rubín de Celis ridiculiza la moda y sus excesos (CC XXXII), discute las formas de vida social (las tertulias, los cafés, el teatro), se queja del estado actual del teatro (CC XLIV, XLVI) y propone una reforma que pueda contribuir a la reforma de costumbres. Una gran parte de su periódico se dedica a las mujeres y su papel en la sociedad dieciochesca. Por una parte, condena a las mujeres superficiales que sólo orientan su vida hacia el lujo, por otra, toma partido por las mujeres suprimidas por la sociedad patriarcal e intenta señalar su posición injusta. Además, discute la educación de los hijos y la formación en las universidades (CC XXV), se queja de que la filosofía escolástica impida todo progreso en las ciencias (CC XVI) o propone la reforma de las leyes penales: influenciado por las ideas de Italia y Francia demuestra que una multitud de leyes no sirve para mejorar la jurisdicción, al contrario, un número excesivo de regulaciones facilita las interpretaciones arbitrarias y conduce a la injusticia. Critica la multitud de abogados que se muestran charlatanes y explotan a los habitantes. Otro aspecto de la sociedad española que le molesta es la estructura jerarquíca que ha permitido muchas injusticias. Se dirige contra la ociosa aristocracia y contra los perezosos abogados y clérigos (CC XXXVIII), y lucha contra los privilegios no meritados de las clases elevadas. Rehabilita el bajo pueblo y recuerda que los demás estamentos no tienen derecho a sentirse superiores. Rubín de Celis demuestra esta actitud en un ejemplo sobre una sociedad extranjera que vive en una pequeña isla: se trata de la imagen ideal de una sociedad que difiere en varios puntos de la nación española. En esta nación, la reputación de un hombre no se define por su origen y rango social, sino por la virtud que muestra en su vida. Participa en el debate entre ilustrados y antiilustrados en España94 y discute la imagen de España en el extranjero.95 También condena el fanatismo 94 95

Francisco Sánchez Blanco: La prosa del Siglo XVIII, Madrid: Júcar, 1992. Inmaculada Urzainqui: «Francia y lo francés en la prensa crítica española a finales del reinado de Carlos III: El Censor y su Corresponsal», en Jean-René

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religioso y las prácticas religiosas superficiales y ataca sobre todo el estamento clerical, que abusa de sus privilegios y hace daño a la sociedad. En suma, El Corresponsal del Censor aborda temas controvertidos e intenta incitar a los españoles a un pensamiento libre y crítico. 3.4 Técnicas narrativas96 El Corresponsal del Censor contiene numerosas narraciones. La parte total de la narración asciende a más de un tercio de todo el texto del periódico. Es sorprendente que es principalmente en el primer tomo en el que la técnica narrativa domina. En el segundo tomo la porción de narraciones se eleva sólo a un tercio del texto total. En el tercer y cuarto tomo la narración es mínima: los elementos narrativos aparecen solamente en una cuarta parte de los discursos. Esto demuestra que la narración disminuye y pierde su valor con el progreso del periódico. En los últimos tomos predomina la forma ensayística. 3.4.1 Narración descriptiva La mayoría de los relatos consiste en historias de vida personales: o el Corresponsal mismo o los lectores cuentan acontecimientos de su vida común. Todos los cuentos están escritos en primera persona, y siempre es un narrador autodiegético que recuerda en forma de analepsis un acontecimiento pasado o que describe una situación actual. Los relatos de los lectores están construidos según el mismo modelo. Un escritor se presenta al Corresponsal y a los lectores y cuenta hechos de su vida. Explica por qué se halla en cierta situación y qué consecuencias tiene que aguantar. Tomemos como ejemplo el relato del lector Pedro Mártir, que sigue este modelo. El autor de la carta cuenta de la relación con su mujer. El microrrelato de Simplicio Manso sobre su ascendencia social inesperada por medio del casamiento con una mujer rica tiene la intención de informar al público sobre las condiciones de vida del narrador para contar cómo ha llegado a esta situación.

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Aymes (ed.): L’image de la France en Espagne pendant la seconde moitié du e XVIII siècle ―La imagen de Francia en España durante la segunda mitad del siglo XVIII: Coloquio organizado por CRODEC (Centre de Recherche sur les origines de l’Espagne Contemporaine), Alicante: Instituto de Cultura ‘Juan Gil-Albert’/Paris: Presses de la Sorbonne Nouvelle, 1996, pp. 115-135. Cfr. Renate Hodab/Klaus-Dieter Ertler: Die spanische Presse der Aufklärung: El Corresponsal del Censor, Wien/Münster: LIT, 2008.

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3.4.2 Narración escénica La parte de la narración escénica es abundante. Para el editor ficticio es una forma de presentación que utiliza para la mímesis de conversaciones, en las que a menudo participa él mismo. A través del extenso empleo del personaje del discurso, es posible tomar una perspectiva del contenido desde ángulos diferentes. Muchas narraciones escénicas están concebidas como un discurso continuo de un personaje que se desarrolla hacia un soliloquio: aunque esté dirigida a otra(s) personas sólo este hablante toma la palabra, los demás escuchan callados. Otras narraciones están delineadas como verdaderos diálogos entre dos o más personas. En muchos casos uno de estos interlocutores es el Corresponsal. Estas conversaciones, a veces, tienen un carácter controvertido, ya que una cuestión es discutida y vista bajo diferentes aspectos. La cuarta carta es un ejemplo de una narración escénica en la que domina uno de los hablantes. Ramón Harnero relata que se halla en una café en que oye hablar a un hombre a los que los demás están escuchando con entusiasmo. El Corresponsal decide reproducir el discurso ―que finge haber oído en realidad― para el Censor (y los lectores). A pesar de algunos verbos de introducción, el texto está en estilo directo. Las reflexiones del hablante sobre el crecimiento de la población están bien estructuradas. Los singulares puntos están presentados uno después de otro y apoyados por argumentos. Las dos formas de narración tienen el efecto de acercar lo narrado de la realidad y dan más autenticidad al discurso. Mientras el autor o los lectores ficticios describen una situación, ciertos personajes desarrollan un cuadro de costumbres que no tiene que ser comentado porque su intención ya queda evidente por la descripción misma. Renate Hodab

4 EL CORRESPONSAL DEL CENSOR Tomo I: cartas I-XII Carta I Quid, si vox libera non sit liberum [sic]. Tit. Liv. Lib. 39. ¿Hay libertad donde no se permite hablar? Señor Censor. ¿Creerá vm. que se me ha puesto en la cabeza dar al Maestro una cuchillada de cien reales? Pues si vm. no lo quiere creer ahora lo veredes. Tengo dicho muchas veces en Cafés, Prado y Puerta del Sol (sitios que freqüenti-[2]simamente adorno, y en donde me hallará su merced infaliblemente á todas horas), que me merecen sus Discursos un tal qual aprecio, y que seria para mí su autor magnus Apollo, si tuviese la bondad de ser un poco menos indulgente: porque como yo creo que un Censor público debe esgrimir su pluma contra toda casta de defectos, ya se hallen estos en los mas gigantes Cedros, ya en los enanos Isopos; creo tambien que hacer lo contrario no se puede disimular en quien voluntariamente se constituyó juez de residencia de todos los dichos, hechos y pensamientos humanos: y sino, vamos á cuentas. Digame vm. en Dios y su conciencia (si la puede tener un Censor) ¿qué juicio formaria su merced de un Médico que llamado á curar un Escrofuloso, Elephanciano ó Ethico, descuidase estos tres terribles males, y emplease solamente su charlataneria en medicarle un sabañon ó un uñero? [3] Estos no son males ni de riesgo ni prolificos, aquellos son contagiosos, malignos, y acreedores á que su cura exîja toda nuestra atencion y cuidado. Mire vm. Señor mio: que una pobre muger gaste zapatos con lazos del Malbru, que traiga en su cabecilla ó calabaza Fandango, siguidillas ó la pabana, mantilla de toalla, sábana ó rodilla, nada importa, y muchisimo menos si el género y las manos fuesen del Pais. Que yo use de los reloxes, evillas de media vara de largo, y quarta de ancho, vestido tan baxo de talle, que para sacar el pañuelo necesite doblar todo mi cuerpo acia el lado derecho; son locuras, mas locuras graciosas y sin perjuicio de tercero. Otros achaques y preocupaciones que padece el cuerpo de la nacion, son Señor Censor, los que se han de procurar combatir.

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¿Qué nos importa que vm. declame cinicamente contra esas grandes amistades fingidas que al volver el reverso de la panza, hacen un particular mé[4]rito de desacreditarse uno á otro? ¿Qué contra esos aduladores, contra esos insipidos lisongeros, que no sazonado sus elogios con sal alguna, dan mal de corazon, nauseas y disenteria al incensado, y al que los escucha? ¿Qué bienes nos metemos en casa con que su censorina humanidad, canendo & ridendo, haga añicos baxo su calamo, á esos débiles é inútiles cortesanos del favor, á esos anómalos, á esos pérfidos adoradores de la fortuna que alhagan y pasan la mano por el cerro al que esta Señorita se muestra risueña, y tiran furiosas tarascadas al que la experimenta ceñuda? porque el mayor número de los hombres se imagina hallarse quito de ser fiel á los desgraciados; y última y perentioriamente pescudo; ¿qué ventajas sacaremos con que vm. se burle en alguno de sus papeles de esos que aparentando siempre hallarse descontentos de la Corte, la siguen continuamente, é incomodando á todo próximo, no pueden presentar otros servicios que [5] sus importunidades, y sin embargo piden al Ministro los coloque solo por haberle incomodado quatro ó seis años continuos? Todos estos defectos, y otros del mismo jaez, son, han sido y serán inseparables del hombre por mas que vm. grite y se desgañite; y asi ningunas ventajas conseguiremos con sus censuras, siempre que estas recaigan solamente sobre dichos puntos. Conozco, (pues no tengo un pelo de sandio), que hace vm. quanto puede, y que no habrá vinagre de yema mas refinado que su sangre, viendose obligado á circunscribir tanto sus ideas: conozco que tiene muchas arrolladas, y conozco tambien que desplegarlas, seria lo mismo que exponerse á ser blanco de esos falsos devotos, almas sujetas al interes, que metidos siempre en medio del Mundo, arengan continuamente á favor del retiro, y ajustando su zelo con sus ocultos vicios, son soberbios, vengativos, sin fé, que procurando vengar sus resentimientos ó [6] intereses particulares, interesan al Cielo, conociendo que no hay instrumento mas executivo que esta sagrada arma, para con la muchedumbre popular (incluyo aqui de todos estados y condiciones), que no distingue la máscara del semblante, la hipocresia de la verdadera devocion, el artificio de la sinceridad, la fantasma de la persona, ni Madrid de Madrilejos; pero amigo de mi corazon, respeto que nec vitia nostra, nec remedia pati possumus, arrime vm. la pluma, y espere sin chistar una palabra, ese dia, ese feliz dia, cuya aurora hace tiempo estamos viendo, pero entre celajes que la impiden manifestarse en todo su esplendor.

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No pretendo que vm. perore á favor de la Agricultura, ni que por [sic] pienso se le dé á Virgilio un tapaboca mandándole borre de sus Geórgicas el . . . Non ullus aratro dignus honos. porque qualquiera sabe que estará enfermo todo estado donde falte la cultu-[7]ra de los campos, donde no se aprecien las artes, donde el comercio tenga muchas trabas, y donde el número de dias feriados sea excesivo; no se me pasa por las mientes que sobre este último punto, pruebe vm. que solo en Madrid cada dia de estos dexan de ganar los siempre pobres y miserables artesanos y menestrales (no computando imprudentemente como computan otros) mas de ochenta mil reales: ¡á qué enorme suma no ascenderá en todo el Reyno! El Militar, el Togado, el Oficinista, ganan siempre y á todas horas el sueldo que el Monarca les tiene asignado, y el desgraciado Artista para quien solo en el Pais de la posibilidad exîsten los premios y los honores, y que solo se mantiene del trabajo de sus manos, se las han de atar tan freqüentemente? ¡Qué campo tan dilatado de compasivas reflexîones no se descubre con este motivo aun al mayor antipoda de la razon, si se analiza el punto con discrecion christiana! ah Tácito, Tácito [8] mio; mis delicias, y en todo tiempo me quita pesares, qué bien hablaste quando dixiste, Oportere dividi sacros & negotiosos dies, quis divina colerentur, & humana non impedirent: mejor sabias tú lo que te decias que yo y otros muchos. Tampoco quiero que dispare vm. su crítica contra el enorme número de mas de quatrocientos Abogados que hay en esta Corte, cuando con doscientos se puede asegurar sobraban cincuenta pares, siendo indispensable que dexen de ser muchos de estos leguleyos, exâctisimas copias de los originales que habia en tiempo de Pedro Blesense, quien nada tenia de Rabulista. Hodie (dice) soli avaritiæ militant Patroni caussarum [sic]: illudque quondam venerabile nomen, & gloriosa professio Advocati notabili venalitate vilescit: dum miser & perditus linguam vendit, lites emit, matrimonia legitima dissolvit, amicitias rumpit, sopitarum litium cineres resuscitat, pactiones violat, detractat [9] transactiones, privilegia frangit, & in capturam pecuniæ pedicas, & retiacula tendens, jura omnia intervertit. Lo que sí quiero que vm. haga es un elogio de nuestros modernos Escritores, recomendando su mérito y fatigas literarias, para que Masson y otros Bachilleres como él, se sacudan del error en que miserablemente yacen aprisionados. No es mi ánimo que se apologizen esas obrezuelas de Indus-

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trias ni Educaciones populares, pues no puede ser buena una cosa popular. Tampoco lo es que vm. elogie el Discurso sobre las penas contrahido á las leyes Criminales de España, pues este cuidado le ha tomado al suyo el de la P. y la C. no quedándome duda que capuceará de lo lindo al autor de dicho Discurso. Tales obras y otras semejantes á ellas no merecen la atencion de los talentos presentes. Las dignas y dignisimas son v. gr. aquella cosa en que se ofrece á los aficionados la justa idea de una traduccion Poetica; cuya cosaza está verti-[10]da del Español al Castellano, por uno que es entre los fuertes de Roma, Antioro, entre los Arcades Aletóphilo Deliade, y entre los Académicos de las Academias Española y de la Historia, no lo sé. Dicha cosuela es la pieza mas digna de panegirizarse. Su advertencia solo se puede comparar con el tremebundo descomunal y truculento prólogo del Teatro Español (sin H, pues tampoco la puso Alethóphilo) por las noticias que en ella nos comunica, y fallos que estampa; porque solo el secreto que ha descubierto de la frialdad céltica, y de la frigidez natural de los ingenios Franceses, es novedad digna de comunicarse á todo el Orbe, para que no quede un transpirenayco á vida, y aun el mismo Juvenal si la tuviese, era forzoso se la quitase de vergüenza con un cordel, ó á cabezadas, por haber tenido la sandez de llamar á Francia por su eloqüencia, facunda, y que habia enseñado á los letrados de Bretaña. [11] Gallia causidicos docuit facunda Britanos. Pero que hay que admirarse dixese esto un hombre como Juvenal, que era un mentecatazuelo, majaderuelo, tontuelo, y aun ziruelo diria tambien, sino sonase tan mal este Epiteto que ha hecho salaz la picaresca; bien es verdad, que si dicho satírico hubiese tenido intimidad con Racine, Moliere, Crebillon, Boileau, Voltaire, Fenelon y otros frigidisimos Escritores Célticos pintiparados á estos, estoy cierto no habria vomitado tan garrafal disparate. Tambien son dignisimas de que vm. comunique al orbe literario los originales trabajos del que escribió el Coloquio de los Ruiseñores, la Carta muda, el Discurso sobre el luxo, la Disertacion Retórica á las Matronas Españolas, y otros que dió á luz para instruccion universal su dignisimo autor. Yo puedo asegurar que por mas que expulgue prolixamente estos cuerpos, ya buscándoles los pies, ya la cabeza, [12] ni cabeza ni pies he encontrado en ellos, siendo asi que me contemplo (arredro vayas amor propio) hombre de talento, por lo que estoy persuadido son Obras muy sublimes, dexándose ver con este motivo que el Padre de dichas asombrosas produc-

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ciones tiene tanta habilidad para Escritor, como yo para decir bien de nadie. Pero donde es forzoso de toda fuerza que vm. Señor Censor, use á borbotones de su ciceroniana eloqüencia, es quando recomiende (lo que le suplico de hinojos) la lectura de esos papelitos llamados el Poeta soñador: no digo que recomiende la lectura de los versos del Sr. Vergara, pues estos valen poco mas ó menos, tanto como los de J.Y.M. y F. lo que sí recomendará por ser impagables y dignos de guardarse en escritorios de alcornoque, bruñidos á las mil maravillas, habiéndoles dado antes unas buenas friegas con el jugo no de Cedro, sino de Ballena, son los Escolios, que un primo materno [13] del Poeta va poniendo al citado Soñador. El mismo diablo en su misma Astarótica, Belcebúdica y endemoniada diabledad, no puede poner anotaciones mas útiles, glosas mas á propósito, ni noticias mas de molde; y aunque habrá hombres tan escolimosos que sean de opinion contraria á la mia, yo les convenceré preguntándoles si sabian se llamaba anágrama impuro el poner D. Diego Perez y Almendriz, por D. Martin Marcelino de Vergara?97 Ni si mas exâctos y atildados escrudiñadores de las facciones de los muertos, tenia ni aun la mas remota noticia de que nuestro Poeta era98 de nariz grande, boca rasgada, la forma de su letra redonda, limpia, no rasgeada, y buen asiento de pluma. ¿Quién daria en el chiste de que por qué el Señor Vergara dice que estudió los Silogismos en dari de las Súmulas, se ocultase baxo este denso y tupidisi-[14]mo velo, la recondita anedocta [sic] de que era muy liberal.99 Pues qué Fernando el VI. nació en Madrid100 ¿quién lo sabia? ¿ni quién que en la procesion que se hizo con motivo de la Canonizacion de Santa Maria de la Cabeza, llevaba dicho Monarca sobre si muchos diamantes en espadin, evillas, insignias y baston, en cuyo puño (diz) se incluia una muestra de relox, que de quando en quando miraba su magestad?101 Dichas noticias merecen un victor almagrado, por ser admirables, sobre todo la de que un Príncipe se adorne con diamantes. Ojalá tuviese yo un indagador tan exâcto como el primo materno del Sr. Vergara, que me averiguase tan minimamente de que son las camisas, calzoncillos y escarpines que gasta un héroe de la nacion, cuya vida estoy escribiendo, que á fé á fé me ahorraria un improbo trabajo; 97 98 99 100 101

Papel I. pag. 2. Pag. 4. Pag. 6. Pag. 9. Pag. 26.

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pues en la indagacion de si quan-[15]do chico se sonaba los mocos con pañuelo ó con la mano, si juzgaba al tango ó á la Pelota, y si era mas aficionado á uvas que á pichones, he estado afanadisimo muchos dias, y todavia no lo he podido averiguar con exâctitud, pues unos dicen blanco y otros negro; de modo, que adhuc sub judice lis est, dudas que me tienen bien desazonado, porque es mucha desgracia no poder averiguar unas circunstancias tan necesarias como estas. Sobre dichos papeles y otros tales debe vm. escribir, procurando dar al público noticia de su endiablado mérito, para que sepa el mundo, y vea nuestro gobierno que con tanto empeño procura el aumento de las letras, el copiosisimo fruto que saca de su trabajo, y lo ilustrados que estamos en todas facultades. Dios guarde á vm. y á mí muchos años como se lo suplica su afectisimo servidor Q. B. S. M. Ramon Harnero. [16] P.D. Tengo ánimo de seguir con vm. una correspondencia Epistolar de quince en quince dias, toda por este estilo, pues no sé otro. Haga su merced provision de paciencia para leer mis delirios, que yo tambien tengo un grande almacen de ella para sufrir los de otros, previniéndole recibirá mis Cartas en el mismo dia que vm. nos comunica sus Discursos.

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Carta II Los que á heredar solo nacen, y no á vivir como aquellos de quien nacieron, debian morirse niños, supuesto que no tienen en el mundo cosa que hacer en naciendo. Candamo, Comedia. Mas vale el Hombre, que el nombre. Estoy muy enfadado, Señor Censor, pues se me ha exâltado furiosamente la bilis de resultas de una comedia casera á que asistí dias pasados, y en la [18] que uno de los Interlocutores dixo los versos que sirven de epígrafe á esta Carta. Pregunté de quien era la pieza que contenia tan garrafal desatino, pensando desde luego fuese de alguno de esos Poetuelas que invita Minerva, se empeñan en ser Autores Dramáticos; pero me engañé (y creo fuese la primera vez de mi vida que hubiese padecido equivocacion), pues me dixeron era de un tal Candamo, hombre de juicio, talento y erudicion, aunque en mi concepto ni una ni otra cosa tiene, como haré ver á vm. en poquísimas palabras. Yo, Señor mio, heredé á la edad de veinte y quatro años por muerte de mis padres, unos mayorazgos, que segun dice mi Contador rendirán al año, no sé que tantos miles de ducados. Apenas habia entrado en posesion de ellos quando tomé todas aquellas precisas providencias que toman los mas de los que heredan las casas. Fue mi primer cuidado despedir los [19] criados mas antiguos de la mia, pues aunque en ella habian pasado lo florido de sus años, ya considerará la prudencia y christianidad de vm. que nada me podrian servir en una edad abanzada. Aquellos á quienes mis padres estimaron mas, fueron los primeros que sufrieron el fatal golpe; y solo me quedé con unos quantos que en mi infancia fueron todas mis delicias, ya acompañandome á jugar a la pelota, ya á tirar en mi compañia por unos cochecitos, y ya últimamente á enseñarme á jugar de un látigo mejor que el mas diestro cochero, pues daba con él unos chasquidos que rimbombaban en toda la casa; asegurando á vm. era tan feliz mi memoria (perdóneseme este elogio), que aunque apenas sabia mi nombre de Baptismo, ni el Padre nuesto decia, sin errar una palabra (¿qué digo palabra? ni una letra), los nombres y señales de todas las mulas, cocheros y lacayos que servian en casa, de modo, que te-[20]nia admirados á mis padres, y á todos los cria-

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dos; menos al tonto de mi ayo, que siempre me andaba molestando con que leyese, con que estudiase, que protegiese á los literatos, á los hombres de bien, á los que mas que á la misma muerte temen obrar mal, que aprendiese á saber guardar un secreto, y otras necedades por este estilito, finalizando siempre sus Catonianas arengas, con estimularme á que procurarse imitar á mis mayores de tres siglos hace que diz ganaron para el Rey muchas Plazas y Ciudades, alanzeado muchisimos Moros, y hecho un millon de diabluras pintiparadas á las dichas. Dexo á la consideracion de vm. dos horas y seis minutos de tiempo para que reflexîone el estómago que me harian tales lecciones, y asi le juro por (no tengo presente como me llamo, pero luego se lo preguntaré á mi ayuda de Cámara), que huia de él quanto me era posible, porque era un fis[21]cal muy fiscal de todas mis acciones; por lo qual la prudencia y sabiduria de mis buenos é ilustrados padres, usando de una y otra, le dixeron repetidisimas veces «que yo no habia nacido para romper Cátedras, ni que tampoco el Cielo me habia echado al mundo para secarme sobre los libros, que el estudio hacia melancólicos, pálidos é intratables á quantos se destinaban á él, y que semejante ocupacion era propia y peculiar de los miserables que necesitan buscar por este medio su sustento;» con cuyas justas y sólidas razones (sin embargo que dicen era hombre de talento porque sabia de memoria todo el Lárraga, y algo de Gaudin), callaba, sin duda por verse concluido tan concluyentemente. Entre las muchas fábulas que el citado Pedagogo me referia, era una de ellas decirme, que mi quinto abuelo en varias ocasiones que su Monarca tuvo guerra con otros, levantaba á [22] sus depensas, qué sé yo quántos Soldados, á quienes daba vestidos, armas, y muy buen sueldo, que él mismo los capitaneaba, y que habia muerto en campaña por su Religion, su Patria y su Rey; que todo esto lo haria en no sé que historia escrita (por una muger, sin duda pues la llamaba Mariana), la que será sin disputa muy veraz, quando contiene tales cuentos de viejas, siendo la mas convincente prueba de lo apócrifo de su relato, los argumentos siguientes. Digame vm. Señor Censor, ¿cómo podria dicho abuelo mio ó calabaza pagar ese Exército, ni hacer otras grandezas que diz hacia, si apenas puedo yo (no obstante haberse agregado al mayorazgo, que aquel tenia otros muchos) pagar á mi familia? Los pobres oficios que me asisten, tienen que esperar tres, quatro y seis años la satisfaccion de su trabajo. ¿Mi abuelo no iba á las comedias? [23] ¿Mi abuelo no acordaba su proteccion á alguna actriz, ni la daria de quando en quando un aderezo de diamantes ó perlas

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que valiese dos mil doblones, y le cobrase el Mercader seis mil? ¿No tendria por la parte mas corta veinte lacayos, diez cocheros, y quarenta mulas, y cincuenta ó sesenta criados, que aunque sea inútil la mayor parte de ellos, conduciria muy mucho manifestar la grandiosidad de su estirpe? ¿Mi abuelo seria tan tacaño que no diese por entreaño algun bayle ó ambigu en que expendiese infructuosisimamente seis ú ocho mil pesos? ¿Mi abuelo no era hombre? ¿En tiempo de mi abuelo no habia Ninfas? Pues no ha de haber sido mi abuelo mas casto y continente que su nieto, y el que lo dude, que se lo pregunte á mi muger. Quien niegue que esto y mucho mas haria mi abuelo, cuentelo á mi abuela como se suele decir, pues á mi no me la han de hacer tragar. [24] Pero demos de barato que sean ciertas todas estas heroicidades de mi abuelo. En nada me lleva ventaja como reconocerá vm. por este breve y compendioso paralelo que voy á hacer. Mi abuelo levantaba á su costa Soldados para rechazar á los Enemigos que invadian la Patria. Tambien yo mantengo un exército chico de lacayos, de cocheros, de mozos de mulas y caballos, que en qualquier urgencia se puede justisimamente valer de ellos el Monarca para el aumento de sus Tropas. Mi abuelo mataba Moros como asi me lo quiero. Yo mato cada año muchos caballos y mulas, tirando de los coches mios que ruan por esas calles. Mi abuelo levantaba Palacios adornándolos de las mejores estatuas y pinturas. Pues sepa que su nieto mandó construir una Casa á Lays, y otra á Fryne, vistiendo todas sus paredes de damascos, y adornando sus piezas con los mejores es-[25]pejos, reloxes y sillerias. Mi abuelo destinaba una parte de sus rentas para casar doncellas en sus Estados, y amparar huerfanos: y yo tengo tambien destinada otra de las mias para jugar, siendo innegable que amparo á quien me la gana, en cuya voluntad está emplear aquel dinero en doncellas, viudas ó casadas. Mi abuelo diz que formó una selecta Biblioteca, que se halla en el Palacio (segun me han asegurado) de un estado que poseo. ¿Y es moco de pabo la coleccion de Tonadillas que he mandado copiar y tengo en mi gavinete? ¿Es friolera la riqueza de que soy único dueño que tambien encierra en mi gavinete en las sublimemente acabadas comedias de Valladares y Moncin, con el agregado de todas quantas jácaras han salido á luz en Madrid de diez años á esta parte? En lo único que mi abuelo me ha llevado ventaja, es en haber muerto en el Campo; pero buen provecho le [26] haga, pues no la considero muy grande ni envidiable perder la vida á manos de un Morazo, que era regular no fuese Christiano. Mal por mal, mejor es que un Médico se la quite á un hom-

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bre, que al fin es con buen modo, y no con lanza ni estoque, como si fuese uno toro jarameño. Y volviendo á los importantes consejos con que mi pedantisimo y petulantisimo ayo me molestaba cada instante, contemple vm. con su grande contemplacion, ¿á qué fin necesitaba yo leer lo que pasó doscientos ó trescientos años hace? ¿ni para qué podia conducirme su noticia? En todos los dias de mi vida he sido curioso, ni amigo de saber lo que no me importa, y ojalá que en este particular fuesen todos de mi genio, que mejor andaria el mundo. La proteccion que pretendia el susodicho acordase á los literatos, era otra de las muchas sandeces con que me estaba encanijando cada momen[27]to. ¿Pues qué aun no se halla contenta esta descontentadiza casta de hombres con la que le acuerda el Monarca, y su ilustrado Ministro? ¿Si yo empleae [sic] en ellos mis rentas, ó les señalase pensiones para que pudiesen continuar en sus fatigas literarias con que habia de sostener la decencia que requiere mi Estado? Es forzoso estar muy delirante para dar tales consejos. ¿Pues el de guardar un secreto que me encomiendan, no es otra necedad necisima? ¿sino le guarda quien tiene interes en ello, por qué le he de guardar yo? En no comunicándomele, estoy cierto de no revelarle jamás. Esto es todo lo que tenia que exponer á vm. Señor Censor, suplicándole me diga en uno de sus Discursos, si me asiste ó no en quanto dexo dicho una razon ineluctable, para que no se venga otra vez el tal Candamo con sus coplezuelas á decir la heregía política (pues no merece otro nombre) de que [28] Los que á heredar solo nacen, y no á vivir como aquellos de quien nacieron, debian morirse niños. Que se muera él, y toda su generacion, pues sin embargo de sus letrazas y talento, me han dicho vivió miserable, y que se le habia enterrado casi de limosna. Estudie vm., afanese vm. por saber; ¡ciencia feliz! ¡trabajos bien empleados! Dios guarde á vm. muchos años, como se lo pide su afectisimo de corazon. Harnero.

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Carta III Et a i voli tropo alti è repentini sogliono i precipitti esser vicini. Torquato Tasso, El Goffredo, Canto II Una fortuna grande y repentina muy cerca suele estar de su ruina. Valgame San Francisco y otros cinco, Señor Corresponsal del Censor, y con quánto dolor de mi corazon me veo precisado á comunicar á Vm. mis [34] cuitas, por si informado de ellas me aplicase algun remedio; aunque desconfio me dé otro que el de zambullirme en un pozo enviando delante la cabeza, como es regular: mas valga por lo que valga, yo he de desahogar mis penas con Vm., á quien suplico disponga imprimir esta Tragedia en su Quincenal correo, (quincenal viene de quindeni, así como si Vm. escribiese de ocho en ocho dias pondria Octidial) pues no será extraño que su lectura conduzca muy mucho para escarmiento de otros. Yo soy : : : no digo bien; yo era quando Dios queria, un joven casi tan hermoso como el leccionista crítico, de poca menos capacidad que él propio, y de sangre tan encarnada como el mismísimo Emperador del Mogol: pero todo lo he perdido en poco tiempo, si he dar crédito á las expresiones con que me honra mi Esposa, de las que iré dando á Vm. noticia en [35] el curso de esta lastimosa historia. Como no nací primogénito y quedé huérfano en edad muy tierna, despues de haber hecho algunos Estudios tuve precision de venirme á la Corte, con el fin de pretender un empléo proporcionado á mis méritos y circunstancias: así lo pensé y así lo hice; y aunque traxe várias cartas de recomendacion, aunque era contínuo poste de muchas antecámaras; aunque jugaba rabiando en várias casas (de cuyos Dueños esperaba algun patrocinio) el dinero que me hacia falta para mi subsistencia, aunque espavilaba las velas, salia á llamar á los Pages ó Lacayos siempre que sus amos los necesitaban; y en fin, aunque hacia quanto hace y puede hacer el pretendiente mas activo, mas zascandil, mas entrometido, y mas reptil, ¡qué primorosa y consonantada locucion!) nada logré en tres años. Mi hermano el mayor, como Ca-[36]ballero de Ciudad, pensando del mismo modo que piensan todos los que no han salido de su Pueblo, creía que en diciendo: Yo soy Don Carlos Osorio, Caballero de Valencia, me pre-

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sentarian al momento los Ministros una bandeja llena de empleos, para que escogiese en ellos como en peras; pero viendo que el tiempo marchaba, y que el empléo no venia, dió en la ridiculez de escribirme unas cartitas en que me disparaba ciertas saetas mas afiladas que las que se forjaban en los tiempos de allende por los Cyclopes y Titanes, en la Real Fábrica de Flegra, de modo tal que su lectura me incomodaba casi tanto como la de la modernisima reimpresion de la Leccion crítica. Calcule Vm. por esta exâgeracion quan punzantes serian sus expresiones, y mientras me compadece, prosigo. Viéndome tan aburrido, determiné volverme á mi lugar, con el fin [37] de ordenarme á título de una Capellanía de Sangre (no embargante ser ninguna mi vocacion al Estado Eclesiástico, pero de algun modo se ha de buscar la subsistencia), quando el Diablo que como loco rematado diz que duerme poquísimo, me deparó una perfecta copia de aquel Don Agapito que enreda tanto en El Castigo de la miseria, á cuya trápala tuve la debilidad de descubrirle mi afliccion, y consiguientemente la causa de mi proyectada marcha. Despues que la oyó, dando una gran carcajada, me dixo: Los hombres de juicio y de mérito, no deben precipitarse con tanta facilidad. Aún es Vm. joven, puede esperar se aclare esta atmósphera que para Vm. está tan nebulosa; y ¿quién sabe la fortuna que le tiene la suerte reservada en sus adentros? Yo me vanaglorio de ser su amigo, y para que no lo dude voy á acreditarselo. ¿Quiere Vm. ca-[38]sarse? ¿Cómo me he de casar, le repliqué, si soy tan pobre como hidalgo? Deseos tengo á trompon, pero mis ningunos posibles, me obligan á que no pase de deseos. ¿A Vm. le parece, repuso mi acomodador, que quando yo le he preguntado si se inclinaba á consorcio, era la tal interrogacioncilla hecha á humo de pajas? En esa calle que atraviesa, número 6. quarto principal, vive cierto sugeto que tiene una hija única, de edad de treinta y siete años, muy linda de cara, muy rica, muy hacendosa, muy humilde, muy buena christiana, muy juiciosa, y por decirlo en pocas palabras muy completa y acabada. Esta tal : : : Aquí le interrumpí su muy eloqüente, muy persuasiva, muy justa y muy ventajosa propuesta, diciendole: todos esos muyes, Señor mio, con que Vm. pretende ensalzar el mérito de esa Dama, estarán muy bien dichos, muy bien apropiados, y [39] muy al caso; pero pensar que una muger lindísima, riquísima, hacendosísima, y todos los demás superlativos que á Vm. se les antoje apropiarla, es un pensamiento fatuísimo, desquiciadísimo, malditísimo y endiabladísimo.

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Si Vm. no dexa hablar, me replicó, será preciso que mudemos la hoja, y pasemos á otro asunto. Esta tal Señorita como digo de mi cuento (confundase Vm. por tener sangre tan viva) no obstante su gran dote, y el mucho influxo que tiene su Padre para conseguir un empléo al que se case con ella, es de baxísima extraccion, y quiere darla un Esposo distinguido: no hay otro impedimento; veala Vm. abra la boca para pedirla, y al momento se la entrarán por ella dos mil onzas de oro, y un destino que valdrá al año poco ménos. Pues si no hay mas que eso, le dixe, manos á la obra; nobleza ten-[40]go tanta que ya me abruma, y así apechugo con la convencienca, y abrazando á mi Amigo por las pantorrillas á estilo Gallego, exclamé con el gozo en estas ó semejantes expresiones: Vm. es sin duda algun Angel, y no de los malos, quando libertandome de tantas miserias y escasezes, me arroja á esa piscina de doblones y gustos: siempre tuve perfecta vocacion á casarme: venga el dote, con todos los demás bienes parafrenales, venga el empléo, y venga la Muger, que yo me vendo á ella con grandísimo gusto. Pasamos inmediatamente á ver á mi Dulcinea, de quien ya me parecia estar enamorado en fuerza del bien que esperaba conseguir luego que se verificase nuestra union: pero, ¡Quantum spes hominum fallit! Llegamos á su casa, me recomendó mi Amigo al Dueño de ella, hizo de mi habilidad y conducta los mas encomiásticos elogios, procuró ablandar á la Señorita, [41] para cuyo logro no creo tuviese que esforzarse mucho, pues una doncella de treinta y siete años se casará con el mismísimo adúltero chischis de Pasiphae. En fin salí aquella misma tarde á cuestas con mi corriente sí corriente, y contentísimo de mi fortuna. Nos casamos de allí á veinte dias. Decirle á Vm. las fiestas, garatusas y arromacos que merecí á mi Esposa en la primera semana de nuestra union, fuera nunca acabar; explicarle lo satisfecho que estaba yo de mi dicha, hasta que ví la medalla por el reverso, tampoco es permitido á lo tosco de mi eloqüencia; pero toda esta felicidad fué casi de tan corta duracion como la de nuestros primeros Padres, pues lluego eché de ver que mi conjunta persona era sumamente patizamba, que tenia en sus espaldas y caderas ciertas procidencias tan desiguales que volcaria qualquier coche que pasase por encima de ellas, y lo peor [42] de todo es que padece un accidente epylectico [sic], que la pone á morir freqüentemente. Del genio no se diga, pues no parece sino que se mantiene de Escorpiones, Vivoras y Vinagre; tanto que con motivo de que mi Suegro, (¡cruel nombre!) pretendia obligarme á que le sirviese como un esclavo, y que defiriese en todo á los muchos y ex-

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traños caprichos de mi Muger, como si fuese mi Ama, me levanté un dia á mayores, y á Marido, y la dixe lo que me pareció mas regular y prudente. Supongo que Vm. no habrá visto jamás al Basilisco ni á las tres furias; pues yo tampoco, pero Amigo de mi Alma he visto todo esto junto en solo mi Muger, quien al acabar mi moderada reprehension Sparsa il crin, bieca gl’occhi, accesa il volto. me dixo estas modestas y templadas [43] razones: Picaro (mire Vm. que exôrdio) indigno de la fortuna que disfrutas (¡qué fortuna!) ¿cómo tienes valor para replicar á nada de quanto mi Padre y yo dispongamos? Despues que por nuestra bondad (maldita sea ella) te hemos sacado del cuerpo, como quien saca los espíritus malignos, las terribles y odiosas figuras de la hambre, y de la vergonzosa indigencia; despues que te preferí á mas de doscientos que de sol á sol me estaban importunado pretendiendo mi mano, te atreves imprudente piojoso á censurar nuestras acciones, y regañar los dientes? Calla, amorra, y contentate con comer; otro habria agradecido mas la felicidad que te he proporcionado. Los pobres que se casan con Mugeres ricas, no deben pensar en ser Maridos sino Esclavos, no en mandar, sino en obedecer. Es cierto que estoy siempre enferma, que tengo muchos defectos physicos, y algunos pocos morales, los [44] que oculté al principio como todas, y como todas los descubro ahora que no tienes mas remedio que sufrirlos, ¿pero te parecia que un dote como el mio se habia de emplear en un pelon como tú á no llevar con él tanto sobrehueso? Desde hoy te daré á entender : : : pero el tiempo te hablará mejor; y con esto me volvió la espalda. ¡Ah! y qué bien desempeñó su amenaza! Desde aquel dia me mira mi Suegro con ceño, mi Esposa con desagrado y desprecio, los criados con hocico, y todos como á un trasto viejo. Siempre está repitiendo mi Muger la rabiosa cantinela de que si se hubiese unido con otro sería mas felíz, y que ¿quién la habia inducido á elegir á un miserable que sino fuese por ella pereceria baxo el insoportable yugo de la necesidad y desnudez? Qué discretamente cantó aquel Poeta diciendo: [45] Quien casa con Muger rica piensa que vá acomodado, y piensa bien, porque muchos buscan Muger y hallan Amo.

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En esta triste y desgraciada situacion me encuentro, y tan aburrido que quisiera mas verme en la precision de leer dos veces el Prólogo del Theatro Hespañol, y otras tantas el insípido y ridículo elógio que hizo á su Autor un Marmiton de la Cocina de Phebo, que siendo pobre haberme casado con Muger rica, pues todos experimentan lo mismo que yo estoy sufriendo. Es de Vm. en quanto pueda, su Amigo. Pedro Martir.

Carta IV Es en el Reyno la gente lo que en el cuerpo la sangre, que con ella todo vive, y todo sin ella yace. Candamo, Comedia Por su Rey y por su Dama. Señor Censor. Si Vm. con su gran talento pudiera penetrar lo profundamente melancólico que me hallaba yo esta semana por-[48]que no tenia ni la mas leve pizca de asunto que comunicarle, sin duda le habria merecido mucha mas compasion que un litigante pobre y visoño, y que un pretendiente cobarde y sin proteccion. Me paseaba cavizbaxo por mi sala, me sentaba, me volvia á levantar, tomaba un libro, daba con las palmas de las manos las mas crueles friegas á mi pobre frente, y sin embargo de todos estos esfuerzos, nada me ocurria que decirle. Tan desaforado fué mi apuro, y tanta mi fatiga en discurir, que me acometió un terribilísimo dolor de cabeza, del que para libertarme tomé el baston y sombrero, y me dirigí en derechura á cierto Café de esta Corte con ánimo de echarme apechos una ó dos tazas de dicho nectar, que dicen sus apasionados ser remedio eficaz contra el citado mal. No habia en el tal receptáculo de los que tienen poco que hacer, silla que no estuviese ocupada; me acerqué [49] con este motivo á una mesa, y oí hablaban de las Comedias que se estaban representando, de las Tonadillas que se cantaban, y de la gracia y desenvoltura con que Filena habia desempeñado su papel. Pasé á otra donde trataban del delicado y útil punto de Toreros y Toros. Di una vuelta sobre la derecha, y escuché se controvertia sobre quien de los tres Poetas que andan en boga Labiano, Valladares ó Zabala, era mas queridito de Apolo. Revolví á la izquierda, y percibí se le disecaba á Vm. y á su mas atento y afectísimo servidor; advertí tambien

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que andaba alli otro á quien llamaban Pedancio, enseñando á quantos entraban unos versezuelos miserables, hechos por el mismo, y celebrados de él solo, donde nos dispensaba el favor (pues le tengo por muy grande) de censurar con fastidiosas garrulidades, la compasible medianía de nuestro talento. ¡Cuitado! [50] Pero lo mejor que habia en el tal Café, eran tres sugetos, de estos que no sabiendo gobernar sus casas, ni gobernarse á sí mismos, cortan, rajan y disponen de todo el mundo, sembrando en quantas partes se hallan las necedades á manadas:102 de estos, que si fuese tal nuestra desgracia que una loca suerte les pusiese en la mano el timon de la Nave de la República, darian tan buena cuenta de ella como Faetonte del carro de su Padre, y de estos en fin que jamás hicieron otra cosa que vegetar, los quales muy enfrascados estaban poniendo á su patria qual no digan dueñas. Arengaba uno de ellos, que me parecia el ménos mentecato, diciendo: Señores mios, no nos cansemos, yo [51] he baboseado algunos libros de Política, y Economía; el Presidente Montesquieu no me es absolutamente desconocido. Dice este Caballero, (y despues de él lo han repetido algunos Autores Neotéricos nuestros en várias obritas que dieron á luz) que se acopla con gran felicidad un matrimonio, luego que un hombre y una muger se encuentran con posibles para mantener respectivamente las obligaciones de su estado. Es esta una verdad tan de Pero Grullo que la diria qualquier Agente de negocios; pero si la dicha muger y el dicho hombre por mas que se busquen y rebusque [sic] no se encuentran en los términos que quisieran y necesitan, ¿cómo han de unirse? ¿cómo no se les ha de erizar el cabello al contemplar la fecundidad del thálamo? Este natural resultado de su lazo, ¿cómo no ha de arredrar á todo hombre que tenga una leve dosis de juicio, conociendo que su pobreza constituirá eternamente in-[52]feliz toda una inocente familia? ¿Quién duda que naturalmente tiene el hombre inclinacion á la muger, y ésta al varon? pero, ¿de qué sirve hallarse con la mas decidida al matrimonio, por amor á las buenas costumbres, porque no gima tanto la religion baxo una obscura, vergonzosa, y criminal incontinencia, y porque la República saque esas inmensas ventajas que consigue en que se efectuen muchos, si los mas de los que la componen se hallan por falta de medios ó de 102

Vm. no habrá visto sembrar á manadas; yo tampoco, pero he leído esta expresion de nuevo cuño dias pasados en un soneto, cuyo Autor me es muy doloroso emplee su buen talento en defender una malísima causa.

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ocupacion imposibilitados de vivir á su abrigo libres de los riesgos á que está expuesto el estado del Celibe, y de hacer este servicio á la patria? En la nuestra, prosiguió, todos nos destinamos al estudio de la Teología, Jurisprudencia ó Medicina, únicas facultades que nos proporcionan un zoquete de pan como se suele decir; y creemos ser felices por este medio; pero me persuado que para conseguir [53] una numerosa poblacion es forzoso tener presente: «que no hace abundantes y populares á las Provincias el ingenio en las ciencias, y sí la industria en las artes, en los tratos y comercios. Conviene muy mucho que se empleen pocos en aquellas que sirven solo á la especulacion y á la justicia, y muchos en las artes de la navegacion y de la guerra,103 para lo qual sería utilísimo que fuesen mayores los premios de éstos que de aquellas,104 porque de este modo serian mas los que se inclinasen á ellas, pues por no estar así constituidos en España, son tantos los que se aplican á los estudios, teniendo la Monarquía mas necesidad para su defen-[54]sa y conservacion de Soldados que de Letrados.» Tambien es muy dañoso á la República y al Príncipe el exceso de vasallos que se aplican á la vida Eclesiástica y Monástica, cuya multiplicacion no puede dexar de ser perniciosa al poder de los Seglares que los ha de sustentar:105 la piedad confiada, y el escrúpulo opuesto á la prudencia, dexan correr semejantes inconvenientes; y como la fuerza de los Reynos consiste en el mayor número de vasallos y no de Estados, pues estos no se defienden ni ofenden por sí mismos, es forzoso considerar que las únicas causas de la despoblacion de nuestro Reyno son, à mas de las que dexo referidas, los tributos excesivos, la falta de la cul-[55]tura de los campos, de las Artes y del Comercio.106 Los Fideicomisos ó Mayorazgos de España, son tambien muy perjudiciales á la propagacion, porque el hermano mayor carga con toda la hacienda, y los otros, no pudiendo casarse, ó se hacen Religiosos, ó Soldados; y aunque es muy conveniente conservar la nobleza por medio de los Fideicomi103

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¡Qué disparate! ¿Quánto mas útiles son en un Reyno veinte mil Teólogos, diez mil Abogados, y ocho mil Médicos, que no cien buenos Mathemáticos, y doce mil diestros Artistas? Otro delirio. Este era sin duda algun Discípulo de Voltaire, ó de el Ginebrino quando habla tan perfectamente el pestífero y abominable idioma de los Espíritus fuertes. Con todo lo parguato que soy, tambien adivinaria yo esta quisicosa.

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sos, para que puedan con las rentas servir al Príncipe y á la República, no lo es permitirlos facilmente á la nobleza moderna,107 debiendo prevenirse que los parientes dentro del quarto grado sean herederos forzosos, sino en toda la hacienda, en alguna parte considerable,108 con que se escusarian las donaciones y mandas que sirven mas [56] á la vanidad que á la República, y tambien aquellas que con devota prodigalidad, ni guardan modo, ni tienen atencion á la sangre propia, dexando sin sustento á sus hermanos y parientes, contra el órden de la caridad, con que las familias se extinguen, las rentas reales se agotan, el pueblo queda insuficiente para los tributos, crece el poder de los exêntos, y mengua el del Príncipe. Conociendo Moyses estos inconvenientes prohibió por edicto las ofertas al santuario.109 Al oir esta última proposicion me escandalizé tanto, que salí como un cohete del Café, temiendo no se des-[57]plomase casa donde se vertian blasfemias tan allende de los Pirinéos, ó tan del Norte; pues no es posible sean naturales de otros países; y habiendo encontrado á un amigo mio, le dixe, santiguandome á cada palabra, quantas necedades acababa de escupir aquella asquerosa y hedionda boca: el qual con una sorna y sonrisa capaz de dar un cólico á la Cibeles del Prado, me dixo: no crea Vm. amigo mio, que lo que habló ese sugeto en el Café sea original, ni tomado de Libros Extrangeros: los ignorantes como Vm. (perdoneme que le hable con esta claridad) y otros que andan por esas calles de todos estados, clases y condiciones, blasfeman de quanto ignoran: Católico y muy Católico, Español y muy Español, dixo eso y mucho mas un siglo y medio hace. No puede ser le repliqué, porque yo puedo asegurar que jamás he oído proposiciones tan temerarias ni tan ofensivas á quales-[58]quiera orejas piadosas. ¿Qué ha de haber Vm. oído, me dixo, ni qué ha de saber si nunca ha leído un buen libro? Vea Vm. al juicioso y christiano político D. Diego de Saavedra, y hallará en sus Empresas todo lo que tanto le ha escandalizado y escandecido. Estudiando mucho y meditando mas, sanará Vm. de esos aspavientos, batirá esas cataratas intelectuales que le impiden ver la verdad como es en sí, y no se hará ridículo y despreciable entre los hombres de entendimiento y aplicacion. 107 108 109

Aphorismo santo. Aphorismo santísimo. Aunque estuviese un mes sin dormir, no he de cerrar los ojos hasta ver si es esto cierto, pues me repugna infinito que un sugeto tan santo como era el Legislador de los Judíos, y que hablaba con Dios cara á cara del modo que un hombre á su amigo, hubiese expedido tal decreto.

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Lo corrido que yo quedaria con tan poco lisongero cumplimiento, puede Vm. Señor Censor considerarlo allá á sus solas; pero sin embargo le estimé la fraterna, porque soy naturalmente docil, y tengo particular gusto en que me desengañen. Es afectísimo de Vm. como siempre Harnero.

Carta V Señor Censor. Yo no sé que Zorzal fué el que me dexó dias pasados en la Librería de Llera el adjunto papel con la carta que le precede. Ello es que le leí, que me gustó muy mucho, y que le considero digno de la estampa por mil razones: la primera por la elegancia de su Latin, pues no parece sinó que su Autor nació en el mismísimo Lacio; la segunda, por lo sólido de sus argumentos; la tercera : : : si las digo todas, haré muy difusa esta Carta, y así por [60] evitar prolixidad dexo las novecientas noventa y ocho para otra ocasion, y mientras llega ésta, mande Vm. á su afectísimo de corazon Harnero. Al Corresponsal del Censor. Muy Señor mio: quando los Eruditos claman sobre que está perdida en España la Latinidad, debemos no tener ocultas las pocas obras que acreditan lo contrario. Tal es la elegante composicion poética que incluyo á Vm., y que publicada, serviría de muestra de un Latin clarísimo, que ya va escaseando, y ofrecería al mismo tiempo una provechosa leccion á los que abandonando los estudios que dan honradamente de comer, se entregan á la estéril ocupacion de las Ciencias exâctas, de las Humanidades, y otras fútiles taréas recomendadas por los Modernos. El Latin que algunos han intentado ridiculizar, dándole el injurioso nombre de [61] Macarrónico, es el que siempre ha proporcionado honra y provecho á los que le poseemos; y esto basta para que conribuyamos á que no se pierda del todo. Haga Vm. esta buena obra; y cuente en el número de sus Servidores á su mayor apasionado El Licenciado Duron de Testa

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METRIFICATIO INVECTIVALIS CONTRA STUDIA MODERNORUM, Ab egregiíssimo D.D.D. Mathîa de Retíro crispa Latinitâte, & hexametrâta cadéntia compósita: super quam Metrificatiônem áliquas adverténtias suas crítico-scholásticas ad calcáneum paginârum adjectivâvit unus Amícus, Discipulus, atque Admirátor ejus; qui autem in ista editiône señalâvit omnes verbos cum suis accéntibus acûtis, grávibus & circum-[62]fléxis, in utilitâtem magis cómmodam eôrum qui non sápiunt Librum Quintum de quantitâte syllabârum. Ista liberálium ártium consectátio moléstos, verbósos, intempestívos, sibi placéntes facit; & ideò non discéntes necessária, quia supervácua didicêrunt. Séneca, Epíst. 88. citátus à Mirabellio in Polyanthéa, verbo Disciplína. [63] METRIFICATIO INVECTIVALIS CONTRA STUDIA MODERNORUM. Quod Salamanquínis idiôma retúmbat in aulis, Hoc me ajudâbit, versus cùm scribo Latínos, Quos neque Alexánder, nec Quintus Cúrtius ipse Nunquam scribéndi fuêrunt vel fuêre capáces In tota vita (supple sua.) Et ecce comiénzo, Doctóres imitándo graves, quibus ínclyta borla Molléras hondis plenas speciêbus adórnat. O Hispáni, Hispáni! quæ vos locúra modérna, Quæ furibûnda manía novos studiâre librétes Incaprichâvit! Sic vestras Fráncia testas Offúscat miserabíliter, soplátque dinéros! Numquid in his libris, pasta splendénte polítis, Atque deaurátis florónibus, una Facultas Illârum quas MAJORES llamâre solémus, Appréndi póterit? numquid Carréra lucrôsa Logrâtur per eos? Cum forris pergaminôrum, In magno fólio genuína sciéntia vivit, Sicut in octávo móritur sapiéntia tota. Ista quid enséñat doctrína extránea vobis? Enséñat Lógicam sine Bárbara, nec Baralipton, Tam fácilem clarámque, quòd intelléxerit illam

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Unusquísque Sachristânus, vel sit Monaguíllus. Enséñat Physicam; sed materiáliter ut sic. Divertiméntos buscat quos máchina donat, Experimentáles osténtans mille tramójas, Quómodo mille álias quas fingunt Titiritéri. [64] Et pesant áërem, & chispas de córpore sacant, Et petra-imáne sciunt libram suspéndere ferri, Múltaque fúrfuris ejúsdem, ejusdémque tenôris. Enséñant uni Naturáles (uti llamant) Histórias: pulgas cápiunt, zancásque pequéñas, Atque pilos contâre volunt; & monstra videndo, Aut esquelétos, boca pasmántur apérta. Enséñant álij mixtûras ingrediéntûm, Factas per Chymicam (méliùs dicébo Chimæram) Táliter ut bastant gatupéria tam maledícta Ad septemcéntas simul appestâre Botícas. Quid sápiunt isti? Pannos, sedásque teñîre, Vel fácere ex barro platos, vel vitrificâre, Quod magis est próprium officiôrum mechanicôrum. O Deus! imprímitur libris farándula talis, Tamquam si posset formáliter esse Facúltas! Quid non discurrunt? Imitâre volándo palómas Cum turgénte globo inténtant; sed brácchia, pernas, Et cascos étiam sibi rumpunt, nube cadéntes. Jámque volavêrunt. Invéntio Gállica vivat! Sunt quidam fátui quibus ars Botanária servit Ut pasmarótas fáciant, multámque fachéndam; Et quia de porris sápiunt distínguere malvas, Se credunt doctos. Verùm ô doctrína profúnda, Quæ solùm consístit in arrancándo raíces! Sunt autem quidam studiántes Astronomîam, Hoc est Astrólogi. Quæ gens temerária! terram Qui fáciunt caminâre, & solem stâre quiétum! Et jam eclipsôrum perdêrunt ecce timôrem, Atque cometârum, qui quando vidéntur in alto, Barba, sive rabo, lampíñi, sive rabónes, Magnos estrágos amenázant semper in orbem. Dant de Agricultûra tractátus, quómodo si esset [65] Ars nova difficilis seminâre, cavâre, & arâre,

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Atque ita Gañánes consúltent Bibliothécas. Et cáthedras commércij habent; ideòque barátum Non vendunt pannum, sed desollâmur iníquè. Hoc non obstánte (ô mores, ô témpora!) turbam Mercachiflôrum præténdunt nobilitâre, Et natos natôrum, & qui nascéntur ab illis. Ista Novatóres inventavêre modérni, Credéntes nostris Majóribus esse magístros, Qui jam matérias, antíquo témpore, de omni Scíbili apurârunt. Sed sunt peccáta minúta, Quæ nihil impórtant: passémus ad áltera magna. Cur grandem appláusum nunc certæ Lítteræ habêbunt Quæ Humánæ, aut Bellæ dicúntur? Néscio quare. Quomodocúmque sit, Humanístas hos ego tales Semper aborrézco cùm toto corde animáque Plusquam álios Scíolos, quos suprà jam nominâvi. Primos inter eos vídeo campâre Pöétas, Castam infernálem Scriptôrum. Témpora perdunt, Consónicos, sive Assónicos buscándo vocáblos. Ut quid perdítio? Ut fáciant Tragicália metra, In quibus appréndunt hómines mactâre sëípsos, Sive bufonátas Comicáles, & faramállas, Aut inamorándi tretas, ut boda resúltet. Cum coplis, xácaris, románcibus, atque sonétis Barábbas confúndat eos, qui semper in illis Elógios fáciunt tam solùm de Guapetónis, De Pastoráli vita cùm mille patráñis, Vel de Mozâbus, vel vino lætificánte. Non, botaráti: non est vestra pöética vena; Vena est locôrum: ergo potéstis adîre Tolétum. Et quando in Sátyras prorúmpitis? O petulántes! Non est miráclum quòd burlam musa malígna De ómnibus assúmptis fáciat, fortémque rechíflam, [66] Cùm nos Doctores borlâtos non venerâtis, Dicéndo quòd non sápimus hablâre Latínum, Póstquam tres annos Nebríssæ appréndimus Artem, Et Platiquíllas, & reglas præteritôrum, Inque aula argúimus semper currénte Latíno. Isti Humanístæ nos præcisâre volêbunt

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Ad quòd præcéptos studiêmus Rhetoricôrum? Et tunc scribêmus sermónes sícuti Galli, Ac dábimus gustum Auditóribus infatuâtis, Qui horríbilem librum de Fratre Gerúndio alábant. Ah! Deus à nobis tales apártet idæas! Et qui blasphémant sic contra antíqua statûta, Ad nostras barbas non se deféndere ponunt Quòd Crítica est Ars per se? sed verúntamen illa Non ut MAJOR adhuc est declarâta Facúltas: Et míseros nos, si talis declararêtur! Ad quales partes, in fine, redúcitur omnis Humanistârum sapiéntia tam celebrâta? Rhetorica, & Crítica, & Grammática, Versificâre, Histórias, multásque Novélas, atque Viáges Quotídie légere, & constánter in ungue tenêre, Et Gazetârum morrálla, & Mercuriôrum, Sive Papelótûm, quos náscere manè vidêmus, Nocte sepultántur. Sed quando triúmphat eôrum Charlatanális jactántia, vanaque semper Intolerabílitas, est quando hablâre comiénzant Multíloquas Linguas, quamquam sint Hæreticôrum, Vel Paganôrum . . . Me quoque fastídit gens Antiquária valdè, Quæ rótulos véteres legit, atque Nerónis ochávos, Sive manuscríptos, quando est mala líttera in illis Cùm garrapátis, tamquam Græcum, aut Arabéscum. Et patiéntiam habent studiándi Mythologîas, Quæ sunt Históriæ gentiles, magna Deôrum [67] Peccáta, & benè ridículas incredulitâtes. In número illôrum, qui in vanum multa labórant, Pono Mathemáticos; quóniam Humanística secta, In quantùm ad delíria, eos compréndere debet. Non credunt in Aristótelem, nec dícere possunt Unum Ergo in forma, pateándo, & voce sonóra, Sicut acostúmbrat Schola nostra; sed ómnia solùm A ratiône probant, Auctóres despreciántes. Atque esséndo in totum argumentátio talis Frígida, & obscúra, & tacitúrna, recúrsus eôrum Est áliquas extrambóticas formâre figúras,

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Tamquam infallíbiles. Sed non replicâtur ad illas? Non: quia non sápiunt, uti Nos, distínguere semper, Quando necesse foret concédere, sive negáre. Gens quæ compásso sic dísputat, & sine lingua, Nequáquam in grémium Doctôrum intrâre meréscit. Istis suppósitis, ô vos qui futilitâtes Apprendéndo Modernôrum, extrañâre solêtis Quòd non dant vobis nec pesétas, nec honôrem, Nolîte esse ásinos. Atténdite quómodo multi, Qui sólida & fundamentália dógmata cursant, Scripta volumínibus bene pínguibus, atque onerósis, Utília offícia exércent, & condecorâta, Et, quamvis vos peset, habent, ac semper habêbunt Non solùm magnas rentas, sed glóriam & augem. Hunc punctum pensâte benè; &, si póstea vultis, Vos fácite Astrónomos, Chymicos fácite, aut Botanístas, Experimentáles Physicos, sive Agricoléntes, Rhetóricos, Criticósque novos, etiámque Pöétas. Extrangerôrum legitôte volúmina semper, Ut perdâtur adhuc propter vos Pátria nostra, Et, si non Maurus, conquístet Gállicus illam.[68] NOTÆ CRITICO-SCHOLASTICÆ, Quæ collocâri debent ad calcáneum paginârum. Metrificátio Invectivális) Bónitas, & véritas, & opportúnitas hujus títuli sic probâtur in forma syllogística. Omne quod est compósitum in versu, est Metrificátio; sed ista Invectíva est compósita in versu: ergo est Metrificátio. Prætérea: Omne quod efficáciter reprehéndit, est Invectíva; sed ista Metrificátio cum efficácia reprehéndit; ergo est Invectíva. Fináliter: Illa dícitur Invectíva, própriè loquéndo, quæ impúgnat res vitiósas; sed ista Metrificátio impúgnat stúdia Modernôrum, quæ sunt valdè vitiósa: ergo, própriè loquéndo, debet vocâri Invectíva. Etiam defendêmus more scholástico tóties quóties necessárium fúerit, quòd ista Metrificátio doctíssimi Magístri mei est óptima, utilíssima, & plausibilíssima ratiône objécti, & ratiône subjécti; ex parte rei significâtæ, & ex modo significándi; in sensu compósito, & in sensu divíso; & per se, & in se, & secúndùm se, & secúndùm quid, &c. cum áliis distinctiónibus subtilíssimis, quas Humanístæ Modérni non cognóscunt neque per forrum.

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I. Quod Salamanquínis) Hîc pónitur Salamánca pro famosiôri; & intellígitur de quibuscúmque Universitátibus, ubi lóquitur lingua non minùs Latína, [69] quàm illa in qua se explicâbat ipse Aristóteles. 1. Retumbat) Vocábulum multò adæquâtum, quando tractâtur de strepitôsa resonántia, quæ resúltat ex máximis clamóribus, quibus omnes Universitâtes sapientíssimè utúntur ad indagándam veritâtem. 4. Fuêrunt, vel fuêre) Elegantíssima fórmula cum duôbus verbis synónimis, & æquáliter significatívis, ex quibus pius Lector potest elígere unum ad plácitum. Fuêrunt & fuêre hîc sunt dissyllabi, vel per synæresim, vel per liquidatiônem, sicut practicâtur in Suetus, Suavis, Questus, &c, 8. O! Hispáni, Hispáni) Vidêtur mihi quòd Magíster meus egregiíssimus vóluit fácere hîc quamdam imitatiônem ex uno versículo, qui légitur aut in Teréntio de Bello Jugurthíno, aut in Cicerône in Epístolis obscurôrum Virôrum (quia de hoc non recórdor benè ad punctum fixum:) Ah! Córydon, Córydon, quæ te deméntia cepit! Et simíliter in certo libro qui intitulâtur Gradus ad Parnassum, legi álium versum dicéntem: O míseri! quæ tanta insánia, Cives? 23. Enséñat Physicam) Secúndùm consuetúdinem Majôrum nostrôrum, in Physica debêmus metaphysicâre; sed Modérni introduxêrunt nobis suam Physicam purè materiálem, quod repúgnat rectæ ratiôni, hoc est, ratiôni Peripateticôrum, quæ est vera rátio; quóniam super illam fundâta est sublímitas Scholástica, & per consequéntiam omnes Facultâtes Majóres, in quarum número non debet intrâre nec Mathemática, nec Astronomîa, nec Chymica, nec Botánica, nec História Naturális, nec áliæ inventiônes hujus géneris, quæ inter Doctóres appellántur vulgáriter de moda, & quæ apprendúntur stúdio [70] furtívo (id est per contrabándum) extra cursus Universitâtis. 27. Aërem) Illud a secúndùm Ovídium longum est; sed Magíster meus breviâvit, juxta illud: Vocálem rapuêre, &c. Fortè Ovídius non recordabâtur de ista régula, quam necessáriè légerat, quando studêbat Latinitâtem. Verùm in isto loco póssumus légere auram pro áërem, & sic exíbimus de difficultâte.

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28. Et petra-imáne) Vocábulum puríssimæ Latinitâtis; quóniam Magnes, magnêtis non est Latínum, sed Græcum, ut verificétur quod dictum est in Arte Nebrissénsi: Græcaque in E S primæ, vel ternæ. 36. Gatupéria) Vox magis significatíva quàm mezcolánza, quamquam nec una, nec áltera reperiúntur in Calepíno de Salas. 44. Cum turgénte Globo) Id est inflato. De istis Globis volatílibus vide Gazétas Matriténses, & Parisiénses, & Londrénses, & Itálicas, & Turcas, & Americánas, & totîus Orbis terrârum; atque in Cornucópia Nicolái Perótti (pag. mihi 458.) históriam curiósam de hómine volánte, qui vocabâtur nomine Icarus. 48. Multámque fachéndam) Dícitur quòd in ipso Matríto jam defendúntur Conclusiónes públicæ de re Botánica, cum assisténtia personârum gravissimârum; unde collígitur quòd contágium studiôrum modernôrum íncipit fácere progréssus, atque usurpâre honórem, qui solùm debêtur Facultátibus Majóribus. 52. Astronomîam, hoc est Astrólogi) Sunt áliqui Modérni qui præténdunt distínguere Astronomîam ab Astrologîa; sed hæc distínctio debet esse sophística, quia in Universitâte Salmaticénsi Doctor Dóminus Dí[71]dacus de Torres appellabâtur promíscuè Astrólogus vel Astrónomus, quod idem sonat. itaque, quomodocúmque nominêtur talis sciéntia errónea, servit principáliter ad componéndos Kalendários. 58. Magnos estragos) Novi Astrólogi præténdunt liberâre nos à metu eclipsôrum & cometárum, qui semper fuit metus valdè salutáris; sed quantúmvis per régulas Astrologicáles probâre inténtant quòd debêmus considerâre illos sine timôre neque tremôre, in vanum laboravêrunt; quia in omnibus Históriis Hispánicis legúntur exempla innumerabília de fatalitátibus per cométas & eclípses prognosticátis, & reáliter verificátis; præsértim & nominátim si post apparitiônem alicújus Cométæ Campána Belíllæ pulsabâtur per semetípsam. Cæterùm arguménta quæ contrà objéctant isti incréduli et temerárii, fundántur super observatiónibus Telescópii; sed hic Telescópius est Auctor damnátus, sicut Galiléus, & Copérnicus, & similes Astrólogi: ergo nulla est solútio. 66. Et natos natórum, & qui nascéntur ab illis) Istum versum íntegrum copiávit Magíster meus ex Pöéta antiquíssimo, de cujus nómine disputâtur inter Erudítos, quóniam uni appéllant eum Virgílium, & alii Marónem; sed meo vidêri vocabâtur Ænéidos; quia multa opera ejus sunt rotulâta isto nómine, & quia Ovídius in libro de Tristítia dixit:

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felix Ænéidos Auctor, quæ duo substantíva continuáta signíficant quòd Auctor nominabâtur Ænéidos. 80. Tragicália metra) Judiciosíssimus Doctor facit hîc enumeratiònem variôrum génerum versificándi: vidélicet; de Tragœdia, in qua repræsentántur homi-[72]cídia scandalôsa; de Comœdia, in qua tractâtur de amóribus prophánis sub prætéxtu matrimónii; de Pöemátibus heróicis, quibus laudántur Valentónes sicut Achílles, Bernárdus del Cárpio, Francíscus Estévan, &c.; de Bucólica, in qua vita infelicíssima Pastôrum depíngitur tamquam invidiábilis, quod est mendácium clássicum, vel (ut dicit Magíster meus) patraña; & fináliter de Odis, in quibus celebrántur Muliéres, vel embriagátio, juxta malum exémplum cujúsdam Anacreóntis. 88. De Mozâbus) Mozâbus, & non Mozis; quia Datívus plurális ex Moza, Mozæ primæ Declinatiônis non debet confúndi cum Datívo ex Mozus, Mozi, qui declinâtur per Dóminus, Dómini. 95. Sápimus) Illud us longum est per certam licéntiam pöéticam, quæ appelâtur cæsûra. 97. Et Platiquíllas) Ad intelligéntiam hujus textûs necésse est sápere, quòd Latínitas crispa & Ciceroniâna, tamquam ista qua scribit doctíssimus Magíster meus non apprénditur cum solo Arte Nebrissénsi, sed studiándo Platiquíllas, & réliqui Commentários, quos vulgò nominámus Quaderníllos vel de Genéribus, & Prætéritis, vel de Oratiónibus vel de Syntáxi, vel de Cópia verbôrum, vel de Syllabis, &c. atque isti libélli compónunt bibliothécam parvam portátilem, quæ in tribus annis non potest appréndi memoriáliter nisi ab illis qui habent bonam retentívam. Propter quod optimíssime cantávit quidam Pöéta: Tantæ molis erat Românam díscere lenguam! 103. De Fratre Gerúndio) Auctor istíus libri qui justíssimè vocâtur hîc horríbilis, vóluit ridêre se de Pre-[73]dicatóribus; sed credébat miserábilis Auctor quòd scribêbat inter Anglicos, vel Gállicos, vel Alemános, qui sufferunt istas jocositâtes. 109. Et míseros) Versus spondáicus, sicut cónvenit ad gravitâtem sententiôsam. 115. Gazetârum morrálla) Morrálla juxta Quintilianum idem valet quàm farrágo, id est bazófia litterária. 121. Vel Paganôrum) Iste versus mutilâtus est tamquam multi qui sunt in præcitâto Virgílio; & non erit Pöéta temerárius qui velit conclúdere e-

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um, quóniam magis fácile foret robâre Hérculi cachipórram suam, quàm contrafácere unum versum, imitándo stylum inimitábilem Magístri mei. 126. Mythologîas) Iliud y breve est; tamen Doctor irreprehensíbilis allongâvit auctoritâte sua, contra quam arguménta à ratiône nunquam valent. 140. Distínguere semper) Mathemátici qui ignórant artem syllogizándi, semper negant vel concédunt, & nunquam distínguunt neque subdistínguunt; & sic arguménta eôrum non possunt durâre unam horam, vel dimídiam sicut arguménta Scholástica: neque illi sápiunt implicâre subtíliter matérias, ut contrárius confundâtur, atque investigátio veritâtis in perpétuum retardêtur ad majôrem glóriam Argumentántis. 159. Conquístet Gállicus illam) Intellígitur quod hæc Conquísta non est materiális & per arma, sed spirituális & per libros. Deus líberet nos ab istis Corruptóribus; & restítuat nobis antíquam formam discurréndi & disputándi de omni disputábili, sed cum débita subordinatiône ad doctrínam immutábilem venerándæ Universitâtis, quæ nobis semper [74] dedit, semper dat, ac semper dabit máximum créditum, & secúrum modum vivéndi. Hoc est objéctum finále totíus sapiéntiæ; cætera sunt sómnia, fumus, pálea, phantásma, bambólla & vánitas vanitâtum.

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Carta VI Motus doceri gaudet jonicos matura virgo, & fingitur artubus jam nunc, & incestos amores de tenero meditatur ungui. Horat. Carmin. Lib. III. Od. VI v. 21. Despues que la han prensado los huesos, la Doncella aprende impuros bayles, y en lascivos amores se deleyta. ¡Como está el Mundo! precisamente va á dar un estallido. ¡Qué Madres tan extrañas da de si el tiempo! En el [76] mio ir una Doncella á los paseos públicos mano con mano, ó á lo menos mano á mano con un Joven? ¿permitirles la profusion escandalosa con que hoy se presentan? ¿Comedias? ¿Bayles? Su Almohadilla y la Rueca eran los Prados y las Floridas de las señoritas de allende. ¡Ah Madres de hoy! observad la crianza que os dieron las vuestras, y comtemplad la enorme y vergonzosa diferencia de aquella educacion, á la que dispensais á vuestros hijos. Así me dixeron, Señor Censor, que exclamaba dias pasados una que lo era de cierta, Doncellita, cuyo caracter, educacion y modo de pensar, se manifiesta en la siguiente carta que me han entregado hoy de su parte. Me han asegurado, Señor Corresponsal del Censor, que tiene Vm. tan buena mano para forjar un matrimonio, como la sin par Dulcinéa para salar puercos; noticia que me obliga á comunicarle mi melancolico y lastimo[77]so estado, por si compadecido de él me sugiriese algun arbitrio para echarle fuera, á cuya fineza principiaré á manifestarme agradecida, desde el instante que por su medio consiga hallarme en el que deseo. Yo, Señor mio, soy soltera. con la penosa añadidura de veinte y ocho años de edad: para quien nunca tuvo ni aún mas remoto pensamiento de morir dentro de un Claustro, ya se dexa ver lo poco satisfecha que vivirá en la enigmática situacion de doncella, por aquello de que las Mugeres

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Mientras dura el doncellage no lo son, que son enigmas, son sabandijas neutrales, ni bien hombres ni bien hembras, ni bien pescado ni carne. y esto de ser una cosa indescifrable aún al mismo Edipo, me tiene tan corrida y fuera de mi, que mil veces estuve tentada para poner carteles, ofre[78]ciendo mis cinco dedos con su palma y todo á qualquier hombre; de cuyo intento me retrahe solamente la reflexîon que formo, de no estar en uso, cierta de que si una de las muchas que sufren la misma incómoda enfermedad que yo, se determinase á inventar dicha moda, no habria esquina en la Corte donde no amaneciesen cada dia puestos una docena de ellos; pero mientras en Francia no la adopten, es desvarío pensar que aqui se abrace. La prueba mas real de mi desgracia es, que habiendo sido todo mi empeño desde la edad de doce años (¡qué tal madrugué!) agradar á los hombres, con el santo fin de matrimoniar, pues mis deseos de casarme siempre han sido mayores y mas violentos que los de una Viuda, (bien sabe Vm. las poquisimas que concurren á la escuela de la del Rey Mausoleo) aún no he podido arribar al puerto; asegurandole me falta ya muy poco para perder la esperanza, sin embargo de lo ancha que [79] es la campaña de esta virtud, y de que á las mugeres rara vez las falta aunque se hallen en edad caduca. Precisamente son los hombres muy insensatos é injustos, quando desentendiendose de mis encantos, atractivos y garabato, no se ha presentado ni siquiera un entretenido de Oficina á pedirme por esposa; y para que se conozca lo injustamente que proceden conmigo, vaya Vm. pensando mis méritos en la fidelísima balanza de su juicio, y verá si tengo razon para quejarme de mi suerte y de ellos. Ninguna en todo Madrid bayla con la gracia y desemboltura que yo un Minuet, Paspie, ni Contradanza: de Tiranas y Guarachas no se hable, porque á la mismísima Herodías la llevo notable ventaja (aunque no la he visto danzar pero lo presumo) en el salero y movimientos lúbricos con que las bordo: ver como me pongo el sombrerillo, cómo un lazo al desmayo, y [80] el modo que tengo de llevar la mantilla, con cosas que segun me han jurado por su honor dos Cadetes que concurren á mi Casa, encantarán al mismo Merlin. Tambien canto á la guitarra las siguidillas del Bolero, con gracia tan singular y con tan dulce voz, que en comparacion mia era forzoso que las sirenas gorgoriteasen lo propio que monjas atabacadas. ¿Pues

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qual es la que en la Corte usa de los dotes de naturaleza con mas acierto que yo? Dióme ésta unos ojuelos de los que juego tan gachonamente, que solo uno que tenga alma de cantaro dexará de quedar despachurrado si los observa con atencion. Mis cabellos son mas obscuros que el corazon de un ignorante, y tan largos, que pueden ser envidiados de las mismisimas trenzas de las Ninfas del Parnaso; mi cuerpo es tan alto como pueden ser los pensamientos de Vm. con el aditamento de un tallecito mas estrecho que la mano [81] de un avaro: mis palabras y expresiones tienen toda aquella dulzura que los azucarados y melifluos labios de la Diosa de Cytheréa, y en fin tengo tantas gracias, que en paralelo con ellas, es desgraciadisimo el cinto de esta Maja de Marte: pero, ¿de qué me sirve tanto cúmulo de prendas phisicas y morales, si de quantas flechas he disparado al corazon de los hombres, ni una siquiera ha llegado hasta ahora al blanco de mi deseo? Si aqui solamente finalizase mi desdicha, no sería tan grande mi aburrimiento, pero : : : . . . ¡ah cielos, quién para inmensos dolores, para inmenso mal tuviera inmensas explicaciones! pues habiendo visto que la semana pasada se casó cierta conocida mia con un Caballero rico, de juicio y chri-[82]tianidad, me incomodó tanto : : : porque todo hiperbole será sucinto, no digo el tanto quanto; con asegurar á Vm. que hace tres dias que no me peyno, ni baxo al Prado, está mas que suficientemente ponderado lo inmenso de mi dolor. Tan cerril, tan poco mundana, y tan del otro siglo es la tal Señorita, que quando algun hombre la saluda, se dexan ver al momento en su rostro, unos colores tan encendidos, que en su comparacion es de una opilada, el que tiene la rosa al tiempo que la desgraciada Esposa de Tithon se arroja melancolica y cavizbaja del lecho vertiendo lágrimas, por estar su belleza empleada en un viejo. Jamás la permitió su Madre vestirse sino de lana, y aunque tenia dos criadas, queria que la hija las ayudase en la mecánica y baxa ocupacion de coser y planchar, alternando tambien en la cocina con ellas. Los vestidos con que se [83] adornaba, habian de estar precisamente echos por sus manos: era con este motivo la tal criatura la befa y piedra de escandalo de quantos entran en mi Casa, quienes se divierten en censurar (¡pero con qué gracia y carcajadas!) el góthico modo de vestir suyo, y el encogimiento con que se presentaba quando en compañia de su Madre venia á hacernos alguna visita. Nunca nos hablaba de otra cosa que de

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bordar, coser y modo de hacer un puchero. Abominaba de las Comedias, de los Bayles y de las concurrencias; y ahora creerá Vm. sin escandalizarse que este mismisimo mueble pensado tan antidilubiamente, y que solo cargaria con el alguno de gorro ó peluca, ha tenido la dicha de ser Dueña de su Casa, de vivir en paz con su Esposo, y de que por consecuencia, sino precisa natural sea Madre en brevisimo tiempo? Estabamos anoche la mia, yo, y [84] unos quantos petimetres murmurando de ella, á tiempo que entró á visitarnos un sugeto molestisimo y vaciado á la antigua, que de quando en quando exercita nuestra paciencia con sus ridiculas escandalosas y estramboticas sentencias. Dicen que es capaz, pero yo creo lo será solo para fastidiar á todo el genero humano, mas que aquella cosa que se imprimió el año pasado en defensa del Prologo de Antioro, y contra el agudo, fino, y juicioso Cosme Damian. Vms. dixo, parece que estan disecando á mi Señora Doña Cándida, admirando su fortuna, y tildando su conducta con esos sarcasmos? Así es, le respondió mi buena Madre, asegurando á Vm. hemos quedado con la noticia echas mas estatuas berroqueñas que las Niobes, admiradas que hubiese hombre tan mentecato, de gusto tan aldeano y ordinario, que prefiriese esa muchacha á otras infinitas que hay en Ma-[85]drid de mérito conocidamente mayor. Qué engañadas viven Vms. replicó nuestro hombre; esas son las que justamente deben encontrar sugetos que deseen ser sus Esposos. Por loco que sea un hombre, quiere que la muger que elige para propia, tenga el mas sólido juicio y la mas christiana conducta. Ninguno apetece unirse con esas miserables cabecillas, que solo piensan en unas pequeñas nadas, y que viven persuadidas á que el Estado del matrimonio es el de la libertad. Doña Cándida con su arreglada conducta, hará felíz á su Esposo, quien continuamente estará bendiciendo el momento en que la vió, y el dia en que le unió con ella, el sagrado lazo del matrimonio. ¿Quién, que no haya echo banca rota de todos los sentimientos de honor, se determinará á tomar por Muger á la que por sus locuras y profusion en el Estado de soltera, está di-[86]ciendo con todas sus acciones que destruirá al Marido por mantenerla? ¿Quién será tan fatuo que no prevenga las melancólicas y vergonzosas resultas que traen los delirantes empeños de una muger, cuyo Esposo tiene limitados posibles para sostener el escandaloso fausto con que desea presentarse en el gran mundo? Es demasiado cierto que una Basquiña de terciopelo ó una Manteleta bordada, son hoy causa de mas infidelidades que la misma carne. Fenisa ve con dolor y em-

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bidia que Lisi porque tiene su Esposo diez mil Ducados de renta, se hace cada año dos Francesillas y otros tantos Chalecos; que trahe media mas fina que el discurso de un zeloso, y que toda la abundancia de Amalthea se halla derramada en su casa. Quisiera Fenisa hallarse en las propias circunstancias; las cortas facultades de su Marido no dan para tales ensanches; Lisi tiene mil que la obsequian y acompañan en el paseo, [87] en su Casa y en la mesa: Fenisa se ve precisada á vivir obscuramente y sin trato; se alampa por un traje brillante, se chupa los dedos por un peinado de Mono, el no poder lucir con dos Reloxes la desvela y pone de mal humor, no procuraron sus Padres estampar en su corazon ni el temor de Dios, ni el de la pérdida del honor; saque la consecuencia quien guste. El hombre de entrañas mas diamantinas es preciso que compadezca al que se case con Fenisa. Doña Cándida, como educada con christianidad, modestia y recato, será una monstruosidad que dexe de vivir del mismo modo en su nuevo estado; así como lo fuera tambien que instruida en las modas y en las locuras del dia, abandonase unas ni otras quando la suerte la proporcionase la gloria de ser Madre. Solo un joven loco puede elegir para sí una de estas dementadas, y : : : [88] Acabe Vm. la arenga, le dixe, pues lleva camino de formar un Tomo en folio de reflexîones tan impertinentes como fuera del caso: ahora mismo, ahora, voy á dar cuenta de todas ellas al Corresponsal del Censor, para que en uno de sus Quincenales papeles, se burle de Vm. y de quantos piensan por el propio estilo. Espero, Señor Harnero, que mi opinion será la suya, y que me dará el modo de salir de este miserable y fatigoso estado, pues á la verdad me falta ya poquisimo para caerme de él. Es de Vm. con el mayor afecto Leocadia Matute.

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Carta VII Multa dies variique labor mutabilis œvi rettulit in melius: multos alterna revisens lusit, & in solido rursus fortuna lucavit. Virg. Ænei. Lib. XI. v. 425. La mudable inconstancia de los tiempos nuestras horas mejora: Caprichuda al infelíz hacer suele dichoso, y al felíz desdichado la fortuna. ¡Que bien dice, Señor Corresponsal del Censor, este insigne Mantuano! Todas las cosas pueden estar [90] de un semblante por la mañana, y de otro por la tarde: El tiempo, ciertas circunstancias y combinaciones, mudan frecuentemente la faz de ellas; y con nada se divierte tanto la inconstante fortuna, como en hacer hoy rico al que ayer era pobre, mañana pobre al rico, pasado mañana melancolizar al alegre, y despues de pasado mañana alegrar al triste. Tan pronto se le pone en su mala cabeza dar un beso, como un puntillon, y al contrario. En este ultimo caso me encuentro como reconocerá Vm. por la siguiente narracion que paso á hacerle. Quince años há que contraxe matrimonio con Doña Prudencia Sola, Muger á la verdad digna y dignisima de todo mi afecto, sino fuese por ciertas endiabladas ridiculeces y antiguallas que descubrió al siguiente dia de nuestra union; aunque ya, gracias á mis continuas importunaciones, y á los sanisimos consejos de una amiga suya que la deparó la suerte, ha muda[91]do enteramente de sentimientos y conducta; de modo, que es muy otra en un todo. Tarde se metamorphoseó, pero la dicha no dexa de serlo en qualquier tiempo que venga. Digo pues, que al siguiente dia en que se efectuó nuestro matrimonio, se levantó á la Aurora, previno á las criadas barriesen la casa, en cuyo trabajo las ayudó, como tambien en el de poner la olla, entregando antes por su mano todo lo que para ella se necesitaba: se vistió y peynó por sí misma, como si el Cielo hubiese dado las manos á las Damas de sus circunstancias, con otro fin que el de manejar un abanico, y tenerlas para todo lo demás eternamente ociosas. Ultimamente cometió la bastardía de hacer lo mismo que la Muger del mas pobre y andrajoso Albañil, rezando por la noche el Rosario con toda la familia, y practicando lo mismo catorce años se-

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guidos, sin que se verificase en todo es-[92]te tiempo haber pasado un dia que no fuese enteramente uniforme con el segundo de nuestro enlace. Diónos el piadoso Cielo tres hijos como tres mil pimpollos. No he tenido por conveniente que el primogénito aprenda mas que á leer, y eso no de corrido, pues le basta á medio trote, y á que haga quatro garabatos para poder firmar; porque nada necesita menos que perder la salud sobre los libros, respecto ser heredero de un pingüe patrimonio que le pertenece á la muerte de su Madre. Los otros dos, como los pobrecitos nacieron segundos, y por consecuencia solo podrán subsistir de su trabajo, los he puesto á Estudios; y segun me dicen sus Maestros (á quienes regalo frecuentemente) adelantan á las mil maravillas lo que les será sin duda de grande utilidad, porque ya que la Providencia les escaseó las facultades, tengo el particularisimo consuelo de que ha dado al se-[93]gundo una perfecta vocacion de hacerse Clérigo, y al otro de meterse Frayle; y aunque su imprudente Madre les aconseja reflexîonen maduramente, en quanto lo permita su tierna edad, el Estado que pretenden tomar, diciendoles no le abracen por conveniencia propia, ni con el fin de asegurar el Zoquete por toda la vida; yo, quando ella no lo oye los estimulo con mis razones á que por ningun pretexto desistan de su empeño, ya que el Cielo los ha favorecido tanto, que privandolos de bienes temporales, les proporciona por aquel camino los eternos: siendo una cosa prodigiosa y admirable, que solo los pobres ó los segundos de las casas tengan vocacion al Estado Eclesiastico, y rarisima vez los Mayorazgos, ni los ricos. No he podido jamás adivinar en que consiste esto, ni me lisonjeo por mas que discurra dar en el punto de la dificultad. Pero volviendo á mi Esposa, obje-[94]to principal de esta Carta, yo no se si por efecto de una virtud reflexîva, ó de temperamento, pues en esto nos solemos equivocar demasiado frecuentemente tomando una cosa por otra; mi Esposa, mi amada Esposa nunca consintió tener en su casa visitas, tampoco que otra que ella diese el pecho á sus hijos; y para que Vm. se acabe de asegurar de sus inauditas extravagancias, la misma moda de vestir, y la mismisima de peynado que habia quando se casó, esas propias sin quitar ni poner ha conservado inviolablemente hasta de un corto tiempo á esta parte. Su Marido (que asi me llamó siempre, bien que ahora ha mudado éste baxo y comun nombre en el fino y noble de Pariente ó Primo, cosa mas significativa, mas sonora y mas honrosa), su Marido, vuelvo á decir, sus hijos, su familia y la ahuja, eran sus únicos amores. Me hacía leer todas las noches la vida del Santo del dia (como si [95] la importase algo saber vidas

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agenas) un capítulo de las Obras de Fr. Luis de Granada, y otro de Kempis. La Carta Guia de Casados de Don Francisco Manuel, era tambien su libro favorito; y segun aseguraba un hombre de juicio que frecuentó en otro tiempo mi Casa, es libro digno de todo aprecio; pero como para mi todos son iguales, pues ninguno leo voluntariamente, tampoco puedo dar voto. Y ahora, ¿creerá Vm. que con toda la dicha santidad de mi Consorte, al parecer tan aprueba de bomba, rarisima vez iba á las Quarenta Horas, menos á Novena alguna, ni oía Misa sino los dias de precepto, y esa tan temprano, que parecia se avergonzaba de hacer aquel acto de christiana, de modo tal que á las siete de la mañana ya estaba siempre de buelta en su casa? Estas ridiculeces y otras (todas por el propio estilo) que no quiero referir [96] por no molestar la atencion de Vm., me tuvieron cerca de catorce años infinitamente disgustado. No baylaba aunque la convidasen á alguna funcion, ni hablaba en ella sino lo muy preciso, y eso poco, era siempre con las mas ancianas del concurso, del que se retiraba infaliblemente antes de las diez. En conciencia, que yo estaba avergonzado de mi eleccion, y que necesitaba tener, como Vm. advertirá, un ánimo Socrático para no morirme abochornado, viendo que hasta las niñas mas mocosas, y jovenes mas petimetres se burlaban de ella, de su modo de vestir y prenderse, de su peynado, y de su todo; menos de su semblante, que á la verdad era peregrino, segun decian; aunque yo no veía ya en él tantas perfecciones como antes de casarme; por lo que debe ser cierto el dicho de uno de nuestros Poetas antiguos, [97] Que no hay cosa que mas valga que una hermosura, ni menos que una hermosura gozada. pues á los quince dias de ser dueño de la de mi Prudencia, era sin comparacion mucho mas linda á mis ojos una criada que teniamos tan legañosa como Lia, y en cuyo semblante habian echo las viruelas el mas formidable estrago. Pension es esta sin duda de nuestra naturaleza, que todas las cosas muda; pues con ansia se desean, y con fastidio se gustan.

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Con tales molestias, entripados y pesares, he vivido muy incomodado como era regular en su compañia hasta poco hace, que cansada ya la suerte de perseguirme, dispuso que una vecina entablase con ella la mas estrecha, sincera y util amistad. Es dicha [98] Señora con corta diferencia de la edad de la mia; esto es, entre treinta y ocho y quarenta años; petimetra, afabilisima, marcial; ultimamente, una completa y acabada muger del tiempo presente. Su Marido, que diz murió seis años hace, obtenia cierto empleo que la proporcionó la viudedad de seis mil reales, con cuya renta lo pasa mejor que yo con seis mil Ducados que disfruto. Ella tiene señalados ocho reales diarios al Peluquero, paga tres mil de Casa al año, se sirve de dos Criadas de Cocina, de una Doncella, y una Ama de llabes; hay Mayordomo y Page, concurre al Theatro los mas dias; sin que tampoco falten en su casa ciertas francachelas y zambras que es un contento; su Marido murió empeñado, y la Viuda á nadie debe un maravedi. Digame Vm. ahora, ¿se podrá negar que una buena conducta y prudente economía no son capaces de hacer asombrosos milagros? [99] Esta, pues, original é inimitable Dama tuvo la destreza, y yo la envidiable fortuna, (lo que confieso sinceramente, pues los hombres de bien han de ser agradecidos) de que con su exemplo y eloqüencia, cambiase en un todo mi Muger de sistema. Ahora (vaya que es una barbaridad lo que yo debo á mi buena vecina) se peyna todos los dias de mano de Maestro. ¡Qué Confidentes! ¡Qué lazos de Suspiro de Page en ayunas! ¡Qué Gasas! ¡Qué Sombrerillos! ¡y qué demonio! Son unas maravillosas diabluras con las que adorna su cabeza. No hay semana que no estrene alguna Bata ó Francesilla. Pues Fandangos! Protexto á Vm. á fé de hombre honrado, que tiene á estas horas muchos mas de los que se han baylado en las Calles de la Paloma y la Palma, de veinte años á esta parte. No digo nada de Bufandas, ni de Mantillas de Toalla, porque eso es un laberinto. [100] ¿Pensará Vm. que solo hasta aqui llegan los limites de mis satisfacciones? pues no, Señor mio, aún se estienden á mas, porque tengo las grandisimas de que oye todos los dias Misa, para la que sale á las diez, y no vuelve hasta la una que viene el Peluquero. No perderá las Quarenta Horas por un ojo de la cara. Ya no hay en mi Casa mas lectura que la del Theatro Hespañol, la Historia del Duque Federico, y Soledades de la vida, libros endiabladamente utiles, y muy acreedores á que jamás suden otros las Prensas. Ya asiste con su amiga á quantas funciones se la proporcionan, de las que acostumbra retirarse al amanecer. Ya no hay Sarao donde no bayle que se las pela, y siempre con un jovencito almivarado y chusco, que come

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y cena en mi Casa, y de quien gusta infinito mi Muger, pues le ha concedido el Cielo una habilidad sorprendente para cantar á la Bihuela la primera, se-[101]gunda y tercera parte de la Tirana del Abandono, poner una Contradanza de las mas enredosas, y baylar el bayle Ingles. No me queda duda que con el tiempo dará ésta bendita alma á la Patria un honor horroroso, maxîme, luego que se le de algun destino en qualquiera Oficina donde pueda estar fatigando una silla dos horas todas las mañanas, y desempeñando seis meses lo mismo que pudiera desempeñar un Orang-Outang; pues los otros seis afufan entre vacaciones y fiestas, corruptela que se debia enmendar, por el notable atraso que con este motivo se experimenta en los negocios, en perjuicio de tantos infelices,110 y aunque nuestro hombre, mil demonios lleve, [102] tiene mas méritos que los dichos, y algunos otros del propio paño, dice que es sugeto del mayor y mas distinguido nacimiento; y esta sola circunstancia basta para poder desempeñar [103] con acierto qualquiera empleo; la experiencia está de acuerdo con este aphorismo. Considere Vm. que segun él asegura y acredita un arbol genealogico que me ha enseñado, fue un causante suyo el primero que para abrasar á Troya salió de la panza de aquel maldito Caballo, y otro navegó en las Galeras del piadoso Eneas, no sé si de segundo Comandante ó de forzado, y vea si pueden darse circunstancias mas dignas, para que los Ministros las tengan presentes, y las premien como es razon. A la verdad, que quando Prudencita le estima tanto, es señal infalible que en el proceso de sus virtudes halla relevantisimos méritos para ello. 110

Santa reflexîon. No es posible comprehender qué especie de obsequio es el que se hace á los Santos con holgar; con que el pobre espere injustamente la decision de su asunto; con que se aniquile gastando lo que no puede, [102] padeciendo mil porque descansen de su ocio quatro que santifican aquella fiesta en el Prado, en las Fondas, ó en otros parages menos decentes. ¿Dónde se encuentra el Calendario que señala los dias de descanso al Monarca, ni á sus primeros Ministros? Todos los tienen destinados para bien del hombre, para administrar justicia, para hacer felices. Este es el verdadero modo de cumplir con el tercer precepto del Decalogo. Que los que han de sentenciar pleytos, logren tales y tales dias de asueto para estudiarlos, la sana razon lo aprueba; pero que otros cuyo trabajo es casi una pura materialidad, y donde el entendimiento y discurso apenas tienen que hacer, gocen la misma immunidad, qualquier buen juicio lo repugna. El Soberano paga todas las horas del dia y de la noche. No penetro por qué rara fatalidad se han de hacer inútiles las veinte, de modo tal, que de los doce meses del año, resulta que en muchas oficinas solo se trabaja utilmente quarenta.

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Amigo, para Carta ya va demasiado larga la conversacion, y asi he determinado dar fin á esta, diciendole, soy de parecer que á las Mugeres no son los hombres que tratan quienes las hacen malas ni buenas; y sí las mis[104]mas Mugeres que frecuentan; no habiendo tirano que las mande mas imperiosamente que el exemplo de las de su sexô, como se acredita con el que ha dado á mi Esposa su buena amiga. Es de Vm. afectisimo Simplicio Manso.

Carta VIII Horresco referens ……… Virg. Ænei. Lib. II. v. 204. Me horrorizo al referirlo. Señor Censor. Si vmd. no me dá palabra y mano de escribir contra cierto abuso que diré mas adelante, le protesto hacer el mismo aprecio de todos sus discursos que de la Biblioteca militar del Arcade de Zafra; como no me considero con suficientes fuerzas intelectuales para desempeñar el asunto [106] con el nervio y solidez que requiere, apelo á vmd. que sabrá hacerlo á mil maravillas. Entre las muchas buenas y recomendables prendas que me adornan, es una de ellas conocer y confesar lo pigméo de mi talento: jamás le he creido superior al de orto alguno, y desconociendo todo género de philaucia, envidio el entendimiento de lo mas (exceptuando el de los que hacen vanidad de tenerle) con aquel género de envidia que nos recomienda el Apostol: Æmulamini charismata meliora, porque otra seria reprehensible, y esta muy laudable. Es, pues, el caso, que habiendo pasado la víspera de la Asuncion por la tarde á felicitar á cierta Doña Eusebia sus dias, hallé en su casa varias damas y sugetos, que sin duda los llevó el mismo fin que á mí. Despues de haber hecho á la dicha Señora aquel regular y trillado cumplido de, celebraré que vmd. disfrute este y otros mucho en compañia de su Es-[107]poso, el Señorito y demás personas de su afecto con todas las satisfacciones que son imaginables; se suscitaron varias materias todas del mayor interés: se habló primero del mucho calor que hacia, cosa muy extraña en Agosto, comunicando cada uno los ardides de que usaba para que no le mortificase

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tanto. No dexaron con este motivo de hacer su papel las pulgas y mosquitos, como tambien los remedios preservativos para libertarse de animales tan incómodos. Despues se empezó á murmurar del próximo con una moderacion y claridad edificantes. Salió al teatro aquella Doña Marta tan conocida de vmd. como mia, y tomándola por su cuenta la abuela de nuestro amigo Don Mamerto, á quien sabemos muy bien corteja Don Zacarías, dixo: Esa Doña Marta, sin pretender ofenderla, ni juzgarla es una Señora de la conducta mas equívoca; se está en el tocador dos horas cada dia; no hay [108] paciencia para verla hacer la niña; y en verdad que ya tiene sus veinte y ocho años : : : sí : : : sus veinte y ocho : : : y puede ser que sean treinta, porque me acuerdo que siendo las dos muy niñas, concurriamos juntas á la amiga, y á jugar á las muñecas en casa de una Señora que vivia en la plazuela del Beso: ¡pues el arrimadito que lleva siempre! Es una vergüenza, un escándalo. No sé como hay maridos que tal sufran. En casa de ella come y duerme la siesta el dicho mueble; la misma Doña Marta le compone la ropa, y lava las medias; á la verdad que para el asunto no se hallará Marta mas solícita, ni mas piadosa; yo sé por buen original que empeñó por tres mil reales varias halajas á aquel sugeto que vive mas allá de la plaza, con la condicion de que al desempeño de ellas le habia de gratificar con quinientos (trato sumamente licito, y por lo tanto muy usado), todo con el fin de poder [109] hacer dos vestidos á su querido, trahiendo al esposo é hijos hechos unos Adanes: pero no quiero decir nada, Dios es quien la ha de juzgar; bastante cuenta tendremos que dar á su Magestad de nuestras acciones; su alma su palma, con su pan se lo coma, no nos hemos de condenar por ella. Yo no soy su padre, ni su madre, ni su aya, pero : : : aqui torció el hocico y la nariz á un tiempo, hubo su poco de sonrisa, y calló. Considere vmd. amigo mio, el estómago que me haria la tal disertacion, quando á los dos nos consta que la dicha murmuradora pasa ya de los cincuenta y seis años; que Don Zacarías la manda en Gefe; que porque este joven es un pobrete se vé en la precision de aparentar hallarse enamorado de ella, de decirla que es la mas hermosa y petimetra de Madrid, de acompañarla á todas partes, y de no baylar con otra; pues aunque trémula[110]mente, todavia brinca y respinga esta vetusta humanidad; y todo lo hace el miserable porque le dé de comer, le trahiga con dos reloxes, le vista y facilite dinero con abundancia, el que segun malas lenguas invierte en otras jóvenes, pues asi como hay chulitos de á pie, hay tambien chulitas con caballos y coches que pueden arder en un candil.

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Estaba yo de botones adentro riyéndome de lo que se desconocia esta dama al cabo de tantos años que andaba consigo, y lastimándome consiguientemente de la ceguedad humana, quando llegó la hora de refrescar. Aqui necesito toda la atencion de vmd. y del Público mi favorecedor; y aqui vuelvo de nuevo á suplicarle escriba uno ú dos tomos de á folio sobre lo que diré. Bien sabe vmd. que es vigilia la víspera de la Asuncion, y consiguientemente que nuestra Madre la Iglesia manda ayunar en ella á todos aquellos que no tengan causa [111] muy legítima para dexar de hacerlo; que el que contraviene á este precepto peca mortalmente, y por fin tambien vmd. sabe los pocos ensanches que sobre él dispensa nuestro santísimo y doctísimo Papa Benedicto XIV. de felíz memoria. Ninguno de los concurrentes quiso tomar cosa alguna, y solo la dueña de la casa, cuya edad seria como de veinte y tres años, robusta y linda, tomó un platillo de dulce y una xícara de chocolate con casi media rosca. Yo, que aunque no soy de la conciencia mas angosta, tampoco soy de la mas ancha, al ver que dicha Dama habia tomado sin escrúpulo alguno la mencionada refaccion, la pregunté si estaba mala. No Señor, me respondió; por la misericordia de Dios, me hallo muy buena. = Supongo, la repliqué, que estará vmd. en cinta. = Tampoco; no es para cada dia ese chasco, sin embargo que pasé el último embarazo sin incomodidad alguna; ja-[112]más dormí mejor, ni comí con mas apetito: no supe en todo el discurso de él lo que eran dolores de estómago, de muelas, ni vómitos. = Pues yo, Señora, pensaba que la incomodase alguna cosa al ver que no ayuna. = ¿Y es vmd. me dixo, el Corresponsal del Censor? ¿Es vmd. el que ha tomado el árduo, aborrecible y arriesgado empeño de arrancar de quaxo las preocupaciones, de zurrar el bálago á toda casta de gentes, porque en toda casta de gentes hay muy mucho que zurrar? Pues amigo, para desempeñar tan dificil y escabrosa comision, permitame le diga que no tiene el suficiente talento, que no ha meditado lo bastante, ni estudiado lo que se necesita para el asunto. Pasando el tiempo en la Fonda, Puerta del sol y sus tiendas, Prado y visitas, como hace vmd. y otros muchos araganes, no se puede saber. Ha emprehendido la fatigosa carrera de desterrar errores, y abriga el de que [113] yo estoy exîmida de ayunar en ningun dia del año? Ciertamente que es vmd. para Escritor público muy poco sugeto, pero no me admira, pues en el dia hay en Madrid Escritores que aun no saben leer. Dexe vmd. Señor Harnero ese oficio, y abrace otro, pues me parece no es para su cabeza el que ha tomado: abrio y cerró el abanico con la mayor presteza; dió con los ojos dos ó tres paseos por los

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semblantes de los del auditorio como pidiendo un vitor por la descarga, y advertí me habia despreciado solemnísimanente en sus adentros. Como yo me ví insultado tan fuera de tiempo, asomándose por uno de los pliegues de mi corazon como cosa de dos onzas de lo irascible, la dixe: me persuadia no haber proferido proposicion digna de semejante metralla; que yo no me cosideraba [sic] con ciencia ni talento bastante para hombrearme, ni aun con el Escritor mas zoquete de Madrid, no [114] obstante haberlos muy grandes y muy duros, cuyo catálogo pensaba dar á luz en una de mis Cartas; pero que sabia la Doctrina Christiana, que estaba medianamente informado de mi Religion, y por lo tanto muy cierto que no se podia dexar de ayunar sin un motivo grave actual: pues sabe vmd. poco, repuso nuestra Dama, yo soy muger como es notorio, y sé en el punto mucho mas que el Señor Harnero, quien tendrá á bien le desengañe del error en que vergonzosamente yace. Mi hermano el Clérigo, el ayo de aquel Señorito : : : bien le conoce vmd., es indisputablemente sugeto de luces nada comunes: sus libros aunque cortos en número, son selectísimos, segun me parece, y él asegura. Es cierto que no ha estudiado mas que un poco de Gramática, pero sin embargo creo sea tan buen latino como el mismísimo Aristoteles, y como el propio Píndaro; de Moralista, no se hable, por-[115]que de esto, Dios nos tenga de su mano; es Moraliston de quatro suelas, aunque en algunos puntos se perciben poco las ventajas que me lleva, porque tambien yo leo freqüentemente los mas famosos libros de Moral que adornan su corta Biblioteca. Entre estos, pues, realmente libros aureos, hay uno escrito por cierto Doctor en Sagrada Teologia que dice no quebranta el ayuno Eclesiástico el chocolate tomado á todas horas, como no se componga de mas ingredientes que cacao, azucar y canela; asegurando tambien serla lícito á una muger casada no ayunar, si por eso se le ha de estragar el buen parecer, y de ahí se le ha de seguir al marido ocasion para divertirse con otras. ¿Y vmd. cómo puede saber, la repliqué, si el ayuno, si la justísima y debida obediencia á este precepto Eclesiástico disminuia su belleza? Señor mio, me respondió, yo no necesito hacer pruebas con mi salud; asi lo he lei[116]do, me acomoda la opinion, y la sigo exâctamente, como tambien mi esposo la del citado Autor de que en noche de colacion se puede comer un vizcocho de dos onzas que nos exceda al todo; por lo que ninguna de ellas dexa de tomarle mojado en vino generoso: persuadase vmd. Señor Harnero que tambien las mugeres sabemos algo quando somos aplicadas, y que no son todas tan dementes que destinen el tiempo solamente á esas despre-

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ciables y escandalosas locuras que reprehende vmd. con pluma mojada en la mas amarga hiel. Vea vmd. á Cliquet, vea á Echarri, vea á Lárraga, y vea á los demás Moralistas que tenemos en Castellano, y despues hable hasta que se le caiga la campanilla, porque de lo contrario dirá vmd. dos mil disparates en esta y otras materias de Moral. Señora, repliqué, tengo visto con mucho dolor de mi corazon, esas sumas de Moral, y otras que tene-[117]mos en Castellano, y cada dia me admira mas, y mas me escandaliza se permitan en lengua vulgar semejantes obras. Dexo aparte lo laxîsimas que son muchas de las proposiciones que contienen, tales como las que vmd. acaba de decir; y solo quisiera me dixesen ¿para qué casta de gentes se escribieron semejantes tratados? Es constante que no fue para Militares, ni para Oficinistas, ni para los individuos de la Armada; sí para Confesores, para Párrocos, en fin para Eclesiásticos; ¿y no es agraviarlos enormemente persuadirse á que no entienden el idioma latino? Y si no, ¿qué fin es el de escribirlas en Castellano? Bien sé (y ojalá no lo supiera), que muchos de estos entienden dicho idioma como aquel Predicador que en un Panegírico de Santa Maria Magdalena dixo, que si habia sido pecadora, peccatrix, tambien habia sido merecedora, meretrix, pero en tales manos mejor [118] empleado está un bieldo que el Breviario. ¿Quién dexará de afligirse al contemplar que una inocente doncella, una Monja, una muger casada tengan proporcion de leer tales libros, cuyas delicadas materias exîge la caridad no se permitan por ningun caso en lengua vulgar? ¿Por qué no han de ignorar estas : : : pero la tinta vermejea, y la pluma se me cae de la mano al querer trasladar las obscenisimas expresiones que encierran dichos tratados. Santo Tomás, Cóncina y otros muchos en qué idioma escribieron? ¿Qué Confesor podrá ser el que necesite de estas Sumas en Castellano para desempeñar su ministerio? ¿En quántos errores no caerán él y el penitente? ¡Dios mio, es posible que ha de haber mas escrupulosidad para despachar un título de Médico corporal que espiritual! ¿Qué diria San Gregorio, quien en su Pastoral llama al oficio del Confesor Ars artium, si viese [119] la insuficiencia de tantos, y el enorme despacho de dichas Sumas? ¡Ah ignorancia, ignorancia, y de quantos yerros eres causa! El Santo Tribunal de la Inquisicion, hecho cargo de los infinitos inconvenientes que resultan de escribir estas y otras materias en Castellano, manda justísimamente en su Edicto de 11 de Agosto de 1785, borrar y quitar la Paradoxa VI. del nuevo aspecto de Teologia Médico-Moral, su Autor el P.

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D. Fr. Antonio Joseph Rodriguez, donde trata de la verdadera natural maternidad de la Virgen Maria nuestra Señora por estar en lengua vulgar; determinando al propio tiempo el mismo Santo Tribunal, se borre la Paradoxa VII. donde establece el Autor, «que no se cometen tantos pecados de polucion, ni de su malicia, como comunmente se piensa», porque trata la materia con expresiones tan torpes que no debe permitirse en lengua vulgar. [120] No hay duda que dichas materias están escritas con expresiones poco honestas; pero no son menos ofensivas á qualesquiera oidos castos las de que usan dichas Sumas en romance; siendo mi opinion (de la que no espero retractarme), que son muy perniciosos tales libros en Castellano, y que mas que á evitar el pecado enseñan á cometerle. Asi, pues, Señor Censor, si vmd. no declama contra este abuso, ya puede desde luego enjuagarse la boca, pues no comerá mas cartas mias, respecto que tengo determinado emprehender con la mayor seriedad la version á nuestro idioma del Tratado de Matrimonio de Sanchez, porque tan acrehedor es este á ponerse en lengua vulgar, como que corran en ella las Sumas que dexo nombradas. De vmd. siempre, Harnero.

Carta IX En la eleccion del Estado dan fuero humano y divino la proposicion al Padre y la aceptacion al hijo. Moreto: Comedia: El Lindo Don Diego. Señor Censor. Una Señorita joven, bien educada, y en quanto á su belleza favorecida á manos llenas de la fortuna, me ha escrito la siguiente Carta; léala vmd., escriba contra el abuso de semejantes violencias, compadézcala, y mándeme. [122] Señor Corresponsal del Censor. Muy Señor mio: En nada acreditan mas los Caballeros su nobleza, que quando la emplean en amparar y obedecer á las Damas; y con nada tam-

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poco quedan mas suficientemente pagados que con que estas les presenten ocasiones de lucimiento. Pues recompensas mayores no es posible hallar, que darle en que lucir á lo noble. Hecha yo cargo de esto, y de que dará vmd. al público noticia de mi infeliz estado, para lograr á lo menos la triste satisfaccion de que me compadezca, he determinado comunicársele, suplicándole disimule el melancólico rato que le ocasionaré con su noticia. Hace tiempo que un joven digno de todo mi amor me declaró [123] con la mayor modestia el suyo. Sus nobles prendas, su amable presencia, su talento y sus medianos posibles, me obligaron á no dexar de mantener su llama con mi correspondencia: pensábamos declarar nuestra idéa á mi tio, quien nada habia advertido de la pasion que uno por otro alimentábamos en nuestro pecho, porque no eramos amantes del calibre que otros, ni nos persuadíamos á que para querernos fuese precisa circunstancia dar cuenta á todo el mundo con nuestros ruidosos transportes, no pensando como muchos que el matrimonio debe ser la última aventura del amor, discurriendo que si en la carrera de estas pretensiones no hay algo de escándalo, es tibio el cariño, porque vemos hoy que en el ceremonial del cortejo lícito ó ilícito, quien no busca á su objeto en el templo, en el paseo ú otro parage público, ni dá en qualquiera de ellos con sus [124] acciones y gestos mucho que reír, y muchísimo que murmurar, se le incluye en el número de los amantes patanes; tomando la circunspeccion, la modestia y el modo por tibieza; sino está melancólico y pensativo, es galan de burlas; sino hace al dia diez visitas á su amada, si en cada una de estas no suscita alguna qüestion amorosa, sino escandaliza á los criados y vecinos, y si en el teatro, bayle ú otra qualquiera concurrencia no está eternamente hablando á su ídolo al oido, gesticulando y riyendo á carcajadas, se le figura que no cumple con su obligacion, y que todos le considerarán por muy poco impuesto en el codigo de la galanteria: resultando de aqui mantener la opinion de que no se puede contraher con gusto un matrimonio quando le faltan las circunstancias de la persecucion de los Padres, la de zelos formados baxo falsas apariencias, las quejas, las [125] desesperaciones, los tactos, y casi casi lo que sigue; y que principiar á amar ó formar el amor al mismo tiempo que las capitulaciones, tomando, como decia un discreto, el romance por la cola, es mas propio para un contrato mercantil que matrimonial.

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Me he distrahido involuntariamente de mi asunto; pero volviendo á tomar el hilo de él, digo; que quando estabamos el idolatrado dueño de mi corazon, y yo determinados á dar cuenta á mi tio de nuestro intento (felices ya con la esperanza de su logro), entró su merced en mi quarto una mañana proponiéndome para esposo el hijo de aquella viuda rica que vmd. conoce, y de quien hemos hablado varias veces. Ya sabe vmd. que objeto tan despreciable es dicho sugeto: No contando con el poco cuidado que mereció á la naturaleza, pues á vmd. le consta lo deforme de toda [126] su humanidad, es soberbio, vicioso, necio y brutal en todas sus acciones y pensamientos: hijo de viuda. Como yo tenia todo mi corazon entregado al joven que dexo dicho, y como era imposible borrar de él su imagen, respondí con la mas humilde moderacion lo repugnante que me era este lazo, por no hallar en dicho sugeto prenda que no fuese digna de abominacion y desprecio; que al ver aquellos brutales modos que tenia con su madre, aquella elacion con todos de que era buen testigo su merced, y aquella disipacion de sus intereses en juego, vino y mugeres, le constituian odioso á mi voluntad; y que asi no quisiese unirme con una persona, cuyo corazon estaba tan corrompido: que el matrimonio era un estado tan lleno de sinsabores, que aun efectuado con gusto de los contrayentes, siempre se hallaban en él mayor [127] número de espinas que de rosas, y que considerase quantas serian aquellas hecho á disgusto: que yo pensaba seriamente en salvarme, y que el sugeto que me proponia solo era capaz de hacer infelices mis dias, y aun de faltarle á aquella sagrada fidelidad á que es tan acrehedor un esposo, resultas casi infalibles de tales violencias. Procuró mi tio vencer la rebeldia de mi corazon con razones comunes, diciéndome; que el nuevo estado le mudaria el natural y las costumbres, que el sagrado nudo, el lecho y el tiempo (sin hacerse cargo que el tiempo es el mas cruel asesino de la pasion del amor) cambiaria en este, ó á lo menos en amistad la diversidad de genios de dos esposos; que era rico, y consiguientemente acrehedor á mi consideracion. Experimento, le repliqué, una aversion tan grande á ese sugeto por quien se halla vmd. tan em-[128]peñado, que ningun tiempo es capaz de dexar que le mire con horror: todas sus riquezas no me quitarian el martirio de por vida que forzosamente habré de sufrir siendo su esposa. Quando en los matrimonios no hay mas que amistad, quando no se aman con ternura los que le han abrazado, y quando las satisfaciones y disgustos no son perfectamente recíprocos, está mal acoplada aquella union. ¿Hé de verme yo ob-

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ligada hasta la muerte (que continuamente estaré deseando por considerarla término de mis infelicidades) á hacerme criada del que aborrezco? ¿Y ha de estar siempre con máscara mi corazon fingiendo un amor que no tengo, ni podré tener? ¿El tálamo y la mesa que debe ser el teatro de las mayores y mas dulces satisfacciones, serán otra cosa que del desvío, del disgusto y del horror? ¿No hay mas que decir; ahí tienes ese hombre para marido, para que sea tu due-[129]ño, y á quien has de estar sujeta hasta la muerte, le has de amar, aunque tu voluntad lo repugne, acordándole siempre que guste los últimos y mas preciosos favores? ¡Santo Dios! ¿con qué placer podré desempeñar obligaciones que me serán tan odiosas? ¿Cómo he de manifestar un semblante risueño y un ánimo tranquilo al mismo tiempo que mi alma esté hanegada en el mas amargo llanto? horror á mi esposo : : : amor á otro : : : virtud en mí : : : ¡Ah tio qué terrible contraste! ¡y qué digna de compasion es qualquiera muger casada, virtuosa, apasionada y no de quien debe estarlo! ¡Cómo podré sufrir las finezas de la obligacion de mi consorte, quando le aborrezco! ¡Ah qué dolor! Tio mio, no quiera vmd. sacrificar esta inocente víctima. El pesar que me causa su empeño, le están manifestando las lágrimas que corren por mis mexillas, la palidez que se apoderó [130] de mi semblante desde el momento que vmd. me ha declarado su intencion, y finalmente la misma repugnancia mia á su gusto, quando tiene repetidas pruebas de que jamás he tenido otro que darsele en todo. Mal se advierte, me replicó con una vista torba y ferino semblante, que quieres dármele, quando te hallas tan tenáz en no querer asentir á lo que te propongo; previniéndote por último que es forzoso obedecerme, que soy tu tio, acaudalado y dueño de dexar por heredero á quien quiera, que de ningun modo pienso seas tú sino asientes á mis intenciones; y con estas últimas palabras se salió de mi quarto, dexándome llena de confusion y temor. Todo aquel dia y siguiente se advertia en el semblante de mi tio una mezcla de afecto y desvío ácia mí, causado de que dudaba si permaneceria constante en mi opi-[131]nion, ó si por el temor de que me abandonase, seguiria la suya, y asi los pasé llena de dudas y sobresaltos, quando al tercero, vino á verme un amigo suyo, confidente y consejero, el qual á pocas palabras que habian corrido en la conversacion introduxo el empeño de mi tio, representándome oráculamente las ventajas que se me seguian de resignarme á su gusto, las desventajas de lo contrario, diciéndome que, aun quando el propuesto mereciese toda mi aversion, y fuese para mí la persona mas repugnante, mi principal obligacion era la de obedecer.

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Al escuchar proposicion tan escandalosa toda la natural moderacion de mi ánimo no fue capaz de contenerse, ni aun en unos regulares límites; y asi le repliqué, diciéndole; me admiraba su estilo y opinion, me admiraba se mezclase en asuntos que de ningun modo le competian, y me admiraba, ó por [132] mejor decir me escandalizaba se empeñase en hacer infeliz á una criatura que en nada le tenia ofendido, y últimamente, que no continuase en su empeño, porque saldria desairado de él, ni que en lo succesivo me favoreciese mas con sus visitas, pues me servian de cortísima satisfacion: que era cierto pendia mi subsistencia de la voluntad de mi tio, pero que no le consideraba tan cruel que me abandonase, porque discordasemos en aquel particular; y que respecto no tenia heredero mas forzoso que yo, estaba muy distante á persuadirme que por un asunto de tan corta consideracion, y en que la razon se hallaba tan de mi parte, me dexase expuesta á los riesgos de que está rodeada una joven huérfana, pobre, y si no linda, tampoco fea, pues no me desconocia tanto, que no creyese ser muy capáz de merecer algun cuidado á los hombres. Al oir estas últimas razones se [133] levantó, y diciéndome solamente: No se queje vmd. de lo que la sobrevenga; pasó inmediatamente al quarto de mi tio donde estuvieron hablando mas de dos horas. Todos los dias que pasaron desde este hasta aquel en que se verificó la muerte de mi tio, fueron para mí aciagos y tristísimos; aquel amor que antes me manifestaba, se convirtió en ódio; me mandó entregarle las llaves de baules y dispensa; no me permitió comer mas á la mesa con su merced, tampoco salir de casa sino á cumplir con las precisas obligaciones de Christiana. Experimentaba una maligna satisfacion quando me injuriaban los criados; no hubo desprecio ni maltrato que no exercitase conmigo, no me hablaba, ni permitia que le viese, y para complemento de todas mis desdichas murió aquel joven de quien dixe á vmd. me hallaba tan apasionada. ¡Triste memoria! En esta lastimosa y deplorable [134] situacion me mantuve tres años hasta que al fin de ellos se sirvió Dios llevarle para sí. En el curso de su enfermedad, que fue dilatada, rogué llorando muchas veces al consabido amigo suyo me permitiese asistir y ver al enfermo, pero fueron vanas todas mis súplicas. Inexôrables este y el paciente á mis justos ruegos, viví envuelta en dolor y desesperacion todo el tiempo que duró el mal; se agravó este, el Médico corporal le previno se dispusiese, confesó y recibió á su Magestad con la mayor edificacion segun dixeron, pues á mí no me era permitido verle, dispuso su testamento cerrado, y murió.

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Luego que una criada vino al gavinete en que me hallaba retirada á comunicarme esta triste é infausta nueva, pase inmediatamente, guiada del dolor y afliccion al quarto del difunto para cerrarle los ojos en prueba de mi afecto, y besarle los pies en la de mi respeto; [135] pero ni aun este consuelo se me acordó, mandándome al instante el citado amigo que recogiese algunos trastos si los tenia, y me saliese luego luego de la casa, pues no le habia en ella mas escusado que yo. ¿Cómo es eso, le repliqué, pues mi tio, mi amado tio dexa cláusula tan cruel en su última disposicion? No Señora, me dixo, no dexa mandado eso, pero lo mando yo, y para que vmd. vea lo inutil que es su persona en esta casa, escuche el testamento que ha dexado dispuesto. Empezó á leerle el Secretario, y oigo dexa destinados diez mil pesos para que se edifique una Capilla á no sé que Santo, en no sé que Convento; que se digan por su alma quatro mil Misas, que acompañen su cuerpo quantos Religios y Sacerdotes hubiese en la Ciudad al tiempo de su fallecimiento, y que del remanente dispusiese su consabido amigo, á quien dexaba declarado el uso que debia hacer de él. [136] Podré tener, le pregunté, alguna esperanza de que me toque algo de ese remanente? No Señora, me respondió, ni un maravedí. Todos me compadecieron; y hasta el Escribano dió como señas de que sentia el abandono en que yo quedaba. Este es Señor Harnero el estado en que me hallo, sin tener al presente otro alivio en mi cuita que el que me proporcionó aquel Caballero amigo de vmd., en cuya casa estoy de limosna. Sin embargo que mi tio me ha dexado abandonada, expuesta á mil riesgos, y hecho de sus caudales el uso que no debia, me templa mucho este dolor el consuelo de que ha muerto su merced con todos los Sacramentos, que hubiese dexado tantas Misas por su alma, como tambien la gran suma de dinero para construccion de la mencionada Capilla.” Siempre apasionada de vmd, Maria de los Dolores.

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Carta X Maximæ cuique fortunæ minimæ credendum est. Tit. Liv. Lib. 30. De nada se debe fiar menos que de una fortuna rápida. Señor Censor. ¡Oh, y qué cierto es que las glorias de este mundo pasan como un relámpago! Aun aquellas pocas que se disfrutan, es siempre con mas porcion de aloe que de miel; ¡y oh! que cierto es tambien que depondrán [138] en mi abono todos los felices, y dirán que apenas empieza un hombre á saborearse con alguna fortunilla, quando viene empujándola á galope tendido un pesar para ocupar el nicho que la otra dexa. Digo todo esto, porque con motivo de haber ido dias pasados á ver una funcion de toros (diversion para mí de las mas esquisitas y gustosas, por lo mucho que se me cae la baba de placer siempre que veo matar hombres y caballos; asegurando á vmd. que cada vez que la fiera acomete á algun torero y le maltrata hasta mas no poder, es tanta mi complacencia que ni me acuerdo que aquel infeliz es hermano mio de padre y madre, que yo he contribuido con mi dinero á su desgracia, ni tampoco que le expongo á dar un brinco de mil doscientas cincuenta y una leguas, que dista de nosotros el Reyno de Pluton, segun las exâctísimas medidas que debió de haber tomado para [139] asegurar esto el Doctor Boneta, cuya peregrina noticia nos comunica en su inmortal libro Gritos del Infierno, obra dedicada á quien se halle en pecado mortal, que es lo mismo que haberla dedicado á las quatro partes del mundo. Original pensamiento, y original paréntesis este mio por lo dilatado; pero ya le cierro). Digo, pues, que no hay para mí mayor echizo que ver la uncion en un palco (¡decentísimo aloxamiento para un Sacramento tan grande!), hecho todo el amphiteatro una carniceria, tripas de caballos alli, sangre de otro allá, y acullá un hombre herido ó muerto: ¡Jesus! en faltando alguna de estas lisongeras circunstancias, me enfado que es un contento, pues yo no doy mi dinero por otro fin, ni pienso en si lo que se saca es para curar pobres ó ricos. Dicen algunos que pecan los que contribuyen para seme-[140]jantes bárbaros espectáculos; pero lo dudo mucho, respecto veo asistir á ellos infinitos Eclesiásticos, quienes si no fuese una diversion muy lícita, era imposible concurriesen á tal funcion; sin embargo que me escuecen algo varias especies que he leido sobre el asunto, máxîme aquella, de que por nin-

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gun caso se debe hacer cosa mala, aunque se sepa de positivo que ha de resultar de ella una buena; pero los hombres, como dice las niñas de mis ojos Tácito, Veteribus, etiam quæ usus evidenter arguit, stare malunt: mas todo esto es fuera del asunto principal de mi Carta, y asi mudando la hoja paso á decir á vmd. que para que en todo fuese completa mi satisfacion, principiaba á correrse el último toro, quando se llegó á mí un hombre de nariz aquilina, ojos garzos, color cachumbo, y en su vestir vaciado á la antigua, el qual con muchos recon-[141]comios y contorsiones me preguntó si era yo el Corresponsal del Censor, porque segun las señas que le habian dado de mi persona, tales como nariz larga, ojos chicos y vivos, maltratado el semblante de las viruelas, rizos flotantes, cargado de espaldas, estatura mediana, de aspecto melancólico, y en el andar ayre de esportillero hecho y derecho, no podia ser otro que esta misma mesmedad. Si señor, le respondí, yo soy ese propio Corresponsal; ¿tiene vmd. algo que mandarme? = Servir á vmd. señor Harnero, ofrecerme á sus órdenes, y asegurarle tiene en mí uno de sus mayores apasionados, porque cosa mas salada ni mas chusca que sus Cartas, no la he leido en mi vida. ¡Con qué gracia dice vmd. un millon de desvergüenzas! ¡Con qué tuneria se dexa caer a plomo sobre mas de quatro que ni aun por el talon se creian vulnerables! los quales por el siglo de mi abuela [142] que están con vmd. furibundamente endiablados; pero amigo, valor, constancia y golpe de pluma que los hunda: celebro haber tenido esta ocasion de ofrecerme á sus órdenes, y de conocer á un sugeto que dice la verdad sin tiquis miquis, y no como ese Censor que se anda allá con unos ambages, alegorias, parábolas y diabluras incomprehensibles: la mitad, y mas de la mitad de los que leen sus Discursos, se quedan en ayunas de lo que quiso decir, sin hacerse cargo que la viveza española no permite leer un renglon dos veces; y que si á la primera no lo entiende, se queda sin penetrar el asunto toda la vida; siendo á la verdad esta una de las causas porque sabemos tan poquito. Ahi nos andubo cosmosiando por todos lados, y estaba por poner mi cabeza que no han entendido cincuenta personas la tal cosmosidad. Bien haya vmd., bien haya la ma-[143]dre que le arrojó á este miserable valle, y bien haya el dia en que emprendió tal correspondencia. Yo que me ví tan elogiado, empecé á creerme hombre de algun mérito, sin embargo que hasta entonces ignoraba ácia que mano me caia; y dándole las mas humildes y expresivas gracias por el panegírico, salí de la plaza con toda la tramontana en mi cabeza; pues principié á formar desde entonces tal concepto de mí, que no me cambiaba, aunque me diesen dos pesetas

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encima, por quantos Colectores de comedias hay y puede haber, persuadido á que todos juntos no valian ni para cortarme la pluma. Con esta altaneria y elacion de ánimo llegué á mi casa, asombrado de mi talento y precipitada fortuna, quando encuentro en ella la siguiente Carta que para mí habia llevado cierto Cartero á cierta libreria. Leerla y caerseme el alma [144] á los pies todo fue uno, porque como acababa de oir elogios tan desmesurados de mi persona, y el que me escribia tomaba rumbo diametralmente opuesto, se me congeló la sangre, y todo yo quedé como puede vmd. considerar queda uno á quien de repente le ajan la vanidad: pero porque no digan de mí que solo refiero los elogios que me dispensa la bondad de algunos sugetos, y oculto los defectos que tengo, y me estrellan otros en mi cara; ahí vá la Carta con casi el propio pelo y lana que la recibí: Dios le perdone á su Autor el mal rato que me ha dado, y á vmd, guarde muchos años, para que nos cosmosie eternamente, que bien lo necesitamos. Jesus mil veces, señor Corresponsal, y con qué furia sale vmd. al teatro literario! ¡Fuego de Dios, y que tal esgrime vmd. á tuerto y á derecho, á atajo y á [145] reves el sus Minervam contra el pobre del Censor, dándole estocadas de á quarta, y mogicon de arroba! Poco á poco, señor mio, que acá estamos todos, y donde las dan las toman. Despacito compadre, que si vmd. es el mismo demonio, tambien hay gente en casa que es el mismísimo diablo. Qué, ¿no hay mas que tirar porrazos, y el que cayere que caiga? Pues amigo, ya que vmd. se nos viene con tanto valor armado de punta en blanco, con morrion y rodela, ha de saber vmd. que ni por esas le tienen miedo los majetones de capotico marsellés, y cuchillo de abordage. No señor, vmd. no se irá seguramente al otro mundo sin pagarlas, y no le doy dos quartos por sus tripas. Si vmd. se hubiera metido solamente con algun Filósofo de narices largas, de estos que tienen mas paciencia que el Censor (que es la última pon-[146]deracion) ciertamente que no correria peligro su vida, y podria vmd. decir quanto se le antojase. Pero meterse con los Poëtas españoles, y reprehender al Censor porque gasta malamente el tiempo en desengañarlos, debiendo de dexarlos como vulgo despreciable é incorregible, digo: ¿es esto cosa de chanza? ¿Vmd. conoce bien la gentecilla esta? Pues apuradamente que fue vmd. á parar consigo á la última casa del lugar. Atienda vmd., y verá si son moco de pabo nuestros Poëtas. Todos quantos tenemos ahora, son muchachos como perlas que se pintan solos como la una de la noche por las calles de Madrid. Los mas de ellos están protegidos de muchas señoras, y sobre todo del brazo femenino del teatro,

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que bien sabe vmd. lo que puede este tribunal. Saben por principio de buena educacion casi todos jugar diestramen-[147]te el cuchillo, florete y sable como ninguno, y hasta la hora presente, nadie se la ha hecho que no se la pagase con réditos. Y si alguna alma de cántaro se le escapó, fue por no saber donde vivia. Ellos están en la posesion (no sé si inmemorial) de divertir y entretener á la cazuela con su buen humor y gracias poëticas, y consiguientemente tienen á su favor todo Madrid. Ya no es la primera vez que hasta las mismas del Avapies se interesaron en tomar venganza de los agravios que algun otro indigno les habia hecho. Por otra parte: ¿Cómo quiere vmd. que le crean sobre su palabra, ni hagan caso de las zurras que vmd. el Censor, y otros como vmd. y el Censor les pegan sobre los preceptos de la Poëtica, que (segun vms. dicen) quebrantan á cada paso? Es bueno que no hacen maldito el caudal de Horacio, Ju[148]venal, Persio, Aristóteles y otros ancianos tan respetables por sus canas, ¿y querría vmd. que le hiciesen de sus papeluchos? además de que, ¿vms. por qué los reprenden? ¿Por qué buscan de comer por medio de sus poësías? Hacen muy bien si hay quien se lo dé. Vmd. ya se vé, dirá que no saben su oficio: pero amigo, vmd. me perdone que en esta parte no sabe la que se dice, y si no digame vmd. ¿aun quándo no se les quieran conceder las demás disposiciones para la poësía, se les podrá negar justamente la fuerza de su imaginacion, ó lo que se llama poëticamente hablando, el talento de invencion? Pues esta es la parte principal que (segun dicen los que lo entienden), constituye al Poëta in esse talis. ¿Y despues de esto, habrá valor para perseguirlos y quitarles, como dicen, el bocado de la boca? A vms. ¿qué les vá ni que les [149] viene que ellos ganen con este tráfico literario de idéas sus dinericos? ¡Ah de Dios, dicen vms. (allá con un ayre filosófico que el mismo demonio que los entienda, ni sepa que quieren decir con estas frases) que qualquiera Escritor del público debe tener presentes los progresos de la literatura,el honor de la nacion y del siglo, el juicio y los sufragios de la posteridad! ¡Bravo! ¿y qué tienen que ver los Poëtas de Madrid con las gentes que han de venir de aqui á seis siglos, supongamos? ¡Oh! si los Poëtas de ahora hubieran de andar en estas contemplaciones, y hacer caso no digo de los venideros (porque estos todavia no hablaron una palabra, ni nos dixeron de que poësía gustaban) sino de los antepasados; por Dios que estarian bien adelantados sus mercedes! ¿Quién le parece á vmd. por esta regla que se hubiera metido á ser Poëta sin [150] que le temblaran las carnes, si cada qual tuviera presente este precepto de Horacio? Art. Poet. v. 385.

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Tu nihil invita dices, faciesve Minerva: id tibi judicium est, ea mens, si quid tamen olim scripseris in Meti descendat judicis aures, et patris, et nostras; nonumque prematur in annum. Membranis intus positis, delere licebit, quod non edideris: nescit vox missa reverti. ¿Qué tal? ¿no le parece á vmd. que era menester tener mas flema, que un Aleman, y mas cachaza que un Maragato para poner en obra el consejo del tal Horacio? Experimentar cada uno en sí la vocacion y numen de Minerva antes de ponerse á escribir: consultar despues con los inteligentes sus producciones, tenerlas aun asi nueve [151] años en el cartapacio para enmendar ó borrar lo que parezca malo: pregunto: ¿se compone bien esta pesadez con la vivacidad de un ingenio español, y particularmente de un Poëta? ¿y el comer? Un joven de veinte años que tiene talento para versificar de un modo que agrada á las gentes, y le produce dinero, ¿por qué se ha de meter á Albañil, ó á Cantero, ó á otro oficio de la República solamente porque se le haya antojado al Monsieur Boileau (á ese que algunos ignorantes llaman el Horacio frances) decirnos con tanta insulsez, como barbarie: Soyez plutôt Mazon si c’est votre talent, ouvrier estimè dans un art neccessaire, q’Ecrivain du commun, et Poête vulgaire. Il est dans tout autre art des degrés differens, [152] on peut avec honneur remplir les seconds rangs. Mais dans l’art dangereux de rimer, et d’ecrire Il n’est point de degrés du mediocre au pire: Qui dit froid Ecrivain, dit detestable Auteur.111 Baya que seria bien pobre de espíritu el muchacho que se parase en estas temeronas de Horacio, y otros antiguos tan chochos y caducos como él, ó sepultase su talento por los caprichos de tanto botarate Frances, como crió el demonio para Poëta! ¿Qué sabian estos bestias del modo en que se habia de hallar Madrid el año de ochenta y seis, ni quien les dixo á ellos que los Españoles habian de gustar para este tiempo de las reglas que ellos nos dexaron tantos años hace escritas? ¡Con qué por-[153]seguirlos á ellos habian de morir de hambre hoy dia nuestros Poëtas? !Bueno! ¡Por cierto que estaria bien servida la Juventud poëtica de España si se gobernára por estos consejos! Vms. amigos nos echan á perder miserablemente por querer que 111

Art. Poet. Cant. IV. v. 26.

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los Franceses nos sirvan en todo de modelo, y sean nuestros únicos Maestros. España siempre tuvo Poëtas propios de España, y conocidos como tales en todas las naciones sin mendigar maldita la cosa de los extrangeros. Esta gloria nadie se la niega hasta el dia de hoy, sin embargo de que las cosas van como van. Además de que señor: ¿quién demonios les manda á los Franceses leer nuestras poësías, ni asistir á nuestros teatros? ¿Por ventura nosotros asistimos á los suyos, ni tenemos gusto en oir sus versos tontos, celticos, y mal sonantes? Considere vmd. que cosa tan bonita, volviendo á los versos de Boileau. [154] Soyez plutôt Mazon, si c’est votre talent, &c. Que parece que habla uno con lengua de trapos ó de palo. Vale mas un voto á Dios en español dicho en verso por un Cid, ó un Conde de Castilla, que un millon de mon Dieus, proferidos por un collon de un Frances quando se halla apurado. Lo mismo digo de los venideros. Esta sí que es otra. Yo quisiera preguntar á los que trabajan para la posteridad: ¿asi cómo nosotros no nos gobernamos por los antiguos, ni hacemos caso para nada de sus composiciones, no harán lo mismo, y con razon, los Poëtas venturos con nuestras poësías? ¿Qué derechos tiene el siglo presente sobre la generacion futura? ¿Quién sabe si para el año de dos mil estaremos todos nosotros vueltos hormigas, ó aun quando no lo estemos, si tendremos la misma lengua, narices, cerebro y demás configu-[155]racion exterior como al presente? ¿Quién puede asegurarnos de que no nos volveremos acaso á aquel mismo estado de insensatez y barbarie en que encontramos sumergidos á los Americanos quando su conquista? ¿Y entonces, de qué nos servirán los libros de nuestros antepasados? Lo mismo que sirvieron á algunas naciones antes ilustradas, y despues salvages los de sus mayores: de aplacar la ira de los Dioses entregándolos al fuego por las maldades que enseñaban á los hombres. Y, ¿si llega este tiempo (como naturalmente puede llegar) de que servirá quanto hay escrito? En esta consideracion: ¿no hacen perfectamente nuestros Poëtas en burlarse de los Franceses, de vmd. y del Censor, quando les predican, que tengan presentes en sus composiciones la fama póstuma, los sufragios y los votos de la poste-[156]rioridad! ¿Qué viene á ser para nosotros la posteridad? Para el caso nada. Morirse, pues, nuestros Poëtas de hambre por unos hombres que aun no nacieron, y si han de nacer, todavia no se sabe si serán como nosotros, seria la cosa mas graciosa del mundo. A ellos lo que les conviene es dar gusto á las gentes entre quienes viven: pasarlo sin necesidades mientras están por acá, y en muriéndose campana por gaita, y el que viniere detras que arree, que asi nos sucede á to-

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dos. Esta sí, que á mi parecer es cordura; lo demás es boberia de esos Poëtas antiguos, filósofos en el nombre, que por estas y otras majaderias que se les metieron en el craneo, vivieron atormentados, aborrecidos de su siglo, y murieron al cabo á la puerta de un Convento con la hortera al lado, y consumidos de piojos. No señor, nuestros Poëtas tienen un poquito de [157] mas crianza; nacieron (gracias al Señor) en mejor tiempo, y no piensan morir tan soezmente como esos pobres petates de otros tiempos.” Reflexîone vmd. maduramente quanto dexo expuesto, y mande á El amigo de la Paz. Señor Corresponsal del Censor. [158] P.D. Supongo que habrá vmd. visto ú oido hablar de una obra magna, que nos anunciaron dias pasados las esquinas, impugnando el número CXIX. de vmd. en que critica a los tabacosos. Parece que el discreto Autor de semejante original produccion me atribuye dicho Discurso; con cuyo motivo, usando de expresiones que jamás habia leido, porque nunca he visto el Diccionario de los Zaguanes, me dá una carrera en pelo de las mas chuscas, y mas capaces de divertir á un muerto en el profundo perpetuo letargo de su insensibilidad; porque llamar á dicha Carta Crítica bufona, y á mí, que presume soy Autor de ella, Ente descomunal, archivo de perjudiciales insulseces, hombre delirante, murmurador eterno, demente, ó aprendiz de tonto, par-[159]lero corresponsal, &c. &c. &c. son cosas delicadas, y que apoyan su razon, tanto como la autoridad y versos del Filósofo Sueco, que copia en su inmortal Obra; sobre cuyos particulares no se me ofrece por ahora otra cosa que decirle, sino poner en su noticia, como habiendo insultado los Clazomenianos á los Magistrados de Esparta, mandaron los Ephoros de estos fixar carteles, en que avisaban, se les permitia á los Clazomenianos cometer y decir necedades. Hágame vmd. el favor de comunicar esta anedocta [sic] al señor Factor del Juzgado casero, á fin de que prevenga al discretísimo, doctísimo y atentísimo Arandilla, se aplique dicha Moraleja, y que en lo sucesivo se informe mejor de los verdaderos Padres de las obras que con tanto acierto, solidez y crianza impugna, y asi se escusará del rubor que es forzoso le cause la pre-[160]cipitacion con que se arroja á hacer juicios temerarios.

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Carta XI Tous les hommes sont fous. & malgrè tous leurs soins, ne different entre eux que du plus & du moins. Boileau. sat. IV. v. 39. Todos somos unos locos; y aunque jamas lo creemos, solo nos diferenciamos en un poco mas o menos. «¿Se podrán ver hombres mas salvages que los Salvages de América? Unos andan cubiertos de pieles, otros desnudos. Se pintan el cuerpo [162] de varios colores; se untan el cabello con el fin de que parezca mas negro: trahen en su cabeza cierta especie de coronas que adornan con varias plumas, dexando solo algunos en ella un corto mechon de pelo. Hacen gala de ennegrecerse los dientes, valiéndose de diferentes drogas para conseguirlo: viven sin domicilio, y errantes lo propio que animales. Hasta á sus propias mugeres miran con la mayor indiferencia, y tanto, que haya una nacion toda de Gigantes, conocida con el nombre de Patagones, que convidan con ellas á los forasteros que arriban á sus Playas. ¿Puede tirarse mas lejos la barra de la barbaridad? Absolutamente son imbeciles: pues los chinos; esa nacion que nos describen tan culta; la tengo por tan salvage como los otros. ¿Qué civilizada estará una gente donde las mugeres oprimen tanto el pie [163] para que no crezca, que muchas necesitan andar sostenidas de dos criadas, pues de lo contrario no podrian dar un paso? Bendita sea la Europa donde se desconocen semejantes ridiculeces y extravagancias.» Asi se producia, señor Censor, noches pasadas en una tertulia cierto Caballero, á quien todos escuchaban, y todos daban la razon; pero conociendo yo que ninguna casi le asistia en lo que acababa de proferir, le dixe: señor mio, hace mucho tiempo que tengo advertiendo lo injustos que somos los hombres para con los hombres: nos creemos exêntos de los perjuicios de la educacion, y esta persuasion en que vivimos es la que presenta tantos obstaculos á la verdadera Filosofia: con nuestras preocupaciones: mil errores nos inspira la educacion; nos acostumbramos á los usos de la Patria en [164] que hemos nacido, y de tal modo nos agradan, que ni buenas ni ventajosas son para nosotros las costumbres de otros payses,

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sino en cuanto tienen una casi total analogia con las nuestras. Nos apasionamos por nuestros usos, y por las opiniones que en nuestra infancia nos han hecho abrazar, desaprobando todo lo que no se conforma con ellas. De aqui tuvo sin duda origen el dicho de que, medio mundo se rie del otro medio. ¿Qué diria vmd. si yo le probase que esas mismas costumbres de los Americános y Asiáticos de que tanto se burla, y por las que les dispensa con suma generosidad el honroso título de salvages, son con corta diferencia las mismas que tiene la cultísima Europa? Señor Harnero, me replicó, no es posible demonstrar eso, ni que vmd. lo diga de veras, porque á persuadirnos que hablaba sinceramente, [165] creeriamos tambien que era uno de esos mismos Americanos. La Europa es muy culta: no se hallan en sus naturales los delirios que en los Salvages, quienes solo se diferencian de las bestias en andar en dos pies; ¿y quiere vmd. empeñarse ahora en hacer su panegrírico? Hombres que no saben que hay un Dios que premia y castiga, ¿se pueden comparar con los Europeos? Amigo, perdone vmd. le diga que necesita freqüentar una temporada la escuela de la razon y buen juicio para sanar de esa preocupacion en que vive. A ella le dixe, remitiria á vmd. si supiese en que parte se hallaba; pero respecto no exîste tal escuela, escuche su prudencia las razones que paso á exponerle, y falle despues como le parezca. Es cierto que comunmente andan desnudos aquellos Americanos, aunque en muchas partes se ciñen [166] las mugeres un delantal por la cintura, que les llega hasta la pantorilla, y los hombres trahen un taparabo con que cubren lo que manda la honestidad; es cierto tambien que se pintan el cuerpo dibuxando en él varias figuras y flores con ciertos aceyetes y resinas viscosas que extrahen de los árboles: pero es menester advertir que esto lo hacen con el solo fin de libertarse de varios insectos que los incomodan; sirviéndoles tambien de defensivo contra las injurias del tiempo, y de ponerlos mas ágiles para carrera, con cuyos preservativos consiguen igualmente no disiparse tanto con la continua traspiracion que les ocasiona el inmenso calor que sufren. Pintándose los indios la piel, hallan en esto una ventaja real, dictada por la naturaleza para la conservacion de su exîstencia: pero los Européos, que sin necesidad usan de [167] tan ridículos y pecaminosos ardides, para ardornar el semblante, la garganta y demás partes del cuerpo que llevan desnudas, no tienen para ello otro motivo ni intencion que ocultar los defec-

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tos, ó recibidos de la naturaleza, ú ocasionados de la edad; y esto nadie podrá negar que es una hipocrecia y maldad verdadera. Donde el frio es excesivo y no permite á los Americanos andar desnudos, es notorio que visten de pieles para defenderse de su rigor: y nosotros pudiendo usar de otros arbitrios de que carecen aquellos Salvages, compramos dichas pieles á excecivos precisos, siendo en nuestra opinion el mas magnífico y noble adorno con que nos podemos presentar en las mas brillantes y numerosas concurrencias; fuera de que si los Americanos adornan su cuerpo pintando en él varios animales; frutas y flores; ¿no vemos en la [168] culta Europa procurar imitar en quanto es posible este gusto de los Salvages con vestidos de distintos colores, en que están dibuxados varios insectos, flores y frutas, distribuido todo tan pictorescamente como en los mismos Indios? Ahora, pues, digame vmd. ¿con qué reflexîon y juicio proceden los Européos que se pintan? ¿Qué fin levan nuestras mugeres en llenar su cara de polvos, aguas, carmin y otras asquerosas drogas? ¿Es inocente este adorno? Diganlo ellas, y diganlo todos aquellos que engañados de tan falsas apariencias se precipitaron incautamente en un abismo de vergonzosos males. Si los Salvages de la América se untan el cabello con diferentes raices y aceytes para tenerle mas negro: los Européos se untan con varias pomadas, y llenan despues de arina blanca ó tostada; si hay canas hay polvos de Impren-[169]ta, y otros artificios con que las disimulan. Los Americanos llevan en sus cabezas varias plumas de los muchos y hermosos paxaros de que abundan aquellas regiones. Tambien nosotros adornamos nuestros sombreros con plumages blancos y negros; y las señoras mugeres sus cabezas, añadiendo varias flores naturales ó artificiales, siendo en ellas mas ridículo y perjudicial este adorno, pues por él empeñan sus casas y venden muchas veces : : : no quiero decir lo que venden para adquirir estas vagatelas acrehedoras por todo buen juicio á un decidido desprecio. Algunos Americános, dice vmd. y dice bien, que no dexan en sus cabezas mas que un corto mechon de pelo. Al contrario los Européos, quienes procuran sean sus cabellos los mas dilatados; y quando ó por temperamento ó por edad no [170] pueden conseguirlo, se adornan con los de otros que han muerto, ó se le quitaron por alguna enfermedad; siendo este uso mas risible y digno de compasion en el sexô mas debil, porque no solo se valen de

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dichos arbitrios y falsos adornos, sino que se estiende su vanidad á fatigar la cabeza con cerda, lana ú otra cosa equivalente, de modo, que he visto destrenzarse á varias, y me admiró el almacen de asquerosas materias con que para engañarnos se adornan y fatigan. Si un pie breve es tan recomendable en la China, que para conseguirle se martirizan tanto; pregunto, ¿qué hacemos nosotros? y aun las Européas llevan en atormentarse muchas ventajas á aquellas Asiáticas, pues viven en un potro continuo, apretándose la cotilla para conseguir un buen talle, sin reflexîonar las infinitas enfermedades que adquieren con semejante tortu[171]ra. ¡Santo Dios, y qué trabajo les cuesta á muchas el condenarse! Es cierto que los mas de dichos Bárbaros (infelices estaria mas bien dicho) no solo desconocen al verdadero Dios, pero ni aun idéa tienen de Deidad alguna: ahora, pues, hablemos sin pasion. ¿Qué idéa tenemos formada nosotros de la verdadera que adoramos, mintiendo, jurando en falso, matando, robando. Quitando el crédito al próximo, abandonándole en sus necesidades, y últimamente viviendo encenagados en los mas asquerosos y hediondos vicios? sabemos que todo esto nos está prohibido por la ley, y delinquimos no obstante. Los Indios ninguna conocen. ¿Quiénes son mas criminales? Quiénes son mas bárbaros? La respuesta es facil. Viven errantes y sin domicilio alguno: sí señor, lo confieso; y confieso tambien que hemos nacido para favorecernos recíprocamen-[172]te unos á otros; de cuya mutua dependencia resulta toda la ventaja de la Sociedad, pero el objeto principal de esta union ó contrato social, fue obligar á todos los contratantes á socorrerse y auxîliarse mútuamente, y no á dexar que usurpen unos todo, á autorizar muchas veces dichas usurpaciones, y á mirar con ánimo tranquilo que otros se hallen faltos aun de aquello preciso para subsistir. ¡Qué atacada está la culta y christiana Europa de esta enfermedad! En quanto á esa Casa de Titanes que conocemos con el nombre de Patagones, despues de negar su exîstencia ahora, ni en tiempo alguno, digo; que si ellos ú otros Indios entre los varios obsequios que hicieron á los Européos á su arrivo, fue uno ofrecerles sus propias mugeres (barbaridad digna de la mayor abominacion), me es forzoso decir á vmd. que todo el mun-[173]do es Popayan. En Europa no hacemos tal presente con la sincera necedad que los Salvages de la América: no amigo mio; somos sin duda un poco mas circunspectos; y asi hemos tomado el medio término de mandar nuestras esposas á la Corte en seguimiento de algun pleyto ó pretensiones. Las permitimos que ellas mismas pidan dinero prestado á muchos su-

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getos, encargándoles no lo sepan sus maridos quando son ellos mismos quienes las importunan y obligan á dar este vergonzoso y arriesgado paso. Disimulamos que reciban el relox, la bata, el anillo de quien á tiro de ballesta se advierte el fin de su prodigialidad. No apuramos el milagro de cómo nuestras mugeres gastan sin empeñarse tres ó cuantro mil ducades al año, no teniendo mas que quinientos de renta, y algunas veces menos. No hacemos caso de que vayan siempre acompañadas de : : : [174] ¿Esto qué quiere decir? Ó yo entiendo poco, ó quiere decir que somos muy Patagones, con la añadidura de ser mucho mas refinada nuestra malicia, y mayor nuestro delito. Los Indios que cometen esto son Idólatras, son Bárbaros, son Salvages; pero nosotros somos Christianos. ¡Qué Christianos! Sobre la falta de talento, ó por mejor decir, la absoluta imbecilidad que tan generosamente les atribuye vmd., puede estar seguro no es original en este pensamiento, y consiguientemente tampoco el primero que les hace tan atroz injuria; porque el menos instruido sabe que á poco de haberse conquistado el Perú, se celebró en Lima un Concilio en que se declaró que los Indios á causa de su incapacidad debían ser excluidos del Augusto Sacramento de la Eucaristía: pero Paulo III pensando con otras luces, equidad y razon, expidió una Bula en 1537, [175] declarándolos en ella criaturas racionales, y por ilacion precisa con derecho á todos los privilegios del Christianismo. La imbecilidad de los Indios aun de los que llamamos Bárbaros, se dexa conocer en las razones con que nos arguyen, y que se leen en la Historia Natural y Moral de las Islas antillas. Afeándonos aquellos naturales la insaciable sed del oro que nos llevaba á su pais, diz tomaban en la mano un pedazo de este casi siempre delinqüente metal, y presentándole decian: Este es el Dios de los Christianos: por este dexan su pais; por este nos persiguen, y arrojan de nuestros hogares; por este se dán muerte unos á otros, y están siempre inquietos y sobresaltados. ¡Qué miserables sois Christianos, exponiendo vuestras personas á tan penosos viages! El deseo de adquirir riquezas, os obliga á sufrir tantas incomodidades: siem[176]pre estais azorados temiendo os roben, ó que trague la mar vuestros tesoros; asi envegeceis antes de tiempo, se llena de rugas vuestra frente, y os atormentan tantas incomodidades. En lugar de estar alegres y contentos con vuestra suerte, como nosotros con la nuestra antes de conoceros, despedazais vuestro corazon con los disgustos y remordimientos que voluntariamente os atraheis, caminando con este motivo precipitadamente al sepulcro. Venís á arrojarnos de nuestro pais, amenazándonos continua-

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mente con que os habeis de quitar lo poco que nos resta. ¿Qué mas quereis de nosotros? ¿Qué pretendeis? ¿Acaso que vayamos á morar con los peces? Muy mala debe ser vuestra tierra quando la dexais por venir á posesionaros injustamente de la nuestra, y á perseguirnos con una alegria de corazon que manifiesta lo inmenso de vuestra malicia. Asi discurren [177] aquellos Idiotas, aquellos Bárbaros. ¡Qué no hubiese en Europa doscientos milliones de hombres que discurriesen y arguyesen tan bárbaramente! No es mi ánimo entrar en otros por-menores sobre los usos de los Salvages Americanos y de los Ilustrados Européos. El gusto á lo bello y a las idéas de la perfeccion dependen en ella, como en otros parages de las leyes, del clima y de los principios de educacion que se reciben. Seria un imposible pretender fixar tanta diversidad de opiniones, y destruir preocupaciones casi identificadas con nosotros. Quantas cabezas, tantos pareceres, es proverbio, cuya verdad está acreditando continuamente la experiencia; y que deberia hacernos mas circunspectos en nuestros juicios sobre los varios usos de las naciones. La razon y el buen juicio (á cuya escuela queria vmd. remitirme), nos mandan no condenar sino aquellos donde la triste hu[178]manidad encuentra desventajas reales, que se dirigen á su destruccion, ó donde la naturaleza tiene justos motivos para quejarse. ¿Se persuade vmd., señor Censor, que hicieron mis razones fuerza alguna á los que escucharon? Pues sepa vmd. que maldita aquella. En las sonrisas y gestos de los oyentes conocí se estaban burlando de quanto yo acababa de arengar, por lo que me lavanté avergonzado del asiento, y tomé la puerta, repitiendo entre dientes aquello de: Si contuderis stultum in pila, non auferetur ab eo stultitia ejus.

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Carta XII Dicam insignè, recens : : : Orat. Carm. lib. III. Od. XXV. v. 7. Insigne y nueva cosa á decir vengo. Señor Censor. Bendito sea uno, dos, tres y siete veces bendito el instante en que me ocurrió emprehender con vmd. esta correspondencia. La utilidad y honor que de ella sacará el Estado, aunque no será tan grande, como la que es regular logre con la noti-[180]cia de que de los setenta Intérpretes de la Biblia, eran de la Sinagoga de Toledo cincuenta y quatro, (arcanidad que hasta el presente año de la Encarnacion de nuestro Señor Jesu-Christo 1786, estuvo oculta á las indagaciones de los eruditos, y aun lo que es mas de los Apologistas de la nacion), será sin duda mayor que la que ha logrado vmd. con los ciento veinte y cinco discursos que lleva estampados hasta hoy 12 del corriente Octubre: porque hablemos claros Señor Caton censorino: ¿Qué ventajas experimentamos con sus papeles? ¿Hasta ahora hemos visto que hubiesen producido el mas leve efecto? La cosmosía se está donde se estaba, como se estaba, y segun mis cálculos políticos es muy probable se mantenga siempre en sus trece. No hay medio vicio de menos desde que vmd. los combate. El avaro sigue avaro: el luxurioso al pie de la letra: el detractor ni mas [181] ni menos: la impudencia, la necedad y el orgullo continúan sin quitar ni poner: con que sacamos en limpio que machaca vmd. en yerro mas frio que la estrella del Norte. No me sucede á mi eso, pues veo con el mayor gozo que mis insignes Obras principian á causar algun efecto; y asi doy por bien empleado el ímprobo trabajo que me cuesta formarlas; pues si observase no sacaba de ellas ventaja alguna, hubiera recogido velas, y retirádome á Tarpeya para ver desde alli como se estaba quemando Roma; mas conociendo que no predico en desierto, continuaré hasta que lo dexe. Al caso. Vmd. tendrá presente la Carta que me escribió Doña Leocadia Matute. Los horrorosos méritos de esta Dama, padecian el mismo descalabro que los de muchos galanes, quiero decir, estaba sin premiar. Se me quejaba justamente de su negra [182] fortuna, pues siendo digna de la mas brillante y mayor (que en las mugeres toda se encierra en casarse), no habia podido

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alcanzarla, sin embargo de los tremendos esfuerzos que hacia para ello: me pidió diese á luz dicha Carta: es público en Madrid y en casi toda España que la obedecí inmediatamente. Pues ahora ha de saber vmd. que esta señora mia se halla en potencia propinqua de ser madre, y de dar al Estado los ciudadanos que Dios quiera. Vease la utilidad de mi trabajo, siendo la prueba mas real de esto la siguiente Carta, que pocos dias hace me escribió Don Alberto Naranjo y Peralta, para que hiciese de ella el uso que hago. Señor Corresponsal del Censor. Como por desgracia no se encuentra todavia en España aquella marcialidad, aquel desembara-[183]zo, aquel bello espíritu, en una palabra, aquella civilidad que reyna en nuestros vecinos transpirenaicos, tampoco se ha perfecionado la brillante educacion de las jóvenes Españolas, de suerte, que un hombre de gusto moderno, fino y delicado, no halla mas aliciente para admitirlas por esposas, sino las buenas proporciones que suelen tener en su corporatura, ó en sus intereses. Yo por mi puedo decir Señor Don Harnero, ó Don Criba, que ando buscando mucho tiempo hace una novia acomodada á mi modo de pensar, y á mis inclinaciones; esto es, educada galanamente. He tenido la desgracia de no encontrar cosa de provecho hasta que la Carta seis de vmd. ha publicado las grandes circunstancias, y las amables prendas de mi Señora Doña Leocadia Matute, de cuyo ilustre linage no quiso vmd. decir palabra, [184] sin duda porque su apellido solo vale una genealogia. Su antigüedad se enlaza á mi entender con la fundacion de esta rancia y coronada Villa. ¿Qué vecino de ella no habrá oido pronunciar muchas veces el distinguido sobrenombre de Matute? En fin él es uno de aquellos que hacen parar la circulacion de la sangre quando se profieren con vigor comical, como aquello de yo soy Don Carlos Osorio. Vamos al caso, Señor mio. Supuesto que es notoria y correspodiente á la que yo gozo la nobleza de Madama Matute, y que sus gracias son conformes á mis deseos; voy á copiar fielmente mi persona y circunstancias, para que vmd. se sirva trasladar este retrato á los delicados ojos de Madama, y tratar nuestro conyugio que apetezco con las mayores veras. Yo soy Don Alberto Naranjo y Peralta. Omito noventa y cinco [185] apellidos que me acompañan, porque los dos referidos bastan para probar mi ilustricidad (tambien hago yo mis abstractos). El primero es antiquísimo, y el seguno [sic] es inmemorial, con la circunstancia de que es cosa muy distinta ser pera alta de ser pera baxa. He comenzado por mi nobleza, porque sin ella todo lo demas es menos. ¿Qué importa en efecto, abundar

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en bienes, en perfecciones corporales, en juicio, en honradez, &c. sino recaen sobre una sangre resplandeciente? La mia es tanto, que segun me dan los rayos de luz en las manos, hacen mis venas distintos visos á manera de los vestidos atornasolados. A esta primera calidad que debo á la fortuna, reuno las ventajas que voy á decir. Quizá discurrirá vmd. que no lo es, la casualidad de nacer una persona en Cadiz, ó Fuenterravia ó en otra parte; pues no señor, que [186] esta es una providencia especial del Altísimo, y asi hay muchos que quisieran no haber nacido donde nacieron. Yo estoy contento con ser natural de Madrid, cuyas grandezas resuenan, asi en nuestras nunca bien ponderadas Comedias del agudo Calderon, el chistoso Moreto, el fecundo Lope y la demas cafila de excelentísimos Poëtas nacionales, como en nuestros asombrosos y estupendos romances y novelas. Mi hacienda es un opulento mayorazgo de mil ducados, que bien manejados en la Corte pueden facilitar la abundancia y el regalo de una familia ilustre. Criáronme mis padres conforme á mi nacimiento. Aprendí á leer y á escribir, aunque no bien. No estudié mas que un poco de Gramática, porque nada de esto es de provecho para un joven de mi clase. Puse mi atencion, y adelanté furiosamente en el bayle, con espe-[187]cialidad en las contradanzas, alemandas, fandango y seguidillas que es lo mas análogo á mi genio por el ayre de alegria, de franqueza, y de libertad de conciencia que respiran. He aprovechado tambien en el conocimiento de nuestras Comedias, porque esta es mi unica lectura, y la que despeja las potencias para saber hablar, y portarse con las damas. Sé de memoria muchos pasos y relaciones, y me los celebran grandemente quando los represento en alguna tertulia. La música no ha sido de mi gusto, y asi me he contentado con saber rasguear unas seguidillas y un fandango. Me acomoda mas el juego de naypes; sé bien el mediator, tresillo, malilla y revesino; pero prefiero siempre la treinta y una y el parar, á que jugaré tres dias y tres noches sin levantarme del asiento, sin comer, beber ni hacer aguas, aunque sea en medio de la mis-[188]ma canícula, y aunque pierda los calzones. Vamos ahora Señor Don Harnero á mi genio y á mis inclinaciones. Las diversiones de toros, y quantas proporciona la Corte, son mas ó menos de mi agrado, pero no falto á ninguna, aunque vaya medio paralitico. Soy puntualísimo á las partidas de dias de campo, meriendas, bayles de escote, fondas, botillerias, &c.; y donde yo asisto nunca faltan idéas, medidas, proyectos y planes de festividad, alegria y pasatiempo; porque sin vanidad puedo decir que á fuerza de exercitarme en este ramo, he logrado un hábito felicísimo para concertar qualquiera cosa respectiva á él. Jamás me ocupo en pensamientos tristes de enfermedades, de desgracias, de la muerte. Los

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hombres de mi esfera enferman y son desgraciados porque quieren; se mueren quando les dá la gana, [189] y su espíritu va á parar á donde Dios es servido. Procuro inspirar la misma alegria á la gente con quien me trato, que es precisamente mi igual, porque me degradaria notoriamente si hablase á un menestral honrado, como se degradaria un Colector de Comedias si respondiese á la impugnacion de un memorista. Soy enemigo de la gazmoñeria, y me enfurezco contra los que obstentan devocion y recogimiento; pero sobre todo contra las madres que crian á sus hijas tan encogidas y rústicas como la dichosa Doña Cándida, de que vmd. nos dió noticia en su citada Carta. Apenas encuentro una dama soltera con quien exercitar mi buen humor, y á ser yo pusilánime me hubieran avergonzado muchas veces diciéndome que tengo mas de pícaro y mal criado, que de Caballero. Son muy necias. No les hago caso. Desquito estos malos ratos con [190] ocupar otros entre Cómicas que de ordinario son mas tratables y accesibles. Conozco tambien todas las conocidas de Madrid, y llevo siempre en mi rostro las pruebas menos equívocas de la confianza que les merezco. Mucho me voy dilatando, Señor Corresponsal: voy á reducirme. Mi cuerpo es del tenor siguiente. Estatura mediana, pocas carnes, color trigueño, facciones regulares, cabeza redonda, poco pelo, pero bien batido, buen ayre de aptitudes y marcha. Le adorno con gusto delicado, y con todo el rigorismo de la moda; y ahora me acuerdo que á vmd. le parecia que para sacar el pañuelo (ó un pepino) del bolsillo de una casaca, era preciso doblar todo el cuerpo ácia un lado; pero se engaña, pues sin tal indecencia hago yo esta operacion, esto es, subiendo el faldon hasta ponerlo en paralelo con [191] el alcance de mi mano. No sé si podré usar el mismo método con una casaca que he mandado hacer con los bolsillos tres dedos mas abaxo del faldon. Diez leguas al rededor de mí se percibe la fragrancia que despido, porque me echo acuestas todos los perfumes de la Arabia, y llevo en las faldriqueras dos bellotas de olor mas grandes que las que andan en carro todas las noches por Madrid. Tengo pensamientos grandes, amo la magnificencia en galas, mesa, criados, casa, trenes, &c., y siempre gasto algo mas de lo que produce el mayorazgo. Mi humor es bueno, sostengo qualquiera conversacion en que no se trate de noticias de Estado, Gobierno, ciencias ni de cosas agenas de mi nacimiento; y si entro en la murmuracion es solo quando se ofrece. Nada tengo de zeloso, y antes me fastidian notablemente los [192] maridos que andan siempre aforrados en sus mugeres. Soy muy paciente y : : : pero basta de retrato, y concluyo sin embargo (este

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embargo parece que no viene al caso; pero no le hace, porque tampoco viene en algunos pedimentos de los Tribunales, y asi pasan.) En fin discurro que convendria publicar esta Carta antes de que vmd. tratase con Madama Leocadia, pues tal vez saldrán por ahí otras Matutes que hagan mas consonancia conmigo. Si vmd. tiene algun inconveniente, sirvase avisármelo para ocurrir á nuestros pregoneros de ventas de casas, muebles y cerillas fosforicas, quiero decir á nuestros Diaristas, que aunque suelen estampar algunos disparates, como aquello de que el objeto de cierta Real Cédula era nada menos que civilizar á los naturales de una Isla de América; con todo han hecho un prospec-[193]to magnífico que va guiando la procesion de las candelillas y sacamuelas. Estos Diaristas la publicarán sin duda, y sino buscaré otro conducto, porque todo es menester para encontrar una esposa como yo la quiero en una Nacion tan poco culta é ilustrada en la educacion luminosa de su bello sexô: Dixi.” D. Alberto Naranjo y Peralta

Tomo II: cartas XIII-XXIV Carta XIII A deseos y penas inmortales fueron mis pensamientos condenados. Lupercio Leonardo de Argensola. Soneto XXXIV. ult. edicc. Señor Censor. Nada me parece mas justo que dar á luz la siguiente Carta, que dias pasados recibí de una Monja. Quiera Dios surta el efecto que yo deseo, y á vmd. guarde muchos años [196] para que continue escribiendo contra este y otros abusos igualmente abominables. Señor Corresponsal del Censor. Muy Señor mio: Yo soy una Monja septuagenaria, que desde la edad de diez y seis años habito los Claustros, y vivo en el retiro. Mis padres los Señores de * * * me dieron una educacion, qual se acostumbra á dar á las hijas de mi gerarquia, criandome en la molicie y la delicadez que inspiran la riqueza y la abundancia. Llegué con esta educacion á los años en que las pasiones lisongeadas y acariciadas con el luxo comienzan á exercer todo su imperio sobre la juventud, y á exîgir de ella el tributo de la sensibilidad

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que causa tantos males y tantos bienes. Mi temperamento, naturalemente vigoroso, halagaba infinitamen-[197]te las inclinaciones de un corazon demasiado simple y amoroso. La naturaleza, ¡ay de mí! le habia formado para amar, y este fue el origen de todas las desgracias que despues le sobrevinieron. Entre los deseos que confusamente se levantan en aquellos años en el corazon de una joven muchacha, y que tumultuariamente la agitan y conturban á la presencia de las personas del otro sexô, distinguia yo en mí uno muy vivo de complacer á un primo mio de mi misma edad, joven y gallardo y el primogénito de la casa de * * * Las impresiones de este deseo, que á los principios eran ligeras y momentaneas, se fueron fortificando y haciéndose cada dia mas profundas á proporcion, que (por la harmonia y conexîones de su casa y la mia) se iba haciendo mas familiar nuestro trato; y lo que no era al principio mas que un sim-[198]ple deseo de agradar, y un confuso sentimiento de benevolencia, pasó á ser despues el amor mas íntimo, y el cariño mas verdadero. Como la naturaleza era nuestra conductora, y nuestros corazones habian sido hechos el uno para el otro, solamente nos considerábamos felices, quando entregados los dos á nuestros propios deseos, trahiamos á la memoria el instante dichoso, en que uniéndonos, segun los preceptos de la religion, llegásemos á formar el lazo mas estrecho, reproduciendo en nuestros hijos la imagen mas propia de nuestro amor. ¡De qué placeres tan inocentes, de qué esperanzas tan agradables no nos prometiamos gozar en el tiempo futuro, sin pensar que fuese necesario para esto mas que nuestra propia voluntad é inclinacion! Mas, ¡ah triste memoria! Nuestros padres, nuestros crueles padres, insensibles [199] á los gritos de la razon, deshicieron en un momento toda la obra de la naturaleza, y forzaron impia y violentamente nuestro destino. Los intereses de ambas casas decretan el matrimonio de mi primo con mi hermana mayor, y la ambicion de los hombres con el especioso colorido de devocion, me condena a vivir perpetuamente en una clausura. Nuestros padres teniendo noticia del amor tan mutuo que el primo y yo nos profesábamos, y juzgando que acaso podriamos poner algun obstáculo á sus designios, nos separaron, ¡ah inhumanos! llevándome sin dilacion á una casa de campo distante de mi Pueblo algunas leguas. El referirle á vmd. ahora la tristeza y melancolia que sintió mi corazon con esta providencia: la situacion tan dolorosa de mi alma: las lágrimas, los suspiros, los sollo-[200]zos, y por fin el incremento que tomó mi pasion con esta separacion, seria renovar una llaga que la memoria de la muerte, y el temor del juicio de Dios cicatrizaron muchos años hace en mi corazon. Solamente diré á vmd. (por abrebiar la historia de mis desgracias) que á

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pocos dias de estar en la aldea, recibí la noticia de haberse celebrado solemnemente los desposorios entre mi primo y mi hermana, con una carta de mi primo, en que lamentándose de la tirania de la suerte, y dándome el último á Dios, me exôrtaba á vivir con conformidad en la religion, donde mis padres me habian determinado la entrada. Considere vmd. ahora la alternativa espantosa de gusto y de desesperacion que en pocos dias experimentó mi corazon, y la extremidad dolorosa en que le habrá puesto la noticia de la pérdida eterna de mi primo. En [201] fin víctima de mi dolor, desengañada de que en el mundo ya no habria para mí felicidad alguna sin mi primo, y juzgando que era amor á la soledad y á la virtud, lo que solamente era efecto de mi despecho, me pareció que únicamente en los Claustros, separada del bullicio y de las ocasiones, podria encontrar en el comercio con Dios, la felicidad y la dicha que el mundo ingrato me habia negado. Estando en esta resolucion vino á la casa de campo un tio mio, hermano segundo de mi padre. Hablóme con mucho cariño, explicándose conmigo en estos términos, una tarde que me sacó á paseo por un sitio retirado y solo. Ya sabes, amada sobrina, que el lustre de la cuna donde tú y yo nacimos jamas ha sido desfigurado por ninguna de las acciones de nuestros progenitores. Todos contribuyeron por su parte á [202] la exâltacion del apellido de la casa de * * * tan famoso y conocido en España, y aun fuera de ella. ¿Cómo te podré referir con exâctitud las acciones heroicas, las proezas militares, los enlaces ventajosos y los honores tan distinguidos con que nuestros dignos antepasados ennoblecieron nuestro solar? Basta que sepas por lo que á tí pertenece, que de quantas hembras se encuentran en el arbol de nuestra genealogia, no hubo una que hubiese vulnerado el esplendor de nuestra sangre con un matrimonio desigual y desproporcionado. Todas se casaron con nobles poderosos. Y las hijas segundas que no podian hacer un enlace conforme al honor y al Estado de la casa de * * * tomaron el santo Hábito en la opulenta é ilustre Religion de San : : : como la sucedió a tu tia la Abadesa de : : : quien á pesar de cierta inclinacion mas [203] que ordinaria por un pariente suyo, pero hijo tercero de su casa, se entró Religiosa á instancias y persuasiones de otro pariente nuestro. Y esta su determinacion fue tan feliz, que despues de haber obtenido en pocos años todos los empleos, cargos, honores y distinciones á que puede aspirar en la Religion una muger ilustre, está al presente tan contenta con su estado, y entre sus amadas hijas, que no cambiará (según me escribió estos dias) su vida religiosa y santa por todas las conveniencias de la tierra. Tú, sobrina amada, eres un tierno renuevo de nuestra tan ilustre ascendencia, y creo no pretenderás dar un

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fruto que degenere de las raices de tal arbol. ¡Lejos de tí semejante pensamiento! Seria por otra parte un delito y una bastardia contra tu misma casa pensar que el Conde de * * * tu primo á quien (segun me informa[204]ron) tiernamente amabas, debia de casarse contigo. La elevacion de ambas casas exîgia esta union con tu hermana primogénita, y aunque los dos no se estimaban tanto como vosotros, ni aun se miraban con ojos de esposos, estas esquiveces propias de jóvenes sin reflexîon, con el trato se convierten despues todas en amor. Por lo que toca á tu destino, determinaron, con mi consejo, tus padres entrarte Religiosa en el Convento donde tu tia es Prelada. Ella te cuidará y aconsejará para que no degeneres de su exemplo, y llegues algun dia á hacerte digna de la Prelacia con honor, y aun envidia de las hermanas que te quedan en el siglo. Ellas por bien colocadas que estén, siempre tendrán que padecer mil incomodidades, que nunca experimenta una Religiosa. Aunque no sean mas que los caprichos de un marido, los dolores [205] de un parto, y los cuidados de una familia, sin otras impertinencias á que las expone el comercio del mundo, estos solos motivos eran bastantes para preferir la vida del Claustro á la del siglo. Sí, amada sobrina mia. Estas ventajas que te proporciona la Religion, y el deseo que tengo de tu bienestar, me obligaron á juntarte con este fin los quatro mil ducados que son la dote de una Monja de tu calidad. Y aunque ahora te parezca que no tienes vocacion de vivir en Religion, y que te costará trabajo el cumplimiento de los exercicios de un Convento; creeme que estos pensamientos son ardides é ilusiones del demonio para separarte del camino de tu salvacion. Estas exôrtaciones de mi tio, juntas á la soledad y desamparo en que me habia abismado la ausencia de mi primo, me acabaron de deter-[206]minar á entrar en Religion, pensando encontrar en ella la tranquilidad y la paz que me prometia con tanta seguridad el citado mi tio, y porque suspiraba sin cesar mi amoroso corazon. Mas, ¡ah mortales, y que falibles son vuestros juicios! En vano mi pecho herido con la flecha del amor, buscaba en los Claustros la curacion de esta herida, sin arrancar antes la causa de ella. Ni las lisongeras promesas de mi tio, como dictadas por un espíritu carnal que une casi siempre los intereses de Dios á los del mundo, tuvieron nunca para mí cumplimiento ni realidad. Por último, impelida de mi dolor, y juzgando que hacia al Señor el sacrificio mas aceptable de mi espíritu, solamente presenté ante sus altares un corazon, que aunque inocente, no habia sido preparado por las manos del Esposo Celestial para ser el empeño [207] de sus caricias. Entreme Religiosa en el Convento de mi tia, quien tuvo conmigo el mismo lenguage que el tio, por lo que respecta á las

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dignidades y á los honores, á diferencia de ciertas expresiones de los libros ascéticos, que segun la velocidad con que las pronunciaba, me pareció las habia estudiado de propósito por la precision en que la ponia su empleo de hacer una exôrtacion de esta naturaleza á cada Novicia. Pasé el tiempo de mi noviciado con la misma observancia de la Regla que todas mis compañeras: pero por mas que procuraba separar de mi pensamiento la memoria de mi primo, ella me venia á atormentar en medio de las ocupaciones mas sagradas. Mi espíritu queria volar ácia el Cielo, pero mi corazon le arrastraba ácia la tierra. Hízose mi profesion con la asistencia de mis pa-[208]rientes, y con la pompa exterior que convenia á mi condicion y á la suya. Ofrecí en medio de las solemnidades eclesiásticas mi espíritu y mi cuerpo, en holocausto al Señor, ligándome perpetuamente con los tres votos de mi profesion. Parecióme que el muro de separacion que yo misma acababa de levantar entre mí y el mundo me pondria á cubierto de sus prestigios, haciéndome facil y gustoso el trato con Dios, y suaves sus Mandamientos. Mas, ¡ay de mí! ¿Qué me importaba estar ausente del mundo, si tenia dentro de mí misma el origen de mis males, y el enemigo mas cruel de mi felicidad en la Religion? Las freqüentes visitas de mis parientes y la proporcion que el empleo de mi tia me daba de ir á todas horas á la reja, fueron excitando poco á poco en mí la memoria [209] de las ocupaciones del siglo, y los principios de mi educacion. Las mismas conversaciones, las mismas máxîmas y proyectos, en que desde los tiernos años me habían imbuido los Maestros de mi juventud, renovaron insensiblemente en mi imaginacion las idéas de la carne y de la sangre, y fecundaron en mi corazon la semilla de las pasiones del mundo. Comenzó á resfriarse mi devocion, y á parecerme mas amable el trato con las personas del siglo, que la comunicacion con Dios en el silencio de la celda en el exercicio de la contemplacion. Deseaba con demasiada ansia aquellas horas en que las leyes de la disciplina monástica permiten á las Religiosas explayar su espíritu, y comunicar con las gentes del mundo, con el fin de que esta especie de honesto desahogo, les haga despues mas ligeras las tareas de [210] una Comunidad. Mas esta indulgencia de la disciplina (que para otras mis compañeras servia solamente, ó para tratar con el director de sus conciencias, los negocios de su salvacion, ó para hacer menos pesadas, por medio la comunicacion, las necesidades de la vida), fue para mi espíritu la condescendencia mas funesta, y la benignidad mas desapiadada. Avisóme mi tia que dentro de pocos dias llegaria a esta Ciudad mi primo con toda su familia, quien por tener aqui la mayor parte

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de su patrimonio, dexaba la Ciudad donde él y yo nacimos para vivir en ésta toda su vida. Esta noticia (que mejor seria no habermela dado) comenzó á comunicar á mi sangre una circulacion mas rápida, y á dar a mi semblante cierta novedad agradable. Vino mi primo á visitarme la primera vez en compañia de aquellos crueles pa-[211]rientes, que desconociendo los derechos de la naturaleza y de la Religion, conducidos del espíritu de ambicion y de interes, solamente habian tenido la impiedad de hacernos á los dos toda la vida desdichados. ¡Ah memoria atormentadora! Los primeros movimientos que á la vista de mi primo sintió mi alma, fueron de la misma naturaleza que los que habia experimentado en el mundo. Nuestros ojos se encontraron y tuvieron entre sí el lenguage mudo y amoroso que en otro tiempo. Nuestros corazones se inflamaron con la vivacidad de los antiguos deseos, y nuestros ánimos cayeron repentinamente en un dulce deliquio causado del amor primero. Desde este momento me comenzó á fastidiar la uniformidad de los exercicios religiosos, y á serme pesado el cumplimiento de mis deberes. Nada mas deseaba que tener [212] presente á todos instantes á mi primo, y gozar de su conversacion. Continuó en visitarme á solas y con freqüencia, y la relacion de nuestras aventuras amorosas, con la historia de nuestros pasados placeres, trastornaron mis propósitos santos. Me faltó la uncion del Espíritu Santo, y llegue á caer en un estado espantoso de languidez é indolencia espiritual. Envidiaba, sin embargo, la suerte afortunada de aquellas almas privilegiadas, que conducidas á los Claustros por un espíritu probado, y de vocacion divina, pasaban los dias alegres en unas delicias espirituales, y en una paz inalterable al abrigo de la seduccion y del fastidio; pero mi inclinacion me combatia fuertemente, y mi virtud me desamparaba. ¡Qué reflexîones tan desolantes me obligaba á hacer mi triste constitucion! Yo destestaba con abominacion el proceder de mis pa-[213]rientes, que por mundanos respetos solamente, y no contentos con hacerme infeliz toda la vida, me habian puesto á peligro de serlo eternamente en la otra. Maldecia la condicion de mi nacimiento por quien me habian venido tantos males. ¿Por ventura (me decia á mí misma) no me hubiera sido mas útil haber nacido de padres pobres, que sin duda no hubieran forzado mi natural? En este caso (es verdad) hubiera comido el pan con el sudor de mi rostro; pero hubiera sido en desquite una buena madre que tendria todas sus complacencias, y viviria feliz en medio de su familia: en lugar de que ahora por haber nacido rica,

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frustraron los hombres en mí los designios de la naturaleza, y lo que es peor, me hicieron enemiga de Dios, violentando sus intenciones. Hasta aqui no ha visto vmd. [214] mas que la impotente mano de hombres pelear contra el omnipotente dedo del Señor, y poner obstáculos á sus disposiciones. Pero vmd. verá ahora el triunfo de la gracia, y el cumplimiento de los decretos misericordiosos de Dios sobre mi conversion. Determinó el Señor en la incomprehensibilidad de sus juicios, quitar la vida á mi primo, permitiéndole misericordiosamente morir en su cama con las señales de arrepentimiento y de contricion, y con todos los auxilios que la Religion ofrece en tales lances á los justos y á los pecadores. Murió mi primo, y esta novedad causó en toda mi naturaleza tal mutacion, que desde entonces comencé á sentir el horror de mis pecados, y aficionarme irresistiblemente al cumplimiento de mis deberes. La imagen de la muerte de mi primo que á to-[215]dos momentos perseguia mi imaginacion, y la memoria del juicio en que ya habia entrado con Dios, hicieron tal impresion sobre mi espíritu, que reconociendo vivamente toda la extension y gravedad de mis delitos, solamente pensé en corresponder fielmente á los llamamientos de Dios, y en desarmar con la penitencia y el dolor su justicia inexôrable. De este modo se pasaron algunos años, observando con el fervor de una verdadera arrepentida las obligaciones de una Religiosa voluntaria: y ahora que mi caduca edad no me da fuerzas para los rigores de la penitencia, y que cercana al sepulcro y llena de dias, apenas pueden mis débiles piernas sostener el peso de mi encorbado cuerpo, determiné escribir á vmd. esta Carta, para que viendo en ella los padres de familias el peligro [216] que hay en violentar la voluntad de sus hijos para qualquiera estado que sea, se porten con mas prudencia y circunspeccion, temiendo justamente si hacen lo contrario los terribles juicios del Señor, y los castigos á que los hacen acreedores su temeridad y poca reflexîon en un punto en que estan de acuerdo la naturaleza y los divinos oráculos; siguiéndose de su contravencion irremediablemente tantos males, como (sin que podamos disimularlo) se siguen ciertamente á la Religion y al Estado. Ojalá que esta confesion pública de mis maldades, y el debil sonido de mi voz penetre sus corazones, y los haga bien mirados y prudentes en una materia en que se cometen tan grandes pecados de conseqüencia. Dios nuestro Señor guarde la vida de vmd. muchos años confor-[217]me se lo pide y desea esta su mayor servidora en el Señor,

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Maria Josepha de las Angustias.

Carta XIV Un fat quelquefois ouvre un avis important. Boileau. Art. Poet. Cant. IV. V. 50. De un necio á veces recibir solemos una advertencia conveniente y útil. Señor Censor. Si yo dixese á vmd. que he determinado dar fin y cima á nuestra correspondencia, y meterme nada menos que á proyectista, ¿no se haria mas cruces que las que tiene sobre sí [220] qualquier hombre rico, casado con muger petimetra, y cortejada por un galan pobre? Pues amigo haga vmd. quantas quiera, que lo dicho dicho. En dos paletadas pienso hacerme poderoso por este camino. Buen provecho le haga á vmd. el que sigue, que yo sé no es muy seguro ni ventajoso para hacer pesos ni amigos: con este otro se logra de todo, y se desmiente aquel refran de que honra y provecho no pueden caber en un saco. Los que discurren poco ó nada (que hay muchísimos de estos, y con coche) murmuran lindísimamente de todo lo que ellos no inventaron, y en que no esperan tener parte ó interés inmediato; dando por desprecio nombre de proyectista á qualquiera que procura servir á su Patria con algun nuevo descubrimiento. No puedo negar que la reputa-[221]cion de proyectista, segun la opinion vulgar, es una cosa muy equívoca; pero sin embargo voy á probar si tengo el suficiente talento para separar á los hombres de esta preocupacion; y quando no lo consiga, tampoco vmd. ha logrado otras cosas que ha emprehendido, y asi pata. Poco talento basta para conocer que los progresos del entendimiento humano forzosamente han de ser lentos y subcesivos, que dependen del concurso de muchas circunstancias, y que no se combinan sino por medio de largos intervalos. Las Artes y las Ciencias todos los dias se acercan á su perfeccion, y es muy regular que jamas lleguen á conseguirla. Creer imposible añadir luces a las que nos dexaron nuestros mayores, es creencia de toscos y embotados ingenios; para acreditar lo cierto de esta proposicion, son superfluas qualesquie-[222]ra [sic] pruebas; siendo evidente que nada dirige tanto á la mediocridad, como un ciego amor á las rutinas antiguas.

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Dexar que el mundo vaya como vá, es dexarle en el error; por lo tanto decia Bacon que para llegar un hombre á ser grande, necesitaba salirse del camino comun, y elegir rutas extrañas; aforismo que no dexa de parecer ridículo y arriesgado á los talentos limitados y perezosos. No es recomendar el gusto de la novedad combatir la ciega ternura que tenemos á favor de los perjuicios antiquados, ternura que no dexa de ser siempre bárbara; siendo innegable que tan ridiculo es á los ojos de un Filósofo abrazar lo nuevo por nuevo, como respetar lo antiguo por antiguo. Desapruebo la sumision servil á los establecimientos antiguos, como tambien la lastimosa vanidad de muchos que in-[223]novan por solo innovar, con el fin de adquirir alguna gloria, y de acreditar que no dependen de las luces de sus predecesores. Para formar la dicha de un Estado, se necesitan miras mas nobles que las del amor de una falsa gloria, obtenida comunmente por medios no del todo dignos de aprobacion. Pero nadie me podrá negar que debemos todas las mudanzas en las artes, ciencias y gobierno de los Estados, á esa casta de hombres superiores, que saliendo de los caminos trillados, nos enseñaron otros nuevos, empleando todos los medios necesarios para ponernos en ellos: en una palabra, á proyectistas. Decir que todos los proyectos produxeron los felices efectos que se esperaba de ellos, fuera mentir impudentemente, porque ningun mortal dexa de estar sujeto al imperio de las pasiones: pero, ¿quién sabe [224] si estas continuas mudanzas, no sean tan naturales y necesarias al sistéma moral del universo, como las tempestades y terremotos á la constitucion fisica de nuestro globo? Los genios inventores ó proyectistas son comunmente de una imaginacion viva. El presente mas arriesgado que puede le [sic.] naturaleza acordar á un hombre, es el de una imaginacion fuerte que no esté acompañada de un juicio de la misma fuerza. Tal especie de hombres, qualquier objeto que se les presenta, le acarician, le abrazan y le creen siempre próximo de la realidad, no dexándolos su misma viveza percivir los obstáculos que se oponen á este fantasma. Pero en nada se delira tanto como en los proyectos políticos; y muy pocos dexan de creerse consumados en esta dificil ciencia. No hay café, no hay tienda, no hay [225] tertulia donde no se trate de ella, procurando cada qual locamente enmendar la plana á los que gobiernan; y sin embargo me atrevo á asegurar, que á pesar del concurso de tantos siglos, y del inmenso número de Legisladores y Estadistas, es la política, de todas las ciencias a-

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quella que dista mas de su perfeccion. A este retardo concurren muchas causas. Los principios sólidos de nuestros conocimientos dependen de hechos y de induciones justas. Me dirán los que saben poco, que la historia nos presenta quantos hechos políticos podemos desear para nuestra enseñanza. No hay duda que si la historia fuese como debia, podriamos tomar de ella muchas instrucciones morales, políticas y económicas; pero (exceptuando la sagrada) me parece que la buena historia aun no se ha escrito, ni me persuado que ja-[226]mas se escriba. Nada nos dicen los Historiadores, ó nada pueden decirnos de los hechos que nos proporcionarian esta instruccion. Los que han sido actores en los acaecimientos que describen, ocultan la verdad por una prudencia tímida, la visten de otro modo por pasion, ó la desfiguran por incapacidad. Ignoramos los resortes de las grandes acciones y las causas de toda revolucion, la influencia de las costumbres sobre el gobierno, y la del espíritu del gobierno sobre el poder y felicidad de un Estado. Lo que hacemos es, echarnos á adivinar estos principios, y nos hallamos en el caso de un hombre que quisiese por la fachada de Palacio nuevo juzgar de las Cámaras interiores. En todo pais la ciencia de gobierno ha sido y es un Santuario, que les está á los profanos prohibido justamente su ingreso. Con toda la actitud de un hom-[227]bre para ser político, jamás llegará á serlo si las pasiones que le animan están desnudas de nobleza y vigor. Sin el mas vivo deseo de gloria, sin un amor muy grande por la patria, sin esa virtud sublime que prefiere el interés general al particular; nunca, nunca tendrá el valor necesario para soportar las contradicciones, las persecuciones y el temor de parecer ridículo; papel que se suele representar en semejantes ocasiones. Ó yo no sé lo que es la política (que será lo mas cierto), ó me parece que nuestra educacion no es capaz de inspirar pasiones tan fuertes: solo llena nuestra alma de algunas muy amortiguadas, de deseo de fortuna, de ambicion vulgar, ó á lo mas de un punto de honor que apenas basta para dirigirnos á la virtud que es forzoso poseer en tales lances; por conseqüencia hay pocos talentos capaces de la ciencia de go-[228]bierno. El público á quien se pretende instruir, no forma de los que le tienen aquella confianza que se requiere. Respetamos ciegamente las dignidades, admiramos servilmente las grandezas, y si vmd. ú yo propusiesemos verdades contrarias al método que siguen algunos, nos mirarian como á unos presuntuosos, que queria-

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mos enseñar á los mas hábiles, ó como unos dementes dignos de que nos destinasen alojamiento en Toledo ó Zaragoza. Qualquier proyecto grande es menester que se dirija al bien público. Quando no trahe consigo este carácter, es digno de un total desprecio y abominacion. Un ingenio superior no desperdicia sus talentos en fundar la grandeza equívoca de un solo hombre sobre la desgracia de muchos millones. El poder del Soberano precisamente ha de estar unido á la felicidad de los [229] pueblos, y la humanidad está de acuerdo con la verdadera política: los errores que en ella se cometen los hacen aquellos ingenios limitados que no abrazan su objeto sino por un lado solamente, sin advertir que en una máquina bien ordenada, todas las piezas deben socorrerse mutuamente, y considerarlas tambien despues todas juntas para juzgar de su accion; porque no hay proyecto ventajoso sino se combina sobre la masa de la constitucion. En esta combinacion entra la religion, el espíritu del gobierno, las costumbres, el modo de pensar del pueblo, el estado del comercio, las artes y la poblacion. Sin tener presentes todas estas cosas jamás me persuadiré salga bien un proyecto político. Me parece que estará vmd., Señor Censor, diciendo allá en sus adentros: ¿qué quiere decirnos este [230] Corresponsal con tanta algaravia? Todo se le vuelve hablar mucho sin substancia. ¿Qué proyecto será el suyo? A la verdad que se podria repetir por él, lo de, ¿Quis est iste involvens sententias sermonibus imperitis? pero, amigo, tenga vmd. un escrúpulo mas de paciencia, que allá voy con un proyecto sobre los mismos proyectos; y es, que hechos cargo los Soberanos de la necesidad y utilidad de ellos para hacer felices sus Estados, convendria seguramente formar una junta al modo de otra que hay en la China, en que ciertos Ministros llamados Pensadores, tienen la sola ocupacion de formar proyectos, y exâminar los que les presentan; pues tienen por muy dificil que un solo Ministro, cuyas ocupaciones son tantas y tan varias, pueda formar ó exâminar un proyecto profundo por mas talento que el Cielo le haya dis-[231]pensado. Embarazado con un inmenso torrente de objetos políticos y económicos, no le es permitido ocuparse en ninguno de ellos sino cortos momentos. Fatigado con el molesto número de los que le obsequian por interés, le roban desgraciadamente el tiempo aun para evacuar aquellas expediciones diarias y precisas; por cuya causa, y porque ningun mortal pasa de la esfera de hombre, no puede aunque quiera, combinar con atencion un gran número de idéas, manejarlas con paciencia, ni considerarlas por todos lados: asi pues, se podria crear un Cuerpo que no entendiese en otra cosa que en exâminar

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proyectos, debiendo ser los que le compusiesen de talentos escogidos y de conocimientos extensos, acordando á sus individuos la preciosa libertad de pensar, no impidiendo la de escribir á los demás ciudadanos; pues [232] si esta les falta, jamás se descubrirán aquellas enfermedades que padece un Estado, que le penetran de un modo imperceptible, y que fortificadas con el tiempo, no ceden á los remedios mas activos. La creacion de un Cuerpo tal, seria útil y grande; útiles todos los proyectos, pues se combinarian sobre el bien público, y sobre conocimientos seguros. Esos abortos de planes superficiales con que hoy fatigan á los Ministros, ni tendrian cabida ni abrigo; como ni tampoco los autores de ellos la fatua osadia de exponerse al riguroso é imparcial exâmen de estos hombres inteligentes. Conozco, Señor Censor, lo dificil que será verse esto entre nosotros. Muchas personas animadas de baxísimas miras se opondrian á la construccion de semejante edificio: pudiera acreditar mi proposición con [233] exemplares muy modernos, y con sugetos que han declamado infinito contra varios proyectos ventajosísimos que han tenido efecto en el glorioso gobierno de nuestro Augusto Monarca, (gracias á la constancia de sus ilustrados Ministros), y sin embargo de estar experimentando sus utilidades, aun aun [sic.] se predica contra ellos. Continuará el punto su afectisimo Harnero.

Carta XV Des sotïses du tems je compose mon fiel. Boileau. Discours au Roi. v. 76. De necedades del tiempo mis sátiras se componen. Señor Censor. Me ha dado el Cielo un primo tan poco Caballero en sus acciones y modo de pensar, qual reconocerá vmd. por la siguiente copia de la Carta que últimamente le he escrito. Sin embargo de lo bien fundadas que van [236] mis razones, temo muy mucho que vuelvan desairadas; porque de noble y rico no le ha quedado mas prenda recomendable que la de ser testarudo. Yo cumplo con instruirle, señalándole el camino que deben seguir todos

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los de su estirpe para lograr por este medio ser colocados con el tiempo en algun nicho del templo de la inmortalidad: y supuesto desempeñé mi obligación, aunque él no quiera acreditar por sus extravagancias, con la que ha nacido; siempre, por siempre y para siempre me quedará pegado tenazmente á las telas de mi corazon ó entrañas, el consuelo de haber hecho quanto estuvo de mi parte. La Carta decia de este modo. Primo mió: ¿Has olvidado por desgracia tu cuna? ¿No tienes presente que eres rama del mas ilustre tronco? ¿Qué modo de pensar tan ordinario y tan plebeyo es el tuyo? ¡Ah si resucitase tu nobilísimo pa-[237]dre! ¿Quién duda que volveria á morirse luego que viese lo poco que se le parecia su hijo, y lo mucho que habia degenerado de su brillante nacimiento? Por si le ignoras, te participo fuiste concebido como Caballero, creciste Caballero en el vientre de tu madre, y Caballero has nacido. Pero, ¡ah dolor, y qué poco vives como Caballero! Si quieres parecerlo, y que todos lo confiesen á gritos, es preciso tengas la docilidad de tomar los consejos que última y perentoriamente ha determinado mi cariño darte. ¿Acaso no conoces tu grandeza, en el cuidado con que á porfia procuran todos obsequiarte? ¿No la adviertes en el profundo silencio que guardan en tu presencia quantos te necesitan, hasta tanto que tu demasiada bondad (ó tonteria), les permite hacer un corto uso de su lengua? ¿No la echas de ver en el afan con que aquel ricote procura [238] conseguir el honor de que admitas sus tesoros con la mira de hacer eternamente desgraciada á su hija? Todas estas cosas, dime, ¿no están aprobando claritamente tu elevada y rancia grandeza? Despierta de ese sueño, vuelve de ese letargo, y sacude esa modorra; respétate un poco mas, y estímate por lo que eres. Tengo entendido con el mayor sentimiento, que jamás nombras á tus antepasados. ¡Qué ingratitud! y que si por casualidad hablas de alguno, es solamente de aquel que nació de sí mismo como Curcio Rufo, que fue el autor de su nobleza. A vista de semejante sandez, no me admiraré, no, que desees ser lo mismo, sin advertir que vales mil veces mas que él, por la razon de haber tambien mil siglos que eres noble. Dices que ese que nombras con tanto entusiasmo dió principio á tu ilustre alcurnia, y que por lo tanto le citas con preferencia á todos los [239] demas; reconocimiento mal fundado, pues asi declaras y confiesas que tuvo algun principio tu nobleza. No Señor, aquel debe perderse en una casa tan desaforadamente grande como la tuya; lo demás es querer confundirse con el comun de los hombres. Tan obscuramente vives, que ya va caminando para dos años que tienes el mismo menage de casa, los mismos coches, y el mismo modo de vestir.

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¿Qué se queda para un Caballero de aldea? ¿No es una vergüenza, no es un escándalo que con renta tan pingue como la tuya, te sirvas solo de un ayuda de Cámara, un cochero y dos lacayos, y ninguno de ellos con dos reloxes de oro, evillas de plata muy grandes, ni plumage en el sombrero? Si alguno de estos enferma, te envileces hasta el extremo de visitarle, consolarle, y aun asistirle como si fuera tu hermano ó tu igual. ¿Qué es [240] esto? ¿tú eres noble? No puede ser; á lo menos las señales no son de tal. Viene algun pobre artesano ó rentero tuyo á verte, y al momento le haces entrar, sin permitir espere en la antecámara de los lacayos dos ó tres horas; y no está aqui el mayor daño, sino en que te humanas hasta hablarle quando el miserable se tendria por muy dichoso en solo verte vestir. Los convidados que freqüentan tu mesa, son tan impolíticos que jamás hablan de cómicas, nunca comprometen el honor de muger alguna, ni se les ha oído elogiarte. ¿Qué podrán ser tales hombres sino unos espíritus geométricos que aplican la regla y el compas á las palabras y alabanzas? Quando se trata de alguna materia científica, callas como un marmol, y nunca decides aunque te halles muy instruido en ella. ¿Qué quiere decir esto sino que estás ignorante de que las personas de tu nacimien-[241]to tienen el particularísimo privilegio de saber de todo sin haber estudiado cosa alguna? ¡Ah si penetrases las funestas conseqüencias que forzosamente se han de seguir de ponerte al nivel de todos! La menor es que digas alguna vez tu parecer, y que algun temerario tenga la osadia de contradecirte. ¡Que vergüenza para un hombre de tu clase! Contempla quanto te desprecia el Público, pues jamás habla de tí, y casi siempre de tus iguales. Ninguno te cita, ni por lo magnífico de tus trenes, ni por la riqueza de tus vestidos, ni por el inmenso número de criados, y lo que es mas digno de llorar, ni por las extravagantes fantasias que caracterizan un gran nacimiento: aprende de mí todo lo contrario, y apréndelo tambien de tantos otros primos como tienes. Me dicen que cuidas perfectamente de las muchas rentas que el [242] Cielo piadosamente te ha concedido: que pasas y repasas muchas veces las cuentas. ¿Pues cómo quieres que los Administradores se enriquezcan? Cometes la bastardia de no comprar jamás cosa fiada, no permitiendo que el Mercader te ponga en su libro verde, por cuyo motivo se vé en la precision de vencerte los géneros al mismo precio que al mas miserable pordiosero. Bravo: ¿si todos fuesen como tú, podrian los comerciantes hacer en ocho ó diez años los inmensos caudales que acumulan? ¿Podrian prestar millones á veinte por ciento sombre hipotecas seguras? ¿Podrian levantar mas casas

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que testimonios á las vagatelas que venden quando dicen que son de Paris, y suelen estar fabricadas muy en España? ¿Podrian tampoco casar á sus hijas con Caballeros que compran á peso de oro? Claro está que no podrian. Pero no se limitan solo á esto [243] tus defectos, aun los tienes mayores (si es posible), y mucho mas perjudiciales á tu estado y condicion; pues respondes á quantas cartas te escriben, y firmas de modo que un niño de escuela leerá sin tropezar tu nombre, apellido y dictados, quando debias hacer una letra incapaz de ser descifrada, ni aun por los mismísimos Secretarios del Godo Theodorico. Te curas de qualquier resfriado sin llamar al Médico. No sabes montar en una mula, y guiar un coche, siendo en este brillante y honroso exercicio el Automedonte de qualquiera Flora. Jamás han atropellado tus carrozas ó cupés á persona alguna, y vives firmemente persuadido á que el Pueblo baxo se compone de hombres. Eres tan económico que hasta ahora ninguna actriz sabe de que color sea tu moneda, ni si tu voz es de tiple ó contrabaxo. Estaba por negar á todos que corre en tus venas sangre mia. [244] Lo que mas me ha escandalizado es la noticia que ayer me dieron de que pensabas viajar. Esto solo te faltaba, meterte á tuno. ¡Santo Dios! ¿A qué vienen estos viages? ¿Para que son buenos? ¿Que ventajas se sacan con andar corriendo de aqui para alli? Ya prevengo la fatua respuesta que me darás diciendo, que para conocer el fuerte y el debil de las naciones. Cierto que esto es utilísimo, como si desde aqui no se supiese que hay tabernas en Londres, y tullerias en Paris: ninguna de las dos cosas faltan en Madrid. Yo sé desde el Prado, lo que tú vas á ver acosta de mil incomodidades y gastos. Puede ser (pues de tí niuguna [sic] necedad extraño), que despojándote de lo sublime de tu carácter, freqüentes en las dichas correrias las fábricas de toda manufactura, los arsenales, las bibliotecas, los gavinetes curiosos, y que tengas la baxeza de sentar á [245] tu mesa á los mas célebres Filósofos y Artístas, acompañarte con ellos, y preguntarles sobre las dudas que se te ofrezcan. Cierto que sacaras de todo esto notabilísimas ventajas, y que te puede quedar la patria muy reconocida. Dime: ¿De qué te servirán las noticias é instrucciones que estos puedan darte, mas que de imponerte sobre algunos proyectos de nuevos establecimientos, sobre los medios de hacer un comercio mas extenso, que los terrenos sean mas fértiles, y algun otro tal qual sistéma para que los ricos sensibles á las desgracias del próximo no tengan la molestia de ver tanto pobre? ¿Qué te importa todo esto, ni para qué conduce? fuera de que ese Ministro que tenemos, ese á quien muchos llaman dechado de Ministros, nada mas que porque lejos de insultar al infeliz pretendiente, le escucha con suma tolerancia, y le consuela, pues sabe que al afligido [246] no se le

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debe añadir afliccion, porque es tan vivo y penetrante en sus respuestas, tan prudente en resolver, tan valeroso en executar, y que diz tiene un corazon tan recto que podia servir para templo de la mismísima Themis;112 ese mismo Señor dió tiempo há en la mania de enviar jóvenes á los paises extrangeros con el inútil fin de que se instruyan en las Ciencias y Artes para que restituidos despues á la patria puedan enseñarlas á sus conciudadanos. ¿Quánto mejor y mas acertado seria señalarles á estos mismos jóvenes una pensioncica para que continuasen estudiando á Goudin, ó á Froilan, aprendiesen como papagayos el Lárraga, y despues se ordenasen haciéndose Clérigos ó Religiosos? y no que los dichos mozalvetes vayan á disiparse fuera, para volver á sus [247] hogares despreciando, quanto no moje el Sena, quanto no lama el Támesis. ¡Qué varias son las idéas de los hombres! Y que cierto es que los mayores se ven precisados á pagar por algun camino su cierto tributo á la enfermiza y debil humanidad. Tú, primo mio, procura solamente hacer en todas partes papelon y alarde de tu grandeza, y dexa los demas cuidados y atenciones á esos hombres miserables que viven afanados toda su vida observando, meditando y calculando para dexar de sí alguna memoria ventajosa, y al fin mueren secos, pálidos hipocondriacos, y comunmente pobrísimos. ¡Qué juiciazo tendran los tales entes! Tú eres de otra masa, creeme, y te saldrá la cuenta. Pero, ¿por que me admiro seas sentina de tanto defecto, quando me consta que siempre estás sobre los libros? ¿y qué libros? Ya si fuesen instructivos como Luz de la Fé y de [248] la Ley, Gracia de las gracias de los Santos, ó Gritos del infierno: vaya: pero no señor; ni aun acierto tienes en esto, segun me ha asegurado el ayo que tuve, y que puede ser sin duda por la barbaridad de su erudicion, Archipedagogo de la mas refinada pedanteria. Me acuerdo que burlándose un dia de tí me dixo que todas tus delicias eran las obras de Ausonio Galo, el mayor ladron que entró en Egypto; las de Séneca, padre de la ambicion, y dueño de inmensas riquezas, ganadas que sé yo cómo: las de Marcial, cuya detestable lengua era por muchas causas acreedora á ser picada en un tajo: las del pérfido Aristóteles, ingrato hasta con su mismo Príncipe: las de obscenísimos Cátulo, y Tíbulo y Persio: las del muchas veces impío Luciano: las del torpe Ovidio, y las del nefando Virgilio. Yo no sé si en las obras de estos bribones, ó en [249] otras de igual calaña, que diz tienes de unos tales Plutarco y Titolivio (bravos Juanes, Claros y Arandillas) habrás leido las patrañas de que los Señores de

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. . . Neque/Si carthae sileant quod bene feceris/Mercedem tuleris. Horat.

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Roma y de Atenas servian á sus Repúblicas con sus talentos, con sus virtudes y con sus armas: que la pluma, la eloqüencia, la admistracion del tesoro público, y la negociacion eran vagatelas en que estaban perfectamente instruidos; siempre muy moderados en los gastos domésticos, y sumamente pródigos luego que se trataba del bien público: que satisfacian muchas veces las deudas de los pobres, que dotaban á las hijas de estos para aumentar la poblacion, que socorrian con magnanimidad al Pueblo, y que algunas veces testaban á su favor. Sin duda has bebido en la Historia todas estas fábulas, las crees y procuras en quanto te es dable hacer lo propio. No, amado primo, déxate de bobadas, [250] mira por tu honor, por el mio, y por el de tu ilustre parentela. No anubles como hasta aqui con tus acciones lo brillante, puro y terso de tu nacimiento. Tientate una y mil veces el pulso, y sentirás la nobleza que corre en tus venas. Vive como gran Señor, tomando conducta opuesta á la que tienes, y conseguirás de este modo una fama tan eterna como la que espero yo lograr viviendo como vivo. Dios te guarde muchos años para crédito é ilustración de tu casa. Madrid 15 de Noviembre de 1786. Tu afectisimo primo Harnero.

Carta XVI Señor Censor. Habrá dos meses poco mas ó menos, que dexaron para mí en una de las librerias donde se vende el Corres-[252]ponsal, la mas graciosa Carta que he visto. Toda ella se dirigia á insultarme, porque en mi número 8.º declamé contra las Sumas de Moral en castellano. Despues que el piadoso Autor de tan digna produccion me participa la interesante y humilde noticia de que, es por la misericordia de Dios Christiano Católico, defensor de la Iglesia, y azote de todo vicio y mala costumbre; (expresiones que copió sin duda de Juan Claro, pues son las mismas que este cliente del Apologista universal, estampa en la P.D. de su segunda censura, como si qualquiera no pudiese ser todo esto y mucho mas, y al propio tiempo malisimo Escritor): despues repito que se retrata como dexo dicho, acredita su catolicismo y su horror á todo vicio y malacostumbre, llamándome Espíritu fuerte, y contagiado de los males del Norte; perverso [253] Español; pluma de acibar, y en lugar del Dios guarde á vmd. muchos años, finaliza su Carta di-

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ciendo, soy digno por haber escrito el citado número de un Castigo exemplar. Ya vé vmd., Señor Censor, que todas estas expresiones son de un consumado Christiano Católico, y de un defensor de la virtud y buenas costumbres. Viéndome yo tan honrado por esta feliz pluma, y tan convencido de la solidez y moderacion de sus razones, hice animo de no escribir á vmd. mas Cartas (lastimosa pérdida para la República literaria); pues no me producia la tal correspondencia otra cosa que bochornos y sinsabores: pero considerando despues que eso quisieran para reirse á carcajadas, esta casta de Cristianos Católicos, y estos enemigos declarados del vicio y malas costumbres, [254] mudé de parecer, y tan mudado, que sobre lo mismo que con tanta caridad me reprehende, sobre lo propio paso á comunicar á vmd. la siguiente Carta que recibí dias pasados, cuyo contenido es digno á mi entender de alguna atencion. Ni fallor. Si por ventura en esto no me engaño. Señor Corresponsal del Censor. Muy Señor mio: Quando vmd. clama tan eficazmente al Censor, para que se levante con todas sus fuerzas y poder, contra las Sumas de Moral escritas en castellano, por los perjuicios grandes que de esto se siguen: su peticion me parece muy justa, y su indignacion bien fundada. Mas, si la filosofia no se des-[255]deña de oir hasta las voces de los párvulos, me tendrá vmd. á bien el que le diga, que ni vmd. ni el Censor por mas esfuerzos que hagan, reformarán jamas este abuso, mientras no se destruya por otro camino el origen de este mal, y la causa de este desorden. Yo no quisiera engañarme, ni entrar apasionado en este exâmen. El amor de la verdad gobierna mi pluma y no me permitirá exagerar ni declamar vanamente. No señor. La razon no busca entusiastas, ni se hace accesible al tropel de los aturdidos. Por otra parte; los que velan sobre el bien de la Patria, ni son movidos, y deslumbrados por los fuegos fatuos de una imaginación acalorada, ni arrebatados del espíritu de partido ó sistema. Exâminan con madurez y sin prevencion las causas de los males funestos al Estado, y obran su reme-[256]dio con lentitud y prudencia, segun lo permite la diversa complicacion de las circunstancias. Y vea vmd. aqui lo que debe consolar infinitamente á todo Escritor que intenta corregir abusos, y á todo

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buen patriota, que se empeña en hacerlos presentes para conseguir su reforma. Llame en su auxílio á la razon y á la filosofia. Penétrese del amor de la razon, separando de sí el espíritu de acrimonia y maledicencia, y espere con confianza el cumplimiento de sus deseos. En esta esperanza, y con tal disposición le propondré á vmd. sencillamente las causas del desorden de que hablé arriba, y los medios seguros de evitarle; por ver si alguna mano bienhechora toma á su cuenta una reforma tan necesaria, y de que se seguirian tantos bienes, como actualmente se siguen males por no estar hecha. [257] Vmd. como tan sensible á los perjuicios que causan en el Estado tales abusos, creo no dexará de hacer una analisis de esta Carta en su obra, con el mismo fin que el que yo me propuse en escribírsela, y que no puede tener otra recompensa, por donde quiera que se mire, mas que la secreta complacencia que experimenta todo hombre de bien en haber sido de algun modo util á su Patria. Pero antes de entrar en el exâmen es preciso asentar dos proposiciones, de cuya verdad o falsedad apelo solamente al juicio de los verdaderos sabios, y de los hombres de medianas luces, pero que conocen el mundo. Primera: Se hallan por la mayor parte entre nosotros Teólogos y Canonistas, que sabiendo materialmente y de memoria las partes de Santo To-[258]mas, por exemplo, y lo que en las Aulas se llama Derecho Canónico: carecen sin embargo de los verdaderos principios del Derecho de la Naturaleza, ni tienen idéas justas de la Ciencia que profesan. Segunda: Hay tambien Moralistas en gran número que recitan literalmente y sin tropezar la Suma de Lárraga, ó de otro Autor Moral, pero que no tienen la menor idea de los elementos de esta Ciencia, ni de los principios de la virtud, de la bondad ó malicia de las acciones humanas. Repítole á vmd. la propuesta de que no deseo injuriar á nadie, ni faltar en un ápice á las leyes de la Caridad. Ni la Religión ni la filosofia autorizan la conducta contraria. Pero, ¿no es bien cierto (aunque yo no lo diga) que hay esta clase de gentes entre nosotros? [259] Y, ¿no lo es tambien que estos mismos consiguen con sola esta Ciencia, Prebendas y Curatos pingues? Y, ¿en qué consiste este mal, no menos real que tantos otros que nos hacen infelices ácia dentro, débiles y despreciables ácia fuera? Yo pienso que en esto. Preséntase un Jóven en las Escuelas, y los Maestros de su Juventud en lugar de cuidar de dar profundidad y extensión á su espíritu, se empeñan solamente en hacer perspicaz y voluble su lengua. Todos los exercicios á que le destinan contribuyen poderosamente por su naturaleza á esto. ¿A

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qué vendrá sino estár leyendo sobre un punto, las mas veces esteril, hora y media de memoria? Asi acostumbrando desde niño, pretende el grado, y le consigue. Se opone despues á una Prebenda, y la alcanza con este corto trabajo, que el [260] hábito le hace facil. Ahora, pues, serán acaso estas solas diligencias suficiente medio para probar la ciencia de un sugeto, y la profundidad de su talento? ¿No se puede componer muy bien que haga con lo que se llama lucimiento, estos exercicios, y que sea en el fondo un hombre verdaderamente ignorante y superficial? Yo dexo esta decision á la experiencia. Pero exâminemos mas filosóficamente esta materia para convencernos mejor de la falibilidad de este modo de probar la ciencia de los literatos, y del atraso que causa á las Ciencias, y á los progreso del entendimiento humano. En la adquisición de las letras, dice un sabio Escritor, sucede todo lo contrario que en la Mecánica. En esta, quanto mas se emplea de tiempo, mas se adquiere de fuerza. Mas [261] en las Ciencias, quanto mas se emplea de tiempo en adquirir de memoria especies y palabras, tanto mas se pierde de profundidad de ingenio, y de extensión de talento. Pues según esto: ¿quánto tiempo no se pierde en los exercicios literarios de nuestras Escuelas? ¿Quanto en las oposiciones y grados? Y, ¿no seria mucho mas conforme á la razon y á la naturaleza del espíritu humano, hacer estos exâmenes y exercicios por escrito? Yo estoy bien lexos de querer recorrer ahora todo el sistéma de nuestros estudios, y el plan de nuestra literatura, ni menos vindicar á la Nacion de la especie de charlateria, que por esta y otras causas la achacan los Extrangeros. Este asunto pedia mas tiempo y mejor pluma. Pero por lo que toca á los exâmenes de memoria: ¿podremos [262] quejarnos con razon de las invectivas que por ellos nos hacen continuamente las naciones nuestra vecinas? ¿No seria mejor quitar estos motivos de nuestra afrenta, estableciendo los exâmenes por escrito? ¡Quántas ventajas acarrearia esta práctica al Estado y á la Iglesia! ¡Quántas á la literatura en general! Un muchacho que ocupase mas tiempo en meditar, y darse cuenta asimismo de sus propias percepciones, que en estudiar de memoria quatro ó seis páginas de qualquiera Autor, adquiria sin duda mas profundidad de idéas y de razon. De este modo se les haria á los Jóvenes Escolares mas taciturnos y pensadores, acostumbrandolos á meditar consigo mismos, y á habitar con sus propios pensamientos; en lugar de que segun el método ordinario en nuestras Universidades, solamente se les ense-[263]ña á ser temerarios, indóciles en la disputa, y razonadores sin atadero.

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Por otra parte: el método de exâminar por escrito es el mas seguro á infalible para graduar la sabiduria de un exâminando. ¿Quántos Jóvenes hay de tan feliz memoria, y tan habituados á estos exercicios escolásticos, que son capaces de estar hablando tercamente dos horas sobre qualquiera asunto que se les encomiende de antemano, y si se les manda poner sus idéas sobre el papel, ni dos renglones aciertan á concluir? ¿Y este defecto en que consiste? En que toda su lógica y facultad de racionar está miserablemente reducida á saber unir (las mas veces sin conexîon) párrafos á párrafos, y artículos á artículos. Al contrario otros: privados (acaso por constitucion maquinal) de la memoria, no les es posible [264] decir sin equivocarse seis lineas seguidas: pero si toman la pluma se observa en sus producciones la exâctitud de razon, y el método de analisis. ¿Y no sería una injusticia clara, y aun una pérdida para las Ciencias, reprobar en un exâmen á oposicion á estos, y aprobar á los de arriba, como infaliblemente sucederia, segun el método de exâminar, adoptado entre nosotros? Ademas de que: ¿cómo es posible componer un discurso bien, y estudiarle despues de memoria en el breve espacio de veinte y quatro horas? En las mismas Academias formadas todas de sabios consumados, se les dán muchos dias á los Socios para las composiciones que se les encargan. Luego: el fin de los exâmenes de los Profesores de Ciencia, no debe ser otro que conocer si está bien impuesto en los elementos de su Facultad: si sabe [265] coordinar á propósito las especies: si tiene gusto y conocimiento en la eleccion de autores: y si desciende con precision á las conclusiones, ó lo que es lo mismo si sabe usar del método syntético, que es á mi ver la principal parte por donde se prueba mas bien la exâctitud de talento. ¿Y de qué modo se podrá hacer con mas seguridad esta prueba que en los exâmenes por escrito, en donde se notan hasta los defectos de ortografia y acentuacion? En los exâmenes literarios se debia de practicar lo que en los exâmenes de las Ciencias exáctas y Artes liberales, es decir, mucha demostracion en el papel, y ninguna arenga en la boca. La obra por sí misma, y no la loqüacidad ó taciturnidad del Autor, es quien debe decidir de su mérito y talento, como sucede por exemplo en la Pintura, Música, &c. [266] Aqui es necesario dexar el vasto campo que se presentaba á la reflexîon, y conformándome con la brevedad que vmd. se propuso volver al asunto primero. Digo, pues, que si se establecen en España los exâmenes por escrito, en todos los ramos de Literatura y Ciencias, no solamente será este el medio de hacer á la Juventud de la Nacion mas profunda y meditadora, sino que tambien se proscribirán de entre nosotros las Sumas de Moral en castellano con notable utilidad de la Iglesia de Dios y de las almas.

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En efecto: un Opositor á Curatos, v. g. á quien se le dán por escrito las preguntas de Moral en castellano, y que tiene que responder á ellas en latin: si no está medianamente instruido en este idioma: si no sabe por principios la ciencia de las costumbres: si es puro Lar-[267]ragista solamente, no será capaz de escribir dos renglones sin manifestar á quantos los lean el materialismo de su saber. Pero si por el contrario se le hacen á este mismo preguntas sueltas por Lárraga ú otra Suma, segun se acostumbra, como las ha estudiado de memoria responde sin hesitar un momento, y soprehende irremediablemente la aprobacion de los Jueces, aunque sean los mas justificados. Ademas de esto: el método de hacer por escrito los exâmenes Sinodales trae á los Opositores ilustrados, al Estado y á a Iglesia grandes utilidades. De esta manera se destruye el espíritu de familia, partido ó nepotismo, por el que se hacen tan frequentemente tan grandes injusticias: pues temiéndose los Jueces de que el injustamente pospuesto, presente por apelacion ante el Superior el papel de su opo-[268]sicion con el de su contrincante, serán mas circunspectos en esta parte, y executarán á lo menos por temor al castigo (que en este caso deberia ser exemplarísimo), lo que no hacen á veces por motivo de conciencia y espíritu de Religion. Tambien se evitaria por este medio que la perspicacia de la lengua, la disposicion corporal, las modales y hasta la fisonomia (cuyas circunstancias todas, tienen sobre los ánimos de los hombres mayor influxo del que comunmente se piensa) prevengan muchas veces en favor ó en contra el juicio de los Jueces, que creen ser efecto de su justificacion, lo que solamente es obra de cierto amor, de cierta aversion inexplicable, pero muy comun en las concurrencias humanas. Y aun por esa razon no sé si en Roma ó en Athenas les era prohibido á los Abogados y [269] defensores de la Justicia perorar en los Tribunales por el dia, sino de noche y á obscuras. ¡Tan rígida como todo esto era la moral de aquellos Jueces! Estas consideraciones y otras muchas mas que yo omito (pero que saben muy bien los que pueden aplicar el remedio á este mal) obligaron al sabio Benedicto XIV. á establecer el método de exâmenes por escrito en sus Diócesis de Bolonia y Ancona, despachando á este fin una Encyclica113 á todos sus Diocesanos. Lo mismo hizo el Papa Clemente XI. expidiendo una Bula,114 en la que se recomiendan estos exâmenes, y se describe menudamente el modo que ese debe guardar en ellos. En nuestra Espa[270]ña ya algunos Prelados, amantes de la justicia adoptaron este método, y ojalá 113 114

Insitucion [sic] 7. edict. latina. In Bullario Romano.

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todos los demas los imitaran. Pero, Señor Corresponsal, tal es la suerte de los establecimientos mas útiles, que nunca son recibidos inmediatamente, sino poco á poco y con lentitud. Haga vmd., pues, que el de que acabamos de hablar, sea puesto en planta sin dilacion entre nosotros, y vmd. verá al instante, sin otra providencia, carcomerse en esas librerias las Sumas de Moral que tantos millones de reales dieron á sus Autores, Adiccionadores y Escoliadores, como crecidas rentas á la ignorancia. Creame vmd. imparcial en esta materia, reconózcame solo por un amante de la Patria, de la razon y de las letras, como por su apasionado servidor. Q.B.S.M. El Observador. [271] NOTA. Como las críticas reflexîones que hace Madamiselle de Bouville sobre el estado presente de la literatura Española, son por su solidez y erudicion, acreedoras á que las tome baxo su amparo el Apologista universal, no me determino á introducirme en jurisdicion que no me compete. Sin embargo no puedo disimular la crase equivocacion que padece dicha Señorita en asegurar que yo pruebo en mi Carta XI. ser hoy los Españoles las salvages que los Indios Bravos. Valiéndome de las expresiones que trae en su delicado Prólogo nuestra sapientísima Francesa, diré solamente por ahora que no será extraño la produzcan sus reflexiones, aquellos rubores y disgustos que suele experimentar quien se introduce á crítico sin ciencia ni estudio alguno: [272] estando yo persuadido por el echantillon de su talento en formar reflexîones críticas, que no hay doncella en España que hable con tan poco conocimiento sobre los particulares que trata, como nuestra Parisina. Esto lo asegura y acreditará en todo tiempo Mr. Corresponsal.

Carta XVII Audite, ò proceres . . . Virg. Ænei. lib. 3. v. 103. Escuchadme, Señores, lo que digo. Señor Censor. Vmd. no puede ignorar que la reflexîon es una fecunda madre de dudas, y que ningunas se le ofrecen al que no medita. ¡Qué felicidad! [274] Quanto

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menor sea el número de idéas en un hombre, tanto mas tranquilamente vive. Hace tiempo que persuadido yo de esto, envidiaba la suerte de los que componen el baxo pueblo; esto es, la de los Labradores, artesanos, criados de servicio, &c., y compadecia la de los Teólogos, Juristas, Filósofos y Matemáticos. El pueblo, aunque es la parte mas numerosa de un Estado (y segun algunos, la mas necesaria), con todo dudaba yo si se componia de hombres al contemplar que no los miramos como tales, y que obran tambien ellos mismos de modo que no lo parecen. Esta consideracion amortigua un si es no es mis deseos, en quanto á parecerme á entes tan extraños. Todos saben que el carácter que distingue al hombre de la bestia es la razon. Baxo este punto de vista paso á observar el Pueblo, y á exâ-[275]minar su modo de vivir. Habita este en chozas, ó en miserables y enfermizas casas que les abandonamos por indecentes é incómodas. Se levanta á la aurora, se cubre con una tosca y andrajosa tela, que hace á todos tiempos: labra nuestras tierras, compone los caminos, seca las lagunas, barre las calles, construye nuestras casas, y fabrica todos los muebles que sirven á nuestro luxo ó conveniencia. ¿Tiene gana de comer? Qualquier manjar le es sabroso. ¿De dormir? Todo lecho le es blando, sirviéndose para descanso de su misma fatiga. Los animales que domesticamos, tales como el buey, el caballo ó el asno, trabajan igualmente quanto queremos, sin exîgir de nosotros otra recompensa que un alimento grosero y el simple cubierto. ¿Llamaremos á tal modo de vivir razon ó instinto? Como este no conoce sino lo necesario, y aquella [276] parece que suspira siempre por lo superfluo, es facil responder á la pregunta. El instinto nunca dexa de ser el propio. Muchos años há que la araña labra un mismo género de tela, que el erizo construye dos puertas en su cueba, una al Medio dia, y otra al Aquilon ó Cierzo, para abrir esta quando sopla el Austro, y al contrario; y que la hormiga dispone su acopio de trigo ú otro alimento en el verano, para mantenerse en el invierno. ¿Y en qué se ocupa el Pueblo si no en hacer este año lo propio que el pasado, y hoy lo que ayer? La razon toma diferentes caminos. Vease aquel Don Dorotéo como varía sus ocupaciones. Hoy se adorna con un vestido liso, mañana bordado; tan presto se peina en erizon, como á cepillo; ya coloca la evilla de su zapato junto á la caña del pie, y ya la hace des-[277]cender al extremo de este: inventa una moda, hace rica á una actriz ú otra qualesquiera: dirige un baile ó un ambigua: hoy vá dentro de un coche atropellando á todos, y

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mañana hace de cochero. Esto se llama justamente tener razon, lo otro, una total carencia de ella. El Pueblo se gobierna por instinto aun en sus mas apreciables intereses. La prueba real de esta proposicion es, ver que Simon se casa con Donata, porque la ama; y por falta de razon no advierte que debia haberse unido con Sinforosa, respecto tenia mayor dote, y ciertos parientes que le podrian proporcionar todo su bien-estar. Dá el pecho Margarita á sus hijos: Si esta necia conociese el valor y mérito de la belleza y del reposo, haria lo que mi Señora Doña Praxêde; esto es contentarse solamente con ser madre. ¿Quíenes obran tan maquinal-[278]mente, se les puede incluir en el número de racionales? Quanto mas medito, menos razon encuentro en el Pueblo. ¿Dónde están sus virtudes? Precisamente no debe tenerlas, quando no he oido ni leido Panegírico alguno de Labradores, Tallistas, Herreros, ni Fabricantes. Solo de un Zapatero de viejo le mandó pronunciar el difunto Federico, Rey de Prusia, segun nos han dicho las gazetas; pero yo creo poco en estas: lo cierto es que se habla del infeliz Labrador despues de muerto, lo propio que del buey que le ayudó á labrar la tierra; y del Herrero lo mismo que de la lima ó martillo de que uso: ¿y esto qué prueba? Prueba que yo tengo justas causas para pensar como pienso tocante á su razon. Que no se hiciesen elogios fúnebres de modistas ni peluqueros, santo y bueno, porque solo son instrumentos [279] del luxo, y de otras cosas peores; pero del honrado artesano no sé por que se le ha de hacer tal injusticia, á menos que no sea la causa la ninguna razon con que ha vivido. Dirán que el Pueblo es humilde, obediente y pacífico; que sufre la hambre, el calor, el frio, la insolencia de los ricos, los robos de los tratantes y revendedores. Es verdad, lo confieso; pero deben tambien concederme, que la paciencia es la virtud de los animales mas estúpidos. El Pueblo puede tener ciertas qualidades buenas; pero, ¿quién será el temerario que se obstine en defender que sea esto efecto de su razon? Si es sóbrio, trabajador, fiel, y religioso, lo es sin reflexîonar las ventajas que de esto se le siguen. Al contrario los que no son Pueblo, practican las virtudes con conocimiento de causa. Saben que cierta conducta proporciona una Mitra, un [280] Gobierno, una Toga. He leido que el Autor de cierto excelente libro sobre el Comercio, preguntaba, ¿por qué no habia premios para el Labrador que hubiese cultivado mas terreno, ni para el Fabricante de los mas esquisitos y útiles géneros? Si á mí me hubiese hecho tal pregunta, le responderia, que porque el Pueblo de esto que se llama emulacion es tan susceptible como el que tira de un carro.

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Si la naturaleza humana no se manifiesta en las bellas qualidades del Pueblo, aun si es posible se oculta mas en sus vicios; y estos en la gente de forma van adornados de un no sé que tan particular, que á veinte leguas están declarando haber sido cometidos por hombres de la mayor reflexîon. Juan Zapatero se enfada con su muger, riñe con ella, la tira con una horma, y la rompe la cabeza; pe-[281]ro continúan viviendo juntos, y ocupando siempre los dos un mismo lecho. Don Antolin Caballero, se disgusta de la suya, y por trámites de Justicia consigue eterna separacion. Un raterillo del Pueblo me acomete en qualquiera calle, me pide el dinero, exponiéndose á que yo le quite la vida por defenderle, le coge la Justicia, y le ahorca: si él robáse con reflexîon, sabria que para hacerlo impunemente necesitaba un empleo ó alguna comision con Título. Insulto á qualquiera de estos individuos que componen el baxo Pueblo, y con las armas que le dió naturaleza, me ataca y se defiende: si este hombre pensase, tomaría la venganza con un florete, y me daria muerte, segun y como lo previenen las reglas del Arte y del honor. Aun ellos mismos parece dudan de su racionalidad. ¿Quántas [282] veces se le oye hacer esta pregunta? ¿Somos acaso bestias? Y es porque hacen lo mismo que las de carga, y frequentemente se les considera en menos. Ayudan al buey ó á la mula á remover la tierra, llevando muchas veces sobre sus espaldas tanto peso como el mas valiente macho de Maragato, y aqui los he visto en obras públicas tirar por carros; asi no me espanto pregunten si son bestias. Es cierto que ellos tienen figura humana tal y como el mismo Emperador de la China, y esto no dexa de destruir algo el concepto que acá me he formado de semejantes automatos: ¿pero quién hace caso de apariencias, ni se fia de ellas? Desde que Newton descubrió que la escarlata no era encarnada, Malebranche, que vivimos en un mundo de ilusiones, donde no hay cuerpo alguno, y que nuestro Séneca, dice: Si Prota[283]goræ credo, nihil in rerum natura est nisi dubium: si Nausiphani, hoc unum certum est, nihil est certi: si Parmenidi, nihil est præter unum: si Zenoni, ne unum quidem. ¿Quid ergo nos sumus? ¿Quid ista quæ nos circumstant, alunt, sustinent? Tota rerum natura umbra est, aut inanis, aut fallax: y ultimamente que hubo sátiros que parecian hombres, que hablaron, y que admiraron no solo á los habitantes del desierto, sino tambien á toda la Ciudad de Alexandria, ¿por qué no he de creer yo que son unos phenomenos animales todos estos hombres de que se compone el Pueblo? Aqui llegaba conversando con vmd., Señor Censor, quando interrumpió mi Discurso un sugeto que vino á verme. Despues de aquellos primeros y mo-

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lestos cumplimientos, le leí lo que llevaba trabajado [284] de esta Carta; y quando esperaba mi amor propio que celebrase lo sutil del pensamiento y su feliz desempeño, veo que le desaprueba, y que sin muchos rodeos me dice, era un desatino quanto llevaba escrito sobre el particular. Como vmd. me acredite lo contrario, le repliqué, (á la verdad algo mohino, porque me disgusta no se aprueben todas mis cosas, ya sean malas ó buenas), estoy pronto á mudar de parecer; pero decir como muchos, eso no vale nada, eso es un asco, y no probarlo, ya vé vmd. que son expresiones muy vagas, muy despreciables, y que todo hombre de juicio se rie de los que fallan por este estilo. Asi, amigo, pruebas, pruebas, y dexemonos de generalidades. Respecto que vmd. quiere pruebas, me dixo, voy á darselas, y tan convincentes, que solo una cabeza convincentes, que solo una cabeza de cal y canto dexará de rendirse á [285] ellas. Tengo presente haber leido en no sé qué papel, que á un habilísimo Anatómico se le puso en la cabeza disecar la de un pobre Labrador recien muerto; y halló en ella muy bien dispuestos y en buen estado los sesos, las fibras, los nervios, y en fin todos los instrumentos orgánicos. Continuó sus indagaciones hasta llegar al sitio del alma, esto es, á la glandula pineal: aqui dicen, se pintan las idéas, como las figuras se representan sobre un lienzo. ¿Y qué le parece á vmd. vió nuestro Anatómico á favor de un famoso Microscopio de que se valió para el asunto? Parece increible lo que vió; pero no hay que dudarlo. Vió muchas idéas unidas, reflexîvas y consiguientes: sulcos excelentemente trabajados, y dentro de ellos trigo arrojado con mucho orden, un granero muy bien colocado, y varias observaciones bien [286] hechas sobre todas las estaciones del año. Pero la admiracion de vmd. será mayor quando sepa que dicho Anatómico quiso hacer la misma observacion con otra cabeza. Era esta de un Caballero rico, que habia muerto sin Sacramentos, porque los medicos no tuvieron por conveniente asustarle, y que no dexó de hacer en el mundo un brillantísimo papel. ¿Qué se figura vmd. halló en ella nuestro Curioso? Pues nada mas descubrió que percepciones vagas, pretensiones sin mérito, una grande altaneria mezclada con una gradísima baxeza, sueños de amistad y de amor, con una porcion mediana de locura genealógica. ¿Quál de las dos cabezas apreciaria vmd. mas? ¿Se persuade vmd. que quando Demóstenes y Ciceron arengaban al Pueblo, creian hablar con bestias? Pues los Griegos y Romanos bien sabian distinguir al hombre del [287] hombre; y asi en todas sus asambleas, el primero con quien contaban era con el Pueblo, y le llamaban para elegir Magistrados y Generales; para los Decretos de proscripcion ó de triunfo; para decidir de la paz ó de la guerra; y en una palabra, para todas las discusiones sobre los principales intereses de la

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Patria; y en vista de esto no quiere vmd. acordarles á lo menos una razon igual á la de un Mayorazgo rico, á la de un petrimetre, y á la de Mademoisselle Bouville? Amigo, en esto no me parece procede vmd. con equidad ni justicia. Otra prueba quiero dar á vmd. y muy concluyente, del mucho entendimiento de esa gente popular, y del grande uso que de el hacen. ¿Quántas veces habrá vmd. deseado ver y hablar á este ú al otro magnate, y por muchas que haya ido á su casa, por mas postes que lleva-[288]se en su zaguan, y por infinitas combinaciones que formase para conseguirlo; jamás pudo lograrlo hasta que valiéndose de un lacayo ó ayuda de Cámara, halló este (auxîliado de su reflexîon) medio y modo para que vmd. alcanzase en un dia lo que no pudo lograr en muchos meses? ¿Será solamente instinto el que gobierna tales entes? Jura Lucrecia (aun despues de casada) no amar á otro que á su esposo. La doncella ó cocinera de la casa se empeña en que su ama quebrante el juramento, y apuesta con ella á conseguirlo. Se le erizan á Lucrecia los cabellos al considerar el empeño de su criada, y la riñe agriamente: preséntale la Señora mil objeciones, á todas satisface, todas las dificultades allana, y con su natural eloqüencia auyenta todo escrupulo, y por fin venimos á parar en que Lucrecia dexa de serlo. ¿Quán-[289]ta fuerza de talento y razon no se necesita para vencer virtud tan solida y tan á prueba de bomba? ¿Fuera de que no advierte vmd. Señor Corresponsal, que negando la razon al Pueblo, dice nada menos que nuestras leyes, y las de todo el mundo son injustas? para los que le componen son las prisiones, los azotes, los tormentos, los presidios y las horcas. Si no estuviese dotado de razon, eran excusados todos estos castigos, asi como no los hay para un buey de carreta que le dispara á vmd. una coz, y le rompe una pierna. Mas: á juzgar de la razon por los castigos, ó yo soy mal observador, ó tiene mayor porcion de ella el Pueblo, que la gente de distincion. Me explicaré con un exemplito. Entra tres ó quatro veces Paco en casa de la Mellada: la vecindad lo atisva, y lo murmura; sabénlo los [290] Esbirros, prenden a Paco, y le destinan al Prado ó á Africa, y á la Mellada á la calle de Atocha ó San Fernando. Escandaliza todo un Pueblo Don Carlos Osorio con mi Señora Doña Tecla Carreras; nadie se mete con ellos, y todos les dexan seguir su camino torcido ó derecho. ¿Qué es esto si no que se considera haber en Paco y la Mellada mas reflexîon, y consiguientemente mas malicia que en Doña Tecla y Don Carlos? Las leyes no castigan á los niños ni á los inbeciles.

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Tengo probado á vmd. que el Pueblo se compone de hombres, y me seria tambien muy facil probarle, que baxo una redecilla y mala capa, se ocultan las mas veces la Christiandad, la honradez y la reflexîon mas geométrica; y que cubierta de galones, bordados, encaxes y demás apatuscos, anda disimulada la necedad, el orgullo, la petulancia, [291] y por decirlo de una vez, el mero instinto. Como no pude, Señor Censor, levantar razones de tanto peso, tuve que baxar la cabeza á quantas me hizo presentes; y asi desde hoy subscribo una y mil veces á la opinion e mi amigo por parecerme la mas arreglada. Es de vmd, Harnero.

Carta XVIII . . . Causas cognoscite rerum. Pers. Sat. III. v. 66. Conoced el origen de las cosas. Señor Censor. La siguiente sátira que me dexaron en mi casa pocos dias hace, sin duda con el fin de que la publi-[294]cáse, aunque entiendo poco de achaque de versos, me parece justo complacer al Autor de ella, quien manifiesta merece mas cuidado á Phebo, que otros muchos versificadores del dia, los quales no hacen otra cosa que forzar las Musas á regañadientes del rubio Apolo. No púedo menos de compadecer á los Autores de semejantes Estoicos Sermones, por la infructuosa fatiga que se toman en reprehender á quienes no deben, aunque sean segun las pintan, como me persuado serán. Si yo hubiese nacido con la arriesgada gracia y habilidad de tener genio satírico, le emplearia todo contra las madres; si señor, contra estas, y no contra sus hijas, cuyos vicios y desórdenes, son por lo comun efecto de la mala crianza que recibieron, del abandono con que las criaron, y principalmente del escandaloso exemplo que les han da-[295]do las mismas de quienes debian tomar el mejor. Ætas parentum, pejor avis, tulit Nos nequiores, mox daturos Progeniem vitiosorem.

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Cantó, ó por mejor decir, lloró Horacio, quando creo que no estaban aun tan corrompidas las costumbres Romanas como hoy las Españolas. Si nuestros abuelos han sido malos, sus nietos son peores: ¿y qué esperamos sean los viznietos? Malísimos precisamente, si imitan como es regular, los deformes modelos que cada dia les presentamos.115 Pero ¿qué podemos esperar de hi-[296]jas cuyas madres absolutamente olvidaron que lo son, y que parece se avergüenzan de tener tan dulce nombre? ¿Qué hombre de juicio no abominará la despreciable conducta de muchas de estas, que debiendo emplear toda su atencion y cuidado en instruir á sus hijas en la Religion, inspirándolas el temor de Dios, el horror á qualquiera accion en que el honor tenga que sufrir, haciéndolas ver la lastimosa conducta de muchas, y lo despreciables que por ella son en el mundo, no procuran exôrtarlas á que sus acciones sean en todo desemejantes? Mas, ¿cómo han de hacer esto, madres, que ocupan todos los instantes en adornarse para captar la voluntad de qualquier hombre, como no sea la de su esposo, aunque el sol de su belleza esté ya trasmontando, ó enteramente en su Ocaso? ¿Nó se ven hoy muchas y muy muchas que acuestas ya con toda la edad del desengaño, ig-[297]noran aun sus obligaciones, y están prestando con su irregular conducta materia de risa y murmuracion á quantos las observan en los bailes, en los teatros, y en toda publicidad con un hombre alquilado, para que las digan que son bellas, discretas, juiciosas y dignas de un obsequio universal, impidiéndolas su amor propio conocer que aquel miserable y vil adulador vende sus expresiones y libertad á precio de oro? ¿Habrá muger tan loca que se pueda persuadir son sinceros dichos obsequios, ni que se crea capaz de inspirar una pasion despues de quarenta años? Ven las hijas estos desórdenes, estas locuras en sus madres, y las culpamos porque con todo ahinco las imitan. Fuera de nosotros tal injusticia. Sirvan de universal exêcracion todas aquellas pocas que habiendo recibido una educacion justa, degeneran de los preceptos que procuraron estampar en su al-[298]ma desde su infancia; y compadezcamos á las que por su desgracia tuvieron la grande de nacer de madres locas. ¡Quántas y quántas hay de estas! Plutarco en el famoso libro que escribió sobre la educacion de los hijos, previene á los padres dén á los suyos buen exemplo, á fin de que imitándo115

Muy mejores/fueron nuestros abuelos,/que nuestros padres; somos hoy peores/de nosotros se espera/sucesion que en maldades nos prefiera. Traduccion de Lupercio Leonardo de Argensola del lib. III. Oda VI de Horacio.

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los, no sean torpes, deshonestos ni viciosos; y puedan reprehenderlos y castigarlos en caso que su conducta lo merezca; pues de lo contrario, ni aquellos harán aprecio de sus admoniciones, ni dexarán de advertir que los que viven mal, tienen muy cortas facultades para reprehender á nadie. ¿Por qué la hija de Flora no ha de ser : : : si está viendo desde chica que su madre no se avergüenza de ello, y que necesitaria la joven Señorita tomar aliento quarenta veces si se empeñáse en querer contar el número de los escandalosos y pérfidos adoradores que [299] vió entrar en su casa? Scilicet expectas, ut tradat mater honestos, Aut alios mores, quam quos habet? No señor: los hijos forzosamente han de seguir el exemplo que les dieron sus padres; y esta es la causa porque vemos hoy tantos desórdenes, tanto abandono en las obligaciones, y tantos matrimonios desgraciados. Nada mas encargó Raguel á su hija Sara al tiempo de partir esta con su esposo Tobías á la casa de sus suegros, si no que honrase y venerase á estos, amase al marido, cuidase de la familia, gobernase la casa, y últimamente que se portase con una conducta irreprehensible.116 ¿Es esto lo que se aconsejan hoy algunas madres á sus hijas? No por cierto; [300] todo lo contrario. ¡Qué horror! Asi pues, dirijanse las sátiras, las invectivas contra las madres, que este es el camino mas seguro para que avergonzadas eduquen mejor á sus hijas. Burlémonos de todas aquellas que no quieren jamas salir del estado de niñas, y que haciendo siempre de tales, se persuaden locamente alcanzar por este medio las adoraciones y rendimientos de los hombres, quando solo adquieren de ellos el desprecio, la befa y la abominacion. En alguna Carta discurriré sobre el particular con mayor extension, pues la brevedad que me he propuesto, no me permite dilatarme mas en esta; siendo el tema sobre que fundaré mis reflexîones, la disparatada pretension de los Cangrejos quando se empeñaron en que sus hijos andubiesen ácia adelante, andando los padres ácia atrás. [301] SÁTIRA. ¿Qué haces Silvio? ¿A la boca el dedo llevas? ¿que calle me señalas con el dedo? ¿he de decir yo acaso cosas nuevas? Asuntos, que cantó Leon, Quevedo, 116

Tobías cap. X. v. 13.

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y un numeroso coro de Poetas me han de imponer á mí panico miedo? Si al veneno el antidoto recetas, que hagas convalecer á los mortales, verás como yo callo, y no te inquietas; ¿Pero quieres que á vicios capitales, que justo no hay que sin horror los vea, adulen de Helicona los cristales? Desde que nos dexo la Diosa Astrea carece yá de premio, y de castigo quien del uno ú del otro digno sea. Radamanto en el mundo hecho un mendigo, tuvo que ir á vivir con Acheronte, por no encontrar en parte alguna abrigo. Al que con la virtud docil confronte [302] oirás que admiran como cosa nueva verle subir de la fortuna el monte: Esta Deidad órden ninguno lleva, al que ayer era objeto de desprecio, hoy á la cumbre del respeto eleva. Y mañana descarga un golpe recio en quien juzgó tenerla yá propicia con torpe orgullo, y con discurso necio. Se vé el pudor sugeto á la malicia, y mugeres, que en Danaés transformadas, prostituyen su honor por la codicia: Mil Ninfas tan endebles, y cuytadas que si las recogiesen las Vestales, estarian con Oppia sepultadas. Del Templo de Himeneo en los umbrales vemos ligarse yá los corazones por fines, y proyectos criminales; Y vemos tantas pérfidas uniones, que yá las teas arderán en vano para abrasar sacrilegas ficciones. ¿Y estrañas, Silvio, ver tanto Vulcano, que por fragilidad de su Deidamia, [303] dé en otra red de talamo profano? Aquel mancebo, que casó con Lamia,

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piensa tener el cuerno de Amalthea, y solo tiene el cuerno de la infamia. Hace que á su muger el rico vea, y vendiendole entera confianza para entrarle en su casa busca idea. La facilita luego, y afianza con oro de este la muger agena, y en el una accion vil á la otra alcanza, ¿No ves aquella presumida Elena, que pasea con tal desenvoltura, llena de vanidad, de galas llena? Pues mira que es prestada su hermosura, y que con todo aquel color postizo ha sido de infinitos sepultura. Un rostro macilento, y muy pagizo le ha dexado la edad; pero ella quiere ocultar lo que el tiempo yá deshizo. Su orgullo y fausto, como alguno infiere, sosteniendole está un tremulo viejo, que en sus delirios con verguenza muere. [304] Y exerciendo funciones de cortejo dá credito á fingidas expresiones, sin que se desengañe en el espejo. Tiene dos hijos, que en disoluciones su juventud lozana han empleado, decorando del padre las lecciones; A todo vicio rienda suelta han dado, su perdicion muy proxîma contemplo, siempre que advierto su infeliz estado: Ningun respecto les impone el Templo, ni otra conducta sobria, y moderada, de confusion les sirve, ni de exemplo: Una odiosa elacion desordenada, en sus tristes viciados corazones ha tenido perpetua su morada. ¿Y con la nota vil de estas acciones juzgan que desempeñan la adquirida nobleza de otros inclitos varones? El honor, la virtud, sangre vertida

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por la Patria de sus progenitores, ¿tan torpemente yace? ¿asi se olvida? ¡A quánta compasion son acreedores! [305] ¡qué facilmente se marchita y huella la opinion que costo tantos sudores! Guardarte debes candida doncella, con un ceño oportuno, y desdén sábio, de un joven, que el honor asi atropella; No des, te aviso, credito á ese Fabio mira que su intencion es muy mezquina, aunque escuchas lisonjas de su labio. En su pecho ocultando está la mina, que si rebienta en tu pudór y fama, todos verán la mas fatal ruina. El que mil veces te juró que te ama, de tu propio disgusto, y tu quebranto, el tiunfo á su deseo impuro trama. Aprovecha el aviso, que entre tanto verás á otras lamentar su suerte, con gozo ageno, y con inutil llanto. Pues ¿y la viuda aquella que la muerte lloraba del esposo, que ha perdido, ya en teatros y bayles se divierte? La que llorando prometió á Cupido, aumentando las aguas al Letheo [306] con mas amargas lagrimas que Dido, Ser de la parca misero trofeo, ántes que dar segunda vez la mano, ya destierra memorias de Siqueo: Y arrebatada de un amor insano, comete mil excesos torpe y necia, con otro mas perjuro que el Troyano? Pero no importa; dexa que Lucrecia, y otras ridiculísimas Romanas, que el Filosofo adusto tanto aprecia, Consígo mismas sean inhumanas ántes que á su pudór la nota infame; que no han de ser asi las Castellanas Porque audáz contra tí la gente clame,

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¿tendrás valor colerica y sangrienta, de que un puñal tu roxo humor derrame? Ya en este siglo nadie se violenta, que para quien en vicios se embriaga, lo mismo es una hazaña que una afrenta. Pero pluma, que á tantos será aciaga ¿qué dirá de la turba de Escritores, con que la edad presente nos amaga? [307] De esos necios intrusos á Mentores, que al culto, y rudo vulgo sin reserva ostentan la hediondez de sus sudores? De esa debil, y misera caterva que nunca ha visitado, ni aun de paso, los oscuros zaguanes de Minerva? Y qué ¿podrá tener Apolo acaso sufrimiento de ver vilipendiadas las sacrosantas leyes del Parnaso? ¿Permitirá seguir desentonadas esas voces que turban la harmonía de otras sonoras Lyras bien templadas? Dia vendrá, vendrá el dichoso dia, en que este Dios á ira provocado escarmiento prevenga á la osadia. Y sino llega el plazo deseado, y sigue la ignorancia con descoco, será que Febo se habrá vuelto loco con España triunfante, y el Juzgado.

Carta XIX Es menester que la legislacion nos socorra, ó somos perdidos. El Censor, Discurso CXXX. pag. 1199. Señor Censor. Excelente, excelentísimo y todo lo que se quiera, es el Discurso CXXX. en que suponiendo vm. un sueño que tuvo el Vizconde de Boling-[310]brocke, reprende los obscuros, vergonzosos y detestables vicios en que miserablemente se halla envuelto nuestro bello sexô. Solo desapruebo en él la falta de claridad, defecto muy comun en sus periodicos; constándome que-

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dan algunos sin entender la sátira, ó ya sea por falta de penetracion, ó de paciencia; pues (como tengo dicho á vm. en alguna de mis Cartas) no acostumbramos leer dos veces las cosas, ni fatigarnos mucho para entenderlas. Basta de riña. Por mas sátiras que salgan á luz contra las costumbres que se reprueban en el citado discurso, no hay que esperar mejora alguna en ellas. No, Señor Censor. El marido continuará mirando sin rubor á su propia muger asida del adúltero que le ultraja; y no desaparecerá esa especie de esclavos de prostitucion, que sin rubor alguno se presenta en público al lado de las viles muge-[311]res que los tienen asalariados. Seguirá este desorden; las razones que tengo para persuadirme á ello, son las mismas que dió por escrito un amigo y apasionado del Vizconde de Bolingbrocke, luego que leyó la Carta dirigida por este famoso Addisson; las que traducidas libremente de su original al castellano venian á ser las siguientes. El Señor Vizconde de Bolingbrocke tiene justas razones para quejarse y declamar tan amargamente contra los desordenes que advierte en su amada patria; pero toda su eloqüencia es y será infructuosa sino tiene efecto el proyecto que propone. Casi desde que el tiempo corre á la par con la iniquidad de los hombres, hubo una especie de Predicadores (ó llámense Censores, si gusta de ello el Señor Vizconde), que para recomendar las buenas costumbres, pintaban el vicio [312] y sus fatales conseqüencias con los mas feos y atezados colores. Hablo de los Poetas; de esos hombres que afectando hablar un idioma divino, se hacian escuchar con gusto. No incluyo en el número de ellos á Orpheo, porque se debilitan mucho las verdades quando se quieren acreditar con Fábulas; y asi paso á discurrir sobre las obras que conocemos; tales como las de Homero, Virgilio, Lucano, Camoens y Milton. Exâminemos los progresos que hizo la virtud con el auxîlio de estos maravillosos esfuerzos del entendimiento humano. Quando la Iliada se cantaba por la Grecia, se hallaba esta dividida en tantos partidos, quantos Estados contenia. Nada se oia, nada se veia en ella sino continuos ataques, continuas piraterias, y aciertas intestinas convulsiones que destruian en un todo la constitu-[313]cion general. Homero era un famoso Astrólogo politico, que adivinando las funestas resultas de semejantes desordenes, queria con la moral de su obra curar males tan graves. Se valió para conseguirlo de la voz de la razon, de la fuerza de los exemplos, de la magestad del estilo, de la pompa de las palabras, y de los encantos de la Poesía. ¿Cesó acaso con tan buenos remedios la arriesgada

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enfermedad de la division? De ningun modo: cantaban los Griegos los versos de Homero, elogiaban su poesía y la moral de ella hasta lo sumo, y estaba al mismo tiempo empeñado Corcyro en hacerse dueño de Corinto; hallábase Tebas armada contra Atenas, en combustion Megara contra Esparta, y profesándose esta y Atenas un ódio eterno, todo el resto de la Grecia se veia envuelto en sus odiosas y destructoras querellas. [314] Lisongeando á los Romanos en su Eneida el juicioso Virgilio, debemos persuadirnos no se propuso otro fin que el de hacer revivir en sus corazones virtudes que estaban casi espirando. Con esta idea cantó un Héroe justo, paciente, valeroso, y siempre lleno y penetrado de respeto para con los Dioses, Tal es el principal carácter del impiadoso Eneas: y para inspirar mayor horror de la irreligion y de otros vicios de que estaba contagiada la Metrópoli del Orbe, abre los Infiernos, y hace que los profanos mortales vean sumergidos en aquel abismo de dolor y desesperacion, al orgulloso Salmoneo, á los atrevidos Titanes, al insolente Ticio, á los avaros que acumulando oro sobre oro, negaron todo socorro al próximo: á los pérfidos tutores, que abusando de la inocencia de sus clientes, ocultaron ó malgastaron los caudales de que [315] eran depositarios. Tambien les hizo ver los Padres incestuosos, los hijos parricidas, y los Magistrados que eludieron las leyes por el vil interés de ese metal movil de todo vicio. ¿Y qué consiguió Virgilio con esta tan horrorosa pintura, que se puede decir dexo en bosquejo, pues levanta el delicado pincel de su pluma, asegurando que si tuviese cien bocas y cien lenguas y una voz de hierro, ni podria representar todos los crímenes, ni los varios castigos con que son atormentados aquellos infelices en pena de ellos?117 ¿Qué logró Virgilio, vuelvo á preguntar, con esta descripcion tan melanco-[316]lica del Tártaro, ni con que el miserable Padre de Ixîon envuelto y sumergido en sus tenebrosas sombras, repitiese continuamente en alta voz: que aprendiesen de su desdicha á respetar la Justicia y reverenciar á los Dioses? ¿Mejoró de conducta y costumbres el malévolo Tiberio, monstruo de quien se dice, que tenia los males agenos por bienes propios, y que consideraba haber tormentos mas duros que la misma muerte? ¿Mejoró su sobrino Calígula, á quien algunos Historiadores llaman loco, por no ser posible persuadirse cupiesen desvarros tan malvados en hombre que no lo fuese? ¿Mejoró Neron epítome de toda iniquidad? ¿Ni mejoró tampoco aquella multitud de almas baxas y 117

Non mihi si linguæ centum sint; oraque centum; Ferrea vox, omnes scelerum comprendere formas, Omnia pœnarum percurrere nomina possim. Virg. Ænei. Lib. VI. v. 625.

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corrompidas, que deshonrando la humanidad y el Imperio, hacian mérito de la depravacion? Bien sabe el Señor Vizconde que continua-[317]ron en sus infamias. Lucano, que con aquella energia y vehemencia en el decir que le era tan natural, se burla en su Farsalia de los que iban a consultar al templo de Júpiter Amnon; ¿consiguió acaso desengañar á los Romanos, ni curar sus supersticiosos delirios? Lejos de eso: antes parece que hicieron empeño en seguir con sus sueños, sus adivinos y sus oráculos, consultando á estos y á las entrañas de los animales. Vasco de Gama y sus compañeros, á quienes pinta Camoens como verdaderos modelos del Christianismo, del Comercio y de la humanidad; ¿procuraron acaso los Européos ser ni aun medianas copias de aquellos excelentes originales? Todos saben lo manchadas que están de inocente sangre las hojas de la historia de la América: por lo tanto me contemplo dispensado [318] de presentar á los ojos de la sensible humanidad un quadro tan horroroso. Milton, con su Poema Epico, con un asunto acaso el mas bien desempeñado, y mas propio para predicar á los hombres, ¿logró por ventura que estos mejorasen de costumbres? No lo sé: pero lo que puedo asegurar es, que siendo justamente en el Reynado de Carlos II. quando los Ingleses principiaron á leerle; en ese propio Reynado se vieron entronizadas mas que nunca la embriaguez, la sensualidad y el luxo; despreciando la caida y castigo del hombre que estaban leyendo y admirando. Aquellos dos poderosos resortes del corazon humano, el terror y la piedad, que tan diestramente supieron manejar en sus tragedias Eschylo, Sophocles y Eurípides, aterraban á los Griegos, los hacian derramar lágrimas, morian los ni-[319]ños de susto, y abortaban las mugeres como se verificó en la Tragedia las Euménides del terrible y vehemente Eschylo: pero este horror, este pasmo y este asombro que causaba en los Expectadores tales representaciones, era solo un Imperio pasagero sobre los sentidos, y no sobre los costumbres. Ni las mugeres griegas fueron mas castas, ni desempeñaron mejor en lo subcesivo las obligaciones de madres, ni los hombres abandonaron tampoco sus abominables vicios. Ni uno solo creo hayan destruido quantas Tragedias y Comedias se han representado y escrito hasta ahora, y consiguientemente tampoco adquirido por medio de ellas una virtud; no siendo ó no debiendo ser otro su objeto: la prueba de mi asercion se acredita en que por buenas piezas teatrales de

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moral que nos representen, no de-[320]xa aquella atrevida é impudente Frine tan ilustre como la misma nieta de Caton, de predicar con sus desordenes á las de su sexô, que el pudor es innoble, y prenda de agente plebeya, que no debe merecer atencion alguna el cuidado del esposo, de los hijos ni de la familia; ni tampoco desaparecen los hombres duros, injustos, opresores, pérfidos y fanáticos. ¿Adelantaron algo Horacio ni Juvenal con sus sátiras? Desterraron por medio de ellas las Mesalinas, las Locustas, los Mathones, ni los Régulos? ¿Con la de Persio, que sirve de epígrafe á la Carta del Vizconde, se acabaron los Natas? ¿Finalizaron los Letrados que defendieron á los Umbros y á Marso? No señor. La Historia refiere los acaecimientos, reflexîona sobre ellos, y procura por este medio corregir las costumbres. Registrense desde He-[321]rodoto hasta nuestros tiempos quantas se han escrito, y se hallará en todas ellas cortísima diferencia. De la misma ambicion, de las mismas tropelias, de los mismos fraudes, homicidios y demas género de maldades están casi llenas todas sus páginas. Pasemos á la Filosofia; á esa ciencia que despues de la predicacion Evangélica, parece nació solamente destinada á corregir las costumbres, y exâminemos sus progresos. Confieso que apenas advierto las ventajas que de ella se han sacado. Tan imperceptibles son. ¿Pues en qué pende que una ciencia que para establecer la sana moral no echa mano de la sátira, tampoco de los prestigios del teatro, ni de los rayos de la eloqüencia; que descarta todo instrumento de sorpresa, valiéndose solo de la simple razon, que abre á todos los ojos el libro de la naturaleza, es-[322]crito en idioma que nadie dexa de entender, hayan sido tan ineficaces sus esfuerzos y sus preceptos? ¿cómo viéndose en el dicho libro el origen de la moral en la propia constitucion de las cosas, porque nada supone y todo lo prueba, ha conseguido tan poco sobre nosotros? Registremos qualquiera página de él, y hallaremos escrito: Esta accion es dañosa á la sociedad, es mala; pues proscribase. Esta otra es ventajosa, es buena; sigase. Su objeto no es pretender el delirio de formar un hombre sin pasiones; es si hacer con ellas un hombre honrado, un hombre de bien. ¿Habla de Dios? Jamas le presenta como un Legislador arbitrario que manda ó prohibe sin otro motivo que el de querer ser obedecido. No dice honrarás á tus padres, solamente porque Dios lo manda: dice, Dios lo manda, porque si faltas á este primer grito de [323] la naturaleza; ¿á quién honrarás? ¿A quién respetarás? No dice: huye la violencia porque Dios la prohibe: pero si dice; Dios la prohibe, porque

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con ella serian las Cortes, Ciudades y Villas un dilatando y espacioso teatro de turbacion de horror y de sangre. No dice tampoco; serás fiel á tu consorte, amarás á tus hijos, porque asi lo previene Dios: pero dice; ¿sino eres fiel á quien eternamente debes serlo, sino amas á tus hijos, á quién guardarás fidelidad? ¿á quién amarás? La Filosofia enseña que no es la ley una pura invencion del espíritu humano como algunos impíos han querido defender; y sí la expresion de la razon general que gobierna al Universo; que es universal, eterna, inmutable como ella misma; que no varía, segun los lugares, los tiempos y circunstancias; y despues de haber difinido las virtudes y los vicios, lejos de ver en [324] Dios un juez implacable, descubre en él un Padre que castiga amorosamente á sus hijos para atraherlos al orden que deben guardar. Sin embargo, esta sublime y simple Filosofia, este brillante farol de la razon, ¿qué costumbres mejoró? ¿qué vicios ha desterrado? Solo algunas bárbaras preocupaciones: pero los vicios de que están corrompidas las naciones, subsisten, y me persuado subsistirán sino se toman otros medios de acabar con ellos. Dice el Señor Vizconde, que es menester cimentar la autoridad de los padres y de los maridos. Dice muy bien; fortifiquemos la autoridad paternal, la primera y mas sagrada de todas. Esta dimana de Dios, y es la que gobernó á los primeros hombres antes que hubiese Monarcas, y la que Rómulo puso por cabeza de sus leyes. Sean los padres responsa-[325]bles de la conducta de sus hijos, como acaece en la China, pues supone la ley que si estos hubiesen sido bien educados no habrian cometido tal delito; y se verá disminuir el número de tantos como se encenagan en todo género de disoluciones. La autoridad de los maridos debe ser el segundo paso que ha de darse para levantar el edificio que se pretende. Bien se sabe la grande extension de ella en tiempo de los Patriarcas, y que agradar á sus esposos fue siempre el principal estudio de Sara y Raquel. En los primeros tiempos y leyes de Roma, no tenia otro juez una muger que delinquia que á su propio marido: llamaba este á los parientes de ella, y todos juntos juzgaban y sentenciaban la causa. Esta gran ley produxo el milagro (si se me permite hablar de este modo) de que en muchos siglos no [326] se presentase en los Tribunales quexa alguna contra ellas: ningun proceso de adulterio, ninguno de divorcio. ¿Sucede asi hoy en los nuestros? ¿Nos escandalizamos de tantas demandas de divorcio como se escandalizaron en Roma, despues de la primera guerra púnica de la que presentó Spulio Carvilio? Lo freqüentes que

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son estos vergonzosos y escandalosos casos entre nosotros, hace que los miremos con una casi estúpida indiferencia. Dándoles á los maridos mas autoridad sobre sus esposas, procurarian estas ganarles el corazon, encerrándose en el seno de su familia, y entonces prosperaria la educacion de los hijos, la economia, la concordia y el bien comun. Ahora bien: si la predicacion de los Poetas, de los Historiadores y de la Filosofia, no ha podido jamas mejorar nuestras costum-[327]bres; es preciso subscribir á la opinion del Vizconde, y repetir que se necesita el amparo del Gobierno para lograrlo: á su disposicion solamente están dos resortes los mas poderosos para poner en orden el mundo moral: estos son el castigo y la recompensa. Es cierto que en sus Fábulas, siempre los Poetas nos presentan castigado el vicio; pero leamos en la Historia muchos mas crímines [sic] felices, que virtudes premiadas. Toca al Gobierno recompensar estas, y castigar aquellos. Luego que se ponga en uso máxîma tan justa, será feliz y respetada mi amada Patria, y qualquiera otra; de lo contrario, por mas que canten los Poetas, por mas que la Historia instruya, y por mas que la Filosofia sale el camino de la virtud, serán sus progresos en lo subcesivo, iguales á los que han hecho hasta aqui. Nada mas, Señor Censor, se le [328] ofreció que exponer al amigo del Vizconde sobre la Carta de este Addisson; ni á mi tampoco por ahora mas que repetirme á sus órdenes.

Carta XX A quoi bon mettre au jour des discours frivoles? Boileau. Sat. IX. v. 155. ¿A qué fin publicar tan frivolos Discursos? Señor Censor. Ha de saber vm. sino lo tiene á mal, que de quando en quando salgo á hacer un poco de exercicio por [330] los paseos que hay extramuros de esta Corte. Siempre voy solo, y siempre meditando sobre las diversas locuras que acometen á los hombres. Unas me hacen reir, y otras llorar; pero comunmente mas veces soy Heráclito que Demócrito, pues no dan lugar á otra cosa las acciones humanas.

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Absorvido en varias ideas seguia uno de estos dias mi paseo, quando advierto caido en el suelo un papel: le tomo, y habiendole leido, determiné desde luego poner dicho hallazgo en el Diario; pero por ser curioso su contenido, no he llevado aun el aviso á las caxas consavidas, pues quise sacar antes una copia, y remitirsela á vm. suplicandole que el secreto se quede por ahora entre los dos, pues ignoro si convendrá propagar las especies que contiene. No trahe dicha Carta fecha ni lugar; pero de la misma relacion se [331] arguye no haber sido escrita en Europa, sin embargo de ser en idioma Europeo. Y persuadido yo á que no obstante su instruccion en las lenguas, podia ser factible no entendiese la en que está escrita dicha Carta, tuve á bien traducirla al castellano de este modo. Amigo: Llegamos por fin á nuestro destino despues de pasar todas aquellas incomodidades que son anexas á un viage por mar, y tan dilatado como ha sido el nuestro. Dexo hasta que esté mas despacio de referirte las aventuras que en él nos acaecieron, por contarte algunas cosas muy curiosas y muy dignas de que lleguen á tu noticia, á fin que filosofes un poco, pues prestan para ello una margen muy ancha los particulares que contiene. La mas borrascosa tempestad que han sufrido los atrevidos mortales en el Imperio de Neptuno, [332] arrojó nuestro Navío á una Isla, cuyo nombre no es del caso decir; y habiendo saltado en tierra, y besado á esta comun madre de los hombres, advertimos estaba habitada por unos que en estatura y color apenas se diferenciaban de nosotros. Nos recibieron como á hermanos, procurando cada qual á porfia franquearnos quanto necesitabamos, tanto para nuestro alimento, como para componer el barco que se hallaba bastante maltratado. Dos meses corrieron antes que este se pusiese en disposicion de poder volver á hacerse á la vela; en cuyo tiempo tuve el suficiente para observar el modo de vivir de aquellos Isleños, su educacion y leyes: de todo lo qual paso á hacerte una descripcion breve. En quanto á la educacion de los jóvenes, puedo asegurarte que es absolutamente distinta de la [333] nuestra. No se contentan ni satisfacen sus Padres ó Maestros, solo con decirles friamente que sean justos, humanos, generosos, agradecidos y templados, obedientes á las leyes, al Príncipe y á los Magistrados; sino que tambien procuran servirles ellos mismos de modelo, y presentarles ocasiones en que puedan acreditar todas estas virtudes. No hay dia en que no les obliguen á estudiar el libro de la Religion y de las Leyes. Qualquier joven que ha recibido algun beneficio, sino le publica, se

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le tiene por ingrato y por imprudente y de apocado corazon al que no sabe despreciar ó disimular un agravio. Jamas se les habla de agoreros ni de agüeros; tampoco de sueños, de horoscopos, ni de dias aciagos; y asi nunca tienen temor á cosa alguna. Dicen sus Padres solamente se les deben seña[334]lar y hablar de los riesgos verdaderos para que procuren evitarlos; y no de esas otras simplezas, cuya creencia solo puede exîstir en los debiles y fanáticos cerebros de las nutrices. Tienen aquellos naturales el mayor cuidado en que el ayre que respiran sea el mas puro; pues sin embargo que algunos de ellos neciamente caritativos habian edificado Hospitales dentro de la Ciudad; otros mas ilustrados demostraron vivian menos los que habitaban las casas mas inmediatas á estos edificios consagrados al alivio de la humanidad; por lo que se construyeron fuera del recinto: y me aseguraron habia producido esta juiciosa deliberacion el feliz efecto de que los sanos no se contagiasen con la corrupcion del ambiente, y que los enfermos convaleciesen mas pronto á causa de la pureza del que respiraban en [335] el campo. Ese cruel azote de la humanidad conocido con el nombre de viruelas, arrebataba un diez ó doce por ciento de aquellos naturales: por lo que algunos hombres de juicio, con el fin de que el estrago fuese menor, escribieron varios tratados científicos y sólidos, estimulando con ellos á los Padres á que inoculasen sus hijos: pero otros menos ilustrados procuraron con sofismas y cuentos, disuadirlos de que abrazasen práctica tan notoriamente ventajosa; con cuyo motivo son pocos los que se sujetan á dicha operacion, sin embargo de experimentar las mas felices resultas de ella. Es muy dificil, amigo mio, desterrar un error quando se declaran por sus Patronos el fanatismo, la ignorancia y el interes. Entre estos hombres es desconocida qualquiera otra medicina que [336] la de la naturaleza: jamas se purgan ni sangran; pues saben muy bien que la sangria es un remedio pocas veces util, y por lo comun arriesgado: pero sobstituyen en su lugar el exercicio y la templanza en comer; equivalentes en su opinion (y en la mia si vale algo) mas seguro. Una piedad mal entendida para con los muertos, hace que estos Isleños se entierren dentro de la Ciudad: y aunque algunos naturales de sano juicio representaron que la corrupcion de los cadáveres infestaba sin duda alguna á los vivos, y que era una cosa sumamente indecente sepultar los templos donde se congregaban á orar y sacrificar á su Dios; no obstante haberse exâminado este delicado punto, con la mayor escrupulosidad, aun continúa

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el uso ó corruptela antigua, ignorandose las causas que impiden [337] abolir abuso tan pernicioso. Antiguamente era infinito el número de pobres que se encontraba en los templos, calles y caminos: pero el sabio gobierno de estos hombres ha quitado de la vista objetos tan melancólicos, empleandolos en labrar tierras, ó en artes que no sean de luxo, para lo qual les proporciona todos los instrumentos necesarios: si la cosecha ha sido escasa, se hacen caminos, se construyen puentes y edificios públicos, todo á expensas del Estado. Si algun individuo de él no quiere trabajar, se le encierra en cierta casa de Misericordia donde le mantienen, y obligan á carmenar lana, y á texer un genero de sayal de que andan vestidos: pero si por años ó enfermedad se halla imposibilitado de ganar su sustento, el Erario público le mantiene, dispensandole por este medio de que se avergüen-[338]ce mendigando. No hay en dicha Isla mas nobleza que la puramente personal. Esta se adquiere, ya combatiendo con algunos enemigos del Estado; ya inventando alguna cosa util, ó ya tambien por la carrera de las letras, las que aprecian mucho, pues el hombre de talento siempre tiene seguro amparo en el Gobierno, quien le proporciona todos los medios para que subsista con decencia, encargandole otras que instruyan á sus conciudadanos; por cuyos auxîlios se destina todo al estudio, y se liberta de aquel cuidado que trahe consigo la necesidad, enemigo el mas cruel de las Musas. Pero lo que mas me admira son las leyes con que actualmente se gobiernan. Algunas antiguas están en uso en quanto son aplicables al tiempo presente. Antes por varios trámites y formalidades de Justi-[339]cia, sucedia lo que dice Titolivio, que muchos delitos quedaban impunes, y arruinados aquellos mismos que la pedian: pero el Gobierno encargó á varios sugetos doctos y amantes de la humanidad, que formasen un Código, cuya comision desempeñaron con admiracion de todos, á cuyos autores bendixeron y llenaron de elogios por las piadosas y justas instituciones que contenia. En el antiguo Código habia muchos grados de jurisdicion; de modo que se necesitaba ganar una misma causa dos ó tres veces, cuya cadena de inquietudes y de interrupcion, aniquilaba á los litigantes; pero habiendo advertido que la celeridad de la Justicia es casi tan necesaria como la Justicia misma, se mandó que en cada Ciudad hubiese un Tribunal en último recurso, y que procurasen los Jueces quanto les fuere posi-[340]ble componer amistosamente las partes antes que estas presentasen judicialmente su demanda. De este modo se minoraron los gastos á los litigantes, y ninguno de ellos pudo

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decir en lo subcesivo que le era muy indiferente quedar pobre por la justicia ó la injusticia. Tenian una ley que mandaba aprisionar al artesano por qualquiera deuda que no pudiere [sic] satisfacer: y este miserable dexando forzosamente abandonada su familia, la exponia involuntariamente á cometer todos los delitos que nacen de la necesidad, y no salia de la carcel hasta que satisfacia al inexôrable acrehedor; pero advirtiendo los que formaron el nuevo Código, que era inhumanidad aprisionar á un hombre para que satisfaciese, y quitarle al mismo tiempo las facultades de buscar aquella suma que adeuda-[341]ba, ó ganarla con su sudor, propusieron que en adelante á nadie se aprisionase por deudas; no al artesano por las razones dichas, ni tampoco al noble, pues no habia de perder su reputacion y honor, por una cosa tan despreciable como es el dinero comparado con la honra; la que debiendo ser en los Caballeros mas apreciable que la misma vida, era crueldad inaudita aun entre las Naciones mas bárbaras despojar de ella á ningun ciudadano. Se abolió la ley antigua, y se puso en práctica esta otra. Para cada quatromil ciudadanos se reputaban suficientes un Abogado y un Escribano; y asi aunque la Isla contenia trescientosmil habitantes, no habia en toda ella mas que setenta y cinco Escribanos, y otros tantos Letrados; con cuya acertada deliberacion se vivia en una paz envidiable. El Código criminal era como [342] todos los de nuestra Europa, cruel é inhumano. Solo con que se presumiese que un hombre era delinqüente, se le encerraba en una prision obscura, infecta é incómoda. Aherrojaban aquel miserable de modo, que ni aun dormir era posible. La comida siempre escasa y muy mala: pero habiendo hecho un papel periodico la pregunta de, si sabian los que procedian con aquella crueldad, si aquel infeliz era culpable, acordandoles que la sana razon manda convencer plenamente antes de castigar; determinaron que la prision fuese segura, y no incómoda; de modo que hoy un acusado ó convicto, (exceptuando la libertad) está con la misma conveniencia que en su propia casa, permitiendo el Gobierno le visiten y acompañen sus amigos y parientes. En aquel pais no se muere mas que una vez. Los Jueces, para que el reo [343] confesase el delito que habia cometido, ó que se le imputaba, usaban del cruel, inhumano, bárbaro y falible medio de la tortura; sin que advirtiesen que la ley no debe atormentar antes del juicio; que el tormento es cierto, y el crimen puede no serlo; que la humanidad y la naturaleza siempre han desaprobado semejante práctica, y que es mejor queden impunes mil delitos que castigar y deshonrar á un inocente;

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por lo que convencidos los que formaron el Código moderno de la sinrazon y barbarie de este procedimiento, y habiendo acaecido que un delinqüente vigoroso salvó su vida negando, y que un ciudadano de debil complexîon confesó en el potro un delito que no habia cometido, por no poder sufrir los dolores del tormento; propusieron que este se aboliese enteramente. Asi se decidió en asamblea general; y [344] hoy algunos Jueces antiguos se avergüenzan haber impuesto á los hombres, á sus hermanos, á sus semejantes, un castigo apenas disimulable en los siglos doce ó trece. Antes eran muy comunes las sentencias de muerte. Ahorcaron en pocos años varios criados que habian robado á sus amos: y viendo estos que su delacion los hacia odiosos á todos, determinaron denunciar sus domesticos á la Justicia, y asi quedaban sin castigo dichos delitos: pero viendo que semejante indulgencia los multiplicaba, prometieron dar cuenta de ellos á los Jueces en caso que se contentasen estos con imponer al robador pena mas moderada. Se les otorgó la súplica, y segun me aseguraron han disminuido notablemente los hurtos de esta clase; destinan por diez años al que comete alguno á trabajar en obras [345] públicas vestido de una túnica blanca de sayal para que se distinga de todos, y todos le conozcan. Ahorcaban infaliblemente á los ladrones que asaltaban las casas, ó robaban en los caminos: jamas se les hacia gracia de la vida. Pero habiendo conocido los nuevos reformadores, que la ley no inventó los suplicios sino por el bien de la sociedad, propusieron que estos ladrones baxo una disciplina de hierro, secasen las lagunas, desmontasen tierras fragosas é incultas, y hiciesen otros trabajos igualmente rudos por el tiempo de veinte años, cuyos exemplos vivos, públicos y permanentes, corregirian mejor que el horroroso y triste espectáculo de un hombre ahorcado ó desquartizado, cuya mocion es por desgracia muy instantanea y pasagera. Habia otro abuso demasiado perjudicial á la seguridad pública, [346] qual era el de que imponian igual pena al que robaba en un camino, y al que robaba y asesinaba: por tanto no habia ladron que no fuese asesino. La sana razon hizo observar á los encargados de formar el nuevo Código, que las leyes deben graduar las penas como graduan los delitos, y que era en desdoro de la justa Astrea tal costumbre; por lo que al simple ladron de caminos, se le impuso igual castigo que al domestico, y el suplicio de muerte se destinó solo para los homicidas ó traidores al Estado. En dicha Isla, todas las delaciones son públicas, y desprecian (como es regular en qualquier buen gobierno) acusaciones que no sean juridicas. Estas deben hacerse á presencia de cinco Jueces, quienes llaman inmediatamente

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al acusado y le carean con el delator. Si aquel resulta inocente, sufre este irremisiblemente la pena que debia impo-[347]nersele al otro por el delito que le imputaba. Un malvado insulano con el fin de enriquecer el Fisco, propuso se confiscasen los bienes de cierto miserable que acababa de ser condenado á muerte. Bárbaro, le dixo el Presidente del primer Tribunal, ¿aun te parece que son poco desgraciados su muger é hijos, ella en tener tal esposo, y ellos tal padre, sino que quieres tambien que la ley castigue á inocentes? Despojaron al arbitrista de una considerable porcion de sus bienes, y se aplicaron á la familia que iba á quedar huerfana. Lo mas apreciable que tiene el Código de estos hombres es la claridad, pues no hay ley que no sea muy simple, y asi á nadie se le permite que las comente ni interprete, porque esto seria hacerlas obscuras, capciosas, y las mas veces arbitrarias.” [348] En otra Carta continuaré Señor Censor, el propio asunto, pues le falta tiempo para dilatarse mas en esta á su afectisimo Harnero.

Carta XXI Sin duda que me han hecho algun conjuro, que no puedo salir de esta materia por mas que á tratar de otras me apresuro. Lupercio Leonardo de Argensola. Señor Censor. Continuando el asunto que dexé pendiente en mi anterior Carta, y la traduccion del citado original; [350] dice este que en la consabida isla, no se molestaban muchos los Jueces antes de la reforma del antiguo Código, para juzgar con la brevedad posible al infeliz delinqüente; de manera, que varios pretextos alejaban el momento; y tanto que algunas veces pasaban dos y tres años, y aun estaba viendo aquel miserable hombre suspensa sobre su cabeza la espada de la justicia. En vista de semejante inhumanidad se estableció una nueva ley mandando que á todo reo se le juzgase (no teniendo que evacuar citas fuera de la Isla), en el preciso término de dos meses.

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No conocen ni han conocido jamas dichos Isleños las guerras civiles, y creo que tampoco se hallarán nunca bastante civilizados para combatir y despedazarse entre sí. Supe que con motivo de haberles hecho ver la experiencia, que las guerras fuera de su Patria, [351] aunque menos funestas, la habian no obstante acarreado un diluvio de males, y adquirido con ellas mas enfermedades y vicios que victorias; establecieron que en lo subcesivo no se conociese otra guerra que la defensiva. Todos los meses se imprime una gazeta dando cuenta de lo que ha ocurido en la Isla .. y me admiró leer en ella ciertas noticias que si se comunicasen impresas en Europa, serian indubitablemente la piedra de escándalo, sin que por esto dexasen de ser muy ventajosos tal género de papeles si en todo Reyno se estampasen cada año media docena de ellos. Reducese pues su principal contenido á noticiar haber depuesto del empleo á qualquiera sugeto que por su conducta se hizo acrehedor á semejante castigo. Me acuerdo, decia una: Al Gobernador de * * * se le ha exônerado del empleo que obtenia, [352] por negligente en la expedicion de los asuntos que estaban á su cuidado. Al Magistrado * * * por ignortante de las leyes y costumbres del Pais, por opresor de la inocencia, porque vendia la justicia, porque maltrataba al litigante, y porque se dexaba gobernar en todo por una prostituta: y al Caballero * * * se le ha destinado por el tiempo de seis meses á barrer un Hospital, y otros seis á asistir á los pobres encarcelados, porque era mal marido, mal padre, y cuidadano inutil. De este modo, la gazeta que por lo comun no sirve en nuestro Pais mas que para diversion de gente desocupada; es en este un fuerte estimulo para adquirir y mantener las buenas costumbres, y un freno que impide abandonarse al vicio. Antiguamente en toda la Isla, y particularmente en la Capital, se hacian grandes fiestas por qual-[353]quiera victoria conseguida sobre los enemigos. Pero considerando despues con reflexîon filosófica, que la mas completa, siempre arruinaba varios ciudadanos, y que, á mas de la pérdida de esto, quedaban muchos huerfanos abandonados á la mas lastimosa miseria; deliberaron no se celebrasen mas fiestas, ni hubiese otros regocijos que los que prescribe la humanidad; quales eran templar el dolor de la pérdida de aquellos honrados súbditos que murieron por la Patria, con la gloriosa satisfacion de socorrer y consolar á sus mugeres é hijos, distribuyendo entre aquellas y estos los caudales que antes se invertian en galas, iluminaciones y festejos que á nadie utilizaban.

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Alli la palabra amor de la Patria, tiene diferente sentido que en Europa. En esta es una cosa que nada significa; pero entre los [354] citados Isleños no hay palabra mas magnífica, mas amable, ni mas sagrada. Piensan justamente que todo se debe sacrificar por ella; que es enorme delito tener otros amigos que los suyos; que compatir y morir en su defensa es la cosa mas heroyca, y que el Cielo favorece al que la sirve. Estos son los sentimientos que animan á los Magistrados, á los Militares y al Pueblo. Cada hombre de él es un Bruto para destruir tiranos, un Caton para conservar y defender las leyes, y un Ciceron para atemorizar á los Antonios, y lanzar rayos de eloqüencia contra los Catilinas. Hasta mugeres son ciudadanas: emulas de las de Esparta, saben decir á sus eposos é hijos quando estos van á la guerra, que vuelvan con su escudo, ó sobre su escudo; esto es, ó vencedores ó muertos. Dichos Isleños que no gustan [355] se los entierre vivos; se horrorizaron al ver que algunos á quienes habian creido muertos, salieron despues del sepulcro. ¿Quáles son las verdaderas señales de muerte se preguntaban unos á otros. Decidieron que no habia otra que dexase de ser equívoca sino corrupcion; en vista de lo qual determinaron que á ningun cuerpo se le diese sepultura hasta que se adviertese en él dicha señal; y hoy dia se observa esta práctica inviolablemente, porque entre dichos naturales no consagra el tiempo los abusos. Ninguna hora tienen determinada para comer. Convencidos por la experiencia diaria que el placer está fundado sobre la necesidad, esperan el hambre, y la satisfacen con yerbas, legumbres ó frutas. Comen pocas veces carne, pues dicen que los páxaros y quadrúpedos carnivoros siempre estan flacos, y [356] que viven comunmente menos que los que no lo son. Apagan la sed con agua. El vino y todo licor fermentado se vende solo en las Boticas como remedio. Alli no se sabe que cosa sean las Cartas que llamamos en Europa de recomendacion. Si un pretendiente ó litigante presentase alguna á qualquier Juez ó Ministro implorando esta ó la otra gracia, sin duda se creerian sumamente agraviados, pues se persuadirian justamente que desconfiaban de su integridad. Entre ellos no se conocen otros padrinos que la justicia ó el mérito. Protegen mucho el comercio, porque saben lo ventajoso que es este á un Estado; pero no se permite pase esta proteccion de aquellos límites regulares y prudentes, y se desecha qualquier proyecto de comercio que se dirija á ganar todas las clases de hombres, porque [357] no haciendolos

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sensibles sino á un interes sórdido; la gloria, el honor, la buena crianza y las virtudes morales, suelen padecer notablemente. En dicho Pais, qualquier enfermo que entra en el Hospital, no sale de él hasta que se halla perfectamente bueno; pues han llegado á conocer, que faltándole esta precisa circunstancia, no puede trabajar por la debilidad que aun sufre de resultas del mal, con cuyo motivo se dá á mendigar, y se queda un enterno pordiosero, viendo que gana su sustento sin trabajo alguno y á expensas de la caridad. Aprecian mucho la Agricultura, y se valen todos los medidos posibles para que llegue á conseguir toda aquella perfeccion de que puede ser subsceptible, recompensando de varios modos al que se aventaja mas en ella. Pocas [358] veces son pecuniarias estas recompensas, pues el estado tiene una rica India en los honores. Se varian ó determinan estos segun la clase de sugetos, pues saben que en la China el Labrador de una Provincia que cultivó mejor su terreno, se le declara Mandarin de la octava clase. No se cree en dicha Isla que entre esas almas cubiertas de sayal no haya muchas dignas de honores, porque entenderian agravíar á la naturaleza si se persuadiesen que era esta tan avara de sus dones, que se negase á depositar grandes almas entre los habitantes de las cabañas. Alli no sucede lo que en la mayor parte de los Estados de Europa, que la recompensa (si llega), es solo para un guerrero, un Ministro, un negociante. Toda clase de gente la esperan de su trabajo; ¿y por qué nó? ¿Acaso no hay sino tres géneros de mérito? Un Magistrado que [359] se respeta, y respeta la ley: Un Orador que consagra sus talentos en defensa del pobre oprimido: Un Filósofo que liberta su Patria de alguna preocupacion funesta á ella y á la humanidad: Un Cura Paroco que instruye en la Religion á sus feligreses, y que los alimenta; ¿son acaso hombres á quienes se debe despreciar? ¿Es por ventura indiferente conservar y multiplicar la especie? El premio despues de recorrer sin predileccion las primeras clases del Estado, debe ir en busca de la virtud hasta los pobres hogares de aquellos miserables hombres que confundidos con el ganado que trabaja y abona nuestras tierras. Qualquiera de estos que se sepa haberse distinguido por su aplicacion á la Agricultura, por ser buen padre de familias, y por una conducta digna, alli debe buscarle el premio, alli. Todos los que pueden acordarle [360] tienen el propio lenguage que yo, pero se queda en hablar solamente. ¿Quándo pasará el Reynado de las palabras, y llegará el de las cosas? ¿quándo? Yo creo poder decirlo. Llegará este Reynado quando no sean las Cortes el centro de la intriga, de la confusion y del desorden: quando dexemos de ser viciosos y

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afeminados Sibaritas: quando no presida el luxo: quando se aprecien las Artes utiles, y se desprecien las frivolas: quando el Filósofo no se confunda con el pedante: quando un Músico ó Maestro de danza ganen menos que el Labrador y el Artesano: quando el pudor dexe casi de ser desconocido, y aun mirado con desprecio: quando las solteras no deseen tener esposo sino para abrirse las puertas de la mas desenfrenada licencia: quando los matrimonios no se vean ultrajados por los dos sexôs: quando las esposas castas no giman al paso que las [361] cortesas triunfan: quando los viejos abandonen los vergonzosos y perjudiciales desordenes de la licenciosa juventud: quando esta envejezca y se inutilice por años, y no por vicios: quando falte dinero para los expectáculos, para el excesivo adorno y profusion en las mesas; y nunca para satisfacer las deudas, ni para socorrer al desgraciado mendígo: quando ninguno halle su ventaja en la desgracia de otro: quando nadie esté dispensado de ser hombre de bien: y quando amemos mas á nuestra Patria: entonces será qualquiera donde reynen sentimientos tan nobles y tan heroycos, la mas feliz, la mas opulenta, y consiguientemente la mas respetada. A esto se reduce Señor Censor, el contenido de la mencionada Carta, y á la verdad que si son ciertas las noticias que en ella comunica, no puede lograrse en este [362] mundo gloria mayor que la de vivir y morir en una Isla tan diametralmente opuesta á la cosmosia, si acaso es exâcta la descrpicion que vm. nos ha dado de ella. P.D. En ninguna de quantas Cartas tengo escritas á vm. le he dado noticia de mi salud, ya fuese porque no le considerase de los mas interesados en ella, ya por descuido natural: pero ahora me veo en la precision de decirle, que hasta el presente la he disfrutado tan robusta que podia apostarselas al mayor necio; mas como toda cosa mortal declina, hace algun tiempo que la tengo tan quebradiza y delicada como puede ser el honor de una dama en boca de un pisaverde. Por lo tanto, si acaso en algun correo se hallase vm. sin carta mia no lo achaque á pereza en escribir, no á que me falten asuntos que comuni-[363]carle, ni que pueda haber otro motivo que el dicho capaz de interrumpir mi correspondencia. Tengalo vm. asi entendido, y asegurese estoy incesantemente rogando á Dios le conceda lo que deseaba Sócrates para sí mentem sanam in corpore sano. Disfrute vm. una y otra cosa mucho tiempo, y disfrute de su filosófica razon, pues por este medio ganarán las Ciencias, y ganarán los amigos de ellas y vm.

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Carta XXII Señor Censor. Por el correo de Andalucía recibí la siguiente Carta; y obedeciendo la prevencion que me hace su Autor, se la dirijo á vm. Creo sea asunto digno de su pluma combatir los abusos de que habla, y hacer presente á los que pueden desterrarlos, la Sesion XXV. del Concilio Tridentino que manda, no se vea en las Iglesias nada deshonesto, ni se admitan nuevos milagros sin que sean reconocidos y aprobados por el Obispo.

[366] ¿Numquid Deus indiget vestro mendacio, ut pro illo loquamini dolos? Job. cap. XIII. v. 7. Señor Censor. Estando escribiendo acerca de un asunto bastante digno de la atencion de vm. y del público, distrajo mi imaginacion una voz bien desentonada, pero penetrante, que excitó en mí todo el fuego de que quisiera estar inflamado ahora para escribir con toda vehemencia sobre el caso. Puede ser que los que censuran en vm. (quizá con muy poca razon) que se divierte en asuntos de poca importancia, graduen mi empeño de tal; mas yo no lo juzgo asi, ni creo que quien tenga una [367] mediana reflexîon piense de otro modo. La voz ó pregon que me llegó de ira, y me dió á conocer el extremo de fanatismo é indolencia de este Pueblo, fue la siguiente: ¿Quién compra milagros? Ya se vé que esta expresion entendida materialmente es una blasfemia digna del mayor castigo; pero, ¿y quién sabe si alguna parte del ignorante vulgo la entenderá asi? Y aun quando nó, ¿quántas proposiciones que analizadas nada repugnan á nuestra Religion, se condenan por solo su prospecto? Ciertamente no seria extraño, que el comercio de esta especie se anatematizase por solo este motivo. Mas yo quiero suponer al vulgo Español no tan grosero; y me persuado con gusto á que entiende dicha proposicion en su verdadero sentido, esto es, ¿quién compra signos para manifestar á Dios la gratitud á los beneficios [368] que milagrosamente recibimos de él, ó inmediatamente, ó por intercesion de sus Santos? Convengo en que sea este el verdadero sentido de dichas palabras, y aun entendidas asi, pretendo hacer ver los perjuicios que ocasiona un trato de esta especie. En la Corte, como que es el Pueblo mas culto de la España, mas ilustrado, y por consiguiente menos fanático, tal vez no habrá semejante mercancia,

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y tal vez no sabrá vm. que la hay en esta Ciudad, la qual quando no sea la mas populosa de España, no tendrá dos que la excedan. En esta Ciudad, pues, se oye freqüentemente dicho pregon: quando lo oí la primera vez, movido de curiosidad llamé á la milagrera, y me mostró una gran cesta llena de piernecitas de cera, ojos, manos, brazos, y hasta los miembros mas vergonzosos. Me llenó de ira [369] este aspecto, y me la excitó de nuevo quando dias pasados oí el fanático pregon de quien compra milagros. En este supuesto, y en el de que la vara censoria de vm. no debe ceñirse á la reducida esfera de la Corte, seame permitido suplicarle se sirva meditar sobre el asunto. Sí, Señor Censor, todos tenemos derecho á sus instrucciones; y pues todos contribuimos á sostenerle en su empleo, dignese vm. de quando en quando enviar sus Svirros por estos paises á caza de alguno entre los muchísimos reos de su juzgado. No quiera Dios que ninguno forme de mí alguna idea poco religiosa, creyendo que yo no estoy íntimamente persuadido de la Omnipotencia de Dios, ó que he subscrito á la heregia de los Iconoclastas: no lo permita Dios; soy Católico, Apostólico, Romano; soy [370] Español; mas por lo mismo, por lo mismo me duele mas y mas la tolerancia de un abuso tanto mas reparable, quanto lo veo practicado los mas ó todos los dias, y á toda hora, en una Ciudad donde los Jueces son infinitos, y donde parece que la ilustracion no tendria que envidiar á la del Pueblo menos preocupado. ¿Qué idea formarán de nuestra Religion santa aquellos que aun las cosas mas sagradas las glosan á su arbitrio? ¿Qué idea, repito, formarán á la vista de nuestra milagrera? ¡Cómo se mofarán de nuestra barbarie! y lo que es mas, ¡cómo se mofarán de las infalibles verdades de nuestra creencia! Nada hay pequeño en este asunto, Señor Censor, nada desatendible; el estilo de vm. satírico podrá conseguir mi objeto, quando yo me cansaria inutilmente en hacer mil ex-[371]clamaciones y mil apóstrofes, ya á la Religion, ya á los fanáticos, ya en fin á los Jueces que lo toleran. Por si le dá á vm. la gana de escribir sobre esto, y del modo que yo juzgo mas persuasivo en los papeles periódicos, voy á referir algunos casos que pueden venirle á vm. á qüento, ó inclinarle á mi modo de pensar. Paseando yo el otro dia con un amigo en los Claustros de cierto Convento de esta Ciudad, vimos al lado de una imagen diez ó doce sartas de dichos signos; mi compañero se santiguó diciendo: ¡Jesus quánto milagro! Pasaba á la sazon un lego, y le dixo, de que poco se aturde vm.; no hace dos meses que de los milagros que quitamos á esa imagen hicimos tres arrovas de velas, «pues muy poca fé, segun eso, debe haber en esta Ciudad (replicó

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mi compa-[372]ñero), porque segun dice San Gregorio, en su tiempo no se veian muchos milagros á causa de estar bien radicada la fé, y no ser necesarios por consiguiente.» Diga lo que diga San Gregorio, lo cierto es que esta santa imagen los hace á cada paso. Asi le contestó el lego, marchándose no muy satisfecho del reparo justo de mi amigo. Vaya otro caso. Estando yo diciendo Misa, al hacer la gestion que corresponde á estas palabras et elevatis oculis in cœlum, palabras que deben contraher toda la imaginacion y todos los sentidos á la grande obra que se va á hacer inmediatamente, ví á los pies de una imagen pendientes unos pechos de cera; y ó bien sea la idea que me ofreció este signo, ó bien el horror que me causó la memoria de esta preocupacion, ó lo que es mas [373] cierto su impropiedad y disonancia á vista del sacrificio y del grande milagro que estremece al paso que llena el corazon de gratitud y consuelo, le confieso á vm. que me tuvo largo tiempo en una zozobra no facil de explicarse. Refiriendoselo yo á un amigo me dixo que él mismo habia visto otro signo de esta especie, pero que representaba otra cosa aun mas recóndita; y que á su vista se explicaron los compañeros que iban con él de varios modos, unos lamentándose de la tolerancia de un abuso tan extendido en este Pueblo; y otros ó menos racionales, ó mas libres, glosando el milagro de mil modos escandalosos. Haciendo yo conversacion de este asunto con un hombre instruido, me refirió otro lance que presenció él mismo, y es como se sigue. Con motivo de haber llega-[374]do á esta Ciudad un viagero Español, y tener precision de cortejarle, se ocupó en irle enseñando las cosas mas particulares del Pueblo. En desempeño de este obsequio estaban viendo una Iglesia, y habiendo reparado al lado de un altar en un dedo de cera pendiente de una cinta, preguntó el viagero al Sacristan que les acompañaba la significacion de aquel Dixe, y le respondió, «ese es un milagro que ha hecho la Santa con un hombre, que estando padeciendo mucho tiempo de un dedo, se le cortaron dias pasados, y al ir á hacerle la operacion se ofreció á la Santa tan de veras, que á breve rato de haberle restañado la sangre, advirtió que poco a poco se le iban quitando los dolores, y en fin despues de algunos dias se vió ya bueno y sano.» Ese milagro, dixo el viagero, me trahe [375] á la memoria la glosa que hizo un amigo de una copla que oyó cantar á unos hermanos de la Aurora. La copla decia asi: Un devoto por ir al Rosario de una ventana se quiso arrojar, y al decir, Dios te Salve, Maria,

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se encontró en el suelo sin hacerse mal. La glosa era esta. «Un devoto por ir al Rosario de una ventana se quiso arrojar, y al decir, Dios te Salve, Maria, se saltó los sesos sin hacerse mal.» El Sacristan que no era muy tonto, le dixo al oir esto, ¿con qué vm. no cree en milagros? Mucho que creo, contestó el viagero; pero creo igualmente que Dios no gusta le atribuyan milagros que no hay; «pero á lo menos gustará de la piedad de los fieles,» [376] replicó el Sacristan. La piedad, repuso el viagero, debe estar fundada en la caridad, y en las máxîmas é ideas sólidas de nuestra Santa Religion; lo contrario es un fanatismo digno de remediarse. «Yo no entiendo de fatenismos, dixo el Sacristan, yo creo en Dios á puño cerrado, y me parece que vm. huele á chamusquina.» Con esto, viendo el viagero que era tiempo perdido el detenerse en esta conversacion prosiguió viendo la Iglesia. No me atrevo, Señor Censor, á referir á vm. cierta conversacion que oí á unos libertinos al pasar una de estas milagreras pregonando sus signos ó milagros. Facil le será á vm. pensar lo que dirian y como hablarian de nuestra insensatez, persuadidos á que pues públicamente se permitia este comercio, y á vista de tantos Tribunales y [377] Jueces, la mayor parte del Pueblo adoptaba y calificaba estos milagros, y la venta de su significacion. Sin fatigar mucho mi memoria aumentaria prodigiosamente el número de los casos que he visto y oido nada favorables á nuestra Santa Religion por este abuso; pero no quiero molestar á vm. mas. Tambien era muy facil abultar esta Carta con citas y mas citas, autoridades y mas autoridades; ya vé vm. quantas me subministraria el Señor Benedicto XIV; pero me abstengo gustoso, ya porque no me llame vm. pedante; y ya tambien porque me persuado que las armas con que se han de vatir los abusos populares en los papeles periódicos, ha de ser la burla. No es esto, Señor Censor, dar á vm. lecciones; yo aprecio mucho sus Discursos, aunque no dexo de aprobar la sincéra confesion que se halla estampada muy en ho-[378]nor de vm. en el discurso 138, es á saber, que daria vm. algo bueno porque no se hubiesen impreso algunos de ellos. Dios guarde á vm. muchos años su vida y su constancia.

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Carta XXIII Recibian estas cargas diversos Censores ancianos, cada uno destinado para los libros de su profesion, los quales con riguroso exâmen reconocian, y solo dexaban pasar para servicio de aquella República, á los libros que con propia invencion y arte eran perfectamente acabados, y podian dar luz al entendimiento, y ser de beneficio al género humano. Saavedra Rep. Lit. [380] Señores Censores. Con vms. hablo, y dispénseme el Caballero Censor interrumpa por ahora su correspondencia. La idea grande que me debia este título de Censor, me hacia creer que quando un libro ó papel salia bien despachado de un Tribunal tan respetable como yo me lo figuraba, podia libremente presentarse al público seguro de que contribuia á su utilidad, y de que su Autor hacia en esto un servicio á la Patria segun sus fuerzas. Asi pensaba; mas á vista de tanto papel y libro inútil como se imprime, debí mudar enteramente de dictámen, y hacerme cargo desde luego que el oficio de Censor se ceñia á los límites de la Religion, y Regalias de S.M., esto es, á exâminar si las [381] obras pugnan contra unas ú otras. En efecto hube de rebaxar mucho de aquella primera idea que me debian los Censores, y mas quando estando en estas dudas llegó á mis manos un libro muy á propósito para confirmarme en este último pensamiento. Precedian al dicho libro tan inútil como muchisimos que ahora se imprimen, dos censuras, la una del Juzgado Eclesiástico, y la otra del Secular. Decia asi aquella. «En cumplimiento del mandato de V.S. he visto la obra . . . escrita por el R.P. Fr. . . . y no habiendo hallado en ella proposiciones heréticas, mal sonantes, piarum aurium ofensivas, escandalosas, ni contrarias á nuestra santa Religion y buenas costumbres, juzgo que V.S. puede conceder la licencia que se solicita para su impresion. Asi lo [382] pienso, salvo, &c.» La aprobacion del Tribunal Secular era de esta suerte. «De órden de V.S. he visto la obra intitulada . . . compuesta por el R.P. Fr. . . . cuya censura ha cometido V. S. á mi ignorancia; y habiéndola leido con el mas prolixo exâmen, no encuentro en ella cosa que se oponga á nuestra Religion, ni proposicion alguna contraria á las Regalias de S.M., en cuyo supuesto, es justo que V.S. conceda al referido P. Fr. . . . la licencia que pide para su impresion. Este es mi parecer, salvo meliori, &c.»

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Estas eran las dos censuras que precedian al libro; y en efecto, leido para satisfacer al empeño de un amigo que asi me lo encargaba, hallé ser cierto el juicio que formaron los Censores. A favor de [383] su modo de censurar, veia yo tambien la autoridad para mí tan recomendable del P. Feyjoo, quien en su Discurso Nuevo Caso de conciencia, parece no exîgir mas de los Censores que el exâminar si las obras son contra la Religion ó la Regalia, exônerándoles al parecer de otros cuidados, si no tan atendibles, muy dignos en mi sentir de consideracion, y con licencia de este sabio Crítico muy dignos de sugetarse al Tribunal censorio. Con todo, no vivia yo enteramente tranquilo, y me costaba mucha violencia haber de persuadirme á que el juicio de un Censor debia ceñirse solamente á dichos dos objetos. ¿Es posible, decia yo que un libro lleno de impertinencias, de insulseces, y de materias enteramente inútiles, bien que nada contrario ni á la Religion ni á [384] las Regalias de S. M. se haya de dar al público? El Público es un sugeto muy respetable para que se atreva á turbar su atencion una obra que de algun modo no la merezca. Los Magistrados destinados al bien del Público, no es justo permitan que se le falte á su respeto debido. Fuera de esto, la Patria interesa mucho en que no se dé libre paso á todas las obras que no sean contrarias ni á la Religion, ni á la Regalia. El silencio de una Nacion es prueba muy equívoca de su barbarie; pero la publicacion de muchas obras inútiles, prueba nada equivocamente su ignorancia. Por exemplo, las obras que censura nuestro Apologista universal, ¿qué honor hacen á la Patria? Son indignas de una Nacion medianamente culta, son abominables. Estas, entre otras muchisimas re-[385]flexîones, pensaba yo, Señores Censores, que debian vms. tener presentes quando llegaba á su Tribunal qualquier escrito; y no obstante que con las dos aprobaciones arriba dichas, veia yo que los Señores Jueces autorizaron la prensa, aun me hacia gran eco el monton de razones que me animaban á pensar en contra. En estas circunstancias me ocurrió ver lo que sobre este punto disponen nuestras Leyes, persuadido á que en un asunto de tanta gravedad no estaria defectuosa nuestra Legislacion. Poco hube de trabajar en hallar en ella apoyo de mi justo dictámen: los hallé muy repetidos, y en obsequio del Público, á quien miro con la veneracion que debieran vms. los Censores, voy á copiar alguno de ellos para que vms. sepan el espíritu con que deben registrar las obras. [386] Son muchos, repito, los apoyos que hallé de mi justa idea en nuestra Legislacion. Las varias disposiciones respectivas á la imprenta, acreditan

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lo interesante de este asunto, y á la verdad que sin descrédito de la Monarquia no era facil persuadirse á que se habia desentendido de una materia de tantas y tan graves conseqüencias. No es mi ánimo hacer un acopio de citas y leyes sobre el Caso; quédese esto para la turba multa de leguleyos que cifran toda su ciencia en los repetidos Ibis. Basta, pues, una ley sola para que se haga respetar, y no necesita del auxîlio de otras para ser obedecida: graduaria yo de perjudicial una Legislacion que abundase de leyes idénticas, y no sé si de poco respetado y vigoroso al Legislador que repitiera muchas leyes con un mismo indivisible objeto. Baxo de es-[387]te supuesto certisimo vean vms., Señores Censores, lo que disponen dos de nuestras leyes: La ley 23. lib. I. tit. 7. de lo Recop. dice entre otras cosas, que las cosas vanas y sin provecho defiendan que no se impriman; y si las tales se hubieren traido imprimidas de fuera del Reyno defiendan que no se vendan. Mas contrahida está la ley 48. del lib. 2. tit. 4. Encargamos (dice á los Jueces de Imprentas) los vean y exâminen (los libros) con todo cuidado antes que den las dichas licencias, porque somos informados que de haberse dado con facilidad, se han impreso libros inútiles y sin provecho alguno, y donde se hallan cosas impertinentes. ¿Pueden estar mas terminantes en favor mio estas leyes? Y á su vista ¿podrán vms. afirmar que cumplen con ver si la obra es irreligiosa ó antirealista? ¿ No serán vms. [388] fractores de la ley ó su espíritu, sí, contentándose con esta censura, son causa de que se publique una obra inútil? Ahí tienen vms. bien claros los motivos de la ley 48.; los libros inútiles y sin provecho, y donde se hallan cosas impertinentes, dieron causa á la ley que manda se exâminen con cuidado. Ya, pues, no deberán vms. contentarse con decir que la obra no contiene proposiciones hereticas, mal sonantes, piarum aurium ofensivas, escandalosas, ni contrarias á la Religion, buenas costumbres, y Regalias de S. M.; ya deberán vms. añadir que son ó no inútiles, provechosas ó no, impertinentes ó lo contrario. Puede ser que alguno de vms. me oponga el dicho comun de que por malo que sea un libro, no dexa de tener alguna cosa buena. Respondo lo primero quo [sic] no es cier-[389]ta esta proposicion, pues hay obras tan inútiles que nada tienen de provecho, y lo segundo, que aun quando sea cierta, es menester para aprobar justamente un libro de esta clase, que lo tal qual útil que tenga compense lo inútil de que abunde.

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Al diablo los doy tantos libros Lobos como corren hoy.118 Hay entre vms., Señores Censores, otra casta de hombres tan adiptos á su opinion que no dan pase á las obras ó papeles que no se conforman con su modo de opinar; por supuesto que hablo de aquellas materias que ni son contrarias á la Religion, ni á las Regalias de S.M., ni perjudiciales por [390] otro titulo. ¿Se dará una prueba menos equívoca de la elacion que anima á vms.? Porque á la verdad, ¿en qué se fundarán para no aprobar tales obras, sino en creer que su opinion es la decisiva, ó que se agravia su decoro literario en permitir la impresion de un escrito contrario á su modo de opinar? De este modo no podria un mismo Juez permitir se imprimiesen dos obras de un mismo género contrarias en sus dictámenes, pues no sé que sea lícito al Juez lo que no puede hacer un Censor respectivo á la prensa. Este informa si la obra es digna del Público, y aquel por lo comun subscribe á su dictámen, que debe suponer justo y racional. No hace muchos dias que toda una Sociedad de Eruditos no quiso aprobar para su impresion una obra que no se conformaba con la opinion de los Socios, como si su Autor no [391] tuviera la misma libertad de pensar que aquel congreso literario, y como si al Público se le pudiera defraudar de unos cálculos que reflexîonados y conocidos por él, le serian útiles. He dicho, Señores Censores, lo que juzgo deben vms. tener presente quando les distinguen con el alto honor de remitir á su censura alguna obra: si es inútil, no hay razon para aprobarla, y si es útil, por mas que su Autor no subscriba á las opiniones particulares de vms., no es justo impedir su impresion. Creo que los sensatos me harán la justicia de convenir conmigo en esta parte; y espero que vms. serán mas escrupulosos en lo succesivo, y no tan tenazmente adictos á su modo de pensar, dexando á cada uno en la franca libertad de opinar como guste, y publicar sus discursos quando en [392] ello no hay otro inconveniente que el de no ser de la opinion de los Señores Censores.

Carta XXIV Señor Censor. Un Eclesiástico docto y constituido en Dignidad me ha escrito la siguiente Carta. Me parece le asiste toda la razon en quanto dice; por tanto he deter118

Iriarte. Fab. liter. Fab. XXV.

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minado publicarla para desengaño de algunos, y confusion de aquellos que fomentan lo que en ella se censura. [394] Dios quiere que siempre reyne la verdad, aun quando por accidente haya, de resultar alguna utilidad de la mentira. Feyjoo theat. crit. tom. III. Discurso V. num. XIV. Señor Corresponsal del Censor. Muy Señor mio: Ello es indispensable: Un error que en una nacion ha echado profundas raices, necesita mucho tiempo para extirparse del todo; y si los errores son muchos, son menester siglos enteros para desterrarlos, y ojalá que al fin se logre. ¿No será una monstruosidad que todos los esfuerzos de los sabios, no puedan prevalecer contra tantos tan grandes y tan atrincherados enemigos? Pues cada dia se están viendo repetidas experiencias de esto. [395] El error comun por grande que sea, tiene la singular prerrogativa de pasar de generacion en generacion sin dificultad; y como él sea en materia de devocion, se tiene por una prevaricacion insufrible el quererlo sujetar al exâmen. Desgraciado el sabio que se atreve á censurar, ¿qué digo á censurar? á criticar una devocion, una opinion, una preocupacion de esta linea, como haya adquirido la posesion de cincuenta ó sesenta años! Sea ella la mas supersticiosa, sea la mas descabellada, sea finalmente en realidad erronea, y aun condenada por la Iglesia; si ha corrido por desgracia con el nombre de una excelente devocion, de una opinion piadosa, de un acto heroyco de virtud, seguro está que falten muchos teólogos de beatas que la defiendan, que la ensalzen, que la coloquen entre los dogmas, y que tengan á lo menos por libertino en la Moral, y sospechoso en la Fé al que tiene la temeridad de censurarla. [396] Todos saben la falsa, pero enmascarada doctrina, que se publicó en Francia por una Señora ilustrada, literata, y devota, del Amor de Dios desinteresado. Todos saben que un ilustre y sabio Obispo incautamente llevado de la fantástica heroycidad de los actos de caridad que aquella Señora proponia, salió al público en calidad de defensor de su doctrina; y todos saben que al fin se condenó aquel amor imaginario por su total y omnimodo desinteres, por la Silla Apostólica; y que aquel insigne Prelado, como verdaderamente sabio reconoció el hierro de su entendimiento, y retrató su de-

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fensa con la misma publicidad que la habia intentado.119 ¿Pues cómo se creeria que aun no faltan Doctores, Catedráticos de Universidades, Religiosos condeco-[397]rados, pero en realidad Teólogos Lagarristas, que llenen de oprobrios, traten de libertinos, y acusen como sospechosos en la Fé los que despues de esta condenacion se han atrevido á reprobar este desinteresado amor, y á censurar á lo menos por necedad y por hipérbole importuna aquella expresion del Soneto atribuido á San Francisco Xavier, y que está en las mas Sacristias de nuestra España, como una coleccion de actos los mas sublimes de caridad; conviene á saber: No me mueve, Señor, para quererte la gloria que me tienes prometida. ... aunque no hubiera gloria yo te amara. Tales especies y otras infinitas de este jaez, deforman, sino en la substancia (que ahora prescribiendo de esto), á lo menos en los accidentes la práctica del Christianismo, y dan mo-tivo aquellos Accatólicos hallen á ca[398]da paso motivos de invectivar y satirizar nuestras prácticas y nuestra creencia, motejándonos de que reducen nuestros Doctores Eclesiásticos todo el nervio de la vida christiana á una multitud de fruslerias y prácticas por la mayor parte supersticiosas; sin que podamos responderles, sino quexándonos como de unos ignorantes de los que apoyan y promueven aun á pesar de las repetidas prohibiciones del Santo Tribunal estas especies dignas de ser proscritas y desterradas. ¿Y qué diremos de la multitud de nuevas devociones que cada dia pululan, y que se subceden unas á otras, disputándose el valor y la utilidad? Ya aparece la letania del Santísimo Sacramento; ya la del Dulce Nombre de Jesus; ya la de San Miguel; ya la de S. Francisco Xavier; ya el voto de las Animas Benditas ya . . . ¿mas adónde vamos? Seria proceder en infinito si siguieramos refiriendo todas estas devociones y prácticas. Clame Muratori en su verdadera devocion: grite [399] Juan Bautista Thiers en sus supersticiones; cánsese la Santa Inquisicion en sus repetidas censuras; ello ha de ser, y ha de haber Theólogos de beatas que promuevan y den curso á lo que se procura justamente desterrar.

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El mismo Fenelon leyó en el púlpito el Breve en que se proscribia la opinion que él mismo habia sostenido en otro tiempo vigorosamente. Buen exemplo, y digno de un Obispo tan sabio y religioso.

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¿Y quién será el hombre feliz que haga á la Iglesia, á la verdadera piedad, y aun á la nacion el servicio de emprehender con buen suceso este destierro? Tendriamos por dichoso, y por verdaderamente digno de premio al que lo emprehendiese y consiguiese; pero conocemos toda la dificultad. No obstante si se entablara un combate reglado y por partes, y al mismo tiempo se lograra el apoyo de los que en esta parte tienen el poder, acaso no seria tanta la dificultad; y quando menos se conseguiria que el teson, la constancia y el trabajo, disminuyeran poco á poco los abusos, y lográran hacer mas pura la devocion. Emprehenderiamos nosotros este trabajo, creyendo hacer un servicio á Dios, y que quitariamos á los He-[400]reges de las manos una buena porcion de las armas con que nos insultan: pero quien no temerá el combate? En caso de la empresa debiamos empezar por lo mas perjudicial; ¿y quál seria nuestra suerte? En realidad, y para los sabios dichosa; pero para el comun la mas desgraciada: apenas dariamos la cara al combate, quando se presentaria un numeroso exército de combatientes que nos oprimirian aun quando no fuese mas que con la desentonada grita: seriamos en sus bocas impíos, libertinos, blasfemos, destructores de la Religion y de las mas santas prácticas. Esto sucederia puntualmente y mas si (como sin duda lo hicieramos) clamásemos como contra un intolerable abuso, que por la materia en que es, le creemos mas acrehedor al remedio, este es la santa práctica del Via Crucis. Nos admiramos de que haya corrido tantos tiempos há impunemente esta devocion en los términos y forma que hoy se practica [401] por toda España. Nada mas constante que la necesidad de conservar la fé en toda su pureza. Este sagrado depósito ha sido y será siempre un objeto de la principal atencion en la Iglesia Católica; por conservarle en la pureza que lo entregaron los Apóstoles, han trabajado los santos Obispos, han padecido horribles persecuciones, han combatido intrépidos, han despreciado destierros, tormentos, cárceles y la misma vida. Nada mas glorioso para estos sagrados Pastores que la conservacion pura de este depósito Divino. Esta pureza creyeron siempre, y en el dia creen los que les han subcedido, que no consiste solo en guardar el depósito sin la menor diminucion en alguno de sus Artículos, sino tambien en que nada nada [sic.] se añada á lo que recibieron, no solo en lo substancial, pero ni aun en lo accidental. ¿Qué cosa mas accidental para los sagrados Dogmas que las voces con que se explican? [402] y todo el mundo sabe quanta turbacion hubo en la Iglesia por

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solo la introducion de la palabra consubstancial para explicar la identidad y unidad de la esencia, y naturaleza en las Divinas Personas. Los mismos cuidados ha merecido esta pureza de la Fé en quanto á añadir cosa alguna al depósito. La adicion de la palabra y del Hijo en el Símbolo de Constantinopla, fue otro manantial de confusiones y disturbios; y por consiguiente nada mas en el cuidado de los Padres y Pastores que la pureza de la Fé sin añadirle ni quitarle á este sacrosanto depósito. No quiere ya decir esto que tal cosa se ha intentado introduciendo en el Via Crucis consideraciones de pasos que nada tienen de comun con los Dogmas sagrados. No es esto ya decidir sobre que á la Fé se haya pretendido añadir cosa alguna; pero sí es preparar la declamacion contra un abuso que tiene mucha afinidad con una atrevida adicion á las verdades [403] de Fé. El Pueblo ignorante lo que se le propone por los Ministros de la Iglesia baxo una misma cuerda, y con aspecto de una devocion en todas sus partes igualmente uniforme, lo mira como un complexo de especies todas de igual autoridad, y todas acrehedoras á un mismo asenso. Vé en la Via sacra hacerse memoria de los azotes que sufrió el Salvador, de la Cruz que llevó sobre sus hombros, de las tres caidas, del alivio en el Cirineo, de la impresion de los tres rostros, del consuelo á las hijas de Jerusalén, del encuentro con su Madre Santísima, de su crucifixîon, de su sepultura, &c., y todos estos pasos los cree acrehedores á un mismo asenso: cree que tan de Fé es que el Señor fue azotado, como que cayó tres veces; que tan cierto es que fue crucificado, como que obró el prodigio de imprimir los tres rostros en el lienzo, y como que aquella Muger piadosa le hizo aquel obsequio caritativo. [404] Bien puede ser que estas cosas sean verdad, (no pretendemos disminuir la humana Fé que se deba justamente á estos pasos), mas lo cierto es que son harto dudosas, y que aunque se tengan por ciertas no merecen el asenso de Fé divina como lo merecen las otras, con las que se hallan mezcladas, y que constan de los Santos Evangelistas. Vé aqui, pues, ya la Fé nada pura para los que por su falta de literatura se engañan; y vé aqui un hecho reprehensible en los Ministros, que conociendo que asi sucede, les dan mezcladas estas verdades, con cuya mezcla en cierta manera cooperan á esta material deturpacion de la pureza del depósito mas sagrado. Este abuso se hace menos tolerable á vista de que no hay necesidad de introducir tales especies dudosas entre las ciertas é indubitables que constan de los Evangelios. Todo el motivo justo que pudiera haber para esta introduccion, creemos ser ha-[405]berse propuesto llenar el número de catorce

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estaciones, con otras tantas consideraciones de la Sagrada Pasion y Muerte de nuestro Señor Jesu-Christo. ¿Y quién no vé la ninguna urgencia para este fin? ¿Quién no vé que en los Evangelistas hay pasos, hay misterios no para llenar catorce estaciones, sino para ciento si este número se hubieran propuesto para el exercicio de la Via sacra? Fuera de que aunque fuese indispensable esta introduccion para llenar las catorce estaciones, seria sin duda mas seguro ó menos dañoso acortar el número de estaciones, que no llenarlo á costa de mezclar dudas con las indubitables verdades. Porque en realidad, ¿á qué fin han de ser catorce, y no ocho, diez ó veinte? No puede tener esto otro origen que, ó el capricho, ó alguna revelacion de las muchas que ignorantemente se publican é incautamente se creen con violacion de los sabios y justos Decretos que sobre este particular de [406] revelaciones han publicado los Sumos Pontífices, y han mandado observar los Señores Obispos y el Tribunal de la Fé. Con todo sea en buena hora el número preciso de catorce estaciones el que haya de perfeccionar este exercicio utilísimo y santo de la Via sacra; sea este número el que los Sumos Pontífices han aligado el goce de las muchas indulgencias que han concedido á los que lo practican; sea este el número tan del caso que si faltase una sola estacion nada se hiciera. Sea asi; mas digamos, ¿por qué se ha echado mano para completarlo de unos hechos que no se hallan en el Evangelio, y se han omitido muchos que nos refieren los Santos Evangelistas? En solo los iniquos Jueces á quienes fue el Salvador presentado hallamos quatro estaciones: los Tribunales de Anás, Cayfás, Pilatos y Herodes, son quatro estaciones que el Salvador hizo. La oracion en el Huerto, su prision, [407] sus azotes y su coronacion, son otras quatro. El camino al Calvario, el alivio del Cirineo, el consuelo á las Mugeres piadosas y su crucifixîon, son otras quatro; con que se hallan doce estaciones completas, y añadiendo la muerte y sepultura son las catorce sin haber salido del Evangelio. ¿Por qué pues la mezcla de otros hechos ó repugnantes ó dudosos? ¿por qué exponer al vulgo á que pierda con un error la pureza de la Fé, á lo menos inculpable y material mente? Esto merece alguna mas detencion que la que permite la cortedad de este Discurso para quien, aunque mal, tiene mucho en que discurrir. No será facil descubrir la razon que ha habido para esta introduccion de hechos dudosos, sin dar en algunos otros abusos dignos tambien de ser combatidos: y deseando que no quede sin todo el posible exâmen esta materia, se presentará al rígido Tribunal Censorio otro Discurso en que tal vez se logrará el apurarla. No nos lisongea-[408]mos de que tenga efecto alguno por lo ex-

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puesto hasta aqui nuestro deseo, aunque estamos intimamente persuadidos á que juzgamos sin engaño ó yerro; pero á lo menos conseguimos que no crean los inventores y patronos de la conservacion de estos abusos, que pasan impunemente para con todos como prodigios de la devocion, y como un irreprehensible y singular fomento de la piedad christiana; por último finalizo este Discurso subscribiendo á la expresion del doctísimo P. Feyjoo, que dice: No hay que pensar que algun Autor moderno nos ha de mostrar algun camino del Cielo distinto de aquel, cuyo itinerario nos pusieron por extenso los Santos Padres, y los hombres sabios de los pasados siglos.120

Tomo III: cartas XXV-XXXVI Carta XXV Señor Censor. Me previene el Autor de la siguiente Carta que se la dirija á vm. Inmediatamente. Leala vm., contéstele si le acomoda, y mande á su afectsimo Harnero. [410] Multum nocet Reipublicae quod Profesores aliqui reperiuntur parum timoratæ conscientiæ, et non considerant quale pecus Arcadicum intrudant Ecclesiis et subselliis, ad gratiam sæpe gradus profanis concedentes. P. Tholosan. lib. 18. d. Rep. Es muy pesjudicial [sic] á la República, haya Profesores poco timoratos, y que no consideren las bestias que introducen en las Iglesias y Tribunales, concediendo muchas veces de gracia á los ignorantes los grados. Señor Censor. He visto en muchos papeles de vm. repetidas sátiras contra las lecciones de oposicion con rigurosos puntos de 24 horas, y contra los sugetos que llaman de carrera. Yo lo soy por mi fortuna ó mi desgracia; y aseguro que viendo la justicia que anima á [411] sus discursos respectivos á esta mate120

Theat. Crit. Tom. II. Disc.VI. n. 25.

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ria, hago estudio de ocultar el título de Doctor, no obstante que á él le debo la Canongía que disfruto. El espíritu de estos pocos renglones que van escritos dan á vm. bastante á conocer que mi ánimo no es justificar la literatura que se quiere persuadir en dichos exercicios literarios: en efecto no tengo tal ánimo; pero sí quiero hablar con menos generalidad, ó con un poco de mas claridad que la con que vm. se explica. Como para vm. los títulos de Bachiller, Licenciado, Doctor, y Opositor á Prebendas de Oficio, lejos de probar literatura, prueban Goticismo, pues lo mismo es en su sentir Doctor, que Doctor Gótico; en honor mio, que aun quando lo sea no quiero ser tenido por tal, voy, no á contradecir á vm., sino á aclarar al mundo sus pensamientos. Permítame vm. este honor, y permítame vm. el de ser comentado. [412] Yo no puedo persuadirme á que toda leccion de oposicion ni todo grado de Bachiller, Licenciado ó Doctor, sea una prueba muy equívoca de la instruccion del Opositor ó del graduado; y vm., Señor Censor, es preciso que convenga en mi modo de pensar. ¿Una leccion donde se ofrece á la vista la decision del Canon ó Capítulo, haciendo ver los motivos de su instituccion, el enlace que tiene con la mas remota disciplina, los motivos que en el tiempo de su promulgacion obligaron á variar aquella, las contradicciones que sufrió ó de los Príncipes ó del Clero, ó del Pueblo, ó en fin de los Hereges; las instancias tal vez de los Monarcas que mediaron su autoridad con el Papa ó la Iglesia para que autorizase la disciplina que contiene el Canon ó Capítulo; ¿una leccion donde sin perder de vista su objeto, antes bien pidiendolo él mismo, desenvuelve los monumentos [413] mas recónditos de la antigüedad, y las leyes de las sabias Repúblicas, amenizándolo con erudicion sagrada y profana: ¿Una leccion pronunciada con dominio y sin las pausas que las hacen fastidiosas, adornada de un latin puro y selecto: ¿Una leccion, repito, de esta especie, será una prueba equívoca de literatura? ¿Podrá uno que no sea autor de ella en el espacio de diez ó doce horas que le quedarán útiles aprender de memoria, y con el dominio que se requiere una leccion de este género compuesta por otro? Yo no lo creo facil, Señor Censor, y es menester verlo para juzgarlo yo posible. Lo mismo digo de los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor. En todo, segun el método de las Universidades precede la leccion con rigorosos puntos de veinte y quatro horas; y ademas un exâmen para ver si el graduando tiene la extenxîon correspondiente en la Facultad con que [414] quiere honrarse y habilitarse, si estos exâmenes y estas lecciones se hacen como corresponde, ¿quién dice que no prueban literatura? Ahí está el

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cuento, me dirá vm.; si todas hacen como corresponde, no hay nada de lo dicho, y si es así, estoy pronto á pesar de mi dignidad censoria á retratarme de mis justisimas sátiras. ¡Valgame Dios, Señor Censor! ¿Pues por qué todas no se hagan como corresponde se han de medir todas por un rasero? Una leccion puede ser buena ó mala; un graduado puede ser bárbaro ó instruido; ¿pero todas las lecciones han de probar barbarie? ¿Todos los graduados han de ser unos necios? «No, Señor, me responderá vm.; hay lecciones eruditas, y hay Doctores sabios; pero como los mas y los mas son los que vm. no ignora, de ahí es que la presuncion está en contra de estas pruebas de literatura, y de ahí es que para mí ni para ninguno que sabe lo [415] que son teatros y Universidades hacen fé tales testimonios.» Enhorabuena, y hé aqui mi objeto y verdadero fin de escribir esta Carta. Con que la culpa está en los aprobantes de tales exercicios; y por consiguiente á quien ha de cargar vm. la mano, ó la vara censoria no es á los Opositores y graduados, sino á las Universidades y Cabildos: el mal, Señor Censor, se ha de curar en su raiz; no nos haga vm. pasar á los graduados y Opositores la plaza de ignorantes; haga vm. en fuerza de su jurisdicion censoria que las Universidades é Iglesias guarden las reglas y justicia que deben, y á nosotros dexenos vm. en la posesion de pasar por sabios entre el vulgo alto y baxo, y por necios ó discretos entre los eruditos. En este punto puedo hablar, sino con mas cultura que vm., á lo menos con mas experiencia, porque he seguido la carrera de Opositor, ó [416] para hablar al gusto de vm. la tuna de oposiciones. Aun no he acabado de soltar el vade, porque aunque dicen que esta Iglesia es de término, yo sé que no le tiene nuestra soberbia y ambicion; y si no pregunte vm. á los que son tenidos por santos que sin embargo de estar con su capa de Coro, lo mismo es tocar á oposicion en otra Iglesia de mas renta, allá se van con su zapato ramplon, sombrero grande y cabeza baxa; pregunte vm. repito, si la soberbia y ambicion del corazon humano tiene límites. Vamos al caso. Digo que aun no he acabado de soltar el vade, y por consiguiente tengo bastante frescas las especies. En los mas concursos en que me he hallado que han sido muchos, he tenido de quince á veinte Opositores; y concurso ha habido de cincuenta. Confieso con santa ingenuidad, que sin embargo de leer yo antes el punto que iba á oir, me que-[417]daba por lo regular en ayunas de lo que decian mis compañeros. Era tal el sartal de supuestos y asuntos inconexôs que se tocaban en las lecciones, que por mas que procuraba contraher mi atencion, no habia forma de sujetarla á aquellas vagatelas; de modo, que mu-

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chas veces al quarto de hora ya no sabia yo ni aun de lo que trataba mi Coopositor. Acuerdome de uno, que siendo su asunto probar que los esponsales entre parientes, con la cláusula si el Papa dispensa, debian tener efecto, sin que de ellos pudiese alegarse nulidad; gastó casi toda la hora en hacer una prolixa disertacion de los pactos, nudos y vestidos; se tocó la campanilla, y nos quedamos todos sin saber la fuerza de dicho contrato, que era lo que nos podia interesar en el asunto. Otro Señor tomó por su cuenta un alfabeto jurídico, y otros tantos autores como halló citados en la materia, otros tantos [418] encajó en su leccion para probar que todo pacto autorizado por la ley producia obligacion eficaz. ¿Qué diré de otro á quien tocó hablar de un Decretal de Inocencio III. toda la hora gastó en referirnos la historia de este Pontífice desde su nacimiento hasta el dia en que falleció, y esto con un latin regular, hasta que medio minuto antes de tocarse la campanilla se explicó en estos términos. Iste sumus Pontifex atendendo ad utilitatem Eclesiæ expedivit Epistolam decretalem quam sorte mihi tetigit, in qua multa tangit excelentia, ut inquit Emmanuel Gonzalez capite sortis, ibi . . . Aqui dió la hora, y aqui acabó la leccion con rigurosos punto de 24. Pues sepa vm., Señor Censor, que no solo tuvieron aplauso del vulgo alto y baxo estos tres mis Coopositores, sino que sacaron su certificacion de habersele aprobado los actos con la nota de excelentes. Digame vm. [419] ahora. ¿Estos infelices son culpables en poner en sus méritos estos exercicios? Si se los aprueban, si se los aplauden, ¿no tendrán fundamento para creer que no faltará quien se los aplauda? En verdad que estos son unos inocentes, y que los verdaderos reos contra quienes debia vm. ensangrentar su pluma ó su vara son los Aprobantes, no los que en la ignorancia de ellos, nimia compasion ó falta de justicia fundan su mérito y papelones. ¿Y qué resulta de aqui? Resulta llenarse las Iglesias de ignorantes, los patios de los Tribunales de necios, y toda la República de gente inútil; resulta obscurecerse el verdadero mérito; resulta vivir muchos como á mí me sucede llenos de oprobio y vergüenza con el título de Doctor, resulta : : : ¿pero adónde voy? No caben en los estrechos límites de una Carta las funestas conseqüencias de este abuso remediable solamente en su raiz. Asi [420] es, Señor Censor, no hay otro remedio; porque á la verdad, ¿que han de hacer aquellos de cuya mano están en mucha parte pendientes las Togas y las Prebendas? Yo sé de un Magistrado sabio y timorato, que exâminando los papeles de mérito de los pretendientes á una Prebenda, exclamaba. «¡Infeliz de mí! ¿qué he de hacer en vista de tantos papelones? Todos son graduados, todos Opositores á Prebendas de Oficio, todos Regentes de Cátedras; ¿qué he de hacer? Aqui no hay otro arbitrio que medir el

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mérito á varas, esto es por la multitud de años, ó por el número de oposiciones. Pobre literatura á que estado has llegado, pues los cuerpos destinados á tu subsistencia y progresos, son los mismos que tiran á obscurecerte y confundirte en la ignorancia.» Asi exclamaba este sabio Ministro. Por lo respetivo á los grados de [421] Bachiller que es el que habilita para los empleos, es una lástima ver la facilidad con que se conceden. He visto en mi Universidad una órden superior donde asombra el prolijo cuidado con que recomienda los exâmenes de los graduandos; y á pesar de esto asombra igualmente la indiferencia con que se mira por lo comun en las Universidades este punto de tanto interes. Estando yo para reprobar á un graduando me persuadió lo contrario un compañero con estas razones que decia haber oido á un sabio Ministro de cierta Audiencia. «Una de dos, ó el Pretendiente está instruido, ó no lo está; si lo está es justo aprobarle, y sino en su ignorancia lleva el castigo.» Puedo decir que no me convenció el argumento, pero sé que para muchos es de tanto peso que lo mismo prestan su voto á favor del sabio, que á favor del idiota. Entre esta gente vivimos, Señor [422] Censor; y contra ellos no hay otras armas que la vara censoria: nuestros Moralistas ocupados en averiguar si se han de tomar siete ú ocho onzas de colacion se desentienden de estos puntos de mayor nervio y utilidad. No faltan libros que tratan con solidez el asunto, y entre ellos con mucho juicio el Van-Espen, donde dice que una de las causas que obligaron al gran Gerson á renunciar el Cancillerato de la Universidad de París, fue ver la facilidad con que se conferian los grados sin serle facil ocurrir á este abuso. Hay, pues, libros y libros buenos que tratan de la materia; pero los leen pocos, quando los papeles de vm. son tan universales como su jurisdicion. En vista de esto yo espero deber á vm. tome á su cargo no el tratar de bárbaros á los Opositores y graduados, sino de poco mirados ó nimiamente compasivos á los cuerpos que no recelan prodigar sus aprobaciones, y [423] aun sus elogios á gente idiota. No es mucho esperar de las benéficas intenciones de vm., y del aprecio que hace de quien procura discurrir sin preocupacion, y asi no en vano me prometo poder firmar algun dia sin bochorno El Doctor D. A. B.

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Carta XXVI Señor Censor. A puesto todo el numen poetico, y toda la erudicion de la barbuda Mademoisselle Bouville (que es bien poco apostar), á que no se encuentra en el mundo hombre mas aburrido que yo. ¡En qué menguada hora em-[426]prehendí la carrera de Escritor público, y de Corresponsal de vm.! Si yo hubiese previsto las desazones que me habia de acarrear la tal ocupacion, me habria sin duda alguna cortado las manos antes de ponerlas á la obra. En esta inteligencia, tengo casi determinado dexarla principiada, porque sí, porque nó, y porque estoy punto menos que cierto de que por ahora no me ha de servir de honra ni de provecho. La Carta que se sigue á este breve Prólogo, manifiesta de claro en claro los motivos que tengo para quejarme de mi suerte, y en lo negro de ella no me queda otro consuelo que ver no es la de vm. mucho mas blanca. En suma, nos tratan á los dos de embusteros ó de fabulistas, lo propio que si fuesemos Autores de la mayor parte de Dedicatorias que se estampan al frente de los libros. No amigo mio: determino acreditarme de sabio mudando de parecer; y quando no pue-[427]da quitarme el comezon de ser Autor, dedicaré todo mi talento á serlo de novenas, y haré tantas, que no quedará sin la suya ninguna de las once mil Vírgenes: pondré en ellas sus corrientes gozos, aunque no hago vanidad de ser Poeta, sin embargo que presumo poder disputárselas en este punto á mas de quatro que por sus producciones dan á entender que ninguna atencion han merecido al rubio Febo. Con este nuevo modo de vida que voy á emprehender, nadie se meterá con mi debil humanidad, viviré sin enemigos, y me libertaré de recibir Cartas tan necias como la siguiente. [428] No consiste la ciencia en ambicion, ni en competencias envidiosas. Chokier Politic. Lib. III. cap. 7. Señor Corresponsal del Censor. ¿No es una vergüenza que todos nos estemos comiendo á Fábulas? ¿Hay paciencia para sufrir que la moral esté en fábulas, la literatura en fábulas, la política en fábulas, y que hasta los Discursos de vm. y del Censor sean tambien fábulas? porque hablando en verdad, yo no creo que haya ni Mr. Ennous, ni Conde de las claras, ni Leocadia Matute, ni Pedro Martir, no otros mil personages que hablan como unos Catones, y escriben como

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unos Senecas. Yo me persuado que todo esto es fingido, todo una pura fábula. ¿Qué mas? Me persuado [429] tambien que vm. y el Censor con pretexto del bien público, de hacer universal el buen gusto en la Nacion, de compendiar en un pliego de papel inmensos volúmenes, de afinar la moral y política, y otros pomposos objetos, hacen vms. á todo el mundo la mamola, y lo que principalmente buscan es fomentar sus bolsillos, engañar á los bobos con sus papeluchos, y adular su amor propio. Asi que no hay quien me quite de la cabeza que todo es un embuste, todo una fábula. De este modo pensaba yo, quando un amigo mio me confirmó mas y mas en mi opinion, diciendome: ¿Ves esos hombres (tratábase de una competencia), echando espumarajo por la boca, fulminando anatemas, desembaynando la espada, y quemándose mutuamente con hechos y dichos? ¿Veslos exercer contra sí su propia jurisdicion? Pues no creas que es amor a la verdad ni al bien [430] público; es una fábula: nada miran con mas indiferencia que el que los vasallos sujetos á su direccion perezcan litigando, ó vivan eternamente sin aprovecharse de los bienes que litigan, con tal que al fin de cinco ó seis años se declare á su favor la competencia. Conocen muy bien esos Jueces que cada uno de ellos es muy bastante para decidir el asunto, pues es materia en que todos están instruidos, y que por su naturaleza no pide tal y tal Juez, como sucederia si fuese causa de que solo este ó el otro debiese estar instruido por razon de su jurisdicion particular. Conocen muy bien esos Jueces que lo que interesa es decidir el asunto principal, y que es muy de material que el delito se haya cometido un palmo de tierra mas acá ó mas allá, y que el reo esté vestido de casaca ó chupa azul, de paño pardo, de color de lodo de París ó de ojo de Rey. Conocen que [431] es muy accidental que el Juez esté envuelto en bayeta negra ó en casaca blanca, ó en sortú de terciopelo negro. Conocen que todos son, Jueces dependientes de un mismo Soberano, y que el extraher los autos del Juez de bayeta negra, no es dar autoridad á la Magestad Real, pues teniendo todos la jurisdicion civil emanada de un mismo Príncipe, tan realista, real y verdadero Juez es el uno como el orto. Conocen igualmente (si se paran á reflexîonar) que esta voz Realista, es muy indecorosa á la Magestad, pues en ella como que dan á entender que si el Juez de bayetas conoce de un negocio, no es realista, y por consiguíente no tiene su jurisdicion procedente de la Magestad; esta razon es muy bulto, porque si el Juez de casaca ó sortú de terciopelo, funda su empeño de conocer, en ser realista, el otro con quien compite no lo será; pues entonces, sien-[432]do uno y otro realista, seria de ningun momento esta razon en que se funda dicho empeño. Todo esto lo conocen, y sin embargo míralos ensangrentarse; por lo mismo te

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vuelvo á decir que no los creas animados del amor de la Patria y del Soberano; es una fábula, y todo el mundo es una pura fábula. Conociendo yo esta verdad, y deseando ser en algo útil á mis compatriotas, ves aqui (mostrándome un libro m. s.) un libro que he trabajado con el titulo de Fábulas políticas, y con el objeto de desterrar muchas fábulas; porque yo no llevo la opinion de que contraria contrariis curantur, y sí la de que un clavo saca otro; por consiguiente á fábulas fábulas, á embustes embustes. Aqui tienes la fábula perteneciente al asunto de que hemos hablado. Leyómela, y no solo me dió licencia de copiarla, sino de remitirsela á vm. por si alguna vez no tiene ga-[433]na de trabajar, y quiere dirigírsela al Censor, valga por lo que valiere. Allá vá, pues, y haga vm. Señor Corresponsal el uso que guste de ella, agradeciendome los deseos que tengo de aliviarle alguna cosa. De vm. siempre.” EL LEON. Allá en tiempo de entonces en que hablaban los brutos, y con mas agudeza que hoy se explican algunos. Contendían dos gatos uno blanco, otro rubio, siendo un poco de carne de la question asunto. Llegaron á las voces [434] un mono muy astuto, y un papagayo, haciendo de Abogado cada uno. Decia el papagayo que al armiño este punto tocaba; pero el mono que al Tribunal gatuno. En la piel se fundaba aquel jurisconsulto, y el mono sostenia que este fuero era nulo. Sabenlo en fin los Jueces, que era un gato machucho, y un armiño tan blanco y como él mismo pulcro.

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Su Ministro al momento envia cada uno; del armiño era un zorro, y del gato un garduño. [435] Dicen que era una fiesta verlos á todos juntos altercar, y arañarse sobre si es mio ó tuyo. Baxó en esta contienda un gavilan agudo, y se llevó la carne; mas ya no era este el punto. Ya solo se trataba de qual Ministro pudo adjudicar la presa, y hacer el pleyto suyo. Esta era la discordia, y el tan reñido asunto de los que estaban puestos para obviar disturbios. Tal era el alboroto, y tantos los recursos, que por fin penetraron [436] del solio hasta lo sumo. El leon sabiamente ocupado en dar curso á objetos importantes de su real instituto, Llamó á los Abogados, y Jueces de este asunto, y con voz muy severa como Rey les habló de esta manera. ¿Qué es lo que veo indignos Magistrados Vos, vos teneis mis pueblos alterados, y al ver vuestras contiendas porfiadas dexan abandonadas sus causas mis vasallos; y otras veces mueren antes de ver quien son sus Jueces Ahí teneis en los gatos la experiencia

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esperando, ya inútil, la sentencia, miradlos de hambre casi con desmayo por ser de uno el vestido [437] de diverso color; sola esta ha sido la razon del armiño y papagayo. No ha de haber, vivo yo, tales porfias; en el término solo de tres dias, sin que haya apelaciones, se han de determinar estas qüestiones. Y pues que con tan frívolos pretextos el ignorante armiño y su Abogado mi paz han alterado, resarzan los perjuicios, y depuestos escarmienten los que hacen la justicia sirviendo á su soberbia ó su codicia. Esto dixo ayrado el leon guedejudo, allá en tiempo de entonces en que hablaban los brutos. Y quizá esta sentencia en este siglo culto se aplaudiera, si fuese [438] de Solon ó Licurgo.

Carta XXVII Neque fraus ista, quoniam fisco fiebat, ideo non fiebat. August. Epist. ad Olimpyum. No dexaba de ser este fraude por ser hecho al fisco. Señor Censor. Ya no tengo paciencia; hasta aqui ha sido mayor la mia que la de un pretendiente, esperando algun dis-[440]curso de vm. sobre la seguridad de conciencia con que se entregan muchos al contrabando, autorizada por infinitos libros de á folio, y por infinitos hombres tenidos por sabios: ya no tengo humor de esperar siquiera una semana, ni la gravedad del asunto permite se dilate mas tiempo.

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¡Pobre de mí! dirá vm., y qué nuevo ataque me quiere preparar este Corresponsal, despues de los infinitos que he sufrido de otras gentes, sino tan desalmadas, un poco mas temibles. Friolera es querer que yo declare una guerra campal á los contrabandistas, como si yo fuera el segundo tomo del guapo Francisco Esteban, ó del famosísimo guapo de Andújar. Fuera de esto, ¿quién de esta gente sabrá leer siquiera? y aun quando sepa, ¿quién se tomará la pena de leer mi Discurso? Ademas, si las severísimas y justas leyes no bastan á exterminarlos, ¿he de ser [441] yo tan soberbio que me prometa disminuirlos? Señor Censor, hablemos con la seriedad que exîge la materia. Hay muchas clases de hombres entregados á esta vil é indigna ganancia; y no sé si son mas los hombres distinguidos, que la gente rústica y de baxa extraccion, á quienes no pretendo en manera alguna dirija vm. sus pensamientos, margaritam porcis. ¿Qué mas? ni aun quiero que hable vm. con esa gente de otra esfera que se honra con el título de Comerciantes, siendo unos viles defraudadores del erario. Pretendo solamente hable vm. con los infinitos libros manejados comunmente por los Moralistas, Theólogos y Canonistas, y contra los Confesores que alucinados con esta doctrina, ó no entendiendo lo que tal vez leen en buenos libros, miran con indiferencia los fraudes hechos al fisco, y [442] dexan correr impunemente en su estrechísimo Tribunal á semejantes reos. Es factible crea vm. no haya en el mundo quien pueda pensar asi; y para satisfacerle me basta remitirle á los Autores que tratan de las leyes, y su modo de obligar; yo me abstengo de citarlos por no ser del caso, y porque á pocos libros que vm. registre hallará cierta mi proposicion, en unos acaso materialmente, y en muchísimos indirectamente. La significacion de esta segunda parte, esto es indirectamente, sino la ha entendido vm., la entenderá quando vea lo que me pasó con cierto Teologon de aquellos que son capaces de poner un ergo sobre el filo de una espada, y que graduan de ignorantes á los que no los forman con la misma facilidad, ó no los repiten, ó califican con igual prontitud. Vamos al caso. [443] Yendo yo en compañia de este sabiazo, pasó junto á nosotros un sugeto muy puesto, que tenia fama de vender muchos géneros prohibidos, y un acopio muy considerable de telas sin el registro correspondiente. Díxele yo á mi Theólogo (siguiendo mi carácter mordaz). ¡Qué tal habrá cumplido este perillan con la Iglesia! ¿Por qué? me contextó; respondile, «porque no creo haya restituido al Rey tanto como le ha defraudado en los géneros prohibidos. Eso no es pecado mortal (me replicó el buen Moralista), y es

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menester haber leido poco, y ser mas que estrecho de conciencia para graduar eso de culpa grave. Vm. parece que es realista, ó quiere conseguir algun empleo por publicar y extender este rigorismo.» Amigo (le dixe) yo no soy realista del modo que vm. piensa, ni soy capaz de vender mi voto por quantos intereses hay en el mundo; [444] soy sumamente sincero, de esto me precio, como tambien de saber la Doctrina Christiana, y las verdades de nuestra religion, especialmente quando son tan de bulto como la que vm. contradice, ó finge no entender; persuadiendome á que no puede haber fundamento alguno para creer que ese defraudador del Real Erario dexe de pecar gravemente. Hay muchos y muy graves fundamentos (me replicó); pero sobre todos me contento con referir á vm. dos, pues creo serán muy bastantes para convencerle. El primero que estas leyes son seculares, y las leyes seculares no obligan en conciencia: El segundo y mas fuerte es que las leyes penales solo obligan á la pena civil, sin trascender al fuero penitencial. Permitame vm. (repuse yo) satisfaga á esos dos fundamentos. En quanto al primero, esto es, que las leyes humanas no obligan en el fuero [445] de la conciencia, no me acuerdo haber leido una proposicion tan general, aunque sí tengo especie de haberla hallado algo contrahida, y desde luego creo que habrá Autores que la establezcan, pues la he oido asegurar tan universal y magistralmente como á vm. en algunas conversaciones, y aun he visto citados á muchos Autores que la defienden. Para satisfacer á este fundamento, y convencer su falsedad me basta referir algunas óbvias é incontestables autoridades. San Pablo. Omnis anima potestatibus sublimioribus subdita sit: non est enim potestas nisi à Deo . . . Itaque qui resistit potestati, Dei ordinationi resistit. Qui autem resistunt, ipsi sibi damnationem acquirunt. San Ambrosio. Si tributum petitur, tributum non negatur. Agri enim Ecclesiæ tributum prestant. Quejándose Lothario á Leon IV. de que no obe[446]decia los Capitulares de los Francos, le respondió este que qualquiera que le hubiese dicho tal cosa, mentia. Vm. que ha manejado tantos libros habrá visto la sumision y respeto con que miraban los primeros Obispos aun á los Príncipes que los perseguian, reconociendo su autoridad procedente del mismo Dios, á quien por consiguiente desobedecian si en las cosas justas dexaban de obedecerlos. Asi que estoy firmemente persuadido á que nada tiene de verdadero el primer fundamento de que las leyes humanas no obligan en el fuero de la conciencia. No me parece menos falso el que las leyes penales solamente obligan á la pena. Me acuerdo haberlo leido en algunos Autores, y autores muy graves;

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pero venerándolos como debo, y subscribiendo como desde luego subscribo á su opinion, siempre que no se pueda conciliar con mis refle-[447]xîones, discurro asi. Me parece que las leyes penales trascienden igualmente al fuero de la conciencia. Los mandamientos de nuestra santa Ley si se quebrantan, vea vm. en que pena se incurre, y pregunto, ¿dexan de obligar en conciencia? Con esta seriedad iba yo discurriendo, quando mi Moralista me atajó diciendo: Señor mio, esas materias son muy hondas y delicadas para que las traten seglares como vm. que no es hombre de carrera, y sin embargo quiere decidir magistralmente remontándose demasiado. Polvos, pomadas y demas adminículos con que petimetre se ridiculiza, son todas cosas muy enemigas de las Ciencias; harto he sufrido, y ya para desengaño suyo no puedo menos de decirle que hay leyes meramente penales; y leyes mixtas; las de este género enhorabuena que obligen; pero [448] las mere penales es menester probarlo. Pruebolo asi (continué yo) sin embargo de no ser hombre de carrera, pero sí un bonus vir con su alma tal y tan racional como la del Autor del papelito intitulado los Censores del Censor, y la añadidura de ser mis estudios, igualmente tal y tan buenos como pueden ser los del susodicho venerable; y no espere vm. largos silogismos, brevemente expondré mi sentir; pruebolo asi, repito. La pena supone culpa, la culpa prohibicion, la prohibicion ley; luego, ó no hay leyes meramente penales, y por consiguiente niego el supuesto de la proposicion de vm., ú obligan en conciencia, porque sus trasgresores se versan acerca de materia justamente prohibida (hablo de una ley propiamente tal). Ademas, toda ley mira á la conservacion y paz de la República, luego el que la [449] quebranta se opone á este fin, y de consiguiente á proporcion del influxo que tenga la ley en el bien de la Nacion, y á proporcion de lo que perjudique á este bien su fractor, será la culpa; pues no alcanzo cómo una Sociedad sea de peor condicion que un individuo de ella, á quien si otro agravia notablemente pecará sin duda ninguna. Las expresiones de San Pablo prueban nada equivocamente que el que desobedece al Príncipe, desobedece á Dios, y que los fractores de las leyes incurren en pecado. Qui autem resistunt ipsi sibi damnationem acquirunt. La sentencia tan autorizada, y tan sabida Per me Reges regnant, tampoco dexa arbitrio á la duda. Pero volviendo á las leyes meramente penales digo, que siempre lo he tenido por una paradoxa, y jamas he podido concebir este enigma. Pensé hallar este punto con to-[450]da claridad en un Autor bastante célebre, cuyas adi-

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ciones hace muy poco se han dado á luz en un tomo en folio. Ciertamente este Autor usa de bastante método, claridad y juicio, y por lo mismo al ver la puerilidad con que se explica en este caso, me confirmé mas y mas en que no hay tales leyes meramente penales. Sienta primero que las leyes meramente penales obligan solamente á la pena, y despues se explica de este modo. Hic juvat notare quomodo diferat lex merè pœnalis à lege mixta. Lex merè pœnalis ea est quœ ad culpam per se loquendo non obligat sed ad solam pœnam. ¿Se dará una insulsez por el término? No son mas discretos los que dicen que las leyes mere penales son aquellas en que el Legislador no intenta gravar la conciencia de los súbditos, sino solamente que se sujeten al castigo de la fraccion de la ley. Confieso que tam[451]poco entiendo esta filosofia, pues no he visto en nuestra recopilacion leyes en que el Soberano diga que los vasallos pueden quebrantarlas tuta conscientia; y aun quando lo dixera no comprendo la dispensa de este precepto natural y divino Obedeced á los Príncipes. Toda esta doctrina iba yo ensartando á mi Theólogo, pero no me dió lugar, porque al oir que le negaba el supuesto de su proposicion, se enfureció con este dicho inocente, como si yo le hubiese llamado Autor de la comedia El Marido de su hija. Viéndole yo asi, y temiéndome procediese conmigo con respeto al agravio que se habia figurado, me despedí diciéndole: Amigo, vm. perdone, pues si mal no me acuerdo, valido de la autoridad de San Agustin he negado el supuesto de que hay leyes meramente penales; esta es la sentencia de dicho Santo tan breve [452] como universal: Omnis pœna, si justa est, pœna peccati est; toda, toda pena si es justa supone pecado. Mande vm., y prevengase de paciencia si hemos de hablar otro dia de esta ú otras materias. Reflexîone vm. Señor Censor, sobre este pasage, y vea si libre de que le disparen algun trabuco narangero, puede remediar algo en este asunto, apoyado de muchos Autores, y trascendental á muchas especies y á muchas clases de hombres, de los quales algunos puede ser que viendo las razones de vm. se retraigan de los innumerables fraudes que continuarian haciendo al Real Erario tuta conscientia; puede ser que se lleguen á persuadir que estos fraudes no dexan de ser tales por ser hechos al fisco; y aun quando nada de esto se consiga, vm. cumple como buen Censor y buen Ciudadano en manifestar á sus compatriotas la verdade-[453]ra doctrina en una materia de tanto interés.

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Carta XXVIII Nil parvum . . . loquar . . . Horat. Lib. III. Carmin. Od. XXV. No hablaré parvuleces. Señor Censor. Aun no sé como escapará mi Discurso XXIV. que trataba sobre las [456] mezclas de verdades de fé, y dudosas opiniones pias en la práctica de la santa devocion del Via Crucis. Dios sabe como escapará en el rigido Tribunal del público. El miedo de una censura poco favorable me debia contener á lo menos hasta ver las resultas, y mas quando supe en la libreria de Gomez haber dicho uno se me estaba preparando la mas terrible fraterna por el dichoso papelito: pero la fuerza que me hace la citada mezcla que no puedo dexar de mirarla como una monstruosidad peligrosa, me obliga á que posponiendo mi fundado temor, y arriesgándome á la indignacion de muchos (que de antemano tenia prevista) repita mis clamores en un nuevo Discurso, que tenga por fin descubrir la raiz y causa de semejante monstruosidad. No me acuerdo de haber oido jamas á ningun hombre ni muger con[457]fesar que es de familia plebeya. Todos, todos son descendientes, sino de Reyes, por lo menos de Duques ó Condes, y el que menos cree de sí, de algun famoso y valiente conquistador. Esta es una prueba convincente de que hay en el hombre cierta inclinacion, sino de la naturaleza, á lo menos nacida del contagio de la culpa, á ensalzar su material ser. Acaso esta inclinacion es el amor propio, y de ella tienen origen todos los desórdenes de este amor, que desórdenado es vicio, y reducido á sus debidos limites es una virtud. Si un artesano limitara la exâltacion de sus ascendientes á ponderar que se hicieron dignos del mayor aprecio en su linea por la excelencia de las obras de su oficio, por la exâctitud en ellas, por su conducta irreprehensible en sus deberes, &c., nada habria en esto que censurar con tal de que fuera verdad [458] lo que de sus ascendientes decia; pero que el que desciende de conquistadores, los quiera hacer Reyes, y el que de artesanos, quiera hacer de estos conquistadores, es una arrogancia, una soberbia, un amor propio desreglado é intolerable. Este defecto que se vé tan generalmente en todos, se hace sentir en los cuerpos y familias religiosas con una cierta singularidad, que no es facil

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darle nombre. Saben bien los individuos de estas familias que no descienden de Reyes ni Emperadores: saben bien que deben su origen al zelo santo, á la heroyca virtud de algunos hombres elegidos de Dios para aquel fin, y que no tuvieron otra nobleza que dexar á su posteridad que las reglas que establecieron, y los medios mas oportunos para imitarlos en la santidad. Esto lo saben, pero no con una ciencia tal que excluya efectivamente todo er-[459]ror. Antes bien creen que es compatible esta ciencia con el engaño; quiero decir con ciertas especies que ellos ó tienen por verdades, ó las quieren hacer pasar por tales, y que son engaños en la realidad. Conozco que discurro con demasiada obscuridad y confusion, pero lo mismo hace vm. en varios puntos; con todo no desmayo ni desespero de que llegue la claridad. Los individuos de estos cuerpos saben que nada influye en ellos ni su tronco, ni los ilustres antecesores de su familia segun la carne y la sangre: saben, como he dicho, que ni es la nobleza del mundo la que los ilustra, ni tampoco tuvieron esta los mas de los que fueron el principio de estas familias: no obstante quieren ser de una familia ilustre en alguna linea que ya que no sea carnal, tenga mucha afinidad con la carne y sangre: y no obstante lo que saben (aqui el [460] engaño) creen que ciertas excelencias personales ó reales, ó inventadas ó dudosas, pero con teson defendidas de su tronco y de sus mayores, les dan á ellos y á su familia toda cierto derecho á la comun estimacion, y á un género de nobleza, medio entre la nobleza carnal, y la verdadera nobleza de la virtud. De aqui nace la continua publicacion de estas excelencias, unas veces pretendidas, otras mal entendidas y algunas veces figuradas con no poco descredito de nuestra santísima religion por dar con ellas suficiente motivo á los Heterodoxôs para sus declamaciones, sus sátiras, y sus blasfemas burlas contra nuestros sagrados dogmas. ¿Hubo en alguna de estas familias sagradas algun individuo cuya virtud llevó las atenciones del Pueblo? Muy presto se oyen singularidades extrañas, muy presto se añaden las revelaciones, y desde luego empiezan los [461] elogios; estos son por lo comun del cuidado de los de la familia; y aunque los presentes no pueden dudar de lo que haya de dudar ó de ponderacion, la siguiente generacion los mira como indubitables, y toda la familia se hace un deber de defender la certeza, darles curso, y persuadir á su creencia á todo el mundo. Que esto sea asi lo evidencian los repetidos decretos de la Silla Apostólica, pues ni los hubiera repetido la Santa Sede tantas veces sino hubiera sido preciso oponerse á este comunísimo y dañoso prurito.

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¿Qué mucho, pues, que haya llegado este teson hasta el exceso de igualar estos hehos [sic] proconizados con tanta ponderacion, y tan seguidamente á las verdades mas ciertas y constantes? Clame Natal Alexandro, clame Amort, clame Muratori, clamen otros grandes hombres, [462] clamen los Señores Obispos, clame la Silla Apostolica de San Pedro y clame en el Concilio de Trento la Iglesia misma; esta imaginada nobleza ha de poder mas; y si al deseo de ella se une el estragado gusto de lo admirable, extraño y singular, ni hay fuerzas en la tierra que basten á contener á los defensores y promotores, ni que sean capaces de desimpresionar á los que reciben con pasmo y docilidad importuna los hechos publicados y defendidos. No nos arrebatamos; no corre la pluma sin tino á donde la impele un ardor inmoderado: ella corre, ella hiere, pero con razon, con fundamento. ¿Quántos son los Decretos Apostólicos que prohiben la publicacion de revelaciones que no estan aprobadas por la Iglesia? Infinitos y muy expresivos, y muy fuertes. ¿Y en quánto se ha dicho, que otra cosa se ha hecho que clamar contra la [463] inobservancia de estos Decretos? ¿Y si la pluma corre, si hiere en favor de unos Decretos tan respectables, y contra una infraccion manifiesta y perjudicial de ellos; será correr sin tino? ¿será dexarse llevar adonde la empuja un desenfrenado entusiasmo? Es verdad que no faltará quien responda, que los echos piadosos en question no son todos fundados en la revelacion particular hecha á alguna alma justa; se fundan, dirán, tambien en relaciones de autores antiguos y dignos del mayor respeto. Ante todas cosas no confundamos la santidad, la virtud, la buena fama justamente adquirida con la ciencia, la literatura, la crítica. No es todo uno ser santos, ó ser buenos críticos. Muchos santos han caido en graves errores, en vulgaridades pueriles, en faltas literarias por falta de crítica, y por demasiada credulidad: y asi cabe muy bien que un autor [464] piadoso, santo, deseoso del bien de todos refiera una especie que en la realidad sea una paparrucha; razon porque no todos los santos son buenos para escribir, ni todos los escritos de santos son suficientes para fundar autoridad histórica, canonica, fisica, médica, &c. Con todo no se defraude á los hechos de que hablamos su autoridad; tenganla en buen hora; ¿merecerán por eso ir de par con las virtudes de fé? Pero á lo menos, se dirá, son hechos que tiene aprobados la Iglesia con haberlos permitido tanto tiempo en una práctica universal. Pues si eso bastara para una aprobacion de la Iglesia, estabamos bien: ya estuviera aprobado el hecho de la idolatria de San Marcelino, el Concilio de Sinuesa, el Bautismo de Constantino en Roma, y tambien la oracion sacrosanta, porque todo esto y algo mas lo ha dexado la

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Iglesia muchísimos [465] años en el Brebiario; libro que es algo mas respetable que los en que se hallan esas historias: luego si nada de esto se puede tener por aprobado por la Iglesia porque ha mucho tiempo lo permite en el Brebiario; ni los otros hechos se pueden tener por aprobados por la Iglesia porque estan tolerados tantos años há en los libros del Via Crucis. Quedense aqui los argumentos, porque seria un proceder infinito. Conozcamos la verdad: los cuerpos morales necesitan cierta exâltacion media entre la del mundo que les es prohibida, y la de la virtud que se debe á la exâctitud en todos los preceptos, estatutos y consejos evangélicos. Un hecho raro, nuevo, nunca oido, que leyó y que imaginó ó que oyó un individuo de un cuerpo moral, y que lo escribió sin decir de donde le vino la noticia, es una verdad indubitable entre los suyos; [466] por otra parte es muy apto para conciliarse la admiracion y el afecto del vulgo; es, pues, preciso defenderlo; porque un hombre, ó una muger de esta clase, al paso que es un personage que dá honor al cuerpo, no pudo errar, ni pudo dexar de tener una autoridad respetable para todos los suyos: se ha de defender, se le ha de dar curso, se ha de publicar, y ha de pasar de generacion en generacion para lustre inmortal de la Comunidad ó Cuerpo; y al cabo de un siglo ya no hay fuerzas que combatan una posesion tan afianzada. Y puede tanto este deseo de adquirir gloria en esta linea, que no puede haber injuria mas horrible contra un Cuerpo, que soltar una proposicion contraria á semejante designio. Para hacer ver esta verdad, se hace preciso tocar otra preocupacion hija tambien del mismo deseo. [467] Nada mas comun que el querer hacer pasar por los mas doctos en todas lineas á todos los fundadores de los Cuerpos religiosos. San Antonio Abad, S. Romualdo, S. Benito, S. Juan de la Cruz, S. Francisco, el B. Caracciolo, S. Joseph Calasanz; todos estos gloriosos Santos á quienes como tales veneramos, y que por sus heroycas virtudes gozan eternamente de la bienaventuranza; todos estos á quienes nuestro Dios llenó de misericordia, eligió para exemplo de virtud, y para que por medio de sus santas fundaciones nos facilitasen los medios de salvarnos, quieren de por fuerza sus hijos que los miremos tambien como Ambrosios, Gerónimos, Augustinos y comparables á estos en las ciencias sagradas, y en todo género de erudicion y literatura, y es tan exêcrable blasfemia para con ellos el no conocer en cada uno de estos, grandes hombres [468] una sabiduria sin límites, que merece el que incurre en tan horrible delito los dicterios mas atroces. Asi los sufrió no ha muchos dias un hombre tan benemérito de la República literaria como el Abad de Fleuri, porque se atrevió á estampar que un Santo fundador no habia per-

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fectamente entendido un texto del Evangelio, porque lo habia tomado muy á la letra: por esta culpa llevó publicamente en el Púlpito una acre correccion, en que se le trató (siguiendo el comun y trillado estilo de los ignorantes y alcorconeros) de libertino y fautor de los hereges. Hasta esto llega el furor con que se pretenden establecer, no digo yo las relaciones, las historietas, las doctrinas, sino aun qualesquiera proposiciones sueltas de todo hombre ó persona que en su Comunidad ó su Cuerpo se adquirió un respeto singular, que reducido á los términos de su linea, [469] seria el mas justo, y mereceria que para siempre se le conservase. Abramos, pues, los ojos. La religion nada tiene de comun con la ficcion. Porque el grande Augustino fuera elegido de Dios para Padre de una esclarecida Religion, no todos los que Dios eligió para este fin son Augustinos. A cada uno dá Dios los dones y gracias, conforme á los designios de su adorable providencia, y no depositó todos los dones en todos: uno asi, dice S. Pablo, y otro asi, dividiendo á cada qual como quiere. Abramos, digo, los ojos, conozcamos los perjuicios que traen estas tenacidades; y todo el conato que aplicamos á defender las doctrinas, las revelaciones, los modos de pensar de los nuestros, apliquemoslo á conservar la Doctrina y la fé pura, y á seguir con la mayor exâctitud lo que la Iglesia nuestra Madre nos enseña, á quien en todo segui-[470]remos con seguridad, pues como maestra de la verdad nos aparta del error, y nos tiene á cubierto de toda supersticion, vicio que facilmente se disfraza con las exterioridades de piedad, y que por desgracia nuestra sabe muchas veces fascinar á los que todo lo abrazan sin consultar primero al oráculo de la sana doctrina.

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Carta XXIX Felix ars juris, Felix hac arte peritus Si foret huic arti dedita turba minor. …………………………………. Nostra foret sors grata magis; nec dicere multi Auderent nocuum nos genus esse sibi. Aur. Januar. Resp. Jurisconsult. Feliz el arte de Abogar seria Feliz el Abogado, Con tal que se daria Menos gente á este oficio; nuestro estado Mas grato fuera entonces y estimado; Y no qual hoy de muchos la osadia Gente perjudicial nos llamaria. [472] Señor Censor. Permitame vm. que extrañe perdonado en sus Discursos á una especie de gente, cuya multitud es sin duda alguna causa de infinitos males en la República, y muy perjudicial á la literatura que tanto desea vm. ver prosperar en la Nacion. Si fuera vm. un hombre de poco espíritu, acaso podria yo recelar que su silencio era un efecto de terror pánico á esta clase de hombres; pero tiene vm. bien sentada su vaza en quanto á la libertad heroyca con que escribe; por otra parte suspendo mi juicio, y no me atrevo a persuadirme que vm. es un hombre ó enteramente libre de preocupacion, ó incapaz de caer alguna vez en un abatimiento indigno, del caracter que [473] debe distinguir á un Censor, porque al ver lo interesante del asunto que voy á tratar, los gravísimos perjuicios que ocasiona la turba multa de esta gente perjudicialísima en su multitud, y tan obvia que á ninguno se le oculta, no sé á que atribuir tanto silencio. Hablo, Señor Censor, de la multitud de Abogados. Prescindo ahora de su literatura; quedese este punto para uno ó muchos Discursos separados, y reservense para este tiempo los epitetos con que el Dean de Alicante Marti, venerando al mismo tiempo á los sabios Profesores, ridiculiza á los Rábulas prostituta mancipia non homines, et specie honoris ignavissima prostibula, ac simulata jurisprudentiæ persona ad decipiendos incautos parata monstra. Fœdissima humani generis lues, qui sordibus juris inscitia, ac æruscandi libidine harpiarum more quidquid tangunt conspurcant. Te vene-[474]ror, santissima Themis, abige hæc pro-

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pudia. Reservense, digo, estas expresiones y otras semejantes para quando tratemos de la literatura de los infinitos Rábulas que infestan la Republica. Ahora, solo pienso en hablar de los perjuicios que ocasiona la multitud. Con respeto á lo que pasa en las Ciudades donde hay Audiencia ó Chancilleria puede qualquiera inferir lo que sucederá en la Corte. Tirada la cuenta muy en favor de los Abogados, no obstante los muchos pleytos que se despachan, resulta que á cada Abogado toca despachar quando mas veinte pleytos cada año. ¿Me quiere vm. decir lo que trabajarán estos Señores mios? no es mucho regularles de tiempo ocioso doscientos dias cada año; ¿pues qué de males no pueden ocasionar en la República tantos hombres sin ocupacion, revestidos por lo regular de [475] una elacion y vanidad insoportable? ¿Quánto no maquinarán para sostener su rango? Me dirá vm. que muchos de estos tienen que hacer lo mas ó todo el año; yo quiero que asi sea, y en efecto es asi, porque en esto hay una especie de monopolio muy en perjuicio de los mas Abogados; pero esto mismo prueba que los mas estan ociosos, y por consiguiente lejos de ser útiles á la patria, son muy nocivos: nada hay mas opuesto á la felicidad de un estado que la gente ociosa, y quando este no solo la tolera, sino que la autoriza dando sus pomposos títulos á todo el que se presenta con el grado de Bachiller, y certificacion de haber asistido al estudio de un Abogado, parece que el Estado contribuye á su misma ruina. Es verdad que pasan por un rigoroso exâmen los que han de dar el nombre á esta milicia; yo quiero [476] hacer esta gracia á los Señores calculadores del mérito de un buen Abogado: quiero mas; quiero suponer que salen, los exâminados del Tribunal Censorio capaces de gloriarse como Ciceron en su primera defensa, que decia no habia entrado á aprender en el Foro, sino que antes habia adquirido toda la doctrina correspondiente: supongo, digo, que quando entran nuestros Abogados al Foro son ya Cicerones; pregunto, ¿muchos Cicerones sin otro empleo que el de abogar, ociosos la mayor parte del año, ó casi todo, serán útiles á la República? ¿dexarán de estar sujetos á las miserias de hombres? ¿dexarán de llamarlos con un derecho muy preeminente la Agricultura, las Artes, la Milicia? y si esto sucede suponiendolos Cicerones, ¿qué será suponiendolos lo que deben suponerse? No me mireis con ceño, Abogados sabios y útiles; vues-[477]tra causa defiendo, vuestro honor vindico, y vuestra gloria y utilidades vivirán mas seguras, sí, como lo espero, no haceis causa comun la de la multitud de ociosos, y tirais á desvanecer mis razones para deslumbrar á los incautos infelices, que escuchan

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á todos los que tienen peluca blonda y golilla, como si todos fuerais unos, todos sabios, todos útiles, Vestra foret sors grata magis . . . Vuelvo á hablar con vm., Señor Censor; y si este apóstrofe lo juzga impertinente e impropio en una Carta, sin embargo no lo borre vm. en obsequio de los que piensen de otro modo. Ya hemos visto que de permitirse libremente ó sin limites el exercicio de la Abogacía, resulta mucha gente ociosa, que pudiera ser util en la Agricultura, en las Artes, en el Comercio ó en la Mi-[478]licia; estos son unos males negativos ó de omision; veamos los positivos ó de comision á que estan sujetos estos hombres ociosos, y cuya experiencia no creo dexará desayrado mi modo de pensar. Reflexîonemos por un rato á uno de estos Abogados miserables. ¿Veremos acaso en él á un oráculo de la justicia? ¿descubriremos ni aun remotas señales de aquel Arte, como dice Aurelio Genaro, Tuta cinta ed ornata, di nobilita é di grandeza. che fa doviciosa pompa di acume e d’ingegno, é di tuto quel di piu che porta seco la cognicione delle Scienze, e l’esperienza de’ pasati e de’ presenti affari del mondo? Nada menos, Señor Censor; veremos si á un hombre en el mayor abatimiento y baxeza que es imaginable; le veremos mendigar como un pordiosero de los Procuradores ó Agentes un negocio; le veremos subscribir á la [479] injusticia, á la iniquidad, á la trampa, y á todos aquellos enredos que dilatan inmensamente el curso de las causas; que ofuscan la verdad, y en que no prostituyera su firma un Abogado acreditado sabiamente; le veremos acalorar los ánimos de dos vasallos útiles, que sin su zizaña compondrian amigablemente sus diferencias, y que empeñados ya por la astucia y malignidad de su patrono, dexan el arado, abandonan sus casas, y se consumen mutuamente, sacrificando sus intereses, su familia y la Patria misma á quien beneficiaban con sus labores ó manufacturas á la utilidad de estos Rabulas, que harpyorum more quidquid tangunt conspurcants; le veremos autorizar con su firma aquellos pedimentos donde el insulto, la ira, el descaro y el espíritu de venganza forman todas sus lineas; le veremos en fin obligado de su miseria prestar su nombre en todo [480] quanto pueda serle util, prescindiendo de los respetos de Religion, de urbanidad y de justicia. He aqui, Señor Censor, un sin fin de males tan ciertos como irremediables sino se minora notablemente el número de Abogados. De otros subalternos del Foro hablaremos en otra ocasion. Yo sé que nuestro sabio actual Gobierno no pierde de vista estos asuntos; pero á vm. le toca manifestar al mundo las utilidades de esta máxîma: tiene mucho adelantado una ley de

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cuyo espíritu benéfico estan ya penetrados los subditos; ¡quánta diferencia hay de estas, á las que por útiles que sean sorprende su novedad á los que las han de obedecer! Fuera de los perjuicios que padece la literatura por esta multitud, pues los mas estudian para comer, no para saber, de lo que se hablará á su debido tiempo; resulta otro inconveniente del inmenso número [481] de Abogados. Viendose estos sin medios de subsistir en una Capital, mudan sus Pandectas, Vinios, Curia, Paz y Gomez (este es su equipage literario) á un Pueblo corto. Esta especie de vagos es mucho mas nociva que los Romeros, qüestores, saludadores y otros que proscriben nuestras leyes. Ya ve vm. que esta clase de tunantes no alteran los Pueblos; lo mas que hacen es, fomentar una falsa piedad, y tener embabucados á los rústicos con sus conjuros y soplos; malo es que asi engañen á los incautos, y que vivan vagabundos; pero, ¿quánto peor serian si turbasen la tranquilidad de un Pueblo, si lo encendiesen en venganzas, si lo aniquilasen? Pues esto ni mas ni menos hacen por lo comun los Abogados en los Pueblos cortos. Si no hubiera Abogados en ellos, seguramente que no hubiera pleytos, ó fuera infinitamente menor el número. Yo [482] no quiero que hagan otro perjuicio estos hombres mas que el de aumentar las causas forenses; y siendo asi, que es el menos mal de que son capaces, ¿no habia un poderoso fundamento para exterminarlos de los Pueblos cortos? Estos negocios llegan por sus trámites á los Tribunales superiores; ceban aqui la ambicion de los subalternos, que serian menos si hubiese menos negocios; son nuevamente engañados de esta gente venal; ¿y qué mas? distrahen la atencion de los Senadores, que libres de estas causas atenderian á otros asuntos de mayor interés, y de otro influxo en el bien de la Nacion. Sino temiera abultar esta Carta de latines, y exponerme á la nota de pedante, habia de copiar las autoridades de Platon y Tácito sobre este asunto; copiaria tambien lo que aconsejaba un Político, que dicen sabia su obligacion á cierto Rey, [483] que si bien era imaginario el fondo de las expresiones con que le persuadia es muy real y muy verdadero . . . pero no me puedo contener; allá vá la autoridad de Barclayo; sirva de confirmacion y epilogo, y digan lo que gusten los que saben escribir Cartas. Ne putes levia esse, Rex, quibus levari Sicilia optat. (Esto es de la multitud de Abogados). Nescio an turbæ civiles, quas modo sedavisti, furiosius sævierint. Aut ne dubites quam ampla factione minentur hæc mala . . . Isti inquam advocati adeo numerum superant, ut pauciores sint agricola, pauciores qui mercatura vertuntur, regnumve custodiunt. ¿Unde vero tanta illa gens vivit ni si ex injuria populi ex elade, et sanguine miserorum? Eo quidem majori Reip. detrimento, quod si inter pauciores, sed spectati candoris advocationum

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munus esset, tot illa ingenia, quæ noxia calli-[484]ditate se corrumpunt, melioribus studiis ornarent patriam; disciplinas et artes aut proderent novas, aut inventas excolerent. Ita hæc pestis non modo malorum est rea quæ infert, sed bonorum præterea quæ adimit. O yo soy muy necio, Señor Censor, ó el amigo Barclayo supo lo que se dixo; ¡si vm. viera como sigue el asunto, y qué bien lo persuade! Pero no es justo cansar á vm. mas. Celebraré seamos de una misma opinion para afirmarme yo en mi modo de pensar, pues tengo hecho juicio de que por la regular piensa vm. bien.

Carta XXX Corruptissima Reipublica plurimæ leges. Tac. Annal. Lib. 3. Nada prueba mas la corrupcion de una República, que el mucho número de Leyes. Señor Censor. Estaba divirtiendome en los Diálogos de Fenelon, quando por casualidad [486] llegó á mis manos el Discurso de vm. 143. Dexé aquellos, y empecé á leer dicho Discurso; leilo, releilo, y volvilo á leer; y despues continué la lectura de los Diálogos. A poco llegué al de Solon y Justiniano; y ó sease que tenia muy poca gana de buscar materiales para mi acostumbrada Carta, instando ya el correo; ó sease que el dichoso Diálogo me parecia que tenia mucha conexîon con el Censor que acababa de leer, siendo al mismo tiempo un tapaboca de los que creen indispensable el estudio de las Leyes Romanas para emprehender el de las nuestras, leyendo aquellas en su original comentado, y las Patrias ó nunca, ó solamente si por casualidad se halla alguna en el Gomez ú otro, como sirviendo de adorno á un torrente de Leyes del Código ó Digesto; ó sease finalmente una y otra causa, empecé á traducir dicho [487] Diálogo para dirigirselo á vm. como lo hago, con algunas autoridades de nuestro Simon Abril en sus apuntamientos de como se deben refrenar las Doctrinas, que llenaran el pliego, y me sacaran de ahogos por esta vez. Soy de vm. siempre.

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Diálogo entre Solon y Justiniano. Justiniano. Nada es comparable á la magestad de las Leyes Romanas. Es verdad que vos habeis tenido entre los Griegos fama de un gran Legislador; mas si hubierais vivido en nuestro tiempo, vuestra gloria se hubiera oscurecido enteramente. Solon. ¿Y por qué habia yo de haber sido despreciado en vuestro Pais? Justin. ¿Por qué? Porque los Romanos han sobrepujado á los Griegos en el número de Leyes, y en la perfeccion de ellas. [488] Solon. ¿Y dónde se prueba esa ventaja? Justin. ¿Pues quién duda que tenemos una infinidad de Leyes maravillosas formadas en diversos tiempos?121¿Y quien me negará en todos los siglos la gloria de haber compilado en mi Código este prodigioso cuerpo de Leyes?122 [489] Solon. Bien puede ser; mas yo he oido decir acá baxo muchas veces á Ciceron que las Leyes de las XII. tablas eran las mas perfectas que habian tenido los Romanos; y no lleveis á mal note de paso que estas Leyes las debió Roma á Grecia, y que principalmente deben su origen á Lacedemonia. Justin. Hayan venido donde quiera; lo cierto es que eran muy sencillas y muy cortas para entrar en comparacion con nuestras Leyes, que todo lo han previsto, todo lo han decidido, y todo puesto en orden con una especificacion prodigiosa. Solon. Yo pensaba de diverso modo; me parecia que las Leyes para ser buenas, debian ser claras, senciallas, cortas, proporcionadas á todo un Pueblo, el que debe comprehenderlas, retenerlas, amarias y obedecerlas siempre.

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Dieronse á escribir tantos libros (los Juristas Romanos) que casi llegó el negocio á tanto mal como está ahora en estos tiempos por la multitud de Escritores, porque como dixo sabiamente un Poeta, el mucho alterar escurece y destruye la verdad. Simon Abril Errores en el Derecho Civil. El Emperador Justiniano (viendo esta confusion) movido con mas piadoso zelo que discreto, quiso dar remedio á un mal tan grande, y pensandolo remediar lo destruyó del todo : : : Con esto no solamente no remedió Justiniano la doctrina legal, sino que la destruyó del todo. Ibid.

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[490] Justin. Enhorabuena; pero no se puede negar que las Leyes breves y sencillas, no son bastante á exercitar la ciencia y talento de los Jurisconsultos, ni dan motivo á profundizar en qüestiones amenas. Solon. Yo creia por el contrario que las Leyes debian evitar las qüestiones espinosas para conservar en los Pueblos las buenas costumbres, el órden y la paz pero vos me persuadis á que deben exercitar los espíritus sutiles, y dar motivo á pleytos. Justin. Nadie puede negar á Roma la gloria de haber producido sabios Jurisconsultos, quando Esparta no tenia mas que soldados ignorantes. Solon. Pues yo pensaba que en tanto eran las Leyes buenas, en quanto no necesitaban de Jurisconsultos, y en quanto los ignorantes al abrigo de estas Leyes claras y sencillas vivian en paz, sin necesidad de recur-[491]rir á la sofisteria de los Juristas; persuadido á conseqüencia de esto que no son buenas aquellas Leyes, para cuya explicacion se necesita el auxîlio de tantos sabios siempre discordes entre sí.123 [492] Justin. Este ha sido el objeto de mi compilacion, conciliarlo todo. Solon. No sé como la llamais vuestra quando Triboniano me dixo ayer que él la habia hecho. Justin. Es verdad; pero la hizo de orden mia: Un Emperador no es capaz de una obra semejante. Solon. Yo he sido Rey; y sin embargo estaba persuadido á que la principal obligacion de un Príncipe era establecer Leyes que arreglasen su conducta, y la de los Pueblos, para de este modo hacerlos buenos y felices. La gloria de un Legislador es incomparablemente mayor que la de estar á la frente 123

Lo que Justiniano debia hacer y V. M. si se sirviese para remedio de tanta confusion, es juntar algun número de personas muy graves y sabias en materias de Derechos, escogidas en todos sus Reynos, los quales tomasen á su cargo hacer un Cuerpo de Derechos, no de pedazos de agenas doctrinas, como el que mal dispusieron los Doctores de Justiniano, ni escrito por estilo doctrinal, sino por legal, que es mandando ó vedando con la mayor brevedad de palabras que fuese posible, sin preambulos ni retóricas, que son cosas indignas de la gravedad y autoridad del Legislador, como estan escritas las Leyes Civiles que dió Moysen á los Hebreos, ó las que los Romanos hicieron gravar en aquellas XII. Tablas : : : Con esto no tendrian las Leyes necesidad de Comentarios, antes se deberia determinar, so graves penas [492] que ninguno se atreviese á declarar ni glosar Ley ninguna : : : Con esto cesarian tantos libros como hay de comunes opiniones en que no hacen mas que citar los unos lo que dicen los otros. Ibid.

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de las Armadas, y conseguir victorias. Pero volviendo á vuestro Triboniano, [493] digo, que no ha hecho sino una compilacion de Leyes de diversos tiempos, y que han variado succesivamente, y vos no habeis tenido jamas un verdadero cuerpo de Leyes hechas á un mismo tiempo con un mismo objeto para arreglar con ellas las costumbres y el gobierno entero de una Nacion. Vuestra Recopilacion es un conjunto de Leyes privadas establecidas para terminar algun pleyto entre particulares: los Griegos sí que tienen la gloria de haber hecho Leyes fundamentales para gobernar los Pueblos sobre principios verdaderamente filosóficos; y para arreglar toda su politica y gobierno. La multitud de Leyes en que fundais vuestra gloria, me persuade que no las habeis tenido buenas, ó que no las habeis sabido conservar en su sencillez. Para gobernar un Pueblo es preciso que haya pocos Jueces y pocas Leyes. La [494] multitud de los Jueces todo lo corrompe, y la multitud de Leyes no es menos perniciosa, pues que ni se comprehenden, ni se observan. Habiendo muchas Leyes se acostumbran los vasallos á respetarlas en la apariencia, y á violarlas baxo de especiosos pretextos. La vanidad las hace establecer con fruto, y la avaricia y demas pasiones obliga á despreciarlas. La sutileza de los sofistas que las acomodan al gusto de sus clientes, las hace ilusorias. De aqui nace la trampa, monstruo abortado para devorar á la naturaleza humana. Yo juzgo de las causas por sus efectos. No me parecen buenas Leyes sino aquellas en cuyos Pueblos no se litiga, y donde su sencillez y concision evita todo género de litigios. No quisiera yo que hubiese Leyes respectivas á los testamentos, ni á las adopciones, ni exêredaciones, ni substituciones, ni préstamos, ni per-[495]mutas; quisiera solamente que cada familia tuviese una determinada porcion de terreno, que este fuese inagenable, y que el Magistrado despues de la muerte del padre, lo dividiese entre sus hijos proporcionalmente, segun la Ley; multiplicadas las familias con proporcion á la capacidad del terreno, enviaria parte del Pueblo á poblar una Isla, ú otro Lugar desierto. Modificando esta Ley breve y sencilla, me reiria yo de todas las patrañas de vuestras Leyes, y no cuidaria mas que de arreglar las costumbres, inclinar á la juventud á la sobriedad, al trabajo, á la paciencia, al desprecio del regalo, á el valor y aliento contra los dolores, y aun contra la muerte. Todo esto antepondria yo á las qüestiones sutiles sobre los contratos, tutelas, &c. Justin. ¡Gran cosa! De este modo con la aridez de vuestras Leyes [496] echariais por tierra todo lo que hay de mas ingenioso en la Jurisprudencia. Solon. Pensad como gusteis; yo siempre antepondré las Leyes sencillas, puras y salvages, á un arte ingenioso para turbar el reposo de los hombres,

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y corromper el fondo de las costumbres. Nunca se han visto tantas Leyes como en vuestro Reynado, pero nunca se ha visto vuestro Imperio tan decaido, tan sin vigor, ni tan degenerado é indigno de aquellos antiguos Romanos, semejantes en otro tiempo á los Ciudadanos de Esparta. Vos mismo, vos no habeis sido mas que un hombre falaz, un impio, un malvado, un destructor de las buenas Leyes, un hombre en fin lleno de vanidad y de falacias. Vuestro Triboniano ha sido un hombre igualmente perverso, igualmente doble y disoluto. Bien os ha pintado Procopio, manifes[497]tando al mundo vuestra conducta cubierta con la máscara de la piedad y zelo patriótico. Volvamos á tratar de vuestras Leyes. Las Leyes (repito) no se pueden llamar Leyes sino en quanto se comprehenden facilmente, se creen, se aman y son obedecidas; y estas no son buenas sino en quanto su observancia hace á los Pueblos buenos y felices. Vos no os podeis gloriar de haber hecho á hombre alguno bueno y dichoso con vuestra pomposa compilacion, de que infiero que toda ella debe quemarse.124 Bien veo [498] que os disgustais, porque la Magestad Imperial se cree aun fuera de la jurisdicion de la verdad; mas la sombra de Rey no es mas que sombra; y á esta pueden decirse impunemente las verdades. Sin embargo yo me retiro para cortar la cólera que brota ya en vuestro semblante. [499] NOTA. Despues de impresa esta Carta he sabido se hallaba dicho Diálogo traducido al Castellano por D. Miguel Joseph Fernandez, pero me persuado que teniendo este la ventaja de las juiciosas notas de Abril, puede ser mas apreciable que el de la version antigua.

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Convendria tambien mandar que en las Escuelas públicas y Universidades, se leyese por texto el Derecho y Leyes de V.M. que son las verdaderas Leyes hechas con maduro acuerdo y pública autoridad; y no aquellos pedazos de escrituras tomados ó rasgados de los libros que escribieron los Doctores Romanos larga y extendidamente en declaraciones del Derecho Civil de los Romanos, que falsamente llaman Digestos, pues no se puede formar en Derecho cosa mas indigesta y mas confusa. Ibid.

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Carta XXXI …… Sum …… Cachinno. Pers. Sat. I. v. 12. Soy risueño y mordaz. Señor Censor. En mi Carta XXI participé á vm. la dolorosa noticia de que la Diosa Igéa, que dicen serlo de la salud, (aunque yo ni por lumbre como solemos decir, pienso suplicarla me cure del descalabro que padece la mia), habia dado en la cruel idea de mi-[502]rarme con mas descuido que la fortuna al mérito. No se me habia aun pasado por las mientes reflexîonar lo apreciables que son sus favores hasta ahora que experimento, bien á mi pesar, el valor de ellos, y la economia con que de un corto tiempo á esta parte me lo dispensa: por lo tanto despreciaba sus dones, sin hacerme cargo que podria escasearmelos quando menos yo lo pensase. Dicho y hecho, amigo mio: Al presente me encuentro con tan pocos, que he determinado economizarlos todo lo posible; pues salud y dinero son unas cositas que estimamos mas á proporcion que vamos teniendo menos. ¿Y como le parece á vm. que pienso dar una higa a todos nuestros Esculapios, y reirme de ellos hasta que me llegue la hora? Pues no ha de ser purgandome, sangrandome ni guardando una rigorosa dieta: no Señor: esto seria lo propio que llamar con campana á la pálida y aborrecible muerte. Otro secreto he des-[503]cubierto punto menos que infalible para robustecerme, y continuar algunos años haciendo número entre los vivientes. Este secreto se reduce á no leer, no meditar, no escribir, y por decirlo en pocas palabras, no hacer otra cosa que lo que hace qualquier automato, tal como un entretenido de Oficina, un Simplista con treinta ó quarenta mil reales de beneficios, ó un rono nieto de ZulemZegri. Mas por si acaso no fuese suficiente este nuevo plan de vida que voy á emprender, para recuperar mi antigua sanidad, y estuviese próxîma aquella terrible hora en que dexe de ser y quiero antes que esta se verifique emplear los momentos que me resten, en utilidad mia y en loor de mi próximo; pues me seria mas sensible que la misma muerte dexar de mí un nombre odioso, y salir de este mundo cargado como muchos de la indignacion de mis conciudadanos. Demasiado encendí la cólera de algunos, [504] y demasiado provoqué su venganza. Reniego una y mil veces de no se qué casta de amor propio, que me impelia á poner en execucion quantos

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medios creia oportunos para inmortalizar mi nombre, lisongeandome á guisa de los conquistadores con los combates, las ruinas y la desolacion. ¡Ah amarga y atormentadora memoria! y como para afligirme mas y mas, te complaces en acordarme el inhumano placer que yo disfrutaba en agriar las dulces satisfacciones de algunos Escritores (lease Escribientes) que jamas me habian hecho daño alguno; y aunque mi fin era bonísimo, pues no llevaba otro que el de desengañar á los Padres y Lectores de semejantes obras del ningun mérito de ellas, el medio tomado por mí, (¡con qué rubor hago esta confesion!) es forzoso decir que tenia poco de laudable, y asi muchos de ellos v. g. la Bouville, Juan Claro, los Alcorconeros y otros sapientísimos Señores tales y tan buenos como estos, [505] desconociendo tamaña fineza abominaban del remedio, y de la mano que le presentaba; porque al fin, al fin, Señor Censor, (tenga vm. esto entendido para los fines que haya lugar) todo el efecto de la mejor crítica, y de la mas modesta sátira, se reduce á disminuir nuestros placeres, y á mortificar nuestro amor propio, disipando una ilusion que nos agradaba; siendo los mas de los Autores y Lectores semejantes á un quidam dichoso loco de Athenas que creia estar siempre oyendo poemas divinos, tragedias de Eschylo y Sophocles: y los críticos y satíricos al importuno y cruel Médico que se empeñó en curarle de tan agradable y lisongera mania. Abjuro tan arriesgado como inútil arte, asegurando á vm. que en el desengañado estado en que me encuentro, percibo los objetos diferentemente de como los veia en otro tiempo; siendo cosa muy particular que estando mis ojos próxîmos á cerrarse para siempre, se [506] abran y vean á hora mas que nunca: ¿pero de qué me admiro, si apoderada de mí la importuna y austera verdad me persigue en todas partes? Ahora sí que el error y las preocupaciones, se eclipsan y desaparecen como un sueño; ahora sí que me rodea una claridad pura que disipa quantas nubes ofuscaban mi razon en otro tiempo; y ahora sí que cada paso que doy ácia la tumba es un nuevo grado de luz: ¿mas quándo ha dexado de ser el último de nuestros dias el mas claro de toda la vida? De un golpe de ojo se ven las cosas mucho mejor de lo que las hemos visto en toda la carrera de los años. Asi pues, quiero que al modo de la lanza de Aquiles, curen mi lengua y mi pluma las heridas que tienen hechas; y si el tiempo ni las circunstancias no me permiten pedir perdon á cada uno en particular, sepan quantos esta Carta viesen, que mi ánimo era el de especificarlos todos, y echar el sello de mi úl-[507]tima opinion en estos luminosos monumentos, momentos destructores de toda pasion, pues no permiten que uno se engañe á sí propio, ni que engañe á los demas: y para que vm. vea que empieza el

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desengaño á hacer su efecto, y que conozco la obligacion que tengo de retrararme de casi quanto he dicho y escrito, ha de saber vm. que no dexo pasar ocasion en que no sea panegirista de lo mismo que antes fuí el mas cruel detractor; y habiendolo sido tan injustamente en algunos papeles de mi amada patria, quiso mi buena suerte proporcionarme dias pasados la satisfaccion de defenderla de las negras injurias que contra ella vomitó en mi casa uno de esos hombres ancianos que se alimentan con celebrar las costumbres de los tiempos pasados, y murmurar de los presentes. Es pues el caso, que luego que supo dicho sugeto mi indisposicion, vino á verme: á poco rato de visita cayó la conversacion sobre la pobre [508] Patria, y tomando mi hombre la taravilla, y enarcando á cada palabra las cejas, exclamó diciendo. «¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres! ¿Quién diria allá en los mios que habian de llegar á ser tan calamitosos los presentes? todo vá perdido. ¿Es este siglo ilustrado? ¡Qué trastorno de cosas! Apenas hay comercio; los matrimonios estan corrompidos; todo es una confusion, todo un desorden. ¡Ah Golilla! ¡Ah Vigotes! ¡Ah Españoles antiguos, y quánto mas sinceros erais en vuestras amistades! ¡quánto mas fieles en vuestras promesas! ¡quánto mas piadosas vuestras entrañas para con los desgraciados! Hoy no parece sino que Pandora nos ha regalado alguna caxa tan funesta como la de marras, y que llenó con ella toda la nacion de desgracias» ¡Aqui dio un gran suspiro, y aqui calló! Aunque yo tenia muy pocas ganas de responderle, pues mi indisposicion no me daba lugar á contesta-[509]ciones, no me fue posible contenerme, por lo que animandome quanto pude prorrumpí en estas ó semejantes razones. Vm., Señor mio, declama sin fundamento contra el tiempo presente, y encarece aquel en que su Magestad le echó á este mundo, como si los Jóvenes que vivimos hoy no estuviesemos informados de los absurdos que antiguamente se cometian, las preocupaciones en que estaban sumidos nuestros abuelos, y lo atrasados que se hallaban en todos asuntos, como probaré á vm. en pocas palabras, pues la situacion en que me encuentro no me permite explayarme tanto como yo quisiera. Es muy notoria la injusticia que vm. nos hace, sentando que no tenemos comercio. Permitanme sus venerables canas (señal casi infalible de vejez y no de ciencia), se erizen mis negros cabellos al oir proposicion tan temeraria, incierta y tan ofensiva piarum aurium. ¿Acaso en los tiem-[510]pos de allende se hallaba tan extendido el Comercio como en nuestros felicísimos dias? ¿No estaba el pobre aislado entre quatro plebeyos, ó si vm. quiere

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quatro judios? ¿Ocupaba dicho ramo todas ó las mas clases del Estado, como sin que pueda dudarse las ocupa hoy? ¿Quándo fue Comerciante en España la Nobleza? ¿No tenia esta en horror semejante ocupacion? ¿Y qué sucede hoy? Todo lo contrario: hay pocos que no comercien, pocos que no trafiquen, y no solamente en paños, sedas, pedreria, &c., sino tambien en otros géneros de que no tuvieron nuestros mayores conocimiento alguno. Hoy ya comercian unos con su autoridad, otros con su proteccion, el bello sexô con sus encantos, y nuestros Autores de libros con sus nadas: ¿y aun se queja vm.? ¿aun declama? Sirvase reflexîonar maduramente el punto, y conocerá la ninguna razón que le asiste para quejarse de nuestro atraso en este particular. [511] La corrupcion que vm. atribuye á los matrímonios del dia, es otro error muy clásico: mayor y muy mayor era el de nuestres antiguos en aquellos tiempos que tanto echa vm. de menos; porque pensaban que un Ciudadano se debia casar para sí solo; desconocieron absolutamente la libertad recíproca que hoy se observa en ellos; creian que una Duquesa, Marquesa ó Condesa, quando su conducta no era regular, perdia el honor con la misma facilidad que la muger mas ínfima de la plebe. De nada servian entonces las mugeres mas que de entender en el gobierno doméstico, en educar á sus hijos, y cuidar del esposo; pero hoy tenemos la felicidad de que nada de esto hacen, pues saltaron la balla, y gobiernan á todos los hombres, no siendo estos al presente otra cosa que péndulos, y el femenino devoto sexô quien señala las horas del juego, del teatro y del paseo. Ni aun la edad madura se substrae de su imperio, porque nada [512] es mas freqüente que el que una joven de veinte años diga á un hombre de cincuenta. Mientras en fuerza de tu obligacion habias de estar exâminando en tu despacho si Anselmo conservará ó no sus bienes y fortuna en el pleyto que litiga con Ricardo, y si Arnesto es mas digno de tu proteccion que Celestino; quiero me acompañes todos los dias diez ó doce horas, que contemples mi belleza, y que subscribas ciegamente á todos mis caprichos: y en realidad de verdad que aquel bendito hombre la obedece sin réplica. Amame mas que á tu esposa; y la ama: arruinate por mí; y se arruina. Solo allá en tiempo que hablaban los brutos mas que ahora, y esto es que ahora hablan que se las pelan, creian los hombres que los Altares y el Notario aseguraban á los maridos el dominio sobre sus mugeres; pero este error comun ha desaparecido como otros muchos, pues la naturaleza rompe hoy semejantes obligaciones y con-[513]tratos. ¡Oh felicísimo siglo! ¡Oh ilustracion, y quántos bienes nos han venido en pos de tí! ¿Tendrá vm. ahora va-

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lor para verter la blasfemia de que los matrimonios se hallan corrompidos, ni aun siquiera con principios de corrupcion? Ningún niño de diez años es al presente tan sandio como nuestros antepasados, no pudiendo dar á vm. prueba mas concluyente de su imbecilidad que decirle, pensaban se necesitaba tener un Marquesado para ser Marques; creian que los ofrecimientos de atender y proteger á este ó al otro, debian significar alguna cosa. Entonces (segun he leido en algunas historias) desconocian los Militares la molicie, los Comerciantes la profusion, ninguno tenia la suficiente penetracion para ser perverso con entendimiento, y lo que es mas digno de llorar, eran tan profundamente ignorantes, que ni aun sabian el famoso arte de ridiculizar la Religion, y befarse de los mas [514] serios actos de ella: y hoy es constante que se halla entre nosotros esta ciencia en el mas alto punto: y aunque en otras tengamos muy mucho que envidiar á los Extrangeros (sordos sean nuestros Apologistas), en esta, sino les excedemos, estamos, si Señor, á la par. Pensará vm. que he agotado todos los recursos para desimpresionarle del poco fundamento que tiene en afligirse, creyendo que aquellos pasados tiempos eran mejores que los presentes. No amigo; aun me faltan muchas pruebas que exhibir. Antiguamente solo las damas tenian privilegio exclusivo de conversar todas las mañanas tres ó quatro horas con el espejo; pero hoy consultan con él los hombres de mas alta categoria; y tanto, que dexa el Magistrado á Bartulo, dexa el Militar á Polibio, y el Abate dexa la Biblia y Santos Padres por las pomadas, aguas de olor, últimamente por el peinado de erizon, de cepíllo, ú otra moda. ¡Asom-[515]brosos progresos hemos hecho en todos asuntos! Los antiguos eran incomparablemente menos industriosos que los modernos; y esto se prueba con un exemplito. Quando vm. nació todo sugeto pobre y de alguna (ó de ninguna distincion), se veia obligado á ser Militar, ó emprender unos pesadísimos estudios para adquirir su sustento. Hoy no se necesita fatigarse para lograrle, porque qualquier mequetrefe que se encuentra sin empleo y sin mérito que le haga acreedor al logro de alguno, toma el arbitrio de venderse á esta ú la otra por marido, y etele por lo comun mi hombre colocado: si no le sale bien este honrado ardid, esclaviza su libertad en obsequio de una casada ó viuda, por cuyo honesto medio consigue una expléndida mesa, viste profusamente, y aquella juiciosa Señora le paga todas las diversiones, aunque necesite para sobstener sus locuras deshacerse de todas las [516] joyas, pues nada importa con tal que consiga hacer de otro su ídolo.

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Si nuestros abuelos tenian mejor fe en el Comercio, si su amistad era mas sincera, si eran mas fieles en sus promesas, de mas piadosas entrañas para con los desgraciados, y si el amor á la Patria era en ellos mas intenso que en nosotros; ¿son por ventura estas prendas otra cosa que virtudes del Paganismo? Las mismas florecieron antiguamente en Athenas y Roma : : : pero amigo, el estado de mi salud, como vm. vé, no me permite hablar mas tiempo. Si acaso me mejoro continuaré demostrando las infinitas ventajas que llevamos los modernos á los antiguos en costumbres, Artes y Ciencias. Se levantó mi buen anciano, y despidiendose de mí, supe habia dicho al que me asiste, que yo estaba de mucho riesgo, porque la conversacion que acababa de tener con él no habia sido otra cosa que un declarado delirio.

Carta XXXII Deben de creer que los Peluqueros somos ciegos ó de marmol; y en realidad no somos ni uno ni otro. Pensador Matritense, Disc. 55. Señor Censor. Habrá un mes que recibí de Granada la siguiente Carta; y persuadido á que no desagradará á vm., he determinado remitirle una copia de ella; como lo executo. [518] Señor Corresponsal del Censor. Sin que sea visto faltar al respeto al Autor ó Autores del Pensador Matritense, cuyos pensamientos son para mi tan apreciables como los de vm., su querido el Censor y Apologista universal; no puedo mirar con indiferencia, que en el número 55 de dicho Pensador se trate muy de paso de un abuso reparable en la República, y de unas conseqüencias muy funestas al bien espiritual, parandose en otro asunto, que si bien digno de atencion, muy inferior en su mérito, y perjuicios al que yo juzgo debiera ocupar el primer lugar en dicho pensamiento. Las extravagancias de las señoras mugeres, los desos de parecer bien, de adornarse, y poner un escrupuloso cuidado en sus cabellos, son males muy radicados en el bello sexô; y es menester dexarlos en la clase de incu-[519]rables, ó trastornar del todo nuestro civil sistema: y asi por mas que haya gritado el Pensador, y por mas que vms. los Censores se afanen, nunca podrán lograr que esta hermosa delicada

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porcion del género humano dexe de emplear lastimosamente todos sus conatos en la superficie, y fundar todo su atractivo en la vista exterior, á manera de unas meras máquinas, ú otros objetos cuya hermosura consiste solo en el prospecto. Siempre aspirarán las mugeres á enamorar por la vista, y siempre se presentarán al mundo con este fin verdaderamente digno de un racional: Spectatum veniunt, veniunt spectentur ut ipse, decia allá en su tiempo Ovidio, que conocia muy bien la debilidad del sexô; y se llamaba y queria que le llamasen Maestro en el arte: Inscribat spoliis Naso Magister erat. Quisiera, pues, Señor Corresponsal; inspirase vm. á su amigo el [520] Censor tomase á su cargo la continuacion de dicho Discurso, y por si no tiene vm. ó el Caballero Censor la referida obra, ó para ahorrar el trabajo de registrarla, voy á copiar las clausulas con que acaba el pensamiento, y es lo único que trae sobre el caso, que deseo ver con mas extenxion. Despues de haber manifestado el Peluquero por quien se supone escrito lo principal de aquel pensamiento o carta, la aceptacion que lograba entre las damas por el primor de sus peynados, y despues de haber pintado con unos colores bastante vivos y verdaderos las extravagancias y locuras de estas en un punto de tanta importancia, dice asi el Peluquero. «Yo me divierto á las mil maravillas, y á no ser un cierto escrupulillo que tengo, no habria vida mas envidiable que la mia. Es el caso que hay algunas damas que acabadas de levantar de [521] la cama pasan al tocador con un Desavillé en que reyna demasiadamente la negligencia. Deben de creer que los Peluqueros somos ciegos ó de marmol, y en realidad no somos uno ni otro. Yo no soy jactancioso y ni tengo motivos de serlo: asi no me alabo como hacen algunos de mis compañeros de familiaridades y confianzas que lastiman el crédito de sus parroquianas. Jamas se me han confiado papeles ni recados, ni he sido conducto para empeñar alhajas; y si apunto estas especies, no es porque las crea, si no es porque las damas esten advertidas, y vivan con cuidado. En quanto á mí, esto de la negligencia es lo que me da pena, porque aunque Peluquero, tengo ciertas sombras y lejos de escrupuloso. Ya es tiempo, Señor Pensador, de acabar esta Carta. A vm. toca exâminar si tiene alguna necedad. Si la hiciere imprimir, me alentará á escribir otras, que tal vez [522] no serán las peores que reciba. Dios guarde á vm.”

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Esto es, Señor Corresponsal, la que únicamente dice el Pensador sobre el caso. Quizá me replicará vm. que no es poco decir; confiesolo, y conozco que en poco dice muchísîmo; mas yo quisiera que un abuso de este tamaño se batiese con metralla de otro calibre, ó á lo menos se repitiese tanto, que no tengan motivo de dudar aquellos padres que abandonan sus hijas por el espacio de dos ó tres horas á un Peluquero; é igualmente estas tal vez inocentes vean los riesgos y libertades que proporciona esta licencia. Crea vm. que semejante género de abusos son perjudicialísimos á la sociedad, y no menos á la conciencia; por lo tanto se debe clamar contra él, y se debe insistir en su reforma, pues los papeles periódicos se leen por toda clase de gente, y quando no surtan otro efecto, no dexan de [523] producir alguna sensacion, y de latir interiormente. Las damas (que no dexará de haber algunas que lean los Discursos de vm.) apenas comiencen á leer este pensamiento, dirán acaso «sin duda que le ha faltado asunto al Corresponsal para llenar su papelon este correo, y se ha querido asir de los cabellos de las mugeres. Un hombre revestido del caracter censorio debe ser superior á estas bachillerias.» En este supuesto por si juzga vm., como yo, que esta materia debe ocupar un lugar muy distinguido en sus papeles, pienso hacer ver que dicho abuso no solo es perjudicial á la conciencia, sino tambien á la sociedad. A poco que se reflexione sobre el estado de nuestra naturaleza, se convencerá lo cierto de mi primera proposicion: este es un asunto que no necesita mas prueba; pero es tan eficaz que cada reflexîon es [524] un convencimiento. Puede ser que yo sea de otro barro mas delicado que el resto de los hombres, y que juzgando por mi corazón al ageno, crea demasiadamente peligroso el contacto á las personas del otro sexô; quiero decir, bien puede ser que mi naturaleza sea sumamente sensible, y que halle riesgo donde otros caminan inofenso pede: confieso mi fragilidad; y le aseguro á vm. que quando yo vivia una vida menos arreglada, ni podia baylar una contradanza, ni aun un minuet sin exponerme mas que probablemente á mucho riesgo: ya digo que esto será una sensibilidad nimiamente delicada, ó que mi naturaleza es demasiadamente vidriosa; mas no obstante es preciso convenir, en que todos hemos heredado el pecado de Adan y sus conseqüencias; que todos padecemos una terrible lucha interior entre el espíritu y la carne; que esta es nuestro [525] mayor enemigo; que nos alhaga demasiadamente aun la vista del otro sexô; que es difícil contener su amor dentro de los justos límites; y que finalmente todos todos, somos propensos al mal.

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Al leer estas clausulas, no faltará algun petimetre ó dama que en tono burlesco se explique asi. ¡Qué noticias tan exâctas nos dá el Corresponsal en este correo! Vaya que la erudicion que gasta es la mas recóndita; sin duda que la aprendió en los rarísimos y antiquísmos manuscritos de Pero Grullo; es mucho que no haya coronado sus quees con el saladísimo y novísimo apotegma; la lumbre junto á la estopa, llega el diablo y sopla; ú el otro no menos raro: entre santa y santo, pared de cal y canto. Clamen enhorabuena como gusten, y burlense como quieran los petimetres; yo convengo desde luego, en que mis verdades son poco [526] menos que verdades de Pero Grullo, y por lo mismo que ellos las conocen basta insinuarlas; fuera de que hay ciertas cosas, en que sin agravio de su certeza no es facil recurrir á prueba alguna por incontestable y autorizada que sea. Ahorremonos, pues, de citas en cosa tan obvia; y una vez que los perjudicados en su conciencia estan convencidos de la necesidad de evitar este daño hablemos de los males civiles que ocasiona. Mucho han declamado los amantes de la Patria contra la multitud de Abogados, contra los Saludadores, Qüestores y otra gente, que ó bien por su multitud, ó bien absolutamente son de ningun provecho á la República, y por consiguiente de muchísimo daño. Dexo aparte las funestas conseqüencias de la inmensa turba de Abogados, cuyos perjuicios no me atrevo á afirmar sean menores que los que se siguen [527] de los Peluqueros: pero sin rezelo puede decirse que los Saludadores y otra especie de vagos de esta especie, que por ociosos é inútiles han sido justamente el objeto del rigor de nuestras leyes; son mucho menos perjudiciales al Estado, que los Peluqueros dedicados á peynar á las damas. Pocas meditaciones bastan al convencimiento de esta verdad; mas no quiero meterme en parangones, y me contento con que el mundo vea que esta clase de hombres es muy nociva á la República. Es necesario, que para subsistir un Cuerpo político, tenga una perfecta economia en sus miembros, de modo que del desarreglo ó orden de ellos, depende el bien ó el mal de la República. Esta es otra Pero-Grullada semejante á las dichas en la primera parte. Ahora bien; si muchos brazos robustos están en una ocupacion nada interesante al Estado, ó quando lo sea, pueden muy [528] bien desempeñar su ministerio otros miembros débiles, útiles solamente para este fin ú otros tales; pregunto, ¿será buena economia privar á las Artes, á la Agricultura, á la Milicia de los robustos brazos que se aplican á objetos futiles? Es preciso convenir en que una conducta de este género si es universal, destruirá enteramente una República, y si es

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particular ó respectiva á algunos ramos, quando ella no baste á aniquilarla, contribuye mucho á su ruina. En este supuesto pruebe vm., Señor Corresponsal, segunda vez, como le sale el oficio de proyectista. No es mi ánimo empeñar á vm, en un nuevo proyecto de proyectos, que es lo mismo que en cuento de cuentos; nada de eso: mi proyecto es muy facil, muy útil, muy absequible y sumamente sencillo. Proponga vm. á los destinados al gobierno y economia los Hospicios [529] ú otras Casas de Caridad donde se enseña á toda clase de gentes á ser útiles á su Patria y á sí mismos. Proponga vm. una escuela de Peluqueras, y no dude vm. que habiendo surtido de jóvenes Maestras en este Arte, habrá tambien Padres sensatos y Señoras, que hechas cargo de la razon, las reciban en sus casas para este servicio: ya se vé, que muchas, ó quiza las mas vivirán en el capricho de que si un Peluquero no ha adornado su cabeza, usando de ella á su arvitrio con las licencias necesarias del Arte, estarán desaliñadas, ó faltas de aquel primor, que acaso juzgarán privativo del sexô masculino: sin embargo otras pensarán de otro modo, y quando no, puede ser que la utilidad pecuniaria ó economia doméstica las incline á este modo de pensar. Con que vm., Señor Corresponsal, gane en cada papel reformar á un hombre solo, puede estar [530] satisfecho de que hace mas honor y servicio a la Patria que infinitos, que han hecho sudar las prensas con inmensos volúmenes. Si vm. se resuelve á echar el pecho al agua y salir al público segunda vez con el título de proyectista, diga vm. que no es nuevo este proyecto, ni nuevamente practicado, pues en efecto hace muchos años que se ha hablado de este asunto, y en el Hospicio de esta Ciudad se han adiestrado en dicho Arte varias jóvenes, y actualmente lo estan haciendo otras muchas, que ahorraran á sus amas mucho dinero, muchas impaciencias esperando al Peluquero, muchas murmuraciones de su conducta, y sobre todo muchas ocasiones de que el ama ó el Peluquero abusen de las licencias, que la edad y el arte proporcionan continuamente. Soy de vm. fino amigo.

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Carta XXXIII Difficile est satyram non scribere . . . Juven. Sat. I. v. 30. Cosa difícil es no escribir Sátiras. Señor Censor. Allá voy con mis almanakes: conozco en conciencia que no son la cosa mas seria de este mundo; pero, amigo mio, no lo puedo remediar; soy de genio bastantemente burlon [532] y satírico, y quando mas me violento para hablar con aquel peso y seriedad que hablan los hombres de forma, entonces es quando mi genio obstenta su poder. Lo cierto es que en medio de mis freqüentes chufletas, no se me escapa ni una mentira. Quanto digo á lo menos á mi entender son verdades desnudas, y aun por eso se escandalizan algunos de oirlas. Sea como fuere, á bien que vm. no tiene acepcion de personas; el mérito es el que decide en su rígido tribunal, y si mereciere repulsa la llevaré con paciencia, y pocuraré enmendarme: manos á la obra. ¿Manos á la obra decia yo? ¡qué lócura manos á las obras: ¿pero qué obras? Obras que cantan en la mano, y son cantadas en los púlpitos. Obras que encantan, pues en ellas vemos una nueva arquitectura, que toda es de orden compuesto, aunque las mas de ellas, siendo verdaderas pero desfiguradas copias, pueden pa-[533]sar por raros originales. Hablemos claros: Yo estoy encantado mas que el heroe de Cervantes en la cueva de Montesinos, con los jóvenes de nuestra ilustrada Nacion. Muchachos, criaturas, y con ser de materia terrea, parecen hechos de cera segun toman el molde. ¡Quién lo creyera! En las memorias de la Academia de las Inscripciones y bellas Letras de París, me he hallado quatro ó seis disertaciones sobre los progresos de la retórica griega, y hallo que aquellos Señores eran una gente de poco mas ó menos. Ellos se andubieron de grado en grado obra de siglo y medio para llevar la oratoria al punto en que la practicó Demóstenes, y con él otros quantos que pasan hoy por prodigios ¿Y entre nosotros? En treinta años nos hallamos en parage de que no se desocupen los púlpitos de Mocicos que encantan, y nos tienen con un palmo de boca abierta, apostándoselas á S. Agustin, [534] á San Crisóstomo, y si vm. quiere tambien á San Leon y San Ambrosio. ¿No es una gracia ver salir mas Cicerones y Dimóstenes sagrados de nuestros Pueblos, que hongos en los pies de los álamos? Sí, sí, ello es laudable, ello es digno de admiracion.

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¿Se creerá que yo tengo por laudable, por digno de admiracion el hacer un sermon, una oracion sagrada perfecta en todas sus partes; que tenga toda la magestad que merece la Cátedra del Espíritu Santo; que brille con los serios y magníficos adornos que corresponden al fin altísimo para que se destina? que tenga la solidez debida á las mas importantes verdades; el espíritu de persuasion de que necesitan para su bien los oyentes; y finalmente la eleccion de voces, la distribucion de partes, y la union de todas ellas, que hace la cadencia, hermosura y atractivo, que es justo reyne en tan elevado to-[535]do? No Señor; que lo hagan asi, que practiquen todos con la mayor facilidad todo esto, que con el bade en la cinta hagan lo que un San Ambrosio hacia á fuerza de años y estudio, no es lo que admiro, no es esto lo que juzgo digno de la mayor alabanza; esto es lo mismo que el secreto de Juanelo; en sabiendo en que consiste el punto, ya está hecho todo. Lo que hay de grande en el caso es, que estos angelitos han sabido en sus primepos [sic] años descubrir el secreto, con el que lo hacen con la mayor facilidad. Pues yo voy á hacer al público el servicio de descubrir este secreto. Es una lástima, que pudiendo ser un gran Predicador qualquiera niño que haya estudiado al Gaudin, y un añito del Gonet no haga lo que hacia el V. Fr. Luis de Granada, y algo mas también, que facilius est in-ventis addere. Salió á luz el Lafitau; este fue el primero, sino me en-[536]gaño, de los Oradores Franceses qué se presentó en Español: salió el Massillon, salió el Bosuet, salió el Flechier, salieron otros muchos; se empeñaron laudablemente en reformar la oratoria varios hombres llenos de barbas y de sabiduria, trabajaron mucho para imitar aquellos modelos que habian sacado su perfeccion del V. Fr. Luis de Granada, y algunos otros que se hacian admirar. Los jóvenes los miraban con envidia, les faltaba este paso para completar el que ya habian dado: ¿y qual era este? Vaya una digresion. Quando corria la tercera parte de este siglo llamaban á oposiciones á una Canongia de Oficio en Sevilla, Córdoba, Murcia, &c., y se reducia el concurso, segun tengo entendido, á media docena de hombres ya de quarenta años para arriba. Estos iban llenos de desconfianza propia, temian á sus Coopositores, y cada uno de ellos se juzgaba el me-[537]nor entre los concurrentes. Los jóvenes se animaron, dieron en el punto; forxaron de antemano sus Centones, hicieron sus largas arrengas, y aun llegaron al alto punto de hacer unas lecciones de comun de Distinciones, que llevaban (y llevan) aprendidas, y que á fuerza de oirlas repetir las aprendia el mozo de mulas ó calesero que los llevaba. Se armaron de altaneria y amor propio;

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corrieron á las oposiciones como á ver fiestas de toros, y ya en qualquier concurso se juntan diez y ocho, veinte, ó treinta que los mas tienen que renunciar el derecho para ser admitidos. Este era el paso que tenian dado; pero como decia, les faltaba otro para completarse. Vieron con su grande perspicacia que los Franceses rara vez ponian en sus oraciociones [sic] el texto á la letra en latin; pues en esto consiste, dixeron mis sabios lo principal del caso: texto ni [538] cita, ni por asomo. Con esto y con decir muchas cosas, formar los periodos críticos, y usar de las voces sugeto, resorte, inercia, y otras quantas de este jaez, tenemos hecho el asunto. Y ya se vé, esto, una vez descubierto el secreto, lo lucieron y lo hacen con gran facilidad. Vinieron despues otros que aun no creyeron estar todo hablado, y reflexîonando profundamente la materia, dieron en otra tecla que todavía faltaba; esto es predicar siempre una moral la mas rigorosa, que aunque esto veian tenia el reparo de verse reprendido por Jesu-Christo á los Fariseos quando les decia, ponian sobre el hombro de sus hermanos pesos que ellos no se atrevian á intentar mover, ni aun aplicando un dedo; no creyeron que esto les debia embarazar, porque ya que uno sea malo, dicen, conviene predicar lo mejor para el provecho del próximo; y ya se vé que en esto como en todo [539] lo demás llevan razón. Ultimamente, en la presente decada se han levantado otros (¡valgame la Santísima Trinidad! ¡valgame Dios lo que puede la gracia! ¡y valganme todos los Santos, lo que alcanza un joven ilustrado, que sabe algo del Frances, y va tomando conocimiento del Inglés y otras lenguas!). Se han levantados otros, repito, que acabaron de dar en el punto, perfeccionaron el arte, y han puesto la oratoria en el alto grado que le vemos hoy con infinita freqüencia. Estos linces con una vista mas perspicaz que los linces todos arguyen asi. En la variedad consiste la hermosura, y puesto que, sicut se habet simpliciter ad simpliciter, ita se habet magis ad magis, (no se extrañe que para la oratoria y su adorno, de todo se valgan; que un Escolástico profundo saca provecho de las maxîmas Aristotélicas, aunque sea para interpretar la Escritu-[540]ra) mientras la variedad sea mayor, y en mas cosas, mayor y mayor será la hermosura. Si metiendo mil especies varias en un sermon sale todo tan hermoso; si la variedad de tonos é inflexîones de la voz añade realce á esta hermosura; si la diversidad de acciones y aptitudes hace que tan bien parezca; siendo tambien diversos los estilos, mayor será la variedad, y mayor será la hermosura. A esto se añade la mayor facilidad para salir con el todo, y la seguridad de que no conozcan los oyentes si es propio ó ageno, quando por falta de tiempo (que por falta de capaci-

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dad no puede ser) no hay lugar para forjarlo. Manos, pues, á la obra: Un párrafo de cada uno de los Autores Franceses, que aunque sean de varios asuntos, encadenandolos bien por medio de ingeniosas transiciones (este terminillo tiene hoy mucho séquito), se hacen como formados para un asunto mismo, forma-[541]rán un todo completo, vario, hermoso, ameno y encantador. ¡Quién creyera que hubiera llegado á tanto la ilustracion de nuestro siglo? Pues aun hay mas. No basta solo, han dicho otros, hacerlo bien; es menester hacerlo con provecho, y como la caridad bien ordenada empieza por uno mismo, debemos mirar por nuestro provecho. Es verdad que para esto se hace preciso faltar un tanto á la razon, pero hay faltas que se pueden disimular por sus buenas conseqüencias, y mas quando son tales, que ellas mismas dan realce y mayor hermosura. Hasta aqui para dar peso y autoridad á una sentencia ó aserto, se ha citado por ella á San Ambrosio, San Agustin ú otro Padre. ¿Por qué, pues, no se podrá introducir en esto un poquito de variedad que sea al mismo tiempo hermosura y provecho? Predica uno á un Tribunal, se ofrece hablar de la [542] usura; ¿por qué para hacer ver lo detestable de este vicio, no se han de citar quatro ó seis autos que aquel Tribunal haya puesto contra quatro ó seis usureros que en él hayan sido juzgados? y asi viene lindamente una mediana dosis de alabanza á los Magistrados, y sin que pueda sentirse la Sabiduria Eterna, se puede abanzar la cita á estos ú otros términos semejantes : : : Bien lo habeis fieles oido á aquellos sabios Jueces que no saben abrir su boca sino para enseñar la sabiduria. ¡Ah ingenuidad admirable! Avergüencese la Grecia con sus tardos pasos en perfeccionar la oratoria; calle Roma, calle todo el Occidente con sus Tulios y sus Quintilianos, y huyan adonde nadie los vea aquellos viejos á vista de nuestros jóvenes Oradores. Nos encalman con que el respetable cuerpo del Senado oia las ingeniosas reprehensiones de Ciceron, y lejos de sentirse las aplau-[543]dian y recibian con gusto. ¿Pues no es mas laudable ver á un Predicadorcito barbiponiente subido, no en la tribuna de las arengas, sino en la Cátedra del Espíritu Santo echar de la gloriosa, ya á un Cavildo venerable compuesto de ancianos sabios, ya á un Tribunal respetable compuesto de los hombres mas hábiles del Reyno, y ya á una Universidad compuesta de los sugetos mas instruidos en todas las Facultades? A este alto punto de felicidad hemos llegado en España, y con la singularidad de que los que hoy vivimos hemos casi visto empezar, continuar y llegar á su mas alto punto esta gloria.

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Aliento, pues, jóvenes paisanos mios, corregnicolas amados aliento: no hay que esperarse á juntar caudal con mucho estudio; en un quarto de hora está aprendido el secreto: á ella, pues, y para que no esté oculta tanta gracia, no quede ma-[544]yordomo de Hermandad, á quien no se hunda a empeños seis meses antes que llegue el dia de la fiesta para que os encarguen el sermon, porque estamos en un tiempo en que el verdadero mérito, la verdadera ciencia el verdadero zelo, y todas las verdaderas cosas, no se conocen si el que las posee por gracia y estudio no las publica, y sale por fiador de ellas: y creed Señores, que por lo que estimo vuestros singulares talentos, y porque deseo que los conozcan todos, y los estimen como yo, os exhorto asi, y os exhortaré enternamente mientras yo fuere el que todos saben. P.D. Ciertos pobres ignorantes que tienen el menguado y mezquino gusto de leer mis inepcias esperan con impaciencia alguna contestacion (por la parte que me toca) al infinitamente eloqüente, dulce, melifluo, atenato y [545] erudito Regañadientes. Confieso tenia determinado divertirme un poco á sus expensas, y divertir al público; pero mudé de parecer por la rara casualidad de que al tiempo mismo que iba á doblar el papel, yo no sé por que secreto impulso tomé indeliberadamente en las manos las obras póstumas de Don Francisco de Quevedo, en que trata de la Providencia de Dios, y de la inmortalidad del alma, casi, casi con tanta solidez y erudicion como el dignísimo Autor de los dignísimos Discursos filosóficos sobre el hombre; y lo primero que leí en dicha obra fueron estas palabras: No se ha de poner estudio en satisfacer con argumentos á las necedades y á las locuras, sino en castigarlas con desprecio afrentoso. Me acomodó mucho el consejo, porque adulaba mi natural poltroneria, y asi protexté desde entonces, y protexto desde ahora que mi pobre y rastrera pluma no se em-[546]pleará en contestar á obra tan delicada, tan urbana, tan sólida, tan instructiva y tan útil, como con demostraciones palmarias lo está ella misma manifestando: fuera de que, dicha obra, y las demas que parece han de venir en pos de ella, son sin duda alguna de la jurisdicion del Apologista Universal, quien es muy regular y muy debido comunique al público la adquisicion gloriosa de este su nuevo cliente. ¡Oh Deus, imprimitur libris farandula talis!

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Carta XXXIV Mas vale el Hombre que el Nombre. Candamo: Comedia de este título. Señor Censor.125 ¡Quán cierto es que el Hombre es mas que el nombre, y que aunque [548] sea de la mas infima y sórdida extraccion, si por sus acciones es un heroe, con el explendor de ellas borrará la obscuridad de su cuna! No porque guardaron piaras en sus primeros años, dexarán de ser famosos un Emperador Justino (tio de Justiniano), y un Papa Sixto Quinto: al contrario, un Neron y un Domiciano, han sido, son y serán la abominacion de los siglos, por mas que el primero fuese el último de la sangre de los primeros Césares, y el segundo hijo de un Vespasiano, y hermano de un Tito delicias del Romano Imperio. ¿Qué les importó el nombre de Rey á los Merovingios en Francia, infamados con el de holgazanes hasta el ultimo de ellos Childerico, si fue mas el Hombre en Pepin, padre de un Carlo Magno? De toda materia preciosa ó vil, labraba Fidias estatuas insignes; y de la misma suerte forma la virtud [549] simulacros suyos, sea del noble, sea del plebeyo: es verdad, que como entre las obras de aquel famoso Estatuario el Júpiter Olimpio de oro y marfil, fue mas estimado que la Minerva llamada la hermosa; asi la virtud resplandece mas, y se grangea mas veneracion en el noble que en el plebeyo. Con todo: aun los mismos que debieron á la fortuna un alto nacimiento, los hemos visto reducirse á un estado particular con el fin de hacerse hombres dignos del nombre que les dió su cuna: asi en Flandes un Duque de Osuna dió con su conducta argumento á Candamo para la pieza de teatro á que dió el título del epígrafe de este papel. Czar, ó Emperador de la Rusia, nació Pedro el Grande, y para merecer este nombre se reduxo en los astilleros de Amsterdan á ser un ínfimo aprendiz. Aquel Rey de la pobre Itaca, hubiera quedado desconocido en [550] la miseria de su Reyno, á no haber con sus peregrinaciones hechose un heroe

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Esta carta la recibí por el correo de Andalucia dos meses hace. No es dado á mi rudeza discurrir sobre el mérito de ella; los inteligentes pueden calcularle.

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digno de la Musa de Homero; y como la Ciencia experimental, que hace famosos á los hombres, no se adquiere sino con las fatigas, y los pasos de aquel heroe: Qui mores hominum multorum vidit & Urbes. hemos visto á un Joseph Segundo, que estimando mas ser un hombre digno de llamarse Emperador, que el serlo por su nacimiento, ha viajado tantas veces baxo nombre menos augusto, confundiendose entre la plebe como qualquiera otro particular: y por la misma razon, un Rey de Suecia, y otros Principes y Personages muy altos, sabemos que en nuestros dias han seguido el exemplo de Joseph Segundo. Los Nombres deben ser unos signos ó voces significativas de las cosas que denominan, y aun por eso alaba la Sagrada Escritura la cien-[551]cia infusa de nuestro primer Padre, que puso á todos los animales el nombre que propisimamente significaba la esencia de ellos; pero por mas que dixese el otro Poeta: Conveniunt rebus nomina sæpe suis, se falsifica esto muchas mas veces en lo Moral, Civil y Literario; porque asi como hay y ha habido aquellos heroes, que con sus hechos han levantado á mayor fama el nombre que los distinguia de las demas gentes, hay no pocos que han valido, y valen muchísimo menos que el nombre con que pensaron esclarecerse. No tributaria yo mas aprecio, ni mas respeto que el que manda la caridad y política, al magnate, al título, al caballero, al empleado, &c. si son de aquellos: Qui Curios simulant, & Bachanalia bibunt. Porque, ¿quántos de estos disipan [552] sus copiosas rentas en el demasiado luxo, en la Venus vaga, en el juego, en la cómica en el torero y otros hombres viles, blasonando al mismo tiempo del nombre que los ilustra, pero que su conducta envilece? Suele ser grande, y aun profusion desvaratada su liberalidad (que llaman impropiamente generosidad) con los pícaros que les sirven en sus diversiones y extravios, y si llega un hombre honrado y pobre con necesidad urgente, y digna de ser socorrida con muy corta cantidad, lo despiden con ignominia. Con razon compara á estos el político Saavedra al tronco vestido de escudos, armas y blasones, que ponian antiguamente en los funerales de los Capitanes famosos, porque no son mas que unos simulacros ambulantes, cargados de los blasones ilustres de sus

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ascendientes. ¿Quánto mas vale que estos, el plebeyo humilde, que ajustandose á su estado vive honrada-[553]mente de su trabajo, cumple las obligaciones de christiano, de vasallo fiel, y de buen ciudadano, y no se llama mas que Fulano de tal, pero que en él vale mas el Hombre que su nombre comun, pero aun este su nombre comun vale mas, que el magnífico y explendoroso que obscurecen los que indignamente lo llevan? De los nobles y acaudalados, pasemos á los plebeyos. No hablo de aquellos que por una crianza sórdida, una religion de costumbre, y conducta desalmada son los que abastecen las cárceles, los presidios y las horcas; hablo de los falsos mendigos, que vagan de puerta en puerta, y á quienes no conviene el nombre de pobre que se les dá; ¡quánto hay que entender en ellos! Dichoso (dice David) el que sabe discernirlos. Infinitas gracias debemos al ilustre Gobierno, que logramos por el establecimiento de Hospicios para recoger estos mendigos holgazanes, que [554] son las sanguijuelas del Público, y que tan impropiamente se llaman pobres, que á muchos de ellos se les ha encontrado cantidades muy crecidas. Estos hypócritas de la pobreza me traen á la imaginacion á los de la virtud, á quienes, si no los conocemos, damos el nombre de buenos christianos, pios, devotos, pero que los conviene como lo negro á lo blanco; aunque Anaxàgoras, dixo, Autor no leve, Que era negra la nieve; Pero, ¡oh quántos nos muestra Anaxàgoras de estos la edad nuestra! No puedo sufrir ver hacer actos de virtud y devocion á los logreros, usureros, comerciantes de mala fé, avaros, codiciosos, y á los de una economia sórdida, &c ¿Qué es verlos á estos, indefectibles en los jubileos, freqüentar los Sacramentos, y otros actos de Religion, como la Misa diaria, &c.? Acuerdome que un [555] año que valió carísimo el aceyte, habiendo estado el antecedente muy barato, en cierto poema de un amigo se introduce una hechicera, que convertida con otras en lechuza, dice: Nos dexamos caer con pluma y garra Sobre aquellos lugares, y agotamos En pocas horas quanto aceyte hallamos. Esta fue comision, que me previno De una cierta Ciudad cierto vecino, Porque el género valga á su deseo. Y es que el año pasado hizo un empleo

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De unas dos mil arrobas, y es su instancia Doblar dos ó tres veces la ganancia. Yo le serví, porque es un alma pia Que confiesa y comulga cada dia. ¿Y estos se llaman christianos, y blasonan de tales? En ellos sí que vale mas el nombre que el Hombre; pero vamos á otros, que no menos me indignan, quiero decir los hypócritas de ciencia. §. Supongo, Señor Censor, que en [556] el feliz Reynado que logramos van floreciendo las Artes y Ciencias, y llegando á un estado que nos vindicará de las calumnias del Enciclopedista Mason, y otros semejantes; y aunque es muy cierto, que hemos tenido en los siglos pasados, muchísimos á quienes convino justísimamente el nombre de sabios, de Doctores, de literatos, de eruditos, &c. en el decimo septimo anterior fue decayendo su número; pero en este decimo octavo (exceptuando desde poco menos del medio siglo hasta el dia presente), han sido mucho mas raros los en quienes ha convenido aquel nombre magnifico á la persona que se lo ha llamado, ó que no les conviniese mas bien el de Eruditos á la violeta. Y hablando en esta parte: no hay cosa mas desconocida, y aun confundida en el vulgo, y por lo mismo sin el aprecio que se merece, que el nombre de Poeta: digo [557] vulgo, pero contando en él á infinitos, que por otros respetos, no son vulgo. Ordinariamente califican estos con aquel nombre á qualesquier coplero ó versista, que saca un papelon de decimas, romances, ó lo que se llama levia carmina & faciles versus; y como (erradamente) juzgan á esta hermosa arte incompatible con las otras Facultades mayores, si un Arias Montano, un Fr. Luis de Leon, un Villegas, un Petavio, y otros muchísimos, que fuera prolixo nombrar, no se hubieran acreditado por otra parte con tantas obras doctísimas, mayormente en las Ciencias Sagradas, aunque sus versos son tan excelentes, los confundieran con qualesquiera otros Versitas, y los estimarian como á tales, sin conocer que no hubieran sido tan eminentes en la Poetica, sin serlo tambien en aquellas otras ciencias; porque (segun dice Petronio) la capacidad del que ha de merecer el nom-[558]bre de Poeta, ha de ser tanta, que contenga en sí, ó corra por ella un rio inmenso de toda literatura. Los Poetas nacen (es verdad, pero si el Arte no ayuda á la naturaleza, sino se enriquece con el tesoro de los demas conocimientos humanos, por mas genio que tenga, no saldrá de la infima clase de coplero, de suerte que, como dicen, que para labrar un diamante,

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es menester gastar otro, así es indispensable el conocimiento de todas las demas Facultades para que en él no sea mas el nombre que el hombre. Dirá vm. Señor Censor, que segun he ponderado, parece que quiero dar á entender, que en la Secretaria de Apolo (hablando al estilo de Bocalini), no despacharán título de Poeta á quien no presente los de estar graduado de Doctor ó de Licenciado en las otras Facultades mayores: digole á vm. que sí; y que asi debiera ser, si esos grados fueran prueba evidente de suficiencia, ó se confi-[559]rieran como desea el Autor de la Carta XXV. del Corresponsal de vm. Venero la alta disposicion de que para ciertos empleos no se admita memorial que no vaya calificado con aquellos títulos, pues á la verdad no encuentra, ó no le es facil encontrar otro medio á la Superioridad para imponerse en el mérito del Pretendiente; y en esto mismo se conoce su zelo y deseo de premiar al digno, y desechar al indigno; pero estoy persuadido á que no hay nombre como el de Doctor que menos convenga á muchos, que se lo firman, y sin embargo han logrado con estos títulos sorprender á los Superiores, muchísimos que merecian menos la tal graduacion, que aun el empleo, que en virtud de ella se llevan. Perdonenme los que dignamente se lo firman, pues con ellos no hablo: pero conviene que se sepa, que ha habido Doctor, cuyo título ha grangeado (que es decir com[560]prado), enviando á otra Universidad de las aprobadas, bien distante de la de su Pais, á sugeto habil, dandole su nombre y apellido, de suerte, que el enviado ha hecho los exercicios literarios, y poniendo él la persona, él ha sido el hombre, y el otro ha llevado el nombre; hé aqui un modo de ser Doctor por poderes, y de que se lo llame un muchaco que no sepa leer. Acaso seria uno de estos el que me aseguraron, que siendole tan forastero el Latin como el Arabe (y tan ageno aun del Moral que ha haberlo de exâminar para las primeras Ordenes, seguramente saldria reprobado) concurrió para cierto empleo eclesiástico con otro pretendiente notoriamente docto sin aquellos grados por no haber tenido proporcion ó dinero, ó por otros motivos para tomarlos, pero tan calificada su suficiencia, y por otros títulos que constaban públicamente, por volúme-[561]nes de obras impresas en materias Sagradas, y de varia erudicion; pero no bastó esta fama en la que no podia caver duda, y se repelió su memorial, y no solamente se admitió el del otro, sino que obtuvo el empleo. ¿Qué dixera, si supiera esta anedocta [sic] el Señor Mason? Acaso disculparia á los Españoles en el atraso que les nota en la literatura, viendo que por una prueba tan incierta (si no falsa) se antepone un idiota á un notoriamente benemerito.

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Semejantes casos exâltaron la cólera de un Marti, y de otros sabios concurrentes suyos, con la que escribieron á los sabios Extrangeros con quienes se comunicaban desacreditando su Nacion, de que en parte ha resultado quanto escriben hoy contra la Literatura de España los Enciclopedistas, y demas emulos de nuestras glorias. En el pensamiento veinte y quatro del Pensador se puede ver lo que [562] son, y como se forman muchos de los que se llaman Doctores, con motivo de la crítica de un Sermon de cierto Opositor famoso: Ojalá no tuviera el que alli se critica tantos semejantes; he conocido varios, y empleados ventajosamente, cuyo estante no se componia mas que de los tomos de la Facultad que estudiaron, y algun otro libro vulgar, ó de Sermones varios. Rezando conmigo uno de estos Señores graduados, el Oficio divino dia de Santiago, Patron de España, se detuvo en aquel equoque, & ente acerrimus del hymno, y me dixo: «aqui hay errata sin duda, y deberá decir, et quoque, y tambien: respondile yo: eso es que el caballo de Santiago se llamaria quoque . . .» ni por esta chufla lo entendió, y fue menester explicarselo como á un muchacho principiante de la clase de medianos, y era hombre que aturdia los teatros con ergos pateados: [563] oí á otro en un Sermon hacer de dos personages uno; esto es: un solo Herodes del de los inocentes, y el del Bautista; pero mas que este me degolló otro Señor Canonista que estaba muy creido en que las letras iniciales Hebreas de las lamentaciones de Jeremias, Jod, Ghimel, Zain, &c. eran otros tantos Profetas; ¿pues qué diremos de otro Señor Doctor y Opositor á Lectorales tan impuesto en la Escritura, que estaba en que el Ananias que defraudó el precio del campo al Apostol San Pedro, era el mismo á quien remitió el Señor á San Pablo, quando su conversion, que fue mucho despues que el Ananias defraudador cayó muerto á los pies de San Pedro? Fuera demasiado prolixo, Señor Censor si hubiera de referir pasages de estos que he observado en no pocos Doctores solo en el nombre; pero no puedo omitir lo que presencié en una concurrencia, en que me [564] hallé por casualidad. Conversaban ciertos Eclesiásticos condecorados, entre ellos un Señor Doctor Teólogo, y Prebendado de Oficio; y era el asunto las famosas disputas sobre el sistema de la Gracia entre los Tomistas y Jesuitas; estaba el Señor Magistral, quando llegué yo, celebrando y defendiendo el libro de la Concordia de Luis de Molina contra los otros que eran Tomistas, pero con tales disparates, que el mismo Autor de aquella obra se hubiera avergonzado de haberlo oido: hicele yo una réplica acordandole el triunfo del P. Lemos contra el Valencia, y me respondió muy satisfecho:

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«Está vm. muy equivocado, Señor mio; el triunfo fue del P. Valencia, el que se celebró públicamente en Roma con una procesion solemne . . . Vm. es el que se equivoca (repliqué yo), porque esa procesion mas escandalosa que solemne fue la que los discípulos [565] de Molina sacaron un Lunes de Carnestolendas en Macon, Ciudad de Francia en el Boloñes el año de 1651 ¡Qué disparate! (me recargó él); la procesion que yo digo fue en Roma en accion de gracias de haber el Papa Gregorio XIII. calificado con un rescripto el libro de la Concordia de Molina . . . Poco á poco, Señor Doctor, ¿calificó el Papa despues de muerto? La primera edicion de la Concordia de Molina fué en Lisboa año de 1588, y Gregorio XIII. habia muerto el de 1585. Vm. Señor Doctor habrá oido que este Papa fue muy favorecedor de los Jesuitas, y le atribuye lo que no pudo hacer. ¡Poder de Dios! ¡qué furia! ¡qué gritos! ¡qué ergoteos! ¡qué contras tan disparatados! . . . alli citó al Concilio quarto Calcedonense, en el qual (dixo) se halló San Agustin.» Citéle yo un pasage de San Gerónimo, y cortando mis razones: No me ci[566]te vm. (me dixo) á San Gerónimo, porque su autoridad no me hace fuerza, respecto de que no fue Teólogo, sino un mero Gramático, que por eso tuvo tantas disputas con Erasmo, á quien trató de raton diciendole, eras mus . . . Ya no tuve paciencia, y me despedí precipitadamente de la Sala; porque, ¿quién habia de tenerla para oir de la boca de un Doctor por mal nombre semejante blasfemia contra el Doctor Máximo? ¿Qué le parece á vm. Señor Censor? ¿Si Erasmo que tanto y tan justamente celebra aquel Sol de la Iglesia, y que tiene por una mera invencion retórica del mismo Santo lo de la flagelacion de los Angeles por lo Ciceroniano, hubiera oido semejante despropósito, y el anacronismo de mil años, qué diria? Sin duda que al tal Señor Doctor lo hubiera hecho el heroe principal de su famosa sátira, ó encomio de la locura. [567] Baste ya, Señor Censor, y perdone vm. que me haya detenido tanto en estos en quienes vale mas el Nombre que el Hombre; porque ninguno que haya encanecido sobre los libros, puede dexar de escandecerse, al ver que à pesar de infamarnos los Extrangeros, y de esmerarse por lo mismo tanto el Monarca y sus Ministros en atender al merito por alentarlo con el premio á fin de que se desmientan aquellas calumnias; sin embargo (repito) se hallen tantos con el premio que no merecen, porque con titulos, ó falsos, y sí verdaderos, que nada prueban (como dice muy bien su Corresponsal de vm. en la Carta XXV.) logran sorprender la justicia de la Superioridad, y quedan abandonados los benemeritos. Es verdad, que esto poco mas ó menos, es preciso que suceda en Roma, París, &c; porque los que

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reparten estos bienes de la fortuna son hombres, no son Angeles, cumplen con [568] su conciencia con el deseo y diligencias posibles del acierto, pero no siempre se logra, y esa es la desgracia de que se lamenta el merito abandonado: ¿Nam quis iniquæ Tam patiens Sortis, tan ferreus, ut teneat se? Queda de vm. su apasionado J. P. y S.

Carta XXXV ¿Qué nos quiere esta dureza de ingenio? ¿qué nos persigue con obras que no se pegan por mas que nos las imprimen? Montoro. Señor Censor. Para una contestacion de seis tomos en folio al sólido papel de las Demostraciones palmarias, donde palmariamente se demuestra (segun asegura su Autor el Bachiller Rega-[570]ñadientes), que los papeles de vm., los mios y los del Apologista universal, no sirven de nada al Estado ni á la literatura de España; he formado las reflexîones y respuestas siguientes. Hagame vm. el favor de leerlas, y avisarme si son justas; previniendole que á nadie se las enseñe, pues como tengo ofrecido en mi Carta XXXIII. no emplear el tiempo en refutar dicho papel, parece (y parece bien), falta de conseqüencia executar lo contrario. Por lo mismo, pienso, en caso que merezcan su aprobacion, imprimirlas con otro nombre distinto del de Ramon Harnero, y etele vencida toda la dificultad. Basta de semi-prólogo, y con el permiso de vm. j’entre en matiere. El digno Autor de las Demostraciones palmarias, cuyos fallos señalaré con una R. (id est Regañadientes), y mis respuestas con una C. (esto es, Corresponsal), dice con una envidiable mosdestia (sic.) (pag. 6.) estas [571] edificantes palabras. «Yo no seré mas sabio porque trate de ignorante al Censor, ni este si es sabio, perderá cosa alguna de su saber porque yo le llene de improperios.» C. Este hablar condicionalmente de la sabiduria del Censor, y positivamente de la suya, huele un si es no es á amor propio, y habrá quien diga que es

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una tufarada de vanidad intolerable, capaz de encalabrinar qualquiera cabeza que no sea la de algun Trason. R. pag. 7. «Nada se pierde en que se imprima quanto no sea contrario á las Leves, Moral y Religion. Todo lo que no sea opuesto á estos venerables establecimientos, acarrea cierta y segura utilidad.» C. Se pierde muy mucho en imprimir otras cosas, aunque no sean contrarias á las Leyes, Moral y Religion, como tengo suficientemente probado en mi Carta XXIII., autorizandolo con dos leyes del Reyno; [572] la 23. lib. 1. tit. 7. de la Recopilacion; y la 48. del lib. 2. tit. 4. Fuera de que si todo lo que no sea opuesto á aquellos venerables establecimientos, acarrea cierta y segura utilidad: ¿cómo no siendo contrario á las Leyes, Moral y Religion nada de lo escrito por el Censor, su Corresponsal, y Apologista universal, ha podido demostrar palmariamente el Señor Bachiller, que los papeles de estos tres Autores, no sirven de nada al Estado, ni á la literatura de España? Dios mio, ¡qué lógica! ¡qué lógico! R. pag. 8. «La sombra sola de delacion me aterra y amilana.» C. Esto lo acredita en la pag. 14. diciendo al Censor que, ridiculiza la teologia, que intenta concordar el luxo con el Evangelio, y á Dios con Mamona. R. pag. 9. «Unos (el Censor, su Corresponsal y Apologista), tomando por abusos los que no lo son, se estrellan á veces contra verdades [573] evidentes, y traspasando los límites del zelo, por creer malo lo que á ellos se les figura serlo, declaman ridiculísimamente contra lo que aprueba la razon misma.» C. Como hay justos motivos para no creer al Señor Regañadientes sobre su palabra, se desean pruebas que acrediten haber declamado la Trinca contra las verdades evidentes que aprueba la razon. R. ibid. «Otros, dando sobre lo que todo el mundo vé y conoce que es malo, gastan fastidiosamente carretadas de ironias y befas.» C. Habrá quien diga que todo este punto es un error grosero. Quanto mas claro es el vicio y el error, tanto mas susceptible es de la sátira; y creo que debe ser el único objeto de los papeles periódicos, pues me persuado que estos no deben hablar con este ú otro particular, sino con el grueso de la Nacion.

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[574] R. pag. 10. «Como si ellos solos fuesen capaces de conocer aquella casta de errores, que no se escapan ni aun á la comprehension de los Albarderos.» C. Es una parvulez creer que esta razon obliga á escribir contra los abusos. Siendo estos tan comunes, como dice el Señor Bachiller, ¿se han de persuadir el Censor y compañia á que ellos solos son los que saben que tales abusos lo son en efecto? R. pag. 12. «Ciceron dice en uno de sus libros, que los progresos de las letras se retardaron en Roma mas de lo que era justo, por la desestimacion que hicieron los Romanos de los Poetas.» C. Si eran como muchos de ahora Bavios ó Mevios, hacian muy bien. La Apologia de la Poesía se ha hecho en muchos papeles del Censor, y en algunos del Corresponsal. Dignese el Señor Bachiller honrar las Cartas V. y X. de este, pasando la [575] vista por ellas, y sabrá si apologizó ó no la Poesia. Creo que hablar de semejante manera es abusar de la paciencia del Público, que tiene derecho á que no se le engañe de este modo, y á que no se persuadan los Escritores y sus aprobantes, que unos y otros han de ser creidos baxo su palabra. Escritor que no es veraz y cándido, es poco á propósito para el oficio. R. pag. 13. «¿Qué me importa á mi leer veinte invectivas contra el infelicísimo Padre Arcos, y otros Escritores de este jaez, si entre tanto veo que ciertas artes y ciencias no logran aun aquel esplendor y estimacion que necesitan?» C. ¿No le importa al Señor Bachiller la impresion de Padre Arcos, y le importa que los Censores y Apologistas universales sean tenidos por Autores útiles? ¿Para quándo son, ¡Oh Júpiter! tus rayos? R. pag. 15. «Yo no me atreveré [576] á decir como Don Urbano Severo, que siempre es preciso que en una Sociedad haya transgresores de las Leyes.» C. Es preciso que sea un Bachiller de mala fé, ó de cortísimos alcances, para entender la proposicion de D. Urbano Severo del modo que la ha entendido nuestro hombrazo; porque esta palabra necessè, ó preciso, ¿quántas y quantas veces la habrá visto el Señor Regañadientes en la Biblia (si acaso la ha leido), y en todos los libros del mundo equivalente á esta; es moralmente imposible, es muy dificil, &c. Jesu-Christo por San Mateo en el Cap. XVIII. v. 7. dice: Necessè est enim ut veniant scandala: y el mismo Señor por San Lucas Cap. VII. v. 1. Impossibile est ut non veniant scanda-

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la. «Causa vergüenza que hombres que estampan estas proposiciones, quieran hacer papel de ilustradores de España.» [577] R. pag. 16. «Las escuelas públicas son los talleres en que se forman los que necesitan el uso de ciertas ciencias para contribuir al orden del Estado.» C. El Censor y su Corresponsal, no se oponen á las Escuelas, sino á su metodo. Contra él proceden, y contra él claman justamente, con licencia del Señor Bachiller. R. pag. ib. «Hay abusos en las Escuelas y Doctorados.» C. Ya los ha vatido el Corresponsal. ¿A qué, pues, engañar al público pretendiendo dolosamente hacerle creer que no se ha clamado contra ellos? R. pag. ib. «Alli, alli es principalmente (en las Escuelas) donde se fragua la grandeza ó la pequeñez de la sabiduria nacional; alli es donde se adquiere el buen gusto ó el pedantísmo: el arte de raciócinar bien en todo, ó de embrollarlo todo.» [578] C. Esto último debió aprender en ellas nuestro Bachiller; á quien se le participa, como sin tantos clausulones ha escrito lo mismo el Corresponsal num. 25., y ha expresado todo el concepto, de cuya falta se queja su merced. No leer lo que se intenta combatir, aunque es pensamiento muy original, no debe tener imitador alguno. R. pag. 20. «Vé aqui el modo de mejorar las cosas, y vé aqui los medios de reforma que quisiera yo ver en el Censor, y su confraternidad.» C. Hasta ahora no han hecho otra cosa los Censores. Si los leyera el Señor Regañadientes, hallaria que han dicho muchísimas veces lo mismo que su merced se atrebe decir al público que no hay. R. pag. ib. «Los males deben curarse por la raiz: quando esta está dañada, los síntomas duran infaliblemente.» [579] C. Esta proposicion en que enseña á los Censores el modo de escribir, y en este mismo sentido, se verá materialisimamente en el Corresponsal num. 25. pag. 315. ¿Qué necesita, pues, la Trinca de declamaciones ni pasmarotas? R. pag. 21. «Los escritos actuales se reducen á deshonrarse unos á otros lo mas bonitamente que les es posible.» C. Como esto no lo puede decir por el Censor, por su Corresponsal, ni tampoco por el Apologista universal, pues es notorio escriben con moderacion,

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y con el buen modo á que les obliga la crianza que es regular tuviesen; sin duda vá dirigida la pulla al Autor del Asno erudito, al de la Carta de Veras, al Juzgado Casero, y á Mademoisselle Bouville: por lo tanto es escusado contestar á este cargo, saliendo yo por garante de que en ningun tiempo se le podrá hacer justamente al Triun-[580]virato, pues saben el respeto que se merece el público, y el que se deben á sí propios. R. pag. 23. «Queda mostrada en la introduccion la inutilidad de los Papelejos críticos. Fabula significat, Censor, Corresponsal, y Apologista universal.» C. Pues mas ha de un año que la Gazeta nos dixo lo contrario en el capítulo de Madrid. La satisfacion de nuestro Bachiller es digna de los mayores elogios. ¿Con qué, con haber dicho que el Corresponsal combate errores comunes (no hizo mas Feyjoo, aunque con otro desempeño) que el Apologista critica al Padre Arcos (ya se alegrara el Señor Regañadientes, que solo contra este Reverendo hubiese el Apologista empleado su pluma), y que el Censor es confuso; queda mostrada en la Introduccion la inutilidad de las obras de estos tres sugetos? ¿Y cómo se compadece, pecador de mí, [581] que los Censores sean inutiles con aquello de que, todo lo que no sea opuesto á las Leyes, Moral y Religion, acarrea cierta y segura utilidad? ¿Es posible que todo, todo sea útil, hasta la obra del Padre Arcos, y hasta el Asno erudito, segun nuestro Br. pues, esto, y no otra cosa significa aquel todo de la pag. 7., y que los Censores han de ser inutiles? ¿y no solamente inutiles, sino ya mostrada su inutilidad? Yo no sé que merecia su merced por este amor propio que le ciega, y le empeña en semejantes contradicciones. R. pag. 24. «Bastarán dos ó tres exemplos de cada uno de nuestros grandes Maestros, y por ellos se vendrá en conocimiento del provecho que puede esperar la Patria de tan eminentes Políticos, Críticos y Moralistas.» C. Aqui, aqui de la lógica del Señor Bachiller. Dos ó tres papeles del Censor, dos ó tres de su Corres-[582]ponsal, y dos ó tres del Apologista universal, son malos; luego los restantes (que no tienen conexîon) son malos igualmente, y de ningun provecho. Probo consequentiam: Bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu. Ergo, los demas Discursos son malos: Ergo, caput plaudite al Señor Regañadientes. R. pag. 25. «Sabida cosa es que en España no hay cosa en que menos lícito sea tropezar, que en asuntos de Religion. La sombra sola del error en

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estas materias pone en riesgo la reputacion de un hombre, y le expone á mil contingencias peligrosas.» C. Pues si esta es una cosa tan sabida en España, ¿con qué fin y sin pruebas concluyentes y claras como el Sol, acusa nuestro Bachiller al Censor á la faz de todo el mundo, de que, ridiculiza la teologia, y que intenta concordar los regalos y delicias de la vida. con la severa pre-[583]dicacion de Jesu-Christo? ¿No habria sido mejor que hubiese delatado el Señor Bachiller cierta doctrina, que se enseña en las Reflexiones sobre la Leccion crítica de Don Vicente Garcia de la Huerta, escritas por Tomé Cecial, pag. 48. y 49. por toda la nota, donde se dice: que es permitido en un particular ridiculizar en señalada persona, quando la tal persona llegue á hacerse notable por sus defectos, tales como el vicio de la vanidad, de la avaricia, de la disolucion y del luxo escandaloso? ¿Y con qué se prueba todo esto? ¿con la Biblia? ¿con los Santos PP.? ¿con los Cánones Sagrados? Si Señor; con un quid pro quo: esto es con Juvenal, Horacio, y con el permiso que dió la antigüedad á sus satíricos. ¡Bellos Santos Padres para estampar una proposicion tan contraria á aquel caracter ó nuevo sello con que quiso el Señor distinguir á su Religion Santa! Diliges proximum tuum sicut [584] te ipsum. Si esto fuera lícito, lo fuera sin duda por los terminos de la correccion fraterna; los que segun Tomé Cecial, Juvenal y Horacio son, transcribir á la posteridad, y perpetuar en la prensa la infamia de nuestros hermanos. ¡Oh caritativo Cecial! te complaces en el oprobio de tu próximo, y quieres ser laudable por perpetuar la memoria de sus fragilidades! ¿En qué Escuelas, en qué Universidades has aprendido tan sana Doctrina? ¿En Jesu-Christo quando no condenó á la muger adultera? En el Evangelista que te dice que los defectos de tu próximo los delates á la Iglesia? Seguro que no has aprendido alli esta Doctrina. Juvenal, Horacio y la Antigüedad, penetrada é instruida bien en las máxîmas del Evangelio, te han dictado máxîmas tan católicas y tan santas. Por fortuna nuestra ya te cubre la losa, pues de nó, continuarias fastidiandonos con tus pasmarotas, como las [585] de la pag. 30. de dichas reflexîones, diciendo en tono pasmarotero. ¡Oh divino Juvenal! levantate del sepulcro, toma tu defensa, haz tu causa, y vindica el espíritu de religion que te animaba á escribir contra Hippia, y otros personages. Hé aqui que por seguir tus pisadas, me veo insultado de unos menudos Críticos y Discursistas que aun no entienden la Religion y Ley que profesan. No es este el tono en que Tomé Cecial debe contestar á un asunto tan serio. La Justicia puede castigar como tenga á bien á los delinqüentes: pero, ¿es lícito á los particulares perpetuar y hacer universal la infamia de sus hermanos? ¿y esto, no solo es permitido haciendose directa-

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mente, sino que es conveniente y laudable? ¿Esto se imprime en un Reyno Católico? La Escritura que es donde se aprende la Religion, y no en Juvenal ni Horacio, enseña los trámites de la correccion fraterna, [586] que es lo único que pueden los particulares. Aquel divino libro dice, que primeramente debemos corregir á nuestro hermano á solas: sino se enmienda delante de algunos; y si persiste, le debemos delatar á la Iglesia. Esto es muy conforme á la caridad, y servatis servandis es igualmente respectivo á los asuntos de Dogma, que á los Morales. Sigue el erudito y moderado Regañadientes rompiendo los cascos á todos con el luxo. ¿Quién hasta ahora le ha difinido perfectamente? ¿ni cómo es posible que lo consiga el Señor Bachiller por mas exâcto que sea? Lo que resulta de toda la pesadisima conversacion que gasta sobre este punto con el Censor, es, que Regañadientes es el argumentante, y el Censor el sustentante. Raro modo de mostrar la inutilidad de los Censores. Aqui llegaba, Señor Censor, quando de repente se me quitaron [587] las ganas de escribir mas. Sin embargo me persuado poder (quando me dedique á tratar estos particulares con mas extension) haber demostrar palmariamente la buena fé, la moderacion, la veracidad, la conseqüencia y la profunda erudicion de nuestro amabilisimo y sincerisimo Bachiller: puede ser que me engañe, porque el amor propio ciega mucho, y á la verdad que no me atrevo á decir que carezco de él.

Carta XXXVI Est aliquid quod non opporteat, etiamsi licet. Cicer. pro Balbo. Hay cosas que no convienen, aunque son lícitas. Señor Censor. ¡Oh qué dia tan aciago aquel en que emprendí la fatigósa carrera de Escritor periódico! ¡Quántos disgustos, quántas desazones no me ha [590] acarreado este empleo! Mademoiselle Bouville, doncella de toda literatura, me acometió por un lado, el Juzgado Casero por otro, y Regañadientes por todos: pero lo mas doloroso para mí sensible corazon, es, que un amigo en quien tenia yo puesta toda mi confianza, persuadido á que por mas disparates que escribiese, él los habia de defender y apoyar (fortuna que logran otros conocidos mios); ha desertado y pasadose al vando contrario. ¿Qué infortunio dexará de acometerme? La siguiente Carta prueba ineluctable-

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mente que mi estrella es de las mas atezadas que han tenido los mortales. Sirvase vm. Señor Censor, leerla, compadecerme y disponer á su voluntad de la de su verdadero amigo. Ramon Harnero. [591] Señor Corresponsal del Censor. Tiene mil razones el Br. Regañadientes en decir que vm. nos repite asuntos vulgarísimos; y aunque el ánimo del tal Br. no sea persuadir con esto que semejantes discursos de nada sirven, como parece intenta probar, pues esta prueba seria una contradicion manifiesta de lo que afirma en su pag. 7; es á saber, que todo lo que se escribe (que no sea opuesto á las Leyes, Moral y Religion) acarrea cierta y segura utilidad: ello es asi que vm. trata de asuntos vulgares, y él sabrá porque se lo dice; quedando á su cargo conciliar el objeto de su obra con la proposición universalísima de que es util todo lo que se escribe, sin exceptuar el Adicionador del Quixote, &c. &c. Bien sabe vm., Señor Corresponsal, lo mucho que le estimo; y por lo mismo quisiera diese vm. alguna [592] prueba de docilidad, procurando enmendar su conducta censoria. Escriba vm. por Dios á lo menos un Discurso en que no se hable de un abuso que todos, todos lo conocen por tal: no ridiculice vm. los vicios comunes, pues á la verdad esto es indigno de una persona elevada a la alta dignidad de Corresponsal censorio: lo que se sabe que es malo, sabido se está; y asi quando un Predicador reprenda el hurto, la blasfemia, la embriaguez, el homicidio, &c. remitale vm. al Br. Regañadientes que este Caballero le dirá lo que debe hacer: quando un cómico represente un avaro, un trapalista, ó un hipócrita, amenacele vm. con las Demostraciones palmarias, que no es poca amenaza; y lejos de seguir vm. su rumbo, haga de modo que todos escarmienten en su cabeza, y deles exemplo de una docilidad suma. Por si a vm. no se le ocurre algun abuso, que siendo comun, no es co[593]mun su conocimiento, voy á proponerselo á vm.; y si con todo le parece al susodicho Br. que es vulgarísimo, avísemelo vm. para echarme á soñar por esos mundos de Dios una cosita singularisima y propisima por consiguiente del objeto que vm. se ha propuesto, y de los papeles periódicos de su clase; pues aunque vm. lo sabrá casi tan bien como el tal Br. es necesario que todos nos conformemos con su modo de pensar; ó á lo menos darle muestras de la veneracion y respeto que se debe á una persona de su alto caracter, erigida en Censor de la trinca censoria, al mismo tiempo

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que parece dispensar su proteccion á todos los clientes del Apologista universal; los quales como no escriben contra las Leyes, Moral ó Religion, ellos son útiles ciertamente; y asi no tuvo maldito el fundamento el Autor de nuestras Leyes, que vm. recomendó en su Discurso 23 para afirmar que hay [594] obras inutiles y de ningun provecho, aunque se hubiesen escrito por aquel tiempo las Conversaciones familiares entre el Cens. y el Apolog. univers.: y el Anti-sofisma, ó sea Desenredo de Sofismas. Borrense ya estas expresiones de la Recopil.,y hasta nuestras sabias Leyes cedan á la magistral autoridad del incomparable Regañadientes. Vamos al asunto principal de mi Carta. No hay cosa mas comun ni mas sabida que las Leyes de Residencia: todos los Clérigos saben la fuerza de esta obligacion: todos saben tambien la disposicion del Concilio Tridentino en punto á la incompatibilidad de Beneficios: todos saben que estos se han de dar siempre á los mas dignos. Ya se ve, estas cosas (de que solo hago memoria por exemplo) son vulgarisimas; pero no es tan vulgar el conocimiento de lo poco que subsana en el fuero de la conciencia la razon con que se escudan los fractores de semejantes Leyes. Un Rescrip-[595]to del Sumo Pontífice, una costumbre inveterada, una autoridad de un Canonista, que se debe suponer fiel interprete del Espíritu de la Iglesia; son apoyas tan firmes para sostener estos y otros abusos, que los que tienen á su favor qualquiera de ellos, viven en una entera tranquilidad, sacrificando el Derecho Natural y Divino, á un derecho positivo, que solo puede hacerles impunes en el fuero externo. Esta ignorancia depende de no saber distinguir uno y otro fuero, y de persuadirse á que todo lo que autoriza el Cuerpo del Derecho Canónico es siempre respectivo al fuero penitencial; sin hacerse cargo de que puede ser uno absuelto de la demanda, aun conforme á las Decretales, y no osbtante [sic] ser reo delante de Dios. Lo mismo digo de los Rescriptos ó Bulas Apostólicas, como no se hayan dado en fuerza de unas preces sencillas, y como si privadamente se le consultase al Papa. [596] Es pues un error, y error de muchas conseqüencias el escudarse en el fuero penitencial con estas disculpas. Hé aquí el objeto principal de mi Carta, y hé aqui un error comunisimo. Que la concesion del Papa generalmente hablando, no nos pone siempre á cubierto en el fuero de la conciencia, es muy facil de convencer, y no pienso detenerme en largos Discursos: las autoridades que voy á copiar, quando por sí solas no se conciliaran todo el respeto capaz de sujetar nuestro entendimiento, el espíritu y razones que envuelven, no dexan arbitrio á la

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duda. Conocia muy bien el Cardenal Belarmino, que muchos se valian por su interes particular de la autoridad del Papa; pero conocia igualmente que ninguno estaba seguro en el fuero de la conciencia tutum neminem. «El Papa» (dice hablando de las dispensas sobre pluralidad de Beneficios) «no es Señor, es dispensador; y asi el que pide [597] una dispensa iniqua, es causa de la iniquidad.» Está muy expresivo tambien, y muy digno de notarse San Bernardo, hablando en caso igual. «Ojalá» (decia en su Carta 7. a los que se defienden con las Bulas Apostólica [sic]), «ojalá no hubierais pedido licencia, sino consejo; esto es, hubierais recurrido al Papa, no para hacer licito vuestro intento, sino para saber si era ó no licito . . . Tenian concebido en su corazon el mal, pero no se atrevieron á ponerlo en práctica sin obtener permiso. Concibieron el dolor, pero no dieron á luz la iniquidad hasta haber prestado el Papa su asenso á su concepto iniquo.» No por esto se atreva nadie á notar en San Bernardo la mas leve falta de respeto á la Cabeza de la Iglesia. «No creo» (añade) «que el Sumo Pontífice hubiera prestado su consentimiento á no haber sido engañado, ó vencido tal vez de importunos ruegos» Quod tamen sum-[598]mum fecisse Pontificem nequaquam crediderim, nisi aut circumventum mendacio, aut importunitate victum. En efecto, no solo la obrepcion ó subrepcion, sino los ruegos importunos, &c. son bastantes á viciar un Rescripto. Los Papas no solo gobiernan el interior de la Iglesia, esto es, la conciencia, sino el exterior, y con respeto á este gobierno se verifica el dicho comun, de ocultis non judicat Ecclesia. Por tanto, muchas veces parece forzoso sacrificar una pequeña parte al beneficio común, ó ceder en el fuero externo en alguna cosa, para no perder el todo, ó mucha parte de él: ¡quántos exemplos pudieran referirse, ó bien de utilidades que ha producido esta máxîma, ó bien de desgracias á que ha dado lugar el no uso de ella! Pero es muy respetable la autoridad de San Bernardo para que pensemos añadir otras pruebas. En vano pues, aquellos que, ó [599] teniendo otros Beneficios decentes, ó por otra parte rentas con que vivir opulentamente, no solo defraudan á la Iglesia de su residencia, sino que sin tributarla servicio alguno, se atreven á defraudar su Erario santo. ¿Se disculparán delante del Señor con las letras del Papa? !O frivolum satis remedium! exclama San Bernardo. «Vendrá» (decía tambien en iguales circunstancias), «vendrá el dia del juicio en que aprovecharán mas los corazones puros, que las astutas palabras; y una conciencia buena mas que las riquezas.» Aqui es, Señor Corresponsal, donde oportunamente puede ridiculizar á vm. el mencíonado Br. con el

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epiteto de Crítico Misionero. Ridiculice á vm. enhorabuena como guste; lo cierto es, que nadie puede negar á San Bernardo la razon con que habla; y en este supuesto pasemos al otro apoyo de los fractores de la Disciplina Eclesiástica, el qual se debilita qua-[600]si por el mismo fundamento que queda dicho. La segunda razon, ó el segundo modo de amortiguar los estímulos de su conciencia semejantes reos, es la autoridad de un Canonista, apoyada tal vez en una Decretal entendida siniestramente. ¡O frivolum satis remedium! ¡O frivola, y frivola disculpa! A poco que se lea el Cuerpo de Decretales que lleva el nombre de Gregorio IX. (principal estudio, quando no sea el único de los mas Canonistas, y el que se lleva la mayor atencion en las Universidades), se verá que por lo comun se dirigen al foro; ¿y quién no sabe que no todo lo que es licito en el foro, lo es igualmente en la conciencia? A pesar de esto, la poca discrecion con que se leen las Decretales y los Comentadores que comunmente se manejan, hace creer á muchos que pueden impunemente en ambos fueros lo que el externo no contradice. Por [601] exemplo, si un Patrono presenta á muchos idoneos para un Beneficio, se sostendrá en el fuero exterior la eleccion que haga el Colador de qualquiera de ellos, aunque no sea el mas digno. Si en las Canongias que llaman de gracia (nombre poco adaptable en el fuero interno, aunque muy autorizado en el externo) atiende un Prelado (á los quales todos supongo justos, y no pretendo en manera alguna faltar al respeto debido á su carácter) si en las Canongías de gracia (repito) atiende un Prelado á un pariente ó familiar, desentendiendose de otro mas digno; se sobstendrá en el fuero exterior la eleccion, pero no será valida en el interior. Estos y otros exemplos que pueden verse en Vanesp. Disert. de Interpretibus Canon. et Decretal, acreditan la idea nada conforme con el verdadero espíritu de la Iglesia, que dan por lo comun los Decretalistas, y lo poco que sirven las licencias del foro a un [602] Canónico para tranquilizar nuestras conciencias. Bien puede ser que toda esta doctrina sea muy vulgar; pero yo estoy muy lejos de creer, que si fuera tan comun contravendrian tantos á ella: yo no debo suponer que si un hermano mio falta, y mas siendo Clérigo, es por malicia; mas regular es que sea por ignorancia, especialmente en estos asuntos que necesitan de alguna, aunque no mucha reflexîon. Lo mismo que se ha dicho de los Rescriptos del Papa, se debe entender de las Ordenes Reales; y aun por lo regular es mucho mas perjudicial el abuso en estas, por ser los asuntos comunmente de otras conseqüencias mas trascendentales. La obrepcion y subrepcion, los importunos ruegos, &c. son

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vicios igualmente notables en las Ordenes del Rey, que en las del Papa; y asi como estas no nos libertarán delante de Dios, á sí ni aquellas. Vulgarisima es también es-[603]ta doctrina, pero no tan vulgar que en algun caso se culpe en las providencias al vasallo; quiero decir, si se tuviera presente esta doctrina, se disculparía muchas veces al Gobierno, y lejos de injuriarlo, se juzgaría digno de compasion al verlo engañado de falsas preces ó informes, ó tal vez precisado á ceder á los importunos ruegos, &c. Yo prescindo de tiempos y de casos, y espero que esta precision me ponga á cubierto de la indigna nota de adulador, con que acaso podria querer alguno debilitar la buena intencion y espíritu con que escribo esta Carta. Mande vm.

Tomo IV: cartas XXXVII-LI Carta XXXVII ¡O viri! ad vos clamito. Proverb. cap. VIII v. 4. Señor Censor. ¿Qué es esto? ¿Haber pasado ya seis semanas sin decir siquiera, esta pluma es mia? Jamas perdonaré á vm. tan profundo silencio, ni creo se le perdonarán los hombres de juicio y [606] amantes de la patria. ¿No tiene vm, á su favor los votos de la parte mas sana de ella? Vm., á pesar de Regañadientes, y de su Sinónymo D. Silvio Liberio, á regañadientes, y á pesar de los Anti-sofísticos, de los Alcorconeros, y demas menudos entes, no logra la satisfacion de haber sido causa que se viese una cierta fermentacion, y un cierto movimiento en la República literaria, en la que antes parece yaciamos todos lastimosamente dormidos? ¿No se ven recomendadas por su pluma muchisimas máxîmas del Gobierno, en contraposicion de alguna otra que las combate de buena fe? ¿No ha sido vm. causa de que varias y utilisimas noticias escondidas en los libros que (por desgracia nuestra) manejan muy pocos, se extiendan prodigiosamente? ¿No ha dado vm. pasto á conversaciones mucho mas útiles que las que comunmente fomentan las Gazetas? ¿No ha distrahido vm. á mucha parte de la [607] nacion, que acaso sin el útil entretenimiento de leer sus Discursos, emplearia sus murmuraciones y criticas muy en perjuicio de sus conciencias? Pues siendo esto innegable, ¿por qué no continúa vm. su carrera hasta llegar á la Meta? Quando estos motivos no le hagan á vm. fuerza, hagasela la reflexîon de

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que si no prosigue, me dexa solo en las arenas, combatiendo con monstruos mas terribles, que los que se presentaron á Eneas en su viage al infierno; y que ya tiemblo como un azogado en pensar que he de tener que lidiar con tantos, y tales; pues aunque no desampararé el puesto hasta quedar vencedor ó muerto, es, sin embargo, muy conveniente tener tropas auxîliares. Asi, pues, hinchado de hinojos, suplico á vm. haga otra salida, vestido como siempre de las armas de la razon; prosiga su carrera, y dexe que los perros ladren, pues no se corona quien no pelea legitimamen[608]te hasta el fin. Yo si que tengo varios motivos para aburrirme, meterme en un rincon, y no salir de él hasta que me lleven á la fosa; y asi no extrañe vm. que en este correo le hable con mas seriedad que un Emperador del Mogol, pues no es para menos el lance; y como ocurren algunos que no permiten esté siempre Magdalena para tafetanes, sufra vm., pese á su alma, le escriba de distinto modo que lo acostumbrado. Fuera preambulos; en quatro palabras voy á decir la causa de mi mal humor. Se perdió el pleyto. Aqui debia poner fin y cima á la Carta, pero me es preciso decir á vm. que no es esto lo que mas me desazona, ni lo que me quita el gusto de escribir en mi acostumbrado estilo: la qualidad, y con costas, es la que me incomoda principalmente, á la manera que mi contrario es la que mas celebra; de modo, que si fuera facil haber perdido [609] él en lo principal, y haberseme condenado á mí en las costas, creo que estaria mi competidor igualmente gozoso, segun pondera este incidente; pues al dar la noticia de su feliz suceso, en nada se complace tanto como en la circunstancia con que acaba, y con costas. Sin embargo, me consuela la persuasion en que estoy de que la sentencia no ha sido de las mas justas en esta parte. Nadie respeta y venera la autoridad de los Jueces mas que yo; conozco que estoy obligado á obedecerlos; pero ni Dios ni el Rey me obligan á creer que sus decisiones son infalibles. Yo seré reo delante de Dios y de los hombres si me opongo á la autoridad de los Magistrados; pero esto no es incompatible con juzgar que su sentencia contra mí sea infundada. Supuesto, pues, que no falto al respeto debido á mis Jueces, ni a la autoridad santa de que dimanan; sea me permitido por ahora el consuelo [610] de desahogarme con un amigo como vm., manifestandole que no soy merecedor del castigo á que me sujetan los dispensadores de la justicia. Tampoco será extraño que un pobre lego como yo, se meta á indagar los arcanos de las leyes, puesto que despues que ha demostrado vm. que la ley para ser tal, ha de ser comprehensible de todos los vasallos, todos tambien te-

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nemos derecho, y aun obligacion de entenderlas, penetrar su espíritu, y saber en qué casos, quándo y cómo nos debemos sujetar á ella. Veamos ya las razones que me inclinan á creer, y aun me persuaden intimamente que no es justo condenarme en las costas; y deba yo á vm. la fineza de que me escriba sencillamente si mis reflexîones son fundadas. Esta sola circunstancia es capaz de restituirme á mi antiguo buen humor; porque á la verdad un Filósofo debe preferir el ser bueno al pa-[611]recerlo: pague yo enhorabuena las considerables costas en que me condenan; pero tenga la satisfacion de que ni he litigado de mala fe, ni he incomodado á sabiendas á mi contrario, ni he distraido voluntariamente la atencion de los sabios ministros, ni, en fin, he sido un temerario litigante. En efecto, yo he litigado de buena fe, y por consiguiente no debo ser condenado en las costas. Probar este antecedente y conseqüencia, será el asunto de mi Carta. Sufra vm. que le hable alguna vez con seriedad, porque realmente ahora no estoy para fiestas. Por mala fe se entiende, ó el conocimiento de cosa agena, ó el dolo malo, engaño ó fraude. L. 2 y 8.Dig. pro Empt. 19. D. de Adq. pos. 4. D. Fin. reg. 12. D. de Publican. 9. C. D. pact. No hay que admirarse de que siendo yo tan opuesto á que se citen otras leyes que las del Reyno, le [612] haya citado á vm. tantas de la Legislacion Romana. ¿Quién sabe si mi Carta llegará á manos de alguno, que por solo estas citas me tenga por un Papiniano? Fuera de que para venir en conocimiento de una expresion legal que admite poca ó ninguna modificacion, y que tiene igual fuerza en Roma que en Madrid, me parece que no defraudo la autoridad de nuestras leyes citando las de los Romanos. Por las que referiré despues se verá que esta misma idea dan de la mala fe nuestras leyes Patrias, y esta idea ofrece por sí misma la expresion mala fe. Esto supuesto, veamos si en mí se verifican las susodichas qualidades. Tengo la satisfacion de que en el seguimiento del desgraciado pleyto, he procedido con la urbanidad, honradez, y buena fe que es innegable. De resultas de haber visto un celebre Abogado de esta Corte, unos papeles pertenecientes á mi casa, me [613] dixo que tenia un derecho conocido al mayorazgo de * * * Con esta noticia le franquee otros documentos, y se confirmó en su opinion, advirtiendome estaba obligado en conciencia á exponer mi clara justicia. Que aunque ahora era soltero, podria con el tiempo pensar en tomar estado, y que perjudicaba á mis hijos, caso que los tuviese. Como en estos asuntos cada hijo de vecino es cito credente, fuilo yo tambien; mas no tan arrebatado que le dexase de proponer se acompañase con

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otro Abogado que no fuese algun Rábula de los infinitos que por nuestra desgracia tenemos, y juntos conferenciasen con el actual poseedor del mayorazgo y sus letrados, sujetandome yo, como desde luego me sujetaba á su prudente dictamen. Hizose asi; tuvieron repetidas juntas; pero con la desgracia de que no hubo forma de convenirse los Abogados: discordaron siempre, y cada [614] uno empeñó á su cliente en la defensa de su derecho. Púsose la demanda, y siguióse el pleyto con todo el ardor que exigia el interes y la conciencia con que me argüia mi Patrono. Vm. sabe muy bien que yo en esto no he tenido mas parte que estar dando continuamente dinero á mi Procurador, y vivir confiado en sus promesas que me llenaban de mil esperanzas lisongeras al ver la justicia notoria que me asistia, segun él y mis Abogados, sin que los apee de este concepto la sentencia contraria y con costas, despues de tres años de litigio. Confiesole á vm. como amigo que jamás comprehendí en que se fundaba la justicia de mi causa; pero me encogia de ombros, atribuyendolo á mi ignorancia; y mas quando sabia que todos los pedimentos iban firmados del Abogado, que suponia yo instruido en el conocimiento de lo justo é injusto. [615] Baxo de estos supuestos, en que no creo me hará vm. el agravio de poner duda alguna, vea vm. si la puede haber en el antecedente de mi conclusion: Yo he litigado de buena fe. Con efecto, si hay buena fe en el mundo, yo he procedido segun ella: y siendo asi, ¿es creible que las leyes me condenen? ¿Las leyes, cuyas penas tienen por objeto los delitos, han de castigar á un inocente? ¿A un inocente, cuyo procedimiento facil de acreditarse, excluye de sí aun la presuncion mas remota? Era menester que la Legislacion que autorizase este castigo estuviese fundada sobre otros cimientos que los indelebles de la naturaleza. Nuestras leyes, pues, como tan acordes con ellos, de ningun modo me hacen á mi acreedor á semejante pena; y he aqui la conseqüencia de dicho antecedente, para cuya prueba basta referir las leyes que mis Jueces pudieran haber exâminado ó leido, pues estan bien claras. [616] La ley 8. Part. 3. t. 3. dice asi. Conocen á la vegadas los demandados lo que les demandan en juicio; pero ponen luego defensiones ante sí que han pagado ó fecho aquello que les demandan : : : E aun de mas de esto mandamos, que si el juzgador entendiere que el demandado maliciosamente puso ante sí la defension para alongar el pleyto, que faga pechar las costas, é las misiones que el demandado fizo andando en aquel pleyto, por razon de tal alongamiento. La ley 8. del t. 22. de la misma, dice lo si-

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guiente. E por ende decimos, que los que en esta manera (esto es maliciosamente) facen demandas, ó se defienden contra otro, no advirtiendo derecha razon por lo que deben facer, que no tan solamente debe el juzgador dar por vencido en su pleyto en el juicio de la demanda al que lo ficiere, mas aun lo debe condenar en costas que fizo la otra parte por razon del pleyto. Empero si el Juez [617] entendiere que el vencido se moviera por alguna derecha razon para demandar ó defender su pleyto, no ha porque mandar quel pechen las costas. E esto seria quando alguno que fincase por heredero de otro, demandase ó defendiese en juicio por razon de aquellos bienes que heredó; (siguen otros casos) en qualquier de estas cosas no debe el Juez condenar el vencido en las costas que fizo el vencedor: porque todos deben asmar que tales pleytos como estos, aquellos que los demandan ó que los amparan que lo facen á buena fe, cuidando que han derecho de lo facer : : : Estas son las leyes, y este es el espiritu con que hablan todas en esta materia. La malicia, la malicia en los litigantes es el objeto á que se dirigen, y contra quien conspiran. Los Cánones (pues tambien los he ojeado algo) si vm. quiere hacer merito de ellos, estan muy conformes con esta Doctrina incontestable; pero es [618] muy bastante qualquiera de las leyes referidas, para convencer la justa ilacion del antecedente. No por esto soy de opinion que las costas deben recaer siempre contra los Abogados y Procuradores; los litigantes pueden ser (y lo son muchas veces) maliciosos; pero por lo general no tienen conocimiento de la justicia ó injusticia con que litigan: esto como que está á cargo de las personas autorizadas por la República para este efecto, los Abogados que firman los pedimentos vienen á ser los responsables de la justicia; y por esta regla indubitable (quando no se quiera exâminar de parte de quien está la malicia) la presuncion está contra ellos. En el caso de que se dude si Fulano prestó á Zutano tal ó tal cosa, puede ser malicioso el litigante; pero convenidos en el hecho, la malicia está de parte del Abogado que autoriza y vindica la pretension. Yo quiero suponer que no es facil ave-[619]riguar la mala fe; ¿pero siempre ó por lo comun ha de estar de parte de los litigantes? ¿Siempre han de pagar estos las costas? Convengo igualmente en que el exâmen de otros negocios exîge que este asunto se decida por una regla general; pero en este caso, me parece, que podria hacerse la distincion de qüestion de hecho, y qüestion de derecho, y que en aquellas pagase las costas el litigante, y en estas el Abogado. De este modo serian estos Señores mas mirados en las defensas de que se encargan: y quando no la conciencia

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(pues la probabilidad con que se escudan es poco menos indefinible con licencia del Señor Br. Regañadientes, que el luxo) les contendria el interes pecuniario. El espíritu que anima esta Carta es extensivo á otros litigios en que parece que los condenados en costas, deben ser los Jueces quando su sentencia fue revocada por el Tribunal Superior. ¿Pero quién me me[620]te á mi en libros de Caballeria? Lo que me interesa saber para mi consuelo ó desengaño, es, si en las circunstancias que llevo expresadas, debo ser ó no condenado en las costas. Espero con ansia la respuesta, y que me mande.

Carta XXXVIII ¿Sed quid opus teneras mordaci radere vero Auriculas? Pers. Sat. I. v. 107. ¿Es acaso preciso que ofendamos con la amarga verdad á oidos tiernos? Señor Censor. Si vm. supiese el cúmulo de varias y extravagantes ideas que andan revoloteando hoy por mi cabeza, sin duda se reiria mucho mas que quan-[622]do leyó (si por su mala suerte le ha leido) aquel gravisimo fallo impreso en los Discursos filosóficos sobre el hombre (pag. 22.) de que «pasarán siglos sobre siglos, y la razon en el Estado de corrupcion en que hoy se halla, no enseñará á los venideros mas que lo que enseñó dos mil años ha á los Egipcios, á los Caldeos y á los Griegos.» ¿Peut-on se figurer de si folles chimeres? Ello es que son tantas y tan varias las especies (repito), que hoy me ocurren, que no sé de qual echar mano, ni qual desarrollaré, pues unas á otras se empujan por salir á lucirlo; y yo indeciso sobre la que he de preferir, temo que esta misma perplexîdad ha de ser causa de quedarse vm. en la presente semana sin noticia alguna de su Corresponsal. Presentaseme tratar sobre el excesivo número de Eclesiásticos que [623] hay en nuestro Reyno, sin mas ocupacion muchos de ellos, que la de una casi total inaccion: pero no me atrevo á tocar este punto, porque me dirá vm., y me dirán todos, que la oracion, las súplicas al Señor, cuya mano es la que verdaderamente edifica y destruye, es el movimiento único que per-

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tenece al Estado Eclesiástico. Optimè: y una observacion del Señor Manrrique, Obispo de Badajoz, en su Tratado del Socorro, que se reduce á decir que antiguamente solo ordenaba un Pontífice en diez años siete Presbíteros, cinco Diáconos, quatro Subdiáconos, y tres ó quatro Acólitos; me hace creer firmemente que entonces, todos, ó la mayor parte estuviesen enteramente dedicados á Dios, sin ocupar su imaginacion otros pensamientos que los que deben animar á un Eclesiástico perfectamente bueno: mas hoy (continuando la observacion del Obispo de Badajoz) [624] que apenas hay Temporas en que no se ordenen quatrocientos ó quinientos, ¿es creible que todos sean santos? ¿que todos vivan una vida ascetica, una vida enteramente abstraida de la tierra? ¿y quién será el que me tenga por temerario si juzgo de algunos lo mismo que juzgó San Bernardo, Evangelizant ut manducent? Entrese vm. en las casas de los poderosos, y registre con ojos filosóficos sus oratorios y antecámaras: forzosamente verá alli un pobre Clerigo vestido ya con los ornamentos sacerdotales, dispuesto á no detener un momento á la Señora cuyas ordenes espera. ¿Y quánto espera, y á quien espera? Espera dos ó tres horas á una muger, que reposando blandamente en su lecho, ha procurado recompensar el cansancio de una noche y mañana ocupada en los dignos afanes de un bayle agitado y continuo, ó de un juego destruitor. Verá vm. pintado en el sem-[625]blante de aquel pobre Clerigo el dolor de mirarse pospuesto al peluquero que aguarda á su Señora para emplear los primores de su arte en hacerla admirar de los profanos, y despues de esta preparacion religiosa, entra magestuosamente dando ordenes en su oratorio, juzgandose con igual derecho á mandar en su Capellan, que en el oficial que acaba de servirla. ¿Qué idea de religion, Señor Censor, le ofrece á vm. esta muger, este Oratorio y este Clerigo? Pásese vm. á las antesalas de los Ministros, y verá tambien en ellas varios Eclesiásticos mezclados, si es preciso, entre las heces de la República, obligados á mendigar su sustento con una humillacion baxa é indigna de un alma grande, qual corresponde al carácter que la distingue: les verá vm. sufrir veramente de los pages y lacayos, aquellos desenfados y respuestas que oyen por [626] lo comun los que no llevan otra recomendacion que su miseria. He presenciado algunas veces estas vergonzosas escenas. Pero lo que mas hiere mi vista son aquellos Clerigos á quien se fia la educacion de los hijos de los poderosos. Un mal latino, y un moralista de Lárraga es el comunmente encargado en formar la alma de quien ha de ser mirado como uno de los Próceres de la nacion. ¿Y quién si no un sabio de esta clase habia de abandonar sus dulces Musas por estar todo el dia entre-

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gado á la servil y materialisima obligacion de acompañar inseparablemente á un niño? Sí, Señor Censor, este es el oficio de nuestro Clerigo despues de enseñar á su alumno á rezar con la boca, ó á recitar de memoria algunas oraciones ó artículos de nuestra Religion santa: en el paseo, en la tertulia, en la comedia, en los toros, en el dormitorio, [627] y en todas partes, veremos á este docto Clerigo pensionado con la compañia de su educando. ¿Será facil que tengamos Agesilaos, Diones, Alcibiades, Phociones, ni Trajanos, con tales Xenophontes, Platones, Sócrates, Xenocrates y Plutarcos? Pero no quiero tocar este punto, ni hablar de otros muchos Clerigos, cuya indigencia les obliga á otras ocupaciones menos decorosas: vm. puede sin yo insinuarselas, reflexîonar sobre estas y aquellas. Baste decir á vm. que me ocurrió esta idea, y que no pudiendo desempeñarla, la deseché, rasgué lo que llevaba escrito, y empecé á desplegar otra en que compadeciendo á los que desean vivir mucho tiempo, discurria de este modo. Siempre que me pongo á considerar los vehementes deseos que tienen los hombres de vivir largo tiempo, las precauciones que toman para conseguirlo, y de los infinitos [628] gustos que se privan con este objeto; me melancolizo de modo, y se avinagra mi humor de manera, que no me sacarán un escrúpulo de risa quantos quiebros mimicos, ni quantos baxos arbitrios pone en movimiento un pretendiente badulaque y sin meritos para conseguir su fin. Por mas que me froto la frente, y por mas que discurro, no encuentro ventaja alguna en llegar á ochenta años, menos á noventa, y muchisima menos á ciento. Quien acaba su carrera á los quarenta ó cincuenta, á ese tengo por feliz, á ese envidio, y á ese me atengo, maximè si en el discurso de sus dias desempeñó las obligaciones de Christiano, de ciudadano honrado, en suma de hombre de bien. En haciendo el retrato de un viejo, estan hechos todos. Camina encorbado, y con pasos tremulos: no presenta otra cosa su semblante que melancolia, y sulcos arados por [629] el devorador tiempo. Si habla, los labios le tiemblan: por lo comun siempre está su cabeza mas desierta de cabello, que de nociones matemáticas el Anti-sofistico ó desenredador de sofismas: á quantos le tratan mueve á astio y enfado, casi tanto como las Conversaciones familiares, y las Demostraciones palmarias: No halla gusto alguno en los manjares: en todos sus sentidos experimenta la mayor torpeza, y no padecen sus potencias menor descalabro. Este es un viejo en compendio; pues empeñarse en describir menudamente las enfermedades y achaques que por lo comun, acometen á las edades longevas, es asunto de tan dificil

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desempeño, como numerar las lindezas y primores que sobre las mas delicadas materias contienen los Discursos filosóficos sobre el hombre. Mire vm., Señor Censor: Qualquier hombre de corazon de carne [630] que muere mozo, se liberta de todas las susodichas incomodidades, y acaso acaso de otras mayores, quales son, la de ver y llorar la muerte de sus padres, de sus hermanos, de su amada esposa, de sus caros hijos, y de sus fieles amigos: caer al valle al que admiró en la cumbre, y montar injustamente sobre los quatro Archeros de Júpiter, al que conoció mas despreciado y desatendido de los hombres, que lo que suele estarlo un caballero pobre entre plebeyos ricos: Si Don Alvaro de Luna, y Don Rodrigo Calderon hubiesen muerto jóvenes, ¿habrian pasado por el vergonzoso y terrible dolor de terminar sus dias en un afrentoso patibulo? Si hubiese fallecido Seyano antes que Antonia determinase escribir á Tiberio aquella funesta carta por el esclavo Palante; ¿no se excusaba haber sido arrastrado por las calles de Roma, burlado y es-[631]carnecido de los mismos que la vispera de su desgracia se veian obligados del temor ó del interes á prosternarse en su presencia; á ser muerto, y arrojado su cuerpo por las escaleras Gemonias, y á que de las estatuas de bronce que habia suyas en aquella Capital del Orbe, se hiciesen despues jarros, vacias, sartenes y platos? Pero, ¿dónde camina mi pluma cavalgada sobre tan alto cothurno? ¿No será mejor apearla de él, y acomodandola el Zueco ocuparla en tratar de sugetos menos Gigantes? ¿Quién lo duda? Asi pues, baxandola el toldo, digo, que si la inexôrable Atropos hubiese dado un tixeretazo al delicado estambre de la vida de Mademoisselle Bouville dos minutos antes que pusiese en execucion el mal pensamiento de escribir sus Reflexîones críticas sobre el estado presente de la literatura Española; ¿habria abortado tantas po-[632]brezas, parvuleces, y vaciedades, como contienen dichas reflexîones? Cometeria el anacronismo de decir que llegó á Madrid el año de 1784 en compañia de su Maestro Monsieur de Fontenelle, quando no creo haya cliente del Apologista, aunque incluya al Capitan de ellos, que ignore estan los huesos de este grande hombre descansando en la tumba desde el año 56 del presente siglo? ¿Tendria la originalidad de llamar lengua Tartárea á la Tártara? ¿Aseguraria que conviene tenga el Pueblo preocupaciones, como si el error fuese conveniente en ningun tiempo, ni sobre materia alguna? Me levantaria el testimonio de que enseñaba yo mala doctrina en mi Colecion de pensamientos filosóficos, porque amonestando á las bellezas que no se dexen seducir de los hombres, les diga,

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¿No haber cosa que mas valga que una hermosura, ni menos que una hermosura gozada? [633] ¡Oh! si se hubiese muerto nuestra doncellita antes de escribir tal obra, ¿quánta mayor seria su gloria póstuma? Estoy persuadido á que si no excedia en fama al mal traductor de la comedia, El Vinatero de Madrid, le igualaria á lo menos. De este modo iba yo discurriendo, Señor Censor, pero no sabiendo continuar la idea, y enfadado de mi torpeza, borré todo lo escrito, me levanté de mi poltrona, y colocandome supinamente en mi lecho, lo primero que hice fue cerrar los ojos, y restregarme de quando en quando la frente; pero ni por esas acababa de resolverme sobre la materia que debia tratar, hasta que últimamente me ocurrió la idea de escribir la sátira mas sangrienta, mas sanguina, y mas sanguinolenta contra el Señor Capmany, burlandome de su Teatro Histórico-Crítico de la Eloqüencia Española; porque en quantos modelos nos presenta de ella, no hay [634] medio que valga un pito comparado con el primoroso y unico que tenemos en cierto cartel impreso, y fixado pocos años ha en esta Corte, cuyo precioso original exîste en mi poder, el que conservo con el mayor cuidado, por contemplarle el mejor Echantillon del buen gusto, y el mas digno de servir de Turquesa para vaciar en él quantos carteles se necesiten formar hasta la consumacion de ellos. Para que se vea lo fundado de mi proposicion, copia fidelisima de su original es la siguiente: ¿Quién será aquel Santo tan reñido con la muerte, que ni aun peces comió en su vida por no comer cosa muerta? ¿Que habiendole regalado el Rey de Nápoles una fuente de ellos, volvió al Rey vivos los que le habia enviado asados? ¿Qué robandole una trucha á quien llamaba Antonela, frita ya, y hecha [635] trozos, tocandola con su mano, saltó de su mano al agua? ¿A un corderillo á quien llamaba Martinelo, despues de asado y comido, llamandole por su nombre, vino á su voz saltando? ¿Quién será aquel Santo que resucitó á un hombre sepultado entre las nieves de diez y siete dias difunto, diciendo (hecha la oracion por él) En caridad, que este hombre vivo está: levantate en el nombre de Jesus?

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¿El que á un hombre (tres dias habia) ahorcado, y ya pestilente y corrompido, recibiendole de los cordeles en sus brazos, recuperó la vida, siendo despues el ajusticiado un exemplar Religioso? ¿Quién á un niño de tres dias difunto con un soplo que le dió en la boca, le comunicó la vida? ¿Y á un albañil (llamado Leonardo), que cayendo de un andamio se hizo pedazos todo, quedando los cas-[636]cos de la cabeza y sesos esparcidos por la tierra, recogiendolos por sus benditas manos, y poniendo cada parte en su lugar (haciendo oracion fervorosa á Dios) al decir, Leonardo, levantate en el nombre del Señor, que no tienes daño alguno, idos á trabajar, y por caridad que no des otro salto semejante: se levantó bueno y sano, siendo asi hecho como lo dixo? Y finalmente: ¿Quién será aquel Santo a quien tierra, fuego y agua, arboles y plantas, brutos y animales ponzoñosos le obedecian rendidos en caridad mandados? A un monte: En caridad que te apartes. A un desgajado peñasco, detente en caridad, Para. A una peña: Hermana, en caridad que te apartes, y no impidas el agua para los siervos de Dios. A un toro el mas brabo de una bacada: en caridad que te vengas [637] conmigo Hermano, á llevar piedras á mi Convento. Ya discurro (me direis) que Santo que tantas maravillas obraba, y del modo que las hacia, no puede ser otro que, S. Francisco De Paula. A este pues consagra anuales solemnes cultos, &c. &c. &c. ¿Puede darse en todo lo escrito ni en todo lo impreso, modelo de eloqüencia mas fina que la de este cartel? Aqui, aqui deben echarse todos de bruces, y beber hasta que se opilen, los chorros de primores retóricos, que por todos quatro costados está vertiendo á borbotones, y no en los exemplos que el citado Señor Capmany nos presentó en la mencionada obra. ¡Ah! ¡quién tuviera habilidad para hacer ver la esquisita eloqüencia de dicho cartel! Confieso no llega la mia á tan alto punto, cuya circunstancia, y la de faltarme el tiempo para formar la sátira ofrecida (pues como vm. ha vis[638]to, le ocupé todo en escribir y borrar los fragmentos que dexo dichos) ni la sátira ni carta mia recibirá vm. en este correo: espero disimularán tanto vm. como el público mi Señor tamaña falta, pues para expiarla prometo desquitarme en otro, hablando mas, y mas insubstancialmente (si es posi-

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ble) que Don Silvio Liverio, y confraternidad, quedando en el interin afectisimo servidor de vm. Harnero.

Carta XXXIX ¿Quién mostrará verdad tan clara y llana? ¿un mozo como yo? Ni aunque viniese el niño que la vida dió á Susana; apenas se hallará quien lo creyese: nadie quiere cobrar un enemigo: cede al privado el público interese. Lupercio Leonardo de Argensola. Señor Censor. Es tan raro el genio que naturaleza me ha dado, que sin irme ni venirme me meto en todo, y en todo [640] cucharetéo: prueba de esto es, que sin irme ni venirme me he tomado la licencia de ser corresponsal de vm; y sin irme ni venirme, hace ya diez y nueve meses que estoy escribiendo sobre tantos y tan varios asuntos, que es una bendicion. Si á esto solamente se reduxesen mis defectos, podria pasar en el mundo como pasan otros; pero amigo mio, mas mal hay en la Aldeguela del que suena; y es que amen de lo dicho soy sumamente envidioso. Quando veo algo que me gusta, y no lo tengo yo, me muero de envidia, y me pongo amarillo como una gualda. Yo envidio al Señor Melendez la habilidad que Dios le ha concedido para hacer los mas sonoros y dulces versos: envidio al Apologista Universal su ciencia, y su gracia para escribir con la ironia mas fina: envidio al Señor Clavijo el primor con que desempeña la traduccion del Plinio Francés; y por envidiar, envi-[641]dio hasta los defectos de muchos de mis próximos: v.g. la satisfacion con que algunos hablan de sí mismos y de sus producciones literarias por malas y malisimas que sean, y el desprecio con que tratan quantas no abortaron sus miserables ingenios: envidio la noble y sincera salida de aquellos autores, que despues de haber escrito algunas obras llenas de fatuidades, se disculpan, viendose solidamente impugnados, con decir; que su adversario le cortó los periodos, le truncó el sentido, que es un mentecato, un idiota, un hombre sin religion (aunque la disputa sea sobre rábanos ó nabos), y que tiene el entendimiento al reves. Ultimamente, tan arraigado se halla, Señor Censor, en mi corrompido corazon este detestable vicio de la envidia, que he llegado á tenerla hasta de los que mantie-

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nen correspondencia epistolar con alguna Monja: prueba de esto es, que dias pasados ví una carta de [642] cierta Monjita, escrita á un amigo mio, y desde entonces me entró tal gana de tener yo tambien una que me escribiese, que juré no acordarme de vm. ni de otra persona alguna hasta que Dios proveyese de una Monja que se cartease conmigo, y lo habria cumplido sino hubiese parecido ya aquello. Es el caso que una Señorita me ofreció llevarme á ver una Monja amiga suya; pero por varios accidentes no quaxó esta visita: sin embargo, á mí me bastó habermela propuesto para escribirla un villete, quejandome de la casualidad que me habia frustrado el gusto que tendria en verla, y al propio tiempo la rogaba me escribiese siempre que gustase y tuviese ocasion, informandome de su salud, de sus satisfacciones y de sus disgustos. Asi lo ha hecho; y ya no envidio á ninguno de quantos mongeros hay en el mundo, que no son pocos. Allá va en cuerpo y alma la carta como la he recibido. [643] Muy Señor mió: He sentido mucho la casualidad que vm. me dice le ha estorvado venir á verme, porque ha de saber vm. que las Monjas rabiamos por una visita; y mas yo, que como por mi desgracia me he hallado disgustadilla, tenia todo mi consuelo en el Locutorio.Ya que vm. ha querido mi correspondencia ha de ser con toda satisfacion, porque la favorecida de vm. tuvo para mí un no sé qué, que me ha puesto en estado de poner en su persona y honradez toda mi confianza. Mi amiga me ha dicho que Vm. no gusta de las Monjas disgustadas; por esto no hemos de tener quiebra, pues aunque, como he dicho, estuve disgustadilla, ya he caido en la cuenta, y he dado en el punto, conociendo que mas son los bienes que los males. No quiero hacer un catálogo de unos ni de otros; de los segundos porque todos los saben; de los primeros [644] porque muchos de ellos no los pueden tener por tales los que no viven entre nosotras. Por eso me ceñiré á solos [sic] dos bienes, que son bastantes para endulzar todas las amarguras; y para mí desde que los he reflexîonado son tales, que estoy ya creyendo que en diciendolos, le ha de dar á vm., Señor Harnero, ganas de meterse Monja: y vea vm. aqui tela cortada para que empiece nuestra correspondencia. El primero de estos dos bienes es el Padre Confesor, Señor D. Ramon, digo á vm. la verdad, que si supieran en el mundo lo que es tener una Monja un Confesor suave, cariñoso, que viene con freqüencia y despacio, que no se harta de oir tarabillas sin substancia; que se complace en saber todos los chismes que hay entre nosotras; que tiene la fidelidad de no confesar en el Convento á otra sino á su hija; que recibe con gusto los [645] regalitos de Pasqua, y del dia del Patriarca; que en estando malito no toma caldo, ni

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yemas, ni leche de almendras, ni otras cosas tales sino las que la hijita le envia; que aunque sea barbilampiño, y la hija de cincuenta años le habla de tú; que viene bastantes dias al Convento á decir Misa, y luego toma su desayuno; que no se pasan jamás tres dias sin que escriba su papelito; que cree nuestras revelaciones casi como los artículos de la fe; que no se enoja porque faltamos al coro, ni porque hacemos durar las visitas hasta un par de horas de noche; y finalmente, que asi que viene da á la hija la caxa del tabaco, y él toma la de la hija para el uso de la tarde: si supieran, digo, la satisfaccion que esto causa, y el cariño que engendra, todas las mocitas quisieran ser Monjas. Ello es verdad que hemos oido decir que el Padre Santo, Be-[646]nedicto qué sé yo quantos, habla de esto malamente, y que hay Escritores que rabian con ello; pero mi Confesor dice que aquel Padre Santo era un bendito, y los Escritores unos ciegos como un tal Alexandro, y otros envidiosos como uno que me parece le llaman el Padre Cócina. Lo cierto es, que si ello fuera malo, ¿cómo lo habian de hacer unos Padres que han sido Priores y Vicarios, y han tenido otros puestos? Por otro lado, ello entretiene, y nos gusta sin saber como; con que no hay porque no tener este consuelito en medio de nuestras amarguras. A este bien, que es de todo el año, se añade el segundo, que aunque tiene paso de Caiman ó de Perico ligero por lo que tarda, con todo, raro es el año que no lo envia Dios, y en verdad que es como venido del Cielo. Está reducido á ciertas funciones sagradas, se-[647]guidas de un novenario de visitas, y de otros tantos fandanguitos religiosos, que son una delicia, y mas quando rara vez faltan á ellos los Confesores de las que asisten á estos actos de Comunidad y Religion. Toma el hábito una Monja, profesa otra, ya tenemos fiesta. Se convida toda la parentela, no se olvidan las conocidas y conocidos, se tienen presentes á los Confesores de la Novia, de la Madre Maestra, de la que hace de Madrina, de la Prelada. Las Señoras vienen con todo el adorno imaginable. ¡Qué gloria! ¡qué alivio! ¡qué consuelo para una pobrecita Monja encerrada todo el año! ¡qué contento ver en el Locutorio reunida tanta grandeza, y tanta gente! Por una parte nos edifica ver la union fraternal con que pasan la tarde las Señoras mozas, cada una sentadica junto al caballero que mas estima en quieta y silenciosa conversacion; [648] y es de verdad para alabar á Dios, que las mas veces con el fin de no perturbar á los demas, toma la Señora la molestia de poner por delante el abanico, y se está con este trabajo las medias horas por no causar distraccion á los concurrentes.

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Es tambien para admirar ver las galas y los peinados. Mire vm. nos divierte esto tanto, que se nos pasan despues muchos dias hablando de estas cosas, y pensando en ellas. Amen de esto nos dan noticia de los Novios, de los matrimonios que se hacen, ó estan para hacerse; nos explican las modas, y nos procuran alegrar con todas estas cositas que nos quitan la ignorancia en que estabamos en nuestro encierro. Luego hacen mil habilidades; nos cantan la tirana y otras letricas, que es un gusto oirlas; y las mas veces no es á secas, que traen tambien su guitarra y violin; y como [649] son las letricas siempre de cositas dulces, es un encanto el oirlas, y solemos aprenderlas. Bailan tambien con mucha gracia. Dias pasados vino una niña que era en todo la Diosa de la hermosura; tendria quando mas veinte años, muy bonita, muy aderezada, con unos zapatos primorosos, y unas medias que podian competir con la nieve; y hacia bien en traer tan primorosos baxos, porque bailó un son que llamaban el Bolero con un Adonis que venia con ella, y era tanta la gracia y la viveza con que bailaba, que muchas veces descubria los cabos de las ligas. Todas nos llenamos de gusto, y hubieramos querido que Dios la hubiese llamado para Monja por tenerla con nosotras. Luego hay su refresco con toda abundancia, y antes que toquen las ánimas se van. Esto lo sentimos mucho, pero como al siguiente dia [650] hay lo mismo, nos queda este consuelo; mas el ultimo dia es indecible el sentimiento. Es verdad que esto acarrea sus gastillos, pero todo lo hacen con gusto los Padres, porque con estas fiestas se divierten las que toman el hábito ó profesan; y como se embeben en esto, y por lo general una niña solo piensa en lo presente, no se meten en hacer alto sobre lo que vendrá, y sirve esto de mucho para que profesen, lo que algunas no harian si faltasen tan santas diversiones. Todo lo ordena Dios para aumento de las Comunidades, y de las pobrecitas Religiosas. Aqui vino dias pasados un santo Frayle, que dicen sabia mucho, y tenia muchas letras, y nos hizo un Sermon en el Locutorio. El santo hombre dixo que todas estas cosas eran muy malas, que estaban prohibidas por las leyes de la Iglesia, y que los Padres Santos habian [651] apuesto muchas penas contra ellas; y dixo otra cosa que nos llegó al alma, porque dixo que no sé qué Concilio, que me parece llamó de San Juan de Letran, habla de estos gastos muy mal; pero al fin nos hicimos cargo de que serian ponderaciones de Frayle Predicador; porque es cosa sentada que nuestros Confesores vienen á estas funciones, que todo lo ven, y nada hablan; antes sí nos dan muchas gracias, y á los Padres de las Novicias lo mismo.

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Esto pues ha bastado para tranquilizarme, y estoy en mi Convento como una Reyna y siendome ya llevadero todo quanto antes me repugnaba; y por tanto ya puede vm. no dexar mi correspondencia por este motivo. Yo espero que esta lo será tambien de mayor gusto mio, pues los ratos que gasto en leer diez ó doce veces las cartas, y un par de dias que gas-[652]to en responder, come ha sucedido con esta, me ahorran andar arriba y abaxo en los actos de Comunidad, y me sirve de pretexto para pedir licencia de faltar al coro. Dios ponga en el corazon de vm. mucho deseo de aliviar y consolar á esta su afectisima servidora, que en caridad le estima Sor Plácida de S. Zoylo. Sr. D. Ramon Harnero.

Carta XL ¡O multa fleturum caput! Horat. Epod. od. V. v. 74. ¡O quánto has de llorar Amigo mio! Señor Censor. En las Reflexîones de Tomé Cecial, sobre la leccion crítica del yá finado D. Vicente Garcia de la Huerta (que en paz descanse), publicadas por el Docto D. Juan Pablo Forner y [654] Segarra, hay una nota (pag. 48.) del tenor siguiente: Los ignorantes, y los que tienen interés en que no se permita la sátira, se asen á la voz personalidad para desacreditar al que los ridiculiza, como queriendo hacer pasar por delito enorme el tocar á la persona de alguno : : : Esta es una necedad forrada en malicia; ó por mejor decir, un arbitrio de que se valen la malicia y el pedantismo para obrar sin estorvo. La personalidad es iniqüa, y digna de castigo, quando se imputa con malignidad ó injusticia. Empapado el citado Señor Forner en máxîmas tan christianas, y de educacion tan fina, dice en la contestacion al Discurso 113 de Vm. con aquel juicio y moderacion que le son tan característicos (pag. 81.) Lejos de nosotros la bárbara locura de odiarse é infamarse mútuamente. Es desgracia no hubiesen teni-[655]do presente tan bellos sentimientos los modestos Autores (lease Autor) de aquellos dos Galateos al revés, quiero decir, de aquellos dos papelitos intitulados, Demostraciones palmarias, y Conversaciones familiares y se habrian asi excusado de imputar á Vm. con malignidad é in-

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justicia (pag. 14. de las Demostraciones) Que, declama furiosamente contra todos los Estados, todas las gentes, y todos los establecimientos. En la 10 de las Conversaciones, que, es raro el Discurso de Vm. en que no se eche de vér bien á las claras, que no estaba en sí quando le escribia. ¡Qué urbanidad llamar á un hombre demente ó beodo!). En la 13 de las mismas, que, es Vm. un charlatan, que encaja á buelta de sus drogas inútiles, algunas muy nocivas. En la 29, que, vende por dogmas infalibles delirios sérios. En la 32, que, ha escrito Vm. sandeces muy graciosas [656] en materia de Teología: y ultimamente, en la 38, asegura que, recomendando Vm. la superfluidad, hasta quererla hacer compatible con la moral del Evangelio, recomienda (en el luxo) el mejor instrumento de la disolucion. Todo esto dice la citada Obra; ¿pero se prueba? Hoc opus, hic labor est. Como no se puede negar, que tan miserables dicharachos, son unas personalidades iniqüas, y por lo tanto dignas de castigo, quisiera que me dixese el Señor D. Juan Pablo Forner y Segarra, ¿quál impondria al Autor de semejantes libelos? La siguiente Epístola (que me dexaron en la Libreria de Gomez) va vestida de mas verdad y mas moderacion, que las atentas y eruditas Demostraciones palmarias, y que las graciosísimas Conversaciones familiares, pues no ridiculiza mas, que el defecto personal de la ignorancia y del pedantismo; por lo [657] que he determinado darla á luz: y aunque las ciencias nada adelantan con semejantes escaramuzas, puede ser se consiga que callen tantas chicharras como nos están atolondrando los oídos; y quando esto no se lógre, tener siquiera la satisfaccion de desengañar á unos poquitos, que preocupados, ó faltos de luces para saber distinguir los talentos superficiales de los sólidos, y lo precioso de lo vil, atribuyen á varios sugetos un mérito literario de que ciertamente están muy distantes. EPISTOLA. Rompo, en fin, caro Amigo, Mi silencio: templar quiero contigo El dolor que me aquexa Y que un instante reposar no dexa A la triste Alma mia. ¡O de España fatal Apología! Tu tan sola pudistes ser la causa De interrumpir la pausa De mi tranquila vida

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[658] En la paz y el retiro sumergida. Sin duda, buen amigo, no aguardabas Un Apostrofe tal; pero lo alabas: Conozco, aunque distante; Que da muestras de gozo tu semblante, Viendo a tu Compañero Taciturno y severo Que da señales de tomar partido En lo recientemente sucedido. Pues no te engañas, no. Yo toleraba, (Aunque con armargura) el vér que daba La necedad, injusta preferencia A toda impertinencia Que en tantos Papeluchos Publicaba una turba de Avechuchos; Desterrando las buenas producciones A ser de los Ratones, Entre polvo y Polilla, el alimento. Aunque con sentimiento, Callaba en mi retiro O servando el aumento Que de instante en instante va tomando La mala educacion, que sofocando En hombres y en mugeres Los mas sagrados clasicos deberes Amenaza al Estado una ruina, Si remedio a este mal no se destina. Miraba con disgusto Los rapidos progresos del mal gusto En los publicos Teatros, donde a medias [659] Se representan bárbaras Comedias, Y se cantan obscenas tonadillas, Por unas ignorantes Jovencillas De estólidos Poetas gobernadas, Y por su infeliz suerte destinadas A ser fomentadoras Del Vicio, y del Pudor las destructoras, Haciendo á la Nacion mas respetable Entre todas las otras despreciable;

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(Pues lo torpe, ó lo culto de la escena, Es la regla segura Por la qual, ó se elogia, ó se condena De qualesquier estado la cultura). Meditaba igualmente En las preocupaciones, Y en las supersticiones Que tan generalmente Arraygadas están; y me dolia Vér el atraso de la Patria mia. Otro monton de cosas Sensibles y horrorosas Se me iban objetando, Y á mi imaginacion tormento dando. Pero al fin me servia de consuelo Notar el sabio é incansable celo Con que un Monarca grande y poderoso Sembraba cuidadoso Con oportunas rectas providencias, No solo la semilla de las Ciencias, Si no tambien los medios mas seguros [660] De que nuestros futuros Recojan, (nuestros tiempos elogiando) Las frutas que van ahora madurando. Asi, amigo, vivia quietamente, Y alternativamente Alegre y descontento Bien que con mi retiro muy contento. Vino la luz de un dia (¡o dia aciago Y del qual con horror memoria hago!) Deseaba el arribo del Correo Para satisfacerse mi deseo Con la buena noticia De tu salud, que mi amistad codicia. Presentaronme un Pliego: Sus dobleces despliego, Y hállome un Libro en quarto: Del bullicio me aparto Para darme una hartura

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Con toda su lectura: Abro el libro con ansia inmoderada, Y leo en la portada Que era una Apología Por nuestra España y su Sabiduria. ¿Apología? (dixe medio muerto:) ¿Puede ser esto cierto? ¿Apologías, ahora que empezamos Apenas á mostrar que por fin vamos Haciendonos Personas? A la verdad son fuertes intentonas. Continue leyendo [661] Y tropecé corriendo Con el Autor: al vér sus pocos años Me recelé mil daños: No porque no se puede saber mucho Antes de ser machucho, Si no porque la sangre hace su oficio En un Autor novicio; (Y son estas al fin unas materias Bastantemente sérias.) Prosigo en mi trabajo: Leo de arriba abaxo Todo el volúmen de la Apología; ¡Pero valgame Dios qué algaravia! Hombre, ¿qué me has enviado? (Dixe desesperado) ¿Con rostro tan sereno Me das éste veneno? ¡Jesus qué palabrones! ¡Qué horrendos clausulones! ¡Qué hender y qué rajar tan sin concierto! ¿Pudo, estando despierto, Dar en su fantasía Lugar á tanta pobre niñería? ¡Motejar á Niewton! ¡Ay que no es nada! ¡Decir que fué soñada La famosa invencion de su sistéma! Vaya que es furiosísimo Anatema.

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¡Criticar á Cartesio! lindamente: ¡Decir que el sábio Pope era un demente! Primorosa chulada [662] De una sesera bien acalorada. ¡Contrarestar á roso y á belloso: A tanto hombre famoso, Cuyas rectas y sábias opiniones De las cultas Naciones Han sido respetadas! Vaya que son risibles Patochadas. ¡Decir doscientas mil impertinencias De las útiles Ciencias Probando que son puros desatinos, Y que sus resultados, dos cominos No valen, por dudosos é inseguros! No hay que hacer; son horrisonos conjuros, ¿Quién á tanto le mueve? De su conducta ¿qué pensar se debe? ¿Creerá por ventura lo que ha impreso? ¿Será por ignorancia, O por falta de seso? ¿Será por arrogancia, O por adulacion? . . . No es nada de eso, (Dixe entre mí) . . . Quizá es malicia mia, Pero yo pongo á que es hipocresía. Ni eso es tampoco, (dixe por postrera Resolucion:) defecto es de mollera. ¿Por donde le compete A tan alucinado mozalvete, Que ni trató con Sábios En distintos Países, ni los labios Abrió jamás delante de los hombres De conocidos nombres, [663] Meterse de trompon y sin cordura A pretender tambien hacer figura, Y no solo figura como quiera, Si no figura que (la Barredera Red arrojando) arrolla con desprecio A tanto Sábio de tan alto aprecio?

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¿Cómo sufrir se puede Que tan ufano quede Cantando la victoria Quien escribió tan rara Pepitoria? A vosotros Censor, Apologista, Corresponsal, os toca la revista De un Libro tan pedante Que se ha impreso delante De la faz de la Europa, De cuyos Sábios la enojada tropa Perpetuará la idea tan temible De que es la pobre España incorregible. A este veneno que á la Patria ataca Aplicad de la sátira la triaca. Empezad sin empacho: Dad tras este muchacho, Y en uno y otro embate, Hacedle vér su torpe disparate: Por compasion decidle: que su asunto Necesita un conjunto De mil combinaciones Que en pocas ocasiones Se encuentran reunidas: Que si hubiera viajado, [664] Y con Sábios tratado, (Llevando de antemano bien medidas Con pulso, y paso á paso Todas las circunstancias del atraso, O el adelantamiento De nuestra Patria) hubiera con mas tiento En su gigante empresa procedido; (Yá que poco advertido Quiso cargar con ella, no atendiendo A lo que Horacio nos está diciendo, Sobre que nadie cargue Con lo que es muy posible que le amargue:) Advertidle tambien que un pobre mozo, Lleno de ligereza y alborozo, Tan falto de experiencias

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De las sublímes Ciencias, Y sin conocimiento Del Mundo sábio; no el atrevimiento Debió tener de hacernos en el dia La ofensa de su fátua Apología. Pero volviendo, amigo, A razonar contigo: Yo creo que el Autor del tal volúmen Se propuso en resumen Captar de la Nacion las atenciones: El hizo las siguientes reflexîones. Si yo con palabrones campanudos, De sentido desnudos, Revisto bien mi Obra; Si se encuentran de sobra [665] Los elogios de nuestros Escritores Diciendo al propio tiempo mil horrores De los acreditados En las otras Naciones; Si los inveterados Absurdos y opiniones De nuestra escuela antigua condecoro, Y seguiditamente me encaloro Contra la direccion de los modernos, En los Países externos, Tratando de locura Su método, su efecto y su cultura; Y si, en fin, de las ciencias apreciables Constituyo dudables Los ciertos resultados, Catate aqui, que todos congregados, Levantarán el grito Elogiando á su amado favoríto. A los Sábios dexemos este punto, Y vamos continuando nuestro asunto. Lo mejor, en efecto, Hubiera sido huir del tal proyecto De formar una extraña Apología De Nacion (que es Pigmea todavia

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En las Ciencias humanas:) Son diligencias vanas Solicitar que obtenga De repente lugar que la convenga. La mejor y mas noble Apología, Es ir de dia en dia [666] Con estudio constante Dando un paso adelante En el campo espacioso de las Ciencias: Fomentar los Autores Que se vayan haciendo acreedores Con sus tareas útiles y exemplo A ser subidos de la gloria al templo: Abandonar la inútil sutileza De toda la escolástica simpleza: Darse al estudio sano, Que es el consuelo del linage humano; Y de este modo la Nacion iria Consiguiendo la propia nombradia Que a fuerza del estudio y de los años A conseguir llegaron los estraños. ¿Y qué hicimos? ¡Cuitados miserables! Manifestarnos mas inexôrables En nuestro antiguo error, diciendo al mundo Que el Pueblo Hesperio (hábil sin segundo) No pretende salir de ningun modo De la escoria y el lodo. ¡O jóven, que sin tino Has impreso tan loco desatino! ¿Cómo no te sonrojas De haber escrito tan dañinas hojas? Dios te perdone el susto que me has dado, Porque por mí ya quedas perdonado. Dime, buen hombre, pues que tu hado impío Te conduxo al extremo desvarío De hacerte en un instante [667] De tu Nacion el Apologizante, ¿No pudieras, por suerte, haberlo hecho, Como hombre de provecho?

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¿No tenias un modo De haber salido con honor de todo? ¿No miras, Autor tierno, El incansable celo del Gobierno En promover las Ciencias y enseñanza Dandonos fundadisima esperanza De que llegará un dia En que sábia será la Monarquía? ¿No notas que se fundan mil Escuelas, Donde son las espuelas La honrada emulacion que al Jóven pica, Y gustoso al estudio se dedica? ¿No pudistes (ahorrandote preludios) Numerar los estudios Que se van planteando Y los efectos que se van notando? De la pregunta célebre y estraña De, ¿qué es lo que la Europa á nuestra España Debe de tantos siglos á esta parte? ¿No pudistes zafarte Con mucha bizarría Diciendo: que en tal tiempo que no habia Tanta Ciencia en Europa, Tuvimos una tropa De Hombres insignes, graves, y eloqüentes, Que en las extrañas gentes No hallaron competencia [668] En la sagrada Ciencia Ni en la Jurisprudencia? En lugar de esto ¡ó pobre! te desvives Queriendo hacer pasar á Luis Vives Por el hombre mayor de las edades. Estas son soberanas necedades, Hijas precisamente De una cholla caliente. Si el modo que te indico Seguido hubieras, y callado el pico Sobre la preferencia Exclusiva que das sin experiencia,

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A tu Nacion, habrias Hecho lo que debias; Ahorrandonos á todos los ultrages De que nos canonicen de salvages . . . Pero ¿qué es esto, amigo? Por mas que intento razonar contigo, Un Apostrofe y otro me desvia. ¡Mal haya amén la dicha Apología! Mejor será dexarlo; Yo te ofrezco enmendarlo En el otro Correo: Yá sabes quantos bienes te deseo. A Dios, amigo amado, Queda tuyo tu fiel apasionado Lázaro Cadebár de Miranda.

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Carta XLI J’entends deja d’ici tes docteurs frenétiques Hautement me compter au Rang des herétiques, m’apeller scélérat, traître, fourbe, imposteur, froid plaisant, faux bouffon, Vrai calomniateur. Boileau. Sat. XII. v. 320. Ya desde aqui frenéticos Doctores escucho que altamente me numeran en la clase de herege; y que me llaman falso, impostor, traidor, malvado á prueba; bufon sin gracia, decidor helado, calumniador, en suma, sin conciencia. Esta correspondencia que mantengo con vm. no solo me celebran justamente en España, sino que tambien en los Paises extrangeros tienen mis papeles sendos é ilustrados apasionados; y á la verdad que ellos son muy acrehedores á tamaña fortuna, pues á nadie insultan, no van llenos de palabrones huecos, no de contradicciones, no de elacion; en fin son dignos de que todo hombre de gusto los acoja benignamente, ame á su autor, y elogie su aplicacion. Vea vm. que breve y compendiosa Apologia he zurcido en un instante de mí mismo, sin haber necesitado para formarla de Cornelio Agrippa, de Erasmo, ni de Juan Jacobo Rousseau. Al caso. Pocos dias ha que recibi de Londres la siguiente Carta. Como [671] la novedad que contiene es muy digna de comunicarse, por la gloria que de ella nos resulta, he tenido á bien darla al público para que se halle enterado de los felices efectos que producen las cositas que en ella se declaran. Dice, pues, asi: Señor Corresponsal del Censor. Muy Señor mio, y muy digno de todo mi afecto: Esto es hecho; ya somos hermanos: no hay como facilitarse unos á otros los medios del sólido bien para conseguir que todos lo logren. En los Puertos de Comercio no faltan jamas doctos Eclesiásticos, y piadosos Seglares que nos hacen entender nuestro error, y que nos dan luz; pero al fin, no es toda la que, ó deseamos, ó nos conviene; y seria muy ventajoso para todos nosotros que la persuasion viniese acompañada de la práctica.

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[672] Sin embargo, amigo querido, debo decir á vm., que aunque he sido mas Protestante que el Caiman mas testarudo del Nilo, á pesar de nuestras comunes reflexîones, y nuestros débiles argumentos, he caido en la cuenta, á lo menos sobre ciertos puntos, y he resuelto abjurar: gracias á lo que he visto en ese Pais, gracias digo, á ciertas prácticas devotas y racionales, que me han hecho balancear al principio, inclinarme al medio, y dar al fin con mi resolucion en tierra. ¿Y quál será de nosotros el que leyendo en los infinitos libritos de Novenas, y aun oyendo en los púlpitos los centenares de milagros que hacen cada dia los Santos, no ha de convencerse plenamente? Una cuenta de un rosario que perdió cierto devoto de San Antonio de Padua, la traia entre sus tenazas una hormiga quando cla-[673]maba á este Santo porque se la deparase: otro perdió una ahuja, y despues de hacer una Novena al Santo bendito, alzando los ojos para ver en que se detenia una cortina que iba á correr, le dió en la pupila la punta de una hebra, y le hizo ver clavada en la cortina su ahuja. Pues que, ¿no pueden estos hechos mover al Protestante mas duro, y mas ribeteado de Iconoclasta? Para eso las fuerzas con que en los mismos libritos pintan las santas Indulgencias. Bien sabemos que los Católicos creen que hay en la Iglesia poder para conceder estas gracias, y conocemos que esto no va fuera de orden. No obstante, no me movia esta verdad; mas al ver estampado, que no solo se concede indulgencia en el sentido que los Católicos tienen, sino que tambien con ella remision de todos los pecados, ya no hay fuerza para [674] resistir, ya es preciso creer; y quando viene el último golpe de que á nuestro arbitrio y eleccion sacamos un alma del Purgatorio, nos vemos precisados á echarnos á tierra, y confesar que esto es mucho para poderse ya resistir: añada vm. á esto otras mil expresiones de aquellas que nosotros (y aun todos) creiamos que solo convienen á la Suprema Deidad, aplicadas á los Santos, y dichas de ellos y por ellos, sin la menor limitacion: y con este confirmatur despues de todo lo demas, ¿cómo, cómo habemos de resistir? Pero aun hay otra cosa. Vm. creerá que yo voy apretando mucho la dificultad, y que me voy deslizando á la zumba: no, Señor Corresponsal: eso era bueno para Juan Baptista Thiers, que era un hombre acre, de mal genio, regañon, que por todo rabiaba, y que á pesar de la estimacion que [675] de su obra de Supersticionibus tenia el Doctisimo y Santisimo Padre Benedicto XIV., y á pesar de lo que le celebran todos los que le conocen, es preciso decir que era un bufon de siete suelas, que ni queda escapulario, ni cordon, ni oracioncita, ni devocion abeatada que no critica y censura. Eso es bueno para muchos de mis co-hermanos los Protestantes, que toman ex-

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profeso los libritos de Novenas y oraciones, con el mismo espíritu que se toman en ese Pais los Diálogos del Padre Arcos, y los Discursos filosóficos sobre el Hombre, para reirse y divertirse con ellos como con un entremes. No Señor, no soy yo asi, no soy ningun satírico chocarrero; yo hablo de veras, y con vm. en todo caso no me habia de chancear. Aun hay, iba diciendo, otra cosa que me ha dado mucho golpe, y me ha quitado la aversioncilla que yo tenia [676] con las Imágenes de los Católicos: ella nos desarma, y á su vista en este punto de nuestra incredulidad, nada tenemos que decir. Ya quiere vm. saber qué argumento, qué especie, qué práctica tan poderosa sea esta. ¿No nos ha de convencer nuestra preocupacion, ó llamele vm. terquedad, el ver al glorioso San Francisco de Asis en su imagen, con un hábito de tisú, con su toison, y gran collar de este Orden, con una bandera sobre el hombro izquierdo, con un rico baston en la derecha, con un sable pendiente de un hermoso tahalí al lado, y para coronarlo todo, con un sombrero de tres picos con su plumage blanco? ¿No ha de movernos, digo, este hermoso equipage en la imagen de aquel Santo pobrisimo, humildisimo, penitentisimo? Vm. se rie, vm. cree que yo sueño: ¡Ah! que vm. es mas incrédulo que [677] yo. No me burlo, lo vi asi, lo vió asi todo un numeroso pueblo;126 lo admiró en este equipage, y lo admira hoy en otro poco menos una de las mayores y mas populosas Ciudades de España. ¡Oh convincente representacion! Lo mismo tienen casi todas las imágenes de ese Reyno, y con mucha razon. Ellas, dicen los Católicos, y dicen muy bien, son destinadas para representarnos á los originales, y excitarnos á imitar sus virtudes. ¿Y cómo no representará la pobreza y desnudez de un S. Felix de Cantalicio un habito de terciopelo con una franja de oro de quatro dedos de ancho? ¿como no nos representará la humildad y mo-[678]destia de Santo Domingo un hábito de jesuisita tela, sembrado de estrellas de oro, y guarnecido con un bordado de primor, y del mismo metal? Pero aun esto es poco, amigo mio. La Madre de Dios, la Reyna de la moderacion, de la honestidad, de la humildad, de la pobreza, y de las virtudes todas; ¿no es una maravilla verla representada en una imagen con un magnifico vestido, ajustada con su cotilla, sus ricos pendientes, pieza de garganta, pulseras, cintillos y relox? ¿Y luego dudará vm. de la sinceridad de 126

Este Ingles habia visto mas que el venerable autor del Cordonazo de San Francisco pues dice (pag. 62.) que jamas vió á dicho Santo con armas, sino con una Cruz, con una calabera, y otras insignias de humildad.

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mi inclinacion á dexar mis antiguos errores? No amigo; ya se acabó el tiempo de mi incredulidad: ¿pero cómo no se ha de acabar, no solo para mí, sino para todos mis cohermanos, en especial los que pasamos á España? ¿cómo, digo, no se ha de acabar, si á cada paso hallamos un [679] convencimiento? Uno de mis paisanos, tan Católico como yo, entró en un templo, y se halló con la especie rara de un Predicador que estaba haciendo su Sermon, vestido con su capa plubial, y el Santisimo Sacramento en las manos incluso en la custodia. El habia por casualidad leido los Decretos que hay sobre el respetuoso modo de tratar un Sacramento que los Católicos veneran, como que es el mismo Jesu-Christo en la realidad de su cuerpo y sangre: quando leyó estos Decretos los juzgó muy justos, y empezó á reflexîonar quanto él deberia reverenciar un Sacramento de tanta santidad, y esto le traia confuso; pero luego que vió que se le sacaba de su trono, que se predicaba con tan tremendo Misterio en la mano; todo su miedo desapareció, y el convencimiento empezó á obrar, quando vea vm. aqui que entra en un [680] Convento de Monjas, donde estaba el Señor expuesto con ocasion de las Quarenta Horas, y halló que estaba su Magestad en una custodia, y esta en las manos de una imagen de Santa Clara. Esto sí, exclamó, me convence, se acabó mi dureza; y salió de alli con los mismos sentimientos que todos los que ven estas prácticas. Vm., amigo mio, sabe ya por esta mi relacion los buenos efectos de semejantes prácticas. Vm. es por la arriesgada y penosa carrera que ha emprehendido, un hombre que habla con todos. Los Señores Obispos, los Consejeros, los Inquisidores, los Grandes, los pequeños, los Curas, los Religiosos, todos oyen á vm.: exôrte, pues, á los Superiores á que prohiban los libros que tratan de ceremonias, de supersticiones del culto, de Decretos de las Congregaciones de Roma, de Estatutos Sinodales, de [681] Constituciones Pontificias; en fin, que traten de todo quanto se opone á estas prácticas y devociones, y que den campo libre á los Reverendos inventores de ellas, y á los inocentes seqüaces de sus inventos; y verá vm. en quatro dias abundar estas cositas piadosas, y seguirse una multitud de convencimientos como el mio. Pidale vm. á Dios me dé toda la luz que necesito, y á vm. todo el aliento que ha menester para levantar la voz. Londres &c.

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Carta XLII Qui habet aures audiendi, audiat. Señor Censor. Sea, amigo mio, el destino lo que fuese, es indispensable, se ha de cumplir; y voy creyendo que Dios nuestro Señor, ni ha manifestado, ni hay [684] apariencias de que tenga á bien manifestar la concordia de la libertad, con el destino del hombre. Me voy persuadiendo á que en vano se cansan los mortales que de esto hablan, que desatinan infinito, y que solo aciertan los que adoran á ojos cerrados la providencia de Dios, y se ciñen á creer los dogmas que tiene la Iglesia; pues no son pocas las veces que se atraviesa la especie de que esta permision de Dios, respecto de nuestros errados discursos, es aquel juego de la Eterna Sabiduria que ella misma decia exercitaba en la tierra. Ya está vm. diciendo: ¿á qué vendrá todo esto? A que ha de venir; á que no se admire vm. de que yo vuelva á la carga, y me obstine en andar visitando rincones, y escrudiñando sitios obscuros para hallar tropezaderos á mi delicadeza importuna. Este es mi destino, se ha de cumplir, no hay remedio. Yo hago todos los esfuerzos posibles por no [685] meterme en censurar especies que me chocan, y mientras mas me esfuerzo, menos esperanzas veo de poderlo conseguir: si señor, menos esperanzas, pues lo que he sacado de mi ultimo propósito, ha sido el no contentarme con censurar lo que está á la vista, sino tambien (¡mire vm. qué perversa inclinacion la mia!) lo que se practíca á puerta cerrada, y á obscuras, que es mas todavia. Verdad es, que á este mi destino, se añade algo en mi entender de buena voluntad; y para decirle á vm. los motivos que á esta han excitado, le contaré á vm., aunque no vengan al caso, mis Almanakes. Yo veo llover sátiras, críticas fuertes, declamaciones, y todo lo que vm. quiera, contra una multitud de abusos, de fruslerias, de vagatelas, que son sin duda la fascinacion dañosa que decia el sabio obscurece los bienes, y trastornan el entendimiento, que de otra suerte [686] seria de una rectitud pura é inocente. Esta lluvia es saludable, (déxele vm. charlar al Bachiller Regañadientes) y aunque á pocos humedezca y fecunde, con todo á bastantes moja, y hace que sientan el golpe del agua. De esto hablaba yo con un Extrangero bastantemente instruido, y que por fortuna suya, habia muy pocos dias que se havia reconciliado con la Santa Iglesia Católica. De especie en especie, venimos á dar en los motivos que tenian los Acatólicos regular-

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mente ilustrados para no abjurar facilmente, en suposicion de la certeza en que estan de la seguridad que tienen los Católicos de su eterna salud, con tal que guarden los Mandamientos: y despues de varios discursos, me dixo: «Creame vm. amigo Corresponsal: mis cohermanos se burlan de Calvino, de Lutero y de la turba de sus seqüaces y aliados: lo mismo sirven hoy para nuestro desen-[687]gaño las controversias de Belarmino, que las Cartas Persianas de Montesquieu. El Señor Bossuet en realidad triunfó: con su Historia de las Variaciones nos hizo ver la frusleria: conocemos la verdad, y á no ver el esquadron de prácticas que se nos presenta por los Católicos, y que se nos resiste como contrario á la sencillez de la verdad, que es el caracter de la sólida y cierta Religion, serian mas frecüentes las conversaciones: esto se entiende, no de las prácticas que la Iglesia adopta, sino de las que los Católicos añaden por su devocion ó capricho. Verdad es que estas no son de obligacion; pero primero que llegamos á conocer qué es la obligacion, qué es lo que la Iglesia califica, qué es voluntario, qué es lo que solo tolera la Iglesia, y qué es lo que reprueba en realidad, se pasan años enteros, y se retarda nuestro convencimiento; y mas, que como [688] oimos á los mismos Ministros de la Iglesia, como leemos en los libros devotos hablar con entusiasmo de estas mismas cosas, las creemos mas y mas, tenidas como parte esencial de la Religion Católica; y á no haber este estorvo, seria mucho mayor la desercion del Protestantismo, particularmente del que profesan los que vienen á España. Si hubiera de decir á vm. todas las cosas que me chocaban en otro tiempo, seria nunca acabar; menos dificultad (aunque no es poca) seria formar á vm. un Catálogo de las que me chocan aun.» Hasta aqui el Discurso de este Extrangero; y á la verdad yo no extraño que paren su consideracion en muchas cosas. Yo no soy ni pienso ser, con la ayuda de Dios, Protestante, y con todo hallo tambien muchas cosas que me chocan. Entre estas, es una la práctica de las disciplinas en los sagrados Templos. [689] Bien sé que las disciplinas ó flagelaciones voluntarias, sin esta qualidad seria una temeridad el condenarlas. La Iglesia en cierto modo tácito aprueba esta práctica, bien que esta aprobacion se debe entender con moderacion, y dentro de ciertos limites. Todo extremo es vicioso: y quando en los Santos vemos, ó de ellos oimos algunas penitencias extremadas, ó debemos dudar de la verdad de la Relacion, ó debemos creer que por algun especial influxo del Espíritu Santo las practicaron. Un hombre que por su propia determinacion se entrara en el invierno á pasar un par de horas de la noche en un estanque helado, como se cuenta de San Patricio; ó

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se pusiese desnudo al hilo del ayre, como se refiere de San Pedro de Alcántara; ó se diese terribles golpes en los pechos con una piedra, como se refiere de San Gerónimo; ó se azotase hasta derramar tal copia [690] de Sangre, que cayese en desmayo, como se dice de Santo Domingo &c. deberia ser tenido por un homicida de sí propio, por un fanático é iluso, y comparable á los antiguos Circumccliones: Y asi las penitencias que la Iglesia aprueba generalmente, son dentro de ciertos limites, y con moderacion, y de esta suerte pase desde luego la flagelacion voluntaria en el dia. No se le dió con tanta facilidad el pase en su origen. Quando este género de mortificacion empezó á dexarse ver entre los Fieles (que fue en el Siglo XI) en el que San Pedro Damiano le dió mucho valor, y tanto, que los Monges de Monte Casino adoptaron este género de penitencia á su persuasion; con todo, tuvo mucha contradiccion, y de personas no despreciables, entre las que se señaló el Cardenal Esteban, que habia sido Monge en el mismo Monasterio. [691] El Famoso Gerson se declaró tambien contrario á esta práctica; y tanto, que habiendo sabido que San Vicente Ferrer en Aragon, fomentaba esta penitencia, le escribió una carta fuerte y enérgica, disuadiendole de ello, la que aun se halla entre sus Obras. No obstante prevaleció la práctica, y se vino á hacer universal. Ya lo es, la Iglesia ha callado, callemos, y callo yo con todos, aunque no me podrán todos juntos reducir á que crea yo lo que no falta quien diga que esta práctica viene del principio de la Iglesia. Los Apóstoles que aprendieron del mismo Jesu-Christo, no sabemos que se azotasen; lo que sí sabemos es, que sufrieron con paciencia y mansedumbre los azotes que les dieron. Los Santos antiguos no sabemos que tal práctica hubieran; y sí sabemos que refiriendo el Apostol las mortificaciones que nos conviene hacer, entra en ellas el ayuno, la hambre, [692] la sed, el frio, la desnudez, la vigilia, las oraciones, pero ni toma en boca la flagelacion. Esto es comun: mas la flagelacion calificada con la qualidad de hecha en la Iglesia, siempre la tendré por positivamente mala, por abuso, por digna de remedio. Lo primero, por la indecencia. ¿Cómo ha de ser bueno hacer á obscuras en el Templo delante de Jesu-Christo, lo que de dia no hariamos aunque nos constase estar solos? Para Jesu-Christo son tan lucientes las tinieblas como la luz; no hay para su Magestad noche, y es una indecencia (hablo con Gerson) intolerable, no digo yo desnudarse como se usa para la disciplina, sino aun la espalda en el Templo sagrado. ¿Y qué mas? Lo segundo, el peligro de la efusion de sangre humana, aunque sea por este me-

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dio que parece piadoso en el Templo. El mismo piadoso y respetable autor lo [693] temia, y no podia creer, que sucediendo esto no se manchase la Iglesia. ¡Há! si hubiera visto como yo, despues de haber estado en una disciplina (bien que con mis manos paradas, y sin la menor desnudez, pues aunque flaco pecador y corresponsal de vm. soy Christiano Católico Apostólico Romano, y suelo concurrir á algunos exercicios piadosos). ¡Há, si hubiera visto, repito, como yo, despues de haber estado en una disciplina, el mantel de un altar salpicado de sangre, y no con una ú otra gota sino con abundancia! como no hubiera exclamado: ¿Qué, el altar sagrado, el ara santa y venerable, donde se ofrece á Dios el sacrificio incruento, rociado como el de Moloch con la sangre de los hombres? Tales conseqüencias trae esta practica en el Templo. ¿Y no mas? Aun queda que decir. Los que mas comunmente hacen [694] la Disciplina en la Iglesia son los Religiosos; y los mas de estos sabemos que son Clérigos de profesion. Vea vm. aqui otro mal en caso de la efusion de sangre, y este mal lo temia tambien el mismo Gerson. ¿Se podrán asegurar estos Clérigos indiscretos, que sacándose la sangre con la violencia del azote, no caerán en irregularidad? Yo no me atreveré á declararles que no la incurren. No estamos ni vm. ni yo tan despacio que podamos vm. leer, ni yo escribir una Disertacion sobre esta duda: creo que en ella, sino se evidenciaba la irregularidad, á lo menos se haria muy probable, y por consiguiente dudosa; y esto debia bastar para que se mirase el asunto de que se trata como un abuso. ¿No hay otros lugares? ¿No es facil juntarse las Comunidades en otros sitios del Convento ó Casa, como se juntan para comer, para sus Capítulos, para sus Aulas? ¿Por que ex-[695]poner el sagrado Templo á la profanacion de la indecencia, de la polucion, de la irregularidad? Quisiera, amigo, extenderme á otros daños é inconvenientes que trae esta santa práctica en las personas del otro sexô; pero no hay por ahora tiempo para mas: solo diré á vm. que los he manifestado á personas de juicio, Confesores de mugeres, y que habiendose informado de ellas mismas, les han prohibido aun la moderada flagelacion. Basta con lo dicho para los que quieran seguir la verdad sin preocupacion.

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Carta XLIII Curam habe de bono nomine. Ecclesiast. cap. 41. v. 15. Señor Censor. ¿Qué es lo que oygo? ¿En Madrid? ¿en la Corte de España? ¿en el Emporio que debia serlo de la literatura nacional? Amigo mio, me [698] confundo, y tanto que no sabré jamás explicar á vm. mi admiracion. ¿En la capital del Reyno? ¿En la Corte repito otra vez? ¡Quién lo creyera! Ya está vm. rabiando porque acabe de rebentar; lo hubiera hecho si supiera cómo; pero al fin preciso será esforzarme, y decirlo. Supe, señor Censor, (y aun puede ser que tambien vm. lo haya sabido) como mi carta sobre la flagelacion voluntaria, habia escandalizado á muchos críticos, y que la habian reputado por digna de censura Teológica. ¿Cómo, pues, amigo mio, no me ha de llenar de admiracion y pasmo una noticia, que teniendola por verdadera, es uno de los mas auténticos testimonios de nuestra ignorancia, de nuestra preocupacion, de nuestra superficialidad? Una carta que no tiene proposicion que no sea una verdad palmaria; una carta que no solo es en todo y por todo Ortodoxa, sino [699] que bien mirada se debe apreciar como que indica el modo de evitar una multitud de males morales; una carta, en fin, que nada es mas que una exâcta ampliacion de dos ó tres pasages algo obscuros y muy reducidos de la Historia Eclesiástica del Abad de Fleuri, ¿se critíca tan ágriamente, se censura con tanta dureza, se trata de impía, y de digna de prohibicion? ¿Qué mas podrían decir del papelito intitulado el Cordonazo de San Francisco? ó de : : : pero ya le declararé en otra carta. Si la censura fuera hecha por quien tuviera autoridad, vaya en buen hora, que donde está la autoridad legítima para juzgar, alli está la luz, y en semejante caso, á pesar de mis mas claros conocimientos, subscribiera yo el primero a la Censura: pero los Señores Críticos? ¿Los Señores Literatos á la Violeta, o á lo V-ban-sei, que es aun mas lastimoso? ¿Los Señores Estudiantes [700] del padre Larraga? Y estos en medio de la Corte, fallando así muy metidos en su camisón con tanta satisfaccion de su acierto, ac si alter Petrus loqueretur è Cáthedra? No amigo, no es este hecho para no aturdirse. ¿Y á qué se reduce la crítica? Vamos por partes, y pasemos revista á la dicha carta. No se enfade vm. si me detengo algun tanto, que es preciso hablar mucho y claro para que lo entiendan bien esos Señores Críticos, que quiero hacerles la gracia de cre-

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erlos mas ignorantes que maliciosos, aunque puede ser que tengan tanto de uno como de otro. Parece dicen esos Señores, que el principio del Discurso es arriesgado, ¡Sea por siempre alabado nuestro gran Dios! ¿Es arriesgado decir, que el destino, sea lo que fuese este, se ha de cumplir? Pues diremos que no se ha de cumplir el destino, y mas que este sea lo que [701] de nosotros tiene determinado la providencia de Dios. Que hay destino es infalible. Los Católicos Cristianos creemos, que hay una providencia infinita, que suave y fuertemente dispone de nosotros como conviene á nuestro bien, y á su gloria; y ¿diremos que no hay esto? Que lo digan esos Señores, que yo no quiero decirlo, y antes sí diré esto, y mucho mas que esto en un refrancito que me enseñaron mis mayores, y es que no se mueve la hoja en el árbol sin la voluntad de Dios. ¿Es arriesgado decir, que Dios no ha manifestado la concordia de la libertad con el destino? Pues lo será también decir, que aunque la Providencia para disponer de nosotros, no nos quita nuestra libertad, no alcanzamos el como se hace lo que Dios quiere, sin violentar nuestro albedrío. Pero yo me pierdo: No me acordaba de que esos Señores no [702] se contentan con creer como San Agustin creía, y creo yo; que Dios elige para su gloria á los que quiere por su misericordia, y á los que no, no los elige, y que esto no obstante, nosotros somos libres al bien y al mal. No se contentan, digo, con creer esto, sino que creen tambien que alcanzan este profundísmo Arcano de la eterna Providencia, con su antecedenter y consequenter, y asi podia yo facilmente haberles contentado en esta parte, con decir, que Dios dispone de nosotros á su arbitrio, voluntate antecendente, y nosotros usamos de nuestro voluntate consequente; y asi ú al revés, que viene á ser lo mismo, quedáramos todos compuestos, y hubiera pasado para con esos Señores como un oráculo, una verdad, que aunque lo es, no parece la pueden pasar por falta de estos dos terminicos. Sino es que lo que tienen por ar-[703]riesgado y por principio del Discurso, es aquel aserto del buen Estrangero, en el que dice, que á no haber tantas especies y prácticas introducidas, serian ménos dificiles las conversiones de los Protestantes, y aun mas frecuentes. Si esto es lo arriesgado, no tiene mas sino que tambien yo estoy en el riesgo, porque yo digo lo mismo. Yo lo he tocado por la experiencia, yo he sido el objeto de la admiracion de algunos de estos Señores, porque les he dicho la verdad, y les he asegurado que todas estas prácticas son de institucion de los hombres, y que la Iglesia solo las tolera porque no tienen cosa que se oponga á la Ley.

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¿Que por qué no ha de dexar la Iglesia á un buen hombre que quiere darse una, ó dos dozenas de azotes por sufrir algo por Dios, como esto sea sin perjuicio de la conciencia, ó riesgo de la Ley ó de la razon? Yo mismo, repito, lo he [704] tocado asi con mis manos; mire vm. pues, que arriesgado puede ser decir una verdad, y de aquellas que puede ser muy útil el que todos la sepan: demas que el Estrangero que alli habla, dice clara y expresamente: Esto se entiende no de las prácticas que la Iglesia adopta, sino de las que los Católicos añaden por su devocion, ó capricho. ¿Dónde está aqui el riesgo? ¿No es esto reducir á solas quatro palabras, quanto con aplauso de todo el orbe Católico dixo Luis Antonio Muratori en su librito de la Verdadera Devocion? ¿No es esto decir en suma quanto Juan Bautista Thiers escribe en sus obras des superstitions? ¿Y no es esto lo mismo que una tropa inmensa de Autores Franceses Italianos y Españoles dicen, publícan, vocean? ¿Con que todos hablan arriesgados? Pues yo no temo á semejantes riesgos: yo digo apoyado en la verdad, en la [705] razon en la autoridad, que á no haber tantas prácticas de devocion introducidas por capricho, y sin autoridad legítima, serian ménos las dificultades de los Accatólicos para venir á la Iglesia Santa. ¿Quieren por ventura esos Señores Críticos que yo les diga que la Iglesia nuestra Madre ha aprobado el Rosario del Beato Roxas, la Corona de los Dolores, la devocion y Septenario del Corazon de la Vírgen, el Triduo del Buen Ladron, y otra infinidad de prácticas de la misma estofa? ¿No ven todo lo contrario en la conducta del santo Tribunal de la Fé? ¿No ven á este Santo Tribunal proscribir las Letanías de Jesus, de San Miguél, las trobas de la Salve, Padre nuestro, &c.? Y ¿qué son todas las otras sino unas parientes muy cercanas de estas expresamente prohibidas? Dirán que si fueran tales las prohibirian tambien: pero entonces seria indispensable que [706] no se entretuviese el Santo Oficio en otra cosa. El no prohibirlas no es aprobarlas, antes sobra con que prohiba algunas, y diga las prohibe por no adoptadas por la Iglesia para que entendamos que en faltando la adopcion de la Iglesia hemos de mirarlas como dignas de censura. ¿Dónde, pues, está el riesgo? Ellos lo sabrán, illic trepidaverunt ubi non erat timor. Vamos adelante con la revista de mi carta: Empieza esta diciendo, que me choca la práctica de las disciplinas en los sagrados Templos. Lo dixe alli, y lo digo ahora, y lo diré otras tres mil veces; y añado, que le debe chocar á todo el que mire sin preocupacion el asunto. Apenas dice la carta esta proposicion, quando pasa á hablar de las disciplinas voluntarias en si mismas, y sin la qualidad del lugar o exceso. Y de estas, ¿qué dice la carta? Una

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verdad eterna: que sería temeridad condenarlas quando [707] se hagan con prudencia, con discrecion, y dentro de ciertos límites, porque asi las aprueba en cierto modo la Iglesia, pues no reprueba su práctica, y está extendida y recibida por las mas de las Sagradas Religiones: Que todo extremo es vicioso, y que asi no debe esto entenderse con exceso: Que aunque se cuentan flagelaciones excesivas de muchos Santos, como tambien otras mortificaciones terribles, que las Relaciones en esta parte tienen mucho que exâminar, y que quando sean verdaderas del todo, debemos creer que aquellos Santos hacian tales penitencias por particular influxo del Espíritu Santo, y que las debemos admirar pero no imitar: Y asi que las penitencias que la Iglesia aprueba generalmente, son con moderación dentro de los límites de la prudencia, y gobernadas por la discrecion racional, términos en que pasen desde luego las flagelaciones voluntarias. [708] ¿Aqui pues, qué hallan esos Señores Críticos que morder? Aten si entienden de atar ó desatar, ó si tienen atadero, aten, digo, esto con lo determinado en el Concilio de Braga de 675. en el Can. 7. y hallarán el mismo espíritu de racionalidad y moderacion en las flagelaciones que alli el Santo Concilio permite. Aten esto con lo que el P. Richard en el Analisis de los Concilios dice de esta mortificacion, y verán lo mismo; y atenlo sino se cansan de atar sin necesidad con lo que el Autor del Diccionario de las Heregías dice de esta mortificacion verb. Flagellans, y hallarán el mismo espíritu ello por ello; y se verán obligados á confesar que esta, y todas las mortificaciones que en la Iglesia se permiten ó toleran, han de ser discretas, prudentes y moderadas, que es lo mismo que la carta dice. Por via de disgresion continua [709] diciendo, que en el principio no obtuvo esta práctica el pase con tanta facilidad. Y qué, ¿no es esto verdad? Esta es una materia de hecho, aqui no vale el raciocínio, para saber esto no se necesita cursar Universidad alguna; aqui solo vá la certeza de este aserto apoyada en la autoridad: yo no tengo la culpa de que asi sucediera, no de leer, ni de que asi nos lo refieran los Historiadores. Leanlo esos Señores en la Historia Eclesiástica del Abad de Fleuri tom. 13. impres. de Bruselas de 1721. lib. 60. fol. 102. Leanlo en el mismo, tom. 21. lib. 104. fol. 427. Lean despacio al Gerson tom. 2. fol. 660. y lean al mismo patrono de las flagelaciones San Pedro Damiano opusc. 51 cap. 8. 9. y en el lib. 4. epist. 21. y en el lib. 5. ep. 8. y en el lib. 6. epist. 27. y en la Cronica de Mont. Casin. lib. 3. cap. 2. y verán si costó dificultad el pase á la dicha flagelacion [710] en su principio; y hablando con el citado Abad de Fleuri; verán como el mismo patrono de la disciplina confiesa tácitamente su novedad, pues es-

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forzandose á traer exemplos antiguos de ella, al fin ni uno siquiera puede encontrar. ¿Tengo yo pues la culpa de que ello fuese asi? ¿La tengo de que asi nos lo hayan dexado escrito? ¿Cómo, pues, no he de decir que es introduccion de ácia el Siglo II. y que costó harta dificultad su pase? Pero al fin pasó, la Iglesia calla, y yo tambien, mayormente quando esta Madre santa y piadosísima, no me ha mandado aun que yo la practíque. Sigue la carta hablando ya de las disciplinas en el Templo. Dixe alli que con esta qualidad la tengo por positivamente mala, por abuso, por digna de remedio. Es verdad, lo dixe, y lo buelvo á decir: y puesto que esos Señores Críticos me obligan á hablar claro allá [711] voy. Vengan vms. acá, ó estense allá, y diganme desde ahí, Señores Doctores, ¿cómo se tienen en el dia las disciplinas en la Iglesia? Baxando á ella toda una Comunidad, tomando cada uno su lugar, apagando la luz, levantandose los hábitos, y proporcionando al azote el modo de dar el golpe al descubierto donde duela y no lastime. ¿No es asi? No tiene duda. ¿Y es decente esta especia de desnudez en el Templo de Dios? ¿En la Casa de Oracion donde están, (y las mas veces descubiertas) las sagradas imágenes de los Santos, y de la Reyna de la pureza? En el Templo donde asiste realmente presente nuestro Señor Jesu-Christo, ¿será decente una postura que por lo general la prohiben á los Religiosos aun á solas en sus celdas las Constituciones, pues estas previenen que se quiten la túnica ya puestos en el lecho, y que sea lo primero que se pongan esta talar vestidura para que [712] se verifique la menor inmodestia aunque estén encerrados y sin luz? Y esto que no sería conforme á sus leyes encerrados en la celda, ¿ha de ser laudable estando en el Templo, y todos juntos, y á peligro de que el resplandor de una hacha de viento que vaya por la calle, y entre por las ventanas del Templo, sea bastante á turbar el acto con una luz, aunque escasa harto importuna? ¿No saben esos Señores, que nuestro Dios es todo luz y claridad, y que sicut tenebræ ejus, ita et lumen ejus; y que en su presencia nox sicut dies illuminabitur? ¿Cómo, pues censuran que yo diga que la disciplina en el Templo es mala, es abuso, es digna de remedio? ¿Por qué se ha de hacer de noche en el Templo por muchos, lo que de dia no se atreviera á hacer uno solo aunque se creyera seguro de una perfecta soledad? ¿En el Templo desnudez, y desnudez voluntaria, y tal [713] desnudez? ¿No sería mejor que callasen dichos Señores, y que se avergonzasen de aprobar tal desnudez á vista de lo que trabajó San Pedro Damiano, para defender la desnudez de la espalda, sin poder conseguir el satisfacer á los que la reprobaban?

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Hasta aqui amigo confieso á vm. que no veo en mi conciencia nada que tal censura merezca en la dicha carta; tal vez se hallará en lo poco que de ella queda. Dos especies se tocan en lo restante á qual mas dignas de reparo, y á qual mas verdaderas, ambas como riesgos que pueden seguirse de la Disciplina voluntaria en el Templo. La primera, que el Clèrigo que se hiere usque ad sanguinem, puede hacerse irregular. Esta proposicion se pone en la carta como probable. La segunda, que es dudoso si la Iglesia rociada en tal caso con la sangre humana, quedaria canónicamente manchada. ¿Quiére vm. decirme, qué juicio debere-[714]mos formar de la literatura y estudio de quien se ponga con toda seriedad á censurar estas dos proposiciones como cosa extraña, nueva, y tal vez como que tiran á desterrar la práctica saludable de esta mortificacion? ¡O Censores agudísimos! Podreis acaso escusar vuestra desidia, ó vuestra ignorancia á vista de que una y otra proposicion como están en la carta, ambas, bien que no con las mismas voces, las estampó la piadosa y delicada pluma de Gerson? Leedlo en el lugar antes citado, leedlo, y por si el leer os enfada, y se os ha olvidado la cita, leedlo, digo, en el tom. 2. fol. 660. y si no lo quereis leer alli porque la letra antigua, aunque de imprenta, se os resiste, leedlo en la Historia Eclesiástica de Fleuri tom. 21. fol. mihi 427. lib. 104. §. 33. y no estrañeis Señores por vida vuestra que yo diga lo que hallo escrito, que lo que todos decimos en estas materias, es [715] por que no han escrito otro, y los debemos creer. Una chispita queda en la carta que no la he de dexar sin su revista. Es el ultimo párrafo de ella en que se apunta un cierto inconveniente que trae consigo esta mortificacion del azote conforme y donde se practíca hoy comunmente, que milita en el Templo y fuera de él, como sea practicada con un tanto de vigor aunque no llegue á sacar sangre. Este se funda en una razon fisica que no penetrarán facilmente los Señores Filósofos que tienen el honor de haber estudiado si materia prima existit per existentiam formæ? La parte de nuestro cuerpo que hoy sufre comunmente los golpes de esta mortificacion, está en tal disposicion que son inevitables ciertos movimientos ocasionados del dolor que á cada golpe siente: Estos se hacen mas violentos con la postura de rodillas, que regularmente es la que se tiene al tiempo [716] de esta penitencia: De estos movimientos resultan necesariamente otros aun mas peligrosos en sus consecuencias, y del todo nace lo que no conviene explicar ni es decente. Estas consecuencias son naturalmente necesarias, particularmente en los que aun no han llegado á la vejez. Son muy violentas en las personas del otro sexô, y en todos son arriesgadas. ¿Por qué pues exponerse á este riesgo? No se me diga que los Santos

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se azotaron, y que no debemos creer que se expusieran voluntariamente á lo mismo de que huían. Los Santos practicaban este exercicio en la espalda, y asi estaban libres de estos efectos temibles. Esta consecuencia de la flagelacion voluntaria en los términos del dia, es tan cierta que si sus mismos defensores quieren confesar de buena fé la verdad, ya mas, ya menos se verán precisados á no negar la experiencia; pero dexemos una fisi-[717]ca que conviene saberse para dirigir penitentes, y se debe ignorar para hablar de ella sin una necesidad gravísima, y aqui no la hay. Antes de dexar la pluma quiero prevenir á Vm. una cosa en mi favor; y es que no se persuada vm. que quanto he dicho en defensa de la citada carta tiene por objeto el satisfacer á esos Críticos vergonzantes, que claman entre las tinieblas; nada para mi de ménos atencion que semejantes gritos nebulosos, que en su misma obscuridad llevan el signo de su poco valer. Nada me importa que griten, que alboroten, y ni aun me importaría si llegáran al despropósito de decir ó juzgar que eran dignos de mas respetable censura mis discursos. Ojalá dieran en esta manía. Yo sé bien que para darle cuerpo habian de implorar el peso del Santuario, y en este no hay la falacia que en el de los hijos de los hombres. En este se oye, se exâmina, [718] se juzga con prudencia y sabiduría, y tendria necesariamente una de dos satisfacciones, ó la de vér despreciadas sus críticas, ó la de ser corregido por quien con autoridad lo puede hacer y con prudencia lo hace; y en este segundo caso, repito, sería yo el primero que subscribiese á la Censura. En este supuesto quedemos amigo, en que estas son todas las verdades inconcusas que se hallan en mi Carta 42. Primera: Dios hace de nosotros á su voluntad, y sin violentar la nuestra sin que haya hasta hoy manifestado el modo de concordar estas dos cosas, porque nos quiere en esta parte ignorantes, y en todo fieles adoradores de su sabiduría y providencia. Segunda: La flagelacion voluntaria prudente, dentro de ciertos límites, y arreglada á razon, sería temeridad reprobarla, porque la Iglesia en cierto modo la aprueba. [719] Tercera: Esta flagelacion se introduxo ácia los fines del Siglo diez y principios del once, sin que en los Siglos anteriores haya rastro de ella, y en su origen hubo harta dificultad para su admision y extension. Quarta: Como se husa hoy comunmente es abuso hacerla en el Templo, y tiene no pocos riesgos dignos de evitarse su práctica particularmente en jóvenes y personas del otro sexô.

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Quinta finalmente: es dudoso si sería irregular el Clérigo que se sacase copia de sangre con la flagelacion voluntaria, y no es improbable que la Iglesia que con la sangre humana asi sacada y se regare Canonicamente manchada. Con todo como soy hombre y no tan universalmente Docto como Vhan-sei pues este es en su opinion el sugeto mas científico que hay desde España hasta el Cabo de Buena Esperanza, y desde la ligera Francia, basta la avá-[720]ra y ceremoniosa China, cuya verdad están acreditando sus obras muy Chinas en la erudicion: como soy hombre, repito, puedo errar, y por lo mismo sugeto las dichas proposiciones á la correccion, en primer lugar, de la Santa Iglesia, y quien su autoridad haya, y despues á la de qualquiera sábio, que con juicio y no por espírito de partido ó temeridad las censure. Vœ qui dicitis malum bonum, & bonum malum: ponentes tenebras lucem, & lucem tenebras: ponentes amarum in dulce, & dulce in amarum. Isai. Cap. V. v. 20.

Carta XLIV ¿Pues qué será si la atencion convierten á ese par de teatros que divierten al Matritense vulgo, y le habitúan á falsa idea de lo que es un Drama; que en las rudas molleras perpetúan la no envidiable fama de absurdos é increíbles fabulones en que el Poeta con el arte juega á la gallina ciega, y á tientas gira, dando tropezones? Obras de D. Tomás Iriarte. Tom. II. Epist. I. [722] Señor Censor. ¿Y quién le dice á vm. que no tiene mil razones para estár sumamente enfadado conmigo por el poco cuidado que pongo en corregir las pruebas de los Discursos que imprimo? pero amigo, es tan azogue el genio que naturaleza me ha regalado, que se las puedo apostar al otro, que ponderando su viveza, y la particular volubilidad de su lengua, dixo rezaba el Rosario en ménos de una Ave Maria. Me es demasiado repugnante leer dos ó tres ve-

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ces las pruebas, pues todo yo soy de primera impresion, y esta es la unica causa de lo poco correctas que salen las cartas que dirijo á vm. quien tendrá á bien le diga el modo de enmendar las erratas de mi numero anterior. [723] Pag. 702. lin. 17. dice, de nuestro, lease del nuestro. Pag. 712. lin. 1. dice, se verifique, lease no se verifique. Pag. 715. lin. 1. dice, no, lease lo. Pag. 719. lin. 7. dice, husa, lease usa. En la propia, lin. 16. dice, Y no es improbable que la Iglesia que con la sangre humana asi sacada y se regare, canónicamente manchada: debe decir: Y no es improbable que la Iglesia que con la sangre humana asi sacada se regar, quedase canónicamente manchada. Si acaso en el citado papel advirtiese vm. otros descuidos de mas sustancia, le pido me haga el favor de señarlarmelos para desdecirme, para retractarme, para confesar que erré, pues no quiero sostener con sofismas ni improperios mis ignorancias ó equivocaciones, remando contra la razon y el buen juicio á guisa de ese insigne literato de los Países Baxos del Parnaso en su [724] libelo intitulado el Pasatiempo, cuya modesta y atenta produccion está manifestando que su Autor renegó antes de ponerse á escribirla de todos los sentimientos de providad, moderacion y buena crianza: y asi solo se le puede contestar por ahora aplicandole aquella Decima de la discreta Monja de México, en que hablando con otro : : : pintiparado á mi Suegro en defender sus desvaros, dixo, Tenazmente porfiado intentas Forner molesto porque erraste lo compuesto componer lo que has errado: yerro cometes doblado, pues quando mil tretas usas, con que confesar rehusas y en no haber culpa te cierras, por escusar lo que yerras, yerras todo lo que escusas. Podria decir muchisimo mas so-[725]bre el asunto, pero no siendo aun tiempo de hacer la analisis de cosa tan linda, permitame vm. que en el interin llega el oportuno, le suplique lea la siguiente carta que recibi mucho tiempo há por el Correo de Andalucía.

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Señor Corresponsal del Censor. Muy señor mio: No hay asunto mas digno de la atencion de vm., ni mas propio del objeto que vm. se ha propuesto, que la reforma del teatro, que es la escuela del público, y donde al mismo tiempo que se divierte, forma su corazon, y se llena de pensamientos nobles, «Un teatro arreglado (dice el Abate Andres) puede contribuir á la cultura de una nacion no menos que las escuelas mas florecientes» Veamos, pues, el estado en que se halla nuestro teatro, y veamos si se [726] puede averiguar la causa de su desarreglo. Aunque se ha escrito mucho sobre el asunto, no creo que por esto se debe dexar de insistir en su reforma: ni me persuado á que el público reciba con desagrado esta carta en que se intenta descubrir la verdadera causa del estado lastimoso de nuestras Comedias. Clamen como gusten los panegiristas del teatro: lo cierto es, que en el presente sistema vienen á ser nuestras comedias el oprobio de nuestra Religion, y el descrédito de una Monarquia, que tiene por cabeza un Príncipe «que hace alarde del título de primogénito de la Iglesia, y que de ningun otro timbre hace mas gloria que del de Catolico.» El horror con que mira este religioso Monarca semejantes diversiones es una prueba de lo dignas que son de proscribirse, y de que si presta su permiso, es sacrificandolo á la máxi-[727]ma racional, y política de ser indispensable á un estado permitir algunos males por evitar otros mayores. Si no estuvieran tan á la vista los objetos frívolos, indecentes é impios, que son por lo comun el asunto de nuestras representaciones, sin interes alguno político; y si no estuviera tan recientemente impreso el Censor n.° 167. me detendria en hacer vér quan repugnantes son á la Religion, y á la política las piezas que se representan comunmente; pero seria agraviar una verdad notoria, conocida de todo el mundo, el detenerse á probarla. Tampoco es mi ánimo echarla de erudito refiriendo las tres unidades, y demas reglas que prescriben los Maestros; son bien sabidos estos cánones tan autorizados por la naturaleza, como desconocidos de nuestros Dramas. Mi objeto principalmente se dirige a buscar la verdadera causa de este desarre[728]glo tan notorio, y tan perjudicial. Una de las razones que dan para mantener el teatro en el indecentísimo estado en que lo vemos es, que asi agrada al público, y que siendo este quien contribuye á sostenerlo es necesario darle gusto. Esta razon es tan indecorosa á una nación culta, como falsa, y desacreditada por la experiencia muchas veces. Quiero suponer, en gracia de los que piensan asi, que por esta voz público se entiende la gente soez, que no sabe distinguir de colores, y

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aun entendida asi, repito que es falsa esta razon. Un Drama bien hecho ha de interesar necesariamente al auditorio sea el que fuere, le ha de trasladar á aquellas escenas que representa, y su estrecho enlace y trabazon le ha de ligar de modo que le tenga pendiente y con ansia de saber el fin de aquel personage que le debe la primera atencion: otro en mi lugar hubiera dicho catastro-[729]fe; pero yo quiero ser entendido de las personas con quien hablo. Esta reflexion justa dirán que no hace fuerza á los que gustan oír escopetazos en las tablas, mil batallas en mil lugares, y otras seiscientas mil cosas de este jaez. Para satisfacer á estos era menester poner á la vista una comedia buena bien representada, y otra de cascabel gordo, bien carbada de metralla, y vér cómo oía el vulgo una y otra. El aplauso con que se reciben algunas Comedias de figuron, que segun los juiciosos, son las mas arregladas, acredita, que no prefiere el vulgo lo malo á lo bueno en esta parte. Lo mismo se ha manifestado en otras representaciones sérias. Fuera de esto, yo estoy muy lexos de persuadirme á que el buen gusto, el decoro, la discrecion, y el juicio del resto de la nacion se habia de sacrificar á la intima plebe. No es, pues, esta la causa del estado lastimoso de nuestros Coliseos. [730] Tampoco puede atribuirse á los Actores, porque estos representan el caudal que tienen, y como hay tan poco bueno en que escoger, no se les puede imputar la mala eleccion, quando los que tienen mas motivo de juzgar del verdadero mérito de las piezas, se vén y desean para hallar una regular. Si por fortuna nuestra tuvieramos muchas piezas arregladas, entonces sí que justamente se les podria reconvenir, y obligar á que representando lo bueno, sepultasen en el olvido la obscenidad, la impiedad, y la barbárie que hace horrible nuestro teatro en el dia. La falta, pues, de muchas piezas buenas es la verdadera causa de la infelicidad de nuestro teatro; y ¿de dónde depende esta falta? He aqui el origen del mal, y el objeto de mi carta, averiguar en qué consiste la falta de buenas piezas, en cuyo asunto pienso discurrir brevemente con algun fundamento. [731] ¿Atribuirémos esta miseria á nuestra poesía? no hagamos tal injuria á nuestro idioma; pocos habrá, segun los inteligentes, que puedan producir los afectos del alma con tanta viveza, tanta magestad y expresion; pocos habrá tan enérgicos; nuestra poesía es igualmente admirable en lo sério que en lo jocoso. ¿Es acaso la escasez de ingenios la que nos tiene tan pobres de comedias dignas del público? Tambien sería esto un agravio manifiesto á la nacion, y á las muestras que nos han dado de su talento poetico muchos modernos. Las piezas de poesía que ha premiado la Real Academia

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Española, son muy pocas respecto de las que pueden acreditar la multitud de sujetos capaces de reformar el teatro. Pues si nuestra poesía es excelente, si tenemos poetas, ¿en qué depende que carezcamos de buenos Dramas? La respuesta es tan facil como verdadera: en nada otra cosa consiste [732] sino en el desprecio que se hace comunmente de la poesía. En otro tiempo dicen que se hacía mucho aprecio de los ingenios que posehian [sic] este arte encantador; pero ahora (usaré de las palabras del Abate Massieu) parece que se ha amortiguado aquella viva pasion que se le tenia. No se advierte que el mérito de los Poetas haga grande impresion en los ánimos, y es muy corto el número de aquellos que pudieran citarse, á quienes el trato con las Musas ha ensalzado ó enriquecido. No es mi ánimo emprehender aqui la defensa de la poesía, ni copiar lo que á su favor expone sólidamente dicho Massieu, y otros infinitos. Las causas que hacen odiosa á la poesía, pueden contribuir admirablemente á su defensa: si una cancion amorosa turba el ánimo, y lo inflama por los encantos de la expresion, por la misma razon encenderá en la virtud una canción vir[733]tuosa; si una comedia desarreglada, ó no lisonjea mas que la curiosidad, ó produce ideas falsas, una comedia buena las producirá verdaderas y cultivará la política y moral. Es un error manifiesto imputar á la poesía el vicio personalisimo del Poeta: y siendo este un error tan craso me admira ciertamente que esté tan extendido; y me lastima entre otras cosas, que este sea el principalismo, ó acaso el único motivo del atraso infeliz de nuestro teatro. A la verdad, Señor Harnero, ¿qué hombre sensato se ha de poner á trabajar una Tragedia, ó Comedia para sacer al fin de muchas fatigas el titulo de Coplero? ¿Quién ha de emplear su talento en adquirirse un nombre odioso ú despreciable para muchisimos? ¿Quién ha de comerciar con las Musas quando comumente son tenidas por unas Lays? ¿Se ha atrevido alguno á poner en su relacion de méritos, que trabajó una comedia arreglada [734] en que ridiculizó por exemplo la hipocresía? No digo yo en la relacion de méritos, en las mismas obras de poesía se abstienen los mas de publicar su nombre; y en otras ocultan el título de Poeta como si fuera un delito enormísimo, y si lo publican tal vez, lo primero que hacen, es disculparse diciendo que han escrito aquella obra por desahogo de mas sérios estudios. Esta es la corona de laurel con que se honran los Poetas de nuestros dias ilustrados. Veamos ahora el interes pecuniario que consiguen nuestros Poetas. Tire vm. la cüenta muy en favor del que imprime una pieza buena, que es la

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unica ganancia que puede esperar; y cotégela con lo que le producen á vm. sus papeles; verá vm. claramente que quando vm. no saque mas ganancia, excederá muy poco la del Poeta, siendo asi que este ha gastado tres, ó quatro meses, ó quizás años, y vm. ha-[735]bra consumido quando mas quarto ó seis horas en escribir su papel. Esto supuesto, en que no cabe duda alguna, ¿no sería vm. un grandísimo tonto en preferir un trabajo grande á un pequeño de igual utilidad, y acaso de mas honor? Si el honor, y el interes hubieran estimulado al Sr. A. quando imprimió su N. ¿hubiera abandonado el teatro por entregarse á construir el C.? ¿No hubiera sido este Autor un bonus vir en dedicarse al grandísimo trabajo de escribir Tragedias, que no le producian ni honra ni provecho, cuando tenia á la mano la traduccion de una obra, que sin costarle grandes dolores de cabeza le habia de valer muchos doblones, sin diminucion de su crédito? Desengañémonos Señor Corresponsal, el v. g. de la pobreza es un Poeta; y el v. g. de la falta de sabiduría y de juicio es un Poeta: pues ¿quién se ha de meter á Poeta? [736] ¿Quién ha de emprehender el árduo empeño de oponer á la multitud de malas piezas algunas buenas? ¿Qué hombre juicioso, instruído y verdaderamente poeta ha de querer confundir su nombre con los Moncines, los Valladares, y otros infinitos que por hacer una decima, ó una comedia malísima son llamados igualmente Poetas? Diga lo que quiera Vanieri. Ausus non operam, non formidare poetœ Nomen, adoratum quondam, nunc pene procaci Monstratum digito, seram vel denique famam Non auditoro cineri post fata relinquens. Diga lo que guste Ovidio Me tamen extincto fama superstes erit. y en otro lugar Ergo, etiam cum me supremus adederit ignis, Vivam, parsque mei magna superstes erit. Digan finalmente lo que se les antoje los amantes de la fama póstuma; [737] yo creo firmísimamente que si los célebres Poetas no hubieran tenido otro aliciente para escribir versos que los elogios reservados á sus cenizas, si hubieran sido despreciados casi generalmente por este arte, y si no les hubiera producido otra utilidad que la satisfaccion de esperar alabanza y fama despues de sus dias, á buen seguro que hubieran comerciado con las Musas. En este supuesto, que en mi sentir no es dudable, creo que he mani-

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festado la causa principal, ó tal vez la única del estado infeliz de nuestro teatro. Salga vm., pues, Señor Corresponsal revestido por tercera vez del carácter de proyectista. Hé aqui el proyecto. Autoricese una junta de quatro, ó seis Poetas buenos; trabajen estos, cada uno segun su númen, piezas de ley; asistan á los ensayos de ellas, y no permitan que se represente pieza alguna que no sea suya, ó si fuere agena, que no [738] merezca la aprobacion de la junta. Si este proyecto se realizara vería vm. á vuelta de muy pocos años, qué distinto aspecto tendria el teatro; qué distinto decoro sus Actores; qué diferente gusto la nacion toda; y qué diverso semblante nuestra Poesía Dramática. Juzgo tan necesario este proyecto, ú otro equivalente, que sin él continuará la barbárie, y la obscenidad en nuestras tablas; y estoy tan firmemente persuadido á que se hacía en esto un grande obsequio á la Religion, que sin embargo de no convenir mucho mi carácter con este exercicio, creería no solo no degradarme en escribir buenos Dramas, sino contribuir en gran manera á la Religion, y á la Patria, si me hubiese dorado el Cielo del númen capaz de desempeñar este arte difícil. Mande vm. á su amigo A. B. N.

Carta XLV . . . Nec voto vivitur uno. Pers. Sat. V. v. 53. Cada qual quiere diferente cosa. ¡Qué poco se estima, Señor Censor todo aquel cuitado que dando oidos á las lisongeras seducciones de su amor propio, se mete á Escri-[740]tor público! ¿Quántos disgustos no tiene que sufrir, y quántos riesgos que arrostrar? Forzosamente se ha de ver obligado á lidiar contra la pálida y mustia envidia, contra la íntriga, contra la cabala, y lo que es mas temible, contra la ignorancia, y contra la maledicencia. Los sangrientos combates que ha tenido vm. que sostener prueban nada equívocamente la verdad de mi aserto. En semejantes lides, quienes debian ser mas cobardes, son precisamente los mas atrevidos; quiero decir los mas ignorantes, los que apenas saben deletrear un libro con letras de cupula, son los mismos que por desgracia de la humanidad y de la literatura, deprimen mas al Escritor, los que mas rotundamente fallan sobre el merito de sus producciones, y los que persua-

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didos á que son los Brutos de toda ciencia y de toda erudicion, usan de mil baxos ardides para oponerse á todos [741] aquellos que dando pruebas de su aplicacion y talento, los miran ya como á unos Tarquinos que aspiran al despotismo en la República de las letras. ¡Miserable condicion humana! Sobre qualquier asunto que un hombre intente escribir, le salen al encuentro mil dificultades que le impiden desempeñarle como corresponde, á menos que tenga vocacion perfecta de ser triste víctima de la ignorancia, de la malicia y de la detraccion. Escribe vm. su n.° 113, y dándole el Doctísimo Apologista de la nacion la interpretacion mas maligna, le censura con la misma solidéz y moderacion que Demosthenes, cocinero del Emperador Valente censuró la Teología del gran S. Basilio. Toco yo sobre algunos métodos que podría convenir se observasen en las universidades, y exâmenes, y sin impugnar mi opinion me dice el propio muy Señor mio y de mi mayor afec-[742]to, que no he cursado en las Universidades, cargo tan sólido como todos los suyos, y tan fundado como si yo quisiese censurar á Mariana la descripcion que hace de la Batalla de Covadonga, á Solís las que nos describe de Cortés contra los Tlascaltecas, y á Rollin la narracion que nos hace de la de Cannás, porque ni unos ni otros se hallaron en ellas, ni conocieron á D. Pelayo, á Xicotencal, ni á Anibal, sin hacerse cargo que lo que se necesitaba probar era que Mariana, Solis, y Rollin habian escrito fábulas, pues qualesquiera otras discusiones y faramallas, son ridiculas y muy fuera del asunto. A la verdad, nada sería mas conveniente para honor de la nacion y de la literatura, que tan insípidos y perjudiciales libros como son todos esos en que no se lee otra cosa que sofismas y dicterios, sufriesen la misma pena que sufrieron en Francia los de los [743] Nominales, á los que mandó Luis XII cerrar con cadenas para que á ninguno le fuese posible abrirlos ni leerlos; decreto juicioso si reflexîonamos que tales obras no sirven de otra cosa que de corromper el gusto, é imbuir mil sandeces en las cabezas de los lectores incautos é ignorantes. Dum spectant oculi læsos, læduntur & ipsi. Escribo que las sumas de Moral en Castellano debian absolutamente proscribirse por lo perjudiciales y escandalosas que son, porque adulan la vergonzosa desidia é ignorancia de todos los que usan de ellas, y lo que es peor, porque enseñan á pecar; y me echo acuestas nada menos que la vagatela de todo el encono y execracion de los Eclesiásticos romancistas, honrándome con los christianos y caritativos epitetos de malvado y herege. Si decla-[744]mo contra el excesivo número de dias feriados que sin motivo alguno, y contra todas las reglas de una buena legislacion, gozan mu-

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chos oficinistas, y expongo con este motivo los perjuicios que se les siguen á los siempre desgraciados pretendientes y litigantes; se levanta contra mí un exército de vagos é imbeciles entretenidos y escribientes de formula, y armado cada uno de su tintero y salvadera, amenazan con estos dos instrumentos á mi pobre cabeza. Si me burlo de la mala crianza que dan muchas madres á sus hijas, de la escandalosa profusion de estas, y demuestro al propio tiempo que de tan mala conducta y de ser tan grande el número de las Leocadias Matutes, proviene el cortísimo número de matrimonios que hoy se efectuan, y de que esten tan mal acoplados y corrompidos los hechos: experimento en todo Estrado, en toda concurrencia el [745] mas encapotado ceño de este sexô faláz y seductor, y lo menos que me llaman es, mal criado, patan y rechapucero. Si critico la poca vergüenza de esos miserables parasitos que por un efecto preciso de su miseria, de su vil modo de pensar y corrompido corazon, se prostituyen hasta el extremo de venderse a una vieja para que los alimente y vista, con la honrosa y envidiable pension de acompañarla en su casa, teatros, paseos y tertulias, protestándola quince veces por minuto que su hermosura los tiene prendados, y sus gracias hechos unos bobos, me atraigo la indignacion de : : : de : : : si quisiese nombrarlos en mi mano está, pero me abstengo de ello por que vmd. y otros muchos los conocen tan bien como yo. Si clamo con una voz de hierro á manera de la de Estentor contra los Censores que aprueban libros inútiles, quando no perjudiciales, haciéndoles presente [746] además de mis débiles razones dos leyes del Reyno, la 23 lib. I.° tit. 7 de la Recopilacion donde se manda que, las cosas vanas y sin provecho defiendan que no se impriman: y la ley 48 del lib. 2 tit. 4 que dice: Encargamos (á los Jueces de Imprentas) vean y exâminen los libros con todo cuidado, antes que den las dichas licencias, porque somos informados que de haberse dado con facilidad se han impreso libros inútiles y sin provecho alguno, y donde se hallan cosas impertinentes; me adquiero toda la temible indignacion de los que aprobaron el Juzgado Casero, las obras de la Vestal Mademoiselle Bouville, y el Pasatiempo de V-han-sei. Ultimamente, si me electrizo contra los absurdos y blasfemias que se leen en varios carteles anunciado los cultos que los fieles celebran en obsequio de éste ú del otro Santo como hice en mi n.° 38, no bien estaba seca la tinta con [747] que se imprimió dicho número, quando se fixó otro cartel cerca de esta Corte, el qual sin quitar ni añadir una letra, decia de este modo.

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AVISO AL PUBLICO. El Domingo que se calculará 15 del corriente, (nueva escophoria del divino Methamorphosis) se celebrarán en el Convento del humanado Serafin, extramuros de esta Villa, obsequios, cultos y adoraciones reverentes, muchas veces repetidas, y nunca bastantemente aplaudidas. El Escopo de tan divinos epinicios será el Celeste Promethéo Equinocioardido incendio del Phebéo carro, el Brisamita y Criñon del serafico topio: El mas purpureo Tulipan y Azicó del viridario Celeste, Charopo, y visagra de sus divinos incendios: Sobsequio y Pirausta abrasada en divinas luces: Eleutipo y cornucopia de todas las virtudes, [748] prodigios y milagros: El dulce iman y atractivo de corazones siliceos y adamantinos: Y finalmente, el Aquiles Paduano, y Quina Lusitana, que hechos sus rayos Breféo y troféo de reales é infantiles faxas, se manifestará este dia en benigno aspecto, con asistencia corporal de su Adonis y divino cupido Sacramentado en realidades de vivo y apariencias de difunto. «Ocupará el Analogio y sugesto sacro para preconicar sus divinos encomios, el M. R. P. &c.» Vea vm., Señor Censor que sin duda se dixo por esto, mandanles que no ronden y compran Bihuela. A vista de semejante enmienda, ¿qué le parece á vm. debo determinar? La respuesta es facil: dexarlo, y dexar á cada uno que delire impunemente; que siembre por toda la nacion mil necedades, mil errores, y que proporcione á los Extrangeros un millon de motivos para que se rian á [749] carcaxadas de nosotros. Voy á comunicar á vm. los fundamentos que tengo para guardar en lo subcesivo un perpetuo silencio, refiriéndole lo que dias pasados me sucedió en una tertulia. Era bastante grande el concurso de Damas y Caballeros que la componian: uno de los que en ella hacian número me preguntó si tenia ya formado el Discurso que debia dar á luz en la semana inmediata? = Si Señor le respondí, y justamente le traigo en el bolsillo para pasarle á la censura. = ¿Y de qué trata? = De las costumbres. = Pues si quisiese vm., Señor corresponsal, hacernos el favor de leerle, tendriamos mucho gusto en ello. = A súplica tan modesta, condescendí con sacar el papel, y leerle en alta voz á toda aquella respetable y discreta asamblea. Quantos habia en ella le celebraron muy mucho, y aun algunos de los que menos le entendieron, pensaron formar un famo-[750]so panegírico del Discurso, y remitirsele á los Diaristas de Bovíllon ó de Pekin, para que ocupase digno lugar en su periódico, informándolos al propio tiempo, (porque lo consideraban muy del caso) de mi edad, de mi fortuna, y aun creo que de mi vida y milagros:

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pero yo, casi hincado de hinojos, les rogué por el alma de sus finados desístiesen de semejante empeño, haciéndoles presente, que conociendo hasta los menos advertidos la mano y la superchería, se reirian de mi simpleza, haciéndome la fábula del Pueblo: Que tales ardides y estratagemas eran muy despreciables á los ojos de qualquier sensato: Que yo pensaba con otra moderacion y filosofía: Que si mi papel era malo, no le habian de hacer bueno quantos encomios pudiesen estampar en su favor todos los Diaristas del universo: y en fin, para que se convenciesen de lo poco ó nada que se [751] debe contar sobre los elogios que algunos Diaristas dispensan sin dificultad á muchas obras, tuviesen entendido que varios de los artículos que incluyen en sus Diarios, ablando del mérito de ciertos libros, no eran otra cosa que copias de lo remitido por sus autores, ú otros mas fatuos que estos; y que si gustaban, verian estampado brevemente en qualquiera Diario extrangero un desmedido panegírico de las Conversaciones instructivas del P. Arcos, y de las Adicciones del Quixote, no embargante ser dos obras muy hijas del talento de sus padres. No tiene duda que es así, dixo un petimetrísimo, y monísimo Abate, y por lo tanto hace vm. muy bien, Señor Corresponsal, en despreciar un favor tan farandulero como le querian dispensar estos Caballeros. El Discurso que vm. nos acaba de leer es muy bueno, muy sólido y muy eloqüente: pero me parece debería vm. borrar aquel [752] parrafo donde satirizando nuestra ignorancia, nuestra teología, y nuestro moral que nos dá ensanches para estar disfrutando quince ó veinte años una pingue renta eclesiástica sin vocacion de ser jamás Clerigos, nos expone á ser el objeto del escándalo y befa de quantos mediten un poco christianamente. Buen papel y graciosísimo, dixo una superfina petimetra: pero si borrase vm. de él ese articulo de las modas, pues no es otra cosa que una sangrienta sátira contra quantas las siguen, quedaba un Discurso completamente agudo y fundado. No se puede negar que habla vm., Señor Corresponsal, con mucho conocimiento, y con una erudicion nada pedantesca en esa obrita, me dixo un Devoto contrahecho: Esos rayos de eloqüencia que fulmina vm. contra la corrupcion de costumbres que se advierte hoy en nuestra Patria, están muy bien [753] disparados; pero no quite vm. la mascara á la hipocresía, que esta, como dice no sé quien, es casi el único homenage que tributa el vicio á la virtud, siendo muy freqüente que la que el mundo llama tal, no sea por lo comun otra cosa que un fantasma formado por nuestras pasiones, á que se dá un hombre honesto para hacer impunemente quanto se quiera.

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No toque vm. en ese papelucho la tecla de los cortejos, me advirtió cierto amigo y confidente de aquella Doña Mesalina que vm. sabe, pues esto puede despertar á su Esposo D. Claudio, y podria atraerme algunos desabrimientos si acaso despertase el gato que duerme. Viendo yo que casi ninguno de los oyentes dexaba de venir á pedirme alguna gracia para que suprimiese aquel pasage de mi carta en que se creia retratado, tuve la docilidad de romper el manuscrito, y [754] ofrecerles que jamás volvería á escribir sobre las costumbres. Como el tiempo era corto, y que por lo mismo me faltaba el que necesito para formar otro Discurso, tendrá vm. á bien disimularme no le escriba en este correo cosa alguna; pero le ofrezco desquitarme en el inmediato, y hablar largamente sobre lo que vm. verá luego que reciba mi Carta.

Carta XLVI Difficile est satyram non scribere: nam quis iniquæ Tam patiens Scœnæ, tam ferreus ut teneat se? Juv. Sat. Ia v. 29. Señor Censor. Un sugeto de talento y de gusto delicado, me ha escrito la siguiente carta. No pudiendo ni debiendo yo [756] privar al público ilustrado de tan juiciosas reflexîones como contiene, he determinado imprimirlas, por si convencidos con ellas los que á tamaños males pueden poner remedio, aplican alguno que mejore nuestros teatros. Deseo que esto se verifique, y que nuestro Señor guarde á vm. muchos años. Señor Corresponsal del Censor. Amigo y dueño mio: al cabo de un silencio tan dilatado, contemple vm. que gozo habré tenido al leer su carta, el qual puedo asegurar que ha sido casi tanto como si con ella hubiera vm. venido en persona. ¡Quántas cosas revolvió mi memoria en aquel corto tiempo! ¡quántos sucesos se me representaron, cuyas imagenes, entristeciéndome el corazon contribuyeron á minorar el gozo con que leía los deseados renglones de su cara de vm.! Por ella veo la filosófica y retirada vida que pasa vm. [757] y la tranquilidad que goza: Sin embargo me admira lo que me dice de que su única diver-

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sion son los libros y el teatro. Apruebo muy mucho la primera, y desapruebo muy mucho la segunda, porque en el estado y deplorable constitucion de nuestros teatros, parece increíble que un genio templado al modo del de vm. halle verdadera y racional diversion en las cosas que no estan arregladas á la razon y al arte. Será asunto de mi carta exponer á vm. los motivos que tengo para admirarme le sirva de diversion lo que á todo hombre de juicio bien puesto no le puede servir de otra cosa que de enfado y desabrimiento. Es el teatro escuela de las buenas costumbres, en donde con lecciones y exemplos vivos se deben aprender las acciones virtuosas, la propiedad y hermosura del lenguage, y el aborrecimiento á aquellos vicios y baxezas que tanto degradan al hombre. En quanto á lo pri-[758]mero, aunque en los Dramas modernos se proponen varias veces algunos exemplares dignos de imitarse, se ven á vuelta de ellos tales disparates é indecencias, que hacen el mismo efecto que haria la leche de burra en un sugeto cuya sangre y humores estuviesen sumamente ardientes, si al medio dia y por la tarde comiese y merendase una buena porcion de chorizos de Estremadura, y otras cosas á este tenor. De lo segundo no hay que hablar, porque el modo de admitir las composiciones Cómicas, y el de trabajarlas, no permiten ni es posible que se ponga en ellos el cuidado necesario para su perfeccion, de lo qual hablaré mas adelante. En quanto á lo tercero, pueden deponer los que oyen la mayor parte de los Saynetes, y casi todas las tonadillas modernas, las quales, segun el gusto presente de los apasionados, es menester que sus letras abunden de ciertas agudezas que llaman golpes, pero vm. las llamaría coces, si [759] ya no es que algunas veces se las puede dar el nombre sin disputa de insolencias ú obscenidades. Todos estos males, segun mi corto entender, y lo que oigo á personas, de cuyo dictamen se puede hacer mucho mas caso que del mio, nacen de la constitucion Cómica que tenemos, la qual es tan defectuosa, que solo la costumbre tan inveterada, y el ningun cuidado y aprecio que merece á quien podía remediarla, puede hacer que subsista. Las dos Compañías de Cómicos que tenemos dependen absolutamente del pueblo, y no como quiera del pueblo, sino del mas ínfimo y grosero. Los caudales con que contribuye el público, despues de pagados los gastos, y demás cargas que tienen las Comedias, (que no son pocas) se reparten entre los individuos de ambas Compañías segun la parte que exercen. Estas son numerosísimas, de modo que á lo menos la tercera parte sobra, y solo sirve de minorar la ganancia á los [760] primeros que están trabajando todo el año. Como ninguno de ellos tiene situado fixo que le asegure la manutención, primero y principal movil de las acciones del

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hombre, todo su afan es anhelar por complacer al vulgo, que es quien llena la mayor parte del teatro. Por esto siempre que se les presentan á los Cómicos dos comedias, una llena de disparates y pasmarotas, en que salga por el Patio la Dama ó el Galan á caballo entre soldados con fusil y vayoneta, como si le llevaran á dar garrote, y allí desafie uno á uno, ó dos á dos, á los que están en el tablado; y otra escrita con arreglo en lo posible, y sin desatinos clásicos, siempre eligen la primera; porque aunque algunos de los individuos de las Compañías tienen la suficiente instruccion para conocer lo malo y lo bueno, como saben mucho mejor por la experiencia, que aquellas cosas suelen por lo comun gustar al pueblo, temerosos con mu[761]cha razon de perder dinero, executan estos y otros muchos desatinos, y los buscan y pretenden, so pena de ayunar á pesar suyo, y doblarseles el trabajo del estudio. De este modo se ha conseguido que un espectáculo tan serio, tan sábio y racional como el teatro, esté dominado, dirigido y supeditado por lo mas baxo y grosero del pueblo, á cuya idiotez y barbarie se han de sujetar quieran ó no quieran todos los demás de la nacion, sin que les valga el privilegio de su clase, de su instruccion ó de su prudencia. Siempre que alguna comedia arreglada y buena ha gustado al pueblo, (que son á la verdad muy pocas) ha sido por un efecto de una casualidad de ningun modo esperada de los actores, y admirada de los espectadores inteligentes; y yo apuesto, que si al tiempo que vieron les Cómicos dichas composiciones, les hubieran presentado otra de las que abundan en nuestro siglo, tal vez [762] hubiera sido esta preferida, quedando la otra sepultada en perpetuo olvido. Dirá vm. que ¿por qué los señores Comediantes viendo el buen efecto que hacen, y el aplauso que merecen esas comedias arregladas, decentes y discretas, no abren los ojos, y siguen siempre eligiendo las que se parezcan á ellas para representarlas? pero á este punto se pueden dar varias respuestas. Aunque vean lo bien que ha recibido el pueblo el tal dráma, les queda el temor de que tal vez otro le cansará y perderán de ese modo lo que acaban de ganar, y así van á lo seguro, y siguen con las acostumbradas monstruosidades. Además, como las piezas teatrales se leen en público consistorio para su admision, en el qual (como es regular) tienen voto de preferencia el Galan y la Dama; siempre que alguno de estos halla en la comedia que se lee que le ha puesto el Autor de ella un papel acomodado á su genio y carác-[763]ter, ó muy sobresaliente, ó con alguna accion particular de mucho lucimiento, aunque conozca que la tal composicion es detestable, (pues puede suceder muy bien ser una comedia sumamente mala, y tener un papel ó dos muy buenos) el amor propio, y el deseo de lucir le ciega y le hace declararse abiertamente por ella: adhieren á su dictamen al-

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gunos, para cuyo gusto y discernimiento lo mismo es una cosa que otra, y se admite la comedia. No está tan escaso Madrid, que no haya quien pueda, á lo menos, acomodar una comedia extrangera, y traducirla; pero el ingenio, que quiere le admitan alguna de estas, es menester que se acomode ciegamente al dictamen y direccion de los Cómicos, á los quales el mismo miedo de perder las funciones, y el anhelo de complacer únicamente al vulgo, les preocupa de tal modo, que le hacen mucho mas bárbaro de lo que es, pues juzgan que solo le agra-[764]da la confusion y complicacion de acciones, la demasiada novedad y extrañeza en los sucesos aunque enteramente salga del órden natural y verosímil; y no tienen presente que todas las piezas teatrales que están escritas con gusto, con delicadeza de pensamientos, propiedad en los afectos y buen lenguage, han agradado siempre aunque su enredo no haya sido de los mas intrincados; pues la complicacion y multitud de lances y accidentes solo pueden gustar quando son racionales y totalmente verosímiles; pero pensar que un conjunto de desatinos, producidos é inventados solo con el fin de atraer la atencion y causar admiracion, pero sin observar las reglas de la ilusion, y la verdadera propiedad, puedan deleitar á las gentes ni aun á las mas idiotas, la misma experiencia demuestra bien paladinamente lo contrario, pues en el tiempo presente ha tomado el gusto de los Cómicos las cosas tan por el cabo, y las [765] ha llevado á tal extremo, que si representan una comedia de enredo y travesura, es enteramente desatinada y ridicula por lo inverosimil, pues aun la porcion mas grosera del patio conoce las impropiedades; y si hacen algun dráma de algun asunto serio, con caracterés de providad, y buena moral, cargan tanto la mano en las sentencias, y son tan pesadas, que lexos de hacer amable y llena de atractivo á la virtud, la hacen algunas veces fastidiosa. La desconfianza de los ingenios de que su comedia agrade á los Cómicos y la priesa con que la componen, y los retoques, adicciones, y enmiendas que sufre luego por dictamen de los actores, es causa de que el lenguage no sea tan puro y castigado como debia ser: y así en vez de poder aprender el oyente la belleza y naturalidad de la lengua en el teatro, tiene que sufrir muchas veces, no sin gran molestia, lo duro de las expresiones, la violencia de las fra-[766]ses contrarias al genio é índole de nuestro idioma, los galicismos, lo escabroso de los versos, y la desigualdad de estilo; y á veces dá lastima al escuchar algunos razonamientos que á la verdad tienen fluidéz y propiedad en el lenguage, el que aquel ingenio se haya visto precisado por las circunstancias actuales á no poder poner lo restante de su obra en aquel grado de cultura y correccion.

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De los Saynetes que últimamente se hacen, no hay que hablar, pues con el ansia de poner un buen papel al Gracioso, como es debido, le hacen decir tales frialdades, y tales despropositos, casi siempre con alusiones indecentes, que algunas veces excita las carcaxadas del concurso, no la supuesta gracia de los dichos, sino lo descabellado de la imaginacion que los inventó. Pero, ¿quién quiere vm. que se atreva á componer un Saynete estando el pueblo de Madrid en un pie, que nada admite con gusto si-[767]no lo que le lisongea sus ideas? y así menos que un Saynete no abunde de chocarrerias, y dichos colorados, y en donde la vilísima canalla abata y ultrage, sin mas razon que su capricho, á la gente de forma, seguro está que sea bien admitido: á la mitad de la representacion empieza á meter bulla, y á irse saliendo sin aguardar el fin de la accion, ni cosa alguna. Pero hace muy bien; porque supuesto que tiene la dicha de que el teatro se gobierne y dirija enteramente por el pueblo, y que solo á él se le procura dar gusto y no á otro alguno, sería mucho mas tonto en aguantar cosas que no son de su humor. En quanto á Tonadillas, ya se acabaron aquellos Duos, ó ya jocosos, o ya serios, que aunque no se podian llamar del todo discretos, á lo menos eran regulares, y con el auxilio de la música bellísimos. No hay que acordarse de aquellas Pastorelas tan agraciadas, en donde lo amoroso y [768] sencillo del asunto, como unos zelos, una ausencia, una reconvencion, unas quexas, ó una paz amistosa, junto con la dulzura de la música embelesaban tanto. Ahora la moda es una Tonadilla á solo, en la que revestida la cantatriz de toda la severidad de Caton empieza á reprehender las costumbres del siglo, llamando á todos á boca llena consentidores, por no decirlo mas claro, y aquí se acaba señores aquesta tonada nueva. Si es á Duo, ó entre muchas personas, siempre se reduce el asunto á una visita entre una prostituta, que solo quiere dinero y mas dinero, sin tener rubor de declararlo paladinamente, y algun boquirrubio ó picaron que cae en el lazo, ó se escapa con algun trabajo, y se acaba la funcion con un diálogo, en el que se procura sacar á pública palestra los mas feos y hediondos vicios, y satirizar y morder indignamente varios estados y clases de la República, sin miramiento ni res-[769]peto alguno; bien que todo esto se puede suplir por la agudeza de los pensamientos, la gracia y chiste de los conceptos, la belleza del lenguage, y la dulzura y suavidad del verso, todo lo qual y cada cosa de por sí es tan rematada, que si de intento apostáran diez o doce marmitones á hacer coplas letrillas disparatadas, tal vez parecerian éstas en comparacion de aquellas, las Eróticas de Villegas. Nunca ha habido Tonadillas mas excelentes y delicadas en quanto á la música que ahora; pero nunca está mas arriesgado su lucimiento que al presente, porque se han

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empeñado que el pueblo solo gusta de aquellos golpes que insinué al principio, y de que están llenas las actuales letras, y con el ansia de agradarle, dicen tales despropositos, y pensamientos tan insipidos, tan inconexôs, y tan desvergonzados á veces, que son muy pocas las que consiguen general aplauso. No hay duda que el pueblo, al [770] fin como grosero y sin educacion, gusta de cosas baxas, y un tanto quanto insolentes, ó del todo insolentes, pero de ninguna manera perdona, aun en las cosas de éste género, la mala invencion, la falta de propiedad, la inconexîon, y la total insipidéz y frialdad, que por lo regular se halla en estas composiciones; porque á veces son tales, que aun á los mas idiotas apestan, sin que ellos puedan decir el motivo, ni en qué consiste lo malo de ellas, que es lo que siempre sucede á todo drama, el qual si es bueno, agrada á todos, sin que el ignorante pueda alcanzar los primores que encierra en sí; y si es malo, fastidia igualmente á doctos é indoctos, sin que estos atinen en los defectos principales que tiene la obra; porque el deslindar las excelencias, y vicios de un Poema, solo lo puede hacer un entendimiento instruido y delicado. Ahora bien, ya vé vm. qué poco lisongero es el retrato que acabo de [771] hacer de nuestro teatro, segun le vemos hoy dia; pues sepa que es igualmente verdadero. Lastima por cierto digna de causar sentimiento á los verdaderos amantes de la nacion, el ver que una cosa tan esencial en la Sociedad de una Corte como ésta, se halle en tan deplorable estado. En una Corte en que las bellas artes van adquiriendo un grado de lucimiento y explendor igual al de la Italia, solo el teatro ha de ser baxo, mezquino y despreciable. Pero, ¿quanto tiempo hace que se habla de la reforma del teatro, y que se piensa en ella, segun dicen? ¿Quántas providencias se han dado para su mejoría? Muchas habrán sido; pero el que tiene una muela totalmente dañada, y se halla acosado del dolor, si gasta el tiempo en ponerse paños de vinagre aguado, y mas paños, puede ser que alguna vez se le adormezca, pero inmediatamente volverá, y cada instante tendrá mas vehemencia. Las causas de [772] un daño se han de quitar de raíz. ¿De qué sirven todas las providencias del mundo, si subsiste en pie la causa principal de la indignidad que vemos en nuestro teatro? ¿Qué causa es esta? La constitucion Cómica. Si Señor; la constitucion Cómica es el origen sin duda alguna de todos los males teatrales. Un primer Galan, y lo mismo una primera Dama, ganan por lo regular al año unos trece mil reales, pero no los tiene asignados, sino que siempre está temiendo que se le vayan de las manos. El método con que percibe este dinero, coadyuva á que no luzca, pues to-

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dos los dias que hay comedia, le dan acabada ésta quince reales, que es la media parte, y que se yo quanto de racion, bien que esta la suelen tomar por meses; y adviertase, que mientras estan enfermos no hay racion. Esto supuesto, ¿cómo es posible que con este estipendio pueda un hombre mantener su familia, si la tiene, en Madrid, y vestir con [773] la decencia y propiedad que exige el teatro? A mi me parece, que si á qualquier Grande de España, de los que tienen mas quantiosas rentas, le dieran cada dia la parte que le pertenece, y al cabo del año el sobrante que quedase, estoy seguro, vuelvo á decir, que de ningun modo podria mantener ni aun la tercera parte de su tren y familia. Lo mismo digo de qualquiera otro sugeto, y aun es escusado hablar en esto, pues no hay cosa mas sabida, que el dinero tomado por junto es el que luce y aprovecha. ¿A quién, pues, no admirará que se quiera obligar á una Dama, dandola de un modo tan extravagante su paga, á que además de su manutencion pague al peluquero, al apuntador que la estudia los papeles, á la Criada que la ayuda á vestir y desnudarse en el teatro, y que ademas de todo esto, se haga todos los vestidos que necesita para las Comedias? No es menester sacar ahora corolarios de [774] lo que sucede con esto en quanto á lo moral, porque es inútil hablar de lo que se vé; pero es evidente, que para los hombres tienen toda la disculpa de la necesidad. Los segundos Galanes y Damas, que tienen que trabajar casi lo mismo, apenas sacan al cabo del año nueve mil reales, y á este tenor los demás individuos de las Compañías. ¿Qué sucede con esta constitucion tan irracional y endiablada? Que el Galán tiene un vestido á la Romana, un par de ellos á la antigua Española, otro Morisco, varios del trage actual, que llamamos á lo militar, y uno de aquellos que llaman ropones, vestidura hermafrodita, ó por mejor decir camaleona, pues con ella nos representan un Tartaro, un Persa, un Turco, un Armenio, un Griego, y en una palabra, qualquiera otro trage que no sea de los arriba mencionados. Yo he visto en la comedia El Maestro de Alexandro dar lecciones de Política y Moral á es-[775]te Príncipe su Maestro Aristóteles, vestido de Abate. ¡Qué propiedad! Las Damas tienen dos ó tres vestidos que llaman de luces, de hechura y forma ideal, los quales tienen los mismos honores y prerrogativas que los ropones de los Galanes, esto es, que se acomodan á todas las naciones, y aun con mas generalidad; pues como la accion no sea entre Españoles antiguos, ó entre Moros; (de lo qual tienen ropages) todas las demás se executan con los dichos vestidos, ora sea la Escena en Roma, ora en el Indostan, ó en el País de las Amazonas. Todo su afan es tener costosísimos vestitidos de Corte, ó conservar los que las regalan de este género las Señoras, y con ellos hacen á Veturia, esposa de Coriolano, à Octavia, dama de Alexandro,

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ó á Estratónica, novia de Antioco, y luego de Seleuco, y las demás comedias que llaman Palaciegas. De los demás personages de escalera abaxo no hay [776] que hablar; pues además de no tener absolutamente propiedad, suelen salir algunas veces indecentes. Contemple vm. ahora, amigo de mi alma, que ilusion habrá en las comedias heróicas, quando vemos al Tetrarca de Jerusalen, á Aquiles, á Tamerlan, ó á otro personage de estos, vestidos todos de una misma manera, con solo la diferencia, que al primero le ponen en la cabeza unas gasas tan parecidas al Thaleth y que llevaban los Hebreos, como un sombrero armado á la Alemana á un turbante Turco. Hay Galan que se empeña extraordinariamente por hacerse algunos vestidos para el teatro, pero suele hacerselos con mucha plata fina, y entonces gasta inútilmente, pues lo mismo luce la falsa en el teatro, y por otro lado no suele tener proporcion para saber la forma y ayre de ciertos trages, y así salen siempre á su fantasía sin propiedad alguna. Yo vi aquí una comedia in-[777]titulada Atilio Régulo, en donde habia quatro Senadores Romanos, los quales salian con peluca blonda, gorguera á la antigua Española, y una toga encarnada de la misma hechura que la que llevan nuestros Consejeros, llamada vulgarmente Garnacha. Es de advertir, que estas togas las hicieron expresamente para aquella funcion, pero como no habia quien los dirigiese, sino su capricho y limitada instruccion, vieron que la comedia pedia togas en los Senadores, y juzgaron inocentemente que la toga que llevó Ciceron y L. Junto Bruto, era de la misma forma que la que visten los Camaristas de Castilla. En otra comedia de Alexandro y Poro, en la que la Dama representaba una India, como estas van casi del todo desnudas, se hizo un vestido de tafetan de color de carne, pero con tontillo, de modo que representaba á los ojos el monstruo mas deforme, con una cara de las mas agraciadas. [778] Si representan una comedia, cuyos trages sean algo particulares, ¿cómo ha de poder costear el que le toca un pobre segundo Galan, quando apenas tiene para vueltas, medias y zapatos? Lo que hacen es echarse á cuestas el omnimodo ropon, y adelante. ¿Qué importa que una Dama saque seis ó siete vestidos de Corte, de sumo precio y valor, si luego hace á Semíramis con el mismo trage que á la Gran Zenobia ó qualquiera Matrona ó Emperatríz Romana? Los comparsas son aún mas lastimosas, pues como sus trages los ha de costear la Compañía, suelen salir como hechos á regañadientes; y entonces es menester valerse fuertemente de los ojos de la fé, para saber que son soldados Griegos, ó Egipcios, ó Persas, porque el trage siempre es uno mismo. Vea vm., pues, de quanta ridiculéz, de quanto ab-

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surdo, y de quanta mamarrachada es causa la constitucion Cómica actual; la qual co-[779]mo es ahora la misma que quando las comedias estaban por cuenta del Hospital, y han variado tanto las circunstancias, lo que entonces era arreglado y bueno, ahora es totalmente desarreglado y malísimo: Y aún entonces para la mayor propiedad de los entremeses, y de algunas comedias señaladas, tenia la Compañía ciertos trages y vestiduras que aún se conservan, segun creo, en poder de los Guarda-ropas de los Cómicos. A mi me parece que para dar una forma decente y arreglada al teatro, era menester que la Villa de Madrid diese comision á un sugeto hábil é inteligente, para que hiciese un resumen por trienio de los caudales que se sacan de las representaciones; y juntamente un estado individual y circunstanciado de las cargas que sufren, y de los gastos generales que se pagan de ellos, con la mayor exâctitud. Este trabajo, he oido que lo tiene hecho un Caballe-[780]ro individuo del Ayuntamiento, sugeto de capacidad, que hizo de intento un estudio particular de la materia, y tiene entero conocimiento del estado actual interior y económico de las Compañías, y de la inversion de todos sus caudales. Nadie como este podria desempeñar el asunto por las razones dichas, y en su conseqüencia podria arreglar un situado fixo, y bastante para poder mantener con decencia y desahogo á los Galanes, Damas, Barbas, Graciosos, y demás partes útiles y necesarias en las Compañías, sin que estas se compusieran de tanta gente, cuyas habilidades son tan ocultas, que nadie las ha visto, y es de creer que ya no se verán, segun la disposicion que muchos de ellos muestran. Arreglados y determinados estos subsidios, se señalaría una porcion del caudad para el vestuario del teatro, siendo solo obligacion de los Cómicos el poner de su dinero el vestido de militar, y en las [781] mugeres la Bata regular ó Polonesa, y el de majo en uno y otro sexô; porque estos trages como son usuales, del mismo modo que se presentan con ellos en la calle con decencia, y quando van á los toros, podrian tambien sacarlos al teatro. Todos los demás trages se les deberia subministrar por cuenta del teatro, arreglados exâctamente á las estampas, para lo qual se consultarian la antigüedad explicada de Montfaucon, los libros del Hercolano, los dibujos que ponen varios Viageros en sus obras, y tantas láminas como hay, que representan los trages antiguos y modernos de todas las naciones. Todos ellos serían de los géneros mas varatos, guarnecidos y hermoseados con lantejuelas y piedras de cristal &c. El Autor de cada comedia nueva que se presentase, debia dar razon de los trages con que habia de vestirse, para que no hubiera duda ninguna, y las acotaciones del teatro para las mutaciones deberian ir explica-[782]das con toda exâctitud y arreglo á los tiempos, á las costumbres, á

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las circunstancias &c., á fin de que el fecundísimo capricho de los tramoyistas no pusiese un relox como el de una torre en una Sala del Palacio de Constantino, y otros adornos tan disparatados como este. Para esto era mucho mejor que hubiese un sugeto de distincion y condecorado, de instruccion é inteligencia, que vigilára sobre la propiedad, arreglo y magnificencia del teatro, baxo cuya direccion se determinarian los géneros de trages convenientes á cada comedia de las antiguas, el de las comparsas, y el adorno del teatro, porque de él depende mucha parte de la ilusion; y es una cosa muy impropia el ver un Salon, ó un Palacio con la misma forma y ornatos en tiempo de los Romanos, que en tiempo del Cid: En una palabra, este sugeto debia ser un Gefe científico de los teatros, á cuyas órdenes y disposicion estuviese to-[783]do lo concerniente á las representaciones, y la parte económica al cargo de los Autores de las Compañías. Dispuesto todo de esta manera, con todas las demás adiciones que juzgára convenientes el Gobierno, se pasaría á la admision de las composiciones nuevas, no á pluralidad de votos, sino con un exâmen discreto y prudente; para lo qual á los Revisores ó Censores se les encargaría, que no mirasen solo si habia proposiciones mal sonantes ó contra las leyes divinas y humanas, sino tambien los desatinos, impropiedades, baxezas, é inconexîones que se hallaran en ellas, tanto en el asunto, como en el lenguage. Si habia posibilidad de correccion y enmienda, se le entregaria al Autor la censura, para que se sujetase á ella si queria que se representase su comedia, y si no se pasaría á otra. De este modo tambien los ingenios y aficionados á la Poesía dramática, sabiendo que ya no habia de dirigir [784] sus plumas el capricho y gusto descabellado del pueblo, sino la razon y el arte, se aplicarian con seriedad, con despacio y maduréz, y compondrian Dramas, ya que no fuesen excelentes, á lo menos razonables. Puede ser que á alguno le parezca demasiada prolixidad la que propongo; pero yo juzgo que todos aquellos que saben bien el grande influxo que tiene el teatro sobre las costumbres, y el caso que se debe hacer desemejante diversion, no juzgarán de ese modo. De esta manera, pues, veriamos si el pueblo hacia justicia ó no á las cosas arregladas y buenas: los Cómicos estudiarian sus respectivos papeles, sin miedo de que la funcion pareciese bien ó mal, quedándole siempre á cada uno el temor de si le aplaudirian, ó le gritarian, para que procurase desempeñarle con todo esmero: y aun quando la execucion de un Drama no fuese tan perfecta y adequada como exîgiría el asunto, á lo menos en [785] quanto á la exôrnacion y demás accidentes, siempre sería buena y agradable. No sé si en todo lo que he dicho habré tenido razon, ó si en algunas cosas me habré descaminado; pero á bien que este escrito no es una órden pro-

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mulgada por un Magistrado, sino una carta familiar, cuyo principal asunto es traer á la memoria, y hacer presente lo defectuoso del teatro Español, y los medios en general, de poderle poner arreglado; quedando siempre al arbitrio y penetracion de la superioridad, el practicar todo esto segun el mayor conocimiento que necesariamente ha de tener en esta materia. Yo me alegrára infinito que se pensára con seriedad y eficacia en este asunto, aunque no fuera sino porque no tuvieran los Extrangeros ese asidero para llamarnos incultos; porque le aseguro á vm. amigo mio, que quando en alguna concurrencia en donde hay alguno nacido á la otra parte [786] los Pirinéos, se ofrece esta conversacion, ( que es muy á menudo) me veo en la precision de retirarme, pues me es tan duro el oir denigrar, aun en la cosa mas mínima, á mi idolatrada nacion, como querer defender una cosa opuesta á todo buen modo de pensar. En fin, ya que vm. ve tantas comedias, podrá ahora divertirse algunos minutos con este mal entremés, en el que solo me he ceñido á hablar de la constitucion económica y gubernativa de nuestros Cómicos, y no de las representaciones teatrales, ni de su composicion, ni correccion, pues bien conozco que si me pusiera á hablar de este asunto, daría motivo á que alguno que por casualidad viese esta carta, me dixese con Oracio, Sumite materiam vestris, qui scribitis, aquam. Viribus . . . Orat. art. Poet. v. 38.

Carta XLVII Porque yo soy de opinion, que amor perfecto no ha habido sino engendrado del trato, donde el sugeto se ha visto con todas sus condiciones, y hayan hecho los sentidos una informacion bastante con que proponen que es digno de amor á la voluntad. Moreto. Lo que puede la aprehension. J. I.a Señor Censor. ¡Válgame Dios, quántos dias ha [788] que no nos hemos visto las caras de papel con que nos solemos visitar! pero amigo, quebrantos en mi salud, y

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pocas ganas de trabajar han sido la causa de mi silencio. Con todo, no he dexado de sacar de él algun fruto, y me hallo rico de especies con que entretener á vm. Vaya pues una que no es la mas despreciable. Por divertir mi melancolía, (diablo que me persigue demasiado) dí en freqüentar mas que otras veces la casa de una Dama de muchas circunstancias, de mucho talento y de mucha crianza. Tiene esta Señora quatro hijas jóvenes, todas ellas llenas de gracias y dotes de alma y cuerpo, sin los desperdicios de libertinage y marcialidad que suelen acompañar á las Señoritas que se ven celebradas y aun pretendidas. Allí se trata de la instruccion, se trata de las prácticas de Religion sin afectacion ni ceremonia, y se trata tambien de un tra-[789]to de gentes honrado, y guiado por los principios de la ley y del honor. Con esto, y con la experiencia de la buena voluntad con que me honraban, vea vm. si yo (que no soy un Misantropo decidido) estaria contento y lleno de satisfaccion; quando reprentinamente una noche la señora madre de esta bella familia, así que me vió me dixo: Señor Corresponsal, ni el nacimiento de vm., ni su crianza, ni sus prendas, le pueden librar de una cruel y dura sentencia: Yo no le diré á vm. que se vaya de mi casa, pero sí me veo en la dura necesidad de decirle, que venga á comer ó refrescar siempre que guste; y evacuada esta diligencia, deberá vm. irse á pasar la tarde ó noche á donde mas le acomode, porque estar mas tiempo en mi casa no puede ser: Esta es la resolucion de mi Cofnesor. Él me ordena que no permita á mis hijas conversacion con hombre alguno aunque sea un [790] Apostol; y habiéndole yo dicho que vm. freqüentaba mi casa, que era un sugeto honrado y nada del tiempo, me replicó; ¿pero hombre? si señor le dixe yo, si las señas no mienten: pues ni con ese me dixo; y así, amigo mio, no hay remedio: El es un Padre todo lleno de gracia, y yo le tengo por lleno tambien de sabiduría. A esta sazon llegó el dueño de la casa, y noticioso por relacion de la Señora del asunto en qüestion, dixo con mucho reposo: Señor Don Ramon Harnero, mi muger está fascinada con ese santo Frayle; él está encaprichado en mil impertinencias; vm. no piense en hacer la menor novedad; yo lo quiero así, yo mando en mi casa, y á Dios gracias, no soy tan tonto que no sepa lo que puedo lícitamente mandar. ¿Y qué, dixo la Señora, se puede lícitamente mandar no se obedezca al Confesor? si Señora, replicó [791] el dueño: quando los Confesores mandan simplezas, y se meten en lo que no es de su inspeccion, es no solo lícito, sino preciso el mandar lo contrario. Pues, Amigo, replicó la Señora,

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vms. saben mas bien que yo estas materias; yo me convendré á lo justo, pero quiero ser instruida. Toda la dificultad es, que yo conozca puedo lícitamente permitir á las niñas la conversacion con los sugetos que freqüentan mi casa, y en qué términos, y con qué extension lo puedo permitir. Convencida por razon en esto, yo tomaré mi partido. Aquí yo, como si fuera un Ciceron puesto sobre la Tribuna, despues de haber tosido y sonádome los mocos, dixe: Atienda vm., Señora, por un rato. Yo, aunque no soy Confesor ni Predicador, no obstante le haré ver á vm. en dos breves discursos que es no solo lícito, sino que es preciso permita vm. el [792] trato con los sugetos que freqüentan su casa á las Señoritas sus hijas; y en qué términos y con qué extension este trato se puede y debe permitir: y vm. no se me enfade si hablare un poco largo, porque hay en este asunto mucha ignorancia, y es preciso tocar muchas especies. Lo que podemos hacer es cortar la conversacion quando parezca, y en otra ocasion continuarla. Primera parte.Yo estoy persuadido á que ninguna de las niñas tiene vocacion de Religiosa, y creo que vm. está en la misma persuasion. En este supuesto, y en el de que por necesaria conseqüencia se inclinan al siglo y á vivir en la sociedad, ¿me sabrá vm. decir de qué servirá en la sociedad del siglo una niña, que no sepa hablar con las gentes, que no tenga conocimientos prácticos de todo aque-[793]llo que ha de ser un dia su ocupacion, el objeto de su atencion y su cuidado? ¿De qué servirá en los claustros una niña que supiera muy bien baylar, que entendiera el Frances y el Italiano, y aun hablara estos idiomas, que tuviera estudiado el caracter de los hombres, las varias inclinaciones y modos de portarse de varias naciones, mucho ayre para presentarse, mucha gracia y despejo para producirse, y otras qualidades á este modo? De nada sin duda. Pues de lo mismo servirá en el siglo una Señorita muy afecta al retiro, á la soledad, á la sola leccion espiritual, y á todo género de abstraccion. Cada qual se ha de instruir conforme á su destino, y por consiguiente la que se destina al trato, á la sociedad secular, se debe instruir en todo quanto conduzca, no solo á hacerse útil en esta sociedad, sino á hacer útiles para sí á todos los que la sociedad componen; ¿y [794] esto lo conseguirá retirada á un quarto, en la sola compañía de su madre, que acaso se crió con las mismas ideas, sin mas ocupacion que las labores de la ahuja, sin mas leccion acaso que la del libro Gritos del Purgatorio y del Infierno, ó quando mas Luz de la fé y de la ley?

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¡Qué útil será esta niña en la sociedad! ¡Qué bien sabrá discernir el caracter de los hombres! ¡Con quánto conocimiento y tino se presentará al mas digno quando sea pretendida! Pero, ¿qué digo? antes debo preguntar: ¿y habrá quien pretenda á una Señorita sin conocer sus qualidades, su talento, sus inclinaciones y demás? Yo creo que á no ser uno de aquellos ignorantes que tienen ó al dinero ó al acomodo por único objeto, uno digo de aquellos despreciables ó despreciados hombres que con tal que haya dinero, de otra cosa no cuidan, porque nada les mueve [795] mas que la codicia, y tal vez una pasion brutal; á no ser uno de estos, digo, no es posible que haya quien á ojos cerrados, y por sola la relacion de los padres y parientes, se resuelva á una pretension que por ciega sería descavellada: no estamos en el sistema de los orientales, no vivimos conforme á sus bárbaras leyes; no le ha venido á hombre cuerdo alguno á la imaginacion la rara especie de que conduce al honor de las niñas que no hablen con los hombres. Eso era bueno quando atrasados los Españoles, como decia un Papa docto, á toda las naciones en la cultura por mas de un siglo, aún habia vigotes y melena, y en estos dos magníficos adornos consistia la prudencia y el valor. No señor, ya no somos melenos: eso era bueno para quando las niñas no podian con bien parecer escupir, ni reir, ni suspirar, ni volver los ojos á donde podian encontrar objetos que no fuesen de su sexô. Eso era bue-[796]no, repito, para los tiempos en que mi abuela vivia, que contaba le habian terriblemente castigado dos tias en cuyo poder se crió, porque dixo tenia que componer unos calzones de su hermana: ¡ah blasfema! ¿cómo tú tomas los calzones en la boca, deshonesta infame, que te sacaré la lengua, dixo una? la pobre muchacha turbada, preguntó como lo debia decir, y respondió la otra: Esa es, niña, la ropa baxa de tu hermano. En estos tiempos se pagaban los hombres necios por sus preocupaciones, de estos necios recatos que al fin los hacian freqüentísimamente infelices; mas hoy que se sabe por gracia de Dios en qué consiste la honestidad, el honor, la virtud; ¿cómo es posible que sin exâmen de la exîstencia de estas qualidades, se elija una eterna consorte y compañera? Pero yo me he apartado demasiado del asunto que directamente debo tratar; yo me he divertido de la eleccion activa de que hablaba á la [797] pasiva, aunque á la verdad ambas son de consideracion para vm., y todas las señoras que se hallan en su estado y obligacion. Volvamos á la admiracion, que dió motivo á mi digresion. ¡Con quánto conocimiento y tino, decia, se inclinará al mas digno, quando sea pretendida! Es muy natural, que conociéndolos á todos igualmente, y no pudiendo ver en ellos otra cosa que las

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futilidades exteriores del modo de presentarse, el cuidado en el vestir, la fisonomía, la retórica de estilo, y otras cosas de igual estofa, se incline al que mejor equipado se halle de estas frioleras, y por consiguiente al peor, porque estos son los que exceden en estas vagatelas despreciables. ¿Y estará vm. obligada en conciencia á poner á su hija por una austeridad importuna en el riesgo de que se haga infeliz por una mala eleccion? Creo no habrá quien le persuada á esta obligacion si la materia la pone en consulta de hombres juiciosos, que á [798] la literatura y christiandad junten alguna experiencia. Bien sé yo que no faltará quien le amoneste y exôrte á que todo lo arriesgue á cuenta de custodiar la inocencia, el candor, la virtud de sus hijas: mas vale, dirán á vm., que padezcan algun tanto en su estado, que el que se pongan en peligro de perder la virtud. Si fuera preciso uno de los dos extremos; yo le diria á vm. lo mismo. Todo se debe arriesgar antes que la gracia. Esto enseña la Religion; pero como no son los dos extremos propuestos de tal naturaleza, que no haya medio entre ambos, no debe vm. mirar con un respeto sumo tales exôrtaciones. Esto pertenece mas bien á la segunda de las dos partes en que he prometido dividir mi dictamen. En su leccion hallará vm. suficientemente respondido á este modo de pensar. Por ahora miro el asunto como puramente civil, despues le trataré como inseparable de la moral christiana. [799] Un hombre, quando con juicio y racionalidad se resuelve al matrimonio, no hace su eleccion, mirando solo á las perfecciones exteriores de la que haya de ser su consorte. Él visita, él habla, él discurre, y en todo busca las ocasiones de conocer el fondo y talento de aquella persona: observa sus modales y porte, hace quanto puede por descubrir sus inclinaciones, y finalmente estudia quanto puede aquel sugeto con el justo designio de no hallarse burlado quando ya no tenga el asunto otro remedio que el sufrir y tolerar en un continuo martirio. Este proceder de este hombre nadie dexará de calificarlo de prudente. ¡Pues válgame Dios! Si este hombre que asi exâmina, que asi observa es prudente, y obra bien, porque tiene derecho á una buena eleccion, y á asegurar en ella su felicidad; ¿por qué se ha de privar del mismo derecho á una señorita, siendo igualmente interesada en su bien, y resultando este nece-[800]sariamente en gran parte de una acertada eleccion? ¿Es justo que á los hombres se les permitan todos los medios lícitos de que puedan usar para no elegir á ciegas, y que á los pobres jovenes se les tienen de negar, como si fueran animales de otra especie, que á todo se deben acomodar?

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No señora: no vivimos los Españoles en el dia, ni como los antiguos Regnícolas, ni como aun en este tiempo los Moros. Nuestros antiguos Nacionales tenian por ley inviolable, que una niña se habia de presentar en el estrado quando en las visitas habia solas mugeres: en este caso se le permitia responder, y eso con laconismo si le preguntaban algo los concurrentes. Si entraban hombres, sabian que se debian ausentar, y quando no podian por menos que permanecer, aunque les preguntasen, no debian responder otra cosa que, mi madre lo sabe, y esto sin sonrisa, los ojos en tierra, y la cabeza baxa. La niña no debia escupir, [801] porque eso suelen hacerlo las embarazadas: No debia, ni podria suspirar, porque eso indicaba cuidado; y en fin, la niña era una máquina que obraba y se movia con el resorte de su madre. Los Moros se casan sin saber con quien, y solo tienen el informe de los padres y parientes de la novia; ¿y quándo estos informarán la verdad, si por desgracia esta tiene defectos? Pero al fin los Moros tienen, si son engañados, el remedio del repudio. Nosotros, que no tenemos este remedio detestable, seríamos de igual condicion si nos viesemos en la indispensable necesidad de obrar á ciegas en lo mas substancial; nos veriamos en la precision de ver á nuestros parientes y amigos abismados en mil infelicidades, las que fueran inevitables, si fuera preciso y de ley quitar á las señoritas el trato racional y lícito con los hombres, y en este caso sería absolutamente preciso volver á la antigua española [802] crianza, y conduciria mucho para observar exâctamente ese mandado rigoroso recato, hacer los tratados matrimoniales como los Moros, en lo que seguramente se hallaria el mas alto punto de esa imaginaria honestidad. Ya veo á vm. medio persuadida á que yo soy un defensor acérrimo del libertinage. No señora; no permita Dios que yo vaya directa ni indirectamente contra las prácticas de una pura y virtuosa christiandad. Aunque indigno pecador, venero no obstante como debo nuestra santa Religion, las Divinas doctrinas del Evangelio, las que nos dexaron los Padres, y ha adoptado la Iglesia. Yo me explicaré con repecto á la ley en la segunda parte prometida, y se desvanecerán los juicios, que casi está vm. resuelta á formar. Baste por ahora lo dicho para que no dude vm. de que es preciso permitir á las señoritas el trato con las gentes que freqüentan su casa.

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Carta XLVIII Porque verá vm. algunas personas de profesion Religiosas que todo su cuidado es gobernar las casas de sus deudos, ó de otras personas. Fr. Luis de Leon: La perfecta casada. pag. 13. Señor Censor. Allá vá la segunda parte de mi larga conversacion con la señora es[804]crupulosa. Yo no sé que se habrá dicho de la primera, mas nada me dá de lo que puedan decir, con tal de que lo digan sin razon. Quando es preciso (continué hablando) el hacer una cosa, preciso es que sea lícito hacerla; porque lo ilícito es imposible que haya precision de practicarlo. Esta conclusion ó ilacion, es perciso hacerlo, luego licitamente se puede hacer, bastaria para que vm. se persuadiera á que era lícito el trato de las señoritas con las gentes que entran con aprobacion de vm. en su casa, y la freqüentan: pero como está vm. preocupada con lo que le ha dicho ese santo Padre, es preciso combatir sus razones haciendo ver son pura preocupacion y aparentes en la realidad, y despues manifestar a vm. los límites en que se debe contener el trato y comunicacion de las niñas para que no se haga de lícito vicioso. Las razones que vm. me ha ma-[805]nifestado que el Padre tiene para lo que en el asunto le aconseja, se reducen en sustancia á tres. I.a Que las señoritas son como un cristal muy terso y delicado, que muy facilmente se empaña y se quiebra. 2.a Que en el trato con las gentes aprenden lo que no es menester. 3.a Que en ese trato no puede faltar la ocasion de pecar. Dixe se reducen en sustancia á estas tres, porque las otras de que así se ha hecho siempre, y que el buen paño guardado en el arca se vende, no merecen la pena de ser respondidas. Con todo, antes de llegar á las otras, diré á vm. sobre estas dos palabras. En quanto á la primera, facil es que vm. vea que nada prueba, ni tiene fuerza alguna: Si el así se ha hecho siempre ha de valer, vistalas vm. con su manto, con sus zapatos picados, con su rodete, y su casaca; con guardapies de tapicería; y esto es lo que [806] convendrá porque así se hacia siempre. En ofreciéndose que baylen, sea la sosa, y luego que den su abrazo al Baylador, porque así se ha hecho siempre. Discurra vm. así por mil cosas y verá que el así se ha hecho siempre es una sandéz agena de un hombre de letras y de mediana razon. La segunda, es

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uno de aquellos adagios que han tomado posesion de un honrado lugar entre los verdaderos proverbios, sin mas razon que haber el vulgo querido hacer esta gracia, y los sabios no haber cuidado de reclamarlas por haberlas mirado con desprecio, como cosa del vulgo. ¿Cómo podrá nadie buscar un paño que no se ha visto, ó que solo se tiene por bueno por una noticia que habrá dado de su bondad el dueño que desea salir de él, de cuyo informe sería mas simple el marchante que se fiara? Veamos, diria, ese tan rico paño, saquemoslo á la luz, exâminemos su [807] calidad, igualdad, suavidad, densidad &c., y siendo en todo de satisfacion lo llevaremos: Dexemonos, pues, señora, de semejantes pruebas que no tienen mas solidéz que la que les dá la posesion vulgar de proverbio que tiene ese dicho. Vamos á exâminar las otras tres razones que tiene ese Reverendísimo para aconsejar á vm. tan rígida y nada ventajosa conducta. La primera, segun vm. dice, es, que las señoritas son como un cristal muy terso y delicado, que muy facilmente se empaña ó se quiebra. Oygame vm. con un poquito de atencion, porque en las respuestas á estas razones, iran saliendo los límites que debe tener la comunicacion y trato que se permite y debe permitir á las señoritas. Es verdad que es delicadísimo el honor y buena fama de una niña, y sea como el Padre quiera, un cristal delicado que al menor toque se rompe, ó un terso espejo que con [808] la mayor facilidad se empaña. ¿Pero ese cristal, y ese espejo son por ventura para estar guardados? Son, dirá el Padre, para estar reservados y usados oportunamente, y con el tiento que corresponde á su delicadeza. Por eso en todo caso no se debe permitir el trato á las niñas con jóvenes ó no jóvenes libertinos, de mala crianza, de depravadas costumbres, de cuya conversacion se presuma puede algun habito pegajoso empañar el delicado espejo. ¿Pero por ésto se han de privar del trato racional con hombres de honor y probidad, con personas ilustradas y de educacion, con hombres, en fin, de bien, de christiandad, de juicio? Yo creo que vm. no permitirá la entrada freqüente en su casa, ni admitirá aun amistad sino á sugetos notoriamente honrados, de cuya conducta no se deba dudar. Esto es así: y si es así, ¿con qué conciencia los infama indirectamente ese santo Re-[809]ligioso, inspirándole á vm. sospechas de unos hombres de honor, de cuya conducta jamás ha tenido vm. motivo para sospechar mal? ¿De unos sugetos urbanos, bien criados y distinguidos? De todos estos que son los que las señoritas tienen ocasion de tratar, dice el Reverendísimo que pueden romper el cristal, que pueden empañar el espejo; y si esto no es hacer de los proximos un juicio temerario, yo no sé quando se verificará este mal.

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Guardese, pues, el cristal, guardese el espejo, pero guardese de los riesgos, guardense de los golpes que pueden lastimarlos; pero permítase el uso inocente de ellos, y sirvan en las debidas ocasiones, guardándose siempre los límites de la ley. No crea vm. que yo extraño ese modo de pensar en un Religioso que en realidad lo es, porque es frase comun en las Religiones que los Novicios son las Doncellitas de la Co-[810]munidad, y de aqui pasan á creer que las senoritas son los Novicios de las casas, y por consiguiente, creen que estas deben estar en la casa con un silencio, con un encierro, con una sujecion, con una separacion semejante á la que aquellos tienen en sus respectivos Conventos: Pero ya vé vm. lo absurdo de este modo de inferir, y solo lo expongo á vm. para que vea hasta donde llega la preocupacion. La segunda razon del Padre Confesor es: Que en el trato con las gentes aprenden lo que no es menester. O esto quieren que signifique que aprenden lo que deben ignorar por dañoso, ó que aprenden lo que no es necesario, pero no malo. Si lo primero, hace el Padre muy poco favor á las gentes, porque no distingue de gentes S. R. Las gentes honradas, bien criadas, christianas, de buena conducta, á nadie enseñan maldades con su trato, ni cosas que [811] puedan dañar á las costumbres, ni corromper la sencilléz. Eso lo hacen los hombres libertinos, los hombres infames, de malas costumbres; y de estos todos convenimos en que se debe evitar el trato, no solo con las señoritas jóvenes, sino con todas las gentes de uno y otro sexô que se desee no contrahigan los mismos vicios. Pero señora, ¿podrá ese Padre en conciencia decir que el trato con las personas que freqüentan la casa de vm. puede corromper á sus hijas? ¿No sería esto lo mismo que sindicar de trato infame, de mal criados, de hombres sin honor y sin probidad á los dichos sugetos? Vm., pues, por su propio honor y por la estimacion de su casa y de los que la freqüentan, debe rebatir este modo de pensar. Si lo segundo: Es una ignorancia. Sobran los escritos juiciosos que convencen con muy sólidas razones que las Señoritas deben ser instrui[812]das. ¿Y en qué? En lo que el Padre, y otros que no son el Padre juzgan no necesario. Creen que no es necesario á una niña saber las Historias Sagradas, y profanas: Creen que no les puede importar la Geografia, los principios de Aritmetica, el uso de las lenguas Francesa, Italiana, Inglesa y Latina; algo de Ethica, una tintura de Filosofía é Historia natural, y otras cosas á este modo. ¿Para qué, dicen, quieren esto? Aprendan á ilar y coser, y quando mas á baylar y algo de canto práctico, y les sobra. ¡Qué ignorancia! Pero yo me desvio á especies en que nada puedo hacer mas que repetir

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lo que ya está escrito. Concluyo, Señora, que todo esto puede el trato ayudarles á entenderlo y aprenderlo; y que es un desbarro llamar á esto inútil ó no necesario, que es lo mismo en el lenguage de ese Reverendísimo y otros como él. Vamos á la tercera razon, pues [813] ya estará vm. deseando que acabe. Esta es segun el Padre, que en este trato no puede faltar ocasion de pecar. Válgate Dios por razones. Para responder á esta dificultad gravísima, y poderosísima razon, salga la autoridad del P. Lárraga, que es muy probable que nuestro Reverendo no tenga á mal que lo cite. Este autor dice que las ocasiones, ó son proxîmas ó son remotas. Las proxîmas son aquellas (segun este autor) en las que puesto el hombre, cae varias veces: y las remotas aquellas en que puesto el hombre, ó no cae, ó si cae es rara vez. Yo, con licencia de su Paternidad muy Reverenda, y del Padre Lárraga, tambien quiero estrechar mas el caso, y por si en ello yerro, sea por sola esta vez, y por via de suposicion. Sea pues, la ocasion proxîma aquella en que puesto el hombre, ó cae regularmente, ó tiene, prudentemente juzgando, peligro inminente de caer, aunque no se ve-[814]rifique haya caido: y la remota (continuando la misma vénia y suposicion) aquella en que nunca ha caido, pero es posible la caida, de tal suerte, que no teme, prudentemente juzgando, se reduzca á acto la posibilidad. Vea vm. aqui las dos ocasiones reducidas á mas estrechéz; pero aun queda otra, á quien llamarémos remotísima; y es quando la caida es posible, mas nunca ha sucedido, ni hay ninguna apariencia de que suceda. Ahora, señora; ¿en quál de estas ocasiones pretende el Padre que están sus hijas de vm., quando tratan y conversan con los sugetos que freqüentan su casa? Yo creo no dirá el Padre que en la remotísima, porque si por esa ocasion se hubieran de abstener, era preciso que ni fuera á Misa, ni á visita, ni á pasear; ni á nada mas que á la sala de labor, y aun era menester que ni trataran con su padre, ni con sus hermanos, [815] pues en todas partes, y con todos es posible la caida, y no son pocos los exemplos de haberse reducido á acto esta posibilidad. ¿Entenderá, pues, el padre, que en el dicho trato hay ocasion remota? Puede ser; pero aunque asi fuera, no tenemos obligacion á evitar la ocasion remota; si solo á poner los medios para no caer en ella, y estos, vm. dice los pone, pues observa, atiende, se suele internar en los asuntos de que hablan, advierte los sugetos con quienes tratan, no ha notado jamás desman alguno, &c. ha puesto vm., y pone los medios para que no haya daño, y sabe tambien que ellas mismas tienen el mismo cuidado: y con esto solo tiene vm. hecho lo que debe. Ocasion pro-

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xima, no creo yo que el padre diga la hay, pues eso seria injuriar, y temerariamente sindicar de mal proceder en materia gravísima á hombres de todo honor y buena conducta, y á las mismas [816] señoritas, infamándolos á todos para con vm.: y yo no puedo concebir como esto no sea un pecado detestable, y una prática murmuracion aun mas abominable que la que es puramente teórica, con ser esta tan mala. ¿Y deberá vm., ni nadie, seguir á cierraojos un consejo, que de su naturaleza es inseparable de la maledicencia? ¿Un dictamen que envuelve necesariamente el juicio temerario en materia gravísima contra un proximo de buena fama y opinion? Dexémonos de eso señora. La sociedad, la buena crianza, el destino de las señoritas, la ley misma, inspiran un dictamen contrario. El trato y sociabilidad nada tienen de oposicion á un severo christianísimo; ni en buena razon cabe el pensar, que Dios exîge de los padres que crian hijos Misantropos, hijos sin cultura, hijos sin conocimiento de sí mismos, y jamás el hombre se pue-[817]de á sí mismo conocer sin el medio del conocimiento de los demás. Vm. pues, cuide de que en su casa no entren jóvenes libertinos, de mala crianza, atolondrados, y de aquellos que no tienen mas razon, ni menos ley que el ímpetu de sus desarreglados apetitos: con semejantes gentes, no solo el trato, sino aun la simple vista les debe vm. prohibir. Bien conozco que esto no es facil de discernirse en una sola visita: sé que hay algunos que saben muy bien disimular su caracter, y travestirse con mucho arte para no ser descubiertos; pero la observacion los descubre, y pone á la vista su verdadero interior, y conocido éste, es facil negar ó cometer la entrada, segun el verdadero mérito exîja. Para esto no necesita vm. otro auxîlio que el de sus luzes acompañadas de un verdadero deseo del acierto en la eleccion de las personas á quien vm. franquéa el honor de una [818] comunicacion freqüente en su casa; y despues de haber merecido esta, precediendo las pruebas mas exâctas de prolixidad, no hay porque deba vm. en conciencia prohibir á sus hijas el trato público, racional, prudente, christiano, y licitamente afable con ellos; no descuidando vm. al mismo tiempo en su regular y disimulada observacion, para que esta misma sea freno que retenga algun mal principio, que en realidad, á pesar de todas las pruebas, puede haber escapado al rigor de ellas, y á la penetracion mas lince. Este es, señora, mi dictamen.

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Carta XLIX Majorum primus quisquis fuit ille tuorum. Aut Pastor fuit aut illud quod dicere nolo. Juv. Sat. VIII. v. 274. ¿Me preguntas quienes fueron Fabio tus antepasados? O Pastores, ú otra cosa Que no quiero declararlo. Señor Censor. Si en alguna parte del mundo cono-[820]cido tiene su verdadero trono la mas ventosa vanidad, es sin duda en mi Pais. Infinitamente mayor es el aprecio que hacen en él de unos pergaminos viejos y carcomidos de polilla, por donde se pruebe la rancísima nobleza del que los posee, que de quantas riquezas pudo traer de la India Mr. Hastings. Alli quien no es noble, se le contempla por la criatura mas despreciable de la tierra, y aun se desdeñan los hidalgos de tenerlos por próximos. En casi toda conversacion salen á lucirlo las frias y pálidas cenizas de Padres, Abuelos y Visabuelos: En fin, para decirlo en pocas palabras, de ningun Pais como del mio se puede decir con mas propiedad vanitas vanitatum et omnia vanitas. Con tales sentimientos me educaron, con ellos crecí, y no con los de que fuese buen ciudadano, buen vasallo, buen amigo y buen próximo; pues de esto jamas me habla-[821]ron. Con los propios vine á la Corte, y con los mismos me mantuve demasiados años. ¿Le parece á vm. que quando se hablaba de algun sugeto, me interesaba yo en saber si era docto ó ignorante, de buena ó mala conducta, rico ó pobre? Pues nada menos que eso: mi cuidado solo era averiguar la nobleza de su casa, su antigüedad, los empleos que habian obtenido sus antepasados, sin cuidarme de otras prendas que diz recomiendan á qualquier individuo de este triste valle por obscuro y tenebroso que hubiese sido su brizo. Relleno de tan fatuas y tristes ideas, y con mas viento en mi cabeza que en la sombria caverna de Eolo, acaeció que una Señorita supiese con su belleza y juicio encender en mi corazon una terrible hoguera de amor; y como es muy dificil apagar su llama sin casarse, despreciando todo reparo sobre su [822] nacimiento, (pues era rica, y la plaza de mi noble humanidad estaba terriblemente sitiada por hambre) determiné aplicarme este remedio

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pidiéndosela á su Padre, que aunque Mercader era hombre honrado. Como yo no tenia mas defecto conocido que el de la vanidad, y todos saben ser esta enfermedad endémica de la tierra en que he nacido, (sin que por eso dexen sus naturales de ocuparse en los mas baxos y viles destinos) condescendió con mis ruegos, persuadido á que semejante union daba á su casa mucho lustre. Escribí á mi Padre todo lo ocurrido, suplicándole me diese permiso para efectuar este matrimonio, y á correo visto me respondió lo siguiente. Querido hijo Don Ramon Harnero: A fe de hombre ilustre que estoy admirado como me ha concedido el Cielo vida para responderte á la última que recibí tuya, en [823] que me avisabas tener determinado entregar tu nobilísima é ilustrísima mano á Doña Obdulia Fresal. ¿De quando acá se te há corrompido el corazon hasta el extremo de querer estercolar tu casa con semejante puerquísima union? ¿sabes por ventura quien eres? ¿sabes quien es esa mugerzuela con quien pretendes formar tan disparatado y negro conyugio? Pues no es nada menos que hija de un Mercader, nieta de un Mercader, viznieta de un Mercader, y tataranieta de un Mercader: En vista de esto, ¿no fuera una taimonia de las mas descaradas, empeñarte en mezclar tu sangre con la de una mugercilla tal por qua? Me han dicho tiempo hace, que has descubierto un genio filosófico de tres mil diablos; y siendo cierto, es regular que pienses tan locamente como los mas Filósofos del Mundo, y que te halles persuadido á que es lo mismo la sangre del ca-[824]ballo Bucéfalo, que la de la Burra de Balaan, é igual la del cobarde y manso Cordero, á la del atrevido y soberbio Leon: pues no lo creas por mas que te lo digan. Tan diferentes nombres como son noble y pechero, son diferentes las sangres en uno y otro, y no hay que venirme con alicantinas ni metafisicas. ¿Se te ha olvidado acaso el origen del apellido Harnero? ¿No te le tengo dicho y redicho infinitas veces? Por si se te borró de la memoria, sabe, y confundete hijo ingrato, hijo ruin, hijo desconocido á la refulgente cuna en que el Cielo ha querido te meciesen, que el apellido tuyo Harnero trae su origen nada menos que de un Príncipe muy armígero y belicoso que inventó los Arneses para sus Tropas, las que defendidas de ellos, libró una cruel y sangrienta batalla á las orillas de un Rio á el que en agradecimiento de haberla ganado le puso Arno. Este guerrero Prín-[825]cipe se casó con una Infanta de Trapisonda, de cuyo consorcio nació una hermosísima y robusta Princesa á quien se la puso el nombre de Arnania, la que llegada á los años de pubertad, celebró matrimonio con el Príncipe Arnesto, de cuyo enlace salió el Duque Arnoldo padre de mi vigesimo nono abuelo, quien por haber sido cincomesino y salido con este motivo muy chiquirritito del vientre de

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su madre, llamaron Arnerillo, y corrompiéndose estos nombres con el transcurso del ligero y devorador tiempo, hace ya cerca de siete mil años que se fijó en el de Harnero. Si acaso quieres por amor á las buenas costumbres tomar estado, sea en este Pais, donde, sino me engaño, hay Doncellitas tiernas como una manteca, y Doncelluecas mas duendas que una oveja, las que sin embargo de su pobreza, podrán de macho en macho traer su origen [826] desde mucho antes del diluvio; asegurándote que si insistes en querer ensuciar la ilustricidad de tus progenitores con semejante porqueria de conjuncion, insistiré yo tambien en estorvártelo por quantos medios me sugiera el empeño que tengo en que continue mi generacion espumando cada dia mas en nobleza. No te echo mi bendicion hasta que me avises hallarte arrepentido de un tan nefando disparate como querias cometer. Tu Padre (baxo dicha enmieda) D. Crispulo Harnero. Leer yo esta carta, y no quedarme la mas minima brizna de amor todo fue uno; porque como no habia en toda mi humanidad partícula alguna de sangre que no se hallase impregnada de las mismísimas caballerescas ideas que mi padre, darme en cara con [827] decirme que el objeto de mi pasion no tenia sangre tan encarnada y pura como la mia, era lo mismo que echar sobre mi fuego toda la nieve del Etna. Pero, ¿cómo decirla que ya nada habia de lo tratado? Aqui mis desvelos, aqui mis apuros, aqui mi confusion. ¿Echar mano de unos zelos fingidos? No, porque este es un ardid ya muy antiguo y muy comun. ¿Levantarla un falso testimonio contra su honestidad, como hacen algunos quando no quieren cumplir la palabra que dieron? Tampoco, por ser accion indigna de un christiano, y de un descendiente de Príncipes tan esclarecidos como todos mis antepasados. ¿Pues qué hago? Tomo la carta, y dirigiéndome á casa de la Señorita se la pongo en sus plebeyas manos, quien despues de haberla leido, toda arrobada y haciendo unos pucheritos con la boca como en ademan de querer llorar, que me causaba la mayor compasion, [828] se la entregó á su padre, el qual con la prudencia y moderacion propia de un hombre de juicio me dixo estas ó semejantes razones. Señor Don Ramon Harnero: siento ciertamente muy mucho que por un entusiasmo, por una quimera de la imaginacion, por una nada, como (si se analiza bien) es la nobleza, no tenga efecto un contrato tan de mi satisfaccion como era la union de mi amada hija con vm. No quiero manifestarle

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con papeles que no formó el oro ni la íntriga, la hidalguia de mi casa, ni tampoco disputarle á vm. la suya, porque podria resultar de esto que uno á otro nos desacreditasemos, descubriendo manchas que es dificil dexe de haber en las mas de las familias; y despues que recíprocamente nos hubiésemos insultado, que todo el Mundo supiese los defectos de las nuestras, y que sacásemos, (como se suele decir en frase vulgar) todos los trapos al sol, parasen nues-[829]tras riñas y pleitos en celebrar este matrimonio. No señor: Los yerros que cada dia estoy viendo cometer á muchos sobre el punto, me han enseñado á caminar con cautela en semejantes lances. Estas cosas se han de manejar con mucha prudencia, silencio y tino. Desde luego me conformo con que se deshaga este contrato, y solamente le suplico que dentro de dos meses me favorezca con venir á mi casa la mañana que á vm. le acomode; pues no será dificil que para entonces le manifieste algunos papeles capaces de sacar á vm. de ciertos errores y equivocaciones en que sin culpa suya ha caido. Le ofrecí cumplir lo que me pedia, cuya promesa tuvo efecto al tiempo señalado. Nos dirigimos á su Despacho, nos cerramos con llave para que ninguno viniese á interrumpirnos, y despues de aquellos primeros cumplimientos, me dixo: Amigo: El último dia que estuvo [830] vm. en mi casa, le supliqué (consiguiente á la carta que me manifestó de su padre) me hiciese el favor de venir á verme en el término de dos meses: Asi me lo prometió vm. y asi lo ha cumplido; pues sepa que en este tiempo estuve averiguando su alcurnia en compañia de un famoso Genealogista de esta Corte; y despues de las mas exâctas y escrupulosas diligencias, vea vm. en estos papeles lo que hemos sacado en limpio. No los ha formado el encono ni la maledicencia; sí la imparcialidad y el deseo de que la verdad se pusiese en claro, para desengaño de vm. y de otros que padecen la propia intumescente enfermedad. Dicen pues asi: El Apellido Harnero hace mas de doscientos años que está considerado por ilustre. El primero que se hizo noble, fue un Soldado que por haber hecho algunas proezas en las guerras de Flandes, logró la patente de Alferez: llamabase Payo Harne-[831]ro, cuyo padre Ruiz Harnero, pasó de vivandero á aquel exército, con cuyas ganancias y ciertas pecoréas que hizo en compañia de algunos Soldados adquirió un medianito caudal. El padre de éste, y abuelo del Alferez, murió de forzado por varios delitos que tenia, en las Galeras de Andrea Doria, cuyo General le distinguia en quanto era posible, porque el padre de este forzado, aunque hijo de la Inclusa, era hom-

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bre de talento, y habia sido el inventor de los Harneros; cuyo Apellido se puso en memoria de un descubrimiento tan util para los caballos y burros, pues con ellos se les limpia la paja y la cevada: por lo tanto las armas de la Casa de Harnero que logró pintar el consabido Alferez fueron dos hombres cada uno con su criba ó harnero en la mano; y junto á ellos seis borricos alargando el hocico en ademan de estar esperando el pienso. Vea vm. Señor Don Ramon lo [832] que hay en el particular de su nobleza; y creame que si á muchos de los que blasonan de lo ilustre y antiguo de la suya, se les hiciese sobre ella tan escrupulosas diligencias como las que yo he practicado relativas á la de vm. sabe Dios si se hallarian mas nobles principios que en esta. Toda familia ha tenido los suyos, y el primero de ella que se hizo noble sin duda era villano antes. La mejor nobleza está en ser buen Ciudadano, buen Vasallo, y util á la Patria; qualesquiera otra que se halle desnuda de tales adornos, es una Alquimia falsísima, respecto no haber hallado hasta ahora Anatómico alguno, diferencia sensible entre los huesos y la sangre del noble ó del plebeyo; repitiendo á vm. que la verdadera nobleza consiste en la virtud y el talento, pero de ninguna manera en las venas. Desengañado yo con semejantes verdades le supliqué me perdonase, y perdonase á mi padre el poco favor [833] que habiamos hecho á su sangre; despedime de él, y de la Señorita, y sali de la casa hecho cargo de que es gran locura despreciar á nadie, y mucho mayor querer averiguar hasta los mas remotos siglos sus ascendientes, por ser dificil dexar de hallar entre las cenizas de ellos mucha inmundicia, capaz de ocasionar un accidente mephitico al interesado; siendo por lo tanto muy conveniente dexarlas cubiertas con el obscuro y túpido velo del tiempo, y muy perjudicial pretender correrle.

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Carta L Un journaliste est meprisable lorsqu’il trompe ses lecteurs en leur cachant les defauts d’un livre qu’ils achetent d’aprés son temoignage. Un Diarista es despreciable quando engaña á sus lectores, ocultando los defectos de un libro que compran en vista de su aprobacion. Señor Censor. Hace pocos dias que en el Dia-[836]rio Enciclopédico de Bouillon del presente año, tom. I. part. 3.a fol. 444. leí esta apurada verdad, á la que acompañan otras muchas que me han confirmado mas y mas en la opinion que desde chiquito tengo abrazada muy apretadamente, del ciego asenso que se debe dar á las críticas, que muchos de estos papeles forman de los libros que analizan; pues advierto la imparcialidad con que las hacen, y la escrupulosidad con que caminan en su exâmen. La prueba real de esto es que haciendo en el dicho Diario el extrácto de ese inmortal libro intitulado, Discursos filosóficos sobre el hombre, le han formado con tal exâctitud y verdad, que el mas rudo conocerá lo muy hecho cargo que está de su contenido, la moderacion con que procedieron en su elogio, y los acreedores que son á nuestras gracias por tamaña fineza. No creo muy del caso referir á [837] vm. la introduccion á dicho articulo, porque ni allí ni aquí viene al propósito; empero le diré en abstracto, se reduce esta á comunicar al orbe que los extrangeros están muy equivocados sobre nuestro verdadero merito literario: verdad que si los señores Diaristas no hubiesen tenido á bien hacernos el favor de descubrirla, estariamos toda la vida sin saberla; como ni tampoco la que de doce años á esta parte son entre nosotros los adelantamientos en las ciencias infinitamente mayores que en otro tiempo alguno, cuyos progresos y agigantados pasos en ellas, nos avisan los debemos á la proteccion que acuerda á todo literato el Excelentísimo Señor Conde de Floridablanca, á quien con este motivo hacen el mas digno elogio, siendo muy regular que dicho Señor les viva sumamente agradecido por tantos favores como le dispensan, de los que ciertamente es-[838]taba S. E. tan necesitado como de la concurrencia á su casa de pretendientes importunos y mentecatos, y que no podrán menos de añadir muchos millones de codos á la estatura de su mérito tan desconocido hasta ahora de los Españoles, que si no fuese porque nos le han hecho

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ver de bulto los Señores Diaristas, es tal nuestra rudeza que no sabiamos hácia que mano le caia á S. E. Pero dexando este asunto porque no habrá quien me quite de la cabeza tratar sobre él en ocasion mas oportuna, paso á comunicar á vm. en Castellano la aprobacion que en Frances dieron mis señores los Diaristas á los citados Discursos filosóficos; á cuya aprobacion se servirá vm. permitirme añada yo la mia por medio de unas notitas ó apostillas para informar mejor al curioso lector de lo justificado del elogio. Dicen pues, que entre algunas obras Españolas de un mérito poco [839] conocido antes del Ministerio del Excelentísimo Señor Conde de Floridablanca, es del numero de estas y tal vez de las primeras los Discursos filosóficos, sobre el hombre de Monsieur Forner.127 Entre muchos Poetas (continúan) que han ilustrado á la España, ninguno hasta ahora se atrevió á tratar un asunto tan vasto, y tan verdaderamente filosófico: pero lo mas digno de admiracion es que no teniendo Mr. Forner, aun treinta años,128 ya en [840] esta edad se siente con la fuerza de exercitarse sobre materias en que Pope, el Cardenal de Polignac y otros, no se ocuparon sino despues de haber llegado á toda la madurez de la suya.129 Solo en vista del título de la obra de Mr. Forner, es facil advertir quan vasto es el plan de ella, y quan dificil desempeñarle.130 Para conseguirlo se necesitaba una imaginacion sábia y fecunda, un conocimiento [841] de todo quanto los Moralístas antiguos y modernos han escrito sobre el hombre, y uniendo todo esto á su objeto, el arte de presentarle baxo un aspecto y nue-

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El Señor Don Juan Pablo Forner y Segarra, autor bien conocido en esta Corte por muchas y excelentes obras, que siendo aun muchachito ha dado á luz. Vease la nota siguiente. En efecto; á la época que esto se escribia andaba el Señor Don Juan al rededor de su sexto lustro. Pero yo omito esta y otras particularidades acerca de su nacimiento y patria, porque no puedo reducirme á privarle del glorioso y bello espectáculo que desde ahora se le pre-[840]sentará al considerar convertidos hácia su averiguacion los sudores, los trabajos, las penosas investigaciones de todos los eruditos y sabios de los siglos XX ó XXI. ¡De qué gloria no gozaria en su vida nuestro Cervantes si por ventura pudo preveér los que se habian de tomar los Sabios de nuestros tiempos para averiguar su patria! Muchachito el Señor Don Juan, y en medio de su corta edad es ya maduro y muy maduro. ¡No es cosa de juego si es vasto y dificil!

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va forma.131 Esto es lo que Mr. Forner consiguió con una felicidad que dexa poco que desear. Cinco son los Discursos de dicha obra. En el primero expone con mucha energia y claridad las grandes verdades que son la basa de la moral: demuestra toda la importancia de este estudio, sin el qual no podriamos desempeñar nuestros deberes, ni conocer todas las conexîones que nos unen á la sociedad y al Criador. Las mas luminosas pruebas sobre la inmortalidad del alma le conducen á refutar el dogma del Fatalísmo, restituyendo asi al hombre todos los [842] derechos de su libertad, y restableciendo la moral de sus acciones, le eleva sobre todos los demas seres criados, le hace ver su nobleza, y le dispone á conseguir aquella perfeccion de que es capaz. El objeto del segundo Discurso es probar la insuficiencia de nuestra razon para elevarnos á un conocimiento perfecto del Criador, y al culto mas digno de él. En este son las pruebas de hecho y de raciocinio. Indica el autor las contradicciones en que han caido los Filósofos, y las varias supersticiones á que se abandonaron tantos Pueblos quando no han querido seguir mas guia que sus propias luces. Las pinturas vivas, la poesia brillante y lógica severa, que reynan en todo este Discurso, hacen igualmente interesante su lectura al reflexîvo, y al afecto á la bella poesia.132 [843] Se representa Mr. Forner en el tercer Discurso llevado por la multitud al templo de la Opinion. En él escucha los oráculos de esta encantadora; le lisongea el oido, pero no logra convencer su corazon, vacilante su espiritu en medio de las mas crueles dudas sobre lo que mas le importa conocer, invoca á la Verdad la llama á su socorro. Esta divinidad le oye, le arrebata á lo alto de su morada, y mostrándole desde ella quanto pasa sobre la tierra, [844] le prueba por el espectáculo de las ocupaciones frívolas ó perversas en que los hombres viven agitados, quanto distan de la felicidad que prometen ciertos filósofos; quan lejos están de su verdadero destino y de 131 132

Se necesitaba un Forner, y estaba dicho en dos palabras. Del mismo modo que hacen la de todas las demas obras suyas. ¡Qué pintu[843]ras tan vivas y tan patéticas! ¡Qué lógica, no digo ya tan severa, sino tan cruel no hace resaltar entre todas las oraciones su Oracion apologetica por la España y su mérito literario! ¿pues qué si se habla de raciocinios? Que me la claven en mi espaciosa frente, si en todas sus obras se hallare un solo sofisma; quiero decir, un argumento que concluya en la apariencia : : : pero, demasiado conocido es á todos los sabios y á los que no lo son el merito de sus escritos.

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aquel estado de perfeccion, que perdieron casi al salir de las manos del Criador.133 Todo este Discurso es de mano [845] de Maestro. En él se vé á 133

Ademas de esto le probó tambien la verdad que el hombre tiene dos almas (cosa ciertamente que nadie ha probado á nadie): una para sentir, y otra para discurrir. Amen de esto le probó que Dios ha dotado á los cuerpos organizados de cierto modo de la facultad de sentir, percibir y apetecer. Sublime principio, del qual se deduce por legítima conseqüencia aquella grande verdad desconocida hasta ahora, á saber: que el alma, esto es, lo que siente, apetece y percibe, es decir en general, ama, aborrece, entiende, se acuerda &c. que el alma, digo, es corporal, ó es un cuerpo asi ó asi organizado, que es lo mismo que decir, puestas las diferentes par-[845]tes que le componen, las unas en movimiento, las otras en quietud, aquellas con cierta figura, estas con otra, unas de tal tamaño, otras de qual, unas á la derecha, á la izquierda otras, las unas patas arriba, para explicarme de esta suerte, las otras patas abaxo &c. He aquí explicado en dos palabras todo el admirable mecanísmo de la sensacion, del apetito, de la percepcion ó pensamiento, de la voluntad, de la memoria, de la inteleccion &c. Todas las quales cosas no se distinguen del alma misma, la qual no siendo sino un cuerpo organizado, asi ó asado, no se distinguirán ellas por lo consiguiente de las propiedades de este cuerpo. Y no habiendo cuerpo que no tenga su extension, su impenetrabilidad, su figura &c., tampoco habrá, por exemplo, entendimiento que no sea largo ó angosto, impenetrable, quadrado, ó de otra figura. Y en efecto, ahora entiendo yo como es que hay algun entendimiento que me consta ser tan romo como un macho. Item: le enseñó la verdad, que la ley natural está ó ha estado corrompida. Y vease en una línea tan sola expresada la [846] unica causa de que el Mundo esté echado á perder. Pero yo para descargo de mi delicada conciencia debo advertir á mis lectores que aquí do se entiende por ley natural la voluntad de Dios manifestada por medio de la recta razon, que es la difinicion comun, y á la que vienen á referirse todas: sino se entiende otra cosa que mi ignorancia (la que confesaré sin rubor) no es capaz de alcanzar; porque, ya se ve, que seria menester quemarme si yo dixese que la voluntad de Dios está ó ha estado corrompida en algun tiempo. Item: le probó que la Religion Christiana es la mas santa entre las de la tierra: en lo que se nos enseña que no debemos murmurar de las otras Religiones, que tambien son ellas santas aunque no tanto. Item: le probó que la Religion natural no es en substancia otra cosa que el modo de abandonarse á las ficciones de una fantasia desenfrenada. Confieso que esta proposicion me escandaliza sobremanera, porque yo habia creido que la Religion natural era tan antigua como el Mundo, y que en ella se habian salvado todos aquellos que la observaron y vinieron antes de Jesu-

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su autor [846] inspirado igualmente que por el ge-[847]nio de la Poesia, por el de la verdad. [848] El Quarto está lleno de detalles muy metafisicos, y no hay uno solo que Mr. Forner no haya tratado tan clara como profundamente. Tales son algunas nuevas pruebas de la exîstencia de Dios,134 y tal es [849] tambien

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[847]Christo: pero, ¿cómo podria ser asi quando segun el Señor Forner la Religion natural no es otra cosa que el modo de abandonarse á las ficciones ó sueños de una fantasia desenfrenada? Mas es preciso confesar que mi escándalo es hijo de mi debilidad é ignorancia, y que es forzoso ceder á la autoridad de este hombre grande, que no puede explicarse en términos mas formales, y que ninguna culpa tiende de mi rudeza. Item: le probó que la existencia de Dios es el fin á que nos debe encaminar la revelacion. Evidente prueba de que la razon sola no ha encaminado á nadie á creer que Dios exîste. Item: le probó que las Sociedades civiles son obras de la maldad. ¡Qué rigor, y qué ceguedad la de los hombres, que castigan con la muerte á los que intentan destruir estas sociedades! á los que intentan destruir las obras de la maldad! Item: le probó otras mil estupendas cosas, como mas largamente se contiene en las notas generales á los cinco dichos Discursos, cada una cincuenta veces mas larga que cada uno; y tambien en las no-[848]tas particulares á cada una de las estrofas ó versos de los mencionados cinco Discursos; á todas las que, como igualmente á ellos me remito, y de las quales no perdonaré yo jamas á la envidia mal disimulada en los Señores Diaristas de Bouillon no hayan querido hacer mencion alguna en su elogio. Y cómo si son nuevas! ¡y cómo si son claras! Nuevas: la inmortalidad del alma no es rigurosamente demostrable, pues es posible que dexe de exîstir pudiendo Dios sin duda alguna aniquilarla. Sin embargo de la inmortalidad del alma deduce el Señor Don Juan la rigurosa demostracion de que Dios exîste: es decir, que es absolutamente imposible que Dios no exîsta, ó que dexe de exîstir. Yo no puedo dexar de exclamar aquí: ¡O lógica sobrehumana! ¡O Tomas de Aquino! ¡O Descartes! ¡O Teólogos! ¡O Filósofos [849] quantos habeis tratado de demostrar esta verdad! venid, escuchad, aprended de mi Señor Don Juan Pablo esta nueva demostracion palmaria sobre todas las palmarias. Claras: El fin de las obras del orden del hombre es Dios: cuya exîstencia se prueba (por el Señor Don Juan) porque si no exîstiera, las obras del orden del hombre no tendrian fin alguno. Quod erat demonstrandum. ¿Lo quieren Vms. mas claro? Notese aqui de paso con quanta justicia los Señores Diaristas de Bouillon, jueces competentes en la materia, celebran el estilo y la eloqüencia en el Idioma Castellano de su Panegirizado. Obsérvese en este pasage una [850] bella imitacion de uno de los padres de nuestra lengua el famoso Cervantes, quando

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la descripcion de nuestras varias facultades intelectuales que el autor personalizó, y que presenta con mucho arte en la escena. El quinto Discurso manifiesta al hombre la descripcion, el encadenamiento de sus obligaciones, la facilidad con que puede desempeñar todas las sociales y las Religiosas, y lo poco que le costará hacerse felíz en la tierra. Descubre con este [850] motivo la grandeza del todo Poderoso, su bondad para con el hombre, y los medios tan multiplicados de felicidad que le ha proporcionado; y en todo este, la rapidez de su estilo, la viveza de su colorido, manifiestan un corazon penetrado de su objeto, y tenazmente enamorado de los encantos de la virtud, y del amor de sus semejantes. En general se advierte en esta produccion un entendimiento recto, ilustrado con todas las luces [851] de la filosofia,135 y lo que es menos comun una dialéctica exâcta, y una metafisica la mas profunda, adornadas con las riquezas mas varias de la imaginacion y de la Poesía. Casi nunca se separa el autor de su objeto. Por toda ella hace ver la religion y la moral baxo un aspecto que sirve de alivio, é igualmente obliga á desear sus lecciones, asi por que penetran el corazon, como por que convencen al entendimiento. Por esto, á que se añade el arte de hermosear con una noble y facil locucion los puntos que parecen mas estériles, se conocerá el acierto con que Mr. Forner ha vencido las dificultades de su asunto, y se podrán dar las enhorabuenas136 [852] á la Nacion Española por un Escritor mas apropósito que otro para honrar y enriquecer su literatura. Exâminando rigurosamente estos Discursos, acaso se hallaria aridez en algunas relaciones, pensamientos freqüentísimamente repetidos, y tal vez un poco de menos orden y enlace que el que convendria entre las diferentes partes del plan.137

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dixo en su Quixote: La razon de la sinrazon que á mi razon se hace, de tal manera mi razon enflaquece, que con razon me quejo de la vuestra fermosura. No me canso de repetirlo: El fin de las obras del orden del hombre es Dios, porque si Dios no exîstiera, el fin de las obras del orden del hombre no tendria fin alguno. Pero pongamos por fin, fin á esta nota sin fin. Todo esto, con lo que está arriba y con lo que está abaxo, es una cosa notoria á qualquiera que haya leido sus obras. Yo por mi las admito, y las devuelvo duplicadas, quantas veces gusten á los Señores Diarsitas [sic]. Esta crítica nos parece algo rigurosa. Ya hemos notado que no es esta la única ocasion en que han mal disimulado su envidia los Diaristas; ni es tampoco lo

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Tanto menos insistiremos sobre estos defectos, quanto la crítica severa, pero justa é imparcial que Mr. Forner ha hecho de algunas obras modernas de su Nacion, sale por fiadora de la que sabrá hacerse á sí mismo, y anuncia á la Es-[853]paña un autor capaz de atajar los progresos del mal gusto por los preceptos y por el exemplo.138 Todo lo que hemos dicho de Mr. Forner prueba el derecho que tiene á recibir fomentos del Ministerio Español. Ignoramos quales son los que ha obtenido hasta ahora; pero si el acaso, las circunstancias, [854] ó el manejo de la envidia, á que debe estar mas expuesto que otro, hubiesen contribuido á privarle de las recompensas que ha merecido, ó aun de los socorros que la mediocridad de su fortuna necesitaria, nos atrevemos á pronosticarle un tiempo mas felíz en el venidero; y tenemos por garantes de nuestra prediccion las luces, la justificacion de un Ministro que jamas ha rehusado su proteccion á los talentos distin-[855]guidos, y la incapacidad de los enemigos de Mr. Forner, que tal vez le acometerán con versillos y papeluchos, quando con luces mas extensas, ó aun con toda la penetracion de un Malebranche ó de un Leibnitz se hallará en su obra mas que alabar que criticar.139

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único que quizá con mucha mayor razon podriamos reprehender nosotros en su elogio, sin que nuestra crítica pudiese ser tachada de rigurosa, ni severa, de injusta ni de parcial. En efecto: las obras de Don Tomas de Iriarte, y particularmente su traduccion de los quatro libros de la Eneida: las del Poeta filósofo y particularmente las Odillas que dió á luz: los Discursejos de vm.: las Poesias de un Melendez &c. no han contribuido sino á los progresos del mal gusto, y al atraso de las ciencias; y hubieran contribuido mucho mas sino se hubiera opuesto á este torrente nuestro héroe con su excelentísima fábula del Asno Erudito, obra verdaderamente original, y parto único de la cabeza de nuestro autor donde fue engendrado el dicho Asno por obra y esfuerzo de su talento superior al de todos los Fabulistas antiguos y modernos. El mismo fin, y el propio efecto han tenido las demas obras con [854] que posteriormente ha ilustrado al universo, emprehendidas solo á impulsos del zelo que le animaba por la extirpacion del mal gusto, y del atraso de las ciencias, pues á todos nos es constante que ninguno de dichos autorcillos se habia atrevido á impugnarle, ni tenia sobre qué, por lo que no podemos decir que lo hiciese nuestro autor por envidia, por venganza suya ni agena, por el ansia de captar gloria dandose á conocer al mundo, ni por otro algun motivo bastardo ó menos honesto. Ninguno como yo conoce y venera, como debe todo el mérito del Señor Don Juan Pablo Forner y Segarra, pero al mismo tiempo ninguno mas imparcial.

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Está muy bien que los Señores Diaristas elogien y alaben al Señor Don Juan, como ningun otro ciertamente de nuestros Españoles seria capaz de hacerlo: ¿mas no es cosa fuerte que los extrangeros no han de alabar nuestras cosas, sin al mismo tiempo zaherirnos ó injuriarnos? Digolo porque quanto estampan por conclusion del elogio en este último párrafo, toca, ya en des-[856]vergüenza. Yo les confieso desde luego que segun se colige del presente panegírico están tambien impuestos, en nuestra lengua, en nuestra poesía en nuestras ciencias, y en todo lo que pasa entre nosotros, como si hubiesen sido nacidos y criados en Madrid. Ellos conocen la noble y facil locucion del Señor Don Juan Pablo; ellos saben hasta su tierna edad; ellos con quanta justicia é imparcialidad ha criticado á algunos escritores de su nacion; ellos que se criticará á sí mismo, sin embargo de que toda la penetracion de Malebranche y de Leibnitz no hallarian en sus Discursos que criticar. Ellos saben lo expuesto que está el pobre Señor mas que otro ninguno á la envidia; ellos la incapacidad de sus enemigos, (cuyas obras tendran bien leidas) y que no de otra suerte osarán acometerle que con versecillos y papeluchos, tales como esas ultimas cartejas que aca[857]ban de publicarse contra su Oracion Apologética. Ellos saben la mediocridad de su fortuna, y lo necesitado que está por ella de algun socorro. Ellos saben todo esto, y otras muchas cosas que yo no sé; ¿pero quién por eso les ha autorizado para reprehender en buen frances (pues aquí no se puede decir en buen romance) á nuestro Ministerio, como lo hacen por no haber premiado hasta ahora, segun merecia al Señor Forner? El Ministerio no necesita recuerdos ni agentes de negocios para atender al mérito de los sugetos, pues como aqui ni se venden ni se heredan los empleos, como dice sucede en algun otro pais no desconocido á los Señores Diaristas, es forzoso esperar á que en el que deba ser agraciado, concurran todas aquellas circunstancias que se requieren para serlo; y es factible que nuestro Señor Don Juan no esté adornado de todas las que se necesitan, [858] quando hasta ahora no se ha dado por entendido el Ministerio para premiarselas. Tengan los Señores Diaristas un poco de paciencia, asi como la tiene el Señor Forner á pesar de la mediocridad de su fortuna; que el Ministerio le dispensará sus gracias quando lo tenga por conveniente, y no quando se lo digan sus mercedes. Canté.

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Carta LI De la solenidad curaban poco; No curaban sino de las mugeres. Boscan. Leandro. Señor Censor. Con fecha de 31 del próxîmo pasado recibí en Aranjuez por el Parte la siguiente Sátira. En quanto a su merito es constante que hay de todo, pudiendo decirse de ellos lo [860] mismo que Marcial dixo de sus Epígramas. Sunt bona; sunt quædam mediocria; sunt mala plura. Pero adviertase que el plura mala es en quanto á la prosa, donde me amenaza con su indignacion si continúo escribiendo contra Mr. Forner, pues esto es pretender que se escriban sandeces, y que no haya una buena alma que desengañe á los lectores incautos, y de pocos alcances. Contexto á este punto en la nota tercera; y no ofreciendoseme por ahora otra cosa que decir á vm. se repite muy suyo como siempre. &c. Madrid 16 de Junio de 1788. Harnero. P.D. Acabada de escribir esta, ocurre un asunto a que me es preciso atender con preferencia á todo, y dudo mucho me permita escribir á vm. otra [861] carta. Participoselo á vm. para que no se lleve chasco; y espero que quanto antes se lo comunique asi al público mi Señor, dandole de mi parte las mas rendidas gracias por tantos favores como me ha dispensado, á los que viviré eternamente reconocido. Aunque le falten á vm. mis cartas no dude vm. jamas de mi afecto y amistad verdadera, pues siempre seré su mayor apasionado, y amigo. [862] Señor Censor. Muy Señor mio: No me faltan tres dedos para renegar de vm. y de todos sus papeles.140 ¿Es posible qué habiendo tantos vicios políticos, y morales sobre que escribir, cuya provincia parece ser la propia de un Censor, ó quasi Censor, se meta vm. ahora en que Forner deba ser tenido, ó no por sabio

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Ni á mi uno para no darseme nada.

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entre los extrangeros? Dexele vm.141 que pase entre los Diaristas de Bouillon, y en toda la culta Francia, y sabia Inglaterra por superior al Cardenal de Polignac, á Pópe, Leibnitz, y Malebranche. Yo [863] quiero suponer que no es asi, ¿qué cuidado se nos da en que dichos Diaristas le pongan mas allá que los referidos Polignac &c. &c.? Tan lejos estoy de pensar que se debe hablar de esto, que, en mi sentir, debemos autorizar con nuestro silencio tamaño elogio. ¿No tienen los Extrangeros de muchos Sabios Españoles una idea muy baxa? pues tenganla muy grande de los que no lo son, y estamos pata. Ea, pues, Señor Corresponsal, no toquemos en estas materias, sino quiere vm. ganarse en mi un enemigo mas;142 que no soy tan despre-[864]ciable como á vm. le parece; pues con mi puntica de Poeta, y un si-es-no-es de burlon estoy en parage de darle á vm. un mal rato, si me levanto un dia de mal humor, ó, como dicen, se me sube la mostaza á las narices. Ahi tiene vm. esa Sátira, que es algo mas importante que los elogios de Mr. Forner; y ora sea mala ó buena, tiene la recomendacion de que sobre ella puede vm. hacer doscientas mil buenas, y mejores. Yo soy Eclesiástico, y el asunto es muy mio. Creo que si ella corresponde á mis deseos, y espíritu que la dicta, he cumplido mi oficio mejor que si me estuviera predicando tres horas; porque en la Iglesia me oirian tal vez los que tienen poca necesidad de reforma, [865] y aqui me oirán, y leerán aquella casta de gente que no gusta de oir sermones, ni de leer obras que pasen de un pliego; estos son los mas, y los que mas necesitan de correccion. Le aseguro á vm. Señor Harnero, que si la tal Sátira la hubiera escrito en la triste y dolorosa escena, donde concebí las primeras ideas, tendria sal, tendria fuego, y tendria todo aquello que hace recomendable este género de escritos; porque estaba entonces el extro tan en punto de caramelo, que por do quiera que me tocasen echaba chispas. No es esto alavarme, ni gusto de hacerlo, aunque no dexo de confesar que me suenan muy bien los elogios, 141

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No quiero dexarle, ni dexar de admirarme que los Eruditos Diaristas de Bouillon hagan la analisis de un libro que sin duda no han visto, pues si le hubiesen leido, son demasiado Doctos para dexar de haber dicho todo lo contrario. Esta amenaza me infunde un sies-no es de miedo, y asi, porque no la ponga en práctica, protexto delante de todo el Mundo no volver á escribir directa ni indirectamente contra Mr. Forner, á menos que su merced no saque á luz alguna otra Obra parecida á las que tiene publicadas hasta ahora, pues entonces vuelvo á enristrar mi plu-[864]ma, y á presentarme en la campaña literaria, sin temer á endriagos, follones ni malandrines.

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maguer fuesen de los Diaristas de Bouillon. Esto no embargante, protesto que no soy capaz de escribir directa, ni indirectamente mis glorias, que ya verá vm. por la Sátira en lo que las estimo; [866] y asi lo que vá escrito de que yo hubiera hecho pro illo tunc, et in sensu composito, una excelente Sátira se ha de leer teniendo á la vista aquello de facit indignatio versum. Fue pues la escena en la calle Mayor, en los portales de Guadalaxara el dia del Corpus, al pasar la procesion; á que asistí (confieso mi flaqueza) llevado de un espíritu de curiosidad, como quasi todos los demas que componian aquel hormiguero formidable. Vá de Sátira, y no de quento. [867] SÁTIRA. Fuera, fuera temores: ¿Siempre oyendo á mil barbilampiños hechos Sabios, y ver continuamente las Gazetas embutidas de nombres, y librillos, y yo callando, Fabio, quando tengo y tintero, y papel, y salvadera? Yo tambien quiero hablar, y ser leido. Desciende, Musa, dictame aqui versos, no como muchos, que hoy se representan, y se imprimen, diciendo que son tuyos, levantandote un falso testimonio. Dicta, dictame versos qual dictaste al sabio Joven, cuya pluma sigue veloz el vuelo del Bufon de Aquino. Y no hay que hacer aqui de la llorona, ni exasperarse contra aquel despoto, y gran Monarca Omnipotente Pécus. Siempre mandó este al mundo, y á los Reyes; y aun allá en aquel tiempo, y luengas tierras, do imperaba el mas sabio de los hombres, y que no tendrá par, tambien mandaba, aun mas que su prudencia, D. Dinero. No solo el viejo, el niño, el ignorante, el sabio, y ¿aunqué mas? no solo el hombre la cerviz humillaban á su Imperio, sino el bruto, la piedra, y todo, todo [868] de Pécus era miserable esclavo.

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Ea, pues, Musa, de enojarte dexa, y exasperar las vilis contra un dueño, que te manda tan bien, y á mi me manda; pues aunque soy Poeta, y el amigo infeliz de Nason dixo que solo aspiraba el Poeta á los laureles, ó yo no soy Poeta, ó le desmiento; toda mi fama doy por mil doblones. Ya te contentarás con dos pesetas. Tampoco quiero, Musa, que vestida de misionero al hombre afeminado declares cruda, y sanguinaria guerra; dexa esos infelices; ya el castigo tienen con parecer al mundo todo unos hermafroditas miserables. Dexa el teatro, y los actores; dexa que Vega, y Calderon gozen tranquilos la antigua posesion de nuestras tablas; y que el sabio extrangero de él arguya el desarreglo, y la barbarie nuestra. Ni es de tu inspeccion, Musa, que el Letrado con el Vinio, la Curia, Paz, y Gomez, ex tripode dexida sobre todo, juzgando cabe si niños de teta á Esquines, Ciceron, y Triboniano: ni que el Teologo estudie solamente el Goudin, y Gonet, ó la Escritura. Esto no es para tí; tamaña empresa [869] de formar Sabios, dexala á los Sabios. Tu, mi querida Musa, emprehende asuntos que á tu genio, y al mio se acomoden. Depon, depon lo grave, y en estilo festivo y retozon, dime las fiestas con que la ceguedad de los Gentiles sus Dioses celebraba; aquellos Dioses, que con orejas, voca, ojos, y manos, ni oyen, ni hablan, ni ven, ni palpan nada; ni huelen sus narices, ni hacen uso jamas de sus dos pies, mostrando á todos,

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que son de marmol por de dentro y fuera. Cántame, Musa, con alegre tono estos juegos, y fiestas Sacrosantas. Dime como las Menades hermosas, en la una mano copas de Liëo, la verde yedra en otra, provocaban brindando á Baco, y Venus, y olvidando el pudor de su sexô, haciendo alarde de violarlo, y violar las leyes todas. Dime, Musa, esto, asaz festivo, y dulce; y habiendo con viveza ya pintado la obscenidad, disolucion, y luxo de aquellas Bacanales, en el mismo festivo tono cántame las fiestas, con que en el dia de hoy celebran muchos al verdadero Dios, que solo puede por sí mismo explicarse, y cuya gloria la publican los Cielos, anunciando [870] que es obra de su diestra el Firmamento. ¡Quantas ideas, Musa, puedo darte para la fiel pintura de estas fiestas! Antes que se prescriban en el Templo, y el dia se señale, ya lo anuncian, con muy anticipada diligencia, el bordador, el sastre, y las modistas. Veraslos trabajar de dia y noche, sin respetar la ley del dia Santo: Al par que viene la funcion, se aumentan los oficiales, y á pesar de todo, rabiando quedan muchas Parroquianas. Dilo tu, Cloris, di la baraunda que moviste en tu casa, porque á tiempo el dia del Señor no trajo el sastre la basquiña de negro canutillo, precisandote á estar todito el dia sin oir Misa, y sin probar vocado, haciendo Viernes Santo, el Jueves grande. Verás hervir las tiendas do se venden las blondas, gasas, y otras mil simplezas.

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Todo esto, Musa, á la funcion precede; esta preparacion es el anuncio; el dia mas solemne es mas de moda. ¡O Extrangeros! ¡ó Ingleses! ¡ó Franceses! y quan á precio de oro pagariais cada solemnidad que se aumentase! vierais entonces aumentarse el luxo, aumentarse la moda, y de este modo, [871] sin armada, sin tropa, sin estruendo, haceros dueños, y triunfar tranquilos del rico Potosi, y de todo quanto acá, y allá posee la Ibera gente. Ya es llegado aquel dia en que la moda ostenta su poder; verás entonces, aun ilustrando el Sol otro emisferio, correr furiosos de una en otra hacera, y de una en otra calle los que mandan del femenino sexo en las cabezas: Si, Musa, tu verás antes que el Alva andar, correr, volar los peluqueros. Mas aun no has visto no, donde festiva tu lira puede recrearme el alma. No has visto no, de inumerable pueblo apretadas las calles, donde reyna el desórden, el luxo, y el descoco; todos fuera de sí, y embebecidos con las Ménades bellas, que sin Baco, ni yedra verde, mucho mas provocan, que aquellas licenciosas Bacanales; allí verás al uno, y otro sexô empujarse, y usar de las licencias, que da una situacion tan ventajosa. ¡O Nason! del profundo del Averno, ó do quiera que estés, ven, y reforma, sobre este plan, el plan que tu formaste. Con esta religion la calle expian que ha de pasar su Dios, Dios verdadero. [872] Aun verás, Musa, mas; verás á muchos, que á esta sazon unidos á sus Lays,

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doblan maquinalmente la rodilla, y á otros muchos que flores derramando sobre la ara de Venus, no se curan de ver como, ni quando, ni quien pasa. Verás en las ventanas, y balcones, penachos mil, y mil de cosas nuevas, sudor de las bateras y los sastres, sudor de los gloriosos ascendientes, que fundaron con malla, y lanza en ristre un vinculo muy pingue á los tenderos. ¡Mira si tienes bien en que explayarte! A Dios, mi Musa, vuela, y otro dia, que estes de buen humor, la lira toma, me alegrarás un rato, que yo atento á tu dulce armonia, y cuidadoso de perpetuar funciones tan alegres, de buena tinta escribiré tus versos; despues los cantaré, y haré que todos cantandolos se alegren y diviertan. A Dios, que ya te aguardo; y me parece, que te escucho decir, ya prevenida para entonar las fiestas, como á el joven, del Hebro honor, dixiste en otro tiempo. Canta, canta placeres, tierno muchacho, pues muchacho eres.

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Diálogo Céltico Transpirenaico [3] Diálogo Céltico Transpirenaico é Hiperbóreo en defensa de la

Escena Hespañola con Apostillas, de Don Vicente Garcia de la Huerta. INTERLOCUTORES. El Corresponsal del Censor, y su Maestro de Latinidad. Correspons. Maestro mio: ¿Qué suspension es esa? ¿qué le aflige á vmd.? ¿Es acaso algun quebranto en su salud? Suplicole por Dios me saque de esta confusion, pues sabe lo mucho que le amo, y no debe dudar que tanto en sus satisfacciones, quanto en sus disgustos, ningun discípulo suyo toma mas parte que yo. Maestro. Amado Corresponsal: Estoy tan aburrido con el inmenso [4] torrente de librejos que cada dia y cada hora nos anuncian las Gazetas, los Diarios y las esquinas, y tan enfadado con el ningun mérito de dichas Obras, que te aseguro, querido mio estaba por jurar solemnemente no volver á gastar un maravedí en ninguno de ellos, sin que le califiquen antes por bueno, ó á lo menos por tolerable, hombres de ciencia y conciencia. Los chascos que me he llevado son causa del mal humor con que me encuentras. Corresp. Aunque siempre he sido en todos asuntos del dictámen de vmd., y adherido á él como bueno y fiel discípulo; creo que en este hemos de discordar; porque, ó yo soy muy zoquete, ó los papeles que salen á luz (exceptuando el Censor y el Apologista Universal), no son tan despreciables como quiere vmd. hacerlos. Esta es mi opinion, vmd. abunde en la que guste, que yo tam-[5]bien me mantendré eternamente en la mia. Maest. A la verdad que extraño en tí ese lenguage, y á no creer hablabas de burlas, pensaria se te habia escapado el juicio por esos mundos de Dios; porque el hombre que posea la mas leve dosis de él, subscribirá á mi dictámen; y supuesto no es hora aun de recogerte á tu casa, quiero ver si mientras llega puedo sacarte de ese error en que vives, disecando algunas Obras que justamente abomino, y parece que tú alabas. Dime; ¿has leido el Prólogo del Theatro Hespañol, ó sea Escena Hespañola con Apostillas? ¿Has visto la Leccion Crítica?

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Corresp. ¿Si he visto y leido esas obrazas me pregunta vmd.? ¿Acaso soy algun Cafre ó Iroques para no ver, leer, y aun devorar tales maravillas? Vmd. me agravia en hacerme semejante pregunta. Maest. ¿Y que te han parecido? [6] Corresp. Si he de decir lo que siento con la sinceridad que acostumbro, tengo á dichas producciones por el mayor y último esfuerzo de un entendimiento varonil, sólido, nervioso, duro y acabado. Aunque no tuviesen otro mérito que la pureza del lenguage, y los oportunos y bien contrahidos cuentos que refiere, y epitetos con que baptiza á todos los que infructuosamente pretenden hacer sombra al digno Padre de tan dignísimos hijos, bastaba esto solo para hacerle memorable. Diga vmd. que repliquen ni satisfagan los Zarramplines de sus antagonistas á los berroqueñas razones con que hace ver el desarreglo de sesera de semejantes Philogalos, lucérnigas rateras, y escarabajos. Que nieguen el mérito de la recóndita anécdota, que nos comunica de la envidia de Cervantes, con el agregado de haber incurrido este pobre manco en con-[7]tradicciones pueriles, en falsedades y ligerezas. ¿No encantará esto á qualquiera hombre de buen gusto por lo oportuno y lo urbano? ¿Sabia vmd. acaso hasta que nos reveló el secreto dicho venerable Colector de Comedias, que Racine habia sido un imbecil, Cosme Damian, un hombre falto de juicio, y de talento crítico? Pues si nada de esto sabia vmd., y pasaba miserablemente su vida, ignorando primores tales, ¿por qué no ha de venir el agradecimiento en pos de la fineza? Es forzoso le manifieste el mayor la Academia Española, luego que advierta la inmensa riqueza de términos con que puede aumentar su diccionario, todos de la propia cosecha de nuestro Colector, porque son muy acreedores á su reconocimiento y gratitud, los sonoros, altisonantes, músicos y peregrinos de fastidiosidad, pusilidad, espontaneidad é innocuidad. Maestro mio, no [8] nos engañemos. Hay muy pocos hombres que no sean instrenuos y obsoletos para inventar términos; y si algunos temerarios quieren meterse en estas honduras, es tan inyucundamente, que se hacen dignos de recibir con los dentifrangibulos media docena de golpes en sus nucifrangibulos, para que no se arrojen á hacer lo que no pueden desempeñar. Maest. ¡Cuitado de mí una y mil veces! ¿Tambien tú estás contagiado de esa Sotomarnica y Antiorica enfermedad? ¿Dónde diablos has sacado esos instrenuos, esos obsoletos, esa inyucundidad, dentifrangibilidad y nucifrangibilidad, nombres que parecen de conjuro? Corresp. Señor Maestro: Aqui no hay tio, pásame el rio: yo quiero imitar al insigne y original Leccionista Crítico; y pienso hacerlo tan bien, que con

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el tiempo le daré quince y falta en crear nuevas y [9] exôticas voces para enriquecer la lengua: fuera de que llamar á los puños dentifrangibulos, y nucifrangibulos á los dientes, es imitar nada menos que á todo un Plauto; porque sin embargo de que no entiendo latin ni castellano, y que alego en contrario sentido á Juvenal, tragándome como cerezas con hueso los sarcasmos de este Satírico,143 pues tomé como suena aquel verso suyo de la sátira XV. Gallia causidicos docuit facunda Britannos. cuya ironia ningun viviente ha conocido hasta ahora que la descubrió su merced Deliadica, lo mismo que la Ominosa odiosidad á la literatura Española, y afecto á la trans-[10]pirenaica del Señor Nasarre, quien : : : Maest. No pases adelante: Tú has tenido mucha razon en entender como entendiste el verso de Juvenal, lo que solamente negáran algunos pobres pordioseros del Parnaso; porque ese verso de la sátira XV. tiene relacion con otro de la I. que dice: Aut Lugdunensem rethor dicturus ad aram. cuyo comento, aunque excusado para los mas, no le es para tí, ni para otros muchos tales como nuestro Leccionista; porque has de tener entendido que no estudiando es imposible saber ni escribir con acierto. El verso de la sátira I. con quien tiene relacion, segun dexo dicho, el de la XV. se escribió con motivo de ciertos certámenes de Eloqüencia y Poësia, que el Emperador Caligula instituyó en Leon de Francia, habiendo establecido al mismo tiempo [11] ciertas penas contra los que no se aventajasen en este género de disputas. Tenian los vencidos obligacion de premiar á los vencedores, y de componer Discursos en su elogio: pero aquellos que habian compuesto los mas ínfimos (v. g. el romance de nuestro Arcade en elogio del Señor Barceló, comparado con otros que se hicieron á S. E.) se les obligaba á borrar sus escritos con la lengua, ó con la esponja, sopena de ser azotados ó arrojados al rio. Instituit Caligula (dice Suetonio en la vida de este Emperador citado por Farnabio) certamina facundiæ Lugduni in Gallia, in quibus oratores victos spongia linguave scripta sua delere opportebat nisi ferulis objurgari, aut flumine mergi maluissent: hoc metuentes oratores dicturi ad aram, quæ Lugduni insignis erat, pallebant.

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Apostilla graciosa del Graciosísimo Colector, pag. LXXXIV. de la nueva impresion de su Escena Hespañola (alias) Prólogo.

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Es desgracia dexar correr la pluma con tanta ligereza, y sarcasmar [12] una noticia cierta, sin dar mas satisfaccion de porque se sarcasma, que la ridícula y despreciable de Yo tengo mil razones en lo que niego, esto baste, y adviertan que soy Maestro: prosigue pues. Corresp. Pues prosigo diciendo, que aunque ni yo ni otros amigos mios entendamos latin, sin embargo leo algunas veces á dicho famoso Cómico, y me gustan sus Comedias casi tanto como aquella famosísima quintilla de Antioro Talentazo soberano Canaleja, Jerubin, y el Doctor Calahazano, ellos no saben latin, mas tampoco castellano. asegurando á vmd. Señor Maestro, que mas quisiera ser Autor de dicha quintilla, que de la traduccion que el mismo Arcade hizo de la Xaira, con X. [13] Maest. Estás equivocado en llamar traduccion á esa justa (mas bien dicho estaria injusta) idéa, porque solo fue Paráfrasis, segun él mismo dice en la advertencia que la precede; por mas señas que confiesa le sirvió de original la que en castellano se imprimió en Barcelona: y aunque la favorece segun y como favorece á todo lo que no abortó su entendimientazo, ó yo estoy equivocado en la cuenta, ó ha tomado de ella mas de docientos versos, que son mas que algunos, y si los hubiese tomado todos habria hecho mejor. Corresp. Yo no entiendo de esas cosas; lo que puedo asegurar es que si en la advertencia de su justa idéa llama Paráfrasis á la tal quisi-cosa, en la pag. CXIV. de su Prologazo, la llama traduccion: asi, pues, me atengo á lo último que dice, y tanto que si mañana en la reimpresion de la Biblioteca Militar dixe-[14]se que no era traduccion, Paráfrasis, ni calabaza, lo creeria tambien á pies juntos, y reñiria sobre el particular con qualquiera, porque esto precisamente habia de ser lo mas cierto. Maest. ¿Me acordarás un favor que te voy á pedir?

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Corresp. Segun y como sea. Maest. Se reduce solamente á suplicarte abandones la mania de meterte á inventor de términos, porque es una cosa delicada ::: pero lee á Horacio en su Arte Poëtica desde el v. 46 hasta el 72, y verás las circunstancias que se requieren para introducir con fundamento palabras en qualquiera idioma; punto siempre tan delicado, que los Maestros de la eloqüencia dicen consistir esta en la buena eleccion de ellas. Verborum delectus eloquentiæ origo, nos dexó escrito Ciceron en el Bruto; y quien en esto no procede con el mayor pulso, jamás será otra cosa que un miserable par-[15]lador. ¿Quánta burla no se hizo de Dionisio Tirano de Siracusa, y de Alesarco hermano de Casandro, Rey de Macedonia, porque abandonando las voces de uso comun, inventaban afectadamente como nuestro Fuerte otras nuevas? ¿Qué befa no hace Luciano de los hombres que dán en tan ridícula y despreciable mania, introduciendo con este fin á un tal Lesifano, que se explica con términos nuevos y extraños? Por lo que te vuelvo á rogar abandones ese empeño, pues de lo contrario serás la risa y fábula del Pueblo, como lo son otros que tú y yo conocemos. Corresp. Cada uno es dueño de hablar como le parezca, y explicarse á su modo, entiéndanle ó no le entiendan: si lo primero, tanto mejor; si lo segundo, nadie puede ser responsable del embotado y corto talento de quien le oye. = Fastidiosidad. = Pusilidad. = Espon-[16]taneidad. = ¡Oh dichosos y bienaventurados términos! Y, ¡oh dichoso y bienaventurado el cerebro donde se forjaron, pues solos ellos sin mas ayuda de vecino son suficientísimos para acreditar á qualquiera de un lince en concebir y malparir palabras! Maest. ¿Con que qualquiera es dueño de inventar términos, y hacer de ellos el uso que le acomode? Corresp. Presénteme vmd. alguna Ley de la Partida, ó mas modernamente algun Decreto de nuestro Soberano en que lo prohiva, y guardaré eterno silencio, protestándole no hablar sino como Fr. Luis de Leon, Miguel de Cervantes, Garcilaso, y otros rancísimos Señores tales como estos; pero en el interin no se me exhiba dicha Ley ó Decreto, seguiré con mi obsoleto, instrenuo, dentifrangibilidad y nucifrangibilidad; porque hablemos claros, Se-[17]ñor Maestro; ¿no será un encanto, un echizo y una bobada, poder decir quando se hable de un hombre que tenga buenos puños: Ese sugeto ha merecido á la Naturaleza unos dentifrangibulos maravillosos y temibles? Y si acaso se suscita alguna conversacion en que se elogie la belleza de alguna dama, ¿no sé quedarán los oyentes hechos unos tontos, si en el

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panegírico que forme de sus partes por menor, digo: Pues tambien esa Señora tiene los mas blancos, é iguales nucifrangibulos que he visto. No hay que dudar, yo me de hacer memorable por este camino, y sobre todo morena. Maest. Pensé tener en tí un discípulo mas adelantado de lo que estás, y mas prudente de lo que eres: pero ya veo con harto dolor de mi corazon el engaño en que hasta ahora he vivido. Me vanagloriaba freqüentemente entre los amigos de haber sido tu Maestro, pero en lo [18] subcesivo procuraré ocultarlo con el mayor teson, y aun negarlo en caso preciso. Voy por último á comunicarte ciertas especies por si te hacen fuerza, y que es muy regular ignoreis, tanto tú, como el sabio Colector, pues vuestra erudicion no es tan fina ni afiligranada: y son, que estando hablando en el Senado el Emperador Tiberio, se disculpó con los oyentes por haber usado de la palabra nueva monopolium; y en otra ocasion expidiendo cierto Decreto, donde se vió precisado á valerse de un término poco latino, consultó sobre su propiedad con algunos inteligentes, y entre ellos con Ateyo Capiton, quien por adular al Emperador, dixo, que la voz sin duda era moderna y forastera, pero que en gracia de Tiberio se podia colocar entre las antiguas; á cuyo parecer se opuso Pomponio Marcelo, diciendo, que el Cesar era dueño de conceder el honor de Ciuda-[19]dano Romano á qualquiera hombre, pero no á las palabras; cuya libre respuesta no consta hubiese irritado el ánimo de aquel Emperador. El Cesar Adriano consultó tambien sobre si podria usar de la palabra obiter; y no te persuadas que esta fue una afectacion de los Emperadores, ni extravagancia de los baxos tiempos de la República Romana, sino que tambien todos los mas antiguos Escritores han desaprobado la novedad en las voces. Qüestionando Varron si estaba mejor dicho en latin æditumus, ó ædituus, decidió se debia preferir aquella voz á esta; quod alterum sit recenti novitate fictum, alterum antiqua origine incorruptum: y esto mismo confirmó en los Libros de Re rustica, diciendo: Sementinis feriis in ædem Telluris veneram rogatus ab æditumo, ut dicere didicimus à patribus nostris, ut corrigimus à recentibus urbanis, ab ædituo: y últimamente [20] entre los graves cargos que hace Ciceron en sus Philipicas á Marco Antonio, es uno de ellos haber inventado la palabra piisimus: ¿y quieres tú cuitado y miserable pecador imitando el mal exemplo del Autor de la Escena Hespañola, innovar tu idioma, hablando y escribiendo tan estrafalariamente que causa una risa Sardónica á quantos tienen un solo escrúpulo de juicio y discernimiento? Déxate por tu mismo honor literario de cometer tales sandeces.

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Corresp. Que Antioro esté ignorante de esa intempestiva erudicion que acaba vmd. de vomitar, puede ser muy cierto, y lo será sin duda; ¿pero yo que leo hasta el juzgado casero, no habia de tenerla ya olvidada de puro sabida? Tampoco ignoro la burla que en sus sátiras hace Oracio de Lucilio, . . . quod verbis Græca, Latinis miscuit. [21] ni la rechifla de Juvenal contra los que en su tiempo mezclaban palabras latinas y griegas, como avergonzándose de saber el idioma del Lacio: pero todos estos son para mí unos zarramplines, que me degradaria en seguir su [sic] preceptos y opiniones; y asi maldito el caso hago, ni haré de ellas por mas que vmd. me predique; pues tan pagado estoy de mi opinion que no me sacarán de ella quantos escarabajos, lucérnigas rateras, y petates hay y puede haber: y respecto que yo he de imitar (solo en el estilo) al Prologuista, no profiera vmd. mas fastidiosas garrulidades, indignas aun del talento menos Arquitectónico. Vmd. y otros como vmd. han tomado la mania de hacer ver claramente que ese hombre nada sabe, siendo de contraria opinion yo y otros ciertos quatro sugetos tan agudos, tan doctos y discretos que algunos han hecho ya sudar las pren-[22]sas, cuyas insignes Obras panegirizaré algun dia, sino se adelanta á hacerlo el Apologista Universal. Dexe vmd. que salga á luz el Diccionario Antibárbaro de nuestro héroe, que forzosamente ha de estar ya en la A, pues hace cinco años que le oigo estarle anunciando, y entonces se sabrá quáles son palabras bárbaras, si las de que usan los mas de los hombres, ó las de este Orpheo y Apeles del siglo dos veces nueve.144 Mas: Supuesto que vmd. está empeñado en deprimir el horroroso merito de mi hombre por lo que toca á la invencion de términos, en que sin duda es felicísimo; ¿podrá vmd. negarle el particular de haber impreso en 8.° un legajo terrible de Comedias que estaban en 4.°? Confie-[23]se vmd. la verdad y confundase. Maest. Eso no lo puedo negar: ni tampoco que ha hecho al público la gracia de darle por diez reales tres Comedias, que en las gradas de San Felipe, ó libreria de Quiroga se hallan por veinte y quatro quartos. Corresp. Fuera ironias y sarcasmos, y hablemos como Dios manda. ¿Acaso en la libreria de Quiroga, ni gradas de San Felipe se vende la Comedia de la Hija del Mesonero, enmendado aquel enorme yerro de Imprenta

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Humildes y modestos nombres con que se favorece á sí mismo nuestro inmortal Arcade. ¡Buena Apostilla!

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Doncloson, como con el mayor acierto y finura le ha enmendado nuestro sabio Colector? Maest. Asi lo dice en la pag. CL. de la voluntaria y excusada reimpresion de su fulminante y estrepitoso Prólogo; pero la desgracia es que no nos sacó de esa mortal equivocacion y lastimosa duda; antes sí nos zambulló de cabeza en [24] otra de no menos sustancia; y es, que en la Comedia que nuestro Corrector ha visto, dice, segun él asegura, Doncloson, y su merced corrige Doneloson, debiendo decir Donelo son; siendo imposible acertase nadie del modo que lo escribe Antioro, que hablaba Figueroa por el Jurisconsulto de Donelo. Corresp. Si no tardó mas que dos ó tres meses en corregir las pruebas, segun deponen Mariblanca y las Tiendas inmediatas á ella; ¿es extraño se le hubiese escapado esa friolera? ¡en qué fruslerias se pára vmd. Maestro mio! Apuesto á que el mas lince no halla otra errata en el mencionado reimpreso Prólogo: de las Comedias no hablo porque ya sé que tienen mas de trescientas. Maest. La ciega pasion que profesas á ese Arcade, no te dexa ver las cosas en claro. ¿Con qué no tiene mas errata, que la de Doneloson? [25] Principia á contar solo las del castellano, y saldrás de ese crasísimo engaño en que estás sumido. Primeramente pone poësia en Italiano con œ diptongo; quatro por quarto; Lavapies por Avapies; Nosarre por Nasarre; dirigia por dirigian; Companias por Compañias; Cebanillas por Cabanillas; seguiz por seguir; reliqivas por reliquias; son por con; indencia por indecencia; natutal por natural; Gibaltar por Gibraltar; obedienci por obediencia; onos por unos; nanca por nunca; origivales por originales; subriginal por su original; diferencla por diferencia; iusultas por insulsa; Calderou por Calderon; obstiene por obstina; Beaunarche por Beaumarché; thatro por theatro; siguinte por siguiente, y otros treinta ó quarenta, que es regular se me hayan pasado. Nada te digo de las erratas en el Francés, pues son tantas y tan [26] vergonzosas, que los mismos frigidísimos Célticos desconocerán su idioma, porque apenas hay palabra que no sea una equivocacion; tanto que por no dexar de ir en todo consiguiente, hizo apóstrophos de las comas. Hágome cargo que el erudito Colector no sabrá hablar ni escribir en Francés, sin embargo de haber estado en París, y visto representar á la famosa Dumeny aquella tragedia que tanto le escandalizó, intitulada la Phedra; (¡oh qué conciencia tan timorata! ¡y qué piadosos y castos oidos!) pero en habiendo

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entregado al oficial caxista el original de Voltaire, se excusaba haber estampado tantos disparates. Corresp. ¿Qué sabemos si esas que vmd. tiene por erratas lo serán en efecto? porque asi como pone Sevilla con B., España con H, y á las Comedias heroycas llama Palaciegas, sin duda por creer que [27] asi se debe escribir y hablar, puede ser tambien que esté mejor dicho reliqivas, indencia, thatro, y á este tenor lo demás. Yo puse en un Corresponsal el adverbio minimè con diptongo, y tactos por raptos; pero tanto nuestro Arcade, como su mas afecto servidor responderiamos á qualquier necio que quisiese hacernos causa por estas vagatelas, de Minimis non curat Prætor, y con esta sola concluyente razon los trucidariamos, como trucidó Aletophilo á todos sus impugnadores (segun él mismo asegura) con las nuevas Apostillas. Maest. Mucho le defiendes, amado discípulo, sin saber con que fundamento, ni porque causa; pues ademas de la mala que has tomado, sábete que ha esparcido por esas Fondas y Puerta del Sol, una quarteta ó redondilla, en que decia que eras tú peor Escritor que el Censor, sin embargo de ser este malísimo. [28] Corresp. Ojala mintiese en eso; pero es la lástima que no puede decir verdad mas irrefragable en todos los dias que le resten de vida. Maest. Tambien en un Soneto (asi dicho, porque tiene catorce pies) viendose obligado de la fuerza del consonante, te llama Rocin; á lo que podias responder. Por chismes que levantan á gente honesta Juana me llama pu : : : mas pu : : : es ella. Corresp. Ni haré yo eso, ni cabe en mí tan ruin venganza, ni creo sepa un Arcade, un Académico, y un Colector de medianas, malas y peores Comedias, hablar tan propiamente el idioma del pais del Apatuya. Vmd. no sabe de positivo que me hubiese honrado con ese epiteto, y asi, es hacerle una atroz injuria atribuirle tan feo estilo. [29] Maest. Es cierto que no lo sé de positivo, aunque me han asegurado andaba enseñando á todos dicho Soneto, como Obra fabricada en el delicado taller de su cabeza; pero como he visto otros papeles suyos en que dispensaba gratis esos titulos y otros peores á sugetos de mas condecoracion que tú, creo sea tambien de él lo del citado Soneto: Quia qui semel est malus, semper præsumitur malus in eodem genere mali.

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Corresp. Umd. [sic] no se canse, que ni por esas me apea del justo concepto que tengo formado de nuestro Leccionista: le contemplo el mas erudito, mas prudente y mas modesto Escritor del siglo: yo he de ser eternamente su panegirista, y he de continuar haciendo ver al mundo, que nadie es mas digno de nuestra admiracion, de nuestros amores y de nuestro respeto. Maest. Pues has dado en esa ex-[30]travagancia, no quiero hacerte ver mas errores suyos, que seguramente compondrian seis tomos en folio; y respecto es ya hora de recogernos, á Dios hasta otro dia que continuarémos la propia sesion. Corresp. Beso á vmd. las manos.

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ÍNDICE DE NOMBRES Abril, Simón 212, 216 Addison, Joseph 160, 165 Adriano 348 Agesilaos 257 Agrippa, Cornelio 276 Agustín San 198, 202, 206, 207, 227, 230, 238, 285 Alcibiades 257 Alexandro, Natal 205 Alesarco 347 Ambrosio 200, 206, 227 Amort, Eusebio 205 Anaxágoras 234 Aníbal 298 Antioco 309 Antioro 62, 90, 346, 349 Antonio Abad, San 206 Antonio de Padua, San 277 Antonio, Marco 173, 348 Aquiles 85, 218 Arandilla, Juan 114, 140 Arcade de Zafra (García de la Huerta) 97, 244, 345, 349, 351 Arcos, Francisco de los 241, 243, 278, 301 Argensola, Lupercio Leonardo de 125, 154, 171, 261 Arias Montano, Benito 235 Aristóteles 81, 83, 100, 111, 140, 229, 308 Bacon, Francis 133 Bances y Candamo, Francisco 65, 68, 73, 232 Barclay, John 211, 212 Basilio, San 298 Beaumarché, Pierre Augustin Caron de 350 Benedicto XIV 99, 146, 179, 277 Bernardo del Carpio, San 248, 249, 256 Blesense, Pedro 61

Boileau-Despréaux Nicolas 62, 112, 113, 115, 132, 136, 165, 276 Bolingbroke (Henry St. John) 159, 160, 162, 163, 164, 165 Boneta, José 108 Boscán, Juan 336 Bossuet, Jacques Benoît 228, 281 Bouville, Mademoiselle de 147, 152, 194, 218, 243, 245, 258, 299 Calasanz, José 206 Calderón de la Barca, Pedro 123, 339, 350 Calígula 161 Calvino, Juan 281 Camoens, Luis de 160, 162 Capitón, Ateyo 348 Capmany, Antonio de 259, 260 Caracciolo, Francesco 206 Carlo Magno 232 Carlos II 162 Carvilio 164 Casandro 347 Cátulo, Cayo Valerio 140 Cecial, Tomé 244, 265 Cervantes Saavedra, Miguel de 227, 329, 332, 344, 347 Childérico 232 Chokier, Erasmo de 194 Cicerón 83, 85, 151, 173, 230, 241, 309, 339, 347, 348 Claro, Juan 141, 218 Concina, Daniel 101, 263 Constantino 205, 311 Coriolano 308 Crébillon hijo (Claude Prosper Jolyot de) 62 Crisóstomo, San 227 Damián, Cosme 90, 344 Deliade, Aletófilo (García de la Huerta) 62 Demócrito 165 Demóstenes 151, 227

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Descartes, René 270, 332 Diaristas de Bouillon, Los 125, 237, 300, 328, 329, 332, 333, 335, 337, 338 Dionisio 347 Discreta Monja de México, La (Sor Juana Inés de la Cruz) 292 Domingo, San 278, 282 Duque de Osuna 232 Erasmo de Rotterdam 238, 276 Esquilo 162, 218 Eurípides 162 Farnabio, Tomás 345 Feijoo, Benito Jerónimo 181, 184, 189, 243 Felix de Cantalicio, San 278 Fénelon, François de Salignac de la Mothe 62, 185, 212 Fernández, Miguel José 216 Ferrer, Vicente, San 282 Figueroa, Francisco de 350 Fléchier, Esprit 228 Fleury, Claude, Abad de 206, 284, 287, 289 Fontenelle, Bernard le Bovier de 258 Forner y Segarra, Juan Pablo 141, 150, 243, 265, 266, 292, 329, 330, 332, 333, 334, 335, 336, 337 Francisco de Asís, San 69, 206, 276, 278 Francisco de Paula, San 260 Galilei, Galileo 84 Galo, Ausonio 140 García de la Huerta, Vicente 262, 265, 343, 348, 349 Garcilaso de la Vega 347 Godin, Antoine 66, 140, 228, 339 Genaro, Aurelio 210 Gerson, Juan 193, 282, 283, 287, 289

Gregorio IX 249 Gregorio XIII 238 Gregorio, San 101, 178 Heráclito 165 Homero 160, 161, 233 Horacio 87, 111, 112, 140, 154, 163, 203, 244, 245, 265, 271, 312, 347, 359 Inocencio III 192 Iriarte, Tomás de 183, 291, 334 Isla, José Francisco de 85 Javier, Francisco, San 185 Jerónimo, San 206, 238, 282 José II 233 Juan de la Cruz, San 206 Juan de Letrán, San 264 Justiniano 213-215, 232 Juvenal 62, 111, 163, 227, 244, 245, 302, 323, 345 Kempis, Tomás de 94 Lafitau, Joseph 228 Lárraga, Francisco 66, 101, 140, 143, 146, 256, 321 Laviano, Manuel Fermín de 73 Leandro 336 Leccionista Crítico, el (García de la Huerta) 344, 345, 352 Leibniz, Gottfried Wilhelm 334, 335 Lemos, Padre 237 León IV, San 200, 227 León, Luis de 255, 318, 347 Liberio, Silvio (Juan Pablo Forner y Segarra) 250, 261 Licurgo 198 Livio, Tito 140, 168, 216, 217, 341 Lope de Vega y Carpio, Félix 123 Lucano, Marco Anneo 160, 162 Lucas, San 241 Luciano de Samosata 140, 347 Lucilio, Gaio 349 Luis de Granada, Fray 94, 228, 297

El Corresponsal del Censor

Lutero, Martín 281 Malebranche, Nicolas 150, 334, 335, 337 Manrique, Jorge 256 Manuel, Francisco 92 Marcelino, San 205 Mariana, Juan de 66, 298 Martí, Juan 208 Massieu, Jean Baptiste 295 Masson de Morvilliers, Nicolás 62, 235, 236 Meléndez, Juan 261 Miguel, San 185 Milton, John 160, 162 Mirabellio, Domenico Nano 78 Molière 62 Molina, Luis de 237, 238 Moncín, Luis de 67, 296 Montesquieu, Charles de Secondat 281 Montfaucon, Bernard de 310 Moreto y Cabana, Agustín 102, 123, 312 Muratori, Luis Antonio 185, 205, 286 Nasarre, Blas 345, 350 Nerón 81, 161, 232 Newton, Isaac 150 Ovidio Nasón, Publio 83, 84, 140, 223, 296, 341 Pablo, San 200, 201, 207, 237 Parménides 150 Pedro Damiano, San 282, 287, 288 Pedro de Alcántara, San 282 Pedro el Grande 232 Pedro, San 205, 237, 284 Pepín 232 Pérez y Almendriz, Diego 63 Perótti, Nicolái 82 Persio 109, 138, 151, 161, 215, 253, 295 Petavio, Dionigi 235 Petronio 235

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Píndaro 100 Platón 257 Plauto, Terencio 345 Plutarco 140, 154, 257 Polignac, Melchior de 329, 337 Pope, Alexander 270, 329, 337 Protágoras 150 Quevedo, Francisco de 155, 231 Quintiliano 85, 230 Quinto Curcio, Rufo 78, 137 Racine, Jean 62, 344 Régulo, Atilio 309 Rodríguez, Antonio José, Fray 102 Rollin 298 Romualdo, San 206 Rousseau, Jean-Jacques 276 Saavedra, Diego de 76, 180, 233 Seleuco 309 Semíramis 309 Séneca, Lucio Eneo 78, 140, 150 Severo, Urbano (Factor del Juzgado casero, el) 114, 241 Sixto V 232 Sócrates 257 Solís, Antonio de 298 Solón 198, 212, 213 Sófocles 162, 218 Suetonio 345 Tácito 61, 109, 211, 212 Taso, Torcuato 69 Terencio 83 Thiers, Juan Bautista 185, 277, 286 Tiberio 161, 348 Tibulo 140 Tomás de Aquino 101, 143, 332 Torres, Didacto de 84 Valencia, Padre 239, 238 Valladares de Sotomayor, Anton 67, 73, 296 Van Espen, Zeger Bernhard 249 Vergara, Martín Marcelino de 63 Vespasiano 232

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Villegas, Esteban Manuel de 23 5, 306 Virgilio 61, 84, 85, 92, 97, 140, 147, 160, 161 Voltaire 62, 351 Xicotencal 298 Zavala y Zamora, Gaspar 73 Zenobia 309 Zenón 150

ÍNDICE DE OBRAS Abandono, El 96 Adicionador del Quixote, El 246 Adiciones del Quijote 301 Anales 212 Antisofisma,ó sea Desenredo de Sofismas 145, 247, 256, 257 Apologista Universal, El 141, 147, 181, 222, 231, 239, 240, 241, 243, 243, 247, 258, 261, 271, 298, 343, 349 Ars poetica (Horacio) 111, 113, 347 Art poétique (Boileau) 112, 113, 132 Asno Erudito, El 243, 334 Biblia, La 121, 221, 241, 244, 289 Biblioteca militar española 97, 346 Bucólica 85 Carta de Veras, La 243 Carta muda, La 62 Cartas Persianas, Las 281 Castigo de la miseria, El 70 Censor, El 111, 114, 125, 135, 159, 165, 171, 179, 181, 183, 190, 191, 194–196, 199, 210, 212, 222, 237, 239–245, 258, 65, 271, 293, 298, 343 Colección de pensamientos filosóficos 258 Colector de Comedias (Vicente García de la Huerta) 344, 345, 348, 350 Coloquio de los Ruiseñores 62 Conversaciones familiares entre el Censor y el Apologista Universal 247, 257, 265, 266 Conversaciones instructivas 301 Cordonazo de San Francisco, El 278, 284 Corresponsal del Censor, El 40, 99, 109, 141, 147, 203, 217, 225, 236, 238–243, 271, 290, 299

De Bello Jugurthíno 83 De Re rustica 348 De Superstitionibus 277, 286 Demostraciones palmarias 231, 239, 246, 257, 265, 266 Diálogo entre Solon y Justiniano 212–216 Diálogos (Padre Arcos) 278 Diario Enciclopédico de Bouillon 328 Diario extrangero, El 301 Discours au Roi 136 Discurso sobre el lujo 62 Discurso sobre las penas contraído á las leyes Criminales de España 62 Discursos filosóficos sobre el hombre 231, 255, 258, 278, 328, 329 Disertacion Retórica á la Matronas Españolas 62 Educaciones populares 62 Empresas 76 Eneida 92, 97, 147, 161, 334 Epígramas (Marcial) 336 Epistula ad Olympium (De civitate Dei) 198 Epodos (Horacio) 265 Errores en el Derecho Civil 213 Escena Hespañola con Apostillas, La 343, 345, 348 Euménides 162 Fábulas literarias 183 Fábulas políticas 196 Farsalia 162 Fedra 350 Fray Gerundio de Campazas 81, 85 Georgicas 61 Gracia de las gracias de los Santos 140 Goffredo, El 69 Gritos del Infierno 108, 140 Guía de Casados 94 Hija del Mesonero, La 349 Historia del Duque Federico 95 Historia Eclesiástica 284, 287, 289

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Historia Natural y Moral de las Islas Antillas 119 Iliada 160 Industrias 62 Ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, El 333 Juzgado Casero 243, 245, 299, 349 Libro de la Concordia 237, 239 Libros del Hercolano, Los 310 Lindo Don Diego, El 102 Lo que puede la aprehension 312 Luz de la Fé y de la Ley 140 Marido de su hija, El 202 Mas vale el hombre que el Nombre 65, 232 Nuevo Caso de conciencia 181 Obras (Tomás de Iriarte) 291 Odas (Horacio) 154 Oración apologética por la España y su mérito literario 330, 335 Paradoxa VI. del nuevo aspecto de Teología Médico-Moral 101 Paraíso perdido, El 162 Pasatiempo 292, 299 Pensador, El 222, 224, 237 Perfecta casada, La 318 Thesaurus Politicorum Aphorismorum (Politic., Chokier) 194 Polyanthéa 78 Por su Rey y por su Dama 73 Pro Balbo 245 Prontuario de moral (Lárraga) 143 Reflexiones críticas sobre el estado presente de la literatura española 147, 258 República Literaria 180 Sátiras (Boileau) 115, 165, 276 Sátiras (Juvenal) 227, 302, 323, 345 Sátiras (Persio) 153, 217, 297 Socorro 256 Soledades de la vida 95 Soneto XXXIV (Argensola) 125

Teatro crítico universal 184, 189 Teatro Español 62, 73, 95, 343 Teatro histórico-crítico de la Elocuencia Española 259 Tratado de Matrimonio 102 Tristitia 84 Variaciones 281 Verdadera Devoción, La 286 Vinatero de Madrid, El 259 Xaira 346